Lucía Miranda (1860) / Edición, introducción y notas de María Rosa Lojo y equipo. 9783964564009

Edición de la "Lucía Miranda" de Eduarda Mansilla acompañada de un estudio que muestra cómo esta novela se ins

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Spanish; Castilian Pages 362 Year 2007

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Indice
Agradecimientos
Introducción
Nuestra edición
Bibliografía
Apéndices
Lucía Miranda
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Lucía Miranda (1860) / Edición, introducción y notas de María Rosa Lojo y equipo.
 9783964564009

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Eduarda Mansilla

Lucía Miranda (1860) Edición, introducción y notas de María Rosa Lojo con la colaboración de Marina Guidotti (asistente de dirección), Hebe Molina, Claudia Pelossi, Laura Pérez Gras y Silvia Vallejo

teci Textos y estudios coloniales y de la Independencia Editores: Karl Kohut (Universidad Católica de Eichstätt) Sonia V. Rose (Universidad de Paris-Sorbonne) Vol. 14

Eduarda Mansilla

Lucía Miranda (1860) Edición, introducción y notas de María Rosa Lojo con la colaboración de Marina Guidotti (asistente de dirección), Hebe Molina, Claudia Pelossi, Laura Pérez Gras y Silvia Vallejo

Iberoamericana - Madrid Vervuert - Frankfurt am Main 2007

Bibliographic information published by Die Deutsche Nationalbibliothek Die Deutsche Nationalbibliothek lists this publication in the Deutsche Nationalbibliographie; detailed bibliographic data are available on the Internet at http:dnb.ddb.de

© Iberoamericana, Madrid 2007 Amor de Dios, 1 - E-28014 Madrid Tel.:+34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert Verlag, Frankfurt am Main 2007 Wielandstr. 40 - D-60318 Frankfurt am Main Tel.:+49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-284-7 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-307-9 (Vervuert)

Reservados todos los derechos Diseño de la portada: Fernando de la Jara Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico blanqueado sin cloro Depósito legal: B-6.399-2007 Impreso en España Impreso por Cargraphics

A las antepasadas en las Letras, que abrieron el camino

Indice Agradecimientos

9

Introducción

11

1. Eduarda Mansilla

12

2. Entre historia y literatura. El mito de Lucía Miranda

25

3. Las Lucía Miranda de Eduarda Mansilla y de Rosa Guerra

54

4. Después de 1860. Continuidad del mito

72

5. Algunos personajes, espacios y conceptos históricos mencionados con (*) en la Introducción por orden alfabético

74

Nuestra edición

88

Bibliografía

99

Apéndices

119

Lucía Miranda de Eduarda Mansilla

139

Exposición

145

Primera parte

155

Segunda parte

281

e

Indice de láminas I. RETRATO DE EDUARDA MANSILLA DE GARCIA. Colección privada, gentileza de su tataranieto, D. Manuel Rafael García-Mansilla.

10

II. FACSÍMIL DEL MAPA DE LA AMÉRICA MERIDIONAL INSERTO EN LA RELACIÓN DE SCHMIDL, EDICIÓN LEVINUS HULSIUS DE 1599. Ejemplar existente en el Museo Mitre, Buenos Aires. 137 III. FACSÍMIL DE LA PORTADA DE LA EDICIÓN DE 1882. Eduarda Mansilla de García. Lucía Miranda. Novela histórica. Buenos Aires: Imprenta Alsina.

138

IV. ATLAS GEOGRÁFICO DE LA REPÚBLICA ARGENTINA. Paz Soldán, Mariano Felipe. 1888. Provincia de Santa Fe, Río Carcarañá. Buenos Aires: Felix Lajouane. National Atlas, David Ramsey Map Collection.

148

V. PROVINCIA DE SANTA-FE. Paz Soldán, Mariano Felipe. 1888. Buenos Aires: Felix Lajouane. National Atlas, David Ramsey Map Collection.

154

VI. VICTORIA DE FLEURS. Vicente Carducho.1622. Museo Nacional del Prado. En primer plano, el capitán Gonzalo de Córdoba.

156

VII. IMAGEN DE LA VIRGEN DEL CARMEN, Patrona de Beniaján, Murcia. S.XVIII. Antonio Dupar. Reconstrucción de la imagen primitiva.

202

VIII. EL EMPERADOR CARLOS V A CABALLO, ENMÜHLBERG. Tiziano Vecellio. 1548. Óleo sobre lienzo, 332 x 279 cm. Museo Nacional del Prado.

254

IX. DESCRIPTION GEOGRAPHIQUE ET STATISTIQUE DE LA CONFEDERATION ARGENTINE. Martin de Moussy, Victor. 1873. Paris: Firmin Didot Freres. David Ramsey Map Collection.

282

X. MAPA ARGENTINA-URUGUAY. Martin de Moussy, Victor. 1873. Carte de la Confédération Argentine. National Atlas, David Ramsey Map Collection.

312

XI. PROVINCIA DE ENTRE RÍOS. Paz Soldán, Mariano Felipe. 1888. Buenos Aires: Felix Lajouane. National Atlas, David Ramsey Map Collection.

320

XII. LA VUELTA DEL MALÓN. Ángel Della Valle. 1892. Óleo sobre tela, 186,5 x 292 cm. Colección Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires.

360

Agradecimientos Queremos agradecer a todos quienes han contribuido a la realización de este trabajo. En primer lugar, a la institución donde se radicó el proyecto original de investigación: la Universidad del Salvador (Buenos Aires), y especialmente a Mirta Barreiro (Oficina de Cooperación e Intercambio Internacional) y a Alicia Sisea (Escuela de Letras) por su apoyo constante y entusiasta. A Sonia V. Rose y Karl Kohut, editores de teci, quienes desde el primer momento promovieron la publicación de este libro, y particularmente a Karl Kohut por sus valiosas observaciones y sugerencias. Al personal de las bibliotecas en los institutos de investigación de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, de la Academia Argentina de Letras, de la Biblioteca Nacional y de la Universidad Nacional de Cuyo. A la Asociación Cartográfica (Cartography Associates) David Rumpsey Map Collection, que tan generosamente nos permitió utilizar sus mapas. A todos los colegas y amigos que generosamente nos ayudaron con sus saberes y su tiempo: Norma Alloatti, Susana Boretti, Norma Carricaburo, Marcela Crespo, Adriana Crolla, Miguel R. Fernández, Eva Gillies, María Inés Laboranti, Carlos Mata Induráin, Bernardo Milhas, Javier de Navascués, Lily Sosa de Newton, Daniel Waissbein, Alicia Zorrilla de Rodríguez. A los jóvenes Ezequiel B. Marangone, Manuel Sánchez y Federico A. Beuter, por su inapreciable auxilio en búsquedas cibernéticas. Al Sr. Manuel García-Mansilla, por su entusiasta y generosa cooperación. A la querida memoria de Javier Fernández, que tanto hizo siempre por las investigaciones literarias y humanísticas en nuestro país.

I. RETRATO DE EDUARDA MANSILLA DE GARCÍA. Colección privada, gentileza de su tataranieto, D. Manuel Rafael García-Mansilla.

Introducción La significación de Lucía Miranda en la cultura argentina excede, por cierto, la obra que puntualmente nos ocupa. Este personaje, que aparece por primera vez en La Argentina manuscrita (1612) de Ruy Díaz de Guzmán, tendrá larga descendencia, historiográfica y literaria, hasta ya entrado el siglo XX. Con Lucía, la "cautiva blanca", la prenda codiciada por dos caciques indígenas, se pone en escena un verdadero "mito de origen" protonacional, que intenta explicar o justificar con matices diversos, en sus distintas recreaciones, los motivos de la discordia entre conquistadores y aborígenes, la posibilidad de integrar o no a las etnias originarias, el papel de las mujeres en la fundación de la sociedad y su carácter de forzosas mediadoras entre mundos heterogéneos, o entre Naturaleza y Cultura. Por eso la presente edición pretende no sólo dar a conocer un libro olvidado, sino mostrar cómo éste se inserta en la secular trayectoria de un mito. Según el contexto sociohistórico, según los deseos y temores de cada época, y la personal cosmovisión de los escritores y escritoras que conforman los eslabones de esta cadena, cambian los roles, virtudes o defectos que se atribuyen a los personajes, y cambian también, aunque respetando un asunto básico (el amor prohibido y la final inmolación de los esposos cristianos), los acontecimientos mismos. En 1860 se da una llamativa coincidencia: dos escritoras porteñas: Eduarda Mansilla y Rosa Guerra*, publican sendas novelas llamadas, respectivamente, Lucía1 y Lucía Miranda. Según consta en el prólogo de su novela, Rosa Guerra, que tenía escrita la obra por lo menos desde 1858, se apresuró a darla a conocer "por pedido del público, á causa de estarse publicando otra novela con el mismo título, y basada en el mismo argumento" (Guerra 1956, 13)2. Más allá de rivalidades por la primacía y la originalidad, lo cierto es que la elaboración de ambos textos debió de ser prácticamente simultánea. En momentos clave para la suerte de la deseada organización nacional, la vuelta a este mito por parte de dos mujeres literatas (especie casi nueva en aquellos días) nos habla de la indudable importancia simbólica adjudicada a este personaje en cuya leyenda se jugaban a un tiempo el futuro del género y el futuro de la nación. Entre los distintos textos que recrean el episodio de Lucía Miranda se ha elegido, para su reedición, la obra de Eduarda Mansilla por su complejidad literaria y el alcance de su reconstrucción histórica y porque, de cuantos escritores varones y mujeres abordaron el tema (antes y después de 1860), es la

* Todos los términos marcados con este signo reciben una explicación o referencias bibliográficas esenciales al final de esta Introducción, por orden alfabético. 1 Sólo en la segunda edición de 1882 la novela de Eduarda recibirá el nombre (definitivo) de Lucía Miranda. 2 Ver los textos del diario La Tribuna citados en el Apéndice 1 de esta edición, 120-124.

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voz de Mansilla la que más interés detenta 3 en la literatura nacional de la que forma parte fundadora. La amplia formación cultural de la autora, rara en una mujer de su país y de su tiempo, la apelación a un denso entramado de intertextos históricos y literarios, y su capacidad (que habría de seguir desarrollándose con lograda profundidad en posteriores obras) para construir personajes vivos y verosímiles, de matizada psicología, acrecentarán sin duda el interés de su lectura para los estudiantes y estudiosos que se acerquen a los textos hispanoamericanos de la Colonia y de la Independencia.

1. Eduarda Mansilla La vida. Criolla y cosmopolita Eduarda Damasia nació en Buenos Aires, el 11 de diciembre de 1834. Fue la segunda hija del matrimonio formado por Agustina Ortiz de Rozas y el general Lucio Norberto Mansilla*, y, por tanto, la sobrina de Juan Manuel de Rosas*, estanciero 4 y caudillo popular, gobernador de la provincia de Buenos Aires (cargo equivalente al de un jefe de Estado) entre 1829 y 1831, con "facultades extraordinarias" solicitadas a la Legislatura. La crítica situación de anarquía y violencia colectiva desatada por el fusilamiento (en 1828) del anterior gobernador legítimo, Manuel Dorrego* (de filiación política federal*), a manos del general Lavalle*, brazo armado del partido unitario*, pareció justificar entonces esta concentración de poder, a la manera de los dictadores romanos. Rosas, que representaba a los federales de la línea más dura (los "netos" o "apostólicos") volvería al gobierno en 1835, reclamado por la ciudadanía a raíz de otro hecho de sangre: el asesinato, cuya autoría intelectual nunca se esclareció completamente 5 , de Juan Facundo Quiroga, general y caudillo de la 3

A diferencia, por ejemplo, del muy popular Hugo Wast, autor de la última Lucía Miranda (1929), que cultivó con aceptación masiva las fórmulas de un género ya instalado, Eduarda Mansilla, por tanto tiempo olvidada, es una pionera, una constructora de la novela romántica rioplatense, que supo exponer, con dimensión trágica, las paradojas del destino humano y de la sociedad argentina en particular. 4 Por tal se entiende, en Argentina, al hacendado, dueño de propiedades rurales. En el país de la época las "estancias" de la rica pampa húmeda se dedicaban algo a la agricultura (el mismo Rosas cultivaba trigo y maíz y comerciaba granos, Lynch 1996, 89) pero sobre todo, a la cría de ganado y al posterior faenado y exportación de la carne salada, rubro que Rosas promovió particularmente. Fue no sólo un gran propietario sino, desde muy joven, hábil administrador de estancias (propias y ajenas), y dejó un conocido manual que demuestra sus conocimientos prácticos, así como la rígida disciplina que consideraba necesaria para la buena explotación de la propiedad. Se trata de las Instrucciones para la administración de estancias. (Rosas 1997), escritas hacia 1820. s Los unitarios y en particular, Sarmiento, le atribuyeron al mismo Rosas la maquinación del crimen, con el argumento de que la desaparición de Quiroga lo dejaría como primera figura

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provincia de La Rioja. Su permanencia en el cargo se extendería esta vez hasta 1852, año en que Rosas fue derrotado, en la batalla de Caseros, por la coalición que dirigía el general entrerriano (federal también) Justo José de Urquiza. El gobierno del llamado "Restaurador de las Leyes"6 concitó una singular alianza de clases y etnias: gauchos, afroargentinos (esclavos y emancipados) y aborígenes "amigos", pequeños propietarios rurales y grandes terratenientes criollos, a la vez que comerciantes y hacendados ingleses, coincidieron en apoyarlo, ya fuere por ver en el régimen una garantía de orden y prosperidad, o por considerarlo fuente de reivindicaciones materiales o simbólicas. Gracias a sus pactos interprovinciales Rosas se constituyó en representante de la Confederación Argentina ante el exterior y se manifestó, en este sentido, como firme defensor de la soberanía nacional. Por otra parte, ejerció una implacable persecución interna contra sus opositores políticos (que motivaría, por parte de éstos, la calificación de su gobierno como "Tiranía"). Tanto los hombres del tradicional partido unitario como los miembros de la nueva generación de intelectuales7 se exiliaron, y combatieron a Rosas a través de la prensa desde Chile y el Uruguay (entonces la "Banda Oriental"). Uno de los principales voceros de esta oposición ilustrada era el diario Comercio del Plata, dirigido, en Montevideo, por Florencio Varela. El Facundo (1845) de Sarmiento, o Amalia (1851) de Mármol son hitos en esta literatura de los "proscriptos". Los pequeños Mansilla tuvieron, en términos generales, una infancia privilegiada y feliz. Pertenecían a la clase alta de Buenos Aires, eran sobrinos de Rosas. Eran los hijos de un brillante general que había tenido parte en el gobierno unitario del efímero presidente Rivadavia*, pero que se había vuelto federal y funcionario rosista; y eran también los hijos de la hermana menor del gobernador, famosa por su encanto y su belleza, figura sobresaliente de la vida social porteña. No sufrieron los terrores del régimen; sus miedos más bien se desviaban hacia los enemigos que amenazaban desde el exterior ese orden del que su tío había sido declarado "Restaurador" y custodio.

del Partido Federal y le allanaría el camino al poder. Por otro lado, era sabido que ambos caudillos discordaban en un punto central: mientras Facundo proclamaba la necesidad de una Constitución Nacional, Rosas creía que aún no estaban maduros los tiempos para ello. Otros sostuvieron que el gran instigador del asesinato había sido el gobernador de Santa Fe, Estanislao López, enemistado desde hacía tiempo con Quiroga (Zárate 1985). 6 Desde su primer gobierno, Juan Manuel de Rosas fue nombrado por la Legislatura "Restaurador de las Leyes e instituciones de la provincia", y se le confirió el grado militar de brigadier. (M. Gálvez 1940, 127). 7 Esta generación, conocida como "del '37", estaba integrada por jóvenes tanto "porteños" (o sea, de Buenos Aires) como de otros pueblos del resto de la Argentina; por ejemplo, el sanjuanino Domingo F. Sarmiento. En Buenos Aires se reunieron, primero, en el Salón Literario y, luego, clandestinamente en la Asociación de Mayo. Sus miembros más conspicuos fueron: Esteban Echeverría - e l maestro-, Juan Bautista Alberdi (nativo de Tucumán). Juan María Gutiérrez, Vicente Fidel López, entre otros (Weinberg 1977).

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Lucio Victorio Mansilla (1831-1913), hermano mayor de Eduarda, futuro dandy, militar, político, periodista, y autor de la célebre Una excursión a los indios ranqueles (1870), recordaría estos episodios en sus Memorias: ¡Curioso! Mi hermana era menos medrosa que yo. Dormíamos en el mismo cuarto, separadas las camas por una mampara. La negra María se ocupaba de ella. Simulaba a veces, tenía muchos recursos: un ruido como tropel de caballos, y le decía a Eduardita: —Dormite, dormite hijita, mirá que si no ahí viene Lavalle a comerte (Como en Inglaterra, que asustaban a los muchachos desobedientes con Napoleón). Mas después de que el negro y la negra se iban, habiendo antes apagado la luz - l a vela de sebo que era de molde, o sea, de casa rica-, y ambos muy convencidos de que dormíamos, porque no chistábamos, mi hermana me decía despacito: -¡Che, Lucio! ¿Estás durmiendo? Yo no he oído nada. A lo que yo, sin destaparme, contestaba, tiritando todavía. -Calíate....no hablés, que tengo miedo y me ahogo, y ahora no más entra mamita (esto era lo más temible). - ¡ Zonzo, flojonazo! -continuaba ella" (L. V. Mansilla 1954,82). La escena no sólo da cuenta de una diferencia de caracteres que tuvo diversas derivaciones en la vida adulta (Lucio V. se sintió obligado a convertirse en héroe y en consumado duelista para combatir su pusilanimidad infantil; Eduarda manifestó su fortaleza de ánimo con su vocación artística y su voluntad de independencia). También muestra un mundo doméstico donde subsistía un estilo de vida colonial, una Buenos Aires* destinada a grandes cambios que se producirían a lo largo de la existencia de los dos hermanos. Ambos Mansilla conocieron muy bien, desde temprano, ese Viejo Mundo europeo que tanto iba a fascinar después a las clases altas de una nación crecientemente próspera. Pero si Lucio era sobre todo turista o explorador curioso, Eduarda fue -en la justa expresión de Bonnie Frederick (1994, 246252)- una nómade: trasladaba de un país a otro su casa y su familia, sin desprenderse de las cargas domésticas8. Lucio hizo su primer viaje internacional (atestiguado en su libro De Adén a Suez) a los veinte años. Eduarda acompañó en sus funciones a su marido, el diplomático Manuel García Aguirre, hijo de Manuel José García (quien había sido ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno de Rivadavia). En tal calidad agregó a este desempeño su propio brillo, que era excepcional. Su hijo Daniel García-Mansilla* la recuerda en estos términos: "Quiero hablar nuevamente de mi madre. Todo lo sabía. Era bellísima, 8

Para mayor información sobre la vida de los Mansilla y de Lucio V. Mansilla ver Popolizio 1985, Galán 2000 y Lojo 2004a. N o existe a la fecha un libro biográfico dedicado a Eduarda Mansilla.

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y a la vez elocuente, alegre y majestuosa; cantaba como una gran artista, hablaba muchos idiomas, escribía libros, componía música, que ejecutaba después con arte consumado" (1950, 86). Cumpliendo el papel de "diplomática consorte", Eduarda vivió en Estados Unidos de Norteamérica en 1860 y entre 1868 y 1872 y fue atenta observadora de sus costumbres, detractora de algunas y entusiasta admiradora de otras, como por ejemplo la mayor libertad de trabajo y movimiento de las mujeres con respecto a la que gozaban sus congéneres criollas. Conoció la corte de Eugenia de Montijo, y frecuentó a escritores y artistas durante sus años de residencia en París (la contralto Alboni, el tenor Tamberlick, el novelista Alejandro Dumas, los músicos Rossini, Gounod y Massenet, entre otros). Residió también en Bretaña donde vivía Eda9, su hija casada, y en Florencia y en Viena con su hijo Daniel (que sería diplomático). Poco antes de su segundo viaje a los Estados Unidos, y luego de la publicación de Pablo, ou la vie dans les Pampas (1869), en la revista L'Artiste, recibió una carta de Berlín, en la que el secretario del káiser Guillermo I (mecenas de las letras), le ofrecía una posición en su corte (García-Mansilla 1950, 87). Los Mansilla10 aprendieron en la niñez letras, historia y lenguas extranjeras; se entretenían juntos traduciendo autores del inglés y del francés. Se cuenta que Eduarda" fue convocada por Rosas cuando era apenas una muchachita para que oficiase como traductora ante el conde Walewski, hijo de Napoleón, embajador de Francia durante el segundo bloqueo* a Buenos Aires. Ella descollaba, además, por sus aptitudes musicales (tanto en la interpretación instrumental como en el canto). Tuvo, en realidad, dos claras vocaciones públicas: la música y las letras. Pero dedicarse profesionalmente a la música y el canto la hubiera colocado en el borde mismo de la 'vida airada' para el estrecho criterio de la sociedad porteña' 2 . Sin abandonar el cultivo "amateur" del arte lírico, se propuso también, ya a temprana edad, ingresar en el ámbito intelectual prestigioso de la prensa y la literatura. 9

Bautizada como Eduarda Nicolasa Agustina (1855) y llamada familiarmente "Eda". Los hijos del matrimonio Mansilla-Ortiz de Rozas fueron seis. Lucio Victorio (1831), Eduarda (1834), Agustina Martina (1836), fallecida en la infancia, Lucio Norberto (1838), que se suicidó muy joven, Agustina (1840), también prematuramente fallecida, y Carlos (1841). La mayor relación de intimidad y compañerismo se estableció entre Lucio y Eduarda. " Esta especie fue transmitida por el escritor colombiano Rafael Pombo en sus palabras preliminares a la segunda edición castellana de El médico de San Luis (E. Mansilla 1879) y recogida por Ismael Bucich Escobar (1943). Daniel García-Mansilla, el cuarto hijo de Eduarda, solía contar este episodio, dándolo por cierto, a sus sobrinos-nietos, según me lo ha manifestado un descendiente directo de la autora, el señor Manuel R. García-Mansilla. 12 La misma que inicialmente (y bastantes años más tarde) repudió, a pesar de sus méritos, a la famosa cantante lírica Regina Pacini, esposa del presidente Marcelo T. De Alvear. En una carta a su viejo amigo Antonino Reyes, la prima de los Mansilla: Manuelita Rosas, exiliada en Inglaterra, le recomienda a Reyes una prima donna que se dirige al Río de la Plata, y se cuida muy bien de advertirle que en Europa los artistas son recibidos por la más alta sociedad, y que viaja acompañada por su madre (Rosas y Reyes 1998, 84). 10

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A m b o s Mansilla fueron biográficamente "excéntricos" o "marginales" en tanto compartieron un "margen" que los colocó, a partir de su pasado familiar (el federalismo rosista), y desde su escritura, en un ángulo social de privilegio - n u n c a dejaron de pertenecer al "patriciado" porteño-, pero un tanto excéntrico respecto del oficialismo político; ambos fueron, también, "transgresores" 3 : siempre dando un paso más allá del umbral de lo permitido. El tipo de transgresión y sus límites estaban, claro, marcados por el género. Lucio escandalizaba por sus opiniones políticamente incorrectas, sus boutades, su manera de vestir. La refinada singularidad de Eduarda corría el riesgo de disolverse en la mera sofisticación. Se la oía hablar, pero no se la 'escuchaba', salvo en ciertas cuestiones de arte 14 , donde pesaba su reputación de gran conocedora de la vida cultural europea. Sus opiniones políticas, tan "incorrectas" c o m o las de su hermano, o más aún, no podían ser tomadas en cuenta con el mismo valor y gravitación que si se hubiese tratado de opiniones varoniles. En cambio, el mayor escándalo pasó por su vida privada. Contemporánea de la decisión de Nora Helmer 1 5 , Eduarda viajó a la Argentina en 1879, el mismo año en que se estrenaba en Europa Casa de muñecas. Vino sola, sin su marido (del que ya vivía separada) y sin sus hijos 1 6 , y permaneció en 13 Cabe señalar que la expresión "excéntricos y transgresores" fue acuñada por quien escribe (ver Lojo 2003a), de común acuerdo con María Gabriela Mizraje, durante la mesa de presentación y debate (1 de junio de 2001), en el Palais de Glace, Buenos Aires, del "Club Mansilla", grupo de reflexión integrado también por Martín Villagrán, Luis Bollaert, Eva Gillies, Brett Sanders, Carlos Mayol Laferrére, Daniel Sorín y Ana Silvia Galán. 14 Sus fundamentadas críticas al coro de la Catedral de Buenos Aires, publicadas en La Gaceta Musical (1879), llevan a la fundación de una verdadera capilla catedralicia. 15 Me refiero, por supuesto, al famoso personaje de Henrik Ibsen (1828-1906), gran poeta y dramaturgo noruego cuya obra Casa de muñecas (1879) provocó escándalo al establecer, ante todo, el legítimo estatuto de las mujeres como individuos. Al igual que Nora Helmer, Eduarda llegó sola a la Argentina para cumplir con el más importante de los deberes: el que todo ser humano tiene consigo mismo, como dice Nora en el drama ibseniano. 16 Eduarda, madre de seis hijos, tenía para entonces dos aún pequeños, Eduardo y el menor, Carlos (de tres años), a quienes deja bajo custodia de su hija mayor casada. La mayor fuente de información biográfica sobre Eduarda Mansilla es sin duda el libro de memorias de Daniel García-Mansilla*, que se titula Visto, oído y recordado y abunda en recuerdos familiares y también en anécdotas de su propia vida como diplomático. Aunque Daniel (1950, 153) apunta en una brevísima referencia que subtitula el capítulo X de su libro: "Mi madre parte para Buenos Aires con mis dos hermanos menores", dicha referencia no se despliega en ningún momento en el interior del capítulo, que mantiene, como los otros, un férreo silencio acerca de la estadía y actividades de Eduarda en el Río de la Plata. El hecho (refrendado por su descendiente, Sr. Manuel García-Mansilla) es que Eduarda partió sola (quizá hay aquí una expresión de deseo de Daniel y sobre todo de Eduarda misma, que acaso no consiguió la autorización de su marido para llevarse a los dos niños de Europa). El Cap. XI comienza directamente con el regreso de Eduarda a Londres en 1884, donde parecen haberla aguardado Manuel García y todos sus hijos, menos Eda, y el marino Rafael, en ese entonces embarcado. "Fue para mí una indecible emoción volver a encontrar después de varios años a aquel ser excepcional a quien tanto amaba", dice Daniel (1950, 171).

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el país casi cinco años, hasta 1884, fundamentalmente para darse a conocer como artista. Tampoco Lucio llevaba una vida regular de familia. Para la misma época, su mujer e hijos estaban en Europa, donde se quedarían por largo tiempo. Si se le conocieron aventuras sentimentales, la doble moral de género no lo cuestionaba. El caso de Eduarda debió de ser más sorprendente para sus contemporáneos porque, como Nora Helmer, no había huido con otro hombre. Se había escapado consigo misma, para hacer algo diferente con su propio destino individual 17 . Presumiblemente pagó por esta decisión un alto costo íntimo. Después de su retorno a Europa se instaló en París con su hijo Daniel (entonces estudiante de Derecho y Ciencias Morales), mientras su marido se llevaba consigo a Viena a Eduardo y a Carlos. Eduarda acompañó a Daniel en sus primeros destinos diplomáticos hasta que en 1890, ya viuda, decidió establecerse en Buenos Aires junto a sus cuatro hijos menores, que habían pasado a vivir con ella después de la muerte de Manuel Rafael García en 1887. Sus últimos años fueron de casi absoluto silencio literario y de actividad musical privada, acompañada por algunos músicos notables como Alberto Williams y Julián Aguirre. Dejó, entre sus últimas voluntades, el paradójico pedido de que no fuesen reeditadas esas obras por cuya difusión tanto había luchado. La posición de ambos hermanos Mansilla, hemos dicho, resulta excéntrica con respecto al pensamiento hegemónico de la clase dirigente e ilustrada de su tiempo. Lucio y Eduarda -quizá los escritores más cultos y cosmopolitas del siglo X I X - cuestionan sin embargo las excelencias de un proyecto civilizador que implicaría hacer "tabla rasa" de las viejas formas culturales hispanocriollas, y relegar (a favor del inmigrante) a la población nativa (aborigen, afroargentina, mestiza). Ambos -Eduarda, incluso, antes que Lucio- mantienen una mirada atenta a la problemática del "subalterno", que en ella adquiere siempre una particular sensibilidad hacia la posición de género. Esta mirada alcanza su mayor tensión trágica en Pablo, ou la vie dans les Pampas (1869), que Eduarda escribió en Francia (su marido era funcionario diplomático en este país) y en francés. Tal novela, elogiada por Victor Hugo, es quizá su obra más madura y equilibrada, y también, si se quiere, la de mayor gravitación ensayística y política 18 . En ella se cuestiona la versión maniquea de la dicotomía civilización/barbarie, que adjudicaba el primer término, valorado positivamente, al partido unitario como adalid del Progreso, y el segundo, considerado como rémora, al partido federal, más apegado a las antiguas costumbres rurales. Pablo... exhibe la violencia simétrica que practican ambos bandos: la verdadera "barbarie" que consiste en la aniquilación sistemática y despiadada del 17

En torno a esta decisión clave de la vida de Eduarda, y sus consecuencias, gira mi novela Una mujer de fin de siglo (1999b), que la tiene como protagonista. 18 Sobre el debate histórico-político y la discusión implícita con Sarmiento en Pablo, ver Lojo 1999a. Pablo no se publicó en forma de libro y en castellano sino hasta 1999. Antes sólo se había dado a conocer una traducción en el diario La Tribuna, en forma de folletín, hecha por su hermano Lucio (Mizraje 1999, 140-145).

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adversario, sea cual fuere la consigna que se esgrima. Aunque todos son víctimas de esa mutua ferocidad: mujeres y varones, ricos y pobres, el desamparo aumenta en las clases populares y en las mujeres, condenadas a la espera, y a la pérdida de hijos, padres, hermanos, maridos. El gran personaje de esta obra es, más que Pablo mismo, su madre Micaela, que enloquece cuando mandan fusilar a su único hijo. En 1860 aparecen las dos primeras novelas de Eduarda: El médico de San Luis y Lucía Miranda. Su libro Cuentos (1880), dedicado a los niños, merece el respaldo entusiasta de Sarmiento; los Recuerdos de viaje (1882) narran, con ironía y fascinación, su paso por la sociedad yankee. Otro libro de cuentos, Creaciones ( 1883), enriquece el relato psicológico y fantástico. Pero buena parte de su obra parece haberse extraviado. Daniel García Mansilla consigna (1950, 300) la pérdida de un gran baúl inglés, donde se guardaba correspondencia así como originales literarios de Eduarda. Su última producción narrativa conocida es la novela breve Un amor, de 1885. Escribió también obras de teatro como Similia Similibus (que está incluida en el tomo de Creaciones)', La marquesa de Altamira (1881); Ajenas culpas (1883), Los Carpani (inédita, representada en 1883)19. Fue también autora de obras musicales: Aparecen, en 1882: Cantares, para canto y piano, sobre poemas de Adolfo Mitre, la romanza Octobre, con letra de François Coppée, la balada Brunette, la "canción sudamericana" Yo no sé si te quiero, y el bolero Se alquila; algunas de sus composiciones recibieron elogios por su "gusto sudamericano" (Rafael Pombo)20. Durante toda su vida, Eduarda -como su personaje Lucía Miranda- actuó como mediadora entre sociedades y culturas. Escritora viajera que vincula mundos y lenguas, mantiene siempre la inteligencia de la doble crítica. Sin rechazo chauvinista, ni admiración irrestricta por lo extranjero, la mirada va de un lado al otro, sopesa y valora, para desembocar en un proceso innovador que conduce a la afirmación de la voz autorial, capaz de crear un espacio único 19 El crítico J. A. de Diego realiza un interesante análisis de la crítica (adversa) publicada en La Nación por Julio Emilio Mitre, y única referencia concreta a esta obra cuyo texto manuscrito se ha perdido. De Diego considera que Mitre (imbuido todavía de la atmósfera del drama romántico) no ha entendido las innovaciones planteadas en esta pieza por la autora, inspirada en una corriente estética que aún no se había popularizado en el Plata: el realismo francés. En nuestras tierras el auge del realismo será tardío, y sólo se instalará plenamente ya bien iniciado el siglo XX, con figuras como el novelista Manuel Gálvez, que tiene antecedentes en el revulsivo Eugenio Cambaceres (1843-1889), ya influido por el naturalismo de Zola. Los Carpani, dice De Diego (1989, 39) es "un drama social criollo que presenta originalmente entre nosotros la temática de la moral burguesa, el amor y el dinero". Desde un punto de vista ciertamente pacato, Mitre hace críticas sobre todo a la "moral" de la obra (que no pretende presentar tipos "ejemplares") y rechaza la inclusión de un personaje que le parece "grotesco"; personaje en quien De Diego ve justamente una aparición precursora del "grotesco" criollo (1989, 42). 20 Veniard (1986, 41-42) publica un "Catálogo de composiciones musicales de Eduarda Mansilla halladas o sobre las que se tienen referencia", en total, diez obras.

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desde donde hablar por cuenta propia. El trabajo de traducción cultural no es, en su escritura, reproductivo, sino productivo. No propone la copia de originales preexistentes. Propone otros originales. Uno de sus notables aportes en este sentido es haber sido la primera autora en lengua castellana de literatura infantil dirigida a las necesidades e intereses de los niños argentinos. El cruce de culturas y de géneros, no siempre pacífico, a menudo fuertemente dramático y angustioso, atraviesa sus novelas: lo anglosajón, lo hispanocriollo, lo gauchesco, lo indígena, en El médico de San Luis; lo español y lo italiano, lo español y lo aborigen, en Lucía Miranda; la dama criolla y el mundo yankee, en Recuerdos de viaje', la cultura rural y la cultura urbana, lo gauchesco y lo aborigen, en Pablo, o la vida en las Pampas', la sociedad parisiense, lo criollo hispánico, lo afroamericano y los yankees, otra vez, en Un amor, su última nouvelle. La tensión intercultural e intergenérica es captada de la manera más aguda, y trabajada sin complacencias. No hay soluciones fáciles en su mundo claroscuro e intenso, transido por el "sentimiento trágico de la vida": "la dicha presente ni predice ni acarrea la dicha futura, el hombre tiene que combatir mientras viva y la fatalidad suele a veces revestir extrañas formas" 21 . Existen muchos motivos por los cuales Eduarda Mansilla debe ser recordada y releída. Porque llevó a la narrativa el ámbito aborigen como espacio humano, social y cultural, en una novela juvenil de asombrosa complejidad {Lucía Miranda), antes de que lo hiciera su más famoso hermano Lucio; porque puso en la escena literaria la cuestión del gaucho maltratado por la justicia y excluido por la sociedad (ya desde El médico de San Luis), adelantándose a Lucio y a José Hernández; porque logra, además, una perspectiva que ni Lucio V. Mansilla ni Hernández desarrollaron: la profunda visión, desde la desgarrada interioridad, del lado oscuro de la épica: el desamparo de las mujeres, marginadas entre los marginales, "locas" que se oponen a la ley de la violencia (que es la ley de los "héroes") para salvar a sus hijos. No son méritos menores el debate político expuesto en Pablo..., o la revisión de los tipos y los topoi pampeanos, o la reelaboración original del mito fundador de Lucía Miranda en el protagonismo activo -por encima de la función épica viril- de la mujer educadora, mediadora entre mundos, que alienta la formación de un linaje mestizo donde no sólo se entretejen los cuerpos sino las culturas.

La obra. Las escritoras argentinas del siglo XIX ante el horizonte de la nación moderna La obra de Eduarda Mansilla se enmarca dentro de un ambiente literario y cultural donde, además de algunas otras individualidades señeras (Juana Manuela Corriti*, Juana Manso*, Rosa Guerra*), comienzan a proliferar periódicos y revistas femeninas que buscan un lugar propio dentro del cerrado 21

Así se dice en "Kate", de Creaciones (1883, 210-211).

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frente masculino de la escritura pública 22 . Ya antes, desde los albores de la independencia, se constatan participaciones de mujeres en los diarios de la época {El Censor, El Observador Americano, El Centinela, La Prensa Argentina). Casi siempre eran textos que las autoras no firmaban con sus nombres y apellidos, pero que reivindicaban derechos para el género (el derecho al estudio, sobre todo) o presentaban reclamos y quejas sobre diversos asuntos (Sosa de Newton 1995b). El 16 de noviembre de 1830 apareció la que se considera como primera publicación periodística femenina, dirigida por Petrona Rosende de Sierra: La Aljaba, una hoja que dejó de salir pronto, desalentada por las burlas y las dificultades económicas 2 . Después de la caída de Rosas en 1852, los nuevos aires que estimulaban la libertad de pensamiento se expresaron también en publicaciones periódicas dirigidas y escritas por mujeres, así como en otras no dirigidas por mujeres pero donde éstas tenían una fuerte presencia, aunque firmasen con seudónimos. Son estas: La Camelia (1852), La Educación (1852), Album de Señoritas (1854), La Flor del Aire (1864), La Siempreviva (1864), La Ondina del Plata (1875-1879), La Alborada del Plata (1877-1878; segunda época 1880), que luego cambió su título por el de Alborada Literaria del Plata (1880) 24 , El Album del Hogar (1878-1880); El Pensamiento (1895); Búcaro Americano (1896-1906); La Revista Argentina (1902-1905). Hacia fin de siglo aparece incluso un periódico anarcocomunista: La Voz de la Mujer. Periódico Comunista-Anárquico (1896-1897), que combatía por los derechos femeninos, en particular los laborales. En sus etapas iniciales este movimiento compartía, en general, un feminismo discreto: no hubo en la Argentina post-Caseros agresivas sufragistas al estilo anglosajón. Incluso las que expresaban, en forma clara y directa, como Juana Manso (educadora y escritora), ideas radicales sobre la necesidad de 22

Entre las escritoras argentinas de la segunda mitad del siglo XIX pueden contarse además: Agustina Andrade (1858-1891); María Eugenia Echenique (1851-1878); Silvia Fernández (1857-1945); Elvira Aldao de Díaz (1858-1950); Lola Larrosa de Ansaldo (1857-1895); Josefina Pelliza de Sagasta (1848-1888); Ida Etelvina Rodríguez (c. 1860-¿?); Margarita Rufina Ochagavía (1840-¿?); Emma de la Barra (1861-1947), que publicaría sus obras a principios del siglo XX; Clorinda Matto de Turner (1852-1909), quien, aunque peruana, residió en la Argentina y tuvo activa figuración cultural a partir de 1895. Para un panorama general de las escritoras ver Sosa de Newton 1995a y Lojo 2003b. 23 Ismael Solari Amondarain (1936) nos da noticias de La Argentina, periódico dominical y festivo destinado a las sefloras, que apareció con 16 páginas, en un formato de 10 por 15, y que se imprimía en la Imprenta Republicana; dejó de salir el 17 de julio de 1831. Pero, si bien se presentaba como escrito por mujeres, su autor era un hombre, don Manuel Irigoyen; así lo señala Enrique Peña, dueño de una colección de La Argentina (Peña 1935, 46). Debo este último dato a la gentileza de Lily Sosa de Newton. Cabe señalar que La Argentina entró en polémica con La Aljaba, acusando a esta de plagio e ignorancia. A estos ataques atribuye Batticuore (2005, 124) el cierre de la publicación de Petrona Rosende. Para el periodismo femenino de la época ver Auza (1988) y Sosa de Newton (2000 y 2003). 24 A partir del cuarto número de la segunda época, en 1880, cambia el nombre de la publicación. Todo el año 1880 estuvo a cargo de Lola Larrosa.

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"emancipación moral" de la mujer, sobre la urgencia de ilustrarla y liberarla de su subalternidad respecto al varón (en cuanto a la educación, el trabajo y la administración de sus bienes), no abogaban aún por la entera igualdad de derechos civiles ni por la concesión de derechos políticos25; María Eugenia Echenique (1851-1878), bastante más joven que las autoras ya nombradas, defiende la necesidad de integrar a las mujeres como sujetos activos del proceso económico, y quiere arrancarlas de su exclusiva destinación maternal y sentimental26. Pero de todas maneras la misma Echenique no se aparta del tópico nuclear: ilustrar a la mujer, no sólo para convertirla en fuerza productiva sino para que pueda cumplir la misión más alta a la que ha sido destinada: la de "enseñar al género humano". Esta idea, esta figura: la mujer educadora, que debe estar al nivel del varón en el progreso intelectual, era la que más frecuentemente se sostenía como desiderátum en los circuitos culturales donde las mujeres actuaban, a veces junto a los varones; así sucedía en las revistas literarias, o en debates (que luego serían publicados) como los de las Veladas Literarias27 de Juana Manuela Gorriti en Lima. Y se la presentaba para que fuese aceptada como verdadero imperativo de las nuevas naciones sudamericanas que debían formar generaciones cultas de buenos ciudadanos. La modernidad, el progreso, se aprenderían en el seno del hogar, de la mano de madres que forjasen a sus hijos en la ilustración y el patriotismo. Tanta cautela se justificaba. El medio social tendía a reprobar o a analizar muy críticamente toda actividad femenina que excediese la esfera hogareña, a pesar de algunos notorios defensores varones, como Sarmiento, gran promotor del ingreso femenino a la docencia y al periodismo. Las escritoras tenían que comportarse con suma prudencia para no provocar una oposición cerrada que invalidase aun las pequeñas conquistas que se iban logrando. Y ello tanto en lo referido a la índole de los reclamos que suscribiesen, como a la "moral" de sus mismas obras literarias, que debían ser edificantes para poder entrar sin riesgos en los hogares.28 25

Cfr. Lewkowicz 2000, 71. Por su parte, Bonnie Frederick (1998, 145-151) previene contra el riesgo de convertir a estas precursoras decimonónicas, desde nuestra óptica de hoy, en autoras feministas, tal como entendemos el término actualmente. 26 Se desarrolla un fuerte debate al respecto entre María Eugenia Echenique y otra escritora anti-emancipacionista: Josefina Pelliza de Sagasta, publicado en la revista La Ondina del Plata en 1876. 27 Esas tertulias tuvieron lugar en la casa limeña de Gorriti entre 1876 y 1877, y los textos que en ellas se leyeron se publicaron con el título Veladas literarias de Lima, en Buenos Aires, año 1892. 28 "La escritora no olvida a la mujer, la literata recuerda siempre que es cristiana, y por eso sus novelas y sus crónicas son recreativas, morales, y pueden ponerse en manos de las vírjenes y entrar por la puerta principal en el hogar de la familia que más sea dada a la práctica de la virtud.", dice J. M. Torres Caicedo en su "Introducción" a las Obras Completas de Juana Manuela Gorriti (Torres Caicedo 1995, 21). Allí compara a Gorriti con Georges Sand para concluir que, si la francesa aventaja a Gorriti en talento, la obra de la autora

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En El médico de San Luis, primera novela de Eduarda Mansilla, se plantea una utopía educativa (integradora y reparadora con respecto a los sectores subalternos) que postula el refuerzo de la autoridad materna y la expansión, hacia lo público, de los valores construidos en el hogar: "Muchas veces me ha lastimado ver a una raza inteligente y fuerte, encaminarse por un sendero extraviado, que ha de llevarle a la anarquía social más completa, y reflexionando profundamente sobre un mal cada día creciente, he comprendido que el único medio de remediarlo sería robustecer la autoridad maternal como punto de partida..." (E. Mansilla 1962, 26-27). Como en La cabana del Tío Tom, se oculta aquí en las "amas de casa" aparentemente inofensivas, todo un potencial revolucionario que podría regenerar la corrupta moral de la sociedad 29 . Educación y justicia, impartida a las mujeres, y a los hijos de la tierra (el elemento popular autóctono al que Eduarda de ninguna manera juzga "irredimible", sino más bien abandonado y despojado por la autoridad): este es el doble ideal que sostiene coherentemente en sus tres primeras novelas. Eduarda Mansilla tuvo incansable intervención (aun durante sus largos períodos en el extranjero) en el periodismo argentino de la época. No sólo en el femenino, sino también en los grandes diarios donde logró ganarse un espacio (como El Nacional, dirigido por Sarmiento, o El Plata Ilustrado); en El Alba (1868-1869), dirigido y escrito por varones, pero destinado a las mujeres (aunque sólo tres escritoras colaboraron en él); en La Flor del Aire. Fue asidua firma de La Ondina del Plata, y también de La Gaceta Musical (que no era una revista femenina). Por supuesto, también dio a conocer algunas de sus ficciones en los diarios, como La Tribuna. Al igual que otras escritoras, apeló a seudónimos: los más conocidos fueron "Daniel" con el que firmó sus dos primeras novelas, y "Alvar", especialmente utilizado para colaboraciones en revistas 30 . Bonnie Frederick (1998, 52-53) se pregunta acerca de la función de los seudónimos en estas autoras decimonónicas, y los atribuye, en general, a la ambivalente estrategia de la "modestia astuta" (wily modesty) que permitía a las mujeres mostrarse en público, pero no del todo, sin chocar con el imperativo femenino de pudoroso retraimiento en la vida privada, ni exponerse en forma directa a la crítica con sus argentina la supera en moralidad. De todas maneras, la "moralidad" edificante de las novelas es un requisito que se exige en la época a escritores de los dos sexos (Molina 2005 b y c), pero la vigilancia siempre es más estrecha en el caso de las damas que escriben. Ver en esta edición el Apéndice 1, 120-124. 29 Lea Fletcher (1990, 91-101) y Hebe Molina (1993, 80-100) encuentran una posición más bien conservadora, sostenedora del orden patriarcal, en la concepción y descripción de la vida hogareña articulada en El médico de San Luis. Sin embargo, entendemos que sucede aquí lo mismo que en otra novela escrita por una mujer: Unele Tom 's Cabin, y que también fue considerada "conservadora". Como lo señala agudamente Jane Tompkins (1985, 123-146) apunta, empero, a una critica profunda de las estructuras económicas y sociales estadounidenses y su manejo por parte de los varones. 30 También utilizó, hacia el final de su carrera, su nombre de pila sin apellidos ("Eduarda").

23 n o m b r e s y a p e l l i d o s d e familia. S e g u r a m e n t e en los r e d u c i d o s c í r c u l o s s o c i a l e s e intelectuales d e B u e n o s Aires, el s e u d ó n i m o d e Eduarda era un "secreto a v o c e s " y el m i s m o L u c i o V . había declarado que la persona oculta tras " D a n i e l " le estaba unida por l o s l a z o s del "amor fraternal" (Frederick 1 9 9 8 , 5 3 ) . En la e d i c i ó n de 1 8 8 2 el s e u d ó n i m o aparece j u s t i f i c a d o m á s bien por la j u v e n t u d d e la autora ("hoy y a en p l e n a p o s e s i ó n de su n o m b r e verdadero") y por la t i m i d e z derivada de la i n e x p e r i e n c i a en el o f i c i o , antes que por la c o n d i c i ó n sexual. C a b e señalar que la j o v e n Eduarda n o s e está r e f u g i a n d o tras el n o m b r e d e su hijo ( D a n i e l G a r c í a - M a n s i l l a n a c i ó en 1866), 3 1 s i n o e v i d e n t e m e n t e detrás de un n o m b r e q u e le gusta y que p o s e e m u y s i g n i f i c a t i v a s c o n n o t a c i o n e s 3 2 . C o m p a r t e t a m b i é n Eduarda M a n s i l l a c o n otras c o l e g a s y c o n g é n e r e s la dura crítica a las guerras c i v i l e s que han desangrado a la incipiente n a c i ó n argentina, i m p i d i e n d o su o r g a n i z a c i ó n definitiva. En líneas generales, las literatas s o n m á s propensas a admitir las s i m i l i t u d e s entre l o s "hermanos e n e m i g o s " 3 3 , trabajan c o n m á s sutileza en el c a m p o de la a m b i v a l e n c i a d e l o s s e n t i m i e n t o s , imaginan l o s l a z o s que la pasión crea entre h o m b r e s y mujeres de b a n d o s contrarios c o n m a y o r facilidad (y placer) d e lo que lo h a c e n l o s escritores varones; marcan las redes de una solidaridad y amistad entre mujeres q u e trascienden los o d i o s de partido 3 4 , y s u e l e n incluir la i m a g e n n e g a d a de las culturas a b o r í g e n e s en su imaginario f i c c i o n a l ( L o j o 2 0 0 5 a , 4 3 - 6 3 ) .

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Graciela Batticuore (2005) supone que al dejar de utilizar "Daniel", años más tarde, la autora quiere recordar al público que, en el momento de su debut, "había elegido un seudónimo que evocaba otra faceta de su vida ligada con la maternidad: Daniel es el nombre del primer hijo de Mansilla" (232). En todo caso, podemos decir con certeza que no tuvo en cuenta la maternidad al elegirlo. Daniel es en realidad el cuarto hijo de Eduarda, que antes había sido madre de Eda, Manuel José, y Rafael, y que, luego de Daniel, da a luz a Eduardo y a Carlitos, tal como consta en el libro de memorias del propio Daniel García-Mansilla (1950). 32 Recuérdese que el profeta Daniel tiene, como todo profeta, el poder de la palabra y la visión anticipada, y que es una figura ejemplar del valor y la resistencia (el episodio del foso de los leones), así como de la clarividencia y el conocimiento (su desempeño como intérprete de los sueños del rey de Babilonia). Daniel, por lo demás, no es un "nombre de familia" de ninguno de los lados paterno o materno, sino un nombre elegido por sí mismo, por su propio valor. Sus otros hijos sí recibieron nombres de tradición familiar: Eduarda, Manuel José (como su abuelo paterno), Rafael (segundo nombre de su padre), Eduardo, y Carlos (nombre de su tío materno). Es de notar que en las llamadas "familias patricias" (las fundadoras de la Argentina), hasta el día de hoy los nombres se repiten de generación en generación. Daniel es, en este contexto, excepcional. Este hijo fue también el que más estrecho vínculo tuvo con Eduarda y el que más comprensión mostró hacia su vocación artística e intelectual. 33 La expresión es del pensador René Girard y resulta muy adecuada para describir la simetría de los rivales en la vida política argentina. 34 Así ocurría en efecto, muchas veces, en la vida real. María Sánchez de Thompson y Mendeville (1786-1868), la célebre "Mariquita", patriota de la Independencia, gran escritora epistolar, mantuvo su cariño y su inalterable amistad por las mujeres de la familia de Rosas, aún durante su exilio político en Montevideo, según consta en la correspondencia a su hija Florencia Thompson (Zavalía Lagos 1986, 192).

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El año 1860, fecha de aparición de Lucía Miranda, es un año bisagra entre dos momentos políticos. La batalla de Caseros había traído la caída de Rosas, pero no la pacificación del país. La figura de Urquiza, gobernador de Entre Ríos, figura conspicua del partido federal y antiguo aliado de Rosas, no concitaba la aprobación unánime de los vencedores, toda vez que se veía en él una peligrosa continuidad con el caudillo derrocado35. El 11 de septiembre de 1852 una revolución porteña desbanca a Urquiza. Buenos Aires, que desea conservar para sí su autonomía (o mejor, su hegemonía sobre el resto de las provincias) y las rentas de la Aduana, se separa del resto de la Confederación Argentina. No obstante, se sanciona una Constitución nacional, refrendada por todas las provincias, excepto por el Estado bonaerense. La tensión entre Buenos Aires y la Confederación, manifiesta en sordas hostilidades y algunos enfrentamientos armados, llega a un pico el 23 de octubre de 1859 con la Batalla de Cepeda, que da la victoria a las tropas confederadas. Urquiza, su jefe, y también presidente de la Confederación, ofrece un acuerdo generoso materializado en el Pacto de San José de Flores36. Pero el sueño de la integración dura poco. Los mismos adversarios volverán a medirse en la Batalla de Pavón (1861) que, esta vez, otorga la victoria a Buenos Aires. Cuando esto se conoce, Eduarda y su marido, destinados en Washington, deben volver apresuradamente a su país (E. Mansilla 1996, 196). La Confederación Argentina se disuelve, y se abre otra etapa sacudida por conflictos sangrientos y alzamientos provinciales bajo la hegemonía de Buenos Aires, que será consagrada capital del país en 1880, año de la definitiva pacificación (Luna 1999). Hacia fines de la década de 1850, época en que se escriben las dos Lucía Miranda, se buscaba desesperadamente consolidar un proyecto nacional que fuera convalidado por todos los sectores. El presente turbulento propiciaba los sueños de paz, aunque éstos fuesen insinceros o imposibles: "...están todos con la boca abierta mirando al cielo esperando el nuevo maná como consecuencia de la Paz. Paz oye V. predicar a todos, Paz se lée en los diarios, en las esquinas [....] y sin embargo nadie está en paz consigo mismo", escribe Eduarda Mansilla a Vicente López (ver Apéndice 2 en esta edición, 124), después de Cepeda. Era un buen momento para mirar atrás, para pensar el pasado a partir de los orígenes (o de los "mitos de origen") que debían ser reinterpretados en función de las

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Es este el gran punto de disputa entre Alberdi y Sarmiento, el uno a favor de Urquiza, el otro en contra, visible en el debate expresado en las Cartas Quillotanas de Alberdi, y Las ciento y una de Sarmiento. 36 Por este pacto Buenos Aires se reconocía parte de la Confederación Argentina, y se obligaba a jurar la Constitución, pero tenía el derecho de proponer enmiendas. Por otro lado, si bien se nacionalizaba la Aduana, Buenos Aires continuaría con su presupuesto hasta cinco años después de su integración.

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necesidades del inestable presente37. Uno de estos mitos, como se ha dicho, giraba en torno a Lucía Miranda, y no era casual que lo reinventasen dos escritoras preocupadas por el papel de las mujeres en la nueva sociedad. Tampoco era casual que, el 23 de setiembre de 1860, la Convención Nacional reunida en la provincia de Santa Fe38, adoptara por primera vez la fórmula "Nación Argentina", o "República Argentina" como denominación para los documentos oficiales (Arias Saravia 2000, 165) y definitiva seña de identidad para el país futuro.

