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Spanish Pages [391] Year 2019
Antonio Narbona Jiménez
SINTAXIS del español coloquial
Índice Biografía Reseña
Editorial Universidad de Sevilla
Antonio Narbona
SINTAXIS DEL ESPAÑOL COLOQUIAL
Sevilla 2018
Antonio Narbona Jiménez
8 Colección: Lingüística Comité editorial: José Beltrán Fortes (Director de la Editorial Universidad de Sevilla) Araceli López Serena (Subdirectora) Concepción Barrero Rodríguez Rafael Fernández Chacón María Gracia García Martín Ana Ilundáin Larrañeta María del Pópulo Pablo-Romero Gil-Delgado Manuel Padilla Cruz Marta Palenque Sánchez José-Leonardo Ruiz Sánchez Antonio Tejedor Cabrera
Edición digital de la primera edición impresa de 2015 © Editorial Universidad de Sevilla 2018 Porvenir, 27 - 41013 Sevilla. Tlfs.: 954 487 447; 954 487 452; Fax: 954 487 443 Web: http://www.editorial.us.es Correo electrónico: [email protected] © Antonio Narbona Jiménez 2018 Edición electrónica: Ulzama Digital I.S.B.N.: 978-84-472-2161-5 DOI: http://dx.doi.org/10.12795/ 9788447221615
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Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación y sistema de recuperación, sin permiso escrito de la Editorial Universidad de Sevilla.
A María Dolores (Lola), más de cuarenta y cinco años de vida compartida
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Índice
A MODO DE JUSTIFICACIÓN ..................................................................................... 11 I. PROBLEMAS Y MÉTODOS DE LA SINTAXIS COLOQUIAL 1. SINTAXIS COLOQUIAL: PROBLEMAS Y MÉTODOS ................................................... 21 2. HACIA UNA SINTAXIS DEL ESPAÑOL COLOQUIAL ................................................... 45 3. LOS ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL COLOQUIAL (I) ............................................... 63 4. LOS ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL COLOQUIAL (II) .............................................. 73 5. LA PROBLEMÁTICA DESCRIPCIÓN DEL ESPAÑOL COLOQUIAL ................................. 91
III. LINGÜÍSTICA DE LA ENUNCIACIÓN Y ESPAÑOL COLOQUIAL 10. CUESTIONES PRELIMINARES ............................................................................ 159 11. SINTAXIS, ANÁLISIS DEL DISCURSO Y PRAGMÁTICA (I) ..................................... 181 12. SINTAXIS, ANÁLISIS DEL DISCURSO Y PRAGMÁTICA (II) .................................... 195 IV. ORALIDAD Y COLOQUIALIDAD EN LA ESCRITURA 13. DIÁLOGOS BAJO CONTROL .............................................................................. 213 14. SOBRE EVOLUCIÓN SINTÁCTICA Y ESCRITURA-ORALIDAD ................................. 233 15. SINTAXIS COLOQUIAL Y REALISMO LITERARIO .................................................. 251 16. ESCRITURA DE LO ORAL EN LOS DIÁLOGOS DEL QUIJOTE ................................ 257 17. LA ANDADURA SINTÁCTICA EN EL JARAMA ...................................................... 299 18. DIÁLOGO COLOQUIAL EN LA NARRATIVA LITERARIA MODERNA ........................ 331 19. CUANDO LO COLOQUIAL SE CONVIERTE EN LITERARIO ...................................... 345 EPÍLOGO: EL PODER DE LA PROSODIA ................................................................... 357 BIBLIOGRAFÍA ...................................................................................................... 371
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II. HACIA UNA SINTAXIS DISCURSIVA DE LAS ACTUACIONES CONVERSACIONALES 6. LOS DATOS ORALES Y LAS GRAMÁTICAS ............................................................ 105 7. PARA UNA SINTAXIS DEL ESPAÑOL COLOQUIAL ................................................... 117 8. ¿ES SISTEMATIZABLE LA SINTAXIS COLOQUIAL? ................................................ 135 9. CUANDO ES EL OTRO EL QUE SUBORDINA ........................................................... 147
A MODO DE JUSTIFICACIÓN Los trabajos reunidos en este libro –que debería titularse Para o Hacia una sintaxis del español coloquial– han sido escritos a lo largo de 25 años (1988-2013), por lo que, si bien sigo estando bastante conforme con casi todas las ideas expuestas, tengo mis dudas acerca de la actualidad de algunas de ellas (la in-actualidad de otras, dado el tiempo transcurrido, será advertida de inmediato por el lector). Para colmo, cuando me disponía a redactar estas líneas de presentación, la lectura de “El español hablado como lengua aglutinante y polisintética”, de Juan Carlos Moreno Cabrera (2014), alumno mío en la Universidad Autónoma de Madrid cuando terminaba la década de los 60 y empezaba la de los 70 (del siglo pasado, naturalmente), me hizo pensar si no sería mejor tirarlos directamente a la basura. Aunque no comparto su tesis radical, estoy de acuerdo con que en la caracterización de las modalidades habladas debería prescindirse de las unidades operativas y herramientas analíticas elaboradas desde y para las escritas. Si no tardé en vencer tan drástica tentación, fue por la convicción de que, mientras no se consiga adoptar en la práctica esa y otras precauciones, algo pueden aportar. No están ordenados cronológicamente, pero al frente de cada uno de ellos figura el año de su publicación, lo que ayudará al lector a enmarcar y contextualizar su contenido y las referencias bibliográficas. Han sido distribuidos en cuatro secciones. En la primera se plantean las cuestiones generales que considero más relevantes, casi todas de carácter problemático, y se traza un primer panorama de cómo se ha ido abordando el análisis del español coloquial. En la segunda, tras presentar las relaciones entre las fuentes de los datos y las teorías –cuestión aún no resuelta–, propongo distintas aproximaciones a la lengua conversacional. Trata la tercera de las posibilidades de superar la microsintaxis o sintaxis oracional y de la necesidad de situarse en el ámbito macrosintáctico del análisis del discurso, cuyos avances y logros discurren de la mano de la pragmática. Por último, en una cuarta sección se agrupan los referidos a la oralidad en la escritura, para algunos la tarea más fascinante que tiene ante sí el lingüista, especialmente el historiador de la lengua. Sirve de cierre un epílogo sobre el poder de la prosodia,
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algo que está presente a lo largo de casi todas las páginas de esta obra. De la gran distancia que hay entre la lengua hablada y la escrita se percató ya en 1925 Amado Alonso, quien hizo ver que filólogos alemanes de la talla de Meyer-Lübke, Gessner, Weigert, Spitzer y Urtel fracasaron en sus intentos de interpretar las expresiones como que y cómo que porque su “carencia de sentimiento de nuestro idioma” les impidió darse cuenta de que solo “el estudio de la entonación” puede explicarlas. Tal disposición pondrá de manifiesto que ciertas observaciones y reflexiones deberían preceder a otras que aquí figuran antes. Y aunque se han eliminado algunas, las repeticiones son inevitables. Confío en que el lector sabrá entender, y disculpar, tanto los desajustes “cronológicos”, casi siempre fácilmente detectables, como las reiteraciones. Las referencias bibliográficas se han agrupado en una única relación final. Se han añadido algunas que aunque, por ser posteriores, no pudieron ser aprovechadas en el momento de la redacción de estos trabajos, ayudarán a proseguir en las vías de investigación aquí propuestas. No sé en qué medida estos escritos pueden continuar ayudando a resolver algunos de los numerosos problemas que se plantean, pero son un reflejo de la evolución del modo de proceder en un campo de estudio cuya historia es tan corta (apenas las últimas décadas) como intensa. Pocos se habían interesado por el español coloquial hasta el último tercio del siglo XX. Aparte de la obra pionera de W. Beinhauer, Spanische Umgansprache (1929), que se tradujo al español (El español coloquial) más de treinta años después, apenas media docena de nombres pudo citar F. González Ollé en el Prólogo de sus Textos para el estudio del español coloquial (1968): A. Carballo Picazo, M. Muñoz Cortés, E. Lorenzo, M. Criado de Val (cuya muerte se produce mientras redacto estas líneas de presentación) y F. Yndurain. En 1977 aún seguía considerando necesario G. Salvador bautizar (con el término femiología) la “nueva” investigación de textos hablados. Y sobre todo, casi nadie se había ocupado de la técnica libre del discurso puesta en práctica en tales modalidades de uso. La Morfosintaxis del español coloquial, de A. Mª Vigara, cuyo contenido responde más a su subtítulo, Esbozo estilístico, apareció en 1992. Tras unas primeras y primerizas notas publicadas en 1979, presenté en el Simposio de 1985 de la Sociedad Española de Lingüística, celebrado en Córdoba, una Ponencia sobre “Problemas de sintaxis coloquial andaluza”. Con el adjetivo andaluza no pretendía otra cosa que achicar algo el inabarcable terreno de lo coloquial; y el sustantivo problemas –que he utilizado en el título de bastantes de mis trabajos– casi venía obligado por el escaso cultivo de esta línea de indagación o por la falta de rigor de buena parte de las publicaciones que habían ido apareciendo. No mucho después fui invitado a la Universidad de Valencia por un grupo de jóvenes que, capitaneados por A. Briz
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y todavía sin bautizar como Val.Es.Co, estaban decididos a dedicar tiempo y esfuerzos a intentar llenar algunas carencias, incluidas las debilidades teóricas y metodológicas. No hace falta decir que sus resultados han superado las expectativas de entonces. No recuerdo si antes o después de esa estancia en Valencia, Luis Cortés, que se encontraba algo perdido por tierras leonesas, vino a Córdoba, de cuya Universidad era yo entonces profesor, para hablarme de sus incursiones por la Sintaxis del coloquio. Aproximación sociolingüística (1986), que tal era el título de su Tesis Doctoral, dirigida por A. Llorente, quien bastantes años antes había sido también director, en la Universidad de Granada, de mi Memoria de Licenciatura El habla de Olivares (Sevilla): Notas para una sintaxis dialectal (1971). El ritmo al que ha crecido el interés por el español coloquial es poco usual en lingüística, donde los verdaderos avances se producen muy lentamente y en espiral, de modo que la curva apenas se aleja del punto por el que pasa en las etapas anteriores. Tal crecimiento no responde, sin más, a una ley pendular de la disciplina, que, tras un largo período al que se atribuye un marcado carácter filológico, se orienta hacia lo hablado. Ha sido decisiva la necesidad de romper el estrecho corsé que supone centrarse en un sistema no puesto en acción, giro casi copernicano cuyos pasos continúan siendo vacilantes. Además de aumentar sin cesar la bibliografía (algo que advertirá el lector al comparar las escasas referencias incluidas en mis estudios tempranos con las contenidas en los más recientes), hasta hacerse prácticamente incontrolable, se han celebrado reuniones científicas específicas, se han ido poniendo en marcha publicaciones periódicas especializadas, la materia Español coloquial forma parte de los planes de estudios de la mayoría de las titulaciones filológicas de nuestras Universidades, etc. Luis Cortés, que, entre otras iniciativas, ha puesto en marcha en la Universidad de Almería ORALIA, revista hoy ya consolidada, nos ha ido proporcionando las novedades, además de haber llevado a cabo diversos balances de lo realizado (1994, 1996), y ha trazado el status quaestionis en un trabajo incluido en el número monográfico de Español Actual (2002). Este volumen fue coordinado por Ana Mª Vigara, que abre la presentación del mismo, titulada “Estudio del español coloquial: razones para el optimismo”, con estas palabras: “No comparto (en absoluto) la visión extremadamente pesimista, mantenida desde hace muchos años –desde siempre, en realidad, si seguimos lo manifestado en sus publicaciones– hasta hoy, por el profesor Antonio Narbona”. Nada más lejos de la verdad. Solo desde la ignorancia podría yo dejar de reconocer lo que han significado muchos de los trabajos realizados por quienes han tenido que trabajar como auténticos francotiradores. Creo que toda actitud crítica que haga aflorar los obstáculos con que hay que enfrentarse debe calificarse, más bien, de optimista, no en la primera acepción del DRAE (“propensión a juzgar las cosas en su
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aspecto más favorable”), sino en la segunda (“pretensión de mejorarlas y, en la medida de lo posible, perfeccionarlas”), sin duda menos ingenua. Loable es el entusiasmo; pero el apasionamiento, si no es frenado racionalmente, puede acabar por enturbiar el cabal entendimiento de la realidad. Al margen de actitudes optimistas o pesimistas, que en el quehacer científico a ningún sitio conducen, estos escritos pueden ser una muestra –y quizás ello sí pueda servir de justificación– de cómo el examen del español coloquial ha podido contribuir a delimitar mejor y ampliar el objeto de la lingüística y a clarificar la metodología para abordarlo, tareas ambas indesligables. Los avances en cualquier ámbito de la lingüística han de producirse a lo largo de todas las fases del proceso de indagación, desde la elección de las fuentes de datos hasta la adopción de los adecuados enfoques metodológicos, pasando por la utilización de herramientas pertinentes, incluidas las unidades analíticas. La delimitación de la langue o de la competencia (de un hablanteoyente ideal) como objeto central no supuso un verdadero desanclaje del notable carácter filológico ni, desde luego, una mayor atención a la oralidad. El adelgazamiento y reducción del campo de los fenómenos examinados fue alejando progresivamente a la disciplina tanto de las actuaciones habladas como de las escritas, lo que acabaría por conducirla –en particular, a la sintaxis–, si no a un callejón sin salida, sí a una situación que alguien ha llegado a calificar de asfixia. Pues bien, no hay vía más apropiada para la superación de esta especie de bloqueo provocado por las sucesivas podas del objeto que dejar de limitar la atención exclusivamente al código (sobre todo, al idealizado por el propio lingüista) y ocuparse también de su funcionamiento, especialmente de aquellas variedades que pertenecen a la proximidad comunicativa y apenas han contado para la elaboración del saber gramatical. Parece que por fin se ha llegado al convencimiento de que, más que la pronunciación y ciertas parcelas del léxico y la fraseología, en que se venían fijando la dialectología y la sociolingüística –una de las razones por las que tales disciplinas centradas en las hablas vivas no pueden considerarse precedentes de los estudios sobre la lengua coloquial–, es la técnica constructiva lo que permite conocer mejor el comportamiento idiomático de los hablantes y, en consecuencia, descubrir su naturaleza y funcionamiento como hecho social por antonomasia. Pero ello obliga a replantear inicialmente la cuestión de si es o no procedente establecer relaciones jerárquicas entre las variedades de uso de un idioma. Que el análisis de las orales no acabe de liberarse del que ha tomado como punto de partida las escritas se debe, no solo a la casi imposibilidad práctica de proceder de otro modo hasta no hace tanto tiempo, sino también a la presunta superioridad atribuida a la escritura, muchísimo más moderna (en términos relativos casi reciente), y aún de alcance “restringido”, pues no son pocas las lenguas que carecen de ella (bastantes de las cuales
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acabarán desapareciendo) y numerosísimos los hablantes de las que sí la tienen pero que no pueden escribir ni leer. La pionera monografía de W. Beinhauer se basó en ciertas obras dramáticas en que el autor creyó encontrar reflejada “el habla tal como brota natural y espontáneamente en la conversación diaria”. La actitud de los que han continuado resaltando el papel de la expresividad o afectividad en las actuaciones coloquiales casi siempre ha estado mediatizada por la consideración de las mismas como deficitarias (no parece casual que también en 1929 se publicara La grammaire des fautes, de Henri Frei), de ahí que la atención se haya detenido en lo que tienen de peculiar o singular y en sus anomalías (a menudo supuestas), carencias o insuficiencias, en particular las quiebras de la integridad de la oración, calificadas de incorrecciones, errores, atropellos, dislocaciones, anacolutos..., en todo lo cual se veía una mera consecuencia de la impericia o descuido. Y aunque los “nuevos” materiales orales proporcionados por los modernos medios de grabación han contribuido a alcanzar progresos indudables, nunca se ha prescindido de las fuentes escritas, y se ha ido ensanchando –bien que no siempre de manera discriminada– la nómina de autores y géneros discursivos. Recurrir a esta vía indirecta, además de ser la única forma de descubrir huellas de la oralidad para la mayor parte de la trayectoria histórica del idioma (por más que se califique de esquizofrénica la búsqueda en los textos de unos recursos lingüísticos que tardan en pasar o rara vez llegan a la escritura) sigue siendo insustituible. Entre otras razones, porque la capacidad de muchos lectores de vivificar los escritos, literarios o no, mediante la reposición de los específicos procedimientos orales de contextualización, ha favorecido la plena incorporación en ellos de la oralidad coloquial, una conquista moderna que facilita la labor analítica del estudioso. Frente a la transcripción de una conversación real previamente oída o/y grabada, que no puede reflejar fielmente ciertos recursos contextualizadores, especialmente la prosodia, la operación de filtro, criba o maquillaje a que el autor necesariamente ha de someter sus diálogos fingidos –no menos reales que los espontáneos auténticos– facilita la tarea de entender y explicar la andadura sintáctica coloquial. Se está logrando una paulatina liberación de esa especie de deformación jerárquica que llevaba al lingüista a describir cualquier variedad de una lengua desde la óptica adoptada para el análisis de la previamente fijada como eje de referencia. Y así es gracias a que la dicotomía medial que separa el código fónico-auditivo del gráfico ha empezado a contemplarse cruzada por una línea escalar única, gradual y pluriparamétrica, en la que todas las actuaciones –tanto orales como escritas– se ubican en función de la connivencia y complicidad –o bien el distanciamiento– entre los participantes en el intercambio comunicativo. Limitarse a oponer o enfrentar la actividad de hablar/oír-escuchar a la de escribir/leer simplifica y desvirtúa la realidad. Y no solo porque nadie
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puede escribir como se habla ni debe hablar como un libro, sino porque un mismo usuario se sirve en la conversación coloquial de unas estrategias verbales muy distintas de las que ha de poner en práctica como lector de textos de la distancia comunicativa. Las situaciones de inmediatez o proximidad están determinadas por un mayor anclaje y dependencia contextual y un menor grado de planificación, lo que obliga al estudioso a adoptar un enfoque superador de la gramática funcional y formal. No es casual que Esbozo de pragmagramática sea el subtítulo elegido por A. Briz para su obra El español coloquial en la conversación. Otra cosa es que no esté resultando sencillo dar con las categorías pragmáticas generales que ayuden a explicar unos hechos idiomáticos concretos de extraordinaria complejidad. No es tan reciente la aspiración a integrar el componente pragmático. Aunque sin emplear el término, ya en 1935 se percata Amado Alonso, en “Noción, emoción, acción y fantasía en los diminutivos”, de que, especialmente en “el lenguaje realmente coloquial o en escritos que lo representan”, hay muchas veces “una corriente intencional que presiona sobre el oyente”. Podría decirse que en la trayectoria científica de la lingüística, a una etapa en la que se prefirió la contemplación de los hechos al margen del contexto o, si se prefiere, en el seno de un supuesto contexto neutro o no marcado, está sucediendo otra en que se rescata y se reincorpora a los usuarios, nunca ideales. Prueba de la resistencia con que tropieza el paso de una a otra es que, en ocasiones, no solo se sigue ignorando la realidad, sino que se llega incluso a enmendarle la plana. En una reseña a uno de los trabajos que incluyo aquí, se tacha de “error” la segmentación de un ejemplo ¡¿Qué estabas / bebiendo agua del pozo?!, cuyo emisor fui yo mismo, porque –se dice– “lo más natural en este contexto debe ser esta otra: ¿Qué? / ¿estabas bebiendo agua del pozo?”. Proyectar tal concepción gradual de todas las modalidades no va a resolver de inmediato por sí sola los problemas. Como se irá comprobando, ni siquiera los límites de la zona en que se sitúa lo coloquial están claros, y son muchas las etiquetas empleadas para designarlo. En el citado trabajo de J. C. Moreno Cabrera se siguen usando casi como sinónimos –y en ocasiones como simples variantes estilísticas– del adjetivo hablado que figura en el título las expresiones siguientes: coloquial (sin duda el más frecuente), espontáneo, natural, informal, no estándar, hablado coloquial, coloquial hablado, hablado espontáneo, coloquial espontáneo, hablado coloquial espontáneo, hablado coloquial informal, natural hablado espontáneo... No es poco lo que aquí queda sin tratar. Es preciso y urgente avanzar en la proyección social de los resultados de esta clase de estudios. Hay que proporcionar respuestas plausibles a los interrogantes cuya clarificación debe constituir el objetivo último: por y para qué tratar de entender y de explicar
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el modo más común de actuar idiomáticamente. Y no vale limitarse a la obviedad de que no necesita legitimación alguna el conocimiento de la variedad de la que nos servimos todos (no por igual) y casi todo el tiempo (en muchos sobra el casi, al estarles vedado el acceso a otras). Importa advertir, sin embargo, que centrarse en exclusiva o de modo preferente en la oralidad coloquial no carece de riesgos, pues además de favorecer la inclinación a atribuirle una virtualidad que no siempre tiene, puede conducir a perder de vista que nuestra cultura es básicamente de la escritura, por lo que se puede acabar incurriendo en un décalage improcedente. Faltan aquí también reflexiones rigurosas sobre la acentuada coloquialidad que, con propósitos diversos, día a día impregna buena parte de los intercambios verbales de claro carácter público, no sólo en los medios de comunicación audiovisuales (donde la descortesía entre los contertulios o tertulianos como arma para el incremento de la audiencia parece no tener límites), sino incluso en determinados subgéneros de la prensa escrita, antes reservados al ámbito de la formalidad y a no muchos usuarios. En aportaciones no recogidas en este libro (1993a, 1993b), me he ocupado del papel de la lengua coloquial como instrumento en la educación e instrucción idiomática durante la decisiva etapa escolar en la que no solo ha de quedar subsanado todo aquello que no alcance el listón de la corrección, sino que deben quedar asentadas las bases de la competencia comunicativa de los alumnos. Habría que ocuparse especialmente de su contribución, directa o indirecta, a la mejora de los métodos de enseñanza del español a quienes no lo tienen como lengua materna. No hay que perder de vista que no pocos aspiran en primera –cuando no única– instancia a tener un dominio suficiente precisamente de la modalidad que resuelva las necesidades inmediatas y prácticas. Es el idioma el principal activo con que cuenta una comunidad de centenares de millones de personas, y en clara expansión. No va a ayudar a que pueda competir con otros, especialmente con el inglés, auténtica lingua franca en el mundo actual, el que muchos no hispanohablantes alcancen un nivel meramente elemental o básico de competencia. El prestigio del español crecerá en la medida en que pese cada vez más en los organismos e instituciones internacionales, se intensifiquen las relaciones con un número cada vez mayor de países, se incorpore al mundo de los mercados y de los negocios, se propague su utilización en el ámbito de la innovación científica y el desarrollo cultural y literario, etc. Los usos coloquiales no quedan al margen de este enorme potencial, pero únicamente constituyen la primera puerta de acceso al aprendizaje y dominio, la vía inmediata para enfrentarse a los retos de un mundo cada vez más globalizado, en el que es de vértigo la velocidad con que la intercomunicación se mueve y cambia. Por mucho que los intercambios,
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oralmente o por escrito, se establezcan cada vez más en registros de máxima proximidad, conviene recordar que el éxito de la interacción social y la capacidad crítica que permite aumentar la autonomía personal, la actitud crítica y la libertad individual requieren superar el umbral de la inmediatez.
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Es de bien nacido ser agradecido. Gracias a Antonio Caballos (y a todo el equipo de la Editorial Universidad de Sevilla), por haber acogido con entusiasmo la publicación de estos estudios. A Araceli López Serena, que, como siempre, ha hecho numerosas y atinadas observaciones. Y especialmente a María Dolores González Cantos, que se ha encargado de pulirlos y dejarlos presentables.
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I PROBLEMAS Y MÉTODOS DE LA SINTAXIS COLOQUIAL
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1. SINTAXIS COLOQUIAL: PROBLEMAS Y MÉTODOS
[1988]* Introducción
1. Por un lado, se trata de una consecuencia inevitable de la propia trayectoria seguida por la lingüística moderna. Simplificando mucho las cosas, puede decirse que a la fase del entusiasmo provocado por la implantación de los principios del estructuralismo sucedió otra en que se fue tomando conciencia de la dificultad y de las limitaciones –que no errores ni defectos teóricos– de su aplicación a la hora de tratar de explicar ciertos hechos de las
* [“Sintaxis coloquial: problemas y métodos”, Lingüística Española Actual (LEA), X, 1988, 81-106]. 1. Criado de Val 1959a. Posteriormente (1964) afirmó que “el estudio del español hablado es quizá el más urgente, amplio y difícil objetivo de la actual investigación española”, y lamentaba la falta casi absoluta tanto de trabajos monográficos como de “metodologías adecuadas para realizarlos”. La queja se ha repetido una y otra vez: “no sólo las gramáticas y los gramáticos, sino también los lingüistas se han olvidado en general del vehículo más frecuente de comunicación humana: el lenguaje coloquial” (Vigara 1980: 29). 2. Hasta el punto de que se intentó bautizar la nueva disciplina con el nombre de Femiología (G. Salvador 1977), luego Femología (etimológicamente más correcto, según F. Rodríguez Adrados), término utilizado también por J. Polo.
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El estudio del hecho lingüístico tipo, el uso idiomático coloquial espontáneo, para algunos la tarea “más importante que ha de realizar la filología actual”1, sigue siendo una asignatura pendiente de la investigación lingüística. Desde hace un tiempo, sin embargo, se advierte una creciente atención al estilo conversacional común2. ¿Qué razones o circunstancias han despertado, o reavivado, ese interés por la actuación lingüística cotidiana? Dos son, entre otras, las que han llevado a los estudiosos a acercarse a la primera y fundamental situación comunicativa humana.
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lenguas concretas. La necesidad de buscar nuevos enfoques en la indagación lingüística condujo a los generativistas –al menos, inicialmente– a replegarse hacia una descripción reduccionista de lo que consideraron más claramente formalizable, la sintaxis. Las secuencias se contemplan al margen de la variabilidad de los discursos y contextos en que se insertan y casi con independencia de lo que “signifiquen”3. Pero, por otro, también se ha ampliado la mirada a todo aquello que ayude a entender y explicar los mecanismos de la comunicación concreta y los mensajes reales transmitidos y descifrados: la lingüística del texto intenta vencer las limitaciones derivadas de la consideración de la oración como unidad máxima; la superación de la idea saussureana de langue ha obligado a no ceñirse a los enunciados y a incluir también la enunciación, pues es la actividad creativa de los interlocutores lo que en definitiva proporciona el sentido real4, sin que quepa hacer el examen fuera de la óptica pragmática; etc. La atención ha pasado de lo representado por los signos a lo que con estos se hace en la actividad discursiva. Nada de lo que interviene o influye en la comunicación debe quedar fuera de la observación, lo que resulta particularmente cierto en el caso de la lengua coloquial, que no existe si se aísla de la situación comunicativa y de los factores psicosociales que influyen en el acto de habla5. Y no se interprete que tal proceso se ha producido linealmente en el tiempo. Solo catorce años después de la aparición del Curso de F. de Saussure, afirmaba Mikhail Bakhtine (1929) que “dans la langue, object de la linguistique, n’existe et ne peut exister aucun rapport dialogique [...]. Les rapports dialogiques sont ainsi en dehors de la linguistique”, por lo que el estudio de la lengua “dans sa totalité concrète, vivante” sería objeto de la translinguistique, ciencia que “ne serait pas encore strictement déterminée par des disciplines précises, bien délimitées, et consacrée à ces aspects du mot qui sortent du cadre de la linguistique”6. Y esto lo decía al estudiar la obra literaria de Dostoievski, lo que nos introduce en la segunda de las vías que han llevado a los estudiosos a interesarse por la lengua coloquial. 3. Cfr. Hagège 1976, Mahmoudian 1976, Coseriu 1981 (especialmente “El estructuralismo” y “Las transformaciones”), Sánchez de Zavala 1982, así como las numerosas introducciones –más o menos críticas– a la gramática (o semántica) generativa (-transformacional). 4. En realidad, son ámbitos indesligables. Por ejemplo, la teoría semiolingüística de Charaudeau (1983) se centra en lo que, en último término, deriva de la lingüística del habla, apuntada por Saussure. 5. No es casual, por ejemplo, que el primero de los trabajos sobre pragmática seleccionado por Sánchez de Zavala 1976 sea el titulado “Conversational Postulates” (“Los postulados conversatorios”) de D. Gordon y G. Lakoff. 6. Son ideas no muy distantes de las que años más tarde defenderá E. Coseriu, quien, consciente de que el lenguaje no puede entenderse ni describirse fuera de sus relaciones con los hablantes, con su pensar y su sentir, con su ambiente de civilización y cultura, con su historia, con el momento particular de lo enunciado, considera necesario unir nuevamente lo separado (lengua/habla), volver a la realidad del hablar.
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2. Con una intención que suele calificarse de realista y una función caracterizadora de personajes y ambientes, la literatura –particularmente la narrativa– ha ido incorporando, con desigual grado de acierto, el estilo coloquial7, lo que se conoce como mímesis de lo oral, escritura del habla, etc8. Es lógico que se cuente ya con una bibliografía relativamente abundante en este terreno9, pues la fijación escrita facilita su estudio. Debe separarse, sin embargo, esta clase de indagaciones de la descripción del lenguaje coloquial “auténtico”. En primer lugar, porque las condiciones y circunstancias comunicativas de los usos coloquiales y de los literarios son radicalmente diferentes. Aun a riesgo de una simplificación excesiva, se trata de insertar los primeros, que cuentan con contextos reales en los segundos, de dimensión imaginaria y obligados a crearse sus propios contextos. Los rasgos a que se acude para delimitar y definir el texto como objeto semiótico (su clausura o cierre, la intencionalidad del emisor –en cuanto intención comunicativa– y su coherencia) no son fáciles de aplicar en el coloquio espontáneo (Lozano / PeñaMarín / Abril 1986), y la literalidad, es decir, la cualidad que facilita a un mensaje la posibilidad de ser reproducido en sus propios términos, propia del lenguaje literario (Lázaro 1976) contrasta con el habla conversacional, abierta por definición. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, porque la incorporación de lo coloquial en lo literario nunca se puede conseguir del todo. Siempre ha de llevarse a cabo una adaptación, que implica simplificación manipuladora por parte del autor: no se cuenta con el contexto del que dispone el registro coloquial real, que, a su vez, es ajeno a los propósitos estéticos de la literatura. En principio, parece que el estudio del lenguaje coloquial “real” debería ser tarea previa al análisis de cómo es reproducido, adaptado y manipulado en el discurso literario. Pero no ha sido así. Y lo que verdaderamente revelaría el grado de captación de esa lengua coloquial, la sintaxis liberada de los cánones de la lengua escrita, es precisamente el campo más difícil, menos estudiado y peor conocido. Consciente de que “nunca ha sido hasta ahora ocupación de dialectólogos sino de filólogos”, recordaba Gregorio Salvador en el V Simposio de la Sociedad Española de Lingüística, celebrado el año 1975, que la posibilidad de elaborar ya una sintaxis de la lengua hablada “nos está exigiendo a 7. Manuel Seco (1983) señala tres hitos en la reproducción del lenguaje coloquial por parte de los novelistas españoles: Cervantes, la gran novela realista del siglo XIX y, en el XX, ciertos narradores que surgen tras la Guerra Civil. Eso no quiere decir que la literatura anterior sea ajena a ello (Girón 1986a, 1986b). 8. Cfr. Cerquiglini 1984, Girón 1980: 81. 9. A la obra de Galdós está referida buena parte del ensayo bibliográfico sobre “El español familiar y zonas afines”, de J. Polo (1971-1976).
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SINTAXIS COLOQUIAL: PROBLEMAS Y MÉTODOS 23
Antonio Narbona Jiménez
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los lingüistas la tarea de hacerla, y nos lo está exigiendo con apremio” (1977a: 53 y 63). En un tiempo en que ni siquiera pueden seguir aduciéndose dificultades prácticas, ya que registrar y reproducir la conversación espontánea está al alcance de cualquiera, hay que sospechar que la escasez de vocaciones fem(i)ológicas10 obedece a obstáculos de diversa índole. Las reflexiones que siguen intentan poner de manifiesto algunos de ellos y ayudar a superarlos, empezando por clarificar en la medida de lo posible ciertos términos y conceptos.
A la hora de perfilar lo que ha de entenderse por (lengua) coloquial (con esta u otras denominaciones, como veremos en seguida), “la imprecisión parece inevitable” (Seco 1970: § 1.3), por no ser “un idioma al margen de la lengua general”, de ahí que el adjetivo (o el adverbio, como en “hablar coloquialmente”) sea manejado empíricamente por todo el mundo. Para empezar, no estamos refiriéndonos a una lengua sino a una de las varias formas de uso de la lengua. Muchos son los términos utilizados para designarla, lo que revela una gran heterogeneidad de criterios, que se proyectan también en los intentos de caracterización. Resulta difícil delimitarlos teóricamente, por más que parezcan fácilmente asimilables en la práctica (Polo 1972: 46), porque constantemente se entrecruzan distinciones y oposiciones de muy distinto carácter. No pretendo encontrar la clave capaz de organizar este intrincado puzzle o rompecabezas, en el que casi todos los cabos quedan sueltos, pero sí intentar, al menos, ordenar los conceptos, cuestión instrumental en este caso de especial importancia. Desde que F. de Saussure fijó la langue como objeto propio de la lingüística, se han sucedido los esfuerzos por distinguir las diversas lenguas funcionales que, entrecruzadas, constituyen un idioma histórico, con el propósito de alcanzar una descripción más ajustada a la realidad. Esto es particularmente necesario en nuestro caso, dado que el propio término habla (con que se ha traducido la noción saussureana de parole) designa justamente la esfera más difícilmente sistematizable del conjunto de los hechos del lenguaje. No es preciso volver, una vez más, sobre el alcance y la insuficiencia –también las contradicciones– de esa dicotomía, y en el propio Curso se insiste repetidamente en que sus dos miembros “se suponen recíprocamente”11. No sorprende, 10. Algunos trabajos sobre cuestiones puntuales empiezan a salir a la luz. Cfr. Moya 1981. 11. Cfr., por ejemplo, la traducción española de Amado Alonso (19655: IV).Para comprender el desarrollo de la dicotomía langue/parole, así como su relación con langage, tanto en el pensamiento de F. de Saussure como posteriormente, puede consultarse la versión española de F. Konrad Koerner 1982, especialmente § 2.2.1.
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Delimitación terminológica y conceptual
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pues, que con la expresión lengua hablada (u oral) –o bien lenguaje hablado (u oral)– se haga referencia a menudo a idéntico objeto que con el adjetivo coloquial y similares12. Pero, aparte algunas acepciones específicas13, lo que suele oponerse a hablar, y no de manera bilateral directa y exclusiva, es escribir. Y más que en la lengua escrita en general, se piensa en la literaria, hasta el punto de que el propio DRAE entiende por coloquial “el lenguaje propio de la conversación, a diferencia del escrito o literario”. No hace falta recordar que es la lengua de la literatura la que generalmente ha servido de base y eje de referencia para separar lo correcto de lo que no lo es, e incluso ha sido considerada la norma ideal, a la que debe aproximarse la lengua culta, cuidada, elaborada, formal, etc14. De ahí algunas igualaciones y confusiones frecuentes. A. Carballo, por ejemplo, escribió su Español conversacional pensando en aquellos alumnos que han aprendido nuestra lengua fuera de España, a los que habitualmente se les enseña sólo “el español literario, culto”. Sin duda es esta introducción del criterio de estimación sociocultural lo que ha acabado de complicar las cosas, sobre todo porque, en la práctica, es el punto de vista que prevalece, sin tener en cuenta que nada hay tan difícil como establecer una estratificación de una comunidad según la competencia idiomática de cada clase o grupo. Todo dependerá del propósito que se persiga. Es muy conocida la distinción de Basil Bernstein entre elaborated code (código elaborado predominante en las clases media y alta) y restricted code (código restringido o común, propio de la clase trabajadora) –inicialmente: formal y público–, distinción, por cierto, basada en hechos sintácticos. Es frecuente, sin embargo, intercalar varios escalones intermedios (Luis Cortés 1986). 12. Buena prueba de ello es que incluso alternan en el título de alguna obra (Vigara 1980). Otros prefieren hablar simplemente de lengua de uso, “modalidad utilizada por los hablantes en sus relaciones cotidianas” (F. Lázaro, 19683). 13. Muy conocida es la distinción de E. Coseriu (19672) entre lingüística del hablar, lingüística de las lenguas y lingüística del texto. 14. También aquí la variedad terminológica refleja diversidad de criterios. La voluntad de distanciarse de la equiparación culta=literaria ha hecho que se acuda a términos como común, corriente, estándar, normalizada, etc. para designar prácticamente lo mismo. Otras expresiones como español neutro o básico, parecen responder más bien al deseo de liberarse de criterios normativos. Si bien la frontera se sitúa, desde esta perspectiva, en la línea que separa lo correcto de lo incorrecto o vulgar, tampoco resulta fácil trazarla, entre otras razones, porque no hay que olvidar la variable geográfica o espacial. M. Blanco Álvarez, en su traducción de E. Kany (1969:7) aclara: “El autor de la presente obra hace uso frecuente del término standard aplicado al castellano que se habla en España como español tipo, sancionado y consagrado por el uso. En esta traducción, diversas expresiones tratan de transmitir el contenido de aquella palabra. He aquí las más comunes: español tipo, peninsular, consagrado, normal, castizo, culto. Y ello sin pasar por alto otras matizaciones posibles: urbano, rústico o rural, jergas profesionales, argot, etc.”.
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Tales diferenciaciones son instrumentalmente útiles siempre que se opere con variables objetivas. Pero el lingüista no debe olvidar que el uso no es homogéneo y que la actuación lingüística no refleja nunca toda la competencia de un hablante. Los distintos niveles de utilización de un sistema responden a un sinfín de factores y circunstancias que condicionan o influyen en la organización y emisión de las secuencias. Cuanto más culto sea un hablante, mayor será su capacidad para dominar diversos registros y adaptarse a la situación comunicativa en cada caso; a su vez, a medida que descendemos verticalmente, más anclado estará en un estilo meramente familiar15. Es cuestión de proporción y grados, no de separaciones tajantes. En consecuencia, no están tan descaminados quienes, antes de delimitar la lengua coloquial, consideran necesario caracterizar la estructura general del coloquio. Para Criado de Val (1980), por ejemplo, el punto de partida ha de situarse en la oposición coloquio/narración; se refiere al coloquio real, el que aparece en toda conversación espontánea, situada dentro de su propio campo indicativo y con sus auténticos fines de comunicación social, no al coloquio literario, esto es, el inserto en las obras de tal naturaleza. Quizás fuera preferible oponerlo, en tanto que diálogo –forma típica de la comunicación humana–, al lenguaje monologal o monologado, en sus múltiples variantes. Conviene recordar que, desde la perspectiva de la lingüística estricta, centrada en la lengua como sistema, no suele establecerse distinción alguna entre la utilización monologada y la dialogada, y por más que se reconozca que es esta última la única en que verdaderamente el idioma aparece como algo vivo, las gramáticas no suelen tenerlo en cuenta16. La peculiar perspectiva actualizadora, personal y concreta, la confrontación interpersonal (de tensión habla Criado de Val), el conjunto de los elementos contextuales y situacionales de todo tipo, etc., han de ser tomados en consideración forzosamente si se quiere describir el lenguaje coloquial sin falsearlo. Una situación comunicativa estructurada básicamente en el juego entre la confrontación de actitudes de los interlocutores y la consiguiente nivelación (en grado distinto, según los casos) determina la elección de los rasgos lingüísticos caracterizadores del 15. En tal sentido justifica J. Polo su preferencia por este término, no como sinónimo de inculto. Y tampoco como equivalente de popular, si por “pueblo” se entiende, como suele ocurrir, sólo el estrato sociocultural inferior de la población. Insiste M. Seco (1983: 8) en que no hay que confundir popular con coloquial, pues el primero es un dialecto “social”, mientras que el segundo pertenece a la escala del nivel de habla, es un registro escogido por el hablante y está en función de las características circunstanciales o situación en que se produce la comunicación. 16. El diálogo y el monólogo son –junto con el parágrafo– los niveles o unidades superiores a la oración para C. Hernández Alonso (1984), pero se centra en el estudio de esta última y de los niveles inferiores (nexus, sintagma, palabra, morfema, monema). El diálogo no es propiamente una clase de unidad o nivel, sino el tipo más común de situación comunicativa, y de más compleja descripción, al contar con factores paralingüísticos y extralingüísticos.
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coloquio: tratamientos, réplicas, entonación, fórmulas enfáticas, elipsis, doble sentido, frases interrumpidas o aparentemente inacabadas, etc. Primeras aproximaciones La definición de W. Beinhauer (1978, 3ª ed.) –“el habla tal como brota natural y espontánea en la conversación diaria”– ha sido objeto de numerosas precisiones. Las más destacadas empezaron a ser recogidas por J. Polo en su mencionado ensayo bibliográfico, y posteriormente otros han seguido haciendo lo mismo. La de E. Lorenzo (1977) fue considerada durante algún tiempo por algunos como el más logrado acercamiento, pese a ser calificada por él mismo de “provisional”: “El español coloquial es el conjunto de usos lingüísticos registrables entre dos o más hispanohablantes, conscientes de la competencia de su interlocutor o interlocutores, en una situación normal de la vida cotidiana, con utilización de los recursos paralingüísticos o extralingüísticos aceptados y entendidos, pero no necesariamente compartidos, por la comunidad en que se producen”; serían sus notas distintivas, según él, el egocentrismo, la referencia a todo el horizonte sensible de los interlocutores (deixis) y a la experiencia común, los elementos suprasegmentales (especialmente la entonación) y paralingüísticos (los gestos, por ejemplo). No muy distinto es el modelo pragmático de discurso coloquial diseñado por Emil Volek (1980-81), para quien esta comunicación, cuyo modo de realización es oral, se ubica en el terreno de lo dialogic, non-authoritative, spontaneous, situaded y non-aesthetic. Y como estructura abstracta se caracteriza por su flexibilidad, primero, porque los ejes de polaridades discursivas no constituyen en sentido estricto oposiciones de elementos discretos (como las oposiciones fonológicas, por ejemplo), sino que presentan unos rasgos pragmáticos cuya realización es esencialmente gradual, y, en segundo lugar, porque el discurso coloquial se puede aplicar a cualquier nivel de lengua. En esto ha hecho hincapié M. Seco (1983) al matizar apreciaciones suyas anteriores (1973). Hablamos de lengua coloquial –dice–, para referirnos a una determinada forma de uso de la (misma) lengua. Además de la variedad (nivel de lengua) que todo hablante posee por el lugar y el estrato sociocultural a que pertenece (que, por supuesto, pueden modificarse), dispone de una gama de modalidades (niveles de habla), entre las que selecciona aquella que considera apropiada o adecuada para cada situación concreta. Es lógico que la lengua coloquial se caracterice por su variabilidad y versatilidad, lo que se traduce en una gran riqueza de matices, muy complejos, cuya descripción rigurosa, por eso mismo, no ha de resultar fácil.
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El conocimiento de la lengua coloquial avanzará en la medida en que los tratadistas se centren en la técnica constructiva dominante. En tanto no se descubran los rasgos fundamentales y relevantes de la andadura sintáctica del uso hablado espontáneo, su caracterización no pasará de aproximativa. Muchos de los estudios se han venido ocupando básicamente del léxico y de la fraseología más o menos fijada. Cualquiera que revise las obras más conocidas sobre el español coloquial comprobará que se ha prestado una gran atención a las formas estereotipadas (o casi), a las construcciones típicas, a las fórmulas consagradas o fijas, a las locuciones o frases hechas, a los clichés, dichos o refranes, etc., clases de expresiones pertenecientes a lo que se conoce como discurso repetido, no a la técnica libre del discurso (Coseriu 1977). Así, una gran parte del citado libro de W. Beinhauer recoge las formas de iniciar y rematar las intervenciones en el coloquio, así como de las fórmulas de cortesía, etc. Y una de las dos partes descriptivas del de Ana Mª Vigara (1992) se titula “Expresiones de relleno”, que la propia autora define como “apoyaturas coloquiales que no mantienen su significado original, estereotipias básicas” y califica de partículas o elementos expletivos. No quiero decir que esto carezca de interés. Lo tiene, y mucho, al igual que el análisis de todo aquello que de forma inmediata se descubre en el lenguaje coloquial, como puede ser el dominio de la afectividad, y que desde luego repercute y se refleja en la sintaxis (Narbona 1979). Especialmente llaman la atención de los tratadistas los recursos que sirven para lograr énfasis, intensificación, ponderación, realce, relieve, etc17. J. M. González Calvo (1984a, 1988), al tratar de la expresión de lo superlativo en español –y advierte en seguida que en muchos casos se trata de “expresiones fijas, modismos, lo que puede entenderse por discurso repetido”–, se refiere por igual a determinados sufijos (-ísimo), a ciertos prefijos (archi-, super-, etc.), a acepciones con que se cargan ciertas voces (caso de perdido, pospuesto a algunos adjetivos o participios: vas a acabar loco perdido), a los esquemas comparativos y consecutivos utilizados con frecuencia como procedimientos claramente elativos, etc. Son descripciones que responden a un planteamiento transversal y onomasiológico, y que, a partir de unos contenidos no siempre bien perfilados ni delimitados, pasan a enumerar aquellas unidades morfemáticas, léxicas, sintácticas, etc., que parecen expresarlos más claramente, sin que importe el paradigma funcional a que pertenece cada una de ellas y sin atender debidamente al papel de los elementos suprasegmentales, del contexto y de la situación, etc. 17. “Intensificación de la cualidad” es el título de la última parte del libro de Ana Mª Vigara, donde se ocupa –dice– “de aquellas formas intensificadoras de la cualidad que son fijas, clichés ya, en el lenguaje hablado” (1980: 85).
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Los obstáculos para reconocer las constantes de una modalidad de uso extraordinariamente variable no justifican en ningún caso su desatención. Al contrario, deben estimular a quienes desean superar la fase de las caracterizaciones intuitivas y más o menos impresionistas. Y conviene empezar por las dificultades prácticas. Algunas dificultades prácticas El que los estudios lingüísticos –y los gramaticales, en particular– hayan tenido, como se ha dicho, un punto de partida marcadamente filológico y literario se explica, en gran medida, porque estuvieron ligados en su arranque a la conservación e interpretación de los textos tenidos por modélicos o clásicos. Pero la situación se sigue manteniendo después de haberse recobrado la conciencia de algo tan obvio como que la lengua escrita debe ser considerada desde todos los puntos de vista posterior y “secundaria”, respecto de la hablada, y, en todo caso, como realización que responde a una técnica distinta y diferenciable. El tantas veces comentado “escribe como habla”, de Juan de Valdés, no ha de entenderse, claro es, literalmente, sino en el contexto de los moldes estilísticos de la época. Y es que, por más que ya a las palabras no tiene por qué llevárselas el viento, sino que pueden quedar registradas con facilidad, el poder de la escritura sigue teniendo una aureola casi sacrosanta. Esto quizás ayude a entender, junto con las razones aducidas hasta aquí, que las escasas observaciones acerca de la sintaxis coloquial de que disponemos hayan sido obtenidas preferentemente de la observación de ciertas obras dramáticas o de los diálogos insertos en determinados textos literarios narrativos18. Los gramáticos han desconfiado durante un tiempo de la fidelidad de los datos que puedan obtenerse por medio de los modernos sistemas de grabación, y algunos no ven más que dificultades poco menos que insalvables (Labov 1971). E. Lorenzo (1977) opina que “la invención de la cinta magnética y la grabación de textos espontáneos rara vez han dado el resultado apetecido”. Y según Ana Mª Vigara, “la grabación presenta problemas de difícil solución: por un lado, si se conoce su existencia, es difícil (por no decir imposible) que los 18. El lector puede ver la nómina completa de los textos utilizados por Beinhauer (19783: 360-361). Los autores preferidos en estudios posteriores suelen ser los hermanos Álvarez Quintero, Muñoz Seca, Arniches, L. Aldecoa, M. Delibes, C. J. Cela, R. Sánchez Ferlosio (especialmente El Jarama), C. Martín Gaite, A. Zamora Vicente, etc. Los Textos para el estudio del español coloquial, de F. González Ollé (19823), son todos literarios. Y aunque toma algunos ejemplos de la conversación, Charles E. Kany (1969) extrae la mayor parte de ellos de monografías y diccionarios, de la moderna novela regional y del cuento corto, en su mayoría publicados a partir de 1920.
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interlocutores se presten sin prejuicios al coloquio; por otro, si para evitar que los hablantes se sientan condicionados se quiere mantener oculta la grabación, será difícil conseguir que esta sea buena; y, en último término, aunque esta sea perfectamente clara e inteligible, faltarán en la muestra muchos de los condicionantes y estados propios del coloquio que sólo en su estricta actualización y momentaneidad aparecen y se entienden” (1980:30). Cuando, por fin, se toma la decisión de utilizar la grabación, se prefiere a menudo la entrevista preparada a la conversación espontánea, aunque se reconozcan los inconvenientes de tal determinación. Así, L. Cortés (1986), para un estudio de sintaxis del coloquio se vale de una muestra constituida por las quinientas primeras y quinientas últimas palabras de cada una de las treinta y seis entrevistas (de treinta minutos de duración aproximadamente) realizadas en León, mediante un cuestionario estandarizado, a otros tantos informantes pertenecientes a grupos socioculturales diferentes. El propio autor es consciente de las objeciones que pueden hacerse a un corpus así reunido, especialmente por su carácter relativamente artificioso, pero justifica su decisión en función del rigor metodológico y de los objetivos que persigue, marcadamente sociolingüísticos; además, confiesa, “la dificultad de provocar estados de auténtica espontaneidad, valga la paradoja, nos parece grandísima” (pág. 22). No creemos que las dificultades sean, ni mucho menos, insalvables. Es posible que haya que desestimar algo (o bastante) de lo grabado en algunos casos, pero la experiencia demuestra que, tras los minutos iniciales de tanteo, la conversación comienza a discurrir con naturalidad y fluidez. No hay necesidad de recurrir a la grabación con total desconocimiento por parte de los interlocutores, según algunos la situación ideal19. De todos modos, en los estudios sociolingüísticos las variables sintácticas apenas han contado como índice de conciencia lingüística20. Reunir un corpus de coloquios espontáneos suficientemente representativo de los diferentes estratos o grupos en que convencionalmente solemos repartir a los hablantes es perfectamente factible. Pero, en todo caso, siempre será preferible partir de un material de este tipo, aun con deficiencias, que trabajar con una muestra que no refleje verdaderamente el habla real cotidiana. La inexistencia o escasez de observaciones 19. Así, los coloquios incluidos por M. Criado De Val en su trabajo ya citado. Es la estrategia que practiqué para recoger el material de mi inédita Memoria de Licenciatura sobre El habla de Olivares (Sevilla). Notas para una sintaxis dialectal (Universidad de Granada, 1970). 20. Todas las variables seleccionadas en Labov (1966) son fonológicas. Cfr. “Dinastía y conciencia lingüística: el caso de La Perla” y “Dialectos Sociales en San Juan: índices de conciencia lingüística” de H. López Morales (1979: 131·163). Que las diferencias de pronunciación y léxicas se identifiquen de manera inmediata incluso por los propios hablantes no quiere decir que sean más relevantes.
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sobre sintaxis en las abundantes monografías dialectales, hace que, por más que se titulen El habla de..., en ellas no podamos descubrir cómo se habla en tal o cual zona o punto concreto; a lo sumo, llegaremos a conocer cómo es la pronunciación y algo de su vocabulario más distintivo. Las mayores dificultades no se presentan tanto en la grabación como a la hora de transcribir lo grabado, tarea ardua, pero parece que imprescindible. En lo posible, la transcripción debe ser realizada por la misma persona que ha registrado la conversación, pues por estar presente –y participar, si es el caso– en ella, conoce los factores contextuales y situacionales que la han rodeado y le será fácil anotar y reflejar todo lo que haya sido relevante en la comunicación. No tiene por qué resultar “insatisfactoria” y “decepcionante”, como afirma E. Lorenzo (1977:169)21. Y cuando se pretende descubrir y analizar la peculiar andadura sintáctica, no son imprescindibles algunas de las precauciones exigibles para estudiar la fonética o el léxico, ni se presentan los inconvenientes y riesgos de la transcripción indirecta en fonética (Alvar 1969: 79-86 y 121-143). Entre los intentos de lograr una representación completa y fiel de las actuaciones lingüísticas tal como se producen, destaca el de M. Criado de Val (1959 y 1964), que hace figurar de forma pautada y en líneas distintas las sucesivas intervenciones de los distintos interlocutores, y al mismo tiempo proporciona abundantes observaciones acerca de la situación, los distintos tipos de contextos, la entonación, los gestos, etc. Pero un modelo tan detallado, aparte de los inconvenientes prácticos que pueden hacerlo muchas veces desaconsejable, no resulta del todo necesario en la mayoría de los casos. El mayor obstáculo surge siempre al pretender reflejar los recursos prosódicos (entonación, inflexiones y pausas, principalmente), indesligables del orden y disposición de los constituyentes oracionales y básicos en la sintaxis coloquial, y a los que los gramáticos (salvo en aquellos casos en que resulta inevitable, como al hablar de la interrogación, por ejemplo) no suelen prestar gran atención22, dado que casi siempre operan con secuencias aisladas,
21. Si quien se enfrenta con el discurso transcrito es alguien muy ajeno al campo de los objetos y circunstancias de todo tipo (culturales, ambientales, etc.) que constituyen el denotatum de la conversación, a la misma situación comunicativa y a la dirección por la que discurre, resultarán insuficientes cuantas anotaciones se hagan constar. Pero tal distanciamiento no suele darse al menos en aquellos que pertenecen, al fin y al cabo, a una misma comunidad idiomática y están en posesión de la mayoría de las claves (alusiones, sobreentendidos, antífrasis...) necesarias para la comprensión del mensaje. Por otra parte, no es menos cierto que buena parte de los ejemplos aducidos en nuestras gramáticas son secuencias de laboratorio, que no transmiten nada, por no pertenecer a ningún uso real. 22. En el libro de Mª Josefa Canellada y John Kuhlmann Madsen (1987), sí se dedica un extenso capítulo a los elementos prosódicos.
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inventadas o aducidas ad hoc, generalmente enunciativas, y calificadas de neutras. ¿Cómo prescindir de ellos en un registro en el que hasta el mayor de los insultos puede convertirse, en una determinada situación, en una expresión ponderativa de encarecimiento, merced a la superposición de una línea melódica concreta? Importa insistir una y otra vez en que sintaxis y prosodia se hallan estrecha y solidariamente vinculadas, por lo que no vale adjudicar a una u otra exclusivamente valores de contenido que descansan en ambas simultáneamente23. Entonación y sintaxis figuran ya en pie de igualdad en el título de algunas obras que se proponen encontrar las claves de la estructura informativa de las secuencias, como es el caso del libro de L. Fant (1985), aunque el autor, en lugar de partir de un material directamente recogido del uso real, acuda a grabaciones de la lectura que sujetos seleccionados hacen de frases preparadas, procedimiento que resulta artificioso y de resultados discutibles24. No hay duda de que es clave arbitrar un sistema que sea capaz de representar adecuadamente tales recursos prosódicos. A nadie se le oculta tampoco la dificultad que ello entraña. Ni con los signos de puntuación convencionales ni con otros a los que puede recurrirse25 se logra, ni siquiera aproximadamente, reflejar los hechos de prosodia. Tampoco los procedimientos de notación ideados para indicar las curvas melódicas –especialmente los tonemas terminales–, a base de flechas o de puntos a diferente altura unidos por líneas, bastan para señalar el variado movimiento de la voz, aparte de que plantean problemas tipográficos no desdeñables, de ahí que suela acudirse a señales esquemáticas que ni remotamente pueden proporcionar la imagen de una realidad difícil (por no decir imposible) de representar26. 23. Se habla, por ejemplo, de un cada “intensificador” o “enfático” en casos como ¡Tiene CADA ocurrencia...! (Steel 1976: § 5.6). 24. En unos casos se presenta una muestra de frases a los informantes, a los que se dan o no instrucciones para su lectura (considerarlas insertas en un contexto determinado, leerlas “con moderación” y “sin exagerar”, etc.), con objeto de comprobar las diferencias resultantes. En otros, se vale el autor de estratagemas más complicadas, y así lo revelan las propias denominaciones de las pruebas: test de las comas ausentes (§ 3.7.), para comprobar los factores que influyen en la división del enunciado en frases prosódicas; test “botellas en el frigorífico” (§ 3.9.), para comprobar la existencia o no del acento de frase en español; test “de las pegatinas” (§ 7.2.), para descubrir ciertos hechos referentes a la ordenación de los elementos; etc. Es ésta una de las objeciones que suelen hacerse a este interesante estudio (cfr. reseña de Cerdá: 1985), y el propio autor se tiene que limitar en algún caso a dar como única instrucción leer las frases “del modo más coloquial que sea posible”. 25. Me he servido de las barras simple (/) y doble (//) para señalar distintos tipos de pausas (por ejemplo, Narbona 1986) de un modo no coincidente con la utilización que hace de ellas T. Navarro Tomás en su Manual de pronunciación española. 26. El problema se acentúa en nuestro caso. Así, por ejemplo, la afirmación de Navarro Tomás de que “la extensión de la pausa se da regularmente en relación inversa con el grado de
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En todo caso, no cabe eliminar del análisis algo por el simple hecho de no ser fácil su descripción, sobre todo cuando se trata de una dificultad meramente técnica, de representación gráfica. Y siempre estará a nuestra disposición la grabación, como elemento de comprobación, y como prueba última que puede corroborar o rebatir cualquier apreciación que resulte discutible. Problemas metodológicos Ya se ha dicho que las escasas consideraciones acerca de la sintaxis coloquial se sirven del prisma gramatical elaborado desde y para la lengua escrita o literaria, lo que constituye un importante obstáculo, dado que nos enfrentamos con un nivel de uso notablemente distanciado27. Buena parte del bagaje terminológico y nocional de que se dispone resulta inservible o inapropiado, por lo que se hace preciso a cada paso acuñar conceptos que puedan ser válidos para la caracterización de relaciones sintácticas y fenómenos no –o apenas– tomados en consideración hasta ahora. Una primera insuficiencia –que no afecta exclusivamente a la sintaxis coloquial, pero que resulta en ella más acentuada– es consecuencia del hecho de que la gramática ha centrado su atención en la estructura meramente predicativa de la oración. De hecho, el esquema sujeto-predicado ha sido sustituido a menudo por otra distinción que, con variada terminología (tema/rema; tópico/comentario; presuposición/foco; etc.), tiene que ver en último término con la diferenciación entre información vieja, dada o conocida e información nueva. Se refleja, entre otras cosas, en la especial disposición u ordenación de los constituyentes sintácticos, por lo que ha sido éste uno de los aspectos más pronto y con mayor frecuencia atendido de aquellos que no tenían cabida en la gramática (o entraban en escasa medida). Sin embargo, su examen ha seguido haciéndose desde la perspectiva de la descripción ideada para las secuencias declarativas neutras, de ahí que los fenómenos de tematización (o topicalización)28 se continúen considerando por algunos como anticipaciones provocadas por razones afectivas o de énfasis enlace ideológico en que aparecen los grupos sintácticos entre los cuales la pausa se intercalan” puede ser válida en relación con lo que él llama “desarrollo normal del discurso” (1966: 42), pero no me parece aplicable al coloquio habitual. El lector puede encontrar ejemplos abundantes de lo contrario en mi trabajo citado en la nota anterior. 27. En las gramáticas, normativas o no, las referencias, siempre puntuales, a la lengua hablada suelen limitarse a advertir su “peculiaridad”, cuando no a tachar de desviados o incorrectos ciertos usos, lo que en muchos casos es más que discutible. 28. Cfr. Contreras 1978; G. Reyes 1985; etc.
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y se califiquen de dislocaciones29, alteraciones30, e incluso irregularidades, si bien esto último se reserva para los anacolutos, ciertas faltas de concordancia o de correspondencia sintáctica, inserción de incisos sin conexión gramatical con lo que se está diciendo, etc. Hay que decir, sin embargo, que si no se estudia la lengua coloquial en sí misma y no se abandona el enfoque que trata de descubrir lo que de peculiar y diferente tiene respecto a la norma descrita en las gramáticas, no podremos saber cuál es el orden normal y cuál debe calificarse de marcado, y, en general, qué principios organizativos rigen la andadura sintáctica coloquial. ¿Por qué hablar de posición anómala del objeto en casos como Pues tú / vino / bebes,
de pleonasmo o redundancia en A mi padre no hay quien lo engañe
o de estructura escindida en frases como A la feria lo que hay que venir es sin niños31
29. Ana Mª Vigara en la lengua hablada una “clara y manifiesta tendencia a la dislocación sintáctica”, y achaca la constante ordenación subjetiva a razones de afectividad (1992: 20). L. Fant no cree acertado hablar de elementos dislocados a propósito de casos como Las palabras de este tipo / las usamos muy a menudo, pero en ejemplos como A estos cuatro etarras no creo que los expulsen de Francia prefiere hablar, en cambio de elemento extrapuesto. 30. Se supone que se trata de alteraciones del orden que suele calificarse de lineal normal (Gili Gaya 1964: § 70). Heles Contreras (1978) distingue al orden normal o lineal (le dedica el cap. 8) del enfático (cap. 10), pero es consciente de las dificultades que implica justificar tal distinción: “La interacción de orden enfático, jerarquía remática y topicalización es bastante compleja, y las reglas sugeridas aquí no pretenden explicarla en todas sus ramificaciones. Representan, no una explicación definitiva de los fenómenos en cuestión sino un intento de reducir a expresión explícita propiedades que generalmente, o se ignoran, o se describen en términos demasiado vagos, difícilmente reductibles a hipótesis científicas” (pág. 120). La propia Academia advierte que son muchos los factores que pueden modificar la disposición lineal y que “la lengua española conserva una libertad de construcción poco común entre las lenguas modernas que carecen de declinación” (Esbozo 1973: § 3.7.3f). 31. La estructura escindida (clift sentence; phrase clivée) constituye un caso especial de predicación ecuativa; hallamos en ella un elemento extrapuesto (foco) ligado mediante ser al resto de la oración (presuposición), que aparece como relativa (L. Fant 1984: § 6.2.).
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si todas son secuencias habituales para mejor alcanzar la finalidad que se pretende? No procede calificar a unos moldes de regulares y a otros de alterados. Si ni siquiera contamos con un análisis serio de los tipos de anacolutos,
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es arriesgado reprobar, sin más, todo aquello que parece apartarse de las reglas gramaticales. Ciertas afirmaciones revelan que hay conciencia de la necesidad de cambiar de óptica. A propósito del orden de los elementos oracionales en español llega a afirmar L. Fant: “el caso de que dos elementos vayan antepuestos al verbo es muy normal en la lengua hablada e incluso está tolerado (aunque ciertamente no recomendado) en la norma escrita” (1984: 143). La insuficiencia de los instrumentos habituales del análisis gramatical es más patente en aquellas cuestiones que, por razones diversas, presentan fuertes limitaciones y deficiencias incluso para la propia descripción de la lengua estándar. Se sabe, por ejemplo, que en lo concerniente a los niveles superiores de estructuración gramatical, la situación de la gramática funcional es muy deficitaria y no difiere mucho de los planteamientos y soluciones tradicionales, ya que, si bien acentúa su base formal, sigue muy controlada y dominada por los saberes semánticos y lógicos. Igualmente conocido es que tal “hueco” no ha sido llenado, ni mucho menos, por la gramática transformacional (Lázaro 1974: 63-64 y E. Coseriu 1981)32. En consecuencia, no hace falta decir que la sintaxis de las oraciones denominadas subordinadas es terreno poco explorado con referencia a la lengua coloquial. Inútiles resultarán cuantos esfuerzos se hagan para ajustar al estrecho y no apropiado corsé de la tipología oracional existente la realidad que se nos ofrece en el coloquio; a lo sumo, podrán establecerse ciertas glosas o equivalencias de sentido, haciendo caso omiso de las relaciones propiamente sintácticas que se dan entre los miembros constituyentes. Decir, por ejemplo, que es una oración concesiva Ya puede pasar hambre/ que no roba [‘Aunque tenga que pasar hambre, no robará’]
o que se puede considerar adversativa una secuencia como Está bueno / lo que es que raspa mucho [‘Está bueno, pero raspa mucho’]
no ayuda a entender qué tipo de sintaxis es la dominante en el habla coloquial. Con razón no se pasa de las afirmaciones vagas y generales. Parece admitirse que hace escaso uso de la subordinación, pero, aparte de ser algo no comprobado del todo33, sería necesario aclarar previamente qué ha de entenderse 32. Tratamos de esto más extensamente en Narbona 1983c. 33. M. Vulpe (1970) cree haber demostrado que, estadísticamente, en rumano la frase oral es mucho más sencilla (por tanto, dice, más corta) que la literaria, y también que las oraciones independientes son más numerosas que las complejas.
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por tal, pues resulta inapropiado identificarla con la mera presencia de un determinado “nexo” o conjunción, como suele hacerse34. Si no forjamos herramientas conceptuales más apropiadas para la caracterización de la sintaxis coloquial, mal podremos desentrañar los principios vertebradores y articuladores de su organización. Algunos apuntes en tal sentido haremos al final. Funciones sintácticas y valor informativo
34. El término subordinada, por otra parte, no es adecuado para referirse a las llamadas bipolares (Rojo 1978). 35. Al reflejarse en el terreno de la enseñanza, las discrepancias son más que notables (A. Narbona 1983c). En el II Simposio de Lengua y Literatura española para Profesores de Bachillerato (Valencia, 1981), A. López García propuso reemplazar en los libros de texto el análisis basado en los tradicionales conceptos de sujeto, objeto directo, complemento indirecto, atributo, etc., por otro que se fijara en los papeles pragmáticos desempeñados por los referentes de los sustantivos en la vida real, es decir, los casos profundos. El sistema de oposiciones del que nos servimos, por ejemplo, para describir el verbo, basado en conceptos como pasado/no pasado, irreal/no irreal, etc., sólo vale –continuaba diciendo– para una lengua; hay que ir a la búsqueda de una organización mucho más general de índole pragmática, que define estos matices (modo, aspecto, persona, etc.) conforme a la articulación mutua de los sistemas universales del enunciado y de la enunciación. Sólo un año antes, en una reunión parecida, E. Alarcos se había reafirmado en su convicción de que el estudio sintáctico debe basarse rigurosamente en las estructuras formales del idioma manifestadas en la línea de la expresión, pues en la lengua –afirmaba– no hay más estructuras profundas que las superficiales, patentes y explícitas (A. Narbona 1983b, Ridruejo 1985). 36. Ni siquiera las enunciativas negativas han sido muy tenidas en cuenta por la gramática española durante mucho tiempo. Buena prueba de ello es que en la Bibliografía sobre el tema citada por I. Bosque (1980), no aparecen más que tres títulos anteriores a 1960: un estudio sobre el español antiguo (Llorens 1929) y los manuales de A. Bello y S. Gili Gaya; y si han ocupado un lugar destacado en la gramática generativo-transformacional se debe a que, como sostiene el propio l. Bosque, se trata de un terreno “abonado por siglos de tradición lógico-filosófica del que pocos pensadores han dejado de ocuparse”, a lo que hay que añadir “varios decenios de investigación psicológica o psicolingüística e incluso semiológica” (pág. 11).
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El obstáculo más importante con que la investigación fem(i)ológica se enfrenta –y del que derivan algunos de los ya señalados– es, como ya se ha anticipado, la necesidad de superar el análisis centrado en la estructura predicativa de la oración e insertarlo en el marco de la lingüística de la enunciación y de una gramática del texto o discurso. Los estudios sintácticos se han venido ocupando, en efecto, casi exclusivamente de las relaciones conectivas y funcionales, mejor o peor definidas y delimitadas, y en gran medida desde la perspectiva que imponía una pretendida correspondencia con determinadas relaciones lógico-semánticas35. Siguen siendo escasos los estudios sobre la estructura temática referidos al español, y resulta revelador que se limiten casi exclusivamente a los enunciados declarativos36, como, por ejemplo, el de L. Fant, que ni
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siquiera contempla los hechos implicados por la articulación pregunta/respuesta, cuyo papel es decisivo en el coloquio y donde se ponen en juego parámetros y mecanismos que no pueden advertirse en el análisis de los enunciados aislados. No es sólo que la verdadera intención comunicativa de una respuesta, en tanto que tal, no puede descubrirse, como es lógico, si se desliga de la pregunta, que habitualmente la orienta, sino que en ella se ofrecen posibilidades constitucionales peculiares o específicas. Se ha dicho (Chevalier 1969) que es propio de la lengua hablada el gran rendimiento, tanto cuantitativo como cualitativo, de las formas no personales del verbo, e incluso se ha hablado del carácter antivirtual de nuestro infinitivo, capaz de constituir por sí sólo –en la respuesta, precisamente– núcleo de predicado: P –¿Qué haces?
R –Estudiar
No se suele aludir, sin embargo, a otro uso del infinitivo que responde al tipo de sintaxis parcelada que es característico de la lengua coloquial: P –¿Tú crees que me aburriré? P –¿Practicas algún deporte?
R –Aburrirte, no te aburrirás. R –Practicar, lo que se dice practicar, R –no practico casi ninguno, pero me R –gustan todos.
Y su secretaria / ¿ha reconocido al señor rubio?
donde “el sujeto se siente muchas veces como extrapuesto”. En efecto, no sólo esa clase, sino otras, como las representadas en los ejemplos siguientes: a) –Me han elegido delegado. –¿Qué? ¿que te has presentado? (que proléptico) b) –Allí la gente ¿qué son? ¿gente del campo todos? b) –Ese cambio ¿qué vas a hacerlo? ¿en Sevilla? c) –¿Qué quería? irse sin pagar ¿no?37
37. La diferencia entre b) y c) es mínima; en el último caso la entonación interrogativa se superpone a un término añadido (en inglés, tag), tras una aseveración orientada de la respuesta.
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Según L. Fant (§ 2.4.2), uno de los casos en que con mayor frecuencia se pospone el sujeto en español es la pregunta absoluta, pero reconoce que hace falta más investigación para aclarar casos como
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parecen responder a una voluntad de desmembrar la estructura interrogativa, de modo que el primer miembro se erige en trampolín preparador y desencadenador de la pregunta propiamente dicha. Creemos que en la misma abundancia de interrogaciones disyuntivas o alternativas que el coloquio ofrece puede verse un reflejo más de esa tendencia a la organización desglosadora a la que en seguida habré de referirme nuevamente. Para una caracterización lingüística de la sintaxis coloquial A las dificultades señaladas habría que sumar otras teóricas o de enfoque, en las que aquí no puedo detenerme. He expuesto en más de una ocasión que el carácter esencialmente dinámico de los sistemas idiomáticos, cosa que nadie ha puesto en duda, exige un planteamiento en que se integren y fundan de modo sistemático las perspectivas histórica y funcional (Narbona 1985). Resulta obvio que la carencia casi total de fuentes en que poder rastrear el empleo verdaderamente coloquial de épocas pasadas y poder comprobar su grado de vigencia, condiciona la aplicación de un enfoque tan abarcador en este campo. Sólo esporádicamente es posible detectar en los textos escritos ciertos hechos reveladores de lo que se daba en el habla real.Es sabido que los textos escritos, además, no suelen acoger los fenómenos populares hasta que no se encuentran plenamente consolidados o, al menos, han logrado una gran difusión y arraigo. Los obstáculos y problemas enumerados hasta aquí ayudan a comprender –pero no justifican– por qué las referencias que los gramáticos hacen a la lengua coloquial son escasas y puntuales, o bien son observaciones muy generales y sin fundamentar en hechos comprobados. Es casi un tópico, por ejemplo, hablar del predominio de la yuxtaposición en el lenguaje coloquial, frente al empleo abundante de la subordinación en la lengua escrita38, lo que ha sido puesto en relación frecuentemente con la andadura sintáctica de la lengua primitiva y se ha considerado como reflejo de pobreza o escasez de recursos de trabazón sintáctica. No nos parece que sea ésta la vía más indicada para entender la peculiar arquitectura de la frase coloquial. Por muy aceptado que esté el principio de que cualquier dialecto –horizontal o vertical– constituye un sistema en sí mismo (integrado, eso sí, en una unidad superior más abarcadora, al tiempo que más distante de la concreta 38. M. Seco ha calificado de tendencia centrifuga esta falta de términos de conexión: “los elementos de la frase –dice– tienden a flotar separados unos de otros, ajenos a una estructura orgánica, liberados de un centro magnético que los engarce en una oración unitaria” (1973: 366).
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realidad del uso), que como tal ha de ser estudiado, en la práctica –y es uno de los males de esta clase de investigaciones–, se continúa haciendo hincapié en aquellos hechos que se consideran específicos o peculiares39. Ello ha llevado a algunos a decir que “no se puede atacar desde la dialectología estructuralista la llamada dialectología tradicional, sino simplemente la mala dialectología” (G. Salvador 1977b: 39). Dejando a un lado las nociones de expresividad, afectividad, etc., a lo que ya se ha aludido, las caracterizaciones globales de la lengua coloquial, por fuerza muy simplificadas y sin atención a las distinciones internas existentes, se llevan a cabo, como ya se ha dicho, enfrentándola a y desde la perspectiva de la lengua culta. Los términos con que se intenta resumir tal oposición son variados y responden a puntos de vista no coincidentes. A diferencia de la segunda, que se considera formal –o formalizada– y elaborada, la lengua coloquial es calificada de informal, natural, espontánea e incluso chispeante e ingeniosa; son todos calificativos que aluden, más o menos directamente, a la ausencia de intervención –o actuación mínima– de la reflexión en la actividad lingüística, lo que para algunos constituye su fundamental nota distintiva. Sin pretender trasladar la distinción, esto recuerda el principio de la diferenciación entre dos formas de lengua establecido por los formalistas rusos y los estructuralistas de Praga: frente a la lengua práctica (o lengua de todos los días), realizada mediante un procedimiento automático, la literaria se produce por medio de un proceso de desautomatización, en el que se ofrecen desviaciones (F. Lázaro 1976) con respecto a la lengua automatizada. En cierto modo, la antes comentada distinción de Bernstein entre código restringido/código elaborado, si bien toma como base hechos diversos40 y no exclusivamente lingüísticos, puede considerarse paradigmática para las referencias a la sintaxis, pues son principalmente sintácticas las características que sirven para oponer esas dos formas de utilización del lenguaje. Serian propias del código restringido –que, según el autor, opera con secuencias ya preestructuradas y predecibles–, por ejemplo, las frases breves, gramaticalmente simples (son escasas las subordinadas), con frecuencia incompletas, de forma pobre, descuidada, etc.; por el contrario, en el código elaborado –en el que los enunciados se estructuran de una manera siempre nueva y muy 39. Sirvan de ejemplo las palabras iniciales de Kany (1969: 7): “Es propósito de este libro [...] ofrecer un compendio de las principales peculiaridades o fenómenos sintácticos que difieren del uso actualmente reconocido como consagrado en España”. Con todo, hay que decir que no disponemos de una descripción semejante para ninguna otra área del español peninsular. 40. El título es Class, codes and control (Bernstein 1989) y el de la edición francesa (Chamboredon 1975) Langage et clase sociales (Codes socio-linguistiques et contrôle social). Un resumen de los rasgos lingüísticos de uno y otro código figura en la versión española de B. Schlieben-Lange (1977: 65 y ss.).
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individualizada– las oraciones son más largas y complejas, acabadas y perfectamente estructuradas, etc. Tal caracterización global, además de discutible, es insuficiente. Para hablar de la longitud, estructura y complejidad de un enunciado, sería preciso contar con una teoría rigurosa capaz de delimitar y definir esa unidad con criterios lingüísticos precisos, de la que carecemos41. Cualquier división de la cadena en unidades que pretenda servir de base para establecer diferencias entre las modalidades de uso propias de los diversos grupos o clases sociales, ha de contar con bastante más que la descripción de las gramáticas existentes. Se dice, por ejemplo, que a menor nivel socio-cultural los enunciados son más cortos (más numerosos, por tanto), y abundan los in-acabados. Habría que aclarar, en primer lugar, qué se entiende por enunciado “inacabado”, pues muchas de las construcciones suspendidas, sincopadas o incompletas que ofrece la lengua coloquial no deben verse como simples acortamientos provocados por una voluntad de ahorro de esfuerzo o por falta de destreza idiomática; la mayor vinculación del coloquio a la situación, el constante juego expresivo de elusión y alusión (muy ligado a la intensificación elativa y potenciación de la afectividad), etc., ayudan a comprender que buena parte de esas secuencias aparentemente inacabadas han de verse completas precisamente en cuanto suspendidas42. No queremos dar a entender que estemos frente a otra gramática. Ni pretendemos negar, por otra parte, que la sintaxis coloquial pueda ser calificada, en general, de menos “cuidada”. Pero hay que insistir en que no basta con limitarse a decir de ella que es “menos complicada”43 y no sujeta a o liberada de los moldes establecidos por los gramáticos44. Como he intentado mostrar en otro lugar (Narbona 1986), no parece que se trate sólo, ni principalmente, de una mera cuestión de grado de complejidad; menos aún ha de verse tal pretendida simplicidad como una lógica consecuencia de la tendencia general a la economía y al menor esfuerzo (otros prefieren hablar de comodidad), no 41. L. Cortés (1986) se decide por esta definición: “La longitud de secuencia que ha escogido inconscientemente un emisor (hablante o escritor) para realizar la comunicación, y cuya cohesión estará asegurada por los elementos sintácticos de relación”. Aunque es partidario de dar prioridad a los elementos sintácticos sobre los prosódicos, admite que, en las frecuentes construcciones inacabadas del habla, los segundos tendrán que completar los criterios sintácticos. 42. El propio L. Cortés había admitido en un avance de su tesis (1982:105) que “es el contexto, y no las variables sociológicas, lo que motiva la mayor aparición de enunciados inacabados”. Cfr. Narbona 1986: § 4-5. 43. No todos opinan así. Para Ana Mª Vigara, “si no léxicamente, al menos un 30 por 100 de nuestra conversación está formada por frases complicadas en su sintaxis” (1992: 14). 44. Aunque así fuera, seguiría sin entenderse la falta de atención a la sintaxis coloquial, si, como parece, hay acuerdo en que es su estudio lo decisivo para conocer de verdad la lengua conversacional.
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sólo porque son nociones que en lingüística han de manejarse con toda clase de precauciones, sino porque es precisamente en la lengua coloquial donde se ofrece una mayor abundancia de recursos de redundancia e insistencia, la mayoría de ellos con claro propósito ponderativo o elativo. Por todo ello, el acercamiento a la sintaxis coloquial ha de hacerse, al menos en la etapa inicial, no anclado en la descripción gramatical al uso, sencillamente porque responde en gran medida a esquemas organizativos no contemplados en ella. Me limitaré a hacer dos observaciones que quizás puedan contribuir a lograrlo. En primer lugar, conviene aclarar que la afirmación de que la frase coloquial es breve y de que en ella no abunda la subordinación, aun en el caso de que estuviera comprobada, sería escasamente reveladora. La falta de un diseño previo de los enunciados provoca, es cierto, una sintaxis básicamente acumulativa, pero se trata de una técnica muy distinta de la conocida como yuxtaposición, y desde luego muy alejada de lo que los gramáticos se limitan a calificar de oraciones “independientes”. Tal estilo acumulativo –que, lógicamente, da lugar a frecuentes “rupturas” y “transgresiones” de los moldes sintácticos “elaborados”– se ve en gran parte compensado por la utilización de abundantes y variados recursos que, lejos de ser superfluos o de relleno, constituyen auténticos asideros como engarces textuales y muchas veces van articulando e incluso dramatizando el avance o progreso del discurso. La segunda observación se refiere a esa supuesta falta de elaboración de la sintaxis coloquial. Es preferible arrancar de la hipótesis de que el tipo básico de organización sintáctica es distinto del dominante fuera de la lengua no coloquial. Hay que dejar de ver en la disposición secuencial de la frase coloquial una mera “des-ordenación” del orden tenido como lineal, normal o lógico, y contemplarla como una ordenación que responde a factores prioritarios diferentes, factores que, insistimos, tienen que ver con el valor jerarquizado que el hablante asigna e impone a los distintos constituyentes, con independencia de las relaciones estrictamente funcionales. La sintaxis coloquial no es sólo menos trabada, sino que prefiere servirse de esquemas que no constriñen por anticipado el significado de la relación entre los miembros de un período y de la que inmediatamente contraen éstos con la unidad global resultante. Es así como ha de examinarse, por ejemplo, el abundante uso de conectores inespecíficos, fundamentalmente la conjunción copulativa y, en secuencias de las que emanan los sentidos más diversos, no necesariamente equivalentes a alguno en especial de los que tradicionalmente le han sido asignados: A ese se le toca / y se queda uno pega(d)o Lo bueno de esta casa es que está en Córdoba y no está en Córdoba [‘a pesar de encontrarse en Córdoba, no parece estar dentro de la ciudad’]
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Y así han de verse también otros muchos hechos que suelen ser despachados, sin más, como reflejo de falta de madurez sintáctica: a) el empleo de que en “sustitución” de conjunciones más precisas No te preocupes /que yo te ayudo,
b) la intercalación de expresiones de débil carácter ilativo como recursos desmembradores y liberadores de una cobertura sintáctica en marcha: Como no hagamos negocio / desde luego es mejor que nos pille el tren Si se enfada / que se enfade Que no quiere estudiar... / pues a trabajar45
c) el uso de términos que, al tiempo que interrumpen un esquema sintáctico, actúan como trampolines resumidores y/o conclusivos: Entre el cachondeo que se liaba en clase, lo poco que a mí me gustaba el latín y demás, total, que no aprendí nada etc.
Final Problemas y obstáculos de distinta naturaleza e importancia han impedido –y continúan impidiendo– que se acometa sistemáticamente y con rigor una tarea que es sentida por los lingüistas como necesaria y urgente: la indagación y explicación de los rasgos caracterizadores de la sintaxis coloquial. Sin ser exclusivos de esta parcela de la investigación lingüística, algunos se hacen más patentes en ella, por pertenecer al ámbito más difícilmente sistematizable del complejo mundo del lenguaje. 45. Conque, que suele figurar entre las conjunciones consecutivas, si bien pertenece al tipo en que “se acentúa la indistinción entre yuxtaposición, coordinación y subordinación” (Esbozo: § 3.22.3a), puede usarse como elemento no verdaderamente integrado en la conclusión o deducción. Compárese Yo no puedo seguir pagándote los estudios / conque tú verás lo que haces con Cónque...! / ya te estás largando de aquí.
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A falta de término mejor, califico esta sintaxis de parcelada, que no desmembrada. A diferencia de lo que sucede en la lengua sintácticamente diseñada, en la coloquial hay que contar con el conjunto de factores que juegan un papel importante en la producción del enunciado, esto es, con la enunciación, sin olvidar los elementos prosódicos (línea melódica y pausas, fundamentalmente), de los que el estudioso no puede desentenderse jamás.
La propia delimitación del objeto no resulta fácil, al mezclarse y entrecruzarse –sin grandes precauciones– criterios no homogéneos (lengua hablada frente a lengua escrita, lengua coloquial frente a lengua culta, etc.), y así lo revela la diversidad de las denominaciones utilizadas (coloquial, hablada, conversacional, popular, familiar...). Ni siquiera se tienen en cuenta suficientemente los rasgos específicos que la propia situación comunicativa dialogada impone. Al no contar con un bagaje terminológico y conceptual apropiado, los tratadistas que se han asomado a la sintaxis de la lengua hablada han tenido que valerse de los instrumentos acuñados por la tradición gramatical, centrada casi exclusivamente en la lengua culta, y preferentemente la literaria. Tal óptica es claramente inadecuada: por un lado, muchas de las nociones resultan inservibles a la hora de aplicarlas a la andadura sintáctica coloquial, y, por otro, se necesitan a cada paso conceptos nuevos para describir hechos no contemplados generalmente por los gramáticos. Las obras dedicadas al español hablado, al igual que ocurre en las monografías dialectales, se limitan a describir los fenómenos más destacados de la pronunciación, el léxico y la fraseología fijada, pero no a examinar la técnica libre del discurso. Cuando se ha abordado esto último, no se pasa de la fase de los análisis impresionistas aproximativos que no hacen sino destacar caracteres que resultan patentes, pero de difícil formulación explícita en términos estrictamente lingüísticos; se hace hincapié, por ejemplo, en la afectividad, expresividad, énfasis..., que se presentan a primera vista como las notas más directamente identificadoras del estilo coloquial. Tampoco resulta fácil demostrar que en el automatismo o ausencia de reflexión de los hablantes a la hora de emitir sus enunciados se encuentre la clave para centrar tal caracterización. Los pocos rasgos idiomáticos aducidos, que se han convertido casi en tópicos (predominio de las frases breves y simples, escasez de nexos de subordinación, etc.), aparte de no haber sido empíricamente comprobados, son obtenidos desde y a través de la perspectiva que toma como eje de referencia la lengua escrita, básicamente la de carácter literario, lo que a todas luces no basta y con frecuencia falsea la realidad que se pretende describir. La insuficiencia deriva, en gran parte, del hecho de que los estudios gramaticales no han sobrepasado, en general, el listón de la estructura predicativa de la oración. La sintaxis coloquial precisa superar esa barrera y contemplar los hechos en el marco de una gramática discursiva que sea capaz de poner de manifiesto la estructura temática –no exclusivamente informativa– de las secuencias. No sorprende que hayan sido cuestiones referidas al orden de palabras y a la tematización las que más pronto y con mayor asiduidad han llamado la atención de los estudiosos; pero, una vez más, su consideración como fenómenos que “alteran” la norma ha desvirtuado buena parte de los análisis.
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Para que el desenfoque no se produzca, es preciso, al menos inicialmente, considerar la sintaxis coloquial en y por sí misma, y no meramente como un registro o estilo de un menor grado de elaboración o madurez. Para ello, hay que empezar por no trasladar a ella ciegamente los tipos de unidades establecidos desde antiguo por unos gramáticos que no la tomaban en consideración. Es preciso disponer de un corpus suficientemente representativo y homogéneo de la conversación espontánea usual, algo que hoy no plantea grandes problemas, ya que los procedimientos de grabación están al alcance de cualquiera. Es cierto que se tropieza con serias dificultades para representar gráficamente el material grabado, pero no son insalvables; en todo caso, no pasan de ser obstáculos técnicos que de ningún modo justifican su total sustitución por ciertos textos literarios que intentan reflejar, con desigual fortuna, el uso conversacional auténtico. No son sólo problemas prácticos y metodológicos los que dificultan la realización de una sintaxis coloquial del español. Así, la aplicación de un enfoque abarcador histórico-funcional, que hemos defendido como el más fecundo y adecuado para el tratamiento de los fenómenos sintácticos, se hace aquí más difícil, aunque no inviable, al no poder acceder más que indirectamente a datos del pasado. De esta tarea sugestiva se hablará en otros trabajos.
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2. HACIA UNA SINTAXIS DEL ESPAÑOL COLOQUIAL
0. En el Simposio Internacional de Investigadores de la Lengua Española, que, patrocinado por el Pabellón de España de la Exposición Universal de 1992, se celebró en Sevilla del 9 al 13 de diciembre de 1991, destacados lingüistas expusieron el estado actual de los estudios e investigaciones sobre nuestro idioma desde enfoques y planteamientos diferentes1. Un año después, en el Congreso de la Lengua Española, también auspiciado por el Pabellón de España, con la colaboración del Instituto Cervantes, se quiere hacer hincapié en lo que aún queda por hacer, especialmente en las indagaciones que habría que acometer de manera prioritaria e inmediata. Una de las variedades del español menos estudiada (paradójicamente, pues es la de uso más común) es la coloquial o conversacional, en particular su peculiar andadura sintáctica, por más que repetidamente se haya dicho que su estudio constituye una tarea urgente (Criado de Val 1964, G. Salvador 1977). No es sólo que las publicaciones que se ocupan de ella sean escasas, sino que el modo de proceder no ha sido, en general, el más adecuado. Señalaré algunas de las razones de esa laguna, los problemas y dificultades * [“Hacia una sintaxis del español coloquial”, Actas del Congreso de la Lengua Española (Sevilla 1992). Madrid: Instituto Cervantes, 1994, 721-740]. 1. Del aspecto gramatical se ocuparon E. Alarcos (“La trayectoria histórica de las gramáticas de la R. A. E. y el estado en que se encuentra la elaboración de la próxima edición”), I. Bosque (“La investigación gramatical sobre el español. Tradición y actualidad”), G. Rojo (“Estado actual y perspectivas de los estudios gramaticales de orientación funcionalista aplicados al español”), Mª L. Rivero (“Estado actual y perspectivas de los estudios gramaticales de orientación generativo-transformacional aplicados al español”), A. López García (“Aplicaciones de la gramática liminar al estudio de la lengua española”), O. Kovacci (“Estado actual y perspectivas de los estudios gramaticales en Hispanoamérica”) y J.-Cl. Chevalier (“Estado actual y perspectivas de los estudios gramaticales sobre el español en Francia”).
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con que tropieza tal quehacer, así como ciertas precauciones que han de adoptarse al abordar el análisis de sus construcciones. 1. Es bien sabido que la oración se ha considerado, y aún es así para muchos, no sólo la unidad básica, sino también el tope máximo del que ha de ocuparse el gramático. Por encima de ella, se creía, no es posible descubrir vertebración o articulación formal alguna2. Cuando se afirma que la sintaxis ha constituido el fracaso tanto de la lingüística de orientación saussureana (Lázaro 1974) como del generativismo (Coseriu 1981), se está pensando especialmente en la oracional (o superior), algo que en ocasiones se reconoce explícitamente. Entre las razones, sale siempre a relucir la mezcla indiscriminada de consideraciones formales y “semánticas”, a lo que se vincula el paso arbitrario de un punto de vista preferentemente semasiológico (del receptor) e idiomático a una perspectiva general y onomasiológica, y también que las funciones informativas o pragmáticas –desde las que han de contemplarse las semánticas y sintácticas–, no sólo no acaban de encontrar un tratamiento adecuado (Rojo 1983), sino que apenas han sido objeto de atención entre los tratadistas del español. El interés creciente por la lengua coloquial no responde, pues, a una simple “moda”, sino a la necesidad de cubrir carencias y de superar limitaciones que la propia disciplina lingüística se había ido imponiendo. Mantener el postulado de que el esquema formal y abstracto de la oración constituye la unidad operativa fundamental resultaba clave para delimitar y aislar como objeto de estudio tanto el sistema de la langue como la competencia de un hipotético hablante-oyente ideal, pues es lo que ha permitido a los lingüistas –que rara vez se limitan a ser meros observadores de la realidad, sino que actúan como interventores de los datos– idear explicaciones para secuencias desligadas de su contexto o acuñadas ad hoc. En contrapartida, han tenido que renunciar a considerar un conjunto de hechos de los que no es posible prescindir si se quiere comprender cómo funcionan realmente las lenguas, en cuanto instrumentos de comunicación y de interacción social. Las oraciones, y sus constituyentes, se venían contemplando como estructuras significativamente interpretables, pero no como realizaciones auténticas, indesligables del acto comunicativo concreto en el que proporcionan contenidos (no sólo informativos, y a veces muy 2. Aunque su carácter sistemático ha sido casi siempre objeto de discusión (decía E. Benveniste [1971: 128-129] que con la oración “se sale del dominio de la lengua como sistema de signos y se entra en otro universo, el de la lengua como instrumento de comunicación, cuya expresión es el discurso”), no falta quien ha cuestionado la necesidad de contar con la oración como unidad específica (Gutiérrez Ordóñez 1984) y en la práctica nadie prescinde de ella.
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46 SINTAXIS DEL ESPAÑOL COLOQUIAL
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complejos) que el receptor descifra sin dificultad. Si es raro encontrar en la ejemplificación de los gramáticos una secuencia tan habitual como ¿Yo? ¡... Yo ya he puesto dos mil duros!!
es sencillamente porque para su cabal entendimiento hace falta saber que se trata de la reacción a una petición o sugerencia del interlocutor. Lo de menos es la información acerca de la cantidad aportada, que, obviamente, su interlocutor conoce de sobra; lo relevante (Grice 1975, Sperber/ Wilson 1986) o pertinente es que éste interpreta tal frase inmediatamente como un contundente rechazo a su propuesta, y se verá obligado a encauzar su estrategia conversacional de otro modo. La factura que el inmanentismo estaba pasando a la lingüística era demasiado elevada. La lengua, fait social por antonomasia, era examinada cada vez más como un código al margen de la comunicación humana, de su fundamental papel en el complejo mundo de las relaciones sociales. El acercamiento a las actuaciones conversacionales ha de verse, pues, como una consecuencia “inevitable” de la propia trayectoria de nuestra disciplina, a pesar de la tardanza con que se ha producido y la resistencia de muchos a abordar el análisis de la más utilizada de las variedades de uso de una lengua. No es algo que afecte exclusivamente al español. De la escasez de estudios sobre el francés hablado se lamentaba Claire Blanche-Benveniste (1983), quien recordaba estas palabras de R. L. Wagner dichas unos años antes: “Est-il admissible que des langues de l’Afrique ou de l’Indonésie soient mieux connues et plus complètement décrites que ce français méconnu?”. Y eso que en el país vecino se han consolidado equipos de investigación que se ocupan precisamente del français parlé, como el grupo al que la autora citada pertenece3, cuyas numerosas publicaciones demuestran que el estudio del francés hablado –y otro tanto puede decirse del inglés o del italiano– está mucho más desarrollado que el del español coloquial. De ahí la aparición en Francia de obras teórico-metodológicas de síntesis, como la de C. Kerbrat-Orecchioni (1990). Para el español, en cambio, no disponemos de una línea de trabajo definida y coherente, y los profesores que en varias universidades tienen a su cargo la materia que se denomina Español coloquial trabajan, me consta, como auténticos francotiradores, y sin gran conexión entre ellos. Cuando en julio de 1985 se reunieron en el Centro Internacional de Semiótica y Lingüística de Urbino lingüistas, filósofos, psicólogos y sociólogos de Europa y América para celebrar un coloquio sobre el tema “Interactions 3. G.A.R.S. (Groupe Aixois de Recherches en Syntaxe), Université de Provence, fundado en 1976. Algunas de sus publicaciones figuran aquí en la bibliografía final.
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Conversationnelles”, no acudió ningún representante de España ni de ningún país hispanohablante4. Las observaciones, referencias y apreciaciones más o menos atinadas sobre el español conversacional, heterogéneas y casi siempre indirectas (en muchos casos únicamente para contrastarlas con los usos denominados cultos), han de ser pacientemente rastreadas en tratados generales y en algunas monografías. Son destacables las que ya se hallan, por ejemplo, en la Gramática de A. Bello, en la Sintaxis de S. Gili Gaya o en la Gramática de S. Fernández Ramírez. Y a quien pretenda desentrañar la peculiaridad de construcciones tan habituales como por mucho que llores, no lo conseguirás o ¡pobre de ti!, le resultará imprescindible conocer lo que, desde una perspectiva histórica, averiguaron J. Vallejo (1922) y R. Lapesa (1962), respectivamente. Siempre que ello es posible –a veces las dificultades son insalvables (Cano 1991)– hay que partir de lo que se conoce del origen y desarrollo de los hechos lingüísticos (Narbona 1985). Los numerosos trabajos de geografía lingüística y de dialectología, línea de indagación entre nosotros sólidamente asentada, han prestado gran atención a todo lo relacionado con la pronunciación y el vocabulario, pero muy poca a la sintaxis. Lo mismo ha ocurrido en los escasos tratados de carácter general que se han ocupado del español coloquial, como el de W. Beinhauer ([1929] 1968), con un interés preferente por el léxico, la fraseología fijada y los giros estereotipados, pero muy escaso por la técnica puesta libremente en práctica en el discurso conversacional. A ello viene a sumarse otro inconveniente, hoy sin justificación alguna: los datos se han extraído casi en su totalidad de aquellas obras literarias en que parece verse reflejada la lengua cotidiana. Los textos literarios han sido, en efecto, la principal fuente de datos. Como se verá en la cuarta sección, no cabe negar la extraordinaria utilidad de tal vía indirecta de aproximación para conocer ciertas características de la andadura sintáctica coloquial, siempre que se adopten las oportunas precauciones. Pero no es posible una total mímesis de lo oral o escritura del habla, porque no cabe realmente la transposición de unos usos absolutamente vinculados a concretos contextos reales, a la literatura, en que el autor, que en principio aspira a que aquello que escribe pueda seguir siendo interpretado en todo tiempo y lugar, está obligado a crear el contexto con el propio texto. En suma, por lo que respecta a los estudios de sintaxis del español coloquial, casi podrían seguir siendo válidas estas palabras escritas por R. Lapesa en 1933, al comentar el trabajo de Alice Braue (1931), uno de los primeros que se ocuparon de las construcciones de nuestra lengua conversacional: 4. En la bibliografía de las correspondientes Actas (Cosnier et alii 1988) tampoco aparece ningún trabajo que se ocupe de la lengua española.
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“es sin duda útil, si bien más que como construcción científica, como arsenal de elementos aprovechables, sobre todo con fines informativos y de enseñanza de nuestro idioma”.
2. Llevar a cabo una descripción global y rigurosa de los tipos de esquemas constructivos dominantes en la lengua coloquial y de la técnica a la que responden es una tarea que supone una delimitación, no nueva, pero sí más abarcadora del objeto de la lingüística. No se trata de negar la validez de distinciones conceptuales como la que separa lengua y habla o la que, desde otra óptica, opone competencia a actuación, sino de reconocer que el aislamiento de tal “lengua” o “competencia” descansa, en cierto sentido, en una concepción del lenguaje esencialmente falsa, al impedirnos contemplar el código en acción, único modo de comprender y explicar cabalmente su funcionamiento5. Por eso he dicho que la atención a las actuaciones idiomáticas reales, en general, y a las conversacionales, en particular, es una consecuencia “inevitable” de este necesario ensanchamiento del horizonte y de los puntos de vista de nuestra disciplina. Si a la hora de caracterizar esta variedad de uso –que, insisto, no ha de verse como “otra” lengua, aunque por comodidad estemos llamándola lengua coloquial6– casi todo es imprecisión, se debe en gran medida a que se mezclan criterios no homogéneos, como lo revela la propia diversidad terminológica utilizada para designarla; además de coloquial y conversacional, se la denomina popular, familiar, de uso, o simplemente lengua (o lenguaje) oral (o hablada). Las dificultades del análisis tienen que ver, no tanto con los rasgos que comúnmente se le atribuyen (cotidianidad, tono informal, carácter práctico –casi siempre con un propósito interactivo inmediato–, etc.), como con una serie de circunstancias ligadas al hecho de tratarse de una forma de comunicación oral, dialogada y espontánea (en seguida haré una matización acerca de esto último), y especialmente a su capacidad para explotar variados recursos prosódicos (entonación, pausas, ritmo...), paralingüísticos y extralingüísticos (gestos, ademanes, posición relativa y movimientos de los interlocutores, etc.), todos ellos indesligables entre sí. Y, sobre todo, su fuerte vinculación a la situación y a factores no verbales que determinan, a veces
5. No hace falta decir que esto no representa ninguna novedad. Ya A. Alonso, al prologar la edición española del Curso de F. de Saussure insistía en que “la lengua sin habla no tiene existencia real en ninguna parte; sólo existe en el uso activo que de ella hace el que habla o en el uso pasivo del que comprende. Sólo el ‘habla’ real da realidad a la ‘lengua’” (19655: 26). 6. Lo mismo ocurre con el resto de las modalidades, niveles o registros, de los que no hay –quizás no pueda haberla– una clasificación unánimemente aceptada. Cfr. Mª J. Tejera 1984.
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decisivamente, el acto comunicativo. Todo ello hace que nos enfrentemos a unas realizaciones lingüísticas que dan la impresión de ser extraordinariamente variadas y versátiles, de muy difícil sistematización7. El lingüista, en consecuencia, tiende a fijarse en aquellas características que intuitivamente considera indiscutibles, con lo que el acercamiento a la sintaxis del español coloquial no acaba de superar una fase que puede calificarse de impresionista. Puede servir de botón de muestra el libro de Ana Mª Vigara (2005), en el que, tras afirmarse que “el sustrato común” a todo acto de comunicación conversacional está constituido por la espontaneidad y la primacía de la comunicabilidad (“la necesidad de que el mensaje sea inmediata e irreflexivamente comprendido y entendido por el interlocutor”), se proponen como principios que rigen el uso coloquial (“de organización discursiva” los califica en otros sitios) los tres siguientes: expresividad, comodidad y adecuación. Prescindiré del tercero (que define como “adaptación espontánea, por parte del hablante, de su lenguaje a las condiciones –variables– de la comunicación”), porque, de no precisarse más8, es algo que vale para cualquier actuación lingüística, si quiere lograr plenamente su objetivo. ¿Qué entiende por expresividad, a lo que dedica la primera parte, casi un tercio del libro?. Es el “reflejo espontáneo de la afectividad del hablante” (en sentido amplio, agrega)9, “la huella que queda en la comunicación lingüística de su subjetividad (emotividad o afectividad)”, definición que, como la propia autora reconoce, “no puede más que crear problemas al lingüista”. Problemas, y no menores, ha de crear también al estudioso que quiera comprender cómo hablamos habitualmente valiéndose del concepto de comodidad, que sirve a Ana Mª Vigara para articular la segunda parte de la obra, no menos extensa que la primera. Aunque en alguna ocasión dice que “la tendencia espontánea del hablante al menor esfuerzo” no tiene por qué coincidir siempre con la economía, no se acaba de ver claro cómo separar ambas fuerzas. Sólo cuando se hayan descrito y explicado las estructuras dominantes en el coloquio podrá descubrirse en dónde radica el efecto estilístico de la expresividad de las mismas10. Dicho de otro modo, si las construcciones propias de 7. No está empíricamente comprobado, con todo, que sea más difícil su sistematización que la de cualquier otra modalidad de uso de la lengua. Cfr. Narbona 1990. 8. Inmediatamente añade que a tal adecuación, que concibe como un factor “psicológico”, se une “la espontánea contextualización de los interlocutores (desde sus respectivos papeles), que integran en su expresión/comprensión las circunstancias vividas y compartidas durante su comunicación”, aclaración que no es suficiente. 9. Casi la mitad de El español coloquial, de W. Beinhauer, se dedica precisamente a “La expresión afectiva”. 10. Hay que decir que Ana Mª Vigara considera su trabajo como un “intento de esbozo de morfosintaxis coloquial” (p. 445), e incluso toma la precaución de subtitular el libro Esbozo estilístico.
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la conversación resultan más “expresivas”, es porque son las más eficientes y relevantes o pertinentes (por supuesto, también las más adecuadas) en tales actos de habla. Otro tanto puede decirse a propósito de las demás modalidades, incluidas las literarias. Y tiene escaso interés –desde luego, no procede plantearlo en términos absolutos– discutir si son las más “cómodas” o las que menor esfuerzo exigen al hablante. En última instancia, como se habrá advertido, cuanto se dice parece derivar del carácter espontáneo que se atribuye sin más a estas actuaciones lingüísticas. Es revelador que aún hoy se parta de una definición de lengua coloquial que no se diferencia en nada sustancial de la formulada hace muchos años por W. Beinhauer, para quien es “la que brota natural y espontáneamente en la conversación diaria”11. La espontaneidad no equivale, sin más, a mera irreflexión en el uso de la lengua, y debe entenderse como concepto gradual y dinámico. Desde luego, no constituye, por sí sola, marca caracterizadora positiva ni, mucho menos, suficiente. Es más, ni siquiera garantiza la homogeneidad de la modalidad de uso que estamos calificando de coloquial; las diferencias entre los grupos o estratos de hablantes –y no hace falta descender al terreno de las incorrecciones12– al servirse espontáneamente de la misma lengua pueden ser –son, de hecho– muy acusadas. Hay que considerar hablante culto, no al que se expresa siempre de un modo planificado y formal –algo que, por lo demás, no se da–, sino al que logra alcanzar, a través de las diversas vías de instrucción idiomática (que no se reducen a la enseñanza), la capacidad de expresarse “espontáneamente” con corrección en una amplia gama de registros y sabe servirse del idóneo y más adecuado en cada acto y situación de comunicación.
