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Spanish Pages [168] Year 2015
En esta obra se ofrece un panorama en torno a los dilemas que han causado varios debates sobre la filosofía que cuestiona el estatus de la ciencia.
Axel Cuevas Los dilemas filosóficos de los discursos anti-científicos Primera edición
Los dilemas filosóficos de los discursos anti-científicos. Reflexiones críticas © 2015 Axel Cuevas Todos los derechos reservados. Diseño editorial: Samantha Castrejón Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada
o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.
Índice temático Agradecimientos Prólogo I. Aproximación teórica al concepto de posmodernismo……………………. La metodología en el posmodernismo Algunas Contribuciones del posmodernismo II. Posturas críticas frente al posmodernismo El “poder” de los intereses Guadarrama y la debilitación del pensamiento Osorio y la unilateralidad del posmodernismo Propuesta crítica de Roy D’Andrade y Ryan Bishop Aportes críticos de Pauline Rosenau y Melford Spiro La confianza “agotada” en la ciencia Otras lecturas recomendadas Posturas críticas frente al constructivismo Aproximación teórica Boghossian “contra el constructivismo” Posturas críticas frente al relativismo Aproximación teórica Moulines y la inconsistencia del relativismo sociológico Algunos ejemplos El problema de situar el fundamento de toda verdad en cada Individuo
¿Por qué debería preocuparnos el relativismo? Respuesta al relativismo de Rorty y otras posturas críticas Las “Imposturas intelectuales” de Sokal y Bricmont Sobre Jacques Lacan Julia Kristeva Luce Irigaray Bruno Latour Sobre el relativismo epistémico en la filosofía de la ciencia según Sokal y Bricmont La crítica de Pallares: Identificando y descartando características III. En torno a la naturaleza de la ciencia El conocimiento Tabla de aproximación teórica y algunas discusiones acerca de la Ciencia. Díez y Moulines Gregorio Klimovsky Mario Bunge Ruben cuellar M. B. Kedrov y A. Spirkin Alan Chalmers IV. El problema de la demarcación La propuesta “anti-criterial” de Larry Laudan Reivindicando el problema de la demarcación ¿La demarcación está muerta? Consideraciones sobre una demarcación factible V. Criterios de demarcación El principio de verificación Karl Popper Concepción Popperiana sobre el Progreso de la Ciencia (Falsacionismo) Planteamientos de Kuhn sobre la práctica científica. Kuhn de 1962 y sus planteamientos posteriores a “la estructura de las revoluciones científicas”. La controversia de 1965
El “segundo” Kuhn Los programas de investigación científica de Irme Lakatos La propuesta multicriterio de Mario Bunge. El método Thagard VI. Positivismo, instrumentalismo, realismo Positivismo Instrumentalismo Realismo Profundizando en el realismo Algunas consideraciones preliminares El realismo en Antonio Diéguez “Los compromisos del realismo científico” El realismo científico como hipótesis empírica Algunos argumentos a Favor del Realismo Hacking y la práctica científica La inferencia a la mejor explicación El realismo de Howard Sankey El realismo crítico de Mario Bunge y Raimo Toumela VII. Conclusiones VIII. Referencias
Agradecimientos Agradezco a mis docentes, familia y amigos que en todo momento me apoyaron.
Prólogo Emprender hoy un estudio detallado sobre el posmodernismo es un proyecto que, a juicio de todo lector exigente, requiere una justificación expresa. El movimiento posmoderno de carácter inherentemente relativo y subjetivo, suele impeler a una comprensión heterogénea y a una posible interpretación individual. En estos casos, la afinidad intelectual suele ir tan lejos que, sin extrañarnos, muestra una sorprendente conformidad con tales interpretaciones. La literatura referida al posmodernismo no es escasa; al estudiarla podemos advertir que, lo que se dice sobre el posmodernismo, guarda poca relación con la amplitud de la producción. Todo lo contrario, podemos constatar que ciertas afirmaciones transitan de un libro a otro, ya para ser admitidas, ya para ser rechazadas. Lo cierto es que ningún movimiento cultural ha suscitado tanta actividad intelectual por parte de corrientes tan diversas y eclécticas como las literarias, las artísticas, las de las ciencias sociales o las filosóficas. Frente a esta profusión de movimientos e interpretaciones, es justificado preguntar por qué añadir otro más. Son dos las razones que encuentro suficientes para la realización de este trabajo. La primera es de carácter útil: nos proporciona un contexto histórico y teórico para comprender la génesis del problema, nos exhorta a investigarlo personalmente y, finalmente, nos despliega valiosa información para conseguirlo. La segunda es que precisamente por la existencia de tantas interpretaciones sobre el posmodernismo, parecía indicado recurrir a fuentes especializadas sintetizándolas de manera metodológica y objetiva, teniendo como resultado un ensayo teóricamente robusto, exacto y riguroso. El problema más importante —y complicado— al que se enfrenta el autor es, precisamente, definir lo que se está presentando, ¿qué es el posmodernismo? La pregunta resulta un tanto más intrincada, que hallar una respuesta satisfactoria. La solución empero, no consiste en determinar en términos normativos y superficiales lo que es el posmodernismo, por el contrario, se procura establecer cuestiones sustanciosas tales como: La filosofía posmoderna es una corriente caracterizada por el rechazo a la tradición racionalista de la ilustración, ¿están agotados los fundamentos de la modernidad? El posmodernismo suele cuestionar la realidad, el método, la ciencia y la técnica; se caracteriza por su fuerte crítica a las relaciones de poder, la hegemonía institucional y los metarrelatos occidentales, ¿qué es un metarrelato? El discurso posmoderno es
esencialmente escéptico, relativista y constructivista, ¿es posible el conocimiento de nuestra realidad sin recurrir al método científico? Considero que en este punto no se ha desatendido ninguno de los problemas importantes que suscita la controversia sobre el posmodernismo, por el contrario, diversas cuestiones que han dado lugar a enérgicos debates, como las referentes al subjetivismo y relativismo, han sido analizadas asiduamente. Llegados a este punto, se podrá advertir que el enfoque principal de este extenso ensayo es ofrecer claridad conceptual, exponer contraargumentos por parte de distintos autores y motivar reflexiones críticas. Esta laudable tentativa discurre satisfactoriamente guiando al lector, en primer lugar, por el origen del posmodernismo, su contexto histórico y las principales escuelas del movimiento con especial énfasis en el relativismo y el constructivismo, pero sin agotar los argumentos en este apartado, en cambio, son el fundamento sobre el cual se suscita la posterior crítica que contiene un tratamiento sistémico de la problemática. Difícilmente se podrá argumentar que se dejó algo de lado y, si fuese el caso, lo atribuiría a motivos metodológicos que están encauzados a problemas de carácter filosófico. En esta obra el autor ofrece en panorama su extensa investigación: la reflexión crítica que lo lleva a discernir los límites y las posibilidades conceptuales del posmodernismo, así como su demarcación lógica y epistémica para el desarrollo idóneo del método científico que, en primer instancia, nos podría parecer evidente su relación con la realidad, para el posmodernismo empero, esto no es necesariamente correcto. Se caracteriza por una postura esencialmente escéptica respecto a la ciencia y sus métodos, así como una aceptación heterogénea sobre las facultades del conocimiento y la forma de adquirirlo, legitimado así, tantas verdades y realidades como personas que las defiendan. Bajo esta premisa se presentan una serie de críticas que culminan con la aceptación de un realismo científico moderado, no ingenuo, y sin descartar otras áreas del saber, invitando al lector a una lectura crítica, a desarrollar discursos que tengan en consideración las herramientas conceptuales proporcionadas y a debatir los tópicos tratados durante el decurso de la obra. La obra ofrece una distribución consecuente. Primero define al posmodernismo— advirtiendo que es preciso distinguir entre posmodernismo y posmodernidad—, contextualiza y explica detalladamente sus principios teóricos e históricos, esto es, la disposición e ideas regulativas. A continuación, estudia su estructura metódica del saber. Después de algunos argumentos generales, en donde se define el conocimiento posmoderno, se presentan sus argumentos y contraargumentos, se expone el contenido, objetivos y análisis de una reflexión crítica, se encauza su estudio a la teoría del conocimiento, acomete con ímpetu al epifenomenalismo, al pragmatismo, el positivismo, las distintas corrientes del realismo, el método científico y sus problemas metodológicos y de demarcación. Como habría de esperarse, el lector podrá advertir que la crítica realizada por el autor no es hacia el posmodernismo per se, sino a las posturas fuertes que suele consentir al relativismo y al constructivismo más encepados. Tampoco se podría afirmar que agota su
contenido en estos temas, por el contrario, es a partir de estos, que se consigue sistematizar los principales conocimientos y críticas sobre el método científico. Finalmente, podemos afirmar que estamos ante un estudio académico riguroso, que es metodológicamente logrado y, fundamentalmente, que es un trabajo intelectualmente honesto. Arturo Espinosa
I. Aproximación teórica al concepto de posmodernismo El asunto es que estamos hasta tal punto dentro de la cultura de la posmodernidad, que su negación, como algunos argumentan, puede resultar superficial y corrupta Frederick Jameson (citado en Guadarrama, s.f). Elementos clave que hacen parte de lo que se considera por consenso “modernidad” han sido objetivo de persistentes y severos cuestionamientos a partir de los años sesenta, por dar una fecha aproximada. En las décadas posteriores, y hasta antes del fin de siglo, estos cuestionamientos se convirtieron en tema obligado de planteamientos que, en general, pueden ser recogidos bajo la denominación común de ‘posmodernismo’. Sin embargo, el que se los agrupe eventualmente bajo una misma denominación, no puede esconder el hecho de que nos referimos a posturas que tienen diferencias notorias entre sí, o, al menos, de matices. Usar la denominación se fundamenta, empero, en el hecho de que sostienen algunas tesis comunes. De acuerdo con Susan Haack, la denominación incluye, al menos, a constructivismos sociales, epistemologías feministas, formas de relativismo y sociologías extremistas de la ciencia (Haack 2003). En este sentido, se quiere resaltar que no todos los discursos considerados posmodernos, que tienen su rol en ámbitos epistemológicos, promueven posturas filosóficas idénticas, pero quizá sí, provenientes de un conjuto de ideas heterogeneas iniciales con prefiguraciones en conmún. Tampoco es posible afirmar que todos ellos favorezcan un pensamiento radical en oposición a los discursos propios de la modernidad, la ciencia o la técnica. Comúnmente se piensa que todos los autores posmodernos, son sujetos que denigran el esfuerzo científico a ultranza y sin salvedad alguna, eso no puede ser más cierto que decir que todas las especies de felinos cazan ratones por igual, empero, sí existen casos en los que las sugerencias y críticas a la modernidad y a la actividad científica en general se tornan extremistas y por ende, discutibles. Paralelamente, es importante advertir que se hará referencia y se examinarán, únicamente algunos conjuntos de proposiciones, propuestas filosóficas, ideas, teorías, etc, que encajan dentro de estos contenidos considerados “posmodernos”, y que se alzan contra el conocimiento, la ciencia, su método, su impacto en la sociedad, y emiten propuestas epistemológicas que han provocado debates u objeciones entre filósofos de la ciencia y todo tipo de pensadores o académicos. O por el contrario, como algunos creen, carecen en un sentido estricto, de una epistemología o al menos una base epistemológica sólida.
Para empezar, una definición que podría darse bastante superficial, sería: la filosofía posmoderna es una corriente del pensamiento que se caracteriza por el rechazo (en algunos autores explícito y otros no tanto) de la tradición racionalista de la ilustración, sus elaboraciones teóricas están desconectadas de cualquier evidencia empírica o validez estadística, pues menosprecia el progreso de la ciencia a través de discursos oscuros y hasta cierto punto surrealistas. Agregando también, como sostiene Pallares (2006), “Corriente filosófica e intelectual que queda subsumida bajo el término de posmodernismo, caracterizada por un relativismo cognitivo que considera que la ciencia moderna no es nada más que una “narración”, un “mito” o una mera construcción social y un rechazo a la filosofía positivista”. Con respecto a las definiciones anteriores, Diego Láquesis (comunicación personal, febrero, 2017) menciona que una definición de esta naturaleza no alcanza a precisar el posmodernismo desde ninguno de los amplios debates que existen en torno al concepto mismo “Simplemente engloba una colección de elementos que bien podrían caracterizar a algunos autores románticos, simbolistas, anti humanistas o ‘irracionalistas’ de cualquier época histórica”. Ciertamente el debate que se cierne en torno a este conjunto de discursos llamados “posmodernos” es demasiado amplio y una definición por consenso que los abarque a todos bajo unas mismas características es algo ingenuo. Por lo tanto, no es tema que se pueda examinar partiendo de una perspectiva demasiado general, aunque algunos de los elementos de las definiciones anteriores si encajan perfectamente en ideas particulares dentro del posmodernismo. En ese orden de ideas el verdadero sentido de este texto no pretende precipitarse en un debate en torno a todo lo que significa ese conjunto de discursos, pues el término comprende una gran variedad de ideas que van desde el arte y la arquitectura hasta las ciencias sociales y la filosofía, que comprende varias formas de relativismo, constructivismo y otros. Teniendo esto en cuenta,lo que sí es posible, y recalcando aquello que se mencionó anteriormente; es delimitar el problema hacia algunas tesis específicas ubicadas dentro de esta corriente. Sería pertinente empezar por diferenciar brevemente la noción de posmodernismo de la de posmodernidad, para lo cual Eagleton (1997) explica que la palabra posmodernismo remite generalmente a una forma de la cultura contemporánea relacionada íntimamente con la posmodernidad, mientras que el término posmodernidad alude a un período histórico específico y éste se caracteriza por un “giro” del pensamiento en el que se sospecha de las nociones clásicas de verdad, razón, identidad y objetividad, de la idea de progreso universal o de emancipación, de las estructuras aisladas, de los grandes relatos o de los sistemas definitivos de explicación. La postmodernidad es el estado o condición de ser posmoderno. Lógicamente postmodernismo significa literalmente “después de la modernidad” y se refiere a la disolución incipiente o real de esas formas sociales asociadas con la modernidad (Sarup 1989). Esta distinción entre posmodernismo y posmodernidad no es el punto principal de este texto, sin embargo, a lo largo del mismo se utilizan los dos términos y con el fin de evitar ambigüedad he tendido a atenerme al hecho de que ambas
cosas, están íntimamente relacionadas. Llegado a este punto, en principio, es indispensable una más detallada contextualización respecto a detalles teóricos e históricos de lo que se considera el posmodernismo. Una definición menos universal que las anteriores propuestas, pero sí abarcadora, es que el posmodernismo en tanto corriente filosófica se distingue, según Osorio (2009) por una crítica a los fundamentos de la modernidad que considera agotados, tales como la seguridad en la ciencia como medio para conocer, ordenar y mejorar la vida social, la historia como un proceso que se inclina al progreso material y social, y el sujeto como encarnación de metas trascendentales. Parafraseando a Fasce (2016) se pueden ubicar prefiguraciones del posmodernismo, como Nietzsche o Dilthey, y en otros autores como Heidegger, Foucault, Lacan y Kuhn, que sentaron importantes precedentes. De dos de estos precursores puede establecerse una conexión que sin duda aportó para un tránsito del modernismo al posmodernismo, Nietzsche con el nihilismo y Heidegger con la hermenéutica. Advirtiendo con esto que sería errado incluir dentro de la categoría de “posmodernos” a Nietzsche y a Heidegger, no lo fueron y considerar tal cosa es miope. Así entonces, el movimiento posmoderno propiamente dicho nace en 1975 con la publicación de “La condición posmoderna” de Jean François Lyotard. Fasce sostiene que el propio Lyotard es una de las glorias de la posmodernidad junto a autores como Deleuze, Kristeva, Irigaray, Derrida, Zizek, Baudrillard o Rorty y que el epicentro de estos discursos fue Francia, país donde aún hoy es una tendencia intelectual dominante. Los principios primarios del movimiento posmoderno, según Kuznar (2008) incluyen: Una elevación de lo textual y del lenguaje como los fenómenos fundamentales de la existencia. La aplicación del análisis literario a todos los fenómenos, un cuestionamiento de la realidad y la representación, una crítica de los metarrelatos, un argumento contra el método y la evaluación, un foco sobre las relaciones de poder y la hegemonía y una crítica general a las instituciones y conocimientos occidentales. En este sentido, se puede agregar que la crítica posmoderna de la ciencia consiste en dos argumentos relacionados entre sí, epistemológico e ideológico; ambos se basan en la subjetividad: En primer lugar, acerca de la subjetividad del sujeto humano, la antropología, de acuerdo con el argumento epistemológico no puede ser una ciencia; y en cualquier caso la subjetividad excluye la posibilidad de la ciencia de descubrir la verdad objetiva o aproximación a ella. En segundo lugar, dado que la objetividad es una “ilusión”, la ciencia de acuerdo con el argumento ideológico, subvierte los grupos oprimidos, las mujeres, etnias, pueblos del tercer mundo (Spiro, 1996). Se expone entonces, que la principal consigna o seña de la posmodernidad es su ruptura con los valores ilustrados, siendo la ilustración la madre de la civilización occidental tal como la conocemos, que como Fasce (2016) defiende, se trató de un periodo histórico de increíble lucidez intelectual en la que se rechazó la religión, el nacionalismo, las desigualdades ante la ley, reivindicando la actividad científica, la democracia
representativa y la separación iglesia-estado. Descripción con la que se puede estar parcialmente de acuerdo, sobre todo por lo referente a una lucidez intelectual y con ello la importante reivindicación científica, sin embargo, tampoco es posible idealizar la ilustración sin salvedad alguna, ya que se puede argumentar que Kant, Voltaire y Montesquieu propusieron un discutible racismo, e incluso algunos autores proponen que justificaban el esclavismo. Según Morales (2014) Kant realizó polémicas investigaciones acerca de las razas humanas. Kant defendía cuatro razas, aunque posteriormente añadió la cobriza y la de los indios americanos; investigaciones que pueden hallarse en “Sobre las diferentes razas humanas” (1775). Otro ejemplo se halla en Locke, en su carta a la tolerancia, él sostuvo que no tolera a los ateos ni tampoco a los católicos. En fin, después de todo, la historia de la civilización occidental y con ello algunas salvedades de la ilustración, se pueden cuestionar sin recurrir al posmodernismo, una cosa no lleva necesariamente a la otra. Asimismo, también son cuestionables algunas de las posiciones que subyacen en el positivismo-empirista; aclarando que ciencia y positivismo no son sinónimos, más bien, la epistemología positivista tuvo un impacto en la forma de pensar y hacer la ciencia. Osorio (2009) considera que esas posturas cuestionables reposan principalmente sobre el quehacer científico, principal heredero de la modernidad científica y paradigma que terminó erigiéndose como “el enfoque científico” por antonomasia. En este orden de ideas y según otra explicación propuesta por Fasce (2016), es claro que se puede entender la posmodernidad como una ruptura a todo lo que caracterizó a la modernidad, distanciándose de lo que consideraban “la tiranía de los datos” y adentrándose en un escepticismo radical sobre todo y sobre todos. Algunos autores con mayor o menor razón, como Madison (1990) consideran que la filosofía moderna puso un énfasis en la metafísica de la representación, mientras que la posmoderna acentúa el papel de la intuición y la imaginación. Complementando lo que menciona Fasce sobre el carácter de ruptura con todo lo que distinguió a la modernidad, el mismo Vattimo (1988) uno de los pioneros de la filosofía posmoderna propiamente dicha, destaca principalmente por su idea de que la modernidad concluye cuando no es posible hablar de la historia como algo unitario, bajo la premisa de que ya no es posible contemplar la historia de esta manera, debido sobre todo a la irrupción de lo que conocemos como “sociedad de la comunicación”, que ha obligado a desechar la vieja idea euro centrista de que la civilización es aquello que Occidente ha llevado a los considerados pueblos subdesarrollados y por lo tanto necesitados de ayuda a ser. Es un buen ejemplo de autor típico que, dentro de este conjunto de discursos, propone una ruptura radical de estos ideales que describe Fasce como propios de la ilustración, considerando a la misma como un fenómeno de la modernidad. Vattimo define a la posmodernidad como “una corriente de pensamiento a la que no le interesa el mundo real, sino únicamente las interpretaciones que se puedan hacer de él” Gianni Vattimo (citado en Fasce, 2016). Definición que es discutible, pues no abarca todas las formas de posmodernismo ni otras propuestas más recientes. Por otro lado, el mismo
Lyotard también formula una definición: Simplificando al máximo, se tiene por «postmoderna» la incredulidad con respecto a los metarrelatos. Ésta es, sin duda, un efecto del progreso de las ciencias; pero ese progreso, a su vez, la presupone. “Al desuso del dispositivo metanarrativo de legitimación corresponde especialmente la crisis de la filosofía metafísica, y la de la institución universitaria que dependía de ella.” Lyotard (1987). Según Cárcamo (2008) Las palabras claves en la cita anterior son incredulidad y legitimación, pues estos se asocian a dos sujetos diferentes en el gran proceso de la comunicación que constituye la circulación de las ideas: incredulidad por parte de las masas receptoras de los grandes discursos o metarrelatos; legitimación por parte de los emisores de tales discursos (científicos, políticos, etc.) los cuales pertenecen a las élites intelectuales que se mueven entre el poder ejecutivo de las naciones y las universidades. El gran relato ilustrado fue elevar a la razón, a la ciencia y a la libertad, características que, ideas como las de Lyotard, crítica de la modernidad, considerando al conjunto de conocimientos dados por la ciencia, entre otros elementos propios de la modernidad, como metarrelatos, bien podemos evidenciarlo en su propia definición de lo “postmoderno”. Aunque el conocimiento científico no es algo propio ni único de la modernidad, ni tampoco exclusivo de occidente, es cierto que en la modernidad se le enalteció o “sobrevaloró” a éste y a todo lo que de él proviniera, sin embargo, hay que tener presente que como sostiene Gorsky (2014) el conocimiento científico hace parte de la humanidad y no depende de un espacio geográfico, un interés político ni tampoco es propio o único de la ilustración, pues mientras el ser humano, en su naturaleza, tenga la necesidad de conocer el mundo, habrá conocimiento científico. Aunque esto anterior no es un argumento contra Lyotard, es algo que puede tenerse en cuenta para no involucrar un periodo histórico con sus prácticas y conjuntos de ideas características, con lo que implica una forma específica de conocimiento. Cuando pensamos en ciencia no necesariamente tenemos que pensar en modernidad y viceversa. Entonces, surge una cuestión importante que se debe esclarecer ¿Qué es eso del metarrelato? Por defecto la palabra metarrelato, según su origen etimológico, se encuentra integrada de dos palabras “meta” y “relato”; la palabra meta (del griego – μετα) significa “después de” “más allá” o “con”, esto implica que no hay un fin (como acostumbramos a mencionar), sino una continuación de algún suceso relevante. Un relato, es una narrativa, una historia, una construcción subjetiva creada por un narrador u orador, dotada casi siempre de la impresión personal de éste como obvia consecuencia de la subjetividad. Ahora bien, según el planteamiento crítico de la metanarrativa propuesto por Jean François Lyotard (citado en, Callinicos, 1993), los metarrelatos son asumidos como discursos totalizantes y multi abarcadores, en los que se asume la comprensión de hechos de carácter científico, histórico, religioso y social de forma absolutista, pretendiendo dar respuesta y una supuesta solución a toda contingencia. Por otra parte, a esto puede objetarse rápidamente que con respecto al análisis de Jean François Lyotard (citado en, Callinicos, 1993) de la condición postmoderna, el autor, Callinicos, ha criticado esta idea por ser internamente inconsistente. Argumenta que la descripción de Lyotard del mundo posmoderno como contenedor de una “incredulidad hacia las metanarrativas” puede ser
visto como una narrativa por sí mismo, pues, por ejemplo, el uso de calificativos como la “ciencia occidental” basándose de manera exclusiva en el enfoque crítico de Lyotard, evidencia la aplicación de consideraciones provenientes de una metanarrativa y por lo tanto tiende a la auto contradicción. Según el orden de ideas expuestas anteriormente, considerando que desde la perspectiva de estos discurso la actividad científica y en general sus métodos propios, son generadores de meros metarrelatos, entonces, se puede estar parcialmente de acuerdo con Fasce (2016) y otros autores como Gabriel Andrade, en cuanto a que la posmodernidad es radicalmente relativista y constructivista; se advierte que esto es parcialmente adecuado, teniendo en cuenta que sólo aquellos discursos más radicales adscriben a formas fuertes de relativismo y constructivismo. Según Fasce, para los autores que desarrollan este tipo de discursos, el mundo consiste en sólo un montón de relatos diferentes entre los que no existe jerarquía alguna, en los que la verdad como propiedad de las proposiciones, queda relegada a una validez subjetiva y relativa a los diferentes marcos de referencia. Comúnmente, se considera que una idea es relativista gnoseológica, porque no se establece compromiso alguno con una posible “verdad absoluta y ni siquiera aproximada-gradual” como propiedad de las proposiciones; sólo existen relatos que son verdaderos en el sentido de serlo únicamente para sus adeptos en sus marcos de referencia, pero que no se trata de verdades en el sentido estricto ni de conocimientos más o menos “verdadros” que otras, “todo vale por igual”. (La comunidad científica “C” vendría siendo el equivalente a ese conjunto de “adeptos” del conocimiento científico, éste último, visto como un “relato”). Y constructivista porque grosso modo, consideran que los hechos en los que creemos han sido construidos por la sociedad a la que pertenecemos, negando parcialmente, la naturaleza objetiva de la realidad. (En esta corta aproximación teórica, no se acaban las nociones de relativismo - constructivismo, sin embargo, más adelante se profundiza bastante en ello). El posmodernismo, entonces, se caracteriza por actitudes generalmente relativistas y escépticas hacia las facultades de la ciencia, muchos posmodernos abogan policavidad, que en este contexto sugiere que existen múltiples versiones legítimas de la realidad y verdades, como perspectivas subjetivas existan. Los posmodernos interpretan el racionalismo de la Ilustración y el positivismo científico como un intento de imponer los valores hegemónicos y control político en el mundo. Al desafiar la autoridad de los antropólogos y otros intelectuales occidentales, los postmodernistas se ven a sí mismos como la defensa a la integridad de las culturas locales y un apoyo a los pueblos más débiles para oponerse a sus opresores (Trigger 2006 pág. 446-447).
La metodología en el posmodernismo
Naturalmente uno de los elementos esenciales del posmodernismo es que constituye un ataque o al menos una crítica contra la teoría y la metodología, en especial una metodología científica, en ese sentido los defensores de estas posturas afirman que debe renunciarse a todo intento por crear nuevos conocimientos de una manera sistemática y sustituirlo por una forma “anti- reglas” del discurso (Rosenau, 1993). A pesar de tal afirmación, sin embargo, existen dos metodologías características del posmodernismo. La metodología posmoderna es post-positivista o anti-positivista; como alternativas propuestas al método científico éstas tienen en cuenta la subjetividad, cosas como sentimientos, sentido común e historia personal y contra ello están también los posmodernistas de posturas escépticas más fuertes, que afirman que nunca se puede saber nada (Rosenau, 1993). La deconstrucción, a grandes rasgos se trata de una estrategia, ésta hace hincapié en la “capacidad crítica negativa”. Deconstruir implica desmitificar un texto para revelar las jerarquías arbitrarias internas y presuposiciones. Mediante el examen de los “márgenes” de un texto, el esfuerzo de la deconstrucción examina lo que el texto “reprime”, lo que no dice de forma directa y con ello sus incongruencias, analiza y revisa. Redefine el texto al deshacer y revertir polos opuestos. Según Rosenau, (1993) La deconstrucción no resuelve inconsistencias, sino que expone las jerarquías involucradas para la “destilación” de la información.
Directrices de Rosenau para el análisis de la deconstrucción
Encuentra una excepción a la generalización de un texto y lo fuerza hasta el límite de manera que esta generalización parece “absurda”. Interpreta los argumentos en un texto que se deconstruye en su forma más extrema Evita afirmaciones absolutistas que puedan ser demasiado sorprendentes o
sensacionalistas Niega la legitimidad de las dicotomías porque siempre hay algunas excepciones Nada debe ser aceptado, nada debe ser rechazado. Es extremadamente difícil criticar un argumento deconstructivo si no se estresa un punto de vista claro Escribir con el fin de permitir el mayor número de interpretaciones posibles. La oscuridad “puede proteger al texto de un escrutinio riguroso” (Ellis, 1989). La idea es “crear un texto sin finalidad o finalización, aquello con lo que el lector nunca pueda acabar” Wellberg (citado en, Rosenau, 1993).
Interpretación intuitiva
Roseanu (1993) señala que la interpretación posmoderna es introspectiva y antiobjetivista, es una forma de entendimiento individualizado, es más una visión que una observación o procesamiento de datos; en el caso de la antropología por ejemplo la interpretación radica en la narrativa y se centra en escuchar y hablar con el otro. Para los posmodernos hay un sinfín de interpretaciones. Foucault (citado en, Dreyfus y Rabinow, 1983) sostiene que todo es interpretación. Es decir, no hay un sentido último, ninguna interpretación debería entonces ser considerada superior a otra. El posmodernismo, como es posible evidenciar, se desarrolla desde diversas aristas y constituye un marco amplio de ideas, cosa que no hace falta seguir recalcando. Ahora bien, expuesto todo lo anterior, se presentan algunas de sus contribuciones.
Algunas contribuciones del posmodernismo
Concretamente la crítica flexible al pensamiento “moderno” racionalista de la ilustración tiene aspectos que salvar; el desengañarse sobre la existencia de un progreso lineal indefinido, puede ser uno de ellos. Según Gonzales (2014) el análisis deconstructivo facilita hacer más visibles ciertos componentes discursivos, identificando las lógicas, la dirección y la intención que tienen los campos discursivos, y las estructuras de significación que le dan sentido. Gonzales (2014) también argumenta que el posmodernismo ha ayudado a concebir otras formas en medio de la investigación educativa, ya que, según él, el medio de investigación actual tiende a mantener su carácter conservador, el cual está infundado por la esencia positivista. Ha aportado un cuestionamiento importante en cuanto al método etnográfico como una forma de análisis cultural. En tanto que los posmodernistas insisten en que los etnógrafos deben considerar su propio papel cultural dentro de aquello que explican acerca de otras culturas. Podría decirse que, la teoría posmoderna ha llevado a una mayor sensibilidad en el proceso de recogida de información dentro de los estudios antropológicos (Salberg, Stewart, Wesley y Weiss, s.f). Estos mismos autores también resaltan el importante papel de los discursos posmodernistas con respecto a las críticas acerca de las motivaciones ideológicas y epistemológicas de las ciencias sociales y asimismo el estudio de otros factores, generalmente sociales, que están involucrados en el desarrollo del conocimiento. Además, argumentan que ciertas ideas filosóficas han llevado a una mayor apreciación de “la voz del otro antropológico” es decir, se propone que, en la actividad de las ciencias sociales, se debe considerar activamente (aunque sin sobrevalorar o sobreestimar la importancia de esto) las perspectivas y el bienestar de las personas que están siendo estudiadas (Salberg, et al, s.f).