2. Entre historia y literatura. £1 mito de Lucía Miranda Primera aparición de "Lucía Miranda". La Argentina manuscrita Hacia 1612 se habían concluido los Anales del descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata, obra que se conoció luego -por su modo de circulación- como "La Argentina manuscrita"39. Desde el inicio, su autor, Ruy Díaz de Guzmán (Asunción, c. 1558-1629)40, asume la escritura de esta historia "en el nombre del padre", como deber filial de hijo primogénito ("al cabo de cincuenta años falleció de esta vida, dejándome en ella con la misma obligación como a primogénito suyo...", Díaz de Guzmán 1974, 29) y en esa calidad ofrece su "humilde y pequeño libro" a Don Alonso Pérez de Guzmán, el Bueno, duque de Medina Sidonia, cabeza viviente del linaje de los Guzmanes. No es éste el único linaje del que Ruy Díaz se enorgullece: también es nieto, por parte de su madre, Úrsula, de Domingo de Irala, conquistador y gobernador del Paraguay, una de las figuras más exaltadas en sus Anales. Sin embargo, 37

La mitología pre o protonacional, como es el episodio del que nos ocupamos, se reelabora en los nuevos tiempos de la República, para convertirla en lo que Shumway llama "ficción conductora u orientadora". (Shumway 2002, 21-23). 38 La misma donde se erigió el Fuerte de Sancti Spiritus, primer asentamiento español en la que sería tierra argentina, y tuvo lugar el episodio de Lucía Miranda. Ver en esta edición, nota 9, página 143. 39 La publicó por primera vez en 1836 el erudito Pedro de Angelis en su memorable "Colección de Obras y Documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata" (Díaz de Guzmán 1969). Tomo las citas del texto de la edición de Gandía (Díaz de Guzmán 1974), abreviada de aquí en adelante como LAM. Esta edición acentúa el nombre "Siripó" frente a De Angelis que escribe "Siripo", al igual que Guevara. 40 Hay antecedentes, en idioma español, a la crónica de Ruy Díaz, pero se trata de historias generales de las Indias, en las que se dedica algún capítulo al Río de la Plata c o m o la Segunda Parte de la Historia general y natural de las Indias, de Fernández de Oviedo (que se basa en las relaciones de Alvar Núñez Cabeza de Vaca), la Historia general de las Indias (1552), de López de Gomara, o la Historia genera! (1601-1615) de Antonio de Herrera (Madero 1902, "Prólogo"). El lansquenete Ulrich Schmidl, que llegó con la expedición de Mendoza y no se ocupa de sus predecesores, publicó en 1567 una crónica en alemán (1893 y 1993).

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contaba con otros antepasados maternos a los que no menciona jamás. La madre de Úrsula, su abuela N. Coya Tupanambe, era una aborigen guaraní41, bautizada como "Leonor". No sabemos qué memoria íntima pudo guardar Ruy Díaz de su sangre indígena. En sus páginas habla, aparentemente, un sujeto cultural español, que promete contar "aquel descubrimiento, población y conquista", emprendido por "nuestros españoles" (LAM., 29). El hijo de Don Alonso Riquelme, el nieto de Irala, repitió por cierto, con ortodoxia, las vidas azarosas y guerreras de su padre y de su abuelo: peleó contra los Siete Jefes Mestizos, fundó ciudades, fue funcionario de la Corona, trató -inútilmente- de colonizar a los belicosos aborígenes chiriguanos. Sin embargo, en ese sujeto hispánico ya se adivinan las tensiones, las ambivalencias, los desdoblamientos, del sujeto colonial (Cros 1997, 61). No sólo porque, por primera vez, Ruy Díaz habla de la "patria", no como la "tierra de los padres" (la del suyo, él no la conocería nunca), sino como el suelo en donde se ha nacido {LAM, 32-33); además, son marcados los rasgos de "sobreactuación" de su escritura. Ruy Díaz, a fuer de mestizo, se "sobreactúa" como narrador español frente a los "naturales" o los "bárbaros".Y el relato de Lucía Miranda es, acaso, uno de los frutos más notables de esta sobreactuación, que implica, también, una omisión y una borradura parcial de la (de su) "verdadera historia".

Los hechos documentados El episodio que cuenta Ruy Díaz se inserta en los Capítulos VI y VII del Libro I de La Argentina manuscrita, dentro de la expedición del marino veneciano Sebastián Caboto42. No hay prueba documental alguna en cuanto a la existencia de los hechos y personajes consignados en el Capítulo VII. No obstante, o por eso mismo, la tragedia de Lucía Miranda sobrevivió - e n el imaginario colectivo y en una extensa saga literaria- con la fuerza obstinada de los "mitos de origen", 41

Cfr. Alfredo J. Otálora (1967, 34-35 y 1970, 126). Según Enrique de Gandía (Díaz de Guzmán 1974, 73, nota 95) el apellido verdadero, de origen genovés, es Caboto. En el siglo XVII se difundió la forma "Gaboto" que es errónea. Caboto (c. 1476-1557) nació probablemente en Venecia. Se desempeñó como cartógrafo para el rey Enrique VIII de Inglaterra y para su entonces aliado contra los franceses, el rey católico Fernando II de Aragón. A partir de 1512 decidió prestar servicios para España, donde fue designado en 1518 como piloto mayor, y comisionado por el rey Carlos I como capitán general de la Armada, según la Real Cédula del 24 de noviembre de 1525, para realizar una expedición que fuera derechamente hacia las Malucas y se reuniese con el comendador Loaisa, que había partido de La Coruña en esa dirección, y lo favoreciese y ayudase "en lo que ambos viéredes que conviene á nuestro servicio y á la seguridad de las dichas nuestras armadas y contratación; y después que aquélla quede bien y en orden, demás de que, como sabéis, en las dichas islas podréis cargar de especiería y de cosas ricas y de valor". Real Cédula del 24 de noviembre de 1525 (Medina 1908, 87-93). Ver infra apéndice 3 (127-132).

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porque eso es: narración fundadora que pretende explicar la violencia interétnica y legitimar la Conquista, y que, al hacerlo, coloca en una frontera o borde peligroso (por lo ambiguo) el rol femenino (Lojo 2000, 7-31). La expedición de Caboto, sucesor del marino Juan Díaz de Solís* en el puesto de piloto mayor de la Casa de Contratación, tenía como propósito oficial llegar a las islas Malucas*, y a las otras halladas por Fernando de Magallanes*, con el objeto fundamental de conseguir especias. La primera incursión española en América del Sur había sido la de Solís, descubridor, en 1516, del Río de la Plata* (al que llamó, por su anchura y el sabor de sus aguas, "Mar Dulce"). Solís había muerto a manos de los aborígenes al desembarcar en el delta del río. Una de las tres naves que estaban bajo su mando naufragó luego, en el camino de retorno, frente a la isla de Santa Catalina ("Yurú Mirín", en guaraní). Allí quedaron dieciocho marineros, entre ellos Melchor Ramírez y Enrique Montes. Luego Magallanes, en 1520, también exploró el estuario del Plata (donde sofocó un motín), pero brevemente, sin avanzar hacia el interior 43 . Caboto salió de España (Sanlúcar de Barrameda) el 3 de abril de 1526 (no en 1530, como afirma Ruy Díaz). Tenía 210 tripulantes y no 300 (Medina 1908, 104-105). Hizo escalas en Pernambuco y en la isla que bautizó "Santa Catalina", donde encontraron a los sobrevivientes de la incursión de 1516, que habían encallado allí. Como la nao capitana de Caboto, llamada Trinidad, naufragó, los nuevos expedicionarios se demoraron más de lo previsto en Santa Catalina, ya que debieron construir otra galera para reemplazar a la perdida. Montes y Ramírez les hablaron entonces de las incontables riquezas avizoradas por los expedicionarios de Alejo García* (también del grupo de Solís), que había convencido a un importante contingente de guaraníes para seguirlo hacia las tierras del Rey Blanco 44 . Si bien García no volvió vivo, algunos aborígenes que lo acompañaban dieron testimonio de la aventura con sus relatos y trajeron muestras de oro y de plata.

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Este periplo extraordinario fue registrado por Antonio de Pigafetta (c. 1491 -c. 1534), marino y cronista nacido en Vicenza (Italia). En Sevilla se incorporó a la tripulación de la armada de Magallanes a bordo de la nao Trinidad, para regresar tres años después con Elcano y los escasos supervivientes en la nao Victoria. Escribió, en italiano, una Relación del primer viaje alrededor del mundo, que se publicó en 1534. 44 Seguramente los guaraníes superpusieron al objetivo español de la pesquisa, su objetivo propio: la mítica búsqueda de la Tierra Sin Mal, que determinaba, justamente, su condición de pueblos transhumantes (L. Gálvez 1995). Según Enrique de Gandía (1946) los guaraníes habrían emprendido, con anterioridad a la Conquista, una gran marcha, cruzando el Chaco y remontando el río Pilcomayo, para llegar a las fabulosas regiones de la Sierra de la Plata (presuntamente el Potosí), donde gobernaba el Rey Blanco (el Inca), pero fueron repelidos. Ya en 1511 los españoles en Panamá habían tenido noticias de este imperio por otro conducto. La expedición de García llegó hasta la sierra de los chiriguanos, asentados desde hacía largo tiempo en los contrafuertes de la cordillera de los Andes, y fue diezmada por los payaguás en el río Paraguay.

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Caboto decidió entonces abandonar la ruta de Magallanes y entrar al Mar Dulce, que los llevaría, supuestamente, hacia las fabulosas riquezas de la Sierra de la Plata. Fondearon en la Ensenada de San Lázaro y al cabo de un mes hallaron al grumete Francisco del Puerto, otro miembro de la anterior expedición de Solís y único supèrstite de la matanza del "Mar Dulce", que confirmó sus esperanzas y ofició como intérprete. El piloto mayor siguió la ruta del que iba a llamarse de aquí en más "Río de la Plata", hasta llegar al río Carcarañá, en cuya confluencia con el río Coronda fundó el Fuerte de Sancti Spiritus, el 9 de junio de 152745. Delegó como explorador de las nuevas tierras al capitán Francisco César46, que partió, a pie, y con una pequeña compañía, el mes de noviembre de 1528. Por su parte, él mismo había decidido seguir aventurándose río arriba, y así lo hizo hasta alcanzar la confluencia del Paraná y el Paraguay. Conoció la laguna de Santa Ana (Norte de la provincia de Corrientes, en la Argentina), donde los indios lo abastecieron de comida. Se topó entonces con el navegante español Diego García de Moguer*, que también había oído hablar de ciudades y tesoros. En los primeros días de abril de 1528, habiendo subido por el río Paraguay hasta la Angostura, entabló combate con los agaces (payaguaes), dispuestos a rechazar a los invasores. Pasó adelante hasta llegar a La Frontera (término de los guaraníes y límite con otras naciones indígenas). Aunque La Argentina da cuenta de estos avatares, la futura saga de Lucía Miranda no se ocupará de lo que les ocurre a las avanzadas de buscadores de fortuna, sino de quienes han permanecido en el Fuerte esperándolos. Ruy Díaz menciona dos salidas: una desde Sancti Spiritus hacia tierras interiores, en la que el Fuerte habría quedado a cargo de "Diego de Bracamonte" (Gandía afirma que este nombre no figura entre los documentos y que debió de tratarse en realidad de Gregorio Caro). Otra partida sería la de Caboto hacia España, "a dar cuenta a S.M. de lo que había visto y descubierto en aquellas provincias" (1974, 78), mientras el Fuerte restaba en manos del capitán Don Ñuño de Lara, junto al alférez Mendo Rodríguez de Oviedo, el sargento Luis Pérez de Vargas, el capitán Rui García Mosquera y Francisco de Rivera. Ninguno de estos nombres -sostiene Gandía- se hallan en los documentos, ni tampoco se fue Caboto a España dejando subordinados en el Fuerte. En realidad -afirma- cuando Caboto parte hacia Europa, el Fuerte ya ha sido destruido, y ningún español permanece en tierras del Carcarañá. También García de Moguer sale rumbo a España con toda su tripulación. Por ello supone Gandía (Díaz de Guzmán 1974, 22 y passim) que seguramente Guzmán confundió el desastre de 45

Su ubicación se hallaba en la actual provincia argentina de Santa Fe. La descubierta de César da origen al mito de la "Ciudad de los Césares", que se refiere, seguramente, a los tesoros del Cusco, de los cuales el capitán César oye hablar a los nativos. Sin embargo, la leyenda se ramifica y se va desplazando hacia el Sur patagónico, donde se siguió buscando largamente la mítica ciudad, que alcanza múltiples derivaciones en el imaginario popular, en el ensayo y en la literatura (Aínsa 1992).

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29 C o r p u s Christi (fuerte que s e erigió bastante m á s tarde, por orden del A d e l a n t a d o Pedro d e M e n d o z a * , y que f u e arrasado por l o s i n d i o s ) 4 7 c o n el de Sancti Spiritus. N i L u c í a de Miranda ni su marido Sebastián Hurtado existieron t a m p o c o , s e g ú n l o s d o c u m e n t o s de e s a e x p e d i c i ó n q u e tenía prohibido llevar mujeres, s e g ú n la orden e x p r e s a del emperador Carlos V 4 8 , mientras q u e sí las i n c l u y ó , en c a m b i o , la de M e n d o z a . Faltan, a s i m i s m o , registros c o r r e s p o n d i e n t e s a M a n g o r é 4 9 y Siripó. La destrucción y a b a n d o n o de Sancti Spiritus ocurrieron en 1 5 2 9 , sin que ningún e u r o p e o del c o n t i n g e n t e s e mantuviera en tierras argentinas. Las c a u s a s d e e s a destrucción, por lo d e m á s , nada tuvieron q u e ver c o n la mítica historia de amor pergeñada por Ruy D í a z d e G u z m á n . La relajación de la disciplina entre l o s e s p a ñ o l e s , y el d e s e o de represalia d e l o s indios ante las crueles matanzas perpetradas por C a b o t o y s u s h o m b r e s determinaron la catástrofe: "no f u e el a m o r s i n o la v e n g a n z a - d i c e Eduardo M a d e r o - que armó el brazo de l o s i m a g i n a d o s M a n g o r é y Siripó" 5 0 .

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El fuerte de Corpus Christi, cerca de Coronda, también en la actual provincia de Santa Fe, fue fundado por Juan de Ayolas (1536) en una de las avanzadas que ordenó Mendoza, pero se despobló al poco tiempo, como consecuencia de un devastador ataque indígena (en represalia por matanzas que había ordenado el lugarteniente de Mendoza, Francisco Ruiz Galán). 48 Así lo hace constar Eduardo Madero (1902, 113). Lo mismo señala Medina (1908, 90): "que bajo ningún pretexto permitiese que se embarcase mujer alguna, 'por evitar los daños é inconvenientes que se siguen é cada día acaecen de ir mujeres en semejantes armadas'" citando la Real Cédula del 20 de septiembre de 1525. 4g Cabe señalar, empero, la persistente creencia en la historicidad de algunas de estas figuras, no ya sólo en el imaginario, sino en la bibliografía científica corriente. En la conocida EUIEA (1929, t. 3, 826), aparece la figura de Mangoré como de existencia real: "Mangoré. Cacique argentino, de raza indígena, que en 1529 atacó a la guarnición española del fuerte de Santi Spiritus, compuesta de 170 hombres, matando a la mayor parte y llevándose a las mujeres y niños. Lo hizo impulsado por la pasión que sentía hacia Lucía Miranda, esposa de Sebastián Hurtado, mujer de singular hermosura. Solo pudieron escapar con vida 40 españoles y se trasladaron al Brasil. La fechoría de Mangoré ha servido de tema a varias obras de la literatura argentina". 50 Ver Madero 1902, 110-113. Lo mismo señalan Medina (1908, 191-203) y Leguizamón (1926, 54-55) quien enfatiza que los verdaderos raptos eran los perpetrados por los conquistadores sobre las "infelices aborígenes". Caboto había vengado la muerte de tres españoles asesinados con un ataque a la vecina aldea indígena, que arrojó como resultado cien víctimas fatales, además de mujeres y niños tomados prisioneros. Una semana antes de su partida a San Salvador, había abofeteado al cacique Yaguarí porque se demoraba en llegarse a donde él estaba. Luego, uno de sus hombres le asestó una puñalada. Algunos indios timbúes fieles le advirtieron que hombres de su tribu quemarían el fuerte y matarían a quienes lo defendieran. Sólo cincuenta españoles, que llegaron huyendo a San Salvador, desnudos y sin armas, fueron los sobrevivientes de esa matanza. La defensa del fuerte estuvo muy lejos del heroísmo: según Alonso Santa Cruz, los defensores no presentaron batalla y corrieron hacia los bergantines. Otro tanto hizo Gregorio Caro, a pesar de que algunos soldados lo instaban a que atacase. Santa Cruz, herido, el clérigo García y otros soldados, lograron huir posteriormente en una barca.

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La Lucía Miranda de Ruy Díaz de Guzmán Ruy Díaz entra en materia en el Capítulo VII, cuando la supuesta guarnición permanece en el fuerte, tras la partida de Caboto a España. La convivencia entre los españoles y los aborígenes de la zona (timbúes) se desarrolla sobre carriles pacíficos, aunque señalada por cierta asimetría. Los timbúes, "jente labradora", proveen a los españoles de comida, sin que se especifique lo que los españoles dan a cambio, salvo el "amoroso tratamiento" brindado por "Lucía de Miranda51" al cacique, lo que provoca en él "un desordenado52 amor" (que no debía serlo tanto de acuerdo con los códigos culturales de una sociedad poligàmica, donde era común el intercambio de mujeres por dones de cualquier índole53). Para la óptica cristiana, Mangoré54 malinterpreta el amor casto de Lucía y cae en el "defecto" típico del "bárbaro": paradójicamente, el "exceso" que sobrepasa los límites55 del pudor y la conveniencia. Persuade a su hermano Siripó para invadir el fuerte (mediante el ardid del "presente griego", esta vez, regalos de víveres), aunque no invoca su deseo por Lucía, sino que aduce la necesidad de defenderse contra un previsible abuso de poder por parte de los españoles. Siripó, después de poner algunos reparos, accede, y el ataque a traición se realiza durante la noche. Mangoré es muerto por don Ñuño de Lara, protagonista titánico del combate. Siripó vence finalmente, y se queda con Lucía y unos pocos prisioneros (mujeres y niños). Primero la toma como esclava, pero luego se enamora de ella, y le ofrece matrimonio con las más galantes razones, las cuales, sin embargo, "aflijieron sumamente a la triste cautiva" (1974, 84), que no quería verse "poseída de un bárbaro" (83). La situación empeora cuando 51

En los autores que de aquí en adelante traten el personaje y el tema, encontraremos una continua fluctuación entre "Lucía Miranda" y "Lucía de Miranda"; en este segundo caso puede buscarse resaltar un supuesto origen noble de la mujer española. Por lo demás, Ruy Díaz no proporciona ningún dato en cuanto a la vida anterior de Sebastián y Lucía en España, salvo señalar que ambos son "naturales de Ecija". La primera autora que expandirá enormemente el pasado ignoto de Lucía y la dotará de un espesor temporal inédito es Eduarda Mansilla. Por Ruy Díaz sólo sabemos que los esposos llegaron en la expedición de Caboto. 52 El "desorden" (Barran 1991, t. II, 23) que es la esencia del pecado para los católicos, en tanto desobediencia al Padre, será leído como "barbarie" (desobediencia a la civilización) por el proyecto liberal burgués que, en la segunda mitad del siglo XIX, se propone "ordenar" la caótica sociedad rioplatense, tanto en el Uruguay, al que se refiere específicamente Barran, como en la otra orilla argentina. Cabe señalar que sus descripciones y evaluaciones generales resultan válidas para ambos países. 53 Este es uno de los rasgos que más chocan a los españoles, habituados a considerar el cuerpo femenino como depositario de la honra del varón poseedor (padre, marido, hermano) y por lo tanto no comerciable ni accesible, bajo ningún concepto, a otros varones. 54 En los diversos relatos del episodio los nombres de los caciques sufren variantes: "Mangoré", "Mangora", "Marangoré"; "Siripó", "Siripó", "Siripa", "Siripus", "Siripio" sin que existan motivos específicos, fuera de la preferencia de cada autor, para determinarlas. 55 Así se define a la "barbarie" en tanto forma de la sensibilidad de los 'excesos', que luego la nueva sensibilidad "civilizada" se encargará de reprimir (Barran 1990,1.1, 15)

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reaparece Sebastián, que había salido del fuerte en busca de víveres. Siripó pretende matarlo, pero al interceder Lucía, le perdona la vida, le da otra mujer timbú— y lo acepta dentro de la comunidad como subdito libre. La única condición es que los antiguos esposos no pueden volver a tener trato conyugal. Sin embargo, "para los amantes no hay leyes que los obliguen a dejar de seguir el rumbo donde los lleva la violencia del amor" (84). Violencia que en este caso no es sacrilega ni bárbara porque coincide con el primer (y único válido) matrimonio. La traición al nuevo marido es delatada, sin embargo, por una antigua esposa de Siripó. Éste, a pesar de su furia, aguarda a constatar por sí mismo el engaño. Pero cuando ello ocurre, el castigo es implacable: Lucía es quemada, y Sebastián asaeteado. Cabe señalar en esta matriz original del mito: (1). Lucía Miranda es antes un paradigma de virtud que de belleza. Los calificativos personales que se le adjudican apuntan al valor que ella tiene a los ojos de los hombres que la disputan, pero no se enfatiza su hermosura (que, en todo caso, se sobreentiende), ni tampoco su inteligencia o conocimientos. Es, simplemente, la "muy cara Lucía", la "cara Lucía", o la "buena Lucía", dechado de "compostura y honestidad", que da muestras de "gran valor" al enfrentarse a la muerte. (2). El recurso, como una exasperación de la diferencia, al reiterado sema "barbarie" para calificar a los timbúes como los "otros": "con que vino el bárbaro a aficionársele tanto" (80), "vendiendo sus vidas en tan cruel batalla a costa de infinita jente bárbara" (82), "se resolvió [Sebastián] a entrarse entre aquellos bárbaros" (84), "donde fue flechado por aquella bárbara jente" (85). La "barbarie" de Siripó parece ser el motivo principal para el rechazo que Lucía siente por él. (3) Estos "bárbaros", no obstante, piensan, tienen sentimientos muy humanos (aunque desmedidos) y, en algunas materias, valores semejantes a los de los conquistadores. Desde la voz de Mangoré escuchamos, por un momento, los verdaderos motivos históricos del ataque contra los españoles, entendido como elemental autodefensa ("eran tan señores y absolutos en sus cosas, que en pocos días lo supeditarían todo como las muestras lo decían, y si con tiempo no se prevenía este inconveniente, después cuando quisiesen no lo podrían hacer, con lo que quedarían sujetos a perpetua servidumbre", 80). El "bárbaro" Siripó no se deja llevar por la cólera inmediata y sopesa con cuidado sus decisiones: objeta a Mangoré su intención de ataque, espera a comprobar el engaño de Lucía antes de ejecutar el terrible castigo. En esto - e n la represaliatampoco se diferencia tanto de un marido español de la época en que Ruy Díaz escribe. Marido que tenía la obligación -para defender su honra- de matar a la adúltera (éste es el calificativo que da a Lucía la esposa india repudiada) y a su amante 56 , aunque aquí se acentúe -sobre el abstracto honor, concepto españolla pasión (los "rabiosos zelos"). En este caso la situación se agrava, incluso, 56

Es lo que hace, exactamente, Ruy Díaz de Melgarejo, otro personaje -pero histórico- de La Argentina, que sorprendió a su mujer en amores con un clérigo, y los mató a ambos a estocadas.

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porque, desde el punto de vista timbú, esa adúltera que Siripó ha elevado a la categoría de esposa, es también la "extranjera": un "otro" no menos irreductible. (4) El relato atribuye las causas de la guerra interétnica (guerra de conquista, por la ocupación del suelo) a la pelea entre varones por una mujer (refuerzo de los tópicos homéricos, junto con el "presente griego"), aunque estas causas profundas están claramente expresadas en las razones con las que Mangoré intenta persuadir a Siripó. La única acción de esta mujer en el relato de Díaz es haber dado a Mangoré "amoroso tratamiento". Sobre los riesgos psicológicos de este "amor", y su grado de "culpa" o "inocencia", trabajará en el futuro la saga literaria. (5) La inversión del circuito del cautiverio. No pudieron ser los aborígenes quienes tomaron al principio mujeres españolas; la historia debió de ocurrir exactamente al revés. L a omisión y tergiversación es tanto más llamativa si se atiende a las circunstancias biográficas del autor, Ruy Díaz, nieto nada menos que de Domingo de Irala, gobernador del llamado "Paraíso de Mahoma" en la Asunción, que tenía él mismo un harén de mujeres indígenas, a las que llama en su testamento "criadas" (su religión le prohibía obviamente considerarlas "esposas" como Siripó hace con Lucía) pese a haber reconocido y legitimado a todos sus hijos, entre ellos, a la madre del mismo Ruy. Bastante distinto del abuelo Irala era Alonso Riquelme de Guzmán, padre del historiador, sobrino político y defensor del "puritano" Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que fracasó en su intento de moralizar el "Paraíso de Mahoma". La famosa carta de Riquelme a Ruy Díaz de Guzmán, que a veces se cita - f u e r a de contexto y mutilándola- para mostrar la lujuria de los conquistadores en las Indias, es profundamente irónica por parte de quien la escribe 57 ; tampoco fue dirigida a Ruy Díaz de Guzmán hijo 5 8 (que aún no había nacido) sino a su padre, en España, cuyo nombre y apellido noble puso después Alonso Riquelme -según el uso frecuente en la é p o c a - a su hijo primogénito, el futuro cronista. Después de su inútil rebelión contra Irala, Riquelme debió casarse con la hija de aquél, Úrsula, apenas núbil, que le fue entregada como prenda de paz y alianza obligatoria. Quizá el propio disgusto y la censura moral de Riquelme influyen para borrar, en el relato de su heredero, el exceso (la barbarie, la lujuria) del lado de los conquistadores, para recolocarlo del lado de los aborígenes. Así como se borra, también, la memoria del mestizaje como elemento central de la fundación,

Dice la carta a Ruy Díaz de Guzmán (padre), fechada en 1545: "estos son guaraníes y sírvennos como esclavos y nos dan sus hijas para que nos sirvan en za (sic; debe corresponder a "ésa" [tierra]) y en el canpo de las quales e de nosotros ay mas de quatroQientos mestizos entre varones y hembras por que vea vuestra merced si somos buenos pobladores lo que no conquistadores a mí a lo menos no me parece bien" (Lafuente Machain 1942, 82). En esta misma carta Riquelme cuenta, con profundo disgusto, la prisión a que fue sometido Alvar Núñez, y la suya propia. 58 Así lo señaló, erróneamente. Rotker (1999, 152-153). 57

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aunque Ruy Díaz no deje de señalar sus efectos en otros sectores de su Historia. En el Cap. XVIII del Libro I, se narra otra "traición" indígena (a los españoles de Asunción) pero con final muy diferente. La paz se consolida mediante la entrega de mujeres aborígenes, con lo cual los conquistadores se transforman en Tobayás (cuñados) de los indios. Los descendientes de este mestizaje (legitimados, como Ursula de Irala) reciben por parte de Ruy Díaz los mayores elogios, sobre todo las mujeres, en quienes, acaso, quiso pintar las virtudes de su propia madre. Pero se trata siempre de un mestizaje donde el elemento masculino dominante (el padre) es blanco y cristiano, y por lo tanto puede dar forma a la "materia bárbara". Pensar lo contrario (que Lucía tuviera descendencia de Siripó) subvertiría las relaciones de dominio y humillaría a la cultura del conquistador, al transformarla, como a una mujer, en objeto/cuerpo penetrable. La oscilación de la identidad y la diferencia, de la cercanía y la distancia, la voz del otro dentro de la propia voz, proporcionan al texto de Ruy Díaz la ambigüedad suficiente como para asegurarle sucesivas versiones que potenciarán uno u otro aspecto.

La leyenda de Yanduballo y Liropeya en la Argentina de Barco Centenera. El Charrúa, de Pedro Bermúdez En el poema así llamado59, escrito por Martín del Barco Centenera*, figura la historia de dos "firmes amantes", que no son Lucía Miranda ni Sebastián Hurtado, pero su lectura probablemente ha reverberado en el texto de Eduarda Mansilla, donde el nombre "Lirupé" (constante y enamorada esposa de "Marangoré"), remite acaso a la "Lyropeya" de Centenera. Este episodio, que se narra en el Canto XII, sucede durante los combates entre la expedición de Juan de Garay contra los guaraníes liderados por los caciques Terú y Tabobá, entre otros. Tiene por protagonistas a los enamorados Yanduballo y Lyropeya (o Liropeya60), aborígenes, y a Caravallo, mestizo combatiente del lado español, bajo el mando de Garay, quien, junto a otros soldados, ha entrado en las islas del Paraná para dar caza a los indígenas. Allí 59

El título completo del poema es: Argentina y conquista del Río de la Plata, con otros acaecimientos de los reynos del Perú, Tucumán y Estado del Brasil. La edición príncipe del poema, publicada en Portugal, es de 1602. Pedro De Angelis lo incluyó en su Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias de! Río de la Plata. (T. III, 1969). Tomo las citas de la última edición, a cargo de Silvia Tieffenberg (1998). No se trata por cierto del primer poema escrito en el Río de la Plata, ya que lo antecede el "Romance" del presbítero Luís de Miranda de Villafaña, partícipe de la primera y desdichada fundación de Buenos Aires. Hay varias teorías acerca de la datación exacta de este poema. Beatriz Curia en su detallado estudio (1987, 15-23) conjetura que fue escrito alrededor de 1573, en Asunción. 60 Centenera oscila entre ambas grafías.

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"en medio de una selva" encuentra a la pareja, cuya relación responde a un modelo cortesano y heroico: Yanduballo debe derrotar a cinco caciques antes de que Lyropeya (la Dama, cuyo sueño guarda) acepte tomarlo por esposo. Ante la agresión de Caravallo, Yanduballo blande su lanza para matarlo, pero su enamorada lo desarma: la prueba se cumplirá sólo si el aspirante vence a un cacique. El soldado entonces aparenta retirarse, aunque su gesto será sólo un ardid traicionero. Mata a distancia a Yanduballo con dos tiros de "herrón" (rodaja de hierro) ya que se ha prendado de Lyropeya: "pensando de llevar por dama, esclava, / al indio con la cruda lanza clava". Como Lucía Miranda, Lyropeya sólo está dispuesta a amar a un hombre. Finge consentir y le dice a Caravallo que lo acompañará, con la condición de enterrar primero a su novio. En un descuido del soldado, no obstante, se suicida arrojándose sobre su espada. Caravallo carga con el peso de la culpa, a tal punto que él también quiere suicidarse. Finalmente, la llegada de los suyos lo disuade de ese propósito. Se embarca con ellos en balsas, y todos juntos atraviesan "a do está de Gaboto la gran torre, / por donde el Carcarañá se extiende y corre". Similar escenario, y también parecidos actores para otro drama de pasiones. La fidelidad femenina se mantiene inalterable en la heroína del relato de Ruy Díaz y en la heroína de Centenera, pero aquí el "villano" (medio español, y que pelea para los españoles) se muestra capaz de arrepentimiento. Por otra parte, Lyropeya es un paradigma de hermosura: "Aquesta Lyropeya en hermosura / en toda aquesta tierra era extremada /.../ que aunque muerta estaba bella / y tal como un lucero y clara estrella". En la novela de Mansilla, Lirupé: "la hermosa" o "la bella", la "hermosa y opulenta" princesa indígena, es la esposa conmovedoramente fiel de Marangoré, y la dolorida rival de Lucía. El odio de Lirupé hacia Lucía no se censura; la misma víctima de sus celos la comprende. En su última aparición, la joven viuda de Marangoré se precipita en el bosquecillo donde ha sido enterrado su marido "con la razón extraviada". Cabe señalar que hay otra derivación de la tragedia de Lyropeya: un texto del poeta y militar uruguayo Pedro P. Bermúdez*, al que se ha mencionado como otra versión de la saga de Lucía Miranda. Sin embargo, parece mucho más lo que le debe al poema de Centenera. Se trata del drama El Charrúa, en cinco actos, obra escrita en 1842 y publicada en 1853. Nunca se llevó a las tablas por haberse ido del teatro San Felipe, antes del plazo convenido, la compañía que iba a representarla (Falcao Espalter 1922). Los personajes del drama son, entre otros, el cacique charrúa Zapicán, su hermosa hija Liropeya, Abayubá, su amante, Carvallo, el rival cristiano (calco onomástico, como se ve, de Centenera), Yamandú, cacique guaraní aliado de los charrúas (que también aparece en Centenera, aunque no en el mismo episodio), el adelantado Juan Ortiz de Zárate, así como varios oficiales y soldados españoles, e indios charrúas y guaraníes. Ni la época ni el escenario geográfico (la Banda Oriental, entre Colonia del Sacramento y el Río San Juan) coinciden con los del episodio de

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Ruy Díaz. Tampoco, hay que decir, con el escenario de Centenera, aunque sí con la época de los sucesos. Donde más se asemejan los textos de Ruy Díaz y de Bermúdez es en el conflicto amoroso y su final: Liropeya es raptada para convertirla en concubina del capitán Carvallo. Abayubá se lanza a su rescate, y el baluarte español es asaltado y consumido por las llamas. Los enamorados charrúas mueren, juntos, pero muere Carvallo también sin haber conseguido el amor de la fiel Liropeya. Otra vez se exaltan la constancia y la lealtad aunque ahora los villanos son los españoles. Bermúdez mismo dice haber compuesto esta obra de factura romántica, escrita en metro romanceado, para loor de la indomable raza charrúa "Que hiciera trescientos años / Pie firme frente a la España", "Esa, no bien conocida / Ni aún en su misma patria / Pero que en hechos gloriosos / se muestra en ella abultada.", "En fin, yo canto la tribu / Que hoy es polvo, menos, nada; / Ésa, que fuera preciso/ para vencerla, acabarla."; así reza el prólogo de la pieza teatral (en Falcao Espalter, ibídem)61.

Lucía Miranda en la historiografía jesuítica de los siglos XVII y XVIII La tragedia de Lucía Miranda fue reelaborada por los historiadores jesuítas en los siglos XVII y XVIII: Del Techo, Lozano, Charlevoix, Guevara. La Historia de la Provincia del Paraguay de la Compañía de Jesús, de Nicolás Del techo (1897, publicada originalmente en latín, en 1673, aborda el episodio en el Capítulo IV del Tomo I con el siguiente título: "Los indios se levantan contra los primeros colonos del Río de la Plata". La acción comienza luego de la partida de Caboto a España. Inmediatamente entra en escena el "amor ilícito" de "Mangoré" provocado por "una mujer hermosa sobre toda ponderación" (1897, 45). El "recato" de la mujer y del marido (que rehúsa dejarla sola) se destacan desde el principio (como en Ruy Díaz). Pero, a diferencia del primer cronista, no hay descripción alguna de las prendas de los caciques, fuera de la "hipocresía y la traición" ni tampoco insinuación de otros motivos que pudieron haber tenido para hacer la guerra a los españoles; no existe "otro fin que el de gozar una mujer" (46). Muerto Mangoré, Siripo, "tan lascivo como su hermano", hace lo imposible por quebrantar la castidad de Lucía. Cuando reaparece Hurtado, sólo se salva merced al juramento de su esposa de no volver a tener trato amoroso con él (Del Techo no especifica si se ha visto obligada, o no, a hacer vida marital con el cacique). Sorprendidos los esposos cristianos tiempo más tarde, infringiendo el pacto, son condenados al

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Una última derivación conocida (fuera ya del marco temporal de este estudio) es la obra teatral Liropeya de Mercedes Pujato Crespo de Carmel ino Vedoya (1928).

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martirio. Aparece aquí formulado, por primera vez en las historias jesuíticas 62 , el paralelismo con los santos, pero sólo de parte de Hurtado: "Sebastián Hurtado fue atado a un árbol, y como si representase al santo de su nombre, fue atravesado por las flechas de los indios mientras oraba piadosamente." (49). Lucía parece tener que hacerse perdonar más pecados que Sebastián (o así lo cree el cronista): "puesta en la pira, rogaba á Dios que no despreciase el dolor que tenía por cuanto le hubiese ofendido pecando, y que, sacándola de la servidumbre á que estaba sujeta, la llevase á la patria eterna" (49). La "moraleja" que Del Techo no puede evitar extraer del episodio atañe al "desengaño del mundo": "fueron ambos ejemplo elocuente de cuánto dista muchas veces nuestro destino de las esperanzas que concebimos." (49). La Historia de la Compañía de Jesús en el Paraguay63 del padre Pedro Lozano (1697-1752) - l a más compleja y detallista, reivindicada aun por críticos harto severos, como Paul Groussac- considera que el descubrimiento de las Indias Occidentales es la obra "mayor que ha visto el mundo después de su creación y redención"64, y el "principio de mayor aumento que la cristiana religión ha tenido" (1873, 6). Todos los episodios (especialmente los de carácter mítico-simbólico) son así interpretados desde esta gesta religiosa. Es interesante destacar que, empero, no incurre Lozano en la idealización de los conquistadores, ni en el encubrimiento de los móviles crematísticos de la conquista y de los engaños que perpetran contra los naturales de la tierra. Así, censura duramente la actitud de Caboto en Puerto de los Patos. Mientras que los indios los reciben, generosos, con "humanidad por cierto digna de todo agradecimiento", el almirante, al despedirse, "usó la villanía de robarles cuatro gallardos jóvenes, hijos de los más principales caciques, con el sentimiento de sus padres, que en pechos menos bárbaros labora profundamente, y pudo malquistar para adelante entre aquellas gentes la fidelidad a los europeos, al ver que pagaban con violencias los más oportunos beneficios." (17). Se cuida asimismo de resaltar que cuando Diego García de Moguer entra a su vez en el Río de la Plata, los mismos carios a los que Caboto les ha robado los hijos lo acogen con bondad (32). 62

Aunque Ruy Díaz puede haber pensado en este paralelismo, no lo explícita en La Argentina manuscrita. 63 Lozano concluye la obra en 1745, según consta en la protesta del autor (11 de junio de 1745), que se refiere a ella como lista para imprimir. Su Historia se terminó de publicar en Madrid diez años más tarde, en 1755. El doctor Andrés Lamas, al volver a publicarla en 1873 (edición que utilizo) la llamó, arbitrariamente según Paul Groussac (Guevara 1908), Historia de la Conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán. La reproducción de las citas se ajusta a la ortografía de la edición de Lamas. 64 Evidentemente, Lozano se remite aquí a la famosa Historia general de las Indias (I a ed. 1552) de Francisco López de Gomara, que, en su dedicatoria al Emperador Carlos V enuncia así: "Muy soberano Señor: La mayor cosa que después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crió, es el descubrimiento de Indias, y así las llaman Nuevo Mundo" (1979, 7).

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Una vez partido a España el almirante (contra el que hay, de parte de indios y cristianos, sobradas quejas) queda en el fuerte don Ñuño de Lara, noble, prudente, afable y amado por castellanos y por indios también prudentes. Todo hubiese ido bien de no haber sido por un agente sobrenatural: el Demonio, envidioso del dominio que Cristo puede alcanzar en las Indias. De tal modo, y "aunque aquella nación de los timbúes era de genio más templado que las otras, levantó un fatal incendio en el pecho de su principal cacique, llamado Mangoré, haciendo que se aficionase torpemente de una española que estaba en aquel presidio..." (42). Ante la negativa de Lucía, quiere persuadir a Siripo para invadir el fuerte. Éste "que era más cuerdo", y sobre el que no ha actuado aún el contagio del mal instilado por el Demonio, intenta disuadirlo, porque "era barbaridad inhumana, ajena de la templanza de los timbúes". Aunque Mangoré insulta a su hermano tildándolo de cobarde, éste se contiene y se resigna a acompañarlo. Lucía, a todo esto, es una "inocente Elena" y los españoles se comportan como incautos y temerarios al hospedar sin más a "bárbaros recientes amigos" en el fuerte. Don Ñuño, en la defensa, se bate tan heroicamente como en el episodio original y mata él mismo a Mangoré. Rendido ante la hermosura de Lucía, el razonable Siripo se deja llevar, empero, por la misma pasión que su hermano. Pero el "impuro amor" del cacique y todas sus lisonjas y sobornos se estrellan contra la "recia batería" que es el "casto pecho de aquella Lucrecia española" (49). Se reitera el regreso de Hurtado, el acuerdo con Siripo, la transgresión de los esposos llevados por "la fuerza del amor" (52), descubierta por la antigua consorte de Siripo, y luego constatada también por éste, que "con su natural cordura" no quiere castigarlos sin tener la prueba él mismo. Condenados, marido y mujer mueren ejemplarmente, Lucía, hablando hasta el final ("mientras la voracidad del incendio le permitió libre el uso de la lengua") con "ánimo varonil", y Sebastián con "cristiana constancia", ambos pidiendo al cielo perdón y misericordia por sus pecados. Nuevamente se establece -sólo del lado de Sebastián- el paralelismo con el mártir: "la estraña compunción con que recibió la muerte, semejante a la del ínclito mártir cuyo nombre tenía" (53). En suma, los "bárbaros" de Lozano no lo son tanto, puesto que gozan de cordura y razón, salvo porque aún no conocen al verdadero Dios (situación remediable gracias a los misioneros), ni los españoles (o sus almirantes, como Caboto) son tan "humanos" como de su cristiandad cabría esperarse. El Demonio ha vuelto a introducirse en lo que podría haber sido un nuevo paraíso. Como en el Edén, la mujer es su cebo y su instrumento, aunque, a pesar de todas las tentaciones, no hay en ella caída moral. Cualquier mancha aneja a su humana condición, resulta de todos modos lavada por el fuego del martirio ("con lo que esperamos saldría del fuego purificada su alma de las manchas que suele contraer la fragilidad humana" (53).

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La Histoire du Paraguay (1756) pertenece al padre Pierre François-Xavier de Çharlevoix (1682-C.1761)65. En el Libro I del Tomo I se desarrolla el episodio de Lucía Miranda en dos capítulos ("Histoire tragique d'une Dame Espagnole", y "La tour de Cabot brûlée par les Indiens et toute la Garnison massacrée", 29-33). Durante el primer capítulo se narra el enamoramiento de "Mangora" ("il en devint éperdument amoureux", los medios que arbitra para satisfacer esta pasión y los cuidados de ambos esposos para no exponer a Lucía a sus miradas, sin disgustar al cacique de los timbúes, principales aliados de los españoles. El hermano de Mangora, al que Charlevoix llama "Siripa", no aparece en ningún momento. El segundo capítulo se ocupa del asalto al fuerte. El cacique Mangora, "pérfido", se congratula del éxito de su traición pero finalmente expira a manos de don Ñuño de Lara. Queda a merced de los timbúes la "infortunée Miranda, cause innocente d'une scène si tragique". Cabe señalar que Charlevoix la designará de aquí en más solamente por su apellido66. Lo más interesante de este capítulo es la ponderable sutileza con que el jesuíta francés describe los mecanismos de la pasión en "Siripa" y "Miranda". El cacique se pone a los pies de la española e intenta atraerla con halagos. Ella sabe que su rechazo puede acarrearle, como mínimo, pasar sus días en "le plus dur esclavage". Sin embargo, "ne balança point entre son devoir et ses fraïeurs". Espera que Siripa se irrite tanto con su respuesta que la mande matar de inmediato, de manera que tanto su inocencia como su honor queden a cubierto. Pero Miranda se engaña. Como un psicólogo experimentado, el padre Charlevoix reflexiona: "ses refus ne firent qu'augmenter l'estime que Siripa avoit conçue pour elle. Ils donnèrent une nouvelle vivacité à la passion; et comme il n'en est point qui le flatte davantage, il ne désespera point de vaincre la constance de la Captive." Bajo la influencia transformadora (humanizadora, pese a todo) de esta pasión, el bárbaro contradice su misma barbarie: "Il continua de la traiter avec beaucoup de douceur; il eut même pour elle des égards, et une sorte de respect, dont on n'auroit pu croire un Barbare capable." Miranda, en tanto, entiende mejor a qué se expone: "Elle n'en comprit que mieux tout le danger de la situation, et elle en frémit." En tanto Hurtado vuelve y se lanza, con imprudencia, a buscar a su esposa "sans faire reflexion à quoi il s'exposoit inutilement." Siripa quiere matarlo en seguida, pero Miranda "fondant en larmes" suplica, a sus pies, por la vida de su esposo. Hay más que simple acatamiento a la fidelidad conyugal en su actitud. Se trata de un "amour passioné" que logra un efecto paradójico, "sorprendente", sobre otro ser apasionado. El "Anthropofague" se calma, el Amante "jaloux et furieux" se desarma. Aunque quizá el perdón, insinúa Charlevoix, es una trampa tendida por Siripa para tener ocasión de revocar la gracia que concede. Pronto Hurtado (señala uni lateralmente) lo provee de ese pretexto. Siripa, alertado por su mujer

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Se agradece especialmente a la Lic. Marcela Crespo la localización de este texto. Una sola vez se la llama "Luce Miranda".

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timbú, sabe -se dice sin mayores eufemismos- que "Miranda étoit couchée avec son Mari"67 y en seguida lo comprueba él mismo. Cabe señalar que Charlevoix no aclara expresamente si, una vez perdonado Hurtado por Siripa, Miranda ha tenido o no trato conyugal con el cacique. En esto sigue a Del Techo. A partir de Lozano, en cambio, la castidad de Lucía queda fuera de toda ambigüedad. Colérico, Siripa ordena la ejecución inmediata de ambos amantes, sirviendo en esto -apunta el cronista con meditativa ironía- más a los celos de su mujer que a los suyos propios (puesto que pierde así, definitivamente, el objeto amado). Dentro de sus modestos medios literarios, el padre Charlevoix, no en vano heredero de Madame de Lafayette, ha logrado pintar un drama de pasiones, muy humanas, sin agentes sobrenaturales. El final no se recarga de moralejas, ni de expiación de los pecados, ni de piadosas apelaciones a la misericordia divina o al más allá. Los cónyuges se ofrendan mutuamente su muerte y expiran "á la vue l'un de l'autre, dans des sentiments dignes de leur vertu" (33). Por fin, la Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán del padre José Guevara (Recas, Toledo 1719-Spello 1806) es seguramente la que las novelistas de 1860 tuvieron más a mano para consultar, ya que había sido publicada en 1836 por Pedro de Angelis junto a La Argentina manuscrita, en su Colección de Obras y Documentos.68 El relato ocupa el Capítulo II del Libro Segundo ("Desde la salida de Gaboto hasta la llegada de Don Pedro de Mendoza 15301536"). No hay intervención del Demonio que se marque aquí, como lo hacía Lozano. Tampoco se dedica espacio a la relación previa de los dos caciques hermanos, ni hay conflicto o discusión entre ellos que permitan suponer diversos matices psicológicos, como en Ruy Díaz y en Lozano.

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La expresión de Charlevoix es la más directa y gráfica de todas las Historias jesuíticas que tratan el caso. 68

Todas mis citas del texto de Guevara pertenecen a la edición de De Angelis (1969). Señala Groussac que De Angelis utilizó para esta edición el códice de la Biblioteca de Saturnino Seguróla (el más completo), "pero corregido, y sobre todo rebanado en fragmentos más o menos extensos con arreglo a su criterio especial", el cual "consistía en extractar del libro del P. Guevara las partes - y estas mismas no sin mutilaciones- que atañen a la historia natural y política de estas provincias, desechando en absoluto todo lo relativo a vidas y milagros de la Compañía". (Guevara 1908, XLVI1I). Lo peor para Groussac no es esto, sino las correcciones estilísticas e históricas en que De Angelis por su cuenta ha incurrido también. En cuanto a fechas, Groussac data el comienzo probable de la redacción de la Historia de Guevara hacia 1758, y supone que este trabajó en ella durante cerca de diez años, hasta que los jesuítas fueron expulsados del Virreinato del Río de la Plata y el Dr. Antonio Aldao, comisionado por el gobernador Bucarelli, se incautó de los archivos y también de los manuscritos de Guevara (Op. cit, XXXI). Una detallada descripción de la copia de Saturnino Seguróla, en la que se basó De Angelis, puede leerse en Groussac (Op. cit., XXXVIII). Señala Groussac que los manuscritos conservados de la Historia de Guevara son todos ellos copias, no habiéndose localizado el original.

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Se acentúan las virtudes por parte del lado cristiano 69 : el cariñoso trato general de los españoles, dado a los indios, aunque se destaca también el "buen genio" (632) de los timbúes, "gente humana, cariñosa, hospitalaria" (627), la prudencia, clemencia, justicia y humanidad de don Ñuño de Lara, la castidad inexpugnable de Lucía ante Siripó, dato que no figura en el texto de Ruy Díaz y que Lozano y Guevara enfatizan de todas las maneras posibles, evitando cualquier sospecha de ambigüedad sensual o sentimental: "hermosa, honesta, y por extremo recatada", "castos desdenes de Lucía", "constancia de la casta matrona", "castidad victoriosa de Lucía, la cual inexorable a los ruegos del bárbaro, permaneció constante en su determinación, queriendo antes experimentar las furias de un amante, que macular el tálamo con detestable condescendencia" (635-636). Marangoré, calificado como "tirano", se aficiona "locamente" a Lucía Miranda. También Siripo "de amante se transformó en tirano" (636) y ambos ejercen, sobre los españoles, "bárbaro furor". Lucía, "inocente víctima", lleva la delantera en cuanto a excelencia y valor moral. Sebastián "imitó el ejemplo de su esposa en fervorosos actos de religión, y la siguió a la gloria" (636). Se marca mucho menos la pasión (como vimos en Charlevoix) entre los "inocentes consortes" que el prurito por no "macular el tálamo". La "detestable condescendencia" de que habla Guevara, bien puede leerse también como "detestable descendencia" (la que Lucía podría tener con el cacique timbú). Por fin, el amor humano que los cónyuges cristianos se han profesado lealmente no es sino el medio para conducirlos "a la gloria". Guevara cambia el nombre del primer cacique, de Mangoré, en "Marangoré" y ésta es la lección preferida también por Eduarda Mansilla. La confrontación de la novela de Mansilla y de esta Historia, permite comprobar que, lejos de abandonarse a "delirios de exotismo", como alguna vez se ha dicho (Rotker 1969, 161), en su descripción de la sociedad aborigen, la autora se ha basado escrupulosamente en los datos antropológicos que aporta Guevara, como por ejemplo, en el episodio protagonizado por el brujo Gachemané 70 . A pesar de cuanto se ha insistido en la voluntad de asimilación de los cónyuges a los mártires Sebastián y Lucía (Iglesia 1987, 41-62), hay que decir que los jesuítas administran esa identificación posible con bastante cautela. Nunca llega ésta a enunciarse formalmente en el caso de Lucía, tal vez porque la 69

En Guevara también hay alguna crítica a Caboto, como a su injusticia para con la misión supuestamente legítima de Diego García (1969, 630) -aunque tanto él como Caboto se habían desviado del destino original de la expedición-, pero de ninguna manera revela episodios bochornosos con el detalle y la dureza con que lo hace Lozano. Destaca, antes bien, las buenas cualidades del veneciano "sujeto verdaderamente hábil, de sagaz entendimiento y penetrante discurso: después de Colón inferior a ninguno en hidrografía y astronomía" (636). Probablemente en esta imagen positiva, sin mayores sombras, se basa la visión elogiosa de Eduarda Mansilla. Ver en la novela la nota 15 al texto de la Exposición (146-147), sobre la personalidad de Caboto. 0 Ver notas al texto de la novela, (324-329). De aquí en más todas las referencias al texto de la Lucía Miranda de Mansilla, se toman de esta edición.

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mártir de Siracusa es una virgen (estado que la Iglesia considera superior al del matrimonio, por virtuoso que éste fuere)71, aunque la causa de su martirologio es en algo similar a la del tormento de su émula española: la doncella siracusana no ha querido casarse con un pagano. Por otro lado, se trata de una santa con inusitados poderes. Dios ha modificado en su favor una y otra vez las leyes naturales. Cuando intentan llevarla a una casa de prostitución para castigarla por su negativa, no pueden moverla de su sitio; si le prenden fuego, no se quema. Si le arrancan los ojos, Lucía, la portadora de la luz, sigue viendo. Finalmente la decapitan, pero aún desangrándose por la herida del cuello, continúa hablando y exhorta a los infieles a convertirse: en eso se halla quizás su mayor cercanía con Lucía Miranda, que en casi todas las versiones del mito anima y reconforta a su marido hasta el fin. La historia de San Sebastián, cristiano clandestino y oficial de la guardia imperial, a quien se condena a morir flechado por arqueros mauritanos, es, sin duda, menos prodigiosa72.

Otras Historias: Azara y Funes El naturalista español Félix de Azara (1742-1821) menciona el episodio de Lucía Miranda en su Descripción e Historia del Paraguay y del Río de la

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"Es una de las pocas santas femeninas cuyos nombres aparecen en el canon de san Gregorio, y hay oraciones especiales y antífonas para ella en su Sacramentarlo y su Antifonario. También se la conmemora en el Antiguo Martirologio Romano. El primero en dar una completa reseña de su vida y su muerte fue San Aldheim (-709); lo hizo en prosa en el Tractatus de Laudibus Virginitatis (Tract. XLIII, P. L., LXXXIX, 142) y otra vez en verso, en el poema De Laudibus Virginum (P. L., LXXXIX, 266). Siguiéndolo, Beda el Venerable incluye su historia en su Martirologio." (TCE, la traducción es mía). Lucía fue martirizada bajo el imperio de Diocleciano, al parecer el 13 de diciembre de 303. El cuerpo de la santa, que descansó primero en Siracusa, fue llevado a Constantinopla, según algunos autores, en el siglo XI y de allí, en la cuarta Cruzada, transportado a Venecia y depositado en la iglesia de san Giorgio Maggiore; en el siglo XIX fue trasladado a la iglesia de Santa Lucía, de la parroquia de San Jeremías. Se la representa con una espada y una herida en el cuello, también con un libro y una lámpara de aceite (ERC 1950, t. 3, 1424). El arzobispo y beato Jacobo o Santiago de la Vorágine (Varazze, 1228/30-Génova, 1298) se ocupó de ella y de san Sebastián en su difundida Legenda Aurea (1987, t. IV, 43-46). 72 Sebastián padece en realidad dos martirios. Del primero y más conocido - e l de las flechas— es rescatado (según algunas versiones por santa Irene), cuando lo dejan por muerto. En la segunda oportunidad, es flagelado y apaleado hasta ultimarlo, y se lo arroja a la Cloaca Máxima de Roma, pero en un sueño se aparece a santa Lucía [en realidad no se trata de Lucía, la santa siracusana, sino de santa Lucina, matrona romana, aunque los nombres se identifiquen] para indicarle el lugar donde pueden rescatar su cuerpo. (Vorágine 1987, t. XXII, 111-116; TNEB, t. 6, 466). Sebastián logró gran número de conversiones como se atestigua en Maximiano et Aquilino consultibus facía (año 268?), donde éstos figuran entre las personas convertidas por Sebastián fuera de Roma. Fue elegido Defensor de la iglesia en Roma. Su festividad es el 20 de enero. Por haber sido consideradas las flechas símbolo de la peste, san Sebastián fue proclamado protector de las epidemias. (ERC 1950, t. 6, 1145-1146).

