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Spanish; Castilian Pages 206 [208] Year 2007
Lourdes Ortiz
Voces de mujer
LECTURAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS YOL. 2
Lecturas Españolas Contemporáneas es una colección de textos literarios destinados a estudiantes que aspiran a hacer del español su segunda lengua. Su lectura, también, puede constituir un punto de partida para aquellos hispanohablantes que buscan una primera aproximación a la literatura actual en lengua española. Con esta finalidad, el texto, rigurosamente editado, va acompañado de una guía de lectura que sitúa al autor y la obra en su contexto y propone vías de comprensión e interpretación, a la vez que sugiere actividades para su utilización en clase.
Dirigen la colección: Javier Blasco e Isaías Lerner Comité Asesor Pilar Celma Víctor García de la Concha José Ramón González Jordi Gracia José Manuel del Pino Lia Schwartz Darío Villanueva
Lourdes Ortiz
Voces de mujer Edición, introducción y guía de lectura Nuria Morgado
Cátedra Miguel Delibes Iberoamericana Editorial Vervuert • 2007
Reservados todos los derechos © de esta edición: Iberoamericana Editorial Vervuert, 2 0 0 7 Amor de Dios, 1 - E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 | Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net y Cátedra Miguel Delibes, Valladolid www.catedramdelibes.com ISBN 978-84-8489-353-0 Depósito Legal: M . 43.348-2007 Fotografía y diseño de cubierta: W Pérez Ciño Impreso en España por Imprenta Fareso, S.A. The paper on which this book is printed meets the requirements of ISO 9706
ÍNDICE Presentación
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Estudio Preliminar 11 1. Lourdes Ortiz 11 1.1. Biografía, personalidad literaria e influencias .... 11 1.2. La narrativa de Lourdes Ortiz en su contexto histórico y cultural 18 2. Voces de mujer (Los motivos de Circe, 1991) 53 V O C E S DE M U J E R
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Eva Los motivos de Circe Penélope Betsabé
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Salomé Gioconda
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M A T E R I A L E S PARA LA CLASE
Glosario Propuestas de trabajo en clase Bibliografía Obras de Lourdes Ortiz. Cronología Bibliografía crítica
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PRESENTACIÓN
Esta guía de lectura ha sido concebida con dos objetivos principales. Por una parte, ofrecer a los estudiantes de literatura española un conocimiento panorámico de la vida y obra de Lourdes Ortiz, una de las escritoras contemporáneas más prolíficas, importantes y brillantes en lengua española. Por otra parte, y más específicamente, para facilitar la lectura de su colección de cuentos titulada en esta edición Voces de mujer, previamente publicada como Los motivos de Circe. Se trata de una colección de relatos protagonizados por seis personajes míticos a los que la autora les ha dado voz para presentarnos una versión de la historia desde su punto de vista femenino, juzgando una realidad distinta a la que siempre hemos conocido versionada y protagonizada por los hombres. La primera edición se publicó en 19881, junto con la obra teatral en dos actos titulada Cenicienta. La segunda edición fue publicada en 1991, con introducción y notas a cargo de Felicidad Gon-
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Los motivos de Circe. Madrid: Ediciones del Dragón, 1988.
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zález Santamera2, quien suprimió Cenicienta e incluyó una pieza teatral hasta entonces inédita: Yudita, con una mujer de nuestros días como protagonista, pero con un referente en el personaje bíblico de Judith. Con este libro de relatos, el lector tiene la oportunidad de penetrar en el mundo de seis personajes femeninos: Eva, Circe, Penélope, Betsabé, Salomé y Gioconda, todos ellos arquetipos míticos de nuestra cultura, que cuentan su versión de la historia desde su perspectiva de mujer. Lourdes Ortiz ha dado a estas figuras una voz hasta ahora silenciada, revelando unos personajes desde el punto de vista femenino, mostrando un lado desconocido de estos mitos, un mundo interior cuyo conocimiento se hace necesario para tener una visión más completa de la Historia, para modificar las ¡deas preconcebidas de la sociedad actual, así como para exponer un universo humano y femenino cuya esencia se sigue manifestando a través del tiempo y el espacio. Lourdes Ortiz no sólo ocupa un lugar relevante en el panorama literario español sino que también destaca por ser una de las figuras más importantes dentro de la cultura española. Sus escritos literarios y periodísticos y su continua participación en los medios de comunicación revelan a una personalidad con una ideología ética y estética, y un conocimiento del mundo, digno de ser reseñado para acceder a una visión moderna de la España actual, es decir, para lograr un profundo entendimiento de las diferentes realidades que 2
Los motivos de Circe; Yudita. Edición de Felicidad González Santa-
mera. Madrid: Castalia, 1991.
PRESENTACIÓN
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conforman el país. Por otra parte, sus sabias reflexiones nos acercan a una mejor comprensión del ser humano y sus luchas existenciales. La totalidad de su obra refleja estas afirmaciones. Esta edición, que se presenta con el nuevo título de Voces de mujer, comienza con una breve introducción a la vida y obra de la autora en la que se exponen algunos de los principales hitos de su vida, su marco histórico, su formación e influencia literaria, cultural e intelectual, así como sus valores humanos, éticos e ideológicos. Asimismo, se presentan sus obras narrativas con un resumen de su argumento indicando su importancia en relación con el contexto cultural, histórico y literario de nuestro presente. A continuación se presenta el texto editado en este volumen, con una breve introducción al mismo y con una explicación del argumento de cada uno de los seis relatos que componen el libro. Se destacan los temas, el lenguaje, el género, su valor ideológico, humano, estético, y la conexión que el universo de la obra comparte con el presente del lector. Las anotaciones en el texto son explicaciones de tipo cultural e histórico con el propósito de ofrecer un mejor y más completo entendimiento de la obra. Seguidamente, se introduce un listado de los trabajos literarios de Lourdes Ortiz, con una exposición cronológica de sus novelas, cuentos, ensayos y obras de teatro. En esta edición, destinada a los estudiantes que buscan una primera aproximación a la literatura actual en lengua española, se incluyen propuestas de trabajo en clase con la formulación de temas de estudio para cada relato. Finalmente se ofrece una bibliografía complementaria y
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una guía bibliográfica de sugerencias para distintas obras y temas de la autora. Con la presente edición esperamos cumplir nuestros objetivos más inmediatos: por una parte, facilitar la lectura, comprensión e interpretación del texto presentado, de modo que nuestros lectores tengan fácil acceso al mundo de un autor que con su obra refleja cuestiones candentes del mundo actual, y por otra facilitar el conocimiento del patrimonio español a través de la literatura.
ESTUDIO PRELIMINAR
I. LOURDES ORTIZ I . I . Biografía, personalidad literaria e influencias Lourdes Ortiz Sánchez nació en Madrid el 24 de marzo de 1943, en una España en la que aún perduraba de manera muy vivida el recuerdo de la Guerra Civil y sus consecuencias sociales y económicas. Lourdes Ortiz, sin embargo, pudo disfrutar de una infancia feliz. Ya desde muy joven profesó un gran interés y gusto por la lectura. Esta afición incansable, influida, quizás, por la inexistencia de la televisión, desarrolló su voluntad de escritora, el deseo de contar historias, y a la temprana edad de los doce años escribió una novelita (ver Léon-Soleto 1986). La adolescencia, la muerte de su abuelo y la separación de sus padres cuando ella contaba con trece años le trajeron momentos de crisis. Su padre, de ideología liberal y amante también de la literatura, se instala en París, y ella se queda en Madrid con su madre, de ideas más conservadoras y tradicionales. Lourdes Ortiz se educa en un colegio religioso y a los dieciséis años comienza sus estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de la capital de España, en
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donde se licencia en la especialidad de Geografía e Historia. En la Universidad toma contacto con otros jóvenes con sus mismas inquietudes y, ante la España reprimida por el franquismo, forman grupos de trabajo, grupos políticos, grupos teatrales, y entre ellos se intercambian novelas y obras, así como vigorosas ideas culturales y políticas. Su evolución ideológica la lleva a posiciones afines a Izquierda Unida, partido en torno al cual desarrolla una gran actividad reivindicativa. Durante sus años universitarios Lourdes Ortiz obtiene una importante influencia de la literatura, la teoría literaria y la filosofía en su concepción del mundo y en la representación que de éste hace en sus letras. Era una etapa intensa de luchas, de amigos, de lecturas incesantes sobre política, economía, historia, arte, libros que le dieron un conocimiento que luego le ha servido como instrumento para su materia literaria. Leían, por ejemplo, a poetas prohibidos como León Felipe1. Pero los escritores que tuvieron un impacto decisivo fueron, sobre todo, Luis Martín Santos
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Poeta español (Zamora, 1884-Ciudad de México, 1968). Nació en
una acomodada familia de notarios y, tras licenciarse como farmacéutico, abandonó su hogar para aventurarse a una vida bohemia, recorriendo el país como cómico de una compañía de teatro. Hacia 1919 inició su obra poética. Vivió tres años en Guinea Ecuatorial trabajando como administrador de hospitales. También trabajó de bibliotecario en Veracruz y de profesor de literatura española en la Universidad de Cornell. Volvió a España al iniciarse la Guerra Civil, viviendo como militante republicano hasta 1938, año en que se exilia definitivamente en México. Su obra suele asociarse a la de Whitman, del que fue traductor. Comparte con él el tono enérgico y el desesperado canto a la libertad.
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con su novela Tiempo de silencio1 y Juan Goytisolo con Señas de identidad?, novelas en las que se critica la realidad política y social de España durante el franquismo, la falta de comunicación, la alienación, la desesperación. El movimiento literario Nouveau Román® francés, que surgió en los años cincuenta, tuvo también sus repercusiones en la sensibilidad de Lourdes Ortiz. Todos los de su generación rechazaban las novelas ligadas al realismo surgido en el siglo X I X . Algunos de los autores que más le influyeron fueron Faulkner, D o s Passos, Cortázar y Carpentier, por citar algunos. Según afirma la propia autora:
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Tiempo de silencio es una novela del psiquiatra y escritor español Luis
Martín Santos. La terminó a finales de los años sesenta, aunque no vio la luz hasta 1962 y con veinte páginas censuradas. En 1981 se publicó sin censuras la versión definitiva. En esta novela el autor se aparta de la novela realista, utilizando tres personas narrativas, el monólogo interior, como ya habían hecho Proust o Joyce, la segunda persona y el estilo indirecto libre, el flujo de consciencia, la desrealización y la mitificación. 3
Señas de identidad marcó, por su carácter innovador, un hito en la
novela española. En ella Juan Goytisolo aborda con audacia la exploración de nuevos cauces narrativos, combinando con maestría las constantes referencias autobiográficas y las andanzas del protagonista, Alvaro Mendiola, la crítica social y el análisis del hecho literario. 4
U n a característica generalizada en los autores que pertenecen a
este movimiento literario es el cuestionamiento de la novela tradicional decimonónica. Se sienten en cambio más cercanos a la literatura más introspectiva de Stendhal o Flaubert. N o se admite la descripción de los caracteres, que según ellos está mediatizada por los prejuicios ideológicos, sino la exploración de los flujos de consciencia. En ellos es evidente la influencia de autores como Virginia Woolf, K a f k a , Sartre o C a m u s .
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Se empezaba a impugnar o más bien a ampliar el concepto de realismo y la experiencia o el impacto de Tiempo de silencio y de la novela anglosajona y francesa, así como ciertos atisbos de la novela latinoamericana, nos proporcionaban un bagaje expresivo que se alejaba del costumbrismo y de la novela realista del diecinueve, así como de ciertos modos simplistas —objetivistas que habían cuajado en el realismo social—. Creo que para entender la evolución hay que tener en cuenta también la influencia de las teorías del psicoanálisis e incluso de Foucault: la Realidad no era una, sino múltiple. El Yo férreo se descomponía. Aparecían los muchos «yos». Abordarlo era encontrar la forma adecuada para dar cuenta de esa multiplicidad (Moreno Moreno 1989). Estas declaraciones dan buena cuenta de los nuevos rumbos que tomaba la nueva literatura, surgida de una generación con inquietudes e intereses que reflejaban el espíritu de una época que necesitaba ser abordada de forma diferente a épocas pasadas. Lourdes Ortiz continúa durante estos años con sus estudios y su activa vida política, militando en la clandestinidad en el Partido Comunista de España (PCE) entre 1962 y 1968. Tomó también parte en diversas demostraciones estudiantiles. Según la propia autora, dada la urgencia de su compromiso político durante esos años, su generación, a la que Ortiz llama «generación del 68», escribió casi exclusivamente literatura relacionada con la política, y no empezó a publicar novelas hasta 1975 ó 1976. Y afirma que este retraso fue favorable, tanto para ella como para sus con-
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temporáneos: «La novela es compleja. Hay una visión del mundo; hay personajes; hay un universo entero. Es difícil que haya un buen novelista muy joven. Creo que la novela requiere tiempo y una especie de condensación de vivencias» (Porter 1990: 141). En 1968 abandona el partido, después de la intervención de las tropas soviéticas en Praga y tras los acontecimientos del Mayo francés que acabaron con muchos sueños. Su concepción del mundo estaba influida por los temas de la soledad, la lucha y la violencia de Sartre y Camus. Para ella y otros escritores, el entorno de los sesenta era el del desencanto con la revolución. En 1969 escribe su primera novela titulada Andrés García, de 19 años de edad, pero la censura veta su publicación. El tema central era la relación homosexual entre dos hombres, uno de ellos bastante mayor que el otro e involucrado en la lucha política universitaria. Según cuenta en una entrevista, Lourdes Ortiz iba a publicar la novela en una editorial de Puerto Rico con el nombre de Laura Ortego, pero finalmente la novela no se publicó y ha quedado inédita hasta hoy (Morales Villena 1986: 10). Durante los años setenta se desarrolla otra etapa importante en su vida y obra. El período que siguió a la muerte de Franco en 1975 fue vital para la escritura femenina. Tras la desaparición de la dictadura, las mujeres escritoras comenzaron a expresarse con mayor libertad, rompiendo un silencio de muchos años. Fueron los años en los que Lourdes Ortiz vio publicadas sus dos primeras novelas: Luz de la memoria (1976), la historia de un hombre que, tras sufrir una crisis emocional, ingresa en un hospital psiquiátrico, y Picadura
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mortal (1979), cuya protagonista, Bárbara Arenas, quizá sea la primera mujer detective de la literatura española. Con Luz de la memoria, Lourdes Ortiz comenzó a labrarse un lugar importante en el campo de la narrativa española. El crítico Ricardo Gullón hizo un balance de la novela española del siglo XX y, al detenerse en la década de los setenta, definió a Lourdes Ortiz como «esa asombrosa muchacha que ha entrado en literatura llevando en la mano un libro que bien pudiera ser la más impresionante primera novela de los últimos años» (1979: 28). Durante los años ochenta continúa con su labor como escritora, siempre contando con una recepción favorable por parte de la crítica y de los lectores. Su siguiente novela, En días como éstos (1981), trata los temas del terrorismo y de la violencia. En 1982 publica Urraca, una novela histórica sobre la reina Urraca de Castilla y León (1109-1126), una de sus novelas más aclamadas por la crítica. Arcángeles (1986) es una reflexión sobre el paso del tiempo y una mirada irónica y retrospectiva hacia aquellos que fueron protagonistas en la España de los años sesenta. Lourdes Ortiz ha complementado su labor como escritora con la enseñanza. Ha trabajado como profesora de Historia en un Instituto de Enseñanza Media y ha impartido Sociología del Arte en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y en la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid. Desde 1976 ha ocupado la Cátedra de Teoría e Historia del Arte en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD), de la que fue directora desde 1991 a 1993.
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Otras de sus novelas son: Antes de la batalla (1992), La fuente de la vida (1995, finalista del XLIV Premio Planeta), La liberta. Una mirada insólita sobre Pablo y Nerón (1999), Cara de niño (2002), y su más reciente publicación, Las manos de Velázquez (2007). Destacan también sus relatos y cuentos, como los cuentos infantiles de La caja de lo que pudo ser (1981) y Los viajeros del futuro (1982); las colecciones de cuentos Los motivos de Circe (1988), Cenicienta y otros relatos (1991), Fdtima de los naufragios (relatos de tierra y mar) (1998), y cuentos publicados en antologías, como «Paisajes y figuras» en Doce relatos de mujeres (1982) y «Alicia» en Relatos eróticos escritos por mujeres (1990). En el campo de la dramaturgia, Lourdes Ortiz ha publicado Las murallas de fericó (1980), Penteo (1982), Fedra (1983), Cenicienta (1986), Yudita (1986), Electra-Babel (1991), El cascabel al gato (1996), El local de Bernardeta A. (1994), Dido en los infiernos (1996), La guarida (1999, ganadora del I Premio «El Espectáculo teatral») y Rey loco (1999). Otras obras destacadas de la autora son los ensayos Escritos políticos de Larra (1967), Comunicación y crítica (1977), Conocer a Rimbaudy su obra (1979), El cuerpo de la mujer como expresión simbólica (1982), Camas, un ensayo irreverente (1989) y El sueño de la pasión (Los cambios en la concepción y la expresión de la pasión amorosa a través de los grandes textos literarios de la tradición occidental. Desde la Antigüedad hasta el siglo XIX) (1997). La escritora también ha traducido del francés a autores como Tournier, Sade o Flaubert y ha prologado la obra de distintos autores españoles y extranjeros.
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A l g u n a s de sus obras se han traducido al alemán, francés e inglés. Su presencia y participación en la vida cultural española ha sido siempre m u y activa. S u s novelas, relatos, ensayos y obras de teatro se añaden a sus colaboraciones en diferentes periódicos y revistas de ámbito nacional, c o m o El País, El
Mundo o Diario
16, con columnas de opinión sobre temas
sociales y políticos. C o l a b o r a también en distintos program a s culturales de televisión y radio. A lo largo de los años ha f o r m a d o parte de distintos jurados literarios y hasta hoy día sigue participando activamente en coloquios y mesas redondas sobre distintos temas relacionados con la vida política y social, con la situación de la mujer y, sobre todo, con su actividad literaria. E s u n a mujer que siempre ha destacado por su c o m p r o m i s o social con distintas causas relacionadas con la libertad de pensamiento, con los ideales de justicia social y la equidad de género. 1.2 .La narrativa
y
de Lourdes
Ortiz en su contexto
histórico
cultural Lourdes O r t i z es una de las escritoras españolas contem-
poráneas m á s prolíficas y sobresalientes. S u obra literaria demuestra el interés de la escritora por ahondar en los temas m á s h u m a n o s en general, junto a u n a preocupación por desentrañar ya no sólo los misterios de la naturaleza h u m a n a , sino también el cuestionamiento de la realidad, tomándole el pulso al presente, proyectando la mirada, c o m o se manifiesta en algunos de sus trabajos, hacia un pasado que ayuda a obtener u n a mejor comprensión de la sociedad, cultura e historia
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de la realidad actual. Sus escritos ponen de manifiesto el legado cultural y literario español para cuestionar, cuando se hace necesario, algunos elementos de ese legado. Su obra literaria articula la realidad de la cultura y sociedad de las que surge y en ella se puede observar también en muchas ocasiones el estado existencial del ser humano, su angustia y su afán, su desorientación y extravío ante una sociedad cambiante, falta de verdades absolutas, una sociedad que no deja lugar a la certidumbre. Su ficción se correspondería con la definición que ha dado el crítico Rafael Vallbona sobre la novela actual, la cual «cuenta la lucha del hombre posmoderno entre lo que es y lo que le enseñaron que debía ser», en un momento histórico en el que se evidencia una «encrucijada de culturas, de intersección de valores y mundos», dando lugar a la angustia existencialista que experimenta el hombre de hoy (ver Vallbuena 1992). La obra de Lourdes Ortiz es un ejemplo de la sensibilidad posmoderna presente en la cultura contemporánea. Los escritores que forman parte de este espíritu cultural han reconocido que los modelos heredados del pasado no son suficientes para expresar su propia realidad y experiencia. Forman parte de una generación que ha experimentado el período histórico posfranquista, con el intenso y radical cambio social que supuso la transición de España hacia la democracia, cuestionando convenciones, verdades históricas y el papel de la ideología en la formación del sujeto, en un intento de reflejar la diversidad de realidades y puntos de vista que conforman al humano y el mundo posmoderno.
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De gran interés son las obras que reflejan una visión femenina y feminista de la realidad. Una buena parte de la crítica Ka centrado su atención en los aspectos feministas de su obra. Alicia Giralt, en su estudio Innovaciones y tradiciones en la novelística de Lourdes Ortiz, analiza la obra de la autora dentro del marco del feminismo y la teoría literaria feminista, prestando atención a la representación que los textos hacen de los géneros, y diferenciando las características femeninas y feministas en su obra. Según Giralt, Los motivos de Circe (1991), la colección de cuentos que en esta edición se recoge con el título de Voces de mujer, y la novela Urraca (1982) son los textos que entrarían dentro de la etapa feminista. Biruté Ciplijauskaité se ocupa también de la narrativa de Lourdes Ortiz en su libro La novela femenina contemporánea (1970-1985): Hacia una tipología de la narración en primera persona, en su intento de averiguar si existe una narrativa femenina, es decir, una escritura de mujer que escribe conscientemente como mujer, lo cual no implica necesariamente un enfoque feminista. Se centra, sobre todo, en Luz de la memoria, en su capítulo dedicado a la novela psicoanalítica y en Urraca, en su capítulo dedicado a la novela histórica, en donde parte de lo más importante: la manifestación de la esencia íntima, casi atemporal, de la mujer. En ella se ofrece una revisión de la historia, ya que da voz a un personaje femenino, un narrador con múltiples interlocutores que, bajo su perspectiva, nos da a conocer una realidad histórica antes ofrecida principalmente a través de la mirada masculina (véase también Juliá 2006). Afirma Biruté Ciplijauskaité que el interés por la ficción histórica se
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atribuye a la necesidad de explorar la razón de los silencios anteriores y a demostrar que las mujeres también tuvieron su lugar en la sociedad (1988: 123). También afirma que es en esta novela donde Ortiz lleva a pleno desarrollo el estilo autobiográfico femenino (1988: 148). Lynn Ann McGovern, en su estudio titulado Contando historias. Las primeras novelas de Lourdes Ortiz, también expone las características feministas de la obra de la escritora madrileña y, a su vez, pone de manifiesto la política de las ideologías dominantes y los sistemas de poder, mostrando la incertidumbre que sufren las mujeres y las minorías culturales como miembros marginalizados de la cultura dominante (2004: 148). Según McGovern, la escritora madrileña refleja estas preocupaciones revelando cómo la cultura predominante codifica su propio sistema de imposición en todos los aspectos de la sociedad (2004: 20). La sensibilidad posmoderna que se refleja en sus obras ofrece una perspectiva alternativa que manifiesta la ausencia de un conocimiento objetivo ante los múltiples puntos de vista bajo los que se puede observar la realidad. Como afirma McGovern, «esta visión des-centrada expande el campo del lector para incluir voces existentes que han sido descuidadas o perdidas hace tiempo» (2004: 146). Por otra parte, es importante mencionar que la obra de Lourdes Ortiz manifiesta continuamente la relatividad de la verdad. La imposibilidad de una verdad objetiva la demuestra en unos textos en los que realidad y ficción se dan la mano, sugiriendo que la vida humana se ve influida por personajes de ficción «que viven entre nosotros y dictan papeles prescritos o generan
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nuevas posibilidades... el autor de ficción que mira al futuro puede crear una nueva visión para la gente» (2004: 152). El corpus temático se complementa con unas técnicas narrativas que conforman el universo innovador de Lourdes Ortiz. La autora experimenta con nuevas formas y nuevos géneros, y en sus relatos y novelas no encontramos la tradicional voz en tercera persona, sino que nos enfrenta con varios narradores que juegan con la primera, segunda y tercera persona, así como experimenta con el flash-back o analepsis, con la técnica de asociación de ideas, con la exploración del mundo interior y lo externo, dando a veces a sus textos una apariencia desordenada que sólo es apariencia, ya que sus narraciones son sólidas de estructura y composición. Es importante mencionar el papel que tiene el lector al enfrentarse con estas novelas, ya que para su comprensión se hace necesaria su activa participación. El uso de la ironía es de primordial importancia. Lourdes Ortiz está considerada como una de las escritoras posfranquistas más intrépidas ya que con el uso de la ironía y la sátira consigue su propósito de autoafirmación, ilustrando en su obra el cambio que se produjo durante la transición a la democracia en la visión del mundo. El lenguaje es culto, preciso y cuidado, a menudo dueño de un ritmo cadencioso y de un lirismo poético que apela a la emoción a través del uso de puntuales imágenes sensoriales. Lourdes Ortiz es, sin duda, una de las escritoras en lengua castellana que mejor uso hace de la musicalidad . de las palabras. Sus referencias culturales van desde la Antigüedad clásica hasta la actualidad, poniendo de manifiesto el amplio
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bagaje cultural de la autora. Su dominio y conocimiento de la historia, la cultura y los mitos de la Antigüedad se complementa con su conocimiento de los mitos más recientes de la sociedad cultural contemporánea, evidenciando el protagonismo que tienen las actuales imágenes de los medios de comunicación en la formación de nuestra concepción del mundo. Las novelas de Lourdes Ortiz son como un espejo de la vida, un fiel reflejo de la diversidad y la multiplicidad de realidades, fenómenos y puntos de vista que conforman al humano y su mundo tal y como lo conocemos, un mundo posmoderno, inestable, desequilibrado, fragmentado y confuso, en el que no existen las verdades absolutas, revelando la ausencia de objetividad ante la presencia de un universo preñado de múltiples verdades subjetivas. Ante el desequilibrio del mundo se manifiesta la angustia existencial del individuo y los protagonistas de sus novelas se esfuerzan en conocerse a sí mismos en un mundo en el que la verdad parece ser arbitraria, llena de contradicciones y en ocasiones incognoscible. Pero en la obra de esta autora la angustia existencial del ser humano no se restringe a una época determinada, como es la de nuestro presente actual, sino que, examinando épocas y personajes históricos del pasado en algunas de sus novelas, Lourdes Ortiz manifiesta la intemporalidad y la ausencia de fronteras espaciales de las características más innatamente humanas. Los protagonistas de sus obras son hombres y mujeres capaces de sufrir, de gozar, de emocionarse y de conmovernos. Su obra manifiesta, compara y contrasta seres humanos y períodos históricos, retratando
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una realidad como un tapiz en construcción, llamando la atención sobre las verdades históricas o convenciones que deben ser cuestionadas en el presente para posibilitar un futuro sin los errores del pasado.
Luz de la memoria Luz de la memoria (1976) refleja el desengaño de la generación del desencanto. Es una crónica de los jóvenes comprometidos de los años sesenta que vieron hundirse sus ilusiones y valores después de Mayo del 68. Esta novela supone también un gran avance en las técnicas del psicoanálisis, con una narración fragmentada que refleja eficazmente el funcionamiento de una mente con problemas psicológicos. Se trata de una de sus novelas más experimentales. Después de haber abandonado la lucha política activa de aquellos años, Lourdes Ortíz quería contar, quería narrar. C o m o ya hemos visto, había escrito una primera novela en 1969 que nunca se llegó a publicar, centrada en una relación homosexual entre dos hombres, uno bastante mayor que otro, metido en la lucha política universitaria. L a novela fue censurada. Así que la primera novela publicada fue Luz de la
memoria, escrita entre septiembre de 1972 y julio de 1974, publicada en 1976, una obra de reflexión sobre aquella época, sobre aquella generación y todo lo que vivieron, escrita con la distancia que da el tiempo pasado, intentando mirar hacia aquellos años y hacia tantos amigos de su generación que, después de Mayo del 68, acabaron ahogados en la decepción y en muchos casos la destrucción. Ortiz reconoce un elemento biográfico en esta novela. Su protagonista es una
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síntesis de varias personas a las que conoció durante sus años de militante y, como ella, asiste a la universidad y es un activista político que trabaja con grupos clandestinos. La novela está estructurada en cuatro partes, cada una de ellas encabezada por una cita perteneciente a cuatro poetas rebeldes: Lautréamont, John Keats, Novalis y Arthur Rimbaud, cuatro citas que reflejan el espíritu de los jóvenes que protagonizan la novela. En la primera parte, el protagonista, Enrique García Alonso, de 29 años, sufre una crisis, pierde el habla y es internado en un sanatorio psiquiátrico en donde se lo somete a una terapia para sacarlo de su estado de enajenación. A partir de ahí se reconstruye todo un mundo de experiencias vividas no sólo desde su propia reflexión, sino también desde el punto de vista de los que le rodean: un amigo, sus padres, su ex esposa, el médico que le atiende. Según Biruté Ciplijauskaité, con esta novela Lourdes Ortiz incorpora la problemática psicoanalítica a la narrativa española (1988:107). Enrique descubre que muy tempranamente en su vida sufrió el rechazo de sus padres por no cumplir sus expectativas. Su familia lo había visto siempre como un ser distinto, solitario, tímido, enfermizo, al margen de la vida familiar. Como estudiante universitario entra a formar parte de un grupo político comunista en donde conoce a la que acaba siendo su esposa, Pilar. Se van a vivir a París con un amigo común, Carlos, formando un triángulo amoroso propio de la vida en comuna característica de la época. Tienen una hija y al cabo de dos años se separan. Pilar se va a vivir con Carlos y Enrique acaba siendo detenido y encarcelado en 1968 por
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motivos políticos. Al poco tiempo de ser liberado, se encuentra con Pilar en la calle y mata a su perro de forma violenta. De este incidente resulta su internamiento en el psiquiátrico. Durante este período su psiquiatra entrevista a su familia en un intento de encontrar las razones de su comportamiento. Las perspectivas múltiples, los flash-backs de episodios de su niñez y de su encarcelamiento, y la estructura fragmentada del relato dan cuenta de las causas de su locura, iniciada principalmente por el rechazo de su padre. Cuando Enrique recupera el habla, que había perdido temporalmente, se le da el alta del hospital. Las tres restantes partes de la novela se desarrollan en el presente, cuando Enrique se encuentra ya fuera del psiquiátrico. Su padre le consigue un trabajo en el Ministerio de Información, pero pronto se aburre. Se reencuentra con Pilar, quien del compromiso político y la lucha por los ideales ha pasado a una vida superficial y vacía de significado. Enrique se marcha a vivir a Ibiza con ella y allí se encuentra con el mundo de la droga y el alcohol. La falta de orden en su vida y su desesperación lo lleva finalmente al suicidio. Hacia el final de la novela se sube a una torre y desde allí se precipita al vacío. El protagonista de esta novela ha sido definido como uno de los antihéroes de la novela del siglo XX (ver Encinar 1990b). El presente y el pasado se alternan para mostrarnos una buena estampa de su problemática. Existe en esta novela una percepción cíclica del tiempo, reflejando las experiencias subjetivas por encima de la realidad, y con ello, las diferentes perspectivas, con sus analepsias o flash-backs y detalles
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incoherentes en la narración. Son múltiples las voces que dan vida a Luz de la memoria, siendo la voz de Enrique la voz principal, la primera persona de un monólogo interior que narra su vida en forma autobiográfica, estableciendo una distancia entre su propia personalidad y la que los otros presentaban sobre su persona. En su estructura fragmentada todo se mezcla: los recuerdos de la clandestinidad, de la lucha, su celda en la cárcel, la represión de su niñez, los años vividos en París, el descubrimiento del amor, el choque con el dogmatismo, la drogadicción, la desilusión, la angustia, todo en una especie de collage mental que le lleva finalmente a la muerte. Como afirma Robert Spires: «el suicidio parece ser la única solución a la fragmentación que ha caracterizado tanto a la narrativa como a la vida de Enrique» (1991: 213). El estilo fragmentado hace que el lector participe de la fragmentación de Enrique. El lector se hace consciente de la parcial responsabilidad de la sociedad en la locura de Enrique, ya que nunca se le permitió comportarse según sus propias normas. Se trata del testimonio de toda una generación desencantada en una sociedad sin ilusiones, en donde las experiencias del protagonista manifiestan de alguna forma todas las inquietudes de aquellos años. Es el reflejo de un momento histórico en la figura de un antihéroe que fracasa en la vida y que, ante el derrumbe de sus anhelos e ilusiones, elige el suicidio como la única vía de escape, un violento final que parece reflejar el suicidio colectivo de toda una generación (González Santamera 1991: 16).
