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Spanish Pages [86] Year 2017
VOCES DE LA MÍSTICA Invitación a la contemplación
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VOCES DE LA MÍSTICA Invitación a la contemplación Diseño de la cubierta: Arianne Faber Ilustraciones: Arianne Faber Edición digital: Grammata.es © 2009, Javier Melloni © 2009, Herder Editorial, S. L., Barcelona La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente I.S.B.N. digital: 978-84-254-2713-8
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ÍNDICE
PRESENTACIÓN LAO TSE VALMIKI FILÓN DE ALEJANDRÍA PLOTINO EL SUTRA DEL CORAZÓN SENG-TS'AN LOS PADRES DEL DESIERTO AL-HALLAJ ALGAZEL IBN ARABI JALAL AL-DIN RUMI DOGEN ZENJI EL ZOHAR HADEWICH DE AMBERES MARGUERITE PORETE MAESTRO ECKHART JULIANA DE NORWICH KABIR TERESA DE JESÚS JUAN DE LA CRUZ TUKARAM RABÍ BAAL SHEM TOV ALCE NEGRO SHEIK AHMAD AL-ALAWI RABINDRANATH TAGORE MOHANDAS K. GANDHI RAMANA MAHARSHI PIERRE TEILHARD DE CHARDIN 6
SIMONE WEIL RAÏSSA MARITAIN ARTHUR KOESTLER VIKTOR FRANKL CARLOS CASTANEDA EPÍLOGO BIBLIOGRAFÍA BÁSICA SOBRE EL AUTOR
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Presentación Ante la agitación y la persistente sensación de estar corriendo sin dirección ni sentido, anhelamos otra calidad de existencia. Buscamos alimentarnos, nutrirnos de palabras matriciales que recalifiquen nuestra percepción de la realidad y de la propia vida. Por ello, recurrimos cada vez más al testimonio de los místicos, aquellos de entre nosotros que han alcanzado o vislumbrado un Fondo que sostiene todas las cosas y un Horizonte que las amplía. Lo que en otro tiempo se podía haber considerado raro o exótico hoy lo buscamos como una necesidad, porque intuimos que nos habla de lo que verdaderamente importa, más allá de los afanes cambiantes de cada época. Por ello los místicos han sido llamados «esos empedernidos buscadores de lo Real». Su legado pertenece al patrimonio de la humanidad. De ahí que los textos que hemos recogido procedan de diversas tradiciones religiosas. Incorporamos también testimonios contemporáneos que no se adscriben a ninguna tradición. Y es que la experiencia mística desborda cualquier delimitación confesional o conceptual. Las religiones son marcos interpretativos de tales experiencias, territorios cada vez más cuestionados. Ello también explica el interés contemporáneo por los místicos: apuntan a ese lugar o estado que es previo y posterior a una confesión particular. Los textos que ofrecemos son una selección enriquecida de una columna que viene apareciendo desde hace casi diez años en El Ciervo, una revista literaria y de opinión. Desde diversos ámbitos se insistió en que merecía la pena reunir esos rincones dispersos y ofrecerlos en un solo volumen, como una recopilación de voces esenciales de diversos autores y corrientes que invitaran a la contemplación. Me ha resultado arduo elegir las más significativas entre las más de setenta que ya han aparecido y que seguirán apareciendo. Me he decantado por las que tenían rostro, es decir, por testimonios de nombres concretos, identificables en el tiempo y en el espacio, aunque he hecho algunas excepciones al incorporar anónimos con el fin de ampliar o equilibrar el muestreo de las distintas tradiciones Los treinta y tres textos que presentamos se podían ordenar de modos muy diferentes. Los podríamos haber organizado en función de las cualidades o modos de la experiencia mística: como explosión de un Tú en clave teísta o como inmersión en un Todo en clave no-personalista o advaita; como la 8
diafanidad de la naturaleza y de las cosas; como aumento fugaz del conocimiento... Hubiese sido posible ordenarlos de un modo más neutro: alfabéticamente, para facilitar la identificación de los autores; o bien agruparlos en función de las tradiciones religiosas a las que pertenecen; o, finalmente, presentarlos por orden cronológico, mostrando algunos hitos de cómo esta experiencia ha estado presente en la humanidad a través del tiempo, uniendo lugares y marcos interpretativos. He optado por este último criterio —casi en todos los casos considerando la fecha del fallecimiento de su autor— porque es el que mejor responde a mi motivación a la hora de recopilar estos rincones: convocar el testimonio de algunos seres humanos ante quienes se ha abierto algo del Fondo oculto que yace en el corazón de las personas y de las cosas; una profundidad y una espaciosidad que, de vez en cuando, se iluminan. Ellos, con su vida y sus escritos, han sabido evocarlo contagiándonos su anhelo. Los lectores que deseen ahondar en los maestros espirituales y autores citados pueden remitirse a la bibliografía que se halla al final de esta obra, donde encontrarán las fuentes de las que proceden los textos aquí compilados
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Lao Tse Comenzamos con unos fragmentos radicalmente abiertos al horizonte último de lo existente, ante el cual el lenguaje balbucea y se resiste a nombrar lo innombrable. Son algunos poemas del Tao te king, obra atribuida a Lao Tse (entre los siglos VI-IV a. de C.), probablemente una figura mítica que encarna la esencia del taoísmo. Lao significa «anciano» y Tse «maestro», lo cual da a entender la redoblada sabiduría que rezuma el texto. «El Libro de la vía y de la virtud», tal es la traducción del título, está compuesto por ochenta y un poemas, en los que se destila la doctrina taoísta con una sobriedad exquisita Tao es un término de múltiple significación. Se puede traducir por «camino», «vía» o «curso», pero pretender verterlo en una única palabra implicaría empobrecerlo. Más que un sustantivo, sería un verbo que procura indicar el dinamismo primero y último de todas las cosas. En definitiva, se trata de un vocablo primordial —casi sólo un sonido— que designa la realidad original y originante de la que todo procede. Ella no puede asirse, no puede ser controlada ni poseída. Tan sólo puede ser vivida. La virtud, te, que también significa eficiencia e influencia, es el resultado de configurar la existencia desde la profundidad y la libertad del Tao.
El Tao que se intenta aprehender no es el Tao mismo; el nombre que se le da no es su nombre adecuado. Su nombre representa el origen del universo; con su nombre, constituye la Madre de todos los seres. Por el no-ser, aprehendemos su secreto; por el ser abordamos todos sus accesos. No ser y ser salen de un fondo único, no se diferencia más que por sus nombres. Y ese fondo único se llama Oscuridad. Oscurear esa oscuridad, tal es la puerta de toda maravilla. (Poema 1) Treinta radios convergen en el medio pero es el vacío intermedio 10
el que hace marchar el carro. Se trabaja para hacer vasijas, pero del vacío interno depende su uso. Una casa está agujereada de puertas y ventanas, pero sigue siendo el vacío el que permite que se habite. El Ser da unas posibilidades, y es por el no-ser que se las utiliza. (Poema 11) Al mirarlo, no se lo ve. Se lo llama invisible. Al escucharlo no se lo oye. Se lo llama inaudible. Al tocarlo, no se lo siente. Se lo llama impalpable. Estos tres estadios cuya esencia es indescifrable se confunden finalmente en uno. (Poema 14) Alcanza la suprema vacuidad y mantente en la quietud; Ante la agitación hormigueante de los seres, no contemples más que su regreso. (Poema 16) El Tao se expande como una oleada, es capaz de ir a izquierda y a derecha. Todos los seres han nacido de él sin que él sea su autor. Él consuma sus obras pero no se las apropia. Él protege y nutre a todos los seres sin que se adueñe de ellos. Así, él se puede llamar «Grandeza». Y porque no conoce su grandeza, su grandeza lo consume y perfecciona. (Poema 34)
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Valmiki Una de las aportaciones más genuinas del hinduismo a la mística universal es la noción de la no-dualidad (advaita): el Absoluto (Brahman) y el mundo no son dos ámbitos incomunicables, abismal y eternamente separados (dualismo), pero tampoco forman un todo indiferenciado y confundido (monismo). La mística advaita intuye que los dos ámbitos de lo Real —el Uno, el Creador, y lo múltiple, lo creado— no están en relación de discontinuidad sino de participación. La intuición advaita no es una especulación metafísica sino una percepción existencial que conduce a la plenitud de la conciencia y del amor: todo lo existente es manifestación y participación del Uno, que es lo único que realmente existe y en lo que todo encuentra su consistencia Brahman es el nombre con el que se designa al Ser supremo. Procede de la raíz sánscrita brah-, «expandir». El conocimiento verdadero consiste en percibir la realidad toda como una expansión del Ser en el Ser. No hay lugar, pues, para la tristeza ni para la preocupación que surgen de la ignorancia (avidya) de creerse separado del Uno. El texto que presentamos está tomado del Yoga Vashistha, atribuido a Valmiki (siglos IV-III a. de C. ), el mismo autor al que se le atribuye la versión más popular del Ramayana, poema épico en que se narran las gestas del príncipe Rama Rama es una de las manifestaciones (avatara) de Vishnú, el cual desciende a la tierra cada vez que decae la virtud, tal como dice el Bhagavad Gita (4, 7). Escucha, oh Rama, esta sabiduría, que es la convicción de quien conoce la Verdad. El conjunto del vasto mundo que percibes es el inmaculado Brahman que goza de su propia gloria. Así como son agua las olas que surgen del océano, así también todos los objetos que ves son Brahman. El amigo es Brahman y el enemigo también lo es. Brahman se halla eternamente establecido en su propia existencia. Oh Rama, quienes tienen esta convicción están libres de afección y de aversión y tienen felicidad. 12
Sabe, oh Rama, que la presencia es Brahman y que la ausencia también lo es. Nada está fuera de Brahman, y quienes lo saben están libres de apego y de antipatía. Brahman conoce a Brahman y está establecido en Sí mismo. Oh Rama, Brahman es «yo Soy»; es el Sí interior. La muerte es Brahman. El cuerpo es Brahman. Brahman muere y Brahman mata. Del mismo modo que una cuerda se confunde con una serpiente, también se ven en Brahman alegría y dolor. Lo que las olas son al agua, el mundo es a Brahman. Los verdaderos videntes lo perciben. Pero los demás no han conocido todavía la Verdad, lo ven todo por separado. Quien conoce, ve a Dios en todas partes; el ignorante, en cambio, ve el mundo en toda su diversidad y sufre como sufre un niño que imagina que su sombra es un fantasma.
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Filón de Alejandría Nacido hacia el 30 a. de C. en Alejandría, fue una figura clave en el encuentro entre el judaísmo, la filosofía griega y la tradición hermética de Egipto. Perteneció a círculos contemplativos cercanos a los esenios, pero también se implicó en la vida de su pueblo. Llegó a presidir la comisión que se dirigió a Roma ante el emperador Calígula para protestar por las leyes restrictivas que pesaban contra la comunidad judía. Su abundante obra versa primordialmente sobre exégesis bíblica, pero no sigue el método rabínico, sino que posee un carácter alegórico y místico, en virtud del cual los acontecimientos y los personajes se convierten en representaciones de los estados del alma. Este modo de interpretar y comentar las Escrituras marcó la exégesis cristiana de los siglos posteriores —sobre todo la de Clemente de Alejandría y la de Orígenes— y llegó hasta los comentarios bíblicos medievales, en los que se pueden distinguir cuatro niveles de interpretación: el literal, el alegórico, el tipológico y el anagógico o «místico». No me avergüenzo de relatar mi propia experiencia, que he tenido miles de veces. En ocasiones, cuando deseo volver a mi acostumbrada escritura sobre las doctrinas filosóficas, y conozco muy bien lo que debo escribir, he encontrado mi mente estéril y árida y me he alejado sin hacer nada [...]. Otras he venido con mi mente vacía, y, de repente, me he encontrado lleno de pensamientos sembrados invisiblemente o caídos como nieve de lo alto, de modo que he sido arrebatado de frenesí con la posesión divina, y he perdido la conciencia del lugar, de los que me acompañaban, de mí mismo y de las palabras habladas y escritas (Sobre la emigración de Abraham, 34-35) Mientras nuestra mente derrama luz de mediodía, por así decirlo, sobre el alma entera, brilla en torno a nosotros y nos acompaña, estamos en nosotros mismos, y no estamos poseídos. Pero cuando esta luz alcanza su ocaso, entonces cae sobre nosotros éxtasis e irrumpen posesión divina y locura. Porque cuando la luz divina brilla, la luz humana se oculta, y cuando la divina se oculta, la otra se levanta y brilla. Y esto solía ocurrirles a los profetas. La mente que hay en nosotros se desvanece a la llegada del espíritu divino y, a su partida, vuelve [...]. Porque el profeta, cuando parece hablar, en realidad está callado, y es Otro el que utiliza sus órganos del habla, su boca y su lengua, para proclamar lo que Él quiere. (Sobre quién es el heredero de 14
las cosas divinas, 264-266) Poseída por una sobria intoxicación, la mente está en éxtasis, como los amantes, llena de anhelo y de algo distinto y mejor, y llevada por este deseo hacia la extrema circunferencia del mundo inteligible, piensa acercarse al mismo Gran Rey; pero, precisamente cuando se esfuerza por ver, los rayos puros e incontaminados de la luz total fluyen sobre ella como un torrente, de forma que el ojo del entendimiento queda oscurecido por el deslumbrante brillo. (Sobre la creación del mundo, 71)
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Plotino Discípulo, como también lo fue Orígenes, de Ammonios Saccas en Alejandría durante diez años, Plotino (205-270) se incorporó a la expedición del Emperador Marco Antonio Gordiano a Oriente, con el deseo de alcanzar la India para conocer de primera mano la doctrina de los grandes maestros. Pero la expedición no llegó más allá de Persia. De regreso a Occidente se dirigió a Roma, donde, a los cuarenta años, fundó su escuela de filosofía. Inicialmente impartió una enseñanza oral. Sólo empezó a escribir diez años más tarde. Su obra se encuentra recogida en las Enéadas, nombre que alude a los nueve libros en los que están incluidos, de un modo un tanto confuso, sus cincuenta y cuatro tratados. Su pensamiento es una prolongación de la filosofía platónica, hasta el punto de que en la historia de la filosofía el neoplatonismo se identifica con Plotino. Su sistema se despliega a partir de tres hipóstasis: el Uno, del que emana toda la realidad, el espíritu (noûs), que posibilita la inteligibilidad y conciencia de lo existente, y el alma (psyché), de la que se desprenden los psiquismos individualizados. La obra de Plotino no es especulación, sino experiencia reflexionada y vertida en pensamiento. «Sin verdadera virtud, el Dios del cual se habla es un mero nombre» (Enéada II, 9, 15). A menudo me descubro a mí mismo escapando de mi cuerpo. Extraño a cualquier otra cosa, en la intimidad de mí mismo, contemplo una belleza maravillosa. Estoy convencido, sobre todo en esos momentos, de que me espera un más alto destino en el que se da una vida mejor; me siento unido al Ser divino y, fundado en Él, se produce una actividad que me eleva por encima de los demás seres espirituales. Pero tras este reposo en el Ser divino, regresando de la contemplación al pensamiento racional, me pregunto cómo llevo a cabo en la actualidad este descanso, y cómo el alma pudo nunca entrar en el cuerpo, siendo en sí misma tal como la he visto, aunque esté en un cuerpo. (IV, 8, 1) Un alma no iluminada está privada de Dios Pero si ha sido iluminada, ha alcanzado lo que buscaba. Tal es el verdadero fin del alma: tocar aquella Luz y contemplarla a través de la misma Luz, no con una luz ajena, sino mediante la misma Luz con la cual ve. Porque la Luz que la ilumina es la misma Luz que debe contemplar. Tampoco el sol se ve mediante una luz diversa. ¿Y cómo puede darse esto? Eliminado las demás cosas. (V, 3, 17) El alma contempla a Dios, que se manifiesta repentinamente en su 16
interior, y ya nada media entonces entre ambos. Ya no son dos sino una sola cosa. Mientras perdura la presencia no puede distinguirlos. Es esa unión que tratan de imitar los amantes terrenos cuando quieren ser una sola carne. (VI, 7, 34) En este estado, el espíritu, viéndose, puede ver a Dios (en la medida en que es posible) porque ya no se ve más que resplandeciente, traspasado de Luz inteligible; más aún, se ve convertido en la Luz misma, puro, ágil, sublime, Dios en fin. O mejor, lo que ya era se revela a él en un repentino resplandor [...]. La Luz misma es el objeto de la visión, porque en este objeto de visión no hay, por un lado, lo que se ve y, por otro, su Luz; no hay un pensante y lo pensado, sino sólo una claridad resplandeciente que ha engendrado esas cosas en un momento ulterior. (VI, 7, 3 6) El Uno es la potencia de todas las cosas. Si el Uno no fuera, nada existiría, ni la inteligencia, ni la Vida primera ni la Vida universal. Lo que está por encima de la vida es la causa de la vida; la actividad de la vida, que son todas las cosas, no es la primera, sino que emana del Uno como de una fuente. Imagina una fuente que no tiene ningún origen y de la que proceden todos los ríos sin que la agoten, permaneciendo siempre en calma. Los ríos que surgen de ella fluyen juntos al comienzo antes de diversificarse por cauces diferentes, pero saben desde el principio por dónde pasarán Imagin también cómo la vida recorre por dentro de un grandísimo árbol; su principio permanece inmóvil sin dispersarse por el árbol puesto que reside en sus raíces. Este principio da una multiplicidad de formas de vida a la planta, pero sin dispersarse, ya que, siendo el origen de esa multiplicidad, permanece inmóvil. (III, 8, 10)
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El Sutra del Corazón En el budismo mahayana se considera que este texto —datado hacia el siglo IV de nuestra era— ha alcanzado la expresión más sublime del Prajnaparamita, la sabiduría perfecta. Se canta o recita a diario en las comunidades mahayana. Está referido a Avalokiteshvara, uno de los bodhisattvas más importantes de esta corriente, símbolo de la Gran Compasión. Su presencia en un texto tan abstracto lo hace más accesible. El bodhisattva —«el ser que ha alcanzado la iluminación»— es aquella persona que aspira al nirvana, pero que renuncia a entrar en él hasta que todos los seres también estén iluminados. La noción clave de este sutra es, tal y como sucede en todo el budismo, el «vacío» o «vacuidad» (sunyata), el cual carece de cualquier similitud con la «nada» occidental; ésta es sinónimo de aniquilación y muerte, mientras que el sunyata (de la raíz su-, «hinchar», y que se aplica al vientre materno en gestación) es un estado o dimensión de la realidad que está más allá de toda forma y que, a su vez, contiene y posibilita la manifestación de todas las formas. Sólo aquel que ha extinguido la avidez del deseo es capaz de alcanzar esta Tierra Pura. Los cinco agregados (skandas) que menciona el texto son la base de la antropología budista: el cuerpo, las sensaciones, las percepciones, los impulsos de la voluntad y la conciencia forman un todo compacto que nos da la sensación ilusoria de un yo separado de la realidad. El bodhisattva Avalokiteshvara, abismado en profunda sabiduría perfecta, reconoció que los cinco agregados son vacío y así trascendió todo dolor. Forma no es sino vacío, vacío no es sino forma. Forma verdaderamente es vacío, vacío es verdaderamente forma. Lo mismo vale para las sensaciones y el entendimiento, la voluntad y la conciencia. Las formas de todas las cosas son vacío. No nacen, no mueren. 18
No son puras ni impuras, no disminuyen ni aumentan. De ahí que en el vacío no haya forma, ni sensaciones, ni entendimiento, ni voluntad, ni conciencia. Ni ojo, ni oído, ni nariz, ni lengua, ni cuerpo, ni mente, ni color, ni tono, ni olor, ni gusto, ni nada que se pueda tocar ni imaginar, ni un ámbito de los sentidos, ni uno del pensamiento, ni ignorancia, ni terminación de la ignorancia, y asimismo no hay vejez ni muerte, ni un final de la vejez y de la muerte; ni dolor ni origen del dolor, ni destrucción, ni camino, ni sabiduría, ni consecución. Un bodhisattva vive de esta sabiduría sin perturbaciones de la mente, sin impedimentos y, por tanto, sin miedo Más allá de las ilusiones está el nirvana Los budas del pasado, presente y futuro viven de esta sabiduría perfecta, consiguen esta iluminación suprema, perfecta e insuperable. Has de saber, pues, que la sabiduría perfecta es el gran mantra sagrado, el gran mantra radiante, el mantra insuperable, el mantra sin igual que quita todo dolor.