II. Posturas críticas frente al posmodernismo
El “poder” de los intereses
Dentro de los discursos posmodernos y propiciado principalmente en las ideas de Lyotard (1979) se considera que en el progreso de la ciencia, su objetividad y neutralidad, son ideas “míticas” diseñadas únicamente para dotar de una condición de superioridad a una actividad que está movida por intereses no cognitivos de poder, prestigio e influencia; elementos que intervienen “radicalmente” o de forma crucial en todas las elecciones hechas por los científicos que han sido denunciados, sobre todo, por los análisis constructivistas más radicales de la sociología del conocimiento científico. Esta concepción no se justifica demasiado, y generalmente es el resultado de una idea erróneamente generalizada que surge a partir del análisis de casos particulares, tales como las tragedias del siglo XX, insuficientes en sí mismos para afirmar completamente que toda la actividad científica no es neutral y está movida por intereses de poder, prestigio, entre otros. Una crítica global al posmodernismo se refiere especialmente a su escepticismo radical, puesto que no hace ninguna afirmación positiva sobre la conformación del conocimiento (Vázquez, Acevedo, Manassero, Acevedo, 2011). Según Sokal y Bricmont (1999), cuando se desafía con buenos argumentos a los relativistas posmodernos, estos tienden a posiciones que se confunden con las del instrumentalismo (que se abordará con detalle más adelante), los instrumentalistas, entre otras cosas, reclaman que no hay forma de saber si las entidades teóricas inobservables existen realmente (antirrealismo). El realismo científico que se describe más adelante, ha argumentado que esto sí es posible.
Ahora bien, esta exigencia instrumentalista no significa que consideren que estas entidades sean subjetivas, en el sentido relativista de que su significado esté sensiblemente influido por factores extracientíficos, individuales (como, por ejemplo, la personalidad propia de cada científico) o ambientales (como, por ejemplo, las características sociales del grupo al que pertenece una comunidad de científicos). De hecho, los instrumentalistas suelen considerar que las teorías científicas son la manera más satisfactoria posible para que las personas, con sus limitaciones, sean capaces de entender el mundo (Vázquez, et al, 2011). Así mismo, frente a la tesis posmodernista de las motivaciones no cognitivas de los científicos en su actividad, se podría refutar que, si éstas fueran las que guiarán principalmente el trabajo científico, su dispersión, amplitud y heterogeneidad haría imposible explicar el consenso existente dentro de la comunidad científica. Además, si fuese literalmente así, la ciencia sería persuasiva al mejor estilo de las religiones, no existirían los criterios de demarcación, ya que no tendrían sentido tenerlos. Ahora bien, aunque los intereses pueden existir en sectores o grupos de investigación específicos y ocasionalmente tener su importancia, no intervienen de manera radical sobre el desarrollo del conocimiento científico. Por ejemplo, respecto a la influencia de la autoridad intelectual de ciertos científicos, se aducen casos históricos del abandono de paradigmas en vida de los propios científicos prestigiosos que los crearon (Vázquez, et al, 2011). Los intereses personales o contextuales no poseen, pues, un poder significativo en la validación del conocimiento científico o al menos no siempre. Hacking (1996) Menciona que el hecho de que los científicos sean gente, y de que las sociedades científicas sean sociedades, no tiene por qué arrojar dudas sobre la racionalidad científica, la ciencia y la idea de verdad. Según él, el consenso al que se llega a fines del siglo XIX y principios del XX es que existe una correspondencia entre las palabras y la lógica matemática, y se propone a la física, como el modelo de ciencia a seguir, puesto que la física es la ciencia que más ha demostrado que puede aproximarse en mayor medida a la “verdad”. Por otro lado, esboza el autor, el contexto y el problema de la razón: A través de la razón el científico puede filtrar ese problema (el contexto de descubrimiento), porque trabaja a partir de la noción de universales. La facultad de la razón de expresarse en términos matemáticos garantiza una universalidad, que toma datos de la realidad desligándolos de contextos contingentes (culturales, sociales), generando asi una correspondencia entre razón y realidad (Hacking, 1996).
Guadarrama y la debilitación del pensamiento
La postura que se sugiere a continuación no es precisamente acerca de la ciencia o el conocimiento y se centraliza en problemas sobre la educación y la cultura de forma muy general, esto con el fin de ofrecer al menos una perspectiva diferente, a la que se busca puntualizar en este texto. No es un secreto que, con la modernidad, se incrementan de algún modo la necesidad del poder y la violencia, a través de los cuales entre otras cosas se impuso a los pueblos colonizados de América, Asia y África un proceso “civilizatorio” particular. La modernidad propicia una confianza a veces más bien considerada como una sobrevaloración hacia la ciencia y la técnica como expresión de la capacidad humana por conocer el mundo y dominar sus recursos, a partir de ese supuesto se considera que con el cultivo del conocimiento se logra la plena realización humana; de esto se deriva el considerar que el desarrollo de la ciencia y la técnica, por sí solo, produciría una satisfacción plena a las necesidades del ser humano (Guadarrama, s.f). La historia de los últimos tres siglos está cargada de problemas sociales insatisfactorios y ante esto es importante rescatar que determinados discursos posmodernistas han tendido a la necesidad de exponer posturas críticas ante ello. Argumentos que no son del tipo “toda la ciencia es un metarrelato más, ninguna ciencia es neutral y la ciencia ha fracasado” sino que se dirigen a situaciones y discursos muy específicos y sorprendentemente no generalizantes y útiles. Sin embargo, también, la posmodernidad, y los discursos que proliferan de esta corriente, según este autor, contiene innumerables lados débiles para el adecuado enjuiciamiento crítico de la modernidad. Se puede agregar también que la ilustración nos dio la mayor parte de los valores básicos de la vida civilizada contemporánea, como la confianza en la razón, la pasión por la libertad investigadora y la igualdad. Por supuesto no todo debe tomarse tan literal y la ilustración no nos lo dio todo hecho. Por ejemplo, la ilustración no previó los abusos de la industrialización, erró en no subrayar la necesidad de la paz, exageró el individualismo, ensalzó la competición a expensas de la cooperación, no llega suficientemente lejos en la reforma social, y no se preocupó gran cosa por las mujeres o por los pueblos subdesarrollados. Sin embargo, la ilustración perfeccionó, enalteció y difundió, divulgó los principales instrumentos conceptuales y morales para avanzar más allá de sí misma (Bunge 1994). Según Guadarrama (s.f) la postmodernidad recogió la herencia irracionalista que intenta poner en entredicho muchas de las creencias en el poder de la educación, así como la idea de que la historia transcurra en un proceso lineal de progreso permanentemente ascendente. Una reconstrucción objetiva de la historia presupone reconocer los momentos zigzagueantes, los retrocesos parciales y totales, los altibajos en el progreso humano. Estos reconocimientos objetivos y honestos del progreso, también son hechos por sectores científicos, divulgadores y otros grupos académicos que no necesariamente deben partir de un posmodernismo, para aceptarlo. Ser modernos según Marshall Berman (citado en, Guadarrama, s.f) “es encontrarnos en un medio ambiente que nos promete aventura, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros mismos y del mundo, y que al mismo tiempo amenaza con destruir todo lo que tenemos, lo que sabemos, lo que somos”. Los ambientes y las experiencias modernas
cruzan todas las fronteras de la geografía y la etnicidad, de las clases y la nacionalidad, de la religión y la ideología: en este sentido, puede decirse que la modernidad une a toda la humanidad. No obstante, esta unión también nos arroja a situaciones de desintegración y renovación constantes, de conflicto y contradicción. El espíritu moderno se forjó bajo los paradigmas de la igualdad, la fraternidad, la libertad, el progreso: el postmodernismo es la crítica a las insuficiencias de éstos. El problema según Guadarrama, (s.f), no son las críticas en sí mismas, sino las consecuencias que dichos contenidos filosóficos traen al tomarse al pie de la letra y que incluso, como antes ya se resaltó, existen posturas con la misma intencionalidad crítica que no parten del posmodernismo por otro lado pueden partir de miembros de la misma comunidad científica entre otros, obviamente desde fuentes epistemológicas distintas, pero con el fin de poner en tela de juicio las exageradas idealizaciones de la modernidad y las problemáticas sociales, esto entonces, según el autor, se puede hacer mejor desde otros sectores sin acudir necesariamente a recursos filosóficos posmodernos “fuertes”. En este sentido, cuando algunas de las manifestaciones del postmodernismo arremetieron contra la razón, no lo hicieron exclusivamente contra ella. Se enfrentaban contra múltiples aliados, en primer lugar, contra la acción revolucionaria, y en último y más radical contra todo tipo de acción. El espíritu de la modernidad hacía alarde de la conformación de una cultura superior para que el hombre se sintiera también superior y lograse mayores niveles de identidad. El espíritu postmoderno pone en peligro aún más que la modernidad, como plantea James Petras (citado en, Guadarrama, s.f) la identidad cultural de los pueblos, porque pretende homogeneizar a través de los mass media la vida de los más recónditos rincones del orbe imponiendo los valores sin frenos de las sociedades primermundistas. El posmodernismo circuló rápidamente más allá de sus fronteras de origen. Entre algunas de las ideas que debían rescatarse del discurso posmodernista se destacan: el culto a la diferencia, el disenso, la variedad, la tolerancia, etcétera, pero ello se llevó a extremos insospechados (Guadarrama, s.f). Muchos postmodernistas son fieles creyentes de las ventajas de una “inactiva” actitud, aceptadora del status quo reinante. Según el autor en esto se revela el sesgo neo conservador de algunos de sus simpatizantes. Se está en presencia de una filosofía que se opone a todo pronóstico, pues “el futuro no tiene grandes expectativas y sólo queda el aquí y el ahora” (Palafox, 1991). Tal concepción sólo puede justificar actitudes evasivas y escapistas, donde se busca suplantar a la razón. El poder de la razón que se pretende atribuir básicamente a la modernidad ilustrada, pasando por alto que ésta, eso que llamamos razón, ha sido parte de la naturaleza del hombre desde que éste es considerado como tal, es cuestionado (Guadarrama, s.f). ¿Pueden los sistemas educativos confiar su futuro plenamente a filosofías de la deriva y que de algún modo virtualizan la realidad como hace Baudrillard?, cuando plantea: “Lo virtual no domina únicamente a los media, también ha atacado a la realidad” Baudrillard, (1991). Guadarrama responde a esto con que nadie puede dudar de la validez y utilidad de la virtualidad que posibilitan las TIC, pero absolutizar su significado puede traer consecuencias graves no solo para la educación sino para el manejo integral del desarrollo
social. Los nuevos paradigmas que se difundieron en los presuntos tiempos postmodernos no confluían hacia el reencuentro de orígenes y por tanto no propician la reconstrucción de identidades, porque en la búsqueda del “pensamiento del afuera” propugnado por Foucault y Deleuze, llegaban a cuestionarse la validez del único instrumento que posee el hombre para el diálogo civilizado que es la reflexión. Jaime Viera (citado en Guadarrama, s.f) menciona que Deleuze resume las características del pensamiento del afuera en cinco puntos: 1. Un pensar que no deriva de una buena voluntad sino de una violencia sufrida por el pensamiento. 2. Un pensar que no supone el acuerdo entre las facultades humanas, sino que lleva a cada facultad hasta su límite y su discordancia con las demás. 3. Un pensar abierto a los encuentros y definido siempre en relación con un afuera 4. Un pensar que lucharía no tanto contra el error como contra la estupidez 5. Un pensar que se define en el movimiento del aprendizaje y no en el resultado de un saber y que, por tanto, no subordina su acción a ninguna instancia externa al propio movimiento del pensar en tanto ejercicio vital positivo. La adopción indiscriminada que tuvieron algunos de los pilares del postmodernismo en determinados círculos intelectuales; por ejemplo, en el caso de Latinoamérica, puso de manifiesto hasta qué punto la falta de acuerdo selectivo, junto a una imitación poco adaptada al contexto, condujeron a laberintos estereotipados. Aquellos que hicieron suyos al pie de la letra las “profecías” de las pitonisas postmodernistas de Europa y Norteamérica, no se percataron de las sacudidas que éstas incitaban sobre otros contextos o “suelos” (Guadarrama, s.f). En este orden de ideas, Guadarrama expone acertadamente que, si por ejemplo los pueblos latinoamericanos pretenden rescatar su identidad, reconstruir sus valores culturales auténticos y proyectar sólidos modelos educativos, culturales y de desarrollo socioeconómico, deben buscar en cualquier parte menos en el posmodernismo, las herramientas necesarias para ello. Y lo que es peor, si el posmodernismo no sólo persuade a invalidar el poder de la razón, sino también a debilitar el pensamiento, parece no escapar de aquellos tropiezos intelectuales que tuvieron algunos de sus propios “enemigos” pensadores modernos, como Descartes y Matrice al concebir el hombre máquina, el hombre planta, etcétera. En conclusión, debilitar el pensamiento constituye la mejor forma de estimular la pasividad y una renuncia a un buen intento educativo y participativo de regeneración social. Lo que en un sentido epistemológico podríamos denominar como superación de la alienación señala Federico Riu (citado en, Guadarrama, s.f) “sólo resultará factible cuando resulte superada la concepción del hombre que le sirve de base”. La postmodernidad no puede asegurarle vías des alienadoras seguras al hombre, el analfabetismo cultural y político, el “irracional” subconsumo, la insuficiencia comunicativa -a pesar de los esfuerzos habermasianos- y sobre todo participativa, especialmente de los pueblos marginados del desarrollo, son algunos obstáculos que impiden aún la anhelada desalienación. El discurso postmodernista ha resultado proporcionalmente alienante al
grado de dependencia del lugar donde se formule como estrategia de acción (Guadarrama, 1949).
Osorio y la unilateralidad del posmodernismo Otro autor argumenta que no es el posmodernismo la única y mucho menos la mejor base para sustentar tales cuestionamientos a los ideales de la modernidad, debido principalmente a que el posmodernismo ha desvirtuado el sentido de la filosofía de la ciencia, en tanto una práctica de la razón orientada al saber y al cómo, del acto de conocer (Osorio, 2009). Osorio agrega a esto que la resignificación y desvalorización de los “grandes relatos” y la exaltación de la fragmentación, despreciando toda búsqueda de explicaciones generales o nomotéticas, todo fundamentalismo epistémico o “el Grand récit” de la ciencia, la noción filosófica de totalidad; el rechazo a las condensaciones estructurales y a la idea de continuidad (y con ello de proceso) en la historia, el conocimiento científico y en la epistemología, llevan a destacar sólo las contingencias, las discontinuidades, lo incierto o la incertidumbre y una “apología” a una discutible racionalidad. En este orden de ideas, uno de los problemas principales del posmodernismo es la unilateralidad de su propuesta, pues no termina de comprender que contingencia, discontinuidad, fragmentación, etc, son expresiones de una realidad que necesariamente contiene la otra dimensión que con esos términos se pretende negar, tales como necesidad, continuidad, totalidad, etcétera; contradiciéndose en el intento. Así pues ¿tendría sentido asumir en la vida social la manoseada idea de que vivimos en la incertidumbre, en la contingencia o en el más tosco relativismo? “Para millones de sujetos este mundo se mueve, en cuestiones centrales, realidades concretas, con una gran certeza: saben que si no salen día a día a vender su capacidad de trabajo se mueren de hambre” (Osorio, 2009). Las actividades a realizar pueden ser inciertas y contingentes, pero todas ellas derivan de aquella gran certeza. El tema aquí expuesto pone de manifiesto que se admiten equívocos de quienes suponen un positivismo radical, pero también de quienes, como los posmodernos, terminan por diluir todo en simples “juegos de lenguaje”, disolviendo la especificidad de la filosofía y de las ciencias y haciendo incapaces a sus discursos de emitir los mejores argumentos contra los fundamentos específicos que pretenden rechazar.
Propuesta crítica de Roy D’Andrade y Ryan Bishop D´Andrade (1995) en el artículo “los modelos morales en antropología” crítica la definición del posmodernismo de objetividad y subjetividad, que se hace mediante el examen de la naturaleza moral de sus modelos. Se argumenta que estos modelos morales son puramente subjetivos. D´Andrade sostiene que debe haber una separación entre los modelos morales y lo objetivo porque “son contraproducentes en el descubrimiento de cómo funciona el mundo.” (D’Andrade 1995 pág. 405). En este argumento él está en desacuerdo con el ataque posmodernista a la objetividad pues ésta, de ninguna manera es deshumanizante ni imposible y afirma que “la ciencia no funciona a partir de la parcialización del conocimiento, sino que ésta refuta y prueba sin importar lo que el investigador quiere por verdadero u objetivo” (D’Andrade, 1995 pág. 404). Ryan Bishop agrega que el tipo posmodernista de etnografía ha sido criticado por el fomento de la subjetividad autoindulgente, y por exagerar los aspectos esotéricos y únicos de una cultura a expensas de otras prosaicas pero significantes cuestiones (Bishop, 1996).
Aportes críticos de Pauline Rosenau y Melford Spiro Rossenau Identifica seis contradicciones en la teoría posmoderna: 1. Su postura anti-teórica, es esencialmente un soporte teórico 2. Mientras que el posmodernismo hace hincapié en lo irracional, instrumentos de la razón se emplean libremente para avanzar en su perspectiva 3. El posmodernismo subraya la intertextualidad, pero a menudo trata el texto de forma aislada 4. Al negar rotundamente los criterios modernos para evaluar las teorías, los posmodernistas no pueden argumentar realmente que no haya criterios válidos 5. El posmodernismo critica la inconsistencia del modernismo, sin embargo se niega a mantener las normas de consistencia misma y peca de inconsistencia interna. 6. Los posmodernistas más radicales se contradicen al renunciar a las afirmaciones de
verdad en sus propios escritos. (Rosenau, 1993). Spiro (1996) argumenta que, por ejemplo, los antropólogos posmodernos no descartan de forma convincente el uso del método científico. Además, sugiere que, si la antropología se apartara completamente del método científico, como consecuencia, la misma se convertiría en un estudio de los meros significados y no en el descubrimiento de las causas que dan forma a lo que es ser humano. Spiro, además argumenta que la explicación causal de la cultura se refiere a nichos ecológicos, modos de producción, técnicas de subsistencia, y así sucesivamente, al igual que una explicación causal de la mente se refiere a la activación neuronal, secreción de hormonas y la acción de los neurotransmisores. Propiedades causales que tienen una relevancia y modo de descubrimiento científicas Spiro (1996). SpiroSpiro (1996) aborda críticamente 4 proposiciones relacionadas entre sí que pueden surgir como respuesta a los discursos posmodernistas. 1. La realidad existe independientemente de las representaciones humanas. Siendo está proposición cierta, entonces, en contra de los planteamientos constructivistas y escépticos más fuertes se pueden abordar argumento situados dentro del realismo ontológico a favor de una “realidad externa independiente de la cognición humana”. 2. El idioma comunica no solamente significados, sino que también se refiere a objetos y situaciones en el mundo que existen independientemente del lenguaje. Contrariamente a ciertos planteamientos posmodernistas, este postulado es compatible con el concepto de lenguaje con función comunicativa y referencial. 3. El conocimiento científico busca ser objetivo. Objetivo en el sentido de que la verdad de una afirmación está ligada a una relación de correspondencia de las proposiciones, es decir depende de si la referencia a objetos o situaciones del mundo corresponden empíricamente en mayor o menor grado. El conocimiento entonces busca ser independiente de motivos, de la cultura, el sexo, intereses personales y otros factores cuya influencia queda reducida al dar por hecho el apoyo empírico del conocimiento. 4. La lógica y la racionalidad proporcionan un conjunto de procedimientos y métodos que permiten al investigador evaluar las afirmaciones que conforman un conocimiento y deben ponerse a prueba a través de filtros que evalúen la validez, la prueba y la razón (Spiro, 1996). Por último, Spiro ataca específicamente la suposición de que las disciplinas que estudian a la especie humana, como la antropología, la psicología y la sociología no pueden ser “científicas” porque supuestamente la subjetividad hace que los observadores sean incapaces de descubrir la verdad. Spiro está de acuerdo e incluso yo, con los posmodernistas en que las ciencias sociales requieren una variedad de técnicas o procedimientos diferentes al clásico “hipotético deductivo” propio de las ciencias
naturales, para el estudio del ser humano (más adelante se detalla la situación del método y se argumenta por la existencia de “los métodos científicos” en vez de un sólo método), sin embargo mientras que la comprensión de otros factores y la empatía son fundamentales en el estudio de la mente, la cultura y demás, la responsabilidad intelectual requiere de métodos científicos objetivos en las ciencias sociales que no pueden ser rechazados a ultranza (Spiro, 1996).
La “confianza agotada” en la ciencia Con respecto a que la confianza en la ciencia pueda estar completamente agotada, se puede reflexionar que ésta como medio para conocer y organizar la vida, no son fundamentos agotados del todo, si bien se generan discursos críticos ante ello, discursos que no deben evadirse y que asimismo gozan de contenidos valiosos a favor de una visión más crítica de las consecuencias de la ciencia (positivas y negativas), empero, debería filtrarse la naturaleza de estos mismos contenidos con bastante cuidado. A pesar de que es posible asegurar que determinados acontecimientos históricos han facilitado una reflexión pesimista hacia la ciencia; acontecimientos entre cuyas causas se halla el desarrollo indiscriminado de tecnologías bélicas o de otro tipo, eso es demasiado distante a asegurar que su fundamento está completamente agotado, pues esta confianza aunque sea parcial, aún predomina en muchas esferas de la sociedad y gana fuerza progresivamente mientras cada vez más investigaciones representen avances y conocimientos de alto valor para mejorar la vida humana, contribuir al orden social o simplemente nutrir una necesidad contemplativa por el conocimiento del universo y nuestra naturaleza, como es el caso de las investigaciones realizadas en el Gran colisionador de Hadrones, entre otras. En este orden de ideas, como argumenta Colomer (2015) “La ciencia interpreta realidades desconocidas y sus diferentes especializaciones las convierten en útiles para la sociedad.” Es decir que, por poner un solo ejemplo, en el área de la salud es un hecho que los avances de la medicina, tanto en fármacos, técnicas inmunitarias o técnicas quirúrgicas, han aumentado la esperanza de vida de una forma espectacular. Colmer argumenta que la esperanza de vida de los españoles se ha duplicado en apenas cuatro generaciones. España se ha convertido en el país de la Unión Europea (UE) con la esperanza de vida más alta (82,4), solo dos países europeos, no miembros de la UE, superan a España, Islandia (83 años) y Suiza (82,5) Coloner (2015). Y la creciente demanda de investigación científica en medicina, en España, y la alimentación, por otro
lado, tienen alta correlación con estos resultados. En general, estas tecnologías son aceptadas, si bien aparecen grupos que las cuestionan, especialmente en lo referente a los avances inmunológicos que de hecho protegen no solo al individuo, sino a la sociedad, de las pandemias que han sido problemas de salud pública importantes de la humanidad durante siglos, pero los argumentos a favor de la crítica pueden quedarse un poco cortos ante los hechos y las estadísticas, resalta el autor. De este modo, una desconfianza radical en la ciencia o simplemente afirmar a ultranza que los fundamentos de la modernidad están “agotados” puede tender a carecer de argumentos que sean incapaces de sostenerse correctamente y caer en afirmaciones totalitarias y generalizantes. Esto anterior no representa un argumento sólido al respecto y por ello se detalla a continuación, se trata más bien de una muy breve ilustración de que tal desconfianza o la afirmación de que los valores están “agotados” a ultranza, puede tener puntos de quiebre, de hecho, pocos autores realmente defienden una postura radical al respecto. Ciertamente vale extenderse un poco más abordando a mayor profundidad este asunto. Vannebar Bush, entonces director de la oficina de investigación y desarrollo científico, escribió en 1945 un informe al presidente de los estados unidos, acerca de la importancia del progreso científico, entre otros temas relacionados, debido a la negativa opinión popular hacia la ciencia que se generó luego de las dos guerras mundiales que transcurrieron. Explica que, por ejemplo, el progreso de la guerra contra las enfermedades depende esencialmente de un flujo de nuevos conocimientos científicos. Nuevos productos, industrias y más puestos de trabajo requieren de constantes adiciones al conocimiento de las leyes de la naturaleza, y la aplicación de este conocimiento a objetivos prácticos, explica a modo de contingencia. En este orden de ideas, el autor resalta que, en ausencia de progreso científico, ningún logro en otras direcciones, cualquiera que sea su magnitud, podrá consolidar la salud, prosperidad y seguridad como nación. Explica entonces, y con cifras, que la guerra contra la enfermedad, hasta la época en la que redactó su informe, ha hecho grandes progresos. El índice de mortalidad de todas las enfermedades en el ejército, incluidas las fuerzas de ultramar, se redujo de 14,1 por mil en la última guerra a 0,6 por mil en ésta (refiriéndose a la guerra fría). En esos últimos cuarenta años la expectativa de vida había pasado de 49 a 65 años, en gran medida como consecuencia de la reducción de índices de mortalidad de recién nacidos y niños (Bush, 1945). Argumenta claramente que las muertes anuales, en estados unidos, debidas a apenas una o dos enfermedades excedían por mucho el número total de vidas norteamericanas pérdidas en un combate durante la guerra. Así una gran porción de tales muertes en la población civil, truncó las vidas de los ciudadanos. Aproximadamente siete millones de personas padecen de enfermedades mentales en los Estados unidos (hasta 1945, cabe recordar), y el costo de sus cuidados para el público superaba los 175 millones de dólares por año. Reconociendo que quedaban muchas dolencias cuyos medios adecuados de prevención y cura se desconocían hasta el momento. Pero resaltando ante todo que conocerlos dependía del desarrollo científico. En este sentido, de acuerdo con Bush (1945) la responsabilidad de la investigación
básica en medicina y las ciencias que son su fundamento, tan esencial para el progreso de la lucha contra la enfermedad, recae primordialmente en las facultades de medicina de las universidades. Sin embargo, se comprobó en aquel momento que las fuentes tradicionales de sostén de la investigación médica en esos ámbitos, en gran medida ingresos provenientes de donaciones, otorgamientos de fondos y aportes privados, estaban disminuyendo y no existían expectativas inmediatas de cambio en aquella tendencia. Nuestro autor expone con firmeza que, si lo que se pretende es mantener en la medicina un progreso al marco de lo necesario, debe extenderse su apoyo financiero y con ello también, no menos importante, mejorar la opinión pública acerca de la actividad científica. En el ámbito del bienestar público, agrega que una de las esperanzas después de la guerra es que haya pleno empleo. Al menos para alcanzar parcialmente y con esperanzas de mejoría, tal objetivo, se deben crear nuevos puestos de trabajo y para ello, según su perspetiva argumentativa, se deben fabricar nuevos productos, mejores y más económicos. Pero los nuevos productos y procesos no nacen plenamente desarrollados. Se fundan en nuevos principios y concepciones, que a su vez resultan de la investigación científicas básica. Ésta es capital científico. Por otra parte, expresa que la nación no puede ni debería depender de otra, por ejemplo, Europa, como fuente de ese capital; es evidente entonces, que más y mejores investigaciones científicas son un elemento esencial para el logro de muchas metas en cuanto a bienestar social e independencia económica (Bush, 1945). ¿Cómo se incrementa el capital científico? según Bush (1945) se debe contar con suficientes hombres y mujeres formados en ciencia, pues obviamente de ellos depende tanto la creación de nuevo conocimiento como su aplicación y finalidades prácticas. Segundo, se debería fortalecer los centros de investigación básica que son generalmente facultades, universidades e institutos de investigación. Con algunas notables excepciones la mayor parte de investigación en la industria y el gobierno implica la aplicación del conocimiento científico existente a problemas prácticos, y son las facultades universitarias e institutos de investigación los que dedican sus esfuerzos a expandir las fronteras del conocimiento científico. Para aquella época, el déficit de estudiantes de ciencia y tecnología que, de no haber sido por la guerra, habrían alcanzado su grado, era de cerca de cincuenta mil (Bush 1945). De esta forma, si el techo real de la productividad de nuevo conocimiento científico, su aplicación en la guerra contra la enfermedad, y el desarrollo de nuevos productos e industrias, es el número disponible de científicos capacitados, entonces no sería muy grato esperar que a partir de la opinión popular desinformada o las ideas radicales en contra de la ciencia, el factor de reducción en este tipo de profesionales, se vea afectado. Pues aparte de factores como la guerra, hay que tener en cuenta hasta qué punto, el adscribirse a ideas extremistas que denigren de la actividad científica, pueda perjudicar la formación en ciencias. Esto no quiere decir por supuesto que las únicas carreras válidas para mejorar el bienestar humano sean las técnicas o científicas. Boghossian (2009) aporta otra reflexión que acá puede ser pertinente, menciona que un relativismo radical, en cuanto a cuestiones fácticas, como por ejemplo, la del origen de los primeros habitantes de América, es claramente discutible, e incluso, hasta contraproducente con lo que Bush propone. Siguiendo con el señalamiento de Boghossian,
pensamos sin dudas, que simplemente hay hechos que dirimen cuestiones satisfactoriamente, como en el caso de saber cuál fue el origen de los primeros hombres de America, (o como Sokal y Bricmont, 1991 lo exponen, cuando nos embarcamos en una investigación policial, ésta, cuando es exitosa, arroja datos suficientes para dirimir la cuestión de quién es, en dado caso, el responsable directo de un homicidio, sobre la que no puede cabernos dudas y con lo cual se imposibilita decir que cualquier sujeto pudo haber sido). Boghossian (2009) expone que, puede que no sepamos cuál es el hecho en sí para el caso citado de los hombres americanos y su origen; empero, una vez despertado el interés humano en el asunto, se hace un esfuerzo científico por descubrirlo. Y para ello, disponemos de una amplia variedad de técnicas y métodos, la observación, la lógica, las inferencias para alcanzar la mejor explicación posible, etc. En contraste con la lectura de las hojas de té o la observación de una bola de cristal; son los métodos nombrados propios de eso que llamamos “ciencia” (a los que consideramos formas legítimas para desarrollar conocimientos racionales del mundo), estos métodos también , en ocasiones y al menos individualmente y no con la misma rigurosidad, pueden ser característicos de los modos ordinarios de búsqueda de conocimiento (los mismos, en menor medida y a distinto grado, que nos han inducido a creer que los primeros americanos llegaron a Asia atravesando el estrecho de Bering). Esta creencia podría ser falsa, en principio; pero, teniendo en cuenta la evidencia disponible, es la más razonable; o, al menos, eso es lo que normalmente podemos argumentar. Por la razón en que creemos racionalmente en la información aportada por la ciencia, solemos confiar en los resultados de la misma; le asignamos a ésta una función privilegiada cuando se trata de determinar el contenido de aquello que queremos aprender, dentro o fuera de la academia y de lo que se les enseña a nuestros hijos en la escuela, fijar lo que se debe aceptar como probatorio en nuestros tribunales o establecer las bases de nuestras políticas sociales. Presuponemos que existe un estado de cosas que determina lo que es verdadero en cada caso Boghossian (2009). Lo más adaptativo es querer aceptar aquello respecto de lo cual tenemos buenas razones para pensar que es verdadero, y consideramos que la ciencia es la instancia más capaz de especificar la forma adecuada de alcanzar creencias razonables acerca de lo verdadero, al menos en el ámbito puramente fáctico. En una palabra: confiamos en la ciencia. Para que esta confianza no sea errada, más nos vale de hecho, que el conocimiento científico sea privilegiado con respecto a otras formas de conocimiento, es decir, argumentar en contra de la creencia de que no hay formas de conocer el mundo, radicalmente distintas entre sí y que son igualmente “válidas”, de las cuales la ciencia no sería sino una entre otras. Pues si la ciencia no fuera privilegiada, acaso no tendríamos más remedio que conceder tanta credibilidad a la arqueología como al creacionismo Zuñi, o a la teoría de la evolución como al creacionismo cristiano, o; en el caso de la psicología, al horóscopo como a por ejemplo la teoría factorial de la personalidad de Cattell, la de Allport o a la aplicación y evaluación de resultados de un test MMPI 2. Así pues, la tesis de la “Validez igual” como la llama Boghossian; que no es más que una forma de englobar ciertos discursos relativistas acerca de los hechos, se trata de una
doctrina de importancia considerable. Pues sí el vasto número de estudiosos de las humanidades y de las ciencias sociales en general que la apoyan tuviesen razón, no sólo estaríamos cometiendo un error filosófico pertinente para un reducido número de especialistas de la teoría del conocimiento; peor aún, nos habíamos equivocado de plano en la identificación de los principios que deben regir la organización social y muchos otros asuntos importantes. Merece, en consecuencia, especial urgencia presentar argumentos críticos acerca de estas tesis.
