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Spanish Pages [402] Year 1989
NHC Nueva Historia de Colombia
Director Científico y Académico ALVARO TIRADO MEJÍA Asesores JORGE ORLANDO MELO JESÚS ANTONIO BEJARANO
NHC
Nueva Historia de Colombia
IV Educación y Ciencia Luchas de la Mujer Vida Diaria
PLANETA
Dirección del proyecto: Gloria Zea Gerencia general: Enrique González Villa Coordinación editorial: Camilo Calderón Schrader
Material gráfico: Museo de Arte Moderno de Bogotá, Museo Nacional, Museo 20 de Julio, Museo de Desarrollo Urbano, Biblioteca Nacional, Biblioteca de la Cancillería en el Palacio de San Carlos, Archivo de la Cancillería, Hemeroteca Luis López de Mesa Academia Colombiana de Historia, Federación Nacional de Cafeteros, Museo Numismático del Banco de la República, Fondo Cultural Cafetero, Biblioteca de la Universidad de Antioquia, Biblioteca Pública Piloto de Medellín, Archivo FAES, Archivo Nacional de Colombia, Sala de la Constitución de la Casa de Nariño, Centro Jorge Eliécer Gaitán, UTC, CTC, CGT, CSTC, Centro Cultural Leopoldo López Alvarez de Pasto, Cromos, El Tiempo, El Espectador, El Siglo, Revista Proa, Patronato de Artes y Ciencias, Centro de Documentación Musical (Colcultura), Conferencia Episcopal Latinoamericana, Archivo de la Catedral de Bogotá, CINEP, Cinemateca Colombiana, Compañía de Fomento Cinematográfico Focine, Corporación Nacional de Teatro Teatro Popular de Bogotá, Corporación de Teatro La Candelaria, Fundación Teatro Libre de Bogotá, Escuela Militar de Cadetes José María Córdova, Archivo Melitón Rodríguez, Colección Pilar Moreno de Ángel, Colección Carlos Vélez, Archivo Planeta Colombiana.
Diseño: RBA, Proyectos Editoriales, S.A. Barcelona (España) Investigación gráfica: Juan David Giraldo Asistente; Ignacio Gómez Gómez Fotografía: Jorge Ernesto Bautista, Luis Gaitán (Lunga), Arturo Jaramillo, Guillermo Melo, Oscar Monsalve, Jorge Mario Múnera, Vicky Ospina, Carlos Rodríguez, Fernando Urbina. Producción: Oscar Flórez Herreño Impreso y Encuadernado por: Editorial Printer Colombiana Ltda.
©PLANETA COLOMBIANA EDITORIAL S.A., 1989 Calle 31, No. 6-41, Piso 18, Bogotá, D.E. Colombia ISBN (obra completa) 958-614-251-5 ISBN (este volumen) 958-614-257-4
La responsabilidad sobre las opiniones expresadas en los diferentes capítulos de esta obra corresponde a sus respectivos autores.
Sumario
Sumario Introducción Jorge Orlando Melo 1
Condición jurídica y social de la mujer Magdala Velásquez Toro
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2 La educación en Colombia. 1880-1930 Renán Silva Olarte
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3 La educación durante los gobiernos liberales. 1930-1946 Jaime Jaramillo Uribe
87
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La educación en Colombia. 1946-1957 Aline Helg
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5 La educación en Colombia. 1958-1980 Aline Helg
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6 Cien años de ciencia colombiana Gabriel Poveda Ramos
159
7
La astronomía (1885-1985) Jorge Arias De Greiff
189
Nuera Historia de Colombia.
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Vol. IV
La historiografía colombiana Bernardo Tovar Zambrano
199
La filosofía en Colombia Rubén Sierra Mejía
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E1 pensamiento económico en Colombia Enrique Low Murtra
221
Historia de la sociología en Colombia Gonzalo Cataño
235
Antihéroes en la historia de la antropología en Colombia: su rescate Jaime Arocha Rodríguez
247
La medicina colombiana, de la Regeneración a los años de la segunda guerra mundial Néstor José Miranda Canal
257
Las técnicas agropecuarias en el siglo xx Jesús Antonio Bejarano Avila
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Vida diaria en las ciudades colombianas Patricia Londoño Vega - Santiago Londoño Vélez
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Introducción Jorge Orlando Melo y que buena parte de los cambios que Educación y ciencia
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a historia de la educación en el siglo último muestra la íntima trabazón de las políticas educativas con los conflictos políticos e ideológicos del país: a partir de la Constitución de 1886, el propio canon constitucional ordena que la instrucción pública se haga de acuerdo con los principios católicos. Dada la vinculación estrecha del conservatismo con la Iglesia y las actitudes laicistas adoptadas por el liberalismo, el debate acerca de la orientación de la educación coincidirá frecuentemente con los enfrentamientos partidistas. Sin embargo, algo que resultará claro para el lector es cómo, a pesar de lo anterior, las exigencias de modernización social y cultural del país, la búsqueda de una educación más acorde con las exigencias de un desarrollo económico que desde los años veinte era evidente para los sectores dirigentes del país, y muchos otros factores, hacen que el esfuerzo renovador, muy claro en esos años agitados, tenga el apoyo de educadores progresistas vinculados a ambos partidos,
se consolidan bajo la república liberal hubieran sido iniciados por los más lúcidos dirigentes educativos del período conservador. Todos los gobiernos, es evidente, han tratado de estimular el crecimiento cuantitativo del sistema educativo. Lo que resulta interesante, a más de los esfuerzos de mediados de siglo por volver a colocar la educación bajo la tutela ideológica de la Iglesia, es la forma como se fue configurando la situación educativa actual, con sus peculiaridades y rasgos especiales: una educación primaria homogénea en contenidos, pero dividida entre un sector privado y un sector público a cargo de los grupos populares; un bachillerato humanístico de corte clásico para toda la población, igual para todos los grupos sociales y que no reforzó los mecanismos de segregación de las mujeres; y un sistema universitario contradictorio, poco funcional en términos económicos, pero socialmente abierto y con un crecimiento muy rápido. Todos estos aspectos reciben aquí un tratamiento coherente y esclarecedor. Muy ligada a la educación, la ciencia se ha desarrollado en el país con relativa independencia de las demandas de los
Nueva Historia de Colombia, Vol. IV
sectores productivos. La historia de las ciencias puras muestra el peso que en su avance han tenido algunos entusiastas y sacrificados cultivadores del saber, en un país que ha dado poca importancia a una ciencia que no parece productiva. Mayor reconocimiento social han recibido los ingenieros, cuya contribución al desarrollo de las comunicaciones, a las construcciones civiles incluso, como lo muestra el caso de la Escuela de Minas de Medellín, al desarrollo industrial y a la organización empresarial, se ilumina en las páginas que siguen. Las ciencias sociales han padecido dificultades diferentes. Sólo hasta muy recientemente encontraron las condiciones institucionales favorables que les da un sistema universitario flexible y dispuesto a financiar no sólo docentes sino hasta investigadores. Antes el país osciló entre la reverencia por un saber que parecía prometer, como el de la sociología y la economía, soluciones para los infinitos males del país, y hostilidad hacia quienes parecían limitarse a mostrar el carácter irrevocable de tales problemas. Entre el apoyo a la acción del Estado y la crítica utopista, sin embargo, muchos economistas sociólogos y antropólogos han encontrado el espacio para interrogarse con seriedad acerca del país y para estudiarlo con una profundidad y un dominio metodológico crecientes. De otra parte, en menos de cien años la esperanza de vida de los colombianos se ha multiplicado por más de dos: hace cien años, quienes nacían apenas podían esperar, estadísticamente, una vida de menos de 30 años. Hoy la esperanza de vida supera los 65 años. Buena parte de este cambio se debe a los avances de la medicina, aunque quizás una parte mayor se origine en la generalización de prácticas higiénicas y en el mejoramiento de los servicios de aguas potables y alcantarillados. Pero, sea como sea, este es uno de los cambios más dramáticos de la historia colombiana de este siglo, aunque sea uno de aquellos en los que no se tiende a pensar. La viruela, el tifo, decenas de enfermedades han dejado de aterrorizar a los colombianos, mientras otras, a la manera
de los países avanzados, se convierten en las principales amenazas: el cáncer o las enfermedades cardíacas. Sin embargo, todavía los avances médicos no tocan amplios sectores del país, y hay regiones donde la mortalidad infantil es tan elevada como a comienzos de siglo. La historia de la medicina, por todo lo anterior, más que la historia de unos determinados profesionales o científicos, es la historia de cómo cambia la salud de los colombianos. Del mismo modo, la evolución de la tecnología agrícola constituye otro de esos procesos que tiende a pasar inadvertido, y que sin embargo produce, lenta pero inevitablemente, las mayores transformaciones en la vida social. Hace cien años, más del 90% de los colombianos vivía en el campo; hoy, solamente cerca del 25% de nuestros trabajadores es capaz de producir alimentos para el país, materias primas para industrias tan importantes como los textiles, y generar un excedente exportador que todavía produce más de la mitad de los ingresos externos del país. Los cambios en las técnicas agropecuarias -desde la preparación de la tierra hasta la cosecha, desde la selección de las semillas hasta la lucha contra las plagas, desde la generación de nuevas variedades hasta los sistemas de almacenamiento y conservación- están detrás de esta revolución técnica. Por supuesto, esta transformación no es independiente de las demás historias tratadas en esta obra, qué se trenzan inevitablemente con ellas: el cambio social en el campo, los conflictos por la propiedad de la tierra, la acumulación de capitales, la influencia de tecnologías importadas, el desarrollo de las ciencias agropecuarias, el avance de la educación. Recreación, vida diaria y feminismo En 1893 decía don José Manuel Marroquín que ya no satisfacía a los lectores de libros de historia «la relación de fundaciones de imperios, de conquistas, de guerras, de cambios de gobierno y dinastía, y de sucesión de soberanos, que han solido ser única materia de la
introducción
Historia», y sostenía que «actualmente queremos saber cómo han sido y cómo han vivido los hombres de quienes hace mención aquella [...] y también cómo eran o cómo vivían los que ella no menciona [...] queremos penetrar en los aposentos, no sólo de los palacios, sino de las viviendas comunes; queremos conocer a nuestros antecesores como conocemos a aquellos contemporáneos nuestros con quienes vivimos en intimidad y familiaridad». Probablemente esta idea dio lugar, en aquellos tiempos, a un género de historia anecdótico y sin significación, en el que el relato de algunas fiestas o la descripción de vestidos y diversiones se hacía por una nostalgia no pocas veces teñida de una actitud aristocratizante. Sin embargo, la frase de Marroquín conserva toda su vigencia, y la historia actual subraya la importancia de comprender las formas de vida de todos los grupos sociales, y de atender no solamente a los comportamientos y actividades de la política y la producción, sino a todas aquellas formas de vida que, aparentemente triviales, hacen parte de los lenguajes e intercambios sociales. ¿De qué se reían los colombianos? ¿Qué deportes han practicado a lo largo de este siglo? ¿Cómo vivían su relación con el trabajo y el ocio? ¿Cuál era el significado de bailes y excursiones? ¿Qué jerarquías sociales, qué anhelos y deseos se expresaban en joyas y vestidos? ¿Las reglas de la urbanidad, las prácticas higiénicas, el uso de jabones y desodorantes quieren decir algo, o es indiferente en nuestro proceso histórico? Estas son algunas de las cuestiones
a las que podrá darse alguna respuesta inicial en las páginas de este libro. Son quizás los capítulos más agresivamente nuevos en este intento de ofrecer una historia completa del país, y muchos eruditos pensarán que se ha caído en lo anodino al ver la enunciación de los temas; el lector atento, por el contrario, descubrirá seguramente una nueva faceta de la historia nacional, que raras veces, o nunca, ha recibido un tratamiento riguroso. Las mujeres son la mitad del país, pero apenas aparecen ocasionalmente en los libros históricos. Por supuesto, figuran las heroínas de la Independencia, pero luego desaparecen por completo. Esta colección ha tratado de corregir esta distorsión, y en muchos capítulos -veánse por ejemplo los relativos a la educación- la presencia femenina es notable. Pero al hablar de la vida política o económica resulta inevitable dejar en un segundo lugar a la mujer, pues ha sido la sociedad colombiana en su historia misma la que la ha colocado en una posición subordinada; sin embargo esta no se ha resignado a ello, y a los tiempos que se estudian en este trabajo son los años centrales de las luchas de la mujer por la igualdad y por el reconocimiento de sus derechos sociales, políticos, legales, incluso psicológicos (el derecho a la autoafirmación, el derecho al placer). Por eso un capítulo especial, que resume el estado actual de los conocimientos sobre el tema y narra en detalle las luchas, los éxitos y fracasos de las mujeres colombianas, inicia este volumen de Nueva historia de Colombia.
Capitulo 1
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Condición jurídica y social de la mujer Soledad Acosta de Samper, figura señera de la condición femenina durante el siglo XIX en Colombia. En 1903 redactó un manifiesto firmado por 300 mujeres, dirigido al presidente Marroquín, exigiendo la defensa de la soberanía nacional en Panamá (Retrato de R. Díaz Picón, en la Academia de Historia).
Magdala Velásquez Toro La mujer: invisible para la historia
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rescientas mujeres de Bogotá firmaron en. 1903 un manifiesto escrito por Soledad Acosta de Samper dirigido al vicepresidente Marroquín. Pedían, «en nombre de la dignidad humana, Señor, en nombre de nuestra futura reputación, en nombre de vuestros nietos que os pedirán cuentas [...] os pedimos que levantéis en alto el estandarte que nos legaron Bolívar y Santander; de manera que de las cenizas del pendón nacional que algunos bandidos miserables se atrevieron a quemar en Panamá, surjan nuestra fama, nuestro honor y nuestra futura gloria». Cuando ellas exigían de los gobernantes del país la defensa de la soberanía nacional agredida por los Estados Unidos en la separación de Panamá, es difícil siquiera imaginar la condición a que estaban sujetas las mujeres colombianas, los limitantes y las barreras que habrían de franquear para llegar a una manifestación de esta naturaleza. La situación social, económica y política de la mujer en Colombia ha es-
tado marcada por múltiples factores estrechamente vinculados a su condición sexual. La opresión y discriminación de la mujer es un hecho histórico que traspasa todas las clases sociales, está presente en una cultura pa-
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triarcal y machista que compromete a hombres y mujeres. Tiene manifestaciones particulares en la economía, la política, la vida social, familiar y religiosa; en la estructura psíquica, en el manejo de los afectos y del disfrute sexual. Por ello, pese a las diferencias de clase, las mujeres constituyen un grupo social que ha sufrido la experiencia histórica de una posición secundaria dentro de la sociedad. No obstante, tiene efectos diferenciados en los distintos estratos y clases sociales y adquiere características específicas en cada uno de ellos. Marginadas expresamente de la vida pública, desconocida su personalidad jurídica por el Estado, relegadas al ámbito hogareño, a la crianza y educación de los hijos, a las tareas de la economía familiar o a las que son prolongación de las mismas, las mujeres se perfilan como sombra en el pasado. La tajante división entre las actividades masculinas y femeninas, los criterios de valoración social de unas y otras y la asignación exclusiva al varón del ejercicio del poder en la vida social, económica, política y familiar, han conducido a que el quehacer de las mujeres sea una presencia ausente en nuestro discurrir histórico. La ausencia de las mujeres de la vida pública las ha hecho también invisibles para la historia, pero allí, desde esa carencia, las mujeres han tenido un desempeño específico de acuerdo a su procedencia social. Ordenamiento colombiano sobre la mujer en el siglo XIX Nuestra cultura, heredera de un estatuto social jerarquizado en el orden económico, político y racial, lo era también en el orden sexual. Ni siquiera dentro de las distintas clases o sectores sociales la mujer podía tener aspiraciones igualitarias con los varones de su misma procedencia. La mujer era considerada como un objeto, bien sagrado o bien de placer. En el primer caso, el modelo impuesto era el de vir-
gen-madre, en virtud del cual podía acceder a la vida religiosa, en cuyo caso quedaba bajo la tutela de la comunidad, en calidad de esposa de Cristo y madre espiritual. La otra alternativa paradigmática que se ofrecía a la mujer era el matrimonio, que suponía renunciar a las libertades y derechos mínimos que tenía, en beneficio de su esposo. La de ser objeto de placer, se reservaba generalmente a las mujeres del pueblo, que personificadas en la mujer indígena desde la conquista, constituían parte del botín de guerra y objeto de posesión del invasor europeo. La prostitución se entendía socialmente como un mal necesario y era tolerada moralmente. Uno de los aspectos que permiten apreciar claramente la situación de la mujer en la sociedad colombiana es el relacionado con su condición civil, o sea la manera como las instituciones que regulan las relaciones entre las personas han reglamentado la función, los derechos y las obligaciones privadas de la mujer. Estas instituciones no son simplemente el producto de la alquimia jurídica, sino que son la expresión metódicamente ordenada del modo de pensar, de vivir y de actuar predominantes en una sociedad determinada, con respecto a la mujer. En las relaciones civiles se manifiesta palpablemente el estado de subordinación de la mujer al hombre, en la intimidad de la vida familiar, como producto de las costumbres, la cultura y la ideología. Históricamente, estas instituciones han sido el compendio de normas que supeditan los derechos del ser humano mujer a las apetencias, necesidades y expectativas del hombre, tanto en el terreno de la economía familiar como en el manejo de los afectos. El ordenamiento jurídico colombiano es producto de la conjunción de varias corrientes de diversa procedencia, que han tenido un denominador común: su carácter patriarcal. En él se incorporan elementos de la tradición judeo-cristiana, de las instituciones romanas, del derecho canónico, del or-
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denamiento español y del código napoleónico. Las instituciones civiles fueron adaptadas a la vida de las jóvenes repúblicas latinoamericanas a mediados del siglo pasado. Don Andrés Bello fue el gestor más destacado de ese proceso y su código civil chileno de 1855 fue el ejemplo y la guía de donde copiaron los legisladores colombianos. El régimen federal adoptado por la Constitución de 1858 dio a cada estado soberano la facultad de expedir sus propios códigos. El estado de Cundinamarca adoptó en 1859 el código civil chileno y luego los demás estados expidieron su ordenamiento civil con base en el de Cundinamarca, introduciendo algunas variaciones. Posteriormente, en el año 1873, se adoptó el código civil de la Unión. Según algunos autores, el código acogido fue el del estado de Santander, que era copia del de Cundinamarca, pero transformado, principalmente en el derecho de familia. En algunos apartes otorgaba derechos patrimoniales mínimos a la mujer casada, como la administración y uso libre de «los de su exclusivo uso personal, como son sus vestidos, ajuares, joyas e instrumentos de su profesión u oficio» (artículo 1804). En esa época regía la Constitución laica de 1863, que adoptaba la total independencia del Estado con respecto a la Iglesia católica; por esta razón los códigos de algunos estados establecían que el matrimonio se regía por las normas del Estado y otros aplicaron el de elección de los contrayentes. Así mismo el divorcio vincular fue establecido por la ley nacional de 20 de junio de 1853, que rigió hasta 1856, año en el cual fue expedida otra ley que eliminaba la disolución del matrimonio. No obstante, los estados soberanos del Magdalena, Bolívar, Panamá y Santander reconocían el divorcio a petición de los cónyuges. El régimen de la Regeneración en 1886 otorgó constitucionalmente a la Iglesia católica una serie de prerrogativas, posteriormente desarrolladas en el Concordato suscrito con el Vaticano
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en 1887. Entregó a la Iglesia la soberanía del Estado para regular el estado civil de las personas que profesaran la fe católica. Creó en 1888 el privilegio de la anulación del matrimonio civil celebrado antes, para quienes contrajeran matrimonio católico con otra persona. Obligaba al hombre «que habiéndose casado civilmente se case luego con otra mujer con arreglo a los ritos de la religión católica a suministrar alimentos a la primera mujer y a los hijos habidos en ella» (artículo 36, ley 30 de 1888). En 1924, mediante la llamada ley Concha, que fue un de-
portada de la biografía de Miranda por Soledad Acosta de Samper, publicada en 1909. Educadora, novelista, historiadora y autora de teatro, fundó y dirigió varias publicaciones dedicadas a la mujer, como "La Familia"', "Lecturas para el Hogar" y "La Mujer" . Esta última, fundada en 1978, fue la primera publicación dirigida por una periodista en nuestro país.
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sarrollo de los convenios concordatarios, el Estado exigía a quienes fueran a contraer matrimonio civil apostatar públicamente de la fe católica. Esta norma estaba inscrita en un principio del derecho canónico que consideraba al matrimonio civil como un público y atroz concubinato. En el año de 1887. se adoptó el código civil que estaba vigente desde 1873, pero eliminando los apartes que favorecían a la mujer casada vistos atrás, así como el divorcio vincular. Los legisladores criollos superaron en detalles y reglamentos al código napoleónico, especialmente en lo relacionado con las obligaciones y prohibiciones a la mujer y los correlativos derechos absolutos otorgados al varón sobre su esposa y sus hijos. Estas son. en términos generales, las figuras más importantes que han regido la estructura familiar en Colombia desde el siglo pasado, hasta muy avanzado el siglo xx. Para el divorcio, que realmente era una separación porque no disolvía el matrimonio, establecieron como causales el adulterio de la mujer y el amancebamiento del marido. Esto significa que. para imputarse la culpa del divorcio a la mujer, sólo se exigía que ella hubiera sostenido una relación sexual esporádica con un hombre distinto a su esposo. Por el contrario, para que el hombre fuera causante del divorcio, era preciso que tuviera establecida una unión permanente, como si fuera un matrimonio, con otra mujer. El espíritu discriminatorio del código colombiano iba más allá. Además de sancionar a la mujer que daba lugar al divorcio con la pérdida de los hijos, se le negaba todo derecho sobre las gananciales de la sociedad conyugal. Le confiscaban sus bienes y se otorgaba al marido la administración y el usufructo de los mismos, aun cuando la confiscación de bienes era prohibida expresamente por la Constitución. Por el contrario, no se imponía sanción pecuniaria al marido que daba lugar al divorcio por amancebamiento. También se otorgaba una serie de atribu-
ciones al marido recién divorciado o en proceso de hacerlo para que la certeza de su paternidad estuviera totalmente asegurada. Sin entrar en consideraciones relativas a quién dio lugar al divorcio, estatuía al marido el derecho a «colocarla» o depositarla en el seno de una familia honesta o de su confianza. En caso de preñez, la mujer era obligada a denunciarla, o de lo contrario tendría que demostrar judicialmente la paternidad. Una vez hecha la denuncia, el marido le nombraba una guarda permanente durante la gestación, que debía ser «una compañera de buena razón», y una matrona para inspeccionar el parto. En el aparte titulado eufemísticamente «obligaciones y derechos entre cónyuges», de dieciséis artículos, diez versaban sobre las obligaciones de la. mujer. Mucho más acorde con la realidad era la denominación que se daba a la legislación española: las Siete Partidas titulaban la parte que trataba este mismo tema como «efectos civiles del matrimonio a beneficio de los maridos, relativos a sus mujeres». Consignaba el código civil colombiano que «el marido debe protección a la mujer y la mujer obediencia al marido». Definía la potestad marital como «el conjunto de derechos y obligaciones que las leyes conceden al marido sobre la persona y bienes de la mujer». El concepto de potestad marital de los legisladores colombianos de 1887 era mucho más lesivo que el establecido por don Andrés Bello, que la entendía como el derecho del marido a autorizar los actos de la mujer. En virtud de la potestad marital, el marido tiene derecho para obligarla a «vivir con él y seguirle a donde quiera que traslade su residencia». La mujer, por su parte, tiene el derecho a «que el marido la reciba en su casa». Tampoco tenía la mujer domicilio propio. sino el del marido. Por el solo hecho del matrimonio, la mujer se transformaba jurídicamente en incapaz, equiparable al loco o al menor de edad, y era representada legalmente por el marido. Perdía las atribuciones que la
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legislación civil brindaba a la mujer soltera, para la cual no existían realmente prohibiciones expresas en razón de su sexo, salvo las de ser tutora y testigo. O sea que la ley permitía a la mujer soltera mayor de edad contraer obligaciones civiles, ser propietaria y adquirir compromisos económicos. Claro que por una parte iba la ley y por otra la costumbre, la tradición y la ideología dominantes socialmente. A las mujeres se les negaba culturalmente el acceso al mundo externo, a aquello que estaba fuera del hogar; como dijera Goethe: «La casa del hombre es el mundo, el mundo de la mujer es la casa.» Los negocios eran asunto de hombres, la mujer que osaba involucrarse en estas actividades atentaba contra la feminidad, por cuanto eran incompatibles con su destino final: el matrimonio, la vida del hogar y la maternidad. Se le negaba a la mujer el manejo del dinero, que es y ha sido un principio para su independencia. Al contraer matrimonio la mujer perdía la capacidad de manejar su dinero y sus bienes, puesto que la ley otorgaba al marido la administración exclusiva de los de la sociedad conyugal y los de propiedad de la mujer. El matrimonio constituía, pues, el título y el modo para el varón de adquirir bienes y para la mujer perderlos por el solo hecho del consentimiento matrimonial. Por el matrimonio se constituía una supuesta sociedad conyugal, que de sociedad sólo tenía el nombre, ya que en ella había un solo administrador con poderes omnímodos y exclusivos. No podía, pues, la mujer, contratar por sí misma, ni aceptar herencias, ni comparecer en juicio, ni adquirir ninguna clase de compromiso económico, sin la autorización escrita del marido. Como la única fuente de ingreso en dinero era la que el marido le suministrase, no se necesitaba autorización escrita para comprar enseres de contado, ya que el hecho de tener monedas en su poder hacía presumir que le habían sido entregadas para tal fin. Pero la costum-
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bre establecida en las clases alta y media era que el marido abría cuentas en ciertos almacenes, de los cuales la mujer podía retirar los objetos que necesitase, sin necesidad de entrar en contacto con el «vil metal». En esos casos también se presumía la autorización marital, siempre que fueran artículos destinados al consumo ordinario de la familia y no se tratara de «galas, joyas o muebles preciosos». En el caso de la mujer casada que ejercía alguna profesión, industria u oficio, tales como la de directora de colegio, maestra de escuela, actriz, obstetriz, posadera o nodriza, se presumía la autorización del marido para realizar los actos relativos a los compromisos que su ejercicio suponía. Pero como los ingresos percibidos pasaban a formar parte de esa supuesta sociedad conyuga, era el marido el llamado a hacer la administración de su salario. Otra de las prerrogativas de que gozaba el varón casado era la relativa a los hijos. La patria potestad era ejercida de manera exclusiva por el padre, por esta razón ellos estaban sometidos a su autoridad: la ley excluía expresamente a la madre. De allí se derivaba, entre otras, la facultad que tenía el padre de usufructuar los bienes del hijo y de elegir su estado o profesión futura. Podía aplicarle penas privativas de la libertad, tales como la detención en establecimientos correccionales creados especialmente para los hijos díscolos. La mujer sólo podía ejercer la patria potestad si era viuda o madre soltera, pero la perdía al contraer matrimonio. Como si fueran pocas las atribuciones masculinas sobre la legítima mujer, los juristas decidieron, en sus interpretaciones, ampliar la potestad marital a aspectos tales como la facultad de inspeccionar las relaciones y la correspondencia de la cónyuge y prohibirle amistades que según él fueran notoriamente perjudiciales. Por último y como para sellar con todas las de la ley la condición servil de la mujer, el decreto 1003 de 1939 implantó co-
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"Planchadora", óleo de Dionisio Cortés Mesa (hacia 1900), Fondo Cultural Cafetero, Bogotá. "El derecho a ejercer y desarrollar sus facultades intelectuales y materiales, se le conculcaba a la mujer al prohibírsele la administración de sus bienes y la posibilidad de contraer obligaciones económicas".
mo obligatorio algo que la costumbre había establecido: la mujer debía tomar el apellido del marido, agregándolo al suyo precedido de la preposición «de», indicativa de pertenencia. La potestad marital fue eliminada de nuestra legislación por el decreto 2820 de 1974, que estableció la igualdad jurídica de los sexos. Los derechos humanos de la mujer No es difícil concluir en qué estado han sido colocados históricamente los derechos humanos de la mujer en Colombia. En primer término, el derecho a la libertad le era arrebatado. En momentos en que ya había sido eliminada la esclavitud de los seres humanos, el matrimonio constituía la matrícula más expedita para adquirir el estatus de sierva del marido, bajo su disposición arbitraria.
La igualdad le era negada. El solo hecho de pertenecer al sexo femenino se reputaba como condición de inferioridad e inhabilidad. Por el contrario, la pertenencia al sexo masculino garantizaba privilegios «innatos» sobre la integridad personal y material de su consorte. La desigualdad entre los sexos era elevada al nivel de norma con carácter obligatorio, invocable ante autoridades y tribunales y exigible aun por medio de la fuerza. El derecho a la libertad de movimientos, a trasladarse según sus intereses y necesidades, también le era negado, y se la obligaba a seguir al marido a todas partes. Las mujeres no podían utilizar los espacios públicos como los hombres, las de clases medias y altas debían salir acompañadas. Era visto como sospechoso de mala conducta el que una mujer estuviera sola en la calle. El derecho a ejercer y desarrollar sus facultades intelectuales y materiales se le conculcaba al prohibírsele la administración de sus bienes y la posibilidad de contraer obligaciones económicas. Además de la segregación existente en materia educativa, que le impedía acceder al ejercicio de profesiones liberales. El derecho a la vida La sexualidad ha sido siempre vigilada en la sociedad colombiana, no obstante el manejo permisivo de la libertad sexual masculina. Desde la tradición española el ejercicio sexual por fuera de los cánones religiosos era considerado delito, tanto para hombres como para mujeres. Con un régimen de penas diferente se reprimía el amancebamiento, delito masculino y femenino, y se creaba un delito típicamente femenino, que era el adulterio, al cual podían también sumarse las penas relativas al primero. Pero la sexualidad femenina ha sido objeto de control especial. Su capacidad reproductiva comprometía social y jurídicamente, no sólo la perpetuación de la sangre y los apellidos del
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marido, sino también la transmisión de sus propiedades. Ha existido históricamente una categoría que designa claramente este fenómeno y es lo que socialmente se entiende por «honor». Efectivamente, el honor del marido no estaba referido a él mismo, sino a la castidad de su esposa e inclusive de sus hijas. La potestad marital para disponer de la persona y los bienes de la mujer no era una abstracción jurídica. El código penal de 1890 estipulaba que el homicidio cometido en la persona de su legítima mujer o en el de una descendiente suya a quien «sorprenda en acto carnal o en actos preparatorios de él con un hombre que no sea su marido», se consideraba «inculpable absolutamente». Para resarcir el honor del varón, presuntamente lesionado por el ejercicio sexual de las mujeres de su familia, el Estado le otorgaba el derecho a imponer la pena de muerte, sin fórmula de juicio. Renunciaba así en favor del marido o del padre, a las obligaciones de administrar justicia y de preservar la vida de los asociados. Cuando no le daba muerte, era él quien fijaba la pena privativa de la libertad por el delito de adulterio, «por el tiempo que quiera el marido con tal que no pase de cuatro años». En alarde de magnanimidad el legislador liberaba a la mujer del delito de adulterio en caso de que el marido hubiera aceptado esa relación o que tuviera manceba dentro de la misma casa en que habitara con su esposa. Posteriormente, en el año 1936. estas normas fueron modificadas. En medio de la protesta, el Congreso Nacional conformado hegemónicamente por liberales abolió el delito de adulterio, pero en materia civil continuaba sin alteraciones. No obstante, «democratizaron» el derecho a matar a las mujeres por el ejercicio de su sexualidad, haciéndolo extensivo al cónyuge, padre, madre, hermano o hermana y además disminuían las penas respectivas «de la mitad a las tres cuartas partes». Se estableció, pues, la figura de «la legítima defensa del honor» en
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virtud de la cual el homicida gozaba no sólo de la disminución de la pena, sino que se le podía otorgar el perdón judicial y aun eximirlo de responsabilidad. El uxoricidio justificado por el estado de ira e intenso dolor provocados por esa ofensa al honor masculino ha ocupado en la historia judicial de Colombia un papel importante. Solamente en el año de 1980 fue borrada esta figura de nuestra legislación. Otro aspecto ilustrativo de la condición sexual de la mujer era el relacionado con el delito de violación carnal. El legislador contemplaba que si el violador contraía matrimonio con la víctima quedaba exonerado de la pena. El bien jurídico protegido no era la libertad sexual de la mujer, sino el derecho de propiedad del marido sobre el cuerpo de la mujer y la certeza de la paternidad. Esta norma también fue derogada en 1980. La doble moral La doble moral sexual ha predominado en nuestra sociedad. Comprende varios aspectos complejos que se relacionan íntimamente. De un lado, se ha considerado que el varón por su configuración biológica es un ser en estado permanente de celo, que debe ser satisfecho, por encima de cualquier concepto ético. Los modelos femeninos creados por la ideología patriarcal guardaban relación entre sí, supuestamente contribuían al equilibrio de la moralidad social y satisfacían las necesidades que esta cultura impone al varón. La esposa era la depositaría del honor familiar, la guardiana del hogar y madre de los hijos legítimos, sujeta a rígido control marital y social. Se le exigían las capacidades de la prudencia, el perdón y el olvido de los deslices del marido y se le negaba el goce sexual. La Fernanda del Carpio descrita por García Márquez en Cien años de soledad es una clara muestra de este modelo femenino, encarnación de la frustración.
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"La casa de María Duque", óleo de Fernando Botero, 1970 (detalle), Colección Joaquim Jean Aberbach, Nueva York. Imagen plástica de la doble moral.
La prostituta, mujer del pueblo, víctima de la miseria, por carecer de otros medios de subsistencia, se dedicaba a explotar su cuerpo. La prostitución se consideraba como un medio para la defensa de las mujeres buenas, depositarías de la virtud. La formación católica ha tolerado el ejercicio de la sexualidad y predica una doctrina en la que el cuerpo es la prisión del alma, antepuesta al espíritu, la parte buena del ser humano. Esta «tolerancia» frente a la expresión sexual se manifiesta en la doctrina de los papas respecto al matrimonio. Por ejemplo, la encíclica Casti connubii, de 1930, que comprende una serie de consejos sobre la castidad, establece que el acto sexual conyugal tiene por naturaleza el fin prioritario de reproducir la especie. Y que en lo que allí se llama «uso del derecho matrimonial» hay fines secundarios, tales como el auxilio mutuo, el fomento del amor recíproco y la «sedación de la concupiscencia». Para preservar la honradez de la mujer buena y virtuosa, la mujer pobre y prostituta satisfacía la incontinencia sexual de los varones de las clases altas y de los de su misma clase que podían pagar sus servicios. Virginia Gutiérrez de Pineda señala que en Antioquia, Bogotá y Cali la organización del comercio sexual ofrece un amplio funcionalismo, que en Antioquia está predominantemente ligado a la doble moral, que se expresa en la relación religión-cultura. Allí la cultura no aprueba la castidad del hombre célibe, «los adolescentes antioqueños crecen atraídos antagónicamente entre dos polos: el paradigma de la castidad, cristalizado en un amplio santoral que le reprime y moldea ascéticamente, y la estampa de la prostituta que lo incita al "pecado" de traducirse biológicamente ante la cultura» (Familia y cultura en Colombia, pág. 392) Es así como la cultura antioqueña no permite el hogar de hecho, «mientras mira benévolamente la solución del comercio sexual, ya que las mismas autoridades eclesiásticas y civiles reconocen servir de válvula de
escape menor a tensiones de agresión sexual latentes e insatisfechas en la cultura, que sin la prostitución y su servicio harían explosión nociva dentro del sector "bueno" de la sociedad, deteriorando las estructuras familiares monogámicas». Existía también una clara delimitación económica y social de los prostíbulos. María Duque, prostituta de fama en Medellín, inmortalizada por Fernando Botero en una pintura que lleva su nombre, ha testimoniado su orgullo por haber servido a los señores importantes de los años treinta y cuarenta. Se presentaba, además, una organización urbana especial. Lejos de las zonas habitadas por las familias honorables, se creaban pequeñas ciudadelas conocidas como «zonas de tolerancia», que curiosamente aparecen ubicadas, en muchos municipios de la zona cafetera, en las cercanías de los cementerios. Afirma Virginia Gutiérrez que la prostitución va camino adelante con la familia de la estructura legal católica y que en «las avanzadas de la colonización rural antioqueña, la estructura de los pequeños improvisados poblados de frontera ofrece la presencia simultánea de una capilla, una plaza de mercado, las viviendas de los colonos y el barrio de tolerancia». (Ibid., pág. 392.) Parsons, en su libro La colonización antioqueña, afirma que en Medellín, en el año de 1946, había 4.260 prostitutas registradas, o sea, una por cada treinta hombres de todas las edades. Lucila Rubio, en su libro Perfiles colombianos, dice que en el año de 1950 había en Bogotá 40.000 prostitutas, distribuidas en casas ubicadas en diversos sectores de la ciudad. En el Valle, en 1959 recibían atención del Instituto de Higiene 12.000 prostitutas, según informe periodístico de Víctor Daniel Bonilla, publicado en el periódico La Calle. Las madres ocupaban un papel muy importante en la reproducción de esta doble moral en la educación de los hijos. En Santander, por ejemplo, una de las obligaciones asignadas a la madre era la de vigilar celosamente la
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conducta sexual prematrimonial de sus hijas, porque los hombres tenían el derecho cultural de encontrar virgen a su esposa, y que de no serlo constituía «el más grave fraude que puede sufrir su honra varonil» (Virginia Gutiérrez, Familia y cultura en Colombia.) En Antioquia, la himenolatría ha sido expresión del culto a la pureza de la mujer legítima, la pérdida del himen colocaba a la mujer soltera al lado de las «mujeres malas», compelida en muchos casos al comercio sexual como solución a su falta o bien condenada al ostracismo social o al éxodo. Por estas razones, la madre asumía una conducta dual frente a la sexualidad de sus hijos. Si era la hija quien concebía siendo soltera, se la perseguía, confinaba o expulsaba del hogar. Por el contrario, si era el hijo el que incurría en este tipo de actuaciones, usualmente calificadas de travesuras viriles, gozaba de la protección familiar para eludir el compromiso de la paternidad. Los médicos Jorge Bejarano y Laurentino Muñoz, como promotores de la higiene social y no por razones simplemente morales, atacaban desde los años treinta el problema de la prostitución por razones de salud pública. Ofelia Oribe de Acosta y Lucila Rubio de Laverde, combativas luchadoras por los derechos de las mujeres, también denunciaban este hecho desde los años cuarenta. Señalaban que una de las causas más importantes de la prostitución era la doble moral y ubicaban su origen en el servicio doméstico, en la situación de miseria y en la falta de educación imperantes en el país. A las mujeres del pueblo que desempeñaban el papel de bestias de carga realizando los oficios más duros, también se les agregaba otro. Las jóvenes e incautas campesinas que terminaban en los prostíbulos habían sido víctimas del atropello sexual de los varones de las casas donde servían. «Algunos padres de familia aconsejaban a sus hijos ejercer la pretendida hombredad con ellas, con las infelices, carne de placer sin obli-
gaciones. Los propiciadores de esta unión brutal son al mismo tiempo quienes de esta manera indigna quieren defender a sus hijos de las enfermedades venéreas» (Laurentino Muñoz, Tragedia biológica del pueblo colombiano.) Luego las despedían de sus empleos, generalmente embarazadas, eran repudiadas por sus familias y quedaban en el más absoluto abandono, sin más alternativa que refugiarse en un prostíbulo o emplearse como meseras de cantina. Si la condición social de la mujer era inferior a la de los varones de su propia clase so-
Un aviso publicado en la revista "Pan" por el departamento de sanidad de los Ferrocarriles Nacionales, 1935. En estos años se enfrentó el problema de la prostitución como una cuestión de higiene social, y no sólo desde el punto de vista moral.
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cial, la condición de la prostituta la asimilaba a los parias, carentes de todo tipo de protección. Por ejemplo, la penalización de los delitos contra la libertad y el honor sexuales, desde el siglo pasado, contemplaba sanciones irrisorias en caso de ser cometidos contra rameras, inclusive en caso de violación carnal. En el año de 1942 el Ministerio de Trabajo, Higiene y Previsión Social expidió la resolución n.° 382, por la cual se reglamentaba la prostitución. En ella se definía a la prostituta como la mujer «que habitualmente practique el coito con varios hombres indistintamente y viva en prostíbulos o casas de lenocinio o las frecuente». Creaba funcionarios encargados de la vigilancia y control del ejercicio de la prostitución y obligaba a que en las alcaldías de los municipios se llevaran libros de registro de meretrices. Por el contrario, el Concejo de Bogotá en 1948 prohibió la prostitución y acabó con la delimitación de las zonas de tolerancia en la capital del país. Estas dos reglamentaciones expresan la diversidad de criterios que existían para manejar este hecho social: uno permisivo, que lo reconocía reglamentándolo, y otro represivo, que lo negaba, eliminándolo legal pero no socialmente, ya que los prostíbulos se reubicaban geográficamente. Frente a la prostitución no sólo se presentaba la aceptación de las mujeres «honradas» como defensa de su honorabilidad, sino que hubo expresiones de solidaridad inscritas en la caridad cristiana. Las señoras de las clases ricas de Medellín crearon desde los años veinte formas de protección a la mujer. Una de las instituciones se llamaba la Casa de Jesús, María y José, para atender a la mujer «caída que en un momento de locura, ignorancia, irreflexión o miseria sucumbió al reclamo amoroso de un hombre avieso». Como imitación de casas similares existentes en Francia, tenía por objeto atender a las mujeres que con su primer hijo en brazos deambulaban sin amparo por las calles. Otra casa se lla-
maba de Las Desamparadas, en la cual se recibía «fraternalmente a las mujeres de la hez; allí llegan por la noche cansadas de la vida, de todos y de sí mismas y encuentran en la casa cariño, palabras bondadosas, cama limpia y comida. Insensiblemente este bienestar material las va cogiendo, hasta que no pocas llegan a regenerarse completamente, a hacerse útiles y a olvidar el pasado». (Revista Letras y encajes, n.° 118, mayo de 1936). No obstante los criterios humanitarios que inspiraban a las promotoras de esta obra, fueron atacadas socialmente porque se consideraba que era un acto de alcahuetería con las «mujeres perdidas». La difusión de las enfermedades venéreas era médicamente incontrolable por la carencia de antibióticos, principalmente antes de 1945, y constituía un problema alarmante para la salud pública. Las de mayor ocurrencia y rigor eran la sífilis y la blenorragia. El Estado pretendía después de 1925 organizar campañas de sanidad de las enfermedades sexuales. El doctor Muñoz criticaba en estas medidas el que sólo se vigilara a las mujeres: «se ha considerado que la mujer es la culpable siempre y no el hombre. Los hombres contaminan por doquier a las mujeres y a los dispensarios no acerca la policía sino a las mujeres públicas.» El problema era más complejo porque el contagio venéreo no era sólo asunto de prostitutas, sucedía en ocasiones que las esposas eran contaminadas por sus maridos. Con todo el tabú cultural existente sobre los temas relacionados con el sexo, este problema no se trataba abiertamente. Silenciosamente circulaba esa amenaza en el seno de las familias de las distintas clases sociales. No obstante, en el Cuarto Congreso Internacional Femenino, celebrado en Bogotá en el año de 1930, fue presentado un estudio titulado «Lucha contra las enfermedades específicas». Virginia Camacho presentó su trabajo, pese a los escándalos que podía provocar y con la debida bendición del jesuíta Félix Restrepo. Planteaba que el contagio
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venéreo era uno de los más graves «azotes que acechan a la mujer honrada al celebrar el matrimonio y durante él». Combinaba además en su argumentación las doctrinas en boga por aquella época y difundidas por el nazismo, relativas a la necesidad de «depurar la raza» y desarrollar políticas de «higiene de la raza». Proponía tres medidas concretas: la atención estatal gratuita y obligatoria a quienes estuvieran contaminados, la exigencia del certificado médico prenupcial que acreditara el estado de salud de los contrayentes y, por último, la creación del delito de contagio venéreo, ya implantado en países como Noruega, Dinamarca y Alemania. La necesidad de establecer legalmente el certificado médico prenupcial fue una reivindicación que aparece en las luchas de las mujeres colombianas hasta los años sesenta, sin que el legislador hubiera tomado medidas al respecto. La defensa del pudor Como atributo femenino, la defensa del pudor ha sido en la historia de Colombia objeto de especial atención. Éstos son algunos de los aspectos ilustrativos de la forma en que el cuerpo de la mujer era ordenado y vigilado.
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A raíz de la primera guerra mundial, las mujeres ingresaron masivamente en Europa y en los Estados Unidos a los grandes centros de producción fabril. Se produjeron transformaciones en las costumbres y en las tradiciones. Las mujeres cortaron sus trenzas, cambiaron sus decimonónicas ropas largas y pesadas por trajes cortos y livianos que facilitaran sus movimientos. Por imperativos económicos y laborales salieron de la tutela familiar y se adaptaron a las nuevas exigencias de la vida de trabajadoras asalariadas. Se generaron nuevas formas de relación, no sólo social y económica, sino en el manejo del cuerpo, en el orden de los afectos y en el comportamiento sexual. La Iglesia católica, en el año de 1930, expidió una instrucción a los obispos de todo el mundo sobre las modas femeninas. Para impedir los daños que a las buenas costumbres «acarrea el indecoroso modo de vestir que tanto iba cundiendo entre las mujeres, incluso de las que se tenían por piadosas», lanzó esta cruzada. En ella comprometían desde párrocos hasta directores de colegios, maestras de escuela, padres de familia, para «instar, reprender, rogar y amonestar a las mujeres a que usen vestidos modestos
Propaganda de un elixir contra las "enfermedades de la mujer". El pudor, como atributo femenino es patente en la leyenda debajo de la figura: "Un botón de rosa mexicano".
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Damas de Medellín en los años 20. En 1930, la Iglesia católica expidió una instrucción a los obispos de todo el mundo sobre las modas femeninas, recomendando la fundación de asociaciones piadosas de mujeres para cortar los abusos en el vestido
que sirvan de ornato y defensa de la virtud». Impulsaba la creación de una especie de ligas de la decencia llamadas «Asociaciones Piadosas de Mujeres», para que trabajaran por «acortar los abusos en el vestido y promuevan la pureza de las costumbres y el vestido honesto». También contempló la instrucción vaticana las sanciones correspondientes: las transgresoras debían ser expulsadas de los institutos de enseñanza. Ordenaba además no suministrar la comunión a las niñas y mujeres que usaban vestidos inmodestos, ni aceptarlas como madrinas de
bautismo y confirmación. Otra de las recomendaciones era la de alejar a las niñas de los «ejercicios y concursos gimnásticos públicos». En Colombia, el obispo de Santa Rosa de Osos, Miguel Ángel Builes, se había adelantado a las orientaciones del Vaticano. Famoso por su beligerancia en la defensa de la fe católica y su ataque pertinaz al liberalismo, la masonería y el comunismo, que eran el anuncio del caos de la humanidad, expidió en el año de 1927 una carta pastoral sobre el laicismo. En ella se refería especialmente a la moda femenina. Planteaba que las mujeres, obedeciendo a la consigna del infierno, se refinaban cada vez más en el arte de «desnudarse elegantemente». Anunciaba la ruina de la sociedad porque perdida la mujer se perdió todo, «nuestras mujeres ya no se tiñen del suavísimo carmín de la vergüenza y el pudor, antes bien andan por las calles y plazas con aquel descoco». Señalaba explícitamente el tipo de moda que con tanto ahínco atacaba: «han resuelto aparecer, ¡pásmese el cielo!, vestidas de hombre y montadas a horcajadas con escándalo del pueblo cristiano y complacencia del infierno». Para poner remedio a esta situación, se reservaba el obispo la facultad de absolver este pecado contra la moral, sin que pudiera hacerlo ninguno de los vicarios de su jurisdicción. Puesto que por el hecho de montar a horcajadas «creemos que se peca contra la ley natural, por los desastrosos efectos que de esto provienen». La vigilancia del pudor femenino era una tarea realizada por los párrocos, que con especial severidad establecían patrones a los que debía someterse su feligresía. Los conocidos «pulpitazos» de los párrocos eran utilizados contra los liberales en época preelectoral y contra las mujeres infractoras de esos códigos en cualquier tiempo. Virginia Gutiérrez, durante su investigación en los años 1956 y 1958, constató una serie de normas al respecto, principalmente en pueblos antioqueños y en el Oriente de Cal-
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das. No eran lícitos «los bailes familiares, los paseos campestres con presencia simultánea de ambos sexos, el baño mixto, la equitación femenina, montar en bicicleta, en patines, usar slack en ninguna oportunidad [...] La infractora de tales normas recibía al domingo siguiente la sanción pública, pues el nombre de la infractora y el de su madre eran denunciados y su conducta calificada como merecedora de sanción colectiva». Se obligaba a la progenitora y a la infractora a devolver las cintas y medallas de Hijas de María y de Madres Católicas, que las acreditaban como personas ejemplares. En el Congreso Internacional Femenino de 1930 fue tratado también el problema de la educación física de la mujer. La médica norteamericana Ethel Barrington y la colombiana Susana Wills de Samper, con la sutileza que el tema exigía en aquella época, sustentaban la necesidad de ejercitar el cuerpo y desarrollarlo. Reivindicaban la práctica de los deportes olímpicos y de la gimnasia para la mujer. Planteaban solicitudes al Ministerio de Educación para que hiciera cumplir las normas dictadas sobre esa materia
y se reglamentara la educación física y los deportes en las escuelas y colegios, dejando en claro que con ello no se atentaba contra la feminidad. No obstante, en el país, las mujeres de la elite, desde principios de siglo, practicaban deportes tales con el tenis o el basquetbol y utilizaban bicicletas, pese que se consideraban atentatorias contra el recato y el pudor femeninos. En el proceso de industrialización en Colombia, desde principios de siglo se utilizó mano de obra femenina. Laboraban principalmente en trilladoras, fábricas de tejidos, de cigarros y cigarrillos. Luis Ospina Vásquez dice que en Antioquia, en 1916, el 87 % de las obreras eran solteras, el 71 % menores de 24 años y el 40 % de ellas procedían de lugares distintos a Medellín. Eran por tanto mujeres jóvenes que salían de la tutela y protección familiares, enfrentaban la vida con mayores libertades y estaban en contacto cotidiano con sus compañeros de trabajo. En el año de 1912 se fundó en Medellín el Patronato de Obreras, patrocinado por los jesuítas y las señoras de la alta sociedad. Su objetivo era constituir un asilo para recoger a las «hijas del trabajo», enseñarles a coPaseo en el Poblado, Medellín, 1916. En los pueblos de Antioquia y Caldas no eran lícitos "los bailes familiares, los paseos campestres con presencia simultánea de ambos sexos, el baño mixto, la equitación femenina montar en bicicleta o en patines, usar 'slacks' en ninguna ocasión".
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nocer los peligros del mundo, «las verdades fundamentales que les servirían de escudo en el porvenir» y recordarles los peligros a que estaban expuestas «las obreras sin una mano cariñosa que les señale el camino luminoso del deber y las bellezas de la virtud». En el año de 1920 se llevó a cabo en la fábrica de Bello una huelga promovida por el personal femenino que allí laboraba y dirigida por Betsabé Espinal. Sus reivindicaciones fundamentales eran el alza de salarios, que se les permitiera usar alpargatas para asistir al trabajo y el despido del director de la fábrica y de otros capataces por las agresiones sexuales contra cinco obreras. Después de este movimiento se ampliaron los servicios del patronato con atención de dormitorios, escuelas de economía doméstica, sindicatos de la aguja y demás formas de vigilancia y utilización del tiempo libre de las obreras que no se encontraban bajo la protección familiar. Esta preocupación por la virtud de las obreras aparece también en el periódico de Coltejer, Lanzadera, que en 1945 dedicó un artículo a la virginidad. Allí se afirmaba que lo mismo que en toda familia honrada, la mujer en Coltejer era el centro de mayor atención. Expresaba que «son indescriptibles las humillaciones que sufren a diario todos y cada uno de los parientes de la-mujer corrompida». Explicaban que el único remedio que se ha encontrado para tan grave mal, «hasta la fecha, es la gracia de Dios. La mujer que lo ama lleva custodiada su virginidad mejor que si un piquete de guardias la vigilara en el día y en la noche». Todo este sistema de prohibiciones que pesaba sobre el cuerpo de la mujer se reflejaba, en la actividad estética, en la prohibición de mostrar su cuerpo. En el año de 1927 un comerciante de Medellín colocó en su vitrina una copia de la Venus de Milo. Este hecho produjo tal conmoción, que hasta el alcalde de la ciudad tuvo que intervenir para que fuera retirada a un lugar menos visible. Se creó un pro-
blema que iba desde la congestión provocada por los curiosos en las aceras aledañas, hasta las llamadas de los políticos y las señoras escandalizados por semejante exhibición. Antioquia. que fue el departamento pionero en el proceso de industrialización del país, generó al mismo tiempo mecanismos de defensa de las más rancias tradiciones morales y religiosas. Débora Arango, joven pintora antioqueña, participó en 1939 en una muestra de pintores profesionales realizada por la Sociedad de Amigos del Arte y a ella le fue adjudicado el único premio de la exposición. Sus obras provocaron violentos ataques de los sectores más reaccionarios de la sociedad. No era sólo la pintura de cuerpos desnudos de mujeres lo que motivó tal oposición, sino el hecho de ser realizados por una mujer. El periódico La Defensa trató sus cuadros como una «obra impúdica que firma una dama y que ni siquiera un hombre debiera exhibir, pero ni aun pintar». Afirmaba que, en vez de ser colgados en los salones del Club Unión, deberían estar en la antesala de una casa de Venus. La revista femenina Letras y encajes exaltó su obra por vigorosa y cálida «obra de artista y no de muchacha aficionada a pintar cosas bonitas para sus amistades». La prensa liberal hizo una fuerte defensa de los valores artísticos y personales de Débora Arango, y el diario conservador El Colombiano también la respaldó. Su estilo quebrantaba los cánones de la pintura femenina, recatada, intrascendente, motivo de ornato y transmisora de los valores morales predominantes. En Débora Arango había toda una formación conceptual; afirmaba, entre otras cosas, que el arte no tiene que ver con la moral, no es ni inmoral ni moral, «su órbita no acepta ningún postulado ético». Bajo la influencia que sobre ella ejerció el expresionismo, continuó pintando, además de sus desnudos, obras que reflejaban la temática de una sociedad desgarrada. Lo apreciamos en obras tales como El placer, La lucha por la
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"Hermanas de la caridad", óleo de Débora Arango (1930), en la colección de la artista, Medellín. "Su estilo quebrantaba los cánones de la pintura femenina, recatada, intrascendente, motivo de ornato y transmisora de los valores morales predominantes". Fue, además, en su época, la más dura pintora de temas políticos y de realidades sociales en el país.
vida, El amanecer, Trata de blancas, Angustia, Los que entran y los que salen y Maternidad. Otro aspecto de la obra de Débora Arango era que transgredía las imágenes y modelos de mujer predominantes socialmente. Por ejemplo, ella afirmaba que trató «de dibujar el rostro casto de una mujer para hacer La mística, y, en contra de todas las fuerzas de mi voluntad, resultó el rostro de una pecadora». En el año de 1940, el ministro de Educación, Jorge Eliécer Gaitán, la invitó a Bogotá. Allí participó en el Primer Salón de Artistas Nacionales y en el Teatro Colón se le organizó una muestra individual de su obra. Era un momento de agudos ataques de la oposición conservadora a las políticas democráticas del gobierno en materia cultural. Laureano Gómez calificó sus trabajos de pornográficos, que su exhibición, junto con otras obras, atentaban contra la patria fundada en Dios, el derecho, la seguridad y el bien, que el gobierno liberal pretendía destruir. El periódico El Siglo, en un artículo titulado «Acuarelas infames»,
calificó su trabajo como una muestra de arte aplebeyado, hecho para representar las «más viles pasiones lujuriosas, dedicadas a halagar perturbadores instintos sexuales». Débora Arango, al igual que otras que transgredieron los cánones impuestos a la mujer, fue perseguida, sobre ella pesó también la amenaza de la excomunión, se refugió en su hogar aislada de la sociedad hasta el año de 1975, cuando en otro contexto social pudo exhibir públicamente sus obras. Reconocimiento de los derechos económicos de la mujer casada, y la ley 28 de 1932 En el año de 1919, la asamblea obrera en la cual se fundó el Partido Socialista, se ocupó de la situación de la mujer y en la plataforma que allí se aprobó establecieron que el socialismo colombiano se comprometía a trabajar por «que la mujer tenga mayores garantías». Así mismo, el Partido Liberal, en la Convención de Ibagué, reunida en el año de 1922, aprobó en su pro-
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grama de acción la lucha por una reforma legislativa que «mejore la condición de la mujer casada, y que en general asegure a la mujer en la vida social el alto y libre puesto que le corresponde». En el año de 1930 se empezó a debatir el reconocimiento de los derechos patrimoniales de la mujer casada. Por iniciativa del gobierno de Enrique Olaya Herrera fue presentado al Congreso un primer proyecto tendente a otorgar la igualdad patrimonial de la mujer en el matrimonio. Este proyecto fue difundido y analizado por Ofelia Uribe de Acosta en el Congreso Internacional Femenino, reunido en el mes de diciembre de ese año en Bogotá. Este primer proyecto no fue aprobado por el Congreso. Posteriormente, el presidente Olaya nombró al abogado Luis Felipe Latorre para que se encargara de hacer el estudio de las reformas requeridas para presentar un proyecto de ley en el cual se otorgaran los derechos civiles a la mujer casada y dar cumplimiento a uno de los objetivos planteados en su campaña política. En la base de la argumentación del gobierno estaban presentes, no sólo tesis de tipo humanitario, sino la evidente necesidad de incorporar la mujer al proceso capitalista, en vía de expansión en el país. Se requería una mayor cantidad de fuerza de trabajo libre y disponible para vincular a la producción, pero la mano de obra femenina estaba presa aún en las relaciones familiares de tipo servil. Además, en esta época, que fue la de la gran crisis económica que afectó al mundo occidental, se presentaban otro tipo de problemas en las familias acaudaladas. Por la estructura jurídica, los bienes de las hijas, al contraer matrimonio, pasaban a ser de propiedad del marido y manejados arbitrariamente por quien era designado por la ley administrador y jefe de la sociedad conyugal, y en ese momento crítico, las fortunas familiares estaban en trance de ser disueltas por los manejos incontrolables de los vernos.
El debate sobre este aspecto particular de la condición de la mujer generó la discusión sobre otros tópicos intocables hasta ese momento. La mayoría de los conservadores en el Parlamento, más papistas que el papa, temían contrariar los principios invocados por la Iglesia católica y se constituyeron muchos de ellos en los guardianes de la moralidad pública supuestamente amenazada con el proyecto. Uno de ellos llegó a afirmar que la ley era «la financiación del adulterio». El representante Joaquín Emilio Sierra, miembro de la comisión que estudió el proyecto de ley. se opuso. Alegaba que la cultura y civilización en Colombia no habían llegado a los límites de las europeas y que un proyecto de tal naturaleza podía llevar «al desquiciamiento de la familia y del propio Estado culto y cristiano, que la moral y la virtud de nuestras mujeres han cultivado». Además, afirmaba que las disposiciones propuestas por el gobierno tendían a la implantación de regímenes que «rechazan la educación y la ideología esencialmente cristianas del pueblo colombiano, la moral y las costumbres hogareñas de nuestra raza». Laureano Gómez. Silvio Villegas. Luis Ignacio Andrade Gómez Estrada y Guillermo Valencia, entre otros, se opusieron al proyecto, incluso valiéndose del abandono de las sesiones para minar el quórum y así impedir su aprobación. Estos senadores dejaron constancia de su voto negativo porque «el nuevo estatuto afectará gravemente la estabilidad del hogar colombiano y porque va directamente contra la unidad conyugal, base y sustentáculo del matrimonio católico». El periódico conservador La Defensa de Medellín. aducía en su contra que la potestad marital quedaría relajada y el esposo recto no podría impedir las actuaciones ruinosas que hiciera la mujer, defendía la potestad marital que es «el mando ejercido por quien tiene derecho por la naturaleza y por la ley. Todo aquello que tienda a destruirla. desorganiza el hogar, fundamento de la organización social». Pero la actua-
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ción de los conservadores no fue uniforme, un sector importante de parlamentarios de ese grupo defendió la reforma, como los representantes Eleuterio Serna y Fernando Gómez Martínez y el senador Mario Fernández de Soto. La decidida actuación de los liberales en el Congreso y la presión ejercida por el gobierno hicieron posible la aprobación de esta ley. Los defensores en la Cámara de Representantes hicieron descripciones y análisis de la condición de la mujer. Equiparaban el problema de la mujer a los problemas sufridos por las masas campesinas y obreras, atacaron la doble moral en la legislación que aplicaba «unos criterios para el señor, para el amo, y otros para la mujer, la sierva». El Senado de la República fue más tradicional en el análisis. Temían que lo radical de la reforma produciría un salto revolucionario, para el cual no estaba preparada la sociedad colombiana y se declaraban partidarios de una evolución moderada y progresiva. No obstante, aprobaron la ley porque en la opinión nacional existía una fuerte presión favorable a ella, «el cuerpo de abogados de la capital la acoge y patrocina; dignísimas señoras de nuestra sociedad la prohijan de manera entusiasta, el gobierno la considera indispensable y la Cámara la adoptó ya en tres debates, con asentimiento unánime de sus diputados». Pese a la falta de conciencia que entre la mayoría de la opinión femenina existía sobre la necesidad de la reforma, un sector de mujeres se dirigió al Parlamento para presionar la aprobación de la ley. El Centro Femenil Colombiano, organización dirigida por Georgina Fletcher y cuyo emblema lo constituían las iniciales del nombre de la organización rodeadas por una gruesa cadena, presentó el 12 de noviembre de 1932 un memorial firmado por cien mujeres. En él afirmaban, entre otras cosas, que con la ley se cooperaba a la tranquilidad conyugal, porque los nuevos esposos se ocuparían por las cualidades y virtudes de
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sus futuras esposas, descartando de una vez y para siempre el interés de la herencia o dote, «que, según parece, en muchos pretendientes es el principal aliciente para contraer matrimonio y las jóvenes se sentirán satisfechas sabiendo que se las solicita y ama por su valor intelectual y moral y no por el de la fortuna que posean». Al Congreso llegaron también comunicaciones de grupos de mujeres de Neiva y Manizales, en las cuales pedían que la reforma no fuera fragmentaria, sino que se limpiara la legislación de todo aquello que menoscabara la dignidad de la mujer. Clotilde García de Ucrós fue la abanderada de un grupo de mujeres que durante la discusión del proyecto se hizo presente en el Senado y la Cámara para presionar la aprobación de la ley 28 de 1932. Esta ley, expedida en noviembre y que entró en vigencia el primero de enero de 1933, modificó la potestad marital en la parte relativa a los bienes de la mujer. Consagró la libre administración y disposición de los bienes pertenecientes a cada uno de los cónyuges al momento de la celebración del matrimonio y de los adquiridos durante su vigencia. Estatuyó la responsabilidad de cada cónyuge en las deudas personales y la solidaridad ante terceros por las contraídas para satisfacer las necesidades domésticas. Dio
Georgina Fletcher, directora del Centro Femenil Colombiano, fotografiada en la Quinta de Bolívar, de Bogotá, durante la realización del IV Congreso Femenino, del cual fue presidenta, diciembre de 1930. Dos años después, presionó con su organización la promulgación de la ley 28 de 1932, que consagró la libre administración por parte de la mujer de sus propios bienes habidos antes o después del matrimonio.
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a la mujer casada la facultad de comparecer libremente en juicio y eliminó las autorizaciones maritales para el manejo de sus bienes. Sin embargo, la costumbre de tantos siglos no se termina por la expedición de una ley. La gran mayoría de las mujeres beneficiadas por la ley, o no la conocieron o temieron aplicarla. Se necesitaron no sólo el paso de los años sino la modificación de aspectos sustanciales de la vida económica y social del país para que las mujeres hicieran efectivos sus derechos. La Revista Colombiana, dirigida por Laureano Gómez, hacía la evaluación de la ley un año después de expedida. Afirmaba que las buenas mujeres no la habían puesto en práctica y que la casi totalidad de los hogares constituidos como Dios manda, han seguido el mismo curso. Concluía que «la mujer administradora de bienes, agitada entre las multitudes que negocian, sudorosa por el afán de los quehaceres domésticos o angustiada por el tráfago de la política puede llegar a inspirar admiración, pero no infunde amor. Y la mujer tiene que ser ante todo amor, amor de novia, amor de madre, amor... siempre amor». Educación de la mujer Hasta muy avanzado el siglo xx, en Colombia se pensaba que la educación de la mujer debía circunscribirse a los rudimentos que coadyuvaran al desempeño de sus funciones naturales de madre y esposa. La instrucción de la mujer se reducía, pues, en los escasos sectores de la población que tenían acceso a ella, a la enseñanza de la religión, de la lectura y la escritura, pocas nociones de historia y geografía y todos aquellos elementos que le permitieran cumplir con las obligaciones familiares, como bordado, costura y nociones de economía familiar. Existía una clara delimitación entre la educación masculina y la femenina. María Rojas Tejada, institutora antioqueña, se quejaba, en una conferencia pronunciada en Pereira en el año de 1927,
de que en Colombia los más altos institutos de educación femenina no daban ni siquiera una preparación equivalente al bachillerato masculino y afirmaba que «la mujer que quiere saber un poco más tiene que estudiar sola y exponerse a recibir las críticas sociales que por eso se le hacen». La mujer podía realizar los estudios de magisterio, que la capacitaban mínimamente para ejercer como maestra, profesión socialmente aceptada por ser prolongación de las labores domésticas de atención y educación de los niños. Por un decreto de 1870 se estableció crear en cada capital de los estados federales una normal. En el año de 1872 se creó la primera de ellas en Bogotá, con 80 alumnas. La ley 39 de 1903 dispuso la creación de una escuela normal para varones y otra para mujeres en las capitales de los departamentos, para «formar maestros prácticos, más pedagogos que eruditos». El decreto que reglamentó esa ley en 1904, hacía recaer los gastos de la educación primaria masculina en los presupuestos departamentales; pero las escuelas de niñas debía sostenerse por los aportes de los habitantes de cada distrito. Las escuelas de niñas podían ser regentadas por mujeres, pero las de niños sólo podían serlo cuando a ellas concurrieran estudiantes menores de doce años. En el año de 1927 fue abierto el Instituto Pedagógico Nacional para señoritas y a partir de ese momento se hace un mayor énfasis en la educación del magisterio femenino. En su programa se proponía la formación de profesores de preescolar, crear un colegio de segunda enseñanza, orientado a formar alumnas en la carrera del magisterio, el establecimiento de la Facultad de Ciencias de la Educación para mujeres en la cual se preparaban para la enseñanza y para la inspección de la educación pública. El acceso de la mujer a la educación comercial se dio principalmente a partir del proceso de industrialización del país. Se requería fuerza de trabajo especializada en actividades comerciales
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y de oficina, con preparación contable y mecanográfica, siendo éste un sector de interés para las mujeres de clase media. En el año de 1908 fue creada la Escuela Nacional de Comercio para personal masculino y que a la postre se convirtió en un bachillerato más. En los colegios femeninos se fue implantando, a partir de los años veinte, además de la educación normalista, la educación comercial. En el año de 1937 el gobierno, dentro de su obra reformadora, hizo la reglamentación y unificación de los pénsumes y estableció los grados: uno elemental por el cual en pocos años se adquiría la capacitación técnica comercial; y el otro, un bachillerato con orientación profesional comercial. La preparación comercial tenía mucha demanda entre la población femenina. Por ejemplo, en 1940 se matricularon en institutos privados 4.000 hombres y 5.677 mujeres. En 1941, en los públicos ingresaron 478 hombres y 754 mujeres, y en los privados, 3.210 hombres y 5.217 mujeres (Gabriela Peláez Echeverri, La condición social de la mujer en Colombia.) También el Instituto Pedagógico Nacional autorizó, a partir de 1930, que señoras y señoritas participaran, en calidad de asistentes, en cursos de estudios superiores, siempre que tuvieran la preparación suficiente, a juicio del consejo directivo. Los índices de alfabetismo y analfabetismo por sexos en el país son elementos indicativos del grado de instrucción primaria. En los censos de 1938, 1951 y 1964, las mujeres fueron mayoría dentro del grupo de analfabetas, que constituían el 53 %, el 52 % y el 53 %, respectivamente. En el grupo de alfabetas eran el 49 %, en 1938 y 1951, y el 51 % en 1964. Entre otras razones, por la discriminación educativa que impartía a la mujer un bachillerato que no la capacitaba para ingresar a la universidad, la mujer no tenía acceso a las profesiones liberales. Sin embargo, la Universidad de Antioquia, desde el año de 1932 había permitido el ingreso de mujeres que habían cursado ese
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tipo de educación secundaria, en la facultad de odontología. También como cosa excepcional, la Universidad de Cartagena concedió el grado de médica a una norteamericana en el año de 1925. Sobre la educación en general pesaban normas religiosas, impuestas por el régimen de la Regeneración al suscribir el Concordato en el año de 1887, que entregaba a la Iglesia católica la suprema vigilancia de los contenidos y textos de la enseñanza. El gobierno de Enrique Olaya Herrera abrió a las mujeres la posibilidad de realizar estudios secundarios en igualdad de condiciones con los varones y, por lo tanto, el ingreso a la universidad, mediante los decretos 1.874 de 1932 y 227 de 1933. Cuando en el año de 1936 fue fundado por el gobierno, en la ciudad de Medellín, el Instituto Central Femenino, con el objeto de impartir a las jóvenes el bachillerato, paralelamente la oposición clerical y conservadora creó la Escuela Normal de Señoritas. La primera rectora del Central Femenino fue la institutora Lola González, quien fue obligada a renunciar por las presiones a que fue sometida.
Estudiantes de la facultad femenina de la Universidad Javeriana de Bogotá, en 1939. La primera mujer bachiller fue admitida en la Universidad Nacional en 1936, y un año más tarde ingresó el primer grupo de mujeres a esa institución. En 1937 se graduó la primera profesional del país: Mariana Arango Trujillo.
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Escuela Normal de Señoritas, de Medellín, 1910, foto de Benjamín de la Calle. Un decreto de 1870 había ordenado la creación de normales en las capitales de los 9 Estados.
Era tal la dimensión de los ataques, que el gobierno no encontró una mujer del país dispuesta a enfrentar la difamación y la persecución. Por ello, contrató a la educadora española Enriqueta Seculi Bastida, mujer progresista y culta, que se encontraba refugiada en Francia. También su gestión sufrió los ataques y el acoso de los defensores de la moral cristiana y de la virtud de las mujeres antioqueñas, supuestamente puestas en peligro por el régimen liberal. Sin embargo, recibió el apoyo de las estudiantes que realizaron una huelga de protesta. Otro aspecto que afectaba la educación era el relativo a la separación por sexos a nivel primario, factor que disminuía el tiempo escolar principalmente en el sector rural, ya que la maestra tenía que impartir la instrucción separada a niños y niñas en horarios diferentes diariamente. Si ésta era una tradición heredada desde el siglo pasado, el régimen liberal que llegó al poder en 1930 empezó a hacer reformas en este sentido. La Iglesia católica se oponía también con empeño a la coeducación. El papa Pío XI se había referido al tema en su encíclica sobre la educación. Aducía que este sistema era erróneo y peligroso para la educación cristiana, puesto que estaba fundado en doctrinas naturalistas que negaban el pecado original y se producía como resultado la
promiscuidad y la igualdad niveladora entre los sexos. El obispo de Santa Rosa de Osos, Miguel Ángel Builes, atacó la coeducación y también la educación sexual impartida en las escuelas por médicos, por considerarla inconveniente y peligrosa y parte de los postulados de los enemigos de la Iglesia y de la patria. El obispo de Pasto lanzó una condena de excomunión, en el año de 1936, contra la Universidad de Nariño, porque en sus aulas estaban presentes varias mujeres estudiantes. Pero la oposición a la coeducación no era sólo asunto del clero y los conservadores. En el año de 1934, cuando se discutía en el Congreso el proyecto de reorganización del Ministerio de Educación presentado por el ministro Luis López de Mesa, se expresaron las voces de políticos liberales que se le oponían. El representante Germán Arciniegas, dirigente destacado de la juventud liberal, se oponía al ingreso de la mujer a la universidad. Aducía que la coeducación traía como consecuencia trastornos sexuales y que en la práctica no había resultado nunca, que por lo tanto permitir su ingreso traería un grave mal en vez de provecho. Atacó la iniciativa como de «simple brote demagógico y que desde don Alfonso el Sabio estaba dicho que la mujer no es sujeto competente para ciertos menesteres y profesiones que pertenecen y corresponden a los hombres». Los
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representantes Gerardo Molina y Jorge Eliécer Gaitán fueron defensores del ingreso de la mujer a la universidad en este debate. Posteriormente, en el año de 1945, Germán Arciniegas, desde el Ministerio de Educación, creó las Universidades Femeninas, para que impartieran a las mujeres una educación profesional propia de su sexo, tales como orientación familiar, servicio social, secretariado y delineantes de arquitectura. Trastocó parte de los avances igualitarios y democráticos que en materia de educación femenina había logrado implantar la República Liberal. Durante el segundo gobierno de Alfonso López Pumarejo, su ministro de Educación, Antonio Rocha, también se declaró en contra de la educación superior de la mujer, a pesar de que el gobierno estaba tratando de implantar reformas políticas que dieran a la mujer la posibilidad de ejercer sus derechos ciudadanos. En el acto de graduación de las bachilleres del Gimnasio Moderno en noviembre de 1944, Antonio Rocha pronunció un discurso en el cual llamaba a las jóvenes a reflexionar acerca de si conquistar un nombre profesional era un triunfo o una equivocación lamentable, porque
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«cuanto marchite la sensibilidad es para la mujer pérdida ruinosa». Las llamaba a regresar a su propia personalidad de mujeres, ya que «en tanto el varón construye la fábrica de la cultura y va elaborando el tejido de la historia, la mujer reine y ahonde y dé calor de afecto al mundo del hogar». Este pronunciamiento del ministro provocó enconadas críticas de parte del dirigente conservador Augusto Ramírez Moreno y de las mujeres que en ese momento participaban activamente en una campaña nacional por el reconocimiento de sus derechos políticos. También el escritor antioqueño Fernando González se había referido, en 1936, en su libro Los negroides, a la educación de la mujer. Afirmaba, entre otras cosas, que «ningún ser tan vacío, más repugnante y ficticio que la bachillera, aquella que reniega del amor y coge como sucedáneo o venganza las ciencias o las artes. Ninguna hermosa es bachillera. Coincide el bachillerismo con la sequedad vital». La primera mujer bachiller fue admitida en la Universidad Nacional en el año de 1936, pero fue en 1937 cuando ingresó el primer grupo de mujeres a esa institución. En ese mismo año se Escuela Normal de Señoritas, de Cartagena, 1910. La ley 39 de 1903 había dispuesto la creación de una escuela normal para varones y otra para mujeres en todas las capitales de departamento.
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graduó la primera profesional del país, Mariana Arango Trujillo, que recibió el título de odontóloga en la Universidad de Antioquia. Las excepcionales aptitudes demostradas por la mujer en la universidad constituyeron la prueba fehaciente de su capacidad y dieron cuenta del surgimiento de un nuevo tipo de mujer. Rosita Rojas Castro recibió su diploma de abogada del Externado de Derecho en 1942. Es importante destacar que la tesis de grado de la primera abogada de la Universidad Nacional, Gabriela Peláez Echeverri, versó sobre La condición social de la mujer en Colombia; sus jurados Jorge Soto del Corral y Antonio García pidieron que fuera laureada. La Universidad le concedió mención honorífica. Durante esos primeros años las mujeres universitarias optaron por carreras tales como química, farmacia, bacteriología, excepcionalmente por medicina, derecho e ingeniería. El proceso de ingreso de la mujer a la universidad fue no sólo lento, sino de carácter elitista, como ha sido la educación superior en Colombia. En el año de 1938 egresaron de las universidades colombianas 278 hombres y 6 mujeres; en el año de 1944 lo hicieron Vendedoras de carbón, Medellín, 1919. "A las mujeres del pueblo les tocaba realizar los más duros destinos domésticos..."
402 varones y 11 mujeres; en el año de 1948 fueron 740 hombres y 74 mujeres; en 1950, 737 varones y 128 mujeres. Hasta el año de 1965 todavía se daban grandes diferencias en la educación profesional masculina y femenina, cuando egresaron 2.784 hombres y 915 mujeres. (Lucy Cohen, Las colombianas ante la renovación universitaria. ) El trabajo de la mujer Ha existido la creencia común de que la mujer no ha trabajado, o que sólo empezó a hacerlo a partir de su vinculación a la producción fabril. Esta creencia se refleja también en la historia económica del país, en la cual la actividad económica de la mujer se registra de manera incompleta por los criterios de valoración prevalecientes. Han sido trabajos asociados con las labores tradicionales del hogar, en la economía campesina de autoabastecimiento o en las empresas familiares. Son actividades socialmente no apreciadas como aporte económico, ya que han sido realizadas en la privacidad del hogar, usualmente no remuneradas y generalmente el producto de este trabajo ha sido captado por el va-
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31 Lavandera, de Medellín, fotografía de Melitón Rodríguez, 1920. Trabajo "invisible" que se convierte en visible cuando no se realiza...
rón, jefe del hogar. Sin embargo, en las variaciones culturales que se expresan en las distintas regiones del país encontramos diferencias en el trato social y familiar del trabajo femenino. Los censos de población realizados en Colombia han tenido criterios cambiantes con respecto al trabajo de la mujer. El de 1870 incluía datos específicos sobre las actividades femeninas, pero los de 1905, 1912, 1918 y 1928 las excluyeron. Posteriormente los censos de 1938, 1951, 1964 y 1974 han incluido dentro de la población económicamente inactiva al ama de casa. Un aspecto ignorado durante siglos es el aporte que ha hecho la mujer al sostenimiento de la sociedad en las labores domésticas, culturalmente asignadas a ella. Con el trabajo cotidiano de preparación de alimentos, lavado y arreglo de ropas, aseo e higiene de la casa y el cuidado de los niños, las mujeres han contribuido a la formación de la riqueza social y familiar e incluso a la acumulación de capital, sin que por ello hubieran recibido retribución económica, ni siquiera valoración social. Esta actividad de la mujer en el hogar es lo que hoy conocemos como «trabajo invisible»,
que se convierte en visible cuando no se realiza. Efectivamente, las mujeres han llevado a cabo a lo largo de la historia del país no sólo las tareas atinentes a la reproducción biológica de la especie, sino las relativas a la reposición y reproducción diaria de la fuerza de trabajó. Además de la socialización de los niños, que se traduce en inculcarles las normas y valores básicos de la cultura, que les permitan luego adaptarse socialmente y garantizar la supervivencia del orden establecido. No obstante, las mujeres ejercían sus funciones hogareñas de acuerdo a su extracción social. Las mujeres de las clases altas cumplían su papel de reproductoras de la familia, ejercían labores de vigilancia y administración general del funcionamiento de la casa, haciéndose cargo del mando del contingente de servidoras que hacían por ella las labores del hogar. Eran mujeres que podían gozar del ocio, bajo la vigilancia atenta del marido, la familia y la sociedad. A las mujeres del pueblo les tocaba realizar los más duros destinos domésticos en las casas o haciendas donde servían. Sin protección legal de ninguna clase, con un régimen salarial arbitrario, eran enganchadas a cambio
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Fábrica de chocolates Chaves y Equitativa, de Manizales, en 1924: una sección totalmente atendida por mujeres.
de la alimentación y el vestido, sin jornada máxima, situación que en la práctica se prolonga hasta hoy día. A las amas de casa en las clases populares urbanas y campesinas, además de las labores diarias, correspondía la confección de vestidos, zurcido y reparación de prendas, atención de la huerta, o de labores agrícolas y mantenimiento de animales domésticos. Otro tipo de actividades realizadas por la mujer eran las tendentes a la producción de alimentos, que antes de la producción fabril eran de confección casera. Por ejemplo, desde la colonia se adscribió a las mujeres indígenas la realización de las labores de molinera, chocolatera, pastelera, confitera, para que los hombres pudieran desempeñar otros oficios «que necesitaban mayor aplicación, ciencia y trabajo», según disposición del virrey en 1777. Otra clase de trabajos típicamente femeninos los encontramos mencionados en el código civil de 1887: como directora de colegio, maestra de escuela, actriz, obstetriz, posadera y nodriza. Fuera de estos trabajos domésticos o los que eran extensión de los mismos, encontramos a la mujer vinculada en calidad de trabajadora asala-
riada desde el siglo pasado, en las tabacaleras de Ambalema, en la producción de aliños, en la confección de sombreros para la exportación, en la recolección y escogencia de café. En los inicios de la industrialización fue utilizada la fuerza de trabajo femenina, principalmente en trilladoras, fábricas de tejidos, de cigarros y cigarrillos. Estas fábricas requerían de mano de obra poco cualificada retribuida con bajos salarios. Luis Ospina Vásquez plantea que en el año de 1922 Coltejer pagaba a los obreros salarios de $ 0,50 y $ 2,70, mientras que a las obreras se les pagaba un salario de $ 0,35 y $ 0,80. La fábrica de Rosellón en Envigado pagaba $ 1,00 a los hombres y $ 0,45 a las mujeres. La contratación de personal en las fábricas de textiles favorecía ampliamente a las mujeres. En la fábrica de Tejidos de Bello, en el año de 1916, según consta en el informe de Hacienda de ese mismo año, laboraban 110 obreros y 400 obreras. En 1912 la Compañía Colombiana de Tejidos tenía enganchados 20 hombres y 200 mujeres y para el año de 1922 tenía 60 hombres y 240 mujeres. A medida que fue aumentando el proceso de industrialización y de ur-
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Fábrica de tabacos La Universal, de Zapatoca, Santander, en 1917, atendida por mujeres adultas, niñas y también niños.
banización y que se fue tecnificando la producción en el país, se aprecia una disminución drástica de la vinculación de la fuerza de trabajo femenina en el sector fabril, pasando a engrosar el sector de prestación de servicios. Plantean Cecilia López y Magdalena León que la mujer sale bruscamente del sector primario, en que pasa del 33,4 % en 1938, al 4 % en 1974; también del sector secundario en el que ocupaba el 36,4 % en 1938 y pasa al 12,5 % en 1973 y engrosa las filas del sector terciario en el cual pasa de ser el 29 % en 1938, al 44,8 % en 1973, aumentando así las filas de los grupos de comerciantes, vendedores y de servicios personales. La protección legal al trabajo de la mujer La norma constitucional según la cual «toda persona es libre de escoger profesión u oficio» tenía para la mujer restricciones. Además del régimen civil que arrebataba a la mujer casada el manejo de su dinero y sus bienes, la mujer encontraba serios obstáculos para ejercer una profesión. Para la mujer de las clases altas, el concepto de trabajo era prohibido y su ocupa-
ción era el ocio. Se constituía ella en factor para lucir el estatus económico del marido, a través de las ropas, las joyas y su condición de señora bien alimentada y protegida por la capacidad económica del esposo. Las mujeres de los sectores populares, por el imperio de la necesidad, rompían la cultura, y las encontramos en nuestra historia laborando, fuera de la tutela de la familia, solteras o casadas, y engrosando el contingente de obreros de la industria. Las mujeres de las clases medias, aspirantes a ocupar el estatus de las clases altas, también estaban limitadas en sus posibilidades laborales. Salvo como maestras, no era socialmente bien visto que estas mujeres ocuparan un trabajo remunerado. Testimonian mujeres de clase media que durante la crisis de los años treinta se vieron obligadas a vincularse en calidad de secretarias, ayudantes de contabilidad, etc. y fueron objeto de censura y rechazo social. Se prohibía a las jóvenes de su edad frecuentar amistades con las que trabajaban, se les quitaba el saludo y se las aislaba socialmente. En general, el régimen del trabajo asalariado femenino estuvo tan desprotegido como el de los varones, has-
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gal. La ley 28 de 1932 le dio la plena capacidad civil a la mujer y, por lo tanto, la habilitó en materia laboral para contratar libremente. Han existido, tanto en la legislación nacional como en la internacional, dos aspectos específicos de protección a la mujer asalariada. Las normas que prohiben que la mujer realice trabajos insalubres o peligrosos, tanto física como moralmente, y que labore en jornadas nocturnas, con el objeto de preservar el honor y la moral de las obreras. En el país datan estas disposiciones desde 1931, año en que el Congreso Nacional acogió legalmente las reglamentaciones hechas por la Organización Internacional del Trabajo en 1919.
Dos maestras, a comienzos de siglo, en Medellín. Trabajos específicamente femeninos, según el código civil de 1887, eran directora de colegio, maestra de escuela, actriz, obstetriz, posadera y nodriza.
ta los años treinta, época en que los gobiernos liberales empiezan a elaborar una política en materias laboral y sindical. El régimen de las mujeres casadas, cuyos bienes y salarios eran administrados por sus maridos, empezó a ser reformado levemente en el año de 1922, cuando por la ley 8.a se les otorgó la administración y uso libres de los de uso personal, entre los que se contaban sus vestidos, ajuares, joyas e instrumentos de su profesión u oficio. Posteriormente, en los inicios del gobierno de Enrique Olaya Herrera, por la ley 83 de 1931 se estatuyó que la mujer casada, aunque no estuviera divorciada ni separada de bienes, podía recibir directamente el pago de sus sueldos y salarios, y administrarlos sin intervención de su representante le-
En el mes de octubre de 1935 el gremio de las escogedoras de café, por intermedio del representante Diego Luis Córdoba, presentó al Congreso un memorial suscrito por trescientas obreras, en el cual denunciaban la situación laboral a que las tenían sometidas las casas exportadoras. En él se referían principalmente a los atropellos a que eran sometidas como mujeres, y a la desprotección que sufrían como madres asalariadas. Acusaban, entre otras, a la empresa Hary Land de obligar a sus obreras embarazadas a realizar trabajos duros que provocaban abortos, «estos casos no están previstos en los accidentes de trabajo y el muerto, por ser hijo de una pobre mujer, se queda sin cobrar, siendo moralmente responsable el patrón, por obligar a las mujeres a movilizar bultos de café que pesan 77 kilos». (Anales de la Cámara, n.° 87, octubre de 1935.) Exigían del Estado la fijación de una pensión por maternidad y la protección de su derecho al trabajo, ya que eran despedidas por estar embarazadas. También hacían referencia a la política de despidos de las empresas, que les cancelaban sus contratos de trabajo al llegar a la edad de treinta años y por tratar de formar un sindicato. Efectivamente, la maternidad como función social no se ha tenido en cuen-
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ta en la historia del país. De ella se ocupa el Estado tardíamente, y sólo en relación con la mujer obrera y empleada. Pese a que las mujeres estaban vinculadas a la producción desde principios de este siglo, solamente en el año de 1938, a fines del gobierno de Alfonso Pérez Pumarejo, se expide la primera norma de protección a la maternidad. En esta ley se establece la licencia remunerada de ocho semanas durante la época del parto y de dos semanas en caso de aborto; se le garantiza el derecho a conservar su puesto de trabajo durante el embarazo y la lactancia; se prohibe emplear a mujeres embarazadas en trabajos insalubres o peligrosos, en los que necesiten hacer grandes esfuerzos y en labores nocturnas, y se fijan sanciones económicas para los patrones infractores de estas disposiciones. La legislación protectora de la infancia data de 1924, año en el cual se expidió una ley que obligaba a las fábricas que contrataran más de cincuenta obreras a fundar salas-cunas para sus hijos. Posteriormente, la ley 53 de 1938 elabora un reglamento más detallado en el cual se otorga a la madre el derecho a disponer de veinte minutos, cada tres horas, para amamantar a su hijo. La posibilidad de reproducir la especie ha sido para la mujer un factor de discriminación en materia de oportunidades de trabajo, ya que la clase capitalista no ha estado dispuesta a cubrir los costos sociales y laborales que ella representa. Este problema se ha ido agudizando con el correr de los años y su desplazamiento al sector de servicios tiene una estrecha relación con este factor. No obstante, cuando se discutía en el Congreso, en el año de 1932, el reconocimiento de los derechos civiles a la mujer casada, sus defensores argumentaban que era preferida la fuerza de trabajo de las mujeres casadas, porque ellas eran más disciplinadas y mejores trabajadoras por la urgencia de sostener la familia. Gabriela Peláez Echeverri, para su trabajo de tesis sobre La condición social de la mujer en Colombia, realizó
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en 1944 una profunda investigación sobre la situación de la mujer asalariada. Concluía que la obrera de las grandes fábricas se encontraba en mejor condición. Por el contrario, las mujeres vinculadas a industrias domésticas y talleres en la producción de sombreros, modistería y fabricación de tejidos de lana en pequeña escala, tenían que laborar hasta catorce horas diarias y en días festivos, sin prima de navidad ni vacaciones y en malas condiciones técnicas. Estas mujeres no gozaban de las garantías legales no sólo porque generalmente las desconocían, sino porque de hacerlas efectivas las despedían de sus empleos. A las mujeres que laboraban en la agricultura
Chapolera o recogedora de café antioqueña, en 1922. Trescientas obreras de este gremio presentaron un memorial al Congreso, en 1935, denunciando atropellos de las compañías exportadoras y solicitando pensión de maternidad, protección al derecho de trabajo y supresión de despidos por causa de edad.
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no se les reconocía protección legal de ninguna naturaleza, ni siquiera en estado de embarazo; no tenían jornada máxima y sus salarios en los distintos departamentos del país oscilaban entre $ 0,10 con alimentación y $ 0,40 sin alimentación. Así mismo en las trilladoras de café, que usualmente contrataban personal femenino, encontró diferencias. Las grandes trilladoras estaban controladas por el gobierno y por esta razón se daba cumplimiento mínimo a las normas de protección del trabajo. En las pequeñas y medianas, les pagaban salarios inferiores, eran vinculadas transitoriamente y en pésimas condiciones de higiene. Otro elemento que aporta Gabriela Peláez es el relativo al «contentamiento sexual» de los patronos y capataces a que era obligada la obrera en la pequeña y mediana empresa, principalmente. Este factor del chantaje sexual lo encontramos referenciado en la huelga de las obreras de la fábrica de Bello, que en 1920 exigieron en sus reivindicaciones el despido del director de la fábrica por atropellos sexuales contra cinco obreras. Durante el movimiento que por los Sala de telares de Textilera Hernández, en Medellín, 1917. La fuerza femenina de trabajo se incorporó tempranamente a la industria, a través de las fábricas de textiles, donde eran mayoría de obreras, aunque desde luego recibían salarios muy inferiores al de los hombres.
derechos políticos de la mujer se desarrolló en la década del cuarenta, las mujeres obreras expresaban la necesidad de la unión y la organización para luchar por sus reivindicaciones laborales. En la Primera Conferencia Nacional Femenina, celebrada en febrero de 1945 en Bogotá, la dirigente tabacalera Lola Martínez informaba que tenían una organización sindical con más de mil afiliadas. Pero que en esta tarea de organizar sindicalmente a la mujer en Santander, habían tenido que enfrentar también a la Iglesia, que arregló unos ejercicios espirituales y en la confesión se impuso como penitencia renunciar al sindicato, bajo pena de excomunión. La delegada de Barrancabermeja, Alcira Galindo, denunciaba la situación de las mujeres trabajadoras y exponía cómo las que laboraban en casas de familia o en hoteles tenían que dormir en el suelo, sin prestaciones sociales y con jornadas hasta de diecinueve horas; y las que trabajaban al servicio de los norteamericanos en la refinería tenían que laborar este mismo número de horas diarias por un salario de $ 15,00 mensuales sin alimentación.
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Derechos políticos de la mujer Un aspecto de la historia política del país es el relacionado con la situación de la mujer frente al Estado. La lucha por la democracia política, económica y social ha sido un largo proceso en la historia de la humanidad, que aún se prolonga, porque una cosa es la declaratoria formal de esos derechos y otra su ejercicio real por la mayoría de la población. Si bien ha sido complejo y difícil para las masas populares, lo ha sido más para las mujeres que forman parte de ellas y aun para las de las clases dominantes, porque ni siquiera a las garantías de tipo formal han podido acceder a la par que los varones de su clase. El derecho a la ciudadanía es un aspecto fundamental de los derechos políticos y consiste en el conjunto de derechos, obligaciones y garantías públicas y privadas de que gozan los ciudadanos. Una de sus expresiones es el ejercicio del sufragio, del derecho a elegir y ser elegido a los órganos de representación popular. El Estado colombiano, como ente independiente del yugo colonial es-
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pañol se adscribió principalmente a los lincamientos de la Revolución francesa de 1789. que tenían por base teórica el reconocimiento de la libertad, la igualdad y la fraternidad de todos los hombres. Pero a pesar de esta proclamación teórica, en la práctica gozarían de ellas los propietarios, los alfabetas y los varones; era por tanto una democracia organizada no sólo por y para los propietarios, sino por y para los varones. La Constitución de la República de Colombia de 1821 definía la calidad de ciudadano sin especificar el sexo, pero la cultura política no pensaba la posibilidad de la ciudadanía femenina. Sólo a partir de la Constitución de 1843 se introdujo la fórmula de que «son ciudadanos los granadinos varones ...» que rigió hasta mediados del siglo xx. Sin embargo, en la historia del país se registra un hecho excepcional y exótico para las condiciones culturales de la época. Los constituyentes de la provincia de Vélez del año de 1853 establecieron que todo habitante de la provincia «sin distinción de sexo tendrá entre otros derechos el del sufragio». Posiblemente Vélez fue la priEmpacadoras de la Compañía Colombiana de Tabaco, Medellín, hacia 1920. Mano de obra poco cualificada, retribuida con bajos salarios.
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tradición política familiar, por razones amorosas o por necesidad, estuvieron vinculadas a las gestas guerreras, en uno y otro bando de la contienda. Sus actividades iban desde el rezo por el éxito de sus parciales, la confección de bandas y estandartes bordados, la difusión de rumores falsos para desconcertar al enemigo, la atención de los heridos, la compra y el transporte clandestino de armas, hasta la acción directa en los combates. Las «voluntarias», las «vivanderas» y las «juanas» fueron inseparables de los ejércitos y el sostén para los soldados. Ellas transportaban grandes fardos con las provisiones y demás elementos que hacían el bienestar en campaña, preparaban alimentos, curaban a los heridos y peleaban en los combates. María Martínez de Nisser, mujer conservadora de la alta clase social, organizó en el siglo pasado una campaña militar para hacer frente a los liberales. María Analina Restrepo aparece en el archivo fotográfico de Benjamín de la Calle en 1897 con sus cananas y su pistola.
Celebración del centenario de Policarpa Salavarrieta, en Bogotá, noviembre 14 de 1917. Aunque no gozara de los derechos políticos, la mujer colombiana no estaba ausente de las luchas políticas y civiles.
mera región del mundo en donde constitucionalmente se otorgó el derecho del sufragio a la mujer. Suecia lo concedió en 1866, y en 1869 el estado norteamericano de Wyoming lo hizo para propiciar la inmigración femenina, poner orden a las elecciones y acabar con la embriaguez y la corrupción. Pero el hecho de que la mujer no gozara de derechos políticos no significaba que estuviera ausente de las luchas políticas. Desde la revolución de la Independencia hasta las confrontaciones armadas del siglo pasado, que terminaron con la guerra de los Mil Días, las mujeres participaron activamente. Por intereses económicos, por
Sin embargo, como ha acontecido en casi todos los grandes conflictos de la humanidad, en los momentos críticos se rompen códigos y tradiciones, y las mujeres participan activamente en la lucha. Pero una vez resuelto el conflicto, vuelven a sus cocinas y a sus labores tradicionales en el hogar, sin que el partido triunfante les reconozca derechos políticos en la nueva estructura del Estado. Un elemento básico de la ciudadanía es la nacionalidad. En muchas legislaciones del mundo las mujeres por contraer matrimonio perdían la propia y adquirían la del esposo y variaba si éste adquiría otra. En Colombia este fenómeno jurídico no se ha presentado, pero en el proyecto de Constitución de la Regeneración se contemplaba y no fue aprobado. José María Samper, constituyente por el estado de Bolívar, explicaba por qué no le otorgaron la ciudadanía al menor, al vago y a la mujer en la Constitución de 1886. Con respecto a esta última afirmaba que Colombia es-
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María Analina Restrepo, guerrillera de Santa Rosa de Osos, en Antioquia, fotografiada por Benjamín de la Calle, en 1897, con canana, pistola y cartuchos.
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taba muy lejos de aceptar la ciudadanía de la mujer, porque «la mujer no ha nacido para gobernar la cosa pública y ser política precisamente porque ha nacido para obrar sobre la sociedad por medios indirectos gobernando el hogar doméstico y contribuyendo incesante y poderosamente a formar las costumbres (generadoras de las leyes) y a servir de fundamento y modelo a todas las virtudes delicadas, suaves y profundas». (Derecho público interno de Colombia.) Además, explicaba que la ciudadanía femenina equivaldría a una transformación moral porque trocaría el papel de los sexos, «deshaciendo la obra de la Providencia y haciendo desatinos por enmendar a Dios la plana». Durante el período conocido en la historia del país como «la hegemonía conservadora» de 1886 a 1930 no se presentaron cambios en el estatus político de la mujer. Voces de mujeres y en favor de la mujer en las primeras décadas del siglo En Colombia, a fines del siglo pasado y principios de éste se destaca Soledad Acosta de Samper. hija de padre colombiano y de madre inglesa. Fue escritora muy prolífica autora de 17 novelas (de ellas. El esclavo de Juan Fernández fue traducida al francés) y de varias monografías, una de las cuales titulaba Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones y el periodismo en Hispanoamérica. Fue colaboradora de revistas y periódicos como El Mosaico y Biblioteca para Señoritas, fundó y dirigió la revista La Mujer, redactada exclusivamente por señoras y señoritas. En 1869 publicó en Bélgica su primer libro llamado Novelas y cuadros de la vida suramericana y dirigió posteriormente la Revista Literaria. También escribió sobre historia política. En 1883 ganó un concurso en Bogotá con motivo del centenario de Bolívar, con su Biografía del general Joaquín París. Ganó otro premio en 1909 con su libro sobre La
vida del mariscal Sucre. Fue delegada de Colombia al Congreso de Americanistas, realizado en Huelva en 1892; así mismo escribió el Catecismo de historia colombiana, que donó al gobierno nacional para la enseñanza en las escuelas y fue publicado por el Ministerio de Educación en 1905. Los seudónimos que utilizó en sus escritos de la prensa bogotana fueron Alderaban, Bertilda, Andina. Olga y Renata. Fue miembro de honor de la Asociación de Escritores y Artistas de Madrid, de la Sociedad Geográfica de Berna, de la Academia Nacional de Historia de Colombia y de la de Caracas. Doña Soledad Acosta expresó en varios de sus escritos su interés en las mujeres. Desde un punto de vista histórico escribió La mujer es la civilización, Literatas francesas, Galería de mujeres virtuosas y Las desdichas de Aurora, publicadas en la revista La Mujer. En el congreso celebrado en España con motivo del cuarto centenario del descubrimiento de América. 1892. presentó, entre otras, la monografía citada, Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones y el periodismo en Hispanoamérica. En ella afirmaba la capacidad intelectual de la mujer, planteaba que lo justo «lo equitativo será abrir las puertas a los entendimientos femeninos para que puedan escoger la vía que más convenga a cada cual. Ellas podrán decidir entonces entre dos caminos igualmente honorables sin duda pero muy diferentes. Unas continuarán bajo la dependencia casi absoluta de la voluntad del varón, y en cambio cosecharán aquellas consideraciones, aquel respeto que rinde el caballero a la mujer y al niño con la generosidad con que todo ser fuerte trata al débil. Otras penetrarán en los recintos científicos, que hasta el día frecuentaban los hombres, y allí, al igual que ellos ganarán las palmas del saber humano». Tradicionalmente la producción literaria era patrimonio de monjas o de las grandes damas que constituían casos especiales, por su posibilidad de acceso a la cultura frente a la masa de
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mujeres que carecía de instrucción. Además, la producción literaria femenina estaba regida por austeros cánones formados por el ideal de feminidad que imponían una serie de convencionalismos en la forma y en los temas. Marcadas por el ideal femenino de la ingenuidad y por la negación de sus pasiones, las mujeres expresaban una poesía acartonada por la espiritualidad, el pudor, la exaltación ilimitada de la maternidad y de todos los demás valores que se imponían como paradigma femenino. Sor Juana Inés de la Cruz, en el siglo XVII en México, constituye una excepción, no tanto por su opción de tomar la vida religiosa para acceder al conocimiento y a la producción literaria, sino por lo que ella manifiesta de la condición de la mujer, que la coloca en la historia del mundo entre las precursoras del feminismo. En las primeras décadas de este siglo se empezó a expresar en América Latina un movimiento cultural de mujeres, principalmente a nivel literario. Mujeres de varios países surgen en el panorama de las letras hispánicas a través de la poesía. De ellas, las que mayor influencia ejercieron en Colombia, fueron Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni y Delmira Agustini, que aportaban elementos nuevos en la creación femenina, tales como la reivindicación del deseo, de la pasión amorosa, de la relación erótica no medida por los cánones de la moral imperante y también manifestaban la angustia vital por su condición de mujeres. Otra autora que se destacó en ese período fue Gabriela Mistral, expresión del pensamiento femenino tradicional, pero que reivindicaba la educación para la mujer. Mujeres jóvenes colombianas se expresaron en las primeras décadas del siglo, principalmente a través de la poesía y del cuento. Bernardo Uribe Muñoz, autor del libro Mujeres de América, publicado en 1934, hace una extensa reseña de las escritoras latinoamericanas de la época. De las colombianas destaca a Aura María Arias Bernal, Adelfa Arango
Jaramillo, María Cano, Ilva Camacho, María Eastman, Luz Flórez Fernández y su hermana Paz Flórez, Georgina Fletcher, Rosario Grillo, Helvia García, Blanca Isaza de Jaramillo, Uva Jaramillo Gaitán, Sofía Ospina, Gertrudis Peñuela, Juanita Sánchez Lafouri y Fita Uribe. Durante esta época proliferaron concursos femeninos de cuento y poesía, ganados por varias de las autoras mencionadas y en los cuales se otorgaban reconocimientos tales como el Jazmín de Plata. Varios hechos presentados en el mundo en las primeras décadas del si-
Soledad Acosta de Samper, en la galería de notabilidades colombianas, publicada con motivo del centenario de la Independencia, 1910. Notable autora del ensayo "Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones".
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María Cano, símbolo de la mujer rebelde que se integra a la lucha obrera y popular, agitadora del movimiento socialista, organizadora de huelgas en los años 20, "irrumpió en espacios que le eran vedados a la mujer".
glo XX, así como las transformaciones que se operaron en la estructura económica y social del país, contribuyeron a generar cuestionamientos a la condición de la mujer, no como fenómeno social prevaleciente, sino como expresiones marginales, diseminadas a lo largo del primer tercio del siglo. La primera guerra mundial trajo como consecuencia la variación del estatus de la mujer en varios países europeos y en los Estados Unidos, expresado en el reconocimiento de los derechos políticos de la mujer y en reformas a la estructura familiar, que favorecían su condición. En Colombia, el proceso de industrialización, con la
consiguiente formación del incipiente proletariado del cual formaban parte importante las mujeres, así como el influjo de las ideas socialistas, fueron elementos que también coadyuvaron al cuestionamiento de la condición de la mujer. María Cano, símbolo de la mujer rebelde que se integra a la lucha obrera y popular, nació en Medellín en 1889. Se destacó como agitadora y organizadora del movimiento huelguístico y socialista de los años veinte. Sin pedir permiso a la sociedad pacata y moralista, irrumpió en espacios que eran vedados a la mujer. Proveniente de una familia con raigambre radical, recibió una excepcional educación en su tiempo, en los colegios laicos que su padre regentaba. Participó en una tertulia de intelectuales liberales en su ciudad, en donde recibió la influencia de Víctor Hugo, Lamartine, Zola, Diderot, D'Alembert, Rousseau y Voltaire. María Cano, al igual que un pequeño grupo de mujeres liberales, recibió la influencia de las escritoras Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou y empezó a incursionar en el periodismo y en la creación poética. Participó en la fundación de la revista Cyrano en 1920, de la cual es la única colaboradora femenina. Posteriormente colaboró, en 1922, en El Correo Liberal, junto con Fita Uribe y María Eastman. A partir de sus lecturas en la sala de la Biblioteca Departamental empezó a relacionarse con obreros y artesanos que allí concurrían y a frecuentar los barrios pobres de la ciudad. Practicó el tipo de feminismo que en esa época se estilaba entre las señoras ricas, que consistía fundamentalmente en hacer obras de caridad. En la realización de obras de beneficencia, María Cano desarrolló su sensibilidad social y política y se hizo conocer de los obreros. Por esta razón fue elegida, el 10 de mayo de 1925, «Flor del Trabajo». En esa época existían dos formas pintorescas de exaltar a las mujeres de las clases medias y altas. A través de eventos que les hacían
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posible entrar como reinas a espacios para ellas vedados, como el mundo del trabajo remunerado y el mundo universitario, se las nombraba «Flor del Trabajo» o «Reina de los Estudiantes», para recaudar fondos de ayuda para las casas del Obrero y del Estudiante y para promover obras sociales. A partir de esa exaltación empezó María Cano su carrera política. Rompió de hecho la tradicional sujeción de la mujer al espacio hogareño. Tomó las tribunas, participó activamente en la agitación de las ideas socialistas, se movilizó por todo el país alentando la lucha obrera en seis giras, denunciando las injusticias y la opresión contra las clases populares. Enfrentó la represión y sufrió cárcel en varias ocasiones. Colaboró en el periódico socialista La Humanidad, que dirigía Ignacio Torres Giraldo. María Cano estuvo vinculada a la lucha revolucionaria durante un período relativamente corto de su vida. Por las contradicciones surgidas en el seno de su partido, por el marginamiento que se le hizo en esa lucha intestina y por la agresión social de que era objeto, se retiró a la vida privada, a la edad de 41 años. En ese mismo año de 1930 se vinculó como obrera de la papelería de la Imprenta Departamental de Antioquia
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y luego como empleada de la Biblioteca Departamental, hasta 1947. Dice Torres Giraldo que «María Cano vivió los últimos veinte años de su vida como una flor marchita en un vaso de agua, hasta que el viento se la llevó el 26 de abril de 1967». Aun cuando María Cano no reivindicó los derechos específicos de las mujeres, sino los de las masas en general, se refirió a ellos en un homenaje que le tributaron las obreras de la Alianza Nacional Femenina en 1945, en la ciudad de Medellín. En momentos en que se desarrollaba en el país una intensa campaña por los derechos políticos para la mujer, María Cano expresó que había aportado su juventud ardida en ansias de libertad, «la vida misma ofrecí mil veces y la plena responsabilidad como ciudadana de Colombia. Ciudadana, sí, aunque la ley no haya otorgado aún a la mujer la igualdad de derechos con el hombre». Llamaba a las obreras a no permitir que «se nos coloque por más tiempo en rutas acordeladas, en esferas de sensiblería que restan nuestro destino como valores humanos. No por ser consecuentes de nuestra responsabilidad perdemos la diáfana sabiduría de nuestra feminidad». (Diario Popular, 29 de julio de 1945.) Cabezote de la revista semanal "Cyrano". en cuya fundación intervino María Cano y de la cual fue la única colaboradora femenina, desde 1920. Escribió también en "El Correo Liberal" y en "La Humanidad".
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Patronato de obreras de Medellín, 1918.
El periódico socialista La Humanidad, a partir de octubre de 1925, publicó una sección que se llamaba Femeninas, firmada por Clara Luna. En ella se refería a temas que muchas veces entraban en contradicción con las tesis expuestas por otros colaboradores. La columnista afirmaba, por ejemplo, que la mujer sufría otra clase de explotación, además de la que compartía con el hombre, porque «es considerada inferior sociológica y fisiológicamente por el hombre, quien es el que legisla en su favor. Por tanto la mujer tiene doble motivo de su rebeldía en la doble tiranía que sufre». Planteaba que un principio de solución a la situación de la mujer estaba en que se le impartiera educación al igual que al hombre, para que así no se dejara someter, pero que además
de la educación, la mujer se debía vincular a la revolución social. A fines de la década de los años veinte, una de las reivindicaciones principales hechas por las pocas mujeres que en este sentido se expresaban, era la relativa al mejoramiento del nivel cultural femenino. La institutora María Rojas Tejada manifestó esa aspiración en la conferencia titulada Feminismo dictada en Pereira en 1927. Defendió la justeza de la lucha de las sufragistas inglesas aun cuando consideraba que ellas «cometieron atropellos y se tomaron libertades más allá de lo que pide la natural suavidad femenina y eso desacreditó por ese entonces la primera campaña feminista». Resaltaba las reformas de la posguerra en Europa como el triunfo máximo del feminismo y planteaba la necesidad de
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hacer reformas en la educación que las capacitara para trabajar y ganarse el sustento. Otra expresión femenina es la que aparece en los escritos de Sofía Ospina de Navarro publicados en el año de 1926. En ellos expone la mentalidad, los intereses y las actividades que en esa época realizaban las mujeres de las clases ricas de Antioquia que trataban de incorporarse a las labores de organización social. Cultivaba Sofía Ospina, además de la literatura culinaria, el género del cuento, a través de divertidas crónicas sobre hechos y costumbres sociales. Sus ensayos constituían una especie de decálogo al cual debía ceñirse la mujer y que superaba los marcos de su clase y llegaba a los sectores medios de la sociedad. Son una verdadera guía de lo que debe hacer la mujer en el hogar para complacer a su esposo, el manejo de los «criados» y de la economía familiar. En uno de ellos, titulado Feminismo, afirmaba que éste ya había llegado a Medellín y que nadie debía asustarse con esa palabra, ya que su manifestación se hacía a través del trabajo de las mujeres en las fábricas y oficinas que se había convertido en la fuente de sustento de muchas familias. Atacaba al feminismo de orientación bolchevique y las reformas en la educación de la mujer, porque «una fuerte dosis de instrucción indigesta a la mujer». Enumeraba los resultados del feminismo «bien entendido», tales como el Club Noel y la Gota de Leche, el Patronato de Obreras, la Protección de la Joven y la Escuela Modelo, el Dormitorio de la Merced y la construcción del Templo del Sagrado Corazón de Jesús, obras «que han ido purificando poco a poco la atmósfera pesada y chismosa de los costureros» {Cuentos y crónicas.) Estas actividades que realizaban las mujeres de las clases adineradas en las principales ciudades del país fueron el origen de la carrera del Servicio Social. Efectivamente, un grupo de mujeres antioqueñas se empeñó en realizar obras sociales, que las sacaban del tradicional papel de mujeres ocio-
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sas y además crearon en 1929 una institución llamada Centro Femenino de Estudios. Tenía por objeto este centro aportar a las mujeres de elite elementos culturales que a través de la educación formal no recibían. Semanalmente se han reunido para escuchar conferencistas nacionales y extranjeros que han hablado sobre los más variados temas. También en el año de 1925 se fundó la revista Letras y encajes, bajo la dirección de Teresita Santamaría de González. A pesar de ser una revista confesional, dirigida
Sofía López, flor del trabajo de Bogotá, y María Cano, flor del trabajo de Medellín, asisten al congreso obrero reunido en el Teatro Bogotá, en noviembre de 1926.
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Sofía Ospina de Navarro y Jorge Restrepo Uribe, alcalde de Medellín. Los ensayos de Sofía Ospina "constituían una especie de decálogo al cual debía ceñirse la mujer, y que superaba el marco de su clase y llegaba a los sectores medios de la sociedad".
por mujeres ortodoxamente conservadoras, afirmaba su directora que, cuando salió el primer número, «se le recibió con un poco de curiosidad un tanto hostil, hasta por las mismas mujeres: 'Esos son caprichos de bachilleras', 'son ridiculeces modernistas', decían despectivos los hombres. 'Hasta feo es eso que las mujeres se metan a publicar papeles', 'hasta pecado será', murmuraban las amigas». El objetivo de la revista lo describía la propaganda que decía: «Letras y encajes es la revista netamente femenina que se edita en el país, con el material más selecto, interesante y moral. En ella se encuentra desde la receta de cocina hasta la clase de educación familiar y el artículo ameno y literario». Durante el primer tercio del siglo también hubo algunas manifestaciones masculinas en pro de los derechos de la mujer. De ellas las más destacadas son las de Luis López de Mesa y Baldomcro Sanín Cano. El primero pronunció en el año de 1920 una conferencia en el Teatro Colón de Bogotá. A pesar del temor varias veces expresado a las represalias que podría traerle abordar ese tema, planteó la necesidad de realizar la revolución feminista en Colombia. Abocó dos aspec-
tos centrales: la necesidad de dar a la mujer una preparación intelectual que la capacitara para ser independiente en la vida y dotarla de un techo propio que la protegiera en las eventualidades de la vida matrimonial. Su charla oscilaba entre la melosidad descriptiva de los atributos de la feminidad y la confrontación que el mundo moderno hacía de ese ideal. Decía: «Nosotros preparamos la mujer para la más sinuosa esclavitud. Mirad si pueden ganarse el pan y escoger su amor y decidme si un ser que va por el mundo como objeto, a veces de pasiones audaces y juguete del capricho de la fortuna, es libre y ¿podrá siquiera aspirar a serlo?» Baldomero Sanín Cano, desde un punto de vista laico, marcadamente democrático y feminista, expresó su opinión en una «Conversación en la Universidad» realizada en el año de 1927. Atribuía a la civilización judaica y cristiana la idea de que la mujer es el crimen y el pecado, sobre la cual se basaba su inferioridad civil y política. Resaltaba el pensamiento liberador de la mujer de John Stuart Mill, y de Ibsen en su Casa de muñecas, así como la novela Ifigenia de la escritora venezolana Teresa de la Parra, en la cual
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se mostraba la condición de la mujer en América Latina. Exaltaba las reformas de Europa que le habían otorgado derechos civiles y políticos. Afirmaba que «la cultura de un pueblo se mide por la participación que la mujer tenga en los destinos de ese pueblo». En el año de 1930, la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas, integrada por representantes de ochenta países, organizó el Cuarto Congreso Internacional Femenino, para conmemorar el centenario de la muerte del Libertador Simón Bolívar. La representante de Colombia ante la Liga y presidenta del Congreso Femenino era Georgina Fletcher, escritora, genealogista y especialista en heráldica, quien fue una de las primeras impulsadoras del feminismo sufragista en el país. El representante a la Cámara José María Saavedra Galindo presentó el proyecto que se convirtió en la ley 11 de 1930, por el cual la nación se asociaba a la realización del Congreso Internacional Femenino aportando la suma de 15.000 pesos, franquicia postal y telegráfica y pasajes libres en las vías nacionales a las delegadas nacionales y extranjeras. El proponente de la ley hacía especial referencia a la condición de la mujer en su exposición de motivos. Pedía su elevación definitiva «al trono donde se distribuyen los derechos humanos, para que tal distribución tradicionalmente desigual y esclavizante, se haga en adelante a base de justicia y equidad entre las dos partes en que se halla dividida la esfera humana». Planteaba también que el feminismo profesado por la Liga de Mujeres no era «el desorbitado y delirante de aquellos que pretenden invertir el cono de los valores humanos», sino que estaba dotado de un programa «constructivo, reivindicador, garantizado por el honor del hogar, por la moralidad, por el respeto a las leyes naturales y por la base inconmovible de los eternos afectos del corazón». Un grupo de mujeres envió un memorial al Senado de la República solicitando la supresión de la partida
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presupuestal con el objeto de contribuir a la solución de la grave crisis fiscal que en ese momento afectaba a la nación. A este congreso, que sesionó en el Teatro Colón, fueron presentadas ponencias relativas a la efemérides que las reunía, y también análisis sobre la condición de la mujer. Ofelia Uribe presentó Contribución al estudio de la reforma Olaya-Restrepo sobre el régimen de las capitulaciones matrimoniales, Susana Wills de Samper presentó un estudio sobre Educación física y deportes, Virginia Camacho presentó un trabajo sobre la Lucha contra las enfermedades específicas, Alicia Ruiz Escobar presentó una ponencia en la que proponía que la Academia de Historia creara un premio anual para el mejor trabajo presentado por una mujer, que se fundara el Centro Femenino de Historia Nacional como centro consultivo para los institutores, y
Una portada de la revista "Letras y encajes", fundada en 1925 y dirigida por Teresita Santamaría de González, "con el material más selecto, interesante y moral", según describía la propia publicación.
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que el Ministerio de Educación nombrara una mujer para el Archivo Nacional o para la sección de historia de la Biblioteca Nacional, con el objeto de difundir los estudios elaborados por el Centro Femenino de Historia Nacional. La prensa destacó la partiPortada de "Una voz cipación de Susana Olózaga de Cabo insurgente", de y de María Eastman. Quizás por priOfelia Uribe de Acosta mera vez en la historia del país apadibujada por Edulfo recieron en la vida pública los trabajos Peñarete (1963). Ofelia Uribe, activista y el pensamiento de un grupo amplio femenina, fue una de de mujeres. La mayoría de las partilas ponentes en el cipantes eran educadoras, que fueron IV Congreso Internacional las pioneras en el despertar de la muFemenino, reunido en jer para reclamar sus derechos. El acBogotá, en 1930.
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ceso a la cultura y la independencia económica les permitía gozar de unas condiciones mínimas diferentes a las del resto de la población femenina y les posibilitaba mirar críticamente su situación social. El congreso despertó un amplio interés en la opinión pública, la afluencia de varones a sus sesiones fue nutrida, «hasta el punto que, una noche, ante la imposibilidad de penetrar al Colón porque ya estaba repleto de gente, rompieron las puertas para precipitarse a escuchar a las oradoras que hacían gala de capacidad, elocuencia, elegancia y señorío» (Ofelia Uribe de Acosta, Una voz insurgente.) Las primeras reformas a la condición política de la mujer Con el inicio de lo que en la historia nacional se conoce como la segunda República Liberal, en el año de 1930 se empezó a debatir en el país la problemática de la mujer colombiana. La primera transformación importante se dio en 1932 con el reconocimiento de los derechos civiles de la mujer casada, y a partir de allí empezó el largo proceso por el reconocimiento de sus derechos políticos. En el año de 1933. los parlamentarios conservadores Augusto Ramírez Moreno. Juan de Dios Arellano. Joaquín Estrada Monsalve y Antonio Álvarez Restrepo presentaron un proyecto de reforma constitucional, por el cual se concedía el voto a la mujer, que fue archivado después de haber sido recibido en primer debate. Durante el gobierno de Alfonso López Pumarejo. en el paquete de reformas a la Constitución Nacional que consideró el Congreso, estaba incluida una que otorgaba el sufragio universal a los varones, sin discriminación patrimonial, ni de instrucción. El análisis de este artículo generó en la Cámara de Representantes la discusión sobre la conveniencia de conceder el sufragio a la mujer, que no se consideraba en la propuesta. A partir de ese momento se empezaron a expresar las distintas corrientes de opi-
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nión que sobre este asunto se manifestaron a lo largo de todo el tiempo que duró el debate por los derechos políticos de la mujer. En este proceso se hizo evidente lo que plantea Simone de Beauvoir en su libro El segundo sexo: «Siempre han sido ellos (los hombres) quienes han tenido entre sus manos la suerte de la mujer, y no han decidido de ella en función de su interés sino considerando sus propios proyectos, sus temores y necesidades.» Los representantes Eduardo Bossa, Carlos M. Pérez y el procurador general de la nación, Gerardo Martínez Pérez, plantearon la necesidad de otorgar la totalidad de los derechos ciudadanos a las mujeres. Movidos por el temor de que esta reforma podría tener consecuencias políticas, porque la mujer estaba sometida a los dictados del confesionario, que perjudicarían electoralmente al partido del gobierno, acordaron concederle solamente la posibilidad de ejercer cargos públicos. Frente a la fórmula del Senado de la República que negaba también esta posibilidad, se llegó a un acuerdo con base en la fórmula presentada por el senador de la izquierda liberal José Vicente Combariza, y que fue la que quedó plasmada en el acto constitucional de 1936 como el inicio de un proceso progresivo de cambio de la situación política de la mujer. La derecha liberal se opuso con fuerza a esta opción. El senador Arrieta expresaba que «si la mujer vive bajo la patria potestad de su marido, no está bien que el legislador trate de romper la paz del hogar, abriendo las puertas». Otro senador, Manuel F. Caamaño, explicaba que en París la mujer abogada había sido un verdadero fracaso, «no ha sido posible hacer jueces a las mujeres; ellas no pueden prescindir del rouge en los momentos más delicados de la investigación. Está muy bien la mujer enfermera, la mujer institutriz, pero la mujer gobernador no está de acuerdo con nuestro temperamento». El destacado dirigente liberal Armando Solano hacía mofa de los problemas que
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tendría una mujer parlamentaria para amamantar a su hijo durante las sesiones y pedía incluir en el reglamento la lactancia parlamentaria; además, afirmaba: «nuestra mujer, gracias a Dios, es esencialmente casera, doméstica, y es dentro del hogar donde despliega sus buenas y sus malas condiciones. Los que algo [...] tengamos todavía de latinos, no queremos, no toleraremos la mujer politiquera, la mujer de acción, oradora, periodista o redentora del pueblo». Otro argumento esgrimido por los opositores a los derechos políticos era la derrota de la República española, por haber otorgado el sufragio a las mujeres que estaban influenciadas por el clero; no obstante, Eduardo Santos, que era el que hacía esta consideración, también recordaba que el triunfo del partido liberal, en las elecciones que ganó Olaya Herrera, fue logrado con el fervor de las mujeres. El desenlace de este primer intento fallido por otorgar los plenos derechos políticos a la mujer fue la aplicación de una política restrictiva que negaba la ciudadanía femenina y el ejercicio del sufragio, pero permitía la vinculación de la mujer a ciertas tareas del Estado. El artículo 8.° del acto legislativo 1.° de 1936 la autorizó, si era mayor de edad, para «desempeñar empleos públicos que lleven anexa autoridad o jurisdicción, en las mismas condiciones que para desempeñarlos
Mensaje a las mujeres trabajadoras publicado en la "Gaceta Republicana" en mayo de 1919. La manifestación a la que se convocaba, el 20 de mayo de ese año, dejó como resultado varios muertos.
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exige la ley a los ciudadanos». Parece que las primeras mujeres que hicieron uso de esta enmienda constitucional fueron Lucrecia Pardo Espinel, nombrada tesorera por el Concejo Municipal de Choachí (Cundinamarca). en 1940. Y Rosita Rojas Castro, nombrada por el Tribunal Superior de Bogotá, en 1943. como juez penal del Circuito, hecho que produjo escándalo y la demanda de inconstitucionalidad del nombramiento, pero el Consejo de Estado falló en favor de su designación. El segundo intento de reforma política relativa a la mujer se hizo en 1944. cuando en el segundo mandato de Alfonso Pérez Pumarejo, su ministro de Gobierno Alberto Lleras Camargo presentó un proyecto en el cual se otorgaba la ciudadanía a la mujer y se la facultaba para ser elegida. Pero la posibilidad de elección quedaba aplazada hasta que el Congreso reglamentara el ejercicio del sufragio femenino. Este proyecto fue presentado al Congreso en el mes de noviembre de 1944, una vez reabiertas las sesiones, que habían sido suspendidas durante la tentativa de golpe militar realizada en Pasto, en junio de ese año, y en la cual fue puesto prisionero el presidente de la República junto con otros funcionarios como el ministro de Trabajo Adán Arriaga Andrade. El ministro Lleras Camargo afirmó en su sustentación de la reforma relacionada con la ciudadanía de la mujer que en la opinión femenina no había demanda y que no estaban interesadas en sus derechos. En el debate público participó como grupo de presión un sector importante de la población femenina. En 1944 florecieron variadas formas de organización femenina para presionar este reconocimiento. En agosto, se fundó la Unión Femenina de Colombia por iniciativa de Rosa María Moreno Aguilera e Ilda Carriazo; en ella se agrupaban médicas, abogadas, dentistas, institutoras, universitarias, enfermeras y empleadas de alta categoría. Tenía un ca-
rácter marcadamente gremial y democrático, y buscaba el mejoramiento cultural y económico de la mujer colombiana y gestionar ante el legislador y el gobierno la adopción de medidas que favorecieran el reconocimiento de los derechos y reivindicaciones de la mujer. En la ciudad de Tunja, Ofelia Uribe de Acosta, Inés Gómez de Rojas, Carmen Medina de Luque y otras fundaron la revista Agitación femenina, que circuló mensualmente durante dos años, bajo la dirección de Ofelia Uribe. Fue el primer medio de difusión feminista creado en el país. A través de él pudieron expresarse mujeres de distinta procedencia social y política, en favor de los derechos de la mujer y analizando aspectos específicos de la condición femenina en Colombia, América Latina y el mundo. Esta revista llegaba a los lugares más remotos del país, entre otras razones por la colaboración que en ese sentido les prestaban los comunistas, que se encargaban de su distribución. La ciudad de Tunja fue una especie de centro generador de las ideas y de la agitación feminista en la época. Allí Ofelia Uribe y sus compañeras, con el apoyo del propietario de Radio Boyacá. organizaron un espacio llamado La hora feminista en el cual difundían los propósitos del movimiento de las mujeres por sus derechos. Las opositoras al movimiento organizaron otro programa llamado La hora azul para combatirlas. Ofelia Uribe se desplazó a varias ciudades dictando conferencias que eran transmitidas por las emisoras locales. Radio Cristal, en Bogotá, fue la emisora utilizada por las feministas para concienciar a las mujeres de la necesidad de tener otro estatus político. Lucila Rubio de Laverde, destacada educadora y escritora, organizó en Bogotá la Alianza Femenina de Colombia, que representó un papel importante en la organización de las mujeres obreras durante este proceso. Se crearon, animadas por el partido socialista democrático, seccionales en todo el país, y en el mes de febrero de
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Operarias de la Tipografía del Comercio de Medellín, segunda década de este siglo.