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Seng-Ts'an Zen proviene del término chino ch'an, que significa «meditación». La práctica fundamental del budismo zen es el zazen, «sentarse en abismamiento». Tal tradición considera que su enseñanza y su práctica llegaron a China desde la India a través de Bodhidharma (siglos V-VI), un brahmán de ojos azules entregado totalmente a la meditación, el cual, tras nueve años de permanecer sentado en silencio ante la pared de una gruta, comenzó a transmitir su conocimiento a Eka, su primer discípulo chino. El budismo que enseñó no era el de las vanas discusiones, sino el de la entrega radical a la práctica de la meditación Eka, a su vez, tuvo un discípulo, Seng-Ts'an (Sosan Daishi, en japonés), considerado el tercer patriarca zen (siglo VI), al que se le atribuye el primer texto zen, el poema Sin sin ming (Shinjinmei, en japonés), que recoge los grandes principios de budismo mahayana, en torno a la doctrina de la vacuidad (sunyata) y la experiencia de la no-dualidad. He aquí algunos fragmentos: La Vía perfecta no es difícil en nada por poco que se evite elegir. Cuando no hay amor ni odio se revela en toda su claridad. Pero si uno se desvía, aunque sea sólo el grosor de un cabello, un abismo profundo separa inmediatamente el cielo de la tierra. Si deseáis que se manifieste, no estéis ni a favor ni en contra. [...] No corráis detrás de los fenómenos, no permanezcáis en la vacuidad. Si el espíritu está unificado en la paz, esta dualidad desaparece por sí misma. [...] Regresar a la raíz es descubrir el sentido, seguir los reflejos es perderlo. Interiorizad la mirada, siquiera un solo instante, e iréis más allá del vacío de todas las cosas. 20
[...] Lo infinitamente pequeño es lo infinitamente grande si se trasciende la relatividad. Lo infinitamente grande es semejante a lo infinitamente pequeño cuando la visión se hace ilimitada. Existencia es no-existencia, no-existencia es existencia. Mientras no lo hayáis comprendido, vuestra posición será insostenible. Lo uno es todas las cosas, todas las cosas no son más que uno. Si conseguís comprenderlo, no necesitaréis atormentaros más acerca del conocimiento perfecto. El espíritu de la fe es a-dual, lo que es dual no es espíritu de la fe. Aquí la palabra se rompe. Ya no hay más pasado, ni presente, ni futuro.
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Los Padres del Desierto El movimiento espiritual de los Padres del Desierto fue una contestación pacífica, casi una revuelta no-violenta, frente al pacto del cristianismo con el Estado (siglo IV). Perdida la radicalidad del testimonio (martyria) de sangre, se buscó el testimonio (también martyria) del espíritu. Una de las sentencias de los Padres del Desierto era: «Entrega tu sangre y recibirás el Espíritu» El primer anacoreta reconocido fue Antonio (muerto en el 356), en el valle del Nilo. Otros parajes del Bajo y del Alto Egipto (Nitria, Kelia, Scitias, Tebas) y de Palestina (Gaza) se vieron poblados de ermitaños durante tres siglos (IVVII), hasta la expansión del islam por aquellas tierras. Algunos de esos ermitaños aglutinaron en torno a sí a discípulos, los cuales llamaron Abbá («padre») a sus maestros y Amma («madre») a las mujeres sabias. De aquí el nombre actual de «abad» en la tradición monástica. Por otro lado, «monje» (monachos) proviene de monos, es decir, «uno», para referirse a aquella persona que, más que apartada, está unificada. De aquellos primeros atletas del desierto han llegado varias colecciones de sentencias (apotegmas), recopiladas a lo largo de los siglos. Las que aquí presentamos fueron reunidas por dos presbíteros romanos, Pelagio y Juan, en la primera mitad del siglo VI. Se le preguntó a un anciano: «¿Cómo debe ser un monje?». Y respondió: «A mi modesto entender, único ante el Único». (XXII, 1) Preguntaron a un anciano: «¿Por qué tengo miedo cuando voy al desierto?» «Porque todavía vives para ti mismo», respondió el anciano. (XXII, 2) Un anciano dijo: «El camino de Dios consiste en hacerse violencia en todo». (XXII, 16) Un hermano preguntó al Abbá Isidoro, anciano de Scitia: «¿Por qué te temen tanto los demonios?» Y el anciano respondió: «Tal vez porque desde que soy monje he intentado que la cólera no subiera a mi garganta» (IV, 22) Es persona aquel que se conoce a sí mismo. Hay personas que parecen guardar silencio, pero su corazón no cesa de condenar a los demás Otros hablan todo el día y, sin embargo, guardan silencio. (X, 51) Cuanto más loco se haga uno por el Señor, tanto más sabio le hará el Señor (XXII, 33) Decían los ancianos: «Si ves a un joven subir al cielo por propia voluntad, agárrale del pie y tírale al suelo, pues no le conviene» (X, 111) Dijo el Abbá Alonio: «Si uno lo deseara de verdad y de todo corazón, en un solo día podría alcanzar la medida de la divinidad» (XI, 6) El Abbá 22
Lot fue a ver al Abbá José y le dijo: «Padre, me he hecho una pequeña regla según mis fuerzas: un pequeño ayuno, una pequeña oración, una pequeña meditación y un pequeño descanso. Y me aplico según mis fuerzas a liberarme de mis pensamientos. ¿Qué más debo hacer?». El anciano se puso de pie, levantó las manos al cielo y sus dedos se convirtieron en diez lámparas de fuego Y le dijo: «Si quieres, puedes convertirte completamente en fuego». (XII, 8) Un hermano fue a la celda del Abbá Arsenio en Scitia. Miró por la ventana y lo vio como en fuego. El hermano era digno de ver aquel espectáculo Llamó a la puerta y salió el anciano, y al ver el rostro de asombro del hermano, le preguntó: «¿Hace mucho tiempo que estás llamando? ¿Has visto algo?» Y él le respondió: «No». Hablaron entre sí y el anciano lo despidió. (XVIII, 1)
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Al-Hallaj Husayn ibn Mansur (858-922), conocido como Al-Hallaj, «el tejedor», en honor al oficio de su abuelo, que era zoroastriano, fue un sufí iraní que predicó por la India y por la región en la que se halla actualmente Pakistán su mensaje extático sobre la unión con Dios y la plena identidad con Él. De regreso a Bagdad reunió un considerable número de discípulos, hasta ser encarcelado por los ortodoxos musulmanes, pues éstos consideraban que blasfemaba contra la fe islámica al proclamar por las calles y por las plazas: «Yo soy la Realidad» (Ana al-Haqq). Tras nueve años de prisión, fue mutilado y decapitado públicamente después de crueles suplicios. Sus escritos y dichos permanecen como una cima de alturas tan deseadas como inalcanzables: la extinción (fana) del yo en el Todo del Tú divino. Su pasión por la unión encuentra paralelismos notables con la mística cristiana, hasta el punto de que hace afirmaciones casi idénticas a las de santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, como: «Vivo sin vivir en mí, / y tal manera espero, / que muero porque no muero». El islamólogo francés Louis Massignon (1883-1962) quedó fascinado por esta figura y fue el primero en introducir a Al-Hallaj en Occidente. He estrechado con todo mi ser todo tu amor. Me dejas tan desnudo que siento que Tú eres todo yo. Estoy en la cárcel de la vida, rodeado de hombres, arráncame hacia Ti, lejos de esta prisión. Si quiero ir a apagar mi sed es a Ti a quien veo en el fondo de la copa. Y si pudiera ir a Ti lo haría, aunque fuera arrastrándome sobre mi rostro o marchando cabeza abajo. Tu lugar en mi corazón es mi corazón completo Nadie más que Tú lo habita. Si te perdiera, ¿qué haría de mi vida? No hay ya para mí alejamiento de Ti desde el momento que he descubierto 24
que tu alejamiento y tu acercamiento son una misma cosa, porque si me dejas, este dejarme tuyo es compañía. ¿Cómo podría ser que tu dejarme me afectase, si el amor hace que te encuentre de nuevo? Tu espíritu se ha mezclado poco a poco con mi espíritu. Y alternando acercamientos y alejamientos ahora yo soy Tú mismo. Tu existencia es la mía, tuyo es mi querer. En aquella gloria no hay yo, ni nosotros, ni tú Yo, nosotros, tú y él, todo es una y la misma cosa. Dadme muerte, compañeros. En morir está mi vida. Mi morir es sobrevivir, mi vida es si muero. La abolición de mi ser es el mejor don el sobrevivir, el peor de los daños. Entre Tú y yo hay un soy yo que me atormenta. ¡Apártese de nosotros mi soy yo! Me he convertido en Aquel a quien amo y Aquel a quien amo se ha convertido en mí Somos dos espíritus infundidos en un solo cuerpo. Si me ves, Le ves y si Le ves, nos contemplamos los dos.
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Algazel De origen persa, este sabio, nacido en 1058 en Gazala (de ahí su nombre) y fallecido en 1111, es considerado una de las personalidades más respetadas en el islam por su equilibrio doctrinal. Después de una sólida carrera intelectual en diversas escuelas, hizo un giro existencial a los treinta y ocho años. Durante una década se retiró para practicar intensamente el camino sufí. Volvió a implicarse en la arena pública durante los cinco últimos años de su vida. Fue entonces cuando redactó su obra más célebre: Al-munqid min al-dalal (El salvador del error), conocida también como sus Confesiones o Autobiografía. En ella describe su recorrido por las diversas corrientes jurídicas y filosóficas de la época, para culminar en el sufismo, que es el camino que transformó su vida y el que considera más completo, por unificar teoría y praxis en la consecución del ser total. La postura moderada pero profunda de Algazel, que purifica de sus excesos el camino sufí, hizo que éste fuera incorporado en la ortodoxia musulmana. Tras la aportación de Algazel, el sufismo es considerado mayoritariamente como parte del patrimonio inalienable y genuino del islam. Cuando terminé con la filosofía, mi interés se dirigió al camino de los sufíes y me di cuenta de que su camino sólo alcanzaba la perfección con la unión de la teoría y la práctica. El resultado de su saber consiste en eliminar las dificultades del alma y en desprenderse de los defectos y aspectos degradantes hasta llegar a vaciar el corazón de todo lo que no sea Dios y hasta llegar a adornarlo con la mención del nombre de Dios [dikr]. Me resultó evidente que a lo más peculiar de ellos no se podía acceder por el estudio sino por la gustación, por el estado místico y por el cambio de cualidades. ¡Cuánta diferencia hay entre que conozcas la definición, causas y condiciones de la salud y de la saciedad y que estés sano y saciado! O entre que conozcas la definición de la borrachera, que es un estado que se origina a causa de unos vapores que ascienden del estómago al cerebro, y que estés borracho. Más aún, el borracho no conoce la definición ni la ciencia de la borrachera, y está borracho sin saber nada de ella, mientras que el abstemio puede conocer la definición y los fundamentos de la borrachera sin tenerla en absoluto. Cuando el médico está enfermo, conoce la definición y las causas de la salud, así como los medicamentos para recuperarla y, sin embargo, la ha perdido. 26
Por el espacio de diez años me dediqué a unos retiros en los que se me revelaron cosas que no es posible comprender ni llegar a su fondo [...]. Para recorrer este camino hay que purificar totalmente el corazón de todo lo que no es Dios. En estado de consagración para la oración, el vehículo es sumergir totalmente el corazón en la mención del nombre de Dios [dikr], y el final es el anonadamiento total [fana] en Dios. Quien no ha sido socorrido con algo de la degustación no percibirá de la verdadera realidad de la profecía más que el nombre, mientras que los carismas de los santos son sólo los comienzos Tres son los grados: la comprobación mediante la demostración es una ciencia; el sumergirse en el núcleo más íntimo de aquel estado es una degustación; y el aceptar de buen grado lo que se transmite de boca en boca y de la experiencia tenida por otros es la fe.