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Picadura mortal En Picadura mortal (1979) se presenta a la primera mujer detective de la literatura en lengua castellana. Su protagonista, Bárbara Arenas, es una detective privada joven, atractiva y liberal. La estructura y los métodos de investigación de esta novela se corresponden con los de la clásica novela negra, pero Bárbara Arenas manifiesta una naturaleza diferente a la de los detectives clásicos. Se trata de una detective que exhibe su preocupación por la ropa, por cuestiones de belleza y estética y demuestra tener una gran «intuición femenina». Se abre la novela con la protagonista en la cama junto a un joven amante que ha conocido la noche anterior, no muy satisfecha con los resultados de este encuentro. Recibe entonces una llamada de su jefe, J u a n Carlos, para que investigue la desaparición en extrañas circunstancias de Ernesto Granados, un industrial canario. Bárbara descubre a varios sospechosos que se disputan una parte del imperio del magnate. Entre los principales se encuentran sus tres hijos, sus esposas y González, una especie de administrador. La detective emplea todas sus habilidades, su intuición y su sexualidad para extraer la mayor información posible, pero no logra sus objetivos. Se enfrenta siempre con frecuentes amenazas y su feminidad en ocasiones le supone el encuentro con prejuicios machistas, falta de respeto, acoso sexual y situaciones violentas con las que tiene que luchar, como un intento de violación que tuvo que desafiar. Bárbara Arenas demuestra ser una buena detective, ya que resuelve el asesinato de dos sospechosos mientras se encontraba en la
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mansión de los Granados. Sin embargo, no logra averiguar quién mató al magnate. La novela contiene todos los elementos de una novela de detectives —intriga, melodrama, acción—, todo ello contenido en una crítica social que revela una sociedad corrupta. Es una parodia cuyos personajes y situaciones mimetizan las fórmulas de la novela negra americana. En la introducción que la autora hace en la reedición de 1996 afirma que «creo que tal vez el mayor defecto del libro sea el excesivo mimetismo de la novela negra americana, puede que también sea ésa su virtud: apropiarse con cultura de determinados modos de contar que a la larga enriquecen y amplían el propio estilo y la propia voz» (Ortiz 8). La importancia del personaje radica en su voluntad para romper con la tradición detectivesca y expandir las limitaciones del género, ya que una mujer detective no era común en la España de esa época. La presencia de una mujer en un papel asignado tradicionalmente al hombre subvierte el género y las expectaciones de la sociedad patriarcal. Lourdes Ortiz ha usado el clásico paradigma de la novela policial con una protagonista femenina, invirtiendo, así, el papel típicamente masculino y por ello subvierte las expectaciones del lector, retándolo a cuestionarse ciertas realidades basadas en modelos tradicionales e invitándolo a pensar sobre los mitos de las políticas sexuales y de género en la vida real (McGovern 2004: 11). De esta manera, según afirma McGovern, Picadura mortales un intento de comprender nuestra cultura contemporánea como producto de convenciones del pasado (2004: 147), subrayando la política de género sexual que está
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detrás de la ficción detectivesca, imitando las imágenes que son familiares para el lector y después alterándolas (2004: 150). En días como éstos
En días como éstos (1981) es una novela que presenta la historia de Toni, miembro de un grupo terrorista que acaba siendo engañado y asesinado por su mismo grupo al final de la narración. Está estructurada en tres partes y cada una de ellas se desarrolla en lugares y tiempos diferentes. En la primera parte Toni se halla en el monte, huyendo junto con tres compañeros, decidido a abandonar la lucha que ha llevado durante cuatro años como miembro de un grupo de resistencia al poder, y recordando su pasado como terrorista. Una vez que los compañeros se separan, Toni regresa a su hogar. Es en la granja familiar en donde transcurre la segunda parte, que comienza cuando el protagonista lleva ya dos semanas en el hogar. Allí vive con su hermano Pedro y sus padres, aceptado por la familia y vecinos, intentando alcanzar el equilibrio de la normalidad, hasta que un día llega la policía y lo detiene. Al inicio de la tercera parte, el protagonista ya lleva dos meses en la cárcel. Aquí se narran sus experiencias en prisión, su encuentro con un antiguo compañero y la manipulación a la que es sometido, la huida, su regreso a la vida como terrorista y, finalmente, su asesinato por parte de su mismo grupo. Según Felicidad González Santamera, se trata más de un relato largo que de una novela, una narración que cuenta
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acciones con pocas palabras, a partir de gestos y movimientos, un relato ágil y ameno que prescinde de todo juicio, ideología y valoraciones, con una visión objetiva de los hechos que mantienen al lector en expectativa hasta el final (1991: 17). La voz narrativa sólo le permite al lector acceder a los pensamientos de Toni, por lo que le oculta información, dejando que sea el mismo lector el encargado de rellenar los espacios que son sólo sugeridos. Afirma Alicia Giralt que el tema principal de esta novela es la crítica a la violencia sin sentido, presente en algunas organizaciones subversivas, crítica que se consigue por medio de los pensamientos y palabras del protagonista, y a través de varios acontecimientos, como la muerte sin sentido de Pedro, su hermano menor, o la escena final en la que los terroristas matan a dos de los suyos. Se trata de una crítica sutil, en la que el narrador no interpreta la historia ni emite juicios sobre los actos; es el lector quien debe juzgar si existen motivos que justifiquen los asesinatos (2005: 97-101). Dice McGovern que los revolucionarios de esta novela están retando activamente la ideología dominante, pero la élite de la jerarquía revolucionaria, los que tienen más acceso a la información/conocimiento, acaban explotando a sus propios soldados (2004: 32). Afirma que Ortiz explora las maquinaciones de las ideologías dominantes y los sistemas de poder y que en el trasfondo de esta novela se encuentran algunos hechos principales de la propia biografía de Ortiz. Recordemos que entre 1962 y 1968 fue miembro del Partido Comunista y en 1980 miembro de la mesa directiva de Izquierda Unida. Según McGovern
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dejó de pertenecer a ambos partidos porque reconoció su propia complicidad con la ideología dominante, a la vez que estaba limitada por los mismos valores que intentaba destruir (2004: 150-151). Urraca La novela de Lourdes Ortiz Urraca, publicada en 1982, pertenece al género de la llamada novela histórica, un género híbrido compuesto de la unión de la literatura e historia en el que se cuenta una acción ocurrida en una época anterior a la del novelista. Tras practicar diferentes géneros como el teatro, el ensayo, el cuento o la biografía, Lourdes Ortiz encuentra en la novela histórica un modo de modificar y renovar los arquetipos habituales del género con el propósito de comunicar sus intenciones. En esta novela se presenta la historia de una reina española de la Edad Media, Urraca, reina de Castilla y de León. La autora cuestiona en esta obra la representación del pasado, poniendo en tela de juicio el legado histórico de la protagonista, manifestando la imposibilidad de conocer la realidad histórica. Cuestionando el pasado, uno se hace más consciente de la realidad presente, que se presenta, en ocasiones, como una continuación del pasado. En esta crónica narrada en primera persona desde la celda de la torre en la que Urraca está encerrada, Lourdes Ortiz nos presenta una mujer poderosa y valiente, firmemente decidida a defender sus derechos dinásticos por encima de las intrigas palaciegas y, sobre todo, de las intervenciones de los hombres de la Iglesia, contrarios a que una mujer ocupara el
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trono. Urraca combatió durante veinte años contra su esposo Alfonso de Aragón, su hermana Teresa, los obispos y contra su propio hijo; tuvo dos esposos y numerosos amantes, entre ellos algún obispo, y llenó su vida de alianzas, traiciones y batallas, algo no reservado a las mujeres de la época. Aunque sea la historia de una mujer de la Edad Media, su mundo interior, sus deseos y sus características más humanas no difieren en absoluto de lo que siempre ha definido al humano en general y a la mujer en particular. Urraca es la novela sobre la soledad de una mujer marginada por su poder. La escritora, Lourdes Ortiz, ofrece una versión distinta de la conocida y aceptada sobre este personaje histórico, y muestra a la protagonista bajo una mirada femenina, diferente a otros historiadores. Pero no sólo se presenta a una mujer histórica desde una perspectiva femenina, sino que el propósito de la escritora, como lo es el de otras autoras que escriben novelas históricas desde el punto de vista femenino, es el de cambiar la escritura de la historia para manifestar en ella las preocupaciones más allegadas a la mujer. De esta manera, tal como afirma Biruté Ciplijauskaité, al mostrar a la protagonista de manera distinta a otros historiadores, la autora revela las diferencias «no sólo entre el papel social del hombre y la mujer, sino entre las ideas preconcebidas de ambos» (1988b: 33). Se toma el pasado para reescribirlo y así lograr un cambio en el presente. En Urraca se reescribe la historia y, por lo tanto, se cuestiona la historia misma ante la imposibilidad de conocer la verdad histórica o la realidad. El pasado, tal como ocurrió, es imposible conocerlo.
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La novela comienza con el encierro de la reina Urraca, que ha perdido su reino a manos de su propio hijo; es ella quien se propone escribir la crónica de su vida, es decir, una narración que deje constancia de su labor e importancia en la historia. En realidad no existe una crónica sobre su reinado, así que esta novela «comienza queriendo ser esa crónica que hace falta escribir y que es necesaria para establecer el poder y el respeto de la reina, quien quiere asumir el control de la historia escribiéndola ella misma» (Julia 2006: 111). Una reina necesita un cronista [...] voy a convertirme en ese cronista para exponer las razones de cada uno de mis pasos, para dejar constancia [...]. Ellos escribirán la historia a su modo [...]. Pero Urraca tiene ahora la palabra y va a narrar para que los juglares recojan la verdad y la transmitan (Ortiz 10).
Así, la reina se convierte en personaje histórico y literario al mismo tiempo. Escribe una crónica que pertenece a la historia y, además, acaba siendo novela. La reina escribe lo que le cuenta a un monje, Roberto, que está al cuidado de ella en el monasterio en el que se encuentra encarcelada y se convierte en su fiel confidente. Urraca le confía lo que descubre sobre el fin de la crónica, la cual no se debe limitar al recuento de batallas y grandes eventos, sino que para que la crónica sea lo más completa posible, debe incluir los motivos personales que hacen que un evento o hazaña tenga mayor o menor éxito. Su definición como persona se hace importante y la crónica de hechos históricos cede su relevancia a otros asuntos de importancia para
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Urraca como mujer. Así que la Historia, además del recuento de batallas y grandes hazañas, se presenta como portadora de todo aquello que ayuda a revelar un conocimiento del presente y de la persona (Juliá 2006: 113). La novela de Ortiz nos presenta un enfoque dirigido a la figura de la reina, más que a la época en la que vivió, y junto a los datos históricos que se conocen construye una imagen de Urraca que parece abarcar todas las características mencionadas. Como explica Juliá, la novela nos presenta a una soberana poderosa, inteligente y sensible, capaz de las infidelidades y actos pasionales que se le otorgan en otras novelas y leyendas, mostrando, así, la ambigüedad de la protagonista, la cual se presta a varias interpretaciones (Juliá 2006: 110). Esta ambigüedad manifiesta, como ya se ha mencionado, la imposibilidad de conocer la realidad histórica. Además, la novela está escrita en primera persona, y la narración subjetiva de la protagonista hace que el lector cuestione los hechos presentados y reflexione sobre ellos, ya que Urraca se contradice en muchas ocasiones al contar su historia. Pero la ambigüedad en esta novela se expresa, además, en el cuestionamiento de las bases en que se fundamenta la historia, «y sobre los fines e importancia de la misma» (Juliá 2006: 111). La confesión del mundo subjetivo de la protagonista, sus angustias, intimidades y preocupaciones, que en Urraca se hallan relacionadas por el hecho de ser mujer, y su deseo de conocimiento de sí misma y de discernir su situación histórica, sin temor a ser alienada, adquieren un papel más importante que el propósito inicial de dejar escrita una historia para asegurarse un lugar en un futuro incierto.
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Por medio de la escritura de esta crónica Urraca se libera de su angustia y soledad. La escritura es una invitación al autoconocimiento. El éxito de esta novela se debe, en parte, como indica Juliá, al hecho de que la mujer moderna se identifica con el conflicto principal de la reina: Urraca, para triunfar, debía saber compaginar lo que pertenecía a dos sexos distintos; por un lado, quiere imitar las acciones de su padre, Alfonso VI, un rey soberbio y sin escrúpulos, para poder ella igualmente llegar a ser poderosa. Por otra parte, le atrae el modelo femenino, quiere ser respetada por la sociedad como su madre Constanza y entregarse al amor como Zaida, la amante de su padre. Encuentra la solución a este conflicto en el andrógino, una mezcla de mujer fuerte y femenina al mismo tiempo (Juliá 2006: 116). El poder importante que se presenta en la novela es el poder sobre uno mismo. El lector se convierte también en historiador, reflexionando y cuestionando cómo fue la reina en ese período de la historia, relacionándola, además, al mundo actual. Todo ello indica la naturaleza caleidoscópica de la realidad y la imposibilidad de que la historia pueda abarcar y explicar la totalidad de esta realidad. Con este texto nos enfrentamos a una nueva concepción de la historia que invita a la reflexión y al cuestionamiento de lo comúnmente aceptado, y, como otros textos feministas, sirve de trampolín para lo que puede convertirse en la transformación de las estructuras sociales y culturales.
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Arcángeles Arcángeles, publicada en 1986, es una novela que explora inquietantes aspectos de la realidad contemporánea con el empleo de un lenguaje simbólico, representando la vida en la ciudad con un pesimismo abominable al dejar al descubierto la traición de unos jóvenes idealistas al convertirse en los protagonistas políticos y sociales que antaño rechazaban. Se trata de una reflexión sobre la traición de parte de una generación que ha cambiado la lucha idealista por el protagonismo social y político, manifestando también la situación de toda una joven generación atrapada en el callejón sin salida del paro laboral. La novela intenta explicar los años ochenta examinando los sesenta y usa una gran variedad de imágenes de los medios de comunicación para reflejar la rapidez de la vida contemporánea. Hace uso también del flujo de consciencia, las secuencias oníricas y gran cantidad de parodia (McGovern 2004: 51). Junto al intento de Ortiz de reflejar el pesimismo y la vertiginosa sociedad de los ochenta se encuentra la exploración del proceso creativo de la escritura de la novela. La novela reúne a los tres arcángeles: Gabriel, el arcángel de la anunciación, Rafael, el de la iniciación, y Miguel, el de la destrucción. Los tres aparecen como Gabriel, quien reúne las tres funciones: de anunciador, iniciador y destructor; un Gabriel joven y de una belleza ambigua. Su búsqueda del conocimiento lo lleva a un viaje a través de un infierno dantesco, un viaje al centro de la sociedad actual, en el Madrid del posmodernismo, lugar representado en toda su actualidad, una ciudad bulliciosa y llena de vida, una representa-
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ción llena de pesimismo ante la realidad protagonista que angustia a sus personajes. El personaje de Gabriel no es un verdadero protagonista, ya que es una especie de asunción de todos los jóvenes y a través de él se asumen diferentes personajes de la historia literaria. El verdadero protagonista es la ciudad, la gente y, a través de Gabriel el lector puede percibir los ambientes, la vida política, las diferentes situaciones y circunstancias que definían a la ciudad durante los años ochenta. La narradora es una novelista sin nombre que lo acompaña en su recorrido por la ciudad y para ella, que se esfuerza en anotar adecuadamente el conocimiento adquirido, la novela es la historia de lo que sucede con Gabriel. Al mismo tiempo narra la acción y se cuenta cómo se escribe la obra. Cada capítulo de la novela está visto como una serie de cuadros que la narradora comenta y recrea. Todos son cuadros muy significativos: la Anunciación de Fray Angélico, el Juicio Final de. Luca Signorelli en la catedral de Orvieto, el Juicio Final de Miguel Ángel en la capilla Sixtina, pinturas expresionistas de Munch, Kokoshka, etc. También es importante la presencia del cine, con películas, actores y directores como Casablanca, de Michael Curtiz, KingKong o Woody Alien, imágenes unidas todas ellas con la técnica del videoclip, que demuestra cómo la sociedad representada en la novela, la dispersa sociedad postmoderna, se mueve al ritmo vertiginoso del videoclip (González Santamera 1991: 22). En esta novela, una de las grandes innovaciones es el papel de la narradora ya que interpreta todas las escenas de una
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manera subjetiva con la utilización de alegorías, requiriendo la participación activa del lector (Giralt 2001: 222). Por otra parte, aunque ha intentado resistir los constantes intentos de Gabriel de apropiarse del texto, al final de la novela, las opiniones de Gabriel han influido en la creación de su escritura. Las reflexiones de la autora también intentan capturar el mundo de los sentidos al que el lector sólo tiene acceso a través del discurso escrito. Es una novela en la que se manifiestan intensamente la intriga y la angustia, componentes de las novelas de esta autora, reflejando la naturaleza de una época posmodernista que no cree en las verdades absolutas. La idea de la importancia de mirar atrás para poder comprender mejor el presente se manifiesta al principio de la novela cuando el protagonista afirma que: «quisiera... un espejo que, atado al extremo de una cuerda, descendiera al pozo de revelaciones para poder escribir no sobre el pasado, sino lo que ha.de venir, para oír la voz premonitoria» (Ortiz 9). El proceso de narrar la jornada, el descenso al «pozo de las revelaciones», proveerá información vital que ayudará, tanto al lector como a la escritora, a una mejor comprensión sobre nosotros mismos y nuestro presente. Antes de la batalla
La escritora Lourdes Ortiz ha novelado los años ochenta y el principio de los años noventa en su obra Antes de la batalla (1992), poniendo de manifiesto, una vez más, el desencanto de una generación en una sociedad sin ilusiones y deshumanizada. Los personajes de esta novela, al
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igual que los de Luz de la memoria,
presentan también
inquietudes existenciales, como la desilusión, la falta de esperanza, el desánimo. El narrador en tercera persona nos presenta una sociedad desorientada, falta de valores y verdades absolutas. L a novela está dividida en tres partes: la primera y la tercera están situadas en el Madrid actual, y la segunda en Grecia y Egipto. Ernesto es un funcionario divorciado, ya maduro, vanidoso, un hombre indudablemente falto de valores significativos, con una escasa apreciación y comprensión del mundo de la mujer, y que parece vibrar con superficiales conquistas sexuales. Utiliza a las mujeres y ellas le sirven únicamente para satisfacer algunas de sus momentáneas necesidades, desvalorizando lo que ya ha dejado de servirle. D e esta manera, esta novela apunta también a graves problemas sociales que afectan a la mujer. La desorientación del personaje principal desemboca en el vacío mental que experimenta desde hace ya dos años, una abulia de la que intenta salir estudiando el tema de la inmortalidad y escribiendo sobre ello. Ernesto decide viajar a Grecia en busca de respuestas a sus dudas e inquietudes, pide una excedencia en el trabajo y consigue una subvención por medio de su amigo Lorenzo, un personaje nihilista, cínico, arrogante, misógino, interesado sólo en el poder y en triunfar en la vida. U n a vez en Grecia le falta el ánimo y la voluntad para continuar con su investigación sobre el tema de la inmortalidad y regresa sin haber cumplido su propósito. Sin embargo, el viaje a Grecia le ayuda a ver el verdadero problema existencial que le agobiaba: la inmortalidad, la
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eternidad, no era lo que le inquietaba, sino la consciencia del paso del tiempo, el saberse partícipe de la monotonía y falta de ilusión de una vida que se le iba escapando, un desencanto visible también en su ciudad y en sus gentes. Se trata de una crítica al egoísmo y materialismo de la sociedad contemporánea, falta de valores espirituales, de virtudes y de ilusión. La crítica a la sociedad nihilista en esta novela la ofrecen dos tipos de personajes: los que no tienen capacidad para ejercitar el poder y los que proceden de sociedades ajenas a la española (Giralt 2001: 180). Un ejemplo de esta afirmación se encuentra en Myrna, una mujer judía americana que Ernesto conoce en Grecia y con la que mantiene largas conversaciones. En una de sus charlas sale a relucir el tema de la falta de verdades absolutas y Myrna reitera la importancia de refugiarse en una Idea: Hay que elegir. Yo soy judía y he elegido serlo... tengo unas opciones, unos valores y unas creencias. Usted como muchos contemporáneos suyos dice no tener ninguna y cree contemplar el mundo desde una atalaya objetiva... Ustedes lo han perdido todo y creen ser más libres por ello. Pero eso es falso (Ortiz 206-207).
Los personajes protagonistas de esta novela parecen llenar el vacío que les envuelve con la búsqueda del placer físico y del poder, sin emitir juicios entre sí mismos, presentando la sociedad de una forma presuntamente objetiva, aceptando cualquier tipo de conducta y sin valores morales, quedando,
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así, atrapados en el vacío existencial que predomina en sus vidas.
La fuente de la vida La fuente de la vida fue finalista del Premio Planeta en 1995. En esta novela se narran dos historias paralelas que transcurren entre julio de 1993 y febrero de 1994. Se trata de dos hombres madrileños de condiciones muy distintas que viajan a ciudades muy distantes y cuyas historias tienen como tema central el tráfico ilegal de niños. Ramiro es un hombre de 33 años, recién casado, que viaja a Cuzco y allí trabaja como restaurador artístico de una iglesia. Su esposa María se encuentra embarazada y, ante los insistentes rumores sobre el secuestro de niños, decide regresar a Madrid temerosa por la seguridad del niño que va a nacer. Ramiro entabla entonces una relación con Nelly, una americana que dice ser arqueóloga y a la que se le acabará acusando de robar niños. Después de desaparecer misteriosamente durante unos meses, reaparece y es asesinada. Por otra parte, Ernesto, un periodista de cuarenta y cinco años, decide escribir un artículo sobre las adopciones ilegales y el tráfico de órganos infantiles. Viaja a Rumania para llevar a cabo su investigación y allí conoce a Ródika, una enfermera que trabaja en el mundo de las adopciones ilegales y quien también trafica con placentas y abortos. Valeriu, su amante y colaborador en adopciones ilegales, trafica además con órganos de niños. Ródika se enfrenta a él y éste la asesina. Ambas narraciones son independientes con un hilo argumental en común: el secuestro de niños para el negocio de
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las adopciones ilegales y el tráfico de órganos; a su vez, el encuentro con mujeres fascinantes que protagonizan sus anhelos y deseos: Nelly, la americana en Cuzco, y Ródika la enfermera en Bucarest. A partir de entonces, sus vidas toman un rumbo tortuoso y complicado, convirtiéndose en testigos de un drama en el que se verán íntimamente implicados hasta llegar a poner en peligro su propia vida. El tema del racismo es también evidente a lo largo de todo el texto. Como ejemplo, María discrimina a los indios peruanos y, por otra parte, los indios peruanos no le permiten a Ramiro olvidar la historia de la Conquista. Una de las funciones del racismo en el texto es la de encontrar alguien a quien culpar de los problemas sociales (Giralt 2001: 203). La fuente de la vida., narrada de forma magistral, analiza y denuncia unas estremecedoras situaciones de terrible actualidad. Lourdes Ortiz le toma el pulso a una época, la de fin de siglo, en la que la autora ha querido perfilar tres grandes horizontes: por una parte el mundo libre, desarrollado, los privilegiados de la tierra; por otra parte esa zona que ha sido siempre el mundo del subdesarrollo eterno que es, por ejemplo, Perú; y otra tercera zona que es la del sueño caído, en este caso Rumania, ya que el sueño de libertad e igualdad se derribó junto a la caída del muro, al descubrirse que tras él sólo había pobreza, horror, y la desesperación de un pueblo entero que no tenía nada más que sus propias gentes para vender. Lo que a Lourdes Ortiz le preocupaba y lo que quería contar en el libro era qué pasaba con esa especie de combinación de los tres mundos ante temas tan reales y actuales como el tráfico de niños para la adopción
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y el tráfico de órganos que se estaba dando en países como Rumania y Perú. Según ha comentado la propia autora 5 , Lourdes Ortiz se permite, además, jugar con el mito y la tradición. Perú, por ejemplo, era una tierra que le permitía jugar con esa imagen del tráfico de niños y de órganos ya que en Cuzco probablemente habría en algún momento sacrificios humanos; y esa imagen de la sangre y la renovación mediante el sacrificio le llevó a pensar que el tráfico de niños era también el tema de la renovación contemporánea y que Cuzco y aquel horizonte de sacrificio le servían. En cuanto a Rumania suele estar relacionada con todas las historias de Drácula y, por lo tanto, con la renovación por la sangre ajena. Por consiguiente, eran dos espacios que permitían perfectamente narrar desde lo contemporáneo y manejar como trasfondo esa tradición de la sangre y la renovación. Por todo esto se deriva el título La fuente de la vida. La autora hace alarde de una elegancia y de una agilidad narrativa encomiables. Los personajes, los silencios, el lenguaje, los ambientes sórdidos nos sumergen en el centro de unas vidas enfrentadas a la incertidumbre y al horror. Esta novela, con la que Lourdes Ortiz quedó finalista del Premio Planeta 1995, nos plantea un conflicto social que no deja impasible a ningún lector.
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Fátima de los naufragios Fdtima de los naufragios. (Relatos de tierra y mar) es una colección de cuentos publicada en 1998. En el relato que encabeza el libro, «Fátima de los naufragios», tenemos el presente de la emigración en pateras fundido con el pasado de la leyenda. La Virgen de Fátima (pasado/leyenda) se transforma al final del relato en la Virgen de las pateras, Nuestra Señora de los naufragios (presente/realidad). La historia de Fátima es la de tantas mujeres magrebíes que se embarca hacia España desafiando a la muerte por la libertad y con la promesa de un mundo mejor. La emigración cobra un significado trágico. El personaje de Fátima brilla por poseer esa fuerza con la que aguarda, esperanzada, a que el mar le devuelva a su hijo y su marido. Fátima callada, solitaria, alimentada por los vecinos del pueblo, representa la trágica realidad que perturba la paz y la tranquilidad de la aldea. Aunque el interés narrativo se concentra en la trágica historia de Fátima, ésta se ve acogida por la hospitalidad de toda una serie de personajes. El segundo relato que llama nuestra atención es breve y se titula «El farero». Pero en su brevedad descubrimos otro rasgo de la autora: su versatilidad estilística para moverse en narraciones con registros diferentes. Ahora se trata de un monólogo dramático, si no fuera porque el narradorpersonaje (el farero), situado en nuestro presente, demuestra una alta capacidad espiritual para mantenerse firme en un mundo pasado (aceptar vivir en un catre pegado a la pantalla del ordenador, sin salir del faro), rechazando el confort de la realidad cotidiana («un hogar calentito con mi televisor y
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el partido de fútbol o la copa en el bar»). Pero hay algo que le mantiene firme en su puesto, en sus convicciones. Para demostrarlo, las páginas más tiernas y dulces están dedicadas a defenderse, en su torreta, del desierto que habita a sus pies (el presente, la aldea, el bullicio, la sociedad). Aislado, sobrevive gracias a otros amigos: el viento, sobre todo, y sus variantes: el levante, el poniente y el lebeche. Sin contar las brisas y las olas levantiscas bautizadas por el farero («esa puta brava de María», «la mentirosa de Fuencisla», «O la melosa de Lucía»), atendiendo a sus diferentes formas de aproximarse y romper contra el acantilado. Además hay que contar con las gaviotas y las lluvias. Todos estos elementos naturales son tan importantes que le llevan a desdeñar el presente que se le ofrece. Lourdes Ortiz sigue experimentando y profundizando en los distintos estilos, desde la tradición al estilo del realismo sucio en «La piel de Marcelinda» hasta el más culto de todos, con el que cierra el volumen, «Venus dormida», cuyo título señala la lección de pintura dada por un narrador que nos retrata un fresco cuyo tema central es el desnudo en la pintura, adoptando como motivo de inspiración a la diosa latina. Con este libro de relatos Lourdes Ortiz vuelve a manifestar a través de su escritura la naturaleza contradictoria y caleidoscópica del ser humano y del mundo en el que vivimos. La liberta En su novela La liberta (1999), Lourdes Ortiz ha recreado la Roma de Nerón, uno de los personajes más fascinantes
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del Imperio romano, el emperador que decretó la primera persecución contra los cristianos. Una nueva novela histórica en la que, además, se pone de manifiesto un paralelismo existente entre aquel Imperio y la realidad de hoy. L a autora bucea en el pasado del Imperio y encuentra asociaciones con el presente, que la confusión en la que vivimos, la decadencia de los valores, la desorientación que domina la realidad, también se daba entonces. Lourdes Ortiz mira hacia el pasado para poder penetrar mejor en el presente.
La liberta no es una novela histórica más de tema romano. L a autora decidió contar la historia del emperador desde la mirada de una mujer, Acté, antigua alumna de Séneca y primera amante de Nerón. A través de ella, la escritora descubre otro perfil del protagonista y provoca un quiebro en la historia imaginando el encuentro ficticio, pero verosímil, entre Nerón y San Pablo, un fanático de la nueva religión del cristianismo, obsesionado por romper la tradición de un Mesías para los judíos y con un fuerte componente antifeminista. Acté, la liberta de Nerón educada por Séneca, hace una serie de reflexiones sobre la vida de Nerón y Pablo de Tarso que reflejan de forma original la personalidad de estos dos personajes, así como su mundo cultural, político y social. El tratamiento dado a las dos figuras centrales, Nerón y Pablo, rompe con los tópicos más tradicionales, convirtiendo al primero en un personaje con una dimensión h u m a n a no conocida con anterioridad y al segundo en un ser inseguro y atormentado. El personaje de Acté muestra en sus costumbres y preparación intelectual una gran independencia y modernidad que sorprende en la sociedad de aquella época,
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una mujer que en la vejez recuerda su formación exquisita, los odios y envidias que provocó su relación con Nerón, la admiración por San Pablo y lo justo e injusto del poder. L a leyenda y la historia se funden en La liberta con la sabia escritura de Lourdes Ortiz, en el momento en que a Nerón se le quiere hacer justicia. Lourdes Ortiz ha leído con fruición muchos trabajos contemporáneos sobre Roma, sobre la época helenística y sobre la vida cotidiana. Las fuentes consultadas por la autora le han revelado características de los personajes implícitas en los textos que le han dado la oportunidad de valorar actitudes y hechos desde una nueva perspectiva. Y cuando tuvo bien asimilada la época que le apetecía narrar, fue descubriendo la poliédrica personalidad de Nerón. Primero le atrajo la relación de aprendizaje que el emperador tuvo con Séneca y, sobre todo, porque sus obsesiones eran la poesía, el campo, la música, el teatro, cosas que a Lourdes Ortiz también le apasionan. Lourdes Ortiz se mueve con facilidad por toda la cultura latina y griega durante los siglos I V y III. Por su novela se pasean poetas, filósofos, dramaturgos, historiadores, personajes como Platón, Sócrates, Séneca, Ovidio y Virgilio, dando cuenta de una vasta labor de investigación y de lectura por parte de su autora sobre Roma, la época helenística y sobre la vida cotidiana de la época. A Lourdes Ortiz siempre le ha fascinado esta época que ahora ha hecho suya en La
liberta. La corrupción, las intrigas y los crímenes palaciegos fueron parte de aquel pedazo de Historia, pero a la vez existía un esplendor cultural donde aún se recitaba fervorosamente
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a los poetas como Virgilio. Es una novela que pone de manifiesto el empeño de Lourdes Ortiz en ahondar en los temas más universales y eternos del ser humano: el amor, la duda, el miedo, las pasiones, la serenidad, la ambición, el poder, la búsqueda de belleza, penetrando sutilmente en las obsesiones de sus personajes, en su lenguaje, en sus vidas, revelando que el espíritu y la mente humana mantienen unas características perennes en desequilibrio con los avances tecnológicos y científicos del mundo físico que nos rodea, manifestando la indiscutible actualidad de esta obra, así como la increíble modernidad que expresan los textos latinos al revelar que los comportamientos del hombre y sus sentimientos apenas se modifican con el tiempo.
Cara de niño Esta novela, publicada en el 2002, cuenta la historia protagonizada por tres amigas que inician la búsqueda de un joven homosexual, Marcial, desaparecido misteriosamente. Las tres investigadoras, M a m á Loli, Carmela y Lorenza, empleadas en una agencia de asuntos matrimoniales, comienzan, mientras tratan de dar con alguna pista de Marcial, a tirar de un hilo que les llevará hasta un fondo mucho más oscuro, corrupto y peligroso. Las tres investigadoras son de edades y personalidades diferentes: M a m á Loli es la mayor, ha sobrepasado la frontera de los cincuenta y es una mujer escéptica, tranquila y distante; Carmela se encuentra en la década de los cuarenta años y es más activa que su compañera, aunque Lorenza, la más joven, es la más dinámica y la que demuestra más ganas de aventura. Estas diferencias
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entre los personajes permiten a la autora una mayor libertad de movimiento para expresar diferentes perspectivas ante determinadas situaciones. Se inicia la investigación en un ambiente gay y profundiza en el pensamiento y en la forma de vida de algunos personajes que son también homosexuales, pero ese ambiente no es el núcleo principal de la novela, sino que a partir de ahí la trama nos va introduciendo en otros lugares. L a homosexualidad se emplea como punto de partida para inmiscuirse luego en la trama verdadera, con asuntos e intereses que desvelan un mundo dominado por la corrupción. C o m o en las mejores novelas de misterio, nadie es lo que parece. L a novela expone todo un panorama de personajes y de ambientes de la E s p a ñ a de hoy. Aunque no es una novela de género, hay una trama policíaca que lleva al lector a encontrar las claves de lo que está pasando. Este tipo de relato le ha permitido a la autora sumergirse en las distintas capas superpuestas y engañosas en las que nos movemos y que nunca llegaremos a desentrañar, manifestando la enorme complejidad de la sociedad contemporánea. Esta novela presenta también una gran galería de tipos, de personajes diseccionados psicológicamente y con diferentes puntos de vista que ayudan a expresar la naturaleza caleidoscópica de la realidad. Cara de niño tiene toda la complejidad que supone el género policíaco, la novela en abstracto.
Las manos de Velázquez Las manos de Velázquez (2007) es la última novela publicada hasta el momento de Lourdes Ortiz. Por una parte
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se trata de una novela histórica, y por otra es un retrato intimista y urbano. D e esta ecuación surge esta novela, un fresco del Siglo de Oro, de la enigmática vida del pintor sevillano y, sobre todo, una reflexión sobre el mundo del arte de entonces y de ahora. Se trata de una novela que ofrece una nueva mirada sobre la vida y obra de Velázquez, una obra en la que compagina sabiamente el relato intimista y la novela histórica, entrelazada con una original visión del Siglo de Oro. Ofrece una mirada nada complaciente de la sociedad y del mundo del arte y sus mecenas, una mirada sobre nuestro tiempo y sobre la España del siglo x v n : una España miserable, sumergida en las intrigas de la corte de Felipe IV, dilapidadora en guerras y lujos, aunque grandiosa en las artes. Las manos de Velázquez se interna en la personalidad del pintor sevillano y pone de relieve circunstancias que pueden haber influido en la evolución de su obra. Es una reflexión sobre el artista y la obra, y el pintor es el protagonista, por su vida, su obra y su época, por eso todos los datos reseñados en el libro, toda la información dada es muy rigurosa, demostrando el conocimiento profundo que de la época y del autor de Las Meninas tiene la autora de esta novela. L a experiencia de Lourdes Ortiz como catedrática de Historia del Arte durante 30 años resulta manifiesta su presencia en novelas como ésta, rebosante de complicidades visuales tanto en la ciudad madrileña como en la Italia que hizo de Velázquez el pintor de atmósferas. L a narración recorre diversas ciudades como Roma, Nápoles, Sevilla y Madrid. Esta última, tanto en el siglo x v n como en el siglo x x i . L a
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narración salta continuamente del siglo x v n a la actualidad, lo que produce una identificación con el personaje por parte del lector. Se trata también de una novela sobre los celos. Teodoro, el protagonista del libro, es un profesor universitario casado con una ex alumna 27 años más joven que él, y padre de dos hijos; el personaje contempla con verdadero pavor la diferencia generacional de su matrimonio, envuelto en una crisis de pareja y víctima de todo tipo de celos e inseguridades. En estas condiciones, Teo emprende una investigación sobre Velázquez, en la que se arrojan toda una serie de hipótesis que iluminan los aspectos menos conocidos de la vida del autor de Las Meninas, como el supuesto hijo bastardo del artista, su enigmática misión diplomática en Italia, en el marco de una Europa sacudida por las guerras, y también la posibilidad de un encuentro, quizás amoroso, con una de las pintoras más ilustres de la época, Artemisa Gentileschi, la primera mujer considerada pintora de la Historia, víctima de una violación que produjo un gran escándalo y quien pudo haberle presentado al cardenal Espada, un gran coleccionista de arte, al que todos los libros dicen que el pintor español no llegó a tratar. El profesor descubre pruebas de este secreto en las obras de ambos artistas y en sus encuentros con importantes personalidades del poder, así como en las fechas en que ambos coinciden en los mismos lugares. La figura de Velázquez absorbe hasta tal punto la mente de Teodoro que pone en peligro su propia relación de pareja. Lourdes Ortiz ha querido hacer un juego de paralelismos entre Teodoro y los personajes de su investigación. C o m o
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buena escritora interesada por el mundo de la mujer, Lourdes Ortiz saca a relucir a pintoras como la mencionada Artemisa Gentileschi y a Flaminia Triunfi, mujeres muy libres en la época en que les tocó vivir. A lo largo de la narración, la autora destila reflexiones, observaciones y pensamientos de una gran riqueza. En algunos momentos la intriga acerca la novela al thriller. Lourdes Ortiz esboza una Italia liberal y corrupta —en la que el artista es considerado un genio— y una mortecina España, en la que Velázquez llega apenas a la categoría de artesano. El Siglo de Oro español aparece con un sutil calado de luces y sombras y, al mismo tiempo, nos deleita con una historia de hermosas palabras y calculada trama. 2 . V O C E S DE M U J E R ( L O S MOTIVOS DE C I R C E , 1 9 9 1 )
En este libro de relatos se encuentran nuevas versiones de diferentes mitos históricos y bíblicos. Seis son las mujeres protagonistas, personajes arquetipos míticos de nuestra cultura, pertenecientes al mundo bíblico, homérico, y al arte pictórico: Eva, Circe, Penélope, Betsabé, Salomé y Gioconda. Todos los relatos nos muestran su historia contada por ellas mismas, dando cuenta de una realidad distinta a la que siempre hemos conocido. Las seis protagonistas de esta colección de cuentos son el indiscutible centro de atención de los relatos, mientras que los mitos masculinos que han protagonizado la historia y la cultura a través de los tiempos, quedan relegados a un segundo plano. Lourdes Ortiz ha dado a estas figuras una voz hasta ahora silenciada, revelando unos personajes desde el punto de vista femenino,
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mostrando un lado desconocido de estos mitos, un mundo interior cuyo conocimiento se hace necesario para tener una visión más completa de la Historia, para modificar las ideas preconcebidas de la sociedad actual, así como para exponer un universo humano y femenino cuya esencia se sigue manifestando a través del tiempo y el espacio. La misma autora ha comentado que esta colección de cuentos «son relatos en boca de mujer todos. Resulta como poner voz a todos estos personajes femeninos que han sido paradigmáticos a lo largo de la historia: Salomé, Penélope, Circe... Estos personajes no tenían voz y, de repente, hablan y dan su propia versión de aquello que les ha pasado» (Porter 1990: 140). Como expone Felicidad González Santamera en su estudio sobre los personajes de Los motivos de Circe, los mitos son «parte fundamental de la cultura, una serie de historias, de personajes y de imágenes que, repetidos incansablemente, variados, y puestos al día, forman el sustrato de nuestra concepción del mundo» (1991: 39). El punto de vista que nos ofrece Lourdes Ortiz sobre la historia de estos mitos nos permite, así, leer la Historia desde el lado de sus protagonistas femeninas. Es importante señalar también el gran lirismo que desprenden todos sus relatos, llenos de imágenes de gran vigor sensorial y de un abundante ritmo y musicalidad que manifiesta la naturaleza poética de los textos. «Eva» En este relato que abre la colección de cuentos, Lourdes Ortiz presenta los sentimientos y la voz de la primera
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mujer de la historia, Eva, adquiriendo una dimensión y una perspectiva distinta de la historia narrada en el Génesis II, III y IV. Comienza el relato después de los hechos que conducirían al fratricidio, con los pensamientos de Eva en un flash-back o analepsis que le lleva a recordar cómo era la vida con A d á n en un principio, cómo fue después de la caída y cómo sus dos hijos, C a í n y Abel, manifestaron personalidades distintas: C a í n asociado a las características del padre y Abel asociado a las características de la madre, el enfrentamiento de lo masculino y femenino, provocando los celos y desavenencias que desembocarían en el asesinato. El narrador es como la memoria o la voz interior de Eva que se dirige a ella misma en segunda persona, una voz de gran lirismo, con una gran carga poética, y con la que el narrador lleva a cabo un discurrir de la consciencia utilizando la técnica de asociación de ideas. Esta voz interior, esta voz surgida de la memoria de Eva, va relatando cómo en el principio no existían los conceptos y, por ende, las diferencias: [...] él, que todavía no era él, sino parte indiscernible de ti m i s m a [...]. N o había distancia entre el nombre y lo nombrado, entre el sonido y el eco [...]. Era hermoso el mirlo y luminoso el tulipán y probablemente perfecta la rosa, pero tú no podías definirlo como hermoso porque no había valoración, ni adjetivo para comparar, ni matiz, ni grado que marcara jerarquías y diferencias.