1945. se reunió en Bogotá la Primera Conferencia Nacional de Mujeres, a la cual concurrieron obreras, estudiantes y mujeres de las clases medias de todo el país. La revista femenina Letras y encajes de Medellín, también se expresó en favor del voto femenino y en sus editoriales reproducía artículos o conferencias dictadas por las dirigentes del movimiento en Bogotá. El periódico El Liberal abrió sus páginas editoriales al debate y publicó artículos de hombres y mujeres en defensa del proyecto. La manera objetiva y constante como este órgano periodístico informó sobre los acontecimientos contrasta con el desconocimiento hecho por otros medios que no hacían alusión al proceso o se referían a él para atacarlo. El periódico Diario Popular agitó constantemente las reivindicaciones femeninas; se destacan los artículos de Mercedes Abadía, Matilde Espinosa y Luciana Querales. Las mujeres utilizaron otros medios de presión, tales como reuniones con las comisiones del Congreso encargadas de estudiar la reforma, plebiscitos firmados por miles de mujeres de todo el país y agitación en las barras durante las sesiones plenarias. Lucila Rubio de Laverde fue la primera mujer a la
que el Congreso dio uso de la palabra para sustentar los derechos políticos femeninos. La oposición al proyecto fue expresada por la derecha liberal en el periódico El Tiempo y por la conservadora en El Siglo. Los ataques generalmente estaban unidos a la descalificación de las reformas sociales que en esa época el gobierno había sometido a la consideración del Congreso, una vez superado el incidente de Pasto. Calibán, en su columna «Danza de las Horas» en El Tiempo, fue el más agresivo y obstinado opositor a la reforma constitucional. Su primer ataque lo hizo cuando el presidente de la República se refirió a las reformas a mediados de 1944. Expresaba su punto de vista respecto a los derechos de la mujer, haciendo referencia a los hechos que se presentaban en el mundo y las consecuencias que podían traer las reformas en Colombia. Afirmaba que el más grave resultado de la guerra mundial, que en ese momento se libraba, era que cincuenta millones de combatientes habían sido desalojados de todas partes por sus encantadoras hijas, esposas, madres, hermanas y aun abuelas, pero que lo peor era que las mujeres habían adquirido indepen-
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dencia moral y espiritual. «Las jóvenes solteras se ríen del matrimonio, y proclaman el derecho a tener hijos sin necesidad del vínculo sagrado. Otras muchas, más o menos asexuales, que antes se casaban para buscar apoyo económico, declaran la voluntad de mantenerse solteras, y las casadas se están divorciando. Dentro de 10 años, los EE.UU. se encontrarán con 15 millones de solteronas entre los treinta y los cuarenta y cinco años, que acabarán con la tranquilidad pública.» Pedía que no se introdujeran fermentos de muerte en la organización social: «salvémosla y no la sometamos a la prueba insensata del voto femenino que será el paso inicial en la transformación funesta de nuestras costumbres y de la pugna entre los sexos». Calificaba en sus escritos a la campaña por los derechos políticos como inútil: «del sufragismo no se ha dejado contagiar en Colombia sino una ínfima minoría. El sarampión sufragista pasará pronto. Ojalá sin dejar huella». En varias oportunidades las tildó de izquierdistas. Afirmaba en todas las formas la inferioridad femenina y para ello se respaldaba en argumentos como el de que «ninguna hembra ha igualado al macho en las manifestaciones del atletismo, en toda la escala animal, sólo una yegua ha ganado el Gran Derby (1915) y esto porque el handicap la favorecía». Planteaba que la reforma le quitaría a la vida privada todo su encanto: «Ser marido o novio de una ministra o de una líder parlamentaria, no resulta ni cómodo ni grato» y aludía a la institución familiar porque era una de las mejores en el país: «es nuestro refugio, nuestro consuelo, nuestro altar». El periódico El Siglo, a través de su columnista Emilia Pardo Umaña. atacaba el voto femenino en un artículo titulado Pobres muchachas, en el cual alegaba que las mujeres no necesitaban los derechos que pedían. Esta mujer escribía desde el refugio que había buscado en Quito, después de su actuación durante el golpe de Pasto, cuando salió por las calles llamando a
derrocar al gobierno. A su regreso al país fue juzgada en consejo de guerra, hecho que fue destacado en gran titular de El Siglo, que decía «Primera Mujer en América sometida a un consejo de guerra». Otro columnista de este periódico. Julio Abril afirmaba que «ser feas es lo único que no se les puede perdonar a las mujeres de la misma manera que ser sufragistas es lo único que no se les puede perdonar a las feas». Decía que las mujeres que quieren el voto son «precisamente aquellas que los hombres no determinan y que forman la melancólica cofradía de las solteronas». En la Cámara de Representantes se aprobó en la primera ronda la plenitud de los derechos para la mujer por iniciativa de los sectores de la izquierda, principalmente de Diego Montaña Cuéllar. Diego Luis Córdoba y Gilberto Vieira. a pesar de la oposición del ministro de Gobierno que por motivos de conveniencia política abogaba por su reconocimiento progresivo. Los defensores del proyecto en el Senado fueron el comunista Augusto Durán y el dirigente de la izquierda liberal José Vicente Combariza, pero en esa corporación fue definitivamente negada la plena ciudadanía femenina, por la alianza realizada entre nueve senadores liberales con el sector conservador. En la Reforma Constitucional de 1945 quedó consignada una extraña fórmula jurídica que decía mucho, pero que concedía muy poco a la mujer. Estableció en su artículo 2.°, que son ciudadanos los colombianos mayores de veintiún años, o sea que se le concedía ese derecho: pero en el artículo siguiente se reservaba la función del sufragio y la capacidad de ser elegido a los varones. La revista Agitación femenina, en un artículo llamado «Los hombres eligen», afirmaba: «Se perpetúa la tradición: ellos eligen, para provecho propio, cuanto el mundo brinda para comodidad de todos. Quien posee la fuerza tiene el derecho. El Poder está en sus manos: suya es la facultad de legislar y suya también la fuerza bruta, base y sostén
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Comisión Interamericana de Mujeres, en el palacio de la Unión Panamericana, en Washington, diciembre de 1940. María Currea de Aya es la penúltima de la derecha, sentada.
de toda tiranía.» Al mismo tiempo rendían un férvido tributo de admiración y simpatía a los hombres que las habían apoyado en su campaña. Con posterioridad a la reforma de 1945, los distintos sectores políticos representados en el Parlamento empiezan a expresar su interés por otorgar los derechos políticos de la mujer. Cada uno luchaba, de acuerdo a sus principios e intereses, por lograr el sufragio femenino, que le reportaría beneficios electorales. En las sesiones ordinarias de 1946 se presentaron tres proyectos para reconocer los derechos ciudadanos a la mujer, uno del representante conservador Augusto Ramírez Moreno, otro del representante liberal Germán Zea Hernández y el tercero de los representantes del Partido Socialista Democrático Gilberto Vieira, José Francisco Socarrás y Augusto Durán. Estos proyectos se unificaron y fueron estudiados por el representante conservador Guillermo Chaves Chaves, que rindió ponencia favorable el 5 de agosto de 1946. Además de
mostrar las incongruencias de la reforma de 1945, recalcaba los compromisos adquiridos por Colombia en varios eventos internacionales. La VI Conferencia Internacional Americana reunida en La Habana en 1928 creó una comisión encargada de trabajar por los derechos de la mujer, que posteriormente fue denominada Comisión Interamericana de Mujeres por la VII Conferencia reunida en Montevideo en 1933. También en México, en la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz, celebrada en 1945, Colombia suscribió la resolución que recomendaba abolir de las legislaciones las discriminaciones sexuales existentes porque «la mujer representa más de la mitad de la población de América que al reclamar plenos derechos lo hace como acto de la más elemental justicia humana». Así mismo, la Conferencia reunida en San Francisco de abril a junio de 1945, en la cual se expidió la Carta de las Naciones Unidas y en la cual participó Colombia, los pueblos que la suscri-
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bieron reafirmaron la fe en los derechos fundamentales del hombre, «en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres». Este proyecto de reforma constitucional tampoco salió adelante. En el año de 1947, la convención liberal reunida en enero bajo la dirección de Jorge Eliécer Gaitán expidió la «Plataforma del Teatro Colón». En ella el liberalismo rectificaba la posición secundaria en que se había mantenido a la mujer colombiana en las actividades públicas y consideraba que debía tener igual categoría que el hombre ante el Estado. Sin embargo, el liberalismo declaraba, en el camino de la liberación de la mujer, «la necesidad, entre otras y en primera etapa, de capacitarla legalmente para elegir y ser elegida en las elecciones para los concejos municipales». Los conservadores, que habían temido contrariar los principios de la Iglesia católica, que cuidaba celosamente el papel de la mujer en la familia, variaron su posición frente al sufragio femenino después de la segunda guerra mundial. El papa Pío XII, en las elecciones siguientes a la terminación de la guerra, invitó a Esmeralda Arboleda de Uribe se posesiona como ministro de Comunicaciones ante el presidente Alberto Lleras Camargo, el 1° de septiembre de 1961.
las mujeres a votar por el Partido Socialcristiano para salvar a Italia del comunismo, que tenía el respaldo de las masas por su trabajo en la resistencia al fascismo. Hasta las monjas de clausura salieron de sus conventos a votar contra el comunismo. A partir de 1948, en el Congreso se confrontaron abiertamente la posición conservadora de plenos derechos para la mujer y la liberal que abogaba por el reconocimiento progresivo; sin embargo, se trataba de propuestas y debates marginales. El representante liberal Alfonso Romero Aguirre presentó un proyecto que recogía lo aprobado en la convención del teatro Colón, pero ampliándolo a la elección de las mujeres a las asambleas departamentales. Guillermo Chaves Chaves presentó otro proyecto de sufragio pleno. Estos dos proyectos fueron discutidos en 1949 y se confrontaron los intereses de cada partido en relación con la mujer: los conservadores se declaraban en su favor, en cambio los liberales abogaban por que fuera un proceso lento y por etapas, ya que el clero manipularía electoralmente a las mujeres desde el confesionario. Estaba ya el país sumido en la sangrienta refriega que conocemos como la Violen-
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Josefina Valencia de Hubach, hermana del futuro presidente Guillermo León Valencia, fue la primera mujer que ingresó al gabinete ministerial en Colombia, en la cartera de Educación, de la cual se posesionó el 19 de septiembre de 1956. En la foto, la ministro entrega diplomas a nuevos miembros de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas.
cia. El representante liberal Carlos H. Pareja presentó el 20 de julio de 1949 un proyecto de reforma constitucional, según el cual se otorgaba el voto femenino y se prohibía el voto al clero. Esta propuesta tampoco prosperó, pero se dieron algunos debates, en un período en que los liberales denunciaban persistentemente la aniquilación y la matanza de sus copartidarios en los campos colombianos. La Comisión de Asuntos Constitucionales del Congreso, creada durante el gobierno de Laureano Gómez, con el objeto de dar al Estado colombiano una organización política de corte corporativista, presentó en febrero de 1953 su proyecto. En la Comisión se analizó el papel de la mujer y. en la perspectiva de ser sostén de las tradiciones cristianas, se consideró que las mujeres casadas por lo católico pudieran elegir y ser elegidas para los concejos municipales. En el proyecto definitivo se les otorgaba a las mujeres la posibilidad de elegir y ser elegidas para concejos municipales computando como doble el voto depositado por hombres y mujeres casados legítimamente. Durante el gobierno militar volvió a debatirse públicamente el reconoci-
miento de los derechos políticos a la mujer. La comisión de Estudios Constitucionales nombrada por la Asamblea Nacional Constituyente para elaborar el proyecto de reformas fue instalada el 10 de diciembre de 1953. Dentro del paquete de reformas, el artículo 171 prescribía: «Todos los ciudadanos varones y mujeres eligen directamente concejales, diputados a las asambleas departamentales, senadores y presidente de la República», y fue sustentado ampliamente por Félix Ángel Vallejo. Las mujeres empezaron a presionar a la comisión desde el mes de diciembre. El 14 fue entregado un memorial suscrito por Esmeralda Arboleda, Magdalena Fetty de Holguín, Ismenia Mújica, Isabel Lleras de Ospina, Aydée Anzola Linares y tres mil mujeres más. En él defendían los convenios internacionales relativos a la mujer suscritos por Colombia pero que aún no habían sido traducidos a normas legales y atacaban un proyecto que concedía el sufragio a las mujeres casadas, porque significaba una discriminación contra el resto de la población femenina, que tendría la calidad de semiciudadana. La Segunda Conferencia Regional de Mujeres Democráticas
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Berta Hernández de Ospina Pérez, presidenta de la Organización Femenina Nacional, creada en abril de 1954 para luchar por los derechos de la mujer.
del Tequendama (Cundinamarca), reunida el 23 y el 24 de diciembre de 1953, respaldó el proyecto del diputado Ángel Vallejo y el memorial de las tres mil mujeres. En el curso de los debates en el seno de la comisión se presentaron contradicciones. Los liberales, entre los cuales figuraban Luis López de Mesa y José Jaramillo Giraldo, defendieron el sufragio femenino. El grupo de diputados conservadores no tenía una posición unificada al respecto. Eleuterio
Serna y Rafael Bernal Jiménez atacaban el reconocimiento total de los derechos políticos de la mujer y abogaban por el reconocimiento gradual del sufragio femenino, reglamentado posteriormente por el Congreso de la República, ya que según ellos había que proteger a las mujeres en los comicios electorales, que tenían un carácter sangriento en el país y que, por otro lado, las mujeres de la «montonera» avivarían aún más las pasiones políticas. La comisión de estudios constitucionales recibió cartas de mujeres de Cali, Pereira, Barranquilla, Viotá, del Comité Pro-Derechos de la Mujer de Tunja y del Centro Femenino de Estudios de Medellín, en las cuales atacaban la propuesta que dejaba al Congreso la reglamentación del sufragio femenino. Berta Hernández de Ospina, María Antonia Escobar, Josefina Valencia y Esmeralda Arboleda se hicieron presentes en las sesiones de la comisión y sus puntos de vista fueron escuchados. El 27 de abril de 1954 se creó en Bogotá la Organización Femenina Nacional, según las bases presentadas por Esmeralda Arboleda y Josefina Valencia. El objeto de dicha organización era «unir a las mujeres colombianas, sin distinción política o social, para luchar por el reconocimiento y la guarda de los derechos de la mujer y de la infancia a la luz de las normas de la Ley de Cristo». Colocándose por encima de las banderas de partido convocaban a luchar, entre otros objetivos, por la paz, que colma el anhelo del alma femenina, por la igualdad de derechos políticos para hombres y mujeres, por el sufragio femenino, por la igualdad salarial y contra la discriminación del trabajo de la mujer, por la protección de su derecho al trabajo, contra los despidos por matrimonio o estado prenatal, por el derecho a ocupar altos cargos del Estado, por la realización de campañas educativas que exterminen los prejuicios existentes de inferioridad de la mujer, y por una serie de medidas de protección a la infancia. Esta organización estaba pre-
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sidida por Berta Hernández de Ospina y María Currea de Aya era su vicepresidenta. Dicho programa fue aprobado oficialmente por el gobierno y difundido en los establecimientos docentes de todo el país, por orden del ministro de Educación encargado, Lucio Pabón Núñez. Dentro de la política del gobierno de Gustavo Rojas Pinilla de ampliar la representación a la Asamblea Nacional Constituyente —ANAC— nombró como delegada de la presidencia a Josefina Valencia de Hubach y como suplente suya a Teresita Santamaría de González, directora de la revista Letras y encajes, el 28 de julio de 1954. El periódico El Tiempo, en la columna «Cosas del Día» y bajo el título de «La mujer en la ANAC», exalta la labor realizada por las mujeres para lograr la ciudadanía plena. Haciendo la salvedad frente a la manera como fue nombrada, por no compartir el procedimiento, aprueban el nombramiento de Josefina Valencia. Consideran que la representación femenina debe ser ampliada con Esmeralda Arboleda, lo cual se hizo poco después. Las dos representantes femeninas a la ANAC presentaron a las plenarias el proyecto de acto legislativo por el cual se concedía el sufragio a la mujer. Félix Ángel Vallejo fue el diputado a quien correspondió estudiarlo y presentó ponencia favorable el 18 de agosto de 1954. En ella planteaba, entre otras cosas, que era una cuestión de interés nacional, que no se trataba de hacer cuentas alegres por los resultados electorales que podría acarrear esta decisión a cualquier partido en particular. También afirmaba que a pesar de que la mujer no gozaba de derechos políticos, siempre había intervenido, en forma indirecta, en política «para pacificar los ánimos, para aliviar la amarga situación de los proscritos o exiliados, para cerrar las heridas de los que han sido víctimas de persecuciones, para equilibrar ásperas divergencias y para obrar en todo caso como sedante frente a los fragores y pasiones».
La Asamblea Nacional Constituyente, mediante acto legislativo n.° 3 de 1954, otorgó a la mujer el derecho a elegir y ser elegida; sin embargo, la votación no fue unánime. Los diputados Guillermo León Valencia, Juan Uribe Cualla y Álvaro Lloreda presentaron una proposición según la cual la ley debía reglamentar el ejercicio del sufragio femenino, para darle particulares garantías que la protegieran. Esta propuesta generó una agria discusión entre Josefina Valencia y su hermano Guillermo León, ya que tras la supuesta protección legislativa se escondía la posibilidad de volver atrás la conquista del pleno ejercicio de los derechos políticos por la mujer. La votación estuvo caracterizada por las constancias dejadas por los distintos sectores representados en la ANAC en las cuales respaldaban la decisión o aclaraban los motivos de su voto. Sin embargo, ni las mujeres, ni los hombres colombianos pudieron ejercer el derecho al sufragio, porque durante la dictadura no hubo elecciones. El régimen militar dio cabida por primera vez a la mujer en los altos cargos del Estado. Josefina Valencia fue gobernadora de departamento y ministra de Educación. Esmeralda Arboleda fue miembro de la ANAC y María Eugenia Rojas dirigió SENDAS, servicio nacional de asistencia social.
María Currea de Aya, Mujer de las Américas, vicepresidente de la Organización Femenina Nacional.
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Una vez derrocado el régimen militar, y con el objeto de «civilizar» los comicios electorales, se convocó a la mujer como personera de la paz. para salvar al país del caos en que se hallaba sumido. La prensa realizó campañas, entrevistas y demás formas de motivación de la población femenina para participar activamente en el proceso plebiscitario, los comités femeninos de los partidos tradicionales realizaron campañas para promover la cedulación de las mujeres. En las declaraciones dadas a la prensa por las entrevistadas aparecen elementos comunes sobre ese proceso político: la certeza de haber sido espectadoras y víctimas de la vida política del país, la necesidad de votar el plebiscito como remedio excepcional en una situación desesperada y la ilusión de poder contribuir con su participación activa en la vida política a la solución de los problemas sociales que afectaban a la mayoría de la población colombiana y principalmente a las mujeres y a los niños.
La mujer en la guerrilla: fotografía encontrada a Joaquín Gutiérrez, alias "Alma Negra".
Bajo la dirección de Ofelia Uribe de Acosta, circuló en esa época el periódico Verdad, que impulsaba el sufragio femenino. En sus comienzos simpatizaba abiertamente con el gobierno militar, pero su cierre fue ordenado por la dictadura, después de que registró la disolución de la marcha de mujeres contra el régimen en Bogotá y que fue reprimida con mangueras del cuerpo de bomberos. Sus directoras tuvieron que refugiarse para no ser detenidas. Colombia fue de las últimas repúblicas latinoamericanas en reconocer la plenitud de derechos políticos a las mujeres. El ejercicio activo del sufragio femenino se inició en el año de 1957 con el plebiscito, en una coyuntura caracterizada por el caos económico, violentas contradicciones sociales y cuando el país salía de la guerra fratricida conocida como la Violencia.
Alberto Lleras Camargo, uno de los gestores y promotores de los acuerdos que condujeron al plebiscito, pronunció en el mes de agosto de 1957 una conferencia, invitado por la Asociación Profesional Femenina de Antioquia. Planteaba, entre otras cosas, que el derecho al sufragio se concedía, de repente, «sin ninguna lucha, ni petición de parte de la mujer colombiana. Es decir, la plena participación en la vida política y social en que no estaba interesada». Hacía un breve recuento de los motivos alegados por los partidos tradicionales en la historia del país para negarle los derechos políticos a la mujer, y afirmaba que esta carencia la había vuelto irresponsable frente a sus obligaciones sociales y la había imposibilitado para pensar libremente. Alertaba sobre una corriente, «que creo tiene su origen en Cali y que entiendo es un grupo pequeño de profesionales que encabeza una señora que ha escrito un libro muy voluminoso, que sostiene una idea sí completamente revolucionaria: 'que debe haber un partido de las mujeres y un par-
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tido de los hombres'». Proponía la creación de un organismo similar a la Liga de Mujeres Votantes existente en los Estados Unidos, que «no pretende ser un partido político, ni una organización en favor de uno u otro partido, sino que únicamente se ocupa de aconsejar al elector femenino sobre el partido que en un momento dado esté ofreciendo condiciones más favorables». Las llamaba a tener una posición de independencia frente a los dos partidos, adhiriéndose a uno u otro según las propuestas que les presentaran en cada elección. El 17 de noviembre se creó en Medellín la Unión de Ciudadanas de Colombia. En el plebiscito realizado el primero de diciembre de 1957, ya votaron 1.835.255 mujeres, que constituían el 42 % del total de la población que sufragó. No obstante estos resultados, en el país no existía realmente la voluntad política de dar participación activa a la mujer en la vida pública del país, interesando así su papel como electora y elemento pacificador de los comicios electorales. En el mes de fe-
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brero de 1958 un grupo de mujeres antioqueñas envió una carta a la Junta Militar de Gobierno, en la cual protestaba por la exclusión de la mujer en las Comisiones Consultivas Paritarias, que tenían por objeto recoger las inquietudes nacionales para ser presentadas al próximo Congreso Nacional. En las siguientes elecciones para presidente y cuerpos colegiados, en marzo de 1958, las mujeres constituyeron el 41 y el 40 %, respectivamente, del caudal de votantes. Lucila Rubio de Laverde, en Perfiles colombianos, afirma que hasta ahí llegó el entusiasmo político de las mujeres: «terminada la lucha clandestina por el retorno a la democracia: copiar comunicaciones y distribuirlas, hacer mandados y llevar recados, auxiliar a los exilados y visitar a los presos políticos, todas volvieron a la vida normal del hogar. Las aspirantes a los cargos de representación popular no hallaron otro medio diferente para lograr sus aspiraciones que la amistad con los miembros de los directorios políticos o las influencias de padrinos importantes.»
Estampilla de 1962, conmemorativa de los derechos políticos de la mujer, ejercidos por primera vez en el plebiscito de diciembre 1º de 1957, en el cual votaron 1 835 255 mujeres.
La mujer y la fuerza pública: fotografía tomada durante la manifestación de mujeres contra el gobierno de Rojas Pinilla.
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La educación en Colombia. 1880-1930 Renán Silva el de la hegemonía conservadora, que concluiría el año de 1930.
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n las páginas que siguen vamos a tener ocasión de considerar la historia de algo tan importante para una sociedad como es la educación. Si se piensa en la forma como ella contribuye a la formación de la opinión pública de un país, a mantener o a transformar sus desigualdades y privilegios sociales y. más profundamente, si se piensa en la forma como las orientaciones de un tipo particular de educación influyen en la cultura y el «sistema de pensamiento y de mentalidad» de un pueblo, se podrá fácilmente estar de acuerdo en la importancia social y política de la educación, y en el significado que tiene su conocimiento histórico para tratar de intuir cómo ha sido el proceso de formación de una sociedad, pero también cuáles son sus metas probables, y lo que será mejor, cuáles pueden ser sus metas posibles. El período que vamos a considerar comprende los años que van de 1880 a 1930 y políticamente puede ser caracterizado como el de la Regeneración —más o menos hasta 1900—, y pasada la guerra de los Mil Días, como
La situación educativa durante el siglo XIX Para la sociedad colombiana en su conjunto, para sus clases subalternas y para sus elites dirigentes, el siglo XIX fue en el plano educativo un fenómeno muy dinámico y quizá dependiente en una forma demasiado directa de las luchas políticas, luchas que entre nosotros esencialmente quisieron decir enfrentamientos partidistas —con frecuencia bélicos— en torno a los intereses de los sectores dominantes, y enfrentamientos en los cuales la gran masa participaba bajo el reclutamiento forzoso o sobre la base de lealtades regionales en extremo pasionales y ciegas, pero siempre como grupo sometido. Si hay dos campos que de entrada presenten una aguda vinculación en el siglo XIX, son éstos los de la política y la educación, al punto de producir esa curiosa síntesis tan nuestra que une en un solo personaje al político de partido con el catedrático, como es el caso de figuras como las de Ezequiel Rojas y don Miguel Antonio Caro.
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Miguel Antonio Caro, en la galería de notabilidades colombianas, realizada por el fotógrafo Aristides Ariza, 1910. Caro era representante de la síntesis del político de partido con el catedrático, característico del siglo XIX. De ahí la sensibilidad de los políticos hacia los proyectos educativos, en su época.
Por ello mismo los partidos políticos y sus voceros pudieron mostrar a lo largo del siglo una sensibilidad tan extrema hacia el campo de los proyectos educativos. Parece como si hubiera existido una conciencia clara de la significación que adquiere una determinada orientación educativa cuando se trata de organizar una república y construir una ética y una política que dominen de manera legítima en un ámbito nacional. Y todo ello se expresó desde luego en el inmenso movimiento de reformas que el país conoció desde el inicio mismo del gobierno del general Francisco de Paula Santander hasta la Constitución de 1886, pasando por la contrarreforma de Maria-
no Ospina Rodríguez en 1842 y 1844 la declaratoria de libertad de enseñanza de mitad de siglo y la reforma radical de 1870, reforma que sin duda constituyó «la edad de oro de la educación en Colombia», y que es el antecedente inmediato del período que nos proponemos estudiar. Pero, por paradójico que pueda parecer, esa sobresaturación de reformas y proyectos no se correspondió en mayor medida con el plano de las realizaciones prácticas. Frente a una población que de manera reducida pero estable no dejó de crecer a lo largo del siglo, el sistema escolar se mostró siempre incapaz para ofrecer a los recién estrenados ciudadanos la dosis mínima de escolaridad que supone una participación democrática en la vida de la sociedad y el Estado, y mucho menos de acercarse al ideal de una escuela nacional y de masas. Aún a principios del siglo xx, en 1912, nos encontramos con el hecho desalentador de que más del 80 % de la población continuaba bajo el flagelo terrible del analfabetismo, aunque habría que distinguir con más cuidado situaciones regionales. Así por ejemplo, mientras que Antioquia, que confió más su educación a pedagogos que a políticos, y en donde el conflicto entre la Iglesia y el Estado fue atemperado por la religiosidad común de todos los grupos, había reducido desde tiempo atrás su porcentaje de analfabetismo a una cifra cercana al 60 %, Boyacá lo mantenía por encima del 90 %. El caso es que, dentro de una sociedad esencialmente campesina, las pocas escuelas y colegios existentes funcionaban en los núcleos urbanos, y a pesar de los innegables esfuerzos hechos a lo largo del siglo para aumentar el cubrimiento educativo, la población en edad escolar siempre creció más rápidamente y las asignaciones presupuestales siempre fueron limitadas, a lo cual se sumaron problemas políticos y religiosos, incluso bajo la forma de guerra civil, que trastocaron siempre la vida de la enseñanza. En páginas memorables en donde quiso recordar
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su vida de maestro, Baldomero Sanín Cano puso de presente esa relación entre escuela y política, pues, según cuenta, en 1879 hubo revolución parcial contra el estado soberano de Antioquia con parálisis de los estudios, «durante la cual todos los alumnos salimos a campaña en persecución de guerrillas...» El cuadro general de la educación en el siglo XIX muestra bien que las destrezas y habilidades necesarias para desempeñarse en el mundo del trabajo seguían trasmitiéndose en el medio familiar o en las propias faenas de las haciendas y latifundios a los que desde muy temprana edad se vinculaban los niños. Y en cuanto a las «nociones necesarias para vestir la vida de un poco de fantasía y resignación», y para someterse a ciertas normas mínimas de convivencia, es claro que eran aseguradas por la doctrina de domingo en la parroquia y por el a veces terrible sermón pronunciado en el púlpito. La reforma educativa radical de 1870 Después de 1860 y bajo la vigencia del federalismo, que la fracción radical del partido liberal había logrado imponer en la Constitución de Rionegro en 1863, se abre uno de los períodos de reforma educativa más significativos de nuestra historia, no sólo por el alcance político y cultural intrínseco del proyecto, sino por sus realizaciones prácticas, sobre todo en el plano de la escuela pública a la que la reforma declaró obligatoria y gratuita. La reforma radical colocó de un lado a los grupos que se comprometieron en su defensa y que fueron llamados «instruccionistas» por su apego a la fórmula liberal que concebía el sistema de enseñanza y la instrucción pública como la palanca central en el camino de la libertad, palabra que se cuidaban de escribir antes que la de progreso, que sólo venía a continuación. Y del otro lado los enemigos de la reforma que consideraban la escuela obligatoria como una intromisión ilegítima del
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Estado en terrenos que no le correspondían, y encontraban la reforma sospechosa de una tendencia antirreligiosa que echaba por tierra uno de los valores supremos legado por la tradición, ya que tenían ante sus ojos el antecedente de la supresión de las comunidades religiosas en el año 1861. Este grupo fue motejado con el epíteto despectivo de «ignorantistas» o partidarios de la ignorancia, y llegó al punto de organizar, ya en 1872, «sociedades católicas», partidarias de la acción directa para la defensa de la religión en peligro. Aunque debe advertirse que ninguno de estos grupos puede ser identificado de manera directa con uno cualquiera de los partidos tradicionales en Colombia, en el nivel del ideario educativo, la reforma radical fue un proyecto que plasmó con nitidez lo mejor del espíritu civilizador del liberalismo en nuestro medio. En primer lugar, la confianza plena en que la expansión del sistema de enseñanza es la única garantía que puede otorgar un contenido real a las instituciones democráticas. En segundo lugar, y éste fue tal vez el punto que más levantó los ánimos en su contra, la exigencia de separación del poder civil y eclesiástico en el sistema escolar, sistema que en nuestra sociedad había sido controlado durante todo el período de dominación hispánica por la Iglesia, algunos de cuyos miembros resultaban ahora muy afectos a ideologías antirepublicanas. Y, finalmente, la reivindicación de la función docente del Estado, al incluir la educación dentro de la órbita de sus deberes y derechos, y entender tal función como una de las formas en que el Estado expresa su soberanía. Lo que más llama la atención en el intento educativo del radicalismo es la forma integral como buscó enfrentar la situación educativa y cultural del país en todos sus niveles. Una administración unificada y directamente controlada por la recién creada Dirección Nacional de Instrucción Pública, adscrita a la Secretaría del Interior, y
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una visión pedagógica y política que incluía a los alumnos, a los maestros y a los padres de familia, a los que se intentó comprometer —tan sólo con éxito relativo— como soportes sociales de la reforma. Al lado de ello una estrategia financiera y de manejo administrativo distribuida entre el Estado central, los estados federales y los distritos municipales, quedando las tres instancias así comprometidas en el esperado despegue educativo. En el plano de la educación superior, constituye mérito del proyecto radical la organización de la Universidad Nacional, en 1886, bajo la presidencia del general Santos Acosta, siendo sus primeros rectores Ezequiel Rojas y Manuel Ancízar, y sus facultades iniciales las de jurisprudencia, filosofía y medicina, a las que se agregaba un sistema de escuelas en su mayor parte de carácter técnico: ingeniería, arquitectura y una más de artes y oficios. Sus catedráticos fueron lo más destacado de la elite intelectual del período —sin exclusión de los conservadores— pero su funcionamiento conoció las dificultades habituales de presupuesto y una álgida polémica sobre el carácter obligatorio de la enseñanza de los textos de Destutt de Tracy y Jeremías Bentham, discusión que escondía mucho más. pues detrás se agazapaba la polémica que la Iglesia y un sector de los intelectuales conservadores habían montado sobre lo que Miguel Antonio Caro llamó los abusos del «Estado docente». Y en relación con la formación de maestros vino por primera vez al país, en 1872, una misión pedagógica alemana compuesta por nueve educadores formados en las teorías de Pestalozzi y Froebel, y aunque conocieron las dificultades del idioma y de las costumbres, la falta de recursos materiales y ciertas dosis de persecución religiosa por su pertenencia al protestantismo (con excepción de los dos enviados a Antioquia, que fueron católicos), ya al final del año habían logrado organizar más de veinte escuelas normales en la mayoría de los estados. A esto se agregó
el gran acierto que constituyó la fundación de la revista La Escuela Normal, con un tiraje de más de tres mil ejemplares cada dos semanas y que, aunque órgano de la Dirección Nacional de Instrucción Pública, no se limitó a la publicación de leyes y decretos sino que se encargó también de la tarea de difusión de los principales temas pedagógicos de la época. Sin embargo, fue en el campo de la instrucción pública en donde el radicalismo y sus principales figuras, Santiago Pérez. Dámaso Zapata y Enrique Cortés, pusieron todo su acento, a través de múltiples esfuerzos y disposiciones que se condensaron en el decreto orgánico del 1 de noviembre de 1870 que declaró por primera vez en el país el carácter obligatorio, gratuito y rigurosamente neutral en el terreno religioso de la escuela pública. Sobre este último punto, la enseñanza religiosa, que fue motivo de los más enconados ataques, hay que enfatizar que la reforma no fue anticlerical ni mucho menos antirreligiosa. Se limitó a declarar la no intervención del Estado y a garantizar en las escuelas el tiempo suficiente para que los niños, «según la voluntad de sus padres, reciban dicha instrucción de los párrocos o ministros», aunque no resultó esto en garantía suficiente para los sectores más tradicionalistas. Esta enérgica política instruccionista que planteaba la reforma se reflejó no sólo en un amplio debate educativo sino, también, en un rápido y sostenido crecimiento de la escuela elemental. Si a mitad de siglo tan sólo 22.000 niños concurrían a la escuela, en el año de 1870 la cifra ya llegaba a 60.000, y en 1874 a 70.000. Y para el año de 1876 funcionaban en el país 1.464 escuelas con 79.123 escolares, lo cual señalaba según los informes oficiales un incremento de más de 327 escuelas y 27.177 escolares con relación a los datos de 1872. En el plano regional, Antioquia fue el estado de mayor crecimiento educativo bajo el régimen radical, debido al gran esfuerzo de las autoridades conservadoras antioque-
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Grupo estudiantil de un colegio femenino de Pamplona, a comienzo de siglo. El carácter obligatorio, gratuito y de neutralidad religiosa en la escuela pública fue formulado por primera vez por los políticos del radicalismo, en un decreto orgánico de noviembre 1º de 1870.
ñas durante el gobierno de Pedro Justo Berrío. Aunque opuestos por razones políticas y doctrinarias al decreto orgánico de 1870. la elite dirigente en Antioquia se sumó a la campaña instruccionista con éxito notable, colocándose enseguida con logros relativos los estados de Cundinamarca y Santander. Pero la lucha contra la política educativa radical estuvo presente desde su propia puesta en marcha. La Iglesia, y sobre todo sus jerarcas, secundados por una población creyente y con una acentuada capacidad de obediencia, le fueron hostiles desde el principio. En el Cauca, un fortín esclavista y aristocrático del siglo XVIII y región muy proclive a ideologías monárquicas y anti-igualitarias, el arzobispo de Popayán, Carlos Bermúdez, luego de regresar del Concilio Vaticano de 1870, abrió el ataque. Mediante pastoral de 1872 prohibía a sus fieles matricular a sus hijos en las escuelas públicas oficiales bajo amenaza de excomunión, y dos años después, en 1874, excluía a los estudiantes de las escuelas normales de cualquier participación en los ceremoniales de Semana Santa. Advertido por el director de Instrucción
Pública del Cauca sobre la inconveniencia de su posición y de los conflictos que podría generar, el prelado respondió: «No importa que el país se convierta en ruinas y escombros si la bandera de la religión puede elevarse triunfante.» Y en medio de la indiferencia o el rechazo soterrado de diversos grupos liberales, los representantes políticos del conservatismo desde la prensa y el Congreso clamaban por el «cambio educativo», exponían iniciativas para traer al país a los Hermanos Cristianos para la nueva tarea de moralización, e incluso los más extremistas y aguerridos convocaban al saboteo directo en contra de la escuela obligatoria y en defensa de la religión amenazada. Por su parte, un estado de control político conservador como Antioquia, por ejemplo, que tenía ya en 1871 algo más de doscientas setenta escuelas de hombres y mujeres entre públicas y privadas y una cifra cercana a los diecisiete mil alumnos, había rechazado el nuevo código de instrucción pública desde el principio, alegando contra su excesivo centralismo, y en esa región la expansión educativa se adelantó, pero bajo un contenido diferente de
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aquel que impulsaba la reforma. Cuando, finalmente, en 1877 Antioquia se sumó al nuevo código, lo hizo acogiéndose a las mismas variaciones que el Cauca le había impuesto y en un momento en que su acogida resultaba más bien formal, pues las fuerzas sociales de las cuales esa orientación educativa era estrategia ética y política entraban ya en franco retroceso. En el marco de una profunda crisis económica, vinculada como casi siempre a los avatares del mercado mundial, del desorden político y social que colocaba ahora en primer plano el problema del orden y bajo la atmósfera caldeada de una nueva guerra civil, que de manera práctica interrumpió la reforma, en el mes de agosto de 1876 aparecía el último número de La Escuela Normal como signo inequívoco de un proyecto que expiraba. Ya en 1880, como resultado de la guerra y de la parálisis de la reforma, el número de escuelas y de escolares llegaba tan sólo a 1.395 y 71.500 respectivamente, contra las 1.646 escuelas y los 79.123 estudiantes de 1876. Se abría entonces un nuevo período en la política educativa del país, tan complejo y tan rico en sucesos como el anterior, pero con una orientación y un juego de fuerzas sociales por completo diferentes. Regeneración y sistema educativo. La reforma constitucional de 1886: sus antecedentes generales y sus consecuencias educativas Al principiar la década de los ochenta, con la excepción de los representantes más fieles del ideario radical, el conjunto de la clase dirigente parecía encontrar un punto de consenso en que sólo el orden, la paz y la seguridad podrían ser los elementos a cuyo amparo se incrementarían la riqueza y la prosperidad que permitieran enfrentar el cúmulo inmenso de problemas a que el país se veía enfrentado. La difícil situación económica producida por la caída vertical de las exportaciones y la
respectiva ruina fiscal, a lo cual se agregaba el problema al parecer insuperable de las relaciones con la Iglesia, y casi veinte años de continua inestabilidad política manifiesta en sucesivos golpes, levantamientos y guerras civiles, entre cuyas causas no dejó de mencionarse a la educación, habían convencido a comerciantes, banqueros y terratenientes de la necesidad de una fórmula política alternativa que ante todo se hiciera eco del problema del orden. El federalismo de la Constitución de 1863, que expresaba el fraccionamiento regional vinculado al pasado colonial, a la ausencia de un mercado que integrara en términos económicos el país, y a la permanencia de caudillos locales con el tipo de lealtades y adhesiones regionales que ello suponía, había hecho crisis, y con la crisis federal hacía también crisis la fórmula radical que anteponía la libertad al progreso. Y en esa atmósfera, una intensificación creciente de las críticas conservadoras contra el sistema de enseñanza, con una recuperación precisa de posiciones que ya había logrado imponer la suspensión de leyes que limitaban ciertas actividades de la Iglesia. La nueva fórmula empezó a concretarse hacia 1880, cuando una coalición de conservadores y liberales independientes opuestos al radicalismo llevó a la presidencia en nombre del Partido Nacional al político cartagenero Rafael Núñez, antiguo radical, quien comenzó de inmediato un programa de reformas que apuntaban hacia el refuerzo de los poderes del ejecutivo. Reformas que no dejaron de tocar el campo educativo, pudiendo reconocerse ahí también los rasgos que caracterizaron el proyecto centralista emprendido por la Regeneración. Así por ejemplo, la ley 106 de 1880 autorizó al ejecutivo para modificar la organización universitaria, y bajo esta autorización fue colocada de inmediato la universidad bajo su control directo, eliminando toda posibilidad de control autónomo por parte de la propia institución.
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En relación con las orientaciones de la política educativa, la Constitución del 86 determinó derroteros claros e inéditos, ya que bajo la nueva concepción del Estado, en acuerdo con el papel desempeñado ahora por la noción de orden —dentro de un proyecto que se presentaba como de «salvación nacional»—, y en relación con la nueva función asignada a la religión, y sobre todo a la Iglesia como institución, respecto de los asuntos de la moral pública y privada de los ciudadanos y de los problemas del control social, el carácter del sistema escolar tenía que sufrir indudablemente alteraciones muy profundas. El artículo 41 de la Constitución declaró que la instrucción primaria costeada con fondos públicos «sería gratuita pero no obligatoria», volviendo atrás en relación con lo que había estatuido la Constitución del 63. La justificación doctrinaria de este principio, justificación que hay que buscar teorizada en Caro pero no en Núñez, tiene que ver con la concepción que la Regeneración propuso sobre las relaciones entre el Estado y el individuo en el plano de la iniciativa individual. Aunque el Estado está investido de funciones económicas y políticas que exigen su intervención en la vida social, como lo veremos más adelante, no puede impedir la libre competencia generalizando la enseñanza obligatoria y, aún menos, obligando a las familias a que envíen sus hijos a las escuelas estatales. La educación debe ser obra tan sólo de los particulares, limitándose el Estado a actuar allí donde no llega o no se interesa por llegar la iniciativa privada. El Estado, como agente educativo, no puede funcionar más que como complemento. El Estado estimula, protege y ayuda, pero ahí debe concluir el campo de su intervención. Ahora, más allá del complejo tejido interno de las justificaciones ideológicas en que este precepto se apoya, hay que decir que su realización significó en el plano práctico la renuncia constitucional al ideal de una escuela
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nacional única y el reconocimiento efectivo, en las condiciones de miseria material y cultural del país, de que la gran mayoría de los colombianos podía continuar tranquila por completo al margen de los rudimentos mínimos de la instrucción. Pero, por otro lado, garantizó las circunstancias para que más tarde la educación pudiera convertirse en un negocio rentable y, ante todo, dejó abierta una de las puertas jurídicas por donde años más tarde entrarían en una suerte de nueva colonización todas las congregaciones religiosas que desde entonces volvieron a monopolizar la educación, hasta más o menos 1930. Que a pesar de negarse a generalizar la escuela a través de su propia iniciativa, declarando su franco respeto
Rafael Núñez en 1893. Ya en su primer gobierno, en 1880, la ley 106 autorizó al ejecutivo para modificar la organización universitaria, con lo cual se sujetó la universidad al control directo del presidente, muy de acuerdo al centralismo que caracterizaría a la Regeneración.
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Alumnos de una escuela de la población de Chía, a mediados de los años 20. El control eclesiástico sobre la educación, garantizado por la Constitución y el concordato, incluyó la enseñanza obligatoria y excluyente de la religión católica.
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por la libre concurrencia, el Estado hubiera reivindicado para sí al mismo tiempo la suprema inspección y vigilancia de la educación, no debe ser algo visto como una «contradicción». Es más bien la constatación de la existencia de una estrategia por lo menos doble, pues a pesar de las garantías establecidas para la iniciativa particular y del terreno cedido a la Iglesia en la enseñanza, el Estado siempre mantuvo la disposición que le permitía, por lo menos como posibilidad, la «suprema inspección y vigilancia» por parte del poder central. Pero en lo que tiene que ver con las orientaciones educativas, posiblemente la modificación de mayor trascendencia fue la que resultó como el producto más genuino del nuevo tipo de relaciones entre la Iglesia y el Estado que determinó la Constitución del 86, la que desde su encabezamiento declaró a la religión católica como la de la nación, asegurando su protección por parte de los poderes públicos al considerarla con toda justicia como «un elemento esencial del orden social», y determinando por tanto que «la edu-
cación pública será organizada y dirigida en concordancia con la religión católica». Esta entrega de la enseñanza a la tutela de la Iglesia, que las condiciones prácticas volvieron aún más completa, resultaba de la consideración de la nación como católica en su totalidad, y fue complementada y reforzada un año después a través de la firma de un concordato entre la Santa Sede y el gobierno colombiano. La existencia de concordatos entre el Vaticano y los gobiernos nacionales debe situarse en el marco de la renovada estrategia política del papado, ahora conducida por el pontífice León XIII, quien buscaba sacar a la Iglesia católica de su pérdida de poder y aislamiento de la escena internacional en un siglo que se había caracterizado de manera dominante por sus tendencias liberales y laicas. Y para el partido conservador colombiano significó algo tan importante como el logro de una posición cosmopolita que adhería a una de las fuentes de mayor influencia de las «políticas sociales del orden» en ese período, fuente que al mismo tiempo ofrecía la posibilidad de ser
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presentada, con buenas razones, como uno de los fundamentos históricos de la nacionalidad colombiana, al tiempo que, por otro lado, y con una idea muy curiosa de moral política, fustigaba al partido liberal por su carácter exótico y ajeno a nuestras tradiciones, según lo expresaban los más conspicuos ideólogos conservadores. El control eclesiástico sobre la educación, control que la Constitución y el concordato aseguraban, comprendió, entonces, la enseñanza obligatoria y excluyente de la religión católica y la observancia de las prácticas piadosas que le corresponden; la facultad de imponer de manera unilateral los textos de religión, filosofía y moral; el derecho de denunciar y hacer excluir a todo docente que pudiera aparecer como sospechoso de creencias religiosas o morales distintas de las que el Estado sancionaba como oficiales; y la interferencia de todo contenido literario o científico en la enseñanza por el ojo vigilante de la clerecía, aunque se tratara por entero de terrenos que excedieran su competencia. A todo lo cual se agregaba, si se recuerdan algunas de nuestras tradiciones históricas, un clima de ardorosa intolerancia y fanatismo cuyos efectos nunca han dejado de hacerse presentes en cada una de nuestras luchas sociales. Firmado el concordato, Núñez podía emocionado escribir a Caro: «El gran arreglo con la Santa Sede está ya firmado. Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad.» Ahora bien, antes que tratar de analizar, o siquiera imaginar, con todo detalle los efectos culturales inmensos de esa aceptación constitucional de la religión católica como doctrina oficial y de la consecuente entrega de la enseñanza a la Iglesia, hay que tratar de dilucidar las circunstancias y condiciones que le dieron fundamento histórico dentro de un proyecto político regido por una manifiesta voluntad de orden. De un lado aparece ahí, sin duda alguna, una de las contribuciones mayores del conservatismo al nue-
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vo ordenamiento jurídico del país, principalmente a través de la marca de un político insistente, doctrinario, en grado sumo católico y ultramontano como lo fue el señor Caro. Pero en el caso de Núñez la situación es más compleja si pensamos en su anterior radicalismo de juventud y su reconocido escepticismo religioso. Esto se aclara un poco si, de otro lado, recordamos su acentuado realismo y su experiencia de vida europea, un continente que había visitado en una época como la de la Comuna de París. Haciendo referencia de manera explícita a los movimientos sociales proletarios, escribía Rafael Núñez: «En la hora que marca el cuadrante de la humanidad, el desarrollo y fortificación del sentimiento religioso vuelve a ser el arca de la civilización», agregando más adelante lo siguiente: «La república espiritual con su aureola de esperanzas infinitas, debe venir en socorro de la república laica.»
La cartilla de Baquero en un anuncio publicado en "El Heraldo", de Bogotá, en 1890.
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Hasta un punto que asombra por su lucidez, para Rafael Núñez era evidente el papel de una ética, lo que él denominaba «el principio moral», en la dirección de la vida colectiva. «La sociedad no puede existir sin un principio moral», decía haciendo referencia a la situación interna del país, para agregar: «y ese principio moral se ha evaporado entre nosotros dejando un hondo vacío que sólo podrá ser llenado por un cristianismo práctico». Y en otro lugar hablará de la necesaria predicación evangélica para pacificar los ánimos, pacificación «sin la cual el orden social no dejará de ser un problema indefinido». Incluso en textos tardíos, volverá a recordar la vigencia de ese «principio moral» que no puede ser sustituido por «facultades extraordinarias y recursos legales». Fogoso polemista dominado casi hasta la obsesión por el problema del orden y la autoridad, ¿acaso no había sido él quien, con respuesta anticipada, había preguntado en uno de sus escritos de la reforma política: «¿Quién da la ley en Colombia, el patrono o el obrero?» Pero en el uso, al parecer bastante instrumental, de un «cristianismo práctico», tal como resultaba de la orientación católica de la enseñanza, hubo mucho sentido práctico y realista, un sentido muy atinado de las condiciones concretas en que era posible, dada la situación del país y sus tradiciones, un proyecto nacional de dominación política, y ese sentido realista, práctico y concreto se encontraba bien presente en el hábil político que fue Núñez. A finales del siglo XIX en Colombia sólo una institución, la Iglesia, tenía la amplitud y solidez, la legitimidad y aceptación necesarias para enfrentar a través de la acción y prédica moral, en general bastante cohercitiva, los problemas de la seguridad y el orden, la tranquilidad y la paz que la Constitución del 86 implicaba y, por qué no decirlo, que el desarrollo del país exigía. En esos años, y más allá de la evaluación que hoy día se pueda hacer de sus consecuencias, la Iglesia aparecía para la mayoría de los miem-
bros de la clase dirigente, aunque el liberalismo tardara más en reconocerlo, como la única institución capaz de establecer una ligadura ético-religiosa eficaz dentro de un país extenso y desarticulado, con extremadas desigualdades sociales, raciales y regionales con una peligrosa tradición de sectarismo político siempre a punto de explotar, y un país que en medio de una gran crisis intentaba recorrer ahora el camino de su unificación nacional a través de un cambio «desde arriba> que había excluido cualquier participación popular que más adelante le hubiera podido dar algún viso de legalidad, y cuya armazón jurídica fu< producto de las reformas constitucionales de 1886. En el punto concreto del sistema educativo, la Iglesia era la única institución poseedora de un aparato burocrático centralizado doctrinaria y organizativamente, con la ascendencia y el respeto que las grandes masas de un país culturalmente atrasado le profesaban y en donde nunca el anticlericalismo radical había sobrepasado los límites prudentes de una elite ilustrada, pero minoritaria y urbana. Desde luego, también la única institución con una larga experiencia educativa que le venía de tres siglos de dominación colonial, en que de manera monopolista había controlado el aparato educativo. Pero la única también con una propuesta y un saber pedagógicos probados, que no sólo armonizaban a la perfección con los fines sociales asignados a la educación por el nuevo ordenamiento constitucional, sino con el tipo de sujeto, de hombre y ciudadano que el nuevo proyecto de dominación se colocaba como meta. Y la única también que contaba con recursos materiales y humanos, tanto internos como externos, para colaborar con el proyecto en el plano educativo. Sobre la base de ese marco constitucional y en una atmósfera cada vez más abierta de represión política e intelectual que no dejó de ser ajena al desenvolvimiento de la educación, por lo menos en los estudios universita-
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"El escolar hispanoamericano", cartilla publicada por las directoras del Colegio Pestalozziano de Bogotá, a comienzos de siglo.
rios, se puso en marcha la nueva orientación del sistema educativo. Los Anales de Instrucción Pública fueron sustituidos por la Revista de Instrucción Pública y continuaron apareciendo ahí artículos con información nacional e internacional sobre teorías y procedimientos educativos, pero lo fundamental, la discusión educativa y pedagógica que había tratado de extender el radicalismo a maestros y padres de familia cesó, como lo com-
prueba la gradual pero efectiva desaparición de un periodismo pedagógico que en la década de los setenta habían conocido muchas ciudades del país, y que encarnaba la casi única perspectiva cultural para la mayoría de docentes y la posibilidad de formación en un nivel local de un pensamiento pedagógico propio. En el plano legislativo, la aplicación de los principios constitucionales del 86 dio lugar, ya en el año de 1892, a
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la promulgación de la ley 89 y del respectivo decreto reglamentario número 349, del mismo año, reglamentación que se conocerá luego como el plan Zerda de Instrucción, que buscaba trazar normas de organización nacional para la enseñanza e imponer un sistema de educación nacionalmente unificado «hasta donde sea posible», como de manera explícita lo reconocía el propio plan, pues a pesar de que la Constitución del 86 hubiera sometido formalmente a los antiguos estados soberanos, por muchos años más las estructuras locales y regionales de poder, que eran las que efectivamente marcaban de manera cotidiana mucho del carácter de las prácticas educativas, continuaban funcionando como los centros básicos de decisión. Pero la vigencia del plan Zerda, cuyas prolijas orientaciones serían recogidas y ampliadas por la legislación educativa de 1903-1904. fue efímera. Antes de poder encontrar una aplicación efectiva en el camino se tropezó de nuevo con la guerra civil, primero en 1895 y luego, a finales del siglo, con la guerra de los Mil Días, la más larga guerra civil que el país haya conocido en toda su historia, y que apareció como un escollo decisivo para el logro de una organización educativa estable. La guerra de los Mil Días produjo sobre la educación más devastaciones que cualquier conflagración anterior. Las facultades universitarias se desorganizaron por completo y su población escolar se vio sensiblemente reducida. Las escuelas públicas vieron cerrar sus puertas a todo lo largo del país. De los colegios de segunda enseñanza, el gobierno y los insurrectos sacaron buena parte de sus cuadros militares superiores. Los locales escolares, de nuevo convertidos en cuarteles y centros de reclutamiento, resultaron otra vez los lugares indicados para albergar «los cuerpos de guarnición o los batallones que hacían noche para continuar después la marcha», según nuevo testimonio del maestro Sanín Cano. Como tantas otras cosas en el país que terminaba la centuria, la reforma
educativa producto de la Regeneración debía esperar el nuevo siglo para encontrar la base segura de aplicación, sólo que la encontraría en un período nuevo, la «hegemonía conservadora», que por algunas orientaciones particulares no puede asimilarse sin más a la Regeneración nuñista, y período que en los planos educativo y cultural profundizaría de manera práctica los aspectos más tradicionalistas que la Constitución, el Concordato y el plan Zerda ya incluían, y que de manera lenta pero efectiva venían ya marchando en muchas de las instituciones educativas que la Iglesia había empezado a controlar, sobre todo en regiones como Cauca, Antioquia y, en parte, Cundinamarca; lento pero inexorable proceso que tal vez le otorga verdad a un aforismo de Núñez cuando se lo aplica a su propia obra de «salvación nacional»: «[...] pero todo ideal sufre al ponérsele en obra». A menudo se escribe, con poca justicia, que la Regeneración frenó de manera terminante la expansión educativa que caracterizó el período federal. Sobre este aspecto es prudente puntualizar lo siguiente: de una parte, la expansión educativa federal, que nadie puede negar, fue localizada para algunos años y estados particulares. Pero, por otro lado, en los años que cubre la Regeneración, más o menos de 1880 hasta el fin del siglo las tasas de escolaridad no dejaron de crecer, con la excepción lógica de los años de guerra, pero lo hicieron en forma similar a todo el siglo XIX, a ritmos muchísimo más lentos que los de crecimiento de la población en edad escolar. Pero un crecimiento moderado es innegable. Así por ejemplo, de una cifra inicial de 71.070 escolares de ambos sexos matriculados en la escuela pública en el año de 1881. se pasa para el año de 1890 a una cifra de 99.215 escolares, y a la de 129.682 casi al final del siglo, en el año de 1897. Así mismo, se achaca a la política educativa de la Regeneración una ampliación inmediata del sector escolar privado. Sin embargo, los pocos datos
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73 Aviso del Colegio Pestalozziano de Bogotá, en 1893, "regido por los métodos oral, objetivo y subjetivo de Pestalozzi y de Froebel". Una misión pedagógica alemana había introducido al país las teorías de estos educadores, en 1872.
conocidos, por ejemplo la pequeña cifra de 7.800 escolares para 1897, no confirman esta idea. Ese proceso de crecimiento del sector educativo privado es cierto, y se relaciona jurídicamente con algunas de las modificaciones de 1886, pero de manera inmediata no coincide en el tiempo con el proyecto regenerador, ya que la educación privada como fenómeno de significación social no adquirirá fuerza hasta fecha mucho más tardía. Un punto de importancia por considerar finalmente es el que tiene que ver con el interés educativo creciente en algunas regiones que en el período federal no habían mostrado ninguno pero, en cambio, habían sido opositores aguerridos del proyecto de enseñanza de los radicales. Es el caso de la región caucana que logró aumentar el número de sus escuelas de 204 en 1888 a 284 en 1896, y cuyo número de escolares pasó de 12.887 a 22.592 matriculados en la escuela pública en el último año mencionado, aunque en verdad de ese número tan solo asistían unos diecinueve mil a las clases, según lo informaba el gobernador a la asamblea departamental en el propio año de 1896, agregando a renglón seguido: «Como se ve. la Regeneración ha sido
especialmente propicia para la educación popular.» Ese inusitado interés por una esfera de actividad años atrás descuidada, puede ser relacionado con la entrada en el Cauca de congregaciones católicas que manejaban muchas escuelas públicas que. por lo demás, eran sostenidas en el plano económico con fondos oficiales. Sea el caso de los Hermanos Maristas, que controlaban escuelas masculinas, o el de las Hermanas de la Caridad, que regentaban escuelas femeninas, desde 1889. En su mensaje a la asamblea, el gobernador se refería a tales escuelas cristianas como «esperanza segura de recuperación social», mencionando a la vez un mensaje de la asamblea departamental que, en 1890, había recordado cómo la «instrucción, para que sea sólida y cristiana», tendría que darse en establecimientos conducidos por instituciones religiosas «donde se empieza a formar el corazón de la niñez, base indispensable de toda instrucción». Así mismo había adoptado la asamblea del Cauca la ordenanza número 9 del año 1890 para que se fundaran escuelas públicas para varones en todas las capitales de provincia bajo la dirección de los Hermanos Cristianos.
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Alumnos y profesoras de una escuela de Pasto, pertenecientes a la cruzada eucarística, hacia 1929.
Este hecho, aunque aún regional, y traído a cuento solamente como un ejemplo, es realmente significativo porque muestra en germen la tendencia que se constituirá como dominante en la educación primaria y secundaria de los primeros treinta años del siglo xx: el control de buena parte de la enseñanza, tanto la correspondiente a las elites como aquella otra que especialmente se diseña para las clases pobres, por las congregaciones católicas, pero casi siempre bajo subsidio económico oficial, y que les dará a la técnica y al saber pedagógicos esa modalidad especial que bien puede ser llamada «pedagogías católicas», como aquellas de Don Bosco y La Salle que ya muchas declaraciones de Núñez habían valorado en toda su importancia en sus esfuerzos para la moralización de las clases pobres. Sobre la base de las orientaciones del Concordato y la Constitución y de las legislaciones provenientes del plan Zerda y de la ya próxima legislación de 1903 y 1904, serán las pedagogías católicas las que ocupen el lugar quitado al discurso educativo y pedagógico radical con su ética ciudadana y democrática; y los esfuerzos por una educación liberal y laica, naturalista y experimental, per-
manecerán más o menos marginales hasta la década de los veinte, cuando despertarán de nuevo llenos de vida. La reforma educativa de 1903 El siglo xx se inicia para la sociedad colombiana en medio de una confusión política y social como hace tiempo no se recordaba. En su forma original la Constitución del 86 había hecho crisis, pues su ofrecimiento más preciado, la «paz científica», para repetir la expresión común a muchos de sus promotores, encontraba reflejada su imagen en el espejo del frente bajo la figura poco optimista de una cruenta guerra civil de tres años, una larga guerra de Mil Días. A pesar de algunos signos que anunciaban la prosperidad viajando «a lomo de mula», pues algunas regiones habían iniciado ya el camino del café, el balance de la guerra en cuanto a destrucción de riqueza, muerte, enfermedad, miseria y desmoralización era bastante desolador para una gran parte de la población que, renunciando a una ética del trabajo con la que difícilmente aceptaba comprometerse, prefería traspasar el umbral más conocido de la cantina amable. El partido conservador
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que religiosamente se confesaba en la mañana y en la tarde, se encontraba ya perpetuado en el poder en forma excluyente y al parecer indefinida, y del radicalismo liberal la guerra no había dejado sino una sombra tenue. Tardarán muchos años para hacerse sentir las huellas que la guerra de fin de siglo impuso sobre el liberalismo hasta el punto de transformarlo de lo que era a principios de siglo, un refugio de generales agrarios derrotados, en partido de una clase en ascenso que establece diálogos y alianzas con los movimientos sociales modernos, y todo ello en un lapso menor a los treinta años. Y a la caótica situación existente se agregaba el rudo golpe que para una conciencia nacional incipiente significó la pérdida, así llamada, de Panamá. Una mezcla compleja, en fin, de ese ambiente de derrota y confusión, pero también de algunas esperanzas no muy claras, que vive toda sociedad en época de crisis. Ese especial estado de ánimo que bajo su cara positiva sintetizará en los primeros años de este siglo el general Rafael Reyes al aconsejar a los colombianos guardar para siempre en el baúl las armas destructoras, olvidar los grados militares y empuñar, mejor, los instrumentos de trabajo. Dentro de ese contexto político y moral se produce la ley 39 de octubre de 1903, dictada bajo la administración del presidente José Manuel Marroquín, y siendo ministro de Instrucción Pública Antonio José Uribe, ley que, junto con el decreto reglamentario 491 de 1904, se considera como el fundamento jurídico del sistema educativo colombiano durante buena parte de la primera mitad de este siglo. Aunque retomó la mayoría de aspectos que ya se encontraban considerados en el plan Zerda de 1892, la ley orgánica, o «reforma Uribe», como también se la nombra, abordó de manera más global el problema educativo, sobre todo en relación con las funciones del Ministerio de Instrucción Pública, y volvió a repetir de manera taxativa la distribución com-
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partida del financiamiento educativo entre la nación, los departamentos y municipios, tal como figuraba ya en el plan Zerda. Pero en su contenido más general, su marco de orientación continuó siendo lo acordado por la Constitución del 86, sobre lo que nada fundamental avanzó: la preeminencia estatalmente asegurada de la religión católica en la enseñanza, la aspiración a la unidad nacional y el fomento de la riqueza como una de las metas del sistema escolar. En su exposición de motivos ante el Parlamento, Antonio José Uribe volvió a insistir en que el sistema de enseñanza era una de las causas del atraso del país y gran parte del origen de nuestras guerras civiles, al tiempo que atacaba la herencia colonial de letrados inútiles, recalcando la necesidad de obreros cualificados, con lo cual se hacía eco de muchas de las aspiraciones de una elite nueva, principalmente antioqueña, que se encontraba vinculada a los primeros impulsos de desarrollo industrial que el país empezaba a sentir. La reforma Uribe determinó como las bases del sistema educativo en Colombia, la educación moral y religiosa, la educación de orientación industrial en la primaria y la secundaria, sin desmontar el bachillerato tradicional, y para la universidad, lo que llamó «los
Antonio José Uribe, ministro de Instrucción en 1903, cuyo nombre se dio a la reforma educativa de ese año. Continuó la financiación de la educación entre la nación, departamentos y municipios, pero introdujo la orientación industrial en la primaria y secundaria, con énfasis en la educación cívica.
Niños de una escuela rural, jugando al aire libre. Nariño, años 20.
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estudios clásicos, severos y prácticos». Y esa triple base fue ahora complementada con una gran insistencia en el papel de la educación cívica que debería buscar en maestros y estudiantes el amor a la patria, con la obligación de propender en las escuelas y colegios por un nacionalismo bastante primitivo que debía «excitar el sentimiento de los niños por su país natal», con el recuerdo de sus héroes, la consideración de la bandera como «cosa venerable y sagrada» ante la cual hay que descubrirse, y «el canto diario del himno nacional». En cuanto a la escuela pública primaria, que se supone debe constituir la base y el pilar de un sistema educativo, en la ley orgánica quedó definida como «esencialmente práctica» y encaminada a dotar al alumno de nociones que lo habilitaran para el ejercicio de la ciudadanía y lo prepararan para el trabajo en la industria, la agricultura o el comercio. Pero a esta idea general y más bien vaga de escuela primaria, se agregó enseguida su división en primaria urbana con un ciclo de seis años, y primaria rural con un ciclo tan sólo de tres, y en donde la enseñanza sólo debía comprender «los puntos más importantes de las escuelas urbanas», acentuando una discriminación que adquiere todo su significado si recordamos que a principios del siglo más de las tres cuartas partes de la población colombiana habitaba en el campo, o por lo menos en poblaciones menores a los cinco mil habitantes. Y para ese 80 % el Estado determinó una educación de segunda categoría en donde a pésimas condiciones locativas, simultaneidad de cursos en una sola aula, salarios inferiores para los docentes y ausencia completa de cualquier tipo de material para el trabajo escolar, se agregó una estructura curricular compuesta tan sólo por la enseñanza de la religión, lectura, escritura y aritmética, a lo que en ocasiones se añadía la costura y el bordado para las mujeres, grupo de conocimientos que tiene un parecido asombroso con lo que fue usual en las es-
cuelas de primeras letras durante el siglo XVIII en la sociedad colonial. Por su parte el programa de estudios en las escuelas urbanas, medio en el que tan sólo habitaba un 18 % de la población aún en 1920-25, se vio mucho más favorecido, pues a las anteriores materias añadía la historia y la geografía. las ciencias naturales, el dibujo y la gimnasia, lo mismo que mejores locales, algunos pocos recursos didácticos y cierto grado de calificación del maestro, aunque en general esa calificación tendió a ser muy baja, pues no fue nunca grande el grupo de docentes formados en las escuelas normales que la propia ley orgánica había reglamentado y se proponía establecer en cada capital de departamento. Datos de 1919 señalan para todo el país 28 de tales escuelas, pero tan sólo con un total de 1.228 alumnos, divididos entre 484 hombres y 744 mujeres. Y en un censo parcial realizado en 1921, de 882 maestros, tan sólo 242 habían tenido estudios pedagógicos, mientras que los 640 restantes no poseían ninguna formación docente. Afirmación que de todas maneras debe ser modulada para las escuelas controladas por las comunidades religiosas que poseían un dispositivo pedagógico bastante refinado, que involucraba tanto el sometimiento del cuerpo como una forma particular de aprendizaje de los conocimientos, todo incluido dentro de una táctica general de moralización y preparación para trabajos prácticos de nivel muy bajo dentro de la jerarquía laboral. Pero en las escuelas públicas corrientes la enseñanza se apoyaba más bien en un «sentido común pedagógico» que utilizaba la memoria, la repetición y el miedo al castigo, o su aplicación efectiva, como la forma de un aprendizaje caracterizado además por ser oral y colectivo. Aunque en muchas formulaciones legales se hablara ya. a principios de siglo, del uso de la intuición y de la observación, expresando temas que de manera práctica no tendrán vigencia en la escuela pública sino hasta después de la reforma de 1927. el cuadro pedagógi-
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Una caricatura del sistema pedagógico publicada en "El Zancudo", a fines de siglo pasado.
co era bastante pobre y primitivo. El público de estas escuelas estaba constituido por hijos de trabajadores urbanos pobres (obreros, artesanos, trabajadores de las oficinas públicas y los servicios) que en general no avanzaban mucho en el ciclo de seis años; y otro grupo, que tal vez alcanzaba más años en la escuela, compuesto por hijos de comerciantes, empleados y funcionarios medios. Este tipo de escuela pública que produjo el período de la hegemonía conservadora se completaba con un sistema de inspección que buscaba concretar la presencia del ejecutivo en la vida cotidiana de la es-
cuela. Se trataba de un sistema definido como «constante y multiplicado», con una influencia para hacerse «sentir a cada instante», pues para esta concepción la escuela se componía de dos funcionarios: el maestro, que enseña a los niños, y el inspector, que dirige al maestro, vigila el cumplimiento de los reglamentos y controla la asistencia. Y al régimen de inspección se añadía el «policía escolar», cuyas labores se efectuaban fuera de la escuela, vigilando el comportamiento de los niños en la calle y realizando visitas a las casas cada vez que se presentaba la ausencia de alguno de ellos.
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Revista de gimnasia sueca en el Instituto Técnico Central, dirigida por el profesor alemán Hans Huber, septiembre de 1928.
Un último elemento que se agregaba a este engranaje era el de las juntas de inspección municipal que la ley 39 de 1903 creó y que estaban compuestas por los notables de cada localidad: el cura, el presidente del concejo municipal, el alcalde y un vecino nombrado por el inspector provincial. La tarea de estas juntas recaía, más que sobre la vigilancia de los niños y la marcha de la escuela, sobre el control político del maestro, pues no olvidemos que la ley hacía depender su nombramiento de los agentes directos del ejecutivo, mediando allí siempre la recomendación de un político, reforzando una estructura de lealtades clientelistas que tenían mucho arraigo dentro de la herencia socio-política del país. Es el pobre maestro de escuela que años antes había descrito don Tomás Carrasquilla, cuya precaria existencia laboral se encontraba siempre dependiendo de las buenas o malas relaciones con sus superiores políticos: el cura y el gamonal, y a quien la suerte le deparaba muchos meses en el año un salario retrasado que entre tanto debía suplir con la parte que de éste le llegaba en «especie», bajo la forma de regalos y «presentes» que la caridad, a veces interesada, de los padres de
muchos niños no dejaba de enviarle con alguna continuidad. En relación con la educación secundaria, la reforma Uribe distinguió entre una secundaria clásica, supuestamente especializada en «filosofía y letras», y una secundaria técnica en donde se enseñaban rudimentos de «cultura general», materias de aprendizaje profesional y algunas palabras de idiomas extranjeros, y a cuyo fomento se invitaba en forma prioritaria. La secundaria clásica, cuyo sector privado experimentó un crecimiento relativo, constituyendo una red al margen de cualquier control oficial, estuvo generalmente en manos de comunidades religiosas que se encargaron de la educación de los reducidos grupos de elite urbana, o de la educación de los hijos de propietarios de tierra que se desplazaban a las capitales para efectuar sus estudios. La secundaria técnica, casi siempre sostenida con dineros del erario público, se dirigía a grupos sociales de baja posición en la escala social, y estuvo vinculada también al impulso de escuelas de artes y oficios en donde se buscaba adiestrar a jóvenes pobres en el conocimiento y manejo de «máquinas aplicables a la pequeña industria». Y aún se trató de agregar
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Dotación del laboratorio de física de los padres jesuítas de Medellín, comienzos de siglo
al sector de la educación técnica una red de escuelas nocturnas municipales para los obreros que estuvieran impedidos, por edad o por otra razón cualquiera, de asistir a las escuelas artesanales. Se trataba de un esfuerzo de enseñanza «de los principios morales y religiosos y de las nociones científicas elementales», pero cuyos resultados no fueron nunca más allá del propósito expresado en la ley. Pero la secundaria técnica y las escuelas de artes y oficios sí fueron un propósito en alguna medida logrado, y fue ahí donde principalmente se instalaron de manera dominante las pedagogías católicas del cuerpo y el alma a que ya hemos hecho alusión, y que caracterizan tanto el sistema educativo durante medio siglo. Porque educación técnica y pedagogía católica fue un binomio inseparable durante el período que va de 1880 a 1930. Pero los orígenes y la función de la educación técnica durante la Regeneración y la hegemonía conservadora son un problema complejo que bien vale la pena examinar con un poco más de detenimiento. La orientación hacia los estudios técnicos empezó bien pronto en el siglo XIX, desde cuando un sector de eli-
te con vocación industrial decidió enviar a sus hijos a escuelas extranjeras «en busca de lo práctico». A nivel educativo local, ya el plan de Ospina Rodríguez en la década de los cuarenta la proponía, junto a su crítica del exceso de abogados y letrados, y aunque no fue orientación acentuada durante el federalismo, algunas regiones avanzaron en esa iniciativa. La Regeneración quiso impulsar la educación técnica, por lo menos bajo dos direcciones. De una parte, tratando de vincular educación y economía. Así, por ejemplo. Rafael Núñez cuando señala que las medidas de fomento de la riqueza exigen «un sistema adecuado de enseñanza como punto de partida». Pero, de otra parte, también la educación técnica fue pensada por la Regeneración con un carácter más bien de estrategia política que buscaba fortalecer a los grupos artesanales, a los que consideraba, son palabras de Núñez, como «la fuerza científica que debe servir de contrapeso o de fiel a los platos extremos de la balanza». Y en verdad hubo iniciativas que combinaron las dos direcciones. Sea el caso de una escuela de artes y oficios en Santander, propuesta desde 1876, destinada a formar artesanos instrui-
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Escuela Central de Artes y Oficios, de Bogotá, regentada por los hermanos cristianos (foto hacia 1910). Las escuelas artesanales, activas a fines de siglo, respondían a una nueva ética del trabajo y al empeño de formar, no eruditos ni letrados, sino "hombres y mujeres dignos y honrados".
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dos, y que empezó por traer algunos profesores extranjeros de París y de Bruselas, para arrancar en sus labores de manera oficial en 1888, con escuelas de talabartería, zapatería y herrería, celebrando su inauguración «con la fabricación de un azadón, cosa que el maestro de herrería ejecutó con rara prontitud y agilidad». Esta escuela, en los años siguientes, amplió sus talleres de enseñanza y se conformó como Escuela Normal Artesanal que publicaba su propio boletín, El Industrial, y en el año de 1891 graduó un pequeño grupo de diez nuevos artesanos. La Escuela vendía buena parte de su producción con ganancias e incluso enfrentó la guerra de fin de siglo de una forma curiosa, pues produjo «y vendía cartucheras y muchos más utensilios de frecuente empleo» en los combates. Esta escuela, que pasó a pertenecer al Instituto Superior Dámaso Zapata y fue dirigida por los Hermanos Cristianos, se mantuvo sin mayores transformaciones hasta la década de los treinta.
Tal como aparece en la legislación educativa de 1903, la aspiración a la educación técnica manifiesta de nuevo dos cosas muy importantes, que se añaden a los significados anteriores. Por una parte, las inquietudes de algunos grupos dirigentes que aspiraban a la creación de una industria nacional; y aquí de nuevo el papel de los antioqueños fue pionero, pues desde 1880 se habían aventurado en la producción cafetera y poseían una ética muy favorable al trabajo que se podía combinar con el empeño de la educación técnica bajo el molde de una idiosincrasia que combina al mismo tiempo una tendencia innovadora con pautas muy tradicionales de vida y una gran religiosidad, lo que resultó el mejor molde posible para la unión de la educación técnica en marcha con la actividad pedagógica de las congregaciones católicas, tal como efectivamente se dio. Esa ética del trabajo y del empeño técnico, que con claridad se manifiesta ya en julio de 1894, en una ordenanza de la Asamblea de Antioquia
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en donde se advierte que lo que le conviene al país no es la formación de eruditos ni letrados, «sino de hombres y mujeres dignos y honrados» con conocimientos que les sirvan «para atender prácticamente a la satisfacción de sus necesidades». Por eso pudieron contar desde 1864 con una Escuela de Artes y Oficios que hacia 1890 pasaría a manos de los Hermanos Cristianos. De ahí en adelante se producirían continuas fundaciones educativas para hombres y mujeres, y ya no sólo de educación técnica, ni tan sólo dirigidas a los grupos más pobres, y mostrando una combinación muy armónica de esfuerzos como la que había en el colegio de los salesianos en Medellín, que lograba unir en su dirección a industriales, comerciantes y a los propios padres salesianos. Por otra parte, esa urgencia por una educación técnica con que amanece el siglo expresa también el proyecto de moralización de un pueblo semidestruido después de la guerra de los Mil Días, y explica también, de nuevo, el
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éxito de las congregaciones religiosas en la enseñanza. Así, por ejemplo, las muy famosas y reiteradas declaraciones del general Rafael Uribe Uribe contra el alcoholismo, «por todos los medios preventivos y represivos posibles»; recomendando contra la taberna y contra la enseñanza teórica, el trabajo manual en las escuelas, «que inspira a las generaciones nuevas el amor a la industria, ennoblece las artes, educa el ojo y la mano y forma buenos obreros». En fin, éticas del trabajo, esfuerzos por mantener un sector artesanal, impulsos industriales, afán de moralización y una cultura católica que además la Constitución había institucionalizado. Un encuentro muy particular de circunstancias que, unidas a una notable experiencia de actividad pedagógica, produjeron el dominio de las congregaciones religiosas sobre la mayor parte del sistema de enseñanza, llegando a principios del siglo a 24 congregaciones y siempre ampliando su radio de acción. En 1892 reciben
Alumnos del Colegio de la Presentación, de Medellín, dirigido por las hermanas de la Caridad y fundado en 1879.
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del gobierno el ofrecimiento para que dirijan la Escuela Normal Central de Institutores. En 1905, el Instituto Técnico Central, que manejarán libremente hasta la República Liberal. Y consolidadas las diversas congregaciones en Antioquia y Cundinamarca, su extensión a partir de 1905 al Tolima, a los Santanderes y a Bolívar, al igual que su refuerzo en el Cauca, donde se encontraban desde el siglo pasado, según ya lo anotamos. Y ese movimiento de expansión y de consolidación dentro de una estrategia doble de penetración: en el nivel popular sobre todo, atendiendo instituciones en su mayor parte financiadas por el Estado, y en el nivel social más alto, controlando la mayor parte de las instituciones de educación del sector privado, tanto en la escuela elemental como en la secundaria clásica.
durante todo el período fue la creación de la Escuela de Minas de Medellín, la primera escuela moderna de ingenieros en el país. Pero en lo demás, la universidad tendría que esperar las reformas de López Pumarejo para que volviera a existir como Universidad Nacional, lo mismo que hubo que esperar a la promulgación de la ley 39 del año 1936, que creó algo de tanta importancia y de una proyección tan difícil de olvidar como lo fue la Escuela Normal, cuyos objetivos y propósitos han sido recientemente recordados por uno de sus primeros dirigentes con las siguientes palabras: «Estudio y agitación de las cuestiones educativas en orden al establecimiento de los problemas que afectan los destinos históricos del pueblo colombiano.»
En cuanto a la suerte de la educación superior universitaria en los años de la hegemonía conservadora es bien poco lo que hay por decir. La ley 39 de 1903 se limitó a sistematizar disposiciones que desde el inicio de la Regeneración ya habían sido conocidas, simplemente profundizándolas. El contenido de esas disposiciones puede ser descrito diciendo que la estrategia frente a la universidad fue la de la dispersión y el desmembramiento. Por eso apuntaron a la separación de cada una de las facultades, que pasaron a depender de manera inmediata de un consejo directivo compuesto por el rector y cuatro profesores que anualmente serían nombrados por el ejecutivo. Así mismo se determinó un control efectivo sobre el nombramiento de cualquier catedrático, y se decretó un privilegio especial para el Colegio Mayor del Rosario como institución universitaria por excelencia, con derecho completo de autonomía y con la vigencia completa de sus constituciones que, como se sabe, tan sólo databan, sin mayores reformas, de 1654. En fin, fueron años en que propiamente el país careció de una universidad nacional, y la única iniciativa realmente importante en este terreno
La reforma educativa de los años veinte Los años veinte vuelven a reabrir con toda fuerza la gran polémica educativa nacional, sobre todo a través de la preocupación de un grupo de intelectuales, pertenecientes a los dos partidos, por lo que se llamó el problema de «la degeneración de la raza». El debate, en el que participaron Miguel Jiménez López, Luis López de Mesa, Emilio Robledo y otros, terminó, como tendría que esperarse, en una discusión sobre las expectativas próximas y futuras del país, sobre «el estado y calidad de su población», y ya se adivina, sobre sus sistemas de enseñanza. Para el lamentable estado del país que resultaba del diagnóstico, el único remedio viable era la educación, lo que explica los afanes reformistas que marcaron el gobierno, modernizador y emprendedor, de Pedro Nel Ospina. Estos afanes de reforma se apoyaban también en una corriente educativa no por minoritaria menos importante, ajena a la educación de los hermanos cristianos y a las pedagogías católicas, como aquella que orientaba don Benjamín Tejada, un apasionado
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educador que, como judío errante, iba recorriendo a Antioquia y al viejo Caldas fundando institutos de enseñanza liberales y laicos, apoyado por padres pudientes que anhelaban para sus hijos otra educación y con jóvenes y avanzados discípulos, como el propio hijo de este Tejada, el alumno de la escuela normal de Medellín Luis Tejada, quien estuviera a punto de ser excluido de los estudios por su afición a la lectura del Emilio. Pero que, aunque con oposición del obispo, terminaría graduándose de maestro en 1916, después de presentar una tesis titulada Métodos modernos, en donde defendía propuestas que resultaban ciertamente innovadoras en el contexto de la educación del país. Esta tendencia laica y liberal tuvo la fortuna de encontrarse por el camino con los esfuerzos docentes del liberalismo, que excluido en buena parte de la burocracia y el Parlamento, había tenido que descubrir como estrategia de recuperación del poder, lo que se ha llamado «la vocación docente del libe-
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ralismo», anunciada ya en el plan de labores de 1916, en la plataforma de 1917 y de nuevo reiterada en la convención de Ibagué en 1932. De esta vocación son ejemplos notables la Universidad Libre y, sobre todo, en niveles elementales y medios de enseñanza, el Gimnasio Moderno, establecido por Agustín Nieto Caballero en Bogotá.
Un acto cívico en la Escuela Normal de Varones, en Medellín, 1919. En sus aulas estudió el maestro Luis Tejada, autor de la tesis "Métodos modernos", donde exponía propuestas de tendencia laica y liberal para la educación.
"Pleito estudiantil sobreseído", caricatura de Ricardo Rendón en la que aparecen Luis Felipe Calderón, Víctor Cano y José María González Valencia, este último ministro de Instrucción Pública de los presidentes Jorge Holguín y Carlos E. Restrepo.
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Mosaico de delegados al 2° Congreso de Estudiantes, reunido en mayo de 1911, publicado por "El Gráfico". Francisco Samper, José María de la Vega y Manuel Antonio Carvajal, por la facultad de derecho; Jorge H. Tascón, Jorge Bejarano y Julio Zuluaga, por medicina; Enrique Arboleda, José María Obando R. y Jorge Montoya, por ingeniería; Abel Marín, de la Universidad Republicana; Benjamín triarte, de odontología; Carlos Pérez, de la Escuela de Comercio, y Roberto Mantilla, por el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.
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Para emprender las anheladas reformas, el gobierno contrató una misión educativa alemana, después de los frustrados esfuerzos por evitar la oposición eclesiástica a una misión belga que debía llegar en 1923. La misión, compuesta de tres educadores católicos a los que se añadieron dos conservadores y un liberal, elaboró una serie de propuestas, cuidadosamente calculadas para evitar la hostilidad previsible de la Iglesia. Las propuestas incluían el establecimiento de la educación primaria obligatoria, pero con libertad para los padres de escoger el tipo de establecimiento deseado, la creación de un bachillerato que se diversificaría en clásico, comercial y científico, la libertad para que los colegios ofrecieran bachillerato a las mujeres, el establecimiento de un sistema de control público a la educación y la creación de una especie de normal nacional modelo en Bogotá. La oposición religiosa a estas propuestas llevó a que fueran substancialmente modificadas y no obtuvieran la aprobación parlamentaria. Pero los partidarios de la reforma educativa se encontraban ya en ambos partidos y la Iglesia misma comenzaba
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a dividirse. La visita del educador Octavio Decroly al Gimnasio Moderno, en 1925. permitió ver a grupos de educadores religiosos interesarse por sus enseñanzas, y desde 1924 el educador conservador Rafael Bernal Jiménez trataba de impulsar cambios importantes en la educación del departamento de Boyacá: allí se crearon bibliotecas escolares, se abrió el primer sistema de atención médica para los alumnos y se impulsaron experimentos pedagógicos. A partir de 1926 un educador alemán, Julius Sieber, vino a dirigir la Escuela Normal de Tunja. Además de un refuerzo de la enseñanza científica, esta escuela creó desde 1927 los primeros cursos para preparar licenciados en educación destinados a enseñar en el bachillerato. En forma paralela, se impulsó en Bogotá el Instituto Pedagógico femenino, encomendado a la educadora alemana Franzisca Radke, que ofreció a las jóvenes bogotanas la primera forma de educación científica moderna, orientada, como correspondía a la época, a la formación de educadoras primarias. Otros esfuerzos, encabezados por sucesivos ministros de Educación, lograron resultados apenas viAlumnos de la Universidad Libre, de Bogotá, conducen el cadáver del general Benjamín Herrera hacia el Capitolio, después de haberle rendido honores en su alma mater, el 1º de marzo de 1924. Herrera había fundado la Libre el 29 de marzo de 1922.
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sibles, dada la trama de intereses que debían enfrentar los reformistas. Sin embargo, todos los esfuerzos de estos últimos años de la década, en los que se conjugaron reformadores liberales y laicos con un sector modernizante del partido conservador, crearon un clima que permitió al partido liberal, ya en el poder a partir de 1930, ampliar, fundar y dar expresión jurídica a tales reformas en el gobierno de Alfonso López Pumarejo. Sin embargo, no es adecuado atribuir sus contenidos, sus puntos de apoyo o su génesis, de manera simple, al nuevo ordenamiento jurídico producto de la Revolución en Marcha, ni a los esfuerzos del partido liberal. La reforma educativa tenía más años de los que casi
siempre se cree, y por los esfuerzos que exigió y las energías que comprometió involucró a grupos intelectuales y a movimientos de ideas más amplios de los que se señalan regularmente. Se trata en todo caso de una reforma de importancia mayor que buscó, con relativo éxito tan sólo, vincular la educación del país a la modernidad por vez primera, y por eso, en una época, un siglo que define su contenido más profundo por la presencia en la escena histórica de los movimientos sociales, se planteó el problema de la educación democrática de las masas. Pero el análisis de este nuevo aspecto no es aquí pertinente, porque con él se abre un período por entero distinto al que hemos considerado.
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CABALLERO, LUCAS.
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La educación durante los gobiernos liberales. 1930-1946 Jaime Jaramillo Uribe Primeros proyectos de reforma
A
l iniciarse la década de los treintas el país afronta las consecuencias plenas de la gran depresión económica iniciada en 1929. En 1930 se produce el cambio político que puso fin a 45 años de gobiernos conservadores y accede a la dirección del Estado el doctor Enrique Olaya Herrera, llevado a la presidencia de la República por un movimiento conjunto de liberales y conservadores que se denominó la Concentración Nacional. Olaya y sus colaboradores, generalmente elementos moderados de ambos partidos, se dedicaron primero a conjurar los efectos de la crisis económica y luego a realizar algunas reformas políticas y sociales, muchas de ellas iniciadas en los gobiernos anteriores, pero siempre aplazadas y frustradas por el predominio de fuerzas tradicionalistas y adversas al cambio. Tal sucedía con los intentos de reforma del sistema educativo nacional. Las reformas recomendadas por la misión alemana traída al país por el gobierno del general Pedro Nel Ospina
en 1924 prácticamente habían fracasado, por la oposición de la Iglesia y de algunos sectores del Parlamento, no obstante que en la opinión pública existía la convicción de que sin un cambio en el sistema educativo no podría superarse el atraso económico y social del país. Al iniciarse el gobierno de Olaya Herrera el panorama educativo presentaba todavía el aspecto que había tenido en las primeras décadas del siglo. La tasa de analfabetismo llegaba al 63 % de la población en edad escolar, las escuelas normales eran insuficientes y bajo el nivel de preparación del magisterio; los planes de estudio y los métodos de enseñanza anticuados y rutinarios, tanto en la escuela elemental como en la enseñanza secundaria y en la universidad; la escuela rural cubría solamente sectores mínimos de la población campesina, la inspección escolar apenas si existía y el sistema educativo en general estaba prácticamente a cargo de las instituciones religiosas. No obstante las dificultades financieras producidas por la crisis, al iniciarse el gobierno de Olaya Herrera los anhelos de una reforma educativa volvieron a ponerse en primer plano
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secundaria. Carrizosa Valenzuela, que estaba vinculado a las corrientes pedagógicas que habían tenido origen en el Gimnasio Moderno, llamó a la dirección de la Inspección Escolar a Agustín Nieto Caballero. Los nuevos funcionarios iniciaron su labor visitando las diversas regiones del país y acopiando información sobre el estado de las escuelas, los colegios y las actividades de las autoridades locales. El panorama que encontraron fue desolador: altos niveles de analfabetismo, primitivas condiciones higiénicas y alimenticias, escasez de locales escolares, métodos disciplinarios y pedagógicos anticuados, maestros con precaria preparación. Sobre estas bases iniciaron el desarrollo de un plan de reformas. Comienzos de la reforma
"El último rosarista" caricatura de Ricardo Rendón alusiva a la pérdida de poder del clero, al ganar Olaya Herrera las elecciones en 1930.
de la política gubernamental y algunas sugerencias de la misión pedagógica alemana de los años anteriores adquirieron actualidad. Las experiencias llevadas a cabo en Boyacá para mejorar la escuela rural y el nivel biológico de la población infantil campesina a través de los restaurantes escolares que había promovido Rafael Bernal Jiménez tuvieron resonancia en otros departamentos. Cundinamarca. Tolima, Antioquia y Nariño, con la ayuda de instituciones como la Cruz Roja Nacional, organizaron programas de distribución de leche y promoción de huertas escolares destinadas a mejorar la instrucción técnica de los alumnos en prácticas agrícolas y a elevar su nivel alimenticio. En 1932, bajo la dirección del nuevo ministro de Educación Julio Carrizosa Valenzuela, se revivió el propósito de reorientar tanto la escuela elemental como la organización de la enseñanza
En primer lugar crearon la Inspección Nacional Educativa que permitiría tener bajo control del Ministerio de Educación Nacional no sólo los establecimientos de enseñanza públicos sino también los privados, con el fin de conseguir la aplicación de las reformas y el mejoramiento general de la enseñanza. La Inspección tendría tres secciones: Escuela Primaria, Bachillerato y Establecimientos de Educación Profesional. En realidad, debido a las restricciones presupuestales impuestas por la crisis económica que vivía el país, sólo la Inspección Primaria llegó a funcionar efectivamente. El núcleo de la reforma que intentaron el ministro Carrizosa Valenzuela y Nieto Caballero tuvo su expresión en el decreto 1.487 de 1932. Tratando de eliminar las diferencias entre escuela elemental urbana y rural, la enseñanza primaria de ambas fue dividida en un ciclo general de cuatro años y uno complementario de dos. En el primero se adquirían los conocimientos básicos de lectura, matemáticas elementales, geografía patria, historia y educación cívica, y el segundo se encargaría de dar una educación práctica en oficios agrícolas e industriales.
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La enseñanza secundaria sufrió también un cambio sustancial. La recomendación de la misión pedagógica alemana en el sentido de dividir el bachillerato en dos sectores, uno de formación general y uno complementario orientado hacia actividades prácticas profesionales, fue abandonada y en su reemplazo fue establecido de nuevo el bachillerato clásico de seis años, de orientación general humanística. De acuerdo con la concepción cara a Nieto Caballero, y siguiendo el modelo del Gimnasio Moderno, la enseñanza media debía conservar su carácter de formación general, sin orientación específica hacia actividades prácticas y profesionales, aspecto reservado en sus niveles elementales a las escuelas complementarias y en el plano científico y técnico superior, a la universidad. Ante los reiterados intentos que se harían en las décadas posteriores de dar al bachillerato una orientación que permitiera a sus egresados además de una formación general obtener una capacitación técnica que les permitiera alguna preparación para actividades productivas, el bachillerato conservaría por muchos años su orientación humanística, posición en que Nieto Caballero estaría acompañado por destacadas figuras de muy diversas orientaciones políticas.
El educador Rafael Bernal Jiménez, promotor de los restaurantes escolares en Boyacá, para mejorar la escuela rural y el nivel biológico de la población campesina, programa que tuvo resonancia en otros departamentos.
Agustín Nieto Caballero, fundador del Gimnasio Moderno, de Bogotá (1914), óleo de Inés Acevedo Biester. Llamado por el ministro de Educación Julio Carrizosa Valenzuela a la dirección de la Inspección Escolar en 1932, participó en la reforma educativa de ese año.
Formación de personal docente Otro aspecto de la reforma de 1932, que buscaba más cambios en la calidad de la educación y en las prácticas pedagógicas que en su ampliación cuantitativa, fue el de mejorar la capacitación de los maestros y profesores. Al efecto, los maestros deberían tener el título de bachilleres y luego cursar dos años de estudios pedagógicos para obtener el derecho de enseñar en la escuela primaria y cuatro para ser profesores de secundaria. Como centro para la formación de los nuevos docentes se fundó la Facultad de Ciencias de la Educación, anexa a la Universidad Nacional. La nueva facultad se puso bajo la dirección de Rafael
Bernal Jiménez, uno de los más entusiastas animadores de la reforma, quien había realizado una notable labor en la organización de las escuelas rurales de Boyacá y había iniciado allí la campaña en pro de los restaurantes escolares.
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Tomás Rueda Vargas, dibujo de Sabas Botzaris (1940), en la Biblioteca Nacional. Fue uno de los colaboradores de Alfonso López Pumarejo en la rama educativa.
La nueva Facultad de Educación, que más tarde durante el gobierno de Alfonso López Pumarejo sería transformada en la Escuela Normal Superior y trasladada al control directo del Ministerio de Educación Nacional, incorporó a su cuerpo de profesores a los antiguos alumnos formados en Tunja por el educador alemán Julius Sieber. Su objetivo era formar profesores en el campo de las ciencias naturales, la geografía y la historia, las matemáticas y las ciencias del lenguaje. Además de los discípulos de Sieber, la facultad contó con la colaboración de notables maestros como el padre Félix Restrepo, S.J. en el campo de la filología, Agustín Nieto Caballero, Germán Arciniegas, Luis López de Mesa, Juan Manuel Huertas y Norberto Solano, entonces uno de los más activos promotores de la reforma pedagógica en la escuela primaria. Dentro del mismo espíritu reformador se autorizó el otorgamiento del diploma de bachiller a la mujer con el fin de darle acceso a la universidad. Otro aspecto característico del período de gobierno de Olaya Herrera fue el comienzo de un acelerado desarrollo de la educación privada, es-
pecialmente de los establecimientos regentados por las comunidades religiosas. Aunque el gobierno mantenía la tradicional política de buenas relaciones con la Iglesia, el nuevo espíritu que en materias de educación comenzaba a vivir el país despertaba temores. Bajo los auspicios de la alta jerarquía eclesiástica, las congregaciones religiosas masculinas y femeninas iniciaron una activa etapa de fundación de escuelas, colegios y establecimientos universitarios. En 1931 la Compañía de Jesús funda la Universidad Javeriana, a cuyo frente se pondría el dinámico padre Félix Restrepo, quien en las décadas subsiguientes continuaría siendo el líder de la educación impartida por las comunidades religiosas Aunque la reforma educativa emprendida por el gobierno de Enrique Olaya Herrera representó un significativo antecedente de los cambios que emprendería más tarde el gobierno de Alfonso López Pumarejo, los logros fueron tímidos y limitadas las realizaciones. Dos factores le fueron adversos: las dificultades fiscales del Estado y el carácter de gobierno de transición política que tuvo el régimen de la Concentración Nacional. La Revolución en Marcha Durante el innovador y progresista gobierno de Alfonso López Pumarejo el liberalismo trató de llevar al campo de la educación su voluntad de cambio. Al asumir la presidencia de la República en 1934. López expresó su propósito de renovar el sistema educativo desde la escuela primaria hasta la universidad. El nuevo presidente pensaba que, sin cambios profundos en la educación, el programa económico, político y social del nuevo gobierno quedaría sin bases. El país industrial que empezaba a desarrollarse, los cambios esperados en la agricultura y la vida rural, las exigencias técnicas del mundo de los negocios requerían un nuevo hombre dotado de una mentalidad más realista, más acorde con las ne-
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cesidades del país, también más colombiano por su conocimiento de la historia, la cultura y los problemas de la nación. En su discurso de posesión se refirió al sistema educativo que recibía su gobierno con duras palabras de crítica: «En los talleres y en los campos vemos que nuestros hombres manejan sus instrumentos de trabajo al precio de un esfuerzo rutinario; el producto de su labor no les pertenece y todo lo que saben lo han aprendido por sí mismos. No tenemos verdaderos maestros en la enseñanza primaria y secundaria con excepción de algunos que adquirieron una formación suficiente por propia iniciativa. El Estado no se ocupa de dotar el país de institutores que sepan lo que enseñan y lo sepan enseñar. Nuestras universidades son escuelas académicas, desconectadas de los problemas colombianos, situación que nos obliga desgraciadamente a buscar en profesionales extranjeros lo que los maestros nacionales no pueden ofrecer para el progreso material y científico de la nación. Por su parte, el Estado desarrolla su actividad en un país que conoce mal, cuyos dirigentes ignoran sus posibilidades y sobre el cual se ha creado un tejido de leyendas. Nosotros mismos, los políticos, tampoco conocemos el terreno social que sirve a nuestros proyectos. Y en esta incertidumbre general sobre nuestra propia vida, perdemos nuestro tiempo elaborando conjeturas, teorías famosas y empíricas, sin que las estadísticas y las ciencias naturales y sociales faciliten nuestro trabajo que en estas condiciones resulta ineficaz.» El nuevo gobierno anunciaba, pues, su propósito de organizar un sistema educativo nacionalista, modernizador y democrático, capaz de preparar los obreros y técnicos que necesitaba la industria, los campesinos que requería una agricultura tecnificada y los ciudadanos, hombres y mujeres, que serían el soporte de una sociedad más democrática, dinámica e igualitaria, dotados no sólo de una moderna preparación científica, sino también de
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José Joaquín Castro Martínez, último ministro de Educación del primer gobierno de López Pumarejo (caligrama de P.L. Cipagauta en la revista "Pan").
El educador alemán Julius Sieber, rector de Educación de la Universidad Pedagógica de Tunja, gran formador de maestros.
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Estudiantes universitarios se manifiestan en el parque Santander, de Bogotá, en respaldo al gobierno de Alfonso López Pumarejo.
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Luis López de Mesa, ministro de Educación, inaugura con Germán Arciniegas una biblioteca popular en la población de Mosquera (Cundinamarca), enero de 1935.
una conciencia nacionalista, confiados en la capacidad y posibilidades de su país, capaces también de actuar con lucidez y sentido crítico dentro de las nuevas perspectivas políticas que presentaba el gobierno que se iniciaba. Dentro de este panorama, el gobierno de la Revolución en Marcha inició la tarea de reformar el sistema educativo en todos sus niveles, desde la escuela elemental urbana y rural, hasta la universidad. Lo primero que habría que hacer para dar realidad a sus proyectos era aumentar el gasto del Estado en educación. En efecto, gracias a la reforma tributaria adelantada por el gobierno como parte esencial de su programa de reformas políticas y económicas, los recursos totales del Estado aumentaron considerablemente, y en una proporción semejante los destinados a la educación. La ley 12 de 1934 ordenó dedicar a gastos educativos el 10% del presupuesto nacional, y si bien esta norma no se llevó a la práctica, los recursos destinados al Ministerio de Educación, que en 1934 fueron de 1.920.000 pesos, es decir, el 2,6 % del presupuesto nacional, en 1938 alcanzaban la suma de 7.609.000 pesos. Los
recursos financieros destinados a educación se habían cuadruplicado. La segunda medida necesaria sería la de dotar al Estado de instrumentos legales para adelantar la reforma. Para ello se introdujo el artículo 14 en la reforma constitucional de 1936, que autorizaba al Estado para que, «respetando el concepto de libertad de enseñanza, el gobierno pudiera intervenir en la marcha de la educación publica y privada, a fin de garantizar los fines sociales de la cultura y la mejor preparación intelectual, moral y física de los educandos», según rezaba la mencionada norma. Sobre esta base constitucional, numerosas leyes y decretos darían nueva organización, nuevas orientaciones pedagógicas y nuevos contenidos al sistema global de la educación. La escuela primaria urbana y rural, la enseñanza media, el bachillerato, la universidad, sufrirían cambios sustanciales. Se reestructuraría la inspección escolar como elemento de control de los nuevos rumbos, se fijarían los nuevos planes de estudio, se reorganizarían las escuelas normales y la Facultad de Educación creada durante el gobierno de Enrique Olaya Herrera; se formularía una nueva po-
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Escuela pública del barrio San Cristóbal, en Bogotá, a comienzos de los años 30. La paupérrima dotación obliga a los alumnos a sentarse en piedras y ladrillos. En 1934 el presupuesto nacional de educación significaba sólo un 2.6% del total; por ley 12 del mismo año, se ordenó dedicar un 10% del presupuesto nacional al sector educativo.
lítica de formación de maestros y un nuevo régimen para la carrera del magisterio; se daría acceso a la mujer a todos los niveles de la educación; se desarrollaría una nueva política de enseñanza industrial y se darían nuevos rumbos a los aspectos complementarios del sistema: las campañas sanitarias, nutricionales, recreativas y de formación física. Éstas, al menos, fueron las ambiciosas metas que en materia de educación se fijó el gobierno de la Revolución en Marcha, metas que con alternativas y variaciones, con diferencias de ritmo y prioridades conservarían los gobiernos de Eduardo Santos (1938-1942) y segundo gobierno de Alfonso López Pumarejo, terminado por Alberto Lleras Camargo (1942-1946). Su desarrollo y sus logros dependerían de las posibilidades y vicisitudes de la economía, la política y las circunstancias nacionales e internacionales del período, uno de los más difíciles y turbulentos de la historia contemporánea de nuestro país.
Las fuerzas actuantes y el ambiente histórico del período La necesidad de una reforma no era sólo la idea del presidente López. Era un ideal que el liberalismo como partido había inscrito en sus programas y que compartían también las nuevas generaciones, no sólo del nuevo partido de gobierno, sino también de sectores de la juventud conservadora y de las nuevas fuerzas del comercio y de la industria. En una palabra, era necesidad sentida por amplios sectores de la opinión pública. Para adelantarla, el gobierno de Alfonso López Pumarejo contó con un brillante grupo de intelectuales como Darío Echandía, Luis López de Mesa, Agustín Nieto Caballero, Tomás Rueda Vargas, José Joaquín Castro Martínez, Jorge Zalamea, Carlos y Juan Lozano y Lozano, Darío Achury Valenzuela, José Francisco Socarrás, Gustavo Uribe Arango y Germán Peña Martínez como ministros de
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Educación o como funcionarios del sector educativo, y con un distinguido grupo de pedagogos egresados de la recientemente creada Facultad de Educación, muchos de los cuales habían seguido estudios en Suiza y perfeccionado su formación en el movimiento de la Escuela Nueva que tenía su epicentro en Ginebra. Las tendencias renovadoras se veían estimuladas por movimientos similares que en la década de los treinta aparecieron en varios países de América Latina. Fue sobre todo muy fuerte la influencia de la reforma educativa que llevaba a cabo México bajo la dirección de José Vasconcelos, reforzada por la política socializante del general Lázaro Cárdenas. También influía la política educativa de la naciente República española, con su idea de las misiones pedagógicas itinerantes que democratizarían la cultura llevándola a los campos y aldeas. En su contenido político y en sus afanes democráticos y nacionalistas, habría que mencionar la influencia de los movimientos indigenistas que emergían con gran fuerza en varios países latinoamericanos, como el peruano que capitaneaban José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre. Finalmente se hacía sentir la atmósfera intelectual y política que anunciaba la segunda guerra mundial: la aparición del fascismo en Alemania e Italia y más tarde de su vástago español, el franquismo. El fascismo representaba no sólo una amenaza militar y territorial para los países occidentales y la Unión Soviética, sino la negación de los valores y principios en que la democracia liberal y el socialismo sustentaban su idea de la educación. La noción de razas superiores y razas inferiores, la negación del principio de igualdad de los hombres y de los derechos y libertades políticas que daban base a la democracia, la exaltación de la guerra y la fuerza como motores de la historia se introducían a través de la propaganda política de los movimientos profascistas que afloraban en Colombia. Ante esos hechos la escuela y en general el sis-
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tema educativo no podían ser indiferentes. Ésa era la convicción de quienes estaban empeñados en la reforma y ello explica no sólo el sentido político, sino el radicalismo que el movimiento llegó a tener en algunos momentos, y también la oposición que la política educativa despertaba en sectores de la oposición conservadora y de la Iglesia. La escuela primaria urbana y rural Dentro del vasto plan educativo de la administración de Alfonso López Pumarejo, la difusión y mejoramiento de la educación primaria fue la primera preocupación. El ministro del ramo, profesor Luis López de Mesa, difería de sus antecesores en cuanto a los aspectos prioritarios de la reforma. Más
Alfonso López Pumarejo despide a Jorge Zalamea, nombrado como embajador en México,. en febrero de 1943. Zalamea fue importante colaborador en el Ministerio de Educación durante la Revolución en Marcha, al frente de las publicaciones como "Rin Rin" y "Revista del Maestro", o en las actividades de la célebre Comisión de Cultura Aldeana, creada entonces.
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Una intervención de Jorge Eliécer Gaitán como ministro de Educación de Eduardo Santos, en 1940. Promovió la alfabetización, el zapato escolar y la nacionalización de la escuela elemental.
Darío Echandía, ministro de Educación entre 1935 y 1937, ya había señalado la división que existía en la educación primaria, financiada por los departamentos (muchos de ellos sin recursos), pero orientada por la nación.
que los cambios cualitativos en la enseñanza, que los nuevos métodos y los planes de estudio, le preocupaban las condiciones biológicas de la población escolar, sus precarias condiciones de salud y sus bajos niveles nutricionales. Sin descuidar el aumento de las construcciones y la preparación de maestros, se propuso como programa inmediato mejorar las condiciones materiales de las escuelas y los servicios higiénicos para los escolares. Además,
consideraba de mayor urgencia el de* sarrollo de la escuela rural y la educación campesina frente al sector urbano. Esta política era coherente con el programa de reforma agraria y mejoramiento de la vida rural con que López Pumarejo había llegado a la presidencia y se veía como una solución al problema de la emigración campesina del campo a las ciudades, problema que seguiría influyendo sobre la política educativa de las décadas siguientes. Dentro de estas consideraciones López de Mesa puso en marcha su programa de la cultura aldeana. El plan contemplaba la creación en todos los departamentos de una comisión permanente compuesta de un médico, un pedagogo, un arquitecto y un sociólogo. Habría además en cada municipio una «casa social» y una biblioteca aldeana. Para adelantar la labor de instrucción se hicieron millares de cartillas destinadas a instruir al campesino en prácticas agrícolas, el cultivo de las plantas, la eliminación de plagas, la preparación de alimentos y las prácticas más elementales de higiene. Atendiendo a su convicción de que sin el mejoramiento biológico de la población resultaría inútil cualquier esfuerzo educativo, el Ministerio de Educación organizó campañas de salud pública y, retomando la idea puesta en marcha en años anteriores en Boyacá, impulsó el desarrollo de los restaurantes escolares urbanos y rurales. También inició un plan de construcción de colonias vacacionales para dar oportunidad a los niños de mejorar su salud con los cambios de clima y condiciones ambientales. La campaña de cultura aldeana tuvo muchas alternativas, no pocas críticas y logros relativamente fugaces. Los encargados de adelantarla dieron a su actividad una interpretación más política que educativa, y el resultado fueron conflictos con la Iglesia y las autoridades locales en muchos lugares del país. Hubo quienes pensaron que se trataba de una empresa socialista y quienes la impugnaron por sustraer
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fondos a otros sectores educativos y hasta el sucesor de López de Mesa en el Ministerio de Educación, Darío Echandía, que aprobaba vigorosamente la campaña y había lanzado en su apoyo la consigna de «tierra y escuela» para los campesinos, la consideraba demasiado paternalista. Dentro del proyecto educativo del liberalismo y de la idea de López Pumarejo de buscar la integración nacional, no deben dejar de mencionarse los intentos de introducir un cambio en el propósito de incorporar a la nacionalidad los indígenas de los llamados territorios nacionales. El conflicto con el Perú durante la presidencia de Olaya Herrera había llamado la atención nacional sobre estos territorios y sobre sus habitantes. El problema indígena que estaba en el centro de las inquietudes de los dirigentes latinoamericanos en la década de los treinta, preocupaba también a los intelectuales de la Revolución en Marcha. En 1935, Luis López de Mesa creó el Servicio Arqueológico Nacional y puso su dirección en manos de Gregorio Hernández de Alba. El ministro insistía en recuperar para el Estado la misión «civilizadora» de las poblaciones indígenas que el Concordato de 1887 había puesto en manos de las congregaciones religiosas. La opinión liberal consideraba que los misioneros habían fracasado en su tarea de «desbarbarizar» a los indígenas y que éstos se encontraban en situación lamentable: no habían adquirido la civilización y habían perdido su cultura. Cauteloso como era. y enemigo de los cambios radicales, López de Mesa proponía una fórmula conciliatoria y sutil como todas las suyas: las misiones religiosas tendrían a su cargo la formación de las almas y el Estado la formación cívica: Esta política no tuvo muchos resultados prácticos, en gran parte por la debilidad financiera y operativa del Estado. Hubo casos especialmente conflictivos como el de las islas de San Andrés y Providencia, donde los nativos tenían una larga herencia cultural basada en la lengua inglesa y la re-
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ligión protestante, y ahora se trataba de difundir el español y el catolicismo como manera de incorporarlos a la nación. En tales condiciones los habitantes de las islas recibían mal a los maestros y rehusaban enviar los niños a las escuelas. Este primer intento de incorporar los indígenas a la nación tuvo, pues, pocos progresos y esta situación seguiría vigente en los años venideros. Durante los gobiernos de Eduardo Santos (1938-1942) y segundo de Alfonso López Pumarejo, terminado bajo la presidencia de Alberto Lleras Camargo, se continuaron los planes de desarrollo de la educación primaria, pero el' acento se puso en algunos aspectos específicos. Jorge Eliécer Gaitán como ministro de Educación en 1940 dio prioridad a tres campos de la política educativa: la alfabetización, el zapato escolar y la nacionalización de la escuela elemental. Para su desarrollo creó los Patronatos Escolares en todos los municipios, compuestos por el alcalde, el cura párroco y persona-
El ingreso a la escuela, fotografía de Ramos en 1936.
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Protesta estudiantil en el Capitolio nacional, contra los exámenes de revisión, impuestos en agosto de 1937.
lidades notables de la vida local, como cuerpos auxiliares de la campaña de alfabetización y mejoramiento sanitario de las escuelas. A la campaña se incorporaron también los sindicatos y algunas compañías comerciales, éstas suministrando vehículos para el programa de escuelas itinerantes que llevarían a los pueblos y áreas rurales una pequeña biblioteca, un proyector de cine y un pequeño equipo sanitario. Los sindicatos organizaron campañas de alfabetización urbana. La campaña tuvo resultados muy discretos y fue retomada más tarde, en 1945, bajo el gobierno de Alberto Lleras Camargo por el ministro Germán Arciniegas, que ahora esperaba tener la colaboración de las amas de casa para enseñar a leer a su servicio doméstico y la de los estudiantes para alfabetizar a los peones rurales y los obreros de las ciudades. La administración del presidente Eduardo Santos continuó el esfuerzo para ampliar los programas sanitarios a favor de la población escolar. El Mi-
nisterio de Trabajo, Higiene y Previsión Social asumió la responsabilidad de las campañas sanitarias y el Ministerio de Educación creó el carnet obligatorio para la población escolar donde se hiciera constar la buena salud de los escolares y el haber recibido la vacunación. La medida resultó de difícil aplicación y en 1949.1a carnetización sólo había cubierto el 20% de la población escolar. También se dieron nuevos estímulos a la organización de los restaurantes escolares y las colonias de vacaciones. Menor éxito tuvo el proyecto de nacionalización del sistema educativo primario presentado por Jorge Eliécer Gaitán en 1940. Desde 1934. siendo ministro de Educación Darío Echandía, el sistema que dividía la conducción de la política educativa entre la nación, que prescribía los planes de estudio y las normas pedagógicas. y los departamentos y municipios, que nombraban y pagaban a los maestros, se había considerado como un obstáculo para organizar debidamente un sistema nacional de educación elemental. La capacidad financiera de los departamentos era desigual y algunos carecían de recursos para el pago adecuado de los maestros y el mantenimiento material de las escuelas. El sistema, además, propiciaba el control de las escuelas y el nombramiento de maestros por los políticos y gamonales locales. En el control nacional de todos los aspectos se veía la única forma de superar esos vicios y tener una política educativa coherente. El proyecto de Gaitán no tuvo acogida en el Congreso, y, ante el insuceso, el ministro presentó renuncia de su cargo. La política educativa del gobierno de Eduardo Santos dio un especial impulso a las construcciones escolares. Carlos Lleras Restrepo como ministro de Hacienda promovió la formación de Institutos y Fondos Autónomos en varios sectores de la actividad estatal. La educación fue favorecida con la creación del Fondo de Construcciones Escolares, destinado a financiar un vasto plan de- construcción de aulas,
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escuelas y otros establecimientos educativos. Además, dentro de la misma política, se ordenaba que el recién fundado Fondo de Fomento Municipal dedicaría el 30 % de sus recursos a los mismos fines. El plan se proponía construir en pocos años 14.000 aulas para dar la posibilidad de asistencia escolar a 1.350.000 niños. El proyecto tuvo apenas un desarrollo parcial, debido a las dificultades financieras del Estado causadas por la segunda guerra mundial. A pesar de los propósitos gubernamentales, el presupuesto dedicado a educación se mantuvo hasta 1943 por debajo del que se tenía en 1938. cuando había alcanzado la cifra del 8 % de los ingresos totales de la nación. En los años inmediatamente siguientes fluctuaría alrededor del 5 %. La educación media La educación media o de bachillerato constituyó durante el período 1930 a 1945 uno de los campos más controvertidos y que tuvo mayores cambios. La misión alemana de 1922, tantas veces mencionada, había considerado la orientación tradicional, llamada clásica, como inadecuada para las necesidades del país y al efecto había recomendado su división en un período de formación general de cuatro años y uno complementario de dos de orientación práctica y en cierto sentido profesional. La idea seguiría siendo acogida por ciertos sectores de la opinión y por un grupo de pedagogos, pero tenía también sus adversarios. En los años venideros la división tomaría la forma de partidarios del bachillerato moderno y partidarios del bachillerato clásico. Los primeros consideraban que el ciclo medio de la educación no debía tomarse exclusivamente como una puerta de entrada a la universidad, sino que debía tener una función en sí mismo y en alguna medida capacitar al educando para desempeñar alguna función concreta en la administración de los negocios y la vida productiva. Los segundos defendían su carácter de enseñanza humanística
y de formación general, que diera al estudiante una educación cultural conjunta y una visión general de las ciencias, las lenguas, la literatura y la filosofía. Entre quienes opinaban de esta manera se encontraban algunas de las figuras más destacadas de los educadores e intelectuales que venían propiciando la reforma educativa desde las décadas de los veinte y los treinta, como Agustín Nieto Caballero. El tema era de importancia no sólo por su significación académica, sino por el hecho social del aumento de las clases medias que presionaban sobre esta zona de la enseñanza como forma de acceso a la Universidad. En un intento de modernizar sus orientaciones,
Un esquema de organización académica del profesor Fritz Karsen, pedagogo alemán que intervino en la formación del departamento de psicología de la Universidad Nacional y en la introducción del año preparatorio.
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en el año 1935 el Ministerio de Educación Nacional, entonces bajo la dirección de Luis López de Mesa y Darío Echandía, promulgó un nuevo plan de estudios para los colegios públicos v privados por medio del decreto 2214. El plan introducía varios cambios de significación. El latín, pieza maestra de la llamada orientación humanística, se convertía en materia opcional y era sustituido por las lenguas modernas como el francés y el inglés. Las matemáticas y las ciencias naturales fueron reforzadas; la literatura y la filosofía incorporaron a los programas nuevos nombres y nuevas tendencias del pensamiento, adquiriendo un sentido más moderno y pluralista. La enseñanza de la religión sufría algunas restricciones. Era limitada a los tres primeros años y con menos horas de intensidad. Además, el plan incluía la educación sexual, los trabajos manuales y los deportes como disciplinas obligatorias. En total, los colegios tendrían treinta y seis horas semanales de actividad divididas en treinta de enseñanza y seis de actividades llamadas de estudio.
Un taller en la Escuela Nacional de Artes y Oficios, de Bogotá, en 1936. Ya en 1935 el ministro Darío Echandía se había propuesto crear una escuela industrial en cada capital de departamento. Para 1938 ya funcionaban 24 de estas escuelas, con 2 685 alumnos.
El nuevo plan despertó fuertes críticas de parte de los establecimientos privados, especialmente de los religiosos y de varios sectores de la oposición política conservadora. Se lo tachó de contrario a la libertad de enseñanza y de propiciar una educación atea y materialista, contraria a las tradiciones cristianas del país y a los derechos y cohesión de la familia. Un año más tarde, en 1936, el ministerio cedió ante las críticas y promulgó un nuevo plan que reducía a veinticinco horas semanales las que debían llenarse conforme al plan oficial y dejaba las otras a la libre escogencia de los colegios. La controversia en torno a las orientaciones de la enseñanza media se hizo más candente en 1937 al establecer el ministerio el examen oficial obligatorio para el ingreso a las universidades y. al organizarse en la Universidad Nacional el Departamento de Psicopedagogía y establecerse el año preparatorio, un período que en cierta forma era una prolongación del bachillerato, pero que ante todo estaba destinado a reforzar la preparación técnica de los bachilleres para iniciar los estudios profesionales superiores.
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La circunstancia de haberse puesto frente a estas instituciones a notables pedagogos alemanes y españoles, llegados al país como exiliados, como el alemán Fritz Karsen y la psicopedagoga española Mercedes Rodrigo, fue un motivo más de la oposición despertada por estas medidas en los sectores conservadores. No obstante sus alternativas y resistencias, la idea de la diversificación del bachillerato no era abandonada. En 1938, Alfonso Araújo como ministro de Educación establece dos tipos de bachillerato: el clásico o humanístico, de seis años, y el moderno o diversificado, compuesto de cuatro años de formación general y dos de materias de mayor sentido práctico. Los colegios y los educandos quedaban en libertad de acogerse a uno u otro. Más tarde, durante la administración de Eduardo Santos, el ministro Germán Arciniegas crea el llamado Bachillerato Superior y Bachillerato Elemental, de seis y cuatro años respectivamente, dos ciclos que darían lugar a dos títulos. Todas estas tentativas de reforma del bachillerato, que por otra parte constituía cerca del 80 % de la enseñanza media, fueron rechazadas por muy diversos sectores de la opinión, sin distinciones de colores políticos. Entre sus opositores se encontraron figuras como Agustín Nieto Caballero, el padre Félix Restrepo, Jaime Jaramillo Arango, Gerardo Molina y Julio César García. Entre los pedagogos de orientación liberal sólo era defendido por el conocido educador José María Restrepo Millán. La enseñanza industrial El desarrollo industrial del país que empezó a tomar auge después de la gran depresión de 1930 requería no sólo empresarios, ingenieros y técnicos de alta formación, sino obreros eficientes y mandos medios para todos los procesos administrativos y fabriles, que no podían suministrar las tradicionales escuelas de artes y oficios que
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funcionaban en algunas ciudades del Miguel Roberto Téllez, pedagogo formado en país. El gobierno de Alfonso López Suiza y en la escuela Pumarejo inscribió en su programa del Gimnasio Moderno, educativo un amplio proyecto de forfue puesto al frente mación de escuelas industriales y co- de la Escuela Normal de merciales. En 1935 el ministro Darío Antioquia, cuando ésta pasó a depender del Echandía proyectaba crear una escuecontrol directo del la industrial en cada capital de deparEstado. tamento, pero su plan no tuvo realización por falta de recursos fiscales. En Bogotá existía una Escuela Nacional de Artes y Oficios que fue reorganizada y denominada Escuela Industrial y anexada a la Facultad de Ingeniería. Ofrecía cursos de mecánica, electricidad, fundición y carpintería. Por su parte, algunos departamentos crearon sus propias escuelas como el Instituto Pascual Bravo de Medellín. En 1935 funcionaban en el país 15 establecimientos de éstos, que daban instrucción a 1.727 alumnos, y en 1938 habían llegado a ser 24 con 2.685 alumnos. Durante la administración del presidente Eduardo Santos se intensificó el desarrollo de la enseñanza industrial y artesanal. El ministro de Educación Alfonso Araújo creó en el año 1938 la División de Enseñanza Industrial en el Ministerio de Educación y
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moria ministerial de 1936 escribía Darío Echandía: «El país no ha querido dar al maestro la independencia pecuniaria y el rango social que le corresponden' El cuerpo de enseñanza ha llegado a ser el refugio de campesinos desarraigados y vanidosos en el campo, y en las ciudades ha sido dejado a cargo de ciudadanos sin las condiciones de coraje y ambición y sin la preparación que requieren las actividades educativas. En algunos departamentos sin recursos suficientes, el cuerpo de enseñanza parece un servicio de beneficencia. Frente a las escuelas se ponen personas cuyo único mérito es la pobreza, su numerosa familia o la necesidad de mantener una posición que ellas no podrían obtener por otros medios. En cuanto a los que proceden de las Escuelas Normales, profesan ideas pedagógicas completamente superadas y en muchos casos sus títulos han sido concedidos según un criterio de parcialidad política que justificaría que sus titulares fueran suspendidos de sus funciones hasta revalidar los títulos en cuestión.»
Policías con máscaras antigases vigilan ante el despacho del ministro de Educación, después de ser destruido durante la huelga de estudiantes de mayo de 1938.
estableció una política amplia de ayudas financieras a las escuelas existentes. Las escuelas formaban, en sus centros, obreros especializados y técnicos medios en mecánica, electricidad, fundición, soldadura, sastrería, ebanistería. Las escuelas de artes y oficios ofrecían carreras de tres y cuatro años y otorgaban el título de perito. Los institutos técnicos industriales exigían cinco años de estudio y daban el título de experto. Para el de técnico se requerían siete años. La educación normalista El nuevo sistema educativo, además de escuelas, aulas, materiales de enseñanza y mayores recursos económicos estatales, necesitaba un tipo nuevo de maestro. Refiriéndose a la preparación del cuerpo docente en su me-
Y al efecto, a fines del mismo año se ordenaba efectuar exámenes de capacitación de los maestros en todos los departamentos. Muchos rehusaron presentarse al examen por considerarlo degradante; para otros significó la separación del servicio, y para otros, inclusive los no diplomados, la confirmación en sus funciones. Es difícil determinar en qué medida la prueba significó una renovación efectiva del cuerpo docente. La oposición al gobierno sostuvo que los maestros desplazados fueron sustituidos por personal impreparado, pero en todo caso la prueba significó para el gremio una toma de conciencia de su posición y la posibilidad de asumir una participación más activa en la política educativa. Pocos meses después de efectuada la prueba de evaluación, el Ministerio de Educación, siguiendo una vieja aspiración del magisterio, fijaba un salario mínimo de 40 pesos para los maestros de escuela primaria.
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Convencidos de que el problema de la preparación de los maestros debía atacarse en sus raíces, los impulsores de la reforma avocaron la reorganización de las Escuelas Normales, en primer lugar colocándolas bajo el control directo del Estado, sustrayéndolas así al control de las congregaciones religiosas que las dirigían mediante contratos de administración, para ponerlas en manos de educadores dependientes directamente del Ministerio de Educación Nacional. Un ejemplo de esta política fue la cancelación del contrato con la comunidad de los Hermanos Cristianos para dirigir la Escuela Normal Central de Bogotá para poner su dirección en manos de Alfonso Jaramillo Guzmán, un educador de formación conservadora, pero que había adelantado estudios pedagógicos en Suiza como discípulo de Decroly y Pieron. Otro tanto se hizo con la Normal de Antioquia encomendada a Miguel Roberto Téllez, también formado en Suiza y en la escuela del Gimnasio Moderno. El giro tomado por las Escuelas Normales produjo una situación de conflicto con la Iglesia, especialmente en Medellín, donde se produjeron actos que obligaron al ministro Echandía a decretar la expulsión de numerosos lumnos. Otro tanto se hizo con el Instituto Pedagógico Nacional de Bogotá, dirigido entonces por la educadora alenana Franziska Radke, quien había estado vinculada al Instituto desde 1928 cuando llegó al país con Julius Sieber contratado entonces para dirigir la Facultad de Educación de Tunja. Considerados partidarios del nazismo alemán, los dos educadores fueron retirados de sus cargos y reemplazados por ciudadanos colombianos. Un hecho muy significativo dentro de la política educativa de Alfonso López Pumarejo fue la transformación de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional, que ahora se llamaría Escuela Normal Superior y en 1936 quedaría bajo el control directo del Ministerio de Edu-
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cación. Puesta bajo la dirección de uno de los más fervorosos promotores de la reforma educativa, el médico José Francisco Socarrás, la Normal Superior jugaría en los años venideros un papel de primer orden en la reforma que entonces se intentaba y en los avances que se produjeron en los siguientes años en varios campos de la ciencia y la cultura. Sin asumir en su orientación un estrecho nacionalismo, la Normal Superior pondría en primer plano de sus actividades el estudio de la realidad nacional en todos sus aspectos. Con la colaboración de un distinguido grupo de profesores y hombres de ciencia europeos que la guerra y las dictaduras fascistas harían emigrar de sus países, de las aulas de la Escuela Normal Superior saldrían los nuevos profesores y directores de las escuelas normales y de los colegios que renovarían la enseñanza de las ciencias naturales, las lenguas, la historia y la geografía. De sus egresados se alimentarían también los institutos de investigación que entonces se fundaron en el país, como el Instituto Caro y Cuervo y el Instituto Etnoló-
El presidente Olaya Herrera y la educadora alemana Fransiska Radke, directora del Instituto Pedagógico Nacional, durante el acto de clausura de estudios, noviembre de 1933. Considerada partidaria del nazismo, fue retirada de su cargo, lo mismo que Julius Sieber, director de la Facultad de Educación, de Tunja.
