Tras las huellas de Torres Villarroel: Quince autores de almanaques literarios y didácticos del siglo XVIII 9783968693064

El siglo XVIII español asiste a un extraordinario auge de los almanaques o pronósticos astrológicos, tras el éxito de la

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Spanish; Castilian Pages 681 [678] Year 2022

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Tras las huellas de Torres Villarroel: Quince autores de almanaques literarios y didácticos del siglo XVIII
 9783968693064

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TRAS LAS HUELLAS DE TORRES VILLARROEL QUINCE AUTORES DE ALMANAQUES LITERARIOS Y DIDÁCTICOS DEL SIGLO XVIII

Fernando Durán López (coord.)

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LA CUESTIÓN PALPITANTE LOS SIGLOS XVIII Y XIX EN ESPAÑA Vol. 34 Consejo editorial Joaquín Álvarez Barrientos (CSIC, Madrid) Pedro Álvarez de Miranda (Real Academia de la Lengua Española, Madrid) Lou Charnon-Deutsch (SUNY at Stony Brook) Luisa Elena Delgado (University of Illinois at Urbana-Champaign) Fernando Durán López (Universidad de Cádiz) Pura Fernández (Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC, Madrid) Andreas Gelz (Albert-Ludwigs-Universität, Freiburg im Breisgau) David T. Gies (University of Virginia, Charlottesville) Kirsty Hooper (University of Warwick, Coventry) Marie-Linda Ortega (Université de la Sorbonne Nouvelle / Paris III) Ana Rueda (University of Kentucky, Lexington) Manfred Tietz (Ruhr-Universität, Bochum) Akiko Tsuchiya (Washington University, St. Louis)

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TRAS LAS HUELLAS DE TORRES VILLARROEL QUINCE AUTORES DE ALMANAQUES LITERARIOS Y DIDÁCTICOS DEL SIGLO XVIII

Fernando Durán López (coord.)

Iberoamericana - Vervuert - 2022

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Esta monografía se inscribe en el marco del proyecto de Investigación «Almanaques literarios y pronósticos astrológicos en España durante el siglo xviii: estudio, edición y crítica», del Plan Estatal de Investigación Científica y Técnica y de Innovación, Ref. FFI2017-82179-P, de cuyos fondos se ha beneficiado; asimismo ha recibido una subvención del Departamento de Filología de la Universidad de Cádiz, para el fomento de actividades de investigación incluidas en el contrato-programa de 2021.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47) Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2022 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es © Vervuert, 2022 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-265-0 (Iberoamericana) ISBN 978-3-96869-305-7 (Vervuert) ISBN 978-3-96869-306-4 (e-Book) Depósito Legal: M-5155-2022 Imagen de la cubierta: Anteportada de La tía y la sobrina. Pronóstico... para este año de 1767. Por el Gran Piscator de Salamanca, el doct. D. Diego de Torres Villarroel..., Andrés Ramírez, Madrid, 1766, tirada original sin censurar, ejemplar de la Biblioteca Universitaria de Salamanca, sign. BG/110819(19). Diseño de la cubierta: a. f. Diseño y Comunicación Impreso en España Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico blanqueado sin cloro

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ÍNDICE

El tiempo de Torres Villarroel. Presentación, por Fernando Durán López . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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I. VARIACIONES Francisco León y Ortega: pronósticos «entretenidos» y una coda cervantina María Dolores Gimeno Puyol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

33

Gómez Arias, estudiante eterno y escritor sin fortuna Fernando Durán López . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

63

Alejos de Torres, cristiano devoto y Gran Piscator María Dolores Gimeno Puyol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

119

Pedro Sanz, la «docta» astrología de un piscator botarga Claudia Lora Márquez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

151

Tomás Martín, discípulo de Torres María Dolores Gimeno Puyol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

179

Isidoro Ortiz Gallardo Villarroel, el astrólogo empequeñecido Fernando Durán López . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

213

Antonio Romero Martínez Álvaro, un alarife de pronósticos en la órbita de Torres Villarroel Claudia Lora Márquez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

285

II. DESVIACIONES Francisco de Horta Aguilera, “El Ingenio Cordobés”: relator de sucesos, piscator de trapazas Ana Isabel Martín Puya . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311

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Germán Ruiz Gallirgos, «El Sarrabal Burgalés», o escribir como oficio María Dolores Gimeno Puyol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

387

La enciclopedia humana de José Patricio Moraleja y Navarro (1711-1763) Joaquín Álvarez Barrientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

411

Jerónimo Audije de la Fuente (1716-1789) quiere ser astrónomo Joaquín Álvarez Barrientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

491

Francisco Martínez Molés, a la busca de un piscator crítico Fernando Durán López . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

511

Bartolomé Ulloa solivianta al fiscal Campomanes Joaquín Álvarez Barrientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

559

El Piscator historial de Salamanca, del otro José Iglesias de la Casa (1745-1804) Joaquín Álvarez Barrientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

595

José Julián López de Castro (1723-1762): sonaja, zambomba, poeta aquilón y coplero venal. Otro Parnaso literario del siglo xviii Alberto Romero Ferrer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Índice onomástico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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PresentaciÓn EL TIEMPO DE TORRES VILLARROEL Fernando Durán LÓpez Universidad de Cádiz1

Torres ya de la envidia veneradas, pues su rabioso diente reconoce que le pule lo mismo que le muerde y le crece lo mismo que le roe. Torres, en fin, que el Ártico pronuncia y en ecos el Antártico responde, que su nombre fabrica de su fama, o su fama construye de su nombre.2

La historia de la literatura es, como cualquier proceso cultural, una complejísima acumulación cuantitativa de mínimos actos repetidos, cambios lentos y contradictorios, avances y retrocesos desincronizados, lluvia fina que empapa y cala la vida de las comunidades humanas con un murmullo de fondo que se asemeja mucho al silencio. Como seguimos bebiendo de las ilusiones del Romanticismo, nos desagrada constatar que, en la literatura como en el vivir, la individualidad es una minúscula pincelada sobre un lienzo inmenso, que todos nos repetimos, en todo, todo el rato, en todas partes. Afectamos no darnos cuenta y aguantamos firme la pose en el pedestal imaginario, escrutando esa pincelada del destino, mientras de reojo espiamos a la realidad, esto es, a la muchedumbre en que nos diluimos, rasa tesela

1  Esta monografía se inscribe en el proyecto de Investigación «Almanaques literarios y pronósticos astrológicos en España durante el siglo xviii: estudio, edición y crítica», del Plan Estatal de Investigación Científica y Técnica y de Innovación, Ref. FFI2017-82179-P y ha recibido ayudas de dicho proyecto y del contrato-programa de 2021 del Departamento de Filología de la Universidad de Cádiz, para el fomento de actividades de investigación. 2  «En elogio de la pluma feliz del doctor don Diego de Torres y Villarroel, don José de Villarroel escribía con el menor arte este romance de arte mayor», en Anatomía de todo lo visible e invisible. Compendio universal de ambos mundos. Viaje fantástico… por su autor el doct. Don Diego de Torres Villarroel…, Salamanca, Antonio Villarroel, [1738], h. [15r].

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en un mosaico y no airosa estatua en una plaza. Fabular la historia literaria como una galería marmórea de talentos geniales es otra forma de solazarse en esta fantasía de individualidad. Así damos sentido a leer un libro, haciendo como si fuera radicalmente distinto de comprar un desodorante: pero la cultura es otro consumible más, cuyas magnitudes se miden en términos estadísticos y cuyos valores negocian los mercados. El lector que paga por leer, el literato o simple juntaletras que invierte en soñar su estatua, el capitalista que costea —impresor, librero, corporación docta, opulento pariente, viuda abnegada—, el mecenas que recompensa magnánimo o el Estado que con sus mil tentáculos exprime los miedos y codicias de esa abstracción discursiva que llamamos «autor», todos compran y venden las acciones de la literatura en el ágora pública, la librería polvorienta, el aula de altos techos o el salón lujosamente amueblado. La fama es un cartel pegado con engrudo en una esquina. Eso no quiere decir que la individualidad no intervenga en estos negocios. En las bolsas acontecen quiebras, pánicos y burbujas, modas pasajeras o repentinos cambios de rumbo, que alteran transitoria o permanentemente la naturaleza y jerarquía de los valores negociables, aunque pronto la tormenta dé paso a otra llovizna perpetua. Para seguir repitiéndose hay que mimetizar las mutaciones ambientales y tales acomodos a menudo no son predecibles ni paulatinos, sino azarosos y bruscos; entre el orden incapaz de crear y el caos donde nada posee sentido, en el límite de ambos estados, pequeños cambios inesperados inducen transformaciones de largo alcance. Por más que tengan mucho de azar o conjunción afortunada de factores, no sorprende que prefiramos atribuir tales discontinuidades a creatividad o determinismo, como si fuera obvio e inevitable que acontecieran, y que lo hicieran como lo hicieron. El sesgo de retrospección hace el resto para que las cosas siempre parezca que pasaron como tenían que pasar y no como resultó que pasaron. Tampoco provoca asombro que en la historia literaria nos fijemos más —eso no equivale a comprender— en esas inflexiones, donde talentos singulares tienen el protagonismo y gracias a las cuales se ramifican rutas separadas en comunidades vecinas, lo que halaga a un tiempo los dos espejismos románticos en que chapoteamos: el yo y la nación. Este libro explora una de esas azarosas, que no arbitrarias, discontinuidades literarias, acotada al contexto español de la primera mitad del xviii. Pocos autores son los que definen su tiempo, transforman un

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género literario o hacen que un segmento de la escritura coetánea se mueva al unísono en una dirección. Como Garcilaso en la lírica culta, Lope en el teatro o Góngora en la lengua poética barroca, si aducimos ejemplos españoles de enorme proyección interior, o como Horace Walpole con la novela gótica y Walter Scott con la histórica, ambos con vasta proyección internacional, Diego de Torres Villarroel es de esos escasos escritores que abren una nueva e inesperada ruta y se convierten no solo en modelo, sino en referencia o polo dialéctico incluso para los que no siguen su estela… o intentan no seguirla. En efecto, cuando quienes descreen de una innovación o se oponen a ella se ven obligados a asumirla, para no colocarse fuera del sistema y sus recompensas, nos hallamos ante la mejor muestra de estas singulares discontinuidades. El éxito de Lope de Vega, en términos históricos, no radica en su escritura personal, por mucho que valga, sino en que quienes discrepaban de su dramaturgia quedaran inexorablemente arrinconados o hubieran de plegarse a ella, negociando dentro de sus márgenes convicciones y disidencias. Igualmente, lo trascendente de Torres Villarroel no está en el cuantioso despacho de sus pronósticos, sino en que cualquier adusto matemático o festivo publicista de su generación y las dos siguientes tuviera que empezar sus predicciones tal que así: Estaba sentado en mi silla, con una pierna ahorcada de un brazo de ella, la cabeza reclinada sobre el artejo de la mano derecha, calada la vista hacia el borrador del cálculo de cincuenta y dos, esperando que se ventilase la cabeza de la embriaguez de los números y dando treguas a su enfadoso comercio, cuando volviendo la cabeza al ruido de las bisagras de la puerta, vi entrar en mi cuarto y ponérseme delante del bufete una figura que, aunque más la tanteaba con el compás de la vista, tanto más dudaba si era mi especie, pues era de tan raros contornos y dintornos, que más parecía bosquejo de jabalí que delineación de racional […].3

O que su sobrino Isidoro Ortiz, que siempre anheló redactar almanaques calculistas, sin versos ni fantasías, y lo intentó varias veces, se resignase a entonar esta vieja cantinela: 3 

Preguntas de Bertoldo. Pronóstico y diario de cuartos de luna para el año de MDCCLII en el cual se da reglas para hallar con facilidad los novilunios, cuadraturas, plenilunios y eclipses de sol y luna, con otras curiosas preguntas. Su autor Jerónimo Audije de la Fuente, filomatemático en la villa de Guadalupe, Salamanca, Imprenta de Pedro Ortiz Gómez, 1751, p. 1.

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Molido y aporreado de los golpes y bazuqueo de una calesa chirriona arrastrada de dos mulares esqueletos cargados de cascabeles, cencerros y borlones; sofocado de los hurgonazos, sopapos y sofiones que me iban dando en las bigoteras los rayos del sol, que se percolaban por entre los mondos costillares y arrugados piltrafones de la mencionada silla; aturdido y ciego del pegajoso polvo que el aire me arrojaba y las jácaras, seguidillas y canciones que el avechucho cochero (que era un hombrecillo tan pigmeo que, no obstante de picar yo más en enano que en gigante, no me llegaba a las tetas) cantaba al enfadoso zumbidero y sonsonete de las campanillas, llegué yo, a las once serían de uno de los pasados calurosos días del mes de mayo, al mesón del lugar de Ventosa, donde llevaba determinado hacer medio día.4

O que cualquier poeta burlón durante muchos años —y los hubo en abundancia— que quisiese mofarse de los almanaques tuviera que hacerlo también parodiando el modelo de Torres, con el problema añadido de que este ya era en sí burlesco y establecer el límite entre un almanaque y un antialmanaque se hizo difícil, si no se consideraba la parte técnica del impreso. Este, por ejemplo, queda dudoso entre ambos territorios: Érase una tarde de color de mondongo, con soponcios de terciana, por estar envuelta en el cabriolé de una parda nube con quien jugaba el sol al escondite, haciendo más carantoñas que chiquillo impertinente por la teta; cuando, poniéndome de patitas en la calle, cogí las de Villadiego y arrastrando un pie tras otro tomé el pendingue hacia el Barquillo. Observé que toda la gentecilla de cimiligruñi, puchero en cinta y trueno gordo, se arracimaba al sonsonete de un ridículo instrumentillo. Movime yo también con la ayuda de aquella curiosidad […].5

Los ejemplos serios, burlescos o ambiguos, se podrían multiplicar sin fin. Y, como ocurre siempre con cualquier género, las parodias retratan el arraigo de los convencionalismos triunfantes, como esta de

4  El estudiante legista y calesero poeta. Pronóstico y diario de cuartos de luna, con los sucesos elementales, áulicos y políticos de la Europa para este año de 1754… Por el doct. D. Isidoro Ortiz Gallardo de Villarroel…, Salamanca, Imprenta de Pedro Ortiz Gómez, 1753, pp. 1-2. 5  Perico y Marica, y Piscator del Barquillo. Diario de cuartos de luna, ajustado al meridiano de esta corte para el año de 1764. Escrito por don Gaspar Pla…, Madrid, Imprenta de don Antonio Muñoz del Valle, 1763, p. 1.

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Pedro Jiménez y Fernández, que resume así los códigos y el eco de Torres Villarroel: porque hablemos claro, soon [sic] Pedro: ¿qué es un pronóstico? ¿Es más que una introducción de términos de secano, un juicio de seguidillas de misterio, un bochorno por enero y una escarcha por agosto? ¿No lo hace un lonjista por despachar el papel y un impresor por cursar la letra? ¿No lo fragua una mujer por dejar de hilar y un hombrecillo por echar la vena a relucir? Y, en fin, ¿si llenamos tres pliegos, no haremos lo que todos?6

El mismo escritor de burlas se queja de que todos hacen pronósticos, los asocia con el oficio de hacer versos y recuerda los tiempos pasados: Se acabó el tiempo en que eran señalados con el dedo los poetas: yo soy mozo y que me costó, me acuerdo, ver a don Diego de Torres dar una carrera en pelo desde la casa del duque de Alba al Imperial Colegio. En efecto, tanto cunde esta semilla que han hecho unos tres mil individuos de ella cierta junta, a efecto de hacer, para bien de todos, a la poesía gremio.7

No estoy comparando magnitudes, ni hablo de calidad o importancia en términos absolutos: la comedia nueva de Lope transporta el principal caudal de literatura dramática y espectáculo público durante más de un siglo, y su huella posterior ha sido imperecedera, mientras que los almanaques y demás alrededores torresianos solo copan un

6 

El Piscator de tejas arriba y pronóstico sin embuste… Su autor don Pedro Jiménez y Fernández…, Madrid, Antonio Marín, 1759, p. 5. 7  El Piscator de tejas arriba…, pp. 8-9. La carrera en pelo se refiere a caminar con la cabeza descubierta, pues entre el antiguo palacio de los Alba y el antiguo Colegio Imperial (actualmente Instituto San Isidro) hay poco más de cien metros.

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rincón de la imprenta didáctica y la literatura menor de amplia difusión durante no más de cincuenta años, sin apenas dejar rastro luego. Pero, salvadas las diferencias de escala, la comparación es tan justa como ilustrativa. Solo el gran olvido que ha envuelto a la literatura española del xviii, la precariedad y desprestigio de los géneros a que aplicó su pequeña revolución y el desvanecimiento de su estela una vez muerto, han impedido apreciar la profunda manera en que Torres Villarroel condicionó actitudes autoriales, estilos, lenguaje y recursos literarios de su época. La historia literaria reciente ha priorizado el rastreo de los hilos de la modernidad, el neoclasicismo y la Ilustración, y ha marginado lo restante. Interesaron Feijoo, Luzán, los novatores… Torres Villarroel más bien ha incomodado, como un florero gigante en una habitación diminuta: imposible de obviar, pero que en ningún rincón queda bien. El salmantino perdió la guerra del porvenir, y seguramente no podría haber sido de otro modo, pero él sí había ganado la batalla de sus trabajos y sus días, la de su tiempo y, no menos importante, la de los rendimientos monetarios de su afán. Es difícil exagerar la omnipresencia e influjo de Torres Villarroel sobre los almanaques españoles —y otra variopinta gama de papeles públicos en sus periferias y aledaños8— desde que articuló su propuesta durante la década de 1720. Determina el campo literario, la tipología del género, la polémica científica, el mercado editorial y la recepción en un grado que raras veces se contempla. La introducción narrativa —su peculiar aliño de la sátira menipea, con o sin sueño, ya fantasiosa ya apegada a una realidad costumbrista o expresionista—; la conversión del yo del autor en personaje invasivo, burlón y deslenguado; el encaje del material astronómico, astrológico y de calendario dentro de un marco ficticio, pero con una interacción casi periodística con el contexto coetáneo; el uso sistemático de poemas para la astrología judiciaria, sea real o impostada; determinados registros lingüísticos y retóricos característicos; la aparente impregnación mimética con 8 

Los clichés y estructuras desarrollados por Torres en los pronósticos se extienden a muchos de los variados papeles —incluso libros— que constituyen la esfera de la literatura astrológica, didáctica y científica del momento, que congrega multitud de folletos sobre eclipses, terremotos, fenómenos celestes, experimentos, medicina, parodias, impugnaciones y polémicas cruzadas. La típica introducción narrativa, principal marca de su firma, aparece incluso en obras sin relación con lo astrológico. Son muchos centenares de impresos durante cuatro o cinco décadas, de los que la extensa bibliografía torresiana es solo la punta del iceberg.

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Quevedo…; todo eso constituye una potente tradición discursiva que, aclimatada en el almanaque torresiano, se derrama por otras obras y autores durante decenios, adherida a una perpetua epifanía de su nombre y su fama.9 El hecho de imitarlo incluía, inevitablemente, una forma explícita de homenaje, emulación o rivalidad, porque su compostura literaria es tan idiosincrática que la semejanza no se puede disimular. Una palanca multiplicadora de la amplitud y riqueza de este influjo es que Torres Villarroel proporcionaba una solución ingeniosa y eficiente al problema intelectual y de prestigio inherente a la práctica pública de la astrología. En un entorno crecientemente hostil a ella, Torres garantiza su supervivencia en estas aplicaciones anuales utilitarias e incluso extiende su visibilidad y valor a sectores a priori no consumidores de vaticinios, pero predispuestos a aprovechar otros contenidos, prácticos o de entretenimiento. Este proceso afecta a los almanaques en todo el espacio occidental durante parte del xvii y el xviii, pero en España la solución de Torres —la literaturización jocoseria del almanaque— es la que articula el nuevo espacio de aceptabilidad y resistencia del género.10 Esta reformulación se asienta sobre la calculada alternancia entre jactarse de astrólogo certero y jactarse de astrólogo mendaz, lo que daba argumentos y fuentes de autoridad tanto a quienes deseaban preservar la dignidad y eficacia de su ciencia, como a quienes la consideraban un anacrónico embuste. La fórmula, así, resulta exportable a astrólogos estrictos, a pseudoastrólogos aficionados o fingidos e, incluso, a impugnadores burlescos de 9  No es posible detallar aquí la configuración y evolución del almanaque como género panoccidental de astrología utilitaria anual, desde los orígenes de la imprenta hasta entrado el siglo xx, ni explicar su estructura, secciones y funcionalidades. Remito para ello a los siguientes trabajos y a la bibliografía contenida en ellos: Francisco Aguilar Piñal, La prensa española en el siglo xviii. Diarios, revistas y pronósticos, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1978; Fernando Durán López, Juicio y chirinola de los astros. Panorama literario de los almanaques y pronósticos astrológicos españoles (1700-1767), Gijón, Ediciones Trea, 2015; Fernando Durán López, «Del tiempo cíclico al tiempo histórico: evolución e intersecciones entre almanaques y periodismo en la España del siglo xviii», en Hans Fernández y Klaus-Dieter Erler (eds.), Periodismo y literatura en el mundo hispanohablante: continuidades – rupturas – transferencias, Heidelberg, Universitätsverlag Winter, 2020, pp. 15-46. 10  Fernando Durán López, De las seriedades de Urania a las zumbas de Talía. Astrología frente a entretenimiento en la censura de los almanaques de la primera mitad del xviii, Oviedo, IFESXVIII/Trea (Anejos de Cuadernos de Estudios del Siglo xviii, nº 6), 2021.

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la astrología, todos los cuales podían asumir sin más la estructura, o hacerlo tanto aceptando como impugnando el magisterio de Torres. Eso por ejemplo permite a José Patricio Moraleja, prolífico almanaquero desdeñoso de la astrología y que solo imita a Torres para parodiarlo en clave de perogrullada, acogerse a su autoridad: es hereje cualquiera que crea sus vaticinios como ciertos e infalibles, por ir directamente contra el primer mandamiento de la Ley de Dios y estar prohibido por diferentes concilios, santos padres y por la Sagrada Escriptura en varios lugares; además de que por diversos profesores de esta farándula se ha hecho burla de los páparos que dan crédito a sus embelecos; y aun al presente el más célebre de todos, nuestro don Diego de Torres (como tan discreto en todas materias) se zumba de ellos y claramente confiesa ser embuste total la judiciaria astrología, en los más de sus Piscatores de Salamanca, aconsejando no se crea cosa de lo que los pronostiqueros serios nos proponen.11

Esta calculada ambivalencia torresiana hacia la astrología es una de las virtualidades del formato, pero no explica su triunfo. Modificar un género de modo original y encontrar el favor del público no garantiza que esa evolución se extienda más allá de la obra de Torres; ni el éxito, ni la originalidad ni el talento implican que el paradigma colectivo se altere. Dicho de otro modo, las discontinuidades literarias surgen de actos (individuales), pero solo si estos devienen en actitudes (colectivas). Los estudios literarios tratan a menudo a obras y autores como piezas analizables aisladamente, o bien estudian series lineales y acumulativas, más que cortes cronológicos simultáneos. Pero estamos ante un campo literario regulado por reglas de mercado, es decir, de oferta y demanda, con un limitado número de actores (autores, impresores, libreros, beneficiarios de privilegios de impresión…); las decisiones sobre escoger o combinar el paquete de contenidos, el tamaño y precio del folleto, están supeditadas a una estructura de consumo y producción, donde el número de competidores en un formato y territorio nunca puede ser alto y la diversificación o explota determinados huecos de demanda o los genera nuevos. Solo en ese marco las 11 

El mayordomo de la luna, Gran Piscator de la Corte, para el año de 1742, pronóstico seri-jocoso, dirigido a desterrar la creencia de las adivinaciones que los serios pronósticos anuncian. Su autor el pobre caballero D. Juan de Frías… Sácale a luz D. José Moraleja…, Madrid, Herederos de la Viuda de Juan García Infanzón, [1741], prólogo.

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creaciones individuales trascienden a algo más, porque el mercado de estos papeles públicos funciona en parte como suma cero —o así lo perciben ellos, no siempre con acierto—, donde uno solo gana lo que le quita a otro. Eso le anunciaba un poeta amigo a Pedro Sanz en su segunda incursión en este despiadado campo de batalla: Prosigue, mi don Pedro, tu tarea con el feliz acierto acostumbrado, que creo vendrá tiempo en que te vea el mundo por Apolo coronado, dándote de su Adonis la librea, echando a otros astrólogos a un lado.12

Hay que analizar la producción sobre este eje competitivo, que es tan visible en los textos que resulta fácil no verlo. Hasta mediados los años 30 del siglo, a pesar de que Torres ya había articulado por completo el modelo en sus pronósticos para 1727-1730, su replicación es muy limitada. Diversos autores incorporan elementos concretos: el diálogo prologal con el lector con un cierto descaro, el uso de coplas judiciarias, un embrión de narración introductoria…, normalmente sin combinar todo a la vez y en magnitudes homeopáticas.13 Otras 12 

«De un aficionado del autor. Soneto», en El colegio del encanto de Garnica. Diario de cuartos de Luna, para el meridiano de Madrid, con los sucesos políticos y elementales de Europa, para este año de 1747, Su autor el bachiller don Pedro Sanz..., Burgos, Imp. de la Santa Iglesia Metropolitana, [1746?], h. [8r]. 13  Así, por ejemplo, autores de los que han llegado piezas sueltas: Jacinto González Conde para 1729, Laureano Hermendre para 1730, Juan Fuentes Donses para 1731, Fermín de Estrada para 1732… Cabe mencionar un almanaque de Perogrullo salido a principios de 1728, donde el autor no reproduce el formato de Torres, aunque incluye una suerte de prólogo-introducción con algunas de sus notas de estilo. El autor conoce bien al salmantino, pues le dedica una décima elogiosa y pone una «Nota…» para explicar por qué no añade las secciones breves habituales de un piscator, donde lo ensalza sobre el resto de almanaqueros: «considerando la abundancia de autores que tan a costa de sus curiosas diligencias hacen notorias a todos estas particularidades, como lo hace don Diego de Torres en su Piscator, dignísimo autor de los aprecios que merecen sus obras, no solo miradas a la luz de su inteligencia, sino también a la de sus chistosas introducciones (postigo franco por donde se entra al centro de sus discursos). Esto digo, señores, con veneración debida al lugar que (con tanta razón) ocupa cada uno de los demás autores […]» (El pronóstico más fijo y lunario general para este año de 1728. Sucesos precisos, eclipses y juicio del año. Su autor el Licenciado Lampiño, natural de Vaciamadrid. Dedícale a la congregación de ciegos y faltos de

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series seguían su rumbo sin acusar el arrastre tipológico del pujante competidor: el Sarrabal de Milán, el Jardinero de los Planetas, el Piscator de la Corte de Diego González Gómez, el Gran Gottardo Español de Pedro de Enguera, Gonzalo Antonio Serrano, etc. Eso tal vez sugiere una evolución alternativa en que la versión torresiana del género no alterase la estructura de producción y recepción de los demás almanaques. Pero las discontinuidades operan mediante una mezcla inesperada de hallazgos creativos y ventanas de oportunidad, que a menudo penden del azar. En este caso ese azar bien puede haberlo proporcionado la imprevista exclusión de Torres Villarroel del negocio. En efecto, cualquier somero análisis de la producción y tipología de los almanaques españoles constata una fuerte inflexión tras su destierro a Portugal a fines de 1732. En los tres años siguientes irrumpen varios autores que imitan sin tapujos el estilo y formato del salmantino con el propósito poco disimulado de apoderarse de su nicho de mercado. Torres sigue publicando desde Coimbra, ignoramos con qué capacidad de distribución, pero otros actores aprovechan su debilidad: Francisco León y Ortega aparece en 1733 para que el impresor Antonio Marín siga surtiendo los reportorios que antes le proporcionaba Torres, asemejándose lo más posible a los originales; en Madrid el librero Juan de Buitrago costea otro pronóstico mimético de Ignacio Martínez Cantería para 1734; en Zaragoza en 1735 Alejos de Torres, al amparo de un privilegio del Hospital de la ciudad, se estrena con cercanía patente al salmantino y ese mismo año Gómez Arias y Germán Ruiz Gallirgos hacen otro tanto en Madrid, con variables aproximaciones al referente. Pocos años después, Francisco de Horta abundaría en la propuesta tipológica avanzada por Ruiz Gallirgos, que aúna contenidos adicionales de un pronóstico torresiano, un Sarrabal y un almanaque didáctico, junto con los cálculos, informaciones y cómputos de uno básico. Este experimento no prosperará, lo que prueba la centralidad del modelo literario para el público lector a partir de una cierta masa crítica, después de la cual se convierte en un estándar que bloquea o dificulta vías alternativas.

vista de la coronada villa de Madrid. Con licencia, Madrid, Imprenta de la calle de la Paz, [1728], p. 4). Aunque es consciente del modelo de Torres y lo elogia, no lo toma como referencia para su parodia, que remite a un formato genérico de almanaque; aún no es un discurso reconocible para ser parodiado.

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Para entender esta invasión de seudo-Torres conviene releer con otros ojos un oscuro pasaje a menudo citado que firma Antonio de Villarroel y Torres en el prólogo de las obras de Torres recopiladas desde 1738. El impresor que capitanea el plan de reimprimir, hermosear y adicionar los principales escritos de su primo lo justifica por el abuso de tiradas no autorizadas y falsas atribuciones con que talleres, libreros y ciegos desaprensivos han explotado su fama. Para ello proporciona la lista de sus obras legítimas, que comienza así: Tiene impresos dieciocho pronósticos, que empezaron desde el año de mil setecientos y diecinueve, todos con nombre del Gran Piscator de Salamanca, impresos en Madrid, en Coimbra y en Salamanca. El pronóstico de Alejo de Toroes [sic, por Torres] y otro de don Francisco de León que se vendieron por de D. Diego de Torres en los años de 1731 y 33 de su destierro, no son suyos, ni otros papeles que salieron con nombre de estos autores, que ambos son anónimos.14

Obviando que las fechas no cuadran bien con lo que conocemos,15 sugiero que esta confusa frase no denuncia una usurpación de autoría, pues especifica que los papeles salieron a nombre de sus verdaderos autores.16 A mi juicio, el impresor está doliéndose de la usurpación del modelo de pronóstico, de su lenguaje, estilo y compostura. Estaría, pues, constatando un plagio tipológico, la apropiación de unas formas hasta entonces privativas de su creador. Eso se corresponde mejor con los hechos documentados de esta moda torresiana, que solo se dispara cuando Torres desocupa el terreno y deja huérfanos a sus clientes. Puestos a conjeturar, bien pudo ser iniciativa del impresor Antonio Marín, con quien el salmantino produjo sus almanaques al menos desde 1728 y hasta 1732, para venderlos en su librería y la de Juan

14  Antonio Villarroel y Torres, «Ejercicios y trabajos literarios del doct. don Diego de Torres […]», en Anatomía de todo lo visible e invisible. Compendio universal de ambos mundos. Viaje fantástico… por su autor el doct. Don Diego de Torres Villarroel…, Salamanca, Antonio Villarroel, [1738], h. [10v]. 15  El destierro se prolongó materialmente dos años, entre el otoño de 1732 y el de 1734, aunque la desgracia que lo causó se produjo en abril del 32: después hubo una huida a Francia, su regreso a Salamanca y finalmente el destierro en octubre, meses en que la posición pública del escritor estuvo ya deteriorada. 16  Al llamarlos anónimos parece referirse a que carecían de fama y prestigio públicos, que sus nombres nada decían a los lectores.

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de Moya. Ignoramos los términos del contrato entre estos y Torres, pero en etapas posteriores este cedía por adelantado la posesión del original a cambio de una jugosa cuantía fija, desvinculada de costes y ventas finales. Podemos figurarnos que Marín se creyera tan dueño del formato como Torres y que, con este fuera de juego, encargara a un matemático desconocido, Francisco León y Ortega, imitar su estilo, contenido y estructura, para que los lectores recibieran lo que habían comprado durante años. Esto actuaría de reclamo para otros impresores y astrólogos que pudieron sentirse igual de autorizados a remedar a Torres que Marín y León, con quienes resultaba más fácil y legítimo competir. Así, vemos que en diciembre de 1733 se publica, para 1734 y a costa de otro librero-editor muy activo de Madrid, Juan de Buitrago, El testamento de Calaínos, de un desconocido Ignacio Martínez Cantería que no volvería a aparecer en el panorama.17 Aunque ese impreso no diera lugar, que sepamos, a una serie, muestra que más actores del libro madrileño seguían el ejemplo de Antonio Marín, pues la pieza de quien se decía matemático de la Universidad de Cervera es otro extenso ejercicio de imitación torresiana, aunque sin crear un personaje de piscator ni conseguir la tensión estilística del original. Este caso ofrece relevancia como un eslabón clave para que la fórmula quedara de facto colectivizada, una vez que ya no uno, sino dos, de los magnates editoriales de la corte se lanzaran a por el público de Torres. Esto es una conjetura, pero sí es un hecho que desde mediados de los años 30 el modelo de almanaque de Torres se multiplica y extiende, hasta constituirse en el cauce central institucionalizado del género, tanto serio como burlesco, que atrajo a cuantiosos escritores y reposicionó a quienes no lo compartían. Tal vez en esa apertura general pensaba Martínez Cantería cuando escribe esta seguidilla como última copla de su pronóstico, que si no la predice al menos la describe:

17 

El testamento de Calaínos. Pronóstico y diario de cuartos de luna. Juicio de los sucesos políticos y elementales de la Europa para el año de 1734. Su autor don Ignacio Martínez Cantería, profesor de filosofía y matemáticas en la Universidad de Cervera. Dalo a luz Juan de Buitrago, mercader de libros en esta corte. Y lo dedica a la muy ilustre señora, mi señora doña Alfonsa de Obrien, marquesa de Campoalegre, etc., s. l, s. i. [1733] (6 hs. + 51 pp.). Paratextos de diciembre de 1733. Solo se conserva un ejemplar en la Biblioteca Nacional de Chile. La dedicatoria la firma Buitrago, quien también comercializaría el almanaque de Gómez Arias para 1736.

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Cada uno que tenga sus facultades, puede hacer kalendarios, si hacerlos sabe.18

Torres Villarroel no tendrá problemas en cuanto regrese para recuperar su posición ventajosa en el mercado editorial y seguirá largos años dominándolo con holgura y extrayendo suculentos rendimientos. Pero lo que había perdido era la exclusividad de su modelo, que con él ausente se ha convertido irreversiblemente en un bien mostrenco. Cada imitador presente y futuro bregará con dificultades específicas para mantenerlo o variarlo, y el éxito será siempre relativo, hasta donde podemos juzgar por la continuidad y estabilidad de estas otras series, que en ningún caso rivalizan con la matriz. Pero todos se considerarán legitimados primero, y forzados después, a remedar los modos del Gran Piscator de Salamanca. Este salto transforma el estilo original de un escritor en sello colectivo de un tiempo que, en ese tramo literario concreto, cabe bautizar propiamente como el tiempo de Diego de Torres Villarroel. El estudio de esta rica tradición, en sus continuidades, evoluciones, desviaciones y negaciones, es el objeto del proyecto de investigación del que surge este volumen.19 La obra de Torres Villarroel no es la más estudiada del xviii en las últimas décadas, pero al menos disponemos de buenas monografías y ediciones en sus tramos más relevantes. En cambio, los almanaques a su alrededor y en su estela han sido desdeñados por la historia de la literatura española. Hablamos de autores con trayectorias dilatadas y producciones nutridas, sobre los que no ha habido casi ningún estudio, a veces ni referencias sueltas. Este proyecto propuso realizar investigaciones originales y documentadas de esos otros autores de almanaques y pronósticos astrológicos. Sin olvidar la dimensión científica y la finalidad fundacional de estos folletos utilitarios de astrología divulgativa, las pesquisas se han centrado en los formatos con secuencias narrativas, alegóricas, poéticas, didácticas

18 

El testamento de Calaínos…, p. 51. «Almanaques literarios y pronósticos astrológicos en España durante el siglo xviii: estudio, edición y crítica», ya mencionado en la nota 1, del que soy investigador principal. Todos los autores de este libro son miembros del proyecto, en el que además participan Eva María Flores Ruiz, Francisco Cuevas Cervera y David Loyola López. 19 

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o ensayísticas, particularmente las series continuadas con mayor entidad autorial o impacto editorial. Estos autores, algunos prolíficos en cantidad y variedad, otros más pobres y unidireccionales, conforman un olvidado parnasillo menor de este siglo pleno de olvidos, que completa algunos huecos del mapa literario del xviii, siempre fragmentario y borroso. A tal fin este volumen espiga los quince nombres más descollantes, sea por su abundancia y continuidad de escritura, sea por su originalidad o representatividad en ciertos aspectos o periodos, sea por su calidad relativa. El recorrido abarca desde principios de la década de 1730 hasta la decadencia del género tras 1767, con una incursión en el periodo posterior (Iglesias de la Casa). Aun así, aunque el repertorio acumulado de estos escritores asciende a unos 140 almanaques, masa textual bien considerable, siguen quedando fuera bastantes autores de menor peso. Cada figura estudiada traza una vía particular de apropiación —buscada o forzada, convergente o divergente, por identidad o por resignación, por cercanía o por rechazo— del legado torresiano. Todos tuvieron que negociar su oficio de pronostiqueros en el marco armado por el salmantino, y solo unos pocos se anclaron en una tradición alternativa que no transigía con la línea dominante (en nuestra selección José Patricio Moraleja y José Iglesias de la Casa). Ningún caso es idéntico a otro, pero los hemos agrupado en dos lotes, que denominamos variaciones y desviaciones. Las «Variaciones» atienden a los almanaqueros que adoptan el modelo de Torres, para rentabilizar su éxito mediante la imitación o por verse precisados a cumplir unas expectativas del público ya perimetradas en torno a la escritura del salmantino. Nunca hay identidad absoluta, porque el talento, los propósitos y las circunstancias cambian, pero el estándar torresiano es palpable en todos. Francisco León y Ortega plantea una réplica consciente, intencionada y plena; son él y su impresor Antonio Marín quienes abren la veda de producir unos impresos que los lectores pudieran confundir con los originales o asimilar a estos, acto que podría tipificarse de expropiación más que de apropiación, pues el conato primigenio es apoderarse de la marca más que duplicarla. Incluso así, León y Ortega perfila sutilmente algunos rasgos: evita tomar un seudónimo piscatorial, designando la nueva serie con su función —el Pronóstico Entretenido— en lugar de asumir la identidad hipertrofiada de un Gran Piscator de… donde sea. Quizá juzgó imposible reproducir el denso aparejo de máscaras

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de Torres Villarroel y se centró en la propuesta literaria más que en la autorial, como si dijera a sus lectores (es decir, los del salmantino): no soy Torres, ni siquiera soy otro Torres, pero os daré lo que él. Al mimetizar los contenidos aprovecha sus personales talentos, porque León y Ortega, escritor apreciable y el mejor de los seguidores voluntarios del maestro, es un excelente artífice de introducciones, por su destreza narrativa y vivos diálogos, así como por una desenvoltura lingüística que integra bien los estilemas del salmantino, pero moderando su desbordamiento descriptivo. Si la mira de León es escribir igual que Torres, tal meta no seduce a Gómez Arias, quien lo que pretende es ser igual a Torres en la República Literaria, e incluso ser más grande que él, una versión hipertrofiada de su personaje que llene su espacio y obtenga análogo rendimiento en fama, dinero y posición. Por ello, hace lo contrario que León y Ortega: se centra en cincelar un ego arrogante, peleón, desmesurado, verboso y omnipresente, que no remede a Torres, sino que lo engulla y lo haga pequeño a fuerza de exagerarlo. Si Torres era el Gran Piscator de Salamanca, Arias lo será de toda Castilla; si Torres era experto en varias disciplinas, Arias se proclamará sabio universal; si Torres se promociona sin rubor en sus paratextos, Arias hasta colocará su nacimiento entre las efemérides del año, como si fuera rey, papa o fundador de una era… El equilibrio torresiano entre personaje y escritura —es decir, entre la exhibición de su yo y la oferta de contenidos al lector— se vence en él hacia la primera dimensión: sus secuencias narrativas o científicas tienden a la brevedad y el esquematismo, solo en lo poético amplifica más que aligera el formato. Nunca le importaron las especies tratadas tanto como su arquitectura autorial, y eso se nota en la creciente descompensación e implosión final de su práctica, que nunca afianza una propuesta propia más allá de encaramarse a codazos a la cima de un Parnaso ya de por sí menor. Alejos de Torres, de entre los imitadores tempranos del Piscator desterrado, quizá por operar en la periferia y no en la corte, es quien primero plantea variaciones combinatorias en vez de ilusionismos miméticos. La demanda de los lectores de Zaragoza sería menor y menos diversificada, lo cual impulsaría a simultanear funciones y contenidos para copar todos los segmentos potenciales de consumo. Así pues, Alejos de Torres imita el modelo torresiano, pero sin egocentrismo autorial y adicionándole misceláneas al estilo de los Sarrabales u otras piezas didácticas. Inaugura, pues, las hibridaciones —y

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domesticaciones— de la fórmula, pero en su secuencia central (introducción, juicio del año, diario de cuartos de luna) la copia es fiel, hasta donde sus destrezas se lo permiten: solo se aleja en sus extrarradios. Como en muchos casos, los vaivenes en el trascurso de la serie visibilizan la dificultad de cuadrar esa mezcla de contenidos que es, también, de algún modo, una confusión de identidades. Los cuatro autores que completan este primer bloque ya no son rivales, competidores o émulos que confrontan con Torres de igual a igual, sino una cumplida muestra de la siguiente generación de almanaqueros: la de sus discípulos, seguidores en sentido estricto. En ellos la imitación es fruto de un magisterio, pues han aprendido a hacer reportorios con el propio Torres, y del consenso ambiental, con lectores ya acostumbrados a leer tales impresos. Hasta cuatro jóvenes, tres instruidos por el maestro, se escalonan entre la segunda mitad de los 40 y la primera de los 60, una promoción que lo copian desinhibidos, profesándole respeto y sin soñar en desplazarlo, sino solo en acceder a los provechos que reporta arrimarse a su nombre. El más temprano es el burgalés Pedro Sanz, que firma varias entregas en la segunda mitad de la década de 1740 ostentando el diáfano título de El discípulo del doctor don Diego de Torres Villarroel. El mimetismo del formato luce en él completo, enfatizando sus galones de astrólogo diestro y facultativo, su defensa de la disciplina y la animadversión a los pronostiqueros que carecen de la exigible pericia técnica. Pero incluso este imitador fiel deja su huella, profundizando en la condición astronómico-astrológica utilitaria del impreso, al incorporar en su entrega para 1749 unas tablas detalladas (sin versos) que sustituyen el diario de cuartos de luna y eran habituales en Inglaterra y otros países, pero apenas se vieron en España. La tensión entre ofrecer lo mismo que Torres o proponer contenidos alternativos acaba siempre aflorando. Tomás Martín e Isidoro Ortiz Gallardo, alumno y sobrino del maestro, respectivamente, eran condiscípulos y entran a la vez muy jóvenes, con pronósticos para 1751,20 en el negocio de escribir almanaques. Mientras que Martín reproduce de forma algo rebajada y sin astrología judiciaria el formato de Torres, Ortiz ensaya uno propio más adusto, sin narraciones ni versos, de perfil menos astrológico y más utilitario, en lo que quizá influía el deseo de no duplicar la oferta de su tío, con 20 

De Tomás Martín no se conserva ejemplar de aquella primera entrega.

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quien compartía impresores y libreros. A ninguno de los dos les resultó fácil asentar una senda personal, pues Martín evolucionó hacia contenidos más didácticos y menos literarios y Ortiz en cambio tuvo que girar pronto hacia una imitación estricta del formato de su tío, no sin posteriores tentativas de independencia y retractaciones tipológicas en su larga carrera. Por fin, Antonio Romero Martínez Álvaro, un jovencísimo estudiante sin relación biográfica conocida con Torres, muestra en sus cinco almanaques (1759-1763) la persistencia del modelo, que cultiva de forma estable y sin apenas alteración, mimetizando la estructura y contenidos habituales. Sus rasgos distintivos son escribir en verso los prólogos, minimizar la arrogancia autorial y omitir la astrología judiciaria. Así pues, algo más esquemático y circunspecto, el género diseñado cuarenta años antes seguía produciendo imitaciones directas y rendimientos suficientes, incluso sin necesidad de nombrar a su creador, cuya implícita influencia se daba por descontada. Queda constatado que en casi todas las variaciones hay algún elemento conceptual o una fase cronológica de desviación del modelo del que se parte o al que se regresa. Nada se repite sin más. Pero en el bloque de las «Desviaciones» se han congregado un puñado de autores que, por una u otra vía, desnaturalizan, desestructuran o ignoran de raíz el modelo original, planteando vías alternativas no previstas por el salmantino y, por lo tanto, negociando con la tradición y el gusto del público nuevas propuestas que, en todo caso, nunca ignoran la impronta que Torres ha dejado, sino que lidian con ella. Si entre las variaciones hay un alto grado de convergencia, las desviaciones refractan itinerarios divergentes, incluso opuestos, de los cuales nos ocuparemos aquí de varios: hibridación por suma de formatos (Ruiz Gallirgos, Horta), didactización del modelo torresiano (Audije), modelos didácticos ajenos al legado de Torres (Moraleja, Iglesias de la Casa), literaturización burlesca (Moraleja, López de Castro) y desviación ideológica (Martínez Molés, Ulloa). Germán Ruiz Gallirgos probablemente albergara también el designio de conquistar lectores desamparados por el destierro de Torres, pues empieza a publicar en Madrid en 1735, igual que Gómez Arias y Alejos de Torres, e imita solo dos elementos del modelo: la introducción narrativa y, en los tres últimos de sus cuatro pronósticos, un moderado empleo del verso judiciario. Hasta ahí llega la semejanza, pues lo más sustancial de su oferta sirve secuencias misceláneas como las de

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los Sarrabales junto con piezas didácticas o informativas más elaboradas. Tanto él como Francisco de Horta Aguilera, que lo secundó años más tarde y duró un poco más que él, prosiguen la agregación tipológica y funcional del almanaque donde la había dejado Alejos de Torres —en sentido literal en el caso de Horta, pues en parte lo plagia—, pero el resultado va más allá, pues postulan un formato más extenso que aúne recursos literarios torresianos, misceláneas y utilidades de los Sarrabales y lecciones divulgativas de los impresos didácticos. Así alcanzan un número de páginas y precio de venta sin parangón, pues ambos duplican el tamaño de un pronóstico de Torres Villarroel. Si este compitió con el Sarrabal ofreciendo con igual coste y tamaño contenidos distintos, pero que preservasen la utilidad esencial del calendario, Ruiz Gallirgos y Horta compiten con Torres induciendo una nueva demanda lectora, a mayor precio, que integrara lo que los demás vendían por separado, lo que presupone un tipo de público y de consumo en desarrollo avanzado. La poca duración del intento de Ruiz Gallirgos y el retroceso de Horta, que va abreviando su fórmula y asemejándola más a la del salmantino conforme pasa el tiempo, apuntan a que nunca cuajó un mercado de almanaques largos y complejos, como lo sugiere también que no solaparan sus reportorios, sino que probaran suerte uno después del otro. Pese a estos intentos, el género permanecerá entre los impresos menores, utilitarios o de entretenimiento ligero. Algunos formatos menos asiduos de naturaleza solo didáctica sí alcanzaron mayores extensiones y aspiraron al estatuto de la imprenta divulgativa para masas semiletradas, pero nunca prosperaron los modelos combinatorios o los que incluían secuencias literarias, inherentemente asociadas a la brevedad y al moderado coste de los «papeles» largos (el famoso real de plata), pero no al de los libros pequeños. Otros autores, procurando subsistir fuera de la esfera torresiana, exploraron en el terreno didáctico vías de acceso a un público curioso de saberes y más bien indiferente a la astrología, mas no necesariamente hostil o descreído. Es el caso de tres autores que recogemos en este segundo bloque, aunque por caminos diferentes. El más próximo al estándar literario es Jerónimo Audije de la Fuente, otro declarado discípulo de Torres, que sale a la palestra a la vez que Ortiz y Martín, con cuatro almanaques conservados entre 1752 y 1760. Comparte con los citados algunos rasgos, pero minimiza la introducción torresiana convirtiéndola en mero pie para un discurso de tipo científico

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divulgativo, al tiempo que renuncia a los versos y la astrología judiciaria. Es, pues, una didactización, donde las piezas de la matriz son apenas reconocibles, pero que ocupa un folleto del mismo tamaño y recurre a algunas exterioridades propias de aquella. El caso de José Patricio Moraleja y Navarro es de gran interés y esperamos que uno de los logros de este volumen sea visibilizar la figura de este profesional de la escritura, con un papel sobresaliente en los almanaques españoles del xviii. Dentro de la versatilidad que le permite producir cuatro tipologías independientes de pronósticos, todas comparten el desprecio activo de su faceta astrológica, que omite si puede, o bien mantiene como tributo residual a la tradición y la rutina lectora. Es significativo que solo imita el modelo literario de Torres en su primera y breve serie de «pronósticos seri-jocosos» a comienzos de los 40, pues únicamente por vía de parodia perogrullesca está dispuesto a activar el artefacto con que el salmantino preserva la práctica astrológica. Burlarse del formato es una forma de reconocimiento e implícito homenaje a su éxito, pero con hondo rechazo de su fundamento intelectual. Solo a estos efectos fungió de Gran Piscator de Caramanchel, porque su inclinación de autor serio le lleva por derroteros opuestos, los de los saberes didácticos y las informaciones prácticas. A tal fin fue continuador de dos series anteriores a él: entre 1744 y 1754 produce El jardinero de los planetas, prolongando a su propia manera los pronósticos que con este nombre había sacado Jerónimo Argenti (el conde Nolegar Giatamor). Construye un formato sin apenas astrología —al contrario de Argenti— y sin sombra de torresianismo, que oscila entre un tamaño poco mayor que un Sarrabal o un piscator de Torres y algo más de 120 páginas en el caso más extremo, lleno de curiosidades e informaciones, principalmente geográficas, algo que tampoco había ofrecido Argenti en su serie, de extensión estándar. Destaca su renuncia a todo componente literario y a cualquier hibridación, lo que supone un concepto más coherente y sostenido que los de Ruiz Gallirgos y Horta, esforzándose en encontrar su público en vez de disputar el de otros autores. Moraleja posee una firme convicción en la virtualidad instructiva y valores utilitarios del almanaque y apuesta por ese camino, sin competir con Torres ni fagocitarlo en su propuesta. Otro tanto observamos en la segunda marca que continúa, nada menos que el Sarrabal, del que se ocupa entre 1750 y 1763, hasta poco antes de morir. Él ejercía de escribano en el Hospital General, que gozaba del privilegio exclusivo de esa traducción y, cuando la asume

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en plena decadencia de la franquicia, le imprime un giro radical pasando al tamaño de bolsillo, consiguiendo la exclusividad del calendario de oficios y fiestas religiosas de la corte, y dejando solo mínimos despojos de las predicciones astrológicas. Una cuarta serie, más discontinua, afianza este perfil tipológico, pues también publicó, que sepamos, dos piscatores históricos (1749 y 1752), que servían de complemento editorial a los Jardineros. En el primer caso proporcionó las mismas secciones de calendario (con astrología marginalizada), pero en vez de noticias geográficas añadía listas históricas de papas, reyes, etc.; y en el segundo caso eliminó la parte astrológica y convirtió la sección diaria en una relación de efemérides históricas. Este esfuerzo por no repetir contenidos en sus series y por tantear temáticas especializadas expresa una concepción bien definida del almanaque como vehículo de saberes curiosos para lectores poco instruidos y, sobre todo, la determinación de no transitar las rutas abiertas por Torres Villarroel. En este caso la continuidad avala una favorable aceptación de sus lectores, que no se solaparían probablemente con el público de los almanaques más habituales, ni tampoco serían tantos que absorbiesen una oferta más abundante, pero que abrían un nuevo espacio de consumo, tal vez luego subsumido en otro vehículo más propicio: la prensa periódica, cuya primera ola de expansión y diversificación se superpone a la decadencia de los almanaques. José Iglesias de la Casa sería una rara excepción de continuidad de estos formatos didácticos en una década, la de 1770, que sigue al rápido declive de las manifestaciones más elaboradas del género. Tampoco para la prensa fue la época más productiva, encajonada entre las dos oleadas de crecimiento vividas en los años 60 y los 80. Lo cierto es que los ocho almanaques de temática histórica que produjo entre 1773 y 1782, de larga extensión, ofrecen su propia versión de las efemérides históricas diarias, puestas en versos pobremente rimados y con escasas concesiones a las rutinas astrológicas (se limitan a unos depauperados juicios del año y secciones breves). Es un formato simple, personal y constante durante cuatro años, mientras que los cuatro siguientes cambian a otro distinto con contenidos geográficos descriptivos y una sección diaria más tradicional, sin efemérides, en impresos de tamaño más estándar (64 pp.). Igual que en Moraleja, no hay rastro de los modos torresianos. Retomando la miniserie del Gran Piscator de Caramanchel, de Moraleja, entre las desviaciones cabe contar igualmente un número

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considerable de autores que usaron la estructura creada por Torres Villarroel para envolver la astrología anual en pura literatura jocosa (ya apenas jocoseria, pues acaba no habiendo nada serio en ella), como un artefacto que, o bien parodiaba la astrología, o bien simplemente se encauzaba a agrupar contenidos misceláneos de entretenimiento. Esos seudopronósticos abundan mucho y prueban el amplio grado de aceptación y reconocimiento que el modelo torresiano tiene entre el público. Además de las citadas piezas de Moraleja, se ha recogido en este estudio a otro autor perteneciente a esta literaturización extrema, José Julián López de Castro, aunque para el futuro queda por estudiar también a uno de los más prolíficos y constantes en esta dirección, Francisco de la Justicia y Cárdenas. López de Castro no podía ser más indiferente a la astrología. Era un escritor de entremeses y amenidades misceláneas que durante la década de 1750 encontró en los pronósticos un armazón formal de éxito para colocar tales materiales. La leve estructura de introducción, secciones breves sin astrología y juicio del año perogrullesco en verso suele dar paso, en El Piscator de las Damas, a algún contenido adicional y completarse con un entremés. No imita el estilo de Torres, ni busca su semejanza, pero se aprovecha de lo reconocible de su fórmula. Algunos años hace un diario de cuartos de luna en sentido estricto, con algún poema y efemérides históricas. En paralelo sostiene otra serie titulada El aparador del gusto, de características similares, pero donde el diario se llena con anécdotas, refranes, adivinanzas, biografías de figuras famosas o pequeños cuentos. Recombina, pues, elementos del género con el objetivo de crear una estructura marco para un centón de literatura ligera. Las últimas dos desviaciones acontecen en el plano ideológico. El almanaque no constituye un género de discurso crítico en ninguna de las versiones que se han estado describiendo, menos aún la de Torres Villarroel. En esta tradición abunda un moralismo muy convencional, la sátira de costumbres y a veces alusiones políticas cifradas en los vaticinios judiciarios, pero en esencia un almanaque constata y reafirma el orden, alimentando una concepción cíclica del tiempo y la vida, sin cuestionarla. Por el público y las funciones que tiene, jamás sirvió de arma a una protesta o un pensamiento disolvente. Si en ciertos autores se ven rasgos cercanos a la Ilustración, es en debates científicos o filosóficos de relativo alcance; lo mismo se cita y alaba a Feijoo que se defiende a ultranza la medicina galénica, pero ni lo uno ni lo otro

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Fernando Durán López

suponen desafío a nada, siempre se mueven en la horquilla aceptable y menos incisiva de las discusiones públicas en su tiempo. Las enseñanzas didácticas son igualmente romas y no buscan un público crítico, sino lectores curiosos con aspiración de sabiduría ligera. Al final de este periodo de auge del género, sin embargo, dos autores dan pasos en una dirección más comprometida y por ello mismo sufrieron las iras del gobierno, que los neutralizó sin contemplaciones. El caso del estudiante Francisco Martínez Molés tiene el interés añadido de que practica de cerca el modelo literario de Torres Villarroel. En la segunda y última entrega del Piscator Complutense (para 1756), encubre bajo el expresionismo desmesurado de la ficción introductoria una burla feroz de la escolástica predominante en la Universidad de Alcalá, mientras que sus largos y afilados poemas de las secciones judiciarias esconden críticas al gobierno, sus ministros, los impuestos y los abusos de los poderosos; muchas pullas apuntan contra la abulia del rey Fernando VI y contra el gobierno de Ricardo Wall. Martínez Molés, con las debidas cautelas y envoltorios, plantea una inesperada desviación de los códigos del almanaque torresiano para aprovecharlos como ariete del pensamiento crítico ilustrado. El caso de Bartolomé de Ulloa, figura capital en la crisis política de los almanaques entre 1766 y 1767, es diferente, pero abunda en esta desviación. Él fue el socio capitalista de Torres y su sobrino durante varios años, el librero que compraba por cien doblones los derechos de impresión y venta de sus almanaques, por lo que resulta lógico que, cuando él mismo se da a escribir reportorios, no imite esa fórmula, de la que su circuito de distribución estaría saturado. Sacó tres Piscatores económicos entre 1765 y 1767, que articulan un formato novedoso, solo con levísimos influjos torresianos: elimina la parte astrológica o la transforma en perogrullada y orienta los elementos narrativos y la sección diaria hacia un discurso crítico sobre la economía de Madrid, el comercio, los abastos, los monopolios, la limpieza urbana, la agricultura… Ulloa aproxima los contenidos a lo que podrían ser artículos de un pensador periodístico, con elementos críticos, ya no didácticos. La revolución tipológica más audaz, que también lo aleja de la tradición almanaquera y lo aproxima al territorio de la prensa, llega en 1767, cuando saca su pronóstico solo para el primer cuatrimestre y anuncia, si funciona la idea, entregas sucesivas hasta completar los doce meses. No hubo ocasión, porque Campomanes se indignó con sus críticas de los abastos, bajo la inquietante sombra del motín de Esquilache, e hizo secuestrar la tirada.

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El experimento se cortó en seco, como la carrera pronostiquera de Ulloa y la de otros ese año fatídico. Pero el librero había probado que el género era versátil y albergaba potencialidades también como instrumento crítico; es decir, que había en él más que el legado de Torres, el cual por entonces mostraba síntomas de desgaste, pues en la década de 1760, salvo por él y su sobrino, la fórmula original es escasamente frecuentada y proliferan más sus desviaciones que sus variaciones. Las rutas didácticas parecían entonces las más prometedoras (salvo por tener que competir con la prensa, como ya se ha apuntado) y es probable que, incluso sin la relativa prohibición del 67 —otra súbita discontinuidad que acelera el cierre de este ciclo torresiano—, la herencia del salmantino hubiese ya alcanzado sus límites biológicos. En términos de relato histórico siempre queda más airoso ser prohibido que extinguirse uno solo, y si al golpe propinado por Campomanes sumamos la edad terminal de Torres y la muerte inesperada de Isidoro Ortiz a fines de 1767, tenemos tres azares combinados que, sin embargo, no producen una discontinuidad, sino solo la aparentan, pues el tiempo del Piscator llegaba de todas formas a su fin anunciado. Una nota llamativa de los procesos imitativos del estándar torresiano que he descrito es que, salvo en los primeros momentos (León, Arias…), pocos almanaqueros reproducen el desbordamiento de la máscara autorial, arrogante, autobiográfica e invasiva que caracteriza a Torres y es su sello distintivo. Las versiones más tardías normalizan la estructura como un vehículo neutro donde el yo del autor está más contenido o directamente queda oscurecido, manteniendo solo gestos y clichés característicos. Isidoro Ortiz tiene más difícil salirse de ese cauce, por estar abocado a encarnar una marca, digámoslo así, «familiar», pero eso supone ya una cierta excepción. No hay mejor prueba de la colectivización del formato y la domesticación de las audacias formales y autoriales —no ideológicas— que marcaron su origen. Pero incluso habiéndose desvinculado de la identidad ostentosa de su creador, la fórmula no lo sobreviviría. La inflexión de 1767, que precipita y condensa muchos cambios ambientales, hará que los almanaques se arrinconen de nuevo en áreas marginales y menos creativas. En el último tercio del siglo hay escasa continuidad o renovación de los formatos, el siguiente capítulo de esa historia será muy distinto, con perfiles mucho más romos y colores más pálidos, pero aún está por estudiar como se debe.

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FRANCISCO LEÓN Y ORTEGA: PRONÓSTICOS «ENTRETENIDOS» Y UNA CODA CERVANTINA María Dolores Gimeno Puyol Universitat Rovira i Virgili

Profesor y almanaquista, entre Barcelona y Madrid El único dato personal que trasciende de Francisco León y Ortega es su condición de profesor de Filosofía y Matemáticas de «la Academia de Barcelona», que figura destacada en las portadas de sus pronósticos. La Real Academia Militar de Matemáticas de Barcelona desarrolló su actividad desde 1720 a 1803, centrada en dotar de conocimientos científicos a los oficiales del ejército: sus programas incluían todas las asignaturas asociadas a las matemáticas puras y las mixtas, entre ellas la Astronomía (Díaz Capmany, 2010: 59), y estuvo dirigida entre 1738 y 1779 por el insigne matemático Pedro Lucuce (Carrillo de Albornoz, 2016: 187; Alcaide González y Capel Sáez, en línea). Por todo ello adquirió justo prestigio, ejemplo de institución moderna, especializada y aplicada a la formación profesional, en un momento en que empieza a cuestionarse el modelo representado por las universidades tradicionales, aunque solo estas podían conceder grados. El término ‘profesor’ se incluyó en el primer diccionario académico como «El que ejerce o enseña públicamente alguna facultad, arte o doctrina» (1780). Al indicarlo respecto a la Filosofía y las Matemáticas en ese lugar, el almanaquero pretendía certificar su capacidad para los cálculos astronómicos ante los doctos, pero también ante el público general, además de que con esta fórmula recordaba la de Torres Villarroel y su grupo avalando sus almanaques desde la reputada Universidad de Salamanca. Sus pronósticos astrológicos aparecieron entre 1733 y 1746, con una producción documentada de diez. Los ocho primeros fueron consecutivos hasta 1740; y tras una interrupción, el autor reapareció con otros dos en 1745 y 1746, tal como comentó: «todos estos años pasados, en

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que he estado echado al carnero del silencio, sin decir ni por descuido esta copla es mía» (1745: 2). No constan otras obras suyas en los principales catálogos.1 No utiliza ninguna imagen gráfica particular; y la que figura en las ediciones barcelonesas (fig. 1) es la genérica y muy extendida de una mano que sostiene el compás, atributo del astrólogo, y otra con la esfera armilar, enmarcadas las dos entre el Sol y la Luna (Álvarez Barrientos, 2020: 25). Tampoco inventó ningún seudónimo como piscator, pero acabó funcionando como tal el título de su primera obra, El prognóstico entretenido, usado como antetítulo entre 1734 y 1740 e integrado en el penúltimo: Oráculo astrológico, pronóstico entretenido, diario de cuartos de Luna, con los sucesos elementares y políticos de la Europa para este año de 1745. Lo constataba ya en la segunda censura Carlos de la Reguera: «A los lectores les prevengo que este año se les introduce el Entretenido o Entretenedor (para explicar el hispanismo), y mete su cucharada con el nombre» (1734: s. p.), y de esta manera el censor lo bautizaba ante el público tanto por sus virtudes autoriales y textuales como por sus efectos en los lectores, con una explicación filológica que recordaba la del Diccionario de Autoridades.2 Su último pronóstico conocido, el de 1746, constituye un proyecto diferente en el que adopta el referente quijotesco titulado El D. Quijote astrológico y su vida (fig. 2). A pesar de su probable vinculación profesional a Barcelona, los almanaques de León y Ortega se imprimieron en Madrid, cuya Vicaría encargó las censuras, y donde también se despacharon.3 Sus cinco primeros títulos, entre 1733 y 1737, los imprimió Antonio Marín, cuya imprenta estaba entre las de mayor envergadura en la corte y desde 1728, editaba los exitosos almanaques de Torres Villarroel.

1  No aparece ni el Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico (CCPB) ni en los catálogos de la BNE y de la Biblioteca de Catalunya. 2  Entretenido: «Vale también chistoso, alegre y de genio festivo y placentero; y así del que gasta buen humor, con el cual entretiene y divierte a otros se dice que es hombre entretenido. Es hispanismo, pero comúnmente usado». Entretenedor: «El que se ocupa y divierte y se entretiene en hacer alguna cosa, si bien con más propiedad se dice del que divierte y entretiene a otro» (Diccionario de Autoridades). 3  No se publican las correspondientes al almanaque de 1746, que aprobó el franciscano fray Féliz de la Puebla: expediente de aprobación en AHN, Consejos, 50641 (Aguilar Piñal, 1978: nº 505).

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Fig. 1. Francisco León y Ortega, Almanak, pronóstico y diario de cuartos de Luna para el año de 1733.

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Pero el destierro del salmantino a Portugal en octubre de 1732 suponía interrumpir el boyante negocio, por lo que el editor bien pudo buscar en el profesor de Barcelona un sustituto para ese nicho de mercado.4 El primer almanaque fue anunciado en la Gaceta de Madrid como «El piscator entretenido, su autor don Francisco de León», puesto a la venta en la librería de Juan de Moya, el distribuidor de Marín, y reimpreso el mismo año en Barcelona por Joseph Teixidor —o Texidò—, «impresor del Rey», miembro de una familia barcelonesa de impresores y activo entre 1722 y 1763. La práctica de reimprimir las ediciones madrileñas venía de Torres Villarroel, y en su supuesto sucesor está constatada en esa primera de 1733 y en las de 1734 y de 1736. Ello comportaba algunas variaciones, adaptadas a los gustos de los lectores catalanes, como la indicación del santoral, e incluso la sección añadida «Días de los nacimientos de rey, reina, príncipes y princesas de la casa de España» (1734: 63-64).5 La segunda mitad de su producción, otros cinco pronósticos, apareció casi sucesivamente en cuatro imprentas diferentes, con lo que León y Ortega quedó bien instalado en el panorama editorial de la capital: Lorenzo Francisco Mojados (1738, 1740), Manuel Fernández —que también era librero— (1739), Gabriel Ramírez (1745) y Francisco Manuel de Mena (1746). Este último vendía sus propias impresiones a la entrada de la calle de las Carretas, a la que se accedía por la Puerta del Sol, pero los demás títulos los distribuyó Juan de Buytrago, en su librería de la calle de la Montera. Mojados solo incurrió con él en el mundo de los almanaques, a diferencia de Marín y los demás.6 Como 4  Torres Villarroel, que comenzó como almanaquista con los herederos de Gregorio Ortiz Gallardo en Salamanca en 1718, pasa a hacerlo en Madrid en 1723 con diversos impresores (Gabriel del Barrio, 1723, Juan de Ariztia, 1724) y desde 1728 con Antonio Marín, según se deduce de su aparición como personaje en la «Introducción» a ese año, y de los pies de imprenta de 1729 y 1731. En sus dos años y medio de destierro, a los que alude vagamente en su Vida (205-206, 211), publicó en Coimbra (1733-1735), y al regresar, volvió a hacerlo en Salamanca. Años después, el almanaque de 1755 lo imprimió de nuevo Marín. 5  Texidó reimprimió los almanaques torresianos para los años de 1728-1732, consignándolo con la fórmula «Impreso en Madrid y reimpreso en Barcelona», lo que no se indica en el caso de León y Ortega, aunque las portadas eran idénticas. De este se incluían las censuras —las de Torres no—, pero se omitían los demás paratextos legales, tal como sucedía en las reimpresiones. No está localizada la edición madrileña de 1736. 6  Antonio Marín ya en los 50 editó a Francisca de Osorio (1756) y a Pedro Jiménez Fernández (1759); y Gabriel Ramírez, de nuevo a Osorio (1757, 1758), a Ignacio José

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para el primer título, la Gaceta anunció la venta de los siguientes en noviembre o diciembre del año previo al nuevo que pronosticaban.7 En el total de diez títulos firmó justo cinco dedicatorias. Por orden, a Luisa Margarita de Lacombe y Burdó (1733); a la marquesa de Aytona (1737);8 a Francisco Lobato y Ocampo, secretario de S. M., del Consejo de Hacienda y tesorero general (1739); a Luisa Romero, esposa del I marqués de Ustáriz (1740);9 y a Ambrosio Agustín de Garro, tesorero del Cardenal Infante, la única fechada, el 18 de diciembre de 1744.10 En los citados predominan los altos funcionarios o nobles del entorno cortesano, a quienes el autor se dirige con hipérboles tópicas, glosando la dimensión pública que conocía de cada uno, seguramente en busca de su mecenazgo en la capital: «conociendo la esclarecida persona de V. E., bien que entre los lejos del hermosísimo retrato que tiene formado la universal idea de sus perfecciones» (1737: s. p.), confesaba a la marquesa de Aytona; «solo hemos tenido la fortuna de ver el retrato de V. S.» (1740: s. p.), decía de la marquesa de Ustáriz. Sin embargo, en dos de los casos alude a una ayuda concreta ya otorgada, y ahí el propósito se transformaba en una sincera muestra de agradecimiento, como hizo con la primera dedicataria y su marido:

Serrano Palacios (1758), La insigne fiesta de los toros (1761), Diego Antonio Cernadas y Castro (1762) y Ángel de Fábrega (1764). 7  Los anuncios fueron publicados en las siguientes fechas: 23-XII-1732, 8-XII-1733, 23-XI-1734, 22-XI-1735, 4-XII-1736, 12-XI-1737, 25-XI-1738, 15-XII-1739, 22-XII-1744 (recogidos por la base de datos NICANTO, dirigida por Jean-Marc Buiguès, Université Bordeaux-Montaigne); el del último título en el número de 7-XII-1745 (p. 404). 8  María Teresa de Moncada y Benavides (1707-1756) era otra noble del entorno cortesano, hija y heredera en 1727 del VI marqués de Aytona, quien fue premiado como ayudante real de Felipe V por su lealtad en la Guerra de Sucesión; se había casado en 1722 con el heredero del ducado de Medinaceli (Larios de la Rosa y Abendea Solís, en línea). 9  Casimiro de Ustáriz —o Uztáriz— Azuara (1699-1751), que obtuvo el marquesado en 1729, era académico supernumerario desde 1728 y de número desde el 24 de octubre de 1730, en que tomó posesión de la silla E. Se le encargó la redacción de la letra «N» del Diccionario de Autoridades, que no completó, dedicado a otros empleos políticos y militares (RAE, en línea; Andújar Castillo, en línea). 10  Ambrosio Agustín de Garro, además de tesorero del Cardenal Infante, fue asentista y aprovisionador de víveres para el ejército; casó con Josefa María Arizcun, hija del II marqués de Urbieta, cuya familia estaba muy asentada en la corte, y ambos procedían de entornos de comerciantes y financieros (González Enciso, en línea).

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Los favores que debo a V. S., y al señor don Joseph Cabezón y Sessé, que tiene la gloria de ser su esposo, me constituyen en las últimas y las más urgentes obligaciones de agradecido. Yo tengo la mitad del buen pagador, que es confesar la deuda: no es poco, señora, para el tiempo en que estamos, en que es tan ordinario negar la deuda para salir de la obligación (1733: s. p.).

Y con Lobato y Ocampo, que le había dispensado un «pronto favor» de tipo económico (1739: s. p.). No se incluyeron las dedicatorias en las ediciones barcelonesas, tal como sucedía en las reimpresiones —Texidò omite también las de Torres Villarroel—, y no la hay en el último título. En cambio, en los primeros fue su editor Antonio Marín quien se encargó de halagar a dos personajes, sin duda con la intención de poner su negocio bajo buenos auspicios: la condesa de Fuenclara y el conde-duque de Aliaga en los de 1734 y 1735, respectivamente. En el de 1738 la dedicatoria iba a cargo del citado librero Juan de Buytrago para Lorenzo Ferrari Porro, conde de Cumbre-Hermosa. Autor y agentes editoriales, en fin, se esmeraron de forma intermitente en sus distintos cometidos, conocedores del contexto, muy madrileño, donde la masa lectora era mayor, ampliada con las reimpresiones barcelonesas. León y Ortega, que era matemático, se sentía un «astrólogo tenaza» (1733: 8), un intruso, tal como dice en su primer pronóstico: Si prometo serenidad o lluvia abundante y no la hay, ustedes son los mentecatos, pues la esperan de quien no puede darla. Si hay truenos en el papel y no en la región, no hay que tratarme de borracho, que no ha de tronar en todas partes. Cuando escuchen mis juicios háganse la cuenta de que oyen a un curandero, a un saludador o a un alquimista (8).

Esta confesión festiva tenía que ver con las predicciones naturales, que el gremio astrológico deducía de los cálculos planetarios, mientras que ahí él las relativizaba seguramente consciente de su falta de preparación específica, traspasando el límite de las bromas prologales al uso. Asimismo, estaba al tanto de la controversia que suscitaba la astrología entre los doctos, cada vez más desvinculada de la astronomía (Durán López, 2021: 24). Así, al debutar como astrólogo, se preocupó por exponer sus ideas por boca del protagonista del almanaque en un debate con unos diablos que aparecen en su cuarto. Una extensa réplica suya reflexiona sobre las predicciones judiciales y las naturales, que

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sistematiza asociándolas a cuatro géneros de efectos procedentes de sendas causas: […] es verdad que son inciertas las imaginaciones de los hombres, pero ponen a Dios sobre sus pensamientos; y por haber pretendido vosotros poner los vuestros sobre Dios, pegasteis de costillas en el abismo. En cuanto a lo venidero, aunque con alguna diferencia, son de la misma manera conjeturales los conocimientos de los hombres y los de los ángeles. Bien sabemos acá que hay cuatro géneros de efectos, los primeros proceden de las causas necesarias, que no pueden ser impedidas naturalmente, como los aspectos de los cuerpos celestiales, los eclipses de los luminares y otras cosas de este género, y estos los conocen con certidumbre los ángeles y los astrónomos. Los segundos proceden también de las causas naturales, pero muchas y varias, cuyo concurso puede ser impedido por otras causas; de este género son las lluvias, tempestades y terremotos […]. Los terceros son los que dependen del albedrío humano, como son los homicidios y otras buenas y malas acciones […]. Los cuartos son mixtos de necesario y libre, porque su causa es la voluntad de los hombres, a que se añaden algunas cosas exteriores que los inclinan, como son los temperamentos de los cuerpos, la complexión del aire y otras muchas cosas (1733: 13-14).

Se lee ahí una defensa de la validez científica de la astronomía, de las causas naturales y del libre albedrío, junto a sus límites, en un intento de acomodarse a lo que Durán López denomina el «consenso tridentino» (2021: 11), es decir, a sortear el conflicto teológico que planteaban las adivinaciones, puestas en tela de juicio por el Concilio de Trento a finales del siglo xvi y que condujeron a un desprestigio progresivo de la astrología en las dos centurias siguientes. Luego en la práctica las predicciones que siguen contienen todo tipo de futuribles sociales y políticos, desplegadas por extenso en el juicio anual y en los estacionales, y más breves en las distintas fases lunares, en las que hay una presentación en prosa a la que siguen poemitas a menudo dictados por distintos personajes con nombres entremesados, como estilaban Torres y los otros almanaqueros: Odios y rencores por mujeres. Pueblos descontentos por los jueces nuevos. Amenaza la pérdida de una escuadra marítima, que vuelve destrozada de enemigos encubiertos, según dijeron el Cojuelo y Zambullo. Infeliz embarcación, tú no adviertes el escollo,

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ciega estás a la traición, pues cuando vas por el bollo, vienes por el coscorrón (1733: 30-31).11

La ficción enmarca todo el primer pronóstico, y como ficticio hay que leerlo, según se desprende de lo que los demonios han afirmado al final de la «Introducción» antes de dictarlo: «para que veas que no erramos tanto como los astrólogos de acá arriba, aunque son inciertos también nuestros juicios» (15). Las predicciones naturales, en cambio, según se acostumbraba, aparecen separadas junto al cálculo de cada fase lunar, más algunas referencias escuetas en algunos de los días del mes —«8 [abril] miércoles, S. Dionisio Arzobispo. Nublo» (34)—, en un intento de distanciarlas de las judiciarias. Este esquema se mantiene invariable en los pronósticos siguientes hasta 1740, aunque desde 1738 los editores posteriores a Marín prescinden del santoral, y ya en 1745, al reaparecer como el Oráculo astrológico, la parte diaria se redujo a los cambios lunares, sin más informaciones que las horas de la aparición y puesta del astro y su posición zodiacal. Los censores reputaron inofensivos sus pronósticos dado su tono burlesco e irónico con las predicciones, y en general lo valoraron como poeta, como se verá. Aunque en el ejemplo anterior de 1733 apareciese una crítica velada a los jueces, que en el mismo pronóstico se hace extensiva a otras instancias o sujetos, siempre de manera enigmática y jocosa. Quien más censuras emitió, todas a excepción de 1745, fue el mencionado Carlos de la Reguera, jesuita, maestro de Matemáticas en el Colegio Imperial y un habitual del género, como comentaba con sorna: «Y ya que han dado en hacerme (y no sé por qué) regidor de pronósticos» (1733: 4).12 Su compañero en la Compañía y de docencia, Gaspar Álvarez, realiza las mismas entre 1735 y 1740. Las censuras para 1745 las firman dos basilios, fray Tomás de Frutos y el padre Cayetano de Hontiveros, ambas muy breves y fechadas en Madrid el 14 de diciembre de 1744, día de San Basilio Magno.

11  Las citas del pronóstico para 1733 a partir de aquí se corresponden con la reimpresión de Barcelona, que ha sido la manejada en primera instancia. 12  De la Reguera también aprobó la edición de 1737, expediente en AHN, Consejos 50632 (Aguilar Piñal, 1978: nº 433; 1989: nº 719). La edición de 1734 de Barcelona contenía la misma censura suya de la edición madrileña, aunque con diferente data, y omitía la segunda de Salvador José Mañer (23 noviembre de 1733).

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De imitador de Torres a creador de un estimable proyecto literario Francisco León y Ortega, aunque no surgió de la prolífica esfera salmantina ni confesó en sus paratextos el magisterio de Torres Villarroel, adoptó su esquema y su tono burlesco, tan exitosos ya en los años 30. Sus almanaques contienen las mismas partes, con un prólogo a los lectores y una introducción literaria en prosa previa al juicio del año, y así Durán López (2015: 59-62) lo cataloga entre sus «Seguidores y remedadores», e incluso lo considera «su más acabado imitador» (59), siempre cómodo con su fórmula, y de ahí, uno de quienes intentaron aprovechar su destierro para reemplazarlo. De hecho, planearon sobre él rumores de plagiarlo, que recoge Gómez Arias en el prólogo a su almanaque para 1736, El palacio de Plutón y templo de Proserpina, aunque los desmiente criticando con ironía la bisoñez de sus predicciones, bien lejos de las del maestro: A lo menos en este puedes decir que su autor ciertamente es D. Gómez Arias. En los demás ni aun el diablo con su saber penetra los autores, siendo así que los más de ellos traen erradas las conjeturas, y sin proporción en nada. Este llamado el Prognóstico Entretenido que han reputado por el de Torres es un error muy manifiesto, pues este le han compuesto cuatro arrapiezos de las estrellas, y todos no valen un pito (1736: s. p.).

Fue luego objeto de una acusación de Antonio de Villarroel, director de la imprenta salmantina de Santa Cruz en 1738-1749 e impresor de Torres, de publicar de manera pirata en su nombre: «el pronóstico de Alejo de Torres y otro de don Francisco de León que se vendieron por de D. Diego de Torres en los años de 1731 y 33 de su destierro, no son suyos, ni otros papeles que salieron con nombre de estos autores, que ambos son anónimos».13 Estas confusas palabras pueden aludir no a un plagio o impostura estrictos, sino a la competencia que supusieron los imitadores del Gran Piscator de Salamanca, cuya pericia les permitió instalarse en el apetecible mercado de los almanaques en su ausencia. A ese efecto, e incidiendo en lo dicho, el impresor Marín tal vez sugirió a León y Ortega que imitase al maestro.

13 

La acusación, de 1738, es citada por Mercadier (en Durán López, 2015: 59, n. 2).

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En efecto, las introducciones a sus almanaques se parecen a las de Torres, con gran consistencia en el tratamiento de los elementos narrativos, centrados en un astrólogo, encarnación del autor, que refiere en primera persona las circunstancias de composición del pronóstico que irá a continuación, después de interactuar con diversos personajes. Además, el conjunto de las narraciones ofrece variedad en los enfoques temáticos, y con ello exhibe dotes y ambición literaria, que se concreta en tres tipos de trama: las de ambientación esotérica, las mitológicas y las realistas de ambiente contemporáneo. No obstante, repitió o reutilizó situaciones o escenas, por oficio o por necesidad. En cuanto al estilo, exhibió marcas recurrentes, que también lo emparentan con el torresiano: léxico barroquizante, nombres ingeniosos y alusivos, exageraciones…, para describir lugares o, sobre todo, personajes, entre los que destacan los entremesados o grotescos, incluso en entornos mitológicos, que se comentarán. La intención era entretener, tal como pregonaba cada título y se hacía explícita en los prólogos correspondientes, jocosos y llenos de tópicos al uso: falsa modestia o petulancia, embustes astrológicos, trivialidad inofensiva... En todos se dirige al público, desde el primero, «Prólogo a los lectores cándidos, verdinegros o abigarrados», donde se confiesa «Carpintero de coplas y confitero de villancicos», ahora convertido en «astrólogo», «espiritado del embuste», un «oficio de faranduleros y tramposos» como otros tantos (1733: 1). Los títulos de los demás prólogos dejan entrever el tono semejante: «Prólogo al que leyere» (1734), «A los lectores» (1735, 1736), «Prólogo a los lectores de esquina» (1737), «Prólogo a unos y a otros» (1738), «Prólogo a tales y a cuales» (1739), «Prólogo a los lectores leídos y deletreados» (1740), «Prólogo a todo el mundo» (1745) y «Prólogo al lector caro o barato, como se fuérede o como se viniérede» (1745). Hay, en fin, una coherencia en el tono burlesco, que, con ironía e implícitamente, ponderó el sagaz De la Reguera en su cuarta censura: […] y parece consecuencia de los antecedentes que otros años ha dado al público el que este no se quede el año que viene sin este Entretenimiento, pues aunque este género de escritores se juzga que no están obligados a guardar mucha consecuencia, yo juzgo que sí la guardan: ellos pronostican siempre del mismo modo y mienten siempre lo mismo […] (2-11-1735; 1736: 7).

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Y si bien León y Ortega pudo aprovechar la ausencia del Gran Piscator de Salamanca para aparecer en 1733 usando su fórmula, acabó creando una propia, sistemática y seriada, sobre esa base. Que el primer pronóstico no incluya un título alusivo a la trama de la introducción literaria pero sí los siguientes parece indicar que el proyecto sobrevino enseguida, con el segundo. La regularidad y continuidad de la serie le otorgaron el conocimiento y reconocimiento de los lectores, e incluso la valoración de críticos tan severos como el jesuita, quien, enmendando críticas anteriores, acabó por aplaudir su habilidad literaria: He visto el Pronóstico Entretenido […] compuesto por Don Francisco León y Ortega, bien conocido ya entre los aficionados por este género de composiciones, y acreditado en los aciertos, ya que no de la Astrología, porque esa no la tiene si no es por contingencia, en los de la pluma, en donde su indisputable habilidad los asegura ciertamente (7-11-1739; 1740: s. p.).

La temática que desplegó en un total de diez títulos y a lo largo de algo más de una década ofrece, sin duda, variedad. Las tipologías indicadas se concretan por años del siguiente modo: las que presentan tipos estrafalarios y esotéricos (1733, 1734, 1745), las asociadas a la mitología en torno a la musa Urania (1738, 1739) y las que muestran espacios realistas y contemporáneos de sociabilidad (1735, 1736, 1737, 1740). Su último título, el Don Quijote astrológico (1746), es parte de un nuevo proyecto, con un formato diferente al resto, pero recrea justas astrológicas entre sus personajes, que remiten también a un modo de intercambio literario, aunque del pasado. Cada temática se puede vincular a distintos referentes literarios, habituales en el repertorio de los almanaqueros.14 Las dos primeras recrean una ambientación muy frecuente en los almanaques: un astrólogo pensativo en un cuarto destartalado, y, además siguen un esquema similar en la secuencia de acciones, con el estilo perdulario torresiano.15 Además, el aspecto o condición del protagonista son deplorables, lo acompaña alguien similar a él, y les sorprenden 14  León y Ortega ofrece un amplio repertorio de personajes vinculados con el más allá, que, aunque formasen parte de las creencias populares, se hallaban tratados en géneros populares como la farsa o el entremés, géneros que funcionaban como avales del nuevo de los pronósticos literarios (Gimeno Puyol, 2020: 35). 15  Álvarez Barrientos vincula los espacios mugrientos de estas introducciones a la «condición heroica» del trabajo intelectual y al «modelo melancólico del héroe virtuoso para prestigiar su actividad» (2020: 110).