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Pero cuando se dio el cambio el «Jardín ya no era el lugar, el mundo, sino que aparecían límites» y surgieron los conceptos, los caminos que recorrer, los retos, las aventuras, los verbos, los adverbios, los adjetivos y las «preguntas nunca antes formuladas». Y poco a poco fue apareciendo la percepción del espacio, del tiempo, el deseo, el afán, todo lo que define al ser humano, en un lugar mítico en donde viven después de ser expulsados del Paraíso Terrenal. Pronto se toma consciencia de la diferencia y la desigualdad entre la pareja: «el Yo y el Tú de pronto», y Adán siente la necesidad de poseer y sale a la caza de una piel de leopardo, símbolo del deseo humano de posesión material. Eva también la desea, y al traerle la piel, la relación entre ambos cambia: el hombre se siente superior a la mujer, ella ya no es su compañera de juegos, sino una posesión más, una fiera a domar, como el leopardo que cazó: El había traído aquella piel que ahora depositaba ante ti y al dártela, al brindártela, algo se había transformado: T ú diminuta de pronto, sumisa y agradecida, lamiendo casi la sangre de sus heridas, tú ya no igual a él, sino regalada y protegida por él que además te contemplaba de manera diferente —¿cómo llamar a esa distancia repentina entre los dos, a esa manera de situarse frente a ti y ante sí mismo, como si su cuerpo entero fuera un estandarte, no ya parte de tu cuerpo, no piel de tu piel; tú ya no costilla indiscernible de sus huesos, sino piel ajena que podía ser abrigada, resguardada?
Se abre así una brecha entre los dos mundos y todo comenzó a modificarse, «el jardín convertido en desolada
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monotonía», y el hombre, quien adquirió desde entonces la fuerza volitiva del afán, para seguir domando y dominando, sin percibir la belleza o la sencillez, sólo el ansia de realizar, de construir, «como un destino inexorable y maldito». Y Adán, en su anhelo y ansia de poder, «refinaba, seleccionaba, transportaba, almacenaba, intercambiaba, vendía...», y se sentía distinto y superior a la mujer, a Eva. Adán es descrito como un hombre inquieto, violento, fuerte, activo, emprendedor, estereotipo del hombre en la cultura occidental, controlador, además, del discurso logocéntrico: «jugaba con las palabras y nombraba las cosas». A medida que avanza la narración, la separación entre los dos mundos se hace cada vez más evidente, separación que aumenta con el nacimiento de sus dos hijos, Caín y Abel, cada uno con distintivas y divergentes características y personalidades. Caín, como en la Biblia, es cazador, pero el texto le otorga propiedades tradicionalmente asociadas con el hombre: identificándose con Adán es competitivo, desafiante, temerario y quiere poseer a la madre; en cambio, Abel, el pastor, es de una personalidad dulce y tierna, soñador, amante de la música y de la contemplación, es la prolongación de Eva, con características asociadas normalmente con la mujer, aunque también poseía el don de la palabra, como Adán. Lourdes Ortiz, con un lenguaje vigoroso y enérgico, cargado de imágenes vivas, poderosas e intensamente sensoriales, describe la diferencia entre los dos hermanos; mientras Abel «contaba una a una las estrellas y creaba leones, toros, carros, hermosas mujeres que vertían agua fresca de un cán-
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taro inagotable, convirtiendo el firmamento en un libro ilustrado», Caín volvía, junto a su padre, de otear nuevos territorios para la caza, para el dominio, y cuando regresaban, volvía el duelo, el olor seco y agrio de las axilas, el miedo, la chanza, la bravata, el relato engañoso y desmesurado, la proeza, ya que ambos combatían una y otra vez por el aplauso, la medalla, el cortejo, el respeto y el acatamiento, la reverencia y la admiración. Y tú no eras tú sino sólo premio, lugar de la disputa, trofeo, prenda que podía ser hurtada, repartida...
Abel era la esperanza de una posible vuelta a la igualdad entre los sexos que había existido antes del episodio de la manzana: «macho-hembra que asumía la síntesis de aquella primitiva unión, antes de nuevo de la manzana». Y Eva quería transmitirle a Abel «la verdad del paraíso» como si a través suyo, «a través de aquel hijo-hija dual [...] pudiera volver a reconstruirse la unidad primigenia, el no dolor, el lugar del estar y del canto». Pero las características femeninas de Abel no eran apreciadas por los poseedores de las características masculinas, Adán y Caín, convirtiéndose Abel en un hijo despreciado por el padre, «Abel-mujercita, poeta inútil que elevaba el humo de sus sueños», y envidiado por el hermano, «Abel infame para el hermano», un Caín lleno de celos ante el afán creador de Abel que, «como dios antes de la caída, dibujaba las cosas, las daba forma». Los dos mundos se enfrentan la tarde del crimen, cuando Caín, poseedor de los rasgos masculinos, da muerte a Abel.
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Dice Alicia Giralt que Lourdes Ortiz subvierte el mito de Eva al convertirla en la primera mujer poseída en vez de presentarla como la primera mujer tentadora. Por otra parte, afirma que la autora plantea la idea de que el abismo entre los dos sexos producido por el pecado original, pudo haberse redimido con Abel, pero los hombres no permitieron la revalorización de las características femeninas, perpetuando, de esta manera, la desigualdad (Giralt 2001: 164). «Los motivos de Circe» En este cuento la protagonista es Circe, la maga de la Odisea, hija de Helios, el dios del Sol, y de la ninfa Perseis. Cuenta la Odisea de Homero que Circe transformaba en animal a todo hombre que pisaba su isla con el uso de pociones mágicas. Convertía en cerdos a los marineros embrutecidos, en lobos a los que eran traicioneros y en leones a los altaneros y osados. Según el relato de Homero, Odiseo, legendario rey de Itaca, mandó a la isla de Circe una tripulación de veintitrés desesperados marineros en busca de comida y agua. Todos cayeron en la tentación del festín ofrecido y todos fueron convertidos en cerdos, excepto uno, Eurylochos, quien escapó ante la sospecha de traición y avisó a Odiseo de lo ocurrido. Este fue en busca de sus hombres con el propósito de liberarlos de alguna manera y, de camino a la isla de Circe, se encontró con Hermes, mensajero de los dioses, quien le ofreció una hierba que le protegería del influjo mágico de la hechicera. Una vez en la isla, Circe trató de someter a Odiseo bajo su poder mágico y, al ver que no tenía resultados, al ver que no era como los demás, Circe se enamoró y accedió a
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su petición de devolver a su forma humana a toda su tripulación. Circe, enamorada del héroe, vivió un año con él en su isla y, durante todo este tiempo, el héroe le narraba sus aventuras y le hechizaba con sus palabras. Pero al cabo de un año, Odiseo le pide a Circe que le deje partir, a lo que ella accedió, dejando con su partida a una Circe colmada de recuerdos, nostalgia, melancolía, tristeza y, sobre todo, un eterno sentimiento de soledad. En este relato Lourdes Ortiz narra los sentimientos y pensamientos de la hechicera desde su soledad y le da voz a través de un narrador situado en su memoria, dando cuenta de sus sentimientos con respecto al héroe y los otros hombres. «Como cerdos», así comienza y termina este relato de estructura circular, un relato que, como el anterior, es una analepsis, es decir, está narrado desde el recuerdo de su protagonista. La voz narrativa en tercera persona es una voz omnisciente situada en la memoria de Circe, voz que se interioriza en ella misma con un lenguaje poético, cargado de imágenes líricas, sensoriales, intuitivas, imágenes emotivas que expresan algo más allá que puros conceptos. La imagen que abre el relato es la de nuevos marineros que llegan a su isla «Como cerdos... Esa mirada torcida, agria, los ojillos turbios por una lujuria siempre insatisfecha», hombres que tras meses y meses de vivir atrapados en el infinito mar, desembarcan en la tierra de Circe ante la presencia de vida que delata el humo de la carne y el pan recién cocinados que surge del palacio de la hechicera, «un humo hogareño que aturde a los marineros y les habla de mujeres junto a la rueca», mientras que las siervas, atentas y
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dóciles, preparan el recibimiento. Los hombres, retratados por la autora ante la mirada de Circe como «hombres peludos, sucios y desdentados, hombres torvos, acosados por el hambre y el hastío de la infinita soledad marina», avanzan hacia su palacio con la idea de poseer, «avariciosos y tenues en su pequeñez, confiando en ese botín, en esas nuevas tierras, en el cuerpo de la esclava, conquistada por la fuerza», como si el solo acto de poseer fuera lo único que diera valor a sus vidas. Circe los recuerda como «bestias sin grandeza», animales que delatan el tipo de bestias en las que más tarde se convertirían bajo su hechizo. Sin poder remediarlo, Circe convertirá en leones a los más altaneros y osados, en lobos a los traicioneros, y en cerdos a una gran mayoría, y todos ellos cumplirán «la maldición, eligiendo su propio destino, su propia forma...», la inevitable transformación a la que les lleva el comportamiento animal ante sus desenfrenadas pasiones. Y ante el espectáculo de los hombres convertidos en bestias animales, Circe recuerda a Odiseo, diferente a los demás, «no fue cerdo, ni león, ni lobo, sino espíritu noble y despierto, [...] espíritu diestro en la palabra y el juego». Circe, descrita como «la dotada de voz», como las sirenas que atrapan a los marineros con sus cantos, fue cautivada por Odiseo, presa de sus armas verbales, enamorada del héroe que construía mundos con las palabras: «Odiseo hablaba y sus palabras tenían la cadencia convincente del aedo, la potencia del verso bien templado, del retruécano, de la metáfora atrevida e inesperada». Odiseo tenía el don de la palabra, como Adán y Abel. Con el poder de las palabras que «se iban enroscando
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como volutas de humo en los toscos capiteles de piedra y los dulcificaban», enamoraba y dulcificaba también a Circe. El poder de la palabra, o sea del narrador, es una constante en la obra de Lourdes Ortiz. Entre ellos surgió una historia de amor que duró tan sólo un año. Es de destacar que los diálogos entre los dos amantes los ha construido la autora a partir de citas textuales de la Odisea. Odiseo se convirtió en un poeta, en un juglar, en un narrador emocionado ante el placer del relato que poco a poco va sustituyendo a la acción, asombrado ante el poder de la palabra, de la literatura, para construir realidades. Odiseo calculaba el efecto producido por cada palabra, jugaba con los ritmos, con las pausas, modificaba las determinaciones y hacía al malo cruel y ella, Circe, iba saboreando las uvas recién cortadas [...] e iba enhebrando las sílabas del relato y las repetía en voz baja [...] adormilada también, como Odiseo, por los vapores del vino y la justeza de las palabras.
Esta historia de amor llegó a su fin al cabo de un año, ya que al héroe le faltaba alguien con quien medir las fuerzas y le faltaban los mundos a los que tendría que renunciar si seguía a su lado: «la patria perdida, ese padre Laertes, aquella mujer, aquel otro lugar que le estaba reservado...». Y Circe no pudo convencerle de vivir con ella «el tiempo verdadero, el no-tiempo, el lugar del goce», y le dejó marchar sabiendo que nunca le retendría de nuevo a su lado. Odiseo tuvo que partir y prefirió «ser Nadie junto a una esposa complaciente»,
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su esposa Penélope, protagonista del siguiente cuento. Odiseo eligió ser simplemente un hombre, a salvo de la eterna juventud, eligiendo la muerte en un futuro inevitable como si en ello cobrara sentido el oficio de vivir. Y Circe, en su isla, intuye que Odiseo, en su mundo elegido, viejo y cansado, se sentaría en el poyo de piedra junto a la puerta del palacio [...] recordando, [...] echando de menos aquella serenidad, la magia de la isla, [...] buscando de nuevo las palabras para contar y añorando ahora a esa bruja Circe que durante un año entero fue fuente de miel, manantial donde fluía el Verbo, Verbo hecho historia, saboreado en la carne... Así relata la voz narrativa en tercera persona los recuerdos y sentimientos de Circe quien, en su soledad y llena de melancolía, añora al héroe que la conquistó para siempre porque «desde aquella primera vez, desde el primer día quedó claro que nada ni nadie podría separarles, porque no había Otro para Circe, sino sólo y absolutamente él, Odiseo». Y mientras recuerda, Circe escucha a lo lejos los sonidos de los hombres convertidos en animales bajo su hechizo y, en su soledad melancólica, experimenta la tristeza que supuso la partida del héroe. Y así será a partir de entonces, Circe seguirá atrayendo con sus cantos a los marineros que gravitan irremediablemente hacia su isla, y en su «canto amargo de nostalgias y de amores que ya nunca serán» enloquece a los marineros que, una vez más, pisan la tierra de su isla en un afán de pasiones y lujuria que delata la bestia que hay en
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ellos, «hundiendo sus hocicos en lodo, chapoteando en el agua estanca, en la ciénaga. Como cerdos». «Penèlope»
La protagonista de este relato es Penèlope, personaje homérico de la Odisea, esposa de Ulises, el legendario rey de ítaca, hija de Icaro y Periboea. Según cuenta Homero en su gran poema épico, el hijo de Penèlope, Telémaco, nació justo antes de que su padre, Odiseo, partiera a la guerra de Troya. Veinte años pasaron antes de que éste finalmente regresara, y Penèlope, durante cuatro años desde la caída de Troya, rechazó varias propuestas de matrimonio por parte de numerosos príncipes que ansiaban casarse con ella. Este mítico personaje está considerado como el prototipo de la fidelidad ya que, siempre con la esperanza del regreso de su esposo, aseguró que escogería a un pretendiente tan pronto como acabara de tejer un sudario para Laertes, el padre de Odiseo. La fiel Penèlope, durante tres años, estuvo deshaciendo por la noche lo que tejía durante el día, en un intento de darle al tiempo la oportunidad de devolverle a su esposo, hasta que una de sus sirvientas descubrió la estratagema. Cuando finalmente Odiseo vuelve a Itaca, cansado y viejo, y bajo el aspecto de un mendigo, mata a todos los pretendientes en la prueba del arco y, tras un difícil reconocimiento, Penèlope y Odiseo se vuelven a unir. En este relato, Penèlope está retratada por la autora a la luz de diversas perspectivas, no sólo como la mujer fiel y resignada, sino que le da una voz que muestra otras facetas de este homérico personaje que no han sido anteriormente
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reveladas. El narrador es una voz omnisciente que relata en tercera persona y, de la misma manera que en el texto anterior, «Los motivos de Circe», los diálogos están extraídos textualmente de la Odisea de Homero. En estos casos el narrador omnisciente da paso a la voz en primera persona de los personajes protagonistas dando transparencia a su naturaleza y condición humana. Comienza este cuento con los mandatos imperativos de su hijo Telémaco, ordenando a su madre a que se retire a su espacio designado para sus labores de mujer, tal como se lee en la Odisea: «Vuélvete a tu habitación. Ocúpate de las labores que te son propias, el telar y la rueca [...] y del arco nos ocuparemos los hombres y principalmente yo, cuyo es el mando de esta casa». De esta manera se establece la condición sumisa de la protagonista, quien se recluye en sus quehaceres, sola, descrita, además, como una mujer recatada y triste que recuerda «los cuentos del incansable narrador... diestro en embustes», padre del hijo que crece a su imagen, hijo que le recuerda a su madre, una y otra vez, que ahora, en ausencia del padre, él es el amo. Esposa fiel, espera al marido, mientras sus pretendientes «llenan la casa con sus gritos, sus borracheras y sus modos de hombre», esperando que elija a uno de ellos para hacerle su esposo, mientras que se entregan al placer epicúreo y sensual de los manjares, bebidas y esclavas jóvenes disponibles. Penélope se siente admirada y observada por ellos, pero cuando escucha la narración de las hazañas de Odiseo, la tristeza y la angustia se apoderan de ella y, experimentando una infinita soledad, se refugia en su alcoba y sigue tejiendo,
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apurando con hastío el tiempo que inevitablemente desgasta su juventud, marchitándose ante la imposibilidad de la presencia del esposo, alimentándose de fantasmas, mientras le llegan los sonidos que delatan a las doncellas que disfrutan de los placeres físicos, y cree escuchar entre ellos los gemidos de su Ulises, «y siente unos celos que muerden sus entrañas desgarrándola y la hace presentir a todas las Circes, las Calipsos, las posibles mujeres de rasgos exóticos y técnicas maduras, infinitamente sabias en el arte del amor». Mientras, Telémaco, al acecho de sus movimientos, censurándola, le recuerda incansablemente su posición en la vida: «Vuelve a tu habitación... ocúpate de las labores que te son propias». Y la sumisa Penélope se amarga en su nostalgia y recuerda con desprecio a la que ha sido causa de su desgracia, Helena, su contrafigura, la mujer que siguió los deseos de su corazón y huyó de su marido con el príncipe troyano Paris, provocando así la guerra de Troya que la dejó, a Penélope, sufriendo las consecuencias de su fidelidad, resistiendo el asedio de sus pretendientes. Pero Helena no se resistió y se dejó llevar «por el primero que alabó sus rubios cabellos y puso calambres en sus dedos», causando la partida de Ulises a la guerra, y ella, Penélope, siente con convicción y fervor que debe «lavar la mancha que sobre su pueblo y sobre los suyos cayó desde que el adulterio trajera la desdicha a las tierras de Itaca», condenada a una soledad de veinte años que la sumerge en una inevitable melancolía, tristeza, nostalgia, desvelos y lágrimas. Se nos ofrece así una nueva visión del mito, ya que la razón de su fidelidad ya no se manifiesta sólo en su amor por el esposo, sino en su deseo de restaurar el
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honor de su pueblo con la prueba de su resistencia, dejando en entredicho el comportamiento indigno, ante su mirada, de la adúltera Helena. Cuando Ulises regresa, después de veinte años, Penèlope se enfrenta ante una realidad que no se corresponde con el afán y el anhelo sentido durante su fiel espera. Odiseo, inevitablemente, ha envejecido, viste como un mendigo, y es casi un desconocido, un anciano que le recuerda el paso del tiempo en su propio cuerpo de mujer. Pero Telémaco, siempre acechante, le recuerda su papel en la sociedad: «Madre mía... descastada madre, ya que tienes ánimo cruel, ¿por qué te pones tan lejos de mi padre, en vez de sentarte a su lado [...]. Ninguna mujer se quedaría así [...]. Pero tu corazón ha sido siempre más duro que una piedra». Y Penèlope se volverá a entregar a él, a Ulises, y para ella ya no habrá más pretendientes, todos muertos ya por el héroe regresado de la guerra, ni será admirada y deseada, sino sierva del hijo y del marido, codiciada presa que todos querían poseer ante la ausencia del «Otro», el marido, pero cuando Ulises vuelve «y se asienta en el hogar, Penèlope deja de existir y pasa a ser la sombra que trasiega en el cuarto de las mujeres». Los dos personajes míticos se encuentran juntos de nuevo con la realidad de una inminente vejez, fruto del paso del tiempo, y llenos de memorias y añoranzas. Añoran lo que perdieron: Penèlope recuerda a sus pretendientes, «el murmullo de las voces, los encuentros furtivos en las esquinas del patio», y Ulises «sueña con los brazos siempre frescos de Circe, con la juventud de Nausica o el encanto hechicero de Calipso». Pero a Ulises le quedan las memorias de sus
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aventuras, y «una hacienda que reconstruir y un reino que legará a su hijo». Sin embargo, a Penèlope le queda la frustración resultante de su fiel espera, sabiendo que nunca más volverá a ser madre y que la oportunidad de volver a sentir el deseo satisfecho se ha desvanecido para siempre, «y deja que los fantasmas de los pretendientes le devuelvan el eco de un goce que ya no puede ser». La Penèlope del mito homérico, modelo de fidelidad femenina, con su soledad y amargura, se refleja, sin duda, en este cuento. Lo que Lourdes Ortiz nos muestra, además, es que su fidelidad no partía exclusivamente de su amor incondicional a su esposo, sino que su determinación estuvo influida por un deseo de restaurar el honor, de restaurar la «mancha» que la adúltera Helena dejó en Itaca y, con ello, la frustración consecuente al encontrarse ante la realidad del regreso del esposo, ya viejo, indiferente, incapaz de colmar sus deseos insatisfechos, viéndose, como siempre, atrapada en una realidad que no le hace feliz, sierva del varón, hundida en la frustración en la que ha caído una vez muerta su voluntad y desvanecida su ilusión. «Betsabé»
En el Antiguo Testamento Bathsheba o Betsabé («la séptima hija» o la «hija del juramento»), hija de Ammiel, fue la esposa de Urías el hitita, soldado en el ejército del rey David, uno de los «valientes de David». Según el Segundo Libro de Samuel de la Biblia, el rey David vio a Betsabé bañarse en su patio por la azotea del palacio y, asombrado por su belleza, mandó que se la trajeran a sus habitaciones para tener reía-
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ciones con ella, a raíz de las cuales ella quedó embarazada. Informado de la identidad de su marido, Urías, el rey David le llamó del frente para conocerlo y trató de engañarlo sugiriéndole que atendiera a su esposa. Urías se negó, citando un código de honor de sus compañeros mediante el cual no se podía tener relaciones sexuales mientras estaban en la batalla. Era común que los guerreros en la preparación para pelear se abstuvieran del sexo, como práctica de la disciplina. Después de que en varias ocasiones se negó a ver a su esposa Betsabé, David mandó a Joab, su capitán del ejército, que pusiera a Urías en el frente de la batalla en una posición peligrosa de modo que el enemigo lo matara fácilmente. Poco después, el profeta Natán reprendió a David por el asesinato, contándole primero una parábola de un hombre rico y un pobre: el rico tenía muchas ovejas mientras el pobre sólo tenía una, que quería mucho. Un viajero le visitó al rico pidiéndole comer, por lo cual el rico tomó la oveja del pobre y se la preparó para ofrecérsela al viajero. Al oír esta historia, David se enojó y contestó: «¡Tan cierto como que Yahveh vive, que quien hizo esto merece la muerte! ¿Cómo pudo hacer algo tan ruin? ¡Ahora pagará cuatro veces el valor de la oveja!» Natán le respondió: «¡Tú eres ese hombre!» Aunque David y Betsabé fueron salvados de la condena a muerte por este crimen, su primer hijo murió a los 7 días. Además, la Biblia dice que la cadena subsiguiente de intrigas, asesinatos y luchas internas (incluyendo una guerra civil) que plagaron la vida posterior de David, fueron un castigo adicional que le impuso Dios. Después tuvieron otros tres hijos, entre ellos el sabio rey Salomón.
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En el Evangelio de San Mateo (1:6), Betsabé figura como ancestro de Jesús. En este relato de Lourdes Ortiz, el personaje de Betsabé aparece ya anciana y, a través de sus recuerdos, irá descubriéndonos su historia y emociones, mientras espera que su hijo Salomón sea coronado rey de Israel. Su marido, el decrépito rey David, pasa sus últimos momentos en una habitación contigua, solo y atemorizado ante su cuerpo gastado y su virilidad perdida, mientras Betsabé lo contempla como el responsable de todo el odio que ha ido acumulando a través de los años. Como en los relatos anteriores, también esta historia es una analepsis y, aunque se nos va deshilvanando la historia a través de sus recuerdos del pasado, también se encuentran frecuentes prolepsis al presente de la narración. El narrador también es omnisciente. Betsabé recuerda su vida, ofreciendo al lector una serie de imágenes líricas y sensoriales de los momentos más críticos de su vida: cuando fue vista por David cuando se bañaba; cómo éste la hizo suya y la dejó embarazada; cómo quiso engañar a Unas para que tuviera relaciones con su esposa sin conseguirlo; y cómo logró que lo mataran en batalla consiguiendo, así, casarse con Betsabé. En la cultura popular este personaje mítico se ha visto siempre como un símbolo de la lujuria del rey David y su voz ha tenido mucho menos fuerza que la de Eva o Penélope. Con este cuento, la autora le da a Betsabé una personalidad que antes no tenía, y de ser un personaje sin voz se convierte en una mujer con un objetivo bien definido. El odio que Betsabé fue acumulando hacia el rey, le llevó a
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urdir su plan para vengar la muerte de su esposo Urías, un odio encendido desde el día en que conoció el «deseo torpe del rey», sintiendo en su cuerpo la «mirada avarienta del monarca, mirada de mando que congela, dictamina y elige y la condena (la condenada) a una soledad irremediable, a un destino no querido y a una apuesta por un futuro que sólo podría realizarse en el hijo». La coronación de su hijo Salomón y la caída de Amnón, el presunto heredero de David, definían su propósito de venganza. Betsabé quería ver a Salomón «crecer en edad y sabiduría», y quería verlo en el trono como sucesor de su padre, el rey David, pero con las cualidades humanas del esposo muerto, con «la dulzura y la inteligencia, la hombría de bien y el juicio sereno», y le transmitió a su hijo las enseñanzas de respeto y nobleza que Uría habría deseado para él. El odio de Betsabé hacia el rey David representa también el odio de todas las mujeres a las que poseyó como una mercancía, como objetos en «donde verter una simiente que habría de multiplicar tu progenie» y satisfacer un egoísta deseo primario, como bien le reprocha Betsabé en este relato, poniendo de manifiesto también la condición homosexual del rey David. Según Betsabé, el hecho de que poseyera a tantas mujeres, su aparente deseo heterosexual, no tenía otra razón de ser que ocultar su deseo homosexual por su propio hijo Absalón, y por Jonatán, hijo del rey Saúl, «a quien todavía llamas en sueños y al que convocas una y otra vez en mi cuerpo y en el cuerpo de todas las concubinas». Los pensamientos de Betsabé se dirigen a un rey David ya viejo, decrépito e impotente que intenta por todos
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los medios mantener una adecuada relación sexual con una joven concubina que la misma Betsabé le ha llevado a su alcoba. Su obvia impotencia e inútil lucha por mantener una digna virilidad inexistente parece acentuar su patética y vil naturaleza. Para realizar su plan de venganza, Betsabé se aseguró de que Amnón no llegara al trono, incitándole a que violara a su hermanastra Thamar: Tú me habías tomado por la fuerza y yo a partir de entonces me propuse lo que he ido logrando sin apenas esfuerzo: que la desdicha y la deshonra fueran el legado de tu familia: Thamar, tu hija más querida fue así violada y ultrajada por tu hijo Amnón. ¿Ves qué sencillo?
Betsabé manipuló también la venganza de esta violación en la persona de Absalón, el hijo favorito del rey David. Fue ella quien le contó lo sucedido, convenciéndole de que debía actuar en silencio y dejando pasar el tiempo. Y así hizo Absalón: después de un año, cuando los hechos parecían haberse difuminado con el tiempo, preparó un banquete e invitó a su hermano sin otro propósito que el de emborracharlo y posteriormente darle muerte en manos de sus criados. Dirigiéndose a un rey David que no le puede escuchar, Betsabé le cuenta que Absalón «hizo lo que yo esperaba de alguien como él: callar torpemente y preparar su crimen, como tú preparaste, valiéndote de tu imperio sobre los hombres, la muerte de mi esposo Uría».
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Pero la venganza de Betsabé no acabó aquí. La muerte de Amnón daba paso al derecho de Absalón como sucesor a la corona de su padre: «Era él tu nuevo sucesor y yo sabía que el resto de mi venganza iba a realizarse sin que yo apenas tuviera que mover un dedo». Absalón, incitado por el abuelo de Betsabé, se rebeló contra su padre poseyendo a diez de sus concubinas. La rebelión y posterior muerte de Absalón dejaron el camino libre para la coronación de Salomón. Absalón, el hijo preferido del rey David, está descrito por Betsabé con características infantiles y femeninas. Dirigiéndose al rey David dice Betsabé: «había algo muy fuerte que te unía a sus manitas de mujer, a sus cabellos ondulantes, a sus maneras de bailarina que apenas podía manejar la lanza». De la misma manera, la condición homosexual del rey David la enfatiza Betsabé describiéndole como esa niñita desamparada que suspiraba por estrechar los tobillos del hijo de Saúl o las caderas redondas de tu propio hijo [...]. Por las noches en la tienda, cunado el vino rompía todas las ataduras, te he contemplado mil veces con la túnica desatada y tocando la cítara en una danza obscena de mujerzuela y sé que en muchas ocasiones habrías dado todo tu reino por recostar tu cabeza en el vientre duro y firme de Jonatán.
La muerte de Absalón le causó al rey David un gran dolor, ya que, según cuenta la protagonista de este relato, «sólo hay dos personas a las que has amado en tu vida: Jonatán y Absalón». Betsabé justifica el desprecio que sentía, sin embargo,
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hacia Salomón, puntualizando su carácter y personalidad más cercana a la de Uría: Le despreciabas porque no hacía cabriolas al andar, ni dejaba sonar campanillas; porque te daban miedo sus ojos serios acostumbrados al estudio, te aterraba esa manera suya de mirar a la mujer como algo hermoso y próximo. Salomón compone cantos a la esposa mientras tú gimes en brazos de concubinas a las que nunca supiste mirar, a las que tratabas como perras que son tomadas sobre la alfombra y abandonadas.
Es importante destacar el cambio de tono que se da al final de esta narración por parte de Betsabé hacia el rey David. Durante todo el cuento prevalece el sentimiento de odio hacia el hombre que le arrebató la felicidad, pero al ver a su hijo Salomón coronado rey, la compasión parece apoderarse de ella deshaciendo el rencor acumulado a través de los años, deseando que el viejo y acabado rey David encuentre junto a la joven concubina con la que ha compartido su cama a lo largo de todo el relato «la tranquilidad y el aliento que sólo da el amor, aquella tranquilidad y aquel goce que yo conocí junto a mi esposo Uría, el hitita». Termina el relato con la voz narrativa omnipresente en tercera persona describiendo a Betsabé recostada tranquilamente mientras escucha los victoriosos sonidos de la coronación de su hijo Salomón y, en concordancia con sus palabras dirigidas al rey David deseándole la felicidad, el narrador omnipresente relata que «En la habitación vecina, el rey acaricia la mano de
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la muchacha y le pregunta: ¿Cuál es tu nombre?» Impotente y solo, débil y viejo, depende de la concubina para recibir afecto, lo que le lleva a interesarse, quizás por primera vez, por el aspecto y los sentimientos más humanos de la mujer, buscando en su concubina la tranquilidad y el aliento que le deseaba, finalmente, Betsabé.
«Salomé» Según relatan los evangelios (San Mateo 14:1-2, San Marcos 6:14-29 y San Lucas 9:7-9), Salomé era una princesa judía, hija de Herodes II Boethus y Herodías, sobrina y esposa de Herodes II. Este matrimonio acabó en divorcio y Herodías se casó con otro tío suyo, Herodes Antipas, tetrarca de Galilea en Palestina y hermano de Herodes II Boethus, su primer esposo. Esta unión, sin embargo, fue considerada como una violación de las leyes del matrimonio según la religión judía y fue duramente criticada por San Juan Bautista. Como consecuencia de estos ataques, San Juan Bautista fue encarcelado, pero Herodías, sin embargo, deseaba su muerte. Instigó entonces a su hija Salomé a que le pidiera a Herodes la cabeza del famoso profeta, y así lo hizo Salomé, seduciendo a su padrastro con un erótico baile, haciéndole prometer que le daría lo que ella le pidiera. La cabeza degollada de San Juan Bautista fue así presentada en una bandeja satisfaciendo los deseos de Herodías. En este relato de Lourdes Ortiz la protagonista no es tratada como la simple mediadora de su madre, como sucede en los evangelios, en donde Herodías es la protagonista y la presencia de Salomé es insignificante, sino que aquí se
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presenta como una mujer de fuerte personalidad y con marcados propósitos de superación como ser humano. Este cuento es también una analepsis, como los anteriores, con la propia Salomé dirigiéndose a sí misma desde su memoria en segunda persona, recordando sus motivos, obsesiones, pensamientos, una vez sucedida la muerte de San Juan Bautista. El relato comienza y termina con una misma imagen: la de Salomé que contempla los ojos de la cabeza cortada de San Juan Bautista sobre una bandeja. Son los ojos la imagen central del relato, lo que sirve de soporte para esta historia protagonizada por una Salomé distinta a la que nos han dado los evangelios o la literatura occidental. En la obra dramática de un acto de Oscar Wilde, Salomé, como bien apunta Felicidad González Santamera, se presenta el personaje como una mujer llevada por la pasión al desear la cabeza del profeta para besarla muerta, ya que él le había negado sus deseos de besarle. En este relato de Lourdes Ortiz, las razones de Salomé apuntan hacia un propósito nuevo, dándonos una versión de este personaje bíblico diferente a la que la cultura occidental nos ha dado hasta ahora. Dice Alicia Giralt que la personalidad de la Salomé de este relato da muestras de ser una manifestación del determinismo social (2001: 171). Se trata de una mujer que ha sido educada para dar placer a los hombres: «Nacida para el amor y la danza, educada para mecer los cuerpos de varón, para hacer enloquecer a reyes, saduceos y fariseos». Pero todo cambió el día en que se encontró con los ojos de San Juan Bautista. Salomé, quien siempre despreció a los profetas «esas sectas de hombres adustos e intransigentes [...] hombres sin
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ley que se retiran a la soledad de las grutas» y a quien nunca le importaron «las disputas estériles acerca de un salvador que ha de llegar; cosas de gente sin pulir, sumida en la ignorancia», quiso seducir a San Juan Bautista para burlarse de él, «segura de antemano del temblor de sus dedos ante la proximidad de tu aroma, convencida del estremecimiento de su carne», pero al enfrentarse con sus ojos, al mirarlos y al sentirse mirada por ellos, se encontró con el reflejo de una imagen de ella diferente a la que hasta entonces había tenido. Esos ojos no tenían ningún interés en verla como objeto de deseo, y en ellos vio la sabiduría anhelada, la consciencia de sí misma, sacándola de una servidumbre hasta ahora aceptada, con la que había aprendido a vivir; esos ojos le mostraban el poder que se encerraba en ella y que hasta ahora le había sido enmascarado: Fue un relámpago y no había ira. N i deseo. Los ojos abiertos, la fiebre en ellos, una fiebre que no te veía, ni te abrazaba. L a luz [...]. Por primera vez aquella luz que te despojaba de la hembra y te hacía igual a él, serena y sólida, c o m o si toda la razón, todo el universo se centrara en aquel intercambio y por un instante supiste de civilizaciones por venir, de constelaciones; eras capaz de entender y de aprender [...] supiste que eras D i o s sobre la tierra, tú también como él...