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gico Nacional, transformado luego en Instituto Colombiano de Antropología. Sus egresados también darían una valiosa contribución a la enseñanza universitaria que empezaba entonces a renovarse. La educación femenina En el momento de iniciarse la administración liberal de Enrique Olaya Herrera la situación de la mujer, jurídica, social y educativamente, no difería mucho de la que tenía en el siglo XIX y aun en la sociedad colonial. Para los efectos jurídicos de la vida civil, estaba asimilada a los menores de edad. La escuela secundaria o bachillerato prácticamente no existía para ella, menos aún el acceso a las profesiones de la universidad. Su educación consistía en la elemental de la Escuela Primaria, algunos conocimientos de costura y oficios manuales y, en el caso de la mujer de las clases altas, algo de adiestramiento para la vida en sociedad: canto, baile, buenas maneras. Muy poco más de lo que recibían en el CoGuillermo Nannetti, ministro de Educación de Eduardo Santos en 1941, puso en funcionamiento un programa especial de bachillerato femenino orientado más hacia la conducción de la vida familiar que hacia el ingreso a la universidad, con asignaturas como costura, economía doméstica, decoración, dietética y moral. Se confirmaba con ello la resistencia al acceso de la mujer a los niveles altos de la educación.
legio de la Enseñanza de doña Manuela Santamaría de Manrique al finalizar el siglo XVIII. Su incorporación al proceso de modernización del país que se iniciaba, tuvo su primera manifestación en fe ley 28 de 1932, expedida durante la presidencia de Olaya Herrera, que le dio el manejo de sus propios bienes patrimoniales y personería jurídica para contratar y actuar en la vida civil. Superó así su status de menor de edad bajo tutela. El único hecho significativo anterior a 1930, anunciador ya de un cambio en el concepto de la educación femenina, fue la creación en 1928 del Instituto Nacional Pedagógico de Bogotá, en realidad una escuela normal femenina, puesta bajo la dirección de una misión pedagógica alemana que presidía la educadora de la misma nacionalidad Franziska Radke. Su finalidad era preparar sus alumnas para asumir la enseñanza de las escuelas elementales y jardines infantiles, siguiendo las orientaciones de la Escuela Nueva. Al iniciarse el gobierno de Alfonso López Pumarejo, el nuevo presidente anunciaba su propósito de incorporar la mujer a la vida nacional. Para la mujer de las clases medias se abría la posibilidad de estudiar en la Facultad de Educación, establecimiento mixto desde su creación en 1932, que sólo muy lentamente incorporaba a sus aulas personal femenino. Todavía en 1935 su sucesora, la Escuela Normal Superior, sólo contaba con 14 mujeres entre 127 alumnos. En 1936 el Ministerio de Educación quiso introducir el servicio voluntario escolar para las mujeres que hubieran cursado la escuela primaria que no fueran maestras profesionales y estuvieran en capacidad de enseñar a leer y escribir a los jóvenes menores de veinte años. Como recompensa, el ministerio ofrecía un peso por cada alfabetizado. Infortunadamente el servicio no tuvo un desarrollo efectivo de consideración. En el mismo año aparecía el primer grupo de bachilleres egresado del Gimnasio Femenino, establecimiento
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Antonio Rocha, ministro de Educación en la segunda administración López Pumarejo, durante la cual continuó la pausa en el proceso de incorporación de la mujer a la vida nacional. En 1944, el ministro Rocha "consideraba que de no hacer regresar 'el campesino a su parcela y la mujer al hogar', la integridad de la nación estaba amenazada". (En la foto, como rector del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, Rocha recibe la orden venezolana del Libertador).
fundado por Agustín Nieto Caballero para educar las jóvenes de la clase alta bogotana, siguiendo un modelo pedagógico similar al del Gimnasio Moderno. Durante el mismo período presidencial de Alfonso López Pumarejo, el Ministerio de Educación inició un activo programa de fundación de colegios femeninos, y, en un intento de hacer más abierto y democrático el sistema educativo, el Congreso Nacional promulgó la ley 32 de 1936 que prohibía toda clase de discriminaciones por sexo, raza o religión para ingresar en los establecimientos educativos, so pena de sanciones que iban desde la destitución del cargo de directores en los establecimientos públicos, hasta la cancelación de la licencia de funcionamiento para los privados. Sin embargo, el acceso de la mujer a los establecimientos secundarios seguía siendo la excepción. Aun el ingreso en los colegios oficiales no era fácil. El Colegio de Boyacá en Tunja, que en 1938 había aceptado algunas en sus aulas, muy pronto renunció a recibirlas, «porque las mujeres daban
mayor rendimiento que los varones» y esto causa problemas, lo que demuestra que la resistencia al acceso de la mujer a los niveles altos de la educación no sólo venía de la Iglesia y de los sectores políticos de la oposición, sino también de inveterados prejuicios y actitudes arraigados en la cultura nacional. Durante el gobierno de Eduardo Santos, en esto como en otros aspectos de la política educativa, se hizo una pausa con el ánimo de suavizar las relaciones con la Iglesia. El ministro de Educación Guillermo Nanetti puso en práctica un programa especial de bachillerato femenino orientado más hacia la preparación para una eficaz conducción de la vida familiar que hacia el ingreso a las actividades profesionales. El plan de estudios incluía trabajos de aguja, economía doméstica, decoración y formación moral. La dietética y la contabilidad representaban su elemento moderno. Siguiendo la misma dirección, el ministro Nanetti inició también un proyecto de formación de escuelas de economía doméstica rural, proyecto que tuvo desarrollos muy limitados. En 1946 fun-
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cionaba una escuela de este tipo en el departamento del Magdalena. La pausa en el proceso de incorporación de la mujer a la vida nacional continuó bajo la segunda administración de Alfonso López Pumarejo. En 1944 el ministro de Educación Antonio Rocha consideraba que, de no hacer regresar «el campesino a su parcela y la mujer al hogar», la integridad de la nación estaba amenazada. La universidad y la educación superior La universidad y la educación superior no podían estar ausentes del cambio que se producía en el país. Su vieja estructura no estaba en capacidad de dar acceso a la creciente población estudiantil, ni de preparar los técnicos que requería una nación que empezaba a industrializarse. Bajo la presión de los nuevos hechos y del movimiento reformista universitario que se había iniciado en Córdoba, Argentina, en 1919, que tuvo sus entusiastas defensores en la generación colombiana que se iniciaba en la vida pública en 1930, se creó el clima para la reforma universitaria. Germán Arciniegas, ministro de Educación de Eduardo Santos, en 1942, y de Alberto Lleras Camargo, en 1945. Ya en 1932, Arciniegas había presentado al Congreso un proyecto de reforma universitaria que seguía las ideas de autonomía propuestas en el movimiento de Córdoba, Argentina. En la foto, de febrero de 1942, el ministro inaugura los actos conmemorativos del IV Centenario del descubrimiento del Amazonas, en la Biblioteca Nacional.
En 1932, Germán Arciniegas presentó al Congreso Nacional el primer proyecto de reforma que seguía muy de cerca las ideas del movimiento de Córdoba en pro de la autonomía universitaria. Proponía un órgano directivo de 80 personas, compuesto de profesores, alumnos y exalumnos, y una autonomía absoluta que no armonizaba con las tendencias intervencionistas que se abrían paso en amplios sectores de la opinión política. Por ésta y otras razones, el proyecto de reforma hubo de ser aplazado hasta que, en 1935, Carlos García Prada presentara uno sustitutivo. El nuevo proyecto proponía la integración de todas las escuelas y facultades públicas nacionales que hasta entonces existían dispersas y dependientes del Ministerio de Educación Nacional y concedía a la universidad un amplio grado de autonomía; no la total autonomía, porque, a juicio del proponente, en la sociedad moderna no puede haber un Estado dentro del Estado. Como órgano de dirección, la Universidad Nacional tendría un consejo de gobierno de nueve miembros, cuatro representantes de los profesores, tres del gobierno y dos de los alumnos y exalumnos.
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Tendría también un órgano académico compuesto por los profesores de más alta categoría: el rector, los decanos, 3 representantes de los profesores y 3 de los estudiantes. La que luego sería ley orgánica de la Universidad Nacional siguió en líneas generales el proyecto presentado por García Prada. La ley 68 de 1935 integró las dispersas Facultades profesionales en una sola institución, ordenó la construcción de una ciudad universitaria y concedió un alto grado de autonomía académica y administrativa a la nueva institución, pero en sus directivas se mantenía una fuerte representación estatal. El consejo directivo estaría formado por nueve miembros, de los cuales tres representarían al gobierno nacional; el ministro de Educación sería su presidente y el rector sería nombrado por el consejo, de una terna presentada por el presidente de la República. También por el origen de sus ingresos económicos quedaría limitada la autonomía, pues éstos provendrían del presupuesto nacional en alta medida, ya que la universidad carecía de un patrimonio capaz de producir la renta necesaria para su funcionamiento, y sus ingresos directos por concepto de matrículas eran reducidos. Pero, no obstante estas limitaciones, la ley orgánica daba a la universidad un amplio margen de autonomía. La reforma de 1935 no se detuvo en las modificaciones de la organización jurídica y administrativa. Apoyados en el clima reformista de la administración de Alfonso López Pumarejo, las nuevas autoridades procedieron a introducir importantes cambios académicos y pedagógicos. El tradicional esquema de profesiones compuesto de medicina, derecho e ingeniería fue ampliado a nuevas actividades técnicas y científicas. Se crearon entonces nuevas facultades: química, arquitectura, veterinaria, agronomía, economía, administración, filosofía, etc., a las cuales se agregaron algunos institutos de investigación como el de ciencias naturales. Los métodos de ense-
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ñanza y el contenido científico de los programas sufrieron también modificaciones significativas. El uso de laboratorios, gabinetes y bibliotecas se amplió, y el ejercicio de la libertad de cátedra creó una actitud favorable a la crítica y a la participación del estudiante en la marcha del proceso docente. La misma reforma y el desarrollo que a ella le dio la Universidad Nacional introdujeron en la vida universitaria dos nuevas instituciones: la extensión cultural y el bienestar estudiantil. Con la primera, la universidad complementaba la formación del estudiante con un amplio esquema de actividades culturales y se ponía en contacto con la ciudadanía a través de conferencias públicas, exposiciones artísticas y publicaciones. El bienestar estudiantil, introducía en la vida uni-
Gerardo Molina en su despacho de la rectoría de la Universidad Nacional de Colombia. Entre 1942 y 1944, gracias a su gestión innovadora, la Nacional pasó a ser modelo para las universidades públicas regionales, como en el caso de la Universidad del Cauca, bajo la rectoría de César Uribe Piedrahíta.
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Monseñor Félix Henao Botero, rector de la Pontificia Bolivariana de Medellín, durante un acto académico con los ministros Fernando Gómez Martínez y Esteban Jaramillo. En los años 30, se inició la aparición de la moderna universidad privada, con la Javeriana, fundada en 1932, y la Bolivariana, en 1936.
versitaria los deportes, los servicios médicos y las residencias estudiantiles que formaron desde un comienzo parte del campus universitario. El ambiente intelectual y el contenido de la enseñanza tomaron también rumbos nuevos y la universidad se abrió al contacto con las grandes corrientes contemporáneas de la ciencia y la cultura. La biología y la física, la medicina y la arquitectura, el derecho público y privado, la filosofía, la economía fueron remozados, algunos introducidos por primera vez en los planes de estudios y en los seminarios de investigación, y los nombres de los grandes pensadores del siglo xx empezaron a ser familiares en los cursos, debates y publicaciones universitarias. Los cambios logrados por la Universidad Nacional, especialmente durante la rectoría de Gerardo Molina en la segunda administración de López, crearon un modelo y señalaron rumbos a las universidades públicas regionales, aunque éstas carecían to-
davía de integración en un sistema nacional de educación superior y estaban intervenidas por los gobernadores de los departamentos, lo que en muchos casos imprimió un ritmo más lento a las reformas. Sin embargo, la Universidad del Cauca, bajo la rectoría de César Uribe Piedrahíta, participó activamente en los nuevos rumbos que tomaba la vida universitaria nacional. Un fenómeno característico del período fue la aparición de la universidad privada. Los recelos y resistencias que la política educacionista del período despertaba en la Iglesia y en algunos sectores de opinión política, incluían también la política universitaria, que era tachada de demasiado intervencionista y contraria a los sentimientos y tradiciones nacionales. Dos importantes centros universitarios privados, ambos fundados por comunidades religiosas, aparecieron en 1932 y 1936 respectivamente: la Universidad Javeriana de los jesuítas y la Bolivariana de Medellín que fundara
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monseñor Manuel José Sierra y que luego dirigiera monseñor Félix Henao Botero. Todavía no se había iniciado en el país la floración de universidades privadas ni la creación de universidades departamentales, que tuvo lugar a partir de 1950. Logros y frustraciones Los gobiernos liberales de 1934 a 1946 tuvieron una clara percepción de la importancia del sector educativo en los proyectos de desarrollo económico y social y en el propósito de hacer de Colombia un país moderno y una nación mejor integrada socialmente, basada en una cultura de raíces nacionales más auténticas. Dentro de esas metas trataron de desarrollar una política que abarcaba todos los estratos de la educación desde la escuela elemental hasta la universidad, dotando al país de un coherente sistema educativo nacional. No sólo intensificaron las inversiones del Estado en este campo, con el propósito de dar al sistema una infraestructura material capaz de absorber toda la población en edad escolar y eliminar el analfabetismo de las grandes masas urbanas y rurales. También trataron de cambiar el contenido y los valores de la enseñanza, sus métodos y sus ideales, para producir un elemento humano dotado de conocimientos científicos y técnicos más acordes con las necesidades de un país en busca de su desarrollo económico y social, con una conciencia ciudadana más democrática y crítica. • Los logros, sin embargo, fueron inferiores a las ambiciones y las expectativas. El analfabetismo de hombres y mujeres mayores de siete años era
en 1951 del 56,7 % de la población y millares de niños en edad escolar o de aspirantes a ingresar en la educación media y en la universidad carecían de escuelas o colegios. Los intentos de nacionalización de la enseñanza primaria fracasaron una y otra vez. El viejo ideal de la escuela elemental y obligatoria prácticamente fue abandonado. La intención de hacer del sistema educativo un instrumento para la formación de una nación más integrada e igualitaria, se frustró por la incapacidad económica del Estado de ofrecer enseñanza a toda la población potencialmente apta para ella, y por la oposición de los intereses vinculados al sector educativo privado que se fortificó durante el período. El sistema educativo, en lugar de impulsar la integración nacional, contribuiría a formar una sociedad más segregada socialmente. Esto en cuanto a lo que podríamos llamar los aspectos materiales y formales del sistema educativo. En cuanto a sus aspectos cualitativos, probablemente los resultados fueron más discretos. Aunque no se ha hecho una evaluación adecuada de los cambios logrados, las conquistas fueron quizás muy limitadas. Los métodos de enseñanza, los conceptos sobre la personalidad del educando, los sistemas disciplinarios, la transmisión de los valores intelectuales y morales que animaron el movimiento de la Escuela Nueva y la moderna pedagogía, probablemente penetraron sólo en sectores muy limitados del sistema. En sus años y en los siguientes, en general éste seguiría funcionando sobre la base de los conceptos, métodos y organización tradicionales.
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La educación en Colombia. 1946-1957 Aline Helg
«L
a insurgencia de presiones brutales, la crueldad que caracterizó a una época recientísima de nuestra historia, no habrían prendido tan fragosamente sobre una nación educada. sobre un país civilizado [. . .] La insensibilidad que se apoderó de buena parte de las antiguas clases dirigentes ante la tremenda gravedad de la Violencia es también otro síntoma de la defectuosa educación, aun en las más altas jerarquías de la inteligencia. Fallaron, pues, la escuela, el colegio. la universidad. Fallaron los sistemas educativos complementarios. fallaron el hogar y la educación moral y religiosa de Colombia. Ése es el hecho histórico.>)Así opinaba Alberto Lleras Camargo en El Tiempo del 19 de diciembre de 1954. Para Lleras, la falta de instrucción del pueblo y la mala educación de las clases medias y superiores fueron el origen de la guerra civil de la Violencia. En este sentido es útil mencionar que en Europa el alto nivel de escolarización no fue obstáculo para que durante la segunda guerra mundial se cometieran tantas atrocidades. Lleras Camargo no esta-
ba solo en esta concepción del asunto; otros liberales, conservadores y eclesiásticos escribieron entonces en el mismo sentido. Hoy. cuando se analizan los años de 1946 a 1957. éstos aparecen sin embargo como años decisivos para el sistema educativo colombiano, el cual buscaba su adaptación a una serie de cambios políticos brutales y a las transformaciones fundamentales de la estructura económica y demográfica del país. Es preciso constatar que las decisiones de esta época moldearon en gran parte la organización actual de la educación en Colombia. Políticamente los anos 1946-1957 se caracterizan por la guerra civil de la Violencia que dejó, según algunos autores, por lo menos doscientos mil muertos. Algunos acontecimientos claves jalonaron este período. 1946: el regreso de los conservadores al poder después de dieciséis años de gobierno liberal; 1948: el asesinato del líder liberal populista Jorge Eliécer Gaitán y la revuelta del 9 de abril en Bogotá; 1950: la elección del conservador Laureano Gómez como presidente de la República: 1953: el golpe de estado del general Gustavo Rojas Pinilla; y 1957: el acuerdo celebrado entre diri-
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El presidente Alfonso López Pumarejo y señora María Michelsen, con los embajadores de Alemania y la directora del Instituto Pedagógico Nacional, Fransiska Radke, en la clausura de estudios de 1934.
gentes liberales y conservadores para compartir el poder (gobiernos del Frente Nacional hasta 1974). Desde el punto de vista socioeconómico y demográfico, los años 1946-1957 significaron también un viraje para el país. Desde la segunda guerra mundial, la industria, la agricultura mecanizada, las comunicaciones, el comercio y los servicios se desarrollaron principalmente a costa de los sectores tradicionales. Las actividades económicas de la población se modificaron en consecuencia: si en 1938 cerca del 75 % de la población activa trabajaba en la agricultura, en 1957, por contra, no había más del 50 % en este sector, mientras que el 34 % estaba empleado en los servicios, el comercio y las comunicaciones y el 17 % en la industria y la artesanía. Además el desempleo y subempleo aumentaban y los habitantes migraban del campo hacia las ciudades. Al acelerarse el crecimiento
demográfico, más y más niños y jóvenes demandaban la creación de escuelas y empleos. El 9 de abril o la barbarie en el centro de Bogotá El cambio de poder de los liberales a los conservadores en 1946 no tuvo mayores tropiezos. El nuevo presidente. Mariano Ospina Pérez, era un político suficientemente hábil para no trastornar inmediatamente la situación en la administración legada por sus predecesores. La educación que habían establecido los liberales sufrió pocos cambios de 1946 a 1948. Basta saber, por ejemplo, que los ministros de Educación de estos años no fueron ultraconservadores: algunos pertenecían aun al partido liberal. Los directores y el personal docente liberal de los establecimientos escolares públicos no perdieron necesariamente el puesto:
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el socialista Gerardo Molina continuaba en el cargo de rector de la Universidad Nacional el día del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Fue la revuelta popular del 9 de abril en Bogotá la que marcó realmente el viraje en la política educativa colombiana, a través del choque que produjo en los dirigentes conservadores y liberales y en particular en la Iglesia católica. Es necesario recordar que, durante el saqueo de la capital, los amotinados escogieron cuidadosamente algunos de sus objetivos políticos y físicos: el partido conservador, al que se consideraba como responsable del asesinato de Gaitán; el gobierno, particularmente el Ministerio de Educación Nacional; la Iglesia, en especial el Colegio de los Hermanos Cristianos y una sección de la Pontificia Universidad Javeriana. En el motín provocado por la desaparición del hombre político que encarnaba la esperanza del cambio social, el pueblo bogotano condenaba la política educativa del Estado. Un Estado que al tiempo que se mostraba incapaz de su-
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ministrar suficientes escuelas públicas para todos los niños colombianos, privilegiaba la formación de las elites. El pueblo de Bogotá también mostró que ya no temía enfrentarse ni con una Iglesia que estaba abiertamente al lado del partido conservador, ni con las comunidades religiosas dedicadas a educar a los hijos de la oligarquía. El 9 de abril, apareció en el centro de la Atenas suramericana (como los intelectuales se complacían en llamar a Bogotá) un pueblo ajeno, desconocido, compuesto por las clases bajas a las cuales se dirigían abstractamente los voceros de los partidos políticos cuando necesitaban sus votos. Este pueblo, que había padecido resignado hasta la fecha el empeoramiento de sus condiciones de vida desde 1930, se manifestó repentinamente en una corta y violenta revuelta caracterizada por el incendio, el saqueo y la embriaguez de sus autores. Las clases superiores y medias interpretaron la revuelta como la prueba de la barbarie del pueblo. El presidente Ospina declaró: «En el nombre de Saqueadores del 9 de abril en Bogotá. "Fue la revuelta popular del 9 de abril la que marcó realmente el viraje en la política educativa colombiana, a través del choque que produjo en los dirigentes conservadores y liberales, y en particular en la Iglesia católica."
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Laureano Gómez, óleo de Guillermo Camocho en la Casa de Nariño, Bogotá, 1973. "... Cuando Rafael Azula Barrera y Lucio Pabón Núñez tuvieron la cartera de Educación, la mayoría de los altos funcionarios, directores de establecimientos oficiales e inspectores fue reemplazada por conservadores. Fueron despedidos también los maestros que profesaban las ideas de la Revolución en Marcha.. y se transfirió a los maestros que se deseaba perjudicar a regiones donde reinaba la chusma, y estos maestros renunciaron para no arriesgar la vida."
la cultura yo condeno esos atentados que nos envilecen y nos rebajan frente al mundo civilizado.» De pronto ya no había necesidad de buscar causas económicas o políticas al 9 de abril: esos sucesos se consideraban por muchas personas como la consecuencia de la ignorancia del pueblo, o según los conservadores y la Iglesia, consecuencia de la errónea acción en la educación desarrollada por los gobiernos liberales, especialmente durante la Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo (1934-1938). El episcopado condenó la rebelión popular, atribuyéndola a la creciente laicización y a la ausencia de moralidad de la sociedad colombiana. La Conferencia Episcopal aprovechó la ocasión para acusar a Gerardo Molina de ser indirectamente responsable de los hechos, al tiempo que señalaba: «nuestra absoluta inconformidad con el nombramiento de un jefe comunista para regir la Universidad Nacional, lo cual demuestra a la vez la ninguna responsabilidad que nos cabe en el desvío de la educación que recibió nuestra más brillante juventud en este centro, hasta llegar a encabezar la subversión del orden constitucional el 9 de abril...» Identificando religión católica y nacionalidad colombiana, la Iglesia comparó los atentados contra sus bienes con el sacrilegio y la alta traición,
exigiendo castigos ejemplares para los autores. Además, se presentó como la fuerza de cohesión indispensable en la restauración del orden público y reivindicó el papel que había perdido en la educación. En el mismo sentido, la Confederación Nacional de Colegios Católicos publicó la siguiente interpretación del 9 de abril en su Revista lnteramericana de Educación, en marzo-abril de 1948: «La revolución vino de fuera, pero encontró el terreno preparado de tiempo atrás por el Ministerio de Educación Nacional, inconscientemente tal vez pero no por eso menos eficazmente, por medio de una legislación escolar equivocada y por los numerosos profesores comunizantes, colocados por él en varios colegios oficiales. La realización de la revolución la hizo la Universidad Nacional. Los obreros sin instrucción o mal formados en las escuelas, que murieron en las calles o llenan las cárceles, son los instrumentos ciegos, la carne de cañón de estos intelectuales.» Mejor dicho, el 9 de abril era nada menos que una revolución preparada por el comunismo internacional con la ayuda de un «rector aleccionado en Rusia» y de «algunos rojos españoles con larga práctica revolucionaria». Detrás de esa denuncia, la intención de la Confederación de Colegios Católicos era utilizar el evento para exigir una educación conforme con la religión católica y para consolidar su posición en la enseñanza secundaria. Laureano Gómez y la purga del magisterio Sin embargo, habrá que esperar el nombramiento de los partidarios de Gómez en puestos importantes en la educación, tales como las secretarías departamentales, y sobre todo la llegada de Gómez al poder, en 1950, para que sean destituidos de la instrucción pública los liberales y aun los conservadores moderados. Así. especialmente cuando Rafael Azula Barrera y Lucio Pabón Núñez tuvieron la
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cartera de Educación, la mayoría de los altos funcionarios, directores de establecimientos oficiales e inspectores fue reemplazada por conservadores laureanistas. Fueron despedidos también los maestros que profesaban las ideas de la Revolución en Marcha y se aterrorizó a las jóvenes maestras exigiéndoles ciertos favores para mantenerlas en el puesto. También se transfirió a los maestros que se deseaba perjudicar a regiones donde reinaba la chusma, y estos maestros renunciaron para no arriesgar su vida. Sin embargo, es preciso profundizar y matizar para comprender este cuadro de purga y venganza política. Primero, la exclusión de liberales de la administración pública era una respuesta, desde luego mucho más violenta y animada por la voluntad de venganza, a la negativa de la «cooperación conservadora» de Alfonso López en 1934, negativa que había significado la pérdida del puesto a los conservadores que trabajaban en el
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sector público. Segundo, la purga fue total en el gobierno central y menos generalizada al nivel departamental y municipal. Causó estragos en algunos departamentos, como en Antioquia por ejemplo, en donde el gobernador era un partidario celoso de Gómez; no obstante fue prácticamente inexistente en los departamentos poco afectados por la Violencia como los de la Costa Atlántica. Tercero, aun en contra de sus opciones políticas, los responsables de la educación colombiana no podían darse el lujo de desmantelar un sistema educativo público débil, el cual no alcanzaba a satisfacer las crecientes necesidades de preparación de maestros y construcción de escuelas para una población infantil cada vez más numerosa que necesitaba y ansiaba la educación. La Iglesia, aun cuando deseaba volver a obtener de nuevo el papel dirigente en la educación, no tenía los medios ni el personal docente necesarios para suplir las deficiencias del Estado.
Lucio Pabón Núñez, ministro de Educación de Rafael Urdaneta Arbeláez, habla con el ex presidente Mariano Ospina Pérez. La purga de maestros y funcionarios de la educación fue total en el gobierno central y menos generalizada a nivel departamental y municipal.
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Durante el gobierno de Rojas Pinilla, entre los años 1954 y 1956, una abundante legislación reglamentó el trabajo de los funcionarios del Ministerio de Educación Nacional. Utilizó, también, sistemáticamente a las misiones extranjeras para formular soluciones a los problemas de la educación en el país.
Rojas Pinilla y las misiones extranjeras Los métodos de los partidarios de Gómez para asegurar su hegemonía se volvían, no obstante, cada vez más insoportables no sólo para los liberales sino también para el sector ospinista del conservatismo. Paralelamente el aumento de la Violencia en el campo empezaba a amenazar el progreso económico del país. Fue, pues, con cierto alivio como una parte de los dirigentes conservadores y todos los liberales acogieron la noticia del golpe de estado del general Rojas Pinilla en 1953. El dictador anunció que iba a impedir la politiquería en la administración pú-
blica dándole a ésta una orientación técnica. Una abundante legislación, entre 1954 y 1956, reglamentó el trabajo de los funcionarios del Ministerio de Educación Nacional. Los inspectores que se habían lanzado a la represión durante la presidencia de Gómez y Urdaneta perdieron su puesto. De una manera general la política partidista tuvo una injerencia menor en relación con los docentes, aun cuando el clientelismo no desapareció. Rojas utilizó sistemáticamente a las misiones extranjeras para buscar una solución a los problemas de la educación colombiana, problemas que como ya vimos estaban considerados como la causa principal de la Violencia se-
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gún Alberto Lleras Camargo y otros. Rojas contrató en 1954 a un equipo del Centro Economía y Humanismo, dirigido, en ese entonces, por el padre Louis-Joseph Lebret, que proponía soluciones sociales, de acuerdo con los dogmas del catolicismo, para los países en desarrollo. El estudio de Lebret sobre Colombia fue un aviso severo: el desarrollo económico rápido del país beneficiaba únicamente a los ricos, mientras que la mayoría de la población permanecía en la miseria y desprovista de educación. Sin una apertura democrática y social, sin un reparto más equitativo de las riquezas, decía el estudio, en poco tiempo el proceso de desarrollo sería detenido. De golpe el diagnóstico trascendía la cuestión educativa para plantear el problema de la estructura socioeconómica de Colombia. Situación que no impedía a Lebret proponer una reforma educativa: generalización de la educación primaria (lo cual significaba el incremento del presupuesto, nuevos maestros y nuevas escuelas), desarrollo intenso de la enseñanza técnica y profesional y creación de un sistema de aprendizaje industrial. Con el nombramiento de Gabriel Betancur Mejía en la cartera de Educación en 1955, la planificación de la educación se planteó a fondo en el ministerio. El gobierno contrató con la UNESCO la venida de expertos extranjeros para preparar, con la participación de homólogos colombianos, un Primer Plan Quinquenal de Educación Integral. Para esto, una Oficina de Planeamiento fue creada en el Ministerio de Educación y confiada su dirección a un español, Ricardo Díez Hochleitner. A diferencia del estudio de Lebret, el Primer Plan Quinquenal analizó única y estrictamente el sector educativo, pero muchas de sus recomendaciones eran similares. El Primer Plan Quinquenal preconizó la unificación de la escuela primaria, con cinco años de escolaridad obligatoria tanto en las escuelas urbanas como en las escuelas rurales. Recomendó la divi-
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sión del bachillerato en dos ciclos de tres años: un primer ciclo orientado hacia las carreras prácticas y técnicas y un segundo ciclo preuniversitario y normalista. Para no caer en los errores del pasado, según el Plan, toda reforma educativa debía ensayarse en escuelas modelo antes de aplicarse a nivel nacional. Acudir a misiones extranjeras para resolver problemas colombianos, especialmente en materia educativa, presentaba ciertas ventajas. En el ambiente muy tenso de la época, las misiones serían garantía del carácter políticamente neutro de las decisiones frente a liberales y conservadores; ahorraban en cierta medida largos debates ideológicos. Daban a Colombia una audiencia internacional; por ejemplo: la Oficina de Planeamiento
Gabriel Betancur Mejía, ministro de Educación de Rojas Pinilla y más tarde de Lleras Restrepo. En 1955 planteó a fondo la planificación de la educación y la formulación de un Primer Plan Quinquenal de Educación Integral. Más tarde sería subdirector de la Unesco, de la cual había contratado expertos para estudiar el caso colombiano.
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El padre Louis-Joseph Lebret, director del Centro Economía y Humanismo y del equipo de estudio sobre la realidad social y económica del país, contratado por el gobierno en 1954. Su informe "fue un aviso severo: el desarrollo económico rápido del país beneficiaba únicamente a los ricos, mientras que la mayoría de la población permanecía en la miseria y desprovista de educación..."
Educativo, la primera del género en el continente, sirvió de modelo a varios países latinoamericanos. Y sobre todo facilitaban el otorgamiento de créditos extranjeros e internacionales para financiar las reformas educativas en Colombia. Pero las misiones extranjeras también tenían sus inconvenientes. Como los políticos no participaban en la discusión de los proyectos, tampoco ponían interés en su realización. El Primer Plan Quinquenal de Educación Integral, entre otros, nunca se aplicó sistemáticamente. Además, gran parte de los expertos permanecían poco tiempo en el país y sus métodos de trabajo no incluían la consulta de las clases populares, utilizando al contrario criterios de origen internacional en la definición de los objetivos. Eso explica muchos errores de concordancia entre las reformas propuestas, las esperanzas y necesidades de la población y la realidad fiscal del país.
Violencia había mostrado a los dirigentes políticos que una gran distancia entre las diferentes clases sociales y una exclusión del pueblo de la educación terminaban por amenazar el mantenimiento del poder de la oligarquía. Era necesario ofrecer por lo menos una esperanza de promoción social a las clases populares, abriéndoles las puertas de la educación pública primaria, media y aun de la superior. La educación elemental debía, además, extenderse a todos y había que privilegiar también la formación religiosa, moral y cívica. Otra vez se retomaba el análisis de Lleras Camargo de 1954, citado al comienzo de este trabajo. Con el Frente Nacional, las elites liberales y conservadoras se pusieron de acuerdo no solamente para repartirse los puestos en la administración, sino también para dejar de discutir sobre la orientación religiosa de la educación pública.
A partir de 1954, Rojas transgredió el papel de pacificador que se le había confiado. Inició una serie de reformas sociales que le permitirían construir su propia clientela con el objeto de crear una tercera fuerza política, distinta a los partidos tradicionales y opuesta a la oligarquía. A pesar de la represión del ejército, no logró contener la Violencia que tomaba en ciertas regiones una orientación social. El espectro de la revolución ya presente en el 9 de abril volvía a aparecer. Partidos tradicionales, Iglesia, gremios, sindicatos y estudiantes se unieron para derrocar a Rojas. Las direcciones nacionales conservadoras y liberales aprovecharon la situación para asegurar su monopolio a la cabeza de la nación, mediante la fórmula del Frente Nacional. Esta fórmula propuesta como reforma constitucional fue masivamente aprobada en 1958. El referéndum de 1958 consagró, significativamente, la importancia de la religión católica en el mantenimiento del orden social y fijó el 10 % como porcentaje mínimo del presupuesto nacional dedicado a la educación. La
Educación pública y educación privada La apertura de la educación pública a las clases populares no hubiera sido posible sin el considerable desarrollo de la educación privada entre los años 1946-1957. Algunas cifras permiten ilustrar el fenómeno. El número de alumnos matriculados en la escuela primaria aumentó globalmente en un 104 % entre 1945 y 1957. Pero el sector público aumentó sólo en un 82 %, mientras que el sector privado conoció un incremento del 598 %. Por otra parte el crecimiento de la matrícula tuvo lugar sobre todo en las escuelas urbanas, en las cuales aumentó en un 111 % (sector oficial) y en un 537 % (sector privado), mientras que las escuelas rurales registraron apenas un incremento del 57 %. En la enseñanza media, la matrícula aumentó en un 209 % entre 1945 y 1957. Eran los colegios de bachillerato tradicional los que atraían al mayor número de alumnos, seguidos muy atrás por las escuelas de comercio, las escuelas normales y finalmente por las
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Fabio Lozano y Lozano, ministro de Educación del gabinete de crisis nombrado por Mariano Ospina Pérez, después del 9 de abril de 1948. Una de las causas del "bogotazo", según interpretación de la Confederación de Colegios Católicos, radicó en una equivocada orientación de la educación escolar, (En la foto, Fabio Lozano con su esposa Elena Simonelli y sus hijos Fabio, Esther y Alberto).
escuelas industriales y de agricultura. Prácticamente en todas las modalidades, excepción hecha de las escuelas agrícolas, el incremento fue por lo menos dos veces más importante en el sector privado: un 288 % (contra el 112 % en el sector oficial) para los colegios de bachillerato, un 593 % (contra el 160 % en el sector oficial) para las escuelas normales, por ejemplo. En cuanto a la universidad, la matrícula total de estudiantes aumentó en un 161 % entre las dos fechas, pero aquí también el sector privado tuvo un mayor incremento: d e . un 3 0 9 % , mientras que la matrícula del sector oficial solamente creció en un 111 %. No se puede dar una explicación unívoca al fenómeno de un desarrollo más acelerado de la enseñanza privada. En el análisis de los distintos niveles de educación que sigue, se tratará de mostrar algunas de las posibles interpretaciones. Sin embargo, desde un punto de vista global, se puede afirmar que la separación entre sector pri-
vado y sector público corresponde a la división de clases sociales que siempre ha existido como una característica en la educación colombiana. Durante la Colonia solamente los criollos, una vez probada su limpieza de sangre, tenían derecho a ingresar al colegio y la universidad, mientras que los indios, los negros y la mayoría de los mestizos eran prácticamente excluidos de las escuelas. Hasta fines de los años veinte de este siglo, la mayor parte de los niños no iban a la escuela. A excepción de una minoría pudiente, los niños se matriculaban en la escuela pública: los campesinos y los pobres en la escuela rural y los otros en la escuela urbana. La diferenciación social se hacía también con el número de años de estudios cursados: menos del 1 % de los alumnos alcanzaba el sexto grado de la educación primaria. En la década de los cincuenta, la tasa de escolaridad de la población en edad escolar había subido casi al 50 %. Eso significaba que un número
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creciente de hijos de la clase popular iba a la escuela, desde luego, pública. Como consecuencia lógica, la clase superior, en un principio, y las clases medias, más tarde, tendieron a retirar a sus hijos de las escuelas públicas para costearles la enseñanza primaria privada. En este proceso, la difusión hecha por los políticos de la imagen de un pueblo bárbaro y peligroso después del 9 de abril y durante la Violencia tuvo seguramente un papel importante: las clases superior y media no quisieron que sus hijos se mezclaran con la clase popular. La educación pública se entendió como educación de la clase popular y así perdió crédito. El colegio privado se impuso como inversión obligatoria para todos los padres de familia preocupados por el porvenir de sus hijos.
el 11 % en la enseñanza media y el 9 % en la educación superior. En cuanto a la nación, ésta destinaba la mitad de su presupuesto educativo al nivel universitario, contra un 29 % a la educación media y solamente un 11 % a la educación primaria. Eran entonces los departamentos los que asumían los gastos de la educación primaria y la formación de base, mientras que el Estado central daba prioridad a la formación de una minoría en la enseñanza superior. Por lo regular, para entrar a la universidad, era preciso tener suficientes recursos para hacer el bachillerato en un colegio privado o tener suficientes relaciones para obtener una beca... En resumen, el Ministerio de Educación Nacional practicaba la política de destinar sus pocos dineros a la minoría ya privilegiada de la sociedad.
El fínanciamiento de la educación Otro factor decisivo en la separación entre educación pública y privada fue la incapacidad del Estado para responder a una doble presión: la demográfica de un lado y por otra parte la de la demanda creciente de formación escolar por parte de la población, en razón de la urbanización y del desarrollo económico. Ni la nación ni los departamentos tenían los medios financieros para desarrollar un gran sector educativo público en todos los niveles de enseñanza. Pero, además —las cifras lo prueban—, hasta 1957 los distintos gobiernos habían optado por no dar prioridad en el presupuesto a la educación: entre 3,3 % y 6,0 % del presupuesto nacional total de 1946 a 1957. La educación pública seguía siendo financiada en su mayor parte por los departamentos. En 1951, sobre un total de 122.928.000 pesos de la época, por ejemplo, los departamentos proporcionaban el 61 %, la nación el 34,4 % y los municipios 3,8 %. En promedio los departamentos invertían casi el 80 % de su presupuesto educativo en la escuela primaria (sobre todo en los salarios de los maestros),
La alfabetización El desinterés del gobierno nacional por la gran masa de la población, dejó la inmensa tarea de la alfabetización de los niños trabajadores o sin escuela y de los adultos a la iniciativa del sector privado, de los departamentos y de los municipios. De lo poco que hizo el Ministerio de Educación fue expedir en 1948 un decreto que obligaba a las empresas agrícolas, mineras e industriales a procurar y costear un salón de clase con su maestro por cada cuarenta hijos de sus trabajadores, y a establecer un programa mínimo para las escuelas de alfabetización. En esta época, paralelamente a las empresas, colegios privados católicos o laicos abrieron escuelas anexas de alfabetización para niños pobres en las cuales enseñaban religiosos o los mismos alumnos. Los sindicatos no quedaron al margen de este esfuerzo. Para contrarrestar el movimiento sindical liberal de la década de los treinta y tratar de reconquistar parte del control religioso sobre la clase obrera, en 1946 los jesuítas colaboraron en la fundación de la Unión de Trabajadores de Colombia (UTC) que también
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Desfile olímpico en el Instituto Politécnico, durante los años 40.
tenía un programa de alfabetización. En 1947. el padre José Joaquín Salcedo inició en el Valle de Tenza (Boyacá) emisiones radiofónicas de religión, alfabetización y técnicas agrícolas para sus fieles. Esas emisiones iban a transformarse con el tiempo en la gigantesca empresa de Acción Cultural Popular (ACPO) de Radio Sutatenza. En efecto, la radio parecía ser una solución eficaz y barata a la falta de educación formal y a la ausencia de curas en el campo, especialmente en el período de la Violencia. El padre Salcedo declaraba abiertamente obrar en favor de la recristianización y de la protección de los campesinos amenazados por el éxodo rural y el comunismo: «Este instrumento de la radio y la compleja organización que ha originado, va plasmando en nuestros campesinos una mentalidad sólidamente conformada para la obediencia a los pastores, el acatamiento a los sacerdotes y la devoción filial a la Iglesia. Ya no es posible llegar a quienes frecuentemente escuchan la radio de Sutatenza con mensajes atentatorios contra la pureza de la doctrina o incitantes al desorden social.» No tiene nada de extraño que ACPO se haya beneficiado rápidamente del apoyo de
la Iglesia católica, del gobierno colombiano y de la UNESCO, y menos aún que se haya convertido en un modelo para América Latina. Sin embargo todas esas iniciativas resultaron insuficientes en relación con una población analfabeta estimada en un 38 % de la población total. En esta época la alfabetización era considerada en ciertos círculos como una obra caritativa de las clases superiores y letradas en favor de los pobres e ignorantes. La alfabetización, aun cuando estaba reconocida por los dirigentes del país como un factor indispensable para el desarrollo, no formaba parte de las funciones reales del Ministerio de Educación. La educación primaria urbana y rural Los años 1946-1957 se caracterizan por un fuerte aumento del número de alumnos, maestros y escuelas en la enseñanza primaria. Pero es necesario considerar que, sobre todo en la educación, una reforma necesita prácticamente más de una generación para producir todos sus efectos, es decir, que es poco frecuente que un aumento cuantitativo en este campo sea seguido
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de un mejoramiento cualitativo. La Revolución en Marcha fue un intento de transformar la escuela primaria, convirtiéndola en uno de los principales agentes de modernización y de democratización de la sociedad colombiana. Ya desde 1932 se habían suprimido —en la legislación, pero no en los hechos— las diferencias entre escuelas urbanas y rurales; también se había fomentado un movimiento en favor de la Escuela Activa. Este impulso fue detenido en la década de los cuarenta. Por otra parte, ya desde antes del 9 de abril, algunos ministros de Educación, inquietos por el proceso de urbanización y laicización del país, trataron de frenar este movimiento por medio de una educación tradicional. Sería un error creer que sólo los conservadores quisieron dar ese paso atrás. Ya en El Tiempo del 6 de febrero de 1944, el ministro de Educación Antonio Rocha, liberal, anunciaba: «Si no volvemos la mujer al hogar y el campesino al campo, no pasarán tres generaciones sin que Colombia haya dejado de existir como nacionalidad auténtica [...] Yo rectificaré la pedagogía hacia este objetivo supremo.» En efecto, hasta el Primer Plan Quinquenal de Educación Integral presentado en 1958, la política educativa nacional fue orientada a frenar el éxodo rural de los jóvenes y a asegurar una educación separada de las mujeres. En 1950, la legislación volvió a ratificar las diferencias entre escuela urbana y escuela rural, suprimiendo la esperanza lejana de la escuela única. De ahí en adelante, la mayoría de las escuelas rurales serían alternas (un día para los varones, un día para las mujeres) con dos años de estudio, otras serían de un solo sexo y con cuatro años de estudio, mientras que la escuela urbana tendría cinco años de estudio. El programa rural era sencillamente una condensación del programa de la escuela urbana, que no estaba adaptado a la vida en el campo. Globalmente se redujo el número de años de estudio en la educación pri-
maria, solucionando así en parte el problema de la falta de maestros y de locales de enseñanza. En el sector rural, los estudios quedaron organizados de manera tal que los pocos alumnos que los terminaran con éxito no podrían prácticamente seguir en un colegio conducente al bachillerato, sino en una escuela agrícola, comercial o industrial. Era una manera de limitar la movilidad social. También se nota en este período un abandono, por parte del Ministerio de Educación Nacional, de ciertas funciones que la Revolución en Marcha había tratado de vincular a la escuela: la alimentación y la salud, según el principio sencillo pero clave de que los alumnos desnutridos y enfermos no podían aprender. La creación de un ministerio autónomo de Higiene en 1947 no fue un error, pero contribuiría a limitar las responsabilidades del Ministerio de Educación en el campo de la salud de los estudiantes. Los restaurantes escolares no iban tampoco a desaparecer totalmente, pero su reorganización en 1949, condicionando la subvención respectiva del Ministerio de Educación a la iniciativa del municipio, iba a favorecer las escuelas urbanas situadas en municipios pudientes, en contra de las escuelas rurales que por variadas razones necesitaban más de este servicio. La realidad de la educación primaria oficial y el magisterio Concretamente, ¿qué era la educación primaria oficial entre 1946 y 1957? Antes que nada, es preciso destacar que pocos planteles ofrecían la totalidad del ciclo primario a los alumnos: todavía en 1957, sólo el 35,8 % de las escuelas urbanas proporcionaban los cinco años completos del programa y sólo el 4,1 % de las escuelas rurales ofrecían los cuatro años establecidos en el programa. Eso explica, conjuntamente con la repetición y la deserción escolar, por qué la inmensa mayoría de los alumnos urbanos y la casi totalidad de los alumnos rurales no es-
Capítulo 4
tudiaban más allá del segundo grado de primaria. Por lo general, los locales escolares de las ciudades eran adecuados, pero en el campo el problema era más crítico, sobre todo cuando la escuela era una casa de habitación arrendada que no disponía de las condiciones mínimas necesarias (muebles, luz eléctrica, ventilación, sanitarios). El material escolar, que normalmente debía suministrar el Ministerio de Educación, faltaba en la mayor parte de las escuelas. En 1953 una clase promedio de setenta alumnos recibía cuatro cajas de tiza, doce lápices negros y tres de color, ocho cuadernos y una cartilla... Eso significaba en la realidad que numerosas escuelas, especialmente las rurales, no obtenían nada. Eran pues los padres de familia quienes debían comprarles el material a sus hijos, además de los zapatos, considerados como obligatorios para matricularse, y muchas veces el uniforme. Así, el costo de mantener a un niño en la escuela pública, supuestamente gratuita, sobrepasaba las posibilidades económicas de una familia de clase popular e impedía la matrícula de los más pobres. En estas condiciones, la mayoría de las escuelas utilizaban métodos pedagógicos muy tradicionales. Por lo general los maestros no disponían de más libros escolares que el catecismo del padre Astete y eventualmente un libro de lectura. Por consiguiente, dictaban las clases a los alumnos, que las copiaban en sus cuadernos, para luego memorizar y decir la lección en coro. Un programa de estudio recargado y numerosos alumnos le limitaban al maestro mejor intencionado las posibles innovaciones. Finalmente, conviene mencionar los efectos graves que tuvieron sobre el magisterio el rápido aumento cuantitativo de la matrícula en la escuela primaria; la politización de la administración en el período de la Violencia, y el paso atrás dado en los métodos pedagógicos por el Ministerio de Educación Nacional. Para responder a la progresión del alumnado, entre 1945 y 1957, el nú-
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mero total de maestros de primaria empleados por el sector oficial fue multiplicado por dos. Ese aumento se hizo lógicamente en detrimento de la calidad de la enseñanza. Las secretarías departamentales de Educación nombraron centenares de maestros sin diploma, que muchas veces no tenían más preparación que la escuela primaria incompleta. En 1953, por ejemplo, el porcentaje de maestros sin formación pedagógica alguna era superior al 85 % en las escuelas rurales y al 60 % en las escuelas urbanas. En comparación con la situación de la década de 1930, se nota una seria descalificación del magisterio, a la cual se sumaba una mayor feminización de la profesión: en el año 1945 las mujeres representaban el 75 % del total, en 1957 el 80 %. El Ministerio de Educación dejó de preocuparse por la capacitación de los maestros sin título o con formación pedagógica tradicional. Lo único que pretendía, pero sin darse los medios para hacerlo, era «recristianizar» a un magisterio que supuestamente había perdido su mística y tomado una orientación materialista y atea a raíz de la Revolución en Marcha. Esta acusación no tomaba en cuenta el detePróspero Carbonell, ministro de Educación en el primer año de gobierno de la Junta Militar. Para el referendum de 1958, se dio prioridad a la educación, con un obligatorio 10% del presupuesto nacional. Era necesario, entonces, "ofrecer por lo menos una esperanza de promoción social a las clases populares, abriéndoles las puertas de la educación pública primaria, media y aun de la superior. La educación elemental debía, además, extenderse a todos, y había que privilegiar la formación religiosa, moral y cívica."
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rioro de los salarios durante estos años. Si a principios de la década de 1940 el salario mensual de un maestro (más o menos $ 80) correspondía a un salario de clase media, en 1955 el salario promedio ($ 200 mensuales) era inferior al de un contabilista, un chofer de bus o una buena secretaria. Así. los maestros estaban situados ahora en el nivel salarial correspondiente a la clase obrera. Con esos elementos, no es sorprendente que en 1959 el magisterio creara un movimiento sindical particularmente fuerte y unido, la Federación Colombiana de Educadores (FECODE). que dos años más tarde organiza su primera huelga nacional bajo la consigna «los maestros no son unos apóstoles, son unos explotados». El cuerpo docente se encontraba en un círculo vicioso: los salarios bajos y las malas condiciones de trabajo generaban una disminución de los diplomados y de los hombres en la profesión, mientras su falta de preparación generaba una disminución del prestigio social de la profesión. Los colegios de bachillerato Al estudiar los periódicos y revistas de la época de la Violencia, es sorprendente la casi unanimidad que reinaba a propósito de un tema tan importante como el de la orientación de la educación primaria, la única formación que la mayoría de la juventud colombiana podía esperar adquirir en ese entonces. Otra cosa sucedía con el bachillerato, que era un asunto de interés para la elite y que fue sometido en aquel entonces a varias discusiones y reformas. Al respecto, es útil mencionar que los partidarios y adversarios de las reformas al bachillerato se dividían, como podría esperarse, entre conservadores y liberales. Poco a poco las oposiciones ideológicas del pasado habían dejado lugar a rivalidades mucho más sutiles y complejas, que daban como resultado el hecho de encontrar muchas veces en el mismo campo de lucha a antiguos adversarios.
El bachillerato, privilegio de una minoría colocada en las clases superior y media, era el pasaporte indispensable para ingresar a las universidades v poder así ejercer en el futuro las carreras más prestigiosas. Numerosos políticos e intelectuales no querían facilitar ni abrir el acceso del bachillerato a las clases populares. Temían que los bachilleres de estos estratos rechazaran después los trabajos manuales que, según ellos, les correspondía hacer. El mejor medio para conservar la estructura elitista de la enseñanza era desarrollar los colegios particulares. Pero no se puede considerar el sector privado como homogéneo. A medida que el bachillerato se volvió obligatorio para conseguir un buen empleo, los planteles se multiplicaron según una jerarquía bien definida. Los más prestigiosos, como el Gimnasio Moderno o los colegios de la Compañía de Jesús, elevaron el costo de la matrícula y de la pensión y a la vez privilegiaron a los candidatos que tenían un pariente ya educado en la institución, estableciendo así un sistema de reproducción de castas. Al otro extremo de la escala se desarrolló una multitud de colegios que prometían una formación secundaria a los hijos de familias modestas; estos colegios no eran en realidad más que escuelas primarias de ínfima calidad. También existían diferencias entre los planteles según quienes fueran sus propietarios: comunidades religiosas, laicos, católicos, extranjeros, etc. Ese cuadro muestra que ofrecer una educación secundaria privada se había convertido en un verdadero negocio, muchas veces a costa de la calidad de la enseñanza. No obstante, entre 1945 y 1957 el número de planteles y de matriculados en el sector oficial aumentó en un 11.2 %, que es un avance importante, pero a la vez muy limitado cuando se compara con el avance del sector privado. Además, a partir de 1949, la progresión del sector oficial fue debida únicamente a la iniciativa de los de-
Capítulo 4
partamentos: el gobierno central renunció a la política de creación de colegios nacionales empezada durante la Revolución en Marcha. Paralelamente se continuaba subvencionando los colegios particulares por medio de partidas en el presupuesto nacional. En cuanto a democratizar el bachillerato, el Ministerio de Educación se limitó a otorgar alrededor de mil becas entre candidatos a ingresar a colegios nacionales o privados. También, adaptándose a la necesidad de ofrecer a las clases populares una posibilidad de promoción social por medio de la educación, creó el bachillerato nocturno. Gratuito o barato, el bachillerato nocturno proporcionaba la oportunidad a trabajadores y empleados de presentar el examen oficial después de ocho años de estudios efectuados en sus horas libres. La política no estuvo ausente en este proceso. Hubo desplazamientos y despidos de personal docente. Además, bajo la presidencia de Gómez y de Urdaneta, el ministerio, en su obsesión de «recristianizar» a los jóvenes, prohibió la educación mixta. Colegios laicos o extranjeros sufrieron entonces por el celo excesivo de parte de algunos inspectores. Pero fueron las reformas del bachillerato las que produjeron mayores reacciones, oponiéndose básicamente los defensores de la modernización a los mantenedores de la tradición.
de la reforma era a la vez democratizar el bachillerato y desviar parte de los titulados del camino a la universidad, dirigiéndolos hacia las carreras técnicas que necesitaba la economía colombiana. Por consiguiente, el contenido de los programas de bachillerato debía ser modificado: se suprimieron el latín, el francés y la filosofía para reemplazarlos por el inglés y las ciencias. Es preciso recordar que Colombia se encontraba en un período La reforma del bachillerato de 1955 de intensa penetración de la influencia norteamericana, tanto económica coLa más significativa reforma del ba- mo política. Los grupos económicos poderosos chillerato ocurrió en 1955. El ministro de Educación Aurelio Caicedo Ayer- acogieron la reforma con relativa sabe, aconsejado por un experto ale- tisfacción; sin embargo, ésta levantó mán, propuso el otorgamiento del tí- una ola de protestas basadas en razotulo de bachillerato después de cuatro nes a veces divergentes, por parte de años de estudio, en vez de los seis años la mayoría de los pedagogos y de la tradicionales, e inmediatamente los Iglesia. Personalidades de criterios gebachilleres podrían elegir entre tres neralmente encontrados como el soposibilidades: empezar directamente cialista Gerardo Molina, el liberal a trabajar, hacer una especialización Luis López de Mesa, el conservador técnica, o estudiar dos años suplemen- Eliseo Arango, el arzobispo de Botarios para presentar el examen de in- gotá monseñor Crisanto Luque, el pagreso a las universidades. La finalidad dre jesuíta Félix Restrepo, los educa-
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Aurelio Caicedo Ayerbe, ministro de Educación 1955-1956. Propuso la reforma del bachillerato reduciéndolo a cuatro años y suprimiendo asignaturas como el latín, el francés y la filosofía. El proyecto provocó la oposición de intelectuales y educadores, condenándolo al fracaso.
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dores Agustín Nieto Caballero, Rafael Bernal Jiménez o Nicolás Gaviría se unieron para oponerse al plan de un nuevo bachillerato de cuatro años. Podemos también notar aquí que el enfoque tradicional de los temas educativos por parte de los partidos políticos había sufrido grandes cambios. Durante meses, la prensa dio cuenta de múltiples críticas a las consecuencias de esta reforma que conllevaría, según varios intelectuales y los eclesiásticos, al triunfo del materialismo y del pragmatismo norteamericanos sobre la cultura y la espiritualidad francesas. Finalmente, el ministro de Educación Caicedo se vio obligado a renunciar. Hábilmente su sucesor, Gabriel Betancur Mejía, archivó la reforma y mantuvo la vigencia del antiguo bachillerato. Ya se comenzaba a percibir el aislamiento de Rojas y la creciente unión contra él, en la cual la Iglesia tuvo un papel clave. El fracaso de la reforma del bachillerato muestra, también, la inmensa fuerza de los colegios privados (especialmente la Confederación Nacional de Colegios Católicos), que proporcionaban la mayor parte de la enseñanza secundaria clásica frente a un Ministerio de EducaEl presidente Rojas Pinilla es saludado por el ministro de Educación Manuel Mosquera Garcés, durante el concierto inaugural de la Orquesta Sinfónica de Colombia, en el Teatro Colón, de Bogotá, 20 de julio de 1953.
ción Nacional cuya debilidad era proporcional a la pequeña cantidad de colegios nacionales que había establecido. Además, personas como un Félix Restrepo o un Agustín Nieto, precisamente porque habían sido profesores de varios de los dirigentes políticos de la época, tenían eficaces medios de presión sobre el Ministerio de Educación. Las escuelas normales En 1955 la misión del padre Lebret constató: «El balance de la enseñanza normalista es bastante paradójico; la mayor parte de los alumnos graduados que salen de las escuelas normales rurales se desplazan hacia la enseñanza primaria urbana [...] los alumnos graduados de las escuelas normales superiores que prosiguen la carrera de la enseñanza, se orientan hacia el profesorado en los colegios de la enseñanza secundaria, pasando o no por una Facultad Pedagógica [...] Pero aún es más grave el hecho de que la mayoría de los alumnos graduados abandonan la enseñanza (cerca del 70 %) y se orientan hacia profesiones en las que su cultura general les per-
Capítulo 4
mita obtener remuneraciones mucho más ventajosas que las de la enseñanza, aun secundaria.» ¿Por qué tal balance? La primera respuesta se encuentra en la degradación de la condición socioeconómica de los maestros. Si un gobierno quiere maestros calificados tiene que pagarles sueldos decentes. La segunda respuesta se encuentra en la organización errónea de los estudios normalistas. A pesar de un aumento considerable del número de escuelas normales particulares, el Ministerio de Educación no dejó la enseñanza normalista totalmente a cargo del sector privado: administraba por lo menos una escuela normal nacional para hombres y otra para mujeres en cada departamento. De otra parte, muchos departamentos tenían planteles propios de enseñanza normal. Además, para incitar a los jóvenes a escoger la carrera de normalista, en un período de penuria de maestros, la nación y los departamentos ofrecían bastantes becas para estudios normales. Los programas de estudio de las escuelas normales eran paralelos a los del bachillerato; de seis años de duración, no abordaban la pedagogía sino en el tercer año. Varias escuelas no suministraban la enseñanza normal completa. Por consiguiente, muchos alumnos empezaban la normal únicamente porque las becas eran más fáciles de conseguir y después de uno o dos años la abandonaban para seguir en un colegio o trabajar como maestros sin título. Algo similar ocurría con las escuelas normales rurales. Iniciadas en 1934 para formar rápidamente maestras para el campo, estas escuelas se habían multiplicado, pero todas estaban situadas en ciudades. En 1951 un nuevo decreto extendió a cuatro años los estudios para obtener el diploma. Las egresadas no aceptaban ir a aislarse a una escuela rural desprovista del material escolar necesario. En 1952, para responder a la consigna de «recristianización» del magisterio, se reorganizó completamente la Escuela Normal Superior. Plantel mo-
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Rafael Azula Barrera, ministro de Educación de Laureano Gómez, confió nuevamente a los alemanes Julius Sieber y Fransiska Radke la dirección de la Escuela Normal Superior, dividida ahora en dos secciones: una para hombres con sede en Tunja, y otra para mujeres con sede en Bogotá.
derno y vanguardista, la escuela había formado profesores de enseñanza secundaria, normal y a futuros responsables de la administración de la educación. Entre su profesorado tenía algunos refugiados venidos de Europa, que habían participado con colombianos en la reforma de la pedagogía y en la introducción de las ciencias sociales en los planes de estudio. Orgullo del liberalismo, la Escuela Normal Superior fue el blanco de la reconquista conservadora. El ministro de Educación Rafael Azula Barrera confió su dirección a dos alemanes que habían sido los iniciadores de la formación de los profesores secundarios en Colombia, en la década de los veinte, y simpatizantes del nacional-socialismo: Julius Sieber y Franziska Radke. La Escuela fue dividida en dos secciones, una para hombres con sede en Tunja y otra para mujeres con sede en Bogotá. De esta manera, cambió por completo la orientación pedagógica de la escuela, no sin antes haberse perjudicado la enseñanza normal en su conjunto. Carreras técnicas adaptadas a las necesidades económicas Desde 1938, el Ministerio de Educación se había propuesto quitar a las carreras técnicas su vocación de redentoras de los pobres y volverlas agentes de modernización. Las transformaciones socioeconómicas de los años 1946-
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1957 hicieron todavía más urgente la necesidad de formar los técnicos y obreros especializados que hacían falta al país. Para cumplir este deber, el ministerio creó en 1948 un Departamento de Enseñanza Técnica, y en 1950, por iniciativa de Gabriel Betancur Mejía, el Instituto Colombiano de Especialización Técnica en el Exterior (ICETEX). Éste estuvo originalmente destinado a facilitar el perfeccionamiento de profesionales y obreros técnicos en el exterior, pero favoreció principalmente a estudiantes de carreras universitarias y dejó muy pocas becas para los obreros y el personal técnico intermedio. En realidad los esfuerzos para mejorar la formación técnica tropezaban con un obstáculo psicológico de talla: el prejuicio tradicional contra el trabajo manual. Las escuelas de comercio Por consiguiente, no es sorprendente que fuese el sector de la enseñanza comercial el que más progresó durante el período. En 1957, detrás de los colegios de bachillerato que atraían el 65,5 % de todos los matriculados en la enseñanza media, venían en orden de importancia las escuelas de comercio, con un 16,7 % de la matrícula total. La casi totalidad de estos establecimientos eran privados. El Ministerio de Educación sólo administraba las Escuelas Nacionales de Comercio de Bogotá y de Barranquilla, hasta que en 1953 abrió un plantel en Cali y otro en Cúcuta. Además, en algunas regiones del país existía una sección comercial en el colegio de bachillerato departamental. Por lo general, las trescientas escuelas de comercio que funcionaban en 1957 se constituyeron sin ningún tipo de control, es decir, con libertad absoluta. Estas escuelas respondían por una parte a la demanda de un sector de comercio y servicios en rápida expansión, y por otra, a la nueva necesidad de los jóvenes de tener una formación posprimaria que les permitiría encontrar un empleo decente.
En este sentido, las escuelas comerciales presentaban muchas ventajas para una familia de ingresos modestos, pues los estudios comerciales generalmente no duraban más de dos años y no exigían como requisito de ingreso la primaria completa, lo que compensaba su costo. La enseñanza dispensada no era manual y los diplomas de comercio, aun cuando correspondían a un barniz de formación, permitían evitar los trabajos en el sector económico industrial, socialmente menospreciados. El joven egresado podía encontrar un empleo de cajero de banco, contabilista u oficinista y la mujer un puesto de secretaria, mecanógrafa o vendedora. Los directores de escuelas de comercio, en contrapartida, aprovechaban la situación, a sabiendas de que los padres de familia necesitaban de este tipo de formación para sus hijos. El caso es que reinaba una verdadera anarquía, tanto en la organización de los estudios, como en la calificación del personal docente y en las condiciones del material de enseñanza, muchas veces totalmente improvisado; los locales de enseñanza no eran en varios casos más que los cuartos de una casa de habitación. En este sector, aun más que en los otros, la educación se había vuelto un negocio. El Ministerio de Educación concentraba sus esfuerzos en las cuatro escuelas nacionales de comercio, que tenían un nivel pedagógico alto, y para controlar los planteles privados y departamentales se limitó a crear, entre 1948 y 1952, normas sobre los requisitos mínimos necesarios para el reconocimiento oficial de las escuelas y de los títulos otorgados. Luego, paulatinamente, se estableció un embrión de servicio de inspección escolar, para esta área. Sin embargo, el Ministerio de Educación Nacional obtenía muchas ventajas de la proliferación de escuelas comerciales privadas, ya que éstas llenaban un vacío en la estructura educativa colombiana, al ofrecer una formación media a un sector de la población sin que costara ni un solo peso al erario público.
Capitulo 4
Las escuelas industriales y la creación del Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) Todo lo contrario ocurría en la enseñanza industrial. Este sector, que necesitaba costosas inversiones en maquinaria y material, no interesaba a la educación privada, salvo a la congregación de los Salesianos. Principalmente basada en el trabajo manual, la formación industrial no atraía a los jóvenes de las clases media y superior. Además padecía la desventaja de haber sido hasta la Revolución en Marcha el premio a los pobres, huérfanos y delincuentes, ya que las escuelas industriales eran consideradas más bien como centros de reeducación. Si el Estado quería modernizarlas, debía intervenir directamente. En la década de los cincuenta, el Ministerio de Educación poseía y dirigía la mayoría de la cincuentena de escuelas industriales del país. Los establecimientos se dividían en dos categorías. En primer lugar, encontramos las escuelas artesanales y de artes y oficios tradicionales que ofrecían, en un lapso de dos a cuatro años de estudios prácticos, la preparación en mecánica, herrería, carpintería, eba-
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nistería, zapatería y sastrería. En segundo lugar, estaban los institutos técnicos industriales, más adaptados a la economía moderna, que otorgaban, después de cinco o siete años de estudio, títulos de experto o técnico. Si la primera categoría cumplía con el propósito de formar rápidamente artesanos y obreros calificados, la segunda padecía problemas tales como la falta de vocación de los jóvenes y tasas de deserción similares a las ya señaladas en las escuelas normales. El problema consistía en que un diploma de técnico requería más años de estudios que el bachillerato a pesar de ser menos reconocido; muchos alumnos ingresaban a los institutos industriales únicamente porque las becas eran más numerosas. Además, de manera general, la enseñanza industrial en planteles especiales conocía un fenómeno que aun con las mejores intenciones no era fácil de corregir: la rápida desactualización de la costosa maquinaria y de los métodos de enseñanza respecto de los cambios tecnológicos en la industria. Con la creación del Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) en 1957, que introdujo la formación práctica en las empresas junto con la instrucción geEl presidente Alberto Lleras Camargo, con estudiantes de mecánica, durante la inauguración del edificio del Sena, en Bogotá. El Servicio Nacional de Aprendizaje, creado en 1957, una trascendental reforma de la educación en su rama tecnológica y de capacitación.
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neral y teórica en centros de enseñanza, se pensó que se había arribado a la solución del problema mencionado. Aun cuando el SENA no produciría sus primeros efectos sino a partir de 1960, su fundación puede considerarse como una de las más trascendentales reformas educativas del período. Las escuelas agrícolas La formación agrícola lógicamente sufrió también sus propias repercusiones de la Violencia, que fue sobre todo rural. En su mayor parte de carácter nacional, las escuelas de agricultura cambiaron de personal docente y otras se cerraron o fueron simplemente desplazadas. Además, muchas tenían muy pocos alumnos, generalmente becados, y la minoría que terminaba los estudios no trabajaba en la agricultura sino en los servicios o en la misma enseñanza agrícola... Este era, pues, el sector de formación con el rendimiento más bajo y necesitaba una reforma que se vislumbraba inseparable de una reforma profunda en la estructura agraria. La política educativa que se definió a partir de 1949 estaba lejos de este objetivo. En 1951, según el Ministerio de Educación, «la urgencia era hacer regresar el pueblo trabajador a la moral cristiana y al surco abandonado», sin preocuparse por analizar las causas del éxodo rural. En el año siguiente, el ministro Lucio Pabón Núñez separó la educación agrícola del Departamento de Enseñanza Técnica para integrarla a un nuevo Departamento de Educación Campesina, diseñado especialmente para impedir a los alumnos pasar a otros sectores de la enseñanza. Los años de estudio para obtener el diploma quedaron reducidos a dos, con el fin de disminuir la deserción escolar. Al mismo tiempo se multiplicó la creación de escuelas agrícolas en todo el territorio nacional. La reforma no era la adecuada para solucionar los problemas de la enseñanza agrícola en su ligazón estrecha con los de la agricultura. En 1957 fal-
taba todo por hacer. En este conjunto bastante deprimente se destacaba la iniciativa por la Federación Nacional de Cafeteros para crear concentraciones rurales en zonas de mediana propiedad agrícola. Esta iniciativa contribuyó a la formación de técnicos agrícolas, sirvió a la difusión de métodos más eficientes de trabajo y cumplió con su objetivo declarado de contribuir a la estabilización de la población cafetera. La enseñanza femenina Volver el campesino al surco y la mujer al hogar eran las consignas de la época. Si la primera era imposible sin una reforma agraria, la segunda era muy improbable en una sociedad en proceso de modernización y de laicización. Las estadísticas mostraban que la mujer tomaba cada día una parte más activa en la producción, tanto en la agricultura como en la industria y los servicios. Pero muchas actividades femeninas, como el servicio doméstico, las cosechas estacionales o el trabajo a domicilio, eran de tipo preindustrial, con la excepción de las obreras de fábricas, las empleadas del comercio y de oficina y las maestras de escuela, por ejemplo. La remuneración del trabajo femenino era siempre inferior a la de los hombres en la misma profesión. Se continuaba considerando el trabajo de la mujer como un aporte al salario del jefe de familia. Sin embargo, esta realidad era ya bien distinta al modelo tradicional de la familia católica. Muchas madres aseguraban solas el sostenimiento de su familia. Algunos políticos de los dos partidos tradicionales veían esta situación como una amenaza contra la sociedad colombiana. Se opusieron también al sufragio femenino, considerándolo como contrario al papel de madre y esposa. Sin embargo, en 1954, Rojas concedió el derecho de votar a la mujer colombiana y en 1956 nombró a la primera mujer ministra, Josefina Valencia de Hubach, en la cartera de Educación.
Capítulo 4
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Durante esos años, los pedagogos y políticos discutieron bastante sobre la orientación que se debía dar a la educación de la mujer, que ya constituía la mayoría del alumnado de las escuelas normales y comerciales. Se preguntaban, entre otros temas, cómo proporcionarle posibilidades de formación sin disolver la familia ni desnaturalizar la misión tradicional de la mujer. La respuesta a esta reflexión fue la repulsa de la educación mixta y la creación de carreras típicamente femeninas. Esta orientación tenía ya sus antecedentes. En 1941, el gobierno liberal de Eduardo Santos creó el bachillerato femenino (bachillerato clásico con artes del hogar). En 1942, el Ministerio de Educación estableció una Sección de Educación Femenina, que inició un programa de escuelas del hogar para campesinas y de escuelas complementarias que enseñaban artes manuales y costura a las hijas de obreros. En 1945 se fundaron los Colegios Mayores de Cultura Femenina, que ofrecían preparación en carreras sociales, científicas y artísticas. A partir de 1949, el personal liberal de la Sección Femenina y los docentes liberales de las escuelas oficiales padecieron la purga y fueron reemplazados por conservadores. Varios establecimientos oficiales cambiaron su nombre. La educación mixta fue prohibida y las escuelas estrechamente vigiladas sobre este punto, según la letra del Concordato con la Santa Sede. Sin embargo, las opciones generales de la enseñanza femenina no fueron alteradas. Las escuelas campesinas de hogar, las escuelas complementarias de artes manuales y los colegios mayores se multiplicaron. El sector privado de enseñanza femenina se desarrolló en la enseñanza media superior, haciendo frente a la necesidad de crear carreras alternativas a las de maestra de escuela, empleada de comercio y mecanógrafa. Es útil aquí resaltar la habilidad y la prontitud de los jesuítas, particularmente del padre Félix Restrepo, para detectar esa necesidad. Ya en 1941 se fundó en la Universidad Ja-
Josefina Valencia veriana una Sección Femenina con licenciaturas en derecho, filosofía y le- de Hubach, primera mujer en desempeñar un tras, enfermería, bacteriología, co- ministerio en Colombia mercio y artes decorativas. (1956), en la cartera Las carreras intermedias, sociales, de Educación. paramédicas, artísticas y literarias, remuneradoras y socialmente aceptadas para las mujeres, se organizaron en un principio en establecimientos separados de los varones y principalmente a nivel universitario, reservándose así para las clases sociales que hubieran pasado la barrera de la enseñanza media. Mientras tanto, a las hijas del pueblo se les ofrecieron escuelas campesinas e industriales. Así, la estructura de la enseñanza femenina reproducía la estructura general de la educación y de la sociedad.
La universidad Con un total de 12.000 estudiantes en 1954, los estudios superiores estaban todavía poco desarrollados en Colom-
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bia: no representaban más del 1 % de la matrícula en la escuela primaria, y sin embargo recibían la mitad del presupuesto nacional para educación. El sector oficial recibía una matrícula mayor a la del sector privado. La Universidad Nacional en Bogotá acogía, ella sola, una tercera parte de la población estudiantil universitaria. La universidad padecía los mismos problemas que el resto de la enseñanza: una fuerte tasa de deserción en el curso de los estudios, un profesorado a veces poco calificado, una enseñanza academicista y por ende poco práctica. Las facultades no tenían una relación estrecha con las necesidades del desarrollo económico del país y la investigación no era suficientemente estimulada. Las carreras más concurridas seguían siendo medicina, odontología y derecho, lo que no era el caso de agronomía, economía y sociología. A excepción del financiamiento, los gobiernos de 1946 a 1957 hicieron poco para adaptar la universidad pública a las transformaciones socioeconómicas. El tema de la universidad sólo figuró cuando se debatió el bachillerato. También se discutió mucho la cuestión del examen de ingreso a los estudios superiores, impuesto en 1950. En el 51 fue introducido un año preparatorio a los cursos universitarios propiamente dichos, siguiendo así el modelo norteamericano. En 1956, después del fracaso de la reforma del bachillerato, el Ministerio de Educación suprimió el año" preparatorio, pero mantuvo el examen de ingreso. No pudiendo estar al cubierto de la ola de politización y de la purga conservadora decidida por Gómez, la universidad perdió durante su gobierno la autonomía adquirida durante la Revolución en Marcha y pasó desde entonces a estar bajo la responsabilidad del gobierno. En el activo de la política universitaria de este período debe mencionarse la creación del ICETEX en 1950, lo cual benefició mucho a los estudiantes. En 1954, para introducir cierta coordinación entre las distintas uni-
versidades y facultades, se estableció el Fondo Universitario Nacional. Esa entidad serviría también para estimular la enseñanza universitaria y contratar a profesores extranjeros. En 1957 se transformó en la Asociación Colombiana de Universidades (ASCUN) y asumió las funciones de inspección y vigilancia de la enseñanza superior, asegurando al mismo tiempo un nexo entre el sector público y el sector privado. Finalmente, el Ministerio de Educación creó dos establecimientos públicos importantes para la modernización del país: la Universidad Industrial de Santander en 1947 y la Escuela Superior de Administración Pública en 1956. Como en otros niveles de enseñanza, también aquí el sector privado se desarrolló mucho. Este movimiento remontaba a 1931 cuando los jesuítas volvieron a abrir la Pontificia Universidad Javeriana en Bogotá, para contrarrestar así la enseñanza universitaria oficial, iniciando en esa época la enseñanza de la economía en Colombia. Con la misma orientación, en 1936, el episcopado de Antioquia fundó la Universidad Católica Bolivariana. Ya hemos mencionado también la creación de las carreras superiores femeninas. Es útil señalar la apertura en 1949, en Bogotá, de la Universidad de los Andes que se benefició del apoyo de políticos liberales y conservadores y de industriales; este plantel privado y laico estaba basado en el modelo de las universidades privadas norteamericanas. En estrecha competencia con la Universidad Nacional y la Universidad Javeriana, se especializó en las carreras de ingeniería y economía, incluyendo en sus programas académicos pasantías y prácticas en universidades de los Estados Unidos. Así, la Universidad de los Andes prefiguró la evolución universitaria de las décadas siguientes y simbolizó el cambio ocurrido en las elites colombianas. Para llegar a la cumbre de la sociedad, ya no era preciso estudiar medicina y derecho, sino ingeniería, economía o administración de empre-
Capítulo 4
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Durante la fundación de la Universidad de los Andes, en Bogotá, noviembre 16 de 1948: Roberto Franco Franco, primer rector, Matilde Halperin de Franco y monseñor Emilio De Brigard Ortiz, arzobispo auxiliar de Bogotá. La universidad abrió cursos en 1949 especializándose en economía e ingeniería, con intercambios en Estados Unidos.
sas. Es significativo que los tres presidentes de la República de 1946 a 1957, Ospina. Gómez y Rojas, eran todos ingenieros. El fenómeno que había marcado la educación secundaria se reproducía en la educación su-
perior. A medida que un número mayor de jóvenes de las clases medias ingresaba a la universidad pública, las elites iban creando un sistema universitario privado paralelo, especializado en las nuevas carreras de prestigio.
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La educación en Colombia, 1958-1980 Aline Helg minos absolutos. Las escuelas parti-
culares representaban la inmensa mayoría de los planteles del área comern 1958, al comienzo del Frente cial, que atraía particularmente a las Nacional, la estructura de la edu- hijas de la clase media. El Estado concación colombiana estaba bien defini- centró su acción formativa principalda para las siguientes décadas: gracias mente en los sectores de la enseñana la ampliación de la matrícula, la es- za normal, industrial y agropecuaria. cuela primaria se encontraba diferen- Esta política tendía a alejar de la uniciada, de una vez por todas, entre un versidad a los candidatos de las clases sector público abierto a las capas po- populares y a dirigirlos hacia las carrepulares y un sector privado reservado ras menos prestigiosas, que necesitaba a las clases media alta y superior. En el desarrollo económico del país. la educación primaria pública, adeEn relación con la educación supemás, se perpetuaban con fuerza las di- rior ya se esbozaba una tendencia a ferencias entre las zonas urbanas, re- concebir a ciertas universidades como lativamente bien equipadas, y las zo- prestigiosas y, en cambio, a ver otras nas rurales, marginadas del proceso de como destinadas a recibir los estudianescolarización del país. tes de las capas medias que, indudaEn la enseñanza media aparecían, blemente, no habían podido pagarse también, profundas diferencias entre los mejores colegios secundarios priel sector público y el privado y entre vados. El período anterior dejó también las distintas orientaciones de la formación. Los colegios de bachillerato establecidas varias reformas en la ororientando a la universidad seguían ganización de la educación colombiarecibiendo la mayoría de la población na, cuyos efectos se verían durante escolar, pero la oferta de campos en el Frente Nacional. Tenemos, entre este nivel, por parte del Estado, dis- otras, la creación del Instituto Colomminuía proporcionalmente; mientras, biano de Especialización Técnica en el los establecimientos privados acogían Exterior (ICETEX), del Servicio Naun número creciente de alumnos, tan- cional de Aprendizaje (SENA) y de la to en términos relativos como en tér- Oficina de Planeamiento Educativo
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que preparó el Primer Plan Quinquenal de Educación Integral para los años 1958-1962. Los años posteriores a 1958 estuvieron marcados por el mismo fenómeno de crecimiento cuantitativo rápido observado en la educación colombiana después de 1945. Según Robert Arnove: «El número de estudiantes que asistía a la escuela, aumentó dramáticamente entre 1958 y 1974. En 1958, había aproximadamente 1.700.000 estudiantes matriculados en todos los niveles del sistema escolar. En 1974, había más de 5.000.000 de estudiantes matriculados y 38.000 escuelas, atendidas por cerca de 200.000 maestros. La matrícula de primaria llegó a ser más del doble, de 1.493.128 a 3.844.128. La educación secundaria aumentó seis veces, de 192.079 a 1.338.876. La educación superior se incrementó de 20.000 a 138.000 estudiantes.» Las diferencias de crecimiento entre los tres niveles de educación fueron, de 1970 a 1980, todavía más importantes. En estos diez años la matrícula en las escuelas primarias creció en un 63 %, en el nivel medio en un 160 % Manifestación de la y en el nivel superior en un 278 %. Asociación de Profesores El cambio más profundo se produjo Universitarios, con el en las universidades. Por esta razón, y lema "por una reforma también porque esto es la consecuendemocrática de la universidad colombiana", cia lógica de la expansión de la eduen los primeros años 60. cación primaria y de la secundaria re-
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gistrada en el período anterior, tratamos a continuación y en primer lugar la evolución de la enseñanza superior Las universidades Es importante señalar que tanto la misión del Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (BIRD), como la Misión «Economía y Humanismo» del padre Lebret y el Primer Plan Quinquenal habían insistido ya en aconsejar a las autoridades colombianas concentrar sus esfuerzos en la generalización de la enseñanza primaria y la ampliación de una enseñanza media diversificada, pero, en cuanto al nivel universitario, estos planes o estudios consideraban menos necesario incrementarlo que adaptarlo mejor a las necesidades económicas del país fomentando, por ejemplo, carreras modernas en prioridad sobre las tradicionales. El crecimiento extraordinario de las universidades desde principios del Frente Nacional, muestra los límites de la acción del Ministerio de Educación Nacional sobre un sistema escolar ampliamente tributario de la iniciativa privada; refleja, también, la penetración norteamericana en la educación colombiana: los créditos y la ayuda de los organismos de los Estados Unidos se destinaron en su mayoría a la enseñanza superior, acelerando así su desarrollo. Por otra parte, en una sociedad jerarquizada como la colombiana, el crecimiento de la universidad fue una consecuencia de la necesidad para las clases superior y media de alcanzar niveles de formación cada vez más elevados para mantener su nivel socioeconómico, habida cuenta de la democratización de la educación elemental y de la ampliación de la educación media. En otros términos, se trata de una espiral educativa inflacionista: de esta manera los que lleguen a la cumbre de la sociedad habrán requerido más años de estudios y mucho más caros, pero a fin de cuentas no serán mucho más numerosos que en los años treinta.
Capitulo 5
En 1958. había 20.000 estudiantes en la enseñanza superior del país, distribuidos en su mayoría en los planteles oficiales. Las universidades públicas gozaban de una autonomía relativa en el campo de la enseñanza, pero estaban vigiladas en su acción por los consejos superiores de cada una (integrados por el gobernador del departamento y el secretario departamental de Educación, y en el caso de Bogotá, el ministro de Educación). Los representantes de la Iglesia católica y de las asociaciones profesionales participaban, también, en estos consejos. En la práctica, los profesores y los estudiantes, con una representación mínima en tales organismos, no podían influir mucho en la gestión de las universidades. En cuanto a las universidades privadas, muchas veces bajo el control de un sector particular de la Iglesia, de la economía o de un partido político, su autonomía se encontraba todavía más restringida. El retorno de los gobiernos civiles no significó el regreso de la autonomía universitaria. El Ministerio de Educación trató de coordinar y de orga-
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nizar los estudios universitarios a par- Clausura de un seminario tir de la creación del Fondo Univer- de facultades de derecho presidida por los sitario Nacional (FUN). Por ejemplo, directivos de la en 1964 hizo una separación neta entre Asociación Colombiana las universidades (que admitían solade Universidades, entre ellos, Ricardo mente bachilleres) y los institutos de Hinestrosa Daza, enseñanza superior no universitaria Gerardo Molina, Jaime (que admitían estudiantes no bachille- Posada y Luis Santander, res, pero que hubieran cursado cuatro diciembre 12 de 1960. a seis años de enseñanza secundaria especializada). En esta última categoría estaban comprendidos las escuelas normales agrícolas e industriales, los institutos técnicos superiores o las escuelas superiores femeninas de educación y cultura. En 1968 el FUN se transformó en el Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación Superior (ICFES). El ICFES tenía como objetivo de su actividad coordinar y fomentar la educación superior (la cual en ese año contaba ya treinta y cuatro establecimientos) y actuar como el organismo de inspección encargado de otorgar el reconocimiento oficial de los nuevos planteles oficiales y privados de enseñanza superior, así como los títulos que expidieran.
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Para fomentar la investigación universitaria, todavía prácticamente inexistente, se creó el Fondo Colombiano de Investigaciones Científicas y Proyectos Especiales «Francisco José de Caldas» (COLCIENCIAS, 1969). La Universidad Nacional y la Universidad del Valle iniciaron publicaciones de alto nivel académico. Se abrieron nuevas carreras universitarias, como las de sociología (1959), electrónica (1960). administración pública (1961); se reorganizaron carreras tradicionales, como por ejemplo la de medicina, al imponer un año de prácticas en el campo como requisito para el otorgamiento del título. Se multiplicaron las facultades de economía, ciencias, agronomía, ingeniería y educación. Algunas universidades crearon cursos de posgrado que conducían al diploma de magíster. Todos estos cambios se dieron en un contexto latinoamericano que había caído, cada vez más. bajo la influencia norteamericana, particularmente respecto a las políticas nacionales en las áreas económica, social y educativa. La Conferencia de Punta del Este, en 1961, fue el detonante en este proceso, cuyo objetivo era impedir la extensión de la Revolución cubana, realizando reformas limitadas de democratización de la sociedad. El gobierno del presidente John F. Kennedy creó varios organismos de intervención exterior para lograr este fin. como el programa de la Alianza para el Progreso y los Cuerpos de Paz. los que tuvieron su influencia en las políticas educativas. En cuanto a la educación superior, el informe de Rudolph Atcon, experto norteamericano, fijó las metas de modernización y racionalización en las universidades latinoamericanas. En Colombia, la educación en su conjunto se puso en una situación de dependencia, no solamente con respecto a las orientaciones políticas, sino también con respecto a su financiamiento. Entre 1960 y 1967, por ejemplo, el país recibió 48,050 millones de dólares para el fomento de la
educación. Entre las fuentes financieras figuraban, por orden de importancia, el Banco Internacional de Desarrollo (BID), la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID), las Fundaciones Ford, Kellog y Rockefeller, el Fondo Especial de las Naciones Unidas y la UNESCO. De esos millones de dólares más del 58 % (28 millones) fueron invertidos en la educación superior, principalmente en la construcción de edificios académicos v en el desarrollo de nuevas carreras en las universidades Nacional, de Antioquia, del Valle y de Los Andes. Como lo escribe el sociólogo Gonzalo Cataño: «Con préstamos y donaciones de entidades extranjeras y la asesoría de universidades norteamericanas, la educación superior en el país se transformó radicalmente. La matrícula se multiplicó en pocos años, los campus universitarios cambiaron drásticamente con los modernos edificios levantados en sus predios, los curricula se rigieron por los signos de lo aplicado y de lo útil, y la administración interna de las instituciones comenzó a asumir las características de un ordenamiento burocrático.» En 1980. Colombia era uno de los países del mundo con el mayor número de universidades: contaba doscientas una instituciones de enseñanza superior. Cincuenta y seis eran oficiales (28 %) y ciento cuarenta y cinco privadas (72 %). Ciento veintidós estaban registradas por el ICFES y las restantes, casi todas instituciones privadas, no tenían reconocimiento oficial. El número total de estudiantes matriculados alcanzaba a 303.056. de los cuales 128.196 (42 %) estudiaban en planteles oficiales y 174.860 (58 %) en establecimientos privados. Este incremento no se hizo siempre en beneficio de la calidad de la enseñanza superior. Actualmente el problema más preocupante es la acentuada diferencia que existe en el ritmo de crecimiento entre el sector privado y el sector público, tanto en número de planteles como de estudiantes. Entre 1976 v 1980. por
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ejemplo, los alumnos matriculados en instituciones privadas aumentaron el 39 %, mientras que el sector oficial registró solamente un aumento inferior al 6 %. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), «se advierte que la educación postsecundaria, en Colombia, tiende paulatinamente hacia la privatización, debido a los incrementos continuos de la matrícula en el sector no oficial y a la falta de capacidad del aparato oficial para atender la demanda». Pese a la creciente oferta privada muchos solicitantes de ingreso en la educación superior no logran su admisión: éste fue el caso en 1980 de 37.216 jóvenes en el sector oficial y de 12.177 en el sector privado. El aumento de estudiantes universitarios se produjo además sin relación con las posibilidades del mercado de empleo. Las carreras de tipo moderno que implican una especialización temprana, tales como administración, planeación, empresa privada, tecnología industrial o agrícola, se desarrollaron a costa de las tradicionales carreras humanistas o científicas de concepción amplia, como la medicina. Aun con esta evolución, los médicos y los científicos egresados de las universidades no encuentran trabajo en su nivel de calificación. Por consiguiente, desde
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finales de los años sesenta, apareció el fenómeno del «éxodo de los cerebros» especialmente hacia los Estados Unidos; hoy en día se comienza a hablar del posible cierre de algunas facultades universitarias de Medicina y de Educación. Por otra parte, la expansión de la enseñanza superior se dio paralelamente a la concentración de los planteles en las regiones más desarrolladas del país. La capital, Bogotá, contaba en 1980 con el 43 % del total de los institutos y de los estudiantes universitarios del país. Si se suma este porcentaje de Bogotá con los de Antioquia, Valle y Atlántico, se nota que estas cuatro regiones tenían, entonces, el 75 % de la matrícula total en la enseñanza superior. Por el contrario, secciones como Chocó, Magdalena, Sucre, Caquetá o Cesar no tenían más que una institución postsecundaria, generalmente a nivel de colegio técnico. Esta situación provoca un fenómeno de migración interna de estudiantes hacia las ciudades universitarias, raramente seguido del regreso del profesional a su región de origen. Una consecuencia del desequilibrio entre el desarrollo de la educación superior y el mercado de empleo es la estratificación de las universidades, facilitada además por la estructura eliAsamblea de la Asociación de Profesores Universitarios, en Bogotá, a comienzos de los años 60.
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nen de pocos recursos económicos, se han desarrollado una serie de institutos privados que resultaban, a veces más empresas comerciales que establecimientos de enseñanza superior. El ICETEX, en razón de la creciente demanda de becas para estudiar en el país, otorgó un mayor número de préstamos y subsidios en establecimientos colombianos y por este medio algunos jóvenes de pocos recursos pudieron ingresar en universidades prestigiosas. En todo caso, el aumento de graduados y los problemas de las universidades han llevado a una desvalorización general de los títulos universitarios. En consecuencia, las elites del país empezaron a mandar a sus hijos a adquirir una formación postuniversitaria en los Estados Unidos y en Europa.
Manifestación de estudiantes de la facultad de medicina de la Universidad Nacional, agosto de 1960.
El movimiento estudiantil
tista de la sociedad colombiana. A principios de los años setenta las universidades más prestigiosas eran la Universidad Nacional, el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, la Universidad de Los Andes, la Pontificia Universidad Javeriana, la Universidad del Valle y la Universidad de Antioquia. Paulatinamente, sin embargo, las universidades oficiales, particularmente la Nacional y la de Antioquia, perdieron parte de su prestigio en razón de una política estatal que condujo a cierres repetidos de estas universidades. En consecuencia, el sistema universitario se ha estratificado cada vez más según el origen social de los estudiantes. Las instituciones más prestigiosas ejercen una limitación de ingreso no solamente a través de los exámenes de admisión sino también por medio de la elevación de los costos de matrícula, que pueden alcanzar varios múltiplos del salario mínimo. Para los estudiantes que dispo-
El conocimiento del desarrollo de la universidad colombiana no puede prescindir de las luchas estudiantiles que la marcaron durante este período. Los estudiantes, golpeados por la represión del general Gustavo Rojas Pinilla, se habían unido a otros sectores de la sociedad para derrocar al dictador. Pero luego, en 1957, el gobierno no les concedió la autonomía universitaria esperada, sino que por el contrario impuso Consejos Superiores con mayoría externa en las universidades. Dos años más tarde estallaron las primeras manifestaciones de protesta contra esta situación. De 1960 a 1964, cuando se creó la Federación Universitaria Nacional (FUN). el movimiento estudiantil inició y desarrolló un proceso de radicalización y de politización. En la misma época se desarrollaron las guerrillas en distintas zonas rurales. Las Fuerzas Armadas fueron rápidas en reaccionar, y ya en 1964 se reorganizaron para la lucha antisubversiva, beneficiándose de la ayuda norteamericana y gozando de poderes especiales, en particular en el ejercicio de la justicia. La presencia de grupos
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guerrilleros en el movimiento estudiantil y la muerte en combate en 1966 del ex capellán y cofundador de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional, Camilo Torres, contribuyeron a forjar en los militares la identificación de la condición de estudiante con elemento subversivo. Sin embargo, también tuvo peso en esta imagen la idea marxista del papel dirigente de la vanguardia intelectual en la revolución proletaria y sobre todo la orientación anti-imperialista, anti-norteamericana y socialista que estaba tomando globalmente la FUN, como reacción frente a la influencia norteamericana en la enseñanza superior colombiana. En 1965 los estudiantes hicieron manifestaciones en varias ciudades del país y el gobierno decretó el estado de sitio; jóvenes universitarios fueron muertos por las Fuerzas Armadas. Con la llegada de Carlos Lleras Restrepo a la presidencia de la República la represión se agudizó. En octubre de 1966, algunos estudiantes atacaron al presidente y al norteamericano John D. Rockefeller III en el momento en que éstos se encontraban inaugurando nuevas instalaciones en la Universidad Nacional. Lleras ordenó al ejército ocupar la Ciudad Universitaria y detener a los responsables, con el objeto de llevarlos ante la justicia militar, e ilegalizó la FUN. En los años siguientes se multiplicaron las huelgas, destrucciones, represión militar y cierres temporales de la Universidad Nacional, alternando, en ocasiones, con tentativas de negociación entre el gobierno y los estudiantes. La FUN, agotada también por sus contradicciones internas, desapareció. En 1969, con la creación del Movimiento Obrero Independiente Revolucionario (MOIR, de tendencia maoísta), algunos militantes se esforzaron por sacar la lucha estudiantil de los claustros para vincularla a las luchas populares. Paralelamente la Alianza Nacional Popular (ANAPO) de Rojas y de su hija María Eugenia reclutaba estudiantes entre la clientela
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heterogénea de excluidos del Frente Nacional. Después de la victoria frustrada de Rojas en las elecciones presidenciales de 1970. estos estudiantes se radicalizaron. La lucha estudiantil ganaba a su causa a algunos profesores y a amplios sectores estudiantiles de las universidades públicas del país y de las universidades privadas Javeriana, de Los Andes y del Rosario. Entre los grupos estudiantiles el papel dirigente estuvo ante todo en la llamada «tendencia socialista», aunque la Juven-
El padre Camilo Torres en 1965. Su muerte en combate un año más tarde y la presencia de grupos guerrilleros en el movimiento estudiantil permitieron que los militares identificaran al estudiantado oficial como elemento subversivo.
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Luis Carlos Galán Sarmiento, joven ministro de Educación del gobierno de Pastrana Borrero, presentó al Congreso un proyecto de reforma universitaria que recogía algunas exigencias de los estudiantes en materia de autonomía de la universidad pública y del control estatal de la universidad privada. La oposición de políticos y de los educadores del sector privado acabó con el proyecto y, antes bien, el gobierno cerró la Universidad Nacional y prohibió las experiencias de co-gestión que existían. Galán, entonces, renunció, en mayo del 72.
tud Patriótica (JUPA, de orientación maoísta) y la Juventud Comunista (JUCO, de orientación pro-soviética) tuvieron también una presencia muy amplia. El año 1971 fue de culminación de las luchas estudiantiles. Una huelga de los estudiantes de la Universidad del Valle, apoyada por un movimiento nacional, terminó el 26 de febrero con la ocupación del campus por las Fuerzas Armadas, las que dejaron un mínimo de quince estudiantes muertos; en los disturbios que siguieron hubo unos quince muertos más. Sobrevino luego el estado de sitio general, la represión en varias universidades, la detención y la justicia militar para los estudiantes. El liberal llerista Luis Carlos Galán Sarmiento, abogado y egresado de la Universidad Javeriana, que contaba entonces 26 años de edad, era el ministro de Educación. Los estudiantes le exigieron la realización de un «programa mínimo» que contenía puntos relativos a la autonomía de la universidad pública y al control por el Estado de las universidades privadas y de los créditos extranjeros. Galán integró parcialmente algunas de estas reivindicaciones en un Proyecto de Reforma Universitaria que presentó al Congreso Nacional; sin embargo, tanto las asociaciones de defensa de la educación privada como la mayoría de los representantes en el Congreso lo rechazaron. El gobierno del conservador Misael Pastrana Bo-
rrero prohibió las pocas experiencias de co-gestión universitaria que existían en el país y cerró la Universidad Nacional, expulsando a los estudiantes y profesores izquierdistas y cambiando al rector. Finalmente, Galán Sarmiento se vio obligado a renunciar a la cartera de Educación. Bajo la fuerza de esta represión, el movimiento estudiantil perdió la unidad y la fuerza alcanzadas en 1971 sin haber logrado unirse en las luchas a los sectores populares de la población. La desaparición rápida de la ANAPO de la escena política, después de su fracaso en las elecciones municipales y departamentales de 1972, suprimió la esperanza de una alternativa política al Frente Nacional. Es preciso agregar que, a pesar del acceso en estos años de nuevos sectores de la clase media a la universidad, los estudiantes seguían siendo una minoría privilegiada en una sociedad en la cual muchos todavía no tenían siquiera acceso a la más mínima educación. Al igual de lo que ocurrió a finales de los años sesenta en los Estados Unidos y en Europa, el movimiento estudiantil colombiano se acercó más a expresar la inconformidad con el orden existente que a la revolución social. Desde esa época el gobierno y las Fuerzas Armadas vigilan estrechamente a los estudiantes, considerándolos como subversivos potenciales. Las universidades oficiales han visto muy limitada su autonomía y cualquier incidente interno (de las pedreas a la ocupación de residencias universitarias) o externo (de la acción de un grupo guerrillero al anuncio de un paro cívico) es utilizado como pretexto para cerrar la universidad pública. Así es difícil pensar que esa política no corresponde a la privatización de la universidad como objetivo a largo plazo del gobierno. Esta política condena a los estudiantes a alargar sus años de estudio, estimula la matrícula en los planteles privados y contribuye a reducir notablemente el valor de los diplomas de los egresados de las universidades oficiales.
Capítulo 5
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La evolución de la enseñanza media Durante el período del Frente Nacional la educación media conoció una fuerte expansión. En 1958 contaba un total de 192.079 alumnos, en 1968 de 586.704. en 1974 de 1.213.118 y en 1981 de 1.768.124. Entre 1964 y 1977, el índice de escolaridad en la secundaria pasó del 14 % al 37 %. La distribución de la matrícula entre las distintas orientaciones de la enseñanza media evolucionó hacia una mayor concentración en el bachillerato clásico (60 % del total en 1958. 74 % en 1974). A excepción de la enseñanza agropecuaria y de los Institutos de Enseñanza Media Diversificada (INEM) todas las otras modalidades disminuyeron su porcentaje de participación en el conjunto. Esta evolución es otro ejemplo de la espiral inflacionista en la educación, pues el bachillerato es el camino obligatorio para la universidad y el título de «doctor» se ha vuelto necesario en muchos empleos. Los colegios de bachillerato La enseñanza secundaria clásica es tradicionalmente un dominio del sector privado (religioso o laico). Durante el Frente Nacional el Ministerio de Educación hizo esfuerzos para multiplicar los colegios públicos. Eso explica que si en 1958 el 65 % de los alumnos estudiaban en un establecimiento privado, en 1974 este porcentaje había bajado al 53 %. Sin embargo, esta ampliación se obtuvo muchas veces gracias al sistema de la doble jornada, el cual implicaba una disminución de la calidad de la enseñanza. Por otra parte, el Plan de Emergencia de 1967 eliminó la gratuidad de la enseñanza secundaria oficial, frenando así el acceso de las clases populares. En 1981, un estudio del ICFES sobre el resultado del examen oficial de los alumnos de 6.° de bachillerato de 2.107 colegios, mostró que de los cien colegios de mejor rendimiento académico, el 77 % eran privados, aun cuando esta categoría representaba solamente el
50 % de las instituciones analizadas. De estos cien colegios, cincuenta y seis tenían su sede en Bogotá, dieciséis en Cali y siete en Medellín. Agreguemos que en Bogotá, actualmente, más del 80 % de los alumnos estudian en colegios privados, mientras que año a año miles de aspirantes de pocos recursos económicos no encuentran cupos en los planteles oficiales. En realidad la mayor parte de la enseñanza secundaria y especialmente la que procura una preparación adecuada para ingresar en la universidad, está reservada a las minorías sociales que pueden costearse un colegio privado.
El ejército se toma la universidad, titular del periódico del MRL "La Calle", del 8 de enero de 1960.
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La preponderancia de la enseñanza privada La superioridad, concreta y en diferentes aspectos, de la enseñanza privada limitaba mucho el radio de acción del Ministerio de Educación Nacional en el nivel secundario, ya que el ministerio no podía oponerle un modelo de sector oficial eficiente. A esto se agrega el hecho de que los dirigentes del país y los mismos ministros de Educación se habían educado y educaban a sus hijos en el sector privado, mostrando así su conformidad y complacencia con el orden de las cosas. En realidad, la mayoría de ellos opinaban que el Estado, incapaz de procurar educación para todos los colombianos, debía más bien actuar en aquellos campos en los que la iniciativa privada estaba poco presente. Los colegios privados, por su parte, con el apoyo de las clases superior y inedia alta que ellos educaban, se organizaron en asociaciones poderosas. La Confederación Nacional de Centros Docentes (CONACED), antigua Confederación Nacional de Colegios Católicos vinculada a la Conferencia Episcopal y a su Secretaría de Educación de la Iglesia (SENALDI), y la Asociación Nacional de Rectores de Colegios Privados (ANDERCOP), de tendencia laica, reunían alrededor del 85 % del total de colegios no oficiales y defendían los intereses del sector privado contra la intervención del Estado. Los colegios extranjeros, cuya enseñanza bilingüe —y en la que a veces se daba prioridad a la lengua extranjera sobre la nacional— era muy apreciada por los padres de familia pudientes que querían procurar a sus hijos una educación de tipo internacional, no crearon una organización propia. Sin embargo los colegios Americano (Estados Unidos), Andino (Alemania Federal), Anglo-Colombiano (Inglaterra), Helvetia (Suiza) y el Liceo Francés Louis Pasteur, por ejemplo, se beneficiaban del apoyo financiero y político de sus respectivos gobiernos.
El Ministerio de Educación logró fijar, progresivamente, los planes de estudio, los programas y el calendario escolar de todos los colegios secundarios, dejando un margen de acción a los establecimientos privados para el desarrollo de enseñanzas especiales (como los idiomas extranjeros en los colegios bilingües) o para realizar sus propias actividades. El ministerio estableció un servicio de inspección y vigilancia de la enseñanza que otorgaba las licencias de funcionamiento de los nuevos colegios y que aprobaba sus diplomas, siempre y cuando se respetasen los requisitos en cuanto a locales, docentes y programas de estudio. Además, el ICFES estaba encargado de la aplicación de los exámenes del bachillerato a nivel nacional. Sin embargo, es preciso añadir que una vez que un plantel había obtenido su licencia de funcionamiento la inspección del ministerio se limitaba a simples trámites burocráticos. Después de 1958, varios intentos de ampliar el control del Estado sobre los colegios privados fracasaron principalmente por la oposición de las organizaciones encargadas de su defensa. En 1959, por ejemplo, un decreto que congelaba las matrículas y pensiones en los planteles privados fue sencillamente ignorado. En 1965 la entonces Confederación Nacional de Colegios Católicos logró que el Consejo de Estado anulara un decreto autorizando al Ministerio de Educación a controlar los textos utilizados por los distintos establecimientos docentes del país. En 1967 la CONACED se opuso con éxito al funcionamiento de una Junta Reguladora de Matrículas que el ministerio acababa de crear. En 1971 la CONACED y la ANDERCOP tuvieron un papel decisivo en el rechazo, por parte del Congreso, de la reforma educativa presentada por el ministro Galán que contenía, entre otras proposiciones, el otorgamiento de becas para niños pobres por un monto de hasta el 10 % del total de la matrícula de los establecimientos educativos públicos y privados, la dis-
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ponibilidad de los locales de enseñanza oficiales y privados no utilizados para la enseñanza pública, y el establecimiento de un servicio cívico obligatorio que hubiera puesto a los hijos de las clases media y superior en contacto con el pueblo. La ANDERCOP rechazó el proyecto en su Boletín, con argumentos que no ocultaban su posición de clase: «Ningún padre de familia permitiría que su hijo o hija, educados con esmero y cuidado, fueran enviados a recibir ese impacto tan perjudicial para su mente en formación, como sería entrar en contacto con las denominadas zonas negras de las ciudades, con todas sus lacras sociales y los peligros que en ellas se encuentran.» Los Institutos Nacionales de Enseñanza Media Diversificada (INEM) Los INEM fueron establecidos en 1969, concretando la antigua esperanza de los responsables educativos de crear una alternativa técnica real al bachillerato clásico. Los INEM debían recibir originalmente a alumnos de
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distintos grupos sociales y favorecer las relaciones inter-clases. Sin embargo, construidos en barrios populares como Ciudad Kennedy de Bogotá (donde fue inaugurado el primer INEM en 1970) y orientados hacia las carreras técnicas, nunca atrajeron a alumnos de las clases superior y media alta. La creación de estos institutos, que fue una decisión del gobierno de Carlos Lleras Restrepo, debe entenderse como parte de un conjunto de políticas reformistas dirigidas esencialmente hacia las clases populares, con el objetivo de hacerles llegar algunos beneficios económicos y sociales sin modificar la estructura socioeconómica. Los INEM fueron concebidos con la asistencia de técnicos de los Estados Unidos. El Banco Mundial financió diez de los veintinueve millones de dólares que eran el costo inicial de construcción de los diecinueve institutos previstos (incluidos equipos, laboratorios y talleres modernos). Los Estados Unidos proporcionaron, también, ayuda técnica para la formación de los administradores y los profesores de los establecimientos.
Instituto Nacional de Enseñanza Media Diversificada (INEM) Francisco de Paula Santander, en Ciudad Kennedy, Bogotá, con capacidad inicial para 3 040 alumnos, construido en 1970 por el ICCE. En ese año, el programa INEM, con 16 unidades, representaba una inversión de 536 millones de pesos y una capacidad para 40 mil alumnos.
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Rodolfo Martínez Tono, director fundador del Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), organismo descentralizado, creado en 1957, pionero en América Latina en la capacitación de personal para la industria y los servicios.
El plan de estudio en los INEM (seis años) incluía un grupo de asignaturas académicas generales que eran obligatorias para todos los alumnos y un grupo de asignaturas vocacionales (académica, industrial, comercial, agropecuaria y promoción social). Los alumnos escogían, a partir del 3.° o del 4.° año de estudio, su especialización gracias a su rotación en las asignaturas vocacionales y con la asistencia y ayuda de los orientadores escolares. Los INEM lograron diversificar, con este sistema, la formación de sus alumnos: en 1975 el 31 % de los estudiantes estaba matriculado en la opción industrial, el 28 % en la comercial, el 26 % en la académica (bachillerato), el 9 % en la de promoción social y el 6 % en la agropecuaria. La matrícula creció rápidamente: 13.600 estudiantes en 1970, 38.000 en 1974 y más de 56.000 en 1980; sin embargo, todavía se encontraba lejos de los 80.000 alumnos previstos inicialmente. Otras opciones de enseñanza media El Estado privilegió el establecimiento de los INEM en los años 1970, pero no desarrolló programas especiales para otros tipos de enseñanza media no clásica", ciñéndose solamente a revisar los programas de estudio y a mejorar la inspección. Así, las escuelas comerciales que debían normalmente exigir y proporcionar seis años de estudio antes de otorgar un título, no respetaban en su mayoría esa reglamentación. En 1963 se fijó también en seis años el tiempo dé estudio seguido en las escuelas normales para tener el diploma de maestro rural o urbano, y desde 1965 la tendencia fue a reducir el número de estudiantes matriculados en esta opción. El programa de las escuelas industriales fue revisado en 1966 y se separó en dos ciclos: un ciclo básico de cuatro años y un ciclo técnico de tres años. El relativo desinterés del Ministerio de Educación por estas modalidades se tradujo, significativamente, en una disminución del porcentaje
de alumnos matriculados en ellas. La regresión más fuerte se registró en las escuelas normales, que recibían en 1966 el 12,5 % de la matrícula total y solamente el 5,5 % en 1974. En 1968 existían ochenta y una escuelas agrícolas en el país, en su mayoría oficiales, con una matrícula de 7.930 alumnos y un programa de un año de estudios prevocacionales y dos años de orientación agrícola. La enseñanza media agropecuaria no representaba una proporción importante de la matrícula total: apenas el 1,5 % en 1974. Se contaba con tres escuelas normales agrícolas (Paipa, Buga y Lorica) que fueron transformadas en institutos técnicos agrícolas en 1967 y que otorgaban el bachillerato técnico agrícola (ciclo secundario básico más tres años de estudio); en 1974 tenían una matrícula de 2.740 alumnos. El SENA El Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), creado en 1957, no depende directamente del Ministerio de Educación Nacional. Es un organismo descentralizado, adscrito al Ministerio del Trabajo y dirigido por un Consejo Nacional que incluye al director del Departamento Nacional de Planeación, a los ministros del Trabajo y de Educación, y a representantes del arzobispo primado, de las asociaciones de empresas industriales y agropecuarias y del sindicato católico de la Unión de Trabajadores de Colombia (UTC). Goza del apoyo y de la asesoría de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT), así como de otras organizaciones extranjeras. Se financia con el 2 % del total de los salarios pagados por las empresas privadas y públicas que manejen un capital de más de cincuenta mil pesos o que tengan más de diez trabajadores y con el 0,5 % del total de los salarios pagados por el gobierno central, los departamentos, los municipios y los organismos descentralizados. El SENA tiene una dirección nacional con sede en Bogotá y dieciocho re-
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Primer curso de secretariado impartido en el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), seccional de Santa Marta, 1958.
gionales. La dirección fija las metas generales y cada regional percibe los fondos respectivos a su área de influencia, de los cuales debe enviar el 20 % a la dirección nacional que redistribuye parte de esos aportes regionales entre los departamentos más pobres o desprovistos de regional. Los servicios del SENA se concentran, sin embargo, en los departamentos más desarrollados y donde se encuentra la mayoría de las empresas: Cundinamarca, Antioquia, Valle y Atlántico se reparten casi el 75 % del total de los recursos mientras que en la costa pacífica, por ejemplo, la presencia del SENA se limita a Buenaventura. Éste sería otro de los factores de aceleración de los desequilibrios regionales del país. El aprendizaje, o sea la formación de los jóvenes de catorce a veinte años de edad, se da a la vez en los centros del SENA y en las empresas y durante períodos de dos a tres años. Esta modalidad representa una parte mínima de los servicios prestados por el SENA: en 1975 los 10.976 aprendices constituían solamente el 3,5 % del total de los egresados. A partir de esta fecha, además, su proporción tendió a reducirse, porque se comenzó a exigir
un nivel mínimo de 4.° año de bachillerato para poder entrar al aprendizaje. La inmensa mayoría de los alumnos del SENA (71,9 % en 1975) seguían cursos llamados de complementación y destinados a trabajadores adultos o a supervisores insuficientemente formados, con el fin de permitirles lograr el nivel de eficiencia necesario a la ocupación. Una proporción importante de personas (23 % en 1975) hacían cursos de habilitación, destinados a preparar a trabajadores adolescentes para ocupaciones calificadas que no eran objeto de aprendizaje o destinados, también, a trabajadores adultos que deseaban aprender ocupaciones semi-calificadas. Existen también cursos de perfeccionamiento y promoción o de especialización, destinados a trabajadores calificados que desean desempeñarse en puestos superiores, pero éstos no representaban más del 1 % de los egresados en 1975. El SENA proporciona también desde 1968 asesorías (sin cursos formales) a la pequeña y mediana empresa. En la agricultura, por ejemplo, concluyó acuerdos con la Organización Mundial para la Alimentación (FAO) y con la empre-
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sa norteamericana Massey-Ferguson para cursos de maquinaria agrícola, con la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia (FNCC), con el Instituto Colombiano de Reforma Agraria (INCORA), y con Inglaterra para un curso de crianza de ovejas. Después de 1970, el SENA desarrolla también programas de capacitación rápida para el sector informal tradicional y para el sector marginal. Se destaca, entonces, la doble finalidad del SENA: por una parte procura la capacitación de la mano de obra ligada a las necesidades de las empresas industriales, agropecuarias y comerciales (cursos de menos de un año fuera de la producción o aprendizaje), por otra parte se encarga de la capacitación de la población marginada urbana y rural (artes menores) para facilitar su acceso al mercado de empleo. Concebida por la OIT, esta tarea empezó con los programas de Promoción Profesional Popular Urbana y Rural, los que no dieron los resultados esperados en razón del crecimiento del desempleo y del subempleo y de la muy reducida oferta del mercado de trabajo. Esto obligó a reorientar en 1974 esa política hacia el objetivo de «promover entre la población más deprimida la capacidad de generar sus propios puestos de trabajo, ya independientemente, o en formas asociativas», dando como resultado los Programas Móviles, Rural y Urbano. Después de 1980 el SENA está poniendo a punto, siempre con la ayuda de la OIT, un nuevo programa destinado a las áreas rurales marginales: la Capacitación para la Participación Campesina (CAPACA). La extensión agrícola La continua despoblación de las áreas rurales y la progresión de las guerrillas en los años sesenta, comenzaron a llamar la atención de las autoridades colombianas sobre los problemas del campo. Además del SENA, varios organismos (la Federación de Cafeteros, el INCORA y Acción Comunal) de-
sarrollaron cursos de extensión agrícola y de alfabetización para campesinos. Sin embargo esta política reproducía el modelo de extensión agrícola que los Estados Unidos, después de haberlo practicado en sus regiones rurales atrasadas, exportaron a América Latina con el objetivo de aplacar las tensiones en las zonas rurales por medio de mejoras superficiales. La Organización de los Estados Americanos (OEA), la AID, el Departamento Norteamericano de Agricultura y el Cuerpo de Paz fueron particularmente activos en esta tarea, procurando créditos, expertos y personal docente. A Colombia se mandaron jóvenes del Cuerpo de Paz para enseñar en las escuelas agrícolas, alfabetizar a los campesinos y fomentar la creación de Asociaciones de Futuros Campesinos de Colombia que reunían alumnos de las escuelas agrícolas y jóvenes campesinos sin formación. Se aconsejaba el establecimiento de cooperativas de jóvenes agricultores. Utilizaron el método de enseñanza por proyectos que los alumnos debían realizar sobre las tierras familiares. También impulsaron la formación de Clubes 45 (Saber, Sentimiento, Servicio, Salud) para los jóvenes campesinos y clubes de mejoramiento del hogar para las mujeres. De todas formas, parece que estas operaciones tuvieron muy poco impacto en la realidad rural. La
alfabetización
de
adultos
El analfabetismo era y continúa siendo importante en el país, particularmente en las zonas rurales. Aun cuando las cifras oficiales actuales reconocen aproximadamente un 20 % de analfabetos en la población adulta, es probable que el porcentaje de analfabetos funcionales sea mucho más elevado. Los gobiernos colombianos a lo largo de la historia siempre han pretendido tener entre sus prioridades la lucha contra el analfabetismo; sin embargo, han sido pobres las realizaciones concretas.
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Capítulo 5
Las campañas de alfabetización, que el Ministerio de Educación organizó periódicamente, tuvieron más relación con una operación de propaganda política que con la enseñanza paciente de la lectura, la escritura y la aritmética a los analfabetos. Por ejemplo, en 1962, un decreto impuso a los alumnos de 5.° y 6.° años de bachillerato, dedicar algunas horas a la alfabetización de los iletrados, pero esto se cumplió en un grado mínimo. En 1969 el gobierno de Carlos Lleras declaró una gran campaña de «Liberación por la Educación», en conmemoración del ciento cincuenta aniversario de la Independencia, y creó una División de Educación de Adultos en el Ministerio de Educación. Sin embargo no se otorgaron los fondos necesarios y los resultados, en términos de adultos alfabetizados, fueron limitados. Por otra parte las últimas campañas, como la «Campaña Nacional de Alfabetización Simón Bolívar» (en conmemoración del ciento cincuenta aniversario de la muerte del Libertador) del gobierno de Julio César Turbay Ayala, o la «Campaña de Instrucción Nacional CAMINA» del gobierno de Belisario Betancur, tampoco se apartaron de una orientación política y dedicaron buena parte de sus recursos a la publicidad. Una proporción importante del presupuesto de la División de Alfabetización y Educación de los Adultos se utilizaba para subvencionar iniciativas privadas: así, en 1969, el Ministerio de Educación dedicaba el 39 % de ese renglón a la Acción Cultural Popular (ACPO) de Radio Sutatenza. Sin embargo, progresivamente la subvención oficial disminuyó en razón de la pérdida de audiencia de Radio Sutatenza. En efecto, ACPO se escuchaba mucho a causa de que vendía sus radios de transistores con la frecuencia bloqueada en Radio Sutatenza; pero la llegada masiva de radios de transistores japoneses y baratos (generalmente de contrabando), en los cuales los campesinos podían escoger su emisora, dio como resultado que los programas
de ACPO dejaron de ser escuchados. Por otra parte se había exagerado mucho la importancia de ACPO en la alfabetización rural, ya que parecía una solución nueva y poco costosa al problema de la falta de maestros y locales de enseñanza en el campo. Pero en la realidad durante los años sesenta, los programas de Radio Sutatenza no llegaron a más del 0,5 % de la población campesina de Colombia. A finales de los años sesenta, con el apoyo de los Estados Unidos, el Ministerio de Educación inició un programa de educación básica para los sectores populares urbanos, que incluía alfabetización, matemáticas, religión e instrucción cívica. La televisión fue el medio utilizado y la enseñanza se dio en centros de recepción comunitarios. Más de cien voluntarios del Cuerpo de Paz, especializados en educación a distancia, fueron enviados a Colombia a capacitar técnicos colombianos y el programa fue financiado parcialmente por la AID. El fracaso no se hizo esperar: altos costos y un rendimiento bajísimo; doce millones de pesos en 1970 para llegar apenas a cuatro mil alumnos adultos, de los cuales sólo cincuenta terminaron el ciclo, sin mejorar finalmente mucho sus posibilidades de acceso al mercado de empleo. La educación primaria La educación primaria se desarrolló siempre en medio de desigualdades muy importantes entre las zonas urbanas y rurales. Por segunda vez en el siglo xx, contando el intento fracasado de 1932, la legislación unificó en 1963 la educación primaria en el país, imponiendo cinco años de enseñanza elemental en todas las escuelas, urbanas y rurales. En 1967, el Plan de Emergencia propuso varias soluciones a la falta de cupos para alrededor de setecientos mil niños en la educación primaria. Decretó las «escuelas de funcionamiento intensivo», reduciendo el número de horas semanales del programa para así liberar horas que
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los maestros podrían consagrar a otros mente parecidas a las de las escuelas: niños. Introdujo las escuelas comple- en 1970, solamente el 9 % de las estas en el campo «en las cuales median- cuelas rurales ofrecía los cinco grados te una reglamentación flexible y ho- de primaria, mientras que más del rarios adecuados, se podrán cursar los 60 % ofrecía únicamente los dos pricinco grados de enseñanza primaria a meros grados. Resalta de esta obsercargo de un solo maestro». Estableció vación que, si bien muchos niños rulas escuelas de doble jornada (la ma- rales abandonaban la escuela en razón ñana para un grupo de alumnos, la tar- de las condiciones campesinas que de para otro). Autorizó la coeduca- obligan a trabajar temprano y a parción de los sexos para clases con me- ticipar en las cosechas, la deserción esnos de treinta alumnos. Se creó, ade- colar tenía como causa principal la remás, el Instituto Colombiano de Cons- ducida oferta escolar en las áreas rutrucciones Escolares (ICCE) con el rales. objeto de que contribuyera a la extenPara solucionar este problema, se sión de la cobertura escolar mediante inició desde 1970 un programa de la construcción de nuevas aulas. Concentraciones de Desarrollo Rural. Sin embargo, esas políticas, aun Éstas completaban la enseñanza pricuando permitieron un aumento de la maria impartida en las escuelas ruramatrícula total, no disminuyeron la les, permitiendo a los alumnos del brecha entre las oportunidades edu- campo seguir la totalidad de los cinco cativas del campo y de las ciudades. grados y hasta el primer ciclo de la enEn 1970 todavía cerca del 40 % de los señanza media vocacional. Sin embarniños en edad escolar de las zonas ru- go, desde el principio faltó coordinarales no asistía a la escuela, mientras ción entre el servicio escolar y otros en las zonas urbanas sólo el 22 % no servicios básicos que necesitaba la coasistía. En 1960 y 1964, el 3 % de-Ios munidad rural (higiene, mercadeo, alumnos matriculados en las escuelas construcción de carreteras y edificios, rurales alcanzaba el 5.° grado, com- electrificación); además, algunas veparado con el 46 % en las escuelas ur- ces la «politiquería» se manifestó en la banas. Entre 1970 y 1974, las propor- decisión acerca de la localización de ciones eran respectivamente del 10 % las Concentraciones de Desarrollo y del 52 %. Estas cifras son sensible- Rural. La masificación de la educación primaria pública y la reducción de los Monseñor José Joaquín horarios introducidos por el Plan de Salcedo Guarín, Emergencia, produjeron también fundador de Acción Cultural Popular, ACPO, efectos nefastos sobre la calidad de la y Radio Sutatenza, enseñanza. Este sector había perdido dedicadas a la mucho prestigio desde los años cuacapacitación de renta, a causa del crecimiento de la campesinos y adultos en forma masiva, enseñanza primaria privada. Pero a través de escuelas ahora, ¿cómo podría competir con los radiofónicas. colegios privados que procuraban geFue su director desde neralmente cursos durante el día en1948, año de la fundación, hasta 1987. tero, utilizando métodos y útiles de enseñanza más modernos o salones de clases menos poblados? A excepción de los jardines infantiles del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, que aseguran una cobertura muy reducida, la escuela primaria pública no recibe a los niños antes de los siete años de edad. Mien-
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Huelga de maestros en los años 60. El principal sindicato del sector, la Federación Colombiana de Educadores (Fecode), promovió numerosas huelgas y obtuvo algunas alzas de salarios y capacitación para los maestros.
tras, en muchas escuelas privadas categorías del escalafón representaban existe un nivel preescolar que ofrece el 39 % de todos los maestros de la una enseñanza, incluso bilingüe, des- educación primaria oficial; en 1977, de los tres años de edad. Así, por el 81 %). ejemplo, en 1968 la matrícula preesEl magisterio hizo frente a esta evocolar contaba 13.300 alumnos inscritos lución negativa de su situación con en el sector oficial y 94.200 en el sector una unidad y politización crecientes. En los años 1960 su sindicato principrivado. A consecuencia de esto, los alum- pal, la Federación Colombiana de nos de las escuelas primarias públicas Educadores (FECODE) obtuvo graempiezan su escolarización con un re- cias a numerosas huelgas algunas alzas tardo prácticamente imposible de eli- de salario y posibilidades de capacitación en el empleo. También la FEminar en su futuro. CODE fue la inspiradora del Congreso Pedagógico Nacional de 1966, en el Los maestros y la Federación cual formuló los objetivos prioritarios Colombiana de Educadores que, según ella, debía fijarse el go(FECODE) bierno: en primer lugar la generalización de la educación primaria, espeEstos años de masificación de la en- cialmente en el campo, la alfabetizaseñanza primaria y de continua pér- ción y educación de los adultos, y en dida de prestigio del sector público tu- último lugar la enseñanza superior. vieron profundas repercusiones sobre Este congreso tuvo cierta influencia el magisterio. Su estatuto socioeco- sobre el Plan de Emergencia de 1967. nómico siguió disminuyendo, mientras En la década del setenta, la FEque el número de maestros diplomaCODE radicalizó sus posiciones sindos que trabajaban en la educación dicales y políticas, sobre todo a partir oficial aumentó como resultado de la creación de numerosas escuelas nor- del proyecto de reforma del Estatuto males entre 1930 y 1965 (en 1964 los del Personal Docente presentado por maestros inscritos en las dos primeras el ministro de Educación, Galán, y
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que la Federación hizo fracasar. Las nuevas metas de la FECODE abarcaron la sindicalización de los maestros y profesores, la defensa socioeconómica del magisterio, el reconocimiento de la libertad de cátedra y el derecho de huelga para los educadores, la defensa de la enseñanza oficial en contra del sector privado y... la realización del socialismo en Colombia. Paso importante en la unificación del sindicalismo docente, desde 1979 la FECODE no representa sólo a los maestros de enseñanza primaria, sino también a los profesores de enseñanza secundaria y a un sector importante de docentes universitarios. La FECODE terminó por aceptar un nuevo estatuto docente en 1979, después de haber rechazado más de un proyecto, porque la reforma propuesta por el ministro de Educación, Rodrigo Lloreda Caicedo, reconocía los derechos y deberes de los educadores fortaleciendo, por ejemplo, la representación del magisterio en las juntas del escalafón o estableciendo estímulos para los maestros de las zonas rurales. Sin embargo, no avanzó mucho en la solución de todos los problemas del magisterio, que hoy en día sigue siendo mal remunerado y sometido, Pedro Gómez Valderrama, ministro de Educación 1962-1965, durante la inauguración de una nueva sede de la editorial Tercer Mundo, en marzo de 1964. A su lado, el ministro de Educación del gobierno de Alberto Lleras, en noviembre de 1960, Belisario Betancur Cuartas.
en ciertas regiones, a demoras en el pago de los salarios así como menospreciado y víctima de la creciente ruptura entre el ideal del maestro al servicio de la comunidad y la realidad de un trabajo docente rutinario y en condiciones difíciles. Este estatuto, además, tenía la particularidad de que unificaba el escalafón de la enseñanza primaria y el bachillerato. Con esto se eliminaba una de las características más regresivas del sistema anterior, que estimulaba a los docentes mejor calificados a dedicarse únicamente a la enseñanza secundaria. El impacto de este cambio será sin duda muy lento, pues la preparación de licenciados en educación, pese a algunos programas nuevos, sigue estando orientada en forma abrumadora hacia la formación de profesores de secundaria, a pesar de que es en la primaria donde se encuentra la mayor necesidad de calificación. El fínanciamiento de la educación Los gastos dedicados a la educación crecieron considerable y paralelamente a la expansión cuantitativa de la matrícula escolar durante el Frente Nacional. En 1958 la partida correspon-
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diente al Ministerio de Educación ascendió en el presupuesto nacional al 8, 6 % (141,743 millones de pesos) en comparación con el 6,2 % en el año anterior. A partir de 1962, se dio cumplimiento al artículo segundo del plebiscito de 1957, que establecía que la nación debía consagrar a la educación el 10 % de su presupuesto, ya que fue entre 1962 y 1971 siempre superior al 12 %, alcanzando el 14,8 % en este último año (o sean 3.329,400 millones de pesos). Sin embargo, en la década del setenta, si bien la participación de la educación en el presupuesto nacional ha crecido, llegando al 18,9 % en 1980 (38.765,300 millones de pesos) en pesos de valor constante, se ha estancado. Las dos fases de esa evolución se notan también en los cambios ocurridos en la composición del gasto educativo. En 1960, los gastos de funcionamiento (salarios, materiales, costos de administración) absorbían el 91 % y los gastos de inversión (construcción de escuelas, capacitación del personal docente e innovaciones educativas) el 9 % del presupuesto. En 1971 los gastos de inversión habían crecido al 25 % y los gastos de operación se habían reducido al 75 %. Eso se explica, en parte, por la presencia de importantes créditos extranjeros para los programas de enseñanza media y superior que hemos analizado anteriormente, pero no se puede olvidar que a partir de 1964 la nación asumió una proporción creciente de los salarios de los maestros, los cuales son gastos de funcionamiento. Se puede pues afirmar que en la década del sesenta el gobierno hizo un esfuerzo particular para financiar la educación. Todo lo contrario ocurrió en la década del setenta. La composición del gasto educativo evolucionó hacia un regreso a la situación de 1960 y los recursos de funcionamiento volvieron a representar más del 90 % del total, a costa de los recursos de inversión. Además, desde 1977, se viene acumulando un déficit presupuestal del Ministerio de Educación Nacional y una inmensa deuda
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Jaime Posada, ministro de Educación 1961-1962.
laboral con los docentes, a lo cual se suma ahora el déficit fiscal de la nación, situación que permite prever, para el futuro, una reducción dramática del presupuesto educativo y el cuestionamiento real de todas las reformas, aun limitadas, de las últimas décadas. Gonzalo Vargas Rubiana, ministro de Educación 1960
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Las mismas fases aparecen en la evolución de la distribución de los gastos educativos por nivel de enseñanza. En 1960 el 49 % del presupuesto total fue destinado a la educación básica y primaria (alfabetización, escuelas radiofónicas, televisión y cine educativos, pre-primaria y primaria), el 23 % a la educación media, el 18 % a la educación superior y el 9,5 % a otros renglones. Diez años más tarde, el porcentaje dedicado a la enseñanza superior era sensiblemente igual, pero la proporción para el nivel primario había crecido a costa del nivel medio. Las desproporciones seguían siendo considerables, pues en términos de inversión por alumno, se gastaban quinientos pesos en el nivel primario, mil doscientos en el nivel medio y cuatro mil quinientos en el nivel superior. En 1981 se había regresado prácticamente a la situación de 1960: 44,5 % para la educación primaria y básica. 25 % para la educación media, 20,5 % para Alfonso Ocampo Londoño, las universidades y 10 % para otros ministro de Educación renglones. 1960-1961.