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Plata73, pero lo hace muy escuetamente, simplificando a Ruy Díaz, en vez de expandirlo. Azara supone, como Guevara, que han transcurrido dos años entre la partida de Caboto 7 y la destrucción del fuerte. La acción se desarrolla velozmente, sin ningún tipo de introspección o complicación psicológica. Ni siquiera se introduce el episodio del juramento hecho por Lucía a Siripo para salvar la vida de Sebastián, ni el posterior descubrimiento de los enamorados. El martirio de ambos se atribuye solamente al cansancio o los celos del cacique (245). El único aporte novedoso es la mención de un informante (Domingo Ríos) que dice poseer la tradición oral de este episodio por vía materna, y que le ha mostrado incluso "el sitio preciso donde murió Lucía con su esposo, en el bosque del Bragado á la orilla del riacho de Coronda." (245). Esta versión transforma a Siripo en "Siripio". El breve relato de Azara es muy parco en calificativos, tanto de la conducta de los indios como de los españoles. No hay ni "barbarie" ni "sublimidad moral". El deseo carnal de Mangoré y luego de "Siripio" por Lucía, queda simplemente constatado, sin mayores comentarios. La versión 75 del deán Gregorio Funes* vuelve a los adjetivos generosos. Se describe primero un ambiente ideal, donde los timbúes ("gente mansa, dócil y sensible al dulce placer de la amistad") y los españoles conviven pacíficamente ("Los prevenidos comedimientos de Gaboto 76 acabaron de solidarla [la tranquilidad] con señales recíprocas de una alianza verdadera.", Funes 1910, 53). Transcurren dos calmos años desde la partida del veneciano. Don Ñuño de Lara, dechado de virtudes, pone el máximo cuidado en conservar la paz. Sin embargo, "en el seno de esa amistad" nace "una pasión funesta" que causará efectos tan destructivos "como el odio más sanguinario" (54). Se trata de "los 73 La primera edición española, completa y pòstuma, realizada por un sobrino del autor para regalar a bibliotecas, es de 1847. La obra fue escrita originalmente por Azara para el cabildo de la Asunción (1790) y luego reelaborada a su regreso a España. Los Voyages dans l 'Amérique méridionale ( 1809) en realidad compendian el texto castellano. Fueron traducidos por Bernardino Rivadavia con prólogo de Florencio Varela, para la Biblioteca del Comercio del Plata (1846); así lo señala Julio César González (Azara 1943, t. XIV). Las citas pertenecen a esta última edición de 1943. 74 Azara tiende a exculpar los yerros de Caboto, contrariamente a Lozano. Mientras que este (ver notas al texto de la novela) lo acusa de haberse comportado sin piedad con los capitanes disidentes, abandonándolos a su suerte, Azara busca atenuaciones, y dice "prefirieron quedarse allí [en Santa Catalina], para pasar luego al Brasil de donde escribieron al rey contra Gaboto. El padre Lozano en el lugar citado dice, que Gaboto dejó abandonada dicha gente en la isla de Florez, sin advertir que era imposible vivir en ella porque no hay que comer, y que también lo era el poder salir." (Azara 1943, 236 y 238). Lozano se refiere sólo a una "isla desierta" (1873, 18). También Azara presenta el episodio de Los Patos como si los muchachos indios se hubiesen ido con Caboto sin mediar la fuerza. (1943, 237). 75 El Ensayo de la Historia Civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán tuvo una edición en vida del autor (en tres tomos, publicados entre 1816 y 1817), y otra en 1856. Todas mis citas corresponden a la anotada por Scotto, en 1910. 76 El villano, para Funes, es más bien Diego García, cuyas gentes, dice, "se habían hecho insoportables para los charrúas sus vecinos" (53).

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tiros inflamados del amor" que atacan a Mangora, "á pesar de ser un bárbaro". El amor, pues, se ve como índice de evolución humana; lo que lo vuelve fatal es el exceso y lo inadecuado del objeto (la mujer blanca y casada) en quien se deposita. Lucía es "inocente" y discreta, "víctima desgraciada de su propia hermosura", Sebastián "valeroso", Mangora "bárbaro" y apasionado, perdido en un "torbellino de deseos": Siripo, por el contrario - c o m o en Lozano- muestra al principio "el despejo de su razón". A pesar de la inicial descripción halagüeña de los timbúes, se presenta a los aborígenes como pérfidos traidores ("la más vil de las traiciones", 56) y a los españoles como nobles, valerosos, magnánimos, especialmente don Ñuño de Lara, arquetipo del paladín heroico. Siripo, contaminado de la pasión de su hermano, se arroja a los pies de Lucía con "un corazón que hervía", sin obtener éxito alguno. Ella prefiere "una esclavitud que le dejaba entero su decoro". Una vez retornado Sebastián, y ante las súplicas de Lucía, los esposos deben permanecer separados ("que en adelante no se tratasen con las licencias de la unión conyugal") si quieren conservar la vida. Con todo, Siripo les permite que se hablen de cuando en cuando, aunque no se sabe si es por "humana condescendencia" o por astucia ("artificio") para ponerles asechanzas, "sabiendo cuánto irrita a las pasiones una injusta prohibición". La pasión entre los esposos (no aludida en Guevara), está otra vez, como en el original de Ruy Díaz, especialmente marcada, pero es una pasión legítima y por lo tanto, pura. El reencuentro clandestino de los esposos es el más pudorosamente elaborado con galas retóricas en toda la serie de Historias que se ha venido analizando, y el que menos deja traslucir la carnalidad del acto: "habiéndoles sorprendido en uno de aquellos momentos deliciosos que recibían sus senos las lágrimas de un amor inocente y perseguido, y en que consolándose mutuamente hallaban la recompensa de sus penas" (57). Una reflexión final cierra el capítulo, después de una mención sumarísima (y ya sin plegarias ni apelaciones trascendentales) a la ejecución de ambos. Funes se refiere en ella a las empresas de conquista, de manera coherente con el espíritu de la Revolución de Mayo (antiespañola, y al principio dispuesta a reivindicar los derechos de los aborígenes) que encarnó el deán, como uno de sus partícipes más destacados. Es muy de presumir, que si la causa de la humanidad hubiese entrado directamente en el proyecto de estas empresas, hubieran sido menos desgraciadas 77 . No hay nación por bárbara que sea, que no se rinda al imperio del beneficio. Hacerles conocer á estos salvajes el plan de sociedad con todos sus encantos, trazado por la naturaleza, y de que estaban tan distantes: aficionarlos al yugo suave 77

Esta frase se repite, textualmente, en la novela de Rosa Guerra que analizaré infra (69): "si la causa de la humanidad hubiera entrado directamente en el proyecto de estas empresas [las de conquista] hubieran sido menos desgraciadas." (Guerra 1956, 77).

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de la ley, para que detestando sus antiguas abominaciones concibiesen amor al orden: ponerles en las manos los instrumentos de esas artes consoladoras, cuya falta no les dejaba recursos contra las calamidades de la vida: en fin, comunicarles todo el bien posible, economizar la sangre humana, manifestarse siempre clementes y atestiguar un santo respeto a la libertad: véase aquí el camino que para dominar hubiesen tomado con buen éxito los españoles, si la experiencia y la razón más ilustrada de nuestros tiempos hubiera podido socorrerlos. En su falta, juzgaron estos indios que debían sacrificar á su seguridad unos hombres, cuyos pasos llevaban delante por lo común el terror y la codicia (Funes 1910, 58). Funes, hombre de Iglesia y de tradiciones, pero también hombre de la Ilustración y de la Revolución de Mayo, encuentra así la solución salomónica ideal para este conflicto. Los españoles, supuestos representantes de los beneficios de la civilización, no se han comportado a la altura de ella, no por intrínseca maldad tal vez, sino por que les faltaba el concurso de la experiencia y la razón "más ilustradas" que iluminan, en cambio, los días contemporáneos de los revolucionarios. Por su parte, los indios, atemorizados ante los invasores codiciosos, son ignorantes (aunque no por ello irredimibles malvados) y se han sentido obligados a sacrificarlos en bien de su seguridad. Las dos escritoras de 1860 transitarán la huella marcada por Funes, con la esperanza de que los nuevos tiempos no repitan la intolerancia y los errores de los tiempos antiguos.

En lengua inglesa No puede ignorarse alguna conexión entre el mito de Lucía Miranda y The Tempest (1611), de William Shakespeare, y no ya sólo a través de la parcial coincidencia onomástica de las heroínas. La situación argumental presenta ciertamente afinidades. En la comedia shakespeariana hallamos, en una isla remota, una joven mujer de extraordinaria belleza y encanto, un "bárbaro" (Caliban) monstruoso y deforme que la desea e intenta raptarla, en lucha permanente con el etéreo Ariel. También hay una antigua rivalidad entre hermanos, que se han enfrentado por el poder: el virtuoso y sabio Prospero, que ha sido duque de Milán, y el pérfido Antonio, traidor y usurpador de su ducado. Pero el final es feliz: Miranda desposará, por amor, a Ferdinand, joven príncipe de Nápoles, y ella y su padre, Prospero, serán restituidos a la civilización en el lugar que socialmente les corresponde78. La crítica no ha dejado de preguntarse qué procesos intertextuales pueden haber existido entre la obra shakespeariana y el episodio narrado por Ruy Díaz 78

Sigo la ortografía de Shakespeare para los nombres.

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de Guzmán (Astrana Marín 1972, Soler 1992, Rossi de Borghini 1996). Todos ellos concuerdan en señalar: 1) La llamativa coincidencia en el nombre de la protagonista. 2) Los elementos del escenario relacionados con el entorno americano y los periplos españoles, que Shakespeare habría conocido a través de los relatos de viajeros, principalmente el de Antonio de Pigafetta, cronista del viaje de Magallanes, en cuya crónica figura, como en The Tempest, "Setebos", descrito en Pigafetta en calidad de demonio mayor de los Patagones. Shakespeare pudo haber leído esta información, traducida, en The History of Travayle in the West and East Iridies (1577), así como inspirarse en ella para los nombres españoles de varios de los personajes de The Tempest. Se ha hallado, por otra parte, una fuente española estudiada y comprobada de la obra shakespeariana. Se trata del capítulo cuarto de Noches de invierno (1609; ver edición de 2003), del escritor navarro Antonio de Eslava. Dicho capítulo se titula: "Do se cuenta la soberbia del rey Nicíforo, y incendio de sus naves y la arte mágica del rey Dárdano". Víctor Oroval Martí en su tesis doctoral (1978) sobre Noches de invierno y luego de un detallado análisis, evalúa decididamente la obra de Eslava como "fuente mayor de The Tempest" (425)79. Julia Barella afirma (1985, 499) que el dramaturgo inglés debió haber leído o al menos escuchado alguna lectura o comentario minucioso de los cuentos de Eslava, de lo contrario no podría explicarse una huella tan marcada. Señala coincidencias concretas con otros sectores de las Noches...., no sólo con respecto al argumento de esta historia en particular, y concluye que tanto en Eslava como en Shakespeare "hay tempestades conjuradas, nobles nigromantes, delicadas y dulces músicas que, como dice Calibán, 'deleitan y no hacen daño' (Acto III, Escena II), o ninfas y nereidas que intervienen en los desposorios (Acto IV)." (Barella 1986, 27). Carlos Mata Induráin (2003, 108-112) vuelve a mostrar convincentemente el estrecho parentesco argumental de las obras de Eslava y Shakespeare y el uso de lo maravilloso en ambos autores. Lo que no hay, ciertamente, en Eslava, es una isla: la historia de un rey destronado que huye con su hija transcurre en un palacio bajo el océano. Tampoco existe en el intertexto español huella alguna de una heroína "Miranda", ni de lo antropológico americano o "indiano", que sí es importante en Shakespeare. Ya fuere visto positivamente, desde la utopía del "hombre natural" que remite a Montaigne en el discurso de Gonzalo, o negativamente, como lo monstruoso, deforme, primitivo, demoníaco que debe ser dominado, la cuestión del "salvaje", bueno o malo, es una línea problemática que la obra despliega con ambigüedad (el mismo personaje de Calibán está muy lejos de ser simple) y que ha tenido larga repercusión literaria y filosófica.

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Debo a la gentileza del Dr. Miguel R. Fernández la consulta de la tesis inédita de Oroval Martí, y al Dr. Carlos Mata Induráin los trabajos de su autoría que me hizo llegar generosamente. Agradezco al Dr. Javier de Navascués, de la Universidad de Navarra, el haberme puesto en contacto con estos estudiosos de la misma Universidad.

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En lo que hace al escenario americano, cuando Shakespeare escribía esta pieza, se hallaban frescos los ecos del naufragio ocurrido en 1609 durante el viaje hacia las Bermudas, descrito por William Strachey en una carta que tuvo amplia circulación: A True Reportory of the Wreck and Redemption of Sir Thomas Gates, Knight (1610) y que se considera como un intertexto fundamental de la obra, junto a otros relatos de experiencias de descubrimiento y colonización de América. Astrana Marín insiste en que Shakespeare debió conocer también de algún modo la historia de Lucía Miranda. La composición de ambas obras (la de Ruy Díaz, terminada hacia 1612, y la de Shakespeare, en 1611) las sitúa en un plano de contemporaneidad. Ningún documento prueba, sin embargo, que hubiese podido llegar al autor de The Tempest alguna noticia de este legendario episodio, que aún se mantenía inédito, ya que la imprenta lo recoge por primera vez en la Historia jesuítica de Del Techo, de 1673. Salvo, pues, la eventual aparición de alguna evidencia concreta, debe desestimarse la influencia del texto de Ruy Díaz sobre The Tempest. En cuanto al nombre de la heroína, dado su carácter, puede tratarse de una resonancia etimológica latina80. Cabe señalar, con todo, que Calibán comparte los deseos de Mangoré y Siripo; su relación con Próspero y con Miranda, que le ha enseñado a hablar, deja de ser amable cuando el nativo intenta "violar el honor"81 de la joven. De dócil alumno, Calibán se convierte en enemigo y esclavo. El salvaje sometido no deja de deplorar el fracaso de su intento, que le hubiera permitido, de ser exitoso, "poblar la isla de Calibanes"82 (capaces de arrancarla de manos de Próspero y devolverla a sus legítimos dueños autóctonos). Si vamos a la Lucía Miranda de Mansilla, veremos que tanto la heroína de Shakespeare como la de Mansilla resultan excepcionales con respecto a las mujeres de su tiempo: ambas han recibido una educación fuera de lo común, por obra de un maestro (Próspero, padre de Miranda; Fray Pablo, mentor de Lucía). Ambas tienen, también, la llave de la lengua. Las dos son las maestras e intérpretes del otro, del "salvaje", hasta que la relación se quiebra por la violencia sexual. Seguramente, Mansilla leyó The Tempest, ya que dos epígrafes (uno de Macbeth y otro de Hamlet) en la novela que nos ocupa, la muestran conocedora de la obra de Shakespeare.

80 "Miranda", según la etimología en la que puede haber pensado Shakespeare y que en general aceptan sus comentaristas, es "la que debe o merece ser admirada" (de mirari); no había por ello necesidad de ningún "préstamo" de Ruy Díaz de Guzmán. 81 "(...) till thou didst seek to violate / the honour of my child." (Shakespeare 1975, 6. Act I, Scene II, vv. 347-348). 82 "O ho, O ho! Wouldn't had been done. / Thou didst prevent me; I had peopl'd else / this isle with Calibans." (Shakespeare 1975, 6. Act I, Scene II, vv. 349-351)

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Una rara versión inglesa del episodio proporciona la tragedia Mangora, King of the Timbusians, or The Faithful Couple (1718)83, de Sir Thomas Moore*, publicada en Londres. Es probable que Moore conociese la historia por la crónica de Del techo, para entonces accesible en latín. Existen más distancias que afinidades entre ambos relatos; algunas de las diferencias nos remiten a la novela posterior de Eduarda Mansilla. Tanto en Mansilla como en Moore hay un desdoblamiento de la figura del "bárbaro" en un caballeresco y casi lírico Mangora (Moore) o Mangoré (Mansilla), y un Siripo (Siripus) hosco y brutal84; Moore agrega el desdoblamiento -positivo- de la heroína: Lucía (Lucy) tiene una hermana, bella y discreta, llamada Isabella, que también es amada en vano -por don Ñuño-, pero que guarda lealtad a otro amor (Mosquera)85. Esto es casi lo único en común: la corte palaciega de los timbúes, en Moore, es de un lujo barroco y ornamental, frente a la austeridad pampeana del campamento nómade en Mansilla. Moore les atribuye grandes riquezas en oro y plata, mientras que los españoles mansillianos no encuentran allí otros tesoros que los que les pinta su "ardiente imaginación" (304); los únicos adornos de los caciques de Eduarda, por otra parte, son bellas plumas y abalorios de colores. Los timbúes que representa Moore son negros como africanos, no aborígenes cobrizos; en ciertos momentos se los idealiza bajo la imagen del "buen salvaje": "An innocent but happy people, free / from vexatious Cares of Avarice"; "with Love unusual they receive us all" (1718, 3), y otras veces (la mayoría) se los rebaja a la absoluta "barbarie", a pesar de sus palacios y esplendores. En ambas obras hay un fraile, pero son muy diferentes. En la de Mansilla se trata de Fray Pablo, un personaje complejo, de gran dignidad moral, capaz de hacer, desde adentro, una crítica de la jerarquía eclesiástica, y de renunciar al poder para dedicarse a la contemplación y luego, en las Indias, a la conversión de las almas mediante el ejemplo activo de la caridad. En cambio, el Fraile Jacques86, en Moore, es un estereotipo degradado, que representa todos los vicios (lujuria, codicia, vanidad, glotonería) y que hace lo contrario de aquello que predica. Los varones españoles, como soldados con aspiraciones heroicas, son mejor vistos, pero no por ello se deja de insistir en la finalidad venal de la Conquista. La crítica a los móviles de los conquistadores no atenúa, en Moore, una mirada racista sobre los timbúes, que (¡aun desde ellos mismos!) son (auto)descalificados permanentemente desde el punto de vista estético, sobre todo, por su negrura y 83

Se agradece especialmente a la Dra. Eva Gillies la localización de esta obra, y al Prof. Daniel Waissbein los datos sobre su autor. 84 Desdoblamiento que podría corresponder a las dos líneas shakespearianas en la consideración del "salvaje". 85 Una situación semejante aparece en la Lucía Miranda de Hugo Wast (1929). 86 Recuérdese que Jacques equivale a Santiago, en español, y que Santiago de Galicia es el emblema de España, el "patrono" hagiográfico del imperio católico, el defensor de la fe contra los infieles y herejes. La intención de ridiculizar lo que es más sagrado para los españoles, resulta evidente. Por su parte Jacques señala: "I love all Religions, but the Northern heretics" (30).

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fealdad ("a People sure [Mangora se refiere a los blancos conquistadores] / Descended from the Gods, whose Form so fair / Makes us blush through our 87

Night of Black /To see our Imperfections" - 7 - , "Can she love / My black and smutty form?", se pregunta Siripus - 9 - ) . La repulsa de las damas españolas hacia los indios ("black Imps of Hell", 15, "Heaven deliver us from this Monster Indian", 18, "black Devils", 24, "a black Brood of Earthly Devils", "savage Brutes" 31) es total, implacable y constante, cosa que no sucede en ninguna de las dos novelistas argentinas. Hay en Moore, como en Mansilla, un poderoso hechicero indígena (se llama Malivaq) que arma ilusiones y tramoyas; pero a diferencia de lo que ocurre en la novela argentina, el veraz espíritu invocado por el brujo acorrala al fraile y le hace fundadas acusaciones acerca de sus pecados sexuales. Cabe señalar un cambio importante con respecto a la relación de los hermanos timbúes en la historia original y en la mayoría de las siguientes versiones. No es Mangora, sino Siripo el que primero se prenda de Lucía, quien no sólo encanta por su belleza, sino por el hechizo de su voz, antes incluso que por la vista ("Like Lightning something pierc't my stubborn Frame / And at that Voice my strong knit Nerves unbend." - 6 - ; "the inchanting tongue", "And with her tongue inchanted all my senses", 8-9); algo similar sucede con la dulce persuasión de las heroínas de Mansilla y de Guerra. Se recalca además su extraordinario y estoico valor (Dice Hurtado: "Thou best of Women, and of Wives, /Whose tender Body wirh undaunted Mind / And Patience bore hard Usage of the Seas, / Nor did complain of Sickness, or of Want.", 5). También es Siripus el que incita a Mangora a ir a la guerra contra los cristianos, no a la inversa, como sucede en la historia original; el ardid para entrar al fuerte es asimismo idea de Siripus. Luego de la toma del Fuerte, donde muere Mangora, no hay pacto entre Siripus, Lucy y Hurtado. El cacique no sabe que Hurtado es el marido de su amada 8 , y lo remite a ella como embajador para persuadirla a favor suyo. Se entera de que ambos son esposos según las leyes cristianas sólo cuando los encuentra juntos, e inmediatamente ordena su ejecución. La obra concluye con el insólito castigo final de Siripus, a manos de un Caboto (Gavot) vengador. La sentencia no es precisamente suave (el jefe timbú será colocado en una rueda de tormento hasta que se le quiebren todos los huesos, y luego expuesto a las aves de presa). Siripus oye su condena con sangre fría y sale después de contundentes maldiciones dirigidas a los españoles. Una última escena, a manera de colofón, presenta el nombramiento de Mosquera como virrey a cargo, y anuncia sus desposorios con su enamorada Isabella. Gavot parte a España a buscar refuerzos, no sin recomendar a Mosquera (a pesar de la terrorífica tortura impuesta por él mismo a Siripus): "With Mildness rule, 'twill gain each Subject's Heart; / Kind Moderation is the chiefest Art" (54). 87 88

De aquí en adelante los números se refieren a las páginas de la edición citada de Moore. Es esta la única situación que podría vincular la obra con el Siripo de Lavardén (ver infra,

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La novela de Guerra es más afín a la recreación de Moore, en la misma versión del nombre del cacique (Mangora en los dos casos, aunque esta lección puede llegarle de Funes y de Charlevoix) y en su fantasioso escenario de poder y riquezas. No hay pruebas, empero, de que ninguna de nuestras dos autoras haya leído la obra89. En 1916, el crítico Alfredo Colmo, desestimando toda posible conexión de Mangora con el Siripo de Lavardén (ver infra, 50-54) y con cualquier otra obra rioplatense de similar temática, coloca la tragedia inglesa como ejemplo de los despropósitos en que pueden incurrir autores extranjeros cuando fantasean sobre temas y escenarios cuya historia e idiosincrasia desconocen (306-315). Tanto Colmo como Mariano Bosch (1944) se refieren a otra tragedia que pudo haber estado relacionada con la de Lavardén: se trata de Lucía Miranda, del jesuíta Manuel Lassala, publicada en Bologna en 178490, y que se habría basado en las crónicas jesuíticas, así como -según Bosch- en Alzire ou les américaines (1736), de Voltaire. En esta última obra, cabe aclarar, son los españoles los captores de la bella princesa inca Alzira, y el gran enemigo, como no podía ser menos tratándose de Voltaire, es el fanatismo religioso y la opresión política concomitante; contrariamente al caso de Lucía Miranda, el final es feliz, y los nuevos esposos, Alzira y Zamora, abrazan libremente la fe cristiana y gobiernan con justicia el Perú(Núñez 1997, III) 9 '. Por fin, cabe señalar que, según Juan María Gutiérrez*, el poeta Esteban Echeverría* habría bosquejado una obra de teatro sobre el tema. Gutiérrez dice haber encontrado los bocetos de un drama titulado Mangora entre los papeles del autor de El matadero: "De dos páginas autógrafas que parecen arrancadas de un libro de borradores, tomamos los títulos o carátulas siguientes MangoraDrama en cinco actos. Personas: Mangora, cacique de los timbúes- Siripo, su hermano- Núñez de Lara, comandante- Sebastián Hurtado-Rodríguez Mosquera, capitán- Mendoza, id.- García, soldado- Diego Miranda, segundo de Lara y padre de Lucía Miranda- Leonor, su criada- Una gitana- Soldados españolesIndios timbúes- La escena es en la fortaleza de Santi-Espíritu y sus alrededores. 1583". (Gutiérrez 1972, 52). No establece aquí su datación. También en la obra de Moore ya analizada el cacique se llama "Mangora" (aunque lo mismo ocurre en los textos de Charlevoix y Funes) y figura un "Mosquera", así como una

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El Moore que cita Eduarda en varios epígrafes no es éste. Se trata de un homónimo: el poeta irlandés amigo de Lord Byron, que vivió entre 1779 y 1852, y fue autor, entre otros libros, de Irish Melodies y Lalla Rookh. Ver 173, nota 1, en esta edición. 90 Bosch parece haberla leído, no así Colmo, que toma el dato de los apuntes colocados por Juan María Gutiérrez (quien tampoco había conocido esta obra de primera mano) en la página 66 de un ejemplar de sus Estudios biográficos y críticos sobre algunos poetas sud-americanos anteriores al siglo XIX, 1865 (Colmo 1916, 315). N o hemos podido localizarla en bibliotecas. 91 Alzire tuvo una vastísima repercusión. Fue traducida a varias lenguas, y Giusseppe Verdi se basó en ella para su ópera Alzira que fue estrenada en el teatro San Cario de Nápoles el 12 de agosto de 1845. El libreto pertenece a Salvatore Cammarano.

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criada de Lucía, llamada por Moore "Francisca"92. Pero, como ocurre en el caso de las dos novelistas, ninguna evidencia directa nos remite al texto dramático inglés93.

Un eslabón perdido: el Siripo de Lavardén. Las refundiciones En la Buenos Aires aún colonial, durante el Carnaval de 1789, se presentó la tragedia Siripo, de Manuel de Lavardén*, la primera obra teatral de tema y contenido argentino. Fehacientemente, nada se sabe con precisión acerca de las características del texto (cuyo original desapareció en el incendio del Teatro de la Ranchería94, ocurrido en 1792), fuera de algunos pocos datos que figuran en una carta mandada por Lavardén a su amigo Basabilvaso. Se mencionan en ella algunos nombres de personajes: Hurtado, Lucía, Cayumari, y se habla de "toldos" y "pieles bárbaras" (Bosch 1944, 75-77, y 1946, 6). Pero nada permite afirmar que el argumento del original perdido fuese exactamente el mismo que delineó Ruy Díaz de Guzmán en su Argentina manuscrita. Mucho más tarde Juan María Gutiérrez afirmó haber recuperado el segundo acto de Siripo "escrito y correjido por la misma mano de su autor" (1865, 65), aunque no existe tampoco ninguna prueba de tal afirmación. Para Mariano Bosch, ese texto dado a conocer por Gutiérrez no es la obra de Lavardén, sino una probable refundición. Por su parte, el mismo Bosch agrega otro documento: el "Tanto General" (guión destinado a los traspuntes de bastidores), cuya fecha (establecida por la marca al agua del papel) es de 1828. Supone que este guión es el de la misma obra cuyo segundo acto ha rescatado Gutiérrez95. 92

Por otro lado, el "Miranda", padre de Lucía, nos estaría remitiendo al personaje Miranda, con la misma función, en la obra de Lavardén. 93 El erudito filólogo Angel Battistessa (Echeverría 1958, LXXII, nota 216) señala que, si Echeverría dominaba el francés, no ocurría lo mismo con el inglés. Prefería las traducciones francesas de autores ingleses (Shakespeare, entre ellos), en el caso de haberlas, aunque - c o m o demuestra Battistessa- alcanzó al menos a leer la lengua inglesa "siquiera a título de ejercicio, en aquellos casos en que no le era posible disponer de una versión al castellano o al francés." (C-CI). 94 Así se llamaba a la primera "Casa de Comedias" edificada en la Ranchería de Misiones, tosca y de reducida capacidad (Bosch 1910, 15 y ss.) 95 Cabe señalar que en la portada del dicho Tanto General se señala que es una tragedia "en tres actos", cuando lo habitual en la época de Lavardén, dominada por parámetros neoclásicos, eran cinco actos. Ricardo Rojas, por su parte, frente al fragmento de Gutiérrez, supone que "si el poeta no se apartó del primitivo cronista, ni agregó otras escenas de su invención, la obra pudo desenlazarse en un tercer acto (también perdido), cuya acción correspondería a unas treinta líneas de la narración originaria, donde Ruy Díaz cuenta que Siripo, celoso de Lucía y de su esposo Sebastián Hurtado, cautivo también, mandó matar a los dos cristianos (...) Conocido el acto segundo, se infiere cómo pudieron ser el primero y el tercero." En cambio, le resulta mucho más difícil imaginar un drama de cinco actos "pues casi agotada en el segundo acto la leyenda de Ruy Díaz, sólo quedábale materia teatral para el momento patético del desenlace. Posible es que nuestro incipiente dramaturgo se diluyera en

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Lo cierto es que la pieza correspondiente al "Tanto" y denominada Siripo y Yara o el Campo de la Matanza tuvo diversas representaciones registradas a partir de 1813 (Bosch menciona los años de 1828, 1832, 1846). Para Esther Azzario (1962, 28) el texto aportado por Gutiérrez y el "Tanto General" descubierto por Bosch provendrían de refundiciones distintas de un mismo original, lo cual explicaría tanto las afinidades como las innegables diferencias entre ambas piezas. El fragmento de Gutiérrez consiste en quince escenas, escritas en versos endecasílabos asonantados. Sus personajes son Siripo, Miranda (padre de Lucía), Lucía, Lambaré, Cayumari, Hurtado y Yara (el texto, por errata, dice "Lara"), hermana de Lambaré, y prometida de Siripo. La acción transcurre cuando ya ha tenido lugar la destrucción del Fuerte y Lucía y su padre son prisioneros de Siripo. Su hermano (al que Hurtado llama, una sola vez, "Narangoré") ha muerto en la refriega. El "Tanto" (que cuenta con los mismos personajes) se refiere a una obra en tres actos y no deja traslucir demasiado el texto original, ya que anota solamente "el último verso del personaje que está en escena y el primero que deberá 'apuntarle' al darle la salida el traspunte en cuyas manos está aquel" (Bosch 1946, 14). Si se comparan estos pocos versos con el acto publicado por Gutiérrez, hay coincidencias, pero no plenas, y pesan más, incluso, las disparidades (Azzario 1962, 25-27). Tienen especial interés en este debate los argumentos propuestos por Bosch, según los cuales hubiera sido imposible que en 1813, en honor de un público donde figuraban como invitados caciques aborígenes, se representase un Siripo ajustado al argumento de Ruy Díaz, según el cual los indios son vistos "como asesinos, traidores y bellacos " (Bosch 1946, 6). Después de haberse perdido hasta el recuerdo de la obra de 1789, reaparece su título 24 años después, a los cinco años de ocurrido el fallecimiento del autor. No era la misma ni podía serlo por varias razones: la primera porque su libro desapareció en el incendio del teatro de la Ranchería y su autor ocupado de otros negocios más interesantes no se preocupaba en traer su ingrato recuerdo a perturbarle en sus actividades ni tenía objeto hacerlo; ni era la misma, porque en 1813, la amistad con los indios del país excluía en absoluto toda idea ni acción ofensiva para ellos. En cambio el desafecto, acaso ya el odio, se dirigía hacia el bando español (Bosch 1946, 7). Los nuevos tiempos exigían sin duda otro Siripo de remozada intención. Para Bosch el responsable de la transformación del viejo tema, en 1813, tiene que ser parlamentos inútiles, para completar los cinco actos entonces canónicos, bajo el imperio del seudoclasicismo dieciochesco." (Rojas 1960, Los Coloniales II, 483).

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el autor y actor Luis Ambrosio Morante*. Aunque no proporciona pruebas documentales, sus hipótesis son, por lo menos, atendibles. De todos los literatos de la época capaces de abordar la tarea, Morante, veterano del teatro en todos los frentes, le parece el indicado para escribir (o reescribir) una obra "ajustada a las ideas de la época, al ambiente favorable a los indios y contrario a los españoles" (Bosch 1946, 16). Sobre todo porque "él mismo, era indio". O al menos, mestizo: de sange inca -dice Bosch- por parte de madre, y español por parte de padre. Lo cierto es que el segundo acto exhumado por Gutiérrez y el "Tanto" publicado por Bosch presentan importantes diferencias con el desarrollo del tema en Ruy Díaz. En ambos aparecen personajes nuevos: Lambaré, Yara (la desdeñada esposa o novia de Siripo, sin nombre en Ruy Díaz) y un Cayumari (mencionado en la carta de Lavardén), del lado aborigen, y Miranda, padre de Lucía, inexistente en el episodio original, del lado cristiano. El carácter de los cristianos tampoco se ajusta a los nobles valores atribuidos por las crónicas a los conquistadores: en el acto de Gutiérrez, Miranda ha engañado a Siripo, haciéndole creer, para ganar tiempo, que Lucía accederá a sus pretensiones. Por otra parte, Hurtado miente al cacique acerca de su identidad como marido de Lucía, y se muestra dispuesto a desconfiar de su esposa, quien protesta de su inocencia. En el "Tanto" la acción prosigue un acto más, con características diametralmente opuestas a las del episodio primitivo. Aquí no son los indios los victimarios, sino los españoles. La última escena presenta a los timbúes suplicantes, pidiendo misericordia, y a los cristianos, que se la niegan: "¡Piedad! Misericordia. / No la esperen / Desconoced la compasión". Hasta Lucía se muestra despiadada y a ella corresponden también (en unión con los otros españoles) las últimas palabras, que mandan ejecutar a la mujer de Siripo: "-Por aquí me seguid. / Aquí está Yara. Soldados, muera" (Bosch 1946, 18; "Tanto General" 1935, 209). Es probable que, como señala Bosch, esta refundición se hallase orientada a excitar contra los españoles las iras de un público en el que participaban aborígenes, ganándolos así para la causa independentista, que en los primeros momentos buscó y obtuvo la colaboración de las comunidades indias y prometió ocuparse de sus derechos. Si Eduarda Mansilla llegó a presenciar la representación de esta obra, debió de ser a los 12 años (1846), aunque no sabemos si se trataría del mismo texto; presumiblemente las obras sufrían correcciones cuando se las volvía a representar. En todo caso, los personajes de su novela tienen poco que ver con estas figuras. En cuanto al Siripo rescatado por Gutiérrez, fue copiado por éste en dos cuadernos en 1862, y reproducido y comentado96 en su obra Estudios 96

Juan de la Cruz Puig lo reprodujo luego, de corrido, en su Antología de poetas argentinos (1910). Puig señala que el texto por él antologado es "Copia del original autógrafo existente en la Bibl. del Senado Nacional, en la Colee. Gutiérrez" (5). N o obstante, existen variantes

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biográficos y críticos sobre algunos poetas sud-americanos anteriores al siglo XIX, en 1865 (65-101), de manera que ninguna de las autoras de 1860 pudo haberlo consultado. Más allá de tal circunstancia, cabe destacar en el fragmento algunos rasgos de especial interés: 1) La extensa disputa teológica entre Miranda (padre) y Siripo, en la cual el primero intenta convencer al cacique de abandonar el presunto culto supersticioso del Sol para abrazar la religión cristiana. Siripo se defiende lúcidamente ("Ni me juzgues de luces tan escaso / Que á la razón me niegue", Gutiérrez 1865, 67; Lavardén 1910, 7 97 ) argumentando que debe seguir "la ley de sus [de mis] mayores" si quiere conservar el cacicazgo, y que es mejor arrrodillarse ante un Dios fingido "que no me puede hacer ni bien ni daño", que "humillar para siempre la cabeza / Y en cualquier español tener un amo" (Gutiérrez, 67-68; Lavardén, 7). 2) El debate con Hurtado, en el cual éste acusa a los indios de traición y pretende convencerlos de la "libertad de ser vasallos" del rey Carlos. Siripo le reprocha la intención de los españoles de esclavizarlos, y la alevosía con la que han cambiado hasta los nombres de las cosas, como la laguna Apupen convertida en Santa Ana, el Paraná grande en Río de la Plata, y las "fertiles orillas", Buenos Aires 98 . 3) Frente a la actitud intransigente de Hurtado: "No hay remedio: ["No hay mas medio" en Puig] / La guerra ó el dominio castellano" (Gutiérrez, 75; Lavardén, 22), Siripo se muestra sereno y pide tiempo para pensar. Considera viuda a Lucía y piensa en convertirse por amor a ella. 4) Lucía aparece ofrecida por su padre mismo como la valiosa prenda a cambio de la cual el cacique abandonaría su religión y se sometería a los españoles. Manipulada por Miranda, rechazada por la desconfianza de su marido, asediada por la pasión de Siripo, es la gran víctima y la involuntaria culpable: "Nos pierde esta mujer. No la hagas caso" -dice Miranda-, exhortando a Hurtado a volver con Ñuño de Lara (que en esta obra no ha muerto) y presentar batalla. Si primero Lucía acusa de fiereza inhumana a padre y esposo, luego vuelca todos los reproches sobre sí, y se acusa de haber casi aceptado a Siripo cuando creía en la muerte de Hurtado: "¿Yo no he sido / Quien con ojos risueños he ["ha" en Lavardén ] mirado.../ Infiel, á un nuevo amante que tejía / Con alevosas y sangrientas manos / La guirnalda nupcial que coronase / Mi crimen y mi boda? Es necesario / Que la muerte le lave. Morir debo" (Gutiérrez, 87; Lavardén, 43). No es imposible leer, en los debates de Siripo con el padre y el marido de la mujer que ama, una rebelión implícita contra el poder de la Corona en las Colonias. Hurtado justifica su accionar en nombre de la civilización y de las entre su texto y el de Gutiérrez. Las coloco, cuando corresponde, en las menciones de la tragedia, de aquí en más citada por Lavardén. 97 Las siguientes citas se refieren a estas ediciones. 98 Esto da pie a Bosch (1946, 10) para suponer que la acción de la obra no transcurre en Sancti Spiritus (Santa Fe) sino en Buenos Aires, después de 1536, en el Campo de la Matanza (como dice el "Tanto") o Matanzas, próximo al Riachuelo.

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luces que España ha traído. Pero tal vez fuera factible quedarse con la civilización sin abjurar de la libertad". Si Azzario y Bosch están en lo cierto y se trata de una refundición posterior a la Revolución de Mayo, tal lectura es más que verosímil. Sea o no el fragmento de Gutiérrez un texto original del poeta de la Oda al Paraná, lo cierto es que, como se ha visto en Siripo y Yara, fue dable explotar este flanco ambiguo, al punto de transformar a los españoles en villanos (sin que eso garantizase por cierto una conducta coherente de los revolucionarios de Mayo a favor de los derechos de los aborígenes). Más difícil es la situación de Lucía, a quien sólo puede salvar de la muerte el regreso triunfal de Hurtado: en cualquier lado de la frontera, su libertad pertenece a un hombre y está marcada por los límites del honor, o del amor, que se confunden en un mismo mandato inapelable: "Yo de mi mesma juez pronuncio el fallo, / El amor lo aconseja, honor lo manda" (Gutiérrez, 87; Puig, 43).100

3. Las Lucía Miranda de Eduarda Mansilla y de Rosa Guerra La novela histórica en el Río de la Plata101 El género literario elegido por las novelistas de 1860 era conocido por los lectores porteños gracias a las novelas de Victor Hugo, Chateaubriand, Eugène Sue, Fernán Caballero y Walter Scott, entre muchos otros, que se difunden como folletines en los periódicos porteños o como libros importados por algunas librerías, como la de Marcos Sastre (Weinberg 1977, 37-44), donde se reunían los jóvenes intelectuales. Pero las ideas románticas de la Generación del '37 provocan desconfianza en los viejos maestros, que intentan mantener la moralidad, defendida desde la mentalidad neoclásica como regla del gusto social, y repiten el consejo de Horacio convertido en ley: "instruir y deleitar". Esta normativa conservadora es preservada a través de los manuales de retórica usados por los docentes. Los más difundidos son el Arte de hablar en prosa y verso (1825) de José Gómez Hermosilla y el Compehdio de las Lecciones sobre la Retórica y Bellas Letras de Hugo Blair (1789-1799, con múltiples ediciones) de José Luis Munárriz. Pero desde que Diego Alcorta 99

Este era un buen programa incluso para Manuel José de Lavardén, quizá masón, y sin duda, un liberal criollo. Dijo de é! el padre Castañeda: "Hubiese sido un excelente patriota si la muerte no nos lo hubiera arrebatado en los principios de la revolución" (Puig 1910, XXI). 100 En nota al pie, Juan de la C. Puig establece una vacilación: "El manuscrito de Lavardén dice: El honor lo aconseja, amor lo manda" (Lavardén, 43); no obstante Gutiérrez transcribe c o m o se ha visto arriba. En todas las citas de Lavardén se ha respetado la ortografía original de las ediciones utilizadas. 101 Este apartado fue realizado con el concurso especial de la Dra. Hebe Molina.

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asume en 1827 el Curso de Filosofía, que incluye una cátedra de Retórica, en el Departamento de Estudios Introductorios de la Universidad de Buenos Aires, la concepción estética empieza a modificarse. Alcorta incorpora los principios del sensualismo de Condillac y de Destutt de Tracy, y el empirismo de Locke. Posteriormente, Vicente Fidel López*, discípulo y luego reemplazante de Alcorta en la cátedra universitaria, amplía las innovaciones siguiendo las propuestas románticas. Finalmente, vuelca estas ideas en su Curso de Bellas Letras (1845), escrito -en un principio- para la Universidad de Chile. López se basa tanto en Blair como en el flamante Manual de literatura; Principios generales de poética y retórica (1842) del ecléctico Antonio Gil de Zárate. Estos textos de uso universitario son la única formulación sistemática de una teoría literaria, a la que se suman los ensayos de autores europeos sobre literatura y estética, conocidos a través de las revistas francesas y de las traducciones editadas en publicaciones argentinas. En Blair, Munárriz, Hermosilla, Gil de Zárate, la novela es clasificada como "historia ficticia", a continuación de la historia verdadera. En cambio, Vicente Fidel López incluye la novela entre las composiciones poéticas y la define como "la idealización de un suceso doméstico, narrada con tono sencillo i vulgar; para interesar la imajinacion, promover afectos morales, i fortalecer los buenos 102 principios de nuestra conducta privada" (López 1845, 297 ). Además, siguiendo a Abel-François Villemain, en su Cours de Littérature Française (1828-1829), califica el romance103 como "la mas viva i fiel espresion de nuestra moderna civilización" porque "puede ser tenido por la istoria privada de la sociedad" (López 1845, 295; Villemain 1841, II, 374-375). La novela resulta, pues, uno de los medios más adecuados para la difusión de las nuevas ideas; es un género de escaso desarrollo histórico -no está todavía canonizado en el Río de la Plata- y porque reconstruye la vida de hombres comunes, en los que cualquier argentino puede verse reflejado. Pero si el mundo representado en la ficción es similar al mundo real y, por ende, muy verosímil, en ese mundo imaginario debe predominar la moral más pura, para que tal modelo sea ejemplar y no deformante, antipedagógico. Mientras, el auge de los estudios históricos refuerza el criterio de que sólo lo "verdadero"' es válido como forma de conocimiento y, por lo tanto, digno de ser tenido en cuenta (Molina 2005c). Por todas estas razones, cada publicación novelesca está generalmente precedida por propaganda o un prólogo en el que se garantizan la moralidad y la "veracidad" de la historia contada, además de la amenidad necesaria para entretener al lector. Estas "precauciones" aumentan cuando se pretende que los textos sean leídos también por las mujeres, a quienes -según las creencias de la época- su natural inclinación por lo sentimental y lo imaginario las convierte en víctimas fáciles de los "engaños" de las ficciones (Molina 2005b). 102

Este libro está escrito según las nuevas normas ortográficas que intentaba imponer la Universidad de Chile. 103 En el Río de la Plata se usaban indistintamente los términos "novela" y "romance".

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Entre las variantes discursivas, la preferida es la novela histórica porque completa el conocimiento de los hechos pasados al reconstruir -aunque sea imaginariamente- la vida "familiar" y privada de los hombres públicos, la otra cara de la realidad que el discurso historiográfico omite por no serle sustancial (López 1845, 300; Gil de Zárate, 98). Este tipo de novelas asegura la "veracidad" de la historia gracias, sobre todo, a las (supuestas) fuentes históricas consultadas, que se señalan en notas a pie de página. Se considera que los argumentos refieren hechos "realmente" ocurridos, que el novelista no hace más que recuperar con el arte de su escritura, y lo que inventa -para completar lo que la historia no cuenta- es coherente con lo que el discurso historiográfico sí cuenta. Hacia 1860, los porteños ya han leído las dos primeras novelas más importantes de la literatura argentina: Amalia (1855) de José Mármol, en su nueva edición, completa y definitiva; y La novia del hereje o La Inquisición de Lima de Vicente Fidel López que El Plata Científico y Literario edita en cinco entregas entre 1854 y 1855. Amalia, ambientada en el Buenos Aires de Rosas de 1840, está concebida como prospectivamente histórica, es decir, para ser leída como tal por los lectores del futuro 104 . La novia del hereje, en cambio, respeta más fielmente las pautas canonizadas por Walter Scott: la acción se sitúa en la Lima colonial de 1576, cuando Francis Drake ataca El Callao. Pero en estas novelas argentinas se agrega un condimento no incluido en la receta del escocés: el didactismo, o sea, el interés por que la reconstrucción del pasado sea no sólo una lección de historia sino también una enseñanza para mejorar el presente: los dos novelistas alertan sobre los peligros sociales de todo despotismo (sea el de Rosas, sea el del gobierno colonial español). Lo histórico inspira tanto a hombres como a mujeres, radicados en la Argentina y fuera de ella 105 . Entre los primeros se destaca Juan María Gutiérrez con El capitán de Patricios (escrita en 1843 y publicada en 1864); a esta se le pueden sumar otras seis novelas sobre la tiranía de Rosas, dadas a luz entre 1856 y 1857: La huérfana de Pago Largo de Francisco López Torres, Camila O'Gorman de Felisberto Pelissot, Camila o la virtud triunfante de Estanislao del Campo, El prisionero de Santos Lugares de Federico Barbará, Los mártires de Buenos Aires o el Verdugo de la República de Manuel María Nieves (reeditada en 1861 con el título Los mártires de Buenos Aires o el Tirano Juan Manuel de Rosas) y Santa y mártir de veinte años de Carlos Luis Paz (Blomberg 1927). 104

Apoyamos en el polémico asunto del género de Amalia, la tesis de Beatriz Curia (1983). El primer relato histórico argentino pertenece a Miguel Cañé (padre). Titulado "Una historia", apareció en El Iniciador de Montevideo (T. II, n.° 1) el 15 de octubre de 1838, firmado con las iniciales C. M. Luego fue publicado en el folletín de La Tribuna de Buenos Aires (N. o S 1,342 a 1,344 (sic), 3 al 6 de Mayo de 1858), ya con la firma de su autor y el título de "Marcelina". La obra está ambientada en los aflos 1826, durante el bloqueo brasileño al Río de la Plata. El siguiente relato es "Alí Bajá" de Vicente Fidel López, publicado en 1843 en El Progreso de Santiago de Chile. 105

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Las dos primeras escritoras de ficciones históricas son educadoras. Juana Manso empieza a publicar, en Brasil y en portugués, Misterios del Plata (O Jornal das Senhoras, Río de Janeiro, 1852)' , novela sobre las guerras civiles argentinas desde una perspectiva unitaria, que aparecería en español y también como folletín, en El Inválido Argentino (1867-1868), bajo el título de Guerras civiles del Río de la Plata. En tanto, Juana Manuela Gorriti -desde 1850107 aproximadamente- comienza a divulgar en Lima, en Paraná y en Buenos Aires numerosos relatos, varios de los cuales responden a la clasificación de "históricos": "El guante negro" (1852), "Gubi Amaya" (1850-1862), "El Lucero del Manantial; Episodio de la dictadura de D. Juan Manuel Rosas" (1860), "La novia del muerto" (1861), "La hija del mashorquero" (1861) y "Una noche de agonía; Episodio de la guerra civil argentina en 1841" (1862), además de dos semblanzas biográficas: "Güemes; Recuerdos de la infancia" (1858) y "El general Vidal" (1863)' 08 . El trasfondo histórico de todos ellos corresponde a la lucha entre unitarios y federales, sobre todo, durante la época de Rosas, a quien Gorriti se atreve a inventar un hijo natural 109 . A esta lista se puede agregar una veintena de novelas -históricas, costumbristas o simplemente sentimentales- publicadas entre 1850 y 1860, en Buenos Aires, por diversos escritores, entre ellos Bartolomé Mitre, Miguel Cañé (p) y otras mujeres: Margarita Ochagavíay Mercedes Rosas (Litchblau 1959b y 1997). Cuando aparecen las Lucía Miranda, el público de Buenos Aires está empezado lentamente a aceptar este tipo de literatura.

Eduarda Mansilla: genealogías femeninas, fatalidades y prestigios Si Ruy Díaz presentó con orgullo su trabajo historiográfico "en el nombre del padre", la novelista Eduarda Mansilla, mucho más tímida, también apela a nombres de varones. En la primera edición de la novela (folletín en La Tribuna, publicado entre mayo y julio de 1860) elige, como ya se ha dicho supra (22-23), el seudónimo masculino de "Daniel". La segunda edición de la obra (1882), está subtitulada y legitimada como "novela histórica", y firmada como "Eduarda

106 Esta novela va cambiando de títulos y tiene cinco ediciones, entre su aparición original y su última edición de 1933. El texto fue "completado" en 1899 por el editor, y luego "prologado y corregido" en 1924 por Ricardo López Muñiz. Para el análisis de esta novela y sus avatares ver Lewkowicz (2000, 215-237) y Batticuore (2005, 156-174). 107 Según ha demostrado Hebe Molina en su tesis sobre Gorriti (1999, 309-311) "La quena", primer relato de la autora, no es de 1845, como se creía tradicionalmente, sino posterior. 108 Con estos y otros relatos, Gorriti organiza luego los dos volúmenes de Sueños y realidades (Buenos Aires, 1865). I(w En "El Lucero del Manantial". Este relato ofrece, en cuanto a la concepción sociopolítica, interesantes semejanzas con Pablo... de Eduarda Mansilla, a pesar de que Gorriti es de familia unitaria y Mansilla, federal (Molina 2004).

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Mansilla de García", con sus apellidos de soltera y de casada, a la usanza española y rioplatense. En su Lucía Miranda, Mansilla crea una vasta novela y una historia retrospectiva que trabaja sobre el "mito de origen", hasta encontrar ese origen en el Viejo Mundo, del otro lado del océano y del tiempo. El pre-texto no anula ni limita el texto. Por el contrario, a partir de la "provocación inicial" de Díaz de Guzmán, surge una novela autónoma, hasta tal punto que, al principio, el relato no parece tener demasiados vínculos con la heroína y el episodio que da título a la obra, salvo por la breve "Exposición", que, acaso previendo este problema, la autora se cuidó de colocar. La narración se demora luego en episodios que anteceden al núcleo de la historia y que se dirían superfluos110. Casi todos los capítulos se hallan precedidos, además, por epígrafes que remiten a complejas redes intertextuales, a fuentes clásicas y románticas, en varios idiomas, que nos dan ciertamente noticia de la "autoridad" literaria de la autora y expanden el significado de la acción, proyectándolo sobre el amplio horizonte simbólico de la "tradición universal"111. La ramificación de episodios en el tiempo-espacio, la multiplicación de intrigas y subtramas (Molina 2005a, 373-391) en la Primera Parte, que parece caer en la extravagancia, permite empero un procedimiento sofisticado, prácticamente de "narración en abismo": la anticipación de situaciones cuya estructura se repetirá y espejará en el decurso de la novela. Un fuerte hilo semántico justifica, en otro sentido, la proliferación narrativa hacia el pasado. Esa "pasión de los orígenes"112 vehicula lo que quizá es la obsesión central de la novela, concebida como gran saga melodramática: el sentido del fatum inescrutable que vuelve frágil y enigmático todo destino humano (en particular, el femenino), y los mecanismos, no menos misteriosos, de la "reparación" que asegura la continuidad de la vida. Destino trágico y reparación se reproducen en las mujeres de la novela, con reverberaciones especulares. Lucía Miranda es hija de los amores ilegítimos entre el noble Alfonso de Miranda y una bella morisca, que muere al darla a luz, pero es criada amorosamente por una madre sustituía, es reconocida por su padre biológico y luego por su padre adoptivo, don Ñuño. Su "antecesora simbólica", Nina, amada de don Ñuño, también es hija natural de un noble (Aldobrandini) y una muchacha campesina, que ha enloquecido y que fallece muy joven. La educa

110 De ahí también el juicio reprobatorio de algunos críticos, tanto en la época contemporánea a la novela (ver Apéndice 1, 121) como mucho después: el caso de Myron Lichtblau, quien observa que la narración está demasiado cargada de los antecedentes históricos del asunto principal, en dafto de los elementos puramente ficticios (1959a, 26). Con esta opinión concuerda Concha Meléndez (1970, 175) aunque es mucho más apreciativa de los méritos artísticos de la novela. 11 'Audaz, Eduarda no duda en poner en práctica avant la lettre, la sugerencia borgeana expresada en "El escritor argentino y la tradición" (1951), y entramar libremente, con su "novela local" el patrimonio cultural hegemónico. 112 Meléndez 1970, 175.