Otras lecturas recomendadas Si se quiere profundizar en otras posturas críticas que, a pesar de no haber sido mencionadas acá, son igualmente válidas y muy interesantes, se recomienda abordar los siguientes textos: -Hall, John A. and I. C. Jarive (eds) (1992) Transition to Modernity. Essays on power, wealth, and belief. -Greenfield, P. (2000) What Psychology can do for anthropology, or why anthropology took postmodernism on the chin. -Norris, Christopher (1990) What’s Wrong with Postmodernism. England: Harvester Wheatsheaf. -Reed, Isaac A. (2010) Epistemology Contextualized: Social-Scientific Knowledge in a Postpositivist Era. -McKinley, B. (2000) Postmodernism certainly is not science, but could it be religion?
Posturas críticas frente al constructivismo
Aproximación teórica
En este punto es importante advertir que tomar a la ligera, términos como constructivismo y relativismo, es un peligro argumentativo, por ello, cabe detenerse en esas nociones. El libro que citaré de Boghossian es a penas una entrada, podría decirse, pero una de excelente calidad argumentativa académica que merece ser revisada si lo que se quiere es abordar el tema con mayor amplitud para luego pasar a otros textos, como al de Hacking, también acá citado, por ejemplo. Ciertamente se enfoca en una reflexión crítica en torno al constructivismo y relativismo de Rorty y a lo que él llama “constructivismo corta galletas” el cual poco tiene que ver con Rorty, sin embargo, previo a su abordaje crítico hacia Rorty, y eventualmente de manera muy breve a otros autores semejantes, esboza una aproximación teórica en general , que es, la que a continuación se resume; explicación de nuestro autor que sí va más allá del mero abordaje a Rorty. Aunque ciertamente no se trata de un abordaje definitivo tampoco es el típico abordaje precario como el que se halla normalmente en las fuentes más superficiales de Internet. Por último el libro de Hacking,también es enterametne recomendable para profundizar; su enfoque le da un buen toque y es de una escritura amigble. Este tema es apasionante y estoy de acuerdo con la postura de que su abordaje, por llamarlo de alguna forma, meramente enciclopédico, resultaría bastante mediocre para todo lo que tiene que ofrecer. Boghossian (2009) ofrece una definición corta pero sustancial, en la que básicamente lo esencial de la tesis constructivista, es lo que podríamos llamar la tesis de la Validez Igual. Según esa tesis existen formas distintas e igualmente válidas de conocer el mundo, contraria a la perspectiva clásica, según la cual algunos acercamientos a la realidad (paradigmáticamente la ciencia) gozan de un lugar privilegiado. Entonces el constructivismo social hace depender el conocimiento de las situaciones sociales contingentes o sea del marco de referencia desde el que se las examine y de la cognición propia del sujeto cognoscente. Hacking (2001) enumera más de cincuenta tipos de entidades (otras a parte de los hechos, el conocimiento y la realidad) de las que se ha sostenido desde distintas formas de
constructivismo que están socialmente construidas, entre ellas están: la autoría, la hermandad, los quarks, etc… y su lista está lejos de ser exhaustiva. Para los fines de este texto y los mismos que plantea Boghossian (2009), lo que es más relevante es la tesis de que el conocimiento es algo “socialmente construido”. Antes de empezar, ¿qué significa que algo esté socialmente construido? Normalmente, se dice que algo fui construido (constructo) es equivalente a decir que no estaba simplemente ahí, listo para ser encontrado o descubierto, previo a la acción humana, y fue fabricado, generado por la actividad voluntaria de alguien en un momento dado. Y decir que fue “socialmente construido es añadir que fue fabricado por una sociedad (un grupo de personas organizadas de una forma concreta, con su propia idiosincrasia, dotadas de un conjunto de valores, intereses y necesidades determinados (Boghossian, 2009). Para Boghossian (2009), existen tres aspectos en los que un teórico del constructivismo social puede llegar a distanciarse de esta noción ordinaria de construcción social. En primer lugar, en el sentido popular del término, lo que se construye típicamente son cosas, artefactos, utensilios, como sillas o casas. Pero los hay discursos que se preocupan por la construcción de hechos, por el hecho de que una moneda sea de metal, más que por lape iza de metal en sí misma. Por otra parte, no se interesa en aquellos casos en los que un hecho se genera de forma puramente contingente, es decir, por la actividad intencional de ciertas personas, sino sólo en aquellos casos en que los hechos en cuestión sólo habrían podido ser generados de esa forma. En otras palabras, para que un hecho dado pueda ser calificado como «socialmente construido» en el sentido técnico que aquí nos interesa debe ser constitutivo de él el haber sido creado por una sociedad. Ejemplo: si un grupo de personas se reuniera para trasladar una roca pesada hasta la cima de una colina, diríamos en el sentido ordinario del término, que el hecho es socialmente construido. Pero en el sentido técnico filosófico, el que la roca repose en lo alto de la colina, no es un hecho socialmente construido, pues la roca habría podido ir a parar allá por fuerzas puramente naturales (Boghossian, 2009). “De otra parte, el que un trozo de papel sea dinero es un hecho socialmente construido en el sentido técnico del término, pues es necesariamente cierto que no habría podido convertirse en dinero de no haber sido usado de cierta manera por seres humanos organizados como grupo social.” (Boghossian, 2009, pág. 36). Finalmente, el autor menciona que una declaración típica del constructivismo social asevera no solo que un hecho particular fue construido por un grupo social determinado, sino que éste se construye de tal forma que refleja las necesidades e intereses contingentes de ese grupo social, de manera tal que si un grupo no hubiera tenido las necesidades e intereses que tenía, habría sido probable que no hubiese construido ese hecho. Según la idea del autor, el constructivista social no está interesado entonces en las construcciones impuestas, por ejemplo, por las leyes de la física, sino enfatiza demasiado en la contingencia, es decir, que los hechos que construimos, habrían podido no darse si lo hubiéramos escogido de otro modo.
Boghossían menciona que afirmar que algo es socialmente construido solo tiene “atractivo” en la medida en que se propone poner al descubierto un constructo donde se sospechaba que no existía constructo alguno (algunas veces estas ideas se llevan al límite, en tanto que, se pretende “desenmascarar” el “rostro” de constructo de cosas como los átomos, el sol, etc.), quiere decir que donde algo constitutivamente social estaba siendo disfrazado como natural; uno del so problemas surge y, en esto se insiste; se insiste, cuando el constructivismo radical de cierta forma, cree que las entidades ya comprobadas a las que refieren las teorías científicas más exitosas, también han estado “disfrazadas”. Y entonces, eso nos remite a una pregunta: ¿Por qué tanto interés en poner al descubierto un constructo donde quiera que éste se halle presente? De acuerdo con Hacking (citado en Boghossian, 2009) dicho interés radica en que, si un hecho pertenece a la clase de los hechos naturales, se piensa, (erradamente muchas veces), que tenemos que resignarnos a su presencia. Pero, si el posmodernista adscrito a formas fuertes de constructivismo, “descubre” que los hechos en cuestión son realmente constructos sociales, entonces podrían no haberse dado (a saber, si no hubiésemos simplemente deseado que se diesen, sea por decisiones de una comunidad, dentro o fuera de un paradigma, decisiones personales, consensos, etc). Por ello es que “poner al descubierto” los constructos sociales es algo potencialmente liberador (vale advertir que, cuando esto se aplica en las cuestiones de género, sí repercute en cierta emancipación o en la disminución de la discriminación , sin embargo, ni siquiera en este caso, es aceptable llevar al extremo la tesis a la que se está haciendo referencia y tampoco es lo mismo hablar de ciencia o teorías científicas que hablar de características de género socialmente construidas, es decir, usando el término de Hacking, hay que tener precaución cuando se lleva al campo del conocimiento científico la tesis de lo “socialmente contingente”). Boghossian (2009) agrega unas cuantas salvedades y acusa esta idea como excesivamente simple, al menos en estos sentidos: En primer lugar, no es cierto que si algo es un hecho natural no tengamos más remedio que aceptarlo, el autor referencia el ejemplo del a poliomielitis, una enfermedad natural; que habría podido ser completamente erradicada, y casi lo fue. El curso del rio Colorado es el resultado de la acción de fuerzas puramente naturales, pero fue posible alterarlo mediante la construcción de una represa. Por último, muchas especies animales se han extinguido, y se cree que se seguirán extinguiendo otras. En segundo lugar, el autor propone considerar de nuevo el ejemplo del dinero, respecto del cual sí, en efecto, ciertamente no existiría el dinero si hubiésemos decidido no construirlo. Asimismo, si nos lo propusiéramos, podríamos hacer que fuera el caso de que éste dejase de existir en un futuro (aunque no sería tarea fácil) sin embargo, ocurre que no podemos cambiar el pasado. Dado que ahora es verdadero que hay dinero, no es posible, como en muchos otros casos, que por mucho el ser humano se lo proponga, hacer que esa “construcción social” del dinero, haya existido nunca. Con estas consideraciones importantes, es posible continuar.
Boghossian “contra el constructivismo” Boghossian (2009) distingue tres tipos de constructivismo, de acuerdo con las tres características fundamentales que, según él, definen a una creencia: ser verdadera (o falsa), estar justificada (o injustificada) y que haya razones o no para creerla y aceptarla. Según eso, el constructivismo puede serlo de la Verdad, de la Justificación, y de la creencia (Negrete, 2010). Básicamente el constructivismo en cuanto a: 1, con respecto a lo que trata sobre la creencia en realidades objetivas independientes de nosotros; 2, a que hay razones pragmáticas para comportarnos de cierta forma (Existen porque así se ha demostrado empíricamente repetidas veces) y 3, las razones teóricas, o epistémicas de esa “creencia”. El constructivismo entiende el hecho de la “construcción” en ciertos sentidos distintos al sentido vulgar que le damos a “construir” Importa señalar que la expresión “algo construido” remite a nuestras razones pragmáticas; es decir, a nuestras eventuales necesidades e intereses. Esto explica, a juicio del autor, la plausibilidad que el constructivismo otorga a la tesis de que todo vale por igual. El constructivismo afirma que construimos hechos (no sólo cosas e ideas, como normalmente aceptamos). -Esos hechos construidos no podrían generarse de otra manera. -Y su construcción depende de nuestros intereses y necesidades contingentes (Negrete, 2010). Según Boghossian (2009) el sentido del constructivismo se ilumina al contraponerlo a la visión clásica del conocimiento, vale aclarar que la visión clásica u objetivista, o sobre la cual se entiende el conocimiento científico, no niega que nuestros intereses tengan influencia en nuestro conocimiento, pero no de una forma en la que las cosas en sí, también, existan o dejen de existir dependiendo de esas creencias; pues el objetivismo sí supone que hay ciertos hechos, justificaciones y evidencias que son objetivas, o sea, independientes de nuestros intereses, observación y circunstancias, por ejemplo, los hechos científicos, cuentan con esas características. Para los que no están familiarizados con el concepto de “hecho “ en la ciencia, se refiere Según Bunge (2007) a dos conceptos, uno desde el empirismo lógico, que considera el hecho científico, como una observación verificable y objetiva, en la que los hechos se identifican con las observaciones y segundo, el realismo científico, es un acontecimiento que puede ser descrito de manera verificable y objetiva. La diferencia entre estas dos posiciones filosóficas es grande, aunque parezcan idénticas, y es que mientras la primera supone que los humanos solo tenemos acceso a los fenómenos, en otras palabras, para el fenomenismo solo hay datos científicos; la segunda afirma que el acceso a la realidad, si bien indirecto (a través de modelos o teorías), y parcial (solo con algún grado de aproximación), es también posible. Boghossian (2009) sostiene que el constructivismo radical niega esto. Según él, no hay hechos, ni justificaciones, ni razones para creer, independientes de nosotros o nuestro acto
de dar significado, forma y sentido a las cosas desde un enfoque cognitivo. El constructivismo al que se refiere Boghossian niega que haya hechos independientes y objetivos, realidades no construidas socialmente- cognitivamente Paul Boghossian (citado en Negrete, 2010). Algunas de las críticas más relevantes al constructivismo que ofrece Boghossian en “El miedo al conocimiento” son: empezando por el detalle de que no sólo hechos y conocimiento están socialmente construidos desde estas posturas, sino también lo están “la autoría, la hermandad, el espectador infantil de televisión, las emociones, la idiosincrasia homosexual, la enfermedad, el inmigrante como problema médico, los quarks, el sistema escolar urbano, el nacionalismo zulú” (Boghossian, 2010. pág. 35). Es decir que un problema básico de esa epistemología es que no separan las cosas que sí son construidas por las sociedades (el dinero, los sistemas políticos, las religiones politeístas; de las cosas que no lo son, (los átomos, las nebulosas, la radiación electromagnética). En este punto es pertinente comenzar a abordar algo acerca de Richard Rorty, un autor considerado posmoderno y precursor del “neopragmatismo”. Se puede decir desde Rorty (2010) que la base de esta filosofía radica en el rechazo de las nociones de verdad universal (para lo cual es necesario aceptar un constructivismo como se definió anteriormente y una forma de relativismo gnoseológico), el rechazo al fundacionalismo epistemológico tradicional (para el fundamentalismo clásico el conocimiento es concebido jerárquicamente, es decir que por ejemplo, el conocimiento científico, debe partir de una base inamovible o verdad indubitable, desde la que se pueda soportar y justificar a través de un proceso deductivo. Según Salas (2010) esto será posible si se acepta como verdad lo auto-evidente, en este sentido unas proposiciones serán más básicas y justificarán a las demás pero no sucederá el caso contrario), por ejemplo; todo estudio sobre los fotones debe partir de considerar las magnitudes fundamentales del fotón y éstas no pueden ser ignoradas por el investigador, de la verdad inamovible de que el fotón es una partícula libre con masa en reposo nula = 0, y también un rechazo al representacionalismo y objetividad epistémica. Mientras que el pragmatismo tradicional se centra en la experiencia, Rorty se centra en el lenguaje. Díaz (2010) ofrece un complemento a la definición anterior, la palabra ‘neopragmatismo’ hace alusión a una suerte de revisión del pragmatismo clásico representado por James y Dewey mediante el recurso a la filosofía del lenguaje. Se dice que se trata de una desviación de la experiencia, fundamental en el pragmatismo clásico, al lenguaje. Por ello es conocido también como pragmatismo lingüístico, y agrega que cuando se habla de Rorty como un posmoderno, se debe entender tal afirmación a partir de las siguientes condiciones: “Su rechazo a la idea de una epistemología fundacionalista y todo lo que ello implica Su rechazo a la idea de verdad en sentido absoluto Su rechazo a la idea de que existan valores absolutos (morales, políticos, etc).” (Díaz, 2010)
Siguiendo este orden de ideas Boghossian (2009) plantea en su obra ya nombrada, una serie de críticas al constructivismo y relativismo presentes en las propuestas filosóficas de Richard Rorty y otros autores afines. Paul Boghossian (citado en, Negrete, 2010), cita como ejemplo, un texto de Rorty: “Describimos a las jirafas como lo hacemos, es decir, como jirafas, debido a nuestras necesidades e intereses. Hablamos un lenguaje que incluye la palabra ‘jirafa’ porque hacerlo nos conviene. […] La línea que divide a una jirafa del aire que la rodea es lo suficientemente nítida si eres un ser humano interesado en cazar para comer. Si, en cambio, fueras una hormiga o una ameba capaces de hablar, o un astronauta que nos describe desde el espacio, esa línea dejaría de ser tan nítida…” Richard Rorty (citado en Bogossian, 2009) En contraste, señala Boghossian (citado en Negrete, 2010) en una síntesis que él realiza, que el hecho de que nuestras descripciones de la realidad sean relativas a nuestros intereses no sustenta la tesis de que los propios hechos son relativos a nuestras descripciones. Sin embargo, Richard Rorty (citado en Boghossian, 2009) intenta aclarar eso, cuando añade: “y, más en general, no es obvio que cualquiera de los millones de posibilidad de escribir el segmento espacial ocupado por eso que llamamos jirafa se halle más cerca que cualquiera de las demás de la manera en que las cosas son en y por sí mismas”. Pero, dice Paul Boghossian (citado en, Negrete, 2010) “Sencillamente no es cierto que el rechazo de la existencia de hechos independientes de las descripciones sea una mera generalización de la relatividad social de las descripciones. Una cosa es afirmar que debemos explicar nuestra aceptación de ciertas descripciones en términos de nuestros intereses prácticos […] y otra muy distinta afirmar que no hay algo así como la manera en que las cosas son en y por sí mismas”. (Agrego que, con “interés práctico”, se refieren a nuestras razones pragmáticas; es decir, a nuestras eventuales necesidades e intereses). Es evidente el error de Rorty, al montar el argumento de que rechazar la existencia de hechos independientes de nuestras descripciones en términos de intereses prácticos equivale a que no hay una manera en que son las cosas en sí mismas, o sea que no se puedan dar por hecho independientemente de nuestras interpretaciones y construcciones de lenguaje (Negrete, 2010). Reitero la cita de Boghossian “El hecho de que nuestras descripciones de la realidad sean relativas a nuestros intereses no sustenta la tesis de que los propios hechos son relativos a nuestras descripciones “ Es esencialmente absurdo que haya una manera más práctica que otra de esbozar la realidad, pues si se supone, desde el constructivismo que la realidad misma es una creación. Es decir, si se supone que yo estoy creando la realidad, entonces yo decido qué es pragmático. Lo pragmático puede ser “primero” sólo en el sentido heurístico: es decir que recurrimos de forma sistemática a atajos mentales (“heurísticos” según la psicología cognitiva) que utilizamos para simplificar la solución de problemas y que nos permiten realizar evaluaciones en función de datos incompletos y parciales. Lo pragmático puede ser un criterio para seleccionar las cosas del mundo y tomar decisiones con respecto a lo real, pero, y este es un gran, pero, la “utilidad” no puede construir la realidad (Negrete, 2010). Detengámonos ahora en ese yo o ese “nosotros”, ese o esos sujetos que, supuestamente, construyen la realidad. ¿Es o son ese o esos sujetos que crean la realidad, construidos
también ellos, o son realidades objetivas? Si son construidos ¿por quién lo son? Negrete (2010) menciona al respecto que “La historia se reduce a nadas creando cosas a partir de la nada.” Sigue Paul Boghossian (citado en Negrete, 2009) sustentando que aparte de Rorty algunos autores, como Nelson Goodman o H. Putnam, han argumentado a favor del constructivismo radical, claramente siguiendo diferentes vías argumentativas a las de Rorty, en las cuales no es pertinente detenerse, pues lo que estos discursos tienen el común, son los elementos principales que caracterizan a la filosofía constructivista. Goodman, por ejemplo, pregunta retóricamente si la Osa Mayor estuvo ahí antes de que nosotros seleccionaramos las estrellas que la componen. (Nelson Goodman (citado en Negrete, 2010). Empecemos por decir, advierte Boghossian (2009) que las constelaciones no son un buen ejemplo, porque son entidades de las que hasta un objetivista aceptaría que son fruto parcial de nuestra “construcción”. Pero Goodman generaliza la tesis “debemos fabricar aquello con lo que nos topamos, ya se trate de la Osa Mayor, sirio, la comida, la gasolina o un equipo de sonido” (Nelson Goodman, citado en Negrete, 2010). A esto se le llama el modelo “cortagalletas” (da formas a lo informado). Ahora bien, argumenta Boghossian (2009) “el principal fallo de la tesis de Goodman es que presupone que algunos hechos no sean dependientes de descripciones, algo subyacente a lo que formalizar de una u otra manera”. Salvo que lo construyamos absolutamente todo. Supongamos, se propone en apoyo de la posición de Boghossian, que el constructivista se niega a aceptar ninguna realidad última independiente: son construcciones los electrones, los bosones, los quarks. ¿Qué forma tiene aquello de lo que hacemos todo? Entonces Negrete (2010) agrega, y como se advirtió en el caso de Rorty, ¿podría aplicar Goodman su tesis también al sujeto cognoscente?: es decir, ¿que no haya ningún sujeto último? Entonces, algo que no tiene ninguna característica objetiva (el sujeto) fabrica las cosas a partir de algo que tampoco posee ninguna característica. Razonamiento que supone el absurdo y evidencia la contradicción de un constructivismo radical. Se trae también el ejemplo de H. Putnam: “no puede decirse que en un mundo haya, por ejemplo, tres objetos, porque, desde otro punto de vista, hay siete (agrupándolos de diversas maneras).” H. Putnam (citado en Bogossian, 2009). La respuesta a esto, por supuesto, es que estas dos descripciones son perfectamente compatibles entre sí, pues invocan nociones de “objetos” completamente diferentes. No son más contradictorias entre sí que cuando afirmo que hay ocho personas en una fiesta y cuatro parejas en esa misma fiesta” Paul Boghossian, (citado en negrete 2010). Sin embargo, sí se puede decir que en el mundo hay cosas y su existencia objetiva no depende entonces de esas descripciones. En otras palabras, es parcialmente válido en tanto que, una cosa es la manera en la que se organiza, agrupa, resignifica, la información a nivel cognitivo, dependiendo de lo cual, sí se puede nombrar, utilizar, categorizar, y demás, las cosas del mundo de distinta forma y esto con ciertas restricciones; mientras ésta sea compatible entre sí, como en el ejemplo, se puede decir que hay 4 parejas y también que hay 8 personas en la fiesta, pero no puedo decir que hay 18 o 4 gatos, ni mucho menos se puede negar que ciertos hechos existan independientemente de la construcción social, cognitiva o del lenguaje, que se realice de ellos.
Un constructivismo radical que suponga que las distinciones entre construcciones sociales, lingüísticas, etc, implican que las cosas en sí o los hechos, cambien, existan o dejen de existir debido a tal contingencia; es no solo un discurso autocontraductorio, como se ha expuesto en los argumentos de párrafos anteriores, por lo que sostenerlo a ultranza se torna bastante difícil. (Hay 4 parejas y 8 personas, pero si se le antoja a alguien llamar “gatos” a los conjuntos de dos personas y los percibe como tal por x o y distorsión perceptual; sí, en efecto está en capacidad de hacerlo, sin embargo, el hecho objetivo no será de ninguna manera entonces, que hay 4 gatos). Es más, el propio ejemplo de Putnam es un contraejemplo para el constructivismo, pues si no hubiese objetos (objetivamente hablando), o sea objetos empíricos cognoscibles los cuales percibir, no habría ni tres ni siete. (Por cierto, afirma Negrete (2010) que el propio Putnam, después, por ejemplo, en “Cómo renovar la Filosofía” ha criticado las tesis de Goodman, y del relativismo en general). Ahora bien, otro argumento muy similar al anterior pero que vale la pena señalar es en el que propone Fasce (2016), según el cual existe ese constructivismo discreto y parcialmente razonable. Pues es verdad que los hechos se pueden interpretar, y también es cierto que hay diferentes formas iguales de hablar sobre lo mismo. Consideremos el siguiente ejemplo, si tengo 4 círculos pintados sobre un papel, es posible afirmar también que tengo 4 objetos (pertenecientes al conjunto de las figuras geométricas), incluso podría decir que tengo 2 objetos, si se define “objeto” como la suma de 2 círculos. Pero, en definitiva, que hay 4 círculos en el papel es un hecho objetivo y pasar a otro nivel, diciendo que hay 3 avestruces o 10 ovnis, es erróneo. Sin embargo, para Rorty no, para Rorty, como se ha descrito antes, también los hechos objetivos son construidos por nuestra forma de hablar o juegos de lenguaje. Para concluir, ese constructivismo del tipo “cortagalletas” como lo llama boghossian (que dividimos o damos la forma a la realidad, que no posee ninguna en concreto) tiene tres problemas que resume Negrete partiendo del texto de Boghossian (2009): “-Creemos que muchos hechos estaban ahí antes de llegar nosotros. ¿Hemos construido, retroactivamente, los dinosaurios o las montañas? -Creemos que, precisamente una de las características fundamentales de, por ejemplo, “electrón”, es no ser construido, sino independiente. -Y está, por último, el problema del desacuerdo: si los hechos son constructos contingentes, podemos construir hechos incompatibles para la misma realidad.” (Negrete, 2010).
Posturas críticas frente al relativismo
Aproximación teórica Al igual que con el constructivismo tampoco es tan simple asumir el concepto de relativismo, pues el término es muy amplio y puede codificarse de maneras diversas, empezando por las divisiones más básicas como las que distingue Husserl: el relativismo individual y el relativismo específico o antropologismo éste afirma que para cada especie de seres capaces cognitivamente de juzgar, es verdadero lo que, según sus leyes de pensamiento, deba tenerse por verdadero, ahora bien por otro lado podemos hablar de subcategorías dependiendo del área del conocimiento al cual se apliquen sus propuestas esenciales (en las cuales se profundizará más adelante), por ejemplo, de relativismo moral, epistemológico, gnoseológico, lingüístico y cultural, entre otros. Por esa razón una discusión conveniente del mismo debe hacerse distinguiendo o al menos reconociendo que existen distintos tipos particulares de relativismo. Se abordarán por pertinencia para el desarrollo argumentativo del texto, unas formas específicas del mismo, que en realidad no distan mucho entre sí, tales como el gnoseológico, lo que Moulines (1991) llama “relativismo sociológico epistémico” y algunos abordajes más generales. A pesar de lo anterior cada forma de relativismo comparte unas características globales entre sí dentro de los variados discursos que las ocupan. Las discusiones alrededor de los ideales del positivismo lógico, junto con la epistemología de Popper y otros epistemólogos de la primera mitad del siglo XX, han conducido, en ambientes intelectuales específicos, a un tipo de escepticismo que en ocasiones resulta bastante discutible (Vázquez, et al, 2011): el relativismo. De esta manera Stephen Toulmin (citado en Vazquez, et al, 2011) señala que la filosofía de la cecina debe trabajar más allá de lo que implica analizar simplemente teorías científicas ya establecidas, esto, durante la década de los cincuenta, con el fin de indagar también sobre su proceso de construcción y desarrollo. Toulmin no debería ser considerado como un “relativista”, sin embargo su empeño en la dinámica de las teorías científicas, planteada más tarde desde un punto de vista evolucionista y en buena parte instrumentalista es considerada una prefiguración de lo que luego se conoció como giro historicista (historical turn), éste tendría alta relevancia para el relativismo. Este y otros autores denunciaron la falta de contacto del positivismo lógico con la
investigación científica real, porque dirigen sus estudios solamente en teorías científicas ya constituidas, acabadas y aceptadas, limitando la filosofía de la ciencia a un contexto de justificación. Así las ideas como las de Hanson (citado en Vazques, et al, 2011) fueron retomadas por Kuhn y Feyerabend, que suelen considerarse los primeros referentes filosóficos relevantes del relativismo. Según Vázquez (2011) Se puede considerar que el relativismo defiende tesis epistemológicas extremas, tales como la inconmensurabilidad, el holismo y la infradeterminación radical, que han actuado como importantes estímulos intelectuales en el avance de la comprensión de la naturaleza de la ciencia. Sin embargo, el relativismo radical también ha recibido críticas muy fuertes, especialmente durante la última década del siglo XX, tanto desde la filosofía (por ejemplo, Bunge, Laudan, y a quienes revisaremos a continuación), como de la propia ciencia (por ejemplo, Sokal y Bricmont, Wolpert). Un esbozo más es el que ofrece Boghossian (2009) según el cual el relativismo (lo menciona de una manera general sin especificar más allá de lo que llama la tesis de la “Equal Validity”), según esto, la “Equal Validity” plantea la idea de que no tiene sentido que existan estándares o creencias distintos de los que son aceptados localmente como tales, ni tampoco que sean realmente racionales. Debido a que, según ese relativismo, no hay normas de racionalidad desprovistas de un contexto o supraculturales, no considera que exista una distinción entre las creencias racionales y las irracionales, es decir no cree que se traten de dos clases distintas y cualitativamente diferentes de cosas.