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La nacionalización de la educación primaria y los Fondos Educativos Regionales (FER) Reivindicación permanente de la FECODE, la nacionalización de la educación primaria no se concretó totalmente entre 1954, fecha del primer decreto que la menciona, y 1975, fecha de la ley llamada de nacionalización de la educación primaria y secundaria; pero, en ese período, se lograron algunos avances. En 1960 una ley dispuso que «desde el uno de enero de 1961 la nación tendrá a su cargo el pago de los sueldos del magisterio de la enseñanza primaria en todo el territorio de la República» pero sin quitarles a los departamentos sus responsabilidades en la conducción de la educación primaria; por consiguiente, los gobernadores multiplicaron los nombramientos de maestros, despreocupándose por el pago de sus salarios. Incapaz de responder financieramente a la creciente demanda, el gobierno nacional tuvo que dejar sin aplicar la ley de 1960. La reforma constitucional de 1968, preparada por Carlos Lleras Restrepo, reorganizó la administración pública y tuvo sus efectos sobre la educación, acentuando el centralismo del Ministerio de Educación Nacional a costa de la autonomía de las Secretarías Departamentales de Educación. Permitió, también, la creación en el mismo año de los Fondos Educativos Regionales (FER) para coordinar la centralización administrativa de la educación. Especie de Cajas, los FER están constituidos con los aportes nacionales, departamentales y municipales destinados al financiamiento de la educación primaria. Son administrados por los gobiernos departamentales, pero sometidos a la vigilancia de un delegado del Ministerio de Educación Nacional. En principio, si el departamento no proporciona los aportes que le corresponden, hace malversaciones, procede a nombramientos de maestros sin calificaciones o en numero excesivo, el delegado del minis-
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terio puede retirar o suspender los aportes nacionales. Desde 1968 los FER han evolucionado de una manera aparentemente contradictoria. Creados con el fin de eliminar la «politiquería» a nivel departamental, fueron dirigidos al comienzo por delegados técnicos y apolíticos, que no lograron imponer su autoridad frente a las Secretarías Departamentales: según el estudio de E. Mark Hanson, hasta enero de 1973, sobre los veintitrés FER existentes, diez estaban desorganizados y no habían desarrollado ninguna colaboración entre el ministerio y el departamento. A raíz de la reforma de los FER en 1975, aumentaron los poderes de los delegados del Ministerio de Educación, lo cual politizó mucho la función, pero a medida que los delegados fueron más políticos y menos técnicos pudieron hacerse respetar mejor por los gobiernos departamentales y desempeñar algo mejor su papel de vigilancia y control de la administración educativa. Los territorios de misiones Los FER abarcaron los veintidós departamentos con que contaba Colombia y el distrito especial de Bogotá, pero no incluyeron los territorios nacionales. Éstos siguieron siendo considerados como territorios de misiones durante el Frente Nacional y la educación allí siguió reglamentada por un convenio con las misiones religiosas, renovado en 1952. Según este convenio, la nación contrata, por intermedio del nuncio del Vaticano, al vicariato y al prefecto apostólico del respectivo territorio para la dirección, vigilancia e inspección de la educación, así como para el nombramiento de los maestros, siempre y cuando respeten las normas y los programas oficiales. El convenio de 1952 fijaba los aportes para los territorios en unos diez millones y medio de pesos y para la nunciatura de Bogotá (para fines de redistribución) en un millón; estos aportes fueron sometidos a repetidos reajustes.
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Octavio Arizmendi Posada, ministro de Educación 1968-1970. Durante su gestión se impulsó el Convenio Andrés Bello y se pusieron en marcha organismos como el Instituto Colombiano de Cultura y el de Construcciones Escolares, con el programa de Institutos de Enseñanza Media Diversificada, INEM. También se organizaron los Fondos Educativos Regionales (FER), para coordinar la centralización administrativa de la educación.
Hoy en día, es notable el estado caótico de la organización y administración educativa en los territorios nacionales. En ellos, además de la educación concretada con las misiones, el Ministerio de Educación Nacional, algunos organismos descentralizados y, por ejemplo, en el sur de la costa pacífica, las Secretarías DepartamentaRodrigo Lloredo Caicedo, ministro de Educación 1978-1980. En su reforma, aceptada por Fecode en 1979, estipuló la representación del magisterio en las juntas de escalafón y estímulos para los maestros rurales.
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Nueva Historia de Colombia. Vol. IV
les de Educación crearon sus propias escuelas e institutos que con su respectivo personal docente escapan a la vigilancia del vicariato o prefecto y en muchos casos a toda vigilancia. Los auxilios oficiales a la educación privada Durante el Frente Nacional, el gobierno destinó aproximadamente el 10 % de su presupuesto para la enseñanza primaria y secundaria, al sector privado, lo que representó en 1969, por ejemplo, unos ochenta millones de pesos. Los criterios según los cuales se atribuyeron los auxilios a los establecimientos nunca fueron definidos claramente y obedecen más bien al juego de las recomendaciones y presiones clientelistas. Además de este apoyo, la educación privada se beneficia del sistema nacional de becas establecido en 1971 bajo la responsabilidad del ICETEX. Entre 1971 y 1973, éste destinó a los planteles particulares casi el 50 % de cinco millones de dólares atribuidos por el Ministerio de Educación a las becas. Ya se mencionó también el otorgamiento de crédiJuan Jacobo Muñoz, ministro de Educación 1972-1974.
tos extranjeros a establecimientos particulares, sobre todo universidades. Por consiguiente, es preciso observar que si el sector privado contribuye a descargar al Ministerio de Educación de una misión que no logra cumplir solo, este sector se ha desarrollado gracias a los fondos públicos, y por supuesto a costa, en todo sentido, de la educación oficial. La planificación educativa A partir de 1958 el Ministerio de Educación Nacional fue sometido a varias reestructuraciones que debían darle mayor eficiencia y especializar más sus funciones. Desde 1956, con la elaboración del Primer Plan Quinquenal de Educación Integral, se trató de planificar la expansión de la educación colombiana hacia una mayor cobertura de la población en edad escolar. El propósito era. también, conseguir más fácilmente créditos extranjeros por este medio. En 1958 el gobierno de Lleras Restrepo creó la Unidad de Recursos Humanos dentro del Departamento Nacional de Planeación, para relacionar así la educación con la economía. Con la asesoría de algunos organismos extranjeros (OIT, UNESCO, AID, OEA, etc.) la Unidad de Recursos Humanos y el Ministerio de Educación realizaron numerosos estudios sobre el rendimiento y funcionamiento de los distintos niveles y sectores de la educación colombiana, así como sobre su relación con el mercado de trabajo. Con base en esos estudios se establecieron proyecciones, estrategias y planes de desarrollo que pretendían una mejor integración del sistema educativo en sí mismo y con el desarrollo demográfico y socioeconómico del país. Sin embargo estos esfuerzos de planeación educativa raramente se tradujeron en realizaciones concretas. La enseñanza superior que fue el objeto principal de los planificadores durante un cuarto de siglo, creció sin organización ni coordinación y a un ritmo totalmente desproporcionado con las
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Una escuela radiofónica de los años 50, con sus alumnos, un auxiliar inmediato y materiales entregados por Acción Cultural Popular. Así llegó el desarrollo y la capacitación a las familias campesinas.
posibilidades del mercado de empleo. Según Ivón Lebot: «La planeación educativa en Colombia ha sido [...] un elemento esencial de colaboración con los organismos internacionales y las agencias extranjeras en el sector. En realidad ha servido más para dar a estos organismos una cierta imagen de las necesidades educativas del país, que para la aplicación de soluciones a los problemas existentes.» ¿Qué balance educativo se puede hacer? Desde 1958, la educación colombiana estuvo marcada por la expansión cuantitativa y la creciente complejidad de su organización, especialmente entre los años 1967 y 1972, que vieron el mayor número de reformas. Sin embargo las políticas educativas decididas no se caracterizaron por su coherencia ni por su continuidad, y esto a pesar de la relativa estabilidad política que se registró durante todo el período (a excepción de las zonas de guerrillas). ¿Por qué esta situación? La educación —aunque importante porque permitía satisfacer los anhelos
de las clases medias— no fue la prioridad de los gobiernos que se sucedieron desde 1958. El propósito de éstos fue administrarla lo mejor posible sin cuestionar nunca el dualismo marcado del sistema educativo: con un sector privado reservado a las clases superior y media y un sector oficial sin prestigio para las clases populares. El principal intento de disminuir las diferencias entre los dos sectores fue la reforma propuesta por el ministro Galán en el año 1971, ampliamente rechazada por el Congreso. Nadie se atrevió entonces a proponer un sistema educativo oficial para todos. La educación es el reflejo exacto de las divisiones existentes en la sociedad colombiana. División entre los que tienen acceso a la educación y los que no lo tienen. División entre las zonas rurales poco provistas de servicios y las zonas urbanas mejor atendidas. División entre los sectores marginados a los cuales se ofrecen programas especiales y los sectores industriales competitivos. División entre los que pueden pagarse la educación privada y los que deben contentarse con la educación oficial. División entre los que
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pueden acceder al bachillerato y a la universidad y los que deben limitarse a la educación media diversificada. Esa adecuación de la estructura educativa con la estructura socioeconómica creó la ilusión de una movilidad social ascendente por medio de la educación. Así los padres de familia de pocos recursos económicos se endeudan para costear la educación privada a sus hijos, los empleados y trabajadores sacrifican sus madrugadas y noches en estudios complementarios. El gobierno de Belisario Betancur no se equivocó en su decisión de crear la Universidad Abierta y a Distancia para los sectores marginados de la sociedad. Esta universidad ofrece tanto
cursos básicos como especializaciones técnicas y carreras clásicas, por medio de algunas universidades en su mayoría privadas, las que prometen a más de doscientos mil colombianos el título de doctor, eso sí, contra el pago de matrículas relativamente costosas. Caracterizada por la improvisación y la carencia de recursos apropiados este tipo de enseñanza abre un nuevo mercado para el sector educativo privado y crea nuevas ilusiones para la población marginada. Pero, finalmente, no crea nuevos puestos de trabajo, y otra vez se adopta una solución aparente ante la incapacidad de enfrentar los problemas de fondo de la educación pública.
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ALDANA, EFRAÍN.
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Cien años de ciencia colombiana Gabriel Poveda Ramos Los comienzos de la ciencia en Colombia
L
as disciplinas que hoy constituyen lo que llamamos «ciencia» fueron introducidas en nuestro país por José Celestino Mutis y por sus discípulos y compañeros en la famosa Expedición Botánica. En los años finales del siglo XVIII y en los primeros del XIX, José Celestino Mutis, Francisco José de Caldas, José Manuel Restrepo, Jorge Tadeo Lozano y los demás miembros de esa organización, aprendieron y cultivaron diversas ciencias como matemáticas, medicina, botánica, física, química, zoología, antropología y otras varias. La curiosidad científica no se extinguió con la Expedición Botánica. En los primeros años de la República hubo varios personajes notables que trabajaron en la adquisición de saberes y en su divulgación en la Nueva Granada. Tal fue el caso del coronel Joaquín Acosta, como geólogo y cartógrafo; de don Lino de Pombo, como ingeniero y matemático, y de otras figuras que propendieron por aclimatar la ciencia en nuestro medio.
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tos Acosta propuso y expidió la ley que creó la Universidad Nacional de Colombia. De las cinco Escuelas que la constituían (derecho, medicina ciencias naturales, ingeniería y literatura y filosofía), tres se referían a estudios científicos (ciencias naturales) o a estudios de profesiones estrechamente relacionadas con la ciencia (medicina e ingeniería). Poco después, en 1870 se funda la Sociedad de Naturalistas Colombianos constituida por Francisco Montoya, Carlos Michelsen, Liborio Zerda, Eustaquio Santamaría y otros miembros. Para fomentar la aplicación de la botánica a la agronomía, se constituyó al año siguiente la Sociedad de Agricultores de Colombia, por iniciativa de Salvador Camacho Roldán y de Juan de Dios Carrasquilla. Dos años después, en 1873, un grupo de médicos y naturalistas fundaron la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales, que fue la simiente de la Academia Nacional de Medicina. Esta sociedad fue notoriamente fecunda en la producción de estudios médicos, botánicos y zoológicos, escritos por sus diversos miembros, especialmente Pedro María Ibáñez y Florentino Vezga. General Agustín Codazzi, director de la Comisión Corográfica, entre 1850 y 1859, admirable centro de irradiación científica en Colombia. (Oleo de A. Varucca, pintado en Roma, 1882, Observatorio Astronómico Nacional, Bogotá).
Página anterior: José Celestino Mutis, óleo de pintor anónimo del siglo XV1I1, Museo del 20 de Julio, Bogotá.
Entre 1850 y 1859 se cumplió la empresa admirable de la Comisión Corográfica, dirigida por el general Agustín Codazzi. Además de haber sido una gran escuela de geodesia, astronomía, geología y ciencias naturales, la comisión fue una enorme fuente de conocimientos geográficos. Trabajando con ella, José Jerónimo Triana inició su gran obra en botánica. Con ella el geólogo alemán Hermann Karsten hizo el primer gran levantamiento geológico del país. Y Codazzi mismo produjo un abundantísimo material geográfico y cartográfico. Nombres como los de Ezequiel Uricoechea y Florentino Vezga nos recuerdan el interés de los neogranadinos por las ciencias de la naturaleza y por la química en los años posteriores. Fue tan notorio el interés por las ciencias y la educación en aquellos años, que en 1867 el presidente general San-
La Regeneración Rafael Núñez ejerció la presidencia por primera vez entre 1880 y 1882. Fue sin duda la más creativa de las administraciones al finalizar el siglo pasado. Uno de sus actos principales consistió en crear la Comisión Científica Permanente (ley 59 del 11 de junio de 1881) encargada de estudiar «lo concerniente a la botánica, a la geología, a la mineralogía, a la zoología, a la geografía y a la arqueología del país». Para dirigir esta comisión, el gobierno trajo de Francia al biólogo y químico Joseph Charles Mano, quien estuvo varios años en Colombia cumpliendo ese encargo. Además de los anteriores, a comienzo de los años ochenta vivían y trabajaban activamente un buen número de científicos que mantenían y
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desarrollaban un trabajo de importancia notable para su época. Es inevitable mencionar los nombres de Alfred Hettner, geólogo alemán que estudiaba nuestra Cordillera Central: Pedro María Ibáñez, médico e historiador de la medicina: Lorenzo María Lleras, ingeniero, matemático y físico: Eugenio Amburcí, químico y botánico belga, profesor en el recién creado Instituto Nacional de Agricultura. A estos nombres hay que agregar los de Santiago Cortés, botánico: Antonio Vargas Vega, médico; Manuel Uribe Ángel, médico, geógrafo y químico; Carlos Michelsen, médico y naturalista; Eustaquio Santamaría, químico y agrónomo; Wilhelm Sievers, geólogo alemán que estudiaba la sierra nevada de Santa Marta: Antonio Gómez Calvo, médico precursor de la siquiatría; Francisco José Tapias, médico y naturalista; y un grupo importante de médicos brillantes de la tradicional escuela francesa anatomoclínica. Por aquellos años se publicaban en el país varias revistas científicas en donde aparecían trabajos de los autores mencionados. Las más importantes eran la Revista Médica de Bogotá (fundada en 1873). El Agricultor (1868). la Revista Farmacéutica, los Anales de la Universidad Nacional y la Gaceta Agrícola del Estado de Cundinamarca. La enseñanza de las diversas ciencias se daba a nivel elemental en los colegios de enseñanza secundaria, de los cuales había unos diez en el país. A nivel profesional se daba en la Universidad Nacional, en Bogotá, en sus Escuelas de Medicina y Ciencias Naturales y Matemáticas e Ingeniería; en la Escuela de Medicina de la Universidad de Antioquia; en la Escuela de Medicina de la Universidad del Cauca; en la Escuela de Medicina de la Universidad de Cartagena; y en el Instituto Nacional de Agricultura, creado en 1880 pero cerrado en 1885. Vale la pena mencionar algunas obras de los más importantes científicos de la época. Francisco Montoya (1850-1922) fue profesor y autor de
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numerosos estudios de física médica y química orgánica. Juan de Dios Carrasquilla Lema (1833-1905) fue autor de numerosos artículos, conferencias y memorias sobre agronomía, química agrícola, botánica y farmacia. Vicente Restrepo (1837-1899) publicó trabajos sobre metalurgia de metales preciosos
Estampilla de correos en honor del sabio Mutis y José Jerónimo Triana, ilustre botánico que inició su obra en la Comisión Corográfica.
Florentino Vezga (1833-1890), científico que contribuyó a fundar la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales, en 1873. Publicó: "La Expedición Botánica", "Botánica indígena" e "Historia del estudio de la botánica".
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Fundación de la Sociedad de Naturalistas Neogranadinos, junio 9 de 1858: Liborio Zerda, Florentino Vezga, Alejandro Lindig, Ezequiel Uricoechea y Francisco Bayón.
Indalecio Liévano (1833-1913) profesor de matemáticas y autor de un famoso libro de aritmética y de "Investigaciones científicas''.
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y escribió el libro, hoy clásico, Estudio sobre las minas de oro y plata en Colombia. Indalecio Liévano fue por muchos años profesor de matemáticas y autor de un famoso libro sobre aritmética Liborio Zerda fue profesor de física v química médicas, y escribió numerosos títulos sobre botánica, química zoología, fisicoquímica, higiene, química mineral y metalurgia. Tulio Ospina (1857-1921) fue profesor de geología por muchos años; redactó trabajos sobre quina, gemas, cobre, biología y minerías, y escribió una Geología de Colombia y una Geología de Antioquia. Rafael Nieto París (18391899) dirigió el Observatorio Astronómico, y había inventado varios aparatos geométricos y para astronomía; Manuel Uribe Ángel había escrito artículos sobre botánica médica y publicó una gran Geografía de Antioquia. Nicolás Osorio publicó numerosos artículos sobre epidemias, vacunación, epizootias, entomología y ganadería, aparte de su afamado Estudio sobre las quinas de Colombia. Francisco Bayón había escrito sus Ensayos sobre xilología, primer tratado completo sobre maderas colombianas. Andrés Posada Arango (nacido en Medellín en 1839 y muerto allí en 1909) estudió medicina y ciencias en Europa y fue el primer profesor de botánica y zoología en la Universidad de Antioquia. Fue autor de numerosos trabajos sobre la botánica de Antioquia que quedaron reunidos en sus Estudios científicos, obra publicada en 1909. Su coterráneo Joaquín Antonio Uribe (Sonsón 1858-Medellín 1935) fue también un concienzudo investigador de la flora de su región, de lo cual son muestra sus libros Flora sonsonesa y Cuadros de la naturaleza. Uribe ha sido sin duda el más importante de los botánicos antioqueños. El fin del siglo XIX En 1887 fue fundada la Escuela Nacional de Minas en Medellín a favor de una ley nacional que lo había orde-
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nado años atrás, y gracias al interés persistente de don Tulio Ospina. Uno de sus primeros graduados fue Juan de la Cruz Posada (Medellín 1869-Medellín 1964). Después de profundizar sus estudios en la Universidad de Berkeley volvió al país, en donde hizo una larga y fructífera carrera como ingeniero, profesor, escritor y administrador público. Fruto de sus concienzudas investigaciones geológicas fue su libro Bosquejo geológico de Antioquia. En el mismo campo científico descolló en aquella época Fortunato Pereira Gamba (Bogotá 1866-Bogotá 1936), quien había estudiado ingeniería de minas en Europa y había recorrido nuestro territorio estudiando su mineralogía y su geología. En el año 1901 publicó su obra más importante, Riqueza mineral de Colombia, y en 1919 publicó La vida en los Andes colombianos. Entre los ingenieros y científicos de su tiempo se destaca también Francisco Javier Vergara y Velasco, nacido en Popayán y graduado en la Universidad Nacional. De sus muchos informes y artículos sobre el territorio colombiano descuellan su Nueva geografía de. Colombia y su Atlas geográfico completo de Colombia. Manuel Antonio Rueda Jara (Villa del Rosario 1858-Bogotá 1907) se graduó como profesor de matemáticas y como ingeniero en la Universidad Nacional, y durante toda su vida se dedicó a la enseñanza de las matemáticas, para lo cual escribió su Curso de aritmética y su Curso de álgebra, que durante muchos años sirvieron como textos de enseñanza en colegios y universidades. Los últimos lustros del siglo XIX vieron el surgimiento de varias instituciones académicas y científicas. En 1887 se funda la Sociedad Colombiana de Ingenieros con cuarenta y dos miembros de esa profesión, que desde sus comienzos inició la publicación de la revista Anales de Ingeniería, que ha aparecido sin interrupciones hasta hoy y en donde han sido publicados innumerables trabajos y estudios científicos y técnicos. En el mismo año se
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Liborio Zerda, dibujado por Alberto Urdaneta. Profesor de física y química médicas, escribió sobre botánica, metalurgia, higiene y muchos otros temas científicos.
El médico y científico Andrés Posada Arango, primer profesor de botánica y zoología en la Universidad de Antioquia.
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mo participó, en el mismo año, en la fundación de la Academia Nacional de Medicina que vino a sustituir a la anterior Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales. De los Mil Días a la gran crisis
Rector, Vicerrector y alumnos de la Universidad Republicana, fundada en 1890 por Manuel Antonio Rueda, José Herrera Otarte y Francisco Montoya.
Plano de Santa Marta publicado en el "Atlas geográfico completo de Colombia", del ingeniero payanes Francisco Javier Vergara y Velasco (1860-1914) autor también de una "Nueva geografía de Colombia" y de un libro sobre el archipiélago de San Andrés, entre otras muchas obras.
creó la Academia de Medicina de Antioquia. Tres años después, en 1890, fue fundada en Bogotá la Universidad Republicana, con facultades de derecho, ciencias naturales e ingeniería. Fue ésta una iniciativa del ingeniero Manuel Antonio Rueda, del naturalista José Herrera Olarte y del médico Francisco Montoya. Este últi-
Durante la guerra de los Mil Días los científicos y las instituciones educativas permanecieron en receso. Al recuperarse la paz en 1902, comenzó a despertar nuevamente el interés en estos temas. Así, por ejemplo, en 1903 se constituyó la Sociedad Geográfica de Colombia. En su larga vida ha auspiciado y ha publicado en su boletín multitud de estudios sobre fisiografía, geodesia, oceanografía, recursos naturales, climas, sismología, etc. En 1909 el gobierno del general Reyes creó la Oficina de Longitudes, que ejecutó amplias investigaciones sobre astronomía, geodesia y geografía colombiana, hasta cuando, en 1935, fue transformada en el Instituto Geográfico Agustín Codazzi. Con la paz, reanudaron sus actividades las cinco únicas universidades
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que vivían en aquellos años. En Bogotá la Universidad Nacional reabrió su facultad de matemáticas e ingeniería y la de medicina y ciencias naturales. En Medellín, en 1903, se reabrió la Escuela de Minas, que había sido clausurada por el gobierno en 1895. En esa ciudad la Universidad de Antioquia restableció sus estudios, incluyendo entre ellos los de ciencias naturales y química en su facultad de medicina. En Popayán, la Universidad del Cauca restableció sus cursos de matemáticas y agrimensura. Y la Universidad Republicana, en Bogotá, volvió a impartir enseñanza en sus escuelas en ingeniería y ciencias naturales. Todavía nuestras universidades reflejaban las limitaciones y la insuficiencia de nuestro desarrollo científico, pero a pesar de ello, un número importante de investigadores distinguidos mantenían en alto a la tradición científica entre nosotros y cultivaban muy variados campos de la ciencia, incluyendo matemáticas, química, botánica, zoología, microbiología y otros. Signo de esa actividad fue la creación en 1912 de la Sociedad de Ciencias Naturales en Bogotá; y en el año 1915 de la Sociedad Antioqueña de Ingenieros, en Medellín. Por iniciativa del gobierno del general Reyes, en 1910 visitó al país la Comisión Suiza de Ciencias Naturales, la cual recorrió la costa atlántica, Antioquia y Cundinamarca y recopiló una abundante recolección de especies botánicas y animales, que sirvieron como material de trabajo para muchos biólogos colombianos y extranjeros en años posteriores. Otro motivo de interés por las ciencias naturales fue la iniciación de estudios universitarios sobre agronomía: en 1904 se abrió en la Universidad de Antioquia la primera Escuela de Agronomía, de nivel universitario, cuya vida sólo pudo estabilizarse a partir de 1916. Y en 1915 el Ministerio de Agricultura y Comercio creó en Bogotá la Escuela Superior de Agronomía, con el propósito de revivir el antiguo instituto de esta especialidad que había operado entre
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1880 y 1885. Para dirigir la nueva escuela el gobierno trajo al científico belga Charles Denemoustier. Esta escuela pasó a convertirse, después de algunas peripecias, en la facultad de Agronomía de la Universidad Nacional, que graduó sus primeros agrónomos en el año 1922. En los primeros años de nuestro siglo se dio en Bogotá un importante movimiento de estudio e investigación en matemáticas que fue animado, fundamentalmente, por el ejemplo de don Julio Garavito Armero (Bogotá 1865-Bogotá 1920). Garavito se había graduado como profesor de matemáticas y como ingeniero civil en 1891 en la Universidad Nacional y desde entonces se había consagrado a la docencia y a la investigación. Entre 1890 y 1920 fue director del Observatorio Astronómico Nacional; y su muy extensa como fecunda labor de enseñanza sólo fue interrumpida por la parálisis de la universidad debida a la guerra de los Mil Días. En geografía y geodesia pu-
Estampilla de correos en homenaje al centenario del nacimiento del sabio Julio Garavito Armero, celebrado el 5 de enero de 1965. Matemático e ingeniero de la Universidad Nacional, director del Observatorio Astronómico, publicó sus "Tablas de la Luna", que le merecieron bautizar con su nombre uno de los cráteres lunares.
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blicó trabajos sobre coordenadas geográficas de precisión, sobre el mapa del país, sobre restitución geodésica, etc. En matemáticas hizo muchísimas investigaciones sobre geometrías no euclidianas, teoría de funciones, teoría de números, ecuaciones diferenciales y ecuaciones algebraicas. En física sus investigaciones incluyeron la mecánica racional, la teoría del electrón, la mecánica de materiales pulverulentos, la óptica física, la óptica geométrica, el electromagnetismo y la relatividad. Pero su obra magna fue en el campo de la astronomía y consistió en el monumental trabajo Las tablas de la luna, que lamentablemente quedó inconcluso. Discípulo brillante de Garavito fue Jorge Álvarez Lleras (Bogotá 1885Bogotá 1952), quien se graduó en la Universidad Nacional en 1907. Después de ser profesor de matemáticas en la facultad de Ingeniería de la Universidad de Nariño e ingeniero jefe del Ferrocarril de Antioquia, volvió a su ciudad como director del Observatorio y profesor de matemáticas en la Universidad Nacional. Por el resto de su vida Álvarez Lleras publicó innumerables trabajos, libros y folletos de los cuales merecen destacarse Latitud y longitud del Observatorio Astronómico de Bogotá, Lecciones de electrotécnica, Las teorías eléctricas modernas, Elementos de meteorología tropical, Electricidad para el obrero industrial, La radiación solar en la sabana de Bogotá, y muchas más. Igualmente importante fue su labor de recopilar y publicar muchos trabajos inéditos de Garavito, sobre quien publicó una completa biografía. Víctor E. Caro se graduó en la Universidad Nacional a principios del siglo y por largo tiempo fue allí profesor de aritmética analítica. Resultado de sus lecciones y de sus investigaciones fue su interesante libro Los números: su historia, sus propiedades, sus mentiras y sus verdades, que publicó en Bogotá en 1937. Otro discípulo destacado de Garavito fue Darío Rozo Martínez, quien
se graduó como ingeniero civil en la Universidad Nacional, y fue allí profesor de matemáticas y mecánica por muchos años. A él se debe el libro Historia de la cartografía de Colombia y el admirable ensayo Entidad de la física, donde apoya los modernos desarrollos de dicha ciencia. Al lado de Rozo, debe mencionarse a su contemporáneo y colega Melitón Escobar Larrazábal, que sobresalió también como brillante profesor de matemáticas en la misma universidad. Julio Carrizosa Valenzuela (Bogotá 1895-Bogotá 1972), se graduó como ingeniero en la Universidad Nacional en 1918 y desde entonces ejerció allí por muchos años las cátedras de geometría analítica y resistencia de materiales. Fue rector de su universidad y ministro de Educación. Jorge Acosta Villaveces (Fusagasugá 1891-Bogotá 1965) se graduó como ingeniero en 1911. Después de trabajar en ferrocarriles y como actuario de la Superintendencia Bancaria volvió a la facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional como profesor de cálculo, donde enseñó casi hasta su muerte, durante más de veinticinco años. Merece destacarse su libro Análisis matemático y numerosos artículos sobre actuaría y matemáticas aparecidos en la revista Anales de Ingeniería y en otras publicaciones. El ingeniero Belisario Ruiz Wilches (Bogotá 1887-Bogotá 1958) se graduó en la Universidad Nacional en 1909 y fue a enseñar matemáticas en la facultad de Ingeniería de la Universidad de Nariño, que funcionaba en aquellos años. Posteriormente participó en comisiones nombradas por el gobierno para la demarcación de límites con países vecinos. En 1935 fue nombrado primer director del Instituto Geográfico Militar y Catastral Agustín Codazzi, recién creado en ese año. A lo largo de su vida y en el desempeño de sus cargos, Ruiz Wilches hizo valiosos aportes a la geografía y a la geodesia de Colombia. Rafael Torres Mariño fue otro discípulo aventajado de Garavito en la
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facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional. Después de ejercer varios años como ingeniero de ferrocarriles, se dedicó al cultivo de las matemáticas y publicó en ese campo su libro Los juegos de azar en la especulación: sus probabilidades del análisis, en 1933. En la Escuela de Minas de Medellín (que desde 1911 había sido nacionalizada), varios profesores extranjeros vinieron a reforzar la enseñanza de la ingeniería. El ingeniero italiano Calixto Giordanengo trajo un moderno laboratorio para el tratamiento y ensayo de minerales; el suizo Paul Zürcher vino a enseñar electrotecnia; y el belga Henri Denéve llegó como profesor de física. En esa institución habían ganado ya merecido prestigio algunos profesores de matemáticas y otras ciencias de la ingeniería, tanto por sus sabias enseñanzas como por sus escritos v trabajos. Jorge Rodríguez Lalinde (Medellín 1875-Medellín 1948) había estudiado en la Universidad Nacional, en Bogotá, y allí había obtenido sus títulos como profesor de matemáticas e ingeniero. Después de especializarse en París en geometría y estadística, volvió como profesor de dichas materias a la Escuela de Minas. Su mayor mérito didáctico y científico fue el de haber aclimatado en Colombia el estudio y la enseñanza de la estadística en el nivel universitario, en la formación de ingenieros. En unión del ingeniero Alejandro López compiló y publicó la primera monografía estadística de Antioquia, en 1914. Juan de Dios Higuita (Buriticá 1895-Cali 1982) estudió ingeniería civil y de minas en la Escuela de Minas de Medellín, a comienzos del segundo decenio del siglo. Durante casi veinticinco años fue en esta escuela profesor de trigonometría, geometría analítica y astronomía. A mediados de los años treinta fue uno de los primeros directores de la Oficina de Estadística de la Contraloría General de la República; y en ese cargo elaboró el importantísimo Estudio sobre los censos colombianos que le mereció men-
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Ricardo Lleras Codazzi, ingeniero de la Escuela de Minas de Medellín, descubridor del mineral que él llamó viterbita, segundo director de la Comisión Científica Nacional, miembro fundador de la Academia Colombiana de Ciencias y presidente honorario de la Sociedad Colombiana de Ingenieros.
ciones honoríficas en varios foros internacionales. Como ya se ha visto, la geología y la mineralogía habían sido cultivadas por varios estudiosos desde la época de la Expedición Botánica y la Comisión Corográfica. A principios del siglo xx brilla en este campo el nombre de Ricardo Lleras Codazzi (Bogotá 1869-Bogotá 1940), quien estudió en la Escuela de Minas en Medellín y allí terminó su carrera como ingeniero civil y de minas en 1891. Desde el año siguiente fue profesor de mineralogía en la Universidad Republicana. A lo largo de toda su vida investigó y escribió sobre geología y mineralogía de Colombia. Descubrió y caracterizó por primera vez el mineral que él llamó «viterbita». Se interesó por la teoría de Wegener sobre la traslación de los continentes, que ya hoy está plenamente establecida. Escribió tres reputados textos didácticos para los cursos de petrografía, mineralogía y geología, y además publicó multitud de artículos y estudios sobre estas disciplinas. En 1925 fue jefe de la Comisión Científica Nacional; y en 1927, di-
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rector del Museo Nacional. Recibió distinciones académicas del gobierno de Francia y de otros países, y fue miembro fundador de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Fisicoquímicas y Naturales en 1937. Hacia 1915 había venido a Bogotá el geólogo español Miguel Gutiérrez (Madrid 1883-Bogotá 1925) y fue profesor de esa ciencia en el Colegio de San Bartolomé. Hizo trabajos aún hoy valiosos sobre esmeraldas, salinas y rocas sedimentarias de la cordillera oriental. Durante la administración del presidente Concha, por la ley 83 de 1916, el gobierno creó la Comisión Científica Nacional encargada de realizar metódica y permanentemente el estudio de los recursos naturales de Colombia, especialmente sus recursos mineros. Como primer director de la comisión, el gobierno nombró, en 1917, al profesor Roberto Scheibe (Gera, Alemania 1859-Bogotá 1923), quien había estudiado geología en las universidades de Halle, Jena y Gotinga, donde recibió su grado en 1882. Se había deRobert Scheibe, profesor de la Universidad de Berlín y geólogo del Estado alemán, trabajó en 1914 en las minas de Muzo y Chivor, y tres años más tarde se puso al frente de la Comisión Científica Nacional, que dirigió hasta su muerte, ocurrida en Bogotá, en 1923. Es muy importante su libro "Geología del sur de Antioquia".
sempeñado en Berlín como profesor de la Universidad, como geólogo del Estado y como miembro de la academia. En 1914 vino a trabajar en las minas de esmeralda de Muzo y Chivor, y tres años después se le encomendó la Comisión Científica Nacional, a la cual dirigió Scheibe hasta su muerte en 1923. Como fruto de sus extensos viajes de investigación, publicó numerosos trabajos sobre minas de esmeraldas, sal, oro, carbón, tectónica y orogénesis de la cordillera oriental. Especialmente valioso es su libro Geología del sur de Antioquia. Después de la breve dirección de Ricardo Lleras en la Comisión Científica, esa posición fue desempeñada sucesivamente por los geólogos alemanes Otto Stützer, Ernest Scheibe (entre 1924 y 1929), Emil Grosse (1927-1931) y Enrique Hubach (19311934). Ernest Scheibe (hijo de Roberto) permaneció en Colombia entre 1924 y 1926, haciendo prolijos estudios sobre la rama oriental de nuestros Andes. A su regreso a Alemania publicó en Berlín, en 1937, su libro Estudios geológicos sobre la cordillera oriental de Colombia. Emil Grosse estudió geología en las universidades de Charlottemburgo y Berlín. Vino a Colombia en 1920, llamado por el Ferrocarril de Antioquia a reconocer los yacimientos carboníferos de ese departamento, y durante tres años condujo meticulosa y rigurosamente esos estudios. Fruto de este trabajo fue su maravillosa obra El terciario carbonífero en Antioquia, que publicó en Alemania después de regresar allá en 1932. Otra figura importante para la geología colombiana en aquellos años es la del español José Royo y Gómez (Castellón de la Plana 1895-Caracas 1961). Hacia 1920 se graduó como geólogo en la Universidad de Madrid; y en 1939 vino como exiliado a Colombia por la guerra civil de su patria, y aquí vivió hasta 1951. Como geólogo del Ministerio de Minas realizó muchos trabajos valiosos en paleontología y estratigrafía que su autor compendió en el libro Los ver-
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Padre Enrique Pérez Arbeláez, director del Herbario Nacional Colombiano, fundador del Instituto Botánico en la Universidad Nacional, impulsador de la publicación de la Flora de la Expedición Botánica y creador del Jardín Botánico de Bogotá.
tebrados del terciario continental colombiano, y fue el creador y primer curador del Museo Geológico del Servicio Geológico Nacional. Otro campo científico que brilló por la calidad de sus cultivadores desde antes de los años treinta fue el de la biología descriptiva. Entre sus cultivadores más prestigiosos sobresalió desde el principio del siglo el médico Emilio Robledo Uribe (Salamina 1875-Bogotá 1961). quien se graduó en la Universidad de Antioquia en el año de 1900, y quien a lo largo de su dilatada y laboriosa vida se distinguió como médico, botánico, historiador, políglota, parasitólogo y poeta. En el campo de las ciencias naturales, además de muchos artículos sobre flora y plantas medicinales, merecen recordarse sus libros Lecciones de botánica y Los naturalistas antioqueños. Carlos Cuervo Márquez (Bogotá 1858-Bogotá 1930) fue un descollante autodidacta, quien entre sus cargos gubernamentales y diplomáticos halló tiempo para la investigación y para publicar sus libros Estudios arqueológicos y etnográficos americanos (1891) y Tratado elemental de botánica (1913). César Uribe Piedrahíta (Medellín 1897-Bogotá 1951) se graduó como
médico en la Universidad de Antioquia en 1922 y luego se especializó en medicina tropical en la escuela de medicina de la Universidad de Harvard. Uribe Piedrahíta fue un hombre multifacético que lo mismo descolló como microbiólogo y toxicólogo, que como botánico, bioquímico, parasitólogo y novelista. Citar sus innumerables artículos y estudios sería excesivamente largo, pero hay que consignar expresamente el gran mérito de haber sido el creador del Herbario Nacional Colombiano. A esa generación perteneció el padre Enrique Pérez Arbeláez (Medellín 1896-Bogotá 1972), quien se graduó como doctor summa cum laude en ciencias biológicas en la Universidad de Munich. Toda su vida fue un incesante investigador, especialmente sobre la botánica y la flora de Colombia. Fue director del Herbario Nacional Colombiano en el Ministerio de Industrias en 1930; fundador del Instituto Botánico de la Universidad Nacional; propulsor de la publicación de la flora de Mutis; y creador del Jardín Botánico de Bogotá. De sus principales libros deben destacarse los siguientes: Biología moderna, Botánica del cafeto, Las plantas: su vida y su
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clasificación, Plantas útiles de Colombia, Recursos naturales de Colombia, Hilea magdalenensis, Plantas medicinales y venenosas de Colombia, y muchísimas más. En la época que referimos ya funcionaban en Colombia ocho instituciones universitarias que impartían enseñanza sobre ciencias o sobre carreras profesionales basadas en ciencias de la naturaleza. En efecto, en los años próximos a 1920, existían los siguientes institutos: 1. La Universidad Nacional, en Bogotá, con sus facultades de matemáticas e ingeniería y de medicina y ciencias naturales. 2. La Universidad de Antioquia, en Medellín, con facultad de medicina y ciencias naturales. 3. La Escuela de Minas, en Medellín, que preparaba ingenieros civiles y de minas. 4. La Universidad del Cauca, en Popayán, con su facultad de ingeniería civil. 5. La Universidad de Cartagena, con facultad de medicina. 6. La Universidad de Nariño, en Pasto, con facultad de ingeniería civil. 7. El Instituto Técnico Central, en Bogotá, con una incipiente facultad de ingeniería civil. 8. La Universidad Republicana, en Bogotá, que tuvo facultad de ingeniería civil hasta cuando fue cerrada en 1920. De la gran crisis a mediados del siglo Una de las labores científicas más destacadas de los años treinta fue la que cumplieron los geólogos alemanes y colombianos que trabajaron en la Comisión Científica Nacional. Enrique Hubach (Osorno, Chile, 1894-Popayán 1968) había estudiado geología en la Universidad de Berlín y vino a Colombia en 1922 a trabajaren el Ministerio de Minas y Petróleos para el cual realizó numerosos estudios geológicos en diversas regiones del país. Entre 1931 y 1934 fue director de la Comi-
sión Científica, y desde esa época hasta el fin de su vida, en Colombia, fue profesor en la Universidad Nacional en Bogotá y en la Universidad del Cauca. Como infatigable investigador realizó en nuestro país una prodigiosa obra geológica, especialmente en petrografía, paleontología y estratigrafía cuya extensión y rigor casi no encuentra par entre nosotros. Roberto Wokittel (Alemania 1893Alemania 1970) estudió geología en la Universidad Técnica de Berlín, en donde luego fue profesor por algunos años. En 1925 vino a nuestro país como profesor de geología y mineralogía de la Escuela de Minas en Medellín, y allí permaneció hasta 1937. En este año regresó a su patria. En 1949 volvió a nuestro país y aquí vivió los siguientes veinte años, hasta poco antes de su muerte, casi siempre vinculado a la sección de estudios geológicos y mineros del Ministerio de Minas. Además de sus múltiples informes sobre geología de distintas regiones de Colombia, merece citarse la gran compilación de estudios geológicos sobre nuestro país, que publicó con el nombre de Recursos minerales de Colombia. El geólogo Hans Bürgl (Viena 1907Bogotá 1966) vino al país en 1951. En los quince años que vivió entre nosotros, Bürgl hizo innumerables trabajos y estudios en mineralogía, cristalografía y geología y escribió su importante libro Historia geológica de Colombia. Discípulo de los eminentes geólogos alemanes fue el ingeniero Benjamín Alvarado Biester, graduado en la Universidad Nacional, a quien se le deben innumerables trabajos sobre geología y minas del país que aún continúan haciendo aportes en su campo científico. El hermano Apolinar María (Nicolás Seiler. Alsacia. Francia, 1867-Bogotá 1949) vino a Colombia en 1902 como profesor al Colegio de La Salle, de las escuelas cristianas. Como geólogo, entomólogo y botánico desempeñó una fecunda obra de compilación y clasificación de especies mineralógicas, botánicas y animales, con las
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cuales formó el museo de La Salle, que llegó a ser reputado como el más rico del país en ciencias naturales, pero que desgraciadamente fue destruido el 9 de abril de 1948. En 1932 vino a Colombia el botánico catalán Josep Cuatrecasas, entonces director del Jardín Botánico del Prado. Permaneció en el país por varios años dirigiendo el Instituto Botánico (posteriormente Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional) y como profesor fundador de la Escuela de Agronomía de Cali. Años después Cuatrecasas se fue al Instituto Smithsoniano en Washington pero desde allí, hasta su muerte, siguió investigando y publicando sobre botánica de Colombia. Con el hermano Apolinar María vino también de Europa el hermano Nicéforo María, quien realizó una labor investigativa y pedagógica similar a la del primero en el campo de las ciencias naturales. Lo mismo puede decirse del hermano Daniel (Daniel González, antioqueño), cuya labor de investigador y pedagogo sobre botánica es de las más extensas que se han realizado en nuestro país. Los años treinta, dominados por administraciones liberales progresistas en el gobierno, fueron fértiles en la creación de instituciones científicas. Sin duda la más importante fue la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, fisicoquímicas y Naturales, que fue creada por la ley 34 de 1933 y reglamentada por el presidente Alfonso López Pumarejo por decreto 1218 de 1936. Al instalarse, los miembros constituyentes de la Academia fueron: Jorge Acosta Villaveces (ingeniero y matemático), Jorge Álvarez Lleras (ingeniero, matemático, físico y astrónomo), Antonio María Barriga Villalba (químico), Alberto Borda Tanco (ingeniero y geógrafo), Julio Carrizosa Valenzuela (ingeniero y matemático), Víctor E. Caro (matemático), Luis Cuervo Márquez (historiador y geógrafo), Federico Lleras Acosta (médico y microbiólogo), Ricardo Lleras Codazzi (ingeniero, geógrafo y
mineralogista), Luis María Murillo (entomólogo y biólogo), Enrique Pérez Arbeláez (botánico), Darío Rozo Martínez (matemático y físico), Rafael Torres Mariño (ingeniero y matemático), Calixto Torres Umaña (médico y epidemiólogo) y César Uribe Piedrahíta (médico, biólogo y escritor). Desde su fundación, la Academia ha sido centro de estudios científicos de alta categoría y ha publicado ininterrumpidamente su revista, en la cual han aparecido trabajos de sus miembros colombianos y del exterior y de otros calificados colaboradores. La misma administración López Pumarejo hizo expedir la ley 68 de 1935, por la cual se reorganizó la Universidad Nacional y se ordenó la construcción de la actual ciudad universitaria. En el mismo año, el mismo gobierno fundó la Escuela Normal Superior, en Bogotá, para preparar profesores de enseñanza media y universitaria en varias ramas de la ciencia y la cultura. Esta escuela, dirigida por el médico y siquiatra José Francisco Socarrás, trajo excelentes profesores europeos como el geógrafo Pablo Vila, el lingüista José Urbano González de la Calle, el físico y matemático Otto Freudental, los historiadores Gerhardt Masur y Rudolf Hommes, y los arqueólogos y antropólogos Justus Wolfgang Schotelius y Paul Rivet. La Escuela Normal tuvo una influencia decisiva y excelente en el mejoramiento de la enseñanza de las ciencias en el bachillerato y en la universidad a lo largo de los veinte años siguientes. También en 1935, la administración López Pumarejo fundó el Instituto Geográfico Militar y Catastral Agustín Codazzi, que desde entonces ha sido importantísima escuela y centro de estudio sobre geografía, geofísica, geodesia, geología, agrología, aerofotogrametría y todas las demás ciencias de la tierra. Este instituto fue el resultado de la transformación de la anterior Oficina de Longitudes. Desde 1928, el gobierno nacional había fundado la Estación Agrícola Experimental de Palmira, mediante
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los esfuerzos del agrónomo y botánico Ciro Molina García. Luego, en 1935, el gobierno fundó en Cali la Escuela de Agricultura Tropical, a instancias del médico Demetrio García Vásquez, la cual, en 1940, fue trasladada a Palmira y convertida en facultad de agronomía de la Universidad Nacional. Ese interés oficial en la investigación agronómica se tradujo también en la fundación por el gobierno de la Estación Experimental Agrícola de Armero, Tolima, en 1936, cuya magnífica labor habría de ser la base para el mejoramiento de cultivos como el ajonjolí, el algodón y el arroz en las planicies del Magdalena. Muchísimos de estos trabajos de investigación agrícola encontraron un medio de divulgación en la Revista Nacional de Agricultura, que había sido y sigue siendo publicada por la Sociedad de Agricultores de Colombia desde sus comienzos en el siglo pasado, y en la Revista de Agricultura Tropical de la Sociedad Colombiana de Ingenieros Agrónomos. Otro valioso y fructífero centro de investigación ha sido desde aquella época el Centro Nacional de Investigaciones del Café, Cenicafé, fundado en 1938 por la Federación Nacional de Cafeteros en Chinchiná, cerca de Manizales. En el campo de la química, cabe recordar, también a mediados de los años treinta, la fundación del Laboratorio Nacional de Química, inicialmente adscrito al Ministerio de Industrias, y dedicado con especialidad al análisis y caracterización de los minerales del territorio nacional. La Universidad Nacional se modernizaba y transformaba rápidamente en aquellos años. En 1935 creó sus facultades de arquitectura, enfermería y odontología; y en 1938 abrió en Bogotá sus escuelas de química y de farmacia. La fundación de la escuela de química respondía al gran interés de aquellos gobiernos por respaldar el esfuerzo de industrialización que se realizaba activamente por entonces, especialmente en Bogotá y en Medellín.
Para crear la Escuela de Química de la Universidad Nacional se constituyó un valioso equipo de profesores, encabezado por los españoles Antonio García Banús, Rodolfo Low Maus y Manuel García Reyes, junto con los químicos colombianos Eduardo Lleras Codazzi y Luis Montoya Valenzuela. Eduardo Lleras Codazzi se había graduado como ingeniero civil en la Universidad Nacional, pero se había dedicado especialmente, como autodidacta, al estudio de la química, particularmente de la química mineral, y en este campo había desempeñado diversos cargos oficiales. De su misma generación era Antonio María Barriga Villalba, quien se había formado como químico y biólogo en universidades del exterior y quien fue por largo tiempo director de la Casa de la Moneda y autor de gran número de ensayos y estudios sobre química mineral, fitoquímica y metalurgia. En el área de la química se distinguió desde aquel tiempo Joaquín Molano Campuzano (nacido en Bogotá. 1903), quien se había formado en Europa como químico y biólogo. Entre sus muchas publicaciones deben citarse el libro Limnología colombiana y el folleto «Manual de ensayos prácticos e industriales de la leche». Antonio García Banús fue un distinguido químico español que salió de su patria exiliado durante la guerra civil en 1937 y vino a vivir en Colombia. Habiendo sido catedrático en la Universidad Central de Madrid, puso sus mayores esfuerzos en que se creara la Escuela de Química de la Universidad Nacional en Bogotá, la cual inició labores en 1938. Allí fue profesor e investigador por muchos años. Rodolfo Low Maus (nacido en Barmen, España, 1912) se doctoró con honores en la Universidad de Barcelona, y se especializó en Alemania y España en química del caucho. Vino también exiliado de la guerra civil española e ingresó como profesor a la Escuela de Química de la Universidad Nacional, donde enseñó por muchos años antes de trasladarse a Bucara-
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manga como rector de la Universidad Industrial de Santander. Ha publicado numerosos estudios y artículos sobre química orgánica, inorgánica y fitoquímica. Entre las figuras distinguidas por sus trabajos en química debe citarse a Jorge Ancízar Sordo, nacido en Bogotá a principios del siglo y quien recibió su doctorado en la Universidad de Freiburg (Suiza). Como profesional fue director técnico de la naciente Industria Militar y del Laboratorio Químico Nacional. Como investigador publicó muchos artículos en revistas científicas de Colombia y del exterior. Entre sus libros descuellan Introducción al estudio de la química orgánica y Conservemos la fertilidad de nuestro suelo. Y de sus muchos artículos pueden señalarse «La fabricación de ácido sulfúrico y abonos químicos en Colombia», «Empobrecimiento de los suelos de Colombia y sus repercusiones en la ganadería» y «La fabricación de derivados de cloruro de sodio en Colombia». Los últimos años treinta y primeros de los cuarenta vieron una gran actividad en las ciencias naturales colombianas. En 1940 el padre Enrique Pérez Arbeláez logra convertir el Herbario Nacional en el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, del cual fue primer director. Allí fue a trabajar Armando Dugand Gnecco, que había nacido en Barranquilla en 1906 y se había formado como naturalista en París. En el instituto, Dugand fundó la revista botánica Caldasia y escribió asiduamente en Lozanía y Mutisia, otras dos publicaciones del mismo instituto. Fue el segundo director del instituto y autor de más de setenta monografías y estudios sobre la flora y la fauna de Colombia, de las cuales descubrió y clasificó casi cien nuevas especies. Su libro más importante es Estudios geobotánicos colombianos. Luis María Murillo Quinche nació en Guasca (Cundinamarca) en 1903 y fue un autodidacta que se formó como biólogo, especialmente en el área de la
entomología y la parasitología botánica. En 1927 contribuyó a fundar el Instituto de Biología en el Ministerio de Agricultura, actuando como su primer subdirector y jefe del servicio de Entomología Económica. Allí hizo los primeros estudios sobre control biológico de plagas y sobre relaciones bioclimáticas entre los insectos y los suelos. Entre sus numerosas obras conviene recordar los libros Sentido de una lucha biológica, Los insectos y el clima y Colombia, un archipiélago biológico. Uno de los primeros curadores del Herbario Nacional fue Hernando García Barriga, ayudante y discípulo del padre Pérez Arbeláez. Además de numerosos artículos sobre botánica descriptiva, se le debe el muy valioso libro Flora medicinal de Colombia. Sus importantes trabajos le valieron un puesto en la Academia Colombiana de Ciencias. El padre Lorenzo Uribe Uribe (Sonsón 1905-Bogotá 1981) fue hijo de don Joaquín Antonio Uribe y heredó de su padre la pasión por la enseñanza e investigación de las ciencias naturales. Después de estudiar en Holanda vino a la Universidad Javeriana como profesor de cosmología y se dedicó al cultivo de la botánica durante el resto de su vida. Sus principales trabajos científicos los hizo en taxonomía y morfología de plantas. Esta constelación de científicos de la naturaleza dejó una de las más valiosas y originales acumulaciones de ciencia que se hayan hecho en Colombia. En este siglo, han sido los naturalistas colombianos los que han hecho una labor más prolongada y más creativa entre las distintas ramas de la ciencia en el país. Un poco más reciente es la valiosa obra de un grupo de geógrafos y cartógrafos cuya mención se abre con el general Julio Londoño, nacido en Abejorral (Antioquia), en 1901. Además de su meritoria y larga carrera militar, el general Londoño fue incansable viajero y estudioso de nuestra geografía. En 1952 fundó el Centro de
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Investigaciones Geográficas, donde se encontraron también José Ignacio Ruiz, Ernesto Guhl, Luis Duque Gómez, Julio Cubillos, Jesús Emilio Ramírez y Antonio Pineda Giraldo. Al general Londoño se deben dos importantes libros: Geopolítica de Colombia y Diccionario geográfico histórico del departamento del Huila. El geógrafo alemán Ernesto Guhl vino a Colombia poco antes de la segunda guerra mundial. Como profesor universitario y funcionario del Estado ha recorrido el país y ha escrito extensamente sobre nuestra geografía. De sus obras sobresalen Colombia. Bosquejo de su geografía tropical. Como investigadores y profesores es justo incluir en esta relación los nombres del hermano Justo Ramón, autor de la Geografía superior de Colombia y de Las fuentes de los ríos Magdalena y Caquetá; del ingeniero Eduardo Acevedo Latorre, geógrafo e historiador largamente vinculado al Instituto Agustín Codazzi; del ingeniero Daniel Ortega Ricaurte, cartógrafo y autor de numerosos estudios sobre la Amazonia y sobre los cayos colombianos y el Caribe, así como del libro La hoya amazónica (1935); y el ingeniero Eduardo Posada, cartógrafo y explorador, autor de los libros Canal del Atrato y Chocó. Hasta antes de la segunda guerra mundial, la enseñanza y el cultivo de las ciencias en Colombia habían estado acentuadamente influidos por los centros culturales y científicos europeos, y muy especialmente por los de Francia. Allá estudiaban muchos colombianos para adquirir o perfeccionar su preparación científica y técnica. Franceses eran los autores de casi todos los libros de matemáticas, medicina, ciencias naturales, astronomía y otras disciplinas que se enseñaban en nuestros colegios y universidades. La lengua francesa era de dominio obligado para nuestros estudiosos y eruditos. Los autores científicos y los institutos de máximo prestigio eran franceses. Esta situación de predominio de lo francés había empezado a cambiar
lentamente desde el fin de la primera guerra mundial, a medida que la influencia norteamericana se iba haciendo sentir paulatinamente. Pero después de la segunda guerra mundial entraron de lleno a nuestras universidades y a nuestros centros técnicos y científicos las orientaciones estadounidenses, marcadas por sus autores, sus textos, sus manuales y la influencia de sus grandes universidades. Como resultado de estas nuevas influencias culturales y del interés de los gobiernos de entonces por la diversificación y el avance de las ciencias, hasta 1940 la Universidad Nacional creó varias nuevas carreras, incluyendo las de geología, economía e ingeniería química en Bogotá; así como las de geología y petróleos e ingeniería de minas y metalurgia en la Escuela de Minas de Medellín. Además, en 1946, abrió su primera facultad de ciencias para enseñar materias que, a pesar de su importancia, no figuraban hasta entonces en los programas de las carreras tradicionales. Allí se dieron cursos amplios sobre mineralogía, paleontología, geodesia, geofísica y fotogrametría. Por otra parte, la intensificación de la actividad industrial y la demanda creciente por ingenieros químicos llevaron al establecimiento de los estudios de esta carrera en varias universidades, unas ya antiguas y otras recién fundadas. La primera se estableció en la Universidad Bolivariana de Medellín, en 1938, y rápidamente siguieron: la Universidad Nacional y la Universidad del Atlántico, en 1941; la Universidad de Antioquia, en 1943; y la Universidad Industrial de Santander, así como la del Valle, en 1948. El establecimiento de estos estudios inauguraba entre nosotros la enseñanza y el estudio más amplios y profundos de disciplinas como la química orgánica e inorgánica, la física, la fisicoquímica, la termodinámica y la hidráulica. Por razones parecidas, concernientes a la industrialización, se fundaron las primeras facultades de ingeniería eléctrica: en la Universidad Industrial
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de Santander y en la del Valle, en 1948; en la de los Andes, en 1949; y en la Bolivariana, en 1951. Esta nueva profesión implicaba una enseñanza más amplia de la física, como ciencia fundamental de la ingeniería, y de ciencias nuevas como la teoría de circuitos eléctricos y la electrónica (ciencia formada en este siglo xx). Las primeras facultades de ingeniería mecánica surgieron en las universidades del Valle y de Santander, en 1948; en la de los Andes, en 1949; y en la de América, en 1950. Ellas comportaban una ampliación de la enseñanza de ciencias fundamentales como la física, la mecánica analítica, la metalurgia y la termodinámica. De 1950 a hoy Al promediar el siglo xx se registró una gran actividad en la investigación botánica, inspirada sin duda por el ejemplo y la personalidad del padre Pérez Arbeláez, y favorecida por la existencia del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, en Bogotá, donde trabajó en aquellos años un destacado grupo de naturalistas. Una de ellas fue María Teresa Murillo (hija del ya mencionado Luis María Murillo), quien se dedicó al estudio de las plantas pteridofitas, e hizo numerosas publicaciones en el país y en el exterior sobre sus hallazgos de nuevas especies. José María Idrobo, químico y botánico, trabajó por mucho tiempo en el estudio de las marantáceas, especialmente las de la cuenca amazónica, donde encontró varias nuevas especies a cuyo conocimiento ha dedicado especial interés. Alvaro Fernández Pérez, payanés, se interesó particularmente en contribuir al inventario fotográfico de las plantas de Colombia, incluyendo muchas de las que fueron dibujadas por la Expedición Botánica y cuyas imágenes se encuentran en Madrid. Daniel Mesa Bernal, de Medellín, trabajó asiduamente en enriquecer el Herbario Nacional y estudió ampliamente el diagnóstico de los suelos agrícolas colom-
bianos, sobre lo cual publicó numerosos artículos en la revista de la Academia Colombiana de Ciencias. Rafael Romero Castañeda, tolimense, autodidacta, completó su formación en el exterior y como resultado de sus extensos trabajos botánicos publicó varios libros, de los cuales se destacan: Frutas silvestres de Colombia y Flora de la región central del departamento de Bolívar. Gustavo Huertas G. trabajó largamente en nuestra paleobotánica, recopilando y estudiando asiduamente una magnífica colección de plantas fósiles de nuestro territorio. Ciro Molina Garcés fue un distinguido promotor y cultivador de la investigación botánica y agropecuaria en el Valle del Cauca, su tierra natal, y de sus viajes por varios países obtuvo una magnífica colección de semillas y ejemplares de árboles forrajeros. También vallecaucano es el científico Víctor Manuel Patiño, que ha dedicado su vida a la investigación botánica, agrícola y forestal y a escribir una extensa obra sobre los cultivos en Colombia y su propagación, así como a crear y enriquecer el Jardín Botánico de Tuluá. Este renovado interés por las ciencias naturales encontraba su contraparte en el gobierno con la creación de instituciones de fomento, como fue el Departamento de Investigaciones Agropecuarias, DIA, en 1950, que realizó una prolongada y muy fructífera labor de investigación aplicada en fitopatología, genética, entomología, suelos, climatología, sanidad animal y mejoramiento de variedades. El DIA logró muchísimos e importantes resultados en el mejoramiento de la agricultura colombiana. Años después, en 1968, se le dio autonomía y se convirtió en el Instituto Colombiano Agropecuario, ICA, que ha mantenido una labor científica altamente provechosa para el avance de la agricultura y la ganadería nacional. En 1950 la Fundación Rockefeller de Nueva York se vinculó a la investigación agropecuaria y a la investigación médica en Colombia, mediante
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un convenio de cooperación con el gobierno nacional. Gracias al apoyo de esta fundación, se lograron en el DIA y en las facultades de agronomía de Medellín y Palmira grandes avances en cultivos de maíz, arroz, leguminosas y papa, así como en ganadería. Al comenzar el decenio de los cincuenta había ya en el país un buen número de universidades, y casi todas ellas impartían carreras profesionales que implican la enseñanza de ciencias básicas en niveles más o menos avanzados. En efecto, hacia 1955, funcionaban: 1. La Universidad Nacional, con sedes en Bogotá, Medellín, Palmira y Manizales, con carreras de ingeniería civil, ingeniería de minas y metalurgia, ingeniería de petróleos, geología, medicina, odontología, agronomía, veterinaria y matemáticas. 2. La Universidad Javeriana, en Bogotá, con carreras de medicina e ingeniería civil. 3. La Universidad de los Andes, en Bogotá, con carreras de ingeniería civil, mecánica, eléctrica y biología. 4. La Universidad Gran Colombia, con carrera de ingeniería civil. 5. La Universidad de América (fundada en 1950, en Bogotá) con carreras de ingeniería química, mecánica e industrial. 6. La Universidad de San Luis, en Bogotá, con carreras de ingeniería mecánica, eléctrica y civil. 7. La Universidad de Antioquia, con carreras de medicina, odontología e ingeniería química, y licenciaturas en química, biología, física y matemáticas. 8. La Universidad Pontificia Bolivariana, con carreras de ingeniería química y eléctrica. 9. La Universidad Industrial de Santander, con carreras de ingeniería eléctrica, mecánica, química, metalurgia y de petróleos. 10. La Universidad de Caldas, en Manizales, con carreras de medicina, agronomía y veterinaria. 11. La Universidad del Tolima (fundada en 1950, en Ibagué) con ca-
rreras de agronomía, zootecnia e ingeniería forestal. 12. La Universidad del Valle, con carreras de ingeniería química, ingeniería electromecánica y medicina. 13. La Universidad de Cartagena, con carreras de ingeniería civil y medicina. 14. La Universidad Tecnológica y Pedagógica de Tunja, con licenciaturas en biología y química, física y matemáticas, y carreras de ingeniería de transportes y metalúrgica. 15. La Universidad del Atlántico, con ingeniería química y licenciatura en ciencias de la educación. Solamente la Universidad de Medellín y la de Nariño no impartían entonces estudios profesionales relacionados con las ciencias básicas a que hacemos referencia aquí. Merece recordarse la fundación del Instituto Colombiano de Especialización Técnica en el Exterior (ICETEX) en 1950, porque desde ese primer momento esta entidad ha tenido un papel decisivo en la extensión y en la elevación del conocimiento científico, a través del envío de estudiantes colombianos a los países más avanzados en donde ellos han podido absorber y traer a Colombia los conocimientos técnicos y científicos correspondientes a los más altos niveles de formación profesional. En esta forma se ha extendido y se ha profundizado el dominio de todas las ciencias entre un número mucho más grande de estudiosos y cultivadores. En respuesta a las nuevas tendencias que venían de Europa y Estados Unidos en el estudio de las matemáticas, varias universidades procedieron a formalizar su enseñanza. La Universidad Nacional creó en 1951 la carrera de matemáticas, y en 1955 organizó el correspondiente departamento académico. La Universidad del Valle había creado en 1953, como iniciativa novedosa en el país, su Departamento de Física y Matemáticas. Y a comienzos o a mediados de los años sesenta lo hicieron la Universidad de Antioquia, la Industrial de Santander
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y las demás en donde se impartía la docencia en estas materias. Para impulsar el estudio de las matemáticas a un nivel más avanzado se fundó en Bogotá, en 1952, la Revista de Matemáticas Elementales, que años después se transformó en la Revista Colombiana de Matemáticas, que aún continúa publicándose. Poco después, un grupo ya numeroso de profesores universitarios crearon en el año 1956 la Sociedad Colombiana de Matemáticas cuyo primer presidente fue Julio Carrizosa Valenzuela. Gran impulsor de esta renovación y de este ímpetu en la enseñanza de la matemática fue. desde entonces, el profesor Cario Federici Casa (nacido en Génova, Italia) quien vino en 1948 al país, traído por la Universidad Nacional, y que fue el creador de esa carrera profesional en dicha universidad. Desde entonces, la figura eminente del profesor Federici ha estado asociada al gran avance que se ha registrado en la enseñanza, en la investigación y en la extensión, no sólo de las matemáticas sino de la física, la lógica y la epistemología en las universidades del país. Estimulados por el profesor Federici, estuvieron en el país a mediados y finales de los años cincuenta matemáticos europeos como Laurent Schwartz, Jean Dieudoné y Juan Horvath, como profesores visitantes en algunas universidades. En la historia de la matemática colombiana merece una mención especial el nombre del profesor Luis de Greiff Bravo (Barranquilla 1908-Medellín 1967), ingeniero civil y de minas, graduado en 1935 en la Escuela de Minas, donde fue por muchos años profesor de matemáticas y de mecánica, y donde impuso un elevado nivel de estudios matemáticos en la formación de los ingenieros de esa institución. Fruto de sus muchos cursos son sus Lecciones de trigonometría, su Geometría analítica plana y del espacio y sus Investigaciones matemáticas selectivas, este último compilado póstumamente por la Sociedad Antioqueña de Ingenieros.
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También ingenieros fueron varios que se destacaron en la docencia y en el estudio de las matemáticas en la Universidad Nacional de Bogotá. Uno de ellos fue Leopoldo Guerra Portocarrero (Bogotá 1911-Bogotá 1965), que fue profesor y directivo de esa Universidad por largos años. Otto de Greiff Haeusler (nacido en Medellín en 1905), ingeniero civil de la Escuela de Minas, enseñó cálculo y geometría analítica en la misma universidad por largo tiempo; así como Gustavo Perry Zubieta (nacido en Tunja, 1912), ingeniero civil y profesor de la Universidad Nacional. Entre mediados de los cuarenta y mediados de los años sesenta se des-
Profesor Carlo Federici, creador de la carrera de matemáticas en la Universidad Nacional, traído al país desde Italia en 1948
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tacó la labor de un grupo de geólogos distinguidos, cuyo principal representante fue el padre Jesús Emilio Ramírez González (Yolombó, Antioquia 1904-Bogotá 1981). El padre Ramírez hizo en Alemania sus estudios como geólogo y geofísico y allí se especializó en paleontología y estratigrafía. De regreso al país fue profesor durante varios años de geología y mineralogía en la Universidad Javeriana, y fundador del Observatorio Meteorológico de San Bartolomé y del Instituto Geofísico de los Andes. Además de numerosos artículos en periódicos y en revistas científicas, escribió varios libros entre los cuales sobresalen su Historia de los terremotos en Colombia y Los volcanes en Colombia. Cuando se fundó en 1960 la Sociedad Colombiana de Geología, su primer presidente fue este distinguido sacerdote. Otro gran investigador de la geología y la mineralogía nacional ha sido el ingeniero Gerardo Botero Arango, graduado en la Escuela de Minas en 1936, en donde por muchos años fue profesor de mineralogía, geología y petrografía, materias para las cuales escribió varios libros. De igual calidad ha sido la labor del profesor Hernán Garcés González, graduado en la Escuela de Minas y doctorado en Estados Unidos en geología y mineralogía. Debe recordarse, en 1954, la fundación del Instituto Colombiano de Asuntos Nucleares, que, en realidad, sólo llegó a tener vida activa en 1958, y en donde se han centrado todas las investigaciones que se han hecho en el país sobre física nuclear, radioisótopos y aplicaciones de estos temas a la agricultura, la química y la medicina. Este instituto es hoy uno de los principales centros científicos colombianos. En 1955 fue fundado el Instituto de Investigaciones Tecnológicas, con el apoyo institucional y financiero de la Caja Agraria, el Instituto de Fomento Industrial, Ecopetrol y la Federación Nacional de Cafeteros. En sus primeros años se dedicó a estudios sobre la tecnología del procesamiento de productos agrícolas; pero pronto amplió
sus instalaciones y sus equipos humanos y se capacitó para ejecutar investigación aplicada en varios otros campos, tales como ingeniería química, metalurgia, tecnología industrial, estudios de materiales, etc. Continuador de la larga obra de los investigadores botánicos que se han mencionado ha sido el profesor Luis Eduardo Mora Osejo, graduado como biólogo en la Universidad Nacional, en donde ha desempeñado una fecunda labor docente y de investigación, que está representada en sus numerosos trabajos en varias revistas científicas. En los años cincuenta y sesenta comenzó a tomar una mejor definición académica la enseñanza de la física en las universidades, tanto por parte de profesores nacionales como de profesores extranjeros. De los primeros hay que mencionar, en la Universidad Nacional, los nombres de los profesores Hernando Franco Sánchez y Guillermo Castillo Torres; y de los segundos, los profesores Henri Yerly (suizo), Juan Herkrath Muller (alemán) y Yu Takeuchi (japonés). Su descollante labor y la importancia que supieron imprimir a la docencia de la física, llevaron a que la Universidad Nacional creara el departamento académico de esta ciencia, y posteriormente, la carrera profesional de física, ejemplo que ha sido seguido por otras universidades como la de Antioquia, de los Andes, del Valle y de Santander. Actualmente estas universidades imparten la carrera de física, y en algunas de ellas se han establecido estudios de posgrado para otorgar el título de magíster. Desde mediados de los años cincuenta, algunas universidades crearon estudios de licenciatura en matemáticas, para formar profesores de esta ciencia en la enseñanza secundaria y en los primeros niveles de enseñanza universitaria. Al mismo tiempo, en aquellos años, terminaban sus estudios las primeras promociones de matemáticos profesionales, de carrera plena, en la Universidad Nacional de
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Bogotá, cuya facultad fue la única que funcionó en el país por varios años. Sólo hacia 1970 se abrieron facultades de matemáticas en otras universidades como la del Valle y la de Antioquia. Hoy estas escuelas han alcanzado un alto nivel académico y han establecido estudios de posgrado para preparar magíster en matemáticas. Además, muchos de sus egresados han viajado al exterior para obtener un doctorado o el título Ph.D. Un proceso análogo ha ocurrido con la carrera de química (diferente a la de ingeniería química). Por muchos años sólo existió en la Universidad Nacional en Bogotá. A principios y a mediados de los sesenta, empezaron a impartirla las Universidades del Valle, Santander, Antioquia y otras. Posteriormente se han creado los estudios de magíster, y en el exterior se han preparado muchos hasta obtener el doctorado. El proceso ha sido similar en la carrera de biología, cuyas primeras escuelas para formar licenciados para enseñanza secundaria se crearon al comenzar los años cincuenta, sobre el modelo de lo que había sido la Escuela Normal Superior. A comienzos de los sesenta varias universidades establecieron la carrera profesional de biología, no necesariamente para formar profesores. Hoy existen también programas para formar magíster en biología, y muchos biólogos y médicos han alcanzado su doctorado en el exterior y se han especializado en alguna de las múltiples ramas de esta ciencia. En verdad, el panorama científico en Colombia se ha transformado rápida y profundamente desde la época de 1960 hasta hoy. Son muchos los cambios que en él han ocurrido. Unos son claramente benéficos, pero otros quizá no lo son. Por ejemplo, se ha dado una proliferación exagerada de universidades, en todas las ciudades del país, que ofrecen carreras en ingeniería (que hoy se presenta en treinta especialidades), en medicina, en agronomía, en veterinaria y en otras que requieren conocimiento de cien-
cias básicas. Simultáneamente ha aparecido el fenómeno de la profesionalización de los científicos, más que todo en función de profesores universitarios de tiempo completo, cuyo número es hoy muy alto y que forman la mayoría del personal docente de las principales universidades. La profesionalización y las oportunidades de estudio en el exterior ofrecidas por el ICETEX han permitido formar, dentro del país o fuera de él, grandes números de magísteres en matemáticas, física, química, biología, etc., así como de doctorados. Con el rápido crecimiento y la diversificación de la ciencia en el mundo, y por un fenómeno conocido en la historia de las ciencias, estos científicos y profesionales de los máximos niveles académicos han ido avanzando en un proceso de especialización creciente en todas las ciencias. Así por ejemplo, un doctor en matemáticas ya no es un conocedor completo y profundo de toda esta ciencia, sino un conocedor minucioso y extenso de una de sus ramas, por ejemplo de la topología, mientras que sólo conoce muy someramente o aun ignora las demás ramas como el álgebra, el análisis, la lógica, etc. Este proceso de especialización es todavía más palpable en el área de la biología por la enorme multiplicación de ramas que han aparecido en dicha ciencia, razón por la cual un doctor en biología es hoy un cultivador solamente de una o dos de sus diferentes especialidades: genética, citología, bioquímica, ecología, sistemática, entomología, parasitología, virología, fitoquímica, fisiología, morfología, embriología, etc. La proliferación de universidades (buenas, regulares y deficientes); el gran aumento de profesores de tiempo completo; la aparición de los magísteres y doctorados, y otros procesos, han creado un cuerpo de científicos colombianos que ya no se enumeran con una o dos docenas de nombres distinguidos, como hace veinte o treinta años, sino que se cuentan por centenares. Se han formado así grandes nú-
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meros de cuadros científicos y técnicos con altos niveles de conocimientos, pero con un nivel de creatividad no tan alto, lo cual es consecuencia y causa del gran aumento en el número de escuelas y facultades de matemáticas, física, química y biología, así como de una multiplicación desordenada de subespecialidades de la ingeniería. Un signo favorable de esta proliferación de científicos profesionales es la aparición de numerosas revistas científicas publicadas por algunas universidades y por sociedades científicas. Hoy hay sociedades científicas nacionales en matemáticas, física, química, biología y otras ciencias afines o dependientes de éstas, y la mayoría de ellas publican la correspondiente revista, habiéndose llegado, en algunos casos, a alcanzar un avanzado nivel científico.
cómputos, la sistematización, la acumulación de información, la recuperación de información, el análisis estadístico, la transmisión de datos, la formación de bibliografías y el trabajo interdisciplinario. Pero esta rápida y fértil proliferación de científicos profesionales, equipados muchos de ellos con excelentes laboratorios, con buenos computadores, con bibliotecas muy mejoradas y con otros recursos, no se ha traducido en un incremento comparable de descubrimientos e innovaciones científicas, ni del número de verdaderos científicos descollantes. Probablemente este fenómeno no es sólo exclusivo de Colombia, porque en casi todos los países en vías de desarrollo, y aun en los más avanzados, la «explosión del conocimiento científico» parece tener síntomas similares a los anotados.
En varias universidades se cuenta ya con laboratorios y equipos técnicos bastante completos y adelantados, y algunos de los científicos universitarios tienen un nivel de formación académica y de calidad en su trabajo que permite compararlos con colegas suyos de la mayor autoridad en otros países, y quienes trabajan en las avanzadas fronteras de la ciencia. Esto ocurre en algunos campos como la genética, la inmunología, la bioquímica, la física de partículas, los radioisótopos, la síntesis orgánica, la topología diferencial, el análisis funcional y algunos otros. En 1960 exactamente llegaron al país los primeros computadores digitales de la «primera generación» de tales equipos. Desde entonces su uso se ha generalizado no solamente en todas las empresas del país, sino en universidades y centros de computación. En los últimos diez años este proceso se ha visto facilitado y acelerado por la llegada de los microcomputadores. Ésta trascendental innovación científica ha permitido abordar muchísimos problemas nuevos, así como ha permitido acelerar y refinar todos los procesos básicos de la metodología científica, como son las clasificaciones, los
Los científicos colombianos son cada vez menos personas intensamente estudiosas que se consagran a su labor por verdadera pasión por el conocimiento, aun en medio de la limitación de recursos y compartiendo el tiempo con otras actividades menos científicas, y cada vez más son «científicos-empleados», ocupados en universidades, institutos técnicos y dependencias del gobierno, que cada vez cuentan con mejores laboratorios, mejores bibliotecas y más tiempo para el estudio, pero entre los cuales es cada vez más difícil encontrar quienes se hagan notar por encima de sus colegas. Éste es un fenómeno de anomia en el mundo científico que ha aparecido prematuramente en nuestro medio cultural y académico. Pese a ello podrían señalarse en el país una docena de matemáticos, una veintena de químicos y una decena de físicos realmente distinguidos por su prolongado trabajo científico, por sus publicaciones, por su labor docente y por la originalidad de su labor. Casi todos ellos han ido siendo acogidos en la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, por lo cual la nómina de sus miembros (que aparece en cuadro anexo) corresponde muy de
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ACADEMIA COLOMBIANA DE CIENCIAS EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES Miembros de número Alfonso Tribín Piedrahíta Antonio María Villalba Lorenzo Panizzo Durán Eduardo Caro Cayzedo Jorge Arias de Greiff Daniel Mesa Bernal Gabriel Toro González Luis Duque Gómez Gerardo Reichel-Dolmatoff Luis Guillermo Durán Hernando Groot José María Garavito B. Clemente Garavito B. Luis Eduardo Mora Osejo Guillermo Castillo Torres Alberto Morales Alarcón Gustavo Perry Zubieta Luis Enrique Gaviria Salazar Alvaro Fernández Pérez Alonso Takahashi Julio Carrizosa Umaña José Rafael Arboleda Carlos Eduardo Acosta Arteaga Sven Zethelius P. María Teresa Murillo Guillermo Muñoz Rivas Jorge Ancízar Sordo Alfredo D. Bateman Jaime Ayala Ramírez Gonzalo Correal Urrego Vicente Pizano Restrepo José Ignacio Ruiz Eduardo Brieva Bustillo Augusto Gast Galvis Kalman C. Mezey Hernando J. Ordóñez
Miembros correspondientes Benjamín Alvarado Biester Jaime Amorocho Carreño Inés Bernal de Ramírez Gerardo Botero Arango Gilberto Botero Restrepo John Butler Alberto Cadena García Eduardo Calderón Gómez Fabio Cediel Manuel Del Llano Buenaventura Fernando Etayo Sern Cario Federici Casa Carlos Garcés O. Vladimir Garrido Ortega Jaime F. George Ernesto Guhl Juan Herkrath Muller Hugo F. Hoenisberg Alvaro Iregui Borda Jaime Lesmes Camacho Tulio Marulanda Federico Medem M. Ramón Mejía Franco Tobías Mojica Araque Hermano Ñicéforo María Enrique Núñez Olarte Mariano Ospina Hernández Guillermo Otálora Ramos Guillermo Owen Víctor Manuel Patiño Gabriel Poveda Ramos Jaime Rodríguez Lara Alfonso Rueda Acevedo Teresa Salazar de Buckle Roberto Sarmiento Soto Tomás Shuk Erdos Yu Takeuchi Januario Varela Borda Norton Young L.
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cerca con la de los científicos colombianos que realmente tienen actualmente una significación en el panorama nacional. Un factor decisivo para el incremento del estudio y de la investigación en las ciencias básicas ha sido la existencia del Fondo Colombiano de Investigaciones Científicas y Proyectos Especiales Francisco José de Caldas, Colciencias, que fue fundado en 1969 y que desde entonces se ha dedicado a apoyar en las universidades, en entidades oficiales y en otras instituciones, programas de investigación y de apoyo al fomento de las ciencias, dentro de políticas cada vez más inspiradas en las necesidades nacionales y en las metas de desarrollo prioritarias para el país. Su labor ha comenzado ya a redundar en desarrollos técnicos y científicos que podrían citarse decorosamente al lado de innovaciones comparables logradas en otros países. La actualidad La importancia que las ciencias y sus aplicaciones han tomado en el mundo de hoy, ha hecho que el cultivo y el empleo de las disciplinas científicas se conviertan en temas de interés y de acción para los gobiernos en todos los países del mundo. Colombia no es excepción a esta regla. A lo largo de los últimos decenios, el Estado colombiano ha ido creando instituciones que desempeñan tareas de carácter científico, o que las fomentan. En este sentido, puede decirse que la ciencia ha ido cobrando un grado creciente de institucionalización oficial, y ha ido pasando cada vez más a ser uno de los tantos campos de acción del Estado. Hoy pueden señalarse por lo menos diez dependencias administrativas o institutos descentralizados del gobierno nacional que se ocupan directamente de investigaciones científicas o del desarrollo de tales actividades. El más antiguo de ellos es el Instituto Geográfico Agustín Codazzi, cuya fundación y cuyas labores ya reseñamos anteriormente, y que es uno de
los principales centros de acumulación de ciencia relacionados con el territorio y el medio físico de la nación. Por lo menos igual importancia tiene el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), que en sus laboratorios y en sus granjas de experimentación ha realizado una importantísima tarea en el desarrollo de la biología en todas sus ramas y en su aplicación al mejoramiento de la agricultura y de la ganadería. El Instituto de Investigaciones Geológicas y Mineras (Ingeominas) tuvo sus comienzos en 1936, cuando comenzó como Servicio Geológico y Minero del Ministerio de Minas, y que, andando el tiempo, se transformó en 1963 en el «Inventario Minero Nacional», para adquirir su forma actual en 1968, cuando absorbió el Inventario Minero y el Laboratorio Químico Nacional, para dedicarse a la identificación exhaustiva y sistemática de los recursos minerales de Colombia, como lo han venido haciendo, así como a la capacitación de profesionales de alto nivel en todas las ramas de la geología. El Instituto de Investigaciones Tecnológicas (IIT), fundado en 1955, empezó a tener especial importancia desde los primeros años sesenta en la ejecución de investigaciones químicas, metalúrgicas, mecánicas y de otras disciplinas aplicadas a la solución de problemas específicos de la industria, para la cual representa hoy un valioso auxiliar. Casi simultánea con la anterior es la trayectoria del Instituto de Asuntos Nucleares (IAN), que fue fundado en 1954 y recibió su primer reactor atómico en 1959; desde entonces ha estado trabajando en capacitar físicos y químicos en el campo de las ciencias atómicas y nucleares, y en perfeccionar técnicas radioisotópicas para aplicaciones agrícolas, medicinales, hidrológicas, botánicas, etc. El Instituto de Desarrollo de los Recursos Naturales Renovables (INDERENA) desempeña, al lado de sus labores de protección y fomento, una valiosa labor de identificación de la fauna y la flora, de su medio circun-
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Capítulo 6
dante y de sus condiciones ecológicas, para lo cual ha llegado a reunir un valioso cuerpo de ingenieros forestales, agrónomos, biólogos y ecologistas. Así mismo el Instituto Colombiano de Meteorología e Hidrología (HIMAT) realiza la labor de vigilar permanentemente el régimen de climas, la meteorología y los recursos hidráulicos, tanto por el interés de su conocimiento científico, como por las posibles utilizaciones de estos saberes en la agricultura, las obras hidroeléctricas, la navegación, el manejo de suelos y otras aplicaciones. El Instituto Colombiano de Drogas Veterinarias (VEECOL) es el sucesor del antiguo Instituto Zooprofiláctico, fundado en los años treinta, y está hoy dedicado a la investigación de las ciencias biológicas relacionadas con el desarrollo de vacunas y otras drogas animales, así como a su fabricación. Las entidades públicas dedicadas al fomento de la investigación científica en el país, son actualmente dos. La Fundación Segunda Expedición Botánica, creada en 1983, se dedica a dar apoyo a investigaciones en ciencias naturales, agronomía, oceanografía y otros campos análogos del conocimiento. Colciencias ha realizado y continúa realizando en la actualidad una decisiva labor de estímulo institucional y financiero al cultivo de las disciplinas científicas de todo tipo, y la importancia de su papel se hace más notoria de año en año. También existen otras fundaciones independientes dedicadas a estimular o apoyar la investigación científica. Entre éstas se destacan la Fundación Alejandro Ángel Escobar, que desde 1955 otorga anualmente premios a la investigación científica; la Fundación para la Educación Superior (FES); la Fundación para la Promoción de la Investigación y la Tecnología, del Banco de la República; y el Fondo Fen-Colombia José Celestino Mutis, que ofrece apoyo financiero a trabajos de investigación. Otra forma de institucionalización de las ciencias es el establecimiento de
centros de investigación científica, tanto oficiales como privados, y en su mayor parte con propósitos de aplicación al conocimiento del país o de sus actividades productivas. Ejemplo de tales instituciones son el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, el Centro Nacional de Investigaciones del Café, el Laboratorio de Química del Café, el Centro de Investigaciones de la Caña, el Instituto Geofísico de los Andes, el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), el Centro de Investigaciones Oceanográficas en Santa Marta y los Jardines Botánicos en Bogotá, Medellín y Tulúa. En este conjunto de instituciones trabaja un considerable número de biólogos, ingenieros, agrónomos, oceanógrafos y otros científicos con altos niveles de calificación. Al crecer la comunidad científica colombiana tanto en número como en grado de preparación y en importancia, sus miembros se han ido reuniendo en asociaciones científicas, de las cuales hay ya un buen número en el país. A la cabeza de ellas está la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; pero son también dignas de mencionar como organizaciones que agrupan a los profesionales científicos en Colombia: la Sociedad Colombiana de Ingenieros, la Sociedad Geográfica de Colombia, la Sociedad Colombiana de Matemáticas, la Sociedad Colombiana de Física, la Sociedad Colombiana de Química, la Sociedad Colombiana de Biología, la Asociación Colombiana de Ingenieros Agrónomos, la Asociación Colombiana de Ingenieros Forestales, la Sociedad Colombiana de Geología y la Sociedad Colombiana de Ecología, para no mencionar las muchas asociaciones relacionadas con las ciencias y especialidades de la medicina y con algunas especializaciones profesionales de agrónomos e ingenieros. Un buen número de las numerosas universidades colombianas realizan permanentemente labores de investigación científica. Pero, indiscutiblemente, entre todas ellas descuellan
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PREMIOS DE CIENCIAS ALEJANDRO ÁNGEL ESCOBAR Año
Título del trabajo
Autor
1955
— Plantas útiles de Colombia — Estudio de los suelos del Distrito de Irrigación del Río Coello
Enrique Pérez Arbeláez Alfonso García Espinel y otros
1956
— Investigaciones sobre la erosión y la conservación de los suelos en Colombia
Fernando Suárez de C. Álvaro Rodríguez Granda
1959
— Contribución al estudio de las endemias colombianas. Análisis de posibles factores etiológicos del cretinismo endémico
Luis Callejas A. y otros
1960
— Máquina «SCADE 6» y Curva mecánica
Sady Castro Duque
1961
— «Funza», una variedad mejorada de cebada
José A. Sierra Esteban Rico Mejía
1963
— Naturaleza y distribución del fósforo nativo y capacidad de absorción de fósforo de algunos suelos de los Llanos Orientales
Servio Tulio Benavides
1964
— Estudio para almacenamiento de papa en silos semisubterráneos — Efectos del Bacillus Thuringiensis sobre algunas plagas lepidópteras del maíz bajo condiciones tropicales
Daniel Díaz Delgado
1965
— Naturaleza de la resistencia parcial de ciertos clones de tres especies de papa al Phytophthora Infestans (Mont) de By.
Julia Guzmán Naranjo
1966
— Incorporación de la productividad a la vida colombiana — Amplitud de hospedantes, purificación y microscopio electrónico del virus del mosaico de la soya
Julio Nieto Bernal
Miguel Antonio Revelo
Guillermo E. Gálvez E.
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1967
— La enfermedad de Chagas: un problema de salud pública en Colombia — Nueva válvula para el tratamiento quirúrgico de la hidrocefalia y condiciones similares
1968
— Temas escogidos de gastroenterología. (Tomo XI) — Hoja blanca del arroz. Transmisión, caracterización del virus y su control
1969
1970
— Preservación de la guadua contra microorganismos destructores de la madera y contra el fuego — Marchitamiento bacterial (Moko) del plátano y banano causado por Pseudomonas Solanacearum y su control en Colombia
Hernando Ucrós Guzmán Hernando Rocha Posada Marcos Duque Gómez Salomón Hakim Equipo de 56 médicos de la Sociedad Colombiana de Gastroenterología Guillermo E. Gálvez E. Hernán Cáceres Rojas J. Carlos Lozano T. Guillermo E. Gálvez E.
— Pudrición acuosa del seudotallo del plátano causada por Erwinia Paradisiaca N. sp.
Octavio Fernández B. Selma López Duque
— Encuesta de presupuestos familiares en Barranquilla, Bogotá, Cali y Medellín
Rafael Prieto Durán Francisco J. Ortega Roberto Villaveces
— Liberación de la variedad Imperial ICA-70 resistente a Gomosis — Solución al problema de las plantas tóxicas al ganado en los departamentos del Magdalena, Bolívar, Cesar y Sucre
José Joaquín Castaño A.
1973
— Urgencias en cirugía
Jaime Escobar Triana Gerardo Aristizábal Álvaro Murcia G.
1974
— La tecnología intermedia, un nuevo enfoque del desarrollo
Francisco Rodríguez Urrego Jorge Zapp Glauser
— La mecánica de la cavidad craneana y la importancia de un sistema automático para el tratamiento de la hidrocefalia
Salomón Hakim José Gabriel Venegas
— Oxydia Trychiata, un insecto defoliador que amenaza las reforestaciones en Colombia. Estudios para su control biológico — Distribución, naturaleza y fuentes de origen de los agentes bociogénicos en el occidente colombiano
Alex Enrique Bustillo Pardey
1971
1976
Bernardo Gómez Wiesner
Eduardo Gaitán Marulanda
Nueva Historia de Colombia. Vol. IV
186
1977
— Los áfidos de Colombia. Plagas de importancia económica que afectan los cultivos agrícolas
Alex Enrique Bustillo P. Guillermo Sánchez
1978
— Pulsos reversos de presión, una nueva alternativa para el tratamiento de las enfermedades pulmonares obstructivas crónicas
José Gabriel Venegas Manuel Venegas Gallo
1979
— Identificación de la susceptibilidad genética a tres enfermedades: tuberculosis, lepra y fiebre reumática — Molino de viento de doble efecto
Manuel Elkin Patarroyo
1980
— Mecánica de la cavidad ocular
Jorge Zapp Glauser Luis Enrique Amaya Alejandro Arciniegas C.
— Tres nuevas enfermedades genéticas Emilio Yunis Turbay 1982
1983
— Mejoramiento genético de la papa para obtener resistencia a las heladas — Los anticuerpos de la población colombiana vistos a través del mieloma múltiple — Un nuevo método sintético general de ciclopropeno-3,3-Dicarboxilatos de Dialquilo — Aspectos fisicoquímicos de las interacciones débiles en solución — Diseño de un sistema y construcción de un módulo para la medición de potenciales evocados y otras aplicaciones neurofisiológicas
Nelson Estrada Ramos Manuel Elkin Patarroyo y otros Rodrigo Paredes Holger Bastos Gabriel Hernández Carmen M. Romero Óscar Osorno R. Camilo J. Borrego J. Mario Trujillo
1984
— Hacia la síntesis química de una vacuna contra la tuberculosis — Síntesis de DNA, RNA y proteínas durante el ciclo asexual del parásito Plasmodium Falciparum
Manuel Elkin Patarroyo y otros Moisés Waserman L. María Orfa Rojas de Rojas
1986
— La variedad Colombia. Selección de un cultivar compuesto resistente a la Roya del cafeto
Luis Germán Moreno Ruiz Luis Jaime Castillo Zapata
— Estrategias para el desarrollo de una vacuna antimalárica — 1. Retinoblastoma, un modelo de cáncer. Una concepción global del cáncer.
Manuel Elkin Patarroyo, y otros Josefina Cano. Emilio Yunis
— Hiperprolactinemia: estudios clínicos endocrinológicos, radiológicos y terapéuticos
Matilde Mizrachi de Bernal. Mary Ceballos.
— Asociación de la queratomía radial y la circular para la corrección de ametropías
Alejandro Arciniegas Castilla. Luis Enrique Amaya. Luis Manuel Hernández
1987
1988
Desarrollo de cultivares de papa en Colombia | para el año 2000
Nelson Estrada Ramos
Capitulo 6
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— Historia económica de Colombia
José Antonio Ocampo, editor, y otros
Nota: Los premios correspondientes a 1957, 1962, 1972,1975, 1981 y 1985 fueron declarados desiertos. En 1958 no hubo premios.
por su actividad en este sentido las Universidades Nacional, de los Andes, Industrial de Santander, del Valle y de Antioquia. En las instituciones mencionadas se han formado y trabajan numerosos profesionales de las ciencias, y gran parte de ellos ostentan avanzados grados académicos y altos niveles de preparación científica. Pero la verdadera distinción en estas disciplinas la han ganado algunos descollantes científicos colombianos, no sólo por sus conocimientos académicos sino por sus aportes en el campo de la docencia, su participación en la búsqueda de soluciones de problemas del país, su fructífero trabajo de estudios y publicaciones y su dedicación al mejor conocimiento de la ciencia en nuestro medio. En este sentido hay que mencionar a astrónomos como Jorge Arias de Greiff, Clemente Garavito B. y Eduardo Brieva Bustillo. Así también, como químicos, deben destacarse Antonio María Barriga Villalba, Lorenzo Panizzo Durán, Sven Zethelius P., Inés Bernal de Ramírez, Alvaro Iregui Borda, Teresa Salazar de Buckle, Ángel Zapata, Rodrigo Paredes y Norton Young.
carse Benjamín Alvarado Biester, Gerardo Botero Arango, Luis Guillermo Durán S., Fernando Etayo Sern, Guillermo Otálora Ramos, Hernán Garcés González, Darío Suescún, Roberto Sarmiento Soto y Carlos Eduardo Acosta A. Las ciencias naturales y las ciencias biológicas deben considerables avances a José María Garavito B., Álvaro Fernández Pérez, José Rafael Arboleda, Luis Eduardo Mora Osejo, Guillermo Muñoz Rivas, Alberto Cadena García, Carlos Garcés O., Jaime F. George, Hugo F. Hoenisberg, Federico Medem M., el hermano Nicéforo María, Víctor Manuel Patiño, Alberto Morales Alarcón, Emilio Yunis, Humberto Álvarez y Henry von Prahl. La tradición de estudios geográficos que abrió Agustín Codazzi la han continuado Julio Carrizosa Umaña, José Ignacio Ruiz, Ernesto Guhl, Eduardo Acevedo Latorre y Camilo Domínguez, entre otros. Si bien es cierto que aún falta un mayor espíritu de unión en la comunidad científica colombiana y mejores medios para que ella contribuya más a fondo a la solución de problemas del Por méritos similares deben citarse desarrollo nacional, puede mirarse como físicos Guillermo Castillo To- con optimismo el futuro de la ciencia rres, Juan Herkrath Muller, Jaime colombiana, desde que ya ha dejado Rodríguez Lara y Édien Álvarez. Ma- de ser una actividad socialmente setemáticos con méritos comparables cundaria y limitada al interés de unos son: Cario Federici Casa, Yu Takeu- cuantos cultores brillantes pero aislachi, Alonso Takahashi, Eduardo Caro dos, y ha pasado a ser una actividad Cayzedo, Januario Varela Borda, con amplio reconocimiento de la soGuillermo Owen, Antonio Vélez ciedad, desempeñada por un número Montoya, Jaime Lesmes, Guillermo creciente de investigadores y profesioRestrepo Sierra, Víctor Albis, Jairo nales que cada vez tienen mejores meÁlvarez y Gabriel Poveda Ramos, por dios de trabajo y más oportunidades ejemplo. Así como por sus valiosos de realizar aportes a la formación de aportes a la geología merecen desta- una auténtica ciencia colombiana.
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Bibliografía y otros. Apuntes para la Historia de la Ciencia en Colombia. Bogotá, Colciencias, 1970. BATEMAN, ALFREDO. Páginas para la historia de la ingeniería en Colombia. Biblioteca de Historia Nacional, vol. CXIV. Bogotá, Kelly, 1972. BECERRA, DIEGO, y JOSÉ ANTONIO AMAYA. Historia de la química en Colombia. Bogotá, Colciencias (mimeografiado), 1984. ESPINOSA, ARMANDO. Notas para la historia social de las investigaciones geológicas en Colombia a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Bogotá, Colciencias (mimeografiado), 1984. MONTAÑO, FABIOLA. La historia social de las ciencias agropecuarias en Colombia. Bogotá, Colciencias (mimeografiado), 1984. OSORIO, R. Historia de la química en Colombia, publicación especial Ingeominas, n.° 11. Bogotá, 1982. POVEDA RAMOS, GABRIEL. «La ingeniería, sus ciencias y su historia en Colombia», Revista Universidad Eafit, n.os56 y 57. Medellín, 1984-85. PERRY Z., GUSTAVO. «Apuntes para la historia de las ciencias básicas en Colombia», Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, n.° 54. (Bogotá, 1953). VARIOS. Ciencia y tecnología en Colombia, Biblioteca Básica Colombiana. Bogotá, Colcultura, 1978. BATEMAN, ALFREDO,
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La astronomía (1885-1985) Jorge Arias de Greiff
José María González Benito, varias veces director del Observatorio Astronómico, y fundador del Observatorio Flammarion, primero en la plaza de los Mártires, en Bogotá (1881) y luego en la calle 16 (1896), desde donde hizo observaciones de Mercurio, Venus y varios cometas (Retrato al óleo por Uscátegui, 1848).
E
n una visión amplia se ven estos últimos cien años de la astronomía en Colombia marcados por la vinculación del Observatorio Astronómico a la Universidad Nacional desde la creación de esta en el año 1867. Pasó a formar parte entonces el Observatorio Astronómico de la Universidad, en compañía de la Biblioteca Nacional y del Museo Nacional. Es por eso por lo que conviene tomar desde unos años atrás el relato. José María González Benito La primera vinculación de González Benito al observatorio había tenido lugar en septiembre de 1866, como ingeniero ayudante de Indalecio Liévano. Meses antes el gobierno le había conferido el grado de ingeniero, en unión de otros ilustres colegas con quienes integró el Cuerpo de Ingenieros. Creada ya la Universidad, fue nombrado profesor de astronomía y meteorología en enero de 1868, y un mes más tarde, director del observatorio, cargo que desempeñó por poco tiempo. A comienzo de 1871 fue rein-
tegrado como profesor de la universidad y como director del observatorio, pero por reorganización de la universidad se interrumpió nuevamente la marcha de este centro en agosto del año siguiente, para ser nombrado, una vez más, director en septiembre, a tiempo que se le confería una desig-
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Portada del tercer número de los "Anales del Observatorio Astronómico de Bogotá", mayo de 1882, publicación fundada por José María González y de la cual se imprimieron seis entregas.
nación diplomática en el exterior. Residió entonces en Europa en 1873 y 1874, donde desempeñó el cargo de cónsul en Southampton, tiempo que aprovechó para establecer relaciones con los medios científicos, para profundizar sus conocimientos y adquirir un valioso instrumental. Designó entonces el gobierno, para reemplazarlo en la dirección del observatorio a raíz de su ausencia, al ingeniero Luis Lleras Triana, profesor de la Escuela de Ingeniería, pero en esta ocasión la ta-
rea fue interrumpida por la Revolución de 1876. El 19 de abril de 1875 firmó González Benito con el Gobierno Nacional un contrato para la reorganización y dotación del observatorio. El edificio fue modificado. Los principales instrumentos adquiridos fueron un refractor ecuatorial, un anteojo de pasos meridianos, un teodolito altazimut y un espectroscopio. Los trastornos políticos en 1876 y 1877 lo llevaron a consagrarse a la tarea de erigir un observatorio propio. En septiembre de 1880 fue nombrado director del Observatorio Astronómico Nacional, iniciándose un período de intensa actividad y colaboración con los centros internacionales, y naturalmente con su observatorio privado, cuya historia se relatará luego. Apareció entonces la publicación de los Anales del Observatorio Astronómico Nacional de Bogotá, de los que se imprimieron seis entregas. Por esta época fue su colaborador en el observatorio el doctor Ruperto Ferreira, pero en ocasiones su antecesor Liévano, Francisco Montoya, Justiniano Cañón y otros colaboraban en uno u otro observatorio. La aceptación por Colombia de las Convenciones Internacionales sobre la Hora fue obra del interés de González Benito. En 1886 fue prorrogada por otros seis años su designación como director del Observatorio Nacional, cargo que ocupó hasta el año de 1892. Se interesó inmediatamente por la erección de un observatorio al oriente de Bogotá, a una altura de tres mil trescientos metros. González Benito instaló, primero en Zipaquirá en 1879 y 1880, y luego en Bogotá, un observatorio particular al que denominó Observatorio Flammarion, en homenaje a su amigo y padrino de matrimonio. Instalado en la casa de la plaza de los Mártires, en Bogotá, fue inaugurado el 31 de mayo de 1881, siendo su principal instrumento un refractor ecuatorial de 95 mm de abertura. Tres años más tarde fue trasladado a la Carrera 7.a y finalmente, en 1896, a la calle 16 arriba
Capítulo 7
del parque de Santander; los principales trabajos realizados fueron la observación del paso de Mercurio en noviembre de 1881 y del paso de Venus frente al disco solar, el 6 de diciembre de 1881, observado conjuntamente con el Observatorio Nacional; la observación de cometas en junio de 1881, julio de 1881, septiembre de 1881, junio de 1893 y septiembre de 1898; observaciones planetarias, de estrellas fugaces y de actividad solar. Muchos de estos trabajos, así como informaciones sobre el observatorio oficial y privado, fueron publicados en L'Astronomie, órgano de la Sociedad Astronómica de Francia. Las gestiones para dotar su observatorio de un ecuatorial fotográfico no alcanzaron a cristalizar por dificultades inherentes a la guerra civil de 1899. Habiéndose apartado en 1892 del cargo de director del Observatorio Nacional, realizó en los diez últimos años de vida una labor astronómica en su observatorio particular, al que años más tarde revivió y dotó con más poderoso instrumental
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su yerno Manuel Laverde Liévano, en la misma sede de la calle 16. Lo que quedó de esta instalación fue demolido hace unos años. González Benito fue miembro de numerosas sociedades científicas nacionales y extranjeras, entre las que se destacan la Academia de Ciencias Naturales (1871), la Royal Astronomical Society, la Sociedad Astronómica de Francia (1893), la Academia Universal de Ciencias y Artes de Bruselas (1892) y la Sociedad Astronómica de Bélgica (1898). Fue finalmente miembro fundador y primer presidente del Instituto de Colombia, al que declaró inaugurado en discurso publicado póstumamente, pues falleció el 28 de julio de 1903 luego de un ataque sufrido la víspera, que era el día previsto para la inauguración. La astronomía y la ingeniería nacional El desarrollo de las vías de comunicación, en especial el trazado de los fe-
Anteojo de pasos tipo Bamberg, construido por la casa Gustav Heyde. Observatorio Astronómico Nacional, Bogotá.
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Pequeño anteojo de pasos Troughton & Simus. propiedad del Observatorio Nacional.
rrocarriles, mostró ya hacia el último cuarto del siglo XIX la necesidad de disponer de una carta geográfica de mayor exactitud que la que había resultado de la Comisión Corográfica. No bien acababa de establecerse la Sociedad Colombiana de Ingenieros en 1887 cuando un nuevo plan de estudios de la Escuela de Ingeniería mereció la atención del presidente de la sociedad, Abelardo Ramos, quien objetó una asignatura denominada «Elementos de Astronomía y Geodesia». Alegó que: «lo que nos parece error capital es la reducción de los estudios
de astronomía y geodesia a elementos». Advirtió que el ingeniero debe ser capaz de tomar la posición geográfica de cualquier lugar con exactitud y ciencia, que debe saber astronomía práctica, y que es necesario que una generación de jóvenes instruidos resuelva lo que en tiempo de Codazzi sólo él podía ejecutar. La respuesta de la Escuela de Ingeniería al reto de Abelardo Ramos no tardó en aparecer: en el numero 57 de los Anales de Ingeniería, de abril de 1892, se inició por uno de los profesores, Julio Garavito Armero, la publicación de una serie de artículos titulados «Determinación astronómica de coordenadas geográficas». En ellos se exponían los métodos más convenientes para el trabajo en estas bajas latitudes vecinas al ecuador terrestre, pero lo más interesante es la modificación que introdujo en uno de esos métodos, el llamado de Talcontt, para obtener la latitud; con ello logró sacar el máximo rendimiento del instrumental de uso corriente del ingeniero, adaptando los métodos de observación y los cálculos a los elementos disponibles. Los resultados de esta acción no se hicieron esperar: pronto aparecieron publicadas las más lúcidas tesis de grado de los alumnos. Sin embargo, el hecho más significativo fue la institucionalización de todo ese empeño al establecerse la Oficina de Longitudes, por el decreto 930 de 1902, que creó un centro científico para el perfeccionamiento de la carta general de la República, mediante la determinación de las coordenadas geográficas de las principales poblaciones, refiriéndolas todas al meridiano del Observatorio Astronómico. A la oficina se incorporaron los ingenieros del cuerpo de cartógrafos del Ministerio de Guerra; la dirección científica estaba encomendada al Observatorio Astronómico Nacional. El intercambio de señales horarias, emitidas por el observatorio y transmitidas a los lugares donde estaban las comisiones de ingenieros por medio de los hilos de la red de telégrafos, se usaría para obtener las lon-
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gitudes, lo que condujo a que el meridiano del observatorio en Bogotá fuera el origen de las longitudes, y así apareció en los mapas de la oficina. Las latitudes se tomarían por el método que Garavito modificó, y se exigía en los trabajos una exactitud que no llevara a error mayor que 0,3 de segundo de tiempo en longitud y 0,5 de segundo de arco en latitud. Un nuevo decreto de 1903 creó secciones de astronomía y geodesia, topografía y nivelación, y una oficina de historia natural con secciones de biología y mineralogía: el espíritu de la Expedición Botánica y el de la Comisión Corográfica, rondando por aquí. La oficina publicaría además el Boletín del Observatorio Nacional. Naturalmente, el esquema exigía que la posición del observatorio estuviera bien determinada; esta tarea ya la había realizado Garavito previamente en 1897. Los resultados publicados en ese año dieron para latitud el dato 4o 35' 55,19" al norte del ecuador, y para la longitud el de 74° 05' 50,65" al oeste de Greenwich. A la Oficina de Longitudes se le encomendó la demarcación de los límites de la nación. Eran nutridas las comisiones de ingenieros civiles, pues la Facultad de Ingeniería proveía bien preparadas promociones; de aquella que terminó en 1905, y que había iniciado estudios de ingeniería en el observatorio, durante el cierre de actividades académicas por la guerra de los Mil Días, salieron Tomás Aparicio, Belisario Ruiz Wilches y Jorge Álvarez Lleras. Por esa oficina se demarcaron astronómicamente hitos en la larga frontera con el Brasil, en aquélla con el Perú y en la deslindadora del territorio panameño. Marcando el diferente desarrollo histórico colombiano con el de otros países, en los que la cartografía quedó en manos de la ingeniería militar, a las listas de ingenieros civiles se oponían las de los ingenieros militares, coroneles, capitanes, etc., de las comisiones que el Brasil o el Perú, por ejemplo, designaban para realizar la tarea demarca-
Portada del primer número del "Boletín del Observatorio Nacional", de enero de 1903, publicado por la Oficina de Longitudes.
Julio Garavito Armero, óleo de León Cano.
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dora. De la nómina de profesionales que integraron las comisiones, merecen destacarse, entre muchos, los nombres de Darío Rozo. Julio Garzón Nieto. Daniel Ortega Ricaurte. Belisario Arjona, Francisco Andrade, Luis Ignacio Soriano y Ernesto Morales Barcenas. Es interesante notar el paralelismo con lo que, por estos mismos tiempos, ocurrió en México y Venezuela, en donde fue la ingeniería la heredera de los trabajos de geodesia astronómica. En realidad, el mencionado método de Garavito es un perfeccionamiento de uno ideado por Díaz Covarrubias en México; en la modificación de Garavito no es necesario conocer la hora exacta de la observación, sólo una diferencia de tiempo entre dos pasos de la estrella por el hilo: a su vez F. J. Duarte, en Venezuela, mejoró el procedimiento del cálculo de las observaciones, facilitando el uso del método de Garavito. Julio Garavito Armero Garavito había nacido el 5 de enero de 1865. Bachiller en filosofía y letras del Colegio de San Bartolomé, hubo de esperar tres años hasta que. pasada la revuelta política, pudo ingresar en 1887 a la Escuela de Ingeniería, en la que logró en junio y octubre de 1891. respectivamente, los títulos de profesor de matemáticas e ingeniería civil. Al año siguiente fue nombrado director del Observatorio Astronómico; la Escuela de Ingeniería le confirió las asignaturas de cálculo infinitesimal, mecánica racional y astronomía. Ya se ha mencionado la participación de Garavito en relación con la geodesia astronómica: resta ahora tratar su contribución a la astronomía dinámica, y sus muy importantes aportaciones a la mecánica celeste. Mecánica celeste Los avances de la astronomía dinámica habían llegado ya durante los siglos XVII y XVIII a ocupar posición des-
tacada entre las más elevadas conquistas de la mente humana; durante la primera mitad del siglo XIX había alcanzado aún más espectaculares logros. Encontró entonces Garavito la mecánica celeste cuando, por una parte, las teorías dinámicas de Jacobi y Hamilton habían llevado a Delaunay a establecer una teoría analítica del movimiento de la Luna que aún hoy sigue siendo uno de los máximos logros de la matemática y. por otra, los trabajos de Leverrier y Newcomb habían llegado a completas teorías del movimiento de los planetas, aún hoy día en vigencia. Este fue el marco en el que Garavito. luego de haber obtenido sus títulos primero de matemático y más tarde de ingeniero, tal como entonces eran otorgados por la Universidad Nacional, inició su labor. En 1892. fue nombrado director del Observatorio Astronómico. En lo referente a los trabajos de observación, que Garavito aprovechaba para exposiciones didácticas, vale la pena mencionar aquí lo referente al cometa de 1901. La determinación de la órbita de este cometa, en base a una serie de medidas hechas con un modesto teodolito astronómico, le dio motivo para formular una detallada exposición del método de Olbers. uno de los más útiles para lograr los elementos de una órbita cometaria. Otro tanto hizo en el año 1910 con la aparición del cometa llamado Halley, para el que elaboró una efemérides. Dentro del mismo orden de ideas, cabe aludir a la observación del eclipse del Sol de febrero de 1916: Garavito presidió la comisión que viajó a observar este eclipse total, que fue visto como tal en Quibdó, Medellín, Puerto Berrío y Bucaramanga, para citar sólo las principales localidades. Con la colaboración de los ingenieros Jorge Alvarez Lleras, Julio Garzón Nieto. Santiago Garavito y otros que permanecieron en Medellín y Bogotá para el intercambio de señales telegráficas, la comisión viajó a Puerto Berrío, en donde realizó importantes trabajos y determinaciones.
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Jorge Alvarez Lleras, óleo de Miguel Díaz Vargas. Asistente de Julio Garavito en el Observatorio Nacional, del cual fue después director, estableció el Servicio Meteorológico Nacional en 1918 y diseñó un bitelescópio de reflexión para determinar las coordenadas definitivas del Observatorio, diseño que después fue perfeccionado por casas europeas.
Los estudios de astronomía dinámica constituyen la parte más importante de la obra de Garavito, aquella que representa un avance decidido sobre sus antecesores en el observatorio, junto con sus apuntes de mecánica celeste para los alumnos de la Facultad de Matemáticas e Ingeniería, en los que se destaca la demostración original de algunos teoremas relativos a los cambios de variedades canónicas. Sin embargo, el trabajo más importante que emprendiera Garavito, y que apenas quedó iniciado, fue el denominado «Fórmulas definitivas para el movimiento de la Luna». En efecto, Garavito alcanzó únicamente a plantear, con todo detalle y hasta un orden elevado, la expresión en términos de la relación entre el movimiento medio
del Sol y la diferencia entre el de la Luna y el del Sol, la ecuación de la llamada órbita variacional por el método de Hill. Esta órbita variacional es importante como primer paso para establecer una teoría lunar, pues de hecho incluye la parte más importante de las perturbaciones solares. Garavito había apenas esbozado el estudio del movimiento del nodo, cuando murió en marzo de 1920. Jorge Álvarez Lleras Ya se mencionó la participación de Jorge Álvarez Lleras como ingeniero ayudante del observatorio cuando colaboró con Garavito y tuvo la oportunidad de conocer las ideas y los trabajos de su maestro. Más tarde se
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Concurrencia de gentes de Medellín para observar el eclipse total de Sol, del 3 de febrero de 1916 (foto de Benjamín de la Calle).
impondría la tarea de comentar y publicar la obra de Garavito desde la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. En los últimos meses de esa asociación hubo de atender sólo las tareas del observatorio por la mala salud de Garavito, interesándose entonces en establecer el Servicio Meteorológico Nacional, logrando para ello el apoyo de la ley 74 de 1916. Organizado en 1918, le cupo a Álvarez Lleras impulsarlo durante el año en que estuvieron estas tareas a su cargo. Viajó luego a Europa para establecer contactos y relaciones que permitieran al servicio incorporarse a los programas internacionales de meteorología, sólo para encontrar al regreso el abandono del observatorio después del fenecimiento de Garavito. Le cupo a Álvarez Lleras salvar esta situación cuando en 1930 fue designado director del observatorio, y en asocio con la Facultad de Ingeniería, revivir sus actividades, empeño que se protocolizó con la presencia del presidente Olaya Herrera en el recinto del observatorio en memorable ocasión. Ya se ha mencionado la participación en la fijación del «datum astro-
nómico» en el observatorio, hecha por Álvarez Lleras. Cumplida esa tarea, se dedicó a pensar en un instrumento de instalación fija en observatorios que pudiera atender con gran exactitud la labor de determinar sistemática y permanentemente las coordenadas del observatorio para detectar las variaciones en la latitud y en la longitud debidas a los ya por esos días aceptados desplazamientos del polo, y a las ya sospechadas variaciones en la rata de rotación terrestre. La respuesta de Álvarez Lleras fue la concepción y diseño de un instrumento doble, llamado bitelescopio de reflexión, cuyos diseños aceptaron y perfeccionaron algunas casas europeas fabricantes de instrumental astronómico. La segunda guerra mundial interrumpió cualquier posible desarrollo inmediato de este proyecto y a la terminación de ella dos instrumentos aparecieron en el concierto internacional astronómico para esas labores: el astrolabio impersonal Danjón y el tubo cenital fotográfico. No le cupo a Jorge Álvarez Lleras participar en estas campañas del movimiento del polo y de la rotación terrestre, pues su salud decayó notablemente en 1947 y falleció en 1952.
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El eclipse total de Sol, tal como fue captado en Bucaramanga. El astrónomo Julio Garavito, con los ingenieros Jorge Alvarez Lleras, Julio Garzón Nieto, Santiago Garavito y otros, formó una comisión especial de observación de este fenómeno, que trabajó en Puerto Berrío, con intercambio de información telegráfica con Medellín y Bogotá.
El observatorio en la Ciudad Universitaria Belisario Ruiz Wilches reemplazó a Álvarez Lleras. No hacía mucho había dejado la dirección del Instituto Geográfico (hoy Agustín Codazzi), de cuya creación fue uno de los gestores principales y, ya en la Facultad de Ingeniería de la Ciudad Universitaria, instaló un observatorio geofísico en una pequeña construcción que para el fin se levantó. Al asumir la dirección del Observatorio Astronómico, inició gestiones para erigir en la Ciudad Universitaria una estación astronómica, cuyo núcleo sería la pequeña construcción citada. Como instrumento principal se adquirió de la casa Secretan de París un refractor Zeiss de 20 cm de apertura y 3 cm de distancia focal que había pertenecido al observatorio de Marsella y que en París adaptaron para la latitud de Bogotá. Instrumentos de astronomía geodésica, cumplida su tarea en el Instituto Geográfico, retornaron a la universidad para completar la dotación. Si bien la apacible Ciudad Universitaria de ese año de 1952, rodeada de potreros, lecherías y sembrados en casi to-
das direcciones —sólo el barrio Acevedo Tejada en su vecindario— pudo pensarse como una apropiada localización lejos del centro de la ciudad, el rápido proceso de urbanización con el alumbrado público y demás incomodidades, anuló rápidamente las posibilidades de la estación. Habiéndose cumplido la tarea que le había sido encomendada a la Ingeniería Nacional en el campo de la astronomía geodésica y proliferado la especialización en la profesión, los estudios pertinentes pasaron a los programas de ingeniería geográfica y de ingeniería catastral, y el Observatorio Astronómico entró a integrar la Facultad de Ciencias creada en 1965. Sus líneas de trabajo continúan hoy los senderos de la mecánica celeste, los de la investigación de estrellas pulsantes y de cúmulos galácticos, además de la elaboración de efemérides y predicción de eventos astronómicos, centrando además la atención en la adquisición y equipamiento de una estación de montaña, lejos de la polución de las grandes urbes y dotado de instrumental básico apropiado para la investigación astronómica del presente y del futuro venidero.
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Bibliografía «Reseña histórica del Observatorio Astronómico y Meteorológico de Bogotá», Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, vol. II, n.° 6..Bogotá, 1938. BATEMAN, ALFREDO D. El Observatorio Astronómico de Bogotá, Universidad Nacional. Bogotá, 1953. GARZÓN NIETO, JULIO. «Astronomía de posición», Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, vol. II, n.° 8, Bogotá, 1939. RAMOS, ABELARDO. «Astronomía y geodesia», Anales de Ingeniería. Bogotá, Imprenta Echeverría, 1888. Rozo, DARÍO. «Cartografía Nacional - Oficina de Longitudes», en: Coordenadas geográficas. Bogotá, Imprenta del Estado Mayor General, 1921.
ÁLVAREZ LLERAS, JORGE.
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La historiografía colombiana José Manuel Restrepo y Vélez, historiador por excelencia del proceso revolucionario y de formación del Estado Nacional. Retrato en la Academia Colombiana de Historia.
Bernardo Tovar Zambrano Los primeros historiadores
L
a visión que de los hechos se forjaban los historiadores del siglo XIX, se relacionaba, en especial, con la problemática, las concepciones ideológicas y las posiciones partidistas que se suscitaban en el transcurso del siglo. El núcleo de la problemática del siglo XIX lo constituía la cuestión pertinente a la formación y organización del Estado Nacional, en torno a lo cual se planteaban proyectos y se originaban conflictos y tensiones que incidían en las distintas maneras de mirar la historia. La cuestión del Estado Nacional se planteó, por supuesto, con el proceso de independencia, el cual motivó el aparecimiento de la primera historiografía del país. El historiador por excelencia de este proceso es José Manuel Restrepo (1781-1863) con su Historia de la revolución en Colombia (1827-1858). En esta historia, que desde el punto de vista de la perspectiva temporal se situaría más bien en el plano de la crónica, Restrepo —quien había participado en el proceso de independencia— narra en or-
Joaquín Acosta (1800-1852), historiador del descubrimiento y la colonización.
den cronológico lineal los sucesos menudos de la gesta emancipadora; justifica y legitima la ruptura con la metrópoli española y, en la óptica de la formación del Estado Nacional —que constituye la temática general de la obra—, describe las tensiones entre la conformación de la institucionalidad y el juego de las diversas pasiones de los grupos e individuos. En el mismo or-
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quista. Este historiador, ante el debate del presente, consideraba que era importante para la constitución de la República conocer el pasado desde su remota génesis. Empero, Acosta solamente alcanzó a realizar la primera parte de su proyecto, en su obra Compendio histórico del descubrimiento v colonización de la Nueva Granada en el siglo decimosexto (1848), la cual narra los sucesos de los viajes de Colón hasta la muerte de Quesada, obra que constituye una de las mejores descripciones de aquellos tiempos. Restrepo y Acosta son los primeros y más notables historiadores de la fase inicial de la historiografía colombiana que se desprende de la independencia. A esta historiografía le había precedido largamente la crónica colonial (Castellanos, Aguado, Cieza, Si-ón, Freyle, Piedrahíta, Zamora, etc.) que constituye sus orígenes lejanos. Con Acosta como historiador de la conquista y Restrepo como historiador de la Independencia, se fijan además los dos polos temáticos en los cuales se anclará durante mucho tiempo la historiografía colombiana, procesos que serían presentados en su carácter heroico, por la historiografía tradicional, como los remotos cimentadores de la civilización, el primero, y de la nacionalidad, el segundo. La historiografía del siglo XIX. Tendencias fundamentales José Antonio de Plaza (1807-1854), autor de "Memorias para la historia de la Nueva Granada", es el primer historiador que enjuicia críticamente el período de la Colonia, según él, "triple cadena de ignorancia, superstición y servidumbre." (Oleo de Francisco A. Cano, 1931, Academia Colombiana de Historia).
den, Restrepo continúa su narración histórica en otra obra, Historia de la Nueva Granada, la cual abarca el período comprendido entre 1832 y 1854. Correspondiendo también a esta historiografía de la postindependencia, surge otro historiador, Joaquín Acosta (1800-1852), quien, como Restrepo, había participado en la guerra de independencia. Sin embargo, Acosta, a diferencia de Restrepo, desea como historiador situarse en una amplia perspectiva temporal y concibe entonces el proyecto de escribir la historia desde sus orígenes, comenzando por el proceso de descubrimiento y con-
La evolución historiográfica de la segunda mitad del siglo XIX se caracteriza por la aparición de dos tendencias fundamentales: la liberal y la conservadora. La historiografía liberal surge a mediados de siglo, emprendiendo una función crítica respecto de la época colonial. La independencia, en efecto, pese a su enorme significación, no había logrado transformar en profundidad el orden colonial interior, por lo cual gran parte de este andamiaje persistía en el presente de la República. Las reformas liberales de mediados de siglo buscaban demoler esa herencia
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colonial y echar las bases del progreso burgués. La transformación de la herencia colonial en el orden de los hechos iría acompañada de su crítica en el orden de las ideas. Esta crítica, que se efectúa con base en los postulados del liberalismo como ideología del progreso, compelía así mismo a la visión crítica del pasado colonial. El primer historiador en practicar este tipo de visión histórica es José Antonio de Plaza con su libro Memorias para la historia de la Nueva Granada desde antes de su descubrimiento hasta el 20 de julio de 1810 (1850). Esta obra constituye la primera referencia global a la época colonial, en la cual se contiene la narración de los sucesos tradicionales de la conquista, el relato de las disputas entre audiencia, presidentes, arzobispos, virreyes, visitadores y jueces de residencia, etc., hasta los inicios de la independencia. Una de las características principales de Plaza consiste en sus apreciaciones críticas respecto del régimen colonial, esa «triple cadena de ignorancia, superstición y servidumbre», y sus juicios anticlericales, los cuales motivarían una respuesta apologética por parte del historiador José Manuel Groot. Entre los historiadores liberales es José María Samper quien en su libro Ensayo sobre las revoluciones políticas (1861) elabora la crítica más acerba del régimen colonial. Los fundamentos teóricos de esta crítica se derivan de los postulados del liberalismo del siglo XIX, en que la relación IndividuoSociedad-Estado-Iglesia ha de resolverse en función del factor individual. Por eso Samper critica el carácter centralista, monopólico, fiscalista, intervencionista y omnipresente que el Estado español (y la Iglesia) había entronizado en todos los niveles de la sociedad, estatuyendo con ello un régimen de opresión, explotación y control de los elementos individuales que constituían las virtudes de la civilización y del progreso. Esta crítica del pesado andamiaje institucional del régimen colonial se relaciona, eviden-
temente, con las reformas liberales de mediados de siglo, que entre otras cosas buscaban reducir al mínimo posible la injerencia del Estado y de la Iglesia en la vida de la sociedad, para liberar de sus trabas y ampliar el espacio de las fuerzas individuales del progreso, tal como lo exigía el modelo liberal burgués que se quería hacer fructificar. He aquí cómo la época liberal se forjaba críticamente su propio pasado, que servía a su vez de legitimación a sus proyectos revolucionarios del presente. La historiografía conservadora aparece en el ambiente de crisis y de ines-
José María Samper (1828-1888), en su "Ensayo sobre las revoluciones políticas", de 1861, critica "el carácter centralista, monopólico, fiscalista, intervencionista y omnipresente del Estado español (y la Iglesia) durante la Colonia." (Foto de la Galería de Notabilidades Colombianas, de Ariza).