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Ibn Arabi Ibn Arabi, nacido en Murcia (1165) y muerto en Damasco (1240), es el sufí especulativo más importante del islam. Se remontó por las diversas etapas de la experiencia mística, desde los planos sensoriales y racionales hasta llegar a la unión con la fuente de lo real (Haqq). En ella se alcanza la fraternidad universal, ya que el amor se percibe como el origen de la creación divina y solidaria. Su obra principal es la Futuhat al-makkiyya (Las iluminaciones de La Meca), compuesta por quinientos sesenta capítulos, verdadera enciclopedia de la mística musulmana. El primer fragmento que presentamos es el más complejo, pero resulta indispensable para entrar en el universo de su pensamiento. Trata sobre la cuestión del conocimiento de Dios: a Dios sólo lo podemos conocer a partir de nosotros mismos; cada uno de nosotros es la forma a través de la cual Dios se revela. De este modo, el conocimiento de Dios y el conocimiento de uno mismo se convierten en la misma cosa, sin que quede uno reducido al otro, pues es uno el que permite la manifestación del otro. La esencia no se revela más que con la forma de la predisposición del ser que recibe esta revelación. Nunca se produce de otra manera. Desde ese momento, el ser que recibe la revelación esencial sólo verá el espejo divino de su propia forma. No verá a Dios —es imposible que Lo vea—, aunque sepa que no ve su propia forma más que en virtud de este espejo divino. Es exactamente análogo a lo que sucede con el espejo material: al contemplar en él las formas, no ves el espejo, aunque sabes que, gracias al espejo, ves estas formas —o tu propia forma— Dios ha manifestado este fenómeno como símbolo particularmente apropiado para su revelación esencial, para que aquel a quien Dios se revela sepa que no Lo ve [...]. Esfuérzate, pues, en ver el cuerpo del espejo mientras miras la forma que se refleja en él: nunca los verás al mismo tiempo. Esto es tan verdadero, que algunos, observando esta ley del reflejo de los espejos (materiales y espirituales), han pretendido que la forma reflejada se interpone entre la mirada del que contempla y el propio espejo; es lo máximo que han logrado captar en el ámbito del conocimiento espiritual. Pero, en realidad, es como acabamos de decir [...]. Si tú saboreas el hecho de que el ser que contempla nunca ve la Esencia misma, sino su propia forma en el espejo de la Esencia, saboreas el límite extremo que la criatura puede alcanzar; no aspires, 28
pues, a ir más allá y no fatigues tu alma en superar este grado, pues por encima de ello no hay, en principio y en definitiva, más que la pura noexistencia [...]. Dios es, pues, el espejo en el que tú mismo te ves, al igual que tú eres Su espejo en el que Él contempla sus Nombres. Éstos no son otra cosa que Él mismo, de modo que la analogía de las relaciones es inversa (Las iluminaciones de La Meca) Cuando yo vi que Dios había abierto en mi corazón la puerta de la sabiduría y hecho fluir hasta él la corriente de sus mares, cuando hubo sumergido mi espíritu en lo más profundo de sus abismos, advertí, al dirigir mi vista sobre las aguas del océano aquel de la sabiduría, que sus olas, azotadas por los vientos huracanados, se alzaban con furioso bramido; pero si luego contemplaba el oleaje del mar de las intuiciones y de los misterios, que en mi pecho se agitaba, lo encontraba de pronto tranquilo e inmóvil en medio del choque violento y continuo de las olas del otro océano de la sabiduría, movidas con furia por los vientos de la tempestad (Las iluminaciones de La Meca) Hasta ahora ignoraba a mi compañero si no compartíamos la misma creencia. Pero ahora mi corazón acoge cualquier forma: pradera de gacelas, ermita para monjes, templo para los ídolos, Ka'aba para los peregrinos, tablas de la Torá y Libro Santo del Corán. Sólo sigo la religión del amor (Fragmento de la Oda XI)
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Jalal al-Din Rumi Si Ibn Arabi representa la más alta cima de la corriente especulativa sufí, Rumi (1207-1273), autor de una de las obras poéticas más extensas y sublimes del islam: el Mathnawi, es el exponente de la corriente experiencial o afectiva. Ambos fueron contemporáneos y se especula que llegaron a conocerse. De origen persa, el nombre de Rumi probablemente proviene de «romano», porque su itinerario lo llevó hacia tierras de Occidente: se afincó y murió en Konya, en la actual Turquía. La segunda parte de su vida estuvo marcada por el encuentro con un derviche errante, Shams-i Tabrizi, quien lo condujo a alturas insospechadas del mundo espiritual. Fueron compañeros inseparables durante dos años, hasta que Shams desapareció, probablemente asesinado debido a los celos y rivalidades de otros miembros del grupo. En sus poemas Rumi expresa el anhelo de la extinción del yo que permite alcanzar la plena unión con Dios. Asimismo, por medio de la danza giróvaga buscaba que la integridad corporal fuera absorbida en Él, tal como los planetas giran incesantemente en torno al Sol o los electrones giran en torno de su núcleo en cada átomo de la materia. Escucha a la caña cómo cuenta, cómo alza su queja por las separaciones: «Desde que me cortaron del cañaveral, a través de mis sonidos se han quejado hombres y mujeres. Busco un pecho roto y desgarrado por la separación, para explicarle el dolor de mi anhelo. Quien cayó en la lejanía de su Origen busca el momento de volver a la unión. En toda reunión alzaba yo la voz de mi lamento, me juntaba con dichosos y desdichados. Cada cual se hacía mi compañero según sus figuraciones; no buscaban los secretos de mi interior. Mi secreto no está nada lejos de mi queja, 30
pero no tienen esta luz, que es ojo y oído». Ningún velo separa el cuerpo del espíritu ni el espíritu del cuerpo, pero a nadie le está permitido ver el espíritu. Fuego es este son de la caña, no aire. Quien carece de este fuego ¡no es! Es el fuego del amor que cayó en la caña, es el borboteo del amor que cayó en el vino. La caña es compañera de todo aquel que está separado de un amigo. ¡Sus sones han roto nuestro velo! Alguien llegó y llamó a la puerta de su Amigo. Su Amigo preguntó: «¿Quién eres?». Respondió él: «¡Yo!». Le dijo: «¡Vete! No es el momento». El pobre se marchó Durante un año entero, en su viaje, ardió con chispas de fuego por la separación del Amigo. El abrasado maduró. Entonces regresó. De nuevo vagó en torno a la casa de su Compañero. Su Amigo gritó: «¿Quién está en la puerta?». Respondió él: «En la puerta estás tú». Le dijo el Amigo: «Ahora, puesto que eres yo, entra, ¡oh yo! Para dos yoes no hay sitio en la casa» Comenzamos como minerales. Aparecimos en la vida vegetal y en la animal, y después nos convertimos en seres humanos. La humanidad está siendo guiada por un camino de evolución a través de esta migración de inteligencias y, aunque parezca que estamos dormidos, hay una vigilia en el interior que dirige dicho sueño Eso es lo que, al final, nos sobresaltará llevándonos de regreso a la verdad de quién somos. 31
Dogen Zenji Estamos ante una de las figuras más significativas del budismo zen. Dogen (1200-1253) es el fundador de la escuela Soto, basada sobre todo en el ejercicio de la respiración, en contraposición a la escuela Rinzai, más especulativa y que trabaja con los koans. Aristócrata de origen, Dogen se hizo monje de muy joven, a los trece años de edad. Después de nueve años, insatisfecho con las enseñanzas que se impartían en los monasterios japoneses, viajó a China, donde, dos años después, bajo la dirección de un maestro muy riguroso, alcanzó la iluminación. De regreso fue un infatigable propagador de la auténtica práctica de la meditación para poder llegar a la experiencia del satori, palabra japonesa que significa «iluminación» o «despertar». Despertar a la auténtica dimensión de lo real implica percibir que el yo y las cosas no están separados entre sí sino que forman parte de un todo. La práctica del zazen consiste en concentrarse en la respiración para dejar vacía la mente y trascender el ámbito del pensamiento. La experiencia del satori es considerada por algunas escuelas como un momento puntual que marca radicalmente un antes y un después en la vida del meditante. Otras escuelas tienden a concebirlo como un estado progresivo de desvelamiento El logro de la iluminación es como el reflejo de la luna en el agua. Ni se humedece la luna ni se quiebra la superficie de las aguas. Grande es la luna y amplio es el radio de sus rayos de luz, pero cabe toda en una gota de agua. Toda la luna y todo el cielo están reflejados en cada gota de rocío. No poner obstáculo a la iluminación es dejarse, sin más, ser reflejo, del mismo modo que la gota de rocío no impide que se reflejen en ella cielo y luna. El viento ha dejado de soplar, las olas mueren en la orilla, 32
la barca, tras romper las amarras, va apaciblemente a la deriva bajo la claridad de la luna a medianoche. Vaya a donde vaya, venga de donde venga, El ave acuática pierde su rastro, y sin embargo nunca olvida su camino. Cuando no tenemos ningún sitio donde morar, entonces se manifiesta el espíritu puro. Cuando escucho solamente sin pensar, una gota de lluvia en el borde del techo soy yo. Todo sonido que llega a mi oído es una voz, la de un amigo. No existe nada que no hable. El origen y el fin, ni el uno ni el otro son verdaderos. Predicáoslo a vosotros mismos. Es como estar perdido en sueños y con los cabellos erizados. La Vía transmitida a Occidente, yo la he transmitido a Oriente. Pescando la luna, arando las nubes, he buscado el antiguo sabor. El polvo de lo vulgar no puede penetrar en el interior del retiro durante una noche de nieve en el seno de la montaña profunda.
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El Zohar El libro de El Zohar («el resplandor») es una de las obras más complejas y extensas de la cábala hebrea. Kabbala significa «tradición». En todas las religiones y corrientes espirituales hay una transmisión pública — exotérica— y una transmisión para iniciados —esotérica— La cábala pertenece a esta última. Lo propio de ella es la interpretación de la Biblia como el pluriforme desplegarse del Nombre de Dios. El judaísmo, constreñido por la prohibición de toda representación divina y exiliado de su tierra, descubrió en las Escrituras y en cada una de sus letras el soporte de su identidad y de su experiencia religiosa. Llevó el texto de las Escrituras hasta los extremos de la visión y de la especulación sobre los orígenes del mundo y del universo, y trató de escrutar el entramado de su significación en cada uno de sus elementos, en un proceso de emanación a través de las sefirot (término complejo que puede significar «número», «estancia», «palacio»). El libro de El Zohar se presenta como una recopilación de las enseñanzas del rabino Simón ben Yohay, un supuesto maestro del siglo II, pero la obra parece deberse a Moisés de León, un judío castellano del siglo XIII. Por la profusión de imágenes y la originalidad de sus comentarios se ha convertido en referencia obligada no sólo de la cábala sino también de la literatura mística universal Por obra de uno de los misterios más secretos, el infinito alcanzó la nada [ain], aunque las ondas sonoras no puedan en absoluto transmitirse en el vacío. El sonido del Verbo fue, pues, el principio de la materialización del vacío. Pero esta materialización quedaría reducida a un estado de imponderabilidad si en el momento de alcanzarlo no hubiera hecho brotar un punto brillante, el origen de la luz, que es el Misterio Supremo y cuya esencia es inconcebible. Por tal razón el Verbo fue llamado Principio, por cuanto fue el origen de toda la Creación. Está escrito: «Los sabios brillarán con el esplendor del firmamento; y los que enseñaron la justicia a la muchedumbre resplandecerán para siempre, como las estrellas» (Dn 12,3). La palabra esplendor [zohar] designa el punto brillante que el Misterioso hizo brotar al alcanzar el vacío y que es el origen del universo, palacio construido para Su gloria. Este brillo es, en cierto modo, la semilla sagrada del mundo. Tal misterio se desprende de lo escrito en las Sagradas 34
Escrituras: «Y la simiente de la que proviene es sagrada» (Is 6,13). (I, 21a) Desde el misterioso Punto Supremo [la primera de las sefirot, keter («corona»)] hasta el más ínfimo grado de la creación, toda cosa sirve de vestidura a otra cosa y esta otra cosa misma sirve de vestidura a algo superior a ella, y así sucesivamente. De la misma manera, el cerebro, cubierto por una envoltura, sirve de envoltura a otro cerebro superior a él. Todo sirve, pues, de cerebro a lo que es inferior y de envoltura a lo que le es superior. El Punto Supremo proyecta una poderosa luz tan límpida, tan transparente y sutil que penetra todo lugar Así, se forma a su alrededor un palacio que le sirve de vestimenta. Tan sutil es esta luz del Punto Supremo, que la proyecta al palacio inmediatamente inferior a él, formando un aura a su alrededor. La luz del primer palacio, aunque es inferior a la del Punto Primero, es de una intensidad tal que ha formado alrededor del palacio otra luz que le sirve en cierta manera de vestidura, y así sucesivamente. De esta manera, todos los grados de la creación sirven de vestimenta unos a otros; la envoltura del grado superior forma el cerebro del grado que le es inferior. (I, 19b) Todos los misterios de la fe están encerrados en estos palacios, formando un vínculo entre la buena voluntad del hombre y la Voluntad Suprema, a la que llamamos también el Infinito. La sutil e imperceptible luz de la Cabeza Suprema sólo llega a los nueve Palacios. La buena voluntad humana puede acceder a esa luz al ascender a los Palacios. Éstos constituyen, pues, la unión de las Fracciones con el Todo, entre la buena voluntad de los hombres y la Voluntad Suprema llamada Infinito. Por lo tanto, a la luz que proviene del Pensamiento Supremo la llamamos Infinito y es ella la que engendra las buenas voluntades de aquí abajo y las hace remontar de inmediato hacia su fuente. Absolutamente todo tiene su fundamento en esto. (I, 65a)
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Hadewich de Amberes Esta mujer, de la que se conocen pocos datos biográficos, vivió en el siglo XIII, en pleno esplendor de las beguinas y los begardos. Se desconoce con exactitud de dónde procede esta denominación. Tales apelativos podrían provenir de beggen (pedir, suplicar) o también del francés antiguo bege (lana burda y sin teñir), lo cual los haría semejantes al término sufí, propio del islam. Las beguinas eran mujeres (los varones eran llamado «begardos») que se agrupaban en viviendas del ámbito urbano, para entregarse a la piedad, a las obras de caridad y a la contemplación, y se ganaban la vida con trabajos manuales. No formaban comunidades de vida conventual y por lo tanto no tenían superiores canónicos, pero contaron con preceptores y defensores, como el Maestro Eckhart. Constituían ámbitos a los que el poder eclesiástico no podía llegar y acabaron siendo focos de libertad que inquietaron a las autoridades eclesiásticas, hasta que finalmente fueron condenados por el Concilio de Viena (1312) y por Juan XXII (1317). Las beguinas fueron suprimidas porque se ocupaban de altas cuestiones espirituales sin vivir de acuerdo con un estado establecido por la Iglesia. El nombre de Hadewich hubiera caído por completo en el olvido si no fuera porque se conservan sus Visiones, sus Cartas y sus Poemas, todos ellos escritos en lengua vernácula y portadores de una fuerza y una grandiosidad extraordinarias. La razón iluminada comunica algo de Dios a los sentidos inferiores, y éstos llegan a saber que Dios es admirable en su suave naturaleza, terrible y tremendo de puro maravilloso que es; y los sentidos descubren que Dios es todo en todas las cosas y que está en su totalidad en cada cosa. Y así el alma llega a percibir que Dios está por encima de todo y no está elevado; que Dios está por debajo de todo y no está en situación de inferioridad; que Dios está totalmente dentro y no permanece encerrado; que Dios está más allá de todo y, sin embargo, no está excluido. Que Dios esté por encima de todo y no esté elevado significa que exalta y exaltará eternamente esa naturaleza infinita que es Él esencialmente, pero debido a la identidad entre el que exalta y lo que exalta, no se exalta a sí mismo ni es elevado. Que Dios está por debajo de todo y no es inferior significa que en el fondo de su esencia eterna sostiene todas las cosas y las sustenta y enriquece con riquezas proporcionadas, en algún modo tal como Dios goza de las riquezas 36
divinas [...]. Como Él está debajo de todo, también los que aman a Dios han de estar debajo de todo y han de sostener y sustentar con Él todas las cosas. Que Dios esté en lo más íntimo y no permanezca cerrado significa que en todos los que fueron, son o llegarán a ser, cualquiera que sea su condición, Dios disfruta de su propio y multiforme misterio, en su superabundante gloria. ¡Ah! De este interior de Dios es de lo que menos se puede hablar, porque ahí no penetran los caminos de la gente ordinaria. Que Dios está más allá de todo y, sin embargo, no está excluido, significa que cualquier parte de Dios es Dios en su totalidad, y como cada uno recibe alguna cosa de su benevolencia, cada uno comprende a Dios en su totalidad Dios es, pues, totalmente comprendido. Dios es en sus Personas y en sus Energías. Dios está más arriba sin límites; está debajo sin límites y envuelve a todos sin límites con sus Energías [...]. Algo de Dios es Dios y por eso Dios compromete la totalidad de sus Energías en el más ínfimo de sus dones. Sí, algo de Dios es Dios, siendo así que Él subsiste en Sí mismo. ¡Salud! Fuente primera en nuestro interior que nos das el noble saber celestial y el alimento de amor siempre nuevo y en tu inteligencia nos liberas de todo accidente exterior. La unidad de la verdad desnuda, aboliendo todos los porqués, me mantiene en la vacuidad y me adapta a la naturaleza simple de la eternidad de la Esencia eterna. Aquí estoy despojada de todo porqué. Quienes jamás comprendieron la Escritura no podrán razonando explicar lo que yo he encontrado en mí misma, sin medio, sin velo, más allá de todo hablar.