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con esmero su abuela paterna y después la desposa el caballero Barberini, con el fin de legarle su protección, su apellido y su fortuna. Las vidas de estas mujeres, signadas por un origen situado en el caos y la desmesura de la Naturaleza (sus madres han sido seducidas o violadas), fuera del "orden" de la sociedad, están expuestas al desafuero y el exceso de las catástrofes naturales y las pasiones desatadas. El fin de todas ellas se liga al "cautiverio" (esto comienza ya con María de las Rosas, madre de Nina, encerrada en su locura, sigue con Nina misma, en el convento al que la ha llevado la enfermedad y quizás el temor a su propia pasión y a la de don Nufio; concluye con Lucía, cautiva de los timbúes). Pero de todas las reclusiones, la de Lucía es la más digna, pues finaliza con una muerte derivada de un acto extremo de libertad: la opción por el amor de su esposo, Sebastián Hurtado, a pesar de las consecuencias. Las historias de María de las Rosas, de Nina Barberini, de la madre de Lucía Miranda y de Lucía misma, están unidas por su particular vulnerabilidad hacia una naturaleza que manifiesta desde ellas y sobre ellas su poder de catástrofe, como vuelco violento de la vida hacia el parto, la enfermedad o la muerte 113 . Sujetas a las tempestades de los elementos y de la pasión humana, las mujeres las conjuran con las máscaras del arte (Nina camuflada tras la estatua de Diana Cazadora), con los espejos/ejemplos de la lectura y las estrategias de la educación (Lucía) 114 . La situación de Lucía reitera las circunstancias del drama narrado por Ruy Díaz de Guzmán: un cuerpo de mujer ubicado en el borde riesgoso de la naturaleza y la cultura, de la "civilización" y la "barbarie", de la vida y de la muerte, de la pureza y del pecado. Pero al mismo tiempo la modifica. A la Lucía Miranda de Eduarda Mansilla se le adjudica un papel regulador y transformador. La sensibilidad privilegiada que convierte a las mujeres en el "corazon del género humano" (Mansilla, 207) y le da, a la más rústica e inculta, ventajas perceptivas sobre los varones, las vuelve especialmente aptas para la tarea educacional. Lucía Miranda, bajo la guía de Fray Pablo, en España, adquiere conocimientos muy superiores a los de una mujer de su tiempo. Ya en las Indias, es la primera en convertirse en lenguaraz o intérprete. Así transmite a las mujeres indígenas técnicas y prácticas, valores y creencias. Pero también media en los conflictos internos surgidos en el contingente español, busca el acuerdo por sobre las rebeldías, anima y conforta. La novela de Mansilla coloca en ' 13 Me he referido detalladamente a esta vinculación en mi trabajo "Naturaleza y ciudad en la novelística de Eduarda Mansilla" (2002, 224-258). ' 1 4 Hay, además, otra genealogía femenina, inscripta en la misma biografía de la autora: por el lado materno, Eduarda Mansilla descendía también de Úrsula de Irala y Alonso Riquelme, padres de Ruy Díaz de Guzmán. a través de una de las hermanas de éste, Catalina de Vera y Guzmán. N o es improbable que esta memoria familiar haya ejercido su influencia en la elección del tema de la novela y en su particular tratamiento del mestizaje. La familia parece haber tenido siempre fuerte conciencia (reivindicatoria) de este doble origen indohispano (ver Apéndice 4, 133-137).

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primer plano la función educativa de "conversión", desplazando a la función épica que exige la sumisión y destrucción del "otro" aniquilado como tal. El sujeto heroico masculino -guerrero- cede su tradicional protagonismo en la "cultura cimarrona" (Assun^ao 1999) rioplatense, ante un sujeto mujer que combina rasgos de heroísmo moral (Lucía confortando a Sebastián desde la hoguera) con un liderazgo basado en las palabras que salen de su boca "cual mana de la fuente que da vida, el agua cristalina y transparente" (302) - s e dice, vinculando al "logos" con una simbología femenina y materna- El "prestigio social" negado universalmente a las funciones desempeñadas por mujeres (Bourdieu 2000) sean ellas cuales fueren, se vuelca sin retaceos sobre la figura de Lucía Miranda. Los "salvajes" sobre los que ejerce su prédica Lucía no son sólo representativos de un pueblo. Representan a los indígenas americanos que recibieron a los españoles, en general, y en particular, de forma oblicua, a los aborígenes que más preocupaban a la sociedad argentina cristiana por aquel momento: los que seguían planteando conflictos bélicos en la zona de frontera, los "ranqueles"*, parcialidad de origen mapuche-tehuelche"5 establecida en la pampa central desde el siglo XVIII; los mapuches acaudillados por el cacique Calfucurá*, jefe de la Confederación Indígena, que había pactado con Juan Manuel de Rosas" 6 , y que, una vez caído este, no tenía ya motivo para respetar ninguna alianza. Las palabras de proveniencia indígena que aparecen en el texto: sustantivos comunes o nombres propios, son en su mayor parte de origen 1.5

Cabe señalar que los aborígenes designados como "aucas" o "araucanos" se llaman a sí mismos: "Mapuches". Esto es, Gente de la Tierra (Mapu=Gente; Che=Tierra). Araucanos es el nombre con que los designaron los españoles. Pero la palabra "auca" es voz quechua que significa "enemigo, guerrero, salvaje"; con ella llamaron los incas, antes de la conquista hispánica, a estos pueblos del Sur que se opusieron a sus intentos de dominación imperial. 1.6 No se le escapa a Eduarda que es su tío, el depuesto dictador, quien ha podido mantener la paz con las comunidades indígenas durante muchos años, objetivo que no logran cumplir los posteriores gobiernos, sumidos en rencillas internas. Rosas había liderado una dura campaña punitiva contra ellos en 1833-1834, que arrojó resultados militares apreciables en cuanto al adelantamiento de la frontera, y luego, durante su segundo gobierno, mantuvo la paz con ponderable eficacia. El mismo hablaba el mapuche (dejó escrito un vocabulario de la "lengua pampa"), empleaba a indígenas en sus estancias, y contaba con los caciques como aliados militares. Con esta situación de relativa armonía y entendimiento contrastaba la Argentina contemporánea a la escritura y publicación de esta novela, cuando las fronteras con las comunidades indígenas del Sur y Centro habían vuelto a su situación de 1828, y enclaves urbanos considerables se hallaban bajo constante amenaza. Años más tarde, el cacique Mariano Rosas, al que Lucio V. Mansilla visita, reclamará, desde las páginas de Una excursión a los indios ranqueles (1870), la enseñanza del trabajo y de la religión para la comunidad ranquel: los mismos bienes simbólicos que, según cuenta desde el relato de Mansilla, él ha recibido de adolescente, cuando estuvo prisionero en las estancias de Juan Manuel de Rosas, que lo hizo su ahijado de bautismo, le dio su apellido, y lo mandó instruir en las tareas rurales. Y los mismos, también, que la Lucía Miranda de Eduarda se preocupa por comunicar a los aborígenes.

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mapuche, y también de origen guaraní. Una síntesis, podría decirse, de los núcleos étnicos más importantes del centro, del noreste y del sur argentinos. Sólo quedan fuera de este marco los aborígenes de la zona andina, que se sometieron al español (aunque conservando fuertes rasgos culturales ¡dentitarios). Cabe señalar que, contra la extendida creencia que coloca a los aborígenes fuera de la Historia nacional, estos intervinieron activamente durante las luchas por la Independencia y las primeras etapas de formación de la nación. Ya antes, los caciques pampas, mapuches y tehuelches habían prestado su auxilio contra los ingleses, para repeler las invasiones británicas de 1806 y 1807. Luego apoyaron la creación de la Primera Junta, y colaboraron con las fuerzas criollistas (tanto los pampas y mapuches, como los collas y guaraníes del Norte). La Revolución de Mayo hizo gala de un transitorio espíritu de reivindicación indigenista; existió incluso, por aquellos tiempos, la idea de constituir una monarquía independiente colocando en el trono a un descendiente de los Incas, y en un principio se propusieron medidas a favor de la igualdad de derechos para los aborígenes: la emancipación de la mita y el tributo a la Corona, la posibilidad de nombrar representantes para la Junta Grande, la incorporación de los indios al ejército, en las mismas condiciones que los blancos, fuera de los "Cuerpos de Castas" (Lojo 2004c). Pero pronto los intereses creados, y el furor de las guerras civiles argentinas, diluyeron estos buenos propósitos. Los aborígenes también se dividieron entre sí, aliándose con uno y otro bando en la contienda y mantuvieron un recelo general hacia cuanto viniese del inestable "mundo civilizado". La relativa paz con las comunidades indígenas alcanzada en la época de Rosas, no hizo a los aborígenes precisamente más amables para los poetas e intelectuales que lo combatían; más bien les confirmaba la "barbarie" del Restaurador, capaz de entenderse con ellos. En la literatura canónica (uno de cuyos hitos es el influyente poema La Cautiva -1837- de Esteban Echeverría) se instala una imagen de indomable ferocidad. En general, durante el siglo XIX, como lo ha señalado Hugo Biagini (1980, 52) los indios fueron en la literatura argentina símbolo de todos los vicios y disvalores posibles. Es importante, pues, detenerse en la particular construcción de la imagen del aborigen que, tanto en Mansilla como en Guerra, se aparta de este consenso casi unánime" 7 . Las dos escritoras se encuentran relativamente cercanas, en cambio, a las novelas de José de Alencar -canónicas para el Brasil-, El Guaraní {1857) e Iracema (1865), con su imaginario de mutua seducción amorosa y síntesis etnocultural (idealizada) a través del mestizaje (Sommer 1993, 138-171). Los aborígenes descritos en Lucía Miranda gozan de la "razón natural" y no carecen de virtudes morales, ni tampoco de hermosura física (como los jóvenes 117

Otra excepción, por supuesto, es la del mismo Lucio V. Mansilla en Una excursión a los indios ranqueles. Pero su hermana Eduarda lo precede en una consideración diferente del indio y del gaucho perseguido, ya desde El médico de San Luis (Lojo 2005b, 29-32).

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y bellos esposos Marangoré y Lirupé). El cacique Carripilún es "prudente y avisado" (303); sus subditos resultan capaces de "reserva y moderación" (306) y por lo general son sobrios en la bebida (307); los varones pueden mostrarse caballerescos (Marangoré es en esto un modelo) y exhiben destrezas bélicas y valor. Pero una misma palabra -"indio"- adquiere valores diferentes de acuerdo con su destinatario y con el contexto en el que es pronunciada. Intenta ser un halago de Lucía -en tanto confirmación identitaria- a la "salvaje vanidad" de Marangoré (cuya tristeza ella no comprende), y se convierte en insulto cuando está dirigida a Siripo como el captor a quien desprecia, recogiendo allí todas las connotaciones negativas del estereotipo. Más allá de las figuras protagónicas, hay en la novela de Mansilla una demorada atención a la cultura nativa, sobre la que la autora seguramente se ha informado a través de la Historia del padre Guevara (aunque las apreciaciones de la novelista muestran más simpatía que la mirada del sacerdote). Los timbúes que describe no viven libre ni espontáneamente a su antojo en la naturaleza primordial, como lo ha querido el mito del "buen salvaje" (Eliade 1991, 3-8). Su vida comunitaria está reglada por rigurosas pautas dentro de una cultura compleja pero que es, por cierto, a los ojos de Lucía, una cultura perfectible. Ante todo porque se trata de una nación "infiel", sometida a la esclavitud de las supersticiones. La lucha de Lucía contra el brujo Gachemané y su final desenmascaramiento constituyen uno de los episodios más originales de la novela, donde la joven española, a manera de un filósofo ilustrado, libera a los indígenas sujetos al temor. Aunque, por supuesto, intenta convertirlos a la religión cristiana, no hay fanatismo ni intolerancia en su actitud" 8 (por eso salva y protege a la vieja Upay, esposa de Gachemané, que se ha disfrazado de demonio para intimidarla); también acepta que su discípula y ahijada, la joven Anté, se prepare para el matrimonio de acuerdo con los ritos acostumbrados en la comunidad aborigen que "a la verdad, en nada se oponían a la nueva dignidad de cristiana a que Anté pertenecia" (331)" 9 . Por otro lado, se propone "robustecer la autoridad materna" -tal como se postulaba en El médico de San Luis- y trata de que los hijos pequeños respeten más a sus madres indígenas. Lo más interesante y novedoso de este diálogo cultural es la peculiar red de solidaridad femenina que se establece (y que sólo se rompe por celos, en el caso de las esposas indias desdeñadas). Desde su desembarco en el Río de la Plata, 1.8

Dentro de una visión católica, Eduarda Mansilla abogó siempre por la necesidad de un clero ilustrado, tolerante y libre de fanatismos que cumpliese, sin violencias, una genuina función educativa, tanto en El médico de San Luis, como en Pablo, ou la vie dans les Pampas. 1.9 Guevara, fuente antropológica de Mansilla, elogia esta severa práctica, que imponía a las novias, una vez rapadas, la prohibición de no levantar los ojos del suelo para mirar a los hombres, hasta el día de su matrimonio ("Raro y admirable documento de honestidad en gente tan bárbara", Guevara 1969, 535). Lucía, en cambio, considera que sus imposiciones son demasiado estrictas, aunque no se oponga para no inmiscuirse. También critica - n o ya Lucía, sino la voz narrativa-, costumbres que le parecen "bárbaras" o "inútiles", como el suttee vernáculo, sacrificio de las viudas y concubinas sobre la tumba del cacique.

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Lucía despierta la "expresiva admiración" de las timbúes (300), que comienzan a escuchar sus enseñanzas religiosas y aprenden también habilidades manuales. La apertura hacia la religión comienza del lado femenino (las charlas de Fray Pablo tienen más éxito entre las mujeres aborígenes) y propone como resguardo contra el "espíritu del mal" (305) a "la divina Madre de Jesús, amparo de los afligidos" (309). Esto guarda perfecta coherencia en una novela que desde su inicio está habitada por mujeres (vírgenes o madres) que son, a su vez, devotas de la Virgen o Madre de Dios (Madonna de las Rosas, la Dolorosa, la Virgen de los Desamparados). El último eslabón de la cadena femenina es Anté, timbú que va comprendiendo los valores (espirituales) de la cultura europea a través de la ropa y los adornos que Lucía le proporciona. En Anté se deposita, luego de la destrucción del Fuerte y la muerte de Sebastián y Lucía, la última apuesta para conjurar la fatalidad que ha signado todas las historias femeninas anteriores (María Rosa, Nina, Lucía). El imposible (o impensable) mestizaje Siripo/Lucía se reemplaza por el de la pareja Alejo (espaflol)/Anté (timbú cristianizada), que huye hacia la pampa -convertida en espacio de libertad y creatividad- después de la catástrofe. El espacio natural americano adquiere en esta obra una resignificación fascinante y a menudo positiva. Ya se trate de "naturaleza jardín" -blando paraíso-, o de la grandeza sublime de la Pampa abierta, es el espacio de la nueva vida, la libertad y la consumación heroica del amor hasta el final. Frente a este mundo, la más refinada y exquisita ciudad europea (Nápoles) no es tanto el ámbito de la añorada civilización cuanto el lugar de la frivolidad, las vanidades mundanas y las ciegas ilusiones, donde se ve pasar "el humo de la gloria" y donde don Ñuño ha perdido a su enamorada, que prefiere renunciar a la vida y a la pasión cuando pierde su belleza. (Lojo 2002, 224-258). Por otra parte, cabe notar una fuerte identificación entre el "bárbaro" y la "mujer" (blanca o aborigen), que empieza ya desde los cruces de etnia y de clase, marcados por la mésalliance (ver supra, 58) en el mismo origen de la protagonista (hija de un hidalgo cristiano y de una morisca). Pero además, los bárbaros y las mujeres como género se parecen por su sensibilidad extrema, por su "inteligencia de la pasión". Frente a la rudeza épica de Sebastián y de don Ñuño de Lara, Marangoré, no menos valiente, es capaz de posponerlo todo (liderazgo, prestigio, cuidado de sí, hasta orgullo) en aras de un amor que se ha convertido en el centro de su vida y que lo ha vuelto exquisitamente vulnerable al más mínimo contacto por parte de la Amada: "Le vencen tanta gracia y mansedumbre; apénas si se atreve á mirarla, parécete que tiene miedo; brotan lágrimas de sus ojos, que no lloraron jamas desde la infancia, desalentado, abatido, se esconde cauteloso entre las ramas; caeria sin vida si el vestido de la joven rozase á la pasada el árbol que le oculta á sus miradas." (344). Si bien en esta construcción del personaje tienen incidencia, seguramente, las lecturas de

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autores románticos120, esa exuberancia de los afectos se correspondía perfectamente en el Río de la Plata, con la "sensibilidad bárbara" (Barrán 1990), caracterizada por el desborde y la exhibición de las pasiones, cuidadosamente ocultas, en cambio, en la cultura "civilizada" que ya se está instalando junto con el modelo económico-político del proyecto liberal burgués rioplatense. Los bárbaros - d e etnia y de clase- (indios, gauchos, sectores populares en general), los niños y adolescentes y las mujeres (bárbaros etarios y bárbaras "por naturaleza"), serán el objeto preferido de domesticación, control y vigilancia en este nuevo orden121. El ideal civilizador rioplatense, influido, después de 1860, por las pautas de la cultura victoriana, hará el máximo esfuerzo para neutralizar y encerrar lo femenino, percibido, con más fuerza que nunca, como peligroso, misterioso, secreto, y también como impuro, en sus vínculos materiales y viscerales con el cuerpo y la fecundidad. La posición de la narradora frente al "hijo de la naturaleza" es tensa y ambigua. Si bien entiende, anticipándose a Freud, que la cultura existe gracias a una cuota inevitable de represión, si bien considera que la educación - d e la que carece el "hijo del desierto"- protege y resguarda contra la intemperie de las pasiones122, no por eso deja de advertirse en su discurso una parcial asimilación despectiva de esa educación con las convenciones hipócritas, así como una honda nostalgia de la libertad e independencia -un elemento esencial del "mito bárbaro" (Michel 1981, 23 y 25)- que dignifican y engrandecen la vida de los habitantes de las Pampas: ¡Infeliz, más infeliz mil veces, que el hombre educado, cuyo corazon desde los primeros dias de la vida, templado de continuo en la tibia atmósfera de las conveniencias sociales, aprende á desamar y á desear sin cesar, reprimiendo con dureza sus más ardientes aspiraciones, y vive y muere con replegadas alas, que ni un instante siquiera, se despliegan libremente para dar libre vuelo á los más caros afectos!. El hijo del desierto, nacido al aire libre de las Pampas, cuyos ojos abiertos á la calurosa luz del sol, abrazan desde el primer dia la inmensidad de la Pampa, y la esplendente bóveda del cielo, imágenes de libertad y amor; él, sin más ley que su deseo,

120

Basta ver los epígrafes de Lucía Miranda: Lamartine, Hugo, Byron, Béranger, entre otros. Las citas de Hugo son las más abundantes. 121 El mito romántico de la barbarie, que llega a su apogeo junto con la burguesía liberal francesa, si bien exalta por un lado el poder fundador de la independencia "bárbara", también implica el horror fascinado ante el Otro (indio, negro, proletario -el "bárbaro" de la civilización-, niño y mujer...). (Cfr. Michel 1981, passim). 122 Esta tesis se despliega sobre todo en Pablo, ou la vie dans les Pampas, donde el firme alegato a favor de la educación femenina se basa justamente en la indefensión total que la ignorancia supone para las mujeres, "ees parias de la pensée, exclues des jouissances intellectuelles tout en restant sujettes aux luttes déchirantes des passions humaines" (Pablo...

1869, 124).

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sin más guia que el altivo pensamiento, siente, delante de Lucia, subyugada su rebelde naturaleza. (344). Por otra parte, en el paraíso inicial de buena convivencia entre timbúes y cristianos, la mujer no es el agente del mal, como Eva en el Edén. Seductor y seducido son, ambos, varones. El Tentador es Siripo, que con inteligencia escrupulosa y perversa, va persuadiendo a Marangoré de la necesidad de apoderarse de Lucía. En Siripo -malvado y físicamente monstruoso, como Calibán-, se concentran los aspectos "demoníacos" del bárbaro (Hurbon 1993, 31; Ortega y Medina 1987, passim), la "otredad" temible que parece casi eliminada del lado de Marangoré. Siripo reproduce buena parte de las calificaciones disvalorativas asignadas al indígena; es taimado, silencioso, traidor, utiliza su pretendida ignorancia cuando finge ignorar la lengua de los españoles, aunque la sabe bien, y además - c o m o Lucía, que en ello se parece a este otro bárbaromes un maestro de la palabra, al punto de dominar, por la persuasión verbal, el alma de Marangoré. La figura de los "hermanos enemigos", el desdoblamiento de la imagen del aborigen en el "buen" y el "mal" salvaje, la superposición del mito de Caín al mito de la caída, son innovaciones introducidas o especialmente desarrolladas 124 por Mansilla, que le permiten quitar toda culpa de Lucía. La alteración llega al punto de que no es don Ñuño de Lara el que mata a Marangoré, sino uno de los hombres de Siripo, incitado por éste. Por otra parte, hay del lado español dos responsables pasivos y por omisión: Sebastián, que ha salido del Fuerte (cuya vida doméstica y sin novedades lo aburre infinitamente, y don Ñuño, cuya fría racionalidad es incapaz de comprender la pasión de Marangoré que amenazará la vida de todos, y evitar su estallido. En el fondo, hay una crítica implícita a los valores épicos y abstractos (el honor, el ascetismo guerrero) cuando dirigen exclusivamente la vida de los varones, mutilan sus afectos y Ies impiden ver peligros inmediatos en su propio entorno 125 . Novela de formación femenina, Lucía Miranda narra el 123

En el uso de la palabra está el peligro y también la salvación. Las mujeres de ambas novelas (como lo señala Francine Masiello 1992) luchan contra los efectos involuntarios (inconscientes) de un lenguaje que sin embargo se han mostrado capaces de utilizar con eficacia para otros fines: "Guerra is quick to remind us of the dangers of this activity if women lack adequate training in the consequences of verbal expression", "Lucia has seized her authority as a teller of tales but has failed to recognize the transformational powers of her own verbal expression" (39); "her [Lucía, de Mansilla] sins of verbal excess again recall Guerra's heroine. In Spain, Lucia wounds others with her words by failing to measure their meaning; this error will lead in turn to her disastrous conflict with the indigenous people of the New World." (42). 124 Como advertimos supra (48), Thomas Moore divide a los hermanos en uno "bueno" (Mangora) y otro "malvado" (Siripus), pero en Mansilla el desdoblamiento alcanza mucho mayor vuelo y sutileza. 125 Lucía misma ha criticado antes la "dura ley, que convierte en terrible y desapiadado al mejor de los hombres" (la ley de la guerra que lleva a la aniquilación del otro e impide

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crecimiento intelectual y moral de su heroína, que reúne la educación, el prestigio y el coraje considerados masculinos (pero no la violencia épica) a las llamadas virtudes tradicionales de su sexo 126 .

La Lucía Miranda de Rosa Guerra: palabra peligrosa, deseo sin palabra La novela de Rosa Guerra es mucho más breve y más simple en su construcción que la de Mansilla. Pero también incluye femeninas excusas y respaldos masculinos. La autora, preventivamente, presenta su obra como el fruto del apresuramiento: "una novelita escrita en los ocios de quince días" (para ser sometida a un concurso que luego no se realizó) y la acompaña con una carta liminar y convalidante de Miguel Cañé. A continuación va una extensa dedicatoria a su mejor amiga (Elena Torres) que está próxima a casarse. La novela se ofrece como un regalo para esta joven novia, en tanto modelo edificante del amor conyugal. La solidaridad entre mujeres tematizada en la novela de Mansilla, encarnada en sus personajes y basada en la afinidad del sentimiento se concentra aquí en esta dedicatoria apasionada, que describe el amor entre amigas como "el más leal y desinteresado" (1956, 16), el que permite comprenderse sin palabras. El modelo de mujer que esta Lucía Miranda representa es más acentuadamente sumiso y convencional que el propuesto por Mansilla. Su excelencia moral, su mérito, se miden ante todo por su capacidad de sufrimiento, "una virtud esencialmente femenina" (Melhus 1993, 40), que alcanza su apogeo en la figura de la Mater Dolorosa. Mientras que en el texto de Mansilla destacan sobre todo las capacidades activas de Lucía (inteligencia, astucia, entereza, desenvoltura, valor heroico), Guerra se concentra sobre la triste gloria del martirio. De todas maneras, hace un esfuerzo para apartar a su personaje de ciertas convenciones retóricas, y presentarla como una mujer en su casta plenitud. Nueva Eva (seductora pero cristiana), su mayor atractivo (que por otro lado le resultará fatal) consiste en inspirar inevitable amor. Si en la novela de Mansilla las admoniciones a la "perfecta casada" corren por cuenta de Fray Pablo, el maestro de Lucía, aquí la heroína las ha internalizado completamente ("no tenía otra voluntad que la de su marido", 75), y realiza aún mayores sacrificios que la protagonista de Mansilla. Mientras que para la Lucía Miranda de Eduarda, que no tiene otra familia, resulta lo más lógico viajar a las Indias junto a sus únicos afectos, la de Rosa Guerra deja atrás un bello paisaje así como "una madre amorosa y familia tierna", "sólo por seguir a un hombre" (27). Por reconocerlo como prójimo), y de la que por fortuna, dice, están exentas las mujeres (290). Ese es el lado siniestro de los héroes que conoce por los libros y que no ha visto realmente en acción: "¡Oh, entonces los héroes que tanto admiramos, nos causarían horror!!" (ibídem). 126 Ver el excelente análisis narratológico de Hebe Molina ya citado (2005a, 373-391) en relación con las categorías masculino/femenino en la novela de Mansilla.

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otro lado, tampoco es ella la que acapara nítidamente las funciones educativas y de conversión dentro de la comunidad aborigen. Sebastián la acompaña en esto, al tiempo que mantiene su papel masculino y heroico. En Mansilla, la labor docente y el gusto por el saber letrado están exclusivamente a cargo de Lucía, no de su marido, que es más bien reacio al aprendizaje literario. La relación de los esposos es en el relato de Guerra más armónica y homogénea. Su Sebastián está más predispuesto a la efusión emocional (si en la novela de Mansilla sale del Fuerte sin despedirse de Lucía, para no despertarla, en el relato de Guerra sólo parte después de "transportes" apasionados, y no incentivado por el aburrimiento, sino obligado por su deber). Lo más provocativo y desestabilizador de este personaje femenino es la ambivalencia de sus sentimientos, el erotismo que se disemina en su ambigua relación con Mangora y en la morosidad minuciosa con que la narradora se detiene en los encantos físicos de su heroína. El enamoramiento del cacique llega aquí a expl¡citarse frondosamente, con alegatos, avances y retrocesos (no sucede así en la novela, mucho más elíptica, de Mansilla, donde Lucía apenas intuye, con inquietud, la pasión de Marangoré). La "mentira piadosa" de Lucía (hacer creer a Mangora que consentirá, mientras espera la llegada de Sebastián) se contamina de una atracción aparentemente sólo contenida por el sentido del deber, y por lo tanto, inexpresable en forma directa. Sólo al final, en el trance de la muerte del cacique, ella confiesa "con una voz firme y llena de sublime conmoción. Si Sebastián no hubiera sido mi marido, yo habría sido la esposa de Mangora" (63). Antes, incluso, el cacique la ha besado durante un desmayo que impide -decoroso- la abierta (consciente) complicidad. La culpa cae, en este relato, más bien del lado de Lucía. Su belleza fatal (47) y sus palabras ambiguas han provocado un desequilibrio que la mentira no hará sino enfatizar. El Tentador es Mangora, que le ofrece poder y riquezas, pero la tentación se vive como angustia y culpa dentro de Lucía misma, como circulación de un deseo entre los cuerpos que sólo encuentra un lugar equívoco y equivocado en los intersticios de las palabras -las que declaran el amor "humanitario", cristiano, fraterno, para callar/revelar lo indecible-. En cuanto a Siripo, adquiere relevancia sólo después de la desaparición de su hermano. Es un personaje más simple que el de Mansilla. No está marcado por la fealdad monstruosa, ni tampoco dotado de especial inteligencia. Su amor es repentino y sus motivaciones, elementales. Si bien no ha buscado la muerte de Mangora, se alegra de heredar sus derechos y sus bienes, que incluyen a la hermosa española. En cierto sentido, el acercamiento a la "barbarie" se radicaliza con respecto a la obra de Mansilla, no sólo porque el vínculo entre Lucía y el cacique se hace más estrecho y ambivalente, sino porque llega a darse una propuesta de "mestizaje al revés" para Mangora (soltero en esta versión) a quien los esposos cristianos piensan casar más adelante con una española, para lo cual lo instruyen adecuadamente (21). Por supuesto, el requisito será borrar su alteridad, fundirse

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con la cultura blanca. Y la borradura comienza desde la voz narradora, difuminando hasta los rasgos corporales que señalan la diferencia: "aunque de color cobrizo como lo son todos los indios, no tenía aplastada la nariz" (18). Aun en el mismo Sebastián se intentan desmentir marcas físicas -como el color de piel- que pudieran colocarlo del lado de la "barbarie"; así, es "moreno", pero no por naturaleza, sino bronceado por el sol (25-26). El bautismo in extremis de Mangora termina purificando al mismo tiempo su pasión y su diferencia, lavándolo (aclárandolo) con el agua bautismal hasta convertirlo en niño recién nacido, tabula rasa, aunque esta solución es puramente individual y unilateral127. No existe aquí una pareja sobreviviente, como Anté y Alejo, capaz de fundar una nueva sociedad mestiza. La novela de Guerra resulta, frente a la de Mansilla, una narración más artificiosamente sentimental, más distante del realismo antropológico. Del paisaje se privilegia lo fluvial y lo tropical, de manera que los frustrados amores de Mangora y Siripo se encuadran en un vergel suntuoso. Mansilla prefiere el entorno austero de las Pampas (el que perdurará en una Argentina definida más tarde por el "cronotopo" -Lehman 1998- pampeano) y se detiene escrupulosamente en las costumbres y ritos de una sociedad que apenas aparece esbozada en Guerra como telón de fondo. En cuanto a las pedrerías y joyas con que la novelista adorna a Mangora, por cierto resultan increíbles en un cacique de las modestas tierras rioplatenses. Los contrastes y la demonización de los "bárbaros" como bloque invasor (como malón) tienen, en ambas autoras, algunos atenuantes. Para Guerra la invasión desencadena el Infierno, repite el momento de la instauración, en este mundo, del mal y de la muerte, por obra del ángel de las tinieblas (53), pero llega el momento en que los indios, asustados por un rayo que interpretan como "la justa ira de Dios", "comprenden su delito" (56). En Mansilla, si nadie ayuda a los esposos en el trance de su ejecución, no se debe a la maldad intrínseca de los "bárbaros" sino a que ellos también se han convertido en víctimas aterrorizadas del despotismo del cacique (354).

Afinidades y distancias: el papel de las mujeres en la Argentina moderna. ¿Hacia nuevos cautiverios? Dentro de sus diferencias de diseño y de escritura, ambas novelas, sobre todo la de Mansilla, trabajan desde el lugar que ocupa en el mito el cuerpo femenino como mediación y frontera vergonzante, lugar posible de un deshonor que contamina y provoca la violencia, para que ese cuerpo se convierta, también, en 127

Un dato curioso: en la novela de Guerra, Mangora ha llevado su instrucción civilizadora al extremo de saber escribir. Se entera de que el consentimiento de Lucía es sólo un ardid dilatorio, porque intercepta (y por supuesto lee) la carta que ella le ha enviado a Sebastián.

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el de un sujeto mediador -prestigioso- en el campo cultural. Ambas escritoras buscaban probablemente establecer una posibilidad de protagonismo femenino que salvara al género de la exclusión del poder en la nueva Argentina. Ambas, también, se preguntan por los vínculos de la Naturaleza y la Cultura y por la capacidad de las mujeres para negociar entre esos presuntos opuestos, para armonizar esas relaciones tormentosas. Su búsqueda exige retrotraer la mirada hacia los orígenes, hacia la fundación, para sentar las bases del futuro y efectuar, mediante esa retrospectiva, un balance histórico, en una Argentina que empero derivaría inexorablemente hacia la negación del mestizaje y la consiguiente expulsión de los seres que llegaban desde esos orígenes (los ab-orígenes, precisamente) tanto del imaginario nacional como de la distribución de la riqueza. En 1880, con la Campaña del Desierto, el proceso se habría consumado. La mirada de ambas enjuicia, por otra parte, la violencia y la codicia de la conquista, y - e n el caso de Mansilla- pone en duda los valores épicos varoniles. Eduarda no se priva de referirse al mal trato habitual sufrido por los "desgraciados habitantes del Nuevo Mundo" (303), ni a los "indolentes Españoles" (303), que pretenden obtener grandes riquezas sin ningún trabajo. Rosa Guerra, si bien destaca "la infame actitud de los Timbúes" que termina la amistad con los españoles, no deja de reconocer, repitiendo al deán Funes, que "si la causa de la humanidad hubiera entrado directamente en el proyecto de estas empresas [las de conquista] hubieran sido menos desgraciadas." (77). En las dos autoras es relevante el papel adjudicado a un cristianismo pacífico, cimentado en la tolerancia y la persuasión. La utopía de un estado indocristiano (Aínsa 1999, 136 y ss.) está ya demasiado lejos, pero puede pensarse en la influencia de Bossuet y de Chateaubriand 128 , en cuanto a la trascendencia histórica adjudicada al cruce de cristianismo y de "barbarie". Para ambos autores el cristianismo ha sido el elemento "desbarbarizador" por excelencia, que marca un hito fundamental en la evolución humana. Tanto en Guerra como en Mansilla, los aborígenes, lejos de ser criaturas esencialmente malignas, podrían desarrollar en plenitud sus nobles cualidades bajo la influencia benéfica de la evangelización (impartida especialmente por las mujeres, grandes mediadoras culturales). Se ha insistido, extremando las oposiciones, y también con ello simplificándolas demasiado, en la identidad alegórica -tanto en estos como en otros textos-, del cuerpo femenino y el espacio-nación concebido como un territorio cuyos dueños legítimos son los blancos (Hanway 2000, 122-123; Frederick 1998, 88). Pero justamente es en estas novelas donde resultan apreciables las contradicciones y las fisuras de esas equivalencias. El amor entre 128 "Lo que en efecto Bossuet logra imponer es la idea de un centro de la historia que entonces nace, no en la Redención ni en la comunidad cristiana primitiva sino en el encuentro del cristianismo con los bárbaros." (Hurbon 1993, 32); sobre Chateaubriand y Le génie du Christianisme ver op. cit., 35-42.

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los caciques indios y Lucía no puede tener un final feliz, tanto para la moral como para la poética de época, no tanto porque se trate de un amor interracial, sino sobre todo porque es un amor adúltero. La condena al adulterio es rotunda en la novela romántica argentina, dominada por un ideal moralizante. Ni siquiera el que una mujer haya sido forzada a casarse con un marido moralmente condenable y políticamente incorrecto, justificaría su adulterio, como bien puede verse, ejemplarmente, en la novela Soledad (1847) de Bartolomé Mitre 29. Si bien existe en estas Lucía Miranda un eje etnocéntrico, que coloca la superioridad en la cultura blanca, el genuino discurso racista vendrá después de 1880 (Sylvester 1980, 30), en reelaboraciones del mito como las de Celestina Funes (1883) o Alejandro Cánepa (1916)130. Con respecto a un imaginario del Desierto ya canónico (Echeverría) y al imaginario que se seguirá consolidando (con José Hernández en el centro), las novelas de ambas escritoras sin duda se desvían e innovan. Hay en ellas una reformulación de la tópica del "salvaje", o del "bárbaro" (la palabra que más se reitera en la novela de Rosa Guerra) que admite en el otro virtudes y belleza131, aunque no deja de inquietarse por una diferencia percibida como indominable y monstruosa. En la condenación y la fascinación de este exceso, que desborda los moldes culturales aceptados, late también la violencia de la pasión propia, y la utopía de la libertad, más exultante en Mansilla, más angustiada en Guerra, en cuya heroína, sobre todo, el exceso se transforma en soterrado erotismo e impregna -desde el interior— un cuerpo que no puede dejar de ofrecerse con palabras ambiguas que sobrepasan la norma de la propia censura. No obstante, en el "orden civilizado" que se está construyendo acecha un nuevo cautiverio: el de la represión. Mansilla la explícita como uno de los mecanismos constructores de la cultura, pero pone en guardia contra sus efectos mutiladores, propiciando una educación (lo desarrollará en Pablo...) que implique más - y no menos- autoconciencia. Guerra la incorpora, tácitamente, en la sensualidad y la vaga culpa de su Lucía. Lejos de convertir el espacio doméstico en espacio político de cambio132 mediante una transformación educativa a cargo de las madres, las mujeres quedarán -hasta su despertar tardío después de comenzado el siglo XX- en poder de cierta "barbarie de la civilización", que dominará no sólo su cuerpo sino sus deseos. Recluidas entre 129

Aquí la joven y bella Soledad ha sido obligada al matrimonio con el viejo, egoísta y celoso don Ricardo, monárquico y conservador, que sólo tiene la virtud de su dinero. El primo de Soledad, un joven republicano (destinado originalmente a casarse con ella) llega a tiempo para salvarla de la seducción de un apuesto galán y salvar así su honra. Finalmente desposa a Soledad, pero sólo después de la muerte de don Ricardo, y con sus bendiciones. 130 Ver Introducción, infra (72), y El mito de Lucía Miranda (100-103), en Bibliografía. 131 Si algo se repite casi obsesivamente en la Segunda Parte de la novela de Mansilla es el elogio de la belleza física de Marangoré, mientras que el cuerpo de Sebastián está lejos de tener la misma relevancia. 132 Tal es la utopía de Eduarda, formulada en El médico de San Luis, y en Recuerdos de viaje.

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las paredes de la casa burguesa, reducidas a la condición de guardianas de un orden minimalista, muñecas de lujo, frágiles, aniñadas, enfermas (Barran 1991, t. II, cap. IV; L. Gálvez 2001, 17-18), mientras el resto de los "bárbaros" disolverá su diferencia en la desaparición material y simbólica (los indios), o en la canonización falsificada (el gaucho) complementaria de una servidumbre de hecho. En un orden que implicaba modernización y secularización institucional, así como la extendida educación pública, sin embargo "los pavores que suscitaba la identidad femenina recrudecieron en la misma proporción en que se profundizaba el foso entre la Naturaleza y la Cultura" (Barrancos 2000, 112). La "nueva cuadrícula burguesa" acentúa el sometimiento jurídico de las mujeres colocándolas en el rango de eternas menores de edad, sometidas a la tutela y administración de sus cónyuges (Código Civil de Vélez Sársfield -1871-, Ley del Matrimonio Civil -1889-), separando tajantemente las esferas de lo privado (femenino) y de lo público (masculino)133, obstaculizando su ingreso a la vida profesional y política. Católicos y liberales concuerdan al considerar la naturaleza femenina como necesariamente sujeta a la autoridad del varón y circunscrita a lo doméstico, a la vez que se extrema el puritanismo de las costumbres hasta un grado exasperante (L. Gálvez 2001, 24-25) y se coloca a las mujeres ante una disyuntiva de hierro: ángeles o demonios, doncellas inocentes, madres y esposas castas o despreciables prostitutas. Ni siquiera el partido socialista o la izquierda anarquista parecen dispuestos a discutir el papel central de la maternidad y el sentimiento para la vida femenina, y su pertenencia prioritaria al ámbito familiar (Míguez 1999, 41). El ideal concebido sobre estas pautas, impregna aun las programáticas progresistas, y se extiende a todos los • i 134 sectores sociales . En el encierro lujoso del patriciado burgués finisecular permanece (como un símbolo del género en su época) la protagonista de la última novela de Mansilla {Un amor, 1885), criolla transplantada, presa en una mansión de París, viuda (sin casarse) de un amor imposible al que ha decidido renunciar. Confinada de por vida bajo la tutela paterna, sin raíces, sin patria, su destino trágico es la frustración de un deseo monstruoso que -como una reverberación lejana y deformada de Lucía Miranda- la liga inextricablemente a dos hermanos (no ya indios, sino yankees,35) que, esta vez, se parecen demasiado136. Se diría que la 133

"El imaginario liberal definía el ordenamiento de la sociedad como una esfera por cuyo centro pasa una línea que la divide en dos mitades. Una mitad es la sociedad pública; otra mitad es la sociedad íntima. El hombre ocupa la primera, la mujer la segunda" (Bravo y Landaburu 2000, 266). 134 N o osbtante, y a la larga, la obra de las militantes políticas, de las feministas, y de las pocas y esforzadas profesionales, logra, en una "lucha de titanes" (L. Gálvez 2001, 157 y ss.) y, dentro de sus disidencias internas, socavar lentamente la asimetría y la separación de los sexos. Al menos, en 1926, se logra abolir la discriminatoria Ley de Matrimonio Civil. 135 Recordemos que la cultura yankee, por la que Eduarda Mansilla sintió tanta repulsión como fascinación (testimoniados en Recuerdos de viaje), será a partir del Ariel (1900) de

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naturaleza negada cobra su venganza en el núcleo mismo de ese orden que ha decidido someterla - a costa, otra vez, del cautiverio y el sacrificio de una víctima femenina-. Lo que estuvo en el origen como mito se reproduce, asimismo, sombríamente refractado, en la novela del fin.

4. Después de 1860. Continuidad del mito Las novelas de 1860 se hallan apenas en el medio de una serie de elaboraciones del episodio de Lucía Miranda, que llega hasta las primeras décadas del siglo XX. Poemas: "Mangora", incluido en Brisas del Plata (1853), del uruguayo Alejandro Magariños Cervantes; Lucía Miranda. Episodio Nacional (1883), de Celestina Funes; obras de teatro: Lucía de Miranda: drama histórico en cinco actos y en verso (1864), de Miguel Ortega; Lucía (1879) 137 , de Malaquías Méndez; Siripo. Poema heroico en tres actos (1914), de Luis Bayón Herrera; novelas: Lucía de Miranda o la conquista trágica (1916) de Alejandro Cánepa; Lucía Miranda (1929), de Hugo Wast, y hasta una ópera: Siripo (193 7) 38 , basada el texto de Luis Bayón Herrera y con música de Felipe Boero, dan fe de una verdadera obsesión literaria cuya persistencia no es casual. Ella indica, sintomáticamente, el carácter perturbador de este episodio que pone sobre el tapete demasiadas cuestiones inquietantes: los móviles de la Conquista y la composición de la sociedad hispanoamericana que de ella resulta, la función de las mujeres, blancas o indias: inerme botín de guerra o líderes sociales y siempre cuerpos en cuyo seno se decide la perpetuación de un linaje, de una cultura, de una lengua-madre o una lengua-padre. Como construcción simbólica que excede las fronteras rioplatenses, en el caso de las historias jesuíticas o de la versión de Thomas Moore, gira en torno a la legitimidad de la misión evangelizadora, o a la legitimidad del colonialismo como instructor de los pueblos nativos y presunto libertador de los "tiranos" que los rigen ("See the Reward due to a Tyrant's Rage", sentencia olímpicamente Gavot, después de haber sometido a Siripus al tormento de la rueda; Moore 1718, 53). Rodó, la nueva forma de la "barbarie", el nuevo Calibán, el gran peligro invasor (el "malón blanco"...) para los países hispanoamericanos. 136 Esta nouvelle se sitúa en el ámbito más "civilizado" del planeta: París, la clase alta parisina, aunque los protagonistas son americanos. Un amor es el amor doble que la bella Silvia, hija de un banquero cubano, experimenta por dos hermosos y acaudalados mellizos yankees, perfectamente iguales, a los que no logra distinguir, ni físicamente, ni con su afecto. La belleza de los hermanos pronto adquiere para Silvia el carácter de una pesadilla: no puede elegir a ninguno de los dos y, por supuesto, tampoco a los dos. Rechaza a ambos y sigue viviendo junto a sus padres, sin casarse, vestida de luto. 137 Respecto a esta obra de Malaquías Méndez, que no he logrado aún ubicar en bibliotecas, las fuentes bibliográficas son contradictorias: Cutolo (1975, t. IV, 529) la menciona como un drama, y Myron Lichtblau (1959b, 93, nota 20; 1997, 677) como una novela. 138 Hemos tenido acceso a todos estos textos, y sus datos bibliográficos completos pueden verse en la sección El mito de Lucía Miranda (100-103).

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El eje de este verdadero mito fundante y protonacional pasa por dos agentes históricos habitualmente excluidos de la historiografía tradicional, al menos hasta hace poco tiempo: las mujeres y los aborígenes. Cada versión se ocupa del papel que ellos representan o deben representar: virtuosas matronas, esposas sacrificadas y sumisas o valientes "reinas guerreras" (Hugo Wast), protointelectuales, educadoras y formadoras de opinión, que modelan hábitos y costumbres; apasionadas, vacilantes entre la lealtad al marido legítimo y la atracción por un hombre rendido y exótico, iconos de belleza y gracia acaso "culpables" que no deben ser exhibidas fuera del gineceo doméstico, pero siempre intermediarias entre dos mundos, entre Naturaleza y Cultura, que pagan con la vida esas negociaciones peligrosas. Los aborígenes pueden llegar a ser vistos como víctimas (en las refundiciones postrevolucionarias de Lavardén), o incluso como mártires patriotas en la lucha contra los opresores (esto en los autores del Uruguay: Magariños y Bermúdez) pero normalmente son victimarios, aunque no siempre por los mismos motivos, que oscilan entre la depravación y el odio innatos, propios de bárbaros irrescatables (las más de las veces), o entre la defensa de sus legítimos derechos, sumados a una pasión contra la que no se puede o no se sabe luchar. ¿Son estos aborígenes fundadores (co-fundadores) de la nación argentina? ¿Han instilado su sangre y en alguna medida su cultura, en el país blanco destinado al Progreso? ¿Son ellos los responsables o las víctimas de la primera ruptura del contrato de convivencia pacífica, bajo una ley común, en que cualquier nación debiera basarse? A estas preguntas intentarán responder desde diferentes perspectivas cronológicas e ideológicas quienes, desde Caseros, en una república constituida precariamente, y aún asediada por la amenaza de la discordia civil, se aboquen a perfilar los rasgos de la nación presente y la futura. Aunque el mito de Lucía Miranda no produjo ninguna obra que dentro de la literatura argentina se haya considerado "canónica" como las "ficciones fundacionales" de las que habla Doris Sommer (1993), tuvo una vasta y difusa influencia, y desde Ruy Díaz -con su primera cautiva blanca- en adelante, el vínculo entre españoles y aborígenes se planteará en términos altamente conflictivos. En las obras consagradas como canónicas (La Cautiva, Martín Fierro) la cautiva cristiana será la víctima inmaculada del atroz salvajismo indígena. Pero la imagen que presentan las novelas de Guerra y de Mansilla aporta, como ya se ha señalado, otros matices. Y la de Mansilla en particular, aunque no deja dudas - n o podía ser de otra manera- sobre la imposibilidad trágica del amor adúltero prohibido, no por eso cierra la puerta al amor legítimo interracial (donde la cultura dominante es la del varón español), como indiscutible raíz fundante de la sociedad argentina 139 .

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Habrá que esperar a concepciones como las de Ricardo Rojas o Manuel Ugarte (Lojo 2004b) ya en el siglo XX. para que esta raíz aparezca como plenamente constitutiva de la cultura nacional.

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Algunos personajes, espacios y conceptos históricos mencionados con (*) en la Introducción por orden alfabético Barco Centenera, Martín del (c. 1544-1605). Llegó a la Asunción con la armada del adelantado Juan Ortiz de Zárate en 1573 y obtuvo del Consejo de Indias el cargo eclesiástico de arcediano de la Iglesia del Paraguay. Se lo tuvo por licenciado en Teología de la Universidad de Salamanca, aunque ese título no está confirmado. Acompañó a Juan de Garay en sus combates contra el cacique Oberá, lo apoyó frente la rebelión de los Siete Jefes mestizos (1580) y participó en la segunda fundación de Buenos Aires. En 1581 viajó al Perú, donde tuvo diversos cargos, incluso el de comisario del Santo Oficio en Cochabamba. Esto no impidió que fuera luego juzgado (1590) y sentenciado por el mismo Santo Oficio, bajo la acusación de embriaguez, costumbres licenciosas y corrupción. Volvió a la Asunción donde, por acefalía de la Iglesia local, ocupó el cargo de obispo. Regresó a España hacia 1594. Se supone que compuso el poema La Argentina entre 1595 y 1601 (Gandía 1945). Bermúdez, Pedro Pablo (1816-1860). Nació en Montevideo, el I o de agosto de 1816, hijo de don Juan Máximo Bermúdez, oficial de Artigas y de las guerras de la Independencia, y de doña Francisca Campana. Sentó plaza como soldado distinguido en el batallón de infantería de línea creado en 1831, y alcanzó el grado de subteniente el 10 de noviembre de 1832. Participó en diversos hechos de armas en Entre Ríos. Partidario del general Oribe, fue dado de baja en 1838, al triunfar su enemigo Fructuoso Rivera. Por ello Bermúdez emigró a la Argentina. Compuso en Buenos Aires el drama histórico El Charrúa, pero perdió el manuscrito original y lo rehizo diez años después. Volvió a la Banda Oriental con la invasión de 1842, formó parte del Ejército Unido de Vanguardia de la Confederación Argentina mandado por Oribe. Terminada la "Guerra Grande" fue reincorporado al ejército, en clase de sargento mayor. Actuó como jefe político y de policía de Montevideo, y como edecán del presidente Pereira del Uruguay. Militó en la masonería, y fue miembro de la Logia Sol Oriental de Montevideo. Ascendido a coronel graduado falleció en Montevideo. Dejó inéditos un drama concluido -El Oriental-, y otro iniciado, de carácter histórico-religioso -que iba a llamarse El Obispo de Chiapas-, cuyos manuscritos se perdieron. Fue colaborador de distintas revistas periódicos, y el álbum de poesías uruguayas colectadas por A. Magariños Cervantes, en 1878, contiene varias de sus composiciones. Escribió también una biografía del general Francisco de Miranda, y un tratado sobre táctica de caballería (Cutolo 1968, t. I, 427-428; Abad de Santillán 1956-64,11, 475).

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Bloqueos anglofranceses. Durante el segundo gobierno de Rosas hubo un primer conflicto con Francia que supuso un bloqueo de dos años (1838-1840) al Puerto de Buenos Aires, y un segundo conflicto con Inglaterra y Francia, desatado en 1845 y prolongado por parte de Inglaterra hasta 1847 y por parte de Francia hasta 1848. La resistencia de Rosas ante las dos mayores potencias de la época, motivó los abiertos elogios del general San Martín, exiliado en Francia, que antes de morir legaría a Rosas su sable corvo, por su defensa de la soberanía nacional. Buenos Aires. Su evolución. La ciudad en la que Eduarda y Lucio V. Mansilla pasaron su infancia era, todavía, una ciudad de casas de tres patios, rejas en las ventanas, servidores de origen africano, cocina hispanocriolla, abundante y suculenta, damas con enaguas de crinolina, peinetones, rebozos y mantillas, serenatas a las bellas, tertulias donde se tomaba mate y agua con azúcar, y se bailaban minués, cielitos criollos y contradanzas; banquetes regados no con champagne francés, sino con vino autóctono; paseos por la Alameda -una avenida bordeada por sauces, con toscos bancos de ladrillo, que corría paralela al río-. Era también una ciudad sucia, con esquinas donde se amontonaban los desperdicios, sin redes cloacales, con un puerto que carecía de fondeadero para los barcos, con un único y entonces descuidado cementerio público. Una ciudad, en fin, pintada de rojo -el color oficial del Partido Federal, que demostraba la obligatoria adhesión de los ciudadanos al gobierno- (Wilde 1974, Carretero 2000, L. Mansilla 1954). Esta Buenos Aires es muy distinta de la Capital finisecular a la que Eduarda volverá, para morir, aunque no pueda compararse con capitales europeas140. Después de Caseros comienzan irreversibles procesos de cambio -institucional, material, técnico, económico, educativo, sociológico-. Hacia 1880 el país es otro, y particularmente Buenos Aires, que amenaza dejar de ser "gran aldea"141 para convertirse en gran ciudad. El Cementerio del Norte -conocido como la Recoleta-, que ya no es único, se enriquece con valiosas piezas artísticas y con las reformas edilicias del intendente Torcuato de Alvear; la clase alta se desplaza al Barrio Norte142, que comienza a poblarse de lujosas mansiones de estilo 140 Todavía en 1887 a los hijos de Eduarda Mansilla, nacidos en el extranjero y que sólo conocen la Argentina luego de la muerte de su padre, Buenos Aires no deja de producirles una impresión a la vez provinciana y exótica, o bien, según los sectores, una copia poco afortunada de modelos europeos. N o es de extrañar, ya que llegaban de Viena, entonces deslumbrante capital de un Imperio: "Todo me parecía primitivo y distante como cosa del Extremo Oriente" (García Mansilla 1950, 186, 197-198). 141 La gran aldea se llama la famosa novela de Lucio V. López (1848-1894), que da cuenta, con voluntad crítica y satírica, de estas transformaciones. Fue publicada en forma de folletín, a partir del 20 de mayo de 1884, en el diario Sud América. 142 Tanto el desplazamiento al Barrio Norte como la creación de otro cementerio (el de la Chacarita) se debieron a la epidemia de fiebre amarilla que se declaró en 1870 y causó enorme mortandad y la huida de la clase alta de su tradicional ubicación en la zona sur.

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francés; las damas usan elaborados polisones 143 y sombreros, y en los salones y en las comidas y bebidas (y hasta en los entierros) también se impone la moda francesa. Con la llamada "conquista del Desierto" y la anexión efectiva de extensos territorios antes dominados por los aborígenes, la Argentina empieza a proyectarse como el "granero del mundo", tierra fecunda, diría después Leopoldo Lugones, de "ganados" y de "mieses"' 4 4 ; el gaucho de épocas pasadas (soldado de todas las guerras, las de la Independencia, las guerras civiles, las de la frontera interior, las guerras con el extranjero; en ocasiones bandido y contrabandista, jinete nómade, arriero, a veces agregado o peón de estancia), se convierte en trabajador rural estable de campos concentrados en pocas manos, y divididos por el novedoso sistema del "alambrado". Oleadas de inmigrantes (sobre todo italianos y españoles) desembarcan en un país que había adoptado la máxima de Alberdi ("gobernar es poblar"); se aglomeran en la ciudad y también se trasladan, en parte, al campo, donde forman algunas colonias agrícolas y donde suelen entrar en conflicto y competencia con la población nativa, de muy distintas costumbres. Los "estancieros", muchos de los cuales compartían antaño los hábitos de vida y la cultura del gaucho 145 , comienzan a apartarse de la administración y el manejo directo de sus tierras; prefieren la vida social en Buenos Aires o en París, y envían a sus hijos a educarse al extranjero. El Progreso se convierte en la nueva religión laica de los hombres de la llamada Generación del '80, de quien Lucio V. es un precursor literario y, en ciertos aspectos, un disidente ideológico 146 . Calfucurá. El cacique chileno Juan Calfucurá 147 se estableció como máxima autoridad en las Salinas Grandes de la pampa argentina a partir de 1835. Este jefe había aniquilado a los caciques voroganos (de Vorohué, Chile) que 143

Después de 1870 aparece el polisón, cuyo uso se prolonga por veinte años. (Saulquin 1998, 49-50). 144 En el conocido poema "Oda a los ganados y a las mieses" incluido en las Odas seculares (1910) que se publican con motivo de los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, Lugones exalta las riquezas de la tierra y el "crisol de razas" dado por la inmigración (postura esta última que rectificará poco tiempo más tarde). 145 Así lo testimonian muchos viajeros, entre ellos William Mac Cann, cuya obra contiene valiosísimas observaciones sobre la vida criolla tal como era en 1847. Señala el autor que existen dos tipos de estancieros, los que imitan hábitos europeos y los que desean conservar las costumbres del país, que viven "de idéntica manera que los peones" sólo que van mejor montados y disponen de dinero (Mac Cann, W. 2001, 133). Eduarda Mansilla hizo una excelente pintura de este tipo de propietario en Pablo, ou la vie dans les Pampas (1869). 146 Para la Generación del '80, véase Jitrik 1998 y Biagini 1980. 147 Se dijo que el mismo Juan Manuel de Rosas había mandando llamar a Calfucurá (versión basada en una carta del cacique al coronel Cornel), para neutralizar y controlar mejor las fuerzas aborígenes, pero las publicaciones más recientes han mostrado la endeblez de esta hipótesis, contrarrestada tanto por otras cartas del mismo Calfucurá, como por el ex cautivo Santiago Avendaño, cuyas memorias publicó recientemente Meinrado Hux. Ver al respecto Sulé 2003, 162-167 y Cap. VII, y Meinrado Hux 1999, Cap. I, 29-60.