Su inmersión en los ojos de San Juan Bautista le significó el descubrimiento del mundo de la sabiduría, ajeno a ella por haber sido educada como un objeto de deseo, con expectaciones reservadas exclusivamente al mundo de la mujer:
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Fue un bautismo que te devolvía la sabiduría, ese pozo insondable que habías ido aletargando desde la infancia en el harén de las mujeres, absorbida desde el comienzo por las acechanzas y los consejos de tu madre; técnicas aprendidas concienzudamente, transmitidas de mujer a mujer: el celo, la añagaza; objeto de deseo, carne para ser adornada, para ser entregada.
Los ojos del profeta le devolvieron a Salomé el reflejo de una mujer desconocida y anhelada por ella misma, una mujer capaz de «soñar y de pensar, de imaginar, de hablar», un humano con nuevos sentimientos descubiertos, una mujer respetada y libre de los «adornos de coral, de velos de gasa finísimos, de aromas de aloé, de incienso», los olores y colores que habían definido hasta ahora su vida «diseñada para el goce» de los hombres. Cuando los ojos del profeta «traspasaron» los suyos, Salomé consiguió también el poder que se logra con la palabra, convirtiéndola en «luz que atraviesa los confines del tiempo y del espacio», al dejar de lado a la Salomé «danzarina, la cortesana, la hetaira dócil, la hermosa entre las hermosas, estrella de la mañana, rosa áurea, virgo potentísima». El control de la palabra era algo que ella no poseía antes, ya que «en las habitaciones destinadas a las mujeres fuiste aceptando que la palabra no era tuya, sino de ellos, que Salomé era tan sólo cítara destinada a sonar cuando ellos la tañeran. Hasta ese momento. Hasta esos ojos». Es interesante notar la importancia del dominio de la palabra para alcanzar el poder. Según la voz narrativa, el poder de
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la palabra lo tenían «ellos», como lo tenían Adán y Abel, y como así lo demostró Odiseo, con la creación de mundos y el poder de seducción que por medio de la palabra conseguía ante Circe. Salomé, al mirarse en los ojos de San Juan Bautista obtuvo no sólo la consciencia de sí misma, sino también la sabiduría y «una dignidad y una grandeza que a veces, cuando niña, intuías al escuchar entre juegos las grandes palabras de los altos dignatarios o los razonamientos tercos y simples del Sumo sacerdote». Se trataba de la intuición de saberse capaz de estar a la altura de los «altos dignatarios [...] formando torreones con las palabras», certeza que se hizo realidad al encontrarse con los ojos del profeta. A partir del momento del encuentro, Salomé, dueña de «un saber hasta entonces vedado», despojada de todo lo que la determinaba en su género y que la «hacía igual a él», resurgida en toda su sabiduría, «ese pozo insondable que habías ido aletargando desde la infancia en el harén de las mujeres», quedó atrapada por la fuerza de los ojos y todo su ser pasó a depender irremediablemente de ellos. Así, cuando Herodes le dijo que le pidiera lo que ella quisiera, rendido ante la belleza y la sensualidad de Salomé mientras danzaba ante su presencia, ella, sabedora del triunfo de su feminidad para lograr cualquier propósito ante su padrastro encandilado, le pidió la cabeza de San Juan Bautista para ser la dueña de sus ojos para siempre. De esta manera, Salomé se aseguraba el poder en vida, el control de las palabras que le permitían la sabiduría infinita, como se manifiesta en las últimas palabras que cierran el cuento: «Que la palabra
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sea en mí. Y los ojos callados murmuran: Q u e así sea por siempre y para siempre...». En este relato, Lourdes Ortiz nos muestra una perspectiva de Salomé diferente a la que se ofrece en la tradicional cultura occidental. Si tradicionalmente ella le pide a Herodes la cabeza de San Juan Bautista para satisfacer los deseos de su madre, en este cuento su motivación es completamente distinta: la de salir de la servidumbre a la que se había sometido por su condición de mujer, y acceder al total poder y control de su propio ser que le llevaría, con el dominio de la palabra, al conocimiento total del universo, a la sabiduría que le otorgaron los ojos del profeta.
«Gioconda» Gioconda, conocida también como Mona Lisa, es la enigmática figura retratada por Leonardo da Vinci, un mito femenino que, a diferencia de los mitos anteriores, no es literario, sino pictórico. Su misteriosa sonrisa ha causado siempre una gran fascinación y ha sido objeto de múltiples suposiciones. Este relato es un largo monólogo o soliloquio de la Gioconda con un interlocutor que la está mirando y al que ella se dirige con un discurso que pone de relieve la fascinación que siempre ha causado esta imagen, su hechizo y seducción intensificada por la ambigüedad de su sonrisa y la incierta expresión de su mirada. El comienzo del cuento marca el tono que se despliega durante todo el texto: ¿Saber qué? [...] No me preguntes ahora más... no hay nada que decir; estamos en ese camino que se pierde en las aguas
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calmas y engañosas del lago, ese camino de tierra sinuoso que lleva hacia... O tal vez no. Se trata de la imposibilidad de conocer los misterios del mundo, del humano, como imposible es descifrar la sonrisa de la enigmática imagen creada por da Vinci: Es amable mi risa y devastada y frivola y malediciente, incitadora, y es angustia contenida, cepo. Me río de ti y de mí y de las preguntas mismas; es burla y es certeza, constatación perplejidad, malicia. Con un discurso de apariencia caótica que parece carecer de razonamiento lógico, Gioconda asienta las características de su imagen: es hombre y mujer, es madre y muerte, es la ambigüedad personificada. Ella es depositaría de la humanidad, inmortalizada en el tiempo, testigo de los horrores y de la belleza del mundo: Es cierto, madre soy... reposa ahora en mi regazo; está hecho para mecer, cuna sin cintas, sin peladillas [...]. Claro que la muerte rezuma de mis ojos, se escapa de mis labios, sé que soy para la muerte [...]. No hay edad en mi rostro y sin embargo a veces soy anciana como el tiempo, inabarcable. Y estoy cansada. Si te detienes podrás ver a través mío el horror de los fusilamientos al amanecer, las noches desoladas del hombre, la cuchilla afilada, el brazo escuálido que tiende la escudilla y la bofetada, el puñetazo [...] la zancadilla, el esperpento. Verás interminables desfiles, paso de la oca, mano al frente, cartucheras, aquel niño
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tontamente olvidado, la borrachera, el cuelgue, la tortura, el hambre... Pero también soy fresca, lozana, altiva. Mírame bien ahora. ¿No ves alzarse la mañana y mamas el olor de los prados...?
La ambigüedad es el tema que sostiene el relato, y Gioconda, inmutable y eterna frente a los innumerables espectadores, repasa el pasado y el presente como si fuera ella la voz omnipresente en el universo, atemporal, elucidando acerca de las peculiaridades del ser humano. Ella se presenta ante el espectador que la está mirando y con el que sostiene su soliloquio como símbolo de la humanidad, porque el espectador que se sitúa ante su imprecisión, ante su misterio, se ve reflejado en esta figura como en un espejo, exponiendo la propia ambigüedad del ser humano, el misterio de la vida, el enigma del universo. Ella es el espejo en el que el espectador se encuentra proyectado: Todo depende... soy la que soy, como tú mismo. Cuando me miras proyectas tus terrores, tus miedos, tu orgullo, tu altanería, tu gracia, tu debilidad; yo soy el puro vacío, la sima donde reflejas tus deseos, tus perplejidades; la seducción.
Lourdes Ortiz ha dotado a los mitos que conforman esta colección de cuentos de características humanas que permiten una rápida identificación por parte del lector. Todos ellos sienten, piensan, desean, aman y odian haciéndose tan cercanos como cotidianos. Además, al tratarse de voces
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femeninas la caracterización de estos mitos ofrece una visión distinta de la que ofrece las convenciones tradicionales. Al darles la palabra han comunicado sus sentimientos y emociones, sus razones y motivos, para actuar y presentarse ante el lector con un nuevo sentido, ya que se trata de voces femeninas tradicionalmente silenciadas, ya que, como expone González Santamera, las imágenes míticas de la mujer se han presentado siempre bajo el punto de vista del hombre (1991: 40). La subversión de los mitos es clara. Eva, en vez de ser presentada como la causante del pecado original, la conocemos por sus sentimientos como mujer al ser sometida por primera vez por el hombre, sus sentimientos como madre y los motivos de toda su soledad y miedos. Circe, la temible hechicera, sus características más humanas son sus motivos para dejar marchar al siempre astuto Ulises. Penélope, su esposa, basó su fidelidad en razones honor, para contrarrestar el deshonor causado por Helena. Salomé quiso desquitarse de todo un pasado sometido a las expectativas que de ella se tenían por ser mujer, con la obtención de los ojos que le daban conocimiento y, por lo tanto, libertad. Con Betsabé, el odio y el deseo de venganza fueron los motivos para manipular con frialdad y hasta el último detalle las circunstancias de su realidad para conseguir su propósito de ver a su hijo coronado rey. Y todas estas voces, movidas por sus propios afanes y sentimientos, son capaces de contar su propia historia, con sus sufrimientos, anhelos, deseos, odios y frustraciones, dejando oír unas voces de mujer que antaño fueron silenciadas.
V O C E S DE M U J E R
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Hasta entonces no había la mirada. Luego sí: aquel destello, algo de la serpiente en los ojos de Adán que ponía chispas y te erizaba los cabellos. Punto cero. Fue un estremecimiento, un desafío y tu piel convertida en vestido, en límite, hoja de parra: celda y trampa del deseo. Hasta entonces él, que todavía no era él, sino parte indiscernible de ti misma, jugaba con las palabras y nombraba las 1 Según la Biblia, Eva fue la primera mujer que Dios creó sobre la Tierra. Su historia se encuentra en el libro de Génesis, desde el versículo 27 del capítulo 1 hasta el versículo 2 del capítulo 5 (Génesis 1:27-5:2). De acuerdo con la narración bíblica, fue creada por Dios en el huerto de Edén a partir de una costilla de Adán (Génesis 1:27, 2:20-22). Su nombre, en hebreo, significa «madre de los vivientes» o «dadora de vida». Se relata también que Dios les mandó comer de todos los árboles del huerto, excepto del árbol de la ciencia del bien y del mal y del árbol de la vida. Pero Eva fue engañada por la serpiente y comió del fruto prohibido, dándole también de comer a Adán. Como consecuencia, ambos fueron echados del jardín de Edén (Génesis 3:24). En la Biblia encontramos que Eva fue madre de Abel, C a í n y Set, y se dice que Adán fue padre de otros hijos e hijas (Génesis 5:4).
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cosas. N o había distancia entre el nombre y lo nombrado, entre el sonido y el eco: caballo, elefante, gallina, mirlo. Era hermoso el mirlo y luminoso el tulipán y probablemente perfecta la rosa, pero tú no podías definirlo como hermoso porque no había valoración, ni adjetivo para comparar, ni matiz, ni grado que marcara jerarquías y diferencias. Era y estaba el mirlo, preciso y negro con esa manera suya de demorar las lombrices en su pico como si fueran ofrendas y se mantenía allí cerquita plantado sobre la hierba y su gorjeo, sus sonidos apenas articulados provocaban la risa de Adán. Mirlo. Pero, el mirlo es pájaro, es ave. Como el jilguero, como la urraca, como el pato. ¿Como el pato? No, no como el pato. El pato tiene también plumas doradas sobre la cabeza y en el lomo y se eleva; se eleva creando laberintos dibujados en el aire y vosotros —ese plural que todavía es singular— le veis ascender y hay juego: pájaros todos. No, no pájaro. A Adán, todavía sin nombre, le gustaba distinguir, clasificar: vuela, pero también nada. Es ave, sí, pero no es pájaro como el gorrión. N o como el gorrión, ni como la golondrina, ni como el mirlo. Nada como el pez, pero tiene alas, unas alas dúctiles y firmes con unos remos poderosos que de pronto, aquel día, el mismo día de la mirada y del deseo y de la piel, él comenzó a envidiar: él viaja lejos, remonta el aire, él, pájaro, y yo hombre que me desplazo con torpeza a pequeños pasitos; yo caminando inseguro sobre estas dos piernas con estos brazos poderosos, pero inertes, yo implume, yo desnudo, incapaz de remontar el vuelo.
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Fue un repentino vislumbre de una condición, de un desamparo, un anhelo apenas formulado, un «si yo también...» que implicaba pasiones, desvelos, expectativas. El, Adán, a tu lado se palpaba los brazos y sentía la pesadez del músculo y comenzaba a soñar. Ahora te resulta difícil recordar la sucesión, el orden de todos aquellos cambios, pero sabes que todo se dio casi simultáneamente, como si el ceño de Adán, aquella arruga fruncida sobre la frente fuera un sello de perplejidad y desazón, una señal de lucha y desafío; surco agrietado, bañado por unas gotas de sudor, por un latido acelerado del pulso; un estupor desconocido y una engañosa esperanza. Fue entonces cuando también por vez primera nació el adverbio: había un más allá., un lejos, un afuera. El Jardín ya no era el lugar, el mundo, sino que aparecían límites, surgía un arriba —el que surcaba el pájaro— un firmamento que cruzar, unas estrellas que se mostraban inalcanzables y eran un reto: ellas allí como vigías, altísimas y en ese superlativo, en aquella distancia, había un camino que recorrer, una aventura, preguntas nunca antes formuladas. Adán se miraba los brazos y los movía una y otra vez como si fueran aspas; los agitaba hacia arriba y hacia abajo y saltaba sobre los peñascos, quería lanzarse desde el acantilado, escalaba los árboles más elevados del jardín y con la mano sobre los ojos oteaba el horizonte. Y de pronto aquella tristeza, esa melancolía para la que tampoco existía palabra, ese mirar hacia adentro con una rabia nueva, como si la impotencia... fue por entonces cuando la piel del leopardo, esa piel de pelo largo y amarillo,
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sedoso y suave, o incluso la piel áspera y rizada del oso pardo se convirtieron en carencia. Adán contemplaba su pecho desnudo y comparaba. Veía las pieles tupidas, ensortijadas o lacias de los distintos animales, y luego refunfuñando —el ceño fruncido, el ceño fruncido— miraba el vello ridículo, apenas perceptible de su vientre, pasaba los dedos como preguntándose por su espalda completamente limpia... «Si pudiera conseguir...» y tú —(el Yo y el Tú de pronto)— Eva, pudiste ver aquel fulgor desconocido, cuando agarró la piedra, y observaste cómo durante noches y noches, hosco y en silencio, pasaba la mano una y otra vez sobre el borde cortante y afilado —la quijada, la quijada— y cómo después sigiloso y ya dispuesto acechaba al leopardo... Acechar, palabra también nueva, como era nueva la avaricia y nueva la incertidumbre del acoso, aquellos solitarios paseos en pos del animal. Ahora lo recuerdas. «Tú ya no tendrás frío» dijo él y un furor guerrero, una codicia inusitada parecía desprenderse de su sudor de hombre... ¿Frío? Nunca frío antes. Pero experimentabas una desconcertante sensación, una incomodidad: tu piel estaba desposeída de aquella masa tupida de sedoso pelo claro y tú también ambicionaste, comenzaste a desear aquella piel, sentiste la agudeza del hielo que atería tus miembros y te hacía tiritar, tú desnuda ante todas las inclemencias, como habías sentido ya, muy poco antes, la desnudez que creaba su mirada y fuiste a donde estaba Adán y le azuzaste: «Esa piel para mí» y él, ufano, enarboló la piedra y marchó tras la presa... Oyes ahora el alarido, como aquella primera vez, aquel grito gutural, cuando consiguió derribar a la fiera y luego
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siguió gritando mientras a golpetazos machacaba su cabeza y con las manos, que se asemejaban ahora en su destreza a las propias garras del leopardo, comenzó a desgarrar la piel a separarla de la carne sanguinolenta del animal y tras un largo período de tiempo... El tiempo2, piensas, y al decirlo vuelves a experimentar un escalofrío, pero no por el viento, ni la humedad, ni la lluvia, sino por el terror, porque sabes que fue también en aquel preciso momento cuando el tiempo se hizo denso y pesado, como una sucesión, como un avecinarse, prolongarse; era algo que se podía medir, casi cortar... Tú aguardabas... ahora sabes que esa es la palabra exacta; desde el momento del alarido, desde aquel grito de desafío o de triunfo. Sí. De triunfo; un grito de orgullo desmedido, similar a aquel de Caín cuando... pero prefieres que no se mezclen las acciones, ni los recuerdos, precisamente porque ahora, desde aquel momento, existe el tiempo delimitando, hay antes y hay después y Caín entonces todavía... El tiempo aquella noche, la noche del leopardo, la noche de la caza se podía contabilizar en el mecerse de las ramas que golpeaban una y otra vez rítmicamente; pequeños golpes de la rama crujiente, un, dos, tres, un, dos, tres, y así
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Después de su expulsión del Paraíso, en donde no existían los límites del tiempo y del espacio, en donde la eternidad era una realidad, el concepto del tiempo se hace irremediablemente una obsesión, y, ante una Eva que recuerda desde su vejez, las sensaciones del pasado se mezclan con las del presente, la soledad, la melancolía, el miedo, consciente de los límites del tiempo y, por ende, de la vida.
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muchas y muchas veces y tú ibas repitiendo con los labios aquel golpear interminable con pausas medidas y precisas del tronco sobre la roca y pensabas que todavía podía tardar, que había partido muy temprano, nada más posarse el sol sobre los cuerpos, acariciándolos... Partido...
Porque el lugar
ya no era el lugar, sino los lugares, territorio, no jardín de edén, sino territorio, zona delimitada de defensa o ataque, frontera. Adán iba en busca de y en ese ir y en esa búsqueda, que interrumpía el estar del antes de la culpa, había espacio, tiempo, expectativas, miedo y tú sólo podías esperar. Esperabas y anhelabas su victoria y, cuando él reapareció, salpicadas sus manos con la sangre del animal y cubriendo su cabeza con la piel amarilla, tú también lanzaste un alarido de júbilo, de posesión y admiraste la fuerza de sus brazos implumes, la justeza de sus garras para realizar el trabajo, la habilidad de sus dedos. El había traído aquella piel que ahora depositaba ante ti y al dártela, al brindártela, algo se había transformado: T ú diminuta de pronto, sumisa y agradecida, lamiendo casi la sangre de sus heridas, tú ya no igual a él, sino regalada y protegida por él que además te contemplaba de manera diferente — ¿ c ó m o llamar a esa distancia repentina entre los dos, a esa manera de situarse frente a ti y ante sí mismo, como si su cuerpo entero fuera un estandarte, no ya parte de tu cuerpo, no piel de tu piel; tú ya no costilla indiscernible de sus huesos, sino piel ajena que podía ser abrigada, resguardada? ¡Fueron tantas cosas las que sucedieron casi al m i s m o tiempo! Aquella noche no vino a ti como de costumbre para el goce y el juego. Había una desconocida prepotencia en el
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modo de solicitarte, como si tú debieras pagar aquella piel dorada, aquella hazaña. Adán se hizo moroso, inesperado; tú eras leopardo que él desvestía, animal que resistías a su ataque, fiera que debía ser domada. Tú, felino rápido en el salto y en la huida y él, perseguidor certero y paciente. Cubría con la piel tu cuerpo y después la arrebataba con violencia y reía, se excitaba, bramaba casi ante la sorpresa de tu piel ahora desnuda, antes piel simplemente. Y fue una noche extraña y larga de conjuros y al despertarte notabas aún la huella ávida de sus dientes en tus hombros rasgados y podías seguir los senderos trazados por tus uñas afiladas en su espalda, mientras él reposaba a tu lado satisfecho, cubierto con la piel parda, tiznada con tu sangre y la sangre ya seca del animal. Antes de la manzana. Sabes ahora que las cosas fueron poco a poco modificándose a partir de ese instante; puedes recordar los rápidos cambios en el paisaje: el jardín convertido en desolada monotonía, en terreno abonable, lugar de cambio. Adán se tumbaba sobre la roca junto al manantial -—el olor a orines que se desprendía del agua donde brotaban berros frescos—• y mientras contemplaba el agua veía canales, vergeles, vegetación domada, veía praderas extensas de trigales y máquinas degollando las espigas maduras, veía parterres que podían ser retocados. Era como un afán, como un destino inexorable y maldito, un trabajarás y ganarás el pan que le excitaba y le impedía ver los árboles, el río, el pequeño lago junto al valle, esa
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colina ligeramente curva como el lomo manso y entregado de una mujer; sus ojos se habían vuelto incisivos, y parecían ver un más allá, traspasar la sencillez de la hoja, del animal, del roble. Sudaba y sudaba y por las noches le dominaba una repentina fiebre, un delirio y tú podías oírle musitar proyectos, avenidas por construir, murallas, caminos que trazar, fronteras; sus ojos se habían hecho acuosos y sombríos y al mismo tiempo duros como pedernal y cuando reposaba con la cabeza sobre el tronco y pasaba la mano por la corteza fina y blanca del abedul o sobre el tallo firme de la palmera veía bosques que talar, oasis, puentes, papel, veía mundos que se iban doblegando, como se doblegó aquella noche el leopardo bajo el peso de la hoja bien pulida. Adán refinaba, seleccionaba, transportaba, almacenaba, intercambiaba, vendía... Y ellos dos allí mientras, creciendo a vuestro lado, también ellos producto del tiempo: Abel dulce, calmo, sereno y perdido en los sueños y en el goce y Caín temerario, desafiante, cual hijo nacido de la escisión 3 . Abel en cambio permanecía fundido a ti en una especie de indisoluble unidad que volvía a borrar la diferencia, como si dentro y fuera no fueran conceptos apropiados, como si el tú y el yo volvieran a anularse: él, Abel, prolongación de ti misma, deseo tuyo,
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Se hacen evidentes desde el principio las características antagónicas de los dos hermanos. Caín, como su padre, prefiere la acción y todo lo relacionado con el carácter masculino, mientras que Abel es reflejo de Eva, de características más femeninas, contemplativo, músico, poeta.
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carne de tu carne y anhelo de tu anhelo, macho-hembra que asumía la síntesis de aquella primitiva unión, antes de nuevo de la manzana. Abel, sentado a tu lado, volvía a contemplar los pájaros y los nombraba como si pudiera ver de nuevo el árbol, el río, el valle, el manantial, mientras Caín, competitivo y arrebatado por el furor del padre, mascullaba proyectos: «Yo padre quiero ser, estar ahí donde tú estás, yo padre como tú padre y en tu sitio para poseer a la madre, para...». Ahora todo se confunde en el recuerdo. Vuelves los ojos hacia atrás y en ese atrás ves una línea de tiempo congelada, esa misma línea que ha horadado profundas arrugas de tu piel, que ha martilleado tus manos y perfilado una escueta calavera bajo tus mejillas... la manzana... volar como el ave, nadar como el pez, transformar la tierra. Caín queriendo ser Adán, obsesionado por ocupar su puesto, dispuesto a combatir por ti y avergonzado de ese deseo, capaz de dar muerte si... y Abel indiscernible de tu cuerpo, sexo tuyo que te completa... no cazador, no transformador, dejando que el humo de los sueños ascienda a las alturas, anulándose en los árboles y en el mar, en las palabras; cuidaba las ovejas, las veía crecer, aparearse, parir como si el Jardín volviera a estar allí, fértil para albergar a sus crías que se multiplicaban, mientras Caín sembraba surcos, abría canales, transportaba agua desde lejanas colinas y al anochecer junto a la hoguera sentías el calor húmedo de su aliento que te alertaba de su deseo y te impedía despojarte de aquel manto de corteza con que tenías que cubrirte desde aquel día; cuerpo más deseable cuanto más encubierto y vedado a la mirada, cuerpo tuyo
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carcomido por el tiempo y por la carga ya no amable de los sucesivos partos, tú, mujer primigenia, capaz de repoblar la tierra. Eran noches largas junto al fuego y tú querías transmitirle a Abel la verdad del paraíso, volver a vivir a su lado el lugar de la palabra y del nombre, mientras Adán incansable salía a otear nuevos territorios destinados a la caza y Caín roturaba terrenos, talaba árboles, plantaba nuevos frutos, hacía que se multiplicaran las cosechas, roturaba campos y limpiaba de maleza el terreno sembrado. Cuando no existía el tiempo narrabas para Abel, mientras él en silencio trazaba cenefas en su cayado de pastor, dibujos que volvían a sugerirte los remolinos trazados por los patos en su vuelo o la curva grácil del cisne, la rapidez aguda de la gacela, el zig-zag de las grullas, cuando Adán despreocupado, antes de la manzana, reía a tu lado y se perdía contigo en el dibujo espontáneo de las nubes al atardecer. Cuando el tiempo no existía... Pero habían pasado ya generaciones, cúmulos de sudores insatisfechos, de anhelos quebrantados, de soledades y tu voz se nublaba también, se hacía opaca como sin ningún relato pudiera ya dar cuenta de aquel jardín y Abel sonreía de pronto sin escucharte ante la sorprendente ductilidad de la vara de abedul recién cortada y se concentraba en las volutas, en los giros, en los cruces y junto a él volvías a sentir que el tiempo se anulaba y se perdían los límites, y él se hacía costilla tuya, risa de tu risa, juego de tu juego, como si a través suyo, a través de aquel hijo-hija dual, que te prolongaba como prolongaba al padre, pudiera volver a
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reconstruirse la unidad primigenia, el no dolor, el lugar del estar y del canto. Abel contaba una a una las estrellas y creaba leones, toros, carros, hermosas mujeres que vertían agua fresca de un cántaro inagotable, convirtiendo el firmamento en un libro ilustrado, en un inmenso marco de premoniciones, de promesas, de símbolos que tú aprendías a leer a su lado y cuando ellos, Caín y el padre, regresaban para protegerse al amor de la lumbre, volvía el duelo, el olor seco y agrio de las axilas, el miedo, la chanza, la bravata, el relato engañoso y desmesurado, la proeza, ya que ambos combatían una y otra vez por el aplauso, la medalla, el cortejo, el respeto y el acatamiento, la reverencia y la admiración. Y tú, no eras tú sino sólo premio, lugar de la disputa, trofeo, prenda que podía ser hurtada, repartida, mientras Abel escribía futuros y pronósticos en un cielo que se cubría de presagios. Abelhembra, Abel infame para el hermano, Abel despreciado e ignorado por el padre, Abel-mujercita, poeta inútil que elevaba el humo de sus sueños y de sus canciones hacia un cielo azul, despejado y pleno donde no cabían las lágrimas, ni la envidia. La envidia de Caín, los celos desmedidos del hermano ante el tiempo caprichoso y hueco, ante las pinturas sobre la arena y al abrigo de las cuevas más profundas: bisontes rojos y pardos que nacían del afán creador de Abel que, como dios antes de la caída, dibujaba las cosas, las daba forma 4 . 4
Según el relato bíblico, las ofrendas de frutos de C a í n no contaron
con el agrado de Dios, que sin embargo aceptó las de su hermano menor.
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Aquella tarde, la del crimen, todo el valle se habían convertido en pantano, en ciénaga y un olor denso de animales muertos agriaba el aire y abría desmesuradamente las aletas de la nariz; olor de hiena que hacía pegajosas las plantas y formaba un fétido velo transparente sobre las hojas de los árboles, enturbiando con una tupida neblina roja el horizonte, como si todas las plagas, los dolores, la muerte de los distintos primogénitos, los jinetes incansables de diferentes apocalipsis fueran a concentrarse en aquel valle, donde Abel descuidado tocaba una flauta que había construido agujereando la tibia de una de sus ovejas. Llegaba hasta ti el sonido ligero de aquella flauta y era como un lamento, como un adiós a la vida que tú todavía no podías entender como tal, pero la música se interrumpió de pronto y al cesar aquella melodía se abrieron las nubes, cayó el rayo vengador de los sucesivos dioses-machos e iracundos e imperó definitivamente la desdicha y la muerte. La quijada 5 , no flauta sino arma en manos de Caín puso cruces La razón del favor divino no se explica, aunque se ha hecho hincapié en el matiz de generosidad con que Abel ofrece a Dios las más selectas ovejas de su rebaño para destacar que la ofrenda de Caín, nacida de la obligación y no de la generosidad, no era deseable. Según el anónimo autor de Hebreos (11:4) fue la fe de Abel — y la falta de la m i s m a de C a í n — lo que ocasionó la diferencia en el trato que llevó a los celos de C a í n y su posterior asesinato. 5
Caín, loco de celos, mató a Abel dándole golpes con una quijada de
burro en la cabeza. Según Jerónimo de Estridón, que recoge una tradición antigua, el lugar de los hechos es la ubicación de la actual Damasco; otros
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en el cielo y abrió el triángulo del miedo, el ojo acechante de la vergüenza y de la culpa y tú sentiste que el tiempo se calcinaba, que los arroyos se teñían de un verde obscuro y sucio y el sol se cubría de un manto negro y lloraba óxido sobre los campos. El tiempo era ahora una línea incierta tendida hacia adelante, como un diseño de terrores por venir, de acechanzas, de soledades. Y en el mismo lugar donde Abel dejaba que se elevase hacia los cielos el humo de sus sueños, colocaste su cuerpo y lo cubriste de hojas secas, para que el humo de sus restos se fundiera de nuevo con el firmamento y frotara como un manto protector sobre vuestra desventura. Colocaste en la hoguera la flauta, el cayado y el pincel y entonaste un canto que quería imitar el sonido quejumbroso de la quena, enmarañaste tus cabellos y pintaste tu rostro de negro utilizando aquellas mismas tierras que él utilizaba en sus pinturas. Tu danza en torno al túmulo —lugar de sacrificio, ara de la que se elevaba un humo ligero y grato a los dioses— fue un extraño circulo de manos agarradas, una danza macabra y precursora de cuerpos por venir, que de la mano saltaban, creando un encaje desolado sobre las colinas, marcando definitivamente el final del paraíso. A lo lejos se oía el hacha de Adán, la infatigable fuga descorazonada de Caín cruzando montes, atravesando valles, creando imperios, domeñando naciones6.
hagiógrafos lo fijan junto a Hebrón, aunque no hay tradiciones locales que avalen ninguna de las dos leyendas. 6
Tras el crimen cometido, Caín fue interrogado por Dios acerca del
paradero de su hermano. C a í n responde «¿Acaso soy yo el custodio de
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Ahora, en el reino de la mirada impenetrable, de la mirada que agosta y crea desconfianza, ira y soledad, a veces cierras los ojos y te parece oír de nuevo el sonido ligero de la flauta de Abel y con los dedos dibujas en la arena el nombre que él te diera una vez, jugando y trastocando las letras: AVE 7 , y por un momento te parece que aquellos patos del principio, cuando el verbo era verbo, antes de la manzana, vuelven a cruzar los cielos y Adán, confundido con Abel, dice riendo: AVE vuela... simplemente vuela.
mi hermano?». C o m o Yahvé sabía lo que había ocurrido, castigó a C a í n condenándolo a vagar por la tierra eternamente 7
A lo largo de los siglos xii y xiii se creó en las incipientes literaturas
de las lenguas románicas el tema de la oposición Ave/Eva o lo que es lo mismo entre María, la Nueva Eva dadora de vida, y Eva, madre de la estirpe humana introductora de la muerte tanto física como espiritual en forma de pecado.
L O S MOTIVOS DE C l R C E 1
Como cerdos... Esa mirada torcida, agria, los ojillos turbios por una lujuria siempre insatisfecha 2 . Ahí están de 1
En la mitología griega, Circe era una diosa y hechicera que vivió en
la isla de Eea. Hija de Helios, el titán preolímpico del Sol, y la oceánide Perseis. Transformaba a sus enemigos o a los que la ofendían en animales mediante el uso de pociones mágicas y era conocida por sus conocimientos de herboristería y medicina. Circe es un personaje de gran tradición literaria. Aparece en la Odisea de Homero, en la obra de Píndaro, en la Teogonia de Hesíodo, en Los Argonautas
de Apolonio de Rodas; más
recientemente, Corneille escribió la tragedia llamada Circe. En este relato la autora se basa en el encuentro de Circe con Odiseo. 2
C o n sus poderes mágicos, Circe transformaba en credos, lobos o
leones a todo hombre que llegaba a su isla. C u a n d o Odiseo llegó a Eea, la isla de Circe, mandó bajar a la mitad de la tripulación, quedándose él en el barco. C u a n d o los marineros pisaron la isla de Circe, en busca de comida y bebida, la maga los transformó en cerdos después de haberlos invitado al banquete. Sólo uno de ellos pudo escapar para avisar a Odiseo. Este fue al rescate de sus hombres y, de camino a la isla, fue interceptado por Hermes, quien le dio unas hierbas para protegerlo de la magia de Circe. Cuando Circe no pudo convertirlo en animal, Odiseo le pidió que devolviera a sus hombres su forma humana. Circe se enamoró de Odiseo y juntos estuvieron en la isla durante un año. Tras un año de estancia, Odiseo le pide a Circe que le deje partir a su hogar, deseo al
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nuevo. Antes de que penetren en el umbral conoce ya esas sonrisas avarientas, esos labios glotones, resecos por la sal marina y el viento: quemaduras del deseo y del sol, tras meses y meses de navegación a través del impetuoso Océano. Y siempre es igual. Les ve bajar de las naves, tambaleándose aún, conservando en las piernas el suave ondular de las olas, un vaivén de muchachos marineros, que han olvidado hace tiempo la recia y recta posición del lecho... y no hablarán, ni siquiera se detendrán a contemplar la sabia construcción de la piedra, el ascenso riguroso de las firmes columnas, finamente torneadas, el mármol blanco pulimentado de esos corredores, esas balconadas y esas terrazas desde donde Circe contempla la insondable soledad azul y glauca del mar, ese mar que periódicamente vomita a sus costas una manada de hombres peludos, sucios y desdentados, hombres torvos, acosados por el hambre y el hastío de la infinita soledad marina, cargados de quimeras y de anhelos de posesión: oro y rebaños, mujeres dóciles que han de quebrarse bajo el abrazo torpe y apresurado del macho que se encela y se encabrita ante la languidez acuosa de las criadas, nacidas de la frescura transparente de las aguas, de la cristalina superficie de los ríos. Ellas, las doncellas, delicadas como gotas de rocío, expertas en el canto y en la danza, ligeras como la nota más aguda y penetrante del caramillo, que resuena en los apriscos al anochecer, hacedoras de la calma, exquisitas cuando adereque ella accedió, aconsejándole sobre el camino a tomar y los obstáculos que encontraría en su regreso.