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Marguerite Porete El fuego de los místicos a veces se vuelve real. Tal es el caso de esta beguina, que fue condenada a la hoguera en París en 1310, en un acto público y ejemplar, por haber mantenido su posición sin retractarse ante los tribunales que la juzgaban. Su doctrina, vertida en El espejo de las almas simples, se esparcía por doquier en los monasterios y cenáculos de beguinas y begardos. Su mensaje era complejo pero el lenguaje utilizado era simple, y por ello altamente peligroso. Por medio de unos diálogos de estilo muy peculiar, en los que departen Amor y Razón, o el Alma, la Verdad y otras personificaciones, esta mujer audaz habló sobre el aniquilamiento de la voluntad, del deseo y de todas las demás virtudes y mediaciones —tanto personales como institucionales— para vivir en una pura presencia de Dios, en la que el alma se hace una con Él, desprendida de todo. Esta anulación de las mediaciones es lo que la institución no pudo tolerar Maestro Eckhart estuvo en París un año después de su ejecución, conoció su obra y sus influencias en él son patentes. Casi veinte años más tarde también sus escritos serían condenados aunque a él no llegaron a quemarlo. Dice el Amor al Alma: «Oh tú que has perdido todas tus prácticas y por esta pérdida tienes la práctica del no-hacer, eres verdaderamente preciosísima; ya que, en verdad, esta práctica y esta pérdida son hechas en la nada de tu Amigo y en esta nada —dice Amor— has desparecido y permaneces muerta. Pero tú, amiga —dice Amor—, vives plenamente en su querer. Tal es su estancia donde le place permanecer». (Cap. 51) La expansión del amor divino se mostró ante mí en la luz divina de un relámpago altísimo y penetrante en el cual me mostró, simultáneamente, a Él y a mí. Es decir, a Él tan alto y a mí tan baja, que no pude levantarme ni valerme por mí misma; y allá nació lo mejor de mí misma. (Cap. 132) El Alma está tan ebria del conocimiento del Amor y de la gracia de la pura Divinidad, que está siempre embriagada de conocimiento y repleta de alabanzas del amor divino. Y no solamente embriagada de lo que ella ha bebido, sino totalmente embriagada y más que embriagada de lo que jamás bebió ni beberá. Pregunta Razón: «¡Ah, por el amor de Dios, Amor! ¿Qué significa que esta Alma esté embriagada más de lo que jamás bebió ni beberá?». Responde Amor: «Ese "más" la embriaga no porque haya bebido algo, sino porque ha bebido a través de su Amigo; ya que entre Él 38
y ella, por transformación de amor, no hay ninguna diferencia, sean cuales sean sus respectivas naturalezas [...]. Este vino es la bebida suprema de la cual nadie bebe excepto la Trinidad. Y de esta bebida, sin que la haya bebido, está ebria el Alma aniquilada, el Alma liberada y el Alma olvidada, pero totalmente embriagada y más que embriagada por lo que nunca bebió ni beberá». (Cap. 23) Finalmente el Alma llega al estado primero que es su propio ser, y ha dejado tres [la Trinidad] y ha hecho de dos uno [Dios y la criatura]. ¿Cuándo se da este uno? Este uno existe cuando el Alma es devuelta a aquella simple Deidad que es un Ser simple [...]. Más alto no puede llegar nadie, ni se puede descender más profundamente, ni más desnudo se puede estar. (Cap. 139) Él es y yo no soy. [...] Él está lleno, y de esto estoy llena. Éste es el nudo divino y el amor leal. (Cap. 123) Pensar no me sirve, ni el obrar ni la elocuencia. Amor me ha elevado tan alto —pensar no me sirve— con su mirar divino, que no tengo ningún deseo. Pensar no me sirve, ni el obrar ni la elocuencia [...] Amigo, me has tomado en tu amor para darme tu gran tesoro, que es el don de ti mismo, de ti que eres la bondad suprema. El corazón no lo puede expresar, pero el puro nada-querer lo afina, y así me ha elevado tan alto, en unión y concordia, que nunca podré revelarlo ni lo revelaré. (Cap. 122)
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Maestro Eckhart La figura de Maestro Eckhart (1260-1328) permanece envuelta en brumas. De su vida personal se sabe bien poco. Sólo la podemos entrever a partir de sus escritos, que son de una originalidad sin precedentes. Eckhart se expresa con un lenguaje que llega al límite de la concisión y de la paradoja. Hizo una notable carrera académica, por dos veces fue nombrado profesor de Teología en la Universidad de París; ejerció también como provincial de los dominicos de Germania (1303-1311). Sin embargo, sus escritos más célebres e influyentes son pastorales, sermones pronunciados en el círculo de begardos y beguinas Él deseaba más ser maestro de vida que de letras. La desnudez de la experiencia de Dios que propone, la radical ausencia de mediaciones y sus continuas afirmaciones sobre la igualdad de la esencia humana y la esencia divina —«el fondo de Dios y el fondo del alma son uno y el mismo fondo»— llevaron a que sus escritos fueran condenados post mortem (1329). Murió camino de Aviñón, en espera de la sentencia. Después de siglos de marginalidad, su pensamiento ha sido rescatado a lo largo del siglo xx, más por filósofos que por teólogos. Su obra hace de puente con las religiones orientales. La noción eckhartiana de la nada queda iluminada a partir de la vacuidad budista: no es la nada del nihilismo contemporáneo, sino el Fondo originante del Ser, matriz de la que surgen y a la que retornan todas las formas «Pablo se levantó del suelo y, con los ojos abiertos, nada veía» (Hch 9,8). No puedo ver lo que es uno Él nada veía, y eso era Dios. Dios es una nada y Dios es una cosa. Lo que es alguna cosa, también eso es nada. Lo que Dios es, lo es totalmente. De ahí que el clarividente Dionisio, siempre que escribe de Dios, dice: Él está por encima del ser, por encima de la vida, por encima de la luz; no le atribuye esto ni lo otro y con ello quiere decir que es un no sé qué, que está más allá de todo. Si alguien ve alguna cosa, o si algo penetra en tu conocimiento, eso no es Dios, justamente, porque Dios no es ni esto ni lo otro [...]. A un hombre le pareció una vez en un sueño —era un sueño de vigilia— que estaba preñado de la nada, como una mujer lo está de un niño, y en esa nada había nacido Dios; él era el fruto de la nada Dios había nacido en la nada [...]. Si Dios tiene que ser conocido por el alma es preciso que sea ciega. Por ello dice el texto: «veía» la «nada», por cuya luz es toda luz, por cuyo ser es todo ser 40
(Del sermón Surrexit autem Saulus...) En el atravesar [a todas las cosas] me doy cuenta de que Dios y yo somos uno. Entonces yo soy lo que fui, y allí ni decrezco ni crezco, pues soy una causa inamovible que mueve todas las cosas. En todo eso Dios no se encuentra en ningún lugar más que en el hombre, pues el hombre consigue con esa pobreza lo que él es eternamente y lo que siempre será. En todo eso Dios es uno con el espíritu y ésa es la extrema pobreza que se puede encontrar. (Del sermón Beati pauperes spiritu) En el alma hay una potencia a la que no afectan ni el tiempo ni la carne; fluye del espíritu y permanece en el espíritu y es completamente espiritual Dios se halla en esa potencia tan reverdecido y floreciente, con toda la alegría y gloria como es en sí mismo. Allí hay una alegría tan cordial e indescriptible que nadie puede hablar de ella con propiedad. En esa potencia el Padre eterno engendra a su Hijo eterno, sin cesar, de manera que esta potencia coengendra al Hijo y a sí misma, como el Hijo mismo en la potencia única del Padre. (Del sermón Intravit Iesus...) El Padre engendra a su Hijo en la eternidad igual a sí mismo [...]. Todavía digo algo más: Él lo ha engendrado en mi alma [...]. El Padre engendra a su Hijo en el alma de la misma manera en que Él la engendra en la eternidad y no de otra manera [...]. Y todavía digo más: me engendra en cuanto que Hijo suyo y el mismo Hijo. Todavía digo más: no sólo me engendra en cuanto que su Hijo, sino que me engendra en cuanto que Él mismo y Él se engendra en cuanto a mí y a mí en cuanto a su ser y naturaleza. (Del sermón lusti vivent in aeternum)
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Juliana de Norwich Juliana fue una ermitaña que vivó junto a la ciudad de Norwich, en la Inglaterra del siglo XIV. A los treinta años padeció una enfermedad que la llevó a las puertas de la muerte. Durante la agonía, el viernes 13 de mayo de 1373, después de besar un crucifijo, tuvo dieciséis visiones que se sucedieron a lo largo de todo el día. En ellas se hallaban representados los fundamentos de la fe cristiana: el misterio de la Trinidad, de la creación, de la caída, de la redención y del final de todas las cosas. Entonces recibió y comprendió de modo inefable unas palabras que se han hecho célebres: «Todo acabará bien». El resto de su vida consistió en el ahondamiento y la penetración de lo que recibió aquel día. Es decir, Juliana no fue visionaria más que una vez. Pero lo que había visto en esta única vez iba a nutrir sus meditaciones hasta el final de sus días (probablemente vivió más de setenta años). Entre las peculiaridades de su teología está el hecho de referirse a Cristo como madre, diciendo que «esta bella y amable palabra es tan bonita y tan natural en sí misma que no puede ser dicha en verdad de nadie y a nadie sino de Él y a Él, ya que es nuestra verdadera Madre de la vida y de todo» (Libro de visiones y revelaciones, cap. 60). A los ojos de Dios, todos los seres humanos son una sola persona y una persona es todos los seres humanos [...]. Todo es la humanidad de Cristo [...]. Para todo lo que hay debajo del cielo y que se juntará, el camino es por el anhelo y el deseo [...]. Jesús está en todo lo que será salvado y todo lo que será salvado está en Jesús. (Cap. 51) Vi con tal seguridad que nos resulta más asequible y más fácil llegar al conocimiento de Dios que llegar a conocer nuestra propia alma. Pues nuestra alma está guardada en Dios y tan eternamente guardada que no somos capaces de llegar a conocerla hasta que tengamos primero conocimiento de Dios, que es el Creador, al que está unida. (Cap. 56) Entendía que no hay estatura más alta en esta vida que la de la niñez en la debilidad y en falta de poder y de conocimiento, hasta el tiempo en que nuestra graciosa Madre [Cristo] nos haya llevado a la dicha del Padre. Y allí nos será verdaderamente revelado lo que quiere decir en estas dulces palabras lo que dice: «Todo estará bien, y tú misma lo verás, que todas las cosas acabarán bien». Y entonces la dicha de nuestra maternidad en Cristo empezará de nuevo en las alegrías de Dios nuestro Padre, y este principio durará para siempre jamás (Cap. 63) Nuestro 42
Señor abrió los ojos de mi espíritu y me mostró mi alma en medio de mi corazón. Vi al alma tan amplia como si fuese un mundo sin fin, y también como si fuese un bendito reino, y por lo que vi allí entendí que también es como una gloriosa ciudad. En medio de esta ciudad está nuestro Señor Jesús sentado, verdadero Dios y verdadero hombre, una persona hermosa y alta de estatura, el supremo Sacerdote, el más solemne Rey, el más digno Señor. Y lo vi revestido solemnemente con resplandor. Está sentado en el alma completamente en paz y descanso y gobierna y guarda el cielo y la tierra y todo lo que existe. La humanidad con la divinidad está sentada en descanso. La divinidad gobierna y guarda sin ningún instrumento ni actividad. Y el alma está toda ella ocupada con la bendita divinidad, que es soberano poder, soberana sabiduría y soberana bondad. (Cap. 67) Aprendí que el amor es el significado de nuestro Señor. Y vi con toda seguridad, en esto y en todo, que nuestro Señor nos hizo, nos amó. Y este amor nunca se debilita ni lo hará. Y este amor ha hecho todas sus obras, y en este amor ha hecho todas las cosas que nos sirven y en este amor nuestra vida es eterna. En nuestra creación teníamos un principio, pero el amor con el que nos ha hecho estaba en Él desde antes del principio. En este amor tenemos nuestro principio y todo esto lo veremos en Dios para siempre. (Cap. 86)
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Kabir Kabir («el grande») es el apodo de un poeta tejedor del norte de la India (1440-1518), de origen humilde, musulmán de ascendencia pero libre desde su juventud para entrar en relación con maestros hindúes y practicar meditación con ellos. Después de una experiencia de iluminación se dedicó a difundir su mensaje religioso entre la gente. Invitaba a desear la unión directa con el Absoluto, el cual está más allá de las corrientes religiosas y la estrechez de las escrituras sagradas. Fue provocador con los funcionarios o parásitos de lo sagrado, lo cual le comportó la acusación de pretender autodivinizarse, y fue perseguido. Sus poemas han tenido durante siglos una gran popularidad. Más de quinientos de ellos están integrados en las escrituras sagradas de los sikhs como reconocimiento por su mensaje transconfesional. Tagore fue el primero en darlo a conocer en Occidente mediante la traducción de su obra al inglés. No comprendo cómo el ser humano, tomando un poco de barro que le regala la tierra, construye una casa y acaba gritando: ¡Es mía! Los Vedas y el Corán se equivocan, oh hermano, y causan confusión en tu alma. Recógete únicamente por unos instantes y el Señor Dios se te hará presente. Desgraciado de ti, sondea cada día tu corazón y acaba ya con tus correrías incesantes. Este mundo es semejante a la feria de un pueblo donde nada viene en tu ayuda. Aprendes un montón de mentiras, disfrutas con ellas y parloteas sin cesar por doquier. Sólo el Señor es verdad, el Creador está en su creación, no en un ídolo remilgado. Un río en medio del cielo, allí es donde Él se baña. Medita sobre Él sin cesar y tu mirada lo reconocerá presente en todas partes. 44
Él mismo es el fuego, Él es también el viento. Si el Maestro es quien prende el fuego, ¿quién me podrá salvar? ¿Acaso puede mi cuerpo dejar de quemar cuando invoco el Nombre de Rama? Todo mi ser está absorbido en su Nombre. Esta casa que arde, ¿a quién pertenece? ¿Quién es el siniestrado? Cuando me hayas liberado, ¿a dónde me conducirás? Dime, ¿qué Paraíso será el que reciba de tu gracia? Si me consideras diferente de Ti mismo, explícame en qué puede consistir la liberación. Pero si Tú moras en todos los seres, Entonces, ¿por qué me confundes? Quien distingue entre Salvador y salvado no conoce todavía la realidad. Pero cuando se contempla a Rama en todos los seres, entonces el alma halla el reposo.