3. Las caracterizaciones intuitivas e impresionistas pueden conducir, además, a afirmaciones contradictorias. Del español coloquial –del lenguaje 11. En algunos casos (Gómez Manzano 1987, Sandru Olteanu 1988, etc.) se sigue reproduciendo de forma prácticamente literal esta poco precisa formulación de W. Beinhauer. 12. Muchos de los hechos aducidos por Ana Mª Vigara para mostrar cómo actúa el principio de “comodidad” son incorrecciones: empleo de formas verbales como *conducí o *andara; mal uso de los relativos; eliminación de preposiciones en casos tan distintos como *me alegro que te guste, *un cacho pan, *ahí está uno que le dicen “Tomates”, etc. Conviene separar lo correcto de lo que no lo es, para no inducir a confusión y atribuir lo coloquial, no tanto a una modalidad de uso general como a un nivel sociocultural de hablantes (la mal llamada con frecuencia clase popular). El lingüista ha de situarse siempre en el terreno de la corrección idiomática, aunque se ocupe también de aquellos usos que pueden cuestionar en determinado momento tal frontera, como ese chico que su padre es médico. R. J. Cuervo, en una de sus Anotaciones a la Gramática de Bello, advierte que no le “disuenan” usos como ante Marcelo y yo (Narbona 1983a: 6).
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conversacional en general– se dice, tanto que es sencillo, pobre y deficitario, como que es “inagotablemente rico” (Beinhauer 1968: 17), “matizado y complejo” (Sandru Olteanu 1988). Parece, sin embargo, que cuando se habla de su complejidad y, especialmente, de su “riqueza” –al igual que cuando se califica el uso coloquial de expresivo, ingenioso, y hasta de gracioso o chispeante13– se está pensando sobre todo en el empleo de ciertos vocablos, expresiones y modismos que no traspasan el ámbito del registro familiar o popular, en la frecuente acuñación o difusión de neologismos y acepciones metafóricas, así como en determinados rasgos melódicos y rítmicos, si bien rara vez se detienen los estudiosos en el análisis de estos últimos, ineludibles a la hora de realizar el examen de las construcciones sintácticas, que apenas son objeto de análisis. En relación con la sintaxis (además de traspasarse a menudo a los hablantes lo que únicamente concierne al análisis del lingüista), al estar las opiniones fuertemente mediatizadas por la consideración privilegiada de las modalidades que han servido para la elaboración de nuestro saber gramatical (la denominada culta y la que reflejan los textos escritos, especialmente los literarios), se es más proclive a considerarla poco elaborada o escasamente trabada, e incluso no se duda en tacharla de inmadura, primitiva, huidiza y proteica. Es precisamente la adopción de esta óptica lo que hace que de muchos de los esquemas sintácticos usuales en el coloquio se diga simplemente que no se ajustan a los “canónicos” o se califiquen de “dislocados”. Se pierde de vista la obviedad de que ni el desajuste ni la dislocación pueden entenderse en ningún caso como ruptura o liberación real de los moldes que los gramáticos –a partir, repito, de la consideración de realizaciones idiomáticas muy alejadas de las que son usuales en la conversación ordinaria– toman por modélicos o paradigmáticos14. Es significativo, por ejemplo, que se haya impuesto entre nosotros la denominación de escindida (ing. cleft sentence, fr. phrase clivée) para referirse a una clase de secuencias tan habituales en el coloquio como Esos son los grupos que a mí me gustan, no Mecano y demás; Yo lo que digo es que en mi pueblo es donde teníamos que habernos quedado; Eres tú el que me estás molestando a mí. Está claro que el término no resulta del todo apropiado, pues no se ve dónde y cómo se habría efectuado esa hipotética partición; desde luego, no cabe pensar en las correspondientes
13. B. Steel (1976: 12) dice que el término coloquial “is commonly felt –albeit often pejoratively– to refer to particular informal (often ‘racy’ or ‘popular’) spoken usage”. 14. M. Seco (1983: 18) habla de “una sintaxis liberada de los cánones de la lengua escrita”, pero tal afirmación habrá de entenderse sólo en el sentido de que no se atiene a los patrones en los que los gramáticos han ido encasillando las únicas estructuras que han tomado en consideración.
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sin encuadre o marco de relativo (Me gustan esos grupos, no Mecano y demás; [Yo] digo que en mi pueblo teníamos que habernos quedado; Tú me estás molestando [a mí]), pues ni descontextualizadas resultan informativamente “equivalentes”. Por otra parte, resulta difícil casar tal configuración sintáctica con la tendencia a economizar esfuerzos que, según se ha visto, se considera característica del lenguaje coloquial. Los ejemplos podrían multiplicarse. Si más de la mitad de la Parte Primera (“Expresividad”) de la obra de Ana Mª Vigara (72-130) se dedica a la “dislocación sintáctica”15, es porque entre los fenómenos “dislocados” figuran algunos tan comunes como la anteposición de sujeto o de algún complemento en interrogaciones del tipo ¿Vosotros tenéis prisa? (p. 100), ¿A María le has comprado también algo? (p. 101), etc. Todo lo dicho revela hasta qué punto los lingüistas se resisten a despojarse de su inclinación a contemplar y describir los usos coloquiales como alteraciones de una disposición secuencial tenida por lineal, regular, normal, y que debe por ello considerarse como la no marcada, neutra, objetiva y lógica.
4. Vencer esa resistencia, con ser condición necesaria, no es el único ni el primer obstáculo que es preciso superar. Téngase en cuenta que ni siquiera están totalmente resueltos los problemas que plantea la extracción y organización de los datos que han de servir de punto de arranque. Con todo, la difusión y generalización alcanzada por los medios de grabación magnetofónica y magnetoscópica permite al investigador disponer de un buen instrumento para examinar más detenidamente cuantos recursos verbales, y también no verbales (gestos, movimientos...), resultan pertinentes en la comunicación. La familiarización de buena parte de la población con ellos va haciendo que se desvanezcan muchas de las reservas y objeciones de los lingüistas sobre su utilización para la elaboración de un corpus inicial16. Conversaciones libres registradas con las debidas precauciones –y no necesariamente de modo “secreto”, esto es, sin que los interlocutores estén advertidos– pueden reflejar con notable autenticidad los usos reales, sin desvirtuar nada de lo que verdaderamente importa. De poco sirven, en cambio, para el estudio de las construcciones sintácticas, 15. El resto de esa parte se dedica al “Realce lingüístico”, donde incluye, una vez más, abundantísimos casos de claros anacolutos, que deberían ser objeto de un tratamiento aparte. 16. Para E. Lorenzo (1977), “la invención de la cinta magnética y la grabación de textos espontáneos rara vez han dado el resultado apetecido”; según A. Mª Vigara, la grabación magnetofónica “presenta problemas de difícil solución” y resta espontaneidad a la conversación; R. Barthes y F. Berthet (1979: 5) afirman que “... in vivo, la conversation est ‘inenregistrable’, ‘intranscriptible’ (inutile de mettre des micros sous les fauteuils), le corpus inconstituable (ne serait-ce que par déontologie d’enquêteur”.
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las grabaciones de diálogos dirigidos (que a menudo se convierten en monólogos provocados) y las encuestas planificadas de antemano. No se entiende muy bien, por otro lado, que se siga insistiendo en el obstáculo –insuperable, según algunos– que supone no disponer de un sistema idóneo y convincente de transcripción de lo grabado. Es verdad que no es fácil reflejar de manera fidedigna ciertos hechos decisivos, en especial los prosódicos y suprasegmentales. Pero, aparte de que con los arbitrados hasta ahora se ha podido trabajar de modo plausible, como lo demuestran los logros alcanzados17, conviene no olvidar que la grabación (reproducible cuantas veces se quiera y de fácil manipulación) constituye un material perfectamente utilizable; otra cosa es que al lingüista, sobre el que pesa una larga tradición filológica, le resulte más familiar y cómodo examinarlo una vez transcrito.
5. En definitiva, pienso que se dan sobradamente las condiciones para proceder a la recopilación de diversos corpus, suficientemente representativos de las distintas modalidades socioculturales de los usos coloquiales de las diferentes áreas del dominio hispanohablante. Es la primera tarea que deberá acometerse, y para la que, obviamente, resulta imprescindible la coordinación de todos los participantes en ella. No hace falta decir que el lingüista no debe –ni puede– desprenderse en ningún momento de su propia conciencia de hablante ni de su capacidad de observar directamente los comportamientos lingüísticos de los demás. Tampoco debe renunciar a servirse de las vías indirectas de aproximación, especialmente el análisis de los diversos intentos de transposición del lenguaje coloquial a la escritura –literaria o no–, siempre que se adopten las precauciones a que me referiré más adelante. Lógicamente, la siguiente fase del trabajo consistiría en la organización y estudio de ese material, aún por reunir. Se comprenderá, por tanto, que las observaciones que hoy por hoy pueden hacerse en este sentido persigan más evitar vicios detectados que proponer directrices sobre la forma en que se ha de trabajar. Para empezar, el lingüista no debe proceder, en principio, como si su quehacer hubiese de estar siempre al servicio de otros conocimientos, de sociolingüística, por ejemplo18, o limitarse a ser un instrumento para otros 17. Véase, por ejemplo, Cl. Blanche-Benveniste / C. Jeanjean 1986. Entre nosotros, uno de los esfuerzos más temprano y loable, si bien plantea dificultades prácticas, se debió a M. Criado de Val 1980. Como se advierte en J. Cosnier/ C. Kerbrat-Orecchioni (1987: 371), las convenciones que finalmente se adopten resultarán siempre “de plusieurs compromis: compromis entre les membres de l’équipe et compromis entre deux impératifs: celui d’une transcription lisible et celui d’une transcription fidèle”. 18. Para algunos, la lingüística no pasa de ser una parcela o capítulo más de la etnografía de la comunicación, línea de investigación desarrollada principalmente en los Estados Unidos.
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fines, como la enseñanza de la lengua, por más que en esos y otros ámbitos su proyección y utilidad sean indudables. A lo primero me referiré brevemente en seguida. De los riesgos que puede entrañar en la instrucción idiomática la utilización de discursos conversacionales, antes de poder contar con análisis lingüísticos rigurosos, me he ocupado en alguna ocasión (1991). Me limitaré a recordar que en España ha llegado a propugnarse para la Enseñanza Secundaria un radical cambio que, entre otras cosas, concede a los que denomina textos orales virtualidades semejantes a los escritos en la labor docente. Sí puede ser de extraordinaria importancia la incidencia de los estudios de sintaxis del español coloquial en la enseñanza de nuestro idioma a no hispanohablantes; la falta de un método totalmente convincente en este ámbito se debe, entre otras causas, a la carencia de una descripción rigurosa y coherente de las construcciones de la modalidad de uso que en primera instancia aspira a dominar la mayoría de los que quieren aprender nuestra lengua. Igualmente debe evitar el estudioso de la lengua coloquial –que tiende a centrarse exclusivamente en aquello que considera peculiar, específico o distinto de otras variedades idiomáticas– caer en la tentación de apoyarse en el análisis e interpretación de sus datos para proponer un objeto “nuevo” de la lingüística y una reformulación de la manera de abordar su estudio. No se olvide que el acercamiento a las actuaciones idiomáticas conversacionales se ha producido como consecuencia de la necesidad de la propia disciplina de superar las limitaciones que implica la consideración de la langue aislada por los lingüistas. El descubrimiento de las interrelaciones entre los saberes propiamente idiomáticos y los demás con que también cuentan los interlocutores ha obligado a contemplar una competencia mucho más compleja y abarcadora, la comunicativa, de la que el saber idiomático forma parte, eso sí, muy importante. Ello implica un cambio, no sólo de actitud, sino también de prioridades. La atención a los discursos conversacionales ha pasado a ocupar uno de los primeros planos, porque obliga a la lingüística a salir de su aislamiento y contar con las demás vías de aproximación al complejo proceso de la comunicación. En cierto modo, la conversación constituye una especie de punto de confluencia o centro de interés común para todas ellas. No es casual que Échanges sur la conversation (Cosnier 1998: 9) se abra con esta afirmación: “Il est indéniable que l’irruption de la pragmatique dans le champ des études linguistiques et sémiotiques, a modifié en profondeur les recherches menées dans ces domaines, en ce qu’elle a scellé l’acte de décès du dogme ‘immanentiste’”. Ahora bien, que la conversación constituya un terreno idóneo para la comprensión de la comunicación humana y que se haya convertido en objeto preferente de estudio para muchos, no debe llevar a decir que su examen ha
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de servir de “modelo para el de las demás modalidades de uso”19. No, no se trata de configurar una lingüística enteramente “nueva”, ni de pasar del fetichismo de la escritura a una especie de endiosamiento del habla. Nuestra disciplina, que lleva bastante tiempo en constante transformación y renovación, no debe precipitarse en otro cambio “radical”, sino que tiene que apurar las posibilidades de desarrollo que le ofrece esta fase de ensanchamiento de su objeto y de sus planteamientos teórico-metodológicos en que se encuentra. El flujo de cooperación es, y ha de ser, siempre pluridireccional. Si, por ejemplo, apenas se utilizan variables sintácticas en los estudios de sociolingüística, es porque la sintaxis coloquial no está en condiciones de proporcionarlas. Y si el discurso conversacional no acaba de convertirse de verdad en “el reino de la pragmática”, como se ha dicho, es porque descubrir el complejo entramado de las relaciones entre los usuarios de un idioma y la comunicación que entre ellos se establece en cada caso concreto ha de hacerse, no exclusivamente, pero sí principalmente, a partir del conocimiento de cómo son y por qué y para qué se usan las estructuras propias del coloquio. Pero, a su vez, los avances y logros en la sintaxis coloquial dependen en no pequeña medida de lo que se vaya consiguiendo desde toda una serie de perspectivas que tienen como denominadores comunes, entre otros, la adopción de un punto de vista supraoracional20 y la consideración, no sólo de los enunciados como productos, sino también del complejo proceso de enunciación. Más concretamente, irá avanzando en la medida en que el análisis del discurso consiga sobrepasar la etapa de los preámbulos y logre un marco teórico-metodológico adecuado21.
6. Precisamente porque queda mucho por hacer, es necesario continuar con el trabajo positivista de describir y explicar fenómenos concretos. Y quizás sea conveniente centrarse en aquellos que ni siquiera podían plantearse en el seno de una sintaxis del sistema y oracional. El circuito de la comunicación se ha contemplado generalmente como lineal y unilateral, algo que no permite la conversación, por tratarse de un proceso de constante interacción, de recíproca determinación; los oyentes, en 19. “Aunque sólo sea por su ocurrencia masiva –llega a afirmar– la conversación espontánea y natural tiene que servir de guía o norma para la descripción del lenguaje en general” (Stubbs 1987: 24). 20. Punto de vista que incluso ha sido ya bautizado como ciencia: Stati (1990: 9), en un libro que titula precisamente Le transphrastique dice que esta “véritable science carrefour [...] a inauguré une direction de recherches pleine de promesses dans les disciplines qui traitent du langage”. 21. Para Maingueneau (1980: 7) tal disciplina “no ha superado todavía el estudio de los prolegómenos y aún busca constituir su metodología y su objeto”.
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cierto modo, anticipan la información de su interlocutor, y si la interpretación falla, éste siempre puede acudir a mecanismos de retroacción (Bueno, no te pongas así, no he querido decir eso; Ah!, en ese caso retiro lo dicho; etc.) que pueden incluso servir para modificar su primera intención. Por otro lado, los gramáticos hasta ahora no tenían por qué detenerse en algo que resulta clave para entender la arquitectura del discurso conversacional, lo que ya se conoce como turno de palabra. Si se puede sostener que cualquier conversación, lejos de ser caótica, está organizada estructuralmente (AndréLarochebouvy 1984), en mayor o menor grado, es por constituir una sucesión de tales turnos regida por reglas de coherencia interna, reglas que son de carácter sintáctico, semántico y pragmático a un tiempo. Secuencias tan habituales como Estudiar, lo que se dice estudiar, no estudia nada, o Por ahí, dando una vuelta, no suelen aparecer en nuestras gramáticas, pues tales empleos del infinitivo y del gerundio sólo pueden ser examinados en tanto que respuestas o réplicas. Muchas de las “dislocaciones” a que antes me he referido resultan absolutamente normales una vez que se contemplan, no como frases aisladas, sino insertas en el concreto fluir discursivo al que pertenecen. Es algo que la sintaxis funcional ya parece haber admitido. Así, por ejemplo, la aparente paradoja de que una construcción paratáctica pueda expresar relaciones propias de la subordinación –lo que ya había sido puesto de manifiesto repetidamente22– se resuelve, según E. Coseriu (1989), con facilidad: el hecho de que dos secuencias como María se casó y tuvo un hijo y María tuvo un hijo y se casó no resulten equivalentes se debe a que, aunque son paratácticas en el nivel de la oración, expresan relaciones internas de dependencia (el segundo miembro se subordina al primero) por lo que concierne a su sentido en el discurso23. Falta hacer explícito, sin embargo, el modo de identificar las funciones sintagmáticas propias del discurso o texto, y en particular del discurso conversacional, que presenta ciertas singularidades al respecto.
7. Pero el estudioso no puede renunciar a su deber de ir encuadrando sus observaciones particulares en un marco general que les proporcione sentido y razón de ser. Andar con pies de plomo en un terreno de arenas aún bastante movedizas no debe impedir cualquier intento de insertar los análisis parciales en caracterizaciones globales y formalizadas. Lo que sucede es que, en el estado actual de nuestros conocimientos (de nuestra ignorancia, si se prefiere), 22. Así, a propósito de oraciones como le permitían hablar y habló o refranes del tipo piensa mal y acertarás, S. Gili Gaya (1943, 199815) afirma que, pese a constituir coordinaciones copulativas, “indican consecuencia”. 23. Otras observaciones sobre esta cuestión, en Narbona 1991 [Capítulo 11 de este volumen].
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las reglas que se propongan con el fin de ir descubriendo el carácter sistemático de las construcciones propias de las actuaciones idiomáticas conversacionales han de formularse con gran cautela y en términos meramente probabilísticos. Las marcas formales suelen ser borrosas, y frecuentes las presuntas “violaciones” o “transgresiones”. Si es la situación comunicativa la que determina en gran medida la preferencia por ciertos tipos de estructuras, no debe sorprender que la andadura sintáctica conversacional presente una arquitectura que, a falta de término más apropiado, he llamado parcelada, que tiene la ventaja de ser escasamente comprometedor. Por tal entiendo, no un discurrir desmembrado o fragmentario, en el que abundan las frases cortas24 y aparentemente desconectadas entre sí, y, mucho menos, desarticulado o dominado por una tendencia centrífuga25, sino el resultado de una estrategia constructiva que revela una clara y decidida inclinación a organizar los contenidos en un elevado número de parcelas o partes, cada una de las cuales dispone de su propia configuración melódica, partes que, lejos de estar desligadas, sólo son interpretables en cuanto constitutivas del todo en que se integran. Tal modo de vertebración sintáctica, estrechamente vinculado a las condiciones propias de un tipo de comunicación oral, dialogada e interactiva, no precisa en muchos casos de explícitos conectores específicos, pero ello, lejos de implicar mera segmentación o, mucho menos, desmembración, la configura como la más apropiada, relevante o pertinente y eficaz en esta clase de actos comunicativos. Puede servirnos para mostrar esto último un fragmento de El Jarama, de R. Sánchez Ferlosio, una de las obras literarias que con mayor fidelidad ha logrado plasmar el estilo coloquial. Hacia la mitad de la novela, Sebastián, amigo “de toda la vida” de Miguel, por hablar de algo, le pregunta a éste –en presencia de las novias de ambos– sobre su futura boda, extrañado de que, estando en una posición económica relativamente desahogada, no acabe de decidirse a casarse. Hablar de tal asunto incomoda a Miguel, por lo que la tensión de la conversación va subiendo de tono, hasta el punto de que Sebastián tiene que recurrir a invocar la vieja amistad entre ambos para que no desemboque en una agria discusión; y lo hace mediante esta intervención, que voy 24. La longitud de los enunciados, desde una perspectiva en la que no interesa su consideración aislada, deja de ser pertinente por sí misma. Piénsese, además, que la preferencia por las oraciones breves ha sido un rasgo destacable en el estilo de ciertos autores literarios, muy alejado del coloquial. 25. De ese modo lo califica M. Seco (1973: 366), basándose sobre todo en la escasez de términos de conexión: “Los elementos de la frase tienden a flotar separados unos de otros, ajenos a una estructura orgánica, liberados de un centro magnético que los engarce en una oración unitaria”.
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a reproducir, separando con una barra simple (/) los diez segmentos que, en mi opinión, pueden distinguirse: Pero bueno / Miguel / yo lo que digo es una cosa / ¿somos amigos / sí o no? / Porque es que si lo somos / como yo me lo tengo creído / no comprendo a qué viene todo esto / francamente / que no podamos tener ni un cambio de impresiones sobre las cosas de cada cual.
Si los hablantes nos decidimos por este tipo de soluciones tan “antieconómicas” (piénsese que nada de la información faltaría en “No comprendo que, siendo amigos, no podamos hablar de nuestras cosas”26), no es porque seamos idiomáticamente “primitivos” o incapaces de elaborar otras más “maduras” que expresen con mayor precisión lo que pretendemos comunicar. Simplemente, nos servimos de la andadura sintáctica que hemos considerado más adecuada, relevante y eficaz27.
8. Con mayor razón que en otros estudios lingüísticos, se impone la comprobación fehaciente en la realidad de cuantos rasgos se adjudiquen como característicos de la sintaxis del coloquio. Es este continuo y necesario descenso al terreno de los hechos concretos –muchos de los cuales no han sido, no ya examinados, sino ni siquiera recogidos y clasificados– lo que evitará que los lingüistas sigan elaborando al mismo tiempo fenómenos y teoría, o, si se prefiere, seleccionando los primeros en función de la segunda. Contribuirá, además, a una correcta aplicación –o bien a su eliminación– de ciertos conceptos instrumentales que resultan insuficientes, cuando no claramente inadecuados. ¿Por qué, por ejemplo, ciertas expresiones, denominadas tradicionalmente enlaces extraoracionales, pero interpretadas hoy muchas de ellas como auténticos ordenadores del discurso, no cesan de atraer la atención de los estudiosos? Sencillamente, porque de manera patente e inmediata ponen de manifiesto que una sintaxis estrictamente oracional es incapaz de hacernos comprender la arquitectura propia de la lengua conversacional (en realidad, 26. Solución que vendría a ser esa estructura orgánica que sí cuenta con un centro magnético que le proporciona unidad, a lo que se refiere M. Seco (véase nota anterior). 27. Aunque Sebastián no consigue que Miguel adopte una actitud de mayor franqueza, sí logra el inicio de la distensión de la conversación, pues éste opta por zanjar definitivamente el asunto, por cierto, con idéntica estrategia constructiva: –No lo comprendes / ¿eh? / Pues yo tampoco / Sebas / si quieres que te diga la verdad / Es que está uno muy quemado / Eso es lo único que pasa / Y ya no quieres ni oír hablar de lo que te preocupa / Complicaciones no las quiere nadie / Y tú tienes razón / y ésta tiene razón / y yo / y aquél de más allá / Y al mismo tiempo no la tiene nadie / pasa eso / Por eso no gusta hablar / Así es que no te incomodes conmigo / Ya lo sabes de siempre que...
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tampoco la de otras variedades de uso). Hay más pruebas de que empieza a removerse el campo de nuestros estudios sintácticos. El claro cambio de actitud hacia una orientación más onomasiológica que se advierte en algunas monografías recientes ha sido provocado precisamente por la necesidad de superar los límites de unas descripciones gramaticales que habían venido ignorando, o casi, cuanto no se ajustaba a los patrones oracionales tenidos por “canónicos”. Así, una buena parte de la tesis doctoral de E. Montolío sobre La expresión de la condicionalidad en español (1990) se dedica a aquellos usos de si, casi todos habituales en el lenguaje conversacional, que han sido relegados por los gramáticos –de ahí que los denomine “marginales”, entrecomillando el término– “por no casar con los rígidos esquemas de lo que se consideraba era una condicional estándar” (p. 293). Claro está que nada tiene de marginal el empleo de la estructura bipolar para conseguir una marcada polaridad contrastiva:
Muchas de las páginas de Mª E. Cortés (1993c) sobre La expresión de la concesividad en español28 tratan de construcciones –constitucionalmente heterogéneas– que pueden adquirir sentido concesivo o que permiten que se interprete como tal. Gran parte de ellas son peculiares o de frecuente empleo en el coloquio, como las que cuentan con alguna expresión neutra del tipo y eso que, con todo y con eso, a todo esto, etc. (Italia me ha gustado mucho, y eso que no he visto Roma). Me interesa insistir, con todo, en que superar una sintaxis basada en la consideración de la oración como unidad última no significa desbancarla o sustituirla por otra, que en todo caso estaría por delimitar. El saber de que disponemos puede seguir siendo en gran medida el punto de partida. Pero el prisma más abarcador que contempla el fluir discursivo nos hará ver, por ejemplo, que muchos de los usos aparentemente no ortodoxos no son más que explotaciones de esquemas cuyas posibilidades no se encierran exclusivamente en ellos. El que con una secuencia tan habitual en la conversación ordinaria como Sí, ¡claro!, ¡para que lo haga él, lo hago yo!
se pueda obtener el sentido de una enérgica contraposición excluyente, sí puede explicarse a partir del significado final de para que+subjuntivo. 28. Adviértase que, como en el caso anterior, la ausencia del término oración (o cualquier otro de los que suelen ser habituales en esta clase de monografías) en el propio título refleja un cambio del punto de vista habitual en estos estudios.
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Mira, ¡si tú estás delgada, yo estoy hecha un fideo!
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Basta pensar que su aparición implica necesariamente algo previamente dado (dicho o presupuesto), transformado estratégicamente por el hablante en falsa posibilidad o pseudohipótesis (la forma de subjuntivo precedida de para que actúa como huella, aunque subjetiva29); el indicativo hago, con su significación de realidad efectiva, que inmediatamente se le contrapone, se encarga de abortar la expectativa abierta por tal “manipulación” del emisor30. Esto obliga a prestar atención a ciertos hechos que los gramáticos venían obviando. Así, aunque el orden de los miembros en las oraciones finales es, en principio, libre, se considera “normal” o no marcado, aquel en que la “subordinada” sigue a la “principal” (Trabajo catorce horas diarias para que puedas estudiar sin problemas), como corresponde a la orientación prospectiva de la finalidad o propósito. En el ejemplo aducido, en cambio, la secuencia que debería expresar el fin, no sólo ocupa la primera posición, sino que queda separada del resto por medio de una pausa31. De las varias fórmulas posibles para designar aproximadamente lo mismo (Lo voy a hacer yo, [y] no él; No va a hacerlo él, sino [que lo voy a hacer] yo; antes de que lo haga él, lo hago yo; etc.), el hablante se decide por la que considera más pertinente y eficaz en su relación con el receptor (o receptores), aquella que hábilmente explota las posibilidades que ofrece un uso del subjuntivo discursivamente contrapuesto al indicativo, sin olvidar el papel decisivo de los recursos suprasegmentales. Carece, por lo tanto, de sentido, hablar del grado de elaboración o de la complejidad de las construcciones fuera del discurso. Es lógico que, en general, la utilización que se hace en el coloquio –que cuenta, no se olvide, con los recursos propios de su carácter oral y dialogado– de buena parte de los esquemas sintáctico-semánticos tenga como consecuencia una mayor carga expresiva o afectiva.Pero ello, insisto, ha de verse por parte del lingüista como reflejo o efecto de las elecciones efectuadas por el hablante. Final Como decía al principio, la elaboración de una sintaxis del español coloquial (que no sé si es la tarea más importante que han de acometer los lingüistas, como alguien ha dicho, pero sí que es, al menos, un quehacer legítimo que 29. Para este concepto de huella, véase Kerbrat-Orecchioni 1986. 30. Ello es posible en el ejemplo propuesto gracias a la coincidencia referencial y significativa del contenido léxico básico de uno y otro miembro de la estructura bipolar, que se atribuye alternativamente a él y al propio emisor. 31. Como en cualquier otro caso, cabe la focalización de lo que se quiere oponer como novedad, para lo cual bastaría con invertir el orden de ambos miembros y valerse de los correspondientes recursos prosódicos: acentuación del contraste entonativo, pausa más marcada, etc. (¡Lo hago yo! ¡Para que lo haga él...!).
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no precisa de justificación alguna) se encuentra en gran medida por hacer. Ya advertí que me iba a limitar a enumerar algunos de los problemas con que se tropieza, hacer hincapié en la necesidad de superar los condicionamientos impuestos por un saber gramatical elaborado de espaldas a tal variedad de uso (y claramente insuficiente, cuando no inadecuado, para llevarla a cabo), e indicar algunas de las precauciones que han de adoptarse para evitar los riesgos que todo ensanchamiento de la lingüística implica. Poco es. La preposición hacia que figura al frente del título no obedece a falsa modestia. Me consta que hay voluntad de conseguirlo. No hay duda de que se trata de una labor atractiva, que puede resultar incluso apasionante. No conviene, sin embargo, que la dosis de apasionamiento sea excesiva, y no sólo porque se resentirían la objetividad y el rigor que debe tener todo intento de explicación científica, sino porque puede hacer que se atribuyan a la tarea virtualidades –tanto en el terreno de la investigación como en el de la enseñanza– que no le corresponden.
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3. LOS ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL COLOQUIAL (I)
0. Como ha sucedido en otras lenguas, el interés por la sintaxis del español llamado coloquial ha sido creciente en los últimos decenios. Además de la copiosa bibliografía –desigual y necesitada de criba– de que se va disponiendo, numerosas reuniones científicas se han dedicado al español hablado, como el Coloquio Internacional del Ibero-Amerikanisches Institut PK, celebrado en Berlín del 23 al 25 de septiembre de 1993 (Kotschi, T. / Oesterreicher, W. / Zimmermann, K. [eds.] 1996)1, el simposio que tuvo lugar en la Universidad de Almería del 23 al 25 de noviembre de 1994 (Luis Cortés 1995b)2 o el celebrado en la de Valencia del 14 al 22 de noviembre de 1995 (Briz y otros 1997)3. El XXIV Simposio de la Sociedad Española de Lingüística [Madrid, 12-14 de diciembre de 1994] dedicó una Mesa redonda, en la que participé como moderador, a El estudio del español hablado. Problemas y perspectivas.
* [“Breve panorama de los estudios de sintaxis coloquial del español en España”, en Mª V. Calvi [a cura di]: La lingua spagnola dalla Transizione a oggi (1975-1995), Viareggio * Lucca: Mauro Baroni 1997, 91-104]. 1. Participantes: A. Mª Vigara, L. Cortés, N. Inhoffen, M. Porroche, C. de Luna, J. Christl, L. Fant, T. Kotschi, E. Krüger, S. Boretti, A. Narbona, C. Silva-Corvalán, R. Meyer-Hermann, C. Ferrer, W. Oesterreicher, H.-M. Gauger, R. Cano,. J J. de Bustos, R. Eberenz, E. Stoll, E. Rojas, L. F. Lara, K. Zimmermann, R. Hamel. Ch. Bierbach, A. Wesch y R. Cerrón. 2. Participantes: Luis Cortés, J.J. de Bustos, A. Narbona, Ll. Payrató, J. Polo, A. Briz, G. Herrero, J. Portolés y A. Mª Vigara. 3. Participantes: A. Narbona, L. Cortés, Ll. Payrató, J. Polo, F. Moreno, R. Vila, J.R. Gómez, J. Portolés, G. Herrero, A.Mª Vigara, A. Briz, J. J. de Bustos, H. López Morales, G. de Granda, D. Poch, S. Gutiérrez, V. Lamíquiz, Mª A. Martín Zorraquino, B. Rodríguez Díez, F. Poyatos, Mª T. Echenique y R. Trujillo.
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En los últimos años han sido varios los cursos universitarios especializados que se han ocupado de la oralidad, como el de la Universidad Complutense de Madrid dirigido por J. J. de Bustos (Almería, 24-28 de julio de 1995)4. Español coloquial figura ya en bastantes Universidades españolas como materia o disciplina específica de la especialidad de Filología Hispánica. Se han ido consolidando grupos o equipos de investigación, como Val(encia). Es(pañol).Co(loquial), dirigido por A. Briz. Lo mismo parece estar sucediendo en otros ámbitos del dominio hispanohablante. Así, en el VI Congreso Nacional de Lingüística, celebrado en la Universidad Nacional de Tucumán (Argentina) en 1996, que se dedicó precisamente a la oralidad, se presentaron más de ciento setenta comunicaciones. Pero no cabe hablar todavía de una línea de investigación definitivamente vertebrada y encauzada. Los motivos por los que la atención al lenguaje conversacional es cada vez mayor también nos hacen entender las dificultades con que tropieza su análisis. Ni siquiera está bien delimitado el objeto, y así lo pone de manifiesto la proliferación de términos usados como sinónimos, o casi, a la hora de designarlo. Los problemas teórico-metodológicos distan mucho de estar resueltos, y tampoco hay acuerdo sobre las unidades con que debe operarse. Por supuesto, apenas se han planteado otras cuestiones no menos importantes, como su proyección en el terreno de la lingüística aplicada, en particular la enseñanza del español, tanto a hispanohablantes como a quienes no lo tienen como idioma materno o primera lengua. Es oportuno hacer un primer balance, por fuerza provisional, del estado en que se encuentran estos estudios en España. Y hay que insistir en que no debe ni puede hacerse separadamente de la situación que ofrecen las investigaciones sobre gramática de la lengua española en general5, el noventa por ciento de las cuales corresponde a los últimos treinta años6. Una consecuencia de la ingente producción gramatical con que ya contamos es la casi imposibilidad de que un solo autor emprenda la tarea de redactar un tratado general 4. Participantes: J. L. Alonso de Santos. J J. de Bustos, A. Briz, J.A. Cid, P. Charaudeau, L. Cortés, H. Gauger, J. L. Girón, F. Moreno, A. Narbona, W. Oesterreicher, F. Poyatos y R. Simone. 5. De gramática se ocuparon distintos autores tanto en el Simposio Internacional de Investigadores de la Lengua Española (SIILE) como en el Congreso de la Lengua Española, (Sevilla, 1991 y 1992, respectivamente). Las Actas del segundo (1994) recogen aportaciones de V. Demonte, S. Gutiérrez Ordóñez, Mª A. Martín Zorraquino, A. Narbona, entre otros. Las del primero, pese a haber sido corregidas las segundas pruebas, tras una sucesión de circunstancias desdichadas, no llegaron a ser publicadas. Algunas de la Ponencias (E. Alarcos, I. Bosque, J.-Cl. Chevalier, O. Kovacci, Á. López García, Mª L. Rivero, G. Rojo) aparecieron después en distintos órganos de difusión. 6. El aumento de la bibliografía desde la aparición de la obra de González Pérez / Rodríguez Fernández (1989), en la que se recogían cerca de tres mil títulos, ha sido incesante y de carácter exponencial.
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que sintetice y concilie la diversidad de opiniones y explicaciones. La Gramática de la Lengua Española de E. Alarcos (1994) es fruto de una dilatada labor personal de total coherencia interna. Y la Gramática del Español de A. López García, en tres volúmenes (publicados a partir de 1994), constituye un caso en cierto modo excepcional dentro del contexto científico español7; aunque, como afirma el propio autor, se trata de una obra “concebida desde una perspectiva psicologista, en una línea que pretende enlazar con la que sustenta el Curso superior de sintaxis española de S. Gili Gaya”, el hecho mismo de empezar por el análisis de la oración compuesta revela la adopción de un punto de vista comunicativo que aconseja “partir de la lengua tal y como se da, para ir desglosando posteriormente sus partes, y no al revés”; la única justificación de la obra –dice– es “la de explicar cómo, por qué y para qué usamos ese instrumento de comunicación que constituye su objeto de estudio”. Escribir una gramática del español, como ya ha ocurrido o está sucediendo para otras lenguas, parece, pues, empresa reservada a grupos o equipos más o menos numerosos. A ello responde la Gramática Descriptiva de la Lengua Española (GDLE), dirigida por Ignacio Bosque y Violeta Demonte (en fase de elaboración en el momento en que se redactó este trabajo, aparecida en 1999).
1. El interés por la conversación deriva de la propia trayectoria de la lingüística, que había llegado a un punto en que se exigía una clara inflexión en su modo de proceder y en su propia concepción del lenguaje. Su carácter marcadamente filológico obedecía, como es bien sabido, a que fue la escritura lo que permitió el desarrollo de la conciencia metalingüística científica. El salto a lo oral, y en especial a la modalidad cuyas circunstancias de enunciación permiten y determinan una planificabilidad muy distinta, requería, no sólo que se dieran ciertas condiciones técnicas, como la posibilidad de grabar y reproducir –incluso videomagnéticamente– las actuaciones habladas, sino también, y sobre todo, que se superaran por parte de los lingüistas ciertos postulados que, a la postre, habían acabado por imponer unas limitaciones tan grandes a su quehacer que lo estaban prácticamente bloqueando. Y, lo que es más importante, había que liberarse totalmente del pre-juicio de considerar la lengua coloquial como deficitaria (tanto por sus carencias como por resultar a menudo, se piensa, fallida) y, por ello, inferior en relación con la escrita, lo que había impedido abordar su examen de una forma no mediatizada. El elevado grado de formalización y de explicitud que ha ido consiguiendo la sintaxis a lo largo del siglo XX ha sido posible a costa de obviar las 7. Algunas de las numerosas publicaciones de este autor, así como de sus colaboradores y discípulos, aparecen en las referencias bibliográficas.
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actuaciones del coloquio espontáneo. En realidad, se ha ido distanciando de todas las variedades de uso, y ha terminado por prescindir de la variación misma, inherente y consustancial al funcionamiento de las lenguas (sólo las muertas no varían). Por ello, puede decirse que los modelos estructurales de explicación lingüística, tanto los que responden al paradigma funcional como, sobre todo, los formales (cuyo representante más destacado es el generativismo), tienen una visión de la naturaleza y funcionamiento de las lenguas que en cierto modo cabe calificar de falsa. La necesidad de recuperar las dimensiones comunicativa y social ha llevado a los tratadistas a centrarse prioritariamente en la variedad de uso básica y más común, la que de forma inmediata y más patente pone al descubierto las insuficiencias –cuando no la inadecuación– de un saber gramatical para cuya elaboración no, o apenas, había sido tomada en consideración. Diversas vías más abarcadoras de aproximación a la comunicación lingüística, como la pragmática o el análisis del discurso, parecen ir sacando a la lingüística del aislamiento que suponía su inmanentismo, y han venido a romper con la relativamente cómoda red de seguridad que representaba concebir la lengua como un código único y homogéneo de signos o como competencia de un hipotético hablante-oyente ideal (o idealizado por el propio lingüista). Denominador común de todas ellas es, como digo, su atención –a menudo preferente– a las actuaciones idiomáticas propias de la conversación coloquial.
2.1. Aunque no cabe hablar de un corpus doctrinal que responda a la etiqueta tradicional, sí se descubre entre los gramáticos españoles una línea de pensamiento de cierta coherencia y de no escasa fecundidad explicativa, en la que la preocupación por el uso real ha sido constante; línea no desligada, por supuesto, de la labor realizada en Hispanoamérica. La que se sigue reconociendo como la mejor Gramática de conjunto del español, la de A. Bello de 1847, no sólo por las atinadísimas observaciones e intuiciones que contiene, sino también por ser bastante explícita, estaba destinada al uso de los americanos. Muchos años más tarde (1938), A. Alonso y P. Henríquez Ureña publican una Gramática castellana, en la que, pese a su carácter escolar, intentan “dar cabida a los resultados de la lingüística moderna cuando puedan tenerse como seguros y sean fáciles de exponer, y especialmente a los que coinciden, por lo menos en su orientación, con los que obtuvo hace un siglo A. Bello”. Posteriormente, Salvador Fernández Ramírez, en 1951, si bien lamentaba no haberse basado en testimonios orales (los textos escritos que le sirven de apoyo no son anteriores a 1900), hacía esta advertencia: “el material de que dispongo suministra datos suficientes para ilustrar los usos de la conversación y las diversas modalidades del habla determinadas por la condición social de
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los hablantes”8. Y la misma preocupación por no desentenderse de las distintas modalidades de uso se advierte, por ejemplo, en los numerosos trabajos de sintaxis histórica de Rafael Lapesa. Tal actitud, que explica la estrecha vinculación entre la lengua y la literatura que caracteriza los trabajos de la escuela filológica española, se ha visto favorecida por el supuesto realismo de la literatura española, algo que debe ser matizado (Narbona 1993b y 1993c).
2.2. Se ha dicho que uno de los rasgos que condicionan la proyección futura del funcionalismo cultivado en España es la “insuficiente elaboración de sus fundamentos teóricos y el bajo grado de formalización de la teoría” (Rojo 1994: 15). El eclecticismo confesado del máximo representante, E. Alarcos, es el resultado de una síntesis de total coherencia interna y superadora e integradora de doctrinas y posiciones diversas. Su carácter conciliador –junto con otras razones, algunas pertenecientes al terreno de la sociología de la ciencia– ayuda a entender la notable resistencia de bastantes gramáticos españoles a dar acogida a los principios y postulados de la gramática generativo-transformacional, que encarna mejor que ninguna otra corriente el paradigma científico formal en lingüística9. Pero no debe pasarse por alto que el generativismo, al situar su objetivo primordial en el conocimiento de los mecanismos cognitivos universales que subyacen a los propiamente idiomáticos, se aleja de la lengua en funcionamiento (en acción). Podría decirse, pues, que el sacrificio que ha supuesto una excesiva formalización ha servido para que sea menor, en contrapartida, el distanciamiento del uso real. Dicho de otro modo, las condiciones y circunstancias en que se han desarrollado las investigaciones gramaticales sobre el español habrían facilitado y favorecido el constante acercamiento al habla espontánea, al no haberse producido el nivel de idealización y descorporeización del objeto de estudio ni, en consecuencia, la notable manipulación de los hechos, alcanzados por los modelos estructurales.
8. Quizás a ello se debió, en parte, el carácter revolucionario que se le atribuyó en el momento de su aparición, algo con lo que no estaba de acuerdo el autor. En verdad, tradición e innovación han ido de la mano en bastantes gramáticos españoles. 9. Contrasta tal resistencia en el ámbito de la investigación con su precipitada y no justificada proyección hace años en la enseñanza de la lengua en los niveles educativos no universitarios, si bien posteriormente se procedió al oportuno cambio de rumbo (Narbona 1993b y 1993c). Distinta parece ser la situación en Italia, donde, al contrario, se habla de un cierto vacío entre la tradición y la gramática generativa (Muljacic 1991: 122).
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3. Pero no basta esta disposición favorable para que se recuperen las dimensiones comunicativa y social que la lingüística nunca debería haber abandonado o marginado. No resulta fácil para el lingüista respetar escrupulosamente el continuo movimiento pendular que, tras conducirle de lo concreto al código abstracto, ha de hacerle volver a las realizaciones mismas para comprobar si las explicaciones formuladas se muestran válidas para comprender el verdadero comportamiento lingüístico. Me he referido antes a[l proyecto de] la GDLE, justificado, según sus responsables, por la necesidad de acometer una profunda renovación en el análisis gramatical del español. La empresa es ambiciosa, pues se trata de realizar una “descripción fundamentalmente sincrónica que dé cabida a todos los tipos de variación: sociolingüísticas, geográficas, de registro [sic]...”. No se comprende bien, sin embargo, cómo puede lograrse tal propósito si se propugna –en coherencia con uno de los postulados básicos del generativismo– que el acopio de datos ha de ser básicamente fruto de la introspección. La idea guia de la Grande grammatica italiana di consultazione (a cura di Renzi [I], di Renzi e Salvi [II], di Renzi, Salvi e Cardinaletti [III]), que [el proyecto español de] la GDLE toma como modelo, fue precisamente “mettere a frutto gli studi di grammatica generativa”, hoy por hoy “l’unica descrizione grammaticale possibile” (I: 15); al asumir “come principio la centralità della sintassi e come unità massima di studio la frase”, no puede ser “una grammatica logicistica, né testuale, né pragmatica”, por más que las consideraciones pragmáticas sean “fondamentali già all’inizio” (I: 17), y especialmente en el volumen III. La verdad es que así tenía que ser en una obra “costellata da annotazioni sulla pertinenza di un tipo sintattico a questo o quello stile” y en la que las referencias a los más diversos stili (oratorio o aulico, alto o elevato, burocratico, formale, letterario o poetico, medio, colloquiale o informale, familiare, basso, dimesso, trascurato, etc.) son abundantes. Es más, en la Presentazione del volumen II se advierte que a los colaboradores “gli è stato chiesto di non far riferimento a nessun parlante-ascoltatore ideale, ma di registrare e descrivere, possibilmente in tutte le correlazioni che un fenomeno spesso presenta con altri, i vari ‘stili’ –regionali, sociali, stili di lingue ‘speciali’– dell’italiano”; y en la del III –que no había aparecido cuando I. Bosque y V. Demonte expusieron las directrices que deberían seguir los numerosos colaboradores de la GDLE– se multiplican las “puntualizzazioni” –al parecer, provocadas por las críticas recibidas– tanto acerca del statuto teorico dell’opera como sobre el tipo di lingua descritto, algunas de las cuales resultan particularmente reveladoras del cambio de orientación: “[L’oggetto] non è rappresentato dalla competenza di un parlante italiano ideale, animale difficile da trovare, ma un oggetto composito che vuol riflettere l’insieme degli usi linguistici” de Italia (p. 5); “mettere a frutto i resultati della ricerca generativa
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non vuol dire che sia una grammatica genmerativa”; [este tercer volumen] “è meno generativo, ed è venuta in primo piano la pragmatica” (p. 6); “Non dobbiamo ripetere l’errore di considerare l’ultimo paradigma di studio, quello nel quale lavoriamo, como l’unico provvisto di dignità teorica, relegando gli altri a meri balbettii o precorrimenti, quando non a deviazioni e errori. Riconoscere il progresso della ricerca è una cosa doverosa, assolutizzarse le più recenti acquisizioni è sbagliato” (p. 7); [el criterio] “dell’ambiguità stutturale, storicamente e non solo storicamente un pilastro della grammatica generativa, è viziato dall’assunzione implicita della priorità dello scritto” (p. 9). En honor a la verdad, hay que decir que los responsables de la obra ya eran conscientes desde el principio de que “perché la grammatica generativa prendesse la forma di una grammatica sistematica, e assumesse l’utilità pratica richiesta, bisognava invertire i rapporti tra mezzi e fini così come si trovavano definiti nel campo della ricerca pura”, por lo que reconocen que los problemas teóricos y de formalización han de permanecer muchas veces “sullo sfondo” (I: 15).
4. Claire Blanche-Benveniste (1983) puso de manifiesto la importancia del estudio del français parlé para la descripción del français tout court. Una idea semejante parece ir calando entre los gramáticos españoles, cada vez más predispuestos a acabar con la estéril dispersión de esfuerzos derivada de la falta de tradición del trabajo en equipo. Pero aún no se ha avanzado mucho teórica ni metodológicamente. El lingüista, en consecuencia, tiende a fijarse en aquellas características que intuitivamente considera indiscutibles, con lo que el acercamiento a la sintaxis del español coloquial no acaba de superar una fase que puede calificarse de impresionista. La Morfosintaxis del español coloquial de A. Mª. Vigara (1992, 2ª ed. 2005), por ejemplo, pese a constituir un rico y ordenado caudal de datos, no se distancia mucho de las ideas de Beinhauer (1929)10.
5. Superar la fase de las meras observaciones intuitivas exige que los estudiosos se liberen de la inclinación a pensar que están ocupándose de algo únicamente porque es peculiar y distinto. Sólo así desaparecerán o, al menos, se difuminarán o atenuarán, las reticencias de buena parte de los gramáticos. En este sentido, las perspectivas parecen esperanzadoras. En los Simposios específicamente dedicados al estudio del español coloquial, a los que aludí al
10. Cf. Narbona 1994 [cap 2].
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principio, se ha puesto de manifiesto el convencimiento de que a nada conduce la pretensión de convertir su quehacer en una disciplina específica. Se impone, más bien, su consideración en el seno de la escala única, gradual y paramétrica, de toda la gama de formas de expresión y de géneros discursivos; tal gradación se cruza con –e integra en– la oposición que enfrenta lo oral a lo escrito. No es fácil establecer las coordenadas o parámetros (heterogéneos, no discretos y no todos propiamente lingüísticos) que, solidariamente –si bien en proporción diferente en cada caso– conforman esa imaginaria línea continua, y, mucho menos, determinar cómo actúan. Pero, obviamente, tienen que ver con que se trate de una situación interlocutiva, con cuanto moldea la personalidad de emisor y receptor (o de emisores y receptores, sin que dé lo mismo que los participantes sean dos o más), con la relación que exista –y las modificaciones que ésta pueda sufrir a lo largo del propio acto comunicativo– entre ellos, con el tema o asunto tratado (el objeto de una comunicación, oral o escrita, puede estar vinculado o no al mundo afectivo o emocional de alguno o de todos los interlocutores), con el espacio y la situación (una conversación puede ser privada o no, transcurrir más o menos relajadamente, producirse circunstancial o fugazmente, etc.), con la intención o propósito que se persigue, etc. Los integrantes del mencionado grupo Val.es.co. distinguen entre rasgos primarios (oralidad, interlocución en presencia o cara a cara, toma de turno no predeterminada, ausencia de planificación, retroalimentación, finalidad comunicativa socializadora, tono informal) y coloquializadores (relación de igualdad, relación vivencial de proximidad, marco de interacción familiar, temática no especializada) (Briz 1995); pero reconocen que la utilización conjunta de todos ellos no define la conversación coloquial, aunque sí sirve para reconocer la modalidad de uso propia de ella, mejor dicho, su grado de coloquialidad, distinto en cada caso.
6. También parece haberse impuesto la convicción de que el marco teórico-metodológico adecuado ha de venir de las vías de aproximación a la comunicación lingüística que se han desarrollado en estos últimos decenios, especialmente el análisis del discurso y la pragmática. Claro es que en este terreno las dificultades aumentan y queda mucho por hacer. Ello es lógico, si se piensa que nos enfrentamos a actos de comunicación marcados por la proximidad y la familiaridad, y, como es fácil suponer, la capacidad inferencial de los hablantes es tanto más incontrolable para el lingüista cuanto mayor sea el grado de complicidad entre los interlocutores. Si se tiene en cuenta que en tales géneros discursivos constantemente se neutralizan notables diferencias –significativas y hasta referenciales– de las expresiones lingüísticas, se comprenderá que no resulte fácil formular reglas, máximas o principios de carácter
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propiamente idiomático en el terreno de la sintaxis. Aunque no hay duda de que la investigación de la pertinencia ha de formar parte de la lingüística, ha de basarse en una teoría acerca del papel del contexto en la interpretación de los enunciados que ni siquiera se vislumbra (Blakemore, 1992). Con todo, no hay duda de que cada día son más y más rigurosas las precauciones que se adoptan. Es evidente que se están poniendo las bases para ir resolviendo muchos de los problemas técnicos que hasta hace poco parecían no tener solución. Se ha avanzado mucho en la elaboración de corpus, en los sistemas de transcripción,... Al tiempo que se van perfilando los instrumentos del análisis, la necesidad de contar con abundantes estudios empíricos de fenómenos concretos, incluidos los hasta ahora obviados por la sintaxis, ha conducido ya a la elaboración de valiosas Tesis Doctorales, (por ejemplo, Hidalgo 1997), en la que se ha demostrado la importancia de los recursos prosódicos, no sólo para la delimitación y reconocimiento de las unidades operativas, sino también, y sobre todo, por su capacidad integradora que determina el verdadero sentido de las secuencias del discurso. Y no faltan tampoco valiosas aportaciones en el complicado ámbito del paralenguaje y la kinésica (Poyatos 1994).
7. La introducción de los presupuestos teóricos y de los métodos que se van revelando fecundos en lingüística últimamente parece producirse en España por una vez sin un retraso excesivo. En ello han tenido mucho que ver quienes, por motivaciones y con objetivos dispares, se han sentido atraídos por la modalidad de uso coloquial o conversacional, hasta hace poco fuera de las preocupaciones de los estudiosos. Sería una de las contribuciones más destacables de esta línea de investigación, pero no la única. De su desarrollo atinado va a depender en cierta medida que en un futuro inmediato seamos capaces de hacer una lingüística más explicativa de las interacciones verbales, aunque para ello se arriesgue a ser menos “científica”.
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4. LOS ESTUDIOS SOBRE EL ESPAÑOL COLOQUIAL (II)
Pretender acotar una variedad del español (o de cualquier otra lengua histórica) es siempre arriesgado, pues no debe perderse de vista que se captan “sólo aspectos parciales del evento comunicativo” (Oesterreicher 2005: 733). Y si cuantos más usuarios se sirvan de una modalidad de uso, más precauciones han de tomarse, toda cautela será poca en el caso de la coloquial, que es el tipo de interacción comunicativa universal por excelencia, aunque no todos, ni mucho menos, hablemos coloquialmente de igual modo. Ni siquiera es fácil separar lo coloquial de lo literario, en apariencia, lo más distante. En realidad la expresión lengua coloquial no debería emplearse en singular, como veremos en seguida. Doy por supuesto, lo que quizás sea mucho suponer, que es compartida la idea de que el ámbito en que la aportación del estudio de la lengua coloquial a la lingüística puede ser más clara es el de la macrosintaxis, es decir, el de la técnica constructiva libre del discurso, cuyo análisis no puede llevarse a cabo más que desde una perspectiva pragmática. Por haberse centrado preferentemente en la pronunciación y en el léxico, entre otras razones, ni la Dialectología, pionera en la atención al habla viva, ni la Sociolingüística pueden considerarse propiamente sus precedentes1. Aunque voy a limitarme a los estudios sobre el * [“Los estudios sobre el español coloquial y la lingüística”, Revista Española de Lingüística (RSEL), 42, 2012, 5-31]. 1. Entre los no lingüistas el papel de la sintaxis pasa inadvertido. Una obra finalista de un prestigioso premio literario por –a juicio del jurado– su fidelidad al lenguaje “popular”, Historias del Kronen, de José Ángel Mañas (posteriormente llevada al cine con gran éxito), arranca así: “Me jode ir al Kronen los sábados por la tarde porque está siempre hasta el culo de gente. No hay ni una puta mesa libre y hace un calor insoportable. Manolo, que está currando en la barra, suda como un cerdo. Tiene las pupilas dilatadas y nos da la mano al vernos”. Bastaría eliminar el término puta y sustituir las expresiones jode (por molesta), hasta el culo (por lleno),
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español llevados a cabo en España, no creo que los realizados fuera de nuestro país obliguen a modificar sustancialmente estas consideraciones. Intentaré destacar especialmente cuanto ha servido de foco de renovación para la delimitación del objeto y la clarificación de la metodología para abordarlo, ambas tareas indesligables.
1. ¿En qué medida ha contribuido a deslindar y definir mejor el objeto del que los lingüistas han de ocuparse? Habría que empezar –primer problema– por las fuentes de las que se extraen los datos, asunto nada baladí, pues de ello dependerá en gran medida que las explicaciones estén o no bien encaminadas. Por supuesto, la relación entre las teorías y los datos a que han de aplicarse –que ha preocupado siempre– no es algo que afecte exclusivamente a la investigación sobre el español coloquial (Narbona 2003a). A diferencia de lo que sucede en las ciencias que “opèrent sur des objets donnés d’avance et qu’on peut considérer ensuite à differents points de vue”, en la lingüística “c’est le point de vue qui crée l’objet” (F. de Saussure 1985: 23). Aunque para algunos “es la teoría la que determina el valor de los datos y no los datos los que señalan el valor de la teoría” (Anula 2000: 21), son más los que piensan que las descripciones y explicaciones se hallan mediatizadas por los datos de que se parta, unos datos que (seleccionados por razones o preferencias distintas en cada caso) necesariamente han de provenir de las muy variadas actuaciones de los no menos diversos tipos de usuarios. Prueba de que estamos ante una cuestión sin resolver es que, por ejemplo, I. Bosque y V. Demonte, directores de la Gramática Descriptiva de la Lengua Española (1999), pese a confesarse partidarios de la introspección (por permitir “usar datos negativos, es decir, secuencias agramaticales cuya inexistencia muestra alguna pauta consistente en el sistema gramatical”), se abstuvieron de dar a los colaboradores de la obra instrucciones “sobre las fuentes de datos que debían manejar”, instándolos solo “a hacer uso del mayor número posible de ellas” (p. XXIX)2. currando (por trabajando) y como un cerdo (por sin parar) para comprobar que nada hay en la sintaxis (absolutamente canónica) de tal estilo popular. 2. Recomendación que no todos respetaron. Hay “desobediencias” llamativas: en el capítulo 64 (Las funciones informativas: Tema y foco), María Luisa Zubizarreta se ha servido exclusivamente de ejemplos inventados. No hace falta decir que, en el análisis de la sintaxis coloquial, cuanto menos se recurra a la introspección, mejor. El segundo objetivo de la Nueva gramática de la lengua española (2009), de la RAE y de la Asociación de Academias de la Lengua Española (el primero sigue siendo “describir las construcciones gramaticales propias del español general, así como reflejar adecuadamente las variantes fónicas, morfológicas y sintácticas que una determinada comunidad puede considerar propias de la lengua culta, aun cuando no coincidan enteramente con las opciones favorecidas en otras áreas geográficas”, de hecho se reconoce que “la norma tiene hoy carácter policéntrico”, y que “no es posible
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Se trata de una relación, cuya historia, cuando se haga (la de las teorías ha sido reiteradamente trazada, pero no la de los datos), puede resultar “tumultueuse et changeante”, y en la que una etapa “particulièrement intéressante et révélatrice” será la marcada por la incorporación “des données orales”, desatendidos (especialmente por los gramáticos) por la “réaction de rejet et de méfiance qu’elles ont longtemps suscitée” (Willems 1998: 80). ¿Qué hay que entender por datos orales? La oralidad y la escritura (o escritur[al]idad) no se definen únicamente por el canal empleado (fónicoauditivo y gráfico, respectivamente), sino también, y sobre todo, por el grado en que se proyectan parámetros muy diversos que reflejan la inmediatez (o proximidad) o la distancia comunicativa entre los participantes en cada tipo de acto de comunicación (Koch/Oesterreicher 2000); es decir, por la mayor, menor o nula connivencia o complicidad entre ellos, lo que influirá decisivamente en su elección (cuando y en la medida en que les es posible elegir) de la variedad más adecuada. Todas las modalidades, orales o escritas, deben contemplarse, pues, dentro de una misma y única escala, algo que suele perderse de vista cuando la atención se centra exclusivamente en uno de sus extremos, especialmente en el que se supone más difícilmente sistematizable. Y de las fuentes escritas ¿cuáles pueden resultar más útiles? La respuesta no es sencilla. En la Sintaxis histórica de la lengua española, dirigida por C. Company (las dos primeras partes aparecieron en 2006 y 2009; la 3ª, 2014, es posterior a la redacción de este trabajo) se insta a los colaboradores a partir de un corpus que, además de contener obligatoriamente unos textos (para garantizar la homogeneidad de los resultados), sea temáticamente diverso, cronológicamente amplio y diatópicamente diversificado. La búsqueda de la oralidad requiere una mayor y más afinada discriminación (casi el análisis individual de cada texto), que se reflejará sobre todo a la hora de establecer las muestras cuantitativas y las frecuencias relativas de uso de los fenómenos estudiados. En principio, aprovechables son todas las “situaciones comunicativas ideales” que, con referencia a nuestro Siglo de Oro, enumera W. Oesterreicher (2005): las cartas privadas, diarios y documentos autobiográficos de semicultos o gente humilde; las descripciones y valoraciones de usos y variedades por parte de gramáticos3, lexicógrafos y escritores en presentar el español de un país o de una comunidad como modelo panhispánico”) es “registrar aquellas variantes conversacionales de la lengua no estándar atestiguadas en el mundo hispánico, siempre que estén bien documentadas y tengan interés para la descripción de las estructuras morfológicas y sintácticas”. ¿Se ha cumplido, siquiera sea con esas estrictas condiciones? No, pues en muy pequeña medida se recurre a ejemplos “de procedencia oral”. 3. También en relación con el Siglo de Oro, J. L. Girón (1996: 286) opina que los textos gramaticales constituyen “la gran posibilidad de relatar una historia de la lengua que no sea necesariamente la de la lengua literaria”, pues “si la lengua codificada en las gramáticas no
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general; etc4. Pero no todas esas tradiciones y géneros discursivos se han cultivado por igual en las distintas épocas, más bien hay que hablar de escasez de testimonios de buena parte de ellas. Y todas las precauciones son pocas a la hora de decidir cuáles de las disponibles se revelan más propicias para la búsqueda de vestigios y huellas de la oralidad. Continuamente habrá que preguntarse por qué ciertos hechos pasan pronto, y en variados tipos de textos, a la escritura, y otros no, u ocasionalmente. Ni la abundancia de datos avala por sí sola el carácter oral de unos fenómenos ni la carencia de ellos es siempre prueba del nulo o poco uso de otros; y no se pierda de vista que pueden responder no a descuido o impericia, sino a imitación deliberada de lo oral por quienes tienen una notable competencia escrita. Pienso, por tanto, que una en especial de las fuentes mencionadas por Oesterreicher, la mimesis de lo hablado (conocida también como escritura de lo oral o del habla, oralidad simulada o fingida, etc.), ha de seguir siendo la más rentable, particularmente aquellos textos literarios en que trata de evitarse el lenguaje demasiado artificial y la retórica afectada o ampulosa; y no sólo por lo dicho de pasada por él mismo, “la posibilidad [de la literatura] de fingir todas las formas del continuo concepcional”, sino también por algo a lo que me referiré más adelante. La más rentable, sí, pero no la única, pues ninguna debe desestimarse cuando se trata de averiguar la trayectoria evolutiva de una lengua, en la que, además, siempre se da la coexistencia o pugna entre sistemas (Lapesa 1970, Faarlund 1990). La observación directa, facilitada por los modernos medios de grabación, llegó a hacer creer que es el mejor –incluso el único– camino para “enfrentarse con el habla viva, recogida en condiciones de garantía, esto es, sin que su autenticidad se vea perturbada”, que es la tarea más “importante” (eso sí, “enteramente por hacer”) de la lingüística (Criado de Val 1959: 211), pero lo cierto es que no sólo no se ha prescindido de las fuentes escritas, sino que a ellas se ha seguido recurriendo para investigar las modalidades orales, en general, y, en particular, las prototípicamente coloquiales5. Lejos de disminuir, la explotación de ciertos textos, adecuadamente reorientada, se ha intensificado, lo que, como se verá, no deja de proporcionar ventajas. coincide con esa lengua literaria, ni siquiera con la lengua escrita, entonces hay una posibilidad de hacer historia de los usos reales de la lengua”. 4. Cfr. Oesterreicher 1994 y 1996. 5. La antología de Textos para el estudio del español coloquial, de F. González Ollé (1968, varias veces reimpreso posteriormente), en la que no se advierte un criterio único ni homogéneo a la hora de seleccionar los textos (de obras teatrales ya utilizadas por Beinhauer y de otros autores –desde J. Benavente a Ana Diosdado, pasando por J. Mª Pemán, J. Calvo Sotelo, Víctor Ruiz Iriarte, Miguel Mihura, Antonio Buero Vallejo, Alfonso Paso– y fragmentos de textos narrativos –de Pío Baroja, A. Díaz-Cañabate, Alonso Zamora Vicente, C. J. Cela, F. García Pavón, M. Delibes, D. Medio, I. Aldecoa, R. Sánchez Ferlosio, C. Martín Gaite...), fue pensada más bien para la enseñanza del idioma, especialmente a no hispanohablantes.
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No hace falta recordar que, si sólo se consideraran orales los usos medialmente hablados, es obvio que no dispondríamos de testimonios totalmente fehacientes más que desde que se ha podido contar con técnicas y procedimientos para su registro y fijación, es decir, cuando, bien avanzado el siglo XX, empezó a dejar de ser cierto eso de que “las palabras se las lleva el viento”. En tal caso, más que de rejet o de méfiance hacia los datos orales, habría que hablar simplemente de la imposibilidad de contar con ellos. Nadie ha defendido, sin embargo, que nada se pueda conocer de la oralidad hasta ese momento. Al contrario, la investigación de lo oral a partir de lo escrito para el largo periodo en que sólo disponemos de textos es, se ha dicho, la tarea más fascinante que ante sí tienen los estudiosos de la historia de las lenguas. Habría que añadir que resulta tan problemática como seductora, y que la utilización no discriminada de fuentes escritas ha conducido a interpretar de modos distintos e incluso contrarios la evolución de un fenómeno. Pocos dudan de que en el habla se pone en marcha el motor de la mayoría de los cambios, pero la imposibilidad de comprobar su desarrollo (además de resultar improcedente la proyección de la situación presente sobre el pasado) ha llevado a atribuir al carácter oral (a menudo se piensa en el coloquial), en unos casos, la extensión y vitalidad de una construcción, y, en otros, su decadencia. Así, según Lola Pons (2007), el que no prosperara como procedimiento cohesivo la construcción relativa con antecedente adjunto (E oyó misa el Rey, e ellos aparte, la qual misa dio el obispo de León) se debió a que era un recurso “más orientado a la distancia que a la inmediatez comunicativa”. En cambio, la “corta vida” –desde mediados del siglo XVII a mediados del XX– de conque consecutivo –de “estatuto categorial problemático”– se ha achacado “a su temprana conexión con la lengua hablada” (Girón 2003, 2004a)6. Aparte de que no está claro que haya decaído el empleo de esta expresión, especialmente en la lengua popular (Me duele a mí / conque ya me figuro lo que estás pasando tú)7, donde incluso se integra en ciertos moldes sintácticos más o menos fijados, como es con el padre encima / y no estudia // conque / solo / menos (Cortés Parazuelos 1994)8, es discutible que tal 6. Aduce también otras causas, como “su temprana especialización en introducir enunciados directivos y amenazantes de la imagen del interlocutor” y el hecho de que “su aparición no supone la innovación de un esquema oracional más gramaticalizado que el de origen” (Girón 2004c: 184). 7. En un trabajo de 1978, R. Lapesa (2000: 910) afirmaba que se emplea “en todos los estratos”. Y en la Nueva gramática académica (2009: 3519) sólo se dice que “es menos usada en la lengua literaria que en la prosa ensayística o en la lengua coloquial”. 8. En general, los conectores concesivos, o que expresan algún tipo de contraposición, pasan más fácilmente a la escritura que los consecutivos, que de un modo u otro implican una deducción lógica, de ahí que no sea raro el desplazamiento significativo de algunos de los segundos –como así que o de modo que, además de con que– hacia un sentido meramente contrastivo, pero sí el movimiento inverso. Cada vez más y en más diversas clases de textos se
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decadencia haya sido propiciada por su reclusión en el habla. En general, ni la abundancia ni la escasez de testimonios garantizan el carácter más o menos oral de un uso. Sólo la utilización diferenciada de los tipos de textos y discursos a la luz de las relaciones recíprocas entre lo oral y lo escrito ha permitido entender, por ejemplo, el progreso de pues como marcador discursivo (Iglesias 2000a) y el avance de que causal a costa de ca (Iglesias 2000b). A pesar de que el minucioso rastreo que está llevando a cabo en textos literarios y no literarios el propio J. L. Girón (2009 y 2012) inclina a pensar que hasta bien entrado el siglo pasado no empezó a ser dominante el que (el bolígrafo con el que escribo), frente al relativo sin artículo (el bolígrafo con que escribo), sigue sin estar del todo claro que sólo entonces se invirtieran los términos y pasara la primera fórmula a ser la “no marcada”9. Una construcción como la de participio absoluto o absoluta de participio (Terminada la conferencia, se servirá una copa en la cafetería), pese a estar ampliamente documentada en todas las épocas, nunca ha debido de ser usual en las actuaciones propias de la inmediatez comunicativa (Narbona 1996a)10, pero hay quien piensa lo contrario, que se trata de un esquema “especialmente adecuado para una sintaxis suelta”, que muestra “la presencia de la oralidad en textos escritos” (Elvira 2005). Que no se atestigüe en español medieval el empleo del artículo en casos como ¡cuidado con el escalón!, por su pertenencia a “la lengua oral” (Company 2006b), se debe a que difícilmente pueden encontrarse en época tan temprana manifestaciones escritas en que pudiera aparecer tal uso. El que no haya constancia hasta mediados del siglo pasado (también por ser uso propio del “registro oral coloquial”) de la utilización de encima (de que) como marcador con valor contraargumentativo y refutativo (tu hijo es simpático, agradable, buena gente y, encima, te quejas. No te entiendo) no ha encuentran y eso que o con todo y con eso, en los que no es casual la presencia del “neutro” desindividualizador eso. He aquí el titular de portada del número del diario gratuito “20 MINUTOS” correspondiente a la edición sevillana del 11 de octubre de 2007: “El bonobús sube un 15%, el agua el 5%... y eso que prometieron congelarlos”. En otros giros, también con términos “neutros”, como lo cual que y lo que es que, hoy vivos, se descubre igualmente cierto valor adversativo o contrastivo (Narbona 1986). 9. Alude también Girón a otros factores que influyen en ese lento avance de el que, como el triunfo de ya sabes a lo que vengo sobre ya sabes lo a que vengo, o el que no sobrepasen el siglo XVII construcciones como olvidar la cuyo so o no son días de fe los en que vivimos, de las que ya se ocupó Lapesa (1966). 10. De no ser así, mal se explicaría que, por ejemplo, en El Patrañuelo (1567), de Juan de Timoneda, que algunos tienen por la más importante colección de cuentos antes de las Novelas Ejemplares cervantinas, pese a aparecer constantemente y con toda clase de verbos (sólo en la Patraña VI encuentro Ido el mercader, vueltos en el talegón, venido a noticia del tiratierra, venido delante del alcalde, vista la presente, oída la queja, medio turbado de lo que le había acontecido, oídas las partes, etc., además de abundantes gerundios también absolutos), no aparezca ningún caso en las intervenciones dialogadas (Narbona 2008b).
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impedido a Mar Garachana (2008) –quien no duda en recurrir a las detectables modulaciones prosódicas11– aclarar parcialmente la historia de la expresión, que sitúa “en los límites de la gramaticalización”. Los ejemplos pueden multiplicarse con facilidad. Estas incursiones en el pasado muestran que distinguir grados de oralidad (o de escritura) es tarea extraordinariamente compleja, y que no puede hacerse al margen de una diferenciación de los géneros discursivos y de las tradiciones que se hayan cultivado en cada lengua y en cada fase de su historia. La conversación coloquial prototípica, aun perteneciendo a la más larga “tradición” (en realidad, tan antigua como la humanidad), no parece corresponder a un género discursivo homologable a los demás, lo que complica mucho su análisis, sobre todo si, como he dicho, se pretende hacer aisladamente. La idea de que toda explicación lingüística ha de ser inicialmente histórica empieza a instalarse en los estudios de sintaxis coloquial. El trabajo de Pons Bordería (2008) acerca de esto es (Antes se trataba de persuadir, esto es, de conducir al interlocutor por una senda didáctica) puede ser ilustrativo. El autor no puede limitarse a trazar la trayectoria de la expresión, cuyo origen sitúa en la traducción del latín id est en textos jurídicos, sino que tiene que dar cuenta de su vitalidad, distinta de la de otros conectores de significado afín, como a saber, es decir y o sea. La búsqueda de huellas o vestigios de la oralidad en la escritura del pasado puede ayudar no poco, como se ve, a alcanzar la tan ansiada como inalcanzable historia global del español. Es sabido que la preocupación por describir las actuaciones habladas arrancó vinculada a y mediatizada por la escritura. La grammaire des fautes, de Henri Frei (1929)12, tomó como base cartas de prisioneros de la primera Guerra Mundial; y en la obra inaugural para el español, Spanische Umgangssprache, publicada ese mismo año, que no pretendía centrarse tanto en las faltas, errores o incorrecciones, como en las singularidades (anómalas o no), Werner Beinhauer se sirvió de textos teatrales (de los hermanos Álvarez Quintero, Arniches, Vital Aza, P. Muñoz Seca, etc.) en que creyó encontrar ese español “extraordinariamente expresivo, ingenioso e inagotablemente rico” que le atraía13.
11. Amado Alonso (1925) se percató de que sólo recurriendo a la restitución del adecuado contorno melódico se podía comprender el sentido de como que y de cómo que, que aparecen ya en textos medievales. Cfr. Narbona 1996c. 12. En realidad, H. Frei advierte a lector de que no debe sorprenderse de la pretensión de hacer gramática de lo que suele considerarse su negación, pues muchas de las faltas no son tales y, desde luego, no son debidas al azar o a la negligencia. 13. El desarrollo de los estudios sobre una y otra lengua no ha transcurrido, sin embargo, de forma paralela. Mientras que en la búsqueda de la especificidad del français parlé pronto se
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Disponemos ya de grabaciones y corpus orales transcritos suficientes para que muchos equipos puedan trabajar durante décadas. Pero es mucho lo que falta por hacer, entre otras razones, porque no todos los investigadores terminan de liberarse de la creencia de que están ante un objeto “específico” que ha de contemplarse como distinto de aquel en que los lingüistas se han venido centrando, como si ante otra lingüística se encontraran, en lugar de limitarse a ensanchar el horizonte del mismo objeto de estudio.
2. Digamos algo de los métodos, no separables, como he dicho, de los datos observados. Para conocer en qué medida los modos de proceder en el examen del español coloquial han contribuido –o pueden hacerlo– a afinar los modelos de explicación lingüística, sería necesaria una previa labor de filtro que dejara a flote sólo aquellos esfuerzos que hayan supuesto un claro paso adelante. De los estudios de sintaxis coloquial se esperaba mucho, quizás demasiado, y en un plazo breve. ¿Por qué no acaban de contribuir de manera decisiva a desbloquear metodológicamente la lingüística estructural –funcional o formal–, según algunos bloqueada y al borde de la asfixia? Entre otras razones, porque mientras no se imponga realmente y, sobre todo, se plasme en la práctica la convicción de que lo verdaderamente relevante es la construcción del discurso, apenas se podrá avanzar en el entendimiento de las peculiaridades del habla y, por tanto, ayudar a renovar los métodos de explicación de los hechos lingüísticos. Tal convencimiento obliga, por un lado, a reformular muchas de las nociones básicas, empezando por las de sistema, norma, competencia (idiomática y comunicativa), etc., y, por otro, a replantearse buena parte de los conceptos con que, explícitamente o no, se ha venido operando, incluidas las unidades mismas. Dado que el grupo Val.Es.Co, sobreponiéndose a la casi inexistencia de una teoría en que apoyarse, está empeñado desde hace unos años en la tarea de delimitar “un sistema de unidades para el estudio del lenguaje coloquial”14, no me sintió la necesidad de contar con instrumentos conceptuales y metodológicos nuevos, en España los análisis siguieron durante bastante tiempo anclados en un modo de proceder no muy distante del de Beinhauer (deudor, a su vez, de L. Spitzer, cuya obra Lingua italiana del dialogo había aparecido en 1922). A la estructura del libro pionero del estudioso alemán se atiene la Morfosintaxis del español coloquial, un esbozo estilístico (1992, una 2ª edición –sin apenas modificaciones– apareció en 2005) de Ana Mª Vigara, pese a que muchos de los ejemplos son tomados directamente al oído. 14. Pese a que el trabajo así titulado (2003) –esbozado en otros anteriores– es calificado por el propio Grupo como “la primera presentación de conjunto que se puede considerar –valga la paradoja– provisionalmente definitiva”, varios miembros han vuelto sobre el asunto en diversas ocasiones. Cfr. especialmente Briz 2011, Hidalgo 2011 y Cabedo / López Navarro 2012.
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detendré en lo que, con razón, se ve como un “terreno movedizo” (Cortés Rodríguez / Camacho 2005: 35)15. Me limitaré a insistir en lo ya conocido: a) en la oralidad propia de la inmediatez comunicativa, en que lo enunciado se manifiesta como un flujo continuo, ni la oración ni sus constituyentes pueden tomarse como unidades operativas básicas; b) en realidad, no se trata de buscar otras que la “desbanquen”, sino de abandonar la visión jerárquica de las oracionales y las discursivas (ni unas ni otras, especialmente las segundas, bien definidas); c) en esa búsqueda hay que evitar ajustar o acomodar los resultados de la producción enunciativa entre los interlocutores a esquemas sintácticos que fueron establecidos sin contar con la “elaboración sintáctica a dos (o más) voces”16; y d) cualquiera que sea el coste teórico que pueda suponer, toda segmentación o división de ese fluir discursivo ha de contar con el componente prosódico, sin lo cual es imposible reconocer el papel que desempeñan la combinación y la composición de las unidades y la posición de sus partes integrantes en la cadena enunciativa, un papel que, además, tiene que ser descrito por el contenido, informativo o no, que transmiten, rara vez coincidente con el meramente proposicional. Es significativo que se haya llegado a sostener que la unidad central (noyau) en la organización de la lengua hablada es la “dotée d’une autonomie intonative et sémantique” (por ese orden), pues “l’analyse de l’intonation rend compte en partie des effets de regroupements que la syntaxe ne prend pas en charge” (Blanche-Benveniste 1998: 112-113). En la breve historia de los estudios sobre el español coloquial (Narbona 1997a, 1997b y 2004; Cortés Rodríguez 2002a,b), se puede advertir que la sintaxis (casi siempre reducida a microsintaxis) ha ido pasando de no (o apenas) estar presente en ellos a aspirar a convertirse en la clave o centro. Pero antes de que tal aspiración se hiciera realidad, empezó a ser subsumida por el análisis del discurso, que no puede adoptar otra óptica que la pragmática, vía 15. No sorprende que los términos que se proponen para designar las unidades básicas del Análisis del discurso sean calificados pronto de ambiguos. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con secuencia, puesto en circulación por la lingüística francesa (Adam, Roulet y colaboradores). Cfr. Fuentes 2000. 16. Las llamadas coconstrucciones siguen contemplándose como casos “especiales” de las unidades sintácticas comúnmente reconocidas. Así, en el intercambio –HACER YO / pero si ellos te dicen que tiene que ser así –Es así, Montolío (2011: 315) interpreta que el primer hablante “inicia una oración condicional de la que enuncia solo la primera parte, la cláusula subordinada, y es su interlocutor quien la completa con la apódosis correspondiente”. Cfr. Narbona 2013.
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de aproximación a la comunicación verbal que hoy todo lo engulle. He empleado el verbo engullir porque, pese a no tener un objeto bien delimitado y no contar aún con planteamientos teórico-metodológicos perfilados, se está tragando buena parte del quehacer de los lingüistas, y no siempre con una masticación reposada y una buena digestión. Lo pragmático lo cubre todo, y el término figura ya en la denominación de numerosas reuniones (la de Valencia, noviembre de 2009, fue Pragmática del español hablado: Nuevas perspectivas para el estudio del español coloquial) y en portadas de libros que tratan del español coloquial: El español coloquial en la conversación. Esbozo de pragmagramática (Briz 1998); La intensificación como categoría pragmática: revisión y propuesta (Albelda 2007)17; Español coloquial. Pragmática de lo cotidiano (Gaviño 2008)18; etc.
17. En el Prólogo a esta obra –derivada de la Tesis Doctoral de su autora–, que se ocupa de una “categoría pragmática”, A. Briz la inserta en el “análisis pragmático de la conversación”, y la califica de “estudio pragmalingüístico” que trata de “valores pragmáticos” y de “estrategias pragmáticas”, sin que falte un “guiño a la sociopragmática”, por lo que constituye una contribución al “desarrollo de la pragmática española”. Cfr. también Briz 2011. Y es que cuando nos situamos en la dimensión discursiva no cabe otra orientación que la pragmática, cuyo “reino” es, como se ha dicho, la conversación coloquial. 18. Sus primeras palabras podrían servir, por cierto, de fácil y cómodo apoyo al ingenuo optimismo de algunos: “Los estudios sobre español coloquial están –podemos por fin decirlo– viviendo su punto más álgido [sic]”. 19. En los sistemas de transcripción se ha ido afinando bastante (Briz y Val.Es.Co 2002, Gómez Molina 2007, Moreno 2007, Vida Castro 2007, Moya 2007 y 2008, Ávila / Lasarte / Villena 2008, Lasarte / Sánchez / Ávila / Villena 2009, etc.), pero en algunos casos se prefiere seguir ofreciendo más de una propuesta, para solventar las dificultades. En el corpus coordinado por Moya [2008], la respuesta de una funcionaria con estudios medios a la pregunta ¿en qué consiste tu trabajo?, “transliterada” sin etiquetado soy lo que/ aho- ahora nos han cambiado el nombre/ antes éramos auxiliares de justicia, se etiqueta –“para su mejor comprensión”– del siguiente modo: soy lo que/ aho ahora nos han cambiao el nombre/ antes éramos auxiliares de justicia ). Siguen sin resolverse bastantes problemas. 20. Títulos como Sintassi e intonazione nell’italiano parlado (Voghera 1992), Grammaire de l’intonation (Morel / Danon-Boileau 1998), L’intonation, le système du français (Rossi 1999) –cuyos dos capítulos centrales se titulan “Grammaire de l’intonation pragmatique”
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3. Muchos de los obstáculos con que se tropieza en el estudio de la sintaxis coloquial tienen que ver, en efecto, con el fuerte anclaje de la conversación en la situación en que se produce y con la explotación de mecanismos y recursos contextualizadores específicos; entre ellos, como acabo de señalar, los prosódicos (que, en rigor, ni siquiera pueden ser transcritos19), decisivos para la interpretación del sentido20. En realidad, una grabación de una conversación coloquial (y, con mayor razón, su transcripción) es un material en bruto, de
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nula o muy débil textualidad, cuyo significado intencional es difícil de desvelar si la mirada (y, sobre todo, el oído) no se desplaza continuamente de las marcas verbales explícitas (incluidos los ordenadores del discurso, a los que tanta atención se viene prestando últimamente) a los recursos para- y extraverbales que explotan los usuarios. Es por eso por lo que el acercamiento macrosintáctico (ineludible) se ve facilitado, como diré en seguida, por la utilización de determinadas fuentes escritas. Ya se sabe que resulta más sencillo señalar insuficiencias que hacer propuestas positivas concretas desde una óptica verdaderamente discursiva. Pero para hacer bien esto último, es necesario lo primero. No basta con recurrir a unas cuantas nociones muy amplias, bajo cuyo manto puedan englobarse fenómenos heterogéneos, especialmente aquellos que llaman la atención por su real o aparente singularidad, como, por ejemplo, los procedimientos de realce lingüístico que, según A. Mª Vigara (2005), “tienen en común el que alteran la estructura de modificación enfática expresiva considerada normal”: algunos adjetivos “irónicos” (“menudo discursito dio el tío!”), a veces “adverbializados” (“lo pasé bárbaro”); “ciertas partículas (preposiciones, adverbios, conjunciones, artículos) que, precediendo a algún sustantivo, adjetivo, verbo o adverbio, imponen una cierta entonación especial” (“Le ha cogido un cariño a Héctor...”, “Qué agradable es...”); “términos o expresiones que indican cantidad” (“había una burrada de gente”); “modificaciones expresivas en la forma de las palabras” (“los árabes, joder, son demasié”); “proposición consecutiva” (“huele que alimenta”, “tengo un hambre que me muero”); “comparaciones” (“es más complicado que la hostia”, “una gilipollez como la copa de un pino”); etc., etc21. Con no basta, entiéndase bien, quiero decir que el esfuerzo loable de analizar tales recursos –muchos de los cuales ni siquiera pertenecen a la construcción libre– no abre la puerta a la sintaxis discursiva. Con la aplicación de supuestos principios pretendidamente “explicativos”, como el de comodidad (Beinhauer habla de economía y comodidad), a lo que
y “Grammaire de l’intonation syntaxique”, por ese orden–, Grammaire et prosodie (Collin [dir.] 2008), Prosodie et sens (Caelen-Haumont 2008), etc. ponen de manifiesto que han pasado a ocupar el primer plano. Entre nosotros, aparte de los trabajos mencionados, empieza a destacarse su papel en otros muchos (cfr. Montolío 2011). 21. Bastantes de ellos figuran, junto a otros (prefijos o sufijos, como cuerpazo, superchungo; cuantificadores o sintagmas especificativos con valor semejante como de cojones; expresiones como para lo que dice, la de veces que se lo he dicho, está que muerde, está como un tren; la realización silabeada, del tipo es un PE-SA-DO; etc., etc.) en Briz 1998, al tratar de la “categoría –o función– pragmática” intensificación, “mecanismo argumentativo orientado a regular la conversación”. La intensificación y la atenuación han de verse, según él, como dos polos dentro de una misma escala, y son los interlocutores los que eligen el grado y la táctica verbal en virtud de la estrategia maximizadora o minimizadora para lograr la meta prevista.
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la misma autora dedica casi un centenar y medio de páginas, más bien se impide cualquier intento serio de alcanzar una explicación macrosintáctica. Como he apuntado, las “anormalidades”, anomalías o carencias –que indudablemente se dan, especialmente en hablantes de escasa competencia comunicativa– no deben constituir el principal centro de interés del lingüista, que siempre ha de intentar trascender la aparentemente abigarrada casuística. Al contrario, para desentrañar la técnica constructiva propia del habla, hay que dejar de contemplar sus usos como meras deficiencias que derivan de la incompetencia, impericia o torpeza, y adoptar un punto de vista que parta del complejo proceso de enunciación y del peculiar modo de producción-recepción de las actuaciones propias de la inmediatez. Las vacilaciones, interrupciones, estructuras en apariencia truncadas o suspendidas, incompletas o inacabadas, el empleo de expresiones inespecificativas o de muletillas, etc., lejos de responder, sin más, a la incapacidad, desgana o ineptitud, o al “ahorro”, derivan de que constantemente en la lengua hablada quedan a la vista (al oído, mejor) “las etapas de su confección”, lo que se refleja en la frecuente acumulación de sucesivas elecciones paradigmáticas, en la vuelta atrás sobre una estructura ya iniciada, en la inserción de correcciones o incisos, etc. (Blanche-Benveniste 1998). En una cadena de secuencias como
es fácil advertir que el hablante va realizando aproximaciones hasta llegar –sin que las anteriores se borren, lo que sí se hace al escribir– a la que juzga más acorde o cercana a su propósito comunicativo. A ello responde el recurso frecuente a marcadores que corrigen, modifican, rectifican..., es decir, reformulan. Que la serie primera sea, al menos en la intención, progresivamente reductora (atenuadora) y, en cambio, gradualmente intensificadora la segunda, pone de manifiesto lo difícil que es vincular a una categoría pragmática en particular procedimientos constructivos propios y específicos22. 22. En este breve diálogo: –Anoche, mi hija... que se tiene que levantar temprano, que la llame a las 6. –Pero ¿no tiene despertador? –Tiene DÓS despertadores ¡... y el móvil! el hablante considera más eficaz la representación dramatizada de la escena que la mera “narración” distanciadora (‘Mi hija, pese a tener dos despertadores –además del móvil–, me encargó anoche que la llamara a las 6, porque tenía que levantarse temprano’).
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“¿Tú te acuerdas del tío que tenía un bar, bueno, un bar, no, un chiringuito, ni siquiera eso, un quiosquillo de mala muerte, en la playa? Pues me lo encuentro el otro día con un Mercedes, no, un BMW, bueno, un cochazo impresionante, y me dice...”
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Lo que sí se descubre siempre es que, a diferencia de lo que sucede en otros tipos discursivos, al tratarse de un proceso que se produce en colaboración y que responde básicamente a razones de eficacia o eficiencia, la selección de los mecanismos idiomáticos está condicionada por la reacción y réplica inmediata de los interlocutores. El control predicativo se subordina constantemente al pragmático, que permite y favorece las estructuras hipoarticuladas o sintácticamente “débiles”. Operar como si fuera al revés es lo que ha llevado a algunos a hablar de la deformación jerárquica del lingüista (Simone 1997b). Y aunque proyectar en la sintaxis el principio de la relatività della variazione, esto es, no partir de la homogeneidad de una modalidad de referencia al abordar las demás, resulte en la práctica “fortemente antieconomico e in alcuni casi irrealizzabile” (Sornicola 2002: 146), son los estudiosos de la lengua coloquial los que están en inmejorables condiciones para adentrarse por todas las sendas –que no son pocas– abiertas por la perspectiva pragmática y para enmendar tal visión desfigurada de la realidad de los muy variados usos idiomáticos. Desde luego, al no poder servirse de ejemplos inauténticos o acuñados ad hoc, tienen más fácil la integración del componente pragmático, de lo que, como ya vio hace veinte años G. Rojo, depende el futuro –hoy ya presente– de las investigaciones gramaticales sobre el español23. 4. Como no puedo ocuparme de todas las cuestiones pendientes y de los caminos para resolverlas, insistiré en algo a lo que he aludido un par de veces. El trasvase de lo coloquial a la escritura constituye, me parece, el cordón umbilical que puede mantener unida la sintaxis coloquial a la lingüística y a la filología. Ya he dicho que no debe abandonarse la vía “indirecta” de indagación que permiten determinados textos, en especial ciertas obras literarias en que el autor se propone reflejar la técnica constructiva dominante en las actuaciones interlocutivas propias de la proximidad comunicativa. ¿Por qué la literatura, a la que le es posible fingir todas las variedades de uso, ha tardado en acoger plenamente la coloquial? Entre otras razones, porque ello implica una nueva propuesta de lectura, en la que a los lectores corresponde recuperar y actualizar lo que en el intercambio cara a cara se da simultáneamente con lo verbalizado, mucho de lo cual no puede ser reflejado por escrito. Al tener no poco de experimento, tal propuesta no está exenta de riesgo, si se 23. Lo que llegó a afirmar en el Simposio Internacional de Investigadores de la Lengua Española (SIILE), celebrado en Sevilla el año 1991, fue que la marcha de los los estudios gramaticales de orientación funcionalista aplicados al español iba a depender de cómo se fuera resolviendo la “falta de atención a los aspectos pragmáticos”, algo a lo que –añadía– “habrá que poner remedio cuanto antes” (Rojo 1994).
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llega a tensar en exceso el arco de la capacidad restauradora de unos destinatarios que, no se pierda de vista, reciben el texto como producto “ajeno” cerrado. El escritor que decide ponerla en práctica se ve obligado a ejercer un control adicional, para poder llegar a lectores distantes; y cuanto más se ausente, más hará recaer en ellos la reconstrucción, no sólo del marco compartido por interlocutores ficticios, sino también de su adecuada contextualización, incluida la prosódica y proxémica. Es precisamente esa ineludible labor manipuladora del autor lo que, como he dicho antes, facilita la labor del lingüista. Ahora bien, éste no ha de caer en la trampa que esa engañosa “facilidad” le tiende, sino que ha de esforzarse en descubrir, además de lo propio o peculiar de la oralidad coloquial que se refleje, cuanto no aflora por haber sido sometido a filtrado, criba o maquillaje. La traslación de la oralidad coloquial a la escritura sólo modernamente, y en contadas ocasiones, se ha alcanzado con relativo éxito, y, en contra de lo que creyó Beinhauer, más en la narrativa que en el teatro, donde las exigencias escénicas y la eficacia dramática requieren la literaturización del texto (Bustos 1996b, 1998). Hacer que los personajes de una novela se sirvan de una modalidad de uso más o menos afín a la coloquial, por considerarla apropiada para la creación de mundos imaginados, es decisión que ha de contar con lectores avezados, habituados, entre otras cosas, a vivificar adecuadamente tal clase de diálogos. No se necesita mucho para entender una obra de Corín Tellado, la escritora en español más leída tras Cervantes. Por muy “compleja” que pueda parecer su sintaxis, no se separa un milímetro de la estándar que los gramáticos han venido describiendo desde siempre, como puede comprobarse en este párrafo, de Mi mujer eres tú (1999): Sé cómo ama a Andrea, y todos estos días, tanto Ernest como yo, le veníamos pidiendo que te contara todo. Alan se calló, porque tuvo miedo de perder a Andrea. Pero la situación se ha puesto tirante, al rojo vivo, y es preciso que Andrea conozca las causas por las cuales Alan, amándola tanto, no le presentó a su familia, ni le habló de matrimonio, cuando me consta, y ahí está él para desmentirlo si estoy equivocada, el propósito y el anhelo de Alan en casarse con Andrea.
En cambio, no basta saber leer para alcanzar a comprender (desentrañar cabalmente el sentido de un texto es el primer paso para captar su valor literario) lo que a través de (mejor, gracias a) la aparente sencillez constructiva quiere transmitir C. Martín Gaite en ciertos coloquios de algunas de sus novelas. Así arranca, por ejemplo, el capítulo DOS (sin título) de Irse de casa (1998), que ha de leerse (aunque sea mentalmente) en voz alta: –Ella era muy suya, ¿Que por qué lo digo?, pues mira, Sole, por todo, desde cómo entraba a los sitios mirando al vacío a cómo rechazaba las invitaciones sin
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dar las gracias siquiera, que ya acabó por no invitarla nadie a ningún sitio, fíjate, lo hacíamos sobre todo por Olimpia, que la ponía por los cuernos de la luna, con ella sí se juntaba, pero amigas íntimas tampoco, no era de hacerle confidencias a nadie, un ser superior, eso es lo que se creía, total, porque tenía idiomas... –Cuatro, guapa, cuatro idiomas, y todo a base de becas y de hincar los codos un mes detrás de otro en aquel chiscón con ventanucos de reja que parecía una cárcel, mientras la madre le daba sin tregua a la máquina de coser, yo le veo mucho mérito a estudiar con ese ruido y nunca quejarse. –¿Quejarse? Todo lo contrario. Si es lo que yo digo, que se las daba de princesa, ¡unas ínfulas!... –Y fuerza de voluntad también, como la madre, ¿o no llegó la señora Ramona a vestir a mucha gente principal y a entrar en las mejores casas, viniendo como venía de un pueblo, sin marido y con la niña chica, que no las conocía nadie? Las dos lo mismo, pumba, catapumba, plas, hasta que se situaron.
Cierto es que no estamos ante una total novedad. Se han señalado hitos anteriores en la captación del registro coloquial. M. Seco (1983), que alude al “asombroso precedente” del Corbacho, señala a Cervantes (en especial las Novelas Ejemplares) y a la novela realista del XIX, en particular Galdós. Pero, en mi opinión, sólo cabe hablar de salto cualitativo (no de un simple peldaño más en la tendencia al realismo tradicionalmente atribuido a la literatura española), cuando aparecen en la postguerra obras como El Jarama, de R. Sánchez Ferlosio, quien, con todo, sigue ayudándose (y ayudando a los lectores) con abundantes acotaciones, no solo para identificar a quien en cada momento corresponde el turno de palabra, sino también para proporcionar informaciones acerca del contorno entonativo de sus intervenciones, de sus gestos y movimientos, de las reacciones que provocan, etc. Constituye un paso más la determinación de no inmiscuirse en la interlocución de los personajes, como puede comprobarse en el fragmento que se acaba de reproducir, donde incluso se prescinde de los verbos dicendi que irían señalando los cambios de turno de palabra24. 24. Que el control del autor pase desapercibido al máximo depende de su habilidad a la hora de filtrar lo que de la sintaxis oral debe o no reflejarse por escrito. Muy segura debía de estar C. Martín Gaite de que los lectores de la obra citada no iban a tener dificultad alguna para revivir, por ejemplo, la entonación adecuada, e incluso representarse la gesticulación oportuna, de la intervención final de uno de los cinco jóvenes aspirantes a escritores que discuten sobre si sirve o no para algo asistir a alguna de las escuelas de letras que han empezado a proliferar: “–Yo eso no lo veo una garantía –dijo una chica alta y desgarbada con gafas gruesas–. Ni Flaubert que resucitara podría enseñarte a escribir más que desde lo que él hace, o sea, a copiarle. Y en seguida diría la gente, y con razón, que has plagiado a Flaubert, pues para ese viaje no necesitamos alforjas, tú lees a Flaubert, te sale más barato y lo que se te quede lo asimilas a tu manera. No será un plagio de diseño. –Pero después te ayudan a colocar el libro y esas cosas. –Ya, te van a ayudar. Por aquí. Ellos cobran y punto”.
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Aunque giros y expresiones coloquiales se encuentran desde obras tan tempranas como el Corbacho (sin que pueda hablarse propiamente de diálogo; para Dámaso Alonso, el rasgo estilístico más sobresaliente del Arcipreste de Talavera sería la simple plurifurcación) y en Cervantes sea fácil hallar recursos cercanos a los propios del habla, es en el siglo XIX donde se va acentuando la coloquialidad. La diferencia que hay en este sentido entre Cervantes y Galdós –casi tres siglos los separan–, con ser notable25, es menor que la que se aprecia entre el segundo y C. Martín Gaite –entre los que no han transcurrido cien años–, determinados fragmentos de Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos, Las mil noches de Hortensia Romero, de Fernando Quiñones, Ganas de hablar, de Eduardo Mendicutti, etc. Que no estoy hablando de una simple vía abierta lo prueba el que contamos ya con destacables logros concretos, como Oralidad y escrituralidad en la recreación literaria del español coloquial (López Serena 2007b), La transcription littéraire de l’oralité en espagnol moderne (Sandra Barberie 2009), etc. Y no sólo hay que recurrir a la escritura literaria. Está sin explotar el filón inagotable que nos ofrece la prensa costumbrista y/o satírica, en auge desde el siglo XIX26. Es creciente la oralización que hoy se advierte en determinados subgéneros periodísticos, especialmente en el columnismo, que, por sus especiales características (brevedad, asuntos generalmente cotidianos, subjetividad de las opiniones expresadas, etc.), favorece la cercanía con que se intenta atraer a un gran número de lectores (Mancera 2009), si bien la muy distinta situación de lectura explica que la mímesis se reduzca a menudo a una serie de expresiones y recursos constructivos coloquiales que, a modo de pinceladas, se limitan a salpicar, con mayor o menor intensidad, la escritura.
Hasta qué punto las lenguas, por muy emparentadas que estén, se apartan bastante menos en esto que en las concretas expresiones verbalizadas, es algo que salta a la vista en su traducción al italiano y al francés: “–Però dopo ti aiutano a piazzare il libro e tutta quella roba li. –Sì, ti aiutano! Ma va là. Loro intascano i soldi, e basta” (Via da casa. Trad. M. Finassi. Giunti, Firenze 2000) “–Mais ensuite on t’aide à placer ton livre, e tout le tremblement. –Ouais, on va t’aider. Tu parles! Aboule le fric, un point et c’est tout” (Claquer la porte. Trad. C. Bleton. Flammarion, Paris 2000). 25. No poco se ha escrito del estilo poco artístico –e incluso de la falta de estilo– de Galdós, a quien Valle-Inclán llamó “don Benito el Garbancero”. Se insiste en su realismo oral, en el lenguaje corriente e impregnado del tono y las resonancias de la palabra hablada que manifiestan los diálogos de muchos de sus personajes, etc. Aunque tampoco faltan quienes han sabido ver las verdaderas claves de tal oralidad, muy distante, en todo caso de la de Cervantes (cfr. S. Gilman 1961). 26. De las Cartas [de los lectores] al director se ocupa Elena Carmona en su Tesis Doctoral (Universidad de Sevilla).
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5. Los estudios sobre el español coloquial se proyectan y aplican en campos tan diversos como la traducción e interpretación, los medios audiovisuales de comunicación, incluidas parcelas en auge como el subtitulado de doblaje para sordos, etc., de lo que aquí no puedo ocuparme. Tampoco puedo hacerlo del extraordinario apoyo que pueden y deben prestar –por la vía de la enseñanza e instrucción– a reforzar y mejorar la competencia idiomática, tanto de los hispanohablantes como de aquellos que no tienen el español como lengua materna y aspiran a dominar, en primera instancia, las modalidades coloquiales. El libro Saber hablar (2008), del Grupo Val.Es.Co, concebido, con buen criterio, como “una guía para hablar bien” y “modelo del buen discurso” ofrece “pautas, consejos y recomendaciones para hablar correctamente, de forma adecuada y de modo eficiente y eficaz”27. Que estemos ante un aprendizaje natural, no significa que sea verdad eso de que “a hablar se aprende hablando”; hacerlo correcta, adecuada y eficazmente en cada una de las diversas situaciones comunicativas que se van presentando requiere un aprendizaje y un entrenamiento que nunca pueden darse por acabados. Tampoco es cierto que determinados hablantes no “necesiten” pasar de la variedad coloquial que sirve para lo inmediato y práctico. Nadie se resigna voluntaria y deliberadamente a permanecer anclado en ella, todos aspiramos a disponer también de aquellas que abren un infinito mundo de posibilidades y tienen unas expectativas que, de no cumplirse, pueden conducir a frustraciones personales y sociales. No es poco lo que se puede hacer para que los ciudadanos no se dejen embaucar por el discurso hueco de un político, para que todos sean capaces de detectar falacias, disparates y plagios, para que cada vez más usuarios logren despojarse –sobre todo cuando la situación lo requiere o aconseja– de vacilaciones e inseguridades, etc., en suma, para fortalecer el control idiomático incluso de los que, lamentablemente, parecen condenados a hablar de una única y misma forma “coloquial”. La Tesis Doctoral ‘Je n’ai que ma bouche’: prácticas interactivas y discursivas en el procedimiento de solicitud de asilo en Bélgica, de Isabel Gómez Díez, dirigida por Teun A. Van Dijk en 2008, permite comprobar hasta qué punto se puede perjudicar a solicitantes de asilo procedentes de países africanos francófonos al hacerles las preguntas y, sobre todo, al poner por escrito sus respuestas “coloquiales”. Y es que la lingüística, o es sociolingüística o no es nada, o muy poco. También aquí juegan con ventaja los estudiosos de la conversación coloquial.
27. Salvo ocho páginas dedicadas a la “corrección fónica” y otras tantas a la “corrección léxica”, el resto de las 270 que tiene el libro se centra en la sintaxis y organización del discurso.