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extraños visitantes relacionados con el más allá, todos retratados por extenso. En la primera «Introducción» (1733: 9-15) se halla «a la luz de una roñosa candileja» (9) en noviembre, mal vestido y sucio: Embutido en el calabazo de la chola en una vasera de paño burdo ratonado y seboso, que a esto se reducen los calzones de mi calvaria, retirado a la covachuela de medio balandrán con que suelo albardar mis lomos, y engolillada la cintura con un farrapo, lleno de los palominos del celebro, que unas veces me sirve de cincha y otras de chirrión para sacar la marea de las narices […] (9).

En El prognóstico entretenido y doctor duende siguiente («Introducción», 1734: 1-7), yace en un mísero lecho, fundido con su dolida anatomía, lo que describe con prolijidad: Montados los jamones en la maldita cabalgadura de una tarima cojitranca, sin más albarda que un jergoncillo desvandujado [sic], compuesto de lomas, bollos, tarugos, riscos, tumores y juanetes, estrujados los lomos, mordidas las ancas, regañando el costillaje, gruñendo el espinazo, escocido el cogote, remachados los dos cojinetes de las asentaderas, y todo mi cuerpo entre galeote y disciplinante, estaba yo una de estas noches en un aposento zurrón, porfiando por llegar a sorberme tres o cuatro azumbres de la carraspada del fuego […]. Así estaba yo todo embutido en los cuévanos de mi imaginativa, cuando a la luz morriñosa de una candileja que se sustenta lo más del tiempo con enjundia de moscas y manteca de olla de nabos, y que metida en el hueco de un retazo de cornamenta (tintero jubilado) estaba ardiendo sobre los desollones y mataduras de un miserable taburete […] (1734: 8-9).

En ese ambiente degradado el primer acompañante es un estudiante al que el astrólogo protagonista enseña anatomía, «perrillán portajeringa, de entendimiento churro, aprendiz de jifero y sotacómitre de las galeras de un hospital» (1733: 9); el siguiente es el «marrano de mi compañero el sopista» (1734: 8), que ronca. A los primeros los visita «un hombrecillo entre vejete y arlequín» (1733: 9), espantoso y violento, cuyos ruidos parecen de «algún regimiento de diablos» (11) con los que tiene trato; y después el ama y un exorcista gallego, quienes convocan a unos diablos —antes aludidos—, los cuales, considerándose más preparados, se ofrecen a completar los cálculos astrológicos del piscator: «nosotros te diremos nuestras conjeturas y puedes acabarlo»

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(15). En el segundo caso, el visitante es un médico pestilente y desproporcionado, el «Doctor Jeringa», que se acuesta con los moradores y les prescribe remedios —con la consabida sátira— y que resulta ser un duende o trasgo que vive en el desván superior y que también ofrece su ayuda al que llama, peyorativamente, «cachi-astrólogo». Si para Francisco Arias Carrillo de Albornoz —segundo censor del primero— el recurso era una «ingeniosa diablura» (1733: 6), De la Reguera lo reprobó por manido: «tiene no solo el diablo en el cuerpo, sino muchos diablos, porque se ha endiablado voluntariamente, juzgando que le tiene cuenta para sus embustes» (3); y en el siguiente, ironizó sobre las habilidades literarias y adivinatorias del autor a partir de sus mismos neologismos: «los hechos de cachi-astrólogo, cachi-poeta, cachi-médico, cachi-duende o cachi-diablo, que todas son términos sinónimos […] porque todo es uno, y desde no sé dónde enreda, parla, poetiza y mete ruido, que son todas habilidades de los trasgos o duendes» (1734: s. p.). El efecto burlesco se basa, pues, en ambos casos en la interacción entre seres estrafalarios, retratados de modo prolijo, a base de enumeraciones —series de nombres con complementos preposicionales—, calificativos rebuscados y prefijaciones o sufijaciones particulares, pero con coherencia significativa. El diálogo pudiera aligerar esa prolijidad si se destacara cada intervención con la puntuación conveniente, lo que jamás sucede, en el párrafo único que conforma cada relato, siguiendo los usos tipográficos en impresiones populares. Los tres títulos inmediatos se desarrollan en distintos interiores de sociabilidad del momento, pero con diferentes ubicaciones de partida: una tertulia de botica, un corral de comedias y una taberna o «Gabinete de Baco»; también en el de 1740, que recrea un sarao de damas. De modo muy gráfico, todos enumeran personajes de procedencia heterogénea, caracterizados por sus nombres y dedicaciones, que mantienen conversaciones superficiales, con lo que componen cuadros jocosos y también críticos. El prognóstico entretenido y asamblea de los políticos de botón gordo… («Introducción», 1735: 1-6) comienza in medias res en una botica, «una de las asquerosas pastelerías de Avicena» (1735: 1) donde se reúnen «cinco o seis mamarrachos, que estaban gobernando la Europa desde los bancos de la tienda» (2): un maestro de barbero, el sargento Mosquera, un «hidalgote» de la Alcarria, y un «medio estudiante» «Doctor de Somonte» (2), además del boticario Campomanes y su mancebo, todos descalificados con una interminable lista de apelativos grotescos, desde «tropa de estadistas lanudos» (1) a «políticos

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de botón gordo» (2) —de ahí el título—. «Todo era greguería, trápala y barahúnda, sin entenderse los unos a los otros» (4), afirma el narrador, quien pone paz. Él mismo se integra en la trama, reconocido como autor del Pronóstico entretenido del año anterior, un truco cervantino que le inviste de autoridad y verosimilitud, requerido por los tertulianos para exponer las predicciones anuales. La entrega de 1736, El prognóstico entretenido y corral de comedias («Introducción», 12-18), vuelve a la sordidez del cuarto, ya que presenta por extenso al astrólogo revolviéndose en un catre más «potro» que «lecho» (12), muy desazonado por no tener listo aún su pronóstico, lo que expresa con una serie de interrogaciones retóricas. Iluminado por la idea de inspirarse para sus predicciones políticas en un corral de comedias, «que allí hay botarates de todos los jaeces» (1736: 13), la acción describe ahí una asamblea tan desatinada como la anterior, presidida por Chamblitas, «un tunante de Alcalá» (14) que discute también sobre la guerra europea con un cabo de escuadra y un maestro de albéitar. Sigue una segunda tertulia entre un corrillo de poetas, plagada de alusiones a los clásicos: uno «algo bermejo» (16) que defendía la superioridad de La vida es sueño, un dramaturgo que prefiere El guante de doña Blanca —de Lope de Vega— y que estaba escribiendo la comedia Los bigotes del gran señor, otro lampiño escritor de versos y un sopista don Gil «más enamorado que Amadís de Gaula» (17) o «desventurado Don Quijote del amor» (18). Todos estos «embusteros de profesión» (18), procedentes de variados sectores sociales, serán sus ayudantes en el pronóstico, con lo que León y Ortega se aproxima a la «despectiva y displicente mirada de la crítica ilustrada» hacia el público del corral de comedias (Romero Ferrer, 2020: 90).16 En El prognóstico entretenido y gabinete de Baco —«Introducción» (1737: 1-8)— el astrólogo se presenta hambriento y pensativo, evocando con «glotonería metafísica» (1737: 1) cenas famosas, las de Baltasar y de Cleopatra, cuando «a la puerta de mi jaula» aparece don Clister de Anzules, «familiarísimo mío» y «estrambótico visitador» (2); su extenso retrato prodiga juegos de palabras e hipérboles sin fin, degradantes

16 

Romero Ferrer (2020: 80-82) ha analizado seis almanaques que ofrecen una mirada «costumbrista» al mundo teatral del momento, situados en el contexto madrileño, siendo el primero el de León y Ortega para 1735, seguido dos décadas después por López de Castro (1753), Torres Villarroel (1754), Pedrosa Hefredo (1757) y Romero Martínez (1759, 1762).

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en extremo pero menos escatológicas de lo que connota su nombre, con el referente quevedesco hecho explícito: «La nariz más gruesa que entendimiento de rico, tan ancha que le venía estrecho lo de Érase un hombre a una nariz pegado» (2). El protagonista es saludado como don Aguirre, con «vascuences arreos» (3), y es que la ausencia de seudónimo facilita asumir esa máscara. Juntos se encaminan a la anunciada taberna o «gabinete de Baco», para tratar de paliar su hambre. Lugar poblado de seres estrafalarios, primero encuentran a «un hombre cerdo, con más cabeza que un enano, la frente más estirada que un hidalgo de ciudad, las cejas entrepeladas y sin pelo, los ojos más vivos que un vale sin pagar» (4), el «pastelero» Madrigal con ínfulas de hidalgo; y enseguida aparecen tres habituales: un alabardero, cuya locuacidad ebria impregna a sus oyentes, que han de embozarse «porque nos pareció que llovía mosto»; y dos «usías», retratados con el mismo estilo que los anteriores, con hábiles juegos de palabras: Era el rostro de don Esculapio mestizo de dogo y murciélago, lleno de torturas y cavernas, de modo que la vista, andando por su cara, a cada paso daba un traspié, siendo menester aguja de marear para caminarla. Don Gestas estaba con un semblante de mal ladrón, desempeñando su nombre, cuya faz se registraba por esdrújulos, porque era ética, física, fétida y lánguida, sembrada toda de peleonas esgrimas y guerras civiles (6-7).

Se sucede un crescendo de acciones disparatadas propiciadas por la embriaguez: los usías proveen a los dos hambrientos de un hueso de tocino para chupar o roer; el alabardero pide «medio livio», que se presta al equívoco culto; los usías hacen la barba al narrador y su amigo; y, en fin, todos entablan un acalorado diálogo astrológico al aludir al «Piscator de Castilla», es decir, Gómez Arias, crítica de vuelta a la de que este propinó el año anterior al «Entretenido», sobre la que él se yergue jactancioso con las ironías de sus personajes, lo que propiciará que se identifique después y comience su juicio ayudado por ellos: No hay que hablar mal de los piscatores (añadió con palabras de sapo el alabardero) que diz que anda por ahí un Entretenido, que es una gloria, y aunque no entiendo mucho del caso, basta entender de albardas para entender de almanakes, y es cosa güena. Este es (repuso don Gestas) el que más me gusta, pues nada acierta, pero lo yerra todo, es verdad, que es con gracia. Aunque no sé leer (dijo Madrigal) como es tan gracioso, me río a chorros, y a este, en fin, le tengo en casa. Pues un cuajarico y una mano

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de vaca (volvió a decir el cocinero de albardas) le daría yo si le conociera al momento, con sus dos enjuagaduras de clarete (7).

Tanto desatino tabernario provocó la reprimenda de los circunspectos censores, que parodiaron la broma: «el dios de las cepas debía ser este año el dominante, ya que en su gabinete se fraguó el piscator», afirma Gaspar Álvarez. Con amabilidad y secreto regocijo, porque al autor De la Reguera lo señalaba en el grupo de los que «se precian de Diógenes, filósofos de Tinaja, y que saben apurar cuanto se ofrece y hallar el fondo a cualquier lance, tomándole las medidas», es decir, con inventiva; y porque, si sus predicciones eran producto del vino, no lo era su poesía: «aunque en lo astrólogo sea como todos, en lo poeta es como pocos: los versos son verdaderos, aunque sean falsos los anuncios, y ciertamente aquellos entretienen». En El pronóstico entretenido y estrado de damas la trama es más extensa que las de la botica y el corral de comedias, de las que retoma elementos («Introducción», 1740: 1-13). El punto de partida esta vez es itinerante, un paseo por el Prado Nuevo a orillas del río con que el infeliz protagonista pretende distraer el hambre, mientras profiere un sinfín de exclamaciones retóricas anhelando la suerte de los animales; las interrumpe la aparición de un ser astroso, a quien toma por un diablo pero que se declara albardero reconvertido en violinista, ¡nada menos!, el cual lo reconoce como almanaquero. Le invita a un sarao por el cumpleaños de una «Dama burlona», donde «a lo menos habrá chocolate» (1740: 5) y donde podrá encontrar inspiración para el pronóstico de 1740 «porque concurren tantos moharraches que es una lonja de San Felipe» (5), en alusión al famoso mentidero madrileño con sus puestos de libros y librerías, entre ellas la de Juan de Moya, que vendió los primeros almanaques de León y Ortega, cuando le editaba Antonio Marín. La descripción de la fiesta es prolija y de difícil verosimilitud, como ironizaba el censor Álvarez,17 a base de presentar sucesivamente varios personajes risibles: un graduado en Esquivias in utroque que requiebra con latinajos a una dama pilonga y pedante; un «hombre aguja» que hace lo mismo en grosero con una «moza lanza» 17 

«La censura de este pronóstico con más derecho que a mí pertenecía a las Damas, pues ellas mejor que yo saben lo que pasa en sus estrados, y pueden juzgar lo que don Francisco describe, arreglado a lo que sucede en sus asambleas o si tiene el mismo fundamento que los demás sucesos políticos» (1740: s. p.).

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(7) —parodia del Ars Amandi de Ovidio—; un Don y una Doña que entonan un minué mezclando los dos estilos anteriores con frases como «Feliz yo, que logro enriquecerme con esta longaniza de cristal» (8); y otros dialogantes, hasta que, a petición del albardero-violinista y porque una dama le suministra el pie, él mismo recita un soneto «al improviso». Siguen la intervención de un ignorante engreído y de unas damas presumidas que comentan acaloradamente la última comedia que vieron. Al final, el protagonista vuelve a casa, e ironiza «que pronosticando delirios no se puede errar los almanaques» (13). Antes que este título, para 1738 y 1739 León y Ortega probó con el tema fantástico encarnado en Urania, la musa de la Astronomía, que proporcionaba ambientaciones más refinadas en entornos de estudio asociados a referentes cultos, aunque en ambas ocasiones ofreció el contrapunto grotesco. En El prognóstico entretenido y jardín de Urania («Introducción», 1738: 1-9) el astrólogo se halla paseando en uno de los jardines de la corte, «cuartel hermosísimo de la tranquilidad, la quietud, el sosiego y el delirio» (1), un escenario que cobra protagonismo mediante una descripción plagada de adjetivos, algunos yuxtapuestos y superlativos, y de enumeraciones. Y lo mismo la musa, «singularísima Dama» (2), que lo interpela en primera persona y que, sabedora de sus empeños astrológicos, le adjudica tres ayudantes, nominados por los estilos que encarnan: el Cadente, el Lacónico y el Tulio o ciceroniano. Los tres son retratados de forma profusa y grotesca por sus «cataduras tan ridículas» (3), como «figurones embutidos de figuras más que de tapices», según el censor Gaspar Álvarez (s. p). De uno en uno y en primera persona, cada uno comunica las predicciones marciales, las amorosas y las «de más superior civilidad» (7), pero el narrador las rechaza por su «estilo encotillado» (9), tal vez irónico con el propio, aunque acepta sus coplas. Un año después repite el esquema de los ayudantes y la musa en El pronóstico entretenido y medicina del cielo («Introducción», 1739: 1-8). El astrólogo se halla otra vez en su cuarto, «el oscuro calabozo de mi albergue» (1739: 2), aquejado de un sinfín de dolencias, a las que pone fin Urania pues irrumpe con resplandores y, como pago a su adoración, lo conduce a una lujosa y bien surtida biblioteca donde podrá procurarse un ayudante entre cuatro estudiosos: un cortesano agradable, un «archifantasma» teólogo (5), un jurisconsulto grave y un «hombre enigma» o «trasgo» (7) lector del padre Tosca, matemático novator. Para el censor De la Reguera son «personajes de entremés propiamente, pero de malísima catadura» (1739: s. p.).

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Fig. 2. Francisco León y Ortega, El D. Quijote astrológico y su vida. Diario y cuartos de Luna para el año de 1746.

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Al reaparecer en 1745, tras un silencio desde 1740, León y Ortega reordena los elementos del título, que vuelve a ser genérico como el primero: Oráculo astrológico, pronóstico entretenido, diario de cuartos de Luna con los sucesos elementares y políticos de la Europa. Su «Introducción» (1-6) enhebra el mundo del más allá y el de las concurrencias literarias anteriores, pero ahora realiza una recreación ficticia de las razones de su retiro y su reaparición, que remiten al referente implícito de la ultratumba del Correo del otro mundo torresiano. Según explica, determinó morirse «viendo la maldición de astrólogos llovedizos, que nos había inundado esta región» (1745: 2) y ser enterrado junto a varios «finados de horca, y cuchillo» (2); y ahí, en su ataúd, «lleno de girones y grietas» y «cadavérica oficina», una «manada chirrionda, compuesta de cuatro archisalvajes» (3) lo abordaron para pedirle su lunario, que tan «buen predicamento» tenía en medio de «tanto pronóstico perdulario» (4), adjetivo que es una autodefinición. Estos visitantes representan la picaresca letrada, retratados uno a uno y aludidos por nombres paródicos: el tuno Morlaco, el poeta Raposo, Don Lesmes de Quijorna «graduado en Peralvillo» (3) y «un licenciado de la Osa, bachiller de la Marca» (4), todos dispuestos a ayudarle en el pronóstico con sus «trapazas», de donde surge una jocosa reflexión metanarrativa que sintetiza su poética del género adivinatorio: «La idea ha de ser, respondí yo, un oráculo astrológico, donde se expliquen con la mayor confusión que sea posible los sucesos del año próximo, con tanta individualidad que el que más penetre, entienda menos» (5). Este autor, a poco de su reaparición, debió de considerar que su proyecto ya estaba concluido, porque al año siguiente, 1746, al hilo de la moda cervantina dieciochesca, se reinventó como El D. Quijote astrológico y su vida, un «primer tomito de la famosa y arrastrada vida de nuestro Don Quijote» («Prólogo», 1746: s. p.), que pretendía continuar cada año. Carlos de la Reguera en la censura a su pronóstico de 1740 había expuesto una clarividente premonición: «y no fuera muy extraño que, habiendo pronóstico de Manuel Pascual, le hubiese de Sancho Panza» (27-11-1739); aludía ahí a la serie del fingido Manuel Pascual, que en 1739, año de su aparición, generó ya cuatro pronósticos, tres más en 1740 y que en 1744-1745 se convirtió en quijotesca con las dos partes de El Piscator de don Quijote o don Quijote de los piscatores, firmadas por Francisco de la Justicia y Cárdenas (Martín Puya, 2019: 255-256, 263-264). León y Ortega pudo recoger de su censor la idea para componer un contrafactum astrológico del clásico, con la intención

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de documentar y dar lustre a «la malaventurada andante astrológica caballería», firmado por un Cervantes fingido que se parecía a él: Su autor D. Miguel de Cervantes, profesor de Filosofía y Matemáticas en la Academia de Barcelona. Este narra en primera persona la información de «la nuestra Historia» (35), dosificándola, y si así hace verosímil la ficción del nuevo Quijote, se altera la convención de las introducciones a los pronósticos, donde se identifican autor almanaquero, narrador y protagonista. A este se le llama «Don Quijote el astrólogo, por ser muy dado a la caballería celeste y a las desventuradas aventuras de los almanaquistas viandantes» (1745: 1), loco por las lecturas caballerescas pero lúcido contra «tanto moharrache como vive esplendorosamente a la testa de los piscatores» (1746: 3), convertidos en su blanco; así pues, su retrato contrasta con el original cervantino, como también su dama Urania y su criado Sancho, quien, muy juicioso e instruido, le aconseja desde un principio. El trayecto de ambos se desarrolla en una breve jornada enmarcada en dos noches, en que aparecen sucesivamente varios caballeros astrólogos o astrólogos conocidos transformados en caballeros, conque se dibuja un mundo poblado de locos librescos. Entre todos irán componiendo mediante retos dialécticos el pronóstico del año según el orden habitual del género, que así no se presenta separado por días y meses sino integrado en la trama narrativa. La Vía Láctea guía el primer trayecto nocturno de amo y escudero, discutiendo sobre cuestiones genéricas con el Sarrabal de Milán en un «certamen astrológico» (12); D. Quijote le enseña la parte de los eclipses (15) y Sancho una «buena tunda de majaderías» con las predicciones políticas, muy genéricas y en verso (16).18 A continuación, las estaciones: el caballero de las Tres Torres, de camino con el Bético Batallador a un torneo en la Isla Barataria, facilita el pronóstico para la primavera (24-26) y don Quijote el del estío (27-29). Tras descansar, expone los cálculos del otoño (32-33) en una «justa» con el Piscator Matritense —seudónimo similar al de Francisco de la Justicia y Cárdenas―, a quien han rescatado de unos perros, y este corresponde con las predicciones políticas en verso (33-35). Ya de noche, el sueño de don Quijote bajo un árbol recuerda el de la cueva de Montesinos, pero aquí quien le inspira el pronóstico invernal (37-39) es el alma en pena del conde de Nolegar, supuesto astrólogo de Ferrara que en la década anterior firmó la serie 18  Se trata de un romancillo de hexasílabos que ocupa las pp. 16-20. Según Salgado es «una sátira de algunos sucesos y personajes de la época» (1981: 618-619).

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El jardinero de los planetas (Durán López, 2015: 39).19 Un Sancho letrado hará de transcriptor del diario de cuartos de Luna que sigue (40-71). Este final consagraba a León y Ortega como narrador, capaz de pergeñar tramas extensas y variadas, variando a su vez los modelos. También como poeta, pues incluyó composiciones que convenían al desarrollo de algunas. Es el caso del soneto que entonó el protagonista del sarao de las damas (1740), que le dictaron las Musas y todos celebraron, además de una larga silva tras el juicio general. Los distintos censores celebraron sus habilidades poéticas desde un principio, cuando De la Reguera, entre chanzas y por boca de Apolo, lo valoró mejor que como astrólogo: «examinado muy a su placer el pronóstico hecho por don Francisco, aun más en orden a los versos que a los cálculos, y que le habían quedado muy aficionadas [coplas]» (1733: 5); la mayoría de estas adoptaban el habitual tono enigmático, aunque algunas, convertidas en glosa de un futurible, participaban de modos poéticos como el grave o filosófico: Es la envidia una bestia tan venenosa que aun ella misma muere de su ponzoña (26).

En ese primer pronóstico, además de las estrofas breves y populares en cada fase lunar, incluyó sendas letrillas de octosílabos en las predicciones estacionales. A los sucesivos les incorporó una composición poética para el juicio anual.20 En el de 1738 es el protagonista quien, «inspirado de mi sagrada musa», entona 18 estrofas regulares de heptasílabos y endecasílabos con la misma rima asonante (— a — A), pero son

19  Se identificaba como conde de Nolegar Giatamor, seudónimo anagramático de Jerónimo Argenti o Argentí, de la Academia de los Intrépidos de Ferrara, autor de El maravilloso fenómeno de los tres soles, al solicitar la licencia, que le fue concedida el 20 de diciembre de 1734 (AHN, Consejos, 50630, exp. 99, en PARES). 20  A excepción de 1740, en que solo hay un poema por mes, en los restantes todos los cuartos de Luna se adornan con coplillas, quintillas, seguidillas, redondillas, letrillas, endechas y ovillejos, estrofas que a menudo identifica el mismo narrador. En los juicios generales y estacionales predominan formas cultas como silvas, décimas, estancias y sonetos, pero también hay letrillas, romances y serventesios asonantados (1735, 1737, 1738, 1739). La copia parcial manejada del pronóstico de 1736 no permite comprobar la inclusión de poemas en esas partes.

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los ayudantes facilitados por Urania quienes recitan tres de los poemas estacionales y, además, algunos de los poemas de los cuartos de luna, junto a él y a otros personajes. El Cadente, en teoría fiel al estilo que denota su nombre, comienza con esta décima las predicciones de la primavera, vagas y enigmáticas: El que remediando está el orbe con falso celo dicen que vino del cielo y es porque cayó de allá A muchos honrando va porque con cautela infiel en la alfombra del dosel poner intenta su planta y solo al pueblo levanta por levantarse con él (1738: 13-14).

Mientras, el Lacónico recurre a las escuetas y populares coplas, que le sirven para recrear sus galanteos frustrados con una «linda zagala», sin siquiera introducir en ellas las predicciones esperables para el estío, y así ofrece una buena muestra de la poesía erótico-festiva de su tiempo: Pero como era mujer aunque de diosa con visos, pudo trocarse, perdiendo su candidez el armiño. Y para eclipsar traidora sus luces a mi cariño en su desdén interpuso el planeta más nocivo (17).

Cuando reapareció en 1745, la poesía se incorporó a la circunstancia ya que el juicio general —todo en coplas— surgió «de un acuerdo común» (1745: 6) con los pícaros que lo habían abordado en su ataúd para que lo hiciese, y en su boca puso sendos poemas para cada estación, una copla conjunta final y las de algunas fases lunares. Mucho más escueta esta vez la parte predictiva diaria, reducida a listar los días con cambio de fase, la galería de pícaros va entonando coplas variadas, las más en el estilo habitual del género como la que sigue, del cuarto menguante del 23 de febrero, a cargo de «El señor de Quijorna»:

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De boca en boca andará una traición maliciosa, que de boca en boca anda solo por ver si se emboca (17).

Otras se desentienden de pronosticar, entrando en otros temas y tonos, pero también de lo que sería esperable en el pícaro que las ingenia, que puede impostar una voz culta: El Morlaco da buena idea de todo. Enamoradas ansias, mi bien, te envío, que hace amor de las ansias los sacrificios (18).

Según se ve, León y Ortega fue un poeta versátil. Salvador Mañer llegó a considerarlo un modelo poético ya en su segundo pronóstico, en el que podía «de camino el aficionado utilizar en sus excelentes versos la imitación en igualarlos» (1734: s. p.). De la Reguera no cesó de alabar sus versos, e incluso restringía a los méritos poéticos los del pronóstico en cuestión: «solo hallo en este pronóstico que pueden servir de diversión los versos, porque estos son de gusto y de buen gusto» (1739: s. p.). *** El conjunto narrativo escrito por León y Ortega describe una especie de círculo, desde los dos pronósticos iniciales, que aludían a un más allá tópico y burlesco, para llegar a su muerte y resurrección literaria en 1745, asistido en la ultratumba por personajes estrafalarios de los cenáculos literarios. Previamente, había recreado los ambientes mundanos de una tertulia de botica o un corral de comedias y los requiebros poéticos de saraos —y una taberna según el título para 1737—; otros eruditos como la biblioteca bien surtida donde estudiaban varios científicos (1739); y también la intimidad del destartalado cuarto del protagonista, donde piensa o imparte clases particulares (1733, 1734). Su último título conocido, para el año 1746, venía a abundar en el intercambio del saber en forma de ficticias justas astrológicas, que, como los anteriores, usaba la clave paródica.

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Profesor de Matemáticas, al autor el género adivinatorio le permitía desplegar su preparación científica, que declaraba con su filiación profesional en cada portada, a la vez que con las ficciones narrativas podía aspirar a integrarse en la República de las Letras, cuyas periferias diletantes o eruditas retrató con ojo crítico y jocoso. La senda del entretenimiento fue su marca, anunciada en el título, desplegada en acciones risibles protagonizadas por tipos populares (extravagantes o esotéricos, entremesados o costumbristas y los cultos en torno a Urania) y contada en tono grotesco, trufado de una feliz selección e inventiva léxica: asociaciones, sufijaciones e incluso creaciones personales. Exhibió, además, una notable cultura, la cual, aparte de los personajes procedentes de la tradición literaria, quedaba evidenciada tanto en las alusiones explícitas a la mitología, a los clásicos de la Antigüedad o a los del Siglo de Oro español, como también en la diversidad de metros poéticos que compuso. Asimismo, logró conformar un conjunto secuenciado, El pronóstico entretenido, en el que un astrólogo protagonista, transmigrando de un título a otro, adquirió entidad dentro de la ficción, reconocido por otros personajes, a la manera cervantina, igual que su silencio editorial lo justificó con la misma trama. Pareció sentirse cómodo componiendo relatos como «Introducción» a cada pronóstico, con cierta variedad y una creciente soltura, ejemplo, en fin, del triunfo del modelo torresiano en una fecha temprana, la década de los 30, adquiriendo una voz propia, como ha destacado Flores Ruiz (2022). Incluso su aventura quijotesca no continuada, aun con una trama sencilla, demostraba su oficio para personalizar el género astrológico dentro de una boga novelesca del momento. Fue aplaudido como narrador burlesco y como poeta, que «recrea no menos en el bien sazonado chiste de la prosa que en la elegante armonía de los versos» (1735: s. p.), en palabras del censor Gaspar Álvarez sobre su tercer título; dotado de la «indisputable habilidad» de la pluma (1740: s. p.), según el jesuita De la Reguera, que lo conocía bien desde su primera incursión. Pero también parece que obtuvo el favor del público lector, al que apeló incansable, leído en la corte al menos durante una década.

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Bibliografía primaria 1733. El prognóstico entretenido. Diario general de cuartos de Luna para el año de 1733. Juicio de los sucesos elementales y políticos de toda la Europa. Su autor don Francisco de León y Ortega, profesor de Filosofía y Matemáticas en la Academia de Barcelona. Y le dedica a la señora doña Luisa Margarita de Lacombe y Burdó. Con licencia, Madrid, Por Antonio Marín, [1732?] (12 hs. + 52 pp.). Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Juan de Moya, enfrente de San Felipe el Real». Censura de Carlos de la Reguera, jesuita, Madrid, 4-XII-1733 [sic]. Licencia del Consejo, Madrid 13-XII-1732. Fe de erratas, Madrid, 19XII-1732. Tasa, Madrid 10-XII-1732. Censura de Francisco Arias Carrillo de Albornoz, Madrid 11-XII-1732. Licencia del ordinario (vicario de Madrid), Madrid, 11-XII-1732.21 1733. El prognóstico entretenido. Almanak, pronóstico y diario de cuartos de luna para el año de 1733. Juicio de los sucesos elementales y políticos de toda la Europa. Su autor D. Francisco de León y Ortega, profesor de Filosofía y Matemáticas en la Academia de Barcelona, Barcelona, Por Joseph Texidò, impresor del Rey Nuestro Señor, [1732?] (56 pp.). Censura de Carlos de la Reguera, jesuita, Madrid, 4-XII-1732. Censura de Francisco Arias, doctor en Teología, Madrid, 11-XII-1732. 1734. El prognóstico entretenido y doctor duende. Diario general de cuartos de luna para el año de 1734. Juicio de los sucesos elementares y políticos de toda la Europa. Su autor Don Francisco de León y Ortega, profesor de Filosofía y Matemáticas en la Academia de Barcelona. Dedicado a la Excelentísima Señora la condesa de Fuenclara, Madrid, Por Antonio Marín, [1733?] (10 hs. + 56 pp.). Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Juan de Moya, enfrente de San Felipe el Real». Censura de Carlos de la Reguera, jesuita, Madrid, 14-XI-1733. Licencia del Consejo, Madrid 20-XI-1733. Fe de erratas, Madrid, 28-XI-1733. Tasa, Madrid 28-XI-1733. Censura de Salvador José Mañer (por orden de la Vicaría), Madrid 23-XI-1733. Licencia del ordinario (vicario de Madrid), Madrid, 23-XII-1734 [sic]. 1734. El prognóstico entretenido y doctor duende. Diario general de cuartos de luna para el año de 1734. Juicio de los sucesos elementares y políticos de toda la Europa. Su autor D. Francisco de León y Ortega, profesor de Filosofía y Matemáticas en la Academia de Barcelona. Adviértese que las fiestas que son de precepto van con este señal + y las que se deben tan solamente oír Misa con este †, Barcelona, Por

21 

Biblioteca Nacional de Chile, Sección Fondo General, Bóveda, signatura 8; (262 a-5). En esta biblioteca se albergan siete ediciones más de los pronósticos de León y Ortega, catalogados con la misma signatura, es decir, toda su producción a excepción de los títulos para 1736 y 1746.

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Joseph Texidò, impresor del Rey Nuestro Señor, [1733?] (64 pp.). Censura de Carlos de la Reguera, jesuita, Madrid, 20-XI-1733.22 1735. El prognóstico entretenido y asamblea de los políticos de botón gordo. Diario general de cuartos de luna para el año de 1735. Juicio de los acontecimientos elementales y políticos de toda la Europa. Su autor Don Francisco de León y Ortega, profesor de Filosofía y Matemáticas en la Academia de Barcelona. Dedicado al Excmo. Señor Don Joaquín Diego María del Pilar de Silva y Portocarrerro, conde-duque de Aliaga, hijo de los Excelentísimos Señores condes-duques y señores de Híjar, etc. Con licencia, Madrid, Por Antonio Marín, [1734?] (12 hs. + 50 pp.). Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Juan de Moya, frente San Felipe el Real». Censura de Gaspar Álvarez, jesuita, Madrid, 7-XI-1734. Licencia del ordinario (teniente vicario de Madrid), Madrid, 9-XI-1734. Censura Carlos de la Reguera, jesuita, Madrid, 11-XI-1734. Licencia del Consejo, Madrid, 12-XI-1734. Fe de erratas, Madrid, 18-XI-1734. Tasa, Madrid, 19-XI-1734. 1736. El prognóstico entretenido y corral de comedias. Diario general de cuartos de luna para el año de 1736. Juicio de los sucesos elementares y políticos de toda la Europa. Su autor Don Francisco de León y Ortega, profesor de Filosofía y Matemáticas en la Academia de Barcelona. Adviértese que las fiestas que son de precepto van con este señal + y las que se deben tan solamente oír Misa con este †, Barcelona, Por Joseph Texidò, impresor del Rey, [1735?] (64 pp.). Censura de Gaspar Álvarez, jesuita, Madrid, 7-XI-173[5]. Censura de Carlos de la Reguera, jesuita, Madrid, 2-XI-1735.23 1737. El prognóstico entretenido y gabinete de Baco. Diario general de cuartos de luna para el año de 1737. Juicio de los sucesos elementales y políticos de toda la Europa. Su autor D. Francisco de León y Ortega, profesor de Filosofía y Matemáticas en la Academia de Barcelona. Dedicado a la Excelentísima señora doña Teresa de Moncada, marquesa de Aytona y de Cogolludo, &c. Con licencia, Madrid, Por Antonio Marín, [1736?] (14 hs. + 47 pp.). Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Juan de Moya, frente de San Felipe el Real». Aprobación de Gaspar Álvarez, jesuita, Madrid, 23-XI-1736. Licencia del ordinario, Madrid, 26-XI-1736. Censura de Carlos de la Reguera, jesuita, Madrid, 18XI-1736. Licencia del Consejo, Madrid, 20-XI-1736. Fe de erratas, Madrid, 30-XI-1736. Tasa, Madrid, 1-XII-1736. 1738. El prognóstico entretenido y jardín de Urania. Diario general de cuartos de luna para el año de 1738. Juicio de los sucesos elementares y políticos de toda la

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Hay un probable error de imprenta en la fecha de la censura el día 20, que difiere de la edición madrileña. 23  Consultada una fotocopia incompleta del ejemplar de la University of Wisconsin-Madison, Memorial Library, Special Collections, con solo 10 pp. del total, de donde procede la descripción.

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Europa. Su autor Don Francisco de León y Ortega, profesor de Filosofía y Matemáticas en la Academia de Barcelona. Dedicado al Señor D. Lorenzo Ferrari Porro, conde de Cumbre Hermosa, etc. Con licencia, Madrid, En la Imprenta de Lorenzo Francisco Mojados, [1737?] (16 hs. + 56 pp.). Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Juan de Buytrago, calle de la Montera». Aprobación de Gaspar Álvarez, jesuita, Madrid, 2-XI-1737. Licencia del ordinario, Madrid, 5-XI-1737. Censura de Carlos de la Reguera, jesuita, Madrid, 24-X-1737. Licencia del Consejo, Madrid, 5-XI-1737. Fe de erratas, Madrid, 9-XI-1737. Tasa, Madrid, 9-XI-1737. 1739. El pronóstico entretenido y medicina del cielo. Diario general de cuartos de luna para el año de 1739. Juicio de los sucesos elementares y políticos de toda la Europa. Su autor Don Francisco de León y Ortega, profesor de Filosofía y Matemáticas en la Academia de Barcelona. Quien le dedica al Señor D. Francisco Lobato y Ocampo, caballero del Orden de Santiago, &c. Con licencia, Madrid, En la imprenta y librería de Manuel Fernández, frente de la Cruz Puerta Cerrada, [1738?] (20 hs. + 58 pp.). Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Juan de Buytrago, en la calle de la Montera». Aprobación de Gaspar Álvarez, jesuita, Madrid, 3-XI-1738. Licencia del ordinario (teniente vicario de Madrid), Madrid, 4-XI-1738. Censura de Carlos de la Reguera, jesuita, Madrid, 31X-1738. Licencia del Consejo, Madrid, 6-XI-1738. Fe de erratas, Madrid, 17-XI-1738. Tasa, s. l., s. d. 1740. El pronóstico entretenido y estrado de damas. Diario general de cuartos de luna para el año de 1740. Juicio de los sucesos elementares y políticos de toda la Europa. Su autor Don Francisco de León y Ortega, profesor de Filosofía y Matemáticas en la Academia de Barcelona. Quien le dedica a la ilustre Señora Doña Luisa Romero, marquesa de Ustáriz. Con licencia, Madrid, En la imprenta de Lorenzo Francisco Mojados, [1739?] (16 hs. + 50 pp.). Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Juan de Buytrago, calle de la Montera». Aprobación de Gaspar Álvarez, jesuita, Madrid, 23-XI-1739. Licencia del ordinario (teniente vicario de Madrid), Madrid, 29-XI-1739.24 Censura de Carlos de la Reguera, jesuita, Madrid, 27-XI-1739. Licencia del Consejo, Madrid, 2-XII-1739. Fe de erratas, Madrid, 10-XII-1739. Tasa, Madrid, 11-XII-1739. 1745. Oráculo astrológico, pronóstico entretenido, diario de cuartos de luna, con los sucesos elementares y políticos de la Europa para este año de 1745. Su autor Don Francisco de León y Ortega, profesor de Filosofía y Matemáticas en la Academia de Barcelona. Con licencia, Madrid, En la imprenta de Gabriel Ramírez, calle de las Urosas, [1744?] (14 hs. + 32 pp.). Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Juan de Buytrago, a la entrada de la calle de la Montera, 24  El epígrafe es «Licencia del Consejo», un error de imprenta, ya que se corresponde con la licencia del ordinario, encargada por la Vicaría de Madrid y emitida por el licenciado Diego Moreno Ortiz, «teniente vicario de esta villa de Madrid y su partido».

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Puerta del Sol». Aprobación de Tomás de Frutos, basilio, Madrid, 14-XII1744. Licencia del ordinario (vicario de Madrid), Madrid, 15-XII-1744. Aprobación de Cayetano Ontiveros, basilio, Madrid, 14-XII-1744. Licencia del Consejo, Madrid, 14-XII-1744. Fe de erratas, Madrid, 18-XII-1744. Tasa, Madrid, 19-XII-1744. 1746. El D. Quijote astrológico y su vida. Diario de cuartos de luna para el año de 1746. Juicio de los sucesos elementares y políticos de toda la Europa, Su autor D. Miguel de Cervantes, Profesor de Filosofía y Matemáticas en la Academia de Barcelona. Con las licencias necesarias, Madrid, Se hallará en la librería de Francisco Manuel de Mena, a la entrada de la calle de las Carretas, entrando por la Puerta del Sol, [1745?] (2 hs. + 72 pp.).

Bibliografía secundaria Alcaide González, Rafael y Horacio Capel Sáez (s. d.), «El curso de cosmografía de Lucuce en las Academias de Matemáticas militares: El problema de los textos científicos y el desarrollo de la ciencia española del siglo xviii», Geocrítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana, [en línea] http:// www.ub.edu/geocrit/tcestin.htm. AndÚjar Castillo, Francisco (s. d.), «Uztáriz Azuara, Casimiro», Diccionario biográfico, RAH, [en línea] www.dbe.rah.es. Aguilar PiÑal, Francisco (1978), La prensa española en el siglo xviii. Diarios, revistas y pronósticos, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Cuadernos Bibliográficos, XXV). Aguilar PiÑal, Francisco (1989), Bibliografía de autores españoles del siglo xviii, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, t. V, nº 714-725, pp. 107-109. Arias, Gómez (1735?), El palacio de Plutón y templo de Proserpina. Prognóstico divertido para el año de 1736. Por el Gran Piscator de Castilla don …, s. l., s. e. Álvarez Barrientos, Joaquín (2020), El astrólogo y su gabinete. Autoría, ciencia y representación en los almanaques del siglo xviii, Oviedo/Gijón, IFESXVIII/ Ediciones Trea (Anejos de Cuadernos de Estudios del Siglo xviii, 4). Carrillo de Albornoz y GalbeÑo, Juan (2016), «La Academia de Matemáticas de Barcelona y su relación con la formación de ingenieros en América durante el siglo xviii», en Francisco Segovia y Manuel Novoa (coords.), Proyección en América de los ingenieros militares. Siglo xviii, Madrid, Centro Geográfico del Ejército, pp. 185-197. Díaz Capmany, Carlos (2010), «La formación científica de los ingenieros militares españoles en el siglo xviii», en Antonio de Lizaur y Utrilla (coord.), La Ilustración en Cataluña: la obra de los ingenieros militares, Madrid, Centro Geográfico del Ejército, pp. 42-59.

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Durán LÓpez, Fernando (2015), «Francisco León y Ortega», en Juicio y chirinola de los astros. Panorama literario de los almanaques y pronósticos astrológicos españoles (1700-1767), Gijón, Ediciones Trea, pp. 59-62. Durán LÓpez, Fernando (2016), «Torres Villarroel y la poesía en los almanaques astrológicos», Arte Nuevo. Revista de Estudios Áureos, 3, pp. 1-42. Durán LÓpez, Fernando (2021), De las seriedades de Urania a las zumbas de Talía. Astrología frente a entretenimiento en la censura de los almanaques de la primera mitad del siglo xviii, Oviedo / Gijón, IFESXVIII / Ediciones Trea (Anejos de Cuadernos de Estudios del Siglo XVIII, 6). Flores Ruiz, Eva María (2022), Celestiales desatinos. Antología de almanaques literarios del siglo XVIII (1733-1767), Gijón, Trea (en prensa). Gimeno Puyol, María Dolores (2020), «Un más allá cercano: autor, narrador y personajes literarios en los pronósticos astrológicos dieciochescos», en Fernando Durán López y Eva María Flores Ruiz (eds.), Renglones de otro mundo. Nigromancia, espiritismo y manejos de ultratumba en las letras españolas (siglos xviii-xx), Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, pp. 21-38. González Enciso, Agustín (s. d.), «De Garro Arizcun, Nicolás Ambrosio de», en Real Academia de la Historia, Diccionario Biográfico electrónico, [en línea] http://dbe.rah.es. Larios de la Rosa, Juan y Abendea Solís, Juan (s. d.), «Fernández de Córdoba y Spínola de la Cerda, Luis Antonio», en Real Academia de la Historia, Diccionario Biográfico electrónico, [en línea] http://dbe.rah.es. Martín Puya, Ana Isabel (2019), «El pobrecito Manuel Pascual: almanaques burlescos entre el ingenio, la literatura y el negocio», Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, 25, pp. 251-271. RAE ₍s. d.), «Casimiro Ustáriz», [en línea] https://www.rae.es/academico/casimiro-ustariz. Romero Ferrer, Alberto (2020), «La literatura de almanaques y pronósticos: otra fuente para el estudio del teatro español en la primera mitad del siglo xviii (1710-1767)», Annali. Sezione Romanza, LXII, 1, pp. 75-102. Salgado, Linda Ann Friedman (1981), Imitaciones del «Quijote» en la España del siglo xviii, tesis Doctoral, City University of New York/ Ann Arbor, University Microfilms International, pp. 615-621. Torres Villarroel, Diego de (1984), Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras, Dámaso Chicharro (ed.), Madrid, Cátedra. VIAF, Fichero de Autoridades Virtual Internacional, «Texidò, Joseph», [en línea] www.viaf.org.

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GÓMEZ ARIAS, ESTUDIANTE ETERNO Y ESCRITOR SIN FORTUNA Fernando Durán LÓpez Universidad de Cádiz

Prosigue en escribir, pues ya la fama te invoca con trompetas primorosas y en su dulce sonido ya te inflama.1 […] y bien asegurar puedo, viendo tu esmaltado chiste, que al gran Torres excediste y compites con Quevedo.2

La ciencia infusa de un escritor fuelle Al dedicar su pronóstico para 1745, Gómez Arias entonaba su enésimo retrato quejoso y mitómano, pintándose de «mozo más cargado de enemigos que de fortuna», «hombre de novelas y estudiante eterno». En todo acertaba, pues en sentido social nunca dejó de ser joven, ya que no llegó a tomar definitivo estado ni asentar un oficio, en cuanto sabemos. Fue siempre alguien que aspira más que alguien que ha llegado a ningún sitio, estudiante eterno de todas las ciencias y a la postre profesor de ninguna. Esa inmadurez perpetua la compensaba con su destreza para procurarse adversarios, cualidad apreciable en una república literaria cada vez más pública y mercantilizada. Al dedicar su Tratado sobre el café, de julio de 1752, presume de ser «un escritor muy rudo, sujeto a las desventuras de un pobre ingenio que me ha dado y da poquísimo provecho (aunque algún poco de nombre, y este es todo el furor de mis enemigos)», de quienes promete seguir burlándose a gusto. Pero no es una reflexión tardía, pues desde el primero 1 

«Soneto en elogio de don Gómez Arias, de don Carlos Rubio, abogado de los Reales Consejos», en Viaje y manifiesto de difuntos…, 1734. 2  Décima en elogio de Gómez Arias, por Carlos Manuel de Sandoval, en Don Gómez Arias en campaña…, 1734, p. 41.

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Fernando Durán López

no hay escrito suyo que no contenga frases semejantes: cada prólogo invoca, casi implora, una réplica. Era consciente de su estrategia, pues en las Recetas morales prevenía a sus lectores contra albergar envidia, que solo sirve para «poner una corona» (p. 25) al envidiado, dando a entender que es hombre grande, lo que leído en sentido inverso delata su ansia por que le envidien a él. Ingenio, dinero, mecenas, laureles y enemigos son los ingredientes de esa literatura en que codició triunfar, aunque no consiguiera dosificarlos de manera ventajosa y estable. Ciertos escritores brillan solo a la sombra de soles ajenos y Gómez Arias habitó las penumbras lunares. Los anhelados rivales no le escasearon y tres siglos después nos siguen contando cómo era visto, lo que acaso no diste mucho de cómo era de verdad. Uno fingía que el tiempo había promulgado una pragmática sobre los piscatores: Otrosí […] un piscator que se nombra El Palacio de Plutón, por un graduado de lo que quiere, pues él mismo se despacha los títulos, al modo del falso nuncio de Portugal, el cual escrito sabemos fue soplado de cierto fuelle entre cuero y carne, a costa de las efemérides, lo que damos y tenemos por laudable. Otrosí, informados de que este escrito refiere todo lo sucedido en tono de adivinarlo, se nos suplicó le despachásemos el título de Conocedor de los Futuros; pues él dice (palabras son suyas) que había pronosticado la muerte del monseñor Alemani, nuncio apostólico en estos reinos; y respecto de no decir el por qué, ni quién se lo dijo, mandamos y ordenamos que dicho escrito sea llevado a examen del Radamanto, Consejo del Infierno, donde sea sentenciado de los jueces a estudiar las súmulas, para que diga con verdad que es maestro en artes, pero que antes les presente este versecito: Bien sabrán los señores qué mal se funda el que espera ser docto con ciencia infusa, porque es muy fijo que no a todos es dado ir a Corinto.3

3  Pronóstico Piscator de la Arcadia, diario general de cuartos de luna para el año de 1736. Pragmática del tiempo sobre los piscatores e impugnación formal al erudito. Por Don Francisco Zepo, astrólogo pastoril..., Madrid, [s. i.], 1736, pp. 14-15. Un conocido adagio latino

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Gómez Arias, estudiante eterno y escritor sin fortuna

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Y veamos lo que decía otro adversario que pintaba a Urania como jueza de los pronósticos que habían salido para 1739: niego la licencia a Gómez Arias, porque, aunque en lo astrológico está más que mediano, […] en el prólogo está atrevido, arrogante, vano y soberbio, como él mismo con estas propias voces lo confiesa, en que sin duda hace un heroico acto de humildad. […] En el prólogo se jacta del varón más sabio del universo, pues no se atreviera a decir lo que él dice el hombre más docto de todo el mundo; y así a quien es tan erudito no le está bien para su plauso sacar la obra inútil de un Piscator. Lo que le conviene, si tiene tanto ingenio y es tan versado en todas facultades, es escribir libros provechosos en que vierta raudales de su ciencia y, entre tanto que así lo ejecuta, yo solicitaré que desde ahora quede nombrado por presidente del más cercano concilio, que no es razón estén empleados en más baja ocupación sus talentos.4

¿Quién era Arias, pues, para sus coetáneos? Un escritor ansioso de legitimación que presumía de superlativas destrezas académicas que nadie se creía y que, por su exceso, lo elevaban a una ridícula sabiduría universal; alguien con más hueco que contenido, un fuelle que solo soltaba aire, a menudo soplado de otros; alguien de desquiciante vanidad y arrogancia, no de las que caen en gracia, como en Torres Villarroel, sino de las molestas por desmedidas y, a juicio general, sin fundamento; un infeliz carente de aptitud o estudios, que escribe para huir de la pobreza. Carlos de la Reguera, jocoso jesuita y censor habitual de almanaques para el Consejo, lo desdeña con malévola ironía en sus aprobaciones: A los curiosos y aficionados […] les prevengo que tendrán bien que aguzar la imaginación para desabrochar el pecho a las enfáticas alusiones de sus metáforas y a la profunda cautelosa obscuridad de sus conceptos, con la novedad especialísima de unas composiciones y metros en la poesía que quizá no se le hallarán consonante (El Palacio de Plutón, para 1736). proclamaba que «no a todos es dado ir a Corinto», ciudad famosa por el vicio y el lujo, que requería viajeros de altas exigencias monetarias. 4  Sueños hay que verdad son, y punto en contra de los astrólogos. Antídoto eficaz contra la general epidemia de piscatores falsos. Pronóstico chistoso, verdadero e indefectible. Cálculo seguro, fijo e irrefragable, y vaticinio cierto de los sucesos civiles, mecánicos y políticos de todas las cuatro partes del mundo para este presente año de 1739. Su autor, el pobrecito Manuel Pascual… Parte primera, Madrid, Imp. de la calle del Olivo Bajo, [s. a.], h. [10v-11r].

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Esta propensión a atacar y ser atacado levanta el pilar más firme de su posicionamiento literario. Citaré cuantiosos ejemplos en su trayectoria, pero consideremos ahora algunos que no vieron la luz. En 1735 un autor burlesco, José de Herramelluri, quiso publicar un Gran Piscator de la Rioja, pieza de Perogrullo que incluía en su título Juicio final de D. Gómez Arias, pues todo era rechifla contra él. Su censura la encomendó el Consejo a Antonio Téllez de Acevedo, que tenía tales libros de burlas entre escritores por inútiles y frívolos y denegó la licencia, si bien protestando que tan malo era Arias como Herramelluri. Escribe […] sacando entre sueños a juicio, satíricamente, a un tal Dn. Gómez Arias, que parece ha maltratado alguna prensa, con otro tal; y si bien reparo, ni uno ni otro son capaces de entrar en juicio, ni aun por sueño; pone sus ciertos coplones como el otro, máxima también modernamente introducida, para hacer más vendible su tarea, y prueba real de haber llegado al centro fatal de la última desdicha la profesión astronómica y el don poético.5

Al año siguiente, Téllez Acevedo hubo de censurar asimismo una agria invectiva de Arias contra el Diario de los literatos de España y desaprobó la licencia de impresión con igual contundencia: he visto y reconocido con toda atención el papel intitulado Relámpago de la justicia y antidiario de los literatos de España, […] y digo que no solo cumple su autor con el desempeño del título, pues sobre ser relámpago es trueno y rayo todo a un tiempo, bárbaramente disparado, que asusta, yere y destroza; en la parte que le puede caber a su desaseo es disonante, provocativo y nada provechoso; y diciendo en las últimas páginas de su contexto que ejerce su caridad en este tratado, confieso que jamás he visto esta virtud [ilegible]ciada; es opuesto totalmente a la buena política de estos reinos, por lo cual, si V. A. fuese servido, le podrá mandar recoger, negándole la licencia que pide para la prensa.6 5 

AHN, Cons., 50631, exp. 133. Se conserva encuadernado en el expediente el manuscrito de la obra: El Gran Piscator de la Rioja para el año de 1739 [sic]. Pronóstico gracioso y entretenido. Las verdades de Pero Grullo, y juicio final de D. Gómez Arias. Su autor D. José Herramelluri, profesor de matemáticas, filosofía y retórica en esta corte de Madrid. 6  AHN, Cons., 50634, exp. 73. La censura lleva fecha de 5-IX-1737; se denegó la licencia al día siguiente y el manuscrito se conserva en el expediente. Gómez Arias se desquitó insultando al Diario en su almanaque para 1738. En una carta de 14-XI-1737 Mayans comenta esos ataques y añade que «pone en el pronóstico la muerte de un

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Por fin, en 1738 un tal Carlos Castañola presentó su Impugnación cristiano-política del prólogo que puso a su piscator de este mismo año don Gómez Arias, en que se aprueba lo imposible de su temeraria proposición de estar bueno e instruido en todas ciencias. El Consejo, en 25-I-1738, solicita censura al abogado José Borques de Contreras y Velasco: siendo el objeto del principal empeño del autor la defensa de no poder hallarse sujeto instruido en todas ciencias, motivado del relato de don Gómez Arias en el prólogo de su piscator, que solo se debe considerar se puso por ir consiguiente al título con que se dio a luz, pues de lo contrario ni fuera dragón ni el mayor monstruo, sin duda más que a don Gómez puede comprehender su impugnación a los muchos que cada día experimentamos querer saberlo todo y no se resuelven a decirlo, quizás por no decir lo que sienten, aunque lo manifiestan, ya que no con legítima prueba, con sobradas presumpciones, pero hable el autor con quien quisiere, lo cierto es que llevando la impugnación el pasaporte de político-cristiana puede caminar corriente y se le debe dar el paso franco para que obre, si no los efectos a que se dirige, los que haga lugar, por lo que, y no contener cosa que se oponga a las regalías de S. M. y reales pragmáticas de estos reinos, no hallo motivo por que se le niegue la licencia que pide.7

Con estos rasgos y otros que aflorarán, se bosqueja un perfil que Ruiz Pérez acota certeramente como «una carrera más editorial que estrictamente literaria» (2017b: 12). En efecto, en Arias hay mayor presencia que contenido. Su producción abunda en número y escasea en páginas: opúsculos breves y ególatras, donde, una vez quitamos la dedicatoria aduladora, el prólogo arrogante, los preámbulos y convencionalismos, falta sustancia y desarrollo. Con excepciones (las Recetas y la Vida las más evidentes) pone mayor afán en los envoltorios y los fines personales del impreso que en la materia tratada. En alguna ocasión lo justifica por sus estrecheces: Siento mucho el ser tan pobre para no darles cada año en los hocicos [a mis enemigos] con cuatro tomos a diversos asumptos y materias. No son para mi bolsa las impresiones largas: si sabes de alguno de buen gusto

diarista» (en Ruiz Veintemilla, 1980: 657), aunque no he sido capaz de localizar dicha predicción. 7  AHN, Cons., 50633, exp. 12. Se firma en Madrid, I-1738, sin día. El 27-I-1738 se concede la licencia, pero no consta que llegara a publicarse.

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que quiera costear lo dicho, estoy pronto a cumplirte la palabra, no por vanidad, no porque suene el nombre […], sino por huir de la ociosidad, madre de los vicios y verter al pueblo, desde la ventana de mi pobre fantasía, algunas especies que la tienen preñada y quisiera parirlas (Tratado físico-médico…, 1752, pp. 3-4).

Le falta dinero propio o ajeno para financiar obras gruesas y provechosas que dice gestar en su cabeza. Pero impresiones baratas también dejan beneficios menores, sobre todo si el contenido es anémico; salvo quizá con algunos pronósticos, los rendimientos de sus escritos no hubieron de ser muchos. Su cicatería editorial la justifica igualmente mitificándose como portento de sabiduría y memoria prodigiosa, capaz de terminar libros en horas o días, y que condesciende a lo jocoso por halagar el gusto de un público estragado: esta obra la hice en un día, descansando mucho tiempo, porque yo no gasto borradores, que esto no se conforma con mi viveza; yo quisiera, y lo pudiera hacer, el rodearte en medio de mis 19 años8 de erudiciones y de filosofía, pero no me quiero quebrantar en esto los cascos, porque sé que te gustan infinito las castañuelas de la burla. El que fuere sabio, también hallará aquí bastante materia para recrear su espíritu […] y te prometo que tengo más habilidad para lo serio y estoico que no para lo jocoso; pero no obstante, por darte gusto me hago carcañal de D. Francisco de Quevedo, mi venerado maestro (Recetas morales, 1734, prólogo).9

Sus dedicatorias se dirigen a altos aristócratas, lo que sugiere conexiones en círculos cortesanos, aunque no sacase mucho provecho de ellas. En 1734, su Viaje y manifiesto de difuntos empieza fuerte con un envío a Fernando de Silva Toledo, nieto de los duques de Alba, conde de Galve y pronto duque de Huéscar (fue el principal protector de Torres Villarroel). Este mecenazgo se malogró.10 Luego se arrima al ducado de

8 

Sobre su edad, véase más adelante. Frente a sus habituales presunciones de escribir rápido y sin corregir, en su Juicio y prognóstico… de 1746 afirma: «me cuesta / gran trabajo el hacer versos, / y en cada copla tres días / tardo poco más o menos» (p. 12). Tal vez sea solo la modestia impuesta por el género panegírico. 10  En la Vida afirma que Silva lo acogió en su casa cuando se asentó en Madrid y le pagó estudios en Alcalá, pero que «los émulos, contrarios y adversidades de mi infausta estrella me quitaron la estimación de este príncipe» (p. 42). La confusa cronología no 9 

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Osuna: a la duquesa dedica su pronóstico para 1736 «por mano» de su secretario Medrano y el de 1739 sin intermediario alguno; al duque, el de 1737 y un folleto médico de 1750. Es la principal recurrencia de una lista que incluye estos nombres para los pronósticos: 1735, duquesa de Arcos y su hijo Manuel Ponce de León, a ella repetirá envío en 1747; 1738, Manuel Escribano de la Fuente, caballero de Santiago; 1744, marqués de Villacastel, mayordomo de semana del Rey; 1745, Francisco Mendinueta, noble navarro; 1746 y 1750, a los sucesivos marqueses de Almarza; 1748, condesa de Peralada; 1749, marqués de Villarias, del Consejo de Estado; 1751, duquesa de Atrisco; y 1754, José Bermúdez, del Consejo de Castilla. Otras obras las obsequia al duque de Villahermosa, conde de Aranda (al titular en 1734), conde de Mora, conde de Saceda, marquesa de Casasola, duque de Arcos, José Gómez de Lasalde (del Consejo de Castilla), duque de Baños, marqués de Estepa, marqués de los Llanos, a la hija de los condes-duques de Castelblanco… Proliferan las damas nobles como destinatarias apropiadas para obras de naturaleza menor y al final de su Vida resaltará que le avala «el aprecio de las excelentísimas señoras duquesas de Arcos y de Osuna, cuyas fortunas me han estorbado mis enemigos» (p. 43): nunca hay en él jactancia sin queja. Hacerse una idea de su biografía resulta difícil, a pesar de haber escrito su Vida (o quizá por eso) (cf. Durán López, 2014). En sus obras hormiguean las alusiones personales, pero de contornos borrosos que no hilan una historia coherente, sino retazos, lagunas y dudas. Se dice nacido en Zamora en 1712 (más probablemente fue en 1714 o 1715)11 discierne si esta dedicatoria es anterior o posterior, pero suena a tentativa de recuperar el favor perdido. 11  En el prólogo del Viaje y manifiesto…, de 1734, se declara «hijo de Salamanca» y en el pronóstico para 1735 habla de «mi paisano D. Diego de Torres» (p. 18); en 1745, después por tanto de la Vida, encabeza su Carta… a Torres Villarroel con «Querido paisano». Quizá se refiera solo a que, por haber vivido allí buena parte de su infancia, por tal se consideraba. En cuanto a su edad, en varios impresos de 1734 (la dedicatoria y el prólogo de Don Gómez Arias en campaña, la introducción al almanaque de 1735 y el prólogo de Recetas morales) asegura tener 19 años, así que habría nacido dos o tres años después de 1712. En las efemérides del pronóstico para 1737 dice que ese año será el 21 desde su nacimiento; en las de 1744 el 28; y en la introducción del de 1745, muy cercana a la Vida, dice tener 29 (p. 12) y 37 se adjudica en unos versos del pronóstico para 1751 (p. 15), datos todos que se acomodan grosso modo a los 19 de 1734. Arias mixtifica su historia según momentos e intenciones, o la cuenta incompleta, pero ya que la fecha marcada en la Vida es el único testimonio discordante, tampoco se podría descartar un yerro de imprenta.

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de familia muy encumbrada, si bien venida a menos en la rama que a él tocaba. Habría tenido un abuelo paterno llamado también Gómez Arias, militar de alcurnia bajo Carlos II y, aunque los datos que amontona en la Vida aparentan alardes de grandeza que contrastan con su mísera vida y condición, lo más probable es que no sean falsos.12 La autobiografía asegura que empezó estudios en Alcalá, pero los dejó para darse a la aventura, de ahí que no disponga de grados formales; que estuvo dando tumbos por variopintos lugares y oficios, sin prosperar en ninguno. Asentado en Madrid, comienza hacia 1734 su carrera literaria. Así se retrataba en uno de sus primeros impresos: «de 19 años, un abate, delgado, picoso de viruelas, seco de semblante, redondo de cara, de ancha frente por la gracia de Dios, pelinegro» (Don Gómez Arias en campaña…, prólogo). Su acomodo personal seguramente dependía de la ayuda de algún protector, pues cuando le pusieron un pleito a fines de 1734 el secretario lo fue a notificar «a las librerías de enfrente de San Felipe el Real, las de la Red de San Luis y otras partes públicas, por haberme asegurado […] [el querellante] no tener residencia en cuarto señalado»13 (fig. 1). En algún momento de la década de los 40 se graduó de bachiller en Medicina, pero no consta si consiguió los permisos para ejercer, por los que en 1744 peleaba sin éxito. En esas fechas había contraído matrimonio y sus actos y repetidas quejas, también los insultos de sus contrarios, evidencian

12  El abuelo justifica su extraño nombre, a menudo tomado por apellido o pintoresco seudónimo. En las Recetas morales da un dato que corrobora su historia: menciona la obra Ente dilucidado de «mi tío el padre maestro Fr. Antonio de Fuente-Lapeña, capuchino» (pp. 72-73). En efecto, Rafael Arias y Porres, en religión fray Antonio de Fuentelapeña, fue autor de unos pocos libros teológicos, el más conocido de los cuales, de 1676, lleva ese título y versa sobre duendes y otros seres que considera meros animales irracionales, pero casi siempre invisibles y formados de la corrupción de vapores que acumulan estancias cerradas de las casas; sus teorías fueron discutidas por Feijoo. El Ente se encabeza con poemas laudatorios de sus hermanos, uno de ellos D. Gómez Arias y Porres, regidor perpetuo y alcaide de la fortaleza de Medina del Campo. Ese ha de ser el abuelo mencionado por el escritor, con lo que resulta plausible que la genealogía expuesta en la Vida sea cierta en lo esencial y su nombre una tradición de familia. De hecho, entre esos hermanos estaba Manuel Arias y Porres, luego presidente del Consejo de Castilla y arzobispo de Sevilla, cuyo padre (bisabuelo, pues, del escritor) se llamaba D. Gómez Arias de Mieses, quien en 1658 publicó un libro de Avisos morales y políticos dirigidos a él, entonces solo caballero de la orden de Malta. Parece excesivo pensar que hubiera falsificado dicho linaje. 13  AHN, Cons., 51629, exp. 30, f. 39v, diligencia de Juan Antonio Rodado, 20-XII-1734.

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una persistente penuria, por no gozar de oficio remunerado. No hay noticias de él tras diciembre de 1753. Gómez Arias se reservó el título de Gran Piscator de Castilla, que usó solo hasta 1739,14 luego firmó Gran Piscator a secas y al final El Piscator sin mentiras. Ese itinerario se acompasa en su obra con un creciente anhelo de respetabilidad y una (relativa) moderación de esa egolatría desmedida y polemismo que rezuman desde sus inicios. A fines de los 40 y en los 50 se aprecia, no una pérdida de la identidad que he descrito, pero sí una distensión y, quizá, cansancio de la figura que había compuesto. Sus actos lo corroboran, pues tras cuatro años de actividad, tal vez infructuosos, estudia medicina con el propósito de vivir de ella y entre finales de 1738 y 1744 no publica nada. Cuando regresa a las prensas ya firma como bachiller en Medicina y protesta contra el Protomedicato por negarle la licencia. Ese contratiempo es quizá el principal acicate para reanudar una carrera literaria cada vez más inestable, por la necesidad de ingresos y de hacerse valer ante la sociedad como escritor docto, moral y serio, en lo que le resultaba posible, pues su pintoresco personaje lo tiene atrapado sin remedio.

Fig. 1. Sin residencia conocida.

Pero asumamos que, fuera de sus impresos, que paso a analizar en su sucesión temática y cronológica, este escritor apenas ha dejado rastro documental o noticia contrastada. Gómez Arias a casi todos los efectos es una realidad discursiva, una función autorial, y así ha de ser estudiado.

14 

En 1738 lo amplificó como El embajador de los astros y Gran Piscator de Castilla.

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El resucitador de la poesía espaÑola 1734 constituye el momento fundacional de esta carrera, pues en pocos meses pone en la palestra literaria madrileña una polémica literaria, las Recetas morales y su primer almanaque.15 Son tres líneas distintas, coordinadas para abrirle hueco en las letras. Su acto de presentación en junio fue el Viaje y manifiesto de difuntos. Explicación del príncipe de los montes y resurrección de la poesía española,16 que originó una pequeña controversia. La untuosa dedicatoria al heredero de los Alba dice que es fruto de tres horas; proclama que su instrucción alcanza las facultades de latinidad, retórica, filosofía, astrología, poesía, letras humanas y divinas, lo que será su retahíla habitual, a la que solo falta la medicina. A pesar de su juventud, exhibe varios engolados poemas laudatorios en su homenaje. El prólogo es un ejercicio de vanagloria, que da paso a una introducción narrativa al modo torresiano —este recurso, cincelado sobre la tradicional sátira menipea, se aplicaba entonces a obras de muy variado tenor—, donde cuenta cómo un día su fantasía se solazó con una profunda meditación de los primores de la poesía; imbuido en un sueño, se le aparecieron cuatro ancianos: Quevedo, Lope de Vega, Calderón y Góngora, «aquel monte de erudición y famosísimo inimitable lírico andaluz» (p. 3). Estos han viajado a agradecerle lo que pretende escribir, hecho lo cual desaparecen y él inicia su discurso, un elogio de la poesía española, donde va enlazando frases vacuas de Aristóteles, Platón, Ovidio, Virgilio, Santo Tomás de Aquino, Cicerón, San Agustín, Quintiliano y otras autoridades antiguas,17 en un hilo artificioso que destaca el arte poético como un don natural superior, reflejo de una armonía y consonancia que subyace a la naturaleza. El supuesto fin es reivindicar la poesía en una época en que no goza de estimación, por malgastarse en materias bajas cuando «fue criada […] para cantar cosas honestas, altas y decentes» (p. 19). Entre sus consejos para que resucite no es el menos importante hermanarla

15  Hay alguna incertidumbre de si no hubo obras anteriores a estas (véase más adelante). 16  Esta polémica ha sido excelentemente estudiada por Ruiz Pérez (2017b), que la enmarca en la conciencia de decadencia de la poesía, y reacción a ella, que por entonces estaba extendida. 17  Uno de sus impugnadores se chanceó con que «va adornado de retales como tienda de mauleros» (Rúa, Destierro de pobres…, p. 14).

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con la sabiduría más docta, a ejemplo de Calderón, canonista y escriturario antes que poeta, que pudo escribir autos de alta teología; Góngora, que fue «el más célebre humanista» (p. 24); Quevedo, sabio reputado… La pieza, en sí misma insustancial, pedante e hinchada, alardea de un estilo que califica de estoico y lacónico. Poco después le replicó quien firmaba como «Un ingenio de esta corte», con una Crisis apologética…,18 donde se finge que Arias («un mozo lampiño, algo pálido, de ambigua facha y asustada representación», pp. 3-4) es llevado a juicio por su folleto ante aquellos mismos que había invocado en el Viaje, Quevedo, Calderón, Lope y Góngora, por «crimen de læsa poesía en su papel» (p. 4). Se burla sin piedad de su pretensión de ser maestro en todas las ciencias y defiende con ardor la grandeza de la poesía española, antigua y también moderna, que no necesita tales resucitadores. Incluye a Torres Villarroel, entre ditirámbicos elogios, como moderno lustre de nuestras letras, solo por detrás de Eugenio Gerardo Lobo, e inmediatamente por delante de José de Cañizares. A este Ingenio le respondió el extraño folleto El niño de Gómez Arias, consolado por su padre de las injurias que le ha hecho…, que en ocasiones se ha atribuido a Arias, aunque hay razones bien fundadas para dudarlo.19 La dedicatoria la firma el librero Juan de Buitrago (el 18 

Crisis apologética del Viaje y manifiesto de difuntos, explicación del príncipe de los montes y resurrección de la poesía española, de don Gómez Arias. Escrita por un ingenio de esta corte. Con licencia, Madrid, Imprenta de Pedro José Alonso y Padilla, [s. a.] (8 hs. + 40 pp.), paratextos de julio de 1734. La dedicatoria se ofrece al Parnaso español. 19  Se firma en portada con las siglas S. A. D. J. A. G., mientras que Gómez Arias ostenta siempre su nombre sin tapujos. Estas iniciales corresponden a «Su Autor Don J. A. G.». El resto de la frase la vemos, quizá por descuido, en la fe de erratas, donde se registra que el autor es Juan Antonio Gómez (Álvarez de Miranda sugiere que ese era el nombre real del escritor, y que Gómez sería apellido [1992: 83], pero no da el origen del dato). En la dedicatoria de Don Gómez Arias en campaña…, el autor dice que «se han escrito tres [papeles], dos contra mí y uno a favor, aunque más puedo decir en contrario, porque se me ha defendido en tan bastardas y groseras líneas, que más ha sido la defensa ignominia que no triunfo», lo cual constituye una expresa negación de autoría, que se refuerza con duras críticas al texto. Pero persisten dudas, porque Arias admite que había dado al Padre permiso para escribir en su defensa, pero que «estuve siempre creyendo me defendiera en unas líneas ingeniosas y literales, no en cláusulas de suyo tan obscenas y irrisorias» (p. 33). Eso, y que el librero del Viaje costease El niño… y en cambio Don Gómez Arias en campaña… se vendiera en la librería de Luis Gutiérrez, la de los opúsculos del Ingenio, puede indicar un trueque de alianzas y una rivalidad entre libreros, como sugiere Ruiz Pérez (2017: 86), y que a lo mejor Arias sí tuviese algo que ver en esta réplica y luego le conviniese alejarse de ella.

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que vendía el Viaje), que costea también la edición. Se finge escrito por Arias en su calidad de padre del Viaje, al que se le llama niño jugando con la proverbial «niña de Gómez Arias». Una larga narración enmarca la confusa e insustancial réplica a la Crisis, donde algunas justificaciones de lo criticado por aquella parecen irónicas para dejar a Arias en mal lugar. El Ingenio de esta corte redarguyó a su vez con Vino por lana y vuelve trasquilado,20 un ataque mucho más agresivo y personal contra el autor del Niño…21, pero de poco interés en sí mismo. Finalmente, Arias entró en liza con Don Gómez Arias en campaña esgrimiendo rayos…, una respuesta bastante comedida y en tono humorístico, que contesta las objeciones planteadas en la Crisis con argumentos sobre su fondo y en tono generalmente respetuoso y más prolijo de lo que será su costumbre. Con el Padre es más duro, y muy complaciente con Vino por lana, buscando una convergencia con el Ingenio. Lo más interesante es el cambio de alineamientos, alejándose del Padre y aproximándose al Ingenio, lo que puede tener trasfondos que desconocemos. La polémica la cierra unos meses después un nuevo ataque al Viaje, firmado a nombre de Francisco de la Rúa, Destierro de pobres…,22 donde se simula una conversación con Arias, a quien pinta de fantoche ridículo y vanidoso, y a quien suelta una densa perorata sobre la verdadera

20 

Vino por lana y vuelve trasquilado en respuesta el padre del Niño de Gómez Arias, a la defensa del Viaje y manifiesto de difuntos, contra la crisis apologética de él, por un ingenio de esta corte. Con licencia, s. i., Madrid 1734 (6 hs. + 23 pp.), paratextos de julio y agosto de 1734. En el prólogo hay una oscura alusión a que buscó afanoso a un maestro que «meta el Montante» en este duelo, para no tener que contestar él; tal vez signifique que había instado a que respondiese Torres Villarroel, quien en 1726 publicó la pieza polémica Montante cristiano y político en pendencia música-médica-diabólica (montante es un tipo de espada); sumado al elogio al salmantino en el anterior papel del Ingenio, podría situar a este en el círculo de Torres, quien habría dado una temprana muestra de su desinterés por polemizar con Arias (véase más adelante), en unos años en que ambos quizá disputaban el favor del conde de Galve. Aunque nos movemos en terreno conjetural, uno de los móviles de la polémica pudo ser desacreditar a Arias a ojos de aquel poderoso mecenas. 21  Traza de quien denomina «el Principiante Gigante de los Pigmeos» (p. 4) un esperpéntico retrato, diciendo que «oculto el rostro, aunque a saltos descubierto por iniciales, con cuidadoso disimulo, empezó con la espada en la mano a batallar, en esta (para él) nueva palestra» (p. 4). 22  Papel nuevo. Destierro de pobres, la poesía muerta y don Gómez Arias expirando. Su autor don Francisco de la Rúa, s. i., s. l. s. a. (8 hs. + 46 pp.), paratextos de noviembre de 1734. Es un seudónimo, en realidad el autor era José Rodríguez.

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calidad de la poesía, tras la cual su oponente se da por convencido y promete abandonar los versos. Ruiz Pérez (2017: 88) interpreta que Arias logró su objetivo de progresar en el mundillo literario mediante esta controversia y que por eso cerró el asunto. Pero se basa en parte en que Arias ya no respondió a Rúa, cosa que no es correcta, pues dedicará el prólogo de su pronóstico para 1735, publicado en diciembre del 34, a insultarle airadamente, negando las acusaciones de no tener estudios y aceptando ser pobre, pero de noble sangre. Fue una respuesta inmediata y colérica, escrita con prisa, lo que no denota precisamente una actitud de indiferencia u objetivo cumplido. El autor del Destierro se ofendió tanto que le puso una querella a Arias, como se verá. El poeta Arias se mantuvo siempre apegado a su vocación poética. Como tal se prodigó en los pronósticos, pero tampoco desdeñó los géneros de circunstancias, idóneos para cultivar un lugar cálido en el establishment cortesano. En 1738 publicó un opúsculo por la boda del rey de Nápoles (futuro Carlos III de España) con María Amalia de Sajonia: Reverente métrico panegírico a los reales desposorios del invictísimo… Tiene disposición de poema épico en 48 octavas, cuajado de mitología y convencionalismos.23 Su elogio de Carlos es desmesurado y acompaña a otros no menos subidos de su madre Isabel de Farnesio, y en menor medida de Felipe V; a quien nunca menciona es al príncipe de Asturias, Fernando, aislado de la corte por la inquina de Farnesio, quien deseaba apartarlo de la sucesión. En cierto modo el poema de Arias construye a Carlos como sucesor ideal de su padre. Pero en 1746 Fernando VI fue entronizado y Gómez Arias se apresuró a publicar otro poema encomiástico: Juicio y prognóstico de los laureles y triunfos que han de coronar a España en el feliz reinado de nuestro católico monarca D. Fernando Sexto. Lo encabeza un muy engolado «Prólogo, no como los que tengo hechos hasta aquí, sino verdadero», pues

23 

Sorprende que alabe así las cualidades de la reina: «La prudencia, virtud de las serpientes, / cautelosa, modesta y recatada» (p. 14), con una rima facilona con «continentes». Evoca sin duda un pasaje evangélico que aconseja ser prudentes como serpientes y sencillos como palomas (Mateo, X, 16), aunque muchas traducciones del griego fronimoi (prudentes en la Vulgata) vierten «astutos», que modificaría mucho la alabanza.

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en efecto omite quejas, chanzas y jactancias. Una primera sección, en diez octavas, profetiza las infinitas bondades que el rey traerá al país, aprovechando su condición de astrólogo: «Astronómico cálculo evidente / me promete un monarca muy constante, que a España gobernando sabiamente / ha de ser de ella el astro más brillante» (p. 9). Pero el elemento astrológico es solo decorativo.24 Sigue un largo romance que expande la misma materia con mayor detenimiento. En justa reciprocidad no se menciona a ningún otro miembro de la regia familia, salvo a la reina. Aunque muy encomiástico, denota una escritura más rápida y sobria que la vez anterior. En su libro de 1749 sobre San Francisco de Paula hablaba el autor con su lector de siempre: «tú dirás “muy místico está don Gómez Arias, todo es escribir vidas de santos”; ¿pues quién te ha dicho que vivo yo ajeno de las impresiones de la eternidad?» (prólogo). Quizá no era para tanto, pero es cierto que escribió tres piezas de poesía hagiográfica, las dos últimas en su época final y entre sus más extensas: ¿por devoción, por encargos, o quizá un paso más en esa búsqueda de respetabilidad de la segunda mitad de su carrera? De 1738 es su Descripción métrica-lacónica de las plausibles fiestas que ejecutaron los padres de la sagrada religión de la Compañía de Jesús en la canonización de S. Juan Franciscano de Regis, muy breve y por una vez sin más preliminar que la dedicatoria a una noble; es un romance a la mayor gloria de los jesuitas, con quienes él había estudiado. En 1748 publicó Descripción harmónica de la vida y milagros del gloriosísimo portugués San Antonio de Padua, con particulares reflexiones en prosa y la novena al fin.25 Y en 1749 salió El clarín armónico de las glorias y milagros del mínimo máximo taumaturgo San Francisco de Paula, de 118 pp. de texto poético, más unos extensos preliminares, que incluyen exaltadas aprobaciones y dilatados poemas laudatorios del aprobante, fray Agustín Antonio Caballero, un jerarca de la orden de mínimos (la fundada por el santo celebrado) que casi constituyen un libro independiente, lo que hace pensar que hubiera un encargo. La hagiografía está en romance heroico y ciertamente

24  En la segunda parte será más específico, pero también sin abundar: «Yo, que el horóscopo he visto / y su signo alto y excelso, / he notado el alto influjo / de su feliz nacimiento» (p. 16). 25  Solo se conoce el ejemplar en British Library ya referenciado en la Bibliografía de Aguilar Piñal, que no ha podido ser consultado para esta investigación. Es descrito como de 199 pp. en 8º.

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se requiere heroísmo para concluir su lectura. Insiste con lenguaje inmoderado en las portentosas perfecciones del santo, sobre todo en los milagros. Una estrofa se relaciona con sus inquietudes constantes: Médico celestial era Francisco, no era médico antiguo ni moderno y siempre recetaba libremente en la inmensa botica de los cielos (p. 35).

Vivir en la corte Capítulo aparte merecen las Recetas morales, de agosto de 1734, quizá su apuesta más ambiciosa y lograda, por extensión en páginas y calidad de escritura. Es obra de confesa inspiración quevediana, pero con más moralidad que sátira y quizá mejor encuadrable en la tradición de Zabaleta; reverberan ecos lejanos de las Visiones y visitas de Torres, de 1727-1728, y de su Vida natural y católica de 1730, en el deseo de aunar una mirada costumbrista sobre la vida en la corte con un prontuario de consejos de salud y moralidad, relacionando ambos planos. Con eso y con todo, es donde escribe de forma más fluida y menos imitativa. El prólogo abunda en su perenne acusación contra los médicos y contra los dialécticos que silogizan y otros autores clásicos a quienes acusa de ocuparse de materias dañinas o frívolas (incluida la alquimia de Paracelso). La receta primera explica «lo que debes ejecutar desde el punto que te desarrollases de la cama y te desenvolvieses de las pegadizas y untosas sábanas» (p. 4). Eso le permite combinar un tono de moralista religioso (antes de levantarte «debes encomendarte muy de veras a Dios», p. 4) con una moderada sátira de costumbres contemporáneas («estírate bien las medias y, aunque las ligas te opriman, no se te dé un pito, porque así se usa», p. 4); los consejos de higiene, salud y dieta se entremezclan con pullas sobre las vanidades y modas, los petimetres y noveleros, y demás pájaros hinchados de la fauna cortesana, pero preponderan estas últimas. La receta II instruye sobre cómo guardar el bolsillo, grande o pequeño, si se desea esquivar a los petardistas; la III aborda el modo adecuado de mantener conversaciones en sociedad; la IV previene contra la envidia, el pecado más frecuentado en ciudades poderosas; en la V habla de cómo comportarse

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en los paseos públicos, evitando el exhibirse y lucir prendas —la consideración y burla sobre los atuendos aceptables o no ocupan gran parte del capítulo—, sino más bien meditando con un libro en la faltriquera: y te encargo que no sea el libro cosa que trate de astrología o poesía, que de lo primero dirá cualquier salvaje que eres mentiros; y de lo segundo que eres loco o botarate, que todo se va por una llana y descubierta carretera (p. 36).

La receta VI traslada la mirada a los corrales de comedias, otro de los lugares de sociabilidad inevitables. Esos dos capítulos son los que tienen más desarrollo costumbrista y mayor gracia. Véanse sus instrucciones sobre cómo reír en el teatro: Si vieses que los graciosos dicen algunas gracias, ríete con ellas y buen provecho te haga la fiesta; pero no rías con un modo alocado y desenvuelto, que te llamarán el padre landola de la locura. Mira, querido, yo te explicaré esto con brevedad: los catonianos dan su carcajada entre labios, los circunspectos entre cuero y carne, los estoicos ríen tan metidos en su fúnebre filosofar que nadie sabe si ríen o lloran. Tú, pues, para acertarlo, ríete como los circunspectos entre cuero y carne, pero que sea entre carne, no sea tan en cueros que parezca borrachería tu visible forma (p. 49).

La séptima receta reincide sobre no preocuparse de ir bien vestido o a la moda; la octava, sobre las visitas a estrados de damas, que no aconseja, y sobre bailar en ellos; la novena, sobre las noches de San Juan y San Pedro; la décima y última alude a las fiestas de Semana Santa y Corpus. Algunos pocos poemas remachan las conclusiones de varias recetas. Es un libro trabajado, con estilo contenido y donde, quizá caso único en Arias, parece tener realmente algo que decir y no solo la necesidad imperiosa de salir a escena a hablar y que le oigan.

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Fig. 2. Aprobación de Carlos de la Reguera para el pronóstico de 1738.