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Teresa de Jesús Estamos ante una de las mujeres más fascinantes de la cristiandad, tanto por su carácter y sus iniciativas como por sus experiencias místicas y por el modo en que las dejó escritas. Nacida en el corazón de Castilla en 1515, vivió una infancia y una primera juventud llenas de imaginación y de aventuras, hasta que entró a los veinte años en el convento carmelita de la Encarnación de Ávila, «sintiendo que cada hueso se le apartaba de sí» (Libro de la vida, 4, 1). Durante casi los primeros veinte años perdió el tiempo entre conversaciones y lecturas que, en lugar de suscitar su experiencia orante, la sustituyeron. Después de graves enfermedades — que suelen ser propicias, porque permiten el debilitamiento del ego— se dio su conversión, en la Cuaresma de 1554. Durante los ocho años siguientes se gestó en ella la convicción de que tenía que reformar su orden. Así, la contemplación precedió a la acción y la sustentó. En 1562 consiguió inaugurar el convento de San José, la primera de las múltiples fundaciones llevadas a cabo por toda la península, a las que dedicaría los siguientes veinte años de su vida, hasta su muerte en 1582. Parlanchina de carácter, contemplativa y andariega por vocación, escritora por obediencia, también con frecuencia enferma, supo armonizar en su vida profundidad y cotidianidad, audacia y sencillez, humor y queja. En sus escritos combina narraciones autobiográficas y consejos de maestra. Experiencias unas veces más afectivas y visuales; otras, más intelectivas. En cualquier caso, siempre transformantes, que le permitieron acceder a una comprensión de Dios cada vez mayor y a la certeza de la posibilidad de la plena unión del ser humano con su Fuente, más allá de los límites que ponen las teologías escasas de cada tiempo. Al principio de mi camino era muy ignorante y no sabía que estaba Dios en todas las cosas, y como me parecía que estaba en ellas presente, parecíame imposible. Dejar de creer que estaba allí no podía, ya que me había parecido muy claro y había entendido estar allí su misma presencia. Los que no tenían letras me decían que estaba sólo por gracia. Yo no lo podía creer, porque, como digo, parecíame estar presente, y así andaba con pena. Un gran letrado de la Orden de Santo Domingo me quitó de esta duda. Me dijo que Dios estaba presente en todas las cosas, y cómo se comunicaba con nosotros, lo cual me consoló harto. (Libro de la vida, 18, 15) Estando una vez en oración, se me presentó en breve, sin ver cosa formada, mas 46
fue una representación con toda claridad, cómo se ven en Dios todas las cosas y cómo las tiene todas en sí. Saber escribir esto, yo no lo sé, mas quedó muy imprimido en mi alma, y es una de las mercedes que el Señor me ha hecho y de las que más me ha hecho confundir y avergonzar, acordándome de los pecados que he hecho. Creo que si el Señor fuera servido viera esto en otro tiempo y si lo viesen los que le ofenden, que no tendrían corazón ni atrevimiento para hacerlo. (Libro de la vida, 40, 9) Digamos ser la divinidad como un muy claro diamante, mucho mayor que todo el mundo, o espejo, como el alma [cf. Libro de la vida, 40, 5]; y que todo lo que hacemos se ve en ese diamante, siendo de manera que él encierra todo en sí, porque no hay nada que salga fuera de esta grandeza. Cosa espantosa me fue, en tan breve espacio, ver tantas cosas juntas aquí, en este claro diamante (Libro de la vida, 40, 10) [En la séptima morada del castillo] siempre queda el alma con su Dios en aquel centro [...]. Es como si cayendo agua del cielo en un río o una fuente, donde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cuál es el agua, del río o lo que cayó del cielo; o como si un arroyico pequeño entra en la mar, ya no habrá remedio de apartarse; o como si en una habitación estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz: aunque entra dividida, se hace todo una luz. (Castillo interior o Las Moradas, VII, 2, 4) Otra manera harto ordinaria de oración es una manera de herida, que parece al alma como una si una saeta la metiesen por el corazón, o por ella misma. Así causa un dolor grande que hace quejar, y tan sabroso, que nunca querría le faltase. Este dolor no es en el sentido, ni tampoco es llaga material, sino en lo interior del alma, sin que parezca dolor corporal [...]. Otras veces parece que esta herida de amor sale de lo íntimo del alma. Los efectos son grandes, y cuando el Señor no lo da, no hay remedio aunque más se procure, ni tampoco dejarlo de tener cuando Él es servido de darlo. Son como unos deseos, tan vivos y tan delgados, que no se pueden decir; y como el alma se ve atada para no gozar como querría de Dios, dale un aborrecimiento grande con el cuerpo, y parécele como una gran pared que la estorba para que no goce su alma de lo que entiende entonces, a su parecer, que goza en sí, sin embarazo del cuerpo. (Relaciones, 17-18)
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Juan de la Cruz Juan de Yepes (1542-1591) representa una de las cimas más altas de la mística cristiana y universal. Una cima desnuda, solitaria, exenta de toda concesión y adorno. Dejó paso al lenguaje esencial y su palabra pudo transparentar la belleza más pura. Este ser tímido y silencioso fue arrastrado a la reforma de su propia orden por iniciativa de santa Teresa, veintisiete años mayor que él. En una ocasión, Teresa se refirió a él con cierta condescendencia, llamándolo «medio fraile» por su pequenez física, pero probablemente también por su apocamiento de carácter. Y, sin embargo, «el medio fraile» avanzó como un gigante por los páramos del espíritu, de noche en noche, hasta llegar a una Oscuridad más dulce, más amable, «más cierta que la luz del mediodía, / adonde me esperaba / quien yo bien me sabía, / en parte donde nadie parecía» (Noche oscura). Vivió en su propia carne la mezquindad humana, al ser encerrado por sus propios hermanos durante nueve meses en un sórdido lugar. Durante aquel confinamiento brotaron sus mejores poemas: algunos romances, la Fonte y el Cántico espiritual. Así, de despojo en despojo, se fue llenando de lo único que podía saciar su sed: la divinidad misma. También fue teólogo de sus propios poemas. Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada; para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada; para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada; para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada. Para venir a lo que no gustas, has de ir por donde no gustas; para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes; para venir a lo que no posees, has de ir por donde no posees; para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres. 48
Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo; porque, para venir del todo al todo, has de negarte del todo en todo. Y cuando lo vengas del todo a tener, has de tenerlo sin nada querer, porque, si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro (Subida del Monte Carmelo) Cuando el alma ha quitado los impedimentos y velos del todo, quedándose en pura desnudez y pobreza de espíritu, se transforma en la sencilla y pura sabiduría que es el Hijo de Dios; porque faltando en lo natural al alma enamorada, luego se infunde de lo divino, natural y sobrenaturalmente, porque no se dé vacío en la naturaleza. (Subida del Monte Carmelo, ll, 16) El aspirar del aire es una habilidad que el alma dice que le dará Dios allí en la comunicación del Espíritu Santo, el cual, a manera de aspirar, con aquella su aspiración divina, muy subidamente levanta el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella le aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo. Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado [...]. Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios, como Dios aspira en ella, por modo participado [...]. Lo que en esta transformación pasa cerca de esta comunicación no se puede hablar, porque el alma, unida y transformada en Dios, aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina que Dios, estando ella en Él transformada, aspira a sí mismo en ella. (Comentario al Cántico espiritual, 3, 39
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Tukaram Como Kabir unos siglos antes, Tukaram forma parte de los poetas místicos populares (bhaktas) del llamado período medieval indio. Nació en el siglo XVII, en Maharastra, en el centro del país, y se expresó en su lengua natal, el marathi Padre de familia y comerciante, una serie de muertes, desgracias y fracasos profesionales lo apartaron de la vida exterior y lo llevaron a la introspección y a una vida itinerante. Tukaram representa a las almas sencillas que, tomadas por el Absoluto, cantan su pasión por Dios con plena libertad y sin sofisticación ni especulación ningunas, con imágenes accesibles a las gentes más humildes. En sus poemas se trasluce la experiencia advaita (no-dual) del alma india: percibía que Dios, el ser humano y el mundo no son realidades distintas, sino maneras diversas de manifestarse lo Único que es, y que sigue siendo más allá de las formas que tome en nosotros. El sol que se refleja en el agua del cántaro no se moja por ello. El fuego no es la madera, aunque queme la madera. Pero no es fuego ni madera, sino algo diferente. Del mismo modo, Narayana [Dios] impregna todo los seres vivos a pesar de que es el Puro Ser más allá de las formas: un testigo neutral de todo lo que existe. Cada hombre experimenta su destino en el mundo. Dios se pinta sí mismo en cada hombre mostrando una gama de rasgos y colores infinitos. Pero lo hace sin apego, como un asceta que olvida su apariencia y descuida su cuerpo. Todos nos convertimos en lo que deseamos, somos libres al fin y por ello distintos unos de otros. El bien, el mal, sus zonas intermedias: al elegirlos, queda escrita ya la página de nuestras alegrías y sufrimientos. Dios es un rompecabezas gigante en el cual cada uno de nosotros somos piezas diminutas. Si Lo ves como es, 50
todas las piezas encajaran de golpe en su sitio. Mirada en su conjunto, esta obra tiene un único sentido: muchas llamas que forman una sola luz. Aún tengo una noticia preparada para transmitiros: vacío, vacío está el espejo. Me he tragado mi yo y al hacerlo se han roto lo nudos que apretaban mi cuerpo. Siendo el más pequeño de los átomos, me he extendido hasta los límites últimos del universo.
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Rabí Baal Shem Tov El hasidismo es una corriente espiritual del judaísmo que apareció a partir del siglo XVIII en Polonia y que se extendió por Europa central. Se considera como fundador al rabino Israel ben Eliézer († hacia 1760), llamado Baal Shem Tov (o conocido también por el acrónimo Besht), «el maestro del buen Nombre», del Nombre divino. Hasid significa «piadoso», «humilde», y tiene ciertos paralelismos con la espiritualidad de los anawim del tiempo de Jesús, así como con el franciscanismo cristiano. Se desarrolló en las comunidades rurales judías, marginales y marginadas de la ciudad. Los hasidim celebran la vida y la alegría, porque consideran que Dios está presente en todas las cosas. Lo que distingue al hasid es su humildad (shiflut), que proviene de la conciencia de la caducidad de todo, al mismo tiempo que vive estremecido de gozo (hitlahabut, literalmente: «abrazo») por la percepción de esa presencia de Dios en todas las cosas, lo cual lo lleva al olvido de sí mismo (bittul hayesh) hasta el éxtasis de sí. Del rabino Baal Shem Tov se explican leyendas bellísimas, como que fue exiliado por haber intentado hacer que viniese el Mesías antes de hora para consolar a los niños y a los enfermos. Me elevé a los mundos superiores y vi cosas maravillosas que nunca había visto antes. Es imposible describir con palabras lo que vi y aprendí. Ascendí de nivel en nivel espiritual, hasta que entré a la cámara del Mesías, donde él estudia la Torá con todos los santos y los justos e incluso con Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Aarón, David y Salomón. Le pregunté al Mesías: «¿Cuándo vas a venir, Maestro?». Y él contestó: «Cuando tus enseñanzas se hagan públicas y sean reveladas en el mundo, y tus manantiales se derramen hacia afuera, hacia los extremos más alejados, cuando tu gente sea capaz de realizar unificaciones y elevaciones espirituales como yo te he enseñado y tú has aprendido, entonces dejarán de existir todas las cáscaras, y será un tiempo en que se revelará la voluntad superior y surgirá la salvación». (Carta de 1746 a su cuñado el Rabí Guershon de Kitov) Para sacar al hombre del fango tenemos que meternos en él. Besht se lamentaba de no saber cantar y decía frecuentemente: «Si yo supiera cantar, obligaría a Dios a habitar en medio de los hombres». A su cochero le decía: «Tira tu látigo. Incluso si un caballo debe sufrir un castigo, ¿quién te dice que debes ser tú quien se lo imponga?». El yo del hombre está en constante movimiento. El mío 52
sigue a los grandes para subir y atrae a los pequeños para elevarlos. La santidad, en algunas ocasiones, puede no ser otra cosa que una tentación impura. Imaginad un mirlo blanco en la copa de un árbol. Para cogerlo algunos hombres formaron una torre humana que permitió a uno de ellos encaramarse hasta arriba. Pero los que estaban abajo, al no poder ver el pájaro, perdieron la paciencia y se volvieron a su casa. La escala se rompió y, en lo alto, el mirlo blanco echó a volar Escuchad mis palabras aunque no las comprendáis, hermanos. Un día el Mesías os hablará y tampoco lo comprenderéis; empezad a acostumbraros Su hijo le preguntó: «¿Cómo he de hacer para servir a Dios?» Baal Shem escaló una alta montaña y se arrojó al precipicio. «Así», respondió. En otra ocasión se le apareció como una montaña de fuego que acababa de saltar en mil pedazos incandescentes «Y así también »
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Alce Negro Quizás una de las mayores deudas del Occidente cristiano sea la que tiene con los pueblos indígenas de América. Nuestra barbarie y nuestra altivez doctrinal nos han incapacitado durante siglos para asomarnos a su experiencia religiosa y reverenciarla. En las últimas décadas se está produciendo un movimiento de recuperación que alienta la esperanza de que aún no sea demasiado tarde. Alce Negro (1861-1931), hombre sagrado del pueblo sioux, es una de las figuras que mejor encarna la desventura de su gente. Recibió su experiencia fundante, la Gran visión, a los nueve años. Participó como guerrero en diversas batallas en defensa de su pueblo y soportó la humillación de recorrer Europa en el circo de Búfalo Bill para dar a conocer su cultura y de hacer llegar a Occidente la voz desesperada de su gente. Murió en una reserva, cerca de la tierra que lo había visto nacer, después de haber cargado con la responsabilidad de transmitir los conocimientos y valores sagrados de su tradición. Quienes tuvieron la ocasión de tratarlo percibieron que estaban ante un hombre extraordinario, de cuya tristeza por haber sido testigo de tanta devastación emanaba santidad. Te contaré la historia de mi vida. Si fuera sólo la historia de mi vida creo que no te la diría, pues ¿qué es un hombre para que dé tanta importancia a sus inviernos, aunque lo encorven como una recia nevada? Muchos otros vivieron y muchos vivirán para ser hierba en las colinas [...]. Ahora que oteo los acontecimientos de mi vida como desde una cumbre solitaria, sé que fueron la historia de una visión poderosa que se concedió a un hombre demasiado endeble para utilizarla [...]. La visión conserva su verdad y su poder, porque son cosas del espíritu, y los hombres se extravían a causa de la oscuridad de sus ojos. Yo me veía de pie en la montaña más alta de todas y, alrededor de mí, a mis pies, estaba el aro entero del mundo. Desde esa altura vi más de lo que puedo contar y comprendí más de lo que vi; pues veía de un modo sagrado, con el espíritu, las formas de todas las cosas y la forma de todas las formas que deben vivir juntas en un solo ser El aro sagrado de mi pueblo era uno de los muchos que componían un círculo amplio como la luz del día y el resplandor de las estrellas, en cuyo centro crecía un gran árbol florido que cobijaba a todos los hijos de madre y padre. «Y vi que era sagrado.». Los seis Antepasados gritaron: «¡Ha triunfado!». Después, el más 54
anciano me dijo que regresara con poder al lugar de donde procedía «Miré abajo y vi a mi pueblo sano y feliz, excepto uno, y ése era yo.». Cuando regresé, mis padres me dijeron que había estado doce días enfermo, a punto de morir. Repasando mi visión, la contemplaba de nuevo y percibía el significado, como una parte de mi ser, como un extraño poder que ardía en mi cuerpo; pero cuando una parte de mí mismo quería expresar con palabras su significado, se convertía en una niebla y me abandonaba. Ahora estoy persuadido de que era demasiado niño para entenderlo y que únicamente lo sentía. Recordaba las imágenes y las frases que las acompañaban, porque nada de lo que hayan visto mis ojos ha sido tan claro, tan diáfano, como lo que la visión me mostró; y ninguna de las palabras que escuchó mi oído se ha parecido a las que entonces escuché. No he tenido que recordar estas cosas; ellas se han recordado a sí mismas durante tantos años. A medida que me hacía mayor, los significados resultaban más y más claros gracias a las imágenes y las palabras. Incluso ahora sé que se me enseñó más de lo que soy capaz de explicar.