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ocupaban las Salinas, y había sabido aliarse luego con la inmensa mayoría de las parcialidades indígenas, que lo reconocían como representante. Rosas mantuvo con él, en general, una política pacifista sostenida en buena parte mediante entregas periódicas, por parte del gobierno, de hacienda y bienes de consumo a estas comunidades, y también mediante el estímulo al comercio entre las etnias nativas y las poblaciones cristianas. Hubo pues una calma relativa en la frontera hasta 1852, con la excepción de la beligerancia sostenida por y contra los ranqueles de la Pampa central durante veinte años. Las provincias de Córdoba y San Luis sufrieron frecuentes malones a partir de 1834. Luego de la caída del gobernador de Buenos Aires, derrotado por el Ejército Grande que acaudillaba su antiguo aliado, Justo José de Urquiza, los caciques pampas antes "amigos" como Catriel y Cachul se negaron a reconocer a las nuevas autoridades. Otro tanto hizo Calfucurá, quien dio por concluidas todas sus anteriores obligaciones con el gobierno cristiano. Díaz de Solís, Juan (Sevilla c. 1470-Río de la Plata 1516). Sirvió al rey de Portugal como cartógrafo de la Casa de Indias. Hacia 1505 regresó a España. Participó luego en otra expedición (en 1508) que, bajo su mando y el de Vicente Yáñez Pinzón, llegó hasta las Antillas y exploró la costa de Honduras y la de México, sin hallar el paso hacia el Asia que era el objetivo del viaje. A la muerte de Américo Vespucio, en 1512, fue nombrado piloto mayor de la Casa de la Contratación. Partió de Sanlúcar de Barrameda en 1515 nuevamente con la misma meta, al frente de tres naves. Bordeó las costas de América del Sur y en febrero de 1516 llegó al Río de la Plata, y se internó en la desembocadura del río Uruguay. Allí encontró la muerte a manos de los indios charrúas. Según señala Miguel Guérin, esta fallida incursión fue clave para el futuro inmediato de las exploraciones en el área. "Para la corona, estableció el escaso interés económico de la zona (...) y la confirmó en la inconveniencia de orientar hacia allí los esfuerzos humanos y la inversión del capital financiero disponible" (Guérin 2000, 13-54 y 26-27). Entre los pocos sobrevivientes que se internaron por esta región entre 1521-1525, se encontraba Diego García, de quien Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557) transcribe el "Apéndice documental sobre el viaje de Diego García al Río de la Plata" en su Historia General y Natural de las Indias (Ved. 1535). Dorrego, Manuel (1787-1828). Nació en Buenos Aires, en un hogar acomodado, hijo de padre portugués y madre porteña. Manuel, último de cinco hermanos, se formó en el Real Colegio de San Carlos y luego fue enviado por su padre a Chile para cursar la carrera de Derecho, pero no concluyó sus estudios. Optó por la carrera militar, en la que se desempeñaría brillantemente durante la Guerra de la Independencia. Desterrado en 1816 por el director nacional Juan Martín de Pueyrredón, residió en los Estados Unidos de Norteamérica, donde se instruyó en la teoría de la democracia federal, y regresó al país en 1820.

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Gobernó legítimamente Buenos Aires entre 1827 y 1828, apoyado por los federales y por las masas populares. Intentó, sin éxito, un gobierno de conciliación en un terreno político convulsivo y fragmentado, donde la autoridad nacional había caído y donde persistían frentes externos de conflicto. Si bien logró que se firmara la paz con el Brasil, esto no hizo sino intensificar la discordia interior. Fue derrocado por el general Juan Galo de Lavalle, al que sustentaban reconocidas figuras del partido unitario, en la revolución del I o de diciembre de 1828, que "sembró el camino de la guerra civil" (Pagani, Souto y Wasserman 1998, 293). El intempestivo fusilamento de Dorrego por orden de Lavalle conmovió profundamente a toda la sociedad argentina. La Convención Nacional reunida en Santa Fe condenó el golpe militar y calificó el fusilamiento como "crimen de alta traición contra el Estado" (Luna 1996, t. 5, 152). Tras la muerte de Dorrego, Rosas se instalaría como primera figura política de la provincia y finalmente, de la nación. Echeverría, Esteban (1805-1851). Nació en Buenos Aires en el barrio del Alto de San Pedro. Lo distrajeron, en la temprana adolescencia, los amoríos y el gusto por los bailes, el juego y la guitarra. Pasó brevemente por las aulas universitarias y luego se dedicó al comercio. Hizo un decisivo viaje a Europa en 1825 que le permitió completar su formación y recibir la influencia filosófica y literaria del Romanticismo entonces culminante. De vuelta en 1830, publicó sus primeras obras poéticas: Elvira o la novia del Plata (1832), Consuelos (1834) y obtuvo importante repercusión local con las Rimas (1837) que incluían el poema "La Cautiva". Lideró a los jóvenes que se reunían en el Salón Literario de Marcos Sastre, pronto clausurado por Rosas. En su reemplazo nació la Asociación de Mayo, de la que Echeverría fue fundador, y donde se agruparon la mayor parte de los intelectuales de la llamada Generación del '37. Echeverría proporcionó su base filosófico-política con la declaración de principios del Dogma Socialista (publicado por primera vez en Montevideo, el I o de enero de 1839 y como libro en 1846, precedido de la "Ojeada retrospectiva"). Se exilió en la Banda Oriental en 1840; falleció en Montevideo, en la pobreza, consumido por la tuberculosis y por los efectos de una antigua dolencia cardíaca. Su relato El matadero, texto fundamental de la narrativa argentina, escrito alrededor de 1837/40 fue dado a la imprenta en forma postuma por su amigo Juan María Gutiérrez en 1871. Funes, Gregorio (1749-1829). Doctor en Filosofía y Jurisprudencia, fue un importante funcionario eclesiástico, y tuvo un papel fundamental en la educación universitaria argentina. En 1804 fue nombrado deán de la catedral de Córdoba. Se desempeñó como rector del Colegio de Monserrat (1807), y luego, de la Universidad de Córdoba (1808). En ese puesto, modernizó la enseñanza académica en el área de las ciencias matemáticas y físicas. Cuando estalló la Revolución de Mayo, tomó participación decidida a su favor. Fue diputado por

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Córdoba en 1810, e integró la Junta de Gobierno. Se le deben, entre otros aportes, su apoyo a la libertad de imprenta, la redacción del llamado Reglamento Orgánico, que fue el primer instrumento constitucional argentino. Trabajó en la Asamblea General Constituyente y en 1816 fue electo diputado por Córdoba para el Congreso de Tucumán. Renunció luego a la diputación para trabajar en la redacción de su obra Historia Civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán, que abarcó desde la época de la Conquista hasta la Revolución de Mayo y la Declaración de la Independencia. A fines de 1816, el gobierno de Buenos Aires lo envió nuevamente al Congreso de Tucumán en misión completa, y cuando el Congreso se trasladó a Buenos Aires, fue electo diputado por Tucumán. En 1819 fue coautor de la Constitución Nacional, de tendencia unitaria. En 1823 fue designado "Agente de Negocios de Colombia" ante el gobierno de Buenos Aires. Esta función lo puso en contacto directo con Bolívar y Sucre, quienes le ofrecieron el decanato de la Catedral de La Paz (Bolivia), cargo que aceptó. En 1826 fue electo diputado por Córdoba para la Asamblea General Constituyente y participó en la redacción de la nueva Constitución Nacional promulgada ese año. Falleció en Buenos Aires el 10 de enero de 1829. (Piccirilli, Romay y Gianello 1954, t. 111, 785-788; ). García, Aleixo. Portugués, tripulante de la expedición de Solís. Emprendió el camino en busca del Rey Blanco en 1521 y lo concluyó, trágicamente, en 1525. Ruy Díaz de Guzmán (1974, 69) habla de un niño, hijo de Garcia y llamado como él, que sería sobreviviente de la expedición. El personaje motivó hace unos años el interés de la periodista y narradora brasileña Rosana Bond (1998). García de Moguer, Diego (1471-1535). Explorador español, de origen portugués, se integró en 1516 como capitán de una de las naves a la expedición de Juan Díaz de Solís, y participó también en el viaje Magallanes-Elcano. En 1525 firmó una capitulación con la Casa de la Contratación de la Coruña por la cual se lo facultaba, de modo impreciso, a explorar el Océano Meridional (Guérin 2000, 26 y 31). Al principio se enfrentó con Caboto por la autoridad en la zona, pero posteriormente ambos se unieron para transitar los ríos Paraná y Paraguay. Abandonaron juntos las tierras, a fines de 1529. García quiso volver al Plata en la expedición comandada por el primer adelantado, Pedro de Mendoza, pero enfermó repentinamente durante el viaje y falleció poco después en la isla canaria de La Gomera.

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García-Mansilla148, Daniel (1866-1957). Jurisconsulto, diplomático y escritor, cuarto hijo de Eduarda Mansilla y de Manuel Rafael García. Nació en París, el 12 de octubre de 1866, según él mismo lo afirma (1950, 60), aunque los diccionarios no recogen el dato con exactitud, y fue inscrito en la Legación argentina, donde su padre desempeñaba funciones. Estudió en la Facultad de Derecho de París y de Rennes. Desarrolló una extensa carrera diplomática y fue condecorado por diversos gobiernos. Se casó con Adela Rodríguez Larreta pero el matrimonio no tuvo descendencia. Al enviudar, se ordenó sacerdote (1953). Se cuentan entre sus obras los libros de poemas: Le miroir divin, Alma y sangre (edición bilingüe francés/castellano, 1938); Palabra íntima (edición bilingüe francés/castellano, 1939); Au bord du Mé/149, Orchidées, Chosesádire. Escribió también La justiciére (drama), Les portes saintes (Imprimerie polyglote du Vatican, 1940); Tartarin en Amérique y sus memorias: Visto, oído y recordado, que contienen valiosa información sobre su madre. Tuvo con ella una relación singularmente estrecha y afectuosa: "...fui yo el único de nosotros que amamantó mi madre, quien, en una ocasión, encerrándose horas y horas conmigo en la oscuridad, me obligó a tomar el pecho y me obligó a tomar el cruz, ayudada por la homeopatía. Profesábale yo un verdadero culto." (1950, 61); "Era yo una criatura ridiculamente sensible. Mis hermanos, excelentes en el fondo, me tomaban el pelo despiadadamente, pero mi madre me defendía siempre." (Op. cit., 147). Gorriti, Juana Manuela, (c. 1816-1892). Escritora argentina, nacida en Salta (¿1816 ó 1818?), en el seno de una familia de patriotas de la Independencia. Luego, durante la guerra civil, los Gorriti -de postura unitaria- emigraron a Bolivia. Allí, Juana Manuela se casó con el militar y político Manuel Isidoro Belzú. En 1848, el matrimonio se separó y Gorriti se instaló en Lima, donde abrió una escuela para niñas. Por ese entonces, empezó a escribir relatos históricos, legendarios, fantásticos y sentimentales, publicados en periódicos peruanos, bolivianos, chilenos y argentinos. Entre 1875 y 1885 realizó tres viajes a Buenos Aires, donde finalmente se instaló hasta su fallecimiento en 1892. Tanto en la capital peruana como en la argentina, organizó veladas 148 Según la tradición familiar transmitida al Sr. Manuel R. García-Mansilla, la conversión de los apellidos paterno y materno en apellido único, cuyos términos se hallan unidos por un guión, data de 1877. Al morir en ese año Juan Manuel de Rosas, Eduarda y su esposo, Manuel R. García Aguirre, pidieron a sus hijos que así lo utilizaran, para simbolizar la conciliación entre los dos partidos que se habían combatido ferozmente durante las guerras civiles. García y Mansilla eran apellidos emblemáticos de dichas facciones, a pesar de lo cual Eduarda y Manuel se eligieron y se unieron en un matrimonio que fue alguna vez calificado c o m o de "Capuletos y Montescos". Ver también acerca del uso de ambos apellidos lo dicho por Daniel García-Mansilla (1950, 46). 149 Es este el título correcto -señala el mismo García Mansilla (1950, 1 6 2 ) - y no Au bord du Nil, tal como figura, debido a una errata, en biografías y diccionarios. Fue su primer libro de poesías, publicado en 1883 en Vannes.

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literarias en su casa y editó revistas: La Alborada (Lima, 1874) y La Alborada del Plata (Buenos Aires, 1877-1878). Reúne sus relatos en Sueños y realidades (1865), Panoramas de la vida (1876), Misceláneas (1878), El mundo de los recuerdos (1886), entre otras publicaciones. (Molina 1999, 469-482). Guerra, Rosa (1804-1864) nació y murió en Buenos Aires. Se dedicó a la enseñanza y tuvo escuela para niñas. Fue autora de la Inspiración poética al 25 de Mayo de 1852, consagrada a la revolución de septiembre (contra Urquiza). En 1852 fundó el periódico femenino La Camelia (cfr. supra, 20), cuyo lema era "Libertad, no licencia; igualdad entre ambos sexos". Fue la segunda mujer que creó y dirigió una publicación periódica en la Argentina después de Petrona Rosende de Sierra. Fue responsable de secciones en los periódicos La Nueva Epoca, La Bruja y La Flor de Buenos Aires. Fundó y dirigió la revista La Educación en 1854, en la que usó el seudónimo de Cecilia, y colaboró también con artículos pedagógicos en La Tribuna, La Nación Argentina, El Nacional, y en la revista Correo del Domingo. Entre sus libros publicados, además de la novela Lucía Miranda (1860), figuran: Clemencia (1862), un drama en verso en tres actos que dedicó a don Bartolomé Mitre; un libro de lectura: Julia o La educación (1863), serie de cartas a una niña sobre temas de su especialidad, y otro de versos: Desahogos del corazón (1864). (Cutolo 1971, t. 111, 478-479; Sosa de Newton 1986, 294-295). Gutiérrez, Juan María (1809-1878). Estudió latín, filosofía, matemáticas e ingeniería. Se graduó como doctor en jurisprudencia en 1834. Fue exponente destacado de la generación romántica de 1837, y entrañable amigo de Juan Bautista Alberdi y de Esteban Echeverría, cuyas obras completas publicó postumamente. Participó en el Salón Literario de Marcos Sastre con sugestivas aportaciones a la teoría de una literatura nacional, y estuvo entre los fundadores de la Asociación de Mayo (1838). Como otros intelectuales emigró a Montevideo durante el gobierno de Rosas, a partir de 1840. Se dio a conocer como poeta (premiado) con la oda^4 Mayo, y luego hizo un viaje por Europa con Juan Bautista Alberdi. Regresó a la Argentina luego de la caída de Rosas y mantuvo intensa actividad, primero política y luego, sobre todo, literaria. Fue rector de la Universidad de Buenos Aires hasta su jubilación. Publicó antologías de autores americanos, biografías, y numerosos trabajos de crítica literaria, investigación e historia. Fue una autoridad y un innovador en el campo educativo. En 1876 rechazó el diploma de miembro de la Real Academia Española de la Lengua, firme en sus ideas acerca de la necesaria autonomía espiritual de la Argentina y de América Hispana con respecto a la metrópoli. Escribió también ficciones y poesías. (Piccirilli, Romay y Gianello 1954, t. IV, 288-293).

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Lavalle, Juan Galo de (1797-1840). Fue, como Manuel Dorrego, guerrero de la Independencia, y luego figura conspicua del partido unitario. Las disidencias políticas lo llevaron a un enfrentamiento trágico con el gobierno de Manuel Dorrego. Combatió luego a Rosas (su hermano de leche), intentó, sin éxito, invadir Buenos Aires en 1840, y murió -perseguido por las tropas del general Oribe- antes de finalizar ese año. Conocido como "la espada sin cabeza", por su carácter tan temerario como irreflexivo, se supone que la decisión de fusilar a Dorrego (al que tenía en estima personal) partió de sus consejeros letrados, antes que de él mismo. Lavardén, Manuel José (1754-1808/9?). Nació en Buenos Aires, hijo de Juan Manuel Labardén y María Josefa Aldao y Rendón. Firmaba como "Lavardén" (con lo cual volvía a la "v" del apellido familiar original francés: "Lavardin"). Fue poeta, filósofo y hacendado. Obtuvo su título de abogado en España. De vuelta en Buenos Aires, se examinó en filosofía y latín en el Real Colegio de San Carlos. Se dedicó con éxito a la agricultura y a la industria; fue estanciero y saladerista. Defensor de la libertad de comercio, estuvo vinculado a grupos masones. Tuvo participación destacada en la Reconquista de Buenos Aires durante la invasión inglesa de 1806. Como poeta, logró fama con su "Oda al Magestuoso Rio Paraná" (1801; que así figura en el índice del Telégrafo donde se publicó, mientras que en el cuerpo del mismo diario se llama solamente "al Paraná"; ver Molina 1998, 159-186, y Barcia 1982). Además de Siripo anunció otras dos tragedias: La pérdida de Jerusalem por Tancredo y La muerte de Filipo de Macedonia que nunca se representaron debido al incendio del Teatro de la Ranchería. Se supone que murió en su saladero de Colonia del Sacramento entre fines de 1808 y comienzos de 1809. (Cutolo 1975, t. IV, 136-137; Bosch 1944). López, Vicente Fidel (1815-1903). Abogado, político, historiador y escritor argentino, hijo de Vicente López y Planes (autor de la letra del Himno Nacional) y de Petrona Riera. Fue uno de los jóvenes intelectuales creadores de la Asociación de Mayo. En 1840, a raíz de sus actividades contra el gobierno de Rosas, emigró a Chile, y luego del derrocamiento de Rosas regresó a Buenos Aires. En 1852 fue ministro de Instrucción Pública de dicha provincia. Se autoexilió en Montevideo en dos ocasiones (1852-1860 y 1860-1868) por discrepancias con los centralistas porteños. Participó en la Convención de Reforma de la Constitución de Buenos Aires (1870-73). Fue diputado nacional por Buenos Aires. Actuó en la Revolución del '90 contra el Unicato (régimen que buscaba el control total de los factores de poder); desempeñó el cargo de ministro de Hacienda en el nuevo gobierno de Carlos Pellegrini (1890-1892). Fue rector de la Universidad de Buenos Aires (1874-1877). En 1876 fue designado miembro correspondiente de la Real Academia Española. Fue fundador, con Andrés Lamas y Juan María Gutiérrez, de la Revista del Río de la

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Plata (1871-1877). Colaboró asiduamente en La Revista de Buenos Aires. Publicó numerosos trabajos históricos, entre los cuales se destaca una Historia de la República Argentina en 10 volúmenes y también frecuentó la novela histórica. (Cutolo 1975, t. IV, 247-250). Manso de Noronha, Juana Paula (1819-1875). Educadora y escritora argentina Nació en Buenos Aires; su familia emigró a Montevideo por razones políticas; allí abrió Juana un Ateneo de Señoritas y publicó versos en El Nacional (1841). Luego se trasladó a Río de Janeiro y se casó con el violinista Francisco de Saa de la Noronha (1844), con quien tuvo dos hijas. Escribió entonces (o proyectó) dos novelas: una, Misterios del Plata (Río de Janeiro, 1852) -sobre las luchas civiles argentinas, que conocería diversas ediciones y reescrituras- y otra, La familia del Comendador, obra antiesclavista, publicada en Buenos Aires (1854). Acompañó a su esposo en giras artísticas por Estados Unidos y Cuba. Abandonada por su marido, regresó a Buenos Aires en 1853. Se dedicó al periodismo y fundó Álbum de señoritas (1854). Se convirtió en una de las principales colaboradoras de Sarmiento en materia educativa, como directora de escuela, fundadora de bibliotecas públicas, miembro de la Comisión Nacional de Escuelas o directora de los Anales de la Educación Común (1865-1875). Defendió la creación de escuelas mixtas, entre otras propuestas innovadoras que le ocasionaron hostilidades de parte de los educadores y políticos conservadores. Publicó, además, un Compendio de la historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata (1862?), un drama La Revolución de Mayo (1810) en 1864, y también poesías. (Sosa de Newton 1986, 382-383; Lewkowicz 2000). Mendoza, Pedro de (1487-1537). Miembro de la más alta nobleza española, fue el primer adelantado del Río de la Plata. Antes desdeñada, la región se volvió codiciable cuando se difundieron las noticias acerca de la Sierra de la Plata, y se vieron las concretas riquezas aportadas por los hermanos Pizarra, conquistadores del Perú. A Mendoza se debió la primera fundación de Buenos Aires, en 1536. El lansquenete bávaro Ulrico Schmidl, miembro de la expedición de Mendoza, dio testimonio de todos estos sucesos en su libro. Partido Mendoza, muy enfermo, quedaron sobrevivientes en Buenos Aires y afrontaron durísimas penalidades, como lo recordó en su carta Isabel de Guevara. A pesar de ello, Domingo de Irala ordenó desmontar y despoblar la incipiente ciudad. Juan de Garay volvió a fundarla en 1580. Magalhäes, Ferflao de (c. 1480-1521). Marino portugués de familia noble, que pasó al servicio del rey Carlos I en 1518. Según lo establecido por el Tratado de Tordesillas (1494), España poseía todos los derechos sobre las tierras que se descubrieran al Oeste de las islas de Cabo Verde, entre los 48 y 49 grados al Oeste de Greenwich, y Portugal, sobre las del Este. Se necesitaba, pues, un paso que permitiera acceder a las tierras orientales de las especias sin pasar por la ruta

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del Cabo de Buena Esperanza, bajo el dominio portugués. Magallanes firmó con el rey una capitulación, por la cual se comprometía a lograr este objetivo. Lo consiguió el 21 de octubre de 1520, con el hallazgo del estrecho que lleva su nombre. Luego de su muerte a manos de nativos filipinos en la isla de Mactán, el viaje continuó al mando de Juan Sebastián Elcano, que llegó a Sevilla el 8 de setiembre de 1522. Mansilla, Lucio Norberto (1792-1871). Fue gobernador de Entre Ríos entre 1821 y 1824, y apoyó la Constitución centralista de Rivadavia. Su casamiento con Agustina Ortiz de Rozas lo colocó después entre los hombres de confianza de Rosas. Se lo recuerda hasta hoy sobre todo por su participación al frente del combate de la Vuelta de Obligado (20 de noviembre de 1845), contra la escuadra anglofrancesa que pretendía adentrarse en los ríos interiores de la Confederación Argentina. La escena de la batalla concitó un alto poder simbólico, ya que Mansilla mandó "cerrar" el río Paraná con lanchones que sostenían cadenas. El resultado fue una "derrota heroica" con muchas bajas locales (pero también del enemigo), y la Vuelta de Obligado se convirtió en símbolo de la soberana defensa nacional. Molucas (en indonesio, Maluku), Malucas, o tierras del Maluco, también llamadas islas de las Especias (en la época, "la Especiería") que están ubicadas en la parte oriental de Indonesia y forman parte del archipiélago Malayo. Entre ellas se encuentran Nueva Guinea, Morotai, las Célebes, Halmahera (la mayor de las Molucas). Producen clavo (isla Terremate), nuez moscada, jengibre y otros condimentos, así como copra (pulpa del coco de la palma) y varios tipos de madera. Magallanes había llegado a Guam, una de las islas Marianas, y luego a las Filipinas. El contrato con el rey hablaba de "Tarsis y Ofir", las míticas tierras de linaje bíblico, que habían recogido las leyendas medievales (Gandía 1974, 73, nota 97). Moore, Sir Thomas (1663-1735). Según el nuevo Oxford Dictionary of National Biography (2004), en un artículo firmado por Thomas Seccombe y revisado por Freya Johnston, nació en Richmond, Surrey, el 9 de octubre de 1663, hijo de Anne Agar (hija de Thomas Agar y de la hermana de John Milton), y de David Moore. Fue hecho caballero por el rey Jorge 1, aunque -para algunos escritores y críticos- ello difícilmente se debiera al mérito de sus versos. La tragedia que nos concierne se representó en Lincoln's Inn Fields Theater el 14 de diciembre de 1717, y fue descrita como "notable sólo por sus despropósitos". Provocó unas feroces "Reflexiones sobre Mangora" (1718), que fueron respondidas por el autor al año siguiente. Moore murió en Leatherhead, Surrey, el 6 de abril de 1735.

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Morante, Luis Ambrosio (1782?-1837). Actor, cantante y músico. Habría nacido en Montevideo hacia 1782. Desde niño se radicó con su familia en Santiago de Chile y, después de una larga permanencia, pasó a Mendoza y luego a Buenos Aires (1800), donde se dedicó a la carrera dramática. En esta ciudad se desempeñó como cómico y director de compañías teatrales. Fue el hombre indispensable en el teatro porteño de ese tiempo. Una de las características de las obras de Morante era la música, ya que su teatro tiene un constante apoyo musical. En 1812, copió, corrigió y representó la tragedia Orestes, y con motivo de la celebración del segundo aniversario de la constitución de la Junta patria compuso su melodrama El Veinticinco de mayo, pieza al parecer imitada de la francesa Canto a la libertad o La Marsellesa, e inspiradora del Himno Nacional Argentino. Desde esa fecha su producción no cesó, ya que cada año presentó al público cuatro o cinco obras traducidas y adaptadas a las costumbres y modalidades de la época. De 1816, es Hijo del Sud, un melodrama. En 1817, dio a conocer su obra de combate Cornelia Bororquia, en la que criticó al tribunal de la Inquisición. Escribió en 1820, las partituras para su tragedia Adriana de Courtenay, y en 1821, para Tupac Amarú. En 1822, fundó el teatro Mendoza y después pasó a Chile, donde representó El Duque de Viseo y Felipe II. A mediados de 1825, regresó a Buenos Aires, como actor y director de escena. Después fue contratado para volver a actuar en el teatro de Santiago de Chile hasta 1835. Fue un gran actor dramático que actuó en los principales escenarios de Sudamérica y unió a sus condiciones, una vasta competencia en cuestiones artísticas. (Piccirilli 1953-1954, t. V, 312-313; Cutolo 1968-1978, t. IV, 647648). Ranqueles. "(Del araucano rancülche, gente del cañaveral, de rancül, carrizo de las pampas, y che, gente), adj. Se dice del pueblo tehuelche fusionado con los araucanos que, entre los siglos XVIII y XIX, habitó las llanuras del noroeste de La Pampa, el sudeste de San Luis y el sur de Córdoba. U.t.c.s." (DHA 2003, 492). Hay otra hipótesis sobre el origen del gentilicio que lo hace derivar de la comarca llamada Ranquil, en la provincia argentina de Neuquén. En ese caso, "ranquelche" significaría "la gente que viene de Ranquil". No son versiones contradictorias, ya que en esa zona también había y hubo importantes carrizales. Río de la Plata. Estuario formado por la desembocadura de los ríos Paraná y Uruguay. Fue descubierto en 1516 por Díaz de Solís quien lo llamó "Mar Dulce"; su actual denominación se debe a Sebastián Caboto. "Para los españoles, el Paraná-Plata y el gran afluente superior, el Paraguay, fueron una providencial línea de agua que les permitiría alcanzar latitudes análogas a las del Perú y sierra del Rey Blanco - q u e todo es lo mismo- marchando por el paralelo del Puerto de los Reyes, (16° S), descubierto por Irala" (Difrieri 1981, 53). Existen además documentos, como la Real Cédula emitida por la cancillería de la reina Juana del 5 de julio de 1531, que justificaban el derecho de posesión de

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la corona de España sobre la zona: "el Río de la Plata, que por otro nombre se dice de Solís y en lengua de indios el Paraná, teníamos y poseíamos desde el tiempo de los católicos Reyes, nuestros señores padre y abuelos, y que así en nuestro nombre lo poseyó y tuvo Sebastián Caboto...". Difrieri (1981, 72) toma esta cita de la Real Cédula dirigida al Consejero de Indias, licenciado Juan Suárez de Carvajal, 37. Rivadavia, Bernardino (1780-1845). Hijo de una familia gallega de holgada posición se educó en el Real Colegio de San Carlos. Luchó en las Invasiones Inglesas (1806 y 1807) con el grado de capitán, en el Batallón de Gallegos. Estuvo entre quienes propiciaron la Revolución de Mayo. Ocupó el cargo de secretario de la Junta gubernativa en 1811. En 1814 fue enviado a Europa en misión diplomática y allí permaneció hasta 1820 (año de anarquía y confusión en el que cayó la autoridad nacional). Fue ministro del gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, entre 1821 y 1824, y en tal cargo tomó algunas medidas ilustradas y progresistas, como la creación de la Universidad de Buenos Aires, la fundación de escuelas gratuitas, inspiradas en el sistema lancasteriano, en la ciudad y en la campaña: la creación de la Sociedad de Beneficencia y la de academias de ciencias y de música, y en general, la promoción de un espacio público igualitario (Ternavasio 1998, t. III, 170-181). Otras medidas fueron objeto, en el tiempo, de largas polémicas, como la implantación de un nuevo régimen representativo, con supresión de los cabildos provinciales en Buenos Aires. También decidió reformas importantes en las áreas judicial, militar y eclesiástica. La controvertida Ley de Enfiteusis (que permitía el acaparamiento de latifundios) y el pesado préstamo contraído con la banca británica Baring Brothers para promover inversiones, provocaron ásperas críticas a su gestión por parte de la historiografía revisionista. En 1824 se convocó un Congreso General Constituyente que sancionó una Ley de Presidencia por la que fue designado Rivadavia como primer presidente argentino, en 1826. La tendencia política unitaria de éste y sus partidarios impuso la Ley de Capitalización de la ciudad de Buenos Aires, ampliamente criticada por federales bonaerenses y provincianos, y una Constitución nacional no menos resistida, ya que se pretendía instaurar un poder central sobre la soberanía de las provincias. El conflicto con el Brasil por la Banda Oriental y la firma de una paz desventajosa, así como la agitación interprovincial, terminaron de socavar el gobierno de Rivadavia, quien debió renunciar en 1827. No volvió a la vida pública y murió en el exilio. ("Bernardino Rivadavia, promotor de la ciencia y la cultura y estadista", ). Rosas, Juan Manuel de (1793-1877). Su verdadero apellido era Ortiz de Rozas (con él siguen firmando sus descendientes) que abandonó muy joven, cuando decidió independizarse de la casa paterna (L.V. Mansilla 1964, 31-32). Gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1829-1831 y 1835-1852, en

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tal calidad representó también ante el exterior a la Confederación Argentina. Fue el más poderoso caudillo del partido federal, aunque, como federal de Buenos Aires, defendió la primacía económica y política de esta rica provincia, que concentraba las rentas de la Aduana (Torres Molina 1996, 28). En ese sentido, su gobierno allanó camino a la administración centralizada que llegaría después. Murió exiliado, en la campiña inglesa, donde llevaba la vida de un granjero. Sobre la figura de Rosas existe una vastísima bibliografía, entre la que puede recomendarse el sólido trabajo biográfico de John Lynch, 1984 (I a ed. inglesa 1981); para un balance académico actualizado de su figura y su gestión, pueden verse los trabajos de Pagani, Souto y Wasserman (1998, 111), y de Salvatore (1998, III), que señala, con atinado criterio, su carácter singular y paradójico: "un experimento republicano que había involucrado a los sectores populares en prácticas electorales y una 'Guerra Santa' muy costosa en términos humanos y materiales: un régimen en cierta medida contradictorio que defendía el sistema federal mediante el centralismo político, que sostenía la voluntad de los pueblos por medios autoritarios; un régimen que sus opositores llamaban 'Tiranía' mientras que sus seguidores, los vecinos federales, concebían como la forma más adecuada que la República podía tener bajo las condiciones extraordinarias de la guerra civil." (378-379). Unitarios y Federales. Fueron los dos partidos que se enfrentaron incesantemente en la Argentina durante las Guerras Civiles del siglo XIX. En líneas muy gruesas puede decirse que los Unitarios defendían una administración centralizada en Buenos Aires, una política económica liberal, con apertura al libre comercio y a los capitales extranjeros, y una cultura letrada, ilustrada y urbana, de fuerte influencia francesa. Los Federales sostenían las autonomías de los estados provinciales, la defensa y el desarrollo de las economías regionales, y la vieja cultura hispanocriolla, de marcado sello rural. Señala Chiaramonte (1991, 28-30) que en realidad, más que en una Federación, se pensaba en una Confederación, donde cada provincia tuviera las prerrogativas de un estado nacional. Hay que distinguir, por otro lado, entre federales (particularmente entre los federales de Buenos Aires, del Interior, del Litoral; ver Torres Molina 1996, 62) así como entre el antiguo partido unitario (con hombres como Agüero o los hermanos Varela) y las figuras de la Generación del '37 (que se propusieron superar, al menos en teoría, la dicotomía unitarios/federales). El último capítulo de las "Palabras simbólicas" que conforman el Dogma socialista de la Asociación de Mayo, clama por la suspensión de todas las simpatías hacia una u otra de las facciones que han instalado la anarquía en el país, y por la anulación de todas las divisiones y discriminaciones: "nosotros no sabemos qué son unitarios y federales, colorados y celestes, plebeyos y decentes, viejos y jóvenes, porteños y provincianos..." (Echeverría 1988, 177). Todos los miembros de la Generación del '37 estaban políticamente unidos por su antirrosismo.

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Nuestra edición Nuestro equipo La presente edición se encuadra dentro del proyecto de investigación sobre el tema: "El pasado colonial en la novela hispanoamericana", a cargo de la Dra. María Rosa Lojo (CON1CET150- Universidad de Buenos Aires, Universidad del Salvador), y radicado en la Escuela de Letras de la Universidad del Salvador. La publicación se realiza en el marco de un convenio entre la Universidad del Salvador y la Universidad Católica de Eichstätt, Alemania. En su etapa inicial el equipo consagrado a esta edición contó con las investigadoras licenciada Marina Guidotti y licenciada Silvia Vallejo, ambas docentes de la Universidad del Salvador, dirigidas por la Dra. María Rosa Lojo. La Lic. Guidotti se ocupó de las notas históricas y referencias culturales, realizó el cotejo de la edición en libro de 1882 con la edición de 1860 del diario La Tribuna, y aportó a la pesquisa de materiales y documentos; la Lic. Vallejo llevó a cabo el análisis ortográfico, morfosintáctico y léxico de la novela, y se ocupó especialmente de las notas lingüísticas al texto, esto último con el concurso de la Lic. Guidotti y la Dra. Lojo. En una segunda etapa se incoporaron al grupo, en el marco de un PIP (Proyecto de Investigación Plurianual, financiado por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina), la Dra. Hebe B. Molina (CONICET- Universidad Nacional de Cuyo), quien colaboró con la compulsa de documentos y con sus trabajos sobre la retórica de la novela decimonónica en la Argentina, y las Licdas. Claudia Pelossi y Laura Pérez Gras que proporcionaron asistencia técnica en la digitalización y la decodificación (Lic. Pelossi) de material digitalizado, y en las búsquedas bibliográficas. Tanto la directora como todas las integrantes del equipo de investigación trabajaron en el rastreo de los epígrafes y las respectivas notas al texto de la novela. La Lic. Guidotti, como asistente de dirección, prestó en ambas etapas especial apoyo para la coordinación del grupo. A la profesora Lorena Ivars, de la Universidad Nacional de Cuyo, se deben todas las notas realizadas a los epígrafes latinos en esta edición.

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Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de la Argentina.

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Los criterios de edición151 El sistema gramatical de la novela corresponde al castellano del siglo XIX, situado cronológicamente en un momento de cuasi estabilidad del idioma, que da cabida -sin embargo-, a una moderada tendencia arcaizante. Se transcribe fielmente la edición en volumen publicada por la imprenta de Juan A. Alsina en 1882. De la primera edición en los folletines de La Tribuna (año VII, n.os 1,930 a 1,973 (sic), del 10 de Mayo (sic) al 4 de Julio (sic) de 1860), se han consultado los ejemplares conservados en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Esta versión se registra con la sigla LT. y, cuando sea oportuno, se especifican la fecha y el número del folletín. Del cotejo entre ambas versiones se indican sólo las variantes estructurales. Se usarán los siguientes signos: / corte de verso o cambio de espacio gráfico (del cuerpo al pie de página) # separa variantes [ ] comentarios [E] errata evidente. Existe una tercera edición de la novela 152 , impresa en Buenos Aires en 1933 por J. C. Rovira Editor, como Tomo XXXV de la Biblioteca "La Tradición Argentina". Se trata de una colección popular, de aparición semanal (los viernes), en cuyo catálogo figuraban obras de otras escritoras (Juana Manso, la muy leída Emma de la Barra, que firmaba como César Duayen), de Eduardo Gutiérrez, el famoso folletinista, y también, de autores "canónicos" como José Mármol, Domingo Sarmiento, Miguel Cañé.

1. Plano gráfico En cuanto a la ortografía Mansilla sigue la norma pautada por la Real Academia Española, en su Ortografía de 1815 (donde queda fijada la ortografía española tal como la conocemos hoy) que evidentemente la autora conoce y respeta. Si bien hubo reformas posteriores, éstas se limitaron a casos particulares y a la acentuación, y no a cambios representativos. Forma parte de sus elecciones estilísticas la vacilación gráfica que otorga a la novela un plus de prestigio arcaizante. Cabe señalar, no obstante, en todo lo que respecta a este plano, que muchas vacilaciones pueden deberse también a fallas del impresor, al no poder decodifícar correctamente los manuscritos que se le entregaban, o bien a erratas provocadas por la rusticidad de las imprentas. En este apartado, se han observado los siguientes aspectos:

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Este apartado se realizó con el concurso especial de la Lic. Silvia Vallejo. Debemos el préstamo de un ejemplar a la gentileza de la Dra. Alicia Zorrilla.

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a. Particularidades en el uso de las letras Vacilación gráfica para representar la consonante fricativa sorda (ort. j. g, fon. x). herejía" (1.a parte, cap. XVII), "ágenos" (1.a parte, cap. XXI), "megilla" (2.a parte, cap. I) vs. "mejillas más frescas" (2.a parte, cap. XX). Vacilación gráfica para representar la Ixl delante de consonante. T. Navarro Tomás (1985) señala que la Ixl se pronuncia como una simple /s/ ante consonante; de ahí la confusión en la lengua escrita del s. XIX: "exposición" vs. "esposición" de i r 1 5 3 ; "explicadme" (1.a parte, cap. 15), "recuerda y se estasía en tierna y voluptuosa sensación" (1.a parte, cap. XXX), "se eseptúa"(2. a parte, cap. 2) vs. "con excepción" (2.a parte, cap. VII), "cómo esplicar "(2.a parte, cap. VI), "esquisita ternura" (2.a parte, cap. VII). Vacilación gráfica para escribir palabras que hacen referencia a dos campos lexicales. "al rededor" vs. "alrededor", "en frente" vs. "enfrente", "entre tanto" vs. "entretanto"; "en seguida" vs. "enseguida". Utilización de inicial mayúscula en los meses del año. "Una mañana del mes de Setiembre del año de 1530" ("Exposición"), "mes de Febrero" (1.a parte, cap. X), la luna de Diciembre" (1.a parte, cap. XII), "5 de Mayó" (1.a parte, cap. XII). Utilización de inicial mayúscula en adjetivos gentilicios. "el primer Europeo" ("Exposición"), "jóvenes Napolitanas" (1.a parte, cap. III), "astuta Italiana" (1.a parte, cap. VII), "para no caer en manos de los Portugueses" (2.a parte, cap. V), "los Españoles" (2.a parte, cap. VII). b. Particularidades en cuanto a la acentuación Vacilación en la acentuación del grupo vocálico /ia/. |ia]: "Lucia, movia, componían, parecían, habia, hacían, debían, ofrecía, veía, detenia, sonreía, podían, tia, decían, complacían, atraían, dia, sufría, conmovía, esparcía, convenían, despedían, abría, asistirían, volvía, constituían , pertenecía, tenia, respondía, dormían, rompía, llamarían, querían, gallardía, tardarían, rompían, fría, insistían, oprimía, urgía ...". |ía|: "García, pertenecía, tenía, venía, caían, gallardía, cortesía, galantería, energía, nombradla, alegría". Conservación del diptongo en los grupos vocálicos /ai/, /au/, /el/, /ie/, /lo/, /oi/. ai_ : "caido". au : "baúles". 153

Edición de La Tribuna.

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ei : "creído, leido". ie : "guie". io : [el] "rio", "mío", "confio", "tío", "tardío" oí : "oído". ua : "insinúa". ui : "concluido".

Ausencia de tilde en las palabras agudas terminadas en /n/. "edición, transformación, posesion, también, opinion, invención, concepción, imaginación, descripción, traducción, porcion, Sebastian, razón, guarnición, poblacion, decisión, resolución, segundón, profesión, ocasion, unión, conclusión, corazon, perdón, sensación, capitan, relación, emocion, aflicción, también, agitación, desesperación, intención, según, dirección, adhesión, gradación, sazón, expresión, discreción, razón, jardin, revelación, conversación, ningún, intención, jubón, salón, recien, atención, animación, coleccion, condicion, obligación, habitación, contemplación, aprensión, porcion, manifestación, revelación, ración, común, aplicación, mansión, preocupación, constitución, aficcion, expectación, agitación, tesón, mesón, expedición". Se puede encontrar alguna excepción como: expresión (1. a parte, cap. XII).

Ausencia de tilde en las palabras agudas terminadas en /s/. "despues, demás, habéis, persistís, proponéis, adiós, demás, profesáis, sigáis, Jesús, teneis, jamas, Ínteres, privéis, hagais".

Presencia de tilde en las graves terminadas en /n/, /s/ y vocal. "entonces, ántes, Cárlos, origen, joven, imágen, léjos, Virgen, mustia, continuáseis, léjos, estátuas, ménos, apénas, gérmen, continuo, hacia, faltásteis, hubiéseis, crisis, asiduos, Cármen, brindis, desorden, virgen, hallára, heroico, continuo, miéntras, dictámen, estoica, continuo".

Presencia de tilde en todas las palabras esdrújulas. La única esdrújula no acentuada es "lagrimas" de la 1 a parte, cap. XXXI.

Presencia de tilde en monosílabos. Preposiciones: "á". Adverbios: "aún" (sin diferenciar diacríticos): "nunca acabaríamos de pulir y aún de borrar" ("Al lector"). Conjunciones: "ó, é". Verbos conjugados: "fué, dió, dés, vió, vé". Pronombres: "mí (posesivo), tí". Sustantivos: "piés".

c. Particularidades referidas a la puntuación Coma delante de nexo coordinante sin valor consecutivo. "soltó también el tierno llanto, y fué á refugiarse en brazos de su padre" (1. a parte, cap. II). "Sandoval tomó el billete, y despues de haberlo leido" (1. a parte, cap. IV).

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Coma que separa el Sujeto del Predicado Verbal. ' "No me parece justo ni prudente, que el artista maduro, retoque las producciones de su edad juvenil" (Texto de EM al lector de LM) "El viento favorable que soplaba del Norte, puso en poco rato fuera del alcance de la vista, el bergantín y la carabela" ("Exposición"). "Esta pequeña escena, sacó á don Ñuño de su distracción" (I ,a parte, cap. II). "El palacio de la signora Barberini, estaba situado en la calle de Toledo" (1.a parte, cap. V). "La villa Aldobrandini, pertenecía hace veintiocho años" (1 .a parte, cap. X). "Esos dos corazones afligidos, no habian encontrado palabras" (1.a parte, cap. XI). "Su alma temprana, se impregnó con el perfume de la filosofía de Sócrates" (1.a parte, cap. XVII). "Sebastian, no conocía á fray Pablo" (1 .a parte, cap. XVIII). "Una nube de incienso, ocultó poco á poco aquel piadoso grupo" (1.a parte, cap. XX). "El religioso y la joven esposa, oraron un momento" (2.a parte, cap. I). "Gaboto, aseguró a sus compañeros" (2.a parte, cap. V). "Los Timbúes, mudaron su campamento al día siguiente" (2.a parte, cap. XXI). Coma intercalada entre el antecedente de una Proposición Adjetiva y su nexo relativo inmediato. "Viendo el descubridor los pocos recursos, que le quedaban" ("Exposición"), "gracias al profundo conocimiento, que del griego tenía" (1 ,a parte, cap. XXI). Coma que precede al Modificador Indirecto. "las biografías más notables é interesantes, de la coleccion de Plutarco" (1.a parte, cap. XXI). "las púdicas gracias, de la enamorada doncella" (1 .a parte, cap. XXX). "era de los más afamados, de cuántos había por esa época" (2.a parte, cap. I). Coma que separa el verbo transitivo de su Objeto Directo. "Dios nuestro Señor permita, que nos volvamos á ver" ("Exposición"). "no advirtió imprudente, que precipitaba en el más escabroso de los senderos, al tierno objeto de sus amores" ("Exposición"). "Compláceme sobre manera, ver que no me habia equivocado sobre la sensibilidad de tu corazon" (1 ,a parte, cap. XVIII). "cuando comprendió, ser él la persona, á quien el recien llegado parecía esmerarse más en contentar" (1 .a parte, cap. XIX). "le anunciaban, que su hermana estaba gravemente enferma y deseosa de ver á su hijo, cuánto ántes" (1.a parte, cap. XXII). "Le explica Sebastian, la manera de disponer un ejército" (2.a parte, cap. XIII). Coma que separa el verbo de su Complemento Régimen. "Muchos eran los que se alababan, de haber obtenido grandes favores de la hermosa Nina" (1 .a parte, cap. IV).

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"consintió, en que Bertuccio desempeñase la obligación de pescador de la villa" (1.a parte, cap. XII). "animadle, á que se pliegue á esta brillante nobleza" (1 ,a parte, cap. XXVI) "Convencido Gaboto, de que los indígenas no opondrían resistencia á sus miras" (2.a parte, cap. VII). Peculiar ubicación de una de las comas que conforman el par parentético. "es necesario saber, que no frecuentando Lara la sociedad, ni estando por manera alguna al corriente de lo que en tales casos era costumbre responder, juzgó desde luego conveniente consultar á su amigo Sandoval" (1.a parte, cap. IV). "Encantándose de saber, que á pesar de tus treinta años, aún no habias tenido ningún amor" (1.a parte, cap. VI). "ni la viuda ni el hijo, que vivian en Roma habian venido á pasar allí, los tres meses de verano, como ántes acostumbraban" (1 .a parte, cap. X). Utilización del punto y coma cuando corresponde coma, o cuando no es necesario ningún signo de puntuación. "El dia siguiente del baile, que en honor de la signora Nina diera el viejo duque Palmarosa, uno de los numerosos aspirantes á su mano; nuestro amigo don Ñuño recibió un billete" (1 ,a parte, cap. IV). "Llegaron por entre una olorosa calle de mirtos; á un gracioso laberinto de plantas y arbustos de todas clases, colocados allí caprichosamente sin simetría" (1 ,a parte, cap. V). Ausencia de uno de los signos que conforman el par exclamativo. "Don Ñuño, sentado á los piés de la que ama, embriagado y sin encontrar palabras con que decirle lo que el corazon siente, besa con ardoroso entusiasmo las manos que Nina le abandona, con esa sonrisa del amor en sus primeros albores y que no se repite jamas!" (1 ,a parte, cap. IX). "Infeliz Pietro!" (1.a parte, cap. XII). "«Lucia,» decía Nina, «será mi hija, yo le serviré de madre; huérfana como yo y desgraciada, Ñuño mió, haremos para con ella las veces de Providencia!» (1.a parte, cap. XIII). "Maldito patrimonio de desdichas que alcanza á todos los humanos! ¡Ay! del que fia imprudente en una hora de tregua!" (1 .a parte, cap. XIII). "Terrible condicion del hombre! Siempre anhelando dichas sin fin, y siempre destinado á ver que la esperanza, en tanto que nos halaga y nos promete, conserva sólo su brillo y esplendor!" (1 ,a parte, cap. XIV). "Cuánta alegría y cordialidad!" (1.a parte, cap. XX).

2. Plano morfosintáctico En abril de 1847, Andrés Bello publica su Gramática de la Lengua Castellana, donde se perfilan las que conoceríamos más tarde como "clases de palabras".

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El nombre (sustantivo y adjetivo) y el verbo son analizados con detalle por Bello. Hay en su obra, además de un estudio morfológico relevante, "atisbos" de normativa (i.e.: "Arcaísmos en la conjugación", "De los participios irregulares"), pero no hay sistematización. En este plano Eduarda Mansilla fluctúa (nuevamente) entre la norma y el sistema. Sólo en el siglo XX, con el Esbozo de la Real Academia Española se alcanza la parcial (dado su carácter diacrònico) normativa del canon. Sobre este punto, se han analizado:

Particularidades del sistema verbal Empleo de forma verbal + pronombre enclítico. "Hablóle de sus padres, á quienes no conociera, de los asiduos cuidados, que le prodigara Mariana, desde la infancia. Contóle la historia de los desgraciados amores de don Ñuño" ( 1 a parte, cap. XIX). "colgóle al cuello el rosario de ébano y oro" (1 ,a parte, cap. XX). "Prometiéronlo muy formalmente los dos jóvenes" (1.a parte, cap. XXIX). "Concedióles al mismo tiempo, licencia para acabar de arreglar sus asuntos" (1.a parte, cap. XXXI). "hallábanse reunidas el día que empieza esta narración" (2.a parte, cap. 1). Anomalía del régimen verbal. "Por vida de Cicerón! que me ocurre una idea" (1 ,a parte, cap. XXVI). "me adhiero á vuestra opinion y requiero á todos mis camaradas, hagan otro tanto" (1.a parte, cap. XXIX). "deseosos los unos de atravesar de los primeros aquel famoso paso al Océano Indico, con idea de aprovechar de las inmensas ventajas que al comercio ofrecia" (2.a parte, cap. III). "A poco andar, descubrieron ser aquel punto blanco, una pequeña isleta"... (2.a parte, cap. VI). Vacilación en el tratamiento de verbos transitivos (leísmo)154. El empleo de "le", "les" cuando correspondería "lo", "los" (en tanto objetos directos) puede deberse en este caso, tanto a cierta intención arcaizante de la autora, como al prestigio de la norma peninsular, restringida al objeto directo masculino de persona (tal como se ve en los casos abajo citados). En la Argentina el leísmo (popular) se utiliza sólo (Vidal de Battini 1964, Abadía de Quant 2000) en la región guaranítica, sobre todo en Santiago del Estero y Corrientes, no desde luego en Buenos Aires de donde es nativa Eduarda Mansilla. Como otros escritores de la época, Mansilla prefiere aquí, no obstante, la opción hispánica considerada más cultivada y fina. 154 Agradezco el asesoramiento, en este punto, de las lingüistas Dras. Alicia Zorrilla, Susana Boretti y Norma Carricaburo.

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"Los compañeros de Matteo, que mucho le querían por su buen carácter y conocida honradez, y que además, le consideraban como el decano de los pescadores de la isla" (1 .a parte, cap. X). "Hízole entrar, le convidó á que se sentara" (1.a parte, cap. XIV). "Le amas, hija mia, le amas como Raquel amó á Jacob, le amas como ama el querubín allá en los Cielos, la luz divina, que brota, crece y se esparce, envolviendo en su aureola, á los espíritus celestes que se nutren con su esencia" (1.a parte, cap. XXIII). "el hombre es ciego las más veces y necesita, que, la mujer le inicie, le conduzca, le lleve, le arrebate, casi á pesar suyo, á las tinieblas en que se halla sepultado su corazon, para darle en cambio, luz, vida, armonía, amor" (1.a parte, cap. XXIV). "Lucia le miraba en silencio, pendiente de sus labios" (1.a parte, cap. XXXIII). "iba a conducirles a remotas playas" (2.a parte, cap. 2). "á seguro puerto les guiaba" (2.a parte, cap. V). "protegerles y defenderles como a nuestros hermanos" (2.a parte, cap. XVI). Utilización del subjuntivo como modo de la oración principal. "quién pudiera jamas imaginar, que el infortunio, semejante al ave de rapiña que espia su presa tras las vistosas y lozanas flores, se ocultara bajo las engañosas y falsas apariencias de una dicha que concluir tan rápidamente debia!" (1.a parte, cap. XIII). "¿quién al verle tan cambiado y abatido, no sintiera amarga pena, contemplando los estragos que hizo el dolor en él? ¿Quién no vertiera lágrimas por la perdida dicha de aquellos desgraciados amantes? ¿Quién no temblara por el bien que alcanzó y el bien que espera?" (1.a parte, cap. XIV). "Aquella misma tarde, concertárase el viaje, quedando muy tranquila y satisfecha la madre" (1 ,a parte, cap. XVIII). "No poco costara al tio Colás, calmar las desavenencias de los contendientes" (1.a parte, cap. XX). "En ésta y otras pláticas análogas, empleara don Ñuño, el resto del camino" (1.a parte, cap. XXV). Peculiaridad en la Consecutio Temporum. "¿No sabes que yo diera toda mi sangre, por haber recibido tan celeste invitación?" (1.a parte, cap. IV). "Te juro á fe de caballero, que ninguno de nosotros hubiera sido capaz, de tal villanía" (I ,a parte, cap. IV). "Don Ñuño siguió á Sandoval, casi sin darse cuenta de lo que hacia, arrastrado sin saberlo, fascinado por el ardoroso entusiasmo de su amigo, que durante todo el camino no cesara un momento de hablarle de la Nina" (1 ,a parte, cap. IV). "Don Ñuño, que escuchara silencioso la relación de Sandoval, exclamó con acento conmovido" (1 .a parte, cap. V). "Don Ñuño se embarcó para España, acompañado de su fiel amigo, que no lo abandonara un instante despues de su terrible desgracia" (1.a parte, cap. XIV).