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6. Los estudios sobre el español coloquial –una vez superada la etapa en que interesaban sobre todo su pintoresquismo y los fenómenos “curiosos”– pueden contribuir no poco a evitar o frenar el peligro de que nuestra disciplina caiga en la esterilidad a que puede conducir la inclinación a no servirse más que de un paradigma máximamente formal. A falta de conclusiones, me contentaré con resumir lo que he pretendido decir. Ante todo, que la sintaxis coloquial, pero nunca en solitario, abre un abanico amplio y variado de vías de indagación, que se revelan explicativamente fecundas en parcelas que van desde la historia del español a la lingüística aplicada. En segundo lugar, que la aportación se va plasmando con pasos prudentes, sin saltos en el vacío, lo que no carece de importancia, pues algunas de las innovaciones (o revoluciones) teóricas que se han sucedido durante el siglo pasado ni siquiera han logrado delimitar de forma satisfactoria el objeto, ya que, al aislar un sistema o una competencia (ideal) que resultara abarcable, se han visto abocados a fijarse en enunciados inventados o apartados de su contexto, que son, además, examinados como productos, sin apenas entrar en la complejidad del proceso de producción que subyace a los discursos reales. En nuestro caso, ni cabe análisis des-contextualizado, ni procede explicación alguna que se desentienda de la perspectiva pragmática. Ahora bien, la integración de cuanto había ido quedando fuera de la atención del lingüista no puede hacerse de cualquier forma y a cualquier precio, pues ello implicaría sacrificar algunos de los objetivos de la lingüística. Dicho de otro modo, los estudiosos de la sintaxis coloquial son los mejor situados para integrar adecuadamente en la descripción gramatical el componente pragmático, y convertirlo en foco iluminador de los fenómenos lingüísticos. Y por último, que el ensanchamiento en los últimos tiempos de los datos no debe llevarnos a enterrar los hasta ahora utilizados, que pueden y deben seguir explotándose mejor. Así, esa especie de indagación inversa o invertida que busca lo oral en lo escrito (única viable para una gran parte de la historia del español, no se olvide) debe continuar siendo aprovechada, y no sólo por lo que puede aportar a la crítica literaria y a los lectores, sino porque lleva a superar los límites y limitaciones de la observación directa de las conversaciones cotidianas. Carece de sentido discutir si una vía es mejor que otra, cuando la confluencia de ambas sólo tiene ventajas. Los escritos (incluidos los de ficción) “coloquiales” no son menos reales, y la criba a que el autor los somete ayuda al lingüista a descubrir recursos que difícilmente puede observar de otro modo.
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5. LA PROBLEMÁTICA DESCRIPCIÓN DEL ESPAÑOL COLOQUIAL
1. Es muy frecuente oír –y leer– que algo se dice en términos coloquiales, que se está hablando coloquialmente, y otras expresiones parecidas de uso común. Pero la delimitación del español coloquial como objeto de estudio sigue siendo problemática, y así lo refleja el hecho mismo de que los lingüistas empleen, casi como equivalentes, términos como hablado, familiar, conversacional, común, cotidiano, popular, informal..., que responden a criterios heterogéneos. ¿Qué es el español coloquial? La cuestión me fue planteada por Antonio Briz para abrir una mesa redonda en el año 2000. Tras unos segundos de silencio, repliqué “¿Y tú me lo preguntas?...”, lo que provocó un momentáneo desconcierto entre los asistentes. Al evocar el conocido verso de Bécquer pretendía poner de manifiesto que ni siquiera es fácil separar lo coloquial de lo literario, en apariencia, lo más distante. Si, pese a que no cesan los intentos1, seguimos sin una respuesta satisfactoria, es porque cada vez que se pretende acotar con un adjetivo la referencia del sustantivo lengua, toda cautela es poca. Y las precauciones han de reforzarse en nuestro caso, pues, si bien no hay otra variedad o registro con más usuarios (todos, en realidad, aunque no todos hablen coloquialmente de un único y mismo modo), la expresión lengua coloquial capta “sólo aspectos parciales del evento comunicativo” al que pretende aplicarse (Oesterreicher 2005: 733). El interés ha sido creciente en las últimas
* [“La problemática descripción del español coloquial”, en E. Stark / R. SchmidtRiese / E. Stoll (Hrsg): Romanische Syntax im Wandel, Gunter Narr Verlag, Tübingen, 2008, 549-565]. 1. Cf. Luis Cortés (2002c). Araceli López Serena (2007c) hace un minucioso análisis de las razones de la vacilación terminológica y de la indefinición del español coloquial.
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décadas, y los avances, muchos2, pero numerosos siguen siendo también los problemas con que tropieza su descripción y análisis. Me referiré aquí sólo a algunos de los que conciernen al nivel sintáctico, indudablemente el más pertinente para su caracterización.
2. Las notables discrepancias a la hora de jerarquizar las numerosas nociones a que se ha ido recurriendo para definir y caracterizar el español coloquial, bien como condiciones –generales o específicas– del acto comunicativo en que se emplea, bien como rasgos lingüísticos propios o peculiares de las actuaciones mismas (oralidad, interlocución, espontaneidad, privacidad, informalidad, subjetividad, afectividad, temática libre o improvisada y no especializada, fuerte anclaje situacional, máxima cooperación y un largo etcétera), derivan, en última instancia, de la imposibilidad de integrar la variación y las variedades en la explicación. Aunque no en la misma medida, los modelos funcionales y formales han debido sacrificarlas, para centrarse en el sistema o código, o en la competencia de un hablanteoyente ideal(izado). A ello se suma que la propia distinción entre modalidades orales y escritas, que ha podido ser obviada porque la lingüística ha sido básicamente filológica, no ha empezado a encontrar encaje adecuado dentro del espacio variacional hasta que han dejado de vincularse exclusiva o principalmente al canal o medio fónico-auditivo y al gráfico (visual), respectivamente. Gracias a que la oralidad ya no se considera opuesta, sin más, a la escritura, está siendo posible superar los plausibles tanteos descriptivos en los que no se adoptaba un suficiente distanciamiento del observador respecto de lo observado. Pero no es sencillo descubrir las relaciones (siempre recíprocas, aunque muy diferentes en cada comunidad idiomática y según la época) entre ambas. Hasta una fecha no muy lejana, sólo ha sido posible conocer algo de lo oral a partir de los textos escritos disponibles. Y cuando se ha contado con técnicas y procedimientos de grabación de las actuaciones habladas, el lingüista ha seguido “necesitando” transcribir el material registrado, por más que una transcripción no refleje, ni mucho menos, fielmente la realidad. Se puede entender, por esa especie de deformación jerárquica del lingüista –con indudables efectos para la teoría general del lenguaje– a la que se ha referido Raffaele Simone (1997), que a menudo partir de acabe convirtiéndose en desde la óptica del 2. Basta observar el amplio repertorio bibliográfico que viene reuniendo Luis Cortés (1995a, 1996, 2002a), así como en los sucesivos números de la revista Oralia (1998 y ss). Otra cosa es que los progresos se proyecten en los estudios de gramática del español (sin adjetivo alguno), la mayoría de los cuales, por cierto, aparecidos también en los últimos cuarenta años.
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saber elaborado a través de la observación de manifestaciones escritas, ya que, como reconoce Rosanna Sornicola (2002: 146), proyectar en la sintaxis el principio de la relatività della variazione, esto es, la posibilidad de un acercamiento que no necesariamente parta de la homogeneidad como concepto de referencia lógicamente precedente, resultaría en la práctica “fortemente antieconomico e in alcuni casi irrealizabile”. Que lo coloquial no pertenece exclusivamente a lo medialmente oral ha sido aceptado implícitamente siempre. Es indiscutible que muchas realizaciones orales deben quedar fuera. Y de textos escritos, principalmente literarios, se han servido, y continúan haciéndolo, muchos de los estudiosos3. Pero no acaba de aplicarse una perspectiva propiamente concepcional, como la que desde hace años han venido perfilando, entre otros, Peter Koch y Wulf Oesterreicher, según la cual, todas las variedades, sea cual sea el medio utilizado, pertenecen a una única escala, gradual, en la que cada una se situaría en una zona, en virtud de la distinta incidencia de muy variados factores, coordenadas o parámetros que tienen que ver con propiedades antropológicas de toda comunicación humana. En último término, lo que decide la ubicación dentro de ese continuum viene determinado por la mayor o menor connivencia y complicidad que haya o pueda darse entre los interlocutores4. 3. Un adecuado planteamiento de las variedades lingüísticas es condición sine qua non para determinar qué fuentes de las disponibles son las más apropiadas5, que, insisto, salvo para los tiempos cercanos a nosotros, no pueden ser más que escritas. Por ello, en gran medida, las interrelaciones entre oralidad y escritura han de desentrañarse mediante el examen de la oralidad en la escritura6, que ni siquiera podría abordarse si no se abandona la idea de que una y otra se oponen o enfrentan. No sólo hay que contar con el alcance del contacto que, en cada momento se tiene con la escritura, y con el grado de dominio de la misma por parte de una parte significativa de la población, 3. Textos para el estudio del español coloquial es el título elegido por Fernando González Ollé para una antología varias veces reeditada desde su aparición en 1968. 4. Muchos otros son los que desde una perspectiva preferentemente lingüística no reconocen fronteras entre la oralidad y la escritura: Douglas Biber (1988, 1995), M. A. K. Halliday (1989), Deborah Tannen (1982, 1989), Miriam Voghera (1992), etc. 5. Como he afirmado en varias ocasiones (Narbona 2002a, 2003a y 2003b), no estoy en contra de la intuición a la hora de seleccionar los datos, pero sí de que sea la vía única para la constitución del ineludible corpus del que ha de partirse. Desde luego, no puede ser el principal procedimiento heurístico. 6. Cf. J. Jesús de Bustos (1993, 1995, 1996a, 1996b, 1998, 2000 y 2001), Rafael Cano (1998b), Araceli López Serena (2007b), Peter Koch (1993, 1999), Wulf Oesterreicher (1994, 1996, 2001a y 2005), etc.
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sino también con la intención o propósito que se persigue en cada tipo de texto7. Así pues, por más que se amplíe el abanico de géneros y tradiciones discursivas escritas, podremos detectar (y rara vez como evidencias) sólo rastros o vestigios de lo oral, hayan escapado o no al control del escritor8. Además, de igual modo que la ausencia (o escasez) de testimonios no nos lleva a suponer que algo debió de ser ajeno a la oralidad coloquial (más bien, hay que pensar lo contrario), la abundancia de ellos no basta para asegurar que un determinado hecho fuera usual en la conversación común. Que, por ejemplo, la única estrategia actualizadora del artículo no documentada en la Edad Media sea la introducción de una frase nominal referida a algo presente en la situación (una llamada de atención como ¡Cuidado con el escalón!, por ejemplo), se debe, según Company (2006b: 12), a que es algo “propio de la lengua oral”. Y, como he puesto de manifiesto en otra ocasión (Narbona 1996a), la construcción de participio absoluto (o absoluta de participio), pese a documentarse en todas las épocas, lejos de ser, como se ha dicho, “especialmente adecuada para la sintaxis suelta de la oralidad” (Elvira 2005: 454), no es –ni debe de haber sido– empleada en situaciones de inmediatez comunicativa. Mal se entendería que, por ejemplo, en El Patrañuelo, de Juan Timoneda (publicado en 1567), la más importante colección de cuentos antes de las Novelas Ejemplares de Cervantes, aparezca constantemente (Ido el mercader; venido delante del alcalde; oídas las partes;...), pero no haya ni un caso en los diálogos9. Por supuesto, menos aún se puede llegar a saber de la vitalidad y
7. Aunque es posible distinguir variedades formales e informales incluso en sociedades actuales no alfabetizadas (cf. Akinnaso 1985), sólo cabe hacer elucubraciones e hipótesis más o menos plausibles de la oralidad primaria, es decir, de la de quienes por completo desconocen la escritura. Y conviene recordar que “de entre las muchas lenguas –posiblemente decenas de miles– habladas en el curso de la historia del hombre, únicamente alrededor de un centenar han sido plasmadas por escrito en un grado suficiente para haber producido literatura, la mayoría de ellas no han llegado en absoluto a la escritura” (Ong 2002: 16-17). 8. Cabe pensar, por ejemplo, que los fenómenos que afloran en las cartas familiares, especialmente las escritas por semicultos, derivarían de la impericia (cf. Wulf Oesterreicher 1994). Pero no puede decirse lo mismo de la adaptación de lo oral que llevan a cabo los escribanos en las actas inquisitoriales, donde siempre hay que contar con la reducción y las manipulaciones (Eberenz / de la Torre 2003: 12). ¿Y en la literatura? Hay discrepancias. En el Corbacho (1438), “asombroso precedente” de captación del habla coloquial para Manuel Seco (1983), hay quien ve una mezcla de los estilos, culto y popular o descuidado (en ocasiones se habla de estilo semipopular), que, en el uso de la subordinación y las conjunciones subordinantes, descubre a un escritor “enredado en la lengua sin saber cómo salir, o mejor tal vez, sin que le preocupe la salida” (González Muela 1970: 22). 9. En el Quijote, no sólo el caballero se sirve de tal construcción, también Sancho la usa como se observa en este “discreto coloquio” entre ambos: Pues con todo eso digo que para mayor abundancia y satisfacción sería bien que vuestra merced probase a salir de esta cárcel, que yo me obligo con todo mi poder a facilitarlo, y aun a sacarle de ella, y probase de nuevo
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extensión social de un uso en el pasado. Sólo como hipótesis, y mediante la proyección retrospectiva de lo que se comprueba en la actualidad, sostiene Enrique Pato Maldonado (2003, 2004) que el empleo de la forma –ría en el castellano septentrional peninsular en casos como ¡ojalá vendría! o si tendría dinero, documentados desde el siglo XIII, ha debido de estar siempre limitado a estratos bajos y de escasa instrucción, y a la conversación informal. La contemplación de todas las modalidades de uso como un continuum gradual contribuye también a liberar al lingüista de la consideración de lo escrito como superior, sin más, a las manifestaciones orales, que tienden a ser tenidas por inferiores o deficitarias, cuando no secundarias o marginales. No se puede cuestionar el salto que representó la escritura –que no surgió, ni mucho menos, para poner por escrito el habla–, el que supuso posteriormente la imprenta y el que hoy están representando las nuevas tecnologías, por más que no falte quien advierta de los riesgos de perder ciertas formas de acceder al saber que puede implicar la llegada y rápida extensión de esta especie de tercera fase, en la que una lectura global y no analítica podría llegar a suplantar a la secuencial y proposicional, única que realmente permite la captación de las experiencias relevantes (Simone 2001).
4. Al servirse de instrumentos de análisis elaborados en gran medida (a menudo, exclusivamente) a partir de la observación de variedades propias de situaciones en que hay una notable distancia comunicativa entre emisor y receptor(es), la descripción de los usos coloquiales se ha visto a menudo mediatizada, cuando no desfigurada. Así, se habla, por ejemplo, de dislocación (a la izquierda) a propósito de (1a) El periódico ¿lo compras tú, o lo compro yo? (1b) Ese coche, lo mejor que puedes hacer, es, tirarlo
a subir sobre su buen Rocinante, que también parece que va encantado, según va de melancólico y triste, y, hecho esto, probásemos otra vez la suerte de buscar más aventuras (I, XLIX); y antes, aprovechando un momento en que no es oído por los demás, advierte a don Quijote del engaño a que está siendo sometido: Señor, para descargo de mi conciencia le quiero decir lo que pasa acerca de su encantamiento, y es que aquestos dos que vienen aquí cubiertos los rostros son el cura de nuestro lugar y el barbero, y imagino han dado esta traza de llevalle de esta manera, de pura envidia que tienen como vuestra merced se les adelanta en hacer famosos hechos. Presupuesta, pues, esta verdad, síguese que no va encantado, sino embaído y tonto. Para prueba de lo cual le quiero preguntar una cosa; y si me responde como creo que me ha de responder, tocará con la mano este engaño y verá como no va encantado, sino trastornado el juicio (I, XLVIII). Pero es revelador que Vicente Gaos (1987: 920) se apresure a indicar que “Sancho razona aquí con los encadenamientos lógicos aprendidos de su amo”.
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como si tales disposiciones secuenciales supusieran la alteración del orden tenido por “natural” o “lógico”. O se califica de escindida la construcción (2) Esos son los tíos que a mí me van, no los “metrosexuales” de ahora
que se considera derivada de otra, matriz o “básica” (como Esos tíos me van). Igualmente, se denomina pre-temático al infinitivo que aparece antes de la forma conjugada en (3a) Él dice que se va a presentar, pero, estudiar, no ha estudiado nada (3b) Salir, me deja salir, pero entrar, no
cuya función no se limita a “anunciar” o “predecir” el tema que sigue. Y si en estos casos hay elementos que pueden parecer redundantes, e incluso superfluos, en otros, por el contrario, se destaca su carácter de secuencias no completas. Según Estrella Montolío (1999: 59), construcciones como (4a) ¡Si yo nunca he dicho que estuviera enamorada de él!
(4b) Ni que las regalaran! Si están más caras que en “La Dorada”...!
espontánea exclamación de alguien sorprendido de que muchas personas hicieran cola para adquirir unas gambas que, a su juicio, no tenían precisamente un precio que lo justificara. En este caso, además, habría que dar cuenta, no sólo de la “omisión” del miembro condicionado, sino también de la “ausencia” de verbo subordinante de que las regalaran, aparte del empleo de ni en comienzo de enunciado. Es habitual establecer afinidades o equivalencias con soluciones que se estiman más elaboradas: (5) Yo que tú, me liaba la manta a la cabeza y lo compraba (‘si yo fuera tú, lo compraría’) (6) Yo no sé ustedes, pero yo necesito salir de Sevilla los domingos (‘No sé si a ustedes les ocurre como a mí, pero...’).
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serían “primitivas estructuras condicionales sistemáticamente fragmentadas, en las que, aisladamente primero, y de manera sistemática, después, empezó a aparecer sólo la prótasis y a omitirse sistemáticamente la apódosis”, elisión que fue posible “por ser siempre la misma, a saber: ¿por qué has dicho lo que acabas de decir?”, lo que resulta bastante discutible. De hecho, no cabe imaginar apódosis alguna en casos como
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Y a veces, lo que se pone de relieve no es lo que “sobra” o “falta”, sino lo anómalo o incorrecto. No me interesan ahora los más o menos claros anacolutos ni otras evidentes transgresiones de la norma, terreno en el que hay zonas dudosas y fronterizas. Tampoco aquellos esquemas, bastantes de ellos con larga tradición escrita, que han acabado por extenderse e incluso imponerse en las más diversas situaciones comunicativas, no todas propias de la inmediatez (de ahí que hayan sido objeto frecuente de estudio), como los distintos modos de resolver ciertas construcciones con relativos: (7a) Lo operó un médico que no recuerdo ahora su nombre (‘cuyo nombre no recuerdo’) (7b) Hay profesores que no se puede ni hablar con ellos (‘con los que no se puede ni hablar’) (7c) “Paz” y “libertad” son dos palabras que abusamos mucho de ellas (‘de las que abusamos mucho’).
Estoy pensando, más bien, en lo que, sin presentar irregularidad o anormalidad alguna, simplemente no ha sido explicado por los tratadistas, como la peculiar estructura escindida de (8) Aquí, lo que vamos a venir, es con unas cervecitas y unas tortillas
o el empleo del infinitivo en
Aunque reiteradamente se ha señalado que a menudo la conjunción y es empleada en enunciados entre cuyos constituyentes se establece una implicación causativa de una u otra orientación, no una mera coordinación copulativa (10) A los Erasmus nos llaman los “tocasmus”; nos pasamos to(do) el año tocándonos los c..., y aprobamos
apenas se ha reparado en que puede incluso llegar a servir, provista de un especial acento de intensidad, de cierre de enunciado o de intervención, como en ´ (11a) Tú no sirves más que para la cocina, y... Y!
o como en la siguiente réplica de la primera mujer que había alcanzado un cargo de especial responsabilidad, al comentario de su entrevistador en la radio acerca de la mayor capacidad de trabajo, en general, de las mujeres:
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(9) ¡Vaya tema, tío! Cuatro tíos, ir a conocer a una tía. Si al menos fueran cuatro tías, pues, mira... ¡Pero cuatro tíos por una tía...!
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´ (11b) Yo, lo que sí puedo decir, es, que no descanso más que en agosto... Y!
Los ejemplos podrían multiplicarse fácilmente.
5. Aun en el caso de que logremos desprendernos de tal óptica desenfocada, los obstáculos no desaparecen. Está claro que el análisis interno del sistema no puede seguir siendo único ni primordial objetivo, y que no basta con hacer profesión de fe en algún enfoque comunicativo, o limitarse a confiar en que se progresará en la medida en que lo hagan las distintas corrientes del Análisis del Discurso y se apliquen los principios contrastados de la Pragmática. Es preciso dar con las claves idiomáticas concretas que sirvan para desentrañar el sentido de unos enunciados cuya emisión cuenta con mecanismos y procedimientos contextualizadores específicos o peculiares. No me refiero sólo a los que anclan espacial y temporalmente todo intercambio cara a cara, sino también a otros que, como los prosódicos, determinan (solidariamente con los esquemas sintácticos y, casi siempre, con los recursos para- o extra-verbales) el verdadero significado intencional de lo dicho. El contorno melódico, las pausas e inflexiones melódicas, el ritmo, etc. permiten descifrar el auténtico sentido de lo que, si nos atenemos al significado literal de los términos, puede llegar a ser una mera tautología, como en
secuencia emitida con indignación en una tertulia televisiva por alguien cuya fidelidad sentimental había sido puesto en duda. O incluso una flagrante contradicción entre dos proposiciones contrarias, como en (13) Estoy cabreado... y nó estoy cabreado
Donde el hablante aborta unas expectativas que él mismo había abierto en el interlocutor. Si el lector no repone lo que la escritura no puede proporcionarle, la comprensión puede verse afectada. Precisamente porque “la carencia de sentimiento de nuestro idioma impidió a insignes filólogos alemanes [MeyerLübke, Gessner, Weigert, Spitzer y Urtel] llegar a una solución aceptable” de los problemas que plantea la significación (además del origen) de las expresiones como que y cómo que, que aparecen ya en textos medievales, se decidió Amado Alonso (en ¡1925!) a escribir un artículo en el que no duda en actualizar su adecuado contorno melódico, no muy distinto del que hoy en español tienen:
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(12) Ah!, no, yo, si estoy con una persona, estoy con una persona!,
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(14) –¿Cómo que no lo sabes? –¡Como que no lo sé!10
Los lectores actuales, habituados al estilo de ciertos subgéneros periodísticos en que el escritor, al “reproducir” o “imitar” ciertos rasgos de la oralidad coloquial, les obliga a realizar un esfuerzo adicional, no encuentran dificultad alguna para restituir la prosodia pertinente de unos textos que requieren su lectura “en voz alta” (aunque se haga silenciosa) y así interpretar el sentido, frecuentemente irónico, como puede comprobarse en los siguientes ejemplos, extraídos de columnas publicadas en el diario “El País” por Elvira Lindo:
Y en cuanto a la literatura, aunque pueden encontrarse precedentes en todo momento11, como El Corbacho, La lozana andaluza o el Viaje a Turquía, considero que sólo cabe hablar de verdadera mímesis de la oralidad coloquial en la época moderna, y especialmente en la narrativa de la postguerra, en que autores como Rafael Sánchez Ferlosio han sabido explorar las posibilidades de una máxima aproximación al habla cotidiana. En Irse de casa (1998), de Carmen Martín Gaite, conversan unos jóvenes aspirantes a escritores sobre las llamadas “escuelas de letras”: (18) –Pero después te ayudan a colocar el libro y esas cosas –Ya, te van a ayudar. Por aquí. Ellos cobran y punto
10. Cf. Narbona (1996c). Tampoco sería distinto al de ¡¿Cómo has podido hacerme esto?! el que correspondería a este otro caso de la Primera Crónica General alfonsí: Eneas, yo se que as puesto dirte en todas guisas e numqua tornar aca; ¿cuemo pued esta cosa seer que tu te uayas e dexes a Dido mezquina y en duelo y en cuydado por siempre?, a propósito del cual comenta Rafael Cano (en un trabajo en el que, al publicarse en 1995-96, ha prescindido de la observación) que no se trata de una pregunta (desde luego de retórica tiene poco), sino de una exclamación con que Dido manifiesta su asombro, incredulidad y reproche ante el comportamiento de Eneas. 11. Narbona 2003a [Capítulo 6 de este volumen].
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(15) Llegamos al banco y le digo que no aparque y que me espere en el coche, y dice que no, que yo entro. Nada, hijo, pues entra; anda que el capricho. (16) ¿Y qué serán para Ana Botella “prácticas contra natura”? Porque, claro, te pones a pensar... y acabas pensando unas cosas... (17) Todo esto viene a cuento porque me ha escrito un individuo que dice que es admirador (ja, ja, admirador). Se pasa la mitad de la carta diciéndome que me admira (sí, sí, que me admira) y la otra mitad haciéndome crítica constructiva. Pero, tío atravesao ¿no me admirabas tanto? Pues admírame ciegamente, tío.
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Sólo las oportunas inflexiones melódicas, las correspondientes pausas y los gestos (fácilmente imaginables por el lector) proporcionan sentido a la segunda intervención. No se trata, desde luego, de un trasvase o calco del registro de la conversación real, lo que tendría escasa o nula eficacia literaria, sino de una hábil manipulación controlada. Porque el progresivo acercamiento a lo coloquial que hoy se advierte en ciertos textos, literarios o no, es fruto de una notable labor de criba por parte del escritor, quien intenta que su intervención pase desapercibida al máximo, para lo cual ha de saber dosificar la oralización de la escritura, sin llegar a tensar en exceso la capacidad recuperadora y vivificadora del lector.
(20) [en] Sevilla, muchas veces, no sabe una qué ropa ponerse. Por las mañanas, mucho frío; a mediodía, un calor que te c... (21) No sé a quién se le ha ocurrido poner estas aceras. Muy bonitas. Pero... una señora con un carrito... va dando botes. Una persona mayor... tropieza, y casi se cae. Llueve... se encharcan. Total, un desastre. (22) ¿Ahora llegas?! Pues ya estamos terminando. Como no venías ni habías dicho nada...
Con razón advierte Ángel López García que “describir oraciones que, como el niño come manzanas, podrían decirse, pero no se dicen, es reducir la gramática a la conciencia metalingüística de un hablante ideal”, lo que “resulta empobrecedor por doble motivo: porque la idealización no sólo afecta a la ciencia, sino que se hace extensiva a la conciencia de los usuarios, pero, sobre todo, porque es una idealidad reduccionista en cuanto que sólo se refiere al hablante como emisor” (1994a: 34).
12. Cf. Catalina Fuentes (2000), Luis Cortés (2002b), [Grupo] Val.Es.Co. (2003), Antonio Hidalgo (2003), etc.
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6. El relevante papel de los recursos prosódicos resulta decisivo igualmente en la determinación de las unidades operativas, “terreno movedizo” (Cortés Rodríguez / Camacho 2005: 35) en el que aún hay más discrepancias que coincidencias12. Para Claire Blanche-Benveniste la unidad central de la macro-syntaxe, término con que prefiere designar el nivel de organización de la lengua hablada, no puede ser la oración, sino la que propone llamar noyau, que está “dotée [dans un énoncé] d’une autonomie intonative et sémantique”, por ese orden, pues “l’analyse de l’intonation rend compte en partie des effets de regroupements que la syntaxe ne prend pas en charge” (1997: 112-113). Que no hablamos con o por oraciones es fácil de comprobar:
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No son pocos los esquemas constructivos que, al no ajustarse al esquema oracional, no encuentran una explicación convincente. Así, por ejemplo, sucede con el frecuente empleo en el habla de muy variados enunciados encabezados por que no dependientes de verbo explícito, muchos de ellos ni siquiera precedidos de expresión alguna que pueda considerarse inductora: (23a) –¿Sabes algo de Juan? –Creo que se ha casado –¿Que se ha casado?! Si no le gustaban las mujeres! –No, con un hombre (23b) Menos mal que has venido! (23c) Por cierto, que hoy me ha pasado una cosa muy curiosa (23d) Que sí, hombre, que voy a ir (23e) ¡Que me sueltes! (‘que me dejes en paz’)
Tampoco resulta difícil constatar que, para la comprensión de muchos enunciados que sí responden a tal estructura oracional, es preciso contar con el proceso de enunciación subyacente, algo que también puede comprobarse a lo largo de nuestra literatura, especialmente en los diálogos:
Pero no basta con aspirar a una gramática supra-oracional. Aplicar una óptica macrosintáctica no debe traducirse en una caracterización de las marcadas diferencias de la técnica constructiva dominante en las actuaciones prototípicamente coloquiales –orales o escritas– respecto de la propia de la distancia comunicativa. Ello sólo conduce a considerarla escasamente elaborada, suelta, quebrada o parcelada13, y a destacar su tendencia al centrifuguismo14. La transformación –por fuerza, algo libre– de cualquiera de los ejemplos anteriores en una estructura centrípeta (“Nadie debería haber tomado la decisión de colocar estas aceras, que, si bien no son feas, resultan desastrosas, pues entorpecen el tránsito de las señoras que empujan un carrito, pueden hacer tropezar, e incluso caer, a las personas mayores, y, además, se encharcan 13. Una parcelación que puede llegar a afectar incluso a unidades morfológicas, como se observa en la quiebra de la perífrasis estar+gerundio en la siguiente reconvención exclamativointerrogativa: ¡¿Qué estabas?! ¿bebiendo agua del pozo? 14. “Los elementos de la frase –escribe Manuel Seco (1973: 366)– tienden a flotar separados unos de otros, ajenos a una estructura orgánica, liberados de un centro magnético que los engarce en una oración unitaria”.
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(24) –Mal cristiano eres, Sancho [...] ¿Qué pie sacaste cojo, qué costilla quebrada, qué cabeza rota, para que no se te olvide aquella burla? [se refiere don Quijote al manteo sufrido por el escudero] (Quijote, I, XXI) (25) –Para estar tan herido este mancebo, mucho habla (Quijote, II, XXI).
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cada vez que llueve”) sirve para constatar las muy diferentes estrategias que los hablantes ponemos en práctica en función de la situación comunicativa, pero no para saber por qué es posible, y preferida, en la conversación coloquial una andadura sintáctica que continuamente escapa al control estructural predicativo. El modo de producción de enunciados, al permitir la rectificación y la constante vuelta atrás, explica que sean frecuentes (aunque en grado diverso en cada caso) los incisos, las estructuras iniciadas que no se cierran (sin que necesariamente estén “inacabadas”), los cambios y retoques sobre la marcha... El hecho de que “la lengua hablada deje ver las etapas de su confección”, esto es, las sucesivas elecciones paradigmáticas que el hablante lleva a cabo hasta dar con la que considera más relevante, es, según Claire Blanche Benveniste (1998: 41 y ss.), su primera “característica esencial”. Esto, que resulta patente en la conversación espontánea auténtica: (26) ¿Tú te acuerdas de uno que tenía un bar, bueno, un bar, no, un chiringuito, ni siquiera eso, un quiosquillo de mala muerte, en la playa? Pues lo veo el otro día conduciendo un BMW, no, un Mercedes, bueno, un cochazo de esos...
pero que ha de plasmarse debidamente filtrado en la literatura moderna
refleja un claro control de tipo pragmático, con el que se logra que la interacción esté casi siempre muy por encima de la mera transmisión de información, muchas veces reducida al mínimo. No puede extrañar nada de lo aquí dicho en un tipo de comunicación marcada –con independencia de los asuntos de que se hable– por la colaboración negociada, a menudo tensa, de los participantes. Conversar es con frecuencia intentar persuadir, tratar de imponer los presupuestos propios y modificar los ajenos, ceder estratégicamente terreno, saber aprovechar el espacio (también las “debilidades”) que el interlocutor deja libre, etc., por lo que no cabe esperar que los procedimientos constructivos de que se vale sean sencillos de explicar, sino problemáticos.
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(27) Yo, lo que no entiendo, la verdad, Manuela, y papá tampoco, bueno, no lo entendemos ninguno, es por qué no te vienes de una vez con nosotros, pensamos quedarnos hasta mediados de septiembre... (C. Martín Gaite, Irse de casa)
II HACIA UNA SINTAXIS DISCURSIVA DE LAS ACTUACIONES CONVERSACIONALES S D
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6. LOS DATOS ORALES Y LAS GRAMÁTICAS
1. Suele afirmarse que el saber gramatical se ha ido elaborando sobre la base de la escritura y que es escasa o nula la atención a la técnica constructiva dominante en las actuaciones idiomáticas orales, en especial en el coloquio conversacional (Narbona 1993c). Al anotar la Gramática de A. Bello, afirma R. J. Cuervo (1981), a propósito de ciertos usos de preposiciones ante formas pronominales de sujeto, que no le disuena una secuencia como ante Marcelo y yo, leída en un eximio escritor mexicano (Narbona 1983a, 1989). Es lógico que no le sonara raro algo que se oye habitualmente (hoy vamos a jugar tú y tu hermano contra mamá y yo), sobre todo si, como se ve, incluso pasa a la escritura1. Pero no podemos conformarnos con hacer notar que hay construcciones que disuenan o extrañan cuando se oyen (o se ven escritas) y otras que no, o no mucho. Nadie cuestiona que la lingüística, y muy en especial la gramática, ha de basarse en datos fehacientemente comprobados. No es fácil determinar (todo depende de los objetivos que se persigan) qué peso ha de asignarse a los extraídos de corpus (han de precisarse siempre sus características y representación) y a los acuñados por el propio lingüista. El equilibrio en la utilización de fuentes diversas parece un ideal inalcanzable. Los modelos formales encuentran ventajas en el recurso a la introspección, ya que los datos negativos o agramaticales permiten contrastar la validez de las teorías que tratan de comprender la facultad del lenguaje, es decir, la capacidad lingüística humana entendida como un sistema cognitivo de carácter innato (Anula 2000);
* [“Oralidad: los datos y las gramáticas”, en J. Jesús de Bustos Tovar (coord.): Textualización y oralidad, Madrid: Visor, 2003, 13-25]. 1. Otra cosa es dar con la explicación. Como señala Camacho (1999), que no encuentra ejemplos del pasado más que con entre (Tirso: Entre mí y la reina viuda; Castillejo: Entre vos, señora, y mí; Lope: Entre Fortunio y yo; Calderón: Entre ella y yo), no es fácil saber por qué resulta aceptable Para él y yo, y no *A mi y ti nos buscan.
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pero tal decisión puede llevar a desentenderse de hechos cuya ocurrencia real y efectiva está ampliamente comprobada. Ese riesgo es, o debería ser, en principio, menor en los estudios funcionalistas, pero tampoco han sabido resolver satisfactoriamente cómo hacer uso adecuado de unos y otros datos. Lo cierto es que son muchos los datos auténticos no descritos –a veces ni siquiera registrados– en los tratados y monografías gramaticales de uno u otro signo, o que, a lo sumo, se consideran más o menos marginales a lo que se juzga centro. Ello supone que se ha desplazado hacia la “periferia” lo que es inherente y consustancial al uso de las lenguas: su variación y la coexistencia de variedades. Casi puede decirse que el problema de la sintaxis (o, al menos, el origen de bastantes de sus problemas) reside en no plantearse cómo vive una lengua en (no con) sus variedades. 2. En efecto, más que en ninguna otra disciplina lingüística, en la sintaxis descriptiva se ha producido un notable y progresivo distanciamiento entre la realidad y la teoría. Se sorprende D. Willems (1998) de que nadie se haya ocupado de escribir “une histoire des données linguistiques, parallèle à l’histoire des théories”. Aparte de que la historia resultante no será paralela, sino la misma, pienso que si no se ha considerado necesario trazarla, es quizás porque la preocupación prioritaria no era, por sorprendente que pueda parecer, comprobar la correspondencia de la descripción a los hechos descritos. Hasta no hace mucho, los datos modélicos dignos de estudio no se discutían, estaban claros para los gramáticos. Cuando las actuaciones lingüísticas orales han dejado de ser efímeras, gracias a los procedimientos de grabación, ha empezado a removerse el quehacer de los lingüistas. No es sólo que se hayan ampliado las fuentes, sino que se ha sentido la necesidad de medir la frecuencia con que se emplea cada fenómeno en las distintas modalidades de uso, las circunstancias y factores co(n)textuales que pueden ayudarnos a entender las divergencias a la hora de servirse de unos hechos y otros, e incluso a qué se debe que no se den algunos previstos por el sistema. Ninguno de los modelos explicativos ha logrado de forma convincente delimitar el objeto de análisis, algo vinculado, como es bien conocido, al modo de abordarlo. La idea de aislar los elementos sistematizables y susceptibles de formalización ha presidido la labor a lo largo de casi todo el siglo XX, sin importar demasiado que se resintiera la adecuación entre la descripción y bastante de lo que, en principio, debería describirse. De posición extrema en este sentido puede considerarse la de los que rechazan cualquier corpus como punto de partida y centran su atención en el saber lingüístico interiorizado de un hipotético hablante-oyente ideal(izado). Pero tampoco satisface la de aquellos que, al menos teóricamente, lo aceptan. En todos los casos
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–aunque no en igual medida– los datos son seleccionados casi siempre en función de la teoría por quienes, además, pueden manipularlos a su antojo, deciden su interpretación semántica y establecen sus presuntas equivalencias, sin apenas peligro de que todo ello sea sometido a verificación externa alguna, salvo por los que aducen contraejemplos, que, a su vez, no actúan de manera muy diferente. La necesidad de resolver la tensión permanente entre lo individual y lo social ha llevado en los últimos decenios a un nuevo descenso a los datos auténticos, y a procurar precisar de qué son realmente representativos. Se entiende así, por ejemplo, el gran desarrollo y auge que está alcanzando la impropiamente denominada lingüística de(l) corpus, tendencia o corriente que reconoce la prioridad de la observación en la actividad analítica y sintética del proceder científico y que constituye por lo tanto, en cierta medida, una revisión de la lingüística descriptiva, que ha de tener carácter predictivo, esto es, capacidad de proyectar la descripción también en lo no observado (Caravedo 1999). Lo más importante de esta nueva manera de encararse con los hechos lingüísticos, que se plasma en muy diversas vías de acercamiento a la comunicación verbal, y con la que se pretende dar cuenta –si es posible, exhaustivamente– de la heterogeneidad de la realidad idiomática, es que no permite seguir prescindiendo de la variación ni de las variedades de uso de las lenguas. Se está pasando, pues, de una visión autónoma, interna e inmanentista, basada en una concepción estructuralmente homogénea de la lengua, a otra, mucho más amplia y abarcadora, en la que las presuntas variantes se contemplan como tipos en pie de igualdad, pues nada parece justificar la consideración de una de ellas en particular como lógicamente anterior2 o, mucho menos, superior a las demás.
3. Ahora bien, tal cambio tropieza pronto con obstáculos difícilmente superables en el terreno de la sintaxis. Al no ser casi nunca monovalente ni estable la relación entre expresiones y contenidos, enfrentarse con las diversas clases de variación y de variedades sintácticas constituye un empeño de “alto riesgo” científico, pues obliga a desbordar los límites y limitaciones que los gramáticos se habían autoimpuesto. Volver sobre la conexión entre lo invariante y lo variante, cuando ya se creía “resuelta” y zanjada la cuestión (apostando, naturalmente, por la prioridad y esencialidad de los aspectos tenidos 2. No digo históricamente, pues no conduciría a nada –especialmente en algunos niveles de análisis, como el fónico– desentenderse de la precedencia histórica conocida de unas formas respecto de otras.
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por constantes), supone, además de un cambio radical acerca del papel de la lingüística –y de las ciencias sociales en general–, remover bastantes de los postulados básicos de la disciplina. La primera de las dificultades es el establecimiento de las variantes sintácticas, su identificación y delimitación. La cuantificación de tipos constructivos y la proyección sobre ellos de algún modelo probabilístico fiable no cuenta con ninguna propuesta concluyente, entre otras razones, por su gran dependencia contextual. No hay fundamento objetivo para representarse una determinada dirección del movimiento ni las interrelaciones dinámicas entre ellas, por lo que cualquier decisión que se adopte resultará discutible. De ahí que se imponga cada vez con más fuerza la consideración de todas como soluciones que, lejos de tener un eje de referencia único y fijo, han de verse vinculadas a alguna o algunas de las modalidades en que se integran, entrecruzándose, las diferencias diatópicas, diastráticas y diafásicas. Tales modalidades se ubicarían en una especie de escala ideal, gradual y pluriparamétrica, un continuum siempre dominado por el principio de la relatividad y por el tránsito permeable en una y otra orientación (Oesterreicher 2000). De esta concepción deriva, entre otras consecuencias, la necesidad de superar el carácter exclusivamente dicotómico de la oposición entre oralidad y escritura(lidad). Desde luego, no se puede seguir hablando de una lengua hablada y otra escrita, y, menos, continuar basando la separación entre ellas sólo en la utilización del canal fónico-auditivo y del visual (gráfico), respectivamente. Y, por supuesto, debe erradicarse la idea de que ciertas actuaciones habladas han de verse, sin más, como deficitarias (en cualquiera de las acepciones del término).
4. En la práctica, la aplicación de tal enfoque es, por lo que concierne a la sintaxis, extraordinariamente difícil. Entre otras muchas razones, porque requiere pasar del “cómodo” examen de esquemas oracionales –o de sus constituyentes– aislados (a menudo, acuñados ad hoc) y descontextualizados, a la observación y análisis de discursos reales, del conjunto de los enunciados –oracionales o no– que los integran, sin olvidarse nunca de sus agentes, circunstancias y condicionamientos. La extensión de las preocupaciones de los gramáticos hacia hechos antes inexplorados no consigue liberarse de la óptica que supone una jerarquización previa. No hace mucho, J. A. Martínez (1994) reunió en un libro media docena de estudios (publicados entre 1977 y 1990) sobre muy dispares cuestiones que han sido marginadas, según él, “por considerarse detalles sin mayor importancia”: el empleo de entre, hasta y según ante sujeto (entre todos la mataron, entre tú y yo copiaremos los apuntes); construcciones del tipo era
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ella la que le había pedido que no viniera o por donde vamos ahora es por donde solía pasear mi padre (que denomina ecuacionales); expresiones como horas después, meses antes, cuesta arriba, camino de Madrid y otras similares; ciertos esquemas comparativos y consecutivos que se resisten al análisis canónico; varias clases de construcciones apositivas; y términos o frases (adjetivos, relativas, sustantivos, construcciones absolutas o “semi-absolutas”, adverbios y frases adverbiales) que tienen que ver con la llamada función incidental (ya rey, don Juan Carlos defendió la Constitución; ya salido el sol, emprendieron el viaje; con visones y todo, esa tipa es muy vulgar; etc.). Pues bien, el hecho de que, incluso para lo que es de empleo abundante en el coloquio3, extraiga muchos de los ejemplos de obras literarias (de escritores modernos, peninsulares e hispanoamericanos) revela, en mi opinión, que sigue actuando la conciencia de que la escritura debe respaldar y legitimar su descripción. Quizás eso ayude a comprender también que, por ejemplo, al examinar entre tú y yo, no haga alusión alguna a usos como contra tú y yo, a lo que me he referido antes; o que, pese al extenso preámbulo con que introduce el análisis de las construcciones ecuacionales, en el que alude al dinamismo del habla (frente al conservadurismo de la escritura), a la relatividad de las “normas” y a los márgenes flexibles de la corrección, acabe desentendiéndose de sus propias observaciones y juzgue equivalentes Por eso es por lo que dimitió y Por eso dimitió (salvo la ausencia de énfasis en el segundo caso). ¿Puede defenderse una equivalencia similar entre, por ejemplo, Aquí, lo que hay que venir, es con una neverita llena de cervezas y unas tortillitas (dicho por alguien que proponía repetir, pero ya bien provistos de bebidas frescas y alimentos, una excursión placentera) o Aquí, lo que sí vamos a venir es a comprar los sillones de mimbre, y sus respectivas soluciones “no enfáticas” (Hay que venir aquí con una neverita..., Vamos a venir aquí a comprar los sillones de mimbre), o la derivación de las primeras respecto de las segundas? Obviamente, no. El lingüista, que es quien, mediatizado por una especie de deformación jerárquica (Simone 1997b), decide el status de invariante o el carácter marcado de las diversas formas, acaba erigiéndose en representante de los hablantes, perdiendo de vista que muchos de ellos ni siquiera pueden tener (o simplemente no tienen) conciencia de estar sirviéndose de una de las presuntas variantes. No quiero decir que arbitrariamente decidan la frontera entre lo prioritario y lo secundario, pues se ve apoyada a menudo por criterios históricos, de tradición, 3. Cuando se trata de lo contrario, como a propósito del adjetivo incidental (El espejo, roto, multiplicó su imagen), sí cree pertinente advertir que su uso “conlleva la marca de un estilo y tono nada coloquial, sino culto, solemne y, cuando se practica extemporáneamente, incluso pedante”.
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normativos, etc., sino que no siempre coincide el saber lingüístico del usuario, de cualquier usuario, con la idea que se forma el estudioso. Aunque no cabe dudar de la legitimidad de tal proceder, bastante de lo que se describe forma parte exclusiva o preferentemente del conocimiento que de la lengua tienen ciertos hablantes en tanto que plenamente partícipes de la cultura escrita. En todo caso, de los fenómenos que se califican de variantes, debería señalarse de qué lo son. E incluso habría que replantearse el problema de la corrección misma. Piénsese en que muchas de las interpretaciones del que llamado débil (o universal), que aparece, por ejemplo, en
están condicionadas por el prejuicio de su no normatividad, a pesar de que, como se sabe, es algo atestiguado en diferentes lenguas románicas prácticamente desde los orígenes y de que en bastantes registros, incluidos algunos escritos o formales, prácticamente apenas se usan las soluciones tenidas por “correctas” (ninguno de los cuales, cuyo, en el que, respectivamente). De modo parecido, pero sin cuestionarse su corrección, al tildarse de escindida una estructura como esas son las películas que a mí me gustan, igualmente tenida a menudo por equivalente de esas películas me gustan, se ignoran las claras diferencias que entre una y otra solución hay, la preferencia por una u otra según los géneros o subgéneros discursivos, así como la distinta intención comunicativa que con cada una se persigue. Otro tanto cabe decir a propósito de la disposición secuencial del tipo las cervezas, las compraré yo (atestiguada, por cierto, ya en el Cantar del Cid: a mis fijas bien las casaré yo), que se acostumbra a calificar de dislocada, lo que presupone que hay otro orden en el que nada se ha violentado ni sacado de su lugar y que, por ello, ha de servir siempre de referencia. En realidad, buena parte de la sintaxis histórica debería ser reescrita si los datos se interpretan a la luz de los géneros y tradiciones discursivas a que pertenecen los textos en que aparecen (Iglesias Recuero 2000b). 5. En definitiva, si cierto es, como he dicho, que resulta difícil proyectar en la sintaxis el principio de la relatividad de la variación y que describir las variedades sintácticas como insertas en un continuum es tarea casi inviable, no lo es menos que desentenderse totalmente de las precauciones teóricometodológicas a que ello obliga ha llevado ya a una situación calificada por algunos de bloqueo y de asfixia.
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–enfrente tienen ustedes tres volcanes que ninguno de ellos está activo –no mires nunca a una mujer que el marido sea celoso –vamos a construir un pantano que va a caber en él el agua que necesita Sevilla para dos años etc.
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La común aspiración de los tratadistas a una generalización máxima y a centrarse en el modo de servirse de la lengua de los hablantes cultos, no se cumple porque, en realidad, no describen cómo hablan los tenidos por tales; la técnica constructiva que ponen en práctica las personas instruidas al hablar –que incurren también en errores e incorrecciones cuando se expresan espontáneamente– no se ve reflejada más que de forma indirecta y muy sesgada. No sorprenden, por ello, las discrepancias, incoherencias y contradicciones entre los gramáticos. En la Gramática descriptiva de la lengua española coordinada por I. Bosque y V. Demonte (1999), en la que “los autores no fueron constreñidos sobre las fuentes de datos que debían manejar”, las opciones –legítimas todas– no han podido ser más dispares, desde la de quienes se han basado exclusiva o preferentemente en la introspección, en obras literarias o en textos periodísticos, hasta la de aquellos que recurren de manera indiscriminada a todo tipo de datos. No hace falta insistir en que la desco(n)textualización, común a todas, puede llegar a desvirtuar en mayor o menor medida la labor analítica, sobre todo cuando se trata de unidades complejas y, como tales, más dependientes del co(n)texto. No parece procedente, por ejemplo, que todos los ejemplos utilizados en el capítulo 56, que se ocupa de la subordinación causal y final4, o, con mayor razón, en el 64, que trata de las funciones informativas conocidas como tema y foco, hayan sido forjados por los propios colaboradores5. Sobre todo, si se tiene en cuenta que, como veremos, para entender estas últimas es imprescindible no perder de vista que son las categorías entonativas las que organizan y jerarquizan los contenidos de los enunciados y –solidariamente con los esquemas sintácticos– determinan su sentido. La cuestión es de muy difícil solución6, pues ni siquiera la combinación de los dos procedimientos más utilizados (acuñar los ejemplos, sin más, y
4. De hasta qué punto son complejas las relaciones y funciones sintácticas da idea el hecho de que casi al mismo tiempo que este extenso capítulo escrito por Carmen Galán (1999) vieron la luz diversos trabajos centrados sólo en las causales, como los de Herrero Ruiz de Loizaga (1998), Mosteiro (1999), Gutiérrez Ordóñez (2000), etc. Reconoce este último que su aportación (de más de un centenar de páginas) a lo que es “uno de los temas más abordados por los lingüistas” es de carácter “limitado y provisional”, ya que ni siquiera entra en las dimensiones morfemática y semántica de la cuestión, esto es, en los valores de las conjunciones. 5. Lo cual obliga, especialmente en el segundo caso (Zubizarreta 1999), a idear al mismo tiempo los contextos en que supuestamente podrían darse, así como a hacer matizaciones dentro de tales posibilidades. El ejemplo En cuanto al hermano, parece que los padres hablan de él todo el tiempo –que considera propio de la lengua oral– queda referido al contexto “Discusión sobre la relación distante entre Juan y sus padres” (§ 64.2.1). 6. Bastantes de las críticas a la Grande grammatica italiana di consultazione (Renzi 1988-1995), uno de los modelos en que se ha inspirado la Gramática descriptiva de la lengua española (1999), se han centrado precisamente en la dificultad de identificar con claridad qué italiano se describe.
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acudir a algún corpus más o menos fiable cuando convenga) garantiza la representatividad. El gramático juega con la ventaja, también legítima, de crear aquellas secuencias que le interesan o buscar las que de antemano sabe que va a encontrar, y con la de ignorar, obviar o desentenderse de cuanto puede dificultar su tarea, algo esto último cuya licitud es, cuando menos, discutible.
6. Las carencias o debilidades que arrastra la sintaxis por haber prescindido de la variación, han aflorado con fuerza al acrecentarse el interés de los lingüistas (y no lingüistas) por las variedades orales, interés que ha de verse como una consecuencia ineludible de la propia trayectoria de una disciplina que no podía permanecer más tiempo sin atender la zona del continuum más inexplorada, la ocupada por las actuaciones idiomáticas que tienen lugar en situaciones de comunicación de máxima proximidad comunicativa y connivencia entre los participantes. El progresivo desanclaje de su marcado carácter filológico tradicional no ha dado paso, en la práctica, al menos por lo que respecta a la sintaxis, a la siempre admitida y proclamada primacía de lo oral. El acercamiento a las hablas vivas llevado a cabo por la dialectología y la sociolingüística apenas se ha detenido en los fenómenos sintácticos. Los tratadistas, desde hace pocos decenios, se están encontrando con un campo tan apasionante como borroso, y cuya organización no acaba de ser descubierta. Los intentos de explicar hechos no examinados con anterioridad desde la óptica de las categorías e instrumentos de análisis elaborados por los modelos de explicación funcionales o formales no conducen a resultados satisfactorios. Así, por ejemplo, según Sánchez López (1995), el requisito formal para que una secuencia del tipo había mucha gente en la piscina para ser lunes pueda ser interpretada concesivamente es la presencia del cuantificador (mucha). Pero, aparte de que ello no serviría para los casos en que tal elemento no aparece, habría que hacer propuestas especiales distintas para otros esquemas en que caben también paráfrasis de sentido concesivo: mi hijo, ya puede pasar hambre y que no roba; Italia me gustó muchísimo, y eso que no vi Roma; etc. Igual ocurre con otros tipos enunciativos (Cortés Parazuelos 1994). Muchas veces se termina por desviar determinados fenómenos hacia la difusa zona de los márgenes o bordes del supuesto centro. Pero parece claro, por ejemplo, que la réplica, como la desaprobación o el rechazo, al igual que la contraposición o el contraste en ¡si tú estás delgada, yo estoy hecha un fideo!
y otros sentidos que tan a menudo se ofrecen en secuencias en que interviene si (piénsese en el explicativo de si voy a ser tu padrino, las cosas se van a hacer
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como yo digo), no se alcanzan gracias a tal elemento, ni siquiera derivan estrictamente de los enunciados en que participa, sino que se infieren del complejo proceso de enunciación que conduce a ellos allí donde pueden darse. Algunos de los escasos intentos de descubrir directamente la peculiaridad de la andadura sintáctica de la conversación coloquial no pasan de ser bosquejos generales de escasa o débil fundamentación teórica, pero otros empiezan a asentarse sobre bases pragmáticas, por más que éstas se encuentren lejos aún de consolidarse como vía fecunda de explicación.
7. Lo cierto es que la observación de datos “nuevos” o distintos está obligando a ensanchar, adaptar y a veces rectificar un traje no diseñado para ellos, ya que no basta –ni procede– con ubicarlos en el limbo de lo asistemático. Mal se puede defender que no sean susceptibles de sistematización justamente las estrategias constructivas más comunes y de más frecuente e intenso empleo del sistema lingüístico. Ha de empezarse por la recuperación (o incorporación) de aquellos procedimientos contextualizadores de los que había podido prescindir un saber gramatical que había fijado su tope en las unidades oracionales en tanto que meros esquemas abstractos y formales. La caracterización que de la sintaxis coloquial suele hacerse, al destacar la abundancia de vacilaciones, cambios de construcción o estructuras incompletas o inacabadas –aparte los errores e incorrecciones–, predominio de la parataxis, tendencia centrífuga, escasa elaboración o trabazón, etc., no es la más adecuada. Todo eso ha de examinarse desde el prisma de la consideración global del proceso comunicativo verbal, esto es, debe centrarse la atención en cuanto dota de sentido e intención comunicativa a los enunciados que configuran cada acto discursivo. Así, por ejemplo, el análisis de la explotación de los recursos prosódicos –no meramente suprasegmentales ni “superpuestos” a los semánticos y sintácticos, sino que actúan solidariamente con ellos–, nos desvela inmediatamente por qué se utilizan unos mecanismos constructivos y no otros. Se comprenden los esfuerzos por alcanzar una descripción explícita, una verdadera gramática, de la entonación7, pues, sin ello, no se podría explicar que en la conversación espontánea (que, no se olvide, se construye conjuntamente y en colaboración
7. La situación para el español no es comparable a la que ofrecen otros idiomas. El francés cuenta ya con obras como la de Rossi (1999), cuyas dos partes centrales tratan de la Grammaire de l’intonation pragmatique y de la Grammaire de l’intonation syntaxique, por ese orden. La de Morel/Danon-Boileau (1998), cuyo título (Grammaire de l’intonation) califican aún de polémico los propios autores, se abre poniendo de relieve la gran distancia “De l’oral à l’écrit” (Introduction: 7).
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por los participantes) afloren continuos vestigios del proceso de producción de los enunciados, incluso de las elecciones paradigmáticas sucesivas que con frecuencia llevan a cabo los hablantes hasta dar, por aproximación, con la forma más acorde con sus propósitos (Blanche-Benveniste 1998). En la conversación continuamente se dejan ver las etapas o fases de la elaboración de los enunciados: ¿Tú te acuerdas de uno que tenía un bar... bueno, un bar, no, un chiringuito... ni siquiera eso, un quiosquillo de mala muerte, que se ponía en verano en la playa? Pues me lo encuentro el otro día con un cochazo, un BMW, no, un Volvo de esos grandes, y me dice...8.
Es más, la acción de tales recursos contextualizadores puede llegar a contradecir (o dejar en suspenso, si se prefiere) incluso alguna regla o constricción morfológica o constitucional, como, por ejemplo, la momentánea escisión, que no desvinculación, de los verbos auxiliar y auxiliado en ciertas perífrasis:
secuencia que no tiene carácter interrogativo alguno, pues se trata una reprobación (atenuada) a alguien cogido in fraganti. Con la parcelación entonativa se logra destacar el núcleo predicativo, haciendo del primer segmento melódico un mero trampolín preparador. Hasta tal punto llega el papel privilegiado que se concede a la entonación como mecanismo configurador y jerarquizador del enunciado, que se renuncia a seguir haciendo de la oración la unidad básica de referencia. En su lugar, se recurre a otra u otras, como la denominada noyau por Blanche-Benveniste (1997), definida por su autonomía entonativa y semántica, por ese orden, y cuyo marco, por sobrepasar el ámbito de la sintaxis tal como se suele concebir, sería el de la macrosintaxis. Los esquemas aparentemente incompletos o inacabados, las rupturas de otros y las vacilaciones han de verse como estrategias discursivas, cuya finalidad es lo que importa descubrir. En otro lugar (Narbona 2001b) he intentado hacer ver que autores como Carmen Martín
8. No hace falta decir que tales huellas no aparecen en los ejemplos de los gramáticos. En realidad, sólo cuando se ha producido en la literatura la mímesis de lo oral o escritura del habla la lengua coloquial ha empezado a recibir atención. Conviene advertir, sin embargo, que esta vía de acceso indirecta al diálogo conversacional no puede perder de vista que un texto escrito no “reproduce” nunca sus mecanismos constructivos. El grado más elevado de fidelidad se da cuando un autor acierta a imitar la técnica dominante, de modo que no se note mucho la eliminación de todo lo que entorpecería la lectura, y que acabaría por provocar rechazo en el lector (Narbona 2001b y 2002a).
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Pero ¿qué estabas? / ¿bebiendo agua del pozo?
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Gaite dejan en manos de los lectores la actualización entonativa de muchos enunciados. Así, en la réplica ¿Quejarse? Todo lo contrario. Si es lo que yo te digo, que se las daba de princesa, ¡unas ínfulas!
la parcelación sintáctica –la tendencia centrífuga a la que se refiere M. Seco (1973), esto es, la carencia de un centro magnético que organice las partes en una estructura oracional orgánica (como la que podría reflejar ‘No sólo no se quejaba, sino que se daba ínfulas de princesa’)–, lejos de restar trabazón al fluir discursivo, fortalece la cohesión de los segmentos que se suceden. 8. No estamos, pues, ante un tipo de control estructural inferior o deficiente, sino sencillamente diferente. En una secuencia como Italia me gustó muchísimo / y eso que no vi Roma, la utilización de un recurso tenido por paratáctico –“en lugar de” alguno de subordinación más “elaborado”, como “Aunque no llegué a ver Roma, me gustó mucho Italia”– obedece simplemente a una particular manera de organizar jerárquicamente los contenidos transmitidos (que no coinciden con los proposicionales), en la que la secuencia introducida por y, tras pausa, no se “suma” ni se “coordina” a la que le precede. Pero en ello tiene mucho que ver, insisto, el contorno entonativo de los dos miembros separados por una pausa. Con razón se empieza a abandonar la pretensión de descubrir el funcionamiento y el valor de la conjunción copulativa sobre la base del examen exclusivo de su comportamiento sintáctico, y se presta más atención a su estatuto macrosintáctico (Bilger 1998), en el que las categorías prosódicas, como se ha dicho, desempeñan un papel crucial. Está claro que, de no ser así, mal podrá entenderse la pertinencia de la segunda parte de la respuesta que, tras pausa marcada, aparece en –¿Qué ha hecho el Atlético este domingo? –Ha perdido / y con el colista!
donde y, una vez más, contribuye a convertir en nuclear lo que sintácticamente se vería como un mero circunstancial. Para que ello sea posible, con efectos de sentido no siempre previsibles, compárese con lo que sucede en –esta letra debe cantarse muy rápida, y siempre con cara sonriente, –los jóvenes de hoy lo tienen todo, y se quejan, –tenía un pelo precioso.../ y hay que ver cómo lo tiene ahora!
es clave la capacidad de proyección del significado del verbo y del valor de sus tiempos, una de las muchas cuestiones en que aquí no puedo entrar.
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9. El propósito de estas reflexiones ha sido muy limitado. La historia de las teorías gramaticales –las lingüísticas, en general– se ha trazado como una historia unilateral en la que los datos han sido siempre seleccionados por quienes las han ido proponiendo. De estar claros (para los tratadistas) los que han de servir de base para la descripción, por ser presuntamente homogéneos e indiscutibles, se ha llegado a una situación en que enfrentarse a la variedad y heterogeneidad resulta ineludible, por lo que se discute incluso la jerarquización, si la hay, que ha de presidir la contemplación del conjunto. No cabe duda de que todo esto está alterando notablemente la labor del gramático, que puede seguir jugando a no enterarse, pero que haría mejor lanzándose a la búsqueda de nuevas armas y vías explicativas, cueste lo que cueste la decisión “teóricamente”.
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7. PARA UNA SINTAXIS DEL ESPAÑOL COLOQUIAL
[2000]* Interés por la conversación coloquial
Desde hace unos decenios, se viene prestando una gran atención –y no sólo por parte de los lingüistas– a la modalidad (o modalidades) de uso de la lengua que se pone en práctica en la conversación espontánea, calificada, entre otras formas, de coloquial. No es que antes fuera ignorada, pero sí que, por más chocante que ello resulte, no se consideraba tema preferente de estudio. Tal cambio de actitud, de objetivos y de punto de vista (por lo tanto, también de objeto) constituye una manifestación más de la inflexión que se está produciendo en la lingüística. No acaban de resolverse, sin embargo, las incoherencias y contradicciones que derivan de no proyectar plenamente en el terreno operativo y práctico la obviedad de que hablar conversacionalmente es la actividad lingüística primera y primaria (obviamente muy anterior a la de escribir), y que es de los discursos producidos por los hablantes de donde han de extraer los lingüistas el sistema o código de la lengua. Tal interés, creciente, no puede verse como una mera prolongación de la preocupación de la dialectología por las hablas vivas, entre otras razones, porque los dialectólogos no se habían ocupado –no podían, en realidad, hacer otra cosa– más que de las variedades de pronunciación y léxicas. Analizar también de modo riguroso y sistemático la técnica constructiva libre del discurso conversacional era tarea difícil de llevar a cabo, y no sólo cuando no se contaba con procedimientos de grabación magnética que hicieran posible su fijación en un soporte manipulable, por más que se califique de premagnetofónico el período en que era cierto eso de que las palabras vuelan (porque se las lleva el viento). Tal circunstancia, que no pasa de ser una condición, no
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1.
* [“Sintaxis coloquial”, en Manuel Alvar (dir.): Introducción a la Lingüística española, Cap 26, Barcelona: Ariel, 2000, 463-476].
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hubiera desencadenado el importante giro que se está produciendo –se ha producido ya– en los estudios gramaticales, de no estar abonado el terreno en el seno de la propia disciplina y de no haberse visto arropados sus cultivadores por los avances que, desde otras perspectivas más abarcadoras, se estaban dando en la comprensión de la comunicación. El desarrollo de la conciencia metalingüística que permite reflexionar sobre la estructura y el funcionamiento de la lengua ha estado vinculado al código gráfico. Y la explicitud y formalización, cada vez superiores, que ha ido consiguiendo la sintaxis en los últimos tiempos ha venido a retrasar la necesaria e ineludible ampliación del objeto de observación. En efecto, ni los modelos de explicación funcionalistas, ni, sobre todo, los que se encuadran en el paradigma científico formal (el más destacado representante del cual ha sido y es el generativismo) se propusieron como metas liberar a la gramática de su carácter filológico, pero no acercarse al habla coloquial. Al centrarse en un sistema homogéneo y abstracto, o en la competencia de un hipotético hablanteoyente ideal, estaban abocados a desentenderse, o casi, de todas las variedades idiomáticas de uso, e incluso a prescindir de la variación, inherente y consustancial a las lenguas (sólo las muertas, al dejar de hablarse, cesan de variar). El impulso para romper esta especie de cerco que los propios lingüistas se habían ido construyendo se ha visto apoyado por vías de aproximación a la comunicación humana en principio menos constreñidas por postulados formalistas, como la pragmática o el análisis del discurso. Al ocuparse prioritariamente de la lengua en funcionamiento, en uso, no podían seguir cerrando los ojos a lo que verdaderamente resulta decisivo para la interpretación de los enunciados, empezando por los usuarios (auténticos agentes del discurso) y la situación de comunicación. Se trata, en definitiva, de resolver la conocida paradoja saussureana: si el sistema gramatical de la lengua está virtualmente en el cerebro de cada individuo, su aspecto social sería susceptible de estudiarse en cualquiera de ellos, pero lo individual no puede ser observado más que en el contexto social. Y también de encarar el desentrañamiento de la comunicación en función de las condiciones de utilización de la lengua, y no sólo por referencia a su organización interna. Se explica así que la mirada se vuelva hacia la modalidad más común y de más frecuente e intenso empleo, la que de manera inmediata y patente pone al descubierto las insuficiencias y debilidades, cuando no la inadecuación, de unas explicaciones que más servían para dar cuenta de la lengua aislada por los lingüistas que para entender aquella de la que verdaderamente se sirven los hablantes. Lo conversacional se ha convertido, en opinión de algunos, en el reino de la pragmática. Es revelador que fuera precisamente en una reunión de lingüistas, sociólogos, psicólogos, etc., sobre Échanges sur la conversation (J. Cosnier, N. Gelas y C. Kerbrat-Orecchioni 1988) donde se firmara el acta de defunción del dogma inmanentista.
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2.
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La lengua coloquial
¿A qué nos referimos con los adjetivos coloquial y conversacional, y con otros (espontánea, cotidiana, familiar, popular, etc.) empleados frecuentemente como si fueran sinónimos, o casi, cuando se aplican a los sustantivos lengua o habla, e incluso a lenguaje? Convendría empezar por recordar que ninguno debe ser utilizado como equivalente de hablada u oral, lo que ocurre a menudo. Y no porque el sintagma lengua hablada parezca hacer saltar la asentada dicotomía saussureana langue / parole (en español, lengua/habla), sino porque no cabe oponer, sin más, una “lengua hablada” a otra “escrita”. La escritura (o, si prefiere, la escritur[al]idad) es, obviamente, posterior y secundaria respecto del hablar, desde cualquier punto de vista (individual, histórico, social). Otra cosa es que su difusión supusiera una transformación radical de la capacidad cognitiva del hombre, al no necesitar seguir confiando casi todo a la memoria, así como de sus modos de organización social. En rigor, la oposición sólo sería procedente en las comunidades idiomáticas altamente alfabetizadas, y únicamente para los miembros de ellas que dominan el código sustitutivo escrito, justamente los ámbitos en que menos puede ser contemplada como dicotómica y radical. Sin negar que responden a aprendizajes y tipos de planificabilidad cualitativamente diferentes, la notable autonomía –nunca independencia– que ha llegado a alcanzar la lengua escrita, que incluso ha conseguido hacerse con normas en parte propias (no inamovibles, pero sí de gran fijeza), no impide que la tensión y la presión recíproca entre una y otra sean constantes1. Sostenía Juan Ramón Jiménez que se debe “escribir como se habla”, no “hablar como se escribe”. Nadie, en efecto, debe hablar como un libro en una situación de comunicación informal, si no quiere correr el riesgo de provocar el rechazo de su(s) interlocutor(es); pero tampoco se puede “escribir como se habla”, aspiración de conseguir un estilo llano y natural ya expresada hace siglos por Juan de Valdés o por el anónimo autor de la Gramática de la lengua vulgar [1559]. Es evidente que no todo lo oral es coloquial. La oralidad constituye un marco mucho más amplio, en el que se insertan, en cuanto categorías discursivas que están por establecer con claridad, tipos de actuaciones comunicativas muy diversas. Basta pensar, por ejemplo, en lo alejados que se encuentran del registro coloquial un sermón doctrinal, un discurso político, una conferencia científica, etc., por más que en todos los casos el canal o medio utilizado es el fónico-auditivo. Ello no se debe sólo, ni principalmente, a que, pese a que emisión y recepción se producen simultáneamente, al no ser activos los destinatarios o receptores no cabe hablar de diálogo. En los debates públicos, 1. Cfr. Olson/Torrance (1995) y Bustos Tovar (1995b: 9-28, 1996: 37-49, 1997: 7-24).
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las tertulias televisivas o radiofónicas más o menos planificadas, etc., que sí son actuaciones dialogadas, se advierte una creciente coloquialidad. Lo coloquial es, efectivamente, una cuestión de grados. Es la incidencia mayor o menor de un conjunto de parámetros –no todos estrictamente lingüísticos– lo que nos permite hablar del carácter más o menos coloquial de un intercambio. En la conversación típica o prototípicamente coloquial confluyen al máximo todos o una gran parte de ellos. No resulta fácil aislar y caracterizar los rasgos coloquializadores, que actúan solidariamente. Tienen que ver con los elementos básicos de la comunicación, y en especial con: a) la relación de proximidad que exista –y que puede llegar a establecerse, porque, como dinámica que es, puede verse modificada constantemente, incluso a lo largo de una misma conversación– entre los participantes, verdaderos protagonistas del discurso; b) el carácter abierto y no planificado de lo tratado; c) su influencia en el mundo afectivo de uno o varios de los intervinientes; d) el anclaje contextual y la adscripción situacional de los enunciados; e) el tono informal; f) el propósito, más práctico, interactivo y socializador que propiamente informativo; etc2. Tales factores se encuentran muy vinculados, como digo, a la complicidad que exista entre los hablantes, a la amplitud del entorno cognitivo común, al ámbito de saberes y presuposiciones compartido, así como al tipo de situación comunicativa. Puede afirmarse que, en última instancia, el carácter marcadamente coloquial de una actuación lingüística deriva del hecho de que entre quienes hablan no haya distanciamiento de ninguna clase; dicho de otro modo, que sea máxima la solidaridad, y nula o insignificante la disimetría de poder (relación de superioridad-inferioridad) entre ellos. Claro está que establecer diferencias en una escala paramétrica, donde la proximidad y el alejamiento deben medirse a veces por milímetros, y pueden, además, cambiar a cada paso (hasta las formas de tratamiento varían –del usted al tú, generalmente– a lo largo de una sola conversación), resulta más que difícil. Las cosas se complican notablemente por la heterogeneidad que se advierte en toda comunidad. La desigualdad estratificacional o sociocultural que hay entre sus miembros se traduce en un distinto dominio de los usos lingüísticos, en una diferente capacidad de controlar estructuralmente las secuencias verbales propias y de descifrar cabalmente las ajenas, en suma, en la diferente competencia idiomática y comunicativa alcanzada por cada individuo o grupo. Resulta muy difícil dilucidar en qué medida tales diferencias (a las que, además, se suman las geográficas) determinan divergencias en todos los terrenos, también en el de la sintaxis. La escasa atención a variables propiamente
2. Cfr. Koch / Oesterreicher 1985, 1990, 1994.
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sintácticas en los estudios sociolingüísticos se explica precisamente porque, a diferencia de lo que ocurre en el léxico y la pronunciación, no es fácil descubrir los principios generales a que responde la peculiaridad de los esquemas semántico-sintácticos dominantes en el coloquio. Pese a que no todos los hablantes utilizan conversacionalmente el idioma de idéntico modo, nos encontramos muy lejos de poder hacer explícitas las discrepancias. De ahí que los tratadistas no se detengan mucho en esto. La lengua coloquial, suele decirse, no pertenece a ninguna clase sociocultural. La propensión a centrar la atención en los casos en que la solidaridad y connivencia entre los participantes es total, esto es, en los usos que se califican de familiares o populares, obedece a que, al ser los más alejados de la lengua culta, o simplemente estándar (que se supone es la descrita por los gramáticos), son los que, en principio, presentan rasgos más acusados y diferenciados. No sorprende, por eso, que muchos de los tratados globales sobre el español coloquial, más que estudios rigurosos y sistemáticos de presuntas invariantes, sean, como se verá, repertorios o descripciones impresionistas de carácter estilístico de hechos que se consideran específicos o singulares. Y se explica también que a menudo ni siquiera se detengan sus autores en el listón que marca la frontera con las transgresiones de la norma o incorrecciones. De esto hablaré en seguida. 3.
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Planificabilidad, control estructural y corrección sintáctica
Como dije al principio, el coloquio conversacional responde a una clase de planificabilidad y control de índole diferente a la que se advierte en la escritura y en las actuaciones orales formales. No es difícil comprobar que esquemas constructivos habituales en los escritos no son activados –o lo son sólo cuando se dan determinadas condiciones– en la conversación usual. Así ocurre, por ejemplo, con la llamada construcción absoluta de participio (o de participio absoluto), que no se da en el habla más que cuando ciertos factores contextuales y/o pragmáticos consiguen neutralizar –o, al menos, atenuar ostensiblemente– el distanciamiento enunciativo que tal esquema implica: Tendido todo el día en el sofá, no creo yo que te vaya a salir trabajo Una vez metido en el coche, lo mismo me da ir a un sitio que a otro3.
Lo contrario, es decir, secuencias que se revelan como propias o peculiares de la lengua hablada y que no pasan a la escritura, se encuentra amplia y 3. Cfr. Narbona 1996 b: 457-469.
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extensamente constatado. Otra cosa es que todo lo aducido sea, en realidad, exclusivo del coloquio conversacional, y, sobre todo, que se interprete y explique de manera adecuada. No basta con calificar de pre-temático el infinitivo en comer, no come mucho, pero beber, no para
al que habré de referirme más adelante, del que, por cierto, se valen cada vez más los columnistas en la prensa escrita. También se comprueba que las diferencias observables en las actuaciones conversacionales de los miembros de una comunidad lingüística no necesariamente y en todos los casos están ligadas al diferente grado de dominio y competencia alcanzado por unos y otros en virtud de su respectiva instrucción idiomática. Si así fuera, no se esperaría que hablantes cultos y pertenecientes a estratos socioculturales altos incurrieran, y no esporádicamente, en vacilaciones y cambios de construcción, en repeticiones y redundancias, etc. Todo ello, así como el empleo nada infrecuente de secuencias que parecen inacabadas, incompletas, elípticas o braquilógicas, sin que falten las violaciones –reales o aparentes– de la norma, se ofrece en sus intervenciones, cuando se trata de una situación prototípicamente coloquial. He aquí un fragmento de conversación, seleccionado al azar, del corpus publicado por el grupo Val.es.co de la Universidad de Valencia. Quienes hablan son profesores universitarios: G.:§ y ahora ¿qué pasa?/ ¿que nos tienen que sacar aa- otro decreto? V.: no/ sí/ si ya está// yaaa/ prácticamente con el proyecto / ya- yaaa/ tiene que haber salido de servicios jurídicos un día de estos/// hombre/ si SALE/ en los términos que está redactao //no está mal J.: está mejor qu’el otro/ [me dijeron a mí] V.: [mejor qu’el otro]/ mejor qu’el otro/ mm- lo de amortizar fuera // se nos integra // ¿eeeh? con tod(as)- con las mismas funciones/ eso es mucho/ ¿eh? [irónicamente] / decir// ¿eh?/ con las funciones y tal // y- ¿eeeh? sin PERJUICIO/ deee// la integración al cuerpo de profesores de secundaria/ POR los procedimientos que se ESTABLEZCAN// NO por los procedimientos legales/ que eso también lo habíamos comentado alguna vez [entre risas].
Y de las encuestas de Sociolingüística andaluza (nivel culto), publicadas en 1983 por el Grupo de Investigación de idéntica denominación de la Universidad de Sevilla extraigo, también al albur, este fragmento, en el que habla una profesora universitaria de 34 años: –Quizás me guste la gente, ¿no?, de Sevilla. Yo no sé si es porque soy de aquí, pero me gusta que sean abiertas. No sé, yo es que estuve, por ejemplo, unos años estudiando fuera. Luego, cuando volví, que preguntaras a una mujer dónde estaba la calle tal y te dijera “Sí, sí, yo voy para allá, yo mismo te llevo”. Y que
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te llevaran ellos mismos a los sitios. Muy abiertas. Esto es una cosa... Por ejemplo, yo en Madrid he estado muy poco, pero no existe esto que parece muchas veces un tópico en Sevilla, pero yo creo que no. Sí. Incluso dentro de Andalucía, yo creo que es la que más. Porque Granada, que yo voy bastante porque estoy haciendo allí la Tesis, es más cerrada.
Ambos hechos, es decir, el que no todas las actuaciones orales sean susceptibles de planificación de igual modo y el que no quepa atribuir siempre las diferencias en el habla conversacional al distinto status sociocultural de los hablantes, obliga a replantear adecuadamente y relativizar la noción de corrección, que ofrece una zona no desdeñable de fluctuación. No me refiero a las flagrantes vulneraciones de la norma, contra lo que hay que luchar denodadamente en todos los frentes, no sólo en el de la educación y la enseñanza. Tampoco a los casos limítrofes o fronterizos, por más que de ellos no deba desentenderse el lingüista, pues algunos, muy extendidos, pueden proporcionar claves para la comprensión de la técnica constructiva característica del hablar, así como de sus interrelaciones con ciertos tipos de textos escritos. Usos no canónicos, como
se encuentran documentados prácticamente desde los orígenes del idioma (todo ombre que su mies li sieguen; todo ombre que abeillas se li van), y afloran hoy continuamente en la prensa, como en una viñeta en la que un orondo clérigo se dirige a un trabajador con estas palabras: Como sacerdote te digo, hijo mío, que lo positivo es asistir solamente a los mítines que dan bocadillo y refresco. Pienso, más bien, en la peculiaridad de un sinfín de esquemas que, al no estar descritos (muchos, ni siquiera inventariados) por los gramáticos, a menudo se contemplan como anomalías o desvíos, cuando no como incorrecciones. De ellos hay que ocuparse, y no aislándolos, como si de perlas preciosas o rarezas se tratase, sino en cuanto que, juntamente con los que sí parecen ajustados a las descripciones habituales, han de servir para caracterizar la modalidad discursiva de uso coloquial. 4.
¿Sintaxis de la lengua coloquial?
No es procedente la elaboración de una gramática particular de la lengua coloquial, pero su descripción modificaría notablemente la que tenemos. Hay que esforzarse en superar los límites y limitaciones de un saber que, como he
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está saliendo con ese chico que {el, su} padre es médico es un jugador que sólo lo saca el entrenador en el segundo tiempo
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dicho, sin liberarse del todo de su carácter básicamente filológico inicial, se ha ido alejando modernamente de todas las variedades de uso. Se podrá avanzar bastante en esa línea si el objeto de observación y análisis se ensancha y amplía dando cabida también a las actuaciones idiomáticas que apenas han contado en la elaboración y formulación de las explicaciones, y muy en particular las propias de la conversación coloquial. No se trata, entiéndase bien, de invertir los términos4, pero sí de lograr que los usos regulares y habituales en el coloquio dejen de considerarse, sin más, deficitarios (por sus carencias y/o por sus incorrecciones) y aleatorios. Es revelador que muchos de los que se ocupan de la lengua coloquial hagan hincapié en sus faltas y errores. No deja de resultar paradójico que los mismos que no dudan de que la lengua es un sistema nieguen carácter sistemático a su variedad de uso más común. Quizá no sea mucho, pero, desde luego, representa un verdadero salto en la concepción de lo que ha de ser la labor del gramático. Si en lingüística es el punto de vista el que acaba por configurar el objeto, este cambio de enfoque ha de apoyarse en perspectivas menos estrechas que las que pueden proporcionar los modelos estructurales. Se insiste en que la sintaxis ha de ser examinada desde los aspectos pragmáticos –hasta ahora muy mal integrados en la teoría– y a través del componente semántico, pero la empresa es ardua, pues para ello se requiere que la pragmática llegue a convertirse en algo más que un ambicioso proyecto que lucha aún por perfilar con claridad su objeto y sus métodos. El interés por la sintaxis coloquial ha servido, en efecto, para poner en evidencia que el escollo que supone la falta de correspondencia biunívoca estricta entre las funciones sintácticas y semánticas sólo puede ser resuelto si unas y otras se consideran instrumentales y se examinan a la luz de las pragmáticas. Esto, que es válido para todos los casos, se hace particularmente patente en la conversación, pues en ella, no sólo el sentido, sino hasta la identificación y representación del mundo referido, lejos de ser algo que se obtiene gracias al significado de los términos lingüísticos, se va consiguiendo muchas veces paulatina y cooperativamente por sucesivas aproximaciones de los participantes. El fluir discursivo, fuertemente interactivo, se doblega constantemente a la jerarquización del contenido que mejor se adapta a la intención comunicativa. Así, la anticipación de un elemento, que en apariencia supone una asimetría entre la representación semántica y la articulación sintáctica, en casos tan usuales como
4. M. Stubbs (1987: 24) sostiene que la conversación espontánea y natural debería servir de guía o norma para la descripción del lenguaje en general.
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los niños, ¿quién se los lleva? café, no tomo yo desde hace tres o cuatro años el ordenador no lo dejes nunca conectado
no debería ser tildada de dislocación a la izquierda o de inversión de un presunto orden lógico, normal o no marcado. La topicalización5 no resulta sólo, ni principalmente, de la mera posición “adelantada”; su parcial desvinculación del resto, entonativamente marcada, desempeña un papel decisivo. En general, el juego de inflexiones melódicas y pausas de distinta duración es el que va configurando las partes vertebradoras de los enunciados, aunque en algunos casos se hace preciso arbitrar descripciones no previstas, como en el ejemplo antes mencionado: comer / no come mucho // pero, beber / no para.
El hecho de que el infinitivo no parezca sintácticamente integrado ha llevado a algunos a calificarlo, como he dicho, de pretema o anunciador del tema. Algo similar, aunque sin repetición, sucede en otros muchos casos:
Nadie cuestiona el hecho de que no hablamos por oraciones. Pero no resulta fácil delimitar cuál es la unidad sobre la que se estructura el discurso hablado conversacional. De lo que no hay duda, conviene insistir en ello, es de que son decisivos los factores prosódicos, fundamentalmente las curvas e inflexiones entonativas y las pausas6, para la interpretación semántica, pues acaban por proporcionar el auténtico sentido incluso a las redundancias y tautologías aparentes. Recientemente, un conocido personaje femenino replicó así a la entrevistadora, que parecía poner en duda la seriedad de su relación sentimental: Ah! / no / yo / si estoy con una persona.../ estoy con una persona!
El mensaje fue perfectamente descifrado por su interlocutora, que no insistió. La prosodia, solidariamente con los esquemas semántico-sintácticos utilizados, claro es, determina en gran medida la andadura sintáctica coloquial y
5. Nada nuevo, por lo demás, pues se documenta prácticamente desde los inicios del idioma: que a mis fijas bien las casaré yo (Cid, v. 2834). 6. Cfr. M.-C. Hazaël-Massieux 1995: 13-42; A. Hidalgo 1997a y 1997b. No sorprende que Claire Blanche-Benveniste (1997: 113), para el francés hablado, haya terminado por definir la unidad central (noyau) de su macrosintaxis como aquella que está “dotée d’une autonomie intonative et sémantique”.
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cerveza / no// pero, vino / bebo yo todo el que haga falta.
la distribución jerarquizada del contenido de los enunciados, al tiempo que resulta clave al receptor para detectar el propósito del hablante. La entonación tiene un papel esencial en la trabazón de las secuencias y, en definitiva, en la coherencia del discurso. La extraordinaria complejidad de su análisis la mantiene, sin embargo, como una especie de cuenta pendiente de la lingüística. En la búsqueda de la especial articulación de la sintaxis coloquial se limita la atención a lo que, por ser susceptible de segmentación, resulta más fácilmente identificable, por ejemplo, los marcadores u ordenadores del discurso–en cuanto que son enlaces extraoracionales–, los recursos intensificadores o atenuantes, etc. 5.
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Caracterizaciones generales. Impresionismo y estilística
Ante la falta de modelos formalizables del discurso oral, los intentos de caracterización global de la llamada lengua coloquial no pasan muchas veces de ser recopilaciones de hechos, ordenados intuitivamente; y, lo que es peor, seleccionados más por su antinormativismo o por su alejamiento de lo que ofrece la lengua tenida por culta o estándar que por lo que puedan revelar de las estrategias constructivas propias del habla conversacional. Por tal razón, importa poner de manifiesto cómo no debe procederse, antes de lanzarse un tanto aventuradamente a proponer cómo conviene hacerlo y con qué principios hay que operar. Empezaré por llamar la atención sobre algo ya insinuado. Al establecerse comúnmente una confrontación contrastiva polarizada con la de la lengua calificada de formal, a menudo igualada a la escrita (la más separada en la imaginaria escala paramétrica a que me he referido anteriormente), la andadura sintáctica coloquial sale bastante mal parada. Se tacha a menudo de poco elaborada y estructurada, de escasamente trabada y vertebrada..., o bien, sin que ello cambie mucho las cosas, de suelta, libre, fragmentada, quebrada, desmembrada, braquilógica, elíptica... La tendencia centrífuga a la que, según M. Seco (1973), responde (“los elementos de la frase dicetienden a flotar separados unos de otros, ajenos a una estructura orgánica, liberados de un centro magnético que los engarce en una oración unitaria”), se vincula a que en el intercambio conversacional informal van quedando continuas huellas de las fases del proceso de producción de los enunciados, por ejemplo, las sucesivas elecciones paradigmáticas llevadas a cabo por el hablante hasta decidirse por la que considera más pertinente (BlancheBenveniste 1998). A la hora de apoyar tal caracterización, siempre se alude a la abundancia de secuencias interrumpidas, inacabadas, incompletas, suspendidas, etc., a las
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constantes oscilaciones, vacilaciones y cambios de construcción, así como a las repeticiones y redundancias. La impresión que se obtiene es la de que a una buena parte de los enunciados de los que nos servimos al hablar les falta o sobra algo, y no pocos contienen errores. En el fondo, esto sucede porque la comparación no se lleva a cabo propiamente entre modalidades de uso, cada una de las cuales cuenta con condiciones propias de producción, sino que se efectúa entre supuestas partes de la lengua, una de las cuales aparece como claramente deficitaria e inferior, por contar con menos medios y por contener incorrecciones. No es raro, por tanto, que la lengua coloquial acabe siendo tildada de pobre o inmadura, e incluso de primitiva, término este último que introduce una nueva coordenada, de imposible comprobación, pues a lo hablado en las etapas primeras de la historia del idioma sólo es posible acceder de modo indirecto y muy parcial a través de los textos escritos que nos han llegado. Es una de las limitaciones, insalvable, de la sintaxis histórica. No será fácil liberarse de este acercamiento impresionista mientras no se cuente con un número suficiente y representativo de estudios empíricos rigurosos, y no tanto de esquemas aislados y descontextualizados, como acerca del papel que tienen en cuanto integradores y articuladores de los discursos. Pero, al menos, debería evitarse el corolario que de tal aproximación se desprende, a saber, el supuesto carácter fallido (o fracasado) de la sintaxis coloquial. 6.
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Simplicidad sintáctica
¿Se asienta en bases objetivas la idea de la simplicidad o sencillez de la sintaxis coloquial? Se suelen aducir su preferencia por las estructuras breves y poco complicadas, el predominio de la parataxis sobre la hipotaxis, y poco más. Sin negar que en ello puede haber algo, o bastante, de cierto, es preciso hacer algunas puntualizaciones previas: a) En primer lugar, el grado de simplicidad de una actuación idiomática no debe ser determinado en términos exclusivamente sintácticos ni al margen de la adecuación al tipo de acto comunicativo. Que un esquema sintáctico se emplee más o menos no depende solo, ni principalmente, de las relaciones constitucionales y funcionales que contraen los elementos que lo integran. La resistencia, per ejemplo, a servirse en la conversación coloquial de complementos nominales impuestos argumentalmente desde el núcleo, especialmente si éste representa una nominalización (el mantenimiento de los tipos de interés, la interpretación de la sexta sinfonía, la llegada de los ciclistas, las declaraciones de los acusados, etc.),
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se debe a que el engarce entre la función identificadora o existencial y la proposicional constituye un proceso de reificación de la predicación relativamente complejo. De hecho, su enseñanza se retrasa hasta una etapa algo avanzada de la instrucción idiomática. b) No tiene por qué haber una relación directa entre sencillez y brevedad. No contamos con muchos estudios sobre la longitud de las secuencias. Quizás no se confía demasiado en que conduzcan a resultados pertinentes reveladores. Pero, además, ni siquiera está claro cuál debe ser la unidad de la que debe realizarse la medición. La sombra de la oración sigue pesando en los intentos, pocos, de establecer divergencias que resulten relevantes. c) La “asimetría” entre sintaxis y semántica se acentúa en la medida en que cuentan más los factores pragmáticos, en cierto modo, equilibradores y compensatorios. Si, a propósito de una construcción como el animal de tu hermano o el cabrito del profesor, los lingüistas se limitan a señalar su posible ambigüedad fuera de contexto, y atribuirle un carácter marcadamente expresivo y afectivo, es porque no aciertan a ver lo que la separa de otras en apariencia constitucionalmente idénticas: la casa de mis abuelos, el coche de la empresa, el dueño del perro, el perro de mi vecino, la plaza de Cuba, un vaso de agua, mesa de madera, la fachada del palacio, libros de texto, vino de Rioja, el bar de la esquina, el tren de Madrid, etc. En realidad, y por eso he dicho en apariencia, el uso de semejante expresión, en la que se produce una relación atributiva –de ahí su “énfasis”–, sólo es posible cuando se dan determinadas condiciones pragmáticas, y con la explotación de específicos procedimientos contextualizadores, como los prosódicos. Gracias a estos recursos puede salvarse el sentido de los enunciados, incluso sin necesidad de respetar principios sintagmáticos tenidos por naturales e inviolables. Una secuencia como Sí, hombre, ese que es catedrático de la Universidad de Sevilla... / de Derecho Constitucional ({creo, me parece})
no supone la ruptura o transgresión del orden “natural” que han de acatar los sucesivos complementos (es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla). Simplemente, se ha optado por una organización peculiar de la información según criterios de prioridad para resolver una insuficiente identificación referencial por parte del receptor. No se trata, sin más, de un “cambio” o “inversión” del orden. El complemento que debería haber aparecido junto al sustantivo nuclear (de Derecho Constitucional) se agrega
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informativamente con posterioridad para especificar algo que inicialmente se juzgaba menos pertinente; la inflexión tonal de cierre demarcativo y la correspondiente pausa tras el primero (de la Universidad de Sevilla) impiden hablar de quebranto de una jerarquía lógica. 7.
Sintaxis paratáctica
Suele considerarse argumento decisivo del carácter simple y poco elaborado de la sintaxis coloquial su predilección por los procedimientos de yuxtaposición y coordinación, y, consecuentemente, el menor uso de la subordinación. Estamos, una vez más, ante la incoherencia que supone aplicar un criterio que fundamentalmente se ha utilizado para establecer tipos diferentes de oraciones, a la caracterización de discursos que no se vertebran básicamente como conjuntos de unidades oracionales. Por lo demás, la propia clasificación de las oraciones complejas basada en las nociones de parataxis e hipotaxis plantea, en el seno de los modelos estructurales que la adoptan, no pocos problemas, en los que aquí no puedo entrar7. Sólo diré que aceptar que las construcciones paratácticas a menudo equivalen a las hipotácticas (o se emplean por o en su lugar), supone, en realidad, invalidar la concepción jerarquizada que atribuye a estas últimas una superior complejidad sintáctica y un mayor grado de elaboración. La cuestión no es que Italia me gustó mucho // y eso que no Vi Roma!
A pesar de que no vi Roma, Italia me gustó mucho
o que quepa atribuir parecido sentido a ¡Tan cerca como estamos / y no nos vemos nunca!
ya Aunque estamos {tan/muy} cerca, no nos vemos nunca
pues tales equiparaciones se efectúan, en realidad, al margen de la sintaxis y, lo que es peor, de la variedad de uso y género discursivo en cuestión. Estamos, 7. Cf. A. Narbona 1989a, 1989b, 1990a; E. Alarcos 1990; F. Hernández Paricio 1992; A. López García 1994; etc.
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pueda considerarse similar a
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simplemente, ante elecciones, y soluciones, diferentes. El emisor se decide en cada caso por la más adecuada a su intención y más eficaz. La parataxis, en cuanto propiedad general de estructuración gramatical, no impone en el uso real un tipo único concreto de relación significativa; al contrario, el carácter inespecífico de la conexión no constriñe, sino que posibilita interpretaciones diversas, sin descartar, por supuesto, cualquier variedad de implicación causativa. Tal virtud, vinculada, insisto, a la explotación del contorno melódico y de las pausas, puede llegar a permitir incluso que se descifre el verdadero sentido de lo que, de otro modo, constituiría una flagrante contradicción: Lo bueno de mi casa es que está en Sevilla... / y no está en Sevilla.
con lo que se quiere dar a entender que, pese a estar situada dentro, no tiene los inconvenientes propios de la gran ciudad. Más interesante que el hecho de que se empleen más las coordinadas que las subordinadas resulta comprender cómo y para qué se usan unas y otras. Porque tampoco las diversas clases de las segundas expresan inequívocamente las relaciones que se les asignan como propias (condición, causa, fin...). Tachar de anómalos los usos que parecen apartarse de los descritos por los gramáticos no sirve más que para desentenderse de su cabal descripción. Resulta claro que
nada tienen de raras o marginales. Ni siquiera se desvían tanto del sentido condicional que se califica de prototípico. Lo que sucede es que son explotaciones, regulares y frecuentes, de un mismo molde bimembre o bipolar, con el fin de acentuar la contraposición contrastiva entre algo dado o presupuesto –que el hablante transforma hábilmente en seudohipótesis– y lo que informativamente se quiere destacar como novedad contrapuesta. Una paráfrasis que hace explícita la implicación causal del primero de los ejemplos podría ser: ‘El hecho de que tú afirmes [o pienses] que estás delgada crea las condiciones suficientes para poder sostener que yo, que peso menos que tú, puedo considerarme también, y con mayor razón, delgada [pero ambas sabemos que las dos proposiciones son objetivamente falsas]’. De igual modo, no se desvanece el sentido final de para que+Subjuntivo en para que se gane él ese dinerito, me lo gano yo
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si tú estás delgada, yo estoy hecha un fideo si él tiene que cuidar a sus padres, yo tengo en casa a mis suegros, así que estamos igual si voy a ser el padrino, tienes que dejarme hacer las cosas a mi modo
Sólo a partir del sentido final cabe explicar la enérgica contraposición excluyente conseguida. La utilización del último ejemplo es posible porque hay algo previamente dado (dicho o presupuesto), pero que el hablante transforma en mera posibilidad o hipótesis (el subjuntivo precedido de para que quedaría como huella subjetiva de tal proceso de conversión); el indicativo hago, con su significación de realidad efectiva, al quedar enfrentado discursivamente al subjuntivo, se encarga de abortar la expectativa abierta por tal “manipulación” del emisor8. Nada de esto es nuevo. Tales maniobras idiomáticas –nada “sencillas”, por cierto– no han pasado desapercibidas a nuestros mejores gramáticos tradicionales. Basándose en una distinción ya intuida por A. Bello, Rafael Lapesa (1978) propuso hablar de dos tipos de subordinación causal, y no de causales coordinadas y causales subordinadas. En un caso (el niño está enfermo, porque tiene fiebre), la suboración causal justifica o explica el acto enunciativo del hablante, es decir, se ha de contar con el proceso de enunciación subyacente para su adecuada interpretación. En el otro (el niño tiene fiebre porque está enfermo), el segundo miembro sí es causa del primero. 8.
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A la búsqueda de principios
Muchos tratadistas, con tal de que la explicitud no sufra menoscabo alguno, no están dispuestos a prescindir de la red de seguridad que supone permanecer atrincherados en el sistema ideado al margen del habla real, o bien en la competencia de un hipotético hablante-oyente ideal o idealizado. Así, bastantes son los que siguen empeñados en explicar sobre la base de estructuras oracionales algo que requiere situarse por encima o más allá de la oración. Los choques entre lo previsto por las reglas y mucho de lo que es regular y habitual en el coloquio son constantes. No es posible, por ejemplo, alcanzar una explicación convincente de la peculiar estructura hendida (o escindida) a que responde a la feria // lo que hay que venir / es / sin niños
8. Ello se ve favorecido por la coincidencia referencial y significativa del contenido que se predica alternativamente de él y yo (el propio emisor) y por la posición en primer término y entonativamente marcado de para que + subjuntivo. No parece necesario, por tanto, hablar del sentido concesivo de ciertas construcciones con para, ni postular que el cuantificador en casos como había mucha gente en la piscina para ser lunes “es requisito formal para que una proyección pueda ser interpretada concesivamente” (Sánchez López 1995). ¿A qué habría que atribuir entonces el sentido similar de mi hijo / ya puede pasar hambre / que no roba?
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(que sólo puede darse en una muy concreta situación de comunicación pragmáticamente determinada). No vale decir que es equiparable a otras soluciones estructuralmente controladas (hay que venir a la feria sin niños, por ejemplo), porque en cualquiera de ellas quedaría desvirtuada la intención comunicativa que se ha querido poner de relieve. La tarea más importante, e ineludible, ha de ser la realización de estudios concretos suficientes para, por lo menos, poner de manifiesto la necesidad de hacer saltar el apretado corsé que constriñe las explicaciones de los modelos estructurales. El interés cada vez mayor por la conversación coloquial parece encauzarse hacia el examen de sus aspectos y fenómenos sintácticos9, que se consideran decisivos. Tales esfuerzos descriptivos, repito, no han de tener como meta la elaboración de otra sintaxis, pero sí descubrir los principios a los que responde su distinta y peculiar planificabilidad. Dado que estamos ante una modalidad de uso que cuenta con procedimientos de contextualización propios y que sólo desde la observación de los factores pragmáticos puede ser adecuadamente entendida, el gramático ha de saber aprovecharse de los logros que se están alcanzando en las varias vías de aproximación a la comunicación que cuentan ya con un notable desarrollo. Esto, aunque resulta especialmente patente en el caso de la lengua coloquial, es válido en general. Así, el bloqueo del indicativo en concesivas introducidas por partículas de contenido adversativo (Bueno, pues aunque {*tienes/tengas prisa}), hace sospechar a Ignacio Bosque (1990) que habría que estudiar el efecto sobre el modo de unas expresiones con valores discursivos. Pero sin la presencia de partícula alguna, ciertas condiciones pragmáticas imponen tal bloqueo modal: Dígale que venga / aunque sea [*es] el domingo A Soria hay que llevar ropa de abrigo, aunque sea [*es] en pleno agosto
Pero la lingüística no puede permanecer anclada en el terreno de los principios generales sin someterlos constantemente a la prueba de su confrontación con los datos, piedra de toque de cualquier teoría. Quizás sea en el trazado de un puente que lleve al terreno de los usos concretos, que son los que, en definitiva, han de mostrar la fecundidad explicativa de las reglas y principios, donde quede más por hacer. Se da la paradoja de que, por un lado, se está llegando a una situación de cierta hipertrofia teórica, en parte porque no se da la suficiente coordinación de los esfuerzos que, desde ángulos y perspectivas diversas, se están llevando a cabo para entender cómo funciona la lengua, 9. De ello da idea la ya abundante bibliografía recopilada en diferentes ocasiones por L. Cortés (Cf. Bibliografía final) y por mí mismo (Narbona 1997c: 91-104).
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mejor, cómo nos servimos de ella interactivamente, pero, por otro, continúan acumulándose los análisis de fenómenos dispersos, al margen, o casi, de los postulados teóricos. No hay duda de que la drástica reducción de las máximas conversacionales de Grice que supone, de hecho, la formulación del principio de relevancia o pertinencia por parte de D. Sperber y D. Wilson (1994) ha representado un esfuerzo loable para explicar por qué comprender lo que oímos (o leemos) no consiste simplemente en descodificar los significados convencionales de los términos empleados. La relevancia (o pertinencia) de los enunciados deriva de la capacidad que tenemos de inferir, no sólo lo implicado en lo dicho, sino también las implicaturas que no están en ellos. Pero ¿cuál es su proyección real en el tratamiento de los fenómenos idiomáticos? Es posible que la mayor dificultad a la hora de establecer el engarce entre los principios y los usos reales del coloquio resida en que no es mucho lo que puede cuantificarse en términos estrictamente de transmisión de información. En una variedad de uso que corresponde a la situación de máxima proximidad (o inmediatez) comunicativa, y en la que la complicidad entre los participantes suele ser total, es la interacción social, cuando no un mero propósito socializador lo que constituye la finalidad primordial, en torno a la cual se vertebra el discurso. Los contenidos estrictamente informativos son con frecuencia mínimos, insignificantes, y en gran medida ya están compartidos y presupuestos. Muchas de las estrategias constructivas se ponen al servicio de la eficacia o eficiencia pragmática, es decir, se emplean en función de su aptitud (o virtud) o facultad (capacidad) para lograr efectos. Hasta la conversación más trivial e intrascendente tiene mucho de negociación, y no pocas veces tensa. Los hablantes, al tiempo que tratan de hacerse comprender de la manera más directa, pretenden influir en el oyente, persuadirlo, conseguir que modifique algunas de sus proposiciones, y, si procede, modificar su conducta y hacer que actúe en consecuencia. A tal eficiencia comunicativa, así entendida, y no a la mera transmisión de información, queda supeditada la actuación verbal. El aparente descontrol sintáctico, que a menudo se atribuye a la impericia de los hablantes debe ser contemplado en muchos casos como un reflejo más de la voluntad firme de ser eficaz. Y bastantes de los mecanismos que han llamado la atención de los estudiosos, como el constante recurso a procedimientos de desfocalización referencial, o los de atenuación o intensificación, responden a igual propósito. Un ejemplo puede ilustrar lo que digo. La aparición tardía y ya inesperada del padre hace exclamar a un miembro de la familia: ¿Ahora llegas? / Pues ya estamos terminando / Como no venías ni habías dicho nada...
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Es posible que una versión centrípeta de tal sucesión de secuencias (claramente indesligables entre sí), lo que obligaría a hacer alteraciones, adiciones y eliminaciones (‘Como no venías ni habías dicho nada, [hemos empezado a comer sin esperarte y] ya [prácticamente] estamos terminando’) ganara en trabazón; pero es seguro que se difuminaría el principal propósito del hablante, a saber, justificarse y disculparse (en su nombre y en el de los demás). Si se ha decidido por tal estrategia sintáctica parcelada es porque resulta más eficaz. Tras la pregunta inicial de carácter “retórico” (es evidente que ‘en ese momento llega’), mera plataforma desencadenadora de las secuencias siguientes, se añade una información (ya estamos terminando) igualmente “superflua” (es algo que a la vista está). Sólo el final, deliberadamente retrasado, que acaba con entonación suspendida o sostenida, resulta auténticamente relevante, pero no en cuanto información que se aporta, sino como autoexculpación que se adelanta y con la que se trata de anular –o, al menos, atenuar– la esperable reacción del receptor. No sé si algo que simplemente constituye una vivencia habitual compartida (‘suele llegar todos los días a la misma hora para comer, y siempre avisa si no puede’) puede calificarse de topos10, pero está claro que la eficiencia persuasiva tiene que ver con la capacidad de neutralizar una alteración de la misma que introduce algo imprevisto y no calculable. Lograr un objetivo no pertenece en exclusiva a una modalidad de uso en particular, aunque se manifiesta de manera peculiar en cada una de ellas. Y no se consigue por igual en todos los casos. Si nuestra cultura es, en gran medida, una cultura de la escritura, las posibilidades expresivas y comprensivas de quienes no han tenido el privilegio de acceder a ésta se ven notablemente recortadas, y con ello su capacidad de resultar eficaces en situaciones de comunicación distintas del coloquio conversacional. Esa especie de termostato que adecúa y conforma las actuaciones lingüísticas a las exigencias de cada situación tiene en ellos un corto margen de maniobra. El mando o dispositivo regulador del uso chirría, salta o se bloquea en cuanto salen de los intercambios inmediatos y prácticos. Únicamente los cultos pueden moverse sin dificultad de una parte a otra del gradatum escalar de los géneros discursivos; no sólo pueden hablar (bien) de diversas maneras, sino que también saben escribir (correctamente) adecuándose a cada tipo de escrito. Es algo que los estudiosos de la lengua coloquial no han de perder de vista nunca, para no atribuir a su quehacer una excesiva virtualidad.
10. Cf. J.-Cl. Anscombre / O. Ducrot 1994.
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8. ¿ES SISTEMATIZABLE LA SINTAXIS COLOQUIAL?