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zan el palacio, precisas en el detalle, están ya preparando el recibimiento: mesas argénteas, cinceladas por el más experto artesano, canastillos de oro, lienzos y tapetes de púrpura, áureas copas, cráteras de bronce y un amable fuego siempre encendido bajo el trípode de metal para acoger a los recién llegados. Desde hace tiempo, desde que los dioses la relegaron a esa abrupta y solitaria isla cubierta de encinares en cuyo centro se alza en medio del más tranquilo valle ese palacio que es su refugio y su huerto, Circe, la de las largas y doradas trenzas, aguarda adormecida por el canto monótono de las cigarras 3 . Y entonces les ve descender de las naves, encandilados por el humo gris que delata la presencia de la vida — e s e humo que lleva dentro los olores de la carne recién asada, de los panes amasados y cocidos, un humo hogareño que aturde a los marineros y les habla de mujeres junto a la rueca, de sábanas de lienzo y cráteras de metal dorado—; les ve descender y por un momento se deja engañar por la esperanza: tal vez bajo esas greñas, bajo esas manos toscas y endurecidas —callos, olor a cuerda reseca y a grasa de
3 La isla de Circe ha sido ubicada en el Golfo de Nápoles, aunque otros la sitúan en el Mar Negro o al Este del Mediterráneo. En la Odisea de Homero la casa de Circe se describe como una mansión de piedra, que se alzaba en mitad de un claro en un denso bosque. Por allí rondaban las víctimas de su magia, leones, cerdos y lobos, que no eran peligrosos y lisonjeaban a todos los extraños. Circe dedicaba su tiempo a trabajar en un telar.
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animal— bajo esa capa áspera y terrosa, hecha a la dureza de las tempestades, a las inclemencias del viento y de la lluvia, al dardo tórrido de ese sol que talla los rostros y los convierte en grotesca máscara de cerámica roja por donde asoma una expresión arisca y atolondrada como de fiera... tal vez bajo esos músculos duros como cuerdas, bajo esa costra de sudores y miedo... .. .pero siempre es lo mismo: ellos abandonan las barcas y avanzan hacia el palacio, acelerando el paso a medida que el olor de la hacienda, el balido de los rebaños que reposan en el aprisco y la intuición de los peplos que pueden desgarrarse les anima a una carrera desenfrenada que acumula todas las hambres, las pesadillas, los insomnios sobre la cubierta hostil, acunados por las estrellas y por el desamparo de esa inmensa noche siempre obscena que se recrea en desmenuzar a los hombres, transformándoles en pobres bestias acorraladas; noche que va mimando sueños de riqueza, recuerdos de pasadas victorias, pobres triunfos guerreros, aquella espada, aquel momento de la sangre del camarada o del amigo, aquel gruñido salvaje en el instante culminante de la lucha, cuando fue cercenada la garganta del contrario y broto la sangre roja como gargantilla de coral... .. .héroes cenicientos de mil guerras, siempre insensatos, ofuscados con su propia desdicha, incapaces de detenerse por un instante, anhelando una gloria de laureles que se
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resecan con el tiempo, trastornados por Marte 4 , avariciosos y tenues en su pequeñez, confiando en ese botín, en esas nuevas tierras, en el cuerpo de la esclava, conquistada por la fuerza, robada al rival, acaparada y guardada, como si fuera el tener, la posesión, la acumulación de experiencias y de bienes lo único que sirviera para dar gallardía a esas costras, a esos brazos forjados para una lucha que nunca ha de detenerse, a ese terror que se dibuja en los ojos, dispuestos en todo momento al salto, a la competencia, al reto, a la locura... Y el mar les va venciendo, les acartona y les reduce a bestias sin grandeza... No como el tigre ágil en el salto, suave en la huida, elegante y sutil... no como el tigre... Algunos, altaneros y osados como leones, con la luz roja de la sangre enturbiándoles la vista, conscientes de su fuerza y de su brío, buscando solo la pleitesía; otros, en cambio, traicioneros como lobos dispuestos a caer sin miramientos sobre el rebaño y los más... embrutecidos como puercos que meten su hocico en el lodo y gruñen, gruñen... Y así será una vez más sin que ella, Circe, pueda hacer nada por impedirlo, aunque añore compañía y cuerpo de varón: unos se convertirán en leones que rondarán el palacio dóciles como gatitos que huelen la leche fresca en el pla4
En la mitología romana, Marte era el dios de la Guerra, hijo de Júpi-
ter y de Juno. Se le representaba como a u n guerrero con armadura y con un yelmo encrestado. En la mitología griega se le conoce como Ares.
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tillo, conservando un brillo ya ridículo de altivez bajo la melena sucia... otros, lobos que aullarán cada anochecer una melodía que recuerda las viejas tonadas marineras y la gran mayoría, cerdos... Cada uno cumpliendo la maldición, eligiendo su propio destino, su propia forma... Ellas, las siervas, prepararán atentas y siempre dóciles el festín, sacarán el queso y la miel fresca batida con harina, verterán el rojo y denso vino de Prammio en las cráteras plateadas y aguardarán la inevitable transformación de los huéspedes a medida que la gula y la sed desencadenen las pasiones, precipiten los gestos atiborrados, aceleren la respiración... C o m o cerdos que se revuelcan en el fango de la más inhóspita pocilga, con ese hocico que penetra en el cieno y hoza buscando el alimento... Y entonces Circe, la divinal, ríe con una risa estentórea devuelta a una soledad irremediable, mientras ellos en su verdadero ser deambulan ya por los jardines, rebuscan entre las encinas y gruñen en un extraño lenguaje, que está hecho de gemidos. Bellotas, fabucos y el fruto del cornejo 5 comen ellos ahora, mientras Circe vuelve a la costura y al canto y las siervas ríen y corren entre las aguas, olvidadas de nuevo de huéspedes inoportunos...
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En el Canto X de la Odisea se recoge este momento, ya convertidos los hombres en cerdos: «...Y Circe, les echó, para comer, fabucos, bellotas y el fruto del cornejo, que es lo que comen los puercos que se echan en la tierra».
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Y, mientras las siervas se bañan en la fuente al caer la tarde y los leones y los lobos atormentados bajan hasta las orillas del arroyo para lamer sus manos, Circe cierra los ojos, deja que la nostalgia nuble la tarde y recuerda a aquél en cuyo pecho alentaba ánimo indomable, aquél que tantas veces anunciara el Argifonte 6 , Odiseo 7 , el de multiforme ingenio, que un día llegó hasta su casa. Y no fue cerdo, ni león, ni lobo, sino espíritu noble y despierto, agudo, f u e . . . Había tormentas en sus ojos, había páramos inmensos y batallas... era como si toda Troya llameara en sus pupilas cuando bebía la mixtura agria que sus doncellas, cumpliendo el rito, habían preparado... N i cerdo, ni lobo, ni león, sino espíritu diestro en la palabra y en el juego 8 . Y Circe, mientras él bebía, supo que 6 Es el epíteto épico de Hermes, el mensajero entre los dioses y los humanos. 7 Odiseo o Ulises fue un héroe legendario que aparece por primera vez en la Ilíada y es el personaje principal de la Odisea, ambas historias atribuidas a Homero. Era el rey de Itaca, hijo de Laertes yAnticlea, esposo de Penélope, con quien tuvo un hijo, Telémaco. La Odisea narra su vuelta a casa después de haber luchado en la Guerra de Troya. Está caracterizado por su gran astucia, con una inteligencia maquinadora de ardides que le permite todas las dificultades con las que se encuentra en su camino. Durante diez años vagó por las costas del Mediterráneo conociendo mil aventuras, entre ellas su encuentro con la maga Circe, quien no pudo convertirlo en animal por estar protegido por unas hierbas que Hermes le había ofrecido antes de pisar la isla Eea. 8 Odiseo está caracterizado como uno de los personajes más astutos, inteligentes e ingeniosos de la mitología griega. En este relato, la autora
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aquella vez no habría varita, ni conjuro, ni transformación alguna. Odiseo hablaba y sus palabras tenían la cadencia convincente del aedo, la potencia del verso bien templado, del retruécano, de la metáfora atrevida e inesperada. Y toda la piedad del universo, una piedad de hombre alerta y firme, brillaba en aquellas pupilas glaucas. —«Envaina la espada y vámonos al lecho, para que, unidos por el abrazo y el amor, crezca entre nosotros la confianza» 9 , dijo Circe, y por vez primera, la de las largas y doradas trenzas, la dotada de voz, tembló y bajó los ojos, temiendo que todo aquello no fuera sino un engaño más, urdido por los dioses y que, al alzarlos, él, como todos los demás, no fuera ya sino puerco decidido a revolcarse en las baldosas recién fregadas. Y entonces habló él —plática altanera la suya, donde se confundían el amor por los compañeros con la prestancia de ánimo— resuelto a no ceder, sabedor de que sólo Marte es vencido en brazos del sueño reparador que proporcionan los abrazos de Venus10. destaca, entre todas sus cualidades, su gran poder de construir mundos con las palabras. Su manejo del lenguaje y su gran capacidad para narrar historias es lo que en este relato causa el enamoramiento de Circe. 9 Todos los fragmentos que van entre comillas en este relato están sacados textualmente del Canto X de la Odisea. 10 Venus es la diosa romana del amor. Afrodita es su equivalente en la mitología griega. Estaba casada con Hefesto o Vulcano, el dios del fuego, a quien nunca le fue fiel. Un día, Helios, dios del Sol, le dijo a Hefesto que había visto a Afrodita con su amante Ares (Marte), dios de la Guerra, abrazados íntimamente. Hefesto, furioso, les tendió una trampa
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— « M a q u i n a s engaños — d i j o — y me ordenas que entre en tu habitación y suba a tu lecho a fin de privarme del valor y de la fuerza apenas abandone las armas.» Circe entorna los ojos y ve lejano el mástil de la nave que se aleja sin atracar en sus playas... Fue sólo un año. Tras el amor, él gustaba de contar historias inacabables de hazañas en las que siempre era protagonista y ella, Circe, escuchaba atenta mientras él narraba de aquel Polifemo 11 , el del único ojo, al que supo burlar o de aquellos lotófagos que comían la flor cuya virtud hacía que los hombres se olvidaran de volver a su patria.. . 12 Flor de loto quisiera ella haber tenido para que, al tiempo que él iba forjando sus relatos, fuera olvidándose también de aquella patria lejana... cada
atrapándolos con una red casi invisible en la cama donde se encontraban los dos amantes, exponiéndolos a la burla y al ridículo por los dioses del Monte Olimpo. "
En la mitología griega Polifemo es el más famoso de los cíclo-
pes, hijo de Poseidón y la ninfa Toosa. Se le suele representar como un gigante barbudo con un solo ojo en la frente y las orejas puntiagudas de un sátiro. 12
Los Lotófagos (los que comen loto) era un pueblo mítico que los
antiguos identificaban con los habitantes de una población al nordeste de África. Se nutrían exclusivamente de la flor de loto. Según la tradición, este alimento provocaba la pérdida de memoria. C u a n d o Odiseo y sus compañeros volvían de la Guerra de Troya, fueron desviados por el viento y llegaron a la tierra de los Lotófagos. Estos le ofrecieron loto, y los navegantes olvidaron su patria. Finalmente, Odiseo consiguió que los marineros volviesen a sus embarcaciones para continuar con su regreso a Itaca.
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vez más lejana, de aquella mujer paciente a la que apenas podía ya recordar, aquel hijo ni siquiera conocido, aquel noble padre que esperaría inútilmente el regreso del ilustre varón destinado a ser rey de sus tierras y señor de sus rebaños13. Noches enteras, sentados bajo las higueras, bebiendo vino rojo, oyendo el tañer de la cítara y escuchando los juegos amorosos de las doncellas, que se dejaban querer por aquellos marineros, que iban poco a poco recuperando sus ademanes de varón, su gallardía, como si gracias a la molicie y el descanso, a los manjares, el vino y el amor, volviera a ellos algo de la gracia y el espíritu que meses y meses de navegación, años de guerra y competencia habían anulado. Y él hablaba y hablaba, mientras acariciaba sus trenzas doradas, como si a lo largo de aquel año fuera descubriendo el placer del relato, el gusto de la palabra... Ya no navegante, ya no viajero infatigable, sino poeta y narrador que se conmovía ante el giro inesperado de la frase, ante una anécdota trivial, que al ser contada y recontada una y otra vez, se iba adornando con pequeños matices, con una gracia inesperada, como si sus sentidos fueran despertando al placer del cuento inacabado, del relato imperecedero; y así dejaba abandonada su mano entre las de ella, que se recostaba bajo su axila, atenta, como un discípulo pesaroso ante la posibilidad de que el cansancio pudiera alguna vez callar al maestro, y las palabras se iban enroscando como 13
Se refiere a su esposa, Penélope, a su hijo, Telémaco, y a su padre,
Laertes.
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volutas de humo en los toscos capiteles de piedra y los dulcificaban; las palabras cincelaban el muro, creaban cenefas de acanto en los frisos de mármol antes rectos y precisos, sin adornos... — « M i nombre es Nadie y Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos» 14 . Le gustaba repetirlo. Era como un niño grande de ojos picaros y siempre sonrientes, complacido ante el efecto de sus retorcidas y agigantadas invenciones: el tamaño cada vez más desmesurado de Polifemo, la increíble estaca y, luego, ese momento culminante en que todo él parecía conmoverse, como si siguiera con el cuerpo y con los ojos los avatares de la descripción, momento en que se detenía para mirar a
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E n el C a n t o I X d e la Odisea se c u e n t a c ó m o el g r u p o d e g u e r r e r o s
e n c a b e z a d o s p o r O d i s e o l l e g a r o n a la isla d e los C í c l o p e s y e n t r a r o n en u n a c u e v a en l a q u e se e n c o n t r a r o n c o n u n g r a n b a n q u e t e . E r a el h o g a r d e P o l i f e m o , q u i e n e n c e r r ó a los i n t r u s o s en ella p a r a d e v o r a r l o s . P e r o O d i s e o u r d i ó u n p l a n p a r a e s c a p a r . P a r a h a c e r q u e P o l i f e m o se c o n f i a s e , le d i o p a r a b e b e r d e u n v i n o m u y f u e r t e sin a g u a r . C u a n d o el c í c l o p e le p r e g u n t ó s u n o m b r e , O d i s e o le d i j o q u e se l l a m a b a Outis, u n n o m b r e q u e se p u e d e t r a d u c i r c o m o « N i n g ú n h o m b r e » o « N a d i e » . C u a n d o P o l i f e m o c a y ó d o r m i d o , b o r r a c h o del v i n o , O d i s e o y s u s h o m b r e s t o m a r o n u n a l a n z a y se la c l a v a r o n e n el ú n i c o o j o q u e t e n í a . P o l i f e m o e m p e z ó a g r i t a r a l o s d e m á s c í c l o p e s q u e « N a d i e » le h a b í a h e r i d o , p o r lo q u e e n t e n d i e r o n q u e P o l i f e m o se h a b í a v u e l t o l o c o y n o i n t e r v i n i e r o n e n s u a y u d a . P a r a e s c a p a r d e la c u e v a , O d i s e o a t ó a s u s h o m b r e s y a sí m i s m o al v i e n t r e d e las o v e j a s d e P o l i f e m o . C u a n d o éste se las llevó a p a s t a r , p a l p ó s u s l o m o s p a r a a s e g u r a r s e de q u e los h o m b r e s n o las m o n t a b a n , p u e s n o p o d í a v e r l o s , p e r o n o p a l p ó s u s vientres, y así, u n a v e z f u e r a d e la c u e v a , p u d i e r o n huir.
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Circe, para añadir al horror mismo de las palabras la seriedad imponente, dramática y llena de presagios de unos ojos que parecían velarse para aumentar el efecto, cuando el relato se hacía brutal, descarnado, rudo: —«El Cíclope con ánimo cruel no me contestó, pero se levantó al instante; fue hacia donde estaban los compañeros... atrapó a dos y cual si fueran cachorrillos, arrojolos a tierra con tamaña violencia que el encéfalo fluyó y empapó el piso 15 ...» ¡Aquel énfasis!.. El cuidado en la pausa, el adjetivo exacto, la progresiva y medida descripción de los distintos movimientos del cada vez más gigantesco y solitario cíclope, esa ternura hacia el amigo, «cual si fueran cachorrillos», para pasar inmediatamente después al hecho terrible, desaforado, a esa masa aplastada contra el suelo de la cueva, a esos sesos despanzurrados... cachorrillos... Y mientras iba hablando como un juglar, como un aedo, movía las manos, bajaba la voz, se detenía, aceleraba de pronto el ritmo de la frase si el relato se hacía angustioso, cuando la emoción se hacía intensa y adquiría tonalidades de truenos y olas encrespadas, de pleamares cenientas que rompían contra el acantilado y luego la ablandaba: la frase se hacía dulce, amistosa, compasiva. Primero dureza, escalofrío, plasticidad de las imágenes: ¡esos huesos pelados, esos intestinos devorados, esa carne del compañero desgarrada 15 Odiseo hace referencia a la aventura del cíclope Polifemo. En las siguientes citas de Odiseo en este texto, el héroe continúa refiriéndose al relato de esta hazaña (Odisea, Canto IX, vv. 105-565).
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entre las fauces del más voraz de los leones! y entonces se detenía, tomaba aliento, apretaba las muñecas de Circe para sentir el sobresalto, el acelerón del pulso, para percibir el espanto en el rostro o los dedos de afiladas uñas pellizcando el brazo, y se aflojaba todo él, como sacudido por el esfuerzo de las palabras, se recostaba en los cojines y bebía vino rojo y permanecía en silencio, pensativo, como si todos los mares, todos los tiempos y los lugares se fueran concentrando en el poso de la copa; miraba hacia la línea infinita del horizonte y parecía que iba a comenzar a llorar, ya que, mientras construía y daba forma al relato, todo su cuerpo se iba tensando como un arco y su rostro se hacía impenetrable y ella, Circe, aguardaba, recostada sobre él y apretaba sus manos como para darle fuerzas y él la miraba, acariciaba sus brazos desmadejados, enredaba los dedos entre sus cabellos y contaba con una voz renqueante ahora por el recuerdo, trémula: —«Nosotros contemplábamos aquel horrible espectáculo con lágrimas en los ojos, alzando nuestras manos a Zeus, pues la desesperación se había adueñado de nuestro ánimo...» Callaba Odiseo y luego al cabo de un rato introducía leves modificaciones en lo contado, calculaba el efecto producido por cada palabra, jugaba con los ritmos, con las pausas, modificaba las determinaciones y hacía al malo cruel y ella, Circe, iba saboreando las uvas recién cortadas y, hechicera de poderosa voz, llenaba los silencios de él con un canto que resumía aquellos miedos, aquellos alardes y él sonreía, se dejaba llevar, se acunaba en la música, parecía dormir con un grano de uva obscura entre los labios y después poseso,
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transfigurado, introducía un realismo escueto, una violencia imprevista en las imágenes: «Así tumbado, dobló la gruesa cerviz y venciolo el sueño, que todo lo rinde. Salíale de la garganta el vino con pedazos de carne humana y eruptaba por estar cargado de vino» y complacido eruptaba a su vez, como si quisiera añadir verismo a lo narrado y luego iba repasando oficios y artesanos diestros para encontrar la acertada metáfora, para poder comunicar a Circe ese momento, el más horrible, cuando él, Odiseo —que en el relato era siempre un Yo enorme, una primera persona omnipresente y siempre activa— cogía y pulía la estaca vengadora: «Como el hombre taladra con el barreno el mástil del navio» ... «como el broncista para dar el temple». Y así mediante comparaciones simples relataba el esfuerzo sobrehumano, la invención ante la desdicha de aquel grupo de hombres, los suyos, para conseguir librarse de la trampa del cíclope: «Quemóle el ardiente vapor párpados y cejas». El crepitar de las pupilas negras del gigante se confundía con el crepitar de la leña bajo el trípode donde humeaba el caldo caliente y, como si un sopor embotara sus párpados, Odiseo depositaba la crátera vacía sobre el banco de piedra y Circe contemplaba aquellos labios repentinamente mudos e iba enhebrando las sílabas del relato y las repetía en voz baja, al tiempo que se apoyaba sobre el vientre de él y permanecía allí callada, adormilada también, como Odiseo, por los vapores del vino y la justeza de las palabras.
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Contar y contar... Él, Odiseo, el asolador de ciudades, que tiene su casa en ítaca... el afligido corazón, el pálido temor de los compañeros, el labrado pavimento. . . Y a veces parecía que la hamaca trenzada con ramas se balanceaba como el bajel sobre las aguas y juntos recorrían la llanura del Ponto 16 insondable y vasto en la cóncava embarcación, mientras creían escuchar el canto de las sirenas y él se aferraba al mástil y fingía enormes padecimientos, convulsiones terribles ante la hermosura inefable de aquellas voces que ni siquiera la de la propia Circe podía igualar 17 . El relato se hacía sombrío y parecía que los remos batían de nuevo el mar, siguiendo el ritmo de las sílabas bien medidas, de los acentos y él volvía una y otra vez a comenzar, como el ebanista va tallando minuciosamente la madera, para corregir y limpiar la descripción hasta lograr una sonoridad férrea, 16 Ponto era el nombre dado en la Antigüedad a las vastas extensiones de tierra del noreste de Asia Menor, la actual Turquía, que bordeaban el Ponto Euxino, hoy el Mar Negro.
La aventura de las sirenas tiene lugar en el Canto XII de la Odisea, una vez que Odiseo ha abandonado la isla de Circe para continuar con su regreso a Itaca. Las sirenas intentaron seducir con sus cantos hechiceros a Odiseo y su tripulación, como solían hacer con todos los navegantes, causando su inevitable muerte y destrucción, ya que se arrojaban al mar para oírlas mejor. Para evitarlo, Odiseo tapó los oídos de sus hombres con cera, para que no pudieran oír sus cantos, y él se ató al mástil del barco para evitar caer en las redes cautivadoras y fatales de sus voces hechiceras. En este relato de Lourdes Ortiz, Circe menciona la aventura de las sirenas relatada por Odiseo. Por lo tanto, es una alteración del tiempo narrativo, ya que este hecho, según la Odisea-, tuvo lugar después del encuentro con Circe. 17
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dura, como de metal que de pronto cambiaba y se hacía bailarina y ágil como bajel sobre la espuma de los mares... Se oye a lo lejos el balido de los rebaños y Circe entorna los párpados y parece que le tiene allí de nuevo a su lado, cuando de repente se dejaba invadir por la tristeza y aquella ítaca remota a la que debía regresar se hacía vergel y huerto en el recuerdo y los fantasmas de los pretendientes azuzaban el deseo. Y ella, Circe, sabe ahora que no era una mujer concreta la que él deseaba y añoraba, no aquella mujer muda, pequeña a la que casi no podía dar forma, ni rostro, sino el miedo a la pérdida de lo propio, el acicate de la competencia, la necesidad de medir fuerzas, de retar. Era la posibilidad de que Otro, un otro cualquiera al que daba distintos rostros, estaturas y caracteres, tomara posesión de lo que consideraba suyo y en ese suyo estaba esa mujer-niña a la que abandonó hacía ya tantos años. Y los compañeros que compartían el lecho con las siervas no eran en cambio estímulo para el deseo, no competían, ni establecían riesgo o rivalidad alguna, porque desde aquella primera vez, desde el primer día quedó claro que nada ni nadie podría separarles, porque no había Otro para Circe, sino sólo y absolutamente él, Odiseo. Y ahora, cuando ha pasado el tiempo, Circe tiembla y sabe que fue precisamente esa seguridad sin recelos de su estar juntos, aquella entrega sin recovecos, ni estrategias, sin cálculos la que le hacía languidecer, la que parecía adormecer el deseo... En aquella dulce y placentera estancia donde el relato iba poco a poco sustituyendo a la acción, faltaba alguien con quién medir las fuerzas, un contendiente. N o la risa
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de Circe, ni sus sorpresas, sus emociones o sus sobresaltos, porque Circe era ya carne de su carne, parte suya... Y se abría allá, en el fondo de su mirada de narrador infatigable, un agujero que albergaba posibles mundos a los que renunciaba a su lado: la patria perdida, ese padre Laertes, aquella mujer, aquel otro lugar que le estaba reservado... Y por eso tuvo que partir. Y por eso Circe desde entonces mira hacia lo lejos oteando el horizonte, adivinando en el batir de los remos, en el balanceo de las velas el imposible regreso. Pero los que descienden de las naves vuelven a ser como antaño fieras o simplemente animales de corral decididos a revolcarse, ignorantes del juego y de la risa. Y ella a veces cree oír, como si fueran llevados por el aire caliente, retazos del relato, le parece escucharle cuando se concentraba, se ponía serio y comenzaba a narrar: «Mi nombre es Nadie» y sabe que Nadie será nadie para aquella mujer paciente que ahora tal vez escuche en su lugar los nuevos relatos, nadie para su madre y sus hermanos, ese Nadie que para ella, Circe, la de doradas trenzas fue Hombre, espíritu y palabra, Odiseo, enviado por los dioses, niño-hombre, dios que en su abrazo encontraba la eternidad. .. horas y horas superpuestas, infinitas, mientras iba descubriendo el lugar del cuento, la creación de la nada. Y, sin embargo, como si un afán de mortalidad, de sufrimiento sobre la sien y de sudor sobre la frente le azuzara, prefirió la soledad, el miedo, el tiempo, el límite, la acción y la muerte, prefirió ser Nadie junto a una esposa complaciente y sumisa, eligió ser simplemente hombre, como si al elegir la
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muerte, pudiera de nuevo sentirse vivo, como si el estar y el ser no le bastaran y el hacer, el combate y la desesperanza, la peregrinación y la aventura fueran necesarios para que otro —ya no él— pudiera ocupar su lugar, narrar su historia, contar su triunfo y su desventura, su madurez de hombre que envejece y siente de nuevo el cansancio, la insoportable monotonía que sería con el tiempo huera repetición. Circe cree ver a través de los mares, intuye el regreso a la hacienda familiar, sabe que vence, venció a los pretendientes y consiguió un algo que de pronto era la nada, porque los pretendientes muertos dejaron de ser Otros: una mujer-sombra que se le entrega y que ya no es disputada por ninguno, un hijo que crece solamente para ocupar su puesto, mientras él, Odiseo, viejo y cansado, se sentaría en el poyo de piedra junto a la puerta del palacio finamente labrado, recordando, evocando el viaje, echando de menos aquella serenidad, la magia de la isla, los rumores del Océano, el sonido amodorrado de las chicharras, buscando de nuevo las palabras para contar y añorando ahora a esa bruja Circe que durante un año entero fue fuente de miel, manantial donde fluía el Verbo, Verbo hecho historia, saboreado en la carne... Pero Circe no podía convencerle entonces de que aquel era el tiempo verdadero, el no-tiempo, el lugar del goce. Sabía que antes o después tenía que partir y le dejó marchar contemplando cómo, desde el momento mismo en que se izaban las velas del rápido bajel, en el momento mismo en que los remos volvieron a surcar las aguas, las arrugas surcaron la frente del hombre que, testarudo, ponía cera en sus oídos y se hacía atar al mástil más elevado de la nave. Nunca Circe
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la de poderosa voz podría con sus encantos y sus conjuros retenerle de nuevo a su lado. Como cerdos descienden de las naves. Les ha visto llegar y hace un gesto a sus siervas para que comiencen a preparar la ambrosía y el queso, los panes y los lechos perfumados. Algo, como una estaca diestramente pulida por el mejor de los artesanos, atraviesa el corazón de Circe, la de doradas trenzas, y su canto, un canto amargo de nostalgias y de amores que ya nunca serán, enloquece a los marineros que aceleran el paso y corren casi ante el humo del hogar, dando gruñidos, hundiendo sus hocicos en lodo, chapoteando en el agua estanca, en la ciénaga. Como cerdos...
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«Vuélvete a tu habitación. Ocúpate de las labores que te son propias, el telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo... y del arco nos ocuparemos los hombres y principalmente yo, cuyo es el mando de esta casa»2.
1 Penèlope era la hija del rey espartano Icarius y de la ninfa Periboea. Su esposo era Odiseo, rey de la isla de Itaca y el más sabio de todos los héroes griegos de la Guerra de Troya. Odiseo y Penelope tuvieron un hijo, Telémaco. La guerra de Troya duró diez años y, una vez finalizada, Odiseo tardó en regresar a su hogar otros diez años más. Durante los veinte años que Odiseo estuvo ausente, Penèlope dio muestras inequívocas de su fidelidad: rechazó a todos los pretendientes que deseaban casarse con ella y los engañó prometiendo que elegiría a uno de ellos tan pronto como terminara un sudario que estaba tejiendo para su suegro Laertes. Penèlope deshacía de noche lo que tejía durante el día para que la labor fuera interminable. Cuando Odiseo finalmente regresó a Itaca bajo el aspecto de un mendigo, mató a todos los pretendientes. Penèlope no lo reconoció hasta que él reveló un secreto que sólo ambos sabían: uno de los postes de la cama que él mismo había construido era el tronco de un olivo que todavía tenía sus raíces en el suelo. Después de esta reunión vivieron felizmente. 2 Estos mandatos son hechos por Telémaco, el hijo de Penèlope y Odiseo (Odisea, X X I , vv. 350-354). En este relato, Lourdes Ortiz utiliza
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Son palabras de Telémaco. Ella, Penèlope, acata y se repliega: Veinte años permitiendo que Atenea3, la de los ojos de lechuza, ponga a sus ojos un plácido sueño. Duerme sin cesar... duerme y teje una tela inacabable de deseos insatisfechos. Allá, en lo alto de la magnífica casa, contempla cómo se vence su carne mientras se indigna ante la desvergüenza joven de las esclavas que aprovechan la fiesta y los hombres que acuden al panal siempre oferente de un lecho que se hurta y se brinda. «Pretendíamos a la esposa de Odiseo —cuenta Anfimedonte4, al llegar al lugar donde reposan los muertos— y ella ni rechazaba las odiosas nupcias, ni quería celebrarlas». Ni rechazaba, ni aceptaba: sólo el sueño sobre ese lecho de olivo labrado por el marido, lecho inamovible, cinturón de castidad adornado con oro y con marfil, como promesa de un regreso que condena a una espera cubierta de fantasmas. Recluida en la noble casa, en aquella hacienda confortable que labrara el esposo antes de la partida. Esposa fiel, que se
expresiones y diálogos extraídos literalmente de la Odisea de Homero. 3 Una de las más importantes diosas griegas. Diosa de la Guerra, de la Sabiduría y de la Ciencia, nacida de la cabeza de su padre, el dios Zeus. Dueña de un considerable valor, durante la Guerra de Troya protegía a los griegos, los rescataba y a veces luchaba con ellos. Atenea profesaba una simpatía especial por Odiseo. 4
Uno de los pretendientes de Penélope, muerto por Odiseo a su vuelta a Itaca. Estas palabras las pronuncia en el Hades, la morada de los muertos (Odisea XXIV, 125-127), en conversación con Agamenón, también muerto, rey de Argos y Mecenas, jefe de la expedición griega contra Troya, asesinado a su vuelta por su esposa Clitemnestra y su amante Egisto.
PENÈLOPE
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deja tentar, mientras tasa con los ojos semi-abiertos y una sonrisa apenas perceptible de Core, eternamente joven, a los hombres que acuden y compiten por ella. Recatada y triste, tejiendo y recordando las palabras, los cuentos del incansable narrador, aquel diestro en embustes que rompió su doncellez y le hizo un hijo, ese hijo que ahora crece, como imagen del padre, frente a ella y que vuelve a recordarle una y otra vez quién es el amo: «Vuélvete a tu habitación...». Habitación poblada por los hilos tenues de un sudario que es sudario de la propia carne; paños mojados de una túnica precursora que deja huellas como de bronce, cinceladas sobre una piel que ya ha olvidado las delicias del abrazo, piel guardada en alcanfor, bañada en la nostalgia... anhelante, como una flor de cardo que apenas desprende aroma y recogida, resguardada en un rechazo pertinaz, cabezón e inútil que la va convirtiendo en estatua que conserva la calidez sedosa del mármol más pulido. Ellos, los pretendientes, llenan la casa con sus gritos, sus borracheras y sus modos de hombre. Ella desde su alcoba huele el deseo de los varones, se estremece con sus risotadas, presiente el recorrido ávido de sus manos sobre el cuerpo limpio y fragante de las esclavas jóvenes. Al anochecer, a la luz de las antorchas, ascienden las voces y la música de agua que no deja de manar de la cítara, sube el olor caliente del sebo quemado, de la grasa chisporroteante de la carne recién asada... hay un olor untuoso y turbio de sudor y cuerpos entremezclados, como en un friso de bruscos ademanes,
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donde centauros lúbricos atenazan a las doncellas no espantadas, sino complacientes y, mientras se vacían las cubas y se llenan las cráteras, ella puede escuchar aún la melopea lánguida de las canciones. Ha aprendido a distinguir las voces... la voz segura y firme de Antínoo... Conoce bien sus chanzas y sus valentonadas... el más diestro y agudo, el más hermoso de los pretendientes; la voz delicada, casi femenina de Eurímaco que regala sus oídos con tiernos elogios que a veces le hacen olvidar que el tiempo pasa...; la voz sensata, madura de Anfínomo... 5 Oye desde lejos sus charlas y siente un temblor que la hace refugiarse y encogerse entre las pieles de cabra cuando oye el relato desvergonzado de las hazañas amorosas. Les ve jugar al atardecer en el patio, ante el umbral de la casa. Y conoce y distingue cada músculo de sus cuerpos, tensos al tirar la jabalina o el disco: la precisión de Antínoo, la dulzura, que es casi debilidad, de Eurímaco, la seguridad protectora de Anfínomo... Todos allí, día tras día, sólo por ella... acechando, esperando el momento en que se presente una vez más en el umbral, enmarcada por sus doncellas, como en una comitiva sacra para la entrega de un peplo, y se coloque ante ellos en silencio, siempre altiva, con el velo
5
Antínoo, Eurímaco y Anfínomo son algunos de los pretendientes
de Penélope que se afanaban en tomarla como esposa y de esta manera hacerse con el poder, aprovechando la ausencia de Odiseo. Empobrecían el reino con opíparos banquetes en el palacio. Antínoo fue uno de los principales pretendientes y el primero en morir, cuando una flecha disparada por Odiseo le atravesó la garganta mientras bebía.
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cubriéndole el rostro, disimulando y ocultando las arrugas... allí, entre las columnas, mientras siente el látigo acuciante de las miradas y se sabe señora de voluntades, insinuando y desmintiendo. «A todos les da esperanzas —cuenta Antínoo— y a cada uno en particular le hace promesas y le envía mensajes». De tarde en tarde se cruza con cualquiera de ellos y baja los ojos como si se sonrojara... tal vez tú... y luego se retira llevándose a la alcoba el roce de esos dedos que por un instante... el calor de aquel aliento que... la procacidad descarada, provocativa de la risa de Antínoo, la broma burda del que intentó retenerla contra el muro, aquellos labios que durante un segundo... Al anochecer desciende al calor del hogar y aguarda en silencio, sintiéndose observada, admirada, presintiendo... mientras los hombres escuchan la voz templada del aedo que canta las hazañas de aquellos que debieron partir, esa historia oída ya mil veces, donde se narran las aventuras de los héroes, de aquel Odiseo, su esposo, que marchó un día camino del Ilion.. . 6 y entonces esas dos lágrimas como de ámbar, la representación de una tristeza de coribante, expresada con la serenidad del rito, que no puede ocultar la rebelión y un cierto aburrimiento: «¡Femio7! Pues que sabes otras muchas hazañas de hombres y de dioses que recrean a los mortales y son celebradas 6
Troya.
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Femio es el aedo que cantaba ante los pretendientes de Penelope.