Moulines y la inconsistencia del relativismo sociológico El 22 de octubre de 1996, el New York Times desplegó en primera plana un artículo poco corriente. Llevaba por título «Los creacionistas de las tribus indígenas frustran a los arqueólogos», describía básicamente un conflicto que partía de la divergencia surgida entre dos concepciones acerca del origen de las poblaciones autóctonas de América. Según la explicación arqueológica estándar, extensamente confirmada, esto es, con amplia gama de evidencia empírica a su favor y estudios tras estudios que la han corroborado, los seres humanos llegaron por primera vez a América procedentes de Asia, cuando cruzaron hace aproximadamente 10.000 años el estrecho de Bering. En cambio, algunos mitos creacionistas de los indígenas norteamericanos sostienen que los pueblos nativos han vivido en el continente americano desde que sus antepasados ascendieron a la superficie de la tierra desde un mundo subterráneo de espíritus Johnson, (1996). Para decirlo con las palabras de Sebastián LeBeau quien es un funcionario del sioux del
Río Cheyenne, una tribu lakota con sede en Eagle Butte (Dakota del Sur, Estados Unidos): “Sabemos de dónde venimos. Somos los descendientes del pueblo búfalo. Este emergió de las entrañas de la tierra, después de que espíritus sobrenaturales prepararan este mundo para que la humanidad habitara en él. Si las gentes no indias se empecinan en creer que evolucionaron de un mono, allá ellas. Pero aún no me he topado con cinco lakotas que crean en la ciencia y en la evolución” Sebastian LeBeau (citado en Boghossian, 2009). Parafraseando a Moulines (1991) el relativismo sociológico epistémico es a grandes rasgos un relativismo sociológico con respecto al conocimiento científico. El autor señala acertadamente, que es un hecho que no es necesario ser ningún relativista para aceptar el hecho de que lo que la gente comúnmente acepta como conocimiento varía de una región espacio temporal a otra; bastando haber leído cualquier texto de la historia de la ciencia para advertirlo y aceptar que no en todas las épocas ni en todos los países, la gente ha creído por ejemplo en la validez de la mecánica cuántica, aunque no creer en ello por capricho o diferencias teóricas personales o de cualquier tipo, no retira de ninguna manera el hecho de que sea una ciencia establecida y de que sus teorías, modelos y leyes tengan un sustento empírico aceptado. Otro hecho ampliamente aceptado según Moulines es que la variación en lo que la gente considera como conocimiento válido viene determinada en gran medida por factores sociales sensu stricto. De esta manera, es completamente válido aceptar que lo que los seres humanos consideran como conocimiento varía y depende de la cultura y otros factores externos. La tesis anterior es cierta, eso sucede y se puede comprobar, obviamente, debe existir una clara línea que restrinja lo que es el hecho de que existan diferencias entre lo que se considera conocimiento y lo que es en sí un conocimiento válido acerca del mundo. Por ello también es una tesis trivial. Moulines (1991) argumenta que si todo lo que el relativismo sociológico afirmara fuese lo expuesto en la tesis anteriormente descrita, a él le parecería una posición aceptable, aunque también perfectamente aburrida, por trivial. Sin embargo, ese no es el caso y este tipo de relativismo somete a juicio el conocimiento, más allá de la mera “concepción” que distintos sujetos tienen del mismo. Acá es donde el relativismo sociológico se vuelve más problemático porque asevera algo más fuerte y difícil de aceptar: “Lo que el relativismo sociológico sostiene no es meramente que lo que la gente considera como conocimiento varía según la cultura, sino que lo que es en sí el conocimiento y su validez, varía según la cultura” Es decir la tesis de que lo que sea el conocimiento varía y, además, depende de cada cultura (Moulines, 1991). Bajo una consideración superficial, (T1) y (T2) se asemejan bastante, sin embargo, la diferencia es profunda e importante si se somete a discusión epistemológica. Dice que el concepto de conocimiento suele caracterizarse como “creencia verdadera justificada”. Lo que la tesis (T1) afirma es que las creencias van y vienen, según la sociedad, lo cual no sorprende a nadie. Pero no afirma que el hecho de que determinadas creencias sean verdaderas y justificadas vaya y venga según la sociedad. Esto, en cambio es el contenido implícito de la tesis (T2) y es el núcleo de la posición que Moulines ha llamado “relativismo sociológico” dicho de otra forma, se trata de una posición que
pretende relativizar las nociones de verdad, realidad y justificación, y por ende de argumentación, a cada cultura o sociedad. Moulines ubica a Karl Mannheim como el antecedente inmediato de los relativistas sociológicos y sus comparsas, aunque las objeciones de Moulines que expondré a continuación no son directamente a Mannheim sino a algunos de sus sucesores actuales. Para los relativistas sociológicos negar la relatividad social de la validez del conocimiento científico sería simplemente la manifestación de un pasado filosófico “arcaico” una especie de “fósil” epistemológico, que, supuestamente para ellos ha sido superado en su disciplina. Estas son las posiciones metodológicas de autores recientes tales como Latour, Woolgar, Mulkay, Knorr y muchos otros de los llamados “constructivistas” que se suman a Rorty y los otros nombrados anteriormente. El problema principal según Moulines, con estos autores es la estrategia que adoptan, la cual se reduce, a su entender, en saltar sin salvedades y cómodamente de la tesis aceptable (T1) a la más problemática tesis (T2) y que en algunos casos ni siquiera han captado la importante diferencia entre una y otra. Por otro lado, miembros de la llamada “Escuela de Edimburgo” como Barnes y Bloor, son considerados quienes han tratado de precisar conceptualmente y fundamentar argumentativamente una forma de relativismo más cercana a (T1) o al menos epistemológicamente menos problemática que las más radicales. Para exponer la antítesis de este autor a este relativismo es pertinente detallar las tesis del mismo. David Bloor en su libro Knowledge and social imagery ha presentado cuatro principios que constituyen podría decirse, el núcleo de estas ideas y que constituyen lo que Bloor caracteriza como “programa fuerte de la sociología de la ciencia”, fuerte porque es una contraposición radical al programa “débil” de Mannheim, que pretende ser más general y exponer un relativismo sociológico radical. Para este análisis concierne sobre todo el tercer y cuarto principios “La sociología del conocimiento científico debería ser simétrica en su estilo de explicación. Los mismos tipos de causa explicarán, por ejemplo, las creencias verdaderas y falsas. Y, también debería ser reflexiva. En principio, sus modelos de explicación deberían ser aplicables a la sociología misma” David Bloor (citado en Moulines, 1991) A este programa entonces, asegura nuestro autor se adhirieron Barnes, Pickering MacKenzie y otros, junto a otros intentos más o menos concienzudos de fundamentar la tesis del programa fuerte como el de Mary Hesse en su ensayo “The strong thesis of sociology of science” de 1980, tratando de mostrar su aplicación a estudios concretos de la ciencia conduciendo explícita y directamente al relativismo. Las tesis del programa fuerte tienen una raíz en la “teoría de la ideología” de Mannheim, según la cual, todas las representaciones que nos hacemos de la realidad social provienen de esquemas conceptuales deformados y deformadores, cuya naturaleza puede y debe explicarse por las condiciones sociales que les dan origen, es decir mostrar de alguna manera que todas las teorías y enfoques de las ciencias naturales y sociales son ideologías, en el mal sentido de la palabra, es decir, simples deformaciones sistemáticas e interesadas del objeto de estudio; sin embargo, la contradicción está en primera instancia en que su propia sociología del conocimiento en tanto teoría de las ciencias sociales sería también otra ideología y no podría tener el valor argumentativo para sostener la naturaleza de que las
otras teorías lo son también. A todo esto, están dispuestos, según Moulines, los sociólogos de la teoría “fuerte” a introducir o “meter en el mismo costal” de las ideologías no sólo a las ciencias sociales típicas, sino a todo lo que producen las ciencias formales y fácticas, como ya se dijo todo el conocimiento que produzcan las naturales. Según Moulines (1991) el hecho de considerar a las ciencias formales y naturales y a la propia sociología del conocimiento (acá presentan una auto contradicción, pues en ésta se sostiene su propio programa, del mismo modo que Manheim consideró a las ciencias sociales, significa metodológicamente hablando, según ese discurso, carece de sentido preguntarse por la verdad o falsedad, por la justificación o falta de ella de las teorías producidas por dichas disciplinas, que estas teorías no serían más que sistemas de creencia como cualquier otro, que naturalmente “pretenden” ser verdaderos y estar justificados, pero eso es, por decirlo así, un asunto interno de dichos sistemas, no algo que el analista deba tomar en serio. En cuanto a la ciencia, significa específicamente que la presentación de una teoría científica cualquiera (por ejemplo, la teoría electromagnética) como verdadera o justificada debe ser juzgada simplemente como un modo más o menos hábil de tratar de vender el producto. Por ello la única tarea con sentido para el analista de la licencia o filósofo de la ciencia no podría ser otra que la de averiguar los intereses y condiciones sociales que han producido el surgimiento y evolución de esos sistemas de creencias. Y para ello da igual y se analiza bajo los mismos criterios, si es angeología, homeopatía, mecánica cuántica o la propia sociología del conocimiento. Cualquier pregunta por su justificación o grado de objetividad - valor de verdad de las proposiciones que las componen, está fuera de lugar, puesto que no hay ningún criterio de verdad o de plausibilidad externo o criterio de demarcación universalmente reconocido, cualquier criterio propuesto de esa naturaleza, es igualmente parte de un sistema de creencias condicionado socialmente y debe ser tratado como tal. El criterio como objeto de estudio filosófico o sociológico es considerado a lo sumo como una idea curiosa que se le ocurrió a ciertos individuos en cierto contexto social, pero que no tiene credencial que la haga superior a cualquier otra de las innumerables ideas curiosas que se le han ocurrido a la gente a través del espacio tiempo, tal supuesto criterio no puede ser usado para valorar o juzgar un sistema de creencias. Hasta este punto, ya de por sí, todas las implicaciones anteriores de esta “teoría fuerte” suenan bastante radicales e inclusive, enclenques y por ello no sería lo más correcto dejarlas pasar desapercibidas en los siguientes párrafos sin mencionar las correspondientes objeciones, pues, aunque se advierte a simple lectura su absurdo, no basta como argumento. Que no haya un criterio de verdad o justificación desde el cual poder juzgar los distintos “sistemas de creencias” es un teorema central de la teoría de los sociólogos “fuertes” del que ellos están generalmente muy orgullosos. Según Moulines la objeción inmediata que trata de criticar el relativismo es la de que esta posición filosófica es autocontradictoria, se refuta a sí misma; es decir, sería una afirmación P con la propiedad: “P implica no -P”. Principio que aplica muy bien precisamente para atacar el relativismo individual o “clásico” pues, de hecho, ya Husserl en el primer volumen de sus investigaciones lógicas, donde trata del psicologismo presentó una argumentación detallada en contra de eso que él llamó “relativismo
individual” tratando de demostrar por distintos caminos que este relativismo se refuta a sí mismo Husserl (citado en Moulines, 1991). Autores más recientes como Jordan (1971) y Triggs (1973) (citados en Moulines, 1991) le siguen en este empeño, precisando el argumento de la auto refutación. Meiland (1977) (citado en Moulines, 1991) ha demostrado que estos argumentos “no son del todo concluyentes”. Sin embargo, particularmente en cuanto al relativismo sociológico, es posible precisar semánticamente el relativismo sociológico “bien montado” de tal manera que no implique auto refutación. Según los relativistas sociológicos “fuertes” su teoría se autor refuta solo si concibieran la verdad en el sentido clásico, pero no es el caso. Dicho de otra forma, su evasión a esa lógica formal sólo les funciona si se examina su teoría desde la particularidad del cambio semántico fundamental que ellos mismos han ideado. La idea es que una fórmula del tipo: “S es verdadero, (donde S es cualquier enunciado), en rigor, carece de sentido, es decir que la palabra “verdadero” no significa nada por sí sola, para ellos; solo puede usarse a lo sumo como componente del predicado “verdadero en C “o sea “S es verdadero en C” (donde C es la cultura). Ahora bien, Meiland (citado en Moulines, 1991) apela a una petición de principio para defender la presencia del p implica no-p en el relativismo sociológico, pues según él, éste está condenado a usar el mismo concepto de verdad absoluta como correspondencia entre enunciados y hechos que usa su “oponente”. Pero precisamente esto no es cierto al menos considerado desde la estrategia semántica que han planteado. Terminan usando un concepto de verdad, que ellos han elucubrado de la siguiente manera: lo que quiere el relativista no es conservar el concepto clásico de verdad, sino sustituirlo por uno nuevo. Por “verdad” no se va a entender ya una relación diádica y coherente entre enunciados y hechos, sino una relación tríadica entre enunciados, hechos y seres humanos y que ello se haga tanto al nivel del lenguaje-objeto como del metalenguaje. Se abandona un concepto por otro (Moulines, 1991). Moulines llega después de un esbozo más detallado de la estrategia semántica de Hesse y propone a priori, que por ejemplo un nuevo Tarski podría esbozar una nueva teoría de la verdad en donde ésta apareciera no como una relación diádica entre “p” y p, para cualquier proposición p, sino como una relación tríadica entre “p”, p y culturas. Teoría que realizando los cambios en su estructura lógico formal, sea capaz de derrumbar esa estrategia semántica. Además, si la verdad es un concepto relativo a cada cultura, también lo han de ser conceptos análogos como justificación, confirmación, plausibilidad, y todo lo que tenga valor epistémico, hecho que, si se revisa a profundidad, también derrumbaría las bases del relativismo sociológico “fuerte” en tanto teoría crítica de la ciencia, que se justifica (justificación) desde sus propios preceptos epistemológicos, anti-científicos, antiverdad, anti-criterio. Pues se trata según Moulines de una “revolución semánticoepistémica”. Se considera entonces, desde su crítica que esta propuesta conduce a lo que él llama una “incoherencia dialógica” p “perlocucionaria”. Es decir, lleva a la consecuencia de que los relativistas sociológicos, si en verdad son coherentes consigo mismos, caen en una incoherencia metodológica y epistemológica difícil de solventar, y se explica de la siguiente manera: Para verlo se empieza con un ejemplo sacado de la literatura de los mismos sociólogos relativistas. En su ensayo “On the conventional character of knowledge and cognition” de 1981, Barry Barnes (citada en
Moulines 1991) expone detalladamente cómo debería ser el proceder el análisis de las taxonomías zoológicas de diversas culturas según su punto de vista metodológico. Para poner de relieve su “método adecuado” toma como referencia de partida un estudio empírico de Bulmer (1976) sobre la taxonomía animal de los Karam, un pueblo de las montañas de nueva guinea. Barnes reconoce que el estudio aporta datos empíricos interesantes pero que está realizado teóricamente desde una perspectiva euro centrista. En efecto la hipótesis central de Bulmer es la de por qué los Karam no consideran como ave un determinado bicho, el Cassowary, que tiene todas las características esenciales de un ave. Según Barnes la pregunta de Bulmer está “mal planteada”, porque presupone que nuestro concepto europeo de ave es el único adecuado. Pero según Barnes (citada en Moulines, 1991) “un buen sociólogo del conocimiento no debe partir de ese supuesto” lo único que debería y puede decir con sentido es que la clasificación que hacen los Karam de los animales es distinta a la nuestra, y basta. Porque cada cultura tiene sus propias redes conceptuales para apreciar los objetos y éstas son “distintas”, pero como ya se ha mencionado, no hay ningún criterio que nos permita decidir que una red es más adecuada que otra, esto anterior implicaría que la taxonomía de los Karam es “equivalente” a la de cualquier texto de biología utilizado en las universidades europeas, está igualmente “justificada” y es igualmente “racional”. “Redes “conceptuales” diferentes se relacionan con la “realidad” o entorno físico de manera equivalente… las diferentes redes son equivalentes por lo que respecta a la posibilidad de una justificación racional. Todos los sistemas de cultura verbal son igualmente racionales” B, Barnes (citado en, Moulines, 1991). Parece que tanto Barnes como otros autores similares pasan por alto aquí dos cosas. En primer lugar, según argumenta Moulines, el término “equivalente” que usa su argumentación es, según su propio enfoque, carente de sentido. Pues cuando alguien afirma que dos cosas son equivalentes, hay que preguntarse en seguida: ¿equivalentes con respecto a qué? (esto ya evoca la necesidad de un criterio externo). Pero según su supuesto, aquí no hay ninguna unidad de medida externa en base a la cual podamos juzgar la equivalencia de dos redes conceptuales de culturas. Pues para saber si se trata efectivamente de la misma realidad a la que se refieren “equivalentemente” las dos redes conceptuales comparadas, en efecto deberíamos haber categorizado y definido previamente esa realidad. Es decir, utilizar como criterio externo los conceptos pertenecientes a una determinada red. Concretamente, para poder decir que los Karam clasifican los animales igual de bien que los textos de biología universitarios europeos, deberíamos estar ´previamente seguros de que los Karam disponen del mismo concepto de animal que dichos textos. Pero según el enfoque epistemológico de de Barnes, existen “buenas “razones para creer que ello no es el caso. Lo mismo ocurriría naturalmente con cualquier otra categorización. Además Barnes habla de un “entorno físico” o una realidad con la que se relacionan las redes conceptuales de forma equivalente, pero sí la verdad o el valor de la misma en los enunciados depende de las construcciones culturales, cómo podríamos admitir que existe algo como un entorno físico real con respecto al cual se relacionan las redes conceptuales, si los Karam están clasificando ese entorno físico igual de bien que los europeos, significa que hay un criterio de referencia, y eso ya contradice una de sus tesis básicas.
Estrictamente hablando según la propuesta relativista sociológica, no podríamos si quiera saber si los Karam clasifican algo en lo absoluto. Existe otra incoherencia aún más grave, según Moulines, en la argumentación de Barnes, que proviene de la tesis de “reflexividad” o autorreferencia, que defienden él y sus camaradas. Supongamos, a pesar de la objeción anterior, que hubiera algún sentido preciso de “equivalencia” otra estrategia engorrosa pero lingüística, que solo estamos usando para hacer una suposición, pero que estrictamente no tendría sentido, en fin. Un sentido preciso que pudiera aplicarse al comparar taxonomías de culturas distintas. El postulado de autorreferencia del programa “fuerte” exige a sus partidarios no sólo a aceptar la equivalencia entre nuestras clasificaciones zoológicas y las de los Karam, sino también a aceptar la equivalencia entre las caracterizaciones propuestas por Barnes y la propuesta por algún otro sociólogo de la ciencia. Barnes expone que la taxonomía Karam es equivalente a la nuestra. Ahora bien, supongamos que aparece otro sociólogo caracterizando la taxonomía zoológica como la máxima expresión del espíritu científico y la de los Karam como la máxima ridícula de una raza “inferior”. Según el propio enfoque de Barnes debería acoger sin inmutarse la caracterización dad pro le sociólogo positivista como equivalente a la suya. En este sentido y sin ir más lejos, también es posible argumentar que, según el mismo enfoque de Barnes, Bulmer, el zoólogo, pudo haberle replicado “mi etnología es euro centrista y la tuya no; ¿y qué? Ambas son, según tus premisas metodológicas y filosóficas, equivalentes e igualmente justificadas” (Moulines, 1991) Lo cual hace caer en el absurdo la idea principal de Barnes al querer plantear un método “adecuado” con qué criterio es más adecuado, si tal cosa es negada desde sus principios mismos. Si los relativistas no aceptan lo anterior, si creen que su enfoque es mejor que otros, sobre todo que aquellos ubicados en los discursos científicos, significa entonces que a las teorías de la sociología de la ciencia no se aplica el postulado de “equivalencia” que se aplica en otras teorías de las demás disciplinas y por lo tanto la sociología de la ciencia recibe un lugar privilegiado en la jerarquía científica y ese “principio de equivalencia” se habría violado, inconsistentemente con su propia teoría. Sin embargo, si Barnes aceptara la consecuencia, es decir que admita que su propia concepción sociológica de la distinta taxonomía zoológica no tiene ningún derecho especial a ser considerada más adecuada, justificada, racional , que los demás, entonces es difícil comprender por qué se dio tanto trabajo en ofrecer argumentos generales y ejemplos concretos en favor de su enfoque y en criticar, el análisis científico europeo de Bulmer es decir, no valdría la pena ningún emprendimiento de investigación básica ya que si el conocimiento realmente dependiera de la cultura, ningún tipo del mismo tendría una ventaja metodológica sobre otro en cuanto al grado de aproximación a la realidad de los fenómenos y garantías de certeza ofrezcan. Por lo tanto, no se comparten las ideas y en tal caso no se necesitan argumentos, o no se comparten y lo único que se puede decir es que ahí está una concepción sociológica distinta, pero equivalente a la nuestra. Además, cómo los relativistas instancian a “C” (la cultura) en la nueva semántica y epistemología , cómo se instancia esa variable? es decir, Cuáles son los criterios de identidad para culturas? según Moulines necesitamos tales criterios de identidad pues de lo contrario, no podemos distinguir una cultura de otra y por
lo tanto enunciados metalingüísticos del tipo “S es verdadero en C1 pero falso en C2” serían completamente vacíos, Hesse, Barnes y Co, no ofrecen ningún criterio, empezando porque ofrecerlo sería ya contradictorio con su tesis de base. Siendo así, como las nociones de verdad y conocimiento han de depender de la noción de cultura, y ésta a su vez de la arbitrariedad subjetiva de cada sociólogo, Moulines finaliza mencionando que el relativismo sociológico aterriza en una cruda forma de solipsismo moderno. “de esto desprenden consecuencias metodológicas como una parálisis intelectual autoproclamada” (Moulines, 1991).
Algunos ejemplos Se hace pertinente demostrar que los discursos radicales relacionados con estas corrientes filosóficas sí se exponen en el ámbito académico, son publicados y por ende divulgados, no son solo cosa de los autores “fuertes” de la sociología relativista, ni sucede en ámbitos un tanto aislados como el que expone Moulines, con el fin de presentar también algunas de las consecuencias proposicionales de estas tesis. A continuación, unos cuantos ejemplos representativos de académicos que respaldan la idea básica que subyace a lo que Boghossian (2009) llama la Tesis de la Validez igual, que él define como una perspectiva filosófica o clase de «relativismo posmoderno» general en la que se inscribe la idea de que hay “muchas maneras igualmente válidas de ver el mundo”, de las cuales la ciencia sería tan solo una más, y continúa expresando que ésta, ha echado hondas raíces, especialmente en el mundo académico y fuera de él. Como es evidente, ésta no difiere significativamente de las expuestas anteriormente en Moulines. Se podría inferir habiendo leído juiciosamente hasta acá, que según la tesis del relativismo sociológico epistémico de Hesse y sus colegas, sería igual de válido y justificable pensar que el hombre americano emergió de un mundo subterráneo de espíritus a pensar que llegamos cruzando el estrecho de Bering hace 10.000 años y que no habría criterio para medir el grado de veracidad de ninguna de estas dos concepciones. En lo esencial al menos, tanto Moulines como Boghossian parecen hablar de formas de relativismo que comparten bastante, así como se demostrará más adelante profundizando en Boghossian, comparten sus incoherencias o contradicciones más generales, algunas de las cuales ya han sido expuestas anteriormente. Justificando el razonamiento anterior, el mismo Boghossian (2009) denomina “dependencia social del conocimiento” el hecho de que una creencia sea o no conocimiento en función, al menos en parte, del entorno social y material contingente en
el que éste haya sido producido (o sostenida), o mejor dicho cualquier concepción del conocimiento que haga suya esta convicción medular es “dependencia social del conocimiento”. Recientemente las versiones más influyentes de la concepción de la “dependencia social del conocimiento” han sido formuladas en términos que puede resumirse aceptan en común la siguiente proposición “Todo conocimiento, se alega, es socialmente dependiente porque todo conocimiento está socialmente construido.” por lo tanto, en último término, resulta inmediatamente evidente que de aceptarse esta última, reforzaría la Validez Igual. Pues lógicamente si el que una creencia constituya o no conocimiento siempre debería estar en función del contexto social contingente en el que es producida, nada tendría por qué impedir que lo que es conocimiento para nosotros no lo sea para los Zuñis, incluso si ambos tenemos acceso a la misma información. Continuando con los ejemplos, Sebastián LeBeau un funcionario del sioux del Río Cheyenne, una tribu lakota con sede en Eagle Bitte (Dakota del sur, Estados Unidos) menciona lo siguiente: “Sabemos de dónde venimos. Somos los descendientes del pueblo búfalo. Éste emergió de las entrañas de la tierra, después de que los espíritus sobrenaturales prepararan este mundo para que la humanidad habitara en él. Sí las gentes no indias se empecinan en creer que evolucionaron del mono, allá ellas. Pero aún no conozco ni siquiera a cinco Lakotas que crean en la ciencia y en la evolución.” Sebastián LeBeau (citado en Boghossian, 2009). En el Times se hallaba la reflexión de que muchos arqueólogos desencantados que se dejaron llevar por su aprecio o amor hacia la cultura autóctona “se han visto empujados hacia un relativismo posmoderno” y citan a Roger Anyon, un arqueólogo británico que ha trabajado para el pueblo zuñi: “La ciencia es sólo una de las numerosas maneras de conocer el mundo. (La concepción zuñi del mundo) es tan válida como el punto de vista de la arqueología acerca del contenido de la prehistoria).” Royer Anyon (citado en Boghossian, 2009). Larry Zimmerman, de la Universidad de Iowa: “Personalmente rechazo la ciencia como un modo privilegiado de ver el mundo.” Royer Anyon (citado en Boghossian, 2009). “Los mitos ofrecen explicaciones que no pueden ser consideradas legítimamente menos válidas que las que propone la ciencia.” (Hübner, 1988). Un efecto, expone Chalmers (2000) de la tentativa de que las teorías científicas no pueden ser probadas o refutadas de manera concluyente, y de que las reconstrucciones de los filósofos tienen poco que ver con lo que en realidad hace progresar a la ciencia, consiste en renunciar completamente a la idea de que la ciencia es una actividad racional que actúa de acuerdo con un método especial. Una reacción en cierto modo parecida llevó al filósofo Paul Feyerabend (citado en, Chalmers, 2000) a escribir un libro titulado “Against método: Outline of an anarchistic theory of knowledge” (En contra del método: Esbozo de una teoría anarquista del conocimiento). De acuerdo con la tesis más radical que se puede leer en los escritos más recientes de Feyerabend, la ciencia no posee rasgos especiales que la hagan diferente o superior a otras ramas del conocimiento tales como los antiguos mitos o el vudú.
Y para finalizar, otro autor reconocido en este terreno por su “fuerte” relativismo, menciona en pocas palabras que no sólo se pueden explicar los mismos hechos científicos en muchas formas inconmensurables, sino que los hechos mismos deben considerarse como ilusiones (Latour 1992). Y se podrían citar muchos más pasajes similares. ¿Qué es lo que hace que la doctrina (llamada así por Boghossian) de la Validez Igual parezca tan radical y contraintuitiva? Se continuará con las objeciones argumentativas de otros autores hacia el relativismo, para complementar la respuesta a esta pregunta, con más recursos argumentativos de los que ya citando a Moulines se han ofrecido, finalizando como ya se mencionó con Boghossian, quien responde más directamente a la misma.
El problema de situar el fundamento de toda verdad en cada individuo El relativismo, que transfiere la realidad al propio yo, con un subjetivismo patente que modifica sus perfiles con la visión individual de cada persona, y manifestando lo que Ramón de Campoamor afirma en su poema “Humoradas”: “que en este mundo traidor, nada hay verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira” es un erróneo extremismo, por promover la visión de una realidad endurecida e impermeable a toda contestación, en un dogmatismo indisputable e incontrovertible (Ayala, 2008). Según el mismo autor la consecuencia es que en el caso del relativismo, la verdad permanece empobrecida al hacerla depender de la voluntad individual. Así se imposibilita el compromiso con una verdad delicuescente y cambiante. Viene enseguida un efecto dominó al renunciar a todo compromiso, el sujeto queda fuera de la realidad, sin contenido, mediocre, y se llega al conformismo. Según Ayala (2008) al no tener el asidero fuerte de una certeza firme, viene la búsqueda de la satisfacción inmediata en la práctica de un hedonismo constante. El problema del relativismo reside en situar el fundamento de la verdad en la persona que en cada caso está juzgando sobre una determinada verdad y coincide curiosamente compartiendo el mismo equivocado enfoque con el dogmatismo, que encuentra también en el juicio de la persona el fundamento de su verdad, y no en una realidad presupuesta de las cosas. Quienes profesan esa manera de pensar fuerte, expresan sus afirmaciones de manera dogmática, como si su verdad fuera absoluta e infalible pretendiendo con ello responder a las verdades “infalibles” de la modernidad, clara contradicción con la pretensión principal
de tal tesis.