0. La delimitación del sistema, código o competencia, como objeto (homogéneo) del que ha de ocuparse la lingüística, ha acabado por pasarnos a los que intentamos comprender cómo funciona realmente el idioma una factura excesiva, al distanciar nuestro quehacer del carácter social que lo define. Se trata, como es sabido, de una paradoja de raíz saussureana, y que, bajo la apariencia de su rechazo, se ha visto repetida y reproducida en el modelo –o modelos– que arranca de los planteamientos de N. Chomsky. Por inercia, comodidad o, quizás, necesidad de elegir el mal menor, preferimos trabajar con la red de seguridad que supone el artificio de la total simetría en el circuito de la comunicación, entendida esta como simple intercambio conceptual y de experiencias entre hablantes-oyentes ideales (mejor sería decir “idealizados”), a los que consideramos meros constructores de oraciones, ya que sigue siendo la oración la unidad en que se sitúa el tope máximo de la descripción, y las secuencias oracionales han sido diseccionadas y clasificadas por los gramáticos sin descender al terreno del uso, de la lengua en funcionamiento. De ahí que se haya producido una clara reacción que, desde ópticas distintas, trata en última instancia de recuperar la unidad de la polaridad langue/parole, esto es, abordar, por fin, una lingüística del habla o del discurso en la que vuelvan a tener cabida, sin por ello perder rigor, los usuarios que se valen de un idioma como instrumento de comunicación y de interacción recíproca, así como las condiciones reales de producción de los textos orales o escritos.
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[1990]*
* [“¿Es sistematizable la sintaxis coloquial?”, en Mª Á. Álvarez [ed.]: Actas del Congreso de la Sociedad Española de Lingüística. XX Aniversario, II. Madrid, Gredos, 1990, 1030-1043].
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1. Es en esta perspectiva de ensanchamiento ineludible donde ha de situarse el interés creciente por las actuaciones idiomáticas espontáneas del coloquio conversacional, hasta no hace mucho asignatura pendiente de nuestra disciplina. Es revelador que la obra colectiva titulada Échanges sur la conversation (Cosnier et alii 1988) pretenda convertirse en “l’acte de décès du dogme immanentiste”, acta de defunción, eso sí, que firman conjuntamente con los lingüistas, psicólogos y sociólogos. Por lo que a los primeros se refiere, la tarea no resulta sencilla. Por un lado, tropieza con el escollo de la aparente imposibilidad de someter a sistema las variaciones del sentido dependiente del contexto. Por otro, requiere introducir e integrar en la descripción hechos que, pese a reconocerse su relevancia informativa, venían siendo orillados o esquivados con habilidad por los tratadistas. Me refiero, por ejemplo, a las curvas melódicas que –solidariamente con los esquemas sintáctico-semánticos– determinan el sentido de los enunciados, a la ordenación y disposición de los constituyentes de éstos, incluidas las pausas, de diferente carácter, que marcan la organización última del discurso; a las reglas de encadenamiento de las secuencias –oracionales o no– en la configuración de la unidad de todo proceso discursivo, etc. La conciencia de que es necesario superar las limitaciones que semejante actitud implica y ampliar el horizonte en que se encierra tal forma de proceder parece abrirse paso definitivamente, como lo revela el que el término sintaxis aparezca cada vez más a menudo con un prefijo culto (hiper-, macro-, super- o supra-sintaxis) o simplemente se hable de sintaxis textual o discursiva. Las peculiares características de la andadura sintáctica del coloquio, que he calificado de parcelada –otros prefieren tacharla de fragmentada y simplificada–, ligadas a las especiales circunstancias de producción (por ejemplo, a la contextualización que comparten los interlocutores), convierten a la conversación en objeto de observación preferente para los que desean salir de la “trampa” del código no puesto en acción.
2. El desarrollo y progreso de esta clase de indagación depende de la respuesta que se dé a la pregunta del título, que podría formularse también así: ¿se descubre en la modalidad de uso que solemos reconocer como coloquial un conjunto estructurado de esquemas de organización sintáctica más o menos regulares y constantes? El hecho mismo de plantearla pone de manifiesto que se va superando la idea de que nos enfrentamos a una variedad deficiente (más pobre, primitiva...) de la lengua, lo que no es poco1. Se ha tardado
1. Cfr. Klein-Andreu 1989.
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en asumir que no hay razones teóricas para seguir marginando el análisis de “la forma más normal de utilizar el lenguaje, que impregna la vida cotidiana de todos los hablantes” (Stubbs 1987: 24), y que no es culto aquel que se sirve siempre de una sola modalidad idiomática, lo que prácticamente no se da, sino el que es capaz de dominar una gama amplia y flexible de registros correctos y sabe adoptar el adecuado a cada situación y acto comunicativos. El saber gramatical de que disponemos, precisamente por haber sido elaborado casi en exclusiva sobre la base de esa presunta supuesta lengua culta (y privilegiar la literaria), se revela claramente insuficiente (e inadecuado) cuando tratamos de servirnos de él para descubrir la arquitectura de la sintaxis de otras modalidades, en especial la coloquial. Cualquiera puede comprobarlo al tratar de desentrañar el sentido de las secuencias de B en ejemplos tan usuales como los siguientes: A –O sea, que tiene el futuro muy negro B –El futuro... negro // lo que es que no tiene futuro ninguno. A –Es que en el campo no hay trabajo B –Sí hay trabajo // Que lo movieran / ya verían si había trabajo.
3. Como en este terreno conviene moverse con pies de plomo, y no va a ser fácil que pueda mostrar –mucho menos, demostrar– que sobran los signos de interrogación del título, me ceñiré al examen de un hecho muy concreto, con el propósito de que otros se animen a estudiar fenómenos más complejos y de mayor proyección teórica. Se trata del aprovechamiento de la alternancia posicional del adjetivo respecto al sustantivo del que depende, dentro del grupo nominal. Y con el fin de reducir la casuística a lo abarcable, prescindiré de los casos, pocos, en que dos o más adjetivos –coordinados o no– inciden sobre un solo nombre. Pese a ser una cuestión ampliamente debatida, pues incluso ha habido necesidad de efectuar revisiones críticas de las principales interpretaciones que se han dado (Simón 1979), dista mucho de estar bien explicada en todos sus extremos. Marta Luján (1980: 116), que se sitúa dentro del marco teórico de la gramática generativa, concluye que “los adjetivos postnominales del español son, por lo general, ambiguos, pudiendo ser tanto restrictivos como apositivos, y los prenominales, por su parte, son comúnmente apositivos, pero si están acentuados contrastivamente se interpretan como restrictivos”.
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A –Malilla está esta carretera! B –Carretera mala... / la de Cártama.
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No coincide con R. Lapesa (1975), a quien, pese a mostrarse, con un enfoque distinto, mucho más cauto (“a primera vista, la colocación del adjetivo en nuestro idioma parecería obedecer a una complicada casuística donde las interferencias de diferentes motivaciones hicieran imposible señalar directrices claras”), no había pasado inadvertido que, para descubrir los factores que interfieren, “hay que tener en cuenta [...] los distintos niveles del lenguaje y las circunstancias sintácticas del contexto inmediato” (pág. 330). En efecto, ha de respetarse escrupulosamente la precaución metodológica de considerar separadamente los comportamientos que ofrecen las diversas lenguas funcionales que, entrecruzadas, constituyen toda lengua histórica. Así, por ejemplo, no es de esperar que en el coloquio usual se den anteposiciones como las que que, con distinto propósito estilístico, presentan textos literarios de épocas y autores nada o poco realistas, o como las que son hoy muy del gusto de ciertos profesionales de los medios de comunicación: el madrileño barrio de Chamberí, la sevillana calle de las Sierpes, etc. En general, las restricciones que la anteposición libre del adjetivo encuentra en el registro coloquial no han de verse como merma de las posibilidades significativas o expresivas que en español parecen encomendarse a su alternancia posicional, sino que están estrechamente vinculadas a variados mecanismos sintácticos y a las peculiares circunstancias del proceso discursivo y de la propia situación comunicativa conversacional.
4. Me sirvo de una serie de grabaciones de conversaciones espontáneas, cuya transcripción ocupa más de cuatrocientos folios. Intervienen personas de ambos sexos, de edades comprendidas entre los 16 y los 71 años –si bien predominan las que tienen entre los 25 y los 45–, todas ellas residentes en poblaciones de la campiña cordobesa, de nivel de instrucción muy dispar (el abanico abarca desde quienes no han pasado de los estudios primarios hasta titulados universitarios). Igualmente diversos son sus oficios y profesiones: amas de casa, estudiantes, vendedores, zapateros, empleados de supermercados, jornaleros, toneleros, vinateros, pequeños propietarios agrícolas, profesores, abogados, médicos, etc., sin que falten algunos sin ocupación conocida. Tratan de los asuntos más dispares (la educación, los estudios, las salidas profesionales, el trabajo, la vendimia y el proceso de elaboración del vino, las labores del campo, las tareas domésticas, los deportes, la música, el cine y la televisión, las costumbres y fiestas populares, los viajes, la economía, los negocios, la religión, la Iglesia, el sexo, los toros, la literatura, las enfermedades y la sanidad, los juegos, la política, el ocio...), y es frecuente que se pase de uno a otro sin transición, como suele ocurrir en el coloquio cotidiano.
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5. Por lo que se refiere al fenómeno del que voy a ocuparme, puede afirmarse que todos los hablantes ofrecen un uso prácticamente homogéneo (ha sido una de las razones de mi elección), y que no suele ser decisiva la incidencia de la prosodia y de la proxémica, lo cual facilita el análisis. He de advertir que no he tomado en consideración los adjetivos que actúan como cuasi-determinativos ni aquellos otros que, generalmente pospuestos, forman parte de la fraseología fijada (perro ladrador, poco mordedor) o figuran en expresiones más o menos estables: Mercado Común, Seguridad Social, materia prima, estudios primarios, curso experimental, formación profesional, evaluación continua, trabajos manuales, zona verde, droga dura (o blanda), entrada gratuita (o gratis), agua corriente, fuegos artificiales, cante hondo, festival flamenco, música moderna (o clásica), energía (o panel) solar, condiciones climatológicas, relaciones prematrimoniales, polígono industrial, sociedad (o mundo) capitalista, cuestión (o crisis) económica, casas comerciales, actos culturales, nivel cultural, dibujos animados, moda juvenil, defensa propia, televisor portátil, acero inoxidable, termo eléctrico, lavadora automática, tiempo (barra, etc.) libre, vino fino (oloroso...), tarjeta amarilla (o roja), etc., etc. Son casos no muy relevantes desde una perspectiva sintáctica2. Como se ve, he preferido pecar por exceso, y he optado por descartar todas aquellas combinaciones que, acuñadas en ámbitos en principio ajenos al entorno habitual de los hablantes (por pertenecer al lenguaje científico, técnico, político, deportivo, etc.), son adoptadas y utilizadas como unidades inamovibles. Naturalmente, quedan fuera también los usos predicativos de adjetivos y participios, así como los de estos últimos cuando no se hallan claramente adjetivados. El número de adjetivos no es tan exiguo como cabría esperar. Cierto es que unos cuantos (bueno, malo, grande, chico –o pequeño–, junto con sus correspondientes comparativos y superlativos) presentan un índice de frecuencia muy superior al de los demás. Pero, aparte de ellos y de los que se refieren al color, el origen, la nacionalidad, etc., que, como es fácil suponer, aparecen también a cada paso, pasan del centenar y medio los que distan de ofrecer una utilización esporádica: actual, agradable, alegre, alto, antiguo, aplicado, bajo, barato, blando, bonito, bruto, caliente, caluroso, cetro, claro, cojonudo, colorado, cómodo, competente, concreto, contrario, corto, corriente, culto, cultural, deportivo, derecho, desastroso, diario, diferente, difícil, distinto, divino, dorada, dulce, duro, espantoso, especial, especializado, experimentado, extraordinario, fácil, famoso, favorito, feliz, feo, fijo, físico, flaco, fresco, frío, general, gordo, gracioso, grave, guapo, guarro, horrible, 2. No hace falta recordar que otro tanto sucede con algunos complementos con de (nivel de vida, fuerza de voluntad, mano de obra, color de rosa, etc.), que tampoco tomo en consideración.
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ideal, idiota, imbécil, importante, incómodo, increíble, insignificante, íntimo, intrascendente, inútil, izquierdo, joven, largo, lento, libre, limpio, lindo, listo, loco, lujoso, maduro, manual, material, mensual, menudo, moderno, molesto, musical, nacional, natural, necesario, normal, nublado, nuevo, parecido, peligroso, personal, pesado, pobre, popular, portátil, práctico, precioso, preferido, preparado, principal, puerco, puto, químico, rápido, raro, raso, recio, redondo, reglamentario, rico, rutinario, salado, seguro, semanal, sencillo, simpático, simple, sucio, suelto, suficiente, telefónico, terrible, tétrico, tierno, típico, tonto, tradicional, tranquilo, triste, turístico, útil, vacío, válido, variado, verdadero, viejo, etc., además de ciertos términos (chungo, fetén, pasota...) que se emplean abundantemente como adjetivos. 6. muchos de ellos aparecen siempre pospuestos al nombre. Así ocurre con los descriptivos Me gustan más las mujeres GORDAS que las flacas Estás hecho un viejo, con los pelos BLANCOS. Salíamos vestidos con el traje típico de arrumba(d)ó(r)3, que es la camisa BLANCA, el pantalón GRIS y la faja NEGRA.
y los que expresan algún tipo de relación conceptual y objetiva
si bien en estos últimos se advierte cierta preferencia por el empleo de complementos con de, de acuerdo con la tendencia general del romance a servirse de formaciones analíticas para la expresión de significados claramente relacionales (el presidente DE ARGENTINA, depósitos DE METAL, la puerta DE ATRÁS, el pueblo DE AL LADO, el cuadro DEL CENTRO, una mentalidad DE NIÑO CHICO, etc.). Muchos de los valorativos, por su parte, aparecen en combinaciones estables (o casi), de manera que su colocación prenominal ha acabado prácticamente por fijarse como norma, sin que quepa contrastarla con la contraria. A menudo, además, la combinación genera una acepción más o menos desviada de la que se considera propia:
3. En las bodegas efectúa la operación de sentar las botas, trasegar, cabecear y clarificar los vinos.
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Se hacen con madera de roble AMERICANO Son mejores los depósitos METÁLICOS Tengo mala la mano DERECHA
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Lo pasamos de PUTA madre Está hecha un lío, la POBRE mujer no sabe qué hacer Me tiré toda la noche sirviendo cubatas, como un VERDADERO esclavo.
El caso extremo de tal distanciamiento significativo estaría representado por la antífrasis que se obtiene gracias a la curva melódica de carácter exclamativo: ¡Bonita manera de despedirte! ¡Menuda jugarreta nos ha gastado tu hermanito!
lo que sucede especialmente con algunos estimativos básicos, con los que, aparte de las fórmulas estereotipadas (los saludos buenos días o buenas tardes, por ejemplo), se tiende a constituir combinaciones fuertemente cohesionadas: dejar buen / mal sabor de boca mirar con buenos / malos ojos pasar un mal trago hacer las cosas de mala / buena gana tener un piso de mala muerte ser un buen partido en el buen sentido de la palabra con gran dolor de corazón.
me has dado un buen susto le dio una buena paliza una buena barriga has echado este verano este año se ha ganado sus buenas pesetas ¡Buena vaina (‘pie’) gasta el muchacho! de aquí allí hay una buena distancia.
No necesariamente la anteposición garantiza la ausencia de valor especificativo4. Además de los comparativos y superlativos relativos, que por fuerza introducen una significación restrictiva (los mejores jugadores son los más 4. Únicamente antepuestos tan sólo he hallado cuatro adjetivos: grave, insignificante, íntimo y principal (esa obra tiene un grave inconveniente; puede transportar de todo, desde una insignificante carga de paja hasta maquinaria pesada; es un íntimo amigo de mi padre; la principal riqueza de este pueblo es el vino); pero nada nos permite afirmar que no se empleen también pospuestos.
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Con frecuencia acaban convertidos en meros elativos, con una u otra orientación semántica, según la índole del sustantivo al que se aplican y la intención comunicativa del enunciado en que se insertan:
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altos, en peores momentos me he visto), no parece que en los ejemplos siguientes el adjetivo se limite a destacar o poner de relieve algo de lo ya contenido en la significación del nombre: yo prefiero leer un buen libro a ver una buena película sólo así se sacan buenos vinos no es un buen cantaó(r).
Si a ello se une el que su posposición es muy escasa (los datos de nuestro material permitirían calificarla de rara, pues no llegan a diez los casos:
casi habría que concluir que la pretendida regla gramatical sobre la colocación del adjetivo en español sería muy poco explicativa y tendría en la práctica un ámbito de aplicación extraordinariamente reducido. Lo dicho no permite seguir sosteniendo que se descubre una correspondencia regular entre el valor especificativo del adjetivo pospuesto y el carácter básicamente explicativo de su anteposición al nombre; ni siquiera, que la movilidad posicional se haya erigido en la marca sintáctica básica de una distinción de relevancia expresiva. Al menos, debería hacer pensar que, por lo que concierne al lenguaje coloquial, otros factores sintáctico-contextuales, además de los semánticos, han de verse como decisivos, y no simplemente como hechos que interfieren una opción tenida como primordial.
7. A primera vista, pudiera parecer llamativo que justamente la modalidad de uso que se caracteriza por el predominio de la afectividad explote escasamente tan sencillo mecanismo para oponer la expresividad subjetiva a la restricción objetiva. En los pocos casos en que se da la alternancia, insisto, el adjetivo antepuesto tiende a cohesionarse de modo estable con el sustantivo o a ser aprovechado para obtener nuevas acepciones significativas; en todo caso, su poco uso posnominal no permite hablar de una regla gramatical básica de posición. 5. Obsérvese que en algunos de estos casos bueno, más que antónimo de malo, se usa como sinónimo de idóneo, adecuado.
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hay que saber ver el punto bueno de la uva tienen una edad buena para empezar5 a las personas buenas se le(s) nota en la cara sacan notas buenas y notas malas la pierna buena es la derecha aquí nos encargan trabajos chicos y también trabajos grandes),
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La realidad, como casi siempre en gramática, no es tan simple. La capacidad distintiva desde un punto de vista comunicativo del juego posicional del adjetivo puede ser compensada con facilidad por otros recursos. Entre las circunstancias contextuales de carácter sintáctico que influyen en su colocación, menciona R. Lapesa el hecho de que se encuentre modificado por algún adverbio, lo que, si bien en la lengua literaria no llega a impedir la alternancia, en el coloquio sí ha terminado por bloquearla, o casi. La posposición se ha convertido en norma incluso con expresiones con las que la movilidad ha sido en todos los tiempos mayor, como las que sirven para formar el comparativo o superlativo analítico: hemos pasado unas tardes muy buenas tu padre y yo aquí una ocasión tan buena no la vas a encontrar en la vida este es el Instituto más malo de toda la provincia es un tío mu(y) “fullero” (‘tramposo’)
a menos que quede destacado como foco informativo, contrastivo o de refuerzo:
De eso se trata, en realidad. La organización de las secuencias coloquiales se halla en gran medida mediatizada por la estructuración temático-informativa, a la que se doblegan los esquemas sintáctico-semánticos. Dicho de otro modo, la distancia entre estos últimos y la estructura informativo-pragmática se acentúa notablemente en el coloquio, por lo que resulta más patente la falta de correspondencia. Conviene insistir en la escasa atención que han prestado los gramáticos a los decisivos fenómenos prosódicos. La integración de la entonación, los acentos de intensidad, las pausas, el ritmo, etc., en la descripción resulta particularmente difícil, por lo que apenas disponemos aún de estudios definitivos, pero es tarea ineludible y urgente. De no hacerlo, la interpretación de secuencias tan habituales como Pasamos unos días / MÁS buenos...!
obliga a recurrir a imaginar, como hizo W. Beinhauer (1968), que el carácter inconcluso de estas aposiopesis se debe a que el hablante no encuentra de momento ningún objeto para establecer la comparación. Pienso, más bien, que la secuencia está “completa” precisamente en cuanto suspendida. Entre los Estudios de gramática funcional del español, de E. Alarcos (1980, 3ª ed.), hay dos que llaman la atención porque en cierto momento parecen desbordar los límites del marco totalmente coherente en que se mueve el autor.
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¡Muy buenas tardes hemos pasado aquí tu padre y yo, sí señor!
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Me refiero al que se ocupa de las construcciones del tipo “¡Lo fuertes que eran!” y al que analiza los “Grupos nominales con /de/ en español”6. A propósito de las primeras, alude al hecho de que sus especiales valores ponderativos –que sitúa en el ámbito de la sustancia semántica– son indesligables de la entonación exclamativa, de manera que podrían considerarse equivalentes (sustituyo sus ejemplos por otros del corpus aquí utilizado) ¡Los días tan buenos que hemos pasado allí! ¡Qué días tan (o más) buenos hemos pasado allí!
Y otro tanto cabría decir de
En el otro trabajo, al enfrentarse con secuencias como un cretino de profesor (esta vez el ejemplo sí es suyo), precisa que, si bien tal construcción abarca (o puede abarcar) la misma sustancia real que un profesor cretino, lleva una carga afectiva ausente en esta última. Habría que añadir que no es el único caso en que no cabe hablar de equivalencia: el subnormal de tu marido / *tu subnormal marido. Los dos tipos de construcción, que plantean problemas distintos desde una perspectiva histórica (Lapesa 1962) que no pueden pasarse por alto para su cabal entendimiento, son muy diferentes. Pero ambos tienen en común su marcado carácter coloquial, registro al que también pertenecen muchas de las exclamaciones con qué ¡Qué mala pata (‘suerte’) ha tenido el pobre! ¡Qué buenos ratos hemos pasado aquí! ¡Qué mala leche tienes! ¡Qué buena racha llevo! ¡Qué mala sombra tienes, hijo! ¡Qué atraso más grande tiene este pueblo! ¡Qué casa tan pequeña se ha comprado! ¡Qué días más malos hemos pasado!
en las que, como habrá advertido, la posición del adjetivo deja e ser pertinente, al ser fija a uno u otro lado. 6. Son los estudios XIV y XV en la citada edición. 7. En el segundo caso –afirma E. Alarcos– la línea melódica “tiene menor valor informativo por ir ya señalada su intención mediante el signo inicial /qué/ tónico” (pág. 247).
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¡La mala leche que tiene el tío! / ¡Qué mala leche tiene el tío! ¡La mala suerte que hemos tenido este año! / ¡Qué mala suerte hemos tenido este año!7
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¿ES SISTEMATIZABLE LA SINTAXIS COLOQUIAL? 145
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8. La mera anteposición del adjetivo difícilmente puede transmitir la fuerte carga afectivo-ponderativa que se alcanza, por ejemplo, con otro pospuesto pero focalizado subjetivamente mediante su pronunciación casi silabeada y destacada Esa máquina hace un ruido ES-PAN-TO-SO Lo han hecho de una manera FA-TAL Ha sido un año DE-SAS-TRO-SO Es un tipo SEN-SA-CIO-NAL Han hecho en mi pueblo un paseo MAG-NÍ-FI-CO Es un tía CO-JO-NU-DO Pasamos unos días DI-VI-NOS Todo lo hace con una facilidad PAS-MO-SA
o el patente alargamiento de la vocal acentuada llevas una falda PRE-CIÓÓÓ-SA
Y siempre el hablante tiene a mano el fácil recurso de la repetición, de efecto inequívoco:
Podría pensarse que no hay alambrada que ponga coto al conjunto de posibilidades interrelacionadas que deben ser tomadas en consideración, riesgo que siempre se corre cuando se abre alguna ventana para asomarse a ver lo que pasa en la comunicación real8. Pero es que esta realidad nos obliga a reconocer que la sintaxis, cuya autonomía respecto de la semántica es puro espejismo, no es capaz de explicar algo tan usual como El tío / siempre bebiendo // y la mujer / la pobrecita / siempre pariendo
si no pone de manifiesto el partido que el hablante saca de unas pausas estratégicamente situadas y que convierten en ponderativa –no especificativa– esta construcción apositiva bimembre. El hablante configura como unidades informativas separadas y contrapuestas los sucesivos tramos fónicos –cada uno dé 8. Y conste que no entro en la multiplicidad de expresiones con que se puede alcanzar sentido superlativo, que una gramática relacional no dudaría en estudiar conjuntamente. Véase J. M. González Calvo, 1984, 1985, 1986, 1987 y 1988. Tampoco me detengo en los complementos con de, más o menos fijados, que alcanzan sentido elativo en casos como tienen una memoria de elefante, ha cogido una depresión de caballo, etc.
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Mi tío saca unas poesías preciosas-preciosas Me pusieron una cerveza fría-fría.
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los cuales dispone de su propia curva melódica–, pero se integran todos en una unidad global claramente conformada. El calificativo parcelada que a veces utilizo para referirme a esta clase de andadura sintáctica no debe confundirse con la noción de desmembración o, mucho menos, desarticulación. Al contrario, me parece que se vale de la mejor argamasa para lograr sólidos entramados sintácticos, bien que de carácter distinto de los habitualmente considerados por los gramáticos. Quiero decir que no me había salido de la cuestión. Lo que ocurre es que esta no se encierra en la simple dualidad posicional (pre- o posnominal) de los adjetivos, sino que ha de contarse con otros hechos, poco atendidos pero igualmente relevantes, que aumentan el margen de maniobra de los hablantes. La debilidad estructural de la oposición que infructuosamente tratan de someter a fórmula los estudiosos se revela en el hecho de que, como se ha visto, tanto la literatura como algunos registros específicos se permiten transgredirla sin notables repercusiones en el sentido ni en la información, aunque sí estilísticas. Que en la lengua coloquial casi se prescinda en la práctica de la “norma”, lo que se encuentra ampliamente compensado por un mayor aprovechamiento de otros recursos, es algo que favorecen las características del propio proceso discursivo, que los tratadistas no pasan de contemplar más que como mecanismos más o menos peculiares y “desviados” de los esquemas regulares.
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9. CUANDO ES EL OTRO EL QUE SUBORDINA
[2013]*
* [“Cuando es el otro el que subordina”, en STUDIA UBB PHILOLOGIA, LVIII, 4 (2013), 175-186]. 1. Tampoco de su correlato, las coordinadas. De las yuxtapuestas se ha ocupado recientemente R. Cano (2011, 2012). 2. Ha dejado de figurar, por ejemplo, en los títulos de los capítulos tanto de la Gramática descriptiva de la lengua española [GDLE] (Bosque y Demonte [Dir.] 1999) –salvo en el dedicado a “La subordinación causal y final”– como de la Nueva gramática de la lengua española [NGRAE] (2009), de la RAE y Asociación de Academias de la Lengua Española (se utiliza para las sustantivas y las relativas). Solo aparecen las subordinadas –y como denominación impropia– en una de las contribuciones incluidas en J. J. de Bustos et alii [Coord.] (2011), la de H.-J. Deulofeu: “L’approche macrosyntaxique en syntaxe: un outil pour traiter le problème des constructions improprement appelées subordonnées”. En la misma publicación, ni siquiera se hace uso del término en los dos estudios en que, por ocuparse de las relativas, sí habría resultado apropiado, el de M. Fernández Lagunilla (“El gerundio en función de adjetivo y la oración de relativo”) y el de Mª R. Vila Pujol (“Análisis discursivo de las oraciones de relativo: información y argumentación”), e interordinación únicamente aparece en el de J. L. Girón (“Ilativas, interordinación y consecutivas de enunciación”).
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1. Pese a la abundante bibliografía –que no cesa de aumentar–, seguimos sin contar con una plausible definición de la noción de subordinación y con una tipología convincente de las oraciones subordinadas1. Ciertos intentos no han pasado de ser innovaciones terminológicas; otros, en su momento bien encaminados, no han prosperado luego, como el de A. Alonso y P. Henríquez Ureña de separar las inordinadas de las “subordinadas propiamente dichas”; y ni siquiera aquellos que han gozado de una notable acogida, como la pretensión de hacer un grupo aparte con las interordinadas (o bipolares), han tenido siempre una atinada y coherente proyección en el análisis. Lo cierto es que, a pesar de que el adjetivo subordinada (como el sustantivo oración, sustituido a menudo por construcción) es cada vez menos empleado2, se acuñan derivados, como insubordinada y
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cosubordinada3, que se valen nuevamente de los prefijos ya usados en inordinada y coordinada. 2. Se ha dicho que el ámbito de las subordinadas (de la oración compleja en general) constituye el “fracaso de la lingüística de orientación saussureana” (Lázaro 1974), que la gramática transformacional no supo colmar el hueco de la “sintaxis superior” con que se encontró (Coseriu [1973] 1981), etc. De manera indiscriminada y sin las necesarias precauciones teórico-metodológicas se han venido aplicando puntos de vista semasiológicos y onomasiológicos que, además, no podían incorporar el componente pragmático. Únicamente cuando se ha ido abriendo paso una óptica macrosintáctica o discursiva ha sido posible abordar también el proceso de enunciación que subyace a la producción de los enunciados4, oracionales o no, algo estrechamente vinculado a la ampliación del mundo de los datos utilizados por los estudiosos como base y punto de partida (Narbona 2003a), y muy especialmente al creciente interés por las secuencias que afloran en las actuaciones idiomáticas interlocutivas propias de las variedades de uso de las situaciones de inmediatez comunicativa (Koch/Oesterreicher 2000; López Serena 2007a). Tal interés, al desvelar las debilidades derivadas de la atención exclusiva o preferente a ejemplos monolocutivos inauténticos –a menudo acuñados ad hoc por los propios gramáticos–, y obligar, por tanto, a cuestionarse la falsa dicotomía subordinación / coordinación, está contribuyendo de manera decisiva al desbloqueo de la sintaxis oracional. Cuando se haga la historia de los datos (la de las teorías ha sido trazada reiteradamente) empleados por los gramáticos será particularmente reveladora la etapa marcada por la incorporación de los datos orales (Willems 1998: 80), desatendidos por la “réaction de rejet et de méfiance” que han suscitado. Claro que si sólo se consideraran orales los usos que se valen del medio o canal fónico-auditivo, más que de rechazo y desconfianza, habría 3. A las insubordinadas aludiré en seguida. Aunque con un sentido que poco tiene que ver con el que después se le ha dado, de cosubordinadas habló ya R. Lapesa en 1978 para referirse a las causales del tipo Ha llovido, porque el suelo está mojado: “La independencia mutua entre las dos suboraciones regidas por el verbo implícito ha inducido a considerarlas coordinadas; pero en realidad son cosubordinadas heterogéneas, con distinta función cada una”. Sobre la ubicación de ese verbo implícito, el gran maestro de la historia del español se permitió una de las pocas ironías que se le conocen: “sospecho que en la estructura profunda, pero no estoy en condiciones de aventurarme en tan fascinadora espeleología: otros más duchos que yo dictaminarán” (cfr. Narbona 2009, recogido aquí en el “Epílogo”). 4. De causal de la enunciación precisamente ha sido calificado posteriormente el tipo mencionado en la nota anterior, para diferenciarlo de las causales del enunciado (el suelo está mojado porque ha llovido).
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que hablar simplemente de no tenerlos en cuenta hasta bien avanzado el siglo XX. 3. La conversación coloquial permite abordar el estudio de las insubordinadas, “independientes –o aparentemente independientes– con marcas de subordinación” (Gras 2011)5 o de las llamadas co-construcciones -ing. coconstructions-, que se “construyen de manera colaborativa entre dos o más hablantes”. No voy a ocuparme de las primeras6. Explotaré, en cambio, algunas de las sugestivas ideas de E. Montolío (2011)7, quien se propone conseguir que el estudio de la sintaxis deje de estar “aislado de su contexto natural”, que no es otro que “la interacción conversacional”, y volver a insuflar al saber gramatical algo del aire humanístico que el excesivo formalismo le está haciendo perder. Me fijaré en aquellos casos, muy numerosos, en que la falta de correspondencia entre el significado gramatical atribuido a un esquema y el sentido intencional con que se emplea requiere desanclar el análisis de los límites y limitaciones de la sintaxis oracional estricta. Porque, si bien es cierto que cada vez más estructuras dejan de verse, por fin, como casos especiales de elipsis, como desviaciones de patrones correctos o, lo que es peor, como simples anomalías, no se acaba de superar del todo la óptica microsintáctica. De hecho, la conclusión a la que llega P. Gras es que, aunque “periféricas o no prototípicas”, las insubordinadas son “de tipo oracional”. Y E. Montolío, a propósito de (1) 1525 G: –HACER YO / pero si ellos te dicen que tiene que ser así 1526 E: –es así 5. En esta Tesis Doctoral, realizada bajo la dirección de E. Montolío, se estudian como insubordinadas expresiones muy diversas: a ver si+Indicativo; ellos, que se jodan; que no te enteras, abuelo!; ¿irme yo ahora?; no, si tú lo has hecho bien, pero...; como si yo me chupara el dedo; no, hombre, Consejero no, que trabaja en la Consejería; etc. 6. Bastantes de las cuales han sido estudiadas, entre otros, por el profesor Deulofeu (2011). Muchos de los numerosos y variados empleos del que que en ellas se hace (–¿Has invitado a Juan? –Que venga, claro; –Y allí me encontré con Sandra; –¿Que te encontraste con quién?; –La verdad es que no sé ni quién va a venir; –¿Que no lo sabes? ¡anda ya!; –¿Seguro que lo vas a hacer?; –Que sí, hombre, que te lo hago mañana sin falta ¡qué pesado!; A –¿Sabes algo de Pepe?; B –Creo que se ha casado; A –¡¿Que se ha casado?! Si no le gustaban las mujeres...; B –No, con un tío; –¿Qué te ha parecido?; –Que no hay quien lo aguante, para qué te voy a engañar; –Pues yo no voy; –¿Que no vienes? ¡claro que vienes! ¡faltaría más!; –Por cierto, que hoy me ha ocurrido una cosa muy rara...; –Que me estás aburriendo!; –¡Que te lo has creído!; etc.) se despachan a menudo simplemente atribuyéndoles un más o menos marcado carácter coloquial. 7. Montolío (2011) abre una vía de exploración cuya historia (desde Gene Lerner 1991) y marco teórico, resume perfectamente.
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primer ejemplo, tomado del corpus del Grupo Val.Es.Co, aducido para ilustrar la elaboración sintáctica “a dos voces” en las “oraciones compuestas construidas en el diálogo”, afirma que “el hablante G inicia una oración condicional de la que enuncia solo la primera parte, la cláusula subordinada, y es su interlocutor, el hablante E, quien la completa con la apódosis correspondiente en otro turno de habla” (2011: 315)8. No es muy distinto de lo que había sostenido con anterioridad –aunque sin hablar explícitamente de miembros oracionales– acerca de (2) –No sé... estoy un poco preocupado... Últimamente, Carmen y yo estamos siempre discutiendo –Así pues/Entonces [“si es así”], lo mejor será que pienses bien lo de casarte
4. De su gran productividad, ninguna duda hay, pues en la conversación coloquial todo se produce en colaboración, una colaboración que, como he mostrado en otra ocasión (ver Cap. 18 de este volumen, Narbona 2001b), abre posibilidades sintácticas que no se dan fuera de la interlocución. Así, en Irse de casa, de C. Martín Gaite, uno de los personajes femeninos, ante la implacable crítica de su amiga a la protagonista (“... no era de hacerle confidencias a nadie, un ser superior, eso es lo que se creía, total porque sabía idiomas...”), trata de hacerle ver que también es justo reconocer el mérito de su esfuerzo y sacrificio: (3) –Cuatro, guapa, cuatro idiomas [sabía], y todo a base de becas y de hincar los codos un mes detrás de otro en aquel chiscón con ventanucos de reja que parecía una cárcel, mientras la madre le daba sin tregua a la máquina de coser, yo le veo mucho mérito a estudiar con ese ruido y nunca quejarse
a lo que de inmediato replica la que no está dispuesta a conceder virtud alguna: –¿Quejarse? Todo lo contrario. Si es lo que yo te digo, que se las daba de princesa, ¡unas ínfulas! 8. Estaríamos, en todo caso, ante una condicional de la enunciación, no del enunciado, de acuerdo con la distinción mencionada en la n. 5.
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donde estaríamos ante un “mecanismo sintáctico de gran productividad en la lengua coloquial” que “implica la compleción, por parte de un hablante diferente, de una unidad sintáctica cuyo inicio se rastrea en la intervención de un hablante anterior” (Montolío 1991).
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El infinitivo inicial, de carácter interrogativo (retórico-exclamativo), posibilitado por el final de la intervención anterior, sirve de “trampolín” para convertir lo que pretendía ser una parcial desaprobación en una serie de secuencias (ninguna, por cierto, oracional) que apoyan y refuerzan su propia posición. Es discutible, en cambio, que un hablante se limite a completar un esquema oracional iniciado por el interlocutor, aportando bien la apódosis, como parece interpretarse en (1), bien la prótasis, como en (4) –Te acompaño –¡[Pero] si a ti no te han gustado nunca las bodas! (5) A –No, lo siento, no puedo ir B –[No,] si ya lo imaginaba, pero tenía que decírtelo.
Y no me refiero a que frecuentemente el molde, más que “completado”, es reiniciado en la respuesta o réplica, incluso cuando hay coincidencia con la prótasis adelantada (6) –¿Y si no lo hace? –[{Si no lo hace /En ese caso}] Lo haré yo (7) –¿Y si no hubiera venido Pepe? –[{Si no hubiera venido Pepe / En tal caso}] Habría llamado a Juan
(8) –¿Y si hubiera sido al revés? –Lo hubiera / habría hecho igual (‘no como tú crees o esperas’) (9) –Si yo hubiera estado allí...!! –¿Qué? ¿qué hubieras hecho? Lo mismo que todo el mundo (‘y no lo que estás pensando o imaginando’).
En la novela de Galdós Fortunata y Jacinta, esta descubre los devaneos de su esposo con Fortunata, le reprocha su comportamiento y esboza una amenaza: (10) –¿Y esa tonta no te sacó los ojos cuando se vio chasqueada?... Si hubiera sido yo... –Si hubieras sido tú tampoco me habrías sacado los ojos.
En su rápida reacción, Juanito, lejos de cerrar con la apódosis “pensada” por Jacinta, lo hace con la de signo opuesto. Mucho se ha escrito sobre los numerosos efectos de sentido que, dentro de esa contraposición general, se alcanzan, especialmente con la prótasis, y que van desde el rechazo más o menos enérgico en casos como
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sino a que lo habitual es que la “apódosis” se oponga a la prevista o previsible:
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(11) ¡Si nunca he dicho que estuviera enamorada de él!9 (12) –Vamos a comprar las entradas para el concierto ¿tú vienes? –Si hemos quedado con María! [¿no te acuerdas?]
hasta múltiples y muy diversas matizaciones atenuadoras, casi siempre de carácter contrastivo: (13) Si {yo,tú} (lo) supiera(s)... Si tú lo dices...
Así pues, con la afirmación de que no hablamos por oraciones –mucho menos lo hacemos por “medias” oraciones–, no solo se quiere dar a entender que bastantes de los enunciados de que nos servimos no responden al esquema oracional, sino también que es habitual que haya una notable separación entre el contenido realmente comunicado y el significado que se asigna a cada uno de los tipos oracionales. No debemos seguir considerando, por tanto, incompletas las secuencias anteriores (muchas terminadas con entonación suspendida), puesto que ni siquiera en términos sintácticos cabe hablar de mera “compleción”. De hecho, en la interlocución pueden quedar anuladas algunas de las restricciones oracionales, como el empleo del infinitivo ya comentado de (3) o la posibilidad de valerse de formas verbales de futuro tras si: (14) ... si lo sabré yo!
5. Se ha señalado que no ha sido bien estudiado “el efecto que tienen sobre el modo las partículas que poseen valores discursivos”, por ejemplo, algunas de contenido contrastivo que impiden el indicativo en concesivas del tipo (15) Bueno, pues aunque {tengas/*tienes} prisa [En final de enunciado] (Bosque 1990:48).
9. Ejemplo de “construcción independiente introducida por si replicativo” en el que E. Montolío sostiene que tales construcciones pueden considerarse “como primitivas estructuras condicionales sistemáticamente fragmentadas, en las que, aisladamente, primero, y de manera sistemática, después, empezó a aparecer sólo la prótasis y a omitirse sistemáticamente la apódosis [...], porque la reconstrucción de ésta resultaba sencilla para el interlocutor, por ser siempre la misma, a saber: ¿por qué has dicho lo que acabas de decir?” (1999a: 59). Cfr. Narbona 2003b.
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y, en cambio, como vamos a ver inmediatamente, afloran constricciones que no se advierten en la oración.
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Es posible que a menudo ello esté ligado al cierre enunciativo, pero no necesariamente a la presencia de unas expresiones concretas: (16) Es que a Soria hay que venir con ropa de abrigo, aunque sea en pleno verano.
No cabe duda es de que a la interlocución pertenecen bastantes de los factores que bloquean el indicativo en casos como (17) A –Ven esta tarde a casa B –Es que no puedo A –Aunque {sea/*es} un momento B –¿Aunque {sea/*es} tarde? A –Da igual, hasta las doce y media no me acuesto.
o permiten el subjuntivo en otros: (18) –Los platos, los friegas tú hoy –[Sí, claro,] porque tú lo digas (‘No lo haré, por mucho que insistas’).
(19a) Para que se gane él ese dinerito, me lo gano yo (19b) Me lo gano yo! // para que se lo gane él...10 10. Si no se tiene en cuenta la imbricación entre sintaxis y prosodia resulta imposible caracterizar adecuadamente gran parte de las réplicas en la coconstrucción: –¿Y por qué no me habéis esperado? –Como no sabíamos si ibas a venir...!; –¿Tú sabes por qué se ha enfadado Manolo? –Como no sea por lo que dijiste ayer de su novio...! Sin intervención previa alguna, alguien, sorprendido por la afluencia de compradores en un puesto del mercado, exclamó: “¡Ni que las [gambas] regalaran! Si están más caras que en ‘La Dorada’!”. Puede llegar a producirse incluso la parcelación entonativa de unidades tenidas por indestructibles, como las perífrasis: ¿Qué está? ¿lloviendo? Pues yo no he traído paraguas; ¿Qué estabas, bebiendo agua del pozo? La explotación de la acción solidaria de esquema sintáctico y de los recursos prosódicos –que la escritura no o apenas puede reflejar–, explica, junto con otros factores, que la operación co-constructiva se produzca preferentemente en las modalidades orales de la proximidad comunicativa. Ahora bien, la creciente competencia de los lectores para actualizar y vivificar la prosodia latente ha llevado a ciertos autores, especialmente en la época moderna, a reflejar en sus textos, literarios o no, lo esencial del modo de producción de enunciados del coloquio espontáneo, por lo que tales escritos pueden constituir fuentes de datos tan idóneas y fiables como las grabaciones de conversaciones reales.
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6. No son las únicas constricciones. En las finales, la opción por una u otra disposición secuencial de los dos miembros –sin que ello resulte irrelevante comunicativamente– tiene que ver con el distinto papel que en la conformación del sentido tienen el esquema sintáctico y los recursos prosódicos contextualizadores:
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Cuando en el coloquio la “subordinada” efectúa la “compleción” sintáctica, suele rechazar proposicionalmente lo dicho o supuesto por el interlocutor: (20) –Lo que debes hacer otra vez es levantar la mano tú primero –Sí, claro, para que se rían de mí! (‘NO voy a hacer eso que dices porque se reirían de mí’). (21) –Parece mentira el gol que ha fallado Iniesta –Para que luego digan que no tiene ningún defecto! (22) –¿Te has enterado de lo de Manuel? –¡Para que veas! (23) ¡Para que luego digas que las mujeres son más listas que los hombres!
7. No parece que pueda explicarse el sentido intencional de las (co)construcciones si se persiste en poner de manifiesto únicamente cómo y en qué medida se ha desviado o alejado del significado atribuido por los gramáticos como propio a cada tipo oracional, es decir, mientras el lingüista se resista a liberarse de su deformación jerárquica (Simone 1997b). Otra cosa es que no resulte fácil proyectar en la sintaxis el principio de la relatività della variazione, esto es, la consideración en pie de igualdad de todas las variedades, y no una de ellas en particular como lógicamente anterior o superior a las demás (Sornicola 2002). En todo caso, con la distinción entre causales (o condicionales, concesivas, finales) de la enunciación y del enunciado no termina, sino que comienza la explicación de las unidades sintácticas. La producción de enunciados no es algo que “pertenezca” en exclusiva al emisor, sino que es llevada a cabo por este para y en función del receptor, al que constantemente trata de traer a su terreno y persuadir en esa pugna más o menos tensa que toda conversación implica. Así es incluso cuando no hay sucesión de turnos reales, sino que el hablante se desdobla y actúa también como el “otro”: (24) Tú ¿qué quieres? que se venga a mi casa y cargue yo con él ¿no? (25) Pero ¿tú qué te has creído? / ¿que vas a hacer siempre lo que te salga de los c...? (26) ¿Que cómo estaba la tía? ¡Para comérsela, estaba! De esta especie de desdoblamiento se sirven mucho los columnistas de prensa, que simulan “dialogar” con un interlocutor imaginario: (27) “Y entonces yo le digo, enhorabuena, ya verás cómo pronto Zapatero lo arregla y vamos todos al juzgado; y mi amigo dice, de eso nada, bonita,
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Los ejemplos podrían multiplicarse con facilidad.
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yo me caso por la Iglesia, con traje de Caprile y zapatos de Pura López, como todas, yo no quiero que mi madre pase el mal trago de ir a los juzgados de Pradillo. Y yo le digo, pero si tú nunca has creído en Dios, pero si a ti tu madre te importaba un huevo, pero si tú querías retirar de la renta el tanto que se llevaba la Iglesia” (Elvira Lindo “Sí, quiero”, El País, 26-8-2004).
8. La construcción conjunta (“a dos o más voces”) de enunciados acentúa el aire centrífugo (Seco 1973) o parcelado (Narbona 2000b y 2008a) –que no falto de elaboración– de la técnica dominante en el coloquio. Para superar la óptica sesgada que impone la utilización casi exclusiva de ejemplos propios de la distancia comunicativa, reales o inventados, debemos empezar preguntándonos por las razones que llevan a preferir una estrategia constructiva en la que se procede indirectamente y por aproximación (Blanche-Benveniste 1998), unas razones cuyo común denominador no puede ser más que la pretensión constante del usuario por alcanzar la máxima eficiencia a la hora de influir en las creencias, las actitudes, la conducta y el comportamiento de su interlocutor, o interlocutores. Enfrentarse o mostrar desacuerdo (o rechazo) es arma eficaz para conseguir modificar alguno(s) de los (pre)supuestos del otro, en definitiva, “imponerse”. Cuando alguien, al oír una aserción que juzga falsa replica con una expresión como
está descalificando a su interlocutor con mayor fuerza que afirmando directamente que lo dicho por el otro es mentira. Esto último, además, no deja de ser también una opinión o parecer, mientras que mostrar su falsedad a través de la referencia a un hecho objetivo real hace improcedente el acto mismo de emitir juicio. No sé si tales mecanismos deberían encuadrarse en la categoría intensificadora (Albelda 2007) o en la de atenuación (Briz 1995), pues nada hay más difícil que delimitar y definir categorías pragmáticas transversales. En cualquier caso, la indagación de recursos idiomáticos como los aquí comentados aconseja invertir el modo de proceder de los estudios de sintaxis oracional. Si las construcciones interordinadas, que Ángel López (1994) prefiere calificar de tipo alius, resultan, en teoría, de la fusión de dos enunciados previos en uno11, no 11. Sostiene Á. López (1994b), para quien toda expresión compuesta deriva de la fusión de dos turnos conversacionales en uno y supone la remisión de dos enunciados a una sola enunciación, que se llega a una construcción de tipo alius cuando la sucesión de los turnos se produce de manera que uno de ellos represente la contribución del hablante, que propicia la del oyente, y el otro la intervención de este, que es suscitada por la del hablante y a ella responde: T1 –Mañana iremos al campo T2 –Siempre que haga buen tiempo >“mañana iremos al campo siempre que haga buen tiempo”.
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(28) –(Pero) si tú no estabas allí!
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hay razón para considerar molde prototípico al resultado y más o menos marginales a los miembros que constituyen su punto de partida. Sería tanto como decir que los hablantes estamos constantemente produciendo estructuras amputadas o inacabadas, y completando las ajenas con otras, que, por cierto, serían tan “incompletas” como las de su interlocutor. Cuando ese “cierre” es efectuado por la proposición sintácticamente “subordinada” o dependiente, esta, en lugar de limitarse a llenar una falta o carencia, se encarga a menudo de contrarrestar, rechazar e incluso anular el contenido esperable. El hablante, al transformarla –desde un punto discursivo y pragmático– en dominante o dominadora, lleva a cabo una “insubordinación”, en la acepción común de acto de sublevación o sedición verbal.
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III LINGÜÍSTICA DE LA ENUNCIACIÓN Y ESPAÑOL COLOQUIAL
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10. CUESTIONES PRELIMINARES
[1996]* Introducción
Un año después del Simposio sobre el español coloquial celebrado en la Universidad de Almería en 1994, cuyas Actas fueron editadas por L. Cortés (1995b), una nueva reunión en la de Valencia confirmó que el interés sobre el español coloquial se acrecentaba. Como se ha puesto de manifiesto repetidamente, aparte de darse las condiciones precisas para proceder a su análisis riguroso, se trata de una consecuencia ineludible de la propia trayectoria de la lingüística, que intenta superar los límites y limitaciones de una concepción de la lengua como sistema formal de signos o competencia de un hablanteoyente ideal o idealizado por el lingüista. Nuevas vías de aproximación a la comunicación lingüística, como el análisis del discurso o la pragmática, al examinar el código en acción, en funcionamiento, se han visto abocadas a hacer de la modalidad básica y más común de uso uno de sus objetos primordiales de estudio. Aunque persisten bastantes imprecisiones y confusiones conceptuales y terminológicas y sigue habiendo apreciaciones subjetivas e impresionistas, parece ir imponiéndose la convicción de que su descripción ha de hacerse siempre, e igualmente la posterior valoración, en función de su adecuación al acto y situación de comunicación, y también de que debe centrarse primera y fundamentalmente en la técnica constructiva del discurso puesta libremente en práctica por los hablantes. La sintaxis, que obviamente no puede desligarse del léxico, es el terreno más necesitado de clarificación y en el que más queda por hacer, incluidas investigaciones históricas que ayuden a reconocer
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1.
* [“Sintaxis del español coloquial: algunas cuestiones previas”, en A. Briz, J. Gómez, Mª J. Martínez y Grupo Val.Es.Co (eds.): Pragmática y Gramática del español hablado, Valencia: Universidad, 1996, 157-175].
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y explicar las singulares o peculiares características. Bueno será, pues, volver sobre algunas cuestiones que considero previas, no sólo porque deben ser dilucidadas en primer lugar, sino porque determinan el tratamiento de las demás. 2.
Oír+escuchar-hablar / leer-escribir
Aunque nos hemos habituado a diferenciar entre lengua hablada y escrita, no hay una separación dicotómica tan simplista dentro de una realidad extraordinariamente compleja. Con la expresión español hablado (al igual que français parlé, italiano parlato, spoken english, etc.) ni siquiera se hace referencia a una parte de la lengua, sino a un conjunto de variedades de uso, aunque preferentemente se piensa en la primera desde todos los puntos de vista y la más común, cuya consideración como inferior a la escrita ha sido una de las excusas para su marginación. Es explicable que los estudios gramaticales hayan estado vinculados a los textos escritos, y especialmente a los literarios, pues es el código sustitutivo gráfico el que ha hecho posible “el desarrollo de la conciencia metalingüística científica, la cual sólo después de milenios de analizar el producto del habla a través del prisma de la escritura intenta saltar nuevamente a los fenómenos propios y específicos de la onda sonora” (Rivarola 1991: 23). El creciente grado de formalización que ha ido alcanzando la sintaxis no ha facilitado precisamente la ampliación del objeto de observación, de manera que contemple también las actuaciones orales tildadas de “informales”. Quizás no sea ya cierto que se sigue dando prioridad a la escritura, pero tanto en algunos de los modelos funcionalistas como, sobre todo, en la gramática generativo-transformacional –principal representante del paradigma científico formal– esa relativa liberación del carácter filológico no ha supuesto, ni mucho menos, un acercamiento al habla. En realidad, lo que ha ocurrido es que el carácter cada vez más técnico y depurado del análisis sintáctico ha llevado a prescindir de todas las variedades, e incluso de la variación misma, inherente y consustancial al funcionamiento de los idiomas. El salto a lo oral, indudablemente, complica la tarea. No será posible, por ejemplo, seguir obviando el examen de los recursos prosódicos, especialmente el contorno melódico, las pausas y el ritmo, indesligables de los esquemas constructivos (Di Cristo 1975 y 1985). Los gramáticos habían terminado por desentenderse –obviamente, no por ignorancia– de bastantes evidencias, como la de que el único medio de expresarse lingüísticamente que ha tenido la humanidad, salvo en una mínima etapa de su historia –y sólo una parte de la población–, ha sido la producción de sonidos y su captación a través del oído. La escritura, desde cualquier punto de vista que se adopte, social o individual, es muy posterior y derivada. Otra cosa es que su invención y, sobre todo,
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su difusión, hayan significado una transformación cualitativa de nuestra capacidad cognitiva y de las relaciones entre los hombres, y que haya se haya desarrollado de manera parcialmente independiente de la oralidad (Halliday 1982). Hablar –cuyo aprendizaje, natural, es consecuencia de la facultad de oír y escuchar (oír atendiendo)– y escribir –que, como el leer, se aprende de forma no natural– cubren necesidades y cumplen propósitos no idénticos; de hecho, nadie habla solo, a diferencia del verdadero autor (escritor), que ha de escribir en soledad (aunque no necesariamente en solitario). Importa destacar que una y otra actividad lingüística responden a tipos de planificabilidad distintos (Voghera 1992). No debe extrañar, por tanto, que algunas estructuras propias del habla no aparezcan usadas en los textos escritos, a no ser que el escritor trate deliberadamente de reproducirlas o imitarlas, o que otras, en cambio, no o apenas se activen en la conversación. Lo primero salta a la vista, y, de hecho, una gran parte de los esfuerzos de los estudiosos del lenguaje coloquial se encamina a la búsqueda de su peculiaridad, frente a los usos escritos. En cuanto a lo segundo, baste pensar, por ejemplo, en el escasísimo empleo que en el habla se hace de construcciones como la denominada absoluta de participio (o de participio absoluto), ampliamente documentada desde los orígenes del idioma. Salvo casos más o menos estereotipados (muerto el perro, se acabó la rabia), sólo aparece cuando determinadas condiciones contextuales y pragmáticas neutralizan o, al menos, atenúan el distanciamiento enunciativo entre los interlocutores que tal esquema refleja: Tendido todo el día en el sofá, no creo yo que te vaya a salir un trabajo; Una vez metido en el coche, lo mismo me da ir a un sitio que a otro (Narbona 1996a). El “escribo como hablo” de Juan de Valdés no es más que la expresión de un ideal de estilo llano y natural. Nadie de los que saben escribir puede hacerlo como habla (a su vez, con la expresión no me hables como un libro se expresa popularmente el rechazo a la utilización de procedimientos sintácticos y elementos léxicos inadecuados al tipo de acto comunicativo coloquial). Otra cosa es que ciertos textos dramáticos escritos para ser oralizados por actores y, sobre todo, los diálogos que aparecen en determinadas obras narrativas alcancen una mímesis de lo oral o escritura del habla que ayuda no poco a descubrir los caracteres del lenguaje conversacional (Narbona 1992b, 1993). 3.
Escala gradual de las variedades de uso
Ya se ha dicho que no es posible sostener el carácter radical de la dicotomía oralidad / escritura, que, en todo caso, sólo se podría comprobar en las lenguas con escritura y en cierto modo únicamente podría proyectarse en
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hablantes con competencia escrita. Por un lado, las interrelaciones han sido cada vez más estrechas e intensas en ambos sentidos (Olson-Torrance 1995). Por otro, la conversación cara a cara (o “en directo”) ha dejado de ser la única situación de interlocución. Basta pensar, por ejemplo, en las posibilidades abiertas sucesivamente por el teléfono, el correo electrónico, los diversos tipos actuales de intercambiar mensajes, la videoconferencia, etc., al permitir intercambios comunicativos (orales o escritos) que implican alteridad e intersubjetividad y en los que emisión y recepción se producen –o pueden producirse– simultáneamente con independencia de la distancia. A su vez, la situación monolocutiva –no el monólogo en sentido estricto, pues la actividad lingüística no es concebible sin un receptor o destinatario– no es exclusiva de la escritura; a los conocidos tipos discursivos de la oratoria han venido a sumarse otros géneros, más o menos perfilados, gracias a los modernos medios de comunicación audiovisuales. Todas las modalidades de empleo de una lengua se insertan en una única escala gradual, y en cada una de ellas incide de manera y en proporción diferentes una serie de parámetros, no discretos ni homogéneos. No basta con repartirlas en combinaciones “híbridas”, como hace De Mauro (1970), quien distingue lo parlato parlato (una conversación familiar o entre amigos, por ejemplo), lo parlato scritto (una carta privada), lo scritto parlato (una conferencia leída) y, por último, lo scritto scritto (un ensayo periodístico). Tampoco parecen suficientes propuestas como la de Hazäel-Massieux (1995), que, desde una perspectiva distinta y con otro propósito prefiere separar, dentro de la oralité, la langue órale parlée (stade 1: “de l’expression órale généralement ‘spontanée’”) de la langue órale graphiée (stade 2: “la représentation sur le papier est ‘transcription’ de l’oral”), y, dentro de la la écriture, la langue écrite graphiée (stade 3: “la langue est dès lors véritablement écrite, marquée par une recherche de formes adaptées à la communication in absentía: élaboration qui aboutit en fait à une ‘standardisation’ par formulation de regles et leur fixation”) de la langue écrite parlée (stade 4: “la langue écrite a totalement échappé a Tattraction de la langue órale. Moyen de communication autonome elle peut recourir au canal de la parole sans risquer d’étre marquée par le caractére vocal”). Para definir el espacio comunicativo en su totalidad han de contemplarse los parámetros derivados de las condiciones universales de comunicación, siempre vinculados a la relación que exista –así como a las modificaciones que pueda sufrir a lo largo del propio acto comunicativo– entre emisor y receptor (o emisores y receptores, pues no da lo mismo el número de participantes), sin ni siquiera perder de vista la propia personalidad y características de los mismos. Influyen, pues, en las estrategias de verbalización el grado de (des)conocimiento recíproco de los participantes (que puede modificarse en el desarrollo del acto comunicativo), el espacio y la situación en que tiene lugar
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el intercambio (cara a cara o cualquier otra de la situaciones antes mencionadas), su carácter más o menos privado o público, el tema o asunto al que se refiere (que puede estar o no fijado y determinado de antemano, verse afectado en mayor o menor medida por el mundo afectivo o emocional de alguno o de todos los interlocutores, etc.), el tipo de cooperación del receptor (que en el diálogo pasa a desempeñar, de manera simétrica o no, el papel de emisor), el nivel de espontaneidad o de formalidad, la intención o propósito que se persigue, etc. No resulta fácil dilucidar cómo y en qué medida actúan factores tan dispares. Reproduzco en la página siguiente el esquema que han ido perfilando P. Koch y W. Oesterreicher, en la versión de López Serena (2007: 34). Las flechas situadas en los extremos de la línea horizontal y las que la atraviesan verticalmente en cualquiera de sus puntos muestran la gradualidad dinámica que introduce este punto de vista concepcional. La conversación familiar queda ubicada en la zona más a la izquierda, la de la inmediatez o máxima proximidad comunicativa, en la que, lógicamente, predomina el medio fónico-auditivo. En cambio, el ámbito del canal visual (gráfico) se ensancha hasta hacerse dominante a medida que nos desplazamos hacia la derecha y se acentúa el distanciamiento comunicativo. En otros esquemas se ha hecho recaer sobre uno de tales parámetros en particular (la situación monolocutiva o interlocutiva) el peso de la escalaridad de las variedades de uso. Así, el propuesto por Patrick Charaudeau, que se reproduce en p. 165. En todo caso, está claro que no cabe hablar de una “lengua” conversacional única y homogénea, y tampoco necesariamente hablada. Con buen criterio, los integrantes del grupo Val.es.co. de la Universidad de Valencia, que distinguen entre rasgos primarios (oralidad, interlocución en presencia o cara a cara, toma de turno no predeterminada, ausencia de planificación, retroalimentación, finalidad comunicativa socializadora, tono informal) y coloquializadores (relación de igualdad, relación vivencial de proximidad, marco de interacción familiar, temática no especializada), no se deciden a formular una definición de la modalidad de uso propia de la conversación coloquial, sino que se limitan a proponer un procedimiento operativo para reconocer el distinto grado de coloquialidad en cada caso (Briz et alii 1995). Los estudiosos tienden a centrar su atención en aquellas actuaciones en que hay, o llega a establecerse, una total, o casi, complicidad entre los interlocutores. El amplio mundo de vivencias y presupuestos que comparten hace que la comunicación se produzca de un modo altamente cooperativo, no haya necesidad de saturación verbal y las operaciones inferenciales tengan una fuerte carga implícita. La relación de igualdad, familiaridad y solidaridad entre ellos permite expresarse de manera relajada, especialmente si el entorno es de absoluta privaticidad y el asunto no es ajeno al mundo afectivo.
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Medio y concepción. Continuo entre inmediatez y distancia comunicativas y perfil concepcional de algunas formas comunicativas
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Se podría traducir así:
Se advierte, ya se ha dicho, una especial inclinación a señalar errores e incorrecciones, que se vinculan a menudo a un más que discutible “principio” de comodidad o de economía (Vigara 1992: 192 y ss.). Pero el lingüista ha de situarse dentro del plano de la corrección idiomática. Eso no quiere decir que se desentienda de los usos que, sin estar normativamente aceptados, son habituales en el habla, algunos de los cuales pasan a la escritura, e incluso los hay documentados prácticamente desde los orígenes del idioma, como ocurre con está saliendo con ese chico que {el, su} padre es médico, es un jugador que sólo lo saca el entrenador en el segundo tiempo, lo positivo es asistir sólo a los mítines que dan bocadillo y refresco o si no puede ser, hay otros muchos jugadores que estamos trabajando con ellos, estructuras ya atestiguadas en textos primitivos (todo ombre que su mies li sieguen o todo ombre que abeillas se li van, ejemplos ambos de los Fueros de la Novenera, siglo XII). Ciertos esquemas constructivos del coloquio aparecen a primera vista como anómalos o desviados sencillamente porque se abordan desde la óptica de un saber gramatical que los ha venido ignorando o marginando. El presunto desvío respecto de las realizaciones ideales descritas por los gramáticos no tiene por qué ser necesariamente consecuencia de falta de control estructural ni, por supuesto, interpretarse como incorrección, sino que puede ser simplemente fruto de la adecuación a las circunstancias y condiciones del tipo de acto comunicativo. 4.
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Control estructural y competencia idiomática
Tampoco cabe achacar cualquier singularidad al bajo nivel de instrucción idiomática y de competencia expresiva y comprensiva alcanzado por ciertos hablantes. Anacolutos e incorrecciones aparecen también en las conversaciones de los tenidos por cultos, y no esporádicamente. Y frecuentes son igualmente las secuencias que parecen interrumpidas, inacabadas, incompletas, elípticas o braquilógicas, así como las constantes vacilaciones, rupturas y cambios de construcción, repeticiones o empleos que se juzgan redundantes, etc., como puede observarse en los tres ejemplos que siguen. El primero se ha extraído, al azar, de las encuestas del nivel culto publicadas por el grupo de investigación Sociolingüística andaluza de la Universidad de Sevilla (Pineda 1983: 159). La que habla es una profesora universitaria de 34 años: (1) Quizás me guste la gente ¿no?, de Sevilla. Yo no sé si es porque soy de aquí, pero me gusta que sean abiertas. No sé, yo es que estuve, por ejemplo, unos
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años estudiando fuera. Luego, cuando volví, que preguntaras a una mujer dónde estaba la calle tal y te dijera “Sí, sí, yo voy para allá, yo mismo te llevo”. Y que te llevaran ellos mismos a los sitios. Muy abiertas. Esto es una cosa... Por ejemplo, yo en Madrid he estado muy poco, pero no existe esto que parece muchas veces un tópico en Sevilla, pero yo creo que no. Sí. Incluso dentro de Andalucía, yo creo que es la que más. Porque Granada, que yo voy bastante porque estoy haciendo allí la Tesis, es más cerrada.
El segundo pertenece a una conversación coloquial prototípica entre titulados superiores de alto nivel sociocultural publicada por el grupo Val.es.co (Briz et al. 1995: 181):
Por último, he aquí un fragmento de una conversación telefónica entre dos mujeres, ambas Licenciadas en Psicología y Pedagogía, recogida personalmente por mí: (3) Pues yo José María, qué gracia, oye; porque él pensaría..., pero después, bien ¿no?, o sea, normal, porque hablando y tal ¿no? decía..., no sé..., un poco... receloso, vaya, por si yo... ¿no?, pero, nada, estuvimos hablando, y nada, él ya vio... ¿no? que yo, vaya, que yo... normal.
Ahora bien, que el habla coloquial no sea “propiedad de ninguna clase social” (Briz et al. 1995: 26)1 no debe llevar, ni mucho menos, a su examen de forma aleatoria e indiscriminada, sin adoptar apenas precauciones sociolingüísticas.
1. Es discutible, por tanto, la atribución de los códigos llamados restringido y elaborado (Bernstein 1975) a unas determinadas clases sociales.
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(2) G: § y ahora ¿qué pasa?/ ¿que nos tienen que sacar aa- otro decreto? V: no/ sí/ si ya está// yaaa/ prácticamente con el proyecto ya- yaaa/ tiene que haber salido de servicios jurídicos ↑ un día de estos/// hombre/ si SALE/ en los términos que está redactao→ // no está mal J: está mejor qu’el otro/ [me dijeron a mí] V: [mejor qu’el otro]/ mejor qu’el otro/ mm- lo de amortizar fuera // se nos integra→ // ¿eeeh? con tod(as)- con las mismas funciones/ eso es mucho/ ¿eh? [irónicamente] / decir// ¿eh?/ con las funciones y tal? ↑// y- ¿eeeh? sin PERJUICIO/ deee// la integración al cuerpo de profesores de secundaria/ POR los procedimientos que se ESTABLEZCAN// NO por los procedimientos legales/ que eso también lo habíamos comentado alguna vez → [entre risas].
5.
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Sintaxis y pragmática en el análisis del lenguaje conversacional
La dialectología, pionera en el estudio de las hablas vivas, y la sociolingüística no se han ocupado mucho de las variables sintácticas. Los dialectólogos casi se han limitado a la pronunciación y al léxico, y con frecuencia se han basado en datos proporcionados “por analfabetos de casi absoluto sedentarismo, de estirpe lugareña, mayores de edad y dentición completa”, por lo que la descripción corresponde “a la práctica lingüística del nivel socioeconómico, cultural y biológico ínfimo” (Mondéjar 1995: 40). Y la sociolingüística, “campo apenas entreabierto en el mundo de habla hispana” (Silva-Corvalán 1994: 412), se ha centrado en el nivel fónico por ser el que mejor se adapta a la metodología variacionista. En la conversación, los enunciados se vertebran y disponen jerárquicamente en función de la intención comunicativa, por lo que el análisis de su andadura sintáctica ha de llevarse a cabo desde una perspectiva pragmática. Hasta la identificación y representación de los referentes va construyéndose cooperativamente por acercamientos sucesivos de los participantes (BlancheBenveniste 1984), por lo que no debe sorprender que las repeticiones, redundancias, frecuentes cambios de construcción, vacilaciones, oscilaciones y aparentes tautologías sean constantes en el fluir discursivo del coloquio. Si ni siquiera está claro, por ejemplo, cuál sería –si lo hay– en nuestra lengua el llamado orden básico, neutro o no marcado ¿por qué se consideran dislocados a la izquierda o topicalizados los objetos en posición preverbal? La discusión acerca de si el español es o no una lengua del tipo S[ujeto]V[erbo]-0[bjeto] (Pottier 1988, Meyer-Hermann 1994) no puede plantearse, pues, en general, sino en función de las condiciones enunciativas de las diversas clases de actuaciones comunicativas y de la modalidad de uso, hablada o escrita, que en cada caso se pone en práctica. Es en el nivel del discurso donde pueden descubrirse las funciones, básicamente pragmáticas (enlace y cohesión textual, prominencia o focalización contrastiva, etc.) (Silva-Corvalán 1984) que cumplen, solidariamente, el orden de los elementos y el contorno entonativo. Es el propósito de destacar y atribuir prominencia al tema o tópico el que, no sólo puede llevar a la anteposición del objeto (4) (a) Yo / vino / bebo / sólo cuando como (b) Pablo / el 306 / mételo en el garaje (c) comida / te puedo dar // pero dinero /no tengo2,
2. No es preciso recordar que el fenómeno, en el que quizás haya que contar con una posible influencia estilística del árabe (Galmés, 1955-56), es tan antiguo como el idioma mismo: que a mis fijas bien las casaré yo (Cid, 2834); et estos quatro tiempos partiéronlos a manera de los quatro elementos (Libro del Açedrez).
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sino que provoca aparentes asimetrías entre representación semántica y articulación sintáctica: (5) estos niños / la verdad es que no sé qué hacer con ellos
Y en casos como (6) (a) llover / ha llovido // pero llover-llover // no ha llovido (b) comer // no come mucho // pero beber / no para
se puede decir que el infinitivo inicial, entonativamente marcado, constituye una especie de pretema que anuncia el ámbito en que puede situarse el tema del enunciado (Simone 1993: 326). El estudio de la sintaxis desde la pragmática y a través de la semántica empieza a ser algo más que una mera aspiración. Es lógico que haya interesado particularmente aquello que de modo más claro y patente deja al descubierto las insuficiencias y limitaciones de una gramática estrictamente del código y oracional. Que los tradicionalmente denominados enlaces extraoracionales se contemplen sobre todo como auténticos marcadores u ordenadores del discurso (Portolés 1989, 1993, 1994b, 1995a y 1995b; Cortés Rguez. 1991; Martín Zorraquino 1994a; Briz 1993a, 1993b y 1994; Pons 1995; etc.) revela que se necesitan categorías nuevas y más abarcadoras. Y el creciente interés por aquellos recursos que –sin ser exclusivos– se usan sobre todo en la conversación, es buena prueba de que se está superando la concepción de la lengua coloquial como deficitaria (por sus carencias o por sus incorrecciones) y aleatoria, respecto a la culta o simplemente estándar. Y es que resultaba un tanto paradójico concebir la lengua como sistema y desconfiar, en cambio, del carácter sistemático de su variedad de uso primaria y más común. Con las armas que proporciona el saber gramatical de que se dispone, no podemos, es cierto, descubrir las regularidades constructivas del lenguaje conversacional ni desvelar su funcionamiento. Pero no puede perderse de vista la obviedad de que no es antes el código aislado por los lingüistas que los discursos reales, incluidos los que poco o nada han contado para extraerlo, sino al revés. Dar primacía a los textos escritos fue durante mucho tiempo la única vía posible para abordar el análisis idiomático. Pero, dado que ya no necesariamente se ha de llevar el viento las palabras, que pueden quedar atrapadas, grabadas, no hay por qué continuar con la imagen parcialmente viciada y desenfocada –distorsionada, en definitiva– del habla real que está proyectando su descripción desde la óptica de lo escrito. Pero tampoco procede pasarse al extremo contrario y sostener que “la conversación espontánea y natural tiene que servir de guía o norma para la descripción del lenguaje en general” (Stubbs 1987).
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6.
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Soltura sintáctica y primitivismo
La sintaxis de la lengua conversacional se viene describiendo en comparación y contraste con la de la lengua tenida por culta o formal, con frecuencia igualada a la escrita. En consecuencia, se considera simplemente menos elaborada, trabada y estructurada, o –como otros prefieren– más suelta y fragmentada, quebrada o desmembrada que la que sirve de referencia. No extraña la evaluación negativa que de ella suele hacerse, pues, al darse por hecho que está escasamente planificada y poco o mal organizada o vertebrada, resulta configurada con un aire en gran medida parcelado, braquilógico o elíptico. Las piezas, llega a decir Berruto (1985), parecen irse agregando “per picchi e pennellature”. En efecto, casi todas las caracterizaciones generales terminan por apoyar la idea de que nos encontramos ante el resultado de una capacidad elemental, rudimentaria, inferior y pobre de construir las secuencias. No es raro que se hable incluso de sintaxis primitiva, con lo que se llega a establecer un paralelismo improcedente entre una modalidad de uso, la coloquial, y un estado de lengua, el de la etapa inicial de la historia del idioma, que sólo podemos conocer a través de los textos escritos conservados. Las evidencias que en estos puedan detectarse de los fenómenos del habla serán siempre limitadas e indirectas. Superar esa clase de apreciaciones que terminan viendo la sintaxis de la conversación coloquial como parcialmente fallida o fracasada, requiere, además de llevar a cabo abundantes análisis empíricos de enunciados reales –y no aislados ni descontextualizados, sino en cuanto integrantes y organizadores de discursos–, la adecuación de la investigación al objeto investigado. Sólo ese cambio de óptica permitirá comprobar que las partes (o parcelas) de los enunciados, marcadas por pausas o por inflexiones melódicas, lejos de suponer falta de trabazón, responden a una estrategia que potencia la articulación discursiva, y, en definitiva, descubrir los principios a los que responde. 7.
Unidades y simplicidad sintáctica
El hecho de que la lengua hablada se sirva de estructuras más breves y sencillas o simples, idea que precisa ser matizada, no basta para poner de manifiesto la especificidad de su técnica constructiva. Es posible que la aplicación del principio de recursividad, a lo que puede obedecer en algunos casos la mayor o menor longitud de una secuencia, presente diferencias en unas modalidades y otras. El que, por ejemplo, cuanto mayor sea el número de complementos con de que acompañan a un mismo sustantivo, menor sea la frecuencia de uso de la frase nominal (Jiménez 1975), no necesariamente
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se debe a que sea superior el grado de complejidad sintáctica, pues influyen circunstancias y factores diversos, empezando por la propia identificación de las realidades designadas, como se puede comprobar al comparar (7a) es la mujer del dueño del bar de debajo de mi casa
cuyo descifrado es fácil e inmediato, con (7b) es la mujer de un hermano de una prima de mi cuñado
8.
Complejidad constitutivo-funcional
Más que la longitud de las unidades constitutivas importan su articulación interna y su manera de integrarse en el discurso. Ocurre, sin embargo, que los criterios comúnmente empleados para decidir la sencillez o complejidad sintáctica distan mucho de ser convincentes. Así, los recuentos realizados por Bentivoglio (1992), a partir de encuestas sobre el español hablado en Caracas, avalarían que hay una tendencia a preferir la estructura argumental en que sólo aparece una frase nominal por cláusula (concepto que en este caso no se aleja demasiado de lo que comúnmente se entiende por oración), que suele corresponder al objeto directo, si se trata de un verbo de dos argumentos, o al sujeto, si es de uno solo. Pero son tantos los esquemas constructivos no tenidos en cuenta a la hora de establecer tal estructura argumental preferida (además de las estructuras con otros complementos distintos del directo, han sido descartadas aquellas en que intervienen verbos cognoscitivos, de dicción y todos los que rigen completivas, las impersonales, perífrasis como cogió y se
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que, pese a contener un número menor de constituyentes, requiere establecer adecuadamente para su codificación –y restablecer para su descifrado– el carácter relacional y deíctico de cada uno de ellos. Un análisis contrastivo llevado a cabo por Lope Blanch (1979) sobre la base de un reducido corpus hablado mexicano parecería confirmar que las cláusulas del habla popular son, en efecto, más breves (no suelen constar de más de dos oraciones) que las utilizadas por la lengua culta y literaria (que tienen, por término medio, más de tres). Pero, aparte de que sus resultados no pueden proyectarse a otros datos ni considerarse definitivos, es discutible la decisión de tomar como unidad de referencia para medir la cláusula –que define como “expresión autónoma desde el punto de vista de la elocución” carente “de forma gramatical propia”– a la oración (que sí tiene estructuración formal).
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fue, las que contienen un se interpretable como sujeto impersonal, las sustantivas en función de sujeto, las construcciones denominadas escindidas o hendidas, etc.), que la propia autora duda de la validez de sus conclusiones. El análisis valencial puede ponernos en la pista de las preferencias de las diversas modalidades de uso, pero siempre que no se detenga en los aspectos meramente constitucionales de las secuencias. Sabido es, por seguir con el mismo ejemplo, que no hay apenas restricciones en el empleo del complemento del nombre con de si no está determinado desde el núcleo, algo que posibilita muy variadas y heterogéneas interpretaciones semánticas:
Tampoco las hay cuando mantiene con él una relación que puede calificarse de inherente: el padre de Juan, las patas de la mesa, etc. En cambio, son más bien raros en la conversación coloquial los impuestos argumentalmente desde el núcleo, especialmente si éste representa un contenido predicativo subyacente: el mantenimiento de los tipos de interés, la interpretación de la sexta sinfonía, la llegada de los ciclistas, las declaraciones de los acusados, etc3. La resistencia a servirse de tales nominalizaciones no se debe, obviamente, a su mayor complejidad sintáctica, sino al hecho de implicar una especie de fusión de la función identificadora o existencial y la proposicional (Sériot 1985). Se trata de un proceso de reificación (“cosificación”) de la predicación relativamente complejo, no ajeno, claro está, al desarrollo de la competencia lingüística de los hablantes. De hecho, su dominio en la escritura no se produce hasta una etapa algo avanzada de la instrucción idiomática. En contrapartida, las condiciones de las actuaciones conversacionales permiten explotar específicos procedimientos de contextualización. Los lingüistas señalan la posible ambigüedad fuera de contexto y el carácter marcadamente expresivo y afectivo de ciertos esquemas que aparentemente coinciden con el que se acaba de comentar, como los diversos tipos en que se establece una relación atributiva entre los dos miembros: el animal de tu hermano, el cabrito del profesor, el imbécil de Pedro, ¡qué desastre de país!, etc. Pero no acaban de dar con una explicación satisfactoria de unos giros propios del coloquio espontáneo4. 3. En estos casos se habla de nombres con estructura argumental heredada de un verbo (Escandell 1995). 4. De ahí las dificultades a la hora de rastrear su origen y su vitalidad en el pasado (Lapesa 1962).
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la casa de mis abuelos, el coche de la empresa, el dueño del perro, el perro de mi vecino, la plaza de Cuba, un vaso de agua, mesa de madera, la fachada del palacio, libros de texto, vino de Rioja, el AVE de las nueve, el bar de la esquina, el tren de Madrid, el programa de Carlos Herrera, etc.
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La función demarcativa e integradora de los rasgos suprasegmentales es algo que se ha reconocido o, al menos, intuido desde siempre. Pero sólo últimamente, gracias a que se cuenta con los medios técnicos adecuados, se han propuesto unidades operativas definidas fundamentalmente por la curva entonativa y el carácter de las pausas, como la période (Hazaél-Massieux 1995), el paratono (Hidalgo 1996), etc. El estudio conjunto de prosodia y sintaxis ha empezado a hacerse de modo riguroso, por más que los trabajos referidos al español sigan siendo escasos. En bastantes de los casos en que se habla de ruptura de ciertos principios sintagmáticos lo que se descubre es simplemente una distinta organización del enunciado, posibilitada o favorecida prosódicamente. Así, por ejemplo, en vez del orden natural de los varios complementos de un núcleo nominal (Simone 1995) que se advierte en (8) Es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla
puede darse en el habla una disposición que parece suponer una transgresión de ese orden:
Pero no se trata, sin más, de la “inversión” de tal disposición secuencial. El complemento que debería haber aparecido junto al sustantivo nuclear (de Derecho Constitucional) se agrega informativamente con posterioridad para especificar algo que inicialmente se juzgaba menos pertinente, y la inflexión tonal de cierre demarcativo y la correspondiente pausa tras el primero (de la Universidad de Sevilla) permiten una jerarquización distinta de la tenida por natural o lógica. En realidad, hechos como el que acabo de comentar no son más que la manifestación superficial de un principio general que domina la estrategia sintáctica de la conversación coloquial. Si el sentido, no unitario, se va configurando progresivamente gracias a las sucesivas intervenciones de los interlocutores, la sintaxis ha de ofrecer por fuerza un aire parcelado. A ello me referiré en seguida, después de añadir una breve observación sobre lo que, sin duda, sirve de sostén principal a la idea de la simplicidad sintáctica. 9.
¿Sintaxis paratáctica?
Se insiste una y otra vez (Bertucelli 1993: 154) en el claro predominio en la lengua conversacional de las oraciones simples y de las llamadas yuxtapuestas y
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(9) Sí, hombre, ese que es Catedrático de la Universidad de Sevilla... / de Derecho Constitucional ({creo, me parece}).
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coordinadas sobre las subordinadas. Aparte de los numerosos problemas, no resueltos, que plantea tal distinción (Rojo/Jiménez Juliá 1989, Narbona 1989a, Hernández Paricio 1992, etc.), serían necesarias numerosas precisiones previas. En realidad, las propias contradicciones en que se incurre acaban por anular buena parte de su virtud probatoria. Decir, por ejemplo, que (10) (a) Italia me gustó mucho // y eso que no vi Roma! (b) ¡Tan cerca como estamos / y no nos vemos nunca! (c) Lo bueno de mi casa es que está en Sevilla.../ y no está en Sevilla!
(11) eso en un libro ee sobre la historia de la filosofía griega ell autor no recuerdo ahora mismo cómo se llama sí lo recuerdo Luchiano dii Creschento o algo así que me perdonen el italiano porque no sé (Hidalgo 1996).
Con frecuencia se cuenta, además, con el concurso de alguna expresión resumidora que anuncia el cierre: (12) Entre el cachondeo que se liaba en clase / lo poco que a mí me gustaba el latín / y demás / TOTAL / que no aprendí nada.
Parataxis e hipotaxis son propiedades generales de estructuración gramatical, junto con la hipertaxis y la antitaxis o sustitución (Coseriu 1989). La clara diferencia entre María se casó y tuvo un hijo y María tuvo un hijo y se casó hace decir al propio Coseriu que, si bien en el nivel de la oración una y otra son paratácticas, expresan relaciones internas de dependencia (el segundo miembro se
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están por o en lugar de construcciones subordinadas de sentido concesivo (“... aunque no vi Roma”; “a pesar de que estamos tan cerca...”; “... si bien está en Sevilla...”), o que son equivalentes a ellas, además de no ser verdad, supondría admitir que un procedimiento tenido por inferior puede suplir con facilidad a otro superior, más complejo y elaborado. El sentido que alcanzan al insertarse en un intercambio verbal concreto (y que permite interpretar adecuadamente lo que proposicionalmente sería una flagrante contradicción en el último caso) está sustentado por recursos contextualizadores que, como los prosódicos, además de tener poder demarcativo-integrador, determinan el sentido conjunta y solidariamente con la estructuración sintáctica. En ellos descansa en gran medida el aire parcelado y aparentemente fragmentario de la andadura del coloquio. Así, sin el descenso tonal continuado, conocido como principio de declinación entonativa difícilmente el receptor descifraría la organización de enunciados como el que transcribo a continuación (el lector sabrá reponer, sin duda, la segmentación y prosodia pertinentes):
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subordina al primero) por lo que concierne al discurso. No extraña que el ejemplo sea aducido una y otra vez por quienes se sitúan en la perspectiva discursiva. “La diferencia entre Pepa se casó y tuvo dos hijos y Pepa tuvo dos hijos y se casó –afirma Reyes (1990: 66)– no reside en los significados literales de la conjunción y; el problema es de tipo pragmático más que semántico. Una de las submáximas de manera es la de orden (‘sea ordenado’), y esperamos que los relatos estén organizados según el orden cronológico de los hechos, y no un orden arbitrario”. Y Escandell (1993) insiste en que “el orden, que no resulta relevante para la caracterización veritativo-funcional, sí lo es en las lenguas naturales, como pone de manifiesto el contraste que se observa en el ejemplo –ya clásico– se casó y tuvo un hijo / tuvo un hijo y se casó”. Basándose en una intuición de Andrés Bello, Rafael Lapesa (1978) distingue en español dos tipos de subordinación causal, que no coinciden con las tradicionales causales coordinadas y subordinadas. En un caso (el niño está enfermo, porque tiene fiebre), la suboración causal justifica o explica el acto enunciativo del hablante, es decir, se ha de contar con el proceso de enunciación subyacente para su adecuada interpretación, cosa que no ocurre en el otro (el niño tiene fiebre porque está enfermo). Reflexiones parecidas cabe hacer a propósito del resto de las tradicionalmente denominadas adverbiales o circunstanciales. Muchas son, por ejemplo, las oraciones con si notablemente alejadas, en apariencia, del valor condicional o hipotético:
La estructura bipolar es molde adecuado para acentuar el contraste entre algo dado o presupuesto –que el hablante transforma en pseudohipótesis– y lo que informativamente se quiere destacar como novedad contrapuesta. Una paráfrasis que haga explícita la implicación causal del primero de los ejemplos podría ser: “El hecho de que tú afirmes [o pienses] que estás delgada me proporciona las condiciones suficientes para poder sostener que yo, que peso menos que tú, puedo considerarme también, y con mayor razón, delgada. [Pero ambas sabemos que las dos proposiciones son objetivamente falsas]”. Con todo, lo peculiar no sería el sentido “distante” del condicional. En todas las épocas, la literatura ha sabido aprovechar la vertebración bimembre con fines estilísticos diversos: Si yo nada nuevo invento, / en ti es viejísimo todo (Iriarte). En la prosa renacentista, por ejemplo, contribuye al logro de un ritmo ondulatorio y dilatorio: que siendo a mi pareger tan dificultosa cosa traduzir bien un libro como hazelle de nuevo, dióse Boscán en esto tan buena maña que cada vez que me pongo a leer este su libro, o (por mejor dezir) vuestro, no me pareçe que le ay
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(13) (a) si tú estás delgada, yo estoy hecha un fideo (b) si él tiene que cuidar a sus padres, yo tengo en casa a mis suegros, así que estamos igual (c) si voy a ser el padrino, tienes que dejarme hacer las cosas a mi modo.
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escrito en otra lengua; y si alguna vez se me acuerda del que é visto y leydo, luego el pensamiento se me buelve al que tengo entre las manos (Garcilaso). Ciertos géneros periodísticos han encontrado en ella un fácil recurso para conectar dos informaciones que tienen algo en común o simplemente cambiar de asunto: Si hace unos meses Santiago Calatrava acusaba a Norman Foster de plagiarle su proyecto de reforma del Reichstag alemán, en esta ocasión es otro arquitecto español el perjudicado. Es su especial eficacia comunicativa lo que, como se verá en seguida, caracteriza al lenguaje conversacional. Los ejemplos podrían multiplicarse. En había mucha gente en la piscina para ser lunes se ha atribuido el sentido concesivo (‘a pesar de ser lunes, había mucha gente en la piscina’) a la presencia en la principal de un cuantificador (Sánchez López 1995). Pero la concesividad, una de las concreciones posibles de la confrontación contrastiva5, puede conseguirse sin término ponderativo o elativo alguno:
La enérgica contraposición excluyente puede explicarse a partir del valor final de para que + subjuntivo. El último ejemplo supone algo previamente dado (dicho o presupuesto), pero que el hablante convierte en posibilidad o hipótesis (el subjuntivo precedido de para que es huella subjetiva de tal “conversión”); el indicativo hago, con su significación de realidad efectiva, al quedar enfrentado discursivamente al subjuntivo, se encarga de abortar la expectativa abierta por tal “manipulación” del emisor6. A “razones pragmáticas”, sin más, se atribuyen los choques entre el sistema y el uso. Así lo hace, por ejemplo, Sánchez Salor (1995), a propósito del imperfecto que aparece en ¡qué moto! la veía mi hermano y le entraban hasta ganas de robarla! (ejemplo que, por cierto, vuelve a poner de manifiesto la debilidad de la oposición parataxis / hipotaxis en el nivel del discurso) o en ¡Y éste era el que decía ser mi amigo!, casos a los que habría que agregar otros (si tuviera dinero, me la compraba ahora mismo) considerados por muchos vulgares o incorrectos (Mondéjar 1991; Vigara 1992: 193). Pero, como ya he dicho, mal pueden no chocar con el sistema unos usos que pertenecen a modalidades con las que los gramáticos no han contado a la hora de aislarlos y caracterizarlos.
5. De hecho, la autora no descarta la interpretación consecutiva: ‘a juzgar por la gente que había en la piscina, no es posible que fuera lunes’. 6. Naturalmente, ello es posible gracias a la coincidencia referencial y significativa del contenido que se predica alternativamente de él y yo (el propio emisor) y a la posición en primer término de para que+subjuntivo, segmento entonativamente marcado.
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Para que se gane él un dinerito, me lo gano yo; Sí, ¡claro!, ¡para que lo haga él, lo hago yo!
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10. Eficiencia pragmática ¿Quiere todo esto decir –como sostiene Bellenger (1993) para el francés– que la sintaxis que se descubra poco tendrá que ver con la que ha sido elaborada por los gramáticos? No, porque ello equivaldría poco menos que a admitir que estamos ante otra lengua, no ante una modalidad de uso de la misma. Pero tampoco cabe afirmar que será esencialmente idéntica, como opina, también en relación con el francés, Gadet (1992). Al responder a un tipo de planificabilidad específico, serán muchos los hechos para los que no disponemos de instrumentos de explicación convincentes. Ahora bien, por no responder a ninguna de las reglas hasta no hace mucho ideadas no puede tacharse de agramatical o de inaceptable, por ejemplo, la peculiar estructura hendida (o escindida) que ofrece
Ante la escasez de estudios empíricos concretos, quizás sea prematuro proponer o reformular reglas. El descenso al uso y la voluntad de desentrañar las claves de la comunicación lingüística están poniendo de manifiesto a cada paso la inadecuación de bastantes de las descripciones, y si bien se corre el riesgo de provocar cierta hipertrofia teórica, están dando lugar a cambios, rectificaciones e incluso simplificaciones, como la drástica reducción por parte de Sperber/Wilson (1986) de las conocidas máximas de Grice –denominadas precisamente conversacionales– a un solo principio, el de relevancia, según el cual comprender los enunciados, en los que se presume siempre una pertinencia óptima, no es una simple tarea de descodificación, sino que supone también –y sobre todo– inferir las implicaturas que contienen. No todo, sin embargo, puede medirse en términos de información. En general, la finalidad primordial de los actos de habla de máxima proximidad o inmediatez es la interacción social, cuando no la mera socialización. A la eficacia comunicativa se supedita todo, incluido el aparente “descontrol” estructural que suele atribuirse a impericia de los hablantes. Los participantes en una conversación tratan siempre de hacerse comprender de la manera más rápida, directa y sencilla posible y persiguen la máxima eficiencia. Este concepto se ha interpretado y utilizado de formas diversas, pero no siempre se hace suficiente hincapié en su dimensión discursiva y pragmática, es decir, su virtud (aptitud) o facultad (capacidad) para lograr efectos. Los hablantes no se conforman con que se comprenda adecuadamente –a través de la operación doble de descodificación e inferencia– lo que dicen; buscan, además, influir en el oyente, persuadirlo, conseguir que modifique algunas de sus proposiciones, y, si procede, que actúe en consecuencia. 7. Cfr. Simone 1997a y 1997b.
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(14) a la feria // lo que hay que venir / es / sin niños7.
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Se afirma que todo en la lengua es argumentación (Anscombre/Ducrot 1994). Habría que añadir que en la conversación coloquial el proceso argumentativo está constantemente enfocado y dirigido a la eficacia, como corresponde a un acto comunicativo que tiene mucho de tensa negociación permanente (Narbona, 1994, 1995a y 1995b). La información es en gran medida presupuesta y compartida, sobre todo si entre los interlocutores hay una relación de máxima complicidad, por lo que lo verdaderamente relevante, o pertinente, será a menudo la capacidad de resultar eficiente, en función de la intención –o intenciones– que se persigue. De ahí que la atención de los estudiosos se oriente hacia las categorías que juegan un papel estratégico en tal sentido, como la atenuación (Briz, 1995), la intensificación, etc. Sirva de ilustración un sencillo ejemplo. Ante la aparición, tardía y ya inesperada, de un familiar, alguien exclama sorprendido:
Podríamos decir que la secuencia de enunciado responde a esa tendencia centrífuga de que hablaba Seco (1973). Es posible que una versión “centrípeta” –que en todo caso exigiría efectuar notables alteraciones, adiciones y eliminaciones (“Como no venías ni habías dicho nada, hemos empezado [a comer] sin esperarte y ya [prácticamente] estamos terminando”) gane en trabazón o vertebración. Pero es seguro que se desvanecería o, al menos, difuminaría el principal propósito del hablante, justificarse y disculparse. Lo que ha hecho es decidirse por la estrategia sintáctica parcelada que resulta más eficaz. Tras la pregunta inicial de carácter “retórico” (es evidente que ‘en ese momento llega’), mera plataforma desencadenadora de los enunciados siguientes, se añade una información (ya estamos terminando) igualmente “superflua” (a la vista está). Sólo el final, deliberadamente retrasado, que acaba con entonación suspendida o sostenida (y responde al mencionado principio de declinación entonativa), resulta auténticamente relevante, pero tampoco en términos estrictamente informativos, sino en cuanto autojustificación exculpatoria que adelanta y con la que trata de anular o, al menos, contener la esperable reacción del receptor. No sé si algo que simplemente constituye una vivencia –no una creencia– habitual compartida (“suele llegar todos los días a la misma hora para comer, y en caso contrario no olvida avisar”) puede calificarse de topos (Anscombre/Ducrot 1994), pero está claro que la eficacia persuasiva tiene que ver con la capacidad de neutralizarlo o atenuarlo, al destacar lo que hay en él de imprevisto y no calculable. La lingüística debe someterse constantemente a la prueba de su confrontación con los datos, piedra de toque de cualquier teoría. Quizás una de las ventajas de la creciente atención a las actuaciones idiomáticas conversacionales
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(15) ¿Ahora llegas? / Pues ya estamos terminando [de comer]// Como no venías ni habías dicho nada...
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sea el impedir que se sigan manipulando los hechos. La autenticidad de estos hace innecesario imaginar contextos y situaciones en que resulten aceptables, así como la discusión de sus posibles diferentes lecturas. En contrapartida, es preciso avanzar paso a paso, con los pies bien asentados en el suelo, en la primera etapa positivista. La indagación debe realizarse sin apasionamiento, malo siempre para el rigor científico, aunque sí con algo de pasión, pues no hay duda de que se trata de un campo con un horizonte amplio para aquellos a los que no satisface una lingüística encerrada en el estudio de un objeto delineado por los propios lingüistas.
Que lo peculiar de la andadura sintáctica de la conversación coloquial sea el predominio del componente pragmático sobre la estructuración semánticosintáctica no quiere decir que entre los hablantes apenas haya diferencias cuando utilizan el idioma conversacionalmente. No todos tienen idéntica competencia lingüística, ni disfrutan de la misma capacidad para participar en los distintos tipos de situaciones comunicativas. Hablar bien, es cierto, no consiste en hablar como un libro. Pero como nuestra cultura es, en gran medida, cultura de la escritura, y no es probable que vaya a ser desbancada o sustituida por el creciente poder de las nuevas tecnologías, las posibilidades expresivas y comprensivas orales de quienes no han accedido a ella –o lo han conseguido en escasa medida– se ven bastante recortadas. Esa especie de termostato que selecciona el registro que en cada caso mejor se adecúa y conforma a la situación de comunicación tiene en ellos un corto margen de maniobrabilidad. El mando o dispositivo que regula su actuación idiomática chirría, salta o se bloquea en cuanto necesitan salir de la inmediatez o proximidad comunicativa. Son los cultos los que pueden moverse con facilidad de una parte a otra del gradatum, los que saben, no sólo hablar (bien) de diversas maneras, sino también escribir con corrección y adaptarse a las exigencias de distintos géneros discursivos. La instrucción idiomática, que hace tiempo que dejó de ser monopolio de la enseñanza, continúa siendo crucial. Pero el escaso dominio idiomático de ciertos hablantes no es sólo una cuestión de aprendizaje, sino también, y sobre todo, de saber adaptarse ecológicamente a cada entorno, y los analfabetos, totales o funcionales, no se encuentran con muchas ocasiones que les obliguen a hacer un esfuerzo de superación, a alterar los hábitos y comportamientos lingüísticos. Además de tener vedado el modelo representado por la escritura, apenas tienen ocasión de contrastar sus modos de expresión con otros. Ninguna presión social les obliga a participar en actos comunicativos que requieren un mayor esmero y control estructural. Y la incidencia de los poderosos medios audiovisuales, en particular la televisión, no
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Final
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siempre es positiva. Son los más indefensos e inermes frente a la proliferación de vicios, barbarismos y solecismos, y también son los principales consumidores de programas que no contribuyen precisamente al enriquecimiento de su competencia lingüística y al desarrollo de su capacidad crítica. La redistribución de la población en los últimos decenios, y, sobre todo, la escolarización prácticamente al cien por cien, actuarán como factores de nivelación lingüística. Cada vez serán más los hablantes que lograrán liberarse de las limitaciones que supone el permanecer anclados en las modalidades de uso que no cubren más que las necesidades prácticas inmediatas. No olvidemos que el lenguaje es un importante instrumento de poder, y a algunos sólo les queda refugiarse en la solidaridad. Pero la idea difusa de que sólo el pueblo mantiene las raíces esenciales y auténticas, aparte de responder a una injustificada actitud defensiva, puede entorpecer, e incluso impedir, el acceso de ese “pueblo” a nuevas posibilidades expresivas y comprensivas. Hacerse con destrezas y habilidades idiomáticas –por utilizar dos términos muy en boga hoy en el ámbito de la política educativa– cada vez más precisas y poderosas (eficaces), es algo que ha de recorrer un camino paralelo al que conduce del infortunio a la fortuna, empezando por la económica.
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0. Diversas circunstancias, bien conocidas, han ido conduciendo a un notable ensanchamiento del objeto de la lingüística en los últimos decenios. El convencimiento de que la simple formulación de las reglas estructurales abstractas según las cuales se organiza el sistema o código idiomático no puede considerarse su fin único, y la comprobación a cada paso de que el sentido no se descubre más que en el código en acción, han obligado a superar el ámbito en el que los lingüistas venían moviéndose hasta no hace muchos años, ya que dentro de él difícilmente se podía llegar a conocer cómo funciona realmente una lengua. A ello responde en última instancia el acercamiento a ciertas parcelas inexploradas o a las que se había prestado escasa atención. Aunque, como se dirá en seguida, no resulta difícil descubrir una especie de denominador común a casi todas, aquí me limitaré a poner de manifiesto algunos puntos de conexión entre la sintaxis coloquial y el análisis del discurso, cuyos conceptos básicos respectivos –lengua coloquial y discurso– carecen de una clara delimitación y de una definición precisa.
1. Afirmaba Dominique Maingueneau en 1976 (trad. esp. 1980) que el análisis del discurso “no ha superado todavía el estudio de los prolegómenos y aún busca constituir su metodología y su objeto”, tarea obstaculizada por el empleo polisémico, y a menudo incontrolado, que lingüistas y no lingüistas hacen del término discurso. Los indudables progresos posteriores no han conseguido una clarificación significativa. La disparidad en cuanto a los contenidos, objetivos,
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[1991]*
* [“Sintaxis coloquial y análisis del discurso”, en RSEL, 21/2, 1991, 187-204].
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métodos y enfoques se evidencia con sólo comparar los índices y las referencias bibliográficas de algunas de las obras de carácter más o menos programático, como las de Stubbs (1983, versión española 1987)1, Lozano / Peña-Marín / Abril (1984) o Jean Caron (1983, versión española de 1989), publicadas, como se ve, casi simultáneamente, y subtituladas, respectivamente, The Sociolinguistic Analysis of Natural Language (Análisis sociolingüístico del lenguaje natural), Hacia una semiótica de la interacción textual y Psycholinguistique et pragmatique du langage (Psicolingüística y pragmática del lenguaje). Y escasas siguen siendo las aplicaciones prácticas, esto es, las explicaciones de discursos concretos de acuerdo con los postulados teóricos, planteamientos y propuestas que se defienden.
3. Es fácil explicar la voluntad de ensanchar el marco en el que ha estado encerraba la lingüística. La búsqueda incesante de un objeto homogéneo, que posibilitara su descripción en y por sí mismo, había desembocado –a través de procedimientos diversos, pero todos idealizantes– en el aislamiento de un “sistema” abstracto de formas o, como prefieren otros, “competencia” de un hipotético hablante-oyente ideal (mejor sería decir idealizado por el propio lingüista). Uno de los soportes fundamentales de tal saber lingüístico –al tiempo que una especie de pie forzado, como se verá a continuación– ha sido el operar con el presupuesto de que la oración constituye su unidad básica, tope máximo y eje de referencia obligado2, al entenderse 1. El § 2 del primer capítulo se titula “¿Imposibilidad del análisis del discurso?”. 2. Conviene recordar que no se ha logrado una definición convincente y satisfactoria de oración, ni tampoco una tipología plausible de sus clases. De ahí la difusión alcanzada –incluso en los libros escolares– por las que, en lugar de hacer explícitas sus características internas pertinentes, simplemente la delimitan, frente a las unidades no oracionales. La conocida formulación de L. Bloomfield, según la cual sería oración toda forma lingüística independiente no incluida en ninguna otra construcción gramatical superior, no se encuentra muy alejada de
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2. Parecida es la situación que ofrecen los estudios de sintaxis coloquial. Pese a las reiteradas llamadas de atención acerca de la importancia, necesidad e incluso urgencia de llevarlos a cabo, pueden suscribirse estas palabras de Lluís Payrató (1990), referidas al catalán: “Lamentablement [...] sabem relativament poques coses sobre la sin-taxi del discurs corrent i, encara, sovint es tracta d’aspectes que sorgei-xen del contrast d’aquesta amb els resultáis d’un tipus d’análisi –de mes alt nivell d’abstracció– aplicat a l’oració”. De los problemas con que tropieza esta tarea me he ocupado en diversas ocasiones, y en otros capítulos de este mismo volumen.
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que por encima de la misma no es posible descubrir vertebración u organización gramatical alguna. Se da la paradoja, sin embargo, de que el análisis de la oración no ha sido bien integrado en el del sistema lingüístico. Es más, se afirma a menudo que para el estructuralismo de raíz saussureana ni siquiera es un problema de la lingüística de la langue, por pertenecer la unidad oracional al habla o parole. Y la descripción que hacen el distribucionalismo y, sobre todo, el generativismo –que la convierte en símbolo inicial– cierra el camino de acceso a los problemas que la consideración del discurso plantea. Resumía bien la situación John Spencer en 19863: “Durante las dos últimas décadas, el centro de muchas investigaciones lingüísticas ha sido la lengua como un sistema homogéneo; y, de hecho, hurgar más profundamente en la naturaleza de las ‘reglas’ con las que se producen oraciones bien formadas y en los procesos mediante los cuales los seres humanos adquieren esas ‘reglas’ es una tarea científica valiosa. Pero es de igual interés e importancia explorar la capacidad de los seres humanos para utilizar la lengua en forma adecuada y para seleccionar de su repertorio lingüístico total los elementos que corresponden a las necesidades de situaciones determinadas”. 4. El análisis del discurso, al igual que la llamada lingüística del texto y que toda una serie de saberes interdisciplinares (incluida la sociolingüística) aún en vías de articulación y consolidación teórico-metodológicas, no ha de plantearse en contraposición a la lingüística que se centra en la lengua y toma como unidad básica la oración. Es verdad que común a todas estas “nuevas” disciplinas es la necesidad de situarse “por encima de la unidad oracional”, pero no es menos cierto que, por pertenecer esta al plano construccional, cualitativamente distinto de aquel en que pueden considerarse las demás unidades (morfemas, palabras, grupos de palabras, frases...) que constituyen inventarios o paradigmas predecibles con relativa facilidad, su análisis ha de contemplarse como puente de engarce entre la descripción del sistema estricto y la más amplia que se centra en el proceso propiamente discursivo. Con la oración, “se sale del dominio de la lengua como sistema de signos y se entra en otro universo, el de la lengua como instrumento de comunicación, cuya expresión es el discurso” (Benveniste 1971). otras anteriores, como la de A. Meillet, o posteriores, como la de Ch. F. Hockett (Cf. Narbona 1989). El problema simplemente se desplaza cuando se pone en duda la necesidad de contar con tal concepto (cf. Gutiérrez Ordóñez 1984). 3. En su “Prefacio” a Gregory / Carroll 1986.