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El Gran Piscator de Castilla La irrupción de Gómez Arias en el lucrativo mercado de los almanaques se enmarca en la avalancha de imitadores que intentaron sacar ventaja del destierro a Portugal de Torres Villarroel, codiciando su suculenta cuota de mercado. Es el caso de León y Ortega, de Alejos de Torres y también de nuestro Arias, quien a ese fin fabrica sus almanaques sobre una aplicación bastante fiel del modelo literario de Torres: uso del verso para las secuencias judiciarias, jactancioso diálogo con lectores y rivales al prologar, títulos rimbombantes e introducciones narrativas de lenguaje colorista. Pero no siempre lo emplea todo a la vez, ni con igual énfasis, y personaliza algunos aspectos. Su tendencia a hibridar astrología con poesía, por ejemplo, aunque parte de la fórmula torresiana, fue siempre muy fuerte en él, como señalan a menudo sus aprobantes (fig. 2). Al principio, su trayectoria es coherente y luego se torna errática, acomodándose a los dos periodos de su producción. Veamos ahora su primera tanda, cinco pronósticos para 1735 hasta 1739, bien anclados en el modelo y con una concepción más integral del género. En los últimos días de 1734 saca El embajador de los astros y volante de Mercurio, para 1735,26 cuyo «Prólogo apologético, dulce y retórico, para discretos, no para bobos y mentecatos» finge un encuentro con el

26  No hay total certeza de que fuera el primero. En el prólogo para 1750 dice llevar escritos catorce almanaques, aunque solo cuento once; quizá exagera o haya alguno perdido entre 1739 y 1744, o antes de 1735. Sus impresos de 1734, primeros conocidos y primeros cuya venta anuncia la Gaceta, exudan cierta presencia previa, aunque tal vez sea mera egolatría. El pronóstico para 1735 no dice que sea su estreno, ni lo contrario, aunque al caracterizar a Arias de embajador enviado por Urania a restaurar la buena astrología, cabe leerlo como un manifiesto programático. Por otra parte, en los cómputos del año se incluye vanidosamente en las efemérides: «Del nacimiento de don Gómez Arias, 19. De los partos de su idea, 2. De su ascensión a la esfera a contemplar los influjos de los astros, 1» (p. 23). Podría interpretarse que en 1735 llevará dos años escribiendo, 1733 y 1734; y la segunda alusión puede referirse a ese almanaque del 35, escrito en el 34, o bien a una entrega anterior desconocida. En el prólogo del pronóstico para 1739 asegura llevar cinco años pronosticando, que corresponderían con lo conocido siempre y cuando incluya el que prologa. En cambio, en el de 1747 dice «es el más juicioso de los siete que tengo publicados» (p. 11), cuando en realidad era el noveno, y en 1748 redunda en el «afán que ocho años ha me ha concedido mi estrella» (dedicatoria). Y en su último pronóstico burlesco, para 1754, habla de que «diez años hice almanakes» (p. 5), lo que daría la cifra de once. Conviene, pues, mantener la cuestión

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conde Nolegar Giatamor, donde insulta al autor del Destierro de pobres. El aludido puso una querella pidiendo la recogida del piscator, lo que nos permite averiguar que Francisco de la Rúa era seudónimo de José Rodríguez, cuyo abogado explica: ha impreso [Arias] un prognóstico intitulado El embajador de los astros, en el cual maliciosamente, usando contra las reales, cristianas y modestas prevenciones, ha puesto un prólogo excesivamente injurioso e infamatorio contra mi parte, siendo su único argumento herir y ultrajar el crédito y la persona. Y porque dicho prólogo solo es concedido a la prensa sin la aprobación y licencia de V A. cuando sea su contexto informar y prevenir con pureza de estilo en la materia de que trata la obra, cuya circunstancia no tan solamente no se halla en el presente, sino que oponiéndose a las buenas costumbres mueve e incita con sus dicterios a mayores desórdenes y perjuicios.27

Ese prólogo faltón es otra muestra del agresivo entusiasmo y autoglorificación de que rebosa este pronóstico, escrito con soltura juvenil y chispeante convencimiento en su potencia literaria. Su nombre asoma por doquier, invade cualquier sección (incluso se incluye él en las efemérides del año, como hará más veces), pintándose de joven prodigio maltratado por la fortuna en un mundo donde triunfan necios y mediocres. La corta introducción representa un viaje onírico a los territorios de Urania, habitual en muchos almanaques (nunca en Torres), una convención que exige lenguaje cultista y referencias mitológicas. La musa lo reconoce como buen astrólogo y lo manda a España por embajador de la astrología contra los malos piscatores que proliferan. Es un breve anuncio que da paso al despertar y el juicio del año, donde abundan las predicciones naturales y judiciarias, en tono burlón y con muchas pullas a los médicos. Los largos poemas acaparan protagonismo. Uno de ellos redunda en las ideas del Viaje de 1734: Ya los Calderones, Candamos, Zamoras, abierta, pero sin fiarse de sus cuentas, pues lo más probable es que no haya más que los que conocemos. 27  AHN, Cons., 51629, exp. 30, f. 39r. Sobre este pleito, véase Contreras (2017). El expediente es breve y consta de los poderes de los abogados y los traslados entre las partes, pero ninguna acción ni decisión sobre la querella.

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se murieron todos en verso y en prosa. No hay quien los imite, que en cláusulas rotas todos los ingenios visitan las drogas. Solo Gómez Arias su dosel coloca en esas esferas donde nadie toca. El que estos delirios tuviese en su cholla llámeme borracho de toda carcoma (pp. 8-9).

Otros pasajes vierten subidos elogios a Góngora y a Feijoo.28 Las secciones fijas y el diario responden a lo habitual, salvo la mayor extensión de las predicciones y versos políticos de las lunaciones. Hay un uso desinhibido de la astrología judiciaria, que sobreabunda en muertes de mandatarios, lo que se intuye una estrategia para cazar un acierto que le dé fama. De hecho, al año siguiente apuntará una lista de predicciones cumplidas, incluidos dos fallecimientos.29 La conclusión es, pues, el respeto a la estructura estándar convencional, con matices propios: el título altisonante solo se actualiza en la introducción; el prólogo posee un fuerte cariz polemista y quejoso; su desbordada egolatría hace presente al autor en cualquier sección; la introducción, no muy larga, es fantasiosa y no realista, con estructura de sueño, y no

28 

Sus elogios siempre lo emparejan a grandes hombres, puro acto de vanidad, no de admiración. Una lunación dice: «Se han de aparecer diversos fenómenos e impresiones en el aire, que darán espanto a los ignorantes de la filosofía, menos a mí y al Padre Feijoo, que la hemos leído» (p. 48). 29  Sus competidores tomaron esto a rechifla. Unos borrachuzos de taberna hablan así en una introducción escrita a fines de 1736: «“¡Bravamente barruntó el Piscator de Castilla el mal de estómago que me dio el otro día, con tantos güelcos que se me quiso arrincar el cuajo!” “¿Pues qué fue eso?”, dije yo despabilándonos todos. “¿Qué ha de ser? ¡Ahí es nada!, que puso peligro de agua a un gran personaje, y habiendo yo salido de casa a tiempo que llovía, se me entraron unas cuantas gotas mientras di un estornudo y pensé reventar de ahíto, pero el Cristo del Valle hizo la costa”» (El prognóstico entretenido y gabinete de Baco. Diario general de cuartos de luna para el año de 1737… Su autor D. Francisco de León y Ortega…, Madrid, Antonio Marín, [s. a.], pp. 6-7).

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opera como marco narrativo ni se vuelve a mencionar una vez concluye; abundan los versos; y hay una fuerte centralidad de lo judiciario. El registro onírico justifica un espacio y lenguaje menos costumbrista que lo distancia de Torres, salvo en determinadas secuencias en que imita su estilo descriptivo. Esto es, en suma, lo que podríamos entender que constituye su modelo personal de almanaque, que mantiene de forma homogénea, con algunas variaciones, los cuatro pronósticos siguientes. El palacio de Plutón y templo de Proserpina para 1736 tiene un segundo prologuito dedicado a atacar a los médicos que no usan la astronomía en su disciplina. El sueño introductorio le sobreviene tras pasear desde la casa de la duquesa de Osuna hasta la Florida; allí se refugia con una vieja de inequívocos rasgos torresianos, que invoca a Plutón, a cuyo palacio le transporta para que célebres astrólogos del pasado y Proserpina le asistan en su pronóstico. El formato se mantiene igual, pero más normalizado y regular, con menos irrupciones de Arias en las secciones (solo en cuatro lunaciones). En 1737 saca Las fantasmas del sueño y Puerta del Sol de Madrid. El prólogo se recrea jocosamente en su pobreza y sus hambres. En una introducción corta y de aire moralista un letargo le transporta a la Puerta del Sol donde, bajo advocación a Quevedo, «todo aquel gentío era de personajes alegóricos» (p. 2). Llega el venerable viejo Sarrabal de Milán, a quien Arias, en un osado gesto, hace que le ceda su plaza: «ya que mis cenizas no tienen voz, seas tú la voz de mis cenizas» (p. 3), a fin de mostrar al mundo sus pecados y defectos, pues «a ti te toca por superior, y en mi nombre, suceder al célebre Catón» (p. 4). Como el Sarrabal seguía publicándose en Madrid bajo privilegio del Hospital General, esta sucesión autoatribuida era una impertinencia. El juicio estacional es muy breve, culminado con una única larga secuencia judiciaria. El resto de la fórmula padece cierto abreviamiento, lo que resalta aún más lo judiciario y las coplas, que incrementan su extensión. Se convierte casi en un volumen poético. El prólogo de 1738, El mayor monstruo del mundo y dragón de los abismos (fig. 3), es una áspera invectiva contra el Diario de los literatos de España, Torres y los demás almanaqueros.30 De nuevo añade un segundo prólogo contra los médicos. El sueño introductorio, en menos de cuatro páginas, produce un paseo fantasmal por una lujosa ciudad 30 

Este prólogo provocó la citada impugnación de Carlos Castañola.

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imaginaria, cuyos sucios arrabales se le manifiestan como un monstruo o dragón, del que salen extrañas figuras alegóricas «que me dieron asumpto para el prognóstico» (p. 3). Esta vez faltan los cómputos del año. El juicio estacional y el diario de cuartos es como la entrega anterior, salvo en cierta merma de versos, aunque siguen siendo los protagonistas. Algunas coplas se dicen tomadas de Antonio de Zamora, los teatros de la corte, Antonio de Solís, Quevedo y Góngora. Arias ya no se menciona a sí mismo; esto, la reducción de versos y que sean en parte un centón expresan una progresiva distensión de su fórmula.

Fig. 3. Anteportada del pronóstico para 1738.

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Los relámpagos de Marte y Babilonia de Europa, para 1739, cierra esta primera serie. El prólogo es más airado y arrogante que de costumbre, alardeando de capacidad predictiva: «ni Serrano, Torres, el Sarrabal, ni Gotardo, han tenido los aciertos que yo, porque no ha habido movimiento político ni sublunar que yo claramente no haya predicho en mis cuartos de luna fidelísimamente calculados». Se declara experto en todas las ciencias, sin excepción, y contra lo que sostendrá en otros escritos, asegura que «no soy aristotélico» y rechaza ese sistema por inútil con duras palabras, amparándose en la autoridad de Martín Martínez. No hay introducción narrativa, sino dos páginas así llamadas con un discurso nada novedoso arguyendo que la astrología es tan falible como cualquier ciencia y lo injusto de atacarla solo a ella. De nuevo se abrevian las secciones breves y faltan los cómputos. El juicio del año se extiende mucho en lo político y solo contiene un poema en la última estación; en los cuartos de luna hay extensas predicciones judiciarias y muchos poemas, aunque breves en su mayoría. Este repaso permite ver una fórmula que, con cambios y modulaciones, se asienta regularmente en cuatro pilares: la minoración del marco narrativo, la presencia arrogante del autor, la absoluta centralidad de la astrología judiciaria y el uso extensivo de la poesía. Frente a autores que quisieron legitimarse con el lado matemático o astronómico de los pronósticos, Arias tiene bien claro que ser astrólogo es ante todo predecir acontecimientos y en su pluma estos siempre son desastres y desgracias, con un altísimo número de muertes de príncipes, ministros, etc. Solo en momentos concretos tardíos desmentirá esa convicción. En ese punto es cuando deja de publicar impresos durante unos años, hasta 1744. 1744. Partos cometunos, la Vida y Torres Villarroel El cometa aparecido en enero de 1744 en España dio lugar a un pequeño ciclo divulgativo y polémico donde metieron la cuchara muchos piscatores del día, incluso los menos matemáticos: Torres Villarroel, Gómez Arias, Horta Aguilera, Moraleja Navarro, Justicia y Cárdenas, Sánchez de Oreja, Manuel Pascual… En esa efervescencia de opúsculos, Horta fue uno de los primeros y luego polemizó en dos más contra los aparecidos después; en el tercero lanza esta acusación:

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Ahora, para dar alguna satisfacción a la curiosidad que tanto anhela por saber cómo se pronostican los azares que atribuyen a los cometas, y a lo que ninguno de los que hemos escrito hemos dado cumplimiento, sino que con los hurtillos del doctor don Diego de Torres y mi papel, primeros partos cometunos, dos charangas y dicterios, se han formado los papelones (excepto don Gómez, que todos saben quién es y su inteligencia, como lo expresa su papel).31

Pocas cosas peores se pueden decir de alguien que «todos saben quién es», sin añadir más, suficiente para mostrar que nadie lo tomaba en serio. Personalidad bizarra y escaso respeto. En una obra de 1746 dirigida a probar la impericia profesional como astrólogos de los piscatores que se publican en Madrid, redunda en ello el almanaquero Pedro Sanz, que había estudiado con Torres Villarroel; tras dejar para el final a cuatro, encabezados por Arias, sentencia: «Ninguno es astrólogo, ni presume de serlo ni parecerlo, burlando ni de veras, excepto el primero; pero por ser tan conocido en la corte, no nos parece más declaración».32 La participación de Torres fue, a comienzos de febrero, un Juicio y prognóstico del nuevo cometa que apareció sobre nuestro horizonte el día siete de enero de este año de 1744.33 El salmantino adopta una posición llamada a provocar enfado en muchos colegas astrólogos: sostiene la incertidumbre del origen de estos fenómenos, para lo que repasa distintas teorías, concluyendo que es disparate considerar los efectos de algo cuya naturaleza se ignora. Él ha observado el cometa desde el observatorio del Colegio Imperial y describe sus características astronómicas y físicas. Pero su objeto principal es rechazar de plano la constante afirmación de los astrólogos de que los cometas profetizan 31 

Tercer discurso y diario general de los tres cometas, caudato, barbato, crinito o róseo, aparecidos en nuestro hemisferio, con la más extensa observación, particularidades e influjos de ellos, y una cartilla para ser cualesquiera cometero con algún fundamento. Su autor el Ingenio Cordobés D. Francisco de Horta Aguilera, filomatemático hispalense, etc. Dedicado al muy ilustre y magnífico señor que me comprase, [Madrid, s. i., s. a.], h. [3r]. 32  Pleito crítico contra los prognósticos y prognostiqueros de la corte, de este año de mil setecientos y cuarenta y seis. Seguido ante el Sol, superintendente general de los astros y Júpiter, su asesor, por querella dada por el fiscal de las estrellas, nombrado en el Encanto de Mañosa. Su autor el bachiller don Pedro Sanz…, Burgos, Imprenta de la Santa Iglesia Metropolitana, [s. a.], p. 29. Paratextos de mayo de 1746. 33  Cito en este caso por la reimpresión de Sevilla, Imprenta Real de don Diego López de Haro, [s. a.] (8 pp.).

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grandes desgracias y, en cambio, da sus argumentos científicos para afirmar que este en particular anuncia dichas y venturas y así tranquilizar los miedos del vulgo. Esta lectura contradecía el alarmismo que había sido el tradicional resorte de los astrólogos —y de nuevo lo era en 1744— para afianzar su autoridad sobre el público. Torres establece los términos del debate, porque las siguientes piezas de la controversia girarán sobre si los efectos del cometa son nefastos o benéficos, y cómo determinarlo. Arias fue uno de los debatientes, a principios de marzo de 1744, con un folleto enderezado directamente a confrontar con Torres. El Juicio del médico astrólogo don Gómez Arias, contra el juicio de don Diego de Torres, el cometa y los cometeros, de solo cuatro páginas, niega competencia científica a cuantos hablan de un cometa, pues él asegura que el fenómeno en cuestión no lo es: «no hay tal cometa. Torres, siguiendo la opinión del vulgo (a quien dedica su impreso) dice que es cometa y favorable, rara manía» (h. [1r]). Arias sostiene que todos los astrólogos coinciden en que los cometas influyen desgracias y no provechos; recurre a Feijoo para afirmar que estos son heraldos que envía la providencia contra los poderosos del mundo y a Descartes para asentar que es una estrella errante y no un cometa. A Torres lo trata con gran condescendencia: Torres, con grande sinceridad expone sus razones: merece perdón y es justo llamarle el bueno del Torres; dice que hay cometas transparentes, diáfanos blancos, lisos e iguales, y que estos significan abundancia de frutos, de cosechas, mucha salud, aumento en vegetables, paz entre príncipes, etc. Bien se conoce que no escribió el ingeniosísimo Quevedo de esto, pues no hemos podido conseguir poner sin tropología ni alegoría alguna sus propias cláusulas en el papel. Llamemos a Torres al Tribunal de la Crítica: […] lo segundo, porque […] nunca pudiera desprenderse de la boca de un buen astrólogo el afirmar que, siendo cometa, anunciaba felicidades. Dejemos finalmente el juicio de Torres en su juicio; haga penitencia, pida perdón a Cardano, Argolio y los demás famosos astrólogos por los yerros que ha cometido; deje por dos o cuatro años el compás y demás mamotretos astrológicos, hasta que yo al compás de repetidísimas lecciones logre el fruto de la corrección fraterna o astrológica, pues bien conoce puedo enseñarle mucho acerca de este asumpto y otros más (h. [2r]).

Como se ve, además de sugerir que Torres es un mero imitador de Quevedo, ataca frontalmente su calidad científica como astrólogo.

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Era un público asalto al campeón por el aspirante al título, que volvía al cuadrilátero literario tras unos años, demandando notoriedad; pero recibió el desdeñoso silencio de Torres, los desprecios de Horta y la indeseada atención de un enemigo de la astrología que consagró ochenta páginas a impugnar a la vez a Arias y a Torres.34 Pero entre ambos establece gran diferencia, pues tras una ristra de metáforas en que, por ejemplo, Torres es el Sol y Arias un «cobarde vapor de la tierra» (p. 2), concluye: «emprehender su habilidad de usted constituirse juez y maestro (como en su papel obstenta) de aquel ingenio […] es lo mismo que intentar hacer pedazos con un destral el eje del firmamento» (p. 3). Y teniendo en cuenta que el salmantino tampoco le merece alto aprecio, se podrá deducir cómo abate eso a Arias.35 Su ataque a Torres no le dio, sin duda, los réditos buscados, porque a fines del año siguiente Arias dirige al salmantino su Carta del doctor astrólogo…, una confusa y convencional reflexión moral en dos piezas. Hay un «Discurso preliminar que sirve de prólogo y de introducción, en el que se prueba que todos los hombres somos ignorantes, mientras habitamos en este triste valle de lágrimas» y la «Carta» en sí, que apenas se distingue de lo precedente en sus encomios a la obra de Torres, pero por su dimensión moral, resaltando la Cátedra de morir. Escrita con comedimiento desprovisto de sátira u ofuscación, se antoja una tentativa de complicidad, de ser reconocido por el salmantino a cambio del reconocimiento que le otorga, reconciliándose por los pasados conflictos, pero como un igual:

34  A cuál peor, reprehendido y reprehensor, el astrólogo don Gómez y el doctor don Diego Torres. Amonestación fraternal a los dos astrólogos sobre los papeles que con motivo del cometa que se dejó ver el día 7 de enero de este año han expuesto entrambas plumas; y corrección general a los demás ingenios. Escribíale el lic. don Alberto Antonio Soler, abogado de los Reales Consejos, [s. l., s. i., s. a.], los paratextos son de mayo de 1744. 35  En este contexto también salió otro folleto: Nuevo pronostico y panegiris católico en que el señor don Gómez, ahora nuevo Ingenio, prometió decir verdad, a fee de caballero, asegurando que la estrella caudato o filomeno, anunciaba a todos un gozo, según el Santo Evangelio, [s. i., s. l., s. a.] (4 pp.). La alusión al «nuevo Ingenio» ha de ser burla del folleto que sobre el cometa publicó Francisco de Horta Aguilera, «el Ingenio Cordobés», donde su personaje era siempre aludido a secas como Ingenio. No está clara en cualquier caso la autoría ni por qué se cita en el título a Arias, pero no hay certeza de que sea obra suya. El contenido es confuso: se diría una parodia de los supuestos efectos benéficos del cometa.

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No me tienen ni sobrecogen el ánimo para escribir a usted las reyertillas, cosquillosas disensiones y pueriles festivas antecedentes hojarascas, hijas de nuestros genio y incorregibles hermanas de nuestras mismas inclinaciones (p. 9).

Seguramente esto viene inspirado por el ataque a cuenta del cometa: ahora recula para tratarlo como posible aliado y no como rival. Su estrategia es alabarlo por su moral profunda y no solo por su divertido estilo y fantasía. Para ello despliega en clave de sermón un arsenal de tópicos religiosos: el desengaño del mundo, lo vano de las ciencias cuando solo importa la salvación… El tono religioso aumenta mucho en la segunda época de Arias y esta es una muestra. Pero la obra transpira inseguridad y su voz se desdibuja, como si fuera incapaz de encontrar el tono para dirigirse a Torres, algo extensible a toda su trayectoria. Arias siempre se sintió incómodo con el salmantino; era evidente que lo imitaba en muchas cosas y todos lo veían como un pobre reflejo suyo. Él se debate entre dos fuerzas opuestas: honrar la asentada posición del modelo haciéndose su igual o bien desvincularse de él criticándolo y poniéndosele por encima. En su temprano Don Gómez Arias en campaña… habla de «mi amigo, paisano y maestro don Diego de Torres» (p. 19), única vez que admite magisterio y da a entender que se conocen. Pero es un mero cumplimiento, porque luego niega que lo imite: como si solo Torres tuviera habilidad en el mundo para parlar y escribir jocoso: esa es la de muchos necios que, en viendo algo en chufleta, luego afirman ser de Torres, siendo así que este se ha valido del Quevedo para este estilo de jerga (pp. 20-21).

Nunca quiso pasar por su discípulo, sino ser su par, en la controversia o la amistad. Lo cita a menudo, a veces para atacarlo, como en el prólogo al reportorio de 1738: «¿Qué se me da a mí que tú creas como verdades los delirios, sueños e ignorancias de Torres?». Ahí figura su conocido consejo de que solo se compren tres almanaques: «el de Serrano, para instrucción; el mío, por justicia; y el de Torres, para risa». En efecto, como astrólogo, incluso cuando lo elogia, sitúa su mérito en la escritura festiva y sugiere implícita o explícitamente que él es mejor científico. En el pronóstico para 1745, de fechas próximas a la Carta, decía: «si quieres bulla, equívocos, apodos y diversiones, busca

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a Torres, que es el otro astrólogo de mi marca; él puede tener los cascos más verdes, por gastar mejor humor y yo lo tengo muy negro» (pp. 15-16). En la Carta ostenta modestia y se pinta de escritor frívolo y lejano a la grandeza de Torres, pero es pura retórica, pues el argumento central equipara la visión moral de ambos y sus genios literarios. No consta que esta vez Torres le hiciera caso y más tarde Arias volverá a criticarlo. Pero antes, en fechas cercanas a esta Carta, incurre en su más audaz gesto de emulación. En efecto, la obra por la que generalmente se habla (poco) de nuestro autor es su autobiografía: Vida y sucesos del astrólogo Gómez Arias.36 Como ya le dediqué un estudio extenso (Durán López, 2014), solo daré aquí un somero bosquejo. Se publica en 1744, aprovechando la estela de Torres, que había sacado la suya el año anterior. El acto autobiográfico en sí y algunos elementos estructurales, además del acostumbrado estilo del autor, remiten al modelo, pero con ambiguas intenciones, pues manifiesta, «más que un homenaje o un seguimiento servil de la propuesta del maestro, una voluntad de emulación o, al menos, de ocupar un espacio en el mismo terreno en el que Villarroel desplegaba su hegemonía» (Ruiz Pérez, 2017: 90). Es otra ambiciosa tentativa, en un género más original y no en los menospreciados almanaques, de codearse con Torres. Al margen de este factor, si la vemos en el contexto personal de Arias, la Vida solemniza su regreso literario tras años de silencio y es el vehículo para su denuncia de que el Protomedicato no le autoriza a ejercer la medicina. En las últimas páginas atribuye a José Cervi, su presidente, vetarlo por «envidia de mi poca habilidad» (p. 43). Esa alusión no es anecdótica, sino el punto de partida de la obra, pues el prólogo se extiende en su agravio contra los médicos y en quejas por el maltrato de estos. Sus objetivos son confusos, pues no acaba de definir si se trata de autopromoción para revertir ese veto o más bien la resignación pública a ser otra vez escritor. Quizá sea más lo segundo que lo primero, a juzgar por la imagen que ofrece de sí y por el significativo hecho de que el título lo describa como el astrólogo Gómez Arias, atándose a esa ciencia que ha vuelto a practicar como almanaquero. En la autobiografía de Torres había un juego dialéctico entre vida juvenil desarreglada, 36  Es regularmente citada en los estudios sobre la autobiografía de Torres, por ejemplo por Mercadier (1988), que solo le consagra un párrafo. Hafter (1993) le dedicó un artículo.

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de espíritu rebelde y un tanto apicarado, y su asentamiento social, valía científica y carrera literaria; lo segundo predomina de largo. En Arias las proporciones se invierten, pues solo algunas páginas finales expresan sus virtudes y méritos doctos, y lo muestran como hombre de bien castigado por mil desgracias. Apuesta por mitificarse como un niño gamberro, inquieto, infractor de toda regla o sujeción, que hace tropelías y vive sableando a parientes y urdiendo engaños. Al final de su Vida, cuando hace balance de su treintena de años, afirma que «aquí [en Madrid] he sido un Lazarillo de Tormes, y un Guzmán de Alfarache» (p. 42), y desde luego, aunque las distancias sean muy grandes, tiene más títulos para decirlo que Torres, quien al comenzar su Vida lo que afirma es lo contrario: «paso […] por un Guzmán de Alfarache, un Gregorio Guadaña y un Lázaro de Tormes. Y no soy este, ni aquel, ni el otro» (2005: 64). De hecho, Arias no narra su periodo de escritor en Madrid desde 1734, sino lo resume en un par de páginas conclusivas, haciendo así explícito que no es la literatura, sino su propia excéntrica figura, la materia autobiográfica elegida. No es ciertamente un modo de promocionarse como escritor docto. PronÓsticos menguantes El regreso de Arias al mercado de los reportorios va a ser errático en contenidos y tipología, y con una drástica minoración de páginas como nota constante. Resulta significativo que desde 1744 ninguno contenga paratextos legales, ni aprobaciones: simplemente se especifica que poseen licencia. Puede explicarse por ser folletos menos extensos que precisan ahorrar gastos de impresión, a costa de menor institucionalización. Si los cambios de los almanaques implementados por el Sarrabal y consolidados por Torres proponían un viaje desde la menudencia de imprenta a la dignidad del libro, con el subsiguiente aumento de páginas, precio y formalidad institucional, Arias desanda la senda hacia formatos breves e informales, minimizando sus utilidades prácticas, hasta incluso incurrir en piscatores burlescos que desdicen de su trayectoria. Estos giros exteriorizan el ansia por un hueco editorial del que extraer, no solo presencia autorial, sino rentabilidad económica. Su retorno para 1744 opera una completa revolución tipológica en el orden y selección de contenidos y la oferta al lector. Carece de título distintivo, porque tampoco posee introducción. Tras el grabado

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inicial, que sirve de portada con un pie de imprenta abreviado, viene una reveladora dedicatoria al primer marqués de Villacastel, donde se describe con su acostumbrada mitomanía: aquel Gómez Arias, más sonado que nariz, que toma mucho tabaco, más conocido que la ruda, escándalo de filósofos, rabia, azote y pesadumbre de médicos en borrón, fantasma de críticos, irrisión de las gentes políticas de escalera abajo y purgatorio (o infierno, por mejor decir) de astrólogos lánguidos, secos, corcovados de razón y bizcos de entendimiento, copiantes de ajenas obras; finalmente, aquel abate que anda por esas calles hecho un Diógenes en el gesto, traje, modales y figura, riéndose a carcajada tendida de maldicientes, de mentecatos y de las necias locuras de esta miserable vida, a quien los tontos y blasfemos llaman loco (porque dice las verdades), es quien dedica a V. S. este pronóstico […] atendiendo a que sus antecedentes piscatores y papeles se han vendido con estimación y pasado por los ojos de muchísimos entendidos con aplauso, ventura y alegría […]

Confiesa no haber tratado previamente a quien entonces era mayordomo de semana de los reyes, así que, llamando la atención de un dedicatario que no lo conocía, conjeturo que tanteaba una vía para impetrar el amparo regio contra el Protomedicato. El mayordomo trataba de forma incluso más diaria y cercana al monarca que sus médicos de cámara, entre ellos el principal protomédico, Cervi. La dedicatoria no es sutil, pues insiste en que «el proteger los estudiosos ha sido empeño no solamente de héroes y caballeros, sino de monarcas y príncipes de superiores quilates, esfuerzos y bizarrías», de lo que da una lista de ejemplos históricos. Aunque asegure no ser sabio digno de tal merced, claramente la busca. Tras esta pieza táctica, en un lugar inusual, comparecen con brevedad los cómputos (vuelve a colocar su nacimiento 28 años antes), números, fiestas, témporas y eclipses. Una gran mutación afecta al diario, reemplazado por una «Tabla segura para saber las lunaciones de este año de 1744, con todos los cuartos crecientes y menguantes, alteraciones del aire y enfermedades que han de influir los astros, con los sucesos políticos de la Europa». De cada mes se dan los días con fase lunar, su astro rector y tres o cuatro notas de clima, salud y política. Por ejemplo, el 6 de enero: «Cuarto menguante, en Virgo. Nieve, vientos y lluvias. Lamentos de un valido». En mitad del libro aparece el «Prólogo e introducción a un tiempo para todos los que tuviesen

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deseos de leer algo mío, por haber imaginado que me había muerto, acobardado o sumergido en el mar de mis aventuras», cuatro páginas pletóricas de jactancia que publicitan su retorno al ruedo literario. Comunica que sigue vivo y coleando, y arremete contra sus enemigos, incluidos «escritores ladrones copiantes de don Francisco Quevedo» (¿alusión a Torres?). Atribuye sus tres años en silencio a la pereza, declara que su sabiduría es dudar «como escéptico las cosas naturales» y concluye «advirtiendo a todos que, cuando hablo de médicos, es tan solo de los malos, que a los doctos los venero», lo cual sugiere que albergaba aún esperanzas de ejercer la medicina. El plato fuerte que hace las veces de juicio del año y altera de raíz la naturaleza del género es «El pronóstico en verso y prosa del astrólogo Don Gómez Arias, resucitado al tercer año, para el de 1744» (pp. 1-18), largo romance que vaticina jocosamente los sucesos venideros. El romance es de estilo burlesco, pero no lo es la astrología que contiene, pues enumera una larga serie de predicciones funestas judiciarias, con bastantes estrofas contra los médicos, alabanzas a Descartes y Newton, desprecios a las escuelas modernas y de todo un poco. El folleto, pues, menguado de tamaño y secciones, resulta no ser un auténtico almanaque, sino un simulacro de escasas utilidades prácticas, resuelto en poesía astrológica y egocentrismo. Pero no retracta ni desmiente su desempeño como astrólogo. Ignoro cómo le fue con ese giro, pero la breve entrega de 1745, también sin título, retrocede a un formato algo más convencional, aunque no al estándar previo. La dedicatoria reproduce sus sempiternas quejas y ataques; solo destacaré una frase: «soy, cuando quiero, médico, a pesar de muchos que profesan esta farándula» (p. 8). Pone después una introducción narrativa, que por primera vez carece de fantasía onírica, pues evoca una escena realista como las de Torres. Sale de paseo con su esposa por el camino de Carabanchel y se topan con cuatro atrabiliarios estudiantones, a quienes describe en el característico dialecto torresiano. Pero la conversación recae enseguida sobre tópicos de Arias: el lamento por tener tantos conocimientos y verse despreciado por todos los practicantes de las ciencias, la vanidad e incertidumbre de estas… Descolocado nuevamente, sigue un corto y desmotivado «Prólogo, no por gana, sino por costumbre». El juicio se ha comprimido en página y media, las secciones fijas son muy breves y los cuartos de Luna dan vaticinios políticos en verso sin prosa previa. Solo se informa del mes y las fases lunares, no es un diario. La mengua toca

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a lo astrológico, de suerte que el conjunto se torna más literario y el almanaque queda incompleto e irregular. El año subsiguiente reaparece el título y, en su brevedad, restaura en su mayor parte el modelo estándar. Los platicantes37 del Hospital General de Madrid para 1746 lleva un corto «Prólogo que deseo que se entienda», enésima defensa de la astrología, sosteniendo que un pronóstico requiere ser filósofo, astrónomo, médico y astrólogo, «y con todo esto juzgan muchos salvajes maldicientes […] que es una bufonada un escrito de esta casta», porque los farsantes han invadido esta disciplina, igual que la medicina. La introducción entierra en dos páginas de adjetivos y enumeraciones una breve aparición de cuatro personajes extravagantes, sobrevenida de camino al santuario de Atocha, que le ofrecen encargarse de las cuatro estaciones. Es la única vez que extiende un débil marco narrativo a otras secciones. Cada personaje de la introducción se irá alternando en dar coplas en estaciones y cuartos de luna, al modo de Torres. En el otoño cuela un anuncio publicitario: Las enfermedades son fiebres ardientes, cuartanas, afectos histéricos, lobanillos y abscesos impropios; y para la curación de estos últimos males, acudan los dolientes a don Francisco González, que vive más debajo de San Luis. Este mozo es uno de los buenos cirujanos que hay en Madrid, sin embargo de otros muy expertos (pp. 5-6).

En el ciclo de desorden inaugurado desde 1744, ahora el juicio del año viene después del estacional, en solo cinco renglones de trámite, como otra de las secciones breves, entre las que reaparecen los cómputos. Lo que sí se restaura al estándar habitual es el diario, que vuelve a dar notas de cada día y poemas judiciarios en los cuartos (por primera vez introducidos por los personajes). A estas alturas resulta el piscator suyo que más imita la estructura torresiana y el que más minimiza la parte judiciaria y reduce la proporción de versos. Lo que no menguan son sus reiterativas pullas contra los médicos. Una entre muchas:

37  Platicantes léase en el sentido médico que recoge Autoridades: «el que practica la medicina o cirugía para tener experiencia, adestrado u enseñado de algún médico o cirujano experto».

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Unos médicos torpes, con sus ideas, no menos que Lisardo dan la sentencia: chúpanle avaros y luego lo despachan al otro barrio (pp. 24-25).

Y en un cuarto creciente: Calenturas sinocales, inflatorias [sic] y de rebelde curación. Señores dotores, lean ustedes para la curación de estos males a los autores mecánicos y déjense de cátedras, que estas son de madera y con lo catedrático, la madera y la inflacción del ánimo no se curan los pobres enfermos, ni tampoco con los silogismos (p. 29).

En el ya citado Pleito crítico… de Pedro Sanz, este piscator para 1746 es acusado de plagio, y el autor descalificado por su impericia y desconocimiento de la disciplina: se les hizo el cargo que si era verdad que no eran astrólogos ni prognósticos prognósticos, ni se les debe nombre de tales, a lo que callaron los tres últimos; pero el primero [Arias], levantando el grito, dijo ser falso en cuanto a lo que a sí tocaba, porque toda la corte le conoce por hombre muy versado en la filosofía, medicina, astronomía y otras ciencias. «Vaya usted con Dios, señor don Gómez», dijo el sol sonriéndose, «que ya tengo noticia del singular ingenio que resplandece en usted y su destreza en las artes liberales; y es tanta en la astronomía y astrología, que solo con el Lunario de Jerónimo Cortés compone usted los prognósticos anuales, como lo puede ver el curioso, si coteja el del presente año con uno de los referidos lunarios de la última impresión, en donde se hallarán las lunas mismas que a dicho Lunario añadió el Doct. D. Carlos Guillino.» Y con esto mandó fuese vuelto a la prisión con los otros tres.38

38 

Pleito crítico…, 1746, p. 32.

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Palinodias y arrepentimientos Este regreso a la normalidad experimenta otro brusco volantazo en la entrega para 1747 (fig. 4), El piscator arrepentido, penitente y delatado por sí mismo, donde practica una forma extrema de palinodia, que con intermitencias prolongará hasta el final de su carrera literaria, a fines de 1753. El «Prólogo a los juiciosos literatos y de buena intención», le declara apóstata y arrepentido, vendiendo su opúsculo como «un colirio para aquellos que, por estar ciegos, no ven las supersticiones y errores de la astrología, a quien infinitos dan crédito por ser bobos» (p. 11). Arias no hace las cosas a medias y reniega alegremente de «todos los que me creían asido a las condenadas máximas de la astrología judiciaria» (p. 11). La dilatada «Introducción» no es narrativa, sino que en prosa discursiva abunda sobre la falsedad de la disciplina: «Dos partes se contemplan en la matemática: una espuria, que es la astrología; otra verdadera, que es la astronomía» (p. 13), y acumula insultos sobre la primera. Acusa al vulgo ciego de haber «creído también los disparates, locuras, bobadas y simplezas que yo he publicado en mis anteriores prognósticos» (p. 13), y se jacta de que hará más efecto oírle a él este desengaño, que no a Feijoo. «El mismo Torres ha confesado» estas mentiras, «y yo también en muchos de los prólogos de mis piscatores […]; pero he mantenido la locura, el delirio y simpleza de pronosticar, con que he cometido el mal con pleno conocimiento de que lo es, que ha sido mayor delito» (p. 14). Las siguientes páginas amontonan casos y razones típicos de los enemigos de la astrología. Asegura que es invento del diablo y herejía. «Baste lo referido para despedirme de prognósticos y desengañar los cuerdos y entendidos. Es bueno ser astrólogo en la niñez, pero después de esta es necesario lleguen las canas del desengaño; y con este voy a poner lo que es cierto, y no más» (p. 21). Siguen los datos del año, pero el diario de cuartos muestra solo las lunaciones, con un breve antipronóstico, que distribuye coplillas entre lo perogrullesco y lo burlón, y un poema largo al final. No hay vaticinios de ningún tipo.

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Fig. 4. Anteportada del (anti)pronóstico para 1747.

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Sin duda algo ocurrió entre diciembre de 1746, cuando sale este piscator, y marzo de 1747, en que se publica su Sueño aristotélico,39 que persuadió a Arias de escenificar un cambio ideológico: repudio público de la astrología y asunción radical del aristotelismo y el galenismo. Es de suponer que estuviera habilitándose ante la sociedad o determinadas autoridades para algún beneficio específico, tal vez maniobrando ante la reestructuración de influencias cortesanas que trajo la llegada al trono de Fernando VI a mediados de 1746, a la que él dedicó un panegírico, como vimos. El protomédico Cervi estaba muy vinculado a Isabel de Farnesio y Felipe V, y al morir este, pasó a segundo plano, ya enfermo y muy anciano, aunque se revalidaran sus cargos (murió en 1748). Tal vez eso alentó las esperanzas de Arias, que pulió un perfil más conservador y respetable, renunciando de golpe a sus acusadas bufonerías e identidad como astrólogo. Pero fuera lo que fuese que pretendía, no lo hubo de conseguir. En efecto, pese a esta virulenta retractación, volverá en 1748 al formato previo de 1746. En La junta de noveleros califica sus pronósticos como «el más sonado de los [escritos] míos» (dedicatoria) y eso tal vez explique su dificultad para desprenderse de su máscara de piscator, quizá la única que le daba réditos cuantificables en moneda contante y sonante. Es un folleto acelerado que hace como si el año pasado nada hubiera acontecido: el prólogo es un insulso lamento moralista; la introducción finge en tres paginitas un sueño que le traslada a una reunión de farsantes y charlatanes, de abigarrada descripción acumulativa, el presidente de los cuales le obliga a aceptar su pronóstico. Los juicios estacionales tienen escuetas predicciones naturales y largos versos convencionales y moralistas para las políticas, etc. Faltan los cómputos del año y se abrevian las otras secciones breves. De nuevo tenemos un diario completo, al estilo estándar, con predicciones médicas, naturales y políticas (a veces en verso y siempre en serio), pero todo encogido de espacio y de énfasis. Desde una perspectiva conjunta, sobresalta su estruendoso silencio sobre la palinodia previa y la desgana de su desempeño, que incluye menos coplas de lo habitual en los cuartos y una mengua de lo judiciario. Las zahúrdas de Plutón de don Francisco de Quevedo, en 1749, se mantiene en esa mínima expresión: las únicas notas nuevas son el regreso a un juicio astrológico sin inhibición, incluido el político, y la reducción 39 

Véase en el epígrafe siguiente.

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de los versos (un soneto y once coplas). La introducción finge un sueño tras leer Las zahúrdas de Plutón quevedianas, a las que añade otras escenas de las estancias infernales, con desfile de pecadores; entre estos cuenta a «los dotores (los más de ellos) por haberse apartado de la verdadera medicina de Hipócrates y Galeno, tan encomendada de los Santos Padres, tan elogiada de los sabios y tan acreditada por la experiencia». En 1750, 1751 y 1754 producirá tres últimos pronósticos, pero todos burlescos y en verso, en una segunda apostasía astrológica, que cierra sus tortuosas idas y venidas. El hospital de los locos de Zaragoza presume que «este año […] he apostatado de las formalidades o mentiras (para bien hablar) de la astrología» y confiesa que «lo que yo escribo no es pronóstico como los que he escrito otros años» (prólogo), repitiendo lo dicho para 1747 en términos igual de duros. El sueño introductorio lo lleva al manicomio zaragozano, con desfile de locos morales, entre los cuales militan «filósofos por haber desertado de la filosofía del grande Aristóteles, por dar en el temoso dislate de seguir las soñadas demonstraciones del Cartesio y los indemonstrables disparados átomos de Gasendo, algunos médicos que dieron en hacer demonstrable la medicina, etc.». También sale un astrólogo loco que podría representar a Torres; luego un romance con burlas contra la astrología y perogrulladas; al final se apiñan una tabla de lunaciones y las secciones breves, por cumplir con el nombre de pronóstico. En 1751 encontramos una tipología distinta, una vez más, dentro de esta línea de fuga del contenido astrológico y utilitario. El formato está muy abreviado, pues solo contiene, a más de dedicatoria y prólogo, dos secciones: las estaciones con vaticinios naturales y políticos, y pocos versos morales o enigmáticos; y el «Juicio jocoserio y moral del año de 1751», que es una perogrullada de baja intensidad, más dada a lo moral que a lo burlesco. Yo estoy ya desengañado de astrológicas quimeras; astrólogo fui, mas tengo ya sobre siete años treinta (p. 15).

Tras una pausa sin noticias de más pronósticos, el último impreso que conocemos de Arias sale en diciembre de 1753 con su postrera entrega para 1754. La dedica a un consejero de Castilla poniendo por delante que «reprehende en jocoso estilo los errores de la astrología

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judiciaria». En esta expresión final renuncia a toda forma de almanaque, pues solo hay una dedicatoria, una introducción-prólogo y un poema de Perogrullo. Así pues, leemos una mininarración perdularia más, con cuatro «tunantes sopilferos, raídos, rotos, andrajosos», que porfiaban si la astrología era ciencia o embuste, donde Arias sentencia que lo segundo y que solo hizo almanaques porque hay simples y mentecatos en el mundo. El poema es un modelo de antiastrología burlesca. Luego se lo traga el silencio. Así pues, aunque Gómez Arias fue seguramente el más convencido astrólogo judiciario de su época, entre los almanaqueros que practican las fantasías literarias y jocosas, su itinerario final lo hace flaquear en su convicción, cediendo a presiones ambientales que sin duda ocultan intereses materiales. El eje conflictivo de los almanaques en todo el xviii es la forma de mantener, transformar o eliminar la astrología, tanto natural como judiciaria, pero sobre todo esta última. Cada pronostiquero bregó como pudo o supo con ese problema, pero pocos pudieron inhibirse de él y limitarse a aquello en lo que creían. El vaivén tipológico e ideológico de Arias es reflejo de que la astrología tenía un coste en el respeto intelectual y en la institucionalización profesional, no era un hecho indiferente. Que acabase renunciando varios años a la astrología judiciaria e incurriendo en la palinodia es la mayor constatación posible. En el resto de aspectos de su obra, en particular las ideas médicas y filosóficas, veremos idénticas pulsiones contrapuestas, entre un ego matonesco y la necesidad de ser aprobado. Sus años finales buscan un perfil más respetable y moderado, menos infantil, dentro de lo que su identidad pública se lo consiente, aunque no tenemos certeza de que esta estrategia le funcionase. El Galeno de la corte y el HipÓcrates del lugar Hasta su pronóstico para 1738 Gómez Arias no menciona en su retahíla de destrezas académicas —que no títulos— la de «profesor de medicina»; antes se había limitado a las artes, la filosofía, la retórica y las letras divinas y humanas… Pero ya en el prólogo de sus Recetas morales de 1734 se describía en los términos jocosos que ilustran el epígrafe.40 40  «Mira lo que te puedo asegurar que no hay gentes en el mundo, si no falta algún médico aventurero escribiendo contra estas recetas; si no lo ejecutasen así, me dejarán

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En la Vida de 1744 y en el pronóstico para 1745 asegura ser «bachiller en Medicina» y en el de 1746 «graduado en la facultad de Medicina», es decir, un grado real, no los calificativos genéricos que usaba siempre. Sabemos por su autobiografía que siguió estudios formales «últimamente» (parece que en los primeros años 40), a fin de ejercer de forma oficial, pero el Protomedicato le negó la licencia. Esa vocación médica acapara progresivamente sus afanes e imagen pública, porque con la práctica clínica —el discurso impreso sería solo un subproducto promocional— aspiraba a establecerse social y económicamente. Esta redefinición se refleja en Medicina buena… de 1745 y otros folletos de 1744, donde abandona sus huidizos nombres piscatoriales para adoptar los de «el médico Astrólogo» y «el Doctor Astrólogo» (no implica un doctorado universitario). Arias va cerrando su identidad sobre la medicina, en detrimento del enciclopedismo universal al que había aspirado.41 En esos años, pues, produce impresos de materia médica que lo avalen. En 1745 publica la Medicina buena, natural, segura y por poco dinero, para mantenerse todos con larga vida y buena salud. Una vez más sigue pisadas de folletos similares de Torres Villarroel, quien trató varias veces de ocupar una posición de experto práctico en la medicina para los pobres,42 pero solo desde la letra impresa, sin aspiraciones clínicas. Medicina buena… se formula en forma de sueño, pues «ahora se me ha antojado soñar, que no solo Luciano, Quevedo, Torres y otros han de lograr este privilegio» (prólogo). La imitación es confesa, pues si «Torres soñó con Quevedo, yo con el gran filósofo español Martín con la gloria de ser el Galeno de la corte y el Hipócrates del lugar, con una circunstancia, que yo no mato con mis recetas.» 41  Su impugnador en el episodio de los cometas de 1744, Soler, se burla por eso del título de «médico astrólogo» que usó en aquella ocasión, diciendo que habría de ser al revés, «astrólogo médico», «porque primero le conocimos a usted astrólogo, y aún no le conocemos médico, sino para servirle» (A cuál peor…, p. 35). 42  Me refiero a obras como El doctor a pie y medicina de mano en mano. Lunario saludable, recetas útiles y doctrina barata para mantener a los cuerpos sanos en su presente sanidad y redimir a los enfermos del tirano dominio de los que se llaman doctores y de las temporales docencias ocasionadas de los influjos celestes de este año de 1731; Doctor a pie, medicina barata y lunario saludable contra las enfermedades que ocurrirán en las estaciones del año de 1732; Médico para el bolsillo. Doctor a pie, Hipócrates chiquito. Medicina breve, fácil y barata para mantener los cuerpos con salud y curarlos de los achaques más comunes. Sirve desde este presente año hasta el día del juicio particular de cada pobre, para 1735; y algunas reimpresiones y recombinaciones de las anteriores.

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Martínez», el médico novator fallecido en 1734, de quien traza un subido elogio, pese a que fue el mayor enemigo de la astrología. Martínez protagoniza el sueño-introducción, en menos de cuatro páginas. En un rebuscado estilo barroco, su aparición dice haber recibido visita de otra celebridad médica, Diego Mateo Zapata, que le ha contado los males que sufre la ciencia física; acude a Arias a confirmarlo porque, se atreve a escribir el autor, «eres con propiedad mi discípulo». Arias amplifica esos males, el intrusismo galopante y, en particular, la ignorancia de la anatomía, medicina experimental, matemática, «especialmente la astronomía», que es la base de toda prescripción terapéutica. Es mucho atrevimiento atribuirle a Martínez tales opiniones, cuando profesaba más bien las contrarias, y citarle de continuo a Galeno. Ese delantal antecede a seis páginas más con reglas para la vida sana, del orden de la prevención: dieta, ejercicio, quietud, etc., para huir de médicos y boticarios. Esa fue también la línea habitual de Torres Villarroel, insistir en las bases no farmacológicas de la salud, las seis cosas no naturales de la tradición galénica: el ambiente (luz y aire), la alimentación (comida y bebida), el movimiento (ejercicio o reposo), el sueño, la retención o expulsión indebida en el cuerpo y, por fin, las pasiones del ánimo. Arias amontona consejos alegremente: Quien se pusiese a comer con la cabeza llena de cuidados, ni comerá con gusto ni hará buenas cocciones, porque la cabeza tiene gran comunicación con el estómago y, esta descompuesta, se descompone aquel; condeno la variedad de manjares y alabo mucho (después de una buena sopa) un buen cocido español y un asado de ternera, pollos o pollas; y si acaso fuese por razón de estado forzoso asistir a algún convite, huir como de veneno de toda comida acre, salada, picante y no acostumbrada. La cena sea siempre ligera, de fácil digestión, como una taza de caldo, jigote, ensalada cocida, que a la cruda no la tengo por loable de parte de noche (ni en los fuertes y robustos), porque no puede ocasionar otra cosa más que crudezas, indigestiones y pesadeces.

Añade alguna que otra receta de ungüentos, pero el fin no es recetar, sino incidir en las costumbres saludables de la vida cotidiana; el componente astrológico es mínimo, aunque no inexistente.43 En ese

43  «Después de cenar conviene en toda estación pasearse, porque en las sombras de la noche, por el influjo de los astros, están los humores más pesados (como dicen las

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momento seguía firme en sus convicciones astrológicas, aunque en su siguiente publicación el contexto cambia. En efecto, en 1747 publicó un Sueño en radical defensa del aristotelismo y la escolástica,44 que coincide estratégicamente con su palinodia astrológica en el pronóstico para ese año y configura su pieza de mayor alejamiento a cualquier idea moderna de la ciencia. La introducción-prólogo afirma que hay tres clases de filósofos: los puros, los que la estudian para ser médicos y los que lo hacen para ser teólogos, «para todas tres clases son inútiles las filosofías modernas». La invención de la «infernal, diabólica y pestilente química» (no la distingue de la alquimia) ha matado a infinidad de gente. Basta con lo que sabían Hipócrates y Galeno, que siguen a Aristóteles y se valen de la botánica para curar. Pide al rey que prohíba practicar medicina a quien no observe el antiguo sistema hipocrático y galénico. Reprueba a los «filósofos modernos, o de cajón, o novatores (como los llamó el maestro Palanco)»: a Gassendi, Maignan, Saguens y Descartes, para concluir que «ni hay, ni ha habido, ni habrá hombre eminente que no milite debajo de la aristotélica bandera». Es una argumentación áspera y sin matices, más invectiva que razonamiento. Luego viene el sueño en el que Aristóteles lo visita para informarse de en qué estado andan sus teorías en este tiempo y Arias repite el agrio panorama de la filosofía moderna. En la parte médica hay una cerrada defensa del galenismo como único sistema posible. En los años siguientes, más allá del interés anecdótico de las materias tratadas, Arias se esfuerza en dar una imagen facultativa de rigor y conocimiento. En esa línea los opúsculos finales (1749-1753) son más sobrios en la expresión de autoría, escasos de seudónimos o títulos y dejando a veces el nombre de D. Gómez Arias en escueta soledad, hay menos paratextos y menos exhibición ególatra, como si hubiera madurado o escarmentado. El decreto de Minerva (1749) es otra ardorosa defensa del principio hipocrático y galénico de que para ser médico es inexcusable el conocimiento y empleo de la astrología, de acuerdo con el rápido olvido de su retractación a finales de 1746. El cuerpo apenas son seis páginas y el viejas, y dicen bien), y es forzoso se valga la naturaleza de aquella arte para digerir lo que se ha cenado.» 44  Como ya se ha dicho, en el pronóstico para 1739 había renegado de ellas con ardor.

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resto preliminares. El prólogo apela a los doctores sobre lo infructuoso de la medicina sin astrología. Dice que ha estudiado esa disciplina y comprendido que lo más de ella «es charlar y no curar los enfermos», concluyendo esto «que también prueba el sapientísimo Feijoo en su primer tomo del Teatro crítico universal»; en realidad, toma de ahí lo que le conviene, aunque quizá en su ataque a lo incierto del saber médico se inspire más en las repetidas afirmaciones de Torres, que él también venía reproduciendo desde 1734. Defiende la correspondencia entre las posiciones astrales de la luna y las distintas dolencias, sin más argumento que «queda por fijo y por principio asentado, según estos dogmas prácticos, matemáticos y experimentales». Todo el texto tiene por objeto legitimar su derecho preferente al ejercicio oficial de la medicina, constituyéndose en experto. La parte mollar se titula «Autoridades incontrastables que califican el discurso», y es una lista de fuentes científicas y teológicas en abono de la tesis, desde Hipócrates y Galeno hasta los tiempos modernos, con cita de la obra y lugar de los pasajes aducidos, puramente por criterio de autoridad. De 1750 es una nadería muy de aquel tiempo, dedicada al duque de Osuna. La madrileña Sociedad Médica de la Real Congregación de la Esperanza convocó un concurso, publicado en la Gaceta de 6-I-1750, para premiar con cien pesetas a quien mejor explicara por qué las lombrices, a pesar de residir en los intestinos, producen picazón en las narices. El galardón y el espíritu de emulación atrajeron una pequeña avalancha de opúsculos: se publicaron más de media docena, incluido uno de Torres Villarroel, y la Sociedad premió dos de los recibidos, que recogió en un tomo. El escuálido folleto de Arias no ocultaba en su dedicatoria ser solo una «pequeña flor del jardín de mis mal remunerados estudios», donosa forma de acicatear la generosidad de su mecenas. El discursito condena la medicina teórica como ajena a la realidad terapéutica y amplifica tal idea con autoridades frecuentes en sus escritos: Quevedo, Martínez, Feijoo… y él mismo, «aunque rudamente, en algunos fragmentillos impresos» (p. 7). Se dispone a rebatir las cuatro explicaciones que ha propuesto Torres en su escrito «y después diré mi sentir o parecer» (p. 8). Así pues, en realidad se trata de refutar al salmantino y quedar por encima de él. No vale la pena transcribir su abstrusa solución, baste decir que parte no la puede comprobar «porque para esto era necesario un microscopio» (p. 11) y que dice hablar «en sistema aristotélico y galénico, porque en todo lo moderno se han

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mudado las voces, pero no la sustancia, y que por razón, autoridad y experiencia debe obtener la doctrina antigua el primer lugar» (p. 11). Aunque no se relacione con la medicina, en esta serie de opúsculos divulgativos se incluye la Descripción astronómica y juicio astrológico del promontorio de fuego visto en la corte del Rey de Dinamarca, y de los tres soles y arco iris aparecidos en Génova, otro opúsculo de 1750 de escaso aliento. Tiene un prólogo «muy chiquito» con sus acostumbrados desprecios a críticos y maldicientes y dos secuencias expositivas en serio tono de divulgación científica, explicando esos fenómenos atmosféricos y los efectos que producen en la naturaleza y en la salud. En 1752 saca otro minúsculo tratadito de los efectos médicos de los principales estimulantes de su época: café, té, tabaco y chocolate. De cada uno ofrece una descripción y una lista de propiedades e indicaciones terapéuticas, que solo en muy limitado margen responde a ideas o experiencias propias, como cuando alaba las virtudes laxantes del chocolate: «a mí me sucede (y cada día lo oigo a muchos) no tener el vientre bien regido si no tomo el chocolate». También transpira vivencia al elogiar los primores extramedicinales del tabaco: En lo moral es admirable el tabaco, quita muchas melancolías y pasiones de ánimo perjudiciales, nos divierte y quita de la imaginación lo que es dañoso, divirtiendo muchas horas del día; después de largo estudio y escritura, desopila el cerebro y despabila los sentidos. En lo político hace muchas amistades y en las conferencias es pasto común y de recreo, siendo exquisito y fragante (p. 11).45

Sus fuentes vuelven a ser eclécticas, porque igual acude al «incomparable Claudio Galeno» (p. 11) y a otros «héroes de la antigua galénica escuela» (p. 9), que a la autoridad del «agudísimo y doctísimo español D. Martín Martínez» (p. 9). Un año después, vuelve a la carga con otra materia, pero la misma filosofía médica y alarde de fuentes. En los siglos xvii y xviii hubo fuertes polémicas médicas sobre el uso terapéutico del agua, que sostenían

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También en la página final de Medicina buena… declaró su pasión por el tabaco de polvo después de comer, aunque allí lo reputa por una costumbre perjudicial que daña la digestión. Luego distingue su efecto según si la cabeza del sujeto es húmeda o seca, y da iguales especificaciones para el tabaco de hoja. Comenta igualmente las bondades del café, té y cacao.

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ciertas corrientes hipocráticas y rechazaban los más tradicionalistas, apegados a purgas y sangrías. En el decenio de 1710 unos médicos andaluces divulgaron teorías extremas sobre que grandes ingestas de agua curaban todos los males; hubo vivas controversias durante años y, entre otros, Feijoo respaldó el principio curativo del agua, aunque no como remedio universal (cf. León y Barettino, 2007). En 1744 y 1752 Torres Villarroel publicó sendos opúsculos glosando las virtudes medicinales de manantiales en Tamames, Ledesma y Babilafuente, en su línea persistente de ponderar las curas naturales y, en este caso, la hidroterapia. Vicente Pérez irrumpió en este debate en la década de 1740, ganándose el apelativo de «el médico del agua», que le acompaña en las obras que divulgan su teoría del poder curativo universal del agua. Su libro principal (en realidad obra del agustino navarro Fr. Vicente Ferrer), El promotor de la salud, salió en 1752 y Arias se alinea a su favor con su penúltimo opúsculo conocido, de 1753:46 Demonstración físico-mecánico-médica del provechosísimo, natural y verdadero sistema del doc. D. Vicente Pérez, vulgo el médico del agua. En el prólogo vuelve a llamar en su ayuda, frente a los «señores doctores» a una larga lista de autoridades antiguas y modernas, ya sea Galeno, las Memorias de Trevoux, Avicena… y desde luego se incluye a sí mismo, «que sé en esta facultad (del modo que se permite al humano entendimiento), que estoy graduado en ella; pero haré patente que soy médico por habilidad, no por las pesetas, no por ejercicio». El discurso se esfuerza en promover la terapia del agua según las circunstancias y características del paciente, no de modo indiscriminado, como recomienda la práctica y olvidándose de la teoría. Eso vale en particular para España, por sus distintas peculiaridades naturales, entre ellas que son «fuertes las influencias astrales, violentas las pasiones de ánimo» (p. 2). No por ello deja de convenir en su valor universal para toda dolencia: así lo han notado los más decantados prácticos, así lo imprimió el agudísimo y doctísimo español don Martín Martínez; así lo he visto yo practicando con el doctor Giral en los Hospitales Generales y con el doctor Rodríguez por las casas de los enfermos del pueblo que nos tocaban; guardo la certificación de este doctor con mi panza de oveja (p. 2).

46  Los paratextos son de junio, mientras que el pronóstico para 1754 los fecha en diciembre.

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Aprueba el sistema de Pérez en su integridad, según el principio de Hipócrates y Galeno de que solo la naturaleza cura las enfermedades. En suma, repite los mismos argumentos que llenan sus obras médicas y se acoge a las mismas autoridades: «como afirman Hipócrates, el doctor Martínez y el agudísimo, sapientísimo y eruditísimo fray Benito Jerónimo Feijoo (es autor que merece los superlativos)» (p. 18). Acaba pidiendo que todos sigan el método de Pérez, a quien dice no conocer más que de leerlo. Las ideas médicas y filosóficas de Arias son conservadoras y opuestas a los sistemas modernos, en la medida en que sus contradicciones, la superficialidad y verbosidad de sus obras y sus interesadas tácticas argumentativas nos permiten determinarlo. Iris Zavala (1978) hizo una lectura contraria, atribuyéndole un carácter de divulgador científico, antiescolástico y novator, a partir de sus elogios a Martín Martínez y algunos pasajes y obras que, en realidad, son excepciones en su producción. A veces, sobre todo en su primera etapa, se declara escéptico, enemigo de Aristóteles y es desdeñoso con Hipócrates o los galenistas (no con Galeno), o bien elogia a Descartes o Newton, aunque nunca se sabe bien qué abarcan exactamente esas alabanzas, ni estas se sostienen con coherencia. Sus declaraciones en contrario son más continuas y contundentes, sobre todo en la segunda etapa. Las burlas sobre las mentiras de la astrología, que también usa Zavala como argumento, pertenecen a otro nivel estratégico, que no implica modernidad, sino adaptación al desprestigio de la disciplina (Durán López, 2020), que Arias practicó sin tapujos en su costado judiciario, salvo en sus retractaciones tácticas desde fines de 1746. En realidad, está menos centrado en unas ideas que en unos intereses y estrategias, sin que eso implique evolución de su pensamiento. Sí podemos decir que los años finales destilan un mayor conservadurismo científico, moralismo y religiosidad. Quiero y no puedo En el momento más entusiasta de su carrera, los años 34 y 35, en que irrumpe a empujones en el mundo de las letras, Arias manifiesta una ciega confianza en sí mismo. En su primer pronóstico, el de 1735, en el juicio de la primavera escribía algo difícil de no leer como autopredicción:

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Un famoso estudiante, después de largas tareas, se hallaba sin tener un bocado que llegar a la boca, es favorecido de un príncipe; y aunque las malas voluntades le arrojan fuera de su gracia, él, contra la opinión de todos, llega a ser lo que quiere (p. 11).

Es probable que piense en la pérdida del favor del entonces conde de Galve y heredero de Alba, pero lo más subrayable es su convicción de que será lo que quiere, y que por tanto sabe lo que quiere. Vista así, su carrera es la historia de un fracaso, un quiero y no puedo que solo se sostiene por confianza en la fuerza de su voluntad. Nadie compró lo que vendía y eso fue retorciendo sus estrategias. Ruiz Pérez define la obra de Arias como «una producción reconocible a alguna mirada con el signo de lo errático, con llamativos quiebros y reorientaciones», de modo que al final solo queda unificada «en torno al eje de la labor autorial» (2017: 90). No queda más coherencia que su yo hipertrofiado y, en verdad, tampoco del todo coherente. Así pues, la alternancia de lo serio y lo burlesco, las lagunas, el cambio de seudónimos y el zigzagueo tipológico, el conservadurismo científico antimoderno y a la vez el afán por ampararse en nombres famosos que no profesaban tales ideas, son otras tantas muestras de inestabilidad. Astrólogo, polemista literario, divulgador médico, hagiógrafo, poeta laudatorio, imitador inconfeso de Torres, escritor narcisista, luego pío moralista…: esa variedad no se manifiesta como versatilidad, oficio profesionalizado o enciclopedismo, sino como descentramiento. En los pronósticos, su empeño más continuado, el vaivén se hace visible en la alternancia tipológica y en sus retractaciones de la astrología judiciaria. Pero quien mejor entendió la esencial naturaleza literaria de Gómez Arias como, digámoslo así, rebelde sin causa de la República de las Letras, fue Torres Villarroel. El catedrático salmantino casi había inventado todas las formas de hacerse presente en el campo literario, de grado o por la fuerza: la jactancia, la crónica autobiográfica permanente, el diálogo deslenguado con el lector, las polémicas, la calculada alternancia de códigos jocosos y doctos, la impudicia con que hablaba del dinero…, por no hablar de las fórmulas literarias concretas del almanaque y la autobiografía. Torres cifraba su fuerza en una perpetua epifanía pública, en que hablasen de él y hablar él de sí mismo, halagar el gusto y la curiosidad de los lectores, convertirse en alguien incómodo pero imprescindible… La moderna esfera pública, entonces todavía en lento desarrollo, ya había dejado claro que no hay mala fama, que

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el ruido produce rendimientos y el silencio no. Gómez Arias tomó a Torres Villarroel por modelo y le fue pisando los talones hasta donde su menguado talento, su genio atrabiliario y una dedicación solo precaria e intermitente a unas labores literarias que no le solucionaban la vida, le permitían remedar a alguien con más recursos y méritos más sólidos y que sí era un profesional de la escritura. Don Diego vio su juego con tantísima claridad, que lo definió con una estruendosa elocuencia, la que más daño le podía hacer, la del silencio: lo ignora completamente y siempre le hurta el cuerpo, pese a los evidentes intentos de Arias por buscárselo, sea como admirador cómplice, como contradictor polémico o como colega desdeñoso.47 Gómez Arias, a la postre, nunca fue lo que quiso ser. Bibliografía primaria Pronósticos 1735. El embajador de los astros y volante de Mercurio. Pronóstico divertido para el año de 1735, juicio de los accidentes morbosos y sucesos políticos de la Europa. Por el Gran Piscator de Castilla don Gómez Arias, maestro de filosofía, profesor de matemáticas, retórica, letras divinas y humanas. Con licencia, Madrid, Impr. de José González, [1734?] (10 hs. + 56 pp.). Anteportada con grabado y esta leyenda: El embajador de los astros y Gran Piscator de Castilla. Dedicatoria a la duquesa de Arcos, 13-XII-1734. Dedicatoria a Manuel Ponce de León Espínola de la Cerda, coronel del regimiento de infantería de Córdoba,48 13-XII-1734. Licencia del Consejo, Madrid, 27-XI-1734. Aprobación para el ordinario de Carlos de la Reguera, Madrid, 2-XII-1734. Licencia del ordinario, Madrid, 3-XII-1734. Fe de erratas, 7-XII-1734. Suma de la tasa, 7-XII1734. Al pie de la última página: «Se hallará en la Librería de Fernando Monge, frente de las Gradas de San Felipe el Real».49 47 

En una obra tan vasta, dispersa y pegada a la actualidad como la de Torres Villarroel es imposible afirmar que no mencione nunca a Arias, y muy difícil contrastarlo; sirva esto, pues, solo como un juicio general de la conducta acreditada por el salmantino. 48  Era el hijo de la duquesa de Arcos. 49  El título es parecido a uno temprano de Torres (El embajador de Apolo y volante de Mercurio), pero ya en 18-XII-1708 la Gaceta anunciaba un pronóstico de título idéntico. Solo se conoce un ejemplar incompleto en la Biblioteca Nacional de Chile y otro entero en un pleito del AHN, Cons., 51629, exp. 30 (véase Contreras, 2017). Expediente de

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1736. El palacio de Plutón y templo de Proserpina. Prognóstico divertido para el año de 1736. Por el Gran Piscator de Castilla don Gómez Arias. Dedicado a la excelentísima señora doña Francisca Javiera Bibiana Pérez de Guzmán el Bueno, duquesa de Osuna. Por mano de D. Felipe Medrano, mayordomo de la Casa de Su Exc. y camarero del Excmo. señor duque de Osuna, etc., s. l., s. i., [1735?] (7 hs. + 56 pp.). Al pie de la portada: «Se hallará en casa de Juan de Buitrago, a la subida de la Red de San Luis»; en el reverso de la portada: «Donde este prognóstico se hallarán diferentes papeles del mismo autor y Diferencia entre Eudoxo y Temistio; y también el Clarín de la Italia». «Carta» a Medrano, 9-XI-1736.50 Dedicatoria a la duquesa, 9-XI-1735. Censura para el Consejo de Carlos de la Reguera, Madrid, 31-X-1735. Licencia del Consejo, Madrid, 8-XI-1735. Licencia del ordinario. Fe de erratas, Madrid, 17-XI-1735. Suma de la tasa, 19-XI-1735.51 1737. Las fantasmas del sueño y Puerta del Sol de Madrid. Prognóstico entretenido y cálculo de los sucesos políticos de la Europa para el año que viene de 1737. Compuesto por el embajador de los astros y Gran Piscator de Castilla don Gómez Arias, maestro de filosofía. Consagrado a los pies del excmo. y magnánimo señor don Zoilo Pedro Téllez Girón y Benavides, duque de Osuna, conde de Urueña, etc., s. l., s. i., [1736?] (5 hs. + 54 pp.). Anteportada con grabado y la leyenda El Gran Piscator de Castilla y Embajador de los astros. Al pie de la portada: «Se hallará en las Gradas de San Felipe el Real, en el puesto de Casimiro Martínez». En el reverso de la anteportada: «Tiene licencia de los señores del Consejo y del ordinario, como consta del original a que me remito, etc.»; fe de erratas, Madrid, 8-XI-1736; y suma de la tasa. En el reverso de la portada: censura para el Consejo de Carlos de la Reguera, 11-X-1736. Dedicatoria, Madrid, 7-XI-1736.52 1738. El mayor monstruo de todos y dragón de los abismos. Prognóstico de los sucesos políticos de la Europa y diario de cuartos de luna para el año de 1738. Compuesto por el Gran Piscator de Castilla don Gómez Arias, profesor de filosofía, medicina, astronomía, etc. Dedicado al señor don Manuel Escribano de la Fuente, mi

licencia en AHN, Cons., exp. 66 (la tasa en exp. 82); el impreso no publicó la censura pedida por el Consejo al abogado Gabriel de Artabe. 50  Errata por 1735, fácilmente deducible del resto de paratextos. 51  AHN, Cons., 50631, exp. 113 (exp. 117 la tasa). En el pedimento consta como título Juicio de accidentes morbosos, alteraciones del aire y sucesos políticos de la Europa. 52  AHN, Cons., 50632, exp. 166 (exp. 182 la tasa). La composición tipográfica es muy zafia. El cuadernillo de preliminares parece improvisado, colocando cada cosa donde había un hueco: los paratextos legales van en el reverso de la anteportada y abreviados; se ha aprovechado el de la portada para la aprobación; el prólogo se embute al final de la dedicatoria con media página en blanco entre medias. Los cómputos del año y eclipses se han apretado en la última página del diario, después del «Dios sobre todo».

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señor, caballero del hábito de Santiago, etc..., Madrid, Imp. de José González,53 [1737?] (7 hs. + 42 pp.). Anteportada con grabado y la leyenda Gran Piscator de Castilla y abajo el pie de imprenta. Dedicatoria, 29-X-1737. Censura para el Consejo de Carlos de la Reguera, 8-X-1737. Suma de la licencia del Consejo. Aprobación para el ordinario de Tomás Pascual de Azpeitia, Madrid, 17-X-1737. Suma de la licencia eclesiástica. Suma de la tasa. Fe de erratas, Madrid, 4-XI-1737.54 1739. Los relámpagos de Marte y Babilonia de Europa. Prognóstico y diario de cuartos de luna para el año de 1739. Juicio de los accidentes morbosos, alteraciones del aire y sucesos políticos de la Europa. Por el Gran Piscator de Castilla don Gómez Arias. Con licencia, Madrid, Imp. de José González, [1738?] (7 hs. + 64 pp.). Dedicatoria a la duquesa de Osuna viuda, 12-XI-1738. Aprobación para el ordinario de Luis Mateo y Martínez, Madrid, 4-XI-1738.55 Aprobación para el Consejo de Antonio Téllez Acevedo, Madrid, 17-XI-1738. Licencia del ordinario, Madrid, 29-X-1738. Licencia del Consejo, Madrid, 25-X-1738. Fe de erratas, Madrid, 13-XI-1738. Tasa, Madrid, 13-XI-1738.56 1744. El Gran Piscator D. Gómez Arias, para el año de 1744. Con licencia, Madrid, s. i., [1744?] (11 hs. + 18 pp.). Por excepción, el grabado que normalmente sirve de anteportada hace aquí las veces de portada y pie de imprenta abreviados. Dedicatoria al marqués de Villacastel, mayordomo del Rey, 26-XI-1744.57 Sin paratextos legales.58 1745. Pronóst[i]co y diario de cuartos de luna para el año de 1745. Dedicado al muy ilustre señor don Francisco Mendinueta, caballero del hábito de Santiago, señor de pechas en el Reino de Navarra, etc. Por don Gómez Arias, maestro de filosofía, bachiller en medicina, profesor de matemáticas, letras sagradas y profanas, etc., Madrid, s. i., [1744?] (38 pp.). El grabado de anteportada lleva debajo: El Gran Piscator D. Gómez Arias para el año de 1745. Con licencia, y la indicación de impreso en Madrid. Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de José

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La indicación Con licencia y el pie de imprenta, con las señas del impresor, no están en la portada, sino bajo el grabado de la anteportada: «En Madrid: En la imprenta de José González; vive en la Calle del Arenal, tiendas de San Martín, junto la Puentecilla de S. Ginés, en donde se vende este prognóstico». 54  AHN, Cons., 50634, exp. 77; incluye la tasa. 55  Se alude en esta aprobación a la dedicatoria a la Casa de Osuna, a pesar de que esta está fechada con posterioridad. 56  AHN, Cons., 50633, exp. 172; incluye la tasa. 57  Ha de ser errata por 1743. Lo confirma que el anuncio de venta en la Gaceta se publicase el 10-XII-1743, las fechas usuales para distribuir los piscatores del siguiente año. 58  No se localizan expedientes de licencia en el AHN para almanaques de la segunda etapa de Arias hasta el de 1749. Desde este desaparecen todos los paratextos legales en los impresos.

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Gómez Bot, frente las gradas de San Felipe el Real, esquinazo del conde Oñate, con la Vida de dicho don Gómez Arias». Dedicatoria a Mendinueta, Madrid, 22-XI-1744. Sin paratextos legales. 1746. Los platicantes del Hospital General de Madrid. Pronóstico y diario de cuartos de luna, juicio de los acontecimientos naturales y políticos de Europa para el año de 1746. Dedicado al muy ilustre señor D. Juan Antonio de Guzmán y Toledo, marqués de Almarza y Flores-Dávila, etc. Por el Gran Piscator el doctor don Gómez Arias, maestro de filosofía, graduado en la facultad de medicina, profesor de letras sagradas y profanas, etc. Con las licencias necesarias, Madrid, s. i., [1745?] (4 hs. + 31 pp.). Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Monsiur Simond, Puerta del Sol, frente de los peineros». Dedicatoria al marqués de Almarza, 11-XII-1745. Sin paratextos legales. 1747. El piscator arrepentido, penitente y delatado por sí mismo, para el año de 1747. Dedicado a la excma. señora doña María Luisa del Rosario Fernández de Córdoba y Moncada, duquesa de Arcos, de Maqueda y Nájera, etc. Compuesto por don Gómez Arias, maestro de filosofía, profesor de matemáticas, graduado en Madrid, etc. Con las licencias necesarias, Madrid, Juan de Zúñiga, [1746?] (46 pp.). Anteportada con grabado y la leyenda: El Gran Piscator don Gómez Arias. Año de M.DCC.XLVII. Al pie de la portada: «Se hallará en la librería y lonja de comedias de la Puerta del Sol». Dedicatoria a la duquesa de Arcos, 10XII-1746. Sin paratextos legales. 1748. La junta de noveleros. Pronóstico y diario de cuartos de luna, juicio de los acontecimientos naturales y políticos de la Europa para el año de 1748. Dedicado a la excelentísima señora condesa de Peralada, por la gracia de Dios, etc. Por el Gran Piscator don Gómez Arias, maestro de filosofía, profesor de matemáticas y buenas letras, etc. Con las licencias necesarias, s. l., s. i., [1747?] (4 hs. + 38 pp.). Anteportada con grabado y la leyenda: El Gran Piscator don Gómez Arias, para el año de M.DCCXLVIII. Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Hipólito Rodríguez, calle de las Carretas». En el reverso de la portada lista de libros que se venden en la librería. Dedicatoria a la condesa de Peralada, 20-X-1747. Sin paratextos legales. 1749. Las zahúrdas de Plutón, de don Francisco de Quevedo. Diario de cuartos de luna y juicio de los sucesos elementales y políticos de Europa para el año de 1749. Por don Gómez Arias. Dedicado al excmo. señor don Sebastián de la Cuadra, marqués de Villarias, del Consejo de Estado de S. M. C., etc. Con las licencias necesarias, s. l., s. i., [1748?] (20 hs.). Anteportada con grabado y la leyenda El Gran Piscator D. Gómez Arias para el año de 1749. Al pie de la portada: «Se hallará en la Imprenta de José González, vive en la calle del Arenal, junto la puentecilla de San Ginés y tiendas nuevas de San Martín» (la misma anotación se repite al final de la última página). Dedicatoria al marqués

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de Villarias, único sitio donde aparece una fecha, se data en 12-XI-1749, probable errata por 1748. Sin paratextos legales.59 1750. El hospital de los locos de Zaragoza. Pronóstico evidente de don Gómez Arias para el año de 1750, y para todos hasta el fin del mundo. Dedicado al muy ilustre y esclarecido señor don Vicente de Montezuma, conde de Alba y marqués de Almarza y Flores Dávila, etc. Con licencia, Madrid, Imp. de José González, 1750 (8 hs. + 22 pp.).60 El grabado de anteportada rotula El Piscator sin mentiras, para el año de 1750, y para todos hasta el fin del mundo. Dedicatoria al conde de Alba, Madrid, 4-XI-1749. Sin paratextos legales. 1751. El Piscator para el año de 1751. Claro, porque no tiene eclipses; cuerdo, porque está sin lunas; y alegre, porque va en verso. Dedicado a la excma. señora doña Bernarda Sarmiento Valladares Guzmán Dávila y Zúñiga, etc., duquesa de Atrisco, etc. Por D. Gómez Arias. Con licencia, Madrid, s. i., [1750?] (12 hs. + 16 pp.). En la anteportada otra vez luce El Gran Piscator D. Gómez Arias para el año de 1751. Al pie de la portada: «Se hallará en la Imprenta de José González, vive en la calle del Arenal, junto la puentecilla de San Ginés y tiendas nuevas de San Martín» (se repite al final de la última página). Dedicatoria a la duquesa de Atrisco, Madrid, 8-XI-1750. Sin paratextos legales. 1754. El pronóstico seguro. Piscator en verso, bueno, natural y barato, para el año de 1754. Dedicado al Sr. D. José Bermúdez, del Consejo de S. M. en el Real y Supremo de Castilla, etc. Por don Gómez Arias. Con licencia, Madrid, Antonio Martínez impresor, 1753 (2 hs. + 16 pp.).61 Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de la viuda de Barthelemi, frente la fuente de la Puerta del Sol, con el Papel a favor del médico del agua». Dedicatoria a José Bermúdez, 8-XII-1753. Sin paratextos legales.

Otras obras de Gómez Arias 1734. Viaje y manifiesto de difuntos, explicación del Príncipe de los Montes y resurrección de la poesía española. Su autor don Gómez Arias, maestro en artes, profesor de matemáticas, letras humanas y divinas, [s. l., s. i., 1734] (8 hs. + 29 pp.). Aprobación, licencia y tasa de junio de 1734. 59 

AHN, Cons., 50643, exp. sin numerar. Se remitió a censura del Padre Guerra, jesuita y predicador en su noviciado, 4-¿?-1748; concedida licencia en 29-X-1748. Ya no constan más expedientes de impresión para almanaques de Arias. 60  El ejemplar manejado, de la Biblioteca Nacional, tiene en realidad 28 pp., pero varias repetidas, no sé si por error de composición o de reproducción. Rompiendo la costumbre habitual el pie de imprenta se fecha en el año de aplicación del almanaque, que quizá retrasó su impresión a enero, aunque el único paratexto fechado es de noviembre de 1749. 61  Edición moderna en Durán López (2013: 452-457).

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[1734. El niño de Gómez Arias, consolado por su padre de las injurias que le ha hecho el papel intitulado Crisis apologética del Viaje y manifiesto de Difuntos. S. A. D. J. A. G. Dedicado a la excelentísima señora, mi señora, doña Isabel Centurión, marquesa de Casa Sola, etc. Con licencia. A costa de Juan de Buitrago, Madrid, [s. i.], [1734] (8 hs. + 37 pp.). Paratextos: julio de 1734.]62 1734. Recetas morales, políticas y precisas para vivir en la corte con conveniencia todo género de personas. Su autor don Gómez Arias, profesor de filosofía, astrología, retórica, letras divinas y humanas. Quien le dedica al excelentísimo señor don Manuel Centurión Fernández de Córdoba Borja y Coloma, marqués de Estepa, mi señor. Con licencia, Madrid, [s. i.], 1734 (12 hs. + 77 pp.). Paratextos de agosto de 1734. 1734. Don Gómez Arias en campaña esgrimiendo rayos desde la esfera de su pluma, derribando la torre de impugnaciones que contra él han fabricado los críticos Nerones de la corte. Su autor el dicho don Gómez Arias, profesor de filosofía, retórica, astrología, letras divinas y humanas. Con licencia, Madrid, [s. i.], 1734 (7 hs. + 41 pp.). Paratextos en agosto y septiembre de 1734. 1738. Reverente métrico panegírico a los reales desposorios del invictísimo señor Rey de Nápoles y Sicilia con la serenísima señora princesa de Polonia, María Amelia. Su autor don Gómez Arias, maestro de filosofía y profesor público de matemáticas. Con licencia, Madrid, [s. i.], 1738 (1 h. + 16 pp.). 1738. Descripción métrica-lacónica de las plausibles fiestas que ejecutaron los padres de la sagrada religión de la Compañía de Jesús en la canonización de S. Juan Francisco Regis. Su autor don Gómez Arias, maestro de filosofía, profesor de matemáticas. Con licencia, Madrid, Imprenta de Manuel Fernández, [s. a.] (8 hs.). La fecha indicada es la de la canonización, pues no figura ninguna en el impreso. 1744. Vida y sucesos del astrólogo don Gómez Arias, escrita por el mismo don Gómez Arias, maestro de filosofía, bachiller en medicina y profesor de matemáticas y buenas letras. Dedicada a la excelentísima señora doña María Benita de Rozas y Drumond, hija legítima de los señores don José de Rozas y doña Francisca Drumond, etc. Con las licencias necesarias, Madrid, Imprenta de Manuel de Moya, 1744 (4 hs. + 44 pp.). 1744. Juicio del médico astrólogo don Gómez Arias, contra el juicio de don Diego de Torres, el cometa y los cometeros, [en el colofón:] Con licencia, [Madrid], Imprenta de la calle del Arenal, [s. a.] (4 pp.).63

62  Sobre la autoría de este folleto, véase el cuerpo del estudio. Lo incluyo en este listado porque se le ha atribuido en ocasiones y su intervención sigue ofreciendo algunas dudas. 63  El único ejemplar conocido pertenece a un volumen facticio sobre el cometa de 1744 en la Biblioteca de la Universidad Pontificia de Comillas, sign. HUM/375(8). No hay ninguna fecha en el impreso, pero su venta se anunciaba en la Gaceta de 10-III-1744.

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1745. Papel nuevo. Medicina buena, natural, segura y por poco dinero, para mantenerse todos con larga vida y buena salud, con un sueño con el doct. Martín Martínez, por el doctor astrólogo don Gómez Arias. Dedicado al señor don José Gómez de Lasalde, secretario de cámara del Real y Supremo Consejo de Castilla. Con las licencias necesarias, Madrid, Imprenta de José González, 1745 (8 hs.). Prólogo: agosto de 1745. 1745. Carta del doctor astrólogo don Gómez Arias, escrita al Gran Piscator de Salamanca don Diego de Torres, [s. l., s. i., s. a.] (15 pp.).64 1746. Juicio y prognóstico de los laureles y triunfos que han de coronar a España en el feliz reinado de nuestro católico monarca D. Fernando Sexto (que Dios guarde). Dedicado al excelentísimo señor duque de Arcos, etc. Su autor D. Gómez Arias, lector público que fue de latinidad y retórica, maestro de filosofía, graduado en medicina, profesor de matemáticas, letras sagradas y humanas, etc. Con licencia, Madrid, Imprenta de la Calle del Arenal [de José González], 1746 (20 pp.). Dedicatoria: septiembre de 1746. 1747. Papel nuevo. Sueño del Gran Piscator don Gómez Arias con el príncipe de la filosofía Aristóteles. Dedicado al excmo. señor don Antonio Ponce de León Espínola de la Cerda, etc. Con licencia, Madrid, Imprenta de José Matías Escribano, [1747] (10 hs.). Dedicatoria: marzo de 1747. 1748. Descripción harmónica de la vida y milagros del gloriosísimo portugués San Antonio de Padua, con particulares reflexiones en prosa y la novena al fin, Madrid, 1748 (199 pp.). 1749. El clarín armónico de las glorias y milagros del mínimo máximo taumaturgo San Francisco de Paula. Dedicado al muy ilustre y esclarecido señor don José Antonio de Rojas Armíldez de Toledo, etc. Por su autor don Gómez Arias. Con todas las licencias necesarias, Madrid, Imprenta de José González, 1749 (34 hs. + 118 pp.). Paratextos en marzo-abril 1749. 1749. El decreto de Minerva, en el que se promulga que no puede ser médico el que no fuese astrólogo. Publicado por la pluma de don Gómez Arias. Dedicado al señor don Francisco Miguel de Goyeneche, conde de Saceda, etc. Con las licencias necesarias, Madrid, Imprenta de José González, 1749 (8 hs.). Dedicatoria: julio 1749. 1750. Respuesta de don Gómez Arias a la pregunta hecha en la Gaceta del día seis de enero de este presente año, por los señores médicos socios de la Real Congregación de Nuestra Señora de la Esperanza, la cual es: ¿por qué siendo el regular domicilio de las lombrices el intestino colon, se siente comúnmente picazón en las narices? Dedícase al excelentísimo señor don Pedro Zoilo Téllez Girón, duque de Osuna, etc. Con licencia, Madrid, Imprenta de José González, 1750 (11 pp.). 64 

Este impreso sin portada, con el título encabezando la primera página, sin paratextos ni pie de imprenta, no tiene ninguna fecha, pero se anunció en la Gaceta de 26-X-1745; se vendía en la Imprenta de José González, una de sus habituales, donde se habría realizado la tirada.