¿Por qué debería preocuparnos el relativismo? En este apartado serán presentadas las ideas más generales que Negrete (2012) expone con respecto al tema tratado. El autor, va un poco más allá que los anteriores, ya que no sólo se enfoca en criticar el relativismo con respecto a los hechos y el conocimiento (epistémico o gnoseológico) sino que quiere demostrar que el relativismo acerca de los tres ámbitos principales de la actividad humana (el conocimiento la moral y la estética, centrándonos en este caso en el conocimiento) está basado en argumentos equivocados y debe considerarse su rechazo. Con respecto del relativismo fuerte, él se pregunta lo siguiente: “¿Deberían preocuparle esas investigaciones sobre el relativismo filosófico a quienes andan ocupados en una actividad específica, sea científica, política o artística? ¿No será esta, como otras discusiones filosóficas, una tormenta en un vaso de agua? ¿No deja, la filosofía, todo como está, según dijo Wittgenstein?” (Negrete, 2012. Pag, 5). Desde una perspectiva puede decirse que, a las personas, en sus actividades no directamente filosóficas, no les tienen por qué preocupar al mínimo esos asuntos. Y, de hecho, a muchos no les preocupan, o solo en momentos puntuales y no a profundidad. Parafraseando a Negrete (2012) a un físico, en cuanto tal, no le tendría que interesar por obligación si el mundo es o no una ilusión, o si la inducción y la deducción son procedimientos válidos. Todo eso lo da, si acaso, y ya sea una ilusión o no, él estudia los fenómenos internos a ese mundo. Tampoco al matemático (generalmente) le preocupa si los números son entidades independientes habitantes de “platonia”, o si son meros ruidos y grafos (flatus vocis), como dice el nominalismo (Negrete, 2012), da por hecho que los números tienen las propiedades que tienen independientemente, de alguna manera, de que la cognición humana las construya. El activista político, por su parte, no necesita justificar, en medio de su discurso político, que la muerte de hambre de miles de personas al día es un mal objetivo. Al músico, en cuanto tal, no le tendría por qué preocupar si existe la belleza y el genio que la descubre, o si eso es solo una ilusión. Cuando está oyendo y estudiando el Cuarteto de cuerda en si bemol mayor de Beethoven, no duda de que sea una pieza genial y profunda, y que es una capacidad (que hay que cultivar, además de tener) la que nos permite percibir esa grandeza estética (Negrete, 2012). Sin embargo el autor reflexiona que, en otro sentido, pues si una persona no es solamente un científico, un político, un músico, sino, elementalmente un ser racional, para el cual todas las verdades y todas las actividades tienen que ser en el fondo coherentes, le
deberían preocupar, en teoría, esas cuestiones filosóficas. No sería coherente, sigueindo la idea de Negrete, que uno, como estudiante de física, por ejemplo, tuviese grandes conocimientos de fenómenos físicos, como la fuerza electromagnética, la naturaleza dual onda - partícula, de la luz, o algo tan cotidiano como la fuerza de atracción gravitacional entre los cuerpos, pero a la vez no supiese hacer frente a la creencia de que todo eso no son más que un montón de creencias subjetivas y caprichosas, y que otras personas en otros países, o la señora de la tienda de al lado, o la señora de la iglesía tienen creencias sobre el mundo, incompatibles con la suya, pero que no se puede determinar cuál es la más correcta (Negrete, 2012). El autor nos dá el mismo ejemplo, pero para un parsona educada en el arte de la música, quien está educada asimismo para reconocer con destreza lo bello y lo genial en las obras de los grandes maestros, y no poder, a la vez, justificar por qué cree que una obra es más bella y genial que otra, y que no todo vale sólo subjetivamente. Obviamente, todas esas actividades se volverían bastante irracionales si tendríamos que aceptar cualquier versión de subjetivismo o relativismo absoluto, o al menos que implique un compromiso con los hechos, como se esbozaron anteriormente. Tendríamos que practicar nuestras ciencias y artes, moral, etc, como quien practica un juego o a lo sumo cuenta un cuento, sabiendo que, más allá de la lógica interna que hemos “decidido” atribuirle, nuestra dedicación no tiene ningún importe real, es sencillamente contingente, no es más cierto ni mejor que hacer justo lo contrario (Negrete, 2012). Aunque Negrete advierte, como ya más o menos lo hacía Moulines, que un relativismo al menos en cuanto a las propiedades de lo moral y lo estético o lo cultural, es más sustentable, pues hay quienes sólo lo aplican a esas esferas y salvan la objetividad teórica de ciertos conocimientos. Quienes se dedican al conocimiento, a la investigación, a la formulación y contrastación de teorías científicas (y todo el mundo también en su vida cotidiana, que, de cierta manera, “primitiva” contrasta, comprueba y demás) dan por hecho (habitualmente de manera implícita) que ciertas proposiciones, y ciertas maneras de probar la validez de las mismas, son mejores que otras (Negrete, 2012). Por ejemplo, en general, y sin profundizar demasiado, por ahora, en los debates epistemológicos que esto implica, una tesis de ciencia natural que no puede testarse empíricamente, al menos de manera indirecta, no es aceptada. Según Negrete (2012) universales de aprendizajes o por lo menos conocimientos muy elementales con respecto al entorno o de comportamiento “ético” en grupo, se dan también entre otros animales capaces de sentir, desear y procesar información. Muchos de ellos (aquellos con las estructuras neuronales y cognitivas necesarias para el aprendizaje) se guían por la generalización de experiencias similares, (aunque esto implique condicionamiento) y deducirán qué consecuencias aversivas o reforzadoras, se seguirán de tal o cual, hecho, lo que les permite predecir acontecimientos potencialmente adaptativos o desadaptativos, asimismo parecen estar “de acuerdo” en rechazar el dolor y valorar cosas como la camaradería y la supervivencia, resalta el autor. Parafrseando a Negrete, para el relativista entonces, si lo mismo da estar en una especie de ilusión inevitable y si nada de lo anterior es más cierto, dándole la misma validez que cualquier otra explicación, ¿qué sentido tiene entonces, afirmar la propia tesis relativista? En realidad, el relativista no cree, que él deja las cosas como están y tiene
razón, no las deja como estaban, las deja vacías (Negrete, 2012). Nuestro autor expone cuatro ideas críticas, y resume: -Es parte esencial de lo que implica ser racional buscar lo que realmente vale, saber o creer que está en la realidad y no en un mundo virtual auto-fabricado. El efecto que provoca el relativismo, si es tomado en serio, es el desfondamiento completo de cualquier discusión. -Hay que distinguir esencialmente entre lo relativamente relativo y lo absolutamente relativo. O sea, entre lo que es relativo a un sistema de referencia y una norma absoluto, del ámbito que se trate y lo que es completamente relativo, relativo a nada, a nada absoluto y objetivamente independiente. -Pocos se han atrevido a admitir que todo es solo perspectiva, incluidas las propias perspectivas y las perspectivas de las perspectivas. Sin embargo, el relativista más corriente suele serlo especialmente respecto de todo un ámbito de conceptos, al que pretende reducir a mero epifenómeno de conceptos de un ámbito distintos, en este sentido el relativista es una suerte de reduccionista. -La tesis anterior es diferente a la que afirma que todas las propiedades, del ámbito que sean, son relativas al contexto y demás concreciones, sin dejar de ser propiedades absolutas o absolutamente pertenecientes a ese ámbito (Negrete, 2012). Quien por ejemplo sostiene que los colores existen realmente (constituyen un nivel autónomo de realidad con sus propias leyes objetivas), puede y debe aceptar que el mismo color será percibido de diferentes maneras, según el sujeto que lo perciba o las circunstancias, el que tú y yo le demos un significado distinto, percepción y respuesta distinta a un mismo color, implica que hay un mismo color y un mismo sistema físico y teórico desde el que unificar e inter-traducir nuestras perspectivas: Aun así una cosa no deja de ser roja (un cuerpo que emite- refracta haces de luz, con cierta longitud de onda, en el caso del rojo ~ 618–780 nm, que hace parte de la luz visible) porque se apague la luz, o porque yo padezca ictericia (Negrete, 2012). Hipotéticamente hablando, según Negrete, habría una forma de validar el relativismo absoluto o filosófico, si por ejemplo, se demostrara, que no hay una realidad única ni unos criterios objetivos de lo que es conocimiento. Si, en el caso de la contemplación de un rascacielos por ejemplo, cualquier persona tuviese razonablemente que aceptar que tú, subido desde un helicóptero, podrías contemplar el rascacielos con el aspecto que yo lo veo desde el pie de la calle, o con la forma de una lechuga. Por supuesto si esto fuese inteligible y aceptable. A lo sumo uno podría pensar “las cosas son así según yo las veo” o más bien tendría que añadir: según yo creo que creo que creo… -ad infinitum- que las veo (Negrete, 2012) . -Debido a esta confusión uno puede creer aceptable el relativismo filosófico, pues, como en el último caso descrito, las cosas ciertamente están expuestas a una valoración
moral o estética, según las características del sujeto que las contempla, que procesa la información desde sus esquemas cognitivos propios y así, valora o disfruta, también podemos decir que las respuestas que suscitan varían de sujeto en sujeto, pero lo que Negrete quiere decir, es que eso no cambia que exista un nivel autónomo de realidad ni mueve o elimina las leyes de la naturaleza, tampoco las niega. Tal cual es aceptable e incluso el científico más positivista estaría dispuesto a aceptarlo, pero en absoluto se trata de un relativismo filosófico propiamente dicho, pues el mismo trata sobre lo absolutamente relativo (Negrete, 2012). Siendo así ya tras el absurdo que implica ese -ad infinitum- todo el mundo tendría la suerte de no equivocarse respecto a nada nunca, la noción de error no tendría sentido, señala el autor. En un caso de relativismo moral entonces sería “inteligible” pensar que hay cosas que están moralmente mejor que otras. A lo sumo uno podría pensar “esto está mal según me parece a mí”, y tendría que ser consciente, el relativista en cuestión, que eso no le permite, de ninguna forma, afirmar que ciertas cosas (la esclavitud, la violencia, o lo que sea) están mal. Tendría que aceptar expresamente que es igual de inconcebible que esté mal lo contrario (la autonomía, la paz, la amistad…) aceptando que cualquiera que piense lo contrario que él tendría tanta razón como él para decirlo. No habría entonces criterios ni necesidad de que los humanos nos entendieramos en las distintas areas del conocimiento, arte, ciencia, moral. Negrete piensa que, si tenemos cuidado de no confundir lo relativamente relativo (como se señaló con algunon ejemplos de conjuntos anteriormente, con el de los edificios, con cuestiones de lenguaje y cultura) con lo absolutamente relativo, veremos que el relativismo pierde mucho sentido y atractivo, si no todo (Negrete, 2012). También aborda con poco más de detalle el relativismo epistémico extremo, cuya relación con el nihilismo es inmediata, dice el autor. El cual postula a grandes rasgos, que no se puede decir que ningún predicado se acerque, más que ningún otro, a como son las cosas, porque cualquier concepto sobre lo que existe es igual de válido, incluidos los contradictorios. Éste incurre en un error de auto contradicción, al postularse, implícita o explícitamente como teoría más correcta que sus alternativas, cuando consiste pues en defender que no hay posibilidad de corrección, ni criterio de demarcación realmente válido (Negrete, 2012). El relativista respondería a esto que él no tiene inconveniente en aceptar que su teoría lleva a la contradicción, ya que él mismo cree que el pensamiento consistente (el que se atiene a la ley de no contradecirse) no es el único concebible. Como algunos teólogos defienden, Dios podría haber hecho que lo contradictorio fuese verdadero. Negrte responde que, quienes en cambio (sin tanta imaginación), no encontramos concebible un discurso contradictorio e inconsistente, lo mejor que podemos hacer es ignorar esa presunta teoría. Por supuesto, no podríamos impartir esfuerzos en demostrarle nada a quien cree que nada vale como demostración. O, de otra manera, no podríamos hacerle creer que le hemos demostrado que todo discurso debe ser consistente, pero no por falta de razón, evidencias suficientes o lógica rigurosa, sino por su necedad persistente y teniendo en cuenta el problema lógico en el que desemboca. Negrete (2012) Por otro lado advierte que equivocadamente hay quienes creen que del relativismo se deduce tolerancia. Por ejemplo, de la negación de que haya un discurso más
verdadero que otro se seguirá que tengo que aceptar la igual validez de todos los discursos, en el caso de la negación de códigos morales superiores se seguirá que tengo que aceptar la validez de todos los códigos morales, y así ser completamente “tolerante” con las prácticas de los demás. Esto puede aparentar ser muy liberal y democrático. Pero es falso. Concluyo la intervención de este autor con la idea de que, de la no superioridad de ningún código no se sigue la tolerancia ni la indiferencia, porque la tolerancia sólo se sigue de un código que tenga a la tolerancia como un valor superior a otros. “De la no existencia real de ningún código absoluto lo que se sigue es únicamente laimposibilidad de justificar ninguno, es decir, la imposibilidad de emitir juicios con pretensiones de alguna validez” (Negrete 2012. Pag 52). El discurso relativista radical, imposibilita en cierta medida, o ocmo lo menciona Negrte “cortocircuita”, la discusión racional. Éste, de ser tomado en serio imposibilita incluso el hecho de que se llegue a acuerdos entre comunidades de pensadores, investigación u otro ámbito.
Respuesta al relativismo de Rorty y otras posturas críticas Por último, para terminar con el abordaje que se han hecho del relativismo Boghossian (2009), quien no difiere mucho con los ya citados, expone una serie de argumentos contra el relativismo de Rorty. Según su argumento, Rorty rechaza el modelo “cortagalletas” goodmaniano del que se habló anteriormente. Rorty propone otra forma de entender la relatividad absoluta de los hechos. En pocas palabras, lo que quiere defender es que no hay una naturaleza de las cosas independientemente de los “juegos del lenguaje”. Autores como Rorty quien en su neopragmatismo lleva estas ideas hasta el extremo, dice Fasce, consideran que los hechos son construidos por nuestra forma de hablar. Fasce (2016) explica que para él el mundo no es más que una maraña de conceptos inventados en el que lo verdadero y lo falso se definen únicamente en relación a esa red socialmente compartida. Explicaría todo esto diciendo que no conocemos cosas, nos limitamos a comprender el mundo, definido como los juegos del lenguaje en los que estamos inmersos. Estas ideas llevan a autores como Rorty hasta “posturas surrealistas” como las llama este autor. En este sentido Rorty admite que no todos los modos de hablar son igual de prácticos: “Dado que resulta ventajoso hablar de montañas, como de hecho lo es, una de las verdades obvias acerca de las montañas es que estuvieron aquí antes de que hablásemos de
ellas. […] Pero la utilidad de estos juegos de lenguaje no tiene nada que ver con la cuestión de si la Realidad-tal-como-es-en-sí-misma (esto es, independientemente de cómo es útil para los seres humanos describirla) contiene montañas o no” Richard Rorty (citado en, Boghossian, 2009) Puede decirse que el relativismo ontológico, como el que propone Rorty, cambia la teoría clásica de cuándo algo es un hecho, de esta manera: Algo es un hecho no en sentido bruto o absoluto, sino respecto de una cierta teoría, T, que yo acepto. La variante posmoderna rortiana de relativismo global invoca la célebre declaración de protágoras “El hombre es la medida de todas las cosas”. Ahora bien, hay muchas teorías, según este relativismo que acepta Rorty, ninguna de las cuales es más fiel a cómo son las cosas. No exactamente a como hace el relativismo moral o estético, que no acepta una proposición absoluta del tipo “A es correcto” o “A es bello”, sino que exige comprender las teorías, de la forma: “A es bueno respecto de un código moral, M, que yo acepto”. Según Nagel (1996) el relativismo está en un dilema insoluble: o bien acepta que su propia tesis es relativa, y entonces no puede pretender ser más verdadera que el absolutismo, o bien se proclama como verdad absoluta y objetiva, y entonces se autocontradice. Pero existe un complemento a este argumento, utilizado por Boghossian (2009) y es que el relativismo, al relativizar los hechos a cierta teoría previamente asumida, dirigiéndose específicamente al de Rorty; parece obligado, o bien a aceptar que hay hechos objetivos y absolutos acerca de la existencia de esas mismas teorías aceptadas (por ejemplo será un hecho bruto o absoluto que los humanos aceptamos teorías relativamente a las cuales aceptamos la existencia de montañas) o bien a relativizar a su validez los hechos acerca de la teoría aceptada, y caer así en el regreso infinito. En palabras más simples: si se sostiene de manera absoluta que no existen hechos absolutos, sino que los hechos son relativos a un marco teórico aceptado, consecuentemente habría que relativizar los hechos referentes a esos marcos teóricos, y estos a su vez a otros, ad infinitum. O mejor, no les quedaría otra salida que aceptar que algunos hechos absolutos son incuestionables. La apelación del relativista Rortyano a lo pragmático sólo sirve para mostrar que el relativismo absoluto es falso. ¿De qué depende que ciertos juegos de lenguaje sean más útiles que otros? ¿Por qué creer que hay montañas es más útil que negarlo? Si no es la realidad (es decir, algo externo al propio juego de lenguaje), tiene que ser el propio juego de lenguaje el que crea la utilidad. Pero, en ese caso sería completamente relativo al juego de lenguaje que resultase útil o no. De esa manera, si yo adopto un juego de lenguaje en el cual salir por la ventana exactamente de la misma manera en que lo podemos hacer en el juego de lenguaje habitual pero con la pequeña variante de que no seré atraído por la fuerza gravitacional ejercida por la masa de la tierra, puedo estar seguro de que podré andar por el aire (Negrete, 2010). Es evidente que un sujeto no puede adoptar libremente un juego de lenguaje, si quiere que resulte “pragmático” en determinada manera, así que hay algo “externo” que decide qué juegos de lenguaje son pragmáticos. “Además es raro que se acepte hechos acerca de lo mental y se nieguen a aceptarlos
acerca de lo físico” (Boghossian, 2009).
Las “Imposturas intelectuales” de Sokal y Bricmont
Generalidades Este texto no podría estar completo sin los aportes críticos de estos dos autores, reunidos en su obra “imposturas intelectuales” publicada en 1997, he decidido modificar muy poco el contenido y las citas se realizan sobre textos casi leales al contenido de la obra original de los autores. Los autores presentan objeciones a la versión radical de las críticas al pensamiento “moderno” que se caracteriza según estos por: “la fascinación por los discursos oscuros, el relativismo epistémico unido a un escepticismo generalizado respecto a la ciencia moderna, el interés excesivo por las creencias subjetivas independientemente de su veracidad o falsedad, y el énfasis en el discurso y el lenguaje, en oposición a los hechos a que se aluden, o , peor aún, el rechazo de la idea misma de existencia de unos hechos a los que es posible referirse” (Sokal y Bricmont, 1999. pág. 202). Famosos intelectuales como Lacan, Kristeva, Irigaray, Baudrillard y Deleuze han hecho reiteradamente un empleo abusivo de múltiples conceptos y términos científicos, bien sea, utilizando ideas científicas sacadas por completo de contexto, sin justificar en lo más mínimo ese procedimiento o bien lanzando a sus lectores no científicos montones de términos propios de la jerga científica, sin mostrar preocupación en absoluto de si resultan pertinentes, ni siquiera de si tienen sentido (Sokal y Bricmont, 1999). Es este el punto al que dirigen su juicio estos autores. Vale señalar que para los fines de este texto, no se abordarán todas las críticas
expuestas en “imposturas intelectuales”. Si bien serán necesarias algunas como ejemplo y evidencia de que los problemas a los que refieren estos dos autores sí se presentan en efecto dentro de ciertos discursos. Incluso abarcan una crítica al relativismo epistemológico, el cual, afirma según los autores, que la ciencia es “una narración más”; la relación entre un aspecto y otro del libro es que estas teorías se encuentran en boga en los mismos círculos donde están las otras (postura que se comparte con estos autores, se da por hecho y se mantiene a lo largo de este texto). En general (Sokal y Bricmont, 1999) denuncian todo lo que sea la mistificación, el oscurantismo del lenguaje, el mal uso de conceptos científicos, la confusión de ideas, etc… pero esto no implica un rechazo a las humanidades en general, sino a ciertas prácticas académicas, de las que se supone no están impregnadas todas las humanidades. Abusos señalados o denunciados a grandes rasgos: 1. Hablar prolijamente de teorías científicas de las que, en el mejor de los casos, sólo se tiene una idea muy vaga. La táctica más común que identifican en dichas obras posmodernistas es emplear una terminología científica o pseudocientífica, sin preocuparse demasiado de su significado y demás implicaciones. 2. Incorporar a las ciencias humanas o sociales nociones propias de las ciencias naturales, (ad hoc), esto es, sin ningún tipo de justificación empírica o conceptual, sino más bien a la fuerza. 3. Exhibir supuesta erudición, muy superficial, además, lanzando una avalancha de términos técnicos en un contexto que resultan absolutamente incongruentes. 4. Manipular frases sin sentido. Se trata en algunos autores mencionados, de una verdadera “intoxicación” verbal, combinada por una indiferencia por el significado de las palabras (Sokal y Bricmont, 1999. Page 22-23).
Ante las posibles objeciones que el lector presente a la obra de estos autores, e inclusive a este trabajo, pues por su afinidad (parcial) podrían presentarse el caso de objeciones similares, se recomienda revisar en el prólogo de “imposturas intelectuales”, las 10 respuestas anticipadas que se ofrecen a posibles objeciones, que obvio no son todas los que podría haber y el lector está en su libertad de argumentarlas por otras vías. En especial se puede considerar la décima de estas respuestas adelantadas: “¿Por qué escribir algo sobre ese tema y no sobre asuntos más importantes? El posmodernismo, ¿es un peligro tan grave para la civilización?” Los inconvenientes del posmodernismo se comentan en el epílogo, del que ya aquí se anticipa que no es ningún peligro para la civilización. Por lo demás, “un autor escribe sobre un tema por dos motivos: porque es competente en algún ámbito específico y por la contribución que con éste se logre realizar. Su tema no coincidirá, a menos que sea particularmente afortunado,
con el problema más importante del mundo” (Sokal y Bricmont, 1999. Pág., 33).
Sobre Jacques Lacan El caso según estos autores es que Lacan (a quien se asocia generalmente con el posmodernismo) tiene una idea no solo vaga de las matemáticas, sino que las tergiversa para justificar supuestamente una “matematización” del psicoanálisis, ajustada de manera imprudente. Según esto Lacan tampoco explicita la intención de sus analogías. Uno de los temas que trata es la topología, del “corte” que se da a la cinta de Moebius, la Botella de Klein… él dice: “si se puede simbolizar al sujeto mediante este corte fundamental, del mismo modo se puede mostrar que un corte en un toro corresponde al sujeto neurótico, y en una superficie entrecruzada, a otro tipo de enfermedad mental” Jacques Lacan (citado en, Sokal y Bricmont, 1999). Además, agrega que se refiere a cosas que existen realmente y n se trata de metáforas. Los autores argumentan que el resto del texto de Lacan no aporta nada que clarifique la cuestión de cuál es la relación entre los elementos topológicos y la estructura de las enfermedades mentales, pese a que Lacan exclame que “su topología explique muchas cosas”. Lacan tampoco aporta ningún argumento para sostener su afirmación perentoria, según la cual el toro “constituye exactamente la estructura del neurótico” (signifique esto lo que signifique). Otro objeto de su interés son los números imaginarios, que parece confundir con los irracionales: algunos cálculos “algebraicos” hacen comentar a Sokal que “se burla del lector” y cita a Lacan “Es así como el órgano eréctil viene a simbolizar el lugar del goce, no en sí mismo, ni siquiera en forma de imagen, sino como parte que falta de la imagen deseada: de ahí que sea el equivalente de sqr (-1) del significado obtenido más arriba, del goce que restituye, a través del coeficiente de su enunciado, a la función de falta de significante: (-1)” Jacques Lacan (citado en, Sokal y Bricmont, 1999). Lacan no explica la pertinencia de los conceptos matemáticos que utiliza tales como: (espacio, acotado, cerrado y topología) para el psicoanálisis. Aunque el concepto de “goce” en su obra tuviera un significado claro y preciso, Lacan nunca ofrece ninguna razón que permita considerarlo como un “espacio” en el sentido técnico de esa palabra en topología.
A todo el análisis que hacen Sokal y Bricmont, hay que darle una repasada más detallada y acá se exponen algunos puntos clave de su crítica, y como se verá en el resto de autores que aborda “imposturas intelectuales” se hará una mención de aquello más concluyente, es decir, algunos puntos principales, pues por cuestiones de espacio y pertinencia, no es posible profundizar en los detalles, y se invita al lector a leerla. Concluye en los siguientes aspectos acerca de Lacan: 1. Las matemáticas de Lacan son insuficientes, debido a su grado de “fantasía” a desempeñar una función útil en un análisis psicológico serio 2. Sus analogías entre psicoanálisis y matemáticas, alcanzan el summun de la arbitrariedad, y a lo largo de su obra, ofrece alguna justificación empírica o conceptual de las mismas 3. La obra de Lacan mantiene una actitud demasiado privilegia y tergiversada con respecto a la teoría es decir “los formalismos y juegos de palabras) en ausencia de cualquier observación empírica o de la experiencia. 4. Los defensores de Lacan y de los demás autores que se presentan en “imposturas intelectuales” responden a las críticas con la estrategia del “ni/ni” : Que apela a que esos textos no se deben valorar ni como científicos, ni como poéticos, ni … hallándose ante lo que podría denominarse “misticismo laico” : misticismo porque el discurso intenta producir efectos mentales que no son puramente estéticos, pero sin apelar a la razón; laico , porque las referencias culturales no tienen nada que ver con sus objetivos argumentativos y son muy atractivas al lector (Sokal y Bricmont, 1999)
Julia Kristeva
Puede resumirse la crítica que se le hace a esta autora, de la siguiente manera:
1. Se considera que sus obras caen en uno de los peores exceso del estructuralismo 2. Su objetivo radica en la elaboración de una teoría formal del lenguaje poético, y eso no está mal, pero en su caso se torna ambiguo, porque por una parte afirma que el lenguaje poético es “un sistema formal” susceptible de una teorización fundamentada matemáticamente, y, por otra parte, hace constar a pie de página que esto es “sólo metafórico”. 3. La pregunta es ¿qué relación hay entre una teoría matemática de conjuntos y el lenguaje poético? Kristeva no lo explica debidamente, pues invoca nociones técnicas, propias de la teoría de conjuntos, cuya pertinencia para el lenguaje poético no explica o no se hace entender con ello. 4. “El procedimiento científico consiste en un desarrollo lógico fundado en la construcción griega (indoeuropea) de la frase mediante sujeto-predicado y que procede por identificación, determinación y causalidad. La lógica moderna, desde Fregó y Piano hasta Lukasiewicz, Ackermann o Church, que se mueve en las dimensiones 0-1, e incluso la de Boole que, partiendo de la teoría de conjuntos, aporta formalizaciones más isomorfas al funcionamiento del lenguaje, son inoperantes en la esfera del lenguaje poético, donde el 1 no constituye un límite. Por lo tanto, es imposible formalizar el lenguaje poético con los procedimientos lógicos (científicos) actuales sin desnaturalizarlo. Una semiótica literaria se debe elaborar a partir de una lógica poética, en la que el concepto de potencia del continuo^ englobaría el intervalo de 0 a 2, un continuo donde el 0 denota y el 1 está transgredido implícitamente” Kristeva, (citada en Sokal y Bricmont, 1999). “En este fragmento, Kristeva enuncia una verdad y comete dos errores. La verdad consiste en que, en general, las frases poéticas no se pueden evaluar según los criterios verdadero/falso. Ahora bien, en lógica matemática los símbolos 0 y 1 se emplean para designar respectivamente los conceptos «falso» y «verdadero»; es éste el sentido en que la lógica de Boole utiliza el conjunto {0,1}. Así pues, esta alusión de Kristeva a la lógica matemática es correcta, aunque no añade nada a la observación inicial. Sin embargo, en el segundo párrafo la autora parece confundir el conjunto {0,1}, que está constituido por los dos elementos 0 y 1, con el intervalo [0,1], que comprende todos los números reales comprendidos entre 0 y 1.” (Sokal y Bricmont, 1999, pag, 55 ). Este último, a diferencia del primero, es un conjunto infinito que, además, posee la potencia del continuo (véase la nota 3). Por otro lado, Kristeva concede una gran importancia al hecho de tener un conjunto (el intervalo de 0 a 2) que «transgrede» el 1, aunque desde el punto de vista que ella pretende adoptar, es decir, el de la cardinalidad (o potencia) de los conjuntos, no existe ninguna diferencia entre el intervalo [0,1] y el intervalo [0,2], ya que ambos tienen la potencia del continuo (Sokal y Bricmont, 1999).
Luce Irigaray Los escritos de Luce Irigaray se han ocupado de materias muy diversas, desde el psicoanálisis y la lingüística hasta la filosofía de la ciencia. Por lo que se refiere a esta última, mantiene lo siguiente: Todos los conocimientos son obra de los individuos en un contexto histórico dado. Tanto si aquéllos tienden a la objetividad como si sus técnicas tienen por objeto garantizarla, la ciencia hace siempre determinadas elecciones, determinadas exclusiones, debidas, sobre todo, al sexo de los estudiosos que se dedican a ella Luce Irigaray (citado en Sokal y Bricmont, 1999). Véase, también, los ejemplos que da Irigaray para ilustrar su filosofía en el campo de las ciencias físicas: “Hoy en día, esta disciplina [científica] se interesa enormemente por la aceleración más allá de nuestras capacidades humanas, por la ingravidez, por la travesía de los espacios y los tiempos naturales, por la superación de los ritmos cósmicos y su regulación, pero también por la desintegración, la fisión, la explosión, las catástrofes, etc. Esta realidad se verifica en las ciencias de la naturaleza y en las ciencias humanas” Luce Irigaray (citado en Sokal y Bricmont, 1999, pag. 113). Pero esto no es todo, hay más: “Si en la obra de Freud la identidad del sujeto humano se define como la Spaltung, este término designa también la fisión nuclear. También Nietzsche percibía su ego como un núcleo atómico amenazado de explosión. Por lo que se refiere a Einstein, desde mi punto de vista, la cuestión más importante que plantea es la de que la única esperanza que nos deja es su Dios, dado su interés por las aceleraciones sin reequilibrios electromagnéticos. Lo cierto es que Einstein tocaba el violín y que la música le ayudó a preservar su equilibrio personal. Pero para nosotros, ¿qué representa esa relatividad general que gobierna más allá de las centrales nucleares y que pone en duda nuestra inercia corporal, necesaria condición de vida? - Por parte de los astrónomos, Reaves, después del Big Bang norteamericano, describe el origen del universo como una explosión. ¿Por qué esta interpretación actual tan coherente con el conjunto de los demás descubrimientos científicos? René Thom, otro teórico que trabaja en la intersección de la ciencia y la filosofía, habla más de las catástrofes debidas a los conflictos que de las generaciones debidas a la abundancia, el crecimiento y la atracción positiva, sobre todo en la naturaleza. La mecánica cuántica se interesa por la desaparición del mundo. En la actualidad, los científicos trabajan sobre partículas cada vez más imperceptibles, que sólo se definen mediante instrumentos técnicos y haces de energía” Luce Irigaray (citado en, Sokal y Bricmont, 1999 pag. 114,115).
Según Sokal y Bricmont, (1999) hay serios problemas con estos enunciados: 1. “Este catálogo de trabajos científicos contemporáneos es más bien arbitrario y bastante vago. ¿Qué quiere decir «la aceleración más allá de nuestras capacidades humanas», «la travesía de los espacios y los tiempos naturales» o «la superación de los ritmos cósmicos y su regulación»? 2. Respecto a la Spaltung, la «lógica» de Irigaray es verdaderamente extraña: ¿cree realmente que la coincidencia lingüística constituye un argumento? Y de ser así, ¿qué demostraría? 3. Respecto a Nietzsche: el núcleo atómico se descubrió en 1911 y la fisión nuclear en 1938; la posibilidad de una reacción nuclear en cadena, que acabe en una explosión, se estudió teóricamente hacia finales de los años treinta y, por desgracia, se comprobó experimentalmente en la década de los cuarenta. Por lo tanto, es altamente improbable que Nietzsche (1844-1900) hubiese podido percibir su ego «como un núcleo atómico amenazado de explosión». (Evidentemente, eso no tiene la menor importancia: incluso si la afirmación de Irigaray sobre Nietzsche fuera correcta, ¿qué implicaría?). 4. La locución «aceleraciones sin reequilibrios electromagnéticos» no tiene ningún sentido en física. Es una completa invención de Irigaray. Ni que decir tiene que Einstein no pudo en absoluto haberse interesado por ese tema inexistente. 5. La relatividad general no guarda la menor relación con las centrales nucleares. Probablemente Irigaray la confunde con la relatividad especial, que efectivamente se aplica a las centrales nucleares, así como a otras muchas cosas (partículas elementales, átomos, estrellas, etc.). Asimismo, es cierto que el concepto de inercia entra en juego en la teoría de la relatividad, al igual que en la mecánica newtoniana, aunque no tiene nada que ver con la «inercia corporal» del ser humano, suponiendo que esta locución tenga algún sentido 6. ¿De qué modo la teoría cosmológica del Big Bang es «coherente con el conjunto de los demás descubrimientos científicos»? ¿De qué otros descubrimientos, hechos en qué momento? Irigaray no dice nada al respecto. Al fin y al cabo, la teoría del Big Bang, que se remonta a finales de los años veinte, es apoyada hoy día por innumerables observaciones astronómicas. 7. Es cierto que en algunas interpretaciones -muy discutibles- de la mecánica cuántica, se cuestiona la noción de «realidad objetiva» a nivel atómico, pero eso no tiene nada que ver con «la desaparición del mundo». Quizás Irigaray alude a las teorías cosmológicas acerca del fin del universo (Big Crunch), pero la mecánica cuántica no tiene un papel relevante en ellas 8. Irigaray observa acertadamente que la física subatómica estudia partículas que son demasiado pequeñas como para que puedan percibirlas directamente nuestros sentidos. Pero es harto difícil ver qué relación hay entre esto y el sexo de los investigadores. ¿Acaso
es especialmente «masculino» el uso de instrumentos para ampliar el alcance de las percepciones humanas? Marie Curie y Rosalind Franklin habrían pedido permiso para discrepar. 9. Por desgracia, las afirmaciones de Irigaray reflejan una comprensión muy superficial de las materias que trata y, en consecuencia, no aportan nada a la discusión” Sokal y Bricmont, 1999. Pag, 115-116).