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Peculiaridad en la construcción de oraciones con verbos impersonales. "se llegaba al salón de las pinturas, en donde habían grandes cuadros del Tiziano y de Giulio Romani" (1 ,a parte, cap. VII). "En los varios intérvalos que hubieron de conversación" (1.a parte, cap. VII). "El banquete tuvo lugar allí mismo, á campo raso. La comida se componía generalmente de gamas, liebres y mulitas, pero ese dia hubieron, además, una especie de tortas hechas de mandioca y maíz, presente de los Gualaches, que eran agricultores y cultivaban con éxito aquellas plantas" (2.a parte, cap. VIII). Utilización de forma verboidal (gerundio) con sentido de posterioridad, "le instruyó en el arte de la guerra, cobrándole especial afecto (1 .a parte, cap. I). "Don Alfonso murió en un encuentro, casi á las puertas de la ciudad, poco ántes de la conclusión de la guerra, recomendando á su amigo, que de vuelta á España, buscase á su hija Lucia" (1 ,a parte, cap. I). "desde la puerta se despidió de ambos jóvenes, encargando á Herrera no hiciese beber demasiado á su pupilo, á quien, no teniendo costumbre de hacerlo, tal exceso pudiera ser nocivo" (1 ,a parte, cap. XXIX). "se fue a consolar a la madre, prometiéndole velar por su hijo que era un joven de sólo diez y ocho años y el único que tenía." (2.a parte, cap. I). "y se dispuso para continuar la marcha dando por nombre á la isla, San Gabriel" (2.a parte, cap. VI). "Gaboto nombró comandante del fuerte á don Ñuño de Lara, poniendo de segundo jefe a Sebastián de Hurtado" (2.a parte, cap. VII). "Pero éste, por esa u otra causa, se negó a tomar parte en la expedición, prefiriendo quedarse en compañía de Lucia" (2.a parte, cap. XVII). Utilización de forma verboidal (gerundio) como verbo principal. "Decidiendo, por fin, hacerse soldado, no ya con la esperanza de hallar la muerte en los combates, sino con la generosa idea de alcanzar fortuna para llenar cumplidamente sus deberes de padre" (1 ,a parte, cap. I). "No dudando que al fin era llegado el momento, de realizar los que tantos sacrificios y desengaños había costado á Colón. (2.a parte, cap. II). Asimilación de forma verboidal (gerundio) a la categoría de adjetivo, "halló á Lucia, hermosa criatura de dos años, ocupando en aquella modesta habitación, el lugar de una propia hija" (1 ,a parte, cap. II). "Algunas estátuas representando las estaciones" (1.a parte, cap. V). "habia grandes jarrones, conteniendo enredaderas de colores vivísimos" (1.a parte, cap. IX). "El palacio Barberini, siendo el que debían habitar los esposos, estaba entregado á los pintores y artesanos" (1.a parte, cap. XIII). Particularidades del sistema nominal Vacilación en la preposición que introduce construcciones nominales de Complemento Agente.

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"haciéndose notar del intrépido Gonzalo de Córdova" (1.a parte, cap. I). "Querido de sus compañeros, admirado y respetado de sus inferiores" (1.a parte, cap. 111). "se habían hecho amar de todos" (2.a parte, cap. 2).

Ausencia de la preposición que introduce la construcción nominal de Objeto Directo referido a persona. "La dura ley de los mayorazgos, que sacrifica los demás hijos en provecho del mayor" (1.a parte, cap. I). "sigáis amando y protegiendo este ángel" (1.a parte, cap. I). "Ya hemos visto, aquella pequeña familia" (1 .a parte, cap. XVI). "miraba con delicia la criatura" (1 .a parte, cap. XVI). "Mariana tomó en brazos la niña" (1 .a parte, cap. XX). Arcaísmos morfosintácticos Utilización de "así que" como nexo subordinante de Proposición Temporal Adverbial. "Es vuestra ahijada, es otra Lucia, que me ha nacido hace ocho dias, y me preparaba para llevárosla mañana, así que mi marido concluyera un trabajo muy urgente, que le han encomendado" (1 .a parte, cap. XVI). "Cuando hubieron almorzado, se despidieron de la tia Paca, prometiéndole, así que volviese fray Pablo, fijar el dia del bautismo"(l ,a parte, cap. XVI). "y así que la luz bienhechora mostró claramente los objetos, se pusieron en marcha" (2.a parte, cap. XII). Utilización de verbos intransitivos en la voz pasiva. "Una vez que fueron llegados" (2.a parte, cap. VI). Construcción de Subordinadas Sustantivas sin el nexo "que" (que callado). "El Cielo permita sea más dichosa" (1 ,a parte, cap. II). "Nina les pidió viniesen aquella misma noche á una lectura" (1.a parte, cap. III). "una amiga le habia aconsejado fuese todos los dias á llevar un ramillete de rosas blancas á una Madonna" (1 ,a parte, cap. X). "le pedia, le ordenase marchar al punto á conquistar tierras lejanas y á domeñar feroces enemigos" (1 .a parte, cap. XIX). "os diré, me sería muy agradable poder, á mi turno, presentarme con esos soberbios nobles" (1.a parte, cap. XXVI). "habiéndole éste pedido viniese á hacerle compañía en aquel inmenso caserón, en donde estaba triste y desamparado" (1 .a parte, cap. XXIX). Desconocimiento de la forma apocopada referida al adjetivo "grande", "causó grande alarma" (1 ,a parte, cap. II). "haciendo grande alarde" (1 ,a parte, cap. XII). "motivo de grande pesar" (1.a parte, cap. XVI).

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"grande afecto" (1.a parte, cap. XVI). "grande aplicación" (1 .a parte cap. XVII).

3. Plano semántico Eduarda Mansilla maneja con soltura en su novela el corpus lexical de su tiempo. Hace gala de su cultura insertando vocablos de distintos orígenes. Es "rica" en erudición y lo plasma en su discurso. Xenismos europeos conviven con palabras americanas en la misma línea de estabilidad enunciativa. a. Arcaísmos lexicales. Los arcaísmos lexicales serán señalados oportunamente en las notas al texto. b. Americanismos. Se explican oportunamente en las notas al texto de la novela. Se concentran todos ellos en la segunda parte, referida al desembarco en las Indias. c. Xenismos. Anglicismos. "el want of editorship de mi benévolo crítico yankee" ("Al lector", 1 a parte). Italianismos. "signora Nina Barberini" (1.a parte, cap. III). "canzonetta", "barcaiuolo", "mìei dolci amici" (I a parte, cap. IX), en cursiva en el texto. "MW bambino''' ( 1 ,a parte, cap. X), en cursiva en el texto. "la Madonna" (1 ,a parte, cap. XII, y passim). "casta verginella" (1.a parte, cap. XII), en cursiva en el texto. Abundan por otra parte, en los epígrafes, las citas en idiomas extranjeros: inglés, italiano, francés y latín.

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Según refiere Mariano Bosch (1946) el Dr. Saturnino Seguróla, director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, dejó apuntado en un cuaderno de notas que en el carnaval de 1789 se había estrenado en el Teatro de la Ranchería una tragedia de asunto americano, debida a la pluma del escritor Manuel José de Labarvén (sic). El poeta fallecido en 1809 no pudo escribir por lo tanto esta obra en el año 1600: se trata de una errata.

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Apéndices 1. La recepción inmediata de las Lucía Miranda de 1860 Durante el año 1860 se publicaron, como se ha dicho, dos novelas de Eduarda Mansilla. Primero fue El médico de San Luis. Luego, en mayo, al mes siguiente de que ésta apareciera en La Tribuna anunciada en librerías, se dio a conocer, en formato folletín, por el mismo diario, la otra novela de "Daniel". Es interesante destacar los comentarios que la novela va suscitando en La Tribuna. A continuación extractamos algunos156: ** Sábado 12 Mayo (sic) 1860, n.° 1932, p. 3, col. 2. "Lucia Miranda- Empieza á despertar Ínteres la publicación de la novela que ofrecemos en estos momentos á nuestras bellas en el folletín. La Lucia Miranda de Daniel es escrita con elegancia y sin afectación. Hay otra novela basada en el mismo argumento que lleva el mismo título de Lucia Miranda, y que según nos aseguran es también bastante bien escrita. Su autor es la señorita Da. Rosa Guerra, ¿No publicará esta señorita su obra, para que la juzgue el público? ** Domingo 13 Mayo (sic) 1860, n.° 1933, p. 2. "Folletín de La Tribuna". Firmado por "Gabriel", (col. 4 y 5)111 "Lectoras, no tenemos fiestas clásicas para decretar triunfos al jénio. Ni juegos floreales para coronar el talento. En cambio tenemos una indiferiencia (sic) desanimadora, que mata en jérmen la inspiración, cuando necesita el dulce calor del estímulo para desenvolverse [...]. Lectoras bellas, echad de vosotras ese egoísmo frío, porque vuestros corazones son sensibles á lo bello, y se abren á los sentimientos jenerosos y tiernos, al halago cariñoso que da la vida é infunde amor. Daniel, el amable y sencillo autor del Médico de San Luis, reaparece ante el público, ante este ser múltiple, voluble, que no se fija hoy sino para olvidar mañana, que no premió ayer sino para creerse autorizado hoy á negar / el laurel merecido; ante esa entidad informe, terrible y cruel á veces, como generosa hasta el entusiasmo en ocasiones. Ante él reaparece Daniel, con la ofrenda de otras víjilias (sic) [...]. Lucía es esa ofrenda de su injénio, y mañana será Gabriela, y pasado.... quien sabe! Como Fernán Caballero, recoje los elementos esparcidos en la sociedad, los hechos de la tradición olvidada ó ignorada, y agrupados con arte, Daniel hace brotar el libro al correr de su modesta pluma. Abridle vuestro seno y acojed á Lucia con amor. Asi estimulareis al incógnito autor y premiareis esas vijilias dignas de premio". 156

En todas las citas se ha respetado la ortografía original.

120

**Jueves 17 Mayo (sic) 1860, n.° 1936, p. 2, col. 5. "Lucia- Un furor inmenso ha despertado entre las damas la Novela de Daniel que estamos publicando. Ayer hablabamos con una señora y nos decia -Lucia puede no gustar á los hombres, pero para nosotras es deliciosa' 57 . Recomiéndela porque es bien escrita y llena de Ínteres. [ ] Al hablar de la Novela de Daniel, tenemos que advertir á nuestros lectores, que no es Lucia Miranda, sino Lucia (sin Miranda) el título de esta. Hacemos esta advertencia porque por una mala inteligencia la habíamos bautizado de Miranda". En cuanto a la novela de Rosa Guerra, empieza a publicarse a partir de junio de 1860, por entregas y por la Imprenta Americana. En La Tribuna también aparecen la publicidad y algunos comentarios. ••Sábado 2 de Junio (sic), n.° 1948: "Hechos locales" (col. 6): "Lucia MirandaHan aparecido ya las tres primeras entregas de esta novela histórica, de la Señorita doña Rosa Guerra, publicada por la Imprenta Americana". ••Junio 9, n.° 1953, p. 2, col. 6: "Lucia Miranda. Ayer se han repartido las tres últimas entregas de la linda novela Lucia Miranda, escrita por la Señorita Guerra. Aunque alguien nos haya declarado incompetentes para juzgar literatura, podemos asegurar que la Lucia de la Señorita Guerra es un terroncito de azúcar literario" /.../ ••Lunes 25 y martes 26 de Junio (sic), n.° 1967, p. 2: "Lucía Miranda- (Esta vez se trata de una carta) Señorita Da. Rosa Guerra: /.../ "esas pájinas sentidas en que vd. ha vertido á manos llenas esa esquisita sensibilidad, esa suavidad del alma y esa savia delicada del corazon de la mujer, que le es á esta peculiar y que jamás destilará nuestra pluma. Usted ha sabido arrancar de la aridez de las crónicas ese patético episodio de nuestra historia, y ponerlo de relieve en toda su belleza real, exornándolo con las galas de una rica imaginación y con el blando colorido del sentimiento y del estilo. En su Lucía Miranda hay grandes rasgos dramáticos, figuras diseñadas por mano hábil, y resortes de pasiones tocados con arte y gusto. [....] Su opúsculo es todo un drama en acción. El Ínteres, ese quid de la novela actual, es contenido en la suya de la primera pájina á la última, y realzado por la verdad histórica fielmente observada en ella. [....] hondos suspiros me ha arrancado su bella idealización de esa poética y malhadada Lucia Miranda". Heraclio C. Fajardo. Casa de vd., 23 de Junio (sic) de 1860. 157

Ver infra (123) los reparos del critico Fernando Wolff.

121

••Domingo 12 de Julio (sic), n.° 2004, p. 1, col. 3-4. "Lucia Miranda . Con el nombre que encabeza este artículo, acaba de dar á luz una bella novelita histórica la ilustrada Argentina D. Rosa Guerra residente en Buenos Aires" [se resume el argumento] "antes de que nuestra inteligencia haya tenido tiempo de examinar las bellezas artísticas [ ], nuestro corazon se ha enternecido" [ ]."Todos esos tipos se hallan perfectamente delineados en Lucia y nos parece que su autora es allí donde ha revelado mejor sus dotes naturales [....], presentando al lector cuadros perfectos por la regularidad de las líneas, y por la variedad y viveza de los colores elegidos todos en la fuente inagotable de la naturaleza." Señala sólo un defecto: "La parte dramática carece del interés que producen siempre los episodios distribuidos con discreción y oportunidad en esta clase de trabajos literarios", y acentúa los valores: "ha podido crear situaciones interesantes, y ligadas con el hilo principal del hecha (sic) histórico". "Y si se considera que ella es la producción de una señora, que no ha tenido los medios de que por lo común disponen los hombres dedicados á la carrera de las letras. Si se considera, que es una Argentina es decir, hija de un pais de ayer, en el que la muger gira todavía en una órbita estrecha, vinculada casi siempre á los afanes domésticos, y sin rol en el teatro de la literatura. [....] se convendrá con nosotros que hay mucho mérito en la mujer que sin abandonar la aguja, para llenar deberes sagrados y de preferencia, usa á la vez con brillo de la pluma del ascritor [....], y regala á los lectores con una linda producción [ ] Juan F. Seguí (Nacional Argentino). La crítica de Seguí, entre comprensiva y condescediente (hay que valorar más la obra si se tienen en cuenta las dificultades que una mujer debe vencer para dedicarse a esta tarea "suplementaria", que la sociedad no le solicita), aprecia en especial, como la carta de Fajardo, el acatamiento a lo que se espera de una "sensibilidad femenina". Ninguno de los dos cae en la abismal cursilería de la publicidad ("un terroncito de azúcar literario"), pero ambos, sobre todo Fajardo, aprueban los logros de la autora en tanto y en cuanto apelan directamente al "corazón" y aportan "la savia delicada del corazón de la mujer" que jamás destilará una pluma masculina... El mismo argumento que, cuando resulta oportuno, utilizan los detractores de la literatura escrita por mujeres para negarle a estas creaciones toda verdadera "grandeza" (Jong 2000, 73). La Lucia de Eduarda (quien, como se ve en las cartas a Vicente Fidel López -infra 124-127- no tenía precisamente en la mejor estima el tipo de critica edulcorada que se practicaba en La Tribuna) recibió también comentarios en 158 otras publicaciones, como La Revista de Buenos Aires . Eduarda Mansilla es 158 El nombre completo de la publicación era La Revista de Buenos Aires. Americana, Literatura y Derecho; Periódico destinado á la República Argentina, la del Uruguay y la del Paraguay; Publicado bajo la dirección de Miguel Navarro Vicente G. Quesada (abogados). Apareció desde mayo de 1864 hasta abril de 1871, y

Historia Oriental Viola y alcanzó

122

mencionada en el artículo "La literatura argentina en Alemania" (1863, t. I, 142143), como autora de El médico de San Luis, "analizada y juzgada favorablemente por la pluma del alemán más erudito y más conocedor de las letras españolas, el Sr. Wolf" (sic, 142). Más adelante su hermano Lucio traduce el artículo de Fernando Wolff ("Más sobre la historia de la novela en la América del Sud") donde éste evaluaba críticamente no sólo El médico de San Luis, sino la Lucía Miranda. La primera novela se le ocurre al crítico alemán más adaptada "al sexo de la autora" (1863, t. 1, 265), que el "cuadro histórico-patriótico" de Lucía Miranda, cuya elaboración le parece menos lograda: "ha disminuido el Ínteres de la novela con digresiones inútiles, introducciones muy largas, diálogos estensos y á veces por demás sentimentales" (265). En suma, queda implícito que, para el crítico, la vena épica propia del asunto narrativo de Lucía (aunque en definitiva no sea menos "patriótico" El médico de San Luis) no queda bien resuelta por una pluma femenina, quizá "por demás sentimental". Pero finalmente, concluye que en ambas novelas la autora ha elegido "el género más moral y el que en más armonía está con su sexo y su individualidad y las costumbres y el grado de desarrollo intelectual de sus paisanos" (ibídem). En general -apunta Hebe Molina- Lucía Miranda recibió menos elogios que El médico de San Luis, probablemente porque su personaje femenino central (un ama de casa dulce y modesta) se acomodaba a las convenciones sobre el género mucho más cómodamente que la audaz y vigorosa Lucía. En La Revista de Buenos Aires, señala Molina (1995) las escritoras encuentran un lugar de interés y respeto. Se propone para ellas una mayor educación y participación en la vida pública, pero no todavía igualdad de derechos. A pesar del espacio brindado, y de la intención claramente progresista de directores y colaboradores, se da aquí la eterna paradoja en la evaluación de la creatividad de las mujeres (que ya apuntamos al comentar las opiniones sobre Rosa Guerra): "los hombres esperan más de las mujeres, pero dentro de un concepto muy bien definido de femineidad: si ellas dan más de lo esperado ya no son consideradas femeninas. Ser mujer es ser dulce, sensible, cariñosa, delicada; es preocuparse por el hogar y los hijos; instruirse a través de la lectura, pero no cualquier lectura sino sólo aquella que sea moral - o sea, que transmita ejemplos valiosos para las madres-. Quien se aparta de este modelo 'pierde su sexo' y su estilo se vuelve 'varonil'. Aunque estas osadas mujeres son aplaudidas por los varones, tal adhesión casi nunca alcanza el grado de la aprobación total. Todos las respetan, pero son muy pocos los que las aceptan sin reservas y promueven sus obras." (Molina 1995, 128). La recepción del Anuario Bibliográfico, con motivo de la segunda edición de la novela, es muy apreciativa y mejor dispuesta a valorar lo que críticos anteriores, como Wolff, habían considerado meras digresiones (objeción ésta un total de veinticinco tomos. Publicada en la Imprenta de Mayo, en Buenos Aires, se dirigía principalmente a suscriptores porteños.

123

que volverá a enunciarse en autores del siglo XX): "Lucia Miranda es en verdad una novela histórica, basada en la tradición de nuestra conquista, adornada y poetizada convenientemente, en especial con las hermosas escenas que se desarrollan en Europa y ocupan una parte no menos principal que los sucesos de la tierra arjentina en la distribución de la obra. Está escrita con sencillez, con ese estilo claro, límpido, ligeramente iluminado por algunas figuras, cual corresponde a un trabajo de este jénero, tan prócsimo a la historia como a las creaciones puras de la fantasía: lleno de sonoridad y siempre fácil". (Anuario Bibliográfico, año 1882, 295-296).

2. Dos cartas159 de Eduarda Mansilla a Vicente F. López sobre Lucía Miranda. a) A Vicente Fidel López, Buenos Aires, 17 de octubre ¿de 1859160?. Archivo General de La Nación. Colección de los López. Doc. 4408. Buenos As. Octubre 17. Señor: Es esta la primer vez que me dirijo á V. y nada menos que para poner á prueba su paciencia y su franqueza. Sin pedir á V. escusa, sin mas preámbulos ni rodeos entro de golpe en la cuestión. Al mismo tiempo que esta carta recibirá V. un manuscrito mió, una // novela que me ha sido inspirada por la lectura de la historia argentina y que me permito dedicar al autor de la Novia del hereje161 y al poeta Juan M Gutierrez. ¿Que quiero de V.? en primer lugar que acepte V. esa pobre obra de mi ingenio con toda la buena voluntad y // condescendencia de \qe\ V. es capaz y que al propio tiempo como una prueba de ello, me dé su juicio lo mas secamente que le sea posible. Bien sé que es mucho ecsigir de V. pues se creerá V. obligado por la especial circunstancia de serle dedicada esta obra, a que haga mi vanidad; pero también confio en que V. me comprenderá. No busco 159 Se debe el aporte especial de estas dos cartas a la investigadora Hebe B. Molina. Pautas de transcripción: // corte de página \ \ texto agregado entre líneas [ ] texto sobrescrito [#] tachadura, legible o no se respetan los subrayados del original. La traducción de los textos en francés se coloca entre [] y en negrita. La puntuación muchas veces falta o no se ve. El papel es rosado, con borde ondulado, tamaño carta (20 x 26 cm.) doblado por la mitad, y escrito de ambos lados. 160 Es esta la fecha más verosímil para datar la carta, antes de la publicación de la obra, que Eduarda le manda a López manuscrita. La referencia posterior a la "paz" en la otra carta, alude seguramente a los sucesos posteriores a la batalla de Cepeda. 161 La novia del hereje o IM Inquisición de Lima es una novela histórica del mismo López.

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// elogios no, que si tal deseara, las columnas de la Tribuna son anchas y elasticas, no pido encomios ridículos e inmerecidos que en vez de alhagarme me lastimarían, á desearlos hubiese dedicado mi Lucia al Dr Gómez162 á D Pastor Obligado, pido tan solo una critica serena racional y amiga // V. que conoce los inconvenientes de la novela, apreciará mejor que nadie lo malo y quizá lo poco bueno que mi obra tenga, No pretendo como algunos que el mérito de una obra esté en relación directa con los materiales de que ha sido compuesta, como los que enseñando el grotesco cabo de una espada á // ó las barillas de un abanico dicen, 9a a été fait avec un couteau [ha sido hecho con un cuchillo], ó alegan los pocos afíos del artífice. Á fuerza de vanidad quizá me vuelvo humilde, detesto los petits prodiges [pequeños prodigios] Que mas puedo decirle para vencer su natural galantería y benevolencia No hay miedo de que su critica me lasti//me. La primer persona que leyó mi novela es quizá el único verdadero enemigo que tengo y tuvo á bien contar que la palabra buena y pobre estaba repetida no sé cuantos cientos de veces y obgetó que mis heroynas eran fecundas en demasía y que todas se mueren y que mas es narración que novela, tal juicio á decir verdad acompa//ñado de graciosas bullas, casi casi me ha sido grato, V. juzgará si tengo ó no razón, por supuesto que a mi vez no estoy satisfecha de la división de mis capítulos y que comprendo que es necesario [#] dividirlos m[ejor], hallará V. errores de copia en massa y algunas repeticiones que no he corregido por no borronear, del mismo modo tengo // duda sobre la introducción, pues mi critico la halla innecesaria redundante y como quien dice muy inoportuna. Por Dios Señor López tenga V. paciencia pues bien la necesita para leer me la letra, largo y mucho temo que pesado Deme su opinion si embajo [debajo] y esté seguro que cuanto mas severo sea, la creeré // mas sincera, agradeciendo singularmente me considere V. digna de su critica Allá va todo mi pensamiento, olvide V. si le es posible que soy una dama y tenga presente, que el talento y la belleza no tienen secso. Manuel 63 escribe á V. también, por supuesto que creo escusado de//cirle que al leerme no se acuerde V. de la amistad que lo une á Manuel, pues de otro modo habría trampa: de inteligencia á inteligencia de corazon a corazon y ojalá que alguna chispa de su ingenio inflame mis pajinas. Su afma Eduarda M de Garcia

b) A Vicente Fidel López, Buenos Aires, 26 de noviembre ¿de 1859?. Archivo General de La Nación. Colección de los López. Doc. 4410.

162 Probablemente se refiere a Juan Carlos Gómez, poeta uruguayoargentino (1820-1884), amigo de Sarmiento, Mitre y los de esta generación. Escribió en El Mercurio, El Conservador (de José Mármol), La Gaceta de Comercio; dirigió La Tribuna y El Nacional. Hacía comentarios bibliográficos y discursos. (Piccirilli, Romay y Gianello 1954, t. IV). ,63 Se refiere a Manuel Rafael García Aguirre, diplomático, marido de Eduarda.

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Bs. As. Noviembre 26 Señor y amigo Muchos días hace que escribí á V. una larga carta, y hoy recien sé que V. no ha podido recibirla, por ir bajo cubierta de persona que no está ya en eso. Mucho lo siento, pues temería, que V. me hubiese tachado de descontentadiza cuando mi corazon rebosa de agradecimiento // por las marcadas muestras de deferencia amistosa que V. me ha dado. Conserve V. mi obra el tiempo que quiera, mejor para mi! En cuanto á las juiciosas observaciones de V. en mi anterior respondí á todas ellas y como cuento que al fin V. la recibirá, me permito (por pereza) y disimule V. la franque//za no repetirlas hoy. Ya he empezado otra obrita! tratando de aprovechar en ella, sus consejos, repetiré algo que ya le he escrito en la carta perdida. El block es mi intelijencia, golpes de martillo y pulimiento de buril para lo que cuento con su ayuda, haran quizá salir de mi cerebro, el dedo meñique de alguna Minerva Liliputiense, quedándome el consuelo de decir como el poeta francés // Et si ne vous agrées, je n'en ai pas le prise. J'aurai du moins l'honneur de l'avoir entrepris. [Si no le agrada, yo no lo critico. Tendré al menos el honor de haberlo intentado]. Me sobra constancia, creo gracias á sus zalamerías que ]e logis est bon [el hospedaje es bueno] y que poblándolo convenientemente algo se puede espresar. Espero con ansia, el resto de sus observaciones. No diga que soy aturdida, por que ya estoy otra vez trabajando, pues ya cuento con relegar la corrección de Lucia // hasta el momento en que acabe mi nueva obra, se trabaja con doble ardor en formar de nuevo que en retocar. Manuel me encarga diga á V. que él ya renuncia á pensar en política y que se ha vuelto burro. El hecho es, que, está muy desmoralizado el pobre pues la tierra está como dice Bermudez de Castro de los Por//tugueses (putrefacta). Aquí ya nadie se entiende, hay esa gran ventaja; están todos con la boca abierta mirando al cielo esperando el nuevo maná [#que#] como consecuencia de la Paz 164 ! Paz oye V. predicar á todos, Paz se lée en los diarios, en las esquinas y no ponen Paz en los quepies 165 // de los Nacionales, por lo ecsausto [exhausto] del Erario, y sin embargo nadie está en paz consigo mismo, y todos, todos se felicitan por la Paz, con la cara con que se dá el pésame á la persona que, acaba de heredar á un tío en Indias. Sírvase V. disimular la franqueza con que le hablo y no culpe sino á su amabilidad para conmigo. Concluyo dando á V. // mil gracias por su dedicación y buena voluntad, ofreciendole en retribución lo mejor que poseo, mi amistad mi constante adhesión á V. y á todo lo que le es querido. Salude V. muy afectuosamente en mi nombre á la señora y creame siempre su amiga de corazon 164 Probablemente alude a la paz temporaria que sigue a la derrota de Buenos Aires a manos de las tropas confederadas, luego de la batalla de Cepeda (23 de octubre de 1859). Después de esta se firma el Pacto de San José de Flores (10 de noviembre de 1859). (Cfr. supra, 24). 165 Quepí: gorra militar.

126

E No me juzgue lijera; puede tanto en mi corazon un rasgo de delicadeza, de simpatía, de verdadero // talento! que me confieso obligada á V. para siempre 166 .

3. El veneciano Sebastián Caboto al servicio de España, José Toribio Medina. Facsímil del capítulo X. (1908, 87-94). En él se transcriben partes de la Real cédula del 20 de Septiembre de 1525.

CAPÍTULO X V I A J E A LAS M O L U C A S III LOS ÚLTIMOS APRESTOS

Los encargados del despacho y aviamiento de la a r m a d a . — N a v e s que la c o m p o n í a n . — P r e g ó n de e n g a n c h e y sueldos de los t r i p u l a n t e s . — L o s e x t r a n j e r o s en la a r m a d a . — I n s t r u c c i o n e s dadas á Caboto.— Modificación sustancial que Carlos V introdujo en ellas por real cédula de 24 de N o v i e m b r e de 1525.—Se m a n d a á C a b o t o que haga j u r a m e n t o y p l e i t o - h o m e n a j e de cumplirlas.—Designación de los que habían de reemplazar á Caboto en el mando. — R e u n i ó n que en el convento de San Pablo de Sevilla celebran muchos de los capitanes y o f i c i a l e s de la a r m a d a . — D i s q u i s i c i ó n a c e r c a de este p u n t o . — R e s u l t a que aquella reunión no pasó de ser s i e m p l e h e r m a n d a d . — C u á n d o tuvo lugar la partida de la a r m a d a . — U l t i m a s incidencias o c u r r i d a s en Sanlúcar de B a r r a m e d a antes de que la a r m a d a se hiciese á la v e l a . — N u e v a s r e c o m e n d a c i o n e s hechas por el E m p e r a d o r á Caboto. ANTES de ver partir la armada de Caboto, nos queda todavía que dar cuenta de la organización de sus tripulaciones, de la calidad y número de las naves que la componían y muy especialmente de las 166

Esto último está inscrito en forma apaisada, sobre la página 5, ya escrita.

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instrucciones que para el desempeño de su cargo se le confiaron al capitán general. Ya sabemos que Domingo de Ochandiano, Francisco de Santa Cruz y Francisco Leardo, éstos como representantes de los armadores y aquél a nombre del monarca, fueron los que tuvieron á su cargo el despacho y aviamiento de la armada. Como consecuencia del pregón, los diputados de la armada, presididos por Pero Suárez de Castilla y actuando ante el escribano Juan de Esguívar, "pusieron tabla", en la Casa de la Contratación para ir asentando á los que se presentaban en solicitud de algún puesto en la armada, operación que se repitió por dos ó tres veces». 7 Los últimos recibidos á sueldo lo fueron el 2 0 de Febrero de 1526: prueba evidente de que ya en ese día se acababan de completar los aprestos de la armada, por lo menos en lo relativo á las tripulaciones. El resultado del enganche manifestaba que no era posible cumplir con los deseos del monarca de que cuando más fuese en la armada el tercio de marineros extranjeros, pues no se presentó el número suficiente de españoles, y así hubo de tolerarse el exceso, so pena de detener la partida de la armada, cosa que por ningún concepto parecía tolerable. Díjose, sin embargo, que en cuanto á maestres ó pilotos no iban más de dos de aquella calidad, á los cuales hubo todavía necesidad de darles el salario de aventajados 8 . Caboto había anunciado al soberano en comienzos de Enero el buen punto en que por esos días se hallaba la armada y que esperaba que con el primer buen tiempo se haría á la vela, de lo que aquel se manifestó muy complacido, diciéndole en respuesta que confiaba de su palabra en que así se haría, y "pues véis la confianza que de vos se hace, concluía por expresarle, tened dello y de todo lo demás que conviene, mucho cuidado" 9 . Desde meses antes el monarca le tenía comunicadas las instrucciones á que debía ajustarse en el desempeño de su cargo de capitán general. Sin una multitud de detalles que tocaban el régimen interno y económico de las naves, le encargaba especialmente que por ningún concepto tocase en isla ni tierra de la Corona de Portugal; que antes de partir 7

Las notas siguen la numeración y el orden correlativo de la Real cédula del 20 de Septiembre de 1525. Así reza el texto de la pregunta séptima del interrogatorio de Ponce, pero la verdad es que la operación se hizo en seis días diversos, que fueron el 4. 7 y 14 de enero y 5. 7 y 20 de febrero de 1526. Los enganchados en esos días fueron por todo 48 individuos, cuya nomina podrá verse en la Fee é testimonio del asiento, etc. 8 Véanse estos particulares en la respuesta de Carlos V á Suárez de Castilla. Documento LXV1I1. 9 Oficio de 13 de Enero de 1526. Documento LXXXV.

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recomendase á todos los que le habían de acompañar que se confesasen y comulgasen é hiciesen sus testamentos; que bajo ningún pretexto permitiese que se embarcase mujer alguna, "por evitar los daños é inconvenientes que se siguen é cada día acaecen de ir mujeres en semejantes armadas"; en iguales términos se le prohibía que no hiciese camino, ni diese derrota, ni virase durante el viaje, sin llamar á consejo á todos los capitanes é maestres é pilotos é nuestros oficiales é personas que dello sepan é entiendan para que con consejo é parecer de todos se haga lo que más convenga á nuestro servicio"; que no permitiese bajar á nadie en tierra en las Canarias, sin especial licencia suya, salvo las personas que hubiesen de negociar los mantenimientos y otras cosas que fueren menester para la armada; que notificase á los pilotos, maestres y contramaestres que en cualquier puerto á donde llegaren, que no surguieran ( s i c ) ni echaran áncora "sin tomar é tener mirando la sonda é saber ques ( s i c ) la tierra limpia é segura para ello, lo cual harán siendo en compañía vuestra é donde quiera que estuvieren"; que después que se hallase de asiento en tierra hiciese sus rondas y sobrerrondas é velas, é sea la noche repartida en cuartos, para que no os pueda acontecer desastre que dél no seáis sabedor"; se le encargaba y mandaba que con toda diligencia fuese por su parte tratada toda la gente, « b i e n é amorosamente" y aquellos que adoleciesen y por causas de guerra fuesen heridos, fuesen muy bien curados y por su persona visitados; que todos los que iban en la armada habían de tener completa libertad para escribir acá todo lo que quisiesen, "sin que por vos ni por otra persona alguna les sea tomada carta ni defendido que no escriba"; que siempre fuesen de su parte "bien é amorosamente é sin rigor de vos tratados los capitanes é oficiales é todas las otras personas que con vos van en la dicha armada, de manera que tengan de vos mucho agrado é contentamiento". Finalmente, concluía: "Otrosí, vos encargamos y mandamos que con toda industria é diligencia procuréis á la ida ó venida del dicho vuestro v i a j e prencipal, c o m o más importante y provechoso, sea de llegar, á las nuestras Islas de los Malucos, é si hallardes ( s i c ) que la nuestra armada, que partió de la Coruña, de que va por nuestro capitán general el Comendador Loaísa es llegada á los dichos Malucos, requeriréis al dicho Comendador Loaísa é los otros nuestros oficiales en su absencia si conviene para el bien de la negociación de la especería ó para otra cosa de nuestro servicio, que vos con la dicha nuestra armada de que váis por nuestro capitán general os detengáis algunos días en los dichos Malucos, ó les socorráis con alguna gente é bastimentos é otras cosas, é todo aquello que ansí v o s fuere pedido, lo haced é complid c o m o si por N o s vos fuese encomendado é mandado". 1 0 Cuando se leen estas instrucciones no puede uno menos de admirarse de la previsión de quien las extendió y de que al parecer se estaba adivinando

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Real cédula de 20 de Septiembre de 1525. Documento X L V I I .

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lo que iba á pasar a Caboto en el ejercicio de su cargo de capitán general, mejor dicho, como estaban calculadas para que no pudiese alegar más tarde pretexto alguno en abono de su conducta respecto á las incidencias en ellas contempladas... Pronto hemos de ver, en efecto, que desde su arribo á las Canarias parece que Caboto hubiese tomado á empeño comenzar á faltar á ellas una por una. Por esos días llegó á Sevilla un marinero de los de la armada de Magallanes que habían quedado en las Molucas—cuya noticia Caboto se apresuró á comunicar á la Corte,—y refirió el mal tratamiento que los portugueses hacían allí á los castellanos y de como se habían apoderado de la "Trinidad", una de las naves de aquella armada." De ahí que un mes más tarde, Carlos V insistió especialmente en que Caboto llevase por norte principal de su viaje el objetivo que le recomendaba al final de las primeras instrucciones, al cual se daba tanta importancia que se le ordenaba expresamente que, dejando de mano el descubrimiento que proyectaba, siguiese su rumbo en derechura álas Molucas. En ese documento se explican las razones que se tuvo en mira al expedirlo y afecta tan de lleno al abandono de ruta que se ordenaba á Caboto en cuanto al orden en que debía realizar su proyectado reconocimiento de la costa occidental del Continente, que se impone su lectura íntegra. Es como sigue: "El Rey.—Sebastián Caboto, nuestro capitán é piloto mayor. Ya sabéis la relación que dió el marinero llamado Juan Rodríguez Sordo, que vino de las Islas de Maluco, donde quedó la nao "Trenidad" (sic) de la armada de Fernando de Magallanes, y el estado en que quedó aquello, y también el armada nuestra que de la cibdad de la Coruña hizo vela, víspera de Sefior Santiago, deste presente año, para la continuación é contrato de la especiería á las nuestras Islas de Maluco, de que fué por capitán general del rey García de Loaísa, Comendador de la Orden de San Juan, que fué derecha á las dichas islas de los Malucos, y la que de presente mandamos hacer en la Coruña, de que ha de ir por nuestro capitán general Simón de Alcazaba; y porque, así para dar favor á la dicha armada, si se ofreciese que le haya menester, como para la reputación de la contratación y trato de amistad con los naturales de aquellas tierras, es necesario y conviene nuestro servicio que con toda brevedad llegue allí otra armada nuestra, y teniendo de vuestra persona y fidilidad (sic) y voluntad para nuestro servicio la confianza ques razón, y visto el buen estado en que tenéis esa armada en que vos vais por nuestro capitán general, y cómo está presta para se hacer á la vela tan breve, he acordado que vos, con la dicha armada, vais derechamente á las dichas islas de Maluco, con la bendición de Nuestro Señor, para vos juntar con el dicho Comendador Loaísa; por ende, yo vos mando y encargo mucho que con toda la más diligencia que ser pueda, procuraréis de os despachar de ahí y sigáis '' Herrera, década III, página 260.

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vuestro camino derecho á las dichas Islas de Maluco y procuréis de os juntar y hablar con el dicho Comendador Loaísa y le déis mi carta que para él lleváis é de le favorecer é ayudar en lo que ambos viéredes que conviene á nuestro servicio y á la seguridad de las dichas nuestras armadas y contratación; y después que aquélla quede bien y en orden, demás de que, como sabéis, en las dichas islas podréis cargar de especiería y de cosas ricas y de valor, á la vuelta de allí, podréis hacer vuestro descubrimiento que tenéis acordado, con el ayuda de Dios; y porque esto es cosa muy importante á nuestro servicio y á vos os tengo por verdadero servidor mío, os he encargado y encomendado esto por la confianza que tengo de las buenas manera y diligencia que en ello pornéis, (sic) y tened por cierto que recibiré en ello de vos agradable servicio y terné (sic) memoria dél para os hacer mercedes: lo cual habéis de tener muy secreto, sin os fiar de persona ninguna, porquel (sic) publicarse podría tener inconveniente como más largo de mi parte vos dirá Pero Suárez de Castilla, nuestro tesorero de la Casa de la Contratación de las Indias, que esta os dará:: dadle entera fe y creencia, en cuyas manos haréis pleito-homenaje de lo así cumplir y de lo tener secreto. De Toledo, á veinte é cuatro días del mes de Noviembre de mili (sic) é quinientos é veinte é cinco años.—Yo EL REY.—Refrendada del secretario Cobos.—Señalada del Obispo de Osma y Doctor Beltrán y Doctor Maldonado" . En conformidad á estas nuevas instrucciones, Carlos V hizo entregar á Caboto, como se le prevenía, una real orden para Jofré de Loaísa, á fin de que, avistándose con él, le tratase bien y le hiciese dar mantenimientos y,"todo favor é buen acogimiento." 12 Tanta era, como se ve, la importancia que el Emperador daba á que Caboto siguiese en derechura á las Molucas y que ese cambio de itinerario se mantuviese secreto, 13 que no sólo se lo ordenaba, sino que le exigía que hiciese juramento de ejecutarlo así. Y para estar s e g u r o d e que en esta parte sus órdenes se cumplirían, á pesar de la confianza que Carlos V aseguraba á Caboto en ocasión anterior tener depositada en su persona, despachó cédula especial á Pero Suárez de Castilla para que "le habléis, decía, todo lo que á este propósito os pareciese que conviene, para quél cumpla lo que yo le envío á mandar, y tomadle (sic) primeramente juramento y pleito-homenje que así lo cumplirá y guardará mucho secreto y no lo descubrirá á persona alguna." 14 12

Real cédula de 24 de Noviembre de 1525. Documento LXXVI. Es evidente que cuantas veces Caboto durante el viaje expresó que él y el Emperador se entendían, y de que a su tiempo daremos cuenta, quería aludir á esta instrucción reservada. Hemos querido hacer hincapié sobre este punto porque se ha creído por nuestro amigo Lafone y Quevedo que esta secreta inteligencia entre aquellos se refiriese á la pasada de Caboto al Río de la Plata. 14 Real cédula de 24 de Noviembre de 1525. Documento LXXV. 13

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En previsión de que faltase durante el viaje el capitán general, se determinó la forma que había de seguirse en la sucesión del mando, siendo llamado para ello, en primer lugar, Francisco de Rojas y, sucesivamente, Rodas, Méndez, Juan de Concha, Gonzalo Núñez de Balboa, Miguel de Valdés, Calderón, Junco, Montoya y en último lugar Gregorio Caro. 15 Todo esto estaba indicando, pues, que la partida de la armada se aproximaba; pero antes ocurrió un hecho bastante curioso y que tuvo grandísima influencia en el desarrollo del viaje. Nos referimos á la reunión que en el monasterio de San Pablo de Sevilla celebraron algunos de los capitanes y personas principales de la armada. Conviene, pues, que, en cuanto nos sea posible, procuremos de darnos cuenta del alcance é importancia de aquel hecho. En dos ocasiones trató Caboto de probar que el conciliábulo, que así podemos llamarlo, de los oficiales de su armada había sido enderezado especialmente contra su persona. Fué la primera con motivo del proceso que le inició el fiscal Villalobos luego de su regreso del Río de la Plata á España. En el interrogatorio que presentó en su defensa estampó en la pregunta tercera lo siguiente: "Si saben que estando en la cibdad de Sevilla Martín Méndez é Franc i s c o de Rojas é otros muchos que iban debajo de la capitanía del dicho Sebastián Caboto se juntaron en el monesterio (sic) de San Pablo, en la dicha cibdad de Sevilla, é ahí se conjuraron de ser en todo lo que se ofreciese contra el dicho Sebastián Caboto é que querían alzar al dicho Francisco e Rojas por capitán general" 16 .

15 Real cédula de 27 de Octubre de 1525. Documento LIX. No puede menos de llamar la atención acerca de esto el que Méndez, que tenía título de teniente general de Caboto, fuese llamado á sucederle después de Rojas, confirmándose así el deseo que á este habían significado los Diputados de que se le confiase el mando; y que Gregorio Caro fuese postergado, siendo capitán de nave, á los tesoreros y contadores: prueba de que los Consejeros no tenían confianza en sus aptitudes y condiciones de carácter, como así resultó efectivamente, y de que su alto puesto lo debía sólo a su parentesco con el Obispo de Canarias. 16 Página 376 del tomo II.

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4. Ascendencia americana de doña Eduarda Mansilla Ortíz de Rozas de García167. DON DOMINGO MARTÍNEZ de IRALA Explorador y conquistador español, nacido en Vergara, Provincia de Guipúzcoa, País Vasco, España, en 1509 y muerto el 3 de octubre de 1556, a los 46 años, en Asunción del Paraguay. Está considerado como una de las personalidades más notables entre quienes fueron los primeros conquistadores españoles en América y el padre fundador de la actual República del Paraguay. Hijodalgo con mayorazgo, a la muerte de su padre vendió todos sus bienes libres del vínculo de mayorazgo y viajó con Don Pedro de Mendoza al Río de la Plata en 1534, asistiéndolo como su secretario. Participó en la primera fundación de Buenos Aires e intervino en las luchas por su defensa. Fue nombrado capitán de una de las tres naves que el 14 de octubre partieron de Buena Esperanza para remontar el río Paraná en la expedición de Don Juan de Ayolas, cuya misión era descubrir la Sierra de la Plata. Al internarse Ayolas en el Chaco, Martínez de Irala, quedó a cargo como Gobernador interino, hasta que en el año 1539, preocupado por su ausencia, fue en su búsqueda. Al enterarse de su fallecimiento, regresó a Asunción, formando en 1542 el primer ayuntamiento. En el año 1552 el Rey Carlos I lo nombró Gobernador del Río de la Plata, cargo que desempeñó hasta su muerte. Se unió con una hija del cacique MOKYRASÉ y de su mujer YAGUACÁ VERÁ, llamada YBOTY IYÚ, quien al abrazar la religión católica apostólica romana, adoptó el nombre cristiano de LEONOR. Padres de: DOÑA ÚRSULA de IRALA Reconocida por su padre como hija legítima en su testamento firmado el 13 de marzo de 1556, contrajo matrimonio con DON ALONSO RIQUELME de GUZMÁN y PONCE de LEÓN VERA, nacido en 1523 en Jeréz de la Frontera, España, quien pasó al Río de la Plata con el Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Fue Alguacil Mayor del Paraguay y Teniente de gobernador de 167 El presente apartado, con la exposición de la ascendencia y el tramo del árbol genealógico familiar, es gentileza del Sr. Manuel Rafael García-Mansilla, quien tiene en prensa, en coautoría con el Sr. Carlos Guzmán, el libro Eduarda Mansilla de García - Una genealogía franco-argentina. Su ascendencia y su descendencia. (Buenos Aires: Editorial Virtudes). Se ha reproducido textualmente esta colaboración especial del Sr. García-Mansilla.

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la Guayra y Alguacil Mayor y Alcalde de Asunción. Conquistador y vecino encomendero de Asunción. Padres de: DOÑA CATALINA DE VERA y GUZMÁN Quien contrajo matrimonio con DON GERÓNIMO LÓPEZ de ALANIS, nacido en 1557 en Zaragoza, España, vecino fundador de Concepción del Bermejo. Catalina es hermana entre otros de DON RUY DÍAZ DE GUZMAN, Alguacil Mayor, Gobernador de los Chiriguanos, y nuestro primer historiador, autor de La Argentina manuscrita. Padres de: DON RODRIGO PONCE de LEÓN Maestre de Campo. También llamado RODRIGO LÓPEZ de ALANIS, quien tomó el apellido de su bisabuela y contrajo matrimonio con DOÑA ISABEL de NARRAHO HUMANES de MOLINA, hija de Don Cristóbal de Naharro, natural de Antequera, España, Alcalde Regidor y de Doña María Isabel Nieto Humanes de Molina. Padres de: DOÑA CATALINA PONCE de LEÓN y GUZMÁN Bautizada el 7 de noviembre de 1655, en la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced de Buenos Aires, -Libro de Bautismos n.° 2, folio 81-, la que contrajo matrimonio en Buenos Aires el 12 de enero de 1679, en la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced -Libro de Matrimonios n.° 3, folio 82-, con DON JUAN BAUTISTA FENÁNDEZ PARRA, natural de Brieva, Provincia de Burgos, España. Padres de: DOÑA ISABEL FERNÁNDEZ PARRA o PONCE de LEÓN Bautizada en Buenos Aires el 25 de agosto de 1689 -Libro de Bautismos n.° 4-, quien contrajo matrimonio el 25 de abril de 1708 con DON PABLO GONZÁLEZ de LA CUADRA, natural de San Julián de Muzquéz, Alcalde Ordinario, Intendente de Real Hacienda, Gobernador y Capitán General del Río de la Plata.

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Padres de: DOÑA CATALINA de la CUADRA FERNÁNDEZ PARRA Bautizada en la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced de Buenos Aires, el 19 de julio de 1723, la que contrajo matrimonio el 10 de abril de 1759, en la Iglesia Catedral de Buenos Aires con DON DOMINGO ORTIZ de ROZAS y RODILLO de BRIZUELA, bautizado en Sevilla, en la Iglesia Parroquial de Santa Ana el 9 de agosto de 1721, Cadete del Real Cuerpo de Guardias Españolas de Infantería. Pasó al Río de la Plata, como edecán de su tío. Padres de: DON LEÓN ORTIZ DE ROZAS y de la CUADRA Bautizado en la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced de Buenos Aires, el 11 de abril de 1760, falleció el 13 de agosto de 1839. Cadete del Regimiento Fijo de Buenos Aires, a los siete años, por especial merced de su majestad el Rey de España. Contrajo matrimonio en la Iglesia Catedral de Buenos Aires el 30 de septiembre de 1790, con DOÑA AGUSTINA LÓPEZ de OSORNIO, bautizada en la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced de Buenos Aires, el 27 de agosto de 1775 y fallecida el 13 de diciembre de 1845. Padres de: DOÑA AGUSTINA DOMINGA MARTINA ORTIZ de ROZAS y LÓPEZ DE OSORNIO Bautizada el 20 de enero de 1816 en la Iglesia de Nuestra Señora de Monserrat de Buenos Aires -Libro de Bautismos n.° 4, folio 420-, hermana menor de Don JUAN MANUEL de ROSAS. Contrajo matrimonio en la Iglesia Catedral de Buenos Aires, el 25 de marzo de 1831, con DON LUCIO NORBERTO MANSILLA y BRAVO de OLIVA, bautizado en la Iglesia de Nuestra Señora de Monserrat de Buenos Aires, el 2 de marzo de 1792 -Libro de Bautismos n.° 2, folio 70-. Falleció en Buenos Aires el 10 de abril de 1871. General de la Nación, Defensor de Buenos Aires en las Invasiones Inglesas, Guerrero de la Independencia y de la Guerra con el Brasil, Héroe del Combate de la Vuelta de Obligado, declarado Procer Benemérito de la Provincia de Buenos Aires.

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Padres de: DOÑA EDUARDA MANSILLA y ORTIZ de ROZAS Nacida el 11 de diciembre de 1834 en la ciudad de Buenos Aires y bautizada en la Iglesia de San Ignacio de la misma ciudad, el 11 de enero de 1835 -Libro de Bautismos Año 1835, folio 171-, quien contrajo matrimonio en Buenos Aires, el 31 de enero de 1855, en la Iglesia Parroquial de San Miguel Arcángel -Libro Año 1855, folio 66-, con DON MANUEL RAFAEL GARCÍA AGUIRRE, hijo de DON MANUEL JOSÉ GARCÍA FERREIRA y de DOÑA MANUELA ISIDORA JUANA de AGUIRRE y ALONSO de la JARROTA, quienes tuvieron seis hijos, una mujer y cinco varones, que adoptaron el apellido compuesto GARCÍA-MANSILLA, únicos descendientes de nuestra homenajeada. Salta 3 de agosto del 2006. Manuel Rafael García-Mansilla

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Árbol genealógico

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XL PROVINCIA DE ENTRE RÍOS. Paz Soldán, Mariano Felipe. 1888. Buenos Aires: Felix Lajouane. National Atlas, David Ramsey Map Collection.

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CAPÍTULO XII. Y léjos de su patria derribados No fueron justamente sepultados. HERRERA 1 .

Marangoré y Sebastian, á la cabeza de la tropa compuesta de cerca de ochenta Españoles y más de cien indios, seguían la dirección indicada por el adivino, divididos en tres grupos. Formában el primer grupo cincuenta Europeos, armados de arcabuces y pequeñas espadas y aquellos indios más diestros en el uso de la macana, arma favorita del cacique. En seguida, venía el resto de los Españoles, al mando de don Ñuño, armados igualmente de largas espadas y mosquetes; y llevando ademas, el escudo, el casco y la cota, que tanto asombro habian causado á los indígenas, que creían por este medio, ser imposible dar muerte á los extrangeros . El último grupo ó cuerpo de reserva, á las órdenes de Siripo, que para esa expedición, habia sido aclamado segundo3 jefe, se componía tan sólo de indios armados con agudas flechas y saetas.

' Herrera, Canción III, vv. 53-55 y 61-65 (Quintana 1829, t. I, 126). "¿Son estos por ventura los famosos, / los fuertes, los belígeros varones / que conturbaron con furor la tierra? / (...) ¿Do el corazon seguro y la osadía? / ¿Cómo así se acabaron y perdieron / Tanto heroico valor en solo un dia; / Y léjos de su patria derribados, / no fueron justamente sepultados?". Este poema de Fernando de Herrera, también conocido como "A la pérdida del Rey Don Sebastián", recuerda con tono elegiaco la derrota previsible del rey Sebastián de Portugal en Alcazarquivir (1578), a manos de los marroquíes. Con ligeras variantes y como "Canción I (I)" puede leerse en Herrera 1914, 84-85, vv. 761-763 y 769-773. Según García de Diego, el sentido de los dos últimos versos citados es 'fueron injustamente sepultados, esto es, sepultados en lugar no debido' (ibídem, 85). Eduarda Mansilla convierte la interrogación en afirmación y recuerda sólo los versos 64-65 porque - e n la victoria que españoles y timbúes han obtenido sobre los charrúas- se conduele por los españoles muertos o heridos, como hacen Ñuño y Sebastián. En los comentarios que Quintana hace al final del tomo sobre los autores seleccionados y sus obras, al referirse a la Canción III, dice: "El poema expresa desolación y abatimiento, la marcha del poeta es más clara y se percibe mejor. Los portugueses habían ofendido a Dios con su codicia y su soberbia, y el que da y quita á su arbitrio la fuerza y la gloria, ha levantado el ánimo de los africanos, para que con pecho constante y atrevido 'No busquen oro'". Al referirse a los versos: "¿Son estos por ventura (...)]?", dice Quintana: "el recuerdo de las virtudes y gloria de los vencidos comparándolos con la ignominia y abatimiento presente, (...) sirve en gran manera para confirmar la idea principal del escritor, que es la de engrandecer el poder de Dios sobre todo poder". Capítulo publicado en LT. del Viernes 22 de Junio, n.° 1.964, col. 6. Este capítulo abarca también todo el folletín del n.° 1,965 del Sábado 23. 2 LT,\ darles muerte. (18) / (18) Guevara. 3 LT.: habia sido (19) aclamado / (19) Guevara.