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1750. Descripción astronómica y juicio astrológico del promontorio de fuego visto en la corte del Rey de Dinamarca, y de los tres soles y arco iris aparecidos en Génova, el día veinte y seis del mes de mayo de este presente año de 1750. Su autor Don Gómez Arias. Con licencia, Madrid, Imprenta de José González, [s. a.] (2 hs. + 11 p.). 1752. Tratado físico médico de las virtudes, cualidades, provechos, uso y abuso del café, del té, del chocolate y del tabaco. Su autor don Gómez Arias, maestro de filosofía, bachiller en medicina, profesor de matemáticas y buenas letras. Con licencia, Madrid, Imprenta de los herederos de Francisco del Hierro, [1752] (2 hs. + 11 pp.). Dedicatoria: julio de 1752. 1753. Demonstración físico-mecánico-médica del provechosísimo, natural y verdadero sistema del doc. D. Vicente Pérez, vulgo el médico del agua. Dedicada al excelentísimo señor conde de Luna de Aragón, duque de Villahermosa, etc. Por don Gómez Arias, Madrid, Imprenta de Francisco Javier García, 1753 (14 hs. + 20 pp.). Paratextos de mayo-junio de 1753.

Bibliografía Álvarez de Miranda, Pedro (1992), Palabras e ideas: el léxico de la Ilustración temprana en España (1680-1760), Madrid, Real Academia Española. Contreras Mira, Mayte (2017), «“Tesorillos” del Archivo Histórico Nacional. Un pronóstico desconocido de don Gómez Arias y otras menudencias de cordel», en José María de Francisco Olmos y otros (dirs.), Los Archivos Estatales Españoles: retrospectiva en el tiempo y propuestas de futuro, Madrid, Facultad de Ciencias de la Documentación de la UCM, , pp. 171-194. Durán LÓpez, Fernando (2013), «Primer teatro de almanaques españoles. (La Gran Piscatora Aureliense para 1742, pepitoria de 1745 y palinodia burlesca en verso de Gómez Arias para 1754)», Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, 19, pp. 403-457. — (2013b), «De los almanaques a la autobiografía a mediados del siglo xviii: piscatores, filomatemáticos y alrededores de Torres Villarroel», Dieciocho, 36.2, pp. 179-202. — (2014), «Travesuras de un astrólogo. La autobiografía de Gómez Arias (1744)», eHumanista, 27, pp. 29-51. http://www.ehumanista.ucsb.edu/volumes/27 — (2021), De las seriedades de Urania a las zumbas de Talía. Astrología frente a entretenimiento en las censuras de los almanaques de la primera mitad del siglo xviii, Oviedo, Universidad de Oviedo (Anejos de Cuadernos de Estudios del Siglo xviii). Hafter, Monroe Z. (1993), «Two Perspectives on Self in Spanish Autobiography (1743-1845)», Dieciocho. Hispanic Enlightenment 16.1-2, pp. 77-93.

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LeÓn Sanz, Pilar y Dolores Barettino Coloma (2007), «La polémica del agua», en Vicente Ferrer Gorraiz Beaumont y Montesa (1718-1792), un polemista navarro de la Ilustración, Pamplona, Gobierno de Navarra, pp. 91-150. Mercadier, Guy (1988), «Dans le sillage de l’autobiographie torresienne: la Vida du baroudeur mathematicien Joaquín de la Ripa (1745)», Écrire sur soi en Espagne. Modèles et écarts, Aix-en-Provence, Université de Provence, pp. 117-135. Ruiz Pérez, Pedro (2017), «Polémica e institución literaria: el caso Gómez Arias (1734)», eHumanista, 37, pp. 79-102. — (2017b), «Reivindicación de la poesía y miseria del poeta: la polémica del Viaje y manifiesto de difuntos (1734) de Gómez Arias», en Carole Fillière y Maud le Guellec (eds.), «Longtemps j’ai pris ma plume pour une épée». Écriture et combat dans l’Espagne des xviiie et xixe siècles, Hommage à Françoise Étienvre, en HispanismeS, hors-série n° 1, pp. 9-28. Ruiz Veintemilla, Jesús M. (1980), «El Diario de los literatos y sus enemigos», en A. Gordon y E. Rugg (dirs.), Actas del VI congreso internacional de hispanistas, celebrado en Toronto del 22 al 26 de agosto de 1977, Toronto, AIH/ Department of Spanish and Portuguese, pp. 655-659. Torres Villarroel, Diego (2005), Vida, ed. de Manuel María Pérez López, Salamanca, Edifsa. Zavala, Iris M. (1978), «Literatura popular novadora: lucha y caída de los astros», Clandestinidad y libertinaje erudito en los albores del siglo xviii, Barcelona, Ariel, pp. 168-215.

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Hermanar la ciencia y la fe: matemático y «cristiano viejo» Alejo o Alejos de Torres firmó un total de seis pronósticos localizados entre 1735 y 1747. Debió de tentar la escritura antes, pues fue acusado al comienzo de los 30 de piratear a Torres Villarroel por un impresor de este, Antonio de Villarroel y Torres: «el pronóstico de Alejo de Torres y otro de don Francisco de León que se vendieron por de D. Diego de Torres en los años de 1731 y 33 de su destierro, no son suyos, ni otros papeles que salieron con nombre de estos autores, que ambos son anónimos»; pero la acusación resulta difícil de entender, porque no aclara quién firmaba esas publicaciones, si Torres, si sus dos suplantadores o si aparecieron anónimas, o si, en realidad, denunciaba que se plagiase su estilo.1 En cualquier caso, la sombra del piscator salmantino es evidente, porque, al presentarse Alejos en sus primeros títulos en 1735 y 1736, a su condición de profesor de Matemáticas y de licenciado añadía la coletilla «en la Escuela de Don Diego de Torres». Tales títulos constituían una buena manera de ingresar en el mercado de los almanaques, con el aval de su preparación técnica y el del Gran Piscator de Salamanca, que lo dominaba. La homonimia de sus apellidos pudo beneficiarlo indirectamente, e incluso animarlo a practicar equívocos publicitarios como el que se adivina en su segunda dedicatoria: «Señora, no siempre han de errar los astrólogos por no acertar bien los influjos del astro dominante, pues este pronóstico empieza en acierto cuando encuentra en sus primeras líneas un influjo de tal 1  La acusación, de 1738, es citada por Mercadier (en Durán López, 2015: 59, n. 2). Véase el capítulo de Francisco León y Ortega, en este volumen, también a mi cargo.

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heroína, y si es Torres el autor, no será levantarlas en el aire» (1736: s. p.); incluso pueden interpretarse en esa clave los comentarios jocosos de la introducción al pronóstico para 1737, donde, fingiendo traducir a un Piscatori italiano, habla alternativamente de sí mismo y del maestro, citado a secas como Torres. Lo que cabe descartar es su parentesco con don Diego, que habría declarado abiertamente de haber existido, tal como hizo Isidoro Ortiz Gallardo y Villarroel, quien firmaba como «Isidoro Ortiz de Villarroel» destacando el apellido materno y como «sobrino y discípulo del Doct. Don Diego de Torres», convertido en el Pequeño Piscator de Salamanca, en evidencia de la protección de su famoso tío.2 Alejos tampoco parece tener relación con el entorno universitario salmantino, ni siquiera castellano, y no declara si ejerció ni dónde la profesión matemática. En su primera ficción encarnaba a un astrólogo que salía de «mi aldea», sin especificar el medio de transporte, situada a quince días de Pamplona (1735a: 8), probablemente en tierras aragonesas, porque resulta evidente su vinculación editorial y sentimental con Zaragoza. De los seis títulos que publicó, cuatro salieron en esa ciudad, con dos impresores diferentes que participaron solo con él en el negocio de los almanaques: primero José Fort, cuya trayectoria va de 1721 a 1790, que imprimió Los cuatro astrólogos peregrinos (1735), Los seis atlantes del zodiaco en el templo de la Fortuna (1736) y El Gran Piscator italiano (1737); y luego Francisco Revilla, activo entre 1698-1768 e impresor de su último título, El estudiante en su asno (1747). Los de 1736 y 1737 se reimprimieron en Barcelona en casa de la viuda María Martí, en la plaza de San Jaime, un negocio especializado en libros religiosos y musicales que también incurrió con él en los almanaques y, que poco después, puntualmente, editó el Moderno Catalán.3 En Barcelona mismo,

2  Se trata del Manojito de utilidades y conservaciones. Prognóstico y diario de cuartos de luna, juicio de los acontecimientos naturales y elementales de la Europa, para este año de MDCCLI… Escrito por el Pequeño Piscator de Salamanca D. Isidoro Ortiz de Villarroel, sobrino y discípulo del Doct. Don Diego de Torres, etc., Salamanca, Pedro Ortiz Gómez, [1750?]. Ya desde la dedicatoria al duque de Huéscar, donde alude a los protectores que buscó «mi tío D. Diego de Torres» (s. p.), recuerda el parentesco en muchos de los paratextos, conque «la omnipresente sombra de Diego es la bisagra de su negociación con los lectores», según Durán López (2015: 70). 3  El negocio lo había fundado su marido, Joan Pau Martí, en 1700, y constaba en el mismo edificio de imprenta, almacén, librería y vivienda familiar; con su viuda se imprimieron unos 80 libros, la mayoría encargados en Barcelona y otras ciudades

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en 1744, salió un almanaque básico a su nombre, impreso por Josep Giralt y reimpreso en Vic por Pedro Morera. Solo imprimió en Madrid una obra, pocos meses después de la primera, el seudopronóstico Los doctores de a pie de la Europa, en el modesto establecimiento de José Sierra, frente a la calle de Correos, en la que fue su única incursión en el género, cuya venta, según se estilaba en la corte, anunció la Gaceta.4 La antigua corona de Aragón era su ámbito principal de difusión: «Se hallará este piscator en Madrid, Barcelona, Valencia y en todas las ciudades del reino de Aragón» (1736: 110), se especificaba al final de su segunda edición zaragozana. El primer título apareció con licencia del Hospital de Nuestra Señora de Gracia, que tenía un privilegio regio para imprimir y vender libros de enseñanza de gramática por un fuero de Cortes de 1626, ampliado en 1717 a «cartillas, abecedarios, catecismos, cuadernillos de rezo, almanakes y gacetas, con el derecho privativo y prohibitivo a otras cualesquier personas, así particulares como comunidades», al objeto de sufragar sus abundantes necesidades. Ante los deseos de extenderlo, los gremios de impresores y libreros incoaron un pleito en 1735, que concluyó en 1738 de manera salomónica, a favor de los demandantes, pero con esta disposición: «se manda que solo en los almanakes cuya impresión está concedida al Real Hospital se pongan los santos diarios, fiestas y vigilias añales, y no en otros algunos con ningún pretexto y título». El almanaque de Torres pudo ser el detonante de ello porque ofrecía un producto local similar al de su homónimo salmantino, al apetecible precio de un real de plata, del que él mismo se jactaba en el prólogo titulado «Al curioso, discreto y magnífico señor que diere un real de plata» ya en 1737, y que podía entrar en competencia con los calendarios básicos que comercializaban los libreros zaragozanos. El inicio del pleito aceleró las intenciones de arrendar el privilegio, como había sugerido el visitador del Hospital en 1729, ya

catalanas. En algunas etapas, el pie de imprenta añadía «administrada por Mauro Martí, librero» («hasta 1929» se lee en «Mujeres impresoras» de la BNE, errata probable), apuntando a una dirección nominal que pudo variar con más iniciativa propia en otras (BNE, en línea). Almanak y pronóstico diario de cuartos de Luna para el Principado de Cataluña, de ese año de 1745… Su autor el Moderno Catalán, aficionado en artes matemáticas, natural del arzobispado de Tarragona. Con licencia, En la Imprenta de los Herederos de Maria Martí, administrada por Mauro Martí, 1745. 4  Gaceta de Madrid, 8-XI-1735, núm. 45: 196.

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que el producto de las impresiones era muy bajo, y de hecho su mención desaparece en las impresiones siguientes de este piscator.5 Asentado en este contexto zaragozano, Torres extendió a personajes aragoneses la primera y última de las cuatro dedicatorias que firmó: respectivamente, al marqués de Aguilar, fechada en Bayona el 6 de mayo de 1734 y plagada de citas latinas con que elogiaba su nobleza;6 y a Manuel Antonio Terán y Bustamante, tesorero general del Ejército y Reino de Aragón y gobernador de la Acequia Imperial, esta en Zaragoza el 9 de noviembre de 1746, a quien decía haber elegido por su fama, una razón altruista sobre la que fundaba su concepción del género dedicatorio: «me parece más genuina dedicatoria la de por noticia afamada que la de por deuda contraída». A la citada localidad vascofrancesa la tilda en la ficción de su primer pronóstico como «emporio de maravillas, erario prodigioso de riquezas» (1735a: 8); debió de residir brevemente ahí al menos hasta el 20 de agosto de 1736, cuando firma otra dedicatoria a María Leonor López de Zúñiga, marquesa de Loriana, ya en Zaragoza. Los cálculos de su primer pronóstico se acordaban a los meridianos de esta ciudad y a los de París, Roma y Viena, mientras que las lunaciones «solo a lo de Viena y Zaragoza» (1735a: 12). A la capital aragonesa la calificaba de «imán de toda la redondez de la tierra» (1736: 2) por boca de su propio personaje. Y en su segundo título de 1735, tal vez para hacerse disculpar que se imprimía en Madrid, miró hacia sus lectores zaragozanos con una dedicatoria no datada «A la emperatriz del cielo y reina de la tierra, María Santísima del Pilar de Zaragoza» (1735b: 1-2), la advocación de «tan augusta patrona» (2), pues lo era oficialmente de la ciudad desde 1653, lo que le sirvió para abundar en la tradición de su visita en carne mortal «a vuestra querida amada Zaragoza» y en la devoción a la «columna» sobre la que se posó. Tales afirmaciones coincidían con un momento de consolidación del culto pilarista, que, iniciado el siglo anterior, recibió los avales de la nueva dinastía borbónica y del papado frente a quienes negaban la veracidad histórica de la aparición mariana, a la vez que se

5  El expediente se encuentra en AHN, Consejos, leg. 51638, exp. 1, cuya noticia agradezco a Fernando Durán; se prolongó con unas diligencias en 1742. Otras informaciones y referencias las suministra Fernández Doctor (1987: 140-141). 6  Francisco de Alagón Fernández de Córdoba Alagón Moncayo era el primogénito del X conde de Sástago, a la sazón, virrey de Sicilia (1727-1737), a quien sucedió al fallecer en 1748 (De Fantoni y Benedí, 2003: 163-164, 166-167).

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convertía en pieza axial en la construcción de la identidad zaragozana (Ramón Solans, 2012: 10).7 Torres, aunque hombre de ciencia, no entra en el debate racionalista que se entabló entonces, sino que asume la creencia popular como devoto convencido, y procede con la figura mariana igual que con las dedicatorias a personajes coetáneos, adornándola con hipérboles, aunque con las imágenes bíblicas que le convienen: Vos sois la más religiosa Sara, la más noble y esclarecida Rebeca, la más hermosa Raquel, la más amante Micol, la más económica Ruth, la más prudente y misericordiosa Abigail, la más fuerte Jael, la más pura Sunamitis, la más casta Susana, la más valerosa Judith, y finalmente, el prototipo de todas las grandezas y el epílogo de todas las gracias (1735b: 2-3 [cursiva en el original]).

Concluye su declaración de fervor como «vuestro esclavo, que os ama con lo más íntimo del pecho». Hacía unos meses se había presentado con su primera obra como cristiano viejo y devoto en un prólogo «A los cristianos» (1735a: s. p.), donde realizaba una exposición conciliadora de religión y astronomía, con Dios como primera causa dominadora de otras dos astronómicas que inciden en los sucesos del mundo: Dos son las principales causas que en el mundo producen las mutaciones respecto de las monarquías (suponiendo en primer lugar, como cristiano viejo y fidelísimo hijo de la Iglesia (que lo heredo de mi antigua genealogía), que la primera causa es Dios, como lo enseña el 1 del Génesis, el 2 de Daniel, el 25 de los Proverbios y San Pablo en el 1 cap. de la Epístola a los Romanos). La primera causa es la mutación de la excentricidad del Sol, a la cual siguen no solo Venus y Mercurio sino también los tres planetas superiores […] (1735a: s. p.).

7  Hubo un largo debate, en el que la monumental Historia de España (1700-1727) de Juan de Ferreras se posicionó en contra, mientras que Daubenton, confesor de Felipe V, lo hizo a favor al suprimir las páginas críticas que conformaron la Real Cédula del 13 de marzo de 1720; en 1723 el papa concedió un rezo con octava de segunda clase, estableciendo la festividad del Pilar (Ramón Solans, 2012: 108). La visión «canónica, apologética y nacionalista» prevaleció en la también extensa España sagrada (1747-1801) del padre Flórez para esta y otras venidas sacras.

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Con estas premisas detallaba importantes eventos de la historia antigua vinculados a cálculos planetarios, previas a la introducción literaria, puerta jocosa que abría las demás predicciones, naturales y judiciarias, por estaciones, días y cuartos de Luna. Sus cálculos astrales debían de ser ajustados, tal como destacan algunas aprobaciones como la siguiente para su pronóstico de 1737: […] don Alejos de Torres, profesor de Matemáticas, el que examina con tanta propiedad y discreción los influjos de cada astro que parece tiene a cada uno bajo su imperio, debiéndosele atribuir, como de justicia, al autor de este pronóstico aquel antiguo y celebrado proverbio: Sapiens dominabitur astros, pues la misma puntualidad con que examina sus influjos parece que da entender se eleva sobre los astros. Tan ceñido camina en sus vaticinios que solamente desea se entiendan en orden a las acciones necesarias, dejando intactas todas las libres […] (1737: 9).

Pero no se preocupó por defender el cientifismo del almanaque, a diferencia de Torres (Durán López, 2021: 37), ni vaciló al entregarse a la imaginación judiciaria sin lógica. Recibió por esto las críticas mordaces de uno de sus últimos censores, fray José Galdeano, a quien le parecía idolatría astrológica que pudiese vincular el aumento de precios del tabaco y el chocolate con el plenilunio, cuando dependían de la voluntad de las autoridades.8 Sin embargo, el conjunto resultaba tolerable en la mayoría de las censuras por el tono burlesco y las salvedades cristianas. En la aprobación al primer título, el mercedario fray José Esteban, a cargo de la censura eclesiástica, no encontraba nada que se opusiera a la pureza de la fe católica e incluso juzgaba que sus predicciones «no trascienden la línea de la astrología natural […] ni las pone como seguras, sino como inciertas y factibles, con el seguro de Dios sobre todo» (1735a); y lo mismo, a continuación, fray Manuel Gallinero, encargado por la Real Audiencia de Aragón de la censura civil, pues, aunque reticente a los juicios astrológicos, los del autor le parecían inofensivos por su «discreta jocosidad» y su obra «necesaria por los cálculos astronómicos para gobierno de la vida humana». Este

8  Durán López (2021: 123) destaca esa censura concreta dentro del apartado «Argumento de mentira venal, pero no dañina (nº 6)», como ejemplo de profecía concreta que resulta devaluada o satirizada.

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mismo censor, al aprobar el pronóstico citado de 1737, reiteraba las disculpas del divertimento que brindaban sus predicciones engañosas, e incluso destacaba «un sermoncito con que cierra el prólogo; y en esto y sus reiteradas protestas, se conoce que, sobre matemático y poeta, tiene todas las partidas de buen cristiano» (1737: 12), pues lo veía sabedor de que la astrología judiciaria colisionaba con la Iglesia. Por «sermoncito» entendía las vivas exhortaciones morales que iban al final de la introducción literaria, en concreto la última de sus seis páginas, en la que recomendaba el cuidado de la propia alma ante la muerte igualatoria, que se evitasen murmuraciones ajenas y que se siguiesen los divinos preceptos con la protección de su gracia, una exposición de ortodoxia cristiana que se concluía con una décima «A la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo» y un colofón jaculatorio: «Sea por siempre bendita y alabada la Pasión y Muerte de Nuestro Redentor Jesús, Amén» (23). La otra aprobación de fray Manuel Soler, citada en parte, lo ponderaba complacido y le otorgaba la etiqueta literaria de «despertador cristiano»: No solamente no contiene este pronóstico cosa que no se oponga a nuestra religión católica, sino que antes nos propone un preludio de la Pasión de la majestad de Cristo para desterrar de nuestros corazones todo desordenado afecto; de modo que, si se lee con reflexión su introducción o proemio, más parece preludio de un despertador cristiano que prólogo de pronóstico (10).

No se conformaba Alejos de Torres con la coletilla del «Dios sobre todo», viéndola tal vez rutinaria, así que realizaba continuadas profesiones de fe como personaje de sus introducciones, en digresiones en sus prólogos o en fórmulas de despedida: «Mándeme y quédense a Dios, que los guarde muchos años en su amor y gracia» (1735b: 5), decía al final de su prólogo a los médicos, o al concluir el texto de 1736: «Cuanto hubiere digno de corrección, así en este pronóstico como en el diálogo, lo sujeto a la censura de la Santa Iglesia Católica Romana, como fidelísimo hijo de dicha Iglesia» (110). Su retrato gráfico supone una reiteración coherente con esas declaraciones, respaldado por un gran crucifijo que cuelga al fondo de su gabinete, entre la ventana que da a un jardín y el reloj que corona su librería, con él sentado ante los utensilios de escritura e instrumentos científicos al uso. Aparece en todas las ediciones, a excepción de la zaragozana de 1737, en que finge

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traducir al Gran Piscatori italiano, y en el básico de 1744, ilustrado con la genérica esfera armilar. Estas imágenes procedían de la iconografía occidental que hermanaba astronomía y religión, en la creencia en la doble revelación de la Biblia y la naturaleza, que pasó a muchos almanaques, aunque con el tiempo el desarrollo tecnológico hizo desaparecer «esa mirada conjunta, intervenida por la fe» (Álvarez Barrientos, 2020: 22); llegados al siglo ilustrado, el crucifijo de Torres constituye una singularidad elocuente lo mismo que sus advocaciones, proclamas y reflexiones religiosas.9 La figura retrata a un astrólogo vestido sobriamente con la casaca dieciochesca y su bonete sobre la mesa, que mira a la izquierda y aparece en posición activa, con la pluma en la mano y el papel a medio escribir, junto a la esfera armilar, el compás, un tintero, un pliego abierto y un escapulario con la cruz de Malta. Constituye un ejemplo temprano de la «imagen canónica» que triunfará para representar a los intelectuales en su gabinete de trabajo (Álvarez Barrientos, 2020: 132). El primer grabado, que aparece en los pronósticos de 1735 y 1736 (fig. 1), es idéntico al que adorna El astrólogo fantasma y Gran Piscatori curioso y entretenido, de un tal Bernardo Quirós con su única participación en el género, producto de otra imprenta zaragozana esos mismos años, la cual pudo reutilizar las planchas, una práctica que, aunque habitual, choca al tratarse de un retrato de autor —incluso con su nombre al pie— y, por ello, plantea dudas sobre la autoría e identidad en ese almanaque «fantasma».10 En el posterior, para el mismo año (fig. 2), en una imprenta madrileña, se perciben leves diferencias como si fuese un dibujo copiado por otra mano que invita al juego de detectarlas: en el óvalo de la cara, en los lomos de los libros, en el árbol que asoma, en la orientación del Cristo…. Las reediciones barcelonesas para los años de 1736 y 1737 por la viuda María Martí (fig. 3) son 9  En su documentado estudio de la iconografía de los gabinetes, Álvarez Barrientos tan solo recoge dos ejemplos en que el retrato del intelectual va acompañado de un crucifijo: el pronóstico de El astrólogo fantasma (1739) y el Gobierno del hombre de negocios de Torío de la Riva (1788), en este caso sobre su mesa (2020: 80-81). En el género de los pronósticos tampoco abundan las estampas con motivos religiosos (56-57), versión gráfica de la dedicatoria pilarista de Torres. 10  El astrólogo fantasma y Gran Piscatori curioso y entretenido. Almanak, pronóstico y diario de cuartos de luna para el año bisiesto de 1740. Juicio de los sucesos elementares y políticos de la Europa, Zaragoza, Antonio Lafuente [1739]. Véase su reproducción en Álvarez Barrientos (2020: 131-132, fig. 82).

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otra reproducción del primer dibujo con márgenes derecho e inferior menores, réplica bastante fiel, pero con un rostro hierático y donde no se distinguen apellidos de los autores de la biblioteca (Tolomeo, Aristóteles, Salomón, Trimegisto, Argolio). El último (fig. 4) es una versión tosca, con trazos gruesos, que recorta la figura humana pegada a la mesa, omitiendo el fondo para poder integrarlo en el diseño de la anteportada, que incluye el título con grandes caracteres. Aun con estas diferencias de ejecución, el retrato gráfico lo identifica de forma más constante que el seudónimo, que usó esporádicamente, aunque con recurrencias, ya que fue el Gran Piscator de Europa en su primera aparición en 1735, en 1737 el Gran Piscatori italiano o su traductor, y al final simplemente un Gran Piscator.

Fig. 1. Alejos de Torres, Los cuatro astrólogos peregrinos español, francés, alemán y italiano… (Zaragoza [1734]), y Los seis atlantes del zodiaco… (Zaragoza [1735]).

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Fig. 2. Alejos de Torres, Los doctores a pie de la Europa, político-médicos español, italiano, alemán, francés y saboyano (Madrid [1735]).

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Fig. 3. Alejos de Torres, Los seis atlantes del zodiaco en el templo de la Fortuna… (Barcelona [1735?]) y El Gran Piscatori italiano (Barcelona [1736]).

Fig. 4. Alejos de Torres, El estudiante en su asno y Gran Piscator… (Zaragoza [1746]).

«En la Escuela de don Diego de Torres» y otros caminos La trayectoria de Alejos de Torres como piscator es difícil de clasificar, puesto que no siguió un único modelo dentro de los existentes y ni siquiera fue continuada en el tiempo, realizada, por lo que sabemos, como se ha dicho, entre 1735-1737 y con dos obras más para los años 1744 y 1747.11 Las tres primeras, en 1735 y 1736, fueron ficciones literarias en el tono burlesco torresiano, que repitió al final en 1747, con 11  Fernando Durán lo incluye en el apartado «Almanaques híbridos y algunas rarezas» (2015: 109-119) junto a Germán Ruiz Gallirgos, Francisco de Horta Aguilera, Juan González y Bartolomé Ulloa.

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el piscator como protagonista de la introducción y narrador del trance de componer su pronóstico con la ayuda de otros personajes que le visitan o con quienes se encuentra, que se prolonga en los cálculos y vaticinios diarios y de los cuartos de Luna incluso dictadas en verso. De esos títulos, el segundo de 1735 era un seudopronóstico médico con unas peculiaridades que se comentarán. Los otros dos practican líneas diferentes: la particular de El Gran Piscatori italiano, que él finge traducir sin imprimirle elementos narrativos ni a la introducción ni a las predicciones anuales o diarias; y la trillada del almanaque básico Almanac y pronóstico universal para el año bisiesto del Señor de 1744, reducido presentar los cálculos generales y diarios. La divulgación, entre el reclamo editorial y la obra social Los textos llevan a pensar que Alejos de Torres no tenía en mente una idea propia como almanaquero, y que al comienzo siguió la exitosa fórmula de Torres alternada con otros modelos e incluso alguna originalidad. Pudo actuar movido tanto por la admiración como por la inercia, tentando cuál era la mejor manera de encontrar un lugar en el concurrido mercado. El Gran Sarrabal de Milán y sus imitadores, que lo copaban antes del triunfo del salmantino, incluían un bloque misceláneo relacionado fundamentalmente con la salud y los astros (Durán López, 2015: 33); y ya en la década de los 30 comenzó una moda divulgativa de saberes más variados y «una prosa próxima al ensayo y al protoperiodismo» (44), a la que él no fue ajeno, pues tres de sus almanaques incluyeron secciones didácticas o misceláneas. En el primero aparecen al final cuatro: unas «Reglas para cultivar huertos y jardines de mi maestro Torres» (1735a: 74-75), un título equívoco, puesto que procede precisamente de los Sarrabales, que solían incluir esta sección con consejos sobre los meses y lunas apropiados a las respectivas verduras y hortalizas;12 «Para los señores médicos» (75-76) o la lista de miembros corporales con sus signos zodiacales regentes; «Los planetas» (77-84) con las enfermedades que rigen según la teoría

12 

Alejos de Torres reproduce con variaciones mínimas la que incluyen los Sarrabales de 1700 (ed. Madrid, Herederos de Antonio Román), 1709 (ed. Madrid, Antonio Bizarrón) y 1713 (ed. Barcelona, Rafael Figueró). Su alusión podría ser una referencia irónica a alguna miscelánea tomada por Torres Villarroel de la misma fuente.

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galénica de los humores; y los «Nacimientos y edades de príncipes y soberanos de Europa» (85-131), colocados en orden alfabético de dinastías, e incluidos los «Cardenales, según el orden de su dignidad» (115-122), un apartado también presente en algunos sarrabales, que, evidentemente, debía actualizarse. Todas están organizadas de forma sintética y gráfica con epígrafes y espaciados que facilitaban su localización y lectura, aunque en la portada de la obra solamente se anunciaba la última sección, muestra de una «protoprensa» rosa que debía resultar atractiva al público pues unos cuantos autores ofrecerán otras parecidas. Él mismo la vuelve a introducir para 1737 (88-96) con el mismo título y disposición, actualizando edades, aunque reducida a las principales casas reinantes (España, Nápoles y Parma, Francia, Portugal, Austria, Saboya) y alguna nota más (Lorena, Moscovia, Malta, Venecia y Turquía); y a continuación va una «Definición de la geografía y división del planisferio general de la Tierra» (97-214), con contenidos enciclopédicos sobre los estados europeos comenzando por España, los restantes continentes y los polos o «Las tierras incógnitas»; tal como afirma en la introducción o prólogo, lo había copiado del «Atlas abreviado» (21), una práctica habitual que él justificaba en aras de la divulgación barata, al alcance de quienes no podían pagar los 20 o 30 reales del original.13 En el último pronóstico, los cálculos diarios están precedidos de una «Descripción curiosa de los once cielos, cómo tienen su sitio y movimientos y cualidades» (1747: s. p.) —información astronómica como en los Sarrabales—, y tras ellos, de nuevo, «Días de los nacimientos de los reyes, reinas, príncipes y princesas y otros potentados de toda la Europa», esta vez ceñidos a los natalicios y con una nueva selección de personalidades. Torres añadía esos contenidos a almanaques que seguían más o menos el modelo literario del maestro salmantino, y coincidió con otros dos colegas que también los incluyeron al debutar el mismo año que él: Salvador José Mañer con El Piscator erudito para el año de 1735, en que se contienen los eclipses, lunaciones y lo demás pertenece al año. Con un catálogo exacto y el tiempo del nacimiento de los príncipes de la Europa que al presente reinan, y varias curiosidades dignas de la común noticia, y 13 

Aludía a la obra de Francisco de Afferden, El Atlas abreviado o Compendiosa geografía del mundo antiguo y nuevo… ilustrada con cuarenta y dos mapas, En Amberes, por Juan Duren, 1696. Conoció diversas ediciones a comienzos del siglo xviii (1708, 1709, 1711, 1725).

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Germán Ruiz Gallirgos con El Sarrabal burgalés, histórico, genealógico, político, geométrico y militar. Diario de cuartos de luna, cosecha de frutos y acontecimientos políticos, expresando diariamente el signo y grados que tiene la luna. Compendio del universo, especialmente de la Europa y más por extenso de la España, con expresión del número y nombre de los regimientos que hay, navíos que sirven y dónde fue su construcción. Estos almanaquistas, como se ve, anunciaban con largos títulos su oferta miscelánea con gran detalle; en cuanto a él, pasó de mencionar solo la sección de la realeza en su primer subtítulo a la mayor exhaustividad de los siguientes, ajustada a los contenidos respectivos: También se contiene una geografía universal de los reinos, islas, mares y ríos de las cuatro partes del mundo y las edades de los príncipes, con otras muchas curiosidades (1737); y Que contiene todo lo político y militar y los nacimientos de los reyes y príncipes de Europa (1747). A diferencia de Mañer que se intitulaba «erudito», consciente de la orientación didáctica de sus almanaques, y de Ruiz Gallirgos, que sumaba a su gentilicio «burgalés» todos los adjetivos denotativos de su miscelánea, Torres practicaba una fórmula mixta y con intermitencias, que le impedía exhibiciones de originalidad, si bien parece claro que advirtió el atractivo que suponían las adiciones divulgativas.14 Algunos de sus aprobantes, como fray José Aguilar (noviembre 1746) para el pronóstico de 1747, destacaron sus «curiosidades» junto a sus cualidades literarias: «Por lo que puede V. S. dar licencia para que se imprima por estar muy curioso, bellísimo y sazonado, y para los de buena intención provechoso». De hecho, con su segundo título pergeñó un experimento particular que, sobre la base literario-predictiva del almanaque, conformaba peculiar manual de divulgación médica, tal como hace entrever el subtítulo publicitario: Los doctores a pie de la Europa, político-médicos español, italiano, alemán, francés y saboyano. Medicina de mano en mano para mantener el cuerpo en sana salud sin receta para todos muy útil y provechosa. En su prólogo se dirigía «A los señores médicos» con protestas de humildad como intruso en su «sublime ciencia», movido por la caridad cristiana a ofrecer remedios de salud para «muchos pobres que no pueden adquirir para recetas, y aunque en este cuadernito hay algunas fáciles, no 14 

El «modelo didáctico» aumenta la importancia de las secciones informativas en detrimento de las fijas predictivas, y conforma pronósticos más voluminosos, según ha estudiado Durán López con el ejemplo de Salvador José Mañer (2015: 91-93). Véase, además, el capítulo de Germán Ruiz Gallirgos en este volumen.

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todas pueden administrarse caseras» (4), y por esto último animaba a los boticarios a practicarla, facilitando ingredientes a los necesitados que acudiesen a sus boticas. La introducción narrativa habitual que sigue, y luego analizaré, se extiende a los meses, encabezados cada uno con los cálculos de las respectivas lunas nuevas y breves correspondencias meteorológicas, las que, tras una breve predicción de salud, dan pie a extensas consideraciones de los médicos internacionales, narradas por el piscator o puestas en boca de ellos, como estas del médico saboyano para el mes de enero: Muchos de los que días ha hicieron sus marchas quedarían fríos por causa de los grandes resfriados, que conjeturaba en esta lunación. Las enfermedades, dijo, serían toses grandes, que pararían en tisis, catarros, fiebres catarrales, dolores cólicos, tisis y dolores de costado. Proviene la tos del vicio de la linfa, por cuanto derramada copiosamente en la áspera arteria y sus vecinas glándulas, ocupa los [sic] fauces e irrita por su mordacidad y acrimonia a estas partes nerviosas, y como el cuerpo humano sea muy cálido, están presentes los poros, por los cuales se expele mucha materia de transpiración insensible […] (1735b: 9).

La explicación médica, acorde a la antigua teoría de los humores, continuaba con recomendaciones de alimentación y vida saludables, que a veces aderezaba con terapias lúdicas en el estilo jocoso torresiano: Húyanse las comidas saladas, acres, aromáticas y semejantes, que hacen al suero fluxible y agudo, la bebida leche de cebada vieja, con azúcar, aguamiel o un cocimiento de cebada con pasas e higos. Es perniciosa la bebida fría, vino nuevo de poca virtud y avinagrado; dañan asimismo el mucho movimiento y mucha quietud. Vayan fuera tristezas y melancolías, asiérrese el violón, rásquese la vihuela y vaya de jota la cítara (10-11).

La propia experiencia refrendaba su validez en algunos casos: «Para la tos tengo experimentado este facilísimo remedio» (11). Recuerda en parte algunas reflexiones empíricas del padre Feijoo, aunque su pretensión no es mover a la reflexión sino ofrecer un vademécum al gran público.15 Contenía este una gran variedad de recetas para preparar medicamentos, detallando los componentes y su posología, 15  Se trata de textos como el discurso «Régimen para conservar la salud» (Teatro critico universal, t. 1, VI) o de la carta «Que en varias cosas pertenecientes al régimen para

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con epígrafes destacados, que conformaban un útil y nutrido recetario para automedicarse. En esa línea de explorar distintas vías de escritura y de ofrecer contenidos variados se puede entender la pieza didáctica de temática miscelánea que incorporó al final de las predicciones para 1736, un extenso «Diálogo histórico que tuvo el autor con un sacristán montañés para diversión de los ociosos y curiosidad de los políticos», (1736: 78110), que seguía el esquema dialogado entre esos dos personajes. La portada no la distinguía como el producto autónomo que era, limitándose a anunciarla con la indicación genérica «contiene diverso número de curiosidades». Una «mística seguidilla» iba al final. A la posta camina la vida nuestra y de que ha de morirse nadie se acuerda. ¡Ay, hombre insano, qué engañado te lleva el mundo al báratro! (109-110).

Por otro lado, tal vez a instancias de sus editores, para engrosar el detalle del calendario anual, el pronóstico de 1737 incluyó secciones frecuentes en los almanaques tradicionales como las «Ferias de Castilla» (1737: 14-15), las «Ferias de Aragón» (15) y las «Ferias de Cataluña» (15-16). Estas últimas eran las únicas que figuraban en la reedición de Barcelona de ese año y, según era costumbre en las impresiones en esa ciudad, son el único plus en el almanaque básico para 1744, donde ocupan una página a doble columna, en catalán, antes de los escuetos cálculos anuales y de cuartos de Luna, con las correspondientes predicciones judiciarias y naturales, además de las fiestas diarias. Una trilogía internacional Este almanaquero, según se ha dicho, se presentó como miembro de la «Escuela» de Torres Villarroel, una afirmación que podía aludir tanto

conservar o recobrar la salud, es mejor gobernarse por el instinto que por el discurso» (Cartas eruditas y curiosas, t. 4, XVII).

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a la adopción de su propuesta literaria, tan imitada, como a la parte matemática, ya que se trataba de un catedrático de la disciplina en la respetada Universidad de Salamanca. Este último sentido es el que recoge la tercera acepción del término en el Diccionario de Autoridades, que lo define y ejemplifica como «la doctrina, principios y fundamentos de algún autor, y así se dice Escuela de Platón, de Aristóteles, de Santo Tomás, etc.» (1732). No obstante, el maestro salmantino acuñó un modelo literario y no una nueva manera de calcular, y es lo que dejan traslucir las tres primeras entregas de Alejos de Torres, con una introducción narrativa protagonizada por el astrólogo que se extiende a las predicciones anuales, estacionales y lunares, como he indicado. No ofrece dudas su ópera prima, Los cuatro astrólogos peregrinos español, francés, alemán y italiano, cuya «Introducción» (1735a: 1-12) repetía elementos tópicos al situar al astrólogo protagonista en su cuarto inhóspito, de noche, una ubicación y momento que además propiciaban el manido artificio del sueño. Comenzaba en acción, trasvasando aceite de una «mugrienta» lámpara de cristal a un candil «mohoso», hasta que aquella explotaba y se derramaba su líquido, antes de tumbarse en un desvencijado y sucio catre. El sueño que, aun en esas condiciones, aquel lograba conciliar permitía convocar a multitud de seres y mostrar una serie de situaciones inconexas sin necesidad de atenerse a la lógica narrativa. Aquí aparecía primero «una procesión de duendes de tan horribles visajes» (1735a: 2), de los que se destacaban dos, descritos con las habituales ristras grotescas y escatológicas, adobadas con algún referente de la Antigüedad: un «estafermo tan agudo como un aforismo, estantigua del Leteo» (3) y el dómine Lucas, de la tradición popular barroca, «beneficiado entero, capellán castrado, chillón de su parroquia, gañán de la ajena, filósofo en espuma, teólogo en berza» (3) y «algo inclinado a los pronósticos» (4). Alguien de la «mojiganga» pretendía disuadirlo de conceder crédito a la «Astronomía», so pena de convertirse en borrico con rabo y orejas, y a la «Astrología», pues «no es más que un disfraz para encubrir errores y tapar embustes» con la fórmula del «Dios sobre todo» (4); y entonces el durmiente, alborotada su «fantasía», replicaba que Astrología y Medicina eran hermanas, aunque lo justificaba con chanzas asnales: La Astrología siempre se ha hermanado con la Medicina, como lo testifican muchos médicos antiguos y calificados, y aun aseguran que es tan esencial la Astrología para la Medicina como un rocín para haber de caminar con

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más acomodo si el rocín no está amatado; y si no, experiméntelo Vd. en su mula cuando la monta para continuar la visita (5).

Un golpe repentino en la cabeza del astrólogo, embebido en su «fantasía», propiciaba un giro de guion con la aparición de «tu maestro Torres», a quien él creía muerto (6). En el diálogo siguiente el aparecido le revela su situación de destierro, en alusión al que vivía entonces en Portugal, esperando la clemencia del rey, una oportuna utilización de la circunstancia real para que el discípulo se erija en miembro de su pretendida escuela en el trance de lucubrar sobre las razones de la desgracia y tratar de ayudarle, aunque ello esté enmarcado en la ficción: Una cosa me ocurre. ¿Qué es? ¿Si acaso Vd. la noche de la tremenda incurrió en alguna censura? No, por cierto, antes tiré a defender a la parte lesa como ella misma lo califica, mediando entre los dos como lo ordena nuestra Santa Ley. En fin (repliqué yo), sea lo que fuere, por lo que puede traer el tiempo, desde ahora determino partir a Roma y traer la absolución de la censura, que están tan puestos los botarates en que Vd. al P. Capellán quiso sacudirle el polvo que los más se lo tienen por tragado y si acaso se quedó solo en sospecha, lo mismo sucederá con la censura; y así lo mejor será coger las de Villadiego y echarme a los pies del Vicario de Cristo (7).

Esta explicación parece aludir a una pelea entre dos litigantes en la que medió el salmantino, con bastante contundencia hacia uno de ellos, un capellán. Debía de ser un rumor que circulaba en los mentideros almanaquistas, antes de conocerse el perdón regio, que fue firmado en noviembre de 1734, meses después de la conclusión de este almanaque.16 La acción desciende entonces a las regiones terrestres con una trama itinerante hasta Roma, donde el protagonista buscará la absolución papal para el agresor, aunque no se llega a indicar el despertar del sueño. Tras una despedida con lágrimas «de mi venerado maestro» (7), el piscator inicia el trayecto al amanecer en su aldea, provisto solamente con «el sobrescrito y renombre de cristiano, confiando en la caridad de los fieles» (8), una nueva profesión de fe en la trama, 16 

Zavala cree que este episodio reproduce informaciones de la Vida de Torres, concretamente del trozo III, «sobre sus andanzas como contrabandista» (1978: 194) y también del I, y de ahí conjetura que él fue el autor de este pronóstico, apoyándose, además, en la acusación de piratería de Antonio de Villarroel y Torres, citada al principio de este capítulo (213, n. 48).

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que continúa hasta Pamplona, donde es confundido con un contrabandista y, ya liberado, se detiene en Bayona, en casa de una señora que lo acoge compadecida de su miseria. La retrata largamente como donna angelicata mediante alusiones celestiales primero —«serafín en carne, ángel en cuerpo, sol sin eclipse, luna sin menguante, estrella lucida, lucero deificado» (8)— y correspondencias astronómicas de cuerpo entero después, una buena prueba de la versatilidad de los registros que manejaba este Torres: […] era toda un perfectísimo cielo, cuyos polos se descubrían en la pulcritud y pequeñez de sus calzados. La zona tórrida su encendido y anacarado labio, cuya eclíptica era la frente, adornada con un listón de carmín y en medio un Sol, como señoreando su casa, gozándose en su exaltación dichosa. Sus dos mejillas, las dos zonas templadas, ya por lo rojo ya por lo cándido; la equinoccial su cuello de marfil; los dos equinoccios, sus dos nevados y orbiculares pechos […] (8-9).

Finalmente, en una plaza de esa ciudad, en la que se hallan desplegados instrumentos astronómicos, el piscator es abordado por un francés, un italiano y un alemán, «medio peregrinos y medio arbolarios» (10), que se presentan en sus respectivos idiomas como químicos, deseosos de componer pronósticos y recetas en España; pero les previene de que ahí «hay ya peste de astrólogos y pulgón de almanaques» (10) y les convence para que le ayuden en las predicciones judiciarias para el año siguiente, ajustadas a los meridianos de las capitales respectivas: Zaragoza, París, Roma y Viena. Esta publicación recibió la aprobación del censor eclesiástico el 20 de junio de 1734 y la del censor civil el 27 de julio siguiente, es decir, medio año antes del que pronosticaba, con lo que se pudo vender anticipadamente, aludido como «lunario en muchos idiomas» con ironía por León y Ortega en el prólogo a su pronóstico coetáneo (1735: s. p.). Tal vez su éxito o el tiempo de que dispuso tras entregarla, movió a Alejos a repetir fortuna con otra también para 1735: Los doctores a pie de la Europa político-médicos español, italiano, alemán, francés y saboyano, cuya licencia del Consejo era del 1 de enero del año en curso, y del 31 tanto la fe de erratas como la tasa, todas datadas en Madrid, con una censura brevísima del día 22 de Antonio Téllez de Azevedo. Seguramente por esta cercanía se vio obligado a variar la orientación, y el segundo pronóstico se centraba en la salud, pensando en necesidades

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más específicas del público, que he comentado. Sin embargo, tal como pregonaba el título, había una línea de continuidad con el anterior, ya que los protagonistas de la breve «Introducción» narrativa (1735b: 5-8) eran los mismos facultativos extranjeros y uno más saboyano. Al personaje protagonista lo presentaba más sucintamente en un cuarto similar al primero, mal acomodado sobre «una cojitranca silla» (1735b: 5) y acometido por moscas, quien, apurado al pretender rimar sus versos, recibía su visita repentina. Sus descripciones configuran una usual retahíla de rasgos grotescos y comparaciones exageradas: […] se embanastaron en mi cuarto cuatro abolorios más sutiles que ratas de iglesia y más luengos que longanizas de marranos; venían con sugorras [sic], más afiladas las mejillas que puntas de lanzas; tan atufados los bigotes que me parecieron tudescos, con más necesidades que los galgos de Túnez. Quitóles el tiempo las carátulas, y hallé ser mis amigos los médicos, más agudos por necesitados, de Alemania, Italia, Francia y Saboya (6).

La trama, muy sencilla, continúa con el diálogo entre ellos y el piscator, reproducido por este, en el que declaran el propósito de su venida: «componer un breve tratadito de las enfermedades de este año, buscando en lo posible las recetas más fáciles para el consuelo de los pobres» (6). El protagonista replica su deseo de añadir contenidos políticos en cada Luna «para diversión del ocio» (6) y esparce unas reflexiones enigmáticas a propósito del autor de un pronóstico que llevaba el italiano, un ignoto señor Zerote o Pascual Piedra, a quien critica por su tosquedad, por su incapacidad para versificar y por ignorar los cálculos e incluso haberlos robado; y él mismo incluye una coplilla con predicciones judiciarias, único poema en todo el texto, antes de enumerar las «Enfermedades del año de 1735» (8-9). La narración continúa a partir de ahí, mes a mes, con todos los protagonistas internacionales en la tarea de pronosticar enfermedades y ofrecer remedios, entreverada con algunas predicciones mundanas y crípticas. Poco antes Torres Villarroel había sacado pronósticos médicos como El Doctor a pie y medicina de mano en mano (1731), El Doctor a pie y medicina barata (1732) y el Médico para el bolsillo, doctor a pie, Hipócrates chiquito (con entregas al menos en 1724 y después en 1737). Se trata de otro intento de imitación con cierta originalidad, porque Alejos de Torres potencia la parte literaria, que va de la ficción inicial a los meses siguientes, mientras que en su modelo se reduce a una sola «Introducción» narrativa en 1732.

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El tercer título de Torres continúa con los personajes internacionales y un incremento progresivo en su número. Si en la primera obra eran tres y en la siguiente cuatro, ahora tenemos seis astrólogos: Los seis atlantes del zodiaco en el templo de la Fortuna, dibujados en seis astrólogos vizcaíno, portugués, alemán, español, francés e italiano. Hay, pues, una trilogía temática y narrativa, con personajes coincidentes, pero como esta «Introducción al año 1736» (1736: 1-9) retoma la trama del primer pronóstico, configura con él una dilogía; el primer final abierto, con el protagonista rumbo a Roma, permitía continuarlo con el de regreso a Zaragoza —in medias res para quien no lo hubiese leído—, un comienzo que prescindía de las situaciones anteriores en el interior del cuarto destartalado del astrólogo, que era sustituido por un camino accidentado. Tal vez en Cataluña, porque en su descanso es sorprendido por una vieja que habla en catalán; la retrata con detalle y las tópicas exageraciones, mediante imágenes que combinaban lo grotesco, diabólico y horrendo, y con el procedimiento de las correspondencias que ya había practicado antes —con la dama bayonesa—, ahora entre elementos físicos y las partes de una casa: Por las ventanillas asomaban, en vez de tetas, dos peras modorras, dos membrillos cochos o dos embudos de botero. El patio, recibidor, antesala, pieza, dormitorio y cocina, todo era uno, estaba lleno de candelillas de tea en vez de cornucopias. Las colgaduras eran telas de araña, los espejos pucheritos que poco a poco iban filtrando un ungüento del diablo y bálsamo del infierno. Los cuadros y demás adornos, cabellos de ahorcados y dientes del suplicio. Pasméme al ver tal arquitectura y diabólica economía […] (1-2).

El tipo de la vieja y de la bruja aparecen hermanados.17 Combina el aspecto desagradable y la amabilidad, al ofrecer al caminante ayuda en las predicciones, que rechaza, pero también un bebedizo «que hice juicio estaba confeccionado con beleño» (3), en la cueva que habita, a la que califica con una serie de tópicos infernales. El episodio sirve para repetir el artificio del sueño, narcótico esta vez, que devuelve al 17 

Exhibe Alejos de Torres cierta preferencia por personajes esotéricos, aunque les imprime un tratamiento burlesco o entremesado, como era propio en los almanaques torresianos (Gimeno Puyol: 2020). El tipo de la vieja lo había tratado Torres Villarroel con algunas convenciones procedentes de Quevedo, tal como ha estudiado Lora Márquez (2021).

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protagonista a Roma, de donde venía, y para reintroducir a los astrólogos anteriores. De la mano de «mi amigo el astrólogo italiano» (3) entra en el templo de la Fortuna, que contrasta con el espacio anterior, presidido por la diosa; a su alrededor se congrega una infinidad de gentes en busca de su protección en forma de cargos remunerados, y que incluso esquilman los materiales nobles o preciosos de su estatua: Todos alzaban las manos para adquirir los puestos, porque la Fortuna, arqueando los brazos, despedía cátedras, becas, togas, canonicatos, beneficios, etc. Entre tanto tonto se brujuleaban unos hombres semiviejos, longobardos, circunspectos graves y poco preciados; otros creídos de lindos, pulcros, agraciados y petimetres, erizado el cabello por lo gordo (angostos de frente y anchos de boca), disparado de la naturaleza con tal actividad que parece lo arrojaba un surtidor. Díjele a mi compañero: «¿Qué gente es esta?». A que me respondió: «Los primeros son los padres del púlpito y maestros de la cátedra, los oráculos de la teología y los prudentes gobernadores de la república. Los segundos son chivos, arambeles de los estrados y lazarillos de los paseos» (1736: 4).

Se trata de tipos de la República de las Letras o del panorama social dieciochesco, presentados con una mirada satírica. A la escena se agregan sucesivamente el nuevo astrólogo vizcaíno, con aspecto desastrado, y el portugués «más hinchado y hueco» (5), y en figura de «fantasmas» los ya conocidos alemán y francés. Con todos dialoga el piscator en sus respectivos idiomas y todos entonan sendas composiciones poéticas con predicciones políticas al son de instrumentos, que dedican a la diosa, antes de emprender juntos el pronóstico del año, repartiéndose las estaciones. Van sendos poemas al final de cada una, donde combina el castellano con algunos versos en portugués para la primavera y en francés para el estío, las lenguas que Torres conocía, pero prescinde de hacerlo en las endechas que el alemán explica para el otoño y tienta jocosamente un vasco macarrónico, «algarabía, lengua que ni es de Dios ni del diablo» al comienzo de la seguidilla invernal del vizcaíno, que luego traduce: Una dulce sirena canta en Acuario dispensando delicias con sus trinados.

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Vuelva la solfa que los suaves acentos los da ella sola (24).

En lo sucesivo adopta un truco en la ficción para paliar su ignorancia idiomática: «Advertíle había de hablar en el idioma castellano y que guardase su tosca y parda jerga para el infierno. Así lo hizo», como se ve en la quintilla que sigue en el cuarto menguante en mayo (43-44). En los cuartos de Luna alternan los metros, la mayoría en castellano, pero hay algunas composiciones bilingües con el italiano, el portugués y el francés, o monolingües en estos idiomas. Predominan las estrofas breves y versos de arte menor asonantados (letrillas, quintillas, seguidillas, endechas…), y también se halla alguna décima con rimas agudas (33-34, 48). Como acompañan los instrumentos que cada uno tañe, se entonan fandanguillos e incluso el italiano canta la siguiente jota en un guiño al folclore maño cercano: A la jota, jotita del prado con cuatro mayores la polla ha llevado. A la jota, jotica y oleo tres reyes extraños en mano le veo. A la jota y más a la jota, ¿qué mucho que lleve el juego derrota? (34).

En ocasiones experimenta con esdrújulos finales en boca del portugués, del vizcaíno o del alemán (37, 49, 55) y con paronomasias del vizcaíno (45) o propias para pergeñar los consabidos pronósticos vagos, lo que recuerda casos similares de Torres Villarroel:18 Iracundo un Romo, rema al ver que una Beca Baca, se acoge a una Roca rica, y en su pecho vago vaga. Un áulico tanta tinta sobre un leve gasto gasta que mucho en lo poco peca y en lo poco treta trata (64). 18  Véase el análisis de Durán López (2016) del pronóstico de Torres Villarroel, Los ciegos de Madrid (1732), en concreto los ejemplos de las pp. 31-32.

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Resultan, en fin, versos elementales, pero esforzados, como las rimas chocantes que intentaba el piscator del seudopronóstico médico en su cuarto: «buscaba el consonante de Peroles, y siempre pegaba con las Coles; otras veces el de Olla, y al instante me faltaba la Cebolla» (1735b: 5). Hacia el final se incorporan otros personajes al sarao, un señor innominado (1736: 64), un manchego (72) y también Marte con una «decimilla» y una quintilla aguda (70, 74). La ficción se cierra en el cuarto menguante de diciembre al despertar el piscator «todo turbado, fija la higa por si me acosaba la vieja» con una décima suya ascética y cristiana que comienza así: «Alerta, alerta, cristiano / mira que la vida es sueño» (76). La exhibición poética de este pronóstico ampliaba en número la del primero, cuyo juicio anual concluía con una serie alterna de recitados y arias en castellano a cargo del astrólogo italiano, que también era violinista (1735: 16). En la primavera el francés cantaba unos quebrados ayudado por una cornetilla (19-20); en el otoño, el alemán que lo había calculado tañía un oboe y cantaba a dúo con el italiano un villancico (23-24); pero el protagonista omitía la jacarilla que había ideado para el invierno al estar su bandurria sin cuerdas. Las composiciones poéticas en las predicciones diarias eran del mismo signo popular, más redondillas y tercerillas; y ocasionalmente, una lira entonada por el alemán, que adopta imágenes exóticas: Felice se entroniza Osiris bello, para ser dichoso, las luces que matiza, en el orbe lo cantan prodigioso, quedando en este triunfo subyugado el que a Egipto (sin ley) había mandado (63).

El autor Torres debía de ser aficionado a versificar, como se desprende del despliegue que efectuó y también de algunas reflexiones metapoéticas a propósito de un hipotético rival a quien criticaba por medio del protagonista de la introducción al seudopronóstico médico, donde había sustituido los poemas por recetas: Reparen en la décima que dedica a la Señora. (¡Válgame Dios, y qué mal parece incensar a estas aras con tan hediondas resinas!). No debe saber que el consonante diverso no debe tener asonancia con el que deja. Sin duda que será así, pues así es en todo lo demás, como lo conocerá el más lerdo (1735b: 7).

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Intermedios y última tentativa En esa posible pretensión de originalidad, buscando una voz propia o tal vez por no hallarla, Torres varía bastante el enfoque y la estructura del pronóstico que sigue a la serie anterior, El Gran Piscatori italiano, pronóstico y lunario, diario de cuartos de luna, con los juicios elementales, naturales y políticos de la Europa para el año 1737. Desaparece de su título la coletilla «En la Escuela de don Diego de Torres», que no volverá a usar en las siguientes obras, y ahí se omite también la ficción narrativa protagonizada por el personaje del astrólogo preocupado por confeccionar un pronóstico; su «Introducción» (1737: 17-22) aparenta ser un «prólogo» en opinión del censor fray Manuel Gallinero —cerrado por un «sermoncito» antes citado—, ya que consiste en digresiones metanarrativas sobre el texto concreto de un piscator de Ferrara que va a traducir junto a otras tópicas sobre la validez del género predictivo. Falta la consabida historia del astrólogo y sus interlocutores, y en su lugar hay un juego ficcional enrevesado con la voz narrativa, porque, desdiciendo su papel de traductor fingido, la primera persona confiesa que «llegó a mis manos el Piscatori de Torres para que le pusiera las coplas que acostumbran a poner los astrólogos españoles» (17), una alusión que parece representar a otro Torres italiano, pues sobre él versan los comentarios. Con este equívoco puede comentarse a sí mismo y, a la vez, jugar con su maestro Torres Villarroel y la carta de su prestigio, que acaba adjudicándose él gracias a identidad onomástica: «Con todo, siempre hay aficionados que compren pronósticos, pero ahora los más se toman por las coplas que ha introducido Torres, pensando hay algo embustero en su musa» (20). Escudado en la autoría ajena, Alejos de Torres justifica el abandono del estilo jocoso: «Por estos motivos, omito los apodos, símiles y dichos chistosos, porque no siendo naturales míos no quiero escribirlos» (18), y la naturalidad y parquedad literaria: «En este Piscatori no se encontrarán sátiras ni hipérboles sino el juicio mondo que hizo el italiano» (19). Con ello define su estilo propio y parodia el del otro Torres, que antes había imitado:19

19  Véase el capítulo dedicado a Francisco de Horta Aguilera, por Ana Isabel Martín Puya, que analiza con mucho detalle la imitación o plagio que, sobre todo, de esta introducción realizó para su pronóstico de 1739.

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Yo no entiendo de pinturas chistosas como usa el señor Torres, porque no me ha dado ni la naturaleza ni el arte tal habilidad, y así las omito, ya porque (como he dicho) no las entiendo, y ya porque no sol tales del caso, que sean el quid ni el quod del pronóstico. Solos son unos cascabeles, que llaman a los que tienen los cascos a la gineta, a la danza, los que solo por leer una satirilla (que ni da en el clavo, ni herradura, ni la entiende el autor ni el lector) darán cualquier cosa como sea a gusto de su calaberna. […] Bien pudiera yo coger un papelón (que no todos habrán servido de moqueros a los boticarios, porque hay muchos amigos y curiosos de Torres) y hurtarle de barra a barra una pintura, delinear a una vieja, a un mondador de nalgatorios y a un alférez reformado o un músico, pero no quiero robar a cara descubierta, que, estando vivo su autor, es declarada rapiña y hace en el hurto especial disonancia. A más que no es habilidad el trasladar […] (1737: 18-19).

En efecto, las predicciones estacionales y las de los cuartos de Luna son escuetas, en el tono misterioso de los almanaques de modelo «extendido» (Durán López, 2015: 31); sin embargo, añade composiciones poéticas, series de coplas al final de cada estación y un recitado en italiano escrito por el ferrarés con «Lo más especioso de todo el año» (38), que él glosa a continuación con una octava rima. Los cuartos de Luna suelen ir acompañados de seguidillas de siete versos: «Me he empeñado para que pusieran algunas coplas, y a mí me ha parecido que fueran seguidillas, que es copla fácil y curiosa» (20); con ellas atempera el tono de las predicciones judiciarias, acercándose al popular que pretendía: «más quiero que salga con el ropaje pardo de Chinchón y la zamarreta de la montaña, haciendo el papel de que no sabe musa, cuanto más de retórica» (19), aunque suele adobarlas con referencias cultas: Varias naves se pierden en Capricornio; y con ellas peligra el Bucentoro, ¡triste Cleopatra!, ¿es posible que Antonio muera en la playa? (44)

No obstante este alejamiento del modelo torresiano, utiliza algunos elementos suyos como el mencionado prólogo dedicado «Al curioso,

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discreto y magnífico señor que diere un real de plata», en el estilo jactancioso y chancero del maestro con sus lectores, que recrea el tópico de la ganancia, el desprecio de la nobleza —«no reconozco otros cuartos gentilicios en el escudo de sus blasones que los cuartos de su bolsillo» (4)— y el desdén de las críticas de quienes lo han comprado, y que a continuación pondera la utilidad de su miscelánea, cuya lectura ofrece un viaje barato, estimulante e instructivo, con lo que el real gastado será un justo intercambio. Abundando en ello, la «Introducción» comentada repite tópicos sobre las mentiras judiciarias: «Quien inventó estas pataratas yo no lo sé, porque no sé astrología; solo sé que en las más cosas no aciertan los pronósticos» (19-20), apela al carácter de divertimento —«es modo de divertir al ocio, y no más» (20)—, y entona una captatio benevolentiae ante las posibles críticas de los maldicientes y de los petimetres en «sus desvanecidas tertulias» (21). Tras esta traducción fingida, la producción de Torres fue intermitente y escasa, con dos obras más: el mencionado Almanac y pronóstico universal para el año bisiesto del Señor de 1744, dentro del modelo básico, y con su última conocida, El estudiante en su asno y Gran Piscator… para el año de 1747. Con esta volvía a imitar a Torres parcialmente, ya que de nuevo incluía un prólogo como el de 1737, muy breve y destinado «Al lector», también con tono jactancioso y algunos tópicos enhebrados en la ficción asnal que presentaba: Ahora son tantos los burros que se quieren meter a esto que me rallan las ancias [sic] y me roen los zancajos, y temo no me acaben antes, que otro que me busca me halle. Ya estoy fatigado de ponerles en las orejas los desaciertos, y no es posible traerlos a la razón ni al camino derecho para librarme o verme fuera de tantos rebuznos de borricos (1747: s. p.).

Era una pose de cansancio y protesta, porque a pesar de todo se determinaba a sacar su nueva producción, que definía entre la humildad consabida y la consciencia de haber rebajado su vuelo: «El piscator será lo que aquí ves, y si no es más es por no haberme pasado antes por la mollera, y no ha tenido lugar de medrar más este año; si no te gusta por ser chico, puedes cambiarlo por tu dinero en casa del librero» (s. p.). Las dos secciones misceláneas que añadía, antes citadas, trataban de enriquecerlo. Su breve «Introducción», de tres páginas, adopta otra vez el modelo itinerante de 1736, pues aparece el astrólogo protagonista cabalgando

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bajo el Sol en su «ligero Rocinante» hacia el prado de Nuestra Señora de Atocha, en cuyo camino se topa con un estudiante poco agraciado y mal vestido sobre su «asno rucio» deforme, cuyo retrato recuerda los grotescos de sus primeras ficciones: […] descubrió una cabeza tordilla, más cerrada que arcón miserable, pues siquiera no le mereció a las amenazas de calvo un preámbulo de corona; derramábansele hasta las quijadas dos chorros de pelo engreído en tufos, autorizándole la barba una alcachofa de cerda en vez de pera; traía, pues, una sopilla de paño de tumbas, tan raída que parecía tafetán de lana; dábame licencia para verla la abertura de un pardo balandrán con cuatro o seis botones de a dos en libra, a la usanza de quinientos años a esta parte (1747: s. p.).

Si las caballerías tienen ecos quijotescos, el caminante es un tipo entremesado, natural de una aldea alicantina, sacristán en una villa cercana al lugar de encuentro que ha estudiado en Salamanca; y como va cargado de cartapacios del nombrado astrólogo doctor Alcobando para su venta, el protagonista se los compra, entre los cuales el del año 1747 que pensaba publicar «para diversión de este reino» (s. p.). Se sustancia en un almanaque formulario, con juicios estacionales, cómputos, números del año y eclipses, y con predicciones diarias y lunares escuetas, en las que los poemitas populares insertados en la mayoría de las fases amplían los enigmáticos vaticinios judiciarios. *** Puede afirmarse que Alejos de Torres fue un piscator inquieto, que irrumpió con brío y ambición con tres obras en dos años. Con ellas se declaraba discípulo de Torres Villarroel, muy consciente de adoptar su esquema literario y su estilo festivo «En la Escuela de don Diego de Torres»; y al mismo tiempo pergeñaba un particular proyecto narrativo a base de repetir como personajes secundarios una serie de astrólogos de varias procedencias europeas, que iban en aumento cada año. Lo anunciaban sus títulos: Los cuatro astrólogos peregrinos español, francés, alemán y italiano (1735a), Los doctores a pie de la Europa político-médicos español, italiano, alemán, francés y saboyano (1735b) y Los seis atlantes del zodiaco en el templo de la Fortuna, dibujados en seis astrólogos

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vizcaíno, portugués, alemán, español, francés e italiano (1736). El primero y el último responden al modelo torresiano estricto, con la ficción extendida a la predicciones diarias y lunares, mediante la incorporación de piezas poéticas en boca de dichos personajes; así conforman un pendant narrativo porque, además, tal como he comentado, la historia del último continúa en el punto en que se interrumpió la primera y da paso a mostrar como amigos o conocidos a los astrólogos políglotas. El pronóstico o seudopronóstico para 1735, Los doctores a pie de la Europa, que desarrolla su propia trama con los mismos personajes, resulta discordante por separarse de la fórmula del almanaque diario, suplantado por la estructura mensual con las respectivas lunas nuevas y los contenidos médicos, aunque mantiene en esencia el estilo de los otros dos, y de ahí que el autor le adjudique la misma etiqueta. En ese conjunto muestra su habilidad para componer retratos (una dama angelical, duendes, dómines, una vieja bruja y astrólogos políglotas) y descripciones de lugares, tanto la cueva de una bruja como el suntuoso templo romano de la Fortuna. Predomina, pues, el tono perdulario torresiano, pero ofrece contrastes con referentes elevados y usa con frecuencia alusiones cultas, ya sea en las descripciones ya en las dedicatorias y prólogos, conocedor de la tradición clásica, de la historia y de los entremeses y la picaresca barrocos. Asimismo, exhibe variedad al confeccionar escenas o tramas consecutivas, enlazadas con trucos como el del sueño, si bien las dos extensas son abigarradas y confusas (1735a, 1736). La profusión de poemas incluidos, con predominio de las formas populares, junto a la inserción de pasajes dialogados, muestran a un escritor culto y concienzudo. Tras esa trilogía cosmopolita, Torres abandonó casi completamente las ficciones astrológicas y tentó otros caminos, errático y puntualmente: el juego de la traducción de un piscator de Ferrara (1737), el almanaque básico (1744) y un retorno escueto y parcial a la narración jocosa tomada del maestro (1747), donde asomaban sus antiguas habilidades. No es fácil saber las causas de este devenir y silencio final, si fue por cansancio y falta de inspiración o por otras ocupaciones. Ubicado presumiblemente en Zaragoza, donde se imprimieron casi todas sus obras, no manifestó pretensiones de ocupar un espacio en la República de las Letras, utilizando el devaluado género de los almanaques como punto de partida para mayores despliegues, ni tampoco confesó deseos de hacer de ello su modus vivendi más allá de los tópicos, lo que no significa que desdeñase las ganancias. Sobre todas sus

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declaraciones, quiso mostrarse como cristiano, e incluso justificó sus secciones divulgativas como un ejercicio de caridad. Devoto de la Virgen del Pilar y orgulloso proclamador de su fe, no vaciló al adentrarse en los resbaladizos caminos de las predicciones judiciarias, puesto a salvo el libre albedrío con el envoltorio jocoso y la consciencia de que eran engaños inofensivos para divertir el ocio. La aprobación de fray Manuel Gallinero a su fingida traducción resume en buena medida lo que ofreció: Con estas sanas advertencias y prevenciones [«un sermoncito»] hallo que este pronóstico en todo lo que no es pronóstico no puede mejorarle, porque los aficionados a las musas hallarán seguidillas que cantar; los mapistas, noticias que aprender; y los geométricos, distancias que medir (1737: 12).

Bibliografía primaria 1735a. Los cuatro astrólogos peregrinos español, francés, alemán y italiano. Pronóstico y particular diario para el año 1735. Cómputos de luna, cosecha de frutos y mantenimientos, expresando diariamente el signo y grado que tiene la luna, calculado para toda España. Va añadido el nacimiento, nombres y edades de todos los príncipes y soberanos de Europa. Dedicado al Excmo. Señor marqués de Aguilar. El Gran Piscator de Europa. Su autor el Dr. D. Alejos de Torres, profesor de Matemáticas en la Escuela de don Diego de Torres. Van notados los días feriados con esta *, las fiestas colendas, ayunos, vigilias y días que se saca ánima con letra bastardilla. Con licencia y privilegio del S. Hospital, Zaragoza, Impreso por Joseph Fort, a los Señales, [1734] (12 hs. + 131 pp. + 2 hs.). Aprobación de Fr. Joseph Esteban, mercedario (por orden de la Vicaría), Zaragoza, 20-VI1734. Aprobación de Fr. Manuel Gallinero, dominico (por orden de la Real Audiencia de Aragón), Zaragoza, 27-VII-1734.20 1735b. Los doctores a pie de la Europa, político-médicos español, italiano, alemán, francés y saboyano. Medicina de mano en mano para mantener el cuerpo en sana salud sin receta para todos muy útil y provechosa. Su autor el licenciado don Alejos de Torres, profesor de Matemáticas en la Escuela de don Diego de Torres. Quien lo dedica a la reina de la salud, María Santísima del Pilar de Zaragoza.

20 

Hay errores en la paginación, que pasa de la p. 28 a la 49, y luego de la 88 a la 75. Al final: «Razón donde se hallarán en todas las ciudades: Madrid.— En la librería de Joseph Sierra, calle de Atocha. Barcelona.— En la librería de Maria Martí. Valencia.— En casa de Joseph Sanz. Zaragoza.— Donde las Gacetas, y en las ciudades del reino» (p. 131).

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Con licencia, [Madrid], s. e., [1735] (4 hs. + 45 pp.). Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Joseph Sierra, en la calle de Atocha». Licencia del Consejo, Madrid, 1-I-1735. Fe de erratas, Madrid, 31-I-1735. Suma de la tasa, 31-I-1735. Aprobación de Antonio Téllez de Acevedo, Madrid, 22I-1735. 1736. Los seis atlantes del zodiaco en el templo de la Fortuna, dibujados en seis astrólogos vizcaíno, portugués, alemán, español, francés e italiano. Almanak, pronóstico y diario de cuartos de luna para el año bisiesto de 1736. Juicio de los sucesos elementares y políticos de la Europa, contiene diverso número de curiosidades. Su autor el licenciado don Alejos de Torres, profesor de Matemáticas en la Escuela de don Diego de Torres. Quien lo dedica a la Excma. S. D. María Leonor López de Zúñiga, marquesa de Loriana, señora de la Casa de Zúñiga, de la de Meneses, &c. Con licencia, Zaragoza, Por Joseph Fort, [1735] (4 hs. + 110 pp.). Suma de la licencia, Madrid, 7-X-1735. Licencia, Madrid, 16-IX-1735. Fe de erratas, Madrid, 16-X-1735. 1736. Los seis atlantes del zodiaco en el templo de la Fortuna, dibujados en seis astrólogos vizcaíno, portugués, alemán, español, francés e italiano. Almanak, pronóstico y diario de cuartos de luna para el año bisiesto de 1736. Juicio de los sucesos elementares y políticos de la Europa, contiene diverso número de curiosidades. Su autor el licen. D. Alejos de Torres, profesor de Matemáticas en la Escuela de Don Diego de Torres. Quien lo dedica a la Excelentísima S. D. María Leonor López de Zúñiga, marquesa de Loriano, señora de la Casa de Zúñiga, de la de Meneses, &c. Con licencia, [Barcelona], s. e., [1736?] (2 hs. + 112 pp.). Al pie de la portada: «Véndese en Barcelona, en Casa Maria Martí, viuda, a la Plaça de San-Tiago».21 1737. El Gran Piscatori italiano, pronóstico y lunario, diario de cuartos de luna, con los juicios elementales, naturales y políticos de la Europa para el año 1737. También se contiene una geografía universal de los reinos, islas, mares y ríos de las cuatro partes del mundo y las edades de los príncipes, con otras muchas curiosidades. Dedicado al curioso, discreto y magnífico señor que diere un real de plata. Traducido por don Alejos de Torres, profesor de Matemáticas. Con licencia, Zaragoza, Por Joseph Fort, enfrente del Colegio de S. Vicente Ferrer, [1736] (114 pp., i. e. 214 pp.). Aprobación de Fr. Manuel Soler, dominico (por orden de la Vicaría), Zaragoza, 26-IX-1736. Aprobación de Fr. Manuel Gallinero, dominico (por orden de la Real Audiencia de Aragón), Zaragoza, 2-X-1736.22

21  Al final se incluye una relación de libros a la venta en el mismo establecimiento: «En donde se vende este se hallarán los siguientes papeles curiosos: «Los doctores a pie, por don Alejos de Torres, y también del dicho autor el pronóstico pequeño» (p. 112), que parece indicar la impresión de una edición abreviada. 22  Hay un error de paginación, pues de la p. 207 pasa a la p. 108 hasta la final, que debería ser la 214.

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1737. El Gran Piscatori italiano, pronóstico y lunario, diario de cuartos de luna, con los juicios elementales, naturales y políticos de la Europa, con las ferias de Cataluña, y las fiestas que son de precepto van con esta señal +. Las que se debe oír Misa y poderse trabajar, con esta †, y los feriados de la Real Audiencia con este *. Para el año 1737. También se contiene una geografía universal de los reinos, islas, mares y ríos de las cuatro partes del mundo y las edades de los príncipes, con otras muchas curiosidades. Dedicado al curioso, discreto y magnífico señor que diere un real de plata. Traducido por don Alejos de Torres, profesor de Matemáticas. Con licencia, [Barcelona], s. e., [1736] (113 pp.). Al pie de la portada: «Véndese en Barcelona, en Casa Maria Martí, en la Plaza de S. Jaime». Aprobación de Fr. Manuel Soler, dominico (por orden de la Vicaría), Zaragoza, 26-IX1736. Aprobación de Fr. Manuel Gallinero, dominico (por orden de la Real Audiencia de Aragón), Zaragoza, 2-X-1736. 1744. Almanac y pronóstico universal para el año bisiesto del Señor de 1744. Las fiestas que son de precepto van con esta señal +, las que se pueden trabajar, oyendo Misa, con esta †, y los feriados de la Real Audiencia con este *, según lo mandado por Su Majestad en su Real Cédula de Ordenanzas de 30 de mayo de 1741. Su autor don Alejos de Torres, profesor de Matemáticas, Barcelona, Por Joseph Giralt, impresor, 1744 (15 hs.). 1744. Almanac y pronóstico universal para el año [bisiesto del Señor de 1744]…, las fiestas que son de precepto van con este señal…, su autor Alejos de Torres, reimpreso en Vic, Por Pedro Morera.23 1747. El estudiante en su asno y Gran Piscator. Pronóstico, lunario y diario de cuartos de luna, eclipses y juicios naturales y políticos de los acontecimientos de toda Europa para el año de 1747. Que contiene todo lo político y militar y los nacimientos de los reyes y príncipes de Europa. Su autor D. Alejo de Torres, profesor de Matemáticas. Dedicado a don Manuel Antonio de Terán y Bustamante, caballero del Orden de Santiago, Tesorero General del Ejército y Reino de Aragón, y gobernador de la Acequia Imperial. Con licencia, Zaragoza, Por Francisco Revilla, Impresor, [1746] (66 hs.). Al pie de la portada: «Se hallará en casa Antonio Martínez, librero, a la Puerta de Toledo, y también el librito nuevo del Compendio curioso del atlas abreviado».24 Aprobación de Fr. Joseph Aguilar, dominico (por orden de la Vicaría), X-1746. Aprobación de Fr. de Joseph Galdeano (por orden de la Real Audiencia de Aragón), 7-X-1746.

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Biblioteca de Catalunya, Depósito General, dg 05-12-C 2/1. Está encuadernado a continuación del Almanac y pronóstico universal para el año…, de Josep Casanovas i Abet. 24  Ginés Campillo, Compendio curioso del Atlas abreviado, el que con mucha claridad da noticia de todo el mundo y cosas inventadas, En Sevilla, por Pedro Fernández, 1746, obra que tuvo varias reediciones durante el siglo.

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PEDRO SANZ, LA «DOCTA» ASTROLOGÍA DE UN PISCATOR BOTARGA Claudia Lora Márquez Universidad de Cádiz

Las ciencias son como las aguas de las fuentes, mientras más se apartan de su origen, más turbias y groseras se van haciendo.1 El mundo vive tan enamorado de la mentira, que como la verdad para sus ojos es fea, en viéndola desnuda, huye. Por eso acaso el señor Sanz, a imitación de su maestro, la viste de chiste, porque pareciendo mentira, la amemos.2

Breve nota biográfica sobre Pedro Sanz Pedro Sanz es un escritor de aquellos en los que la vida es inseparable de la obra artística. En este caso, la semejanza no se debe únicamente a que sus textos plasman determinados avatares o inquietudes de la personalidad, sino también a que ambos aspectos —los vitales y los literarios— están envueltos en un halo de misterio del que solo nos está permitido columbrar los detalles que el autor quiere dejarnos intuir. No se ha podido precisar dónde ni cuándo llegó al mundo, aunque en uno de sus papeles se dice que fue huérfano a nativitate (1746a: 2). Es difícil determinar, por tanto, cuántos años tenía cuando da a conocer sus obras, entre 1746 y 1749, aunque es de suponer que era joven, como se colige de un soneto escrito en honor suyo incluido en El colegio del Canto de Garnica. Aquí se elogia al autor por haber acometido la «prodigiosa hazaña» de salvaguardar la astrología, no en la vejez 1 

En la «Introducción al juicio del año de 1746», p. 9. Censura de fray Martín de Salgado y Moscoso al pronóstico del año 1747, sin numerar. 2 

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como hacen muchos («en la edad que ya huele a guadaña»), sino en la «florida edad» que vive (1747: sin numerar).3 Algo tan elemental como es la onomástica también acarrea al investigador quebraderos de cabeza, pues no es fácil determinar cuál es su verdadero nombre completo. Una identificación precisa permitiría elaborar una ficha completa personal, lo que a su vez haría más sencilla la tarea de hallar documentación que pudiese aportar informaciones adicionales acerca de su persona y su escritura. Los opúsculos localizados están firmados con el nombre de «Pedro Sanz», y de esta misma forma aparece mencionado en las licencias, tasas y demás paratextos. Asimismo, las rúbricas de las dedicatorias emplean idéntica fórmula: «su más rendido siervo. B. D. Pedro Sanz» (1746b y 1747, sin numerar); «a los pies del Colegio mi señor, su indigno vicerrector. Bachiller D. Pedro Sanz» (1746a, sin numerar); «su más rendido esclavo. Doctor D. Pedro Sanz» (1749, sin numerar). En los catálogos de Francisco Aguilar Piñal (1978 y 19812001) viene registrado también como «Pedro Sanz». Sin embargo, el título del último pronóstico astrológico que da a la imprenta —hasta donde tenemos noticia—, El hospital de Rabé y curón de Villalvilla para el año 1749, indica que se llama «Pedro Sanz de Dios». ¿Era este realmente su segundo apellido? A juzgar por el siguiente fragmento, es posible que fuese un alias inventado por sus alumnos de la Universidad de Salamanca, para burlarse de él o quizá como sobrenombre cariñoso, pues en sus escritos demuestra tener una verdadera vocación docente y mantener una relación estrecha con el mundo académico: Este es el que nos ha deshonrado este año [1745] en el mundo, levantándonos tantos falsos testimonios en su pronóstico. Este es a quien los estudiantes salmantinos llaman Dios por mote, y lo puso por título a su almanak [sic.], intitulándole El Dios por mal nombre (1746b: 13).

En Juicio y chirinola de los astros. Panorama literario de los almanaques y pronósticos astrológicos españoles, 1700-1767, aparece referenciado como «Pedro Sanz Mazuera» (Durán López, 2015: 75), aunque probablemente esto se deba a una contaminación originada por el nombre de un

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No deja de ser curioso encontrar una composición panegírica en un almanaque, no solo porque el género no posee la suficiente dignidad como para incorporar poemas de este tipo, sino porque Pedro Sanz no es un autor consolidado (de hecho, se autodenomina «el discípulo de don Diego de Torres»).

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historiador colombiano del siglo xx, pues no hemos encontrado documentación del xviii que pueda corroborar el dato. Buena parte del conocimiento que tenemos acerca de esta figura está relacionado con el medio universitario. Como queda recogido en los rótulos de sus piscatores, fue profesor de Filosofía, Medicina y Matemáticas en la Universidad de Salamanca. A veces solo se hace alusión a su desempeño en las funciones de la filosofía y las matemáticas, pero, como es bien sabido, la ciencia astronómica implicaba conocer en algún grado el ars medendi. Así, desde 1437, la Universidad de París pedía a los médicos y a los cirujanos estar en posesión de un almanaque que les ayudase a calcular el momento idóneo de aplicación de las purgas y las sangrías, o que simplemente sirviese para saber cómo gestionar la teoría hipocrática de los cuatro humores, correspondientes a las cualidades que se asociaban a los planetas: calor, frío, humedad y sequedad (Capp, 1979: 16-17). Algo parecido sucedía en el Estudio de Bolonia, situado en los Estados pontificios, donde el titular de la cátedra de Astronomía estaba obligado a componer un almanaque anual; quienes alcanzaban el privilegio de que les fuese encargada esta tarea eran llamados doctores artium et medicinae (Casali, 2003: 41). No obstante, según avanza la Edad Moderna y el método experimental gana adeptos, comienzan a emerger hipótesis que ponen en duda la imprescindibilidad de la ciencia uránica para el trabajo del galeno. Acontecen entonces sucesivas polémicas que enfrentan a los partidarios del viejo y el nuevo modelo, entre las cuales destaca aquella que concitó a mediados del siglo xviii al médico Martín Martínez, al fraile benedictino Benito Jerónimo Feijoo y al propio Torres Villarroel.4 Pedro Sanz participó en esta coyuntura, prodigando en sus textos cada vez que tiene ocasión halagos al método de Aristóteles y Galeno, y anatemas contra quienes tratan de superar los modelos prestablecidos. Su testimonio es más importante si cabe que el de otros autores, ya que además de su vínculo con la universidad, trabajaba en el burgalés Hospital del Rey, o sea, que su contacto con la materia era directo. En el prólogo de 1749, critica a los médicos que se han enriquecido «sin

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En referencia a este pasaje de la historia de la ciencia en España, es de obligada consulta la tesis doctoral de Jesús M. Galech Amillano, Astrología y medicina para todos los públicos: las polémicas entre Benito Feijoo, Diego de Torres y Martín Martínez y la popularización de la ciencia en la España de principios del siglo xviii defendida en 2010 en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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saber cuándo ni dónde la han estudiado [la medicina]» y que «ayer no tenían otro oficio que limpiar un caballo a su amo, ir por recado a la plaza, etc.» (1749, sin numerar). En cambio, él asegura hablar «por experiencia» (1749, sin numerar). Llegados a este punto, conviene aclarar que el autor estaba íntimamente ligado a la ciudad de Burgos, donde imprime todas sus obras a excepción del pronóstico del año 1749, que ve la luz en Madrid. Muchos de los preliminares están firmados allí de mano de personas que representaban a autoridades de aquel lugar. A este respecto, es significativo que los provisores del arzobispado de aquella localidad, que conceden la licencia de impresión al pronóstico de 1746, afirmen que «cualquiera de los impresores de esta ciudad» pueden estampar el folleto «sin incurrir en pena alguna» (1746b: sin numerar). Es decir, que el papel esperaba circular por Burgos, aunque estuviese ajustado al meridiano salmantino. Los cálculos para trasladar las informaciones de una localización geográfica a otra no serían demasiados complejos de realizar, ya que ambos puntos se encuentran relativamente próximos en el espacio. Los almanaques de los años 1747 y 1749 están pensados para Madrid, aunque en el caso del primero no sabemos cuál fue su público inmediato, pues se imprime en Burgos. Sin embargo, El hospital de Rabé estaba claramente pensado para clientes madrileños, pues además de estar ajustado al meridiano de esta ciudad e imprimirse ahí, en la portada viene señalado que se comercializaría en la corte, concretamente en la librería de Juan de Moya, en las gradas de San Felipe el Real, el enclave por antonomasia de los vendedores de menudencias españoles. De ser esto cierto, supondría un paso adelante en la carrera de Sanz como piscator, pues habría pasado de competir en un mercado localista a fajarse con los almanaqueros más afamados. En este sentido, vale la pena mencionar el caso de Germán Ruiz Gallirgos, el «Sarrabal burgalés», también profesor en Salamanca, que imprime y comercializa en Madrid sus obras (1735-1739).5 Mientras publica en Burgos, dirige sus obrillas a personajes ilustres de la ciudad. Recordemos que en los almanaques opera un doble código por el cual, aunque estén insertos en los mecanismos capitalistas de la oferta y la demanda, mantienen ciertas convenciones del sistema de mecenazgo artístico, como es la inclusión de una dedicatoria. El 5  Para más información, véase el capítulo correspondiente en este mismo volumen, a cargo de María Dolores Gimeno Puyol.