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tabilidad político-institucional que acompaña a la República liberal federalista. En estas condiciones los historiadores conservadores retornan al pasado en búsqueda de respuestas José Manuel Groot ante los interrogantes que plantea la (1800-1878), autor de crisis del presente. "Historia eclesiástica Conceptualmente el enfoque de esy civil de la Nueva Granada", una de las tos historiadores, a diferencia de los obras históricas más liberales, se sustenta en el postulado prominentes del siglo de que los factores individuales deben XIX, aunque estar supeditados al universo institurepresentativa del cional del Estado y de la Iglesia. Si los respeto al legado español, a las liberales habían querido romper radiinstituciones y valores calmente con la herencia del pasado tradicionales y a la colonial, para construir el nuevo país, religión. los historiadores conservadores, por el (Oleo de Delio Ramírez, contrario, buscan en la herencia co1927, Academia Colombiana de Historia). lonial y en la tradición los elementos
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que creían necesario rescatar para reconstituir el orden y la paz y sin los cuales sencillamente no había país. Tales elementos hacían referencia ante todo a las acendradas relaciones históricas entre el Estado y la Iglesia, a la función civilizadora de la religión, a la profunda esencia católica de la sociedad colombiana, a la tradición de las buenas costumbres, la moral, la obediencia y el respeto a la autoridad y la ley, y en fin, a los valores de la tradición hispánica que se había cimentado en la Colonia. De ahí entonces que estos historiadores otorguen una visión positiva de la época colonial y del legado español. Al insistir en la bondad histórica de las instituciones, de la religión, de los valores tradicionales generados en el pasado colonial, esta historiografía contribuía al fermento del nuevo orden, concretamente a legitimar el proyecto histórico de la Regeneración que reconstituía el Estado Central y los lazos con la Iglesia. Los más connotados representantes de esta tendencia son: Sergio Arboleda, La República en la América Española (1868-1869); José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada (1869), una de las obras más prominentes del siglo XIX, y Juan Pablo Restrepo, La Iglesia y el Estado en Colombia (1885). Las historiografías liberal y conservadora constituyen las principales tendencias del siglo XIX, cuyas temáticas se inscriben en el campo de la historia político-institucional, con relación a la problemática central de la formación del Estado Nacional. No obstante, al lado de éstas, surgen otras historias que abordan temáticas diferentes tales como las de carácter económico, con José Manuel Restrepo, Memoria sobre la amonedación de oro y plata en la Nueva Granada (1859); Vicente Restrepo, Estudio sobre las minas de oro y plata en Colombia (1883); y Aníbal Galindo, Apuntamientos para la historia económica y fiscal del país (1874). Se destacan también las obras que tratan aspectos de las comunidades indígenas prehispánicas, especial-
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mente la sociedad Chibcha: Ezequiel Uricoechea, Memorias sobre las antigüedades neogranadinas (1854); Liborio Zerda, El Dorado, Estudio histórico, etnográfico y arqueológico de los Chibchas (1883); Vicente Restrepo, Los Chibchas antes de la conquista española (1895); las obras de elementos sociales como la de Manuel Briceño, Los Comuneros (1880); obras de historia regional como las de Manuel Uribe Ángel, Geografía e historia de Antioquia (1885), Heliodoro Peña, Geografía e historia de la provincia del Quindío (1892); José Alarcón, Historia del departamento del Magdalena (1898); historias que tratan tópicos de la cultura y de la ciencia: Florentino Vezga, La Expedición Botánica y La botánica desde 1816 hasta 1859; y José María Vergara y Vergara, Historia de la literatura en Nueva Granada (1867). Dentro de la actividad historiográfica del siglo XIX sobresalen también las biografías, algunas recopilaciones documentales, relatos de costumbres, relatos de viajes y, sobre todo, las crónicas, las cuales proliferaban al impulso de la agitada historia del siglo, especialmente de los acontecimientos políticos y militares (guerras civiles, etcétera.). Autores que se destacan en uno u otro campo son, entre otros, los siguientes: Joaquín Posada Gutiérrez, Manuel Ezequiel Corrales, José María Cordovez Moure, José María Quijano Otero, Ricardo Becerra, Luis Capella Toledo y Carlos Benedetti. A mediados de la segunda mitad del siglo XIX comienza a aparecer una nueva generación de historiadores cuya actividad se prolonga hasta bien entradas las primeras décadas del siglo xx. Se trata de un grupo numeroso en el cual se cuentan los siguientes nombres: Estanislao Gómez Barrientes, Ignacio Gutiérrez Ponce, Pedro María Ibáñez, Carlos Cuervo Márquez, Miguel Triana, Eduardo Posada, Luis Cuervo Márquez, José Joaquín Guerra, Jesús María Henao, Ernesto Restrepo Tirado, Gerardo Arrubla y Gustavo Arboleda.
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Acta de instalación de la Comisión de Historia, mayo 11 de 1902, después Academia Colombiana de Historia. Entre los fundadores firmaron José Joaquín Casas, Eduardo Posada, Ernesto Restrepo Tirado, José Joaquín Guerra, Francisco de Paula Barrera, Bernardo Caycedo, José María Cordovez Moure, Ricardo Moros, Santiago Cortés, Manuel Antonio de Pombo, Carlos Pardo, Adolfo León Gómez, Anselmo Pineda y Eduardo Restrepo Sáenz (Placa en la Academia de Historia).
De esta pléyade de historiadores, algunos de los cuales adquieren notoriedad en el Repertorio Colombiano y el Papel Periódico Ilustrado, surge el núcleo que funda la Academia Colombiana de Historia, en 1902. La historiografía académica En el surgimiento de esta historiografía —que se identifica con la Academia Colombiana de Historia y las Academias y Centros Regionales de Historia—, se debe tener en cuenta, entre otros aspectos, el impulso que reciben los trabajos históricos a fines del siglo XIX con la formación del grupo de historiadores ya aludido, la influencia del positivismo y las condiciones socioeconómicas y político-ideológicas del país. En este último aspecto es necesario subrayar los factores de modernización capitalista que se desprenden de la exportación cafetera, de la industrialización y de la urbanización, los cuales reclaman un mejoramiento del escenario político y la superación de las viejas disensiones que con frecuencia conducían a la guerra civil. Ello se hace aún más imperioso ante
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Estampilla de Correos conmemorativa del primer cincuentenario de la Academia Colombiana de Historia, 1902-1952.
las catastróficas consecuencias de la guerra de los Mil Días y de la separación de Panamá, que se vive como un golpe a la nacionalidad. Era por lo tanto necesario establecer la concordia, la paz y la unidad, reforzar el Estado y fortalecer la nacionalidad. El fortalecimiento de la nacionalidad implica la adopción de un sistema de valores lo suficientemente abstracto como para situarlo por encima de las disensiones internas, pero a la vez lo bastante concreto como para permitirles a los individuos su reconocimiento en la identidad histórica nacional. En la elaboración de este sistema intervienen los historiadores: decantando el pasado, obtienen esos valores de las tradiciones y del ejemplo de los «grandes hombres», de los actos e ideas de los «héroes» que han hecho la historia, traído la civilización y construido la patria. La evocación del pasado que nutre los valores de la nacionalidad será entonces una de las funciones de la historiografía académica. Esta orientación romántico-patriótica encuentra su expresión clásica en la famosa obra de Jesús María Henao y Gerardo Arrubla: Historia de Colombia (1910). Desde los comienzos de la Academia, al lado de la concepción romántico-patriótica, surge otra de corte empirista y positivista, que se propone escribir la historia en «frío», despojada de toda interpretación apologética de tipo partidista o religioso. En su aspiración de «imparcialidad» y «objetividad», considera que la verdad de los hechos está en los hechos mismos, pues éstos hablan por sí solos. Los hechos se establecen según el lenguaje evidente de los documentos, cuyo texto, en su inmediatez inapelable, tiene la virtud irremediable de la certeza. De ahí que esta orientación presente una fuerte inclinación por la erudición, la búsqueda de archivos y la descripción documentada de los hechos. Promotores iniciales de esta orientación son Eduardo Posada (primer presidente de la Academia), Pedro María Ibáñez (primer secretario), Ernesto
Restrepo Tirado, Gustavo Arboleda, Carlos Cuervo Márquez, y otros. Desde su fundación hasta el presente la producción historiográfica de la Academia ha sido muy notable y cuantiosa; dicha producción se contiene en sus series Biblioteca de historia nacional, Biblioteca de historia eclesiástica, Biblioteca complementaria, Biblioteca Eduardo Santos, Historia extensa de Colombia y Biografías sintéticas; en sus series documentales, y en sus publicaciones periódicas: Boletín de Historia y Antigüedades y la revista Archivos. Así mismo, se destacan las publicaciones de las Academias y Centros Regionales de Historia. El profuso aporte de la historiografía académica ilustra aspectos diversos y significativos de la historia nacional, especialmente los que hacen referencia a la historia política e institucional, a facetas de la vida cultural y económica, a las biografías de personajes y a la historia regional y local. Los comienzos de la historia económica y social y las nuevas tendencias historiográficas A partir de los años 30 del presente siglo comienza a incubarse un proceso complejo de renovación en los estudios históricos del país. Esta renovación historiográfica se caracteriza, entre otros aspectos, por el surgimiento de los estudios de carácter económico y social, por los nuevos enfoques de la historia política y por la presencia de nuevas tendencias historiográficas de partido y de temáticas específicas. A la gestación de aquella renovación historiográfica concurren un conjunto de fenómenos, entre los cuales cabe mencionar los siguientes: el avance de la misma modernización capitalista del país, que pone en escena una nueva problemática económica, social y política, la cual de hecho se sitúa en el primer plano de las preocupaciones intelectuales, problemática cuya comprensión exige una nueva visión del pasado. Concomitantemente con lo anterior se produce la irrup-
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ción de las clases populares que reclaman un papel en la historia y en la historiografía; la presencia ahora de estas clases hacía que la historia del pasado se empezara a mirar de otra manera: a observar en ella la participación de las masas y de los líderes populares. A esta renovación historiográfica contribuyen también los nuevos postulados ideológico-políticos y, por supuesto, el ambiente intelectual del momento, en el cual se produce el encuentro de la Historia con las corrientes del pensamiento social, especialmente con la sociología, la economía y el marxismo. Empero, las condiciones y las influencias teóricas, ideológicas y políticas señaladas no pesan por igual en todos los autores, de tal manera que es factible distinguir diversas orientaciones. En este sentido se trata de un proceso muy heterogéneo, que si bien comienza en los años indicados, su impulso se prolonga hasta el presente. Uno de los primeros historiadores en realizar aquellos intentos de renovación investigativa es Luis Eduardo Nieto Arteta, con su libro Economía y cultura en la historia de Colombia (1938-1942), estudio en el cual el autor le otorga, sin desvincularlo de las realidades política y cultural, un papel fundamental al proceso económico y social, enfoque en el que se evidencia una inspiración emanada de concepciones marxistas. El mismo enfoque se encuentra en su sugestivo ensayo El café en la sociedad colombiana. En el orden de los iniciadores se destaca también Guillermo Hernández Rodríguez con su libro De los chibchas a la Colonia y a la República (1949), en el cual se propuso, como él mismo lo expresa, «un examen histórico-sociológico, auxiliado por la dialéctica materialista». Con Nieto Arteta y Hernández Rodríguez se suscitan las primeras experiencias de investigación histórica inspiradas en el marxismo. A partir de estas investigaciones, el marxismo adquirirá una progresiva influencia hasta llegar a configurar una tendencia historiográfica, tanto universitaria como de partido.
En el ámbito de la historia económica, la mayor realización corresponde indudablemente a Luis Ospina Vázquez, con su erudita obra Industria y protección en Colombia (1955), considerada como la mejor presentación de conjunto —aún no superada— sobre la historia económica del país comprendida entre la época colonial y el proceso de industrialización en la primera mitad del siglo xx. En la perspectiva económica, a aquellas obras les habían precedido los trabajos de José María Rivas Groot: Asuntos constitucionales, económicos y fiscales (1909); de Clímaco Calderón: Elementos de hacienda pública (1911); y de Alfredo Ortega: Ferrocarriles colombianos, resumen histórico (1920). Así mismo, merece especial mención la obra pionera de Antonio García, Geografía económica de Caldas (1937), y la de Guillermo Torres García, Historia de la moneda en Colombia (1945), uno de los pocos estudios existentes sobre el tema.
Jesús María Henao (1869-1944) y Gerardo Arrubla (1873-1946). autores de la famosa "Historia de Colombia". representativa de la historiografía académica.
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Luis Eduardo Nieto Arteta (1913-1956), autor de "Economía y cultura en la historia de Colombia", pionero en dar importancia al hecho social y económico en la interpretación histórica.
Germán Arciniegas (1900-), iniciador de la concepción liberal de la historia con su libro "Los Comuneros" de 1938, en el cual se exalta el carácter popular del movimiento comunero de 1781 y de su caudillo José Antonio Galán.
Dentro del proceso que venimos describiendo, se destacan, igualmente, las renovadas interpretaciones liberal y conservadora de la historia. La interpretación liberal se relaciona claramente con los nuevos postulados ideológicos que adopta el partido liberal y que difieren de los sostenidos en el siglo XIX. Dicho en forma esquemática, tales postulados —con relación a la interpretación histórica— se refieren al principio del intervencionismo estatal en la economía y en la sociedad, y a la función de este intervencionismo respecto de los grupos dominantes y dominados («la oligarquía y el pueblo»). Siguiendo el hilo conductor del Estado, se produce una visión histórica en la cual se articulan al proceso político-institucional e ideológico los conflictos económicos y sociales, visión en donde, de manera especial, se valoran positivamente los períodos en que las instituciones y los hombres (Estado, Iglesia, gobernantes, etc.) han estado al servicio de la política de justicia social, es decir, en función de las clases populares, de la protección de los «humildes y oprimidos», y se valoran negativamente los períodos en que se ha abandonado esta política de justicia. De este modo, por ejemplo, se subraya la política indigenista del Estado español durante el período de los Austrias y se critica el abandono de esta política por los Borbones; se recalca el carácter de revolución social que Bolívar quería otorgarle a la Independencia; se critica el período radical que estableció el Estado gendarme y el federalismo, instaurando la anarquía y el libertinaje; se insiste en la Regeneración y en Núñez, quien conformó el Estado Nacional y fue el precursor del liberalismo social; y, en fin, se hace notar el carácter popular de los gobiernos liberales de los años treinta del presente siglo y el establecimiento del intervencionismo moderno del Estado, etc. Obsérvese cómo esta interpretación resulta rectificadora de las visiones liberales del siglo XIX sobre la época colonial y sobre el mismo período radi-
cal. Un iniciador de esta concepción es Germán Arciniegas con su libro Los Comuneros (1938), en el cual se exalta el carácter popular del movimiento comunero y de su máximo caudillo José Antonio Galán. Sigue luego el más connotado representante de esta tendencia Indalecio Liévano Aguirre, con sus obras: Rafael Núñez (1944), Bolívar, Los grandes conflictos sociales v económicos de nuestra historia (1964) y el Proceso de Mosquera ante el Senado (1966). Más recientemente, en una óptica liberal socializante, se destaca Gerardo Molina con su obra Las ideas liberales en Colombia. La interpretación conservadora, a diferencia de la liberal, presenta una notable continuidad con su homónima del siglo XIX, en lo que hace referencia a la valoración positiva de la época colonial y de la misión histórica de España; en las funciones del Estado y de la Iglesia, y en la apreciación de lo hispano-católico, como la herencia y la tradición fundamental del pueblo colombiano. Así mismo, esta tendencia efectúa una interpretación nada entusiasta de la Independencia, que rompió la «beatífica paz» de los tres siglos coloniales y abrió una época de inestabilidad y perturbación que dura hasta el presente; critica, por supuesto, el período radical, y realiza la apología de la Regeneración y de la República conservadora. Esta tendencia está representada, entre otros, por historiadores como Arturo Abella: El florero de Llorente (1960), Don Dinero en la Independencia (1966); por políticos que han incursionado en la historia: Laureano Gómez, El mito de Santander (1940), Álvaro Gómez, La Revolución en América (1958); y además se halla emparentada con la historiografía tradicional y académica. Al lado de las anteriores tendencias hacen su aparición en forma delimitada ciertas temáticas históricas relacionadas con problemas contemporáneos muy específicos. Entre éstas se destaca la concerniente al problema indígena que recobraba actualidad. Entre los autores que desarrollan la
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temática indigenista en sentido histórico propiamente dicho sobresale Juan Friede con su libro El Indio en la lucha por la tierra (1944). A partir de entonces se abre la preocupación por reconstruir la historia de la población indígena, y de revelar su aporte a la formación de la nacionalidad, historia que había sido reprimida o subvalorada por las historiografías precedentes. Con aquella inquietud Friede se introduce en la historia colonial y comienza a producir una importante obra, que constituye un aporte fundamental al conocimiento del proceso de conquista y de la organización de la sociedad colonial. Otra temática que comienza a diferenciarse es la relativa a la población negra, también en el sentido de reconstruir su historia y su contribución a la obra de la nacionalidad. En este orden se destaca, inicialmente, el trabajo de Aquiles Escalante, El negro en Colombia (1964). La Nueva Historia En los siguientes sesenta empieza a manifestarse una renovación en las investigaciones históricas, la cual se ha convenido en llamar la «Nueva Historia». Se trata de un movimiento muy heterogéneo, en el cual se observan tanto los puntos comunes, como divergentes. Para los nuevos historiadores un rasgo bastante generalizado lo constituye la superación de las tradicionales determinaciones de partido, religión, clase, etnia, familia, etc., si bien algunos le plantean al conocimiento histórico nuevos compromisos y funciones que se definen en su vinculación teórico-política a la perspectiva histórica de los grupos populares. No obstante la diversidad de enfoques y puntos de vista que se presentan entre los nuevos historiadores, la característica distintiva es la tendencia al rigor y a la profundidad en el análisis histórico cuantitativo y cualitativo. En este sentido, el hecho histórico ya no se concibe a la manera de la historia tradicional, es decir, simple, in-
dividual y aislado, sin como perteneciente a una serie, a un proceso, a un conjunto de relaciones en sí mismo complejo. La investigación no se centra exclusivamente en el caso aislado, sino preferentemente en la masa de los casos expresivos de una tendencia; de este modo se busca establecer los procesos estructurales de larga y media duración, en donde los hechos coyunturales y cortos encuentran su dimensión significativa. La investigación cuantitativa y cualitativa, que a partir de hipótesis plausibles busca reconstruir tras los sucesos inmediatos las tendencias ocultas de cierta duración —en donde se expresan los ritmos, las crisis y las peculiaridades del desarrollo estructural de los procesos históricos—. ha conducido al descubrimiento y manejo de nuevas fuentes de información, especialmente seriadas. Así mismo, durante la nueva fase historiográfica adquieren plena configuración las historias económica, social y demográfica, y los aportes de estas historias han colocado en una nueva perspectiva a la historia política. La apertura del espacio y de la especialización, en el sentido de las tendencias a las historias temáticas, sectoriales, regionales, locales y monográficas, constituye otro de los rasgos distintivos de las nuevas investigaciones, sin que se descuiden naturalmente las historias de síntesis. La Nueva Historia surge y se desarrolla en un ambiente en el cual es necesario tener en cuenta, obviamente, la agitada problemática que acompaña el desarrollo capitalista del país; la herencia largamente acumulada de las historiografías precedentes; el arraigo en las universidades de los estudios sociales y de la historia, con el decisivo antecedente de la Normal Superior, en donde se formó toda una generación de intelectuales, algunos de los cuales serian precisamente los promotores iniciales de la Nueva Historia; el contacto enriquecedor de la historia con la economía, la sociología, la demografía, antropología, la filosofía, la ciencia política y sus diferentes mé-
Indalecio Liévano Aguirre (1917-1982), autor de "Los conflictos sociales y económicos de nuestra historia" (1964), representante de una nueva interpretación liberal de la historia.
Gerardo Molina (1906-), autor de "Las ideas liberales en Colombia" (1970-1977), interpretación histórica desde una óptica liberal socializante.
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todos de investigación; el apoyo institucional a la investigación y la profesionalización del investigador; la influencia decisiva de las principales corrientes historiográficas del mundo contemporáneo: la Escuela de los Anales (historia serial), la Historia Cuantitativa, La New Economic History norteamericana y la renovada historiografía marxista. También han influido en los nuevos investigadores nacionales los estudios realizados por las misiones Currie, Lebret y CEPAL y, Jaime Jaramillo Uribe (1918-), director del por supuesto, los historiadores extran"Anuario Colombiano jeros que han trabajado sobre el país, de Historia Social y tales como James Parsons, Vernon de la Cultura", autor Lee Fluharty, Magnus Mörner, John de "El pensamiento D. Martz, Robert West, David Bushcolombiano en el siglo XIX" (1964) y director nell, Frank Safford, Daniel Pecaut, del "Manual de Historia Pierre Gilhodes, Malcolm Deas, de Colombia" (1978), Charles Bergquist, William Paul pionero de la McGreevey, Paul Oquist, Anthony Nueva Historia. McFarlane, Catherine LeGrand, Ali-e Helg, William F. Sharp y otros. En los años sesenta aparecen los primeros estudios que renuevan temáticas y abren nuevos campos de investigación. Estos estudios se publican inicialmente en el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, bajo la dirección de Jaime Jaramillo Uribe, quien precisamente da a conocer en él sus trabajos pioneros sobre la esclavitud, la demografía de la población indígena y el mestizaje. Así mismo, el historiador Jaramillo publica en 1964 su obra —clásica en el tema— El pensamiento colombiano en el siglo xix. Otras obras importantes de estos años son las siguientes: La violencia en Colombia (1963) de Germán Guzmán, Eduardo Umaña Luna y Orlando Fals Borda, que abre la temática histórica de la Violencia, la cual es continuada por Francisco Posada: Violencia y subdesarrollo (1968). Como un precedente altamente significativo, Fals Borda había publicado en el decenio anterior sus obras Campesinos de los Andes (1955) y El hombre y la tierra en Boyacá (1957). En el orden regional está la Historia de Pereira (1963), de Luis Duque Gómez, Juan Friede y Jaime
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Jaramillo Uribe, y el trabajo de Álvaro López Toro: Migración y cambio social en Antioquia durante el siglo XIX (1968). La temática del subdesarrollo y las relaciones de dependencia es inicialmente abordada por Mario Arrubla en sus trabajos publicados en la revista Estrategia (1963). En el campo de la historia agraria está el trabajo El problema agrario de 1920 a 1960 (1965) de Darío Mesa, autor que en 1957 había publicado un sugestivo ensayo, Treinta años de historia colombiana (1925-1955) en la revista Mito. Finalmente, deben destacarse los libros: La familia en Colombia, de Virginia Gutiérrez de Pineda; Petróleo, oligarquía e imperio (1968), de Jorge Villegas; y la síntesis histórica Colombia, país formal y país real (1964), de Diego Montaña Cuellar. A fines de los años sesenta y sobre todo a comienzos de los setenta, la investigación histórica empieza a cobrar un notable impulso, el cual dura hasta el presente. Este proceso se va enriqueciendo con la vinculación cada vez más numerosa de nuevos investigadores, formados bajo la orientación de los nuevos maestros, con el respaldo fundamental de las universidades; el nuevo auge historiográfico es, en cierta forma, un fenómeno universitario; así, por ejemplo, la mayoría de los investigadores se hallan vinculados a diversas universidades (Nacional, Valle, Antioquia, Andes, Cauca, Quindío. Pedagógica de Tunja, etc.), en algunas de las cuales se han abierto carreras y posgrados de historia. En cuanto a la historia colonial, se destacan las refinadas investigaciones de Germán Colmenares, quien ha realizado aportes decisivos para la comprensión de los fundamentos sociales, demográficos y económicos de la sociedad colonial; el excelente estudio de conjunto para la primera fase de la época colonial efectuado por Jorge Orlando Melo; el relevante trabajo de Margarita González sobre los resguardos, así como sus estudios sobre el trabajo indígena y el estanco del tabaco; otros trabajos igualmente notables son los
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de Hermes Tovar sobre la demografía, las haciendas del siglo XVIII, y aspectos del Estado colonial; los de Juan Villamarín sobre las haciendas de la sabana de Bogotá; el de Jorge Palacios sobre la trata de negros; el de Inés Pinto sobre los comuneros y, sobre este mismo tema, el de Mario Aguilera. Para el siglo XIX, la temática de la Independencia es estudiada, en el aspecto ideológico, por Javier Ocampo López; en el social y económico, a nivel del Valle del Cauca, por Zamira Díaz de Zuluaga y José Escorcia; en el aspecto de la guerra irregular, por Eduardo Pérez. Sobre la temática de las guerras civiles están los trabajos de Álvaro Tirado Mejía (aspectos sociales), Jorge Villegas (guerra de los Mil Días) y Gonzalo España (guerra de 1885). El tema de los artesanos lo han comenzado a tratar Miguel Urrutia y Jaime Jaramillo; el período de la Regeneración, en sus aspectos económicos, es estudiado por Darío Bustamante, y el del federalismo en Antioquia, por Luis Javier Ortiz; en el campo de la historia económica están el trabajo de Luis F. Sierra sobre el tabaco, el de Fabio Zambrano sobre la agricultura en la primera mitad del siglo XIX, y el relevante libro de José Antonio Ocampo sobre el comercio exterior del país. En cuanto al siglo xx, los trabajos más destacados son los siguientes: en el campo de la historia económica, los estudios de Jesús Antonio Bejarano y Salomón Kalmanovitz sobre la agricultura; el de Óscar Rodríguez sobre la industria, el de Hugo López sobre la inflación en los años veinte, el de José Antonio Ocampo y Santiago Montenegro sobre la crisis de los años treinta, y el de Alfonso Patiño Rosselli sobre los años veinte y treinta; la historia del café, abordándola desde el si-
glo XIX, ha sido tratada por Absalón Machado y Mariano Arango. Mención especial requiere el libro de Marco Palacios sobre el café, que constituye una de las obras más importantes de la historiografía moderna del país. En el campo de la historia social ha llamado la atención la temática de la Violencia, en cuyo estudio se destacan los trabajos de Gonzalo Sánchez, Darío Fajardo y Carlos Miguel Ortiz; la historia del movimiento obrero y sindical ha sido estudiada por Miguel Urrutia, Víctor Manuel Moncayo, Fernando Rojas, Edgar Caicedo y Mauricio Archila, y también se encuentra abordada por Ignacio Torres Giraldo en su ensayo general sobre las luchas populares. En la perspectiva de la historia política sobresalen los estudios acerca de los partidos políticos y de la Revolución en Marcha de Alvaro Tirado Mejía, quien así mismo había escrito una síntesis de historia económica de Colombia; el libro de Medófilo Medina sobre el partido comunista; el de Francisco Leal sobre el Estado; el de José Fernando Ocampo para el período de la República Conservadora; la síntesis de Libardo González; y la historia global del poder político de Fernando Guillén Martínez. En el orden de los estudios regionales son notables los trabajos de Fals Borda sobre historia de la Costa. Como puede observarse, los nuevos esfuerzos investigativos han recaído fundamentalmente en las diversas temáticas de las historias económica, demográfica, social y política; sin embargo, son todavía grandes y numerosos los vacíos en estos campos, a lo cual se une la casi total ausencia de las investigaciones en las perspectivas de la historia de las mentalidades colectivas, historia cuya fructificación se espera en el país.
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Bibliografía «Campesinado, luchas agrarias e historia social: notas para un balance historiográfico». Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, n.º 11. 1983. MEDINA, MEDÓFILO. «Sesquicentenario: ideología e interpretación histórica». Estudios Marxistas, n.° 2. 1969. MELO, JORGE ORLANDO. «LOS estudios históricos en Colombia: situación actual y tendencias predominantes». Universidad Nacional, Revista de la Dirección de Divulgación Cultural n.° 2, 1969. MELO. JORGE ORLANDO. «La literatura histórica en la República.» En: Manual de literatura colombiana, tomo II. Bogotá, Planeta, 1988. OCAMPO LÓPEZ. JAVIER. Historiografía y bibliografía de la emancipación del Nuevo Reino de Granada, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Tunja, 1969. OCAMPO LÓPEZ, JAVIER. «De la historiografía romántica y académica a la Nueva Historia de Colombia», Gaceta de Colcultura, n.° 12-13, julio-agosto. 1977. TOVAR ZAMBRANO, BERNARDO. La Colonia en la historiografía colombiana. Bogotá, La Carreta. 1984. BEJARANO, JESÚS ANTONIO.
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La filosofía en Colombia Monseñor Rafael María Carrasquilla (18571930), gran impulsador desde su cátedra del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, del neotomismo, como reacción a las corrientes positivistas.
Rubén Sierra Mejía
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urante los últimos años del siglo XIX y primeras décadas del presente, los estudios filosóficos estuvieron dominados en Colombia por el neotomismo que como reacción a las corrientes empiristas, en especial al positivismo, impuso Rafael María Carrasquilla desde su cátedra en el Colegio del Rosario. El ambiente para el auge del neotomismo se preparó en el siglo pasado por acción de dos hechos históricos que tienen cierta conexión: la Regeneración de Rafael Núñez y la promulgación de la encíclica Aeterni Patris de León XIII. El concordato que en 1887 firmó el gobierno colombiano con el Vaticano, en el cual se concede a la Iglesia católica el control del contenido de la enseñanza, es el punto de confluencia de aquellos dos hechos. Con este acto diplomático, la educación en nuestro país seguirá un rumbo marcadamente religioso y, como consecuencia, clausurará la polémica que por años sostuvieron los partidarios de la enseñanza del utilitarismo en nuestros colegios y universidades, que se identificó con la ideología liberal, y quienes rechazaban
esta enseñanza por ser contraria a la doctrina cristiana. Anti-utilitarismo y, en general, anti-positivismo coinciden con la defensa del control de la educación por parte de la Iglesia. Miguel
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Miguel Antonio Caro, el más serio opositor del utilitarismo y partidario de la tutela de la Iglesia sobre la educación.
Marco Fidel Suárez, refutador del positivismo, que él identifica con el "materialismo ateo" y como contrario a la metafísica y a la teología.
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Antonio Caro, quien es sin duda el más serio opositor del utilitarismo en Colombia, defendió la posición de que la educación pública fuese organizada y dirigida de acuerdo con los postulados cristianos y estuviese sometida a la tutela de la Iglesia católica. Fue también Caro quien en polémica con el utilitarismo inició la restauración del tomismo, fundamentalmente en la versión de Jaime Balmes. Se explica entonces que mucha parte de su polémica anti-utilitarista se hubiese centrado en la discusión sobre la conveniencia de su enseñanza en los colegios y universidades del país. El concordato de 1887 y la influencia determinante que ejerció Caro en la cultura colombiana, alejarán las posibilidades de desarrollo de todo pensamiento filosófico que se pudiese considerar adverso a las doctrinas cristianas, haciendo posible así la restauración del tomismo. Recordemos que en sus Cartas al señor doctor Ezequiel Rojas, Caro basa su crítica al benthamismo en que sus enseñanzas son «contrarias al espíritu de la doctrina cristiana». Y Marco Fidel Suárez refutaba el positivismo porque esta filosofía se identificaba con el «materialismo ateo», ya que «repudia de lleno» la metafísica y la teología. La restauración del tomismo, como filosofía cristiana, será la tarea de monseñor Rafael María Carrasquilla. En 1882 publicó Carrasquilla un corto ensayo titulado La ciencia cristiana, en el que se propone demostrar el carácter científico de la teología y la supervivencia de la filosofía tomista. Es éste quizás el trabajo que mejor representa su personalidad filosófica. Como filósofo se propuso obedecer al mandato de León XIII de restaurar el pensamiento de santo Tomás, para lo cual se convirtió en discípulo del cardenal Désiré Mercier. Pero la importancia de Carrasquilla no es sólo filosófica, ni su filosofía tuvo la única misión de demostrar las verdades teológicas. La República conservadora que siguió a la Regeneración encontró en él a un verdadero ideólogo: su pen-
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Sarniento político no es más que una consecuencia de su pensamiento filosófico. Así como la ciencia debe estar subordinada a la religión, igualmente la ideología política debe concordar con las doctrinas católicas. De aquí que su crítica al liberalismo parta de la incompatibilidad que encontraba entre las ideas defendidas por esta ideología y el catolicismo: para Carrasquilla, por ejemplo, toda ley viene de Dios y le resultaba inaceptable reconocer otro origen al derecho, como la costumbre, la voluntad popular o la razón. La superioridad de la Iglesia frente al Estado radica justamente en el origen divino de la autoridad, en que la Iglesia tiene un origen directamente divino que no tiene el Estado. Es cierto que durante esta época en que le tocó actuar a Carrasquilla, algunos ensayistas colombianos trataron temas filosóficos muy alejados de la metodología y de los problemas del tomismo, pero no se puede decir que en ellos haya un pensamiento rigurosamente filosófico o que su interés central estuviese en la filosofía. Habría que citar en lugar destacado a Carlos Arturo Torres (Idola Fori, 1909), con su influencia de Herbert Spencer. Su obra, sin embargo, no logró una estructuración filosófica, perteneciendo más a la historia de la literatura y tangencialmente a la de la sociología que a la de la filosofía propiamente dicha. Perteneciente a una generación posterior, Luis López de Mesa intentó algunos ensayos estrictamente filosóficos, apartándose de la tradición tomista. Su obra se caracteriza por un rudimentario cientificismo (al menos por un elemental uso de los resultados científicos) como elemento primario de la reflexión filosófica, que expresó en un lenguaje culterano no siempre de buen gusto y cargado de tecnicismos, con los que quiso rendir tributo a las ciencias, especialmente a las naturales. En una historia de nuestra cultura, y en particular de la filosofía, habría que señalarle algunas cualidades positivas: podemos decir que en buena parte a él se le debe la secularización
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del pensamiento filosófico en Colombia, la atención que desde entonces éste les presta a las ciencias sin referirlas a la autoridad católica, y los intentos de interpretación filosófica de la historia de Colombia. Algo nuevo surge a partir de la década de los años cuarenta con la aparición en nuestro medio del cultivo profesional de la filosofía y de cierta producción filosófica que se enmarca dentro de corrientes contemporáneas como la fenomenología o la teoría
Monseñor Rafael María Carrasquilla, caricatura de Rendón. En "La ciencia cristiana", de 1882, se propuso demostrar el carácter científico de la teología.
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Luis López de Mesa escribió algunos ensayos filosóficos, apartándose de la tradición tomista. Su obra se caracteriza por un cientifismo rudimentario como elemento primario de la reflexión filosófica (Oleo de Héctor Osuna, Palacio de San Carlos).
Un aviso de la revista "Universidad", publicado en "El Gráfico", en octubre de 1928, para una encuesta filosófica, firmado por Arciniegas y López de Mesa.
pura del derecho. Si se nos permite hablar con alguna ligereza de ruptura, debemos situar ésta en el trabajo que se realiza en esos años. Esa ruptura fue más bien un empezar de nuevo, antes que una reacción crítica frente a lo existente. Los filósofos colombianos que iniciaron el proceso del pen-
Sarniento contemporáneo simplemente dejaron de lado lo que encontraron en nuestra tradición. Por lo demás, puede decirse que el tomismo impuesto por Carrasquilla ya era cosa muerta. Las circunstancias favorecieron a la nueva actitud del filósofo colombiano. En primer lugar, el auge de la industria editorial en los países hispanoamericanos, que inició la divulgación masiva del pensamiento europeo, y en segundo lugar, el impacto que ejerció entre nosotros la figura de José Ortega y Gasset, crearon un clima propicio para la recepción de la filosofía del siglo xx. A estas coordenadas externas, habría que agregar que en el interior las reformas educativas, ejecutadas por el liberalismo, en el poder desde 1930, permitieron un ámbito favorable para el estudio universitario de nuevas formas de pensamiento distintas al tomismo. Las anteriores circunstancias fueron propicias para la aparición de tres libros de filosofía que representan la inauguración de la filosofía moderna en Colombia: Lógica, fenomenología y formalismo jurídico (1942) de Luis Eduardo Nieto Arteta, Ambiente axiológico de la teoría pura del derecho (1947) de Rafael Carrillo, y Nueva imagen del hombre y de la cultura (1948) de Danilo Cruz Vélez. Todos ellos se inspiran en los problemas y en los métodos del pensamiento alemán del siglo xx, principalmente de la fenomenología, aunque hay que advertir que en las obras de Carrillo y Cruz Vélez la influencia fundamental proviene de Max Scheler. En un principio fueron tres los pensadores que se repartieron la atención de los colombianos en asuntos de filosofía: el español José Ortega y Gasset, el alemán Max Scheler y el austríaco Hans Kelsen. La influencia de la fenomenología no fue ejercida en aquellos años directamente por su fundador Edmund Husserl: por lo general, su presencia proviene de Scheler o de otros filósofos menores. Habrá que tenerla en cuenta sin embargo, ya
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que el influjo que ejerció, aun cuando indirectamente, marca la aparición de la filosofía contemporánea en Colombia, ya que desde entonces no dejará de haber un interés por el pensamiento fenomenológico. Hay que destacar en primer lugar la influencia de José Ortega y Gasset. Como en general en todo el mundo español, esta influencia no se la puede medir por las obras filosóficas colombianas que siguen la orientación de su pensamiento, sino por las incitaciones que despertó y por la apertura hacia la filosofía alemana que significó su obra filosófica, y en particular la tarea de publicista que llevó a cabo desde la Revista de Occidente. En alguna forma, el grupo de filósofos —Rafael Carrillo, Cayetano Betancur, Abel Naranjo Villegas, Luis Eduardo Nieto Arteta, Danilo Cruz Vélez— que asumió la tarea de introducir entre nosotros la filosofía contemporánea, se inició con la lectura de las obras del escritor español, y en algunos de ellos se conserva todavía la influencia de su pensamiento. Desde el punto de vista estrictamente filosófico, la influencia de Ortega ha sido reducida: Betancur es en Colombia quien más le aprendió y quien más acertadamente lo comentó, habiendo utilizado muchos conceptos orteguianos en su Sociología de la autenticidad y la simulación (1955). La influencia de Scheler fue mucho más profunda. A desemejanza de la de Ortega y Gasset, ella logró dejar algunas obras inspiradas en su filosofía, fundamentalmente en su ética y en su antropología. Dentro de esa corriente del pensamiento scheleriano se destacan dos libros: Ambiente axiológico de la teoría pura del derecho de Carrillo y Nueva imagen del hombre y de la cultura de Cruz Vélez. Habrá que observar además su influencia en Ilustración y valoración (1952) de Naranjo Villegas y en algunos artículos de Cayetano Betancur. La tesis central del libro de Carrillo es la de que la teoría pura del derecho de Hans Kelsen «aparece rodeada del ambiente de la filosofía de los valores
y como tratando de fundamentarse en ella». Los propósitos de Carrillo no son sólo los de rodear a la teoría pura del derecho de un ambiente axiológico, sino además evitar recurrir a la teoría del derecho natural, tanto en el sentido de un derecho que convive con el derecho positivo, como en el sentido de un ideal de derecho. En el proceso de depuración del derecho que busca Kelsen, se llega a un momento en que la trascendencia del sistema positivo jurídico se produce inevitablemente: es el momento en que se sale del ámbito de lo positivo para entrar en una atmósfera que favorece la equiparación de la norma fundamental reconocida por Kelsen con el valor. El libro de Cruz Vélez, por su parte,
Portada de "Ambiente axiológico...", 1947, de Rafael Carrillo, obra escrita bajo la influencia de Max Scheler, a propósito de la teoría de Hans Kelsen, y en la cual Carrillo evita recurrir a la teoría del derecho natural.
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Luis Eduardo Nieto Arteta, un intento de aproximación de las teorías de Kelsen y Husserl.
Rafael Carrillo, autor de "Ambiente axiológico de la teoría pura del derecho", "La rebelión contra los sistemas", "Filosofía del derecho como filosofía de la persona" y "Escritos filosóficos (filosofía contemporánea)".
toma una dirección distinta a la seguida por Carrillo y en general a la de los otros colombianos que por la década de los cuarenta sintieron el impacto de Scheler. No es la teoría de los valores ni, en particular, la ética el tema de su obra, sino la antropología filosófica, el otro campo de problemas que más atención recibió por parte de Scheler. El libro de Cruz Vélez busca fundamentar metafísicamente las disciplinas filosóficas que se ocupan del hombre y de la cultura, para llegar a la conclusión de que hombre y cultura son términos correlativos. En cuanto a la influencia de Kelsen, hay que decir que por razones ocupacionales, y fundamentalmente debido a que los primeros filósofos modernos colombianos tuvieron una formación básicamente jurídica, fueron la filosofía del derecho y los problemas colindantes con ella los temas que más los atrajeron y para los cuales estaban intelectualmente mejor equipados. Si hacemos excepción de Cruz Vélez, todos los demás iniciadores de la filosofía moderna en Colombia se ocuparon en alguna ocasión de los problemas filosóficos del derecho, los que analizaron casi siempre desde la perspectiva de la teoría kelseniana cuando no hicieron de esta teoría el tema central de sus investigaciones. Carrillo rodea a esa teoría de un ambiente axiológico y Betancur considera que la obra de Kelsen está fundada sobre el valor de la seguridad jurídica. A su turno. Nieto Arteta, en la obra que hemos citado, interpreta la teoría de Kelsen. siguiendo en ello a Carlos Cossio, como una lógica jurídica, pero no únicamente en el sentido de lógica formal, sino también como lógica trascendental, separándose en este segundo aspecto de su maestro argentino. Nieto Arteta se proponía en esta forma establecer una relación entre la teoría kelseniana y la filosofía de Husserl. La caída del partido liberal y el ascenso al poder del conservatismo en 1946, que como partido minoritario se encontró con grandes dificultades para
realizar un gobierno democrático, abrieron las puertas a un régimen de orientación totalitaria. Una consecuencia de ello fue la conquista del poder, en 1950, por Laureano Gómez, quien inaugura una era de intolerancia hacia cualquier idea o pensamiento que no se ajustara a unos ideales ficticios de cristianismo e hispanidad diseñados por el régimen. En ese medio surge Víctor Franck, filósofo que llegó al país procedente de Austria. Los ensayos que escribió en Colombia y recogió luego en Espíritu y camino de Hispanoamérica (1953). tuvieron como propósito manifiesto restaurar entre nosotros la escolástica o, como él mismo lo proponía, iniciar «la vuelta a santo Tomas», «la vuelta a Suárez». como redescubrimiento del pasado hispanoamericano, y como propósitos claramente insinuados, los de darle bases filosóficas a la política que en ese momento practicaba el gobierno colombiano. Puede considerarse ese período como un paréntesis en el desarrollo filosófico colombiano, que se reanuda al comenzar la década de los sesenta como normal tarea universitaria. Regresan entonces al país algunos profesores que, ante la situación de hostilidad implantada por el gobierno de Gómez, viajaron a Alemania para adelantar estudios filosóficos. En esta segunda etapa las influencias fundamentales son las de Husserl, Martin Heidegger y el marxismo. Las primeras manifestaciones de una preocupación por el pensamiento de Husserl datan de la década de los cuarenta, especialmente con las obras de Nieto Arteta. Sin embargo, aquella primera atención que se le presta, se hizo por lo general a través de exposiciones de su pensamiento o de filósofos que como Scheler habían adoptado el método fenomenológico para abordar con él temas ajenos a la filosofía husserliana. Habrá que esperar hasta la década de los sesenta y aun a años más recientes, para encontrar investigaciones fenomenológicas de alguna importancia. No puede decirse
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sin embargo que la fenomenología haya sido adoptada como método filosófico, sino la mayoría de las veces como el objeto de una investigación que se propone tematizar un problema específico de la filosofía husserliana. Filosofía sin supuestos (1970), de Cruz Vélez, es sin lugar a dudas la obra más importante de este período. En ella el filósofo colombiano muestra cómo Husserl, que se mueve dentro de la metafísica de la subjetividad, no puede destruir, en su tarea de depurar a la filosofía de sus supuestos, el suelo en que se mueve, es decir, no puede superar la metafísica de la subjetividad. Se limitó Husserl a tematizar los supuestos que caían del lado del objeto. A Heidegger le tocará continuar la tarea de su maestro y llevar la «crítica de los supuestos del lado del subjetivismo», para lo cual tendrá que intentar la superación de la metafísica de la subjetividad. Dentro de la misma corriente fenomenológica hay que destacar las obras de Guillermo Hoyos Vásquez y Daniel Herrera Restrepo. El primero, en especial con Intentionalitaet als Verantwortung (1976), en la que se propone interpretar la relación existente entre la teleología propia de la intencionalidad y la teleología de la historia, tal como fue tematizada en las últimas obras de Husserl. Los orígenes de la fenomenología (1980), de Herrera Restrepo, estudia en cambio el período husserliano comprendido entre 1901, fecha de publicación de las Investigaciones lógicas, y 1913, año en que aparecen las Ideas. En cuanto a la filosofía de Heidegger, hay que decir que despertó pronto verdadero entusiasmo en Colombia: ese entusiasmo se ha centrado en su analítica existencial, es decir, en su primer período, pero muy poco en el pensamiento metafísico que desarrolló con posterioridad y como consecuencia de los propósitos declarados en Ser y tiempo. Ya Carrillo había echado mano del pensamiento heideggeriano en Filosofía del derecho como filosofía de la persona (1945). Pero es en la obra de Cruz Vélez, con excepción de
su primer libro, donde se patentiza una mayor y más penetrante influencia heideggeriana, aun en aquella obra que le dedicó a Husserl y a la que ya hemos hecho mención. La solución que Cruz Vélez le dio al comienzo de su carrera filosófica al problema de la naturaleza del hombre y de la relación de éste con la cultura, la enriqueció después con un elemento procedente de la analítica existencial. Si hombre y cultura son términos correlativos, entonces ninguno de ellos puede ser considerado como el término fundamen-
Danilo Cruz Vélez, principal intérprete y desarrollador de las ideas de Martin Heidegger en Colombia, autor de "¿Para qué ha servido la filosofía?", "Aproximaciones a la filosofía", "Filosofía sin supuestos", y "Nietzscheanas".
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tal. Se plantea por consiguiente la pregunta por el fundamento de la relación, para encontrarlo en la existencia humana, lo cual quiere decir que es en ésta donde se da aquella relación, pues la «existencia es un modo peculiarísimo de ser en otro», lo cual «otro» no es nada distinto a la cultura. La relación que Cruz Vélez planteaba en Nueva imagen del hombre y de la cultura, se la estudia en Aproximaciones a la filosofía (1977) desde la existencia, de ese modo de ser del hombre, y de la libertad o trascendencia como nombres fundamentales del ser de este ente. El carácter trascendente de la existencia indica que el hombre sale de la naturaleza para ir hacia la cultura, o el mundo, entendiendo éste como «conjunto de posibilidades esbozadas por el hombre en cada caso». La influencia del marxismo en la vida social, y en especial política, de Colombia, no es un fenómeno nuevo ni superficial. Tampoco ha estado limitada únicamente a praxis política: las investigaciones históricas y sociológicas que han acogido la metodología marxista son cada vez más abundantes. No obstante su amplia influencia y las abundantes investigaciones en el campo de las ciencias sociales, los estudios marxistas propiamente filosóficos son escasos, a no ser que contemos entre ellos los que en la actualidad se afilian en los movimientos filosóficos neomarxistas, como la teoría crítica de la Escuela de Francfort. Se ha considerado a Nieto Arteta como pionero de esos estudios. Pero el marxismo fue para él únicamente, una inclinación de juventud, que no logró expresarse en un trabajo de un aceptable rigor conceptual, y del cual se apartó en su edad madura para acogerse a otras tendencias filosóficas como la fenomenología. Habrá que esperar entonces al grupo que promovió la publicación de la revista Estrategia, en la década de los sesenta, para encontrar algunos ensayos fundamentalmente filosóficos afiliados al pensamiento de Marx. Este grupo, dirigido por Estanislao Zuleta y Mario
Arrubla, vinculó desde un comienzo el pensamiento marxista con otros pensadores contemporáneos como Freud y Sartre, buscando superar así el dogmatismo de los manuales y hacer del marxismo una doctrina que pueda dar respuesta crítica a los problemas contemporáneos. Francisco Posada, aunque no hizo parte del grupo de Zuleta y Arrubla, pertenecía a su misma generación y guardó con él algunas actitudes críticas semejantes. Sus preocupaciones filosóficas tuvieron su centro en los problemas estéticos, a los que dedicó su obra Lukács, Brecht y la situación del realismo socialista (1969). Sus meditaciones aparecen siempre mediatizadas por una investigación sobre pensadores marxistas que han tratado acerca del tema o por un trabajo historiográfico sobre alguna polémica entre grupos marxistas en torno al problema de la obra de arte. En su ideal de arte popular, el pensamiento marxista ha postulado como patrón al folklore, el arte clásico o el arte de temas exclusivamente obreros y campesinos. Pero estos patrones están muy lejos de ofrecernos los elementos de una estética marxista. El realismo socialista se convirtió en una actitud conservadora e incompatible con la dialéctica acerca de las relaciones entre la base y la superestructura, pues sólo establece una relación mecánica entre éstas, para convertir el arte en un instrumento de propaganda. Indudablemente el mayor reto a que ha tenido que enfrentarse el cristianismo moderno proviene del marxismo. De una posición inicial de rechazo, ha tenido que entrar a entablar un diálogo con él, como resultado de las políticas que a partir del Concilio Vaticano II ha adoptado la Iglesia. Pero no han sido tanto las políticas oficiales del catolicismo de compromiso político en amplios sectores del clero, las que han promovido el acercamiento al marxismo. En el caso particular de Colombia, la participación del clero en la Violencia surgida después del 9 de abril de 1948 y la actitud asumida
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por Camilo Torres Restrepo. son hechos que han ayudado, y en parte determinado, la aparición de aquella conciencia política en algunos sectores cristianos que buscan en el marxismo los instrumentos necesarios para promover el cambio social. Pero también hay que señalar que esta situación ha llevado a que se acentúe la tesis sostenida por sectores antagónicos de que marxismo y cristianismo son excluyentes. La obra de Alfonso López Trujillo se propone responder a quienes consideran que se puede adoptar el método marxista sin comprometer su fe. En Liberación marxista y liberación cristiana (1974) nos ofrece, por una parte, un análisis de aquel método para determinar su aspecto científico y, por otra, el estudio de la concepción marxista del hombre para oponerla a
la cristiana. Desde esta dirección le reprocha a Marx no dar una definición ontológica del hombre y quedarse en una descripción que para López Trujillo está muy cerca del existencialismo, pues «no dice qué es el hombre, sino que ilustra la manera como en la realidad empírica se presenta». Marx no define al hombre por la conciencia sino por sus posibilidades de producción, esto es, por su ordenación al trabajo, ofreciendo así una mirada periférica. Plantear el problema de las relaciones entre marxismo y cristianismo tiene sentido si se acepta la diferencia entre el humanismo del uno y el del otro. Adaptar la metodología marxista, sin mirar el pensamiento marxista acerca del hombre, es abrirle las puertas al cristiano a «una metodología que le suplantará progresivamente su fe».
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histórica de Colombia y otros ensayos. Bogotá, Colcultura, 1977. «La filosofía y la provincia», Magazín Dominical. Bogotá, 25 de junio y 1 de julio, 1985. MARQUÍNEZ ARGOTE, GERMÁN et alt. La filosofía en Colombia (Bibliografía del siglo xx). Bogotá, USTA, 1985. SIERRA MEJÍA, RUBÉN. «Temas y corrientes de la filosofía colombiana en el siglo xx», en: Ensayos filosóficos. Bogotá, Colcultura, 1978. SIERRA MEJÍA, RUBÉN. Comp. La filosofía en Colombia (siglo xx)). Bogotá, Procultura, 1985. VÉLEZ CORREA, JAIME. «Proceso de la filosofía en Colombia», Universidad de Antioquia n ° 143. Medellín, 1960. JARAMILLO VÉLEZ, RUBÉN.
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Capítulo 10
El pensamiento económico en Colombia Enrique Low Murtra Pensamiento económico en el siglo XIX
L
a segunda mitad del siglo XIX en Colombia está mareada por cuatro grandes debates del pensamiento económico, todos los cuales reflejan, sin duda, la influencia del debate económico que prevalecía en Europa: la primera de esas controversias surge entre los defensores del libre cambio, estrictos seguidores de Smith, Ricardo y Mill, y los apologetas del proteccionismo mercantilista. Entre los primeros se destaca la figura de Florentino González, quien fue ministro del general Mosquera en su primera administración. Entre los segundos sobresale precisamente Rafael Núñez. La segunda de estas grandes controversias es la que se presenta entre los defensores de la moneda metálica y los que propugnaban el carácter fiduciario o nominalista del dinero. La primera línea de pensamiento fue sostenida con mucho calor por Miguel Samper, entre otros, y la segunda fue la que sirvió de motivo para que Rafael Núñez crease el Banco Nacional. Al-
gunos otros aspectos relativos a la naturaleza, fines y forma de la moneda fueron objeto de debate en los últimos años del siglo XIX en Colombia. El tercer aspecto propio de la controversia económica del siglo XIX se refiere al uso de un factor de la producción: la tierra. Finalmente, el tema de la organización del Estado, en medio de grandes controversias y aun de guerras civiles, polarizó criterios encontrados entre los partidarios del centralismo y los del federalismo. Debate entre proteccionistas y librecambistas La teoría del comercio internacional libre fue traída a Colombia por Florentino González, quien pensaba que era benéfico para los pueblos. Entre sus célebres enunciados se recuerda lo que dijo en la Cámara de Diputados: «... en un país rico en minas y productos agrícolas que puede alimentar un cuantioso y lucrativo comercio de exportación, las leyes no deben favorecer el desarrollo de industrias que distraen a los habitantes de las ocupaciones extractivas y agrícolas que les permitirán obtener la mayor ventaja... Debemos ofrecerle a Europa materias
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Rafael Núñez, seguidor en este punto del pensamiento de las sociedades democráticas organizadas en un principio por Ambrosio López, propugnó por un arancel más elevado y por el fortalecimiento del proteccionismo. Desde que asumió la presidencia el 8 de abril de 1880, propuso elevar el arancel para fomentar la industria y el trabajo nacionales. Desde entonces encontró resistencia en Carlos Martínez Silva y Miguel Samper, quienes se aferraron sustancialmente a la tesis del libre cambio. El debate entre librecambistas y proteccionistas enriqueció la doctrina económica del siglo XIX en nuestro país, y fue, en buena parte, reflejo de lo acontecido en Europa. Debate sobre cuestiones monetarias
Florentino González, primas y abrir nuestros puertos a las introductor en Colombia manufacturas para facilitar el comerde la teoría del libre comercio internacional. cio y las ventajas que él trae, y para suministrarle al consumidor, a precios Decía: "Las leyes no bajos, los productos de la industria deben favorecer el desarrollo de industrias manufacturera». Desde luego, este que distraen a los pensamiento motivó grandes conflichabitantes de las ocupaciones extractivas." tos de criterio que, en buena parte, re(Medallón de su tumba, flejaban también los conflictos de inCementerio Central, tereses de la época. El pensamiento de Bogotá). Florentino González coincidía con los
intereses de muchos comerciantes, al paso que los artesanos veían en esa filosofía librecambista un grave peligro para el funcionamiento de sus industrias.
Varios fueron los puntos propios del debate monetario a finales del siglo pasado en Colombia. El primero de ellos, el más importante, centra su atención en el problema de la naturaleza de la moneda, y precisamente a raíz de la fundación del Banco Nacional de Núñez se presentaron claramente estos puntos del debate en escritos de varios e importantes pensadores: Miguel Samper sostiene que el valor de la moneda es intrínseco y radica en la cantidad y calidad del metal precioso que contiene, por lo cual, para él la moneda de papel es «moneda falsa». De allí se deduce que la acción del Estado se deba limitar a garantizar y a autentificar la existencia de aquellas cualidades sin pretender «variar» el valor «natural» que la moneda posee. A esta teoría se opone el principio sostenido por Núñez y Caro de que la moneda no es más que un signo y que para que un objeto sea moneda no necesita ser mercancía sino que debe cumplir funciones específicas: ser capaz de medir el valor, ser reserva del valor y servir de medio de pago, gozando de aceptabilidad general: Dentro de este criterio nada se opone a que el acervó monetario de un país
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Capitulo 10
esté compuesto por papel moneda inconvertible. Por esta razón decía Rafael Núñez en su libro La reforma política: «lo que parece más y más probable es que la moneda metálica, de cualquier especie, ceda el campo a la moneda fiduciaria en los pueblos que vayan avanzando en civilización. La moneda fiduciaria, antídoto de la usura, será sustancialmente, repetimos, la moneda futura por excelencia, como ya lo es en ciertas esferas del movimiento mercantil». Para Núñez y para Caro, la ley de la moneda no se rige por la calidad de ésta (oro, plata o papel) sino por la cantidad en circulación: ésta es la que mantiene su poder adquisitivo, sin más respaldo que su uso y la necesidad que con él se satisface, siendo como es la moneda artículo de monopolio del Estado, con exclusión de otro competidor. En el marco de esta concepción se desarrolló el dogma de los doce millones que ponía un tope a las posibles emisiones de dinero por parte del Banco Nacional. Con el tiempo, este dogma fue abandonado por los gobiernos de la época: agobiados por dificultades financieras, los ministros suscribieron actas de emisión secreta que llevaron al desbordamiento monetario, como claramente lo relatan varios historiadores económicos como Abel Cruz Santos, Guillermo Torres García y Óscar Alviar. Otro aspecto importante es el relativo al privilegio de emisión. Con la creación de los bancos en 1871 se habló, en aquella época, de algunos derechos individuales propios de los establecimientos financieros de entonces: libertad de emisión, derechos exclusivos de proporcionar créditos, control del numerario metálico y aun la posibilidad de recibir fondos de la Tesorería General del Gobierno, su principal crédito. Contra esta idea, marcada por un individualismo acendrado, se pronunció Rafael Núñez, quien siempre propugnó por la consagración de la potestad de emisión
como privilegio exclusivo del Estado. Entre los escritores que defendieron con vehemencia el privilegio de emisión a favor del Estado se recuerda a Felipe de Ángulo y a Francisco de P. Matéus, quienes en determinada ocasión escribieron: «Decretóse la creación del Banco Nacional y se consagró en doctrina, aunque no se sancionó en la práctica, el principio de que si la industria bancaria es libre como todas lo son y han sido en Colombia, el derecho de emitir billetes no es inmanente en el ciudadano, sino una función que el Estado ejerce o puede ceder, pero le es propia, según la práctica de las más adelantadas naciones». Contra esta concepción se pronunció también Miguel Samper: «es lícito a todo gobierno dirigir el crédito público, pero nunca lo es injerirse en el
Portada de "El desengaño", de Ambrosio López, director de la Sociedad de Artesanos, 1851. López, al frente de su gremio, se opuso a las ideas de Florentino González.
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todas luces, porque en todo caso deben respetarse los derechos adquiridos. Por supuesto que admite el derecho de la autoridad de inspeccionar los bancos privados, de emisión, en obsequio de los intereses sociales que puedan ser afectados; pero de aquí no se desprende la facultad autoritativa de permitir o no la existencia o creación de bancos.» La posición de Miguel Antonio Caro, traducida en Escritos sobre cuestiones económicas, es un tanto ecléctica; a pesar de ser partidario de la moneda fiduciaria sostiene: «un banco netamente oficial ofrece inconvenientes palpables. La autonomía de que se le inviste es irrealizable... no habiendo más que un accionista, el concepto de acción que supone sociedad, desaparece... La supuesta autonomía de un banco oficial es antinomia y el ensayo que de ella se haga lejos de atenuar agrava, como la experiencia lo acredita, los inconvenientes insinuados, por cuanto delimita las responsabilidades, rompe el orden jerárquico y aleja o burla la inspección superior que siempre es una garantía.» Un interesante trabajo intitulado La cuestión monetaria en Colombia, a finales del siglo XIX, escrito por Carlos Calderón, es célebre en su frase: «el problema de la moneda es esencialmente un problema de producción.» En este estudio se recogen muchos de los elementos que formaron el gran debate de finales de siglo sobre cuestiones monetarias en Colombia. El tema agrario
Rafael Núñez, defendió un arancel más elevado y un fortalecimiento del proteccionismo. (Oleo de Epifanio Garay, Museo Nacional, Bogotá, fragmento).
crédito privado y menos el tratar de dirigirlo, pues éste está sujeto a leyes superiores a la acción de la autoridad. Desde que dependa del presidente este asunto podrá, si lo quiere, anonadar a los bancos, en los cuales todos los colombianos han comprometido sus intereses, y esto sería iniquidad a
Tres problemas básicos despiertan interés de los estudiosos del siglo pasado en relación con el uso del recurso económico tierra: el tratamiento de las tierras de la Iglesia (bienes de manos muertas), el problema de los resguardos indígenas y el problema de las tierras baldías. Uno de los puntos más controversiales de la época del radicalismo fue el programa que se llamó la desamortización de los bienes de manos muer-
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tas. Como lo indica el historiador William P. McGreevy, «amortizar» significa «poner en manos de los muertos», o más ampliamente, la acción de otorgar derechos inalienables de propiedad a una organización perpetua. En consecuencia, desamortizar significa quitar de manos de los muertos o librar a la propiedad de la condición de inalienabilidad. El proceso de acumulación de tierras por parte de la Iglesia en Colombia se remontaba probablemente a las primeras épocas de la ocupación española y se acrecentó por la costumbre de muchos de legar títulos de tierras a la Iglesia y a sus diferentes órdenes. Ello resultó en una gran acumulación de riqueza por parte de las organizaciones religiosas. En 1861 por virtud de la ley 8 del 19 de marzo se canceló toda renta nominal perteneciente a iglesias, patronatos, capellanías, etc. Buena parte de la controversia del siglo pasado se centró en el debate que suscitó esta decisión del general Mosquera. En su escrito Lecciones de legislación fiscal, Ramón Guerra Azuola dice: «inadecuadamente llamadas de manos muertas (tierras de la Iglesia) que antiguamente eran compradas y vendidas libremente, pasaron a manos de especuladores de tierras en tal forma que no entraron al mercado sino bajo presiones extraordinarias, ya que la opinión pública no aprobaría la especulación de tierras que resultaría de su venta pública... Han pasado diecinueve años... y estas propiedades permanecen aún más estancadas.» Al otro lado de la controversia se encontraban los radicales, que pusieron especial énfasis en la importancia de la movilidad a las transacciones de los bienes inmuebles incorporando en ellas a los latifundios eclesiásticos. Otro aspecto importante de la discusión sobre la tierra tuvo que ver con los resguardos. Durante el gobierno del general José Hilario López se dio el decreto de 22 de junio de 1850 que ordenó la abolición de los resguardos: este sistema de origen colonial esta-
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"Ensayos de crítica social", de Rafael Núñez, edición de E. Cagniard, Ruán, 1874.
Miguel Antonio Caro: ecléctico en materia monetaria, decía: "Un banco netamente oficial ofrece inconvenientes palpables; la autonomía es irrealizable."
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Caricatura de Tomás Cipriano de Mosquera, autor de la ley 8 del 19 de marzo de 1861, por la cual se canceló toda renta nominal de la Iglesia, o "bienes de manos muertas". (Álbum Urdaneta, Biblioteca Nacional, Bogotá).
blecía organización comunitaria de la propiedad en favor de los indígenas, que no gozaban de la libertad para vender sus tierras. Bajo la influencia de las ideas liberales de la época se logró persuadir a los indios que convirtieran sus tierras en propiedades individuales; ello, paradójicamente, llevó a que «ellos [los indios] inmediatamente vendieran sus tierras a precios ínfimos. Los indios se convirtieron en jornaleros...». Salvador Camacho Roldán, célebre figura del radicalismo, criticó esta evolución porque resultó falaz; perjudicó a quienes quería proteger, desestimuló la producción agropecuaria y produjo dispersiones y migraciones inde-
seables de la población agrícola. La tercera controversia se refiere al uso de los baldíos. Desde 1843 se concedió la propiedad de baldíos a familias que hicieran utilización de los terrenos en zonas señaladas por el gobierno. Se quiso vincular la propiedad con la explotación económica, hecho que se refleja en la ley del 7 de mayo de 1845; paradójicamente, el manejo de los baldíos presenta un severo contraste entre la intención de la ley, que al parecer deseaba que las tierras baldías fueran siempre distribuidas en favor de pequeños propietarios y núcleos familiares, y los resultados prácticos que, como observa McGreevy, favorecieron la traslación de baldíos a manos de una «élite terrateniente». De las tres controversias, las más importantes fueron las dos primeras; la legislación sobre baldíos durante el siglo pasado parece haber sido menos crucial que el tratamiento de los resguardos y el uso de las tierras de la Iglesia. De todos modos, estas tres polémicas fueron fuente de escritos de varios pensadores, encabezados quizá por Salvador Camacho, y motivaron luego, en años posteriores, numerosos estudios sobre el tema de la política agraria en Colombia. La organización del Estado La polémica que más debates públicos suscitó en el siglo pasado fue la pugna entre centralistas y federalistas. Paradógicamente, la discusión no giró en torno al principio de un Estado fuerte, pues durante el siglo XIX siempre se aceptó el principio del laissez-faire que difundieron los filósofos de la fisiocracia francesa. La división de las opiniones estaba entre aquellos que pensaban que en el poder de los estados se hallaría un medio más eficaz de afianzar su poder e intereses personales y aquellos que esperaban tener más éxito a través de fortalecer el gobierno central. Aunque esta polémica tenía más caracteres políticos que económicos, tuvo incuestionables incidencias en la
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evolución del pensamiento económico colombiano. Los defensores del radicalismo propugnaron por una limitación de las rentas del gobierno central y por una restricción de sus funciones en beneficio de las rentas estatales y de las funciones de la organización territorial del país. Esta dimensión fiscal del problema administrativo y político tuvo como contradictor principal a Rafael Núñez y los pensadores de la Regeneración; ellos propugnaron con vehemencia por la unidad de la República, lo que en el plano fiscal representó desalentar la autonomía de las entidades territoriales y fortalecer las rentas de la Nación, así como centralizar las funciones administrativas en el Gobierno Nacional. Pensamiento económico colombiano en el siglo xx La orientación científica colombiana en materia económica durante el siglo xx es mucho más compleja que la que prevaleció en el siglo pasado. Existe un importante grupo de autores con gran influencia del socialismo, en sus varias facetas: socialismo utópico, socialismo científico, socialismo de Estado. Antonio García es quizá el escritor más sobresaliente del siglo xx en Colombia, tanto por la abundancia y fecundidad de sus escritos, como por la originalidad y profundidad de sus obras. Para analizar, sin embargo, el pensamiento económico durante el siglo xx en Colombia, conviene también estudiar los grandes debates alrededor de las cuestiones económicas. Tres son los fundamentales en este siglo: el primer gran tema es capitalismo y socialismo, vale decir, la gran polémica que se suscita entre los partidarios del sistema del mercado como mecanismo para la asignación de los recursos y la distribución de las rentas y la de los partidarios del sistema socialista, donde se elimina la propiedad de los medios de producción en manos de los
Rafael Uribe Uribe, particulares. Desde luego, en Colombia, como en toda la polémica univer- pionero del pensamiento económico de toque sal que suscita el tema, el debate no se socialista a comienzos limita a los dos extremos bipolares: del siglo XX, toma en consideración facetas interdefensor de un medias que van desde los partidarios embrionario socialismo de Estado, del capitalismo exorbitante hasta los o línea económica más radicales comunistas, pasando popular. por toda clase de matices. El segundo gran tema es el debate de la planeación o planificación, ligado estrechamente al problema del desarrollo. Por último, es grande la riqueza del pensamiento económico colombiano alrededor del tema de la política económica en sus variadas facetas. A diferencia del siglo XIX, las influencias intelectuales en el siglo xx trascienden al continente europeo y a los pensadores del norte de América.
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Jorge Eliécer Gaitán, teórico de la renta de la tierra en el marco de la oposición entre socialismo y capitalismo, en su libro "Las ideas socialistas en Colombia"
No sólo puede decirse que hay más originalidad en nuestra ciencia económica este siglo: puede también hacerse la observación de que una buena parte de la influencia científica sobre nuestros economistas está ligada con el modo de enfocar los problemas del desarrollo y de la organización de la economía por parte de escritores latinoamericanos. Autógrafo del general Rafael Uribe Uribe, 1907.
Capitalismo y socialismo La polémica entre capitalistas y socialistas es, en Colombia, tan antigua como en Europa. Célebres son, por ejemplo, las cartas entre Miguel Samper y Manuel Murillo Toro en relación con la frase del «dejad hacer». Miguel Samper defendía con vehemencia la doctrina preconizada por Juan Bautis-
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ta Say de defensa del mercado libre en una carta del 28 de noviembre de 1853. Manuel Murillo Toro le respondió al señor Samper en El Neogranadino, y puso especial énfasis en la cuestión de que una democracia auténtica no podía dejar al arbitrio del libre mercado decisiones fundamentales de la vida comunitaria, pues uno de los problemas básicos de la organización económica libre era, en su sentir, el de la desigualdad económica y el de la concentración de poderes financieros en pocas manos. Sin embargo, sólo a finales del siglo XIX y a comienzos del xx aparece el pensamiento económico de toque socialista bajo la inspiración de Rafael Uribe Uribe, uno de los más auténticos defensores de lo que pudiera llamarse, en aquel momento embrionario, socialismo de Estado o Línea Económica Popular. El socialismo de Estado no alcanzaba a ser en Uribe lo que hoy conocemos como tal: una forma de organización en la que se trasladan al sector público, por vía de nacionalización, las industrias claves. Mucho menos era el socialismo científico que, partiendo de la lucha de clases, busca la supresión de esa antinomia mediante la supresión de la propiedad de los medios de producción. El llamado socialismo de Uribe se limitaba a propugnar varias medidas, muy moderadas a nuestro juicio, aunque muy avanzadas para la época: a) cambiar el Senado de cámara política en cámara de trabajo, por lo cual la representación no sería por votación popular sino por representación laboral; b) buscar en el sistema tributario un mecanismo que sirviese para mejorar la distribución de las riquezas; c) reformar el sistema de la herencia, pues para Uribe «nada más legítimo que el hombre goce del producto de su trabajo, que recoja el fruto de la simiente que sembró; pero parece menos legítimo que transmita el fruto de su trabajo a otro hombre, si esto ha de dar por resultado la ociosidad del que he-
reda y los vicios que la ociosidad engendra»; d) Legislación social. Uribe fue el precursor de una legislación avanzada en el campo social; propugnó por indemnizaciones por accidentes de trabajo, pensiones de invalidez y vejez, seguro de muerte, control de condiciones higiénicas de trabajo, organización de asistencia pública, descanso obrero obligatorio y participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas. Después de la muerte de Uribe, y fundamentalmente a partir de la década de los años veinte, la polémica entre el capitalismo y el socialismo adquiere creciente importancia tanto en el campo conceptual como en el político. Jorge Eliécer Gaitán escribe en 1924 su libro sobre Las ideas socialis-
Alejandro López, autor de "Problemas colombianos", "El trabajo" e "Idearium liberal", fue un destacado defensor de las ideas socialistas en la década de los años veinte.
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Lauchlin Bernard Currie, al fondo, durante una conversación con Dudley Singer, de la Tropical Oil Company, y Alfredo Araújo Grau, ministro de Trabajo, hacia 1950. Al frente de la misión del Banco Mundial que llegó en ese año, Currie publicó el que se ha calificado como el primer plan económico del país, titulado: "Bases de un programa de fomento para Colombia".
tas en Colombia. Muchas son las dimensiones de este interesante estudio. Uno de los temas que mejor desarrolla es el relativo a la renta de la tierra: ésta proviene, no del esfuerzo del hombre, sino por el hecho de haber sido reducido el suelo a propiedad privada. Vale decir, la renta de la tierra nace del monopolio, o si se quiere del oligopolio, que unos pocos ejercen sobre ese bien que debería ser común: «Es algo que no representa fruto ninguno del trabajo; es solamente la parte de la producción que aquel que trabaja tiene que dejar a quien ni trabaja ni produce para el pago de un monopolio.» Observa Gaitán cómo la trans-
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formación tecnológica es un contra-argumento de los defensores del sistema de propiedad privada a favor de la organización capitalista del sistema agrario. Al respecto, cita a LerbyBeaulieu. Sin embargo, Gaitán desecha este punto de vista, pues quienes pueden realizar las grandes inversiones en la tierra son los más ricos, con lo cual se ahonda el problema social. Muchos más son los escritores que desatan la controversia sobre el sistema económico en la década de los veinte. Lucas Caballero en varias publicaciones del Diario Nacional parece haber sido apasionado defensor de las ideas del tradicional sistema de mercado, trayendo a colación filosofías de Spencer y criterios marcadamente individualistas. Por el otro lado, Alejandro López, de quien se conservan tres grandes trabajos, a saber: Problemas colombianos, El trabajo e Idearium liberal, fue, por el contrario, uno de los más destacados defensores de las ideas socialistas en esa década. Durante más de cincuenta años fueron luminosas e importantes la presencia intelectual y la posición ideológica del maestro Antonio García, quien orientó juventudes y profesionales por varias décadas, y cuyo pensamiento se plasma en numerosas obras, la mayoría de ellas críticas del sistema capitalista, y muchas con importantes dosis de originalidad y gran riqueza intelectual. Hay en la obra de Antonio García un primer elemento de crítica metodológica al enfoque racionalista o, si se quiere, positivista, de la teoría económica ortodoxa, fuertemente inspirada en los escritos de Marshall y Keynes. No se trata de ignorar esos enfoques o de rechazar ciegamente esos informes, sino de cuestionar su orientación en cuanto es ajena a realidades históricas de la América Latina del siglo xx. En contraste, el trabajo La democracia en la teoría y en la práctica representa un enfoque sociológico y estructuralista del pensamiento de Antonio García, cuyos tintes socialistas no sólo trascienden en sus conclusiones sino que también pene-
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tran en los enfoques metodológicos que le sirven como punto de partida. Igualmente su trabajo Bases de economía contemporánea es fundamental en el análisis de los temas económicos en Colombia. La polémica entre los partidarios del sistema capitalista y los socialistas encuentra matices moderados en un grupo de pensadores intermedios, quienes desarrollaron las ideas del intervencionismo del Estado, muchas de las cuales se plasmaron en forma completa en la reforma constitucional de 1936. El gran protagonista de esta posición intelectual y política fue el presidente Alfonso López Pumarejo. Aunque el concepto de intervención del Estado tiene muchos antecedentes en la historia colombiana, tanto en el plano del derecho público como en el de las ideas y conceptos, la importancia de su consagración en 1936 obedece no sólo a su elevación a un canon constitucional sino, además, a la inusitada dinámica que adquirió en la vida económica del país. La transfor-
mación de una sociedad feudal en una sociedad moderna reclamaba la injerencia del Estado para regular esas energías nacientes. De allí surgieron los grandes cambios: límites al derecho de propiedad, introduciéndole a éste una función social que le es inseparable y que implica obligaciones; la consagración de la potestad y si se quiere de la obligación que tiene el Estado de intervenir por medio de leyes en la producción, distribución y consumo de la riqueza para fines de eficiencia y equidad; la necesidad de una reforma agraria en procura del bienestar de los campesinos; en fin, la urgencia de una legislación laboral que protegiese los derechos de los trabajadores. El debate sobre la planeación Un segundo gran tema es la planeación. En el año de 1950 vino a Colombia una misión del Banco Mundial bajo la dirección del profesor Currie. Producto de los estudios de esta miCarlos Lleras Restrepo, ministro de Hacienda en 1943, con el presidente López Pumarejo, protagonista de las ideas del intervencionismo de Estado, que ya habían inspirado sus reformas de 1936.
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sión, se publicó por la Universidad John Hopkins un libro intitulado Bases de un programa de fomento para Colombia. Aunque no puede decirse con propiedad que este trabajo constituya un verdadero plan económico, su estructura sistemática y el nivel de análisis empírico tan completo que contiene hicieron que el profesor Guillermo Perry Rubio lo ubicase como el primer plan económico de Colombia. Uno de los elementos centrales de la estrategia del desarrollo que presenta es la adecuada explotación de la riqueza natural del país. Para los analistas de este estudio, la fuente principal de los desequilibrios económicos de Colombia radica en una inadecuada utilización de sus recursos naturales, principalmente las tierras. Para lograr una adecuada utilización de las tierras, el trabajo del Banco Mundial sugiere la utilización de sistemas fiscales suficientemente drásticos como para inducir a los propietarios a hacer un mejor uso de sus recursos. En 1957, otra misión extranjera, orientada por el padre Lebret, cuya denominación fue Economía y Humanismo, hizo importantes análisis sociológicos sobre las condiciones de vida del pueblo colombiano. Aun cuando el trabajo de esta misión tuvo más contenido empírico que analítico, dentro de sus conclusiones estructura algunas formulaciones prácticas que lo asimilan a un plan de desarrollo. Punto neurálgico de su estrategia es el de establecer equipos polivalentes para realizar trabajos concretos a nivel de las comunidades sociales. Con la creación de los organismos de planeación del Estado, el tema se enriqueció sustancialmente, pues tales organismos elaboraron múltiples planes a partir de 1960. El plan decenal, elaborado a finales del gobierno del presidente Lleras Camargo, se estructuró sobre una filosofía cepalina, vale decir, bajo la inspiración de la Cepal, principalmente de su gestor Raúl Prebisch; establece una metodología cuantitativa muy coherente y una estrategia basada fundamentalmente en
una promoción industrial y en la sustitución de importaciones. En la práctica, sin embargo, el plan decenal resultó inoperante, principalmente por falta de instrumentos concretos para realizar las metas y por la existencia de un gran divorcio entre el plan y la organización institucional del Estado. En 1967, y luego en 1969, bajo el gobierno del doctor Lleras Restrepo, se formularon los que Perry denominó Planes Trienales I y II, que buscan aumentar el crecimiento del producto interno bruto mediante aumentos importantes de la inversión pública de orientación substancial de los recursos y del gasto. En 1972 se aprobó el plan denominado de las «Cuatro estrategias», y en 1974 un nuevo plan denominado «Para cerrar la brecha» sustituyó las ideas de la planeación estratégica por nuevos propósitos y nuevas orientaciones hacia la distribución del ingreso. Nuevamente en 1978 otro plan que se denominó «Plan de integración nacional» reordenó prioridades y estrategias. Finalmente, un nuevo plan, «Cambio con equidad», volvió a presentar el problema de la planeación y del desarrollo con otros enfoques, estrategias y acentos. Aun cuando la multiplicidad de planes ha llevado a efectos indeseables para la consecución de metas concretas, no puede negarse su importancia desde el punto de vista conceptual, así como su contribución para entender las variadas facetas de la ciencia económica: el estudio de los problemas estructurales del país se ha enriquecido en todos y cada uno de los planes con cifras, con estudios científicos, con análisis de las variadas hipótesis y, por cierto, con la misma controversia que suscita la presentación de una estrategia de desarrollo. No es exagerado decir que una de las contribuciones más importantes a la ciencia de la economía en Colombia proviene de los organismos oficiales de planeación. Dentro de esta multiplicidad de planes se pueden distinguir dos elementos centrales relacionados con el acen-
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Capítulo 10
to que cada plan da a los variados objetivos (principalmente al crecimiento económico y a la distribución de la renta) y dos opciones que miran fundamentalmente las estrategias de los planes mismos (allí cabe distinguir entre estrategias globales y específicas). Así, podemos distinguir tres tipologías básicas en los planes de desarrollo: planes de desarrollo que ponen acento en el crecimiento económico y utilizan estrategias globales; planes de desarrollo que, ponen acento en el crecimiento económico pero prefieren una estrategia específica; planes de desarrollo que ponen su acento en la distribución del ingreso. Entre los primeros se cuentan el plan decenal del gobierno Lleras Camargo y los planes Trienales I y II. Entre los segundos se destaca el de las Cuatro estrategias y el Plan de integración nacional. En el tercer grupo se destaca el plan Para cerrar la brecha y el plan Cambio con equidad. Debate sobre política económica Los problemas propios de la coyuntura económica han motivado continuo estudio y análisis, tanto por parte de organismos oficiales, nacionales e internacionales, como por parte de organismos académicos independientes. Entre estos últimos cabe destacar a Fedesarrollo y su revista Coyuntura Económica, al igual que la revista Economía Colombiana, publicada por la Contraloría General de la República, las cuales han servido de foro analítico sobre los temas propios de la ciencia de la economía, y muy en particular sobre los problemas de la política económica en sus varias facetas. Igualmente, foros especializados, tales como los que ha orientado la Asociación Bancaria en el campo de la moneda y en el campo de los problemas financieros del país han venido a orientar decisiones fundamentales de la política monetaria y financiera de Colombia. Célebres fueron los simposios sobre el mercado de capitales, el endeudamiento externo y el proble-
ma financiero realizados por esta asociación. Algunos escritores han dado también singular aporte al desarrollo de la ciencia de la economía en Colombia. Carlos Lleras Restrepo ha sido uno de los más importantes escritores sobre el tema. Cabe destacar también la colección de ensayos realizada por el grupo académico de la Universidad Externado de Colombia bajo el esquema de Guías de economía. Igualmente novedosa e importante es la tarea que desarrolla el Centro de Estudios de Desarrollo (CEDE) de la Universidad de los Andes, cuya contribución al estudio de la economía y a la investigación económica es trascendental. Los estudios del CEDE sobre desempleo, problemas demográficos, política cafetera y distribución del ingreso fueron muy originales y han tenido incuestionable influencia sobre las ciencias económicas en Colombia. Habría que mencionar igualmente los aportes del grupo de investigadores del Centro de Investigaciones (CIE) de la Universidad de Antioquia, en temas tales como la política cafetera y la de empleo, los estudios de coyuntura que regularmente elabora el CISDE de la Universidad del Valle, y las contribuciones en diversos campos que realizó el Departamento de Economía de la Universidad Nacional sobre la política agraria, la planeación y otros temas que conciernen al desarrollo del país. Es indudable que en los últimos años los centros de investigación universitarios, conjuntamente con los investigadores independientes, han ampliado notoriamente el conocimiento sobre la realidad el país. Apoyados en las diversas escuelas, keynesianas, monetaristas, estructuralistas o marxistas, los estudiosos han desarrollado importantes investigaciones sobre la política monetaria y fiscal, sobre las cuestiones agrarias y la inflación, en fin, numerosos campos de investigación. Detallar el contenido de estos distintos trabajos es tarea que trasciende el presente estudio.
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Historia de la sociología en Colombia Gonzalo Cataño Introducción
E
l desarrollo de la sociología en Colombia presenta un pasado relativamente extenso. Desde 1880, cuando el presidente Rafael Núñez (1823-1894) promovió por primera vez su introducción al país, su evolución puede visualizarse como el crecimiento de una idea que al cabo de cien años se expresaba en numerosas facultades universitarias y en varios miles de egresados. Durante estos años se discutió una y otra vez su objeto, se crearon cátedras, se escribieron textos introductorios y se adelantaron investigaciones empleando datos históricos, estadísticos y observaciones directas en diversas comunidades y grupos sociales. En un principio fue una disciplina difícil de definir. Sus críticos fueron implacables y los intentos de llevarla a la universidad contaron siempre con obstáculos. En forma permanente se argumentó que su pretendido objeto de estudio no era más que una réplica del de las ciencias morales e históricas, y que sus aspiraciones científicas no tenían asiento en el mundo
de lo real, dado que la esfera del comportamiento humano no admitía ningún tipo de generalización. A estas dificultades de orden académico e institucional se unieron las políticas. La historia de la sociología en Colombia es a su vez la historia de sus relaciones con el Estado. Los pocos años del primer gobierno de Rafael Núñez, el período de la República Liberal y los comienzos del Frente Nacional han sido los grandes momentos de la sociología nacional. En ellos el Estado se mostró interesado en la in-
Rafael Núñez, dibujo de Alberto Urdaneta (1880). Durante su primer gobierno (1880-1882) se introdujo la sociología en el país, entonces una disciplina en estado de definición.
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traducción de la sociología al mundo universitario, en la promoción de investigaciones y en la asimilación de los resultados de las ciencias sociales. Fueron también períodos de grandes proyectos de cambio social durante los cuales el Estado se hizo mucho más sensible al discurso sociológico y a las teorías relacionadas con la evolución social. Pero cuando estas «afinidades electivas» estuvieron ausentes, la disciplina se refugió en el precario espacio de las cátedras de las facultades de derecho o se asiló en una enseñanza rutinaria en las escuelas de sociología —o simplemente desapareció— como ocurrió durante las primeras décadas del presente siglo. A diferencia de otros países como Alemania Federal o los Estados Unidos, donde las asociaciones profesionales y las entidades privadas de asistencia y política sociales contribuyeron a impulsar los estudios sociológicos, en Colombia y en general en América Latina las ciencias sociales crecieron alrededor de las instituciones públicas. Ello hizo que estuviera siempre expuesta a los vaivenes políticos y que apenas pudiera evadirse de las condiciones adversas del momento. Y cuando lograba refugiarse en las instituciones regidas por comunidades religiosas, se vio constreñida por los cánones confesionales que buscaban reducirla a un apéndice del pensamiento social de la Iglesia. Es claro entonces que el desarrollo de la sociología en nuestro medio es la historia de un proyecto científico que tuvo sus avances y retrocesos a lo largo de todo un siglo. Surgió en 1880, promovió algunos debates en los años siguientes, pero hacia 1900 apenas se la mencionaba. Tuvo un nuevo impulso durante la segunda mitad de la década del veinte, un ascenso durante los treinta, un estancamiento en los cuarenta y un nuevo ascenso en los cincuenta al calor de los estudios antropológicos, para alcanzar su afirmación final durante la década del sesenta con la fundación de las primeras facultades de sociología. A través de
estos años se la definió de las más distintas formas y se le atribuyeron los más diversos usos y cualidades. Para unos era el instrumento más acabado para sugerir el gobierno más adecuado, para otros el fundamento de una educación científica, y para otros más, la posibilidad de predecir el curso de la sociedad o de «transformar el mundo». Desarrollo de la sociología occidental Todo esto estaba de alguna manera asociado al desenvolvimiento de la sociología en Europa y en los Estados Unidos, lugares donde había nacido la disciplina y donde había cobrado un mayor desarrollo. En un comienzo —período que cubre todo el siglo XIX hasta 1890, el de los pioneros, cuyos nombres más representativos son Augusto Comte, Alexis de Tocqueville, Karl Marx y Herbert Spencer— se bautizó la especialidad, se establecieron sus temáticas, se despejó el camino para su estudio y se ofrecieron los primeros conceptos. En un segundo período, que parte de 1890 y llega hasta 1920 —que hoy llamamos la etapa clásica de la sociología y cuyas figuras más notables son Emile Durkheim, Max Weber, Georg Simmel, Ferdinad Tönnies, Wilfredo Pareto y Gabriel Tarde—, se emprendió una prometeica labor de depuración teórica, de desarrollo conceptual y metodológico y de afirmación de la disciplina como campo autónomo del conocimiento. Después de estos años de gestación la vanguardia de la sociología pasó a los Estados Unidos, dando lugar a un período caracterizado por la afirmación científica de la disciplina. Salvo el caso de Karl Mannheim en la Alemania de Weimar, de algunas manifestaciones de la Escuela durkheimiana en Francia y de la antropología social inglesa, esa original síntesis entre etnografía y sociología, la labor sociológica realizada entre la primera y la segunda guerras mundiales se concen-
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tró en Norteamérica. La Escuela de Chicago desarrolló la investigación empírica y promovió los problemas sociales —la urbanización, la delincuencia, la migración, el divorcio, etc.— como campo privilegiado de investigación sociológica. Pitirim A. Sorokin, Talcott Parsons y Robert K. Merton emprendieron una asimilación crítica del legado teórico europeo, y Paul F. Lazarsfeld perfeccionó los procedimientos lógicos asociados a la investigación social. Fue el momento en el cual se empezó a hacer un uso amplio y generalizado de instrumentos de recolección de datos como el cuestionario, la entrevista y la observación directa. Se crearon nuevas técnicas de investigación como el panel y el análisis de contenido y se refinaron los métodos matemáticos y estadísticos dirigidos a alcanzar una mayor precisión en el estudio de los procesos sociales. El empleo indiscriminado de estos avances dio lugar al «empirismo norteamericano» que encontró su mejor crítico en la obra de C. Wrigt Mills. Este dominio norteamericano, que llega hasta nuestros días y que está alimentado por una sólida estructura universitaria, por centros de investigación, por auxilios del Estado y del mundo industrial, hizo de la sociología un oficio rentable y una profesión. A partir de 1950, el modelo norteamericano se difundió por los países del Tercer Mundo comprometidos en un rápido proceso de urbanización e industrialización y por la mayoría de los países desarrollados. Europa empezó ahora a importar un producto cuya materia prima había exportado años atrás. Etapas de la sociología nacional La sociología se desenvuelve en Colombia en medio de un diálogo, unas veces afortunado y otras menos feliz, con este proceso general de desarrollo. En ocasiones presenta una contemporaneidad con los adelantos internacionales y en otras un manifiesto
atraso respecto de los avances de la disciplina en Europa y en los Estados Unidos. El grado de asimilación de estas corrientes es muy diverso y muy diferentes también las fuentes utilizadas para su estudio. Rara vez hay un contacto con los grandes autores o con los pensadores más representativos de una escuela. Los conductos más usados fueron los escritos de los epígonos o los textos introductorios que buscaban divulgar una teoría o una doctrina sociológica con años o décadas de retraso. A pesar de esta pauta de comunicación con los centros de producción del pensamiento sociológico, los proyectos más originales de la sociología
José María Samper, autor de "Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas colombianas" (1861), uno de los textos precursores de la sociología en el país.
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nacional han estado relacionados con los intentos, por tímidos que hayan sido, de aplicar las orientaciones generales de la disciplina a los problemas colombianos. Los esfuerzos teóricos han sido generalmente muy pobres y apenas superan las exégesis de una escuela de pensamiento o la presentación piadosa de un autor. Un buen ejemplo de ello lo ofrecen las numerosas «introducciones a la sociología» publicadas en el país desde los años treinta hasta nuestros días, donde la ingenuidad de sus autores y su desconocimiento de las complejidades teóricas las convierten en una simple colección de definiciones y en una exposición rutinaria de las limitaciones de las distintas escuelas sociológicas. Teniendo en cuenta los procesos anteriormente descritos, se puede dividir el desarrollo de la sociología nacional en tres grandes etapas. La primera, que cubre un largo período que va desde 1880 hasta 1930, se caracteriza por el esfuerzo de un pequeño grupo de pensadores colombianos interesados en definir el campo de la disciplina y encontrar para ella un lugar en la vida universitaria. Sus integrantes eran políticos, críticos sociales, periodistas, abogados y docentes universitarios que seguían con alguna atención las discusiones de las ciencias sociales Salvador Camacho Roldán y Diego Mendoza Pérez. El primero, gran precursor de la sociología en Colombia, a la que se refirió en el discurso de clausura de estudios de la Universidad Nacional de 1882, como: "La sociología, esa nueva rama de la filosofía..." El segundo, autor de las conferencias de sociología en la Universidad Externado de Colombia, publicadas precisamente con el título de "Sociología".
en Europa y en los Estados Unidos. Este período de cincuenta años puede dividirse a su vez en dos momentos. Uno, que se inicia en 1880 y termina hacia 1900, se desarrolla alrededor de las controversias que suscita la pregunta: ¿qué es la sociología? Sus representantes más conspicuos fueron Rafael Núñez y Salvador Camacho Roldán (1827-1900). Y el otro, que teóricamente parte de 1900 y llega hasta 1930, pero que en realidad sólo se afianza en la década de los veinte, se distingue por los intentos de institucionalizar las cátedras de sociología en las universidades y por la elaboración de los primeros manuales que surgen como producto de estas actividades docentes. Sus resultados más notables fueron las «Conferencias» de sociología de Diego Mendoza Pérez (1853-1933) en la Universidad Externado de Colombia y del sacerdote José Alejandro Bermúdez (1886-1938) en la Universidad Nacional de Colombia. Sin duda que antes de 1880 se escribieron textos de sabor sociológico, como la Peregrinación de Alpha (1853) de Manuel Ancízar, una vivida descripción de las características geográficas y socioculturales de la región nororiental del país hacia mediados del siglo XIX. En esta misma dirección
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hay que mencionar también el Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas colombianas (1861) de José María Samper, que discute las causas de la inestabilidad política de las repúblicas hispanoamericanas, y La miseria en Bogotá (1867) de Miguel Samper, que estudia la pobreza de la ciudad capital y el atraso y «decadencia» de la sociedad colombiana. Pero a pesar de su agudeza analítica y factual, estos trabajos deben considerarse más bien como precursores de la reflexión sociológica propiamente dicha. Debe recordarse que el vocablo «sociología», acuñado por Comte en 1838, sólo comenzó a usarse en Colombia en forma generalizada a partir de 1880. La segunda etapa, que va desde 1930 hasta 1959, continúa la modalidad de la anterior pero en compañía de diversos intentos encaminados a impulsar la investigación empírica y las reflexiones sobre la evolución de la sociedad colombiana. Durante estos treinta años creció el número de cátedras, especialmente en las facultades de derecho, y se publicaron varias «introducciones a la sociología». La investigación empírica encontró un esporádico asiento en algunas instituciones del Estado y la universidad comenzó a interesarse en la formación de investigadores, labor ésta que tuvo un primer impulso en la Escuela Normal Superior (1937-1952) y en el Instituto Etnológico Nacional fundado por el etnólogo francés Paul Rivet, (1876-1958) en los años cuarenta. En esta etapa surgió, además, el Instituto Colombiano de Sociología en 1951, que si bien tuvo una vida más formal que real, de alguna manera contribuyó a agitar las limitaciones institucionales de la sociología en el país. La investigación empírica cobró impulso en la oficina de estadística de la Contraloría General de la República a finales de la década del treinta. Alrededor de la revista Anales de Economía y Estadística, se congregó un grupo de investigadores nacionales y extranjeros que emprendieron estudios
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Luis López de Mesa "expuso en una serie de libros de marcado aliento intuitivo e impresionista, los lincamientos del desarrollo cultural del país y las tribulaciones de la población y del territorio colombiano."
sobre la alimentación y el costo de la vida de la clase obrera de Bogotá y numerosos trabajos demográficos, como el de Juan de Dios Higuita, «Estudio histórico-analítico de la población colombiana en 170 años», publicado en 1940. Allí se inició la investigación sociográfica —las descripciones estadísticas de fenómenos sociales— y se promovieron los primeros estudios de comunidad como el «Ensayo sobre las condiciones de la vida rural en el municipio de Moniquirá (Boyacá)» de Luis B. Ortiz, aparecido en 1939. En los ministerios de Educación y de Economía y del Trabajo también se adelantaron investigaciones de valor so-
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Portada de la 7a. edición (1983) de "Economía y cultura", de Luis Eduardo Nieto Arteta, publicado originalmente en 1941, y un autógrafo suyo dedicado a Germán Arciniegas.
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ciológico que buscaban examinar la situación educativa y las características de la vida rural de algunas regiones del país. Entre ellas cabe mencionar el Esquema para una interpretación sociológica del Departamento de Nariño (1936) de Jorge Zalamea y Tabio: estudio de la organización social rural (1944), realizado por el sociólogo rural norteamericano Lynn Smith con la colaboración de los colombianos Justo Díaz Rodríguez y Luis Roberto García, texto que sirvió de guía metodológica al famoso Campesinos de los Andes de Orlando Fals Borda publicado once años después. Y durante la década del cincuenta, el recién creado Ministerio del Trabajo abrió la Oficina de Seguridad Social Campesina con la finalidad de estudiar la vida rural e introducir un sistema de seguridad social para los moradores del campo. Su primer director fue el geógrafo de origen alemán Ernesto Guhl y durante los siete años de vida de la oficina (1953-1960) se publicaron dos trabajos de largo alcance: Caldas, memoria explicativa del atlas socioeconómico del departamento (1956) bajo la coordinación de E. Guhl y Estudio socioeconómico de Nariño (1959) coordinado por el antropólogo Milcíades Cháves. En ambos trabajos colaboraron en íntima relación geógrafos, antropólogos, economistas y sociólogos. Junto con estos esfuerzos dirigidos a promover la investigación de campo, también florecieron los estudios sociológicos sobre la evolución nacional, representados por la obra de Luis López de Mesa (1884-1967) y de Luis E. Nieto Arteta (1913-1956). El primero expuso en una serie de libros de marcado aliento intuitivo e impresionista, los lincamientos del desarrollo cultural del país y las tribulaciones de la población y del territorio colombianos. Sus textos más representativos son: Introducción a la historia de la cultura colombiana (1930), De cómo se ha formado la nación colombiana (1934), Disertación sociológica (1939) y Escrutinio sociológico de la nación colombiana (1956). Nieto Arteta se acer-
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có a los mismos problemas pero con perspectiva diferente. En dos libros que han tenido gran repercusión en la historiografía económica y social contemporánea, Economía y cultura en la historia de Colombia (1941) y Café en la sociedad colombiana (redactado en 1948 y publicado diez años después), abordó la evolución de la cultura nacional —el derecho, la política, la organización del Estado y las ideologías—, a partir de la historia económica del país. Y si a veces su énfasis en los aspectos materiales lo condujo a sobrestimar las dimensiones económicas de la dinámica social y lo llevó a generalizaciones y a esquematismos típicos del marxismo vulgar, su obra aparece en nuestro medio como el primer intento por alcanzar una historia sociológicamente orientada. Al privilegiar las explicaciones asociadas a los procesos y a los fenómenos de estructura social, su ejemplo abrió nuevos campos de investigación y puso en retirada la historiografía tradicional basada en las decisiones de los gobernantes y en las acciones heroicas de los «padres de la patria» (sus trabajos metodológicos fueron compilados en 1978 con el título de Ensayos históricos y sociológicos). La tercera etapa, que se inicia en 1959 y llega hasta nuestros días, se caracteriza por la fundación de las primeras facultades de sociología y por el surgimiento de los sociólogos como grupo profesional. El diletantismo y los aficionados al estudio de los problemas sociales comienzan a ser dejados de lado y empieza la época de los especialistas con una formación teórica y un entrenamiento en los métodos y técnicas de investigación. Surgen las publicaciones especializadas y el aparato institucional representado por facultades, asociaciones profesionales y centros de investigación fortalece espiritual y materialmente la disciplina. Y si todavía aparecen algunas «introducciones a la sociología» dirigidas a los estudiantes de las carreras tradicionales, sus autores son considerados como sobrevivientes de un
pasado remoto y sus productos mirados como objetos raros y curiosos. La antigua definición del sociólogo como alguien que tenía a su cargo una cátedra de sociología, es reemplazada por la de un profesional que posee experiencia en investigación y capacidades para formular estrategias y programas de desarrollo social. Sus relaciones con la vanguardia de la sociología internacional son mucho más cercanas y su producción intelectual
Tesis de grado de Luis E. Nieto Arteta (1938), presidida por Eduardo Zuleta Ángel, Juan F. Mujica, Gerardo Molina y Germán Arciniegas.
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de transformarla en un mero instrumento de las luchas políticas. Esta tensión, que acaso sea insoluble, ha acompañado los frutos de la sociología nacional durante los últimos años y ha impuesto su marca en la imagen de la profesión sostenida por diversos sectores de la opinión del país. Las facultades de sociología
Orlando Fals Borda, fundador de la Facultad de Sociología en la Universidad Nacional de Colombia (1959), donde organizó los primeros proyectos de investigación de gran aliento empírico, como "La violencia en Colombia".
comienza a regirse por los cánones de la investigación científica. Pero también surgieron nuevas dificultades. Como grupo profesional especialmente sensible al estudio de los problemas sociales, los sociólogos se apropiaron de las posiciones críticas y en no pocas ocasiones entraron en conflicto con los intereses de los sectores privilegiados o con las políticas del Estado que los amparaban. Surgieron entonces las frecuentes tensiones entre una disciplina que buscaba afianzarse como ciencia y las demandas de las crisis sociales que trataban
No obstante que en 1959 se fundaron tres facultades de sociología —una en la Universidad Nacional de Colombia y dos más en el seno de universidades pontificias, la Bolivariana de Medellín y la Javeriana de Bogotá—, la primera fue la que alcanzó mayores repercusiones y la que promovió la mayoría de las discusiones sobre la formación de sociólogos. Su fundador, Orlando Fals Borda (n. 1925), presentaba las mejores credenciales para adelantar esta empresa. Había obtenido su maestría en sociología en la Universidad de Minnesota, donde años atrás Pitirim A. Sorokin había fundado la sociología rural como especialidad, y su doctorado en la Universidad de la Florida bajo la dirección de Lynn Smith, antiguo alumno de Sorokin en la ya lejana década de los veinte. Siguiendo las huellas de la sociología norteamericana, la Facultad (luego Departamento) de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia resaltó el carácter científico de la disciplina y combinó sus actividades docentes con labores de investigación. Buena parte de sus profesores, entre los cuales descollaba el joven sacerdote Camilo Torres Restrepo (1929-1966), habían adelantado estudios en el extranjero y estaban familiarizados con las demandas de la moderna investigación sociológica. Allí se organizaron los primeros proyectos de investigación de gran aliento empírico que hoy se consideran clásicos en la materia: el estudio sobre La violencia en Colombia de Germán Guzmán Campos, O. Fals Borda y Eduardo Umaña Luna (1962 y 1964) y el de La familia en Colombia (1963 y 1968) de la antropó-
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loga Virginia Gutiérrez de Pineda. Allí maduró, además, el pensamiento crítico de Camilo Torres Restrepo y se adelantó un amplio programa de publicaciones que colocó a esta facultad a la vanguardia de la investigación social nacional. A diferencia de la Universidad Nacional, las demás facultades de sociología concentraron sus actividades en las labores meramente docentes. Nunca contaron con una personalidad académica que confiriera una característica particular a su trabajo académico y su quehacer se redujo a una enseñanza formal de contenidos y preceptos metodológicos que sus estudiantes trataban de poner en práctica cuando se enfrentaban con sus tesis de grado. Una excepción la constituye el recién creado Departamento de Sociología de la Universidad del Valle (1979), que cuenta con un grupo docente afín a la investigación. A estas actividades vinculadas con la profesionalización de la sociología en el país, se ha unido la labor realizada por la Asociación Colombiana de Sociología. Fundada en 1962, ha tenido a su cargo la promoción de los congresos nacionales de sociología y el fomento del esprit de corps entre los sociólogos. Esta labor adquiere mayor significado cuando se recuerda que hoy día existen once instituciones dedicadas a la formación de sociólogos con una masa flotante de mil seiscientos estudiantes y con un volumen de egresados en el mercado de trabajo de cerca de dos mil quinientos profesionales. Los desarrollos más recientes La producción intelectual de los sociólogos se ha diversificado en los últimos años. En los medios universitarios se ha tendido a los estudios históricos y cualitativos y en los centros de investigación públicos y privados a las investigaciones evaluativas, al estudio de los problemas sociales del momento y a las labores aplicadas relacionadas con la consultoría y la asistencia
técnicas. En la perspectiva de los campos especiales, la sociología rural, urbana, de la educación y de la familia —todas de vieja data en la sociología nacional— continúan siendo todavía objeto de atención. Lo mismo ocurre con el estudio de los movimientos sociales y con el análisis de la vida política. Sin embargo, a estos temas se han sumado nuevos intereses vinculados con la sociología de la ciencia, la historia de la sociología y los roles cambiantes de la mujer en la sociedad moderna, áreas que apenas eran objeto de atención en el pasado. La perspectiva histórica, que en muchos aspectos hace parte del boom his-
Padre Camilo Torres Restrepo. Su pensamiento crítico maduró en el seno de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional. Sus obras: "Cristianismo y Revolución","La violencia y los cambios socio-culturales en las áreas rurales de Colombia", "La proletarización de Bogotá", "La Revolución, imperativo cristiano".
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fonográfico de los últimos años, tiene numerosos representantes. Para recordar unos pocos, se deben citar los ensayos de Francisco Leal Buitrago sobre las fuentes económicas del bipartidismo, los problemas de la construcción nacional y las relaciones entre Estado y Fuerzas Armadas recogidos en su libro Estado y política en Colombia (1984); el volumen de José María Rojas, Empresarios y tecnología en la formación del sector azucarero en Colombia: 1860-1980 (1983), que estudia los cambios de la estructura productiva, la gestión empresarial y la innovación tecnológica en la industria del azúcar; y la documentada obra de Alberto Mayor Mora, Ética, trabajo y productividad en Antioquia (1984), un estudio sobre la moral de los patrones y de los obreros antioqueños y las ideologías administrativas que orientaron la formación de los ingenieros de la Escuela Nacional de Minas de Medellín. A estos textos es necesario adicionar La historia doble de la Costa (4 vols., 1979-1986) de Orlando Fals Borda, una saga de las luchas populares de la Costa atlántica desde la Gonzalo Cataño habla en la sesión de apertura del IV Congreso Nacional de Sociología Cali, Universidad del Valle, agosto de 1982. Estos congresos, realizados por la Asociación Colombiana de Sociología desde 1963, han sido presididos por profesionales como Camilo Torres Restrepo, Orlando Fals Borda, Msr. Germán Guzmán Campos, Tomás Ducay y Héctor de los Ríos.
conquista hasta nuestros días. Su autor es además uno de los «padres fundadores» de la investigación-acción a nivel mundial, una modalidad de investigación sociológica que se ha mostrado eficaz en la recolección de información sobre las culturas populares y en la promoción de conciencia social entre los grupos más necesitados de la población. Pero el volumen mayor de la producción sociológica nacional ha estado relacionado con los problemas contemporáneos. Los estudios sobre la mujer, que han encontrado una amplia financiación en los organismos internacionales, han comenzado a dar sus frutos en cuatro publicaciones colectivas, tres de ellas compiladas por Magdalena León, La mujer y el desarrollo en Colombia (1977), La mujer y el capitalismo agrario (1980) y Debate sobre la mujer en América Latina y el Caribe: la realidad colombiana (1982), y una por Elssy Bonilla, Mujer y familia en Colombia (1985). A este tema en franca expansión, le siguen las investigaciones sobre educación y estructura social que tomaron un primer impulso durante la década del sesenta
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y se consolidaron en la siguiente con la publicación de varios libros y numerosos artículos que han encontrado en la Revista Colombiana de Educación, fundada en 1978, un lugar adecuado para su difusión. Así, la esfera universitaria ha sido estudiada por el sociólogo uruguayo Germán W. Rama en El sistema universitario en Colombia (1970); las relaciones entre educación y movilidad social y las características educativas de los jóvenes han sido tratadas por Rodrigo Parra Sandoval en dos textos: Análisis de un mito (s. f.) y Ausencia de futuro (1985); y los movimientos estudiantiles, las reformas educativas y las ideologías escolares fueron atendidos por Ivón Lebot en su Educación e ideología en Colombia (1979). El libro colectivo Educación y sociedad en Colombia (1973), editado por Gonzalo Cataño, ha contribuido a afirmar la sociología de la educación como área especial de investigación. Las tensiones políticas, sociales y económicas han sido también objeto de diversos estudios durante los últimos años. María Cristina Salazar investigó la dinámica de la aparcería vinculada al cultivo de la hoja de tabaco en Aparceros de Boyacá: los condenados del tabaco (1982), y Álvaro Camacho Guizado, en un trabajo de claro sabor polémico y ensayístico, ha intentado hacer un primer balance de las consecuencias de la producción y comercialización de marihuana y cocaína en su Droga, corrupción y poder (1981). La violencia rural, un viejo tema de la sociología nacional, al cual se han sumado hoy los historiadores, los antropólogos y los politólogos, ha encontrado en los palpitantes relatos de Alfredo Molano, Los años del tropel (1985), una mirada más fresca de un proceso en el cual abundan las generalizaciones y el uso repetitivo de las crónicas ya conocidas. La dinámica urbana también ha sido registrada por los sociólogos, aunque en menor medida. Además de los «trabajos» estadísticos sobre los procesos de urbanización e industrializa-
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ción y de los ensayos periodísticos y políticamente orientados sobre los movimientos urbanos, los conflictos en la ciudad y sus habitantes han sido estudiados por el sociólogo holandés Roel Janssen en su monografía Vivienda y luchas populares en Bogotá (1984) y por Cecilia Muñoz en una serie de testimonios sobre los Gamines (1980), El niño trabajador (1980) y Los viejos (1984), que ofrecen una información interesante para futuros analistas. Sobre el tema de los gamines, los «niños de la calle», se han hecho numerosas investigaciones durante los últimos quince años por parte de sociólogos, psicólogos, antropólogos y críticos sociales, con claras tendencias a ofrecer un producto que tiende a ser reiterativo. Los trabajos mencionados permiten afirmar que la sociología está llegando, en nuestro medio, a su mayoría de edad después de un largo y discontinuo proceso de desarrollo. Existe una comunidad sociológica con entrenamiento en las labores de investigación y con capacidad de escudriñar las más diversas dimensiones de la estructura social. Pero, como ocurre con las demás ciencias sociales, su futuro estará asociado no solamente a los esfuerzos de sus practicantes, sino también a la estabilidad y fortaleza de las instituciones interesadas en promover la investigación social en el país.
"La sociología y el país", "Directorio colombiano de sociólogos" y "La sociología en Colombia, balance y perspectivas", algunas de las publicaciones de la Asociación Colombiana de Sociología, fundada en abril de 1962.
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Bibliografía S.J. Las ciencias sociales en Colombia, Río de Janeiro, Centro Latinoamericano de Investigaciones en Ciencias Sociales, 1959. CATAÑO, GONZALO. La sociología en Colombia: balance crítico, Bogotá, Plaza & Janés, 1986. JARAMILLO URIBE, JAIME. «Notas para la historia de la sociología en Colombia», en: ALFREDO BATEMAN et al., Apuntes para la historia de la ciencia en Colombia, Bogotá, Colciencias, s.f., pp. 51-81. RESTREPO, GABRIEL. «El Departamento de Sociología de la Universidad Nacional y la tradición sociológica colombiana», en: La sociología en Colombia, Bogotá, Asociación Colombiana de Sociología, 1981, pp. 21-50. ARBOLEDA, JOSÉ RAFAEL,
Capítulo 12
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Antihéroes en la historia de la antropología en Colombia: su rescate Jaime Arocha Identidad y antropología
D
e las ciencias sociales, la antropología quizás sea la que tiene mayor potencial para darle vuelco a la percepción que los colombianos tienen de sí mismos. Desde sus comienzos, viene proponiendo desentronizar las figuras de estirpe hispánica que han ocupado los altares de la patria, para reemplazarlas por las de indios y negros. Enfoca gente que muchos pensadores han catalogado como inferior y, por tanto, escollo para el «progreso». Una de las metas centrales de la antropología colombiana ha sido la de propender porque los logros tecnológicos, socioculturales, artísticos, religiosos y políticos de quienes han sido tradicionalmente tratados como antihéroes sean equiparados con los de los europeos. Es un ideal humanístico y ético de tolerancia que tan sólo se concretó en el decenio de 1940, cuando la investigación empírica hizo posible el sustentar que la conducta de la gente no era determinada de manera invariable por la herencia y que, por lo
tanto, no existían razas superiores. Antes de la graduación de los primeros profesionales en la ciencia de la cultura, ocurrieron acontecimientos que fueron apuntalando la ideología antirracista. No obstante la abundante documentación sobre tales hechos, su enumeración dará el marco histórico para analizar fenómenos más recientes. Del período formativo a la profesionalización de la antropología Desde la conquista, los gobernantes han auspiciado equipos para que observen las sociedades de este territorio y expliquen su funcionamiento. Así se ha conocido la disponibilidad de recursos naturales y humanos. Y sus datos sobre las circunstancias sociopolíticas de las comunidades indígenas, campesinas o de antiguos esclavos han sido esenciales para desarrollar y legitimar los órdenes sociales que se han sucedido desde la colonia. Es lógico, entonces, que los períodos que presenta el desarrollo de la antropología reflejen el carácter de las políticas encaminadas a consolidar el Estado colombiano.
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Manuel Ancízar (1812-1882), autor de "Peregrinación de Alpha" (1853), libro en el que recoge sus experiencias por diversas regiones del país, que recorrió como miembro de la Comisión Corográfica, cuyo trabajo inició los fundamentos de una ciencia sociológica en Colombia, a mediados del siglo XIX.
Jorge Isaacs (1837-95), miembro de la Comisión Permanente que continuó los trabajos de la Corográfica, es uno de los pioneros de las ciencias sociales en el país, utilizando el clásico método comparativo. Su fundamentación evolucionista le mereció la condena de Miguel Antonio Caro.
Con todo y los cimientos legados por los cronistas españoles y la Expedición Botánica, en Colombia el cuerpo de las ciencias sociales sólo comenzó a moldearse después de 1850, con la Comisión Corográfica. Ello se haría aún más palpable en 1882, cuando Jorge Isaacs ingresó a una entidad que pretendía darle continuidad al trabajo de la Corografía: la Comisión Permanente. Isaacs visitó la Sierra Nevada de Santa Marta, el bajo Magdalena y la Guajira. Su manejo del clásico método comparativo se deduce por las interpretaciones de objetos arqueológicos con base en datos etnográficos y por ver en los primeros evidencias de estadios evolutivos pasados. En María utiliza las tradiciones orales y toma los relatos de una esclava para reconstruir las culturas ashanti y achimi del África Occidental. No obstante la trascendencia de estos aportes de Isaacs, su fundamentación evolucionista les acarreó la condena de Miguel Antonio Caro. A principios de siglo comenzaron a llegar los etnólogos y arqueólogos alemanes. A Konrad Theodor Preuss, Theodor Koch-Grunberg o Alfred Jahn les interesaba el lugar que le asignaba la escuela difusionista a la gente exótica de este lado del mundo. Legaron una metodología de constatación empírica basada en observaciones directas llevadas a cabo durante largos períodos de convivencia con portadores de culturas e idiomas extraños a los de los investigadores. Los arqueólogos, por su parte, trajeron técnicas de excavación y medición cronológica sustentadas por procedimientos geológicos, físicos y químicos. Tal fue el caso de John Alden Mason. Bajo los auspicios del Field Museum de Chicago, en 1923 hizo excavaciones en la Sierra Nevada de Santa Marta, convirtiéndose en el primer científico que investigó y describió sistemáticamente la arquitectura monumental de los taironas en Pueblito. Durante la primera administración de López Pumarejo una explosiva
situación agraria se enfrentó mediante la ley 200 de 1936; su aplicación requirió reforzar el sistema de información estatal para obtener diagnósticos de la vida rural. De ahí su estímulo a la investigación extranjera, como la llevada a cabo en la Guajira por un equipo de las universidades de Columbia, Pennsylvania y el Museo Universitario de Filadelfia. Al mismo propósito obedeció el montaje de la Comisión de Cultura Aldeana, para elaborar monografías descriptivas de cada uno de los departamentos. Improvisando investigadores de campo a partir de periodistas como Jorge Zalamea, esta entidad sólo produjo un estudio regional de
Nariño. La urgencia de profesionalizar las carreras tecnológicas y las ciencias humanas explica la reestructuración del sistema de educación superior. A mediados del decenio de 1930, surgió la Escuela Normal Superior con su programa de ciencias sociales. Entre sus profesores figuraban científicos de las mejores universidades europeas, víctimas de la persecución derechista española y alemana. Esta base física y académica permitió que en 1941 entrara a funcionar el Instituto Etnológico Nacional, regentado por otro exilado: Paul Rivet. Este médico francés instituyó una licenciatura en antropología cuyo pénsum reflejaba el del Museo del Hombre, de París. Dos años más tarde, para hacer investigación en pro de los resguardos indígenas o para formular el ataque frontal contra el racismo, los primeros egresados del Instituto Etnológico Nacional formaron un grupo independiente del Estado, alrededor del Instituto Indigenista Colombiano. Valiéndose de estudios de antropometría, grupos sanguíneos y etnografía, mostraron que el cuerpo y la inteligencia no estaban fijados invariablemente por la herencia, sino que respondían con plasticidad a los estímulos de los ámbitos físico y sociohistórico. Este desacato ideológico les sería cobrado años más tarde.
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Hacia 1949, Gregorio Hernández de Alba, Graciliano Arcila y Aquiles Escalante habían fundado filiales del Instituto Etnológico Nacional en el Cauca, Antioquia y Atlántico, respectivamente. Con los demás antropólogos realizaban investigaciones arqueológicas, etnológicas, lingüísticas y de antropología física. Consignadas en la Revista del Instituto Etnológico Nacional, en el Boletín de Arqueología y en la Revista Colombiana de Folklore, son médula para el conocimiento científico contemporáneo. Atomización La violencia desatada a partir de 1948 tuvo repercusión significativa sobre las nacientes instituciones de investigación social. Ya en 1928, Laureano Gómez había dicho: «Las aberraciones psíquicas de (negros e indios)... se agudizan en el mestizo... somos... un depósito incalculable de riquezas, que no hemos podido disfrutar, porque la raza no está acondicionada para hacerlo... (Debemos) buscar las líneas directrices del carácter colombiano... en lo que hayamos heredado del espíritu español...» Entre las metas de la antropología no había figurado resaltar el aporte hispánico. En consecuencia, el gobierno dispersó la Escuela Normal Superior creando la Universidad Pedagógica para mujeres en Bogotá, y la Pedagógica y Tecnológica de Tunja para varones. También torpedeó el Instituto Etnológico Nacional, expulsando a sus principales investigadores bajo la sindicación de ser comunistas. El Instituto Etnológico del Cauca se cerró a causa del terrorismo de derecha contra su fundador, Gregorio Hernández de Alba. Pese al ambiente racista, no se detuvo el trabajo antropológico. Continuaron las expediciones donde la violencia fue tenue. Así, en la llanura Caribe, Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff iniciaron un programa de investigación etnográfica y arqueológica cuyos efectos aún son palpables. La
conquista de los Tairona (1951) enseña cómo estos indígenas robaron la pólvora a los españoles en apoyo de una sublevación tan reiterada, que desmoralizó a las huestes europeas. Por su parte, Contactos y cambios culturales en la Sierra Nevada de Santa Marta (1953) habla de la revitalización de la cultura ancestral, fuente de estrategias que les han permitido a los coguis enfrentar a los colonos. En 1949, partiendo del relativismo cultural, el mismo etnólogo demostró cómo la sociedad cogui creó complejos sistemas científicos y filosóficos, y elaborados conceptos teológicos y morales, no sólo sin apoyarse en la cultura hispano-cristiana, sino más bien rechazándola. El mensaje de ReichelDolmatoff era prácticamente subversivo. Contradecía la identidad cultural que el Estado se proponía forjar para los colombianos. El lenguaje especializado quizás ocultó su contenido, permitiéndole sobrevivir, pero limitando su impacto sobre públicos amplios. Por la misma época, Rogelio Velázquez utilizó el lenguaje para construir puentes entre ciencia y literatura. El litoral Pacífico, ámbito que tampoco se vio demasiado afectado por la Violencia, le permitió hacer su investigación sobre Manuel Saturio Valencia. El caso de este negro fusilado en 1907 por un supuesto acto incendiario, lo llevó a escribir la novela Memorias del odio y a convertirse en pionero de la antropología jurídica. Mientras Velázquez hacía estos aportes, algunos colegas suyos opinaban que estudiar negros no era antropología. Durante los años cincuenta, las selvas tropicales del Vaupés tampoco le fueron hostiles a Marcos Fulop, pionero en definir la estructura de parentesco de los tucanos orientales. Y Segundo Bernal maniobró dentro del laberinto político: fue a Tierradentro y luego publicó sus estudios sobre la etnografía páez (1953-1955). Hacia 1954, aminoraron los efectos de la represión sobre el trabajo antropológico. En el Departamento Técnico de Seguridad Campesina, Roberto
Paul Rivet (1876-1958), fundador del Museo del Hombre, en París, y director en Bogotá del Instituto Etnológico Nacional, en 1941, donde se impartió una licenciatura en antropología y cuyos alumnos conformarían después el Instituto Colombiano de Antropología. Una obra clásica suya es "Los orígenes del hombre americano" (1943). Jorge Zalamea Borda (1905-1969), autor del estudio regional "El departamento de Nariño", única monografía publicada por la Comisión de Cultura Aldeana, de las que se había propuesto realizar esa entidad durante el primer gobierno de López Pumarejo. En realidad, se estaban improvisando investigadores de campo.
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Pineda Giraldo y Milcíades Chaves estudiaron la forma de extirpar la violencia rural. Por su parte, Virginia Gutiérrez de Pineda dilucidó problemas del proletariado urbano. Este grupo empezó a orientar la antropología hacia la dirección y administración de programas estatales. Período de tecnocratización Milcíades Chaves (1920?-1987), de la primera generación de antropólogos colombianos; empleó instrumentos multidisciplinarios para el análisis y la interpretación de situaciones.
Juan Friede realiza las primeras aproximaciones a la investigación de conflictos interétnicos ocasionados por la colonización de la Amazonia.
La insurrección armada, los esfuerzos por controlarla mediante la estrategia continental impulsada por la administración Kennedy con el nombre de Alianza para el Progreso y las reformas para consolidar el Estado propiamente capitalista, encauzaron el desarrollo de la antropología durante el período de tecnocratización. Recibe este nombre porque el mecanismo con el cual se enfocó el desarrollo rural sustrajo a muchos investigadores del humanismo que hasta entonces había permeado su ámbito. Hacer realidad proyectos como el de la reforma agraria demandó un elevado número de técnicos y científicos sociales. Proveerlos, impulsó la ampliación del sistema universitario y la incorporación de profesores en calidad de consultores sobre políticas de cambio. A su vez, algunos de ellos y sus estudiantes emprendieron campañas de desarrollo comunitario inspirados en las fórmulas de la antropología y la sociología aplicadas. Entre tales experiencias, la más estructurada quizás fue la que impulsara el departamento de sociología de la Universidad Nacional. Se proponía permitirles a los campesinos de una vereda de Chocontá el descubrir su capacidad para solucionar problemas, y así contrarrestar la sumisión, el fatalismo y la resignación. Estas tres actitudes eran los pilares del «ethos de sacralidad», tan arraigado dentro de las comunidades andinas, según lo había señalado el estudio etnográfico que el director del programa —Orlando Fals Borda— había iniciado en 1949 en la misma región. En esa investigación, por primera vez un soció-
logo se valió no sólo de una metodología de campo, sino de una teoría antropológica, como la de cultura y personalidad para trazar las raíces de la conducta campesina. Otra investigación guiada por esa teoría fue la llevada a cabo por Alicia y Gerardo Reichel-Dolmatoff en Atanquez. La colonización estaba convirtiendo en campesinos a los indígenas de ese pueblo de la Sierra Nevada de Santa Marta. Con un documento sobre ese cambio se vislumbraría el futuro de otros indígenas de la misma región. También se redondearía la visión del proceso evolutivo que ambos investigadores habían deshilvanado desde el período formativo, pasando por los años de aniquilamiento, hasta la reconstitución étnica. La monografía atanqueña fue publicada en inglés con el título de The people of Aritama. Conforma un panorama profundo que tendrá que ser traducido e interpretado en términos accesibles a públicos amplios. El puente tendido durante los años sesenta entre Estado y academia explica el que la exploración que Roberto Pineda Giraldo hiciera sobre las causas de la Violencia en Líbano ayudara a aglutinar en la Universidad Nacional el equipo investigativo de Orlando Fals Borda, Germán Guzmán Campos y Eduardo Umaña Luna. Dentro de las ciencias sociales colombianas no vuelve a suceder que el trabajo de un antropólogo empleado por un instituto como el de Crédito Territorial contribuya a generar un aporte tan trascendental como el libro La Violencia en Colombia. Con el Frente Nacional, los ex alumnos de Rivet también retornaron a la docencia dentro del Instituto Colombiano de Antropología. A partir de 1953, esta entidad había reemplazado al Instituto Etnológico Nacional, integrándolo con el Servicio Arqueológico Nacional, e instituyendo una licenciatura que fue cerrada cuando las universidades de los Andes y Nacional abrieron sus departamentos de antropología, en el decenio de 1960.