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SINTAXIS, ANÁLISIS DEL DISCURSO Y PRAGMÁTICA (I) 183
5. De hecho, los lingüistas se ven cada vez más impelidos a salir del terreno de lo establecido y evidenciado por ellos mismos y a enfrentarse con el código en funcionamiento. Sólo así se puede lograr una visión menos estrangulada de lo que es verdaderamente la actuación lingüística comunicativa, esto es, la lengua como praxis y forma de interacción social. Claro es que ello implica riesgos. Entre otros, el de tener que delimitar de nuevo qué corresponde propiamente estudiar al lingüista, dentro del conjunto de interconexiones que forzosamente ha de mantener con los que se ocupan del resto de las ciencias humanas. No sabemos muy bien aún qué abarca el propio concepto de enunciación, símbolo y catalizador de ese desplazamiento de la atención de los estudiosos, que generalmente han permanecido anclados en el terreno de los enunciados, y de los oracionales, en especial. Pero, por muy complicada que se presente la labor de examinar las condiciones de producción y organización de los discursos y las circunstancias pragmáticas de toda comunicación lingüística, es obvio que no puede seguir considerándose el código al margen de su utilización por unos usuarios reales. Otra cosa es que en la construcción (o reconstrucción) de esta “nueva” lingüística que toma como base el discurso o texto, y que obliga a replantear muchas de las categorías descriptivas de que nos servimos, haya que ir con pies de plomo, sin saltarse la necesaria etapa previa de las contribuciones parciales. A los tratadistas no se les oculta la exigencia de tal precaución estratégica, como lo prueba el que hasta ahora la observación se haya centrado preferentemente en el campo privilegiado de los textos literarios o aquellos tipos de discursos que, como los políticos, cuentan, en general, con índices de reconocimiento más o menos claros y con unas condiciones de producción que se descubren con relativa facilidad. Enfrentarse con el coloquio espontáneo, siempre de carácter interactivo inmediato, natural o informal y aparentemente sin reglas4, continúa siendo tarea sumamente arriesgada (no equivocada, como piensan algunos), dado el estado actual de nuestros conocimientos (o, si se prefiere, de nuestra ignorancia). Cuando Stubbs se decide a abordar la “forma más normal de utilizar el lenguaje” (1987: 19-21), trata de dar respuesta previamente a quienes dudan de la viabilidad de su descripción. Pero el estudio del lenguaje coloquial, no solo es viable, sino que pone de manifiesto de modo patente e inmediato las insuficiencias e incoherencias de la sintaxis sistemática y oracional, ya que sólo puede ser abordado con cierta garantía de éxito con un enfoque supra o trasoracional, esto es, discursivo. Superar la oración no quiere decir sustituirla por otra (¿cuál?) unidad operativa. Las dificultades que entraña la propia fragmentación del discurso coloquial en secuencias analizables han 4. Digo aparentemente, porque nadie ha demostrado que sea una modalidad de uso menos sistematizable que la(s) que ha(n) servido para la elaboración de nuestro saber gramatical.
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llevado a los tratadistas a servirse del enunciado, por más que, como se acaba de recordar, no sea un concepto bien definido con criterios lingüísticos precisos5. Y en cuanto a la noción de cláusula, que Lope Blanch (1987: 55) cree necesario introducir (mejor, reintroducir, pues se encuentra enraizada en la tradición gramatical hispánica) precisamente para el análisis gramatical del discurso, él mismo reconoce que “resulta absolutamente imposible determinar cuál pueda ser la forma gramatical” de tal unidad, que define como “expresión autónoma [en otras ocasiones habla de plenitud conceptual] desde el punto de vista de la elocución”6. Se entiende que las escasas descripciones sintácticas de las actuaciones idiomáticas coloquiales espontáneas no consigan liberarse del todo del corsé impuesto por la sintaxis oracional. Es sintomático que en los últimos años hayan aparecido –y continúen apareciendo– numerosos estudios referidos a ciertas expresiones (bueno, pues, entonces, o sea, y, así que, vamos, nada, es decir, etc.), de distinto carácter, algunas de las cuales ya habían sido calificadas de “enlaces extraoracionales” por nuestros gramáticos más ilustres (S. Gili Gaya 1964, 9ª ed.: Cap. XXIV) y otras han recibido diversas denominaciones, todas ellas con clara referencia a su papel ordenador del proceso discursivo7. El creciente interés por tales expresiones responde a que su función no encaja bien en ninguna de las dos propiedades de estructuración gramatical que, mal definidas y peor aplicadas, se han manejado comúnmente, y de manera especial en el nivel de la oración; me refiero a la hipotaxis o subordinación y a la parataxis o coordinación8. 6. Las observaciones que siguen no se apartan del todo de esto último, pero se centran en un problema algo distinto. Trataré de hacer ver dónde radica 5. Así lo reconoce L. Cortés (1986: 33-34), quien con criterio práctico adopta la siguiente definición de enunciado: “La longitud de secuencia que ha escogido inconscientemente un emisor (hablante o escritor) para realizar la comunicación, y cuya cohesión está asegurada por los elementos sintácticos de relación”. Admite, sin embargo, que en las frecuentes construcciones inacabadas del habla, los elementos prosódicos han de utilizarse para completar los criterios sintácticos. También para Ll. Payrató (1990: 95 y 103), la unidad enunciat, a la que hay que llegar “combinant criteris semántics i gramaticals”, se encuentra “lluny de l’adequació teórica necessária”. 6. Adviértase que tal noción de cláusula poco tiene en común con el empleo que del mismo término hace G. Rojo (1978). 7. Ordenadores del discurso y operadores discursivos son dos de las denominaciones más generalizadas. 8. Con otras dos propiedades es preciso contar, igualmente universales, las que E. Coseriu (1989) llama “hipertaxe” (una unidad puede funcionar por sí sola como unidad de niveles superiores) y “antitaxe” (una unidad de cualquier nivel puede estar representada, antes o después, por otra en un punto de la cadena hablada, en el discurso); el fenómeno opuesto directamente a la hipotaxis sería la hipertaxis, no la parataxis o coordinación.
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la insuficiencia de tales propiedades –convertidas en conceptos instrumentales descriptivos– cuando se pretenden aplicar a la modalidad de uso que denominamos coloquial, bastante desatendida por los gramáticos. De ese modo, intentaré aclarar el sentido de mi afirmación anterior acerca de la necesidad de estudiar la andadura sintáctica de tal variedad desde una perspectiva propiamente discursiva. Que ciertas construcciones paratácticas pueden expresar relaciones de subordinación o dependencia es algo que no ha pasado inadvertido. S. Gili Gaya (1964, 9ª ed.: Cap. XXIV), a propósito de oraciones como le permitían hablar y habló o refranes del tipo piensa mal y acertarás, afirma que, pese a constituir coordinaciones copulativas, “indican consecuencia”. Las explicaciones dadas a este hecho –que no es específico del lenguaje conversacional– han sido varias y diversas, sin que falten las que aluden simplemente a una supuesta ley del menor (o mínimo) esfuerzo o mayor “comodidad”, como afirma W. Beinhauer (1968:343) a propósito de construcciones del tipo
Según E. Coseriu, esa aparente paradoja se resuelve con facilidad, pues, si bien es cierto que en el nivel de la oración son paratácticas las secuencias María se casó y tuvo un hijo y María tuvo un hijo y se casó –que obviamente no son equivalentes–, hay en ambos casos relaciones internas de dependencia por lo que concierne al sentido del discurso, y, consiguientemente, ponen de manifiesto funciones sintagmáticas en el nivel del texto. Dicho de otro modo, el segundo miembro de tales estructuras paratácticas se encuentra coordinado al primero en el nivel de la oración, pero subordinado en cuanto unidad textual.
7. Sin embargo, no es nada fácil hacer explícitos los criterios por los que tales secuencias coordinadas pueden ser identificadas como unidades de un texto, ni tampoco aparecen claras las funciones sintagmáticas que han de serles adjudicadas en tal nivel de estructuración gramatical, no en general, sino dentro de un idioma concreto. Si ya resulta problemático lograr una definición convincente de texto, más lo es determinar las unidades que funcionan como sus constituyentes, directos o indirectos. Ante ejemplos como los propuestos por E. Coseriu, tales dificultades pueden quedar estratégicamente orilladas; 9. Según este autor, la construcción paratáctica es “notablemente más cómoda para el hablante que la hipotáctica”.
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A ese conde de Arcoluego se le zamarrea y echa bellotas9.
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en realidad, ni siquiera resulta preciso reconstruir el hipotético contorno contextual en que podrían insertarse10. Pero bastaría pensar en otros en los que una inversión del orden proporcionaría significados diferentes o ni siquiera resultaría, en principio, viable, para darse cuenta de que la idea requiere ser matizada. No valdría, por ejemplo, para descifrar la secuencia resultante al invertir la posición de los dos miembros coordinados en casos como Se me ha estropeado el ordenador y no puedo seguir trabajando.
Y sería inimaginable un contexto en que tuviera sentido una inversión similar en
Cualquiera podría aducir otras muchas secuencias similares con sólo observar las actuaciones idiomáticas propias o ajenas en situaciones informales11. No basta con adjudicarles un sentido condicional (los dos primeros) o concesivo (el tercero). Y de poco sirve calificarlas de soluciones menos elaboradas (más elementales, pobres y primitivas), en cuanto “paratácticas”, que sus “equivalentes” hipotácticas. En una versión más “culta” o elaborada de la última, como “A pesar de que estamos muy (o tan) cerca, no nos vemos nunca”, se desvanece o queda desvirtuada la intención comunicativa transmitida por la solución aparentemente “coordinada”. Además, es esta la más adecuada para la situación comunicativa coloquial en que se ha emitido. La “equivalencia” entre una y otra que intuitivamente establecen los estudiosos responde a una óptica onomasiológica que no permite hacer explícitos los hechos que, conjugados, permiten sin dificultad alguna el descifrado de tal sentido. Para empezar, cualquier secuencia inserta en un acto comunicativo dialogal cuenta con el soporte de la básica articulación vertebradora que proporciona el juego de los sucesivos turnos de palabra de emisor(es) y receptor(es), que, lógicamente, intercambian constantemente sus papeles. En este caso, el 10. He aquí otros ejemplos utilizados por E. Coseriu: Il commit un crime et fut mis á mort (frente a Il fut mis a mort et commit un crime), Il étudia á l’université et devint médecin (frente a Il devint médecin et étudia a l’université). No es lo único que tendría que ser precisado; decir que no hay “conjunciones de subordinación”, porque o bien se trata de meros morfemas de subordinación (en español, que) o son preposiciones combinadas con ellos, no ayudaría a separar sin que, con que, hasta que, etc., de porque o para que (cf. A. Narbona 1985a). 11. Que la lengua coloquial rara vez ha contado para establecer los conceptos y procedimientos de la descripción gramatical es algo bien conocido, pero nada justifica tal exclusión.
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Esto / te lo fumas / y te da la neumonía “antipática” [por atípica] esa A ese se le toca / y se queda uno pega(d)o ¡Tan cerca como estamos / y no nos vemos nunca!
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plural nosotros, explícito en las dos formas verbales estamos y (nos) vemos, no ha de interpretarse como mero englobador de hablante(s) y oyente(s), sino más bien como discriminador de los participantes directos en el acto comunicativo (y, eventualmente, de las personas ligadas al ‘yo’ y al ‘tú’). Se trataría, pues, de un plural inclusivo, pero no meramente aditivo o de cooperación, sino enfrentador, orientación que se ve apoyada por el claro sentido recíproco de nos vemos (Martinet 1977). El primer miembro de tal estructura bipolar (en un sentido no técnico en este caso), pese a la utilización de términos correlativos (tan... como), no “compara” porque no se cuenta con la dualidad referencial necesaria para que tal relación pueda establecerse, de ahí que no quepa más que la interpretación ponderativa o elativa, algo que nuestro idioma ofrece prácticamente desde sus orígenes (Menéndez Pidal 1969). Sin embargo, el carácter relativo de tan (a diferencia de los superlativos calificados de absolutos, como muy cerca o cerquísima) permite abrir una expectativa, la presuposición de que la cercanía favorece (e incluso hace inevitable) el encuentro frecuente (“verse a menudo”). Tal expectativa es radicalmente abortada (no, nunca) por la secuencia encabezada por y, que se limita a actuar como inespecífico instrumento que une los dos polos, entre los cuales la tensión contrastiva está ya asegurada, y contribuyen a reforzarla la pausa que le precede y la peculiar bimembración melódica resultante. Los rasgos prosódicos pueden ser explotados para configurar de otro modo la misma relación, cuando se persigue una jerarquización informativamente distinta de sus miembros: ¡No nos vemos nunca! / ¡Tan cerca como estamos!
donde la focalización de lo que en el proceso discursivo constituye novedad, permite la no utilización (que no “eliminación”) del conector copulativo. No se trata de llevar a cabo un examen exhaustivo de los hechos, regulares y sistemáticos, que, al confluir, proporcionan el sentido concesivo intuitivamente detectado. No me ha parecido necesario aludir, por ejemplo, a que esta clase de contraposiciones se establece entre procesos o estados dados, por lo que se emplean formas de Indicativo (presentes, en este caso); pero sí quiero insistir en que sólo cuando tal análisis haya sido realizado podrá entenderse adecuadamente la afirmación de que es la consideración del proceso discursivo –que ha de contemplarse como “fluir” o “discurrir” de los actos de habla– lo que permite comprender que una construcción constitucionalmente paratáctica pueda implicar relaciones de dependencia, de sentidos diversos, similares a las expresadas mediante procedimientos explícitos de subordinación o hipotaxis.
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8. De igual modo debería ser explicado el empleo de esquemas hipotácticos con sentidos más o menos alejados de los que se les asignan como propios. El empleo de condicionales con si, por ejemplo, en todas las épocas se documenta sin otro propósito que el de lograr paralelismos o contraposiciones, aprovechando su estructuración bimembre de prótasis y apódosis. Del contexto dependerá su interpretación en cada caso: Si a estos moros que vienen cumple socorrer a su infortunio, a nos otros conuiene permanecer en nuestra vitoria fasta la acabar o morir. (Hernando del Pulgar, Claros varones de Castilla) Si alguna vez se me acuerda del que é visto y leydo, luego el pensamiento se me buelve al que tengo entre las manos. (Garcilaso de la Vega, Carta a Doña Gerónima Palova de Almogávar) Pues si mucho vale Aristóteles por su propia cuenta, un Aristóteles propiedad del sabio Macrocéfalo tenía que valer mucho más para cualquier bibliómano capaz de comprender a mi ilustre amigo. (L. Alas, Clarín, La mosca sabia)
Si ayer nos referimos al pésimo arbitraje de G., hoy hemos de empezar hablando del mal comportamiento del público de la Rosaleda.
En el coloquio se hace una intensa y frecuente explotación de este recurso, especialmente para expresar polaridades contrastivas muy marcadas: Si tú estás delgada, yo estoy hecha un fideo Si tú estás cansado, yo estoy muerto Si malo era el padre, peor ha salido el hijo12
De la escasa atención prestada por parte de los gramáticos a este hecho da idea el que se siga calificando de algo “marginal” o “poco ortodoxo” incluso por quienes ponen de relieve su interés. La orientación decididamente 12. No se trata de un uso específicamente coloquial ni, mucho menos, moderno: mas si él fue brauo, non falló flaco al otro (Narbona 1990: 94).
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No puede considerarse, pues, novedosa la predilección de ciertos profesionales de los medios de comunicación por el uso de tal esquema para engarzar de manera contrapesada y más o menos equilibrada dos hechos que entre sí guardan una débil relación, en apariencia nada hipotética o condicional:
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pragmática adoptada por muchos de ellos13 les ha conducido a centrarse en la indagación de los factores de cohesión discursiva de tales secuencias en el seno del proceso comunicativo en que se insertan. Se pierde de vista a veces algo obvio, que el aprovechamiento de cualquier procedimiento sintáctico para la obtención de sentidos diversos en el nivel del discurso, cuenta con que los significados de los elementos constituyentes del esquema pueden distanciarse más o menos de los idiomáticos14. Trataré, pues, de nuevo, de situarme en ese puente que une la sintaxis oracional, clave para la consideración de las lenguas como sistemas, con la que, sin ser menos sistemática, prefiere adoptar la perspectiva discursiva. Fijémonos en uno de los ejemplos aducidos anteriormente:
La expresiva contraposición tiene como soportes los dos elementos básicos en torno a los cuales se articula todo coloquio, tú y yo15. La asignación al oyente de la cualidad de la “delgadez” en su grado positivo o normal no es presentada como novedad informativa, sino como algo (pre)supuesto. Por ello, no sólo ocupa la posición de la prótasis, sino que se expresa en Indicativo16, por lo que el valor hipotético que debería introducir si no se aplica a lo enunciado, sino que se limita a servir de huella del emisor en el acto de enunciación17. Es decir, no afecta a lo dicho, sino a la actitud o posición del hablante respecto a algo que se enuncia como dado. En definitiva, si desempeña el papel de trampolín que permite, por contraste, la autoatribución de la misma cualidad, pero en grado mayor o “superlativo”, algo que en este caso se consigue mediante la expresión casi estereotipada de carácter ponderativa
13. Cf. en particular Sperber y Wilson (1986), cuya Teoría de la Relevancia aplica Montolío (1990) en su análisis de estas construcciones. La necesidad de tomar en consideración las condiciones y circunstancias contextuales en que se producen las secuencias idiomáticas es algo que rara vez ha pasado inadvertido, si bien no se acaba de plasmar en estudios rigurosos. 14. A nadie se le ocurre afirmar que el verso gongorino muda la admiración habla callando carece de sentido, por más que supere en “carencia” de significado al conocido ejemplo colorless green ideas sleep furiousíy de N. Chomsky. 15. Aunque Montolío llega a decir que en las “contrafácticas de indicativo” el sujeto del consecuente “es siempre el propio hablante”, reconoce que hay casos en que no es así (cap. 5, 1.2.) 16. Conviene recordar que en español se ha producido una importante simplificación de la situación del latín –que distinguía con bastante regularidad las irreales, las eventuales y las reales–, pues idiomáticamente sólo configura de modo distinto la expresión de la relación irreal y la no irreal. (Marcos Marín 1983, Narbona 1990). 17. La identificación y descripción de ciertas huellas subjetivas del acto de enunciación que quedan reflejadas en el enunciado es el propósito de Kerbrat-Orecchioni (1986).
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¡Si tú estás delgada, yo estoy hecha un fideo!
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estar hecho/a un/a+N (estoy hecho un lío, estás hecha un adefesio, está hecha toda una mujer...). El valor pasivo de resultado de esta apódosis fraseológica viene a reforzar el significado real –en cuanto enunciado, no en el terreno de lo designado– de la “falsa” prótasis. Así pues, la secuencia podría parafrasearse del modo siguiente: “Si X [que puede coincidir o no con el receptor] tiene argumentos para decir que tú estás delgada, yo puedo afirmar [sin que ello tenga por qué resistir una rigurosa prueba veritativa, y en tales condiciones lo hago] que lo estoy mucho más, hasta el punto de que se me puede comparar con un fideo”.
si me lo pagas al contado, te rebajo cien mil euros / te rebajo cien mil euros si me lo pagas al contado
incluso en los casos de apódosis no asertiva si no quieres engordar, no comas tanto pan / no comas tanto pan, si no quieres engordar
en estas “falsas” condicionales la secuencia encabezada por si ha de preceder, en principio; a menos que lo informativamente nuevo –y que se contrapone a lo dado o presupuesto– sea focalizado y obligue a explotar el margen de maniobra que permite una inversión del orden, lo que tiene evidentes repercusiones en los recursos prosódicos (elevación de la altura tonal de un fideo
18. Cf. S. Gili Gaya 1964: cap XXIV. [He tratado de ello en Narbona 1990, Cap. 8 de este volumen].
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La distinción ha sido advertida hace tiempo en las causales. Como señalaba Lapesa (1978), reformulando una idea anterior de A. Bello, la “subordinada” no siempre indica la verdadera causa de lo expresado en la “principal” (como sucede en me he comprado un coche porque lo necesito para mi trabajo), sino que puede limitarse a explicar, dar razón o servir de base para enunciar lo que en ella se dice (han movido la mesa, porque antes no se veía el televisor desde aquí). Ello no se consigue sólo ni principalmente gracias a la conjunción elegida (porque es la más frecuente en ambos casos), sino también mediante la explotación de la disposición secuencial de los miembros constituyentes del período y de los recursos prosódicos (pausa y configuración melódica, fundamentalmente)18. Lo mismo sucede en el caso que consideramos. Frente a la gran flexibilidad posicional de prótasis y apódosis en las construcciones propiamente condicionales
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–con marcado acento de intensidad en un– seguida de un descenso de la inflexión melódica, que continúa tras la pausa separadora de ambos miembros): ¡ÚN FIDEO estoy hecha yo / si tú estás delgada!
Adviértase, además, que la frase hecha ha sido objeto de un parcial reanálisis, al anteponerse precisamente su elemento variable. 9. Los efectos de sentido de tal bipolaridad contrastiva son muy variados. Así, por ejemplo, el distanciamiento entre los dos miembros puede resaltarse –y es algo que se refleja en la relación y correspondencia que se establece entre sus respectivas formas verbales– si lo expresado por la prótasis con si no es algo meramente dicho como supuesto sino que es constatado y evidenciado: Si malo fue el curso pasado, peor va a ser este Si tú tienes a tu cargo un marido y dos hijos, yo tengo que cuidar a mi madre y a mis suegros.
10. Me fijaré, para terminar, en un uso de para que + Subjuntivo (o para + Infinitivo), que no expresa propiamente fin o propósito, y sirve para poner de relieve una intención comunicativa no muy distinta de la anteriormente examinada. Me refiero a casos como ¡Para que lo haga él / lo hago yo! ¡Para que te ganes tú ese dinerito / me lo gano yo!
habituales en el coloquio para manifestar enérgicas contraposiciones de carácter excluyente. La “conversión” de algo dado –previamente dicho o simplemente presupuesto– en pseudofinalidad referida a él (en el primer ejemplo) y al oyente (en el segundo), posibilita el enfrentamiento contrastivo con el hablante. Aunque no son pocas las soluciones idiomáticas posibles lo voy a hacer yo, (y) no él; no va a hacerlo él, sino (que lo voy a hacer) yo; antes de que lo haga él, lo hago yo; prefiero ganarme yo ese dinerito antes de que se lo gane él; etc.
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Las huellas subjetivas se manifiestan en tales casos en la apódosis, y a menudo se añaden codas modalizadoras y/o comprometedoras para el receptor: ¿no te parece?, no sé (se sabe) qué es (será) peor, etc., en lo que no voy a entrar.
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se decide por la fórmula considera más relevante y más eficiente cara al oyente. Su particular fuerza expresiva emana del juego modal discursivo: al valor no-real (o, si se prefiere, irreal) de las formas haga, ganes, huellas subjetivas de lo constatado, se oponen inmediatamente los mismos predicados en indicativo hago y gano. No se trata, pues, de una simple contraposición entre dos enunciados –uno positivo y otro negativo–, con distinta referencia personal, sino de un contraste mucho más complejo que únicamente desde la perspectiva del discurso puede explicarse: a la opinión –o decisión ya tomada– explícitamente manifestada –o (pre)supuesta– en relación con él (o tú, en el segundo ejemplo), que el emisor se encarga de transformar en posibilidad o intención, opone la suya propia como opción realizable y real. De nuevo, una expectativa abierta choca con un desenlace que impide su cumplimiento. La relación final, como corresponde a su carácter prospectivo, suele presentar la disposición secuencial A para que B, generalmente sin pausa intermedia: Trabajo catorce horas diarias para que puedas estudiar sin problemas, hijo mío.
Incluso como respuesta, donde no sería preciso repetir el verbo, es frecuente que se agregue como refuerzo informativo:
En el uso que aquí comentamos, en cambio, para que + Subjuntivo suele ocupar, como se ha visto, la primera posición, a menos que se focalice la secuencia que contiene lo introducido como novedad, la cual, además de anteponerse e ir seguida de pausa, queda marcada melódicamente ¡Lo hago yo! // Para que lo hagas tú...!
Es este contraste entonativo lo que acentúa el aire parcelado de la andadura sintáctica: tras la altura tonal del primer miembro, se produce un brusco descenso del tono medio en el segundo, que termina con una inflexión sostenida que marca la relación con lo anterior.
11. En suma, podría decirse que la superación –que no sustitución– de la sintaxis oracional no ha de entenderse como un mero cambio del centro de atención, que pasara del nivel de estructuración en el que prácticamente se
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–¿Para qué trabajas tanto? –Para que puedas estudiar sin problemas, para eso trabajo catorce horas diarias.
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había detenido el saber gramatical al del texto, cuyos paradigmas funcionales, insisto, se encuentran en gran medida por explorar. Ha de verse, más bien, como fruto de la necesidad de desbordar los límites que impone la consideración de la oración como tope máximo, de manera que las secuencias del continuum discursivo se examinen, no sólo en sí mismas y desvinculadas de su contexto y de las condiciones y circunstancias de producción, sino también desde la perspectiva del discurso en que se integran. Se trata por tanto de una modificación del enfoque o visión. Sólo así podrá comprenderse que, lejos de actuar como moldes coercitivos y constreñidores del significado y de la capacidad referencial, los esquemas sintácticos que la tipología oracional ha ido estableciendo se ponen al servicio de los hablantes y se convierten en recursos para variadas intenciones comunicativas, siempre relevantes para el receptor. Además, la sintaxis de la que nos hemos venido sirviendo ni siquiera ha sido capaz de integrar verdaderamente el estudio de la oración en el sistema de la lengua. Nada puede extrañar, por tanto, que la creciente atención a ciertas variedades de la misma, en especial la del coloquio espontáneo real, haya obligado a ensanchar el horizonte de una lingüística encerrada en el código y a dar entrada a todo aquello que, casi obviado hasta ahora, es totalmente pertinente en la comunicación idiomática. Es hora ya de que la aceptación generalizada de que “no hablamos por oraciones” se plasme en aplicaciones concretas, y no sólo en introducciones teóricas al análisis del discurso. Y es el momento también de que la modalidad más común de uso merezca una parte de la atención de los estudiosos, de lo que derivarán indudables ventajas.
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0. La preocupación de los lingüistas en los últimos decenios por los fenómenos pragmáticos y el creciente interés por las actuaciones idiomáticas propias del discurso conversacional han de verse, de modo indesligable, como una consecuencia “inevitable” de la trayectoria de la lingüística. La necesidad de comprender y explicar las lenguas en funcionamiento (en acción, pues hablar es siempre hacer1, mejor dicho, interactuar2) requería superar –que no desbancar ni sustituir– su consideración exclusivamente como sistema abstracto o saber interiorizado de un hipotético hablante-oyente ideal. Y el acercamiento a la modalidad de uso coloquial, en el que resulta indispensable contar con las implicaturas que denominó H. P. Grice conversacionales (o discursivas), pone de manifiesto de modo inmediato las limitaciones, insuficiencias e inadecuación de buena parte de un saber gramatical referido estrictamente a tal código o competencia3. * [“Sintaxis y pragmática en el español coloquial”, en Th. Kotschi / W. Oesterreicher / K. Zimmermann (eds.), El español hablado y la cultura oral en España e Hispanoamérica, Frankfurt / Madrid: Vervuert, 1996, 223-243]. 1. Uno de los eslabones en la configuración de la pragmática es la obra de John L. Austin titulada precisamente How to do things with words (Oxford, 1962), traducida al francés como Quand dire c’est faire (Paris 1970), y al español, en una primera edición, como Palabras y acciones (Buenos Aires, 1971), y posteriormente con el título Cómo hacer cosas con palabras (Barcelona, 1982). 2. El término interacción se ha consolidado en los estudios pragmáticos. Figura, por ejemplo, en el título de la obra Les interactions verbales, de C. Kerbrat-Orecchioni, de la que han aparecido dos volúmenes (Paris, 1990 y 1992). 3. En el Coloquio sobre “Interactions Conversationnelles” (celebrado en el Centre International de Sémiotique et Linguistique d’Urbino, 1985) se llega a afirmar que “l’irruption
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1. Previamente el estudio de la sintaxis del español coloquial tiene que superar el aire impresionista que afecta a bastantes de las publicaciones. La Morfosintaxis del español coloquial, de Ana Mª Vigara (1992), muy útil como arsenal organizado de datos, propone prácticamente los mismos principios explicativos que sirvieron a W. Beinhauer ([1929] 1968), quien muy poco se había ocupado de la técnica constructiva puesta libremente en práctica en el discurso conversacional. La afectividad (o expresividad, como prefiere Vigara) y la comodidad o economía siguen siendo los ejes sobre los que se intenta vertebrar el análisis de la mayoría de las expresiones que se consideran propias del coloquio.
3. Delimitar la frontera entre la semántica y la pragmática –estrechamente interrelacionadas– parece haberse convertido en todo un reto para muchos estudiosos, convencidos de que desentrañar la comunicación verbal sólo es posible si se va más allá del proceso de codificación-descodificación. Si al oír –¿Con esa falda vas a salir a la calle?
la destinataria del mensaje no contesta afirmativa o negativamente, sino que replica algo como “¿Qué le pasa a la falda? ¿Por qué no te gusta?”, es porque no se limita a descifrar lo que su interlocutor(a) ha dicho (ha preguntado “retóricamente”), sino que interpreta (infiere) correctamente lo que le ha querido decir, su auténtica intención comunicativa. Como los significados no literales (o no convencionales), lejos de de ser residuales o marginales, resultan siempre récente de la pragmatique dans le champ des études linguistiques et sémiotiques a modifié en profondeur les recherches menées dans ces domaines, en ce qu’elle a scellé l’acte de décès du dogme ‘immanentiste’” (Cosnier / Gelas / Kerbrat-Orecchioni 1988: 9).
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2. Por otro lado, la pragmática, pese a su notable desarrollo, no ha sobrepasado del todo la fase empirista y positivista, ni siquiera tiene bien delimitado su objeto, y, como dice G. Reyes (1990: 22), “todavía está en busca de legitimidad dentro de la lingüística”. Ello es lógico, pues no se trata de un nivel de análisis más, que venga a sumarse a la semántica y a la sintaxis (las dos disciplinas más consolidadas), sino más bien de una perspectiva o punto de vista que ha de constituir el fundamento de ambas. Precisamente porque se sitúa en la base de toda la lingüística, está obligando a los lingüistas a redefinir muchas de sus categorías y a replantear algunos de sus postulados y principios teórico-metodológicos.
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relevantes y en muchas ocasiones centrales, gana terreno la actitud radical y maximalista de quienes prefieren dejar vía libre a los estudios pragmáticos, frente a la de aquellos que continúan propugnando simplemente una progresiva ampliación de la semántica, con la consiguiente reducción de la pragmática a una especie de “cesto de los desperdicios” al que irían a parar los aspectos del significado que, por depender de factores situacionales, quedan fuera del ámbito de la teoría semántica.
4. No se ha prestado igual atención a las relaciones entre la sintaxis y la pragmática. Si bien en el análisis de algunos hechos (ciertos problemas concernientes al orden de palabras, por ejemplo) los avances producidos tienen mucho que ver con el enfoque impuesto por la segunda, a los gramáticos no ha preocupado mucho averiguar hasta qué punto depende de los recursos y procedimientos constructivos empleados el que no coincida frecuentemente lo que se dice con lo que verdaderamente se pretende decir o en qué medida inciden ciertos mecanismos sintácticos en las implicaturas convencionales (que derivan de –pero no se quedan en– los significados de los términos empleados). En
la generación de una implicatura que rectifica parcialmente el predicado ha llovido se hace recaer en pero. Sin embargo, pesa mucho más el uso del infinitivo en la respuesta (Chevalier 1969)4, ligado al empleo de un peculiar contorno melódico y al papel decisivo desempeñado por las pausas.
5. No es que la sintaxis haya permanecido totalmente al margen de esta nueva orientación, más abarcadora, de la lingüística. Es más, nuestros mejores gramáticos tradicionales no han dejado de tomar en consideración elementos y aspectos que hoy calificaríamos de “pragmáticos”. Así, la diferenciación de dos tipos de causales en español (piénsese en ejemplos como me dedico al español coloquial porque me gusta, frente a debe de haber salido, porque la moto no está), señalada por Bello y reformulada con mayor precisión por R. Lapesa (1978), no puede entenderse si no se toma en cuenta el
4. Jean-Claude Chevalier señala al respecto la capacidad del infinitivo español de generar por sí mismo, en contraste con el francés, antivirtualité. Cfr. también J. Dubsky 1966.
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A –Parece que ha llovido por aquí la semana pasada. B –Llover, ha llovido; pero llover-llover, no ha llovido.
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proceso de enunciación, no sólo los enunciados resultantes5. Algunos funcionalistas españoles, cuya actitud se ha caracterizado, en general, por ser abierta, flexible y nada dogmática, han defendido que la superación de las limitaciones e insuficiencias de su modelo sólo será posible en la medida en que sean capaces de integrar el componente pragmático, que es el fundamental6, y que únicamente con el desarrollo de la dimensiones sociológica y comunicativa –desatendidas tanto por estructuralistas como por generativistas– se entrará plenamente en una nueva era de la lingüística (Salvador Gutiérrez Ordóñez 1994a). Lo que ocurre es que apenas se ha plasmado en la práctica tal aspiración. En parte, porque el generativismo, al situar el objetivo último de la indagación en los mecanismos cognitivos (universales) que subyacen a los idiomáticos, ha favorecido que la sintaxis (considerada, de hecho, parte de la psicología) haya alcanzado una notable complejidad técnica y un elevado grado de abstracción, idealización y formalización, pero, en cambio, la ha llevado a ignorar los problemas del discurso y de la variación lingüística, y, en definitiva, a hacerla más impermeable a la incorporación de las funciones pragmáticas. Así pues, la confluencia de los intereses de la pragmática y la sintaxis se hacía cada vez más difícil, pues mientras la segunda se iba distanciando de los hechos concretos, del uso real, el objetivo de la primera es formular los principios, conocimientos y estrategias generales que determinan el empleo efectivo de las lenguas.
6. La escasez hasta hace pocos años de estudios acerca de la sintaxis del español coloquial tiene que ver con esto último. Se ha prescindido –o casi– de la variación y de las variedades idiomáticas7, porque se ha contemplado la gradación escalar entre las diversas modalidades de uso de una lengua exclusivamente en términos de confrontación valorativa, en lugar de admitir que no todas responden, ni pueden responder, a idéntica planificabilidad sintáctica, 5. F. Marcos (1980: § 18.8), a propósito del análisis de R. Lapesa, habla precisamente de causales del enunciado y causales de la enunciación, y distingue dos grupos dentro de las primeras, a uno de los cuales califica de causa necesaria. 6. Según G. Rojo, para quien los aspectos sintácticos son instrumentale con respecto a los semánticos, y estos lo son con respecto al componente pragmático, “[las funciones informativas (o pragmáticas)] no han encontrado un tratamiento teóricamente adecuado en el estructuralismo europeo ni en la lingüística generativo-transformacional” (1993: § 4.4). 7. Es significativo que la necesidad de “unificar sintaxis y enunciación, de dar cohesión y unidad a todos los aspectos comunicativos –enunciación, modalidad y dictum– que se materializan en el enunciado” se ponga siempre de manifiesto cuando se abordan construcciones propias de la lengua coloquial, por ejemplo, No has comido nada ¡con lo buena que estaba la paella! (Herrero 1990).
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de ahí que se sirvan de técnicas constructivas parcialmente distintas. La andadura sintáctica propia del coloquio suele considerarse menos elaborada o más simple, sencilla y restringida (por lo que a menudo es calificada de “pobre” o “primitiva”) que la correspondiente a los registros formales y cultos, especialmente la que ofrecen los textos escritos y literarios, de superior trabazón sintáctica (más “madura” y “rica”, se dice)8. Todas esas afirmaciones, si no son bien precisadas, resultan escasamente operativas. Haría falta saber, por ejemplo, si, cuando se dice que una expresión es más simple, se quiere dar a entender que resulta más fácil de aprehender, de emitir o de descodificar, y, en todo caso, tiene que ser definida en función de la adecuación de las secuencias que se emplean o dejan de emplearse al tipo de acto comunicativo. Pero es que, además, tal caracterización general se circunscribe casi siempre al predominio de los mecanismos elementales de articulación sintáctica (yuxtaposición y parataxis, fundamentalmente) y al escaso uso de estructuras oracionales subordinadas. Así, entre los trece parámetros que G. Berruto (1990) llega a establecer para medir el grado de simplicidad de las estructuras sintácticas, destacan como más pertinentes y decisivos la escasez de términos relacionantes (preposiciones, conjunciones, etc.) y el dominio de la parataxis sobre la hipotaxis9. Incluso M. Seco (1973: 366), que hace años hizo atinadas observaciones en torno a la lengua coloquial, habla de “simplicidad en el encadenamiento de oraciones”, de “falta de elementos de conexión” y de que “los elementos de la frase tienden a flotar separados unos de otros, ajenos a una estructura orgánica, liberados de un centro magnético que los engarce en una oración unitaria”10.
7. Se da la paradoja, sin embargo, de que es precisamente el ámbito de las oraciones denominadas complejas –donde tales conceptos han tenido su 8. La conocida distinción de Bernstein entre código elaborado/ restringido se asienta básicamente en que las secuencias son más breves y predecibles y gramaticalmente más sencillas en el segundo, que correspondería a las clases populares. Estas palabras de M. Voghera (1992: 242) son igualmente ilustrativas: “i testi parlati sono governati da una scarsa pianificazione (o non pianificazione) che si manifesta a livello di strutture linguistiche in una riduzione sintattica e in una sintassi frammentata; da ciò deriva una maggiore semplicità della sintassi dei testi parlati”. 9. Otros parámetros tienen que ver con la abundancia de frases cortas y nominales, la fijación del orden de los constituyentes del enunciado, etc. 10. Aduce, entre otras, la opinión de J. Vendryes: “tanto como el lenguaje escrito se sirve de la subordinación, la lengua hablada [...] practica [...] la yuxtaposición”. Vigara (1992: 115) llega a afirmar que esa tendencia centrífuga “ha sido repetidas veces comprobada” y que puede concretarse en el “predominio de la yuxtaposición” y en la “preferencia por la coordinación o parataxis sobre la subordinación o hipotaxis”.
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mayor aplicación– uno de los peor descritos de nuestra gramática (Coseriu 1981: 154 y ss.)11. Ni siquiera hay acuerdo acerca de lo que debe entenderse por yuxtaposición, coordinación o subordinación oracional. Casi se podría seguir compartiendo la opinión de G. Rojo (1993) de que “produce un cierto sonrojo tener que reconocer que hay bastantes puntos sobre los que lo más detallado que existe todavía hoy es la Gramática de la lengua española publicada por la Real Academia en 1931 (que en buena parte mantiene lo de la edición de 1917)”. Y digo casi, porque el Esbozo académico (1973) al menos reconoce explícitamente que el criterio que adopta en el estudio de la subordinación circunstancial es “principalmente semántico” (§ 3.21.1), vistas las dificultades que entraña describir “la estructura gramatical” (§ 3.22.8), lo que le permite, por ejemplo, seguir agrupando dentro de las concesivas estructuras tan dispares como las introducidas por aunque y aquellas fórmulas en que aparece “un verbo [en subjuntivo] repetido con un relativo interpuesto: diga lo que diga, sea como sea...”. De ese modo, habría que sostener que en el fragmento de conversación que transcribo en § 9, la secuencia Se te hayan perdido donde se te hayan perdido se “subordinaría” (a pesar de la pausa marcada que la separa de la presunta “principal” y de su configuración con contorno melódico propio) a la afirmación repetida y enfatizada que le precede (Pero eso ¡tiene solución! ¡Que tiene solución!). Las cosas no son tan sencillas. Una estructura “equivalente”, elaborada en torno a un “centro magnético”, como ‘Aunque se te hayan perdido los papeles, eso tiene solución’ (o ‘Eso tiene solución, aunque se te hayan perdido los papeles’) resultaría muy poco adecuada o pertinente en este caso. Lo que verdaderamente importa a quien la dice, como se verá, es transmitir a su receptor la “seguridad” de que su problema se va a resolver. La forma de subjuntivo hayan perdido, no anclada temporalmente por sí misma, se encuentra aquí claramente orientada hacia el pasado, pues ambos interlocutores saben –y lo dicen– que los documentos se han perdido; se trata, pues, de algo dado, por más que el hablante lo transforme subjetivamente en falsa hipótesis generalizadora, interpretable como objeción (recuérdese que la concesiva se define como expresión de un “obstáculo que no impide el cumplimiento de lo enunciado en la principal”); pero, al posponerse y quedar parcialmente desligada mediante una pausa marcada, tal papel objetor resulta prácticamente anulado. La supuesta “falta” de trabazón sintáctica actúa, en realidad, como estrategia constructiva que, en lugar de hacer hincapié en el significado de perspectiva abortada, destaca y refuerza el carácter pretendidamente categórico y absoluto de la afirmación inicial (eso tiene solución). 11. Coseriu es incluso es más tajante en otro lugar (1989:44): “La plus grande partie de l’édifice de la grammaire fonctionnelle n’est qu’esquissée, elle n’est pas encore construite”.
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Consideraciones semejantes cabría hacer a propósito de otras construcciones del fragmento. Así, la réplica exaltada –Porque yo me tengo que ir ¡cómo me va a dar igual!
responde a una jerarquización del contenido que resultaría desvirtuada si la sometiéramos a un proceso de vertebración “centrípeta”: ‘No me da igual porque (puesto que, dado que, ya que) tengo que irme’. Quedaría reducido a simple motivo lo que realmente se expresa –además y sobre todo– como enérgico rechazo, en virtud de las implicaturas contenidas (‘si tengo que irme y los [los papeles] necesito para poder hacerlo, es imposible que me dé igual’). A falta de término más apropiado, he calificado en varias ocasiones esta clase de andadura sintáctica de parcelada, con lo que quiero dar a entender, no que estemos ante una sintaxis simplemente más suelta o fragmentada, sino ante una técnica constructiva que responde a un tipo de planificabilidad en parte específico a la hora de combinar y disponer las parcelas de los enunciados. Además de la incidencia que sobre la sintaxis tiene la gran vinculación al contexto del discurso conversacional, hay que recordar que el canal de transmisión fónico-auditivo permite la explotación de una serie de recursos prosódicos, que no sólo “compensan” con creces la carencia o escasez de elementos de engarce, sino que, solidariamente con los esquemas semántico-sintácticos, actúan como auténticos procedimientos internos de organización de las secuencias y de estructuración del discurso12. Así pues, las categorías acuñadas por los gramáticos –que, al no haber tomado en consideración apenas las actuaciones conversacionales reales, han podido prescindir con facilidad del papel de tales recursos– difícilmente pueden tener una aplicación homogénea a las distintas variedades y modalidades de uso y ser suficientes para el análisis de la sintaxis del coloquio.
8. En definitiva, la colaboración recíproca entre la sintaxis y los estudios de pragmática no se ha producido aún en la medida deseable. Es cierto que no ha pasado desapercibido que muchos de los problemas que plantea el análisis de ciertas relaciones intraoracionales podrían resolverse si se contemplaran desde una perspectiva supraoracional o discursiva; pero se advierte cierta resistencia a explorar sus consecuencias. En parte, ello es debido a que afectaría al estatuto de las propias unidades operativas. No está claro, ni mucho 12. Es significativa la coordinación sintassi e intonazione que figura en el título de la obra citada de M. Voghera. Pero no se trata de un caso aislado; la obra Estructura informativa en español (Uppsala, 1984), de L. Fant, tiene como subtítulo Estudio sintáctico y entonativo.
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menos, cuáles sean las de la pragmática, pero de lo que no hay duda es de que no basta con la que, explícita o implícitamente –y por más que se reconozca que “no hablamos por oraciones”– los diferentes modelos de explicación gramatical han venido aceptando como básica y máxima, la oración13. A propósito del rechazo del indicativo en secuencias como *Bueno, pues aunque tienes prisa (frente a Bueno, pues aunque tengas prisa), I. Bosque (1990:§ 5) afirma que si la cuestión no está resuelta es porque “no se ha estudiado con detalle el efecto que tienen sobre el modo las partículas que poseen valores discursivos”14. La diferencia de significado que hay entre María se casó y tuvo un hijo y María tuvo un hijo y se casó hace decir a E. Coseriu (§ 6.3.5) que, si bien en el nivel de la oración son paratácticas, expresan relaciones internas de dependencia (el segundo miembro se subordina al primero) por lo que concierne al discurso. Claro está que no resulta fácil hacer explícitos los criterios por los que determinadas secuencias pueden ser examinadas en cuanto unidades de un texto. Pero fijar el límite en la oración –no es necesario insistir en ello– hace prácticamente inviable un análisis como el de la pragmática, que arranca del postulado de que el sentido se configura discursiva y cooperativamente, como una constante negociación entre los participantes. No sorprende que estructuras paratácticas como la anterior aparezcan una y otra vez en los manuales de pragmática. “La diferencia entre Pepa se casó y tuvo dos hijos y Pepa tuvo dos hijos y se casó –dice G. Reyes– no reside en los significados literales de la conjunción y; el problema es de tipo pragmático más que semántico. Una de las submáximas de manera es la submáxima de orden (‘sea ordenado’), y esperamos que los relatos estén organizados según el orden cronológico de los hechos, y no un orden arbitrario” (1990: 66)15.
13. “L’étude du transphrastique –afirma S. Stati (1990: 11)– est née comme conséquence naturelle de l’essor d’un ensemble de recherches interdisciplinaires portant sur le dialogue écrit et oral”. 14. A propósito del mismo problema –la alternancia aunque llueve/a, saldré–, D. A. Igualada afirma que “frente al indicativo, el subjuntivo no aporta ninguna indicación sobre la ‘realidad’ de la lluvia, pero tampoco de su ‘irrealidad’; carece asimismo de referencia temporal: a no ser que se recurra a la situación extralingüística, es imposible saber si se refiere al presente o al futuro” (1987-88-89:§ 2.1). Esa referencia, y otras, no está en la oración aislada, pero sí en el discurso en que se emplea, que no puede calificarse, obviamente, de “extralingüístico”. 15. M. Victoria Escandell al estudiar la conjunción (1993: 186) insiste en que “el orden, no relevante para la caracterización veritativo-funcional, sí lo es en las lenguas naturales, como pone de manifiesto el contraste que se observa en el ejemplo –ya clásico– se casó y tuvo un hijo / tuvo un hijo y se casó”.
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9. No puedo ocuparme de todo el alcance teórico de la colaboración recíproca entre los estudios sintácticos y pragmáticos, pero sí mostraré que muchas veces es en los procedimientos constructivos donde se ha de buscar la clave para descubrir, no sólo cómo está estructurado el discurso conversacional, sino también la intención comunicativa fundamental de la que tal estructuración constituye su instrumento básico. Me serviré para ello de un fragmento de conversación grabada, fácilmente contextualizable16 por no presentar ninguna peculiaridad destacable por lo que respecta a los elementos constitutivos y condiciones generales de la comunicación17. Uno de los interlocutores (A) intenta tranquilizar a su amigo (B), quien, a punto de emigrar al extranjero, ha perdido la documentación laboral que le va a ser exigida. He aquí su transcripción: A. –Que te sientes aquí con nosotros, ¡me cago en el Copón!, que vamos a...; mira, tú estás preocupa(d)o porque se te han perdido los papeles ¿no? B. –Eso es. A. –Eso es. B. –Se me han perdí(d)o de aquí a... A. –Pero eso ¡tiene solución! ¡Que tiene solución! Se te haigan [hayan] perdí(d)o donde se te haigan perdí(d)o. B. –Es un crimen... A. –¡Me cago en la Hostia! Pero, mira, a mí me se murió el año pasa(d)o mi padre, y fíjate tú si..., eso sí que no lo voy a encontrar más. B. –Pero bueno, pero es que no es lo mismo. A. –Los papeles se encuentran. B. –No se encuentran. A. –Sí se encuentran. B. –Porque yo me tengo que ir ¡cómo me va a dar igual! A. –Lo mismo. B. –No. A. –Un papel se encuentra. B. –Ahí yo..., ya veremos a ver si se encuentran. A. –Un papel se encuentra. Lo que no se encuentra es lo que no se encuentra, es lo que se ha perdí(d)o pa(ra) siempre. Pero... un papel... ¡me cago en la leche! pero vola(d)o que lo encuentras ¿que no?18 16. Ha de entenderse contexto en un sentido dinámico, como algo que se configura y va cambiando a medida que se desarrolla el discurso. 17. Un análisis minucioso de unos y otras puede verse en P. Koch y W. Oesterreicher 1990. 18. No hay ninguna incorrección propiamente sintáctica, si bien aparecen dos constitucionales en boca de A: la forma haigan (hayan), del auxiliar haber, y la ordenación secuencial de los clíticos en me se murió, que alterna con la canónica normativamente se te han perdido.
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La información nuclear podría condensarse, prácticamente sin residuo (en seguida me referiré al verbo morir, empleado por el primero), en dos pares de signos contrapuestos: la preocupación de B es consecuencia de la pérdida de los documentos (“papeles”, en el texto); A cree que el problema se solucionará porque tales “papeles” se encontrarán19. Como se sabe, la reticencia de muchos lingüistas en relación con el concepto de relevancia (o pertinencia)20, propuesto por Sperber y Wilson (1986), tiene que ver con el convencimiento de que el lenguaje es bastante más que información; lo usamos también para potenciar o modificar las relaciones interpersonales y sociales. En nuestro caso, no se trata tanto (especialmente, por parte de A, como se verá) de aportar contenido informativo nuevo como de influir en el otro sobre la base de algo conocido por ambos. Casi todo lo que cabe decir acerca de la organización de esta comunicación verbal ha de estar sustentado, pues, en el examen de sus recursos sintácticos.
11. Encubierta bajo la intención explícita de apaciguar a su amigo, se advierte en A otro propósito –colateral, pero en absoluto secundario–, que tiene que ver con la lucha por el “poder” rara vez ausente de la conversación, por muy banal que sea: tratar de influir, persuadir, provocar la adhesión y el consentimiento del otro, en definitiva, reforzar la “autoridad”, y no sólo ante B, sino también ante el grupo al que designa el inicial nosotros (Que te sientes aquí con nosotros)21 y que forma parte del entorno del acto comunicativo, por más que ninguno participe activamente en ese momento.
19. La elección de solución responde a la pretensión del hablante de transmitir máxima seguridad, algo que no aportaría arreglo, por poner un término que alterna frecuentemente con él en el coloquio, que implica casi siempre provisionalidad, no carácter definitivo. 20. Con la formulación de tal concepto, los autores realizan una drástica reducción de las máximas de Grice, pues sostienen que la eficiencia de nuestros intercambios comunicativos reside en el buen uso de nuestros recursos para procesar información, de modo que consigan la máxima aportación a los propósitos cognitivos con el mínimo costo posible. 21. El plural vamos sí es ya inclusivo del ‘tú’ (B).
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10. Resulta reveladora del distinto rol argumentativo que adoptan los dos participantes la disimetría o desequilibrio en cuanto a la cantidad de enunciado que cada uno de ellos produce. Salta a la vista que A, al que corresponden casi las tres cuartas partes del total, lleva la “voz cantante”, e incluso se permite interrumpir a B cuando éste pretende entrar en detalles (Se me han perdido de aquí a...). No estamos ante un proceso de interacción nivelado.
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No voy a detenerme en aquellas formas de expresión que directamente apoyan esta intención “autoritaria”: las fórmulas exhortativas (especialmente la enfática que te sientes, pues los imperativos mira y fíjate desempeñan además, como se verá, una función discursiva propia), las frases exclamativas fuertes con verbo en primera persona (¡me cago en el Copón {Hostia, leche}!)22, etc. Tampoco insistiré en la explotación que con tal fin hace de los recursos prosódicos, a lo que ya me he referido de pasada antes. Me centraré en la estrategia constructiva básica empleada por A para lograr su doble propósito.
12. Estamos ante una táctica deliberada de desfocalización referencial pseudoimpersonalizadora23. Si se decide por el empleo insistente –la repetición responde a la constante voluntad en la conversación de asegurar el éxito de los argumentos– de enunciados de carácter general y axiomático, como eso tiene solución, los papeles se encuentran o un papel se encuentra, es porque cualquier otra estrategia –mediatizarlos, por ejemplo, a través de un verbo evaluativo (creo, pienso... que) o simplemente dicendi (yo [lo que] digo [es] que)–, aparte de implicar un compromiso personal (el de garantizar la aplicación al caso concreto de las condiciones de verdad de tales asertos) que él obviamente no quiere ni puede asumir, les restaría pertinencia y, a la postre, eficacia persuasiva. Tales secuencias se encuentran, además, ordenadas discursiva e incluso retóricamente. Tener solución puede considerarse como una especie de “forma descompuesta” (Dubsky 1963, 1965; Harvey 1968) usada para destacar, frente a la expresión verbal correspondiente (se soluciona), el elemento nominal, solución, sin actualizador alguno. Su sujeto gramatical, el neutro eso, demostrativo frecuentemente empleado como representante de un archivalor deíctico inespecífico (Alarcos 1980: § 14), conceptualiza estados de cosas ya presentes en la esfera de atención de los interlocutores24. Tal operación desindividualizadora, al desdibujar los perfiles concretos del caso particular, facilita que la construcción los papeles se encuentran –“pasiva refleja” 22. Se trata de un esquema estereotipado de intenso uso, pero de cuyo contenido, afirma W. Beinhauer (1968: 87) “el hablante apenas tiene conciencia”. Entre las variantes registradas por este autor no figura ninguno de los tres términos que aquí aparecen, pues sus fuentes fueron casi exclusivamente literarias. 23. Sobre los diversos recursos de la misma, véase H. Haverkate 1985, y acerca de sus fines estilísticos A. Narbona 1992b [aquí incluido, Cap 15]. 24. Más adelante dirán: “a mí me se murió el año pasado mi padre, y fíjate tú si... eso sí que no lo voy a encontrar más”, donde eso representa la evaluación que el emisor hace del hecho. Sobre algunos efectos de sentido en que intervienen los demostrativos (cfr. R. MorilloVelarde 1992).
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que tiene un acentuado carácter “impersonal” y que de hecho presenta gran resistencia en español a aparecer con un agente explícito25– pueda interpretarse con sentido universal (‘los papeles, en general, se encuentran’). Se trata de un efecto contextual usual en nuestra lengua, pero que aquí se ve apoyado, además, en primer lugar, por el uso del presente de indicativo (encuentran), forma no marcada de la conjugación que permite ser empleada en el discurso para referirse a hechos no necesariamente actualizados en el tiempo, y, en segundo término, por la anteposición de la frase nominal los papeles. Según S. Fernández Ramírez (1986: 429), sería interesante saber si la posposición del sujeto pasivo en la pasiva refleja “condiciona o no en algunos casos el empleo de la propia construcción”. Habría que empezar por indagar, creo, en qué condiciones discursivas la posposición es posible y si implica o no una clara modificación del contenido semántico y/o informativo. A diferencia de lo que parece suceder en secuencias descontextualizadas (la ceremonia se celebró en la Catedral / se celebró la ceremonia en la Catedral), en éste –y en un papel se encuentra– la anteposición del verbo (“se encuentran los papeles”, “se encuentra un papel”) eliminaría el carácter virtualmente generalizador pretendido por el emisor. Otro tanto ocurriría, aun con el sujeto gramatical antepuesto, si se usara un distinto tiempo verbal, incluido el futuro, el más afín aquí: en los papeles se encontrarán (o los papeles van a encontrarse) quedaría bloqueada automáticamente la posibilidad de ser interpretada como expresión con sentido general, y un papel se encontrará (y no digamos se encontrará un papel) chirriaría en este contexto. Ell valor “genérico” o “universal” del artículo no pasó desapercibido a la tradición gramatical26. No hay duda de que tal es la intención de A, pues de otro modo no se comprendería el paso del determinado los, en plural, al indeterminado un, en singular: un papel se encuentra, de inequívoca referencia general en el discurso. Por no reparar en que es del contexto de donde deriva tal posibilidad, la Gramática académica no acababa de ver clara la diferencia entre las dos clases de artículos en estos casos. En la edición de 1931 se afirma: “Ocasiones hay en que es tan determinante el artículo genérico un, una como el artículo determinado el, la; v. gr.: Una mujer honesta es corona de su 25. Históricamente, no hay solución de continuidad entre las diversas “funciones” que se han adjudicado a las construcciones pronominales con se+ verbo en 3ª persona (Monge 1955). Para E. Coseriu, lo pasivo y lo impersonal no serían más que dos de sus variantes de designación posibles, y común a todas sería la inversión de la transitividad, el mismo valor que, en el fondo, caracteriza a la reflexividad, de la que arrancan los demás usos (1989: 10-11). 26. De la “indicación genérica” del artículo (los hombres son mortales) se ha hablado siempre. Tiene razón E. Alarcos (1980: §8) cuando la hace derivar “del contexto”. Precisamente por eso, sólo puede explicarse si se considera el discurso o texto (cfr. Bernárdez 1982: § 4.5.1.).
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marido; y por consecuencia, en tales casos las funciones de un y una, unos y unas se parecen mucho a las de el y la, los y las, y aun en singular son, a veces, idénticas. Por ejemplo, las frases un hombre cauto no acomete empresas superiores a sus fuerzas; Juana canta como un ruiseñor, son absolutamente iguales a estas otras: el hombre cauto...; ... como el ruiseñor” (§ 79).
La equivalencia, sin embargo, no es absoluta; la construcción con un añade un contenido de relieve, que tampoco pasó desapercibido a la propia Academia (“El artículo indeterminado se usa con énfasis para indicar que la persona o cosa a que se antepone se considera en todas sus cualidades más características”) y que posteriormente ha merecido la atención de los estudiosos (Fernández Lagunilla 1983).
13. Pero el hecho de que A vertebre inicialmente su estrategia sintáctica en torno a este eje pseudoimpersonalizador y generalizador no quiere decir que no vaya adaptando y modificando sus mecanismos constructivos en función de la reacción de su interlocutor. Toda conversación se va configurando de forma dinámica, como una constante transacción, y rara vez están ausentes las turbulencias y conflictos. Ante el disentimiento de B, inicialmente expresado de manera indirecta (es un crimen), A acude a un recurso retórico tan antiguo como el ejemplo27: a mí se me murió el año pasado mi padre. Aunque mínimo, se trata de un discurso narrativo (aparece el único perfecto simple, murió), que se inserta en el diálogo enmarcado entre dos imperativos fuertemente estereotipados: mira, que lo abre, y fíjate, que lo cierra. Su fuerza “ejemplar” reside en la polarización que representa la muerte (pérdida irreparable) más vivencialmente sentida frente al extravío de “un [simple] papel”, por importante que éste sea subjetivamente. La confrontación, como era de esperar, es rebatida por inadecuada: Pero, bueno, pero es que no es lo mismo28. El desacuerdo mostrado reiteradamente por B (No se encuentran) nos ayuda a entender también la variación introducida por A dentro de un mismo molde constructivo (los papeles se encuentran un papel se encuentra), a lo que acabo de referirme. Lo que B rechaza al decir No se encuentran (rechazo también implicado en la secuencia ¡cómo me va a dar igual!, ya comentada) no es tanto el contenido proposicional (en el que los gramáticos suelen detenerse) como la fuerza ilocutiva de lo 27. En la obra de Don Juan Manuel El conde Lucanor (o Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio) se han diferenciado varios tipos de discursos sémicos, en relación con lo cual cabe hablar de estilos diversos. Cfr. el análisis del exemplo XXIX en Narbona 1984: § 4. 28. Cfr. L. Fant 1984: § 6.2.
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enunciado por su interlocutor con Los papeles se encuentran. No participa de la operación generalizadora pretendida por A, y con la que éste persigue el efecto de tranquilizarlo. Dicho de otro modo, no acepta la aplicabilidad a su caso particular. No se encuentran, por tanto, pese a responder a idéntico esquema sintáctico-semántico que la secuencia empleada por A, continúa vinculado a la primera aparición de los papeles, cuya referencia inequívoca viene dada por los pronombres átonos empleados por ambos: se te han perdido, se me han perdido. De hecho, A, al percatarse de que no tiene éxito, opta por descender de nuevo al empleo de la segunda persona: vola(d)o que lo encuentras. Se trata, en todo caso, de una cesión relativa, pues la forma verbal está introducida por una expresión, volado que –no bien estudiada, por cierto–, que continúa implicando seguridad (además de rapidez) del cumplimiento de lo dicho, “cesión” interpretable más bien como una “concesión” a la duda, igualmente relativa, por parte de B, la implicada en ya veremos a ver si se encuentran. Afirma J. L. Girón (1991: 83) que “con el futuro el significado de modalidad del enunciado de ya (situación del proceso con respecto a la expectativa del hablante) es más perceptible que con cualquier otro tiempo verbal; ante un proceso no realizado no cabe sino esperar su realización”; añade, sin embargo –si bien lo califica de valor estilístico–, que “con sujeto de primera persona, esa esperanza es más bien inseguridad”. Pienso que en casos como el que nos ocupa, los factores pragmáticos llevan a interpretarla como improbabilidad29, aunque es algo que, por supuesto, no deriva exclusivamente del uso de ya30, sino del carácter hipotético de si se encuentran que sigue a esa extraña o falsa perífrasis (veremos a ver), tampoco bien estudiada. En cualquier caso, y por eso he hablado de “concesión” a la duda, alguna distancia separa la improbabilidad del radical rechazo mantenido por B hasta ese instante.
14. ¿Combate nulo, sin vencedor ni vencido? Si así fuera, no debería sorprendernos, pues el carácter polémico de muchas discusiones conversacionales tiene mucho de juego, en el que los jugadores pretenden ganar, pero sin animosidad. Rara vez, sin embargo, está ausente la voluntad interactiva, lo que no quiere decir que se traduzca siempre en “acciones” reales. De igual modo que en el ejemplo citado al comienzo (¿Con esa falda vas a salir a la calle?) 29. No pretendo decir que sea la única orientación posible. Con el verbo ver en primera persona, el propio J. L. Girón reconoce que desaparece el sentido pragmático de amenaza, promesa, etc. que tiene en la segunda (1991: 85). 30. De ser así, no se entendería que pueda hablarse tanto de su valor modal (J. L. Girón) como de su naturaleza aspectual (Bosque 1990: § 4), además del temporal.
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es posible que quien hace la pregunta no consiga que la destinataria del mensaje cambie inmediatamente de indumentaria, pero sí que lo piense mejor –y requiera el parecer de otras personas– antes de volver a usar la misma prenda de vestir, parece claro que también aquí hay un ganador, siquiera sea “por puntos”. A ha logrado modificar, si no la conducta, sí el grado de convicción de B. Este no queda tranquilo ni, mucho menos, des-preocupado; pero en su fuero interno es más que probable que comience a relativizar el problema que le preocupa, sobre todo si se detiene a pensar que, comparada con la muerte del ser más querido, la pérdida de unos documentos, convertidos lingüísticamente en simples papeles, resulta insignificante. No puede hablarse, pues, de fracaso total de A; su gran habilidad discursiva, que no consiste más que en la explotación adecuada de unos recursos sintácticos regulares, al tiempo que ha ayudado a B a contemplar su preocupación de un modo menos subjetivo, ha contribuido a fortalecer (o a mantener sin merma, si se quiere) su “autoridad” social.
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SINTAXIS, ANÁLISIS DEL DISCURSO Y PRAGMÁTICA (II) 209
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IV ORALIDAD Y COLOQUIALIDAD EN LA ESCRITURA
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13. DIÁLOGOS BAJO CONTROL
0. Para poder detectar la mayor o menor impronta oral de un texto, Peter Koch y Wulf Oesterreicher han intentado hacer explícitos los parámetros que permiten calificar un escrito de más o menos oral u oralizado: el carácter privado o público de la comunicación, la relación con el [o los] interlocutor[es] (desde la intimidad al total desconocimiento), la acentuada o débil carga emocional de lo que se transmite, el mayor o menor anclaje a la situación y al mundo referencial, el que haya o no copresencia espacio-temporal, el grado de cooperación de los intervinientes, que se trate de una actuación dialogada o monologada, que sea espontánea o planificada, con o sin libertad temática, etc. Es la condición gradual de todos ellos1 –que no constituyen una serie o lista cerrada– lo que, al tiempo que impide seguir separando las modalidades de uso en dos grupos –según se sirvan del canal fónico-auditivo o del gráfico (visual)–, abre la posibilidad de averiguar lo que de lo hablado se refleja en lo escrito. De no concebirse la oralidad y la escritura(lidad) como categorías no estrictamente vinculadas al medio empleado y como pertenecientes ambas a una escala única, en la que se van ubicando los diversos actos lingüísticos, desde el extremo de la inmediatez (la conversación coloquial familiar cotidiana sería el caso prototípico) hasta el de la máxima distancia (una sentencia judicial de inmediata repercusión social y resonancia mediática, por ejemplo), resultaría inviable descubrir y analizar los testimonios de la oralidad en fuentes escritas no literarias anteriores al siglo XIX. * “Diálogos bajo control”, en V. Béguelin-Argimón/G. Cordone/M. de la Torre (eds.): En pos de la palabra viva: huellas de la oralidad en textos antiguos. Estudios en honor al profesor Rolf Eberenz, Peter Lang, Bern, 2012, 247-267. 1. Se trata de parámetros graduales. En la actualidad, ni siquiera cabe hablar de carácter dicotómico en el de la copresencia (o no) espacio-temporal, pues gracias a las nuevas tecnologías se dan situaciones intermedias. Todos los mencionados, y los que podrían añadirse, reflejan el grado de connivencia o complicidad –relación, a su vez, dinámica y cambiante– entre los participantes en la interacción social. De la treintena de participantes en el Colloque International
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Aunque en el esquema de la tipología de las variedades ideado por los dos lingüistas alemanes el estilo literario no se sitúa en una zona o franja concreta de la imaginaria línea escalar única, sino que puede encontrarse a lo largo de toda ella, no se crea que advertir vestigios orales en los textos no literarios va a resultar más fácil. Es discutible, por ejemplo, que los escritos gramaticales constituyan “la gran posibilidad de relatar una historia de la lengua que no sea necesariamente la de la lengua literaria [...], de hacer historia de los usos reales de la lengua” (Girón 1996: 286). Aquellos textos literarios que logren la captación, mímesis o acertada adaptación de las actuaciones idiomáticas propias de las situaciones de proximidad comunicativa han de ser los más rentables para lo que aquí interesa. Desde luego, nunca en exclusividad, pues hay que contar también con las informaciones que proporcionan los lexicógrafos, así como con los datos que afloran en las actas inquisitoriales, las cartas privadas, los diarios y otros documentos escritos por semicultos, etc. Siempre serán pocas las cautelas que se adopten, pues no son escasos los escollos con que el investigador tropieza al acudir a tales fuentes, que, además, no abundan. El primero de los obstáculos atañe a la cuestión crucial de la fidelidad, sobre lo que Rolf Eberenz (2003), al estudiar las actas inquisitoriales de los siglos XV a XVII, nos pone en guardia: dado que “la transcripción literal es imposible”, lo que tenemos es una reconstrucción verosímil en la que se “imita cierta oralidad” o “permanece visible la impronta oral”2. 1. Especialmente interesan los textos destinados a la enseñanza del español a los que no la tienen como propia o materna. En los PLEASANT and DELIGHTFULL DIALOGVES IN SPANISH and English, profitable to the learner, and not unpleasant to any other Reader, publicados en Londres (1599) por John Minsheu3 para el aprendizaje de nuestra lengua en la Inglaterra de los Tudor, no dejan de aflorar, en efecto, huellas del léxico, de la fraseología y de la técnica constructiva dominante en el discurso hablado. En cada diálogo se va introduciendo “un riche lexique présenté en situation” (Marc Zuili 2010), que se anuncia en la entradilla: “levantarse por la mañana y las cosas a ello pertenecientes” (1º), “comprar y vender joyas y otras cosas” (2º),
“Les rapports entre l’oral et l’écrit dans les langues romanes” (Araújo 2012), tan sólo uno cita algún estudio de P. Koch y W. Oesterreicher. 2. Conversaciones estrechamente vigiladas es el que me he inspirado el título de este trabajo. 3. En la edición de J. A. Cid 2002 pueden encontrarse todos los datos de interés, así como su gran repercusión durante siglos.
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“cosas pertenecientes a un convite, con otras pláticas y dichos agudos” (3º), “cosas tocantes a el camino, con muy graciosos dichos y chistes” (4º), “ordinarias pláticas que los pajes suelen tener unos con otros” (5º), “muchas cosas curiosas y de gusto [...] entre dos amigos ingleses y dos españoles” (6º) y “cosas pertenecientes a la milicia y de las calidades que debe tener un buen soldado, con muchos dichos graciosos y buenos cuentos” (7º).
Las situaciones, afines a las reales (de la partida de naipes del 3º se podría decir que en nada se aparta de una auténtica) pero imaginadas, están al servicio de la mayor incorporación posible de vocabulario. Así en relaciones enumerativas, como la de la ventera (4º), que detalla lo que hay de comer (“hay conejos, hay perdices, hay pollos, hay gallinas, hay ganzos, hay ánades, hay carnero, hay vaca, hay cabrito, hay menudo de puerco”); o cuando dos personajes (4º) se van lanzando maliciosamente, como si de una competición verbal se tratara, modismos que responden a idénticos moldes sintácticos:
En todos hay bastante más de lo que se promete. En el 1º va apareciendo el léxico referente a la vivienda, las tareas domésticas, las prendas de vestir... El 6º, aparte de aprovecharse para llevar a cabo un jugoso análisis contrastivo (casi siempre con ironía) de los saludos entre españoles e ingleses (cuando el inglés pregunta a el otro ‘¿cómo estáis?’, dice una gran necedad; y cuando el español dice ‘bésoos las manos’, dice una gran mentira), constituye un pequeño tratado acerca de las gentes de ambos países. Resulta sorprendentemente moderna la elección de estrategias para no cansar ni aburrir. Aparte de esforzarse en mantener la atención con “dichos agudos” o “muy graciosos”, “chistes”, “[cosas] curiosas y de gusto”, etc., a veces juega continuamente con las palabras: En el 4º (transcribo con guiones las preguntas y respuestas): –yo entiendo que sois vos aquel que llamaban de Urdemalas –Pues todo el mundo ojo alerta, que alguna tengo de urdir en este camino; ... –¿Cuánto nos falta de aquí a el primer pueblo? –Legua y mierda, –La legua andaremos nosotros, esotra vos la pasaréis.
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–Ansí yo os vea zarco a poder de nubes / –Antes ciegue que mal vea / –Ansí yo os vea arzobispo con mitra de siete palmas / –Ansí yo le vea a él papahígos de su mula / –Échote una pulla con su pulloncillo: que tu mujer te haga ciervo y te llamen todos cuquillo / –Échote una pulla venida sobre mar: que los dientes se te caigan y no puedas mear...
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Otras veces va intercalando oportunamente, como veremos, “buenos cuentos”, incluso en alguno de los diálogos, como el 7º (un sargento, un cabo de escuadra y un soldado tratan de la milicia), que acaba siendo, en realidad, un hilarante relato. No hay duda, pues, de que estos diálogos fueron planificados y elaborados por alguien (Alonso de Baeça, según Lépinette [2001: 212], con lo parece estar de acuerdo Zuili [2010: 125]; o el gramático Antonio del Corro, atribución que J. A. Cid da como segura, o algún otro) que demuestra gran habilidad para crear situaciones cercanas a las cotidianas, pero que también domina el lenguaje culto y posee una notable erudición. Se explica así que en boca de los personajes ponga intervenciones como [...] Y como la virtud esparcida es más flaca que cuando está uñida, si cuando lo está es acometido el calor de su contrario el frío, y esto con fuerza y vehemencia, vense y resfría, de suerte que no puede obrar ni hacer su efecto[...] [...] Ansí es verdad, pero como no puede haber cosa perfecta en este mundo, ya que en eso es abundante, le faltan otras cosas necesarias a la vida humana, que ella, por la frialdad de su sitio, no puede producir y ansí tiene necesidad de comunicación con otros reinos (6º).
Es más, se revela como buen conocedor de las reglas gramaticales:
y de los autores clásicos. En el 5º, uno de los personajes recrea una fábula de Esopo. Y, a propósito de la licencia en Inglaterra de besar a las mujeres en público (6º), se recuerda que antes que se introduxese esta costumbre en Roma, cuenta Tito Livio que desterraron de ella a un senador, persona de mucha cuenta, solo porque besó a su mujer delante de una hija suya,
tras lo cual, la conversación deriva hacia la cuestión de los celos, lo que permite a varios de los interlocutores sacar a relucir amplios conocimientos mitológicos, de las vidas de santos diversos, etc. No sólo se valen los interlocutores de expresiones latinas –dominus providebit [4º], quia nemo me conduxit [6º], etc.– o de cultismos sintácticos latinizantes “a lo menos no me negaréis ser más fértil tierra en general Inglaterra que España” [6º]) sino que se burlar de los latinajos que no vienen a cuento:
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[Y a mí me libre] de párrafo de legista, de infra de canonista, de ecétera de escribano y de récipe de médico; de razón de diz que, pero y sino, y de sentencia de conque (7º).
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–Ansí irá perdido a buscar otro perdido, como un duelo busca otro duelo y una necedad a otra, porque PARES CUM PARIBUS FACILLIME CONGREGANTUR. –Bendito sea Dios, que por tres blancas de gramática que estudió ya no se cabe en el cuerpo y no vee la hora de desembucharlo [5º].
Estamos, insisto, ante unos Diálogos muy controlados, en los que ni siquiera faltan manifestaciones de lo que Dámaso Alonso (1957), refiriéndose al Corbacho, calificó de plurifurcación, esto es, parlamentos que constituyen, en realidad, “muestrarios de amplias y variadas posibilidades”, pero en los que encontramos lo que constituye la característica más destacable (Blanche-Benveniste 1998) de la lengua hablada: acumulaciones paradigmáticas, idas y vueltas sobre el eje de los sintagmas, continuos incisos; en suma, huellas que dejan ver las etapas de un modo de producción por aproximaciones sucesivas. Nada tiene todo esto de particular, pues se ha comprobado la imposibilidad práctica de servirse de auténticas conversaciones espontáneas como instrumento pedagógico o didáctico eficaz4. Estos Diálogos poco tiene que ver con los de la documentación examinada por Eberenz / De La Torre. Quienes levantaban acta de un juicio tenían la obligación de ser fieles a lo que oían, sin tergiversar la intención de los declarantes de carne y hueso; otra cosa es que, al tratarse de “profesionales” que casi escribían por oficio, la orientación narrativa transformara el discurso directo en indirecto mediante recursos en gran medida rutinarios, y no dejaran de aparecer las expresiones que delatan algún sesgo personal. En cambio, el autor de unos escritos con fines pedagógicos no está condicionado por la fidelidad a lo que los personajes de ficción dicen, sino que trata de reflejar cómo los reales se expresan, algo en lo que, por cierto, no siempre las numerosas ediciones posteriores supusieron un avance. J. A. Cid ha mostrado que bastantes de las modificaciones y supresiones hechas en la de Juan de Luna (1619) para facilitar el aprendizaje, en realidad mermaron la naturalidad coloquial originaria. Así sucede, por ejemplo, al eliminarse, por innecesarios o “expletivos”, bastantes pronombres personales: ([yo] para mí tengo; sé muy bien lo que [me] bebo; etc.), muchísimas apelaciones al interlocutor (Señor, Vuestra merced, etc.), palabras introductorias de apoyo (pues, ahora, bien, [sí], pero, por cierto, etc.), repeticiones 4. En la década de los 70 del pasado siglo, a los profesores de español para extranjeros de la UIMP se nos proporcionaba un Vocabulario (E. Lorenzo) con listas de palabras repartidas en estos grupos: “Circunstancias personales”, “La enseñanza”, “El lenguaje”, “La alimentación”, “El tiempo y la ciudad”, “La moneda. El correo. La prensa”, “Medios de transporte”, “La vivienda”, “El paisaje”, “La figura humana” y “Los espectáculos”. También un Libro de lecturas con textos de autores del siglo XX (Pío Baroja, C. J. Cela, C. Fuentes, etc.).
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o enumeraciones (de un estremo vinieron a dar en otro [estremo]), expresiones en que el hablante se explaya mínimamente (Está muy bien, señor. Yo lo haré ansí se reduce a Así lo haré señor), etc. 2. A la hora de rastrear vestigios de la oralidad en fuentes escritas, literarias o no, además de vencer la tentación de proyectar sobre el pasado los usos idiomáticos actuales, no hay que limitarse a la búsqueda de aquello que parece pertenecer a las actuaciones de extrema proximidad comunicativa, puesto que puede resultar igualmente pertinente lo que revela algún grado de oralización, sobre todo si se analiza desde la óptica de la construcción del discurso o macrosintaxis. Es significativo que Eberenz y De La Torre partan de “La estructura discursiva [del turno]”, pero dediquen el capítulo más extenso a la “Morfosintaxis”. En todo caso, prescindiré de todo lo que pueda ser encuadrado claramente en el ámbito del discurso repetido, como refranes y dichos más o menos estereotipados, que siempre han llamado poderosamente la atención de los estudiosos. En algún diálogo, como en el 3º, apenas hay turno en que no aparezcan uno o varios: sobre buen cimiento, buen edificio se hace; oveja que bala, bocado pierde; a buen entendedor, pocas palabras; Dios me dé siempre contienda con quien me entienda; no se tose más en un sermón de Cuaresma; si no hago lo que veo, todo me meo; etc.
vale más páxaro en mano que bueitre volando; de el dicho a el trecho hay gran trecho; donde una puerta se cierra, ciento se abren; de noche todos los gatos son pardos; etc. (todos en el 2º), al ruin de Roma, cuando le nombran, luego asoma (1º);
y así sucesivamente. A los que habría que sumar la fraseología fijada y los continuos juegos de palabras –“nones son, y no llegan a tres” [5º]–, a veces deliberadamente alterados –“dando dineros por estas bujerías que relucen y no es oro todo; y cuando vaya a casa se hallará con nonada entre dos platos” [2º]–. La capacidad de los modismos de condensar contenidos amplios y de múltiple proyección los convierte en socorridas herramientas para la enseñanza, a pesar de la compleja contextualización previa que requieren. Así, en el 4º, cuando uno de los personajes dice irónicamente de su mula que “está graduada por Zalamanca”, al ser preguntado por la Facultad concreta donde obtuvo el título, replica: “En la de la bellaquería, bachillera en artes de tirar coces, licenciada en leyes de ventas y de mesones, y doctora es en astrología y matemáticas”.
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Y en ninguno escasean:
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No me detendré en los relatos (casi siempre breves) estratégicamente ubicados, como digo, para mantener o recuperar la atención. La narración parece siempre “exigida” por el diálogo, y en muchos casos sirve para ilustrar el significado de alguna expresión de comprensión no fácil, como morir súpito (3º). En el 4º, tras hacerse de rogar por los amigos y ser prevenido por Mora (no sea muy largo, que me dormiré), Pedro, el mozo, se decide a narrar un cuento sobre los mentirosos, en el que se combinan con destreza el discurso directo y el indirecto. En otros casos, inserta tiempos propios del comentario para dramatizar lo narrado, como sucede en el 4º: “A este tiempo, yo, que le vide ir tan desmandado, y como estaba alerta, tírole recio de la halda...”. El autor conoce bien la tradición de los exempla, de cada narración ha de extraerse una moraleja. Tras oír el de “las ranas pidiendo rey” (7º), el personaje exclama: No ha estado malo el cuento, y mejor es la moralidad. 3. Importa más centrarse en la técnica libre del discurso dialogado. Empezaré por advertir que la brevedad y concisión de buena parte de las intervenciones responde más a la voluntad de allanar la labor de aprendizaje que al deseo de reflejar fielmente la coloquialidad espontánea. Así ha de entenderse, por ejemplo, la continua sucesión de preguntas directas y respuestas, sobre todo en el arranque de los diálogos. En algún caso (4º) cubre más de la mitad de los turnos, eso sí, con cortos comentarios adicionales incrustados, que se aprovechan a menudo para introducir refranes y frases hechas, todo lo cual resultaría impensable o chirriante en una conversación real. No hace falta rebuscar las manifestaciones de patente oralidad coloquial: abre aquella ventana, a ver si es de día (1º) un cerceganillo entra por la ventana que corta las narices (1º) ¡qué de canas tengo! (1º) yo para mí tengo que...(6º) sí, pero no me negaréis que el calor de la sangre no procede de el hígado (6º).
El aprovechamiento de las estructuras eco o de la mera reiteración de esquemas a veces convierte el intercambio en una ingeniosa partida de tenis verbal, como en el del 5º, que sólo transcribo parcialmente: –Arrállame ese queso./ –Harrallame ese asno/ –¿Toda la vida has de comer sin plato?/ –¿Toda la vida has de comer tú cabrón?/ –¡Oh, Dios te bendiga la bella alimaña!/ –¡Oh, Dios te despache deste mundo para el otro!
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Constantes son las muestras de andadura sintáctica parcelada: ¿Quitar? ¡Nunca Dios tal quiera! Recebir lo que nos dan con cortesía, eso sí, es verdad que muchas veces le quise dexar por eso, y se lo decía, que no quería más caminar con él, porque era tocado de mi propia enfermedad y no me dexaba hacer basa (4º).
Una parcelación a la que contribuyen los paralelismos, las continuas repeticiones, enumeraciones y contrastes: ansí todo se nos va en fiestas, una librea hoy, otra mañana, siempre en saraos, músicas y danzas, siempre en convites... (5º)
a menudo, sin que haya progreso alguno en el discurrir de la intervención:
Pero lo que más interesa es la atinada captación de una técnica constructiva que se sustenta en la explotación de procedimientos de contextualización específicamente orales. También en esto cabe hablar de la modernidad de ciertas partes de estos Diálogos, por su notable destreza para reflejar por escrito actuaciones que dejan en manos del lector la tarea de vivificar los recursos prosódicos que –junto con la disposición secuencial– determinan el sentido, algo que no se conseguirá hasta la época actual (Narbona 2007a)*. Orden secuencial y entonación se ponen al servicio de la jerarquización informativa que al hablante le interesa transmitir. A ello responden las continuas anteposiciones y focalizaciones: –Yo con una cadena de oro que valga cien libras me contento (7º) – Sí, porque ese es tu enemigo: el que es de tu oficio (4º) –Hermano, en mi linaje nunca hubo ningún ahorcado; no quiero estrenarlo yo. –Estrenada os darán la soga, no os penséis por eso (5º) etc.
Igualmente, el esquema interrogativo, lejos de servir para preguntar, es empleado con frecuencia para rechazar u oponerse a lo dicho, insinuado o * [Recogido aquí en capítulo 19].
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[y también es verdad] que la Luna cada noche aparece de su manera, que las estrellas, si no fuese por el Sol, no ternán resplandor ninguno, que los ríos corren a la mar, que arderán muchos montes, que habrá grande mortandad de todo género de ganados,...(5º).
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simplemente pensado por el interlocutor. Son las interrogaciones reprobatorias a que se refieren Eberenz / De la Torre (2003: 84): ¿no os he dicho que no me traigáis esas comparaciones? [1º] ¿no lo veis que sufre maleta? [4º] ¿soy yo relox, que me pregunta qué hora es? [4º] ¿para qué quiero el dinero? ¿tengo de comprar casas o viñas con ello? [5º] ¿no sabéis que no todos los humores son unos, y que podrá ser lo que a vos os da gusto enfadarme a mí? [6º]
A las que habría que agregar las retóricas: ¿para qué es el dinero, sino para lucirse con ello? [2º] ¿para qué hemos de estar gastando tiempo? [3º] ¿no os parece necedad a el que vos veis bueno preguntarle cómo está? [6º]
las que alcanzan un sentido conminativo más o menos enérgico: ¿hemos ya de acabar de salir hoy de aquí? [4º])
un mero valor fático: ¿no se acuerda el otro día, cuando yo vine por aquí con un caballero, que le pidió le diese un pedazo de carne de aquello que le había dado otro día antes, cuando había pasado por aquí, porque decía que le había sabido muy bien? [4º])
Sin duda, es en los enunciados sólo descifrables desde la óptica del complejo proceso de enunciación donde más y mejor se revela el acierto. Ni la yuxtaposición ni la coordinación pueden verse, sin más, como mecanismos de conexión sintáctica simples, elementales o faltos de trabazón. La configuración prosódica (básicamente, el contorno entonativo, las pausas e inflexiones melódicas) hace que la ausencia de enlace explícito no debilite ni difumine la implicación causativa que el receptor interpreta sin dificultad alguna en ¿Cómo está vuestra merced? Parece que coxea, con que Guzmán responde al saludo de Rodrigo (3º), o en Aquí vuelve nuestro mosquetero. Muy cabizbajo viene; perdido debe de haber (7º). Igualmente, no sólo no se puede considerar menor el grado de integración de mira qué te dice ¿no respondes? (4º) que el que podría alcanzarse con otra solución, como “¿no respondes a lo que te dice?”, sino que se esfumaría gran parte de la intención comunicativa. Al igual que desaparecería la eficiencia de la contraposición en
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etc.
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–¿Qué manda vuestra merced, señor caballero? –Yo, ninguna cosa; esta señora, muchas (2º) –¿Qué nuevas hay por allá? –Nuevas ciertas, pocas; mentiras, infinitas (7º) Muy bueno va eso: estoy yo rabiando y estase vuestra merced burlando de mí (7º)
si no se recurriera a la yuxtaposición o coordinación. Es quien está aprendiendo el idioma el que ha de encargarse de recuperar la orientación semántica concreta que en cada caso se alcanza con la mera confrontación de los enunciados. Como es lógico, el subordinante más empleado (no en vano se califica de “universal” o de passe-partout) es que, presente en una gran diversidad de contextos. He aquí algunos del comienzo del diálogo 1º: O tú mientes o el relox miente, que el sol no puede mentir En los ojos debes tú de tener las nuebes, que el cielo yo lo veo claro –Dame de vestir, que me quiero levantar / –¿A qué tan de mañana? –A negociar, que tengo mucho que hacer hoy –¿Qué vestido se quiere poner vuestra merced? / –El de velarte, que dicen que es honra y provecho Eso fuera si fuera vuestra merced persona sospechosa, que no se ha de mentar la soga en casa del ahorcado [...] llama al ama, que barra y componga este aposento Este mi criado, señor don Juan, es como malilla, que hago de él lo que quiero
Yo quisiera toda la vaxilla de una misma labor: que no diferenciaran unas piezas de otras Entre vuestra merced, que todo lo verá aquí Eso verificarse ha en cosas naturales, que en las de el arte puede haber perfección, cada una en su género Ahora, señora, vea vuestra merced lo que más le contenta y tómelo, que no tengo otra cosa mejor Y algunos más: Cada uno tire su silla, que esta no es mesa de cumplimiento; haga su merced para sí, que lo mismo hará cada uno (3º) Porque se va haciendo tarde, nos vamos recogendo a las posadas, que ya es hora (6º).
Aunque los considere “excepcionales”, a A. López García (1994a: 15) no se le escapan los casos en que “hablante y oyente conforman una unidad gramatical a base de varios turnos” (TI: Mañana iremos al campo/ TII: Siempre que haga buen tiempo podrían haber sido emitidos en un solo turno por una
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O estos otros del 2º:
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sola persona: mañana iremos al campo siempre que haga buen tiempo). La colaboración de los interlocutores en la producción de enunciados va mucho mas allá de los fáciles sobreentendidos. En el 6º, a la pregunta ¿No ireis donde yo os llevare? se responde Si me lo decís primero, porque ir hombre sin saber adónde sería necedad. La peculiaridad de la sintaxis conversacional reside en que el sentido de los enunciados no se encierra en los productos resultantes, sino que emana del complejo proceso de producción que a ellos conduce. Algunos de los moldes son especialmente explotados, como los esquemas condicionales, a menudo utilizados como mecanismo de contraposición: –Pues ¿qué pensáis vos que es arte, sino imitador de la natura? Y si en la natura no hay perfeción, menos la habrá en el arte su imitador/ –Yo, señor, no soy filósofo ni quiero contender con vuestra merced. Mis mercaderías querría que tuviesen su perfeción en el precio/ –Si no le tienen en su valor, no le pueden tener en el precio (2º) –De la boca me lo quitó vuestra merced / –Pues, si yo lo quité, justo es que yo lo ponga (3º) Si yo soy asno, vos sois mula (5º) si ahora se hubiesen de matar todas las que lo beben [vino], yo veo que quedáramos sin mujeres (6º).
Siempre es virtud saber, aunque sean cosas que parece que no nos importan (1º) Sí haré, aunque bien creo que no por eso me tengo de asentar con él a la mesa (1º) Huélgome de ir, aunque no sea más de por aprender algunas buenas frasis españolas (6º) –¿Cuánto monta todo eso?/ –Todo monta trescientos reales/ –¡Trescientos años esté de un lado quien tal diere! / –Pues, porque no le alcance a vuestra merced, doscientos y ochenta (2º) El español digo que dice más mentiras entre año en este caso, que reales da por Dios; porque decir a el que encuentra ‘beso las manos a vuestra merced’, si habla de presente, bien vemos que miente, pues no se las besa; si de futuro, también, porque bien sabemos que, cuando el otro quisiese dárselas, por muy amigo que fuese, no se las querría él besar (6º).
Merece la pena reproducir la réplica del interlocutor a esta última intervención: Sí, pero parece que es una manera de reconosimiento de superioridad a el que dice (6º).
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Pero de todos hay ejemplos abundantes:
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A lo que vuelve a replicar el primero: Así es, pero ese reconosimiento no está más que en la lengua, porque el refrán dice “Manos beza hombre que querría ver cortadas” (6º).
Final El autor de estos Diálogos, concebidos para la enseñanza del español, confiaba en que profesores habituados a vivificarlos sabrían reponer en su lectura en voz alta los oportunos procedimientos contextualizadores, especialmente los prosódicos. Justamente ahí reside parte de su modernidad, en haber sido escritos contando con la capacidad de recuperación de lo que la escritura no o apenas puede reflejar. El verdadero salto cualitativo en la mímesis de la oralidad, insistiré en ello una vez más, no se conseguirá hasta siglos más tarde, y no en los diálogos pensados para la enseñanza del español a extranjeros, sino en los creados por autores literarios. Ademas de cumplir su objetivo principal, estos breves textos son de indudable utilidad para conocer la oralidad de la época. Esta búsqueda de la oralidad en la escritura constituye una especie de indagación de dirección inversa a la habitual. Por un lado, amplía el campo de los datos observables y las posibilidades de explorar de modo distinto los hasta ahora utilizados, que no deben ser, ni mucho menos, enterrados Y por otro, contribuye a la integración de algo que quedaba fuera de la atención del lingüista.
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Apéndice Diálogo sexto, que pasó entre dos amigos ingleses y dos españoles, que se juntaron en la lonja de Londres, en el cual se tratan muchas cosas curiosas y de gusto, Son los ingleses Egidio y Guillermo, los españoles Diego y Alonso. Edición de J. A. Cid (2003): EGIDIO.- ¿Qué hacéis, Guillermo? GUILLERMO.- Ya lo veis, Exidio. EGIDIO.- ¿Cómo estáis tan ocioso? GUILLERMO.- Quia nemo me conduxit5. EGIDIO.- Pues yo os convido a un rato de buena converzación. GUILLERMO.- ¿Adónde? EGIDIO.- Venidos comigo. ¿No iréis a donde yo os llevare? GUILLERMO.- Si me lo decís primero, porque ir hombre sin saber adónde sería necedad. EGIDIO.- Luego ¿no hacéis confianza de mí? GUILLERMO.- Sí hago, mas ¿no sabéis que no todos los humores son unos, y que podrá ser lo que a vos os da gusto enfadarme a mí? EGIDIO.- Si, pero yo conozco ya vuestro humor, y me acomodo con él. GUILLERMO.- Con todo eso, decidme adónde me lleváis. EGIDIO.- Vamos a la lonja, adonde me están esperando dos amigos españoles muy discretos; gustaréis de su buena conversación. GUILLERMO.- ¿Hablan inglés? EGIDIO.- Un poquito, pero pues vos entendéis bien el español y yo también, no importa. GUILLERMO.- Huélgome de ir, aunque no sea más de por aprender algunas buenas frasis españolas. EGIDIO.- Esas sé yo que las tienen buenas, porque son de Toledo, donde es la prima de la lengua española. GUILLERMO.- ¿Son por ventura aquellos que se andan allí paseando? EGIDIO.- Los propios, vamos allá. Dios guarde a vuest[r]as mercedes. DIEGO.- Y venga con vuest[r]as mercedes. EGIDIO.- Pase adelante la conversación. ¿De qué se trataba ahora? DIEGO.- No parece sino que la entendistes, que respondistes a ella sin daros el pie. ALONSO.- Tratábamos de las salutaciones que se usan en Inglaterra, y de las que se usan in España. 5. Se reproducen los asteriscos [*] con los que el editor señala la aparición de refranes o frases hechas en determinados fragmentos del texto original en español.
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GUILLERMO.- ¿Cuáles son mejores? ALONSO.- Cierto, en esto adonde quiera hay abusos. Cuando dice el español “Dios os guarde”, “en hora buena estéis”, “Dios os dé salud”, y el inglés “buenas tardes” y otras semejantes, yo apruébola por buena salutación. GUILLERMO.- Pues el mundo la reprueba y tienen por toscos a los que la usan. ALONSO.- Y aun por eso se dice que anda el mundo al revez, y no hay mejor señal de que ello es bueno, de ver que el mundo lo reprueba. GUILLERMO.- De las demás salutaciones ¿qué os parece? ALONSO.- De las demás digo que, cuando el inglés pregunta a el otro “¿cómo estáis?”, dice una gran necedad; y, cuando el español dice “bésoos las manos”, dice una gran mentira. GUILLERMO.- Menester es que deis razón de vuestra nueva opinión. ALONSO.- Ahora decíme, por vuestra vida, ¿no os parece necedad a el que vos veis bueno preguntarle cómo está? GUILLERMO.- Tenéis razón, pero podría tener algún mal secreto que no se le eche de ver. ALONSO.- Estonces ¿qué remed[i]áis vos con preguntarle cómo está? ¿No sería mejor rogar a Dios que le dé salud, como hace el otro? GUILLERMO.- Ahora decid lo de el español. ALONSO.- El español digo que dice más mentiras entre año en este caso, que reales da por Dios; porque decir a el que encuentra “beso las manos a vuestra merced”, si habla de presente, bien vemos que miente, pues no se las besa; si de futuro, también, porque bien sabemos que, cuando el otro quisiese dárselas, por muy amigo que fuese, no se las querría él besar. GUILLERMO.- Si, pero parece que es una manera de reconosimiento de superioridad a el que dice. ALONSO.- Así es, pero ese reconosimiento no está más que en la lengua, porque el refrán dice: “Manos beza hombre que querría ver cortadas”. DIEGO.- Yo os diré lo que subcedió al propósito a un caballero viejo español con otro mozo. Yfue que como el mozo por buena crianza le dixo a el viejo: “Suplico a vuestra merced me dé las manos, que se las quiero besan”, el viejo, confiado en su ancianía, las alargó para que se las besase. El otro, ya arrepentido, se las asió con las suyas y con muy buen donaire le dixo: “Señor, yo y vuestra merced a otros dos”. GUILLERMO.- El mozo anduvo discreto en hacerlo ansí y el viejo necio, porque bien sabemos que palabras de buena crianza no obligan. DIEGO.- Ansí es verdad, que esa cerimonia de besar la mano solo la debe el vasallo a el señor. ALONSO.- Esa sola salvaguarda tiene nuestra costumbre, que con decir “beso a vuestra merced las manos” parece que es decir “reconosco a vuestra merced por mi señor y yo por vuestro vasallo”.
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EGIDIO.- y ¿qué os parece de esta costumbre que tenemos en Inglaterra de asimos las manos unos otros? ALONSO.- Dos manos asidas siempre fue símbolo de amistad, pero dar los tirones que aquí se dan uno a otro téngolo por poca gravedad, y no sé si diga por liviandad. EGIDIO.- Antes parece que aquello es por más confirmación de la amistad. ALONSO.- Esa confirmación ha de ser con obras, y no con ademanes ni tirones, cuanto más que debe haber muchos que, con la mano asida y tirando, le deben de estar con el corazón matándole. GUILLERMO.- ¿Qué dicís de la otra de besar los hombres a las mujeres públicamente? ALONSO.- Esa costumbre tuvo su principio en Roma, en el tiempo que ella florecía, aunque se inventó a diferente propósito de el que ahora se usa. GUILLERMO.- ¿A qué fin la inventaron? ALONSO.- Los romanos aborrecían tanto el vino en las mujeres, que tenían ley en que condenaba a muerte a la que lo bebía y, por que no lo pudiesen hacer ascondidamente, tenían licencia sus parientes de besarla, para que por el olfato conociesen si lo había bebido. GUILLERMO.- Si ahora se hubiesen de matar todas las que lo beben, yo veo que quedáramos sin mujeres. EGIDIO.- No creo que fuera muy gran pérdida, según nos son causa de males. GUILLERMO.- Yo para mí tengo que la mayor causa de la desolución en algunas mujeres de Inglaterra es esta costumbre de besallas en público, porque con esto pierden la vergüenza y, a el tocamiento del beso, les entra un veneno que las inficiona. ALONSO.- Antes que se introduxese esta costumbre en Roma, cuenta Tito Livio que desterraron de ella a un senador, persona de mucha cuenta, solo porque besó a su mujer delante de una hija suya. GUILLERMO.- De un estremo vinieron a dar en otro estremo. EGIDIO.- ¿En España no se usa besar los hombres a las mujeres? DIEGO.- Sí, besan los maridos a sus mujeres, y esto allá detrás de siete paredes, donde aun la luz no los pueda ver. GUILLERMO.- Es porque los españoles son demasi[a]damente celozos. ALONSO.- No, sino porque somos tan traviesos que no hemos menester ese apetito para hacer mil malos recaudos. ¿Qué sería si tuviésemos ese ocación? GUILLERMO.- Yo creo que antes causaría hastío y no andarían los hombres tan golosos, porque vedamiento es causa del apetito. ALONSO.- No es fuego el de la concupisciencia que se ahoga por echarle mucha materia; antes es como la hidropesía, que mientras más el enfermo bebe, más sed tiene. DIEGO.- Especialmente entre los españoles, que por ser de complexión coléricos está Venus en su punto.
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GUILLERMO.- Yo entiendo eso al contrario, porque Venus consiste más en humedad que en calor, por lo cual entiendo que más aptos son para semejante exercicio los húmedos de complexión que los coléricos, que son de su naturaleza secos. ALONSO.- Sí, pero la humidad sin calor sería como la tierra sin el sol, que no es suficiente de [sí] misma a producir cosa alguna. DIEGO.- Por eso los poetas casaron a Venus con Vulcano, dios de el fuego. EGIDIO.- Mas Vulcano ni Venus sin Ceres y Baco no valen un caco. GUILLERMO.- Pues yo para mí tengo que en las tierras más frías está más reconcentrado el calor natural, y por eso con mayor aptitud en los que viven en las tales regiones. ALONSO.- No es ese calor reconcentrado que está en el corazón el que es causa de este fuego, sino el que está en la sangre y partes exteriores. GUILLERMO.- Sí, pero no me negaréis que el calor de la sangre no procede de el de el higado. ALONSO.- Así es verdad, pero no obra este efecto en su origen y fuente, sino cuando se ha derramado por las venas. Y como la virtud esparcida es más flaca que cuando está uñida, si cuando lo está es acometido el calor de su contrario el frío, y esto con fuerza y vehemencia, vense y resfría, de suerte que no puede obrar ni hacer su efecto. DIEGO.- Así es y la esperiencia de esto se vee en los cabrones, que es animal luxuriosísimo y, en llevándole a tierras frías, o no puede vivir, o pierde mucho de su potencia. GUILLERMO.- Los faunos o semicapras, que los antiguos llamaban medios dioses, cuentan los autores y poetas que eran en estremo luxuriosos. EGIDIO.- ¿Es verdad que hubo o hay tales hombres en el mundo llamados faunos? ALONSO.- En la vida de Sant Pablo, primer ermitaño, se cuenta que, en aquel desierto donde él hacía su penitencia, la hacía también Santo Antonio, el cual como por revelación supiese cómo estaba allí cerca San Pablo le fue a vicitar y, en el camino, encontró con uno, el cual de la cinta para arriba tenía forma perfecta de hombre, salvo que la cabeza tenía llena de cornezuelos pequeños, y de medio para abajo era cabrón, con muy largas vedijas y pies de lo mismo. EGIDIO.- ¿Hablaba alguna cosa? ALONSO.- Sí, que el sancto le habló y le preguntó quién era y él, en un lenguaje muy bárbaro, pero tal que el sancto le pudo entender, le respondió que era uno de los habitadores de aquel desierto, a quien la ciega gentilidad adoraba por dioses, pero que eran criaturas mortales. Y dixo más a el santo: que su grey y gente le enviaba a él por embaxador a rogarle a el sancto que rogase por todos a el común Dios de todas las gentes, que bien sabían que había baxado de el cielo y héchose hombre por redimir a los hombres. Y con esto se fue por aquel desierto con tanta ligereza que en muy breve espacio le perdió de vista el sancto.
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DIEGO.- Yo he leído también que a el emperador Constantino Magno le traxeron de esos desiertos otro vivo, y lo estuvo muchos días y, después de muerto, salado le traxeron por muchas partes de el mundo, para que todos le viesen. GUILLERMO.- Volviendo a nuestra primera plática. ¿Qué os parece de esta ciudad de Londres? ALONSO.- A mí me parece en verano tienda y en invierno contienda. GUILLERMO.- ¿Cómo se entiende eso? ALONSO.- Digo que parece en verano tienda porque, en aquel tiempo, todos los señores, caballeros y hidalgos se salen fuera de ella y se van a sus aldeas a pasar el verano, quedando en ella solos los oficiales, con sus tiendas abiertas. GUILLERMO.- ¿Y por qué lo demás? ALONSO.- En invierno son los términos y, como acuden de todo el reino a ella a sus pleitos, está hecha toda contienda o pleito; pero, ultra de esto, es una de las mejores ciudades de el mundo, a lo que yo entiendo. GUILLERMO.- ¿Qué decís de toda la tierra en general? ALONSO.- Que es fertilísima y abundante de todas las cosas que ella produce; especial de ganados: deben de ser los más gruesos y mejores de el mundo. GUILLERMO.- Y también de semillas es muy fértil. ALONSO.- Ansí es verdad, pero como no puede haber cosa perfecta en este mundo, ya que en eso es abundante, le faltan otras cosas necesarias a la vida humana, que ella, por la frialdad de su sitio, no puede producir y ansí tiene nececidad de comunicación con otros reinos. GUILLERMO.- ¿Qué cosas son esas que decís que le faltan? Que yo creo que no hay cosa en el mundo que en ella no se halle. ALONSO.- Es así verdad; pero es comunicado de otros reinos que bien veis vos que en ella no se cría oro ni plata, no se coge vino ni aceite, azúcar, seda, especiería, ni frutas de las regaladas, como son cidras, limones, limas, naranjas, granadas, almendras y otros mil géneros de ellas, muy necesarios para el regalo de las gentes; y, como digo de estas pocas cosas, pudiera decir de otras muchas que dexo. GUILLERMO.- Sí, pero tenemos otras, que sirven en lugar de esas cosas, y ansí no las echamos menos: como cerveza por vino, manteca por aceite y otras semejantes. ALONSO.- Con todo eso, sería imposible poder pasar este reino sin comunicación con otro; lo que no tiene España, que sola entre todas las provincias de el mundo podría pasar sin comunicación con otra, por producir dentro de sí todas las cosas necesarias a la vida humana. GUILLERMO.- Pues bien os podré yo decir una cosa que España no produce. ALONSO.- ¿Cuál es? GUILLERMO.- Especiería, que al fin lo traéis de la India. ALONSO.- Tenéis razón, que esa sola le falta a España; pero, como vos dixistes, también se cría en ella con que se podría suplir esa falta.