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encanto de Mañosa y el sacristán de Cebolla (1746) se lo ofrece a su paisano Félix Sánchez de Valencia, administrador general de Rentas Provinciales de la ciudad de Burgos y su partido, del que alaba la forma en la que «ilustra, defiende y ampara a todo este hemisferio burgalense» (1746b: sin numerar). Acaba elogiando también a Bartolomé Sánchez de Valencia, hijo del dedicatario. El almanaque del año siguiente está consagrado a María de Guadalupe y la Cruz, duquesa de la Mirandola y dama de la reina, a la que conoció personalmente en Burgos (1747, sin numerar). Es llamativo que El hospital de Rabé (1749) esté dedicado a Manuel González Pimentel, canónigo y tesorero de la catedral de Astorga y arcediano de la de Málaga, es decir, a alguien que, al menos en apariencia, no está relacionado con el ambiente madrileño, adonde se supone iba a ir a parar el folleto. Por último, el Pleito crítico (1746) se dirige al rector y a los colegiales del colegio del Canto de Garnica, del que se supone el autor llegó a ser vicerrector. Como íbamos diciendo, Pedro Sanz de Dios, o sencillamente Pedro Sanz, desempeña su oficio de médico en el Hospital del Rey, un edificio construido a mediados del siglo xii donde iban a parar muchos peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela. En la actualidad alberga unas instalaciones dependientes de la Universidad de Burgos. Tres dedicatorias, la de los reportorios de los años 1746 y 1747 y la del Pleito crítico (1746), están firmadas ahí. La de El hospital de Rabé y curón de Villalvilla la redacta en Madrid, lo cual puede tener que ver con una mudanza del astrólogo a la capital, donde quizá buscaba codearse con personas de mayor rango social y económico. Tengamos en cuenta que, al decir de Guy Mercadier, un pronostiquero prototípico del siglo xviii vive en Madrid, conoce los entresijos del modelo universitario español y está al tanto de las novedades del mercado editorial contemporáneo (1979: 602). La metáfora de 1747 transcurre parcialmente en el Hospital del Rey, donde se encuentra la «alcoba jaula» en la que mora el astrólogo, a la que se encaminan unos personajes que desean conversar con él (1747: 2). En el almanaque de 1749, una de las figuras exclama al ver al narrador: «¡Usted es el astrólogo del Hospital del Rey!» (1749: 9), con lo que se entiende que la filiación entre Sanz y esta institución era próxima y real. Como ocurre con los pronósticos torresianos (Mercadier, 1978: 13-19), sus ficciones están trufadas de referencias autobiográficas que en ocasiones nos permiten reconstruir episodios de la vida del autor.

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En los tres primeros opúsculos que da a la imprenta aparece indicado que ostenta el grado de bachiller, mientras que el último lo redacta en calidad de doctor. Además de profesor en la Universidad de Salamanca y médico, Sanz fue filomatemático —así consta en el ejemplar de 1749—. Por si fuera poco, era también clérigo, dato que extraemos del almanaque del año 1746, en donde el protagonista, identificado con el autor histórico, cuenta cómo la dueña de una posada donde había pasado la noche había destrozado todas sus ropas: Queriéndome vestir, no encontré añico de mis arrapiezos. Y venida la mañana hallé que la buena vieja había hecho inventario de todos ellos. La sotana, después de haberla expurgado de los pedazos menos raídos, la había puesto por espantajo a una parra, la camisa por tapón a una pila donde lavaba (1746b: 29-30).

Su condición de hombre de la Iglesia parece ser la causa de que algunos de sus opúsculos se alumbrasen en el taller de la iglesia metropolitana de Burgos. Queda demostrar si realmente Sanz llegó a ser vicerrector del colegio del Canto de Garnica, como asegura en el Pleito, dedicado precisamente al rector y a los estudiantes del mismo. En este mismo folleto transcribe una carta fechada en el Palacio Consistorial el 20 de marzo de 1746 donde se explicita que se le otorgan «todas las facultades y regalías que en nos residen para la admisión de colegiales y distribución de oficios» (1746, sin numerar). La peripecia del año 47 se resume en que al autor le es ofrecido enseñar astronomía en dicha institución. La verdad es que no hemos sido capaces de hallar documentación que certifique la existencia del colegio, de modo que no es descartable que actúe como una especie de símbolo que refleje lo que significa para Sanz el buen hacer académico, por lo que estaba muy preocupado. Así, por ejemplo, considera una particularidad del colegio asignar los cargos no por haber estudiado, sino por merecimiento, criticando a aquellos que después de haber conseguido su plaza deciden dejar de aprender y se convierten en unos vagos (1747: 8-9). Es posible que fuese en las aulas y los pasillos de la Universidad de Salamanca donde trabase amistad con Diego de Torres Villarroel, de quien habría de aprender el oficio anual de pronosticador. De hecho, firma sus obras con el título de «el discípulo de don Diego de Torres», haciendo de sí mismo un eslabón de la extensa cadena de imitadores del «Gran Piscator». En el prólogo «A los presumidos y mentecatos»

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del Pleito crítico, afirma que hay quienes le acusan de copiar a Torres, aunque él se defiende diciendo que sus textos se parecen «como la castaña al huevo» (1746a, sin numerar). En el tono fanfarrón característico de los proemios de pronósticos, denuesta los posibles afectos que su obra puede suscitar en el lector, y presume de buscar únicamente el rédito económico con sus escritos, sin importarle que haya quienes le acusen de plagio: En lo demás, no tengo otro caudal ni otros talentos con que servirte: si los juzgas por inútiles y de ningún gusto, no los leas, que tu gusto será el mío. Y si porfiares en decir que son de mi maestro, haz cuenta que lo son y dame a mí el dinero, que bien sé que lo llevará a bien, porque no es hombre presumido ni mentecato como tú, y que sabe que no tengo otras cátedras, rentas ni juros con que mantenerme más que mi industria (1746a, sin numerar).

Desconocemos si la delación tiene que ver con los aspectos literarios o con la parte astronómico-astrológica, es decir, la que atañe a los cálculos y al establecimiento de las posiciones de los planetas, respecto a lo cual, por cierto, Pedro Sanz fue tremendamente crítico con otros piscatores. El censor del año 1747 enuncia un pensamiento similar, aunque interpreta la similitud con benevolencia, pues considera que esta no es censurable por dos razones: primero porque Torres es un astrólogo acreditado, lo que le hace un buen modelo que imitar, y además porque la cercanía en el trato que les une a ambos da cabida a esta clase de licencias: Y a la verdad, señor, que acredita bien lo de discípulo de tan universal maestro en imitarle solo, pues es máxima divina Non est discipulus supra magistrum. En realidad, le imita de modo que parece le copia; pero en esto se ve que la familiaridad y trato con su maestro hace en su ingenio lo que el alimento en el estómago, que siendo extraño, lo hace propio (1747, sin numerar).

A juzgar por estos comentarios, cabe pensar que Diego de Torres y Pedro Sanz eran amigos, además de maestro y discípulo. Sin embargo, la relación pudo haberse deteriorado con el paso del tiempo, pues en 1752 Sanz decide presentarse a la oposición de la cátedra de Matemáticas de la Universidad de Salamanca que estaba destinada a Isidoro

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Ortiz Gallardo, sobrino y protegido de Torres. No sabemos si se determinó a optar al cargo motu proprio o instigado por los adversarios del Gran Piscator, que querían evitar a toda costa que un pariente suyo entrase en la academia. Lo cierto es que la operación orquestada, en caso de que hubiese existido, no llegó a efectuarse, pues Pedro Sanz muere repentinamente de una calentura el día 15 de junio de ese mismo año, y con ello llegan a su fin las escasas informaciones con las que contamos acerca de este pronostiquero burgalés.6 Sanz contra los modernos Desde el altavoz de los pronósticos, Pedro Sanz difunde su pensamiento científico, contrario a las modernas teorías astronómico-científicas y médicas. Esta actitud no es del todo frecuente, pues a diferencia de lo que ocurría en países como Inglaterra, donde los almanaques se hacen eco de los descubrimientos de la nueva ciencia (Capp, 1979: 180-214), los componedores de almanaques españoles acostumbran a alejarse de esta clase de debates, sujetos como estaban a los dictámenes de la Inquisición. Sanz, quizá por esa disposición a la enseñanza de la que hablábamos, insiste en abordar cuestiones polémicas —eso sí, desde el conservadurismo—, hasta el punto que puede dar la sensación de que la seriedad con la que aborda determinadas cuestiones desentona con respecto a la jocosidad de sus ficciones. Sin llegar al nivel de los lemas de «scienza per tutti», «science for all», «science pour tous», «Wissenschaft für alle» que aparecen en los almanaques europeos del xix (Govoni, 2011: 181), es llamativo cómo se ponen a disposición del gran público ciertos temas que raramente abandonaban los claustros de las universidades. Sanz siente verdadera aversión por quienes contradicen los principios de la astrología de raíz aristotélico-tolemaica, a los que acusa de advenedizos, esnobs e ignorantes. Esta idea queda resumida en la frase: «Las ciencias son como las aguas de las fuentes, mientras más se 6  La noticia de su fallecimiento viene recogida en un almanaque de Sotos Ochando, Palestra defensoria y teatro fundamental astrológico. Pronóstico… para el año de 1753…, Antonio José Villargordo y Alcaraz, Salamanca [1752], p. 29. En su capítulo sobre Isidoro Ortiz incluido en este libro, Durán López propone que el médico andaluz Juan de Dios que aparece mencionado en la Vida como uno de los aspirantes que se presentaron a la vacante de la cátedra es Pedro Sanz.

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apartan de su origen, más turbias y groseras se van haciendo» (1746b: 9). Anima al lector a seguir la doctrina de Aristóteles, que considera «el camino real que han seguido los sagrados DD. y siguen las universidades», pues en él hay «para todo más luz, que en todas las invenciones y novedades del mundo» (1746a: 6). Alude a la «degeneración y corrupción» de la dimensión sublunar, algo que, gracias a los modernos inventos como el telescopio, quedará suficientemente desacreditado (1746b: 13). En el almanaque de 1746, oculto tras el nombre del dios Apolo, pronuncia un discurso en contra del pensamiento mecanicista que pone en jaque a la filosofía natural, por considerarlo un subterfugio que utilizan aquellos que son incapaces de entender a los grandes autores: Así sucede al modernismo o mecanismo, de que está tan inficionada gran parte de la filosofía de este tiempo. Piensan estos, y aun se alaban, de haber descubierto y sistematizado las obras de la naturaleza, y para hacerlo creer a muchos ignorantes, dicen y no acaban de la doctrina de Aristóteles y sus secuaces. ¿Sabéis estos lo que hacen? Lo que los ratones: entre un ratón por el esquinazo de un pan, y después de haberle comido todo el meollo, viendo que no pueden roer el duro de la corteza, se ciscan en él y lo dejan. Pues así estos, después que han sacado lo que saben (si algo saben) de la doctrina de Aristóteles, Santo Tomás y demás doctores, sus discípulos, viendo que no pueden roer la solidez de sus conceptos ni rumiar lo profundo de sus principios, dicen mal de ella, fundando en voluntariedades nuevo parecer (1746b: 8).

Más tarde, Apolo, que se llama a sí mismo «rector del universo», manda llamar a Todos los filósofos inventores de sectas. […] Dióse por libre a Aristóteles, por tener tantos santos, doctores y universidades por patronos. Pero entrando Cartesio, todo el cielo se rio de su materia subtil, striada y globulosa, y del sal, sol, sulfur, mercurium y caput mortuum de los químicos. Los átomos dieron tanto asco en el cielo, que provocaron a vómito a las estrellas de mejor estómago. Luego fueron trayendo los astrólogos de este tiempo, y me dio gran lástima en ver cómo Venus cogió de los cabellos a un barbero, y le dio de bofetones, diciendo: «Anda, rapacueros, por no decirte otra cosa, que es justicia querer ser astrólogo solo con el Lunario de Cortés y la Crisis astrológica de Serrano» (1746b: 9-10).

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Censura la filosofía de Descartes al considerarla representativa de la escuela de los modernos. Igualmente, arremete contra quienes se atreven a formular proposiciones astrológicas careciendo de una formación sólida. Seguidamente, se aparecen dos astrólogos, y a uno de los cuales, de nombre Garandulla, le espetan: «¿Qué tiene que ver la Escuela del interés de Jacinto Polo con tu almanak [sic.]?» (1746b: 10).7 Después viene otro al que le insultan llamándole «candaja», que venía «en hábito de loco, de tan poco pelo, que aunque se le arrancasen todo, apenas se recogería pelo para un bigote» (1746b: 10).8 Febo amonesta al personaje, que ha publicado «un papel» —suponemos que una pronosticación anual— que «además de haber salido desnudo de fundamentos y términos facultativos [....], salió tan vestido de mordacidades, que no se halla en él otra cosa más que una luciferina envidia» (1746b: 10). Los ataques parece que iban dirigidos a Torres Villarroel, ya que el dios pregunta burlonamente: «¿Qué se le dará a don Diego de Torres de semejantes dicterios?» (1746b: 10). En definitiva, por boca de Apolo, Pedro Sanz señala los defectos de quienes crean discursos vacíos de contenido esparciendo dos o tres términos técnicos, y de paso aprovecha para defender a su maestro, a quien considera está muy por encima de toda la morralla astrologal: «¿Piensas que porque has aprendido los términos de la vocinglería, virtualiter, formaliter lytal detonante qual, ly qual denotante tal? ¿Has visitado los umbrales de la filosofía? Engañado vives, pues ya te alegrarías de ser el bacín de los excrementos de don Diego de Torres» (1746b: 11). La ficción finaliza con el nombramiento de Sanz como «fiscal de las estrellas», lo que le obliga a traer a juicio las malas prácticas de los astrólogos cada año.

7 

Jacinto Polo de Medina fue un escritor del siglo xvii autor de Universidad de amor y escuelas del interés (1645). Es posible que lo que se esté intentando manifestar con esta declaración es la tendencia de los componedores de almanaques a remedar a los ingenios barrocos en las partes literarias del opúsculo. 8  La palabra «candaja», que no ha incluido el Diccionario de la Real Academia en ninguna de sus ediciones, designa en el habla rural de Castilla y León a una persona incontinente en el hablar, como los locos, cuya falta de juicio les hace ensartar parlamentos inconexos uno detrás de otro. La asociación entre locura y astrología tiene una larga trayectoria en el tiempo, escindida en dos vertientes: una culta, vinculada a la sátira de tipos ridículos censurables, y otra popular, cuyo fin no es moralizar, sino hacer reír. No obstante, no son pocas las veces en las que es difícil desligar una de la otra, como en los almanaques de Pedro Sanz, donde los párrafos sermonarios vienen seguidos de otros que hacen del astrólogo loco una figura amable.

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En El colegio del Canto de Garnica (1747) vuelve a la carga contra los modernos a los que, una vez más, tacha de necios, veleidosos y soberbios, pues se piensan capaces de amenazar el conocimiento que ha estado transmitiéndose durante siglos: «Los que blasonan de modernos loquean por otro lado; estos explican el sistema antiguo con nuevos términos y presumen ser inventores de la verdadera filosofía, siendo patente, que en lo que no dicen lo mismo que los antiguos, echan por esos trigos de Dios, sin más régimen que el de sus antojos» (1747: 6). El pronóstico de 1749 es una diatriba contra los malos galenos, es decir, quienes rehúsan la astrología para administrar medicamentos, realizar purgas o sangrar. Para Sanz, estos se asemejan a los charlatanes9 que extraen muelas y aplican ungüentos milagrosos en las plazas a los crédulos que están dispuestos a entregarles sus cuartos: ¿Pues cuándo ha estudiado los cuatro años de especulativa y dos de práctica que son a lo menos necesarios para la revalidación? ¿En dónde ha visto usted las secciones anatómicas que demuestran la admirable fábrica de nuestro cuerpo y el consentimiento de todas sus partes que necesita un médico para el pleno conocimiento de las enfermedades, sin el cual nadie puede ser médico, ni morcilla? Pues si es cierto que nada de esto ha estudiado, oído ni visto, ¿para qué se pone a explicar lo que no entiende? Aprenda usted el oficio de su padre, que ganaba de comer por el aire y déjese de medicinas, que esas requieren talentos de más lustre que los suyos (1749: 6).

Por añadidura, pecan de vanidad, pues no se contentan con recetar remedios falsos, sino que además piden obtener reconocimientos públicos que no se merecerían ostentar jamás: «Siendo tan presumido, que con no haber visto más teórica ni práctica que la que describe Porras en su compendio astronómico, piensa se le hace injuria en no hacerle presidente del proto-barberato» (1749: 1-2). Como tendremos ocasión de comprobar, en este texto convergen elementos provenientes de la tradicional sátira de oficios de la literatura del Siglo de Oro con apreciaciones históricas que se estaban exponiendo en los círculos científicos de la época.

9  En el Diccionario de Autoridades, la segunda acepción del término «charlatán» lo define como ‘el herbolario y curandero que anda vagando por el mundo’ (tomo II, 1729 s. v. charlatán).

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Pese a no ser un almanaque, el Pleito crítico contra los pronósticos y pronostiqueros de la corte de este año de mil setecientos cuarenta y seis no es menos importante para deducir cuál es la consideración que Pedro Sanz tiene sobre el género, y es que, como su nombre indica, se trata de una invectiva en contra de los reportorios —y de sus respectivos autores— que han salido a la luz en esa anualidad. Él mismo reconoce que con la publicación del libelo busca «echar por tierra los astrólogos intrusos y los pronósticos hueros» (1746a: sin numerar). Pero no solo eso, sino que el papel contiene también indicaciones para fabricar un almanaque de manera autónoma. Como estrategia de mercadotecnia constituye una apuesta interesante ya que se ponen a la venta dos obras complementarias entre sí. Probablemente, el cliente pudiese adquirir cada una de ellas por separado, pero, como indica el autor en el prólogo del Pleito, la ventaja del producto reside en tener al alcance el almanaque del año entrante y un manual para fabricar y verificar los cálculos astronómicos. Todo, claro está, por un precio reducido: Lector, dos papeles que se alcanzarán el uno al otro, te presento por tu dinero. El primero es el que miras, y te servirá de piedra de toque para distinguir de pronósticos, y juntamente, si me diese gana de soñar lo restante de este pleito, en que te pondré reglas y tablas fáciles para calcular los movimientos de los astros. Te podrá servir para hacerte astrólogo en dos días, sin más coste que una peseta y un poco de cuidado. El segundo será el pronóstico para el año que viene, cuyo título será El colegio de El Canto de Garnica, va arreglado al verdadero método que te doy en este papel, para que no me digas, que amago y no doy (1746a: sin numerar).

El texto comienza como si fuese un pronóstico: una pareja de personajes infames irrumpe en el cuarto donde el astrólogo vive en el Hospital del Rey para hablar con él. Los asaltadores resultan ser «dos perdularios tunantes, físicos de cazuela, regentes de la sopa, catedráticos de mendrugos, hambreones perdurables y retratos vivos de la humana miseria» (1746a: 1). Al principio, piden ser iniciados en los secretos del cosmos, pues ambos desean convertirse en verdaderos astrólogos. Sin embargo, cuando el profesor lleva impartidas algunas clases, los alumnos se rebelan en contra de sus enseñanzas, que creen pueden superar fácilmente. Su táctica consiste en acudir a autoridades a las que el autor del folleto no otorga ningún crédito, además de ejercer prácticas curativas rituales son de aficionados si las comparamos con las de la cultura universitaria:

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Que era un pronostiquero de mala muerte, que importaba un bledo cuánto sabía, que no estuviese tan casado con mi ciencia, que mientras no estudiase la Arte Parva y Magna de Lulio, que todo me sería dar por las paredes, y que en el mundo no se había inventado doctrina como la suya, porque con ella en menos de dos años puede cualquiera hacerse perfecto en todas las ciencias. Y que ellos en dos meses que hacía que la estudiaban, ya sabían más de medicina que yo había de saber en mi vida, ni supieron en la suya Hipócrates y Galeno. Pues solo con el aceite y sal del cubé curaban todas las enfermedades, y que tenían un maestro que por dicha ciencia conocía solo con pulsar a cualquiera cuántas enfermedades había tenido en el discurso de su vida, de qué calidad, a qué tiempo de su edad y otras patrañas, absurdos y engañabobos semejantes. Blasfemaban de la doctrina de Santo Tomás y demás sagrados doctores, diciendo que habían sido niños de escuela comparados con su Lulio (1746a: 3).

Consternado por las palabras que había tenido que escuchar, el protagonista expulsa a los botarates de su habitación, y poco después tiene un sueño en el que Júpiter, disfrazado de juez principal, le conduce ante un tribunal donde está el Sol con los otros planetas.10 En la descripción del cónclave el narrador traza un paralelismo con el pronóstico del año anterior, lo cual es curioso porque nos hace ver que existe un hilo que conecta sus tres primeros escritos: «vi al Sol acompañado de los demás astros, en el mismo orden y compostura que lo había visto en El encanto de Mañosa, cuya descripción dejo referida en mi pronóstico de este presente año» (1746a: 4). Cabe destacar que es un tópico harto común en la literatura astrológica imaginar congresos, juntas y conferencias celebradas en el firmamento. En estos encuentros planetarios los cuerpos celestes adoptan rasgos humanos acordes a la caracterización incluida por Tolomeo en el Tetrabiblos (ca. siglo ii), donde estos podían ser benéficos, maléficos o neutros: así, Marte es un varón belicoso; Venus, una mujer vanidosa y altiva; Saturno aparece como un viejo melancólico; etc. (Thorndike, 1923: 111). Como explica Elide Casali, «gli astrologi innalzano un’impalcatura umana della vita planetaria, i cui aspetti assumono la dimensione di “congresso”, di “sinode”, di “coito”, di “tradimento”. Le fisionomie planetarie appaiono stereotipate e ripetitive anche nell’uso delle metafore e delle circonlocuzioni» (2003: 106). En este contexto, Apolo aprovecha para volver a criticar a los «astrólogos chirles, hueros y de ciencia postiza, como 10 

En la cosmología de Aristóteles y Tolomeo el Sol es un planeta.

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peluca», los cuales andan «quitando el crédito a los que con mucho trabajo, dedicación y cuidado la profesan» (1746a: 4). Continúa su perorata, esta vez atacando directamente a los astrólogos que en el año 1746 han sacado una pronosticación. Sanz está especialmente interesado en dar a conocer cuáles son los fallos que cometen en el campo de la medicina, que atribuye a su desconocimiento de las bases de la astrología y astronomía: ¿No han llegado a tus manos una caterva de pronósticos que andan este año apestando al mundo con sus cuartos y confundiéndole con sus juicios? Estos, pues, es necesario el desterrarle de entre los hombres, porque sus preceptos y avisos, por no estar arreglados al verdadero método y precisas demostraciones que requiere la pronosticación, muchos son del todo inútiles y muchos pueden ser dañosísimos. Desea verbigracia un médico escoger un día proporcionado y libre de malos aspectos, para medicinar por curación regular o preservatoria […], y por no cansarse en combinar aspectos y observar estaciones, retrogradaciones, combustiones, etc., o porque no lo sabe, mira a un pronóstico de estos. Y el día en que señala la purga o sangría (esto lo he visto yo en muchísimos), aquel escogen para medicinar al paciente. Y si la purga o sangría no está pronosticada como debe ser por el pronostiquero, causa grave daño, o lo puede causar con notable desacierto en el médico […]. Hay muchos, que alucinados de sus pasiones y encenegados por el pantano de la ignorancia, por ser regularmente los que lo niegan aquellos que totalmente lo ignoran, el que no se necesita la inspección de los astros para el uso de la medicina (1746a: 5).

Más adelante, insiste en reprobar a quienes practican la medicina a modo de curanderos. Sale a relucir una vez más el cubé, que ahora se asimila al fresno, el cual, «el más desastrado droguista» piensa que vale para curar todas dolencias, aunque en esto solo deben tener fe los «mamarones que tienen el garguero de la credulidad más ancho que conciencia de teólogo relajado» (1746a: 6). Así, el Pleito no deja de ser un escrito lanzado para menospreciar a los astrólogos arribistas, quienes se toman a chanza la tarea de componer un almanak, como si fuese cualquier otro papelillo pensado para entretener, como las historias o romances que también venden los ciegos por las calles y las plazas: «Los más de los autores de semejantes pronósticos no han visitado universidad, ni han conocido maestro y se gradúan de profesores en la facultas físico-matemática» (1746a: 6).

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Habiendo prestado atención a lo que decía el Sol, el personaje principal, identificado con el propio Pedro Sanz, responde que lo que él ha notado es que los pronostiqueros se copian los cómputos los unos a los otros, de forma que solo hay uno o dos astrólogos con pericia, y el resto son unos parásitos que viven de lo que generan otros (1746a: 6). Parece que Sanz tenía una verdadera obsesión con identificar estas falsificaciones, pues en El encanto de Mañosa finge que las estrellas le acusan de haber errado en sus cuentas: Allí era de ver, todas las estrellas poner querellas contra mí. Una decía (de mí dijo) que haría cuadrado con Marte a las 10 y no fue sino a las 9 y 59 min. y 59 segundos. Otra dijo de mí que en agosto templaría la canícula, y lució el Sol trece horas y más. Salió Aries con sus once ovejas, diciendo que una vez que le había puesto por ascendente su tercer grado, no había sido sino el segundo, 58 min. y 59 segundos (1746b: 13).

Evidentemente, Sanz no está intentando ponerse en ridículo a sí mismo, pues los errores que se le imputan son tan nimios que lo único que hacen es patentizar las graves faltas de los otros. Adicionalmente, Febo se había ofrecido a ayudarle a redactar el almanaque, con lo que su fiabilidad estaba asegurada (1746b: 15). Retomando el argumento del pronóstico del año 46, las autoridades allí reunidas instan al narrador a que, en calidad de fiscal de las estrellas, presente Acusación y audiencia ante nuestra Celestial Audiencia contra los pronósticos y pronostiqueros que andan apestando el mundo este año, porque queremos ejecutar un castigo que sirva de ejemplar y escarmiento a toda la posteridad a fin de que ninguno se atreva a dar al público obra alguna sin que esté arreglada a los preceptos de la facultad de que trata (1746a: 7).

Sin dudarlo ni un momento, Sanz se pone malos a la obra y empieza a enumerar uno por uno todos los opúsculos que considera incorrectos o plagiados, que para el caso es lo mismo, porque cualquiera de estos defectos evidencia la falta de formación de sus autores: Me querello y criminalmente acuso a los pronósticos titulados: La gran esfera de Urania y el curioso divertido. El Don Quijote Astrológico y su vida. El

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Piscator Complutense. Los practicantes del Hospital General de Madrid.11 Pronóstico de verdades. El Jardinero de los Planetas. El Sarrabal de Milán. El Pronóstico General hasta el fin del mundo. Aventuras de la idea por desventurados juicios. Y el Piscator Murciano. Todos de este año, a cada uno, por lo que así respectivamente toca, porque debiendo estar arreglados a las demostraciones, temas, aforismos y demás requisitos, que prescriben los autores de la astronomía y astrología, para su recta y verdadera construcción, están defectuosos, desarreglados y formados, unos ad libitum de sus autores, y otros copiados en todo lo sustancial sin que ninguno dé la más mínima señal de facultativo (1746a: 7-8).

Los piscatores mencionados son, por orden de aparición: Francisco de Horta y Aguilera (La gran esfera de Urania y el curioso divertido), Francisco León y Ortega (El Don Quijote Astrológico y su vida), Francisco José Marín (El Piscator Complutense), Gómez Arias (Los platicantes del Hospital General de Madrid), Monsieur Du-Tal (Pronóstico de verdades) José Patricio Moraleja y Navarro (El Jardinero de los Planetas), el Sarrabal, que por aquel entonces se publicaba anónimo, Francisco de la Justicia y Cárdenas (Aventuras de la idea por desventurados juicios) y Juan de Arreaga (Piscator Murciano).12 Todos ellos, efectivamente, estamparon una pronosticación para el año 1746. Al margen de la crítica, el hecho de que sepa dar todos estos nombres es significativo porque indica que Sanz estaba al tanto de las novedades del panorama editorial de su tiempo. A partir de aquí, el folleto adopta la factura de un breve tratado donde Sanz explica en diez capítulos las distintas materias necesarias para elaborar un reportorio: «Reglas fundamentales para la pronosticación natural», «Para elegir Señor del año», «Pronosticación por señor del año», «Cómo se han de pronosticar los vientos», «Del modo de pronosticar las enfermedades», «Cómo se ha de pronosticar el temporal diario del año», «Otros preceptos para mejor pronosticar así la mutación del aire anual como cotidiana», Del modo de pronosticar acerca de la agricultura», «De lo que se debe usar para lo tocante a la medicina» y «De cómo se debe pronosticar tocante a la navegación» (1746a: 9-29). Vistos estos apartados, queda claro que el tipo de astrología a la 11 

Así figura en el original, aunque el impreso aludido usa en realidad la variante platicantes. 12  No hemos podido localizar El Pronóstico General hasta el fin del mundo, que seguramente se haya perdido.

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que se está refiriendo Sanz es a la astrología natural, no a la judiciaria, que había sido prohibida por la Iglesia católica, primero en la regla IX del Concilio de Trento y luego en la bula Coeli et terrae creator del papa Sixto V (1586). Pedro Sanz se acoge al dictamen tridentino en varias ocasiones: además de la consabida expresión «Dios sobre todo» que cierra los almanaques, emplea la fórmula sed sapiens dominabitur astris (1747: 35) que pulveriza el determinismo astral que supuestamente regía el ars prognosticandi, indicando que el libre albedrío humano siempre prevalece por encima de lo que muestren las señales celestes. En otro lugar sostiene que la Teología debe ser la disciplina a la que estén supeditadas las demás, incluida la astrológica: El origen de las ciencias lo depositó Dios en Adán, y mientras los hombres más se alejen de Adán, más torpes y groseros se irán haciendo. Porque ya no se profesan las ciencias con aquel fin que se debe [estudiar a Dios]; pues los más solo estudian por sus intereses y apetitos, y habiéndolos conseguido, no procuran saber más (1746b: 9).

No está de más recordar que el autor era clérigo, lo cual no supone una particularidad en ningún sentido, pues hubo otros pronosticadores españoles que también lo fueron, empezando por el propio Torres Villarroel, que en 1745 tomó los hábitos (Álvarez, 1983: 501). Una vez finaliza la parte técnica, Pedro Sanz retorna a su particular cruzada contra los astrólogos embusteros, y ahora detalla con extrema precisión cuáles son las equivocaciones que les imputa a cada cual: Horta y Aguilera copia «tema, juicio, eclipses y lunas» a Gonzalo Antonio Serrano, el Piscator Andaluz, al que sí considera un astrólogo facultativo (1746a: 27). A los autores del Jardinero de los planetas y El Quijote de los astros los acusa de ser muy devotos del Sarrabal, porque apenas salió al público, cuando se agarraron de sus cuartos y no le dejaron un maravedí de Luna, ni un arrapo de Juicio que no le robasen, porque entrambos son una verdadera copia del Sarrabal, y así los defectos que este contiene se notarán en ellos, sin quitar punto ni coma (1746a: 28).

Y así va progresivamente destripando las pronosticaciones mencionadas para poner a la vista de todos sus deficiencias: le pregunta al Piscator de Alcalá por qué asegura ser profesor de Matemáticas en

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la Universidad de Alcalá si allí no hay cátedra, a lo que el astrólogo responde: que era verdad no ser tal profesor, sino que había leído algunos libros de la facultad, y que había hecho juicio que por ellos no se podía conjeturar cosa alguna, y así que se había metido a piscatorero, pareciéndole que en la astrología, lo mismo era escribir así que asado (1746a: 31).

De Gómez Arias dice que traslada las cuentas de Jerónimo Cortés (1746a: 31). Al final, «se levantó en el cielo tal gresca, que no había estrella ni estrellita que no echase su reto contra los pobres astrólogos, no se oía otra cosa, que tole, tole» (37). Aunque los astrólogos habían reconocido sus culpas, en medio del tumulto es Pedro Sanz quien termina siendo perseguido, despertándose repentinamente del sueño y decidiendo ponerlo por escrito (37-38). Para terminar, es preciso señalar que Pedro Sanz no es el único que reprueba los piscatores contemporáneos: fray Martín de Salgado y Moscoso, censor del almanaque de 1747, compone un violento discurso que pretende quitar la careta a quienes se las dan de peritos en leer estrellas: No puedo dejar de decir la muchedumbre de los astrólogos que produce nuestro siglo. Pasa ya a inundación la multitud de pronósticos que sale todos los años. ¿Y en qué aula han estudiado la Astronomía los más de ellos? Es la Matemática una de las Facultades más especiosas que adornan el Museo de Minerva, y es la Astronomía entre ellas, una hermosa dependiente casi de todas ellas. Hay líneas, superficies, sólidos, triángulos, líneas tangentes y secantes, con que depende de la Geometría y Trigonometría. Hay división de grados en segundos, terceros y hasta lo infinito; hay proporción de senos con radios etc. Con que es precisa la Aritmética. Hay esferas rectas, oblicuas, trópicos, ecuador y horizontes, que siendo comunes a uno y a otro globo, pide la Cosmografía necesariamente. Pues preguntemos a tanto astrólogo como sale todos los años en la Geometría, ¿qué es sólido?, ¿qué es paralelogramo?, ¿cómo se mide un triángulo? Preguntémosles en la Aritmética, ¿qué proporción hay entre 12 y 3? Y acaso no sabrán que hay en el mundo cuádruplas, ni sesquiálteras. Preguntémosles en la Trigonometría, ¿qué es el seno total, sagita o radio? Y dirán que eso es para ellos griego. Preguntémosles en la Cosmografía, ¿cómo se mide la altura del polo? Y dirán que eso está muy alto […]. Eso se está durmiendo en Tolomeo (1747: sin numerar).

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Las ficciones de un piscator jocoserio Han llegado hasta nosotros cuatro publicaciones de Pedro Sanz, que son las que hemos estado citando todo este tiempo: tres almanaques para los años 1746, 1747 y 1749 y un libelo difamatorio publicado en 1746. No obstante, es probable que haya títulos extraviados; de hecho, en El encanto de Mañosa y el sacristán de Cebolla se insinúa que podría haber existido al menos una pronosticación más, El Dios por mal nombre, que habría circulado el año anterior (1746b: 13). Además, es verosímil pensar que el ejemplar del año 1748 se hubiese estampado realmente, pues sería difícil justificar el lapso temporal entre la impresión de 1747 y la de 1749. En sus reportorios, Sanz sigue el «modelo literario» instituido por Diego de Torres Villarroel, que se resume en la imbricación de la parte útil del pronóstico en una ficción de tintes novelescos que se caracteriza por mover al receptor a la risa (Durán López, 2015: 45-57). Este hecho no debiera constituir ninguna novedad, puesto que fueron muchos los piscatores que tomaron al astrólogo salmantino como modelo, cubriendo sus creaciones con un baño de sana graciosidad. Ahora bien, el caso que nos ocupa es un tanto peculiar porque el autor se esfuerza en hacer ver que es un defensor de la astrología docta, es decir, aquella que se enseña en las universidades y en los ambientes académicos, lo cual, en un principio, parece chocar con la jocosidad de la que quiere impregnar sus piezas. Como es habitual en el género, las «Introducciones» están contadas por un narrador en primera persona que representa al propio autor, el cual vive una serie de peripecias con otras figuras que desembocan en la confección del almanaque. En 1746, el astrólogo recorre la geografía castellana, entre las aldeas de Mañosa y Cebolla, para alojarse en un destartalado cuarto acorde a su naturaleza estrafalaria. El lenguaje empleado pretende remedar el hablar coloquial —a veces es sencillamente vulgar o roza los límites de lo escatológico—, y predomina la pintura de ambientes empobrecidos y de personajes grotescos: Blasfemando del mundo, renegando del demonio y hecho de hieles contra la carne, al verme hecho un haragán, santiguando caminos y haciendo ladrar perros, por no verme sujeto a la vanidad, a la hipocresía ni a las faldas, caminaba yo la víspera del señor San Juan por la tarde, desde la villa de Talavera para la de Cebolla. […] Apenas había pasado el puente

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de Alberche, cuando empezó a escalabrinarse el aire, a crujir los vientos y a peerse la tierra. El Sol se desgañifaba de coraje, por no poder aquietar el bullaje de los elementos, que desatados en horrendos flatos y desenfrenada diarrea, fue tanta el agua que sobre mí dispararon, por no hallar dónde defenderme de su furia, que a breve rato me dejaron hecho abadejo en remojo o esponja de zurrador. Con el susto de los truenos y turbación de la lluvia perdí el camino, cogiome la noche y con ella di con mi cuerpo en una pequeña aldea, llamada Mañosa, no lejos de Cebolla, pero algo apartada del camino real, en donde por lo extraviado, no hallé en el mesón más aparatos, que paredones adornados con los chorros de las goteras. Mirando al techo, parecía cielo estrellado de puros agujeros, sin disposición de fuego ni cosa que lo valiera (1746b: 1-2).

La mesonera que regenta la hospedería y que atiende al astrólogo despistado es descrita como una viejezuela, entre fantasmón y esqueleto, con una cara tan arrugada que sus dos mejillas parecían fuelles, sus ojos tan retirados en el cogote, que no les podría dar pique la vista más perspicaz; la nariz y la barba debían ser amigas, porque a cada resuello se besaban a manera de tenazas; la boca despoblada de dientes y muelas, y con tantos pliegues, abierta, parecía bolsón de avariento, y cerrada, boca trasera de estomagón ahíto. Lo demás del cuerpo colgado de bayeta negra, parecía hachero de monumento (1746b: 2-3).

El retrato de la vetula es un motivo habitual en el almanaque literario; procede de la tradición satírica latina —fue cultivado por autores como Juvenal o Marcial—, pero es Quevedo quien lo lleva a su máxima expresión en las letras españolas, donde queda asociado al procedimiento de la agudeza (Chevalier, 1986: 24).13 Torres hace frecuentes variaciones del tópico en las narraciones de sus pronósticos, claramente inspirado en la escritura quevedesca, de la que, como todo el mundo sabe, fue un gran admirador (Lora Márquez, 2021: 213-224). En esta caricatura se observan algunos de los rasgos codificados: piel arrugada, delgadez, referencias a la tumba que le espera próximamente («fantasmón y esqueleto»), aunque, sin duda, la imagen más significativa es la que asocia la unión de la nariz y la barbilla con las tenazas, recalcando 13  Han abordado esta temática en Quevedo de una manera pormenorizada Miguel A. Rebollo Torío (1980) y Carlos Vaíllo (1994).

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la enormidad de ambas partes, así como la ausencia de dentadura («la nariz y la barba debían ser amigas, porque a cada resuello se besaban a manera de tenazas»). Esta misma representación había sido utilizada por Quevedo con anterioridad en muchos de sus escritos, de entre las que resalta por su similitud con la que analizamos aquella que trae la Perinola (1632), donde se presenta a «una dueña, que con una cara de guitarra juntaba en tenaza la barba y la nariz» (1632: 469). Al asimilar el rostro de la vieja a unas tenazas se acentúa su deformación física, al tiempo que queda cosificada (Martínez Bogo, 2010: 437-438). Resulta curioso que, aunque el influjo de Francisco de Quevedo le llega a Pedro Sanz a través de Torres, es él quien primeramente toma este procedimiento del autor de El Buscón, pues el salmantino también lo hace pero en un almanaque posterior, donde describe a «una sierpe vejancona […] con una cara en gancho que juntaba en tenaza la barba y la nariz» (1748: 15). Llama la atención cómo este pronóstico que empieza de un modo tan aparentemente prosaico se torna en alegórico a partir de un momento de la narración, en el que, envuelto en una atmósfera onírica, el astrólogo participa en un simposio astral. El ejemplar de 1747 es singular por varias razones. Primero, creemos que el título que figura en la portada contiene una errata, pues se habla de «el colegio del Encanto de Garnica», cuando tanto en los preliminares como en el interior de la obra lo que se menciona es «el colegio del Canto de Garnica». Con seguridad es una confusión con el almanaque de 1746, que recordemos se llamaba El encanto de Mañosa y el sacristán de Cebolla. Pero, además, este papel es relevante porque incluye un autorretrato burlesco, algo que no es del todo común en los pronósticos literarios donde, si bien el autor acostumbra a reírse de sí mismo, no tiene tendencia a hacer descripciones de su apariencia exterior tan precisas: Yo soy de un rostro algo abultado y nada gracioso; el color algo más oscuro que el trigueño. Por un ojo me suele manar aceite, por el otro vinagre. La barba negra y algo espesa, el pelo corto, entre castaño y nogal, la nariz, ni bien roma, ni Cartagena, de manera, que por ella nadie me juzgará por astrólogo. El aspecto medio entre aloja y rejalgar; la estatura de dos varas, menos la suela del zapato, pero sin corcova, ni señal de ella. Jamás he querido componerme, por no parecer mono. Las mujeres solteras me llaman bobo, quizá porque no soy inclinado al matrimonio. Algunas casadas dicen que me he hecho merced en retratarme tan hermoso en el principio del

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pronóstico, acaso será por ser aficionadas a lampiños. Entre los hombres hay varias definiciones de mi persona: los más prudentes me llaman raro, y los que han cursado las Escuelas de Bolonia me tienen por loco. Estaba con una camisa convertida en alamares, y tenía encasquetado un gorro con más grasa, que treinta arpilleras (1747: 2-3).

Posteriormente, emerge una nueva pintura, pero esta vez dedicada a su forma de vestir, que resulta ridícula en idéntico grado, dado que se compone de un casacón de paño de Ágreda que me cubre de rabo a orejas como albarda de macho de Maragato, con unas mangas más anchas que las de un confesor presumido de teólogo, unos zapatos cubas, tan ahítos de suela, que en lo solar se las podían apostar a la casa más hidalga. Y un sombrero a modo de quitasol, que de puro fino está cubierto con roquete, como pastilla de chocolate (1747: 10).

De acuerdo con Mijail Bajtin, Rabelais no debía considerarse un escritor satírico porque se autoparodiaba habitualmente (1995: 17), y lo mismo cabría decir de Pedro Sanz. Con todo, tampoco es un escritor perteneciente de un modo íntegro a la cultura carnavalesca, pues la relación que se establece en su obra entre la seriedad y el humor le lleva por otros derroteros. En 1749, los vilipendiados son los médicos, a quienes, al estar reunidos en grupo, califica de «sucia tertulia» (1749: 2). Los acusa de «ordenar sangrías, esgrimir purgas, cargar jarabes y disparar toda la artillería médica» (1749: 1) y, en definitiva, de ser unos matasanos: De hocicos sobre las ascuas de un brasero, que en lo grande, negro y encendido, pudiera apostársela a la caldera de Pero Botero, estaban el primer día de marzo pasado dándose estregones de manos, guiñadas de hombros y compases de cabeza, cuatro ministriles de la muerte, de aquellos que en los hospitales sirven de decir agua va con los efectos de las purgas, de hacer el mú a los que se quejan y de apretar los ijares a los que por tener el alma muy asida a sus carnes, temen les hagan pasar malos días y peores noches (1749: 1).

La identificación de los galenos con la suciedad, la hediondez y con la muerte es propia de la sátira áurea y, como no podía ser menos,

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Quevedo también se interesó por ella.14 Lo cierto es que este pasaje recuerda a la prosa quevedesca por varios detalles, como que uno de los médicos se llame «licenciado Cabra» (1749: 2). Respecto a las composiciones líricas, Pedro Sanz trata de demostrar su supuesta aversión por ellas: «En mi vida había sido aficionado a la poesía, antes bien tenía singular aversión de ella, especialmente a la que se suele usar de repente en algunas funciones» (1747: 26). Sin embargo, además de las tradicionales coplas y seguidillas (Durán López, 2016), pone en práctica una serie de procedimientos que hacen pensar que quizá le prestase una mayor atención a la parte poética de la que él mismo quisiera hacer ver. Así, compone versos haciendo juegos con frases hechas o refranes, del tipo: No presumas ser grande siendo pequeño; Ni te pregones malo, no siendo bueno. Porque a las cortas o a las largas, es cierto que aunque la mona… (1747: 32).

También da forma a un poema «con consonantes forzados», imitando la espontaneidad de las competiciones poéticas públicas (1747: 34). El almanaque de 1749 trae una gran variedad métrica: aparece una redondilla que después es glosada con un ovillejo, una tonadilla con versos de cabo roto y hasta una composición en la que hay una paronomasia entre la penúltima y la última palabra, creando un efecto burlesco (1749 20-29). Aparte de todas estas cosas, El hospital de Rabé viene con innovaciones complementarias. Una consiste en presentar el «Diario de cuartos de Luna» en forma de tabla, a dos páginas por mes. En la página de la izquierda se especifica en un epígrafe la duración del mes lunar y solar. Consta de dos columnas, en una viene un calendario con el tiempo que hará cada día. A veces también se especifica alguna festividad cristiana, como la Ascensión, Pentecostés o las Letanías. En la página de la derecha vemos las horas a las que sale y se pone el Sol, así como 14  Remito al texto de Querillacq, «Quevedo y los médicos: sátira y realidad», versión digital.

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subidas y bajadas de la marea. Acaba con una sección miscelánea donde se reflejan reglas para saber de medicina, un modo de arreglar relojes y una serie de consejos útiles en función del calendario lunar. A modo de conclusiÓn «Estos borrones, que a expensas de una tal cual idea salen a la luz pública para ser norma del año venidero a unos, y entretenimiento y juguete a otros». Así es como Pedro Sanz justifica en la dedicatoria del año 1747 la complementariedad que existe en sus pronósticos entre el entretenimiento y la utilidad. Verdaderamente, esta es una fórmula que Torres explota en España, de manera que Sanz no tiene que hacer más que seguir el camino trazado por el maestro. La singularidad de su serie es la importancia capital que él le otorga a la astrología docta, nostálgico de una etapa de esplendor de este arte que, a decir verdad, a mediados del siglo xviii estaba de capa caída. Quizá por ello insiste con tanta asiduidad en que, a la hora de confeccionar un almanaque, a lo que presta atención es a los aspectos facultativos y no a los literarios, que los cree accesorios: «en la prosa y el verso no he procurado esmerarme», reconoce en el prólogo de El colegio del Canto de Garnica (1747, sin numerar). Pese a ello, como supo ver fray Martín de Salgado, la ficción se presenta como una vía de presentación de los contenidos desagradables, sea por el carácter técnico de los términos empleados, sea por las desgracias que con tanta frecuencia vaticinan los astrólogos: El mundo vive tan enamorado de la mentira, que como la verdad para sus ojos es fea, en viéndola desnuda, huye. Por eso acaso el señor Sanz, a imitación de su maestro, la viste de chiste, porque pareciendo mentira, la amemos. Y así no estoy bien con quien mira con ceño este género de disfraces en los pronósticos, pues, como por lo regular en ellos se nos anuncian rayos, truenos, muertes y desgracias, si salieran estas pestes vestidas de golilla, se le cayeran al mundo las alas del corazón, pero vestidas de botarga y cascabel gordo, pasan por mojiganga (1747: sin numerar).

A esto habría que añadir la censura de la astrología judiciaria, que también favorece la inserción de metáforas ficcionales. En resumen, el disfraz de «botarga y cascabel gordo» no hace a Pedro Sanz olvidar sus orígenes, los de la astrología y, en realidad, también los del género del almanaque.

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Bibliografía primaria 1746a. Pleito crítico contra los pronósticos y pronostiqueros de la corte de este año de mil setecientos cuarenta y seis. Seguido ante el Sol, superintendente general de los astros, y Júpiter su asesor, por querella dada por el fiscal de las estrellas, nombrado en el encanto de Mañosa. Su autor el bachiller don Pedro Sanz, profesor de Filosofía, Medicina y Matemáticas en la Universidad de Salamanca, discípulo del doct. don Diego de Torres Villarroel. Dedícase a los muy ilustres señores rector y colegiales, del insigne colegio del Canto de Garnica. Imprenta de la Santa Iglesia Metropolitana de Burgos, Burgos, por Julián Pérez, [1748?], 38 pp., BN, VE/1354-6. 1746b. El encanto de Mañosa y el sacristán de Cebolla. Pronóstico diario de cuartos de Luna para el meridiano de Salamanca, con los sucesos políticos y militares de la Europa para este año de 1746. Su autor el bachiller don Pedro Sanz, profesor de Filosofía y Matemáticas en la Real Universidad de Salamanca, discípulo del doctor don Diego de Torres Villarroel. Quien lo dedica al señor don Félix Sánchez de Valencia, del Consejo de su Majestad, en el Tribunal de la Contaduría Mayor de Cuentas, y administrador general de rentas provinciales en la ciudad de Burgos y su partido, etc. Burgos, Imprenta de la Santa Iglesia Metropolitana de Burgos, [1748?] (6 hs. + 56 pp.), BN, Ri/342(5). 1747. El colegio del Canto de Garnica. Pronóstico diario de cuartos de Luna para el meridiano de Madrid, con los sucesos políticos y elementales de Europa, para este año de 1747. Su autor el bachiller don Pedro Sanz, profesor de Filosofía y Matemáticas en la Real Universidad de Salamanca, discípulo del doctor don Diego de Torres Villarroel. Quien lo dedica a la excelentísima señora doña María de Guadalupe y la Cruz, Estuardo y Portugal, duquesa de la Mirandola, princesa de san Martín y marquesa de la Concordia, dama de la reina Nra. Señora. Burgos, Imprenta de la Santa Iglesia Metropolitana de Burgos, [1746?] (8 hs. + 60 pp.), BN, Ri/342 (7). 1749. El hospital de Rabé y el curón de Villalvilla. Pronóstico diario de cuartos de Luna para el meridiano de Madrid, con los sucesos políticos de Europa: hora en que cada día sale y se pone el Sol, crecientes y menguantes de mar, signo en que diariamente se halla la Luna y otras cosas útiles y curiosas. Para este año de 1749. Su autor el doctor D. Pedro Sanz de Dios, filomatemático y profesor médico. Discípulo del doctor don Diego de Torres Villarroel. Con las licencias necesarias. Madrid, [s. i.], 1748 (3 hs. + 65 pp.), BNCh, 8;(262a-9p.3).

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Bibliografía secundaria Aguilar PiÑal, Francisco (1978), La prensa española en el siglo xviii. Diarios revistas y pronósticos, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Aguilar PiÑal, Francisco (1981-2001), Bibliografía de autores españoles del siglo xviii, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Álvarez, Jesús T. (1983), «Los almanaques, instrumentos de la revolución liberal en los siglos xvii y xviii», en Alberto Gil Novales (ed.), La prensa en la revolución liberal: España, Portugal y América latina. Actas del Coloquio Internacional que sobre dicho tema tuvo lugar en la Facultad de Ciencias de la Información, Universidad Complutense, los días 1,2 y 3 de abril de 1982, Madrid, Universidad Complutense, pp. 493-507. Bajtin, Mijail (1995), La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento: el contexto de François Rabelais, Madrid, Alianza. Capp, Bernard (1979), Astrology and the Popular Press: English Almanacs, 15001800, London, Faber and Faber. Casali, Elide (2003), Le spie del cielo: oroscopi, lunari e almanacchi nell’Italia moderna, Torino, Einaudi. Chevalier, Maxime (1986), «Le gentilhomme et le galant. A propos de Quevedo et de Lope», Bulletin Hispanique, 88, 1-2, pp. 5-46. Durán LÓpez, Fernando (2015), Juicio y chirinola de los astros. Panorama literario de los almanaques y pronósticos astrológicos españoles, 1700-1767, Gijón, Trea. Durán LÓpez, Fernando (2016), «Torres Villarroel y la poesía en los almanaques astrológicos», Arte Nuevo. Revista de Estudios Áureos, 3, pp. 1-42. Galech Amillano, Jesús M. (2010), Astrología y medicina para todos los públicos: las polémicas entre Benito Feijoo, Diego de Torres y Martín Martínez y la popularización de la ciencia en la España de principios del siglo xviii, tesis doctoral inédita. Govoni, Paola (2011), «Scienza per tutti», en Lodovica Braida y Mario Infelise (ed.), Libri per tutti. Generi editoriali di larga circolazione tra antico regime et età contemporanea, Torino, UTET, pp. 181-199. Lora Márquez, Claudia (2021), «“¿Quién, por un real de plata, no compra un Siglo de Oro?”: nueva aproximación al binomio Quevedo / Torres Villarroel a través del retrato de la vetula en el almanaque literario (1719-1767)», La Perinola. Revista de Investigación Quevediana, 25, pp. 213-234. Martínez Bogo, Enrique (2010), Retórica y agudeza en la prosa satírico-burlesca de Quevedo, Santiago de Compostela, Universidad de Santiago. Mercadier, Guy (1978), Textos autobiográficos de Diego de Torres Villarroel, Oviedo, IFESXVIII.

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Mercadier, Guy (1979), «La paraliteratura española en el siglo xviii: el almanaque», en Hommage des hispanistes français à Noël Salomon, Barcelona, Laia, pp. 599-605. Querillacq, René, «Quevedo y los médicos: sátira y realidad», en Las sátiras de Quevedo, disponible en línea en https://cvc.cervantes.es/literatura/quevedo_critica/satiras/querillacq.htm [última consulta 05/09/2021]. Quevedo y Villegas, Francisco de (1993 [1632]), «Perinola», en Celsa Carmen García-Valdés (ed.), Prosa festiva completa, Madrid, Cátedra, pp. 468-508. Rebollo Torío, Miguel A. (1980), «El personaje de la vieja en la obra de Quevedo», en Quevedo en su centenario, Cáceres, Ministerio de Cultura, pp. 91104. Thorndike, Lynn (1923), A History of Magic and Experimental Science, vol. I, New York/London, Columbia University Press. Torres Villarroel, Diego de (1748), Los Desamparados de Madrid. Pronóstico y diario de cuartos de luna con los sucesos elementales y políticos de la Europa para este año de 1748. Dedicado al Excelentísimo señor don Francisco de Paula Silva y Toledo, etc., marqués de Coria, etc. Por el Gran Piscator de Salamanca el doctor don Diego de Torres Villarroel, del gremio y claustro de la Universidad de Salamanca y su catedrático de Matemáticas. Madrid, Con licencia, Imprenta del Convento de la Merced, [1747?]. Vaíllo, Carlos (1994), «La vieja indigna en las poesías de Quevedo y algunos poetas franceses», en Actas del IX Simposio de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada: Zaragoza, 18 al 21 de noviembre de 1992, Madrid, Sociedad Española de Literatura General y Comparada, I, pp. 391-400. Zavala, Iris M. (1987), «El lector social concreto: los almanaques de Torres Villarroel», en Lecturas y lectores del discurso narrativo dieciochesco, Amsterdam, Rodopi, pp. 62-80.

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TOMÁS MARTÍN, DISCÍPULO DE TORRES María Dolores Gimeno Puyol Universitat Rovira i Virgili

Mejor es saber moderadamente de las cosas altísimas que mucho de las humildes.1

El Piscator Abulense, estudiante y profesor en Salamanca En la introducción a su penúltimo pronóstico, a través de su personaje de piscator, Tomás Martín esbozaba una autobiografía sintetizada en tres ejes: su infancia rural, su formación en la prestigiosa Universidad de Salamanca y su condición de autor de almanaques rentables ya en el presente del relato: No lejos del cristalino Adaja (o por mejor decir, en sus orillas) toma asiento la muy noble y antigua ciudad de Ávila; en uno de sus villajes vi la primera luz, de donde ya convalecido de la enferma infancia, me trasladó mi inclinación (que siempre fue a las letras) a la madre de las universidades, Salamanca —con que diga su nombre no me queda alabanza para poderla añadir—, en donde estudié los preceptos gramaticales y mis tres cursos corrientes de Filosofía, y después tres años de Teología, Escolástica y Moral; y últimamente, estudié algo de las Matemáticas; a lo que de ellas más me he dado es al Cálculo, y por este motivo ya ha algunos años que doy a la estampa mis pronósticos, los que me han ayudado a pasar algunos días, si no con mucha comodidad, con algún provecho (1761: 6).

La mención pasajera a sus primeros años de niño enfermizo e inclinado a las letras en un «villaje» innominado donde los horizontes del saber eran reducidos palidece frente la ponderación de su juventud en «la madre de las universidades», detallada en sus distintas etapas,

1  Aforismo III de Girolamo Cardano, en Tomás Martín, Pleito criminoso entre Bartolo y su amo (1756: 40).

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aunque no llega a exhibir la titulación de bachiller o licenciado que pudo adquirir, sin duda como estudiante manteísta. Su seudónimo profesional «El Piscator Abulense» era, sin embargo, un homenaje a sus orígenes, repetido en cada portada, y la poética evocación de Ávila reaparece en cierta manera en dos escuetas dedicatorias a sendos canónigos de su catedral, el racionero Francisco Ximénez González en el pronóstico de 1755 y Francisco Cosío en el del año siguiente. En el prólogo de este recontaba los de su partida: «Viviendo ha más de veinte y cuatro años ausente de mi patria, por lo que bien puedo decir con el poeta Ovidio: Si qua meis fuerint, vitiosa libellis / Excusata suo tempore, lector, habe»;2 sumados a los pasados en su lugar natal, rebasaría entonces la treintena. En Salamanca se formó, desarrolló su carrera académica y profesional y trabó buenas amistades, tal como deja entrever la «Carta dedicatoria que hace el autor de este pronóstico a su mayor amigo y condiscípulo D. Juan Antonio Arnaz, profesor de Sagrada Teología, que lo fue en esta universidad, y apasionado a las Ciencias Matemáticas», fechada el 17 de diciembre de 1762. Los dos debieron de conectar intelectualmente en las mismas aulas donde Tomás aprendió las matemáticas de Torres Villarroel, unas enseñanzas que refería en la autoficción narrativa: […] respondíle diciendo ser discípulo del tesoro de las letras, del asombro de las gentes, del señor doctor don Diego de Torres. […] El señor don Diego, les dije, fue quien me puso en la mano la cartilla de las Matemáticas, y en prueba de su doctrina el año pasado di al público un pronóstico que dediqué al señor don Manuel de Solís, caballero muy conocido; corrió alguna estimación, no por el trabajo que en sí contenía si solo porque llevaba por escudo el laurel de ser discípulo de tal maestro (1752: 4-5).

Una vez egresado, su relación con el maestro parece atravesar distintas etapas, porque la censura que este extendió a ese pronóstico fue seca y desapegada, limitada a ratificar que sus cálculos matemáticos estaban bien hechos, relativizando el resto:

2 

Estos versos los cita también Cadalso en su Epístola a Hortelio, excusándose de sus faltas como poeta: «con Ovidio respondo a tu argumento: Siqua meis fuerint, ut erunt, vitiosa libellis, / Excusata suo tempore, lector, habe. / Exul eram; requiesque mihi non fama petita est; /mens intenta suis ne foret usque malis» (vv. 63-67).

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[…] en lo perteneciente a la facultad, está bien trabajado, porque sus lunaciones y eclipses están fielmente calculados según las tablas de Riciolo, que son las que sigue; las conjeturas elementales están deducidas de los experimentos, y la física con juicio y con ejemplo de los sucesos políticos discurre con voluntariedad, pero en esta parte hace lo que todos y a todos se nos consiente, conque no hay motivo para que este autor sea de peor condición que los demás (1752, s. p.).

Estas palabras, fechadas el 12-XI-1751, podrían achacarse a los temores de Torres, próximo a jubilarse, de que su discípulo pudiese optar a su cátedra, que reservaba para su sobrino Isidoro Ortiz. No podía expresar, pues, ningún tipo de aplauso o aliento. Una vez dirimida la oposición tal como pretendía, en la censura siguiente, firmada el 12VIII-1752, compensó la dureza anterior con una elocuente y sentida semblanza de Martín, estudioso, respetuoso con las normas civiles y religiosas, prudente y, sobre todo, de talante leal: Este sujeto es un profesor de Astrología, admirable católico, muy aplicado al estudio, escondido a todas las conversaciones y concursos ociosos y desentonados que suelen producirse en la libertad de nuestras universidades, y sobre todo un amantísimo vasallo del Rey, Dios le guarde. Jamás ha escrito ni ha hablado palabra en que se pueda imaginar oposición ni resentimiento a las reales leyes ni regalías ni a las buenas costumbres; y esto lo tiene acreditado en los escritos antecedentes y lo muestra en este pronóstico, pues en todas sus hojas no hay cláusula en que no se respire la lealtad de su genio (1753: s. p.).

Diez años después lo reiteraba de manera más sucinta e incluso con cierta admiración: «La obra está respirando el carácter humilde y sencillo del autor, pues en todas sus partes es este cuaderno simple, gracioso, puro, inocente y divertido» (1763: s. p.). Él en todas sus portadas menos la de 1755 se presentaba como «discípulo» suyo y como «Profesor de Matemáticas en la Universidad de Salamanca», lo que era un reconocimiento sincero, un «laurel» y un reclamo publicitario a la vez. En la de 1761 detallaba en apretada síntesis sus especialidades docentes en el convento salmantino de los dominicos, un colegio menor donde existía un Estudio General de Teología, que, por el orden de mención, parece su ocupación principal a la fecha, seguida de las clases en la universidad: Por Don Tomás Martín, profesor de Filosofía, Teología, Escolástica y Moral en el convento de San Esteban, Orden de

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Predicadores, académico que fue de la Academia que en los Clérigos Menores fundó el Ilmo. Mateo, obispo de Murcia, académico en la Academia de Medicina del Hospital General y profesor de Matemáticas en esta Universidad de Salamanca, y discípulo de don Diego de Torres Villarroel, del gremio y claustro de esta universidad y catedrático de Prima jubilado en dicha facultad (1761). Su pertenencia a dos academias añadía brillo al pluriempleado currículum. Sea como fuere, impartía Matemáticas en las mismas aulas que el maestro recién jubilado y le imitaba como astrólogo con un seudónimo calcado del suyo, o casi, porque omitía con modestia el adjetivo «Gran». Su actividad almanaquista la desarrolló en la década de los 50 y principios de los 60, de la que conocemos siete títulos: cinco consecutivos entre 1752 y 1756 y otros dos en 1761 y 1763. Según sus palabras, escribió uno anterior en 1751, aludido con humildad tópica en el prólogo de presentación del siguiente; otro para 1760, de cuya mala acogida habla también en el que sigue; y en el último, tal vez revelando su cansancio y final de actividad, realiza un cómputo mayor, según el cual escribió uno por año sin interrupciones: «Yo tengo dedicados a Vd. [el lector] trece pronósticos con este, que es en resumen todo mi estudio, mi trabajo, mi solicitud y mi tarea» (1763: 1). Esta regularidad casa bien con su carácter aplicado. Aunque más breve, su carrera almanaquera coincide con la de Isidoro Ortiz Gallardo de Villarroel, el Pequeño Piscator de Salamanca, sobrino de don Diego, pues ambos debutaron en 1751. Comenzó a editar con su mismo impresor y de su tío, Pedro Ortiz Gómez, hasta que en 1756 cambió a Eugenio García de Honorato, «Impresor de la Universidad» —con quien repitió en 1761—, cuando los Villarroel, de 1756 a 1758, pasaron a trabajar con Antonio Villargordo, y luego, cuando editaban en Madrid, su último pronóstico conocido salió en la Imprenta Nueva de Nicolás Villargordo (1763), que por las señas, titulada Imprenta Nueva y ubicada en la calle de las Mazas, parece coincidir con la anterior.3 Entre los tres «piscatores» dibujan un panorama bastante endogámico, coincidentes en la universidad, en el negocio de los almanaques y sus imprentas, y en los aledaños de las censuras previas y de 3 

En su semblanza de Isidoro Ortiz Gallardo Villarroel, en este volumen, Fernando Durán detalla sus caminos editoriales paralelos a los de su tío Diego de Torres, representados gráficamente en una útil tabla, que puede ilustrar también las coincidencias comentadas con Tomás Martín.

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las posteriores ventas.4 Hubo iniciativas para proyectar a los dos noveles fuera del ámbito salmantino hasta la corte, donde sus pronósticos se vendieron en la librería de Clemente Martínez de la Calle, en la calle Mayor de Madrid «frente del Excelentísimo Señor Conde de Oñate», tal como anunciaba la Gaceta de Madrid conjuntamente en diciembre de 1751. Antes del prólogo del texto de Martín se indicaba que ahí «se hallarán todas las obras del Doct. D. Diego de Torres» (1752: s. p.).5 El mismo librero volvió a anunciar los pronósticos de Martín de 1753 y 1754.6 La proyección exterior pudo ser una necesidad porque entre el viejo profesor y sus discípulos directos saturaron el mercado local, sobre lo que ironiza Torres Villarroel en su censura al pronóstico de 1752 de Martín: «Hoy ha crecido tanto la generación de los almanaqueros, que solo en un lugar tan reducido como Salamanca se han impreso seis este año, y según se van aumentando, sospecho que han de ser más más los astrólogos que los vecinos» (1752: s. d.). Con ello se resintieron las ventas de Martín algunos años, tal como reprocha al lector «No sé cómo te vuelvo a suplicar otra vez amigo, habiéndote portado tan mal conmigo el año antecedente, pues de seiscientos que imprimí, con solo doscientos te satisfaciste» (1755: 1). Y eso que él, el Piscator Abulense, acabó contando con la bendición del Gran Piscator de Salamanca, igual que Isidoro Ortiz, que también compareció como «sobrino y discípulo del Doct. don Diego de Torres», una marca que los diferenciaba de posibles intrusos. Uno y otro fueron colegas del claustro universitario de la ciudad, donde el sobrino ocupó desde 1752 una plaza de profesor sustituto de Prima de Matemáticas, en la vacante mencionada que acababa de dejar su tío al jubilarse, y ya en propiedad en 1753. La poderosa Universidad asume asimismo las censuras, a instancias de la diócesis salmantina o del Consejo y sus jueces delegados de imprentas; todas a excepción de dos de las insertadas en las ediciones: 4  El retrato de Torres Villarroel por Tomás Francisco Prieto, famoso grabador salmantino, en 1752, se vendía en las imprentas de Pedro Ortiz Gómez y de Antonio de Villargordo (1751) (BNE, en línea). 5  Gaceta de Madrid, 14-XII-1751, núm. 50: 400; que también anunciaba a Torres —que también era vendido en Murcia por José Ximénez Roldán—, a Ortiz Gallardo y a Audije de la Fuente, El Piscator de Guadalupe. La librería de Martínez de la Calle distribuyó los pronósticos de Torres en los años sucesivos. 6  Gaceta de Madrid, 21-XI-1752, núm. 47: 380 (de nuevo, junto a los de Torres Villarroel y de Isidoro Ortiz); y 27-XI-1753, núm. 48: 384 (junto al de Audije de la Fuente, otro discípulo de Torres).

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la del jesuita Pedro de Fresneda, maestro de Matemáticas en el Colegio Imperial (26-IX-51), y la de Manuel Francisco Gutiérrez, fiscal y visitador general del obispado salmantino (2-IX-1760). Don Diego, que siempre se encargó de las de sus discípulos directos (Durán López, 2021: 85), firmó las tres ya comentadas para 1752, 1753 y 1763. Cuatro Isidoro Ortiz, para 1753, 1754, 1756 y 1761, tras obtener la cátedra, las únicas en su haber como censor, que se ciñeron al espacio de una página o incluso menos y a las fórmulas de rigor sobre quién hizo el encargo y su respeto a la tríada de la fe, buenas costumbres y regalías, parco tal vez por carácter o por recelos hacia su condiscípulo y competidor. Y hubo de tres catedráticos salmantinos más: José Sánchez Villacreces, jubilado de Gramática y opositor a las cátedras de Retórica y Astrología (30-IX-1754); y los de Vísperas en la Facultad de Medicina, Francisco Vélez (26-IX-1752) y Juan Agustín de Medina, autor de un dictamen sin datar para el pronóstico de 1754 y de la aprobación del último (12-XII-1762). En sus comentarios aprobatorios dejaron traslucir su consideración al profesional y a la buena persona. Residente en Salamanca desde su juventud de estudiante e integrado en ella, le preocupaba su suerte y la de sus habitantes. A su dedicatario Blas Fernando de Lezo la describía como la «sola y aniquilada ciudad», mientras él se presentaba así: «Yo, Señor, soy un vecino pobre y ya antiguo en Salamanca, que conozco las miserias y soledades del país por la experiencia y la noticia» (1754: s. p.), y por ello agradecía los favores proporcionados a «Todos los linajes de gentes de esta breve población»; primogénito del almirante defensor de Cartagena de Indias, su presencia ahí debió de tener mucho eco, pues ese mismo año Isidoro Ortiz también le dedicó su pronóstico.7 A su «mayor amigo» Juan Antonio Arnaz, antiguo profesor de Teología ya mencionado, le dedicaba otro pronóstico como «forzosa correspondencia de un ánimo agradecido» por sus favores a los necesitados, miembro de una nobilísima casa, y destacaba sobre el nacimiento los méritos adquiridos por el esfuerzo intelectual y por la virtud:

7  Blas Fernando de Lezo y Pacheco Solís (Lima, 1 de junio de 1726-Madrid, 4 de enero de 1790), fue creado I marqués de Ovieco como recompensa póstuma de Carlos III a la victoria de su padre en Cartagena de Indias en 1741. Se casó el 19 de junio de 1756 en la real capilla del palacio de Aranjuez con la sevillana Ana María de Castro y Araujo, hija de Alfonso de Castro y Mazo, gobernador y capitán general de La Española y presidente de la Real Audiencia de Santo Domingo.

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Porque no llegó Vd. a la suprema cumbre del gobierno, por las accidentales sendas del ocaso sino por las comunes huellas que dirigen las grandes almas a la inmortal gloria, por medio del literario sudor del conocimiento del dominio experimental y de una no menos heroica que verdadera virtud (1763: s. p.).

Su primera dedicatoria conocida fue a Juan Agustín Álvarez, señor de la villa charra de Monleón, a quien con metáforas navales le pide que le ampare de la envidia. En la siguiente a Antonio Osorio Guzmán, mariscal de campo y comendador de Alcolea en la Orden de Calatrava (4-11-1752), reitera la petición por el temor a los críticos.8 Estas y las dedicadas a los canónigos abulenses son dedicatorias formularias, pero en el conjunto dominan las que manifiestan alguna gratitud concreta como a los citados De Lezo y Arnaz, y también a Antonio García Bolaños, barrendero de Portería de la Reina, «tan cabal en todo» y entonces jubilado y enfermo (1761: s. d.). Predominan, en fin, personas del entorno cercano en vez de los habituales miembros de la alta nobleza que pudiesen ejercer de mecenas. A la imagen que se desprende de sus palabras y de sus hechos, la acompañó su retrato gráfico como El Piscator Abulense en la anteportada de seis de sus pronósticos, faltando en el último.9 Fueron en total tres retratos distintos, todos afines a la iconografía tradicional, pero con variantes indumentarias y con rostros que no parecen reflejar un mismo original. El que aparece en los cuatro primeros (fig. 1), impresos por Pedro Ortiz Gómez entre 1752 y 1755, es un dibujo bien ejecutado, bastante realista, que lo muestra sentado frente a su escritorio, mirando al frente, con el compás apuntando hacia arriba en la mano derecha y la izquierda sobre un libro abierto; hay dos libros más, instrumentos de medir y utensilios de escribir y la esfera armilar; detrás, una ventana o parte de una librería y por encima, un cielo con luna y estrellas. La posición de cuerpo y mano y el marco recuerdan el primer retrato de Isidoro Ortiz Gallardo (fig. 2) y los de Torres Villarroel entre al menos 1723 y principios de los 50.10 Contrastan con la tosca estampa del pronóstico de 1756 (fig. 3), en el 8  Antonio Osorio de Guzmán, mariscal de campo, casó con Laura María de Castellví y Mercader, V condesa de Cervellón, el 13 de marzo de 1754. 9  En la portada del ejemplar de la Biblioteca de Castilla-La Mancha está anotado a mano «Tenía estampa». 10  Se trata del retrato de Ortiz Gallardo que figura en la anteportada del Manojito de utilidades y conservaciones [1750?]). Para Torres Villarroel, véanse los de los años 1757 y

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establecimiento de Eugenio García de Honorato, que lo presenta con el hábito talar de profesor y la silueta en posición invertida.

Fig. 1. Tomás Martín, Pronóstico y diario de cuartos de Luna… para este año de 1752.

Fig. 2. Isidoro Ortiz Gallardo Villarroel, Manojito de utilidades y conservaciones… para 1751.

En cambio, para 1761 (fig. 4) este mismo impresor ofrece un retrato de gran calidad artística que se aviene con una nueva y sofisticada imagen, aunque hierática, mirando ahora de perfil, con bigote a la francesa, vestido a la dieciochesca con casaca y camisa con encajes y sentado en un lujoso sillón torneado con un magnífico recado de escribir; al fondo solo permanecen las estrellas. Según Álvarez Barrientos, Tomás Martín muestra con esas imágenes tres vertientes de sí mismo: el astrólogo tradicional, el profesor y, finalmente, el petimetre, las cuales muestran un cambio desde el referente libresco al mayor valor del instrumental «en el que reside la verdad científica» (2020: 142), representado en ese compás erguido. 1742 y sus comentarios por Álvarez Barrientos (2020: 71-72, 115-116, fig. 54a y fig. 78, respectivamente).

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Fig. 3. Tomás Martín, Pleito criminoso entre Bartolo y su amo…, para este año de 1756.

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Fig. 4. Tomás Martín, El astrólogo escondido y poeta sin figura…, para el año de 1763.

El abulense Tomás Martín, por lo que denotaba la última estampa y por sus propias confesiones, acabó bien acomodado en Salamanca gracias a su doble fuente de ingresos, al menos durante una década. En el último pronóstico que le conocemos, aun como estrategia de ventas, podía proclamar que vivía de su trabajo: «trabajar para comer es pensión de nuestra naturaleza, conque no teniendo más beneficio simple ni otros mayorazgos que mis pronósticos, no le parecerá a Vd. mal el que procure venderlos para cubrir mi desnudez» (1763: 1). Los almanaques del profesor Martín Los hechos y declaraciones propias y las de sus compañeros profesores dibujan a Tomás Martín como persona cabal, con hábitos ordenados y una trayectoria al parecer sin sobresaltos, situado como profesor en la misma universidad donde se había formado. Bien preparado en el cálculo matemático, el complemento profesional y pecuniario de los

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almanaques parece una deriva alentada por el ejemplo de su famoso maestro. Su modelo de almanaque literario es, además, el punto de partida para crear los suyos, que integran estructuralmente una introducción ficticia, extendida sólo a veces a las predicciones diarias, y unos cálculos bien ejecutados, a los que suma secciones con contenidos misceláneos y didácticos de tipo científico. Para Durán López «apunta a un modelo más independiente y “científico”», que lo podría situar entre los modelos híbridos, aunque «lo torresiano domina cuantitativa y cualitativamente» (2015: 66). Cálculos y predicciones con fundamento y divulgación científica para todos Los colegas de claustro de Tomás Martín reconocieron la solidez de sus almanaques. José Sánchez Villacreces, que en 1754 opositaba a las cátedras de Retórica y Astrología, en su «Aprobación» del pronóstico para 1755, aunque breve, tenía espacio para ponderar su exactitud técnica y el sincretismo de sus fuentes: También lo juzgo arreglado a las observaciones astrológicas antiguas y modernas de los facultativos, que es lo que el autor puede atender para que no sea reprehendido de los poco cuerdos e ignorantes de esta tan difícil empresa, aunque a ellos les parece fácil por no haberla ejercitado (1755: s. p.).

Con mucho más pormenor, el año anterior Juan Agustín de Medina había redactado un largo «Dictamen», donde enumeraba las ciencias que abarcaba el saber exhibido: «materias y doctrinas selectas de la Física, de la Medicina, de la Geometría, de la Mecánica, de la Óptica, de Astronomía, de la Judiciaria y otras de las Matemáticas, sin dejar de manejar con oportunidad y gracia los preceptos de la Poesía» (s. p.). Reseñaba, además, cómo eran sus pronósticos en contenidos, método y enfoque predictivo: Los cómputos astronómicos son puntuales y adaptables a todos los sistemas descubiertos, tablas astronómicas y nuevas observaciones de planetas; y no se le puede negar al autor la ventaja sobre otros escritores de esta clase, que así en los principios de las cuatro estaciones del año astronómico como en todas las oposiciones y conjunciones de luna nos ofrece un copioso y exacto cálculo de todos los planetas, eclipses, cabeza y cola del dragón, designando sus respectivas situaciones, aspectos, latitudes e

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influjos; y no hallándose todo, por lo regular, en otros pronósticos, no deja de conducir para varios usos de la vida humana. Usa de la judiciaria con moderación, que prescriben los SS. Padres, decretos Pontificios y Sagrados Concilios; y por eso exime los actos de la voluntad y el libre albedrío de la absoluta necesidad y determinación de los astros. En los demás acontecimientos, para acreditar sus predicciones y sincerar su conducta, nos pone a la vista los textos y autoridades de los más celebrados próceres de su profesión, que los comprueban. De aquí, creo yo que no profesa esta facultad en el sentido que la definió un discreto, llamándola estratagema para liberarse del hambre a costa de tontos (1754: s. p.).

En síntesis, ponderaba su exactitud y exhaustividad en los cómputos de cada sección, el respeto al libre albedrío en los vaticinios y el uso sistemático de fuentes, como marcas distintivas frente a otros piscatores menos preparados y concienzudos y más aprovechados.11 El mismo autor, consciente de su pericia en los cálculos astronómicos, se autoparodiaba en la ficción de 1763: —Si Vd. quiere seguir esta carrera, crea que se ganan gentiles reales a costa de estos bobos del mundo. Apenas dije reales, cuando dando un golpe en la frente, mi fantasmón dijo: —Lo seguiría, pues si no se ha de acertar nada, era muy fácil errarlo todo. Mandó le diese las tablas para formar los cálculos. Dile las del padre Ricciolo, y haciéndosele muy fácil, dijo. —¿Y para esto solo ha estado Vd. consumiendo su calor natural tantos años en universidades? Sin salir de la pradera he de componer yo el juicio sin juicio del año de 64 (1763: 4).

No se detenía el censor Medina de forma explícita en la parte natural, que el autor había defendido en el prólogo del año anterior: «el tiempo bueno o malo para sangrar, purgar, medicinar, sembrar, plantar y las demás obras pertenecientes a la agricultura y navegación, que es a lo que pueden llegar las pronosticaciones astrológicas» (1753: 1). En el siguiente reiteraba la relación entre la medicina y la astrología, apoyándose en las autoridades antiguas de Hipócrates y Galeno, para quienes los humores estaban engendrados por la impresión en el aire de los influjos celestes «y por ciencia de quien la naturaleza es autora» 11  Fue más escueto en la segunda censura que extendió para Martín, que concedió «para que salga a luz esta inocente obra» (12-XII-1762).

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(1754: 7). Martín era seguidor de las escuelas humanistas que aún pervivían en Salamanca, aunque ya habían penetrado ahí las nuevas corrientes racionalistas que las cuestionaban, y muy de cerca, porque para Medina, catedrático de Método en la Facultad de Medicina, «la necesidad de la astrología en la medicina ya es antigua cantilena», que había derivado en predicciones extravagantes como las del matemático y astrólogo renacentista Girolamo Cardano, «que después de haber llenado sus escritos médicos de vanas visiones astrológicas, se aceleró la muerte para hacerla venir al preciso día en que se la tenía pronosticada por su horóscopo» (1754: s. p.), un autor citado en ese mismo pronóstico. Pero en vez de desautorizar directamente a su colega almanaquista, el censor trataba de creer en su ciencia más racional: «vivo persuadido a que el autor no profiere esta máxima en el sentido que la siguiente [sic] y creen los hombres encaprichados sino con las serias limitaciones que abrazan los críticos de más sano juicio». En cuanto a los juicios políticos y militares defendía su inclusión, pues «aunque estos carecen de fundamento, a lo menos están permitidos por el poco o ningún perjuicio que de ellos se sigue» (1754: 2), sabedor de su cuestionamiento por el «consenso tridentino» (Durán López, 2021: 13-16) vigente. Sus conocimientos de Teología le permitían desplegar una extensa justificación desde la filosofía tomista para negar la conexión entre los astros y los actos de la voluntad frente a quienes decían poder pronosticar según ellos las inclinaciones (3), explicar la sujeción de los cuerpos inferiores a los superiores —según los peripatéticos— y, en fin, defender el libre albedrío con citas de santo Tomás, Escoto y Aristóteles: «De que consta por razón católica y natural que los cuerpos celestes en nosotros inclinan y no necesitan» (5). Otra de sus autoridades para los sucesos políticos era Proclo, «cap. 57» (1753: 2), filósofo neoplatónico, que podía servir de guía en ese terreno poco fundamentado. Este despliegue de autoridades y las explicaciones organizadas denotan el enfoque académico de Martín, inevitable, que desarrolló junto a un evidente deseo de divulgación práctica para el gran público, a quien trató de hacer entender hechos extremos presentes en la vida cotidiana. En ese pronóstico para 1753 ofrecía al final un «Tratado de los cometas» (44-56); sus fuentes las enumeraba en el prólogo, desde Aristóteles a Gasendi, una extensa lista de autores antiguos y modernos (2), y luego lo organizaba en cinco epígrafes, que contenían su taxonomía, su origen, su morfología y su finalidad, argumentados

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con claridad didáctica, citas y ejemplos prácticos, aunque sin llegar a librarse de lo providencial, rozando lo judiciario:12 Del fin para que sirven los cometas Dificúltase lo quinto para qué fin sirven los cometas. Dícese lo primero para que la región etérea se purifique de los hálitos que se difunden de los cuerpos de los planetas, porque estos se amontonan en un lugar, se queman y subtilizan. Lo segundo, se vale Dios muchas veces de los cometas para anunciar a los hombres su indignación o algún extraordinario sucesos para que se prevengan con la penitencia. Indican también muertes de príncipes, armadas de pueblos, pestes, hambres y otros semejantes portentos (56).

Fig. 5. Tomás Martín, Preguntas y respuestas de unos mozalbetes…, para este año de 1754.

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Sus secciones eran: «Nombre de los cometas» (p. 46), «Del lugar en que se forman» (pp. 46-47), «De la materia de que se forman los cometas» (pp. 48-51), «Del modo con que se unen dichos hálitos» (pp. 51-55), «De los diferentes colores que tienen los cometas» (pp. 55-55) y «Del fin para que sirven los cometas» (p. 56).

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En el siguiente incluyó un «Tratado de los relámpagos» (1754: 6875), con distribución similar, como complemento del anterior «y para hacerles demostrables recurro a varios experimentos que se hallan en la naturaleza», decía en el prólogo (2).13 Y para 1756 incidía en los terremotos, pero esta vez a partir del reciente sucedido en Ávila, tan próxima a él: Me ha parecido conveniente en este prognóstico hacer una breve descripción acerca del meteoro, fenómeno, terremoto o temblor de tierra que acaeció este año de 55 en esta ciudad de Ávila y su circuito, día de Todos los Santos a las 9 y 45 minutos de la mañana, que no dejó de causar grande admiración a todos los moradores, pues improvisamente comenzó a temblar la tierra, casas y demás edificios (1756: 41-42).

De lo particular a lo general, lo admirable se podía explicar de manera didáctica en varios apartados, que comprendían ocho puntos numerados: «Existencia», «Origen», «Señales», «Los estragos que han hecho en varias ciudades» (1756: 41-48). En realidad, se trataba de la onda expansiva del gran terremoto de Lisboa el mismo 1 de noviembre de 1755, que se sintió en todo el oeste de la península Ibérica, pero si Martín fue oportuno al incorporar ese tratado que conectaba con el seísmo abulense, su rapidez le impediría relacionarlo con el lisboeta, estando listo su original antes del 20 de noviembre, fecha de la licencia del ordinario. El hecho desató una corriente de literatura sísmica, que debió de leerse con mucha atención.14 Con el mismo punto de partida del suceso cercano, en el pronóstico para 1754 insertó el «Breve compendio de la sequedad que aconteció el pasado año de 53, señalando sus causas», que ilustró con sus cálculos sobre las posiciones planetarias: En definitiva, Martín asumió una tarea de desengañador de miedos o preocupaciones del vulgo, acercándole lo inusitado. Se lo reconoció su censor y colega Francisco Vélez, catedrático de la Facultad de Medicina, en estos términos: 13  El tratado se dividía en: «De la materia y formación de los relámpagos» (pp. 6971), «Del modo que se forman los relámpagos» (pp. 71-73), y «De los efectos que causan los relámpagos» (pp. 73-75). 14  Véase en este volumen las referencias a las obras sobre terremotos de Isidoro Ortiz Gallardo Villarroel (1756) por Durán López, y de Antonio Romero Martínez Álvaro (1761) por Lora Márquez.