Estas palabras las pronuncia Penèlope dirigiéndose a Femio en el Canto
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por los aedos, canta algunas de esas, sentado ahí en el centro y óiganlas todos silenciosamente y bebiendo vino; pero deja ese canto triste que constantemente me angustia el corazón en el pecho...» Y envuelta en su dolor como en un manto sepulcral vuelve a su alcoba y teje. Veinte años que ella cuenta en los metros de hilo, tela de araña que se anuda y se hace densa y en la que puede leerse el tejido rechinante del tiempo; la lanzadera en su ir y venir, ágil entre sus dedos crea un ritmo de olas, de tempestades y de ausencias mientras ella sueña con barcos que se enfrentan a mares embravecidos, y con prudentes y benévolos mensajeros de los dioses que recorren las nubes y se aproximan a su lecho... Intenta recordarle. A veces, cuando mira a Telémaco cree reconocer los rasgos, ya desdibujados del padre bajo aquellas facciones firmes, en los pómulos, bajo aquellos miembros del varón-niño que se arquean en el aire y trazan perspectivas y escorzos entre las recias columnas de piedra blanca. Y cuando él, su hijo, se calza las sandalias y se dobla percibe las piernas duras de Ulises 8 y vuelve a sentir la presión de aquellos muslos firmes contra los suyos, el calor de los tendones prietos, la fortaleza de aquellas piernas preparadas para la carrera y curtidas por todos los vientos. Y entonces repara en los otros: ve la gallardía de Antínoo, la complacencia de Eurímaco, la nobleza de Antifonte y en el sueño protector que le depara la diosa macho, la diosa I de la Odisea. 8
Odiseo era conocido por los romanos como Ulises.
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guerrera 9 —lo mismo que el escultor va haciendo brotar de la dura piedra los rasgos seguros, sonrientes y serenos del adolescente que descolla en el pugilato—, ella acaricia con la mente la materia suave del recuerdo con la que va modelando, perfilando y corrigiendo los rasgos del esposo perdido y él aparece allí de nuevo, como un fantasma que regresa del Hades 10 para hablarle y dormir a su lado sobre aquellas pieles sedosas del carnero que ella mantiene limpias y oreadas desde que él marchó: «Pero a mí me envía algún dios pesadillas funestas. Esta misma noche acostóse a mi lado un fantasma, muy semejante a él, como era Odiseo cuando partió con el ejército; y mi corazón se alegraba, figurándose que no era sueño sino veras»11. Y en ese momento los brazos duros de Antínoo, la sonrisa de Eurímaco, la fortaleza de Anfimedonte se convierten en bosquejos inacabados, torpes de aquél que se mantiene intacto con el paso del tiempo, divinal y joven para ella a través de sus ruegos y ensoñaciones de malcasada. Y luego,
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La diosa guerrera es Atenea, quien protegía y aconsejaba a los griegos
durante la Guerra de Troya, especialmente a Odiseo. 10
Hades es el submundo o el Reino de los Muertos. En la mitolo-
gía griega el nombre de Hades puede prestarse a confusión, porque los antiguos griegos lo utilizaban indistintamente para denominar al dios que reinaba en el inframundo y para designar al mundo subterráneo. El Reino de los Muertos, buenos o malos, era el lugar donde las almas eran guiadas por el Dios mensajero Hermes para ser juzgadas y conocer su destino final. 11
Palabras de Penèlope (Odisea X X , vv. 87-90).
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como si un mal espíritu burlón se introdujera en la alcoba, llega hasta ella nítida, como un crótalo repiqueteante, la risa de Mantinao que se revuelca en el atrio con cualquiera de los pretendientes y siente unos celos que muerden sus entrañas desgarrándola y la hace presentir a todas las Circes, las Calipsos12, las posibles mujeres de rasgos exóticos y técnicas maduras, infinitamente sabias en el arte del amor, mujeres de cabelleras desatadas de Gorgona 13 insaciable y
12 Calipso pertenecía a las ninfas y era hija de Atlante y Pléyone. Otras versiones la hacen hija de Helio (el Sol) y Perseis. De esta segunda versión deriva la idea de que era hermana de Circe y Eetes. Calipso, llamada por Homero «la que oculta», recibió hospitalariamente a Odiseo cuando su nave naufragó. En la Odisea se cuenta como Calipso, enamorada profundamente de Odiseo, lo retiene contra su voluntad en la isla durante mucho tiempo mientras él cree que apenas son unos días. Calipso le ofrece a Odiseo la inmortalidad a cambio de que se quede para siempre, pero él
siente la necesidad de regresar a ítaca. Atenea, quien protegía a Odiseo, rogó a Zeus que enviara a Hermes a la isla de Calipso y le ordenara que dejara ir a Odiseo. Aunque a ella le dolió dejar partir a su amado, cumplió la orden del dios de dioses. 13 Según la mitología griega, las Gorgonas eran tres deidades hijas del mar, tres hermanas monstruosas llamadas Esteno, Euríale y Medusa. De ellas, Medusa era mortal, las otras dos inmortales. Las tres tenían el mismo aspecto espantoso: las serpientes se enroscaban por encima de sus cabezas y alrededor de sus cinturas, poseían alas, garras y unos afilados colmillos. Su mítica existencia está estrechamente vinculada a la del héroe Perseo, hijo de Zeus y Dánae, que dio muerte a Medusa. Según el poeta griego Hesíodo, habitaban en el lejano occidente, al otro lado del Océano, donde se encontraban los límites de la Noche. Para Homero, la Gorgona es desconocida como figura mitológica, es solamente una cabeza fantasmal que vive en el Hades, tal como se dice
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cree escuchar de pronto los gemidos entrecortados de Ulises que se mezclan, se superponen a la risa desatada de la doncella y se levanta del lecho y querría azotar el cuerpo blanco de la niña para castigar en aquella piel el deseo enloquecido del esposo; huele la semilla del varón sobre la carne apenas cubierta por la túnica de algodón blanca y gime y acude de nuevo al telar, deshace la labor y recomienza, se pierde en los hilos cruzados, en el ir y venir de la lanzadera... y puede verle, escucha el bramido ronco de su garganta y las olas se mezclan con el batir de los remos y se arremolinan las estrellas haciendo perder el Norte, mientras él cabalga como Tritón 14 sobre las olas y la risa argentina de Circe traspasa los muros de piedra y se clava, como aguja del más fino metal, en su vientre, y maldice a las brujas incontinentes que retozan en lechos cubiertos con pieles de animales nunca antes contemplados y beben de un vino obscuro y fuerte que se agarra a los labios y deja manchas rojas sobre el torso del hombre, y siente la sequedad de su carne que se va arrugando como secan los higos dulces en los almacenes, amarilleando, retorciéndose y perdiendo la suavidad de pulpa de la blanca savia perfumada y fresca.
en la Odisea (XI, vv. 636). También es la imagen que aparece en el centro de los escudos. 14
En la mitología griega, Tritón es un dios, mensajero de las pro-
fundidades marinas. Es el hijo de Poseidón, dios del Mar, y Anfítitre. Suele ser representado con el torso de un humano y la cola de un pez. El atributo especial de Tritón era una concha de caracol que tocaba como una trompeta para calmar o elevar las olas del mar.
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Y entonces convoca a las doncellas y hace que cubran su rostro de arena ocre y perfilen sus ojos, que perfumen de resina su cuerpo y desciende al zaguán y se muestra con un brillo en la retina que incita y reclama, como la hembra del cabrito atrae al macho. Pero allí observándola, censurándola, alerta siempre cual el cazador que otea la pieza, está Telémaco, ese hijo que habla discretas palabras: «Vuelve a tu habitación... ocúpate de las labores que te son propias». Sabe del reproche; conoce la mirada del hijo, pidiendo cuentas: los cuerpos destripados de los cerdos en la continua matanza, como en unas bacanales perpetuas; las visceras sangrantes de los bueyes devorados, las ancas del animal troceadas y girando noche tras noche en el asador; la hacienda de mi padre... mi herencia; los puercos que se alimentan con bellotas son cuidados con esmero para mi mayoría de edad, mientras tú... ¡Esa puerca de Helena... 15 ! Hay orgullo y desprecio cuando piensa en aquella a la que debe su 15
Helena de Troya es un personaje de la mitología griega. Hija de
Zeus y Leda, mostró ya desde pequeña su gran belleza. Ella y su futuro esposo reinarían en Esparta. D e todos los pretendientes que tuvo para casarse, eligió a Menelao, hermano de Agamenón, rey de Argos, que, a su vez, se casó con la hermana de Helena, Clitemnestra. Pero Helena se enamoró del príncipe troyano Paris y juntos huyeron de Esparta a Troya. Su esposo Menelao, rey de Esparta, zarpó hacia Troya en busca de su mujer acompañado por los antiguos pretendientes, ahora reyes de diferentes estados de Grecia. Entre estos reyes destacaron Aquiles y
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desgracia. Ella no resistió: se dejó llevar, como cualquier criada, por el primero que alabó sus rubios cabellos y puso calambres en sus dedos. Helena. Pero ella, Penélope, juró entonces y ha vuelto a jurar día tras día durante veinte años que habría de lavar la mancha que sobre su pueblo y sobre los suyos cayó desde que el adulterio trajera la desdicha a las tierras de ítaca. Ella no cederá. Aguarda como un perro fiel para desmentir a los viejos cantores que manchan sus bocas maldiciendo a la mujer que, como Pandora 1 6 , abrió la cajita de todos los males... ¡ Q u é tonto fuiste, Menelao! Porque Helena, la argiva, fue débil y se dejó seducir por el primer forastero, Ulises tuvo que partir. Por eso Penélope desprecia a Helena y se ha encerrado en un largo mutismo que la condena a una soledad, atormentada por los desvelos y las lágrimas. Odiseo (Ulises). La Guerra de Troya duró diez años, Menelao triunfó y Helena regresó con su esposo. 16
En la mitología griega, Pandora fue la primera mujer hecha por
orden de Zeus como parte de un castigo a Prometeo por haber robado a los dioses el secreto del fuego, entregándoselo a la humanidad. C o n la creación de esta bella mujer abastecida de virtudes por diferentes dioses, Zeus quiso engañar a Prometeo ofreciéndole a Pandora como regalo, pero Prometeo la rechazó ante el presentimiento de que se trataba de una trampa. Epimeteo, hermano de Prometeo, se enamoró de Pandora y la tomó como esposa, haciendo caso omiso de las advertencias de su hermano. U n día, Pandora sintió curiosidad por saber qué contenía la caja con los regalos que le ofrecieron los dioses y, al abrirla, liberó todos los males que contenía (la vejez, la enfermedad, la locura, la pasión, el vicio, etc.), adueñándose de los hombres hasta hoy. Pandora cerró el ánfora justo antes de que la Esperanza también saliera.
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A veces sube al desván donde guarda las arcas que contienen los ricos peplos y los delicados mantos y acaricia el arco de Ulises. Nadie tras él, ninguna mano se ha atrevido a tocarlo. Era ágil y diestro, y certero con la aguda flecha. Y ella, como el arco, era también flexible y tersa, dócil y manejable, entre las manos suaves y precisas, las manos poderosas del varón. ¡Aquella extraña mezcla de fortaleza y ternura, de agilidad y brío que condensa la serenidad imperecedera y grácil del templo... la ligereza de las columnas, la solidez del mármol!... Y ahora ha llegado. Dicen que es él, ese hombre anciano sin fuerza en los músculos que viste como mendigo y trae el polvo de los caminos en las sandalias mal curtidas. Y hay un momento de espanto, una vacilación que la hace renegar de aquel tiempo pasado, un miedo... y permanece muda, sin despegar los labios porque tiene el corazón estupefacto. Y entonces una vez más Telémaco percibe la vacilación y la reprime con dureza: «Madre mía... descastada madre, ya que tienes ánimo cruel, ¿por qué te pones tan lejos de mi padre,"en vez de sentarte a su lado y hacerle preguntas y enterarte de todo: Ninguna mujer se quedaría así, con ánimo tenaz, apartada de su esposo, cuando él después de tantos males, vuelve en el vigésimo año a la patria tierra. Pero tu corazón ha sido siempre más duro que una piedra»17. Veinte años esperando y ahora aquel anciano... 17
Estas palabras las pronuncia Telémaco, dirigidas a su madre
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(Odisea, Canto X X I I I , vv. 97-104).
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«Ni me entono, ni me tengo en poco, ni me admiro en demasía, pues sé muy bien cómo eras cuando partiste de ítaca en la nave de largos remos»18. Y Ulises habla y describe morosamente el lecho que tan sólo él podía conocer y Penélope siente un desfallecimiento, un vértigo y, tras recuperarse, balbucea: «—-No te enojes conmigo... ya que eres en todo el más circunspecto de los hombres y las deidades nos enviaron la desgracia y no quisieron que gozáramos juntos de la mocedad, ni que juntos llegáramos al umbral de la vejez»19. Porque los años del esposo le han devuelto sus propios años, esas canas que pintaba y repintaba, esa delgadez de la piel que comienza a separarse de la carne, como sudario prematuro. Ya no habrá pretendientes que devoren la cosecha y la carne de los animales bien cebados, ya no habrá salmodias, ni canciones al anochecer, ni el juego del eterno ofrecimiento y el rechazo, ni lides en el patio, ni el sudor agrio de los cuerpos desnudos, ni el delirio de la orgía. Los pretendientes han muerto por la mano de Ulises... Sierva del hijo fue como sierva del padre... Objeto del deseo que puede ser disputado, poseído y conquistado y es anhelado en la medida en que con su fidelidad establecía la meditación. Hay un Otro que no estaba y que en su ausencia seguía poseyendo... Todos, incluso el hijo, que compite 18 19
Palabras de Penélope (Odisea, Canto XXIII, vv. 174-177). Palabras de Penélope (iOdisea, Canto XXIII, vv. 209-212).
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por ella en el torneo, querían ocupar el lugar de ese otro... Y cuando el otro, Ulises, vuelve y se asienta en el hogar, Penélope deja de existir y pasa a ser la sombra que trasiega en el cuarto de las mujeres, Todos los jóvenes de Itaca, los más hermosos han muerto ya. Ahora, por las noches, cuando Atenea la de los ojos de lechuza cierra sus ojos y la incita al sueño, recuerda el murmullo de las voces, los encuentros furtivos en las esquinas del patio tras las columnas y acaricia con melancolía la piel reseca y fría del esposo que a su vez sueña con los brazos siempre frescos de Circe, con la juventud de Nausica 20 o el encanto hechicero de Calipso. La divinal Penélope en aquella cama de olivo que fue su lazo, contempla a Ulises que ha regresado y llora, él tiene tras sí una historia para narrar, y ante él una hacienda que reconstruir y un reino que legará a su hijo. Ella, la esposa, que ya no está en edad de volver a ser madre y renunció, cuando era tiempo, al tacto de los cuerpos jóvenes, se refugia en el sueño y deja que los fantasmas de los pretendientes le devuelvan el eco de un goce que ya no puede ser: la risa de Eurímaco... la belleza de Antínoo... la fortaleza de Anfínomo. Y como en un lamento percibe desde el fango caliente
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Nausícaa es un personaje de la Odisea. Hija de Alcinoo, rey de los
Feacios, y de su esposa, la reina Arete, encuentra en la playa a Odiseo, que ha naufragado, y lo lleva a presencia de su padre. Odiseo relata a Alcinoo sus aventuras y éste, al final de su relato, le proporciona las embarcaciones que le llevarán finalmente a Itaca.
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de la tierra el rugido denso y quejumbroso de las bacantes21 y la risa dominadora, seca de Atenea que pone lanzas y esculpe sobre los páramos.
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Las bacantes eran mujeres griegas adoradoras del dios Baco, tam-
bién conocido como Dionisos o Bromio. Matronas respetables y angelicales doncellas subían en procesión a un monte solitario y, durante unos días, sin contacto con hombre alguno, se entregaban a todo tipo de excesos, un desenfreno de alcohol, misticismo y alucinógenos. Todo ello tenía como objetivo que las mujeres obtuviesen el entusiasmo que etimológicamente significaba la «entrada de Dios» en la iniciación. Las mujeres que creyeran que habían hecho el amor con los dioses se consideraban afortunadas y protegidas.
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Ahora se han cumplido los días. Desde la azotea la mujer contempla el oro pardo de los campos resecos, donde las higueras exhalan una fragancia espesa, rancia y melosa de leche recalentada bajo la pata de los cameros. Hace un calor pastoso, como si el sol mandara un dardo de castigo sobre 1
Personaje bíblico, esposa de Urías, general del ejército del rey David.
El Segundo Libro de Samuel (11:1-12:25) cuenta la historia del adulterio de David y Betsabé. Un día, mientras ella se bañaba, fue vista por el rey David desde la terraza de palacio y mandó que la trajeran a sus aposentos, tomando posesión de ella y dejándola embarazada. Intentó ocultar su culpa llamando a Urías para que regresara de la guerra en la que se hallaba y pidiéndole que tuviera relaciones con su esposa. Este se negó, siguiendo un código bélico que no le permitía tener relaciones sexuales durante la guerra, y al no poder engañarlo, el rey David se encargó de que lo mataran en combate. El rey se casó con Betsabé y su primer hijo murió a los siete días, como castigo divino. Además, la Biblia dice que la cadena subsiguiente de intrigas, asesinatos y luchas internas (incluyendo una guerra civil) que plagaron la vida posterior de David, fueron un castigo adicional que le impuso Dios. Después tuvieron otros tres hijos, entre ellos Salomón. En el Evangelio de San Mateo (1:6), Betsabé figura como ancestro de Jesús.
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las destartaladas casitas de adobe. La mujer retira el manto negro de su frente y deja que los cabellos enmarquen unos ojos acuosos que se cierran; el tiempo se coagula y se hace obsceno entre las canas y en los surcos agrietados de una frente apenas recubierta por un maquillaje rancio, una pasta de arcilla roja que deja transpirar las gotas de sudor. T o d o se ha consumado y la mujer desliza su mano sobre el adobe cubierto de cal, aspira el perfume de la mirra y deja escapar un seco, metálico alarido de júbilo. A l o lejos resuena el cuerno y, sordos, retumban en la llanura los tambores que celebran el triunfo. Ella mira hacia allá y sus ojos se estancan en un remolino de polvo gris que se eleva hacia los cielos: la frente del hijo manchada por el óleo. Él, Salomón 2 , subirá en este momento en la muía de
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Salomón fue el segundo de los hijos que tuvieron David y Betsabé.
La historia de Salomón se narra en el Primer Libro de los Reyes (1:11), y en el Segundo Libro de las Crónicas (1:9). Sucedió a su padre, el rey David, en el trono de Israel hacia el año 970 a. C . tras la muerte de sus hermanos Amnón y Absalón. Su padre lo eligió como sucesor gracias a la intervención de Betsabé, aunque tenía hijos de más edad habidos con otras mujeres. Fue elevado al trono antes de la muerte del rey David, ya que su hermanastro Adonías se había proclamado rey. E n la Biblia se destaca la sabiduría de Salomón y la prosperidad de su reino, que coincidió con el momento de mayor esplendor de la monarquía israelita. Salomón fue el tercer y último rey de todo Israel, incluyendo el reino de Judá. Construyó el Templo de Jerusalén y fue célebre por su sabiduría, riqueza y poder. Según la Biblia se le considera el hombre más sabio que ha existido en la Tierra. Se le atribuye la autoría del Cantar de los Cantares y también del Libro de los Proverbios.
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David 3 y sobre su cabeza el aceite sagrado confirmará una realeza amamantada, m i m a d a desde la cuna, desde aquel momento en que... Adentro el viejo rey esparce sus babas de anciano sobre la piel de la joven sunamita 4 . H a y un llamear de antorchas en el horizonte y la mujer sonríe ahora: una muía, un hombre y una palma. Q u i z á la tos aguda del supremo sacerdote; luego el polvo siempre
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Fue el segundo de los reyes del antiguo reino de Israel. D e acuerdo
con el Antiguo Testamento, fue el sucesor del rey Saúl, quien fue el primer rey oficial del unido Reino de Israel. Su reinado de cuarenta años habría durado aproximadamente desde el 1005 a. C . hasta el 965 a. C . El recuento de su vida y normas se encuentra en los libros del Antiguo Testamento de Samuel y el primero de los dos Libros de crónicas. David provenía de una familia humilde, su padre era pastor de ovejas. El profeta Samuel, en una visita que hizo a Belén, lo reconoció como el elegido de Jehová para suceder al rey Saúl al trono de Israel. David destacó en las guerras contra los filisteos. Fue quien venció al gigante Goliat. Después de esta victoria, el rey Saúl, lleno de celos, quiso matarlo en varias ocasiones, pero Saúl veía cómo ante cada intento de matar a David, la admiración del pueblo por este joven héroe aumentaba, sobre todo la de su hijo Jonatán, quien tenía una profunda amistad con David. Los libros sagrados judíos consideran que, a pesar del hecho que disgustó a Dios en algunas ocasiones, fue el más virtuoso y justo de todos los antiguos reyes de Israel. Conforme a la tradición, David es también inusual en el sentido de que fue un aclamado guerrero, rey, músico y poeta. Tradicionalmente se le atribuye la autoría de muchos salmos del libro de Salmos del Antiguo Testamento. 4
Según el Primer Libro de los Reyes, I, la joven sunamita se llamaba
Abisag. Era una joven muy hermosa, elegida para cuidar al rey David y calentarle la cama, cuando el rey David era ya muy anciano.
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ceniciento de unos caminos de piedra... Su mirada traspasa ahora el viento seco de la tarde y se detiene allí donde la tierra parece dejarse acariciar por el cielo y hay un estremecimiento en el vientre acanalado de la colina que contagia el movimiento impreciso pero suficiente de la mujer. Lilith 5 vela allá en las profundidades del lejano mar y Betsabé ríe, como si la vieja madre adúltera de todos los seres infernales riera a través de aquellos labios, antaño jugosos como la fruta del dátil maduro, como si la hembra primigenia hubiera encarnado en aquel cuerpo, ahora casi transparente y antes apetitoso, blanco y lleno de savia, cual tallo de junco que crece a la orilla del río; cuerpo antes erguido y firme como tronco de cedro. Hasta la mujer llegan ahora las quejas de anciano que se rebulle en el lecho luchando inútilmente por insuflar una virilidad perdida a un cuerpo gastado también por el tiempo. —Tengo frío, mucho frío, clama David y la mujer cierra los labios mientras imagina el juego inútil y torpe de la joven sunamita para transmitir brío y calor al sexo entumecido... y piensa en el miedo del varón, en su soledad irremediable mientras ella, Betsabé, otea los campos y cree escuchar el
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Lilith es una figura legendaria de la mitología (o del folclore) judío:
la primera esposa de Adán, anterior a Eva. Según el mito, es una criatura espontánea y libre, de fascinante belleza, que posteriormente se convirtió en un ente maléfico, un ser de la oscuridad, pero como símbolo guarda en sí un sentido que la emparenta con la Gran Madre de las civilizaciones antiguas, sobre todo en su aspecto tenebroso.
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trote amortiguado de la muía, las palmas que acompasan la marcha del animal y mecen el manto de su hijo, aquél que por fin recoge hoy, en este día, la herencia de los antepasados, aquél en quien han de realizarse todas las profecías, aquél en quien se cumple el tiempo de la maldición que cayera sobre el padre Adán: treinta y tres generaciones transcurridas para que Salomón pueda llegar a recibir los atributos de una realeza que parecía consumirse y debilitarse en ese cuerpo inerte de David, que lucha en los brazos de la joven muchacha por sentir aún el paso de la sangre, el río dulce de las venas. Mira Betsabé y en el recuerdo regresa a aquel primer momento, el de la herida, cuando... Olía a jugo de nardo y a especias maceradas. Hacía calor también entonces y el cuerpo de la mujer reflejaba el arco iris del agua que hacía ondas en el estanque para atrapar el azul del cielo. Era el momento del baño y Betsabé había dejado caer su túnica y se sumergía en la brisa caliente, luego introdujo sus pies en el agua y creyó sentir la caricia fresca del esposo que ya pronto debería regresar. Era la guerra entonces. Siempre la guerra. Mujer sin varón y a la espera. La luz furiosa y blanca delimitaba los contornos y convertía su cuerpo en estatua de sal. Betsabé, ajena a la mirada de David, pasaba con suavidad la mano por su vientre y añoraba a su esposo. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, muchas lunas y la mujer en la azotea recuerda, como si los ojos del rey
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volvieran a pellizcar sus muslos, a detenerse en sus caderas, a columpiarse entre los pechos desnudos. El cuerpo joven de la mujer se reflejaba en el agua y reverberaba en las pupilas del rey ávido, ese mismo rey David que ahora en la alcoba vecina se debate entre las piernas cálidas de una niña virgen a la que ya no podrá desflorar. Pero en aquel entonces la mirada del rey encendía pudores y miedos en la carne de Betsabé recién purificada por el baño. Era una tarde roma, en la que el ronquido de los machos, apareándose en los establos, se deslizaba por las rendijas de las alcobas y se apaciguaba en los terrazos balanceando las hojas de la parra madura, que formaban una celosía para proteger la intimidad de la mujer. ¡El deseo torpe del rey! y en el rostro de Betsabé se adivinan terrores, odios acumulados, venganzas que por fin tienen su cumplimiento en esta tarde de la coronación de Salomón, hijo parido para borrar la mancha, para anular el crimen. Los ojos de la mujer se nublan y hay huracanes, terremotos que hacen temblar la tierra. Años de desamor y de derrota, de impureza y de deseo volcado hacia ese hijo que hoy, sobre la muía con el óleo sagrado en su sien, borra por fin la mancha y escupe su victoria sobre un David inerte que llora en la habitación contigua y siente el frío precursor, el mismo frío que ella, Betsabé sintiera entonces, cuando no hubo manto capaz de cubrir su cuerpo ante aquella mirada avarienta del monarca, mirada de mando que congela, dictamina y elige y la condena (la condenada) a una soledad irremediable, a un destino no querido y a una apuesta por un futuro que sólo podría realizarse en el hijo.
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Había quesos, pasas e higos sobre la mesa; había dátiles y uvas y un vino fermentado, que el criado del rey se encargaba de verter en las copas de arcilla. La mujer temblaba entonces, como si comprendiera que la gruesa túnica de lana con que se había guarecido para acudir a la llamada del rey resultaba lino transparente ante los ojillos semicerrados, somnolientos del monarca. «Mi marido es tu servidor y por ti está en la guerra», dijo y el rey sin hablar la hizo suya sobre un vellocino que olía a macho cabrío y a sudor de hombre en celo. .. .y encadenados los pensamientos de Betsabé cabalgan atravesando el tiempo y se repliegan en los muros de aquella fortaleza mientras cree sentir aún el melancólico sonido de unos crótalos, una lluvia de ofrendas sobre su cuerpo desnudo. — N o es a mí a quien buscabas —le diría ella más tarde, cuando habían pasado los años y era ya imprescindible para el rey, su cara o c u l t a — N o era a mí, ni es a mí a quien buscas ahora, sino a ese hijo tuyo Absalón 6 , ese idiota ambicioso
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Absalón fue el tercer hijo del rey David y el más querido por éste.
Llamaba la atención por su hermosura y por la abundancia de su cabello. Vengó a su hermana Tamar, quien había sido violada por su hermanastro Amnón. Durante dos años Absalón llevó su resentimiento en silencio, hasta que organizó un gran banquete en el que, tras emborrachar a Amnón, se impusieron sobre él sus fieles sirvientes y lo mataron con cuchillos. Después de tres años de destierro, Absalón regresó a Jerusalén por la intercesión de Joab, pero David no lo recibió sino hasta dos años después, cuando se reconcilió con éste. Más tarde se rebeló contra su padre para ser rey. Se hizo proclamar rey en Jerusalén en ausencia de David y, finalmente, habiendo querido darle batalla de una manera traidora al otro
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que mueve las caderas y sabe embriagarte, como te embriagó también desde el primer día el hijo de Saúl, Jonatán 7 , a quien todavía llamas en sueños y al que convocas una y otra vez en mi cuerpo y en el cuerpo de todas las concubinas: ¡Cientos de hijos para demostrarte a ti mismo y a tu pueblo que David, capaz de manejar el cayado, la espada y la honda es también capaz de poseer a todas las mujeres solteras y no solteras de su reino, para olvidar, para ocultarte ese deseo desesperado, inútil, impenitente por conseguir el cuerpo joven del muchacho, ese Jonatán, que habría de encarnarse después, como si mediase brujería, en tu propio hijo Absalón! Los labios resecos de la mujer van repitiendo una a una las palabras, como si al pronunciarlas de nuevo conjurara lado del Jordán, al verse perdido, mientras huía, su cabellera se enredó en un árbol y fue muerto por Joab, uno de los hombres de David. Su padre sintió tanto su muerte que entró silencioso en Jerusalén como si hubiese perdido la batalla. En Jerusalén existe una «tumba de Absalón» construida en los tiempos de Herodes. 7
Jonatán fue príncipe del reino de Israel en la época en la que su padre
Saúl era rey. El Libro Primero y Segundo de Samuel informan de la gran amistad que le unía con el joven David cuando éste fue designado heredero del trono de Saúl. Jonatán advirtió a David en varias ocasiones que su padre quería matarlo. La naturaleza exacta de estas relaciones es objeto de controversia, pues a partir de la Edad Media fue tenida como paradigmática de la relación homosexual entre dos hombres. Jonatán murió con su padre en una batalla contra los filisteos en el monte Gilboa. Cuando David supo la noticia, compuso una elegía en la que refiriéndose a Jonatán dice: «Angustia tengo por ti, Jonatán, hermano mío, cuán dulce fuiste conmigo. M á s maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres».
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la maldición de David, su ira de aquel día y, mientras en la habitación vecina el viejo resopla y gime, ella habla a la tarde, muy despacio, en un largo soliloquio meditado luna tras luna y su murmullo se hace sólido como una nube de polvo amarillento que recorre la llanura y va a perderse en las arenas del desierto: «Pero no era Absalón, no. N o era esa niñita de largos cabellos rubios, quien debería ascender a tu trono. T ú lo prometiste a mi descendencia aquella noche, la noche en que juntos y ante mi espanto concebimos a Salomón, ese que ahora va a sucederte. N o Absalón, que se fue tontamente enfangando en su vanidad, en sus valentonadas de muchacho, ni tampoco Amnón 8 tu primogénito que se atrevió a yacer con su propia hermana. Es para Salomón el trono que con tanto mimo has cincelado en esta ciudad de Sión, que quieres tuya; pero no será en Sión, sino en Jerusalén, como cantan todas las profecías, donde mi hijo lleve a cabo la tarea que tú nunca pudiste realizar por tu impiedad y tu desvergüenza. Será él y no tú quien construya el templo de ese dios de Israel en cuyo nombre has velado y combatido. Será Salomón que en este instante es ungido con el aceite del sagrado cuerno y pasea entre el batir de las palmas, montado en tu propia muía».
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Amnón, hijo primogénito del rey David. Se enamoró de su herma-
nastra Thamar y urdió un plan para estar con ella. Se hizo el enfermo y pidió que fuera Thamar la que le sirviera la comida. U n a vez a solas con ella, la violó. Absalón vengó a su hermana matando a Amnón.
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Ríe Betsabé mientras pronuncia en voz baja palabras apenas inteligibles destinadas al monarca que sigue trotando inútilmente sobre el cuerpo agotado de la pequeña sunamita: — N o hay calor para ti, como no lo hubo para mí en aquella estancia, donde sólo añoraba el regreso de Uría el hitita, ese esposo al que hiciste matar, ordenando que fuera colocado en el lugar más peligroso de tus ejércitos para prolongar y repetir aquella noche de pesadilla e impotencia en que creíste hacerme tuya. Nunca fui tuya, rey... Y el odio que he ido amamantando noche tras noche no hubiera sido soportable si no fuera porque ahí estaba el único que realmente me daba fuerzas para seguir viviendo: mi hijo, el hijo que fue consecuencia de tu crimen. Por él he permanecido vigilante a tu lado; para verle crecer en edad y sabiduría, para hacer de él, o mejor dicho para ver cómo en él llegaba a madurar todo lo que yo amaba frente a ti: la dulzura y la inteligencia, la hombría de bien y el juicio sereno. Cualidades todas de Uría mi esposo, el hitita, a quien diste muerte. Sábelo rey: desde el mismo momento en que supe su muerte y, por tanto, tu crimen, me propuse vengarme. Un único anhelo me guió desde entonces: mi hijo habría de sucederte y para ello me dediqué a él con todas mis fuerzas para transmitirle las enseñanzas de respeto, nobleza y discernimiento que su padre, Uría, como hijo de su leal pueblo, habría aplicado o habría deseado para él. ¿Cómo ibas tú a entender eso, tú, pastor de cabras, déspota sanguinario, hombre-mujer que ni siquiera llegaste a aceptar nunca —porque te parecía indigno de varón y, por
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tanto, humillante y vergonzoso— el deseo que te roía y que te hacía envidiar incluso mi capacidad de seducción, el modo con que simplemente con una mirada podía encelar a cualquier hombre? Por eso me admirabas y a través mío, a través del deseo que inspiraba a los otros bebías en mi cuerpo, como si rescataras así algo de los abrazos febriles que intuías. Ahora gimoteas revoleándote con la sunamita, que yo misma he llevado hasta tu cama. Y ella admira lo que la leyenda ha transmitido de tus hazañas: esa fuerza que te ha hecho poseer a centenares de mujeres de tu reino, a cientos de esclavas arrebatadas a sus pueblos. Te odio, rey, y en mi odio se encierra el odio de todas esas mujeres a las que sin ternura e ignorando su goce, trataste como sentina donde verter una simiente que habría de multiplicar tu progenie, sin que tú nunca llegaras a estar satisfecho, ya que sólo la mano amiga de Jonatán, el cuerpo prometido y nunca entregado del hijo de Saúl podría haberte devuelto la calma. Y, a pesar de todo, yo te he traído a la sunamita, porque te conozco bien, mucho mejor que tú mismo, y sé que en el abrazo, frustrado o no, volverás a vivir esa sensación de poder, ese siempre sediento y desmedido afán de colmar una lujuria que no puede más que acabarse en sí misma, pero que por un momento te proporciona el descanso necesario que, ¿cómo no?, te ha hecho más receptivo a mis propósitos: conseguir tu asentimiento para que hoy fuera al fin coronado mi hijo. Cierra los ojos Betsabé y traza una estrella sobre la cal: Como fui yo también la que propicié la caída de tu hijo Amnón. Yo la que, día tras día, destilé en sus oídos de niño
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impertinente y caprichoso que su hermana Thamar, esa hija tuya, hermana de Absalón y, por tanto, marcada por la maldición del incesto, era bella, tierna, deseable y podía conseguirse con sólo alargar la mano. Tú me habías tornado por la fuerza y yo a partir de entonces me propuse lo que he ido logrando sin apenas esfuerzo: que la desdicha y la deshonra fueran el legado de tu familia: Thamar, tu hija más querida, fue así violada y ultrajada por tu hijo Amnón. ¿Ves qué sencillo?; Amnón caía y sin saberlo allanaba la senda de mi hijo. ¿Recuerdas, rey, quién fue quien te sugirió entonces que no era bueno que un hermano sufriera sin los cuidados de su hermana? Te preocupaba la melancolía de Amnón: — E s bueno —te dije— que la hermana se encargue de contentar al hermano. Haz que amase la harina y prepare unas hojuelas para él. La mujer se sienta sobre la estera de esparto y sonríe de nuevo. Es una risa esculpida en metal, dura y cortante como el filo de la espada. En la alcoba el gemido del rey se hace más ronco, próximo al estertor y en el cielo antes azul se encienden luces anaranjadas y violetas. La mujer pasa la lengua por los labios resecos y echa la cabeza hacia atrás, como si por un momento quisiera sacudirse el alud de los rostros que se agolpan y la sofocan: Fue demasiado fácil, demasiado sencillo. Aconsejé a la niña que fuera dulce con el hermano, ya que su mal era un mal difícilmente curable; recomendé caricias y Consentimiento y yo misma la ayudé a vestirse con aquella túnica de lino blanco que dejaba traspasar la luz de su carne virgen.