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GUILLERMO.- ¿Qué es? ALONSO.- En lugar de pimienta, se cría una yerba que llamamos pimiento, cuya simiente es de tanta fuerza y de el propio efecto que la pimienta, que viene de Indias; en lugar de clavos, usan muchos de los ajos y, si no fuese por un mal olorcillo que tienen, son más sabrosos que esotros; de azafrán gran cantidad se coge en España; jenxibre de pocos días acá se ha comenzado a plantar en ella y se da bien. GUILLERMO.- A lo menos no me negaréis ser más fértil tierra en general Inglaterra que España. ALONSO.- Digo que es verdad y lo concedo; pero también os sé decir que de esa fertilidad viene la floxedad en las carnes y mantenimientos de ella, que son de poco nutrimiento y sustancia; y esta es la causa de que los ingleses nos notáis a los españoles por miserables en el comer, porque las carnes de España, como de tierra más estéril, son de tanto nutrimiento que, si comiese de ellas un hombre tanto como en Inglaterra come, sin dubda ninguna reventaría. DIEGO.- Por eso hay uno manera de decir común en España: “Tu padre cenó carnero asado y acostóse y murióse; pues no preguntes de qué murió”. ALONSO.- En la propia España, tenemos la isperiencia de esto: que la Andalucía, que es tierra más fértil que Estremadura, las carnes de ella no son con mucho de tanto nutrimiento ni tan buen sabor como estas otras. EGIDIO.- También se vee eso en los ingleses que van a España, que dicen que no pueden comer tanta carne allá como comían acá. GUILLERMO.- Decime ahora: ¿qué os parece de el trato de nuestra gente? ALONSO.- Generalmente hablando, toda la gente inglesa es benina y amorosa, afable, alegre y amigos de regocijos y fiestas, ajenos de toda melancolía, como aquellos en quien predomina el humor sanguino; pero, fuera de esto, he notado en todos en general tan insaciable avaricia que desdora todas sus virtudes. GUILLERMO.- Y de las mujeres, ¿qué decís? ALONSO.- Las mujeres, generalmente hablando, pienso que son las más hermosas del mundo, porque tienen todas tres gracias particulares para serio: que son en estremo blancas, coloradas y rubias, y la que con estas gracias, que son generales a todas, acierta a tener buenas faiciones es acabada en hermosura. Pero también os digo, con la misma generalidad, que tienen tres faltas. GUILLERMO.- ¿Cuáles son, por vida vuestra? ALONSO.- No las quisiera decir, por no caer en desgracia con ellas. GUILLERMO.- Yo salgo por fiador que no cairéis. ALONSO.- * Tenéis razón, que quien nunca subió no puede caer. Pero las tres faltas son: pequeños ojos, grandes bocas, no buena tez en los rostros; y de esto es la causa el aire tan frio y sutil que corre en estas partes, que se les curte; y por esto es buena la invinción de las mascarillas; aunque yo entiendo que no debe de bastar.
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GUILLERMO.- Vos lo habéis disputado muy bien, y yo os quedo muy aficionado servidor, y así os suplico que el tiempo que estuviéredes en esta tierra os sirváis de mi. ALONSO.- Yo os doy muchas gracias por el ofrecimiento y quedo yo no menos a vuestro servicio. Y, porque se va haciendo tarde, nos vamos recogendo a las posadas, que ya es hora. GUILLERMO.- Beso a vuest[r]as mercedes las manos. DIEGO.- Yo las de vuest[r]as mercedes.
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14. SOBRE EVOLUCIÓN SINTÁCTICA Y ESCRITURA-ORALIDAD
0. En 1970 Rafael Lapesa1 –a quien hay que referirse siempre que se hable de la evolución sintáctica (o de la sintaxis histórica) de nuestra lengua– se lamentaba de que no se contara con el “acervo factual” necesario para estudiar las transformaciones que a lo largo del tiempo se han producido. La situación ha cambiado mucho desde entonces, como puede comprobarse en las propias Referencias bibliográficas que figuran al final de este volumen o con sólo observar el número y la calidad de las aportaciones en los Congresos organizados por la Asociación Internacional de Historia de la Lengua Española, AIHLE; pero aun puede compartirse la idea de que la situación, en comparación con lo que hay en otras lenguas románicas, es realmente desoladora (Cano 1991a). 1.1. Quizás no esté de más empezar por lo que constituye la más patente traba, que tiene que ver con lo que ha dado en llamarse paradoja del observador. Entre los testimonios escritos del pasado que nos han llegado –por fortuna, abundantes–, apenas hay reflejos del intercambio conversacional, que debería constituir el objeto preferente de análisis para el lingüista. No es posible, por tanto, la reconstrucción de toda la sintaxis. El estudioso se ve obligado a trazar de manera global y única un proceso evolutivo que, en realidad,
* “Sobre evolución sintáctica y escritura-oralidad”, en Actas del V Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española [Valencia, 31-I al 4-II 2000] Gredos-CAM, Madrid, I, 2002, 133-158. 1. Sus numerosos trabajos se publicaron reunidos (Lapesa 2000) gracias al generoso esfuerzo de Mª Teresa Echenique y Rafael Cano.
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sólo como una red de varias trayectorias –eso sí, constantemente entrecruzadas– debe contemplarse. Se ha dicho que la lingüística histórica ha de conformarse con hacer el mejor uso posible de los “peores” datos, y que está abocada a adoptar una posición casi esquizofrénica, pues ha de descubrir los procesos innovadores, que normalmente se originan en la oralidad, sólo cuando son recogidos en la escritura. Conviene no perder de vista que esta escripturalidad forma parte de la inevitable deformación del lingüista, a lo que me referiré en seguida. 1.2. A lo anterior se suman los condicionamientos derivados de la utilización de un cuadro de unidades y categorías de análisis no elaborado desde ni para los estudios de perspectiva histórica, y en el que hasta hace muy poco no se solía sobrepasar la barrera de la oración. El estudio de la organización de los textos o discursos quedaba prácticamente fuera de la sintaxis propiamente dicha. Cierto es que el acentuado carácter filológico de buena parte de la gramática descriptiva facilitó que los historicistas pudieran servirse de las mismas herramientas de análisis sin demasiados problemas, e incluso que se pudiera proceder de un modo similar. Pero como la sintaxis histórica no puede permitirse el progresivo desanclaje de la escritura ni prescindir del corpus como punto de partida, se ha ido agrandando su separación de aquellos modelos explicativos recientes que persiguen la máxima formalización y, en último término, la inserción de la lingüística en el seno de las ciencias cognitivas. Acabo de decir que no se suele sobrepasar realmente el marco oracional o microsintáctico. Es de esperar que una óptica auténticamente discursiva (no simplemente supraoracional) acabe adoptándose en todo acercamiento al cambio lingüístico2, particularmente en la renovada teoría de la gramaticalización, que en los últimos años acapara la atención de tantos estudiosos3. Porque en los 2. Incluso la descripción de los procesos de cambio de significado ya se ha ido desplazando desde el terreno de la semántica al de la sintaxis (Heine & Kuteva 2002). 3. Se entienda o no como una subclase de reanálisis y se consideren de un modo u otro sus relaciones con los procesos de lexicalización, el examen de los casos de gramaticalización, en los que, en realidad, se advierte una suma articulada de diversos fenómenos de cambio (de ahí su extraordinaria complejidad y la ausencia de rasgo exclusivo o específico, según Marchello-Nizia 2006), requiere una rigurosa discriminación de las fuentes. Determinar la reducción progresiva de la autonomía de un lexema, así como su capacidad para situarse y combinarse con otros, es algo que sólo puede lograrse a partir de la observación de cómo el emisor se hace presente en el discurso y busca hacerse notar y romper lo convencional o rutinario para influir en los receptores. Dicho de otro modo, las etapas del paso del léxico a la gramática de una expresión o construcción sólo pueden descubrirse si se adopta una perspectiva cognitiva, comunicativa y discursiva, única capaz de detectar el desplazamiento o debilitamiento semántico que, subjetivamente –de modo consciente o no– el hablante pone en marcha. Sobra decir que resultan particularmente de utilidad los recursos concepcionalmente orales, sin los cuales no hay modo de trazar la ansiada historia global del español.
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ejemplos aducidos, de mayor o menor carácter oral, no ha de verse sólo, ni principalmente, su valor gramatical, ya que, en realidad, ni siquiera son “aislables” (salvo para los lingüistas, que no sabemos operar sin una previa segmentación). Su función casi nunca se descubre en el seno del enunciado –oracional o no– en que se integra, sino que ha de contemplarse en el discurso4, un discurrir que en el coloquio se configura cooperativamente entre los participantes. Nada de lo que acabo de decir ha pasado inadvertido. En la vieja y recurrente aspiración a descubrir las relaciones extra- o inter-oracionales, que no deja de seguir anclada en la descripción que toma como básico el esquema oracional, hay ya un intento de empezar a abandonar la concepción jerárquica de las unidades sintácticas, sin lo cual no es posible averiguar hasta qué punto la oralidad está presente en la escritura. Y la reformulación que R. Lapesa (1978) hizo de la distinción intuida por A. Bello entre dos tipos de causales (hago esto porque me gusta y no debe de estar muy lejos, porque su coche está aparcado en la puerta), bautizados después como del enunciado y de la enunciación, respectivamente (Girón 1998, Narbona 2009a), ha animado también a no interpretar los sentidos diversos que en todas las épocas se descubren en construcciones con si, para que, como, aunque, etc., simplemente como “desviados” del valor presuntamente original, primitivo o propio que en las gramáticas se les asignan, puesto que la supuesta prototipicidad sólo se da en secuencias máximamente descontextualizadas (Cfr. Cano 2008a, 2008b y 2009). 1.3. Ahora bien, como la introspección se revela como mecanismo heurístico insuficiente, entre otras razones por la inautenticidad de unos datos que muchas veces no corresponden a sujetos históricos ni sociales, desde hace unos decenios son muchos los que reconocen la necesidad de volver a dar prioridad a lo empíricamente comprobado. El descenso desde el código, sistema o competencia del hablante-oyente ideal a la lengua en funcionamiento interactivo se quiere llevar a cabo sin privilegiar ni marginar ninguna modalidad de uso en particular; pero, en la práctica, la ampliación del objeto y el reforzamiento de la colaboración con cuantos se interesan por la comunicación se han vinculado de manera especial a la observación del habla espontánea. No hace falta insistir en que la incidencia de esta inflexión en la investigación de los estados de lengua del pasado ha de ser forzosamente escasa. Pero ni mucho menos ha permanecido ajena a tal ensanchamiento.
4. Rara vez una “coordinación” puede ser adecuadamente interpretada sin adoptar una óptica pragmática. La “copulativa” y, no sólo actúa a menudo como marcador discursivo extraoracional, sino que puede servir incluso de apertura (al menos, para abrir expectativas: –¿Sabes que me ha dejado mi novia? –¿Y´?) o de cierre, textual o de intervención. Cfr. Bustos Tovar 1996b y Narbona 2008a.
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Así, con la explotación creciente de la variada gama de textos no literarios se pretende extender el panorama alcanzado por el examen de los que sí lo son. Pero no cabe hacerse grandes ilusiones, pues su sintaxis es muy recurrente y formulística, al estar fuertemente constreñida por tradiciones discursivas estereotipadas (Cano 1996a y 1998b) y ser muy resistente a las innovaciones (Martínez Ortega 1999). Tampoco el análisis de lo que se prescribe (y también proscribe) en los tratados normativos –cuando se dispone de ellos–, vía sugestiva que, en todo caso, “se encuentra casi enteramente por explorar” (Girón 1996) va a proporcionarnos resultados muy significativos. Y quizás sea pronto para evaluar los esfuerzos encaminados a descubrir huellas o evidencias indirectas de la oralidad en otras fuentes como, por ejemplo, las cartas privadas, especialmente las escritas por los denominados semicultos (Oesterreicher 1994). 1.4. Me parece, en definitiva, que no estamos aún en condiciones de proceder a la revisión de la historia de nuestra lengua según los principios de una historiografía lingüística variacionista, que muchos propugnan. Aunque no en exclusiva ni de forma indiscriminada, ciertas obras literarias han de continuar siendo la base primordial para la reconstrucción y desentrañamiento de la historia sintáctica, entre otras razones, porque su elaboración se halla menos ahormada y condicionada que los escritos no literarios, al estar destinados, en general, a un número de receptores mucho mayor y más diversificado. Son los textos disponibles más insertados en la vida del idioma, sin que ello implique aceptar, sin más, el supuesto realismo o verismo de la literatura española. Desde el tantas veces comentado (Gauger 1996) –y no siempre bien interpretado– escribo como hablo, de Juan de Valdés5, son muchos los apoyos que, desde una perspectiva estilística, parece encontrar la idea de que no hay un gran distanciamiento entre la lengua literaria y la común. Sin embargo, es algo no comprobado en el terreno clave y determinante de la sintaxis (Narbona 1992b). Incluso quienes, como M. Seco (1983), han señalado hitos destacados en la consecución de lo que llama “ilusión de verdad” o “verosimilitud” por medio de una cierta transposición de la lengua coloquial o popular a la literatura, no por ello dejan de reconocer el gran trecho que, por lo que atañe a las estrategias y técnicas constructivas, ha separado siempre el diálogo literaturizado del real6.
5. Valdés pretendía alejarse de la complicada retórica de los prosistas de la época, acercando la escritura a la naturalidad de la lengua hablada. 6. Hace bien M. Seco en separar los diálogos del teatro de los integrados en las obras narrativas, pues, en contra de lo que pudiera esperarse, la aproximación sintáctica al coloquio ha sido menor y más tardía en las obras dramáticas. El primer autor teatral al que se refiere, y como antecedente, es Moratín, mientras que en el mundo del relato abundan nombres sobresalientes.
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En la tarea de detectar en la escritura fenómenos sintácticos que debieron de ser propios si no exclusivos del habla, difícilmente se puede pasar de la formulación de hipótesis más o menos plausibles, como la que hace años se atrevió a proponer J. Vallejo (1922) a propósito de ciertas construcciones con por de sentido concesivo (por mucho que llores, no me vas a convencer); si apenas aparecen en los textos castellanos hasta fines del siglo XIII, y, en cambio, son frecuentes desde comienzos de la centuria siguiente, se debe –sostenía– al carácter arcaizante de los redactores de la corte en tiempos de Alfonso X y Sancho IV, que dan paso, una generación más tarde, a otros que no se resisten tanto a la introducción de neologismos menos cortesanos. En el estudio de R. Eberenz (1990-91) sobre la vitalidad de la construcción pronominal de ciertos verbos intransitivos (bajarse, entrarse, estarse...) en el español del siglo XV, se puede comprobar que incluso cuando se trata de hechos ampliamente documentados resulta muy difícil averiguar su antigüedad y difusión (oral y/o escrita) y es arriesgado atribuirlo a una variedad sociocultural o diafásica en particular. Por mi parte, he intentado hacer ver (Narbona 1996b) que, pese a estar atestiguada en todos los tiempos “Venida la noche y su reposo, luego era yo puesto en pie con mi aparejo”, (Lazarillo 37); “Lo cual visto por don Quijote, alzó los ojos al cielo y, puesto el pensamiento –a lo que pareció– en su señora Dulcinea, dijo [...]” (Quijote I)
2.1. Como no hay lengua que sea homogénea, es preciso integrar adecuadamente en la descripción el espacio variacional del idioma. Si no se ha logrado una formulación convincente de lo que distingue a las variedades que se sirven del canal fónico-auditivo de aquellas que se valen del visual (gráfico), es porque tal separación, quizás por parecer obvia, no encaja del todo en ninguna de las dimensiones de la variación que suelen establecer los lingüistas. Como ha hecho ver J. J. de Bustos (1996b y 1998), el gran avance que se produce en los Pasos de Lope de Rueda y, sobre todo, en los Entremeses de Cervantes no reside tanto en la imitación que los personajes hacen del habla real, cuya eficacia teatral hubiera resultado escasa, como en la construcción de un diálogo dramático eficaz y apropiado. 7. Para otras lenguas románicas la situación no es muy distinta, aunque cuentan ya con estudios de notable interés. Aun con criterios discutibles al establecer una tipología de los textos según su afinidad o distanciamiento de la sintaxis del habla, y sin ser del todo relevantes algunos de los fenómenos seleccionados para su comprobación, no conozco referida al español ninguna obra semejante a la de P. d’Achille (1990) para el italiano. La realización de estudios de esta clase obligará a revisar la periodización de la trayectoria evolutiva de nuestro idioma.
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no parece que la construcción denominada de participio absoluto (o absoluta de participio) haya sido nunca usual en la conversación espontánea7.
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No hay duda de que el medio empleado determina una diferente planificabilidad –y no sólo de grado– de los discursos, pues responden a tipos de actuaciones lingüísticas y de situaciones de comunicación en parte específicas. Pero resulta equívoca cualquier interpretación de la distinción oral / escrito –o, si se prefiere, oralidad / escritura(lidad)– como mera oposición dual, o como derivación de lo segundo respecto de lo primero. De ahí que sean numerosos los esfuerzos para hacer ver la falta de homogeneidad de sus miembros y la insuficiencia de su interpretación como dicotomía, al hallarse siempre cruzada por una escala gradual y dinámica en la que los usuarios (según las posibilidades permitidas por la competencia idiomática y comunicativa alcanzada) van situándose y desplazándose, en función de parámetros y coordenadas de diversa índole8. Un mismo hablante se vale de modalidades diversas de la lengua oralmente o por escrito. Una espontánea e íntima conversación coloquial mantenida por interlocutores entre los que la complicidad es absoluta y la redacción de un dictamen judicial de gran repercusión social corresponden a actos de comunicación que podrían ser representativos de los polos extremos de ese continuum gradual, en el que se sitúan numerosas posibilidades intermedias9. 2.2. En los estudios de lingüística histórica, y en particular en los de sintaxis, es igualmente necesario superar la imprecisión y la confusión en este terreno. Si no, la denominada deformación jerárquica del lingüista, cuyos efectos en la teoría general del lenguaje son conocidos (Simone 1997b), continuará haciendo estragos. Si quien trata de averiguar cómo funciona una lengua no logra substraerse a la inclinación a erigirse en representante de la conciencia de los hablantes (incluso de aquellos que desconocen la existencia de la variedad desde la que se describe la suya propia), el historiador de la lengua, al que ni siquiera le es posible acceder al saber idiomático de los distintos usuarios, con mayor razón tendrá que esforzarse en no interpretar el pasado desde su presente. La utilización de los datos resultará adecuada y fecunda explicativamente en la medida en que consigamos distanciarnos de la idea preconcebida de que el progreso idiomático es unidireccional y de que se nos revela en el proceso que conduce de la cultura oral al desarrollo de la escrita; es decir, cuando abandonemos la hipótesis del deficit, que lleva a calificar la sintaxis de ciertas modalidades habladas de simple, sencilla, suelta o poco trabada e incluso de primitiva.
8. Uno de los intentos más logrados, desde la óptica lingüística, de sistematización de tan compleja realidad es el de Koch y Oesterreicher (cfr. bibliografía final). 9. Ni siquiera cabe decir que estén agotadas. Así, dialogar sin necesidad de que los participantes se encuentren cara a cara eran posibilidades difícilmente imaginables antes de la llegada del teléfono o del correo electrónico.
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3.1. No extraña que la noción de maduración de la lengua se haya basado –entre otros hechos de alcance más reducido– en un empleo creciente de procedimientos hipotácticos, a costa o en sustitución de –se dice– de los paratácticos (Wartburg 1969, Badía 1960), en la creencia de que es lo que mejor y con menor riesgo de subjetividad revela la progresiva intelectualización de la expresión idiomática. Como tal parecer –que al no ser algo fehacientemente comprobado puede tildarse de prejuicioso– parece servir para muchas lenguas, emparentadas o no, el lingüista se ha podido mover entre lo general y lo idiomático sin necesidad de adoptar grandes precauciones. Hay muchas cuestiones que deberían ser dilucidadas antes de señalar lo que de atinado o no hay en tan extendida opinión. Me he ocupado de ellas, y volveré a hacerlo, no porque se haya convertido en obsesión (científica, claro es), sino porque los numerosos trabajos que en los últimos años han ido apareciendo10 fuerzan a dar continuas vueltas de tuerca al concepto de hipotaxis, y falta mucho para alcanzar el tope. Me limitaré a recordar telegráficamente sólo lo que aquí interesa: a) Se ha operado a menudo con la pareja de nociones parataxis/hipotaxis como si de una dicotomía exclusiva se tratara, en lugar de considerarlas como dos de las varias propiedades en principio universales del lenguaje (Coseriu 1989). b) Su aplicación a los enunciados oracionales se ha solido desvincular del resto de los niveles de análisis, en los que ha sido notablemente más escasa. c) Se ha privilegiado en exceso el enfoque morfológico centrado en las conjunciones o locuciones conjuntivas, en las que se ha hecho recaer casi todo el peso de la relación semántico-sintáctica. Los estudios históricos, además, escudándose en un discutible y poco preciso concepto de gramaticalización, se han encaminado a descubrir los cambios e innovaciones en un paradigma ya de por sí muy difícil de establecer, hasta el punto de que todo acaba por quedar reducido a una progresiva ampliación –con las consiguientes alteraciones– del cuadro de conjunciones. De ese modo, ha terminado por convertirse en objeto primordial del análisis11 el uso de unas partículas de las que, si algo 10. Sin retroceder más allá de la última década del siglo pasado, y como simple botón de muestra, piénsese en que, con meses de diferencia, se celebraron reuniones internacionales sobre la subordinación y cuestiones afines en las Universidades de Burdeos y Copenhague (Muller / Roulland [dir.] 1993; Muller [éd.] 1996; Andersen / Skytte [éds.] 1995). También el número de Tesis Doctorales y monografías referidas al español ha crecido sin cesar, como puede comprobarse en las contribuciones sobre las clases de subordinadas incluidas en Bosque / Demonte [dir.] (1999). 11. En la monografía sobre las causales de Mosteiro (1999) sigue figurando como título Las conjunciones de causa en castellano medieval.
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empezamos a saber, es gracias a los esfuerzos por relativizar y reducir el poder explicativo del enfoque morfológico analógico y reemplazarlo por otro propiamente sintáctico. Es lo que ha intentado Mario Barra Jover (2002): tras revisar interpretaciones anteriores –incluidas las clásicas de Herman (1963) y de Dardel (1983)– se decide a atribuir a las propiedades léxicas de las preposiciones y adverbios que forman parte de las locuciones conjuntivas la clave del comportamiento de éstas12. d) El punto de vista sintáctico, muy condicionado por todo lo que acabo de decir, se ha visto, además, mediatizado por la convicción de que en la oración compleja se “proyecta” siempre alguno de los esquemas de la simple. Y con frecuencia, como lo reflejan las denominaciones mismas (subordinadas sustantivas, adjetivas, adverbiales), acaba por concederse mayor relevancia a la clase de palabra a que habitualmente se encomienda el papel sintáctico asignado a la cláusula dependiente que a las funciones mismas, con lo que aumenta la incoherencia. e) La interpretación en términos evaluativos de la diferencia coordinación / subordinación, además de basarse en factores culturales externos al idioma, suele formularse desde la posición de hablantes del español moderno. En lugar de separar los diferentes estados de lengua, se considera que estamos ante un mismo sistema, sólo que progresivamente más elaborado –por tanto, más “rico”– en la medida en que avanzamos en el tiempo. Comoquiera que al arranque del romance se llegó por una especie de ruina o hecatombe de una situación anterior –la representada por el latín, lengua distinta–, no resulta fácil casar, en términos estructurales internos, este continuo viaje de ida y vuelta en el que parece que el presente ha de explicarse desde el pasado pero éste debe valorarse desde el presente. Y tampoco se entiende del todo que esta evaluación acabe coincidiendo en lo fundamental con la que se hace de desarrollos no históricos, que se toman como procesos similares confirmadores (se habla, por ejemplo, del carácter básicamente paratáctico del lenguaje infantil, del avance de los recursos de subordinación en los hablantes a medida que se eleva su nivel sociocultural13, etc.), 12. Al tiempo, la propuesta de Barra Jover viene a corroborar, por un lado, que el paso del modelo medieval al moderno (desde el empleo “universal” de que a la formación de un cuadro más nutrido de conjunciones en torno a que) es gradual, y, por otro, que no procede hablar de sistema conjuncional, ya que el hecho de que una combinación (prep+que, adv.+que, Sprep+que) alcance el status de conjunción no depende tanto de que se plasme una regla sintáctica como de que las propiedades léxicas o características significativas del elemento que se une a que lo permitan. 13. No faltan estudios en los que se da la voz de alarma por el empobrecimiento progresivo que implica el desuso de la subordinación, como el de Brunet (1995), que tiene el sugestivo título de “La subordination: chronique d’un déclin annoncé”.
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e incluso de lo que separa a las diferentes variedades de uso (se afirma, por ejemplo, que se da un empleo más intenso y diversificado de subordinadas en las modalidades cultas y formales, especialmente escritas, que en las orales espontáneas)14. 3.2. Lo que acabo de decir ayuda a comprender que se siga afirmando, por una parte, que una de las razones por las que resulta imposible hoy por hoy elaborar una teoría de la subordinación es que no sabemos nada de las partículas que introducen las subordinadas (González Escribano 1991) y que por tanto continúen los esfuerzos, no sólo para interpretar mejor la evolución de las conjunciones de los idiomas particulares, sino también por descubrir las tendencias generales que nos permitan entender los cambios producidos en los diversos paradigmas de conjunciones subordinantes (Kortman 1997)15; y, por otra, que el par parataxis / hipotaxis (o el menos amplio coordinación / subordinación) se resista a cualquier intento de quiebra de su carácter dicotómico16, como el que, por ejemplo, se pretendió con la caracterización como grupo aparte de las impropiamente denominadas subordinadas adverbiales (o circunstanciales). En efecto, frente a los muchos que, con matices o no, han admitido la existencia de una relación de interordinación bipolar17, otros (Alarcos 1990) no hallan argumento suficiente para dejar de describirlas como subordinadas, bien que de carácter nominal, no adverbial.
14. Cfr. los datos comparativos de Lope Blanch 1979. Refiriéndose a nuestro Siglo de Oro, afirma M. Chevalier (1999: 62) que “acostumbrados [los castellanos] a expresarse en forma de parataxis, les desorientarían los extensos períodos de Montalvo, donde abundaban las oraciones subordinadas”. 15. El autor, que se basa en el análisis de 49 lenguas europeas, pese a la importancia que concede a los Adverbial Subordinators a la hora de establecer su análisis histórico y tipológico, admite que coordinación y subordinación (cuyas definiciones, dice, suelen ser circulares) constituyen un continuum gradual. 16. Ni siquiera lo rompen realmente quienes, como Andersen (1995), no dudan en hablar de subordination coordinative (cuando no hay dependencia semántica pero sí sintáctica) y de coordination subordinative (cuando sucede lo contrario). 17. La estructura bipolar de tales construcciones subordinadas (incluidas las adversativas, para muchos coordinadas) no es, como sostiene A. López (1994a), más que una consecuencia del tipo alius (intercambio forzosamente dual, aunque los dos turnos se resuelvan en uno solo) al que corresponde en su origen. 18. Lo cual hace cada vez más difusas las diferencias entre los mecanismos paratácticos y los hipotácticos. Hernández Paricio (1994) sitúa la clave de la distinción en el carácter abierto de la parataxis frente al cerrado de la hipotaxis. Pero una conjunción coordinativa puede servir a menudo como un claro mecanismo de cierre, parcial o total, en los discursos reales.
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3.3. Con todo, algo, si no bastante, empieza a removerse y clarificarse. Reconocer grados de dependencia en la relación interclausal parece imponerse sin grandes discusiones18. No así, en cambio, admitir que tomo prestadas
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las palabras de A. López (1999: 3525): “el problema de la parataxis y de la hipotaxis es inseparable del estudio de las modalidades de sucesión discursiva, pero no en la escritura, donde ambos fenómenos se presentan ya fosilizados, sino en el habla”. Esto equivale a admitir implícitamente que hay que superar (no desbancar) el estricto marco oracional. En los dos sentidos del término superar: no encerrarse en el estudio de la oración sólo como unidad formal y abstracta (por supuesto, no tratar de basar la descripción del esquema de la oración compleja en la presencia de una determinada conjunción o locución), por una parte, y, por otra, ampliar la observación a toda clase de enunciados auténticos contextualizados e ir más allá de las fronteras de tales enunciados, oracionales o no. Y supone también aceptar que las diversas estrategias y mecanismos constructivos son opciones determinadas por las específicas condiciones y circunstancias de las diferentes actuaciones lingüísticas, orales y escritas.
4. Contar con elementos y factores informativos o pragmáticos, tradicionalmente ausentes de la sintaxis, resulta difícil en lingüística histórica19. Pero no hacerlo –intentarlo, al menos– y basarse exclusivamente en razones internas del sistema, conduce a proponer explicaciones insatisfactorias y a veces contradictorias incluso para hechos en apariencia tan simples como el empleo de que como relativo universal o débil (Fiorentino 1997 y 1999) (¿tú tienes en clase a uno que su padre es médico y su madre enfermera?; es una mujer que lo primero que uno ve en ella es su sencillez) o las denominadas dislocaciones (a la izquierda, como en la calefacción no te la vayas a dejar encendida20, o a la derecha, como en ¿lo has cogido tú, el periódico?) (Cfr. Gadet 1995, Simone 1997a). Piensa C. Company (1991) que la M. Machado, tras recorrer en un poema las capitales andaluzas una a una, termina con un escueto ... Y Sevilla; en el titulado “Unos amigos”, J. Guillén acaba con un desnudo ... Y Federico el suyo tras evocar a sus coetáneos (Cernuda, Bergamín...). En un artículo periodístico en el que se refiere al ministro J. Borrell, entonces candidato a la Presidencia del Gobierno, A. Gala clausura el texto así: “O reforma el partido, o se monta en el aparato y se va a hacer puñetas. Pero para ese viaje no necesitaba tanta alforja. Ni novia” (“El Mundo”, 18-8-1998). En la conversación ocurre algo semejante: “–¿Qué ha hecho el Sevilla?/ –¡Ha perdido! ... ¡Y con el Numancia!”. 19. E. Lombardi Vallauri (1996), si bien sobre la base de un exiguo corpus de textos narrativos (caps. iniciales de AB URBE CONDITA, de Tito Livio, y una obra florentina del siglo XIII de Dino Compagni), ha llevado a cabo un interesante análisis contrastivo entre el latín y el italiano del uso remático o temático de la subordinada en función del orden secuencial de los miembros del período y de las relaciones de éste con los enunciados circundantes. 20. De lo que hay, por cierto, testimonios desde las primeras etapas del idioma: todo ombre que abeillas se li van, todo ombre que su mies le sieguen, hermanos que les caye suert (ejemplos de los Fueros de la Novenera, siglos XII-XIII, citados por Blasco Ferrer 1988).
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generalización de la preposición para introducir una sustantiva en casos como tengo la sospecha (de) que (lo que se produce, afirma, a mediados del siglo XVI) se debe, aparte otras razones, a que “el sistema ejerce presión para desambiguar el papel –relativo/conjunción– de que”, opinión que, siendo impecable en términos estructurales, revela hasta qué punto se traslada a la conciencia y al comportamiento idiomático de los usuarios del pasado la interpretación del lingüista. No sorprende que la revisión del concepto de subordinación se haya producido precisamente cuando se ha empezado a abandonar la perspectiva exclusiva o principalmente filológica y se ha ido imponiendo una consideración conjunta de lo hablado y de lo escrito. Para P. Koch (1995), por ejemplo, es preferible pensar en una escala gradual en la que, sobre la base de la dimensión universal que denomina jonction, en sentido amplio, se van ubicando los diversos tipos constructivos. En tal escala, por cierto, el más alto grado de integración no estaría representado por ninguno de los esquemas de subordinación oracional, sino por el complejo mecanismo reificador de un predicado que constituye la nominalización (la elaboración de los presupuestos, la interpretación de la Novena Sinfonía, etc.), que, por eso, no es usual en el coloquio conversacional, en el que, en cambio, la resistencia a servirse de subordinadas es mucho menor de lo que se cree.
5. Si bien en número aún claramente insuficiente, contamos ya con estudios sobre el español que permiten asegurar que no hemos perdido el tren, ese tren del que estoy hablando, aunque lo hayamos cogido con retraso (las Ponencias de E. Ridruejo, E. Rojas, J. J. de Bustos Tovar, A. Narbona [en este capítulo] y J. L. Girón, en el V CIHLE y la de R. Cano en el anterior). Por lo demás, la atención a la diversidad de los usos y la preocupación por no permanecer encerrados en la observación de las oraciones como productos resultantes, sino en no perder de vista el proceso de producción que conduce a la elaboración de los enunciados y discursos no son nuevas en la tradición hispánica. No es fruto de la casualidad que los dos tipos de “subordinación causal” que, reformulando una feliz intuición de A. Bello, distinguió R. Lapesa (1978), hayan sido bautizados posteriormente como del enunciado (Tu niño no crece porque no come) y de la enunciación (Debe de estar por aquí, porque yo he visto un Ford Fiesta azul aparcado en la puerta). Únicamente la ignorancia de esa tradición por parte de los que se han encandilado en exceso con la irrupción de modelos de explicación que aspiran a ser radicalmente formales puede explicar por qué no se habla de finales, concesivas, condicionales... de la enunciación a propósito de casos tan corrientes como ¡para que lo haga él, lo hago yo!; por mucho que tú te empeñes, este cuchillo no corta
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bien; si tú estás delgada, yo estoy hecha un fideo!; etc21. De ese modo, no habría que seguir arrinconando en la esquina de lo peculiar, marginal o incluso anómalo a toda subordinada en que la ligazón semántica, variable y no interpretable exclusivamente en términos de implicación lógica, no se corresponde con la sintáctica, más fija y estable. Tal falta de simetría no necesariamente ha de verse como una derivación o “desvío” de la relación significativa que se atribuye como “originaria” o “propia” a un determinado esquema sintáctico22. En realidad, no resulta difícil de entender lo que acabo de decir. El lingüista, siempre dueño de los datos que selecciona y manipula, ha preferido obviar aquello cuyo papel no le es fácil describir de manera explícita, por ejemplo, el poder enmarcador e integrador del sentido que tienen los rasgos prosódicos. La determinación del aspecto analógico y del aspecto digital dentro de las diferentes formas de la comunicación verbal plantea bastantes problemas a quienes se han –o nos hemos– acostumbrado a trabajar como si las lenguas fueran exclusivamente sistemas regulares y armoniosos. Se dirá que estoy hablando de una misión imposible para el historiador de la lengua, para el que toda búsqueda de los elementos analógicos en el pasado está de antemano condenada al fracaso. No del todo. Amado Alonso se decidió a escribir (¡en 1925!) un iluminador trabajo sobre como que y cómo que, al percatarse de que reputados filólogos alemanes, al carecer del “sentimiento de nuestro idioma”, no acertaban a interpretar adecuadamente su uso en textos alfonsíes (... e fué y tan grand la mortandat de los romanos que serie muy grieue cosa de contar, cuemo que murieron y toda la flor de la cauallería; Este tercero Hércules fué de muy grand linage, como que fué fijo del rey Júpiter de Grecia e de la reyna Almena, muger que fué del rey Anfitrión). Pretendía mostrar que sólo si se es capaz de actualizar tales giros, es decir, resucitarlos con el apropiado contorno melódico,
21. De todo lo cual también hay testimonios no abundantes, eso sí en casi todas las épocas: Asy que son muy celosos e guardianes de lo suyo, e francos para lo ageno dapnificar e desonrar de debdo devido (Corbacho); ¡Bonica gente es ella, por cierto, para tener necesidad de apetites que les inciten a dar un madrugón a sus amos, cuando menos se percatan! (Cervantes, La ilustre fregona); E si a estos moros que vienen cumple socorrer a su infortunio, a nos otros conuiene permanecer en nuestra vitoria fasta la acabar o morir (Hernando del Pulgar, Claros Varones de Castilla); etc. 22. En otro lugar me he referido a ello a propósito de los casos (frecuentes en la conversación) en que aparece un si calificado de independiente, interpretados como primitivas estructuras condicionales en que se suprime la apódosis. Para E. Montolío (1999), tal eliminación acabaría por producirse “sistemáticamente” (hasta convertirse en construcción “autónoma”) en usos con valor replicativo como ¡Si nunca he dicho que estuviera enamorada de él!, por tratarse siempre de la misma: “¿por qué dices lo que acabas de decir?”. Pero, sólo en el terreno especulativo, no en el histórico, cabe derivar tales giros de condicionales íntegras. A. Bello (Gramática 1272), que no alude a ningún tipo de filiación condicional, señaló que la apódosis –no siempre la misma– simplemente “se colige con facilidad del contexto”.
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que no estaría muy alejado del hoy habitual (–¿Cómo que no lo sabes?! –Como que no lo sé), se reconocerá su auténtico sentido. Es lo que, por referirnos a un caso mucho más cercano, quiso decir G. Orduna (1998: 127): “La comprobación de que el discurso narrativo muchas veces lograba su estructura primigenia en la lectura en voz alta –afirmó– me llevó a instrumentar la formulación oral como recurso imprescindible para la interpretación de un texto medieval”. Los ejemplos podrían multiplicarse.
6. Todo investigador es antes, y ante todo, lector que da vida al texto, materia inerte hasta que alguien re-construye su sentido. Y ser lector implica suplir lo que la escritura, al no contar con los procedimientos contextualizadores propios de la oralidad, no puede proporcionar. No sé hasta qué punto –ni siquiera si es posible hacerla– una historia de la lengua que en ningún momento perdiera de vista el mundo de los lectores (cuántos, quiénes, qué y cómo leían, qué supuso el paso de la lectura en voz alta y/o a través de un intermediario a la silenciosa, individual y reflexiva, así como la propagación de esta última, qué significó la difusión de la imprenta, con el consiguiente abaratamiento de los libros, etc.) modificaría nuestra visión de la evolución del español23. Pero al menos ha de reconocerse que el grado y ritmo de elaboración y de progresión que en cada fase se atribuye al idioma debe dejar de tener como único (o principal) eje de referencia el autor y su texto, y que no todos los escritos tienen igual validez para descubrir los cambios producidos ni idéntica incidencia en los usos. Aunque siempre será materia opinable, no parece probable que, fuera de los ambientes cultos (la corte –que disponía de lectores asalariados–, el ámbito eclesiástico, las justas poéticas y las escasas y reducidas tertulias), se diera de manera habitual en el pasado la lectura en voz alta, única vía de contacto con la escritura de ficción para la mayoría de la población. Con mayor razón, la influencia que en el comportamiento lingüístico pudieron tener los textos destinados a particulares o a círculos reducidos hubo de ser nula o insignificante. Ahora bien, con el paso del tiempo, no sólo ha ido aumentando de forma espectacular en la época moderna el número de lectores, sino que estos se han ido haciendo cada vez más expertos, diestros y competentes. Lo más difícil de recuperar y extraer de los escritos, sobre todo de aquellos de los que los receptores están más distanciados comunicativamente, no es el significado de las palabras ni el contenido proposicional de las secuencias, sino su sentido y 23. Ni siquiera en las historias generales de la lectura con que contamos (CavalloChartier 1997; Manguel 1998; etc.), en las que las referencias al español son muy escasas, se destaca suficientemente el papel del lector.
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su intención, a cuyo servicio se pone la sintaxis. La incorporación creciente a la cultura escrita no se alcanza con la mera alfabetización24, sino cuando verdaderamente se llega a ser partícipe –a formar parte integrante– de una rica tradición cultural. He dicho que la idea que hemos acabado por hacernos del lenguaje oral es fuertemente deudora de la escritura. Pero la fuerza de esta en cuanto modelo especular de referencia que frena la dispersión y las divergencias lingüísticas hubo de ser por fuerza bastante restringida hasta una época no muy alejada de la nuestra. El retraso y la lentitud en la extensión de tal cultura escrita, al igual que en tantos otros aspectos, no pueden sorprender en una sociedad que, en momentos históricos cruciales, se había visto reprimida por circunstancias tales como la acción de la Inquisición y que, en cambio, careció de impulsos decisivos como el que representó, por ejemplo, la Revolución Francesa. No hay duda de que la democratización, la industrialización, la escolarización generalizada, el dinamismo y la movilidad social, la intensificación de las relaciones sociales, el extraordinario desarrollo de los medios de comunicación, etc. han logrado propagar el contacto con la escritura y con las modalidades orales más formales, algo antes reservado a unos pocos. Por todo eso, la madurez sintáctica no debería medirse sólo por el uso que se descubra en los textos escritos de ciertos esquemas tenidos por complejos, sino también desde la óptica de la intensificación de las interrelaciones entre oralidad y escritura; si se prefiere, de la progresiva atenuación de las restricciones que venían afectando al movimiento bidireccional entre una y otra. Claro es que cualquier salto en la desestandarización de una tradición discursiva propia de la segunda ha de justificarse para el lector, que es quien, en definitiva, ha de legitimar las decisiones del autor de un texto. Aduciré un ejemplo. Los intentos de “oralizar” el diálogo (esto es, trasladar a la escritura la técnica constructiva propia de lo oral) en las obras narrativas que, sobre todo desde la postguerra, con mayor o menor acierto, se han ido produciendo, constituyen un experimento literario y suponen un verdadero reto para los escritores por lo que implica de riesgo para su recepción por el lector. En cierto modo, se produce una inversión de la orientación del desplazamiento tenida por habitual dentro del continuum de las formas de comunicación. Que la escritura haya contribuido a proveer nuevas formas de expresarse oralmente es algo que encaja sin dificultad en la perspectiva que suele adoptar el historiador 24. Para tomar conciencia de la verdadera dimensión del analfabetismo, basta recordar que, por ejemplo, hacia 1500 sólo un 3% de los habitantes de lo que hoy es Alemania podía leer, o, por referirnos a algo más cercano a nosotros, que más de dos tercios de los andaluces eran analfabetos totales bien entrado el siglo XX; en Andalucía, además, a principios de los años treinta, no llegaban a cuarenta las alumnas matriculadas oficialmente en algunas asignaturas en el único Instituto de Enseñanza Media que había en la provincia de Sevilla (Flecha García 1995; López Bahamonde 1995).
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de la lengua. Lo contrario, esto es, lo que ha dado en llamarse mímesis de lo oral o escritura del habla, ha de cumplir con las exigencias de la eficiencia comunicativa. El éxito de una obra literaria en que esto se lleve a cabo no depende tanto del modelo “imitado” como de que no se note el maquillaje a que es sometido para su inserción, como novedad relativa, en un género discursivo muy alejado del habla. De ahí que requiera un esfuerzo de elaboración superior al que exige la prosa fuertemente estandarizada y codificada. Transcribo a continuación dos brevísimos fragmentos, que he comentado en otras ocasiones, tomados al azar de dos novelas del siglo XX. El primero forma parte de una larga intervención que resulta clave, pues se va a desvelar nada menos que un secreto que trae en vilo al lector:
El segundo constituye el arranque de uno de los primeros capítulos de otra novela, donde, sin acotación alguna del autor, conversan cuatro mujeres, que se reúnen habitualmente en la cafetería de un lujoso hotel de una ciudad provinciana: –Ella era muy suya, ¿que por qué lo digo?, pues mira, Sole, por todo, desde cómo entraba a los sitios mirando al vacío a cómo rechazaba las invitaciones sin dar las gracias siquiera, que ya acabó por no invitarla nadie a ningún sitio, fíjate, lo hacíamos sobre todo por Olimpia, que la ponía por lo cuernos de la luna, con ella sí se juntaba, pero amigas íntimas tampoco, no era de hacerle confidencias a nadie, un ser superior, eso es lo que se creía, total porque tenía idiomas... –Cuatro, guapa, cuatro idiomas, y todo a base de becas y de hincar los codos un mes detrás de otro en aquel chiscón con ventanucos de reja que parecía una cárcel, mientras la madre le daba sin tregua a la máquina de coser, yo le veo mucho mérito a estudiar con ese ruido y nunca quejarse. –¿Quejarse? Todo lo contrario. Si es lo que yo te digo, que se las daba de princesa, ¡unas ínfulas!...
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Hubo un silencio que nadie interrumpió. –Se decidió –prosiguió Judy con mucha lentitud, para ser entendida por todos– que se casarían al terminar la carrera. No hubo grandes emociones en aquel noviazgo. No se amaron con locura ni se despreciaron en ningún momento. Pero se respetaron y se quisieron y hubieran formado una gran familia si las cosas, el destino o lo que sea, no cambiara rotundamente todo el panorama. No voy a detenerme en detalles que no tienen importancia. Sólo pretendo dejar constancia de que soy testigo de cuanto digo, y que Andrea no enjuicie severamente el proceder de mi hermano. Sé cómo ama a Andrea, y todos estos días, tanto Ernest como yo, le veníamos pidiendo que te contara todo. Alan se calló, porque tuvo miedo de perder a Andrea. Pero la situación se ha puesto tirante, al rojo vivo, y es preciso que Andrea conozca las causas por las cuales Alan, amándola tanto, no le presentó a su familia, ni le habló de matrimonio, cuando me constan, y ahí está él para desmentirlo, si estoy equivocada, el propósito y el anhelo de Alan de casarse con Andrea.
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–Y fuerza de voluntad también, como la madre, ¿o no llegó la señora Ramona a vestir a mucha gente principal y a entrar en las mejores casas, viniendo como venía de un pueblo, sin marido y con la niña chica, que no las conocía nadie? Las dos lo mismo, pumba, catapumba, plas, hasta que se situaron.
Se habrá reconocido este último, de la novela Irse de casa (publicada en 1998), de Carmen Martín Gaite [ya comentado aquí en el capítulo 4]. No tanto el primero, sacado de Mi mujer eres tú, una de las numerosas obras de Corín Tellado, aparecida un año más tarde. Los personajes en ambos casos no tienen un nivel de instrucción y sociocultural muy distinto, pero, como se habrá comprobado, la forma de expresarse poco tiene en común. El que el final de la intervención del primero, absolutamente estandarizada, esté cargado de estructuras oracionales hipotácticas que se van engarzando e insertando unas en otras hasta construir un enunciado notablemente extenso no nos lleva a pensar que su sintaxis sea más estructurada y compleja que la de los personajes creados por C. Martín Gaite, cuya desestandarización es máxima, y en la que la balanza se inclina del lado de las funciones pragmáticas. Por supuesto, no cabe decir que los diálogos coloquializados de esta última sean de más fácil lectura, pues, si así fuera, mal se entendería que su éxito comercial sea muy inferior al de la prolífica autora asturiana, la española más leída de todos los tiempos, se dice, después de Cervantes. No pretendo decir, obviamente, que la dificultad o facilidad de lectura se encuentre vinculada exclusiva o principalmente al tipo de sintaxis. Pero sí que un texto escrito como este de Carmen Martín Gaite, en que se logra un elevado grado de oralización, obliga al lector a un esfuerzo inferencial para reconstruir su adecuada contextualización y –más importante y que no siempre se alcanza– a comprender la intención a que responde la decisión de la autora, que, naturalmente, ha tenido que proceder a la criba y manipulación de la variedad mimetizada sin que (o apenas) se adviertan. ¿En dónde reside la clave de esta operación, que el escritor realiza intuitivamente, pero de un modo nada espontáneo? No hay, o no la conozco, respuesta convincente. Pese a que el análisis de la conversación se ha convertido en los últimos decenios en un campo de investigación preferido, sigue faltando una caracterización sintáctica global y rigurosa, en gran medida porque no se ubica adecuadamente dentro del continuum de las variedades de uso, y también porque se examina desanclada del conjunto de las condiciones generales de la situación de comunicación en que tiene lugar tal clase de actuación lingüística. Al centrarse los tratadistas en lo que consideran peculiar o presuntamente específico, se pierde de vista que buena parte de los fenómenos que se suelen destacar de una andadura sintáctica que parece avanzar a base de aparentes pinceladas o brochazos (repeticiones, vacilaciones, interrupciones y secuencias tenidas por
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incompletas o inacabadas, estructuras escindidas o pseudoescindidas, diversas formas de reformulación...), y que son los que han llevado a calificarla de un modo impresionista de fragmentada, braquilógica, proléptica, centrífuga, etc.25, responden a principios vinculados a los parámetros propios de la inmediatez y máxima complicidad comunicativa. Es lógico que en un intercambio conversacional informal, según la mayor o menor competencia idiomática y comunicativa de los que intervienen y la relación entre ellos, afloren más o menos huellas de las fases del proceso de producción de los enunciados; es decir, aparezcan en superficie algunas de las sucesivas elecciones paradigmáticas del hablante hasta llegar a decidirse por la que considera más pertinente (Claire BlancheBenveniste 1998). Menos se ha reparado en que ello puede descubrirse, no sólo en lo enunciado por un emisor, sino también, y sobre todo, en lo que en colaboración van construyendo los distintos participantes en la conversación, como ha podido observarse en el cambio de turno primero del fragmento de Irse de casa transcrito, si bien quien replica no se limita a precisar el sintagma tenía idiomas por medio de la concreción numérica (cuatro, guapa, cuatro idiomas), sino que trata de reforzar su actitud estimativa del mérito y esfuerzo de superación de las personas de que hablan, actitud parcialmente enfrentada a la de su interlocutora. El escritor, claro está, no se propone calcar fielmente tal estrategia aproximativa, lo que nunca sería literatura; pero de su acierto en el control y equilibrada dosificación de los rasgos de coloquialidad que definen el tipo de planificabilidad propio de la conversación prototípica a la hora de hacer incorporaciones y eliminaciones dependerá el grado de aceptación o rechazo del texto por parte de los lectores. Tal logro, no al alcance de cualquiera, es una conquista moderna, por lo que, como dije al principio, resulta muy discutible hablar de realismo sintáctico en nuestra literatura hasta un tiempo muy cercano a nosotros. Queda la cuestión de por qué sigue siendo literatura tal escritura oralizada, y no lo es –o de ínfima calidad– la subliteratura de grandes ventas en la que, no es que no se cree lenguaje, sino que no se crea casi ninguna otra cosa. Podría escudarme en la manida frase de que esto es ya otra historia, pero no creo que sea distinta; seguiría siendo historia de la lengua que trata de no perder de vista las relaciones entre escritores y lectores, o, si se prefiere, entre oralidad y escritura(lidad). Aunque, eso sí, desbordaría con mucho lo que me había propuesto hacer aquí, que no era proponer otra sintaxis histórica, sino acercarme algo más, sin enmendar la plana a nadie, a uno de los problemas con que tropieza su elaboración, por fuerza a partir en gran medida de los textos escritos, especialmente los literarios, de los que queda bastante por extraer. 25. La he calificado de parcelada, por emplear un término que se desmarque de la óptica impuesta por quienes toman como eje de referencia la sintaxis estandarizada de la lengua escrita o fuertemente formalizada.
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SOBRE EVOLUCIÓN SINTÁCTICA Y ESCRITURA-ORALIDAD 249
Antonio Narbona Jiménez
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15. SINTAXIS COLOQUIAL Y REALISMO LITERARIO
Mucho se ha escrito acerca del realismo de la literatura española, especialmente desde que Ramón Menéndez Pidal afirmó en 1918 que es uno de sus elementos constitutivos, apreciación posteriormente muy discutida1. Creo que quienes defienden ese pretendido carácter realista de nuestros textos literarios se basan, entre otros hechos, en la aparente voluntad de sus autores de no distanciarse excesivamente de la lengua coloquial y de acoger en sus obras –en proporción diferente, según los casos– el habla de la conversación espontánea. Comoquiera que la captación de la misma se manifiesta más en la fidelidad de reproducción de su peculiar sintaxis que en el uso de un léxico marcado (Seco 1983), debería partirse de un análisis minucioso de la técnica constructiva empleada, base del estilo. Pocas veces se ha hecho, entre otras razones, porque comprobar si se ajusta o no a la puesta en práctica por los hablantes en la comunicación ordinaria es una tarea cargada de condicionamientos y dificultades. Sin embargo, se ha afirmado repetidamente que a lo largo de la historia de nuestra literatura han sido muchos los escritores que han sabido reflejar bien el lenguaje popular, e incluso se han destacado ciertos períodos y autores. Ya he aludido en otros trabajos a los hitos señalados por M. Seco (1983): Cervantes, Galdós (el “más certero retratista” del “habla coloquial de nivel medio”), y el momento de plenitud representado por ciertos narradores que surgen tras la Guerra Civil. A juicio de M. Menéndez Pelayo (1962: 175), Alfonso Martínez de Toledo no sólo habría sido el pionero, en su obra Arcipreste * [“Notas sobre sintaxis coloquial y realismo en la literatura narrativa española”, en A. Bartol Hernández/ J. F. García Sánchez / J. de Santiago Gervós [eds.]: Estudios filológicos en Homenaje a Eugenio de Bustos Tovar, 1992, Salamanca, Universidad, 163-169]. 1. La edición de 1949 añade “referencias a las otras literaturas hispánicas”. Muchos de los manuales de literatura española (A. del Río, G. Díaz-Plaja, J. L. Alborg, etc.) arrancaban con una síntesis crítica de las ideas expuestas por R. Menéndez Pidal, quien de todos modos, en cita recogida por F. Lázaro (1969), reconoce que el término realismo es “sumamente impreciso”.
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de Talavera (escrito hacia 1438), sino que habría conseguido con gran destreza convertir la lengua popular en lenguaje literario: “La lengua desarticulada y familiar, la lengua elíptica, expresiva y donairosa, la lengua de la conversación, la de la plaza y el mercado, entró por primera vez en el arte con una bizarría, con un desgarro, con una libertad de giros y movimientos que anuncian la proximidad del grande arte realista español”.
Han sido palabras reproducidas una y otra vez por los estudiosos. En los tratados generales de historia de la literatura española de los años setenta se sigue hablando de “presentación del lenguaje popular en todo su realismo” y de que la intención del autor es “producirnos la impresión de que estamos presenciando un auténtico diálogo de gente del pueblo” (Deyermond 1973), de que la maestría como escritor del Arcipreste de Talavera “consiste en incorporar el lenguaje popular en todo su realismo” (Díez Borque / Bordonada 1974: VI, 402), de que “la utilización que Talavera hace del habla popular y auténtica, realista, es simplemente extraordinaria” y refleja “el auténtico diálogo popular” (Blanco Aguinaga / Rodríguez Puertolas / Zavala 1978) etc. J. González Muela (1970), quien ha hecho ver que el Arcipreste de Talavera “sabe ser unas veces culto, otras popular, otras semipopular o semiculto, según las ocasiones”, reconoce que el estilo popular –que el autor “refleja a maravilla”– se ofrece tan abundantemente que ni siquiera considera necesario aducir ejemplos ilustrativos en la introducción a su edición de la obra. Hasta qué punto y con qué grado de fidelidad se reproduce en el Arcipreste de Talavera o Corbacho el modo en que se hablaba realmente “en la calle” o “en el mercado” en el siglo XV es, obviamente, empeño inalcanzable. Y no hay que contemplar los textos desde la óptica del siglo actual. Nos hallamos ante una de las varias limitaciones de los estudios de sintaxis histórica: lo poco que pueda llegar a saberse de las distintas variedades de uso o registros, y en particular del lenguaje espontáneo, en las distintas etapas del español habrá de rastrearse obviamente en los textos, y principalmente en los literarios, a sabiendas de que no reflejan –ni pueden hacerlo– la estructura de la lengua hablada2. El examen de textos no literarios (documentos jurídicos, cartas, etc.) no nos aproximará más al “habla ordinaria” de épocas pasadas; al contrario, muestran una gran rigidez y abundantes usos formularios (Cano 1991b). Muchas veces no podrá pasarse de la fase de detección de indicios, si bien hay ocasiones en que permiten aventurar hipótesis plausibles. Así, el hecho de que antes del siglo XIV se documenten poquísimos casos de 2. V. Väänänen (1971:40) llega a decir: “Al esforzarnos por descubrir el latín hablado nos vemos perjudicados por la literatura”.
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por en construcciones de sentido concesivo (por muy listo que sea...) y, en cambio, aparezca como algo de uso general y corriente desde comienzos de tal centuria, sólo se explicaría (J. Vallejo 1922) por el carácter conservador y arcaizante de los redactores influidos por el lenguaje de la corte de Alfonso X y Sancho IV, que se resistían a dar entrada a un giro que sentían como neologismo. Y el que determinados autores hayan acogido en sus obras desde muy pronto ciertas fórmulas sintácticas de fuerte valor expresivo, ha facilitado su seguimiento y explicación; es el caso de los diversos tipos de construcciones nominales en las que una calificación afectiva o una interjección se refieren a un nombre o pronombre precedido de la preposición de (¡qué lástima de hombre!, el idiota de tu hermano, ¡pobre de ti!, ¡ay de mí!, etc.), que tanto han atraído la atención de los romanistas (Lapesa 1962). Pero ha de reconocerse que no puede irse mucho más allá. La técnica libre del discurso propia del coloquio en el pasado constituye un ámbito en gran medida vedado. No sorprende que se afirme una y otra vez que la historia del español es casi exclusivamente la historia de nuestra lengua literaria. En consecuencia, el pretendido realismo del libro Arcipreste de Talavera no puede derivar de la “maestría” con que recoge el registro coloquial popular. Y no sólo porque no era posible, en rigor, la transposición (o trasplante) del mismo al literario, de condiciones y circunstancias comunicativas radicalmente diferentes, sino porque el primer requisito para ello es que la obra literaria ofrezca verdaderos diálogos, lo que en el Corbacho prácticamente no sucede. En su intento de mostrar que la lengua directa y popular del Arcipreste de Talavera hace posible –bien que un siglo más tarde– el nacimiento en España de la moderna novela realista europea, D. Alonso (1957), en un célebre estudio sobre la obra, en lugar de fijarse en otros fragmentos más conocidos, como el de la pérdida del huevo o de la gallina –que merecerían, dice, una “nueva lectura”–, centra la atención del lector en el Capítulo VIII de la Tercera Parte, en que se expone la doctrina acerca de los hombres coléricos (“colóricos”) y de su “dispusición” para amar y ser amados. Con su perspicacia habitual, ha sabido dar con uno de los poquísimos casos en que se ofrece un intento de intercambio de turnos: “E el otro dize luego: –¿Qué has, amiga? Ella responde: –Non nada. –Pues dime, señora, ¿por qué lloras?, que goçe yo de ti3.
3. Anota D. Alonso: como si dijera “así goce yo de ti”, modo de aseverar o juramento suave, como sucede un poco más abajo, “Así goçés de mí”.
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Responde: –Non, por nada. –¿Pues qué cosa es ésta? –Así goçés de mí, vos digo que non nada. –Dime, pese a tu4, señora, ¿qué cosa es, o quién te enojó, o por qué son estos lloros? Dímelo, pese a tal, señora. Responde ella: –Lloro mi ventura”.
Tras esta respuesta, la mujer comienza a llorar y se desahoga en sucesivos monólogos expresivos, cargados –como tantos otros que aparecen en la obra– de interrogaciones retóricas, exclamaciones y lamentos, en lo que el Arcipreste se revela como un maestro. No, no hay diálogo coloquial en el Arcipreste de Talavera. Los escasos ejemplos que se aducen no tienen otra finalidad que servir de trampolín a soliloquios, sin que ello quiera decir que siempre es así. Al contrario, son muchos los monólogos que aparecen directamente introducidos por el autor mediante un verbo dicendi, como el larguísimo que pone en boca de la mujer murmurante e detractadora (Cap. II de la Segunda Parte), el no menos extenso de la enbidiosa (Cap. IV), el de la que es cara con dos fazes (Cap. VI), etc. Es en los monólogos, pues, donde ha de rastrearse el verismo popularista en el que tanto hincapié hacen los críticos. Pero hay que poner en guardia a quien pretenda encontrar en ellos reflejos de actuaciones idiomáticas auténticas. El propio Dámaso Alonso los califica de “muestrarios de amplias y variadas posibilidades”, a veces numerosas, como sucede con las explicaciones de la mujer que quiere desvanecer las dudas del enamorado que ha oído un ruido sospechoso. Dice ella: “¡Yuy, amigo, amigo, non ayades miedo, que’l gato es, que fuyó desque os vido!”; o “la gallina es, que tiene pepita e faze ruido”; o “la mula es, que come cebada e faze ruido”; o “dos anadones son, que están en aquel corral chapullando”; o “mi señora la vieja es, que tose”; o “mi madre, que cierne”; o “mi hermana, que amasa”; o “la perrilla, que se rasca las pulgas e gruñe”. “Estad, amigo, sosegad vuestro corazón, que tan seguro estayes como en vuestra casa; desto non dubdés”.
Interpretar que esto es “parlamento de una sola mujer, en una situación única, es absurdo”, dice D. Alonso, para quien esta constante plurifurcación es el rasgo más sobresaliente del estilo del Arcipreste. La inserción en tales monólogos de palabras, giros y expresiones populares (cuyo estudio detenido 4. En la edición de J. González Muela, pese a tal.
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está por hacer), al igual que la de los enxienplos de diferente origen y carácter que aparecen salpicados por el libro, tiene que ver con su propósito moralizante general (sea cual sea la interpretación que de éste se haga). Y con ambos recursos particularizadores confluyen otras estrategias más conocidas, como la repetida interpelación directa al lector {dentándote; piensa, pues, hermano; te demostraré; otra razón te digo; más te digo; etc.), el constante apoyo en testimonios de autoridad (como dize Catón; como dize la Decretal; como nuestro Señor dize en el su santo Evangelio; etc.), si bien en muchos casos prefiere no precisar (byen lo dixo el proverbio antiguo –la cita parece ser en este caso de Andreas Capellanus–; como dize el sabio,...), etc. De tal gama de procedimientos, el más original y novedoso es el empleo de monólogos, que constituyen escenas múltiples o polivalentes de fácil identificación para un gran número de lectores. Estos, en lugar de toparse con la seca exposición doctrinal, tienen ante sus ojos casi una representación dramática de los males y vicios condenables encarnados por los tipos humanos correspondientes. El carácter plurivalente de tales intervenciones monologadas las aleja del uso idiomático coloquial, por más que se acentúe su aire popular. No se consigue hasta mucho más tarde en la literatura narrativa la incorporación del diálogo. Y se advierte, además, un progresivo avance por lo que concierne a su verosimilitud, es decir, a lo que se ha calificado de “ilusión de verdad”. Que en tal proceso destaquen precisamente escritores como Cervantes o Galdós, hitos de nuestra novela por otras muchas razones, no puede sorprender a nadie. Pero no debe pensarse que a la vez se ha producido un acercamiento al coloquio o que ha ido acrecentándose la voluntad de reproducir fielmente el lenguaje ordinario. A propósito de la forma de expresarse de Chiquiznaque, personaje de Rinconete y Cortadillo, anota F. Rodríguez Marín que las locuciones de los procedimientos judiciales de que se vale resultan impropias en boca de un personaje del que se dice es “analfabeto”. Y ya se sabe que el exceso de aproximación al habla común, aparte otras cosas, le valió a Galdós el calificativo de “garbancero”. En definitiva, los intentos de “trasplantar” a la literatura con fidelidad el coloquio espontáneo, que han de solventar el problema de proporcionar al lector el contexto y la real situación comunicativa en que tiene lugar, no se dan entre nosotros hasta fechas muy recientes, y obedecen a motivaciones y circunstancias de las que se habla más adelante. Incluso en El Jarama –por referirme a la obra que, en mi opinión, supone un gran salto en tal sentido– los diálogos no dejan de pertenecer a un coloquio literario. R. Sánchez Ferlosio sí era consciente de que estaba “experimentando” con una materia idiomática distinta y en gran medida “nueva” en el ámbito de la literatura, e incluso de que tal ensayo podría suponer un riesgo para el resultado estético final y, en definitiva, para la
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propia perdurabilidad de la novela5. Si, a pesar de ello, decidió someterse a la prueba fue, a mi parecer, porque consideró que el fluir cotidiano del vivir aparentemente intrascendente requería como molde lingüístico adecuado el uso común u ordinario de la conversación diaria. Para ello no bastaba impregnar la andadura sintáctica con giros o construcciones peculiares del coloquio, sino que resultaba precisa una auténtica transposición a la literatura de tal modalidad. Aunque la mera inserción de términos y expresiones populares –en proporción diversa, claro es– y esa tarea de verdadero “calco” coincidan en responder a una parecida intención realista, no tienen por qué obedecer a iguales propósitos estéticos o de otra índole. No son equiparables las exigencias en cada caso. Piénsese, por ejemplo, que para lograr lo segundo –nunca se consigue del todo– el autor ha de esforzarse en pasar “desapercibido” para el lector, para lo cual ha de reducir al mínimo su aportación contextualizadora, lo que no resulta nada fácil, pues el denominado commun ground, esto es, el conjunto de circunstancias pragmáticas compartido por los interlocutores, tiene que ser recuperado con facilidad por los distintos lectores a partir del propio diálogo. El coloquio espontáneo, es innecesario decirlo, no es literatura ni puede convertirse, sin más, en arte literario. Desde la incorporación de expresiones populares por parte del Arcipreste de Talavera hasta la asunción del lenguaje coloquial como vehículo expresivo de R. Sánchez Ferlosio en El Jarama hay diferencias cualitativas esenciales. En el primer caso, se trata de una argucia o estrategia al servicio del principal fin práctico, el moralizante. En el segundo, el aparente realismo objetivo “necesita” verterse en el discurso de los protagonistas, molde adecuado para el enmascaramiento del sentido profundo de la obra, el constante y cotidiano fluir de la vida, que sólo la muerte acaba por descubrir o poner de relieve (Narbona, 1992a). Se ha afirmado repetidamente que el estudio de la lengua coloquial, y particularmente de su sintaxis, es tarea urgente para los lingüistas. Hasta ahora se ha prestado alguna atención a su reproducción, con desigual fortuna, en determinados textos literarios, por más que sea una vía indirecta. La exploración de la directa, es decir, el análisis de actuaciones idiomáticas conversacionales reales está contribuyendo, sin duda, a que deje ser en gran medida intuitiva la interpretación de su aprovechamiento por parte de la literatura. Sólo así conceptos como el de realismo podrán ser correctamente entendidos y aplicados.
5. La fidelidad –hasta donde es posible– al registro coloquial no es fruto de ninguna espontaneidad. Al contrario, obliga al autor a una cuidadosa elaboración, si no quiere que la fotografía salga “movida”. Para F. Quiñones, colaborador de R. Sánchez Ferlosio en las tareas de corrección y mecanografiado, la obra constituyó la “pelea literaria más enconada” que había presenciado (1956: 15 y 1956: 142). Es sabido que de algunas de las partes hizo el autor hasta ocho redacciones (Hernando Cuadrado 1988) [cf. Cap. 17].
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Antonio Narbona Jiménez
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16. ESCRITURA DE LO ORAL EN LOS DIÁLOGOS DEL QUIJOTE [2007]* Oralidad-escritura
Aunque no podamos saber cómo se hablaba en la época de Cervantes, es seguro que no coincidía con la forma de expresarse de ninguno de los personajes del Quijote. R. Cano (2005b) ni siquiera cree que tenga mucho sentido pronunciarse sobre la mayor o menor proximidad a la oralidad real de los diálogos cervantinos. No le falta razón, y hemos de seguir moviéndonos en el terreno de las hipótesis, pero éstas serán tanto más plausibles cuanto más adecuada y atinadamente se enfoquen las relaciones recíprocas entre oralidad y escritura. De ello, y de cómo se resuelvan las cuestiones que iré planteando, dependerá el sentido de la indagación acerca del grado de oralización de los textos escritos. Quizás no esté de más recordar que, siendo verdad que NIHIL EST IN INTELLECTU QUOD PRIUS NON FUERIT IN SENSU, muy distintos son como vías de procesos cognitivos los sentidos de la vista y del oído. El carácter marcadamente filológico de los estudios lingüísticos explica que hasta no hace mucho las diferencias entre lo hablado y lo escrito no hayan sido objeto de especial atención para quienes se han ocupado de las que definen todo diasistema lingüístico. No puede extrañar, pues, que la tarea de descubrir vestigios de lo primero en lo segundo, especialmente en el ámbito de la sintaxis, apenas se haya llevado a cabo hasta hace relativamente poco (Eberenz/Torre, 2003: 12).
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1.
* [“Sintaxis de la escritura de lo oral en los diálogos del Quijote”, en L. Cortés et alii (Coords.) Discurso y oralidad. Homenaje al Profesor J. Jesús de Bustos Tovar, I, 2007, Arco Libros / ILSE Universidad de Almería, 65-111].
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Aunque no hay una lengua hablada, y menos que se oponga a otra escrita, en el desarrollo de la escritura (allí donde se ha impuesto, pues muchos son los idiomas que no cuentan con ella, y muchísimos los usuarios de lenguas escritas que no escriben ni leen), que no surgió para plasmar gráficamente el habla, se han ido gestando y consolidando géneros discursivos (literarios y no literarios) vinculados, en general, a la distancia comunicativa. La irrupción de lo oral en lo escrito, que implica siempre la transgresión de algunas de las convenciones establecidas en los tipos y tradiciones textuales, ha de adecuarse a la representación que de tal espacio variacional en su conjunto tienen los destinatarios. Otra cosa es que en las comunidades muy alfabetizadas, en que la cultura ha estado directa y estrechamente vinculada a las manifestaciones escritas, las conexiones entre éstas y las orales hayan sido cada vez más intensas y recíprocas, y unas y otras hayan estado progresivamente menos ancladas a las condiciones específicas de producción-recepción. En la época moderna, además, no han dejado de surgir posibilidades de comunicarse (oralmente y por escrito) antes inimaginables, hasta tal punto que nos encontramos hoy en el arranque de lo que empieza a conocerse como tercera fase (Simone 2001), tras la inaugurada con el hallazgo de la escritura y la iniciada, siglos más tarde, con la difusión de la imprenta. Como consecuencia de las notables modificaciones que se están produciendo en las relaciones entre la oralidad y la escritura (prácticamente se han ido eliminando las limitaciones del canal fónico-auditivo, y muchas de las restricciones anejas al gráfico han desaparecido), Simone advierte una alteración en el modo de pensar e incluso el riesgo de perderse ciertas formas de acceso al conocimiento. Se comprende que todas las modalidades de uso de la lengua hayan terminado por contemplarse como pertenecientes a una única escala, pluriparamétrica, gradual y cambiante (Koch / Oesterreicher 2000). Las elecciones idiomáticas que lleva a cabo cada usuario según su competencia, tienen que ver más con el grado de connivencia o complicidad entre él y sus interlocutores o receptores y con los factores y circunstancias de cada tipo de situación de comunicación, que con el hecho de expresarse a través de un medio u otro. Si no se asume que la dicotomía medial (el canal fónico-auditivo frente al gráfico, visual) se encuentra permanentemente cruzada por tal gradualidad, y que, en consecuencia, casi ningún fenómeno puede considerarse exclusivamente oral o únicamente escrito, ni siquiera puede plantearse la cuestión de cómo, en qué medida, por y para qué ciertos rasgos de la oralidad pasan a la escritura o se reflejan por escrito. No basta, por ello, con rastrear hechos que, por considerarse propios de uno de los ámbitos, no o apenas se dan en el otro. Más que de trasvases, hay que hablar de movimientos, desplazamientos o deslizamientos, dentro de la misma escala. Y pese a reconocerse su superior relevancia para descubrirlos, la sintaxis ha pesado menos en la caracterización
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de los estilos y para determinar la oralización de un texto que la fonética, el léxico, los giros y modismos empleados. A lo sumo, se hacen referencias muy generales, como la expresada por R. Lapesa (1980: 408) acerca de que “nuestros escritores del Siglo de Oro no sentían por el rigor gramatical una preocupación tan escrupulosa como la que ahora se exige”, por lo que “las incongruencias del habla pasaban con más frecuencia a la lengua escrita”. El carácter familiar que, por ejemplo, se suele asignar al habla de Sancho Panza, se hace descansar, no tanto en la libre técnica del discurso de que se vale –que, como se verá, no se aparta de la de don Quijote– como en su empleo de expresiones y refranes de aire popular. F. García Salinero (1980) no duda en calificar de coloquial el tono de Viaje de Turquía (publicada en 1557), obra en la que destacan el abuso del hipérbaton y la abundancia de frases de infinitivo concertado. La novela Historias del Kronen, con la que J. Ángel Mañas estuvo a punto de ganar el Premio Nadal en 1994, llamó poderosamente la atención por la utilización de abundante vocabulario subestándar, sin repararse en que su sintaxis apenas se aparta de la canónica. El gran dinamismo de las relaciones entre oralidad y escritura debería evitar proyectar sobre el pasado, sin más, lo que ofrece la situación actual, y modificar la perspectiva lineal y unidireccional generalmente adoptada en el estudio de la evolución sintáctica; para ello es necesario sobrepasar –que no desbancar– el plano estrictamente oracional (al que se han venido limitando, no sólo los historiadores de la lengua, sino también la mayoría de los gramáticos) y adoptar una perspectiva textual y discursiva, más amplia y abarcadora. El examen de los constituyentes y enunciados oracionales, donde los progresos de la sintaxis histórica han sido indudables, no debe darse por cerrado; pero parece abrirse paso la convicción de que su avance dependerá de lo que se vaya alcanzando desde una óptica supraoracional. Sólo el análisis de la sintaxis discursiva y del léxico puede ayudarnos a desentrañar el sentido de una obra literaria. Es preciso partir, además, de la observación discriminada de los datos. Tan importante como averiguar si algo aparece mucho o poco en la escritura, es descubrir dónde, por y para qué se emplea. La comprobación de que en tres capítulos de carácter ensayístico que reflejan el tránsito del español clásico al moderno (de Gracián, Gutiérrez de los Ríos y Feijoo) van disminuyendo las relaciones paratácticas y aumenta la cohesión mediante la hipotaxis (especialmente las cláusulas de implicación causal, como las causales, concesivas o condicionales) y los conectores (sobre todo, los contraargumentativos y consecutivos), lleva a J. L. Girón (2004a) a afirmar que entre 1648 y 1726 va ganando terreno la textualidad escrita a costa de la oral. Pero el mismo autor (2004b) termina su síntesis de los “cambios gramaticales en los Siglos de Oro” (que me ahorra entrar aquí en pormenores concretos) diciendo que, pese
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a que los cambios sintácticos por él señalados “significan un proceso de regularización y estandarización de la estructura sintáctica [...], durante todo el período vamos a encontrar fenómenos vinculados a la oralidad”. Al estudiar los caracteres gramaticales de la lengua del siglo XIII, J. Elvira (2004), tras advertir que una voluntaria latinización de la sintaxis no nos ayuda a entender todos los aspectos del participio absoluto, ampliamente documentado siempre, opina que tal esquema arcaizante muestra “la presencia de elementos de oralidad en textos escritos”. Si bien se trata de una construcción, dice, “especialmente adecuada para una sintaxis suelta”, esto es, para expresar unas relaciones (simultaneidad temporal, implicación causal o condicional, significado modal o meramente instrumental, etc.) que, con el tiempo, serán encomendadas a nexos o locuciones conjuntivas de valor explícito, la peculiar disposición bimembre del discurso a que da lugar su uso “se basa en un criterio fuertemente pragmático, que distingue y separa en bloques diferentes la información relevante o de primer plano de aquella que tiene un papel secundario, complementario o circunstancial”. Como he expuesto en otro lugar (Narbona 1996a [recogido aquí, cap. 12]), otros criterios, igualmente pragmáticos, pueden ayudarnos a entender por qué es utilizado en ciertas variedades idiomáticas y en determinadas clases de discursos, y no (o apenas) en las de la inmediatez comunicativa. Así, en El Patrañuelo (1567), de Juan Timoneda, que algunos consideran la más importante colección de cuentos anterior a las Novelas Ejemplares de Cervantes, aparece constantemente (sólo en la “Patraña VI” he encontrado: Ido el mercader, vueltos en el talegón, venido a noticia del tiratierra, venido delante del alcalde, vista la presente, oída la queja, medio turbado de lo que le había acontecido, oídas las partes, etc., además de abundantes gerundios absolutos), pero nunca en las intervenciones dialogadas. De soltura sintáctica, de primitivismo, y de estilo monótono y pesado, suele hablarse a propósito del polisíndeton en el relato medieval, que puede observarse, por ejemplo, en el siguiente fragmento del exemplo XXIX de El Conde Lucanor (Narbona 1984): un rraposo entró una noche en un corral do avía gallinas. Et andando en rro´ydo con las gallinas, quando él cuydó que se podría yr, era ya de día et las gentes andavan todas por las calles. Et desque vio que non se podía esconder, salió escondidamente a la calle, et tendiósse assí commo si fuesse muerto. Quando las gentes lo vieron, cuydaron que era muerto, et non cató ninguno por él. Et a cabo de una pieça passó por y´ un omne et dixo que los cabellos de la fruente del rraposo eran buenos para poner en la fruente de los moços pequennos por que non los aoien. Et trasquilóle [...]. Después vino otro, et dixo eso mismo...
En cambio, del intenso uso que de la misma conjunción copulativa hace Sancho Panza dice R. Cano (2005b) que se trata “de un calculado y elaborado
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esfuerzo retórico”. Así replica, por ejemplo, al barbero, que lo acusa de haberse contagiado (“os empeñastes de sus promesas”) de la locura de su amo Yo no estoy preñado de nadie, ni soy hombre que me dejaría empreñar, del rey que fuese, y, aunque pobre, soy cristiano viejo y no debo nada a nadie; y si ínsulas deseo, otros desean otras cosas peores, y cada uno es hijo de sus obras; y debajo de ser hombre puedo venir a ser papa, cuanto más gobernador de una ínsula, y más pudiendo ganar tantas mi señor, que le falte a quien dallas. Vuestra merced mire cómo habla, señor barbero, que no es todo hacer barbas y algo va de Pedro a Pedro. Dígolo porque todos nos conocemos, y a mí no se me ha de echar dado falso. Y en esto del encanto de mi amo, Dios sabe la verdad, y quédese aquí, porque es peor meneallo (I, XLVII)1.
Tal disposición de secuencias conectadas por y tampoco es comparable, aunque se encuentre más cerca, a la que se advierte en diálogos de marcado carácter coloquial de algunas novelas modernas, como he mostrado a propósito de El Jarama, de R. Sánchez Ferlosio (Narbona 1992a)*
No se trata, pues, simplemente de una cuestión de maduración o elaboración, sino también (y sobre todo) de explotaciones diversas de un mismo mecanismo en actos de comunicación distintos para conseguir efectos diferentes. Casi a continuación de las palabras antes transcritas de Sancho, el canónigo hace una larga disquisición sobre los perjuicios de los libros de caballerías, en la que extensos y bien vertebrados enunciados también son encabezados por la copulativa y, si bien seguida de otra conjunción Verdaderamente, señor cura, yo hallo por mi cuenta que son perjudiciales en la república estos que llaman libros de caballerías; y aunque he leído, llevado de un ocioso y falso gusto, casi el principio de todos los más que hay impresos, jamás me he podido acomodar a leer ninguno del principio al cabo, porque me parece que, cual más, cual menos, todos ellos son una misma cosa, y no tiene más éste que aquél, ni estotro que el otro. Y según a mí me parece, este género de escritura y composición cae debajo de aquel de las fábulas que llaman milesias, que son cuentos disparatados, que atienden solamente a deleitar, y no a 1. Me sirvo de la edición del IV Centenario publicada en Madrid (2004) por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española. * [Incluido en este volumen, capítulo 17].
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Es que está uno muy quemado. Eso es lo único que pasa. Y ya no quieres ni oír hablar de lo que te preocupa. Complicaciones no las quiere nadie. Y tú tienes razón, y ésta tiene razón, y yo, y aquel de más allá. Y al mismo tiempo no la tiene nadie, eso pasa.
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enseñar; al contrario de lo que hacen las fábulas apólogas, que deleitan y enseñan juntamente. Y puesto que el principal intento de semejantes libros sea el deleitar, no sé yo cómo puedan conseguirle, yendo llenos de tantos y tan desaforados disparates: que el deleite que en el alma se concibe ha de ser de la hermosura y concordancia que ve o contempla en las cosas que la vista o la imaginación le ponen delante, y toda cosa que tiene en sí fealdad y descompostura no nos puede causar contento alguno [...] Y si a esto se me respondiese que los que tales libros componen los escriben como cosas de mentira, y que, así, no están obligados a mirar en delicadezas ni verdades, responderles hía yo que tanto la mentira es mejor cuanto más parece verdadera, y tanto más agrada cuanto tiene más de lo dudoso y posible (I, XLVII).
2.
De las fuentes de estudio
Para proceder con tales cautelas es preciso plantear una cuestión previa: ¿qué fuentes son más aprovechables para descubrir en la escritura huellas de lo hablado? J. L. Girón (1996) ve en los tratados gramaticales de los siglos XVI y XVII “la gran posibilidad [muy poco aprovechada] de relatar una historia de la lengua que no sea necesariamente la historia de la lengua literaria [...], de hacer historia de los usos reales de la lengua”. Algo parecido se ha dicho de otras clases de textos. Pero R. Cano (2000: 171) considera “parcialmente vana” la búsqueda en los escritos –literarios o no– de fenómenos sintácticos característicos de los usos hablados del pasado, y especialmente de los propios de situaciones de proximidad comunicativa. Las dificultades con que se tropieza llevan a W. Oesterreicher (1996) a reconocer que “la lingüística tiene * Cap. 10 de este volumen.
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Adoptar estas y otras precauciones exige un esfuerzo que no todos están dispuestos a hacer. Téngase en cuenta, por ejemplo, que Silvia Iglesias (2000a) ha necesitado un centenar de páginas para desentrañar la evolución de pues hasta el siglo XV y llegar a la conclusión de que su conversión en conector o marcador discursivo comenzó cuando se utilizó en el arranque de una intervención dialogada (de ahí que resulte especialmente interesante observar su uso en escritos de impronta oral), y de que su paso a enunciados fuera del diálogo tiene también un fundamento conversacional. Y algo semejante cabe decir de sus observaciones sobre la historia de ca y que (Iglesias 2000b). Se trata de un atinado modo de proceder que entronca con nuestra mejor tradición filológica, la llevada a cabo por J. Vallejo (1922, 1925) o por A. Alonso (1925; Narbona 1996b*), por citar sólo a dos estudiosos anteriores a la gran labor realizada en el campo de la sintaxis histórica por R. Lapesa.
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que contentarse con conocimientos indirectos y por definición incompletos y precarios”. Recientemente, él mismo (2004), sin olvidar que “la literatura puede ofrecer información imprescindible sobre rasgos lingüísticos de la oralidad, de la inmediatez lingüística, de las variedades informales, etc.”, ha insistido en la necesidad de “tener en cuenta también los materiales lingüísticos que han venido quedando al margen [...] e integrar sistemáticamente los resultados de las investigaciones variacionistas y sociolingüísticas”. Pero “¿cómo es posible –se pregunta– encontrar información sobre formas y variedades lingüísticas que, por definición, son ajenas a la lengua escrita y al medio gráfico? ¿cómo llegar a conocer usos lingüísticos propios del ámbito de la inmediatez, es decir, que corresponden a las variedades más o menos cercanas a la lengua hablada en sentido amplio?”. El lingüista alemán es consciente de que “es muy difícil captar las manifestaciones espontáneas y extremadamente contextualizadas”, pues “en un texto nunca encontramos lo hablado en estado auténtico”, por lo que “es inevitable aceptar incertidumbres, lagunas, y ‘espacios en blanco’ en nuestro conocimiento”, y “debemos contentarnos con los disiecta membra que nos ofrecen los escritos”. Por eso, aunque propone una tipología de las fuentes escritas, con nueve situaciones comunicativas, que se apresura a calificar de ideales2, advierte que de algunas de ellas (textos de semicultos, cuya competencia escrita es “de impronta oral” –cfr. Oesterreicher 1994–; escritos familiares, en los que se observan descuidos provocados por factores diversos; aquellos en que el autor trata de adaptarse a lectores de escasa competencia y de aproximarse a los usos cotidianos; etc.) no nos han llegado muchas muestras, y en otros casos (actas de la Inquisición; algunos documentos indianos –cfr. Cano 1998b–, etc.) conviene no perder de vista “las modificaciones concepcionales que puedan atribuirse al escribano que, a fin de cuentas, es un profesional”. El análisis de buena parte de tan interesante documentación se ve obstaculizado, además, por no contarse en muchos casos con ediciones fiables para los lingüistas (sí para historiadores, filósofos, teólogos o antropólogos), por lo que la primera tarea ha de ser la recuperación de su forma verdadera. No hay que albergar, pues, demasiadas esperanzas. Un minucioso examen de una carta enviada a una hermana suya en 1568 por un inmigrante sevillano, alguacil ocasional en Jalapa, comerciante en Veracruz y propietario de tierras (además de fugitivo de la Justicia por no haber llevado a su mujer al
2. “Es un error –dice– considerar como huella de la inmediatez comunicativa cualquier desviación de la norma que aparezca en los textos: hay equivocaciones y anomalías que no son rasgos variacionales ni desde una perspectiva universal ni desde la perspectiva de una lengua particular, aunque en ocasiones distinguir un error de copia de un rasgo dialectal o vulgar, por ejemplo, no es tarea fácil” (2004: 747).
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Nuevo Mundo, siendo casado), con el objetivo de que se reuniese con él, lleva a R. Cano (2000) a afirmar que su aire desaliñado no deriva de que refleje errores de la lengua coloquial, sino “de un imperfecto dominio de la lengua escrita” y de su “escasa habilidad para la construcción de períodos complejos”. He aquí una pequeña muestra: el [mi conpadre] va en la foltra y con el, ermana, os enbio vente pesos y perdoname, que os quisiera enviar mas, mas no pude agora al presente porque conpre unas tieras en que se coge mucha cantidad de mays, costaronme siento y trenta y sinco pesos y me la giso aver el [al]calde mayor de galapa que es un señor a quien yo devo mucho y tieneme aprometido que en cumpliendo aquel cargo de galapa a de uenir a esta siudad de la Veracruz por alcalde mayor y si viene no degare de ser aprovechado en carto por que ansin me lo a [a]prometido y a me aprometido de darme la var de alguasil de aquí desta siudad de la Veracrus porque ansin me la dio en galapa y la truge seys meses.
Lo mismo puede comprobarse en el rico Corpus de cartas privadas del siglo XVI que ha transcrito Marta Fernández Alcaide (2004). No hace falta insistir en que en ninguna de tales situaciones comunicativas se trata de hablar por escrito. En realidad, nadie puede escribir como habla, y nadie debe arriesgarse tampoco a ser rechazado por su[s] interlocutor[es] por “hablar como un libro”. Al expresar tal propósito como ideal estilístico, Valdés no persigue imitar el habla, sino huir de lo artificial, afectado o ampuloso (Gauger 1996). Otra cosa es que a la literatura, capaz de fingir todas las formas de servirse de la lengua, le sea posible simular que los personajes inventados hablen como los de la vida real. Aunque no hay un estilo propio o particular de la ficción, esa mayor libertad del lenguaje literario y la destreza de los escritores para aprovecharla permiten sostener que las obras literarias han de seguir siendo –no en exclusiva– las más y mejor explotadas por el lingüista para lo que aquí interesa. A menudo se califica de inadecuada la historia de la lengua elaborada preferentemente a partir de ellas, pero la verdad es que ha sido la mejor que se podía trazar mientras no era fácil recurrir a otros textos no literarios. Es más, hasta ahora, la creciente atención a estos últimos no parece haber modificado sustancialmente nuestros conocimientos de sintaxis histórica. No son igualmente aprovechables todos los géneros de la literatura. Si la forma más natural del uso de las lenguas corresponde a la interlocución conversacional, las pesquisas han de centrarse prioritariamente en los diálogos literariamente construidos. Pero, como ha hecho ver J. J. de Bustos (1996a, 1996b, 1998, 2001a), hay notables diferencias entre el diálogo teatral y el inserto en un texto narrativo. En el primero se dan las condiciones para conseguir una mayor proximidad a la oralidad real, pero el autor se encuentra
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constreñido por la necesidad de atender varios planos de recepción3. En el escenario no se habla como en la vida, pues nada hay menos teatralmente eficaz que una espontánea conversación ordinaria; para que lo sea, se hace necesario “literaturizar” el diálogo. Por eso, el salto que se produce en los Pasos de Lope de Rueda y, sobre todo, en los Entremeses cervantinos, no reside tanto en la imitación que los personajes hacen del habla real como en la capacidad del autor para hacerlos reales mediante un diálogo dramático apropiado a los mismos; es decir, el autor crea, más que imita, y cuando imita, somete la imitación a un proceso de selección. En las obras narrativas, en cambio, es mayor el margen de maniobra a la hora de acoger rastros de la oralidad. Así es esperable que ocurra en el Quijote, obra articulada básicamente sobre la construcción de diálogos. Pero conviene no pasar por alto que los personajes (inventados por Cervantes, al igual que un autor –Cide Hamete Benengeli–, cuyo escrito, “traducido”, le servirá de fuente) se convierten a menudo en narradores de historias, cuentan lo que otros personajes dicen, e incluso lo que piensan, etc., fruto de lo cual es su extraordinaria complejidad. 3.
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¿Diálogos realistas en el Quijote?
Los lingüistas casi se han limitado a ir a remolque de lo tratado sobre el realismo literario por los historiadores de la literatura, para los cuales ha sido cuestión central. Los esfuerzos por aclarar tal concepto, que el propio R. Menéndez Pidal –uno de sus primeros introductores– tachó de impreciso y que muchos otros han considerado ambiguo, polisémico, etc. no han sido del todo convincentes. Si se trata de “presentar las cosas tal como son” (primera acepción de realismo en el Diccionario académico), actualmente no habría razón objetiva para considerar más real lo oral (o alguna de las variedades de la inmediatez) que lo escrito (o cualquiera de las modalidades de la distancia). En todos los casos estamos ante realidades efectivamente existentes. R. Lapesa afirma que “el estilo propio de Cervantes es el de la narración realista y el diálogo familiar” (1980, 8ª ed.: 332-333) y Dámaso Alonso (1985) habla de su arte naturalista y de la “incomparable tersura y natural fluidez” de sus diálogos. E. Rodríguez Cuadros (2005) llega a preguntarse: “¿De verdad alguien seguirá apostando por el Quijote como un libro realista?”. En La lengua del Quijote, Ángel Rosenblat (1971) concluía que quizá haya que revisar la idea de realismo cuando se aplica “a su estilo o a su lengua”. La revisión –habría 3. W. Beinhauer (1929, 1968) eligió textos teatrales de autores como Arniches, los hermanos Álvarez Quintero, etc. para recoger vocablos, giros, modismos y frases de carácter popular.
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que añadir– no debería limitarse a aplicar al término adjetivos distintos, como expresivo, costumbrista, mágico, etc., ni a reconocer, como hace el propio Rosenblat, que “las dos vertientes de la lengua –la popular y la culta– circulan y se entretejen a lo largo de toda la obra”, en la que “incluso hay también anti-realismo”. De hecho, el extenso cap. III se dedica a demostrar que casi todas las “incorrecciones”, faltas y supuestos errores o inadvertencias que se han visto en la novela cervantina, cuando no se trata de meras erratas o nimiedades, tienen que ver con un escaso conocimiento del español de la época o con la incomprensión de los recursos y juegos expresivos de Cervantes. En concreto, algunos reparos se deben, a su juicio, “a no tomar en cuenta las libertades de la lengua de la época y del estilo coloquial”, y en otros casos “hay que descartar toda idea de descuido o desaliño”. Incluso en las tantas veces comentadas prevaricaciones de Sancho, que rara vez se refieren a la sintaxis4, han de verse más como un recurso de Cervantes para burlarse de la afectación y de la ampulosidad (a lo que también responde su ridiculización del artificioso empleo de latines, de la anteposición forzada de adjetivos o participios al sustantivo –el tarde arrepentido amigo, la felizmente acabada aventura de los leones–, del abuso de los superlativos sintéticos –la dolorosísima dueñísima Trifaldi, el escuderísimo Sancho Panza–, etc.), que como faltas derivadas de la impericia o la dejadez. Se aduce con frecuencia el empleo de expresiones populares. Pero, si bien don Quijote llega a calificar de necedades algunas de las sartas de refranes que brotan de labios del escudero Ni yo lo digo ni lo pienso. Allá se lo hayan, con su pan se lo coman: si fueron amancebados o no, a Dios habrán dado cuenta. De mis viñas vengo, no sé nada, no soy amigo de saber vidas ajenas, que el que compra y miente, en su bolsa lo siente. Cuanto más, que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano. Mas que lo fuesen, ¿qué me va a mí? Y muchos piensan que hay tocinos, y no hay estacas. Mas ¿quién puede poner puertas al campo? Cuanto más, que de Dios dijeron (I, XXV).
en otros casos no deja de reconocer que contienen una “gran sabiduría”, y él mismo se sirve de ellos Si esto ha sido por orden del rey nigromante de vuestro padre, temeroso que yo no os diese la necesaria y debida ayuda, digo que no supo ni sabe de la misa la media (I, XXXVII). 4. En realidad, muy poco ha contado la sintaxis cuando del realismo literario se trata. J. Casalduero ha podido escribir dos libros clarificadores con título idéntico, Sentido y forma de las Novelas ejemplares (19692) y Sentido y forma del teatro de Cervantes (1966), sin entrar a fondo en el análisis de fenómeno sintáctico alguno.
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Aquí no hay más que hacer sino que cada uno tome lo que es suyo, y a quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga (I, XLV).
Ello no basta, sin embargo, para caracterizar de natural, sin más, el habla de Sancho. Por mucho que Cervantes aluda a su ingenuidad No se dejó de reír don Quijote de la simplicidad de su escudero (I, VIII)
de simple tiene poco –desde luego no lo es su sintaxis– la réplica que ha provocado la risa Si eso es así [don Quijote le ha dicho que no se queja del dolor porque “no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna”], no tengo yo que replicar; pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir que me he de quejar del más pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende [‘si no es que se aplica’] también con los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse (I, VIII).
Por cierto, señor, que vuestra merced será muy bien obedecido en esto [se refiere a la prohibición impuesta por su amo de defenderle si los que le atacan son caballeros], y más, que yo de mío me soy pacífico y enemigo de meterme en ruidos ni pendencias. Bien es verdad que en lo que tocare a defender mi persona no tendré mucha cuenta con esas leyes, pues las divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agraviarle (I, VIII). ¡Gran merced! [don Quijote se dispone a explicarle “el bien que encierra la andante caballería”, para lo cual le invita a sentarse a su lado y a comer en su plato y a beber donde él bebiere]; pero sé decir a vuestra merced que como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis solas como sentado a par de un emperador. Y aun, si va a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo. Así que, señor mío, estas honras que vuestra merced quiere darme por ser ministro y adherente de la caballería andante, como lo soy siendo escudero de vuestra merced, conviértalas en otras cosas que me sean de más cómodo y provecho; que éstas, aunque las doy por bien recibidas, las renuncio para desde aquí al fin del mundo (I, XI).
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Del minucioso, aunque parcial, estudio sintáctico de R. Cano (2005b) se deduce que casi ningún fenómeno marca socioestilísticamente a unos personajes frente a otros. En efecto, no hace falta rebuscar para hallar ejemplos de una extraordinaria y perfecta trabazón sintáctica en las intervenciones de Sancho:
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Hasta para hablar de su analfabetismo, se vale de un discurso sin fisuras en el control predicativo, pero, eso sí, de gran eficacia pragmática La verdad sea que yo no he leído ninguna historia jamás, porque ni sé leer ni escribir; mas lo que osaré apostar es que más atrevido amo que vuestra merced yo no le he servido en todos los días de mi vida, y quiera Dios que estos atrevimientos no se paguen donde tengo dicho (I, X).
Como tal andadura sintáctica no parece cohonestarse con la que se esperaría de alguien que ni siquiera alcanza a estampar su firma, más de una vez sale al paso Cervantes de la lógica extrañeza que puede producir en el lector. En I, XXXI, que trata de los “sabrosos razonamientos” entre caballero y escudero acerca de la entrega por éste a Dulcinea de la carta que le ha sido encomendada, don Quijote no tiene más remedio que exclamar ¡Válate el diablo por villano, y qué discreciones dices a las veces! No parece sino que has estudiado.
A otro perro con ese hueso –respondió el ventero– ¡Como si yo no supiese cuántas son cinco, y adónde me aprieta el zapato! No piense vuestra merced darme papilla, porque por Dios que no soy nada blanco (I, XXXII). Oyendo esto uno de los cuadrilleros que habían entrado, que había oído la pendencia y cuestión, lleno de cólera y de enfado, dijo: –Tan albarda es como mi padre, y el que otra cosa ha dicho o dijere debe de estar hecho uva (I, XLV).
En II, XLIII, en que don Quijote, una vez más, da a Sancho consejos sobre cómo debe comportarse, y donde tiene lugar el conocido intercambio acerca de la voz erutar (“uno de los más torpes vocablos que tiene la lengua castellana, aunque es muy significativo”, a juicio del primero) y sinónimos, la sintaxis en ningún momento hace aguas en boca del escudero 5. No encuentra modo mejor de hacer entrar en razón a su amo, que cree haber tenido “la más descomunal y desaforada batalla” con el gigante, al que cortó la cabeza (“y fue tanta la sangre que le salió, que los arroyos corrían por la tierra como si fueran de agua”), que decirle la verdad de este modo: “Como si fueran de vino tinto, pudiera vuestra merced decir mejor, porque quiero que sepa vuestra merced, si es que no lo sabe, que el gigante muerto es un cuero horadado, y la sangre, seis arrobas de vino tinto que encerraba en su vientre, y la cabeza cortada es la puta que me parió, y llévelo todo Satanás” (I, XXXVII).
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En realidad, no le preocupa mucho adecuar a cada personaje la técnica constructiva que le correspondería. Cierta fraseología más o menos fijada y algunas pinceladas léxicas5 le sobran para marcar diferencias
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Señor, bien veo que todo cuanto vuestra merced me ha dicho son cosas buenas, santas y provechosas, pero ¿de qué han de servir, si de ninguna me acuerdo? Verdad sea que aquello de no dejarme crecer las uñas y de casarme otra vez, si se ofreciere, no se me pasará del magín; pero esotros badulaques y enredos y revoltillos, no se me acuerda ni acordará más de ellos que de las nubes de antaño, y, así, será menester que se me den por escrito, que, puesto que no sé leer ni escribir, yo se las daré a mi confesor para que me los encaje y recapacite cuando fuere menester.
Hasta mecanismos sintácticos claramente vinculados a la distancia comunicativa, como el participio absoluto, al que he aludido al principio, aparecen utilizados por cualquier personaje. En un “discreto coloquio” entre don Quijote y Sancho, éste se expresa así Pues con todo eso digo que para mayor abundancia y satisfacción sería bien que vuestra merced probase a salir de esta cárcel, que yo me obligo con todo mi poder a facilitarlo, y aun a sacarle de ella, y probase de nuevo a subir sobre su buen Rocinante, que también parece que va encantado, según va de melancólico y triste, y, hecho esto, probásemos otra vez la suerte de buscar más aventuras (I, XLIX).
Señor, para descargo de mi conciencia le quiero decir lo que pasa acerca de su encantamiento, y es que aquestos dos que vienen aquí cubiertos los rostros son el cura de nuestro lugar y el barbero, y imagino han dado esta traza de llevalle de esta manera, de pura envidia que tienen como vuestra merced se les adelanta en hacer famosos hechos. Presupuesta, pues, esta verdad, síguese que no va encantado, sino embaído y tonto. Para prueba de lo cual le quiero preguntar una cosa; y si me responde como creo que me ha de responder, tocará con la mano este engaño y verá como no va encantado, sino trastornado el juicio (I, XLVIII).
V. Gaos (1987), a propósito de tal construcción (y del síguese que aparece a continuación), no se resiste a indicar en una nota: “Sancho razona aquí con los encadenamientos lógicos aprendidos de su amo”. Pero no hace falta atribuir tal destreza en el manejo del discurso argumentativo al contagio de don Quijote, porque la muestra desde el comienzo de la obra. En las primeras aventuras, Sancho apenas puede hacer otra cosa que frenar la locura de su amo mediante no muy extensas llamadas de atención, a menudo de carácter exclamativo, con que intenta insuflarle algo de sensatez. Pero, en su modo de refrescar interesadamente la memoria de su amo
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y aprovechando un momento en que no es oído por los demás, se dirige a don Quijote para advertirle del engaño a que está siendo sometido
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Mire vuestra merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido, que yo la sabré gobernar, por grande que sea (I, VII). Sea vuestra merced servido, señor don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia ha ganado, que por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar tal y tan bien como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo (I, X).
o de reprocharle que no hiciera caso de sus advertencias ¡Válame Dios! ¿no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza? (I, VIII).
¡Ay! No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese de esa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros y el que es vencido hoy ser vencedor mañana (II, LXXIV).
Y es que, si nada hay en el Quijote que pueda calificarse de común y corriente, tampoco Sancho es un escudero convencional. Tras el famoso chasco de los batanes, que provoca la burla de su escudero, don Quijote le echa en cara que se salte una de las más elementales normas de la caballería en cuantos libros de caballerías he leído, que son infinitos, jamás he hallado que ningún escudero hablase tanto con su señor como tú con el tuyo.Y en verdad que lo tengo a gran falta, tuya y mía: tuya, en que me estimas en poco; mía, en que no me dejo estimar en más (I, XX)
y aunque Sancho promete no incurrir más en tal falta puede estar seguro que de aquí adelante no despliegue mis labios para hacer donaire de las cosas de vuestra merced, si no fuere para honrarle, como a mi amo y señor natural (ibíd.)
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no se observa nada sintácticamente distinto a la última de sus intervenciones, cuando, tras oír a don Quijote pedirle perdón “de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo”, exclama llorando
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promesa que trae a colación una y otra vez posteriormente el propio Sancho, a fe que si yo pudiera hablar tanto como solía, que quizá diera tales razones, que vuestra merced viera que se engañaba en lo que dice (I, XXI)
don Quijote –Ya os he dicho, hermano, que no me mentéis ni por pienso más eso de los batanes –dijo don Quijote–, que voto, y no digo más, que os batanee el alma.
o Cervantes mismo Calló Sancho, con temor que su amo no cumpliese el voto que le había echado, redondo como una bola (I, XXI)
el diálogo entre ambos continúa sin cortapisa alguna. Es verdad que, al terminar la aventura del yelmo de Mambrino, y no sin cierta sorna, Sancho pide permiso para hablar Señor, ¿quiere vuestra merced darme licencia que departa un poco con él? Que después que me puso aquel áspero mandamiento del silencio se me han podrido más de cuatro cosas en el estómago, y una sola que ahora tengo en el pico de la lengua no querría que se mal lograse (I, XXI)
Dila y sé breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo (ibíd.)
pero la recomendación, por supuesto, cae en saco roto. Algo de la sabiduría caballeresca termina pasando a Sancho, lo que no deja de extrañar a su amo ¿cómo sabes tú que los grandes llevan detrás de sí a sus caballerizos? (I, XXI)
pero el escudero demuestra también una gran capacidad de persuasión para hacerlo descender a la realidad, y logra a veces que la conversación transcurra por cauces normales, incluido el uso por don Quijote de frases hechas (“ruin sea quien por ruin se tiene”). Cuando le propone ponerse ambos al servicio de algún emperador o príncipe –con lo que, aparte de asegurarse una remuneración, podrán ser protagonistas de más grandes hazañas, gestas que, además, serían narradas por escrito y quedarían para la posteridad–, la idea no parece descabellada al caballero, si bien reacciona dando rienda suelta a su imaginación en un larguísimo razonamiento bien conocido.