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Siguieron largo tiempo por un vasto llano, desnudo y sin la más leve ondul ación, un camino que no ofrecía á nuestros aventureros interés alguno. Apénas si de vez en cuando, una que otra gama, ó algún avestruz, que cruza en rápida carrera por aquel vasto horizonte, rompe la monotonía del paisaje. Más de cuatro leguas han avanzado en aquel primer dia, sin encontrar un solo árbol; por todos lados la ancha Pampa 4 presenta su grandeza y desnudez. Paréceles que ante aquella creciente inmensidad, cuyo límite no se alcanza, el pecho respira con mayor fuerza, la vista salva mayor distancia. El calor excesivo, el mucho polvo que incesante remolinea, hacen sentir en demasía la falta de agua, que internándose hacia el Oeste, escasea considerablemente. Fatigados los Españoles con el peso de sus armaduras, ansian por hallar un árbol, bajo el cual guarecerse de los rayos del sol. Marangoré, que los ve abatidos y desalentados, les asegura que á poco andar, entrarán en un terreno quebrado y fértil, donde hallarán agua y sombra. El siguiente dia, despues de cuatro horas de constante marcha, empezaron á notar gran diferencia en el terreno; á medida que avanzaban, la frescura del aire aumentaba y pequeños arbustos, que iban en aumento, convencieron á los expedicionarios, del conocimiento de los lugares que el cacique tenía. Llegaron aquella misma tarde, á una inmensa laguna llamada por los indios, de los Macangues 5 , en donde los Españoles pudieron apagar su sed y refrescar sus cuerpos, abrasados por el sol y el polvo, tendiéndose con delicia sobre una yerba verde y fresca, que debajo de los árboles crecia en abundancia y la llamaban rimú6.

Cobraba Marangoré mayor simpatía á Sebastian; el franco continente del Español, su mucha fuerza corporal, la admirable destreza en todas las armas y su carácter abierto y caballeresco, eran cualidades propias para cautivar el ánimo del salvaje. También Hurtado y don Ñuño, tuvieron ocasion entonces, de admirar la caballerosa cortesía de Marangoré, si tal frase conviene á un héroe de las Pampas; y la maestría y agilidad del indio en todos los ejercicios varoniles. 4

Pampa: (primera vez que designa con este nombre la región geográfica que ha descrito). Del quechua pampa, campo raso, superficie plana. Vasta llanura argentina que se extiende desde el sur del Litoral y las costas de la provincia de Buenos Aires hacia el Oeste de la cual la provincia de La Pampa es sólo una parte. Pese a la aparente monotonía de la planicie pampeana, ésta presenta diferentes matices que permiten identificar algunas subregiones, entre ellas la pampa ondulada, sobre el Río de la Plata-Paraná. (Neves 1975, 423). 5 Macangues. No aparece en vocabulario de De Angelis. La única equivalencia aproximada que se ha hallado es "Macachi": s. Raíz comestible (poñu) dulce y fresca, otrora muy abundante en nuestras tierras arenosas pampeanas. // No damos como seguro el origen mapuche del término. // Bot. Arjona tuberosa. (Erize 1960). LT.: los (20) Macangues. / (20). Patos. 6 "rimú: voz araucana que designa a una planta de flor amarilla. También llamada flor o yerba de la perdiz o flor de mayo, pertenece a la familia de las oxalidáceas." (Neves 1975, 497). "m. Planta americana de la familia de las Oxalidáceas, con flores amarillas, y que brota con las primeras lluvias de abril." (DRAE 2001). LT.: la llamaban (21) Rimú. / (21) Yerba de perdiz.

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Siripo, á quien los suyos prestaban casi igual acatamiento que al joven cacique, era igualmente diestro en el manejo de todas las armas por ellos usadas, especialmente en la flecha, en la que ya le hemos visto alcanzar el primer premio. Pero no poseia las atractivas prendas de su hermano, que á sus méritos como guerrero, unia ademas, una conversación franca, que bien se hermanaba con la varonil belleza de su semblante. Por lo contrario, reservado en sus ademanes y esquivo por demás, apénas si ha cambiado con los Españoles, otras palabras que aquellas extrictamente necesarias: contrastando singularmente su figura, con la regularidad y belleza de formas, que hacían de Marangoré un modelo de proporcion y regularidad. Contrahecho y desairado, tenía la cabeza dos veces más grande, que lo que convenia á sus escasas y mezquinas formas. Haciendo más notable aún esta diferencia, la circunstancia de ser estos dos hermanos, gemelos 7 , nacidos con diferencia de horas. Siripo, que como todos, debia notar la inmensa serie de ventajas, que sobre él alcanzaba el primogénito, no parecía, sin embargo, guardarle por ello rencor; ántes al contrario, aparentaba amar mucho á Marangoré y respetarle como á su futuro soberano. Más de una vez chocó á los Españoles la especie de obsequiosa oficiosidad y moderada reserva, que observaba en presencia del cacique, como si se trasluciese en ella algo de hipócrita falsía, siendo de notarse, que desde los jefes hasta los soldados, todos sentían hacia él igual alejamiento; mientras acontecía precisamente lo contrario con su hermano. Marangoré, que tenía mucho afecto á Siripo y escuchaba siempre sus consejos, consultó á este, al salir de aquel lugar, sobre lo que creía más conveniente hacer, hallándose cercano el enemigo. Los jefes españoles dejaron que los indios conferenciasen á parte, aprovechando ellos ese momento, para comunicarse sus pensamientos íntimos, y recordar á Lucia, que tan sola habia quedado y debia ansiar tanto por su vuelta. No se crea empero, que nuestros amigos tuviesen la idea de seguir ciegamente las indicaciones de sus aliados y como tal esperasen su decisión, para saber á qué atenerse; ántes al contrario, ellos habían tratado de demostrarles la confianza y seguridad que les inspiraba su propia fuerza, lanzándose á tan riesgosa expedición sin el auxilio de los Gualaches. Pero no conociendo ni los lugares, ni la clase de enemigos que iban á combatir, don Ñuño, con la prudencia y reserva, que son apreciables dotes en un jefe, juzgó conveniente, seguir las indicaciones de los indígenas, en todo aquello que oportuno hallase. 7

Gemelos: relación con el cainismo. Caín, en el Antiguo Testamento (Gén. 4, 1-16) y en El Corán, hijo mayor de Adán y Eva, y hermano de Abel. Al ver que el sacrificio ofrecido por Abel era preferido al suyo, Caín lo asesinó y se convirtió por ello en el primer homicida. Dios lo maldijo y lo condenó a vagabundear errante por la tierra y lo marcó con una señal para que nadie que lo encontrase lo atacara; advirtió que quien matase a Caín lo pagaría con un castigo siete veces mayor. Por su maldad, se lo vuelve a citar en el Nuevo Testamento (I Jn. 3,12; Jud. 11). (Santa Biblia 1964). En la novela de Mansilla los hermanos aparecen como gemelos, pero para acentuar la contraposición física y moral que existe entre ambos.

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Concluida la conferencia, dijo Marangoré á los Españoles, que él y su hermano Siripo, marcharían adelante, con la mitad de su jente, hasta descubrir los rastros del enemigo, para que ellos en seguida y merced á la superioridad de las armas, pudiesen hacerle el mayor daño posible. Los árboles que ántes eran pequeños y en escaso número, habian aumentado considerablemente de tamaño. Hallábanse á la sazón en un tupido monte de algarrobos, cuyos nudosos troncos, se extendían por todos lados. Al cabo de cuatro días y medio de marcha, recibieron aviso de Marangoré, para que permaneciesen ocultos lo mejor que les fuera dable, observando estricta vigilancia. Dispuso al punto don Ñuño, acampase la gente, ordenándoles guardar el mayor silencio. Era ya muy cerca de la noche, cuando el tiempo, que hasta entonces habia sido despejado, empezó á oscurecerse, ocultándose esquivo el sol, mucho ántes del momento en que debia bajar á su ocaso. Los Españoles, tendidos bajo los árboles, esperaban la señal del cacique. Pasóse gran parte de la noche en la más completa tranquilidad, atentos á escuchar el más leve ruido. El silencio majestuoso y triste del desierto, turbado sólo por el grito lastimero y quejumbroso de la lechuza, imponía su gravedad, á los agitados corazones de los Españoles. Durante aquellas largas horas de espera, próximos á desafiar la muerte á manos de feroces enemigos, más de un hondo suspiro rompió el silencio de la triste noche. ¡Cuántos dulces recuerdos, rozando blandamente el corazon en rápido vuelo, trajeron á la memoria de los extranjeros, la imágen de la patria, de la madre y de los tiernos hijos! La luna amarillenta y empañada, oculto el mustio semblante tras densas nubes, semejaba, sobre la oscura bóveda, la descolorida faz de un muerto descansando en fúnebre ataúd; todo era triste, angustioso; todo presagiaba duelo. De repente resonó á lo léjos el grito de un yajá 8 . Los Españoles, movidos como por un resorte, se pusieron de pié; los indios continuaron tendidos: el silencio volvió á reinar exclusivamente. Despues de algunos momentos de espera, los Españoles, con el alma en los oidos, volvieron á tenderse sobre la yerba. Al cabo de una media hora, el yajá lanzó de nuevo dos gritos en vez de uno, todos á la vez se levantaron y prepararon las armas; hízose oir de nuevo el yajá y la tropa se puso en marcha, sin hacer el menor ruido. La luna veló completamente su escasa luz y quedaron envueltos en tinieblas. Los indios pasaron de los primeros, guiando á los extranjeros con el más extraño acierto, por entre un laberinto de árboles pequeños y troncos secos. A medida que avanzaban, el terreno formaba pendiente, y poco á poco sus ojos, que se hacian á las tinieblas, les permitían distinguir los objetos. El grito del yajá repetido por tres veces y muy cerca ya, les indicó que debian detenerse. Hallábanse á poca distancia de un gran arroyo, 8

yajá: "voz onomatopéyica que designa a un ave zancuda, vigilante y gritona, que habita en zonas cercanas a ríos; es característica de la fauna avícola rioplatense. Se la conoce también como chajá". (Neves 1975, 581).

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cerca del cual, distinguían unas masas negras, que parecían enormes piedras. De improviso el silbido de las flechas y el grito de guerra de los Timbúes, les advirtió que era llegado el momento. Dispararon sus armas los Españoles, sobre aquellos bultos que se arrastraban como reptiles hácia la orilla del agua, cayendo al punto los Timbúes con sus macanas, sobre los descuidados Charrúas, que aturdidos por la extraña detonación de las armas de fuego, se lanzaban al arroyo, desde donde disparaban sus flechas con notable ventaja; pero la oscuridad de la noche hacia muy inciertos sus tiros, miéntras que los Españoles, no perdían uno solo de sus disparos, obligándoles, mal de su grado 9 , á sumergirse, en tanto que los Timbúes, con sus terribles macanas, derribaban en tierra, de cada golpe, un enemigo. Despues de un cuarto de hora de aquella lucha á oscuras, advirtieron los Europeos, no habia ya más enemigos que combatir; sus flechas habian cesado, y el arroyo arrebataba en su corriente, una gran cantidad de oscuras masas, que flotaban sobre las aguas. Entonces pensaron en darse cuenta de lo sucedido. Sebastian, que habia permanecido todo el tiempo cerca de don Ñuño, muy satisfecho al ver que este no estaba herido, se ocupó de llamar por sus nombres á sus compañeros. Todos los Españoles, con excepción de tres, acudieron al llamado deseosos de saber si él ó don Ñuño, habian sido heridos. Marangoré y Siripo les aseguraban, que los enemigos que acababan de combatir, no era posible fuesen aquellos Charrúas, que según noticias de Gachemané, habian quedado allí acampados; tratando al punto de examinar los cadáveres para cerciorarse de la verdad. Los Españoles que faltaban, estaban muertos; así como una media docena de indios, que resultaron ser indias; causando este descubrimiento asombro y descontento á los guerreros. Halló Marangoré por suerte á una de ellas herida tan sólo en la pierna, de un arcabuzaso; y habiendo sido interrogada por él con amenazas, para que no mintiese, dijo, despues de muchos lamentos y protestas, que ocho dias ántes los indios habian estado allí, pero que sabedores de la intención de los Timbúes, habíanse internado hácia el Oeste, quedando ellas con los restos del campamento. Aunque sin dar entera fe á sus respuestas, el cacique las trasmitió á los Españoles é insistió nuevamente con la india, para que dijese la verdad, asegurando ella de todos modos, con exageradas expresiones, ser esa la pura verdad, y pidiendo la dejasen en libertad. Movido á compasion Sebastian, por el acento suplicante de la india, rogó á Marangoré le concediese, lo que con tan humilde acento le pedia; pero el cacique le contestó era necesario no fiar en aquellas falsas lágrimas y que sólo la dejaría marcharse, cuando ya no pudiera hacerles daño.

9 grado: "Vale también voluntad y gufto, y afi hacer una cofa de grado, es hacerla de buena gana u de voluntad". (DAUT 1990). "Mal de su grado", por lo tanto, es "contra su voluntad".

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Temeroso don Ñuño que si se internaban hácia el Oeste, guiados por aquella mujer, que debia tener tanto Ínteres en engañarles, corrían riesgo de caer en alguna emboscada, despues de consultar con los dos caciques, dio orden de hacer alto en aquel lugar hasta la venida del dia á pesar de estar muy fatigados unos y otros, nadie pensó en dormir, por temor de alguna sorpresa; custodiada la india por algunos indios, no cesaba de pedir la dejasen ir á cuidar de sus hijos, que eran muchos y pequeños, sin obtener otra respuesta, que injuriosos reproches de aquellos que la guardaban, habiéndola, no obstante, dejado suelta, por empeños de Sebastian, á pesar de las instancias de Siripo, para que le diesen muerte. Llegó por fin el tan deseado dia, y así que la luz bienhechora mostró claramente los objetos, se pusieron en marcha, dando una última mirada de despedida á los compañeros, que quedaban tendidos é insepultos en extraño suelo. Siendo las indicaciones del adivino, las únicas que tenian los Timbúes sobre el paradero de los Charrúas, juzgaron conveniente, volverse por donde mismo habian venido, hasta la altura del campamento de los Gualaches. La india, vigilada de cerca, seguia la comitiva, á pesar de su herida, que la hacia arrastrarse con dificultad. Don Ñuño, movido por un sentimiento caritativo, habíale vendado la pierna con dos pañuelos, á pesar de sus gritos y contorsiones. ¡Cómo pintar el asombro de unos y otros, cuando á eso del medio dia, al entrar en el bosque de algarrobos, que anteriormente habian atravesado, oyeron un chasquido de honda! El asombro fué grande: creyeron que los enemigos estaban cercanos; pero con grande entereza y resolución, don Ñuño, les dijo: «Compañeros, el peligro es ya inevitable, lo que importa es salir de él cuanto ántes.» Y avivando el paso, mandó que le siguiesen. En efecto, no bien hubieron penetrado en el bosque, cuando una lluvia de flechas y piedras que partia de los árboles, cayó sobre sus cabezas. Los Españoles dispararon sus arcabuces, miéntras que los Timbúes, aterrorizados por aquel súbito ataque, huian despavoridos, á pesar de los esfuerzos de sus dos jefes. Siripo y Marangoré, lanzaban agudos gritos, arrojando sus flechas con singular destreza é incitando á los suyos, con el brioso ejemplo de los Europeos. Infinidad de indios, caian desplomados de los árboles, heridos por los certeros disparos de los arcabuceros, que se mantenían en completa disciplina, á pesar de la dispersión de sus aliados y de los muchos claros que el enemigo hacia en sus filas. Despues de luchar media hora, con singular bravura de una y otra parte, cesó el combate, habiendo perdido en él los Españoles, como diez ó doce de los suyos y los Timbúes, más de treinta de sus aterrorizados compañeros. En cuanto al enemigo, el monte cubierto con sus desfigurados cadáveres, mostraba bien claro su derrota. Despues de despojarles de sus armas, resolvieron los vencedores, continuar la marcha; y Siripo, con sereno rostro y tranquilo ademan, hizo pedazos de un

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golpe de macana el cráneo de la india herida, que cayó en tierra sin arrojar un solo gemido. En vano los Timbúes, con gritos de alegría animaban á los Españoles á celebrar tan valioso triunfo; los Europeos cabizbajos y silenciosos, seguían su marcha deplorando la triste suerte de sus perdidos compañeros. Tomáronse precauciones, para no ser sorprendidos nuevamente, pero todo fué en vano; en aquella terrible retirada, los Charrúas escalonados de media en media legua, si bien perecieron en número de mil y más, vendieron muy caras sus vidas, á la fuerza de los Españoles y de los indios. Marangoré, convencido de la traición de Gachemané, juraba por todos los espíritus infernales, darle horrenda muerte, para que con su traidora vida, vengara la suerte de tantos valientes; Don Ñuño y Sebastian, acongojados á cual más, se dirigían hácia el fuerte, seguidos de la mitad de su gente, en el más triste estado de cuerpo y de espíritu.

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CAPÍTULO XIII. Black spirits and white, Red spirit and grey; Mingle, mingle, mingle, You that mingle may. SHAKESPEARE 1 .

Ocho dias despues de la partida de Sebastian, una mañana que Lucia se dirigía al campamento, acompañada por Alejo, vieron venir de carrera á Anté, que desde una distancia les hacia señas para que se detuviesen. «¿Qué traes, hija mia, que así te agitas?» díjole Lucia. Anté respondió jadeando: «Deteneos, deteneos!» «¿Qué sucede, Anté?» preguntó Alejo alarmado. La joven india replicó, con misterioso acento: «En el fuerte os lo diré, amigos mios, aquí podrían oirnos, venid, venid.» Pensando Lucia, en Sebastian, en extremo agitada, exclamó: «¿Qué es de mi marido, Anté? Responde, responde!» Y sacudía el brazo de la india, que trataba de arrastrarles hácia el fuerte. «Nada, nada, madrina; nada sé de él; vos sola estáis en peligro.» Y la joven, con lacrimoso acento, insistía para que la siguiesen. Condescendió Lucia y así que hubieron llegado, Anté, con voz conmovida y volviendo á Lucia sus enormes ojos, dijo: «El adivino dice que tú eres espíritu malo y que el demonio pide tu muerte.» «¡Ay, Alejo! ¿Qué haremos? Pobre madrina, pobrecita, la matarán.» «¡Eso aún está por ver, ¡raza de tigres!» exclamó el joven, apartando bruscamente á su amante, que abría desmesurados ojos, con creciente alarma. Corro 2 al campamento, allí esos malditos indios me esplicarán qué significan sus amenazas.» «Detente, Alejo,» agregó Lucia, «no culpes á la pobre Anté; yo misma iré á pedir á Carripilun la explicación que deseas; no te alarmes, hija mia, pronto aclararemos el misterio, prepárate á acompañarme. Tú, Alejo, vendrás también conmigo; pero, sobre todo, prudencia y obediencia á mis mandatos.» Sin advertir á Oviedo ni á los demás Españoles, la intrépida joven se dirigió al campo de los indios, seguida de los dos amantes. Carripilun, sentado en el suelo, rodeado de todos los suyos, hombres y mujeres, hablaba en voz baja con el adivino. Cuando la Española se presentó en

1

"Black spirits and white, red spirits and gray, / mingle, mingle, mingle, you that mingle may." ("Espíritus negros y blancos, espíritus rojos y grises; / mézclense, mézclense, mézclense, que pueden hacerlo). Esta canción es presumiblemente un tema tradicional usado también por Thomas Middleton en The Witch (c. 1609) (). Figura completa en la adaptación de Davenant de Macbeth (1674), no así en el First Folio de 1623 (ídem en Shakespeare 1975, 1.016 Macbeth, Act IV, Scene I.). Corresponde al conjuro de las brujas, en claro paralelismo con la trampa que el hechicero Gachemané prepara a Lucía. Capítulo publicado en LT. del Lunes 25 y Martes 26 de Junio, n.° 1,967, col. 2. En el número anterior, del Domingo 24, no aparece el folletín. 2

Faltan en el texto original las comillas que indican el comienzo del parlamento de Alejo.

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medio de ellos, oyóse un extraño murmullo por todos lados; Alejo lanzó terribles miradas á los indios; y Lucia, sin turbarse por aquella visible hostilidad, les dijo con dulce habla: «Buenos dias, hermanos.» Carripilun fué el único que respondió: «Buenos dias, Española, ¿qué buscas?» Sin darse por agraviada por tan seca respuesta, la joven dirigió á Carripilun estas palabras: «Cacique principal de los Timbúes, tengo que hablarte; y cuida que has prometido tratarme como á tus propios hermanos, á quién tiene voluntad y fuerza.» «Habla, Española,» respondió el cacique, «el indio mantendrá su promesa hasta que aquellos que quieren y pueden más, que indios y Españoles, pidan lo contrario.» «Está bien, á ellos acudiré,» repuso Lucia. Y volviéndose luego al adivino, agregó: «¡Oh tú, sabio Gachemané, cuyos brillantes ojos tienen el poder de leer lo que aún se oculta, tras la oscura niebla de lo futuro; tú, cuyas palabras alcanzan lo que no es dado á ningún mortal; tú, que puedes evocar al mismo espíritu del mal; yo, que aspiro á conocer los secretos más recónditos de tu ciencia, te pido me inicies en los misterios de tu poder!» El indio Gachemané, seducido por tan pomposo elogio, replicó con aire importante: «¿Qué quieres de mí? ¿Qué exiges de mi poder, mujer venida de extrañas tierras?» «Pido,» respondió Lucia, «me permitas ir, yo y los mios, al lugar sagrado, en donde evocarás mañana al rayar el alba, los espíritus malos: ellos pronunciarán nuestra sentencia, ellos decidirán si somos aún dignos de conocer los misterios de vuestras sagradas creencias.» El adivino respondió, que consentía en ello, siempre que Carripilun no lo desaprobase, convencido de que el espíritu del mal hablaría, así que le interrogase. En seguida, acercóse Lucia á aquellas indias, con las cuales tenía más amistad, y les dijo deseaba mucho saber, si aquellos dioses malos, eran en realidad superiores al Dios de los Cristianos, hallándose dispuesta, en tal caso, ella y sus compañeros, á reverenciarlos desde ese momento. Como Carripilun consintiese en su demanda, prometió ella no faltar el siguiente dia, volviéndose luego al fuerte. Allí explicó á los Españoles, como era necesario tuviesen acierto y prudencia, para llevar á cabo el proyecto que se habia propuesto, explicándoles cuanto era del caso hacer para desbaratar las intrigas del pérfido Gachemané, siendo así que de ello dependía su salvación, hallándose como se hallaban á la merced de aquellos salvajes. En vano le aseguraban los Españoles con ardientes protestas, bastar ellos con sus armas y el esfuerzo de su brazo, á intimidar á los salvajes; por fin, con el grande ascendiente que sobre ellos ejercía la discreta joven, logró que se prestasen á segundar sus miras, dejando para otra ocasion el recurrir á la violencia. Muy de mañana, acudió Lucia, al lugar de la cita, situado en las inmediaciones de un tupido bosque de espinillos y algarrobos, á unas cuadras del campamento de los Timbúes. Seguida de varios de los Españoles, se presentó cubierta con un gran manto negro á la veneciana, que la cubria de la cabeza á los piés. Cuando llegaron aún no se habia dado principio á la solemne evocacion. Pocos momentos despues, vieron llegar al hechicero, precedido por

330 Carripilun, Lirupé como esposa principal del cacique, la joven prometida de Siripo y algunos nobles de la tribu. Saludó Carripilun á los Españoles, y en seguida, tomando por las dos manos al hechicero, lo condujo hasta las inmediaciones de una pequeña choza 2 hecha de barro y paja que se hallaba á la entrada del bosque, diciéndole: « A l z a tu v o z inspirada y que el demonio nos explique sus deseos por medio de su propia presencia.» El hechicero, sin responder, levantó los ojos al cielo, y permaneció en esa posicion largo rato. Acostumbraban los tales hechiceros 3 , ántes de sus ceremonias, confortarse debidamente con abundantes libaciones, sin duda con idea de despejar por este medio las tinieblas del espíritu. Luego que Gachemané hubo meditado lo suficiente, comenzó la terrible ceremonia. Los indios, de pié á poca distancia de la chozuela, en la cual debia aparecer el demonio, fijaban en ella inquietas miradas, temerosos y ansiando á la vez, ver aparecer al horrible monstruo, cuya forma revestía siempre el espíritu del mal. El hechicero, bien bebido y alegre con los espíritus ardientes de la chicha, saltando y brincando cerca de la chozuela, evocaba al diablo con gritos descomunales. Torcíase espantosamente, arrojando por intervalos hondos gemidos, que iban aumentando de fuerza, hasta degenerar en horribles alaridos, llamando con la mayor fuerza de sus pulmones al demonio, con todos los nombres imaginables. Los indios, con el rostro bañado en sudor, fatigados con las cabriolas del adivino, como si ellos mismos las hiciesen, parecían querer devorar con la vista la chozuela. Nada se oía aún, la estera que cubría la pequeña entrada, permanecía inmóvil. Fatigado en extremo el adivino, recurrió á un último expediente para convencer al tardío demonio; y rompió en terribles insultos y maldiciones por tan descortés tardanza. A l punto, convencidos los demonios por tan elocuentes expresiones, hicieron oir un espantoso rugido, semejante al del tigre, que llenó de espanto el corazon de los circunstantes: sintiéndose en seguida gritos y aullidos de todas clases. Gachemané, más sosegado, limpiaba con las manos el abundante sudor que corria de su rostro, y volviéndose á los indios, gritó como hubiera podido hacerlo un titiritero: « ¡ A t e n c i ó n ! » En efecto, la estera de la chozuela, agitada con gran fuerza, amenazaba derrumbar las frágiles paredes; apareciendo por último, en medio de la puerta, el mismo demonio, en figura semi-humana. El espanto no tuvo límites; las mujeres arrojaron gritos de desesperación y los hombres agacharon las cabezas, espantados por tan terrible espectáculo. El monstruo, con una especie de cabeza humana, cubierto el deforme cuerpo con una piel de tigre y de guanaco, descansando sobre cuatro enormes patas, que á la distancia parecían manos humanas, se agitaba para todos lados, como si

2

LT.\ pequeña ( 1 ) choza / ( 1 ) Guevara.

3

LT.\ hechiceros ( 2 ) / ( 2 ) Guevara.

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estuviese muy agraviado. Á lo ménos, así explicó Gachemané su extraña inquietud, que hacia temer á los aterrados indios, saliese de la chozuela y se lanzase sobre ellos para devorarles. Interrogado directamente el demonio sobre la importante cuestión que allí le habia traido, respondió en español, un tanto chapurreado: «Que Lucia y los suyos merecían morir despedazados en número de veinte mil pedazos.» Y despues de tan explícita respuesta, se entró repentinamente en la chozuela: la estera cubrió de nuevo la abertura. Reinaba un silencio de muerte entre los circunstantes, nadie se animaba á romperlo. Las mujeres se cubrían la cara con las manos, y estrechaban sus hijos contra el seno. Los hombres contemplaban en silencio la terrible choza, casi sin atreverse á respirar. Carripilum con el rostro triste y reflexivo, ora fijaba con espanto sus miradas en la choza, ora las volvia compasivas al grupo de Españoles, donde Lucia, con su velo echado atras, ostentaba, en medio del general espanto, su rostro angelical. «Amigos mios,» dijo la intrépida joven á los indios, «ya lo habéis oido, el terrible demonio pide nuestra muerte. ¿Quién podrá discutir sus mandatos?» Enseguida, acercándose á Carripilun, cuya agitación crecía á medida que la joven hablaba, agregó: «Concédeme, ilustre Carripilun, padre de los más afamados caciques de la Pampa, la gracia que te pido. El demonio quiere la muerte de mis hermanos, á la par que la mia, y yo, en nombre de esa ley de caridad que él condena, quiero pedirle perdone sus vidas y tome tan sólo la mía. Déjame penetrar en la chozuela, quizá mis ruegos logren ablandar al feroz monstruo.» Al oir tales palabras, los indios, que todos amaban á Lucia, á pesar de las maldiciones del demonio, movidos á compasion, se llegaron á pedir al anciano no consistiese en tan espantosa prueba. Pero Lucia suplicó é insistió con tal instancia, que Carripilun, con paternal acento, contestó: «Que cumpla su destino, es una buena criatura y quién sabe....» Luego, sintiendo que se enternecía, ocultó el rostro entre las palmas. Lucia, con ágil paso y á pesar de las grandes instancias del mismo Gachemané, penetró en la tremenda chozuela, dejando caer tras de sí la estera. Á pesar del temor, que á los indios inspiraba la vecindad de aquel lugar de misterio, acercáronse involuntariamente, movidos por un generoso impulso hácia la desventurada joven, que suponían ya presa de las garras del monstruo. De repente, un feroz rugido que resonó en el interior, heló la sangre en las venas, prorrumpiendo muchos de los circunstantes, en gritos desaforados, volviendo furiosos sus ojos á los inmóviles Españoles, que con la más estúpida sangre fria habían consentido en tan generoso sacrificio. La joven Anté, con rostro tranquilo y sereno continente, contrastaba singularmente con la general agitación. Cuando hubieron pasado algunos minutos, Gachemané, que parecía deseoso de entrar en la chozuela, tal era su agitación, dijo á Carripilun que todo estaba concluido, y que era oportuno retirarse; pero entonces los Españoles se

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acercaron al cacique, pidiéndole esperase la decisión del demonio; tomando especial cuidado de que el adivino no saliese del círculo, formado en derredor de la choza. De repente, la estera se agitó de nuevo; y con singular asombro de todos, apareció en la puerta Lucia, tan bella y serena como de costumbre. Un grito de alegría acogió la aparición de la joven; ¡á sus piés, el demonio, en actitud suplicante, imploraba su protección! «Acercaos, amigos mios,» les dijo ella con dulce acento, «nada temáis ya; hé aquí el terrible demonio rendido á mis piés; acercaos y sobre todo, cuidad que el sabio Gachemané venga á presenciar el fruto de sus estupendas maravillas.» Carripilun fué el primero que, á pesar de su edad, llegó cerca de la joven, seguido luego por todos los indios, que empezaban á sentirse ménos tímidos. Entretanto, Gachemané sujeto por ambos brazos por dos Españoles, se deshacía en injurias pugnando por escaparse. ¡Cuál sería el asombro del sabio y prudente Carripilun, al reconocer en el terrible demonio, á una de las muchas mujeres de Gachemané, la vieja Upay 4 , que á toda prisa se despojaba de sus diabólicos atavíos, pidiendo á Lucia, no la abandonase á la venganza de los indios! La joven, con expresiones cariñosas, le aseguraba no correr riesgo alguno y que debia fiar en su promesa. Los indios, que se veian burlados de una manera tan grosera, querían echarse sobre la pobre vieja, que tanto terror les habia impuesto ántes, penetrando osados en la chozuela, por los mil agujeros que por todos lados tenía. Pero lo que puso colmo á su furor, fué la aparición de Oviedo y Alejo, trayendo del interior del monte nuevos demonios, todos pintarrajeados, cuyo aire mohíno y cabisbajo contrastaba grotescamente con las pieles de tigre y león que los cubrían. Sobre ellos se arrojaron furiosos, hombres y mujeres, no bastando á contenerlos las mansas exhortaciones de Lucia, ni las palabras de Carripilun. Aquellos infelices, cómplices de Gachemané, perecieron sofocados por los rabiosos indios, cuyo espíritu, con esa elasticidad propia del salvaje, habia pasado del más completo abatimiento á la más ardiente exasperación. Las indias besaban las manos de Lucia, llamándola Dios, luna, sol, pero ella con angelical sonrisa, les decia: «Sólo es Dios aquel que está en los Cielos, que abate al orgulloso y eleva al humilde.» Fué necesario todo el valimiento que con ellos tenía al presente Lucia, para conseguir el perdón de la vieja Upay, que, aterrada, no osaba desprenderse un momento de sus ropas. Pero no le fué posible conseguir otro tanto para Gachemané, que según allí mismo sentenció el sabio Carripilun, debia ser ahorcado aquel mismo dia, frente á la chozuela, al caer la

LT.\ Gachemané, (3) / (3) Guevara. Upay. N o aparece en el vocabulario de De Angelis. Tampoco en los diccionarios mapuche ni guaraní. Las palabras más aproximadas son, en mapuche: "Upen: tr. Descuidar a alguno//. Distraer la atención de alguien" (Erize 1960). Y en guaraní "Upéi: adv. Después". (Guasch 1961, 739). 4

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tarde, cuando el sol velase su faz divina, para no insultar con el suplicio de aquel infame, á la soberana majestad 5 . Lucia fué conducida en triunfo, seguida del vencido demonio, que desde entonces no salió jamas del fuerte, temerosa de que los indios satisfaciesen en ella su venganza. Anté, cuya alegría era desmedida, tomada de la mano de Alejo, no cesaba de alabar su conducta por haber, con su actividad y celo, salvado la vida á su querida madrina. Carripilun y todos los nobles Timbúes, seguidos de sus familias, vinieron aquella misma noche al fuerte á dar cuenta á Lucia, de haberse cumplido ya la sentencia del infeliz hechicero y á renovarle sus protestas de amistad. Enternecida Lucia, respondió, pidiéndoles creyesen siempre en la buena intención de sus palabras, que eran inspiradas por el caritativo impulso de hacerles conocer el verdadero Dios, y como expiación al error que habian cometido, hízoles prometer vendrían el dia siguiente á visitar con ella la cruz del Santo.

5

LT. : magestad.(4) / (4) Guevara.

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CAPÍTULO XIV. Amor'.

Cuando don Ñuño y Sebastian, de vuelta de su desgraciada expedición, supieron el peligro que Lucia y sus compañeros habian corrido, y del cual se libraron, sólo gracias á la entereza y sagacidad de la joven esposa, entraron en alarma, temiendo las terribles consecuencias de tan odiosa trama. Al punto dirigieron sus quejas á Marangoré, intimándole con amenazas, cesaran una vez por todas, tan estúpidas como crueles sospechas. El joven cacique, que deploraba no haber podido hacer justicia por sus manos, con el pérfido adivino, que les habia preparado tan traidora emboscada, siendo causante ademas, de una agitación, cuyas consecuencias hubieran sido terribles para los cristianos, que tan valioso auxilio acababan de prestarle en aquella importante expedición, disculpó lo mejor que pudo, la conducta de los suyos, alegando razones más ó ménos fuertes, y prometiendo solemnemente á los Españoles, no volverían jamas á repetirse tan penosas escenas. Renovóse el pacto de alianza; y en aquellos mismos dias tomó Marangoré posesion del cacicazgo, con toda solemnidad, reservándose tan sólo el anciano padre, el derecho de sacerdocio2, que en los matrimonios ejercia el cacique principal. Poco tiempo despues que tuvieron lugar estos acontecimientos, volvió Gaboto de su viaje al Paraguay3, en donde permaneció sólo tres meses. Ya hemos visto los resultados que obtuvo y cómo algunos meses despues de su regreso, decidió ir en persona, á dar cuenta de ellos al emperador. El dia mismo de la partida de Gaboto y de sus naves, Alejo Diez, que como buen hijo habia escrito unas pocas letras á su anciana madre, dándole noticias del lugar en que se hallaba y de la vida que allí llevaba, resolvió pedir consejo á Lucia para realizar su proyectado matrimonio con la joven indígena. La falta de un sacerdote cristiano, que santificara su enlace, con la sagrada bendición, era un embarazo que en sumo grado preocupaba al devoto Alejo, educado en las severas prácticas católicas. Viendo Lucia la aflicción del joven amante, que ansiaba por dar á la bella Anté el título de esposa, según los ritos cristianos, halló medio de combinarlo todo lo mejor posible, gracias á la juiciosidad de su espíritu; sin embargo, fué necesario obtener ántes el permiso de las viejas ó matronas de la tribu, que sólo lo concedían, cuando la joven habia entrado ya en la pubertad4 y no sin hacerle sufrir la ceremonia de usanza5.

1 Capítulo publicado en LT. del Jueves 28 de Junio, n.° ¿1,969? Material consultado muy deteriorado, por tratarse de las últimas páginas del volumen del primer semestre de 1860. 2 LT.: derecho de (5) sacerdocio / (5) Guevara. 3 Regreso de Caboto del Paraguay: año 1530. (Merriman 1960, 391-393). 4 LT.: la (6) pubertad / (6) Guevara.

335 D e s e o s a de n o darles ningún m o t i v o de queja, d e c i d i ó L u c i a llegar e l l a m i s m a á pedirles su aprobación, prestándose á que s e o b s e r v a s e n sus s e v e r o s ritos, que á la verdad, en nada s e oponian, á la n u e v a dignidad d e cristiana, á q u e A n t é pertenecía. El dia que las viejas c o n c e d i e r o n el p e r m i s o para el e n l a c e de la e n a m o r a d a A n t é , p r e s e n c i ó L u c i a la c e r e m o n i a que hacian sufrir á la j o v e n púber, l u e g o que la consideraban en e s t a d o de casarse. C o n una gruesa e s p i n a d e raya , m u y afilada, rapábanle c o m p l e t a m e n t e la cabeza, entre d o s de las m á s ancianas; miéntras q u e las d e m á s , sentadas en círculo al derredor, murmuraban una e s p e c i e d e canto m u y lastimero. L u e g o que la j o v e n e s t u v o c o n la c a b e z a c o m p l e t a m e n t e desnuda, hiciéronla poner de rodillas, y c o n v o z s o l e m n e le dijo una de las viejas que la habia rapado: «.Mujer, n o c o m e r á s carne d e tatú, ni de 5

Al entrar a la pubertad la mujer era sometida a una especie de iniciación de la vida doméstica. Se la cosia dentro de una hamaca, dejándole un orificio para poder comer y beber. A los tres días se la sacaba de allí y bajo un duro régimen una vieja se encargaba de ejercitarla en los quehaceres domésticos. Terminado este aprendizaje se le cortaban los cabellos y se le prohibía comer carne hasta que aquellos no estuviesen crecidos. Recién entonces se adornaba con las mejores prendas y collares y era apta para el casamiento. (Serrano 2000, 144-145). 6 Puede referirse a la espina del pez raya. Además de la raya de mar, conocida en España (ver DRAE) existe en la Argentina la raya de río, de la que "se conocen cuatro especies: Paratrygon motoro, que tiene la cola más corta que el disco que forma su cuerpo, su superficie dorsal es de color gris marrón con una red de líneas negruzcas. La Paratrygon hystrix (ambas descritas por Müller y Henle 1841) tiene la cola más larga que el disco y presenta ocelos blancos. Se la llama vulgarmente: chucho pintado, raya brava o raya negra (el nombre más común). Las otras dos especies son: P. Brachyurus y P. Brumi. Estas rayas están provistas para su defensa de una espina fina y punzante colocada sobre el dorso de la cola y cuando se las pisa, arquean el cuerpo y la cola, clavando fuertemente su aguijón. Pareciera ser que con él se introdujera una sustancia o secreción tóxica de glándulas venenosas, lo que produce una herida ulcerante y rebelde de curación. Se la encuentra en el medio Paraná, los ejemplares más grandes (...) cerca de las islas frente a la ciudad Rosario y Santa Fe. (). No hay por qué descartar, tampoco, una referencia al "rayo": arbusto espinoso muy usado para formar cercos vivos. (Neves 1975, 489). El padre Lozano refiere así estas prácticas: "Hechas esas experiencias, le cortaban el pelo que era para ellas la prueba más sensible, y era ley inviolable que no habían de gustar carne de ningún animal terrestre ó volátil, hasta que creciendo los cabellos cortados, le cubriesen las orejas, y en ese tiempo debía de ser tan exacta la modestia, que era crimen enorme levantar los ojos a mirar algún varón en el rostro (...) A todas estas pruebas, hechas con satisfacción o sin ella, era consecutivo el arrearla con sus mejores atavíos, que no excedían de unas cuentas de vidrio azul y semejantes bujerías apreciadas más que perlas o diamantes y desde entonces les era lícito conocer varón (...)" (Lozano 1873, 397-398). 7 "Tatú: m. Arg., Bol., Par. y Ur. U. para denominar diversas especies de armadillo. Armadillo: m. Mamífero del orden de los Desdentados, con algunos dientes laterales. El cuerpo, que mide de tres a cinco decímetros de longitud, está protegido por un caparazón formado de placas óseas cubiertas por escamas córneas, las cuales son movibles, de modo que el animal puede arrollarse sobre sí mismo. Todas las especies son propias de América Meridional." (DRAE 2001). "Armadillo, nombre común de un mamífero emparentado con los osos hormigueros y los perezosos. El armadillo de nueve bandas, también llamado mulita

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cheuque, ni de micurer?, hasta que tus cabellos no hayan crecido hasta cubrirte las orejas; ni levantarás tus ojos del suelo, para mirar á los hombres hasta el dia en que te entreguemos á tu señor; y si no lo observas, los espíritus malos carguen contigo. ¡Levanta!» Y le dieron un fuerte golpe sobre la espalda, que hizo caer en tierra á la pobre Anté9. Desde entonces la enamorada india, tuvo que resistir á la terrible tentación, que de continuo la asediaba, absteniéndose como del más espantoso pecado, de fijar los ojos en el rostro de su amado. En cuanto á Alejo, no podia disimular el mal efecto que le causaba, la singular reserva de la joven y el notable estrago, que sus atractivos habian sufrido con la pérdida del cabello: efectivamente, estaba horrible con su inmensa cabeza desnuda y más blanca que el aceitunado rostro, que parecía más lustroso y moreno, privado del auxilio de los negros cabellos que tan bien caian á sus grandes y pensativos ojos. Con cierta tristeza observa Lucia que Alejo hace más de una infidelidad á la pobre pelada, como la llaman sus compañeras. Marangoré venía todas las mañanas al fuerte, y despues de acompañar á los Españoles en su almuerzo, iba con Sebastian y algunos otros jóvenes á cazar avestruces y gamas, siendo para el cacique un inmenso placer, disparar de vez en cuando, un hermoso arcabuz, presente de Sebastian. Como no era justo, sin embargo, gastar las pocas municiones que les quedaban, hasta la vuelta de Gaboto, disparando tiros al aire, el Español ofrecía, sólo de vez en cuando al cacique, uno que otro tiro, en sus frecuentes cacerías. En los dias de mal tiempo, pasábase Marangoré horas y horas, escuchando al viejo Ñuño y á Sebastian recordar sus hechos de armas, inflamándose extraordinariamente el intrépido joven, con el vivo relato de las guerras europeas. Le explica Sebastian, la manera de disponer un ejército, sus evoluciones, sus marchas, háblale de la utilidad que en sus guerras reportan del uso de unos animales muy valientes y hermosos, llamados caballos, dibújaselos en tierra con la punta de su sable y le explica el modo de adiestrarlos y manejarlos, convirtiéndolos así en indispensables compañeros del soldado. «Feliz yo,» exclama Marangoré, «si pudiera montar uno de esos soberbios potros y lanzarme á nuestra pampa, arrebatado en su rápida carrera; entonces grande, tatú o toche, se distribuye desde el norte de Argentina hasta el sur de los Estados Unidos. Existen otras especies nativas exclusivamente de Suramérica y son: el armadillo de seis bandas o gualacate, el armadillo de tres bandas o quirquincho bola y el armadillo gigante o tatú carreta. El tamaño de estos animales varía desde 15 cm, que es la longitud de las especies más pequeñas, hasta 1 m de longitud, excluyendo la cola, en el caso del armadillo gigante." (Neves 1975, 538). "Micuren (mircuré): en el Río de la Plata término referente a una especie de comadreja o zarigüella." (Neves 1975, 382). 9 LT.\ pobre Anté. (7) / (7) Guevara.

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fuera el indio, poderoso y más libre que el viento; entonces yo sería superior aún al mismo espíritu del mal. Diera por uno de ellos, mi macana de alerce 10 , mi arco nuevo y el hermoso collar de cuentas, regalo de boda de Antritipay.» «En cuanto á eso, ya lo comprendo,» replicó don Nufio, «pues para ser verdaderamente soberano en vuestras desnudas pampas, os falta el caballo; con él, todo lo podríais vosotros, que estáis acostumbrados al aire libre y necesitáis cambiar de alojamiento como las golondrinas; no os aflijais, quizas los tendreis muy pronto. Á su vuelta, Gaboto nos traerá algunos de ellos; contad cuando ménos con uno, mi querido cacique.» El indio no respondió, pero sus ojos lanzaron chispas, tal fué el gozo que sintió. Lucia, que asistía siempre á estas conferencias, dijo de improviso; «¿No deseáis, Marangoré, conocer nuestra España? ¡Cómo me gustaría poder pagaros allá en nuestra patria, la hospitalidad que nos habéis dado en la vuestra! Espero que el dia en que nos demos á la vela, para las costas europeas, consentiréis en seguirnos; allí veréis esos famosos caballos que tanto deseáis; admirareis la belleza de nuestras ciudades; visitareis los espléndidos templos, donde reverenciaremos la imágen de nuestro Dios. ¡Qué suerte, si pudiésemos conseguir, que vos y la hermosa Lirupé, abrazáseis nuestra santa fe! Seríais nuestros hermanos, viviríamos juntos; y yo, Sebastian y todos á porfía, nos disputaríamos la dicha de instruiros en los divinos misterios! Oh! ¡qué bien sentarán á vuestra esposa, nuestros atavíos, allá en Murcia, en nuestra pequeña casa! ¡Pobre fray Pablo! ¡Seríamos felices, muy felices!» En tanto la joven hablaba, el salvaje la escuchó mudo, fija la profunda y melancólica mirada, en aquel rostro encantador, pendiente de sus labios y como si desease prolongar por más tiempo, el encanto de aquella voz dulcísima. Interrumpió Sebastian su distracción, diciéndole: «Y bien, Marangoré, ¿qué respondes? ¿Aceptas nuestra hospitalidad?» El cacique, como despertando de un sueño, pareció sorprenderse, por las palabras de Sebastian; cerró repentinamente los ojos, abriólos como á su pesar y contestó suspirando: «El dia que vuestras naves se den á la vela, para las costas europeas, el hijo del desierto os contemplará silencioso desde la orilla; idos en buena hora; marchaos á vuestras bellas ciudades; el hijo de la pampa, no podrá jamas respirar con libertad, en la estrechez de vuestras habitaciones. Yo me quedaré aquí con mis indios, que no me abandonarán jamas, porque son indios como Marangoré y no visten vuestros trajes, ni montan vuestros caballos; yo me quedaré aquí á guardar la cruz del santo.» Y al pronunciar estas palabras, el indio salió de la habitación y no volvió en muchos dias. Lucia, que temia haberle ofendido, deseaba vivamente decirle algunas palabras amistosas; pero los dias pasaban y sólo Siripo venía al fuerte. Siendo de 10

alerce: "m. Árbol de la familia de las Abietáceas, que adquiere considerable altura, de tronco derecho y delgado, ramas abiertas y hojas blandas, de color verde y cuyo fruto es una pina menor que la del pino". ( D R A E 2001).

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notarse, que, á medida que iba en aumento el afecto que á Marangoré tenian, Siripo se hacía más odioso á los Españoles, pues siempre silencioso y reservado, apénas hablaba una que otra palabra, permaneciendo horas enteras en el fuerte, mudo como una estátua: parece no entender el español, responde apénas, nunca pregunta. Una tarde en que Lucia iba á rezar á la tumba de fray Pablo, vió cerca de la cruz un indio recostado sobre su flecha; de léjos, parécele Marangoré; al punto le llama por su nombre, apresura su paso, y temiendo se marche, le grita: «Aguarda!» Al escuchar aquella voz, el indio levanta la cabeza, reconoce á Lucia y trata de huir; pero ya no es tiempo; la joven está á su lado y le pide que no se marche. Marangoré se detiene, inclina la cabeza sobre el pecho y espera las palabras de Lucia, que, agitada aún por la carrera, le dice con voz trémula: «¡Qué suerte que estés aquí, amigo; espera, escucha; ¿por qué no vienes ya al fuerte? ¿Qué te hemos hecho? ¿Acaso ya no eres nuestro amigo? Habla, Marangoré, contesta á tu amiga.» Y la joven puso su delicada mano sobre el brazo del indio. Marangoré, al contacto de aquella mano, sintió que su sangre toda, convertida en fuego, abrasaba sus venas; extraño vértigo dobló sus rodillas, ahogósele la voz en la garganta, hondo gemido arrojó su pecho. Lucia, sin adivinar lo que pasa por el alma del salvaje, agrega con acento cariñoso: «¿Qué tienes, Marangoré; de qué te acusas?» Y trata de levantarle; pero él, con voz apagada, responde: «Perdona, perdona, señora.» «Bien está,» replicó Lucia, sonriendo, «te perdono, aunque venía dispuesta á pedirte á tí que me perdonases mis imprudentes palabras del otro dia; díjelas, indio amigo, sin intención de ofenderte.» Y la joven pronunció la palabra indio con marcado acento, deseosa de halagar la salvaje vanidad del cacique. Levantándose entonces, Marangoré, de la humilde postura en que habia permanecido hasta entonces y volviéndose á la cruz, dijo con acento solemne estas palabras: «Cristiana, pídele al santo, calme las tempestades de la Pampa; el indio se va á su choza; tú puedes rogar en paz á tus dioses, mujer de rostro de luna y ojos de estrellas.» No comprende Lucia las palabras de Marangoré; de pié, en el mismo sitio, sigue involuntariamente con distraídos ojos la figura del indio, que se aleja por aquella vasta llanura, en donde ni una yerba crece más alta que otra: el sol poniente tiñe con sus reflejos encendidos el horizonte, celajes de oro y púrpura cambian el color de las nubes. A medida que el salvaje se aleja, siente Lucia en el fondo del corazon una voz que gime mansamente y le presagia lágrimas y duelo. Ausente de pensamiento, inmóvil, permanece largo rato, sin darse cuenta de la opresion que siente su alma, olvida el sagrado deber que á aquel santo lugar la llevaba; de improviso, el volido de una tórtola, que viene á posarse sobre la cruz, sácala de su distracción; y levantando sus miradas al cielo, exclama: «Padre que

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estás en el Cielo, ten misericordia de nosotros.» Y fué á arrodillarse en seguida delante de la cruz. Mucho tiempo oró Lucia sobre aquella tumba amada, y cuando al cabo de dos horas volvió al fuerte, la regeneradora influencia de la oracion, habia disipado completamente las aprehensiones del corazon.

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CAPÍTULO XV. Phyar avait vécu presque l'âge des chênes. LAMARTINE 1 . Carripilun se siente cada dia más achacoso; apénas si puede levantarse ya del montón de paja, que en el interior de su choza le sirve de lecho; sus hijos y sus mujeres lo rodean de continuo, temerosos de que la muerte le sorprenda solo. Los Españoles le visitan todos los dias; don Ñ u ñ o va de mañana, durante la fuerza del sol, á distraer con su conversación al abatido anciano. Marangoré, desde el dia en que su padre no pudo levantarse del lecho, parece sumido en la más negra melancolía, nada le gusta ya; las animadas descripciones de aquellos combates europeos, que hasta al moribundo cacique agradan y distraen, y que ántes inflamaban su ardimiento, apénas sí son escuchados. Sus ojos, fijos constantemente en tierra, son indicio cierto, de la preocupación que le devora. Las gracias y tesoros de la hermosa Lirupé, olvidados yacen, sin alcanzar siquiera una mirada del ántes tan enamorado cacique. N o va á la caza ni á la pesca, floja la cuerda de su arco, allá está, en un rincón de su choza, cubierta de polvo en compañía de las agudas flechas y de la terrible macana. El, ántes tan cuidado del sencillo atavío, que tanto realce daba á su varonil belleza, no cuida ya de las vistosas plumas, que el viento arrebata y destroza, sueltos los largos cabellos en confuso descuido, apénas cubre la

' "Phayr avait vécu presque l'âge des chênes / Sans avoir jamais vu les merveilles humaines / Dont les enfants du meurtre e leur postérité / Avaient couvert le sein du vieux monde habité". ("Phayr había vivido casi la edad de los robles / sin haber visto nunca las maravillas humanas / de las que los hijos del crimen y su posteridad / habían cubierto el seno del viejo mundo habitado"). Una vez más, Eduarda incurre en una metátesis, dado que transcribe "Phyar" en lugar de "Phayr" (Lamartine 1930, 72). Este epígrafe se halla en la "Segunda visión" del libro en verso La chute d'un ange (1838). La caída de un ángel, junto a Jocelyn -netamente superior-, constituye una epopeya espiritual y simbólica sobre el destino humano. El narrador relata que en los primeros tiempos del mundo, un ángel, enamorado de una mortal, hija de Phayr -padre de una antiquísima tribu salvaje y errante del Líbano, en los primeros tiempos del mundo-, logra convertirse en hombre para obtener su amor; luego de dolorosas y formidables aventuras, es condenado a la hoguera en medio del desierto, junto a ella y sus hijos; un espíritu profetiza que expiará su falta a través de nueve existencias sucesivas; y las lluvias del diluvio comienzan. En la novela se intenta otorgar connotaciones míticas a Carripilun, al asimilarlo a Phayr. Ambos son de edad avanzada: Phayr, tan veterano como un roble, y Carripilun, que cuenta con "novecientas lunas". Ambos poseen una progenie de varones, destinada a defender el honor y la seguridad de su tribu. La imagen del roble -muy recurrente en Lamartine- se hace presente como símbolo de duración, resistencia y fortaleza, y es atribuible a ambos patriarcas. El ejemplar de LT. consultado se encuentra totalmente deteriorado. Falta la publicación del Viernes 29 de Junio. No se pudo constatar que el epígrafe de 1882 se corresponda con el de 1860.