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Y luego Amnón experimentó lo que tú nunca sentiste, rey: sintió asco de sí mismo y de la hermana. El era el heredero, aunque no tu favorito. Aguardaba Absalón que, sin saberlo, iba a convertirse en instrumento mío, como antes lo habían sido Thamar y el propio Amnón. Yo apenas tuve que hacer nada. Cuando Thamar regresó llorando con las ropas destrozadas la consolé y le dije: —Sólo tu hermano Absalón puede vengarte. Le conocía bien. Mucho mejor que tú, prendado sólo de sus maneras delicadas y de su talle de mujer. Conocía su ambición y le sabía lobo dispuesto a enseñar la patita blanqueada y a actuar por la espalda. Era el que tú más amaste, por eso tal vez aquel a quien yo más odiaba, precisamente porque era como una copia torpe de ti mismo: ambicioso y tenaz, pero insensato y vanidoso y alerta siempre para la traición. Le mandé llamar, una vez que Thamar se dirigió a su casa y no me costó demasiado convencerle de que debía actuar en silencio y dejando pasar el tiempo. Eran sus modos, rey. Un buen estratega es aquél que sabe destilar en los oídos del otro lo que él desea oír. Por eso no me llevó demasiado tiempo persuadirle de que su reacción no debía ser la violencia inmediata, la pelea con el hermano, sino la espera... Y hubo que esperar un año para que Absalón, como yo había previsto, tramara su venganza. ¿Recuerdas, rey, el banquete preparado por tu hijo? Te invitó a acudir y yo te hice desistir de la idea. «No podemos, te dije entonces, contribuir a gastar su hacienda». Pero Amnón, descuidado y simple, creyendo que su hermano de ese modo quería reconciliarse con él, sí acudió al banquete.
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Todavía capto aquel terror, el tuyo, al conocer la noticia. Los criados de Absalón habían emborrachado a tu hijo mayor y en medio del festín se abalanzaron sobre él y le dieron muerte. Estaban presentes todos tus otros hijos, pero no Salomón. Aquel día yo insistí para que se quedara estudiando junto a sus maestros, porque no era bueno que él aprendiera de la maldad, del odio y de la envidia. Tu corderito bueno, Absalón se comportó como hiena: no midió sus fuerzas de hombre a hombre. Hizo lo que yo esperaba de alguien como él: callar torpemente y preparar su crimen, como tú preparaste, valiéndote de tu imperio sobre los hombres, la muerte de mi esposo Uría. Pero no bastaba. Absalón seguía vivo y tú te lamentabas como una mujercita del exilio de tu hijo, la niña querida de tus ojos, tu nuevo y adorado Jonatán. Era él tu nuevo sucesor y yo sabía que el resto de mi venganza iba a realizarse sin que yo apenas tuviera que mover un solo dedo. Ese hijo tuyo, al que tanto amabas, ese que tantas esperanzas despertaba en tu corazón, el que te hacía coger la cítara y recitar ridículos cánticos o zarandear las sonajas en los pies iba a rebelarse contra ti sin que yo tuviera que hacer nada más que contemplar cómo poco a poco todas tus expectativas se iban desmoronando. Ahora tendrías que presenciar cómo tu hijo más amado, el elegido, el de talle de palmera, iba a poseer una a una todas tus concubinas delante de tu pueblo y en la tienda real: La mujer pasa su mano sobre la frente y deja que sus labios se entreabran como si rezara los salmos. La voz cansada de David se mezcla con los cantos de la sunamita. La tierra
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rezuma un aroma de flores secas y en los lagares la uva se comprime para destilar un vino nuevo para la garganta ya reseca del monarca. Diez concubinas tuyas, tus preferidas, sobadas y poseídas por tu hijo, el favorito. Y ¿sabes de quién fue la idea?, ¿sabes quién vertía veneno en el oído predispuesto de Absalón? Sí, ¡claro que lo sabes! Fue mi abuelo Ajitofel de Guiló 9 , aquél en quien tú más confiabas. Y cuando lo supiste, cuando supiste que mi abuelo se había unido a los rebeldes y había incitado a tu hijo Absalón a tomar las armas contra ti, viniste a mí a pedirme cuentas y no me costó demasiado convencerte también entonces de mi inocencia en aquella aventura. Porque realmente en ningún momento tuve que influir directamente en ese cabrito amamantado por ti. Era su propio deseo, su propia vanidad, su afán de riquezas y de elogios lo que le movía... Era tu vivo retrato, pero sin la experiencia que tú habías acumulado. Tú, al fin y al cabo, eras un pobre pastor, ascen-
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Ajitofel era el abuelo de Betsabé y un consejero muy estimado del rey
David (Segundo Libro de Samuel 16:23). Pero cuando el hijo de David, Absalón, se reveló y buscó convertirse en el nuevo rey, Ajitofel se unió con Absalón, ya que tenía razones para estar molesto con David: había visto a David violar a su nieta y asesinar a su esposo (Segundo Libro de Samuel 11). En su enojo, Ajitofel aconsejó a Absalón cómo derrotar a David, cuando Absalón siguió a otro consejero, Ajitofel tomó el rechazo de forma muy personal. «Pero Ahitofel, viendo que no se había seguido su consejo, enalbardó su asno, y se levantó y se fue a su casa a su ciudad; y después de poner su casa en orden, se ahorcó, y así murió, y fue sepultado en el sepulcro de su padre» (Segundo Libro de Samuel 17:23).
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dido por influencias de Samuel hasta un trono que no te venía grande porque habías tenido que conquistarlo a pulso; con todo tipo de excesos, pero a pulso. ¡Doscientos prepucios pagaste por la hija de Saúl! No es una dote muy digna, pero al fin y al cabo tus modales guerreros, tus traiciones y tus batallas sirvieron para quitarte de en medio a cualquier enemigo y para conferirte una cierta prestancia, una dureza férrea de combatiente, algo de la dignidad del monarca que sabe combatir y vencer... Pero Absalón no era así. Había heredado tu vanidad siempre insatisfecha, deseaba poseer también él y requería la pleitesía de todo el que le rodeaba. Pero carecía de toda tu grandeza, porque para él todo había sido demasiado sencillo. Había crecido mimado por ti; tú, pendiente de todos sus caprichos y ahora cuando mostraba su verdadero rostro, tú ni siquiera podías imaginarte, porque había algo muy fuerte que te unía a sus manitas de mujer, a sus cabellos ondulantes, a sus maneras de bailarina que apenas podía manejar la lanza. No era un estratega Absalón. Era sólo un muchacho imprudente y creído que dejó regalar sus oídos con las intrigas de mi abuelo. Y mi abuelo, aunque nunca pudiste imaginarlo, era mi fiel aliado, el que permaneció siempre a mi lado, desde el mismo día de mi desdicha. Si vino a palacio fue para velar por mí y por mi hijo. Y cuando fracasó la conspiración, porque tenía que fracasar — e n mis planes estaba que fracasara—, él tenía que morir y se ahorcó porque ya era viejo y sabía que con aquel acto, con aquella rebelión y con su muerte, destruía por fin todos los obstáculos que cerraban a mi hijo Salomón el camino hacia el trono.
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Y lloraste entonces, como gimes ahora ya sin fuerzas, lloraste olvidándote de todos aquéllos que habían combatido a tu lado, cuando conociste la estúpida muerte de Absalón: unos sedosos cabellos dorados, un alcornoque que fue cepo y tres certeros dardos de tu fiel Joab 10 . Pero tú repudiaste a Joab por aquella muerte. ¿Te das cuenta ahora de hasta qué punto has sido injusto? Cuando nació de mi vientre aquel primer hijo tuyo y murió a los pocos días, como si los mismos cielos quisieran castigar tu crimen, no derramaste ni una sola lágrima. Y ahora que moría aquél que había levantado a tu pueblo frente a ti, aquél que buscaba tu perdición y tu caída, perdiste la compostura y tuviste un comportamiento desmesurado que sumió a tu pueblo en la confusión. Recuerdo aquel día como si fuera hoy: cubriste tu rostro y gritabas enloquecido a través de todas las habitaciones del palacio: «Absalón, hijo mío. ¡Ojalá hubiera muerto yo en lugar tuyo!» y fue el pobre Joab quien, sumido en la vergüenza, se atrevió a recriminarte con aquellas duras palabras que todavía puedo recordar una a una como si fueran salidas de mi propia boca:
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Joab es, en la Biblia, el capitán del ejército de David. Se trata del
hombre de confianza de David, probablemente incluso emparentado con él por su mujer, Sarvia. Cuando Absalón, el hijo de David, se rebeló contra su padre y al huir se quedó colgado de una encina, Joab se encargó de darle muerte. Cuando diversos bandos se enfrentan por la sucesión de David, él escoge el partido del mayor de los hijos vivos del rey, Adornas, en contra de Salomón. Por ello Salomón mandó que lo matara al capitán de mercenarios, Banayas, quien le sucede en su cargo.
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«—Hoy has cubierto de vergüenza el rostro de todos tus siervos que han contribuido a librar tu vida y la vida de tus hijos y la de tus hijas y la vida de tus mujeres y la vida de tus concubinas. Amando a los que te aborrecen y aborreciendo a los que te aman: porque hoy has declarado que nada te importan tus príncipes y siervos, pues hoy me doy cuenta de que si Absalón viviera, aunque todos nosotros estuviéramos muertos, tú estarías alegre.» Fueron duras las palabras de Joab y verdaderas. Como es verdad que sólo hay dos personas a las que has amado en tu vida: Jonatán y Absalón. Les has amado tanto, como desprecio has sentido hacia Salomón, que en este momento se está proclamando rey. Le despreciabas porque no hacía cabriolas al andar, ni dejaba sonar campanillas; porque te daban miedo sus ojos serios acostumbrados al estudio, te aterraba esa manera suya de mirar a la mujer como algo hermoso y próximo. Salomón compone cantos a la esposa mientras tú gimes en brazos de concubinas a las que nunca supiste mirar, a las que tratabas como perras que son tomadas sobre la alfombra y abandonadas. Por eso aborreces a ese hijo capaz de amar y ser amado. Salomón es carne de mi carne y risa de mi risa. Es a su lado, viéndole crecer, como he podido soportar y hasta olvidar esa corte tuya de guerreros; tú, saltimbanqui que hiciste enrojecer a tu primera mujer, cuando te desnudaste como un concubino pagado para entonar ridículos himnos delante del Arca sagrada, moviendo los tobillos como damisela y contorneando la cintura como un pavo real. Te he visto así muchas noches, como nadie más ha podido verte. Porque sólo ante mí, ante Betsabé, eras
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capaz de desnudarte, descansando de los ímpetus guerreros, las batallas, las conspiraciones y los desalientos, para que aflorase ante mí, tu testigo y tu cómplice, esa niñita desamparada que suspiraba por estrechar los tobillos del hijo de Saúl o las caderas redondas de tu propio hijo. Sólo yo, rey, sé tu secreto y sé por tanto que no es una joven virgen sunamita la que podría devolverte el calor, sino la espalda aterciopelada, como tú la imaginas, de Jonatán, sus caderas firmes. Pero no eres valiente, rey, a pesar de tus proezas y tus alardes y nunca te atreverías a profanar esa ley, porque su quebranto te habría apartado para siempre de la realeza. Por las noches en la tienda, cuando el vino rompía todas las ataduras, te he contemplado mil veces con la túnica desatada y tocando la cítara en una danza obscena de mujerzuela y sé que en muchas ocasiones habrías dado todo tu reino por recostar tu cabeza en el vientre duro y firme de Jonatán. Él sí era hijo del rey. Tú admirabas sus modales refinados, su discreción, su delicadeza y su entrega leal de amigo. Porque él no compitió contigo. Él desde el primer momento — m e lo has contado tantas veces— te vio como su aliado, como su igual, a ti, un muchacho que venía de recoger las cabras en el redil, a ti cuyo único atributo era una cierta indolencia y una cierta valentía. Él no encarnaba como Absalón la avaricia o la envidia. Te amaba simplemente y hubiera dado todo por ti. Y tú, sin embargo, no podías corresponder a aquel amor de Jonatán porque con aquel hecho, con aquel paso todo tu camino hacia el trono se habría visto frustrado y preferiste revolearte sin deseo con la hija de Saúl, con esa
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Micol" que te aborrecía casi tanto como yo te he aborrecido; pero ella renunció enseguida y se conformó con despreciarte, mientras que yo he esperado, he esperado paciente porque no me debía a mí sola sino a ese hijo que es precisamente todo lo que tú temes porque nunca pudiste ser como él, ese hijo al que miras con temor como si vieras en sus ojos serenos, la mano serena del padre, aquel Uría, al que tú traicionero pretendías después enviar a mi cama para ocultar tu falta, aquél que supo responderte: «Si el dios de Israel duerme al raso, yo no debo dormir en casa cubierta». Noble era el padre y por sus manos yo conocí la felicidad que da el amor, el respeto y el goce compartido. Fue breve pero suficiente y desde el mismo día de su muerte, cuando me encontraba bajo tus manos inexpertas de pastor, yo le prometí a mi esposo, asesinado por tu lujuria y tu vanidad, que mi hijo sería suyo, si no de sangre y de simiente, sí en carácter y orgullo, sabiduría y gracia. Él perdurará por encima del tiempo. He consultado a los profetas; he visto el tiempo venidero y sé del destino: Serán sus poemas y sus palabras las que queden, mientras que de ti no permanecerá más que el recuerdo vago de una imagen femenil y delicada, un hermafrodita grácil o de grandes nalgas oferentes. Revuélcate, rey, una vez más e inútilmente con la joven sunamita, mientras mi hijo se prepara para reinar y para dar a su pueblo una ley y un canto que recordarán los pueblos cuando de ti no quede más que el gesto afeminado de gacela o el ímpetu joven de tu honda. Tienes frío porque David, el " Misol, hija de Saúl y primera esposa de David.
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valiente, David el vencedor de Goliat 12 ha sido incapaz de mirarse a sí mismo como lo que es. Vendiste tu tranquilidad por un plato de lentejas y renunciaste a ser lo que realmente eras. ¡Qué paradoja, rey! Renunciaste a Jonatán y compraste a su hermana por doscientos prepucios de varón, como si con aquella terrible mutilación quisieras borrar tu deseo, acabar con tus obsesiones, con tu espanto! Gozabas con la mujer como goza el pastor de cabras con sus ovejas, sin ver en ella más que un recipiente de un deseo siempre desviado, de una impotencia primera. Por eso quizás ahora que estás ya solo y viejo, incapaz de ejercer como varón o como tú creías que debía actuar un hombre, quizá descubras en la joven sunamita, esa ternura, ese calor, esa delicadeza y ese goce de la caricia y del juego que nunca antes supiste compartir. Ahora, ya ves, ahora que mi hijo cabalga sobre tu muía y es bendecido por el gran sacerdote, veo que todo mi rencor, todo el odio almacenado se deshace y siente compasión por ti, y quisiera que al menos en este último momento pudieras encontrar junto a la joven concubina la tranquilidad y el aliento que sólo da el amor, aquella tranquilidad y aquel goce que yo conocí junto a mi esposo Uría, el hitita. 12
Goliat, un guerrero filisteo que, según la Biblia, combatió contra
el rey David en el siglo X I a. C . Era un gigante oriundo de la ciudad de Gath y miembro del ejército de los filisteos. Goliat era descendiente de Anak, el cual provenía de una raza conocida como Anakim o Nephilim, de los que se dice que eran gigantes. David venció a Goliat arrojándole con su honda una de sus piedras, hiriéndolo de muerte en la frente. C o n la piedra incrustada, Goliat cayó muerto al suelo, y entonces David corrió hasta él, le quitó la espada y le cortó la cabeza.
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Ahora la tierra se ha puesto roja y la mujer se recuesta sobre la esterilla dejando que el manto cubra su rostro. Se oye cercano el rebuzno del animal, mezclado con el eco de los tamboriles y el sonido del cuerno. La mujer apoya la cabeza y parece dormir. En la habitación vecina, el rey acaricia la mano de la muchacha y le pregunta: ¿Cuál es tu nombre?
SALOMÉ1 N o la lengua, ni la frente, ni los pómulos, ni la fina boca recortada, sino los ojos; no el pelo crespo y áspero, como zarza de espinos... Todo en él hostil: cuerpo duro de los
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Salomé fue una princesa judía, hija de Herodes Filipo y Hero-
días, e hijastra de Herodes Antipas, el segundo esposo de Herodías. Está relacionada con la muerte de Juan el Bautista. Según se relata en el Nuevo Testamento (Mateo 14:6-12 y Marcos 6:14-29), su madre, Herodías, la mujer de Herodes Filipo, se casó de manera escandalosa con el hermanastro de éste, Herodes Antipas. Este matrimonio fue muy criticado por el pueblo, ya que se consideró pecaminoso. J u a n el Bautista fue especialmente duro en sus denuncias, por lo que Herodes Antipas lo hizo apresar. Sin embargo, Herodías deseaba su muerte, y utilizó a su hija Salomé para conseguirlo. Salomé, siguiendo las instrucciones de su madre, bailó para su padrastro, el cual, entusiasmado, se ofreció a concederle el premio que ella deseara. Pidió, según el deseo de su madre, la cabeza de J u a n Bautista, que le fue entregada en bandeja de plata. E n el Nuevo Testamento, Salomé no es mencionada por su nombre; sólo se hace referencia a ella como la «hija de Herodías». Su nombre ha llegado hasta nosotros gracias a las Antigüedades judías, de Flavio Josefo (libro X V I I I , capítulo 5,4). La historia de la muerte de San J u a n Bautista y la danza de Salomé ha sido tratada en diversas manifestaciones culturales. Oscar Wilde escribió Salomé, obra teatral de un solo acto, en 1893, y
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caminos de esclavo o de lunático, cuerpo áspero que no conoce aceites, ni perfumes, tallado en cuero reseco... Sólo los ojos 2 . Nunca unos ojos como aquellos, grises, como marismas, como lagos profundos; un agua calma e insondable; una luz. Los ojos. Fue un relámpago y no había ira. Ni deseo.
obra teatral de un solo acto, en 1893, y le dio un giro a la historia al poner en primer plano las pasiones de la protagonista en vez de las de su madre, que desea la cabeza de San J u a n Bautista para besarla, ya que éste le había negado el beso en vida. La obra de Oscar Wilde sirvió de inspiración para la ópera de Richard Strauss también llamada
Salomé,
producida en 1905. En ella se enfatiza la lujuria de Herodes Antipas mientras Salomé baila la conocida «Danza de los siete velos» con el propósito de conseguir de su padrastro la cabeza del profeta. El director de cine español Carlos Saura, por su parte, dirigió su versión de esta historia en su película Salomé (2002). 2
Se refiere a los ojos de J u a n el Bautista, nacido hacia el año 7 a. C . , y
considerado por el cristianismo como el precursor de Jesús. Su ministerio general estriba en la predicación y el bautismo para la conversión del pueblo. Predicó la fidelidad y honradez en el cumplimiento de los deberes propios y la humilde confesión de los propios pecados. Para confirmar las buenas disposiciones de sus oyentes, J u a n los bautizaba en el río Jordán, diciendo que el bautismo era bueno, no tanto para liberar a uno de ciertos pecados como para purificar el cuerpo, estando ya el alma limpia de sus corrupciones por la justicia. Según los Evangelios, bautizó también a Jesús en el río Jordán, y lo reconoció como Mesías. Ese momento supuso el inicio de la actividad mesiánica de Jesús. Poco después fue encarcelado y decapitado por orden de Herodes Antipas.
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Los ojos abiertos, la fiebre en ellos, una fiebre que no te veía, ni te abrazaban. La luz. Los ojos. N o dijo nada. N o había piedad, ni condena. Era sólo un mar infinito, una tranquilidad, un reino inabarcable, y la calma. Tu piel como de nácar y la mirada de él, ajena. Iba directa hacia tus ojos y conectaba con esos páramos de preguntas, con palabras obscuras que bailaban en tu cabeza, y no buscaba tu piel, no se detenía en tus senos redondos, ni en esos pezones duros repintados, casi negros, para la danza; no se amoldaba a tus caderas, ni se detenía en la cintura, ni resbalaba por los tobillos, ni se aupaba sedienta desde los muslos. Iba directa hacia adentro. Los ojos sólo y todas las preguntas. Nacida para el amor y la danza, educada para mecer los cuerpos de varón, para hacer enloquecer a reyes, saduceos 3 3
La secta o grupo religioso judío de los saduceos, asociados con el
liderazgo del Templo de Jerusalén, representaba a la aristocracia sacerdotal y civil. Fue fundada en el siglo II a. C . y cesó de existir en algún momento después del siglo I a. C . La mayor parte de lo que conocemos sobre los Saduceos es por Flavio Josefo, que escribió que eran un grupo belicoso cuyos seguidores eran ricos y poderosos, y que les consideraba groseros en sus interacciones sociales. Sus rivales eran los fariseos. Aceptaban únicamente la autoridad literal de la Biblia hebrea y por ende no consideraban obligatorias las interpretaciones rabínicas tradicionales o ley oral. Según el Nuevo Testamento, negaban la inmortalidad del alma y la resurrección y no creían ni en ángeles ni en espíritus. Según Flavio Josefo no aceptaban la predestinación y enfatizaban el libre albedrío humano para escoger entre el bien y el mal. Este autor les atribuye un rechazo a los extranjeros.
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y fariseos 4 . Tu lengua juguetona, vibrátil, remolona sobre los labios. Y él sin ver, mirando sólo hacia adentro, dándote un nombre propio, no mujer, sino Sa-lo-mé, una Salomé capaz de sonar y de pensar, de imaginar, de hablar, sentada allí a su lado junto al pozo, donde brillaban aquellos ojos como antorchas. Salomé. Y la carne ahora no era carne, ni los velos cubrían. Sólo aquella tensión, aquella mirada que descubría sentimientos, ideas, mundos, un respeto infinito, una revelación, un nombre... el ojo, el ojo firme, no avariento, el ojo que te despojaba de adornos de coral, de velos de gasa finísimos, de aromas de áloe, de incienso. Sólo los ojos frente a frente. Y algo, como una densa plenitud de mundos brotando, una seguridad desconocida hasta entonces, insospechada que te hacía fundirte con las cosas, ser palabra y voz, razón oculta. Los ojos, los ojos... Por primera vez aquella luz que te despojaba de la hembra y te hacía igual a él, serena y sólida, como si toda la razón, todo el universo se centrara en aquel intercambio y por un instante supiste de civilizaciones por venir, de constelaciones; eras capaz de entender y de aprender, vivías el reconocimiento y el respeto en un arco infinito que construía el
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Los fariseos eran una comunidad judía que duró hasta el segundo
siglo de la presente era. Creían en la inmortalidad del alma, el castigo eterno de los malvados y la resurrección de los justos. Abogaban por el rigor, la austeridad, y el cumplimiento riguroso de la Halajá, la ley oral de Moisés, que fue luego codificada en el Talmud. Se enfrentaban con la opinión de los Saduceos que negaban la validez de la ley oral.
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universo, daba forma, medía distancias, desempolvaba viejos manuscritos... supiste también del horror de la muerte, de los secretos nunca formulados y, como en un calidoscopio, una procesión de cantos imaginarios, de mensajes ocultos, de premoniciones y duermevelas, supiste que eras Dios sobre la tierra, tú también como él, allí encerrado en aquella cisterna maloliente. Fue un bautismo que te devolvía la sabiduría, ese pozo insondable que habías ido aletargando desde la infancia en el harén de las mujeres, absorbida desde el comienzo por las acechanzas y los consejos de tu madre; técnicas aprendidas concienzudamente, transmitidas de mujer a mujer: el celo, la añagaza; objeto de deseo, carne para ser adornada, para ser entregada. Pero los ojos... esos ojos transparentes que se fundían con los tuyos y que te hacían ver catedrales, fábricas donde humeaban chimeneas pardas, inmensas planicies donde se erguían fortalezas. Eras espíritu que volaba sobre el tiempo, espíritu soberano que se levantaba sobre la naturaleza y se hacía igual al que no puede no ser. Sacerdotisa de un saber hasta entonces vedado, porque aquellos ojos te devolvían el ser, te reconocían y te rescataban de la servidumbre, de la flojera insatisfecha de los abrazos, del océano blando de las caricias aprendidas. Desde niña, desde niña... como si toda la energía se hubiera concentrado en las muecas, en esa perfección destinada a ser paladeada por el hombre. No había ninguna como tú, ninguna tan experta, tan precisa: ese vaivén de la cadera, sabiamente estudiado, repetido una y otra vez para
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que siempre pareciera nuevo y luego el vientre, remolino ondulante de la carne que atraía los ojos del varón y convertía al ombligo en fuente, en agua dulce, en miel, en vino rojo, en dátil... el ombligo. Allí los ojos de los machos como raptores, esa sed que allí podría apagarse. Y cuando las pupilas dilatadas se deslizaban desde tus pechos a tus hombros y desembocaban glotonas en tu rostro, tu mirada centelleaba en un reclamo, en una chispa que era sólo llamada, mezcla de sumisión y entrega que se difería, rechazo cauto y diestro que sólo podía servir para encelar... Toda tú diseñada para el goce: cada movimiento de los dedos, la situación exacta del pie a cada paso, la tensión rítmica de las pantorrillas, la agilidad del brazo que creaba ondas cuando movías las sonajas entre los dedos... formas redondas desplazándose en el espacio, cadencia de la curva que se iniciaba en los dedos diminutos: curvos el vientre y los pechos de seda, curvo el trazo acuoso de tu pelo que se desparramaba creando vuelos marinos en el aire. Y él te miró sin ver la forma suave y redonda, muelle de tu vientre, sin recrearse en la loma del pubis, sin recorrer el círculo perfecto de tus senos. Y esa luz recta, directa, firme hacia adentro, te devolvió por un instante la verticalidad del ser, la seguridad luminosa del relámpago. Rectos los ojos, penetrantes, creando líneas ascendentes, rayos de luz sobre las cosas. Fue como un chasquido, una fogata que se extingue... Los ojos no se ablandaron, ni se hicieron codiciosos; no se
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ciñeron a las olas de tu cintura... las ondas de Afrodita 5 la griega... las curvas plenas de Astarté 6 la de los múltiples senos... Y él a tu lado cubierto de harapos... uno más entre los locos, esos brutos fanáticos que se alejaban de la ciudad y buscaban la arena impecable del desierto para alimentarse de insectos y miel silvestre; él, cubierto apenas con aquella túnica de corteza de árbol, con esos músculos flojos por el ayuno y esas cuencas vacías del que ya está en otro lugar. Nunca te importaron las polémicas religiosas, las disputas estériles acerca de un salvador que ha de llegar; cosas de gente sin pulir, sumida en la ignorancia, acorazada en viejas tradiciones e incapaz de valorar la tersura del mármol y la grandeza de los muchos dioses... Hasta el palacio han llegado rumores, ecos de esas sectas de hombres adustos e intransigentes, hostiles a la influencia persa, griega o siria que proliferan en el reino; hombres sin ley que se retiran a la soledad de las grutas para compartir una vida de varón
5 En la mitología griega, Afrodita, nacida de la espuma del mar, es la diosa del amor, la lujuria, la belleza y la sexualidad. Aunque a menudo se alude a ella en la cultura moderna como «la diosa del amor», es importante señalar que no era del amor en el sentido cristiano o romántico, sino específicamente del Eros (atracción física o sexual). Su equivalente romana es la diosa Venus. 6
Astarté es una diosa fenicia que representaba el culto a la madre naturaleza, a la vida y a la fertilidad, así como la exaltación del amor y los placeres carnales. Con el tiempo se tornó en diosa de la guerra y recibía cultos sanguinarios de sus devotos. Se la solía representar desnuda o apenas cubierta con velos, de pie sobre un león.
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sin hembra; hombres intolerantes, implacables que sueñan liberaciones futuras, sometiendo su cuerpo a castigo y a privación. .. Tú, Salomé, la hija de Herodías 7 , mujer de Herodes Antipas 8 , el sucesor por derecho de Herodes el Grande 9 , el Unificador, desprecias a esa plebe embrutecida, carcomida 7 Herodías fue una princesa idumea, nieta de Herodes el Grande. Casada primero con Herodes Filipo, su tío, y después con el hermano de éste, Herodes Antipas. Este último matrimonio fue acusado de pecaminoso, sobre todo por Juan el Bautista. A causa de ello, Herodías, según los relatos evangélicos, participó en una intriga que condujo a la ejecución del profeta con la complicidad de su hija Salomé. 8 Herodes Antipas, hijo de Herodes I el Grande y de la samaritana Malthace, fue criado en Roma junto con su hermano Arquelao y su medio hermano Herodes Filipo. Contrajo un escandaloso matrimonio con Herodías, esposa de su hermanastro Herodes Filipo. Para poder casarse con Herodías, repudió a su esposa legítima, hija de Aretas IV, rey de los nabateos, reino árabe con capital en Petra. Fue tetrarca de Galilea y Perea y reinó hasta el año 39 d. C., año en que Calígula lo desterró con su esposa Herodías a Lyon, concediendo su reino a Agripa, hermano de Herodías. Herodes Antipas aparece en el Nuevo Testamento como el responsable de la ejecución de Juan el Bautista, a instigación de su esposa Herodías. 5 Herodes, más conocido como Herodes el Grande o Herodes I, fue rey de Judea, Galilea, Samaría e Idumea, en calidad de vasallo de Roma, desde el año 40 a. C., hasta su muerte, el año 4 a. C. Su figura es conocida por instigar, según el cristianismo, la Matanza de los Inocentes. También se destaca por ser el impulsor de la expansión del Segundo Templo de Jerusalén, de tal forma que se le denomina habitualmente como Templo de Herodes. Herodes tuvo muchos hijos de sus diez esposas. Aunque designó sucesor a su hijo Arquelao, a su muerte, el emperador Augusto repartió el reino entre tres de sus hijos: Arquelao, Herodes Antipas y Herodes Filipo.
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por estúpidas profecías que hablan de cumplimientos y distraen, como la de esos esenios10 que pululan junto al río y siembran descontento y protesta entre tu pueblo; gentuza que aprovecha el nombre del Dios de Israel para soliviantar, para crear maledicencia y odio y acuñar esperanzas y que se atreve incluso a mancillar el nombre de tu madre; plebe hambrienta y desheredada que suple con salmos y alabanzas su abandono y su incapacidad para el goce... Hombre que no conoce mujer. Por eso acudiste a ver a Juan, segura de antemano del temblor de sus dedos ante la proximidad de tu aroma, convencida del estremecimiento de su carne, él, sometido a castidad y abstinencia por un voto soberbio de macho que renuncia a su hombría y sustituye la liviandad placentera del cuerpo por el cilicio y el clamor aletargado de las multitudes... Te hubiera gustado contemplarle ejerciendo su ministerio a las orillas del Jordán11, sumergido en el río, desnudo
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Los esenios eran una secta ascética judía, cuya existencia hasta el siglo I está documentada por distintas fuentes. Fueron contemporáneos de los saduceos y los fariseos. Durante mucho tiempo fueron conocidos sólo por las referencias de autores antiguos, pero hoy se sabe mucho más de ellos gracias al descubrimiento, en 1947, de los Manuscritos del Mar Muerto, de los que fueron autores. Se oponían a las autoridades religiosas y llamaban a la gente a entrar en una comunidad de bienes y de normas que establecía la Nueva Alianza con Dios. Se ha especulado que Jesús de N a z a r e t y j u a n el Bautista tenían relaciones con ellos o incluso que pertenecían a la secta. Entre ellos se ha querido ver el germen del cristianismo. 11 El Jordán es un río angosto de 320 km de largo. Nace en el norte de Israel, fluye hasta el Mar de Galilea, sale por el extremo sur y termina en
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hasta la cintura y dominando a un populacho de harapientos que recibían dóciles el agua sobre sus cabezas en un extraño baño de purificación que acababa, decían, con los miedos, las noches de tribulación y desamparo, las heridas y el hambre... lunáticos que olvidaban sus casas de adobe, sus olivas y su mala pesca para entregarse a ensueños de supervivencia y regeneración... Pero le tuviste ante ti escuálido, con el aspecto desgreñado de los anacoretas y los mendicantes, sucio de la tierra del camino, oliendo a cabra y a noches de insomnio en los establos... Nada era hermoso en él, carecía de la gentileza nubil del efebo, de la alegría del gimnasta, diestro en los juegos. Era un semihombre derrotado, un anciano prematuro que dejaba adivinar sus costillas bajo aquella zarza de pelos encrespados, grasicntos, salpicados de hierbas y parásitos y que se doblaba bajo un peso inexplicable, como si allí en la cisterna la noche de los tiempos ahogara el eco de su voz, el encanto de su palabra y dejara sólo un despojo, una bestia acorralada y ya domesticada que sólo producía espanto y asco... Y para burlarte quisiste provocar su turbación y te acercaste, cubriendo tus narices, para humillar la carne lacerada de asceta penitente, carne que despreciabas y que te devolvía en su olor fétido, olor de animal golpeado por la arena y el viento, todo lo que aborrecías sobre la tierra.
el Mar Muerto. En la actualidad el río atraviesa los estados del Líbano e Israel, sirviendo de frontera entre este último estado y Jordania. El Jordán es el río más grande de Tierra Santa y el más importante. H a sido escena de muchos eventos bíblicos, y era en sus aguas donde J u a n el Bautista bautizaba a sus seguidores.