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Pese a su corta trayectoria y reducido número de ex alumnos, los efectos de esta escuela son notables. Con el aporte de Álvaro Chaves y Pablo Gamboa, la arqueología e historia del arte de Tierradentro y San Agustín dieron un salto cuántico. Puede afirmarse lo mismo respecto a los estudios de Gonzalo Correal sobre arqueología del paleolítico y a los de Nina S. de Friedemann sobre cultura negra. El que en Puerto Hormiga, cerca del canal del Dique, se hubiera encontrado lo que para entonces era la cerámica más antigua de América fue una de las grandes sorpresas que se llevaron los primeros estudiantes del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes. Los descubridores del sitio —Alicia y Gerardo Reichel-Dolmatoff— les hablaban a sus alumnos con orgullo sobre una fecha que para entonces era verosímil tan sólo por haber sido comprobada mediante análisis de carbono 14: tres mil años antes de Cristo. En 1967, Gerardo Reichel-Dolmatoff publicó «Notas sobre el simbolismo religioso de los indios de la Sierra Nevada de Santa Marta», una de las primeras aplicaciones del estructuralismo a los datos sobre coguis e ijcas. A los veinticuatro meses apareció Desana, con una perspectiva mental de los tucanos fundamentada en la misma teoría y en los testimonios de un miembro de esa etnia que estudiaba ingeniería en Bogotá. Añadidos a su obra, estos últimos estudios cambiaban el perfil evolutivo de Colombia. Surgían la llanura y las selvas tropicales como epicentros de tres invenciones esenciales para toda la evolución americana: la cerámica, la agricultura de tubérculos y la veneración de jaguares y anacondas. Reichel-Dolmatoff, entonces, contribuía a que, en el escenario académico internacional, América Latina dejara de equipararse fundamentalmente con México y Perú. Este nuevo mapa atrajo otra ola de investigación extranjera. Durante la segunda mitad del decenio de 1960 y
comienzos del setenta, el grueso del trabajo foráneo dependía de estudiantes de posgrado procedentes de Norteamérica y Europa. El Chocó y el Amazonas fueron los territorios preferidos, aunque la etnografía de los Llanos Orientales y la arqueología de la Sierra Nevada de Santa Marta recibieron aportes muy significativos de este grupo. Hubo cierta predilección por los estudios de parentesco, organización social y mitología. No obstante, la ecología cultural dominó el enfoque sobre guahibos, emberaes y baríes. Exceptuando a algunos de sus miembros, su oposición al aniquilamiento étnico, y su renuncia a divulgar en español figurarían como detonantes de la reacción en contra de la academia anglosajona que caracterizaría la ruptura institucional de los años setenta. Desafiliación La reflexión referente a la dificultad de ser neutral y científico social a la vez; el repudio a la propia identidad profesional después de descubrirse la vinculación de eminentes antropólogos con los planes de contrainsurgencia de Camelot y Arpa; el desmonte de la reforma agraria durante las administraciones de Pastrana y López Michelsen; la censura al Estado por su posición con respecto al genocidio de indígenas; la participación de universitarios en estrategias políticas armadas, siguiendo el ejemplo de Camilo Torres, imprimen carácter a este período de desafiliación. Su nombre obedece a que la mayoría de científicos sociales colombianos rompió con aquellos modelos de investigación que se han agrupado bajo el rubro de «positivistas». Floreció entre 1970 y 1975 como respuesta a un complejo de fuerzas académicas y políticas. Entre las primeras figura la revalorización del marxismo operada en las principales universidades alemanas, francesas y norteamericanas. También, la «Declaración de Barbados por la liberación in-
Orlando Fals Borda, sociólogo que se propuso estimular el desarrollo comunitario de campesinos, valiéndose de una nueva metodología de trabajo de campo y aplicando la teoría antropológica de "cultura y personalidad" para trazar las raíces de la conducta campesina.
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Nina S. de Friedemann, una de las antropólogas que "creyeron que los objetivos de la disciplina no se lograban mediante el activismo político o abandonando la identidad profesional." Con sus alumnos de la Universidad Nacional, estudió la minería artesanal del Pacífico, con la idea de formar una escuela sobre la cultura negra. Ha preconizado el cine etnográfico, la antropología visual y un lenguaje accesible al público no necesariamente especializado.
dígena». Firmada por un grupo de científicos sociales de América y Europa, amplió la misión de la antropología para que aportara «... a los pueblos colonizados todos los conocimientos antropológicos, tanto acerca de ellos mismos como de la sociedad que los oprime a fin de colaborar con su lucha de liberación...». La dinámica interna de las ciencias sociales colombianas hizo eco a estas presiones. Algunos antropólogos asumieron posiciones críticas frente a hechos como el genocidio de indígenas cuivas en el hato de La Rubiera y el ataque realizado por el ejército colombiano en San Rafael de Planas a un grupo de guahibos indefensos. Por su parte, los comités de usuarios campesinos comenzaron a ejercer presión para que la investigación social los beneficiara. En las universidades estatales, y en menor grado en las privadas, una de las luchas iniciales fue la reforma curricular. La implantación del nuevo pénsum, empero, poco se diferenció de una purga que incluyó a los profesores colombianos o visitantes que en opinión de estudiantes y reformadores fueran «positivistas» o representantes de la «academia imperialista»; las fundaciones extranjeras y los programas de posgrado apoyados por ellas; los cursos sobre metodología de la investigación y sobre las escuelas clasificadas como «funcionalistas, culturalistas, o empiristas»; el trabajo de terreno que debería sustituirse por el activismo político; la literatura anglosajona, en cuyo reemplazo se exigieron los filósofos clásicos de los siglos XVIII y XIX o —en palabras de Néstor Miranda— «... una bibliografía de etnografía soviética imposible de consultar en lengua vernácula...». Parte de los sociólogos desplazados formaron entidades independientes sin ánimo de lucro para llevar a cabo una actividad que cada día fue más difícil realizar dentro de la universidad: la investigación social. A esta época se remontan las raíces de instituciones como La Rosca y Fundarco, y por lo
tanto de estrategias como la de investigación-acción-participante . Dentro de los antropólogos, sin embargo, la desafiliación institucional no fue radical. Vinculados al Instituto Colombiano de Antropología, hubo investigadores que promovieron la ruptura con los cánones que guiaban el ejercicio profesional. Predicaron que el compromiso con los oprimidos requería asumir la identidad de ellos, renegando a la propia, comportamiento que Fals Borda llama «masoquismo populista», y que proscribía el publicar como otro mecanismo de explotación. En 1975, la dirección de ese instituto legitimó el activismo. Los directores de las estaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, La Pedrera y Cravo Norte tuvieron que darle prioridad a la ejecución de tareas asistenciales en salud, mercadeo, educación bilingüe y arquitectura. Esta última actividad tuvo especial preponderancia en la estación de la Sierra, a la cual le cupo la responsabilidad de reconstruir el sitio arqueológico Buritaca 200, posiblemente tairona, que a partir de ese momento se denominó «Ciudad Perdida». En este esfuerzo, como en los anteriores, el desarrollo de la teoría antropológica o el cumplimiento de metas científicas ocuparon lugares secundarios frente a los requerimientos de la promoción social y política. Pese al antiempiricismo, hubo quienes creyeron que los objetivos que la Declaración de Barbados le fijara a la antropología no se lograban mediante el activismo político o abandonando la identidad profesional. Entre ellos, Nina S. de Friedemann montó un programa sobre grupos negros. Acompañada de algunos de sus alumnos de la Universidad Nacional, llevó a cabo observaciones de la minería artesanal del litoral Pacífico. Su ideal era el de formar una escuela sobre cultura negra. Tal propuesta, sin embargo, requeriría cubrir materias ignoradas por los programas universitarios, así como ampliar y perfeccionar el adiestramiento en métodos de investigación. Descalificado por no ser lo suficien-
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Capítulo 12
temente radical, el proyecto tendría eco desvinculado de las aulas y se ampliaría al utilizar el cine etnográfico, la antropología visual y un lenguaje susceptible de ser publicado en prensa. Con la misma tónica, entre 1971 y 1975, surgieron tres conjuntos de investigadores que se interesaron por las luchas agrarias. El primero incluía a Adolfo Triana, Myriam Jimeno y otras personas que se vincularon al Instituto Colombiano de la Reforma Agraria. Impulsó cambios en la legislación de tierras para facilitar la creación y reconstrucción de reservas y resguardos indígenas. Aunque con proyectos separados y estrategias muy divergentes, en el segundo cabrían los nombres de Darío Fajardo y Jaime Arocha, quienes examinaron la causalidad de la Violencia con base en enfoques regionales, revisión de documentos no tradicionales y análisis sistemáticos para establecer relaciones complejas entre clientelismo, colonización, conflictos de clase y competencia por la tierra. El tercero surgió en 1975 alrededor de Elias Sevilla Casas. Pionero en la investigación antropológica independiente, su meta fue elaborar una visión totalizante acerca de los paeces de Tierradentro. Por ello, cubrió aspectos etnohistóricos, demográficos, económicos, sociales y políticos. Además de guiar a la antropología hacia grupos humanos y temas cuya figuración había sido insignificante, la teoría marxista le dio un vuelco a la etnografía. Investigaciones como las de Manuel José Guzmán, Jon Landaburu y Roberto Pineda Camacho señalaron que las culturas amazónicas no habían permanecido vírgenes hasta el año 1900, cuando los efectos de la explotación cauchera eran palpables. Con sus análisis de mitos y etnohistoria colonial indicaron que las etnografías de la región no serán veraces mientras no hagan referencia a los efectos de las herramientas de hierro, de las prédicas misionales y de los cambios de población acarreados por la captura de esclavos.
Casi todos los impulsadores de las transformaciones del decenio del setenta cuestionaron la asimetría de la investigación extranjera. En 1973, el Instituto Colombiano de Antropología reguló el trabajo de arqueólogos y etnógrafos foráneos. Infortunadamente, por la forma inconsulta como fue preparada y el personalismo que rodeó su aplicación, esa reglamentación pasó a ser un instrumento represivo que no incrementó los flujos de información hacia el país. No obstante la popularización del marxismo, otros tipos de investigación avanzaron. Gerardo Reichel-Dolmatoff siguió adentrándose en el alma tucana, hasta el punto de beber yajé con los desanos y luego comparar sus alucinaciones con las de los indios. Con aportes de la Fundación de Investigaciones Arqueológicas del Banco de la República, Carlos Ángulo Valdés excavó en Malambo y Ciénaga Grande; Clemencia Plazas y Ana María Falchetti dilucidaron el funcionamiento del complejo hidráulico de la depresión momposina, Julio César Cubillos, Alvaro Chaves, Luis Duque Gómez y Mauricio Puerta han aclarado la cronología de las culturas de San Agustín y Tierradentro, así como el poblamiento y la subsistencia. Esta Fundación también ha copatrocinado el esfuerzo de Gonzalo Correal por armar el rompecabezas del Pleistoceno colombiano. El de Correal es uno de los pocos nombres que asocia el de la Universidad Nacional al de un programa ininterrumpido de excavación y análisis. Reafiliación Propuesto en 1974, el Plan «Para cerrar la brecha» habría sido inconcebible sin el aporte de los ingenieros de sistemas. Con sus computadores, simularon interacciones entre familias campesinas y parcelas. Detectaron ineficiencias de tal magnitud que corregirlas surgió como estrategia de reforma agraria, supuestamente más eficaz que la repartición de las tierras de
Jaime Arocha, realizador de estudios sobre la causalidad de la violencia con base en estudios regionales, revisión de documentos no tradicionales y análisis sistemáticos para establecer relaciones complejas entre clientelismo, colonización, conflictos de clase y competencia por la tierra.
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los ricos. En el papel demostraron, por ejemplo, que controlar la diarrea equivalía a aumentar las áreas cultivables; conjeturaban que al disminuir la morbilidad, había un ahorro de energía que podía canalizarse hacia una mejor alimentación para todos; con más energía para trabajar, aumentaría la producción anual, el ingreso y el bienestar social. Estos mapas de relaciones complejas hicieron renacer el mecanicismo; disimularon la lucha de clases o la distribución inequitativa del ingreso, y les abrieron vías de reincorporación a las fundaciones internacionales. En la mira de estas agencias aparecieron ex profesores universitarios asociados en entidades sin ánimo de lucro, e intermediarios financieros que suplantaron a la administración universitaria. Ingenieros, médicos y economistas tomaron el lugar de sociólogos y antropólogos en lo que debería ser indagatoria de primera mano sobre la realidad agraria. Grandes encuestas, redactadas a espaldas de las lenguas vernáculas, teledirigidas desde metrópolis, sustituyeron análisis históricos y observaciones de campo. Empero, no fueron evidentes las mejoras del bienestar de campesinos y proletarios rurales. Los habitantes de la zona plana del norte del Cauca, por ejemplo, han servido de conejillos de Indias para sinnúmero de programas de «desarrollo rural sin tierras». Hoy ven su región convertida en tablado de lucha guerrillera. Con todo y la protuberancia de la inequidad económica, la nueva estirpe de expertos «neutrales» tiende a jus-
tificar las fallas de sus esfuerzos por la complejidad de los sistemas y procesos sociales. Y para deletrear el fracaso, lo recomendable no es reconocerlo como tal, sino redactar una nueva propuesta para hacer «investigación evaluativa». Fundamentadas en el trabajo multidisciplinario, las evaluaciones de impacto les abren a los antropólogos posibilidades de incorporarse a la investigación aplicada. Otra alternativa de reafiliación surgió a partir de 1978. Para entonces, aumentó la restricción de la democracia colombiana. Los derechos de las minorías, violados en nombre de la seguridad nacional, les sirvieron a las fundaciones multinacionales para legitimarse frente a la izquierda. Abrieron divisiones en pro de los derechos humanos, y la supervivencia de culturas indígenas y negras. Como clientes de estas ayudas no aparecieron los teenócratas, sino sociólogos, antropólogos y abogados, por lo general trabajadores independientes o miembros de pequeñas fundaciones responsables de acciones directas con las bases. Si llegara a producirse la reafiliación que se vislumbra, podría hacerse a partir de las lecciones aprendidas durante los años setenta. Si los antropólogos aceptan nuevos roles en la investigación aplicada o como consejeros de políticas agrarias, tendrían la oportunidad de hacerlo desde una perspectiva crítica. Buscar una falsa neutralidad ideológica, solamente ayudaría a entronizar de nuevo en los altares de la historia patria a los descendientes de los conquistadores, con su ideología.
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1. Gregorio Hernández de Alba en trabajo de terreno en la Guajira, 1935. 2. Alicia Dussan y Gerardo Reichel-Dolmatoff con indios Kogui, 1944. 3. Egresados del Instituto Etnológico Nacional: Rogelio Velásquez, Vidal Rozo, Roberto Pineda Giraldo, Padre Bedoya, Segundo Bernal, Luis Duque Gómez, José Rodríguez Bermúdez,
Joaquín Parra, Milcíades Chaves, Sergio Elias Ortiz, Víctor Bedoya; sentados: Francisco Márquez Yáñez, Graciliano Arcila, Virginia Gutiérrez de Pineda, Sol Tax, Alicia Dussan de Reichel, Gerardo Reichel-Dolmatoff, Carlos Ángulo Valdés, Thomas van der Hammen, Julio César Cubillos (fotografía de los años 50).
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La medicina colombiana de la Regeneración a los años de la segunda guerra mundial Néstor Miranda Canal Antecedentes
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esde el momento mismo en que aparecen las sociedades humanas los hombres han tenido que enfrentarse al dolor y a la muerte, es decir, han tenido que hacer medicina. La medicina o, mejor, las medicinas tienen una larga historia que se confunde con la de las sociedades y se pierde en la noche de los tiempos. Nuestras sociedades precolombinas tuvieron su propia medicina acorde con el nivel de su desarrollo cultural, económico y político. Algo de ella queda en las tribus indígenas que lograron sobrevivir y en algunas de las prácticas y concepciones médicas populares de nuestra sociedad mestiza. Los conquistadores, por su parte, trajeron también su medicina, mezcla de tradiciones populares europeas y árabes y de los saberes médicos «cultos» constituidos sobre la base del llamado pensamiento racional que tuvo su origen en la Grecia clásica. Algo de esta medicina de los conquistadores queda también en la medicina popular de nuestras ciudades y de nuestros campos.
Por obvias razones de importancia y de espacio nos interesa la medicina científica, la que hoy se enseña en las escuelas y facultades y se practica en los hospitales, clínicas, puestos de salud y consultorios privados. El núcleo originario de esta medicina se dio en la Grecia de los siglos V y IV a.C, cuando los médicos hipocráticos le aplicaron al estudio de la salud y de la enfermedad el método que los filósofos pre-socráticos habían aplicado al estudio de la naturaleza con el propósito de comprender su origen, su forma, su composición y su dinámica. Desde ese momento la medicina accedió al nivel técnico, se convirtió en una teckné (ars en latín) y comenzó su ya largo recorrido a través de la llamada civilización occidental, transformándose en cada una de sus etapas (Imperio Romano, Edad Media, Renacimiento, Barroco e Ilustración) hasta llegar al siglo XIX, cuando se produce el viraje definitivo con el surgimiento de las tres grandes mentalidades médicas modernas (anatomoclínica, fisiopatológica y etiopatológica), que marcan la tendencia irreversible de esta medicina a apoyar sus operaciones prácticas y sus interpretaciones teóricas en las ciencias físicas y natu-
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José Celestino Mutis, introductor de la medicina científica e ilustrada en el país, en la segunda mitad del siglo XVIII. Miguel de Isla elaboró con Mutis un plan de estudios médicos y fundó en 1802 la primera escuela de Medicina en el Colegio Mayor del Rosario.
rales y en las disciplinas propiamente médicas que poco a poco se van constituyendo. Esta línea que conduce a la medicina científica del siglo XIX es introducida en nuestro país por José Celestino Mutis, en la versión de la medicina y la cirugía ilustradas en España. Hasta el momento de su llegada a estas tierras (1760), los intentos que se habían hecho para crear cátedras de medicina en el virreinato, especialmente en Santafé, habían sido infructuosos y la medicina que se practicaba para enfrentar los problemas de salud correspondía en lo fundamental a aquellas versiones indígena, mestiza y conquistadora. Mutis, por intermedio de sus acciones concretas como médico privado y «salubrista» (por ejemplo con su Método general para curar las viruelas, publicado en 1782, y sus Instrucciones sobre las precauciones
que deben observarse en la práctica de la inoculación de las viruelas, del mismo año) y, sobre todo, con su magisterio concretado en los primeros planes de educación médica elaborados junto con Miguel de Isla (en 1802 y 1805), creó las condiciones para la entronización de la medicina científica. En este proceso muchas de nuestras tradiciones autóctonas se perdieron o se subestimaron, hasta hoy en día, pero a su vez nuestra medicina ganó en capacidad explicativa y en posibilidades efectivas de intervención terapéutica y preventiva. Los azarosos años de la Independencia obligaron a los escasos médicos formados dentro del nuevo espíritu mutisiano a desplazarse al frente como médicos militares, cuando no como combatientes. Todos los esfuerzos de la medicina de esta época se centran en el campo de batalla; las poblaciones quedan inermes frente a la enfermedad, y la educación médica prácticamente desaparece. Con el advenimiento de la Gran Colombia se creó la Universidad Central de Santafé, en 1826, y se reorganizaron los estudios médicos. En medicina, como en otros campos, nuestra mirada se dirigió a Inglaterra y, en especial, a Francia. En este último país se estaba gestando por esta época una gran transformación médica en las universidades y en los hospitales reformados por la Revolución francesa. A nuestro territorio llegaron por diferentes vías algunos médicos ingleses (Davoren, Dudley, Cheyne y otros) y franceses (Broc, Dasté, Roulin, Rampon, Villaret y De Laloubie) en los años inmediatamente posteriores a la Independencia. Los ingleses trajeron las ideas de escocés John Brown (1735-1788) y los franceses las de su continuador y opositor al mismo tiempo, Francois Joseph Víctor Broussais (1772-1838), dando origen a la polémica entre estas dos escuelas, como sucedió en Europa y en toda Latinoamérica. Las orientaciones del plan de estudios médicos de 1826 así como los textos utilizados eran fundamentalmente franceses,
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con el dominio de la «medicina fisiológica» de Broussais. Por los resquicios que dejaba la «dictadura» de este fogoso revolucionario se iba filtrando lentamente la primera de las tres grandes mentalidades médicas modernas, la mentalidad anatomoclínica, también llamada medicina hospitalaria, porque se gestó en los hospitales franceses, lo cual, a su vez, determinó que se le llamase igualmente «clínica francesa». En el período que va de la Gran Colombia a la Regeneración (1881) nuestro país vivió serios problemas de salud frente a los cuales los diferentes gobiernos trataron de diseñar políticas y acciones concretas de alcance ciertamente limitado. A los problemas derivados del lamentable estado nutricional de la mayor parte de nuestra población, de los deficientes servicios públicos (alcantarillados, acueductos, recolección de basuras, disposición de los cementerios, hospitales, etc.) y de la escasa información sobre higiene privada y social, se sumaron las epidemias recurrentes de viruela, fiebre tifoidea, tifo exantemático, etc., además de las consabidas disenterías amibianas o bacilares, las enfermedades tropicales, las enfermedades traídas por los colonizadores y que encontraron una población desprovista de defensas inmunitarias (tuberculosis, lepras y la tan discutida sífilis) y las afecciones traumáticas derivadas de nuestras tan inciviles guerras del siglo pasado. Uno de los problemas más graves se relacionaba con la dificultad que existió para mantener un programa sostenido y coherente para la formación de médicos. La Universidad Central se vio envuelta en los serios desajustes institucionales de nuestros primeros cuarenta años de vida independiente. La ley del 15 de mayo de 1850 vino con sus brutales decisiones de «suprímeme las universidades» y «el grado o título científico no será necesario para ejercer profesiones científicas» a coronar la caótica situación. En estas condiciones, la formación se hacía un tanto empíricamente, por el
sistema de enseñanza Ubre al lado de un médico experto y de prestigio, o viajando al exterior para ingresar en una facultad médica reconocida. Siguiendo con la tradición inaugurada en los años de la Independencia y teniendo en cuenta los sorprendentes logros de la medicina francesa, París, «el cerebro del mundo» —como la llamara nuestro primer historiador de la medicina, el doctor Pedro María Ibáñez, en 1884— fue el sitio más apetecido. Allí se formaron los médicos que habrían de producir un importante viraje en nuestra medicina, en la década de los años sesenta del siglo pasado, y que habrían de «naturalizar» la mentalidad anatomoclínica en el país. El viraje de la década de 1860: la Universidad Nacional Dentro de este grupo de médicos, cuya actividad se va a proyectar hasta el siglo xx, se pueden mencionar, entre otros, los nombres de Rafael Rocha Castilla, Antonio Vargas Vega, Manuel Plana Azuero, José María Buendía, Liborio Zerda, Andrés María Pardo, Librado Rivas, el joven Nicolás Osorio y Antonio Vargas Reyes. Este último, el más activo y prolífico, fue la cabeza del grupo. Era originario de Santander y había viajado a París para rehacer prácticamente toda su carrera. Allí siguió los cursos de los más destacados clínicos y cirujanos franceses de la época, durante los años de 1842 a 1847. A su regreso inició una intensa labor médica, docente, publicista y organizativa. En 1852, con otros de los ya citados, inició la publicación de La Lanceta, periódico de medicina, cirugía, historia natural, química y farmacia, del cual sólo salieron a circulación seis números, «porque comprendimos que nuestra labor no estaba al alcance de las exigencias del país». Doce años después, en 1864, los mismos editores volvieron a la carga, esta vez con la Gaceta Médica de Colombia, la cual se sostuvo durante tres años consecutivos y logró abrirle el paso a la literatura médica
Ninian Ricardo Cheyne (1798-1892), médico escocés llegado a Colombia durante la Independencia. En el período, llegaron al país médicos británicos y franceses que trajeron las ideas de John Brown y de Broussais.
Pedro María Ibáñez (1854-1919), médico formado en la escuela francesa y primer historiador de la medicina en Colombia. con su libro "Memorias para la historia de la medicina en Santafé de Bogotá". Fue también académico y periodista, redactor del "Boletín de Historia y Antigüedades" y colaborador de la "Revista Médica"
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Primer número de "La Lanceta", periódico mensual de medicina, cirugía, historia natural, química y farmacia, publicado en 1852, pionero de las publicaciones médicas en Colombia, aunque sólo tuvo seis entregas.
periódica colombiana. En 1870 apareció la Revista Científica e Industrial, en 1873 la Revista Médica de Bogotá, órgano de gran trayectoria y perteneciente a la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales (fundada en el mismo año y que debería dar origen a nuestra actual Academia de Medicina), hacia 1890 la Revista de Higiene,
Una portada de "Revista Médica", fundada en 1873 y órgano de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales, origen de la actual Academia de Medicina. El número reproducido, de julio 24 de 1883, da cuenta de una junta de representantes de prensa, a la cual concurrió el doctor Nicolás Osorio, como redactor de "Revista Médica".
de la Junta Central de Higiene, y varias otras. Hacia 1887 aparecen los Anales de la Academia de Medicina de Medellín y el Boletín Médico del Cauca. Vargas Reyes y sus colegas se lanzan a la empresa de fundar una escuela de medicina para poner término a la caótica situación existente en el campo de la formación médica, sobre todo a raíz de la ley de libertad de enseñanza de 1850. La Gaceta Médica de Colombia les sirvió de vehículo para agitar y promover la idea que finalmente cristalizó con la apertura de cursos en 1865. La presencia de esta escuela y el debate que sobre la educación profesional, y médica en particular, se estaba dando por estos años contribuyeron, junto a otros factores, para que se crease la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia (Ley del 22 de septiembre de 1867), siendo presidente el médico y general Santos Acosta. La Universidad Nacional y su Escuela de Medicina abrieron sus puertas en 1868 y, por su parte, la escuela privada de Vargas Reyes las cerró en medio de una agria polémica que terminó con el traslado de sus estudiantes y profesores al nuevo centro universitario. El propio Antonio Vargas Reyes fue el primer decano (o rector, como se le llamaba entonces) de la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional. Desde ese momento el país habrá de contar con un centro de enseñanza médica permanente, a pesar de todas las dificultades que desde su fundación ha debido sortear. Sobre sus orientaciones, hasta hace pocos años y con escasas excepciones, se modelarían las otras facultades de medicina. En Antioquia se dio un proceso un tanto similar al de la capital. Influencia de Brown y de Broussais, presencia de algunos médicos extranjeros (ingleses y franceses, además de algunos latinoamericanos), hasta que progresivamente se fue conformando un «cuerpo médico» antioqueño, por nacimiento o por adopción, y se fueron dando las condiciones para que
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apareciese la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, si bien con mayores dificultades y altibajos que los que se presentaron en Bogotá. En 1887 se funda la Academia de Medicina de Medellín y se empieza a publicar su órgano periódico, los conocidos Anales de la Academia de Medicina de Medellín. Sería prolijo enumerar los médicos antioqueños de esta segunda mitad del siglo pasado, pero al lado de la figura central de Manuel Uribe Ángel —autor de un interesante trabajo sobre la medicina en Antioquia— se pueden mencionar los nombres de José Ignacio y Tomás Quevedo, Aureliano Posada, Juan de D. Uribe, Justiniano Montoya, Ricardo Rodríguez, Hipólito González Uribe, Manuel V. de la Roche, Pedro Estrada, Francisco Uribe y Andrés Posada Arango. Y la lista, obviamente, se queda corta. El primer plan de estudios de la Universidad Nacional (1868) En la elaboración del primer plan de estudios médicos de la Universidad Nacional jugó un destacado papel Antonio Vargas Vega, estrecho colaborador de Antonio Vargas Reyes en las empresas educativas y periodísticas de estos años. La base teórica de este plan fue la llamada mentalidad anatomoclínica. Su predominio dentro de los planes de estudios médicos en Colombia y sobre las mentes de los médicos nacionales será claro hasta comienzos del presente siglo cuando empiezan a arraigar las otras dos mentalidades médicas modernas, la fisiopatológica y la etiopatológica que, en su conjunto, forman la medicina de laboratorio, llamada así por cuanto su espacio de gestación y de trabajo es el laboratorio. Esta medicina de laboratorio, a la cual aportó también notablemente Francia, con los trabajos de Claude Bernard y de Louis Pasteur, por ejemplo, será la encargada de abrirle paso a la medicina norteamericana que comienza a influir entre nosotros desde la primera guerra mun-
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dial, para desplazar a la medicina hospitalaria francesa de manera nítida en los años de la segunda posguerra. Este relevo se da, naturalmente, en medio de los cambios históricos que se producen a nivel nacional e internacional en las primeras décadas del presente siglo. Para la mentalidad anatomoclínica, la enfermedad consiste básicamente en la lesión de una parte localizada del cuerpo: órgano, tejido (Bichat) o células (Virchow). La lesión no es otra cosa que la alteración de la forma y de la estructura de la parte afectada, lo cual puede conllevar una alteración en la función que dicha parte cumple. Por ejemplo, una alteración en la forma y en la estructura del hígado puede tener como consecuencia una alteración en la producción de bilis y por tanto en la función digestiva; pero esto es lo secundario, lo posterior; lo primario es la alteración anatómica. Para poder reconocer las enfermedades, el médico debe detectar las diferentes alteraciones que se producen en el tamaño, el color, el sabor, el olor y la consistencia de los órganos, los tejidos y las células (con la intervención del microscopio). Ese conocimiento lo da la anatomía patológica, disciplina que se constituyó mediante la acumulación y la sistematización de los datos obtenidos por las observaciones efectuadas sobre miles y miles de cadáveres en el curso de las necropsias. Para poder diagnosticar, el médico debe conocer las manifestaciones exteriores en las cuales se «traducen» las lesiones internas, es decir, los síntomas y los signos físicos que expresa o presenta el paciente. Tal conocimiento, proporcionado por la semiología, se constituyó trabajando sobre «la realidad doliente» del enfermo en vida, y ya no sobre el cadáver, como lo hacía la anatomía patológica. La semiología desarrolló una serie de técnicas que le permiten cumplir el diagnóstico: además de la observación y el interrogatorio del enfermo, la palpación de su cuerpo (tacto), la percusión (tacto y oído: obtención de ruidos artificiales mediante
José Ignacio Quevedo y Amaya, médico del general Santander, y realizador de la primera operación cesárea en 1844. Figura representativa de la medicina durante el siglo XIX.
El general Santos Acosta Castillo, único médico que ha sido presidente de Colombia (1867-1868). Durante su gobierno promulgó la ley de 22 de septiembre de 1867 que creó la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia y su Escuela de Medicina, que abrió sus puertas en 1868, bajo la rectoría del médico Antonio Vargas Reyes.
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Lección de anatomía en Medellín, 1892, foto de Melitón Rodríguez. La Academia de Medicina de esa ciudad había sido fundada en 1887.
golpes dados por el médico con la cara anterior de los dedos sobre el cuerpo del paciente, técnica perfeccionada por el médico de Napoleón, Jean-Nicolas Corvisa a partir de los trabajos del vienés Leopold von Auenbrugger), y la auscultación (oído: ruidos espontáneos emitidos por el organismo del enfermo y recogidos mediante el gran invento de Laennec, el estetoscopio). Éstas fueron las técnicas básicas que permitieron constituir la semiología en la primera mitad del siglo XIX. Naturalmente, después se dieron otros desarrollos que no son del caso detallar. El método anatomoclínico consistía es saber relacionar los datos de la semiología con aquellos que se esperaba encontrar en la autopsia o en el procedimiento quirúrgico. Esta medicina, llamada después por sus críticos «medicina de observación», encontró sus fundamentos filosóficos en el sensualismo de Destutt de Tracy y de Condillac, tan en boga en el siglo XIX en nuestro país. El programa con el cual inició labores la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional se fijó por el decreto orgánico del día 13 de enero de 1868:
Primer año: anatomía general e histología, clase primera de anatomía especial y fisiología. Segundo año: clase segunda de anatomía especial, patología general y pequeña cirugía, patología interna y anatomía patológica. Tercer año: farmacia, materia médica y terapéutica, patología externa, anatomía topográfica y medicina operatoria. Cuarto año: obstetricia y patología especial de las mujeres y de los niños, higiene pública general y especial del país e higiene privada. Se fijaron, además, tres clases de clínica: interna, externa y de obstetricia. De los catorce cursos contemplados en este primer plan, cinco estaban directamente relacionados con la anatomía y deberían realizarse «sobre los cadáveres», aun cuando en la práctica esto no siempre funcionaba. La anatomía patológica aparecía como materia particular, la cual había sido introducida oficialmente por el francés Eugéne Rampon en 1844 en la Universidad Central. Las patologías y las clínicas se concebían dentro de la clásica orientación de la medicina hospi -
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talaria y en ellas, en especial en las segundas, se enseñaba la semiología. Esto aparecerá como materia independiente —para luego volver a fundirse con las clínicas— en la reforma de 1881, durante el primer gobierno de Núñez. Los aspirantes a ingresar a medicina deberían haber cursado el bachillerato en filosofía y letras y el primer año de la Escuela de Ciencias Naturales. La medicina de la Regeneración: del primer gobierno de Núñez a Rafael Reyes Al llegar por primera vez al poder Rafael Núñez (1880), el país se encuentra con un panorama más o menos claro en lo que se refiere a la medicina como organización y formación profesionales. Como ya se dijo, existe la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bogotá (fundada en 1873), que se convertirá en la Academia Nacional de Medicina, y que será no sólo el núcleo centralizador de los intereses científicos y profesionales de los médicos, sino también el órgano consultivo por excelencia de los gobiernos en materia de salud. Existen publicaciones médicas que sirven de vehículo de discusión, presión y difusión de los asuntos médicos y de salud pública. Y existe un plan de formación médica coherente, con una orientación definida y relativamente adecuado a las condiciones concretas del país en ese momento. En Antioquia la educación médica se realiza con altibajos, pero de todas maneras con mejores resultados que los que esporádicamente se logran en otros centros como Cartagena y Popayán. El doctor Manuel Uribe Ángel hace —precisamente hacia 1880— un juicio para Antioquia que bien puede ser ampliado a todo el país: «Nunca he dicho que la medicina se halle en un brillante pie entre nosotros. Sólo he hecho comprender que la lucha entre la ignorancia anterior y las aspiraciones a una perfección relativa se encuentra establecida definitivamente.
Penosas, amargas, difíciles tareas: combate contra los obstáculos, carencia de recursos, valor personal y algún entusiasmo por seguir adelante forman un grupo de circunstancias consoladoras unas y aflictivas otras; pero de ese conjunto surge la idea de que el proyecto está iniciado, de que la labor se prosigue y de que el porvenir parece querer franquear la puerta por donde se penetra en el santuario de la ciencia». Luego enumera todo lo que hace falta para que la medicina logre desarrollarse efectivamente: anfiteatros anatómicos, pabellones quirúrgicos, práctica de las vivisecciones, laboratorios químicos, bibliotecas, colecciones de historia natural, reuniones académicas y, para Antioquia concretamente, la necesidad de una escuela permanente de medicina. Es decir, las bases estaban sentadas desde los años sesenta del siglo pasado, pero las necesidades eran enormes y las posibilidades de superarlas bien escasas teniendo en cuenta las precarias condiciones, de todo orden, en que se encontraba el país en vísperas de la Regeneración. Desde 1881 los gobiernos de la Regeneración legislan con insistencia sobre la educación, la universidad y, también, la enseñanza médica. Su propósito, consolidado a partir de la Constitución de 1886, es poner la educación bajo el directo control del ejecutivo. Para el caso de los estudios médicos —y luego para toda la educación— juega un importante papel el doctor Liborio Zerda, rector durante varios años de la Escuela de Medicina y Ciencias Naturales y, posteriormente, ministro de Instrucción Pública en la década de los años noventa. Zerda, además de médico, se desempeñó como químico e incursionó en los dominios de la etnología. Realizó estudios sobre uno de los problemas de salud pública que más ha preocupado a los médicos y a los estadistas colombianos —desde Bolívar—, el del «chichismo». Zerda escribió un Estudio químico, patológico e higiénico de la chicha, bebida popular en Colombia,
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Manuel Uribe Ángel (1822-1904), figura central de la medicina antioqueña durante la segunda mitad del siglo XIX (Dibujo de Alberto Urdaneta, 1881).
Liborio Zerda (1833-1919), rector de la Escuela de Medicina y Ciencias Naturales, ministro de Instrucción Pública en la última década del siglo pasado, médico, químico, etnólogo y autor del "Estudio químico, patológico e higiénico de la chicha, bebida popular en Colombia", sobre ese preocupante problema de la salud pública nacional.
muy difundido. Este problema del «chichismo» sólo se logró erradicar a mediados del presente siglo bajo la dirección del doctor Jorge Bejarano. Las diferentes reformas que se introdujeron en el plan de estudios de medicina durante estos años (18801904) no variaron su orientación anatomoclínica básica. Pero sí se tomaron algunas medidas que representan los primeros balbuceos de la medicina de laboratorio, especialmente en lo que se relaciona con la componente etiopatológica. Se crean cátedras de bacteriología y micrografía, siendo uno de los primeros titulares de la primera el doctor Epifanio Combariza. En 1893 se establece que bacteriología se dicte junto a micrografía, pues antes esta última se dictaba con anatomía e histología, lo cual indica que el microscopio se usaba básicamente en un sentido anatómico. Ahora es utilizado en el análisis de sustancias y en la búsqueda de micro-organismos. Bajo la dirección de Francisco Tapia se crea un laboratorio en la Universidad Nacional el cual en 1900 —al calor de la guerra de los Mil Días— pasa al Hospital San Juan de Dios, bajo la dirección del
mismo Tapia, y se decide que sea utilizado en clínica a pedido de los médicos, y no sólo para la enseñanza. Las primeras materias de la medicina de laboratorio que aparecen en el pénsum son las que sustentan la mentalidad etiopatológica (micrografía, bacteriología y toxicología), mentalidad ésta que concibe la enfermedad como el producto de la introducción en el organismo de un agente vivo (virus, bacteria), químico o físico. Es la mentalidad que surge a partir de los decisivos trabajos de Pasteur y Koch, entre otros. La otra componente de la medicina de laboratorio, la mentalidad fisiopatológica, tardará un poco más en penetrar, como sucedió en la misma Europa y los Estados Unidos. En la reforma de 1881, además de la cátedra de sifilografía (que ilustra sobre la importancia de esta enfermedad en aquellos años), se introduce un curso facultativo de homeopatía, seguramente por influencia directa del propio Núñez. Ésta fue una de las «medicinas paralelas» que más tempranamente penetró en el país, pues ya en la década de los años sesenta del siglo pasado tenía sus órganos de difusión (La homeopatía) y polemizaba con los cultores de la medicina científica, bajo la batuta del doctor Peregrino Sanmiguel. Este «hombre providencial» fue un decidido partidario de esta clase de medicina —como lo fuera Rafael Pombo, panegirista lírico del fundador de la misma, Samuel Hahnemann, y presidente honorario de la Sociedad Homeopática de Colombia—. La homeopatía incluirá, años más tarde, un epígrafe debido a Núñez y que reza así: «Cada vez comprendo mejor y venero más a Hahnemann, que descubrió el derrotero de la verdad médica como Colón el del Nuevo Mundo. La homeopatía hace visible lo invisible.» Algunas enfermedades y algunos médicos Los médicos colombianos se enfrentaron con estas orientaciones a las en-
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fermedades que aquejaron a sus compatriotas entre 1880 y 1904. Tuvieron especial importancia —sin que ello agote la lista— la lepra, el bocio exoftálmico, la tuberculosis, la viruela, la bartoneliasis, la fiebre tifoidea, el tifo exantemático, el paludismo, la fiebre amarilla, las disenterías, la sífilis y las parasitosis de diversa clase. El cólera, sin que hubiera tenido un impacto considerable, constituyó, sin embargo, uno de los temas más importantes de debate entre los médicos, los políticos, y en general las élites culturales del país, desde la célebre polémica que se dio hacia el año 1850 hasta las diversas advertencias y medidas preventivas que sucesivamente se lanzaban a la opinión pública, como las contenidas en los Primeros cuidados que deben darse a los enfermos atacados de diarrea coleriforme, traducidos del francés y presentados por el doctor Nicolás Osorio en la Revista de Higiene del 1 de noviembre de 1902. Sobre todas estas enfermedades los médicos colombianos investigaban, especulaban a veces, discutían y trataban de generar medidas de salud pública. Sobre el paludismo, por ejemplo, se dio una discusión de varios años entre los partidarios de la «teoría hídrica» (contaminación por el agua) y los defensores de la «teoría del mosquito». Entre los primeros se contó el
Portada del segundo número de "La Homeopatía", órgano de la Sociedad Homeopática de Colombia, fundada por Samuel Hahnemann, 1866. Núñez, gran admirador de este personaje y autor de la frase: "La homeopatía hace visible lo invisible", patrocinó durante su primer gobierno la creación de un curso facultativo de esta disciplina.
doctor Juan de Dios Carrasquilla, quien introdujo al país uno de los primeros aparatos de rayos X. La viruela, de otro lado, dio motivo para que los médicos insistieran permanentemente sobre la necesidad de la vacunación obligatoria, cuyas bondades se Propaganda de los Laboratorios Uribe Ángel con la imagen del gran médico antioqueño (El aviso es de los años treinta).
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Algunas de las enfermedades se conocían desde la segunda mitad del siglo XVIII, cuando Edward Jenner di- presentaban en forma de epidemias. fundió este método preventivo. Los Durante los años de 1889 y 1890, para organismos de salud no habían logra- citar un caso, en Bogotá y otros ludo implantar la vacunación, y la virue- gares, se produjeron epidemias de grila continuaba haciendo estragos perió- pe, sarampión, fiebre tifoidea y tifo dicamente. En 1891, la Junta Central exantemático. La epidemia de saramde Higiene pedía al Congreso que se pión tuvo graves consecuencias por dictase una ley haciendo obligatoria la cuanto derivó en problemas pulmovacunación en todo el país, pues so- nares que causaron una elevada morlamente se vacunaba con regularidad talidad infantil. Uno de los médicos en Cundinamarca. En relación con las que debió manejar a los enfermos de enfermedades venéreas, y en especial estas epidemias como interno del hosla sífilis, los médicos insistían sobre la pital San Juan de Dios, el doctor Jainecesidad de reglamentar la prostitu- me Mejía Mejía, afirma que el tifo ción y crear centros de examen y de exantemático atacaba con preferencia prevención. Algunos propugnaban «a las clases acomodadas, a los intepor la represión y otros consideraban lectuales, a las familias aristocráticas», que dicha profesión ofrecía una vál- de donde deduce que para salir airoso vula de escape necesaria. Tal era la de las epidemias que azotaban al maposición, por ejemplo, del doctor José yor conglomerado urbano de la época, María Lombana Barreneche, sin duda «hay que estar en contacto con el puealguna una de las figuras más intere- blo e ir vacunándose lentamente con santes de la medicina colombiana. El las aguas infectadas, con las cortezas índice de sifilíticos parecía ser muy sucias de las frutas y con el mínimum alto. Lombana Barreneche y Martín de medidas profilácticas...». Unos Camacho afirman, en 1909, que «más años después se produjo una epidemia del 70 % de los jóvenes ha recibido el de fiebre tifoidea, entre julio de 1908 bautismo de la sífilis». y marzo de 1909, que dejó, según un Cuerpo facultativo del Hospital San Juan de Dios, de Bogotá, en , 1924, presidido por José María Lombana Barreneche, a quien acompañan en la primera fila, a la derecha, los doctores Roberto Franco, Bárcenas, Gómez, Pedro Elíseo Cruz, Pedro Felipe del Castillo, Gonzalo Esguerra y Humberto Correa, entre otros.
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informe académico, una morbilidad del 2 % de la población, «cifra claramente aterradora». En relación con el tifo exantemático y la fiebre tifoidea se generó una larga polémica entre los médicos colombianos desde finales de siglo pasado. Algunos diferenciaban estas dos enfermedades («los dualistas») y otros consideraban que el tifo exantemático no era sino una «forma hipertóxica ataxodinámica del tifo» («los unitaristas»). El problema se presentaba de manera urgente alrededor del diagnóstico por la similitud de síntomas de las dos enfermedades. Aprovechando la peste de 1908-1909, y después de una investigación realizada sobre los reclusos de la cárcel de Paiba, el doctor Martín Camacho, director del laboratorio Santiago Samper, afirmaba que el problema del diagnóstico diferencial sólo podría ser zanjado mediante el serodiagnóstico de Widal. Algunos años más tarde, en 1922, un brillante médico nacional, el doctor Luis Patiño Camargo, realizó una cuidadosa investigación, que constituyó su tesis de grado, en los enfermos de la clínica de Marly y el Hospital San Juan de Dios, y demostró que el tifo era una enfermedad específica diferente de la fiebre tifoidea, aislando, además, su agente etiológico: el piojo. Su director de tesis fue otro de los partidarios de «la teoría dualista», el doctor Carlos Esguerra. La salud pública Historiadores de la salud pública en Colombia (Guillermo Restrepo Ch. y Augustín Villa), han identificado tres etapas en la acción social del Estado colombiano: (a) la etapa del individualismo, que va de 1810 a 1886; (b) la etapa del intervencionismo de Estado, que se inicia con la reforma constitucional de 1886, se profundiza en 1936 y cobra mayor énfasis aún en la década de los años cuarenta; y (c) la etapa del Estado empresarial, a partir de 1968, sustentada en la reforma constitucional de ese año. Interesa aquí la
José María Lombana Barreneche, eminente figura de la medicina nacional, presidente de la Academia del ramo, partidario de la reglamentación de la prostitución, y no de su represión, como medida para prevenir las enfermedades venéreas.
etapa del intervencionismo de Estado. En la Constitución de 1886 se establece claramente la obligación del Estado de velar por la salud de los ciudadanos. La ley 30 de ese mismo año creó la Junta Central de Higiene, dentro del Ministerio de Instrucción Pública, integrada por tres médicos y un secretario. De ella se hicieron depender las Juntas Departamentales, el Parque de Vacunación, la Oficina Central de Vacunación y una sección encargada de las políticas y prácticas relacionadas con las cuarentenas. Esta nueva estructura debía hacer frente no sólo a la amenaza de las epidemias o a las enfermedades endémicas y a otras patologías, sino que también debía ocuparse de problemas de salud pública y de medicina social que aún persisten en el país: desnutrición infantil, falta de agua potable, contaminación ambiental y muchos más. La voluntad existía, pero los recursos del Estado eran débiles, como casi siempre ha sucedido. Una de las primeras juntas estuvo integrada por los doctores Carlos Michelsen U., Nicolás Osorio, Gabriel Castañeda y Proto Gómez, y desarrolló una intensa labor de investigación, planificación y reglamentación de muy variados aspectos
Martín Camacho,
ilustre médico residente en Barranquilla y luego director del Laboratorio Santiago
Samper, realizó investigaciones sobre el tifo exantemático y la fiebre tifoidea, intentando una diferenciación de las dos enfermedades.
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Clínica de Marly, fundada en Bogotá, por Carlos Esguerra, el 18 de enero de 1904. Por investigaciones realizadas allí y en el Hospital San Juan de Dios, en 1922, Luis Patiño Camargo demostró que el tifo era una enfermedad distinta de la fiebre tifoidea, causado por el piojo.
Portada de un número de 1891 de la "Revista de Higiene". órgano de la Junta Central de Higiene, creada por la ley 30 de 1886. dentro del ministerio de Instrucción Pública, para velar por la salud ciudadana, de acuerdo a los postulados de la Constitución expedida ese mismo año.
de la salud. Trabajó, como lo hicieron todas las juntas posteriores, en estrecho contacto con la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bogotá y creó su propio órgano de difusión, la Revista de Higiene. Las condiciones del país, sin embargo, no eran las mejores. Las decisiones no siempre podían llevarse a la práctica y los obstáculos para el cumplimiento de las reglamentaciones eran muchos, empezando por la precariedad de los recursos y terminando por los continuos enfrentamientos bélicos. La organización estatal de la salud pública, por estos años, sufrió varias reestructuraciones, y sólo hasta la tercera década de este siglo, y en especial durante la cuarta, logró estabilizarse, cuando se crearon el Ministerio de Higiene y el Seguro Social. La guerra de los Mil Días y la medicina La medicina, al mismo tiempo que contribuye a mitigar un tanto el sufrimiento que acompaña a toda guerra,
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aprende en medio de los campos de batalla. Amplias posibilidades ha tenido nuestra medicina para hacer este aprendizaje, sobre todo en el siglo pasado. Pero, al parecer, el provecho ha sido escaso. A este respecto, un testigo de algunas de nuestras guerras, el doctor Jaime Mejía Mejía, dice que «en un país que tenía —y que tiene— que resolver todos sus diferendos internos a punta de choques sangrientos», la medicina «debió haber hecho progresos y aun crear una cirugía propia de su modo de herir. Pero no había nada de eso. El que tenía la mala suerte de ser herido en uno de sus miembros, por ejemplo, no tenía otra esperanza ni ayuda que las aplicaciones liberales de yodo (liberales, por la abundancia del antiséptico), las tablillas y vendajes compresores que, las más de las veces, desembocaban en la gangrena y en la amputación consecuencial. Y el que tuviera la terrible desgracia de recibir una bala en el tronco y no entregara su alma por el impacto, era sometido a las torturas más inconcebibles... En la mayoría de los casos, cuando se trataba del pulmón, mediastino o abdomen, no se lograba ni eso (localizar el proyectil) y la exploración era tan traumatizante, que el herido tenía un verdadero gozo en morir». Los propiciadores de las guerras, en medio de su fanatismo, olvidaban tomar las más elementales medidas en relación con la asistencia médica y la prevención de enfermedades. Uno de los cronistas de la guerra de los Mil Días, el teniente coronel Leonidas Florez, dice que «por simple y elemental principio, han debido saber los directores de la guerra de los dos bandos, que una tropa que marcha al combate está formada por seres humanos; que enferman por la acción del clima, las largas marchas y la escasez de alimentos. Que, como quiera que su actividad ha de ser la lucha con un adversario que lleva armas que forzosamente darán la muerte a sus semejantes, o por lo menos ocasionales heridas, han de tomarse todos los
aprestos necesarios para que las bajas sean menores...» Sobre esta guerra de los Mil Días, el doctor Carlos Putnam, jefe del Servicio de Ambulancias del gobierno, pionero de la psiquiatría en Colombia y autor de un Tratado de medicina legal, dejó un patético «Informe del Jefe de la Ambulancia». Pero algo bueno debía salir de este conflicto del cambio de siglo: la Cruz Roja Colombiana. En torno a la figura de Santiago Samper se reunieron varios médicos (Nicolás Buendía, Hipólito Machado, José María Montoya, Lisandro Reyes) y algunos miembros de la alta sociedad bogotana de tendencia liberal. Este grupo decidió crear dos servicios de ambulancia. Uno integrado por veintiocho médicos, cuarenta y dos practicantes, ocho hermanas de la caridad, un capellán y un farmaceuta, que se dirigió hacia Santander. Otro formado por ocho médicos, doce practicantes y tres hermanas de la caridad, que se dirigió hacia Fusagasugá y Tibacuy. Habían sido equipados con dineros pertenecientes a la Cruz Roja. De esta iniciativa surgió el embrión inicial de la Cruz Roja Colombiana, institución que habría de instalarse oficialmente unos años después en el teatro Colón, el 30 de junio de 1915. A esta iniciativa también contribuyeron Fidel Cano, el doctor Adriano Perdomo y otros. En 1920 in-
Pacientes y personal del hospital de Madame Boló, durante la guerra de los Mil Días, fotografía publicada en "El Liberal Ilustrado".
El filántropo Santiago Samper. A su alrededor se formó el núcleo de médicos y familias bogotanas que organizaron servicios médicos durante la guerra de los Mil Días, los cuales darían origen a la Cruz Roja Colombiana.
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Sello de correos, homenaje a la Cruz Roja Colombiana, 1935.
Alegoría de la Cruz Roja, representada por Ovidio Mejía y compañeros de los servicios de socorro, Medellín, 1915, fotografía de Benjamín de la Calle.
gresó Colombia en la Cruz Roja Internacional durante la X Conferencia celebrada en Ginebra. Muchas de las dificultades sanitarias y médicas de finales del siglo pasado y comienzos del presente están ligadas, además, a la situación misma de la medicina internacional. Por esta época, a pesar de los avances de la microbiología, se desconocían los agentes de muchas de las enfermedades transmisibles, así como sus vectores y sus formas de difusión. La comprensión fisiológica de los procesos morbosos sólo
muy lentamente penetraba en el quehacer médico. La farmacología, como rama particular y diferente de la terapéutica, comenzó a pisar en firme sólo a comienzos del presente siglo. Muchos médicos, y de los más destacados, no entendían la importancia del estudio farmacológico y farmacodinámico de las sustancias medicamentosas, como es el caso del notable clínico Armand Trousseau (1801-1867), quien afirmaba: «¿Qué importa cómo cura un medicamento si realmente cura?» Poco se había avanzado en la quimioterapia experimental controlada y aún faltaba el descubrimiento de los antibióticos (penicilina por A. Fleming en 1928; estreptomicina por Waksman en 1943; cloromicetina por Burkholder en 1947; aureomicina por Duggard en 1948; terramicina por Finlay en 1950, etc.) y de las sulfamidas (obra del alemán G. Domagk en 1923, seguido por las investigaciones de J. y T. Trefouel, Bovet y Nitti en el Instituto Pasteur). Las técnicas quirúrgicas aún tendrían mucho que aprender en la primera guerra mundial y en los años posteriores, pero para nuestro caso el desfase era evidente: los tres grandes descubrimientos que revolucionaron la cirugía en la segunda mitad del siglo XIX, la anestesia, la hemostasia y la asepsia y antisepsia, generalmente aplicadas en Europa hacia 1870, en nuestro país todavía a comienzos de este siglo no eran de uso generalizado, por diversas razones, a pesar de que los médicos estaban convencidos de sus bondades. La modernización y el viraje hacia la medicina norteamericana (1904-1946) Con el gobierno de Rafael Reyes (1904-1909) se inician en el país procesos de cambio, que han sido reconocidos por diversos historiadores y que van a proyectarse en la posterior superación de lo que algunos han llamado «la república señorial» en la segunda mitad de la década de los años treinta con la «Revolución en Mar-
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Federico Lleras Acosta, médico veterinario, autor de importantes investigaciones sobre la lepra, fundador de un afamado laboratorio.
cha». No se queda atrás la medicina, que por estos años comienza a remozarse con la asimilación de la medicina de laboratorio. Para que esta penetrara se requería, como es obvio, una mínima infraestructura de laboratorio que permitiese el trabajo clínico y experimental. Desde finales del siglo pasado se había intentado crear laboratorios bacteriológicos, químicos y físicos, pero sólo a comienzos de este siglo se sientan las bases —modestas ciertamente, pero suficientes— para que la medicina de laboratorio deje de ser un planteamiento teórico y se haga realidad. El cambio no es brusco, sino lento, y se acompaña con la asimilación de nuevos planteamientos médicos, clínicos y metodológicos. Ya en 1897 el doctor Pablo García Medina, en un discurso pronunciado en la Academia Nacional de Medicina, decía que «por desgracia, entre nosotros las ciencias médicas carecen aún de laboratorios bacteriológicos y de los demás medios indispensables para aprovecharnos de estos conocimientos y entrar en el movimiento científico universal. Nuestra clínica se halla todavía en el período de la simple observación que, como hemos visto, fue el que pre-
cedió, hace ya algunos lustros, a la medicina actual. Necesitamos ya de los estudios de la clínica moderna para resolver muchos y muy importantes problemas de la patología de nuestro país». Es claro que el doctor García conocía la nueva concepción de la clínica que se había levantado contra los criterios anatómicos y localizacionistas de la medicina hospitalaria. Georges Dieulafoy (1839-1911), quien había sido maestro de algunos colombianos, entre otros de José Gómez, «el precursor del diagnóstico en Colombia», afirmaba en este sentido: «clínica es lo que hacemos todos los días cuando practicamos el examen de la sangre, de la orina, de los humores, y cuando ponemos al servicio del diagnóstico el termómetro, el microscopio, el laringoscopio, el oftalmoscopio y otros medios de contraprueba y análisis [...], cuando para fijar el diagnóstico recurrimos a las investigaciones bacteriológicas y a las experimentales [...] es imposible ser un clínico en el verdadero sentido de la palabra, no haciendo marchar a la par el estudio del enfermo y los trabajos de laboratorio». En esta nueva concepción no sólo están presentes las teorías etiopatológi-
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cas, como es evidente, sino también las físiopatológicas, que ven la enfermedad como alteración funcional que se expresa cuantitativamente en la concentración, por encima o por debajo de un límite normal, de ciertas sustancias en el organismo. Y para trabajar dentro de estas concepciones era indispensable la existencia de laboratorios. Los primeros laboratorios en Colombia
Aviso publicitario del Laboratorio Samper Martínez, publicado en "El Gráfico" durante los años veinte. Este centro, creado en 1917 por Bernardo Samper Sordo y Jorge Martínez Santamaría, fue eslabón importante en la investigación médico clínica y de la salud pública.
Cuenta el doctor Roberto Franco, en carta enviada al profesor Laurentino Muñoz y fechada el 3 de enero de 1957 en Nueva York, que desde la época de su estadía en París (1898-1904) en donde siguió estudios en la Facultad de Medicina y en el Instituto Pasteur, y desde su paso por el Hospital Sadiki de Túnez y de su breve permanencia en la London School of Tropical Medicine, estaba convencido de la importancia de los exámenes microscópicos para el diagnóstico de la mayor parte de las enfermedades. Cuando regresó a Bogotá solicitó, a comienzos de 1905, la creación de una cátedra de clínica de enfermedades tropicales, siendo aceptada su solicitud y nombrándosele como titular de dicha cátedra. El laboratorio era una necesidad y «no había hasta entonces ningún laboratorio en Bogotá que colaborara
con los profesionales para resolver los problemas de la clínica». El doctor Franco instaló en su consultorio sus elementos de laboratorio e interesó en su trabajo al doctor Federico Lleras Acosta, quien trabajaba como veterinario y quien habría de destacarse en las investigaciones sobre la lepra. Lleras Acosta fundó luego su propio laboratorio, de gran fama en Bogotá, y Roberto Franco convenció a Santiago Samper para que dotase un laboratorio en el hospital San Juan de Dios, como en efecto lo hizo el conocido filántropo. Así nació el Laboratorio Santiago Samper, el primero adecuadamente equipado. Allí trabajaron, bajo la dirección de Roberto Franco, Jorge Martínez Santamaría y Gabriel Toro Villa, los cuales se distinguirían junto con su maestro en las investigaciones sobre la fiebre amarilla selvática y otras enfermedades tropicales. Desde esta época, entonces, comienzan a aparecer los laboratorios en Bogotá y otras ciudades. Para la segunda década de presente siglo, por ejemplo, se cuenta con el Laboratorio Químico Departamental de Antioquia y el Laboratorio Bacteriológico de Medellín, así como con el del Hospital San Vicente, de la misma ciudad, fundado en 1913. También se establecen laboratorios en otras ciudades. Mención especial merece la creación en 1917 del Laboratorio Samper Martínez, entidad privada creada por los doctores Bernardo Samper Sordo y Jorge Martínez Santamaría, ya citados por sus trabajos sobre la fiebre amarilla selvática al lado de Roberto Franco. Su orientación inicial y su dotación lo convirtieron en la práctica en eslabón importante de la investigación médico-clínica y de la salud pública en Colombia. Por los años veinte era el encargado de producir la vacuna contra la fiebre tifoidea, las vacunas antirrábicas y las autovacunas. Producía sueros inmunes y realizaba exámenes coprológicos, de orina y de sangre, además de investigaciones sobre enfermedades tropicales y en general infectocontagiosas. Desde 1925 el Esta-
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do colombiano inició gestiones para integrarlo a sus instituciones de Salud, como en efecto sucedió en 1928, cuando quedó adscrito a la Dirección Nacional de Higiene y Asistencia Pública, en calidad de instituto. En 1946, cuando se fundó el Ministerio de Higiene, pasó a ser una de sus dependencias para convertirse finalmente en nuestro actual Instituto Nacional de Salud. La aparición y el desarrollo de estos laboratorios permitieron, en primer lugar, la realización de un trabajo clínico más moderno (más orientado por las concepciones etiopatológicas y fisiopatológicas) y un mejor control de las enfermedades. En segundo lugar, posibilitaron trabajos originales de médicos colombianos en la investigación de algunas enfermedades, como es el caso de la descripción que hizo Roberto Franco de la fiebre amarilla selvática, o los trabajos teóricos y prácticos de Luis Cuervo Márquez y Luis Patiño Camargo sobre la fiebre amarilla y otras patologías tropicales, así como los de Gabriel Toro Villa, Carlos Esguerra y, un poco más adelante, los de Jorge Boshell-Manrique, Augusto Gast-Galvis y Roberto Serpa. En tercer lugar, crearon las condiciones materiales para que pudiesen realizarse en la práctica las dos mentalidades médicas integrantes de la medicina de laboratorio, la etiopatológica y la fisiopatológica. La mentalidad fisiopatológica y la medicina norteamericana La primera de estas dos mentalidades, la etiopatológica, penetró antes que la fisiopatológica. Aquélla, creada entre otros por Pasteur y Koch, considera a la enfermedad como producida por un agente externo, y así lo demostró al detectar los agentes causales de muchas enfermedades, dando prueba de una evidencia material irrefutable. La fisiopatológica, si bien podía llegar a producir «hechos» tan palpablemente materiales como los de la bacteriología, exigía procedimientos mentales
más largos y complejos, más cercanos —por diversas razones— a los de la ciencia natural experimental, a los de la física y la química. La comprensión fisiológica del organismo humano, en el siglo XIX, permitió una nueva visión de la enfermedad, ya no como lesión (anatomoclínica) causada por un agente externo (etiopatología), sino como alteración funcional, como desarreglo físico-químico que compromete a todo el organismo y no a una parte localizada del mismo. La lesión sería el producto de la disfunción. Muchos sabios contribuyeron a la creación de la mentalidad fisiopatológica, pero es en Claude Bernard en donde se encuentra el planteamiento más amplio y de más vasto alcance metodológico, en especial en esa obra central para toda la cultura del positivismo que fue su Introducción al estudio de la medicina experimental, escrita en 1865. Las ideas fisiopatológicas y bernardianas, en especial, llegaron al país desde la segunda mitad del siglo pasado e incluso fueron difundidas en diversos órganos periodísticos como la
Escuela de Medicina, en Bogotá, construida desde 1916 sobre planos de Gaston Lelarge, quien inició la obra, en el costado sur del parque de los Mártires.
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Jorge Bejarano, ministro de Higiene durante el gobierno de Mariano Ospina Pérez, famoso por haber logrado erradicar el consumo de la chicha en el país, después de infructuosas campañas de múltiples gobiernos. (Oleo de Inés Acevedo Biester, en la Cruz Roja Colombiana).
Gaceta Médica de Colombia o los Anales de la Universidad. Pero su asimilación se da a lo largo de un proceso que arranca en las primeras décadas de este siglo y que se confunde con el de asimilación de la medicina norteamericana sin que los dos dejen de ser separables. Lo que sucede es que la medicina norteamericana recoge los planteamientos fisiopatológicos como uno de sus componentes fundamentales y los lleva a un nuevo nivel sobre la base de un enorme desarrollo tecnológico y de toda una serie de cambios en la organización de los estudios médicos generales y especializados. Lo que la medicina estadounidense desplaza a partir de la primera guerra mundial es, pues, una de las versiones de la medicina francesa, la mentalidad anatomoclínica, y no toda la medicina de Francia en su conjunto. Asimila las concepciones de Pasteur y, en especial, las de Claude Bernard, los dos tan franceses como los fundadores de la medicina hospitalaria, Bichat, Corvisart, Bayle o Laennec. Más aún, las ideas de Bernard sobre la medicina experimental le preparan el terreno a la medicina norteamericana en nuestro país. Todo este doble movimiento se expresa en la doble actitud de un grupo de importantes médicos colombia-
nos de la primera mitad del siglo, los cuales se sienten atraídos por la nueva medicina del Norte y, al mismo tiempo, rompen lanzas a favor de la medicina francesa y de su presencia en los pénsumes médicos del país. La medicina norteamericana mostraba signos de vitalidad creadora desde finales del siglo pasado, en un movimiento que ya algunos médicos colombianos alcanzaban a percibir. En 1881 el doctor Manuel Oribe Ángel afirmaba que empezaba «a surgir con facciones colosales la escuela médica norteamericana que tan alto y distinguido puesto va consiguiendo en el campo del saber». Pero es sobre todo a partir de los informes sobre la educación médica norteamericana elaborados por Abraham Flexner para la Carnegie Foundation, el primero de los cuales aparece en 1910, cuando el despegue comienza en serio. Se inicia entonces un movimiento de reforma con resultados sorprendentes. Claro que a tales resultados contribuye, además, y en forma definitiva, el desarrollo que en los terrenos económico, político y militar logran los Estados Unidos por estos años y que coloca a esta nación en las primeras líneas de las potencias internacionales. Las reformas se relacionaban con diversos aspectos: se establecieron estrictos requisitos para el ingreso a las facultades de medicina (grado de Bachelor of Arts); se definió un programa unificado de cuatro años para todo el territorio de la Unión; se dividió el currículo en ciencias básicas y ciencias clínicas, adquiriendo las primeras una gran importancia y haciendo énfasis sobre el aspecto práctico de las segundas; se trató de establecer una docencia de tiempo completo y de dedicación exclusiva en ciencias básicas e idealmente en clínicas; se buscó que las escuelas y facultades tuviesen control sobre el hospital para evitar interferencias entre criterios académicos y criterios administrativos; se reglamentaron las especialidades, tanto en su período de aprendizaje (residencias) como en su práctica; se definió que la investiga-
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ción, al igual que la enseñanza, era función fundamental de las facultades de medicina. Pioneras en estas reformas fueron las escuelas de Johns Hopkins y las de las Universidades de Harvard, Pennsylvania, Columbia, Michigan, Chicago y Yale. Muchas otras debieron cerrar sus puertas. Todas estas reformas empezaron a discutirse en Colombia desde la década de los años veinte y poco a poco se fueron implementando, primero en la Universidad Nacional y luego en otros centros de estudios médicos. El doctor Luis López de Mesa, quien precisamente había adelantado estudios de especialización en neuropsiquiatría en el Boston Psychopatic Hospital de la Universidad de Harvard, de comienzos de 1916 a agosto de 1917, afirma que con la primera guerra «los estudios médicos colombianos cambiaron la orientación francesa por la norteamericana, que a su vez había trocado el influjo de Inglaterra por el de Alemania, e iniciado entonces el extraordinario impulso nacional autónomo». El cambio, sin embargo, no fue tan súbito y se requirió todo un proceso que abarcó varias décadas. Podrían señalarse varios aspectos destacados en este proceso. En primer lugar, las sucesivas reformas de los planes de estudios que culminaron con la fundación de la Facultad de Medicina de la Universidad del Valle, a comienzos de la década de los cincuenta, y con la reforma de los años sesenta en la de la Universidad Nacional, donde se presentó la renuncia colectiva de más de cincuenta profesores, formados la mayor parte de ellos en las concepciones francesas. En 1939 ya se había avanzado en este sentido con la reforma adelantada por Jorge E. Cavelier en la Universidad Nacional y que suscitó la polémica abierta entre «afrancesados» y «norteamericanizados». En el año 1948 viene al país la Misión Médica Unitaria y en el 53 la de la Universidad de Tulane, ocupándose ambas del asunto de la educación médica. De su visita salieron recomendaciones de reforma
dentro de lo que podría llamarse el más puro «espíritu flexneriano». Otro aspecto importante se relaciona con el creciente interés que para los inversionistas norteamericanos empezó a tener nuestro país, desde comienzos de este siglo. Para poder salvaguardar sus inversiones y proteger a sus nacionales y a la mano de obra que necesariamente debían emplear, tuvieron que tomar medidas sanitarias y emprender el conocimiento de patologías típicas de estas regiones tropicales. Por ambas vías va a contribuir la medicina norteamericana al conocimiento médico y a ganar influencia dentro de los médicos nacionales. Algunos de éstos trabajarán en sus empresas sanitarias o se enterarán de ellas desde posiciones en la estructura estatal de la salud pública. Por lo que a la investigación se refiere, algunas fundaciones privadas norteamericanas
Jorge E. Cavelier, quien adelantó la reforma de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional en 1939, hacia una orientación inspirada en la escuela norteamericana, abandonando la influencia francesa. Más tarde, entre 1958 y 1978 sería presidente de la Cruz Roja Colombiana. (Oleo de Guillermo Camocho, en la colección de esta institución, Bogotá).
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Fundadores de la Sociedad de Cirugía de Bogotá, 1902. Son ellos: Hermana Martina, Guillermo Gómez (secretario), Juan Eugenio Manrique (presidente), José María Montoya (tesorero); atrás, Isaac Rodríguez, Josefina (auxiliar de enfermería), Diego Sánchez, Elíseo Montaña, Nicolás Buendía, Hipólito Machado, Zoilo Cuéllar Durán, Julio Córdoba (interno) y Julio Z. Torres.
crearon sus propios institutos de investigación, como fue el caso de la Rockefeller Foundation, desde los cuales se incrementó poderosamente el conocimiento de nuestra patología tropical. Las universidades estadounidenses, por su parte, abrieron escuelas de salud pública y de enfermedades tropicales, como sucedió con la Universidad de Harvard. Refiriéndose a las últimas, Burton Hendrick, en un artículo aparecido en la Revista Médica de Bogotá en el año 1915, dice que se crearon para preparar «a los exploradores americanos para lo que promete ser uno de los más grandes movimientos en la historia: la apertura completa de los trópicos a la civilización». Varios médicos colombianos se formaron en estas escuelas y trajeron su influencia a nuestro medio. El último aspecto tiene que ver con los cambios que se dan en la organización de la salud pública. En 1913 se estableció que la Junta Central de Higiene pasara al ministerio de Gobierno bajo la denominación de Consejo Superior de Sanidad. Lo único nuevo en relación con 1886 es que la Academia Nacional de Medicina, por petición explícita, logra que se incluya en tal consejo un bacteriólogo. Un año más tarde se hace un esfuerzo por
crear una estructura burocrática más estable sin resultados prácticos notables. En 1918, nuevo cambio de denominación y de ministerio: aparece la Dirección Nacional de Higiene en el Ministerio de Agricultura, y dentro de esta nueva estructura se firma, en 1920, un convenio entre la Fundación Rockefeller y ese ministerio para luchar contra la anemia tropical, por cinco años, período que es prorrogado en 1926 por cinco años más. Según datos de algunos investigadores, en el marco de este convenio se realizaron 8.191 conferencias, se colocaron 6.938 letrinas, se inspeccionaron 19.360 viviendas, se efectuaron 65.483 exámenes microscópicos y se llevó a cabo un millón de tratamientos. En el año de 1923 la Dirección Nacional de Higiene retorna al entonces llamado Ministerio de Instrucción y Salubridad Públicas, lo que al menos nominalmente indica que la salud adquiere mayor cabida dentro de las políticas estatales, y en 1925 la Dirección de Higiene agregará a sus funciones la asistencia pública, precisamente en el momento en que se realizan campañas contra el pián en el occidente del país y contra una epidemia de fiebre amarilla en Santander. También se organizaron campañas contra las enfermedades de
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siempre: fiebre tifoidea, disentería, rabia, viruela, peste, lepra, tuberculosis, enfermedades venéreas, etc. En 1927 el Ministerio de Instrucción adopta el nombre de Ministerio de Educación y dentro de éste se reorganiza el llamado Departamento Nacional de Higiene y Asistencia Pública. Con el ascenso de López Pumarejo al poder, como en muchos otros sectores, se dan pasos en firme para modernizar la salud pública y la seguridad social. La ley 96 de 1938 crea el Ministerio del Trabajo, Higiene y Previsión Social. Esta ley responde a las concepciones que inspiraron la «Revolución en Marcha» y al mismo tiempo recoge reivindicaciones de los sectores trabajadores que se habían expresado en la década anterior y durante el gobierno de Olaya Herrera. La enumeración de las dependencias del nuevo ministerio ilustra sobre la nueva concepción de la salud pública y hasta sobre Los cambios en el cuadro de la patología nacional. El ministerio tendría las siguientes dependencias: (a) servicios coordinados de higiene, con las secciones de sanidad, lucha antituberculosa, lucha antivenérea, educación y propaganda, lucha anticancerosa, estudios especiales y el laboratorio Samper Martínez; (b) departamento de lucha antileprosa; (c) departamento de protección infantil y materna, con las secciones de eugenesia, maternidad, primera infancia y la de pre-escolar, infancia abandonada, enfermos y anormales; (d) departamento de asistencia social; y (e) departamento de ingeniería sanitaria, con sus oficinas seccionales y dos secciones especiales, la de saneamiento y la de asistencia social. El cambio de concepción es evidente, como es evidente la ampliación de los criterios de salubridad pública. Para esta misma época se comienza igualmente a reglamentar el pago de diversas prestaciones sociales, como cesantías, enfermedades, vacaciones, etc. A comienzos de la década de los años cuarenta se firmó un convenio
entre los gobiernos de los Estados Unidos y de Colombia que habría de concretarse en el nuevo Ministerio de Higiene, en 1946, en el Servicio Cooperativo Interamericano de Salud Pública, el cual contó dentro de dicho ministerio —en palabras de Guillermo Restrepo y Agustín Villa— con «una estructura vertical, dirigida y administrada con técnicos norteamericanos con la colaboración de colombianos que se iban formando para este fin y llegó a constituir un ministerio rico y ágil y de orientación extranjera dentro de otro pobre, con una estructura incipiente...». Dicha estructura se mantuvo hasta los años sesenta, la cual, a su vez, garantizó la ampliación de la influencia de la medicina norteamericana en el sector de salud. En 1946, por la ley 27 se creó el Ministerio de Higiene que vino, por fin, a permitir que el país tuviese una estructura permanente para manejar los asuntos de la salud pública. En ese mismo año se dictó la ley 90 sobre Seguridad Social y se inició en serio la orientación preventiva en la medicina colombiana: saneamiento ambiental, inmunización contra las enfermedades infecciosas más comunes, administración sanitaria, educación en saPedro Elíseo Cruz, segundo titular de la cartera de Higiene creada por ley 27 del año anterior. Cruz atendió a Jorge Eliécer Gaitán en la Clínica Central, el 9 de abril de 1948, poco después que fuera abaleado por Juan Roa Sierra.
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lud, creación de programas integrados, etcétera. Fisiopatólogos, especialistas y cirujanos Desde comienzos del presente siglo, y aun antes, algunos médicos colombianos se interesaron por las concepciones fisiopatológicas. Las obras y los trabajos de investigación de los forjadores de estas concepciones se conocían y eran estudiados en el país, aun desde antes que se dieran las condiciones efectivas para su aplicación, lo cual, como se ha señalado, sólo será posible ya bien entrado el siglo xx. Uno de los pioneros en la introducción de estas concepciones fue el doctor José María Lombana Barreneche, de quien uno de sus discípulos —Arturo Campo Posada— dice que «sus concepciones fisiopatológicas eran, muchas veces, avances impresionantes sobre el futuro de la ciencia médica». A Lombana se le acusaba de ser un bernardiano demasiado radical, a pesar de que se expresaba de manera entusiasta por la preeminencia de la clíHospital de San José, de los arquitectos Pietro Cantini y Diodoro Sánchez, iniciado en 1905 e inaugurado en 1925. Su fundación se debió a la Sociedad de Cirugía de Bogotá.
nica sobre el laboratorio. Tenía la convicción de que la única salida para la medicina estaba en encontrar la explicación fisiopatológica y patogénica de las enfermedades para poder resolver muchos de los problemas que tenía planteados, entre otros el de tener que recurrir con demasiada frecuencia a la cirugía. El profesor Edmundo Rico, al asumir la cátedra de Clínica Médica en la Universidad Nacional en el año 1937, declaraba que Lombana Barreneche, «el genio médico más grande hasta la fecha habido en Colombia», era especialmente lúcido en «la exposición de la fisiología de los procesos morbosos». Y el propio Rico —profundo conocedor de la obra de Claude Bernard— afirmaba: «En medicina me atrae, sobremanera, la síntesis patogénica porque considero que el análisis sistemático y unilateral de los solos síntomas, así sean subjetivos u objetivos, conduce fatalmente al más estéril de los automatismos. Porque el automatismo cierra las puertas al raciocinio etiológico y, perdido este mordiente, intuitivo y deductivo del intelecto, la fisiopatología, base sitie
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Homenaje al doctor Juan N. Corpas (cuarto de izquierda a derecha), 1925. En el Hospital San José, él representó la tendencia a efectuar una cirugía meticulosa, rígida en medidas de asepsia y de hemostasia, y sin prisa, al contrario de Pompilio Martínez, que practicaba una cirugía rápida y sin contemplaciones.
qua non de la clínica, deja de existir. Una clínica puramente semiológica puede ser una clínica con médula, pero no con cerebro». En esta misma perspectiva fisiopatológica trabajó el doctor Alfonso Esguerra, sobre todo a partir de 1928, cuando asumió la cátedra de fisiología en la Universidad Nacional, donde adelantó un sistemático trabajo experimental que lo consagró como uno de los pioneros de la endocrinología. Una de sus preocupaciones fue la de definir las constantes biológicas del ser humano colombiano, convencido de que las que aparecían en los manuales extranjeros correspondían a otras coordenadas geográficas, históricas y culturales. Las especialidades también comenzaron a desarrollarse en la primera mitad de este siglo. Es cierto que desde |a centuria pasada se habían definido incipientemente algunos campos como la cirugía, la obstetricia y la pediatría, la oftalmología, la psiquiatría y lo que podría llamarse la medicina interna. Pero sólo en el siglo XX el proceso de especialización adquiere toda su dimensión. No es ajena a este proceso
la fuerte corriente hacia la especialización que se da en la medicina norteamericana, y mundial, sobre la base de la conquista de nuevos campos del saber bio-médico, de la introducción de nuevas tecnologías o, simplemente, la creación de nuevas concepciones sobre el ser humano (reivindicación de la especificidad de ciertas etapas de la vida humana, por ejemplo) que exigen y posibilitan unas prácticas y unos saberes especializados. Es cierto que en Colombia la definición de esta tendencia se da lentamente y se consolida sólo hacia los años sesenta con el establecimiento y la reglamentación de las residencias y la creación de las asociaciones de especialistas. Pero, de todas maneras, ya en las primeras décadas del siglo muchos médicos colombianos habían adelantado estudios especializados o se habían definido por ciertos campos de la medicina convirtiéndose, en la práctica, en especialistas. Para ilustrar el hecho podrían citarse algunos nombres importantes de la primera mitad del siglo: Miguel Jiménez López y Maximiliano Rueda en psiquiatría: Carlos Trujillo y Alfon-
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so Uribe en medicina interna; Gonzalo Esguerra, pionero de la radiología; Héctor Pedraza, Rafael Barben (fundador del Hospital de la Misericordia) y Calixto Torres Umaña en pediatría. Este último dejó una considerable obra especializada. Rafael Ucrós en ginecología, Ramón Atalaya en cardiología, Miguel Antonio Rueda en urología y José Pablo Leyva en cirugía pulmonar. En lo que respecta a la cirugía, vale la pena reseñar un acontecimiento de comienzos de este siglo que va a ser definitivo en el desarrollo posterior de esta especialidad. En el año 1902 se reunieron diez médicos, en la capital de la república, y decidieron constituir la Sociedad de Cirugía de Bogotá, con el objeto de hacer avanzar esta disciplina en Colombia. Estos diez médicos fueron Diego Sánchez, Eliseo Montaña, Guillermo Gómez, Hipólito Machado, Isaac Rodríguez, Juan E. Manrique, José María Montoya, Julio Z. Torres, Nicolás Buendía y Zoilo Cuéllar Durán. Instalaron una pequeña sala de cirugía en «El Campito de San Calixto Torres Umaña, figura destacada de la pediatría en Colombia, durante la primera mitad del siglo XX.
José», un orfanato regido por las hermanas de la Presentación —situado arriba del barrio de las Aguas— y que luego habría de convertirse en clínica psiquiátrica. Se propusieron la posterior creación de un hospital «como los que existen en Londres, edificados y sostenidos con donaciones particulares, y especialmente dedicado a la cirugía...». Esta iniciativa despertó polémicas dentro de los médicos, pues algunos consideraban que lo importante era reforzar el Hospital San Juan de Dios y no dispersar esfuerzos en nuevas instituciones hospitalarias que la ciudad no requería. Sin embargo, la iniciativa se desarrolló y algunos años después, en 1925, se inauguró un nuevo hospital, ubicado en lo que hoy se llama la plaza España, y se le llamó Hospital San José. Su arquitecto fue el italiano Pietro Cantini, también constructor del teatro Colón. Desde 1924 las cirugías realizadas por los miembros de la Sociedad de Cirugía de Bogotá se trasladaron al Hospital San José, mejor dotado que «El Campito». Allí se sistematizaron diversos procedimientos operatorios y se «naturalizaron» las grandes conquistas de la cirugía del siglo XIX: anestesia, hemostasia, asepsia y antisepsia. Paralelamente al trabajo de la Sociedad de Cirugía, en el Hospital San Juan de Dios trabajaban otros cirujanos que también hicieron su aporte en el sentido anteriormente señalado. Allí, precisamente, se disputaron la preeminencia en el terreno de la cirugía dos tendencias: la de Pompilio Martínez, quien practicaba una cirugía rápida, sin muchas contemplaciones ni cuidados, partiendo del planteamiento de que hay que actuar en el menor tiempo posible y con mucha pericia para no prolongar el acto quirúrgico más de la cuenta, y la de Juan N. Corpas —destacado no sólo en cirugía sino en muchos otros campos de la medicina y de la vida pública—, meticulosa, rigurosísima en medidas de asepsia y de hemostasia, sin prisa, y en quien —según Ernesto Andrade Valderrama— «no se sabía qué admirar
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más, si la sincronización de los movimientos o la limpieza...». El doctor Juan N. Corpas solía decir: «La cirugía tiene que ser limpia; no tiene por qué verse sangre». Mientras esto sucedía en Bogotá, en Antioquia, siguiendo la tradición inaugurada por José Ignacio Quevedo con la primera cesárea exitosa en 1844, la cirugía creaba allí sus propias tradiciones y hacía su contribución a la cirugía nacional. Juan Bautista Montoya y Flórez —autor además de una notable Contribución al estudio de la lepra en Colombia (1910)— creaba su propia escuela. En ella se distinguió de manera especial Gil J. Gil, quien llegó a realizar durante su vida profesional diez mil operaciones con muy buenos resultados. Sus colegas lo llamaban «el bisturí de oro». A manera de epílogo Entre la Regeneración y la época actual la medicina colombiana y el país mismo han cambiado de espíritu y de cara, aun cuando la una y el otro estén sufriendo las secuelas de esa época. Hoy sería inconcebible un aviso «Interesante al Público», aparecido en 1892, en el cual Marco Fidel Suárez, en ese entonces ministro de Relaciones Exteriores, certifica sobre las calidades antidispépsicas de la cerveza Bavaria, por encima de sus congéneres extranjeras. La medicina ya no recurre a la cerveza para curar desarreglos digestivos, ni nuestros políticos acostumbran a presentarlos públicamente con el fin de promover la industria nacional. La medicina que hoy se practica no quiere decir que muchos de los problemas que hoy enfrentan la salud y la medicina colombianas no tengan raíces en el pasado. De ahí la importancia de los estudios históricos; pero también se requiere establecer la diferencia: Nuestra medicina sigue hoy, preponderantemente, el modelo norteamericano, por diversas razones. Entre otras, porque esta medicina se ha colocado en un lugar de vanguardia dentro de la medicina internacional a
partir del impresionante desarrollo de las ciencias que la apoyan, en particular de la biología molecular, y de otras ciencias y técnicas que le ofrecen la posibilidad de una tecnología avanzada que a veces amenaza con convertirse en un «navio ebrio». Todos estos desarrollos llegan, con mayor o menor desfase, a nuestro país y son manejados por los médicos colombianos. Los enormes problemas de salud que aún hoy día acosan a los colombianos (mortalidad infantil, crisis hospitalaria, proliferación de enfermedades modernas como el cáncer o los accidentes cardiovasculares, etc.) exigen que los médicos, y los colombianos en general, tomen conciencia sobre las necesidades y los recursos existentes, sobre las responsabilidades que en todos los niveles se tienen, e incluso sobre las amenazas que por falta de esta conciencia nos acechan. La medicina no es un campo neutro. Es, por el contrario, un espacio en donde juega la supervivencia de los individuos y de las mismas sociedades.
Juan Bautista Montoya y Flórez, creador de una escuela de cirugía en Medellín y autor de la obra "Contribución al estudio de la lepra en Colombia" (1910).
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Dos figuras representativas de la nueva medicina colombiana: Salomón Hakim y Elkin Patarroyo
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on posterioridad a la segunda guerra mundial, la medicina colombiana ha venido aplicando, dentro de las condiciones de nuestro país, los vertiginosos avances de la medicina internacional y ha contribuido, en algunos casos, con aportes originales que demuestran que existe un potencial científico médico represado por las circunstancias estructurales del subdesarrollo y de la dependencia. Al lado de notables clínicos, cirujanos, docentes y salubristas colombianos, se han destacado algunos investigadores médicos que han logrado resultados de alcance internacional. Tal es el caso de dos figuras que no agotan la lista pero que ilustran sobre las nuevas tendencias que se gestan en la medicina colombiana: los doctores Salomón Hakim (1922) y Elkin Patarroyo (1946). Su trabajo ha sido posible gracias al clima científico creado por algunos médicos nacionales que han asumido su labor docente, clínica e investigativa con rigor y seriedad, pese a las limitaciones de nuestro medio. El neurólogo Salomón Hakim describió hacia finales de la década de los años cincuenta el llamado «síndrome de Hakim». Se trata de un cuadro clínico neurológico caracterizado por una hidrocefalia con presión constante del líquido cefalorraquídeo. Hakim continuó estudiando el problema a diversos niveles, lo cual le vahó ser distinguido por dos veces con el Premio Nacional de Ciencias Alejandro Ángel, en 1967 y 1974. El de 1974 lo obtuvo con un destacado trabajo de investigación sobre la mecánica de la presión venosa, del líquido cefalorraquídeo y de otros líquidos intracraneanos, titulado precisamente Mecánica de la cavidad craneana. La hidrocefalia es una dolencia severamente incapacitante, ya que produce serios trastornos motores, de conducta, etc. Paralelamente a su trabajo clínico y teórico sobre el síndrome citado, Hakim desarrolló una investigación tecnológico-médica que se concretó en el diseño y perfeccionamiento de un aparato capaz de hacer reversible el proceso de la hidrocefalia y, por tanto, de permitir la recuperación de los afectados por esta dolencia. Se trata, claro está, de hidrocefalias no-degenerativas, es decir, aquellas en donde no ha habido deterioro hístico, sino compresión. Tal aparato es la llamada «válvula de Hakim». En esencia se trata de un catéter provisto de una válvula, uno de cuyos extremos se introduce en el ventrículo cerebral mediante una pequeña trepanación craneana. El otro va, por debajo de piel, a la vena yugular y por ella hasta la aurícula izquierda para permitir el drenaje del líquido cefalorraquídeo, con la consiguiente disminución de presión y la reexpansión de la masa encefálica. El trabajo de Salomón Hakim no sólo significó un aporte al conocimiento preciso de un síndrome, sino que, a su vez, ha per-
mitido la recuperación de muchas personas condenadas a la invalidez permanente en todo el mundo. Manuel Elkin Patarroyo, más joven que Hakim, es también representativo de las nuevas tendencias de la medicina colombiana. Patarroyo se ha enrutado por los caminos de la inmunología y la genética, lo que él mismo llama la inmunogenética. Con un equipo de 25 jóvenes profesionales (médicos, bacteriólogos, microbiólogos, etc.) realiza sus investigaciones en el Hospital San Juan de Dios, de Bogotá, un paupérrimo centro hospitalario que ha sido, no obstante, el centro de más de una batalla luminosa de la medicina colombiana. Las investigaciones de Patarroyo se orientan en dos direcciones: por un lado, los «marcadores genéticos»; por el otro, la producción de la vacuna sintética de la malaria. En cuanto a los «marcadores genéticos», Patarroyo y su equipo han demostrado que en el caso de las enfermedades infecto-contagiosas, cuya etiología se ha considerado siempre externa, existe una predisposición genética. Es decir, que algunos individuos nacen genéticamente «marcados» para contraer determinadas enfermedades infecciosas como la tuberculosis, la fiebre reumática o la lepra (enfermedades sobre las cuales ha trabajado este equipo). No basta, pues, con la exposición del individuo al agente; algunas personas, además, llevan inscrita en su patrimonio genético la predisposición a adquirir una u otra enfermedad infecto-contagiosa. Si al nacer cada individuo se pueden establecer sus «marcadores genéticos», que lo señalan como susceptible de contraer una determinada enfermedad, la medicina podrá someterlo a un proceso de inmunización o, al menos, a alguna forma de prevención que disminuya el riesgo. Se trata de «curar antes del mal». El otro campo de trabajo del doctor Elkin Patarroyo está relacionado con la lucha por producir vacunas sintéticas contra diversas enfermedades (tuberculosis, lepra, malaria). En otros países ya se han logrado algunas para ciertas dolencias, como el polio y la influenza. Las vacunas elaboradas con microorganismos atenuados o muertos no dejan de presentar riesgos, porque sólo una parte de ellos —entre otras cosas— actúa efectivamente en el proceso de inmunización. Las vacunas sintéticas, precisamente, tratan de reproducir sólo la parte activa y de esta manera pueden evitar los peligros colaterales de la «vacunas naturales», entre los cuales está el tener que aplicarse más de una vez. Elkin Patarroyo, dos veces ganador —como Salomón Hakim— del Premio Nacional de Ciencias Alejandro Ángel, ha logrado resultados exitosos en el caso de la malaria, según lo anunciaron los medios de comunicación el 10 de marzo de 1988.
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En efecto, luego de cinco años de trabajo experimental en el Instituto de Inmunología del Hospital San Juan de Dios (Universidad Nacional de Colombia - Bogotá), con un equipo de jóvenes científicos (biólogos, químicos, bacteriólogos, microbiólogos y médicos de diversas especialidades), Patarroyo logró sintetizar la vacuna contra la malaria. El trabajo de laboratorio se complementó con el trabajo sobre el terreno —en la región amazónica— con una colonia de micos Aotus trivirgatus. Las primeras pruebas en humanos se realizaron en un grupo de jóvenes bachilleres voluntarios que prestaban su servicio militar. De corroborarse los primeros resultados positivos, las consecuencias benéficas serán de gran alcance, si se tiene en cuenta que anualmente se presentan más
de 200 millones de nuevos casos en el mundo y que la mortalidad, por año, se calcula entre 3 y 5 millones. Los cuatro expertos convocados por la revista Nature para analizar el trabajo de Patarroyo y colaboradores conceptuaba: «[...] El manuscrito de Patarroyo abre nuevas bases, ya que los autores son los primeros en usar una vacuna basada en los estadios sanguíneos de la malaria, en hacer ensayos humanos, en usar péptidos sintéticos poliméricos como antígenos, y en retar a los vacunados y a los controles de glóbulos rojos infectados con el parásito. Estos ensayos representan un importante avance hacia el desarrollo de una vacuna efectiva contra la malaria. Esta publicación será una de las más importantes de la década.» (El Espectador, 11 de marzo de 1988).
La Escuela Nacional de Salud Pública de Colombia (Medellín)
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esde hace mucho tiempo la medicina se ha preocupado por la influencia que el entorno natural y social tiene sobre los fenómenos de la salud y la enfermedad de los seres humanos. Pero el concepto de Salud Pública, en cuanto «técnica de control y de modificación de los elementos del medio que pueden favorecer o perjudicar la salud» (Michel Foucault), data de finales del siglo XVIII. A la definición de este concepto en su sentido moderno contribuyó de manera decisiva la obra de Johann Peter Frank (1745-1821), desarrollada posteriormente por toda la medicina social del siglo XIX en sus diversas variantes. Desde entonces se habla de una «Ciencia de la Salud Pública», que se apoya en diversas disciplinas naturales y sociales y que ha desarrollado tecnologías cada vez más sofisticadas para llegar a convertirse en una verdadera «clínica de las colectividades». Las ideas renovadoras de la salud pública fueron asimiladas por los médicos colombianos del siglo XIX y aplicadas con relativo éxito en su relación con las comunidades y a través de las llamadas juntas de higiene (central y departamentales), antecesoras del Ministerio de Salud, fundado en 1946. También se instituyó una cátedra de Higiene Pública y Privada. Pero una enseñanza sistemática, ligada a la investigación y en la perspectiva de formar especialistas ampliamente capacitados para planificar y administrar los asuntos relacionados con la salud pública, sólo se concreta hacia mediados del presente siglo en la Escuela de Salud Pública de la Universidad Nacional. Esta escuela, sin embargo, por múltiples factores y dificultades, tuvo un desarrollo accidentado y no logró consolidarse plenamente. El relevo lo tomó la Universidad de Antioquia en 1963: nacía la Escuela Nacional de Salud Pública de Colombia, en Medellín.
A comienzos de la década de los años sesenta existían dos sólidos departamentos de medicina preventiva en el país, el de la Universidad de Antioquia y el de la Universidad del Valle. El primero de ellos era regentado por el doctor Héctor Abad Gómez y había jugado un importante papel en la organización del I Congreso Colombiano de Salud Pública, realizado en Medellín del 19 al 24 de noviembre de 1962. En él se había insistido precisamente sobre la «escasez de personal especializado en Salud Pública». Ante las dificultades de la escuela de la Universidad Nacional, el Ministerio de Salud firmó un convenio con la Universidad de Antioquia para crear una nueva escuela de salud pública que capacitara a los profesionales. Al frente del ministerio se encontraba Santiago Rengifo, y era rector de la Universidad de Antioquia el doctor Ignacio Vélez Escobar. La Organización Panamericana de la Salud se comprometió a brindar asesoría para el nuevo programa y la UNICEF contribuyó con equipo médico y material de transporte. En el mes de abril de 1964 comenzaron a funcionar los cursos de la nueva Escuela Nacional de Salud Pública en Medellín, como entidad adscrita al Departamento de Medicina Preventiva de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia. Actualmente, luego de 22 años de labores y de diversas etapas de reforma y reestructuración, la escuela es una facultad independiente con tres programas: Nutrición y Dietética, Tecnologías en Salud y Post-grado en Salud Pública. Durante estas dos décadas largas de existencia la Escuela ha preparado numerosos profesionales de la salud en diversos campos: estadística, epidemiología, administración hospitalaria, planificación de servicios de salud, educación sanitaria, etc. Ha desarrollado programas de notable impacto social.
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como el de preparación de promotores y promotoras de salud. Ha contribuido al estudio de los problemas sanitarios del país, mediante investigaciones regionales y nacionales. Sus profesores y estudiantes han publicado no menos de veinte obras sobre diversos aspectos de la salud en Colombia. Por sus aulas también han pasado médicos y enfermeras, odontólogos y otros profesionales de distintos países de América Latina. Todavía está por hacer el balance del impacto que esta importante institución ha tenido no sólo
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en el terreno de la salud, sino también en los procesos nacionales de desarrollo económico y social. Al lado del ya citado Héctor Abad Gómez han contribuido en esta significativa obra Guillermo Restrepo Ch., quien fue su director entre 1965 y 1973, Luis Carlos Ochoa, David Bersh, Francisco Henao, William Mejía, Lola Zapata, Telma Busti11o, Sixto Ospina, Luciano Vélez, Gustavo Molina Guzmán, Marcelo Huerta Baker y Emiro Trujillo, entre muchos otros.
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Capitulo 14
Las técnicas agropecuarias en el siglo xx Jesús Antonio Bejarano
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l siglo XIX dejó un legado más bien pobre al siglo xx en lo que hace a la técnica agropecuaria. Después de 1870, comenzaron a producirse, aunque en forma extremadamente lenta, algunas innovaciones en el cultivo cafetero impulsadas en buena parte por la publicación y difusión de folletos sobre los métodos de sombrío y trasplante de los cafetos; se difundieron igualmente las formas de control de las enfermedades y plagas más frecuentes del café y el uso de pequeñas despulpadoras que años más tarde comenzarían a fabricarse en el país. Excepto estos adelantos, nada espectaculares por lo demás, el resto de la agricultura apenas experimentó modificaciones en cuanto al uso de maquinaria, de abonos, de control de plagas o enfermedades de plantas y animales. Hacia 1870, Aníbal Galindo, en su opúsculo sobre los ferrocarriles colombianos, informaba que en Cundinamarca, la región donde con más fuerza se habían introducido algunas innovaciones, apenas existían noventa y seis molinos y diecisiete trapiches movidos por agua, cuatro mil trescien-
tos diecinueve trapiches movidos por fuerza animal y ninguno movido por vapor, y concluía: «en medio de cuatro mil trapiches de mayal, como los que existían en tiempos del Arzobispo Virrey, ni una sola chimenea que anuncie la presencia del vapor, sin el cual no se concibe la acción de la industria en el siglo en que vivimos». Es cierto que, por esta misma época, Juan de Dios Carrasquilla y Nicolás
Trapiche de tracción animal en Santander, a comienzos de siglo.
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Trapiche mecánico, hacia 1900: expresión rudimentaria de una industria que no despegaba (Sólo en 1894 se importó el primer trapiche con rueda hidráulica hecha de hierro, por el ingenio La Manuelita).
zas seleccionadas y la introducción de pastos artificiales, sólo hasta el segundo decenio del siglo xx comenzarán a utilizarse los avances logrados por la zootecnia desde mediados del siglo XIX. Así pues, las innovaciones agropecuarias del siglo XIX estuvieron claramente localizadas en unos pocos empresarios, especialmente algunos pioneros del cultivo del café y unos pocos hacendados de la sabana de Bogotá donde parece haberse logrado mayores avances técnicos que en las demás regiones del país. Todavía hacia 1896, Manuel Durán, en un folleto titulado «Nuestra Revolución Agrícola», escribía que «la agricultura, incluyendo la ganadería, está todavía en su infancia, también en Pereira importaron a la sabana de Bo- condiciones bastante primitivas, por gotá unos cuantos arados de hierro, ejemplo, los cultivos intensos locales pero sólo hasta 1896 se introdujeron [así como] las cosechas de cereales y con relativa amplitud a la sabana, arados, vegetales se realizan de modo que segadoras y trilladoras de tracción cuando la tierra queda exhausta de su fertilización natural, la tierra es abananimal. Igualmente, sólo hasta 1894 se in- donada; es extremadamente raro entrodujo en el ingenio La Manuelita el contrar la utilización de fertilizantes primer trapiche con rueda hidráulica aun en cosechas como el café, el cacao hecha de hierro. Otra de las innova- y el algodón, y aunque hay ricos deciones importantes fueron las cercas pósitos de nitrato que se pueden ende alambre, invención norteamericana contrar en el país, muy poco es usado que empezó a utilizarse en Colombia y cuando lo es, es importado». Opien el quinquenio 1875-1880 y que pa- niones idénticas pueden encontrarse rece haberse extendido con rapidez profusamente en todos los observapor todas las regiones ganaderas del dores de la época, quienes persistenpaís; igual ocurrió con algunas varie- temente señalan el atraso técnico de la agricultura respecto de los logros aldades de pastos artificiales. canzados por la llamada «segunda reEn las demás actividades agropecuarias susceptibles de mejoras técni- volución agrícola» en Europa y Norcas los resultados fueron aún más pre- teamérica desde 1840; no puede olvicarios. Ningún sistema de riego arti- darse que desde entonces el impulso ficial se conoce en el siglo XIX (y sólo de las innovaciones se acelera por la hacia 1860 se hace un intento de per- aplicación de la ciencia de la agriculforación de pozos artesianos), la intro- tura. «La agricultura científica», nomducción de semillas mejoradas de ta- bre con el que empezó a designarse el baco, trigo y caña se experimenta en rápido desarrollo de la agronomía y la forma restringida hacia 1878 gracias a zootecnia, se caracteriza porque los la actividad desplegada por el Depar- avances principalmente en la química, tamento de Agricultura creado duran- la fisiología, la parasitología, la botáte la administración de Julián Trujillo; nica y la mecánica se traducen a partir en cuanto a las técnicas ganaderas, sal- de 1840 en el despliegue acelerado de vo el alambre de púas, la importación instrumentos y principios técnicos que de algunos ejemplares vacunos de ra- mejoran sensiblemente las prácticas
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agrícolas. La introducción de abonos y fertilizantes químicos, la aplicación de maquinaria en los trabajos de cultivos y recolección (sembradoras, arados de vertedera, amanojadoras, engavilladoras, trilladoras, segadoras y la combinada de los años ochenta), la selección cuidadosa de semillas, entre otras innovaciones, transformaron el escenario de las agriculturas europea y norteamericana y llegaron rápidamente a las plantaciones del Caribe. En cuanto a la zootecnia, también los resultados fueron alentadores. Los descubrimientos de Louis Pasteur condujeron a las vacunas para combatir las enfermedades del gusano de seda, la rabia, en fin, la amplia gama de enfermedades de origen microbiano. De igual modo se desarrolla la selección de razas bovinas, de leche y carne especialmente en Estados Unidos y Europa, elevando sustancialmente los rendimientos de la actividad pecuaria. Además de la ciencia puesta al servicio de las técnicas agropecuarias, se generan amplios canales de difusión a través de la enseñanza agrícola como obligación del Estado, de estaciones experimentales creadas sobre todo en Norteamérica a partir de 1857, de la profusión de publicaciones, libros, revistas y periódicos especializados, así como a través de grupos especiales (sociedades de agricultores, asociaciones de ganaderos y cultivadores o grupos técnicos que iniciaron desde 1850 lo que hoy se conoce como la extensión agrícola), de modo que, además de una ampliación de los conocimientos disponibles, la segunda revolución agrícola fue también el surgimiento de un modelo de difusión capaz de transformar los hábitos y la rutina de los agricultores. De esta revolución agrícola nada había llegado a Colombia. Es cierto que durante el decenio de 1870 algunos pioneros, entre ellos Juan de Dios Carrasquilla, Salvador Camacho Roldán y Carlos Michelsen, entre otros, a través de un periódico (El Agricultor) publicado por la Sociedad de Agricultores de Colombia (fundada por ellos
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Portada de "Cultivo del café", del ex presidente Mariano Ospina Rodríguez, uno de los primeros estudios sobre el tema publicados en Colombia.
Carlos Michelsen, uno de los fundadores de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC) en 1871, cuyo órgano oficial fue el periódico "El Agricultor", para difusión de logros técnicos y de la enseñanza de la agronomía. Dirigió después el Departamento de Agricultura, creado en 1878 (En la foto, con su hija María Michelsen y sus nietos María Mercedes y Alfonso López M.).
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NECESIDAD DE UN MINISTERIO DE AGRICULTURA EN COLOMBIA Rafael Uribe Uribe
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omos un país agrícola y minero, en que la fuente principal de la riqueza pública y privada es la tierra, de cuyo seno sacamos el alimento y los productos que exportamos para pagar las mercancías que consumimos, y sostener relaciones comerciales con los demás países. El oro y la plata, el café, el tabaco, el caucho, la tagua, el dividivi, las pieles, el ganado en pie, las orquídeas, los bálsamos y resinas, maderas, y un poco de algodón, asfalto, y algunos artículos más, representan la casi totalidad de aquello de que disponemos para los cambios internacionales. El 80 por 100 de la población colombiana se dedica a la agricultura, ganadería e industrias conexas, y los tributos que directa o indirectamente paga, constituyen la base de los presupuestos, de tal manera que si de ellos se retirase lo que los agricultores y mineros pagan, quedarían reducidos a flacas dimensiones. Supongo, pues, que no habrá nadie que discuta que el porvenir de Colombia está íntimamente ligado a la explotación de la tierra [...] Sin embargo, en el mecanismo administrativo no tienen la agricultura y las industrias extractivas un resorte propio destinado a impulsarlas. Los intereses agrícolas y mineros, que son los más altos intereses del país y, por decirlo así, el corazón del árbol nacional, yacen mal estudiados, tratados sin espíritu de sistema, como asunto de orden secundario, y diseminados en varias oficinas. La cuestión agrícola, sobre todo, que es cuestión fundamental, vive en la administración como un accesorio, y semejante situación es toda en detrimento de la riqueza nacional. Afirmémoslo resueltamente: la agricultura se encuentra en un deplo-
Río de Janeiro, enero 1907
rable abandono y en un casi absoluto desamparo oficial. No se dice esto para denigrar los méritos del actual gobierno, que harto ha hecho por levantarla, sino para deplorar la fatalidad del espíritu de revuelta e indisciplina de los gobiernos y del pueblo, que por tanto tiempo convulsionó la república, impidiendo que la atención se dirigiese al estudio del problema económico, de cuya acertada solución dependen el bienestar de las clases productoras, la estabilidad del régimen político y el porvenir de la nación. Sólo reconociendo el abandono en que está la agricultura, puede apelarse a los agricultores y al gobierno y puede invocarse el patriotismo de todos para remediar el mal. El Ministerio de Agricultura sería la organización capaz de orientar a los productores y de animar e ilustrar su iniciativa para la explotación inteligente del suelo, al mismo tiempo que para la conquista gradual de los mercados consumidores internos y externos. Poseemos todos los climas y todas las variedades de terrenos, en abundancia y fertilidad asombrosas; ni terremotos frecuentes, ni ciclones, ni otros fenómenos telúricos de ocurrencia periódica o frecuente, azotan la agricultura. Tampoco está sujeta a plagas destructoras: la de la langosta, que suele presentarse, desaparecerá en el momento en que dediquemos esfuerzos inteligentes para destruirla. Ni las sequías, ni los inviernos excesivos asumen las formas asoladoras que en otros países, y de su influjo ruinoso podremos librarnos con las obras de arte ensayadas en otras partes con éxito decisivo. Todas las plantas tropicales que exigen climas cálidos, y todas las de las zonas templadas que exigen tempera-
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Capítulo 14
turas moderadas o frías; las diversas razas de animales, vacuna, caballar, lanar, porcina, ovina, caprina y otras; todo cuanto constituye campo de explotación para la actividad del hombre, y todo cuanto la naturaleza física ofrece de fecundo y útil, lo posee Colombia. Pero no obstante esas ventajas, es preciso reconocer que el colombiano se muestra pequeño delante de la naturaleza del país, y que todo lo que ésta tiene de grandioso, contrasta con la mezquindad de las obras humanas. La causa está en que todavía no nos hemos resuelto a utilizar los instrumentos que la ciencia ofrece ni a recurrir al espíritu asociativo con su fuerza irresistible. Los agricultores de tierras cultivadas por siglos en Europa, y a mayor abundamiento los de tierras nuevas y feraces en la Argentina, México y algunos países de África, aplicando los modernos procedimientos agronómicos, han conseguido, y por mucho tiempo lo seguirán consiguiendo, vencernos en la concurrencia, sólo porque nuestra agricultura permanece rutinera, primitiva y extraña a la aplicación de los principios científicos. [...] La química agrícola analiza y clasifica los terrenos conforme a sus propiedades intrínsecas, determina para qué clase de cultivos son aptos, les restituye los elementos que han perdido o de que carecen, para que en ellos puedan prosperar determinadas plantas, y hace posible explotar tierras que los ignorantes, dominados por preocupaciones añejas, abandonan como agotadas, cerca de los mercados, para ir en busca de montes vírgenes lejanos, que derriban bárbaramente, dando lugar a una desfavorable modificación de los climas. De este modo y con la constante aplicación del fuego a los pastales y a las sementeras, el colombiano ha hecho todo cuanto le ha sido posible por esterilizar un suelo que recibió privilegiado, y no habiendo
la naturaleza perjudicado a nuestro país con los desiertos que en otros existen, ya el hombre ha conseguido formar algunos artificialmente. La fisiología animal aplica las leyes biológicas de la herencia, de la nutrición y el desenvolvimiento especial de los órganos y de las funciones, por el mayor ejercicio, y así llega a crear tipos nuevos y selectos. Los ingleses, en especial, han llegado a este respecto a modelar la materia viva como una arcilla: fabrican, en cierto modo, la raza que se les encarga, aplicando para eso el arte de acumular durante unas pocas generaciones, la fuerza de un alimento escogido, en un sistema orgánico determinado, como el óseo, el adiposo, el muscular, el nervioso, el glandular o el peludo. Así es como en el ganado vacuno forman el destinado a la producción de carne, o de grasa o de leche; en el lanar consiguen aumentar la longitud y delicadeza de la lana; en el caballar, dar resistencia para el trabajo o rapidez para la carrera; y así de lo demás. Todo esto es lo que necesitan aprender los agricultores colombianos, no sólo teórica sino prácticamente, con el concurso simultáneo del Estado y de la iniciativa particular, fortificada por el espíritu de asociación. Pero el concurso del Estado no puede prestarse con método, continuidad y eficacia sino por el órgano de un Ministerio de Agricultura. Nunca lo hubo en Colombia según el concepto moderno. No hemos tenido una oficina científica y práctica que estudie las cuestiones de meteorología, veterinaria, agrostología, estadística, distribución y consumo de los productos, adquisición y repartición de semillas, régimen de los transportes, de los mercados y de los impuestos, enseñanza agronómica, legislación y crédito agrícola, conservación y repoblación de los bosques, y tantos otros asuntos propios de la técnica. Nos ha faltado un ministerio
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encargado de hacer la propaganda de las nociones científicas, de los experimentos hechos en otros países y de las condiciones de la producción y el consumo, por medio de manuales, boletines, folletos, cuadros, mapas e impresos de todo género; un ministerio, en fin, con la incumbencia de resolver consultas, de hacer conferencias y de mantenerse en contacto constante con los agricultores. Esta obra, de que no hay una coma que quitar, porque todo en ella es esencial, y sus piezas, recíprocamente necesarias, se conectan en un engranaje armónico, es nada menos que la reconstrucción económica del país en los moldes amplios en que los demás están vaciando su existencia, y es la obra del ministerio por cuya creación abogo [...] A la pregunta de si conviene instituir de una vez el ministerio o solamente iniciar los servicios que le competen en una sección de otro, para transformarla en ministerio autonómo cuando se hubiesen vencido las primeras dificultades, dado el primer impulso y adquirido el primer caudal de experiencia, podría contestarse que la cuestión es secundaria. El punto capital es la creación del servicio público de agronomía, sea cual fuere el arbitrio que se prefiera; pero, pensando en que toda función necesita su órgano propio, y que una vez formada, el órgano la perfecciona, he llegado a no ser partidario de la medida transitoria de iniciar el trabajo con una repartición que sólo sea el germen del ministerio futuro. En lo que debe ponerse más cuidado es en diferenciar el nuevo ministerio con respecto a los actuales. No se trata de acomodar otro grupo de protegidos, entregados al expedienteo, a semejanza de los que siempre hemos tenido, oficinistas ya ensayados en 80 años de vida nacional como radicalmente incapaces de
enderezar el país. Sería del todo inútil, y más que inútil, pernicioso, bautizar con el nombre de Ministerio de Agricultura, una repartición burocrática que viniese a aumentar los gastos públicos sin provecho para nadie. En otros países existen modelos establecidos y de eficacia probada. Si no es para inspirarnos en su estructura, y sí para desvirtuar el carácter esencialmente práctico de la institución, mejor sería no hacer nada, para no causar el mal de desacreditarla, evitando una farsa dispendiosa. Un Ministerio de Agricultura a la moderna, de los que en otras partes han producido tan admirables resultados, es un aparato técnico, cuyas piezas son otros tantos talleres de trabajo científico. Los empleados se escogen por su competencia en su respectivo ramo, no por nepotismo ni por recomendaciones de padrinos, o sólo por la buena letra. Siendo el objeto fundamental del ministerio estudiar directamente el país, desde todos los puntos de vista prácticos, relacionados con la agricultura, y difundir entre las clases productoras los conocimientos adquiridos, para su enseñanza y protección, queda dicho que todo eso es obra nueva que no puede ser hecha por el personal de plumarios de las actuales oficinas, ni por las normas administrativas a que estamos habituados. Es preciso que la burocracia —que ignora lo que son intereses públicos, que no conoce el valor del tiempo ni los derechos de los contribuyentes, y que sólo sabe de retardos y prórrogas— no consiga inmiscuirse en la obra porque la esterilizaría. Ella es esencialmente de la competencia de los técnicos y de los hombres de acción; y como exige consagración absoluta y trabajo activo, deben permanecer extraños a ella los pendolistas sedentarios que de esas cosas no tienen ni nociones. RAFAEL URIBE URIBE. Obras selectas.
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en 1871) y luego a través del Departamento de Agricultura del cual fueron directores Michelsen y Carrasquilla, trataron de difundir aquellos logros técnicos, de promover la enseñanza agronómica y de establecer estaciones experimentales, pero sus esfuerzos resultaron a la postre infructuosos. Las continuas inestabilidades políticas, la crónica penuria financiera del Estado, conjuntamente con la entonces llamada «fiebre de los transportes» que llevó al gobierno a orientar todos sus planes de fomento a esta actividad, constituirían ciertamente un contexto poco propicio para el modelo de difusión que quisieron engendrar. Por otra parte, un país con baja densidad poblacional como la Colombia del siglo XIX, con tierras en abundancia no ocupadas, con una mano de obra agrícola en su totalidad analfabeta, en condiciones de servidumbre, que difícilmente hubiera podido asimilar la técnica, y por sobre todo escasa de capital (obsérvese que la importación de un ejemplar de raza vacuna seleccionada llegó a costar en 1878 un precio equivalente al valor de cien hectáreas de tierra en Cundinamarca) no podía generar una demanda
por técnica más allá del ámbito puramente experimental. Durante los primeros veinticinco años del siglo xx esta situación en realidad cambió menos de lo que cabría esperar dado el nuevo contexto del desarrollo del país. El abaratamiento en los costos de transporte externo e interno, así como el propio desarrollo cafetero, facilitaban mucho más la importación de maquinaria y utillaje agrícolas. De otra parte, el aún incipiente desarrollo industrial hacía accesible, en todo caso, la fabricación de alguna maquinaria que, aunque modesta, se reflejaba en mayor disponibilidad para los agricultores. En el conjunto de las actividades agrícolas, la tecnificación avanzó paulatinamente mediante el fomento del uso de herramientas y máquinas, palas, azadones, rastrillos, azadones en hierro, trilladoras y segadoras. Ya para el segundo decenio del siglo xx comenzaron a producirse en el país, en buena parte al amparo de la fabricación de maquinaria para el beneficio del café, gran parte de los utensilios de uso agrícola. En Medellín, por ejemplo, hacia 1915, se fabricaban, además de trilladoras, desCabañas en Antioquia, hacia 1910. Sería en este departamento donde se fabricarían las primeras maquinarias agrícolas: trilladoras, despulpadoras, trapiches, ruedas Pelton, y otras.
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Escuela de Agricultura de Bogotá, 1916, fotografía publicada en el "Libro Azul de Colombia".
pulpadoras, clasificadoras, tostadoras y moledoras de café, trapiches para caña desde el pequeño de mano hasta el grande de fuerza hidráulica; se fabricaban también ruedas Pelton, pisones para molino y otras clases de maquinaria sencilla. En Caldas se habían diseñado algunas máquinas elementales para el tratamiento de la yuca y el maíz, trilladoras de trigo y desfibradoras de algodón; en fin, aquella maquinaria elemental o de utillaje simple pudo difundirse a costos accesibles a la mayoría de los agricultores. En cuanto a la maquinaria pesada, no parecen ser ya excepcionales los agricultores que la utilizan. Los arados de vapor se utilizan con alguna frecuencia en la sabana de Bogotá y el valle del Cauca. Son varias las casas importadoras que hacia 1920 ofrecían motores hidráulicos de vapor y eléctricos y en va-
rias regiones del país se constata la existencia de haciendas con amplia utilización de maquinaria pesada que con gran detalle cataloga El libro azul de Colombia publicado en 1919 a efectos de una presentación del país ante inversionistas extranjeros. Con todo, el empleo de maquinaria técnicamente avanzada se concentraría particularmente en los ingenios azucareros de la Costa atlántica, del Valle del Cauca y de Cundinamarca, regiones en las que la producción de caña de azúcar comienza a realizarse en gran escala. En el ingenio de Sincerín, en el Departamento de Bolívar, que hacia 1910 poseía activos por cerca de un millón de dólares, las operaciones contaban con agrónomos, mecánicos, expertos en siembras y demás empleados prácticos en esta clase de empresa. Igualmente contaba con sesenta y cinco kilómetros de vías férreas internas, lo-
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comotoras, sistemas modernos de irrigación, etc. El ingenio La Manuelita en el Valle del Cauca contaba igualmente con vías férreas, operaciones en gran parte mecanizadas, unidades de clarificación, evaporización y cocción al vacío, centrifugadoras y granuladoras de azúcar y en 1927 se cambió el ingenio técnico por el eléctrico mediante el acondicionamiento de todos los aparatos movidos hasta entonces a vapor y se instalaron bandas de transmisión para que pudieran ser impulsados por fuerza eléctrica, además de que fue en este ingenio donde por primera vez se experimentó con sistemas de siembra, aclimatación de variedades y sistemas de riego. Por otra parte, el catálogo de la Exposición Agropecuaria realizada en Bogotá en 1923, mostraba con alguna amplitud la disponibilidad de semillas seleccionadas de cereales, tubérculos, azúcares y de plantas forrajeras. Mostraba igualmente una serie de preparaciones nacionales como ácidos, álcalis, sales, antisépticos, vacunas y preparaciones microscópicas de diversos usos, así como abonos de fabricación nacional, abonos terrosos, sales y salitre nitrogenados y algunos abonos artificiales. En cuanto al mejoramiento de razas y cuidados del ganado, se continuó esta vez con mucha mayor extensión la importación de razas puras especialmente de ganado vacuno; Durham, Devon y Airshire y posteriormente el ganado Normando, Hereford y Holstein particularmente en Cundinamarca, Boyacá y en menor amplitud en Antioquia, la Costa atlántica y el Tolima; por otra parte, desde 1915 habían comenzado a producirse en el país vacunas anticarbonosas encaminadas a combatir el carbunclo, quizás la enfermedad más generalizada entonces en el país, y se comercializaban diversos antisépticos y curativos para los ganados, así como toda suerte de artículos veterinarios. A pesar del notable incremento en la disponibilidad de elementos técnicos, su uso parece haber estado res-
tringido a los ingenios del Valle del Cauca y entre los hacendados de la sabana de Bogotá. En el resto de las regiones y en la mayoría de los cultivos principales, la agricultura seguía siendo rutinaria, con predominio de métodos tradicionales de cultivo. Incluso en Cundinamarca, hacia 1920, todavía el trigo se cultivaba con arado de chuzo, en las siembras se mezclaba la semilla de trigo con distintas clases de semillas de otros cereales y con semillas de malas yerbas y era frecuente que la trilla se hiciera haciendo pisotear los manojos por bestias, tal como se practicaba en el siglo XIX. En los cultivos de algodón, por lo general, tampoco se frecuentaba el uso del arado, ni se alineaban debidamente los árboles. En Boyacá y
Maquinaria agrícola "moderna", ofrecida en un aviso de "La Ilustración" por los almacenes de Zalamea Hermanos, plaza de Bolívar, Bogotá, 1908.
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Limpieza y regadío de las sementeras en la Escuela de Agricultura de Medellín, 1918.
Santander se sembraba al voleo, lo que no permitía el cuidado del cultivo, al punto que la mala calidad del algodón impidió que se exportara, pero además creó problemas a la industria textil por la irregularidad en el largo de las fibras. Descripciones similares sobre la prevalencia de los métodos rudimentarios se hacían sobre los demás cultivos; incluso en el café, salvo las innovaciones introducidas en los procesos de beneficio, no parece haberse producido mejoras sustantivas en los métodos de siembra, ni en los sistemas de desyerbe y limpieza de los cafetales, ni en la aplicación de abonos. En cuanto a la ganadería, en las zonas costeras del Pacífico, Cauca, Valle y Antioquia, se iniciaron con algún éxito cruces con Hereford y Cebú al igual que en las altiplanicies de Cundinamarca, Boyacá y Santander. Sin embargo, solamente en la sabana de Bogotá y en Boyacá se establecieron dehesas cubiertas de alfalfa, carretón, trébol y romasa de buenos rendimientos. En el resto del país y pese a la introducción continua de pastos artificiales, la alimentación del ganado era muy pobre y se requería a menudo el pastaje rotatorio para evitar el agotamiento del terreno. Los rendimientos parecen haber sido extremadamente
bajos. De acuerdo con estimaciones de Fabio Lozano Torrijos, hacia 1924 el peso obtenido por el ganado vacuno no alcanzaba siquiera el 50 % del obtenido en Argentina, la mortalidad llegaba al 20 % del total de la población ganadera como resultado de las enfermedades más o menos corrientes y no controladas como la fiebre texana, y el carbón sintomático o fiebre carbonosa, llegándose incluso a que las ventas a otros países debieran suspenderse por el pésimo estado de salud del ganado colombiano; tal era el descuido, que en algunas haciendas de Cundinamarca llegó a establecerse la práctica de arrojar al río las reses víctimas de fiebre carbonosa, lo que por supuesto desataba la propagación de la enfermedad. Hacia 1924, Alejandro López, refiriéndose al notable atraso de la agricultura colombiana, trazaba un diagnóstico certero de los factores que bloqueaban el desarrollo técnico. Según él, la causa esencial del atraso radicaba en «que el cultivo y la cultura intensiva no son comerciales. Nadie se atreve a negar la eficacia del abono por temor de desacreditarse... sería inútil probarle al agricultor colombiano la excelencia del abono y sus resultados prácticos, creemos entender
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que lo que él no da por probado es su resultado comercial; a nuestro entender, el abono, sea químico o de establo, no es sino un medio eficaz del cultivo intensivo, es decir que utilizando los abonos, más jornales y el mayor cuidado efectivo consiguientes se puede obtener mayor ganancia líquida. Nuestros campesinos no creen que dedicando su esfuerzo íntegro a unas vacas de tipo extranjero estabilizadas con una alimentación intensa y costosa relativamente, pueden sacar mayor beneficio que con 20 o 40 del tipo criollo que tienen adaptado de modo que basta soltarlas en un playón, que se rebusquen como puedan y se dejen fecundar por el primer macho que acierte a quedar en las vecindades». Así pues, era mucho más remunerativo atenerse a la fuerza química natural de la tierra y al empleo fácil de una mano de obra, por lo demás nada costosa, que concentrarse en cultivos intensivos y en la incorporación de técnicas. Es cierto que durante el último ter-
cio del siglo XIX y los primeros dos decenios del xx un amplio proceso colonizador había logrado abrir la frontera agrícola y al menos en algunas regiones, especialmente en el centro del país, la densidad poblacional no era nada desdeñable. Sin embargo, ni la expansión de la frontera agrícola ni la ocupación del suelo vinieron acompañadas de sensibles transformaciones técnicas. Gran parte de estos procesos de colonización o bien dieron origen a la pequeña caficultura (un cultivo que no requería de apreciables magnitudes de capital o de desarrollos técnicos) en las regiones de colonización antioqueña como el antiguo Caldas o el norte del Tolima, o bien como en Santander y oriente de Cundinamarca acabaron en la formación de grandes haciendas cafeteras sustentadas en una explotación semiservil de la mano de obra y, en general, en formas atrasadas de explotación de los cultivos (arrendamientos en especie, aparcerías, colonatos, etc.) que usualmente se oponían a
Vista general de la Colonia de Fontiqueño o Escuela de Agricultura Tropical y Veterinaria de Medellín, 1918 (Las dos fotografías fueron tomadas por Benjamín de la Calle).
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General Benjamín Herrera, segundo ministro de Agricultura (1915-16), durante el mandato de José Vicente Concha. Este Ministerio fue creado en 1914, y su primer titular fue Jorge Enrique Delgado. Más tarde, en 1924, sería transformado en Ministerio de Agricultura e Industrias, a cargo del general Diógenes A. Reyes.
Casa principal de la Granja Agrícola de Armero, creada en 1933. En esa población tolimense ya había existido una granja experimental, la de San Lorenzo, fundada en 1919.
las innovaciones, o dieron origen a haciendas ganaderas de carácter extensivo, como ocurrió con la ocupación del territorio de la Costa norte del país. Por otra parte, por lo menos hasta los años veinte, los mercados seguían siendo fragmentados y reducidos a menudo a un ámbito puramente local, lo que ciertamente no estimulaba los aumentos de productividad y menos los cambios técnicos, ni en los cultivos ni en la ganadería. Salvo, pues, las innovaciones que reseñamos atrás y que se concentraron particularmente en la mecanización del beneficio del café, en los ingenios azucareros del Valle del Cauca y en algunas haciendas agrícolas o ganaderas de la sabana, el cuadro general de la agricultura colombiana sigue caracterizándose hasta mediados de los años veinte, por el estancamiento técnico. Este cuadro comenzará a romperse, en algunas regiones, desde los años inmediatamente anteriores a la crisis del treinta por la influencia de un conjunto de factores que aceleraron los cambios en algunos cultivos particulares. De un lado, la excepcional expansión de las vías de comunicación, particularmente los ferrocarriles, desde 1922. Por otra parte, la abrupta modificación de las relaciones de servidumbre en las haciendas y la ampliación consiguiente del trabajo asalariado en el
campo, más la expansión en los mercados urbanos como consecuencia del crecimiento económico de los años veinte, confluyeron para crear un mercado nacional mucho más vasto y unificado que en los años anteriores y, frente al cual, la oferta agrícola, al menos durante algunos años, parecía insuficiente. Por otro lado, el fortalecimiento de los mecanismos de intervención del Estado en la economía y, en particular, el inicio, desde mediados de los años veinte, de mecanismos de crédito para la agricultura (el Banco Agrícola Hipotecario fue fundado en 1924), conjuntamente con el establecimiento de una política agraria que desde 1927 concibió los estímulos a la producción no basados en la protección aduanera (recuérdese que laley de emergencia de 1927 permitió la libre importación de víveres), sino en el fomento del crédito, de la asistencia técnica, el desarrollo de las vías, la reducción de fletes, el abaratamiento de insumos, la exención de derechos de aduana para abonos, fertilizantes, semillas y maquinaria, lograron crear un contexto favorable para la modernización. Por otra parte, y quizá como un aspecto capital en las transformaciones técnicas que comenzaron en aquellos años, está el comienzo de una política tecnológica encaminada a la investigación, el fomento de la producción a través de la importación y distribución de semillas, del suministro de insumos y maquinaria a través del Ministerio de Agricultura (creado en 1914) y luego a través del Ministerio de Agricultura e Industrias creado en 1924, y fundamentalmente a través de un significativo impulso a la educación agrícola y a la formación de técnicos para el sector agropecuario. De hecho, desde la ley 75 de 1915 se había estimulado, con poco éxito, la creación de centros de experimentación regionales como el de San Lorenzo de Armero en el Tolima (1919), el de agricultura y ganadería tropical anexo a la granja experimental de Palmira y el de Rionegro en Antioquia (1916) lo mismo
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Embarque de ganado en Girardot, hacia 1915.
que la Escuela Superior de Agricultura en Bogotá fundada en 1915 y que funcionó como tal hasta 1925. En 1926 se expidió una ley de fomento agrícola (ley 74) mediante la cual se establecieron las bases de un programa sobre educación agrícola, demostración e investigación y al mismo tiempo comenzó a incrementarse sistemáticamente el presupuesto público para agricultura, que pasó de representar el 0,4 % del total de los gastos públicos en 1926 al 5,8 % en 1932.