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y que don Quijote, al concedérselo, le ruega brevedad
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Podría decirse, en suma, que, desde la óptica de la sintaxis, la sintonía entre caballero y escudero es casi total. Nada relevante los distingue en el empleo de los mecanismos paratácticos e hipotácticos, ni, lo que es más significativo, en el modo de trabar las intervenciones y de conectar formalmente los períodos. Así, por ejemplo, cuando el labrador que azota a su criado trata de explicar a don Quijote por qué lo hace Señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado, que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es tan descuidado, que cada día me falta una; y porque castigo su descuido, o bellaquería, dice que lo hago de miserable, por no pagalle la soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que miente (I, IV)
el caballero, no muy dispuesto a entrar en razones, sólo parece haber oído el último vocablo ¿”Miente” delante de mí, ruin villano? Por el sol que nos alumbra, que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza (ibíd.)
El labrador no tiene el menor deseo de enfrentarse a “aquella figura llena de armas blandiendo la lanza sobre su rostro”, y prefiere obedecer, pero al no tener dinero encima, pide que el criado le acompañe
algo que, claro está, hace reaccionar al criado como un resorte ¿Irme yo con él? Mas ¡mal año! No, señor, ni por pienso, porque en viéndose solo me desuelle como a un San Bartolomé (ibíd.).
Insisto, Sancho participa en el diálogo prácticamente en pie de igualdad. Don Quijote no habla a Sancho de modo distinto a como lo hace con otros personajes, pese a lamentar una y otra vez su falta de instrucción ¡Ah pecador de mí, y qué mal parece en los gobernadores el no saber leer ni escribir! Porque has de saber, ¡oh Sancho!, que no saber un hombre leer o ser zurdo arguye una de dos cosas: o que fue hijo de padres demasiado humildes y bajos, o él tan travieso y malo, que no pudo entrar en él el buen uso ni la buena doctrina. Gran falta es la que llevas contigo, y así, querría que aprendieses a firmar siquiera (II, XLIII).
Ningún uso del amo extraña al escudero, que tiene casi siempre la ocurrente réplica oportuna. A la advertencia
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SINTAXIS DEL ESPAÑOL COLOQUIAL
El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dineros: véngase Andrés conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro (ibíd.)
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Ahora acabarás de conocer, Sancho hijo, ser verdad lo que yo otras muchas veces te he dicho de que todas las cosas de este castillo son hechas por vía de encantamiento (I, XLVI)
responde Sancho Así lo creo yo, excepto aquello de la manta, que realmente sucedió por vía ordinaria (ibíd.).
Y en I, L, que trata de unas “discretas altercaciones” entre don Quijote y el canónigo, no duda en meter baza cada vez que el asunto de la conversación le concierne
De nuevo, V. Gaos, esta vez basándose en una opinión ajena, y pensando más en lo que dice que en la forma de decirlo, cree necesario advertir que “los juicios y disposiciones de Sancho [...] parecen a primera vista inverosímiles y superiores a sus talentos y capacidad”. Pero a las objeciones del canónigo vuelve a servirse de argumentos semejantes, que, por cierto, aunque con alguna reserva, acaban siendo del agrado de don Quijote No son malas filosofías ésas, como tú dices, Sancho, pero con todo eso, hay mucho que decir sobre esta materia de condados (ibíd.)
que también alaba su concisión y dotes de condensación. Gaos no cree necesario, en cambio, hacer ninguna indicación cuando, en el mismo capítulo, unas líneas después, un cabrero se dirige a una cabra (¡) ¡Ah, cerrera, cerrera, Manchada, Manchada, y cómo andáis vos estos días de pie cojo! ¿Qué lobos os espantan, hija? ¿No me diréis qué es esto, hermosa? Mas ¡qué puede ser sino que sois hembra y no podéis estar sosegada, que mal haya vuestra condición y la de todas aquellas a quien imitáis! Volved, volved, amiga, que, si no tan contenta, a lo menos estaréis más segura en vuestro aprisco o con vuestras compañeras: que si vos que las habéis de guiar y encaminar andáis tan sin guía y tan descaminada, ¿en qué podrán parar ellas? (ibíd.)
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Trabaje vuestra merced, señor don Quijote, en darme ese condado tan prometido de vuestra merced como de mí esperado, que yo le prometo que no me falte a mí habilidad para gobernarle; y cuando me faltare, yo he oído decir que hay hombres en el mundo que toman en arrendamiento los estados de los señores y les dan un tanto cada año, y ellos se tienen cuidado del gobierno, y el señor se está a pierna tendida, gozando de la renta que le dan, sin curarse de otra cosa: y así haré yo, y no repararé en tanto más cuanto, sino que luego me desistiré de todo y me gozaré mi renta como un duque, y allá lo hayan.
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el cual, por si acaso, se adelanta a lo que puedan pensar sus sesudos interlocutores No querría que por haber yo hablado con esta alimaña tan en seso me tuviesen vuestras mercedes por hombre simple, que en verdad que no carecen de misterio las palabras que le dije. Rústico soy, pero no tanto, que no entienda cómo se ha de tratar con los hombres y con las bestias (ibíd.).
Aunque Cervantes no desaprovecha ocasión para acentuar la oralización de la sintaxis de Sancho, el encadenamiento lógico no puede ser más patente Así escarmentará vuestra merced como yo soy turco; pero, pues dice que si me hubiera creído se hubiera excusado este daño, créame a hora y excusará otro mayor, porque le hago saber que con la Santa Hermandad no hay usar de caballerías, que no se le da a ella por cuantos caballeros andantes hay dos maravedís, y sepa que ya me parece que sus saetas me zumban por los oídos (I, XXIII).
Podría hablarse también, por tanto, de contaminación en la dirección inversa, del escudero (u otros personajes rústicos) al caballero (y demás letrados), en cuyo estilo no son raros, ni mucho menos, los elementos coloquializadores
Pero, más que las influencias en un sentido u otro, lo verdaderamente destacable es la extraordinaria ductilidad de Cervantes, a lo que me referiré después. La original fusión de las dos figuras centrales de la obra se ve sustentada, pues, también sintácticamente. En I, XXV, tras la preparación por el autor de la escena Sancho iba muerto por razonar con su amo y deseaba que él comenzase la plática, por no contravenir a lo que le tenía mandado; mas no pudiendo sufrir tanto silencio
Sancho estalla –Señor don Quijote, vuestra merced me eche su bendición y me dé licencia, que desde aquí me quiero volver a mi casa y a mi mujer y a mis hijos, con los cuales por lo menos hablaré y departiré todo lo que quisiere; porque querer vuestra merced que vaya con él por estas soledades de día y de noche, y que no le hable cuando me diere gusto, es enterrarme en vida.
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Siempre, Sancho, lo he oído decir, que el hacer bien a villanos es echar agua en la mar. Si yo hubiera creído lo que me dijiste, yo hubiera excusado esta pesadumbre; pero ya está hecho: paciencia, y escarmentar para desde aquí adelante (I, XXIII).
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Naturalmente, don Quijote le levanta el castigo, siquiera sea temporalmente Ya te entiendo, Sancho: tú mueres porque te alce el entredicho que te tengo puesto en la lengua. Dale por alzado y di lo que quisieres, con condición que no ha de durar este alzamiento más de en cuanto anduviéremos por estas sierras
y el escudero, que no es precisamente parco en palabras, se vale de una sintaxis que poco tiene que envidiar a la de su amo. Ignoro si hay algún análisis comparativo que haya cuantificado las intervenciones de don Quijote y Sancho, pero no parece que el posible desequilibrio vaya a resultar muy relevante. Desde luego, ni la dimensión ni la complejidad interna de los períodos de que se sirven los distintos personajes revela diferencias sustanciales entre unos personajes y otros (Cano 2005b). Los consejos sobre el buen uso del idioma, que, como es lógico, suelen partir del caballero, se limitan al empleo y significado de determinadas voces y giros. Sancho, además, no es un caso excepcional. Lo mismo puede decirse de otros personajes de igual o similar condición, como el cabrero que, tras escuchar atentamente la célebre y extensa exposición de don Quijote que arranca con las palabras “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados”, trata de ser complaciente
El relato del mozo, que ocupa el capítulo siguiente (I, XII) es interrumpido continuamente por don Quijote, pero sólo para hacerle precisiones léxicas: “eclipse se llama, amigo, que no cris”; “estéril queréis decir, amigo” [había dicho estil]; “decid Sarra” [don Quijote se refiere a Sara, la mujer de Abraham, que vivió ciento veintisiete años, convertida por el mozo en Sarna: “quizá, y aun sin quizá, no habréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años que sarna”]. La sintaxis, pese a los abundantes incisos, en ningún momento presenta desajustes o anomalías; si acaso, alguna que otra repetición, como la del sujeto, por quedar a veces muy distanciado de su predicado Guardábala [Marcela] su tío con mucho recato y con mucho encerramiento; pero, con todo esto, la fama de su mucha hermosura se extendió de manera que así por ella como por sus muchas riquezas, no solamente de los de nuestro pueblo, sino de los de muchas leguas a la redonda, y de los mejores de ellos, era rogado, solicitado e importunado su tío se la diese por mujer (I, XXIII).
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Para que con más veras pueda vuestra merced decir, señor caballero andante, que le agasajamos con pronta y buena voluntad, queremos darle solaz y contento con hacer que cante un compañero nuestro que no tardará mucho en estar aquí; el cual es un zagal muy entendido y muy enamorado, y que, sobre todo, sabe leer y escribir y es músico de un rabel, que no hay más que desear (I, XI).
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De hecho, don Quijote elogia su manera de contar y le anima a seguir proseguid adelante, que el cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con muy buena gracia (ibíd.).
A otro cabrero, a quien don Quijote pregunta si sabe quién es el dueño de unas prendas, se debe otra larga narración, con una andadura sintáctica que poco tiene en común con la de la lengua cotidiana Salió a nosotros con mucha mansedumbre, ya roto el vestido y el rostro desfigurado y tostado del sol, de tal suerte que apenas le conocíamos, sino que los vestidos, aunque rotos, con la noticia que de ellos teníamos, nos dieron a entender que era el que buscábamos. Saludonos cortésmente y en pocas y muy buenas razones nos dijo que no nos maravillásemos de verle andar de aquella suerte, porque así le convenía para cumplir cierta penitencia que por sus muchos pecados le había sido impuesta. [...]. En cuanto lo que tocaba a la estancia de su habitación, dijo que no tenía otra que aquella que le ofrecía la ocasión donde le tomaba la noche; y acabó su plática con un tan tierno llanto, que bien fuéramos de piedra los que escuchado le habíamos si en él no le acompañáramos, considerándole cómo le habíamos visto la vez primera y cuál le veíamos entonces (ibíd.).
Confusas estaban la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que así las entendían como si hablara en griego, aunque bien alcanzaron que todas se encaminaban a ofrecimiento y requiebros; y, como no usadas a semejante lenguaje, mirábanle y admirábanse, y parecíales otro hombre de los que se usaban (I, XVI).
Pero son las razones las que causan confusión en las tres mujeres, no el modo de exponerlas don Quijote. De hecho, algo más adelante, el autor así lo dice explícitamente de Maritornes, aunque en ese caso las “razones” que nublan su entendimiento no son sólo lingüísticas estaba congojadísima y trasudando de verse tan asida de don Quijote, y, sin entender ni estar atenta a las razones que le decía, procuraba sin hablar palabra, desasirse (ibíd.).
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SINTAXIS DEL ESPAÑOL COLOQUIAL
Que el examen de los esquemas oracionales no revele divergencias notables no quiere decir, entiéndase bien, que la sintaxis sea escasamente variada, y, mucho menos, que a Cervantes escapen las diferencias entre modalidades de uso diversas. El efecto que el altisonante estilo adoptado por don Quijote tiene sobre sus oyentes le lleva a escribir
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Ni siquiera en las alusiones del autor a la forma de expresión o modo de hablar, como cuando dice que “los cuadrilleros no entendían el frasis de don Quijote” (I, XLV), ha de entenderse otra cosa; los miembros de la cuadrilla, que no están al tanto de la maquinación tramada por los demás, no salen de su asombro ante la locura de don Quijote, para quien una venta es castillo encantado. Y aunque en algún momento se refiere a la adaptación de la manera de expresarse de algún personaje la cual [la infanta], con ademán señoril y acomodado al estilo de don Quijote, le respondió... (I, XLVI)
la adecuación, en la práctica, apenas se percibe; y no duda en igualar la sintaxis de un ventero y la del caballero andante –Muchas y muy grandes son las mercedes, señor alcalde, que en este vuestro castillo he recibido, y quedo obligadísimo a agradecéroslas todos los días de mi vida. Si os las puedo pagar en haceros vengado de algún soberbio que os haya fecho algún agravio, sabed que mi oficio no es otro sino valer a los que poco pueden y vengar a los que reciben tuertos y castigar alevosías. Recorred vuestra memoria, y si halláis alguna cosa de este jaez que encomendarme, no hay sino decilla, que yo os prometo por la orden de caballero que recibí de faceros satisfecho y pagado a toda vuestra voluntad.
–Señor caballero, yo no tengo necesidad de que vuestra merced me vengue ningún agravio, porque yo sé tomar la venganza que me parece, cuando se me hacen. Sólo he menester que vuestra merced me pague el gasto que esta noche ha hecho en la venta, así de la paja y cebada de sus dos bestias como de la cena y camas (I, XVII).
La técnica constructiva habitual de Sancho, aunque a veces es rematada con claros guiños a la oralidad Yo soy tan venturoso, que, cuando eso fuese y vuestra merced viniese a hallar espada semejante, sólo vendría a servir y aprovechar a los armados caballeros, como el bálsamo; y a los escuderos, que se los papen duelos [‘que se fastidien’, ‘que los parta un rayo’] (I, XVIII)
no es de una complejidad inferior a la de otros personajes. Quizás no alcance a servirse con igual intensidad de las yuxtaposiciones antitéticas o paralelísticas de que se vale Ambrosio
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El ventero le respondió con el mismo sosiego:
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ése es el cuerpo de Grisóstomo, que fue único en el ingenio, solo en la cortesía, extremo en la gentileza, fénix en la amistad, magnífico sin tasa, grave sin presunción, alegre sin bajeza, y, finalmente, primero en todo lo que es ser bueno, y sin segundo en todo lo que fue ser desdichado. Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la soledad, sirvió a la ingratitud, de quien alcanzó por premio ser despojos de la muerte en la mitad de la carrera de su vida (I, XIII)
ni llegue a la vertebración arquitectónica del larguísimo parlamento de Marcela que arranca No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho, sino a volver por mí misma y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos. Hízome el cielo... (I, XIV)
pero no escasean, ni mucho menos, en él los procedimientos retóricos, en los que la intención irónica rara vez está ausente
En ocasiones, la comicidad acaba por dominarlo todo, como en el hilarante episodio en que el escudero, muerto de miedo, pero no más que su amo, no puede evitar hacer lo que a don Quijote le lleva a exclamar ahora más que nunca hueles, y no a ámbar (I, XX).
El lector no puede forjarse una foto fija de cada personaje, porque Cervantes sabe amoldar su expresión a los cambios de situación. Cuando don Quijote le habla del bálsamo de Fierabrás (“con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna”), Sancho intenta llevar la conversación al terreno del interés práctico, pero con una estrategia constructiva que de popular tiene bien poco Si eso hay, yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otra cosa en pago de mis muchos y buenos servicios sino que vuestra
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Señor, yo soy hombre pacífico, manso, sosegado, y sé disimular cualquiera injuria, porque tengo mujer e hijos que sustentar y criar. Así que séale a vuestra merced también aviso, pues no puede ser mandato, que en ninguna manera pondré mano a la espada, ni contra villano ni contra caballero, y que desde aquí para delante de Dios perdono cuantos agravios me han hecho y han de hacer, ora me los haya hecho o haga o haya de hacer persona alta o baja, rico o pobre, hidalgo o pechero, sin exceptar estado ni condición alguna (I, XV).
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merced me dé la receta de ese extremado licor, que para mí tengo que valdrá la onza adondequiera más de a dos reales, y no he menester yo saber ahora si tiene mucha costa el hacelle (I, X).
A renglón seguido, sin embargo, se pone el traje de consejero sentencioso para hacer bajar a su amo de la pura fantasía Que dé al diablo vuestra merced tales juramentos, señor mío, que son muy en daño de la salud y muy en perjuicio de la conciencia. Si no, dígame ahora: si acaso en muchos días no topamos hombre armado con celada, ¿qué hemos de hacer? ¿Hase de cumplir el juramento [se refiere al que hizo el marqués de Mantua de “no comer pan a manteles, ni con su muger folgar, y otras cosas que, aunque de ellas no me acuerdo, las doy aquí por expresadas” hasta no vengar la muerte de su sobrino Valdovinos], a despecho de tantos inconvenientes e incomodidades, como será el dormir vestido y el no dormir en poblado, y otras mil penitencias que contenía el juramento de aquel loco viejo del marqués de Mantua, que vuestra merced quiere revalidar ahora? Mire vuestra merced bien que por todos esos caminos no andan hombres armados, sino arrieros y carreteros, que no sólo no traen celadas, pero quizá no las han oído nombrar en todos los días de su vida (I, X).
Pero tampoco don Quijote está siempre en las nubes
Tan extraordinaria ductilidad se pone, como acabo de decir, casi siempre al servicio de la ironía. El mercader toledano, burlón, sigue el juego de la confusión delirante de don Quijote, para lo que se adapta a su estilo Señor caballero, suplico a vuestra merced en nombre de todos estos príncipes [así llama a los compañeros de oficio] que aquí estamos que, porque no encarguemos nuestras conciencias confesando una cosa por nosotros jamás vista ni oída, y más siendo tan en perjuicio de las emperatrices [de Emperatriz de la Mancha acaba de calificar don Quijote a Dulcinea del Toboso] y reinas de Alcarria y Extremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo (I, IV).
Y un caminante, al ver la pérdida de juicio del caballero, le somete –con una línea argumental impecablemente trenzada– a toda clase de interpelaciones y provocaciones burlescas Con todo eso, me queda un escrúpulo, y es que muchas veces he leído que se traban palabras entre dos andantes caballeros, y, de una en otra, se les viene a
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Ya te he dicho, Sancho [...] que te vendrán como anillo al dedo [...]. Pero [...] mira si traes algo en esas alforjas que comamos... (I, X).
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encender la cólera, y a volver los caballos y tomar una buena pieza del campo, y luego, sin más ni más, a todo el correr de ellos, se vuelven a encontrar, y en mitad de la corrida se encomiendan a sus damas [...]. Mejor fuera que las palabras que en la carrera gastó encomendándose a su dama las gastara en lo que debía y estaba obligado como cristiano. Cuanto más, que yo tengo para mí que no todos los caballeros andantes tienen damas a quien encomendarse, porque no todos son enamorados (I, XIII).
A la reacción del caballero (“Eso no puede ser”) replica Con todo eso, me parece, si mal no me acuerdo, haber leído que don Galaor, hermano del valeroso Amadís de Gaula, nunca tuvo dama señalada a quien pudiese encomendarse; y, con todo esto, no fue tenido en menos, y fue un muy valiente y famoso caballero (ibíd.).
Don Quijote, aparte de considerar excepcional el caso (“una golondrina sola no hace verano”), le hace ver que el hermano de Amadís sí se encomendaba a su dama, pero en secreto, lo que da pie al caminante para proseguir con su línea argumentativa Luego si es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado, bien se puede creer que vuestra merced lo es [...], le suplico, en nombre de toda esta compañía y en el mío, nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su dama (ibíd.).
¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza arrojas y espada sacas, ¡el agua cuán presto verás que al gato llevas! Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes que mira si otra dices cosa (I, VIII)
o como en el divertido, y modernísimo, intercambio de Sancho con la ventera y su doncella, que tratan de aliviar a amo y escudero de los golpes recibidos en el apaleamiento, y que Sancho trata en vano de achacar a una caída –Haga vuestra merced, señora, de manera que queden algunas estopas, que no faltará quien las haya menester, que también me duelen a mí un poco los lomos. –De esa manera –respondió la ventera– también debistes vos de caer. –No caí –dijo Sancho Panza–, sino que, del sobresalto que tomé de ver caer a mi amo, de tal manera me duele a mí el cuerpo, que me parece que me han dado mil palos.
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De la ironía se pasa a veces a la parodia –jamás burda–, como cuando el vizcaíno, al que don Quijote ha negado el trato de caballero, exclama
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–Bien podrá ser eso –dijo la doncella–, que a mí me ha acontecido muchas veces soñar que caía de una torre abajo y que nunca acababa de llegar al suelo, y cuando despertaba del sueño hallarme tan molida y quebrantada como si verdaderamente hubiera caído (I, XVI).
La conversación sigue, y el propio escudero deja al descubierto su engaño Verdad es que si mi señor don Quijote sana de esta herida... o caída y yo no quedo contrecho de ella, no trocaría mis esperanzas con el mejor título de España (ibíd.).
4.
Rasgos de sintaxis oral-coloquializada
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él: –Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario le acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por la mitad del cuerpo o, finalmente, le venzo y rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: “Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula 6. En una extensa nota inicial, tras afirmar que las cuestiones relacionadas con el tema del entrelazamiento entre el discurso oral y el escrito se han investigado sólo tangencialmente, aclara que su propósito es completar las “sólidas pautas de identificación del elemento oral en la narrativa de Cervantes” que se encuentran en M. Moner (1989), por medio de la aplicación del concepto bakhtiniano de dialogismo.
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SINTAXIS DEL ESPAÑOL COLOQUIAL
Según A. Sacido (1995/1997)6, en el Quijote hay, “a todos los niveles”, tanto una confrontación entre el discurso “retóricamente complejo” procedente del mundo de la escritura y el “llano” de procedencia oral, como entrelazamiento e imbricación entre uno y otro. Ve, por ejemplo, un enfrentamiento claro entre el “relatar llano del narrador inicial” –donde “una cadena acumulativa de yuxtaposiciones de períodos simples formados de verbo y complemento, seguida de una más compleja pero relativamente concisa oración” responde a la sintaxis meramente “aditiva, acumulativa y paratáctica” que es “propia de la oralidad”– y las palabras que don Quijote se dirige a sí mismo, donde la sintaxis es “enrevesada y compleja”, plasmada por una “intrincada cadena de subordinaciones y coordinaciones, marcada por constantes aposiciones aclarativas”:
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Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante la vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante”? (I, I).
Aparte de la eliminación –sin indicación alguna– de la causal explicativa encabezada con porque (aquí restituida en cursivas), y de algún que otro desliz en el análisis (limpias sus armas no responde al esquema “verbo+complemento”, y no es paratáctica ni meramente aditiva una construcción en que figuran varios participios y un gerundio de carácter absoluto), no parece que el ejemplo aducido sea el más adecuado para poner de manifiesto una oposición entre la oralidad paratáctica del narrador y la intrincada hipotaxis vinculada a la escritura del parlamento del caballero. Basta advertir el notable paralelismo de este con algo oído por mí en una conversación producida en una situación de notable proximidad comunicativa, para comprobar que las supuestas correspondencias no son tan claras:
En todo caso, es significativo que A. Sacido hable bastante más de entrelazamiento e interacción que de confrontación cuando en los diálogos se centra, y, sobre todo, que prácticamente abandone el nivel sintáctico. Las diferencias de usos lingüísticos que encuentra entre los distintos personajes conciernen –dice, sin precisar mucho– al estilo, al léxico, a ciertos instrumentos lingüísticos, técnicas, rasgos..., claramente orales, de que se valen unos (alude, cómo no, al relato del mozo repetidamente interrumpido por don Quijote, que hace precisiones léxicas: eclipse [no cris], estéril [no estil], etc., al que antes me he referido), y no otros. Pero ¿cuadra tal caracterización a la irónica respuesta que da el ventero (para don Quijote, “alcaide de la fortaleza”), cuando el caballero, habituado al sacrificio (“para mí, cualquier cosa basta, porque mis arreos son las armas, mi descanso el pelear, etc.”), le solicita alojamiento? –Según eso, las camas de vuestra merced serán duras peñas, y su dormir, siempre velar; y siendo así bien se puede apear, con seguridad de hallar en esta choza ocasión y ocasiones para no dormir en todo un año, cuanto más en una noche (I, II).
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Lo que pasa es que, si por casualidad me encuentro con él, cosa que me puede pasar cualquier día, y voy y le digo que me pague lo que me debe, y va el tío y me dice que no, y yo, que me conozco, me caliento y me caliento..., o le pego una guantá[da], sin más, ¿no te parece que debería ir a hablar con su padre y decirle lo que ha pasado?
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Como era de esperar, Sancho es –para Sacido– quien más “basa su discurso en instrumentos lingüísticos y retóricos de la oralidad” (su lenguaje, llega a decir, es “puramente oral”), en contraste con don Quijote, “representante del medio expresivo y artístico de la escritura”, si bien admite un creciente “proceso de permeabilidad”, a través del cual “algunos modos lingüísticos” del segundo van pasando al primero. Ya me he referido al supuesto contagio. Por lo demás, no demuestran nada, como he dicho al principio, algunos de los escasos ejemplos sintácticos aducidos por Sacido para ilustrar ese contraste: así, cuando Sancho, acusado por el barbero de haberse contagiado de la locura de su amo –“os empeñastes de sus promesas”–, salta como un resorte: “Yo no estoy preñado de nadie, ni soy hombre que me dejaría empreñar...”, habla de “sintaxis meramente acumulativa dominada por la parataxis ejercida exclusivamente por la conjunción y”; y otros, más bien revelan lo contrario. ¿Cómo calificar de meras “cláusulas encadenadas” –empleadas, añade, como simple mecanismo “nemotécnico propiamente oral”– las que se suceden en esta réplica de Sancho?:
No, la sintaxis de los diálogos del Quijote no permite repartir a los personajes en dos grupos, a uno de los cuales correspondería en propiedad una marcada oralidad. La viveza de los intercambios dialogados, por lo demás, no deriva sólo de recursos tan llamativos como las frecuentes exclamaciones, gritos, imprecaciones, interrogaciones más o menos retóricas, etc. (además del mencionado uso continuo de refranes y expresiones populares), que, insisto, no brotan sólo de labios de Sancho ¿Qué diablos de venganza hemos de tomar, si éstos son más de veinte, y nosotros no más de dos, y aun quizás nosotros sino uno y medio? (I, XV) ¡Qué tengo de dormir, pesia a mí, que no parece sino que todos los diablos han andado conmigo esta noche! (I, XVII) ¿Cómo no? Por ventura el que ayer mantearon ¿era otro que el hijo de mi padre? Y las alforjas que hoy me faltan con todas mis alhajas ¿son de otro que del mismo? (I, XVIII)
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–No sé esas filosofías, mas sólo sé que tan presto tuviese yo el condado como sabría regirle, que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más, y tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo: y siéndolo, haría lo que quisiese; y haciendo lo que quisiese, haría mi gusto; y haciendo mi gusto, estaría contento; y en estando uno contento, no tiene más que desear; y no teniendo más que desear, acabose, y el estado venga, y a Dios y veámonos, como dijo un ciego a otro (I, L).
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¡Desdichado de mí! Si acaso esta aventura fuese de fantasmas, como me lo va pareciendo, ¿adónde habrá costillas que la sufran? (I, XIX) ¡Y montas que no sabría yo autorizar el litado! [‘¡vaya si sabría yo estar a la altura!’] (I, XXI)
sino de casi todos los personajes, como el barbero, ¡Ah, don ladrón, que aquí os tengo! ¡Venga mi bacía y mi albarda, con todos mis aparejos que me robastes! [...] ¡Aquí del rey y de la justicia, que sobre cobrar mi hacienda me quiere matar este ladrón, salteador de caminos! (I, XLIV) ¡Válame Dios! ¿Qué es posible que tanta gente honrada diga que ésta no es bacía, sino yelmo? (I, XLV)
el ventero A otro perro con ese hueso. ¡Como si yo no supiese cuántas son cinco, y adónde me aprieta el zapato! (I, XXXII)
Pues a tenerla yo aquí, desgraciado yo, ¿qué nos faltaba? (I, XV) ¿Tan malas obras te hago, Sancho, que me querrías ver muerto con tanta brevedad? (I, XVII) ¡Qué poco sabes, Sancho, de achaque de caballería! [...] ¿qué mayor contento puede haber en el mundo o qué gusto puede igualarse al de vencer una batalla y al de triunfar de su enemigo? (I, XVIII) ¡Hablara yo para mañana! ¿Y hasta cuándo aguardábades a decirme vuestro afán? (I, XIX) ¿Yo qué diablos sé? (I, XX) ¡Afuera, malignos encantadores! ¡Afuera, canalla hechiceresca, que yo soy don Quijote de la Mancha, contra quien no valen ni tienen fuerza vuestras malas intenciones! (II, XLVI) ¿Católicas? [Sancho acaba de decirle que “estas visiones que por aquí andan, que no son del todo católicas”] ¡Mi padre! ¿Cómo han de ser católicas, si son todos demonios que han tomado cuerpos fantásticos para venir a hacer esto y ponerme en este estado? (I, XLVII) pero que me lleven a mí ahora sobre un carro de bueyes, ¡vive Dios que me pone en confusión! (I, XLVII).
Ni siquiera hay que rebuscar para hallar improperios en don Quijote, dirigidos a menudo a su propio escudero ¡Oh bellaco villano, malmirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente! (I, XLVI)
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o el propio don Quijote
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aunque, eso sí, casi siempre atenuados7, y sin descender –salvo al reproducir palabras de Sancho– a los vulgares usados por éste Ahora te digo, Sanchuelo, que eres el mayor bellacuelo que hay en España. Dime, ladrón, vagamundo, ¿no me acabaste de decir ahora que esta princesa se había vuelto en una doncella que se llamaba Dorotea, y que la cabeza que entiendo corté a un gigante era la puta que te parió, con otros disparates que me pusieron en la mayor confusión que jamás he estado en todos los días de mi vida? ¡Voto... –y miró al cielo y apretó los dientes– que estoy por hacer un estrago en ti que ponga sal en la mollera a todos cuantos mentirosos escuderos hubiere de caballeros andantes de aquí adelante en el mundo! (I, XXXVII).
La discreción le impide terminar lo que se hubiera acercado a una blasfemia (‘¡Voto a Dios!’), pero Cervantes se encarga de compensar la interrupción con una clara referencia a gestos inequívocos (“miró al cielo y apretó los dientes”), que el lector conoce, al igual que ha de saber que ¡Como eso no habrá llegado! (I, XIII) [‘¡imposible que no lo conozca!’]
7. Digo casi siempre, porque no falta algún caso en que parece que a don Quijote se le va la lengua. En I, LII, el cabrero ha terminado su cuento, que “general gusto causó a todos”. Don Quijote, que no acaba de discernir lo que es real de la ficción, se dirige al hermano cabrero: “si yo me hallara posibilitado de poder comenzar alguna aventura, que luego luego me pusiera en camino porque vos la [ventura] tuviérades buena,...”. El cabrero, sorprendido por “el mal pelaje y catadura” de quien así le habla, pregunta al barbero: “¿quién es este hombre que tal talle tiene y de tal manera habla?”; y al respondérsele que se trata nada menos que del famoso don Quijote, se permite un comentario (“para mí tengo o que vuestra merced se burla o que este gentilhombre debe de tener vacíos los aposentos de su cabeza”) que, no sólo hace estallar al caballero (“Sois un grandísimo bellaco, y vos sois el vacío y el menguado, que yo estoy más lleno que jamás lo estuvo la muy hideputa puta que os parió”), sino que pasa a la acción: “Y, diciendo y haciendo, arrebató de un pan que junto a sí tenía y dio con él al cabrero en todo el rostro, con tanta furia, que le remachó las narices...”. Pero es que nada hay que ponga más furioso a don Quijote que dudar de su inteligencia y juicio. Por lo demás, es sabido que la expresión la hideputa que te parió no era tan grave como hoy.
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era una expresión corriente, generalmente acompañada del gesto de extender el dedo corazón haciendo una higa (eso). En ciertos casos, una exclamación condensa todo un enunciado, cuyo cabal entendimiento se alcanza contextualmente. Así, cuando, en una escena burlesca más, Basilio consigue –fingiéndose herido de muerte– que el cura lo despose con Quiteria
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El cual, así como recibió la bendición, con presta ligereza se levantó en pie, y con no vista desenvoltura se sacó el estoque, a quien servía de vaina su cuerpo. Quedaron todos los circunstantes admirados, y algunos de ellos, más simples que curiosos, en altas voces comenzaron a decir: –¡Milagro, milagro! Pero Basilio replicó: –¡No milagro, milagro, sino industria, industria! [‘maña, astucia’] (II, XXI).
Tampoco me detendré en aquellos usos ampliamente atestiguados desde antiguo en los más variados tipos textuales. Es el caso, por ejemplo, del que empleado como engarzador inespecífico o conector genérico en los más variados contextos Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo [el labrador a su criado Andrés, una vez que se ha marchado don Quijote] (I, IV) Mas yo [quien habla es el barbero] me tengo la culpa de todo, que no avisé a vuestras mercedes de los disparates de mi señor tío, para que los remediaran antes de llegar a lo que ha llegado, y quemaran todos estos descomulgados libros, que tiene muchos que bien merecen ser abrasados (I, V) Señor –respondió don Quijote–, eso no puede ser menos en ninguna manera, y caería en mal caso el caballero andante que otra cosa hiciese, que ya está en uso y costumbre en la caballería andantesca que el caballero andante que al acometer algún gran fecho de armas tuviese su señora delante, vuelva a ella los ojos blanda y amorosamente... (I, XIII) Y uno de éstos fue Amadís, cuando, llamándose Beltenebros, se alojó en la Peña Pobre, no sé si ocho años u ocho meses, que no estoy muy bien en la cuenta (I, XV) Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala (II, XXVI)
cuyo carácter oral es patente. Ante el requerimiento de su amo (“¿qué te parece de esto, Sancho hijo?”) para que exprese su opinión acerca de los encantamientos que afectan a los caballeros andantes, Sancho contesta No sé yo lo que me parece, por no ser tan leído como vuestra merced en las escrituras andantes; pero, con todo eso, osaría afirmar y jurar que estas visiones que por aquí andan, que no son del todo católicas (I, XLVII)
repetición que igualmente se halla en don Quijote; al reencontrar al criado que había liberado cuando estaba siendo azotado por su amo, le recuerda Pero ya te acuerdas, Andrés, que yo juré que si no te pagaba, que había de ir a buscarle y que le había de hallar, aunque se escondiese en el vientre de la ballena (I, XXXI).
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Por cierto, al lamentarse Andrés, resignado (“así es la verdad, pero no aprovechó nada”), el caballero le responde con una expresión marcadamente oral: Ahora verás si aprovecha.
Asimismo, no merece la pena insistir en otros hechos, también conocidos, como la utilización de la unión asindética o de la coordinación para la expresión de las más diversas relaciones, algo que, ya lo he dicho, no puede verse, sin más, como reflejo de la carencia de elaboración, o, mucho menos, de la impericia o falta de destreza, pues aparece en todos los personajes. O como la anticipación focalizadora o pretemática de elementos diversos –Y la señora ¿quién es? –preguntó el cura. –Tampoco sabré decir eso –respondió el mozo–, porque en todo el camino no la he visto el rostro; sospirar sí la he oído muchas veces, y dar unos gemidos, que parece que con cada uno de ellos quiere dar el alma (I, XXXVI).
Claramente orales son también ciertos empleos de si para abrir exclamaciones ponderativas de sentidos diversos
o el sentido de contraposición presente en bastantes comparativas, como cuando, no sin ironía, dice Sancho a su amo Más bueno era vuestra merced para predicador que para caballero andante (I, XVIII)
y consecutivas de intensidad, que encierran una comparación elativa; Sancho se sorprende de que la moza ignore lo que es un caballero ¿Tan nueva sois en el mundo, que no lo sabéis vos? (I, XVI)
y trata de aclarárselo es una cosa que en dos palabras se ve apaleado y emperador: hoy está la más desdichada criatura del mundo y la más menesterosa, y mañana tendría dos o tres coronas de reinos que dar a su escudero (ibíd.).
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¡Mirá, en hora maza [‘mala’], si me decía a mí [habla el ama] bien mi corazón del pie que cojeaba mi señor! (I, V) ¡Oh, señor, si supiéssedes las nuevas que me habéis contado y cómo me tocan tan en parte que me es forzoso dar muestras de ello con estas lágrimas que contra toda mi discreción y recato [quien habla es el oidor] me salen por los ojos! (I, XLII)
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Uno de los obstáculos del análisis del discurso oral, y particularmente de la conversación prototípicamente coloquial, es la insuficiencia o inadecuación del cuadro de unidades operativas con que opera el lingüista. Los esfuerzos por encontrar otras más idóneas no acaban de proporcionar resultados del todo satisfactorios (Fuentes 2000a; Cortés Rguez 2002c; Briz / Grupo Val.Es.Co 2003; etc.), pero coinciden en reconocer la necesidad de superar los límites de la oración, definida en términos de estructura predicativa, y atender prioritariamente a la acción conjunta y solidaria de los recursos contextualizadores, especialmente los prosódicos, y del componente significativo. Así, para el Groupe Aixois de Recherches en Syntaxe (GARS), la unidad central de la macro-syntaxe, que denominan noyau, es aquella que “est dotée d’une autonomie intonative et sémantique” (Blanche-Benveniste 1997: 113). En los diálogos del Quijote, como se ha visto, el control estructural de los esquemas oracionales se respeta casi siempre, pero la explotación que de los mismos se hace requiere del lector para su interpretación contar constantemente con el proceso enunciativo que subyace a todo enunciado y su correspondiente contextualización. Sucede así, por ejemplo, con ciertas estructuras causales, denominadas precisamente de la enunciación. Al preguntarle don Quijote por qué le llaman “el Caballero de la Triste Figura”, Sancho responde
Lo mismo cabe decir de muchas finales, en las que para que+subjuntivo (o para+infinitivo) marcan una clara confrontación contrastiva “Mal cristiano eres, Sancho [...] ¿Qué pie sacaste cojo, qué costilla quebrada, qué cabeza rota, para que no se te olvide aquella burla?” [se refiere don Quijote al manteo sufrido por su escudero] (I, XXI). ¿Qué diablos de fortaleza o castillo es éste, para obligarnos a guardar estas ceremonias? (I, XLIII).
En el episodio, ya referido, en que Basilio se finge moribundo para conseguir que el cura lo case con Quiteria, Sancho se huele la estratagema: Para estar tan herido este mancebo, mucho habla (II, XXVI).
Y algo parecido se ofrece con el resto de los tipos de oraciones impropiamente llamadas adverbiales. Al célebre discurso de don Quijote de las armas y las letras pertenece el enunciado siguiente
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Yo se lo diré, porque le he estado mirando un rato a la luz de aquella hacha que lleva aquel malandante, y verdaderamente tiene vuestra merced la más mala figura, de poco acá, que jamás he visto (I, XIX).
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Pues comenzamos en el estudiante por la pobreza y sus partes, veamos si es más rico el soldado, y veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza (I, XXXVIII)
donde pues abre una mera bipolaridad contrastiva, cercana, por cierto, a la que se logra a menudo por medio del período condicional. Ante la aclaración por don Quijote de que los encantados no se dejan ver de nadie, Sancho replica Si no se dejan ver, déjanse sentir; si no, díganlo mis espaldas (I, XVII).
La adopción de una perspectiva discursiva, supraoracional, que atienda al proceso de enunciación subyacente al enunciado resultante, y tenga en cuenta el conjunto de condiciones que permiten que se plasme como esquema bipolar que no se limita a establecer una relación entre sus dos miembros, es ineludible cuando se aborda la construcción del discurso dialogado, y especialmente cuando pretendemos desvelar su grado de oralidad. Todo tiene que ver, en última instancia, con las preguntas que no deberían dejar de plantearse jamás: ¿qué han de compartir emisor y receptor para que el contenido de un enunciado que responde a la forma de un período condicional deba interpretarse por encima del esquema oracional? ¿por qué y, sobre todo, para qué se elige una solución en la que no todo, ni mucho menos, se reduce a la estructura hipotáctica o paratáctica empleada? Se trata, en definitiva, de una cuestión de eficiencia pragmática, no de mero control predicativo, por más que no sea fácil en muchos casos hacer explícito todo aquello con lo que se ha de contar para la cabal comprensión del enunciado manifiesto. En suma, puede decirse que ninguno de los recursos orales es desaprovechado por Cervantes, sobre todo si ayuda a lograr un fino tono irónico, que sólo es abandonado cuando, por fin, don Quijote recobra la cordura y también su verdadero nombre, “Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de bueno”. Pese a que Sancho trata de animarlo, ¿Ahora, señor don Quijote, que tenemos nueva que está desencantada la señora Dulcinea, sale vuestra merced con eso? (II, LXXIV)
el caballero, moribundo, no está ya para más desencantamientos. 5.
A vueltas con el realismo
Si casi nada de lo que acabo de decir ha pesado en la caracterización del estilo literario, es porque se da por sentado que lo material de la expresión
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queda subsumido en lo semántico, a lo que un lector normal, es decir, provisto de una competencia media, accede sin dificultad. Ahora bien, contar con la participación activa del lector es precisamente lo que está llevando, por fin, a plantear adecuadamente la cuestión del realismo literario, a la que aludí al principio. Una obra cobra pleno sentido –dice D. Villanueva (2004)– “cuando sobre ella se proyecta intencionalmente el lector”; y hasta tal punto “todo se basa en su intencionalidad”, que “incluso puede situarse al margen del propósito del autor”. La noción ha de verse, pues, como vivencia intencional del que lee. Dámaso Alonso, constante referencia para el anterior, llegó a preguntarse a propósito del Lazarillo: ¿hasta cuándo la crítica filológica, literaria y lingüística va a seguir sin enterarse de que lo importante, lo único importante, es precisamente la ilusión del lector, y en lingüística, la del hablante? (1985: 586). Ni siquiera él, que fue a la vez creador, crítico, filólogo y lingüista, creyó imprescindible establecer una correlación clara entre realismo y sintaxis oral. De hecho, el fragmento dialogado que considera “la cima de todo el realismo literario del mundo”, aquel en que el hidalgo no se atreve a pedirle a Lázaro de lo que come (un poco de pan y de uña de vaca), hasta que, vencido por el hambre, se decide a hacerlo,
no es, desde la óptica sintáctica, un dechado de proximidad comunicativa. Tampoco lo son los extensos y bien trabados monólogos de Sancho en la II Parte, donde, a juicio de D. Alonso, el personaje está “vertido completamente a lo real”, y, “hundido en una sima de desilusión”, ya no le importa engañar con picardía. Ello no le impide, sin embargo, referirse a la maestría de Cervantes para servirse del lenguaje popular9 y de su arte naturalista, que lo inserta en una tradición realista –de realismo psicológico o de almas prefiere hablar, si bien acaba por confluir, sobre todo en sus Novelas ejemplares, con el realismo de cosas– ininterrumpida de nuestra literatura. 8. A su vez, el cuadro de más intenso realismo de toda la obra cervantina es, según él, un parlamento de la ramera Cariharta, en Rinconete y Cortadillo, a la que su amante, el rufián Repolido, acaba de dar una soberana paliza Ay, no diga vuesa merced, señor Monipodio, mal de aquel maldito, que cuan malo es, le quiero más que a las telas de mi corazón, y hanme vuelto el alma al cuerpo las razones que en su abono ha dicho mi amiga la Gananciosa, y en verdad que estoy por ir a buscarle. Pero no es muy distinto de muchos que se encuentran en el Quijote, como la respuesta de la sobrina a don Quijote: “¡Ay, desdichada de mí, que también mi señor es poeta! Todo lo sabe, todo lo alcanza: yo apostaré que si quisiera ser albañil, que supiera fabricar una casa como una jaula” (II, VI). 9. “... Y el habla popular se hizo arte” es el llamativo título de un trabajo de V. García de la Concha (2005), sobre el estilo cervantino.
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Dígote, Lázaro, que tienes en comer la mejor gracia que en mi vida vi a hombre; y que nadie te lo ve hacer que no le pongas gana, aunque no la tenga8
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Muchos son los aspectos en los que los diálogos sostenidos por don Quijote y Sancho Panza “suministran una considerable cantidad de información sobre el español coloquial de la época”, por ejemplo, en las estrategias para expresar cortesía y descortesía (Haverkate 2001). En la captación de su sintaxis, Cervantes también constituye “el primer hito destacable” (Seco 1973 y 1983) de un largo y lento proceso y “pauta para experimentos futuros” (Senabre 1992). Aunque no hay duda de que en la novela realista del siglo XIX los logros en tal sentido son notables, considero que un salto cualitativo no se da hasta bien avanzado el siglo XX, en que ciertos narradores de la postguerra, como R. Sánchez Ferlosio y, algo más tarde, Carmen Martín Gaite consiguen conquistar para la literatura una modalidad de uso tan distante de la literaria. Tal conquista se ha podido producir, entre otras razones, por contarse con lectores capaces de suplir y activar mecanismos de contextualización que el medio gráfico no (o de forma muy limitada) puede proporcionar. Sin complicidad entre escritor y lector, la operación estaría condenada al fracaso. Únicamente la restitución del contorno melódico apropiado y la vivificación de la escena en que tiene lugar la conversación permiten no disociar recursos y factores que en el coloquio real actúan simultánea y solidariamente, y, en definitiva, inferir el sentido cabal de los enunciados. En Irse de casa, una de las últimas novelas de la autora que acabo de citar, dos jóvenes hablan de las ventajas que a los autores noveles pueden reportar las llamadas escuelas de letras:
La confianza en que el lector va a reponer lo que la escritura no refleja (particularmente las secuencias “Ya, te van a ayudar. Por aquí”), impulsa a ensayar la mímesis, siempre relativa, de la peculiar andadura sintáctica de las actuaciones orales, incluidas las propias de la familiaridad. En la conversación real, los hablantes persiguen, sobre todo, ser eficientes pragmáticamente, persuadir y convencer al otro o a los otros, y lograr que modifiquen, si es posible, sus presupuestos. Al servicio de tal propósito se pone una técnica constructiva en la que no importa que vayan quedando vestigios verbales de los tanteos aproximativos que tienen lugar en la producción enunciativa, siempre en colaboración entre los interlocutores. Tampoco preocupa volver atrás una y otra vez, o introducir incisos que maticen o corrijan una estructura iniciada, que aparentemente queda inconclusa o suspendida. Todo ello da lugar una sintaxis de aspecto parcelado o acumulativo, en la que el control estrictamente predicativo se ve notablemente afectado, cuando no salta por los aires, no tanto porque sean frecuentes los anacolutos, anomalías o
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–Pero después te ayudan a colocar el libro y esas cosas. –Ya, te van a ayudar. Por aquí. Ellos cobran y punto. Luego te tienes que encontrar un agente, y ni aun así, no dan abasto los agentes.
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transgresiones, que es lo que a menudo se señala, como por obedecer a una distinta jerarquización de los contenidos expresados. La disposición y organización secuencial de los enunciados de la conversación auténtica (cuya transcripción no es útil más que a los lingüistas) no puede, en rigor, trasladarse a la escritura si no se somete a un notable maquillaje. En otro pasaje de la citada obra de C. Martín Gaite, en que uno de los personajes trata de vencer la resistencia de su hermana –Yo, lo que no entiendo, la verdad, Manuela, y papá tampoco, bueno, no lo entendemos ninguno, es por qué no te vienes de una vez con nosotros, pensamos quedarnos hasta mediados de septiembre y está haciendo un tiempo de fábula
los sucesivos sujetos del verbo entender, más que rectificar, van ampliando progresivamente (las pausas son pertinentes) el ámbito referencial, hasta abarcar a la totalidad de la familia, con lo que se va reforzando el poder persuasivo del ruego. En consecuencia, de la habilidad con que se lleve a cabo tal filtrado de la oralidad dependerá el grado de afinidad a la misma. Si el autor acierta a reflejar lo sustancial de su sintaxis, de modo que el lector no –o apenas– se percate de la criba que ha llevado a cabo, y, sobre todo, si sabe potenciar con ello su intención comunicativa, conseguirá, no sólo que la lectura no chirríe, sino que lo oral incluso se integre y pase a formar parte del lenguaje de la literatura. Rasgos sintácticos orales también se advierten hoy, si bien con propósitos distintos, en ciertos subgéneros de la prensa escrita (Mancera Rueda 2009). Aunque de forma limitada y controlada, todo esto es observable en el Quijote. Los incisos, casi siempre aclarativos o reformuladores, ralentizan o remansan el fluir discursivo, pero no llegan a quebrar la cuidada articulación estructural de la sintaxis No, no –dijo el barbero–, Sancho Panza, si vos no nos decís dónde queda, imaginaremos, como ya imaginamos, que vos le habéis muerto y robado, pues venís encima de su caballo (I, XXVI).
Cierto es que no faltan repeticiones o reinicios Así es –dijo Sancho–. Luego, si mal no me acuerdo, proseguía, si mal no me acuerdo: ‘el llego [‘llagado’] y falto de sueño, y el ferido besa a vuestra merced las manos, ingrata y muy desconocida hermosa’, y no sé qué decía de salud y enfermedad que le enviaba, y por aquí iba escurriendo [‘discurriendo’], hasta que acababa en ‘Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura’ (I, XXVI)
pero en cuanto Sancho abusa de ellos, como en
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Pero, pues así es, yo le quiero probar evidentemente como no va encantado. Si no, dígame, así Dios le saque de esta tormenta, y así se vea en los brazos de mi señora Dulcinea cuando menos se piense... (I, XLVIII)
es cortado en seco por don Quijote Acaba de conjurarme y pregunta lo que quisieres, que ya te he dicho que te responderé con toda puntualidad (Ibíd...)
pese a lo cual, el escudero no acaba de ir al grano Eso pido, y lo que quiero saber es que me diga, sin añadir ni quitar cosa ninguna, sino con toda verdad, como se espera que la han de decir y la dicen todos aquellos que profesan las armas, como vuestra merced la profesa, debajo de título de caballeros andantes... (Ibíd...)
lo que vuelve a exasperar al caballero Acaba ya de preguntar, que en verdad que me cansas con tantas salvas, plegarias y prevenciones, Sancho (Ibíd...).
La vez pasada se fue con el costo de una noche, de cena, cama, paja y cebada, para él y para su escudero y un rocín y un jumento, diciendo que era caballero aventurero, que mala ventura le dé Dios a él y a cuantos aventureros hay en el mundo, y que por esto no estaba obligado a pagar nada, que así estaba escrito en los aranceles de la caballería andantesca (I, XXXV).
Y otro tanto cabe decir de la suspensión de una construcción iniciada Puédeslo creer así, sin duda –respondió don Quijote–, porque o yo sé poco o este castillo es encantado. Porque has de saber... Mas esto que ahora quiero decirte hasme de jurar que lo tendrás secreto hasta después de mi muerte (I, XVII)
que, como puede comprobarse en la respuesta de Sancho, acaba, una vez más, siendo aprovechada con intención irónica Digo que sí juro que lo callaré hasta después de los días de vuestra merced, y plega a Dios que lo pueda descubrir mañana (Ibíd...).
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Las intercalaciones no merman la integración y trabazón de la sintaxis de Sancho. Tampoco la de la ventera, pese a los paréntesis, resulta en ningún momento truncada
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En la larga disquisición de don Quijote que arranca Los libros que están impresos con licencia de los reyes y con aprobación de aquellos a quien se remitieron, y que con gusto general son leídos y celebrados de los grandes y de los chicos, de los pobres y de los ricos, de los letrados e ignorantes, de los plebeyos y caballeros..., finalmente, de todo género de personas de cualquier estado y condición que sean, ¿habían de ser mentira, y más llevando tanta apariencia de verdad, pues nos cuentan el padre, la madre, la patria, los parientes, la edad, el lugar y las hazañas, punto por punto y día por día, que el tal caballero hizo, o caballeros hicieron? (I, L)
un ordenador discursivo de carácter resumidor y conclusivo, finalmente (‘en fin’), se encarga de suavizar la transición hacia la continuación del discurso. Y un papel parcialmente corrector se encomienda a expresiones diversas, como cuando dice el barbero a otro de su mismo oficio fui un tiempo en mi mocedad soldado, y sé también qué es yelmo y qué es morrión y celada de encaje, y otras cosas tocantes a la milicia, digo, a los géneros de armas de los soldados (I, XLV).
Paréceme, señor mío, que todas estas desventuras que estos días nos han sucedido sin duda alguna han sido pena del pecado cometido por vuestra merced contra la orden de su caballería, no habiendo cumplido el juramento que hizo de no comer pan a manteles ni con la reina folgar, con todo aquello que a esto se sigue y vuestra merced juró de cumplir hasta quitar aquel lámete de Malandrino, o como se llama el moro, que no me acuerdo muy bien (I, XIX)
o aclara el sentido de una expresión pero en lo que toca a la cabeza del gigante, o a lo menos a la horadación de los cueros y a lo de ser vino tinto la sangre, no me engaño, vive Dios, porque los cueros allí están heridos, a la cabecera del lecho de vuestra merced, y el vino tinto tiene hecho un lago el aposento, y si no, al freír de los huevos lo verá: quiero decir que lo verá cuando aquí su merced del señor ventero le pida el menoscabo de todo (I, XXXVII).
Y don Quijote corrige parcialmente un enunciado ya iniciado al replicar a Sancho Aun las tuyas [espaldas], Sancho, deben de estar hechas a semejantes nublados; pero las mías, criadas entre sinabafas y holandas, claro está que sentirán más
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Sobre la marcha, Sancho resuelve sus dudas
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el dolor de esta desgracia. Y si no fuese porque imagino..., ¿qué digo imagino?, sé muy cierto, que todas estas incomodidades son muy anejas al ejercicio de las armas, aquí me dejaría morir de puro enojo (I, XV).
La respuesta del escudero es una buena muestra de que en sus labios el fluir discursivo no pierde la trabazón arquitectónica, soportada, entre otros medios, por una serie concatenada de subordinadas Señor, ya que estas desgracias son de la cosecha de la caballería, dígame vuestra merced si suceden muy a menudo o si tienen sus tiempos limitados en que acaecen; porque me parece a mí que a dos cosechas quedaremos inútiles para la tercera, si Dios por su infinita misericordia no nos socorre (Ibíd.).
De caso extremo puede calificarse la conocida versión de Sancho del cuento de nunca acabar, donde se suceden los ejemplos de autocorrección, inciso, ruptura, etc.
El relato –que lleva a cabo como “se cuentan en mi tierra todas las consejas”– desespera a don Quijote, que no cesa de interrumpirlo (“si de esa manera cuentas tu cuento [...] no acabarás en dos días”), en algún caso, por tomar lo que no es más que un inciso narrativo (“era una moza rolliza, zahareña, y tiraba algo a hombruna, porque tenía unos pocos de bigotes, que parece que ahora la veo”) por una expresión con significado real: “Luego ¿conocístela tú?”. Como es natural, tantas interrupciones provocan que Sancho se niegue a continuar, a pesar de las iras del caballero. Casi todo es utilizado para una buscada comicidad. En suma, esta oralización sintáctica controlada se aviene con la discreción, rasgo fundamental del estilo cervantino. Más que verse, se entrevé, asoma o insinúa, sin requerir del lector esfuerzo especial para recuperar el auténtico sentido aportado por los recursos oralizadores o coloquializadores, no escasos, pero siempre calculadamente dosificados. Final Cabría plantearse si en la época de Cervantes se podía ir mucho más lejos en la aproximación sintáctica –relativa, insisto– a la oralidad y a la comunicación
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en un lugar de Extremadura había un pastor cabrerizo, quiero decir que guardaba cabras, el cual pastor o cabrerizo, como digo de mi cuento, se llamaba Lope Ruiz; y este Lope Ruiz andaba enamorado de una pastora que se llamaba Torralba; la cual pastora llamada Torralba era hija de un ganadero rico; y este ganadero rico... (I, XX).
de la inmediatez. La respuesta, creo, ha de ser negativa. En cualquier caso, habría que preguntarse previamente si Cervantes lo pretendió, a lo que también hay que contestar que no. Su propósito parece ir, más bien, en la dirección contraria. Y a ello, entre otras razones, se debe la perduración de una obra que se ha intentado definir de mil formas distintas (gran parábola de la condición humana, manual de vida de la decencia, etc.). La permanencia del Quijote reside en ser –en palabras de D. Alonso– “la más sagaz indagación en el inmutable corazón de la humanidad”, el texto en que mejor se ha expresado “el tema esencial y permanente del hombre, lo que le ata a la tierra y lo que le liga a Dios”. A principios del siglo XVII, sólo en España pervive la conciencia universalizadora que se había ido perdiendo en el resto de los países. Pues bien, de haber optado –en el caso de que se lo hubiera propuesto– por una sintaxis fuertemente vinculada a la propia de la modalidad práctica e inmediata, se habría visto dificultada aún más la tarea de trascenderla y elevarse por encima de lo circunstancial. Al esfuerzo del lector actual por recuperar el significado de bastantes términos y expresiones, muchos presupuestos contextuales y una compleja intertextualidad, vendría a sumarse el de reponer numerosos mecanismos modalizadores que la escritura no refleja. En realidad, el modo de disponer las secuencias en la conversación, soportado en gran medida por los recursos prosódicos (el alma del uso lingüístico), difícilmente podía, ni puede, pasar al diálogo escrito. Sin la oportuna criba, la lectura resultaría para muchos insoportable. Además, y es lo más importante, se vendría abajo el ajuste mínimo de conexión recíproca que ha de haber entre las situaciones de lectura y de escritura si se pretende lograr la recepción idónea de las intenciones nucleares de un texto como el Quijote, unas intenciones que, transcurridos cuatro siglos, aún siguen sin ser desentrañadas en su totalidad. La obra, que no ha perdido actualidad, hubiera envejecido, y difícilmente hubiera traspasado, como lo ha hecho, ampliamente los límites del dominio hispanohablante. La eficacia de la ironía, una de las claves a que reiteradamente he aludido, va ligada al distanciamiento comunicativo, por lo que mal podría conseguirse mediante una andadura sintáctica de la proximidad. Cervantes, que se adelantó en casi todo, no podía anticiparse también en varios siglos a lo que he calificado de conquista reciente. Su humanismo renacentista, por lo demás, se lo impedía. De alguien que sostiene, en El licenciado Vidriera, que “no se puede pasar a otros autores, si no es por la puerta de la Gramática”, no cabe esperar un desvío o apartamiento sistemático del entonces tenido por buen lenguaje, esto es, del buen uso o buen gusto. Es preciso liberarse de cualquier visión simplista de la naturalidad y sencillez de la lengua de Cervantes. Para J. J. de Bustos (2001b), su ruptura con los rígidos criterios dominantes deriva de su decidida voluntad de anteponer a cualquiera de ellos el “uso lingüístico razonable, el que se adapta a la intención del
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hablante y a la situación contextualizada”, en lo que acertó plenamente. En efecto, Cervantes fue un innovador que, nadie lo pone en duda, construyó un lenguaje propio, pero lo logró, entre otras cosas, porque no se aventuró por ninguna pendiente que hubiera entrañado un riesgo excesivo. Poner en boca de algunos personajes (¿de cuántos y de cuáles?) un modo de expresión marcadamente oralizado no hubiera contribuido en nada al propósito central de desnudar sus almas. Al contrario, hubiera difuminado y hecho borrosos los perfiles individuales, con lo que, en la percepción del lector, habrían terminado por verse como una especie de coro de conformación más o menos homogénea. Don Quijote y Sancho, aunque contrapuestos, o precisamente por eso, sobresalen, sin necesidad de sintaxis muy diferenciadas. Una acentuación de la oralización sintáctica de las intervenciones de Sancho (que hubiera “arrastrado” a hacer lo mismo con las de otros personajes), lo hubiera situado en un segundo plano. De haberlo hecho, se esfumaría una de las claves de la obra, la línea separadora que quiso y logró trazar nuestro más insigne escritor entre ambos, que destacan, en cuanto figuras, y el universo variado de personajes que les sirven de fondo, secundario, sí, pero no menos importante. Por lo demás, ello hubiera exigido que el autor se ausentara o desapareciera del relato, algo que no estaba en la voluntad de Cervantes. Crear un mundo como el del Quijote no puede lograrse con un estilo que, como todo lo cotidiano, es efímero y vulnerable, y, por lo mismo, carente de singularidad.
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ESCRITURA DE LO ORAL EN LOS DIÁLOGOS DEL QUIJOTE 297
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17. LA ANDADURA SINTÁCTICA EN EL JARAMA [1992]* Introducción
Antes de que Rosenblat calificara de cenicienta el estudio del “habla natural y espontánea de la conversación” (1969: 7), había sido considerada la tarea más urgente de la lingüística (M. Criado de Val 1959, 1964). El análisis de la modalidad más común y de más intenso uso, en especial el de su sintaxis, al contribuir a desbloquear la gramática estructural, puede servir para comprender mejor el proceso de la comunicación lingüística y las relaciones entre lenguaje e interacción social, al tiempo que hace más realista y fecunda la enseñanza de la lengua, tanto a los hispanohablantes como a quienes no la tienen como propia. En capítulos anteriores se han puesto de manifiesto las dificultades para lograr una definición plausible de una variedad de uso para la que se siguen usando prácticamente como sinónimos términos que responden a criterios y puntos de vista heterogéneos (además de coloquial, se emplean los adjetivos oral, hablada, coloquial, conversacional, familiar, popular, etc.). Se ha dicho que “la imprecisión parece inevitable” (Seco 1970: 1.3) y que sería como “aspirar a retener el fluido de la lengua en el cedazo de la pretensión y marcar los límites de una región sin fronteras” (Manuel C. Lassaletta, 1974: 14). También se ha visto que, con mayor razón que para el resto de las modalidades, puede decirse que la lengua coloquial no constituye una variedad única ni homogénea. El obstáculo más difícil de superar sigue siendo de carácter teórico-metodológico. Su conversión en objeto de estudio sistemático y riguroso implica
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0.
* [“La andadura sintáctica coloquial en El Jarama”, en M. Ariza (ed.), Problemas y métodos en el análisis de textos. In memoriam A. Aranda, Universidad de Sevilla, 1992, 227-260].
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ampliar y desbordar la concepción estricta de una lingüística centrada en la langue, de raíz saussureana, o en la competencia chomskyana, y que adoptaba como tope máximo del análisis la unidad oracional. La consideración privilegiada de esa lengua hipotética y abstracta –por más que con frecuencia se haya identificado parcialmente con la escrita y literaria, algo no desligable de la orientación filológica de nuestra disciplina–, cuyas oraciones (muchas veces acuñadas ad hoc) se consideran modélicas y paradigmáticas, e ideales (mejor sería decir “idealizados”) sus hablantes/-oyentes, ha constituido una relativamente cómoda red de seguridad para el lingüista. De poco parece haber servido reconocer una y otra vez que el sistema que así se extrae –que, como ha afirmado O. Ducrot, nadie podrá descubrir del todo, en el supuesto de que exista– se halla muy alejado de las actuaciones emitidas por hablantes reales y descifradas por unos receptores asimismo reales, actuaciones que siempre están vinculadas a una situación y a las circunstancias de un concreto acto comunicativo, todo lo cual importa conocer si se quiere desentrañar su auténtico sentido. Como la atención se ha centrado preferentemente en el léxico y en la fraseología más o menos fijada –lo que paradójicamente lleva a unos a tachar el registro coloquial de pobre y a otros de rico y variado–, y las observaciones han sido en gran medida impresionistas y escasamente “sistemáticas”, se entiende que se haya insistido, por ejemplo, en el predominio de la afectividad sobre la lógica (Beinhauer 1968), en la abundancia de expresiones enfáticas o ponderativas, en su “pintoresquismo”1, etc. Para mostrar el superior interés de la sintaxis, nos fijaremos en el fragmento de El Jarama que se reproduce a continuación:
1. El lenguaje coloquial –afirma M. C. Lassaletta– es “una fracción o nivel del lenguaje total que se destaca por su carácter pintoresco reflejado en multitud de expresiones y vocablos intraducibles a otros idiomas, fundados muchas veces en alusiones metafóricas y que posee una gracia, viveza, gran espontaneidad, concreción y expresividad que lo distinguen de los otros niveles”. Para Brian Steel (1976:12), el término coloquial “is commonly felt –albeit often pejoratively– to refer to particular informal (often ‘racy’ or ‘popular’) spoken usage”.
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Fragmento de El Jarama
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1.
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La transposición del lenguaje coloquial en El Jarama
1.1. De El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio, premio Eugenio Nadal 1956, se ha dicho que es el mejor libro del Grupo de Postguerra, por más que pueda parecer una de las novelas españolas más “aburridas” (Brown 1974: 225). No me corresponde aquí volver a interpretar el sentido profundo de la obra2, que permanece enmascarado bajo un aparente realismo objetivo, al que prácticamente parecían estar abocados los novelistas de la época. El constante fluir de la vida, representado por un río –si bien desde un ángulo distinto al clásico–, verdadero protagonista subyacente, es interrumpido por la muerte –el ahogamiento de Lucita–, que acaba por proporcionar el profundo significado de tantas páginas de aparente tedio e intrascendencia. Mi propósito es mucho más modesto. Voy a limitarme a poner de relieve e intentar comprender cabalmente ese objetivismo desde la perspectiva de la peculiar andadura sintáctica de sus diálogos, en los que se tratan asuntos insignificantes y carentes de interés. 1.2. Una de las razones por las que se ha avivado la preocupación por el estudio de la lengua coloquial ha sido la necesidad de abordar lo que ya se conoce como mímesis de lo oral o escritura del habla, esto es la voluntad de reproducir la técnica constructiva propia del lenguaje oral espontáneo. El Jarama suele considerarse como un hito en tal sentido, de ahí que haya sido frecuente objeto de análisis, no sólo por parte de los críticos literarios, sino también de los lingüistas. Hay que insistir en que en ningún texto literario se puede producir un verdadero “calco”, transposición o trasplante de los usos idiomáticos conversacionales. Las condiciones y circunstancias comunicativas son radicalmente distintas. A diferencia del lenguaje coloquial, siempre contextualizado, y en el que los interlocutores comparten conocimientos y presuposiciones (el llamado commun ground), toda creación literaria es, por definición, cerrada, y su contexto ha de ser configurado por el autor con el texto mismo. Sabido es que R. Sánchez Ferlosio redactó hasta ocho veces algunas partes de la obra, lo que revela que su lengua no es fruto de espontaneidad alguna, sino resultado de un notable proceso de elaboración, y Carmen Martín Gaite ha contado que lo había visto tirar y tirar borradores a la papelera, antes de dar algo por definitivo. 1.3. La incorporación del estilo conversacional del modo más fiel posible obligó al autor a tomar constantemente decisiones para las que no contaba con una tradición previa. Así tuvo que suceder, por ejemplo, a la hora de intentar reflejar ciertos recursos, pertinentes para la interpretación del sentido: el carácter 2. Cfr. Villanueva 1973, Riley 1976, Riley/ Villanueva 1981, etc.
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más o menos marcado de una pausa, el ritmo, la línea melódica que se superpone a las secuencias –particularmente, las inflexiones finales–, etc. Los signos de puntuación convencionales resultan claramente insuficientes, cuando no inadecuados, por lo que el lector está obligado a descifrar y suponer el exacto papel de muchos de ellos (cfr. Morel / Pinchon 1991). No podemos conocer las razones que le llevaron a decidirse por la coma o por el punto en casos aparentemente muy similares como [38-39] Si eso ya lo sabemos, pero con todo eso hay que arrostrar [31-32] Eso se dice pronto. Pero las cosas no son tan simples, Sebastián
así como el hecho de que se sirva del punto en [53-54] Esa es de las que pican. Para que luego digamos que las mujeres todo se lo creen. [32-34] Desde fuera nadie se puede dar una idea de los tejesmanejes y las luchas que existen dentro de una casa. Aun queriéndose
donde son claramente indesligables las frases entre las que se sitúa. En realidad, el autor no debió de reflexionar mucho sobre la cuestión, confiado en que los lectores sabrían suplir con facilidad la insuficiencia de los signos de puntuación. En casos como
en que se decide por el punto y coma, interpretamos sin vacilar que la primera secuencia termina con inflexión tonal suspendida, lo que es absolutamente relevante para la comprensión del sentido condicional del periodo total. Algo parecido sucede cada vez que no le queda otra opción que recurrir a los puntos suspensivos. Es obvio que a los lectores corresponde la recuperación de la línea melódica adecuada en [10] [99] [104] etc.
2.
Pues la posición que tú tienes... Ya lo sabes de siempre que... Por descontado, desde luego, y además...
Cohesión y coherencia del discurso coloquial
2.1. Parto del convencimiento de que, aunque no hay, ni puede haber, fidelidad total ni correspondencia estricta entre el lenguaje conversacional y
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[24-25] Que les quitas un sueldo con el que han estado contando hasta hoy; bueno, pues ¡qué se le va a hacer!
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el reflejado en El Jarama por lo que se refiere a todos y cada uno de los esquemas sintácticos3, no cabe dudar de que ayuda a averiguar bastante de la técnica constructiva básica de la lengua coloquial. Para ciertos aspectos, más incluso que que la transcripción de una conversación auténtica. Si bien en la novela aparecen, como se sabe, personajes pertenecientes a generaciones y grupos sociales distintos, lo que se refleja en ciertos hábitos y preferencias lingüísticas (Hernando Cuadrado 1987), este fragmento, en el que dos parejas de jóvenes charlan y discuten sobre la futura boda de una de ellas, ofrece una extraordinaria homogeneidad. 2.2. Suele pensarse –y a menudo se afirma explícitamente– que el coloquio espontáneo se caracteriza por carecer de vertebración organizativa, algo no fehacientemente demostrado. En todo caso, nuestro diálogo tiene poco de “caótico”. Aunque, en cuanto subtexto, habría de examinarse dentro del plan global de la obra trazado por R. Sánchez Ferlosio (algo de lo que aquí no puedo ocuparme), ofrece una indudable cohesión y coherencia interna y salta a la vista su articulación de tipo circular. La propia descompensación del diálogo –las dos chicas apenas intervienen– es deliberado reflejo de una situación social bien conocida –calificada comúnmente de “machista”– y que se podría considerar condensada en esta expresión, casi tópica, puesta en boca de Sebas(tián):
En efecto, Alicia (novia de Miguel) sólo toma la palabra para ponerse de parte de Sebas, que es quien había introducido el tema de la conversación: [45-50] No le hagas caso, Sebastián. Déjate. Lo importante no son las razones, este o aquel motivo. El quid4 de la cuestión está en lo que más pueda para uno. Uno está siempre propenso a disculparse en aquello que más tira de él. Lo que se habla por la boca no obedece más que a eso. Y para todo se encuentra explicación.
3. Aparte de que, como es obvio, no todos los esquemas que aparecen en El Jarama son usuales en el coloquio real, el autor ha de actuar continuamente como filtro, no sólo para impedir las estructuras incorrectas, sino para evitar que afloren solapamientos y secuencias truncadas que en toda conversación son corrientes. Con todo, R. Sánchez Ferlosio era consciente de la fidelidad que había logrado, pues incluso llegó a temer por el resultado estético final, como atestigua F. Quiñones (1956). 4. Este latinismo, ‘razón’ o ‘porqué’ de una cosa, según el DRAE, se emplea como sinónimo referencial de razón, motivo y explicación, términos que aparecen en la misma intervención.
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[53-54] Para que luego digamos que las mujeres todo se lo creen.
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Cuando trata de insistir, tiene que limitarse a una frase hecha [80] Mira, Miguel, el que no te conozca que no te compre
pues es cortada bruscamente por Miguel [81] No estoy hablando contigo, Alicia. Tú ya has hablado de más. Así que mutis por el foro.
Por su parte, Paulina (novia de Sebas) interviene en una única ocasión, para apoyar a Miguel, enfrentándose a su novio: [70-73] Tiene razón. Tú no tenías por qué querer arreglarle la vida a nadie. Bastante tienes ya con la tuya, para meterte a redentor de la ajena. Te contestan por pura educación, pero tú has estado inoportuno, eso no quiere decir.
2.3. La cohesión interna de la conversación no sólo se apoya en los abundantes fenómenos recurrentes, tanto léxicos como sintácticos, del propio discurso conductista o práctico (la parte dialogada), sino que se ve reforzada por las atinadas acotaciones del autor en lo que suele calificarse de sistema “literario”. Uno y otro, lógicamente indesligables, responden a patrones constructivos bien diferenciados. Por lo que se refiere al segundo, que cumple el papel de enmarcador del primero, baste decir que el autor –que se esfuerza en pasar “desapercibido”– consigue proporcionar con brevísimas pinceladas descriptivas (apenas interrumpen la charla) los elementos contextualizadores (gestos, ademanes, movimientos...) precisos para la exacta conformación del sentido por parte del lector. Es más, casi podría decirse que las más destacables –todas ellas referidas a Miguel– se disponen en función del fluir dramático de la discusión. La desgana y resistencia inicial por parte de Miguel, sacudido por la pregunta de Sebas [1] ¿Y qué hay de vuestra boda, Miguel?
queda reflejada en [3-4] Miguel estaba tendido, con el antebrazo derecho sobre los parpados cerrados
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Aunque breves, son intervenciones claves, en cuanto que potencian la tensión dialéctica de la discusión, al configurarla de forma cruzada, no por parejas.
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donde resulta pertinente el empleo de la perífrasis estar+participio en imperfecto de indicativo. El progresivo aumento de la tensión, ante la insistencia de Sebas (apoyado por Alicia, novia de Miguel), se señala de este modo: [55-56] Miguel sonrió torcido; miró a su novia encima de su cabeza y se puso serio.
Pero la misma intrascendencia de la conversación –y el tono general de la obra– no permiten que tal tirantez sobrepase el nivel de una habitual controversia entre amigos, por lo que, tras las acotaciones sobre el lógico desasosiego de Miguel (obsérvese que son las más extensas y las únicas que interrumpen, por dos veces, el discurrir de una intervención) [88-95] [...] Miguel hizo una pausa y resopló por la nariz, suspirando; levantó el torso sobre los codos y miró a todas partes, hacia el río y los puentes –[...]– se pasó por la frente una mano y buscó el sol con la vista, por cima de los árboles
se produce la previsible distensión: [101]
[Miguel] sonrió con franqueza.
párpados cerrados-----------------miró a todas partes sonrió torcido-----------------sonrió con franqueza.
No sólo se refieren a Miguel las indicaciones contextualizadoras. He aquí la que precede a la comentada intervención de Alicia: [42-44] Alicia bostezó, dándose con los dedos sobre la boca abierta. Miró hacia el río. Luego le dijo a Sebas, moviendo la cabeza hacia los lados.
Y fundamental para el entendimiento de la batería de expresiones hechas que introduce es la indicación [51] Sebas le dio a Miguel en el brazo
pues con tal ademán se quiere mostrar el intento de una tácita complicidad de ambos frente a las chicas. Entre los muchos problemas que ha de intentar resolver la escritura del habla, se encuentra el de cómo representar cabalmente el fuerte anclaje al
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De ese modo, las breves intromisiones del autor quedan estrechamente conectadas y contrapuestas:
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contexto del coloquio real. En la conversación espontánea no se verbaliza aquello de lo que de algún modo son co-partícipes los interlocutores, y de ahí la abundancia de mecanismos deícticos y alusivos. En una obra literaria, en cambio, han de suplirse por medio del texto, de manera que quede garantizado el descifrado incluso por los lectores ajenos al entorno de referencia. 2.4.1. El discurso dialogado se encuentra, como he dicho, articulado circularmente por medio de elementos recurrentes. El asunto introducido por Sebas (la posible boda de Miguel y Alicia) es rechazado de forma imperativa y enérgica por Miguel: [5] No me hables de bodas ahora
Estratégicamente situadas, diversas intervenciones del personaje no hacen otra cosa que insistir en esa actitud inicial: [57-58] Era mejor si no sacabas esta conversación a relucir. Ya te lo dije [63-64] Déjame ya. Habéis metido la pata y se ha terminado
Y, en clara correspondencia con el encuadre literario, la distensión final engarza con la reacción primera: [107] Acaba ya, que apestas. No se hable mas.
[107] Saca tabaco, anda
sobre la que habrá que volver. 2.4.2. Contribuye a potenciar tal arquitectura circular y recurrente la constante co-referencialidad llevada a cabo por los términos fóricos, especialmente ciertos neutros resumidores o anticipadores como lo ([38] [48] [57] [58] [61] [74] [75] [88] [98] [102]), eso ([11] [31] [38] [73] [97]), aquello ([48]), todo ([49]), etc. 2.4.3. El empleo constante de diversos recursos pseudoimpersonalizadores, al tiempo que refuerza la cohesión interna de la discusión, constituye una eficaz estrategia verbal para contener la tensión del diálogo, al ocultar o enmascarar la referencia directa a los interlocutores. Cuando Miguel se ve incitado a justificar su tajante negativa inicial, prefiere hacerlo de modo indirecto:
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A lo que se añade una expresión estereotipada de ruptura y cierre de la discusión:
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[11-15] Eso no quiere decir nada, Sebas. Son otros muchos factores con los que tiene uno que contar. Uno no vive solo, y cuando en una casa están acostumbrados a que entre un sueldo más, se les hace muy cuesta arriba resignarse a perderlo de la noche a la mañana.
Sebas no tiene inconveniente en acomodarse a tal cautela lingüística [18-19] Yo creo que uno en un momento dado tiene derecho a casarse como sea [23-24] Yo creo que hay que dejarse de contemplaciones y cortar por lo sano.
Y la referencia impersonalizadora (Llorente 1977) de la segunda persona en [24-26] Que les quitas un sueldo [...]. Y también, si te vas,...
no se circunscribe exclusivamente al oyente, algo que se advierte con mayor claridad en esta otra intervención de Miguel, cuando la conversación camina hacia su final: [92-93] Y ya no quieres ni oír hablar de lo que te preocupa
En la réplica, Miguel no cambia de táctica:
Así pues, el empleo del indefinido uno –sin duda el más frecuente ([40] [47] [75] [92] [102] etc.)–, de la estructura impersonal con se ([48-49] Lo que se habla por la boca no obedece más que a eso. Y para todo se encuentra explicación; [63-64] Habéis metido la pata y se ha terminado) y de la segunda persona de singular sin su función deíctica propia responden al mismo propósito de atenuar o minimizar la “responsabilidad” de los interlocutores en relación con el asunto que es objeto de la controversia, al quedar englobadas sus posturas en actitudes pretendidamente generales. Se ha hablado de la desfocalización referencial (Haverkate 1985) que se logra por medio de todos estos procedimientos, que coinciden en la intención de desviar la señalación directa a los verdaderos agentes del coloquio. A tales recursos habría que agregar otros que se insertan en idéntica estrategia verbal, como la utilización del plural de tercera persona con un claro referente singular en el discurso ([76] Más claro no han [Alicia] podido decírtelo), la elisión del pronombre personal ([97] Por eso no [me] gusta hablar), etc.
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[31-36] Eso se dice pronto [...] Desde fuera nadie se puede dar una idea de los tejesmanejes y las luchas que existen dentro de una casa. Aun queriéndose. Las mil pequeñas cosas y los tiquismiquis que andan de un lado para otro todo el día, cuando se vive en una familia de más de cuatro y más de cinco personas.
3.
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Insuficiencia e inadecuación de la sintaxis oracional. Hipotaxis y sintaxis coloquial
3.1. El saber gramatical con que contamos resulta insuficiente e inadecuado para descubrir la peculiaridad de la técnica libre del discurso de la conversación espontánea. Los estudiosos se han limitado a destacar el uso de determinadas fórmulas de tratamiento y de cortesía, el abundante empleo de procedimientos de intensificación y relieve, la aparición frecuente de voces y expresiones calificadas de muletillas o “de relleno”, etc. Ni en tales casos ni, con mayor razón, cuando se hace referencia a algún fenómeno propiamente sintáctico (como el orden de palabras o el gran número de frases en apariencia inacabadas o incompletas), se busca descubrir el papel que se les encomienda en el estilo coloquial. Las escasas observaciones de carácter general son presentadas como indiscutibles, y, aparte de no estar siempre empíricamente comprobadas, suponen la aceptación de la sintaxis oracional como marco descriptivo. La conocida distinción de B. Bernstein (1975) entre elaborated code y restricted code resulta paradigmática en este sentido; serían características del segundo –en contraposición al primero, más elaborado y formalizado– las frases cortas, gramaticalmente simples, a menudo incompletas y de forma pobre y descuidada, etc. En estrecha relación con esto ha de verse la idea extendida de que en el coloquio predominan los esquemas constructivos tenidos por más elementales y primitivos (la yuxtaposición y la coordinación) y escasean los más complejos (las subordinadas), que requieren una mayor madurez. Merece la pena detenerse en esto último. Pero antes conviene hacer una observación previa. 3.2. Para comprender la técnica constructiva dominante en el coloquio, es preciso aceptar, al menos, lo siguiente: a) Se ha de contemplar el proceso discursivo en su globalidad, y no las unidades oracionales aisladas (Ll. Payrató 1990: 92)5. Ya se ha visto que la propia segmentación del discurso en unidades analizables resulta difícil, lo que se refleja en las vacilaciones a la hora de utilizar los convencionales signos de puntuación con que se intentan señalar las pausas y los contornos melódicos. b) Entre los diversos niveles de habla, no sólo hay diferencias de grado de elaboración, sino también, y sobre todo, de tipos y esquemas de construcción. Las condiciones y circunstancias de cada situación comunicativa
5. He tratado de ello en Narbona 1991 [Cap. 11 de este volumen].
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obligan a reconocer, por ejemplo, que el diálogo espontáneo interactivo requiere una óptica distinta de cualquier variedad de monólogo más o menos formalizado. 3.3.1. Los conceptos de parataxis e hipotaxis, que han sido formulados por y para la sintaxis oracional, deberían ser, pues, redefinidos desde esta perspectiva más amplia. Poco hay que decir de las subordinadas denominadas sustantivas, adjetivas y relativo-adverbiales (de lugar, temporales y modales), que no ofrecen particularidad alguna: [18-19] Yo creo que uno en un momento dado tiene derecho a casarse como sea [32-33] Desde fuera nadie se puede dar una idea de los tejesmanejes y las luchas que existen dentro de una casa
No piensan en ellas quienes hablan de “escasez de subordinadas” en la lengua coloquial, sino en las impropiamente calificadas de adverbiales (Narbona, 1989b, 1990a), particularmente en las que expresan alguna modalidad de implicación causativa (causales, finales, consecutivas, condicionales y concesivas). No puede decirse que escaseen las conjunciones y expresiones más representativas de estos esquemas sintácticos. Aunque la más frecuente es si ([26] [38] [57] [61] [84] [91] etc.), hay casos de para que+Subjuntivo ([53]) o de para+Infinitivo ([71]), de aun+gerundio ([33]), de porque ([84]), etc.; sin contar con el que “consecutivo” ([102]), con los términos y expresiones ilativas, como así que ([82]), etc. 3.3.2. Interesa, por tanto, observar el funcionamiento de tales términos y locuciones. La forma de Indicativo somos, por ejemplo, de [84-86] Porque es que si lo somos, como yo me lo tengo creído, no comprendo a qué viene todo esto, francamente
acaba por neutralizar la orientación de sentido condicional o hipotético del si que le precede. La amistad entre Miguel y Sebas ni siquiera es cuestionable, y a estas alturas de la obra –el fragmento que comentamos se sitúa hacia la mitad de la misma–, es algo sobradamente conocido para el lector, por lo que no cabe otra interpretación que la de corroboración de una evidencia (‘puesto que 6. Si acaso, habría que llamar la atención sobre el empleo pronominal del presente de poner con el papel de un verbo dicendi: [65] Ahora se pone que yo he metido la pata.
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etc6.
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somos amigos, no comprendo...’), lo que recibe apoyo del inciso que le sigue (“como yo me lo tengo creído”). Algo semejante cabría decir de [21-24] Pero si es sólo cuestión de que se vayan a ver un poquito más estrechos, ¿eh?, económicamente, yo creo que hay que dejarse de contemplaciones y cortar por lo sano
donde la secuencia introducida por si se refiere a algo previamente dado ([13-14] cuando en una casa están acostumbrados a que entre un sueldo más, se les hace muy cuesta arriba perderlo de la noche a la mañana). A menudo, estas “falsas” condicionales en Indicativo, que han sido calificadas de contrafácticas (Montolío 1990), constituyen un recurso eficaz para la obtención de una enérgica contraposición: a la secuencia encabezada por si, que se presenta como algo informativamente indudable, se enfrenta lo expresado por la que ocupa el lugar de la apódosis. Se explota el esquema bipolar condicional para plasmar como confrontación enfatizada algo que, de otro modo, no pasaría de ser una mera relación adversativa. El sentido puede ser distinto en cada caso, pero siempre parece responder al principio según el cual el emisor suele acudir a aquella fórmula que considera más relevante en su comunicación con el receptor. 3.3.3. No es ese, sin embargo, el único aprovechamiento del período formalmente condicional. Con frecuencia se convierte en fácil mecanismo para enmascarar –y garantizar, de paso, su aceptación– una aserción o una sugerencia; se trata de implicar al oyente mediante una ficticia cortesía de carácter metadiscursivo: [88-91] No lo comprendes, ¿eh? [...]. Pues yo tampoco, Sebas, si quieres que te diga la verdad
uso ni mucho menos exclusivo del estilo coloquial. Por no expresar propiamente “condición”, mal pueden ser calificadas de marginales unas estructuras que son habituales y regulares. 3.3.4. Las oraciones con si no son las únicas que plantean la necesidad de reconsiderar el significado atribuido como propio a las tradicionales subordinadas adverbiales. La frecuencia con que aparece cuando, por ejemplo, en secuencias cuyo sentido dista mucho de ser meramente temporal, como [77] Cuando tu novia te lo dice, por algo será, Sebastián
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ha llevado a incluirlo entre las conjunciones “condicionales” (Esbozo 1973). Los esfuerzos por rastrear el momento en que tal término empieza a utilizarse con sentido condicional son, en mi opinión, vanos, pues tal relación semántica no se debe únicamente a la presencia del mismo. Lo dicho por Alicia (representado por el anafórico lo) es algo constatado y no constituye hipótesis alguna; la “apódosis” –que se vale de un futuro de probabilidad (por algo será)– no contrae propiamente una relación de condicionado a condicionante, sino que más bien se apoya explicativamente en la “prótasis” (‘ya que te lo dice tu novia...’); no extraña que a menudo aparezcan apéndices modalizadores con los que se persigue una confirmación y compromiso por parte del receptor (¿no crees?, ¿no te parece?, etc.) (Ortega Olivares 1986). En otros casos [12-15] Uno no vive solo, y cuando en una casa están acostumbrados a que entre un sueldo más, se les hace muy cuesta arriba resignarse a perderlo de la noche a la mañana
es el carácter impersonal del indefinido uno (uno no vive solo, en una casa), el plural indeterminado de tercera persona (están acostumbrados), la construcción con se (se les hace, resignarse) y el carácter no marcado del presente de Indicativo (vive, están, hace) lo que proporciona a cuando un sentido más “habitual” (‘siempre que, en todos los casos en que’) que propiamente hipotético. Más claramente se advierte en
en donde, además, se ha de contar con que está pospuesta la secuencia introducida por cuando. 3.4.1. En los casos examinados, la acomodación del bagaje conceptual y terminológico del saber gramatical con que generalmente se opera se lleva a cabo sin grandes dificultades, al menos en apariencia. Unas veces (algunas de las estructuras con si, por ejemplo) se habla de condicionales no ortodoxas, periféricas o marginales; en otros casos (ciertos ejemplos de cuando) se acaba por incluir –sin más argumento que el que proporciona el sentido global resultante– al término en cuestión entre las “conjunciones” de valor condicional; etc. 3.4.2. Pero no siempre es tan fácil hallar subterfugios para “acoplar” los usos al marco descriptivo diseñado. Entre las numerosas “formas de expresión” de la condicionalidad en español suele citarse –al igual que en casi todas
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[34-36] Las mil pequeñas cosas y los tiquismiquis que andan de un lado para otro todo el día, cuando se vive en una familia de más de cuatro y más de cinco personas
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las subordinadas– que (Contreras 1963, Mondéjar 1966, etc.), si bien no suelen aducirse ejemplos como [24-26] Que les quitas un sueldo con el que han estado contando hasta hoy; bueno, pues ¡qué se le va a hacer! Todos tienen derecho a la vida
entre otras razones, porque ello obligaría a replantear el concepto mismo de subordinación. Ahora bien, limitarse a decir que se trata de una solución equivalente (aunque “menos elaborada”, se añade) a la “ortodoxa” con si, aparte de no contar con que quedaría notablemente desvirtuada la intención comunicativa del hablante, no se corresponde del todo con la verdad, pues no es posible, sin más, la sustitución de tal que por si: *si les quitas un sueldo con el que han estado contando hasta hoy; bueno, pues ¡qué se le va a hacer!7 Una y otra responden a tipos de vertebración sintáctica diferentes, como en seguida se verá. Adelantaré que conviene descartar las explicaciones que se limitan a atribuir a simple falta de capacidad o destreza la utilización de esta clase de construcciones, aparentemente más simples. Una fórmula condensadora, también con que, como la que aparece en [27-29] Yo que tú, no sé las cosas, ¿verdad?, pero vamos, que respecto a la familia, me liaba la manta a la cabeza y podían cantar misa
3.4.3. Parecidas consideraciones cabría hacer a propósito del resto de las subordinadas. Me fijaré sólo en un caso más, por lo que tiene de revelador. En nuestros tratados gramaticales rara vez se hace referencia a la utilización de para que+subjuntivo (o para+Infinitivo) en construcciones cuya intención comunicativa se encuentra muy alejada de la expresión de un fin o propósito. Está claro que en secuencias tan habituales en el coloquio como ¡Para que lo haga él, lo hago yo!
7. Al referirse al pretendido carácter de “subordonnant universel” que a menudo se le adjudica a que, J. Deulofeu (1986) opina que se trata de un elemento que “indiquerait seulement que la construction est dépendante, laissant au contexte le soin de déterminer l’interprétation sémantique de cette dépendance” y aduce, entre otras razones, su incapacidad para ocupar el lugar de si: j’irai si tu viens no puede “transformarse” en *j’irai que tu (viens / viennes).
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también interpretable como condicional, puede ser –sin duda lo es en muchos casos– la más adecuada en estas situaciones comunicativas; desde luego, no es una mera opción que alterne libremente con la supuesta solución estándar si yo fuera tú.
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lo que se consigue es poner de relieve una fuerte contraposición, generalmente de carácter excluyente (algo que no podría obtenerse con cualquiera de las soluciones aparentemente equiparables: “lo hago yo, no él”, “no lo hará él, sino yo”, “antes de que lo haga él, prefiero hacerlo yo”, etc.), parafraseable así: ‘ante la posibilidad (probabilidad) de que lo haga él, propongo con firmeza hacerlo yo, y puedo asegurar que eso es lo más conveniente’. La expectativa abierta por para que+subjuntivo se ve inmediatamente abortada por el indicativo hago. Dicho de otro modo, la neutralización o bloqueo del carácter prospectivo final (compárese con lo hago yo para que lo haga [‘pueda hacerlo’] él) deriva de que el emisor opone a algo que es dado o presupuesto –pero que deliberadamente convierte en posibilidad o hipótesis– el mismo contenido predicativo (hacer[lo]), pero como novedad real que se relaciona consigo mismo. De hecho, la focalización de esto último obligaría a introducir una pausa intermedia más acentuada, así como a servirse de unos contornos melódicos más marcados: ¡Lo hago yo! Para que lo haga él...! Se entiende así que el autor se decida a colocar un punto delante de la secuencia encabezada por la preposición en
3.4.4. No siempre la contraposición ha de ser siempre polarizada o necesitar apoyarse en una contradicción lógica. Puede tratarse simplemente de una confrontación de contenidos entre los que hay desproporción o falta de adecuación, algo que con frecuencia se hace explícito por la presencia de algún término o expresión de cuantificación o magnitud y se ve apoyado, una vez más, por los recursos prosódicos, especialmente la pausa intermedia y las consiguientes inflexiones entonativas: [71] Bastante tienes ya con la tuya, para meterte a redentor de la ajena.
Hay una evidente relación, y no sólo de sentido, entre esta construcción y las consecutivas de intensidad (por ejemplo: “Tengo tantos problemas, que no puedo ponerme a arreglar los de los demás”), en las que la ‘consecuencia’ o ‘deducción’ también emana del carácter elativo-ponderativo que alcanza el antecedente (Narbona 1978). El valor ponderativo se suele atribuir al indefinido un (o del distributivo cada) en casos como [102] Chico, es que das unos cortes que lo dejas a uno patidifuso.
si bien algunos prefieren interpretar que este que es relativo y que el sentido elativo corresponde, sin más, al ámbito de la sustancia de contenido (Alarcos
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[53-54] Para que luego digamos que las mujeres todo se lo creen.
1980 y 1990). Así no se resuelven, creo, los problemas que plantea la interpretación de estas construcciones propias del coloquio. 3.5. En suma, no se trata tanto de que en el coloquio sean escasas las subordinadas como de que la explotación y aprovechamiento que se hace de sus esquemas sintácticos básicos se aparta notablemente de lo descrito en nuestros tratados gramaticales, elaborados –no se olvide– de espaldas a esta clase de actuaciones lingüísticas. No vale decir, sin más, que nos encontramos ante construcciones no heterodoxas o marginales, pues ello equivaldría a cerrar los ojos a una realidad que no queremos o no somos capaces de ver. 4.
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¿Es básicamente paratáctica la andadura sintáctica coloquial?
4.1.1. La otra cara de la moneda de lo anterior sería el aparente predominio de la yuxtaposición y de la coordinación, en lo que parecen estar de acuerdo cuantos se han ocupado, hasta ahora, del lenguaje coloquial. No suele plantearse –ni sería fácil dar respuesta a tal cuestión– si en las estructuras que se consideran yuxtapuestas no aparece ningún nexo o conector porque “falta”, porque simplemente “no hace falta”, porque no conviene el empleo de ningún elemento nexual o porque ni siquiera sería posible. Nadie duda, por ejemplo, de que la conexión discursiva se da sin necesidad de instrumentos gramaticales explícitos de relación. Factores textuales y pragmáticos pueden asegurar incluso la congruencia entre frases en principio semánticamente incompatibles, como las que se suceden en la respuesta inicial de Miguel a la pregunta de Sebastián: [5-6] No me hables de bodas ahora. Hoy es fiesta
donde las connotaciones de fiesta –‘descanso, inactividad, ocio’– sirven de soporte a la negativa a hablar de ‘preocupación’, como posteriormente se comprueba [92-95] Y ya no quieres ni oír hablar de lo que te preocupa [...] complicaciones no las quiere nadie.
Además, no faltan elementos co-referenciales que contribuyen a salvar la aparente incongruencia, como los adverbios de tiempo ahora y hoy, el primero implicado en el segundo. Ninguna necesidad hay de término relacionante explícito (por ejemplo, “no me hables de bodas ahora, porque hoy es fiesta”) para la conexión semántica entre las dos secuencias.
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4.1.2. La simple contrariedad lógica de dos enunciados sucesivos, siempre que compartan algún espacio referencial (lo cual se refleja casi siempre en el léxico y/o en la sintaxis), basta para que el oyente establezca la pertinente oposición contrastiva –de carácter excluyente o no– entre ellos: [11-12] Eso no quiere decir nada. Son otros muchos factores con los que tiene uno que contar. [40-41] Que no, hombre, que no; prefiere uno fastidiarse y esperar el momento oportuno. [45-47] Lo importante no son las razones, este o aquel motivo. El quid de la cuestión está en lo que más pueda para cada uno.
4.1.3. Estas y otras contraposiciones en gran medida están articuladas en el coloquio en torno a sus dos actantes básicos, emisor y receptor. En general, se ha centrado la atención en los factores de diversa índole que, pese a tener el español unas desinencias verbales bastante bien diferenciadas en cuanto a la indicación de la persona, ayudan a explicar el uso de las formas pronominales que actúan como sujeto8. También se han ocupado del empleo de las diversas formas de tratamiento, que no sólo son elementos apelativos fáticos que revelan la relación entre los interlocutores9, sino que constituyen los ejes nucleares del discurso de toda actuación coloquial10. El continuo juego en nuestro texto entre el tú (y vosotros) y el yo (y nosotros), no son meros identificadores, sino también, y sobre todo, formas básicas de la tensión que implica el mantenimiento de posiciones enfrentadas: Pues tú estás bien. No sé yo qué problema es el que tenéis. Ya quisiéramos estar como tu novia y tú. [59-62] Tú la has seguido, Miguel. A mí no me digas nada. Yo te advertí [...] Si te ha escocido lo que ha dicho tu novia, conmigo allá películas. [103-104] Te pones la mar de serio y de incongruente. Pero por mi parte, figúrate. Mejor lo sabes tú.
Esta alternancia opositiva permite el empleo frecuente de estructuras comparativas, ponderativas además de contrastivas, sólo en apariencia formalmente truncadas, ya que cuentan con la intervención previa: [9] Ca, no lo pienses tan sencillo [31-32] Pero las cosas no son tan simples, Sebastián 8. Muñoz Cortés 1974, Rosengren 1974, etc. 9. Borrego / Gómez Asencio / Pérez Bowie 1978, Alba de Diego / Sánchez Lobato 1980, etc. 10. De Approche Pronominale califican los propios integrantes del G.A.R.S. una de sus líneas de investigación sintáctica.
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[7-8]
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[76] Más claro no han podido decírtelo [104] Mejor lo sabes tú etc.
4.2. Por lo que se refiere a la coordinación, me limitaré al tipo más representativo y abundante, el que se sirve de la copulativa y, que aparece –si no he contado mal– dieciocho veces, si bien siete (es decir, más de la tercera parte) se encuentran en el interior de la penúltima intervención de Miguel ([92-97]), de lo que en seguida me ocuparé. Más que el número (recuérdese que hasta ocho veces se usa si, por ejemplo), importa considerar cómo y para qué se utiliza. 4.2.1. No me detengo en los casos en que se limita a unir, en el interior de la oración, frases nominales o de otro tipo, con lo que a veces se logran secuencias cercanas a los sintagmas calificados de no progresivos:
Suele sostenerse que lo que verdaderamente permite hablar de coordinación de secuencias es la identidad funcional de éstas (Jiménez Juliá 1987, Rojo/ Jiménez Juliá 1989: 145), por lo que no hay restricciones, en principio, en cuanto al tipo de unidades que pueden integrar una construcción coordinativa. No voy a entrar aquí en los problemas que plantean las oraciones coordinadas, pero sí puede afirmarse que en nuestro texto, fuera de esos casos, no se limita a sumar y rara vez es irrelevante la disposición secuencial de sus miembros. 4.2.2.1. Actúa a menudo como instrumento de conexión extraoracional (o supraoracional) de carácter ilativo. La conjunción suele aparecer precedida de punto: [26] [49] [92], además de la que abre el fragmento ([1] ¿Y qué hay de vuestra boda, Miguel?). Tal papel continuativo suele estar reforzado por algún término de carácter aditivo, corroborativo o confirmativo (y también [26]; y además [105]), o bien por medio de expresiones de sentido temporal como ya ([92]), al mismo tiempo ([96]) etc. En todos estos casos, y contribuye a señalar una progresión informativa en el fluir discursivo, algo que, por supuesto, no es específico de la conjunción copulativa, como veremos en seguida.
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[32-36] Desde fuera nadie se puede dar una idea de los tejesmanejes y las luchas que existen dentro de una casa [...], las mil pequeñas cosas y los tiquismiquis (según el DRAE: ‘reparos vanos o de poquísima importancia’) que andan de un lado para otro todo el día, cuando se vive en una familia de más de cuatro y más de cinco personas.
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4.2.2.2. ¿En qué casos puede hablarse, de verdadera coordinación de oraciones? El hecho de que se opere con las nociones de parataxis e hipotaxis como conceptos técnicos, más que como propiedades presuntamente universales del lenguaje humano, provoca continuas vacilaciones, no pocas controversias entre los tratadistas y algunas contradicciones. Así, casi todos se ven abocados a reconocer algún tipo de dependencia (de “subordinación”, por tanto) en buen número de estructuras formalmente coordinadas. A S. Gili Gaya (1964: § 210), por ejemplo, no le pasó desapercibido que piensa mal y acertarás o cásate y verás “indican consecuencia”. La aparente paradoja de que una construcción paratáctica –considerada, en principio, más “elemental”– pueda usarse para expresar (se dice incluso que “suple” o “está en lugar de”) relaciones hipotácticas –más elaboradas–, puede resolverse, según E. Coseriu (1989), porque “entre dos estructuras coordinadas en el nivel de la oración puede haber subordinación (de una a otra) en cuanto unidad textual, lo que se pone de manifiesto si se contempla el proceso discursivo, no las unidades oracionales aisladas”11. Merece la pena intentar explotar lo que parece encerrar esta afirmación. La identidad construccional de las secuencias engarzadas por y en [23-24] yo creo que hay que dejarse de contemplaciones y cortar por lo sano
o en
apoyan y refuerzan la evidente conexión semántica –no meramente copulativa– que el receptor interpreta con facilidad. La cohesión sintáctica asegura incluso la coherencia de la coordinación de secuencias más o menos fijas o estereotipadas: [28-29] me liaba la manta a la cabeza y podían cantar misa.
El hablante juega aquí con la única variación que permiten las dos frases hechas, al servirse en ambos casos del imperfecto de Indicativo con sentido
11. Según Coseriu, no son la coordinación y la subordinación las únicas propiedades universales de los diferentes niveles de estructuración gramatical con que hay que contar; están también la antitaxe (una unidad de cualquier nivel puede estar representada, antes o después, por otra en un punto de la cadena hablada, en el discurso) y la hypertaxe (una unidad puede funcionar por sí sola como unidad de niveles superiores), y es esta última no la coordinación la que directamente se opone a la subordinación.