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Era una música lánguida la que formaba el firmamento, como si las estrellas todas fueran campanas amordazadas que producían un quejido leve al que se sumaba el canto de las cigarras y el aullido del chacal. Era una noche fría que cortaba tu cuerpo y lo dibujaba a la luz de las antorchas y te sabías soberana, recortada tu silueta entre las sombras, contundente en medio de la desolación de un paisaje de higueras que contaminaban el aire con un hedor lechoso y blanco de semen acumulado. Y los contornos de pronto se desdibujaron, la noche entera nubló el torbellino de tu andar y allí estaban los ojos fijos que ya no te veían, pero te miraban. Y desaparecieron los andrajos, se hizo clara la noche, como de cristal, y los ojos de Juan traspasaron los tuyos y algo, como una llama, como un centelleo... los ojos, los ojos... N o sabes cuánto tiempo permaneciste allí en silencio, presa de aquellos ojos, como el pájaro atrapado por la sierpe. Y las palabras se hicieron tuyas y toda aquella energía dispersa en gestos, en cabriolas, en carantoñas, en gemidos falsificados o verdaderos afluyó hacia el centro, hacia un lugar remoto de ti misma y fuiste Salomé, no la danzarina, la cortesana, la hetaira dócil, la hermosa entre las hermosas, estrella de la mañana, rosa áurea, virgo potentísima; no mediadora, no receptáculo, sino luz que atraviesa los confines del tiempo y del espacio, sofía encarnada. Él y tú frente a frente y ese tú te devolvía una dignidad y una grandeza que a veces, cuando niña, intuías al escuchar entre juegos las grandes palabras de los altos dignatarios o los
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razonamientos tercos y simples del Sumo sacerdote. Muchas veces entonces tuviste como una iluminación, una certeza que te habría hecho intervenir desbaratando la torpeza del razonamiento... una especie de orgullo de saberte capaz de artilugios teológicos, de sofismas, de construcciones pacientes formando torreones con las palabras. Yo, Salomé. Y, sin embargo, allá en la modorra de la mirra, en las habitaciones destinadas a las mujeres fuiste aceptando que la palabra no era tuya, sino de ellos, que Salomé era tan sólo cítara destinada a sonar cuando ellos la tañeran. Hasta este momento. Hasta esos ojos. Y luego, cuando partiste, la borrachera, esa congoja apelmazada en el estómago, una arcada de soledad, un frío de desentendimiento, de abandono, como si el vestido cálido de tu piel se hubiera convertido en mortaja que aprisionaba y te impedía respirar. Mientras caminabas, alejándote, la mancha roja de la luna se fundió con las aguas del estanque y la palmera se dobló lamiendo con sus ramas una senda que se hacía laberíntica y te devolvía a tus habitaciones. Los ojos de él, dos lamparillas de aceite, flotaban a tu espalda y sentías un dardo que te traspasaba desde la nuca y te hacía temblar. Los ojos... los ojos... —Pídeme lo que quieras —dijo Herodes. Babeaba el viejo, mientras tú ibas quitando los velos uno a uno... 1 2 Tu vientre aquella noche fue un maremoto que 12 Referencia a la danza de los siete velos. En los Evangelios no se menciona nada sobre esta danza. Una de las innumerables historias usadas
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crecía, amenazando con anegar las costas, fue como el acorde suspendido sobre una cuerda elástica que produce vibraciones progresivas, fue la piedra arrojada en el lago que deja la estela circular de su paso; círculos concéntricos que se distendían y confluían, que convocaban y desalentaban, que hipnotizaban al rey y ponían venitas rojas en sus mejillas. Velo a velo. Herodes se removía sobre cojines, bufaba y tu vientre recogía la suavidad de las dunas, el desafío de las cimas impertinentes; era volcán que prometía estallidos de lava, agua mansa donde se perfilaban las hojas blancas de los nenúfares, cascada, nido acogedor plumoso, cuenco; era caldera donde borbotaba un líquido espeso, un fango blanquecino que chupaba y absorbía... Herodes, grasiento y lujurioso, saltaba casi y sus ojillos de viejo lúbrico se encendían prendidos de tu talle, confundidos y apresados en la serpentina de las cintas que mostraban y ocultaban, prometían para luego hurtar.
para explicar su origen, aunque no existe ninguna evidencia al respecto, dice haber sido Salomé la primera en practicarlo, cuando bailó para el rey Herodes. Esta versión se refleja en la creación de la pieza de Salomé, de Oscar Wilde, en 1907. Otra versión para el origen de la Danza de los siete velos es la historia mitológica de Ishtar o de Astarté (Babilonia). Tamuz, pierde la vida, y fue llevado al reino de Hades, un submundo. Pero el amor de Ishtar por T a m u z era tanto que decidió seguirle. C o n pasión y determinación, ella cruzó los siete vestíbulos del submundo, y en cada uno de ellos dejaba una de sus pertenencias: un velo o una joya. En esta historia el velo representa lo oculto — l a s cosas que nosotros ocultamos de los otros y de nosotros mismos—. Al dejar el velo, Ishtar revela sus verdades, y consigue reunirse con su amor.
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Sudaba el rey, resoplaba y su lengua seguía el vuelo de las gasas, hurgaba en las comisuras, se mostraba obscena, cinta húmeda que culebreaba entre los labios. Un velo, dos velos... Y ahí estaba tu madre satisfecha, oronda: tú, prolongación suya, instrumento perfecto sabiamente adiestrado, puta entre las putas para encandilar príncipes y escribas, sacerdotes y cortesanos... hembra devoradora, magnífica en el baile y en el lecho. Reía Herodías de tu triunfo y tú dejabas caer los velos mientras soñabas con aquellos dos ojos, con aquella mirada. —Pídeme lo que quieras —dijo el rey. Los ojos, los ojos... Y ahora están ahí ante ti en bandeja de plata. Desde hace tres noches y tres días permaneces muda, sentada a su lado... Tuyos para siempre esos dos ojos, esa mirada ahora fija que no implora, ni desea... La cabeza del Bautista, trofeo-talismán de los sueños, recordatorio. Los ojos, cuentas de cristal, bola del universo, faro y dardo. Y una ráfaga de viento cruel arremolina los cabellos del hombre y hay víboras alborotadas sobre las sienes. Y los ojos brillan ahora y concentran como entonces el azul del mar y el tintineo opaco del firmamento. Y las palabras del misterio comienzan a sonar, brotan de las pupilas mudas, salpican el paño blanco bordado, donde ya ha resecado la sangre dejando jeroglíficos entre los bodoques. Y tú, Salomé, la hija de Herodías, te acercas con el recogimiento que requiere el rito, hincas tus rodillas en el suelo y acercas tus labios a esos labios resecos: Q u e la palabra sea en mí.
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Y los ojos callados murmuran: Q u e así sea por siempre y para siempre...
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¿Saber qué? ¿ Q u e hay un soplo gris-nieve sobre las dunas, un lejano murmullo, una corona de cementerios sobre la frente joven y una nostalgia de cuerpos gráciles en el anciano 1
La Gioconda, también conocida como Mona Lisa, es una pintura al
óleo del siglo X V I creada por Leonardo da Vinci. Pocas obras de arte han estado sujetas al escrutinio, al estudio, a la especulación e incluso a la parodia, como lo ha estado esta enigmática imagen. Se encuentra en el Museo del Louvre en París. El nombre de Mona Lisa se lo dio Georgio Vasari, quien publicó la biografía de Leonardo da Vinci 31 años después de la muerte del artista. Leonardo da Vinci comenzó a pintar este cuadro en 1503, durante el Renacimiento italiano y, según Vasari, completó esta obra en cuatro años. Vasari identificó a la imagen como Lisa Gherardini, la tercera esposa del rico negociante florentino Francesco del Giocondo. Poco se sabe de ella, excepto que nació en 1479 y se casó con del Giocondo en 1495. Según el investigador académico Giuseppe Pallanti, el padre de Leonardo, amigo de Francesco del Giocondo, fue quien encargó el cuadro para su amigo. Por otra parte, Antonio de Beatis, que visitó a Leonardo, dice que es el retrato de una dama florentina hecho a petición del Magnífico Juliano de Medeci y que le devolvió el cuadro a Leonardo da Vinci al casarse con la celosa Filiberto de Saboya. Mona era una contracción popular de la palabra Madonna, por lo que el título del cuadro viene a significar Señora Lisa.
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que apenas puede ver? N o me preguntes ahora más... no hay nada que decir; estamos en ese camino que se pierde en las aguas calmas y engañosas del lago, ese camino de tierra sinuoso que lleva hacia... O tal vez no. Allá, entre las brumas, hay un horizonte posible, desdibujado, un más allá. Cállate ahora. N o hay nada que decir, ni siquiera el esfuerzo cotidiano podría borrar esa certidumbre, esa potencia del cuerpo que por un lado llama y por otro... Ya lo sabemos todo. Lo sabes tú y lo sé yo. Pero hay más preguntas que quisieras hacerme, esa tozudez del insomnio, esa melancolía de la tarde. Un olor a crisantemos y a dalias resecas. Eso es. Y sin embargo... ese sin embargo que te vuelve loco. Mira mis ojos, descansa en ellos, ese torbellino, esa náusea, ¿lo ves?, por un lado la serenidad del valle, la luz bermeja del amanecer y de las cosas que nacen, esa plenitud del ser que da la vida. Es cierto, madre soy... reposa ahora en mi regazo; está hecho para mecer, cuna sin cintas, sin peladillas ¿verdad que tienes frío? Hay nubes verdes que empañan tus sueños... el sueño eso es... déjate llevar por el sueño. Estoy aquí entre las cosas preparada para recibirte o rechazarte... ¿Te doy miedo, verdad? Ese miedo que yo tantas veces sentí antes y que ahora... No, no es resignación, te equivocas; no es tampoco ironía dolorosa, ni cínica. Estoy simplemente.
El título alternativo, La Gioconda, es la forma femenina de Giocondo. En italiano, Giocondo significa «jocoso», por lo que en su versión femenina significa «La jocosa». Por las características de su sonrisa, este título juega con un doble sentido. La Mona Lisa es todo un icono de la cultura popular, siendo su imagen frecuentemente reproducida en todo tipo de objetos.
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Soy... ¿te das cuenta? Déjate llevar tú también. Es un estar que implica todo lo de antes y lo de después. Claro que la muerte rezuma de mis ojos, se escapa de mis labios, sé que soy para la muerte y, sin embargo, deja eso ahora... Podría contarte tantas cosas si te detuvieras un instante, hablarte de las tardes agostadas, de los amaneceres entusiastas, de los abrazos; mis manos son recias, sólidas y al mismo tiempo delicadas con esos suaves dedos de hombre, de pianista, manos para la faena y al mismo tiempo maternales, sobrias... Ven hasta mí... Tal vez las palabras no sean suficientes. N o hay modos de decirlo, es algo que uno aprende y siente como una piel; algo que nos hace duros y tiernos, fríos como la noche del invierno allá en el Norte y cálidos como la manta recién ahuecada por la virgen que se acurruca... Ven ahora. No te detenga esa mirada inquisitiva, ¿te das cuenta? ahora ya es dulce. Todo depende... soy la que soy, como tú mismo. Cuando me miras proyectas tus terrores, tus miedos, tu orgullo, tu altanería, tu gracia, tu debilidad; yo soy el puro vacío, la sima donde reflejas tus deseos, tus perplejidades; la seducción. N o hay edad en mi rostro y sin embargo a veces soy anciana como el tiempo, inabarcable. Y estoy cansada. Si te detienes podrás ver a través mío el horror de los fusilamientos al amanecer, las noches desoladas del hombre, la cuchilla afilada, el brazo escuálido que tiende la escudilla y la bofetada, el puñetazo, la valentonada, el desplante, las amargas lágrimas, las solteronas endurecidas y secas, las
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madres despavoridas, los hijos lelos, la patada, el torniquete, la desidia, esas horas hueras, la zancadilla, el esperpento. Verás interminables desfiles, paso de la oca, mano al frente, cartucheras, aquel niño tontamente olvidado, la borrachera, el cuelgue, la tortura, el hambre... Pero también soy fresca, lozana, altiva. Mírame bien ahora. ¿No ves alzarse la mañana y mamas el olor de los prados...? Admírate conmigo. Infinitos los modos. Babel perpetua de razas y de gestos: la rítmica cintura del bailarín, la mano segura del que cincela el mármol, la sorpresa de la mesa recién terminada, concreta, útil, o la tuerca o ese brazo mecánico inverosímil que se mueve y maneja los átomos, los desbarata, los tritura, o esas plantas en el balcón recién regadas o el babero que limpia una y otra vez, ¡con qué cuidado!, los labios del bebé, y la terquedad del mozo que recorre caminos y lleva al hombro un hatillo de sueños, de monedas que esperan en un cántaro de barro, allá donde termina el arco iris; ingenios fabricados: submarinos que atraviesan los mares, aeroplanos, máquinas pavorosas, sorprendentes, humanas para matar o para dar la vida, unir lo que estaba distante, acercar lo remoto, hacer nimio lo enorme; y esa voluntad simétrica o dispar de las hojas, la disposición precisa de los nervios, cada forma concreta desenvolviéndose autónoma y generando ritmos en el espacio, luces, esa tenue neblina, el Todo como un hacerse infatigable de la nada, brotando, perfilando montañas, y ese latir de la carne, la perfección rotunda del cuerpo joven, la cara sabia del viejo que comprende y duda y se calla y siente un dolor precursor, que es como una premonición, un vértigo; la
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camelia, la rosa, los colores, ese violeta —gris, los rojos y los azules, las voces acompasadas, la sonoridad de la palabra: remolino, aguacero, alerta, pájaro, calambre, alarido, metal, locura, palma, aguacate, reloj, cenicero, tormenta, enjambre, acontecer, dolor, caramillo, veleta, altar, resplandor, quejido, quiebro, quimera, verso... Mírame bien: carne mis manos y ese cuello recio, soberbio que se yergue, buscando la vertical y es pedestal del rostro donde aflora el espíritu. Hombre también: mi frente amplia de expectativas, de proyectos, de incógnitas por resolver y esos párpados que forman caverna donde se guarece el tiempo. ¿Saber el qué? Es amable mi risa y devastada y frivola y malediciente, incitadora y es angustia contenida, cepo. Me río de ti y de mí y de las preguntas mismas; es burla y es certeza, constatación, perplejidad, malicia. Sonrisa trágica que anula la memoria y recoge los hitos en una interminable letanía de sucesos que se agolpan imponentes y se deshacen como se desmenuzan los acantilados impertérritos, ajenos a las pisadas sobre la playa que se borran una y otra vez cuando sopla la brisa o las olas se adentran para matar las huellas. Hay un silencio profundo que me arropa, abandonada en medio de un paraje donde han callado ya los últimos tambores. N o queda nada más que la persistencia terca, concienzuda de esa voluntad férrea... Aquí, a la espera de que tú también sonrías ahora —esas comisuras que se comprimen en el rechazo y en el «no basta»— y comiences a ser con esa soberbia altanera de lo único que al mismo tiempo
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es previsible, múltiple, obstinadamente repetido. Porque la sola evidencia, la certera, la que te acongoja y te aturulla es aquella que me reviste de tolerancia y me confiere grandeza. La muerte. Está en mí, la estás viendo, la intuyes, la recelas en esas cuencas que se ahondan y que parecen presentir el rebullir glotón de los gusanos. Como una guillotina que puede caer por sorpresa y en cualquier momento; casi puedes oír el chirrido roñoso de la cuchilla que se prepara. Llega hasta ahí, recorre la fosa con tus uñas, palpa la tierra removida, recoge el último suspiro, el ronquido gangoso del anciano que va anulando sus palabras en un balbuceo de máquina imperfecta, que se detiene cuando los engranajes se desgastan. Ahora retén uno a uno los colores pardos de la agonía, mira a mi través y percibe cómo se frunce la piel y se va haciendo transparente, con ese dibujo azulado, casi malva de unos ríos que dibujan afluentes sobre la frente y en las muñecas... Y ahora cuando has llegado hasta el final y has visto caerse uno a uno mis cabellos, vuelve a mirarme, y... ¿Lo ves?... Sonríes tú también... Yo soy tú ahora y tú eres yo. Hemos recorrido juntos un camino y estamos aquí en medio de este pantano ceniciento, pero nos queda la risa y ese brillo que traspasa la tela creando perspectivas que no pueden borrarse. Mira: ahí está la placita con la fuente y la samaritana que ofrece agua cada tarde al caminante. Ponte a mi lado y escucha la risa de la mujer, el vuelo de las faldas; unos niños juegan a pídola y a «tú la llevas» y las muchachas cosen
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corpiños, mientras los titiriteros ensayan sus volteretas y en las butacas de los cines o allá en la ribera, junto al Arno 2 , las parejas vuelven a darse cita y los chavales exploran las esquinas, reclinados en las farolas. Ya no hace frío. Las calzas comprimen y marcan y hay una desvergüenza de campanas en la cúpula opulenta del Duomo 3 , bulbo de la vida que se expande, desafío que abarca y no mira hacia los cielos, sino que pone pautas, límites, orden y medida. ¿ Q u é más da lo demás? Junto a la Puerta del Paraíso 4 mendigos cojos, 2
El Arno es un río italiano de la región de la Toscana. Nace en el
monte Falterona, en los Apeninos, y desemboca en Pisa, el Mar de Liguria. Atraviesa las poblaciones de Florencia y Pisa. Su régimen es mediterráneo con estiaje en verano y crecidas otoñales. Sus orillas son pintorescas y sobre él hay numerosos puentes de gran notoriedad y valor artístico entre los que destaca el Ponte Vecchio de Florencia. 3
El D u o m o de Santa Maria del Fiore es la catedral de Florencia. Se
encuentra ubicada en la plaza del D u o m o . Se trata de una construcción de estilo gótico y del primer renacimiento italiano. Su imponente cúpula data del siglo X V y fue diseñada por Brunelleschi. Pesa 37 0 0 0 toneladas. En el interior de la catedral se encuentran bustos y pinturas de personajes ilustres de la ciudad, además de motivos religiosos. 4
Tercera puerta de las Puertas del Baptisterio de Florencia. La pri-
mera puerta del Baptisterio fue decorada por Andrea Pisano en 1330. L a decoración de la segunda corrió a cargo de Lorenzo Ghiberti, quien la finalizó en 1424. Está compuesta por 28 escenas de la vida de Jesús, los Evangelistas y los Padres de la Iglesia. C o n esta obra de arte, Ghiberti renovó el lenguaje escultórico modelando suavemente las figuras y su entorno. Su perfección artística la consiguió con la tercera puerta, cuya decoración fue realizada entre 1425 y 1452. En ella, Ghiberti perfeccionó la perspectiva, la anatomía, la composición y el movimiento. Sólo tiene 10 relieves que representan temas bíblicos y son de una belleza
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niños sin madre que tiritan y la doncella que hace temblar al Dante con la serpiente de metal enroscada a su cuello. Y el verdugo que prepara el hacha y el estudiante que se aplica y el déspota y el cantor y la dulzura del muchacho que turbó a Donatello 5 .
tan impresionante que Miguel Ángel le dio a la puerta el nombre de La Puerta del Paraíso. 5
Donatello (1386-1466) está considerado por algunos teóricos como
el principal escultor de la escuela florentina quattrocentista. Ya desde sus comienzos se preocupaba por el movimiento y el naturalismo de sus figuras. T o d a la madurez y el dominio de Donatello a la hora de representar la anatomía humana se puede apreciar en el David en bronce, realizado hacia 1435 para el palacio que los Médici poseían en la Vía Larga florentina y que inauguró una relación de colaboración con dicha familia. Su genialidad radica en la capacidad que posee para llegar al retrato psicológico, único, individual, de sus personajes, por medio de la expresión del sentimiento que consigue con una gran maestría técnica. La preocupación por la representación de la figura h u m a n a en todas sus dimensiones, edades y actitudes se puede ver reflejada a lo largo de su evolución, siendo particularmente peculiar en su obra la oscilación existente entre sus primeras obras de corte clasicista y las últimas, de carácter mucho más expresionista (en ocasiones llega incluso a dejarlas inacabadas, uniéndose este hecho a la suma de elementos en común que ha dado pie a una comparación entre su obra y la de Miguel Ángel posteriormente).
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En mi sonrisa está el barullo placentero de las sábanas, que tal vez algún día serán sudario; paño de Verónica6 que, pase lo que pase, llevará para siempre la marca de los abrazos compartidos. Ven a mi lado, recuéstate y descansa ahora. Por la mañana, al despertar, abre los postigos y deja que cada cosa reciba la luz y con ella el color. Tú eres quien las miras, y porque las miras, como me miras a mí en este momento, el milagro cada día vuelve a producirse. Pinta el mundo, dale forma y, mientras lo nombras, ríe con la impaciencia del dios que ya no quiere descansar el séptimo día.
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Verónica, según la tradición cristiana, fue la mujer que, durante el
Viacrucis, tendió a Cristo un velo para que enjugara el sudor y la sangre. En la tela, conocida como paño de la Verónica, quedaron milagrosamente impresas sus facciones. El paño de la Verónica se ha convertido en una de las reliquias que se consideran verdaderas imágenes de Cristo, como el Mandylion de Edesa, la Sábana Santa de Turín o el Santo Sudario de Oviedo.
M A T E R I A L E S PARA LA CLASE
GLOSARIO
ABEDUL. Árbol de la familia de las Betuláceas, de unos diez metros de altura, con hojas pequeñas, puntiagudas y doblemente aserradas o dentadas, y dispuestas en ramillas colgantes que forman una copa de forma irregular que da escasa sombra. Abunda en los montes de Europa, y su corteza, que contiene un aceite esencial, se usa para curtir y aromatizar la piel de Rusia. ACANALADO. De forma larga y abarquilladacomo las de los canales. ACANTO. Planta de la familia de las Acantáceas, perenne, herbácea, con hojas anuales, largas, rizadas y espinosas, usada como ornamento. ACATAR. Aceptar con sumisión una autoridad o unas normas legales, una orden, etc. ACUCIANTE. Apremiante, urgente. ACUÑAR. Fabricar, crear, dar forma. ACUOSO. Con agua. Abundante en agua. AEDO. La palabra «aedo» viene del
griego aoidós (cantar) y es el nombre que se le da a los primitivos poetas de Grecia que cantaban al son de una cítara. ADUSTO. Poco amable o expresivo en el trato. AGOSTAR. Consumir, debilitar, o destruir las cualidades físicas o morales de alguien. ALCORNOQUE. Árbol siempre verde, de la familia de las Fagáceas, de ocho a diez metros de altura, copa muy extensa, madera durísima, corteza formada por una gruesa capa de corcho, hojas aovadas, enteras o dentadas, flores poco visibles y bellotas por frutos. AMBROSÍA. En la mitología griega, la ambrosía es unas veces la comida y otras veces la bebida de los dioses o de los inmortales. ANACORETA. Persona que vive en lugar solitario, entregada enteramente a la contemplación y a la penitencia. ANEGAR. I n u n d a r .
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VOCES DE MUJER
CABRIOLA. Brinco o salto. CARAMILLO. Flautilla de caña, madera o hueso, de sonido muy agudo. CARANTOÑA. Halago y caricia que ARGÉNTEO. D e plata. se hacen a alguien para conseguir ARGIVO. Persona de Argos, ciudad de él algo. de la Grecia antigua. CARDO. Planta anual, de la familia ASCETA. Persona que intenta alcan- de las Compuestas, que alcanza un zar la perfección espiritual renun- metro de altura, de hojas grandes y ciando a los placeres. espinosas como las de la alcachofa, ASOLADOR. Q u e destruye. flores azules en cabezuela, y penATRIO. Espacio cerrado delante de cas que se comen crudas o cocidas, la entrada de templos y palacios. después de aporcada la planta para AUPAR. Levantar o subir algo o a que resulten más blancas, tiernas alguien. y sabrosas. ÁUREO. D e o r o . CAYADO. Palo o bastón corvo por la AZOTEA. Terraza en la parte más parte superior. alta de un edificio. CEDRO. Arbol de la familia de las AZUZAR. Irritar, provocar. Abietáceas, que alcanza unos 40 BACANAL. O r g í a . m de altura, con tronco grueso y BAJEL. Buque de vela. derecho, ramas horizontales, hojas BARRENO. Carga explosiva. persistentes casi punzantes, flores BERMEJO. Rubio, rojizo. rojas al principio y después amariBERRO. Planta de la familia de las llas, y cuyo fruto es la cédride. Cruciferas, que crece en lugares CELOSÍAS. Rejas de listoncillos de aguanosos, con varios tallos de unos madera o hierro en las ventanas, tres decímetros de largo, hojas com- que se ponen en las ventanas de los puestas de hojuelas lanceoladas, y edificios y otros huecos análogos, flores pequeñas y blancas. Toda la para que las personas que están en planta tiene un gusto picante y las el interior vean sin ser vistas. hojas se comen en ensalada. CENEFA. Dibujo de ornamentación BODOQUE. Relieve redondeado que que se pone a lo largo de los muros, sirve de adorno en los bordados. pavimentos y techos y suele conBRAVATA. Amenaza proferida con sistir en elementos repetidos de un arrogancia para intimidar a alguien. mismo adorno. AÑAGAZA. Trampa para atraer o atrapar. APRISCO. Lugar cercado donde los pastores recogen el ganado para resguardarlo de la intemperie.
GLOSARIO
CENICIENTO. D e color de ceniza. CERCENADO. Cortado o separado con un instrumento cortante. CERVIZ. Parte dorsal del cuello. CINCELAR. Labrar, grabar con cincel en piedras o metales. CÍTARA. Instrumento musical que en la Antigüedad se asemejaba a la lira, pero con caja de resonancia de madera. CONJURO. Fórmula mágica que se dice, recita o escribe para conseguir algo que se desea. CORÉ. «Muchacha», «joven». Así se llaman las estatuas arcaicas griegas de jóvenes con sonrisa enigmática. CUENCA. Cavidad en que está cada uno de los ojos. CHANZA. Dicho festivo o gracioso. Hecho burlesco. CHICHARRA. Cigarra (insecto). CORIBANTE. Sacerdote se Cibeles, que en las fiestas de esta diosa danzaba, con movimientos descompuestos y extraordinarios, al son de ciertos instrumentos. CRÁTERA. En la Antigüedad, vasija grande y ancha donde se mezclaba el vino con agua antes de servirlo. CRISANTEMO. Planta perenne de la familia de las Compuestas, con tallos anuales, casi leñosos, de seis a ocho decímetros de alto, hojas alternas, aovadas, con senos y hendiduras muy profundas, verdes por encima y blanquecinas por el envés,
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y flores abundantes, pedunculadas, solitarias, axilares y terminales, de colores variados, pero frecuentemente moradas. Procede de China y se cultiva en los jardines, donde florece durante el otoño. CRÓTALO. LOS crótalos o chinchines son unos pequeños instrumentos metálicos de percusión, unos diminutos platillos de bronce, que se anudan mediante tiras de cuero a los dedos pulgar y medio. Para hacerlos sonar se los entrechoca entre sí. En su origen eran de madera, muy parecidos a las castañuelas. DALIA. Planta anual de la familia de las Compuestas, con tallo herbáceo, ramoso, de doce a quince decímetros de altura, hojas opuestas divididas en cinco o siete hojuelas ovaladas y con dientes en el margen, flores terminales o axilares de botón central amarillo y corola grande, circular, de muchos pétalos, dispuestos con s u m a regularidad y muy variada coloración; semillas cuadrangulares negras y raíz tuberculosa. DÁTIL. Fruto de la palmera, de forma elipsoidal prolongada, de unos cuatro centímetros de largo por dos de grueso, cubierto con una película amarilla, carne blanquecina comestible y hueso casi cilindrico, muy duro y con un surco a lo largo.
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VOCES DE MUJER
DESCOLLAR. Sobresalir en calidad o importancia. DESTARTALADO . D e s c o m p u e s t o ,
desproporcionado y sin orden. DIFERIR. Retrasar la realización de algo. DOMEÑAR. Someter, sujetar, rendir. DÚCTIL. Q u e se adapta a diferentes situaciones. Fácil de dirigir, educar o convencer. EFEBO. En la Antigüedad clásica, muchacho adolescente de belleza afeminada. ENARBOLAR. Levantar en alto. ENCANDILAR. Deslumhrar a alguien. ENSORTIJADO. Rizado en forma de sortija. ESCISIÓN. R o m p i m i e n t o .
ESTERTOR. Respiración anhelosa, generalmente ronca o silbante, propia de la agonía y del coma. FULGOR. Resplandor y brillantez. FRUNCIDO. A r r u g a d o .
FUNESTO. Q u e trae o implica ruina o desgracia. GLAUCO. Verde claro. GREÑA. Cabellera revuelta y desmarañada. GRULLA. Ave zancuda, que llega a doce o trece decímetros de altura y tiene pico cónico y prolongado, cabeza en parte cubierta con algunos pelos pardos y rojos, cuello largo y negro, alas grandes y redondas, cola pequeña, pero de cobijas largas y cerdosas, y plumaje de color gris.
HATILLO. Envoltorio para transportar la ropa. HAZAÑA. Acción o hecho heroico. HETAIRA. Prostituta. En la antigua Grecia, cortesana, a veces de elevada consideración social. HIGUERA. Árbol de la familia de las Moráceas, de mediana altura, madera blanca y endeble, látex amargo y astringente. Tiene hojas grandes, lobuladas, verdes y brillantes por encima, grises y ásperas por abajo, e insertas en un pedúnculo bastante largo, flores unisexuales, encerradas en un receptáculo carnoso, piriforme, abierto por un pequeño orificio apical y que, al madurar, d a u n a infrutescencia llamada higo. HONDA. Tira de cuero u otra materia semejante para tirar piedras con violencia. HOSCO. Desagradable, p o c o acogedor. HOZAR. Mover y levantar la tierra con el hocico. HUERO. Vano, vacío y sin sustancia. IMPLACABLE. Q u e no se puede aplacar o templar. INDISCERNIBLE. Q u e n o se p u e d e
distinguir. INEFABLE. Q u e no se puede explicar con palabras. INSONDABLE. Q u e n o se p u e d e lle-
gar a conocer a fondo. INSUFLAR. Introducir en un órga-
GLOSARIO
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no un gas, un líquido o sustancia pulverizada. INUSITADO. No usado, desacostumbrado. JUGLAR. Persona de la Edad Media que recitaba poemas e interpretaba música. LACERADO. Que está herido. LACIO. Marchito, flojo, débil, sin vigor. LAGAR. Sitio donde se pisan o prensan las uvas.
con facilidad, y aprende a repetir sonidos y aun la voz humana. MIRRA. Sustancia rojiza resinosa aromática. Muy valorada en la Antigüedad ya que era uno de los componentes para la elaboración de perfumes y bálsamos. Según el Evangelio de San Mateo, es uno de los regalos que los Reyes Magos ofrecieron al niño Jesús. MODORRA. Somnolencia, sopor profundo.
LELO. T o n t o .
MOLICIE. Afición a las comodidades y a la vida placentera. NIMIO. Que tiene poca importancia o relevancia.
LÚBRICO. Que tiene tendencia excesiva a desear el placer sexual. MALEZA. Espesura que forma la multitud de arbustos y hierbas. MANCILLAR. Manchar algo o a alguien, o hacer que disminuya su valor. MAREMOTO. Agitación violenta de las aguas del mar a consecuencia de una sacudida del fondo, que a veces se propaga hasta las costas dando lugar a inundaciones. MARISMAS. Terreno bajo y pantanoso que inundan las aguas del mar. MELOPEA. B o r r a c h e r a .
MIRLO. Pájaro de unos 25 cm de largo. El macho es enteramente negro, con el pico amarillo, y la hembra de color pardo oscuro, con la pechuga algo rojiza, manchada de negro, y el pico igualmente pardo oscuro. Se alimenta de frutos, semillas e insectos, se domestica
NUBIL. Adjetivo que define a la persona, más propiamente de a la mujer, que está en edad de contraer matrimonio. OREADO. Secado al viento. ORONDO. Persona o cosa gruesa y redondeada. OTEAR. Observar desde un lugar alto. PARTERRE. Jardín o parte de él con césped, flores y anchos paseos. PEDERNAL. Variedad de cuarzo, que se compone de sílice con muy pequeñas cantidades de agua y alúmina. Es compacto, de fractura concoidea, translúcido en los bordes, lustroso como la cera y por lo general de color gris amarillento más o menos oscuro. Da chispas herido por el eslabón.
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VOCES DE MUJER
PELADILLA. Almendra recubierta de un baño blanco y duro de azúcar. PEPLO. Vestidura exterior, amplia y suelta, sin mangas, que bajaba de los hombros formando caídas en punta por delante, usada por las mujeres en la Grecia antigua. PERTINAZ. Obstinado, terco o muy tenaz en su dictamen o resolución. PÍDOLA. Juego de muchachos que consiste en saltar por encima de uno encorvado. PLEAMAR. Nivel más alto que alcanza la marea. PLEITESÍA. Rendimiento, muestra reverente de sumisión. POSTIGO. Tablero sujeto con bisagras o goznes en el marco de una puerta o ventana para cubrir cuando conviene la parte encristalada. PRIMIGENIO. Primitivo, originario. Primero. PUGILATO. Pelea a puñetazos entre dos o más personas. PULULAR. Moverse con viveza en un lugar. QUENA. Es el instrumento de viento más antiguo que el hombre ha concebido y se remonta a la prehistoria. El material ideal para la construcción de la quena es la caña, pero también se las puede encontrar de calabaza, de hueso de llama o de pelícano, de metal, de madera, de arcilla, de piedra e incluso de tibia humana.
QUIJADA. C a d a
una
de las
dos
mandíbulas de los vertebrados que tienen dientes. QUIMERA. Idea imaginada como posible o verdadera, sin serlo. REBULLIR. M o v e r s e .
REFUNFUÑAR. Emitir voces confusas o palabras mal articuladas o entre dientes, en señal de enojo o desagrado. RETRUÉCANO. Figura retórica. Dos frases distintas con los mismos términos pero invertidos. REZUMAR. Rebosar a través de los poros de un cuerpo. ROBLE. Árbol de la familia de las Fagáceas, que tiene por lo común de 15 a 20 m de altura y llega a veces hasta 40, con tronco grueso y grandes ramas tortuosas, hojas perennes, casi sentadas, trasovadas, lampiñas y de margen lobulado, flores de color verde amarillento en amentos axilares, y por fruto bellotas pedunculadas, amargas. Su madera es dura, compacta, de color pardo amarillento y muy apreciada para construcciones. ROTURAR. Arar o labrar por primera vez las tierras o los montes para ponerlos en cultivo. SALMODIA. Parte de la liturgia en que se cantan los salmos. SANGUINARIO. Feroz, vengativo, que se goza en derramar sangre. SEBO. Grasa sólida y dura que se
GLOSARIO
saca de los animales herbívoros, y que, derretida, sirve para hacer velas, jabones y para otros usos. SENTINA. Lugar sucio y pestilente, lleno de basura. SIERPE. Serpiente de gran tamaño. SIMIENTE. S e m i l l a .
SOFISMA. Argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es falso. SOLILOQUIO. Reflexión en voz alta y a solas. SOLIVIANTAR. Alterar el ánimo de alguien para que adopte una actitud rebelde u hostil. SONAJA. Par de chapas metálicas que suenan cuando se agitan. SUDARIO. Tela que se pone sobre el rostro de los difuntos o en que se envuelve el cadáver.
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TORVO. D e aspecto fiero. TUPIDO. Q u e tiene sus elementos muy juntos o apretados. UFANO. Arrogante, satisfecho, alegre, contento, presuntuoso. VALENTONADA. Jactancia o exageración del propio valor. VELLOCINO. Pieza de lana de un carnero u oveja. VERGEL. Huerto con variedad de flores y árboles frutales. VIGÍA. Persona destinada a vigilar el mar o la campiña. VOLUTA. Figura en forma de espiral. ZAGUÁN. Espacio cubierto de una casa que sirve de entrada.
PROPUESTAS DE TRABAJO E N CLASE
«EVA»
• Comparar y contrastar la visión que tradicionalmente se tiene de la Eva bíblica con la visión que se ofrece de Eva de este cuento. • ¿Qué técnicas narrativas usa Lourdes Ortiz para narrar los sentimientos y razones de la protagonista de este cuento? • Comparar y contrastar las características atribuidas a Caín y a Abel y cómo influyen en su personalidad individual y en su relación como hermanos. • Explicar el concepto del tiempo de Eva y la importancia que tiene éste en su concepción del mundo. « L o s MOTIVOS DE CLRCE»
• ¿Qué sentimientos operan y definen a la Circe de este cuento? • ¿A qué hace referencia el título «Los motivos de Circe»? • Comparar y contrastar la visión y los sentimientos que de los hombres en general tiene Circe con sus sentimientos hacia Odiseo. • Características que definen a Odiseo, según la voz de Circe.
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VOCES DE MUJER
«PENÉLOPE»
• ¿De qué manera se ve representada en esta historia las diferencias de género? • Razones de Penélope para esperar a Odiseo veinte años. ¿A qué haría referencia un título como «Los motivos de Penélope»? • Comparar y contratar los sentimientos de Penélope hacia sus pretendientes, su hijo y su esposo. «BETSABÉ»
• ¿Qué características definen a Betsabé como madre y como esposa en este cuento? • Comparar y contrastar las características del rey David que ofrece la voz de Betsabé con las que ofrece de su primer esposo y de su hijo Salomón. • Razones de Betsabé para lograr su propósito a toda costa. «SALOMÉ»
• ¿Bajo qué circunstancias sociales creció la protagonista de este cuento? • Razones de Salomé para desear la cabeza de San Juan Bautista. • ¿Qué sentimientos y características definen a la Salomé de esta narración? «GIOCONDA»
• ¿De qué manera los sentimientos y la realidad de Gioconda se pueden identificar con la realidad contemporánea? • Técnicas narrativas utilizadas por Lourdes Ortiz para dar voz a Gioconda. Relación con su interlocutor.
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