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Sheik Ahmad al-Alawi Los grandes maestros sufíes no sólo pertenecen al pasado sino que también son contemporáneos nuestros. Entre ellos destaca el argelino Ahmad al-Alawi (1869-1934), cuyos años más fecundos transcurrieron en Marruecos. Perteneció primeramente a una taricja dedicada al logro de prodigios y encantamientos. No creció espiritualmente hasta que conoció al sheik Sidi Hamu Buzidi, de otra tariqa, el cual, al verlo encantar una serpiente, lo retó a que hiciera otro tanto con una serpiente mucho más importante: su propia alma. Le dijo: «Es mucho más grande y venenosa que las que encantas; si eres capaz de dominarla, serás un hombre sabio». Dejó esas prácticas y se entregó de lleno al nuevo camino que le proponían, basado en la repetición del dikr, el recuerdo del Nombre de Alá. A través del flujo espiritual de los Nombres divinos y de una sólida doctrina, fue atravesando las diversas etapas del camino sufí hasta capacitarse para guiar a otros. Hay quien ha señalado el carácter crístico de esta figura, incluso por la semejanza de su rostro al de Jesús. Es su Voluntad que tú Lo conozcas en lo que Él quiere, no en lo que tú quieres; ve, pues, como Él va y no trates de mostrar el camino. Si Lo conocieras en la Esencia, no Lo negarías en las manifestaciones de Ésta Su Voluntad es que Lo conozcas de verdad y no solamente de oídas El exteriormente Manifiesto no está velado sino por la intensidad de las manifestaciones; así pues, está presente con Él y no velado de Él por lo que no tiene ser fuera de Él. No te pares en la ilusión de las formas y no prestes atención a la apariencia exterior de los receptáculos No conozcas a Dios solamente en su Belleza [su expansión] negando lo que te viene de su Majestad [su contracción]; más bien adquiere un profundo conocimiento en todos los estados y considéralo como conviene en los opuestos. No Lo conozcas sólo en la expansión, negándolo en la contracción, ni Lo conozcas tan sólo cuando concede, negándolo cuando retiene, pues un conocimiento así es superficial. No es un conocimiento nacido de la realización. Deja que la Estación te busque; no la busques tú, puesto que ella fue creada para ti, no tú para ella. Si has comprendido cómo todas las letras están incluidas en el Punto, entonces comprenderás cómo todos los libros están incluidos en la frase; la frase, en la palabra; la palabra, en la letra. Podemos decir con verdad: sin letra no hay palabra, y sin palabra no hay libro. La palabra, en verdad, no tiene 56
existencia más que por la existencia de la letra. La diferenciación analítica procede de la integración sintética, y todo está integrado en la Unidad de la percepción, simbolizada por el Punto. Ella es la Madre de todo el libro. «Dios abroga y confirma lo que Él quiere, y con Él está la Madre del Libro» (Corán 13,39). El Punto es esencialmente distinto a las letras «No hay nada semejante a Él, y él es El que Oye y El que Ve» (Corán 42,11). Precisamente, el Punto, a diferencia de todos los demás signos, no puede ser limitado por una definición. Trasciende todo lo que se puede encontrar en las letras en materia de longitud, pequeñez o sinuosidad, de modo que no se lo puede captar visual o auditivamente, como se captan las letras
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Rabindranath Tagore Nació en 1861 durante el llamado «Renacimiento de Bengala», cuando la India comenzó a descubrir su propia identidad. Su propia familia conoció un tiempo de expansión económica Su padre y su abuelo fueron grandes reformadores e impulsores del neohinduismo por medio de un movimiento llamado Brahmo Samaj («Casa de Dios»), el cual estaba influenciado por el monoteísmo islámico. A pesar del bienestar de su entorno inmediato, su vida estuvo marcada por la soledad y la tristeza. Tuvo que soportar la educación severa de un padre santo pero estricto, y fue visitado repetidamente por la muerte: a los catorce años perdió a su madre, confidente y amiga; su esposa murió cuando él tenía veintinueve años y en los años siguientes vio morir a tres de sus cinco hijos. En la poesía y en la educación de los niños encontraría su consuelo. Para ellos fundó la escuela Santiniketan («Morada de la Paz»), donde ofrecía una formación integral, que incluía la música, la poesía y la contemplación, todo ello en contacto con la naturaleza. Estuvo comprometido con la causa de la independencia de la India, pero no políticamente, cuestión que le granjeó críticas y antipatías. Murió en 1941, antes de conocer la liberación de su país. Además de su poesía lírica, que le valió el Premio Nobel en 1913, escribió piezas de teatro, cuentos, novelas, diversos ensayos y también múltiples artículos sobre la religión universal, cuyo origen se remonta a experiencias tenidas durante su adolescencia. A ellas se remitía con frecuencia. Había contemplado durante tanto tiempo el mundo por medio de mis ojos exteriores, que me había incapacitado para percibirlo en su aspecto universal de alegría. Cuando, de repente, desde lo más profundo de mi ser, un rayo de luz encontró su salida hacia afuera, se difundió alrededor e iluminó el universo entero. El mundo dejó de parecerme un amontonamiento de cosas y acontecimientos para revelárseme como un todo. Esta experiencia me hizo conocer la melodía que emana del corazón del universo y que se dilata por el espacio y el tiempo, haciendo surgir de todas partes ecos y olas de alegría que regresan directas a su Fuente. (La religión del hombre) Aquella mañana, en la aldea, se me aparecieron de repente los hechos de mi vida en una luminosa unidad de verdad. Todas las cosas que exteriormente me parecían olas sin rumbo, se revelaron a mi mente en relación con un Mar sin orillas. Tuve la seguridad de que algún Ser que nos abarca a mí y al 58
mundo andaba buscando su mejor expresión en todas mis experiencias, uniéndolas en una individualidad cada vez más amplia, que era una obra espiritual de arte. Ante ese Ser, yo era responsable, porque la creación en mí era tanto mía como suya. Pudiera ser que aquel Ser fuese la misma mente creadora que se ocupa de moldear el universo, de acuerdo con su idea eterna; pero en mí, como persona, tenía uno de sus centros especiales de relación personal, incrementándose en una conciencia profundizadora. Conservaba mis pesares, que habían dejado su recuerdo en un largo y ardiente reguero a lo largo de mis días; pero en aquel instante me parecía que con ellos me prestaba yo mismo a un trabajo de creación que rebasaba mis límites individuales, del mismo modo que los astros, en sus destellos individuales, iluminan la historia del universo. Fue una inmensa alegría para mí, en el aislamiento de mi vida, la idea de un misterioso encuentro de ambos en una camaradería creadora. Sentí que había encontrado finalmente mi religión, la religión del hombre, en que lo Infinito se definía en la humanidad y se acercaba hasta el extremo de necesitar mi amor y mi corporación. (La religión del hombre) Que todas las músicas de la alegría se mezclen en mi canto supremo; la alegría que hace exultar la tierra en una desmedida profusión de hierba; la alegría que hace danzar sobre el ancho mundo a la vida y a la muerte gemelas; la alegría que precipita la tormenta, y toda la vida es despertada y estremecida por la risa; la alegría que reposa tranquila entre lágrimas en el rojo cáliz del loto del dolor; y la alegría, en suma, que vierte sobre el polvo todo cuanto tiene, sin saberlo. (Ofrenda lírica [Gitanjali], LVIII)
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Mohandas K. Gandhi LLamado Mahatma («alma grande») por Rabindranath Tagore, este hombre frágil y enjuto encarnó durante medio siglo la santidad de la acción política a través de su doctrina de la no-violencia (ahimsa). Logró que los ingleses se retiraran de la India no como enemigos sino estrechándoles la mano. Su vida (1869-1948) consistió en la búsqueda de la verdad y se vertió en compasión por los más pobres. «Mi vida es mi mensaje», dijo en una ocasión. Una vida que quedó sellada por el martirio, debido a la intolerancia de sus propios correligionarios, que no aceptaron su postura ante el islam ni su trasgresión continua del sistema de castas. Su personalidad no estuvo exenta de paradojas: de una amabilidad exquisita, pero tenaz y firme hasta la exasperación; sagaz, pero con una inocencia de niño; progresista, pero, en ciertas cuestiones, desconcertantemente tradicional; rápido y diligente para la acción y para la toma de decisiones, a la vez que dedicaba dos horas diarias a la oración y todos los lunes guardaba silencio, independientemente de las obligaciones que entonces tuviera, consciente de que recibía su fuerza de una Fuente de la que no podía prescindir ni un instante y que era más importante que los alimentos que ingería, de los que en muchas ocasiones se abstuvo. Consiguió la unificación entre contemplación y acción, entre lucha y docilidad, mediante la atención a lo que él llamaba «la Voz interior». En el mundo ha habido siempre seres humanos que han asegurado hablar en nombre de la Voz interior. Y sus actividades no han hecho ningún daño al mundo. Antes de ser capaces de escuchar esa Voz, hay que pasar por un largo y muy severo aprendizaje y, cuando es la Voz interior la que habla, es inconfundible. Después de haber realizado un esfuerzo incesante por obtener la autopurificación, he desarrollado una pequeña capacidad para escuchar correcta y claramente la «silenciosa y suave Voz interior» [...]. Cuando afirmo que he escuchado la voz de Dios, no estoy diciendo nada nuevo. Lamentablemente, sólo conozco una manera de demostrar esa afirmación: a través de los resultados. Pero Él da a su siervo voluntario el poder de pasar las pruebas más difíciles. He sido un esclavo voluntario del Amo más exigente durante más de medio siglo. La voz de Dios se ha hecho cada vez más audible a medida que los años han ido pasando Dios nunca me ha abandonado, ni siquiera en los momentos más oscuros Dios 60
me ha salvado muchas veces de mí mismo y no me ha dejado ni una pizca de independencia. Cuanto mayor ha sido mi entrega a Dios, tanto mayor ha sido mi alegría [...]. Para mí, la voz de Dios, de la conciencia, de la verdad, la Voz interior o «la silenciosa y suave voz» significan una única e idéntica cosa. No he visto a Dios bajo ninguna forma, y nunca lo he intentado, pues siempre he creído que Dios no tiene forma. Pero una vez oí algo así como una voz lejana y, sin embargo, bastante cercana. Era tan inconfundible como una voz humana que me hablaba claramente y era irresistible. En el momento en que la escuché no estaba soñando. La escucha de la Voz estuvo precedida por una lucha terrible dentro de mí. De pronto, la Voz me habló. Escuché, me cercioré de que era la Voz, y la lucha cesó. Me quedé en paz. Y tomé la determinación de ayunar periódicamente en recuerdo de aquel día y aquella hora. La alegría me invadió. Sucedió entre las once y las doce de la noche. Me sentí renovado. Dios tiene tantos nombres como criaturas hay. Por eso también decimos que Dios no tiene nombre. Y, así como Dios tiene muchas formas, también consideramos que Dios no tiene forma; y del mismo modo que Dios habla a través de muchas lenguas, también consideramos que Dios no habla; y así sucesivamente. La gota de agua que se ha separado del océano podría tener un momento de descanso, pero la que está en el océano no conoce tal descanso. Lo mismo sucede con nosotros. Tan pronto como nos hacemos uno con el Océano, ya no hay descanso para nosotros y, de hecho, ya no tenemos necesidad de descansar nunca más. Incluso nuestro propio sueño es acción, porque dormimos con el pensamiento de Dios en nuestro corazón. Esta actividad continua constituye el verdadero reposo. Esta agitación incesante contiene el secreto de la paz inefable. Es difícil describir este supremo estado de experiencia humana. Lo han alcanzado muchas almas entregadas y también podemos alcanzarlo nosotros.
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Ramana Maharshi Nacido en el sur de la India en 1880, a los dieciséis años se sintió morir. Postrado en su camastro, experimentó la muerte como una marea negra que se iba apoderando de él desde los pies, lo cual le dio ocasión para tomar conciencia de que él no era los pies; la muerte seguía subiendo por sus piernas, pero tampoco él era las piernas, ni su tronco, ni sus brazos, ni su cuello, ni su boca ni sus ojos. Hasta que sintió con todo su ser que él no podía morir aunque su cuerpo muriera, y que, en verdad, nada muere porque el Ser permanece en todo, hasta en la misma muerte. Absorto por esta experiencia, abandonó su casa y se dirigió a Arunachala, la Montaña Sagrada. Pasó primero algunos meses en un recinto del templo de Tiruvanamalai, la población más próxima. Poco a poco fue recuperando el estado ordinario de conciencia; entonces se retiró a una cueva de la montaña; más tarde a otra. Eran tantas las personas que acudían para consultarle que, finalmente, se construyó un ashram a los pies de la montaña, lugar que no abandonó hasta su muerte (1950). Sentado en su camastro, atendía a la gente casi durante las veinticuatro horas del día. Muchas veces no respondía a las preguntas. Sólo miraba y esa mirada traspasaba de tal modo que alcanzaba el origen de toda pregunta, liberando a las personas de su inquietud y abriéndoles la conciencia a la serenidad y al agradecimiento de participar del Ser por el mero hecho de ser. El ego no existe. Elimina el ego y la ignorancia desaparece. La ignorancia pertenece al ego. ¿Por qué piensas en el ego y sufres? La ignorancia es lo que no existe. Sin embargo, la vida mundana requiere la hipótesis de esta ignorancia. Una ignorancia que consiste en el olvido del Ser [Atman]. ¿Puede existir la oscuridad ante la presencia del sol? ¿Puede haber ignorancia ante la presencia del Ser, autoevidente y autoluminoso? Si conoces el Ser, no habrá oscuridad, ni ignorancia, ni miseria. Es la mente la que siente todos los problemas y la miseria. Cuando trates de buscar al ego, que es el fundamento de toda la percepción del mundo y de todo lo demás, verás que realmente no existe y que, por lo tanto, tampoco existe esta creación que ahora ves. El noconocedor sólo ve la mente, que es un mero reflejo de la luz de la conciencia pura del corazón. El no-conocedor es ignorante del corazón. ¿Por qué? Porque su mente está extrovertida y nunca ha buscado su fuente. La liberación es nuestra naturaleza verdadera. Somos eso. El 62
hecho que aspiremos a la liberación muestra que la libertad de toda esclavitud es nuestra naturaleza real. Lo único necesario es dejar la falsa noción de que estamos atados. Cuando logremos esto, no existirán ni deseos ni pensamientos. Mientras uno desee la liberación, se puede decir que uno está, por lo tanto, atado La felicidad perfecta es Brahman. La paz perfecta proviene del Ser. Sólo eso existe y es conciencia. Se llama felicidad [ananda] únicamente a la naturaleza del Ser. El Ser no es otra cosa que la felicidad perfecta. Únicamente existe lo que se llama felicidad. Hazte consciente de esto, mantente en el estado del Ser y gozarás de la felicidad plena. La quietud es la realización. No hay un solo momento en el cual no exista el Ser. No hay meta que alcanzar. No hay nada que lograr. Tú eres el Ser. No se puede decir nada más del Ser: sólo que existe. Ver a Dios o al Ser es solamente ser el Ser y ser tú mismo. Ver es la existencia. Es como si un hombre que se encuentra ya aquí preguntara cuántos caminos hay para llegar hasta aquí y cuál es el mejor camino. Lo único que necesitas es soltar el pensamiento de que eres tu cuerpo y todos los pensamientos sobre los objetos, es decir, el noser. Encárgate de ti mismo y deja que el mundo se encargue de sí mismo. Mira al Ser. Si te identificas con tu cuerpo, entonces habrá un mundo. Si te identificas con el espíritu, todo es espíritu. Por cualquier camino que vayas, tendrás que desaparecer en la unidad. La entrega será completa cuando llegues a la etapa de «Él es todo» y «Hágase su voluntad». Entrégate de una vez por todas y deja el deseo. Mientras mantengas el sentido de que estás actuando, habrá deseos. Eso también es la personalidad. Si desapareces, el Ser brillará en toda su pureza. El sentido de actuar es lo que nos aprisiona y no los actos en sí.