Bruno Latour Bruno Latour, tal y como lo abordaron Sokal y Bricmont, (1999) expuso en su libro “Ciencia en Acción” una serie de argumentos. Por ejemplo, la tercera “regla” que expone es que no se debería recurrir a la naturaleza como “juez” para resolver la polémica entre dos teorías, pues el resultado de dicha polémica será la causa de la representación que nos quede finalmente de la naturaleza, por los tanto, no puede ser su consecuencia. Los autores señalan que se confunden “naturaleza” y “representación de la naturaleza”. Si se sitúa “representación de la naturaleza” en dos contextos, la verdad es insignificante: la representación de la naturaleza es un hecho social. Si ponemos “naturaleza” en los dos contextos, llegaríamos a que las controversias científicas “forjan” el mundo exterior (Sokal y Bricmont, 1999). Manteniendo las dos, puede llegarse a que las causas del resultado de una controversia científica no son exclusivamente la naturaleza, que entran algunas causas sociales, lo que es baladí pero cierto. O también puede llegarse a que la naturaleza no influye “nada”, lo que es radical y asimismo falso. Según los autores, Latour dice que, si la naturaleza resuelve las controversias, un sociólogo no tiene mucho que hacer, pero que, si no es así, lo puede comprender todo. Lo relevante es que, ciertamente de las polémicas puede salir un conocimiento de los hechos, pero los hechos (per se) o en sí mismos seguirán estando ahí. Esta confusión entre los hechos y nuestro conocimiento de los mismos puede verse cuando en “La Recherche” de marzo del 98 (citada en, Sokal y Bricmont, 1999) se afirma que Ramsés II no pudo morir de tuberculosis ¡porque el bacilo no fue descubierto por Koch hasta 1882! (¿es que acaso el bacilo no existía antes de su descubrimiento?). Aunque la representación científica del bacilo y su explicación hayan sucedido tanto tiempo después, esto no
implica que la naturaleza no haya podido ser de una manera. De ser así entonces, por ejemplo: el francés Pierre Janssen y el inglés Norman Lockyer (citados en, Sokal y Bricmont, 1999) en 1868 al analizar el espectro de la luz solar durante un eclipse solar ocurrido aquel año, encontraron una línea de emisión de un elemento desconocido, el helio, y luego decimos que el sol tiene 4,500,000,000 años de antigüedad, pero autores como Latour pueden aparecer de momento para ponerlo en duda, porque ¿cómo es posible que hubiese reacciones nucleares en el sol mediante las cuales la fusión del hidrógeno resulta en helio, si el helio fue descubierto en 1868? Y esto no es necesariamente una exageración. Bruno Latour es uno de los escépticos más radicales respecto a la ciencia como herramienta de conocimiento. “En realidad, Latour distingue “las partes frías de la tecnociencia”, en las que la naturaleza “manda”, y las “controversias activas”, en las que no se permite invocarla. Sin embargo, algo que no percata Latour, o tal vez lo hace, pero su relativismo y constructivismo radicales lo llevan a negarlo; es que el hecho existe igual, esté o no descubierto” (Sokal y Bricmont, 1999). No obstante, de esa Tercera Regla se puede sacar algo útil: si en el caso de que sea la naturaleza la que dirime las controversias “un sociólogo tiene poco que decir”, he ahí un buen consejo: callarse (cuando no se tenga preparación científica en el tema en cuestión y esto guarda relación con respecto a lo que se refiere Moulines al final, concluyendo en “La inconsistencia dialógica del relativismo sociológico”). Consecuencias prácticas: los autores exponen 3 ejemplos del “programa fuerte” o relativismo tomados de la vida real: 1. Investigaciones policiales: en el “caso Dutroux”, en Bélgica, hubo un episodio en el que un gendarme afirmó haber enviado un dossier a una juez, y ésta afirmó no haberlo recibido. Existe la posibilidad de que se perdiera por el camino, pero lo más probable es que uno de los dos mienta. sin embargo, para un antropólogo de la comunicación, ambos decían “su” verdad. (?) 2. Enseñanza: en un manual para maestros se define “hecho” como un conocimiento que nadie pone en duda. Por ejemplo, durante muchos siglos “fue un hecho” que la Tierra era inmóvil. ¿Es que a partir de Copérnico empezó a girar? Esta definición de “hecho” es nefasta para inyectar espíritu crítico al estudiante, ya que nunca podrá cuestionarse las creencias dominantes, al nunca ser estas “falsas”; si son las aceptadas, son “hechos”. 3. Tercer Mundo: las supersticiones hicieron que un político hindú demoliera un barrio de chabolas, para así tener acceso en coche a su oficina por la puerta orientada hacia el este. En lugar de preocuparse porque esos episodios no ocurran, la izquierda se preocupa por “respetar” el “conocimiento” no occidental (Sokal y Bricmont, 1999).
Sobre el relativismo epistémico en la filosofía de la ciencia según Sokal y Bricmont. “Puesto que son muchos los autores posmodernos que coquetean con una u otra forma de relativismo cognitivo o invocan argumentos que podrían fomentar ese relativismo, nos ha parecido útil incluir aquí una discusión epistemológica. (Lo siguiente se advierte de igual forma a los lectores de este trabajo, con respecto a las posturas ya citadas y las que vienen). “Somos conscientes de que estamos abordando problemas complejos sobre la naturaleza del conocimiento y de la objetividad, que han preocupado a los filósofos desde hace siglos. Queremos advertir al lector que no tiene por qué estar necesariamente de acuerdo con nuestras posturas filosóficas para aceptar el resto de nuestra argumentación” (Sokal y Bricmont, 1999). Comienza esta sección con una cita a Laudan que hace falta señalar y darle el valor que se merece. “No he escrito este trabajo sólo para puntualizar unas cuantas cosas, sino que me dirijo, más generalmente, a aquellos de mis contemporáneos que, tomando con frecuencia sus deseos por realidades, se han apropiado de algunas ideas de la filosofía de la ciencia y las han puesto al servicio de causas sociales y políticas a las que no se adaptan en absoluto. Feministas, propagandistas religiosos (incluidos los «científicos creacionistas»), gente procedente de la contracultura, neoconservadores y otros muchos sorprendentes compañeros de viaje han pretendido que la inconmensurabilidad y la subdeterminación de las teorías científicas llevaran el agua a su molino. La sustitución de la idea de que lo que cuenta son los datos y los hechos por la de que todo se reduce a intereses y puntos de vista subjetivos es, después de las campañas políticas norteamericanas, la manifestación más visible y más perniciosa de antiintelectualismo en nuestra época.” Larry Laudan (citado en, Sokal y Bricmont, 1999. Pag, 62). Los autores se dirigen al “relativismo epistémico”, que surge en parte de la lectura de las obras de Kuhn y Feyerabend, en los que hay una parte de afirmaciones con las que se puede estar de acuerdo, pero de los que también se puede hacer otra lectura más “extremista” que lleva a conclusiones falsas. Este apartado está en sintonía con las definiciones y tratamiento dados por autores como Moulines, Boghossian y Negrete, las cuales se refieren a manifestaciones de lo que llaman Sokal y Bricmont el relativismo “cognitivo o epistémico” (referido a hechos) aunque algunos como Negrete trascienden un poco más, abordando el relativismo moral e incluso estético. ¿Cómo es posible llegar a conseguir un conocimiento objetivo del mundo, aunque sólo sea aproximado y parcial? Nunca tenemos acceso directo al mundo, sólo a nuestras sensaciones. ¿Cómo sabemos que existe algo fuera de ellas? La respuesta es muy simple: no tenemos ninguna prueba de ello; sólo es una hipótesis razonable. El modo más convencional de explicar la permanencia de nuestras sensaciones, y en especial de las que
son desagradables, consiste en suponer que proceden de agentes exteriores a nuestra conciencia. Según los autores generalmente se posibilita modificar a nuestro antojo las sensaciones que son un mero producto de nuestra imaginación, pero no es posible poner fin a una guerra, ahuyentar a un león o poner en marcha a un automóvil averiado sólo con el pensamiento. No obstante, según Sokal y Bricmont (1999) merece la pena subrayar que, este argumento no refuta el solipsismo (El solipsismo niega que exista algo más que nuestras percepciones). “Sin embargo, el mero hecho de que una opinión sea irrefutable, no implica en absoluto que exista la menor razón para creer que sea verdadera” Sokal y Bricmont (1999. Pag, 66). Otra postura que, a veces, se manifiesta en lugar del solipsismo es el escepticismo radical: Se trata en esencia del mismo argumento del solipsista: a lo único que tengo acceso, de un modo inmediato, es a mis sensaciones (el “escepticismo radical” admite que existe el mundo exterior, pero dice que de él no podremos saber nada). Siendo así, los autores preguntan ¿cómo puedo saber si reflejan fielmente la realidad? Para estar seguro de ello, tendría que recurrir a un argumento a priori, como, por ejemplo: La prueba de la existencia de una divinidad benévola en la filosofía de Descartes, argumentos que, en la filosofía moderna, han caído en el descrédito (por toda suerte de buenas razones que no tenemos por qué repetir aquí). Este problema, fue bien formulado por Hume: “Es una cuestión de hecho saber si las percepciones de los sentidos están producidas por objetos exteriores que se les parecen: ¿cómo se resolverá esta cuestión? Pues mediante la experiencia, como todas las demás cuestiones de naturaleza similar. Pero, en este caso, la experiencia permanece, y no puede hacer otra cosa, en silencio. Lo único que la mente tiene presente son las percepciones, y es imposible que obtenga ninguna experiencia de su conexión con los objetos. Por lo tanto, la suposición de una tal conexión no se funda en la razón” David Hume (citado en, Sokal y Bricmont, 1999). ¿Qué actitud hay que adoptar ante el escéptico radical? En esencia dicho escepticismo se aplica a todos nuestros conocimientos: no sólo a la existencia de los átomos, de los electrones o de los genes, sino también al hecho de que la sangre circula por nuestras venas, que la Tierra es (aproximadamente) redonda y que al nacer salimos del vientre de nuestra madre (acá se recuerda que algo similar han expuesto Negrete, Boghossian y Moulines con respecto a la universalidad de cosas a las que apunta el relativismo). De hecho, incluso los conocimientos más corrientes de la vida cotidiana -hay un vaso de agua sobre la mesa, frente a mí- dependen completamente de la hipótesis de que nuestras percepciones no nos engañan sistemáticamente y están realmente producidas por objetos exteriores a los que, de algún modo, se asemejan. (Ante esta discusión hace el realismo un gran aporte y más adelante se detalla). La universalidad del escepticismo humeano es también la causa de su debilidad apuntan. Desde luego, según los autores, es irrefutable, pero, dado que nadie es sistemáticamente escéptico respecto al conocimiento ordinario, habría que preguntarse por qué se rechaza el escepticismo en este ámbito y por qué, sin embargo, ha de ser válido
aplicado a algún otro ámbito, como por ejemplo al conocimiento científico. Ahora bien, la razón por la que rechazamos el escepticismo sistemático en la vida cotidiana es bastante obvia y similar a la que nos lleva a rechazar el solipsismo. La mejor manera de explicar la coherencia de nuestra experiencia consiste en suponer que el mundo exterior corresponde, por lo menos de un modo aproximado, a la imagen que nos ofrecen de él nuestros sentidos (Sokal y Bricmont, 1999). “No dudo que, aunque haya que esperar cambios progresivos en la física, las doctrinas actuales probablemente están más cerca de la verdad que cualquier otra teoría rival formulada. La ciencia no acierta nunca del todo, pero raras veces está totalmente equivocada y, en general, tiene más posibilidades de acertar que las teorías no científicas. Por consiguiente, es racional aceptarla a título provisional” Bertrand Russell, (citado en, Sokal y Bricmont, 1999. Pag, 96). ¿En qué medida son de fiar nuestros sentidos? Para responderla, los autores argumentan que se puede intentar comparar las impresiones sensoriales entre sí y variar algunos parámetros de nuestra experiencia de cada día. Así, se construye, poco a poco, una racionalidad práctica. Cuando se actúa así de manera sistemática y con la suficiente precisión, puede surgir la ciencia. 1. “El método científico no es radicalmente distinto de la actitud racional en la vida corriente o en otros ámbitos del conocimiento humano. Los historiadores, los detectives y los fontaneros -de hecho, todos los seres humanos- utilizan los mismos métodos básicos de inducción, de deducción y de evaluación de los datos que los físicos o los bioquímicos. La ciencia moderna intenta hacerlo de una forma mucho más cuidadosa y sistemática, usando controles y pruebas estadísticas, repitiendo experiencias, etc. 2. Por otro lado, las mediciones científicas son a menudo mucho más precisas que las observaciones cotidianas, permiten descubrir fenómenos que, hasta entonces, eran desconocidos y, a menudo, entran en conflicto con el «sentido común», aunque el conflicto se produce en el plano de las conclusiones, no en el planteamiento básico. 3. La razón principal para creer en la veracidad de las teorías científicas o, por lo menos, de las mejor verificadas entre ellas, es que explican la coherencia de nuestra experiencia. Hay que precisar que, aquí, «experiencia» se refiere a todas nuestras observaciones, incluidos los resultados de las experiencias realizadas en laboratorio, cuya finalidad es la de verificar cuantitativamente -a veces con una precisión increíble- las predicciones de las teorías científicas. 4. Por poner un ejemplo, la electrodinámica cuántica predice que el valor del momento magnético del electrón es: 1,001.159.652.201 ± 0,000.000.000.030, donde «±» designa las incertidumbres en el cálculo teórico, que contiene varias aproximaciones. Una experiencia reciente ha dado el resultado de: 1,001.159.652.188 ± 0.000.000.000.004, donde «+» designa las incertidumbres experimentales. Este acuerdo entre teoría y experimento, como muchos otros menos espectaculares, aunque parecidos. 5. Sería un puro milagro si la ciencia no dijera algo verdadero o, por lo menos, aproximadamente verdadero sobre el mundo. Las confirmaciones experimentales de las
teorías científicas más probadas, tomadas en su conjunto, dan fe de que realmente hemos adquirido un conocimiento objetivo, aunque sólo sea incompleto y aproximado, de la naturaleza” (Sokal y Bricmont, 1999. Pag. 69).
La crítica de Pallarez: Identificando y descartando características Hasta el momento, si se brinda una aproximación crítica un tanto “generalizante” será posible distinguir, con respecto a los discursos anteriormente abordados, cuáles de ellos pueden presentar las siguientes características, o, por el contrario, si son demasiado arbitrarias; todas o algunas de ellas: Lo que Pallarez (2006) intenta discutir es, más bien, la corriente filosófica e intelectual que queda subsumida bajo el término de posmodernismo. En su análisis Pallarez no pretende juzgar la idea sociológica de posmodernidad, sino solo poner en tela de juicio las ideas filosóficas que se conocen como posmodernismo. Para el autor existen ciertos aspectos intelectuales de la corriente posmodernista que han influido en las disciplinas académicas: 1. La tendencia a elaborar discursos oscuros. 2. Aceptación del relativismo epistémico unido a un escepticismo generalizado hacia la ciencia moderna y sus logros teóricos. 3. El interés excesivo por las creencias subjetivas independientemente de su verdad o falsedad con un predominio del contexto cultural. 4. El énfasis en el discurso y el lenguaje en oposición a los hechos a que aluden o incluso al rechazo de la idea misma de la existencia de unos hechos a los que es posible referirse
III. En torno a la naturaleza de la ciencia En sintonía con los temas tratados anteriormente y el despliegue de tal serie de críticas, es menester aproximarse a otras definiciones y problemas. El posmodernismo como se ha visto hasta este momento encara ciertos aspectos de la ciencia, en algunos discursos explícitos en otros no tanto, y cuando se trata de estos últimos habría que empezar a objetar tales formas de posmodernismo recurriendo a exigir que sus críticas, aclaren a qué aspectos específicos de “lo científico” se están refiriendo o apuntando; pues no es válido o al menos no del todo sensato dirigir críticas muy generalizantes hacia la misma y todo lo que ésta implica, al igual que tampoco lo es dirigir críticas hacia los discursos posmodernos si no se tiene el cuidado de especificar, como ya se ha hecho en este texto, a características más puntuales del mismo. Si bien el posmodernismo tiende a reaccionar contra la ciencia, no todas sus reacciones apuntan a los mismos paradigmas científicos, escuelas de pensamiento sobre la naturaleza de la ciencia, la tecnología, etc; no todos son una respuesta al positivismo lógico ni apuntan a una misma definición de ciencia; o al menos eso debería ser lo ideal. No hay que analizar demasiado para advertir que se puede ser susceptible a caer en recoger dentro de un concepto de “ciencia” bastantes elementos que quizá no hagan necesariamente parte de lo que por ello se entiende, su método y el conocimiento que su actividad produce; por ello o quizá su definición crítica merezca ciertos ajustes, pues ésta acarrea a profundidad cierta complejidad teórica y elementos que se deben especificar tener en cuenta; previo a cualquier abordaje que se le haga, sin importar el fin de éste. Para hacer un esbozo muy general, y dando por hecho que existen abundantes discusiones alrededor de lo que es “conocimiento” sin profundizar detalladamente en cada una; pues ello sería motivo de otro ensayo e incluso de un libro entero, se recurre entonces a consensos académicos sobre la noción y formas particulares del mismo. Posterior a ello se hará hincapié especialmente en el “conocimiento científico”, concepto de ciencia y algunas aproximaciones teóricas sobre sus métodos partiendo de distintos autores cuyos discursos a pesar de ser algunos disímiles entre sí, tienen como objetivo en este texto ampliar la visión y discusión acerca de lo científico y no dar por hecho que se trata de aquello que define un diccionario ordinario o un libro de texto básico, adicionando algunas discusiones al respecto que trascienden su mera descripción, pues ciertamente comprender la ciencia no puede reducirse al saber enciclopédico de sus
principales hechos, conceptos y principios, como ha defendido la enseñanza tradicional.. Finalizado esto se aborda el problema de la demarcación y posturas filosóficas básicas sobre la naturaleza de la ciencia ( aparte de la ya nombrada relativista), seleccionando como parte final una profundización en formas específicas de realismo, como tesis que proveen hasta el momento argumentos bastante interesantes a favor de la actividad científica y que, según ciertas consideraciones, pueden cumplir la función de objetar implícita o explícitamente algunas de las principales tesis filosóficas en las cuales se apoyan puntualmente las formas de posmodernismo más fuertes cuyos ejemplos hemos analizado críticamente con anterioridad. En este orden de ideas también complementar las ya examinadas críticas en este texto provistas por autores como Boghossian, Moulines, Spiro y otros. Según Vázquez, et al, (2011) el éxito y progreso alcanzados en los últimos tres siglos por la “filosofía natural”, más tarde denominada ciencia natural y después ciencia, sin más, han rodeado a ésta, a los científicos y sus realizaciones de un carácter de prestigio y consideración. Como consecuencia de ello se ha suscitado sobre la ciencia una gran atención investigadora, tratando de identificar sus características propias y específicas, con especial atención a la racionalidad implicada en la práctica científica. Fundamentalmente, estos análisis se han desarrollado por tres vías principales de investigación que, aunque diferentes, acaban siendo convergentes, dada la unidad del problema que tratan. La primera corresponde a la historia de la ciencia, que es una herramienta básica para las otras dos. La segunda es la reflexión filosófica, que tradicionalmente se ha centrado en las cualidades del denominado método científico para el avance de esta forma de llegar al conocimiento. La tercera es la sociología de la ciencia, que pone un contrapunto empírico a los análisis filosófico-metodológicos, resaltando la insuficiencia de éstos para dar cuenta, con precisión, de todos los aspectos implicados en el progreso científico. En la práctica, estas tres vías resultan en gran modo complementarias para comprender la manera de proceder de la ciencia, y se aborda recurriendo al análisis de sus propias categorías, esquemas empíricos entre otros; estudiando las teorías científicas desde un punto de vista estático y dinámico, esto es, una vez elaboradas y desde una perspectiva dinámica, a lo largo de su proceso de construcción y desarrollo Radnitzky y Anderson, (1982, citados en, Vázquez, et al, 2011).(Tal y como se verá detalladamente en el desarrollo de los apartados más próximos y del problema de la demarcación más adelante).
El conocimiento
Según Peñaloza (1982) Entendemos por “conocimiento” un proceso -conocer- y también el resultado de tal proceso -el conocimiento mismo-. El sujeto de ese proceso es el hombre y otros animales (nos centrándonos en el proceso en el cual el sujeto es el ser humano), y el término de ese proceso es la realidad, los entes, (Implícitamente más adelante se tratará el asunto de la realidad mediante el realismo). Por consiguiente, cualquier teoría del conocimiento involucra en sus consideraciones tanto al sujeto cognoscente como el proceso al cual ese sujeto da lugar. E igualmente el conocimiento mismo. Y todo lo anterior en conexión recíproca y con la realidad cognoscible, por ser ésta el término del conocer, proceso que pretende desde su sujeto predicar la realidad. Resaltando pues que el conocimiento requiere de la coexistencia, copresencia y cooperación del sujeto cognoscente y del objeto del conocimiento, conocer es aprehender el objeto. Y esta aprehensión está en el sujeto representativamente, esa aprehensión se define como enunciar o decir algo acerca del objeto. Tales enunciaciones se hacen a través de diferentes vías, y no todas son, según este autor, igual de válidas, o logran las mismas aproximaciones al objeto cognoscible, con esto resalta que, las teorías, modelos, leyes, principios, etc que provee la ciencia, por ejemplo, tienen alcances distintos en cuanto a su capacidad de aprehensión. Así, el hombre produce diferentes formas y tipos de conocimiento y son respuestas a diferentes problemas, distinguimos entonces el artístico, el moral, entre otros, y el que acá compete, el conocimiento científico. Según Negrete (2010) No se debe olvidar que es un error confundir el campo de cómo son las cosas en general, con el restringido campo de cómo son las cosas naturales o fenómenos. Hay, en el ámbito del conocimiento lo mismo, un cómo son las cosas en abstracto, “antes” lógicamente de cómo son las cosas “en este mundo”. No sólo la matemática o la lógica (esta última que recibe su valor de la evidencia no-lógica, o prelógica, que nos suscita), o la epistemología o la metafísica, sino, por eso mismo, también una característica inevitable de la ciencia natural, tiene un contenido ideal, a priori, irreductible a cualquier fenómeno. Es decir, hay una parte a priori en todo conocimiento, en el caso por ejemplo de los principios “trascendentales, en el sentido de “condiciones de posibilidad” Kantianos. La ciencia natural “es el método”, pero el método no es parte del contenido de la ciencia natural. Las observaciones empíricas que forman parte de la ciencia, tienen validez bajo el supuesto normativo o metodológico de que los supuestos relacionados nomológicamente son válidos. Las cuestiones normativas se dirimen a priori, es decir, si, por ejemplo, alguien no acepta que la fuerza de la gravedad es fiable, tendremos pues que discutir con él (y se trata de una discusión epistemológica “trascendental”) sobre cuál podría o debería ser el criterio o método correcto. Los fenómenos tienen una carga teórica, pero no cualquier teoría o explicación tiene
que ser una aproximación válida al fenómeno, así la teoría científica cumple unas propiedades, como criterios demarcatorios o filtros (en otros casos, otras propiedades privilegiadas que se teoriza, no parten de tales criterios), que determinan el alcance de su descripción en relación al fenómeno al que se dirige. Así también los conceptos que son representaciones con una validez a priori, “prescriben” (normativizan) cómo son esas aproximaciones a la realidad. Hay un “momento ideal” esencial en el conocimiento, incluso el de las ciencias naturales, sin que esto implique obviamente que el conocimiento científico sea una fantasía o una creencia con “validez igual”.
Tabla de aproximación teórica y algunas discusiones acerca de la ciencia
Díez y Moulines
En el capítulo I “introducción a la naturaleza y función de la filosofía de la ciencia” en “La ciencia como objeto. Los estudios sobre la ciencia”. Definen que el conocimiento científico es el resultado de determinada práctica o actividad particular a la que podemos denominar, en un sentido amplio, teorización. Y agregan que la filosofía de la ciencia consiste en un determinado tipo de saber respecto a dicha práctica. (aunque acá no estaba planeado definir “filosofía de la ciencia” consideré pertinente dejar esta breve descripción de estos autores) La actividad científica es una de las formas de esa práctica que se denomina genéricamente teorización (en el libro citado se ofrece todo un abanico explicativo al
respecto de lo que significa teorizar, muy recomendado). Como toda teorización, la teorización científica sobre los diferentes ámbitos de la realidad genera saberes, los cuales a su vez pueden ser objeto de estudio de nuevas teorizaciones (científicas o no). Cuando se estudia en ciencia la metodología de la contrastación de hipótesis, se entiende que, en diferentes episodios históricos, las hipótesis sometidas a contrastación se introducen siempre para “dar cuenta” de determinados hechos; por ejemplo, una determinada distribución y forma de las placas de la corteza terrestre, el movimiento aparente de los astros, etc. “dar cuenta” es lo que en contextos meta científicos se quiere significar con el término “explicar”. La ciencia como se dice usualmente, no solo describe sino también explica, no se preocupa sólo del qué sino también del porqué. Esta dimensión explicativa, sin embargo, no es exclusiva de la ciencia. Gran parte de nuestro conocimiento del mundo es explicativo. Pero la ciencia es el lugar donde dicho conocimiento encuentra su máxima expresión, pues siempre hay un continuo y un nivel de jerarquía entre el conocimiento ordinario y el conocimiento científico, donde el científico alcanza un mayor o menor grado de aproximación a los fenómenos. Tampoco toda la ciencia es en principio explicativa. Ciertas disciplinas científicas, o partes de ellas, no son explicativas, al menos no lo son prima facie. Ello es así típicamente en las disciplinas clasificatorias, por ejemplo, en las taxonomías zoológicas o botánicas, aunque es cierto que las taxonomías se pueden integrar posteriormente en Corpus disciplinarios más amplios que sí son explicativos. Díez y Moulines (2008)
Gregorio Klimovsky
Cuando se formula una afirmación o proposición y se piensa que ella expresa conocimiento, ¿qué condiciones debe cumplir? Según lo expone Platón en su diálogo Teetetes, tres son los requisitos que se le deben exigir para que se pueda hablar de conocimiento: creencia, verdad y prueba. En la actualidad, ninguno de los tres requisitos se considera una máxima o apropiado para definir el conocimiento científico. La concepción moderna de éste es más modesta y menos tajante que la platónica y el término “prueba se utiliza para designar elementos de juicio destinados a garantizar que
una hipótesis o una teoría científicas son adecuadas o satisfactorias de acuerdo con ciertos criterios. Ya no exigimos del conocimiento una dependencia estricta entre prueba y verdad. Sería posible que hubiésemos “probado suficientemente” una teoría científica sin haber establecido su verdad de manera concluyente, y por tanto no debe parecer extraño que una teoría aceptada en cierto momento histórico sea modificada - mejorada, expandida o simplemente rechazada más adelante. En el mismo sentido cabe señalar que hoy en día la noción de prueba no está ligada al tipo de convicción o adhesión llamada “creencia”. En 1900, el físico alemán Max Planck formuló una hipótesis revolucionaria para el desarrollo siguiente de la teoría cuántica, pero dejó claramente sentado que no “creía” en ella como si se tratase de una “verdad revelada divina” y la consideraba provisional, a la espera de que otros investigadores hallaren una solución más sofisticada o satisfactoria al problema en estudio. Por otra parte, muchos físicos actuales emplean la mecánica cuántica por su eficacia explicativa y predictiva, cabe señalar, finalmente, que las hipótesis y teorías científicas se formulan en principio de modo tentativo, por lo cual la indagación en búsqueda de pruebas no supone una creencia intrínseca en aquéllas. Según algunos epistemólogos, lo que resulta particular del conocimiento que brinda la ciencia es el llamado método científico, un procedimiento que permite obtenerlo y también, a la vez, justificarlo. Pero cabe una digresión. ¿Tenemos derecho a hablar de un método científico? El famoso historiador de la ciencia y educador James B. Conant (citado en, Klimovsky 1994) de la Universidad de Harvard, rechaza la idea de que existe algo semejante a el método científico y, en principio, parece tener razón. Porque no se refiere a la inexistencia de, sino pues, que entre los métodos que utiliza el científico se pueden señalar métodos definitorios, métodos clasificatorios, métodos estadísticos, métodos hipotético-deductivos, procedimientos de medición y muchos otros, por lo cual hablar de “el” método científico es referirse en realidad a un vasto conjunto de tácticas empleadas en la actividad científica para constituir el conocimiento. Tal vez este conjunto de tácticas se modifique (perfeccionen) con la historia de la ciencia, ya que con las nuevas teorías e instrumentos materiales y conceptuales que se incorporan progresivamente se alteran para mejorar los métodos. Ahora bien, entre tantas tácticas existen algunas estrategias fundamentales. Por ejemplo, si excluimos las ciencias formales como la matemática y en cierto modo también las ciencias sociales, y nos referimos exclusivamente a las ciencias naturales como la física, la química y la biología, resulta claro que el método hipotético deductivo y la estadística son los predilectos y esenciales para la investigación en estos ámbitos. Aquí hablar de método científico sería referirse a métodos para inferir estadísticamente, construir hipótesis y ponerlas a prueba. Si es así, el conocimiento científico podría caracterizarse como aquel que se obtiene siguiendo los procedimientos que describen estas estrategias básicas. Klimovsky (1994)
Mario Bunge
“Como ante toda creación humana, tenemos que distinguir en la ciencia, entre el trabajo —investigación— y su producto final, el conocimiento” Bunge (1959) La define básicamente como una actividad -investigación- perteneciente a la vida social; en cuanto sea la utiliza para el mejoramiento o manipulación de nuestro medio natural y artificial, a la invención y manufactura de bienes materiales y culturales, en este sentido la ciencia resulta en el desarrollo de tecnología. Sin embargo, advierte que la ciencia también se nos presenta como una actividad productora de nuevas ideas (investigación científica básica). Pues no toda investigación científica procura necesariamente el conocimiento objetivo. Ya que la lógica y la matemática, esto es, los diversos sistemas de lógica formal y los diferentes capítulos de la matemática pura, son racionales, sistemáticos y verificables, pero no son objetivos, no nos dan información directa acerca de la realidad. Hace entonces una distinción entre ciencia fáctica y formal, que caracteriza como dos formas dependientes una de la otra, para garantizar la existencia de un conocimiento científico; donde lo formal se refiere a los entes ideales como ya se dijo: la lógica y la matemática, y que estos entes tanto los abstractos como los interpretados , sólo “existen” como herramientas cognitivas “Los números no existen fuera de nuestros cerebros, y aún allí dentro existen al nivel conceptual” y el trabajo del lógico y del matemático elementalmente satisface las necesidades del naturalista, del sociólogo o del tecnólogo. Pero insiste en que la matemática y la lógica no son fácticas sino ideal. Pone el ejemplo de los números abstractos, que nació, sin duda, de la coordinación (correspondencia biunívoca) de los conjuntos de objetos materiales. Concluyendo, que la ciencia formal se ocupa de los entes formales y de establecer relaciones entre ellos, Así es como la física, la química, la fisiología y demás ciencias recurren a la matemática, empleándola como herramienta necesaria para realizar las más precisa reconstrucción de las complejas relaciones que se hallan entre los hechos y entre los distintos aspectos de los hechos; dichas ciencias no identifican .las formas ideales con los objetos concretos , sino que interpretan las primeras en términos de hechos y de experiencias (o, lo que es equivalente, forman enunciados fácticos) De esta manera, las ciencias formales jamás entran en conflicto con la realidad. Esto explica la paradoja de que, siendo formales, se “aplican” a la realidad: en rigor no se aplican, sino que se emplean en la vida cotidiana y en las ciencias fácticas a condición de que se les superpongan reglas de correspondencia adecuada. (Existen discusiones acerca de que eso que llaman “racional” sea realmente una propiedad del conocimiento científico, pero ello acá, precisamente no es relevante, aunque sí es un asunto interesante, sin embargo, Bunge ofrece una caracterización de lo racional y lo objetivo al menos suficiente para completar su definición).