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desnudez de su cuerpo, con la cintura, que, con mustio semblante, le ofrece todos los dias la abandonada esposa. Los indios todos, deploran al triste estado en que ven sumido á su amado cacique y lo atribuyen al pesar que le causa el estado de su padre. No falta, sin embargo, quien lea más claramente en el abatido semblante del hermoso Marangoré. La lucha que le consume se revela á las escudriñadoras miradas de su hermano. Siripo ha descubierto el secreto de aquella alma; que más de una vez, sorprendió sus ojos, devorando osados, los castos encantos de la Española; sin embargo, aún nada ha preguntado á Marangoré, ni siquiera parece notar el cambio, que cada dia se hace más visible en sus hábitos y en sus gustos. El astuto Siripo aguarda el momento favorable, silencioso y reservado, casi tanto como su hermano; semejante al buitre que se complace en observar las agitaciones de la presa que atisba, ántes de echarse sobre ella, para devorarla, sigue con ojo avisado, los rápidos estragos que la pasión hace en el alma del enamorado joven. Murió Carripilun, despues de una penosa enfermedad; y desde ese momento, Marangoré reinó exclusivamente sobre los Timbúes. Luego que el anciano espiró, se ocuparon de la importante ceremonia del entierro. Lucia, que era la única mujer europea, que habia quedado en aquellos lugares, despues de la partida de Gaboto, vino de nuevo á ofrecer sus servicios en tan tristes momentos, á pesar de que, durante la enfermedad del cacique, sus médicos no habian consentido jamas, en que le hiciesen ninguno de los remedios que ella indicara. Despues que vistieron al anciano sus más vistosas plumas y que le pintarrajearon el cuerpo y la cara, con los más grotestos garabatos, le llevaron en brazos varios indios, hasta el lugar en que estaba ya la fosa preparada. Esta consistía, en una excavación muy profunda y ancha, que podia contener cómodamente cuatro cadáveres; allí pusiéronle medio sentado, colocando al alcance de sus manos, varios animales muertos, que debían servirle de alimento, durante el corto tiempo, que su alma permaneciese en aquel cuerpo tan viejo; poniéndole también sus armas, para que se defendiese de los ataques, que por fuerza habian de hacerle los demonios. Pero, lo que más asombro y disgusto causó á los Españoles, fué el ver conducir á dos pobres indias muy viejas, que como inservibles ya, debían sacrificarse allí en provecho de Carripilun, á quien en la otra vida servirían de criadas, á lo ménos. En vano quisieron ellos oponer alguna resistencia á tan bárbara como inútil carnicería. Las indias, muy ufanas del honor que alcanzaban, participando de la tumba del cacique, pedian á gritos la muerte y ofrecían su garganta á la terrible flecha de los sacrificadores, que se apresuraron á darles muerte. En seguida, las pusieron en la fosa, y cubrieron todo, prolijamente, con unas esteras muy finas, hechas de paja, que taparon al fin con tierra. Todos los indios debían presenciar la ceremonia, y volverse en seguida á sus chozas, guardando absoluta sobriedad, durante dos dias, siendo esta la única

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manifestación de dolor, que usaban hacer, cuando un indio moria, ya tan viejo y de muerte natural. Mucho pesar causó á los Españoles la muerte de Carripilun, que habia sido el primer amigo que habian tenido desde su llegada á las Pampas, y con el cual habian conservado hasta entonces, tan buenas relaciones.

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CAPÍTULO XVI. Tis not in words to tell the power The despotism, that from, that hour Passion held ó er me 1 .

Muchos dias han pasado desde la muerte del antiguo cacique; los Españoles y los indios siguen viviendo en buena armonía, ocupándose unos y otros constantemente, en procurarse, por medio de la pesca y de la caza, lo necesario para la subsistencia. Los indios hablan ya entre sí de cambiar de campamento, como acostumbran hacerlo, cuando comienzan en los alrededores á escasear aquellos animales, que son de su especial agrado; consistiendo este cambio, tan sólo en avanzar apénas una media legua, del lugar que ántes ocupaban 2 . En vano don Ñuño y Sebastian se disputaban á porfia los medios de halagar al descontento cacique; Marangoré huye de su sociedad; y sin dar respuesta satisfactoria, que esplique su creciente abatimiento y descontento, se aparta de los suyos, dias enteros, entregándose solo y sin buscar consuelo, á la cruel preocupación que le consume. Nuestros amigos, desalentados también con la partida de Gaboto y de muchos de los suyos, ven con disgusto el malestar creciente del indio, atribuyéndolo, en parte, al pesar causado por la muerte de su padre. Sigúele Sebastian en sus solitarias excursiones, insiste para que se adiestre en el manejo de aquellas armas que tanto le gustaban ántes; pero el joven advierte que sus instancias son disgustosas y que el indio trata de huirle con marcada insistencia. Teme don Ñuño comunicar sus aprehensiones á su amigo, no porque el viejo soldado, hubiera descubierto la pasión que ardia en el pecho del salvaje; pero no escapan á su ojo avisado, los desdenes del cacique, causándole extraños temores. ¡Cuánto deplora la especial circunstancia de hallarse allí Lucia! ¡Cómo le pesa no haber condescendido á las instancias de Gaboto! Con cautelosa vigilancia, aunque sin confiar á nadie su inquietud, por temor de alarmar inoportunamente á sus jóvenes compañeros, observa los

' "Tis not in words to tell the power, / The despotism that, from that hour, / Passion held o'er me" (Moore 1823, 8). En este epígrafe Mansilla varía la puntuación de la versión original en cuanto al uso de comas y apóstrofos; coloca un punto final que no aparece en el texto original. ("No alcanzan las palabras para expresar el poder / El despotismo que, desde esa hora, / La pasión ejerció sobre mí"). Estos versos de Moore hablan de una pasión tan poderosa como inefable e indómita. En este capítulo de la novela, los hermanos Marangoré y Siripo arden secretamente por el amor desenfrenado que ambos sienten por la misma mujer: Lucía. Siripo descubre el sentimiento de su hermano e íntimamente trama una traición para quedarse con la presa de sus deseos. Por deterioro de los ejemplares consultados, en la edición del Sábado 30 de Junio, n.° 1971, no se pudo realizar un cotejo completo. 2 LT.: ocupaban ( 1 0 ) / (10) Guevara.

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manejos de los indios, mézclase con ellos diariamente, é introdúcese en sus juegos, amoldando su reserva habitual á guisa de su variable espíritu. Preocúpase especialmente de captarse la amistad del astuto Siripo, que fiel al papel que se ha impuesto3, insiste en su ignorancia del castellano, negándose con una tenacidad verdaderamente india, á contestar á ninguna de las diversas preguntas que el Español le hace. Muy luego se convence, sin embargo, don Ñuño, de la falsía del indio; y se propone observarle especialmente, afectando al propio tiempo la más entera confianza y buena fe. ¿Por qué el prudente anciano no sospechó siquiera, ni por un momento, cuál era la causa del extrañamiento del cacique? ¿Por qué, al contemplar las gracias de su hija adoptiva, un rayo de luz no alumbró su espíritu? ¡Cuántos males no hubieran podido evitarse entonces, cuántas lágrimas, cuánta sangre! Pero el corazon helado del Español, no descubría la llama ardiente que consumía el fogoso corazon del indio, y su fria razón, era lo único que oponia, al torrente de desencadenadas pasiones, que habían de arrebatarle en su furia. Llegó por fin, el momento esperado con tanto disimulo y frialdad por el odioso Siripo. Era ya oportuno usar las armas aguzadas durante tanto tiempo, para enconar con diabólico arte, la herida hecha por los seductores encantos de Lucia. Buscó á Marangoré, donde estaba seguro de hallarle; y afectando un Ínteres, que su hermano, tan favorecido por todos los dotes que él no poseía, no le habia inspirado jamas, le dijo: «¿Qué tienes, hermano mío? ¿Qué puede así abatir el animoso corazon del más hermoso y esforzado cacique de las Pampas? ¿Acaso la bella Lirupé te dio motivo de queja? ¿Y si tal fué, quién podrá oponerse á la pena que su falta merece? ¿Acaso tu voluntad no es aquí ley para todos? Habla, cacique, confia al hermano, las penas de tu corazon de águila. ¿Qué deseas? ¿Qué mandas?» Y arrodillado, esperó una respuesta á sus insidiosas palabras. Marangoré, tendido sobre la yerba, en lánguida y abandonada actitud, semeja un león herido en el desierto por la flecha de hábil cazador; apénas mueve su hermosa cabeza de la posicion en que se halla, descansando sobre uno de sus brazos; responde sólo con un profundo suspiro. Levantándose entonces Siripo, acércasele más, y sentándose á su lado, continúa con voz suave: «Bien lo veo, hermano mió, tus preocupaciones tienen un objeto más atrevido y ventajoso para tus amados Timbúes; piensas en ellos, en los Españoles; ya comprendo.» Marangoré, conservando siempre la inmovilidad, volvió, al escuchar estas palabras, su 3

Siripo, al fingir no conocer el castellano manifiesta su repudio y su necesidad de mostrarse "diferente" del otro que viene a imponer sus costumbres y su idioma. En el diálogo que mantienen los hermanos quedan sintetizados sus caracteres mediante las imágenes y el campo léxico con que son descriptos. En las figuras de los caciques timbúes parece centrarse toda la problemática de la conquista. La mirada del europeo frente al habitante de las tierras conquistadas no es capaz de vislumbrar los matices; sin embargo, en Eduarda Mansilla se observa una comprensión y un verdadero conocimiento antropológico de los habitantes de nuestras tierras. (Guidotti 2001).

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penetrante mirada hácia los chispeantes ojos de su hermano, y fijándola por algunos instantes, pareció incitarle á concluir su pensamiento; pero el hábil diplomático de la Pampa, mantuvo aquella mirada, sin desconcertarse, guardó silencio y esperó el efecto de lo que acababa de decir. Marangoré tomó á mirar al cielo con distracción. El tentador esperó. Largo rato permanecieron ambos en silencio, pareciéndole por momentos á Siripo, que á hurtadillas miraba á su hermano, que el cacique dormia, acariciado por el sol que bañaba su rostro; pero un nuevo suspiro que exhaló el amante, le indicó claramente el camino que debia seguir. «Sabe,» dijo de repente Siripo, «que no es más bella la esbelta garza que refresca y lava sus plumas en las claras aguas del arroyo, que la hermosa Lucia, cuando sueltos los largos cabellos, baña su desnudo cuerpo en la pura corriente del rio, que amoroso refleja su imagen.» Marangoré, como si hubiera sido picado por venenoso reptil, se incorporó de improviso, y extrujando convulso el brazo de su hermano, le dijo, apretando los dientes: «¿La viste tú? traidor!» Siripo, bajó la cabeza, y contestó con humilde acento: «Antes me diera yo mismo la muerte; ántes clavara mi flecha en la garganta; guárdenme los espíritus del mal de fijar mis indignos ojos en la mujer amada por mi señor; súpelo por Anté, su protegida, su ahijada.» Marangoré soltó el brazo de su hermano y se dejó caer de nuevo, con indolencia. «¡Digna es de que la ames,» continuó Siripo, «tú el primero entre los primeros; pero la blanca Española, de rostro de liutos4 y voz de zorzal, tiene otro dueño y sus encantos . . . . » «¡Qué quieres de mí, demonio!» exclamó el cacique con voz ronca, cubriéndose el rostro con ambas manos, «calla; no me atormentes.» «Acaso,» agregó Siripo, «el ilustre descendiente de tantos héroes, se contentará tan sólo con gemir y lamentarse, como la inofensiva torcaza del monte? ¿Qué se hicieron tus brios, luz de la Pampa? ¿Qué se hizo el antiguo esfuerzo? ¿Dónde están tus armas? Aguza la aguda flecha; llama á los tuyos, y todos acudirán á tu voz, rápidos como la muerte que da mi saeta. Levanta, descendiente de Agachac, despierta hijo del Sol; corre á disputar la hermosa Lucia, de ojos de tórtola, á ese puñado de hambrientos Españoles. Aquí estamos nosotros, tus hermanos, tus fieles Timbúes.»

Liuto: Del araucano "ligh, blanco, y thunor, polvo, porque la fécula de esta planta es efectivamente un polvo blanco" /. Alstroemeria ligtu. m. Nombre vulgar chileno de una planta de las amaridiliáceas, de flores umbeladas de color de rosa, con las hojuelas del perigonio oblongas y lanceoladas, de largas y gruesas raíces tuberosas, feculentas, de las cuales se hace una harina blanca, ligera, nutritiva y tan sana, que sirve de alimento para enfermos". (Santa María II 1942). Liuto: s. "Planta conocida por peregrina, de cuyas raíces bulbosas se extrae chuño (...) Liutw. s. Planta medicinal que utilizaban para dar leche a las madres. Liu: adj. Blanco, claro // sinón. Lig, Lien". (Erize 1960). 5 torcaza: "Americanismo. Paloma torcaz. Dícese de una variedad de paloma de cuello verdoso cortado por un collar incompleto muy blanco." [Primer registro: DRAE 1927],

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«¿Olvidas,» replicó el amante en voz baja y con mirar que contrastaba con sus palabras, «que nuestro padre, que yo mismo, juré protegerles, defenderles como á nuestros hermanos? ¡Oh! no, jamas! No puedo ser traidor, aparta; déjame.» Y el valiente cacique huyó del lado del tentador. Pero este, viéndole alejarse, exclamó con sonrisa irónica. «No importa, ilustre, hermoso Marangoré, el preferido de todos, mi cacique, mi señor, tú mismo la pondrás en mis manos, esperaré.» Entretanto, la hermosa Lirupé, gime y se afana viéndose desdeñada por aquel que tanto ama. En tan triste situación, corre á consultar las matronas de la tribu. Ellas, reunidas en grave conciliábulo le dicen ser necesario aguarde hasta el dia siguiente, en que decidirán qué es lo más prudente hacer en tan crítico momento. También Anté es infeliz, ella también se apercibe del alejamiento de Alejo y no puede ménos que deplorar su triste suerte. ¿Qué ha podido así, cambiarlo de tierno y amante, en esquivo y desapegado? La doncella teme confiar su pena á Lucia, y, sin embargo, no sabe cómo remediar su mal. ¿Qué hará? Apénas si sus cabellos comienzan á crecer, en vano impaciente asoma su rostro pálido y abatido por el ayuno, al claro rio, que le sirve de espejo y que, desapiadado refleja su despoblado cráneo. ¡Aún falta tanto que esperar! ¡Qué remedio sino llorar y llorar! El cruel, ni siquiera nota el abatimiento que la devora, y con traidora buena fe cíñese á los severos ritos, que son única causa de su martirio. La pobre Anté fija más de una vez sus grandes ojos en la rápida corriente, con ideas de muerte; pero tiene miedo; y espantada de sí misma, corre á refugiarse á los piés de Lucia. «¡Pobre hija mia!» dícele con ademan cariñoso su madrina, acariciando aquel pálido rostro; no 6 te apesadumbres tanto, ya empiezan á crecer esos tardíos cabellos, no quiero ser yo tan severa como vuestras matronas; Alejo, abraza á tu novia, que pronto dejará de serlo, mira cuan pálida está, sus ojos tienen lágrimas; mucho te quiere!» Alejo, que, á pesar de todo, amaba á la joven india, sintió en ese momento algo parecido á un remordimiento, y abrazándola con pasión, se permitió estampar en sus mejillas dos besos. Anté, con el corazon que quería saltársele del pecho, recibió las caricias de su amante con el rostro encendido como la flor de los ceibos, creyendo no faltar á lo prometido, pues apénas si habia mirado sin saber cómo al bizarro Español.

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Faltan en el texto original las comillas que indican el comienzo del parlamento de Lucía.

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CAPÍTULO XVII. L'amour, miel et poison, l'amour philtre de feu, Fait du souffle melé de l'homme et de la femme, Des frisons de la chair et des rêves de l'âme. HUGO 1 .

Un dia solo no faltó Siripo al lugar apartado y solitario, en que ántes habló al infeliz Marangoré; allí, con el más refinado arte, torturó el herido corazon de su hermano, ora pintándole con vivas imágenes los encantos de Lucia, ora mostrándosela en brazos de Sebastian, enamorado y dichoso, incitando sin piedad sus agudos celos de salvaje. Con diabólica maestría, aparta uno á uno los escollos, que impone al caballeresco cacique su palabra dada; el tentador todo lo convierte en armas para su demanda; él todo lo combina y facilita á guisa de su deseo; insiste, suplica, manda; no hay medio que no toque. Marangoré, abatido, rendido por la violencia de sus pasiones, subyugado por las instancias, resiste, lucha, y cede al fin, ahogando los generosos impulsos del corazon. N o le abandona ya Siripo, ni de noche ni de dia, semejante á un mal pensamiento, que se impone, que atosiga, que mata; el desapiadado hermano, no da un momento de descanso á su víctima, que, confiada, vencida, se entrega á él y le da nueva palabra de no oponerse á sus designios. Con obsequiosa maña, toma el tentador á su cargo el desenlace de sus acertadas maquinaciones y espera la ocasion favorable. Las matronas de la tribu, decidieron, que el único medio de atraer nuevamente á Marangoré al amor que ántes habia profesado á su esposa, era que ésta se sometiese á la más rigorosa2 abstinencia y que obtuviese de los

1 Del poema "Noces et Festins" ("Bodas y festines"), en el cual se habla del gozo de una fiesta de bodas. Pertenece al poemario Les chants du crépuscule (Hugo 2002, 701-704). "Le pouvoir enivrant qui change l'homme en dieu; / L'amour, miel et poison, l'amour philtre de feu, / Fait du souffle mêlé de l'homme et de la femme, / Des frissons de la chair et des rêves de 1' âme" (vv. 35-38). ("El poder embriagador que transforma al hombre en dios; / El amor, miel y veneno, el amor filtro de fuego, / Hecho del aliento mezclado del hombre y de la mujer, / De los estremecimientos de la carne y de los sueños del alma"). Este concepto del amor como conjunción perfecta entre miel y veneno coincide con el sentimiento frustrado de Marangoré por Lucía, dulce y apasionado a un tiempo, pero también fraguado de dolor y desilusión, terreno ideal para que Siripo siembre la ponzoña de los celos y se precipiten así los hechos futuros. Esta cita de Hugo enfatiza el concepto de pasión en su sentido pleno ya que involucra tanto el espíritu como la carne, que glorifica y aniquila. Como exponente de la sensibilidad romántica, el cacique Marangoré está muy lejos de la lascivia animalizada que otros textos argentinos previos -La cautiva, de Echeverría- atribuyen a los indios. Por su parte la apasionada Lirupé, que ama ejemplarmente a Marangoré, está dispuesta a cualquier sacrificio para recobrar el amor de su esposo. Por deterioro del ejemplar consultado, no se pudo corroborar el epígrafe en la publicación de LT. del Sábado 30 de Junio, n.° 1.971. rigorosa (abstinencia) por rigurosa.

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principales nobles de la tribu, aconsejasen al cacique, cambiasen de campo cuanto ántes, pues aquella no era sino una de las muchas calamidades que habian de sufrir, si se obstinaban en seguir despoblando aquel lugar, de los pocos animales que aún quedaban. Ansiosa Lirupé, de ver á su amado Marangoré recobrar los antiguos brios y volver á los dichosos tiempos de sus primeros amores, fuése aquel mismo dia á la choza de Siripo, para interesarlo en su demanda. Con lágrimas de amargura, pintó á su cufiado la triste vida que llevaba hacia tres meses, pidiéndole en nombre de lo que más amaba, no la dejase morir desesperada. Prometió Siripo segundar sus miras, y ofrecióse á hablar aquel mismo dia á Marangoré, logrando de esta manera calmar un tanto el crudo dolor de la bella Lirupé, que, agradecida, le ofreció pediría á su padre la más bella de sus hermanas, para dársela á él por esposa. Al punto llegó el traidor á las chozas de aquellos indios más valientes y atrevidos, y les dijo era necesario, que aquella misma noche, despues de la salida de la luna, se hallasen reunidos todos en un sitio poco distante del campamento, llamado de los Liutos; y que se preparasen á escuchar, cosas de suma importancia. Marangoré, cuyo abatimiento va en aumento desde el fatal instante en que consintió en escuchar los falsos consejos de su hermano, se pasa dias enteros léjos de sus chozas, sin probar alimento, contentándose sólo, con ver á Lucia desde léjos, cuando va á rezar sobre la tumba del santo. Oculto tras los árboles, la devora en silencio con ardientes miradas, revolviendo en su pecho los planes de Siripo y dando nuevo alimento á la pasión, que se anida en su alma. Con creciente avidez, descubre uno á uno, los tesoros que encierra en casto conjunto el cuerpo de la bella Española; parécete por momentos, que la joven le mira cariñosa, que lee en sus ojos el tormento cruel que ella sola le causa, y, fuera de sí, embriagado con la ilusión del propio deseo, se siente desfallecer. ¡Infeliz, más infeliz mil veces, que el hombre educado, cuyo corazon desde los primeros dias de la vida, templado de continuo en la tibia atmósfera de las conveniencias sociales, aprende á desamar y á desear sin cesar, reprimiendo con dureza sus más ardientes aspiraciones, y vive y muere con replegadas alas, que ni un instante siquiera, se despliegan libremente para dar libre vuelo á los más caros afectos! El hijo del desierto, nacido al aire libre de las Pampas, cuyos ojos abiertos á la calurosa luz del sol, abrazan desde el primer dia la inmensidad de la Pampa, y la esplendente bóveda del cielo, imágenes de libertad y amor; él, sin más ley que su deseo, sin más guia que el altivo pensamiento, siente, delante de Lucia, subyugada su rebelde naturaleza. Le vencen tanta gracia y mansedumbre; apénas si se atreve á mirarla, parécele que tiene miedo; brotan lágrimas de sus ojos, que no lloraron jamas desde la infancia, desalentado, abatido, se esconde cauteloso entre las ramas; caeria sin vida si el vestido de la joven rozase á la pasada el árbol que le oculta á sus miradas.

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CAPÍTULO XVIII 1 . Cuando Marangoré y Siripo acudieron al lugar en que estaban reunidos los nobles de la tribu, este dijo á su hermano: «Yo me encargo de hablarles; y te pido tan sólo, no desapruebes ninguna de mis medidas.» El distraído cacique prometió cuanto le exigia, y en seguida se juntaron á los demás indios. Dos dias despues que tuvo lugar esta reunión, hallándose don Ñuño y Sebastian sentados cerca del rio, entregados al recuerdo de los amigos, que debian á la sazón hallarse muy cerca de la patria; discurriendo ambos sobre el tiempo que Gaboto necesitaba para arreglar los complicados asuntos que á España le llevaban, y sobre las probabilidades que de realizarlos tenía, vieron venir hácia ellos varios indios, precedidos de una especie de caciquillo llamado Gachay 2 , que era muy estimado por los Españoles y por los indígenas. Gachay venía á invitarles para que le acompañasen á una expedición de pocos dias, que, con el objeto de traer alguna buena caza, hacian en dirección al Sud Oeste, en la cual, esperaban tomase parte también el cacique; agregando, contaban como seguro, no le dejarían ellos ir solo con los suyos, temiendo, como temian, encontrar alguna tribu desconocida que les fuese hostil. Sebastian, que odiaba aquella vida tan monótona y poco variada, y muy especialmente, cuando se le anunciaba un peligro probable, aceptó al punto en su nombre y en el de los Españoles más principales, incitando al viejo Ñuño á que sacudiese la pereza. Pero este, por esa u otra causa, se negó á tomar parte en la expedición, prefiriendo quedarse en compañía de Lucia, con Oviedo y algunos soldados. Muy de mañana, salieron los cazadores; y Sebastian, no queriendo turbar el sueño de su esposa, á quien habia prevenido la víspera, encomendó á Anté, le dijese, que á su vuelta le traería dos chuñas 3 y un yajá. A pesar de que don Ñuño, veía al alférez Oviedo, muy deseoso de seguir á sus compañeros, le ordenó se quedase de segundo jefe, para guardar el fuerte. Luego que Lucia, saliendo de su habitación, vino á saludar á su viejo padre, este, sin saber por qué y acusándose casi de exceso de poltronería, causa sin duda de sus sesenta, que estaban ya cercanos, deploró que Sebastian hubiese llevado consigo aquellos soldados que eran de su mayor confianza; sin embargo, la idea del próximo regreso, calmó sus aprehensiones. Algunos dias han pasado 1

Capítulo publicado en LT. del Lunes 2 y Martes 3 de Julio, n.° 1,972, desde la col. 2. La palabra mapuche más aproximada es "Huacha: s. cierta especie de pato". (Erize 1960). No hemos encontrado otras equivalencias. 3 "Chuña: f. Ave suramericana, del mismo orden que las grullas, con cola larga y plumaje grisáceo. En el arranque de su pico lleva una serie de plumas finas, dispuestas en abanico. Anida en las ramas bajas de los árboles." (DRAE 2001). "Chuña, f. Ave de casi 1 m de altura, de cuello, patas y cola largos. Se halla bien adaptada para la carrera. Su coloración general es gris ocrácea o plomiza, según las especies. Frecuenta bosques y montes donde se alimenta de reptiles y pequeños mamíferos." (DMA 2004). 2

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ya desde que los Españoles se ausentaron; todo ha seguido en el mismo estado: Lucia va como de costumbre al campo de los indios, y de vuelta, hace una visita á la tumba de su amado padrino; Anté la acompaña siempre, pues desde la partida de Sebastian, pasa la noche en el fuerte. Alejo marchó también; y, sin embargo, la joven amante, resiste con rostro alegre y animado aquella ausencia; sus cabellos han crecido mucho ya, y á su vuelta, Lucia le ha prometido que será su esposo. Lirupé, más pálida, y abatida que ántes, espera con impaciente agitación, el resultado de su riguroso ayuno; su esposo, más esquivo que nunca, pasa muchos dias ausente de su lado, sin que nadie parezca inquietarse por tan extraña conducta. Una mañana que Lucia se ocupaba de arreglar sus hermosos cabellos, delante del pequeño espejo que tenía frente al lecho, cubiertas las desnudas espaldas con una sencilla camisola de blanco lino, en tanto fijaba distraídos sus ojos, en la propia imájen; le pareció sentir un ligero ruido cerca de sí; y suponiendo desde luego, fuese su fiel Anté, le dijo, sin volverse: «Hija mia, alcánzame esa manta que esta ahí;» pero como no recibiese respuesta alguna, se volvió y vió que estaba sola. La joven continuó peinándose, y miéntras que con una de sus bellas manos, sujetaba la inmensa cantidad de cabellos que tanto la embellecían, paseaba indiferente miradas de un lado á otro de la pared en que estaba colgado el espejo. De repente, por una de las muchas grietas que se habian formado en el barro de la pared, creyó ver dos ojos relucientes, que con extraña fijeza la miraban; su primer movimiento instintivo, fué cubrirse con ambas manos el desnudo seno y volver el rostro á otro lado; pero luego, un impulso involuntario de curiosidad, le hizo mirar de nuevo. Los ojos habian desaparecido ya, la luz tan sólo, filtraba por entre las junturas. «Era Anté,» dijo Lucia en voz alta. «¡Jesús me valga! ¡Qué susto me ha dado!» Sin embargo, cuando más tarde interrogó á la india, ésta le aseguró no saber de qué le hablaba, y que jamas se hubiera atrevido á espiarla, habiéndoselo ella recomendado tantas veces. Lucia, aunque sin dar entera fe á las palabras de su ahijada, no se alarmó con tan extraña circunstancia, contentándose tan sólo con tapar aquellas grietas con algunas de sus ropas. Los dias corren. Sebastian no puede ya tardar, y don Ñuño se felicita interiormente de lo infundado de sus temores. Los Timbúes continúan tan pacíficos como ántes, dando á los Españoles continuas pruebas de amistad; especialmente Siripo, que viene con frecuencia al fuerte y habla del triste estado de su hermano, á quien cree poseído de algún mal espíritu.

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CAPÍTULO XIX. Horrible, ¡most horrible! SHAKESPEARE 1 .

Una noche, poco despues de las doce, don Ñuño, que en ausencia de Sebastian, dormia en una de las habitaciones de Lucia, se hallaba profundamente dormido soñando que un escuadrón de moros que sobre él caia, destrozaba su tropa y le forzaba á huir. Agitado por tan terrible sueño, despertó el viejo soldado bañado en sudor, y aún despierto, costábale convencerse de su engaño. La luz de la luna, en toda su plenitud, entraba por la puerta, que por efecto del excesivo calor, habia dejado abierta; el aire, que á esas horas refresca la atmósfera, volvió la calma al anciano; pero como en la avanzada edad, cuesta tanto conciliar el perdido sueño, don Ñuño, sin poder dormir, se agitaba en su lecho. De improviso, le pareció oir rumor lejano de pasos que se acercaban, y creyéndose aún impresionado por su desagradable sueño, se incorporó para escuchar mejor; pero no era ilusión, sus oidos de soldado no le han engañado; gente se acerca, y á pesar de que marchan con sigilo, en el silencio de la noche se oye el ruido de las hojas secas, que quiebran con sus pisadas. Sin atender á más, monta el arcabuz que á su lado tiene y aguarda unos pocos segundos. El ruido ha cesado, pero el reflejo de la luna desviado por un cuerpo que se arrastra suavemente por el suelo, le muestra que su sospecha no fué vana. El prudente anciano, no sabe qué creer; le parece un indio, aquel que, inmóvil quedó tendido cerca de la puerta; ¿pero qué busca aquel indio? ¿Vendrá solo? No, que oyó pasos de muchos; ¿qué hará? Está tan cerca de Lucia; ¿si los

1 El mismo epígrafe utiliza Victor Hugo en "Les têtes du sérail" (111), del libro Les Orientales, citado por Mansilla en el epígrafe de un capítulo anterior. Esta oda fue escrita pensando en el desastre de Missolonghi, cuando - d i c e uno de los epígrafes del poema de Hugo-: "tous les journaux d'Europe annoncèrent alors la mort de Canaris, tué dans son brûlot par une bombe turque, devant la ville qu'il venait secourir. Depuis, cette nouvelle fatale a été heureusement démentie". Los versos de Shakespeare se refieren a la muerte a traición del padre de Hamlet, circunstancia (la traición) que se da también en el poema de Hugo y en la novela de Mansilla. "Thus was I, sleeping, by a brother's hand / Of life, o f crown, of queen, at once dispatch'd: / Cut o f f even in the blossoms of my sin, / Unhousel'd, disappointed, unanel'd, / N o reckoning made, but sent to my account / With all my imperfections on my head: / O, horrible! O, horrible! most horrible!". Corresponde al parlamento del espectro, padre de Hamlet, asesinado a traición por su propio hermano y con la complicidad de su mujer. Se está anunciando aquí el asesinato de Marangoré por su propio hermano Siripo, y también se coloca la ruptura de relaciones entre españoles y timbúes en el registro de una verdadera fraternidad traicionada y quebrada. (Shakespeare 1975, 1.037, Hamlet, Acto I, Escena V). LT. (Lunes 2 y Martes 3 de Julio, n.° 1.972, col. 5): Capítulo IX [E],

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habrán sentido los suyos? En la duda, observa con ojo vigilante, aquella masa negra que parece inerte, y se prepara á disparar su arma, al primer movimiento que haga. Lucia, que también ha creido oir ruido de pasos, llama con dulce voz á Anté, que duerme al pié de su cama y le pregunta si oyó algún rumor. Apénas la india responde, que creyó reconocer pisadas humanas, un tiro que partió de la habitación inmediata, llenó de espanto á las dos mujeres. Saltó Lucia de la cama, y medio desnuda, corrió á echarse á los piés de una imágen, imitando Anté su piadoso movimiento. Una confusion de gritos y de tiros se sucedían sin tregua. Don Ñuño, despues de disparar su arcabuz y sus pistolas, matando de cada tiro un indio, cayó al fin abrumado por los golpes de macana, que le asestaban furiosos cuatro salvajes. El fuerte, rodeado, cercado por todos lados, de enemigos que habian sorprendido dormidos á los confiados Españoles, presentaba el más horroroso cuadro de matanza y desolación. En el mismo cuarto en que el valiente anciano yacia tendido en tierra, con el desnudo cuerpo ensangrentado y desfigurado, por los golpes de macana á que habia sucumbido, un odioso espectáculo, aumentaba el horror de aquella escena. Marangoré y Siripo luchaban cuerpo á cuerpo, disputándose la entrada de la habitación de Lucia, semejantes á dos rabiosas fieras, que encarnizadas se embisten y se despedazan. El traidor, se veia traicionado á su vez. Un grupo de indios los contempla en silencio; por todos lados se oyen alaridos y quejidos; los tiros han cesado, los Españoles no oponen ya resistencia. Oviedo, cubierto de heridas, sucumbe alentando á los pocos soldados que le quedan. Silencio de muerte sucede á las amenazas, á los gritos feroces y á la detonación de las armas de fuego. Siripo, sin dar tregua á los recios golpes de macana, que con salvaje ferocidad descarga sobre su brioso hermano, que debilitado por el voluntario ayuno, no resiste con la fuerza costumbrada, incita á los suyos para que den muerte al cacique, llamándole endemoniado, poseido de los malos espíritus. Por fin, uno de los indios, seducido por las palabras del pérfido Siripo, derriba de un macanazo al hermoso cacique, que cayó en tierra sin vida, víctima de su pasión tan desgraciada. Sin atender á más, lánzase el vencedor desatinado al cuarto de Lucia, tómala, á pesar de sus gritos, entre los ensangrentados brazos, y saltando sobre cadáveres de indios y Españoles, corre en dirección á sus chozas, dando feroces alaridos. La desventurada joven, suelto el cabello, y apénas vestida, con su hermosa cabeza colgando por sobre el hombro del indio, vió en aquella rápida carrera, el cadáver de su anciano padre y del infeliz Marangoré, revueltos en espantosa confusion, con los de los indios, que cayeron heridos por los certeros tiros del anciano. El horror aceleró los latidos de su corazon, perdió el sentido, y fria y casi sin vida, quedó exánime en brazos del feroz cacique.

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CAPÍTULO XX. Listen and if a tear there be Left in your heart, weep it for me. MOORE 1 .

Cuando Lucia vuelve de su desmayo, el dia está ya muy adelantado; un sol ardiente inunda los campos con su luz rojiza. El primer momento, creése presa de una terrible pesadilla, agolpándose á su memoria las horribles imágenes que había visto en aquella fantástica carrera. Pasa las manos por su abrasada frente, vuelve los ojos en derredor, hállase en una choza estrecha y miserable, y al fijar la extraviada mirada en su desnudo cuerpo, cubierto apénas por lijeras y estrujadas ropas, la horrible realidad, se le presenta en toda su más palpable verdad. Amargas lágrimas brotan de sus ojos, hondos suspiros arroja su pecho, siente un terror extraño, indefinible; hállase sola, abandonada; y el nombre de Sebastian se escapa mil veces de sus labios, confundido con repetidos sollozos. ¿Qué ha pasado? ¡Ay! Aquel cadáver desfigurado, pisoteado; aquella confusion, aquellos tiros disparados en el silencio de la noche, el lugar en que se encuentra; ¡oh! no hay duda, han dado muerte á su padre, y está ella misma en poder de sus verdugos. Apénas estas crueles reflexiones han sumido su espíritu en nuevas tinieblas, cuando el deforme cuerpo de un indio cubre la estrecha puerta. La infeliz mujer lanza un ahogado gemido; y sin saber qué es lo que teme, ni qué es lo que más le asusta, en tan crítico momento; viéndose expuesta á las miradas del indio, que teme más que sus flechas, oculta el rostro entre las manos. «Nada temas, luz de la Pampa, astro del dia,» le dice el indio, que no es otro sino Siripo, «yo soy ya, el único cacique que manda en estos lugares; Marangoré ha muerto; me perteneces á mí solo; y yo no permitiré que nadie te ofenda!» «Eres más bella que el mismo cielo,» agregó tratando de descubrirle el rostro. Más ella, al sentir el contacto de aquellas manos, como si hubiesen sido un hierro candente, echóse atrás con brusco movimiento; y descubriendo el

' "Listen, and, if a tear there be / Left in your hearts, weep it for me". (Moore 1823, 46). En la versión de Mansilla faltan las comas que encierran "and", y la "s" en "hearts". ("Escuchen, y si una lágrima ha / Quedado en sus corazones, derrámenla por mí.") Estos versos en el poema original de Moore son dirigidos a los lectores en un pedido de compasión por parte del ángel enamorado. Es probable que Eduarda transforme la palabra "corazón" al singular porque de esa manera reduce al interlocutor de esas palabras a uno solo, y se adecúa mejor al significado que el epígrafe adquiere a lo largo del capítulo en que Lucía le ruega a Siripo, en pleno llanto, que se apiade de ella y le devuelva a su esposo. En la versión de Eduarda, la traducción sería: "Escúchame, y si una lágrima ha quedado en tu corazón, derrámala por mí." Capítulo publicado en LT. del Miércoles 4 de Julio, n.° 1,973, col. 1.

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rostro inflamado por una indignación que la hacia más bella, dijo con acento que hizo retroceder al cacique: «Aparta, indio, aparta! ¿Cómo te atreves á poner tus infames manos en mi rostro? Aparta, ó teme que mi ofendido esposo, á su vuelta, vengue como cumple tan torpe acción.» «Calma, bella Española, la cólera que te enardece; calma esa irritación que enciende tus mejillas como rojas achiras 2 , y da más brillo á tus ojos, que el rutilar de las estrellas. No quiero sino asegurarte, que en el lugar en que Siripo mande, serás reverenciada y obedecida por todos. Desde este momento, eres mi mujer; serás dueña de cuanto poseo; indios é indias reconocerán en tí desde hoy á su soberana.» «¿Qué dices, infiel?» exclamó Lucia con trémulo acento; «¿qué espantoso delirio se apodera de ti? ¡Huye de mi presencia, monstruo! ¿Cómo te atreves? ¡Ay! ¡Sebastian! ¡Sebastian!» gritó la desgraciada Española con acento desgarrador, y echó á llorar de nuevo. «Calma ese llanto, torcaza mia,» agregó Siripo con voz cariñosa; «no te agites, no estrujes con cruel dureza esas mejillas más frescas que el fruto del quelghuen 3 ; él mismo consentirá en que seas mia, él mismo hablará en mi favor, ya lo verás, pronto has de verle.» «¿Qué dices, indio, qué dices?» preguntó Lucia con avidez. «¡Ah! vuélveme á mi esposo, vuélvemelo, y te perdono y te bendigo. ¡Ah! Siripo, ten lástima de mí, que ningún mal te hice!» Y Lucia tendia sus manos suplicantes al cacique. «¡Oh! qué hermosa estás así! Atiende, pronto vuelvo,» replicó el indio. «Entretanto, enjuga esas lágrimas que empañan el brillo de tus ojos. Pronto, tórtola mia, vendré á hacerte compañía;» y al decir estas expresiones, Siripo dejó la choza. «¡Dios mió, Dios mió!» exclamó Lucia, levantando sus ojos al cielo, «¿qué es lo que me aguarda? Aparta, Jesús mió, este amargo cáliz de mis labios 4 , vuélveme á mi esposo!» Y la infeliz, deshecha en llanto, cayó en el más completo abatimiento. Todo aquel dia lo pasara Lucia entregada á su dolor, sin fijar siquiera la vista en los alimentos, que unas dos indias, con obsequiosa solicitud, habian 2

Achira: "f. Planta suramericana de la familia de las Alismatáceas, de tallo nudoso, hojas ensiformes y flores coloradas, que vive en terrenos húmedos. Arg. Nombre de varias especies de plantas pertenecientes a la familia de las Cannáceas, de 1 a 2 m de longitud, hojas alargadas y flores que por lo común se hallan en la gama del rojo al amarillo." (DRAE 2001; DHA 2004). 3 Hay algunas palabras mapuches aproximadas y de significado compatible: "quelenlahuen o quellenlahuen: s. Arbusto de hojas aromáticas. Los indígenas colgaban un gajo a la entrada de sus moradas a fin de alejar los malos espíritus" (Erize 1960). También "quelleñ: Frutilla cultivada" o "quellqueñ: s. especie de frutilla usada para parar la hemorragia en los partos." (ibídem). 4 Cita que describe el episodio de Jesús en el Monte de los Olivos. Después de la cena, Jesús y sus discípulos fueron al monte de los Olivos, donde según Mateo (26, 30-32) y Marcos (14, 26-28), les aseguró que resucitaría. Al presentir que la hora de su muerte estaba cerca, se retiró al huerto de Getsemaní, donde, "lleno de angustia" (Le. 22, 44), meditó y oró. Una muchedumbre enviada por los sacerdotes y los ancianos judíos, conducida por Judas Iscariote, lo arrestó en Getsemaní. (Santa Biblia 1964).

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colocado á su lado. Nada ha respondido, ella tan afectuosa, á las amables expresiones con que aquellas incultas criaturas trataban de mitigar su dolor, siendo para su corazon mayor tormento, escuchar palabras, que le revelan claramente la horrible suerte que le aguarda. A la entrada de la noche, un extraño rumor aumentó su alarma; oyó gritos y alaridos; agitada por una terrible aprehensión, se asomó á la puerta de la choza. El espectáculo que vió, heló la sangre de sus venas. Todos los indios, armados de teas encendidas, estaban formados en círculo. En medio de ellos, una media docena de indias viejas, que parecían brujas, se ocupaban á la luz vacilante de las teas de arrancar los dientes al cadáver de Marangoré, operacion que tenía por objeto, hacer de aquellos dientes un collar, que los indios estimaban sobre cualquier otro adorno, por haber pertenecido á un valiente que habia muerto en la refriega; siendo este, privilegio de aquellas horribles parcas, que despues lo cambiaban por objetos de más utilidad para ellas 5 . Siripo presidia esta reunión, y la infeliz Lirupé, abrazada del frío cadáver de su esposo, se lamentaba sin cesar, con los más angustiosos gemidos. No pudiendo resistir aquella horrible ceremonia, volvióse Lucia al interior de la choza temiendo que su razón la abandonara. Aquella misma noche, enterraron al difunto cacique, sin preocuparse mucho de la manera como habia sido muerto, pues todos estaban muy complacidos con tener al popular Siripo á su cabeza, siendo así que, en los últimos tiempos, Marangoré se habia procurado muchos resentimientos, no faltando quien hiciese correr sobre él perjudiciales voces. Sólo la apasionada Lirupé, siguió, con rostro desfigurado por el sufrimiento, el cortejo fúnebre del ingrato cacique; notando todos, cómo en pocas horas, se habia marchitado la flor de aquella hermosura. Cuando acabó la ceremonia, la desesperada viuda, de vuelta al campamento, buscó la choza en que se hallaba Lucia, guardada por algunos indios; y merced al antiguo ascendiente que, como mujer del cacique tenía, logró penetrar, hasta donde estaba ésta temblando á cada momento, á la idea de ver aparecer de nuevo á Siripo; pero la infeliz, reconociendo á Lirupé, corrió á pedirle que la amparase. La india, con seco ademan, la rechazó, diciéndole: «Española, causa de mi tormento, pérfida y más cruel que el gavilan, que se complace en dar muerte á la inocente tórtola; vengo á vengarme, vengo á pedirte cuenta de mis lágrimas, de mis noches solitarias y desesperadas. Tú sola me lo has arrebatado; la luz de tus ojos, más relucientes que las inquietas luciérnagas, fué causa sola de su desvío. ¿Acaso yo pensé jamas en atraer las miradas de tus blancos Españoles? No te bastaban ellos . . . . ¡Ah! pérfida, vas á morir á mis manos, tiembla!» «Lirupé, Lirupé, hermana mía, no desvaríes; tu dolor te extravía, vuelve en tí; ten compasion de mí, que soy también desgraciada. ¡Ah! si tu bravo Marangoré estuviese aquí, él me defendería, me volvería á mi esposo.» 5

LT.: ellas (1)/(l) Guevara.

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La india, con acento airado, replicó: «¿Le llamas, cristiana, le llamas? Es en vano; está tendido sin vida detrás del montecillo de Keiges 6 ; no te oirá, no; está su cuerpo ya frió; sus brazos endurecidos por el hielo de la muerte, no me han devuelto mis abrazos; él tan apasionado, tan amante; pero . . . . prepárate, vas á morir; tú le has dado muerte, tú harás que los gusanos roedores, devoren sin piedad aquel cuerpo tan esbelto como el árbol del alerce, que está á la puerta de la choza de mi padre.» Luego, con acento más tranquilo, agregaba la infeliz criatura: «Recuerdo la vez primera que le vieron mis ojos. El reflejo del sol poniente, doraba sus bellas facciones; sus miradas se fijaron en mí; y desde entonces me disgustó el astro del dia. «Mi pensamiento no tuvo ya otro alimento. Pero, ¿qué es lo que recuerdo delante de tí, cristiana? Mira, ¿vés estas dos flechas que oculté á las miradas de todos? Una de ellas te dará muerte así que la luna se muestre sobre el horizonte; y en seguida, despues de vengada, la india Lirupé, irá á dormir también en brazos de su cacique.» Lucia, conmovida por el dolor de la india, olvidando sus terribles amenazas, la decia con dulce habla: «¡Pobre amiga mia, eres muy infeliz, han muerto al que tanto amabas. Cuánto me duelen tus quejas!» Irritada por tan dulces expresiones, iba Lirupé á lanzarse sobre la indefensa joven, cuando la llegada de Siripo puso fin á tan penosa situación; ordenando al punto á los indios que le seguían, le dejasen solo con la Española. Lucia, al escuchar aquellas odiosas palabras, pidió á Lirupé le diese muerte ó se quedase con ella; pero ésta, sin atender á sus súplicas, con la razón extraviada y sin ocuparse más de sus celos, corrió desatinada en dirección al bosquecillo en que habia sido enterrado Marangoré, seguida de muchos indios, que trataban en vano de volverla á su choza. Apénas habían quedado solos el indio y su víctima, cuando un ruido de voces hízose oír de fuera. Lucia, creyendo reconocer la voz de su esposo, arrojó un grito de gozo. Y al punto, el mismo Sebastian se presentó en medio de ellos. Cual ave herida que descubre por fin el lejano nido, corrió á abrazarse de su esposo la infeliz criatura, exclamando con acento reconocido: «¡Gracias, Dios mió, gracias; tú me lo has vuelto!» Entretanto, Sebastian, sin darse cuenta de los encontrados sentimientos que luchaban en su pecho, ora estrecha cariñoso entre sus brazos á su esposa, ora fija airadas miradas sobre el cacique, que con sonrisa diabólica los contempla. Hurtado habia vuelto al fuerte aquella misma noche, adelantándose á sus compañeros, seguido tan sólo de Alejo. ¡Cual sería su espanto, al encontrarlo desierto, guardado sólo por los mutilados cadáveres de sus valientes defensores! Corre al cuarto de Lucia, cuya puerta obstruida por un lago de sangre cede al fin 6

La palabra más aproximada es, en guaraní, "Kaygua": "Porongo, mate, calabacita para la infusión o el té" (Guasch 1961, 573). Perfectamente puede aludir a un montecillo donde crecieran estas calabacitas.

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á los recios golpes con que la derrumba, y halla tan sólo á la infeliz Anté, muda de espanto, que sólo responde con ahogados sollozos á sus ávidas preguntas. ¿Qué es de su esposa? ¿Cómo halla allí el cadáver de su viejo amigo, que parece haber caido en aquel sitio, en defensa del tesoro confiado á su cariño y vigilancia? Anté no puede hablar, su garganta arroja inarticulados gemidos, y al fin de muchos esfuerzos, pronuncia el nombre de Siripo por repetidas veces, y caé sin sentido, al recuerdo de tan espantosa noche. Vuela Sebastian al campamento, sin cuidarse de la india, y se presenta en la choza, sin que nadie piense en impedírselo, y es Alejo quien presta los primeros socorros á su infeliz amante. En vano quiere seguir á su jefe; ésta le pide con las más tiernas expresiones no la deje sola en aquel lugar de muerte. Repuesto ya de su emocion, con gesto amenazador, se vuelve Sebastian al indio: «Tigre, ¿qué has hecho de mis hermanos?» le dice. «Prepárate á darme cuenta de las lágrimas que has hecho derramar á este ángel. No tardarás en sentir el peso de mi venganza; sigúeme, Lucia.» Siripo, con refinada maldad, contestó con voz suave y meliflua, tendiéndole su mano: «Seamos amigos; yo te perdono tus injurias y te doy mis más bellas mujeres, y tú, en cambio, me darás la tuya; ¿consientes?» No tuvo tiempo el indio de concluir la frase; á pesar de la resistencia de Lucia, echóse Sebastian sobre él, diciéndole con terrible acento: «Pero, ¿qué es lo que te atreves á proponer á un soldado español?» A no ser por la agilidad con que saltó Siripo hácia un lado, la espada del intrépido joven hubiera tomado en aquel momento cumplida venganza de sus crímenes. Más de diez indios, que á una señal del cacique habian acudido, rodearon á Sebastian; y á pesar de sus extraordinarios esfuerzos, lograron desarmarle. Entonces, con cobarde bajeza, empezó Siripo á insultar á su brioso enemigo, que á sus torpes expresiones, respondía tan sólo con el más despreciativo silencio. Lucia, á los piés del cacique, intercedía llorando por su esposo. El indio se volvió diciéndole: «¿Serás mia, mujer? Sólo con esta condicion lograrás calmar mi cólera.» En mustio callar manteníase la joven de rodillas, con la cabeza inclinada sobre el pecho. «Responde, hermosa,» agregó Siripo, con suave acento. «Sí,» responde Sebastian, «mujer cristiana, esposa de un noble Español, responde!» Lucia levantó entonces su hermoso rostro, en el cual las lágrimas habian impreso palidez mortal, y fijando sus ojos en el cielo, respondió con voz serena: «Moriremos; indio, manda que nos den muerte; te desprecio.» «Vais á ser obedecida, tórtola convertida en milano! Separadles; y que dentro de pocos momentos muera él ente sus ojos, clavado por mil saetas; y en seguida, que consuma el fuego ese bello cuerpo, que no ha sido mió.» Y al decir estas palabras, el indio salió de la choza.

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CAPÍTULO XXI. ¿The dreaful hero can it be told ? MOORE 1 .

Alejo, detenido en el fuerte por las instancias de Anté, á la llegada de sus compañeros, que contemplaban consternados el triste espectáculo que á sus ojos ofrecían los cadáveres de sus amigos, tan bárbaramente sacrificados á las brutales pasiones de los salvajes, pensó en el riesgo que corria Sebastian, que solo y apénas armado, habíase lanzado en busca de su esposa; pero sus ardientes expresiones no encontraron eco en los desalentados corazones de los suyos. La imágen desoladora que veian; hablaba con mayor fuerza que las palabras de Alejo; en valde rogó, mandó que le siguiesen; el terror habíase apoderado de aquellos hombres que por primera vez contaban el número de sus enemigos, y ántes que seguirle, permitieron que el generoso joven, acompañado sólo de su fiel Anté, partiera en busca de Sebastian y de Lucia. Cuando los amantes llegaron á un bosque de espinillos que á la izquierda del camino del campamento habia, vieron con un horror que las palabras no alcanzan á pintar, que los dos esposos iban ya á ser sacrificados á la espantosa venganza del cacique; y que ellos, débiles y solos, no bastaban á contrarrestar su inmenso poder. Anté, prendida del brazo de Alejo, sigue con ojos de espanto, por entre las ramas de los árboles, los lúgubres aprestos. Alejo, fuera sí, desesperado, arde en deseos de lanzarse á morir con los esposos mártires y apénas si las débiles manos de la india, bastan á contenerle. Sebastian, atado á uno de los árboles, mira con el alma á su Lucia, que con los brazos ceñidos por fuertes ataduras, le exhorta con cariñosas palabras y angélica dulzura, á soportar cristianamente aquel último trance. En medio de ellos, arde una inmensa fogata de zarzas que chisporrotea, y con su luz rojiza, alumbra el rostro de las víctimas. Los indios, en la sombra, contemplan mudos el dolor de los esposos. Siripo sólo falta, para autorizar con su presencia, la consumación del sacrificio; la luna vela su casto rostro entre densas nubes; ni una estrella presta su dulce luz á tan horrenda noche; todas las aves nocturnas callan en sus nidos; se oye apénas el dulce piar del inocente jilguero, asediado por la traidora vívora 2 . Silencio de muerte reina en la Pampa. ¡Hélo allí! Con pausado pisar, preséntase en medio de su tribu el terrible cacique; todos sienten dentro del pecho mortal terror, todos inclinan la frente ' La cita correcta es: "The dreadful - h o w can it be told?" (Moore 1823, 49). ("Lo terrible - ¿ c ó m o puede ser relatado?") Puede tratarse de una errata de la edición, ya que así c o m o está citado por Mansilla carece de sentido gramatical. Desde el comienzo del capítulo se presenta el horror, que continuará intensificándose hasta la muerte de los esposos. El silencio de los presentes y los susurros de Lucía contrastan con el grito de muerte que lanza Siripo y sella el destino de la protagonista. En LT. del Miércoles 4 de Julio, n.° 1,973, col. 6. 2 vívora por víbora: [E],

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ante el poder del déspota, que toma asiento frente á sus víctimas; sólo ellos, ausentes de cuanto les rodea, no han notado su llegada, fijos tan sólo el uno en el otro. Sebastian, ¡ay! no puede hablar; los bárbaros pusiéronle innoble mordaza, apénas si con sus ojos, fijos como dos estrellas, parece acariciar y proteger aún al ídolo de su corazon. Lucia le conforta sin cesar; sus cristianas palabras, sus cariñosas expresiones, son la divina aureola, que le aisla de sus terrestres padecimientos. «¡Muera!» pronunció el déspota con voz ronca; y al punto una nube de flechas clavó el desnudo pecho de Sebastian. Oyéronse dos gritos, que despertaron los écos de la Pampa y llevaron el espanto hasta las profundas cavernas del yacaré 3 ; el silbido de las flechas que debian atravesar el pecho de su esposo, hirió de muerte el corazon de Lucia; matóla su amor, el exceso del dolor, rompió los lazos que ceñían su alma al hermoso cuerpo, causante de tanto duelo. Los verdugos entregaron á las llamas aquella forma sin vida. Apénas si el fuego devorador ha consumido las lijeras ropas, que la cubren, cuando su alma, unida á la de Sebastian, subió hasta el Cielo, contemplando angustiada sus mortales despojos! Los indios se han retirado; la luna oculta aún el ofendido semblante; la llama de la hoguera, apénas deja ver el cuerpo de Sebastian acribillado de flechas. Sopla de improviso el viento, resuena en lontananza el eco de su voz quejumbrosa; la llama, próxima á extinguirse revive con mayor fuerza, enciéndese de nuevo la hoguera, que incendia, que consume cuanto halla á su alcance. Arden los árboles vecinos, ya el tronco que suspende el desfigurado cadáver, oscila, cae; un momento más, y las cenizas de Lucia y Sebastian se confunden en un último abrazo! A la luz viva del bosque que se enciende, vése un hombre que lleva en brazos una mujer desmayada. ¿A dónde irán? ¿dónde hallarán un abrigo para su amor? ¡La Pampa entera les brinda su inmensidad! El bosque se convirtió en cenizas; hoy no quedan de él ni vestigios, los timbúes, mudaron su campamento el siguiente dia.

FIN DE LUCIA M I R A N D A 4 .

3

Yacaré: voz guaraní que designa al cocodrilo americano. (Neves 1975, 580). "(De or. guar.). 1. m. Am. Mer. caimán (reptil emidosaurio)". (DRAE 2001). 4 LT. (Miércoles 4 de Julio, n.° 1,973, col. 7): FIN.

XII. LA VUELTA DEL MALÓN. Ángel Della Valle. 1892. Óleo sobre tela, 186,5 x 292 cm. Colección Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires.

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