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Pierre Teilhard de Chardin El jesuita y paleontólogo Teilhard de Chardin nació en 1888 en el macizo central francés, una densa zona volcánica que configuraría su carácter y la vocación de su vida: cómo conjuntar materia y espíritu. Desde su infancia se sintió fascinado por la Tierra y el cosmos. De pequeño se sentía atraído por las piedras, hasta el punto de que, al cogerlas, percibía tal vibración y pasión por ellas que tenía que soltarlas. Ingresó a los dieciocho años en la Compañía de Jesús, y, ya siendo jesuita, se formó como biólogo y luego como paleontólogo, intuyendo que la evolución no contradecía las creencias cristianas, sino que, al contrario, las engrandecía. La evolución daba una dimensión cósmica a la fe, al integrar en ella la creación y al revelar que su fin es la espiritualización de la materia. Cristo, como Alfa y Omega del universo, abarca la totalidad del cosmos; más que lo que podían confirmar la astronomía, la geología, la biología, la física y la química del momento. El ser humano, como la punta de la flecha de la evolución, recapitula la historia completa del cosmos, en un proceso de unificación y, a la vez, de personalización. El alejamiento forzado de los círculos académicos de París le permitió a Teilhard de Chardin hacer estancias largas en los grandes desiertos de Asia y África, con lo cual creció aún más su fascinación por la Tierra. Murió en 1958, el día en que siempre había querido morir: el domingo de Resurrección. Sus escritos, leídos en clandestinidad antes del Concilio Vaticano II, inspiraron después algunos de los párrafos más vibrantes de los documentos conciliares ¿Qué significa este instinto irresistible que nos lleva hacia la Unidad cada vez que nuestra pasión se exalta en una dirección cualquiera? Sentido del Universo, sentido del Todo: ante la naturaleza, ante la belleza, en la música. La nostalgia se apodera de nosotros, expectación y sentimiento de una gran Presencia. ¿Cómo es posible que, aparte de los místicos y sus analistas, la psicología haya podido despreciar esta vibración fundamental, cuyo timbre, para un oído ejercitado, llega a distinguirse en la base, mejor aún, en la cima de toda gran emoción? Resonancia en el Todo: he aquí la nota esencial de la Poesía pura y de la pura Religión ¿Qué es lo que traduce este fenómeno que nació con el Pensamiento y que creció con él sino el profundo acorde entre dos realidades que se atraen: la parcela aislada que tiembla con la proximidad 64
del resto? (El fenómeno humano) El que ha captado la inmensa simplicidad de las cosas, quien ha entendido la Nota única del Sonido universal, posee el mundo. Mezclado íntimamente en las cosas, por el ardor con que lucha por completarlas y comprenderlas, no experimenta las agitaciones. Las palpa, pero atiende a Dios a través de ellas. Y en la plenitud que se derrama sobre él por esta preadhesión a Dios en todo, no sabe cuál de estas dos gracias es más preciosa: haber encontrado a Cristo para animar a la Materia o disponer de la Materia para hacer tangible, universalmente, a Cristo. (Mi universo) Omega, Aquel en quien todo converge es, recíprocamente, Aquel de quien todo irradia. Es imposible situarlo como un foco en la cumbre del Universo sin difundir, al mismo tiempo, su presencia en lo íntimo del más pequeño paso de la Evolución. (La energía humana) Ante esta historia panorámica de la Materia, ¿quién no reconoce el gesto simbólico del Bautismo? Cristo se sumerge en las aguas del Jordán, que representan las fuerzas de la Tierra. Cristo las santifica. Y como dice san Gregorio de Nisa, surge de ellas chorreando y elevando el mundo con él. Inmersión y emersión, participación en las cosas y sublimación, posesión y renuncia, travesía y arrastramiento: he aquí el doble y único movimiento que es capaz de responder, si la queremos salvar, a las provocaciones de la Materia. (El medio divino) ¡Materia encantadora y fuerte, Materia que acaricias y virilizas, Materia que enriqueces y destrozas: yo, que confío en las celestiales influencias que han perfumado y purificado tus aguas, me abandono en tus brazos poderosos. La virtud de Cristo te ha atravesado. Arrástrame con tu embrujo. Aliméntame con tu sabia. Enduréceme con tu resistencia. Libérame con tus sacudidas. Y, en fin, por la totalidad de ti misma, divinízame! (El medio divino)
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Simone Weil Nacida en 1909 en París, en el seno de una familia judía y agnóstica, fue toda su vida una incorregible contestataria. Frágil de salud, lectora infatigable, profesora de filosofía y de griego en diversos institutos estatales, hizo suyas las causas de su tiempo: desde la cuestión obrera — trabajó durante un año como peón fresador en una fábrica Renault— hasta la preocupación por el confinamiento de sus congéneres en las zonas de la Francia ocupada. Por solidaridad con ellos, practicó una anorexia voluntaria que, junto con la tuberculosis que contrajo, la llevaron a la muerte en 1943, cuando tenía treinta y cuatro años. Mezcla, primero, de agnosticismo y gnosticismo, y después, de misticismo y pensamiento social y político, sus reflexiones sobre la sociedad y sus propuestas pedagógicas brotan de experiencias metapolíticas que la abrieron a la fe, particularmente a partir de 1938, año en el que se puede hablar de un giro místico en su vida. De ella son estas palabras: «Para saber si una persona ha tenido una verdadera experiencia de Dios me fijo en cómo habla de los hombres». Murió sin querer ser bautizada, en coherencia con su identificación con la sociedad secular, aunque su acercamiento a la tradición cristiana se había hecho cada vez más patente. Sus escritos póstumos son abundantes y fragmentarios. De ellos rescatamos algunas de sus confesiones autobiográficas, recogidas en el libro A la espera de Dios. El pueblo estaba al lado del mar. Las mujeres de los pescadores caminaban en procesión cerca de las barcas; llevaban velas y entonaban cánticos, sin duda alguna, muy antiguos, de una tristeza conmovedora. Nada podría dar una idea de lo que era. Nunca más he vuelto a oír algo tan conmovedor, excepto el canto de los segadores del Volga. Allí tuve de repente la certeza de que el cristianismo era por excelencia la religión de los esclavos y que los esclavos no podían dejar de pertenecer a ella, y yo entre ellos. [1935, en Portugal] En 1937 pasé por Asís dos días maravillosos. Allí, sola en la pequeña capilla románica del siglo XII de Santa Maria degli Angeli, incomparable maravilla de pureza, donde tan a menudo rezó san Francisco, algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a ponerme de rodillas. En 1938 pasé diez días en Solesmes, desde el domingo de Ramos hasta el domingo de Pascua, participando en los oficios. Sufría intensas migrañas y cada sonido lo padecía como si 66
recibiera un golpe; un esfuerzo extremo de atención me permitía salir de esta carne miserable, dejar de padecer sola, abandonada en un rincón, y encontrar una alegría pura y perfecta en la insólita belleza del canto y de las palabras. Esta experiencia me permitió comprender mejor, por analogía, la posibilidad de amar el amor divino a través de la desagracia. En la primavera de 1940 leí el Bhagavad Gita. Curiosamente, fue leyendo aquellas palabras maravillosas y de resonancias tan cristianas, puestas en boca de una encarnación de Dios, cuando sentí con fuerza que debemos a la verdad religiosa una adhesión muy distinta a un hermoso poema, una adhesión mucho más categórica. A partir del verano de 1942 se propone rezar cada día el Padrenuestro en griego. Escribe en una carta: La virtud de esta práctica es extraordinaria y no deja de sorprenderme, pues aunque la llevo a cabo cada día, sobrepasa siempre lo que espero. A veces, ya las primeras palabras arrancan mi pensamiento de mi cuerpo y lo trasladan a un lugar más allá del espacio en el que no hay ni perspectiva ni punto de vista. El espacio se abre. La infinitud del espacio ordinario de la percepción es reemplazada por una infinitud a la segunda o tercera potencia. Al mismo tiempo, esa infinitud de infinitud se llena por entero de silencio, un silencio que no es ausencia de sonido, sino objeto de una sensación positiva, más positiva que la de un sonido. Los ruidos, si los hay, sólo me llegan después de haber atravesado ese silencio. A veces también, durante esa recitación o en otros momentos, Cristo en persona está presente, pero con una presencia infinitamente más real, más punzante, más clara y más llena de amor que aquella primera vez en que se apoderó de mí Hace referencia a una experiencia tenida algún año atrás al recitar un poema de los poetas metafísicos ingleses del siglo XVII: Fue en el curso de una de esas recitaciones cuando Cristo mismo descendió y me tomó
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Raïssa Maritain A comienzos del siglo XX, en el ámbito universitario parisino se profesaba el ateísmo como signo de inteligencia. En ese entorno se conocieron Jacques Maritain (1882-1973) y Raïssa Oumanzoff (18841960). Él procedía de una familia protestante descristianizada y ella era hija de emigrantes rusos de origen judío. En Las grandes amistades, su relato autobiográfico, Raïssa narra la grandeza y las angustias de aquellos años. Explica cómo Jacques y ella fueron descubriendo la dimensión que les negaba el medio intelectual que los nutría. Por sus páginas desfilan personajes tan irrepetibles como Léon Bloy, Charles Péguy, Georges Rouault..., poetas y artistas que vivían con extrema austeridad y abogaban por diversas causas justas de su época, al margen de la institución, tanto civil como eclesial, con una nostalgia irresistible de santidad En contacto con ellos, la joven pareja fue despertando a la fe. Diversas experiencias y momentos de diafanidad los fueron introduciendo en la tradición cristiano-católica, que, una vez bautizados en 1906, acabaron abrazando con fervor. He aquí algunos retazos de su camino hacia la luz: Queríamos saber si ser era un accidente, una suerte o una desgracia. Despreciábamos la resignación y la renuncia a la inteligencia de la que teníamos tantos ejemplos. No queríamos no querer ciegamente. Este absurdo sublime nos parecía un monstruo. Nos horrorizaba Sólo traspasar el umbral de la casa de Léon Bloy, todos los valores quedaban alterados, como por un resorte invisible. Ante él, uno sabía, presentía, que sólo existe una tristeza: la de no ser santos. Todo lo demás era secundario [...]. Una vez que se había conocido a Léon Bloy, uno no podía limitarse al terreno de la admiración literaria ni tampoco al de la compasión activa. Había que ir más lejos, había que tener en cuenta los principios, las fuentes, los motivos de una vida como aquélla. Asistíamos cada semana a los cursos de explicación de griego que daba Henri Bergson en una pequeña aula del Collége de France ante un reducido grupo de alumnos. El año que yo seguí este curso Bergson comentaba a Plotino [...]. Nos introducía en regiones donde nos parecía respirar con naturalidad, libremente, donde nuestro corazón se inflamaba y donde empezábamos a presentir que existía un lugar espiritual «del que descienden los dones perfectos». Me puse a leer a Plotino fuera de clase, con un gran gozo. De toda aquella lectura, destaca un recuerdo 68
deslumbrante que deja el resto en la sombra. Un atardecer de un día de verano estaba leyendo las Enéadas. Estaba sentada sobre mi cama y tenía el libro sobre las rodillas. Cuando llegué a uno de los numerosos pasajes en los cuales Plotino habla del alma y de Dios como místico y como metafísico, un movimiento de entusiasmo me atravesó el corazón; de repente, me encontré de rodillas en tierra ante el libro y besando apasionadamente la página que acababa de leer, con el corazón abrasado de amor. Fue un tiempo después cuando, luego de haber visitado la catedral de Chartres, hice un viaje en tren y, al mirar por la ventanilla y ver pasar a toda velocidad los bosques, tuve por segunda vez el sentimiento de la presencia de Dios. Si la primera vez, leyendo a Plotino, fue una experiencia violenta y fugitiva, en esta ocasión sólo miraba, sin pensar en nada determinado. De pronto se produjo en mí un cambio profundo, como si hubiera pasado de una percepción a través de los sentidos a una percepción completamente interior. Los árboles que pasaban velozmente se habían trascendido de repente a sí mismos. Adquirieron una dimensión de profundidad maravillosa. El bosque entero parecía estar hablando y estar hablando de Otro. Se convirtió de tal manera en un bosque de símbolos, que ya no tenía otra meta que la de señalar al Señor.
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Arthur Koestler Húngaro y de origen judío (1905-1983), este autor polifacético estuvo primero al servicio de la causa comunista, pero después, decepcionado, se convirtió en su detractor. Indagador de realidades tanto sociales como científicas y metafísicas, forma parte de los personajes del siglo XX que partieron, siempre inconformistas, en busca de sentido. En su autobiografía narra lo que se conoce como la «experiencia de la ventana», la cual tuvo lugar durante su reclusión en Sevilla en 1937, en el transcurso de la guerra civil española. Amante de las ciencias, para distraerse en sus horas de hastío mientras esperaba su sentencia escribió en las paredes de su celda las fórmulas matemáticas de una demostración de Euclides. De repente se le manifestó de un modo inusitado la belleza que contenían esas fórmulas: Los símbolos grabados en la pared representaban uno de los raros casos en los que la descripción de una calidad significativa del infinito es lograda por medios precisos y finitos: lo infinito es una masa mística rodeada de bruma. Sin embargo, era posible adquirir algún conocimiento de ella sin sucumbir a ambigüedades sospechosas. La significación de esto me invadió como una ola. Ésta tenía su origen en un descubrimiento verbal articulado. Pero tal descubrimiento se evaporó enseguida no dejando en su estela más que una esencia inefable, un perfume de eternidad, el estremecimiento de la flecha en el espacio. Debí de quedar así, inmóvil, algunos instantes en trance, habitado por una realización sin palabras «Es perfecto, perfecto», me dije. Hasta que me di cuenta de un ligero malestar acurrucado en el fondo de mi espíritu, un detalle trivial que malograba la perfección del instante. Después identifiqué la naturaleza de ese malestar irritante: estaba en la cárcel y podía ser fusilado de un momento a otro. Pero a esto respondió inmediatamente un sentimiento cuya traducción en palabras podría ser: «¿Y qué?; ¿no es más que esto? ¿No tienes una preocupación más grave?». Respuesta tan espontánea, viva y divertida como si el malestar intruso fuera la pérdida de un botón. Luego volví a flotar en un río de paz bajo puentes de silencio. El río venía de ninguna parte, no discurría hacia ninguna parte. Después no hubo río ni yo: o el yo había dejado de existir [...]. Cuando digo: «el yo había dejado de existir» refiero una experiencia concreta tan incomunicable verbalmente como el sentimiento provocado por un concierto de piano; pero igual de real, más 70
real todavía. De hecho, la señal distintiva es la sensación de que ese estado es más real que todos los que hasta el momento había experimentado; que, por primera vez, se ha rasgado el velo y se está en contacto con la «realidad real», el orden escondido de las cosas, el tejido del mundo revelado por una especie de rayos X, y oscurecido en el estado normal por capas opacas Lo que distingue esta clase de experiencia del maravillamiento emotivo causado por la música, los paisajes o el amor es que esta experiencia posee un contenido netamente intelectual o noumenal. Tiene un sentido aunque no se exprese en términos de discurso. Las transcripciones verbales más próximas son: la unidad y la interdependencia de todo lo que existe, una interdependencia como la de los campos de gravitación o la de los vasos comunicantes. El «yo» deja de existir porque una especie de ósmosis mental ha entrado en comunicación con el todo universal y ha sido disuelto en él. Es este estado de disolución y de expansión ilimitada lo que se experimenta en forma de sentimiento oceánico, como la desaparición de toda tensión, la serenidad absoluta, la paz que trasciende toda inteligencia .