Los rasgos esenciales del tipo de conocimiento que alcanzan las ciencias fácticas de la naturaleza y de la sociedad son la racionalidad y la objetividad. Por conocimiento racional se entiende: a) que está constituido por conceptos, juicios y raciocinios y no por sensaciones, imágenes, pautas de conducta, etc. Sin duda, el científico percibe, forma imágenes (por ejemplo, modelos visualizables) y hace operaciones; pero ello no hace parte del resultado final o el contenido del conocimiento científico per se, las sensaciones e imágenes acompañan el proceso, una percepción o un contenido de la creatividad son parte de la naturaleza del sujeto (científico), pero no constituyen el resultado de un proceso de investigación, por tanto el punto de partida como el punto final de su trabajo son ideas y que cumpen ciertos requisitos: b) que esas ideas pueden combinarse de acuerdo con algún conjunto de reglas lógicas con el fin de producir nuevas ideas (inferencia deductiva). Estas no son enteramente nuevas desde un punto de vista estrictamente lógico, puesto que están implicadas por las premisas de la deducción; pero no gnoseológicamente nuevas en la medida en que expresan conocimientos de los que no se tenía conciencia antes de efectuarse la deducción; c) que esas ideas no se amontonan caóticamente o, simplemente, en forma cronológica, sino que se organizan en sistemas de ideas, esto es en conjuntos ordenados de proposiciones (teorías). Que el conocimiento científico de la realidad es objetivo, significa: a) que concuerda aproximadamente con su objeto; vale decir que busca alcanzar la verdad fáctica; b) que verifica la adaptación de las ideas a los hechos - la correspondencia lógica entre la teoría y los hechos; recurriendo a un comercio peculiar con los hechos (observación y experimento), intercambio que es controlable y hasta cierto punto reproducible. Ambos rasgos de la ciencia fáctica, la racionalidad y la objetividad, están íntimamente soldados. Así, por ejemplo, lo que usualmente se verifica por medio del experimento es alguna consecuencia —extraída por vía deductiva— de alguna hipótesis; otro ejemplo: el cálculo no sólo sigue a la observación, sino que siempre es indispensable para planearla y registrarla (Bunge 1959). Bunge (2000) Parte del conocimiento previo del que inicia toda investigación científica, se trata de conocimiento ordinario o no especializado, y parte de él es conocimiento científico, o sea, se ha obtenido mediante los métodos de la ciencia y puede volver a someterse a prueba, enriquecerse y, llegado el caso, superarse mediante el mismo método. A medida que progresa, la investigación corrige o incluso rechaza porciones del conocimiento ordinario (filtra). Parte del sentido común de hoy día es el resultado de la investigación científica de ayer, se enriquece de ella. La ciencia puede desarrollarse a partir del conocimiento común, y lo supera con su crecimiento. La investigación empieza en el límite en el que la experiencia y el conocimiento ordinarios dejan de resolver problemas o hasta de plantearlos.
La ciencia no es una mera prolongación ni un simple confinamiento o apilamiento del conocimiento ordinario, en el sentido en que, por ejemplo; el microscopio amplía los los límites de la visión humana. La ciencia es un conocimiento de la naturaleza especial: ( puede trata primariamente, aunque no exclusivamente, de acaecimientos inobservables e insospechados por el simple sentido común no educado; tales son, por ejemplo, la evolución de las estrellas y la duplicación de los cromosomas, la ciencia inventa y arriesga conjeturas que van más allá del conocimiento común, tales como las leyes de la mecánica cuántica o las de los reflejos condicionados; y somete esos supuestos a contrastación con la experiencia con el soporte de técnicas especiales , tales como la espectroscopia (agrego otras como: la medición del peso molecular medio en peso por fotometría de dispersión de luz, técnicas de barrido de túnel , entre otras), técnicas que a su vez requieren teorías especializadas. Consiguientemente el sentido común no puede ser “juez” autorizado de la ciencia, y el intento de estimar las ideas y los procedimientos científicos a la luz del conocimiento común u ordinario exclusivamente, es ingenua ya que la ciencia elabora sus propios cánones de validez y, en y en muchos temas se halla muy lejos del conocimiento común, el cual va convirtiéndose progresivamente en ciencia fósil. “imaginemos a la mujer de un físico rechazando una nueva teoría de su marido sobre las partículas subatómicas porque esa teoría es contraintuitiva” Ejemplifica Bunge. Efectivamente, tanto el sano sentido común como la ciencia aspiran a ser racionales y objetivos: son críticos y aspiran a coherencia (racionalidad), e intentan adaptarse a los hechos en vez de permitirse especulaciones sin control (objetividad). Pero el ideal de racionalidad, a saber, la sistematización coherente de enunciados fundados y contrastables, se consigue mediante teorías, y éstas son el núcleo de la ciencia, más que del conocimiento común, acumulación de piezas de información laxamente vinculadas. Y el ideal de la objetividad —a saber, la construcción de imágenes de la realidad que sean lo más aproximadas posible a los fenómenos e impersonales, no puede realizarse más que superando los estrechos límites de la vida cotidiana y de la experiencia privada. Abandonando con esto el punto de vista antropocéntrico, formulando la hipótesis de la existencia de objetos físicos más allá de nuestras laxas y caóticas impresiones directas más simples y contrastando tales supuestos a través de la experiencia intersubjetiva planeada e interpretada con la ayuda de teorías (Bunge, 2000).
Ruben cuellar
El término ciencia denota un carácter especial, exclusivo, específico, incluso de solidez y ventaja, ante el resto de otros campos del conocimiento. También contiene un rasgo distintivo respecto de las demás actividades humanas. La ciencia es compleja en cuanto a lo que respecta a su estructura epistemológica. No existe, por ejemplo, una ciencia de la mecanografía ni una ciencia de la conducción de automóviles. Cuando se habla de ciencia nos referimos a un todo teórico integrado, sistematizado y metódicamente estructurado que integra el conocimiento sobre las bases, principios y referentes estrictamente científicos. Una disciplina de la ciencia es aquella que utiliza el método científico en su investigación con el fin de aprehender y explicar la realidad. La ciencia la construyen disciplinas, las cuales guían sus actividades de investigación con el método científico. Por disciplina entendemos al área del conocimiento humano con una estructura cognoscitiva específica, y que, junto con las demás disciplinas que componen a la ciencia, cultiva el método científico. Las disciplinas que no guíen sus investigaciones por el método científico no son científicas. La física, la química y la biología, por ejemplo, son disciplinas científicas, en tanto que aquellas “…que no pueden utilizar el método científico —por ejemplo, por limitarse a la consecución de datos— no son ciencia, aunque pueden suministrar a la ciencia material en bruto: tal es el caso de la geografía. Ni tampoco son ciencias las doctrinas y prácticas que, como el psicoanálisis, se niegan a utilizar el método científico. (Cuellar, 2009)
M. B. Kedrov y A. Spirkin
Para estos autores, la ciencia es un sistema de conocimientos en desarrollo, los cuales se obtienen mediante los correspondientes métodos. Una forma de actividad humana históricamente establecida, cuyo contenido y resultado es la reunión de hechos orientados en un determinado sentido, de hipótesis y teorías elaboradas y de las leyes que constituyen su fundamento, así como de los procedimientos y métodos de investigación.
Entre sus rasgos incluyen: un conjunto extraordinariamente dividido de ramas científicas diversas. Es una herramienta a través de la cual la humanidad ejerce un dominio sobre las fuerzas de la naturaleza, desarrolla la producción devienes materiales y transforma las relaciones sociales. El conocimiento científico se diferencia notablemente del cotidiano y pre científico. Los cotidianos, empíricos, se limitan, por regla, a la constancia de los hechos y a su descripción; los conocimientos científicos presuponen no solo la constancia y descripción de los hechos, sino su explicación e interpretación dentro del conjunto del sistema general de conocimiento de determinada ciencia (Kedrov y Spirkin, s.f). El conocimiento científico no responde únicamente (como el cotidiano) a la pregunta de cómo se desarrolla tal o cual acontecimiento, sino también del por qué, se realiza precisamente de ese modo. Para nuestros autores, la esencia de este conocimiento consiste en la generalización de los hechos, en que tras lo causal descubre lo necesario, es decir lo que se haya respaldado por leyes; tras lo singular, lo general, y sobre estaba se lleva a cabo la previsión de diferentes fenómenos, objetos y acontecimientos futuros. Un rasgo esencial para estos autores, de la cognición científica es su sistema, es decir, la agrupación de los conocimientos, ordenada según determinados principios teóricos. De manera demarcadora, argumentan que, un conjunto de conocimientos dispersos, que no se hallen unidos según un sistema que guarde conexión, no llegará a constituir una ciencia. Pues el fundamento del saber científico radica en una serie de remisas iníciales, en unas leyes determinadas que permiten agrupar los correspondientes datos en su sistema único.
Alan Chalmers
(En este punto no se pretende ofrecer simplemente una definición de ciencia, el conocimiento que produce o sus métodos. Más bien una discusión un poco más amplia que las anteriores. Aunque no recoja de manera cercana la riqueza total del contenido, presente en el texto citado de Chalmers). La ciencia goza de una alta valoración. Aparentemente existe una creencia generalizada de que hay algo especial en la ciencia en los métodos que utiliza. Cuando a alguna afirmación, razonamiento o investigación se le da el calificativo de “científico”, se pretende dar a entender que tiene algún tipo de mérito o una clase especial de fiabilidad. Chalmers (2000) intenta contestar a preguntas como ¿Cuál es el mérito del que goza la
ciencia? ¿Cuál es el método o métodos científicos que, según se afirma, conduce a resultados especialmente meritorios? La idea de que lo específico de la ciencia es que se deriva de hechos, en vez de basarse en opiniones personales. Puede ser que así se recoja la idea de que, mientras que pueden darse opiniones personales distintas sobre los méritos relativos de las novelas de Charles Dickens y D. H. Lawrence, no hay lugar a diferencias similares acerca de los méritos relativos de las teorías de la relatividad de Galileo y de Einstein. Se supone que los hechos determinan la superioridad de la innovación de Einstein sobre visiones anteriores de la relatividad y que, sencillamente, está en un error quien no lo aprecie así. La idea de que el rasgo específico del conocimiento científico es que se deriva de los hechos de la experiencia puede sostenerse en una forma muy cuidadosamente matizada. Chalmers explora la idea de la regularidad de las leyes, desde una perspectiva ontológica. Pues la idea de regularidad en su forma condicional restringe la aplicabilidad de las leyes a aquellas situaciones experimentales en las que se cumplen las condiciones adecuadas, es incapaz de decir nada sobre lo que sucede fuera de esas condiciones. Aparte de las dificultades que encuentra la idea de la regularidad como condición suficiente para una ley, algunas consideraciones simples acerca de las leyes, tal y como figuran y funcionan en ciencia, sugieren que la regularidad no es tampoco una condición necesaria u obligatoria. Si se toma seriamente la opinión de que las leyes describen conexiones regulares, sin excepciones, entre sucesos, entonces no cumpliría los requisitos, ninguna de las afirmaciones que comúnmente se aceptan como leyes científicas. El principio de Arquímedes afirma que los objetos más densos que el agua se hunden, es refutado por las agujas que flotan. Si se pretende que las leyes sean regularidades sin ninguna excepción, será entonces muy difícil encontrar serias aspirantes a leyes por falta de las regularidades apropiadas, si así fuera, incluso la mecánica cuántica tendría serias dificultades de señalarse como ciencia establecida con sus respectivas leyes, principios, etc, pero sabemos que no es ese el caso. Según esto, la ciencia sería incapaz de decir por qué las hojas suelen terminar en el suelo. Y precisamente la ciencia si es capaz de ello y en otros casos similares. Esta dificultad recuerda al problema del nuevo experimentalismo, que pretende agotar de forma exhaustiva lo que se puede decir del conocimiento científico. Si bien pudiera ser cierto que el nuevo experimentalismo puede captar un sentido fuerte en la comprensión del progreso de la ciencia como una acumulación constante de conocimiento experimental, si se queda en esto no permitirá dar cuenta de cómo el conocimiento alcanzado dentro de ciertas situaciones experimentales pueda ser transferido fuera de dichas situaciones y usado en otro lugar. ¿Cómo explicaríamos el uso que hace el ingeniero de la física? ¿El empleo de la datación radioactiva en geología histórica? Si se supone que las leyes científicas se aplican tanto fuera como dentro de las
situaciones experimentales, entonces dichas leyes no pueden identificarse con las regularidades alcanzables en las situaciones experimentales. La idea de las leyes como regularidad no lo permite. Es decir, la llamada visión de las leyes como regularidad. Nada hace que la materia se conduzca de acuerdo a leyes, puesto que las leyes no son otra cosa que regularidades de facto entre sucesos. Ante esto responde Chalmers que existe una salida simple a esos problemas a través de una concepción de leyes como representaciones de potencias y disposiciones. Implica darle un lugar más participativo a lo que está implícito en gran parte del sentido común y en la ciencia, y es el hecho de que el mundo material es activo. Las cosas suceden en el mundo de forma espontánea, y suceden porque las entidades del mundo poseen la capacidad, o la potencia, o la disposición, o la tendencia a actuar y comportarse de la manera que lo hacen. Las pelotas rebotan porque son elásticas. Las advertencias de los envases que advierten acerca de contenidos tóxicos, inflamables o explosivos nos dicen que puede ser eso o que tiene tendencia a actuar de esa forma. Al especificar la masa y la carga de un electrón, se indica cómo responderá a campos eléctricos o magnéticos. Un elemento importante de lo que es una cosa, es aquello que es capaz de hacer o llegar a ser. Necesitamos caracterizar las cosas en términos de su potencial, Igual que lo que son en acto, como lo observó correctamente Aristóteles. De igual modo que la capacidad de crecer hasta convertirse en una encima es parte importante de lo que es una bellota, así la capacidad de repeler cargas distintas y atraer cargas iguales, e irradiar al ser acelerado, es una parte importante de lo que es ser un electrón. Experimentemos con sistemas para averiguar cómo están dispuestos a actuar. Si admitimos cosas tales como disposiciones, tendencias, potencias y capacidades en nuestra representación de los sistemas materiales, las leyes de la naturaleza pueden representar estas disposiciones, tendencias, potencias o capacidades. La ley de la caída de los cuerpos de Galileo describe la disposición que poseen los objetos pesados de caer al suelo con una aceleración uniforme, la ley de la gravitación de Newton describe el poder de atracción entre los cuerpos con masa. Si interpretamos de esta manera las leyes, no tendremos necesidad de esperar que describan secuencias de sucesos en el mundo. Puesto que estos serán comúnmente el resultado de varias disposiciones, tendencias, potencias o capacidades actuando en conjunto de forma compleja. Desde este punto de vista es fácil entender por qué son necesarios los experimentos para espigar información relevante a la identificación de una ley. Las tendencias que corresponden a una ley que se investiga, necesitan ser separadas de otras tendencias, y esta separación exige la intervención práctica apropiada. La mayoría de los filósofos se resisten a aceptar una ontología que incluya disposiciones o potencias por cuanto les parece primitiva. Chalmers dice no comprender su renuencia. Quizás las razones son en parte históricas. Las potencias tienen mala fama
desde el uso místico y oscuro que se les dio en la tradición mágica del Renacimiento; se dice también que fueron explotadas por los aristotélicos de manera demasiado libre so capa de formas. El rechazo que hizo Boyle de las propiedades activas en su filosofía mecanicista pudo ser una reacción, quizás una sobrerreacción, a los excesos de aquellas tradiciones, y pudo ser también motivado por preocupaciones teológicas. Sin embargo, no tiene por qué haber nada de misterioso o sospechoso epistemológicamente en recurrir a potencias, tendencias y cosas similares. Luego Chalmers argumenta acerca de la termodinámica y las leyes de conservación Empieza por llamar “visión causal de las leyes” a lo que se expuso en los párrafos anteriores, de que las leyes caracterizan potencias causales. Si bien hay leyes importantes en física que no encajan del todo bien dentro de este esquema. No encajan la primera y segunda leyes de la termodinámica, ni tampoco una serie de leyes de conservación en la física fundamental de partículas. La primera ley de la termodinámica declara que la energía de un sistema cerrado es constante. La segunda ley, que afirma que la entropía de un sistema aislado no puede decrecer, sus consecuencias son tales como que el calor fluya de los cuerpos calientes a los fríos y no al revés, y que no exista la posibilidad de extraer energía calórica del mar para hacer trabajo útil al único precio de hacer menguar la temperatura del mar. Una máquina capaz de hacer esto sería una de movimiento perpetuo de la segunda especie, distinta de la máquina que resultara de un aumento de energía y que sería una máquina de movimiento perpetuo de la primera especie. La primera ley de la termodinámica excluye las máquinas de movimiento perpetuo de la primera especie y la segunda ley excluye las máquinas de movimiento perpetuo de la segunda especie. Estas leyes generales tienen consecuencias en el comportamiento de los sistemas físicos y puede utilizarse para predecir, independientemente de los detalles de los procesos causales. Para aclarar este punto. El punto (o umbral) de fusión de hielo baja cuando es sometido a presión más elevada que la normal atmosférica. Esta es la razón por la cual un hilo del que se suspende un peso corta un bloque de hielo. La explicación a nivel molecular está lejos de ser sencilla, puesto que la presión hace que las moléculas se aproximan entre sí, se esperaría que las fuerzas de atracción entre ellas aumentaran bajo tales circunstancias , lo que conduciría a un aumento de energía térmica necesaria para separarlas y, por tanto, a una subida de su punto de fusión (a mayor energía térmica aumenta .la cantidad de energía cinética que tiene cada una de esas moléculas, lo que significa que se “moverán” más, lo que significa a su vez que en promedio ocupan más espacio). Esto es precisamente lo que sucede en un sólido típico cercano al punto de fusión. Pero el hielo no es un sólido típico. Las moléculas de agua junto con el galio, bismuto,
ácido acético, antimonio y el silicio están más sueltas (disminuye su densidad) cuando están en estado sólido que en el estado líquido, y es por esto que el hielo es menos denso que el agua (cuando se disminuye la temperatura a aprox 4º C , la energía cinética de las moléculas de agua mantienen interacciones breves entre sí, los enlaces de hidrógeno se juntan y se rompen rápidamente, pero por debajo de los 4 grados la energía cinética de las moléculas de agua comienza a decaer por debajo de la energía de los enlaces de hidrógeno, entonces estos enlaces se forman con mucha más frecuencia de la que se rompen, a diferencia de la formación ruptura tan continua del agua líquida. Y en esos enlaces constantes se forman lunas ordenadas estructuras hexagonales. Nótese en la imagen 1.0 como debido a la organización de la estructura hexagonal del hielo, a diferencia de la más densa estructura desordenada del agua líquida, ocupa más espacio). Si se fuerza a las moléculas de hielo a que se aproximen entre sí más de lo normal, disminuye la fuerza entre ellas, de modo que se requiere menos energía térmica para separarlas y desciende el punto de fusión. La forma más precisa de cómo dependen estas fuerzas de las posiciones moleculares es complicada, y depende a su vez de finos detalles de la mecánica cuántica que comprenden intercambio de fuerzas fundamentales (el agua tiene un tipo especial de interacción entre sus moléculas que muchas otras sustancias no tienen: enlace de hidrógeno) así como fuerzas de Coulomb. (Fue pertinente esclarecer algunos términos usados por Chalmers en el ejemplo anterior, para que el lector sepa en qué consiste aquello de lo que se habla en este punto, pues tiene suma relevancia para entender la postura de Chalmers)
Figura 1.0 http://www.genomasur.com/BCH/BCH_libro/imagenescap_2/densidad.JPG
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Dadas las “complicaciones” expuestas parece sorprendente que James Thomson pudo predecir en 1849 la depresión del punto de congelación del agua debida a la presión, anticipándose al descubrimiento empírico del fenómeno. Todo lo que necesitó para su deducción fueron leyes de la termodinámica, y el hecho conocido empíricamente de que el agua era más densa que el hielo. Ingenió mentalmente el proceso cíclico que comprendía extraer calor del agua a Oº C y convertirlo en hielo a Oº C. lo cual equivalía a grandes rasgos a una máquina de movimiento perpetuo de la segunda clase, la excluida por la segunda ley de la termodinámica. El rasgo que Chalmers quiere destacar de este caso es que la predicción de Thomson fue hecha en ignorancia de los detalles del proceso causal a nivel molecular (ya descrito en las aclaraciones). Un rasgo característico, a la vez que una gran solidez de la termodinámica es que aplica a nivel microscópico cualesquiera que sean los detalles del proceso causal subyacente. Es precisamente esta particularidad de las leyes de la termodinámica lo que evita que sean interpretadas como leyes causales, según este autor. También se puede evidenciar que el comportamiento de un sistema mecánico puede ser comprendido y predicho especificando fuerzas que actúan sobre cada componente del sistema y usando las leyes de Newton para rastrear el desarrollo del sistema. Expone también que las ecuaciones de Lagrange no enuncian leyes causales. Pues la evolución de un sistema puede quedar completamente especificada introduciendo las expresiones de las energías potencial y cinética de un sistema en función de unas coordenadas cualesquiera necesarias para determinarlas, en las ecuaciones de movimiento de Hamilton o Lagrange. Esto puede hacerse sin un conocimiento detallado de los procesos causales que intervienen (incluso con las objeciones de que derivan de las leyes de Newton que sí presentan esa causalidad). El resultado de todo esto es, resume: que unos conjuntos amplios de leyes de la física pueden ser comprendidas como leyes causales. Cuando esto es posible existe una respuesta inmediata a la pregunta sobre ¿qué es lo que hace que los sistemas se comporten según leyes? Precisamente la operación de las potencias y capacidades causales caracterizadas por leyes hace que los sistemas las obedezcan. Sin embargo, hemos visto que existen leyes fundamentales en física que no pueden ser interpretadas como causales. Y pone el ejemplo de qué hace que los sistemas se comporten según la ley de la conservación de la energía. Sucede, lo hacen, sí, en efecto se comportan según esas leyes tal como la ciencia lo ha descubierto y explicado, pero aún no se tiene claridad del mecanismo causal o de si es posible afirmar una interpretación causal de ello.
Sin embargo nada de esto implica que la ciencia no esté en lo cierto al formular explicaciones aproximadas y rigurosas sobre los fenómenos, pues si bien, no impide predecir, ni explicar ni teorizar correctamente, en general no representa una objeción de ninguna manera a sus resultados (conocimientos) o a sus métodos y mucho menos legítima una duda sobre la idea de que puedan existir leyes fundamentales verdaderas- Se trata de una discusión ontológica que según Chalmers, vale la pena explorar más Chalmers (2000).
Se han evidenciado ciertas relaciones entre dos o más definiciones y, además, conceptos que entre uno y otro poseen consistencia; elementos descriptivos en común y las claras diferencias. En este punto el lector debería ser capaz de inferir, cuáles de las anteriores definiciones son las más complejas y cuáles las más simples, y, asimismo, cuáles poseen algunos contenidos “simples” y a la vez ingenuos o gozan de contenidos complejos, pero a la vez presentan en algún detalle del discurso una ingenuidad notable. Eventualmente también deberían las anteriores distinguirse de aquellas cuyos contenidos teóricos son más amplios, complejos y a la vez, en su mayoría, son sostenidos, teniendo en cuenta las diversas discusiones que, hasta su elaboración, se hayan tenido en torno al concepto de ciencia, es decir; que no idealizan una noción o característica de la ciencia, y asimismo las descripciones más simples pero que no son para nada ingenuas.
IV. El problema de la demarcación Se examinarán las características principales de criterios demarcatorios más importantes en la historia del a epistemología, como también de otros propuestos más recientemente. Los criterios de demarcación como parte de la investigación metacientífica o epistemológica tienen por objeto determinar ciertos hechos, propiedades o requisitos de la investigación científica y el conocimiento que ésta produce, y no todos estos hechos o propiedades, aunque indudablemente relacionados, son exactamente del mismo tipo o requieren del mismo tipo de investigación. Así cada uno de los aspectos de la actividad científica abre una dimensión desde la que se puede estudiar dicha actividad, da lugar a un saber de segundo orden específico. Llamaremos estudios meta científicos, o estudios acerca de la ciencia, a las diversas teorizaciones de segundo orden sobre las teorizaciones científicas de primer nivel, dentro de los mismos caben pues, los criterios demarcatorios (Díez y Moulines 2008). Asimismo, el problema de la demarcación entonces, es uno de los temas centrales y quizá más tratados en la filosofía de la ciencia. Diferentes posiciones buscan trazar una línea exacta que le permita al género humano clasificar el conocimiento en científico y no científico. Frente a este problema aparecen al menos múltiples posturas diametralmente diferentes o generalmente por otro lado, posturas que encuentran puntos en común y las hacen compatibles al menos en aquellas intersecciones, para evaluar el conocimiento científico desde más de una sola postura, pues, examinar tal conocimiento partiendo de un sólo criterio puede ser insuficiente para determinar su validez científica (Giraldo, 2008). A saber: la de aquellos que se esfuerzan por determinar uno o varios criterios de demarcación y la de aquellos que piensan que dicho criterio no es necesario, ya sea porque creen que hay una continuidad en el conocimiento, como es el caso del holismo semántico, o por otros motivos. A la primera postura pertenecen filósofos como Carnap y Popper, y a la segunda, filósofos como Quine o la no necesidad de los mismo como las propuestas de Laudan (la cual es profundizada en este apartado). Como se ha examinado anteriormente, algunas posturas radicales dentro del posmodernismo, y específicamente las que convergen con un relativismo “fuerte” niegan la existencia de criterios tales o al menos la utilidad que presumen, en ese sentido, para este texto se desarrolla el problema concerniente a la primera postura, éste es, mostrar cómo sí existen tales criterios y sí tienen una utilidad particular, ofrecer al lector una guía
básica de sus cánones. Es pertinente aclarar que no se pretende hacer, como en muchos otros casos académicos una confrontación entre por ejemplo (x autor vs y autor) simplemente se trata de evidenciar el hecho de que sí ha habido una especial preocupación en el ámbito del conocimiento científico, por filtrar el contenido de teorías, hipótesis, modelos, etc. Resaltando el hecho de que, si el conocimiento científico fuese una simple construcción social, simple idea, imaginería o cualquier otra elucubración del sentido común o la creatividad, por ejemplo, mitológica; no habría tales exigencias y aunque los detractores no niegan siempre la existencia de éstas, sí, su utilidad o valor, pero eso se puede objetar conociendo la demarcación y esto es, más allá de Popper (falsacionismo) y argumentos como el de Massimo Pigliucci. Por consiguiente, enmarcar la preocupación por filtrar a través del ejercicio de la investigación, lo que corresponde o no bajo tales criterios, pues las teorías científicas deben, a diferencia de otras, cumplir unos requisitos específicos, (un científico no puede despertar una mañana y decir que ha soñado con una teoría maravillosa, escribirla sobre el papel y por ser obra de un especialista, pasar de inmediato al cuerpo de conocimientos científicos). Sin embargo, aunque unos criterios se consideran “obsoletos” e incluso que algunas pseudociencias como la parapsicología pueden “cumplir”, se propone tener en cuenta parte de su estructura evaluativa y no desecharla del todo, pero complementando y precisando esa demarcación con otros criterios más recientes que intentan solventar los fallos de los anteriores o simplemente proponer otras vías de evaluación más exigentes (propuesta multicriterio). Como por ejemplo (aunque discutible) el criterio de demarcación de Popper supera las dificultades por las que atravesaba el criterio de Carnap. Aunque “Carnap en 1964 argumenta que ambos criterios son compatibles, pero demarcan cosas diferentes” Gerardo Primero (comunicación personal, 14 de abril, 2017). Así sucesivamente. El interés por demarcar la ciencia de la no-ciencia, se considera académicamente parte de intereses tan amplios, como determinar qué creencias están epistémicamente garantizadas, tiene un interés teórico, consecuencias prácticas importantes para la vida humana y, por tanto, para la toma de decisiones en ámbitos privados y públicos, incluida la actividad política. Ha existido una intervención relevante, que no se puede desechar ni dar por hecho; para que el conocimiento científico cumpla unos cánones, unas estructuras, debería entonces, antes de ser llamado tal, superar o satisfacer requisitos o “filtros”, unos más exigentes que otros; procura cumplir propiedades específicas y eso es precisamente lo que acá se procura exponer. Y aún más importante es resaltar que no se está exponiendo la demarcación como una que constituya un conjunto de condiciones individualmente necesarias y conjuntamente suficientes (CNS), pues tanto Laudan como Pigliucci quien objeta al primero, están “de acuerdo” parcialmente, en que la demarcación no sea de un carácter necesario y suficiente. Pigliucci, como se ve más adelante, afirma que (CNS) representa un problema solo para un proyecto demasiado estrecho y por ende eso no elimina la utilidad de la estrategia de la demarcación en la ciencia.
La propuesta “anti-criterial” de Larry Laudan
Dicho esto, antes de exponer los criterios demarcatorios, cabe una salvedad teórica ante la necesidad y utilidad de los mismos, una de ellas y la más prominente es la de Larry Laudan. Hasta comienzos de los años 80 el debate sobre el problema de demarcación había consistido en establecer el criterio específico que separa la ciencia de la no ciencia. Sin embargo esto cambió cuando en 1983 Larry Laudan escribió un ensayo: “The Demise of the Demarcation Problem” donde declara “fallecido” el problema de la demarcación; y esboza su propuesta, considerablemente pragmatista. A pesar de su objeción ante los criterios demarcatorios, Laudan no figura como un posmodernista ni mucho menos. Laudan es crítico también de posturas relativistas o de extremo escepticismo. Si bien, como ya se ha mencionado, no es su preocupación establecer criterios de demarcación, pero sí es su preocupación reivindicar el valor racional de la empresa científica y combatir el escepticismo que ronda sobre ella. Laudan (1986) argumenta básicamente que no es posible establecer criterios de demarcación entre ciencia, no ciencia y (pseudociencia); ya que la actividad científica es una actividad humana racional que pretende dotar al mundo de sentido y según esto, no se puede hablar de rasgo epistémico, sustantivo o metodológico que sea propio de toda ciencia. Él, a pesar de esto argumenta a favor de la ciencia como una institución privilegiada y progresiva. “Nuestro propósito debería ser distinguir las pretensiones del conocimiento bien contrastadas y fiables de las fraudulentas (…), nuestra preocupación central debería ser distinguir las teorías con un alcance amplio y demostrable en la resolución de problemas, de las teorías que no tienen esa propiedad sin considerar si las teorías en cuestión caen dentro del ámbito de la física, la teoría literaria, la filosofía o el sentido común” (Laudan, 1986). Así introduce lo que él llama las “tradiciones investigadoras” en donde propone superar una dicotomía entre ciencia y no ciencia y plantear las diferencias en sentido de grado y no de tipo. Gradación que será determinada por ¿qué tan efectiva es la disciplina
en la resolución de problemas? idea que puede decirse tiene similitud con “los programas de investigación científica” de Lakatos. Viéndolo de esta forma, es posible inferir que, aunque niegue la existencia de criterios para demarcar entre lo que es y no es científico, igualmente propone un criterio que al menos no es categorial pero sí lo es para determinar el grado de racionalidad y especialmente la progresividad y otras características, entre las disciplinas. Propone así un modelo de racionalidad que según él es potencialmente más adecuado. El cual requiere principalmente el abandono de nociones tales como confirmación, corroboración y contenido explícito. Desde su visión pragmática, propone un modelo de ciencia de objetivos alcanzables para confirmar de una forma, según él, más adecuada, el progreso de la ciencia. “Es que el objetivo de la ciencia consiste en obtener teorías con una elevada efectividad en la resolución de problemas”. (Laudan, 1986).