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[40-41] Prefiere uno fastidiarse y esperar el momento oportuno
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hipotético –en el segundo caso cuenta, además, con el modal poder12–, como la forma más adecuada a su intención comunicativa. 4.2.2.3. He dejado para el final la insistente repetición de y en la larga intervención de Miguel que precede al cierre de la conversación [91-95] Es que está uno muy quemado. Eso es lo único que pasa. Y ya no quieres ni oír hablar de lo que te preocupa. Complicaciones no las quiere nadie. Y tú tienes razón, y ésta tiene razón, y yo, y aquel de más allá. Y al mismo tiempo no la tiene nadie
porque me interesa poner de relieve que, en contra de lo que pudiera parecer, la conjunción, lejos de ser meramente acumulativa, actúa aquí de un modo menos coordinante, si cabe, que en los casos anteriores. En efecto, sólo la interpretación textual permite reconstruir la coherencia de algo que, aisladamente, constituye una clara contradicción. Las posiciones contrarias, repetidamente puestas de manifiesto, de Sebas (apoyado por Alicia) y de Miguel (al que da la razón Paulina), acaban haciéndose compatibles aquí, y no sólo tienen razón los tres, sino que la tienen todos, cualquiera y nadie. Lo que quiere decir es que ‘todos tienen [parte de] razón, pero al mismo tiempo nadie tiene [toda la] razón’. Ni el receptor inmediato –Sebas– ni el indirecto –el lector– han de hacer esfuerzo alguno para restablecer la coherencia de lo que constituye una incongruencia lógica; el carácter inespecífico de y, al no mediatizar el significado de la relación, contribuye a la potenciación de la contraposición contrastiva, principal intención comunicativa de la intervención de Miguel. Participan de manera decisiva en idéntico propósito, no se pierda de vista, los fenómenos prosódicos, especialmente las pausas que preceden a cada y (incluso en el único caso en que no aparece ningún signo de puntuación –[95] Y tú tienes razón y ésta tiene razón– hay que hacer una pausa) y las consiguientes inflexiones melódicas. Todo ello se habría desvanecido de haberse optado por cualquiera de los instrumentos conectores más específicos (‘Tú tienes razón, pero yo [también] la tengo’, ‘Aunque todos tienen razón, nadie la tiene [del todo]’, etc.). No se olvide que se trata de “cortar” una discusión que, desde su arranque, no resulta del agrado de Miguel. Tras su intervención, la conversación no tiene otra salida posible que la distensión y el cierre, a lo que me referí al principio. Está claro que es la perspectiva del discurso (que no se contrapone –al contrario, se apoya en ella– a la visión más limitada de la sintaxis oracional, en la que deben descubrirse las marcas cohesivas con que ha de contar la global 12. Compárese con: ¡Ya pueden decir lo que quieran, que yo me voy! construcción de sentido concesivo que, por cierto, tampoco suele ser estudiada por los gramáticos.
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coherencia significativa del texto) lo que nos puede ayudar a reconocer y descifrar el sentido cabal de las relaciones que contraen sus unidades constituyentes. 4.2.2.4. No se entienda que y puede intervenir siempre que se quiera marcar una confrontación de manera directa y radical. Su empleo requiere contar con ciertos factores sintáctico-semánticos y pragmáticos, como se ha dicho, algo que no sucede en las numerosas ocasiones en que una relación ilativoadversativa precisa, por ejemplo, del conector básico pero: [19-24] O vamos, compréndeme, a no ser que tenga responsabilidades mayores, por caso, enfermos o cosa así. Pero si es sólo cuestión de que se vayan a ver un poquito más estrechos... [31-32] Eso se dice pronto. Pero las cosas no son tan simples, Sebastián. [38-39] Si eso ya lo sabemos, pero con todo eso hay que arrostrar. etc.
[17-19] Pues yo no es que quiera meterme en la vida de nadie, pero, CHICO, TE DIGO MI VERDAD, yo creo que uno en un momento dado tiene derecho a casarse como sea
o bien una simple “muletilla” que permita una momentánea ruptura de la construcción: [27-29] Por eso te digo; yo que tú, no sé las cosas, ¿verdad?, PERO VAMOS, que respecto a la familia, me liaba la manta a la cabeza y podían cantar misa13.
Otro tanto cabe decir a propósito de aunque (o aun+gerundio) [32-34] Desde fuera nadie se puede dar una idea de los tejesmanejes y las luchas que existen dentro de una casa. AUN queriéndose. 13. Otro caso, si bien precedido de o, se ofrece en [1920] o vamos, compréndeme, a no ser que tenga responsabilidades mayores,...
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La inflexión discursiva, claramente distinta, se refleja en que pero –precedido de pausa, no se olvide– abre un campo de contenido diferenciado y antitético que no se halla implicado o presupuesto en la secuencia precedente. No es casualidad que sea tal uso el más frecuente, y no el escuetamente adversativo de no estoy bien del todo, pero iré, por ejemplo. Es más, a menudo la apertura de una nueva expectativa se refuerza por medio de una quiebra sintáctica y melódica, al insertarse un término apelativo, alguna expresión anticipadora o catafórica, algún comentario sobre el propio acto de decir, etc.
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Una vez más, es la consideración del proceso discursivo lo que nos hace entender que, pese a ir precedido de punto (quizás hubiera sido más atinado servirse en este caso del punto y coma), aun establece una clara relación concesiva con la secuencia anterior. Del mismo modo que el referente de una casa se interpreta inmediatamente como la propia de Miguel, el gerundio queriéndo(se), carente en sí mismo de valor modal y temporal, queda orientado hacia el sentido real (‘[y eso que] verdaderamente se quieren’), no hacia la mera hipótesis (‘aunque se dé el caso de que se quieran’). La secuencia de gerundio introduce, en realidad, un inciso, pues lo que le sigue puede considerarse como una aposición o prolongación de una serie enumerativa interrumpida: [32-35] Desde fuera nadie se puede dar una idea de los TEJESMANEJES y las LUCHAS que existen dentro de una casa /aun queriéndose/ las MIL PEQUEÑAS COSAS y los TIQUISMIQUIS que andan...
Todas estas aparentes rupturas e interrupciones han de verse a la luz del carácter general de la sintaxis coloquial, de lo que voy a ocuparme a continuación. Para una caracterización de la sintaxis coloquial
5.1. Pese a la insuficiencia e inadecuación del marco descriptivo de nuestra sintaxis para acometer el análisis de la lengua coloquial no acaban los estudiosos de liberarse de la óptica que les lleva a ver en ella abundantes anomalías, carencias y elementos superfluos o innecesarios. Prueba de ello es que incluso cuando se ven abocados a acuñar nuevos términos para referirse a fenómenos que han pasado inadvertidos, o casi, lo hacen en clara dependencia respecto a lo que ofrece la lengua denominada culta. Así, calificar de escindida (ing. cleft sentence; fr. phrase clivée) una estructura como [83] yo LO QUE digo ES una cosa
parece dar a entender que, al insertarse un esquema atributivo en el que el neutro lo hace de antecedente del relativo que, sólo se consigue seccionar la que se considera construcción básica, normal o no marcada (‘yo digo una cosa’). 5.2. A tal actitud obedece también la visión que adjudica a la modalidad de uso coloquial un carácter “deficiente”, tanto por presentar –se dice– abundantes secuencias incompletas o inacabadas, como por ofrecer un buen número de frases mal construidas, con defectos o imperfecciones.
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5.
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No voy a negar que en el lenguaje oral espontáneo hay bastante de todo ello, en proporción muy distinta según el estrato sociocultural al que pertenezcan los interlocutores, la clase de relación existente entre ellos e incluso el asunto sobre el que versa la conversación y la situación en que ésta se produce. Y no hace falta decir que la superación de las deficiencias e incorrecciones idiomáticas es responsabilidad de muchos, en particular de cuantos tienen como profesión la enseñanza de la lengua y de quienes tienen que valerse del idioma como principal instrumento de trabajo, en particular los profesionales de los medios de comunicación. Pero conviene advertir que a menudo se considera anómalo lo que simplemente no se acomoda a lo que previamente se ha descrito como normal; así sucede, por ejemplo, cuando se habla de la alteración (dislocación) del orden de palabras provocada por el dominio de la afectividad, algo de lo que me he ocupado en otras ocasiones14. En el coloquio literario no hay realmente fenómenos que claramente queden fuera de la corrección sintáctica, al actuar el autor como filtro. Por lo que se refiere al carácter “incompleto” de ciertas construcciones, conviene aclarar que no toda secuencia que no contenga todos y cada uno de los constituyentes integrantes de los esquemas “canónicos” debe ser interpretada como inacabada. Seguir afirmando, como hacía W. Beinhauer (p. 257), que en casos como ¡Es más tonto...! hay aposiopesis (“el hablante no encuentra de momento ningún objeto para la comparación, y la frase queda sin concluir [...], los puntos suspensivos en lo gráfico y el tono en la pronunciación demuestran que aún se siente claramente lo incompleto de la frase”), es no reconocer que muchas de las construcciones aparentemente truncadas están “completas” precisamente en cuanto interrumpidas. Aunque Manuel Seco (1973) no cree que las frecuentes estructuras suspendidas deban explicarse “por pura economía”, parece seguir pensando que ha habido eliminación de elementos por innecesarios o superfluos. Pero en [10] Pues la posición que tú tienes...
no sólo no “falta” nada, ni nada debe “sobreentenderse”, sino que puede considerarse cerrada en cuanto estructura de inflexión final sostenida que –precisamente por eso– provoca el cambio de turno de palabra. De hecho, Miguel, en la réplica no tiene que recuperar nada “omitido”, entre otras razones porque ya el discurso le ha proporcionado tal información: [7] No sé yo qué problema es el que tenéis,
interpretable como ‘En mi opinión no tenéis ningún problema en absoluto’. 14. Además de los trabajos aludidos en la nota 2, cfr. Narbona 1979, especialmente § 1.
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De no ser así, extrañaría el neutro eso con que arranca su intervención [11] ESO no quiere decir nada, Sebas.
No pretendo afirmar que no haya en todo coloquio verdaderas interrupciones y cortes, especialmente los provocados continuamente por las superposiciones de las intervenciones de los hablantes en el tenso juego alternante de la conversación, algo que en nuestro texto apenas se refleja [104-105] Por descontado, desde luego, y además...
Miguel lo interrumpía: [107] Acaba ya, que apestas. No se hable más.
Tampoco que toda suspensión responda a idénticas motivaciones y persiga igual fin. Además, un gesto puede suplir, si no a elementos lingüísticos concretos, sí a intenciones comunicativas que no es preciso verbalizar. Así sucede en [99] Ya lo sabes de siempre que...
5.3. Importa, pues, intentar una aproximación a la sintaxis coloquial en sí misma y, en la medida de lo posible, no condicionada por el saber gramatical acuñado al margen de la misma. Si hubiera que destacar, en un primer acercamiento, un rasgo que la caracterice globalmente, y como una especie de denominador común, habría que poner de relieve su preferencia –y, en parte, necesidad– por la articulación secuencial en un mayor número de segmentos –a los que se asignan contornos melódicos propios– en relación con la lengua denominada culta, más formalizada, que se sirve de moldes sintácticos de arquitectura más amplia y abarcadora o integradora. A falta de término mejor, he calificado de parcelada –vocablo escasamente comprometedor– tal sintaxis. Puede elegirse otro que resulte más apropiado, siempre que no se entienda que el aspecto fragmentario es resultado de la partición o desmembración de esquemas más elaborados o trabados. Es decir, no se trata de la simple “des-organización” de las secuencias tenidas por paradigmáticas y modélicas, sino sencillamente de una organización diferente. Comprobémoslo en esta intervención de Sebas, en la que represento con una barra oblicua (/) las numerosas pausas o detenciones que van marcando su
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que obliga al autor a hacer la acotación Sonrió con franqueza.
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segmentación, sin que con ello quiera decir que todas tienen igual carácter, ni mucho menos: [83-87] Pero bueno/Miguel/ yo lo que digo es una cosa/¿somos amigos?/ ¿sí o no?/ Porque es que si lo somos/ como yo me lo tengo creído/ no comprendo a qué viene todo esto/ francamente/ Que no podamos tener ni un cambio de impresiones sobre las cosas de cada cual15.
Cabría pensar que con ‘No comprendo que, siendo amigos, no podamos hablar de nuestras cosas’ se podría transmitir idéntico contenido proposicional. Pero al hacerlo así, opta por un tipo de andadura sintáctica con en el que consigue una distribución parcelada y jerarquizada de lo que quiere intencionadamente comunicar, no informar. No basta con atribuir la aparente soltura o falta (escasez, si se prefiere) de trabazón sintáctica a la mera impericia o poca destreza de los hablantes. Nos hallamos ante actuaciones lingüísticas en que se aplica una técnica constructiva distinta, que M. Seco (1983) atribuye a una tendencia centrífuga. No me parece, sin embargo, que deba ser calificada, sin más, de simple, y menos que los elementos de la frase tiendan “a flotar separados unos de otros, ajenos a una estructura orgánica”. Las “parcelas” o segmentos de este fluir discursivo no se emiten de manera invertebrada, sino que contraen una rápida y estrecha vinculación entre sí y con el todo que van conformando. A ello contribuyen los abundantes enlaces extraoracionales, muchos de los cuales son hoy interpretados como auténticos ordenadores del discurso. No cabe decir, por ejemplo, que sea “superfluo” o “expletivo” el pues con que a menudo se marca el arranque del turno de palabra ([7] [10] [17] etc.), o el que actúa como eslabón interno de engarce secuencial en el seno de una intervención (Portolés 1989): [88-91] No lo comprendes, ¿eh? PUES yo tampoco, Sebas, si quieres que te diga la verdad.
Para esto último se acude, como es lógico, a expresiones continuativas, o simplemente aditivas, y neutros de carácter anafórico [65-66] ¡Jo, qué tío! AHORA se pone que yo he metido la pata. ¿No te fastidia? AHORA las paga conmigo. 15. Algo parecido puede decirse de la réplica de Miguel: [88-99] No lo comprendes / ¿eh? / [...] Pues yo tampoco / Sebas / si quieres que te diga la verdad / Es que está uno muy quemado / Eso es lo único que pasa / Y ya no quieres ni oír hablar de lo que te preocupa / Complicaciones no las quiere nadie / Y tú tienes razón / y ésta tiene razón / y yo / y aquel de más allá/ y al mismo tiempo no la tiene nadie / pasa eso/ Por eso no gusta hablar / Así es que no te incomodes conmigo / Ya lo sabes de siempre que...
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[26-27] Y TAMBIÉN, si te vas, es una boca menos a la mesa [15-16] ESO aparte otras complicaciones, que no sé yo, un lío.
El aire parcelado o fragmentario deriva en gran medida del uso constante de expresiones intercaladas que parecen limitarse a quebrar la dicción. Aunque algunas de ellas –calificadas generalmente de simples muletillas– parecen actuar en ocasiones de ese modo, como es el caso de bueno ([25] [82]), vamos ([19] [27]), no sé yo ([15]), no sé las cosas ([27]), etc., no puede ignorarse que, en cuanto instrumentos fáticamente renovadores de la atención, desempeñan también un cierto papel ilativo. Por otra parte, alguno de tales términos estereotipados posibilita la apertura de construcciones no bien estudiadas, como [74-75] Pues VAYA una forma de cogerlo entre medias a uno.
Con razón se habla de apéndices modalizadores, generalmente comprobativos, a propósito de aquellas partículas y expresiones interrogativas con que se intenta avivar el canal y circuito de la comunicación: ¿eh? ([22] [30] [87]), ¿verdad? ([27]), ¿sabes? ([63]), etc. Unos y otras pueden acumularse, como sucede al final de una extensa intervención de Sebas:
Naturalmente, el recurso más directo y más usado con tal propósito son los propios vocativos, nombres propios o apelativos genéricos: Sebastián ([11] [32]...), Miguel ([80] [83]...), Alicia ([81]), chico ([18] [102]), hombre ([40]), etc. Pero tampoco puede decirse que sea su única misión. La apelación puede convertirse en índice de final de turno de palabra: [77] Cuando tu novia te lo dice, por algo será, SEBASTIAN.
Claro es que los recursos para señalar esto último son muy variados –a algunos de ellos he aludido de pasada–, además de contarse con las propias referencias directas al acto de enunciación: [58] Ya te lo dije [75] No lo entiendo. Te juro. [29-30] Mi criterio por lo menos es és, ¿eh?, mi criterio.
Y sólo contextualmente (en cuanto refuerzo del recurrente No se hable más, que le precede), y en virtud de que ambos interlocutores son co-partícipes
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[27-29] Por eso te digo; yo que tú, NO SÉ LAS COSAS, ¿VERDAD? pero VAMOS, que respecto a...
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de idénticos factores pragmáticos, se interpreta como cierre de la conversación la frase [107] Saca tabaco, anda.
Final Seguir sosteniendo que estamos ante una modalidad de uso que se caracteriza por la carencia de trabazón y de articulación sintáctica y calificarla, por tal razón, de pobre es como afirmar que el acueducto romano de Segovia no está bien construido porque a las piedras que forman sus arcos les falta la argamasa que las una. La abundancia de elementos de ilación y concatenación discursiva (coincidan o no, formal o funcionalmente, con las conjunciones y locuciones coordinantes y de subordinación), los numerosos recursos que señalan el arranque y el cierre de los sucesivos turnos de palabra, el intenso uso de expresiones de valor deíctico o fórico que (al configurar una tupida red co-referencial) contribuyen a asegurar la cohesión del discurso, el empleo constante de términos apelativos y de apéndices modalizadores comprobativos, etc., no parecen apoyar la opinión, bastante generalizada, de que la lengua coloquial se vale de una sintaxis suelta o poco trabada. Para su análisis, se debe adoptar como punto de partida la idea de que se trata de unas actuaciones lingüísticas que no revelan sólo un menor grado de elaboración –en relación con la lengua denominada culta o estándar–, sino que responden también a una diferente técnica constructiva. Ello es lógico, si se tiene en cuenta que al contar con multitud de factores situacionales y pragmáticos –de los que obviamente carecen otras modalidades de uso– puede explotar significativa e informativamente de modos diversos muchos de los esquemas sintácticos. Sólo así podrán salir de esa especie de ostracismo al que parecen estar condenados los estudios acerca de la lengua coloquial. Al lingüista, antes de pasar al terreno –siempre resbaladizo– de la valoración y comparación contrastiva de las distintas modalidades de uso (o niveles de habla), le corresponde la descripción y explicación de los fenómenos característicos de cada una de ellas, listón que no he querido sobrepasar aquí. En todo caso, los juicios que se emitan en tal sentido, que nunca pueden hacerse en términos absolutos, deberían ser matizados, y, antes de dictar ningún tipo de sentencia “condenatoria”, es necesario comprobar –entre otros hechos– la adecuación de los usos lingüísticos al acto comunicativo concreto en que se producen, así como el logro de la transmisión de la intención comunicativa, finalidad o propósito que en cada caso se persigue.
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No cabe decantarse, pues, por la defensa a ultranza de lo que, con más apasionamiento que reflexión, se pretende identificar como la lengua “del pueblo”, sin preocuparse por delimitar sus perfiles y rasgos. No es casualidad que quienes convierten en bandera tal actitud se centren en el rescate, mantenimiento o potenciación de ciertas voces y expresiones, particularmente aquellas que, por razones diversas, han sufrido un descenso en la consideración sociocultural o se han visto arrinconadas hasta caer en desuso; rara vez se ocupan de lo que, sin duda, más decisivamente pone de manifiesto lo que constituye la clave del baremo que puede revelarnos la auténtica competencia idiomática de los hablantes: su capacidad para construir libremente las secuencias que van configurando el discurso. Por supuesto, es inconcebible que un creciente dominio de esa competencia sintáctica no se vea acompañado de un progresivo enriquecimiento del léxico activo e incluso de cierta renuncia –nunca traumática– de ciertos rasgos de la pronunciación. Pero es en la habilidad y destreza para servirse de una gama cada vez más variada y flexible de las diferentes técnicas constructivas donde se reflejan las divergencias estratificacionales más relevantes.
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18. DIÁLOGO COLOQUIAL EN LA NARRATIVA LITERARIA MODERNA
0. ¿Cómo y en qué medida se transpone la oralidad coloquial a o en los diálogos literarios de la narrativa hispánica moderna? En principio, esa operación de mímesis de lo oral o escritura del habla parece imposible, dadas las diferencias textuales y contextuales que hay entre las dos formas de producirse y manifestarse la comunicación lingüística. La escritura no surgió para representar gráficamente lo hablado, y nadie “escribe como habla”. Una de las claves de la separación está en la explotación de los rasgos prosódicos por parte de la lengua hablada, que permite un tipo de planificabilidad y de organización discursiva vedado en gran medida a la escrita1. Pero las interrelaciones dinámicas y la permeabilidad entre ambas clases de actividad lingüística se han ido acentuando y han cambiado notablemente con el tiempo, aunque de modo y con ritmo distintos en una y otra dirección. La escritura no ha dejado de proveer nuevas maneras de expresarse oralmente, sin que ello quiera decir que el hablar haya “imitado” al escribir; de hecho, se rechaza a quien, al emplear en la conversación un registro inadecuado, habla como un libro. Acerca del grado de oralización o coloquialización que se refleje en los textos del pasado sólo es posible, obviamente, proponer * [“Dialogo literario y escritura(lidad)-oralidad”, en Rolf Eberenz (ed.): Diálogo y oralidad en la narrativa hispánica moderna. Perspectivas literarias y lingüísticas, Madrid, 2001, Verbum, 189-208]. 1. Cada vez son más numerosos los intentos de sistematización del papel de la entonación, como los de Morel/Danon-Boileau 1998 o Rossi 1999 para el francés. Para algunos “son fundamentales en el habla y exclusivos de ella los rasgos prosódicos, los paralingüísticos y los extralingüísticos” (S. Luque / S. Alcoba 1999:19), y J. C. Moreno Cabrera (2000:173-174) afirma que “no hay sistema de escritura alguno que sea capaz de dar cuenta adecuadamente de la entonación”.
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[2001]*
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hipótesis más o menos plausibles (Cano 1998a, 1998b)2. Y no cabe hablar de la “conquista” que supone el trasvase deliberado de la lengua hablada coloquial al diálogo literario hasta la época moderna, en la que se han dado ciertas condiciones, no sólo en los autores, sino también –y sobre todo– en los lectores.
1. La comprensión del salto cualitativo que implica la incorporación del diálogo conversacional a la literatura requeriría, por un lado, contar con una descripción explicativa satisfactoria de las características del español coloquial, y, por otro –y previamente–, con una adecuada interpretación de las relaciones recíprocas que en cada momento se han dado entre los ámbitos de la oralidad y de la escrituralidad/lectura, y que han terminado por abrir tal posibilidad. En relación con lo primero, no hay duda de que, pese a la gran dispersión de los esfuerzos y a que no se ha desterrado del todo el subjetivismo y la escasez de rigor y fundamentación teórica en los análisis, mucho se ha avanzado desde los estudios pioneros de W. Beinhauer hasta hoy. No sólo se ha ganado en la labor de compilación y sistematización de los datos, sino que también se ha ido centrando la atención en lo que verdaderamente resulta pertinente, a saber, la interacción constante entre la técnica constructiva libre puesta en práctica (vinculada, como he dicho, a sus específicos procedimientos contextualizadores) y las funciones pragmáticas, en definitiva, en los mecanismos y esquemas semántico-sintácticos como instrumentos para jerarquizar los contenidos y poner de manifiesto el tipo de relación de los hablantes con lo dicho y la situación. Pero a nadie se le oculta que queda un largo camino por recorrer. Respecto a lo segundo, la tarea se ha convertido en campo privilegiado de investigación (y no sólo de los lingüistas), al verse favorecida por un cambio y ensanchamiento del punto de vista que, lenta, pero imparablemente, se ha ido imponiendo en los últimos años (Bustos 1995a y 1996a). Al menos, las diferencias entre las modalidades de uso orales y escritas han dejado de contemplarse únicamente como derivadas del empleo del canal fónico-auditivo o del visual y gráfico, respectivamente. Resulta decisivo el grado de incidencia, 2. El realismo que se ha atribuido a una gran parte de la literatura española como uno de sus rasgos más característicos no se puede demostrar sobre bases sintácticas, es decir, no es comprobable en términos propiamente lingüísticos. Ya apunta M. Seco (1983) que el grado más logrado en la captación del habla coloquial por parte de la escritura se vincula a la fidelidad con que se reproduce su peculiar sintaxis, y esa aproximación sintáctica al coloquio ha sido, en general, menor y más tardía en las obras dramáticas que en el mundo del relato. Para J.J. Bustos (1996b y 1998) la imitación que del habla real hacen los personajes no habría podido tener eficacia teatral. Hasta Cervantes, no se consigue la construcción del diálogo dramático apropiado a los personajes creados.
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en cada tipo de actuación comunicativa, de una serie de coordenadas o parámetros de índole lingüística, psicológica o sociológica, que, en última instancia, tienen que ver con la mayor o menor proximidad comunicativa y complicidad connivente o, por el contrario, distanciamiento, entre emisor(es) y receptor(es). La división de las formas de empleo de una lengua en orales y escritas es, por tanto, insuficiente, ya que unas y otras se ubican en un continuum, el constituido por una especie de escala gradual y paramétrica extraordinariamente compleja y diversificada. Sólo así será posible calibrar en qué medida un diálogo literario se aproxima a la conversación auténtica, y, lo que más importa, descubrir la intención o propósito que con ello se persigue. Se trata de un experimento nada sencillo, y no exento de riesgo, pues ha de ser legitimado por los lectores, en manos de los cuales queda la tarea de actualizar y revivir aquellos que los textos no pueden aportar.
–Ella era muy suya, ¿qué por qué lo digo?, pues mira, Sole, por todo, desde cómo entraba a los sitios mirando al vacío a cómo rechazaba las invitaciones sin dar las gracias siquiera, que ya acabó por no invitarla nadie a ningún sitio, fíjate, lo hacíamos sobre todo por Olimpia, que la ponía por los cuernos de la luna, con ella sí que se juntaba pero amigas íntimas tampoco, no era de hacerle confidencias a nadie, un ser superior, eso es lo que se creía, total porque tenía idiomas... –Cuatro, guapa, cuatro idiomas, y todo a base de becas y de hincar los codos un mes detrás de otro en aquel chiscón con ventanucos de reja que parecía una cárcel, mientras la madre le daba sin tregua a la máquina de coser, yo le veo mucho mérito a estudiar con ese ruido y nunca quejarse. –¿Quejarse? Todo lo contrario. Si es lo que te digo, que se las daba de princesa, ¡unas ínfulas!... –Y fuerza de voluntad también, como la madre, ¿o no llegó la señora Ramona a vestir a mucha gente principal y a entrar en las mejores casas, viniendo como venía de un pueblo, sin marido y con la niña chica, que no la conocía nadie? Las dos lo mismo, pumba, catapumba, plas, hasta que se situaron. –Porque eran tacañísimas, y no iban más que a lo suyo, a ahorrar para largarse, y la madre más despegada todavía, lista, eso sí, como un rayo, no daba puntada sin hilo...
Nada se dice al lector sobre los personajes que dialogan ni de la situación en que tiene lugar la conversación. Presentada in medias res parece desarrollarse “por libre”, sin mediación de la autora, que ha preferido “ausentarse” de la escena. Ni siquiera hay verbo de comunicación alguno ni indicaciones sobre
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2. Vamos a tratar de comprobarlo en el diálogo con que arranca el capítulo DOS (así, sin título alguno) de la novela Irse de casa (1998), de Carmen Martín Gaite:
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todo aquello (contorno melódico, gestos o movimientos...) que en la escritura orienta al lector sobre la modalidad del dictum, y que disocia lo que en la oralidad se da simultáneamente3. Los guiones, eso sí, van señalando los cambios de turno, pero ni siquiera queda clara al principio la identidad de quien hace uso de la palabra, que el lector va reconociendo gracias a los nombres propios (Sole, Margarita, Feli...), en alternancia con apelativos comunes (guapa, hija, mujer...) y formas pronominales (tú, vosotras, “¿pensáis ir alguna...?”, “¿la veis alguna?”, etc.) que salpican la charla. El lector percibe el intercambio verbal más como un coro de voces que se (con)funden al entremezclarse que como un diálogo propiamente dicho. Es un efecto buscado por la autora4, que sólo cuando la conversación parece decaer momentáneamente decide acercar su cámara y revelarnos que “eran cuatro, todas peinadas parecido, y las voces tampoco se diferenciaban mucho” (p. 46). Y es que, en realidad, importa que la atención no se fije en los rasgos individuales de estas mujeres, que, como se descubrirá más adelante, se reúnen habitualmente en la cafetería de un lujoso hotel provinciano, sino en la persona de la que hablan, ese ella inicial (Ella era muy suya), la protagonista (Amparo Miranda), que coincide con el personaje al que se refiere el final del capítulo anterior: “Ella lo sabía muy bien, lo aprendió desde niña, que aquel barco tan audaz y tan frágil no aguantaba más peso que el suyo y el de su madre, no podían invitar a nadie a embarcarse con ellas”. De origen humilde e hija de madre soltera, Amparo, que ha llegado a triunfar como diseñadora en Nueva York, decide al cabo de cuarenta años volver “a la ciudad desdeñosa que –se dice a sí misma– pretende humillarme” (p. 40). Pero no regresa por nostalgia ni para exhibir, presuntuosa o vanidosa, su consolidada posición, sino para encontrarse a sí misma y tratar de recomponer una historia personal en cierto modo truncada, por lo que trata por todos los medios de pasar desapercibida. 3. Nada semejante se encuentra, no ya en el Corbacho, Cervantes o Galdós, sino ni siquiera en El Jarama, de R. Sánchez Ferlosio, una de las obras en que se alcanza un alto grado de fidelidad a la conversación real (Narbona 1992a, cap. 17 de este volumen]. Incluso en una novela de la misma autora, Entre visillos (1958), considerada por muchos como un prodigio de mímesis del lenguaje coloquial, un verbo dicendi, la identificación del personaje y abundantes indicaciones ayudan al lector a descifrar la modalización adecuada del dictum: interrumpió la chica rubia; dijo con énfasis; dijo Pablo, volviéndose a mirarla; decidió, después de quedarse pensando un poco; saludó ella familiarmente, con un movimiento de cabeza; etc. En esta novela, en cambio, las expresiones cuyo sentido depende de que el lector acierte a restaurar, no sólo la entonación, sino incluso la gesticulación adecuada, son abundantísimas. He aquí una muestra, tomada al azar: –Pero después te ayudan a colocar el libro y esas cosas –Ya, te van a ayudar. Por aquí. Ellos cobran y punto (p. 227). 4. Cuando, al final de la obra (p. 337) vuelven a aparecer estos mismos personajes en idéntica situación, se refiere a ellos como “las señoras del coro griego”.
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Este capítulo es clave para entender la obra, pues el sector de la sociedad que representan las interlocutoras, ancladas aún en el pasado, sigue sin admitir que alguien de extracción social inferior haya podido, superando toda clase de obstáculos, liberarse de la rutina y de la mediocridad. No soportan, en suma, que un espejo viviente les devuelva, aumentada, la imagen de sus propias e íntimas frustraciones y contradicciones, de la inanidad de su existir. Carmen Martín Gaite no quiere entrometerse en el diálogo, que se desenvuelve así sin cortapisas ni control externo. La elección de la variedad de uso coloquial viene, en cierto modo, obligada, pero no, o no sólo, para caracterizar de una forma realista a los personajes, sino por tratarse del registro que con mayor verosimilitud refleja la relación entre las hablantes y lo que dicen en el contexto en que lo hacen. Que se acierte o no en su plasmación por escrito depende básicamente de que se sepa reproducir su peculiar estrategia constructiva. No pretendo decir que sean secundarias las elecciones léxicas. Al igual que sucede en gran parte de las conversaciones espontáneas auténticas, la tensión no está ausente. Estamos ante una confrontación asimétrica de opiniones y actitudes, en la que alguna de las participantes se atribuye una superior posición –real o pretendida– de poder, aunque en todo momento la contención atenuadora de una interlocutora impide que se desborden los límites que impone la cortesía. En ese enfrentamiento con sordina de pareceres, en el que es latente la lucha por imponerse, descansa, en parte, la cohesión y coherencia del diálogo. A la radicalidad de los juicios de A, para quien la protagonista es una persona muy suya, con muchas ínfulas, que se las da de princesa y se cree un ser superior, se van oponiendo las correspondientes réplicas de B, que insiste en matizarlos, corregirlos y relativizarlos mediante el reconocimiento del mucho mérito que tiene la superación personal a base de hincar los codos y de fuerza de voluntad. Pero está claro que el grado de coloquialidad depende fundamentalmente de los esquemas sintácticos empleados.
3.1. Hasta hace poco, el análisis de la sintaxis de la lengua hablada ha estado fuertemente mediatizado por un saber gramatical, primero de marcado carácter filológico, posteriormente cada vez más formalizado y abstracto, y siempre elaborado sin contar con las variedades de uso. Del registro conversacional no se pasaba de resaltar su carácter deficitario, en los dos sentidos del término: abundancia de estructuras incompletas o inacabadas (junto a continuas repeticiones y redundancias), por un lado, y de errores, transgresiones, incorrecciones, dislocaciones o anomalías, por otro. El aparente descontrol de la arquitectura de los enunciados derivaría de la fuerte incidencia de la expresividad, de la subjetividad.
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3.2. Tal percepción se debe, en parte, a que, al haberse tomado la oración como la unidad básica y máxima de la gramática, se ha pretendido ver en la frecuente utilización de enunciados no oracionales o de oraciones simples y procedimientos paratácticos el principal y más objetivo criterio para caracterizar la lengua hablada, frente a la escrita, que hace un empleo más intenso de oraciones complejas, en particular, de subordinadas. El convencimiento de que no es procedente servirse (al menos, no como categoría básica) de una unidad cuya definición, pretendidamente sintáctica, se ha elaborado al margen de la modalidad en la que precisamente el control sintáctico se doblega a las funciones pragmáticas, ha hecho que tal criterio haya ido perdiendo fuerza discriminadora y caracterizadora. El hecho de que la segmentación oracional resulte en muchos casos inviable y poco relevante, lo hace escasamente aplicable. Así, por ejemplo, el papel de la copulativa y pocas veces es oracional, sino discursivo, y además no siempre idéntico: – ..., y todo a base de becas y de hincar los codos ... unas nociones de francés..., y eso era todo
Ni siquiera lo es cuando parecen darse los requisitos para ello:
No en vano uno de los problemas más enojosos en este tipo de narrativa oralizada es la representación de las pausas e inflexiones melódicas por medio de los signos de puntuación de que se dispone. El punto (o punto y coma) que precede a Si es lo que te digo,... o a Las dos lo mismo..., ni siquiera actúa de indicador de frontera oracional. 3.3. Por otro lado, la presunta escasez de oraciones complejas subordinadas en la lengua hablada no implica falta de (o menor) trabazón ni carencia de elaboración. Así, la pretensión de asignar a que alguno de los valores conectivos relacionantes que se suelen distinguir, es tarea estéril. No tiene mucho interés discutir acerca de si la secuencia que encabeza en casos como ... que ya acabó por... (donde es decisiva la función modalizadora de ya) expresa la “consecuencia” (‘de modo que’) o la “razón” (‘por lo que’) de lo que precede. La no explicitud de la conexión fórica ni del esquema correlativo –que suelen tomarse como base de la subordinación– permite la interpretación de la vinculación semántica tanto hacia atrás como hacia adelante; es el gramático, no los hablantes, el que, al establecer tales equivalencias o correspondencias, elige o selecciona, con criterios casi nunca explícitos, la dirección
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–No es un taller de decoración, es un anticuario, bueno, no sé. Creo que ha quedado precioso. Y muy moderno (p. 43).
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que considera preferida, pero cualquiera de las opciones supone una restricción de la proyección del sentido. De igual modo, no hay que plantearse el papel del que figura en –¿Y adelgazas?/ –¡Qué va! No se adelgaza con ninguna. Yo el peso ya lo he subido al maletero. Que, por cierto, ¡la cantidad de trastos que se almacenan en un maletero, madre mía! (p. 46),
ni tratar de discernir el carácter paratáctico o hipotáctico de otros muchos, como que se las daba de princesa; que todas las costuras se deshilachan, etc., pues ello, más que aclarar, enturbia la explicación5.
4. Es cada vez más patente la voluntad de desvincularse de la sintaxis oracional en los análisis de la lengua hablada. Según Claire Blanche-Benveniste (1997), la oración “n’a pas de strict équivalent dans la langue parlée”, y propone en su lugar el noyau (secuencia que en el enunciado “est dotée d’une autonomie intonative et sémantique”) como unidad central del nivel de organización que denomina macro-syntaxe (por hallarse “au-delà” de la sintaxis). De lo que no cabe duda es de que a la entonación le corresponde en gran medida la función demarcativa y determinante del sentido, al destacar y poner de relieve ciertos elementos y enmascarar otros, con independencia de su papel sintáctico, oracional o no. Así, el atributo un ser superior resulta nuclear precisamente por adelantarse a la estructura escindida a la que
5. Obsérvense los dos que aparecen en “... y ahí es cuando avanza dando traspiés, tira el trabuco, saca una cuchilla y le empieza a salir sangre de las muñecas, que luego se vio que era fingida, que traía el mejunje preparado, pero todo el público con el alma en un hilo,...” (pp. 338-339).
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3.4. Semejante proceder lleva a considerar inconclusas muchas de las construcciones que, sin embargo, no permiten la recuperación de nada supuestamente cancelado. El carácter independiente que ha acabado por reconocerse, por ejemplo, en bastantes construcciones con si, como la ya mencionada Si es lo que te digo, replicativa y reforzadora, no tiene por qué interpretarse como consecuencia de la elisión de una supuesta apódosis por tratarse siempre de la misma: “¿por qué dices lo que acabas de decir?”. Sólo en el terreno especulativo, no en el real, cabe derivar tal giro de una condicional íntegra. Ya A. Bello (Gramática §1272), sin necesidad de pensar en ninguna filiación condicional, se limitó a señalar que la apódosis –no siempre la misma– simplemente “se colige con facilidad del contexto”.
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proposicionalmente pertenece (eso es lo que se creía) y, sobre todo, por disponer de contorno melódico propio.
5. Pero no todo se reduce a una cuestión de cambio, o redefinición, de las unidades operativas. Si no se quiere seguir concibiendo la técnica constructiva de la lengua hablada como un mero reflejo de la inmadurez o impericia de los hablantes, que irían construyendo sus enunciados de manera laxa y parcelada, hace falta remover todos los instrumentos analíticos y modificar el modo de acercarse al objeto. Sobre todo, no perder de vista que la andadura sintáctica que parece responder a una táctica por aproximación está ahormada por las funciones pragmáticas. Es decir, su fuerza ilocutiva no va ligada a su conformación más o menos canónica o estándar, al contrario, el propósito principal de toda conversación, la creación o modificación de algunos presupuestos del interlocutor, se alcanza de manera más eficaz por medio de esta sintaxis des-estandarizada. Su aspecto quebrado o braquilógico, con continuas vacilaciones, titubeos, lapsus, reformulaciones, anacolutos, cambios o rupturas de esquemas iniciados, elementos meramente fáticos, etc., no es más que el reflejo de las características que separan su modo de producirse del de la lengua escrita o formal: la acumulación paradigmática, la posibilidad de volver atrás sobre lo ya enunciado (lo que permite completarlo o insertar precisiones y subsanar ambigüedades) y la facilidad para introducir incisos (Blanche-Benveniste 1997, 1998). Un proceso productivo, en suma, en el que van quedando vestigios (más o menos abundantes, como siempre, según el grado de prototipicidad del intercambio conversacional) de sus sucesivas etapas. En el capítulo CUATRO, uno de los personajes, Rosa, echa en cara a su hermana Manuela que no se una al resto de la familia, que veranea en su casa de la playa: –Yo lo que no entiendo, la verdad, Manuela, y papá tampoco, bueno, no lo entendemos ninguno, es por qué no te vienes de una vez con nosotros, pensamos quedarnos hasta mediados de septiembre y está haciendo un tiempo de fábula.
Ninguna merma del contenido expresado se produciría en una “solución” como “Dado que está haciendo un tiempo de fábula, y, además, no pensamos quedarnos más que hasta mediados de septiembre, ninguno de nosotros entiende por qué no te vienes”
en la que se han “borrado” las sucesivas elecciones paradigmáticas (yo, papá...) hasta llegar a ninguno, que, en realidad, las engloba.
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6. ¿Es posible calcar, sin más, ese tipo de andadura sintáctica en la literatura? Evidentemente, no. El resultado no sería literario, y la lectura se haría exasperante, imposible en muchos casos, si se trasladara a la escritura, sin manipulación alguna, una conversación cotidiana auténtica. Los estudiosos de la lengua coloquial saben bien que las transcripciones (no hay un sistema completamente satisfactorio) de las conversaciones auténticas sólo a quienes han estado presentes resultan “legibles” del todo. En la obra literaria la presencia en superficie de las huellas aproximativas que el hablante va dejando en el proceso de producción de enunciados ha de reducirse y cribarse al máximo, si no se quiere que el texto resulte de difícil interpretación e incluso extraño al lector. Pero sí cabe captar en mayor o menor medida la estrategia básica configuradora del discurso conversacional, reflejando hasta donde sea posible su peculiar planificabilidad sin que el maquillaje impida que se perciba como real. Para conseguirlo, la autora toma en primer lugar la decisión de retirarse y “deja hablar” a sus personajes, de modo que la disociación entre lo lingüístico y su contextualización paralingüística y extralingüística resulte mínima y no se vea lo segundo como superpuesto al fluir discursivo dialogado. Pero no basta. Ha de lograr la vertebración de éste conforme a las pautas propias de la conversación, y hacerlo sin sobrepasar ni forzar la capacidad inferencial del lector para restablecer los recursos con que la escritura no cuenta. En realidad, esta clase de literatura requeriría su lectura en voz alta, aunque se haga con la imaginación, porque el lector necesita representarse el intercambio verbal para dar vida a los que actúan al hablar. Aquilatar al máximo este doble juego combinatorio de mímesis y descarte que permite la integración de un diálogo conversacional en una obra literaria, no está al alcance de cualquiera. Tampoco está en manos de todos los lectores pasar del nivel superficial de los significados convencionales al desentrañamiento del sentido intencional a que responde la apuesta del autor. Volvamos al texto para comprobar, desde la óptica específica de la sintaxis, cómo se lleva a cabo esa mímesis controlada –que no mero calco o reproducción– de la arquitectura fundamental del registro coloquial.
7. Se acepta sin discusión que lo peculiar del discurso conversacional es que se va construyendo en colaboración –cooperativa y conjuntamente– por los participantes. Pero se presta más atención al paso progresivo de las informaciones nuevas a supuestos que van quedando incorporados como temas conocidos (con los que se cuenta) que al nivel básico e instrumental de los mecanismos sintácticos. Y se hace hincapié en hechos como las bruscas interrupciones y continuos solapamientos, precisamente aquellos de los que el diálogo literario, como se ha dicho, casi ha de prescindir.
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Cada inicio de turno aprovecha el final del que le antecede. El propósito decidido de A desde el comienzo es minimizar la valía de la protagonista, a la que no otorga otro merecimiento (y ese es el papel del operador discursivo recapitulador total) que sus habilidades lingüísticas, lo que, además, deliberadamente expresa mediante la fórmula indefinida tenía idiomas. En su réplica, B se encarga de incorporar de inmediato un dato omitido (Cuatro, guapa, cuatro idiomas), en absoluto desdeñable, sobre todo, si se tiene en cuenta el sacrificio con que, se dice, lo ha conseguido; adviértase, de paso, que el vocativo guapa intercalado proporciona un refuerzo connotativo a la voluntad enmendadora que va a estar presente en todas sus intervenciones. Precisamente porque la vuelta atrás en el eje sintagmático que supone la inserción del numeral cuatro (repetido) en la construcción tenía idiomas no pertenece al mismo hablante (en este caso se trataría de una simple autocorrección), la concreción adquiere el valor de una verdadera rectificación. Tampoco A desaprovecha la oportunidad de reconducir a su favor el final de la intervención de B (yo le veo mucho mérito a estudiar con ese ruido y nunca quejarse), donde es evidente la implicación causativa de sentido concesivo de la coordinación:
El infinitivo interrogativo-exclamativo (¿Quejarse?) actúa como trampolín que convierte lo que había representado una parcial desaprobación en refuerzo de su propia opinión. M. Seco (1973) creyó ver en su tendencia centrífuga una de las características más notables de la andadura sintáctica de la lengua coloquial: “los elementos de la frase –escribe– tienden a flotar separados unos de otros, ajenos a una estructura orgánica, liberados de un centro magnético que las engarce en una oración unitaria”. Aunque no acaba de liberarse de la óptica oracional, unas líneas antes no ha dudado en afirmar que “la falta de elementos de conexión (tan alejada en su sentido, del asíndeton literario) acentúa el relieve de los enunciados parciales que se suceden” (p. 366), con lo que implícitamente está reconociendo que la parcelación enunciativa no tiene por qué restar un ápice a la trabazón del fluir discursivo. Desde planteamientos y con propósitos muy distintos, A. López (1994) piensa que la estructura de muchos esquemas bipolares ha de verse como resultado de la fusión en un único enunciado de los dos turnos de un intercambio dual del tipo alius. Así, el par –Mañana iré al campo / –Si no llueve se resolvería como Mañana iré al campo si no llueve. Se podría entender así (en lo especulativo, pues en la realidad el hablante se anticipa con frecuencia a la réplica del interlocutor: Tú pensarás que no debía haberle contestado así, pero es que me
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¿Quejarse? Todo lo contrario. Si es lo que te digo, que se las daba de princesa, ¡unas ínfulas!...
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tenía ya hasta la coronilla) la presunta escasez de oraciones complejas subordinadas en unos actos comunicativos que se basan precisamente en la constante alternancia de turnos y en la construcción conjunta del discurso por los participantes. Pero las cosas no son tan simples. Y no sólo porque, por ejemplo, en casos como –La verdad es que no os vais a comer una rosca esta vez los socialistas / –Si tú lo dices... / –Yo no, ahí están las encuestas la prótasis “suelta” del segundo hablante no necesita (ni puede) ser absorbida por el primero, sino porque lo frecuente es que sea otra la opción preferida. Así, el aprovechamiento de la posibilidad abierta por el infinitivo quejarse de pasar a convertirse (como pseudointerrogación “retórica”) en tema para su inmediato refutamiento, constituye aquí una elección más relevante y eficiente que cualquier solución centrípeta imaginable (‘no sólo no se quejaba, sino que...’). Algo similar puede decirse a propósito del arranque de nuestro texto: ¿Que por qué lo digo? pues, mira, Sole, por todo... Una (auto)respuesta polarizada como por todo, lejos de clausurar, abre una expectativa que reclama precisiones, y es lo que hace inmediatamente (desde cómo... a cómo...). La anticipación al oyente encierra, además, la implicatura de su actitud discrepante, lo que se confirma y desarrolla a lo largo de toda la conversación6. No parece, en efecto, que una posible construcción centrípeta que logre articular los sucesivos segmentos en torno a un único núcleo magnético (‘No sólo no se quejaba, sino que, al contrario –lo que viene a darme la razón [es lo que te digo]–, se las daba [y hasta tenía ínfulas] de princesa’) consiga un grado mayor de trabazón7. Lo que sí es seguro es que tan subjetiva y discutible “conversión”, aparte de extrañar e incluso chirriar comunicativamente, resultaría mucho menos pertinente (menos eficaz, por tanto) en cuanto mecanismo interactivo de persuasión, al difuminarse en gran medida la dosificación estratégicamente jerarquizada de los contenidos. 6. En el capítulo VIII de la Tercera Parte del Corbacho, en una de las raras ocasiones en que cabe hablar de esbozo de verdadero diálogo –de ahí que Dámaso Alonso (1973) se fijara en él para ilustrar el lenguaje popular de la obra–, hasta por tres veces responde (por) nada la mujer asediada por el hombre colérico: “Qué has, amiga”. Ella responde: “Non nada”. “Pues, dime, señora, ¿por qué lloras, que goze yo de ty?”. Responde: “Non, por nada”. “Pues, ¿qué cosa es ésta? ¡Asy gozés de mí!”. “Vos digo que non nada”. “Dime, pese a tal, señora, ¿qué cosa es, o quién te enojó, o por qué son estos lloros? ¡Dímelo, pese a tal, señora!”. Responde ella: “Lloro mi ventura”. Tan categórica contestación negativa reiterada, lejos de satisfacer, acentúa la curiosidad de quien la interpela, y, en efecto, acaba por arrancarle sucesivos monólogos expresivos de desahogo, al tiempo que no cesa de llorar (Narbona 1992b) [Recogido en este volumen, Cap. 15]. 7. En realidad, lo que hace A es desligar el infinitivo quejarse de la interpretación que parece más plausible en boca de B (‘no se quejaba, a pesar de las condiciones en que estudiaba’) y vincularlo a lo que, en su opinión, constituye su causa final: ‘no se quejaba para ocultar su origen y mostrarse como un ser superior’.
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Sin cambiar, de momento, de estrategia, B vuelve a corregir a su interlocutora e insiste en el valor de la constancia en el trabajo: Y fuerza de voluntad también... El marco constituido por la copulativa y el adverbio de frase también engarza discursivamente el sintagma fuerza de voluntad con la frase nominal exclamativa ¡unas ínfulas!, pero no para sumarlo, sino para contrarrestarla y reorientarla argumentativamente (‘no quejarse, lejos de revelar entereza, es, como yo estoy diciendo, signo de orgullo y prepotencia’ sería el mensaje implícito). De nuevo desvía A hacia su terreno el final hasta que se situaron, subordinada temporal-consecutiva que, por cierto, no depende de un predicado principal, sino de varios, pero no en su oración, sino en el discurso (hincar los codos, darle [sin tregua] a la máquina de coser, estudiar...), todos ellos condensados ahora en la expresiva serie onomatopéyica pumba, catapumba, plas... Lo que su interlocutora había valorado como virtud fruto del esfuerzo, es interpretado ahora como el simple efecto de vicios tales como la tacañería y el egoísmo: Porque eran tacañísimas, y no iban más que a lo suyo,...
8. Estamos, en definitiva, ante modos diversos de resolver lo que constituye una única estrategia básica de construcción de un discurso conversacional en el que las actitudes están parcialmente enfrentadas: incorporación de elementos nuevos, como contraste, en una frase nominal ya enunciada; transformación de un infinitivo dependiente en tema autónomo para rechazarlo y excluirlo; agregación de un sintagma nominal con intención rectificadora; aprovechamiento de una subordinada para referir a ella una contraproposición causal, etc. Es esa clase de sintaxis la que, pese a su aire fragmentario, proporciona trabazón y cohesión estructural al discurso conversacional, de carácter distinto, pero no inferior, a la que puede observarse en otras modalidades de uso, escritas o formales, cuya sintaxis estandarizada ha constituido la base de nuestra sintaxis.
9. No se puede perder de vista que se trata de un diálogo de ficción, creado por una autora que, al tiempo que ha sabido despojarlo, por innecesarias y perturbadoras, de las huellas aproximativas que son habituales en la conversación
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Parece llegado el momento oportuno de “enfriar” la discusión, de introducir un elemento de distensión, y así lo hace B, quien, aprovechando la ocasión que le brinda la expresión estereotipada no dar puntada sin hilo, interrumpe a su interlocutora con una irónica alusión a la profesión de la protagonista: Yo eso en una modista, si quieres que te diga la verdad, lo veo bien.
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ordinaria, ha conseguido proyectar en la escritura la técnica constructiva propia de la lengua coloquial. Queda por resolver, por tanto, una cuestión sustancial: ¿cómo y por qué un registro que corresponde a la variedad de uso más efímera y alejada de la literalidad puede llegar, si se sabe manipular e incorporar con acierto, a formar parte de un texto narrativo literario que persigue su perpetuidad? No tengo la respuesta. No es difícil, sin embargo, vislumbrar por qué el empleo escrupuloso de una sintaxis canónica no basta para lograr verdadero lenguaje literario. A la obra narrativa Mi mujer eres tú, de Corín Tellado (publicada casi al mismo tiempo que Irse de casa), pertenece el fragmento [ya aducido en un capítulo anterior] que vuelvo a reproducir a continuación. En él, uno de los personajes desvela, al fin, un secreto que trae en vilo al lector desde el inicio:
Pese a su notable “complejidad” sintáctica, especialmente la del extenso enunciado final, en el que diversas subordinadas se van engarzando, sumando e incrustando, los numerosísimos seguidores de la prolífica autora asturiana no parecen encontrar dificultad alguna de comprensión. No hace falta decir que la facilidad de lectura no deriva sólo del total convencionalismo de su lenguaje. En cambio, desvelar las claves que nos ayuden a entender en qué consisten las manipulaciones que convierten en literaria la lengua conversacional común es una empresa ardua, no muy distinta de la que trata de descifrar la naturaleza del lenguaje literario. Generalmente, los estudiosos se limitan a atribuirle la función de caracterizar de manera realista a ciertos personajes. Está claro que la adjudicación de tal papel, secundario y muchas veces discutible, no es suficiente. No debe pensarse que cuanto mayor sea el distanciamiento entre el diálogo auténtico y el inserto en el relato escrito más marcado resultará el carácter literario del segundo. Como se ha visto, también con el máximo acercamiento
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–Se decidió –prosiguió Judy con mucha lentitud, para ser entendida por todos– que se casarían al terminar la carrera. No hubo grandes emociones en aquel noviazgo. No se amaron con locura ni se despreciaron en ningún momento. Pero se respetaron y se quisieron y hubieran formado una gran familia si las cosas, el destino o lo que sea, no cambiara rotundamente todo el panorama. No voy a detenerme en detalles que no tienen importancia. Sólo pretendo dejar constancia de que soy testigo de cuanto digo, y que Andrea no enjuicie severamente el proceder de mi hermano. Sé cómo ama a Andrea, y todos estos días, tanto Ernest como yo, le veníamos pidiendo que te contara todo. Alan se calló, porque tuvo miedo de perder a Andrea. Pero la situación se ha puesto tirante, al rojo vivo, y es preciso que Andrea conozca las causas por las cuales Alan, amándola tanto, no le presentó a su familia, ni le habló de matrimonio, cuando me constan, y ahí está él para desmentirlo, si estoy equivocada, el propósito y el anhelo de Alan de casarse con Andrea.
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y fidelidad al habla real es posible hacer literatura. Cuando se plasma atinadamente, desaparece, o se atenúa mucho, la disociación entre lo vocalizado y lo no lingüístico, que en una actuación oral se producen simultáneamente. Pero, claro es, se obliga al lector a llevar a cabo una notable actividad supletoria restauradora. Por eso he dicho que el acceso al cabal sentido intencional de una obra literaria en el que se logra la oralización del diálogo sólo está al alcance de lectores diestros, experimentados y competentes. Los procesos inferenciales que constantemente han de realizar, implican la reposición de sus recursos y procedimientos contextualizadores propios. Trasladar la sintaxis coloquial a un texto escrito carente de los fuertes anclajes no propiamente lingüísticos con que la oralidad cuenta, exige al autor medir milimétricamente la capacidad de quienes han de reconstruirlos, de modo que la perciban como tal, sin que se percaten de que han sido eliminados, filtrados o limados bastantes de sus rasgos concretos. Cuando se consigue el anudamiento entre oralidad y escritura, como en el caso que ha servido para ilustrar estas observaciones, la eficacia del texto se potencia, al rentabilizarse con éxito el trasvase de la primera a la segunda. Pero no hace falta decir que esa transposición ha de confluir con otros muchos aciertos. Hacerlos explícitos es tarea nada fácil.
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19. CUANDO LO COLOQUIAL SE CONVIERTE EN LITERARIO
0. Del lenguaje escrito, y especialmente del literario, se han ocupado los estudiosos mucho antes que del hablado, y el habla coloquial en particular no ha sido objeto de análisis riguroso hasta hace no muchos decenios. En realidad, la lingüística científica moderna se ha gestado con escasa atención a las variedades de uso. Sólo cuando se ha abierto paso una concepción de la oralidad y de la escritura como ámbitos no separables, como amplias categorías cuya definición no descansa en el hecho de que se sirvan, respectivamente, del canal fónico-auditivo y del gráfico (visual), ha podido abordarse la caracterización de todas las modalidades en el seno de un continuum o escala única, gradual y pluriparamétrica (los parámetros tienen que ver con los hechos antropológicos que afectan a toda comunicación humana), donde no hay propiamente fronteras, sino transiciones borrosas y difusas. Sin esa perspectiva, mucho más amplia y abarcadora, superadora de la simplista visión que opone lo hablado a lo escrito, ni siquiera podría plantearse la cuestión de cómo, hasta qué punto, por y para qué puede convertirse lo coloquial en literario; o mejor, llegar a formar parte de, e integrarse en, la literatura, capaz de fingir todas las formas de servirse del idioma.
1. Aunque el proceso de incorporación de lo coloquial en lo literario ha de rastrearse preferentemente en el discurso dialogal, el texto teatral no constituye la fuente principal y más idónea para su estudio. El autor dramático suele verse más constreñido que el narrador para hacer hablar “coloquialmente”
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[2007]*
* [“Cuando lo coloquial se convierte en literario”, en I. Delgado / A. Puigvert, (eds.): Ex admiratione et amicitia. Homenaje a R. Santiago, II, 2007, Madrid, Ediciones del Orto, 849-858].
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a sus personajes. Es verdad que W. Beinhauer se basó en ciertas obras teatrales para la redacción de su El español coloquial, pero no pasó de la observación y análisis de vocablos y frases de carácter popular. Como ha hecho ver J. J. Bustos (1996c y 1998), el gran salto que se produce en los Pasos de Lope de Rueda y, sobre todo, en los Entremeses de Cervantes no reside tanto en la imitación que los personajes hacen del habla real, cuya eficacia teatral hubiera resultado nula o muy escasa, como en la construcción del diálogo dramático apropiado a ellos. Empecemos por recordar una vez más que nadie escribe como habla. Ningún sistema de trascripción de una conversación auténtica se ha revelado enteramente válido o satisfactorio, y resulta útil sólo al lingüista. Poco o nada en común tienen los materiales que va publicando el Grupo Val.Es.Co., dirigido por A. Briz (1995 y 2002), y los variados intentos de trasvasar el registro coloquial, cuyos fines primordiales son prácticos y socializadores, a la literaria, que dentro de la mencionada escala gradual se sitúa en las antípodas. En este caso asistimos siempre a una notable manipulación. Así, para producir la apariencia de fidelidad a lo hablado y conseguir mayor verismo, Fernando Quiñones estructura Las mil noches de Hortensia Romero (1979), no en capítulos, sino en “días de grabación”, a cada uno de los cuales corresponden varias “cintas”, que el autor simula transcribir de una grabación. He aquí el comienzo del libro:
PRIMERA CINTA B 12 / 1ª Sinfonía Mahler (Final) / LEGIONARIA (1) ... no, no, eso sí que no: si usté va a tener conmigo esa atención y su trabajo es ése, callarme no me voy a callar nada que me se venga a la boca. Ni media palabra. Me dijo que hace usté de ¿socialista era? ... socióloga, eso, socióloga, pero que el nombre no había que darlo; por mí, como si lo quiere dar: Hortensia. Hortensia Romero Vallejo. De Málaga y del veinticuatro. La que usté ve aquí, y este amigo suyo que viene con usté, es una sombrita de lo que era, aunque todavía hay quien se vuelva por la calle, que se vuelve más de uno. Así que, como ya me han dicho ustedes a lo que vienen y ya está andando ese aparato, ustedes me dirán por dónde empiezo. Yo hablo y si luego se molesta alguien, pues qué se le va a hacer, mira, que se moleste; ya les dije que, de callarme, nada, eso seguro porque cogí con mi Julio la costumbre de soltar siempre lo que sea y por derecho. Lo que sea. Bueno, yo ya estoy, de manera que se ponen ustedes cómodos y vamos p’alante. Ahora: ¿los vicios y todo? ... Porque si yo me dejo ir y cuento todo lo que me acuerde, ¡uh!... se iban a tener que traer ustedes un camión de bobinitas de ésas.
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PRIMER DÍA DE GRABACIÓN.
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De carácter muy distinto es el empleo de abundantes rasgos coloquializadores que se permite L. Martín-Santos en un extenso, y estilísticamente admirable, monólogo interior de Tiempo de silencio (1962), que arranca así1: “¿Qué se habrá creído? Que yo me iba a amolar y a cargar con el crío. Ella, ‘que es tuyo’, ‘que es tuyo’. Y yo ya sabía que había estao con otros. Aunque fuera mío. ¿Y qué? Como si no hubiera estao con otros. Ya sabía yo que había estao con otros. Y ella, que era para mí, que era mío. Se lo tenía creído desde que le pinché al Guapo. Estaba el Guapo como si tal. Todos le tenían miedo. Yo también sin la navaja. Sabía que ella andaba conmigo y allí delante empieza a tocarla los achucháis. Ella, la muy zorra, poniendo cara de susto y mirando para mí. Sabía que yo estaba sin el corte. Me cago en el corazón de su madre, la muy zorra. Y luego ‘que es tuyo’, ‘que es tuyo’. Ya sé yo que es mío. Pero a mí qué. No me voy a amolar y a cargar con el crío. Que hubiera tenido cuidao la muy zorra. ¿Qué se habrá creído? Todo porque le pinché al Guapo se lo tenía creído. ¿Para qué anduvo con otros la muy zorra? Y ella ‘que no’, ‘que no’, que sólo conmigo. Pero ya no estaba estrecha cuando estuve con ella y me dije ‘Tate, Cartucho, aquí ha habido tomate’. Pero no se lo dije porque aún andaba camelándola. Pero había tomate. Y ella ‘que no’, ‘que no’. Nada, que me lo iba a tragar. El Guapo tocándola delante de mí y ella por el mor de dar celos. Tonta. Subí a la chabola y bajé con la navaja. Y miro antes de entrar y ella ya se había retirado de él. No se dejaba tocar más que delante de mí, la tonta. Ya nadie se atrevía a darle cara. No tenían navaja o no sabían usarla. El corte a mí me da más fuerza que al hombre más fuerte”.
El lector no cae en la trampa, no se deja engañar por ninguna de tales “argucias”. El trasvase, en rigor, resulta imposible. Entre un texto literario escrito, producto cerrado de un complejo proceso de elaboración personal, y el habla espontánea común, fruto de la interacción verbal, de carácter abierto, de varios participantes, la distancia parece insalvable, pues muy diferentes son las condiciones y circunstancias en que tienen lugar la emisión y la recepción; al ser, por fuerza, muy distinto el modo en que se va configurando y modificando el contexto en cada caso, las elecciones idiomáticas –que, a un tiempo, dependen de la situación y la modelan– no pueden ser, ni mucho menos, las mismas. En tal caso ¿a qué se hace referencia cuando se habla del realismo de ciertos autores u obras, se identifica con ese término un período o movimiento literario, o se califica de realista la literatura española en su conjunto?2 El propio R. Menéndez Pidal consideraba el concepto “sumamente impreciso”3; y F. Lázaro (1969) duda de que tenga “alguna utilidad crítica”, pues hay 1. Cfr. Méndez García de Paredes 2004. 2. Hasta R. Lapesa, en su Historia de la lengua española, afirma que “el estilo típico de Cervantes es el de la narración realista y el diálogo familiar”. 3. Cfr. Narbona 1992a, incluido en este volumen, capítulo 17.
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“tantos realismos como autores u obras convirtamos en objeto de crítica”. Y objeto de simple lectura, habría que añadir, ya que, como ha puesto de relieve D. Villanueva (2004) –que, por eso prefiere hablar de realismo intencional– “todo se basa en la intencionalidad del lector”. “¿Hasta cuándo –se había preguntado antes D. Alonso (1960)– la crítica filológica, literaria y lingüística va a seguir sin enterarse de que lo importante, lo único importante es la ilusión del lector, y, en lingüística, la del hablante?”. En todo caso, y aparte de que casi todo lo que se dice acerca de la verosimilitud o apariencia de verdad es problemático y discutible, pues la literatura, en cuanto ficción, no puede ser verdadera (otra cosa es que contenga verdades o hechos verdaderos, pero plasmados como ilusiones referenciales, por lo que en ningún caso es aceptable o suficiente una lectura puramente realista o, mucho menos, literal), sobre el realismo propiamente lingüístico, que es el que aquí me interesa, muchas de las opiniones continúan siendo impresionistas y escasamente fundadas. 2. El hecho de que los lingüistas hayan acuñado fórmulas como mímesis de lo oral, escritura del habla, oralidad fingida o simulada y otras similares, revela la aceptación implícita de que no cabe la mera transposición o calco, de que un texto literario no puede incorporar más que una pequeña parte del habla y una mínima parte del habla coloquial, y siempre ha de reconstruirla. Para que el resultado de la imitación o acercamiento no chirríe y sea asumido o tolerado por los lectores, es necesaria la constante intervención del autor, que, por ejemplo, se encarga de que no pasen a la escritura los continuos solapamientos y superposiciones que en toda verdadera conversación se producen, y, sobre todo, deja en manos del receptor la reposición de los variados recursos prosódicos y proxémicos que gráficamente no se pueden reflejar, o sólo de manera parcial, incompleta o simplemente indiciaria. Sin la interpretación de lo que simplemente sugieren los signos de puntuación, mal puede captarse el sentido de las líneas antes reproducidas de F. Quiñones y de L. Martín-Santos. En Irse de casa (1998), de C. Martín Gaite, varios personajes discuten acerca de las ventajas que pueden ofrecer a los escritores que empiezan las “escuelas de letras”: “–Yo eso no lo veo una garantía –dijo una chica alta y desgarbada con gafas gruesas–. Ni Flaubert que resucitara podría enseñarte a escribir más que desde lo que él hace, o sea a copiarle. Y en seguida diría la gente, y con razón, que has plagiado a Flaubert, pues para ese viaje no necesitamos alforjas, tú lees a Flaubert, te sale más barato y lo que se te quede lo asimilas a tu manera. No será un plagio de diseño.
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–Pero después te ayudan a colocar el libro y esas cosas. –Ya, te van a ayudar. Por aquí. Ellos cobran y punto” (p. 227).
Sólo la restitución (gracias a la lectura “en voz alta”) de la adecuada línea melódica y de las pausas pertinentes, así como de la actualización y vivificación “visual” de la escena, permite que no se disocie lo que en la oralidad se da simultánea y solidariamente, y, en definitiva, que se pueda inferir el verdadero sentido global de las secuencias que se suceden. Las traducciones que se han hecho al italiano y al francés nos hacen ver que es algo que está por encima del léxico y de los recursos gramaticales específicos de que se sirve cada idioma. Por ejemplo, no restan fidelidad al texto español la utilización del presente aiutano (en lugar de una perífrasis equivalente a van a ayudar) en italiano: “–Però dopo ti aiutano a piazzare il libro e tutta quella roba lì. –Sì, ti auitano! Ma va là. Loro intascano i soldi, to e basta”. (Via da casa. Trad. Michaela Finassi Parolo. Giunti, Firenze, 2000)
ni la solución impersonal del francés:
Adviértase, además que en ambos idiomas el adverbio ya ha sido sustituido por un término afirmativo (sì, ouais). No se trata de algo exclusivo de los escritos literarios. En ciertos subgéneros periodísticos actuales, el lector debe hacer un esfuerzo similar o superior, como puede comprobarse en la siguiente columna de Elvira Lindo: Me decía Bicoca, mientras se enjabonaba con gel de La Praire sus partes íntimas, que por fin Ana Botella había puesto los puntos sobre las íes. “Sobre qué íes”, le digo. “Cómo que sobre qué íes; Botella ha dicho lo que alguien tenía que haber dicho hace ya mucho tiempo, que no se pueden tener hijos realizando prácticas contra natura”. La verdad es que se expresaba de forma tan vehemente, que al principio no la entendí. Me lavaba yo, a mi vez, las partes corporales pensando: “¿Y qué serán para Ana Botella prácticas contra natura?”, porque, claro, te pones a pensar... y acabas pensando unas cosas...
o en esta otra de Pilar Cernuda:
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“–Mais ensuite on t’aide à placer ton livre, et tout le tremblement. –Ouais, on va t’aider. Tu parles! Aboule le fric, un point c’est tout”. (Claquer la porte. Trad. Claude Bleton. Flammarion, 2000)
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Números cantan y los millones de personas que se quedan pasmados ante el televisor mientras una madre llora a su hija desaparecida obligan a los mandamases de las cadenas, públicas y privadas, a apuntarse y a apuntarnos a todos a más de lo mismo. Así que venga crímenes, venga horror, venga estudiantes que cuentan sus experiencias para salir de las garras del presunto asesino, vengan conflictos familiares, venganzas, amores contrariados, adulterios, psicopatías, venga contarnos miserias de esta España que bastantes miserias tiene ya como para que a periodistas de prestigio se les obligue ahora a presentar esas historias y se les obligue a convertir en protagonistas a quienes deberían estar en un manicomio o, desde luego, bajo los cuidados de un buen psicólogo; pero no, al contrario, se les camela para que vayan al superprograma, al programa estrella, y se les pone bajo las manos expertas de una sastra, una maquilladora y un peluquero que las/los pone de punta en blanco para salir como una reina/rey en televisión.
“¿Tú te acuerdas de uno que tenía un bar..., bueno, un bar, no, un chiringuito..., ni siquiera eso, un quiosquillo de mala muerte, que se ponía en verano en la playa del Chanquete? Pues me lo encuentro el otro día con un cochazo, un BMW... no, un Volvo de esos grandes, y me dice...”.
El número de vestigios varía según los interlocutores, la relación entre ellos, la situación en que tiene lugar el intercambio verbal, etc. El escritor que pretende plasmar tal andadura sintáctica de aire parcelado, además de someterla a notables restricciones, rara vez se limita a reflejar tentativas fallidas, sino que la explota de modos y con propósitos diversos. Volvamos a un texto de Irse de casa. Uno de los personajes intenta convencer a su hermana de que pase unos días de vacaciones en familia: “Yo lo que no entiendo, la verdad, Manuela, y papá tampoco, bueno, no lo entendemos ninguno, es por qué no te vienes de una vez con nosotros, pensamos quedarnos hasta mediados de septiembre y está haciendo un tiempo de fábula...” (p. 62).
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3. El posible valor literario del resultado dependerá de cómo y para qué el escritor lleve a cabo la criba, filtrado y maquillaje del habla coloquial. En esta continuamente se vuelve atrás sobre un sintagma ya iniciado (para completarlo o modificarlo), se insertan incisos, y afloran las acumulaciones paradigmáticas que dejan ver las etapas de la elaboración de los enunciados, como huellas de las aproximaciones sucesivas en el proceso de producción (Blanche-Benveniste 1998). Obsérvense, por ejemplo, las elecciones que el hablante va realizando, hasta dar con la que parece ajustarse a su intención comunicativa, en la siguiente intervención (oída en una conversación real):
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Los sucesivos sujetos de entender no se limitan a dejar constancia de meros tanteos aproximativos, sino que, al suponer una progresiva ampliación referencial (de orientación inversa, por tanto, al propósito reductor perseguido por el hablante en el caso anterior), potencian la fuerza persuasiva. 4. La oralización de la escritura constituye una conquista moderna4, pero si aceptamos que el grado más logrado en la captación del habla coloquial por la literatura ha de descubrirse en la fidelidad a la hora de reproducir su peculiar sintaxis, hasta el siglo XIX la técnica constructiva libre del discurso dialogado no se distancia mucho de la que ofrecen las tradiciones escritas, y sólo a mediados de la centuria pasada encontramos escritores que aciertan a reflejar la modalidad conversacional. El uso de un léxico muy marcado puede transmitir la sensación de que se está reflejando un lenguaje especial (juvenil, popular, etc.), como ocurre, por ejemplo, en Historias del Kronen, de J. Ángel Mañas, finalista del Premio Nadal 1994 y cuya adaptación cinematográfica tuvo gran éxito. Pero su sintaxis es, en cambio, absolutamente estándar, desde el inicio mismo:
Ajustarse a la sintaxis canónica no garantiza el carácter, ni el valor, literario de un texto. Ya se ha visto que obras sin valor literario, como las de Corín Tellado, han tenido un extraordinario éxito comercial, entre otras razones, por no desviarse un milímetro de la vertebración sintáctica predicativamente controlada. Y es que la conversión de lo coloquial en literario no puede verse al margen del aumento incesante del número de lectores avezados en la tarea de suplir adecuadamente las carencias del medio gráfico. Las situaciones de lectura no han ido variando de forma totalmente paralela a las de la escritura, ni a igual ritmo, por lo que una historia de la lectura que no se limite a aventurar datos sobre el nivel de alfabetización –formas dominantes en cada época, número y estatus social de quienes podían leer y de los que lo hacían realmente, población que accedía a los escritos sólo de manera indirecta (durante siglos, a través de la lectura pública en voz alta, por ejemplo), etc.–,
4. “Antes del siglo XIX, la imagen del habla coloquial asciende con mínima frecuencia a la literatura” (Senabre 1992). Rafael Rodríguez Marín (2005) ha realizado una amplia recogida de datos sobre la variación lingüística en la novela de ese siglo. [En capítulos anteriores se ha hecho referencia a los hitos destacables de tal proceso].
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“Me jode ir al Kronen los sábados por la tarde porque está siempre hasta el culo de gente. No hay ni una puta mesa libre y hace un calor insoportable. Manolo, que está currando en la barra, suda como un cerdo”.
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sino que trate de aclarar también el grado de captación de la intertextualidad con que todo texto cuenta, podría ayudar a entender por qué hasta bien entrado el siglo XX no se dan las condiciones que permiten la incorporación –relativa y parcial, insisto– de lo oral en la literatura. Se trata de un experimento no libre de obstáculos y dificultades que obliga a un esfuerzo extraordinario. Así lo reconoció R. Sánchez Ferlosio, quien en 1956 lo ensayó, con notable éxito, en El Jarama, fruto de un proceso continuo de reelaboración y corrección (cfr. Cap. 15 de este volumen). Años después, Carmen Martín Gaite, con una habilidad y aparente facilidad para imitar el habla coloquial, logra, como se ha visto en el capítulo anterior, un grado de captación muy superior.
5. El acierto al trasladar –de forma parcial y controlada, insisto– la arquitectura del coloquio conversacional no basta, obviamente, para convertir tal modalidad de uso en literatura. Desvelar ese algo más que puede lograrlo no es tarea fácil. Una de las razones por las que en el ámbito de la llamada cultura occidental –de raíz grecolatina– apenas se ha proyectado la pareja gestáltica de conceptos figura / fondo, ha sido la contemplación del lenguaje desde la razón y la lógica, sin tener en cuenta las condiciones de socialización. En otras culturas, el empleo de la lengua se ve más como acto perceptivo de naturaleza social, no radicalmente diferente de otros visuales o acústicos, y en el que siempre se reconoce una entidad destacada (la figura) sobre un fondo, cuya importancia interesa aminorar. En el texto literario, algunos de los obstáculos que han impedido su explotación para el análisis de las unidades gramaticales, pueden superarse con relativa facilidad. Si la naturaleza y el valor estético se vinculan a la capacidad de crear mundos a través del lenguaje, esto es, de asociar atinadamente signos que ya poseen expresión y contenido con otros significados, y así alcanzar nuevos sentidos, la decisión de servirse del estilo coloquial no puede responder a un propósito distinto. En Irse de casa, obra a la que se ha hecho referencia en el capítulo precedente, C. Martín Gaite tenía que hacer hablar coloquialmente a “las señoras del coro griego”, como llama al final (p. 337) a las contertulias que conversan al principio mientras toman café. Sólo así puede establecer el fondo adecuado en el que destaca Amparo Miranda, la figura de la novela. Aunque su decisión de regresar –tras triunfar como modista– a la ciudad en que transcurrió una parte de su vida está ya en el capítulo UNO, sólo en el TRES, tras la ya comentada larga conversación inane del DOS, penetra la escritora en el interior del personaje, al que también deja “hablar” en libertad. Tras varias horas encerrada en la habitación del hotel, sin ni siquiera deshacer el equipaje, sin atreverse a salir “a
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explorar lo de fuera”, se dice a sí misma: “no empieces a escudarte en la maleta, sabes muy bien que la ciudad es otra, que han pasado más de cuarenta años, ¿y qué? Hay que afrontar los cambios, si no ya me dirás qué haces tú aquí ni qué sentido tiene tu viaje [...] A qué he venido, da igual, forma parte de la aventura el irme enterando de los motivos, caso de que los haya [...] Estoy aquí, y he venido yo sola, ¿no es bastante?” (p. 55). El re-encuentro con el mundo representado por ese grupo de mujeres que la critican no se produce, no puede producirse. Cuando, por fin, se decide a salir y cruza el vestíbulo, ni siquiera es reconocida, por más que una llegue a fijarse en ella y llamar la atención de las demás: “Qué mujer más elegante ¿habéis visto? Debe de ser extranjera” (p. 61), frase con la que se cierra el capítulo. Tal marco o fondo va siendo configurado y conformado además, no por igual, por los personajes que en los sucesivos capítulos van desfilando y cuyas vivencias se entrecruzan. Hasta el capítulo ONCE no se vuelve sobre la figura de Amparo Miranda, y, esta vez sí, la autora toma las riendas y describe su estado de ánimo, que no se ha visto alterado por su contacto con la nueva-vieja realidad. Si acaso, se ha reforzado su actitud inicial: “No era capaz de encontrarle sentido a su viaje. Y, sin embargo, no se quería ir. No podía. La ciudad la tenía atrapada” (p. 149). ¿No era ese sentirse atrapada lo que la había impulsado a huir de Nueva York, sin avisar a nadie, para intentar recuperar su propio pasado? En definitiva, ¿no es ese el sentido de la obra? Ya no puede participar de la realidad ansiada, retratada gracias, entre otros recursos, al empleo de lo coloquial en las situaciones en que conviene, pues ha dejado de pertenecer a ella. Pero tampoco puede (¿quiere?) desvincularse de lo que fue –y quizás siga siendo, aunque ya sólo como fondo– el escenario en el que su vida se fue diseñando. Se trata, y así lo percibe la protagonista, de un fondo difuminado, monótono, como corresponde a un mundo marcado por la mediocridad y la envidia de una sociedad de la que hubo de escapar, un fondo que aborrece, pero al que necesitaba volver para hallar sentido a su presente. Un retorno “de incógnito”, pero retorno al fin y al cabo. Precisamente porque lo detesta, no tiene la menor intención de entrar en contacto con él, pero eso mismo refuerza su conciencia de desarraigo y, en consecuencia, una acentuación de su amargura, sentimiento que impregna toda la obra. Nada puede hacer para modificar un entorno social anclado en un tiempo desfasado, del que con tanto sacrificio había logrado liberarse. Desearía que le resultase ajeno, y por eso no habla a nadie ni con nadie, salvo para solicitar un taxi o pedir una información. Desde luego, nada tiene ya que decirles a ese coro de mujeres que, pese al tiempo transcurrido, no pueden soportar que haya superado el estatus que, según ellas, le correspondía de por vida.
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6. Si no contribuye a tal finalidad comunicativa, que trasciende el mero hilo narrativo, el uso coloquial en boca de personajes mediocres no pasaría de ser un curioso e irrelevante ejercicio de imitación, al que, a lo sumo, habría que atribuir, como suele hacerse, la caracterización realista de los mismos. Al situarse, en pie de igualdad, junto a los demás estilos empleados en la novela, el coloquial se reviste de función literaria, forma parte de la experiencia literaria. No se convierte en literario por el simple hecho de asemejarse al conversacional real; pero tampoco se limita a servir de mero contrapunto. En El Jarama, la muerte al final de una de las jóvenes excursionistas, que se ahoga en el río, acaba por dar sentido narrativo a los centenares de páginas anteriores de conversaciones fútiles. En Irse de casa, la contraposición estilística resulta patente casi desde el inicio, y la modalidad coloquial cesa cuando su papel (ancilar e instrumental, pero no secundario) deja de ser necesario. Las ambiciones e ilusiones cumplidas no ocultan el vivir como un transcurso en el que unas experiencias no eliminan a las anteriores, que permanecen como memoria viva. Cervantes, creador de la novela moderna, o Galdós, por referirme a dos de los hitos repetidamente señalados, pese a ser geniales creadores de mundos novelescos a partir de la cotidianidad, no incorporaron (no lo pretendieron) la técnica libre del discurso prototípicamente coloquial, aunque, eso sí, en algunas de sus obras abundan las expresiones tomadas del lenguaje hablado común, algo que nunca ha pasado inadvertido. Podría decirse que la distancia en tal sentido que hay entre los dos autores, a los que separan tres siglos, es menor que la que se puede advertir entre el segundo y C. Martín Gaite, pese a que sólo transcurre medio siglo, aproximadamente, entre las obras más significativas de uno y otra. Final Ya he dicho que la experiencia de pasar lo coloquial a lo literario, como cualquier otra innovación, no está exenta de riesgos, y que el éxito depende no solo de la voluntad de los escritores en continuar por esta vía, sino, en gran medida, de la complicidad de lectores competentes y activos, capaces de desentrañar el cabal sentido de la novedad. Es cierto que nunca ha habido más y mejores lectores que hoy (por más que se hable de la decadencia de la lectura, e incluso de la muerte de la novela), pero la popularidad de escritores como Corín Tellado revela que también han aumentado los pasivos y acomodaticios, los poco selectivos y nada críticos, a los que el descifrar el sentido auténtico de un texto creador de mundos, e incluso el acceso a formas relevantes del saber que sólo por la escritura se alcanzan, les resulta difícil o
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imposible. Se achaca en parte a la invasión de los medios audiovisuales o a la cómoda recepción e impacto de la imagen. ¿Hasta qué punto incide en esto la rapidísima irrupción de nuevos “textos”, los llamados digitales, que en realidad no requieren una lectura analítica, secuencial y proposicional, sino global? R. Simone (2001) ha llamado la atención sobre las posibles consecuencias de las nuevas maneras de comunicarse por escrito que ganan terreno día a día, y no sólo entre las generaciones jóvenes. Pero la coloquialidad del mensajeo, del chateo, etc. poco tiene que ver con lo aquí comentado, y no parece que pueda llegar a formar parte de experiencias literarias. Por ahora.
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EPÍLOGO: EL PODER DE LA PROSODIA
1. En el primero de los tres volúmenes de la Gramática del español, de Ángel López García (1994), hay dos observaciones que no casan bien. Por un lado, se advierte en el capítulo inicial al lector que la obra “no se va a ocupar de pragmática” (p. 11). Por otro, en el arranque del siguiente, se arremete contra el lingüista que maneja ejemplos como el niño come manzanas: “¿ha dicho alguna vez esta frase en su vida? ¿La ha dicho alguien? ¿Ha dicho alguien Alfredo da un libro a Juan, oración omnipresente en el, por otra parte, admirable libro de L. Tesnière? [...] Describir oraciones que podrían decirse, como el niño come manzanas, pero no se dicen, es reducir la gramática a la conciencia metalingüística de un hablante ideal. Ello resulta empobrecedor por doble motivo: porque la idealización no sólo afecta a la ciencia, sino que se hace extensiva a la conciencia de los usuarios, pero, sobre todo, porque es una idealidad reduccionista en cuanto que sólo se refiere al hablante como emisor” (pp. 33-34). Si, como creo, tiene toda la razón en esto último, difícilmente se puede cumplir lo primero. De hecho, lo reconoce: “en las primeras etapas de la vida del niño lo pragmático es todavía preponderante, y sólo a partir de cierto momento, centrado en torno a los siete años, empieza a predominar lo gramatical, sobre todo en los estratos cultivados de la población y en las llamadas lenguas de cultura, pero mucho menos en las personas iletradas y en las culturas primitivas” (p. 18). Voy a servirme, claro es, de un ejemplo real, utilizado en un contexto concreto y bien determinado. Y, por razones que los lectores sabrán comprender, prescindiré de todo apoyo bibliográfico. * [“La felicidad es algo que pueda compartirse. Nota (sin notas) sobre un uso del subjuntivo”, en M. Veyrat Rigat / E. Serra Alegre: La lingüística como reto epistemológico y como acción social. Estudios dedicados al profesor Ángel López García. Madrid, Arco/Libros, 2009, I, 489-501].
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Entre sorprendido y molesto, un conocido locutor de RTVA (la red pública de radio y televisión de Andalucía), al que me une una relación de amistad, se desahoga conmigo tras ser apercibido por el máximo responsable del Organismo ¿Motivo? Haber incurrido en una incorrección al decir la felicidad es algo que pueda compartirse en un programa radiofónico. No le oculto mi sorpresa ante el encomiable celo por el buen uso del idioma en los medios audiovisuales. Pero ¿hubo realmente error o transgresión gramatical al emplear el subjuntivo pueda, en lugar del indicativo puede? Me apresuro a tranquilizarlo. La metedura de pata, si la hay, no creo sea tan grave que merezca un tirón de orejas. No es que piense que la utilización de una forma verbal por otra sea un asunto baladí. El Director de Información de la Vicepresidencia Primera del Gobierno exigió la rectificación de una información aparecida en “El País” (28-1-1998), mediante un escrito titulado “La importancia del subjuntivo”, publicado en el mismo diario dos días después: “se le atribuye al Vicepresidente la siguiente frase: La peor de la situaciones es que no está garantizada la seguridad porque nadie toma medidas para proteger a los concejales del País Vasco. Como se puede comprobar en la grabación que adjunto, lo que realmente afirmó Francisco Álvarez-Cascos fue: La peor de las situaciones, la peor, la única situación inadmisible es que no esté garantizada la seguridad de los concejales del Partido Popular porque nadie tome medidas para proteger a los concejales explícitamente amenazados”. Pero no estamos, ni mucho menos, ante un caso equiparable. Pese a que chirriante, anómalo e incluso inaceptable pueda parecer el empleo de pueda, me resisto a admitir que a alguien con tan dilatada experiencia se le haya escapado un flagrante gazapo gramatical. Ya se sabe que toda cautela es poca siempre que del subjuntivo se trata. Desde luego, no valen las respuestas simples. Por algo es de lo más difícil de entender de toda la gramática de nuestro idioma y trae de cabeza a los profesores que intentan enseñar a usarlo a los no hispanohablantes.
2. Es verdad que en ciertos moldes constructivos la alternancia modal no es posible, y no siempre es el subjuntivo el modo bloqueado: Aunque sea (*es) un momento, pásate por casa esta tarde Lo que pasa es que a Soria hay que ir siempre con ropa de abrigo, aunque sea (*es) en pleno verano.
Pero en una construcción de relativo es, si no total, muy amplio el margen de maniobra del emisor, quien, en función de una serie de circunstancias –no bien estudiadas, pero que a la postre tienen que ver con el conocimiento por
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parte de los interlocutores del “antecedente”, esto es, que sea o no específico, concreto o determinado– decide la forma verbal más adecuada para transmitir cabalmente lo que quiere decir (y lo que quiere que el oyente interprete): Tenéis que ser amables con el profesor que {viene, va a venir, vendrá, venga} la semana próxima a sustituirme, y estar muy atentos a (todo) lo que os {va a decir, dirá, diga}. Katia tiene las piernas más bonitas que uno {puede, podría, pueda} imaginar.
En el caso a que me refiero no se da ninguna de las circunstancias que parecen favorecer (e incluso exigir) el uso del subjuntivo, por ejemplo, que el antecedente se vea afectado por la negación La felicidad no es algo que pueda compartirse No es la felicidad algo que pueda compartirse
que toda la construcción tenga carácter interrogativo ¿Es la felicidad algo que pueda compartirse?
o la presencia de un adverbio modalizador (generalmente, junto con una disposición secuencial y un contorno entonativo especiales):
Más bien tiene la apariencia de una propuesta de definición ¿Fue esa la intención? Le pregunto abiertamente a Carlos María Ruiz –que así se llama quien la dijo– si pretendía proporcionar su idea (personal, improvisada, si se quiere) de lo que es la felicidad. Porque lo que yo quería saber era si había tratado de dar una respuesta –oral, no se pierda de vista– a una cuestión que nadie deja de hacerse: “¿qué es (para ti) la felicidad?”. O, más frecuentemente, con una formulación personalizada e incluso particularizada: “¿quién es [un hombre] feliz?”, “¿eres feliz?”. A cualquiera de ellas se puede contestar sin que el subjuntivo llame la atención: –Algo que pueda compartirse. –[Feliz es] quien, el que, aquel que, todo aquel que, cualquiera que... comparta [lo que tiene].
Su contestación no pudo ser más contundente: “Así fue exactamente”. Y me envía la grabación original íntegra:
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Ya es algo que la felicidad pueda compartirse Que la felicidad se pueda compartir, algo es.
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¿Qué es la felicidad? Las personas llevamos, bueno, toda la vida, haciéndonos esa pregunta. Y quizás nadie ha encontrado todavía una respuesta que satisfaga a todos. Más que un estado, dice alguno, es un ir hacia, marcarse un objetivo. En fin, cada uno tendrá cerca algo que pueda servirle para responderse a sí mismo a la pregunta. Lo que parece claro es que, en Navidad, la felicidad es algo que pueda compartirse.
Las cosas empiezan a aclararse. Como se ve, el esquema oracional al que pertenece cuenta con dos segmentos (lo que parece claro es que y en Navidad, este último entre pausas) que relativizan y mediatizan su contenido. La frase final, no sólo había sido descontextualizada, sino amputada y desgajada de su enunciado para ser insertada en una cuña radiofónica enteramente distinta.
3. Ahora bien, como secuencias aisladas, otras similares no chocan ni resultan anómalas:
¿Estaba, pues, la clave en algo, que, más que por su significado indefinido o impreciso, destaca por su referencia desindividualizadora? Sí y no. Como ha podido advertirse, el empleo de pueda con ese mismo antecedente en el enunciado inmediatamente precedente (cada uno tendrá cerca algo que pueda servirle para responderse a sí mismo a la pregunta) no extraña, porque no se trata de una definición y porque cuenta, además, con el apoyo de un futuro de probabilidad, tendrá, en la cláusula principal. Pero es verdad que alguna singularidad presenta (de hecho, los gramáticos no lo sitúan en el mismo paradigma) respecto a esas otras expresiones pronominales (lo, aquello) o adverbiopronominales (todo, cuanto) neutras, o al sustantivo “comodín” cosa, que, pese a tener género gramatical femenino, también podría considerarse “neutro”. No sorprende que no se aduzca ningún ejemplo con algo en ninguna de las publicaciones sobre el subjuntivo que he consultado, salvo un caso en que está acompañado por un adjetivo: No le vendrá mal algo caliente que lo entone. No debe pasarse por alto que, además de oponerse a las variantes concordadas (alguno, alguna, algunos, algunas), se distingue de alguien, igualmente al margen de la oposición masculino/femenino, por su valor individualizador (carece de plural) y por su referencia exclusivamente personal. Algo parecido sucede con ninguno, -a (hoy no se usa el plural), nada y nadie. De quien, en cambio, ha acabado por formarse el plural quienes. Pero no todo, ni mucho menos, puede explicarse por la presencia de algo.
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[La felicidad es] LO que (TODO LO que, AQUELLO que, TODO AQUELLO que, CUANTO, CUALQUIER COSA que...) pueda compartirse.
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4. Nadie duda de que los recursos prosódicos, siempre presentes, no se “añaden” ni “superponen” a los esquemas sintácticos, sino que forman parte de ellos, con los que solidariamente determinan el sentido, que puede ser muy distinto de la suma de los significados de las palabras empleadas (¡No, si ahora voy a tener yo la culpa!), e incluso contrario (¡No casca nada...! ‘habla sin parar’). Su capacidad para configurar el discurso, cuyas unidades van marcando, así como para estructurar y organizar jerárquicamente su contenido, los convierte en los principales procedimientos contextualizadores de nuestras actuaciones orales, especialmente de aquellas que se dan en situaciones de máxima proximidad comunicativa entre los participantes. No es posible explicar las estrategias dominantes en la andadura sintáctica de las variedades habladas sin prestar atención a las curvas de entonación y de intensidad, las inflexiones melódicas, la naturaleza y duración de las pausas y silencios, los énfasis acentuales, los acentos focales, las frecuencias fundamentales o niveles tonales preferentes, etc. Para evitar toda percepción impresionista personal, recurro a Antonio Hidalgo, miembro del grupo Val.Es.Co. Con su habitual generosidad, este experto en análisis prosódico me envía a los pocos días un exhaustivo examen (que reproduzco al final), con unas atinadas observaciones. Todos los segmentos van dirigiendo prosódicamente el sentido implicativo de lo dicho, para dar a entender que está expresando su opinión acerca del concepto de felicidad. Y es en tal contexto pragmático en el que “debe situarse el uso del subjuntivo pueda, aparentemente agramatical”. Los recursos prosódicos –continúa– revelan que el informador “está interesado en envolver su particular parecer en alternativas”, en diferir su personal respuesta a la pregunta inicial (¿Qué es la felicidad?). Con el más que patente realce tono-acentual de pueda (el de mayor intensidad –82’74 Hz.– de toda la secuencia), que, en cuanto forma del subjuntivo, indica subjetividad o no seguridad, quiere transmitir algo así como lo siguiente: ‘para mí –y puedo no estar en lo cierto– la felicidad es todo aquello susceptible de ser compartido’. Poco tengo que añadir, salvo darle las gracias. 5. No hay enunciado auténtico –y ninguno lo es si no está contextualizado, también prosódicamente– que se deje desentrañar sin la ayuda de diversas llaves de acceso. Pero por las puertas que se van abriendo también se puede escapar, a poco que se distraiga el gramático, algún factor relevante. No basta con conocer el significado de las piezas que lo forman. Tampoco, con re-conocer el encaje de las mismas en el molde constructivo en que se integran. Significado léxico y significado gramatical sólo valen –lo que no es poco– para poner en marchar el recorrido inferencial que lleva al receptor a
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descifrar el sentido y la verdadera intención comunicativa del emisor. Dar cuenta de ese proceso específicamente humano es algo que no puede [aquí sí está vedado *pueda] llevarse a cabo fuera de la perspectiva pragmática. He dicho antes que Ángel López, pese a declarar que no se ocupa de tal enfoque, en realidad no se desentiende de él. Y es que ningún estudioso puede permanecer ajeno al fascinante (y problemático) quehacer de averiguar lo que está más allá –a menudo, mucho más allá– de lo verbalizado. Sería tanto como negarse a entender el comportamiento idiomático, en el que casi siempre hay una distancia (con frecuencia, insisto, no pequeña) entre lo que decimos y lo que logramos transmitir, un trecho que el receptor salva sin dificultad. Es algo que podemos [tampoco aquí cabe *podamos] comprobar a cada paso, y para cuya explicación se han ideado algunas propuestas, como la conocida teoría de la relevancia, de D. Sperber y D. Wilson. El oyente no interpreta de manera engañosa o ambigua las secuencias, ni siquiera en aquellos casos en que, como ocurre en ciertos mensajes publicitarios o en gran parte de los chistes, es la momentánea ruptura de la dirección cooperativa lo deliberadamente buscado, con el fin de lograr precisamente un mayor grado de pertinencia comunicativa. La voluntad constante de los hablantes de persuadir a sus interlocutores, de modificar algunos de sus (pre)supuestos, etc., se manifiesta en la elección de determinadas estrategias atenuadoras o de cortesía, pues saben que a nadie le gusta que le den lecciones. Aunque se crea en posesión de la verdad, no le conviene expresarla como tal, mucho menos como verdad única. Las definiciones tajantes corren el riesgo de ser rechazadas, de ahí que se prefiera suavizar cualquier enunciado con, por ejemplo, un yo creo que o un a mí me parece que. Y como por el uso todo pierde eficiencia, los procedimientos se hacen cada vez más elaborados y sutiles, sobre todo para atraer e implicar, de modo ficticio, al otro (u otros) y, con ello, retrasar la opinión propia: yo no sé lo que pensarás tú, y, además, ya sabes que voy a apoyarte en todo, PERO... 6. Pues bien, por muy gramaticalizadas que se encuentren las formas del subjuntivo, su fuerza perlocutiva (de ahí que no resulte fácil descubrir, si lo hay, el básico valor único de las mismas) puede ser orientada en múltiples direcciones divergentes. Los usuarios disponemos de un margen de maniobra no estrecho, desde luego, mayor que el que permiten extraer las descripciones gramaticales. Mientras redacto estas páginas, una larga polémica ha sido suscitada por un “Manifiesto por la lengua común”, en el que se reivindica el derecho de los ciudadanos que lo deseen a la enseñanza y a ser atendidos en español en las Comunidades bilingües. Las opiniones a favor y en contra (a menudo en un mismo diario), expresadas de forma radical o con matizaciones, no cesan.
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En la expuesta por Ignacio Sánchez Cuenca en “El País” (16-7-2008) se llega a afirmar que los promotores del escrito (entre los que se encuentran Félix de Azúa, Mario Vargas Llosa, Fernando Savater, Aurelio Arteta, Arcadi Espada, Carlos Martínez Gorriarán) “han preferido defender sus posiciones a base de responder a críticas especialmente lunáticas y zafias”, una salida que es “tan decepcionante como lo sería atacar el Manifiesto por el hecho de que lo hayan ensalzado reaccionarios de toda laya”.
¿Se está calificando de reaccionarios a los firmantes del mismo y a los muchos miles que posteriormente lo han apoyado? Directamente, no. Pero la elección del subjuntivo (hayan ensalzado) no descarta tal interpretación. Sobre todo, porque el artículo se cierra con unas palabras que, esta vez de modo no tan indirecto, los califica de demagogos:
No, no precisa ser absuelto quien dijo la frase objeto de reprobación que me ha servido para hilvanar estas reflexiones, porque no había cometido ningún pecado gramatical. Es más, a mi juicio, estuvo atinado en la elección. De haberse decidido por el indicativo (La felicidad es algo que puede compartirse), no habría levantado suspicacia gramatical alguna, pero sí recelos en los oyentes, al trasladarles, más que una simple opinión, una afirmación categórica (‘eso, y no otra cosa, ES la felicidad’), lo que podría haberse tomado casi como una agresión. Con pueda no pasó de transmitir –eso sí, con la fuerza que la radio proyecta– una manera, entre otras, de entender la felicidad (y referida exclusivamente a la época navideña, no se pierda de vista). El esquema formal y abstracto, una vez cargado de la vida y energía que emanan de la actualización prosódica, vino muy bien para expresar atenuadamente un juicio personal. No es sólo que algo, como se ha dicho, sea forma idónea –en cuanto inconceptual e indefinida– para no definir o, si se prefiere, para definir sin precisar o de manera desconceptualizada, sino que también la estructura impersonal con se (se interprete como pasiva o activa, poco importa) refuerza el carácter generalizador (en realidad, universalizador) bajo cuyo paraguas el profesional de la radio quiso desleír su opinión. En general,
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“El debate sólo será provechoso si se abandona la demagogia de los derechos y se discute con datos y argumentos sobre el fin a alcanzar –bilingüismo efectivo o dominio del castellano en las Comunidades con lengua propia– y los medios para conseguirlo. Justo lo contrario de lo que han hecho hasta ahora los intelectuales firmantes del Manifiesto” (las cursivas son mías).
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no procede hablar del buen o mal empleo del subjuntivo, pues lo que en cada ocasión se utiliza es una forma determinada de tal modo de un verbo concreto, en este caso, de poder, auxiliar que modaliza al auxiliado, compartir, clave de su parecer, que no “definición”. 7. Pero podría no ser una mala definición de la felicidad. Desde luego, bastante mejor que la que, en el diario que tengo ante mí, proporciona el multimillonario R. Abramóvich, también en subjuntivo:
Y es que quizás, al tener cada uno la suya, no haya ni pueda haber ninguna satisfactoria, y únicamente quepan aproximaciones. En el mismo sitio, al exclamar el periodista ante las respuestas que va dando Mario Benedetti (a punto de cumplir 88 años) “¡Qué lejos parece la felicidad!”, el escritor replica: “Yo cada vez la veo más lejos”. A su vez, Álvaro Pombo, al preguntársele en una entrevista, esta vez televisada, “¿Usted ha sido totalmente feliz en algún momento de su vida?”, contesta sin dudarlo: “No. Pero he llevado una vida llevadera, equilibrada, armoniosa”. Menos arriesgado resulta acercarse por otros caminos, como el utilizado por G. W. von Leibniz, para quien “amar es encontrar en la felicidad del otro tu propia felicidad”, con infinitivo, como si de una auténtica búsqueda se tratara, al igual que ese ir hacia al que recurre Carlos María Ruiz, antes de atreverse a opinar sobre ella. Menos expuesto, sí, pero también menos eficaz. Porque, aunque los pilares básicos de los medios de comunicación sigan siendo la objetividad y la independencia, la complejidad de la realidad informativa, especialmente en la actualidad, requiere una constante conformación de las noticias, siempre que no se caiga en la simpleza, la banalidad o la manipulación interesada. El informador no se limita a re-producir unos contenidos, sino que también los produce. La opinión, siempre que sea fundada, no debe, ni puede, estar ausente. Pues bien, si ni psicólogos ni sociólogos se atreven a definir algo como la felicidad, y si las aproximaciones más plausibles (desde Epicuro a O. Wilde, pasando por Schopenhauer, Kierkegaard, Byron, Locke...) no han pasado de formularse como paradojas, todas discutibles (a la de Easterlin –una vez cubiertas las necesidades básicas, obtener mayores ingresos no aumenta la felicidad– han sucedido otras, como “la del crecimiento infeliz”, según la cual no es el nivel de los ingresos lo que hace a la gente infeliz, sino la velocidad con que aumentan), no se puede exigir que lo haga alguien que, responsablemente comprometido con su trabajo, ha de poner especial cuidado en que sus ideas, que no tiene por qué ocultar, no se impongan
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“felicidad es que tu equipo gane la Champions”.
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a los destinatarios, que son, al fin y al cabo, quienes deben o no validarlas y decidir si las comparten. Para todo ello se puede recurrir al subjuntivo. Para transmitir certidumbre y convencimiento está el indicativo. Se entiende que, por poner un ejemplo que también tengo a la vista, dado el descenso del número de alumnos que se inscriben en la disciplina de Religión (católica, por supuesto) en nuestros centros escolares, la Conferencia Episcopal Española haya puesto en marcha una campaña bajo el lema “Apunta a tus hijos a clase de religión y moral católica”, en la que se argumenta con afirmaciones como la siguiente: “Los cristianos reconocemos que es bueno lo que nos acerca a Dios y a los demás, y es malo lo que nos aleja de Dios y de los demás”. Así, sin margen para la duda, sin opción alguna a los no cristianos, a los que parece considerar incapaces de una discriminación semejante. En la frase que he venido comentando, la sintaxis se estruja al máximo, pero nada tiene de anormal, a menos que por norma se entienda sólo lo que debe (o debería) ser, al margen de lo que es o puede llegar a ser normal. Todo el armazón gramatical (la atribución ecuativa con ser, el indefinido “neutro” algo como antecedente de la relativa especificativa abierta por que, el carácter modal de poder, el sentido impersonal de la construcción con se), solidariamente con el adecuado contorno prosódico, legitima el subjuntivo, que, por tanto, contribuye a expresar una noción subjetiva de la felicidad, sin pretender que sea, ni mucho menos, la única, y, desde luego, sin dogmatismo alguno.
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Antonio Narbona Jiménez ha sido Profesor de las Universidades Autónoma de Madrid, Extremadura y Córdoba. Actualmente es Catedrático de “Lengua Española” de la Universidad de Sevilla. Destacan sus trabajos sobre gramática del español, sintaxis histórica, análisis del discurso conversacional y dialectología andaluza. Académico Correspondiente de la Real Academia Española en Andalucía y Miembro de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Premio FAMA a la Trayectoria Investigadora de la Universidad Hispalense y Premio ANDALUCÍA DE INVESTIGACIÓN de la Junta de Andalucía. Es coautor, junto con Rafael Cano Aguilar y Ramón Morillo-Velarde Pérez, de El Español hablado en Andalucía, publicado en esta misma editorial.
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Del español coloquial nos servimos todos continuamente, aunque no de un mismo y único modo. El lingüista conseguirá liberarse de la deformación jerárquica que lleva a considerarlo como una modalidad de uso deficitaria o “pobre” cuando, además de aceptar que nadie puede escribir como habla o que no se debe hablar “como un libro”, deje de limitarse a oponer y enfrentar la actividad de hablar (y oír-escuchar) a la de escribir (y leer). Desentrañar las claves de lo que logramos decir y hacer, de la verdadera eficiencia de los intercambios orales (desde la mera información práctica o la simple socialización en la conversación familiar espontánea hasta su plena integración en ciertos diálogos literarios), requiere conocer a fondo la técnica constructiva dominante que en ellos se pone en práctica.
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