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[…] me parece acreedor que llegue a manos de todos para que, logrado así el sudor y estudio de su autor, se halle así el curioso instruido en los cómputos astronómicos propios de cada estación y luna; y los menos avisados encuentren el desengaño de sus miedos cuando algún fantasmón de luz en los tan temidos cometas desde esos cielos se les viene a los ojos. Con la discreción tan oportuna que el autor de ellos hace podrá desterrar el vulgo sus miedos […] se le deben dar al autor las gracias de que sobre el trabajo que ha tenido en darnos adelantados los sucesos elementales y políticos del año venidero, haya tomado el de instruir con tanta concisión y claridad al público en materia que para explicarla han gastado inútilmente otros repetidas hojas (1753: s. p.).

Con el mismo propósito divulgativo, aunque en otro sentido, pretendió proporcionar a sus lectores conocimientos instrumentales sencillos de iniciación en el cálculo astrológico: «Regla para saber qué santos del año caerán en un mismo día» (1756: 35), «Regla para saber los años en que ha de volver a caer el Corpus y San Juan en un mismo día» (35-36) y «Tabla para saber las ciudades que están sujetas a los 12 signos» (37-39) son los tres apartados que figuran al final de uno de sus almanaques. Y algo después, al comenzar la nueva década, detalló en un prólogo unas pautas secuenciadas para que cualquiera pudiese confeccionar un pronóstico: Ahora voy a cumplir la palabra que te di (si te se [sic] acuerda) en el prognóstico pasado, que era el hacerte saber el modo de pronosticar […]. Todo astrólogo necesita levantar ocho temas o figuras celestes, una para el día, hora y minuto en que en el signo de Aries entra el Sol. Otra para Cáncer. […] De estas ocho figuras se sacarán las cualidades de los cuatro tiempos del año, de la abundancia o carestía de frutos, de la salud, enfermedad o mortandad de ganados, etc. También se conjeturará si el verano será cálido o templado […]. Por lo cual en las dichas figuras se han de considerar los lugares de los luminares y el ascendente. […] Según esta regla se hará el juicio del año, advirtiendo que para que este juicio vaya bien dirigido es menester sacar el Señor o Señores del año, y dirigir por ellos la pronosticación. […] Conocido ya el señor de la estación, se hará (como arriba dije) el juicio, y se conjeturará si será seco, estéril, tonitruoso, abundante, saludable o lluvioso (1761: 1-3).15 15  «Quieres saber (supongamos) el día 17 de enero, que es luna llena, y dice vientos y nubes dónde serán ejecutados estos efectos, ve a la tabla de signos y verás que estos efectos sucederán en las ciudades sujetas a Cáncer […]» (1761: 38).

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Él tomaba como referencia los tomos del padre don Vicente Tomás de Tosca, a quien remitía para ampliar su síntesis. Esas intenciones didácticas, variando el formato, se advierten en la ficción del pronóstico para 1754, Preguntas y respuestas de unos mozalbetes, organizado como un diálogo socrático, en que dichos mozalbetes formulan cuestiones científicas complejas al piscator, un total de quince secuenciadas, que se disponen en sendos epígrafes.16 Con ironía, en el prólogo del año siguiente, al tratar de averiguar el descenso de ventas a solo un tercio de la tirada —se ha comentado—, el piscator prometía rebajar el nivel: «Pero por si acaso pende en el latín o doctrinas que respondí tan acendradas a los mozalbetes, te doy palabra que no me sucederá en adelante, que todo lo procuraré poner claro y sucinto, para que no fastidie a los oídos de los que no sepan leer» (1755: 1). Tal vez era consciente de las dificultades de la alta divulgación. En otras ocasiones, sin embargo, no pudo evitar la exhibición de conocimientos sólo aptos para la minoría culta, porque en 1754 insertó unos «Aforismos que pueden ver en Gerónimo Cardano sobre los eclipses de Sol y de Luna» (48-49), tras la luna nueva de abril, muy extensa, íntegramente en el latín de las aulas salmantinas, además de otra cita latina en el cuarto creciente de mayo en vez del poema esperado (50). En ese equilibrio entre el nivel de un profesor universitario y un escritor para un público amplio se situaron sus pronósticos, conocedor de los límites en las predicciones judiciarias pero partidario de la validez de las naturales, meteorológicas o fisiológicas, basadas en fuentes librescas y en los cálculos correspondientes. Por ello defendió la astrología como ciencia útil con aplicación práctica, igual que la estrategia militar, en que era versado su dedicatario Antonio Osorio, mariscal de campo: «pues si estriba la militar ciencia en los cómputos arreglados de escuadronar los ejércitos, en acertar con el cómputo del batallón de las estrellas estriba sin duda la astrológica ciencia» (1753: s. p.). Pero también recurrió a avales que le parecían prestigiosos, como los «Aforismos según Cardano en favor de la astrología» (1756: 40-41), sin duda consciente del cuestionamiento que sufría la disciplina en el seno de su misma institución. 16 

Según anota Zavala, este pronóstico es una imitación de las Respuestas físico-matemáticas curiosas a la carta de la tertulia, de Jerónimo Audije de la Fuente, publicado en 1752 (1976: 197 y 214, n. 58). Sobre Audije, véase el capítulo de Joaquín Álvarez Barrientos en este volumen.

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Literatura graciosa Por lo que se ha dicho, la personalidad de Tomás Martín, discreta y ordenada, difería de la exuberante de su maestro, lo que no impedía que, transformado en El Piscator Abulense, asumiese su máscara burlesca y se desatase, si no en las dedicatorias, al menos en algunos prólogos y en las ficciones astrológicas. En los primeros abandonaba su circunspección científica y en las segundas, tal como se ha dicho, adoptaba el esquema literario torresiano y en parte su tono, que extendía en ocasiones a las predicciones diarias y lunares, adobadas a menudo con poesía. Repito las palabras del censor Medina, que lo valoraba por «manejar con oportunidad y gracia los preceptos de la Poesía» (1754: s. p.), que podría entenderse como su capacidad creativa y expresiva.17 El conjunto disponible de sus siete títulos ofrece con regularidad impecable y extensión similar siete prólogos dirigidos invariablemente a un lector genérico, con vocativos explícitos o desde sus títulos —«Prólogo al lector» (1753), «Al que leyere» (1754), «Al que leyere, sea quien fuere» (1756)—. A veces asume una actitud profesoral con voluntad didáctica, como he comentado, pero las más juega con él con las mismas burlas y tópicos que Torres Villarroel. Sirva como ejemplo el primero conservado, en que apela jactancioso al «satírico y mordaz lector», pues, a pesar de que su actitud sea adversa, seguirá escribiendo, «que con las calumnias duermo y con las sátiras vivo» (1752: 1); concede con falsa modestia lo defectuoso de sus ideas, la mala organización del todo y las partes, pero protesta que no le da gato por liebre porque son exactos sus cálculos matemáticos, y en cuanto a las predicciones judiciarias se le encara por su credulidad: «ahí te entrego esas seguidillas […] para paladear el gusto de los tragones y dar en qué entender a los tontos» (1752: 2). La lista de calificativos para sus destinatarios es, en algún momento, interminable: «Ven acá, murmurador maligno, hipocritón, embustero, gran petate; a ti te digo lectorcillo burdo, insensato, como quiera que seas, crudo o maduro» (1761: 1-4); y llega a entablar un diálogo a propósito de la recepción del pronóstico del año precedente, porque criticasen, por ejemplo, la falta del cómputo 17  Poesía: ‘Ciencia que enseña a componer y hacer versos, y a describir y representar con ellos las cosas al vivo, excogitando y fingiendo lo que se quiere’ (Diccionario de Autoridades).

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de los eclipses en el de 1760 o la escasa acogida ya mencionada de las Preguntas y respuestas de unos mozalbetes para el año 1754. Otras veces se hace humilde, buscando el favor del «Lector benévolo», en la incertidumbre de la acogida que le dispensará «porque no puede ser tan adversa que se arme contra ella la rígida censura de los Zoylos, que la desprecien y abatan, ni tan próspera que se ponga en campo la liberalidad y benevolencia de buenos amigos que lo vean y aplaudan» (1756: s. p.), y manifiesta la pureza de intención con que lo da a luz y sus deseos altruistas: […] que no desmayaré con los vituperios ni me hincharé con los aplausos, solo estimaré que te diviertas con este cuaderno, en que pronostico lluvias, viento, granizo, siembra, planta, caza, pesca, enfermedades y abundancia de los demás, en las tierras donde fuere; también pronostico eclipses, algunos sucesos políticos, que van envueltos en seguidillas, cómputos y noticias del año […] (1756: s. p.).

Pero la misma amabilidad puede ser una táctica confesada sin disfraz para ganar sus cuartos: A Vd., Señor Vulgo, es mejor tratarle con urbanidad que con confianza; en todos los escritos de esta clase que han salido a que les dé el sol, le tratan a Vd. después del tú por tú con los títulos ignominiosos de ignorante, loco, necio y presumido, y en lugar de atraerle, le ponen el semblante agrio […] (1763: 1).

En cuanto a las introducciones literarias de Martín, en esencia recrean sucesos cotidianos protagonizados por personajes populares contados con estilo festivo pero natural. Él mismo sintetiza esta fórmula y la identifica como torresiana en una de las ficciones por boca de un estudiantón en La ermita de la Salud, el pronóstico para 1753, quien le anima a él como piscator a contar su encuentro: Señor don Tomás, yo he notado que el señor don Diego de Torres de cualquier lancecito que le sucede prende para hacer su pronóstico, y creo que, si estuviera aquí, no había de despreciar este suceso y al año que viene nos pondría de molde bajo de las extravagantes pinturas de algunos figurones (1753: 7).

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Cualquier suceso vital por nimio que sea, en suma, puede ofrecer materia para transformarse en relato literario, añadiéndole un toque de extravagancia y personajes tipificados. Su censor y colega Isidoro Ortiz Gallardo, tan parco con él, acertó a sintetizar esa ficción ermitaña extensiva a sus almanaques, que eran respetuosos con la tríada «además de contener una graciosa aventura y estar exactamente hechos sus cómputos» (1753: s. p.). Otro censor, Manuel Francisco Gutiérrez, visitador del obispado, lo único que destaca en su aprobación de trámite en otra ocasión son los efectos de la gracia desplegada, «para que divirtiendo a los que con él se diviertan logre los efectos que solicita en su última décima», un poema jactancioso sobre el pago por gusto: O tú, don Fulano, que has visto con atención lo que aquella narración da de sí; prosigue y lee: sabe que mi amor y fe para servirte están y como de contado aquí pagues, yo (de prometido) te daré gusto cumplido, (más) recibiendo de ti (1761: 48).

Con estos mimbres de gracia y diversión, dos son los tipos de trama que Martín compone, divisibles según la distinta ambientación y desarrollo: cinco itinerantes en exteriores, que se localizan en el espacio y tiempo, y otras dos iniciadas en el cuarto del piscator. Son del primer tipo la de 1752, sin título específico, y las siguientes, que, a la manera de Torres, ya se titulan con informaciones denotativas del lugar, de sus protagonistas o de ambos aspectos, promocionando la ficción: La ermita de la Salud (1753), Pleito criminoso entre Bartolo y su amo (1756), Las gitanas del Viso y alojeros de Cádiz (1761) y El astrólogo escondido y poeta sin figura (1763). Las otras dos, en años consecutivos, presentan a los personajes y los debates que entablan: Preguntas y respuestas de unos mozalbetes (1754) y Concilio entre los capitulares de Guinea (1755). En la «Introducción al juicio del año de 1752» (3-6) desfilan personajes pintorescos y se encadenan algazaras. Su prólogo la presenta comparándola con la anterior —por localizar— de forma tópica como «la segunda obrilla, satírico y mordaz lector, que pongo a las garras

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de tu mordacidad, porque no entiendas que, hincando el diente de tu mala inclinación, blasfemando del pronóstico primero, reputándole por obra de poca sustancia…» (1). El narrador protagonista se halla cabalgando hambriento sobre un burro asmático la mañana de San Juan cuando salen a su encuentro dos caminantes, un barbudo extravagante y un «joven gallardo», que le invitan a apearse; lo hace atraído por el pernil gallego de uno y la bota del otro, mientras que ellos se interesan por su identidad, que desvela: es servidor de un cura «por el solo interés de la comida» pero «discípulo del tesoro de las letras, del asombro de las gentes, del señor doctor don Diego de Torres» (1752: 4), según se ha citado. La acción se complica con la aparición repentina de un viejo loco, cuyo retrato incorpora brevemente el estilo perdulario del maestro aludido: «A esta sazón y sin dar los buenos días, se encara a nosotros un viejo injerto, descascarado de dentadura, blando de boca, pies tartamudos y salpicado de viruelas, dando más voces que un orate» (5), pero el narrador impone paz y todos comparten amigablemente la comida. La gresca, sin embargo, continúa cuando él mismo comienza a moler a garrotazos a su rocín, que reaparece recuperado en los verdes pastos; luego, todos alegres tras la comida y bebida acuerdan repartirse el pronóstico del año, los viajeros las coplas, él los cálculos y los juicios naturales. El título siguiente, La ermita de la Salud (1753), alude a una situada a riberas del Tormes a cuya altura, una mañana de mayo, al protagonista le sorprende una fuerte tormenta con granizo y, o por un resbalón o por flaqueza de hambriento, rueda hasta el arroyo, quedando contorsionado y dolorido. A sus gritos, cuatro estudiantones que estaban ahí congregados para una misa festiva lo transportan al pórtico, donde todos se interesan por su estado y le animan a pedir socorro a la advocación mariana del lugar, que lo cura por milagro. Esta solución se pone en contraste cómico con otra más terrenal, propuesta por un personaje descrito perdulariamente: Cuando desde la cocina salió dando voces, soltando cabriolas y brincos un chisgarabís, cirujano en ciernes, tan enredador y bullicioso como arlequín de volatines y tan raído de cara como culo de mona; el que con un cazo lleno de bodrio y un cucharón en las manos salía con mucha alegría y fiesta diciendo: «Afuera, afuera, quitarse delante, levantarle la camisa antes que se enfríe, que ese es uno de los mejores reconfortantes que se han inventado» (1753: 6).

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Lo que come al fin es un reconfortante caldo de olla hirviendo. Esta vez el piscator no se identifica como discípulo sino como El Piscator Abulense y es agasajado por ello y en atención a su pobreza, pero el maestro Torres es evocado por uno de los estudiantes, quien recuerda su habilidad para transformar «cualquier lancecito» en literatura —se ha citado antes—, y reclama así un papel en su siguiente ficción, dando verosimilitud a lo contado. El Pleito criminoso entre Bartolo y su amo, para 1756, también encadena acciones en un escenario rústico, de nuevo con el astrólogo a orillas de otro río, el Duero, en julio. Cambia, sin embargo, el tono y el estilo al recrear casi literalmente el episodio de Andresillo en la primera parte del Quijote, pues el protagonista, absorto, es despertado por los sollozos de un pastorcillo a quien azota su amo porque pierde a diario cabras por causa del lobo y porque, insolente, se le queja al no ser pagado. Curiosamente, el astrólogo va provisto de una espada, que blande como el hidalgo manchego para proteger al menesteroso y entabla un vivo diálogo con los litigantes, fiel al curso de promesas e incumplimientos de la fuente cervantina. Cambian los nombres de los tres protagonistas: el pastorcillo Bartolo, Pedro Matos el rico, vecino de Manzanares, y el piscator narrador, que se identifica por su nombre real y doble condición: «Tened por cierto que soy don Tomás Martín, profesor de Matemáticas en la Universidad de Salamanca, o por otro nombre el Piscator Abulense, y a Dios quedad» (1756: s. p.). Sus títulos no garantizan que el amo respete la promesa de no agresión. Cerrado el episodio con nuevas palizas y lloros, a la puesta de sol, cuando «ya Faetón iba ocultando sus dorados rayos debajo del horizonte» (1756: 1), la trama vira a motivos torresianos ya que se presentan «diez hombrones», aludidos sólo por sus nombres y localidades reales o inventadas, quienes, en un nuevo diálogo, le piden el juicio del año con la promesa de suministrarle las seguidillas; así la ficción se prolonga con intermitencias en las lunaciones viejas y nuevas, algunas con versos de los rústicos, que no siempre dialogan con el astrólogo: Tarquines el de Martín Herrero (10), Pedro Hernández de Chagarcía (22), Benito el de Alcobendas (23), el tío Farruco (25), Domingo el de Guarros de Goltoria (26) y el arriero de Zamarramala (31). En Las gitanas del Viso y alojeros de Cádiz (1761) ya desde el título se destaca la doble vertiente de la trama en su localización geográfica y personajes —es la más extensa de todas—, que están conectados entre sí y con el universo popular de las adivinaciones. El comienzo es

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parecido a otros porque de nuevo el astrólogo descansa «confuso y ofuscado con varias ideas» (1761: 4), ahora es el mes de mayo y está en una posada del pueblo manchego de El Viso. Quienes lo abordan para leerle la buenaventura son las gitanas Pelgaria y Tritona, los únicos personajes femeninos en la galería de este piscator, presentadas tan solo por sus diálogos animados y acciones sucintas: «Comieron un poco de pisto y alfajor (comida muy apreciada por toda la Mancha)» (1761: 5), es el resumen de su generosa invitación a las adivinas, quienes, haciendo honor a su habilidad, reconocen a su interlocutor como astrólogo. No hay ninguna deriva burlesca, y sus palabras son en estilo elevado y amables, de modo que, aunque responden al tipo popular, se separan de los retratos estrafalarios de otros almanaquistas (Gimeno Puyol, 2020: 32-33). El desventurado astrólogo les confía sus orígenes abulenses, su profesión en Salamanca y sus cuitas de almanaquista aún sin versos para el pronóstico del año próximo; y ellas lo encaminan a Cádiz, «a ese hermoso laberinto de la Andalucía, a ese si confuso vergel de España, florido aparador del nuevo mundo», donde «hay varios facultativos de esa ciencia» (7), es decir, la Astrología, además de hidrógrafos, náuticos, geómetras, aritméticos y poetas. Las gitanas trazan los puntos de la ruta, que el piscator emprende a caballo, deteniéndose en Córdoba, donde guiado por algunos eclesiásticos visita su mezquita catedral, que describe con pormenor y admiración, y luego toda la ciudad, «que me pareció un deleitoso jardín» (9). El detalle geográfico parece sacado o de la experiencia propia o de manuales de viajes. Llegado a su destino final, comienza recorriendo conventos gaditanos, entre ellos el hermoso de los Agustinos, con su librería, que albergaba el diente de un gigante, antes de dirigirse al muelle. Ahí pregunta por Gaspar Bencejo, primo de la gitana y «hombre bastantemente práctico en algunos puntos matemáticos» (8), quien le ofrece la ayuda de «tres mocetones bastante aficionados a la adivinación» (10), a los que hallarán jugando al arrimón con los alojeros en la «puerta de la mar»; poco a poco, en una escena animada, comparecen Camacho, Borrego y Letrinas, que se presentan, se insultan y riñen entre sí por ayudarle, y al hacerlo se retratan mutuamente con el estilo perdulario torresiano: A este tiempo arremetió a nosotros Camacho, con una cara como de vieja de tres cuarentenas, diciendo: «¿Qué desvergüenza es esta, estando yo aquí? ¿No soy yo maestro de Letrinas y Borrego, que parece descendiente

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por lo poltrón del gigante Farraguas?, ¿no le ven ustedes lampiño de cejas, ético de semblante, lodoso de ojos, judío de narices, sumido de hombros y con más corcova que Sierra Morena? (11).

La pendencia acaba en colaboración al distribuirse las tareas entre todos: los cálculos a cargo del astrólogo y los demás las coplas judiciarias. Así la ficción se extiende a las estaciones, cada una glosada por una décima de los gaditanos, y a las lunas nuevas y llenas, donde también interactúa el protagonista. Es más, el piscator astrólogo narra el final del concurso, dando las gracias a sus colaboradores en la luna llena del 28 de diciembre: Aquí dije, «ea, ya se puede echar algo de la enfrascada substancia, y ahora les doy a Vds. las gracias de haberme acompañado, sufriendo mi impertinencia en el trabajo de mi anual tarea». A lo que todos, con repetidos brindis me vitorearon diciendo que no había que perdonar, antes que habían estado muy gustosos por haber visto el método que se guarda en la pronosticación (47).

Letrinas dice la seguidilla que falta, se incluyen los días siguientes, y acaba el pronóstico insertado en la ficción y también el mismo prólogo pues hay una alusión final al lector: Finalizado este trabajo y el licor, nos despedimos (habiendo ya dicho la décima que ofrecí, que es la que pongo al último), ellos volvieron a la puerta de la mar y yo enderecé mi viaje a esta ciudad, adonde lo primero que hice, después de respectivas aprobaciones, fue dar esta obrilla a la estampa; y con esto, amigo lector, hasta (si Dios quiere) el año que viene (47-48).

La integración del modelo torresiano aquí parece perfecta, pero, a no ser por los retratos de los alojeros astrólogos, el estilo festivo no deriva ni a lo burlesco ni a lo estrafalario. Ese esquema se mantiene parcialmente en El astrólogo escondido y poeta sin figura (1763), cuya ficción no pasa de las tres páginas. El comienzo presenta al protagonista en el tiempo, una mañana del «fogoso julio» (1763: 1), y en el espacio, cabalgando sobre un rocín esquelético por «los espaciosos campos de Azálvaro», donde la sorpresa es progresiva y esotérica hasta el reconocimiento y explicación racional: primero «ecos desentonados» más propios de sátiro que de hombre

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—«anacoreta penitenciado o encantador lobero»—, luego es un bulto que parece «lejos de racional» (2) y, finalmente, una figura simiesca, a la que describe extensamente con una ristra de elementos del más acabado estilo perdulario del maestro Torres: cualidades animales o cosificadas, ropa estrafalaria, comparaciones degradantes con personajes clásicos, elementos escatológicos… A pesar de todo, acaban caminando juntos el resto del día y la mañana siguiente, entre «pláticas desconcertadas» (3), comer y beber y el recuento de las vidas mutuas, lo que propicia la consabida epifanía del astrólogo, aunque ahora sin llegar a declarar su nombre. El «fantasmón» justamente necesitaba uno, preocupado por saber si será rico o pobre, lo que propicia que el astrólogo narrador afirme la validez de las predicciones astronómicas y meteorológicas, deplorando las judiciarias: «nosotros no podemos asegurar nada por ser tan variables los signos, los planetas y las complexiones de los sujetos» (3), y que su interlocutor se jacte de la facilidad de componer cálculos astronómicos usando las tablas de rigor y le presente en un instante el de ese año. Un metaalmanaque. Entre los pronósticos conservados de Tomás Martín la línea itinerante comentada fue su preferida. Otros dos, para 1754 y 1755, arrancan en el gabinete del piscator, una situación de partida diferente que deriva también en desarrollos muy distintos, ambos en torno al diálogo. Las Preguntas y respuestas de unos mozalbetes conforman una introducción bastante extensa (1754: 8-22). El narrador protagonista se halla ideando trazas «en el taller de mi estudio» (1754: 8), en mayo, para las predicciones de las cuatro estaciones, cuando de improviso se le presentan a su puerta «dos mozalbetes de airosa y ligera bizarría», a los que enseguida conoce y hace entrar con manifestaciones de alegría. No hay ninguna descripción ni del lugar ni de los visitantes, partícipes de la misma «ciencia» que desean proponer unas «dificultades», tal como confiesan en estilo directo. De este modo, lo que sigue son quince preguntas sobre sendas causas de fenómenos astronómicos o físicos, con un formato didáctico: los ordinales sirven de epígrafes, las preguntas van destacadas en cursiva y las respuestas todas con el inicio «Respondo que», reiterado a veces en varios párrafos. Adopta la forma de un diálogo entre profesor y alumnos o entre científicos a la manera de las academias, una introducción rara dentro de los almanaques literarios, aunque se le pone colofón narrativo con la despedida de todos y la redacción por el astrólogo del pronóstico que sigue. El citado «Dictamen» del censor Juan Agustín de Medina,

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tras señalar las diversas doctrinas que Tomás Martín exhibía ahí, elogiaba esa introducción dialogada: «Y esta diversidad de asuntos, con el bello enlace que los trata su autor constituye no una disforme congerie o confuso agregado de noticias distantes», y también el todo, que componía un «pequeño cuaderno fácil de percibirle y nada gravoso a la memoria» (s. p.). En el Concilio entre los capitulares de Guinea (1755) el inicio enlaza una poética localización exterior con el modesto espacio interior, donde el astrólogo se siente «mondo de todos los cuidados», libre del habitual trabajo: «No bien Faetón estaba ya agonizando en luces en la pira de los montes, sepultando entre cenizas lucientes sus dorados rayos cuando en mi estólido pajal, lecho […] inquieto me tuvo, o por mejor decir, gustoso un sueño» (1755: 2). Conforme al título, llega «en éxtasis a ver un Consejo que en Guinea sus capitulares celebraron para providenciar de su libertad» (2). Es una localización exótica cuya verosimilitud salva el artificio onírico, que le exime de precisar la condición o cargo de los reunidos y le permite reproducir libre y literalmente sus deliberaciones. Aunque el tratamiento es festivo, subyace el tema de la defensa de la igualdad por encima de las diferencias raciales. Por eso, un primer interlocutor, de los más principales, cuestiona el color como causa de la esclavitud, «esto es accidente y no delito» (3), y la defiende como signo de hermosura y efecto del sol, frente a otros rasgos fisionómicos, descritos de forma burlesca: […] menos son causa de esclavitud cabezas de borlilla y pelo en borujones, narices despachurradas y hocicos góticos; muchos blancos pudieran ser esclavos por estas tres cosas y fuera más justo que lo fueran en todas partes los naricísimos que traen las caras con proas, que para sonarse necesitan de una sábana, que nosotros traemos los catarros a gatas (3).

Si las distintas razas comparten la fisionomía, también las cualidades, pues hay negros admirables «en armas, letras, virtud y santidad» (4). Sus mujeres incluso salen ganando en la comparación, porque, a diferencia de las blancas que usan afeites para blanquearse, su belleza es natural, «contentas con su tez anochecida». Y así concluye con una dolida pregunta retórica: «¿Por qué, pues, padecemos desprecios y miserable castigo?» (4). La intervención siguiente, de un negro anciano y canoso, abandona el tono grave con dos propuestas curiosas: esclavizar a los bermejos en vez de a los negros, fundándose en la tradición

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de Judas, y abogar por el mestizaje entre blancos y negros, con alusiones veladas a negocios de burdel: La segunda, que tomen casa de nosotros, y aguando sus bodas con nuestro tinto, hagan casta aloque y empiecen a gastar gente prieta, escarmentados de blanquecinos y cenicientos, que por ellos se han tomado tantas becas de baño, fundadas solo para los entre o comparientes de la Napolitana, o por otro, el Gálico; y vayan advertidos los nuestros si los estornudaren de consolarse con el tabaco y responder «Dios nos ayude», gastando en sí propios la plegaria (5-6).

El relato en segundo grado se copia al pie de la letra, enmarcado por el comienzo referido y el despertar del piscator, acometido por dolores inciertos. La vigilia hace verosímil que el pronóstico consabido, a continuación, no presente ninguna relación con la ficción onírica, y que tampoco se prolongue el primer nivel relatado y protagonizado en solitario. Los poemas con las predicciones judiciarias no necesitan introducirse en prosa: seguidillas en las lunas llenas y nuevas, hasta la luna llena de octubre; no hay ninguno en las predicciones estacionales. La relación de Tomás Martín con la poesía es poco sistemática. Verdad o captatio benevolentiae, en su primer prólogo conservado confesaba: «En la poesía soy un pobre lego novicio, pues hasta ahora nunca tuve la fortuna de registrar lo delicioso del Parnaso» (1752: 2), de donde se puede deducir que en el anterior por localizar no hubo versos; en el siguiente remitía a esas palabras: «Ya dije, amigo lector, en el prólogo del año antecedente que en la poesía era un pobre lego novicio, pues no había logrado registrar la amenidad del Parnaso ni lo delicioso de las musas» (1753: 1). No siempre incluyó poemas en los juicios estacionales: sonetos para 1754, octavillas —las denomina «octava»— para la primavera y estío de 1756 y una décima en otoño, y también décimas en 1761 y 1763. Los calendarios diarios y lunares suelen contener poemas breves en dos de las fases, normalmente las lunas llenas y nuevas, pero no siempre es regular, porque en 1754 a partir de mayo desaparecen las seguidillas de uno de los dos cuartos y no hay ninguna en diciembre; en 1755 —se ha dicho— se interrumpen a partir de la luna llena de octubre; y no hay ninguno en el 1753, aunque aquí lo compensa con unos pronósticos en prosa muy extensos. Los metros son populares, con un predominio de las seguidillas e idéntico tono. Hay mayor variedad en

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los pronósticos de los 60, pues para 1761 añade también una quintilla (23) y varias décimas (30, 31, 42, 45-46); y en el último, décimas de enero a abril, seguidillas (julio, noviembre, diciembre), una copla (agosto) y redondillas (septiembre, octubre), todas en las lunas nuevas.18 Dominan los motivos populares, pero contenidos, como en esta décima del juicio estacional para el otoño de 1763, con vaticinios vagos que, en este caso, derivan a la crítica social: Un hidalgo sale en coche, preciado de linajudo y el cochero que no es mudo dice que no cenó anoche. A unos que juegan al boche, el fausto les da que hacer, cuando llega a saber por sus presunciones nulas, que tiran más que las mulas las deudas del mercader (1763: 7).

Pero, de vez en cuando, presenta referentes clásicos, como en este cuarto creciente de marzo, en el habitual estilo enigmático: En la paz octaviana del dios Cupido hallaremos a Marte enfurecido porque en la tierra con total exterminio reina la guerra (1754: 44-45).

Como norma, no prolonga la ficción literaria de la introducción, y así, rara vez el piscator presenta los versos con una entradilla narrativa, aunque sí en el mes de enero de 1752 como si fuese una primera explicación de su método:

18  Faltan en la copia manejada del pronóstico para 1763 las pp. 14-15, correspondientes a las predicciones diarias de mayo-junio, conque es posible que continuasen ahí las seguidillas anteriores.

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Esta seguidilla y las siguientes van acomodadas a los meses, según los aspectos de la Luna, podrá notarlas el curioso y divertido. Trabajar no permiten tus canas, viejo, no quiero tus blancuras, porque no veo tu campo alegre, nada tuyo me gusta sino el albergue (1752: 14-15).

El modo torresiano de hacer del almanaque parte de la ficción aparece en dos casos ya aludidos. En 1756 algunas de las predicciones versificadas proceden de los rústicos, que dialogan o no con el piscator, quien introduce sus seguidillas respectivas. La de la luna nueva de enero ofrece un juego que se prolonga a las dos siguientes, un acertijo protagonizado por aves, abejas, ovejas y bueyes: «El sentido de esta seguidilla se explica en las siguientes» (1756: 12). La última del año apela a la benevolencia del lector y a la trama: Una cosa te encargo, lector amigo, que perdones las faltas que aquí ha habido. Esta ensalada se compone de coplas, versos y chanzas (34).

Para 1761, el gitano Bencejo y los alojeros gaditanos Letrinas, Camacho y Borrego interactúan con el narrador, quien incorpora sus vaticinios en las lunas nuevas y llenas. Aunque sean personajes populares, sus versos son sentenciosos sin burlas, adobados de vez en cuando con juegos de palabras o con referentes mitológicos: Conociendo que aquí era donde pertenecía una seguidilla, dijo Letrinas no sé por qué: Gimiendo el rico y pobre su falta y pena, recibirán de muchos la en-hora buena;

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y es que se estila en política el darla y es con-sentida (1761: 19).

En la parte literaria, en fin, a Tomás Martín le fue reconocida su gracia: «En él con chistosas expresiones solicita su despacho, las lunaciones están bien arregladas. Con sus coplas divierte sin ostensión, y quiere cifrar las pronosticaciones, pero dando lugar a ociosas fantasías, de que suelen gustar los menos advertidos y tal vez entretienen a los prudentes» (1752: s. p.) dice en su breve reseña el jesuita Fresneda, maestro de Matemáticas en el Colegio Imperial. *** Este discípulo leal de Torres, que aprovechó casi cada publicación para manifestarlo, ya en la portada, ya en la ficción, trató no obstante de encontrar su propia voz. Del maestro adoptó la parte del diálogo con los lectores, sin descuidar nunca la inserción de prólogos en los que dialogaba con ellos, a menudo con los tópicos burlescos acostumbrados, otras más circunspecto, como parece que fue su carácter. Sus ficciones narrativas siguen siempre un esquema regular, a partir de la presentación del piscator, a menudo pensativo y doliéndose de su falta de inspiración, en el espacio —interior o exterior— y en el tiempo, que desencadena una serie de acciones conducentes a introducir el pronóstico anual. Las tramas se parecen porque, a excepción de la 1754 que combina preguntas y respuestas, las demás encadenan acciones, aportando dinamismo y a veces contrastes. En conjunto manifiestan la versatilidad torresiana, capaz de ingeniar temas variados y distintos marcos: escenas costumbristas itinerantes (1752, 1753, 1763), un diálogo científico (1754), un sueño disparatado (1755), referentes quijotescos (1756) y ambientes de germanía (1761). Así refiere acciones vívidas y recrea ambientes con pocas pinceladas y ligereza narrativa, combinada con el sentido del humor y la ironía. Consolida con ello lo que cree esencial del referente de Torres: un suceso cotidiano, tomado de la realidad, y unos personajes simpáticos, tomados de la literatura popular. El tono festivo o gracioso no llega a lo extravagante, que se localiza solamente en los retratos de algunos personajes, a menudo notas breves, y sin apenas elementos

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grotescos o escatológicos. Muy realista, no incidió ni en lo esotérico ni en lo mitológico, partidario de la verosimilitud en la narración, que quedaba organizada en torno a la figura del piscator, narrador y personaje; esta triple identidad juega a veces con los límites entre realidad y ficción y con la práctica añadida de la reflexión metanarrativa. La introducción de poesía tanto en los juicios estacionales como en el calendario diario y lunar fue menos constante, y no siempre continuó en ella la ficción introductoria. Aunque compuso un muestrario de metros populares, con alguno culto, y vaticinios enigmáticos que combinaban lo popular con otros tonos. En cambio, el formato de sus predicciones es muy regular, concienzudo en los cálculos astronómicos que dominaba. Sus censores certificaron su pericia. Y él, traspasando su dedicación académica al gran público, se preocupó por divulgar la ciencia con rigor mediante secciones didácticas sobre los fenómenos naturales que preocupaban por desconocidos, e incluso se atrevió a ofrecer un tutorial para que cualquiera pudiese confeccionar un pronóstico. No sabemos si en los que dijo haber escrito en la segunda mitad de la década, no localizados, abordó otros fenómenos, conformando una especie de plan divulgativo. Los que conocemos constituyen una propuesta variada, que justificaba al describir su oferta en el pronóstico para 1753, donde hablaba sobre los cometas: «Quisiera en todo, amado lector, darte gusto» (1753: 2). El extenso «Dictamen» de Juan Agustín de Medina, citado varias veces, glosa sus virtudes, que comprendían la doble vertiente de la agradable literatura, en estilo natural, y la útil ciencia: Los pronósticos que regularmente se dan a la prensa son unos escritos cuyo argumento no es de tanta utilidad […]. Pero no es así el de este autor, porque además de aquellas festivas sales y graciosos ornamentos con que hace grata la locución, y que suelen emplear en sus escritos los que se dedican a este género de estudio, propone y resuelve con acierto varios teoremas de la Física, que sin duda perseverando en el designio que se tiene propuesto, en el discurso de pocos años podrán hacer un bello cuerpo de Física perceptible, limpia del polvo grosero de las controversias y muy oportuna para explicar los fenómenos de la naturaleza, adelantar las artes y sus manufacturas; ¿y no es esto hermanar lo útil con lo deleitable? El estilo no es del género sublime ni heroico, sino humilde, jovial y fluido, como lo pide la materia […]. Huye de las voces altisonantes, dicciones campanudas, de frases pomposas y periodos intrincados, que se vituperan en el vocabulario de los críticos de estilo (1754: s. p.).

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Su producción, que abarcó por lo menos trece títulos, está circunscrita a las imprentas de Salamanca, y aunque en parte fue distribuida más allá, el suyo fue seguramente un camino con un final pensado, en su ciudad de adopción y en un momento de vigor del género, en los 50-60, con su maestro dominando el panorama en vísperas de la prohibición. Unos cómputos exhaustivos y un plus divulgativo con referencias acreditadas, junto a su reiterada identificación como «discípulo del Doctor D. Diego de Torres», constituyeron los distintivos de El Piscator Abulense en el mercado de los pronósticos. Bibliografía primaria 1752. Pronóstico y diario de cuartos de luna, juicio de los acontecimientos naturales y elementales de la Europa para este año de 1752, dedicado al muy ilustre señor don Juan Agustín Álvarez, Maldonado, Figueroa, Díez Barrientos, Sirguero, Herrera, etc., señor de la villa de Moleón, alcaide perpetuo de su castillo y fortaleza, patrono de la iglesia y Colegio de la Merced Descalza de esta ciudad y de la parroquia del Sr. San Blas, y del Colegio Seminario de los Niños Doctrinos de la ciudad de Ciudad Rodrigo, etc. Escrito por D. Tomás Martín, profesor de Matemáticas en la Universidad de Salamanca y discípulo del Dr. D. Diego de Torres, Salamanca, Por Pedro Ortiz Gómez, [1751?] (12 hs. + 38 pp.). Censura de Diego de Torres, Salamanca, 12-XI-1751. Resumen de la licencia del ordinario. Censura del P. Pedro de Fresneda, jesuita, Madrid, 26-IX-1751. Licencia del Consejo, 28-XI-1751. Fe de erratas, s. d. Tasa, s. d. 1753. La ermita de la Salud. Pronóstico y diario de cuartos de luna, juicio de los acontecimientos naturales y elementales de la Europa para este año de mdcclii, dedicado al señor D. Antonio Osorio Guzmán, Espínola, Rodríguez de Villafuerte, Bracamonte, Menchaca, Fonseca, Alba, Pérez de Vivero, etc., mariscal de campo de los reales ejércitos de Su Majestad, y Comendador de Alcolea en la Orden de Calatrava, etc., escrito por D. Tomás Martín, profesor de Matemáticas en la Universidad de Salamanca y discípulo del Dr. D. Diego de Torres, Salamanca, Por Pedro Ortiz Gómez, [1752?] (12 hs. + 56 pp.). Censura de Isidoro Ortiz Gallardo de Villarroel, catedrático de Matemáticas (para el ordinario), Salamanca, 4-IX-1752. Licencia del ordinario, Salamanca, 5-IX-1752. Parecer de Francisco Vélez, catedrático de Vísperas, Salamanca, 26-IX-1752. Aprobación de Diego de Torres, catedrático jubilado, Salamanca, 12-VIII-1752. Licencia del Consejo, s. d. Fe de erratas, s. d., Tasa, s. d. 1754. Preguntas y respuestas de unos mozalbetes. Pronóstico y diario de cuartos de luna, con los sucesos elementales, áulicos y políticos de la Europa para este año de 1754. Dedicado al señor don Blas Fernando de Lezo, Solís, Enríquez, y Dávalos,

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etc. Compuesto por don Tomás Martín, profesor de Matemáticas en la Universidad de Salamanca y discípulo del Dr. D. Diego de Torres, Salamanca, Por Pedro Ortiz Gómez, 1753 (12 hs. + 78 pp.). Censura de Isidoro Ortiz Gallardo de Villarroel, catedrático de Matemáticas (para el ordinario) Salamanca, 3-X1753. Resumen de la licencia del ordinario. Dictamen de Juan Agustín de Medina, catedrático de Método, s. d. 1755. Concilio entre los capitulares de Guinea. Pronóstico y diario de cuartos de luna, con los sucesos elementales, áulicos y políticos de la Europa, para este año de 1755. Compuesto por don Tomás Martín, profesor de Matemáticas en la Universidad de Salamanca. Quien lo dedica a don Francisco Ximénez González, racionero en la Santa Iglesia Catedral de la ciudad de Ávila, Salamanca, En la imprenta de Pedro Ortiz Gómez, 1754 (4 hs. + 32 pp.). Aprobación de José Sánchez Villacreces, catedrático jubilado de Gramática, Salamanca, 30-IX-1754. Suma de la licencia, s. d. Fe de erratas, Madrid, 8-X-1754. Tasa, Madrid, 25-X-1754. 1756. Pleito criminoso entre Bartolo y su amo. Prognóstico y diario de cuartos de luna, con los sucesos elementales, áulicos y políticos de la Europa, para este año de 1756. Compuesto por D. Tomás Martín, profesor de Matemáticas en la Universidad de Salamanca y discípulo del Dr. D. Diego de Torres Villarroel, del gremio y claustro de dicha universidad y su catedrático de Matemáticas jubilado por el Rey Nuestro Señor. Quien lo dedica al señor don Francisco Cosío, canónigo en la Santa Iglesia Catedral de la ciudad de Ávila. Con licencia, Salamanca, Por Eugenio García de Honorato, impresor de la Universidad, [1755?] (12 hs. + 48 pp.).19 Aprobación de Isidoro Ortiz Gallardo de Villarroel, catedrático de Prima, (por orden del ordinario) Salamanca, 23-XI-1755. Licencia del ordinario, Salamanca, 20-XI-1755. Licencia del Juez de Imprentas, Salamanca, 26-XI-1755. 1761. Las gitanas del Viso y alojeros de Cádiz. Pronóstico y diario de cuartos de luna, según el meridiano de Madrid, con los sucesos elementales, áulicos y políticos de la Europa para el año de 1761. Por D. Tomás Martín, profesor de Filosofía, Teología, Escolástica y Moral en el Convento de San Esteban, académico que fue de la Academia que en los Clérigos Menores fundó el Ilmo. Mateo, obispo de Murcia, académico en la Academia de Medicina del Hospital General y profesor de Matemáticas en esta Universidad de Salamanca y discípulo del Dr. don Diego de Torres Villarroel, del gremio y claustro de esta universidad y catedrático de Prima jubilado en dicha facultad, por el Rey Nuestro Señor. Con licencia, Por Eugenio García de Honorato, Salamanca, impresor de la Universidad, [1760?] (6 hs. + 48 pp.). Aprobación de Manuel Francisco Gutiérrez (para el ordinario), Salamanca, 2-IX-1760. Censura de Isidoro Ortiz Gallardo de

19  Comienza la paginación en la sexta página de la «Introducción al juicio del año de 1756».

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Villarroel, catedrático de Prima de Matemáticas, Salamanca, 13-IX-1760. Licencia, s. d. 20 1763. El astrólogo escondido y poeta sin figura. Pronóstico y diario de cuartos de luna según el meridiano de Madrid, con los sucesos áulicos y políticos de la Europa, para el año de 1763, por D. Tomás Martín, profesor de Matemáticas en la Universidad de Salamanca y discípulo del Dr. D. Diego de Torres Villarroel. Con licencia, Salamanca, En la imprenta nueva de Nicolás Villargordo, vive calle de las Mazas junto el Colegio Trilingüe, [1762?] (6 hs. + 22 pp.). Aprobación de Diego de Torres Villarroel, catedrático jubilado de Matemáticas, Salamanca, 8-XII-1763 [sic]. Licencia del ordinario, Salamanca, 1-XII-1762. Aprobación de Juan Agustín de Medina, catedrático de Vísperas, Salamanca, 12-XII-1762. Licencia del Juez de Imprentas, Salamanca, 14-XII-1772.

Bibliografía secundaria Aguilar PiÑal, Francisco (1978), La prensa española en el siglo xviii. Diarios, revistas y pronósticos, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Cuadernos Bibliográficos, XXV). Aguilar PiÑal, Francisco (1989), Bibliografía de autores españoles del siglo xviii, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, t. VI, nº 348-350, pp. 2358-2364. Álvarez Barrientos, Joaquín ₍₂₀₂₀₎, El astrólogo y su gabinete. Autoría, ciencia y representación en los almanaques del siglo xviii, Oviedo/Gijón, IFESXVIII/ Ediciones Trea (Anejos de Cuadernos de Estudios del Siglo xviii, 4). BNE (s. d.), «Villargordo y Alcaraz, Antonio José (fl. 1729-1777)», [en línea], https://datos.bne.es. Durán LÓpez, Fernando (2015), Juicio y chirinola de los astros. Panorama literario de los almanaques y pronósticos astrológicos españoles (1700-1767), Gijón, Ediciones Trea. Gimeno Puyol, María Dolores (2020), «Un más allá cercano: autor, narrador y personajes literarios en los pronósticos astrológicos dieciochescos», en Fernando Durán López y Eva María Flores Ruiz (eds.), Renglones de otro mundo. Nigromancia, espiritismo y manejos de ultratumba en las letras españolas (siglos xviii-xx), Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, pp. 21-38. 20  La censura de Ortiz Gallardo fue encargada por el Juez subdelegado de Imprentas de Salamanca, Felipe Arango, cuya breve aprobación se inserta debajo sin datar. En AHN, Consejos, 50656, sin numerar, consta otra encargada por el Consejo a Miguel Pérez Pastor, en términos formularios, despachada en 19-IX-1760 y concedida en 17-X1760, lo cual, para Durán López, constituye un «episodio nebuloso», que puede responder a los deseos del autor de imprimir fuera de Salamanca (2021: 79).

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María Dolores Gimeno Puyol

Ortiz Gallardo Villarroel, Isidoro [1750?], Manojito de utilidades y conservaciones. Prognóstico y diario de cuartos de luna, juicio de los acontecimientos naturales y elementales de la Europa, para este año de M.DCC.LI. Dedicado al Excmo. Sr. D. Fernando de Silva, Álvarez de Toledo, Baumont, Hurtado de Mendoza, etc. […]. Escrito por el Pequeño Piscator de Salamanca D. Isidoro Ortiz de Villarroel, sobrino y discípulo del Doct. don Diego de Torres, etc. Salamanca, Imprenta de Pedro Ortiz Gómez. Zavala, Iris M. (1978), Clandestinidad y libertinaje erudito en los albores del siglo xviii, Barcelona, Ariel.

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ISIDORO ORTIZ GALLARDO VILLARROEL, EL ASTRÓLOGO EMPEQUEÑECIDO Fernando Durán LÓpez Universidad de Cádiz

que sepa el mundo que a la generosa piedad de usted debo lo que soy, lo que tengo y lo que sé: pues desde aquellos años en que empezaba a discurrir mi entendimiento, he vivido a su sombra, gozando en ella de crecidas abundancias, grandes conveniencias y, lo que es más que todo, de su amable compañía y gustosa, erudita y general conversación, que me ha criado menos ignorante. Todo lo confieso, lo agradezco y lo publico.1 mi sobrino, mi coadjutor, mi lázaro y mi muleta.2

El PequeÑo Piscator de Salamanca Tan pequeño, tan pequeño es este Piscator, tan a la vera y a la sombra vivió de su tío el Piscator Grande, que a fecha de hoy no hay un triste trabajo monográfico sobre su obra y figura, ni tan escasa la una ni tan menguada la otra como para semejante olvido. Pero no es cosa de injusticia, sino empequeñecimiento voluntario; su astrológico título de «Pequeño Piscator de Salamanca», en parte broma3 y en parte homenaje, encogió de modo irreversible su identidad y lo excluyó de la efusión de grandeza que siempre exhibieron los piscatores ante su

1 

Dedicatoria de Ortiz a Torres Villarroel, en las Lecciones entretenidas, 1756, h. [2r]. Prólogo de Torres Villarroel a los Sustos y gozos… de 1766. 3  El portugués Crisanto Antonio Sousa da Riba, que estudió en Salamanca y a quien Torres hizo una aprobación elogiosa con trato de maestro a discípulo, firmó dos almanaques para 1747 y 1748 como Chico Piscator y Mediano Piscator de Manzanares, respectivamente, y quizá sirviera de modelo a Ortiz. Para 1765 salió El Piscator mediano de la Cantabria baja, de un tal Fernando Antonio Martínez de Bustamante. 2 

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público. Así las cosas, Isidoro Francisco Ortiz Gallardo Villarroel, sobrino, sucesor y casi hijo adoptivo de Diego de Torres Villarroel, trabó el camino con él en su compostura profesional y literaria. El azar de una muerte prematura puso súbito cierre a una personalidad que tendría que haberse desplegado tal vez hacia donde Torres nunca hubiera podido, o bien agostarse, no lo sabemos. La alargada sombra de su mentor y un tiempo más renuente a la astrología hicieron el resto para mantenerlo empequeñecido eternamente. De su vida conocemos solo los datos esenciales, por mencionarlos a cuentagotas en sus obras y por documentos exhumados en los trabajos sobre su tío. En el Manojito para 1751, escrito en el otoño de 1750, declara ser mozo de 18 años no cumplidos: hubo, pues, de nacer a fines de 1732. En una introducción bromea con que «pic[o] yo más en enano que en gigante» (El estudiante legista… para 1754, p. 1) y es lo único que sabemos de su apariencia. Descendía del tío materno de Torres, Francisco Villarroel, cuyo hijo de igual nombre casó a su hija con Santiago Ortiz Gallardo, de cuyo matrimonio se engendraron al menos cuatro retoños, entre ellos Isidoro, sobrino segundo del escritor (López Serrano, 1994: 128 y ss.). Fue criado y educado con su tío, ignoramos desde qué fecha. El pupilaje fue intenso y duradero, pero en tanto que varón que podía valerse por sí, no quedó en el núcleo familiar estricto de Torres, formado por sus hermanas (sobre todo Manuela, que le sobrevivió) y sus sobrinas Ariño, herederas únicas de sus testamentos, donde Ortiz tendrá solo encargos como albacea y algunas mandas. Hizo la gramática y materias primarias en el Colegio Trilingüe de Salamanca,4 donde también había estudiado su tío. En el Manojito afirma que preparaba la carrera de Leyes, por si le fallaran los almanaques, y que ya había impreso una obra: además del arte de adobar kalendarios […] estoy aporreándome en los Vinios y las Pandectas, con la malicia de tener de repuesto el oficio de letrado para zumbarme de la mala fortuna que pueda atrapar a mis prognosticaciones. […] Tengo, gracias a Dios, para irme bandeando en este oficio unas decentes provisiones. He puesto de letra de molde todas las lunas llenas y vacías, desde este año presente, hasta el de 1774, que se hallarán en Madrid en

4  «Me costó la gramática algunos azotes en Trilingüe» (Ortiz, Sustos y gozos…, 1766, p. 46).

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casa de Juan de Moya; y en mi cartera tengo guardados los que han de suceder hasta el año de dos mil.5

Dispuso muy temprano, pues, su figura de escritor público, mientras se encaminaba a la abogacía, una carrera más respetable y tradicional. El negocio familiar de los almanaques le había de procurar dinero en tanto decidía si sería afición o profesión.6 Fue lo segundo, pues ya nunca faltó a su cita anual con estos folletos, columna vertebral de su identidad literaria. A ellos sumó una modesta cuantía de impresos científicos, poéticos y polémicos, en los que su tío es omnipresente como coautor, maestro, dedicatario, censor, fuente de autoridad, personaje, gancho publicitario…, difícil es encontrar un papel de Isidoro donde Diego no asome la cabeza sobre su hombro. Con él compartió mecenazgos, sociabilidad —le suelen censurar aprobantes del círculo de su tío, cuando no él mismo—, peleas universitarias, contratos con impresores y libreros, problemas con el gobierno, ganancias y toda suerte de vicisitudes. La lista de impresores que tiraron sus pronósticos desde 1751 muestra la marcha paralela.7 Las excepciones de 1755, 1761 y 1765, en que se separan, siempre anticipan nuevo emparejamiento al año siguiente.

5  Prólogo al lector, h. [8r-v]. En el pronóstico para 1753 especifica el título y el año: Cómputos eclesiásticos y astronómicos, 1750. No conozco ejemplar. 6  Lo lucrativo de escribir pronósticos y su escaso prestigio invitaba en ese siglo a autores primerizos. Torres Villarroel empezó muy joven, cuando carecía de mejores perspectivas en la vida; otro estudiantón poco pertrechado, Gómez Arias, comienza alrededor de la veintena; Francisco Martínez Molés, alumno pobre de teología en Alcalá, los escribe con 22 años para mantenerse; también en las aulas alcalaínas los hará el colegial, después bachiller y solo en su última entrega doctor Antonio Romero Martínez Álvaro; José Patricio Moraleja produce desde los 30 años, con familia necesitada y escasos recursos. Sin agotar la lista, cumple constatar que Torres generó un efecto llamada con su ejemplo y sus clases, y proliferaron jóvenes astrólogos entre sus estudiantes. 7  A Isidoro también le reimprimió en Sevilla sus escritos Diego López de Haro, y herederos, como hacía con su tío, aunque el testimonio conservado es más escaso. Al menos se reprodujeron los pronósticos de 1753, 1754, 1755, 1757 y 1758, y las Lecciones entretenidas.

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1751 1752 1753 1754 1755 1756 1757 1758 1759 1760 1761 1762 1763 1764 1765 1766 1767 1768

Diego de Torres Villarroel Salamanca – Pedro Ortiz Gómez Salamanca – Pedro Ortiz Gómez Salamanca – Pedro Ortiz Gómez Salamanca – Pedro Ortiz Gómez Madrid – Antonio Marín Salamanca – Antonio Villargordo Salamanca – Antonio Villargordo Salamanca – Antonio Villargordo Madrid – Joaquín Ibarra Madrid – Joaquín Ibarra Madrid – Joaquín Ibarra Madrid – Andrés Ortega Madrid – Andrés Ortega Madrid – Andrés Ortega Madrid – Andrés Ortega Madrid – Andrés Ortega Madrid – Andrés Ramírez No hay pronóstico

Isidoro Ortiz Gallardo Salamanca – Pedro Ortiz Gómez Salamanca – Pedro Ortiz Gómez Salamanca – Pedro Ortiz Gómez Salamanca – Pedro Ortiz Gómez Salamanca – Pedro Ortiz Gómez Salamanca – Antonio Villargordo Salamanca – Antonio Villargordo Salamanca – Antonio Villargordo Madrid – Joaquín Ibarra Madrid – Joaquín Ibarra Madrid – Andrés Ortega Madrid – Andrés Ortega Madrid – Andrés Ortega Madrid – Andrés Ortega Madrid – Andrés Ortega Madrid – Andrés Ramírez Madrid – Andrés Ramírez Madrid – Andrés Ramírez (póstumo)

Impresores de los pronósticos.

No he indicado los libreros, parte esencial del sistema de producción, pero las conclusiones son análogas. Esta marcha común se traslada a la iconografía. En sus pronósticos, hasta donde los ejemplares manejados consienten que lo sepamos, usó cuatro grabados para las anteportadas. Todos mimetizan los modelos coetáneos de su tío, lo cual se explica en parte, pero no solo, por salir de idénticos talleres. La primera imagen solo consta en el Manojito para 1751 (fig. 1); la segunda, que reproduzco por su última aparición (fig. 2), comparece entre 1753 y 1758; la tercera es un grabado de Juan Moreno Tejada (fig. 3) que usa cuando tío y sobrino imprimen con Joaquín de Ibarra y figura en 1760 y 1761;8 la cuarta, bastante similar a la anterior, la usó en 1763 y 1764, con el impresor Andrés Ortega (fig. 4). En las copias consultadas del resto no hay. Representan 8 

En realidad, con Ibarra sacó pronósticos para 1759 y 1760; el primero seguramente llevaba grabado, pero no en el ejemplar consultado; el de 1761 presenta el mismo grabado, aunque lo imprime Andrés Ortega (es posible que se usasen láminas disponibles con anterioridad, o que en determinados ejemplares o encuadernaciones se combinasen tiradas distintas, hay algún caso).

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dos conceptos sucesivos: el primero es la tradicional imagen sin rasgos individuales del astrólogo rodeado de sus aparejos, con el cielo estrellado detrás; el segundo busca la dignidad autorial del escritor respetable y pretende ser realista y reconocible. No abundo en este aspecto, bien estudiado por Álvarez Barrientos (2020) y Cárdenas Luna (2020). La estrategia de dedicatorias a grandes nobles y magnates guarda también estrecha convergencia con Torres, en tanto que se alimenta de sus contactos y mecenazgos, aunque siempre unos pasos atrás por juventud y deferencia. La presencia más relevante atañe a la casa de Alba y sus alianzas matrimoniales. No es un azar que su primer pronóstico lo dedique al duque de Huéscar, entonces jefe efectivo de la familia; a él había consagrado Torres el de 1741, entre infinitas pleitesías. Al tercero del linaje, el marqués de Coria, dedica la entrega de 1755 (Torres lo había hecho en 1740, cuando tenía siete años, y otra vez en 1748) y a la duquesa de Huéscar la de 1760 (Torres la de 1759). A una hija de Huéscar dedicó Torres dos pronósticos en 1739 y 1744, en la segunda ocasión ya como duquesa de Medina Sidonia; al duque y cabeza de esa otra pujante estirpe dedica Ortiz el de 1762.

Figs. 1 y 2.

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Figs. 3 y 4.

No son las únicas recurrencias. Torres había dedicado al conde de Miranda, Antonio López de Zúñiga, el pronóstico para 1731; era una casa que agregaba el ducado de Peñaranda y el marquesado de la Bañeza. Ortiz honró al conde en su pieza para 1759 —Torres era administrador de uno de sus estados— y a su heredero en 1763 y 1766. A Bartolomé de Valencia, alto empleado del gobierno, Torres y Ortiz le dedicaron a la vez las de 1752, con estrategia concertada en que se aludían recíprocamente. En 1753 Ortiz obsequia al marqués de Coquilla y al año siguiente lo hace Torres; era otro noble local cuyas rentas administraba el escritor. Los cofrades de la tuna para 1758 los envía Ortiz al conde de Villalobos, un niño hijo de la marquesa de Almarza, figura importante de Salamanca a la que Torres dedica concertadamente su pronóstico del año y de cuya familia había recibido hospedaje en Madrid cuando joven. En el corto lote donde no hay repetición de dedicatario, Torres suele ser mencionado a modo casi de dedicatoria conjunta.9 9 

Un solo ejemplo: «Yo confieso a V. S. delante del público las honras que debo a su benigna condición, y por estas y la que V. S. está sucesivamente continuando a mi tío don Diego de Torres, y a toda su casa, ella, él y yo vivimos obligados a rendir a V. S. todos los rendimientos, reverencias, sumisiones y gratitudes de nuestros espíritus» (al marqués de Coquilla, pronóstico para 1753).

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Dedicatorias de los pronósticos de Isidoro Ortiz 1751 1752 1753 1754 1755 1756 1757 1758 1759 1760 1761 1762 1763 1764 1765 1766 1767 1768

Fernando de Silva Álvarez de Toledo, duque de Huéscar Bartolomé de Valencia, director de rentas generales y provinciales Vicente Pascual Vázquez Coronado, marqués de Coquilla Blas Fernando de Lezo Francisco de Paula Silva y Toledo, marqués de Coria José Antonio de Orcasitas, comisario de Marina del departamento de Ferrol Joaquín Maldonado Rodríguez de las Varillas, conde de Villagonzalo Francisco Ventura Orense Motezuma y Guzmán, conde de Villalobos Antonio López de Zúñiga, conde de Miranda, marqués de la Bañeza Mariana de Silva Meneses, duquesa de Huéscar Martín Fernández de Velasco y Pimentel, marqués del Fresno Pedro Guzmán el Bueno, duque de Medina Sidonia Pedro López Zúñiga, marqués de la Bañeza Al público De los vecinos de Madrid a los forasteros10 Vicente Pardo, abogado de los Consejos y agente fiscal del de Hacienda Pedro Alcántara López de Zúñiga, conde de Miranda Luis de Arias, bailío del Santo Sepulcro [firmada por Judas Tadeo Ortiz]

Podrían amontonarse los nudos que entrelazan vidas y obras de tío y sobrino, que desde 1750 van en paralelo. El efecto acumulado es el oscurecimiento de la individualidad de Ortiz como hombre de letras y sujeto social. Si acudimos a otras periferias de institucionalización literaria, también vemos desdibujada su autonomía. Según la Bibliografía de Aguilar Piñal, no recibió encargos de censura de libros por el Consejo, tan solo censuró en Salamanca cuatro pronósticos de un autor de su círculo, Tomás Martín (para 1753, 1754, 1756 y 1761,11 mientras que Torres 10 

Las anómalas dedicatorias de 1764 y 1765 ofrecen dudas y acaso sean del librero Ulloa. 11  Las tres primeras para la diócesis, la última para el juez subdelegado de imprentas de Salamanca, donde se imprimió. Martín había pedido la licencia al Consejo, quien

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hizo lo propio con las de 1752, 1753 y 1763). Martín se muestra seguidor fidelísimo de Torres; usaba el título de «El Piscator Abulense», pero se describía «profesor de matemáticas de la Universidad de Salamanca y discípulo del doct. D. Diego de Torres». En sus primeras piezas trabaja con la misma imprenta salmantina que los Villarroel. En 1754 Martín y Ortiz redundan en idéntico dedicatario. La atadura se antoja estrecha, aunque las elogiosas aprobaciones de Ortiz son de trámite. Igualmente, en sus opúsculos para 1761, en que Torres y Ortiz se las ingeniaron para pasar la censura eclesial en Salamanca, y no en Madrid, ambos cruzaron aprobaciones el uno del otro. Por fin, los dos están involucrados en un raro almanaque portugués por Segismundo Joze en 1764, con validez para 1765, del que conserva un ejemplar la Universidad de Coímbra.12 Aunque impreso en Salamanca, en la portada se dice compuesto en Tarragona. En la hoja final hay dos aprobaciones concordes con la legislación española (salvo que desde 1762 se había prohibido incluir las censuras), redactadas en castellano por Torres y su sobrino, en septiembre de 1764. Como colofón va el pie de imprenta de Nicolás de Villargordo, el taller salmantino con que publicaban ellos regularmente (fig. 5). Es un almanaque básico sin cariz literario y las aprobaciones inexpresivas. Para lo que nos atañe, nos muestra el carácter subsidiario de las labores censoras de Ortiz. En cuanto a los pronósticos, los contornos exactos de la colaboración entre Piscator Grande y Piscator Pequeño son difíciles de deslindar. Al final del itinerario de Diego, la presencia de Isidoro es continua y él gestiona obras, contratos e intereses de su tío. Sabemos, porque lo declara ante el Consejo en 1766, que hacía los cálculos de los almanaques que entonces publicaba su tío, y este solo llenaba las secciones generales y contenidos literarios.13 Desde 1758 ambos publican con firma común varias piezas científicas y polémicas. encargó censura a Miguel Pérez Pastor, despachada en términos mínimos en 19-IX1760; se concede en 17-X-1760 (AHN, Cons., 50656, sin numerar). Pero la licencia que figura en el impreso es la del delegado salmantino. La aprobación de Ortiz tiene fecha anterior a la de Pérez Pastor, el 13-IX-1760. 12  Diario para o anno de 1765, primeiro despois do bisesto, que contem os aspectos da lua como o sol, e mais planetas. Calculados para o meridiano de 19 gr. 30 min. de longitude. Composto en Tarragona por don Segismundo Joze, professor de astronomía, [en el colofón:] Nicolás de Villargordo, Salamanca 1764 (16 pp.). Incluye un grabado piscatorial en la portada. Agradezco a Claudia Lora haberme facilitado noticia y copia de este impreso. 13  Véase más adelante.

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Fig. 5. Página final del Diario para 1765 de Segismundo Joze.

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Esto lo corrobora el quinto testamento de Torres, otorgado en octubre de 1766, donde por primera vez se encomiendan a Ortiz las reimpresiones de su tío cuando muera, a beneficio de los herederos (él nunca figuró entre ellos), con una salvedad, que en las últimas obras de este año de la fecha, en que ha trabajado dicho D. Isidoro y han salido al público con su nombre y el mío, se proceda […] del mismo modo que en las que están impresas solo con el nombre de mí, el dicho D. Diego, sin distinción alguna. Y por cuanto en estas obras tiene puesto algún trabajo más dicho D. Isidoro que en las otras, le pedimos que se componga con las citadas Ariños [sus herederas] para que con consideración amigable le den alguna parte más que en las otras obras en que solo trabajé yo (en López Serrano, 1994: 1091).

Pero cabría preguntarse si al principio no hubo intercambios inversos en las secuencias narrativas y poéticas de Ortiz. En ellas, como poco, se practica el arte de la imitación, si bien en una versión estilísticamente distendida. Quizá sea lo de menos, Torres siempre habló de Ortiz con hondo cariño y agradecimiento, que hasta donde las palabras impresas nos permiten alcanzar, eran mutuos. En 1766 se burlaba familiarmente de su genio, que pinta agrio: «Mi sobrino […] tiene una estatura rodeada de un espíritu acedo y de una condicioncilla tufona y restrallada, porque regularmente se bandea con unas civilidades ásperas y espantandizas; […] [con] gesto bronco y desabrido».14 Lo productivo es constatar la simbiosis entre los dos y que Isidoro Ortiz se conformó con un papel secundario ante la pujante personalidad y fama de su mentor. No por eso dejaré de bosquejarle un perfil propio, aunque él quizá nunca lo buscara con demasiado brío ni osara definirse por otra cosa que por ser sobrino de quien lo era. Almanaques escuetos, mondos y lirondos El estilo verbal deslenguado y riquísimo de fantasía de Diego no le era connatural a Ortiz, quien es mucho más sobrio y parte de una actitud más refractaria a la vieja astrología, aun la jocoseria; su escritura preferida se aproxima a la prosa didáctica coetánea, aunque imite la

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Sustos y gozos…, 1766, p. 25.

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de su maestro. En la dedicatoria de 1766 confiesa: «Quisiera tener un estilo tan inimitable como el de mi tío, el señor don Diego de Torres, para complacer a todos […]; pero también conozco que todos no tenemos las potencias iguales, ni la verbosidad que Dios reparte a algunas criaturas» (pp. 3-4). Se pueden espigar lamentos semejantes en otros paratextos, donde su cercanía o lejanía de Torres es bisagra perpetua para negociar con los lectores. Y no fue una negociación fácil, como lo confirma que empezara separándose del modelo, que pronto abandonara esa tentativa de independencia, pero que en 1764 lo intentase otra vez sin éxito. No parece dudoso que sentía los modos festivos como una degradación de su dignidad profesional. Sus pronósticos escenifican persistentes incomodidades, vueltas y revueltas en cuanto al uso de recursos literarios y al contenido astrológico natural (mucho menos en cuanto al judiciario); estos cambios, a veces innegables contradicciones, trasudan oportunismo para rentabilizar los gustos del público o acompasarse con las presiones institucionales, al margen de sus verdaderas ideas sobre la astrología. Tales ideas son arduas, si no imposibles, de determinar. Mercadier (2009: 164) lo pinta con un perfil moderno en lo científico; esto, empero, no está claro, pues sus posturas quedan difusas, se desdice a menudo y su práctica fue cambiando de menor a mayor énfasis en la astrología, con retrocesos y nuevos avances incluso en sus últimos años. Puesto que los almanaques del tío y el sobrino se tiraban y vendían en paralelo por idénticos impresores y libreros, compartiendo nicho de mercado y circuitos de distribución, la opción sensata era diversificar productos para dar uno más literario y otro más astronómico. Tal camino se propone en el prólogo para 1752: «yo estoy resuelto (a lo menos por algunos años) a fabricar mis almanakes escuetos, mondos y lirondos». Así lo vemos en las dos primeras entregas. El título de su estreno, Manojito de utilidades y conservaciones, para 1751, es una declaración de intenciones: no alude a una ficción introductoria —no la hay—, sino a contenidos de cariz práctico. La dedicatoria al duque de Huéscar lo muestra a la defensiva ante los ataques que cree que sufrirá, pero en realidad extrapola la experiencia de su tío, pues él carece de ella. A Torres lo menciona tres veces y luego este, fungiendo de aprobante para el ordinario, publicita la oferta: tiene una particularidad en que excede a los míos y a los de los demás astrólogos, y es que no se mete en las pataratas de los juicios políticos, ni en

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los embustes y adivinanzas de las coplas, sino solamente en prognosticar de las carestías y abundancias de frutos, de las enfermedades y de otros asumptos muy útiles para los médicos y labradores.

Aunque su gestión de individualidad y autoría sigue las pautas del maestro, el largo prólogo maneja un registro muy relajado de la jactancia torresiana y se concibe como presentación ante los lectores, a quienes desgrana sus intenciones: Yo no pierdo nada en salir al mundo, con mis once de prognóstico,15 a tantear la fortuna; y como se ponga tan risueña con mis kalendarios como cuando se puso a mirar los de mi tío don Diego de Torres, hago propósito de hacer dos higas a todas las industrias, oficios, ingenios, mercancías y máquinas que ha inventado la ambición y la necesidad para coger los bienes y las vanaglorias de la vida. No tiene remedio, yo me determino a ser astrólogo un par de años; y si en este tiempo me pegase algún petardo mi vanidad y mi poca experiencia, tengo lugar de arrepentirme y plantarme en otro oficio.

Elogia el trabajo de almanaquero, que juzga mejor que ser abogado, médico, etc., y con menor daño ajeno. Intercambiando como sinónimos astrónomo y astrólogo, proclama su destreza en los cálculos y la exactitud de esa ciencia… Aunque desprecia la medicina, «facultad que se ha entrometido en los prognósticos sin ton ni son, y que nos importaría mucho echarla de ellos, pues solo sirve para desacreditarlos», presume de conocer los aforismos de Hipócrates como cualquiera. La culpa de los errores será siempre de los médicos, no de los astrólogos. Sí defiende con templanza las especulaciones sobre agricultura, porque se basan en la observación de los rústicos; pero no se le ocurrirá todavía —asegura— pronosticar efectos climáticos y rechaza de plano hablar de sucesos políticos. Por fin: Tampoco hago coplas, para reducir a versos los casos forzosos de la vida. Ahora estoy aprehendiendo a hablar castellano, yo avisaré cómo me pinta el idioma y, si en un par de quince años lo hablase medianamente, después me arrimaré a galantear las musas, y veremos si me corresponden de 15  Parodia la frase hecha con sus once de oveja: «que da a entender que alguno se entromete en lo que no le toca o en lo que no es llamado ni solicitado» (Diccionario de Autoridades).

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modo que pueda yo salir sin vergüenza a la calle; pero si me desairan […], sin el ajo de las coplas se hará el reportorio, a la usanza de los Sarrabales y Gotardos, que sin ser poetas fueron buenos astrólogos y no hubieron menester la locura de la poesía para correr con felicidad y estimación entre los apasionados a estas diversiones y curiosidades.

Así pues, con tono irónico y burlón plantea una visión matemática del género, donde ni siquiera la astrología natural es respetada (luego sí se practica con algo de sordina) y se destierran la judiciaria y las coplas. Otra novedad es que no hay juicio por estaciones, pues sus noticias se integran en el diario, el cual también incluye en lunas crecientes y menguantes un largo pasaje en prosa con sucesos de clima, salud y agricultura, donde sí apreciamos una dimensión astrológica natural, medio oculta entre los consejos expertos ajenos a la disciplina: En las tierras tardías podrá el labrador podar sus viñas y jarretar las vides nuevas, debe arar las tierras para que no críen hierba y salga sazonado el trigo. Es bueno cavar las viñas antes que empiecen a brotar, armar los parrales y ponerles rodrigones, atando las parras a ellos. Ahora se deben mondar las higueras, morales, granados y todos los árboles que brotan tarde. Se debe escardar la hierba de los panes y la de las huertas; y si hace frío se trasiegan los vinos y los almendros amargos se riegan con orines para que se vuelvan dulces. En este aspecto16 van aumentándose las tercianas y toda casta de intermitentes, a las que debe acudir el médico con la atención que queda prevenida en el cuarto antecedente. Los cirujanos que tengan que curar llagas, úlceras o tumores en las rodillas y pantorrillas no toquen con hierro dichas partes (cuarto menguante de abril).

Las lunaciones llenas y nuevas solo dan un parrafito con sus aspectos planetarios: «A este tiempo el sol y la luna están en 2 g. de Cáncer. La cabeza del Dragón en 11 g. de Sagitario. Saturno retrógrado en 11 g. de Sagitario. Júpiter en 28 g. de Tauro. Marte en 12 g. de Piscis. Venus en 11 g. de Leo. Mercurio en 1 g. de Géminis» (luna nueva de junio). Tradicionalmente los reportorios añadían solo una escueta posición de la Luna y, aunque no las llenasen todas, no solían diferenciar contenidos de fases extremas e intermedias. El nivel de detalle en los 16 

Las situaciones de los astros en relación con las casas celestes.

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aspectos planetarios y su colocación varía entre autores y modelos, pero distribuirlos de forma tan completa en el diario de cuartos no es usual, salvo en almanaqueros muy apegados a lo astronómico.17 En los cambios de estación, Ortiz se explaya supliendo el juicio estacional omitido al principio. Las anotaciones diarias solo indican tareas propicias (navega, cava, purga, caza, siembra… etc.) y nunca fiestas o santos del día, ni clima. Así pues, se propone una tipología que no resulta rupturista ni transgresora en sus contenidos, pero sí original en su estructura, combinación, equilibrios y dosificación, en detrimento siempre de la astrología predictiva y lo literario, y expandiendo las notas astronómicas. La oferta central resultante, pese al escepticismo del prólogo, es la astrología natural, pero reconducida en gran medida a consejos para la vida cotidiana, pues muchos párrafos sobre salud o agricultura no especifican causalidades astrológicas, sino que formulan recetas y hábitos terapéuticos: En las curaciones de las calenturas blancas y virgíneas que padecen las señoras jóvenes deben los médicos proceder con blandura y cautela, sin usar más medicinas que los purgantes benignos del maná y las conservas de artamisa, y darles a beber el agua de ruibarbo y de sabina. A los gotosos regalones quitarles la comida y ejercitarlos en todo lo que se pueda, y no hacer caso de sus quejas; a los hipocondriacos es necesario oírlos y consolarlos y dejarlos y, cuando más, recetarles alguna de tantas aguas y almíbares inútiles que hay en las boticas (cuarto creciente de marzo).

Esto se asemeja a los pronósticos médicos y otras obras de Torres Villarroel (no tanto a sus pronósticos anuales), quien sin embargo prestó escasa atención a las labores agrícolas, que en Ortiz ganan protagonismo. Me he detenido tanto en este almanaque primerizo porque es donde se formula un tipo propio, que irá inmediatamente perdiendo esos rasgos originales. 17  La rica tradición de pronósticos cordobeses (Collantes, 2020), de Gonzalo Antonio Serrano y sus discípulos locales enfatiza este contenido, incluso día a día; a veces lo publicitaban en sus títulos: Pronóstico del año de 1724. General y particular: diario con cuartos de luna, cosecha de frutos y mantenimientos, y el juicio de los políticos acontecimientos de todo el universo, expresando diariamente el signo y grado que tiene la luna y sus aspectos con todos los planetas y eclipses computados al meridiano de la siempre ilustre ciudad de Córdoba, patria del autor. Por el Gran Astrólogo Andaluz, Córdoba, Viuda de Esteban de Cabrera, [s. a.].

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Esta irrupción en el panorama de los almanaques y su estilo tan facultativo tiene que ver con lo que Mercadier denomina «un hábil lanzamiento» (2009: 138), pues Torres preparaba su jubilación y Ortiz sentaba las bases para asaltar la plaza. Aunque es un dato bien establecido, cumple recordar que la cátedra de Matemáticas era de las llamadas «raras» en Salamanca, con menores requisitos a sus aspirantes, bajas remuneraciones y largas vacantes o sustituciones (Carabias Torres, 2020: 18-19 y 23). La matriculación de alumnos oficiales era mínima. Parte del éxito profesional de los Villarroel radica en ocupar un hueco necesario, pero con débil competencia, mirado con desdén por teólogos, médicos o legistas. Eso explica muchas quejas y actos de Ortiz que se irán exponiendo, y la facilidad con que Torres y sus sobrinos conquistaron el puesto a edades tempranísimas. Así, en efecto, en el verano de 1751, por las fiestas de Corpus, Ortiz se graduó de bachiller en Artes en una de las universidades menores, la de Ávila, como hacían quienes querían títulos rápidos y menos costosos e hizo antaño su tío. La razón de la prisa no la oculta: «venía de Ávila […] de graduarme, para poder oponerme a la cátedra de prima de Matemáticas que estaba vacante por jubilación que el Rey […] concedió a mi tío y señor don Diego» (pronóstico para 1753, p. 5). Ya para entonces estaba escrito y en proceso de licencia su segundo pronóstico para 1752: también carece de título y el formato es idéntico al anterior, salvo en un abreviamiento general, que produce redacciones más escuetas en todos los apartados. Eso por sí solo indica un decaimiento de la fórmula, a pesar de insistir en ella con aparente tenacidad. Suena frágil gastar casi todo el prólogo en justificarse por no usar introducciones: aunque pudiera (vuelvo a decir) formar […] alguna gavilla de brujos, una congregación de gitanos, un rancho de cómicos, un beaterio de escolares vagamundos, u otra compañía de perdularios, para poner en sus bocas los juicios, lunas y demás zarandajas del pronóstico, no me atrevo a recoger ni estos, ni aquellos, ni estotros, porque para hacerles parecer y hablar de modo que gusten tengo ruin idea, ingenio miserable, poca destreza y práctica ninguna. El mundo les haga bien a los pronosticadores que comercian con estas danzas de monos, que yo estoy resuelto (a lo menos por algunos años) a fabricar mis almanakes escuetos, mondos y lirondos, sin permitir que dancen en su tablado otras figuras que las que me es preciso desbastar y pulir para sacar en limpio las imágines de las lunaciones, las láminas de los eclipses, las copias de los asterismos y todos los retratos de los cuerpos

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celestiales, que es todo el cuidado de los que desean ser astrólogos limpios y matemáticos juiciosos. Esto es lo que contiene este diario, pues en cada lunación, en cada cuarto y en las cuatro estaciones del año pongo el estado todo del cielo, que me parece que es artificio más impertinente, más delicado y más trabajoso que el de pintar con la brocha del castellano burdo las visiones asquerosas que sacan la cabeza en los demás pronósticos, y cuando no sean más primorosas estas figuras, a lo menos ninguno negará que son más del caso.

Advierte también que empieza ese año a hacer sus pinitos con los elementos y la salud —en realidad ya lo hizo el anterior, pero en 1752 sí deriva a un razonamiento puramente astrológico e incluye notas climáticas en las noticias diarias, como frío, viento, húmedo…—, pero que todavía no se atreverá con los juicios políticos, aunque deja la puerta abierta. Concluye presumiendo de que «el año pasado vendí toda la impresión de mis kalendarios y por eso me he animado a escribir el del presente». Los cambios de ese año, y sobre todo el siguiente, hacen más bien pensar que el despacho no fuera tan abultado.18 Estos dos primeros pronósticos desvelan una fórmula consciente de escritura astronómica, austera, desjudicializada y complementaria a la de su tío, de la que solo adopta su omnipresente nombre, una versión rebajada de sus desvergonzados modos de dialogar con el público en los paratextos, su inquina contra los médicos y otros elementos temáticos. El propósito se explicita mediante los títulos, que anuncian solo los sucesos «naturales y elementales».

18  Vanagloriarse de sus ventas es tópico torresiano, pero no excluye la prudencia mercantil, pues quizá la tirada no sería extensa. En la introducción para 1755, cuando aconseja a un alumno que quiere publicar pronósticos, le amonesta: «imprima usted mondo y lirondo su pronóstico, sin tirar ni morder a nadie, y cuando más, póngale una introducción ridícula y graciosa para que sazone lo insípido de la leyenda de las estaciones y lunas; haga una corta impresión porque, si no acierta a dar gusto a los lectores, que es muy regular, tendrá que poner dinero de su faltriquera, como les sucede a los más que imprimen fiados en el petardo de la dedicatoria y, si les sale badana, quedan empeñados con el impresor y librero» (p. 8). Quizá eso refleje su estrategia: ajustar bien la tirada a la demanda y asegurarse de agotarla, aunque los ejemplares no sean tantos como los de su tío. En la introducción para 1756 insistirá, burlándose de los necios vanidosos que publican pronósticos para luego verse «con la soga al cuello» porque las pocas ventas «no les dan para los ya hechos gastos de impresor y librero, que estos en la imprenta y encuadernación tienen seguras sus ganancias y se les da muy poco sea escasa o abundante la venta, como la impresión sea crecida, y estas suelen ser grandes

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Almanaques con pasmarota En 1752 hubo retrocesos tímidos hacia las convenciones astrológicas, pero en 1753 asistimos a un giro radical del formato, ahora ya con introducción, título (El mesón de Santo Tomé de Zabarcos) y coplas. Como ostentosa señal, la portada menciona sucesos «elementares y políticos», y aunque esto último es relativo, supone un claro deseo de agitar el señuelo judiciario ante los lectores.19 Es el primer año en que firma como catedrático de prima de Matemáticas en Salamanca, pues el 26VI-1752 obtuvo el empleo, con cerca de 20 años. Mercadier (2009: 144), siguiendo el libro de claustros, constata que la oposición se hizo sin contrincante. Un médico andaluz, Juan de Dios, murió poco antes de competir, nombre y señas que figuran en el trozo sexto de la Vida de Torres. En realidad, quizá se refiera más bien a Pedro Sanz, otro discípulo torresiano vinculado a la catedral de Burgos, también bachiller y médico que, según el preciso testimonio de Andrés de Sotos, acudió a Salamanca a opositar, pero murió de una súbita enfermedad el 15 de junio.20 Sean como fueren los detalles y la justificación de esta disparidad de nombres, la maniobra de Torres para que su sobrino lo reemplazara y ambos compartieran jerarquía y emolumentos (el jubilado seguía gozando de los privilegios de la cátedra y cobraba de su dotación), salió bien y desde entonces actuarán como uno solo en el marco universitario.21 Su ascenso y el cambio tipológico en los almanaques definen una temprana toma de estado, en la que su destino queda establecido. El porque se les figura a sus autores que han de andar a puñadas en la compra» (p. 3). Más adelante afirma que «ya hace cinco años que imprimo mis almanakes, que, aunque pocos, me dejan algunos reales» (p. 8), donde «pocos» ha de referirse a la tirada. 19  Todos los almanaques de 1753 a 1767 repetirán la fórmula de sucesos «elementales y políticos» (tres veces) o «elementales, áulicos y políticos» (doce veces). 20  Andrés Alfonso de Sotos Ochando, Palestra defensoria y teatro fundamental astrológico. Pronóstico… para el año de 1753…, Salamanca, Antonio José Villargordo y Alcaraz, [1752], p. 29. Pedro Sanz es citado como Pedro Sanz de Dios en su último pronóstico conocido, El hospital de Rabé para 1749; y así se le menciona también en la tasa, fechada en 5-X-1748 (AHN, Cons., 50643, exp. sin numerar). Torres afirma que lo incitaron a concursar gentes interesadas en contrariar sus intereses. 21  En 1758, sin embargo, ante el claustro decía que su intención fue lucir los conocimientos adquiridos con su tío, para luego seguir carrera en la milicia o la marina (cf. Mercadier, 2009: 144). No parece muy creíble, dada la coordinación de fechas y actos con vistas a «suceder» a su tío.

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prólogo del reportorio para 1753 es, por ello, la palinodia de quien, tras haber dicho «que prometía hacer sus pronósticos a la usanza de los Sarrabales y Gotardos […] nos viene ahora aturdiendo la cabeza con una introducción ridícula, aporreando las orejas con sonetos chabacanos y embadurnándonos los hocicos con seguidillas corrientes». Pero con veinte años y catedrático, aunque aún no doctor «por la falta que tengo de reales», asegura que, si vende este pronóstico bien, el año siguiente se podrá doctorar. Todos los almanaqueros usan poemas e introducciones y él no cree valer menos. Se disculpa por los defectos de sus coplas, pues «son las primeras que he hecho y dado a la estampa». Pese a insistir en que «el año pasado vendí toda la impresión y, mientras me suceda esto, seguro me tienes todos los años», lamenta que el gusto del público está anclado en un almanaque jocoso y poético, sin apreciar el rigor y la severidad científica. Este pretexto se convierte en una divisa personal, que repetirá a menudo, como en la introducción para 1759, donde se pinta caminando melancólico con la amargura de que a nadie importan unos cálculos exactos: [...] porque me falta aquel colorido de una introducción divertida y graciosa, y aquel sainete de las demás zarandajas, que mi tío las encuentra hechas y son la añagaza de los mamarones del vulgo y la piedra filosofal que saca el real de plata de la bolsa más miserable y estrecha. Ya no estamos en tiempo de los Gotardos, ya se acabaron los Sarrabales, que hicieron apreciables sus pronósticos sin el embeleco de estas frioleras. [...] papeles de semejante calaña solo se leen hoy día por la pasmarota de las coplas, los refranes y los acertijos, que son la moneda corriente en este comercio (p. 2).22

Así pues, en 1753, primer almanaque con «pasmarota», la estructura se mimetiza con el modelo torresiano estándar: introducción, juicio de estaciones con poemas, secciones breves y un diario de cuartos de Luna idéntico en casi todo a cualquiera de Torres, en la forma de presentación y en el abanico de contenidos. Pero siguen faltando en estaciones y lunaciones los vaticinios políticos en sentido estricto, solo borrosas apariencias de tales.

22  Véase también el comienzo de la introducción para 1756, donde se queja de lo estéril de su fantasía. Es curioso que siempre tome como modelo de pronóstico «serio» los formatos italianos contra los que Torres Villarroel construyó el suyo.