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Viktor Frankl Psiquiatra austríaco de origen judío (1905-1997), conoció en su propia carne el horror de los campos de concentración. En su obra El hombre en busca de sentido narra cómo, en medio de ese infierno, el ser humano es capaz de cometer las mayores bajezas, pero también puede ponerse en contacto con lo mejor y más sublime de sí mismo. «El ser humano es aquella criatura que puede entrar en un horno crematorio blasfemando o rezando el Padrenuestro», dijo en una ocasión. En medio de esa oscuridad creada por el hombre contra el hombre, descubrió que no estamos solos ni nos hallamos abandonados a nuestra propia capacidad de destrucción, sino que en esas situaciones extremas puede irrumpir, de pronto, una luz de sentido que perfora la oscuridad. Basándose en esta convicción fundó la logoterapia, en cuya designación se toma el término logos en su doble significado: como palabra y como sentido. Su propuesta terapéutica es la certeza de que lo que sana al ser humano es encontrar una causa por la cual y para la cual vivir. El deseo de significado es la fuerza central y motivadora que permite transformar la tragedia en pasaje hacia un estadio superior de madurez y de hondura humanas. He aquí una de las experiencias personales que tuvo durante su confinamiento: Amanecía a nuestro alrededor, un amanecer gris. Gris era el cielo, y gris la nieve a la pálida luz del alba; grises los harapos que mal cubrían los cuerpos de los prisioneros y grises sus rostros. Mientras trabajábamos, yo hablaba en voz baja imaginándome que estaba junto a mi esposa, o quizás estuviera debatiéndome por encontrar la razón de mis sufrimientos, de mi lenta agonía. En una última y violenta protesta contra lo inexorable de mi muerte inminente, sentí como si mi espíritu traspasara la melancolía que nos envolvía, me sentí trascender aquel mundo desesperado, insensato, y desde alguna parte escuché un victorioso «¡Sí!» como respuesta a mi pregunta sobre la existencia de una intencionalidad última de la vida. En aquel momento, en una zanja lejana encendieron una luz, que se quedó allá fija en el horizonte como si alguien la hubiera pintado, en medio del gris miserable de aquel amanecer en Baviera. Et lux in tenebris lucet [«Y la luz resplandece en las tinieblas», Jn 1,5]. Estuve muchas horas tajando el terreno helado. El guardián pasó junto a mí, insultándome, y una vez más volví a conversar 72
con mi amada. La sentía presente a mi lado, cada vez con más fuerza y tuve la sensación de iba a ser capaz de tocarla, de que si extendía mi mano cogería la suya La sensación era terriblemente fuerte: ella estaba allí realmente. Y entonces, en aquel mismo momento, un pájaro descendió volando y se posó justo frente a mí, sobre la tierra que había extraído de la zanja, y se me quedó mirando fijamente. El hombre tiene la peculiaridad de que no puede vivir si no mira al futuro bajo la forma de la eternidad. Esto constituye su salvación en los momentos más difíciles de la existencia, aun cuando a veces tenga que esforzarse en ello con los cinco sentidos. Lo sé por propia experiencia. Lo que en verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud ante la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos y, después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida sino si la vida espera algo de nosotros. Tenemos que dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida y, en lugar de ello, pensar en nosotros como seres a los que la vida interpela continua e incesantemente Ninguna persona y ningún destino pueden compararse a otra persona o a otro destino. Ninguna situación se repite y cada una exige una respuesta distinta. Cada situación se diferencia por su unicidad y en todo momento no hay más que una única respuesta correcta al problema que la situación plantea. Conoce el «porqué» de tu existencia y podrás soportar casi cualquier «cómo».
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Carlos Castaneda Castaneda (1925-1998) es un autor controvertido del que se discute la veracidad de sus escritos. Pero lo incluimos aquí no sólo porque su obra ha marcado a toda una generación sino porque, junto con Alce Negro, ayuda a sacar del olvido la sabiduría de las culturas aborígenes de América. En su primer libro, Las enseñanzas de don Juan (1968), se presenta a sí mismo como un antropólogo interesado por el consumo de sustancias alucinógenas entre los indígenas de México. Dio con don Juan, un anciano del pueblo Yaki, descendiente de los indios toltecas. Quien parecía ser un pobre hombre con un poco de memoria resultó ser un maestro y un vidente que poco a poco fue devastando el mundo mental de quien lo «investigaba». Hasta 1975 aparecieron tres libros más, en los que se recogen otros supuestos diálogos con don Juan y en los que se narra la muerte del maestro. A partir de entonces aparecieron nueve títulos más en los que Castaneda añade nuevos niveles de interpretación a las enseñanzas primeras y relata su propia transformación. Uno de los conceptos fundamentales de la cosmovisión tolteca es la distinción entre el tonal y el nagual. El tonal es la percepción del mundo tal como lo ha organizado nuestra mente, basada en la conciencia individual y en la diferenciación. El nagual, en cambio, es la inmensidad sin forma de la realidad, la matriz de todas las posibilidades que mediante el tonal se pueden recortar. El primer fragmento está tomado de su cuarto libro, Relatos de poder (1975), donde se narra la primera ocasión en la que Castaneda tuvo la experiencia de trascender su conciencia personal. Las semejanzas con la concepción budista del mundo no dejan de ser sorprendentes Los fragmentos segundo y tercero proceden de su primer libro, Las enseñanzas de don Juan. Me hallaba con don Juan y don Genaro. Dijeron que debía desplegar las alas de mi percepción y tocar al tonal y al nagual al mismo tiempo, sin la conciencia de oscilar entre uno y otro [...]. Experimenté sensaciones de ser arrojado, girar, y de caer a tremenda velocidad. Luego estallé. Me desintegré. Algo cedió en mí; se soltó algo que yo había retenido toda mi vida. Me di perfecta cuenta de que mi reserva secreta había sido perforada y se vertía sin restricciones. Ya no había nada de la dulce unidad que llamamos «yo». No había nada y sin embargo esa nada estaba 74
llena. No era luz ni oscuridad, calor ni frío, agradable ni desagradable. Yo no me movía ni flotaba ni me hallaba estacionario; tampoco era una unidad, un yo mismo, como estoy acostumbrado a serlo. Yo era una miríada de yo mismo y todos eran «yo», una colonia de unidades independientes que tenían una alianza especial entre sí e inevitablemente se unirían para integrar una sola conciencia, mi conciencia humana. No era que yo «supiese» sin duda alguna, porque no había nada con lo que hubiera podido «saber», pero todos mis yo mismo «sabían» que el «yo» de mi mundo familiar era una colonia, un conglomerado de sentimientos separados e independientes que poseían una inflexible solidaridad mutua. La solidaridad inflexible de mis incontables conciencias, la alianza mutua de esas partes, era mi fuerza vital. Una manera de describir aquella sensación unificada sería decir que las pepitas de conciencia se hallaban dispersas; cada una poseía conciencia de sí y ninguna predominaba sobre otra. Entonces algo las agitaba, y se reunían para emerger en una zona donde todas tenían que juntarse en un bloque, el «yo» que conozco. Luego «yo», como «yo mismo», presenciaba una escena coherente de actividad mundana, o una escena referente a otros mundos y que me parecía pura imaginación o una escena que pertenecía al «pensamiento puro»; es decir, visiones de sistemas intelectuales, o ideas concatenadas como verbalizaciones. En algunas escenas, hablé conmigo mismo hasta saciarme. Después de cada una de estas visiones coherentes, el «yo» se desintegraba y volvía a no ser nada Cualquier cosa es un camino entre cantidades de caminos. Para eso debes tener siempre presente que un camino es sólo un camino. Si sientes que no deberías seguirlo, no debes seguir en él bajo ninguna condición. Para tener esa claridad debes llevar una vida disciplinada. Sólo entonces sabrás que un camino no es nada más que un camino, y que no hay afrenta, ni para ti ni para otros, en dejarlo si esto es lo que tu corazón te dice. Pero tu decisión de seguir en el camino o de dejarlo debe estar libre de miedo y de ambición. Pruébalo tantas veces como lo consideres necesario. Luego hazte a ti mismo, y a ti sólo, una pregunta. Es una pregunta que sólo se hace un hombre muy viejo. Mi maestro me habló de ella una vez cuando era joven, pero mi sangre era demasiado vigorosa para que yo la entendiera. Ahora sí la entiendo. Te diré cuál es: ¿tiene corazón este camino? Si tiene, el camino es bueno; si no, de nada sirve. Todos los caminos son lo mismo: no llevan a ninguna parte, pero unos tienen corazón y otro no. Uno hace gozoso el viaje; mientras lo sigas, eres uno 75
con él. El otro te hará maldecir tu vida. Uno te hace fuerte; el otro te debilita Para mí, recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Por ahí recorro yo, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo. Y por ahí yo recorro, mirando, mirando, sin aliento.
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Epílogo A través de los textos precedentes, hemos podido percibir que la experiencia mística es una intensificación de la vida que lleva hacia la transparencia de lo existente. De pronto, una ráfaga del Ser deja entrever sus profundidades inéditas. Irrumpe como un exceso en nuestro vivir a medias. Hemos podido constatar que estas implosiones pueden manifestarse en forma de aumento de percepción sensorial, de amor o de conciencia que hacen trascender los límites ordinarios del yo, del tú y el contorno de las cosas. Después de ellas nada vuelve a ser lo mismo. Quien las ha experimentado adquiere otra perspectiva de la realidad, de los demás o de uno mismo. Lo que se percibía como disperso, inconexo o absurdo queda integrado en una totalidad en que la autorreferencia desaparece. Se atisba entonces que la realidad emana de un Fondo trascendente e inmanente al que todo retorna sin cesar. Fondo con rostro o sin él según sean las matrices religiosas en las que se han gestado tales experiencias. Estos momentos de claridad o de «revelación» son más frecuentes de lo que creemos, pero no atinamos a ponerles palabras. Entonces se pierden. Es cierto que la experiencia excede a la palabra y que el recurso al lenguaje puede ser una tentación de capturar lo inefable. Sin embargo, las palabras no implican necesariamente un secuestro sino que también están al servicio de la expresión y de la transmisión. Poner por escrito una experiencia permite que arraigue en la conciencia, a la vez que hace posible su comunicación. La experiencia no queda devaluada sino que permite su irradiación y posibilita que otros se abran a ella Al presentar estos testimonios hemos tenido también la intención de motivar a que cada cual encuentre sus propias palabras para expresar la hondura de lo que vive. El ejercicio de la escritura —como el de la lectura— es un acto de memoria y de participación. La experiencia mística desborda las palabras pero éstas son necesarias para que aquélla no se desvanezca; así pasa por la conciencia y puede ser comunicada y alcanzar a otros Para que la palabra no traicione la experiencia, los textos han de ser escritos y leídos en el mismo estado que los originó. Por ello es tan importante no sólo saber escribir, sino también saber leer, ya que un texto crece o disminuye según quién lo tiene en sus manos. Hay que convertir la lectura en apertura, en disposición a recibir el impacto de una hondura. La voz es sólo un comienzo. Los escritos místicos están en el 77
tránsito entre la palabra y el silencio. Son su umbral. Exceden a la expresión por medio de la expresión, y esto es precisamente lo que los hace tan valiosos: remiten más allá de sí mismos, pero pasar por ellos es lo que permite vislumbrar las regiones que evocan. Como hemos mencionado en su momento, desde Filón de Alejandría la tradición conoce diversos niveles de lectura vinculados con sucesivos estados del alma y con cualidades de la comprensión de los textos. El primer nivel es el literal, el cual se corresponde con la mirada atenta de la lectio. Se trata de recibir el texto, de escrutarlo y de escucharlo, incluso de obedecerlo, para captar sus inflexiones, pliegues y matices, recibiendo su fuerza y su riqueza, hecha de sustantivos, adjetivos, verbos y adverbios que dan a cada escritura una personalidad específica. El segundo nivel de lectura es el alegórico, el cual está vinculado con un estado más avanzado, la meditatio, que es el inicio del despertar interior. La alegoría es un espejo que permite trasladar lo que es dicho hacia lo que no es dicho, lo presente hacia lo ausente, no como un capricho o un artificio, sino como un vuelo del sentido que ha sido propiciado por la meditación. «Meditación», mederein, significa «tomar medidas», «poner atención», «cuidar de algo». Ya no se trata sólo del texto sino también, y tal vez sobre todo, de quien lo lee. Las palabras se convierten en alimento que nutre, sana, restituye. Las significaciones se gestan y despliegan lentamente, a la vez que se sienten y gustan interiormente. Se trata de un rumiaje en el que la mente y el corazón se unifican en el mismo paisaje. En este mismo estadio puede incluirse el nivel tipológico o simbólico, en el que se producen asociaciones sorprendentes, relaciones y alianzas de significados audaces que de pronto salen a la luz. La lectura de un texto culmina en el tercer estadio, el sentido anagógico (de ana-gogikós, «conducir hacia arriba»), que se corresponde con la contemplación. Está vinculado con la apertura del tercer ojo o mirada del espíritu. La letra deja paso al silencio y la palabra se desvanece, así como la contemplación trasciende la imagen que le había servido de soporte. Vertido el vino en la copa, es ya el tiempo de dejarse embriagar por él y desprenderse del recipiente. Cada uno de los textos que hemos presentado contiene estos diversos niveles por los que cabe ascender en la medida en que se da el trabajo interior. Hay que volver una y otra vez a ellos para partir nuevamente. En este ir y venir se van abriendo nuevos significados. Se han ofrecido treinta y tres pequeñas copas en las que se ha escanciado el vino; se han indicado treinta y tres peldaños de una 78
escalera que se prolonga indefinidamente, tanto por lo que se refiere a la extensión del corpus escriturístico de muchos otros testimonios como en lo que atañe a sus posibilidades de sentido siempre abiertas. La invitación sigue ahí, como señales o llamadas en el camino para ir retirando capas de opacidad y permitir que la existencia nos muestre su rostro originario, allí donde desaparece la dualidad entre nosotros y el Ser que nos origina a nosotros y al mundo continuamente. Huellas de esta desaparición son los fragmentos aquí recogidos para que cada cual los atraviese y alcance el mismo lugar del que han surgido.
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Sobre el autor Javier Melloni nace en Barcelona en 1962 Es jesuita, doctor en Teología y licenciado en Antropología Cultural, además de miembro de Cristianisme i Justícia y profesor en la Facultad de Teología de Cataluña. Vive en la Cueva de San Ignacio (Manresa), donde acompaña y reflexiona sobre las diversas manifestaciones de la experiencia de Dios. Está especializado en mística comparada y diálogo interreligioso, y es autor
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NOTA FINAL
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