El resultado de estos esfuerzos se concretó en la fundación de estaciones experimentales de clima frío, medio y cálido y múltiples granjas agrícolas y experimentales en varias regiones del país. Así, se fundaron entre otras la granja Tulio Ospina en Antioquia en 1927, Palmira en 1928, la Frontera en Caldas en 1929, la de Armero en el Tolima en 1933, la de Atlántico en 1936 y la de Santander en 1946, además de veintiocho granjas agrícolas o ganaderas creadas entre 1928 y 1943 Funcionarios del Ministerio de Agricultura y Comercio inspeccionan la Escuela de Agricultura de Chapinero, en Bogotá, en marzo de 1915 (Fotografía de "El Gráfico").
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en prácticamente todas las regiones del país. La Federación de Cafeteros, por otra parte, suscribió en 1928 un contrato con el gobierno nacional mediante el cual se comprometía a implantar y a difundir los mejores sistemas para el beneficio y el cultivo del café. Como resultado se creó un servicio experimental y se fundaron cuatro granjas experimentales en 1930 y 1931 y luego ocho campos de demostración y reaplicación. La importancia de estas estaciones y granjas experimentales no es desdeñable en la difusión de tecnología iniciada desde entonces. Para 1942 existían dieciocho centrales oficiales para el fomento agrícola, entre ellas tres estaciones experimentales: la estación experimental de Palmira, la Picota en Cundinamarca y la Sevilla en el Magdalena, seis granjas agrícolas en Buga (Valle) y Andalucía (Valle), Villamaría (Caldas), Armero (Tolima), Tabio (Cundinamarca) y Mompós (Nariño), siete subestaciones experimentales y un vivero, lo que garantizaba una cobertura nacional relativamente amplia en materia de asistencia técnica y por supuesto de desarrollo de la investigación agrícola. Facultad de Agronomía de Medellín, fundada en 1914 y luego adscrita a la Universidad Nacional. Fue la primera institución de nivel superior que funcionó en el país.
De especial importancia para el cultivo de la caña fueron las recomendaciones de la Misión Chardon, que visitó la región del Valle del Cauca a finales de la década del veinte, en el momento preciso en que empezaba actividades la granja de Palmira. En esta granja experimental, se logró seleccionar variedades de algodón superiores a las usadas tradicionalmente y se obtuvo la forma de controlar el gusano rosado, principal enemigo de los cultivos. Su mayor éxito, sin embargo, estuvo en el desarrollo de variedades de caña resistentes al mosaico en 1936 y 1937, enfermedad que hasta entonces había obstaculizado sensiblemente la expansión del cultivo en el Valle del Cauca. La granja de Armero, por otra parte, desde 1935 encaminó sus trabajos al algodón y ajonjolí, logrando éxitos notables en los aspectos genéticos y fitosanitarios y estimulando sustancialmente el cultivo regional del algodón. La granja de Medellín hizo contribuciones de importancia en la aclimatación de nuevas variedades de tabaco; en Montería y Valledupar se adelantaron exitosamente programas de selección y mejoramiento del ganado;
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en la estación experimental La Fiesta de Cundinamarca se desarrollaron importantes trabajos en maíz, trigo, cebada, papas, pastos y ganadería. De igual modo, la estación experimental cafetera de Chinchiná, como los demás campos experimentales y administrativos dependientes de la Federación, desarrolló programas de investigación sobre variedades mejoradas de café, uso de fertilizantes, control de plagas y enfermedades, estudio y conservación del suelo, sombríos, distancias de plantación, sistemas de poda, cultivos complementarios al del café, beneficios del fruto, etc. Al papel desempeñado en la innovación y difusión de tecnología por las estaciones experimentales, cuyos impactos más destacados se lograron en caña de azúcar en el Valle, en algodón en el Tolima, en café en Caldas, Antioquia y Tolima, en papa y trigo en Cundinamarca y en ganadería en Antioquia y la Costa atlántica, debe añadirse la formación de técnicos, agró-
nomos y veterinarios que se incrementa notablemente sobre todo en los años cuarenta. Será preciso señalar que desde los años ochenta del siglo XIX se habían hecho intentos por fundar en el país escuelas superiores de agronomía y veterinaria con resultados infructuosos. Sólo hasta 1914 se funda la primera facultad de Agronomía en Medellín, que luego sería adscrita a la Universidad Nacional de Agricultura y Veterinaria, que se suprimió en 1916 para fundar la Escuela Superior de Agricultura de Bogotá anexada luego (1934) a la Universidad Nacional como Facultad de Agronomía. A éstas siguieron varias escuelas, entre ellas la Escuela Superior en Palmira anexada como Facultad a la Universidad Nacional en 1946. En 1947 se fundó una Facultad de Agronomía en Nariño, en 1950 una en Caldas, en 1955 la del Tolima, hasta completar nueve facultades a comienzos de los años sesenta.
Granja-Escuela Central del Café, fundada por la Federación Nacional de Cafeteros en La Esperanza, Cundinamarca, 1930, como parte de un contrato con el gobierno para difundir mejores sistemas de beneficio y cultivo del grano, lo mismo que para investigación.
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Instructores y alumnos de la Granja-Escuela del Café, en ha Esperanza, 1930.
Con todo, la formación de agrónomos es en Colombia, extremadamente tardía en comparación con Estados Unidos y Europa, e incluso con la mayoría de los países de América Latina, como puede verse en los gráficos 1 y 2. Especialmente en México y Brasil, Chile y Argentina, la formación de agrónomos será significativa a comienzos de siglo. La formación de agrónomos había comenzado en Europa y Norteamérica hacia 1850. En América Latina la primera Escuela de Agronomía es la de Chapingo en México y luego se fundan hacia 1875 en Brasil y Chile. Hacia fines del siglo XIX existían cinco facultades, una en México (Escuela de Chapingo) y las otras en Brasil, Argentina y Chile. Colombia debió esperar hasta 1912 para un primer intento infructuoso (la Facultad Nacional de Agronomía en Medellín) y luego hasta fines de los años veinte para formar los primeros agrónomos.
Con todo, ya para comienzos de los años cincuenta existían en el país cerca de cuatrocientos agrónomos, lo que sin duda refleja bien la demanda por técnicas suscitada desde mediados de los años veinte. Por otra parte, ya para 1943, el Ministerio de Agricultura contaba con sesenta y un agrónomos a su servicio, de los cuales nueve expertos en arroz, seis en algodón, siete en caña de azúcar, diez en trigo, siete en cacao, tres expertos en sanidad vegetal, así como agrónomos especializados en frutales, fique, papa y tabaco, los cuales se distribuían, según el tipo de cultivo predominante, por todas las regiones del país. Es por supuesto difícil evaluar cuantitativamente el impacto del conjunto de factores señalados atrás sobre las técnicas agropecuarias. En todo caso, baste indicar que las importaciones de fertilizantes se incrementaron notablemente, lo mismo que las de maquinaria. Entre 1935 y 1950 las importaciones de nitrógeno se quintuplicaron, las dé fósforo se multiplicaron por diez y las de potasio por cincuenta (expresada naturalmente la importación de fertilizantes en unidades de elemento puro asimilable por las plantas). Igual ocurrió con la importación de maquinaria (ver cuadro 1). En términos de valor, el conjunto de la maquinaria agrícola importada (en pesos de 1953) se incrementó de tres millones en 1938 a 16,8 millones en 1950. Por otra parte, el valor de la maquinaria agrícola producida en el país ascendía para 1953 a 15,3 millones de pesos, lo que sin duda es un buen indicativo del avance logrado en la disponibilidad de equipo básico para la agricultura colombiana. El avance de la mecanización se concentró por supuesto en algunas regiones, particularmente Valle, Huila, Tolima, Magdalena y Cauca, que para 1953 disponían, en promedio, de un tractor por cada 101 a 147 hectáreas, siendo las menos mecanizadas obviamente las regiones quebradas. Con todo, a comienzos de los años cincuenta, el avance de la mecanización
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era significativo en la mayoría de las regiones planas del país. De los 3.821 tractores existentes en Colombia en 1938, la mitad se hallaba en los departamentos del Valle, Tolima y Cundinamarca. El Ministerio de Agricultura a su vez era propietario de 191 tractores que bajo la dirección de los jefes de extensión agrícola departamental y municipal eran alquilados a los agricultores. Igualmente, el ministerio contaba con arados para tracción
animal y mecánica, niveladoras, rastrillos, sembradoras, fumigadoras, desfibradoras, diversos tipos de motores, ruedas Pelton, segadoras, trilladoras y clasificadoras de semillas, entre otros elementos, que podían ser utilizados con alquileres módicos por los agricultores. Así, el Cauca había mecanizado para 1953 el 61,4 % del área susceptible de mecanización, Cundinamarca el 38,8 %, Huila el 23,7 %, Tolima el
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28,9 % y el Valle el 62,6 %. El promedio nacional se situaba en 7 %, lo que significaba un total de 715.000 hectáreas mecanizadas para ese año. Por otra parte, las mejoras logradas en algunos cultivos y regiones fueron significativas. Los ingenios azucareros del Valle se modernizaron incorporando, desde 1927, la mayor parte de la maquinaria accionada por energía eléctrica, se impulsa el cultivo de la variedad de caña POJ 2878 desarrollada en la estación agrícola de Palmira, resistente al mosaico y de alto rendimiento en azúcar, y se re diseñan los métodos de siembra, se instalan centrifugadoras movidas por tractores, se experimenta, en fin, un nuevo impulso
modernizador. En algodón, y bajo el empuje del crecimiento de la industria textil, se instituyeron campañas de asistencia técnica y se lograron igualmente variedades satisfactorias, al tiempo que, especialmente en el Tolima, se cambiaron los tradicionales métodos de siembra al voleo por métodos modernos incorporando máquinas sembradoras e introduciendo, en vez de la variedad de algodón silvestre, la planta anual que permitía una mayor mecanización y un mejor control de las plagas. En arroz, se introdujo, también en el Tolima, desde 1935, el arroz de riego, sustituyendo el tradicional arroz secano, introduciendo igualmente tractores y arados en su
Cuadro 1 Colombia: importación total de maquinaria, herramientas y tractores agrícolas (Toneladas de 1.000 kilogramos)1 Maquinaria y repuestos
Años
Sem- Trilla- AboAra- brado- doras nadodos ras ras
Otras
Tractores
Herramientas menores Número de Suma índice Pesos índice unida- Peso des
índice
Peso total
índice
1938-40 ...
255
35
17
10
929
1.246
48
829
63
1.710
23
3.785
33
1941-43 ...
181
29
10
—
455
675
26
307
23
678
9
1.660
15
1944-46 ...
317
30
40
1
915
1.303
50
835
63
563
2.435
•33
4.573
40
1947-49 ...
698
107
85
16
3.195
4.101
158
1.533
116
1.089
3.564
48
9.198
81
1950
824
320
97
25
5.113
6.379
246
1.255
95
1.590
4.050
54
11.684
102
1951
1.206
193
53
76
3.030
4.558
176
1.590
120
1.615
5.530
74
11.678
102
1952
471
180
82
38
2.351
3.122
121
1.488
112
979
4.474
60
9.084
80
1953
403
153
188
15
1.830
2.589
100
1.326
100
1.369
7.489
100
11.404
100
Fuente: CEPAL, según Anuarios de Comercio Exterior. Cuadro n.º 140. Nota: (1) Las estadísticas de importación de maquinaria agrícola de Colombia están en tonelaje y valor. Solamente para los tractores se expresa el número de unidades.
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cultivo. En ganadería se implantaron nuevos pastos, especialmente el kikuyo, propagado inicialmente desde mediados de los años treinta en Cundinamarca y Boyacá, así como el pasto Pangola, y se incrementaron notoriamente las existencias de ganado de raza pura. Ya para 1954 se contabilizaban 4.921 ejemplares de raza Holstein pura, 2.000 de Normando, 900 de Red Poll y 400 de Airshire, al tiempo que se inició, desde fines de los años treinta, lo que se ha denominado «la revolución del cebú», raza que contaba en 1954 con más de 15.000 ejemplares de raza pura. En café, aunque las innovaciones no fueron excepcionales, comenzaron a introducirse fertilizantes y mejores sistemas de desyerbe y cuidado de las plantaciones (limpia con zapa-pica mediante la remoción de la capa superficial de la tierra y la conversión de la maleza en abono verde), lo que logró aumentar los rendimientos por hectárea, especialmente en el Tolima, donde se incrementaron en 31,9 % de 1932 a 1941 y luego en un 23,5 % adicional entre este año y 1943. Por otra parte, el Ministerio de Agricultura, desde 1929, Aviso publicitario para tractores y arados de la marca McCormic Deering, publicado por la firma Leonidas Lara e Hijos en la revista "Pan", agosto 1937.
había iniciado una campaña de distribución de semillas mejoradas que para 1933 llegaba a 11.364 paquetes y para 1936 a cerca de 40.000 paquetes, lo que debió tener algún efecto en la mejora de los rendimientos. Si se hiciera un corte a comienzos de los años cincuenta con el fin de observar el estado de la técnica, se tendría sin duda la impresión de un atraso notable. De hecho, el informe de la misión dirigida por Lauchlin Currie y presentado al gobierno en 1950, observaba que: «en general, la agricultura colombiana se caracteriza por un empleo excesivo de trabajo en relación con la extensión del terreno, el capital y la administración. Aun cuando hay enormes diferencias de productividad, la labor manual realizada principalmente con machete y azadón, prevalece en algunas fincas, mientras que en otras se usan métodos mecanizados de cultivo con modernos tractores y trilladoras y otros equipos. No es raro encontrar, en un valle fértil, una hacienda de arroz irrigada que use dos o tres trilladoras combinadas de último modelo y a pocos kilómetros un labriego que queme una parcela de bosque en el monte, donde sembraría entre los troncos semiquemados durante uno o dos años, antes de emprender la quema de otro terreno». Ciertamente hasta entonces la modernización agrícola en aquellas regiones que habían accedido a ella se había concentrado especialmente en la mecanización y en particular el uso de tractores y en seguida cosechadoras, mientras que las labores intermedias seguían siendo poco mecanizadas, al igual que en todas las labores relacionadas con la ganadería. En promedio, sólo el 40 % del área de cultivos anuales estaba mecanizada, el 47 % de los suelos donde podrían usarse arados se labraban a mano y sólo el 25 % del área tractorable usaba este tipo de maquinaria. Más acentuadamente, en las labores intermedias como siembras, control de malezas y abonos, la superficie en la que se utilizaba maquinaria apenas llegaba al 14 %, al tiempo que
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Preparación de hojas de tabaco, en el departamento de Santander: supervivencia del método tradicional de secado.
en la recolección y conservación de forrajes apenas se contaba con cuatrocientas segadoras y setenta rastrillos en el conjunto de toda la agricultura nacional. Por lo que hace al riego, apenas había 220.000 hectáreas de los 29,8 millones en cultivos o ganadería que estaban irrigadas, la mayoría de ellas dedicadas al cultivo de arroz. En materia de abonos, el promedio llegaba solamente a catorce kg de fertilizante por hectárea cultivada, frente, por ejemplo, a Chile, que utilizaba doscientos kg promedio por hectárea cultivada. Este cuadro del nivel de la técnica, por supuesto, no era demasiado alentador: «la falta de maquinaria y herramientas modernas, el empleo de semillas, abonos y pesticidas malos y las prácticas agrícolas deficientes son factores de acentuada influencia en la reducida producción agrícola», observaba en su informe la misión dirigida por Currie. Sin embargo, si se hubiera mirado la situación veinticinco años atrás, hubiera podido advertirse que los avances, aunque localizados en algunas regiones y cultivos, habían sido en todo caso significativos.
Es cierto, por otra parte, que la era de la modernización tecnológica de gran parte de la agricultura colombiana, como un fenómeno más o menos amplio en las regiones de agricultura comercial, empezará precisamente a partir de la segunda posguerra, en buena parte al impulso de una decidida política de apoyo a la tecnificación, pero también como resultado del contexto de rápido crecimiento de la economía colombiana en aquellos años, y en particular del desarrollo industrial que generó una importante demanda por materias primas de origen agrícola. En 1944 se había propuesto al Congreso un proyecto denominado «La política de las tres AES»: aguas, abonos, agricultura técnica. En ese mismo año el gobierno contrató una misión norteamericana para colaborar en un plan de fomento, cuyas recomendaciones acabaron en la adopción del plan quinquenal de fomento agrícola (ley 5 de 1945) en el cual se establecieron las directrices de lo que sería la política de modernización en los años siguientes. En primer lugar se ampliaba sustantivamente la investigación agrícola, las
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Secadero mecánico para tratamiento de las hojas de tabaco, Santander.
granjas experimentales y la educación agrícola; en segundo lugar se iniciaban los estudios sobre condiciones agrológicas de suelos; en tercer lugar se iniciaban campañas de fomento en trigo, arroz, caña, algodón, cacao, ajonjolí y frutales al tiempo que se especializaban las granjas experimentales en cultivos específicos según las características de las regiones donde estuviesen ubicadas; y en cuarto lugar se iniciaban ambiciosos proyectos de riego. Además, desde 1942, se habían comenzado a especializar los primeros técnicos en el extranjero, quienes influyeron decisivamente en la modernización de la investigación, a lo que vino a sumarse, a fines de los años cuarenta, la presencia permanente de
fundaciones, especialmente la Rockefeller, en apoyo a la investigación agrícola. Ya a comienzos del decenio del cincuenta los resultados de este ambicioso plan comenzaron a fructificar. Las investigaciones en genética y fitopatología dieron como resultado la producción de innumerables variedades de semillas de diversos productos que lograron elevar sustancialmente los rendimientos, especialmente en trigo, maíz, papa, fríjol, cebada y, por supuesto, en caña y algodón, y se introdujeron y aclimataron variedades de arroz y leguminosas. Por otra parte, se comenzaron a producir abonos y fertilizantes en el país, como subproducto de la refinación del petróleo y de la acería de Paz del Río. En efecto, desde que Ecopetrol recibió las instalaciones de refinería en Barrancabermeja, señaló la posibilidad de producir amoníaco y urea usando el gas residual de la refinería. En 1957 comenzó la producción de urea y nitrato de amonio y luego en 1960 se fundó la primera fábrica de fertilizantes nitrogenados usando gas natural. Por otro lado, la ley 81 de 1960 otorgó exenciones a las industrias de fertilizantes, lo que, conjuntamente con la reforma arancelaria de 1950 y 1959 de protección a la industria, logró la producción amplia de fertilizantes en el país. Además se iniciaron los proyectos de irrigación en Saldaña (Tolima, 1948) y Ponedera-Candelaria en Atlántico, en fin, un conjunto de impulsos que mejoraron las condiciones de la técnica. A esta política explícita de modernización, siguió el empleo de armas fiscales para obligar a los propietarios a utilizar más eficientemente la tierra, al tiempo que se incrementó notablemente la financiación para la agricultura; a ello se sumó la mejoría de precios internacionales del café, que permitió la importación masiva de maquinaria agrícola. Todo ello se expresó en un vertiginoso ritmo de modernización agrícola en las tierras planas del centro del país, que en poco menos de un decenio vieron desplazada la ganadería
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abriendo paso a la agricultura comercial. Aunque después de 1950 el área bajo cultivo creció notablemente, no es menos importante el que los rendimientos por hectárea en algodón, azúcar, arroz y tabaco, especialmente, se incrementaran en forma espectacular durante los años cincuenta, lo que indica el impacto de la modernización en algunos cultivos, pero también la acentuación de lo que caracteriza la agricultura colombiana de los últimos treinta años: la creciente brecha técnica entre la agricultura empresarial, que produce ante todo materias primas para la industria, y la agricultura campesina, centrada fundamentalmente en la producción de alimentos básicos. Por lo que hace a los cambios en el nivel de la técnica de la agricultura comercial, puede advertirse que el consumo de fertilizantes se quintuplicó durante la década del cincuenta, especialmente el nitrógeno, cuyo consumo pasó de cerca de 4.000 toneladas en 1953 a 42.400 en 1964; el fósforo de 6.000 toneladas a 55.000 y el potasio de 4.000 a 24.000 toneladas. El uso de semillas mejoradas se expandió en forma igualmente notable. En 1953, el porcentaje de tierra cultivada plantada con semilla mejorada era en trigo de 0,7 % y en 1963 de 15,5 %; estos mismos indicadores entre 1953 y 1963 evolucionaron, en maíz de 0,5 % a 10 %, en fríjol de 0,04 % a 1,9 %; en arroz, en 1964 los cultivos con semilla mejorada ascendían a 38,5 % del total, en cebada a 189 %, en soja, sorgo y tabaco a 100 % y en algodón a 98,7 %. De hecho, en arroz, cebada, soja, sorgo y nuevas variedades de algodón, las semillas mejoradas comienzan a utilizarse masivamente desde 1960, sobre la base de la producción nacional de ellas. Los avances en la mecanización agrícola fueron igualmente notables. Si para 1938 operaban en el país 3.821 tractores, para 1953 la cifra ascendía a 8.881 y para 1956 había aumentado a 16.493. De igual modo, el censo agropecuario de 1960 informaba de la uti-
Aviso publicitario de abonos producidos en Medellín, publicado en la revista "Semana", 1953.
lización en actividades agrícolas de 23.279 motores de combustión interna en 19.937 explotaciones; 4.792 explotaciones utilizaban 6.488 motores fijos internos, 8.129 informaron hacer uso de un total de 15.361 tractores, 2.874 explotaciones utilizaban 3.462 trilladoras de motor y se anotaba la existencia de 8.228 trapiches de fuerza mecánica en 7.833 explotaciones y 1.916 cosechadoras y combinadoras en 1.954 explotaciones que decían utilizarlas.
Tecnificación en el Centro de Investigaciones Agrícolas de Tibaitatá, Cundinamarca, fundado en 1951.
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Moderno cultivo de ajonjolí en el Tolima.
Por supuesto, si se observa el conjunto de la agricultura colombiana alrededor de 1960, el número de explotaciones que utilizaban fuerza mecánica era aún reducido, ya que sólo el 2,5 % del total de fincas la usaban. Pero ello, más que indicar el atraso, muestra más bien el agudo proceso de diferenciación que la modernización estaba provocando. De hecho, la mecanización seguía concentrándose, como es obvio, en las tierras planas de agricultura comercial: del total de tractores disponibles, 3.080 (el 20 % del total) se encontraban en el Valle del Cauca, 2.203 en el Tolima, 1.599 en Cundinamarca y 1.034 en el departamento del Magdalena, es decir, que cerca del 60 % del total de tractores se encontraban en estas cuatro regiones a las que seguían Bolívar, Córdoba, Cauca, Huila y Meta. La utilización de abonos avanzó en forma igualmente notable y para 1960 se contabilizaban cerca de 150.000 explotaciones que utilizaban fertilizantes combinados con abonos orgánicos.
Para este mismo año, por otra parte, se contabilizaban 226.336 hectáreas bajo riego artificial, de las cuales 46.592 en el Valle del Cauca, 41.462 en Cundinamarca, 31.520 en el Magdalena, 25.706 en Boyacá, 22.731 en Tolima y 15.096 en el Huila. Así, en el curso de poco más de diez años, una parte de la agricultura colombiana incorporó la técnica moderna especialmente en las áreas planas. Es cierto que este proceso abarcó apenas un número relativamente pequeño de explotaciones, pero no fue irrelevante en cuanto al área total incorporada a la agricultura moderna. Para 1967, del total del área cultivada, se usaban fertilizantes en el 100 % de los cultivos de papa, el 62 % de maíz, el 33 % de banano, el 28 % de algodón y arroz, el 18 % de azúcar y, en general, casi todos los cultivos poseían más del 10 % del área con utilización de fertílizantes; igualmente, había ascendido el uso de semillas mejoradas en prácticamente todos los cultivos, así como se había incorporado nueva maquinaria a las actividades agrícolas. Para 1969, se estimaba que el total de tractores utilizados llegaba a 24.800 (de los cuales 17.500, es decir, cerca del 72 % del total, tenían un uso de menos de diez años), lo que significaba que la agricultura disponía de cerca de dos tercios del total de tractores requeridos para una mecanización adecuada de la producción. De igual modo, se estimaba que hacia comienzos de 1970 estaban operando en el país 13.400 rastrillos, 8.000 sembradoras y 1.450 combinadas, alrededor de 500 equipos de riego y un considerable parque automotor para el transporte de productos agrícolas. Si se mira en perspectiva lo que ocurrió con la tecnología agropecuaria desde 1950 hasta mediados del decenio del setenta, poca duda cabe sobre que los avances logrados fueron en buena parte el resultado de una política abiertamente encaminada a acelerar el proceso de modernización, y que se expresó en un conjunto de medidas que iban desde el estímulo a la
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investigación hasta la financiación de las innovaciones introducidas. En 1951 se creó el Centro de Investigaciones Agrícolas de Tibaitatá (Cundinamarca) y al mismo tiempo la División de Investigaciones (DIA) que hacia 1959-1960 había logrado ya importantes avances en investigación agrícola. En 1962 la DIA se transformó en el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) cuyas realizaciones pueden colegirse por el hecho de que para 1967, como fruto directo del trabajo de investigación agrícola, había 610.000 hectáreas sembradas con semillas mejoradas, aproximadamente la sexta parte de las tierras cultivadas en el país. Desde 1957, por otra parte, se habían comenzado trabajos tendentes a mejorar las variedades de arroz y pocos años más tarde de soja, algodón, trigo y maíz con resultados satisfactorios en términos de su impacto sobre la mejora de los cultivos. Por otra parte, desde comienzos de los años sesenta se incrementó notablemente el gasto en adecuación de tierras que llegó a representar en el período 1962-1967 el 1,5 del valor del producto agropecuario, cifra por cierto nada desdeñable, iniciándose proyectos oficiales de
riego en 1963 en cerca de 208.000 hectáreas, sin contar el apoyo a los proyectos privados de riego. El presupuesto del ICA, por otra parte, se quintuplicó entre 1965 y 1970 al pasar (en pesos constantes de 1958) de 17 millones en 1965 a 112 en 1972, lo cual es harto indicativo del impulso tecnológico dado a la agricultura. Por lo que hace al impacto de la política económica sobre el desarrollo tecnológico, sin duda la del comercio exterior favoreció sobre todo la mecanización, ya que se contó con financiación externa para la importación de maquinaria desde 1949. Igualmente, el régimen de aranceles, hasta fines de 1975, era favorable para la maquinaria: cerca del 2 % en el nivel del arancel, que era realmente bajo en comparación con el que regía para otros bienes de capital tanto del sector agrícola como de los otros sectores e incluso con relación a los de otros insumos de la agricultura. Por otra parte, la sobrevaloración cambiaría que ha prevalecido en el país por un largo período acabó favoreciendo la importación de equipo básico para la agricultura. Por otra parte, el crédito interno para la adquisición de maquiMaquinaria de aspersión múltiple en la Sabana de Bogotá.
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Dos sistemas de cultivo de pasto: en plano y de corte escalonado sobre curvas de nivel, un ejemplo de investigaciones del Instituto Colombiano Agropecuario, ICA.
naria agrícola financió hasta mediados de los años setenta a través de la Caja Agraria y luego en conjunto con el INCORA, aproximadamente el 30 % del valor total de la maquinaria importada, a tasas de interés subsidiadas. Este conjunto de políticas, conjuntamente con una relación de precios maquinaria-bienes agrícolas favorable en algunos períodos, estimuló en gran medida el proceso de mecanización agrícola (véase el gráfico n.° 3). De hecho, a mediados del decenio del setenta se estimaba que alrededor de un tercio del potencial de tierras mecanizables estaba efectivamente mecanizado, lo que significaba un enorme avance frente a los modestos resultados que podían exhibirse veinte años atrás. En aquellos departamentos en los cuales se concentró básicamente la mecanización (Valle, Cundinamarca y Tolima) los índices de ésta llegaron a ser bastante satisfactorios tanto por hectárea cultivada como por hectárea mecanizable. Aun tomando el conjunto de la agricultura, el nivel de mecanización, del orden de
226 hectáreas arables por tractor en 1975, se aproximaba al promedio latinoamericano, en tanto que los niveles identificados para el Valle del Cauca (47 hectáreas por tractor), Tolima (100) y Cundinamarca (108) eran similares a los observados en Norteamérica, la Unión Soviética y Australia respectivamente. Los impactos de este proceso de modernización sobre la evolución económica de la agricultura no fueron menos significativos. Entre 1950 y 1975 el área cultivada se amplió en 1,5 millones de hectáreas de las que 931.000 correspondieron a los cultivos comerciales y mixtos, que son los que emplean más intensivamente la maquinaria. La estructura de los cultivos, por otra parte, se modificó en este período, aumentando la participación de los cultivos comerciales y disminuyendo el peso de los cultivos mixtos, al tiempo que los rendimientos se incrementaron de manera sostenida en todos estos años. Quizás los indicadores más significativos del impacto de la modernización se refieran al hecho de que la sustitución de mano de obra por maquinaria en los nueve cultivos principales se estimó en cerca del 50 % en 1975, siendo mayor en las actividades de cosecha con una sustitución de 5,3 hombres-día por hora-máquina y en las labores de preparación de tierra y siembra con una tasa de sustitución de 3,4 hombres-día por hora-máquina. El otro indicador de significación se refiere al hecho de que, sobre una tasa de crecimiento promedio anual de 3,9 % entre 1950 y 1980 la tierra contribuyó a este crecimiento en 0,31 %, el trabajo con 0,20 % y el capital con 1,77 % para una contribución total de estos factores de 2,28 % sobre el 3,95 total. El residuo (1,62 %) es a su vez explicado en un 50 % por los gastos del gobierno en agricultura y por los gastos en investigación y extensión, lo que da cuenta de la importancia del cambio técnico en el crecimiento y de la política agrícola en los procesos mencionados.
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Precios relativos, potencia por hectárea cultivada, Gráfico 3 parque de tractores y su variación absoluta 1950-1974
En los últimos años, este modelo de desarrollo apoyado fundamentalmente en la moderna tecnología parece haber entrado en un franco deterioro. El persistente encarecimiento de insumos y maquinaria en los últimos años, la reducción de esfuerzos en materia de adecuación de tierras, investigación y
transferencia tecnológica y sin duda la saturación técnica (que se expresa en los rendimientos decrecientes de los insumos) parecen estar llevando a un retroceso parcial de la modernización en la agricultura comercial cuyas implicaciones para el futuro serán difíciles de prever.
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Vida diaria en las ciudades colombianas Una alegoría de la poesía al comenzar el siglo XX (foto de Henri Duperly). No es la imagen del caos en que Colombia entra a este siglo, con la guerra de los Mil Días y la pérdida de Panamá.
Patricia Londoño Santiago Londoño 1. EL ESPÍRITU DE LA ÉPOCA Pobreza, tradición y novedades
M
il ciento treinta y ocho días de guerra civil (1899-1902) y la pérdida de un territorio (Panamá, 1903) dejan a Colombia en una pésima situación económica y políticamente desestabilizada. Es así como, al iniciar el nuevo siglo, la agricultura está paralizada, interrumpidos el comercio y los pocos medios de comunicación, reinan el desempleo y la inseguridad, y el caos monetario dificulta las transacciones. Casi anticipándose a los hechos, el vicepresidente Marroquín percibió así la barahúnda en 1898: «Los odios, las envidias, las ambiciones dividen los ánimos; en la esfera de la política se batalla con ardor, pero menos por conseguir el triunfo de principios que por hundir o levantar personas y bandos; la tranquilidad pública indispensable para que cada ciudadano pueda disfrutar a contento del bienestar que deba a la suerte o al trabajo nos va siendo desconocida; vivimos una vida enfermiza; la crisis es
nuestro estado normal; el comercio y todas las industrias echan de menos el sosiego que han menester para ir adelante. Nuestros disturbios políticos han hecho que se confunda o se anule la noción de patria...» Para muchos es claro que si se quiere vencer la pobreza generalizada y alcanzar la prosperidad, es necesario estabilizar la maltrecha situación política, proyecto que iría a tomar fuerza sólo al iniciar la década de 1910. El advenimiento de la nueva centuria es celebrado de diversas formas.
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Grupo de carteros de los correos urbanos, frente a la oficina de Correos y Telégrafos de Medellín, 1910.
Por ejemplo, en Medellín el obispo decreta la erección de un monumento conmemorativo y religioso al Salvador del Mundo. Las gentes sienten el corazón henchido de alegría por el ocaso de un siglo y el nacimiento de otro, a pesar de que no ha terminado la «oscura noche en que nos ha sumido la guerra». Si bien la guerra de los Mil Días concluye a los dos años de iniciado el siglo, la paz no se instaura de inmediato. Diversas voces se levantan reclamándola, junto con el orden y el trabajo, como en esta opinión publicada por el diario La Paz de Bucaramanga el 26 de agosto de 1905: «Jamás en época alguna de nuestra procelosa historia viose la necesidad tan apremiante y urgente como en los tiempos que corren de que los colombianos pensemos seriamente en dedicarnos al trabajo como fuente de riqueza, de paz y de progreso [...]. La paz como suprema necesidad, es el principal asunto que todo ciudadano debiera defender y sostener, ya como fuente
de todo lo bueno, ya para acabar con las vías de hecho como el recurso a que hemos apelado para hacer valer derechos y no pocas veces personales pretensiones». Como contrapeso a la violencia y a la insípida rutina diaria, los bogotanos descubren la bohemia en la «Gruta Simbólica», grupo literario surgido entre la vigilancia de las patrullas nocturnas y los hogares enlutados por la contienda. Esta bohemia se constituye más en una diversión novedosa y decorativa que en motivo de escándalo o marginamiento de la sociedad; los ideales estéticos bajo los cuales «componen» sus miembros, giran entre la columna de mármol y el tiple. La especulación financiera atrae las joyas y los ahorros de las viudas; prolifera el juego de dados y de naipe en clubes y casas clandestinas. Siguiendo los dictados de París Lo francés, elemento deslumbrante del ostentoso cosmopolitismo euro-
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peo, es el modelo para el pensamiento, el gusto y las costumbres sociales desde el siglo XIX. «A las mentes avanzadas de Colombia —escribió Ignacio Torres Giraldo— las encontró el siglo xx dilucidando todavía los grandes acontecimientos de la Revolución francesa». París, de acuerdo con Baldomcro Sanín Cano, «concentraba en sí las maravillas, todas las amenidades y adelantos de la civilización». En algunos círculos de la clase alta se habla y se lee en francés, inglés y alemán. Los habitantes de la capital del país creen vivir en una suerte de centro del universo. Envanecidas por los calificativos de «Atenas sudamericana» y de «ciudad cerebro», desconocen la existencia del resto de la geografía de la República. Las personas que han ido a la capital francesa alcanzan gran prestigio social en su ciudad natal. Las comunicaciones Al empezar el siglo, Colombia está casi aislada del resto del mundo. Es sólo conocida —al decir de Sanín Cano— por los tostadores de café de Norteamérica, los exportadores de género de Manchester y por algún profesor de literatura española. De la incomunicación con el exterior sólo la salvan el telégrafo, el cable submarino, las cartas y la prensa. En efecto, desde mediados del siglo pasado, existe en el país un servicio restringido de telégrafo que comunica los principales centros urbanos mediante tendidos de líneas. La instalación de las primeras de ellas sufre tropiezos como en el caso de Cali, pues según Phanor Eder, «los campesinos destruían los alambres, creyendo que estaban colocados por el diablo». Las regiones también están prácticamente incomunicadas entre sí, separadas por extensas, agotadoras y riesgosas jornadas a lo largo de caminos de herradura, únicas vías disponibles. Transitan por ellas mulas y bueyes, bestias que en invierno son reemplazadas por cargueros humanos; los coches de tracción animal operan
en muy pocos casos entre las poblaciones. Para las gentes comunes del pueblo, el presidente y los ministros son unos desconocidos. Las noticias del exterior llegan lentamente en las cartas y en los periódicos. Su difusión interna la hacen numerosos diarios locales, que desde el siglo XIX están especialmente atentos a los sucesos europeos. Es la forma más importante de contacto entre las regiones y los pobladores, junto con el comercio y las guerras civiles, pues cada periódico tiene numerosos agentes distribuidores en distintos poblados. La política domina el contenido de las publicaciones. Se impulsan candidaturas, se ataca a los opositores y
"Revista de la Paz", publicación oficiosa del régimen del general Rafael Reyes, 1906. Después de la guerra de los Mil Días, la paz era una prioridad en el sentimiento nacional, tal como sucede en nuestros días. Por otra parte, gráficamente, el diseño de la revista denota el seguimiento en Colombia del Art Nouveau europeo.
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se defienden tesis; también se pasa revista a la situación de los estados, del exterior especialmente a los países vecinos, a la ciudad, a la situación del mercado de productos y víveres, y se insertan variados anuncios que ofrecen diversos servicios o artículos. El folletín que varios periódicos incluyen, difunde por entregas novelas de autores nacionales y extranjeros. El teléfono —inventado en 1876 en Estados Unidos— llega por primera vez a Bogotá y a Barranquilla en 1884, entrando en operación inicialmente para las oficinas gubernamentales. El público se opone en muchos casos a la colocación de los postes al frente de sus casas y la pólvora de las fiestas populares los daña con frecuencia. Para 1910 las principales ciudades disponen de algunos centenares de teléfonos que despiertan la admiración de los parroquianos. El almanaque Bristol, publicado desde 1832, es una de las fuentes de información para los alfabetas: enseña los usos del limón, presenta cálculos curiosos, predice las estaciones pesqueras, los fenómenos meteorológicos y astronómicos, explica cómo sacar manchas de la ropa, ofrece el calendario de los santos diarios del año. El camino de herradura sigue siendo la vía principal en Colombia al empezar el siglo (foto tomada cerca de Medellín, hacia 1910).
Portada de "Mefistófeles", mayo 30 de 1897, un "semanario ilustrado de crítica social y política", característico de los medios de difusión de la época.
Paraísos de peatones, vacas y caballos En 1870 viven en Colombia 2,7 millones de personas, excluyendo a Panamá. Treinta y cinco años más tarde hay 4,1 millones de habitantes, de los cuales apenas el 10 % vive en las capitales departamentales. Sin embargo, Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla comienzan a consolidarse como los mayores centros poblacionales. Bogotá tiene, al iniciar el siglo, un aire semicolonial. Sus calles son estrechas y empedradas, llenas de contrastes. Según Tomás Carrasquilla, puede verse «... junto a un pisaverde en traje parisién, una india asquerosa, de sombrero de caña y mantellina que fue de paño; junto a damas elegantísimas, la montonera de chinos andrajosos y mu-
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grientos; junto al lando, tirado por hermoso tronco de caballos y conducido por cochero de guantes y sombrero de copa, el carro de basura o los burros». Las recuas de mulas y los bueyes cargados de víveres y mercancías llegan hasta la plaza principal, confundiéndose con los señores a caballo, la gente descalza con carriel y ruana, y las reses que van a la feria, al matadero o hacen un alto en su deambular. Las vacas son llevadas cada mañana para el ordeño y pastan el resto del día en las cercanías de las viviendas de sus propietarios. La tranquilidad aldeana es a veces interrumpida bruscamente por los bramidos y embestidas de un novillo bravo que se escapa de la manada o de la feria, tras el cual corren los reseros, conocidos por «la ácida y vitriólica capacidad de su lenguaje» y su destreza con el rejo: «Los niños corrían a ver qué pasaba [...] las madres preocupadas [...] los muchachos mayores salían a lucir su hombría [...] a los ojos de las muchachas asomadas por los postigos». Bogotá y Medellín parecen quietas, y algunos viajeros extranjeros las encuentran melancólicas; su ritmo de vida es casi conventual y cuentan con pocos lugares de entretenimiento público. Con sus trazados coloniales en damero, por encima de sus tejados sólo sobresalen las iglesias y el humo ascendente de las cocinas. Barranqui11a, «La Arenosa», es una ciudad que «nació sin la ayuda de conquistadores foráneos, sin el fragor clamoroso de los fusiles. No fue tampoco fruto de enconadas luchas por el botín de las entrañas de la tierra, ni el resultado de la codicia», según reza un álbum descriptivo de la ciudad; es fundada por ganaderos trashumantes de la población de Galapa, en su búsqueda de agua para sus semovientes. El alemán Juan Bernardo Elbers inicia la navegación a vapor en Colombia, mediante privilegio que obtiene del Congreso en 1823 para utilizar el Magdalena por veinte años, reemplazando piraguas y sampanes. Desde en-
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Almanaque Bristol de 1880, fuente de información general y popular en la ciudad y en el campo.
Calle del Observatorio, de Bogotá, con el ducto de aguas negras en el centro. Este daguerrotipo del barón J.B.L. Gros, tomado en 1842, es la primera fotografía que se conoce en Colombia.
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Calle del mercado, en Barranquilla a comienzos de siglo. "La Arenosa" es ejemplo de ciudad moderna, no fundada por conquistadores, sino por ganaderos.
tonces operará, con diversas interrupciones durante el siglo XIX, hasta su consolidación en el siglo xx, como el primer puerto fluvial y marítimo de Colombia. Por estar ligada al interior del país y al resto del mundo, su población «es cosmopolita y tiene el natural alegre y el espíritu emprendedor» según el mismo álbum. Agua que has de beber Desde la Colonia, los desagües eran caños abiertos por el centro de las calles. A fines del siglo XIX, el mal olor y el espectáculo tan desagradable del desaseo producido por los excrementos de los animales, las basuras y las acequias atascadas, motivan frecuentes quejas de los vecinos y se les atribuye el tifo, la disentería y otras epidemias que periódicamente azotan a la población. Para combatir el desaseo, que afecta la calidad del agua, Bogotá ya tiene, en 1892, cincuenta y
ocho carros de caballos que recogen la basura; la gente hace entrar a sus casas a quienes los manejan para sacar la basura. También cuenta con una máquina para regar las calles. Al cubrirse las acequias con largas lajas de piedra, las aguas drenan a los riachuelos y quebradas, que siguen siendo fuentes de agua para beber y lavar la ropa. El agua se toma también de diversas pilas o chorros. Algunas casas se abastecen por tuberías de barro, aunque lo más común es recibirla de los aguateros, que no siempre utilizan las mejores fuentes. Según relata Eusebio Grau, en Barranquilla, a finales del siglo pasado, «el agua se trae a lomo de asnos que cargan dos barriles cada uno, aparte del conductor que viaja encima de ellos. Entran a la ciénaga, se bañan, empantanan y allí cargan el agua». A principios del siglo se emprenden los primeros estudios para construir alcantarillados, por parte de firmas ex-
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tranjeras. En Bogotá, desde el siglo anterior, cuando se empieza a cambiar el empedrado de las calles por adoquines, se discute mucho si deben ser cóncavos o convexos, hasta que el director de obras públicas resuelve que deben ser «convexos con alcantarilla debajo». La luna y los espantos sin trabajo Para el alumbrado público en la Colonia se usaban faroles con velas de sebo o gordana, colocados en sitios estratégicos de los poblados. Hacia mediados del siglo XIX, los faroles de petróleo atienden el alumbrado, y unos pocos años más tarde son reemplazados por los de gas. Generalmente sólo se iluminan las calles del comercio, así que de noche las ciudades son oscuras y desoladas. La gente se encierra temprano en sus casas y para las salidas ocasionales deben portar faroles. Barranquilla dispone de electricidad desde 1891 (Nueva York la instala en 1882) y ofrece tarifas menores para los pobres. Medellín inaugura el servicio en 1898 con ciento cincuenta lámparas de arco voltaico que motivan el bullicioso regocijo del público. Un vecino
relata así sus impresiones, en la revista El Montañés de julio de 1898: «Algo como un soplo de la región de lo desconocido pasa por sobre las cabezas de aquel pueblo, y una repentina claridad reemplazará a las tinieblas. Un inmenso clamoreo desahoga los pechos comprimidos, y saluda la aparición de la corriente eléctrica»; ésta se juzga como «blanca y civilizada». La iluminación se celebra con una cabalgata por las calles llenas de gente que participa de la fiesta. El mismo testigo
Aguadores de Barranquilla, hacia 1913: es el sistema común de abastecimiento de agua en las principales ciudades.
Acueducto de Bogotá, en el barrio Egipto, construido en 1888.
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El bobo Marañas, personaje popular de Medellín. De él se cuenta que, después de la inauguración de la luz eléctrica en 1888, "... al ver la luna asomarse por el cerro del Pan de Azúcar, dirigiéndose a ella le dijo: ¡Tonta! De hoy en adelante vas a tener que ir a alumbrar a los pueblos..."
Motoristas en 1918, sobre un Ford.
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cuenta que entonces eran pocas las personas que «no expliquen satisfactoriamente —para ellas, se entiende— el alumbrado de arco y el incandescente; y que poco se parecen unas explicaciones a las otras. Pueda ser que pronto acaben de explicarse los fenómenos eléctricos y principien las gentes a pensar en lo que la instalación eléctrica [...] puede significar como elemento industrial. No todo ha de ser ciencia abstracta, señores». El célebre Marañas, «bobo marrullero de entonces [...], al ver la luna asomarse por el cerro del Pan de Azúcar, dirigiéndose a ella le dijo: "¡Tonta! De hoy en adelante vos vas a tener que ir a alumbrar a los pueblos"». Al principio las casas son abastecidas sólo después de las seis de la tarde, pues el servicio diurno está reservado para las industrias. No hay contadores; se cobra por el número de bombillas instaladas. Unos aparatos llamados «limitadores» hacen titilar la luz de la vivienda cuando encienden alguna bombilla de más. Bogotá dispone de electricidad desde 1900: el teatro Colón instala para su inauguración en 1892 una planta para iluminar la sala. La luz eléctrica espantó a muchos fantasmas, duendes y aparecidos que nacieron al abrigo de las sombras y los ruidos de los pueblos a oscuras, que fueron materia de las conversaciones nocturnas, donde siempre alguien había oído cadenas y voces o ánimas en pena. Muchos testigos de la llegada de, la electricidad recuerdan hoy este acontecimiento como el fenómeno más importante presenciado a lo largo de sus vidas. Esas máquinas infernales En las ciudades la gente se moviliza casi siempre a pie, pues las distancias lo permiten. El caballo, la mula o los coches brincones tirados por bestias se usan para distancias mayores. Hasta los años treinta las casas disponen usualmente de pesebreras. Los pobladores conocen los caballos y jinetes que recorren las calles. Desde finales
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Carlos Coriolano Amador, propietario de la mina El Zancudo y uno de los hombres más ricos de Colombia a comienzos de siglo, en fotografía de Benjamín de la Calle, 1914. El trajo de Francia el primer automóvil que llegó al país, importado con chofer y mecánico.
del siglo XIX aparecen los primeros «tranvías de sangre», así llamados por utilizar la tracción de parejas de mulas. También circulan las primeras bicicletas y los primeros coches de alquiler que compiten con el tranvía. En 1899, Carlos Coriolano Amador, millonario medellinense, trae de Francia el primer automóvil que llega al país. El vehículo había ganado el primer premio en la exposición mundial ce-
lebrada en París, y es importado por su propietario con el chofer y el mecánico. Aunque su arribo constituye un gran acontecimiento, el auto no puede utilizarse porque son inadecuadas las superficies de las calles. Antes don Coriolano también había sobresalido por su lujoso landó con arneses de plata y el negro jamaicano de librea que lo conducía. En la misma ciudad se recuerda aún el ruidoso automóvil
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El primer automóvil traído a Colombia por la familia Amador, a Medellín, en foto de Benjamín de la Calle, 1910.
de don Gonzalo Mejía, quien lo trajo de París desarmado en cajas de madera, en 1907. Héctor Mejía recuerda: «... aparecía el automóvil, un monstruo de cuentos de hadas, pitando como una fiera herida, con aquel ruido infernal de motor, con la velocidad de un caballo desbocado, seguido por veinte o treinta muchachitos gritando "ahí va el carro, ahí va el carro". Una fiesta. Al volante ese jovencito de veintitrés años, acompañado de tres o cuatro señoritas vestidas de seda y sombreros de colores, que reían constantemente de sus frases tontas y de las caras que ponía ante ese escándalo la gente decente». A mirar al Norte En 1910 se celebra el centenario de la independencia con brillantes festividades. Para entonces, según Jorge Áñez, «... los hombres se quitaban el sombrero cuando saludaban a las damas y permanecían con la cabeza descubierta si acaso se detenían para hablarles; [...] los ancianos y los niños eran mirados con respeto los unos, con cariño los otros [...] el "cachaco" en los tranvías y demás vehículos de
locomoción, cedía su puesto a las señoras y gustoso permanecía de pie...» Dos hombres, todavía, pueden intercambiar una bala en el «campo del honor» como lo hicieron Daniel Holguín y Jorge Gaviria en octubre de 1918 en Bogotá, según consta en la revista Cromos. La tradición no sólo domina las formas del trato social. También la economía permanece muy ligada al campo y a las formas de producción convencionales. No obstante, para 1916, varios productos elaborados antes caseramente pasan a ser fabricados por talleres manufactureros. Antioquia dispone de más de veinticinco fábricas, entre ellas dos grandes textileras, dos ferrerías, manufacturas de fósforos, gaseosas y cerveza, chocolate, velas y jabones. Bogotá supera la decena de establecimientos industriales. En Barranquilla se fabrican también textiles, fósforos, bebidas y calzado «tan bueno como el americano». En el Valle se ha iniciado la explotación de los ingenios azucareros. Las producciones locales se defienden de la competencia extranjera gracias a los altos fletes de importación, a la posibilidad de utilizar materias primas locales baratas y
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al control que aquellas pueden ejercer sobre los pequeños locales que abastecen. El café La agricultura está dedicada a proveer las necesidades de alimentos de consumo inmediato, con excepción de algunas siembras comerciales de trigo, algodón, arroz, caña y cebada. Cultivado inicialmente en grandes haciendas, a mediados de la década de los diez, el café se desplaza hacia el occidente del país, donde lo propagan pequeñas fincas campesinas, originadas en movimientos colonizadores que, desde el siglo anterior, enfrentan el hacha con el papel sellado. En 1880 Aníbal Galindo describió este enfrentamiento: «perseguidos por la necesidad, animados por la dulce esperanza de conquistar la independencia personal, de recuperar la dignidad de hombres perdida bajo el látigo del dueño de tierras, emigran a las mon-
tañas los valerosos hijos del pueblo [...] i cuando estos hombres, que principian por disputar a las fieras el dominio del suelo, han descuajado los montes i convertido en amenos prados, cubiertos por los plantíos del café, del plátano i de la caña de azúcar la honda cañada o el áspero declive de montaña, entonces, invitados por la codicia, salen del pueblo vecino esas aves de rapiña que se llaman el gamonal i el tinterillo, i hacen el portentoso descubrimiento, de que esas tierras que permanecían tan ignoradas [...] tienen otro dueño; o si ha sido imposible descubrirles el dueño, solicitan la adjudicación del terreno como baldío, i reducen de nuevo a la esclavitud, a la condición de siervos a esos infelices...». Una investigación más reciente de Roberto Luis Jaramillo ha permitido corroborar que «todo el proceso de colonización estuvo enmarcado por la violencia física, la intriga, el favoritismo político, el soborno, las ambicio-
Chapoleras en la cosecha de café, en Antioquia, 1922, fotografía publicada en el Álbum de Medellín, por la Sociedad de Mejoras Públicas.
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ministran crédito, recibido a su vez de las casas comisionistas de Norteamérica y Europa. Producido principalmente para la exportación, la economía queda en manos del grano y por lo tanto sujeta a los vaivenes del sector externo.
Hernando de Vengoechea, poeta colombiano amigo de Marcel Proust, combatiente en las filas francesas durante la primera Guerra Mundial. Su muerte, en marzo de 1915, hizo sentir la guerra como algo más cercano y agudizó la controversia entre francófilos y germanófilos.
Buscando la estabilidad
nes políticas y hasta los resultados electorales. En tal proceso se involucraron los gobernantes, los políticos, la Iglesia, los intelectuales, los financistas, los comerciantes, los terratenientes y los pequeños propietarios. No faltaron tampoco delicados conflictos entre los Estados soberanos, como los que estallaron entre Antioquia y el Tolima...» El café favorece la formación de un mercado interno y el establecimiento de actividades complementarias que ofrecen oportunidades de trabajo e ingresos. Es el caso de las fondas, localizadas en los caminos, que se dedican a los préstamos, a la compraventa y al trueque. Compran café a los cultivadores y les prestan dinero, cambian mercancías por productos agrícolas, obteniendo altos márgenes de ganancia. También abastecen a los recolectores y hacen anticipos por el grano. Los fondos están vinculados a los exportadores de café, quienes les su-
Al iniciar la década de los diez, bajo el gobierno de Carlos E. Restrepo, se trabaja en el anhelado proyecto de la estabilidad política. Sanciona el fraude y regula los escrutinios y el sistema electoral, en el cual se busca dar participación proporcional a los partidos políticos. Sin embargo, según Jorge Orlando Melo, «la presidencia fue incapaz de impedir la realización de fraudes escandalosos promovidos por sus mismos agentes locales o por funcionarios electorales». El gobierno intenta organizar también la administración pública. Mientras en 1908 existían treinta y cinco departamentos, la intendencia del Meta y un distrito especial, en 1912 hay quince departamentos, dos intendencias y siete comisarías especiales; ya se han creado los departamentos de Caldas, Huila, Valle y Atlántico y las comisarías de Caquetá, Casanare, Arauca, Urabá, Quibdó y Guajira. En 1914 el Congreso colombiano aprueba un pacto que firman Colombia y Estados Unidos en el mismo año, para arreglar sus diferencias a raíz de los sucesos del Istmo de Panamá, aunque la situación no quedó definida sino hasta la aprobación de la ley 56 de 1921. La primera guerra mundial (19141918) es un acontecimiento que ocasiona la suspensión de flujos comerciales y financieros y las obras públicas, causando desempleo. El gobierno sufre un déficit en sus rentas, teniendo que acudir a préstamos de bancos y personas ricas. Ello deja en claro para algunos, que los hechos mundiales influyen en la vida colombiana con mayor fuerza que antes. Las informaciones leídas en la prensa por los bogotanos les hacen tomar partido entre los
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«francófilos» partidarios de los aliados y los «germanófilos» seguidores de Alemania. Según evoca Rafael Serrano, «se hablaba mucho de formar cuerpos de voluntarios, que nunca llegaron a constituirse y el tema dio materia para avisos comerciales como el siguiente: "Aún es tiempo; aproveche el gran surtido de artículos europeos llegados al Almacén de Ultramar antes de la conflagración"». En marzo de 1915 muere combatiendo en el ejército francés el poeta colombiano Hernando de Vengoechea, noticia que alimentó los enfrentamientos en las tertulias de «francófilos» y «germanófilos». Otro episodio que marca el panorama internacional: la Revolución rusa (1917); la información que llega a Colombia sobre ella es escasa e incompleta. En Barranquilla comienza a circular literatura socialista y anarcosindicalista, que contribuye al clima de agitación social vigente entonces. La admiración por lo novedoso en un país cuyo horizonte aún puede medirse desde la torre del campanario, se apodera de la sociedad, quizás como preámbulo al futuro gusto por el progreso. «Toda la población está en cama —puede leerse en Cromos a propósito de la epidemia de gripa de
1918—, pero feliz de haber sido atacada por una epidemia mundial, por una enfermedad auténticamente nacida, criada y cebada en el extranjero. Aquí lo exótico nos chifla. Déjese venir un esperpento cualquiera, no importa con qué mentiras, como tenga raro el apellido y hable otra jerga, ya le haremos toda suerte de venias, cumplidos y añagazas...». Por su parte, Marco Fidel Suárez no vacila en proponer a Estados Unidos como la brújula a seguir: «Mirar al norte, hacia la estrella polar». El sueño de los rieles El gran proyecto de transporte y comunicación es sin duda el ferrocarril. La navegación a vapor por el Magdalena, conectada al interior primero por los caminos de herradura y después por los ferrocarriles, permite exportar productos como la quina, el tabaco y el añil, e importar géneros ingleses, trigo norteamericano, pianos y hasta compañías musicales. Con el auge del cultivo cafetero para la exportación, se requiere un sistema de transporte para que el grano vaya a las tazas de los consumidores extranjeros; de las zonas de producRecorrido inaugural de un trayecto del ferrocarril de Amagá, en Antioquia, hacia 1920.
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Llegada de las primeras locomotoras a la estación de Pereira.
Estampilla de correos en homenaje a Francisco Javier Cisneros, iniciador de los trabajos del ferrocarril de Antioquia.
ción los trasladan las recuas de mulas a las estaciones férreas y de allí al puerto fluvial. La producción bananera de Santa Marta también necesita ferrocarril para facilitar la exportación de la fruta. El trazado y construcción de los ferrocarriles enfrenta dificultades financieras y opiniones de escépticos, pero sobre todo el rigor de la naturaleza. Francisco Javier Cisneros, empresario e ingeniero iniciador de los trabajos del ferrocarril de Antioquia, publicó en inglés y español, en 1878, su Memoria sobre la construcción de un ferrocarril de Puerto Berrío a Barbosa, para interesar a los capitales nacionales y extranjeros en la financiación de la obra y mostrar sus beneficios. Gabriel Latorre reseñó así los obstáculos que encontraron Cisneros y sus acompañantes durante los trabajos de exploración y trazado: «Selvas intrincadas y vírgenes, terrenos cenagosos e infectos, inundaciones destructivas, fieras temibles, serpientes, alimañas
venenosas de toda clase, emanaciones deletéreas, mosquitos que roban el sueño e inyectan la fiebre [...], ignorancia de las condiciones topográficas de la región por carencia de datos científicos, necesidad ineludible de vivir por largos períodos a la intemperie en aquel desierto maléfico, en cuyo seno no sabían lo que irían a encontrar y del cual acaso no saldrían ya, ni vivos ni muertos, los exploradores atrevidos». La mayor parte del capital extranjero vinculado a la construcción de los ferrocarriles es inglés y norteamericano. Este último apoya especialmente la fiebre ferrocarrilera de los años veinte, pues el 60 % de la indemnización por Panamá se invierte en la construcción de ferrovías, y es así como durante el gobierno de Pedro Nel Ospina la red férrea crece en ochocientos kilómetros, cifra enorme si se recuerda que en 1885 sólo existían doscientos kilómetros construidos, siendo el único trayecto completo
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el de Barranquilla a Sabanilla. No en vano la locomotora, como escribe Luis Tejada, es el símbolo de «fuerza suprema y alada ligereza». Asfalto y gasolina La población en 1912 asciende a cinco millones; para fines de la década ha crecido casi en un millón más. Barranquilla, por ejemplo, se urbaniza rápidamente convirtiéndose en la «Puerta de oro» por donde entrará el mundo moderno al país. El acentuamiento de la urbanización suscita diversas reacciones. Para José Félix Fuenmayor, escritor costeño, se trata del «Burdo melodrama urbano / de iras y de encierros y tormentas lleno / donde cada visión es un arcano». Luis Tejada, poeta del interior, no ironiza sino que canta a favor del tráfago citadino, que pareciera ofrecerle la liberación contra el pasado: «Yo no quiero la paz, maldita sea / la tranquilidad sugestiva de la aldea / [...] / no puedo estar en paz. Paz y quietud / son un pecado de lesa juventud». Los automóviles poco a poco son menos raros. Pueden adquirirse, pero no usarse extensamente. Cadillacs y Pontiacs importados, sus propietarios se contentan con transitar por las pocas vías adecuadas existentes en las ciudades. Para 1911 hay sólo 587 kilómetros de carreteras en el país. La primera que pasa a otro departamento se construye en este año, se trata de la carretera central del norte, de 283 kilómetros de longitud que parte de Bogotá. El empedrado de las calles es sustituido en algunos casos por adoquines que mejoran el aseo y aguantan el nuevo ajetreo de los automóviles que con su peso rompían muchas cañerías de barro. Por esta época se asfalta por primera vez en Bogotá la calle Real. El resultado causa tanta sensación, que el alcalde decide brillarla aplicándole un disolvente; la gente se hunde hasta el tobillo y pierde sus zapatos entre el asfalto derretido. Dos décadas más tarde se registra un episodio similar siendo alcalde Jorge
Eliécer Gaitán; la asfaltada de la calle Real es encomendada esta vez a contratistas sin conocimientos que «lo hicieron tan mal que nadie podía transitar o cruzar por la calzada en las horas del sol de mediodía, sin exponerse a quedar adherido a esa especie de neme blando en que se convertía el tal asfalto», según evoca Rafael Serrano. El tranvía es sin embargo el medio de transporte urbano más importante
Estación Recaredo de Villa, de los Ferrocarriles de Antioquia, última parada antes de llegar a Medellín, en fotografía de 1925.
El tradicional tranvía de mulas de Bogotá (Foto Museo de Desarrollo Urbano).
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subir a un niño. Para transportar la población surgen de todas partes carruajes de los más variados tipos y animales de tiro de los más diversos pelajes. La compañía termina vendiéndole el tranvía a la municipalidad. El inalámbrico entra a reemplazar o complementar el limitado servicio del telégrafo por cables. El primero se instala en 1912 en Santa Marta por la United Fruit. Posteriormente dispondrán de él, instalado por firmas extranjeras, Cartagena (1912), San Andrés, Medellín, Bogotá y Buenaventura (1913). Surcando los aires Aterrizaje de uno de los primeros aeroplanos llegados a Medellín, hacia 1913.
Fotomontaje de Aristides Ariza en recuerdo de la gira que realizó Charles Lindbergh por varias ciudades del país, y su llegada a Bogotá en enero de 1928. Aquí, como en las demás ciudades se tributó al aviador un tratamiento de héroe.
durante la primera mitad de siglo por la cantidad de pasajeros movilizados, quienes formaban numerosas «chichoneras» o tumultos para subirse a él. Los tranvías de sangre empiezan a ser sustituidos por los tranvías eléctricos. Quedan numerosas anécdotas del tranvía. Por ejemplo, en 1910 en Bogotá la compañía americana que lo administra enfrenta, desde marzo hasta octubre, una huelga de usuarios que se niegan a utilizar el servicio porque un «postillón» o acomodador no permitió
En 1919 empiezan en Europa los vuelos comerciales París-Londres. En el mismo año nace en Colombia —y en América— la aviación comercial y con ella el primer correo aéreo del mundo, tras la creación de la Compañía Colombiana de Navegación Aérea en Medellín, que busca establecer vuelos para pasajeros siguiendo el río Magdalena hasta Puerto Berrío y luego entre Medellín y Bogotá. A partir de 1920 la empresa realiza numerosos viajes entre Cartagena y Barranquilla, transporta correo y emite estampillas, hasta que cuatro graves accidentes de sus aviones llevan a la liquidación de la compañía. Tres meses después de fundada la citada empresa, surge la Sociedad Colombo Alemana de Transporte Aéreo (SCADTA). El primer vuelo cubre la ruta Barranquilla-Puerto Colombia; poco después hay viajes regulares en hidroavión entre Barranquilla y Girardot. Los Junker F-3 vuelan a baja altura, teniendo como única guía de navegación el curso del Magdalena. Las primeras personas que vuelan en avión alcanzan fama, como el caso de la «... distinguida señorita Elvira Falquez, dama de la alta sociedad de Barranquilla, quien hizo en quince minutos el viaje de ida y regreso entre Barranquilla y Puerto Colombia». El entusiasmo por los vuelos hace que en 1916 sea creado en Bogotá el Club Co-
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lombiano de Aviación, cuyos miembros ni tienen aviones ni aeropuertos, pero comparten en largas veladas sus estudios y fantasías sobre el tema. El sueño de los muchachos ricos es ser propietarios de un avión. La celebración del centenario de la batalla de Boyacá en 1919 reviste especial realce, cuando un aeroplano sobrevuela la capital y los campos de la batalla. Henao y Arrubla recuerdan «... aquel éxtasis cuando con los ojos fijos en el espacio se seguía el curso caprichoso y ligero del atrevido vuelo de aquel conquistador potente de ala arrebatada». Cuando Charles Lindbergh, «El Águila Solitaria», visita con su famoso avión Spirit of Saint Louis varias ciudades colombianas en 1928, se le recibe como a un verdadero héroe y el gobierno le otorga la Cruz de Boyacá en primera clase; un cronista recuerda la emoción que despierta en las almas «el ruido del motor de la nave ligera de aquel capitán bajo el cielo azul de nuestra gran sabana». Pero no todo es admiración: cuando en 1922 llega el primer avión a Bucaramanga, un campesino que ve volar el extraño pájaro, le dispara varios tiros que no dan en el blanco. La búsqueda de un medio de transporte rápido entre el interior y el puerto de Barranquilla había llevado al antioqueño Gonzalo Mejía, joven emprendedor de veintisiete años y enamorado de la aviación, a inventar los deslizadores acuáticos en 1911, utilizando motores similares a los de los aviones. Luego de varias pruebas en el río Sena, con prototipos construidos por el francés Louis Blériot, se fabrica una primera serie de deslizadores bautizados Yolanda, en homenaje a la hija de Mejía. Le sigue la serie Luz, la cual funciona esta vez perfectamente, transportando pasajeros desde La Dorada hasta Barranquilla en dos días, mientras que en barco el viaje tarda diez. Esta serie se fabrica en Cincinnati y opera en el Magdalena desde 1922 durante casi un lustro, cuando la aviación ofrece pasajes más baratos y viajes más cortos.
La danza de «la prosperidad a debe» A partir de 1924, el «estancamiento al contado» que caracterizó a la economía colombiana es reemplazado por lo que Alfonso López Pumarejo llama «la prosperidad a debe». Si en la década de los diez el endeudamiento extranjero se consideraba peligroso para «la soberanía, la seguridad y la dignidad nacionales», en la de los veinte «bandadas de águilas americanas vinieron con sus promesas de redención económica a sacarnos del estancamiento a que nos tenían condenados la ignorancia, las guerras civiles, el papel moneda, la falta de vías de comunicación y, en suma, el desgobierno permanente», según respondió López Pumarejo a una encuesta sobre la situación económica de la década. El primer gobierno pudiente de este siglo es sin duda el de Pedro Nel Ospina (1922-1926). Recibe la indemnización por Panamá, que equivale a diez veces las reservas en oro de los bancos del país, así como numerosos empréstitos para la nación, los departamentos, los municipios, los bancos y las petroleras. Esto le permite emprender la adopción de métodos modernos, transferidos a Colombia por varias misiones extranjeras. La presidida por el profesor Kemmerer se ocupa de asuntos financieros y fiscales; la alemana, de asuntos pedagógicos; la suiza, de cuestiones militares. Llegan también asesores para comunicaciones, arquitectura y estadística, entre otros. Los negocios se mueven febrilmente, las transacciones comerciales se ensanchan así como la circulación monetaria, el crédito, los precios de las cosas, el presupuesto público y los consumos, como escribe el ministro Esteban Jaramillo en sus memorias de Hacienda. El sentimiento que esto produce lo recoge bien el presidente Abadía Méndez al tomar posesión de su cargo en 1926: «Estamos asistiendo a una revolución creadora que habrá de transformar a la nación».
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Un almacén de paños y telas, de los años 20. En la época de la "prosperidad a debe' los elegantes se visten con géneros importados de París o Londres.
Al amparo de la bonanza, la industria interna se consolida, convirtiéndose poco a poco en la actividad económica por excelencia, que exige una nueva disciplina en el trabajo. Productividad, consagración e identidad con la empresa son los ideales que los empresarios buscan inculcar a los obreros, resistentes al principio al rigor de la máquina y propensos a la vida disipada. Los propietarios más influyentes comienzan a ser quienes han transformado el capital comercial en industrial; están llenos de fe en un crecimiento que parece indefinido y «con la imaginación exacerbada por la ilusión del enriquecimiento repentino en una jugada de la bolsa, en una especulación de tierras [...] pero también en menesteres más insignificantes, como el acaparamiento de un producto, la obtención de una concesión privilegiada», como escribe José Luis Romero. La prosperidad produce un impacto notorio sobre el «alma social», como se dice entonces. Según recuerda Alfonso Patiño Roselli, «las clases acomodadas vestían de Londres y París, y
las ferias y fiestas provincianas se animaban con los mejores champañas franceses». Las importaciones se triplican de 1923 a 1928; si bien las mayores proporciones son textiles y metales, las de otros bienes crecen considerablemente. En 1923 se importan instrumentos musicales por valor de 614.000 dólares, mientras que en 1928 esta cifra es de 1.881.000; los artículos de tocador, perfumería y jabones triplicaron el valor importado entre los mismos años, así como los objetos de cuero y pieles. En medio de la bonanza económica de estos años, Colombia puede pensar su lugar en el mundo: es el primer productor mundial de esmeraldas, el primer productor de oro de América Latina, el segundo productor mundial de café, el tercero en población de Suramérica, su moneda se cotiza a la par con el dólar. La sociedad, sin embargo, se encuentra en una indecisa transición entre la molicie de la tradición y el vértigo envidiable de lo moderno, lo cual no le impide empezar a disfrutar el lujo de la «civilización contemporánea». Luis Tejada, recogiendo el
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sentimiento de algunos, se pronuncia contra la nueva disciplina y los artefactos que trae el progreso: «... todas esas cosas que las gentes aman o desean, van a llenar de orden, de cordura y de riqueza superflua este delicioso rincón [...] donde quedaba todavía un poco de libertad, de holganza, de dignidad humana, de sabia y benévola despreocupación; donde nadie se afana por llegar rápidamente a ninguna parte [...] donde no hay sino una forma de esclavitud, la más dulce y hermosa: la esclavitud de la pereza». Aunque el cura y el gamonal son quienes ejercen el poder local, la solemnidad de los valores tradicionales ya puede ser cuestionada. A ello apuntan los crecientes movimientos de obreros y estudiantes y la recién surgida «opinión pública». La generación de «Los Nuevos» es de literatos que también atacan una sociedad que juzgan manida y usual, de disonantes academias y esclava de la autoridad. Como en la novela de Cuervo Márquez La selva oscura, ahora conviven en las ciudades en consolidación, la intriga, el arribismo, la ambición y la inescrupulosidad, con la elegancia del escepticismo aristocrático. En efecto, para Sanín Cano, Colombia es a pesar de la prosperidad una «república fósil», víctima del repentino progreso que «provoca fenómenos de carácter moral, entre los cuales van desapareciendo el amor, el cultivo de ciertas disciplinas, mediante el cual la nación había ganado fama de ilustre en las artes literarias y en algunas ramas de la ciencia. El anhelo pueril de enriquecerse a toda costa, el ansia de entretenimientos superficiales y la aspiración a tomar parte en los cuadros burocráticos, desadaptan a la juventud y conservan a la república el carácter de residuo fósil...» A la sombra de la danza de los millones «florece la impunidad a la par que la incompetencia» y también «medran a su placer las figuras ambiguas, las inteligencias opacas, los tipos de tendencias oblicuas, las almas tornadizas, los abúlicos y los psicasténicos».
Menos bestias y más vehículos inquietantes En las ciudades el trote de las bestias y el olor de la boñiga dan paso a los pitos de los carros, el repicar de las campanas partiendo el día con las llamadas a misa se confunde con el traqueteo de tranvías; los gritos de los pregoneros, las victrolas, hacen parte del murmullo indistinto de la ciudad. Con la bonanza, arquitectos nacionales y extranjeros construyen palacios gubernamentales, estaciones de tren, teatros, mansiones, bancos, hoteles, escuelas. Las ciudades quieren edificar su importancia y mostrar que son «como las de verdad». En las afueras se congregan cada vez más las viviendas de la gente adinerada que se refugia de las epidemias buscando un aire mejor, agua más pura o mayor tranquilidad, en imponentes quintas con verjas de hierro, antejardines en estilo morisco, inglés y francés, y provistos de todas las comodidades disponibles. Algunas evocan con sus nombres parajes de ultramar: Piacenza, Napóles, Palermo, Líbano. Los tubos de barro que conducen el agua en las ciudades van siendo reemplazados por tubería de hierro, luego de largos debates y discusiones. El agua inicialmente llega «cruda», y a medida que los municipios toman a su cargo el
Una "elegancia" publicada por "Cromos" en 1928: en las modas también se reflejó la prosperidad.
Interior morisco en una residencia del barrio de Manga, en Cartagena, de comienzos de los años 30. Las familias adineradas se desplazan hacia las afueras de los centros urbanos; quintas espaciosas en los más diversos estilos conforman ahora los nuevos barrios elegantes.
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Lujoso interior del vapor "Atlántico", de la Compañía Naviera Colombiana, 1922.
acueducto se generaliza el uso del cloro. Esta medida basta para que en Bogotá la mortalidad por tifoidea rebaje de 250 a 50 por cada 100.000 habitantes. En 1927, Barranquilla es la primera ciudad cuyo acueducto provee a sus abonados con agua tratada. A mediados de los años treinta, las cuatro principales ciudades cuentan con plantas purificadoras de agua. A medida que las quebradas se contaminan o estorban para el crecimiento de la ciuEl cable aéreo Mariquita - Manizales, inaugurado en 1921, un medio de transporte especialmente concebido para regiones montañosas (la fotografía es de los años 30). Fue famoso también el cable aéreo de Gamarra.
dad, son cubiertas o cruzadas por puentes. Por la quebrada Santa Elena, que cruza el centro de Medellín, ya bajan objetos tan diversos como un taburete rojo, una gallina muerta, una mata de plátano, un colchón, alpargatas..., según recuerda un testigo. La construcción de vías férreas ya permite unir a Bogotá y Medellín con el río Magdalena, y a Cali con el océano Pacífico. Si bien entre 1913 y 1927 el kilometraje ferroviario se duplica, el tren pierde vigencia frente a las carreteras y para finales de los veinte hay más de ellas que rieles, pero en estos últimos se había invertido mucho más que en las primeras. Para 1922 los puentes son escasos y la mayor parte de los 3.437 kilómetros de vías no tienen ningún afirmado; en 1936 ya hay más de 9.000 kilómetros de carreteras. El automóvil, aunque se usa cada vez más, sigue pareciendo un «misterio inquietante» con un modo de ser «inusitado y casi diabólico». El cable aéreo es un sistema de carga que alcanza poca difusión, aunque recibe mucha atención y es objeto de debates y proyectos, pues hay quienes piensan que puede ser la solución de transporte en las zonas montañosas del país. Se trata de unos carros o vagonetas suspendidos de un cable sostenido por to-
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rres de acero. Por algunos años sustituye al ferrocarril en regiones montañosas, como el que se inauguró en 1921 entre Mariquita y Manizales. Otros nunca se terminaron (como el de Gamarra a Cúcuta, planeado también para pasajeros) porque la vista del temible abismo los aterraba. Los autobuses de servicio urbano llegan hacia fines de los años veinte. Aparte del chofer, tienen un cobrador que a veces emprende la fuga con el dinero recaudado. El telégrafo inalámbrico, cuya cobertura crece, mantiene en comunicación directa a Bogotá con Buenaventura, y a Cartagena y a Barranqui11a con el exterior y con los buques marítimos y los vapores que recorren el río Magdalena. En 1927 se inaugura el telégrafo entre Bogotá y Nueva York. Sin transmitir la voz humana que es reemplazada por claves y códigos, el inalámbrico canaliza gran cantidad de comunicaciones comerciales, mensajes amistosos y recados. Sombras sobre la danza La «danza de los millones» tiene varios contrapuntos que frenan la euforia de las gentes. Un prolongado verano entre 1925 y 1926 paraliza las
obras públicas ante la suspensión del tráfico fluvial que impide la llegada de los materiales; las siembras se pierden, el agua escasea, la carne y los víveres suben mucho de precio y hay gran congestión portuaria. Se dice que la vida es más cara en Bogotá o Medellín que en Europa. Los abundantes fondos se utilizan sin planes previos y no pocos ilícitos tienen lugar, como el famoso de la casa Berger encargada de canalizar el río Magdalena, que dilapida los recursos y hace fracasar la obra. La especulación financiera y en bienes raíces está a la orden del día; al respecto, Laureano Gómez dice: «El país está presenciando un extraordinario fenómeno de valorización. Propiedades inmuebles y valores en el curso de pocos años, aun de meses, han duplicado, triplicado su precio. Quienes se han aprovechado de este fenómeno ya realizaron o computan pingües utilidades, y creen que el proceso sigue sin interrupción su marcha ascendente, se entregan a los más vivos transportes de alegría». El general Benjamín Herrera, militar liberal de la guerra de los Mil Días y a la sazón jefe de su partido, fallece en febrero de 1924. Grandes manifestaciones de pesar público encabezadas por sus copartidarios y las logias maLa hora del té en las terrazas del Polo Club de Bogotá, sitio de reunión de familias elegantes, 1918.
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Multitudinarios funerales del general Benjamín Herrera, el 1o. de marzo de 1924.
sónicas, acompañaron su sepelio. Algunos traman dar un golpe a Ospina mientras éste se encuentra en Medellín; «advertido de lo que se tramaba, y sin tiempo para cambiar el disfraz de Pierrot que llevaba en un baile de máscaras en su honor, salió el general Ospina para Bogotá, tomó por sorpresa a los conjurados y en un santiamén desbarató sus planes», según relata Rafael Serrano. La agitación social en las petroleras de Barrancabermeja (1927) y en los puertos del río Magdalena no afectan tanto a los habitantes urbanos, como el trágico desenlace de la huelga de las bananeras (1928) y la manifestación de estudiantes en Bogotá (1929) que conmueven y movilizan la opinión de los ciudadanos. Los clásicos y la intolerancia Las lecturas más publicitadas son las obras de autores clásicos griegos y latinos y su discusión a veces alcanza la prensa; ejemplo de este interés es el artículo de fondo de la revista Cromos del 12 de enero de 1924 titulado «¿Mintió Plutarco?». Otros autores leídos son Cervantes, San Agustín, Góngora y Garcilaso; entre los avanzados, Anatole France, Maupassant, Stendhal, Goncourt. Los de ideas «raras» leen invectivas extranjeras y nacionales contra el oscurantismo y la in-
tolerancia: Voltaire, Rousseau, Diderot, Juan de Dios Uribe, Antonio J. Restrepo. Aunque Estados Unidos es visto como el modelo de lo moderno, Europa, en especial España, Inglaterra y Francia, son los faros de la intelectualidad, y México entre los países latinoamericanos. Son muy leídos los escritores españoles Azorín, Jacinto Benavente, Ángel Ganivet, Miguel de Unamuno, Manuel Machado, Ramón del Valle-Inclán. También atraen lectores las obras relacionadas con lo oriental y lo moralizante: Gandhi, Tagore, Bernard Shaw y el conde alemán Hermann Keyserling, que ve a Suramérica como el vientre de donde saldrá la nueva vida. Las obras de autores patrios más promocionadas se refieren a cuestiones prácticas: tratados de corte, costura y modistería, agricultura, prontuario telegráfico; también mantienen popularidad María de Jorge Isaacs, publicada desde 1867; Gil Blas de José Manuel Marroquín, publicada desde 1896, donde el autor, con su costumbrismo convertido en picaresca, acuña el calificativo de «lagarto» como se usa hoy, así como Pax, escrita por Lorenzo Marroquín con colaboración de José María Rivas Groot en 1907. Se ofrece casi clandestinamente «La estrella de oriente», con sus obras de teosofía destinadas a quienes esperan «la aparición de un nuevo redentor». El libro del prestigioso médico Luis Zea Uribe titulado Mirando al misterio, es un tratado de espiritismo donde el autor relata sus experiencias con fenómenos paranormales; su aparición causa revuelo en 1923. Víctor Lombana, juez bogotano, hace decomisar, durante el gobierno de Abadía Méndez, los libros de arte con desnudos, las obras de Zola, Vargas Vila, Renan y Spinoza existentes en las librerías bogotanas. En 1899, El Orden publica la siguiente noticia: «El Apostolado de la Oración ha destruido 2.766 "malos libros" obtenidos por canje o donación y compró por $ 120 (dólares) una librería "inmoral" 11a-
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mada de recreo». Un cronista hace memoria de cómo una señora de la capital «arruinó una hermosa obra ilustrada que había ganado el mayor de sus hijos en un concurso literario estudiantil, pues, escandalizada con los grabados del libro, se armó de plumilla y tinta china y procedió a vestir con ropas interiores todos los desnudos que halló, para que no incitasen al jovencito a pensamientos pecaminosos». José María Vargas Vila, nacido en Bogotá en 1860, es el primer escritor colombiano que vive de la pluma. Publica más de cien libros y durante los primeros veinte años del siglo es una leyenda viva no sólo en el país sino en América Latina. Sus diatribas contra la Iglesia, los conservadores y los yanquis, y una actitud sexual atrevida para su época, le valen exilio y el prestigio de escritor maldito. La prosperidad económica tuvo poco efecto sobre la intolerancia reinante frente a las nuevas ideas. «Los que incurrían en la osadía de apartarse de la fe y del gobierno —recuerda también un protagonista— sufrían persecuciones aun después de la muerte». La sociedad colombiana oscila entre el pasado, que empieza a mirar bucólicamente, y el bullicio de la modernidad disparatada. Triunfa sin duda el evangelio del progreso. De la crisis a la modernización En 1929 se desata la gran crisis económica, cuya duración es de casi un lustro. En Colombia los efectos son menores que en Estados Unidos o en otros países latinoamericanos, aunque no despreciables. Con el cierre de los negocios internacionales, la suspensión del flujo de capital extranjero y la caída del precio del café, la gente gana menos y el desempleo se generaliza. Los «notables» de la sociedad crean el «movimiento patriótico» para llamar la atención del Congreso sobre la urgencia de medidas para enfrentar la crisis. En las calles, los inquilinos con su movimiento de autodefensa presio-
nan para hacer bajar el precio de los arrendamientos. Muchos se ven obligados a aglomerarse con sus familiares en una sola casa y otros emigran a los campos y pequeños poblados donde la vida es más barata. Los comerciantes de Bogotá también protestan contra los alquileres y clausuran almacenes; el cierre de las importaciones propicia su reemplazo por productos nacionales. La gran depresión sacude la euforia del progreso y desilusiona, aunque por poco tiempo, a los conversos a la fe de la expansión económica. La pobreza, la confusión y el desengaño se ven en los rostros: «La pobreza común —escribe Joaquín Tamayo— obligó a los colombianos a trabajar, a meditar.» Cesaron las especulaciones bancarias y ciertos negocios de aventura, quebrando muchas empresas industríales y reduciéndose otras a límites normales. No obstante, en su mensaje al finalizar 1930, el presidente Abadía opina que la crisis es «fuente de innegable
Portada de "Ante los bárbaros" (1917), en edición de 1968. Esta obra le valió a su autor la expulsión de ios Estados Unidos, donde fue publicada por primera vez.
José María Vargas Vila, primer escritor colombiano que vive de su oficio, autor de más de 100 libros, prestigioso y polémico escritor "maldito": es el novelista y ensayista colombiano más famoso de su época (1860-1933).
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provecho» porque hace retemplar los caracteres y enseña a vencer la adversidad si se contempla «con ánimo varonil y sin desfallecimiento o zozobras feminiles». El infortunio como fuente de provecho moral, es un valor que la bonanza anterior había clausurado y sin duda las palabras del mandatario no alcanzan ningún eco en su momento. La ofrenda de las joyas El asalto peruano a Leticia despierta inmediatamente la solidaridad de toda la población, y como lo califica El Espectador en 1932, es «una nueva carga de energía» que le imprime impulso al «deseo de soluciones con que la República se empeña en combatir la terrible situación de los negocios. Este mes de diciembre está bajo el vaho de una guerra que, en cierto modo, le da una sensación de algo irreal a la vida pública; es el hipnotismo de la tragedia y de la victoria que distrae sordamente la atención fatigada del pueblo». Los municipios, las agremiaciones y los clubes sociales ofrecen sus fondos y reservas al gobierno para financiar la defensa del territorio. Dos ciudadanos proponen ofrendar a la patria las joyas familiares con igual fin; en Bogotá, durante los primeros días, se recogen quince kilos de oro provenientes de mil cien familias. Un cronista evoca así, en la Revista del Banco de la República de octubre de 1932, aquellos días: «... hemos presenciado el espíritu conmovedor e inolvidable de las largas procesiones de familias, encabezadas por el jefe de la nación y su dignísima compañera, apresurándose a entregar, con emocionado entusiasmo, el oro de objetos que para ellos representan los más sagrados afectos y recuerdos: los anillos y arras nupciales, las medallas y joyas familiares. Semejante movimiento, tan espontáneo y general, reconforta el espíritu y lo enorgullece, ante la manifestación de vitalidad patriótica que él representa».
Viejos y nuevos gustos Dos personajes antioqueños reflejan con sus actitudes el gusto de los adinerados de la época. Amalia Madriñán de Márquez emprende, a la muerte de su esposo, el manejo de una importante hacienda cafetera del suroeste. Luego de una exitosa gestión, se refugia en París imbuida de viejo ideal europeo, a disfrutar de su renta, sin dejar de comer allí la tradicional «nochebuena» paisa. Enrique Echavarría, por su parte, es descendiente de pioneros industriales y se interesa por lo moderno: los viajes, las culturas extranjeras, especialmente la norteamericana, los bancos, los autos, y en su libro de crónicas de viaje recuerda con nostalgia el pasado, desde el acomodo de la solvencia heredada: «Nuestra vida era tranquila, patriarcal; se deslizaba como una laminación austera. Vivíamos lejos del mundo. Las noticias que llegaban desde el antiguo continente nos caían como venidas de algún planeta...» En 1939 ya ha viajado por quinta vez a Nueva York, y su narración sobre la exposición mundial celebrada allí el mismo año revela la admiración sin límites que produce el American way of life instaurado como modelo de vida. Los grandes almacenes por departamentos le parecen «cosa bella, grandiosa y divertida»; celebra el adelanto material que ofrece en la feria la Westinghouse al exhibir su robot Elektro. Máquinas que hablan, automóviles del futuro, la ciudad del mañana, organización perfecta. «Todo es misterio, todo un ensueño.» El ambiente natural y de bohemia intelectual, popularizado por la Gruta Simbólica, parece haber desaparecido. La frivolidad, los modelos de vida y belleza difundidos por el cine norteamericano están ahora a la orden del día para los habitantes urbanos de la clase media. Los deportes, las funciones vespertinas del cinematógrafo, los automóviles, son ocasión para que algunas mujeres conquisten cierta independencia. El individualismo se
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acentúa, bajo la imperiosa ley del éxito económico y del ascenso social. Un país de ciudades Al finalizar los años treinta, de cada 100 habitantes, 29 viven en áreas urbanas. Para entonces, circulan por las calles de las urbes más de 12.000 automóviles, 2.000 autobuses, 6.000 camiones, 300 motocicletas y 6.000 bicicletas. Colombia empieza a dejar de ser un país rural, para convertirse de manera inexorable en un «país de ciudades». En Medellín, la «cuna de la industrialización», aparecen numerosos libros y folletos que en idioma inglés y español buscan promocionarla ante propios y extraños. En uno de 1935 puede leerse: «Quien viene por primera vez a Medellín se sorprende al encontrar en la zona tropical una ciudad tan moderna, agradable y progresista.» La prosperidad de las grandes ciudades, una vez superada la gran crisis, atrae y congrega gentes que parecen de dudoso origen. Nunca antes la marginalidad ha estado tan presente en las ciudades: «Pequeños negociantes de chucherías y comestibles, pregoneros de pomadas y medicamentos milagrosos, rufianes, cargueros, vagos, prostitutas, todos los residuos que la indignada sociedad rechaza de su seno», como los enumeró Osorio Lizarazo. También es notorio el desempleo de los artesanos ocasionado por las nuevas técnicas. Así reflexiona el tipógrafo desplazado por el linotipo, en La casa de vecindad, del mismo autor: «... no lograré hacerme al ambiente de la ciudad moderna, y puesto que todo se cierra frente a mi perspectiva, me abandonaré al curso del azar». El crecimiento de las ciudades trae consigo modificaciones en el paisaje urbano. Se cree necesario asear las ciudades, que hasta los años treinta conocían poco la escoba; los mercados públicos no dejan de ser atracción para perros y gallinazos. Empresas urbanizadoras ofrecen lotes para construcción, aparecen nuevos barrios,
avenidas, parques, salones de cine y diversiones. La iluminación pública está generalizada y hay más animación nocturna. En el centro aparecen más edificios. Algunas calles se rectifican y amplían. Hay que tumbar lo viejo para abrirle paso a lo nuevo. Ríos y quebradas que cruzan las ciudades, ya no son obstáculo. Sin embargo, la expansión urbana no siempre es bien vista. Por ejemplo, el protagonista de Cuatro años a bordo de mí mismo (1934) piensa: «Yo vivía en una ciudad estrecha, fría, desastrosamente consumida, con pretensiones de urbe gigante. Pero en realidad no era sino un pueblucho de casas
La Patria, alegoría fotográfica realizada con motivo de la guerra con el Perú. Este episodio bélico, a comienzos de los años 30, despertó una ola de patriotismo en los colombianos de todas las clases sociales.
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viejas, bajas y personas generalmente antipáticas, todas vestidas con trajes oscuros...». De regreso a la ciudad luego de un exilio voluntario en la Guajira comprueba que «aquí está la vida hipócrita y cubierta [...] bajo el rouge de los labios florece la perversidad y entre el vapor de los cocktails pasan los fantasmas del asesinato. Aquí está la civilización, llena de números, de fechas, de marcas. Allí estaba la vida verdadera, dura y desnuda como una piedra». Haciendo parte del mundo La segunda guerra mundial (19391945) afecta notoriamente la vida colombiana y despierta gran interés entre la población. Las publicaciones de entonces dan amplio despliegue a las noticias y opiniones sobre el conflicto. Colombia incluso le declara la guerra a Alemania e incauta bienes de alemanes, hecho que provoca escándalos y debates a los que se vincula la familia del presidente López, quien se retira del cargo en 1945. Algunos nombres de nacionales aparecen vinculados a las listas negras norteamericanas. Se siente que la conflagración incorpora al país en la historia universal de una manera definitiva. Al mismo tiempo, según Joaquín Tamayo, «nunca antes la sociedad bogotana gozó de más lujo, ni fueron más elegantes sus reuniones, ni más numerosos los automóviles de alto costo, ni se mostró en público mayor deseo de diversiones. Principiamos a bailar la Conga». La nación, el mundo, los libros, las mujeres son temas corrientes en las revistas. La Enciclopedia Espasa se ofrece como «el más bello adorno de su casa», que contiene «toda la cultura universal en la más hermosa biblioteca que haya podido imaginar la sabiduría humana». La publicidad de diversos productos de tocador y aseo personal alcanza gran despliegue. Jabones, polvos, ungüentos y dentífricos prometen a las lamas «belleza ensoñadora», «labios
tiernos», alivio a «sufrimientos periódicos». El modelo del gusto es el estilo de vida americano. Los medios de comunicación divulgan ampliamente las ventajas de la comodidad, la diversión, el atrevimiento y la frivolidad de «parecer». Los lectores reciben información pormenorizada de Hollywood, sus estrellas y el «cine que veremos». Circulan incontables fotografías de las beldades de la meca del cine, en traje de baño y sofisticadas poses; la rubia Lauren Bacall cuenta periódicamente en su columna «Mi vida», publicada por Cromos, cosas como éstas: «Esta linda residencia que tengo en Hollywood, la constante atención de los reporteros de la prensa, la colosal valija de correo que llega a diario con centenares de cartas e invitaciones, la solicitud con que los más famosos diseñadores de trajes se prestan a inventar trajes para mí, y, en fin, todo esto, que a todas no es tan grato, han formado en mi fuero interno otra mujer..., por esto quiero terminar este relato de mi vida diciéndoles que estoy como en un país maravilloso de ensueños». En una ciudad tan tradicional como Bogotá, la mujer ya no permanece recluida en el dulce hogar. Se las ve ahora, como escribe una periodista, «en los tranvías, en los teatros, en los conciertos, en las exposiciones, de la mañana a la noche las mujeres invaden todos los sitios; todas las calles se ven iluminadas por su presencia». Se discute si con ello la mujer ha ganado o perdido; si ahora tiene menos influencia sobre los hombres, si posee menos encantos y «fortaleza de alma», si el hogar se puede formar con una abogada o una bachillera... El predominio del dinero como medida de valor y la «despersonalización» de la vida causan preocupación a algunos: «Los valores que antes reconocían los hombres —escribe Laureano Gómez en 1943—, la virtud, el talento, la belleza, si en su preciso momento no pueden cambiarse por dinero, si no logran traducirse en pesos y centavos, no valen nada [...] es la
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perfecta despersonalización de la vida...» Los pequeños envidiosos, los calculadores, la simulación para resolver problemas, la afición por los horóscopos, los consultorios grafológicos y quirológicos, la pobreza, la avaricia, la enfermedad, la burocracia, son ahora piezas ineludibles del engranaje melancólico, como lo llamó el escritor José Antonio Osorio Lizarazo. La incomunicación y el aislamiento ya no son problemas como antes. El mundo es ahora más pequeño y la geografía no es obstáculo; el automóvil a nadie asusta, el teléfono repica en muchos hogares y el vuelo de aviones de varias hélices no despierta elogios inspirados. Al anunciarse la rendición alemana y el fin de la guerra, se celebra en las ciudades ese día con grandes manifestaciones de júbilo. En Bogotá «todas las labores se paralizaron, corrió el whisky con largueza porque hasta los roñosos se olvidaron de su cicatería, y estallaron más voladores que en una noche de año nuevo. Un caso así no se había visto hace mucho y nunca para celebrar algo que en fin de cuentas no nos atañía directamente». Con la posguerra, «la ciencia en marcha» se pone al servicio de la población, como lo pregona un anuncio de la RCA: «El personal de los laboratorios RCA ha estado dedicado al desarrollo del poderoso armamento bélico que ha contribuido a la victoria de las naciones unidas. Ahora, con el advenimiento de la paz, muchos de los que han sido utilizados para armamentos de guerra ayudarán a proveer serenidad en la vida de los hombres y mujeres libres del mundo.» Los viajes aéreos al exterior son ya una posibilidad cercana para muchos. Estos se inician de una forma curiosa: los hermanos Vásquez Lalinde, comerciantes y representantes en Bogotá de la firma Philco, necesitan traer, para aprovechar la temporada de ventas de navidad, un cargamento de radios y tocadiscos de Nueva York. Avianca acaba de adquirir equipo Douglas DC-4 y acepta el encargo de ir por ellos. El viaje resulta ser una
odisea, especialmente el regreso, pues para iluminar el aeropuerto fueron llamados carros y autobuses. Así queda abierta la conexión aérea regular con el exterior. El ferrocarril pasa a un segundo plano, y el transporte por carretera toma la delantera definitivamente. El ritmo de crecimiento de la población para los años cuarenta ya duplica el alcanzado en el decenio precedente. Existe ahora una población de jóvenes mayor que antes y los adultos viven más tiempo, debido a las mejores condiciones higiénicas y a las nuevas medicinas. En la arquitectura se imponen las curvas dinámicas, las superficies lisas, el vidrio y el cemento. En las afueras de las ciudades y en sectores deteriorados crecen los barrios pobres. La industria repone equipo y amplía su capacidad de producción. El capital extranjero aumenta su participación en la economía. La modernización alcanza a la agricultura, especialmente en el Valle del Cauca, con la «revolución verde». El día del odio El desencanto popular sale a flote en 1948, cuando sucede la crisis política más importante del siglo en Colombia. Así como en El día del odio, novela de Osorio Lizarazo, «... estallan todas las tensiones reprimidas y estas existencias oscuras se iluminan un momento, con el fuego de los incendios». Un testigo recuerda: «Cuando principió a clarear bajo una llovizna tenaz, aún se veían hombres y mujeres empapados, portando a hombros toda suerte de cosas. Unos, cajas llenas de objetos finos, porcelanas, herramientas, etc. Otros, cargaban con cámaras fotográficas, cuadros, prendas de vestir, equipos de golf, y hasta rollos de alfombra. Las mujeres llevaban encima unos sobre otros, sacos y abrigos de piel. Varios muchachos caminaban hojeando libros de estampas a color, de ediciones costosas, que naturalmente no podían apreciar. Así había sido aquello durante horas y horas.»
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Julio Flórez, el poeta más característico y popular en los años 30 y 40.
La Violencia da lugar al «nuevo antisocial», como lo denomina monseñor Germán Guzmán: «es ante todo un desarraigado [...] su existir se desenvuelve en un ambiente de zozobra [...] su expresión amorosa más frecuente es la propia de un raptor obstinado y la de un concubino ocasional». Los ánimos están exacerbados y la venganza en adelante regirá muchos destinos, como el del protagonista de un cuento de Manuel Mejía Vallejo: «A veces trataba de olvidar que buscaba a un hombre para matarlo. Sin embargo, seguía de pueblo en pueblo, de hacienda en hacienda, con un odio que ya me cansaba en los ojos.» Lecturas En los años cuarenta las librerías siguen contando entre sus clientes a un reducido número de intelectuales, en su mayoría varones adultos. Los jóvenes no se han incorporado al mercado editorial en la proporción en que lo harán en los años sesenta. Las mujeres consumen sobre todo misales, sencillos o de lujo, verdaderos best-sellers de la época, donde guardan colecciones de estampas de santos o de recuerdo de primeras comuniones, y literatura religiosa como la Imitación de Cristo, la Biblia, libros de formación moral y vidas de santos, fomentados por los sacerdotes, educadores y organizadores del estilo de la Acción Católica. Es común que esta sección abarque cerca de una cuarta parte del surtido de las librerías. También compran las señoras novelas rosa del español Rafael Pérez y Pérez o del argentino Hugo Wast. En esta época llega al país la revista Selecciones del Reader's Digest. La vigencia del Índice o lista de libros prohibidos por la Iglesia católica hasta el Concilio Vaticano II, hace que autores como Voltaire, Montesquieu, Victor Hugo y otros de avanzada como Emilio Zola, Anatole France, A.J. Cronin entre otros, estén expuestos a la crítica. Vale recordar que en esta lista negra figuran escritos
como el folleto del general Uribe Uribe titulado «De cómo el liberalismo político colombiano no es pecado» (1912). Otro libro que se ven obligados a vender clandestinamente los libreros es El matrimonio perfecto de Van de Velde, el primer libro serio sobre la vida sexual llegado al país. Los autores más leídos son los europeos, y entre ellos, los españoles. Los libros llegan de Argentina, México y Chile. El género favorito es el de las grandes biografías, como las del austríaco Stefan Zweig (1881-1942) sobre Fouché, o María Estuardo, las del inglés Hillaire Belloc (1870-1953) sobre María Antonieta o las del francés André Maurois (1885-1967) sobre Disraeli. Maurois escribe una novela, de dudosa calidad por cierto, escenificada en Bogotá, ciudad que había visitado. También se venden bien las biografías del alemán Emil Ludwig (1881-1948) sobre Goethe, Napoleón, Bismarck, Roosevelt y Bolívar. Son bastante leídas las novelas Los pazos de Ulloa, La madre naturaleza, Doña Milagros o Cuentos de amor de la condesa española Emilia Pardo Bazán (1851-1921). Igualmente respetadas y acogidas por el público y la crítica son las novelas históricas de su amante, Benito Pérez Galdós, considerado el Balzac español. Su serie Episodios Nacionales, compuesta por cuarenta y seis novelas históricas que versan sobre política, luchas civiles y acontecimientos sociales y culturales, es una obra muy solicitada. De Valencia, España, llegan al país las publicaciones de la Editorial Prometeo, dirigida por el escritor Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), que recoge lo más apetecido de la literatura española. Las preferencias intelectuales aún giran alrededor de la literatura y la filosofía, pero la apertura del Instituto de Economía, anexo a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional en 1945, y más adelante la creación de otras facultades de economía y de sociología en el país, generan afición por estos temas. En estos años empiezan a llegar al país libros de una nueva edi-
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torial, el Fondo de Cultura Económica de México, y también textos sociológicos. La visita a Bogotá del escritor chileno Pablo Neruda en 1943 es un verdadero acontecimiento en el mundo literario nacional. De los latinoamericanos se conoce además a Miguel Ángel Asturias y uno que otro intelectual conoce a Borges y a los demás escritores que llegarían a ser tan importantes en los años sesenta. Pero indudablemente el más popular sigue siendo Vargas Vila. De los escritores circulan algunas novelas sociales como las de Osorio Lizarazo y las obras de Tomás Carrasquilla. Los críticos Hernando Téllez y Baldomero Sanín Cano introducen el gusto por una literatura de mayor calidad. En los años treinta se divulgaron muchos autores colombianos en la colección Samper Ortega, y en 1946 el Ministerio de Educación inicia otra colección de autores nacionales, titulada Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, que publicó Peregrinación de Alpha, El alférez real, El rejo de enlazar, entre otros. En poesía, Julio Flórez, Porfirio Barba-Jacob, Guillermo Valencia acaparan la atención. En septiembre de 1939 aparece el primer cuaderno de poesía de «Piedra y cielo» bajo la dirección de Jorge Rojas, con el empeño de «decirles a los hombres ciegos nuestra entrañable verdad. Creemos en la poesía. Respiramos su imponderable materia y transitamos su misterioso rumbo». Este movimiento despierta en su momento numerosas discusiones; es calificado de revolucionario y las mentes más conservadoras opinan que se trata de «un síntoma débil, morboso, extraviado, disociador, decadente, erostrático». A la postre, el poeta más popular del piedracielismo es Eduardo Carranza, conocido por la azulada atmósfera de sus sonetos y elegías. En el mundo de las revistas, en 1947 (hasta 1957) empieza a salir Hojas de Cultura Popular Colombiana, en una época dirigida por Jorge Luis Arango, uno de los personajes más destacados
por su labor editorial en el país. En los años cincuenta el Ministerio de Educación inicia la edición de la revista Bolívar (1951-1963) dirigida por Rafael Maya. En la mitad del siglo En los años cincuenta, tras el «sarampión de fiestas cívicas» por la euforia y esperanza que despierta la dictadura militar, se mueve la urgencia de actitudes reconciliadoras; frente a la inestabilidad y al «desasosiego proletario», como lo llama Juan Lozano y Lozano, el ideal político colombiano es nuevamente la convivencia pacífica, como lo fue al comenzar el siglo. En enero de 1955 los editores de Cromos anuncian: «Aunque con cierta lentitud, el trabajo se ha reanudado en todas las oficinas y talleres del país y ya estamos en plena actividad como si no hubiera pasado nada». La amistad tradicional y el diálogo de vecinos son reemplazados por las «relaciones públicas», las secretarias ejecutivas, las reuniones de alto nivel y los «cocktails». «La renuncia a un estilo interior de vida —de acuerdo con José Luis Romero— era el precio que había que pagar por el éxito [...] fue la cultura de los best-sellers, de los espectáculos que no había que dejar de ver [...]. Quizá su expresión más diáfana fuera la preocupación por el status y por la posesión de sus signos. Las cosas perdieron valor por sí mismas y se convirtieron en símbolos.» En efecto, en el ambiente puede percibirse que la «vida moderna» tan anhelada, ha comenzado a producir cambios en los valores y costumbres que se tenían más arraigados. Para entonces, según Rafael Serrano, «pocas cosas hoy son perdurablemente amables. Olvidóse la buena crianza; desapareció la verdadera amistad y se transformó la vida en un quehacer lleno de urgencias y de necesidades creadas por las modernas sociedades de consumo. La unidad familiar, el mismo calor hogareño y aun la autoridad paterna, vinieron tan a menos que para nada cuentan hoy...»
Pablo Neruda: su visita a Bogotá en 1943 significó un verdadero acontecimiento en el mundo cultural y literario nacional.
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o crédito de los años veinte, la sociedad colombiana inmersa ya en el nuevo siglo, oscila entre el pasado, que empieza a mirar bucólicamente, y el atractivo bullicio de la modernidad disparatada, triunfando sin duda el evangelio del progreso, que la crisis de 1929 pone en entredicho por breve lapso. La modernización beneficia a muchos, aunque hacer parte del mundo conlleva conflictos y desencantos. Es así como al concluir la primera mitad del siglo, Colombia sortea de nuevo la violencia y una crisis de valores parece afectar el espíritu colectivo.
Ebanistas de 1906, en fotografía de Melitón Rodríguez: la tradición en la modernidad.
Emboladores de la carrera 7a de Bogotá, fragmento de una famosa fotografía de Jorge Obando, 1937.
De la tradición a la modernidad Así pues, la entrada de Colombia al siglo xx cronológicamente lo marca el fin de una guerra civil y la pérdida de un territorio. Inestable y desordenado en su política y en su economía, el país vive entonces regido por el púlpito y el confesionario, en medio de la pobreza parroquial, apartado y sin grandes apuros. Los primeros síntomas de modernización inspiran una confianza nueva en el progreso del país y fe en sus potencialidades. En medio de la bonanza
2. LA OBLIGACIÓN Y EL ESPARCIMIENTO Ganarse la vida
A
medida que avanza el siglo xx, la vida diaria de los jóvenes y adultos de las ciudades colombianas está regida cada vez más por el trabajo asalariado y el estudio. Con el crecimiento urbano, la industrialización y la necesidad de transporte y de diversos servicios, la demanda de trabajo se vuelve cada vez más importante en las ciudades y se requiere mayor calificación para desempeñar un puesto o un oficio. A principios del siglo, los poseedores de tierras se esfuerzan por
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impedir el desplazamiento de los tra- venido, en distintas industrias, oficios, bajadores a las urbes, anticipándoles artes o profesiones». Existen también provisiones a cuenta del pago que les grandes contingentes de sirvientes does entregado con retraso. Quienes se mésticos, especialmente en Antiomarchan sin saldar cuentas satisfacto- quia. En este departamento es tamriamente con el patrón, son devueltos bién muy importante el trabajo feal hacendado por el alcalde del nuevo menino e infantil, que con bajas relugar de residencia. Para impedir la muneraciones se desempeña en la trivagancia ante la gran demanda de bra- lla de café, la fabricación de alizos, quienes no se ocupen en algo son mentos, bebidas, tabaco y textiles, forzados a trabajar en colonias pena- hasta tal punto que, en 1923, el 70 % les. Según la ley 105 de 1922: «Se en- del empleo fabril en Medellín está en tiende por vago para los fines de esta manos de obreras. ley quien no posee bienes o rentas, o En las primeras décadas del siglo la no ejerce profesión, arte u oficio, ocu- población se ocupa en diversos oficios, pación lícita o algún medio legítimo muchos de ellos hoy desaparecidos. conocido de subsistencia [...] y que ha- Con las familias pudientes conviven biendo sido requerido por la autoridad sirvienta, dentrodera, niñera, uno o competente hasta por dos veces, en el dos pajes y hasta niños recogidos. La curso de un semestre, no cambie sus lavadora de pisos es muy madrugahábitos viciosos.» dora y carga con sus trapos y cepillos; En los departamentos de Antio- el desyerbador visita mensualmente quia, Cundinamarca y Valle existe los patios empedrados de las residendesde la segunda década del siglo una cias y allí cuenta historias y fábulas a importante cantidad de jornaleros, de- los niños de la casa mientras trabaja. finidos como «aquellos que sin arte, Antes de que la energía entre a las oficio o profesión especial y sin ser residencias, los leñateros llevan teraprendices de taller, trabajan a diario cios de leña para los fogones, también por cuenta de otro según salario con- como los carboneros, que pregonan su Vendedores ambulantes de café, Medellín, hacia 1920. Formas de ganarse la vida...
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Gamines bogotanos en 1910, fotografía de Ernst Rothlisberger.
producto tiznados de pies a cabeza. Igual van los deshollinadores que ofrecen sus servicios portando escobas, largas escaleras y una gran piedra dentro de un costal atado a un lazo, «cuanto tocasen quedaba sucio de negro de humo. Su aspecto era desagradable y los chicos les tenían pavor porque creían que eran el diablo». Las yerbateras traen a la ciudad el alimento para los caballos y las vacas. Los parihueleros trastean de una casa a otra los enseres de quienes se mudan. El tendero, aparte de los víveres, abarrotes y préstamos a sus clientes, tiene la trastienda para jolgorios semiclandestinos. Los artesanos proveen de muebles de madera, objetos de cuero y vestuario; muy mala fama tienen los zapateros: «Zapatero / tira cuero / bebe chicha y embustero». Los adivinos prosperan en sitios especiales de la ciudad. Otra forma de ganarse la vida es trabajando como empedrador, dorador, carnicero, estucador, quinero, arriero, carguero. Por la calle se encuentran mendigos, pedigüeños, fotógrafos de pajarito, vendedores de tinto, pajareros, heladeros; las vivanderas pregonan su oferta cargada en la cabeza: frutas para dulce, legumbres, frutas frescas, gallinas y aves de monte. Las
cajoneras y pandequeseras venden parva y algunas pan de azúcar, que parten con un serrucho. La modernización del trabajo, es decir, la generalización del salario como forma de pago en detrimento del trabajo artesanal y por cuenta propia, se inicia poco a poco con las primeras fábricas y con las obras públicas realizadas durante los años veinte. Esto es especialmente notorio en Antioquia, Caldas, Tolima y Valle y, en menor grado, en Santander y Cundinamarca. Pero la modernización del trabajo se establece definitivamente con la industrialización, bajo la cual se impone el pago de jornales y la subordinación al patrón. La Iglesia católica ayuda a transformar a hombres y mujeres montaraces en obreros diligentes, comprometidos con la empresa, honrados y con una vida personal organizada, pues los impulsos de diversión, embriaguez y exaltación sexual ante el auge de «tentaciones urbanas» como el cine y los «espectáculos fuertes», tienden a disipar la disciplina laboral. Los medios utilizados para refrenar estos impulsos van desde la entronización del Sagrado Corazón de Jesús en los salones de trabajo, hasta el control de sindicatos pasando por el manejo de medios de comunicación que difunden la doctrina católica y combaten el comunismo y la inmoralidad. Los empresarios por su parte no sólo utilizan técnicas de administración del trabajo innovadoras y eficaces, sino que se muestran ellos mismos frente a sus operarios como ejemplo moral. El industrial antioqueño es el prototipo de hombre de empresa diligente y frugal, sobrio e industrioso, calculador y racional. Algunos de ellos viajan al exterior a estudiar métodos de producción, inclusive llegando a trabajar como obreros, sin sentirse degradados con el trabajo manual. Ello favoreció, según Alberto Mayor, «la transmisión y asimilación de las virtudes del trabajo: disciplina y orden, sumisión y respeto a los reglamentos, profunda entrega y lealtad individual, mayor dedicación y elevada producti-
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vidad. Paralelamente, el hecho de que el obrero mirara a su patrón como un igual extraído de sus filas, y el patrón al obrero no como un inferior, sino como un colaborador capaz incluso de poder ascender socialmente, contribuyó a que la rígida jerarquización organizacional al estilo de Taylor fuera débil en Antioquia». No obstante el ejemplo del empresario antioqueño y sus efectos, desde 1918 comienzan a presentarse tensiones y enfrentamientos en el mundo del trabajo. El paro de los portuarios del Atlántico y los sucesivos de los ferrocarrileros, de los textileros, de los petroleros y de los trabajadores de las bananeras, alcanzan resonancia nacional y despiertan numerosas polémicas. El censo de 1938 revela que en Colombia ya hay unos 320.000 obreros, los cuales junto con los peones agrícolas equivalen al 37 % de la fuerza laboral. Comparativamente con 1912, los sirvientes domésticos disminuyen de 393.000 a 262.000 «por desplazamiento a mejores empleos en la industria, la construcción, etc., el retiro de mujeres y niños de la fuerza de trabajo permitido por el mejoramiento del nivel de vida y, en ciertos casos, como en Antioquia y Caldas, debido al desempleo», según Mariano Arango. A partir de los años cuarenta son visibles nuevas ocupaciones en las ciudades. Hay porteros, ascensoristas, meseros, mensajeros, bomberos, agentes viajeros, cajeros de banco, secretarias ejecutivas, gerentes. Éstos llaman la atención por su aparente don de «infalibilidad financiera», por el léxico rebuscado lleno de términos en inglés, su vistoso atuendo, el lujo de sus despachos con varios teléfonos y su asidua asistencia a los clubes sociales. La gran industria, las grandes entidades financieras, las empresas del Estado, el comercio de importación y exportación, los primeros almacenes que ofrecen «todo bajo un mismo techo», han dado lugar a todas esas nuevas ocupaciones y a los estilos de vida que las acompañan. La clase alta está
formada ahora por industriales, comerciantes, profesionales, ganaderos, terratenientes y personas de familias tradicionalmente acaudaladas. Sus miembros son «dediparados», tienen «buen porte, buen gusto, buen trato». La clase baja son los obreros, los artesanos, el servicio doméstico, los mendigos. La marginalidad ha ganado terreno en la vida urbana; como en el resto de América Latina, «la mala vida tomaba un aire más áspero y cruel, como se iba haciendo áspera y cruel la nueva miseria urbana», según José Luis Romero. La clase media ya ha surgido como un nuevo grupo social. Negociantes, oficinistas, dependientes de comercio, secretarias, desean ascender, mejorar la apariencia y mantener el decoro, bajo la incitación de poseer objetos y adoptar los usos y convenciones que éstos requieren. Sin duda la heterogeneidad en el mundo laboral pone de presente que la sociedad no es homogénea; cada coyuntura económica incorpora y degrada grupos en la jerarquía social. La letra con férula entra «Aunque de todas las clases sociales —cuenta Tomás Carrasquilla en Dimitas Arias— nivelan aquella escuela los remiendos, los desgarrones, la mugre y el olor [...] no hay cabeza que dé indicios de peine, ni corpiño de muchacha que tenga broche con broche, ni posadera de varón que carezca de ventana [...] Calzado no se ve de ninguna clase; pero sí varios guarnieles [...], pañolón de trapo gastan algunas [...]» Para entonces, los maestros trabajan según el «método intuitivo»; deben enseñar el recto pensar, fomentar el culto a la Patria y a sus grandes figuras. Se les prohibe entrar a tabernas y casas de juego y tratar con personas de mala conducta. La educación se concibe como una «marcha hacia el progreso dentro de la tradición», tradición a la que contribuye la injerencia de la Iglesia en la educación desde 1886. La enseñanza rural y urbana tienen contenidos diferentes; la divi-
Portada de la primera edición del "Manual de urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos; en el cual se encuentran las principales reglas de civilidad y etiqueta que deben observarse en las diversas situaciones sociales; precedido por un breve tratado sobre los deberes morales del hombre", Nueva York, D. Appleton & Cía., 1857. La famosa "Urbanidad" de Carreño tuvo vigencia durante un siglo en las costumbres de los colombianos.
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Portada del "Catecismo" del padre Gaspar Astete, editado en Bogotá por la imprenta de Nicolás Gómez, en 1885, con correcciones y adiciones del arzobispo José Telésforo Paúl. Pieza fundamental de la educación religiosa de los niños colombianos durante cerca de un siglo.
sión primaria, secundaria y profesional queda establecida en las primeras décadas del siglo. Por iniciativa privada empiezan a funcionar colegios y en algunos de ellos, como el Gimnasio Moderno de Bogotá fundado en 1913, se ponen en práctica sistemas pedagógicos novedosos para la época, como los métodos audiovisuales y la educación al aire libre. Las niñas de clase alta asisten a colegios de monjas, permaneciendo internas en muchos casos. Madrugan, toman el baño vestidas con chingue, asisten a misa, estudian asignaturas que incluyen el latín y el griego, y no pierden ocasión para «rendijiar» a los muchachos. Una de las primeras escuelas para la enseñanza del comercio se funda en Medellín en 1913. Allí el aprendizaje de la dactilografía y la estenografía (taquigrafía) les abre a las mujeres nuevas perspectivas de trabajo, pues por entonces las tareas de secretariado eran desempeñadas principalmente por hombres. Aparecen también escuelas de artes y oficios, escuelas especiales para ciegos y sordomudos, casas de menores y escuelas nocturnas y dominicales. Los hombres de clase alta y media reciben educación que enfatiza las relaciones sociales. No es extraño que en los programas universitarios convivan los cursos profesionales con las lecciones de urbanidad. Allí se busca transformar provincianos incultos y bruscos en caballeros urbanos, capaces de desempeñarse con soltura en un club social, portar un frac, escoger entre corbata blanca o negra, establecer corteses y calculadas relaciones comerciales, emplear con elegancia el tenedor, la cuchara y el cuchillo, degustar vinos y guardar buen comportamiento en paseos, visitas, bailes y trato con las damas. No obstante estos primeros esfuerzos en materia educativa, para 1918 el 71 % de la población es aún analfabeta; la tasa más alta está en Cundinamarca y la menor en Antioquia y Atlántico. En todo el país hay más mujeres iletradas que hombres. En los años veinte surge el movi-
miento estudiantil que recoge las resonancias del manifiesto de los estudiantes de Córdoba (Argentina) de 1918. Los estudiantes celebran grandes fiestas y reinados que reciben amplio despliegue. Ya existen las universidades Nacional, de Antioquia, del Cauca, de Nariño, de Cartagena, la Universidad Libre y el Externado de Colombia. Al final de la década se discute el derecho de la mujer a entrar a la universidad; una ley de 1928 establece que la Nación ayude a los departamentos a crear «escuelas domésticas» para que allí enseñen a las mujeres oficios propios de su sexo, «inclusive el de la enfermería». Hay un primer intento de fundar un colegio «libre» —sin filiación religiosa— que es acerbamente perseguido, al igual que los cementerios para enterrar ateos y disidentes. A partir de los años treinta, con las reformas liberales, hay intentos de popularizar la educación con una legislación que amplía la cobertura del sistema educativo. Se establece que la primaria sea obligatoria, aunque esta disposición no se cumple cabalmente. El pénsum urbano es igualado al rural y su duración es de cuatro años en primaria. Aparecen algunas escuelas para díscolos y anormales y para débiles mentales. En 1937 el Liceo Belalcázar de Cali, bajo el lema «tensión y ritmo», es el primer colegio para señoritas con profesorado masculino. Esto produce gran escándalo entre la sociedad caleña. El analfabetismo está ahora por debajo del 60 %. Antes de la segunda guerra, los más pudientes viajan a Europa a cursar estudios superiores. Con la guerra esto se hace imposible, y toman auge y prestigio las universidades norteamericanas. De allí comienzan a regresar médicos, abogados y profesionales que encuentran demanda para sus servicios en las grandes ciudades y buenas remuneraciones. Hacia 1945 empieza la promoción de la enseñanza por correo. A lo largo del siglo, la vida de los maestros no deja de ser penosa y pobre. Mal pagados, acuden con fre-
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cuencia al agiotista y aguantan hambre; tienen pocos vestidos y usan zapatos de «anteojos». La férula, palmatoria o palmeta, es una vara larga, delgada, dura y flexible que prueban los alumnos cuando cogen mal el lápiz o el encabador —de palo y pluma Falcon de acero—, cuando llegan tarde, dan mal la lección o hacen desorden en el salón. La culminación de su uso es cuando hay peleas en el patio. Los maestros consideran indispensables los castigos para educar a esos espíritus rebeldes y esas almas indómitas «sordas a todo beneficcio y demoledoras de todo orden». Contra la férula, los estudiantes se untan las manos con «cebolleta», la cual es, según recuerda Enrique Echavarría, «una yerba poco aromática, y por tal razón el olor natural de los muchachos era agravado con aquélla. Entre los educandos se decía que cuando se da el palmetazo el instrumento se raja y vuela en pedazos». Dulce Jesús mío La enseñanza de la doctrina cristiana tiene un amplio espacio, hasta el punto que, como recuerda Alberto Lleras: «Desde la cuna al sepulcro el hombre —y la mujer más aún— no podían hacer nada, ni dar pasos nuevos en su existencia, o tener episodios memorables sin consentimiento, bendición y sacramento del cura [...]» Los jóvenes aprenden qué es lo bueno y lo malo, el pecado y la gloria eterna y el sentido de la vida. En 1915 el Catecismo político social exalta al partido conservador porque tiene «la política buena»: no tiene en su credo principios que la Iglesia condena y además, al reprimir la prensa, protege «la honra y creencias de los ciudadanos y no deja insultar la religión». El catecismo del padre Astete abandona el partidismo político y difunde otros valores: el pecado mortal es la máxima ofensa y gran temor de todos los cristianos. Éste surge por acción, pensamiento, deseo u omisión de algo contra las leyes divinas o humanas. Los
enemigos que excitan a quebrantar los mandamientos divinos son el mundo, el demonio y la carne. El mundo debe combatirse «despreciando sus placeres y vanidades»; el demonio «con humildad y oración»; y las inclinaciones de la carne «con ayunos y demás mortificaciones». La confesión es el sacramento que garantiza la expiación de los pecados. En todos los hogares se reza cada noche el rosario, «encabezado por el padre de familia, bien acomodado él, claro está, en una poltrona y los chicos
Clara Inés Rodríguez, de Itagüí, el día de su primera comunión, 1930, fotografía de Benjamín de la Calle.
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Una procesión de romería en Don Matías Antioquia, hacia 1920.
de rodillas para que no se durmieran. Era, pues, de rigor, saber, a más del "Padrenuestro" y el "Avemaria", el "Yo pecador" y el "Credo", porque los confesores solían ordenar a sus penitentes que los recitaran», según afirma Rafael Serrano. En el bautizo es corriente que el niño reciba varios nombres que incluyen el de alguno de los padres o familiares y el del santo del día o el de la devoción de los parientes. La primera comunión es de gran importancia y marca para quien la hace el inicio del «uso de razón». Para prepararse a recibir el Cuerpo de Cristo se elaboran «ramilletes espirituales» con jaculatorias, sacrificios y oraciones varias. Los regalos y las estampas conmemorativas coleccionadas en álbumes o misales, son motivo de gran regocijo. La Imitación de Cristo es leída y releída en el texto de Kempis como ejemplo de vida. En los retiros y ejercicios espirituales se pasa revista a las acciones y omisiones pasadas y al estado presente del alma para mejorar la vida espiritual futura. La lectura piadosa de devocionarios que buscan llevar por el «recto camino» es muy común, así como el rezo de diversas novenas. Los mil Jesuses; las letanías de los santos repetidas de rodillas; las oraciones que otorgan días de indul-
gencia plenaria que se incrementan si se acompañan con agua bendita, confesión, visita a la iglesia o ruego por el papa; el rezo de la «jornada cristiana» en los breviarios, con oraciones para cada momento del día; y muchas otras prácticas colectivas muy generalizadas, caen poco a poco en desuso o se restringen a las personas más tradicionalistas en el transcurso del siglo y especialmente en los años sesenta, cuando la secularización de los oficios religiosos introducida por el Concilio Vaticano suscita largas y encontradas discusiones. El esparcimiento Las oportunidades de la vida social y las distracciones son poco variadas al empezar el siglo. La vida nocturna es casi nula en las ciudades oscuras. Fuera de visitas a los parientes y amistades íntimas, asistir a bailes en ocasiones especiales, hacer eventualmente una salida al teatro o participar en la celebración colectiva de las fiestas cívicas o religiosas, poco más hay para hacer. En el transcurso del medio siglo cambia radicalmente la forma de concebir y emplear el tiempo libre a raíz de una serie de novedades importadas: la radio, el cine, los deportes,
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otros ritmos, otros bailes. Inicialmente son patrimonio de un reducido número de los más pudientes en las ciudades, pero luego se van convirtiendo en espectáculos y actividades al alcance de las masas. En este proceso tiene mucho que ver la reglamentación de la vida laboral en el país por el decreto 895 del 26 de abril de 1934, el cual establece que la jornada máxima de trabajo es de ocho horas, institucionalizando el uso del tiempo libre. Antes eran corrientes los días de trabajo de diez y doce horas. A temperar Una de las costumbres de las clases altas que viene desde la Colonia y se conserva en todo el período, es el aparatoso trasteo de las familias a sus fincas durante las vacaciones decembrinas. Como novedad, a comienzos del siglo se acostumbra ir a hoteles en poblaciones situadas cerca a ríos, quebradas y baños termales. Los de menos recursos van a visitar parientes en sus pueblos de origen. Todos quieren cambiar de clima, dejando las ciudades bastante solas en diciembre y enero. Hace medio siglo, el veraneadero
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preferido de los bogotanos era Utica, a orillas del río Negro y a cinco horas en tren. Numerosas familias acuden allí a reposar y reponer fuerzas durante uno o dos meses. Las gentes de la húmeda sabana tienen la creencia de que al pisar tierra caliente desaparecen reumatismos, neuralgias y catarros. Gustan mucho los baños de aguas termales o azufradas, como los que hay en Jerusalem, cerca a Tocaima. También llegan caravanas de veraneantes a los lujosos hoteles con piscina como El Jordán y El Astoria en Villeta. Otros sitios concurridos por los bogotanos son Cachipay, La Esperanza y Apulo en la ruta de bajada al río Magdalena. Al avanzar el siglo, con los mejores medios de comunicación y de transporte, se puede salir a temperar a lugares más apartados. En los años veinte, con la oleada de prosperidad (el peso llega a estar a la par con el dólar) los acomodados salen con frecuencia al exterior. Joaquín Tamayo recuerda «... el ruinoso y ruidoso abrir y cerrar de baúles...» de la clase rica de Bogotá, Medellín y Barranquilla que los «... lanzó de carrera hacia los barcos anclados en Puerto Colombia». Después de 1930, con la
Veraneantes de Bogotá temperando en la localidad de Utica, 1935. Las vacaciones en "tierra caliente" son habituales para los habitantes de la húmeda Sabana.