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Su primera introducción es un ejercicio de acomodo al estilo de su mentor y un alegato de su mudanza. Se ambienta «una de las tardes del caluroso estío del año pasado de 1751» (p. 1), intercalando un ciclo temporal completo entre la revelación de los juicios y su periodo de aplicación, lo cual desdice la inmediatez que rige las narraciones introductorias. En efecto, cuando los personajes le proponen escribir el pronóstico «para el año que viene», Ortiz repone: «ya tengo fabricado el pronóstico, y aun le tengo remitido al Consejo; pero ya que ustedes me hacen la merced de ayudarme, haremos el del año de 1753, que obra hecha dinero aguarda» (p. 8). Dicho de otro modo, prioriza la pulsión autobiográfica sobre la inmediatez, pues el episodio narrado acontece cuando sale de Ávila «después de haber recibido en aquella, aunque pequeña, doctísima universidad el grado de bachiller en Artes (que es el único pasaporte que necesito para mantenerme con la lonja de almanaquero puro y para que corran libres y sin costas mis mentiras y adivinanzas astrológicas)» (pp. 1-2). En estos momentos primerizos, su diálogo con los lectores y su identidad autorial se articula sobre los avatares alternativos que se le abren como joven estudiante, las dudas sobre cuál será el mejor oficio y el más lucrativo. El giro de 1753 lo justifica por la necesidad de ganar dinero con que doctorarse, de ahí que se represente ante el lector un año antes, recién graduado, buscando la senda de almanaquero de coplas y burlas, la del dinero rápido que necesita. Solo una elección vergonzante requiere tanto discurso. En el camino hacia Salamanca se topa con «un estudiantón magro, cecial y enjuto como trozo de cecina» (p. 2), a lomos de la consabida mula medio muerta, que amontona podredumbres y lacerias. Se suman otras figuras estrambóticas, descritas con las características enumeraciones torresianas, aunque más contenidas. Ortiz se presenta como sobrino de Diego de Torres —¿su verdadera identidad?— y les cuenta sus intenciones. El estudiantón, don Tiburcio, lugareño asturiano aficionado a la astronomía, iba a Salamanca a aprender de Torres. Ortiz, vicario perpetuo, propone enseñarle él. En el mesón de Santo Tomé de Zabarcos, donde se alojan, se congrega a la fresca una tertulia de amantes de la medicina, los cálculos y la agricultura. Don Tiburcio se ofrece a surtirle de coplas «si quiere hacer el almanak a la usanza de los de su tío» (p. 8), moción que los demás secundan: después de haber hecho, por el libro que el barbero llevaba, los cómputos y cálculos, a los que él y don Tiburcio estuvieron muy atentos, repartí entre

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los cuatro los sucesos de las cuatro estaciones; y mientras los pusieron en la solfa de las coplas, puse en blanco las estaciones como se sigue (p. 10).

He aquí, pues, sin más palabrería, su conversión en verdadero piscator, y piscator coplero. Reaparecen ahora los juicios por estaciones iguales a los de Torres, con aspectos planetarios y predicciones de cosechas, medicina y clima, y rematados con sonetos. No hay en rigor juicios políticos, sino su amago: se regresa al marco narrativo para decir que tal personaje compuso los sucesos mundanos en forma de poema, pero no se aventura expresamente un acontecimiento. Lo mismo hace en las lunaciones, donde una concisa referencia astronómica se acompaña con escuetas notas de clima y enfermedades y una coplilla enigmática introducida por frases asépticas. Esa será la línea roja perpetua de la mayor parte de sus pronósticos, nunca practicar una astrología judiciaria activa, aunque alguna copla incida en las habituales admoniciones morales contra poderosos y cortesanos: Cuatro arbitristas legos remediar quieren al mundo de los malos de que adolece: y es porque piensan que saben más que aquellos que le gobiernan (p. 26).

Su experimento ha fracasado y se reconduce a la imitación de Torres, y por tanto a compartir su nicho de mercado. El año siguiente (El estudiante legista y calesero poeta) completa esa reconfiguración. La dedicatoria al militar Blas de Lezo no menciona a su tío y expresa un criterio personal de «la elección que mi ventura ha hecho de V. S. para patrono», donde parece ser él quien honra al dedicatario, y no a la inversa. Pero sobre todo ha conseguido el objetivo que se propuso en la entrega anterior, como manifiesta en el prólogo: Ya, pues, digo, con la feliz venta de mi pronóstico y la piadosa ayuda de mis parientes me he hecho doctor de esta universidad. Ya estoy en el fin de mi corta carrera y, aunque no es puesto muy alto, estoy en él contentísimo, porque de él nunca podré dar grande caída.

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He aburrido las leyes, porque en estas no encontraba otra cosa que muchísimas dificultades y poquísimas convincentes soluciones. Bien pudiera yo, sin mucho trabajo […] hacerme un decente letrado y pretender un corregimiento o una alcaldía, pero no quiero, porque sé muy bien los remordimientos de conciencia, las zozobras de ánimo y los corporales vaivenes que sufren los que se toman a pechos semejantes cargos.

Tampoco quiere rentas eclesiásticas, para no hacerse sacerdote por codicia, aunque no descarta profesar algún día por vocación. Pero vive «a expensas de mi tío», y con eso y «con mi cátedra, mi borla y kalendarios», aspira a un mediano pasar. Que otros busquen gobiernos y prebendas, él se compromete a seguir haciendo almanaques iguales, pues «el año pasado vendí todos mis pronósticos, y más hubiera vendido si más hubiera impreso». La introducción lo muestra en una destartalada calesa el mes de mayo previo (el de 1753), que para en un mesón del «lugar de Ventosa» (p. 2),23 donde dispuso su comida. Le aborda un joven que había estado entre los congregados la vez anterior en Santo Tomé de Zabarcos y le reprocha que sus predicciones de cosechas y temporales salieran mentirosas, como las de todos los almanaques. Se defiende Ortiz con que sus vaticinios fueron ciertos, pero las nubes anunciadas no llegaron a descargar lluvia, y de ahí vino la sequía y la mala cosecha, y fue, según los predicadores, porque los pecados de los hombres enojaron a Dios: […] con que, siendo la culpa general, no hay que echarnos las cabras a solos los astrólogos, pues nosotros tan solo por las causas mere naturales podemos prudentemente pronosticar alguna cosa, sin meternos con las disposiciones sobrenaturales y divinas; y por esto ponemos el Dios sobre todo, pues aunque nuestros juicios vayan bien fundados en los aforismos astrológicos, físicos y médicos, como estos no son artículos de la fe, son defectibles (p. 5).

El joven confía en que aplicó su saber lo mejor posible y lo que quiere es repetir el «guapísimo rato» (p. 5) de Santo Tomé y se compromete 23 

Ventosa del Río Almar, en las cercanías de Alba de Tormes, en los estados de la casa de Alba. Según los libros de caminos de mediados del xviii era la segunda parada en la ruta de Salamanca a Madrid; la siguiente era Peñaranda de Bracamonte, adonde luego se dirigirá la calesa.

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a traer gentes copleras, empezando por el calesero que le estuvo canturreando por el camino. Al ponerse con el calendario llega otro estudiante, que iba a Madrid a hacerse abogado, quien prorrumpe en este alegato: Solo por enredos, mentiras y patrañas hechos y dichas en mesón pueden pasar estos despropósitos y majaderías; y es la mayor infamia que en el mundo se tolera el que dejen vender a ustedes tan en público tan conocidos embustes y fingimientos, y que no haya jaulas para encerrar como a pegas [= urracas] (que hablan solo lo que se les viene al pico) a los astrólogos (p. 8).

A esto redarguye Ortiz con un encendido denuesto de los abogados, quemando así sus naves. Un astrólogo dice mentiras que «la más grave de ellas se quita con agua sin bendecir», mientras que «el mal jurisconsulto quita vidas, destruye honras, desbarata haciendas, hace titubear las conciencias más ajustadas» (p. 9). El legista se disculpa y quiere ayudar al trabajo: «por este pronóstico, que es de un amigo y le llevo para solicitar la licencia del Consejo, se pueden poner los cálculos de las estaciones» (p. 9). Aquí Ortiz parodia el habitual estilo engolado de Sarrabales y similares, pues lee el juicio de la primavera: Entra esta estación florida, teniendo feliz principio el astrológico año cuando el Titán luciente, príncipe de los astros y universal padre de los vivientes, girando la luminosa espiral senda de su lucido esférico globo, llega veloz a exaltarse en el equinocial punto del diurno domicilio del sanguinolento Pirois. —No lea usted más, por amor de Dios —acudí—, que estos términos horrísonos y altisonantes, aunque de muchos usados, solo sirven de emborrar papel, suspender a los necios, engañar a los tontos y dar que reír a los discretos; y en mi pronóstico, aunque vayan otros defectos, no han de ir estos disparates, y así guarde su cartapacio y escuche toda esa confusa algarabía puesta en la breve claridad de estas palabras. »Entra la primavera el día 20 de marzo a las 4, 2 m. y 57 seg. de la tarde, pues a este tiempo llega el sol al primer punto de Aries, donde nos hace el día igual con la noche […] (p. 10).

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La cita oculta una malévola burla contra un rival, Andrés Alfonso de Sotos Ochando.24 Hay que recordar que la revolución estilística hacia la sencillez de lenguaje y la precisión astronómica la había emprendido Torres Villarroel al perfilar su modelo en la década de los 20, y en 1753 muy pocos pronósticos conservaban la pretenciosidad cultista de los reportorios sofisticados del xvii y principios del xviii. Ortiz está ratificando su adscripción a esos principios torresianos —y usándolos como arma contra un adversario anacrónico—, más que defendiendo un cambio, tiempo atrás asumido. Tras fijar definitivamente su rumbo almanaquero y profesional, el pronóstico transcurre igual que el anterior, con esta esperanza: Concluido se mira ya el kalandario, ahora falta que tenga feliz despacho: y que en su abono sea siempre y por siempre Dios sobre todo (p. 48).

Polémica con Sotos Ochando En 1755 el almanaque se llama Sueños con visos de verdad. La dedicatoria al marqués de Coria recuerda que su tío fue martirizado por émulos y maldicientes, envidiosos de que un joven triunfase en las letras, hasta que buscó la protección de los Alba. Con idéntico deseo reclama él tal amparo. No es inocente, porque en este folleto Ortiz se inicia en las guerrillas literarias. En el prólogo advierte que «este pronóstico […] es como los dos de los años antecedentes, porque no soy amigo de novedades mientras me va bien con las vejeces». Insiste luego en la

24 

«El príncipe de los astros, deseoso de ilustrar el primer punto de su natalicio, corre veloz a exaltarse en el domicilio diurno de Pirois, girando por la dilatadísima espira de su esfera, para dar principio al año astrológico, lo que conseguirá indubitablemente el día 20 de marzo a las 10 y 14 minutos del día […]» (A. A. Sotos Ochando, Palestra defensoria… para el año de 1753…, juicio de la primavera, pp. 31-32). Véase también la introducción de Ortiz a Los ciegos para 1760, que comienza con otra parodia similar durante quince renglones, que luego traduce así: «ya… vaya más claro, se había pasado el día 21 de junio y serían las nueve de la noche» (p. 1).

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veracidad de sus cómputos y lo divertido y mentiroso de lo demás: ese año tocaba cargar la mano sobre lo falso de la astrología, en parte porque confronta con un acérrimo defensor de esta. Concluye advirtiendo que «en la introducción me mosqueo un poco por si puedo espantar a uno que ha dado en zumbarme a las orejas; discurro lo lograré y, si no, ya empuñé el látigo y no lo soltaré hasta que lo consiga». En efecto, la introducción ridiculiza a un adversario innominado, pero de cuyo pronóstico para 1754 transcribe una cita y varios crasos errores de cálculo en eclipses y tres lunaciones. Eso permite identificar al blanco, el difuso almanaquero Andrés Alfonso de Sotos Ochando, un clérigo natural de la pequeña población de Casas-Ibáñez (actual provincia de Albacete) que firmaba El gran discípulo de Urania y nuevo astrólogo de España y dio a luz cuatro pronósticos (uno médico) para 1753-1755. Ya se ha comentado que el anterior almanaque de Ortiz parodiaba su escritura pedante. Sotos mostró una actitud agresiva hacia los detractores que aseguraba tener desde antes incluso de su primer pronóstico y zahería con dureza a los pronosticadores en general, pero especialmente, como señala en su primera entrega, a los que usan «de la jocosidad […]: reconociendo no conformarse con estas ideas mi natural, no pretendo como otros seguir el rumbo de quien es inimitable»,25 paladina alusión a Torres e indirectamente a Ortiz. Lo mismo dice del uso de versos equívocos, que desdeña por impropios de la alta facultad astrológica. Defendía con ardor la astrología como ciencia eficaz, forzando incluso los límites marcados por la teología para la judiciaria. Alaba en ese almanaque para 1753 a Gonzalo Antonio Serrano, a quien parece tener de modelo, por haber predicho la muerte de Felipe V en su obra para 1746 bajo la fórmula «militar famoso con accidente fatal»,26 además de enumerar otros aciertos del cordobés que «hallará quien coteje las historias de Europa en las guerras pasadas con los pronósticos que dio a luz el año de 1723 hasta el de 1741» (p. 24). En todos sus escritos hace campaña contra los contrarios a su ciencia y sus malos practicantes, que se burlan de la disciplina «que les

25 

A. Sotos, Palestra, ed. cit., prólogo. Se trata de los almanaques abreviados que Serrano escribía para el privilegio exclusivo de que gozaba entonces el impresor Antonio Sanz; he consultado una reimpresión de Sevilla y en efecto figura esa frase. 26 

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alimenta»,27 situándose así entre los astrólogos puros refractarios a las reformas torresianas. Su principal afán fue, en un plano más concreto, promover la aplicación médica de la astrología.28 Ortiz se dio por aludido de los dicterios de Sotos sobre que «los más que ahora en España se titulan profesores de esta noble facultad, totalmente ignoran sus reglas y rudimentos fisi-matemáticos […], como puede ver cualquiera algo inteligente en sus diarios»,29 y le pagó con la misma moneda notándole sus cálculos errados. Pero sin duda 27  Reloj de la muerte y temblores de la tierra. Pronóstico general de los políticos y elementares sucesos de la Europa. Diario de cuartos de luna para este año de 1754…, Salamanca, Antonio José Villargordo y Alcaraz, [1753], prólogo. 28  En AHN, Cons., 50649, exp. sin numerar, está la licencia de su Efeméride médica para 1754, pronóstico paralelo solo de tal materia. Se remitió a censura de García de Montoya y Sandoval, cura propio de San Nicolás en Madrid, quien muestra malestar con el exceso en esta defensa: «aunque su asunto es a mi estudio no poco extraño, debo decir que no le faltan patronos de autoridad que le defiendan y apoyen, por cuya probable utilidad puede darse al público; pero atendiendo a que el sistema que afianza no excede los límites de una probabilidad, poco seguida en la práctica, y que solo prueba alguna conveniencia o necesidad secundum quid de saber la astronomía para practicar con acierto la medicina, como el autor supone en todo el apóstrofe, debo suponer que cuando dice en la segunda hoja, plana segunda, que son homicidios voluntarios y están en pecado mortal los médicos que practican la medicina sin saber astronomía, no quiere decir lo que aparece, porque fuera contradecirse; si bien por lo mal que suena la proposición deberá omitirse en el impreso desde la palabra causando hasta pretenden curar, ambas inclusive, o al menos modificarla, quitando lo voluntario a lo homicida y diciendo que están expuestos a no acertar en lugar del están en pecado mortal. Salvado este reparo, en lo demás del papel no hallo cosa que se oponga a nuestra santa fe, sana doctrina y regalías de S. M.» (9-XI-1753). En consecuencia, se concedió la licencia «con tal que se arregle en todo a la aprobación, a cuyo fin se extienda en la certificación que se le ha de dar para la expresada impresión, y de otro modo no se imprima» (17-XI-1753). Sotos debió de llevar mal el dictamen, pues el impreso (dedicado nada menos que al marqués de la Ensenada) incluye dos largos «pareceres», pero no la censura del Consejo; eso sí, tuvo que modificar, aunque de forma mínima, la frase que impugnó Montoya, que en el prólogo se lee: «son homicidas públicos y están expuestos a errar todos aquellos que practican la medicina sin saber astrología. No se extrañe lo áspero de estas proposiciones, que la segunda es consecuencia legítima de la primera, y esta es de Galeno […] y lo conoce la razón, pues si omiten lo que sus autores mandan como preciso y muy útil, se ponen en peligro próximo de quitar la vida a quienes pretenden curar» (A. Sotos, Efeméride médico-matemática, diario medicinal y pronóstico para todos climas del suceso, origen, causa, cualidad, síntomas y curación de todas las enfermedades agudas que acometan al cuerpo humano en cualquiera de los días del año de 1754…, Salamanca, Antonio José Villargordo y Alcaraz, 1753, pp. 3-4). 29  Reloj de la muerte…, ed. cit., prólogo.

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no era solo una discrepancia conceptual. El hecho de que Sotos, aún joven estudiante en Salamanca (bachiller en Artes en ella), declare en la dedicatoria de su entrega para 1754 haber sido calumniado por la anterior y que han desacreditado su conocimiento del oficio;30 que dedique ese segundo reportorio al rector del Colegio Mayor de Fonseca; que hable con elogio como pronostiquero de Pedro Sanz, que se decía discípulo de Torres, pero había opositado a su cátedra vacante, la que ganó Ortiz; que imprima sus tres obras para 1753 y 1754 en la imprenta de Antonio de Villargordo, una de las más habituales de Torres Villarroel y con quien él y su sobrino publicarían tres pronósticos —1756 a 1758—, mientras que en 1755 recurrió a una de Madrid;31 todos estos indicios apuntan a que la rivalidad tenía un fondo y recorrido previo que ignoramos en el mundillo universitario salmantino. Este contexto explica que la introducción de 1755 siga un esquema narrativo diferente a las anteriores, pero habitual en el género: el personaje deja de trabajar una calurosa noche de junio y se mete en la cama, donde le acomete un sueño. En él recibe la visita de un alumno suyo y con las «las tres rr de raído, roto y remendado» y las «tres pp de puerco, pobre y petardista» (p. 2). Como salen tantos almanaques en Salamanca, él quiere ganar unos cuartos haciendo el suyo. Se lo trae listo con cálculos y seguidillas para pedirle su venia y le anuncia que en el prólogo va a «sacudir una sotana» a los astrólogos ignorantes, y en particular a uno por cuya descripción se adivina a Sotos. Ortiz le desaconseja que satirice a nadie, y menos a alguien tan ignorante que se equivoca en los cálculos continuamente, como señala con copia de ejemplos; y en lo que no es matemático, rebaja las certezas de la astrología. Convencido su discípulo, le cede sus coplas; despertándose, se acordó «de lo que el sueño me había fingido, puse en limpio los cómputos y pronóstico de las estaciones» (p. 9). La mínima ficción, pues, se ha ceñido a la polémica y solo por rutina incluye el advenimiento de los sucesos políticos. El resto sigue la disposición adoptada desde 1753. Alguna seguidilla quizá vaya con segundas:

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Reloj de la muerte…, ed. cit., dedicatoria. En 1754 Sotos acusa a sus envidiosos de intentar «frustrar mis trabajos literarios, defraudar el fruto de mis escritos, cortarme e impedirme los medios para la prensa y procurar mis desprecios con todos los de su malicia» (dedicatoria, la cursiva es mía): ¿quizá el clan Villarroel hizo que Villargordo no le siguiera publicando? 31 

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Uno muy descuidado tacha defectos, de otro, sin ver que él tiene muchos más yerros: cosa es notoria que en este mundo nadie ve su corcova (p. 44).

Los arrieros bejaranos para 1756 abunda en lamentarse contra la doble estirpe de «zoilos murmuradores y satíricos» (p. 2), minorando de nuevo el tono narrativo de la sección introductoria. Entre ambos, prefiere los segundos, pues: dan a quien censuran dinero, porque tantos artículos como forman sobre el papel que critican son otros tantos pregoneros que expanden la noticia de haber en el mundo tal impreso y todos le compran para saber sobre qué recaen los discursos, reflexiones y dicterios (p. 2).

La narración en sí, apenas cuatro carillas, lo presenta de camino entre Salamanca y Babilafuente una mañana del pasado junio, donde tropieza con media docena de arrieros. Uno lo reconoce por persona que vende trigo en Babilafuente, cosa que Ortiz admite, y ofrece su mercancía, aunque no se la cogieron sin antes regatear. La escena, que nos presenta la exótica figura del piscator como tratante en granos, tiene más corte costumbrista que satírico. Ajustado el trato, Ortiz declara tener su próximo calendario falto de ropajes y adornos, a lo que los arrieros se ofrecieron a dárselos con tal que corriese el vino. Y así lo hicieron en una calle de la localidad, tras haberles despachado 150 fanegas de trigo en la panera, bien medidas por el medidor. El resto no ofrece novedad reseñable, en la línea rutinaria que adopta el Pequeño Piscator una vez fijado su modelo. Su caída del burro: una idea ₍astrolÓgica₎ de la ciencia Torres Villarroel siempre subrayó su competencia científica y erudita, pero esta quedó en un segundo plano ante su arrolladora voz literaria y una imagen pública alejada de la seriedad. Ambas sustancias ostentan proporción inversa en Ortiz: perfil personal bajo, escasas aficiones

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literarias y una vocación —incumplida en gran parte— de que prepondere su figura de científico docto. Pero apenas prodigó obras que avalasen esa vocación y la primera vez que probó a hacer una, recurre a los modos de discurso de su tío y muestra la completa inmersión en una astrología de la que al principio había buscado distanciarse. En 1756 dio a luz unas Lecciones entretenidas y curiosas, físicoastrológico-meteorológicas acerca de los terremotos, con motivo del que se sintió el 1-XI-1755 —el famoso de Lisboa—, que justificó una avalancha de impresos. En el brevísimo prólogo del pronóstico para 1756, que debió de escribirse poco después de obtener la tasa, el 10-XI-1755, anunciaba: «Si el Real Consejo me diere licencia, te daré brevemente un discurso sobre el temblor de tierra sucedido; en él me explicaré alguna cosa y procuraré entretenerte». En el prólogo del folleto explicará luego que hubo retraso: «Cuando esperaba la licencia del Real Consejo para imprimir y vender este reducido tratado me avisó el agente haberse extraviado el original en el correo y, no habiendo parecido, me hallé precisado a volverle a sacar de los borrones; por eso sale tan tarde». La tardanza no era tan grave, hay que medirla en semanas, pues apareció a principios de febrero de 1756, pero ambos comentarios son prueba fehaciente de cómo estos papeles buscaban inmediatez periodística. Era el típico opúsculo de divulgación científica al que rara vez se resistieron los almanaqueros de corte más facultativo. Se lo dedica a su tío. Extrapolando el formato torresiano, hay una «Introducción y motivo de esta obra», donde dos estudiantes desvergonzados y legañosos se plantan en su casa con un «discurso aristotélico» que explica «las causas, generaciones, señales y circunstancias del terremoto […] de este año» (p. 1), del que no han comprendido palabra y que quieren que Ortiz les explique en modo inteligible. Él niega ser el autor de ese discurso y rechaza la petición, a lo que repusieron: —Señor mío, usted es esclavo del público y aquí le tiene a usted el Rey para que instruya a cuantos llegan aquí en las extravagancias de la filosofía, especialmente las que nos niegan y apartan, o no saben explicar, en los cursos de Artes, los que llaman lectores o maestros de filosofía; y así no hay remedio: vaya usted difiniendo, dividiendo y argumentando sobre la materia de terremotos (p. 2).

Se reproduce, pues, el gesto torresiano de enfrentarse con la ciencia universitaria caduca y autosuficiente, mediante un lenguaje más

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sencillo y, como dice el título de la obra, entretenido. Esta propuesta se coordina con la censura eclesial que firma otra vez Torres Villarroel, quien alaba en su sobrino lo que había sido su constante mira desde décadas atrás, la huida del lenguaje técnico tradicional: pudiera ser reprehensible en un doctor de universidad explicarse sin el artificio u obscuro método de las escuelas; pero escribiendo para adoctrinar al público, antes es loable que se sujete a instruirle en su idioma, que es el de la claridad y la sinceridad compendiosa.32

Los días siguientes los estudiantes regresan por su explicación, dividida en cinco lecciones (descripción del interior de la tierra, origen de los terremotos, causas del de 1755, superior causa del mismo y efectos y señales de los temblores), sostenidas sobre una leve trama dialogada. La teoría expuesta, por autoridades más que por observación, se basa en que hay cavidades y canales en la corteza terrestre conteniendo aire, agua o fuego, con una perpetua circulación de fluidos. La reacción ocasional de estos provoca explosiones enormes que mueven la tierra. Acopia testimonios de los efectos del temblor en Lisboa, Coria, Madrid y las posesiones del duque de Alba (Babilafuente, Huerta, Alba de Tormes, Vilvestre…), con pulsión de actualidad muy de los Villarroel. Tampoco desdeña el gesto providencialista, aunque lo orilla diciendo que «no me meto a disputar si fue o no aviso y amago que la Divina Omnipotencia, ofendida de nuestras ingratitudes y maldades, quiso enviarnos antes de descargar el poderoso brazo de su justicia» (p. 11); pudo ser así, de modo que implora a todos que reformen sus costumbres pues, en cualquier caso, hemos de morir, pero él se ciñe a causas que pendan solo de la naturaleza. Gran parte de las Lecciones extraen tales explicaciones de la astrología natural. Enumera los fenómenos climáticos entre 1752 y 1754: un exceso de lluvias y nieves invernales, seguido de extrema sequedad y malas cosechas. Estas repetidas alternancias de lluvias y sequías constriñeron la tierra, impidiendo la salida de los vapores y humos concentrados en sus cavidades; las lluvias de octubre de 1755 habrían desencadenado el movimiento fatal que conmovió el suelo. A continuación, en la lección IV se deriva este proceso meteorológico a una causalidad astrológica, pues estaría originado en última y superior instancia por 32 

Lecciones entretenidas, 1756, h. [2v].

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la configuración celeste del eclipse de Sol en octubre de 1753, cuyos efectos aún podrían prolongarse (al haber durado dos horas y media, sus consecuencias han de perdurar dos años y medio). Las dos últimas páginas muestran gráficamente las configuraciones celestes del eclipse y del temblor (figs. 6 y 7).

Figs. 6 y 7. Páginas 29 y 30 de Lecciones entretenidas (1756).

Ortiz extiende una briosa defensa de los influjos astrales sobre los fenómenos físicos y atmosféricos, sin tocar el albedrío humano. A fin de cuentas, es la razón de ser del folleto y en ello radica la autoridad que el catedrático quiere hacer valer. Era el último reducto que subsistía, a la defensiva, en el ejercicio legítimo de aquella vieja ciencia; la astrología natural plenamente asumida es el límite de su modernidad científica, que en esos años no quiere traspasar, pues para bien o para mal solo le era posible seguir siendo astrólogo: El principal señor del eclipse era Marte, por hacerse en su propria casa, con participación de Saturno, que opuesto a él estaba en el signo de Capricornio, que es signo térreo y seco, y su casa nocturna. Mercurio, por hallarse en el lugar del eclipse, siendo señor del culminante, también se hallaba con algún poderío. Si hemos de dar crédito a los aforismos astrológicos, es cierto colegirse de esta celestial positura la sequedad, irregulares fríos, carestía, penuria y mortandad pasada; y finalmente el terremoto sucedido.

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Pudiera decir a usted en confirmación de ello muchas autoridades, aforismos y reglas de los príncipes de la astrología […] (p. 21).

Incluso aprovecha el seísmo para aumentar su fe en la astrología. Cuando le reprochan que no hubiera pronosticado el suceso, se confiesa: aunque imprimo mis almanakes, las sátiras y chistes fríos que se dicen contra los astrólogos, me quitaban el dar crédito a sus reglas; pero ahora conozco con cuánta razón […] dice Andrés Argolio: sed universum cœlum est sicut liber omnia futura in se scripta continens, quæ tamen Deus Omnipotens potest delere, augere, et minuere prout libuerit suæ omnipotentiæ. Y desde hoy en adelante yo les prometo a ustedes hacer más aprecio de esta noble e insigne facultad, no menos cierta y evidente que las demás que se tienen por infalibles (p. 22).

Este opúsculo, que contrasta con las explicaciones puramente físico-químicas del terremoto de otros almanaqueros (Martínez Molés), constituye la pieza de mayor contenido y fe astrológica producida hasta entonces por Isidoro Ortiz y que se remacha en el pronóstico siguiente. La Puerta del Sol, para 1757, le lleva por vez primera a una ambientación madrileña. Está dedicada al conde de Villagonzalo, juez conservador y protector de la Universidad de Salamanca, a quien ofrece «los borrones de esta anual tarea» y que disponga libremente de todos los ejemplares. Con ironía maliciosa, continúa diciendo que «entretanto mis compañeros y condoctores, igualmente obligados, esforzarán su numen y elevarán su ciencia para aplaudir y cortejar a V. S. con gritos más elocuentes y con obras más útiles, oportunas y elegantes». Como en años precedentes, el prólogo es cortísimo, esta vez con el achaque de que «el papel anda escaso y por ahora no tengo más que decirte». La introducción es particularmente larga porque contiene una extensa apología de la disciplina astrológica. Pasea el provinciano por los mentideros públicos: Suspenso, embobado y divertido, como era la primera vez que me hallaba entre los corrillos de los petimetres, los novelistas, los ingenios y los tunos que a pasar el tiempo se junta en los esquinazos que de las calles de las Carretas, la Paz y el Correo de esta corte de Madrid salen a la Puerta del Sol, andaba yo (por cierto que fue el día 20 del pasado julio) oyendo a unos muy preciados de áulicos y militares párrafos enteros de las gacetas,

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que juzgo ser los únicos libros en que estudian, mintiendo a borbotones, choques, hazañas y combates hechos en el Mediterráneo entre los ingleses y franceses, en el ataque y toma del fuerte de San Felipe;33 a otros, presumidos de políticos y discretos, hacer leyes, expedir decretos y disponer pragmáticas con que su loca presunción daba por asentada la enmienda del mundo, y gruñir y morder de cuantas obras, palabras y acciones habían llegado a sus oídos; y a otros, empleados solo en cortejar y parecer bien, hablar de bailes, paseos, comedias y damas (pp. 1-2).

Plantea un juego de intertextualidad con Torres Villarroel, ya que el relato pinta a un personaje que asegura: «yo soy uno de los muchos apasionados que el señor don Diego y usted tienen, y aun me hallé en el encuentro sobre que formó la introducción del pronóstico de este año [el de 1756]» (p. 4). En efecto, Torres había dado otro paso en su campaña contra los escritores pedantes e inflados, presentando un retrato terrible de estos en Los malos ingenios para 1756. Ortiz secunda tal campaña encadenando con aquel texto el suyo. Establecido el diálogo con los ingenios ociosos de la Puerta del Sol, uno afirma que son aficionados a las matemáticas desde que «el señor Neuton nos salió con la novedad de no ser la tierra redonda, sino es elíptica, se han hecho de su bando las damas y en sus estrados no se habla de otra cosa que de sistemas» (p. 5); otro es un pomposo aprendiz de jurisconsulto. Ortiz defiende ante ellos con ardor a la astrología de las pullas que se le lanzan y proclama su conversión a una práctica más convencida: aunque ha siete años que doy puntualmente averiguadas las estaciones, los eclipses y las lunas, lo tocante a la pronosticación lo he puesto arreglándome solamente a las reglas físico-astrológicas más generales, conocidas y comunes, a los 31 aforismos de Hipócrates en la sección III y a la corta noticia que tengo del mundo y de sus habitadores, sin meterme en otras curiosidades y delicadeces que piden más cuidado, más estudio y más capacidad que la mía; aun procediendo así he observado alguna correspondencia con mis conjeturas y últimamente he caído del burro de tan mal fundado concepto con los sobresaltos, los miedos y los sustos que causaron en mi ánimo el terremoto de primero de noviembre del año pasado de 1755 y sus sucesivas repeticiones, pues conocí ser efectos de aquel

33  Se refiere al asalto y toma por los franceses el 29-VI-1756 del fuerte San Felipe de Menorca, por entonces dominio británico, tras una batalla naval durante la Guerra de los Siete Años.

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horrendo eclipse de sol del año de 53, como procuro probarlo en mi papel de Lecciones […] (pp. 8-9).

Afirma categóricamente que el terremoto se pudo pronosticar y que los astros, «ya sea por sí, ya por accidente, iluminan, calientan, adelgazan, humedecen, enfrían, desecan, endurecen y causan otras varias impresiones según las diversas materias en que recaen sus influjos y las distintas modificaciones con que vienen sus luces» (pp. 9-10). Sus pronósticos se fundan en principios ciertos de matemáticas, filosofía y medicina, y aunque no se garantice su cumplimiento, no se pueden tener por «tan falaces que no se tema o recele se puedan seguir sus efectos» (p. 10). Enfadado, cuando da la una en el reloj del Buen Suceso, corre a la calle de Embajadores, donde ha quedado a comer con sus primos, quienes le dicen «para vengarte de esos petates que han tirado a aburrirte, sácalos de moñigotes en el pronóstico del año que viene, que nuestro tío de semejantes encuentros ha hecho sus graciosísimas introducciones» (p. 12). Y así lo hace, aunque por excepción los sonetos de las estaciones y las seguidillas de los cuartos no vienen esta vez de los personajes, sino del piscator. Cada vez más astrólogo y menos escritor jocoso, sigue dosificando de forma variable ambas esencias. Esto marca su punto de máximo entusiasmo astrológico, pero el conflicto con la universidad de 1758 y otra serie de presiones ambientales pronto abatirán ese entusiasmo, quizá solo oportunista. Interludio poético La obra de Ortiz Gallardo que no atañe a su oficio de astrólogo y sus guerras de catedrático es escasísima. Sus pronósticos incluyen versos, pero en una estructura muy específica. A finales de 1758, sin embargo, aunque por los paratextos llevaba escrita al menos un año,34 da a luz un volumen poético en la tradición de las academias tan comunes durante el Alto y el Bajo Barroco, de las que su tío había ofrecido ejemplos 34  Es un periodo muy conflictivo de Torres y Ortiz con varias instituciones, lo que acaso afectase a la publicación, como se puede colegir de la dedicatoria a los lectores: «Un año hace que está detenido en la prensa por varias casualidades que ni ustedes necesitan saber, ni yo quiero decir, porque no son del caso, ni me hacen al asunto de que ustedes reconozcan que soy un apasionado suyo» (h. [3r]). El folleto incluye las licencias, pero no las aprobaciones.

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tiempo atrás. Las Noches alegres y divertidas en academias líricas, morales y humanas, serias y jocosas, con diversidad de metros castellanos constituye una rareza en su producción, y en general en la poesía del día, donde tales ejercicios de estilo eran ya infrecuentes. Se dedica jocosamente a toda clase de lectores, en especial a los sencillos y de sana intención, que cogen los libros para disfrutar y no para criticar a los autores. Esos se merecen «salir de la tierra de los prólogos y verse ensalzados en el trono de las dedicatorias».35 En la inexcusable introducción narrativa Ortiz visita a unos jóvenes amigos chistosos y discretos, que andan compungidos porque acaban de salir de unas misiones (esto es, campañas intensivas de predicación) y ahora se han prohibido los bailes, así que deciden buscar un recreo lícito para pasar las noches. Forman una academia poética que en sucesivas sesiones presentan sus constituciones en verso y los poemas leídos en los temas propuestos: se deberán dar asuntos de todas castas, ya morales, ya humanos, ya serios y ya jocosos, para que de esta suerte nos hagamos a discurrir de todas materias; y porque de la moral será de la que más fruto saquemos, por ser la más digna, razón es que por ella empecemos; y así ayer vimos esqueleto en un ataúd a una belleza que en sanidad compitió con la más lozana y robusta, y sobre esto se puede glosar el pie La guadaña de la muerte (p. 9).

A continuación, los asistentes improvisan décimas con ese último verso. Entre secuencias narrativas y tiradas de poemas transcurren cuatro sesiones, llenas de variados asuntos y metros. Es posible que algunas piezas fueran anteriores y se integraran luego bajo esa estructura, pues hay un romance panegírico a la muerte del poeta fray Juan de la Concepción, que falleció en 1753. El poemario, aparte de lo puramente convencional de la Academia, desarrolla diferentes registros morales, satíricos, líricos y de circunstancias, más bien desmayados y sin rasgos de originalidad. Igual que las coplas de los pronósticos, los asuntos y tópicos morales son los más frecuentes. Concluye prometiendo continuación «si tuviere buena venta y me hallare de buen humor», y «si no, en mi escritorio quedarán archivadas las demás poesías, que, aunque sé no pueden correr parejas con las de mi tío, 35  Esta frase se contiene en una pieza única que titula «Dedicatoria con vislumbres de prólogo en una pieza, a todo género de lectores, especialmente los sencillos […]».

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Quevedo, Gerardo36 y otros justamente celebrados, voy en el seguro de que mucho peores las hay modernamente impresas» (p. 64). Así sería, pero nada más salió del escritorio. Una rutina cada vez menos cÓmoda En lo biográfico cabe destacar que en 1757 Torres incluye a Ortiz en su tercer testamento (el anterior era de 1748), como uno de los albaceas y el exclusivamente encargado de la corrección editorial de sus futuros pronósticos; con palabras de gran afecto, se le otorgan algunas mandas más sentimentales que lucrativas, pues no entra en la herencia. La gestión de futuras licencias y cuentas con los libreros se asigna a otro sobrino, José de Villalón y Villarroel a cambio de que detraiga 200 reales de los beneficios (en López Serrano, 1994: 59 y ss.). En los años posteriores el papel de Ortiz hubo de irse incrementando conforme Torres envejecía; en el testamento de octubre de 1766 se le encomiendan las impresiones futuras de su tío en lugar de Villalón, y en cuanto a los pronósticos, por la parte que entonces le tocaba en su elaboración, es incluido a partes iguales con las herederas al repartir sus beneficios. Esa porción se habría de aumentar, de forma consensuada, en lo relativo a las obras que ambos habían firmado en común. Sigue sin ser heredero, pero se reconocen los frutos de su propio trabajo. Si Torres muriera antes que su hermana, esta deberá dejar a Ortiz a cargo de todos los trabajos de impresión, «como inteligente, pero siempre con la obligación de dar la cuenta de los gastos y producto a su tía doña Manuela» (en López Serrano, 1994: 102). Queda claro el papel capital que ya entonces ocupa en el legado literario torresiano presente y futuro, si bien manteniendo su hacienda separada de la de su tío. Volviendo a la obra propia de Ortiz, entre 1758 y 1767 repite el esquema de pronóstico ya explicado, con variantes menores, pero ninguna mudanza de peso. En su repaso, pues, me detendré solo en las singularidades de cada caso. Los cofrades de la tuna y maestros de la bribia para 1758 enmarca una escena universitaria en el fogoso julio salmantino: acude Ortiz a las Escuelas Mayores a suplir una de sus muchas faltas de asistencia «por mis indisposiciones, pereza o extravagancia» 36 

Eugenio Gerardo Lobo.

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(p. 1). Allí encontrará a cuatro estudiantes andrajosos, uno de ellos cursante de astrología. Entre mucha palabrería y retratos perdularios, le explican que quieren hacer «un piscator de cuatro ingenios» (p. 5), repartiéndose las secciones y costeando en común la impresión. Le piden consejo sobre el método y lo que cuesta. Aquí pone en limpio lo que ha anticipado otros años: Muchos han caído en la engañosa tentación […]. El pronóstico de mi tío, por sus aciertos, invenciones, agudezas, chistes y graciosidades, ha tenido y tendrá siempre una aceptación grande, y esta es la causa de que los demás, aun cuando estén mejor hechos, no se estimen; y aunque el mío, por salir arrimado y con el achaque de sobrino, tiene mediana salida, si me hubiera de mantener de las ganancias perecería lo más del año. Para imprimir ustedes mil ejemplares de a cuatro pliegos han de gastar a lo menos cuatrocientos reales, y no será poco que de la venta saquen libres doscientos,37 pues muy regular que, como a otros muchos les ha sucedido, desde la imprenta en andas y volandas vayan a dar a los coheteros y especerías. […] vayan en el seguro de perder a lo menos la mitad de lo que pongan (pp. 6-7).

Los estudiantes se horrorizan y abandonan la empresa, no sin agradecerle la franqueza regalándole los cómputos y coplas que tenían prevenidos. Estas páginas, como de costumbre, se escribieron en el segundo semestre de 1757, cuando se aparejaba el impreso destinado al siguiente año. Poco después, a principios de 1758 se desató la peor crisis que ambos Villarroel padecieron en su universidad; en cierto modo, les pasaron al cobro las deudas y resentimientos acumulados durante años por una facción del claustro contra los jactanciosos y rebeldes astrólogos a quienes muchos juzgaban un deshonor para la institución, por su bufonería, su gusto por disputar ante el público cualquier asunto y su agresivo desenfado contra el mundo letrado, en el que se integraban con orgullo o del que se distanciaban con mordacidad a su pura conveniencia. El desencadenante fue el establecimiento de una academia de matemáticas en la biblioteca universitaria y la traducción-adaptación que 37 

Para valorar la cuantía, considérese que en su declaración del Catastro de Ensenada en mayo de 1753 Torres cifró en 4.400 reales la utilidad anual que le reportaba su pronóstico, mucho más alta sin duda de la que obtenía Ortiz del suyo (en López Serrano, 1994: 185).

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ambos hicieron, para tales fines docentes, del libro Uso de los globos y la esfera… (1758) de Robert de Vaugoundy, un manual de astronomía, cosmografía y geografía. Torres, como encargado de la biblioteca, había promovido la compra de esferas y globos destinados a la instrucción práctica de los interesados, y tanto la traducción como la academia se encaminaban a tal fin. Al principio las lecciones se pusieron en marcha de manera provisional y la traducción38 se recibió bien y se remuneró por el claustro, pero los Villarroel querían una distribución más ambiciosa del libro, de que se iban a ocupar de propia cuenta y montar sus clases sobre una planta oficial. Es entonces cuando dos catedráticos rivales elevan un demoledor informe que desacredita por entero a tío y sobrino, y sus intenciones. La universidad se vuelve contra ellos y el conflicto derivará a un violento cruce de memoriales, réplicas y contrarréplicas ante el rey y en impresos ante la opinión pública, que no desmenuzaré y que acaba cuestionando en conjunto la competencia intelectual e integridad moral de los contendientes y sacando a relucir muchos trapos sucios.39 Torres usará sus contactos, en particular el duque de Alba, para que el gobierno lo apoye, pero el Consejo zanjará salomónicamente la disputa ordenando sacarla de la esfera pública; hasta 1762 seguirán las escaramuzas, que al final autorizan la academia práctica, pero en términos distintos y desventajosos respecto a lo pedido por los dos catedráticos (Mercadier, 2009: 147-166).40 En 1759 su pronóstico regresa en ambientación a Madrid con Las gradas de San Felipe el Real, primero de los concertados con el librero Bartolomé de Ulloa e impresos por Ibarra y una especie de segunda parte de La Puerta del Sol. También acusa el conflicto de 1758, que en el prólogo se alude como «días nublos» y «turbulencias», y que tal vez hubiera influido en el cambio de ciudad de impresión. La pieza introductoria lo pinta subiendo por la calle Mayor en septiembre, con el pronóstico calculado, pero triste por su poca facilidad de vestirlo con gracias y coplas. Llegó a las gradas de San Felipe a contemplar a los ociosos y noveleros y acabó trabando charla con quienes

38  Fue hecha en su totalidad por Ortiz y solo revisada a posteriori por Torres, como declaró el sobrino (cf. Mercadier, 2009: 158). 39  Parte de la documentación, con piezas manuscritas de Ortiz y otros participantes, se conserva en la Biblioteca de la Universidad de Salamanca, sign. BG, ms. 387 (accesible en línea). 40  Véase también Peset y Peset (1973).

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lo reconocieron («que me la claven en la frente si no es el sobrino de Torres», p. 5), uno de los cuales resulta ser el «ingenio» que ya había sacado dos años antes en su pronóstico; en seguida se conciertan para acompañarle a su posada y darle las consabidas coplas para el nuevo año. Esta vez tocaba desdeñar el valor predictivo de sus juicios: «lo cierto es que, no habiendo en las drogas [=embustes] físicas, médicas y astrológicas que sirven para adobar el lunario arropo de demonstración, no podemos asegurar más que el que siempre y por siempre ha sido, es y será dios sobre todo» (p. 13). En 1760 la herida con la universidad permanecía sangrante y Ortiz, en su dedicatoria a la duquesa de Huéscar, repite casi las palabras que Torres Villarroel dirige en la suya de aquel año al rector, haciendo pasar sus pronósticos por libros facultativos de su cátedra. Ambos están ansiosos por reivindicarse como buenos y doctos catedráticos y subrayar la utilidad de su trabajo: Por catedrático de la Universidad de Salamanca vivo (como todos) con la obligación de escribir todos los años un tratado de mi facultad, que por acá llaman la materia; y ninguna es más oportuna, más trabajosa ni más útil para la enseñanza y la diversión del público que el pronóstico annual, pues con este se le instruye y se le avisa con anticipación y deleite los cálculos de los eclipses del sol y de la luna, los aspectos de estos planetas con los demás y todo lo perteneciente al estado del cielo, de donde se conjeturan con felicidad las abundancias, las carestías, las alteraciones y sucesos de este mundo inferior. Por pobre, vivo con la precisión de continuar esta tarea, que me facilita con honra acomodada los repuestos de mi manutención (Los ciegos, dedicatoria).

La introducción lo localiza la noche del 21 de junio dando vueltas aburrido por el Paseo del Prado y regresando a su casa en Lavapiés a ver si urde: la deforme estructura de mi pronóstico, […] pues el librero me está metiendo priesa […] y no es razón perder treinta doblones41 por no sujetarme un par de horas a zurcir remoquetes, componer locuras y abultar sucesos, que

41  El acuerdo con Ulloa para cederle la propiedad de ambos pronósticos montaba a cien doblones anuales, de lo que se deduce que treinta correspondían a Ortiz y setenta a Torres.

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son el cebito, reclamo y matraca de cazar los mamarones y desocupados del vulgo y hacer que contentos escupan los diecisiete cuartos (p. 2).

Se duele de que en el mundo abunden las trapacerías y engaños, y ejemplifica con letrados y, sobre todo, con los médicos. Así que él se siente legitimado también a mentir; es de las piezas donde más desprestigia la astrología que practica, sin duda por la presión que padecían su fama y su posición universitaria. Afuera miedos y vamos trabajando, que todo está reducido a poner en las estaciones y meses unas predicciones vagas de sucesos naturales, regulares y comunes, que será milagro no suceda, pues en cuanto hubiere mundo ha de haber lluvias, fríos y calores, truenos, granizos y sequedades (p. 4).

Tras gastar varias páginas en esta reflexión, cierra la secuencia narrativa con una cuadrilla de ciegos que halla al pie de su casa, a quienes hace entrar y pide coplas, que en las estaciones son muy largas. En 1761 regresa al mundo estudiantil de Salamanca con Los sopistas salmantinos y médicos cursantes. La entrega se publica con este pie: «Reimpreso en Madrid por Andrés Ortega», igual que la de su tío. Desde 1758 Torres tuvo encontronazos con la censura eclesiástica que despachaba en la corte la Vicaría de Madrid, que afectaron a varias obras astrológicas (cf. Durán López, 2021: 33-36). Los años siguientes urdió estrategias para escamotearse de esa jurisdicción; en el pronóstico para 1761 la licencia eclesial la obtuvo de la diócesis salmantina, pero todo apunta a que no hubo edición previa en Salamanca, sino que la original era la madrileña. Las reimpresiones no pedían nuevas licencias y eso le libraba del vicario. Ortiz, aunque sin problemas con el vicario, mimetiza los trámites y estrategias de su tío. «Con la imaginación en babia» y «vertiendo seriedad, acedía y circunspección por todos los cuatro costados, hediendo a maestro y regoldando a doctor, y luciendo lo catedrático» (p. 1), está una tarde a la puerta de su aula esperando que fuesen las cuatro para irse a casa a concluir el almanaque. Lo vieron desde el aula de medicina cuatro estudiantones sopistas (esto es, que se mantienen de limosnas). Uno saca un ejemplar del Aviso seguro… que había publicado Torres en Salamanca en 1760 sobre un eclipse de Sol previsto para junio; no solo es publicidad, sino una provocación a la Vicaría madrileña, porque el

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culmen de la disputa con ella fue su reimpresión en Madrid, que el vicario intentó paralizar sin éxito. Los sopistas alaban la capacidad de Torres de ganar dinero con sus papeles y se burlan de la codicia con que tío y sobrino venden a todos sus mentiras. Sacan a relucir —era muy conocida y ya había aparecido en reportorios de Ortiz— la célebre copla: Es esto de las estrellas el más seguro mentir, porque ninguno puede ir a preguntárselo a ellas (p. 5).

Ortiz replica enfadado, porque los errores o mentiras de los astrólogos están más expuestas a ser descubiertos, redarguyendo: Son mentiras más seguras las que sueltan los doctores, pues les callan sus errores la muerte y las sepulturas (p. 6).

Tras páginas de diatriba entre astrología y medicina, a ver cuál es mentira más peligrosa y descubierta, los adversarios se dan por vencidos y lo acompañan a casa ofreciéndole coplas. Ortiz remacha por enésima vez que «desde la Luna para arriba» (p. 10) los cálculos son matemáticamente invariables, pero que de ahí para abajo son débiles y falibles conjeturas: otro año más a la defensiva, como pedían aquellos tiempos adversos. Eso se plasma incluso en que los romances de las estaciones son poemas de Perogrullo, algo no infrecuente en dosis homeopáticas en la tradición torresiana, pero jamás en forma extensa. El pronóstico y la perogrullada son categorías antitéticas, pero Ortiz con tantas peleas necesitaba desprenderse del peso de ser astrólogo. Acontecen cada día de toda casta sucesos, por esto los kalendarios van seguros del acierto (p. 24).

En la misma línea las estaciones y las coplas de los cuartos lucen más desnudas de juicios políticos que de costumbre, desarrollando

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tópicos morales inocuos y sin entradilla que no sea meramente funcional. Es la norma en esos años anteriores y posteriores. Solo unas pocas podrían tener interpretaciones equívocas: Una corte se alegra con regocijos por una feliz nueva que ha recibido: y en vez de lenguas las campanas aplauden con ligereza (p. 35).

Los saludadores para 1762 lo muestra paseando una noche clara de mayo por los arrabales de Salamanca. Ortiz compone una esperpéntica escena de supersticiones populares presentando a un abigarrado saludador42 y dejando claro que su ciencia nada tiene que ver con tales vulgares engaños. A fin de probar el embuste, Ortiz paga al saludador para que, como dice, ponga los pies sobre una barra al rojo sin quemarse; obligándole a permanecer sobre ella, el experimento demuestra que se quema como cualquiera. Esta lección la toma por tema del pronóstico, con las coplas de que le surten sus contertulios. Sigue, pues, con su campaña de respetabilidad.43 El puente de barcas y venta de San Pelayo para 1763 narra en su dedicatoria al marqués de la Bañeza una visita a su campamento militar en Portugal, durante la guerra que enfrentaba a ambos vecinos. El prólogo, inusual por lo largo y por el contenido, explica que varios amigos literatos tienen obras escritas (las enumera y no parecen corresponderse con piezas que se conozcan) y no se atreven a darlas al público por miedo a las críticas. Es una amarga reflexión sobre el campo literario

42  Esto es, el curandero que con soplos y oraciones aseguraba sanar la rabia o impedir que se contrajera. 43  Los astrólogos del xvii y xviii siempre marcaron distancias con cualquier ejercicio supersticioso, incluso si hacían alarde defensivo de tildarse de mentirosos. Cada vez más los enemigos de esa ciencia querían asociarla con la estafa y las creencias vulgares, pero sus facultativos nunca lo aceptaron. Torres Villarroel y Ortiz defendieron consistentemente esa frontera, aunque algún otro la rinde, como Francisco León y Ortega en el prólogo de su pieza para 1733: «cuando escuchen mis juicios, háganse la cuenta de que oyen a un curandero, a un saludador o a un alquimista» (El prognóstico entretenido…, Barcelona, Josep Teixidó, [1733?], p. 8).

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que prima las polémicas sobre la verdadera ciencia, en perjuicio del bien público, algo en lo que sin embargo ni Ortiz ni su tío estaban libres de culpa.44 En la introducción se entiende la dedicatoria, pues se cuenta un viaje de Torres y Ortiz a los campamentos españoles en territorio invadido y su parada en una venta: A la salida del espacioso y bello, cuanto seguro y firme, puente de barcas […] que a distancia de cuatro leguas de la ciudad de Zamora mandó echar sobre las aguas del caudaloso Esla nuestro católico y siempre augusto monarca D. Carlos III […] para que su lúcido, valeroso y temible ejército pasase cómodamente a la provincia de Tras los Montes, del reino de Portugal, […] [hay] una obscura, vieja y corcovada casa, conocida por los moradores de aquellos vecinos contornos (no sé por qué motivo) con el nombre de la Venta de San Pelayo. Aquí, pues, donde a la sazón estaban acampados los soldados que guardaban aquel importante sitio, llegamos al agonizar de un día de los del pasado mayo los dos Grande y Pequeño Piscatores salmantinos […] (p. 1).

Venían agotados de una terrible borrasca que les cogió de camino y el comandante de la tropa les concedió alojamiento en la destartalada venta. Tras acomodarse lo poco bien que el lugar les permitía, «hice que por ir muy cansado se acostase al punto mi tío, dile de cenar lo que mejor que se pudo disponer y dejándole a su merced recogido, salime afuera» (pp. 5-6). Allí hubo tertulia con dos soldados y el calesero que les trajo, pues aquellos estaban ansiosos de conocer a los famosos piscatores. Uno era un catalán admirador de Torres, de quien hace un subido elogio; había estudiado en Cervera y tenía sus pinitos de astronomía, antes de que ciertos extravíos lo llevaran a la milicia. Se ofrece, pues, a darle poemas para las estaciones y su compañero, manchego,45 se ocuparía de las seguidillas con el calesero. Así lo hicieron y cabe advertir en los poemas un sesgo judiciario mayor que otros años y con frecuentes alusiones a la guerra. Es un gesto muy simbólico que en la introducción aparezca Torres como personaje, si bien mudo. Desde 1751 Ortiz se había situado siempre como su discípulo, a su sombra 44 

Hay ciertas anomalías en prólogos y dedicatorias desde este año, como el contenido de esta pieza y que la despedida usada sea «Vale». Véase el comentario a la entrega siguiente. 45  En los almanaques de Torres es un tópico identificar La Mancha con el castellano más castizo, los refranes y la literatura popular.

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y bajo su amparo; ya maduro el sobrino y envejecido el tío, sigue a su lado, pero siendo él quien lo cuida. Como protegido o como protector, no se sueltan de la mano. Última tentativa de independencia Aunque la rutina era ya muy estable y solo parecía admitir modulaciones de tono y grado, en 1764 y 1765, y muy parcialmente en 1766, Ortiz imprime rumbo diferente a sus opúsculos, en aparente estrategia para ampliar su mercado y separarse de la imitación de su tío. El pronóstico para 1764 posee varías anomalías, empezando por faltarle título y que su dedicatoria se dirija «Al público». El estilo de esta pieza no responde al de Ortiz, ni a la jactancia torresiana, y ofrece alguna esquinada contradicción con su discurso astrológico constante, como cuando afirma que es «obligación de mi empleo […] pronosticar por conjeturas los sucesos políticos», algo que, sin ser incierto, siempre presumió de no hacer. Cuenta que ha leído la sátira los Elementos del cortejo46 y le gustó tanto que al acostarse soñó con otra que tratara de la desolación de la agricultura y la ganadería, el aumento de ociosos en Madrid, lo deteriorado de los oficios y el comercio…, y anuncia para otra dedicatoria el resto del sueño. Se despide con un «Vale», fórmula que Ortiz solo había usado el año precedente, pues desde 1751 siempre cierra los paratextos a los lectores con un «Adiós, amigo». El lenguaje y el abanico de preocupaciones críticas coincide como un guante con Bartolomé de Ulloa y apenas trasluce a Ortiz: es probable que el librero escribiera esa dedicatoria. El prólogo y la introducción vuelven sobre la validez de la astrología y su relación de amor y odio con la medicina, que ahora da un giro radical, en una patente promoción, no solo de sus impresos, sino también de sus clases prácticas en la dichosa academia de cosmografía. El prólogo detalla las utilidades y contenidos de un almanaque: los días festivos, inocentes chanzas y piezas demostrativas como los eclipses, conjunciones y cuadraturas de astros y planetas, así como el estado del cielo en la entrada de las estaciones y fases lunares. «por ser este todo el fundamento sobre que se levantan los nublados y desde 46  Este folleto anónimo lo había publicado Ulloa e impreso Ortega (igual que los pronósticos de esos años de los Villarroel) en 1763.

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donde se arrojan como pedradas los turbiones, granizos, hielos, nieves y escarchas, y las demás plagas y epidemias en que abundan los almanakes», si bien con eso y con todo es difícil «dar con una verdad tan sola», pero mucho más yerran los médicos. Es un discurso que no añade nada nuevo, salvo el cansancio de la reiteración y un tono tan poco beligerante que hasta se olvida de decir palabra alguna de las conjeturas políticas. La verdadera novedad aflora en una introducción apenas narrativa, que comienza con Ortiz saliendo de paseo, una tarde del pasado julio, tras haber gastado tres horas en calcular un eclipse. Se topa con un escolar redicho que le suelta un largo discurso para sostener la vieja idea galénica de que la astrología es esencial para la medicina. En un sorpresivo quiebro, ahora Ortiz suscribe lo que defendía años atrás su rival Sotos Ochando. El escolar es estudiante de medicina y por eso le interesa la astrología, recordando que la cátedra de esta disciplina se fundó para que la estudiasen los médicos y que antes era parte obligada de su formación; admite que otros niegan esta utilidad, pero no lo convencen, y recuerda que muchos remedios se siguen prescribiendo según horarios y calendarios de base astrológica. Por esto […] he asistido a los ejercicios de cosmografía establecidos desde este curso en la librería de la Universidad y me parece he llegado a entender con las explicaciones que usted nos ha hecho (entre otras cosas) los sistemas del mundo, la esfera y sus diferentes posiciones, qué cosa son los signos, qué las imágenes y constelaciones, qué la ascensión y descensión, orto, ocaso, longitud, latitud y declinación de los astros, cómo suceden los eclipses y las crecientes y menguantes de la luna; y finalmente tengo formado cabal concepto de los movimientos celestiales y, aunque he oído algo sobre cómo se averiguan y computan, esto lo contemplo materia de bastante trabajo para emplearse en ella un médico, […] y así he de deber a usted que ponga en su almanaque los lugares del sol, la luna y los demás planetas, a lo menos al principio de los meses, que con esto, la tablilla de las mansiones de la luna que tengo trasladada de Andrés Argolio, médico y astrónomo insigne, y con algunos aforismos y reglas de este y otros sobre la elección de tiempo para usar las dos zancas sobre que se cimenta todo el armario de la medicina, tengo todo cuanto he menester para ejercer mi facultad sin el menor remordimiento ni escrúpulo (pp. 4-5).

Ortiz asegura que lo complacerá «aunque sea a costa de gastar media docena de resmas de papel más en la impresión» (p. 5). Así

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pues, el objetivo sale a la luz: atraer estudiantes de medicina a aquellas polémicas clases de cosmografía, que seguramente no iban bien, y de paso ampliar con los médicos el mercado de sus pronósticos. Hasta entonces, como su tío y la mayor parte de almanaqueros, en las fases lunares especificaba la posición lunar. Pero ahora vuelve a 1751 y 1752, indicando todos los cómputos planetarios. En 1763 se explicaba el primer cuarto del año así: «Cuarto menguante a las cinco y 55 ms. de la tarde en Libra» (p. 25); en 1764 leemos: «Luna nueva a las 10 y 3 ms. del día, tiempo en que asciende por nuestro horizonte el grado 2 de Piscis. En el signo de Capricornio se hallan juntos los dos luminares en 12 grados, Mercurio en 15 y Venus en 29. Saturno en 50 ms. de Tauro. Júpiter en 7 gs. de Géminis y Marte en 2 de Escorpio» (p. 16). Igual procederá en cada lunación. Para compensar el espacio de más, los poemas estacionales se reducen a coplas breves, en su mayor parte adivinanzas. El resto permanece igual, aunque hay escasa carga política en las lunaciones. En 1765 tampoco hay título47 y ahora asoma con mayor claridad la intención de fondo: librarse al fin de la introducción jocosa, que siempre le había incomodado. El año precedente terminó aquella pieza, que apenas tenía nada de narrativo, pidiendo permiso al escolar para usar como tal su encuentro, «porque es tan poco fértil mi fantasía que, si no me agarro de él, puede ser que no halle idea con que seguir esta introducida costumbre» (p. 6). En 1765 da el paso siguiente proclamando su renuncia total en el prólogo, que hablará por sí solo: Querer que siempre a la leyenda de la entrada del luminar mayor en los puntos cardinales del zodiaco, donde abre la puerta a las cuatro estaciones del año, y de los demás anexo y adyacente de estos humildes mamotretos e inocentes cuadernillos, preceda un preludio gaitero que provoque a carcajadas y risas aun al de genio más adusto, triste y melancólico, es querer que sean siempre el meadero de las chanzas, el pote de las burlas y el hazmerreír de las gentes. Yo, porque mi fantasía es poco fecunda de semejantes duendes y trasgos, estoy ya cansado de inventar novelas, historietas y cuentos con que seguir esta introducida costumbre; ya me dan en rostro las pinturas ridículas y desfarrapadas, ya me apestan los tunantes raídos, los escolares andrajosos, los caleseros derrenegados y toda la demás chusma 47  La «Dedicatoria que los vecinos de Madrid hacen a los forasteros» continúa la línea de la anterior y también parece atribuible a Ulloa. Es un elogio de la limpieza urbana en Madrid desde las medidas tomadas en 1762.

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de figurones, estafermos y estantiguas en cuya boca ponía disfrazados los mundanos acontecimientos; ya no quiero que persona viviente, real ni fingida, meta su hoz en la mies de mi kalendario. No más chanza, más gresca ni más bulla, que ya estamos en otro tiempo: ya se ve un hombre cargado con obligaciones y familia, uno me canta, otro me llora y otro me saca la carne de la olla, uno me pide caca y otro papa;48 y no es razón que con estos perendengues, arracadas y alifafes me ande yo de botón gordo, sonajas y pandero, siendo la gresca, el regocijo y la alegría del público; por tanto, y cumpliendo con el fin a que se dirigen los prólogos, que es a advertir a los lectores de la materia de la obra, de su orden y de su contextura, te digo (lector mío) que este es mi pronóstico para el año de 1765, que si leyeres con alguna atención se recreará tu ánimo y podrás sacar de su contenido utilidad y provecho, porque en vez de alegre y festiva introducción, lleva unos breves párrafos que pueden darte motivo a deleitosas y grandes consideraciones. Para los aficionados a las curiosidades astronómicas, lleva también en las lunas nuevas y llenas o (como dice el embozado que salió haciendo rechifla de los kalendarios y almanakes) en las carambolas por arriba y en las carambolas por abajo, el estado que tienen en el cielo los planetas, por los que con poco trabajo, y si se les antoja, podrán averiguar el de cualquiera tiempo intermedio, sin sensible diferencia […]. Finalmente, además de las alteraciones del aire y lo demás que diariamente se nota, van las débiles conjeturas de los mundanos sucesos, envueltas en enigmas y coplas: ni unas ni otras son de las más ingeniosas, pero sí inocentes y sencillas, y si te aprovechares de los consejos que algunas encierran, puede ser que al fin del año reconozcas tu proprio adelantamiento […] (pp. 11-13).

La introducción, en efecto, cambia por completo. Es un serio discurso que pondera la inmensa belleza que el Creador ha conferido a la fábrica del universo, exaltada descripción que da paso al juicio de la primavera, con datos astronómicos y predicciones naturales más extensos de lo acostumbrado hasta entonces. Hay poemas con consejos 48  Estas frases sugieren que para 1764 ya tenía hijos, con lo que llevaría algún tiempo casado. De la vida familiar de Ortiz nada sabemos, solo que se casó con María Josefa Sánchez, pues el cuarto testamento de su tío, de 1766, incluye ciertos objetos como manda para ella (en López Serrano, 1994: 91). De los gastos aparejados a ese estado civil y los cortos salarios de la universidad, se desprende que Ortiz siempre estuvo en peor situación económica que Torres, quien en sus años finales vivía desahogado por no pagar alquiler en el palacio de Monterrey, los beneficios de sus impresos y las rentas que administraba al conde de Miranda y al duque de Alba. Eso explica que en su sexto testamento (marzo de 1768), ya fallecido Ortiz, condone a su viuda una deuda de 4.294 reales contraída por el sobrino con el tío (en López Serrano, 1994: 112).

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sobre la vida saludable y adivinanzas que hacen las veces de juicios políticos, muy desdibujados estos. Lo mismo ocurre en el resto de las estaciones, con una patente aproximación al antiguo modelo extendido de los Sarrabales, aunque sin lenguaje cultista y con un subido tono moralista. Por fin, en los cuartos de Luna las secciones judiciarias y sus coplas son, con corta diferencia, como de costumbre. Esta parece ser la nueva propuesta tipológica, donde quedaba muy escaso rastro del modelo de Torres. Pero no pudo ser. Problemas sobre problemas: 1766-1767 El deseo de Ortiz de abandonar el modo torresiano, plasmado en 1764 y 1765, cosecha nuevo fracaso, pues en 1766 solo mantiene la novedad de especificar todas las posiciones planetarias (dejará de hacerlo en 1767) y en lo demás retorna a la senda trillada. Tampoco era el mejor tiempo para hacer mudanza, pues se multiplican las tribulaciones. Estamos en un periodo terminal del género y la carrera de Torres, esa década en que menudean choques con universidad, Consejo de Castilla, Vicaría de Madrid y, en general, una República de las Letras más hostil para los astrólogos. Fuera de lo universitario, en que actuaron siempre como uno solo, Ortiz no provocaba esos conflictos, pero le afectaban solidariamente. Por entonces se enzarzan también en una áspera polémica matemático-astronómica. El carmelita calzado navarro fray Miguel de Jesús María Hualde (1706-1792), matemático autodidacta, propuso reformar el calendario gregoriano, que juzgaba erróneo; sus teorías las expuso en un volumen de 1758 titulado El contador lego, pero recrudeció su campaña con una edición ampliada en 1765, tras haber realizado consultas en Roma y pedido el amparo de Carlos III, quien envió sus ideas a examen de las universidades. Su fórmula para introducir los bisiestos cada cinco años fue rechazada por todas, pero originó una lluvia de opúsculos críticos que él respondía sin excepción. Torres y Ortiz participaron con el folleto Sustos y gozos… (1766),49 donde cada

49 

La edición original de El contador lego de 1758, en la que aún no se formulaba su propuesta concreta de reforma, se publicó con un «Parecer» elogioso firmado por Torres y por Ortiz, fechado en 2-VII-1757. Las relaciones empeoraron después, pero la edición ampliada de 1765, que desató la polémica, seguía incluyendo ese parecer, a

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uno firmaba por separado su parte —la del tío un acompañamiento para mejor vestir la del sobrino—, con el expreso deseo de que sus opiniones no se limitaran al claustro salmantino, sino que alcanzaran al público general. Ambos se dieron por aludidos en las críticas que Hualde había vertido a otros astrónomos y «computistas».50 Torres formula una cariñosa loa a su sobrino en el prólogo y reparte papeles: Ortiz replicará por la ciencia dialéctica y él lo hará «a lo zafio y a bulto, de sopetón […], a topa tolondro». El escrito de Ortiz, en efecto, aunque no renuncia a la sátira, es eminentemente técnico, con detallados cálculos matemáticos, que Hualde le replicará en su inmediata respuesta.51 El salmantino, que con impostada humildad se define como «un pequeño astrónomo sin rentas, sin instrumentos y sin libros» (p. 95), defiende con ardor el sistema copernicano, en los límites entonces permitidos, frente al carmelita, científicamente más retrógrado, anclado en el tolemaico y con una fuerte carga de simbolismo teológico. Mercadier toma este opúsculo por muestra del contraste entre estilos y mentalidades de tío y sobrino: «el primero da la impresión de girar sin salida en el universo grotesco que se ha forjado, el segundo, irónico y burlón, alcanza a veces el acento de un Feijoo» (2009: 168). En efecto, es seguramente la pieza en que más resalta una lejanía entre la burla festiva de Torres y la sobriedad académica e ideas más modernas de Ortiz, pero dicha oposición no se podría extrapolar en términos tan absolutos, como creo que se desprende del presente estudio. El decano de los tunos y rector de los sopistas, para 1766, muestra con solo su título el regreso a la introducción festiva con gresca y bulla. La dedicatoria a Vicente Pardo es un nuevo lamento por una vida literaria estragada por críticas destructivas y sátiras, un alarde de escritor sabio

pesar de que ellos se consideraron criticados por Hualde en el libro. El carmelita visitó entre ambas ediciones Salamanca y debatió con Ortiz (Sustos y gozos…, p. 71 y ss.), lo que es probable que agriara sus posiciones. Hualde no dejará de sacar provecho argumentativo de esa aprobación. 50  Ortiz: «V. Reverencia insulta a los astrónomos, y entre ellos (que en España somos pocos) principalmente a mí, porque no hicimos caso de su propuesta ni sobre ella hemos trabajado cosa alguna» (Sustos y gozos…, p. 38). 51  Los catedráticos de matemáticas de la Universidad de Salamanca, el jubilado y actual, D. Diego de Torres y D. Isidoro Ortiz, impugnados en carta respuesta a un amigo suyo por Fr. Miguel de Jesús María y Hualde […] sobre el más exacto concierto de la cuenta con que deben intercalarse los bisiestos y sobre la averiguación del día y año cierto de la Pasión y muerte de nuestro redentor Jesucristo […], Madrid, Impr. de Pantaleón Aznar, [s. a.] (2 hs. + 40 pp.).

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y serio en un momento en que tío y sobrino andaban polemizando.52 El prólogo, bastante largo y desprovisto de jactancia ni diálogo con el lector, presenta los contenidos y utilidades matemáticas de su opúsculo, así como sus conjeturas astrológicas indignas de crédito, en términos parecidos a años anteriores, si bien en tono apagado. La introducción lo pinta en su cuarto salmantino tras calcular un eclipse, cuando lo visitan dos estudiantones ridículos, enésima reencarnación de la andrajosa vida de los sopistas. Le cuentan que dos de su tertulia oyeron en Madrid las críticas a su pronóstico para 1765: unánimes dijeron que fue mal recibido, pues a varios de aquellos políticos clandestinos y críticos de rincón, de cuya mordaz lengua no se libra la Majestad, el estado ni el gobierno, calandrias perdurables y chirrionas que sin entender nada, murmuran de todo y de todo maldicen […], a varios de estos zánganos de la república (vuelvo a decir) oyeron echar mil pestes contra usted y contra su diario: que no podían llevar en paciencia la insulsa pampringada de la introducción tan moral y contemplativa; que si a otro año salía usted con otra frialdad semejante, bien podía echar la impresión en remojo; que quién le metía a usted en separarse del trillado camino que rompió con ventura y sigue felizmente el señor don Diego; y otros muchos y mayores desatinos que callo por la decencia […] (pp. 18-19).

De ahí que le visiten para ofrecérsele a adornar su pronóstico y que no tenga tan mala acogida como el precedente, a lo que Ortiz se apresura a aceptar: «porque aún estamos en tiempo de enmendarnos y, si ustedes no me dieran esta noticia, acaso saldría el pronóstico más tétrico que el del año pasado» (p. 20). Y así, bromeando con su fracaso, como digno sobrino de su tío, que nunca deja de escenificar cada paso ante el lector, sigue el pronóstico al estilo acostumbrado. Las coplas estacionales son largas y judiciarias. Esta pieza para 1766 no suscitó incidente alguno, pero a él le cayó encima el chaparrón ocasionado por la de Torres, que como se sabe fue reimpresa en marzo por el librero Ulloa para rentabilizar la creencia de que había predicho el motín de Esquilache. La ira del gobierno fue grande y el librero castigado; los Villarroel negaron toda participación y rompieron su contrato con Ulloa, al que culpaban. Su posición quedó 52  Aunque no se dice nada específico, Hualde se dio por aludido de esta dedicatoria en su réplica recién citada, pues sardónicamente la considera contradictoria con el modo como le habían tratado a él (Los catedráticos de matemáticas…, pp. 2-3).

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deteriorada, pero pocos meses después tramitaron como de costumbre licencias para sus impresos de 1767, el de Ortiz titulado Embajada de los astros. Sueño astronómico. Por una vez se hubo de enfrentar a una censura negativa, por un motivo inesperado. Como cuando usó su almanaque para atacar a Sotos Ochando, ahora se propuso incluir una virulenta sátira contra Hualde en la introducción. El Consejo53 encomendó su manuscrito a censura de Alonso Crisanto de la Fuente, cura de la parroquia madrileña de Santiago, el día 17-IX-1766. Cuatro días después, el 21, este extiende un duro juicio: […] aunque no contiene proposición alguna que se oponga a Nuestra Santa Fe católica, ni explícitamente a las cristianas, loables, buenas obras que debemos practicar, ni a las regalías y pragmáticas (en lo que comprehendo) de Su Majestad (Dios le guarde), y ni contiene predicción alguna que exceda los límites de la astrología natural, se deja conocer y manifiesta descubiertamente el fin particular que movió al autor a la determinación de intentar estampar la que llama introducción al juicio del año, y en que figura un sueño que tuvo, y termina en que bajó a su cuarto la luna y le significó que como esta es el planeta más cercano a nosotros, habían llegado a su esfera los humos y vapores que ha levantado el nuevo sistema que anda revolviendo al mundo, queriendo alterar la cuenta de los días, meses y años; y que aunque sabía el rum rum de algunas contiendas, venía a decirle la inquietud del sol, porque se afirmaba tenía precepto del señor para hacer su viaje por el camino docenovenal que si coge en las a quien tal dice, le ha de derretir los sesos, le ha de aturrullar a calmas y [¿madurar?] como a un membrillo, porque le levanta el testimonio de que tarda más de lo que el criador le manda gaste en su carrera; y lo mismo afirma de la luna, y que los dos están hechos unos vinagres, que trate de satisfacerlos y, si no, que se guarde de ellos; con otras expresiones que contienen los números 16 hasta el 20 inclusive; y especialmente en el nº 12 dice le mandó la luna se levantase y gritase con quien así los ultrajaba, y les quitaba justamente el honor que tenían. En este estilo simbólico y expresiones parabólicas, se da a conocer se opone el autor a lo mandado observar por V. A. en la disputa movida entre el P. Fr. Miguel Hugalde [sic], carmelitano, y el autor del kalendario o piscator, en sus impresos sobre la corrección gregoriana y demás asumptos que contienen. V. A. con su acostumbrada justificación tiene mandado suspender la comunicación al público de estos escriptos, y así está recibido por público 53 

AHN, Cons., 50661, exp. sin numerar.

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y notorio: esto supuesto, el intento de estampar en el kalendario su autor lo expresado ¿quién dejará de conocer y advertir es una manifiesta desobediencia al decreto de V. A., que es un empeño porfiado, que es dar motivo al contrario para que intente satisfacer y responder a las expresiones que acaso juzgará (y no sin fundamento) son imposturas y calumnias, que siendo regular parar el kalendario ya en manos de ignorantes, ya de advertidos, noticiosos de la disputa, es muy consiguiente juzguen aquellos lo que no deben, es dar fundamento y motivo a las naciones extrañas para que confirmen el juicio que indebidamente forman de que nuestros escriptores más atienden a la hojarasca que a la substancia, más al gracejo y diversión chistosa que a la erudición seria, útil y digna? ¿Quién no echará de ver es fomentar un inútil ruidoso estropicio de apasionados por una y otra parte, motivando de este modo impertinentes disputas y altercaciones nada provechosas? ¿Y últimamente, quién dudará es hostigar y acobardar a los estudiosos aprovechados y eruditos para que comuniquen al público sus escriptos y producciones, temerosos de ser perseguidos y desairados con semejante extraña impertinente crítica? Por estas claras razones y otras que omito por no molestar a V. A. no me he podido excusar de ponerlas en noticia de vuestra notoria justificación, para que en su inteligencia provea y mande cuanto sea conducente a ella y mejor logro de la más útil y sana disciplina en estos católicos dominios de Su Majestad. Y me parece es muy conforme mande V. A. al autor ponga en su pronóstico otra introducción, sincera y sin los inconvenientes que contiene la que quiere estampar y es persuasible la tenga prevenida, pues como su papel informa y manifiestamente demuestra, la que tiene puesta es añadida; y así se infiere porque en el principio de ella está descubiertamente patente el pegado que une la introducción con el cuerpo del pronóstico. Este, en todo lo expresado, es mi sentir, salvo meliori.

El Consejo acepta el dictamen y el 23 ordena que, «separándose de esta obra toda la introducción al juicio del año y dándose extendida la dedicatoria que se propone, se dará providencia». Es decir, se reserva la expedición de la licencia hasta realizar los cambios, lo habitual cuando había reparos de mucho alcance, mientras que si el expurgo era menor se otorgaba la licencia dejando para la corrección y tasa su comprobación. Sin fecha se añade: «La dedicatoria y nueva introducción se remite a la censura de don Alonso de la Fuente, cura de la parroquia de Santiago». Sigue nuevo dictamen del cura, a continuación del anterior, de 25-IX-1766:

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habiendo reconocido la introducción que nuevamente expone y enmienda su autor, de mandado de V. A., advierto está substancialmente corregida y [ileg.]dadas las expresiones que contenían los más espiciales [sic] y substanciales inconvenientes expuestos en mi citada anterior censura. Y no hallándose en la dedicatoria ni en el cuerpo del pronóstico, como ni en la introducción dicha, cosa alguna opuesta a Nuestra Santa Fe católica, cristianas costumbres ni regalías y sanciones de Su Majestad (Dios le guarde), soy de sentir es acreedor el autor a que V. A. le conceda la licencia que para su impresión pide, excluyendo el contenido y escripto en la foja pegada con oblea a continuación de esta nueva introducción, por ignorarse su contexto.

El 25-IX-1766 el Consejo decreta: «Dase licencia para la impresión según la presente se halla escrita, sin añadir ni quitar cosa alguna y con tal que se haga en papel fino y de buena estampa». El expediente guarda también cuatro cuartillas, escritas por ambas caras, con el comienzo autógrafo de la primitiva introducción. Corresponde a la primera parte de lo que se publicó (con algunos cambios menores y un pequeño pasaje omitido en que se adelantaba ya el tema problemático), pero la última plana inicia el texto que se ordenó eliminar. Copio esa parte censurada hasta el final de la página, que es lo que ha subsistido de la versión original: Sabrás, prosiguió muy humana, que como yo soy el planeta más cercano a vosotros, han llegado a mi esfera los humos y vapores que ha levantado ese nuevo sistema que anda revolviendo el mundo, queriendo alterar la cuenta de los días, los meses y los años, y aunque no se me ha ocultado el rumrum de algunas contiendas, con todo he querido venir a mandarte publiques que el sol, echando chispas, respirando lunas y vomitando volcanes, dice, y dice bien, que es contra su reputación y hombría (o por mejor decir) solía de bien, presuponer que tiene precepto del criador para hacer su viaje de ida y vuelta por el camino docenovenal en 365 días cabales. ¿Quién deja pasar en blanco, dice con más voces que pleiteante sin justicia, proposición semejante? La orden que yo tengo del Altísimo en mí está impresa y con ella cumplo exactamente sin faltar ni sobrar en un quilate; y si alguna vez, por algún alto motivo, y a honra y gloria de la soberana omnipotencia, he hecho algún regreso o detención prodigiosa, después la he aventajado volviendo a mi curso y tarea continuada. Había yo de tardar más, prosigue hecho un loco [aquí se corta].

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Esta fue la única vez que Ortiz tuvo un traspiés sustancial con la censura, y fue por abundar en una polémica científica. Lo curioso es que esto transcurre al margen del malestar político con los pronósticos, pues tras lo ocurrido en la primavera de 1766 el gobierno estaba vigilante y predispuesto contra ellos, en especial el fiscal del Consejo, Pedro Rodríguez Campomanes. Pero tío y sobrino prepararon los suyos para 1767 como todos los años, sin mudar de estilo y confiados en que las aguas habían vuelto a su cauce. Los trámites los hicieron en septiembre y todo aparentaba transcurrir con normalidad, pero se cruzó en el camino Bartolomé de Ulloa, el librero con quien habían roto. Este publicó de su pluma un Piscator económico de contenidos críticos sobre los abastos y otros aspectos de la vida en Madrid,54 que, aunque pasó la censura, suscitó la ira de Campomanes, que ordenó recogerlo. Ese detonante cristalizaría una prohibición general de los vaticinios políticos en los almanaques. A pesar de que los Villarroel habían pasado la censura, cuando se imprimieron les sobrevino el giro impuesto por Campomanes. En ese otoño de 1766 Ortiz llevaba tres meses en Madrid ocupándose de los impresos y demás intereses de la familia, mientras que Torres permanecía en Salamanca. Según se desprende de la secuencia del expediente documental,55 a mediados de noviembre iba a regresar a su universidad y visitó al fiscal, con quien parece que tío y sobrino tenían buena relación, para despedirse;56 Campomanes le reprocha lo ocurrido en el motín y se queja de que los dos han impreso nuevos pronósticos con sucesos políticos que se pueden malinterpretar. Así lo relata Ortiz a Campomanes en una larga carta fechada en Madrid a «18 de 1766» (se olvidó de poner el mes, pero tiene que ser noviembre), a la que acompañaba una breve y adulatoria misiva de Torres con data en Salamanca, 21-XI-1766. La carta de Ortiz merece ser reproducida íntegra: Muy señor mío y de toda mi veneración, en cumplimiento de la orden que V. S. yendo a despedirme, se dignó de comunicarme, detuve mi viaje y la 54 

Véase en este volumen el capítulo dedicado a Ulloa. AHN, Cons., 5529, exp. 8. «Expediente causado a instancia del Sr. fiscal don Pedro Campomanes sobre que se quiten de los pronósticos de D. D. de T. V. y su sobrino D. I. O. G. de V. para el año de 1767 los razonamientos que anuncian diferentes sucesos políticos.» 56  Así lo dice Ortiz, pero Campomanes en su informe al Consejo indica que lo había mandado llamar para pedirle explicaciones (ambos documentos se citan más adelante). 55 

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venta de los Piscatores; y ojalá hubiera podido en el mismo instante detenerla en todas las ciudades del Reino donde los contemplo ya esparcidos, por haberse impreso al mismo tiempo que aquí en Valencia y en Cádiz. A esta acompaña el adjunto original de letra de mi tío don Diego de Torres, por el que podrá V. S. conocer, atendiendo a los cómputos del año, que ha muchos que está hecho, pues no pone los del reinado ni el pontificado en que estamos. Esto, señor, es porque su merced, a quien Dios ha rodeado de 15 sobrinas, las más huérfanas y todas desvalidas; y de seis sobrinos igualmente pobres; que unas y otros se sustentan de su caridad cristiana, ha muchos años que tiene hecho un repuesto de pronósticos como este, para socorro de familia tan dilatada, dejando a mi cargo el de señalar en ellos el tiempo justo de las estaciones, eclipses y lunas, pues su edad grande y su salud quebrantada ha muchos años que le imposibilitaron para el trabajo impertinente de los cálculos. Todo esto prueba que ninguna de sus cláusulas ha sido puesta, ni en este ni en otro calendario, con relación al ministerio presente, pero no obstante, porque así su merced como yo, preciándonos de buenos y leales vasallos, y apreciando más que cuanto hay este carácter, deseamos contribuir a cuanto sea del servicio y agrado de S. M., que Dios guarde, en el adjunto ejemplar pongo testado cuanto suena a sucesos políticos y de que las gentes (que no hacen caso de la claridad con que se les habla en los prólogos) se pueden agarrar bien que sin fundamento alguno, para formar juicios temerarios e impertinentes; y todo estoy pronto a quitarlo, reimprimiendo todo lo que va sin testar desde la pág. 27, empezando si a V. S. le pareciese con el papel que empieza Allá va segundo prólogo.57 Yo (que no tengo otro adbitrio para mantenerme, pues la universidad y la cátedra, después de trece años de asistencia y de haber gastado ocho mil reales en graduarme, me vale solo setecientos reales anualmente) he impreso mis almanaques huyendo siempre de parecer astrólogo y así solo he tirado a llenar los huecos de las lunas con algunas coplillas que diviertan e instruyan; con todo, si a V. S. le pareciere en la pág. 51 se pueden cubrir con papel y engrudo los dos renglones que van testados, haciendo lo mismo en lo testado en pág. 57 y en las demás partes V. S. gustare; pero desde luego afirmo a V. S. que en mi piscator no hay cláusula puesta con fin particular alguno y que en uno y en otro estoy pronto a hacer cuanto V. S. me mandare.

57 

Este párrafo atañe solo al pronóstico de Torres, centro del problema; sin entrar en detalles, resumiré que Campomanes aceptó la explicación de que estaba escrito de antemano y sin malicia, pero no se conformó con un expurgo limitado, sino que lo amplió a todos los pasajes judiciarios previos a las coplas de las lunaciones. Tampoco se puso el nuevo prólogo.

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No excuso añadir aquí, por ser público y notorio, que algunos años hemos vendido a Bartolomé Ulloa, mercader de libros en esta corte, los originales de nuestros piscatores, dándonos por ellos cien doblones y imprimiéndolos por su cuenta y riesgo cada año, hasta el presente en que cuando el fatal suceso del motín, sin darnos parte de cosa alguna, para aumentar sus intereses reimprimió el piscator de mi tío, y después que vine a esta corte he sabido que en aquellas lamentables circunstancias salieron los ciegos gritando El Gran Piscator de Salamanca aún con más fuerza que le gritaron al principio del año, y esta novedad tan desusada fue la causa de que a su merced le levantase el testimonio de pronosticador de un suceso que aún no hemos acabado de sentir. Supongo que tal reimpresión se haría con la licencia necesaria, pero bien quisiéramos que no se hubiera concedido tal licencia. Y desde luego, para dar un público testimonio de que no tuvimos arte ni parte en tal acción y excusar el que nos suceda otro semejante lance, propusimos no volver a vender original alguno, sino es imprimir por nosotros nuestros escritos, como hemos empezado a hacerlo.58 Finalmente, señor, yo por cumplir con lo mandado por el Consejo en 11 de julio, va para tres meses que falto de mi universidad y ahora para cumplir con lo que se me mandase será forzoso detenerme: hágolo presente a V. S. para que haciéndome el honor de exponer al Consejo mi resignada obediencia, mande S. A.59 me tenga mi universidad por presente, leyente y jubilante el tiempo que aquí me he detenido y detenga hasta evacuar lo que se me mandare. Espero deber a V. S. este favor, a que siempre viviré agradecido y rogando a Dios Nuestro Señor guarde la importante vida de V. S. los años que deseo. De mi cuarto, Madrid 18 de 1766.

En lo que atañe a su almanaque, por tanto, Ortiz cree salvar la tirada tapando dos pasajes en los ejemplares. El expediente conserva esa primera impresión que envió a Campomanes con las dos tachaduras. En la p. 51, en la luna nueva de julio, ha quitado la entradilla judiciaria de la copla que empieza «De mí, siendo tan ligera», que rezaba: «El trato doble de ciertos poderosos es descubierto por el significado de la coplilla». En la p. 58, luna nueva de octubre, propuso quitar esto:

58 

Así pues, tenían que asumir ellos la pérdida por la recogida de la tirada y la nueva impresión, de ahí que mencione esto y sus muchos apuros económicos, a fin de ablandar al fiscal y que acepte salvar lo más posible del original para minimizar el daño. 59  Es decir, el Consejo de Castilla, que tenía tratamiento de Alteza.

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Muchas novedades corren en esta lunación; pero conviene no decir más que la coplilla. Para remediar un pueblo se piensan muchos arbitrios; y puestos en planta, logran el dejarle más perdido.

Esto es, pues, lo único que Isidoro juzgaba potencialmente equívoco, aunque Campomanes fue implacable. En el expediente hay otro ejemplar con el expurgo hecho de su mano por el fiscal, quien quitó todos los pasajes introductorios de los cuartos (eso obligaba a reimprimir de nuevo casi todo); además tachó una segunda copla (luna llena de septiembre): Poca verdad se halla en los contratos, porque en ellos se mete todo a barato: esto no es nuevo, que ya son muy antiguos los usureros.

Al final firma Campomanes, ordenando se reimprima con esas omisiones y una «Advertencia»,60 en Madrid, 25-XI-1766. Algo similar ocurrió con el pronóstico de Torres, todo se hizo a la vez. A los pocos días Ortiz remitió ambas reimpresiones para recabar nueva licencia; se pidió informe a Campomanes el 4-XII, quien se dio por satisfecho, y el 6 se libró el permiso. Tras la carta citada de Ortiz, Campomanes dio cuenta al Consejo. La parte que toca a los Villarroel dice:

60 

Esta se colocó justo antes del diario de cuartos de luna, para no tener que modificar los cuadernillos anteriores, de modo que la reimpresión afectaría desde la p. 37 hasta la 60. El texto explica que se habían puesto, según costumbre, «algunas especies que podían interpretarse como sucesos políticos», defiende que no tienen esa intención pero que el vulgo ignorante podría dársela; indica que el fiscal Campomanes y luego el Consejo han decidido que era mejor no publicar ese tipo de cosas en los pronósticos, de modo que él se ha ofrecido voluntariamente a eliminarlas. El original manuscrito figura en el expediente, de mano de Ortiz y fechado el 25-XI-1766.

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En los dos Piscatores intitulados la tía y la sobrina y la embajada de los astros, compuestos por don Diego de Torres Villarroel y por don Isidoro Ortiz Gallardo, su sobrino, para el año próximo de 1767 observó el fiscal luego que se le entregaron, diferentes sucesos políticos que pueden tener siniestra interpretación, y habiendo llamado al expresado don Isidoro Ortiz para hacerle cargo de la inutilidad de semejantes especies a la pública instrucción, el daño que al gobierno trae el abuso que de ellas se hace con el vulgo ignorante y la improporción que da al estudio de las matemáticas para acertar con los sucesos futuros, cuyos momentos están reservados al conocimiento del Todopoderoso, y ser por lo mismo reprehensible en lo político, moral y cristiano se tolere semejante abuso, procuró disculparse con la práctica hasta aquí permitida y con las protestaciones insertas en los mismos papeles. El fiscal no reconoce culpa en los dos autores, porque don Diego de Torres parece ha tiempo escribió su pronóstico y ambos han obrado paladinamente, pidiendo y obteniendo sus licencias de imprimir, las cuales se deberán unir a este expediente, pero como su buena fe solo puede serviles para libertarles de culpa, deja en pie el perjuicio público para cuyo reparo es necesario recoger dichos pronósticos, prohibir su ulterior despacho, como lo ha hecho el mismo Dr. Ortiz por sí propio, enterado de los inconvenientes, no habiendo tenido parte alguna él ni su tío en la reimpresión hecha por Bartolomé de Ulloa, antes bien manifestando esto se ha allanado a quitar todos los sucesos políticos que vienen rayados por él mismo en los dos ejemplares que acompañó con carta dirigida al fiscal en el día de ayer, presentando también el original autógrafo del Piscator de don Diego de Torres.

A continuación, pide al Consejo que apruebe el expurgo y reimpresión de los dos pronósticos e insiste en su propuesta, ya formulada a cuenta de Ulloa, de que se prohibieran para lo sucesivo esos juicios de sucesos políticos. El documento se firma el 19-XI-1766 y el 24 el Consejo decreta que así se haga.

Fig. 8. Acuse de recibo de Ortiz en uno de los documentos del conflicto de 1758 con la Universidad (BUS, BG, sign. ms. 387, f. 71v).

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Embajada de los astros. Sueño astronómico padeció, pues, dos grandes mutilaciones, primero de una parte de la introducción en el trámite de licencia, y de todo lo judiciario a posteriori. Cabe ahora dedicar unas líneas al resultado final, que no difiere en exceso de cualquier año anterior adscrito al formato torresiano. El prólogo reitera la cantinela de que se lea de distinto modo según si habla como computista eclesiástico, astrónomo, físico y astrólogo, y cargando ahora la mano en que cuanto pronostica hay que tomarlo por completa mentira. Tras lo sucedido, lo más prudente era insistir en la falsedad jocosa e inocua, convenientemente subrayada.61 La introducción recurre al esquema narrativo del sueño en su alcoba, que esta vez no da lugar a una escena realista, sino a un viaje fantástico que lo conduce a contemplar la Luna de cerca, que luego se le aparece encarnada en figura mitológica y le transmite su malestar y el del Sol contra los astrólogos por los ultrajes que les hacen. Es una de las introducciones más insustanciales que escribió Ortiz, renunciando al estilo castizo y perdulario, pero no a la ficción literaria. La copla que cierra, última que incluyó en su larga trayectoria, reza de esta guisa: Dio fin el kalendario, sea en buena hora y ningún caso hagas de sus historias. Ruégote creas el que es la astrología cuento de viejas; pues cierto es solo que ha sido y será siempre dios sobre todo (p. 60).

Inesperada conclusión a sus muchas idas y venidas sobre este punto.

61 

Una rareza es que este prólogo publicita y elogia el Semanario económico que se publicó en Madrid desde abril de 1765 hasta noviembre de 1767, que salía en la misma imprenta del pronóstico, la de Andrés Ramírez y era un género de papeles periódicos fomentado por Campomanes.

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Después de muerto La crisis de 1766 había derivado en 1767 en una prohibición que alteraba en su esencia y estructura la fórmula de almanaque practicada desde hacía cincuenta años. La cosa parecía no poder empeorar, pero Isidoro Ortiz falleció de improviso en Salamanca el 7-XI-1767, de una enfermedad aguda (Mercadier, 2009: 172). El testigo de almanaquero (y de catedrático del ramo) lo toma su hermano Judas Tadeo Ortiz Gallardo Villarroel, quien publicó póstuma la entrega para 1768 bajo el título de nuevo cuño Discurso cosmográfico e histórico…, sin rastro externo alguno de piscator. Es él quien firma la dedicatoria, dando cuenta de la muerte de Isidoro e indicando que había dejado escrito el pronóstico (ya no se llama así), pero también justificando su nuevo estilo («el contenido y estilo de este papel es bajo y de rústica prosa», p. 7) en el respeto a las órdenes del Consejo. En efecto, no solo se ha alterado el título para orillar almanaque, pronóstico, sucesos políticos o ni siquiera Luna, sino que no hay un solo verso, y se olvida cualquier pretensión literaria a fin de «escribirlo [...] con un castellano limpio y humilde, para que el labrador, y demás rústicos que solo vivieron en sus aldeas y lugares, no tuviesen que buscar vocabulario que les diese o dijese la inteligencia de las voces del escrito» (p. 8). Ahora prólogo e introducción se refunden en una exposición didáctica, y sumamente pía, del origen del mundo y la naturaleza de los astros, que concluye negando toda intención judiciaria. Tras las secciones fijas, con grabados que muestran la posición de los eclipses (fig. 8), hay breves notas sobre la entrada de las estaciones y posiciones de los planetas (sin atribuirles efecto natural). El diario se ha mudado en una lista de fiestas, posiciones planetarias y extensos consejos sobre labores agrícolas, pues parece buscarse un lector rural; sobre la Luna se indica cuándo alcanza cada fase, como un dato diario más.

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Fig. 8. Discurso cosmográfico para 1768.

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El cambio de rumbo es radical y queda la duda de si es plena obra de Ortiz, que quizá lo asumiría gustoso, aunque se viera empujado, pues lo venía deseando desde antiguo. Judas Tadeo emprendería poco después su propia carrera de almanaquero, retrocediendo en algunos puntos hacia el modelo torresiano.62 Eso es ya otra historia, pero la que hasta aquí se ha contado de Isidoro nos ha mostrado una complicada relación con la astrología y con el público, que lo hace zigzaguear entre lo científico y lo literario, y entre practicar o no practicar la astrología natural, en lo cual no mantuvo una línea firme, sino lo que sus intereses requerían en cada ocasión. Y tras esto la omnipresente figura de su tío, con quien sin duda le unió un profundo amor, pero de la que no pudo, no quiso o no supo desvincularse nunca. Al fin, quizá nada resuma mejor ese destino, grato en la vida e ingrato para la posteridad, que el tercer testamento de Diego, otorgado en mayo de 1757 y primero en que se incluye a Isidoro, no a título de heredero, pero sí de albacea y editor literario: Para que dichos pronósticos [los que deja adelantados] salgan al público sin error facultativo, gramatical, católico y político, ruego a mi pariente el Dr. D. Isidoro Ortiz de Villarroel que corrija los pliegos y cuide de purgarlos de las mentiras que sacan de las prensas. Y atendiendo a que el dicho D. Isidoro es el único pariente a quien le queda algún arte (aunque poca) y con disposiciones para vivir con estimación y sin afán desdichado, y es asimismo el pariente a quien he criado y he dado más que a los otros, solamente quiero que, por memoria de mi cariño y por el corto trabajo que pueda tener en la corrección de mis pronósticos, se le dé un estuche matemático de bronce, un juego de libros del padre Tosca, otro de los Serranos, otro de los Argolios y otro cualquiera que haya en nuestra facultad y más una caja de plata con una pintura dentro y un tintero de plata con las plumas de la misma materia (en López Serrano, 1994: 75).

62 

En el que publica para 1771 declarará que es su segundo pronóstico, porque no pudo conseguir que se imprimiera en 1769 y el de 1770 tuvo toda suerte de desgracias (titulado La astrología y el astrólogo, Aguilar Piñal deja constancia de un ejemplar vendido a fines del siglo xx en un catálogo de viejo). Luego se dedicó sobre todo a producir de forma regular, entre 1770 y 1796, los lucrativos calendarios básicos del privilegio de la Portería del Consejo que explotaban distintos impresores. En cuanto a sus almanaques largos propios, hubo algunos más, hasta 1778. Judas Tadeo no tuvo una relación personal cercana con su tío, quien no lo incluye bajo título alguno en sus testamentos, ni siquiera en los posteriores al fallecimiento de Isidoro; seguramente no se crio con él.

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Bibliografía primaria Pronósticos 1751. Manojito de utilidades y conservaciones. Prognóstico y diario de cuartos de luna, juicio de los acontecimientos naturales y elementales de la Europa, para este año de M.DCC.LI. Dedicado al Excmo. Sr. D. Fernando de Silva, Álvarez de Toledo, Baumont, Hurtado de Mendoza, etc. […]. Escrito por el Pequeño Piscator de Salamanca D. Isidoro Ortiz de Villarroel, sobrino y discípulo del Doct. Don Diego de Torres, etc. Con licencia, Salamanca, Imprenta de Pedro Ortiz Gómez, [1750?] (12 hs. + 60 pp.). Anteportada con grabado. Dedicatoria en Salamanca, 30-XI-1750. Aprobación para el ordinario de Diego de Torres Villarroel, Salamanca, 31-X-1750. Licencia del ordinario, Salamanca, 3-XI1750. Censura para el Consejo de Fr. Manuel Palanco, Madrid, 20-X-1750. Suma de la licencia. Fe de erratas. Suma de la tasa.63 1752. Pronóstico y diario de cuartos de luna, juicio de los acontecimientos naturales y elementales de la Europa, para este año de 1752. Dedicado al señor D. Bartolomé de Valencia, del Consejo de Su Majestad, director de rentas generales y provinciales, etc. Escrito por el Pequeño Piscator de Salamanca el B.64 D. Isidoro Ortiz Gallardo de Villarroel, substituto de la Cátedra de Prima de Matemáticas, sobrino y discípulo del Doct. Don Diego de Torres, etc. Con licencia, Salamanca, Imprenta de Pedro Ortiz Gómez, [1751?]65 (7 hs. + 52 pp.). Dedicatoria en Salamanca, 2-XII-1751. Aprobación para el ordinario de Juan Francisco González Cernuda, Salamanca, 15-XI-1751. Resumen de la licencia eclesiástica. Censura para el Consejo de José Patricio Moraleja y Navarro, Madrid, 19-X-1751. Suma de la licencia. Fe de erratas. Suma de la tasa.66 1753. El mesón de Santo Tomé de Zabarcos. Pronóstico y diario de cuartos de luna, con los sucesos elementales y políticos de la Europa para este año de 1753. Dedicado al señor don Vicente Pascual Vázquez Coronado, marqués de Coquilla, conde de Montalvo, de Cameros, de Gramedo, vizconde de Monte Rubio de la Sierra, señor de las villas de Montalvo, Gramedo, Morezuelas, etc. Por el B. D. Isidoro Ortiz de Villarroel, catedrático de Prima de Matemáticas en la Universidad de Salamanca, Salamanca, Imprenta de Pedro Ortiz Gómez, 1752 (8 hs. + 47 63 

Expediente de imprenta con trámite rutinario (lo mismo para los posteriores, salvo indicación contraria): AHN, Cons., 50646, exp. sin numerar. La licencia se otorgó el 21-X-1760. 64  Bachiller. 65  Carece de título distintivo y el ejemplar consultado no tiene anteportada, aunque es probable que sí la tuviera, puesto que la segunda hoja tiene como signatura *3. 66  AHN, Cons., 50647, expedientes sin numerar, licencia (19-X-1751) y tasa (27-XI1751).

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pp.). Anteportada con grabado. Dedicatoria, Salamanca, 20-X-1752. Aprobación para el ordinario de Juan Francisco González Cernuda, Salamanca, 11-X-1752. Licencia del ordinario, Salamanca, 12-X-1752. Aprobación para el Consejo de Diego Torres Villarroel, Salamanca, 31-VIII-1752. Suma de la licencia. Fe de erratas. Suma de la tasa.67 1754. El estudiante legista y calesero poeta. Pronóstico y diario de cuartos de luna, con los sucesos elementales, áulicos y políticos de la Europa para este año de 1754. Dedicado al señor don Blas Fernando de Lezo, Solís, Enríquez y Dávalos, etc. Por el doct. D. Isidoro Ortiz Gallardo de Villarroel, del gremio y claustro de la Universidad de Salamanca y su catedrático de Prima de Matemáticas, Salamanca, Imprenta de Pedro Ortiz Gómez, 1753 (8 hs. + 48 pp.). Anteportada con grabado. Dedicatoria en Salamanca, 20-X-1753. Censura para el ordinario del P. Carlos Pan y Agua, Salamanca, 1-X-1753. Licencia del ordinario, Salamanca, 5-X-1753. Aprobación para el Consejo de Juan Francisco González Cernuda, Salamanca, 25-VIII-1753. Suma de la licencia. Fe de erratas. Suma de la tasa.68 1755. Sueño con visos de verdad. Pronóstico y diario de cuartos de luna, con los sucesos elementales, áulicos y políticos de la Europa para este año de 1755. Dedicado al exmo. señor D. Francisco de Paula Silva y Toledo, marqués de Coria, comandante de la Real Brigada de Carabineros, etc. Por el doct. D. Isidoro Ortiz Gallardo de Villarroel, del gremio y claustro de la Universidad de Salamanca y su catedrático de Prima de Matemáticas, Salamanca, Imprenta de Pedro Ortiz Gómez, 1754 (8 hs. + 48 pp.). Anteportada con grabado. Dedicatoria, Salamanca, 31-X-1754. Aprobación para el ordinario de José Cid y Baños, Salamanca, 15-X-1754. Licencia del ordinario, Salamanca, 17-X-1754. Censura para el Consejo de Diego Torres Villarroel, Madrid, 24-IX-1754. Licencia del Consejo, Madrid, 28-IX-1754. Fe de erratas, Madrid, 8-X-1754. Tasa, Madrid, 14-X-1754. 1756. Los arrieros bejaranos. Pronóstico y diario de cuartos de luna, con los sucesos elementares, áulicos y políticos de la Europa para el año que viene de 1756. Dedicado al señor don José Antonio de Orcasitas, caballero del hábito de Calatrava, comisario de Marina del departamento de Ferrol, etc. Compuesto por el Pequeño Piscator de Salamanca, el doctor D. Isidoro Ortiz Gallardo de Villarroel, del gremio y claustro de su Universidad y su catedrático de Prima de Matemáticas,

67  AHN, Cons., 50648, expedientes sin numerar, licencia (20-VIII-1752) y tasa (13X-1752). 68  AHN, Cons., 50649, expedientes sin numerar, licencia (30-VIII-1753) y tasa (13X-1753). En el legajo se hallan consecutivos los papeles del pronóstico de Torres y los de Ortiz, expedidos el mismo día por el mismo procurador y despachados a la vez por el Consejo al mismo censor, y tasados el mismo día, en buena prueba de que el lote se hacía conjunto para ambos.

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Salamanca, Por Antonio Villargordo, [1755?] (6 hs. + 51 pp.). Anteportada con grabado. Dedicatoria, Salamanca, 16-XI-1755. Aprobación para el ordinario de Diego Torres Villarroel, Salamanca, 20-XI-1755. Licencia del ordinario, Salamanca, 17-XI-1755. Aprobación para el Consejo de Juan Francisco González Cernuda, Salamanca, 8-X-1755. Suma de la licencia, 14-X-1755. Fe de erratas, 3-XI-1755. Suma de la tasa, 10-XI-1755.69 1757. La Puerta del Sol. Pronóstico diario de cuartos de luna, con los sucesos elementares, áulicos y políticos de la Europa para el año de 1757. Dedicado al señor don Joaquín Maldonado Rodríguez de las Varillas, conde de Villagonzalo, etc. Escrito por el Pequeño Piscator de Salamanca, el doctor don Isidoro Ortiz Gallardo de Villarroel, del gremio y claustro de esta Universidad y su catedrático de Prima de Matemáticas, Salamanca, Por Antonio Villargordo, [1756?] (4 hs. + 47 pp.). Anteportada con grabado. Dedicatoria, Salamanca, 24-XI-1756. Suma de la licencia y tasa del Consejo y de la licencia del ordinario, 19-XI-1756 y 18-X1756 respectivamente. Fe de erratas, Madrid, 10-XI-1756.70 1758. Los cofrades de la tuna y maestros de la bribia. Pronóstico y diario de cuartos de luna, con los sucesos elementales y políticos de la Europa para este año de 1758. Dedicado al muy ilustre señor D. Francisco Ventura Orense Motezuma y Guzmán, conde de Villalobos. Escrito por el Pequeño Piscator de Salamanca, el doctor D. Isidoro Ortiz Gallardo Villarroel, del gremio y claustro de la Universidad de Salamanca y su catedrático de Matemáticas, Salamanca, Por Antonio Villargordo, [1757?] (4 hs. + 55 pp.). Anteportada con grabado. Dedicatoria, Salamanca, 26-XI-1757. Suma de la licencia (del Consejo y del ordinario) y tasa, 13-X-1757 y 25-X-1757. Fe del corrector, Madrid, 9-X-1757.71 1759. Las gradas de San Felipe el Real. Pronóstico diario de cuartos de luna, con los sucesos elementales y políticos de la Europa para este año de 1759. Dedicado al excmo. señor don Antonio López de Zúñiga Avellaneda y Bazán, Ayala, Chaves, Chacón, Enríquez y Mendoza, Cárdenas, Rojas, Luna y Vargas, Acevedo, Osorio, Salas y Valdés, conde de Miranda, duque de Peñaranda, marqués de la Bañeza, vizconde de la Valduerna, marqués de Mirallo y Valdunquillo, conde de la Calzada

69  AHN, Cons., 50651, exp. sin numerar. Se concede la licencia en 11-X-1755. La tasa en otro expediente, 5-XI-1755. 70  Este año deja de incluir aprobaciones. Nunca fue una obligación legal, pero sí una práctica muy generalizada; en esta época las reformas del Consejo exigiendo informes breves y ejecutivos redundan en una creciente supresión de las aprobaciones (se prohibirían en 1763). AHN, Cons., 50652, exp. 11, solo he localizado la tasa, 18-XI-1756, por lo cual desconocemos quién hizo la censura. 71  AHN, Cons., 50653, exp. sin numerar (otro distinto con la tasa, en 11-X-1757). Se remitió al académico de la Española Miguel Pérez Pastor, que emite un visto bueno en términos mínimos (es decir, acredita que la obra no tiene nada contra la fe, la moral y las regalías, sin más comentario), fechado el 20-VIII-1757. Licencia otorgada el 22-VIII.

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y Casarrubios del Monte, etc. Por el Pequeño Piscator de Salamanca, el doctor don Isidoro Francisco Ortiz Gallardo de Villarroel, del gremio y claustro de la Universidad de Salamanca y su catedrático actual de Matemáticas. Con licencia, Madrid, Por Joaquín Ibarra, 1758 (4 hs. + 47 pp.).72 Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Bartolomé Ulloa, calle de la Concepción, como también el de don Diego de Torres y todas sus obras». Dedicatoria, Madrid, 2-XI-1758. Licencia del ordinario, Madrid, 13-X-1758. Licencia del Consejo, Madrid, 28-IX-1758. Fe de erratas, Madrid, 24-X-1758. Tasa, Madrid, 30-X-1758.73 1760. Los ciegos. Pronóstico diario de cuartos de luna, con los sucesos elementares, áulicos y políticos de la Europa para el año de 1760. Su autor el Pequeño Piscator de Salamanca, el doctor don Isidoro Francisco Ortiz Gallardo de Villarroel, del gremio y claustro de la Universidad y catedrático actual de Matemáticas. Dedicado a la excelentísima señora doña Mariana de Silva Meneses Sarmiento de Sotomayor, duquesa de Huéscar, etc. Con licencia, Madrid, Por Joaquín Ibarra, 1759 (9 hs. + 48 pp.). Anteportada con grabado. Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Bartolomé Ulloa, calle de la Concepción Jerónima». Dedicatoria, Salamanca, 27-X-1759. Licencia del ordinario, Madrid, 5-X1759. Licencia del Consejo, Madrid, 13-X-1759. Fe del corrector, Madrid, 30-X-1759. Tasa, Madrid, 5-XI-1759.74 1761. Los sopistas salmantinos y médicos cursantes. Pronóstico diario de cuartos de luna, con los sucesos elementares, áulicos y políticos de la Europa para el año de 1761. Dedicado al excelentísimo señor don Martín Fernández de Velasco y Pimentel, marqués del Fresno, etc. Por el doctor D. Isidoro Francisco Ortiz Gallardo de Villarroel, del gremio y claustro de la Universidad de Salamanca y catedrático actual de Matemáticas,75 Reimpreso en Madrid por Andrés Ortega76 1760 (4 hs. + 52 pp.). Anteportada con grabado. Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Bartolomé Ulloa, calle de la Concepción Jerónima».

72 

Los dos ejemplares consultados no llevan anteportada, ni las signaturas de los pliegos la presuponen, aunque eso no es un dato definitivo de que no la hubiera, pues en Ibarra solían imprimirse como láminas separadas del cuadernillo de preliminares (así el año siguiente). 73  AHN, Cons., 50654, exp. 9. La censura civil se encomendó a Fr. Isidoro Rubio, quien extiende una aprobación mínima, 24-IX-1758. Al día siguiente se concede la licencia. La tasa en el mismo legajo, exp. 10, 26-X-1758. 74  AHN, Cons., 50655, exp. 9, censura mínima rutinaria de Miguel Pastor Pérez, 13IX-1759 (se otorga la licencia el 13-X). 75  Este año no figura en ningún lugar del pronóstico el título de Pequeño Piscator de Salamanca, aunque al siguiente volverá a su sitio habitual. 76  Sobre el motivo de que aparezca como «reimpreso» (muy probablemente es mentira), véase el cuerpo del estudio.

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Dedicatoria, Salamanca, 22-X-1760. Licencia del ordinario, Salamanca, 8-X-1760.77 Licencia del Consejo, Madrid, 30-VIII-1760. Fe del corrector, Madrid, 16-X-1760. Suma de la tasa, Madrid, 17-X-1760.78 1762. Los saludadores. Pronóstico diario de cuartos de luna, con los sucesos elementares, áulicos y políticos de la Europa para el año de 1762. Por el Pequeño Piscator de Salamanca, el doct. D. Isidoro Francisco Ortiz Gallardo de Villarroel, del gremio y claustro de la Universidad de Salamanca y su actual catedrático de Matemáticas. Dedicado al excelentísimo señor don Pedro Guzmán el Bueno, duque de Medina Sidonia. Con licencia, Madrid, Por Andrés Ortega, 1761 (5 hs. + 48 pp.). Anteportada con grabado. Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Bartolomé Ulloa, calle de la Concepción Jerónima». Dedicatoria, Salamanca, 10-X-1761. Licencia del ordinario, Alcalá de Henares, 28-IX-1761. Licencia del Consejo, Madrid, 22-IX-1761. Fe del corrector, Madrid, 29-X1761. Tasa, Madrid, 30-X-1761.79 1763. El puente de barcas y venta de San Pelayo. Pronóstico diario de cuartos de luna, con los sucesos elementares, áulicos y políticos de la Europa para el año de 1763. Por el Pequeño Piscator de Salamanca, el doctor don Isidoro Ortiz Gallardo de Villarroel, del gremio y claustro de esta Universidad y su catedrático de Matemáticas. Dedicado al excmo. señor don Pedro López Zúñiga, etc., marqués de la Bañeza y brigadier de los Ejércitos de Su Majestad, etc. Con licencia, Madrid, Por Andrés Ortega, 1762 (8 hs. + 48 pp.). Anteportada con grabado. Al pie de la portada: «Se hallará en las librerías de Bartolomé Ulloa, calle de la Concepción Jerónima, frente del Salvador». Dedicatoria, Salamanca, 6-XI1762. Licencia del ordinario, Alcalá de Henares, 30-VIII-1762. Licencia

77 

No se copia la aprobación eclesiástica como tal, pero se incluye su contenido en el certificado extendido por el provisor: «por cuanto de nuestro mandato por el Doct. Diego de Torres Villarroel […] se ha visto y reconocido el pronóstico […] y dice que no contiene cosa que se oponga a nuestra Santa Fe y buenas costumbres, por lo que a Nos toca damos y concedemos licencia a cualquiera de los impresores de esta ciudad para que le puedan imprimir […]». Curiosamente, para más tranquilidad, el pronóstico paralelo de Torres fue censurado por Ortiz. 78  AHN, Cons., 50656, exp. sin numerar. Censura mínima de Miguel Pérez Pastor, 18-VIII-1760; concedida licencia al día siguiente. 79  AHN, Cons., 50657, exp. sin numerar. Este año la censura fue asignada a Leopoldo Jerónimo Puig, bibliotecario de S. M., y uno de los antiguos autores del Diario de los Literatos, quien alaba a Ortiz por alejarse de la astrología: «Su autor es ingenuo, pues no es astrólogo caprichudo y pedante que porfía en que los lectores le crean lo que él conoce que ignora. Divierte a los ociosos y no atemoriza a los crédulos: por esto y por no contener cosa alguna contra nuestra Santa Fe y regalías de S. M. merece la licencia que pide. Madrid y septiembre 18». Concedida el 19-IX-1761.

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del Consejo, Madrid, 23-X-1762. Fe de erratas, Madrid, 8-XI-1762. Tasa, Madrid, 10-XI-1762.80 1764. El Pequeño Piscator de Salamanca para este año de 1764.81 Pronóstico diario de cuartos de luna, con los sucesos elementares, áulicos y políticos de la Europa. Por el doct. don Isidoro Francisco Ortiz Gallardo de Villarroel, del gremio y claustro de la Universidad de Salamanca y su catedrático de Matemáticas. Con las licencias necesarias, Madrid, Por Andrés Ortega, 1763 (5 hs. + 48 pp.).82 Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Bartolomé Ulloa, calle de la Concepción Jerónima». Dedicatoria al público.83 1765. El pequeño piscator de Salamanca para este año de 1765. Pronostico diario de cuartos de luna con los sucesos elementares, áulicos y políticos de la Europa. Por el doct. don Isidoro Francisco Ortiz Gallardo de Villarroel, del gremio y claustro de la Universidad de Salamanca y su catedrático de Matemáticas. Con licencia, Madrid, Por Andrés Ortega, 1764 (63 pp.).84 Al pie de la portada: «Se hallará en las librerías de Bartolomé Ulloa, calle de la Concepción Jerónima». «Dedicatoria que los vecinos de Madrid hacen a los forasteros.» 1766. El decano de los tunos y rector de los sopistas. Pronóstico diario de cuartos de luna y juicio de los acontecimientos naturales y políticos de la Europa para el de 1766. Por el Pequeño Piscator de Salamanca, el doctor don Isidoro Francisco Ortiz Gallardo de Villarroel, del gremio y claustro de la Universidad de Salamanca y su catedrático de Matemáticas. Dedicado al señor don Vicente Pardo, abogado de los Reales Consejos y agente fiscal del Consejo de Hacienda. Con las licencias necesarias, Madrid, Por Andrés Ramírez, 1765 (64 pp.). Al pie de la portada: «Se hallará en las librerías de Bartolomé Ulloa, calle de la Concepción Jerónima».85 1767. Embajada de los astros, sueño astronómico. Pronóstico diario de cuartos de luna, con los sucesos elementares y políticos de la Europa, para el año 1767, por el 80  Según Aguilar Piñal, el expediente de censura está en AHN, Cons., 50658; no he sido capaz de localizarlo. De los tres siguientes pronósticos, para 1764, 1765 y 1766, no consta que se conserven expedientes: no los cita Aguilar Piñal ni los he visto en los legajos correspondientes. 81  Este año carece de título y asimismo no figura anteportada en el ejemplar manejado. 82  El ejemplar consultado carece de anteportada con grabado. 83  Es el primer año en que no hay dedicatoria propiamente dicha; ese año también entra en vigor la legislación que suprime la tasa y la publicación de paratextos legales, que ahora se sustituye por la simple mención en la portada de «con las licencias necesarias». 84  Subsisten dos ejemplares en The Newberry Library de Chicago, vault Greenlee 5100 .I24 1773, y en Biblioteca Nacional de Chile, 8;(262A-31p.7). He manejado el de Chicago, sin anteportada. 85  No hay anteportada en el ejemplar manejado.

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Pequeño Piscator de Salamanca, el Doct. D. Isidoro Ortiz Gallardo de Villarroel. Dedicado al excelentísimo señor don Pedro Alcántara López de Zúñiga, conde de Miranda, duque de Peñaranda, etc. Con las licencias necesarias, Madrid, Andrés Ramírez, 1766 (62 pp.).86 Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Manuel Elvira, frente del cementerio de Santa Cruz».87 1768. Discurso cosmográfico e histórico, efeméride manual de los movimientos y apariencias celestiales, para el año de 1768 de nuestra era y meridiano de Madrid. Por el catedrático de matemáticas de la Universidad de Salamanca don Isidoro Ortiz Gallardo y Villarroel. Dedicado al excelentísimo señor venerando bailío del Santo Sepulcro Fr. D. Luis de Arias, etc. Con licencia, Madrid, Por Andrés Ramírez, 1767 (55 pp.). Al pie de la portada: «Se hallará en la librería de Manuel Elvira, frente del cementerio de Santa Cruz, inmediato al almacén de azúcar».88 Dedicatoria en Salamanca, 2-XII-1767, firmada por Judas Tadeo Ortiz Gallardo y Villarroel.

Otras obras 1756. Lecciones entretenidas y curiosas, físico-astrológico-meteorológicas, sobre la generación, causas y señales de los terremotos, y especialmente de las causas, señales y varios efectos del sucedido en España en el día primero de noviembre del año pasado de 1755. Dedicadas al señor D. Diego de Torres Villarroel, del gremio y claustro de esta universidad de Salamanca y su catedrático de prima de Matemáticas jubilado por el Rey Nuestro Señor. Hechas por su sobrino el doctor D. Isidoro Ortiz Gallardo de Villarroel, del mismo gremio y claustro, y actual catedrático en la misma de Matemáticas, Salamanca, Por Antonio José Villargordo, [1756?] (4 hs. + 30 pp.). Dedicatoria a D. Torres Villarroel, Salamanca, 4-II-1756. Censura para el ordinario de D. Torres Villarroel, Salamanca, 4-II-1756. Licencia del provisor, Salamanca, 6-II-1756. Aprobación para el Consejo de Juan González Cernuda, Salamanca, 6-XII-1755. Licencia y tasa del Consejo, Madrid, 28-I-1756. Fe de erratas, Madrid, 22-I-1756. 1758. Noches alegres y divertidas en academias líricas, morales y humanas, serias y jocosas, con diversidad de metros castellanos. Dedicadas a los lectores por su autor, el doctor D. Isidoro Francisco Ortiz Gallardo de Villarroel, del gremio y claustro

86 

Accidentado expediente en AHN, Cons., 50661, sin numerar (véase en el estudio). Como ocurrió con el pronóstico de Torres, de la Embajada de los astros se hicieron dos tiradas: una normal autorizada por la censura previa (se conservan dos ejemplares en AHN, Cons., 5529, exp. 8) y otra con el expurgo total de los sucesos políticos por Campomanes y la adición de una «Advertencia», la generalmente conocida y a la que corresponde este asiento bibliográfico. 88  Hubo anteportada, porque tras la hoja de portada se empieza en p. 5. 87 

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de la Universidad de Salamanca y su catedrático de Matemáticas, Salamanca, Por Antonio Villargordo y Alcaraz, [1758?] (4 hs. + 64 pp.). Dedicatoria a todo género de lectores, Salamanca, 30-XI-1758. Licencia del señor provisor, Salamanca, 30-XI-1758. Licencia del Consejo, Madrid, 29-VIII-1757. Tasa, Madrid, 14-IV-1758. Fe de erratas, Madrid, 31-III-1758.89 1758. Uso de los globos y la esfera, escrito por M. Robert Vaugondi, traducido de francés en castellano, extractado y aumentado por los catedráticos de Matemáticas de la Universidad de Salamanca, el doct. D. Diego de Torres Villarroel y el doct. D. Isidoro Ortiz Gallardo y Villarroel, quienes lo dedican al claustro pleno de la mayor universidad de las universidades. Impreso con licencia, Salamanca, Eugenio García de Honorato y San Miguel, impresor de dicha universidad, [1758] (8 hs. + 115 pp.). 1758. Reconvención fraternal y amigables quejas de Don Isidoro Francisco Ortiz Gallardo de Villarroel, a su compariente el Señor Doctor Don Francisco Ovando, Catedrático de pronósticos de esta G. Universidad, Salamanca, Antonio Villargordo, [1758] (2 hs.). 1758. Hechos puros y representaciones verdaderas que deben constar en los libros de claustro de la Universidad de Salamanca, firmadas por los catedráticos de Matemáticas el doctor don Diego de Torres, jubilado por el Rey Nuestro Señor y el doctor don Isidoro Ortiz, actual por aclamación de la misma universidad, dirigidas todas a complacer al Rey, a instruir al público, a mirar por el honor y el instituto de esta escuela y a mantener su fama, su ejercicio y su reputación, [colofón:] Salamanca, Imprentas de Eugenio García de Honorato y Antonio Villargordo y Alcaraz, [1758] (3 hs. + 13 pp.).90 1766. Sustos y gozos que se metieron de rondón por los espíritus de los DD de la Universidad de Salamanca, con la noticia de la nueva idea del P. Fr. Miguel de Jesús María Hualde, religioso lego del Carmen Calzado, sobre el modo de intercalar los bisiestos. Ajustada y merecida repulsa que en poco papel desbarata cuanto dicho padre amontonó en ochenta pliegos contra el cómputo gregoriano y sobre los días y años ciertos de los misterios de nuestra redención y demás puntos que intempestivamente toca. Escrito todo por los catedráticos de Matemáticas don Diego de Torres y don Isidoro Ortiz, no como doctores, sino es como astrónomos y computistas sueltos. Dedicado el Emo. Sr. Cardenal de Solís. Con las licencias necesarias, Salamanca, Imprenta de Antonio Villargordo y Alcaraz, [1766] (8 hs. + 96 pp.). La sección entre pp. 35-96 está firmada por Ortiz: «Ajustada

89 

Se hace el trámite del Consejo entre agosto de 1757 y abril de 1758, cuando ya tienen la tasa; la licencia eclesiástica de Salamanca y la publicación se demoran hasta noviembre de 1758. 90  El título consta en la p. 1, las primeras hojas son un memorial al rey encabezado en página de portada por un cristus y «Señor».

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y merecida repulsa. Leve insinuación de don Isidoro Ortiz al Padre Fray Miguel»; la anterior, por Torres. 1766. Plan geográfico nunca visto en España, ni representado por sus anteriores astrólogos. Manifiéstanse en él todas las tierras que padecerán la obscuridad del eclipse de sol del día cinco de agosto de este presente año de 1766 con toda la diversidad de sus fases y apariencias. Juicio racional de sus influjos y efectos. Noticias que da al público el doctor don Diego de Torres Villarroel, del gremio y claustro de la Universidad de Salamanca. Con las licencias necesarias, Salamanca, Antonio Villargordo y Alcaraz, [1766] (34 pp. y un mapa).91

Bibliografía secundaria Aguilar PiÑal, Francisco (1978), La prensa española en el siglo xviii. Diarios, revistas y pronósticos, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. — (1981-2001), Bibliografía de autores españoles del siglo xviii, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (10 vols.). Álvarez Barrientos, Joaquín (2020), El astrólogo y su gabinete. Autoría, ciencia y representación en los almanaques del siglo xviii, Oviedo, Universidad de Oviedo (Anejos de Cuadernos de Estudios del Siglo xviii). Carabias Torres, Ana María (2020), «Política educativa y manuales de Matemáticas en el siglo xviii. La Universidad de Salamanca como laboratorio», en Carmen López-Esteban y Alexander Maz-Machado (eds.), Las Matemáticas en España durante el siglo xviii a través de los libros y sus autores, Salamanca, Universidad de Salamanca, pp. 15-44. Cárdenas Luna, Rocío (2020), «La iconografía de los grabados de anteportada en los almanaques», Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, nº 26, pp. 333-364. Collantes Sánchez, Carlos M. (2020), «Una colección de almanaques y pronósticos desconocidos de la Biblioteca Capitular de la Mezquita-Catedral de Córdoba», Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, nº 26, 365-389. Durán LÓpez, Fernando (2015), Juicio y chirinola de los astros. Panorama literario de los almanaques y pronósticos astrológicos españoles (1700-1767), Gijón, Trea. — (2021), De las seriedades de Urania a las zumbas de Talía. Astrología frente a entretenimiento en las censuras de los almanaques de la primera mitad del siglo xviii, Oviedo, Universidad de Oviedo (Anejos de Cuadernos de Estudios del Siglo xviii). 91  Aunque el opúsculo lo firma en solitario Torres, en la introducción le atribuye a su sobrino la elaboración del mapa, su descripción y demás explicaciones, y él se reserva su visto bueno.

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Isidoro Ortiz Gallardo Villarroel, el astrólogo empequeñecido

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LÓpez Serrano, Ricardo (1994), Los testamentos de Torres Villarroel, Salamanca, Diputación de Salamanca. Mercadier, Guy (2009) [1976], Diego de Torres Villarroel: máscaras y espejos, ed. de M. M. Pérez López, Salamanca, Fundación Salamanca Ciudad de Cultura. Peset, Mariano y José Luis Peset (1973), «Un buen negocio de Torres Villarroel», Cuadernos Hispanoamericanos, nº 279, pp. 514-536.

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ANTONIO ROMERO MARTÍNEZ ÁLVARO UN ALARIFE DE PRONÓSTICOS EN LA ÓRBITA DE TORRES VILLARROEL Claudia Lora Márquez Universidad de Cádiz

Bajo el signo del capital. Perfil bio-bibliográfico El rédito económico ha sido considerado durante siglos un interés espurio, una inclinación contraria a la supuesta original pureza y excelsitud interior del artista. En el setecientos, en cambio, la tradicional división entre otium y negotium empieza a dejar de tener sentido, y los que hasta entonces habían depositado en un mecenas la garantía de su supervivencia, pasan a depender de la pluma para ganarse la vida (Álvarez Barrientos, 2006: 118). Progresivamente se impone una dinámica de mercado capitalista que termina absorbiendo al mundo del libro, el cual, impelido por la situación, apuesta por favorecer la proliferación de imprentas especializadas en la llamada literatura de amplia difusión (Buiguès, 2003: 303-316). La figura de Diego de Torres Villarroel (16931770) en su faceta de almanaquero es indesligable de esta coyuntura, hasta el punto de que ha pasado a la posteridad como epítome del escritor pro pane lucrando (García Aguilar, 2017: 142). Mientras ejerce como Gran Piscator de Salamanca, su ejemplo sirve de estímulo para una miríada de imitadores que quieren probar suerte en tan provechoso negocio. Sin embargo, pese a la querencia manifiesta de la mayoría de la población por estos papeles, no hay empresa comercial que esté exenta de riesgos, de modo que, al lado de quienes logran hacerse valer en el campo literario, otros no saben encantar al público y fracasan. Una tercera categoría la forman aquellos que, como Antonio Romero Martínez Álvaro, gozaron en su época de una relativa fama, si bien el paso de los años ha ido desgastando su nombre hasta llegar a emborronarlo.

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Hasta hace no mucho tiempo, solo los bibliófilos y otros tipos eruditos interesados en los libros raros y curiosos consentían acercarse al universo de la literatura popular impresa, sistemáticamente despreciada por la crítica literaria tanto por la baja calidad estética que se le imputaba, como por la verdadera dificultad que entrañaba seguirle la pista a través de las bibliotecas. Los piscatores de Antonio Romero Martínez Álvaro andaban, como otros, perdidos o arrinconados en alguna estantería hasta que Francisco Aguilar Piñal se propuso sacarlos a la luz, primero en La prensa española del siglo xviii (1978) y después en la indispensable Bibliografía de autores españoles del siglo xviii (19812002). Entre 1759 y 1763, el astrólogo publica en Madrid una serie de almanaques en los que remeda en sentido y forma el modelo literario torresiano (Durán López, 2015: 77-78).1 Tenemos la certeza de que no existe ningún ejemplar perdido que hubiese sido escrito con anterioridad a esta fecha pues, siguiendo también en esto el estilo del maestro, Martínez Álvaro suele recordar en sus prólogos cuántos lleva dados a la imprenta: «cinco pronósticos llevo», afirma en 1763. Por otro lado, no hay razones conducentes a pensar en la posibilidad de que el proyecto pudiera haberse prolongado más allá en el tiempo. La Real Academia de la Historia2 y el Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español recogen que el autor fue bautizado como «Antonio Mauricio» y, en efecto, él mismo firma con este segundo nombre las dedicatorias de sus dos primeros almanaques. Respecto a los cargos y ocupaciones que desempeña en vida, la carencia de datos personales dificulta la tarea de resolver satisfactoriamente este particular. Ateniéndonos únicamente a sus pronósticos, sabemos que comienza presentándose como «colegial de filosofía» (1759 y 1760); después, como «bachiller» (1761 y 1762) y, en la última entrega (1763), se persona ante la opinión pública en calidad de «doctor». Su filiación académica remite directamente a la Universidad de Alcalá, una de las más importantes del reino junto con Salamanca y Valladolid. En una primera instancia, pertenece al Colegio Menor de Santa Catalina Mártir, patrocinado por dicha institución. Una vez alcanza el grado de

1 

Aunque tendremos ocasión de comentar más pormenorizadamente esta serie de opúsculos, apuntamos aquí una versión reducida de los títulos: El gigante de los astros y piscator de la villa (1759), El piscator de la farsa (1760), La verdad disfrazada y tahúr pronostiquero (1761), El escardillo del juicio y duende de la razón (1762) y La cátedra del dios Momo (1763). 2  En el Archivo Documental Español, tomo XXIII, p. 287.

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bachiller, consigue ser investido profesor de Derecho Civil y Canónico, lo cual, a juzgar por la portada de su almanaque para 1763, le abre las puertas a profesar la noble tarea de «maestro mayor de todos los elementos matemáticos del rey». No hemos encontrado documentos capaces de refrendar esta afirmación, aunque sabemos que bien entrado el siglo xviii hubo astrónomos encargados de desarrollar la tarea de preceptores en la corte (González Palencia, 1948: 322). El Archivo Histórico Nacional custodia una certificación de méritos a nombre de Antonio Romero Martínez Álvaro fechada en 1760 en la Universidad de Alcalá que permite concluir que es entonces cuando le es dado el título de bachiller, puesto que solamente a partir de la siguiente anualidad empieza a signar sus obras empleando este distintivo.3 Mayores problemas interpretativos plantea una certificación de estudios de ese mismo año conservada también en el AHN, esta vez referida a un estudiante llamado Álvaro Romero Martínez, natural de Madrid y que habría permanecido en el centro entre 1758 y 1760.4 Nos inclinamos a pensar que se trata del almanaquero por varios motivos: el primero, porque podemos asegurar, tanto por la lectura de sus pronósticos como por el informe que acabamos de describir, que en 1760 ha finalizado una etapa formativa en la universidad. Además, conviene recordar que en su primer piscator incluye un poema en alabanza del Colegio de Santa Catalina por haberle admitido entre sus miembros y, puesto que el papel se imprime en 1758, hemos de pensar necesariamente que es ahí cuando comienza sus estudios. De este modo, el lapso temporal que transcurre desde que ingresa como alumno hasta que sale de allí convertido en bachiller coincide plenamente con los años señalados en el documento. Su preferencia por utilizar tres apellidos en lugar de los dos que vienen siendo habituales, y el hecho casual de que el tercero de ellos exista como nombre propio en castellano, explican el fallo de atribución. Por último, cabe destacar que en el almanaque del año 1762 se adjudica el título ordinario de «philo-matemático», pasando así a formar parte del 77,8% de componedores de almanaques españoles que usaron esta denominación (Álvarez, 1983: 501). 3 

«Certificación de méritos de Antonio Romero Martínez Álvaro, colegial en el de Santa Catalina Mártir de Aristas», AHN, Universidades, 45, Exp. 201. 4  «Certificación de estudios en la Universidad de Alcalá de Álvaro Romero Martínez, natural de Madrid», AHN, Universidades, 496, Exp. 114.

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Su relación con los círculos de poder se ajusta a lo que cabría esperar de un pronostiquero de la época. En particular, demuestra una especial simpatía por la Casa de Téllez-Girón: de los cinco pronósticos que compone, cuatro están dedicados a alguno de sus miembros. La razón es que, a pesar del sentido lúdico inherente al almanaque dieciochesco, la dedicatoria a un personaje ilustre continúa siendo una parte esencial del mismo, lo cual evidencia la permanencia en el tiempo de ciertas formas de sociabilidad más antiguas.5 Respecto a los circuitos de producción y difusión de la industria editorial, Martínez Álvaro entabla tratos comerciales con el impresor y editor Manuel Martín, en cuyo taller madrileño alumbra sus tres primeros pronósticos. Según María de los Ángeles García Collado, estas piezas serían un encargo que el propio Martín haría al astrólogo a cambio de una suma de dinero (1997: 348). Martín, dedicado al negocio de los impresos de gran difusión entre 1756 y 1782, logró construirse una sólida reputación en el gremio y en la actualidad es considerado un representante de «lo popular al servicio de las Luces» (García Collado, 2017: 161). Como el de otros autores materiales del siglo xviii, su trabajo se caracteriza por abarcar una gran cantidad de productos y temas, tratando de mantener un equilibrio entre tradición y novedad, ya que ambos extremos eran demandados por el público. Si nos ceñimos a su labor como impresor de piscatores, es de reseñar que no solo edita las obras de Martínez Álvaro, sino también el pronóstico para 1760 de Antonio Muñoz Ruiz de Pasanis, los dos que compone Judas Tadeo Ortiz Gallardo Villarroel para 1773 y 1774 y los vaticinios del año 1778 elaborados por Teresa González, La Pensadora del Cielo. En 1761, nuestro astrólogo rompe sus tratos con Martín y publica el almanaque que tenía preparado para el año siguiente en la oficina de la viuda de Manuel Fernández, de cuyas prensas también salieron algunos de los papeles de Francisco de Horta y Aguilera, Alejos de Torres, Diego González Gómez y Jerónimo Audije. El pronóstico para el año 1763 lo edita Joseph Martínez Abad, quien también tenía experiencia componiendo piscatores (preparó El Buscón

5  Aunque no es un modelo inmutable: en el caso de Torres Villarroel, las dedicatorias pueden asumir funciones de la escritura autobiográfica (Durán López, 2015: 56). Asimismo, las dedicatorias burlescas de la serie de El pobrecito Manuel Pascual de Francisco de la Justicia y Cárdenas muestran «la decadencia o inutilidad del modelo del mecenazgo» frente a «la pujanza del mercado como medio útil para la ganancia económica» (Martín Puya, 2019: 261).

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de los Astros de Jorge Cárdenas para 1751, varias salidas de El Piscator de las Damas de Julián López de Castro y alguna entrega de El pobrecito Manuel Pascual). A la hora de escoger los cauces de divulgación de sus escritos, Antonio Romero comienza trabajando con los libreros asociados a Manuel Martín, Joseph Batanero y Joseph Terroba, ambos con puestos en Madrid. Posteriormente, entabla relaciones con Castillo, Francisco Guerrero y Juan de Arribas, este último de Alcalá de Henares. Analizar esta dimensión de la historia del libro es importante porque demuestra que, además de la venta ambulante, los pronósticos dieciochescos se adquieren en establecimientos fijos y semifijos, unas formas de comercialización cada vez más institucionalizadas. Asimismo, es interesante hacer notar cómo los astrólogos se valen de los recursos publicitarios que pone a su disposición la prensa pues, si bien los ciegos continúan voceando su mercancía en las plazas públicas, hay quienes optan por dar a conocer su mercancía a través de las páginas de la Gaceta de Madrid o de cualquier otro medio de comunicación escrito.6 Más allá de los almanaques, el único testimonio de la trayectoria literaria de este autor que ha llegado hasta nosotros es un pliego de cordel de corta extensión —apenas once páginas— titulado Papel del juicio, (porque el juicio debe hacer papel en el mundo): Juicio sin temeridad (porque también hay temeridad, que es un juicio): y sobre todo, expresión, de la que Dios nos ha hecho con el terremoto acaecido en el día 31 de marzo de este año de 1761. Con todas las demás circunstancias del cálculo de su origen, influjos y pronosticaciones. Escrito por el bachiller D. Antonio Romero Martínez Álvaro, philomatemático y colegial que ha sido en la Real Universidad de Alcalá de Henares, impreso ese mismo año de 1761 en el taller de Manuel Martín. La publicación de opúsculos de temática sísmica se había convertido en algo habitual desde que el 1 de noviembre de 1755 un terremoto de 8,7 grados en la escala de Richter asola la ciudad de Lisboa y llega a causar daños en varios municipios españoles y norteafricanos. También los astrólogos participaron de esta corriente: Isidoro Ortiz, sobrino de Torres Villarroel y también almanaquero, había publicado unas Lecciones entretenidas y curiosas, físico-astrológico6 

Esto ocurre al menos con El piscator de la farsa, que sale anunciado el 25 de diciembre de 1759 en la Gaceta y el 10 de enero del año siguiente en el Diario noticioso, curioso, erudito y comercial, público y económico. Agradezco el acceso a estos datos al proyecto NICANTO del equipo de investigación AMERIBER de la Universidad de Burdeos III.

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meteorológicas sobre la generación, causas y señales de los terremotos (1756) donde venía expuesta una serie de posibles explicaciones para los temblores de tierra que se habían dejado sentir en la capital portuguesa. Muchos de estos impresos se limitan a plasmar una consabida religiosidad popular, aduciendo que los temblores son un producto de la ira de Dios, que castiga sabiamente los pecados de la raza humana; otros, en cambio, más acordes con el espíritu de la Ilustración, buscan averiguar cuál es su origen real acudiendo a nuevas formas de experimentación. Martínez Álvaro adopta una postura conciliadora entre ambos extremos: no desestima la observación directa como método de análisis, pero remite a lo sobrenatural como razón última de los desastres. A su juicio, los terremotos son unos «agitados fogosos vapores de nitros, azufres y otros minerales», que «impelidos del extraño viento», hacen temblar la tierra desde dentro.7 Sobre sus posibles efectos adversos en las mujeres y los hombres, acude igualmente a una base empírica para tratar de justificarlos: Si en una pieza donde hay humo entran muchos sujetos, se verá que los que están sentidos del diafragma empiezan a toser, y en el tanto se reconoce el más o menos tocado; sin que aunque los demás no tosan, se diga que no les hace alguna impresión la novedad en su garganta.

Puesto que los terremotos pueden ser la causa de ciertas enfermedades, Martínez Álvaro cree que es lógico que deban ser vistos como muestras de la infinita misericordia de Dios, que los envía a modo de señales para que a sus criaturas tomen a tiempo medidas de prevención. Por tanto, ante esta clase de situaciones apuesta por «reconocer el beneficio, sin darle más causa que la temporal, y por ella reconocer al Creador». El texto concluye con una breve disertación en la que se intenta ridiculizar el copernicanismo y otras teorías afines que postulan el movimiento de los planetas alrededor del Sol. La posición de la Tierra, sostiene el autor, «solo estriba en el sitial de la Providencia de Dios», de donde no puede llegar a moverse si no es que se piensa que «se ha desnivelado la voluntad de Dios, que es siempre una, y no ha de 7  Kant, considerado uno de los padres de la sismología científica, principió una teoría acerca de las causas de los terremotos en la que también eran unos gases calientes los que al moverse hacían vibrar la corteza terrestre (Hernández Marcos, 2005).

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andar como los turroneros de aquí para allá con la Tierra a cuestas». Esta declaración adolece de un cierto conservadurismo pues, si bien la Iglesia católica era reacia a admitir los modernos descubrimientos astronómicos, sabemos que los círculos académicos españoles no eran del todo ajenos a los avances de la nueva ciencia. Resulta tremendamente llamativo que, en una fecha tan temprana como son los últimos años del siglo xvi, el currículum oficial de la cátedra de Matemáticas de la Universidad de Salamanca incluya a Nicolás Copérnico entre la nómina de autores estudiados en el cursus astronómico.8 Así, el testimonio de Martínez Álvaro puede ser interpretado una muestra de la resistencia por parte de algunos sectores académicos a admitir los cambios. No obstante, Bustos Tovar duda de si realmente la obra de Copérnico fue impartida en las aulas de la Universidad de Salamanca o si fue más bien una cuestión aparecida en los debates internos entre profesores (1973: 249-250). Por otro lado, también cree posible que el copernicanismo consistiese en esos momentos en la enseñanza de las tablas y no de la teoría heliocéntrica, que quedaría escondida «en la penumbra de las simples hipótesis» (1973: 251). Este último argumento estaría apoyado por el hecho de que su incorporación no excluye de ningún modo el sistema tolemaico. El mismo Isidoro Ortiz, que fue catedrático en esta misma institución cuando su tío se hubo jubilado, veía un cierto esnobismo en la actitud de quienes se decidían a levantar la bandera de la «revolución científica»: Lo que ha que el señor Newton nos salió con la novedad de no ser la tierra redonda, sino es elíptica. Se han hecho de su bando las damas, y en sus estrados no se habla de otra cosa que de sistemas, y el que no sabe defender y explicar el de Copérnico, pasa por hombre rudo y sin noticia aunque antes por un Séneca (1757: 5-6).

En cualquier caso, las disquisiciones en torno a materia científica en los pronósticos y otros papeles afines solo aparecen ocasionalmente y, en caso de hacerlo, se caracterizan por su suma prudencia.

8 

«El segundo cuadrienio, léase a Nicolás Copérnico y las tablas Plutérnicas en la forma dada. Y en el tercer cuadrienio a Tolomeo, y así consecutivamente», Estatutos, tít. XVIII. De lo que ha de leer el catedrático de Matemáticas y Astrología, p. 183. Citado en Alejo Montes, 1990: 142.

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Nuevos embustes de astrÓlogo: la serie de almanaques ₍1759-1763₎ Elementos externos La fórmula literaria torresiana es, ante todo, un reclamo comercial; por ello, quien desea iniciarse en el negocio no solo no esconde la deuda que le une al Gran Piscator, sino que, muy al contrario, se esfuerza por hacer evidente este hecho. Los títulos de los almanaques compuestos por Martínez Álvaro anuncian al lector una metáfora parecida a la del «modelo literario»: El gigante de los astros y piscator de la villa (1759) llama al primero; El piscator de la farsa (1760), al segundo. El resto también participa de la misma estrategia al descubrir cuál será el personaje principal de la ficción: La verdad disfrazada y tahúr pronostiquero (1761), El escardillo del juicio y duende de la razón (1762) y La cátedra del dios Momo (1763). Es llamativo, sin embargo, que Martínez Álvaro haya rehusado utilizar alguno de aquellos sobrenombres sonoros y extravagantes que, a imitación del Gran Piscator de Salamanca,9 acostumbran a adornar los almanaques. En la primera entrega, la expresión «piscator de la villa», según la posición que ocupa en el conjunto del título, parece hacer referencia bien al «gigante de los astros», que se encarga metafóricamente de redactar el pronóstico, bien al almanaque propiamente dicho, pero no al autor histórico. Por otro lado, es bastante evidente que con El piscator de la farsa se está aludiendo al contenido teatral del pronóstico; de hecho, en la licencia del ordinario aparece nombrado directamente como «el piscator intitulado de la farsa» (1760: sin numerar). Es probable que la decisión de Antonio Romero de prescindir de esta clase de apodos grandilocuentes se deba a que conforme avanza la centuria, el fondo alegórico característico de los opúsculos del seiscientos deja de estar presente en beneficio de temas más cercanos a la realidad del momento.10

9  A su vez, Torres inventa el suyo a partir de El Gran Piscator Sarrabal de Milán (Gran Pescatore di Chiaravalle en el original italiano). 10  Russell P. Sebold hablaba de «costumbrismo» para referirse a la paulatina búsqueda de realismo por parte de los almanaqueros —en concreto de Torres Villarroel— a partir de 1740, y lo relacionaba con los avances de la filosofía sensista (1975: 153-160). Una visión actualizada del asunto, ligada a los conceptos de «ciudadanía» y «modernidad», en Álvarez Barrientos, 2020b.

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Otro elemento a tener en cuenta a la hora de determinar el grado de influencia de Torres Villarroel es la iconografía. Si bien en su primer pronóstico Martínez Álvaro opta por incluir en la anteportada una xilografía que representa al jayán protagonista,11 en lo sucesivo inserta un autorretrato en el que aparece caracterizado a la manera de astrólogo, siempre acompañado del planisferio, la esfera, la pantómetra y el resto de instrumentos para calcular lunas y determinar las posiciones de los planetas. Curiosamente, La verdad disfrazada trae el grabado de un astrólogo que ya había sido utilizado por otro almanaquero, Francisco de Horta y Aguilera, en la entrega del año 1744 (Álvarez Barrientos, 2020a: 38). Este hecho prueba que la reutilización de los materiales gráficos, una práctica muy habitual en el género de cordel, afecta también a esta clase de folletos, aunque no de una forma tan sistemática.

Grabado de la anteportada de El escardillo del juicio y duende de la razón. Pronóstico y diario de cuartos de luna, ajustado al meridiano de esta corte, para el año de 1762. 11 

El representado es Bernardo Gigli, un hombre aquejado de gigantismo que recorrió Europa en las décadas centrales del xviii realizando espectáculos circenses (Álvarez Barrientos, 2020a: 59-60). Imágenes como esta ya habían aparecido en panfletos publicitarios de dentro y fuera de España.

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Cabe mencionar que Martínez Álvaro, pese a que aparentemente le fue posible imprimir todos sus papeles, se topó en algún momento con el gesto airado de la censura: recordemos que los pronósticos contenían, además de predicciones sobre el clima, la salud y las cosechas, vaticinios acerca del futuro de los seres humanos y de las naciones —lo que comúnmente se conoce como «astrología judiciaria»—, las cuales habían sido prohibidas oficialmente por la Iglesia en 1586.12 El expediente de la tasa de El gigante de los astros recoge la siguiente anotación: «Suspéndase por ahora la publicación de este pronóstico y prevéngase al impresor no lo entregue hasta nueva orden» (AHN, Consejos, 50654, exp. 12). Ciertamente, la tasa se concede con un cierto retraso respecto a la licencia del consejo: la primera se extiende el 4 de diciembre de 1758, mientras que la segunda estaba lista el 9 de noviembre (AHN, Consejos, 150654, exp. 11). Esta dilación podría explicarse si la censura eclesial hubiese puesto algún impedimento para la publicación de ciertas partes del opúsculo, como se colige del informe de la licencia del ordinario don Juan de Varrones, firmado el 22 de noviembre y que reza así: «Por la presente, y por lo que nos toca, concedemos licencia para que se pueda imprimir e imprima El gigante de los astros […], cuya impresión se ejecute solamente de lo que no va anotado con la señal marginal semejante a esta =, so pena de excomunión mayor» (1759: sin numerar). El almanaque de 1762 consigue la licencia a cambio de no imprimir «lo que va corregido por el censor [Miguel Pérez Pastor]», 9-X-1761 (AHN, Consejos, 50657, exp. sin número).13 La estructura externa de los piscatores se articula en torno a una secuencia ficcional escrita en prosa acomodada en el lugar del «Juicio del año» y prolongada en los versos de los cuartos de Luna. Inserta en un marco onírico, la metáfora desarrolla el encuentro casual entre un narrador en primera persona que se identifica con el autor histórico14 y un personaje inventado que será quien proporcione las informaciones relativas a los acontecimientos áulicos, políticos y militares. En esto Martínez Álvaro sigue estrictamente el modelo literario, si bien en su caso la poesía ocupa una posición preeminente al aparecer también

12 

En la bula Coeli et terrae creator promulgada por Sixto V. Agradezco esta información al profesor Fernando Durán. 14  Mercadier sostiene que, aunque esta identificación suele darse en todos los imitadores de Torres, con el paso del tiempo pierde entidad y se mantiene como un simple convencionalismo (1979: 603). 13 

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en prólogos y dedicatorias, e incluso presentarse intercalada en la «Introducción» prosística (Durán López, 2016: 37). Este hecho representa una tentativa de desviación del tipo de almanaque instituido por Torres Villarroel, del cual aprovecha aquellas técnicas que cree ventajosas, pero que, en un intento de agradar al público, no duda en someter a propia inventiva personal. Elementos internos La burla sigue siendo el elemento nuclear que cohesiona el texto literario. La actitud de Martínez Álvaro respecto a la astrología judiciaria se caracteriza por un absoluto descreimiento: en el prólogo de 1759 afirma que escribe «por modo de pasatiempo» y para que los compradores puedan «holgarse a poca costa». Acude también al consabido recurso del embuste, que en el siglo xviii los astrólogos asumen gustosamente como tópico para poder continuar redactando piscatores sin miedo a que se les atribuya alguna predicción comprometida. Así, en el primer almanaque advierte que «lo político es un tema / de cuyo crítico afán, / todos dicen que saben, / y ninguno la verdad» (1759: 8). Más tarde, explicando la metáfora del juego de naipes con la que va a construir el artificio de La verdad disfrazada y tahúr pronostiquero, reconoce que la literatura es una manera de hacer que «barajando las verdades, se disimulen los mentirones» (1761: 11). Todo esto tiene un reflejo en la autorrepresentación del autor, al que no le queda más opción que asumir la condición de simple embaucador. En un tono jocoso, Martínez Álvaro se califica a sí mismo de «capi-gorrón de los astros», «ingenio ñiquiñaque», «alarife de pronósticos y ensamblador de calendarios» e «indigno zurrador de Introducciones» (1759: 5; 1760: 13; 1762: 2). Lejos de significar un agravio, estos apelativos remiten al estilo festivo que Torres imprime a sus almanaques y que termina por convertirse en un elemento consustancial al género. En los prólogos jactanciosos, esta idea unida a la de ganancia económica patentiza su caracterización como charlatán de plaza: en el año de 1760, por ejemplo, el lector queda advertido de que va a quedarse «sin algunos cuartos» a pesar de que el opúsculo solo promete ofrecerle predicciones vanas: Si no sale lo que digo, discurre, que sin engaño,

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será lo que Dios quisiere,15 que así fue el año pasado.

Su desinterés por todo lo que tiene que ver con lo astrológico es tal que llega a reducir al mínimo la presencia de cómputos e interpretaciones relativas a la posición de los planetas. De este modo, en el «Juicio del año» discurre «según la situación celeste y el cálculo astronómico» o «según la postura de los astros», sin ofrecer más datos (1759: 8; 1760: 15). Si aporta algún detalle algo más preciso, el evidente tono de burla con que lo hace los despoja de cualquier atisbo de seriedad que pudiese achacárseles: «El dicho año entra bajo el sistema del tonante Júpiter, por cuya influencia y la situación de los demás sus astrisocios, se puede prometer un temporal saludable por lo general, copioso de mantenimientos, abundante de frutos, semillas, miel y seda» (1761: 14). Por añadidura, el autor admite que «este cálculo no dejará de tener sus excepciones en algunos parajes», porque: Desde el uno al otro polo por más que se mate el vulgo, para los mortales juicios nada hay cabal en el mundo (1761: 14).

Si un escritor novel se ve en la tesitura de tener que elaborar un vaticinio, el autor no tiene reparos en explicarle cómo resolver el problema mediante el oscurecimiento deliberado de la sentencia: «Si quiere pronosticar influjos, ante-explicar sucesos y prevenir contingentes, no tiene más que componer cuatro enigmas confusas, que abulten mucho y no digan maldita la cosa» (1762: 2). Esta búsqueda deliberada de la ambigüedad y los dobles sentidos conecta con el mundo de la apariencia y de la máscara, presentes en el título de El piscator de la farsa y La verdad disfrazada. El primero de ellos evoca El Piscator de la Farsa, pronóstico contra pronósticos de Don Diego de Torres y demás pronosticantes: compuesto por D. Joseph Pinto (1755). Bajo una metáfora teatral, Martínez Álvaro puede querer referirse a la mentira que, según expone Pinto en su sátira, siempre vive en el 15  «Será lo que Dios quisiere» es una fórmula muy repetida en los pronósticos de Pero Grullo desde el Juicio sacado de lo más cierto de toda la astrología de Juan del Encina (Hurtado Torres y García de Enterría, 1981: 25).

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almanaque. Respecto al contenido, forma parte del grupo de pronósticos considerados «de materia y asunto teatral», es decir, aquellos «cuyas introducciones y marcos narrativos están situados, preferentemente, en el contexto teatral madrileño» (Romero Ferrer, 2020: 80). Efectivamente, la peripecia consiste en esta ocasión en encontrarse con un grupo de cómicos y cómicas madrileños, los cuales generosamente se ofrecen a proveer al astrólogo «de títulos de comedias para su poética narración» (1760: 13). El recurso, que había sido utilizado por Torres en el almanaque del año 1731, consiste en insertar al final de la estrofa el título de una pieza teatral conocida; emergen entonces los nombres de algunas de las obras de los dramaturgos más destacados del siglo xvii y de comienzos del xviii, como Calderón, Agustín Moreto, Rojas Zorrilla o José de Cañizares, entre otros. Siguen a continuación algunos ejemplos: Ventoso en todo rigor marzo con luz bien sabida da a entender que, en esta vida, Viento es la dicha de amor (1760: 28).16 Este mes, que poco medra, suele darnos que temer, pues del mundo suele ser La fiera, el rayo y la piedra (1760: 41).17

A cambio de coplas como estas, el narrador, que se había presentado ante la compañía como «poeta pronostiquero», tiene la obligación de componer para ella unos «saineticos» graciosos (1760: 3, 10). Este pronóstico se caracteriza por intentar retratar el ambiente de los actores y actrices del Madrid setecentista. La verdad disfrazada se desarrolla en el Prado Viejo, un lugar que no debía de ser del gusto del autor a juzgar por la descripción maliciosa que hace del mismo:

16 

Zarzuela con texto de Antonio de Zamora y música de José de Nebra estrenada en 1743. 17  Comedia compuesta por Calderón de la Barca con ocasión de unas fiestas que se hicieron en el Palacio del Buen Retiro en honor del rey Felipe IV y de su esposa Mariana de Austria (1664).

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Unos mal tuertos alamillos de a ochavo y unas aljofainillas de prestado, donde con estangurria perdurable hacen aguas menores ciertas fuentes, que para purgarse de sus malos humores, logró [el Prado Viejo] que se hiciesen estos últimos años, alegando para ello la antigüedad de otras, que en tiempo de Maricastaña le redituaban por un quinquenio, cuartillo y medio de zupia, que junto con media azumbre de sorbete de canales que destilaba una úlcera escirrosa que padeció desde su fundación (1761: 2).

En este sitio aparece de rondón un «tahúr pronostiquero» que se ofrece a componer «en metáfora de juego de naipes […], todo el fárrago de sus lunas tronantes y forraje de adivinallas [sic] celestes» (1761: 5). Aquí el deseo de pintar el entorno de un modo realista queda matizado por la atmósfera onírica que cubre toda la narración, de forma que el lector duda constantemente de si realmente las figuras son humanas y el paraje es real, o si solo son ensoñaciones. Vemos algo parecido en la entrega de 1759: la escena tiene lugar en un almacén de traperos, pero la venida del «gigante de los astros» acontece mientras el astrólogo delira por tener el estómago vacío: Tomó camino para el almagacén de los traperos, y sin decir oste ni moste, rodeado de ratas y guarecido de gusarapos, quedé más dormido que rufián en sede vacante. Y como los vapores de la urna estomacal eran hijos de la escasez, me costearon una quimera de fantasmas en el escaparate de los sesos, de quien era capitán un obelisco de carne (1759: 2).

En otras palabras, sueña con el gigante porque es una verdadera promesa de alimento. Sin embargo, vale la pena recordar este hombre de enorme estatura es un personaje histórico, esto es, que Antonio Romero vuelve a colocar sus «Introducciones» en el espacio que media entre el sueño y la vigilia. El escardillo del juicio y duende de la razón comienza, como es habitual, con una descripción del cuarto del astrólogo una tarde de verano en el instante en que este se queda dormido justo antes de empezar a componer el pronóstico para el año siguiente: Serían como las dos y media de la tarde, día más o menos de los del mes de julio del presente, cuando después de haber santiguado el ombligo con vara y media de reforzada de carnero y medio cuarto de mollete de navío, hallándome más hinchado que hambriento en convite y modrego en día de Patriarca, me agazaparon las telarañas de Morfeo el camaranchón

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de los cascos, y arrellanándome sobre mi sotana,18 sin pedir licencia a los cuidados, los [sic] di un bofetón de sueño, y quedé por mal de mis pronósticos (o pronósticos de mi mal), hecho un atún de soñolientas fantasías (1762: 1).

Sale al encuentro del almanaquista el «escardillo del juicio y duende de la razón», según él mismo se presenta, que le da una serie de consejos para elaborar el piscator. Por «escardillo» o «duende» entendemos los «fluecos redondos que salen de los cardos salvajes y perrunos, después de secos, y que el viento los lleva por el aire como pelotas huecas por su ligereza» (DA, 1732; s. v. escardillo), es decir, que estamos ante un personaje irreal. Ciertamente, lejos de mantener el carácter burlesco de los almanaques anteriores, este es un conglomerado de textos redactados ya en prosa, ya en verso, donde el Yo narrador y su acompañante discurren sobre las precogniciones futuras en términos a abstractos. No ha desaparecido por completo el «estilo perdulario» tomado de Torres Villarroel (Durán López, 2015: 46-47), pero la agilidad y viveza de los diálogos de otros pronósticos se echan de menos en esta entrega. En La cátedra del dios Momo esto es aún más evidente pues, cubiertos con el velo de la ficción, se presentan en la habitación del astrólogo cuatro personajes quiméricos: «Me hilvanó la fantasía en el camaranchón de los sesos una sarta de duendes, que enristrándome el juicio me representaron una comedia, no sé si con el rigor del arte, cuyos interlocutores eran el dios Momo, la Murmuración, el Engaño y la Sátira» (1763: 12). Aquí se repite el asunto teatral que ya estaba en el pronóstico de 1760 (Romero Ferrer, 2020: 81), aunque los protagonistas esta vez tienen naturaleza fantástica, como el dios Momo, o alegórica, caso del resto de figuras. Dicho de otro modo, la tendencia a reflejar la realidad circundante, frecuente en los almanaques de tema teatral, no se aprecia con tanta claridad en este caso. Es más, el tono moralista y la censura a ciertas costumbres de la época son la nota característica de este almanaque, donde se pasa revista a los petimetres o «presumidos sabios» que abarrotan Madrid (1763: 16-17). En lo referente al estilo, se aprecia un claro afán por copiar la escritura de Torres Villarroel, mezcla del habla popular y castiza y de la 18  En este contexto el término «sotana» hace referencia a las vestiduras de los estudiantes.

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prosa seiscentista, especialmente la de Francisco de Quevedo. Abunda en interminables descripciones sobre la apariencia física de los personajes, abrumadoras por la consecución inopinada de sintagmas adjetivales. En este sentido, destaca el hiperbólico retrato del gigante de los astros, cuya frente asimila al «campo de Barahona», su boca a «la bisagra de Toledo», la barba al «cimborrio de El Escorial», y cada muslo a una «Columna Trajana» (1759: 2). Al tahúr pronostiquero lo imagina con «el rostro achaflanado, los ojos garzos, las cejas rodas, las narices canceradas, la boca enjuta, los dientes ralos, las quijadas de salchicha, tronzo de orejas, y con más gibas que cresta de pavo» (1761: 4). No obstante, a diferencia de Torres, cuyos retratos deformantes tienden a recrear la tradición satírico-burlesca áurea (Lora Márquez, 2021), las caricaturas de Martínez Álvaro parecen estar compuestas al margen de cualquier lógica retórica, si bien partiendo de esta desviación es posible postular nuevas lecturas. Así, por ejemplo, la imagen del gigante, construida a base de comparaciones con lugares emblemáticos de distintas ciudades españolas, trasluce una concepción negativa de la ciudad moderna, asimilada al caos y al desconcierto (Álvarez Barrientos, 2020b: 748). Por otro lado, también se observa la creación de neologismos con un sentido cómico —habla de «los poeti-gorrones del Parnaso» o del «capi-gorrón de los astros» (1759: 5)—, y dota a sus personajes de nombres propios que recuerdan a los característicamente torresianos: Cachopa, Chanfurrias, Tejoleta o El Moñudo, por ejemplo, se pasean por El piscator de la farsa. Sus guiños a la obra de Quevedo probablemente no tengan otra lectura que la de evidenciar la deuda que le une a Torres: en este mismo texto, rodeado de «pillos», «trúhanes» y «vagabundos», el narrador dice sentirse como en el Sueño de las Calaveras (1760: 3). Pero el autor no se conforma solamente con demostrar su adhesión al patrón instituido por el Gran Piscator, sino que además satiriza la retórica ampulosa para escribir pronósticos introducida en España a través del Sarrabal y que contrasta radicalmente con el estilo torresiano: Apenas el boquirrubio amador de Dafne, una de las tardes del mes de agosto, puso pies en polvorosa, y picando a sus cuatro rocinantes, hecho un Don Quijote de las luces, dio paso a las tinieblas por irse a desfacer [sic.] entuertos al otro hemisferio (1761: 1).

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Más tarde, criticará el uso de «ese conceptillo retruécano» que ciertos «poetas hinchados» incluyen en sus composiciones, lo cual «es querer decir mucho y no explicar nada» (1761: 11). La sencillez retórica conecta con la tendencia general de los escritores de finales del xvii y principios del xviii a abandonar la complejidad conceptual de la poética barroca en beneficio de nuevos cauces expresivos más apegados al lenguaje cotidiano (Bègue, 2008). Por todo ello, sorprende hallar fragmentos intercalados sin reparo donde el tono festivo habitual se sustituye por una seriedad cercana a lo solemne, lo que a nuestro juicio pone de manifiesto que Antonio Romero no terminaba de manejar los convencionalismos retóricos del género. Compárese alguno de los textos citados anteriormente con esta defensa de la poesía: Eso es lo que tiene por puertas a la poesía, (le respondí), y bajo de los caballos al arte cómico; pues estiman en más un doblón, que el discurso más enriquecido de erudición, agudeza, su estudio, es anteponer la vileza del interés al crédito de la razón; y por eso los ignorantes, y los que no lo son, viendo esclavo de la utilidad el esmero del entendimiento, conceptúan (si no a la ciencia) a los profesores de viles, mecánicos, desvalidos, desacreditando por su proceder, el privilegio de la profesión y cuasi divino idioma de la poesía, primogénita de la más esclarecida y perfecta ciencia de las ciencias; tanto, que ha llegado la osadía a términos, que se tiene a menos valer el que se le cognomine a todo hombre de carácter por el de poeta, y el hacer una copla, es como judaizar de lo estimable. […] Oh, ¡cuánto puede la ignorancia! (1760: 11-12).

Acerca del metro, predomina la tradición de verso corto, siendo los más representados los romances, las seguidillas y las redondillas. Estas formas eran también las preferidas de Torres, quien, sin desestimar por completo los sonetos u otras estrofas cultas, se decanta más frecuentemente por las castellanas (Durán López, 2016: 30). El contenido de las composiciones poéticas remite a esa deliberada ambigüedad que los almanaqueros practican para tratar de hacer extensibles sus predicciones a cualquier situación, y de paso poderse escudar en dicha opacidad ante posibles críticas. Así ocurre en el siguiente ejemplo: Lo que este cuarto apunta yo no lo escribo, al que coja el carro que aguante el chirlo:

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cuidado tengan, que más habla el silencio que no la lengua (1762: 25).

Cuando la situación permite mayor explicitud, Martínez Álvaro suele recurrir a inocentes juegos de palabras cuyo primer y último fin es el de agradar y entretener.19 A la condesa de Benavente le dedica una estrofa en la que relaciona su apellido con el verbo «venir» y con el significado de ‘inspiración del artista’ atribuido a la voz «vena»: Al numen la prudencia buscando albergue, Vena-vente le dice a Benavente. Y él no se niega; pues quien a Vena-vente no va que vuela (1759: dedicatoria).

Al año siguiente vuelve a hacer lo propio con el dedicatario, del que dice «fuerza es, para ser Girón, / que de rompe y rasga sea». Como novedad, en pronóstico del año 1761, donde las coplas de las cuartas de las estaciones están compuestas con metáforas extraídas de los juegos de cartas: A la flor una dama juega y blasona, que es el andarse en flores propio de todas: envida el resto, y al pobre que le pilla deja en los huesos. Un privado a la suerte fía su envite, sin ver que de los naipes, no hay quien se fíe (1761: 25).

19  La intrascendencia y el gusto por el juego en el contexto de una poesía de circunstancia también son características de la lírica del Bajo Barroco (Bègue, 2008; Ruiz Pérez, 2012).

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Reflexiones finales En una de sus primeras investigaciones acerca los pronósticos españoles del siglo xviii, Guy Mercadier define los rasgos que caracterizan al astrólogo prototípico: trabaja en Madrid, está estrechamente vinculado al mundo universitario y tiene un buen conocimiento de los editores y libreros encargados de manejar el comercio de los almanaques (1979: 602). No cabe duda de que es posible encuadrar la producción de Antonio Romero Martínez Álvaro en el marco de estas coordenadas sin demasiado esfuerzo. Al leer sus textos, creemos reconocer una poética ya consolidada, la de Torres Villarroel, y aunque a veces innova, al final lo que prevalece es la imagen de émulo. Huelga señalar que el talento del maestro es con mucho superior al del discípulo; quizá alguien sonriese al escuchar llamar al Sol «celestial torrezno» (1759: 1) pero, en realidad, esta y otras ocurrencias no dejan de ser comparaciones de trazo grueso que buscan divertir a los lectores sin complicarse demasiado. Igualmente, los versos, pese a que no suelen representar la parte literaria más estimable de los pronósticos, en el caso de Martínez Álvaro resultan sencillamente ripiosos. Ahora bien, aunque Diego de Torres Villarroel fue el mejor y el más importante en su oficio, no hay que olvidar que fueron precisamente hombres como Martínez Álvaro quienes mantuvieron el tirón del género en España. Sus textos, pese a no tener sitio en ningún Parnaso, son representativos de las dinámicas de la imprenta popular dieciochesca y de las preferencias de la mayoría de la población en cuanto a temas de lectura. Asimismo, como hemos indicado más arriba, ejemplifican la renovación literaria que tiene lugar en las primeras décadas del setecientos. En relación con este aspecto, conviene tener presente que quien decide iniciarse en el negocio de elaborar pronósticos astrológicos no piensa en ganar prestigio ni en convertirse en poeta reputado, sino que le mueve un interés crematístico en esencia. El título prosaico de «alarife de pronósticos»20 que el mismo Martínez Álvaro se atribuye en una ocasión (1761: 2) puede significar, más allá del chiste, el reconocimiento de su condición de literato al servicio del público, signo inequívoco de la modernidad autorial en España. 20  Alarife: ‘El maestro que públicamente está señalado y aprobado para reconocer, apreciar o dirigir las obras que pertenecen a la arquitectura; aunque ya generalmente se toma solo por el maestro de albañilería’ (Aut., tomo I; s. v. alarife).

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Bibliografía primaria 1756. Lecciones entretenidas y curiosas, físico-astrológico-meteorológicas, sobre la generación, causas y señales de los terremotos, y especialmente de las causas, señales y varios efectos del sucedido en España el primero de noviembre del año pasado de 1755. Dedicadas al señor D. Diego de Torres Villarroel […], hechas por su sobrino el doctor D. Isidoro Ortiz Gallardo de Villarroel…, Salamanca, Imp. de Antonio Joseph Villargordo, [1756?], BN R/34858(1). 1757. La Puerta del Sol. Pronóstico, diario de cuartos de luna con los sucesos elementares, áulicos y políticos de la Europa para el año 1757. […] Escrito por el Pequeño Piscator de Salamanca, el doctor don Isidoro Ortiz Gallardo de Villarroel, del gremio y claustro de esta universidad, y su catedrático de prima de matemáticas…, Salamanca, Imp. de Antonio Villargordo, [1756?], BN, Ri/342