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Parque de la Independencia, en Bogotá, postal sobre una foto coloreada a mano, 1910 (Museo de Desarrollo Urbano). Los parques son el sitio de reunión dominguera, para el paseo, los juegos de los niños y las retretas.
regularización de los vuelos de SCADTA, los del interior del país pueden ir al balneario de Puerto Colombia, cerca de Barranquilla. En 1945, Avianca, la aerolínea del país, promueve para la élite viajes de vacaciones a las playas de Cartagena y Santa Marta. Aquellos que no pueden salir de la ciudad por toda la temporada, se van en tren con la familia, en paseo de varios días. Los bogotanos a Girardot, los de Medellín a Puerto Berrío. Para aquellos que no pueden darse el lujo de cambiar de ambiente tan radicalmente, queda el recurso de divertirse en los parques o pasear por las afueras de las ciudades. El descanso dominguero Durante el resto del año, para romper la monotonía del trabajo de la semana, los domingos muchos salen a caminar por las principales calles luciendo sus mejores prendas. En la calle Real brillan los zapatos que chirrean de lo nuevos. Algunos pasan el día en
los parques y mangas de la ciudad mientras otros salen de cabalgata o de caminata, o se van a las orillas de los ríos a hacer sus paseos campestres mientras unos se bañan y otros pescan. En Bogotá los domingos y días festivos es muy visitado el parque de la Independencia, creado con ocasión de las fiestas del Centenario. Este cuenta entre otros, con quiosco para las retretas, carrusel con caballos, tigres y leones de madera, fotógrafo y ventas de turrones y confituras. También es muy concurrido el parque Gaitán, un sitio de diversiones a bajo costo, con aspecto campestre. Es el lugar favorito de las criadas. Dispone de montaña rusa y lago con barcas para remar. La gente lleva bolsos con fiambre o adquiere de los venteros chicharrones, patacones, papas fritas y caramelos. También es corriente ver este día grupos de niños y muchachos de calzón corto que juegan en las calles arroyuelo, pipo y cuarta o palmo con bolas de cristal, ensartan la pirinola,
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lanzan trompos, juegan tira-gallo, o hacen «catapilas» o «caterpillars» con carretes de hilo y bandas de caucho. Durante los meses de febrero y agosto, cuando hay fuertes vientos, fabrican y elevan cometas. Les gusta poner cuchillas en sus colas para cortarles la pita a las de los contrincantes. Otras familias se reúnen después de «almorzar gallina», con sus amistades y parientes en «... veladas animadas por chocolate caliente, y pan de bono fresco, charlas locales, recitaciones de piano interpretado por las niñas de la casa, y conciertos improvisados de tiple, bandola y guitarra». Los más adinerados hacen su weekend en sus fincas o casas de campo, donde las mujeres pueden usar pantalones llamados breeches. Otros prefieren ir al hipódromo, al circo o al cinematógrafo.
Cartel de promoción turística de los Ferrocarriles Nacionales, con el mensaje: "Huya del frío de Bogotá", 1935.
Los baños públicos Durante el primer cuarto de siglo, las casas no tienen agua corriente ni mucho menos baños. Asearse es un rito de los sábados, bien fuera con agua tirada con una vasija o palangana o en una de las quebradas o ríos que pasan por la ciudad, al menos en aquellas como Medellín y Cali donde el clima lo permite. El baño es considerado más como una diversión que como parte de la rutina diaria. En Medellín los domingos en los «charcos» favoritos del río, se instalan ventas de sabaletas fritas pescadas allí mismo. Algunas mujeres, cohibidas para bañarse en los lugares concurridos, madrugan a asearse acompañadas de un hombre de la casa que las cuida de «lejitos». Otras familias prefieren darse el lujo de acudir, a veces a caballo, a uno de los baños públicos. Éstos son unos establecimientos de recreo, especie de salones sociales, generalmente de primera categoría, situados por lo regular en las afueras de la ciudad. Están dotados de albercas o duchas, con «tal cantidad de agua cristalina, que se llenan mientras uno se desnuda» según recuerda un usuario. Tienen además mesas, sillas, billares. Ofrecen licores
finos, refrescos, empanadas y bocados de sal y de dulce, galletas, cigarros y cigarrillos. Medellín tuvo los de Escallón desde el siglo pasado, luego los de Bermejal, El Edén, El Jordán, los de Amador un poco más descuidados. Los de Palacio son los primeros en instalar servicio de agua caliente. Utilizan el cisco o envoltura del café trillado como combustible. Unos cuentan con baños hondos y otros con cuartos con ducha en los que se bañan familias enteras. Los alquilan con toallas perfumadas y bolas de jabón de tierra. Allí las mujeres se cubren con batas largas y los hombres con pantalonetas. Con el paso del tiempo, estos baños se convierten en «escenario de famosos amores y escándalos que terminan por desprestigiarlos para el uso de las familias honorables», según nos cuenta Rafael Ortiz, cronista de la ciudad. Además se popularizan y dejan de ser «espejos de corrección y moralidad». En los años treinta, en los patios y solares de las casas, ya hay baños, muchos de ellos de inmersión. Éstos ofrecen más intimidad, evitan la salida y no exigen el pago de tarifas. Los baños públicos empiezan a desaparecer o a
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Sede del Club del Comercio de Bucaramanga, fundado en 1874, centro de la vida social en la ciudad. Fue construido en 1920 por el arquitecto Pedro Colón Monticoni.
restringirse a los sectores más populares, y el baño en el río cae en desuso por el robo de ropa que se vuelve más y más común y por «otras cosas peores». Además se han ensuciado las aguas. Tinto, clubes y cafés Durante la semana, los varones, para charlar un rato con los amigos o cerrar algún negocio al tiempo que saborean una copa, pueden visitar diversos tipos de establecimientos como los piqueteaderos, casinos, cigarrerías, cantinas y pulperías. Varían en ellos los concurrentes: unos son para gente «distinguida», otros para obreros y «gente ruda», otros para estudiantes. Pero generalmente excluyen a las mujeres (con excepción de las de «vida alegre») y también a los «piernipeludos» o menores. Cuando se impone la costumbre de tomar tinto —a principios de siglo lo consume sólo la clase alta y con poca frecuencia— surgen las cantinas o cafés. Estos son sitios para hombres donde se bebe además cerveza, gaseosas, ron y aguardiente. Los cafés desplazan a las boticas, barberías, sastre-
rías, librerías y atrios de las iglesias como sitio de tertulia masculina. Allí se hacen negocios, se intercambian ideas e información. Los primeros cafés bogotanos aparecen desde finales del siglo pasado a semejanza de los tertuliaderos y restaurantes europeos. Existieron el café de Florián, el café de Madrid y el café Italia, en la capital. A principios del siglo xx aparecen en otras ciudades y se especializan en diferentes clases de clientes: unos para comerciantes y comisionistas, otros para periodistas, otros para estudiantes. Así, por ejemplo, en el café El Globo de Medellín se reúnen los Panidas, y en el café Victoria de Bogotá, los intelectuales amigos del franquismo. Otros lugares de reunión exclusiva para hombres son los casinos, donde éstos juegan al tute, al tresillo y al billar y calman la sed con bebidas alcohólicas. Los señores ricos cuentan con sus propios refugios al estilo inglés. Desde fines del siglo pasado los hombres de negocios habían fundado clubes sociales con sede en amplias casonas ubicadas en sitios céntricos para estar, conversar, jugar o leer prensa nacional y extranjera sentados en cómodos
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sillones. Allí se celebran reuniones de egresados de un mismo colegio, de obras sociales, culturales y pías. Inicialmente funcionaron con entrada restringida a los socios y sus invitados. Las mujeres son admitidas únicamente para asistir a los bailes de gala y de disfraces o a las recepciones matrimoniales con la flor y nata de la sociedad. En 1874 se funda el Club del Comercio en Bucaramanga, en 1882 el Gun Club, en el tercer piso de la galería de los Anublas en Bogotá. De la citada época datan el primer Club Barranquilla (1888), el Club Unión (1894) en Medellín y el Jockey Club de Bogotá, donde, según lo cuenta Alberto Lleras, los caballeros de la sabana recién llegados a la ciudad «... pasaban las tardes hablando de cacerías, de novillos, de caballos y jugando partidas de poker y de tresillo hasta el alba...» y haciendo política. A partir de la década de los diez se multiplicaron los clubes en las diferentes ciudades: en Barranquilla el Círculo del Comercio (1902) y el actual Club Barranquilla (1907), fuera de los clubes para los diferentes grupos de los inmigrantes que conforman la élite
de esta ciudad: el Club Italiano, el Club Alemán, El Club Alhambra y el Centro Español. En Cartagena, el Club La Popa (1911) y en Cali, el Club Colombia (1920). Lo más selecto de la
Sede del Club Alemán, en Barranquilla.
Club Campestre, de Medellín, hacia 1915.
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sociedad utiliza los servicios de estos clubes para sus fiestas, presentaciones en sociedad, agasajos a gobernantes, empresarios y altos ejecutivos y despedidas de soltero. También se fundan otra clase de clubes; en 1914, por ejemplo, un grupo de señores distinguidos de Bogotá forman un club de Cazadores. Van a la laguna La Herrera, al sur de la ciudad, a cazar los patos, que en cierta época del año emigran desde el Canadá. Volvían a casa cargados con doscientos patos o más. Cuando llega al país el influjo del estilo de vida norteamericano después de la primera guerra mundial, los clubes amplían sus servicios, se abren a mujeres y a niños, construyen instalaciones deportivas, duchas y un más completo servicio de restaurante. Para los años veinte todas las capitales tienen su Country Club o su Club Campestre, donde se puede hacer deporte, exhibir la moda y la etiqueta importadas mientras se saborean platos internacionales. Los del pueblo tienen sus propios sitios de reunión, sus propios «bailaderos» en sectores como el Camellón de Un interesante aviso publicitario del género testimonial, firmado por Marco Fidel Suárez, en favor de la cerveza Bavaria. El propietario, Leo Sigfried Kopp, hizo inscribir en algunas etiquetas de sus cervezas el slogan "No más chicha". ("El Heraldo", Bogotá, 1892).
Guanteros en Medellín donde, a comienzos del siglo, el baile diario empieza desde el atardecer. Están también los cada vez más numerosos bares, cantinas y prostíbulos, ubicados en las zonas de tolerancia, a pesar de ser condenados desde los púlpitos por indecentes, sensuales y licenciosos. En los años cincuenta se baila en casetas o quioscos hechos de guadua y techos de paja con pista de baile adornada con luces de colores. Allí se baila al son de traganíqueles que «muelen» los temas de última moda. Un buen ejemplo de este tipo de establecimientos son los bailaderos de Juanchito, corregimiento a orillas del río Cauca, donde acuden los caleños a bailar el mambo. Chicha y champaña Viajeros y cronistas locales del siglo pasado coinciden en su apreciación de que el nuestro es un país de «formidables bebedores». También llegado el siglo xx, se ven abundantes ebrios de toda condición y categoría social. Los del pueblo beben masato, guarapo, «tapetuza» (aguardiente destilado de contrabando en rudimentarios
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alambiques), la cerveza conocida como «espumita», pero sobre todo beben chicha, una especie de sidra elaborada con maíz fermentado y melaza. Desde el siglo XVII el consumo desmesurado de esta bebida había preocupado a las autoridades. En 1658 se intentó prohibirla con amenaza de azotes y multas. En el siglo XIX, las chicherías y sus venteros son una verdadera institución social. Eran una especie de bares y restaurantes populares. Al finalizar el siglo existían cerca de trescientos de estos establecimientos en la capital. Durante las guerras civiles los soldados bebían aguardiente con pólvora, en la creencia de que esto les infundía valor. Los ricos, por su parte, preferían el whisky, el brandy, las cervezas inglesas y alemanas, los vinos franceses y españoles, el champaña y otros licores importados. Las fiestas patronales, las de los estudiantes, los carnavales, las fechas cívicas y otras celebraciones colectivas son las ocasiones en que más se bebe. El periódico El Fígaro publica en junio de 1929 el siguiente dato sobre licores consumidos en el primer trimestre de ese año en Bogotá: 72.000 botellas de aguardiente, 500 botellas de mistelas (aguardiente con hojas, frutas, cáscara o semillas para darle sabor), 780 botellas de cremas, 496 botellas de brandy, cerca de 10.000 botellas de ron y whisky y más de siete millones de litros de chicha. Donde más arraigada está la afición del pueblo a la chicha para mitigar el cansancio, la enfermedad y el aburrimiento de una vida sin horizontes, es en los departamentos de Boyacá y Cundinamarca, pero también se ha extendido a los Santanderes, Nariño y el Cauca. En los años veinte el gobierno y la Iglesia toman medidas para tratar de controlar su consumo. Algunos obispos llegan a prohibir la chicha bajo pena de excomunión, viéndose forzados a atenuar la orden para no tener que excomulgar pueblos enteros. Desde 1922 se prohibe vender chicha después de las ocho de la tarde y en días festivos. En esta misma época,
"Motivos de la plaza de mercado - Bogotá", caricatura de 1936, en el "Álbum Arciniegas", de la Biblioteca Nacional. Un país de formidables bebedores y bebedoras.
Estados Unidos y Europa emprenden campañas de temperancia. Durante los años cuarenta, el consumo de la chicha es considerado una verdadera «enfermedad social» que afecta la capacidad de trabajo de la población. El médico Jorge Bejarano, quien venía combatiendo el vicio desde la cátedra y la prensa, es nombrado ministro, de Higiene del gobierno de Mariano Ospina Pérez. Presenta al Congreso la ley 34 de 1948 según la cual: «A partir del 1 de enero de 1949 no se podrán expender bebidas alcohólicas o fermentadas, sino en envases cerrados de vidrio u otro material similar. Su tenor alcohólico no podrá exceder del 4 %.» Estas medidas son complementadas con la prohibición de venta de la chicha en los restaurantes en donde se vendiera comida, y la limitación de la entrada a los expendios a los mayores de veintiún años. La campaña tiene éxito y en menos de seis meses se termina de erradicar el consumo. Hay que recordar la cooperación de la industria, pues las fá-
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bricas de cerveza empiezan a producir una nueva calidad con bajo contenido de alcohol y a precios populares. En los años cincuenta se emprende otra campaña, esta vez contra la «tapetuza» o aguardiente elaborado de contrabando en rústicas tinajas con alambiques y procedimientos bastante rudimentarios. En los establecimientos públicos, entre las bebidas no alcohólicas, se vende, sobre todo para los menores y las mujeres, jugo de arroz con piña, aguadulce, sirope, ponche, guarrús y champús valluno y caucano (bebida de maíz y melado, jugo de fruta y jarabe de mora para darle el color rosado) y horchata (bebida con almendras o pepas de sandía, melón o calabaza). Las gaseosas son la bebida novedosa. Existen fábricas desde el principio del siglo que ensayan con distintos productos: cidra holandesa, cerveza de uva, coctel, champaña coctel, mortiño cubano y kola. La fórmula de la kola se hizo popular no sólo entre la gente pobre sino también en la sociedad elegante. Tomás Carrasquilla en su novela Grandeza habla de ella como una bebida muy apetecida. El primer producto de la fábrica de gaseosas Posada Tobón de Medellín es la Kola Champaña, Propaganda de la Kola Champaña, primer producto de la fábrica de gaseosas Posada Tobón, de Medellín, a comienzos de siglo.
producida con agua del nacimiento propio que tiene la fábrica. La gente dice que sus dueños se están enriqueciendo envasando agua de la quebrada La Palencia: «Lo que no consiguieron con la cabeza, lo están consiguiendo con la kola», decían. En Barranquilla a principios del siglo el toque de distinción lo daba tomar bebidas con hielo traído en los buques extranjeros. Algunas fábricas de gaseosas elaboran paralelamente productos medicinales. Postobón, por ejemplo, saca la gaseosa purgante, la Herculina, Sello Calmante y el Sanalotodo Postobón. También se fuma mucho. Según los manuales de urbanidad, las mujeres decentes no deben hacerlo, pero las pobres y algunas elegantes fuman cigarrillos y tabacos importados o de producción local. En la década de los años diez ya hay varias fábricas nacionales de cigarrillos, casi todos publicitados por bellas fumadoras. Procesiones, reinados y carnavales La vida es un santoral en donde se celebran numerosas fiestas religiosas. Se celebran el Corpus Christi, la Semana Santa, el día de la Virgen, del Santo Patrono, de San Juan y de otros san-
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Procesión con las reliquias de San Pedro Claver, en Cartagena, según una tarjeta postal de los años 20.
tos, con nutridas procesiones. También los acontecimientos especiales como la visita de una imagen milagrosa, el Congreso Eucarístico o la Gran Misión congregan multitudes. En 1919, cuando llega a Bogotá la Virgen de Chiquinquirá con su diadema y corona en oro, con setenta y ocho diamantes y ciento treinta esmeraldas donados por sus devotos, toda la ciudad tuvo que ver con la coronación y demás actos programados para el Congreso Mariano con que se iba a recibir la imagen. El recorrido tomó más de una semana, desde el santuario en Boyacá hasta su gloriosa entrada a la capital. El recibimiento opacó lo visto en 1913 a raíz del Congreso Eucarístico. En una fastuosa misa pontifícial celebrada en la catedral, la Virgen con el Niño en los brazos fue coronada mientras los asistentes henchidos de fervor cantaban: «Tú reinarás, / éste es el grito / que ardiente /exhala nuestra fe». Las procesiones son grandes y solemnes manifestaciones callejeras. En ellas toman parte, por tradición, todas la* clases sociales. En Medellín tiene gran pompa la procesión anual del Sagrado Corazón de Jesús organizada
por los jesuitas. Es transmitida por radio y los muchachos la conocen como la «procesión de los mamoncillos» por la proliferación de esa fruta en esa época. La de Corpus Christi realizada en junio, es una de las principales fíestas del año litúrgico. Se viene celebrando desde la segunda mitad del siglo XVI. Recorre las principales calles que están adornadas con arcos de flores, cadenas de papel multicolor, ramilletes y telas recogidas en los balcones. En el siglo pasado, había fuegos artificiales desde la víspera y varas de premio, largos palos untados de jabón o grasa con sorpresas atadas en el extremo para quien fuera capaz de subir hasta ellas. Al día siguiente, a las once de la mañana, empezaba la procesión. Desfilan primero grandes caimanes, gallinazos y otros animales de cartón con hombres dentro. Siguen filas de niños arrojando, al paso, flores, luego carros con alegorías que representan a David y Goliat y otros personajes por el estilo. Siguen los músicos, y luego niñas con cestos de flores e incienso, un grupo de indias danzando, y al final los soldados. Las de Semana Santa (con gran tradición desde la Colonia en Popayán)
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Luz Marina Zuluaga Zuluaga, de Colombia, Miss Universo 1958-1959. Los reinados de belleza, tan característicos de las festividades colombianas, se originaron en los "escrutinios de belleza" de los años 10.
reúnen a las altas autoridades civiles y militares y a las distintas órdenes religiosas de la ciudad. En la del Santo Sepulcro, las personas de la clase alta se ubican en los balcones de sus casas a presenciar la procesión, mientras el pueblo desfila llevando velas encendidas. A falta de otras diversiones, los jóvenes hacen diabluras en las procesiones: amarran por ejemplo las faldas y los mantos de las señoras de edad. Como es de rigor el estreno en estos
días, los almacenes ofrecen gran variedad de géneros de seda, botas, botines, zapatillas, mantillas de cachemir, pañolones de seda. En algunas ciudades los caballeros de la sociedad asisten a las «horas de tinieblas» o reuniones a puerta cerrada donde cantan salmos a capella. Al final —cuenta un cronista de Cali— «los asistentes daban golpes sobre las bancas para imitar el ruido de la tempestad y del terremoto que según la leyenda evangélica se produjeron en la Tierra Santa cuando expiró el crucificado». El Miércoles Santo es de gran recogimiento y contrición. Hay confesiones para hombres hasta bien entrada la noche. El Jueves Santo es día de salir a visitar los monumentos y hacer largas colas para poder comulgar. El Viernes Santo es obligatorio vestir de luto riguroso para concurrir a la catedral u otras iglesias a escuchar los sermones de las Siete Palabras en las voces de los más notables predicadores. Ese día no se debe oír música alegre ni jugar y algunos realizan visitas a las cárceles. El Domingo de Pascua es de alegría. Se celebra con cabalgatas de disfrazados y comparsas en salones de familia. Los señores más distinguidos asisten a misa de sacoleva y cubilete con el alcalde de la ciudad. Los reinados y los carnavales son otro tipo de fiesta, más pagana, durante las cuales los ciudadanos abandonan la rutina y visten alegres colores para bailar, ver los desfiles, los juegos pirotécnicos y los toros. Durante estos días todos comen y beben más, compran y venden más, los sastres y costureras no dan abasto y los hoteles, restaurantes y chicherías permanecen repletos. En la década de los diez, entre la clase alta, aparecen los «escrutinios de belleza». También se crean los reinados del deporte, y entre los trabajadores se elige cada año la Flor del Trabajo. Durante las primeras tres décadas del siglo son muy importantes las fiestas de los estudiantes. Cada ciudad elige su reina en fastuosas ceremonias de coronación después del desfile de las carrozas con las candidatas
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y las comparsas acompañantes. En 1904 da mucho que comentar en la capital la derrota de la hija del presidente conservador frente a la candidata liberal. En 1929 en el hotel Ritz en esta misma ciudad, durante un baile en honor de una de las candidatas, se remata una colilla de su cigarrillo por ochocientos pesos, que entonces equivalían a la respetable cantidad de ochocientos dólares. Muchas ciudades del país realizan carnavales. Están los de Pasto y Tumaco y, en la Costa atlántica, los de Barranquilla. La tradición de estos últimos se inicia desde finales del siglo pasado por inmigrantes de localidades como Cartagena, Mompós, Magangué y otras en la llanura Caribe atravesada por el río Magdalena, que venían realizando carnavales desde el siglo XVIII. Las danzas y comparsas se conservan por tradición. Mezclan la comedia, la tragedia, la danza, la sátira y requie-
ren un proceso de preparación muy largo. Los ensayos van desde el 20 de enero hasta el domingo anterior al Miércoles de Ceniza, día en que se inicia oficialmente el carnaval. Aunque son una fiesta para toda la población, cada clase la vive a su manera. Los más pudientes, muy extranjerizados, lo celebraron un tiempo en el teatro Emiliano y luego en los clubes privados con orquestas extranjeras. Los sectores populares hacen sus cumbiambas de barrio y bailan en las calles que se llenan de mesas con ventas de carimañolas, arepas, dulces con queso, arepa de huevo, butifarras, buñuelos de fríjol de cabeza negra y patacones. Después de 1943, cuando se inician los reinados de barrio, el carnaval se convierte en una fiesta disfrutada por todas las clases en una forma menos aislada. Otras celebraciones colectivas no tienen lugar año tras año, sino que re-
Aura Gutiérrez Villa, representante de Antioquia, primera Señorita Colombia, elegida en el Teatro Colón de Bogotá, en 1932. Dos años después sería elegida la primera reina en Cartagena, Yolanda Emiliani Román.
Guillermo Valencia con una reina del carnaval de estudiantes de Bogotá y sus "damas de honor", años 20.
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La joven Antioquia, carro alegórico, desfila frente a la catedral de Villanueva, en Medellín, 1913 (fotografía de Benjamín de la Calle). Un elemento constante en la fiesta colectiva.
Próspero Tobón en pose de ciclista, foto de Melitón Rodríguez. 1904.
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sultan de eventos cívicos como la coronación del poeta Julio Flórez, en 1922, en Usiacurí (Atlántico), o de las recepciones al presidente de la República. Los ciudadanos también se vuelcan a la calle por motivo de alguna catástrofe, bien sea un temblor de tierra o uno de los frecuentes incendios que afectan las ciudades, ocasión en la que todos tienen que colaborar con la policía para controlar el fuego, pues el servicio de bomberos es muy deficiente. La celebración de la Nochebuena se inicia el 8 de diciembre con la fiesta de la Inmaculada Concepción. Este día todas las casas de ricos y pobres se adornan con velas y faroles. Luego viene la elaboración del enorme pesebre que reproduce con musgo, casitas y figuras de tamaños desproporcionados entre sí, la geografía y los personajes presentes en el nacimiento del Niño Dios, para empezar a rezar la Novena de Aguinaldos todas las noches desde el 16 de diciembre. Durante estos días hay gran alboroto en los hogares. Los jóvenes hacen y elevan globos de papel de arroz y los mayores, según su capacidad adquisitiva, compran aguinaldos para los hijos y parientes en las ventas callejeras de juguetes de fabricación doméstica o en los almacenes elegantes que se llenan de los más novedosos juguetes extranjeros. La fiesta culmina la noche del 24 de diciembre con una cena acompañada de buñuelos, natilla, manjar blanco, hojuelas, dulces desamargados y torta de pastores. Se remata con la asistencia a misa de gallo a las doce de la noche. Estas festividades se prolongan hasta el 6 de enero, el día de Reyes. En el barrio Egipto de Bogotá se recibe esta fecha con gran entusiasmo. De la plazuela parten unas comparsas populares con estrafalarios disfraces llamadas «matachines». Recorren el barrio haciendo paradas en las chicherías del sector. Abriendo el desfile va el «indio Antonio», un personaje muy conocido que aporrea con una vejiga de res bien inflada a todo el que se deje sorprender.
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Información y entretención inmediatas Ernesto Duperley, el mismo que trae al país los velocípedos y las bicicletas, las primeras cámaras Kodak y el primer Cadillac, importa en los años diez las victrolas de cuerda y las pianolas con rollos de «moler música», como se les dice en son de charla. La primera victrola se da a conocer en pleno teatro Colón y con presencia de la alta sociedad que acude en traje de gala a escuchar el extraño aparato cantando La donna é mobile en la voz del famoso Caruso. Igual fascinación causan en los años veinte las voces y la música salidas de los primeros aparatos de radio. Éstos son vistos como unos cofres enormes llenos de tubos y su adquisición es un acontecimiento entre las familias de la alta sociedad. Se invitan vecinos y parientes a conocerlos. Claro que al principio la comunicación es muy deficiente y se escucha poco o nada. «Se oía como camiones descargando cascajo», comenta un cronista. En 1920 se había transmitido por primera vez en Estados Unidos la voz humana a distancia prescindiendo del uso de alambres. A los pocos años existen en ese país las radiodifusoras comerciales. El invento llega muy pronto a América Latina. En Colom-
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bia los programas que se escuchan inicialmente son transmitidos por emisoras de México, Buenos Aires, La Habana, Estados Unidos y, más adelante, por emisoras locales. Los aficionados colombianos, sobre todo en Barranquilla, Bogotá, Medellín y Manizales, experimentan con sus receptores de galena y en los años veinte ya existen varias emisoras comerciales de onda corta en las capitales. Escuchar radio empieza a ocupar porciones cada vez mayores del tiempo de los colombianos. La radio, junto con la aviación y las carreteras, acerca las distintas regiones del país, de otra forma aisladas y encerradas. La programación de las primeras estaciones que tienen licencia incluye conciertos de música clásica y colombiana, charlas de literatura, humor, misa, trisagio, pontificales, sermones, campañas cívicas, colectas y programas femeninos sobre el hogar y la cocina. En los años treinta es muy conocido Mario Jaramillo Duque, el primer humorista e imitador de voces del país; la Hora Sabrosa de la Voz de Pereira, que por su localización y estilo espontáneo acapara sintonía nacional; el Teatro al Aire Libre de Coltabaco, transmitida los domingos por la Voz de Antioquia con los mejores artistas Equipo "Javerianito", de Pasto, 1932: una muestra de la rápida difusión de este deporte en todo el país.
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nacionales y extranjeros; y el programa Novedad que popularizó el bolero en el país. Cada semana los musicales: El Desfile Glostora y Estrellas Mejoral. Se escuchan jazz bands, orquestas, las voces de Estrellita, Fany Catarlo y Obdulio Sánchez. El 24 de junio de 1935, con la muerte de Carlos Gardel en el choque de un avión de SCADTA y un trimotor, empieza el radioperiodismo. Antes había cortos boletines informativos, pero ese día Antonio Henao Gaviria transmitió por teléfono directo desde el aeropuerto de Medellín la tragedia que en ese momento era vista como el más grande desastre aéreo de la aviación comercial en el mundo. El famoso cantante había actuado en Ecos de la Montaña presentado por Hernán Jiménez Arias. Éste será uno de los grandes locutores, cantantes y pianistas «de oído», a quien también persiguen las «cocacolas» cazadoras de autógrafos, es asediado telefónicamente e inundado por una copiosa correspondencia de sus admiradoras oyentes en todo el país. Antonio Henao Gaviria transmite a fines de los años treinta las primeras crónicas deportivas en Medellín, narrando los partidos de fútbol y las carreras de caballos. El entusiasmo masivo por el deporte a finales de los años cuarenta, obliga a los periódicos a establecer páginas deportivas diarias y a las emisoras a aumentar sus programas radiales. Las voces de Gabriel Muñoz y Carlos Arturo Rueda se vuelven muy populares. Como no existen los transistores, la gente tiene que escoger entre ir al estadio o escuchar la transmisión. En 1954, durante un partido importante del Millonarios en El Campín, un directivo del equipo con ayuda de un policía intenta sacar a Carlos Arturo Rueda porque estaba dañando la taquilla del juego con su transmisión. En 1932 la HJN presentó el primer grupo de radioteatro con Ester Sarmiento de Correa, Carlos Escobar y otros. Con la fundación en 1940 de la Radiodifusora Nacional aumenta el
interés por el radioteatro. Se conforman grupos que montan obras del abundante repertorio de escritores de la talla de Oswaldo Díaz Díaz y Efraín Arce Aragón. Se recuerda de esta época a la guajira perseguida por rudos contrabandistas en Luna de Arena del tolimense Arturo Camacho. Ya en los años cuarenta mucha gente sigue día a día las aventuras del amable y gordo detective chino, en la adaptación cubana de la serie inglesa ChanLi-Po y los dramas de Ojo de Águila o del Capitán Silver o de los personajes de El derecho de nacer de Félix B. Caignet. Desde la República Liberal la radio entra a ser un factor decisivo en la actividad política, un importante medio de agitación de masas. En 1934, poco después de su posesión, el presidente López Pumarejo defiende con agresividad los nuevos decretos tributarios en una serie de charlas radiales. Los conservadores en reacción fundan el 14 de marzo de 1936 La Voz de Colombia, desde donde lanzan virulentos ataques al gobierno. También los ciudadanos pueden escuchar las sesiones del Congreso. Sin duda todo esto contribuyó a enardecer los ánimos para la violencia que luego se desataría en todo el país. Al son de nuevos ritmos Después de haber sido desdeñada por seguir los aires extranjeros, en la década de los años diez causa furor en las ciudades la canción colombiana. Aparecida en la bohemia de los arrabales, de los barrios bajos, pronto se incorpora a las serenatas, a los teatros y a los salones de la clase alta. Es la época de los duetos y las estudiantinas, de músicos como Pelón Santamaría. Adolfo Marín, los hermanos Uribe, de Envigado (Antioquia), de Wills y Escobar, de Pedro Morales Pino y Emilio Murillo. Fue la época en que este último organizó muchos torneos de artistas en la capital. En los años diez la Lira Antioqueña es el conjunto musical más apreciado
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por la sociedad medellinense. Anima el célebre Baile Blanco de los Echavarrías en la esquina del parque Bolívar y se presenta en el Club Tándem y en el Unión. En la década siguiente realiza giras internacionales. Los músicos viajan a grabar a las casas fonográficas —Columbia, RCA Víctor y otras— de los Estados Unidos, o a sus casas sucursales en México. Los discos se difunden por toda América. Ésta fue la época de oro de la canción criolla. Llegan los traganíqueles para discos de 78 revoluciones y con ellos la música del Ecuador, Argentina y México. Se oyen pasillos de Carlos Vieco, canciones mexicanas de Agustín Lara, Juan Pulido, Juan Arvizu, Ortiz Tirado y un poco más tarde los tangos de Carlos Gardel y Agustín Magaldi. El tango, que tiene impacto en todo el mundo, penetra hondo en la sensibilidad de los desarraigados que se congregan en las ciudades. En sus letras predominan las historias de personaje» del bajo mundo callejero. Sus te-
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mas son la soledad, el desamor, las ilusiones; oscila entre la nostalgia y la ternura. La muerte de Gardel en Medellín en 1935 (era conocido internacionalmente como el Rey del Tango, el Zorzal Criollo, El Ángel) idealiza este personaje entre nosotros, cuando
Un baile al aire libre en el Club Los Lagartos, de Bogotá, 1937. Propaganda del gramófono Víctor, 1910.
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La declamadora Berta Singerman, paradigma del arte en el gusto de los intelectuales de los años 30 y 40.
en Europa ya declina desde los años veinte al competir con el jazz y los ritmos tropicales. La influencia del music hall norteamericano y de los jazz bands y los cabarets entre nosotros ayudan a dejar atrás la moderación y la cortesía de los valses, las contradanzas, los bambucos y los pasillos. Ahora, al caer la noche, las jóvenes de la élite pueden ir a los night clubs, nuevos salones sociales a media luz y con orquesta, luciendo sus faldas altas a bailar al son del jazz, el fox-trot, el charleston, el rag time, el resbalón deslizado, el monkey step o esa otra exótica danza que es el tango. En los clubes también se escucha y se baila otra música extranjera suavizada, para bailar de frac, como la «Serenata china», la «Danza japonesa» o el «Baile de los marineros». En fechas de parrandas decembrinas se componen temas de origen; campesino, lo que más adelante se llamará «música guasca» del estilo del «Turrungis tungis», «La nigua», «El gato negro» y otras piezas picarescas y groseras. También para estas fiestas se popularizan foxes o polkas alemanas como «El Barrilito» en versión española de Pepe y Chavela o temas como «24 de diciembre», una canción mexicana basada en el tema musical de la película Tú ya no soplas. A partir de 1930 se inician los años dorados del bolero en todo el continente y el auge de Agustín Lara, Pedro Vargas, Toña la Negra y Elvira Ríos. También se escucha" a María Grever y a Nano Rodrigo. De la Costa llegan los porros y las rumbas al Bogotá del hotel Granada, donde se compuso el famoso son criollo «Pachito e'ché», al Bogotá que tiene su Club Costeño y el programa radial La Hora Costeña. El Trío Matamoros de Cuba y el Grupo Victoria de Puerto Rico visitan el país. Los intérpretes de la rumba criolla que mezcla el son cubano, el merengue antillano, el pasillo y el bambuco fiestero, como Emilio Sierra de Fusagasugá y su orquesta, o el tolimense Milcíades Garavito Wheeler, impul-
san los nuevos ritmos y los imponen en todo el país. Es la época del compositor y cantante José Barros, de la orquesta de Lucho Bermúdez, otro costeño que triunfa en Buenos Aires, en el hotel Nutibara de Medellín y en Bogotá, y de la orquesta de Pacho Galán. Se introduce en estos años el cocktail party definido por un observador como «una fiesta en que se come mal y se bebe mucho en compañía de personas desconocidas». Después de la segunda guerra europea toma fuerza la radiodifusión y con ella el peso de la música entre las masas. La cadena Kresto, por ejemplo, dio a conocer a Myrta Silva y Bobby Cappó, repatrió a Carlos Julio Ramírez y trajo a los solistas de la Sonora Matancera. Surgen por esta misma época los dúos bambuqueros de Garzán y Collazos y el Dueto de Antaño. Arriba el telón Asistir al teatro es una vieja tradición en el país. Desde el siglo XIX compañías extranjeras realizan temporadas en las capitales con óperas y zarzuelas españolas, italianas y francesas, fuera de otras de autores clásicos del teatro europeo. En las tablas se presentan además toda suerte de malabaristas, cuplés, hipnotizadores, bailarines y hasta perros comediantes para sectores más populares. Entre 1900 y 1930 al lado de estos espectáculos empieza a abrirse camino la producción escénica nacional, que experimenta un verdadero florecimiento. En 1904, en medio de la guerra civil, se crea en la capital una compañía dramática anexa a la Gruta Simbólica, llamada la Escuela de Chapinero. Despierta tanto interés que el gerente del tranvía pone una ruta que pasa por allí. En esa misma época el presidente Marroquín monta obras de teatro en el palacio de San Carlos. La compañía de Arturo Acevedo Vallarino, personalidad dominante del teatro nacional a comienzos del siglo, «abre trocha» en los teatros Colón y Municipal con largas temporadas, seguidas de giras por todo el
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país con obras de autores locales. Además forma núcleos de actores con alumnos del Gimnasio Moderno y otros colegios y construye el teatro el Bosque donde se presentan entre 1911 y 1923 grupos locales e invitados. Allí estrena en 1919 la compañía de Matilde Palau la obra de Luis Enrique Osorio La ciudad alegre y coreográfica, que hace suspender la temporada por el escándalo que provoca. Para los años veinte el teatro ha perdido algo del carácter tan elitista que tenía en el siglo pasado y logra llegar a públicos mayores. Los temas se refieren más a nuestra propia realidad que a los rimbombantes argumentos importados. En 1924, la noche del estreno de Los mercenarios de Antonio Álvarez Lleras, a pesar de que se han agotado las localidades, en la taquilla se aglomeran las gentes de todas las clases sociales. El público a la salida comenta emocionado que el teatro colombiano es sin discusiones el primero de América. También siguen teniendo muy buena acogida en las ciudades compañías visitantes como las de Virginia Fábregas, Andrés Soler y Baus Calero. En los años cuarenta y cincuenta es muy taquillera el tolimense Carlos Emilio Campos, Campitos, quien tiene su propia compañía de variedades, la cual se presenta regularmente en el teatro Municipal y en las salas de cine de Bogotá. Viaja además a todos los pueblos y ciudades del país y hasta a los países vecinos presentando con su elenco de actores Los tres Reyes Vagos, Marcelino, vino y pum y otras obras. Después de 1950 pueden verse los primeros grupos del teatro experimental con su actitud anticomercial y antisentimental. Grupos como Artistas del Pueblo, de Cali, están conformados por estudiantes, obreros y empleados, y los recién creados Festivales Nacionales de Teatro atraen un público formado en su mayoría por jóvenes, con obras de escritores de la vanguardia mundial: Ionesco, Tennessee Williams, Brecht, García Lorca.
Vespertinas en el cinematógrafo Los ricos y los pobres se encuentran en los toros, en los espectáculos de variedades, en las retretas dominicales, en los circos que ocasionalmente visitan las ciudades y, desde los años veinte, en un nuevo espectáculo que se percibe como mágico: el cinematógrafo. Llegado al país en 1897, a los pocos años de haber sido inventado en París, se muestra al empezar el siglo como parte de otros espectáculos de variedades en los principales centros urbanos. En 1912 los hermanos Di Domenico, que habían exhibido películas en el Parque de la Independencia en Bogotá, estrenan el Salón Olympia, el primero en el país que presenta cine con regularidad. Hasta 1919 hay una sola función nocturna los días jueves, sábados y domingos. Después se exhiben diariamente un matiné y dos funciones por la noche. El Salón Olympia es una sala enorme para tres mil personas que sirve además para boxeo, zarzuelas, variedades y bailes de resistencia. La pantalla queda en la mitad, como en el circo España de Medellín. Cuesta veinte centavos ver la película de frente y diez centavos verla tras el telón. Los que allí se sientan pagan un intérprete especialista en leer al revés y llevan suculentos fiambres envueltos en papel periódico. Los del otro lado consumen helados. Se presentan sobre todo películas italianas y francesas que gustan mucho por la Bertini, la Menichelli y otras divas que actúan en ellas. Son dramas de lágrimas del estilo de la Novela de un joven pobre. Más tarde llega el cine de Estados Unidos con Chaplin y otros cómicos, y luego las películas de vaqueros y las de aventuras. Luis Tejada escribe en 1922: «El cinematógrafo conmueve, apasiona, hace vivir por un instante la vida loca, desinteresada y magnífica de los héroes. Allí está su éxito. Los hombres son todos en el fondo aventureros». El público puede a veces ponerse difícil, si no le gusta la película proyectada. Según una noticia aparecida en El
Matilde Palou, actriz nacional, en el papel de Blanca, en la película "Como los muertos", sobre la obra teatral de Antonio Alvarez Lleras, dirigida por Pedro Moreno Garzón en 1925 y producida por los hermanos Di Domenico.
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Una escena de "El loco de moda" (1924), obra de teatro de Luis Enrique Osorio montada en el Teatro Municipal, de Bogotá.
Teatro Junín, de Medellín, viñeta publicitaria de 1930. Proyectado por el arquitecto belga Augustin Goovaerts, fue estrenado en 1924.
Tiempo en 1929, después del estreno de la película El circo de Charles Chaplin en Bogotá, presentación que se había esperado ansiosamente, la muchedumbre defraudada quebró sillas y rompió el telón. También hay peleas por la música que la orquesta debe tocar para acompañar las películas mudas. Unos prefieren escuchar óperas italianas porque les combinan perfectamente con los dramas pasionales de la pantalla. Otros quieren oír música de compositores colombianos. Las principales ciudades del país construyen sus salas de cine: el teatro Junín en Medellín, el Garnica en Bucaramanga, el cine Olympia en Cali, el teatro Colombia en Barranquilla. Unos años más tarde el famoso teatro Faenza en Bogotá, con sus arcos art nouveau, desplaza al Salón Olympia como la sala elegante de cine. Las salas oscuras del cinematógrafo se convierten en un refugio muy adecuado para las parejas en trance de «amacice», en una oportunidad de galanteo que muchas veces se puede sincronizar con la película. La Garbo, Clara Blow, Gloria Swanson, Louise Brooks, Marlene Dietrich, son los monumentos del erotismo femenino. Al amarse, las jóvenes parejas imitan sus gestos, sus miradas. El bombardeo de imágenes en movimiento introdujo conceptos novedosos sobre el consumo, la moda y el estilo de vida. Se habla y se escribe mucho sobre el efecto del cine en el público y se cortan los besos cuando son muy largos. Sin duda el cine amplía la imaginación y el conocimiento de la gente. Ahí sentados, los ciudadanos pueden ver otros paisajes, las más famosas ciudades del mundo, aeroplanos y otras fantasías. También pueden seguir los principales acontecimientos nacionales: las manifestaciones políticas de Olaya Herrera, de Laureano Gómez, de Gaitán, eventos deportivos, las coronaciones de las reinas, las visitas ilustres, los domingos en el hipódromo... Los sucesos importantes entre los años veinte y cuarenta se muestran en el Noticiero Cinemato-
gráfico de Acevedo Hnos., empresa fundada en 1920. Se continúan abriendo salas de cine y las revistas publican fotos y chismes de los secretos, escándalos e intimidades de Bette Davis, Rita Hayworth, Esther Williams, la estrella nadadora, y otras beldades de Hollywood. El cine parlante llega al país en 1937. La gente ve Hotel con Greta Garbo y Marruecos con Gary Cooper. No faltó quien siguiera oponiéndose al cine por considerarlo enemigo de la moral y las buenas costumbres. Especialmente insistentes y radicales fueron los Yocistas, una agrupación de la Juventud Obrera y Católica. En 1934 escriben en su revista: «... el cine es para vosotros un enemigo terrible. Os arrebata vuestro dinero, vuestro tiempo y pervierte vuestras conciencias, huid de él». En sus publicaciones emprenden además campañas contra la prostitución y la sífilis. Un nuevo culto: los atletas Al terminar el siglo pasado, las diversiones al aire libre consisten en montar a caballo o tomar un baño en los ríos y quebradas. En Europa y en Estados Unidos, durante la belle époque que llega con el nuevo siglo, se difunden nuevos juegos y deportes: el polo, el fútbol, el tenis, el golf y la natación. Los miembros de nuestra élite que se encuentran en el exterior en viaje de negocios, estudio, turismo o diplomacia, al regresar al país traen consigo raquetas, pelotas, balones o talegas de golf para jugar con sus amistades en canchas improvisadas. En este proceso tuvieron un papel importante los extranjeros residentes o visitantes en las principales ciudades. En la década de los diez, mientras el país se recupera de los estragos causados por las guerras civiles, Barranquilla, la ciudad que más directamente recibe en esta época la influencia del extranjero, asimila los nuevos juegos. Los samarios, por su parte, aprenden a jugar el fútbol con los marinos cuyos barcos atracaban para recoger bananos. Estas dos
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Una partida en el Polo Club de Bogotá, hacia 1905.
ciudades llevarían la delantera años más tarde en fútbol, béisbol y boxeo durante las primeras competencias nacionales. En general ser buen deportista es algo considerado de buen gusto. Con el progreso, a través de la élite, se imponen nuevos usos y valores que desdeñan lo quieto, lo provinciano y se fomentan el roce social, el vigor, la destreza física. En Europa y en Estados Unidos los atletas junto con las estrellas de cine son los nuevos semidioses. Hasta los años veinte, cuando algunos deportes empiezan a popularizarse, los equipos, conocidos más bien como teams, están conformados por jóvenes de la alta sociedad. El fútbol, el tenis, el polo, el basquetbol son juegos aristocráticos y el público que asiste a las competencias deportivas es selecto. Todos visten con elegancia y formalidad. En las tribunas se ven sombreros de copa, corbatas y trajes de ceremonia. Igual trascendencia tienen una función de cine y una tarde en el hipódromo. Parece que los asisten-
tes quieren darse ínfulas de estar en cosas de una verdadera ciudad. Los campeones que reseñan los me dios informativos son empresarios de la clase alta. Carlos J. Echavarría, el gerente de Coltejer, educado en Estados Unidos, es varias veces campeón nacional de tenis y Julio Mario Santodomingo es miembro del equipo de béisbol Colombia de Barranquilla en 1914. Noticias como las caídas del príncipe de Gales en sus prácticas de equitación reciben sorprendente atención en las revistas. Después de 1914 decae un poco la actividad deportiva por la guerra, pero renace con más fuerza hacia los años veinte, cuando proliferan los clubes sociales con instalaciones deportivas, se conforman equipos de más variada extracción social y se organizan torneos a los cuales asiste un público cada vez más amplio. El fútbol es el deporte que más rápidamente se acoge. En los colegios masculinos hay canchas y equipos organizados. En 1924 gana la selección
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Estampilla de correos conmemorativa de los III Juegos Deportivas Nacionales (ó III Olimpíada), celebrados en Barranquilla, 1935.
Cartel de los Juegos Deportivos Bolivarianos celebrados en Bogotá, con motivo del IV Centenario de la capital, agosto de 1938 (obra de Sergio Trujillo Magnenat).
paraguaya de fútbol en París. Este hecho, junto con las visitas de los veloces equipos peruanos al país, ayuda a impulsar la afición por este deporte. En 1928, cuando Hans Huber, un chileno profesor de educación física, organiza los I Juegos Olímpicos Colombianos en Cali, se hace también el primer campeonato nacional de fútbol. Entre 1938 y 1948 se realizan partidos amistosos con equipos visitantes de Argentina, Paraguay, Ecuador, Costa Rica, Perú y Chile. En 1946 el seleccionado colombiano se clasifica campeón en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Barranquilla. Surgen estrellas nacionales como el samario Carlos Arango, el Caimán Sánchez de Barranquilla, Humberto Turrón Álvarez y el portero Julio Chonto Gavina. Las hazañas y derrotas de las estrellas y los equipos son objeto de conversaciones y de disputa entre los miembros del sexo masculino, sobre todo en los bares, en las calles, en los hogares. Las mujeres practican sobre todo el basquetbol, a pesar de la oposición de la Iglesia, que lo considera un ejercicio dañino para el delicado organismo femenino. Puede leerse en el Obrero Católico de noviembre de 1932: «Antes de los quince años está prohibido por médicos y pedagogos oficiales aquí y en los países civilizados [...] después de esa edad perjudica a las señoritas enfermas del corazón y débiles de los pulmones». En los clubes sociales y un poco más tarde en los colegios, proliferan los equipos femeninos de basquetbol. Entre 1945 y 1955 los seleccionados que representan al país en los campeonatos suramericanos tienen un excelente desempeño. A ellas también les gusta la natación, un deporte muy controvertido por lo indecente de tener que exhibir el cuerpo al usar traje de baño, a pesar de que los primeros modelos llegan hasta las rodillas. Comenta un cronista que «las muchachas se bañan con chingue, una especie de bata larga que la corriente maliciosa e indiscretamente levanta», y que estas batas, al mojarse, nada cubren. Todavía en el año
1959 se sigue discutiendo el asunto. Ese año, según la revista Cromos, varias candidatas al reinado nacional de belleza en Cartagena tienen que prometer a sus obispos no desfilar en vestido de baño. Otro deporte que se vuelve taquillero a partir de los años veinte es el boxeo. En esta década llegan a Barranquilla los primeros púgiles profesionales del exterior. Como no encuentran contrincantes locales, pelean entre ellos, y después empiezan a enfrentar a los más conocidos peleadores callejeros. Uno de ellos, Caballito de Barranquilla, pelea contra un boxeador de Estados Unidos. Ante un nutrido público le pide al norteamericano que le «miente la madre», pues él no puede empezar a pelear «en frío». Hubo problema porque el boxeador no quiso acceder a esta petición, pero finalmente lo hizo y derrotó al ofendido barranquillero. Las ciudades de la Costa sobre todo, y algunas del interior, ven pelear famosos boxeadores de Panamá, Argentina y Chile. Algunos discípulos locales de las estrellas de talla mundial llegan a pelear en el Madison Square Garden de Nueva York, como el barranquillero Fernando Fiorillo. A fines de los años cincuenta llega la época del estrellato del boxeo colombiano, con epicentro en Cartagena. El béisbol, inventado en los Estados Unidos en 1840, es traído a principios del siglo a Barranquilla por los extranjeros residentes en la ciudad y por los barranquilleros que habían estado en viajes en el exterior. En los años diez, los jóvenes de la élite organizan teams y juegan contra los grupos de Cartagena. En los años cuarenta, cuando Babe Ruth y Joe Di Maggio llenan los estadios en los Estados Unidos, a la costa caribe colombiana le llega la fiebre del béisbol. El país participa en las temporadas del Caribe y llega a ser en 1947 campeón mundial de béisbol amateur. Surgen en este deporte los mitos de Chita Miranda y el extraordinario pitcher cartagenero Petaca Rodríguez.
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En los años treinta el escritor boliviano Alcides Arguedas afirma: «El deporte ocupa hoy las horas muertas, infunde entusiasmo a las gentes de poca imaginación y hasta hace concebir ilusiones de grandeza...» En 1931 Antioquia realiza el Primer Reinado del Deporte, ejemplo que es seguido en el resto del país. Las premiaciones deportivas cuentan con la presencia de las beldades locales y ocasionalmente del presidente de la República. En la década de los cuarenta el deporte se hace más profesional, más popular. Empieza a ser mirado como algo que puede producir grandes ganancias como espectáculo dada la extensa red de fervorosos seguidores. Las ciudades habilitan y construyen campos deportivos con capacidad para un público mayor. También se estimula cada vez más su práctica. Los empresarios empiezan a pensar que un obrero que se ejercite al sol tendrá mayor voluntad para el trabajo y se alejará de los peligros del alcohol, el juego y las mujeres. Las fábricas cons-
truyen canchas y patrocinan eventos deportivos. Después de la muerte de Gaitán, se presentan episodios de sangre y pillaje en muchas ciudades. Los numerosos asesinatos rurales y urbanos llenan de miedo e indignación a las gentes. Mientras la Violencia arrasa amplias zonas del país, el deporte sigue imponiéndose en las capitales. Los mejores deportistas son referencias comunes de las diferentes clases sociales. Esta época coincide con los años dorados del fútbol, el béisbol y el boxeo colombianos. Entre 1949 y 1953 el país tiene presencia mundial en estos deportes. En el caso del fútbol esto se debe a que, en 1949, algunos clubes locales cobran vigor por el ejercicio de la piratería que permite traer jugadores de otros lugares sin pagar transferencias y pases. Los argentinos Néstor Raúl Rossi, Adolfo Pedernera y Alfredo Di Stefano jugaron en el Millonarios y otras estrellas del Perú y de Uruguay se vienen para otros equipos colom-
Efraín Sánchez Casimiro, el "Caimán" Sánchez, estrella barranquillera del fútbol nacional.
Un pinchazo en el camino de la primera Vuelta a Colombia en Bicicleta, 1951 (fotografía de Luis Gaitán).
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Efraín Forero Triviño, "el indomable Zipa", primer campeón de la Vuelta a Colombia en bicicleta, 1951.
bianos. Son los mismos años en que el país abre un paréntesis en las noticias de la violencia para seguir las etapas de la vuelta a Colombia en bicicleta. Con razón Gilberto Álzate Avendaño escribe en 1953: «El entusiasmo deportivo contribuyó enormemente a templar la virulencia de la lucha política y a evitar desbordamientos catastróficos para la República después del 9 de abril... [los deportes] sirvieron a modo de válvula de escape a las pasiones represadas y a los malos humores colectivos». Igual efecto tienen las competencias de belleza en Cartagena y las peregrinaciones de la Virgen de Fátima, aunque en algunas regiones estas peregrinaciones parecen haber estado asociadas a la Violencia por su identificación partidista. Con la bicicleta a cuestas En enero de 1951 salen de Bogotá treinta y cuatro pedalistas a cumplir diez etapas con un recorrido de 1.157 kilómetros de la I Vuelta a Colombia en bicicleta. El evento es una especie de reinado que se conquista pedaleando entre el polvo y el pantano de la incipiente red vial nacional. En algunas partes del trayecto es más una prueba de ciclo-cross que cualquier otra cosa. Además atraviesa zonas del país que son escenario de la Violencia. El primer campeón fue Efraín Forero Triviño, de Zipaquirá, el Indomable Zipa. Un técnico de radio, copropietario de la Emisora Nueva Granada, inventa en su propio carro, el primer transmóvil colombiano, utilizando un transmisor y las líneas telefónicas. Así, «minuto a minuto por las veredas y poblaciones nacionales» las voces de Carlos Arturo Rueda, muy popular por los apodos que les pone a los ciclistas y a las poblaciones que recorre la vuelta, el «ciego» Julio César Cortés y Alvaro Muñoz Cuéllar, hacen llegar los detalles del evento a todos los rincones colombianos. Las gentes animadas año tras año por la publicidad de la prensa y la radio, empiezan a
darle a la Vuelta un carácter apoteósico: los recibimientos masivos, el interés a lo largo de la ruta y el conocimiento enciclopédico sobre las diferentes etapas que se saca a relucir en las conversaciones. Por unos días, la opinión nacional se cautiva y compromete con las hazañas de los corredores estrellas: el Marinillo Ramón Hoyos, el Sastre Roberto Cano, el Potrillo de Don Matías Francisco Luis Otálvaro y muchos otros. En la II Vuelta, celebrada en 1952, Efraín Forero lleva de acompañante a su madre, otro corredor lleva a su esposa de mecánica y otro más quiso ir con su amante. Ese año la Reina de la Caridad de Cali, recibió un beso del campeón, el español José Beyaert, en la ceremonia de entrega de premios en el teatro San Nicolás. Durante la III Vuelta el equipo antioqueño se corona campeón. El grupo es entrenado por Julio Arrastía, un ciclista vasco residente argentino, traído al país en 1951. En esta vuelta aparece el ciclista más importante de los años cincuenta, ganador de la tercera, cuarta, quinta, sexta y séptima vueltas a Colombia: el Marinillo Ramón Hoyos Vallejo. Es un verdadero héroe nacional. Representa al país en 1953 en el Tour de France y de ese viaje comenta que se le acabó el dinero y tuvo que regresar en barco con tiquete de tercera clase. Fue coronado con laurel y con rosario de arepas antioqueñas. En 1955, siendo bicampeón, recibe cien cartas diarias de admiradores y limpia sus trofeos con agua de colonia, operación en la que consume un frasco cada quince días. En la V Vuelta gana doce de las dieciocho etapas. En Medellín hubo fiesta colectiva para celebrar su triunfo, pero la afición bogotana no pudo con el golpe y la emprende contra el equipo paisa, conocido como La licuadora antioqueña, encabezada por él. Desde la carretera hasta el velódromo llovieron insultos, botellas y piedras contra las camionetas acompañantes y corredores de Antioquia. En enero de 1954, el teniente general Gustavo Rojas Pinilla, presiden-
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te de la República, da la salida al pelotón de los cuarenta y seis pedalistas de la cuarta versión de la prueba ciclística. En 1959 hace lo mismo el presidente del Frente Nacional, Alberto Lleras, en medio de una delirante multitud amontonada en la plaza de Bolívar, la carrera Séptima y la avenida Jiménez. Lo acompaña Yolanda Pulecio, la Reina Nacional del Deporte. Hacia el medio siglo las jornadas de trabajo son menos largas y muchos oficios han desaparecido para dar paso a nuevas ocupaciones, cada vez más especializadas y diversificadas. Se hace imperativo estudiar más y por un tiempo más prolongado. Existen más cosas para hacer y más gente con tiempo y dinero disponible para hacerlas. Algunas actividades como el fútbol, las visitas al hipódromo, o escuchar la radio, pierden la ceremonia y exclusividad que tenían al principio del siglo. Proporcionan diversiones, crean negocios, espectáculos, escenarios y despiertan fervores en aquellos que viven en las ciudades. Sin embargo, a pesar de los numerosos cambios ocurridos en el período, subsisten reacciones contra los bailes y los paseos con
representantes de ambos sexos, y a los ojos de muchos sigue siendo mal visto que las mujeres monten a caballo, en patines, usen slacks, vayan al cine o a salones de té... 3. LA VIDA PRIVADA E1 atuendo
L
a primera manufactura exportable producida en Colombia es el sombrero de paja. En el siglo XIX en ciertas regiones de Antioquia, el Valle del Cauca y Sucre, entre otras, prospera esta industria casera, que produce para las Antillas y el sur de Estados Unidos. En 1877 ya hay en Santander máquinas de cardar lana y de tejer, de fácil manejo para mujeres y niñas: las primeras telas fabricadas en el país son burdas y toscas; en Antioquia se producen a principios del siglo ruanas, cobijas, colchas, driles de algodón, lienzos y zarazas. Los vestidos duran mucho, se reacondicionan según la moda y luego se dan a una persona menor. La ropa fina sólo se usa en ocasiones especiales como la Semana Santa o un bautizo. Dados los altos costos de importación de la lana El taller del zapatero, fotografía de Melitón Rodríguez premiada en Nueva York, en 1895, por la revista "Luz y Sombra".
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"El Almacén de los Niños", revista de Ignacio Borda publicada en 1890.
y su escasez, se hacen diversos intentos con ovejas. También se ensaya la morera para producir seda, con gran fracaso. En las cárceles e instituciones caritativas se dictan cursos de tejido e hilado. Durante las dos primeras décadas del siglo la industria textil avanza con rapidez, especialmente en Antioquia. Un visitante de Coltejer escribe en 1912 sobre «el majestuoso sonar de esas máquinas que nos redime del odioso tributo que al extranjero autoritario y al judío rendimos». Las industrias textiles condenaban el gusto por las telas de seda, «no sólo como antipatriótica sino también por ser algo tan frivolo que rayaba en lo inmoral». De los 1.900 telares y los 60.000 husos existentes en 1926, se encuentran en ese departamento el 38 % y el 55 % respectivamente. Pero sólo a partir de los años treinta se producen telas de buena calidad que pueden competir con las extranjeras. En este período, Coltejer, «el primer nombre
en textiles», introduce las telas estampadas. En 1938 saca al mercado los géneros blancos con «apresto y acabados ingleses». En los cuarenta se introduce la mercerización y el rayón. Para mediados del siglo la industria textil está a la cabeza de la industria colombiana. En la primera década del siglo, en medio de las modestas y tradicionales ropas del pueblo, se destaca el atuendo utilizado por la clase alta para veranear, propio para tierra caliente aunque también se usa en clima frío. El sombrero «canotier» y el traje claro son típicos para los caballeros; las damas lucen una destacada sombrilla blanca. Los diarios publican numerosos anuncios de sastres para gente bien, como aquel de Sanín, para vestir al caballero chic en Bogotá. En esta ciudad, el sombrero de la gente del pueblo es el «suaza», empleado por los hombres como complemento al vestido de manta, la ruana, y las alpargatas, aunque algunos «cachacos» lo lucen cuando salen al campo. Las campesinas también completan con él su vestuario, formado por alpargatas, pañolón de lana y falda de frisa. Las fotos, las biografías y memorias de quienes vivieron a fines del siglo pasado nos muestran el predominio de los colores oscuros en la ropa de hombres y mujeres, y también los marcados contrastes que se veían en las calles: pañolones, mantillas, sombreros, faldas en abundancia y trajes parisinos, al lado de ruanas y alpargatas. Éstas, llamadas también «cotizas», se usan para defender los pies de los caminos y las calles empedradas. Primero se fabrican en fique y luego en tela y suela de caucho. El uso del zapato es mínimo, y en los pueblos, en el siglo pasado, es señal de prestigio social para un jinete usar botas. Bogotá es la primera ciudad que tiene una artesanía de calzado importante. Los productores usan cuero importado para el calzado y cueros nacionales burdamente procesados para la suela. En los años diez la pobreza común no impide que los caballeros y damas elegantes se mantengan al día con la
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moda francesa, o á la derniére como se dice entonces, a costa de sacrificios y esfuerzos. Como recuerda Rafael Serrano, el vestuario incluye: «para las damas los indispensables corsés, armados con varillas flexibles de barbas de ballena, los cuales había que ajustar por la espalda con ayuda del esposo o de la criada "de adentro", labor que dejaba casi sin resuello a la señora, pero, eso sí, con el busto lindamente moldeado. Para los "cachacos", fuera de las prendas interiores de franela con mangas y de abotonar, había las finas camisas de batista, con pechera, cuellos y puños duros de fijar a la prenda con temos y mancornas». Diversas clases de sombreros como los de chistera y cubiletes, las corbatas, los bastones, los guardapolvos y los botines, hacen parte del guardarropa de los elegantes. Las damas tienen además mantillas de seda, sombreros de velo, guantes, carteras y cintas. Ellos siguen usando calzoncillos largos, las mujeres calzones bombachos de popelina con encaje hasta las rodillas. Es el domingo, en la misa o en el paseo en coche por la tarde, cuando mejor se puede demostrar la elegancia. Existe entre la gente acomodada un estricto código sobre el vestir. Tulio Ospina lo recoge en su Protocolo de urbanidad y del buen tono (1919). Allí da instrucciones precisas para usar lo correcto según la edad, el sexo, la circunstancia, la hora. Para salir las señoras deben usar vestidos oscuros, estilo sastre o sencillo, las señoritas pueden ponerse colores más claros, los hombres saco, camisa, corbata y sombrero. Siempre que se muestren en público las señoras deben llevar cubierta la cabeza con sombrero, bien sea en la calle, en el teatro, en los tés. Pero, en cambio, nunca deben hacerlo en la iglesia. Cromos, en abril de 1923, trae una crónica sobre la expulsión de varias señoras de una iglesia de Manizales por haber entrado con sombreros a la moda. El sacerdote les dijo: «La moda, debéis saberlo, con sus constantes innovaciones, modernis-
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Alicia Sánchez Gil, una elegante dama de la sociedad de Medellín, fotografiada por Melitón Rodríguez en 1907.
María Laura Martínez de Restrepo, dama pereirana, retratada hacia 1925. La moda de los años 20, con interesantes variaciones locales, fue rápidamente acogida en todos los centros urbanos del país.
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Bastón y sombrero, piezas indispensables de la indumentaria de un caballero elegante, a fines del XIX y comienzos del XX. Luis Tejada decía: "Los sombreros son refugio del alma."
mos y extravagancias, muchas veces reñidas con el buen gusto, es uno de los medios más eficaces de que se vale Satanás en nuestro siglo para apartar a las mujeres del recato, la modestia y la virtud...». Los hombres también tienen que cubrirse la cabeza. Dice Luis Tejada que los sombreros son «el refugio del alma». Los usan en variados estilos de acuerdo con el clima, la posición social, la edad. Abundan los sombreros tradicionales pero también los de última moda: los hay de raso y seda, pequeños y flexibles, traídos de París para lucirlos en Bogotá, Medellín, Bucaramanga, Manizales y las principales capitales; en la zona de la Costa hay, entre otros, sombreros de paja «voltiaos». Y siguen las reglas de urbanidad: hay vestido de ceremonia, vestido de etiqueta, para las visitas, las comidas, para los deportes, para recibir, vestido de campo, para el templo y para el luto. Los muchachos no se pueden
La familia de Santiago Vásquez, con su indumentaria dominguera, fotografía de Rafael Mesa en 1936. Es un ejemplo característico de la clase trabajadora de Medellín, en ese momento.
«bajar el pantalón» hasta los quince años, de ahí que les llamen en algunas partes «piernipeludos». Cambiar los pantalones cortos o bombachos por pantalones largos se llama en Bogotá «echarse los tiros largos». Poder usarlo hasta los tobillos es un paso decisivo que les abre las puertas de los billares y los cafés y los libra de las burlas en las calles. La ropa obliga a seguir además una intrincada etiqueta. Se debe saber si quitarse o no los guantes, a quién y cómo saludar, de qué hablar, etc. Al menos, éste es el ideal. Unos se acercan bastante a él, otros, advenedizos, lo ridiculizan. Éstos se conocen como pisaverdes, filipichines, dandys, petimetres, lechuguinos o ma--s. El vestuario masculino con sus requisitos da lugar a las expertas «almidonadoras» y planchadoras de pecheras, puños y cuellos postizos. Todavía los piyamas no se conocen, los hombres duermen vestidos con largos camisones, y las mujeres con camisolas adornadas con cintas. Las «cotizas» y las chinelas de las abuelas son reemplazadas por el calzado importado de Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Se abren muchos almacenes, algunos muy lujosos, que los venden. El de Víctor Mantilla de Bucaramanga ofrece calzado suave «para evitar los callos». Tomás Carrasquilla describe las dificultades de usar zapatos, después de años de andar descalzo: cuando Augusto, personaje de Frutos de mi tierra, estrena sus «borceguíes», las ampollas lo dejan «patojo y medio» y es objeto de burla por su caminado mientras cumple la fatigosa tarea de domar su par de botas. Los muchachos sólo se calzan para ir al colegio o a las fiestas. Los que viven en las afueras de la ciudad van a ella descalzos y al llegar al centro se calzan; así protegen los zapatos de los pantanos, los hacen durar más y dejan descansar los anchos pies no acostumbrados al encierro. Usar zapatos puede ser también problema en el trabajo. Es el caso de la fábrica de Tejidos de Bello, cuyo gerente prohíbe a principios del siglo a las obreras
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ir calzadas para que no existan diferencias entre ellas y para que no falten a las labores cuando llueve, pues «así podían trajinar tranquilas por humedades y pantanos». No obstante los variados preceptos de urbanidad y buen porte, la mayoría de la gente ignora los códigos y manuales de vestirse y comportarse. Es raro que tengan más de dos vestidos y algunas prendas son «monumentos a la habilidad de los remiendos». En Medellín son más que suficientes el pantalón semanero y la ruana, fuera del «flux» de paño negro para las grandes festividades. Para los años veinte la moda registra cambios. Desaparece la mantilla y el corsé entra en desuso. En Europa tal artefacto se había abandonado desde 1914. En Bogotá comienzan a escucharse lamentos por la desaparición de la mantilla. Dice al respecto un testigo: «Al parecer ha muerto; nuestras mujeres más que a la tradición, más que al pasado, obedecen hoy a los severos ukases —mal traducidos— de los modistos de París», y agrega: «Es claro que la mujer de mantilla está más cerca de Dios». Es en Nueva York donde Marlene Dietrich «masculiniza» la moda al atreverse a usar pantalones. Inmediatamente comienza a ser imitada en otros países. Se siente ya más el influjo del American way of life. En algunos casos, el gusto ya no lo dicta París sino Nueva York. Cromos publica secciones tituladas «Elegancias» y «Figurines del cine», donde se divulgan las últimas novedades y extravagancias, la moda de los ídolos de la pantalla, los reinados de belleza entre bañistas europeas donde se hacen concursos de las recién descubiertas piernas femeninas. A la vez que existen lujosos almacenes de gran prestigio, algunas damas se ven obligadas a usar el mismo corte de paño para hacer varios vestidos. Se desbarata un modelo cuando se quiere mandar a hacer otro distinto, y los sombreros también se mandan a remontar. La moda en vestidos y en arreglo personal llega también en figurines
375 Atuendo de un niño bogotano en los años 80 del siglo pasado. según apunte a lápiz de Alberto Urdaneta (Álbum de la Biblioteca Nacional).
franceses o en revistas argentinas, españolas y mexicanas, cuyos modelos copian hábiles costureras locales. Algunos sastres exhiben constancia de sus estudios en París y Londres. A partir de los años treinta el vestuario se hace más cómodo e informal. Los caballeros dejan los adustos som-
Almacén de Francisco Res trepo en Sonsón, Antioquia, que a principios de siglo anuncia "variedad de artículos franceses".
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"Ultimas creaciones de calzado" con modelos de París, según la sección de "Elegancias" de "Cromos", en 1916.
breros en favor del «Borsalino» y usan el pelo corto. Las damas se maquillan con cosméticos, dejando de lado los complicados afeites. Sus faldas han subido cuarenta centímetros entre 1920 y 1930. Las fábricas nacionales de calzado abastecen a veces con ventaja de precio el mercado local. Ya en 1922 Calzado El Piane recibe una medalla de oro por su calidad. Calzado Triunfo y Reysol son marcas de renombre. Las guerras mundiales impiden que los elegantes se mantengan a la moda. Escasean los paños y sedas europeos, los zapatos importados, los guantes, dando oportunidades a la producción nacional de textiles y confecciones, la cual se consolida y alcanza una destacada posición. Everfit anuncia «el traje listo y a la medida» para caballeros, pagadero por «el práctico sistema de clubes». Para lavar las prendas ya se ofrecen lavadoras, y para hacer la ropa en casa, máquinas de coser cada vez más prácticas. En 1945 la buena ropa es todavía esencial, junto con la misa, para un buen domingo. Las muchachas del servicio van con abigarrados trajes y «una nostalgia de alpargatas en el caminar, estropeando los ladeados tacones ya cansados». Por las calles se destacan los zapatos lustrosos, los vestidos planchados, las camisas limpias, los cuellos almidonados, «sin contar el chirriar de calzado nuevo o el olor de sastrería que aún mantienen los que estrenan estas prendas», según cuenta un cronista. Acicalarse El baño diario es una costumbre que sólo se generaliza cuando el acueducto llega a todas las casas, reemplazando con duchas el semanal baño dominical en los ríos o en los establecimientos de baño y las albercas de inmersión en los patios de las casas. El enérgico jabón de tierra hecho de ceniza y lejía, el jabón elaborado con grasa animal de uso en las regiones ganaderas y luego en las ciudades, y el estropajo, son sustituidos poco a poco por diversos productos de aseo a los que la publi-
cidad les atribuye poderes embellecedores. Detrás del agua corriente en las casas, llegan del exterior los aparatos sanitarios. Inodoros, bidets, lavamanos y grifería reemplazan los aguamaniles y las palanganas de porcelana. Llegan también el papel «indispensable» y las tuberías y desagües constantemente obstruidos. A principios del siglo las señoras se maquillan con polvos de arroz y «algunos afeites, dando a los rostros un cierto aspecto de máscara, acentuado en cuanto se abusase de esos afeites». Según Rafael Serrano, algunas muchachas se enrojecen el cutis con hojas de heliotropo. Los caballeros, luego de rasurarse con barbera, se empolvan «para dar un curioso tono color ratón a la sombra de la barba». Se afeitan personalmente o van dos o tres veces por semana a las barberías de postín. Allí cada cliente tiene sus propios utensilios como brochas, navajas, tijeras y hasta lociones. A fines de los años diez llegan las primeras máquinas de afeitar y para 1924 se ofrecen envíos por correo a toda la república de la valet autostrop. Por la noche, para mantener en su punto los mostachos, usan unas bigoteras elásticas, bastante incómodas, y también ungüentos especiales. Ellas se esmeran con el cabello, peinándolo con moño. Las señoras se peinaban «con carrera abierta al medio o al lado, hacíanse copete o curva sobre la frente». Los calvos pretenden ocultar sus «claros» con «bisoñes» o peluquines traídos de París. La apariencia personal se complementa en los caballeros con los guantes en la mano y el fino bastón con empuñadura de marfil o de metales finos: «quien no los supiera portar con elegancia era mal visto». Durante los «locos años veinte» se pone de moda el peinado liso y brillante, usando para el efecto un producto denominado «Glaxo»; a los que se acogen a esta moda se les dice glaxos. «Las mocitas pizpiretas que en su presentación echaron a un lado el gusto recatado de antes, fueron apodadas "fosfatinas", por el nombre de un re-
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377 Vitrina de la "Gran Sombrerería", de Bogotá, con modelos de la casa Stetson, hacia 1940.
constituyente para niños.» Las mujeres empiezan a usar cosméticos de marcas extranjeras, abandonando los antiguos afeites: lápiz de labios, polvos, tinturas, esmaltes. Las cremas dentales prometen desde entonces dientes de perlas, el mal olor del sudor puede arruinar la vida si no se combate con el desodorante que le ofrece conquistas seguras. Los perfumes de París y las unturas para caños siguen a la orden del día desde principios del siglo. En los años treinta los caballeros abandonan los peinados complicados y se cortan el pelo a cepillo estilo «príncipe Humberto», ya no se usan tampoco los grandes bigotes. La variedad de productos para aseo personal y embellecimiento aumenta considerablemente a partir de esta época. Ungüentos, potingues y artefactos se anuncian con promesas prodigiosas o con los consejos de estrellas del espectáculo. Las beldades recomiendan las cremas que dejan el cutis aterciopelado y sin pecas, así como tratamientos de belleza y maravillas tales como la «untura engordadora —según
se requiera— para tener senos hermoseados que son su mejor recomendación». Aparecen propagandas de salones de belleza y se entrega «un nuevo mundo de belleza al alcance de sus manos» usando Max Factor, el maquillaje de las estrellas; Pond's para una piel de ángel; Arolin, crema desodorante para poner «fin al mal olor de las axilas (la zona de peligro)»; o Peggy Sage, para uñas «ultra-chic». En los años cuarenta surge el problema de la gordura femenina: adelgazar es el «supremo anhelo» y «he aquí amiga lectora las causas y la manera de remediarla». En las revistas y periódicos hay consultorios que responden preguntas sobre el uso de los cosméticos y el arte de ser bella. Se anuncia por estos años un nuevo producto para la seguridad femenina: las toallas higiénicas. Es así como se van formando consumidores convencidos de que su apariencia personal, su atracción sobre los demás y su aceptación social dependen del uso frecuente de determinadas marcas de artículos de tocador y aseo.
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Las buenas maneras
Salón de una casa particular (Palacio Amador) en Medellín, 1910.
El catecismo del comportamiento en sociedad que más influencia ha tenido en la sociedad colombiana es la Urbanidad de Manuel Antonio Carreño. Pero no ha sido la única. Tulio Ospina publica en 1919 el Protocolo de urbanidad y del buen tono que se difunde incluso en la cátedra universitaria. Allí se estipula que los caballeros deben tener porte señoril, aseo y decoro. Hay normas específicas para saludar según el lugar, la persona y la edad. Es grosería mascar chicle. Hay un traje propio para cada ocasión. Las señoritas deben evitar ser independientes y «sabiondas». Las mujeres están más obligadas que los hombres a ser cultas y agradables. Deben sobresalir en todo momento por su discreción y modestia. Es necesario saber cuándo y cómo enviar regalos, tarjetas y correspondencia. Cada acto de la vida social tiene asignado puntualmente su protocolo particular.
Sin duda este protocolo con sus abigarrados consejos conserva muchas maneras del siglo XIX que evidencia bien esta despedida epistolar de una carta que Santiago Eder recibe en 1886: «Ruego a usted se sirva ponerme a los pies de su muy digna señora; y crea que es con sentimientos de distinguida consideración como aprovecho esta honrosa oportunidad para suscribirme su alto seguro servidor y amigo». O esta nota escrita a un primo en una tarjeta de visita el siglo pasado: «Acepta esta prueba de las inequívocas simpatías que te profesa tu muy afectuoso primo y leal amigo». Una despedida escrita en 1918 muestra que las fórmulas corteses no se han cambiado mucho: «Felicidad para usted, familia y distinguidos amigos y acepten la distinguida consideración respetuosa de su afectísimo y seguro servidor». La mesa exige las mejores maneras, que se cumplen sólo entre los de clase alta. Hay un orden y un lugar para sentarse. El manejo de los cu-
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biertos, la forma de pelar las frutas o tomar las bebidas deben observarse cuidadosamente, así como la atención a las visitas y el comportamiento en los bailes y tertulias. A medida que las ciudades crecen y se modernizan, los afanes diarios dejan menos tiempo para la retórica y la cortesía. Ya en los años veinte un cronista se queja de que «el fino gracejo volvióse chiste procaz; la galantería tradicional desapareció bajo el amaneramiento de dudosa ley o la pedantería desenfrenada». El escenario privado A principios del siglo las casas de los acomodados generalmente son de una sola planta, aunque existen algunas de dos. Se entra por un amplio portón cuya cerradura abre con una enorme llave. Sigue el zaguán con piso en mosaicos y luego el contraportón. En seguida, a un lado, está la sala reservada para las visitas, la cual permanece cerrada, y al otro lado un salón más informal que usa la familia. De ahí se pasa al primer patio, lleno de enredaderas y plantas en macetas y rodeado de corredores con pilares de madera. A su alrededor se distribuyen las numerosas habitaciones, altas y espaciosas. Tomás Carrasquilla describe así la de Augusto en Frutos de mi tierra: «... el cielo raso blanquísimo y con una lámpara a manera de quinqué, de pantalla opaca con tildejos de cristal. Tapizaba las paredes, papel de afelpados florones y filetes dorados; adornaba las grandes oleografías, en marcos de gruesa moldura, dorada también, que representaban, unas a los soberanos de Italia, y otras a unos frailes alegres paladeando sendas copitas de lo añejo». Las alcobas tienen muebles de comino crespo, palo santo, guayacán y otras maderas finas; al pie de las camas hay esteras chinas o de palma o iraca. Alfombras solamente se ven en casas de gente «muy de lo principal». Además hay taburete o mecedora, escaparate y un reloj de pared. También
en los cuartos hay jarra y taza de porcelana para lavarse en la mañana. Los muebles del resto de la casa van desde los más sencillos aunque bien hechos, de fabricación nacional, como tarimas anchas cubiertas con tendidos y taburetes forrados en cueros sin curtir, hasta los muebles más finos de estilo imperio o español, forrados en lujosas telas o esterillados. Las cortinas son pesadas y oscuras, las lámparas de cristal o porcelana, importadas. Hay mesas esquineras para los adornos y los ceniceros. Canapés isabelinos, consolas torneadas, tocadores. No se ve en nuestras ciudades tanto lujo como en México o en Quito, pero algunas casas derrochan en alfombras, vajillas, cofres, espejos, porcelanas de Sévres, bibliotecas con libros en francés, inglés y español, y otros objetos extranjeros, traídos a lomo de mula o por cargueros indígenas. Lo importado contrasta con los elementos locales; por ejemplo, las tinajeras llenas de agua fresca en la esquina del co-
Dama bogotana en su salita de vestir, 1910 (archivo de F. Carrizosa y R. Herrera).
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medor, o las esteras de iraca que se ponen al pie de sillas y taburetes. El comedor da al primer patio y en seguida, sobre el segundo patio, se encuentra la despensa que parece una tienda por el surtido y la cantidad de granos y víveres que almacena. Le siguen el cuarto de «rebrujo» y de costuras, las piezas de los sirvientes y la cocina, con su fogón de leña, ollas de barro, totumas y piedras para moler el maíz y el cacao, sobre poyos de adobe. Puede haber un tercer patio junto a la cocina y, por último, están el lavadero, el aplanchadero y el depósito de la leña y el carbón. En los patios y corredores se cuelgan jaulas con turpiales, mirlas, toches, canarios, sinsontes y otros pájaros de canto fino. Además de los pájaros, hay perro y gato que conviven con la caterva de criaturas que llegan cada año en la regularidad de las estaciones, según recuerda Alberto Lleras. En la parte de atrás de las casas se recogen las numerosas criadas que se Barrio Colón, de Medellín, uno de los primeros conjuntos de vivienda construidos en el país, en la primera década del siglo XX.
encargan del mantenimiento de ese complejo mundo que es el hogar. Allí se producen las velas, el jabón, el almidón, las harinas, se muelen el cacao y el café. Se hacen embutidos y gran variedad de dulces muy laboriosos. Las casas rematan en un extenso solar o huerta que funciona como receptáculo de todos los desperdicios domésticos. Tiene corral de gallinas y un pequeño huerto con aliños, yerbas medicinales y algunos frutales. En Pereira, según recuerda Euclides Jaramillo Arango, los solares tienen «cañaduzal para sanitario y manga para el ternero», y su entrada propia para las vacas y los caballos. La caída de agua para el baño sólo se consigue en los solares pendientes. El baño consiste en «un pequeño corral de esterilla, sin techo, con una puerta de gante o de encerado y una banquita para poner la ropa. En algunos hogares, en medio del patio principal, se hace una poceta a la que llega el agua y en la cual se bañaban los niños».
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Al principio del siglo las casas se construyen bajo la dirección de un maestro de obra. Sólo se encarga a arquitectos extranjeros el diseño de las principales construcciones civiles. Las casas de las que venimos hablando utilizan los materiales de construcción elaborados con técnicas heredadas de la Colonia: tapia pisada, teja de barro cocido y adobes pegados con cal y canto, una argamasa de cal viva, agua o sangre de res y arena menuda. Cuenta Carlos Martínez que el ladrillo había llegado a Santa Fe de Bogotá desde mediados del siglo XVI, pero que éstos eran de poca resistencia, a medio cocer. Al empezar el siglo XX se producen en serie ladrillos prensados y cocidos a altas temperaturas que facilitan la construcción y la pavimentación de algunas vías públicas. Hasta entonces el cemento es poco conocido entre nosotros. Los alemanes habían experimentado con él desde 1824 y en 1850 ya tienen varias plantas que lo producen. Al país viene
empacado en toneles de madera, por barco, hasta Barranquilla o Buenaventura. De ahí se transporta por río y a lomo de mula hasta los centros urbanos, donde es vendido por libras, como artículo de lujo, si es que no llega fraguado. Los más pudientes lo usan para hacer baldosines y para revestir los baños de sus casas. Relata Euclides Jaramillo Arango que para la construcción del primer edificio de cemento en Bogotá se trajeron técnicos de Suecia y que resultó muy difícil conseguir obreros porque los maestros de obra bogotanos decían que esa aguamasa no servía para nada. En 1909 los hermanos Samper —los mismos que fundaron la primera fábrica de vidrio plano— instalan la primera planta para producir cemento en el país, localizada cerca de Bogotá. Las casas de la gente pobre, en cambio, son de bahareque (una estructura de guadua, cañabrava o palos, cubierta con una mezcla de tierra arenosa, boñiga y agua) o de barro, con techos de
Una villa del barrio de Manga, en Cartagena, años 30.
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Una pileta de baño en una casa particular de Medellín, hacia los años 20.
paja o de lata y, según nos cuenta Alcides Arguedas en sus comentarios sobre el Bogotá de 1930, «... su aspecto es sórdido y miserable. Paredes retorcidas y desconchadas; puertas con remiendos, ventanas sin vidrios. En el piso, ni madera, ni ladrillo y sólo la tierra apelmazada... Las callejas pendientes son muladares infectos; en los jardines donde florecen los rojos geranios se acumulan las basuras». En la misma época, Rafael Ortiz Arango escribe en sus crónicas sobre Medellín que las casas humildes son acogedoras y aseadas, disponen de pocos muebles, sus moradores guardan la ropa en baúles de latas de galleta debajo de
las camas. Tienen patios con materas y solar, y en la cocina un fogón de piedras para la leña o el carbón; cuelgan la carne en un gancho del techo y tienen una tabla donde se pone el mercado para defenderlo de las ratas, ollas de barro y olleta de cobre. Se bañan con agua echada con totuma, junto al lavadero, en la parte trasera de la casa. Sólo hacia los años treinta entran a disfrutar de algunas comodidades tales como el agua corriente y el alumbrado. No es raro que en una misma casa convivan varias generaciones: los abuelos, otros parientes, algún bobo o un huérfano. Alrededor de los años treinta se advierten cambios en las prácticas de construcción, en los estilos arquitectónicos y en el trazado de las urbanizaciones. Ya es más común encargar el diseño de las viviendas a arquitectos extranjeros o nacionales formados en el exterior. En 1936, la Universidad Nacional en Bogotá abre la Facultad de Arquitectura. Los nuevos barrios de la élite están situados en las afueras de la ciudad, como Teusaquillo y La Magdalena en Bogotá; Versalles, Granada y San Fernando en Cali; y Prado en Barranquilla. Éstos cuentan con parques y las casas son de dos o más plantas con garaje y antejardines. En ellas ya no existe el patio central abierto y más bien están volcadas hacia el jardín. Los baños quedan junto a las alcobas, éstas tienen «closets» y las instalaciones eléctricas y sanitarias están disimuladas en paredes, pisos y techos. Las cocinas también se llenan de nuevos utensilios, y se modernizan empezando por las de los hoteles. Al lado de los adornos y objetos importados desde mediados del siglo pasado —espejos, relojes, manteles, sábanas, adornos, vajillas—, desde los años veinte se abre campo a los primeros artefactos electrodomésticos: los radios, las victrolas, las estufas, refrigeradores y lavadoras que invaden inicialmente las casas de la élite para luego extenderse a la clase media en los años cuarenta. La revista Pan, en una propaganda de General Electric,
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exhorta a las amas de casa así: «Gozad de la satisfacción de los enseres domésticos eléctricos. Vuestra casa merece aparatos de calidad y distinción». En 1945 la revista Cromos, a través de Ivonne de Cario, la estrella de la película Salomé, la embrujadora, recomienda adquirir el nuevo y lujoso radiofonógrafo Musophonic, la «última palabra» en diseño para el «encanto del hogar» de General Electric. Ese mismo año un artículo de esta revista registra el hecho de que a las casas de tejas se las llama con desdén «casas antiguas» y se las desprecia por su monótona uniformidad. El hecho es que las amplias casonas llenas de corredores son abandonadas por muchos de sus propietarios para recluirse en apartamentos modernos de ventanas metálicas cubiertas con persianas, con paredes pintadas en lugar del papel de colgadura, con halls en vez de corredores. Y por esta época, alrededor del casco urbano de las mayores ciudades del país, se levantan casuchas con toda suerte de desechos donde habitan los inmigrantes del campo. Las comidas En la sabana de Bogotá, según nos cuenta Alberto Lleras, a principios del siglo el menú consiste en: «... sopas humeantes, mazamorra, sancocho, cuchuco, ajiaco, todas llenas de sabores de yerbas de la huerta, salpicadas de ají, los trozos de carne, las sobrebarrigas, los chorizos...» En la Costa atlántica se sirven butifarras, tamal de berenjena, arroz de lisa, bollos, buñuelos de fríjol, arepas fritas. En Antioquia, sancocho, frisoles, arepa. En el valle del Cauca, sancocho, sango, tamales, fritangas, empanadas. En los Santanderes, mute y cabrito. Las comidas, en general, son sobrias y poco variadas dentro de cada región. Las personas comen con frecuencia, hasta cinco veces al día: desayuno, media mañana, almuerzo, «algo» y comida; a veces se toma una merienda antes de acostarse. Los pobres desayunan con chocolate de ha-
rina de maíz o agua de panela y fritas de plátano verde o arepa. Los ricos, con chocolate del fino o café con leche. Al almuerzo, el grueso de la población toma sopa, come puchero o sancocho o una de las variaciones de la «olla podrida» española, carnes sudadas o fritas, plátano, papa, yuca. A media tarde el «algo» consiste en chocolate o café con leche, pan o pastelería de la región. Al atardecer, todo el mundo regresa temprano a la casa a comer, y luego a rezar el rosario. Muchos meriendan antes de dormir, con chocolate o aguadulce con bizcochuelos, pandequeso, hojaldre o bu-
Aviso de año nuevo ("A happy new year") de la Panadería Viollet, publicado en el "Directorio General de Bogotá", de 1888.
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rantes son muy escasos, y los pocos que existen son comedores públicos que sirven un menú criollo similar al doméstico. Solamente los hoteles y los clubes sociales y uno que otro restaurante elegante —generalmente abiertos por inmigrantes extranjeros— cuentan con servicio a la carta. Las clases populares pueden comer en las pulperías. También hay fondas y posadas en los caminos, con camas y alimentos para los viajeros. Es muy común comprar golosinas, dulces y bocados de sal en la calle, que varían de acuerdo con la región: empanadas, carimañolas, fritangas, cocadas y galletas. Éstas se consumen sobre todo los domingos y los días de fiesta. Euclides Jaramillo recuerda el «mecato» de Pereira en los años veinte: «Los bocados de reina de don Villa, los caramelos con corozo de mi madre Delfina, las chocolatas de misiá Josefita de Arango, los recortes de hostia de donde las hermanas, los bananos de "monsieur", los pandeyucas del Mono Mauser». Además de la «parva» que traen en mula las «caucanas» por el viejo Callejón de Cartago, el surtido lo componen: marialuisas, brazos de reina, ponqués y pandeyucas. Desde el siglo pasado existen reposterías y pastelerías en las principales ciudades y los muchachos llevan unos cuartillos a la escuela para comprar dulces.
Café Cádiz, Medellín, 1919. Estos "cafés" eran salones que ofrecían variedad de comidas y bebidas, y a veces duchas o albercas para el esparcimiento de grupos familiares.
ñuelos. A principios de siglo, el pan y el café son artículos de lujo y el té lo venden las boticas como sudorífico. El menú varía en época de fiestas, como la Navidad o los carnavales. En Navidad las casas comerciales envían a sus mejores clientes canastas (anchetas) con sardinas, salmón, vino español, cerveza alemana, vino tinto francés, manzanas y otras rarezas. Los miembros de la familia siempre comen juntos en casa. De acuerdo con el Manual de urbanidad para niños,
«... en la mesa hay que portarse con discreción, porque allí es donde más se repudian los defectos». Los restau-
Para el diario, la mayoría de los alimentos se consigue sin preparar. La abundancia y variedad en el mercado es algo que destacan todos los viajeros. Al mercado público de Bogotá, por ejemplo, llegan toda suerte de animales vivos: gallinas, patos, gansos, pavos, perdices, pichones, palomas, cangrejos y peces. También se venden platos ya elaborados, como chorizos, morcilla, manteca en rosarios hechos de tripa, tamales y muchas clases distintas de dulces, frutas, semillas y granos. Las compras de los productos que no se deterioran se hacen en grandes cantidades. En una lista de encargos de una familia de 1919 figuran los siguientes artículos: atados de panela, capachos de sal y pilones de azúcar.
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La visita al mercado es complementada con el aprovisionamiento diario en tiendas y graneros y con las compras a vendedores que ofrecen de puerta en puerta productos como la carne y las legumbres que se tienen que adquirir con frecuencia por la falta de nevera. También se compran en la puerta las panelitas de cidra, de piña, de coco y de guayaba, bolas de leche, pastel de gloria, hojaldra, lengüitas, gelatina de pata; en el Valle, dulces desamargados, manjar blanco con jalea de guayabas y colaciones; en la Costa, quesadillas de coco, dulces de chaza y panderos. Muchas familias tienen sus propias vacas para ordeñar. Gustan sacar sus «postreras» o vasos espumosos de leche ordeñada directamente de la ubre, y preparan mantequilla y quesos. Los demás, compran estos productos a las lecheras que los llevan de casa en casa. De las fincas se traen productos de las huertas y frutas silvestres. Desde mediados del siglo pasado, con las medidas del libre cambio, el comercio de importación trae licores, enlatados y condimentos extranjeros para las clases ricas, que se venden en las droguerías. En 1923 el libro Colombia cafetera registra entre otros los siguientes alimentos importados: jamones, salchichas, quesos, pastas, almendras, té, chocolates, levadura, frutas secas y conservas. La dieta de los pobres, en cambio, está constituida sobre todo por maíz, fríjol, yuca, plátano, arroz, panela, carne, tocino, huevos, papa, chocolate y manteca. La crisis de 1929 obligó al pueblo a disminuir la cantidad y variedad de víveres consumidos. Existe una industria casera desde el siglo XIX, que utiliza mano de obra femenina e infantil para la producción de algunas bebidas y alimentos —como la chicha, la cerveza, el guarapo, el chocolate, la harina de maíz—. Hacia los años veinte, con la industrialización, algunos de estos productos y otros nuevos se empiezan a elaborar en fábricas. En esta época las mujeres están saliendo a trabajar
fuera de la casa y las ciudades cada vez más extensas imponen un ritmo de vida más rápido. Uno de los elementos de la vida diaria que varían por las nuevas circunstancias son los hábitos alimenticios. Aumenta la demanda de productos preparados o semipreparados. Claro que cambiar el gusto tradicional siempre ha tenido sus tropiezos. Por ejemplo, al ingenio de azúcar La Manuelita, uno de los pioneros en la industrialización del país, le costó mucho trabajo imponer el novedoso edulcorante blanco y brillante porque la gente creía que era dañino para la salud, pues el inicio de su consumo coincidió con brotes de tifoidea y disentería por la concentración de tropas y la mala alimentación después de
Vendedoras de la Gran Panadería Francesa "La Estrella", de Medellín, 1923.
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Cocina de carbón en una residencia de Bogotá, hacia 1915.
las guerras civiles. Pero a fines de los años diez el azúcar ya está en la lista de los artículos de consumo corriente en las principales ciudades del país. Inicialmente, el azúcar no se conoce granulado sino que viene en grandes conos de varias arrobas que se parten con hacha para vender al menudeo. Los cambios ocurridos en los años veinte afectan todo el universo culinario: los alimentos y los sitios donde se ingieren, los utensilios, el aspecto físico de las cocinas y las maneras de mesa. Si antes de esta fecha había sido más fuerte la influencia de la comida campesina sobre la ciudad, desde ahora y sobre todo a partir de los años cuarenta, la ciudad es la que impone, en materia de comer y cocinar, sus innovaciones al campo. Desde la segunda mitad del siglo XIX, la cocina había dejado de ser ese lugar oscuro y primitivo donde se cocinaba sobre unas piedras en el suelo. Se había introducido el molino casero que dejó descansar a las mujeres
de triturar el maíz y el cacao sobre una batea de piedra. Se incorporan, al lado de las totumas y los estropajos, los artículos de vidrio y de loza que ya se producen localmente. Claro que se sigue cargando el agua en vasijas de barro y empleando leña o carbón para preparar los alimentos. La banca de la cocina es uno de los lugares favoritos para conversar y oír cuentos de las criadas. En Estados Unidos desde 1890 se empiezan a usar en las tiendas cajas de hielo para preservar los alimentos; en 1900 los lavaderos y en 1908 las estufas eléctricas y las primeras licuadoras con agitadores manuales. El impulso decisivo para el cambio de utensilios y diseño de los interiores de las casas lo ocasiona la primera guerra mundial, que hizo salir a las mujeres del hogar y reemplazar a los hombres mientras éstos estaban en el frente. Se requiere agilizar el trabajo de la mujer en el hogar y hacer parte de las comidas fuera de casa. Se generaliza el uso de las estufas, neve-
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ras, lidiadoras y otros electrodomésticos que ahorran tiempo y energía en la preparación de alimentos. Cambian los sistemas para su conservación, y con ello los hábitos de aprovisionamiento. En nuestras ciudades las cocinas de la élite comienzan a modernizarse poco a poco alrededor de los años veinte con la importación de estos adelantos técnicos. En los años cuarenta puede observarse en las cocinas una mezcla de «corotos» tradicionales y utensilios modernos. En los años cincuenta, con el desarrollo de la industria nacional de electrodomésticos, éstos entran a los hogares de la clase media y poco a poco van desapareciendo de las cocinas los pilones, las piedras de moler, los molinillos, o van quedando relegados a las fincas y al campo. Las cocinas integrales son anunciadas como las cocinas de moda, y en general se simplifica la preparación de los alimentos, el arreglo de las casas, el lavado y planchado de la ropa y disminuye el tiempo que hay que dedicarles a los oficios domésticos. Hacia mediados del siglo, con el desarrollo de la industria nacional, se impone el consumo de productos que facilitan la preparación de las comidas: es posible adquirir conservas, harinas, maicena, sopas precocidas. Los enlatados siguen siendo extranjeros y se consumen en ocasiones muy especiales como bocados exquisitos en los paseos, en la celebración de aniversarios, en Semana Santa y otras fechas especiales. Las jornadas de trabajo y la expansión de las ciudades imponen otro estilo de vida. Aparecen nuevos productos alimenticios que facilitan la preparación de comidas rápidas: sopas y leche en polvo, spam enlatado, caldo de carne concentrado, salsa de tomate, pastas industrializadas. Y en vez de hacer todas las comidas en casa, se visita con mayor frecuencia los restaurantes, elegantes o populares, los drive inns o estaderos para automóviles, las cafeterías o las ventas callejeras de comidas rápidas, bien adaptadas del
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recetario tradicional o de los nuevos hot dogs y sánduches copiados de Norteamérica. La mayoría de estos puestos están dirigidos a los sectores medios y populares de la población urbana y existen también en las carreteras, para ofrecer bocados a quienes salen en sus carros en paseo dominical. Las comidas obviamente varían según el estrato social. Entre los más pobres se come más en función de la cantidad que de la calidad. Se trata ante todo de calmar el hambre y los hábitos de consumo los determina más el ingreso que el gusto. Es en este sector de la población donde a pesar de las innovaciones se mantienen más los rasgos de la comida rural. A finales del período que estamos considerando, los años cincuenta, algunos productos como la carne de cerdo, por ejemplo, que hacían parte de la alimentación popular a principios del siglo, se reducen por su encarecimiento. También se introducen consumos antes exclusivos de la élite, como las ensaladas y las legumbres. Entre las clases media y alta se enriquece mucho más la variedad en las preparaciones alimenticias. De la ventana al altar Una vez termina de comer, cuando aún no se ha puesto el sol, la muchacha casadera se prepara para salir a la ventana, acicalándose frente al espejo con polvos de arroz y peinándose el cabello con agua. «Después del último pase a su tocador —recuerda doña Sofía Ospina de Navarro— iba a sentarse en la ventana para aguardar, emocionada, la aparición del pretendiente». Éste llega acompañado de un amigo de confianza («candelera»), luciendo las prendas más elegantes, entre ellas chaleco de fantasía y bastón. Luego de las «buenas tardes», el pretendiente pasea de esquina a esquina, cambiando miradas y preguntas con su agraciada dama. Sin duda, el lenguaje del galanteo son los suspiros, los remilgos y los gestos, más que las palabras. La
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visita es vigilada cuidadosamente por los padres y familiares, que con diversos pretextos como tomar agua, sacar el perro a la «manguita» o tomar tinto, comprueban el «juicio» de la pareja. En ocasiones el novio envía a su amada postales extranjeras que hablan por sí solas; en ellas escribe a veces poemas o comentarios con secretas alusiones a inocentes episodios entre ambos. Los regalos que intercambian son cajas de dulces italianos y galletas inglesas. El elogio de la belleza de la amada puede asumir formas diversas, bien en metáforas de la comida popular, como en esta copla: Así como el cucharón, rebulle el hirviente ajiaco, usted a cualquier cachaco le rebulle el corazón. O bien, en emulación del arte clásico, como en estos versos de Julio Flórez: ... una visión de soberana diosa en que todo supera al arte griego, desde tus plantas de color de rosa, hasta tus rizos de color de fuego. Al encenderse el alumbrado público, la madre llama a su hija y ésta cierra la ventana, no siempre a gusto, luego de despedir al novio. Las rimas populares lo recuerdan bien: Mamita no me regañe que vusté también lo hacía: asomarse a la ventana cuando mi taita venía. Y esta otra: Se parecen al murciélago los novios de la ciudá nuay cosa que más les guste que ir por la oscuridá. Al caminar por las ciudades antes del anochecer, puede verse multitud de parejas en las ventanas o en las puertas, zaguanes o aceras, según la clase social. Después de las nueve de
la noche son escasos los transeúntes. Luego de la inolvidable entrevista en la ventana, el novio «partía tranquilo, sintiendo aumentar por momentos, en su pecho, la dulce llama del amor». Otros menos castos prolongan sus coqueteos en casas de damas de vida disipada, marcadas a veces con bombillas rojas por orden del alcalde. Algunos grupos de serenateros se disponen a demostrar el amor del pretendiente: «Abre por Dios un momento / un instante tu ventana / y escucha de mi instrumento / el angustioso lamento / por tu amor dulce tirana...» Las serenatas son cantadas por artistas profesionales, por merenderos o por amigos del novio. En los años treinta se conoce «el caso vulgar de un provinciano que cortejó a su paisana con una serenata con discos del peor gusto artístico, la que finalizó cuando desde los balcones de la homenajeada le arrojaron al imbécil tenorio un poco de agua», según recuerda Jorge Añez. Los más pudientes llegan a cargar con un piano para ofrecer mejor su serenata. Está arraigada la idea de que los sufrimientos son requisitos indispensables del afecto, tal como escribe Julio Flórez: «... el amor nada vale sin tormentos / sin tempestades el amor no existe». La infidelidad, el despecho y los sentimientos no correspondidos inspiran numerosas canciones, donde se añora el «perfume de esa boca que nunca he de besar», las caricias «de esa mano de palidez lunar» o se acude a la naturaleza como mensajera convincente: «Fúlgida luna del mes de enero / raudal inmenso de eterna luz / a la insensible mujer que quiero / llévale tiernos mensajes tú». Muchas almas trémulas y muchos corazones desengañados vibran con Mis flores negras: «Oye, bajo las ruinas de mis pasiones, / y en el fondo de esta alma que ya no alegras / entre polvos de ensueños y de ilusiones / yacen entumecidas mis flores negras...» El novio entra finalmente al hogar de su pretendida cuando aspira a contraer matrimonio, siempre y cuando
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cumpla con ser de buena familia, sanas costumbres, excelente presentación y correctos modales. Tiene lugar entonces la «pedida de mano» bajo un riguroso protocolo. El padre, o la madre viuda del pretendiente, solicita una entrevista por escrito al padre de la novia, quien la acepta con ignorancia fingida sobre el objeto de la visita. La novia, según doña Sofía Ospina de Navarro, pasa el día llena de nervios, con las manos frías y sin apetito. Luego de conocer la aceptación de la entrevista, el novio envía flores a la novia. Se viste de Dorsay y se perfuma con agua de colonia, quedando listo para la primera visita oficial. Cada noche, antes de la boda, va a la casa de su prometida y también visitan juntos a parientes y familiares para participarles las nupcias. Entretanto, la novia alista el ajuar: batas señoriles para usar durante el desayuno del marido, sacos para la futura maternidad que despiertan especiales emociones en la contrayente. Son de rigor la argolla y el anillo para la novia, y argolla para el novio, que son intercambiados en una fiesta celebrada en el mejor salón de la casa («la argollada»). Ningún novio se atreve a romper el compromiso por el escándalo social que suscitaría. El matrimonio se realiza usualmente al final de la mañana. Las recepciones más elegantes se efectúan en los clubes sociales, o en la residencia de la novia, lujosamente decorada. Los recién casados parten generalmente a una finca para pasar la «luna de miel». Después de los veinticinco años, una mujer que no se ha casado se considera «quedada». Muy pocas se embarcan en un «matrimonio a disgusto», porque significa terminar relaciones con los padres, al contrariar sus recomendaciones y consejos. Las jóvenes sienten horror de «quedarse vistiendo santos» como las beatas, que son conocidas por su afición a madrugar a misa para comulgar y por ciertas extravagancias como la de aquella que mordió a otra «dejándole el hueso pelado» porque se hizo en una banca más adelante que ella en la iglesia.
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El papel poco idílico de la mujer en el matrimonio es puesto de presente por la cronista antes citada: «Amaba a su marido con temor y respeto, si acaso lo amaba, y puede decirse que su única misión se reducía a cumplir inconscientemente las leyes fisiológicas, ofreciendo anualmente al mundo un hijo sano y fuerte, como podía hacerlo cualquier animal de selección». «Si el marido no daba la medida de sus deberes —cuenta Rafael Ortiz— las familias le volvían la espalda, y los
Pareja de novios en una pieza publicitaria de los años 20. Ritual amoroso sometido a estrictas ceremonias y leyes.
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Matrimonio en Medellín, 1895, testimonio fotográfico de Melitón Rodríguez.
padres de la esposa recibían a ésta cuando se separaban, cosa que generalmente ocurría [...] por la ineptitud del marido. Cuando la culpa era de la esposa, usualmente por adulterio, entonces la mujer tenía que emigrar a las casas de lenocinio de las ciudades capitales.» El matrimonio católico es obligatorio para llevar vida marital. Los enlaces civiles sólo se toleran para quienes son de otras religiones. Para la Iglesia, el matrimonio civil «no es sacramento ni es matrimonio para los cristianos católicos, sino una unión gravemente culpable ante Dios y escandalosa para el prójimo». Sólo la muerte disuelve la unión. Estas creencias están especialmente arraigadas entre la población del interior, que tiene altas tasas de nupcialidad y de nacimientos legítimos, si se comparan con las regiones
costeñas y el Valle del Cauca, donde hay baja nupcialidad católica y alta ilegitimidad en los nacimientos. Sólo a partir de 1951 los censos de población empiezan a registrar las uniones libres y las personas separadas. La Virgen María es el modelo de castidad para las mujeres célibes: «La Virgen ama al puro / y al continente; / y aplasta al deshonesto / como serpiente.» No obstante, la prostitución y las enfermedades venéreas no son extrañas, ni las imágenes licenciosas, que circulan clandestinamente. En Medellín la prostitución se reglamenta desde 1898. La Iglesia, a través del Obrero Católico, combate «la impureza que agota las energías orgánicas» y a las casas de lenocinio o «casas de espectros», con lo cual sin duda adquirieron fama. En Bogotá es muy renombrada la «Gata Golosa», donde
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«no se respiraba un ambiente espiritual ni mucho menos [...] sino ese perfume Coty, que despedían los trajes de las grisetas y pupilas de la conocida y famosa celestina»; allí dilapidaron muchas fortunas los viejos verdes y los jóvenes inexpertos, según se dice. Ya desde la segunda década del siglo aparecen en las ciudades los primeros «institutos profilácticos», «oficinas de control de enfermedades venéreas» y «oficinas de control de mujeres públicas». Se afilian, notifican y otorgan permisos para salir de la ciudad a las mujeres de «vida airada» y se tratan las enfermedades venéreas con Neosalvarsán, o con la «bala mágica de Erlich» en el caso de la sífilis. Para los años treinta un cronista observa: «Tenemos de nuevo algunos ejemplares de un tercer sexo en la "high": damas masculinizadas que to-
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man whisky y juegan naipe de lo más preciso, y "titinos" afeminados que duermen de redecilla, se pintan y se ponen polvos.» La popular Ki-Ki (Emilia Pardo Umaña), «doctora en amor», abre su consultorio sentimental por primera vez en el año 1936. En las páginas de la prensa empiezan a ventilarse públicamente los dolores, las dudas y los apuros del amor, por parte de lectores anónimos, reales o ficticios. Atormentada, pregunta qué hacer ante el hecho de que su mejor amiga intenta quitarle el novio; una viuda Escrupulosa quiere saber si debe casarse con un hombre que tiene diez años menos que ella; una Enamorada de dieciocho años afirma que sus padres no la comprenden y son retrógrados. Cecilia quiere casarse, pero no tiene con quién. Una Mal casada está desilusio-
Un té-canasta, Medellín, 1949. Esta modalidad hace parte de la vida social de la clase alta al promediar el siglo XX.
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nada de la vida, tan sólo dos meses después de la boda. De este modo, muchos corazones pendientes de respuestas encuentran interlocutores invisibles y cómplices desconocidos. Galenos y dolencias La institucionalización de la «medicina científica» se inicia lentamente con el nacimiento del siglo. Según el balance de un observador de fines del siglo XIX, para entonces existen tres tipos de médicos. En primer lugar, los «charlatanes y curanderos», integrados por los «chacareros» que usan la piedra de rayo, el hueso de gurre, la uña de la gran bestia y otros adminículos para curar; por los «yerbateros», conocedores de la botánica medicinal —a veces se les llamaba «el indio» («... tráigame el indio que estoy enfermo»)—; ellos elaboraban «papeletas» con cuyo contenido se hacía el remedio que debía ser tomado a horas precisas y preparaban también maleficios y eran temidos por ello. Y tamLa Droguería Americana del doctor Durán, en Girardot, fundada en 1906. Foto publicada en el "Libro Azul de Colombia", 1918.
bién por los «sobanderos» que arreglan luxaciones, esguinces y fracturas. El segundo grupo son los «aficionados o empíricos», integrados por boticarios, enfermeros o personas inclinadas a la medicina, que aprendían las recetas corrientes en los libros. Una ordenanza en Medellín, muy reveladora, prohibe a los boticarios la expedición de recetas en términos oscuros o en clave. Para desempeñar el oficio se requiere permiso oficial. Los homeópatas, que han aprendido en los libros o por tradición oral el manejo de las «tinturas madres» y a recetar los glóbulos de Humphreys, también tienen sus adeptos. En el Libro Azul (1918) se anuncia la doctora Sara Páez, especialista en cáncer y ginecología, diplomada por el Instituto Homeopático de Colombia y por un colegio médico de Chicago; también la doctora atiende consultas por correspondencia. El tercer tipo son los médicos profesionales. Los primeros estudian en Francia e Inglaterra. Inicialmente
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compiten con los boticarios, comadronas y homeópatas. Entre sí, los médicos profesionales discrepan en la forma de concebir el oficio. Desde el paternal y comprensivo galeno, de gran cultura y popularidad, como lo fue Manuel Uribe Ángel, hasta aquel que escribe en los Anales de la Academia de Medicina de Medellín, en 1918: «la medicina no es un sacerdocio, es un negocio». Esta concepción lleva a lo que algunos calificaron de descomposición de la profesión. Las falsas promesas de curación, la utilización indiscriminada de sustancias peligrosas, la expedición de certificados o licencias falsas, llevaron posteriormente a la necesidad de reglamentar la profesión. El médico de familia atiende en las casas y para ello dispone de caballo que amarra en el zaguán o de la ventana de la casa del enfermo. Con la mayor disponibilidad de camas en hospitales y clínicas privadas, atienden también allí. Como recuerda un cronista de Cali, los médicos ejercían su profesión «en consultorios anexos a sus casas de habitación; y todos tenían su botica o pequeña farmacia con un farmaceuta o boticario entrenado por ellos mismos, pues tenían amplios conocimientos en materia médica, farmacológica y terapéutica. Las boticas ostentaban hermosas redomas de cristal, frascos y potes de porcelana y de cerámica bellamente decorados con el caduceo y plantas medicinales, y los nombres de las materias primas, droga blanca, extractos secos y tinturas para preparar los julepes y británica, ya magistrales, de la propia iniciativa del médico. No faltaban tampoco el clásico almirez o mortero y el pildorero». La biblia de médicos y boticarios es la Farmacopea de Dorvault. Las cirugías se efectúan en el hospital o en la propia casa de los ricos. Los partos los atienden comadronas experimentadas. La parturienta guarda «dieta» por cuarenta días, alimentada con caldo de gallina y chocolate aliñado. Los médicos familiares se consideran consejeros y amigos; luego del
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Aviso de la Farmacia de Gutiérrez, en el parque Santander, de Bogotá, que ofrece varios y curiosos específicos ("El Correo Nacional", marzo, 1905).
examen físico del paciente, en el que emplean el «ojo clínico», viene la etapa de curación en la que la conversación es «la terapéutica del convencimiento». Las dolencias triviales no se consultan al médico, siendo tratadas con remedios caseros. Los párpados pegados se curan con flor amarilla de ruda en agua caliente; el dolor de estómago, con un masaje de aguardiente alcanforado; al trabado de lengua se le da caldo de pinche; la única vacuna conocida es contra la viruela. Los «nervios» se curan con baños frecuentes, sol, comida abundante, brandy, ejercicios y exposición al sereno. Una pierna enferma de erisipela se frota con la barriga de un sapo, las lombrices intestinales se atacan con agua de las siete yerbas. Para la bronquitis se
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"La ciudad alegre y agripada", caricatura de "Bogotá Cómico", publicada en noviembre de 1918, con motivo de la mayor epidemia de gripe que haya sufrido la ciudad.
recomiendan sinapismos de mostaza, y para la calvicie, manteca de oso. La neumonía (tratada con ventosas y agua de San Ignacio), la fiebre tifoidea, la difteria, la poliomielitis, el paludismo, el tuntún o anemia tropical, la tos ferina, la gripa, la parasitosis, son las enfermedades que más aquejan a la población. De una persona débil, impresionable y enfermiza se dice que es «clorótica».
Se acostumbra purgar a los niños dos veces por año. Con la leche de higuerón para expulsar gusanos; con aceite de castor y jugo de naranja para las lombrices; también sirven para los mismos propósitos el agua de paico y el aceite de palma christi. Su sabor, calificado de aterrador, se pasaba con agua de panela, y al decir de un beneficiario «nos dejaban extenuados, pálidos y ojerosos». Quizás la mayor epidemia del período fue la gripa de 1918, que atacó a personas tanto pobres como de clase alta, por lo cual su repercusión social fue muy grande. Cromos difunde fotos de prestigiosas víctimas de la epidemia y terribles escenas de pobres fallecidos en la vía pública o envueltos en la miseria y la enfermedad en sus casuchas. «Su excelencia la grippe —como se le llama—, se inicia con un espasmo, un estornudo. La garganta reseca, carraspera, dolor en las piernas, frío en los pies, ardor en los ojos, cefalalgia, la espalda dolorida [...] llega el médico [...] fórmula: sulfato de soda, quinina, antipirina, aspirina, bebidas calientes.» La quinina escasea, hay que ensanchar el cementerio, los pobres fallecen en las calles, los ataúdes se encarecen. El sudorífico de moda es una gran taza de ron con dos o tres gotas de agua de panela. La peste transforma a los peatones de la capital: «Los transeúntes —puede leerse en la revista Cromos del 2 de noviembre de 1918— vamos todos envueltos, calado el sombrero hasta las orejas, crecidas horriblemente las barbas y los ojos puestos en la nuca: se diría que nos han desenterrado.» La ciudad se paraliza: los almacenes cerrados, descompuesto el tranvía y suspendido el trabajo en muchas partes. Durante los años veinte, ya no la gripa sino el «cólico miserere» (peritonitis), causa numerosas víctimas entre la gente de clase alta. Algunos creen que si es benigno puede curarse tomando agua de chorro en ayunas. Cobra gran auge la comercialización de innumerables compuestos, específicos y preparados, destinados a curar
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muchas «dolencias» que en ocasiones los mismos remedios crean y les dan nombres. Muchos de éstos se ofrecen también como panaceas. Resulta significativa la opinión de José Manuel Restrepo: «Nos hallamos en los tiempos de la medicina "envasada" en que cada enfermo tiene su remedio soberano y en que la presencia del médico es cosa accesoria, ya que se consulta tan sólo cuando se ha fracasado en el ensayo de todo lo que en la prensa o en el radio se ha visto u oído recomendar.» Es así como pueden encontrarse remedios para los «desarreglos» propios del sexo femenino (irritabilidad, nerviosidad, dolores, trastornos menstruales); para la escrófula y el raquitismo infantil y para señoritas cloróticas y anémicas (emulsión de Scott, depurativo, jarabe yodotánico); para curar a un hombre del vicio del alcohol (escribir a una misteriosa dirección en Nueva York); contra la flacura (pastillas Carnal, elixir Olímpico, «el mejor generador de carnes y sangre», útil además contra el paludismo, la debilidad nerviosa, la impotencia y la neurastenia). Para la debilidad genital, agotamiento vital y sangre pobre, se recomienda Jerez Kukol afrodisíaco; para recibir información sobre la ciencia del strongfortism, escribir a Nueva York; para el desarrollo de senos hermosos (pildoras circasianas, pilules orientales). Así mismo se ofrecen decenas de remedios de todas clases contra la sangre impura, los piojos y liendras, el dolor de cabeza, la bilis, el reumatismo, las lombrices, tenias y gusanos, el sistema nervioso, la tisis, el insomnio, los callos... «Específicos» que en realidad son «genéricos»: ¿Cómo es posible curar con un solo remedio males tan dispares como la «sangre impura», la debilidad nerviosa y la neurastenia? Gracias a estas estrategias los preparados extranjeros abrieron un mercado para la producción nacional, que más tarde iría a intentar reemplazarlos con relativo éxito el Laboratorio Uribe Ángel y el Laboratorio CUP. Pese a que los primeros boticarios se en-
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cuentran desde 1820, sólo en 1929, siguiendo la ley 11 de 1927, se crea una escuela para farmaceutas. Un gran silencio se extiende sobre las enfermedades mentales. Para algunas regiones, los boletines de estadística municipal ofrecen cifras de personas recluidas en los manicomios. Con motivo de la segunda guerra mundial se hace imposible viajar a Europa. Los nuevos médicos van a especializarse ahora a Estados Unidos, donde además se han realizado en las últimas décadas grandes avances científicos. Quienes regresan se instalan en las grandes ciudades, donde encuentran demanda por sus servicios y buena remuneración. En los treinta siguen pululando los compuestos y prosperando los llamados a la conveniencia de utilizarlos: «Ciertos órganos internos de las mujeres se congestionan e inflaman con facilidad. Para eso basta un susto, un sacudimiento fuerte [...] mojarse los pies o alguna imprudencia. Estas inflamaciones son causa de enfermedades peligrosas.» La biliosidad, la flatulencia, los desórdenes intestinales, son reclamos para consumir compuestos. Así mismo se ofrecen productos para dentaduras postizas y vitaminas. Pero también aparecen la penicilina y las sulfas entre otras drogas que reemplazan la preparación en las boticas por remedios patentados y producidos industrialmente. En 1940 el gobierno reglamenta la producción de los laboratorios, exige que estén en manos de especialistas y prohibe el reenvase de drogas extranjeras. Hasta entonces, el médico basa sus conocimientos en la experiencia y en los dictados de la escuela francesa. A partir de esta época vienen misiones extranjeras y toma auge la escuela norteamericana. El Instituto de los Seguros Sociales (ICSS) es creado en 1946 para atender los requerimientos de salud de los trabajadores. En los años cincuenta los centros asistenciales se han generalizado. Sin embargo, la situación de salud en las zonas rurales es muy precaria.
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El luto En las ciudades del interior del país son de rigor femenino durante el velorio los ataques de nervios y las frases sentimentales. Los asistentes reciben grandes cantidades de bebidas calmantes y chocolate. La muerte del esposo es para la viuda enterrarse en vida: se despoja de las joyas, se alisa el peinado o la trenza, no vuelve a sonreír, pierde el apetito y llora mucho. Su vestuario es un sayón negro de paño grueso; madruga a misa envuelta en una mantilla y alguna hasta resuelve usar sombrero especial para viudas. Las ventanas no se abren y todo permanece en penumbra y con poco aire. En las visitas de pésame se comentan los detalles de los últimos días del difunto. Los hombres de la clase alta se abstienen del club y el teatro durante el luto. Éste puede durar, aun en caso de familiares lejanos, hasta seis meses; las nietas usan trajes oscuros, sombrero y guantes de cabritilla negros. A principios del siglo es corriente fotografiar a los niños muertos, envueltos en telas blancas, como ángeles, o en brazos de sus padres. La miseria urbana produce muertes callejeras desde los años veinte: en 1923 causa gran impresión en Bogotá una mujer pobre que deambula por las calles con su hijo muerto. Las pasiones más acendradas pueden llevar a la muerte, también la defensa del honor perdido o mancillado. Luis Tejada observa que «se mata o se muere por dos cosas principales: por avaricia o por celos [...] pero la avaricia y los celos no son sino dos formas distintas de amor a la propiedad». La Iglesia ejerce un control estricto sobre los cementerios. Los ateos, suicidas y creyentes de otras religiones no tienen lugar en aquéllos y deben ser sepultados en cementerios especiales o a escondidas en un solar, en los patios de las casas o en las cañadas. Las autoridades acusan y persiguen a los familiares y hasta se les condena a prisión por violar la ley. Sin embargo en 1932, cuando Braulio Botero logra
inaugurar un «cementerio libre» en el departamento de Caldas, los fondos para su construcción provienen de convites y bazares a los que asiste la población de Circasia, convocada por mensajes secretos y hojas volantes impresas por tipógrafos radicales; la Iglesia amenaza con la excomunión para disuadir a los asistentes; con el cambio de gobierno de 1930, logran auxilios económicos para concluir su construcción. «Decenas de ateos, masones, socialistas, librepensadores, rosacruces, materialistas, protestantes, suicidas y extraños o atormentados personajes comenzaron a ser inhumados [...] unos en tierra, otros en nichos y criptas en forma de copa, mientras algunos se hacían enterrar de pie.» Años más tarde aparecen otros cementerios similares en Medellín, Girardot, Popayán y Bucaramanga. Durante la época de la Violencia, el cementerio de Circasia es semidestruido: «Sus muros y monumentos fueron dinamitados y demolidos a martillazos [...] los vándalos abrieron las tumbas y las profanaron. Por último, echaron a cebar en sus jardines una manada de cerdos», según recuerda su fundador. En la región de la Costa Caribe se manifiestan herencias africanas mezcladas con usos españoles en los ritos del entierro y las costumbres del luto. Aunque varían de un lugar a otro, tienen algunos elementos en común, pero al avanzar el siglo se fueron transformando o desaparecieron. Se cree que el espíritu no abandona inmediatamente el cuerpo, los deudos entonces lo acompañan por nueve noches después de las cuales en algunas poblaciones lo despiden juntando sus pertenencias y quemándolas. La jerarquía del muerto es proporcional al número de carros que acompañan el féretro. Este irá transportado a hombros, detrás del desfile. Cargar el muerto es algo que sólo deberán hacer personas sanas, de lo contrario «se les contagiarán los fríos». Se ven colores muy vistosos en los trajes de la gente. La costumbre de dirigir el novenario
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contratando rezanderas, que aún se conserva en los sectores populares en la primera mitad de este siglo, se deriva de las novenas con cantos de plañideras y toques de tambor que antes se hacían. La plañidera —oficio heredado— y la dueña de la casa hacen un altar con un crucifijo, un cuadro de la Virgen del Carmen, patrona de las ánimas, o las diosas del fuego (Changó o Santa Bárbara) al lado de un arreglo de flores naturales o artificiales, velas, un vaso de agua y una palangana para que el espíritu beba si tiene sed. La última noche va más gente y se queda en la casa toda la noche velando al difunto, hasta que de pronto los hombres comienzan a recoger en silencio los objetos pertenecientes al muerto. Después de quemar estos objetos, regresan en medio de un llanto exagerado, a abrir puertas y ventanas, mientras la rezandera desbarata el altar.
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Las costumbres de la vida diaria Habitar un espacio, vestirse, comer, amar, enfermarse, morir son acciones que cambian en sus contenidos —«se modernizan»— a lo largo del siglo xx en las ciudades colombianas. De unas costumbres tradicionales, cerradas sobre sí mismas, poco variadas, regidas por el qué dirán y la Iglesia, se pasa a unas maneras urbanas más informadas y abiertas a las influencias foráneas, casi más «libres» y más inmersas en la «civilización». Los cambios en la vida económica y laboral, los nuevos productos que ofrece la industria local y los que siguen llegando del exterior, marcan cambios en los estilos de vida y en la sensibilidad y apetencias de la gente. Todo ello es lo que hace posible que el ciudadano colombiano de 1900 pueda llegar a ser completamente distinto medio siglo más tarde.
Clementina Duque con su hija muerta, Benjamín de la Calle, 1914.
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Nueva historia de Colombia/director Alvaro Tirado Mejía. -Bogotá: Planeta Colombiana Editorial, 1989. 8v.: Os., mapas; 24 cm. Contenido: v.I: Colombia indígena, conquista y colonia / Gerardo Reichel-Dolmatoff... [et al ] - v.2: Era republicana / Javier Ocampo López... [et al.] - v.I: Historia política 1886-1946 / Jorge Orlando Melo... [et al.] - v.II: Historia política 1946-1986 / Catalina Reyes Cárdenas... [et al.] - v.III: Relaciones internacionales, movimientos sociales / Fernando Cepeda Ulloa [et al.] - v.IV: Educación y ciencia, luchas de la mujer, vida diaria / Magdala Velásquez Toro... [et al.] - v.V: Economía, café, industria / Bernardo Tovar Zambrano... [et al.] - v.VI: Literatura y pensamiento, artes y recreación / Andrés Holguín... [et al.]v. 1-2 corresponde al Manual de Historia de Colombia editado por Colcultura. ISBN 958-614-251-5 Obra completa 1. COLOMBIA - HISTORIA - HASTA 1986. 2. COLOMBIA - CONDICIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES. 3. COLOMBIA POLÍTICA Y GOBIERNO, 1886-1986.I. Tirado Mejía, Alvaro, 1940CDD 986.1 N83
Nueva historia de Colombia: educación y ciencia, luchas de la mujer, vida diaria / director académico Alvaro Tirado Mejía. - Bogotá: Planeta Colombiana Editorial, 1989. v.IV: 408 P , ils.; 24 cm. Contenido: v.IV. Condición jurídica y social de la mujer / Magdala Velásquez Toro. La educación en Colombia: 1880-1930 / Renán Silva Olarte. La educación durante los gobiernos liberales, 1930-1946 / Jaime Jaramillo Uribe. La educación en Colombia, 1946-1957 / Aline Helg. La educación en Colombia, 1957-1980 / Aline Helg. Cien años de ciencia colombiana / Gabriel Poveda Ramos. La astronomía, 1885-1985 / Jorge Arias de Greiff. La historiografía colombiana / Bernardo Tovar Zambrano. La filosofía en Colombia / Rubén Sierra Mejía. El pensamiento económico en Colombia / Enrique Low Murtra. Historia de la sociología en Colombia / Gonzalo Cataño. Antihéroes en la historia de la antropología en Colombia: su rescate / Jaime Atocha Rodríguez. La medicina colombiana, de la Regeneración a los años de la segunda Guerra Mundial / Néstor José Miranda Canal. Las técnicas agropecuarias en el siglo XX / Jesús Antonio Bejarano Avila. Vida diaria en las ciudades colombianas / Patricia Londoño Vega, Santiago Londoño Vélez. ISBN 958-614-257-4 tomo IV 1. MUJERES - SITUACIÓN LEGAL. 2. COLOMBIA - CONDICIONES ECONÓMICAS Y SOCIALES. 3. COLOMBIA - POLÍTICA Y GOBIERNO, 1939-1957 4 EDUCACIÓN COLOMBIA - HISTORIA, 1880-1980. 5. SOCIOLOGÍA - HISTORIA - COLOMBIA. I. Educación y ciencia.
CDD 986.1 N83