Reivindicando el problema de la demarcación
Ese supuesto “fracaso” del problema de la demarcación en Laudan, ha sido notoriamente debatido en el entorno académico de la filosofía por autores varios como James Ladyman, Maarten Boudry, Sven Hansson y en el que nos detendremos en pequeña parte del compilatorio de argumentos a favor de la reivindicación del problema de la demarcación publicado en 2013 y editado por Pigliucci y Boudry. Según Mahner (2013) la demarcación ha resultado un asunto complicado por una serie de razones. La primera es que no sólo debe existir la distinción entre ciencia y pseudociencia, sino también la distinción entre ciencia y no- ciencia en general. No todo lo que es No- científico, es necesariamente pseudocientífico, el conocimiento ordinario, por ejemplo, así como las artes y las humanidades, no son ciencias, pero tampoco son pseudociencias. Segundo, hay también una distinción entre ciencia mala y ciencia buena. Un científico que sigue un protocolo experimental descuidado y deficiente o que incluso omite algunos datos de su informe para obtener gráficos y resultados (más suaves) pisa la línea del fraude científico, éste es entonces un mal científico y utilizó un mal proceder, a la ciencia en general no se le puede culpar por los errores de este tipo de grupos de
investigación. Aún así, ese alterador de datos fraudulento no se considera pseudocientífico tampoco. También está el problema de la protociencia y la heterodoxia. ¿Bajo qué condiciones un campo joven de investigación como una protociencia no es lo mismo que una pseudociencia? por definición una protociencia no posee todas las características de una ciencia completamente establecida ¿cómo evaluamos su estado? Por ejemplo, los jóvenes y polémicos campos de la psicología evolutiva y las protociencias meméticas. ¿Cuándo es exáctamente esto, una teoría alternativa y tentativa en potencia de hacer parte de un cuerpo de conocimiento científico, y cuándo debe considerarse una pieza de pseudociencia? Todas estas distinciones son importantes, pues la heterodoxia debe ser acogida como un estimulante de debate crítico y de investigación y uno de los caminos importantes y más útiles a seguir para ello es acudiendo a los criterios de demarcación (Mahner, 2013). Las propuestas monofactoriales de Kuhn, Popper, Lakatos y cualquier otro, por separado fracasan en su intento de definir en forma precisa estos conceptos. Así es como se suscita la reflexión de que si lo que se busca es establecer de la forma más precisa posible: qué es la pseudociencia y la no-ciencia, lo más recomendable es adoptar un enfoque multicriterial, y por supuesto, no abandonar el debate sobre el tema. Uno de los enfoques multicriteriales que se pueden abordar, y que también ha inspirado a otros (como los presentados por Agassi y Mahner) es el de Mario Bunge. Un cuarto problema sería el del debate sobre la unidad y la no unidad en la ciencia. Algunos filósofos han argumentado que el tema, los métodos y los enfoques de diversos campos científicos son tan diferentes que es difícil defender la idea de unidad en la ciencia. En efecto un neopositivista habría defendido tal unidad en el sentido de que todas las declaraciones científicas podrían y deberían reducirse a proposiciones fisicalistas. Aunque el reduccionismo fisicalista sigue teniendo un enorme peso, sin embargo, existe otra concepción alternativa de la unidad de la ciencia: el hecho de que las ciencias proponen una visión coherente y unificada del mundo, su consiliencia para crear un marco unificado de conocimiento. Esto es, su carácter de red, hacen reconsiderar la unidad en la ciencia Reisch y Wilson (citados en Mahner, 2013). En general los filósofos que creen en esa concepción de unidad de la ciencia están más inclinados y familiarizados hacia la demarcación que aquellos que defienden su desunión. El problema se refiere a las unidades de demarcación. Los diversos esfuerzos de la demarcación se han concentrado en aspectos y niveles de ciencia: Declaraciones, problemas, métodos, teorías, prácticas secuencias históricas de teorías y/o prácticas (es decir, programas de investigación en el sentido de Lakatos) y campos del conocimiento. Por ejemplo, el falsacionismo de Popper es un enfoque que se refiere a declaraciones, ya que consiste esencialmente en la aplicación del Modus Tollens; Lakatos se refiere a teorías y programas de investigación; Kuhn (el de 1970) se centra más en problemas y la capacidad de resolución de problemas de las teorías. Kitcher y Lugg (citados en, Mahner, 2013) examinan teorías y prácticas. Por otro lado, Bunge y Thagard se refieren a campos
enteros de conocimiento; y Wilson (citados en, Mahner, 2013) analiza las diferencias en el razonamiento de los científicos y pseudocientíficos, es decir, su diferente lógica y metodología. Como se puede ver, no hay unanimidad en cuando a una sola unidad óptima de demarcación, no es viable proponer un solo criterio o un pequeño número de criterios por esta razón, el uso de un solo criterio está condenado a ser insatisfactorio teniendo en cuenta la variedad de posibles unidades de demarcación. Por ejemplo, el falsacionismo es un solo criterio, como el criterio de Kuhn para la solución de problemas, así como el de Lakatos en la progresividad de los programas de investigación, otros a autores admiten condiciones como “fertilidad”, testabilidad independiente de hipótesis auxiliares, preocupación por la confirmación o des confirmación empírica, la aplicación del método científico, y así sucesivamente Mahner (2013). De la misma manera se enuncian otros asuntos similares con respecto a este problema los cuales detalla el autor en el resto del texto. Lo más importante, para el desarrollo de esta idea que se quiere, es lo que viene a continuación
¿La demarcación está muerta?
Aunque el famoso trabajo de Laudan contribuyó al tema de la demarcación de moda, no ha cambiado mucho con respecto a estatus institucional de la filosofía de la ciencia. Pues sí según Laudan, todo lo que importa es la distinción entre lo “epistémicamente justificado y las creencias injustificadas”, se supone que como consecuencia ¿la filosofía de la ciencia se ha disuelto como una disciplina? (es decir, casi 30 años después de la publicación del artículo de Laudan). No lo ha hecho. La historia de la filosofía de la ciencia en las academias ilustra al menos que el pronunciamiento de Laudan acerca de la “muerte” de la demarcación no ha sido aceptado con todas sus consecuencias naturales. Parece, por lo tanto, que la ciencia implica algo especial a lo que no queremos renunciar en cuanto a la demarcación de su conocimiento Mahner (2013). Otro problema de la crítica de Laudan es que se apoya en criterios ahistóricos; Pues habla de ciencia a lo largo de la historia, de Aristóteles a la ciencia moderna, como si la antigua presciencia estuviera a la altura de la madurez de la ciencia contemporánea.
Después de todo la ciencia moderna comenzó hace sólo cuatrocientos años aproximadamente y se ha desarrollado bastante desde los tiempos de Galileo y Newton y puede ser que cierta creencia que era perfectamente científica o como diría Laudan (epistémicamente fiable en el 1680, hoy ya no sería tal cosa gracias a la demarcación progresiva planteada a través de la historia de la epistemología Mahner (2013). En última instancia, aunque la distinción entre conocimientos fiables o epistémicamente válidos y poco fiables sea una instancia considerable, sigue siendo legítimo intentar delimitar una forma más restringida de la producción del conocimiento científico de otras maneras de adquisición de conocimiento, para lo cual se requiere de la estrategia demarcativa. Después de todo la ciencia y la tecnología aún se consideran epistemológicamente privilegiadas debido a su sistemático y riguroso enfoque como resultado de lo cual producen los más confiables conocimientos Mahner (2013). Según Mahner (2013) La ciencia y la tecnología no son sólo importantes por razones económicas, sino también porque como ciudadanos de una sociedad en condiciones de civilización y educación deberíamos poder tomar decisiones científicamente informadas en la vida personal de cada sujeto, en sus roles para la sociedad, la política y la cultura. Todos nos enfrentamos a preguntas que requieren la distinción entre ciencia y no ciencia.
“-¿Deberíamos confiar nuestra propia salud, así como la de otros a métodos diagnósticos o terapéuticos que no sean científicamente válidos? -¿Si no vale ninguna distinción entre la ciencia y pseudociencia y lo que no es ciencia o si se toma en serio la “validez igual” deberían los seguros de salud pública cubrir curas mágicas como la “medicina cuántica” o no comprobada su efectividad lo suficiente como la homeopatía o el tacto terapéutico, métodos que no son científicamente válidos? -¿Debería emplearse a los “dowers” para buscar personas enterradas por avalanchas o edificios derrumbados? -¿Debería la evidencia solicitada en juicios judiciales incluir análisis de carácter astrológico o testimonios de médiums? -¿Debería el dinero de los contribuyentes invertirse en la financiación de la “investigación” pseudocientífica, o es mejor la financiación de investigaciones científicas?” (Mahner, 2013. Pag, 48).
Las preguntas anteriores no son sólo cuestiones de política pública, sino también éticas y legales, ya que pueden implicar fraude o incluso homicidio negligente, por ejemplo, si un paciente muere porque fue tratado con el remedio de un curandero no probado anteriormente ni desarrollado a partir de ningún tipo de investigación. Nosotros podemos hacer caso a la necesidad de distinguir la ciencia de la pseudociencia. La necesidad de reivindicar la reflexión y utilidad de los criterios de
demarcación también puede servir para responder a problemas planteados en la educación científica. ¿Por qué enseñar astronomía en lugar de la astrología? ¿Por qué la física en lugar de la “física cuántica” de la que hablan ahora los místicos rosacruces? ¿Por qué la historia estándar y la arqueología en lugar de la teoría de los astronautas de Däniken? En general, ¿por qué deberíamos enseñar ciencias en vez de pseudociencias? Aún más generalmente, ¿cómo podemos informar sobre la naturaleza de la ciencia-uno de los temas centrales de la educación científica cuando incluso el filósofo de la ciencia (la de Laudan y similares) ha renunciado a caracterizar la naturaleza de la ciencia? pregunta Mahner (2013). Asimismo, Pigliucci (2013) argumenta contra Laudan que las justificaciones epistémicas que se acompañan de revisiones específicas individuales y no de esfuerzos generales, resulta ser bastante impráctico y muy restrictivo. Es decir, cuando una disciplina ha demostrado a lo largo del tiempo que carece de sentido y utilidad, demostrando la incapacidad de progresar en dicha área, parece que el tiempo mismo justifica la razón de archivar esta disciplina para dejarla de lado, sin concentrarse en nuevos esfuerzos o intentos de investigación dentro de ésta (Pigliucci utiliza a la astrología como un ejemplo de este tipo de disciplinas). En cambio, dentro de una disciplina científica que ha demostrado su éxito y dinámica, el consejo de analizar cada reclamación tiene sentido, precisamente porque la ciencia ha establecido métodos y un cuerpo de conocimientos contra lo cual la justificación epistémica de cualquier nuevo alegato puede evaluarse razonablemente. De esta forma, etiquetar algo de pseudociencia ayuda a identificar las disciplinas en las que es inútil llevar a cabo este tipo de ejercicios y que además evita invertir tiempo y/o dinero en algo que no tiene el potencial o la probabilidad de validez o éxito. Acerca del “fracaso” filosófico de la demarcación, la historia ha demostrado que se tiene un progreso y no un fracaso: Si bien Popper pudo haberse “equivocado” al creer que había resuelto el problema de la inducción y demarcación, lo cierto es que la propuesta popperiana que sirvió de reemplazo al razonamiento inductivo por el deductivo resultó ser una “buena jugada” que tuvo que ser analizada y debatida antes de considerar propuestas más sofisticadas (Puede objetarse lo de la inducción, pues la inducción en ciencia tiene un rol, en ese sentido podría cuestionarse que “reemplazar” sea una “buena jugada”), sin embargo “sí podría decirse que las ideas de Popper permitieron analizar otros aspectos de la cuestión y mejorar las propuestas previas y considerar unas más sofisticadas” Gerardo Primero (comunicación personal, 14 de Abril, 2017). La búsqueda conjunta de criterios para definir la ciencia y la pseudociencia buscando entender estas actividades humanas representa un avance, no un retroceso. Pigliucci agrega que el problema de demarcación posee gran relevancia ya que distinguir ciencia y pseudociencia trae consigo consecuencias de tipo personal, intelectual y de tipo monetario. Las distinciones en la ciencia marcan la diferencia entre la creación de políticas públicas que regulen las emisiones de efecto invernadero y las que hacen caso omiso a las advertencias de cambio climático; se marca también la diferencia entre establecer la
necesidad de conductas que benefician a la sociedad entera como el vacunarse y los actos que surgen en contra del conocimiento bien sustentado, como los que surgen de creer que las vacunas causan autismo entre otras cosas; marca la diferencia entre aceptar un diagnóstico y tratamiento basado en la evidencia, y la utilización de píldoras compuestas de simple agua y azúcar. Esto en un encuadre de beneficios/perjuicios (Pigliucci 2013).
Consideraciones sobre una demarcación factible
El primer paso hacia una demarcación factible es elegir una unidad de análisis más completa: campos más amplios de conocimiento, o campos epistémicos Mario Bunge (citado en, Mahner, 2013). A grandes rasgos, un campo epistémico es un grupo de sujetos, teorías y prácticas, con un objetivo de algún tipo. Tanto nosotros, la astronomía y la astrología o la física y la teología son campos epistémicos. Asimismo, tanto la biología en general como la ecología en particular son campos epistémicos. Los primeros ejemplos muestran que el conocimiento adquirido en un campo epistémico no necesita ser ni factual ni verdadero: podemos adquirir conocimiento sobre las entidades puramente ficcionales y no reales, y nuestro conocimiento puede ser falso o ilusorio. El segundo ejemplo ilustra que los campos epistémicos son más o menos inclusivos: forman jerarquías. La elección de campos de conocimiento como punto de partida nos permite muchas facetas de la ciencia, a saber, que es a la vez un cuerpo de conocimiento y un sistema social de personas incluyendo sus actividades colectivas. También tiene en cuenta que la ciencia es algo que no llegó a existir de forma momentánea y sólo gracias a la investigación, ya que se ha desarrollado durante varios siglos y a partir de una mezcla, progresión y superación de conocimiento ordinario, metafísica, e investigación no científica. En otras palabras, nos permite considerar no sólo la filosofía de la ciencia, sino también la historia, la sociología y la psicología de la ciencia Mahner (2013). Además, el estudio de campos epistémicos requiere también que analicemos sus componentes. De este modo, las unidades de menor nivel, tales como declaraciones, teorías, métodos y así sucesivamente, se pueden incluir como componentes necesarios a tomar en cuenta. En vista de este análisis, no es plausible que podamos establecer la demarcación con un único criterio o uno con pocas condiciones para determinar el estatus
científico de un campo de conocimiento Bunge (2010). Mahner agrega que esto puede funcionar en algunos casos, pero es probable que nos falle en otros. Por esta razón, es recomendable para hacerlo más factible disponer de una lista de criterios de demarcación tan completa como sea posible: toda una batería de Indicadores. Para ilustrar este punto, veamos una definición reciente de “pseudo ciencia” Por Hansson, (2009). Define una proposición como pseudo-científica si y sólo si satisface las tres condiciones siguientes: (1) se refiere a una cuestión dentro del dominio de la ciencia; (2) no está epistémicamente justificado, y (3) es parte de una doctrina cuyas proposiciones principales tratan de crear la impresión de que está epistémicamente justificadas. Esta definición ciertamente es para referencia rápida, trata únicamente de los componentes de nivel más bajo, a saber, las proposiciones. Según Mahner (2013) una demarcación propiamente dicha implica dar información del estado epistémico de un campo dado: se espera que nos informe por qué las teorías y prácticas de un campo determinado producen al menos un conocimiento confiable o incluso verdadero, mientras que algunos otros campos no lo hacen, para justificar tal evaluación se necesitan criterios normativos, y también los hay descriptivos. Por ejemplo, la falsabilidad se considera un criterio normativo (lógico- metodológico). A simple vista pareciera que los criterios normativos son los más relevantes para la demarcación epistemológica. Pero una mirada más cercana a la actividad colectiva de las comunidades de investigación, puede dar información sobre una característica importante en la ciencia, por lo que los criterios descriptivos también pueden funcionar en el proceso. La radiestesia es un campo que no tiene comunidad de investigación. La mayoría de Downers tienen sus propias teorías privadas sobre las presuntas leyes y mecanismos de la radiestesia, de lo que puede y no puede lograrse por ésta. A pesar de algunos problemas menores y sobre todo lingüísticos y no conceptuales, estas teorías son mutuamente incompatibles, no hay una teoría global compartida por la comunidad de downers o ningún método de evaluación global de teorías y metodologías, ningún mecanismo colectivo de corrección de errores, y así, sucesivamente. Así que la falta de una comunidad de investigación es un claro indicador de que lo que estas personas hacen no es ciencia. En consecuencia, puede resultar que una característica social como ésta, tenga un componente normativo también, sin embargo, los indicadores científicos no deben a priori, limitarse únicamente a criterios normativos. Mahner (2013) propone que existe una muy amplia serie de indicadores, como los siguientes que se pueden tener en cuenta para la distinción correspondiente. -¿Constituyen una comunidad de investigación, o son sólo una colección Individuos haciendo su propia cosa? -¿Está el grupo dado de personas libre para investigar y publicar lo que quieren, o son censurados por la ideología reinante de la sociedad en la que viven?
-¿El dominio del estudio consiste en objetos concretos, o contiene abstractas “energías” no comprobadas o “vibraciones”, si no fantasmas u otras entidades espirituales? -¿Cuáles son los supuestos de fondo filosófico del campo dado? -¿Admite también entidades o acontecimientos sobrenaturales? Tradicionalmente, un gran número de indicadores se encuentran en la lógica y metodología adoptada por un campo determinado: -¿Acepta los cánones de razonamiento válido y racional? -¿Son importantes los principios de no-circulación y no-contradicción? -¿Admite falibilismo o promueve el dogmatismo? -¿Cuán importantes son la testabilidad y la crítica? -¿Qué tan importante es el apoyo probatorio? -¿Se puede probar independientemente la fiabilidad de sus métodos o técnicas? -¿Tienen las teorías poder explicativo o predictivo genuino, o ambos? -¿Son fructíferas las teorías? -¿Son reproducibles los datos? -¿Existen mecanismos de eliminación de errores? -¿El campo toma prestado conocimiento y métodos de campos adyacentes? -¿A su vez informa y enriquece campos vecinos, o está aislado? -¿Los problemas abordados en el campo surgen naturalmente de la investigación o la construcción teórica, o son los problemas sacados de un sombrero? Esta lista puede ampliarse más, pero basta con estos ejemplos. La cantidad de posibles indicadores, tanto descriptivos como normativos, muestra que es improbable que cada uno de ellos se cumpla en todos los casos de demarcación. La parapsicología moderna genera mucha Investigación, algunas de los cuales incluso utilizan métodos estadísticos actualizados, pero ¿Es suficiente para considerarlo una ciencia? Por lo tanto, los indicadores mencionados, no constituyen un conjunto de condiciones individualmente necesarias y conjuntamente suficientes. La condición de racionalidad, por ejemplo, es ciertamente necesaria en un campo para contar como una ciencia, pero no es suficiente porque existen otras empresas humanas racionales. Si tenemos que renunciar a la meta de encontrar un conjunto de criterios suficientes y necesarios de demarcación científica, ¿cómo podemos realizar una demarcación entonces? Mahner (2013) ofrece una respuesta concluyendo que el resultado de análisis no debe ser por medio de criterios conjuntamente suficientes e individualmente necesarios, el resultado de tal examen sería una especie de “demarcación débil” en el sentido de que es
flexible, incluyendo el uso de términos más flexibles como delimitación, delineación o incluso solo distinción o simplemente, redefinir el concepto de “demarcación” clásico, mejor dicho aceptando un cambio conceptual, tal como acá se propone, esto es: que se debe evaluar entre ciencia y no- ciencia con herramientas como perfiles de criterios y con ello tener en cuenta indicadores particulares para campos específicos; en lugar de realizar una evaluación que bajo los mismos criterios y cumplimiento de todos los indicadores distinga igualmente para todos los casos entre ciencia y no ciencia. Dicho perfil se basaría en un análisis más exhaustivo, implicando que las razones que damos para clasificar un campo dado como pseudociencia, pueden ser bastante diferentes en otro. Por ejemplo, los criterios por lo que rechazamos la teoría y la práctica de la radiestesia como pseudocientífica pueden ser diferentes de los criterios por los que rechazamos el creacionismo. Se debe abandonar la idea de que un pequeño conjunto de criterios de demarcación se aplica a todos los campos del conocimiento por igual, permitiéndonos llegar a una categorización más detallada, compleja y racionalmente fundamentada. Por lo tanto, tampoco debemos abandonar “a sangre fría” la idea de la utilidad y necesidad de los criterios como mal propone Laudan, solamente que su necesidad no es cumplir una única lista global de criterios que deben puntuar positivo punto a punto necesaria y suficientemente, todas las áreas del conocimiento por igual, sino por clústeres específicos para cada uno de los casos dados.
V. Criterios de demarcación
El principio de Verificación
(Lat. verificare: demostrar la verdad). Se trata de uno de los principios de partida del positivismo lógico, según el cual básicamente, la autenticidad de las proposiciones acerca del mundo debe ser establecida en última instancia mediante su validación con los datos empíricos. Tal como fue formulado por el círculo de Viena, se sustenta en la tesis de que el conocimiento generalmente no puede superar el marco de la experiencia siempre que en él se distinguen la verificación inmediata de las afirmaciones. Antes de continuar, no hace falta advertir que inmediatamente se puede deducir que este principio reduce el saber del mundo a todo lo “dado inmediatamente” y priva de significado cognoscitivo a las afirmaciones científicas no comprobables directamente a través de la vía experimental. Sin embargo, existe una variante “débil” del mismo. Un abordaje más detallado Según Ayer (1984) es que se supone que el principio de verificación en efecto proporciona un criterio a través del cual es posible determinar si una sentencia es literalmente significativa o no. Una manera sencilla de formularlo sería decir que una sentencia tiene significado literal si y sólo si, la proposición que expresa es analítica o verificable empíricamente. Sin embargo, a esto podría objetarse que, si una sentencia no fuera literalmente significativa, no expresaría una proposición; pues comúnmente se da por hecho que toda proposición es verdadera o falsa, por lo tanto, decir que una sentencia expresa lo que es verdadero o falso equivaldría a decir que es literalmente significativa. En ese sentido si este principio se hubiese formulado de tal forma, no solo podría decirse que sería incompleto como criterio de significado, ya que no
comprendería el caso de las sentencias que no expresan proposición alguna en absoluto. Sino también sería inútil en razón de que la pregunta que debería contestar tendrá ya que haber sido contestada antes de que se lo pudiese aplicar. En su obra “Lenguaje, verdad y lógica” Ayer introduce un principio que trata de salvar esa dificultad del criterio de verificación, a través de “proposiciones presuntas” y de proposiciones que una sentencia “pretende expresar”; recurso que de hecho es interesante y salva un poco la cuestión, sin embargo, como el mismo Ayer admite, no es satisfactorio al cien por ciento. Rápidamente se puede esbozar que el uso de palabras como “presunto” y “pretender” llevan a consideraciones psicológicas- cognitivas, en las que el autor no profundiza, él mismo admite que no es su intención hacerlo. En segundo lugar, en el caso de que la “proposición presunta” no fuera ni analítica ni verificable empíricamente, “de acurdo con esta forma de hablar parecería que no hay nada que la sentencia en cuestión pueda propiamente decirse que exprese” (Ayer, 1984). Pero si una sentencia no expresa nada, parece haber una contradicción en decir que lo que expresa es empíricamente inverificable; pues aun si se dictamina, por esa razón, que la sentencia carece de sentido, al referirse a “lo que expresa” aún parece implicar que hay algo expresado. Ayer propone que una forma de resolver estas dificultades radica en aplicar el principio de verificabilidad a las sentencias exclusivamente, olvidándose de hacer referencia a las proposiciones y aunque esto parezca ingenuo o ridículo Ayer los desglosa extendiendo el uso de la palabra proposición entre otros arreglos que proporciona a lo largo del texto, tales como esta “segunda” formulación del principio de verificación, según la cual un enunciado se considera literalmente significativo si, y solo si, es o bien analítico o bien verificable empíricamente. Pero, ¿Cómo hay que entender en este contexto el término “verificable”? En este punto es cuando Ayer recurre a la distinción entre un “sentido fuerte” y uno “débil” del término “verificable” en donde sí se dice que una proposición es verificable, en el sentido fuerte del término, si y sólo si, su verdad puede establecerse en forma concluyente mediante la experiencia, pero que es verificable en el sentido débil, si es posible que la experiencia la haga probable, y además de ofrecer mayor profundidad en esta explicación también argumenta que es solo el sentido débil del término el que requiere su principio de verificación. Esto si se supone de ello también una ventaja práctica, como él mismo argumenta (Ayer, 1984). Tal pequeña profundización anterior es valiosa para extender el entendimiento del principio de verificación e incluso suscitar al lector su abordaje más adecuado, sin embargo, no es de incumbencia en este texto continuar en tales detalles que, si bien son importantes, no constituyen gran parte del camino a seguir.
Karl Popper
Concepción Popperiana sobre el Progreso de la Ciencia (Falsacionismo)
Para Karl Popper (citado en Jaramillo y Aguirre, 2004) el desarrollo de la ciencia es algo innegable, de hecho, es indispensable para el carácter racional y empírico del conocimiento científico, de esta forma, si la ciencia deja de desarrollarse, pierde este carácter. Popper (1980) expone que “el problema central de la epistemología ha sido siempre, y sigue siendo, el problema del conocimiento. Y el mejor modo de estudiar el aumento del conocimiento es estudiar el del conocimiento científico”. Para Popper el conocimiento científico nace de los problemas y no de la verificabilidad de hechos empíricos; cualquier pretensión de usarla como principio de sentido, conduciría la ciencia a su aniquilamiento. (La falsabilidad es un criterio de demarcación, pero no de sentido) (El modelo básico de razonamiento que se utiliza en el deductivismo es el modus Tollens: de «si H, entonces c, y no-c», se infiere (deductivamente) «no-H» Frente al inductivismo el deductivismo sustenta que las inferencias que se utilizan en el método científico han de ser deductivas. En contraste también con el inductivismo, la concepción deductivista de la ciencia sostiene que no hay observación empírica sin una teoría previa que la guíe y sobre la cual los resultados de la observación, puedan acomodarse, así supone el desarrollo de las siguientes fases sucesivas: Conjetura, deducción de una conclusión, falsación, eliminación de hipótesis falsas o rechazadas). El criterio de la falsabilidad se sustenta en esta tesis lógica. Desde esta perspectiva, si de una teoría derivan una serie de consecuencias y, a su vez, somos capaces de formular enunciados contradictorios con dichas consecuencias, tenemos entonces una serie de falsadores potenciales de la teoría. Popper propone que el progreso de la ciencia no se trata de una acumulación de observaciones, sino del repetido y sistemático derrocamiento de teorías científicas y su reemplazo por otras mejores o más satisfactorias, por decirlo de alguna manera.
Tal derrocamiento no se produce precipitadamente, sino gracias a los esfuerzos de los científicos por diseñar experimentos y observaciones más detalladas con el fin de testar (corroborar) las teorías, especialmente las teorías nuevas (Popper, 1980). En tal sentido, propone un método alternativo al inductivismo: la interpretación deductivista, denominada falsación, método que sirve no sólo como criterio de demarcación, sino también como un mecanismo para poner a prueba teorías hallando para ellas falsadores potenciales y facilitar, en conclusión, el desarrollo y evolución de la ciencia (Jaramillo y Aguirre, 2014). Para alcanzar y lograr una buena teoría, Popper propone una forma de metodología que parte de la investigación de problemas que se esperan resolver. Frente a estos se ofrece una solución tentativa por medio de la formulación de teorías, conjeturas, hipótesis. Las diversas teorías competitivas son comparadas entre sí y discutidas críticamente con el objetivo de detectar sus deficiencias. Al final, surgen los resultados de la discusión crítica, esto, para Popper se denominaría “ciencia del día” (Jaramillo y Aguirre, 2004). Para Popper, entonces, la ciencia se construye de un conocimiento hipotético y conjetural. Toda teoría debe someterse a testeo; con todas las “armas” de nuestro arsenal lógico, matemático y técnico (tecnológico), tratando de socavar las hipótesis falsas por medio de la demostración; la teoría que resista la mayor cantidad de test cruciales, puede considerarse como una buena teoría científica; es decir, una “teoría que nos dice más, o sea, que contiene mayor cantidad de información o contenido empírico; que es lógicamente más fuerte; que tiene mayor poder explicativo y predictivo; y que, por ende, puede ser testada más severamente comparando los hechos predichos con las observaciones” (Popper, 1980). Los científicos, al formular sus teorías, deben según esto, otorgar menos relevancia a la probabilidad y más a la verosimilitud. Con esto es necesario dejar claro el concepto de verdad según Popper, a saber, el mismo que comparte Tarski (el mismo que más adelante se detalla a profundidad en cuanto al realismo científico): verdad como correspondencia con los hechos. El científico, siempre trata de hallar teorías verdaderas, o al menos, teorías que estén más cerca de la verdad que otras. La verdad, se torna para el científico en un principio regulador, que si bien, no le permite saber que es poseedor de la verdad, al menos le sirve para comprender que aún no la ha alcanzado y que debe procurar el conocimiento que sistemáticamente se aproxime mejor a ella. Ahora bien, si se comparan los contenidos de verdad (Ctv) y los contenidos de falsedad (Ctf) de dos teorías T1 y T2, ¿cómo se puede determinar que T2 es más semejante a la verdad o corresponde mejor a los hechos que T1? Para ello deben reunirse dos condiciones: El contenido de verdad (Ctv), pero no el contenido de falsedad (Ctf), de una Teoría 2 (T2) es mayor que el de la Teoría 1 (T1). El contenido de falsedad de T1, pero no su contenido de verdad, es mayor que el de T2. Preferimos T2, que ha pasado ciertos test severos, a T1, que ha fracasado en esos test, puesto que una teoría falsa es ciertamente peor que otra que, de acuerdo con nuestro
conocimiento, puede ser verdadera (Popper, 1980).
Planteamientos de Kuhn sobre la práctica científica. Kuhn de 1962 y sus planteamientos posteriores a “la estructura de las revoluciones científicas”.
En su famosa y controversial obra “la estructura de las revoluciones científicas”, Kuhn expone sus tesis fundamentales de una manera “sencilla” y con abundancia de ejemplos extraídos de la historia de la ciencia. Según Jaramillo y Aguirre (2004) en estas tesis se hallan elementales conceptos como enigma, anomalía y revolución científica, cuya aceptación depende de los componentes psicológicos y sociológicos propios de la comunidad científica. Su propuesta también aborda la diferencia entres la “ciencia normal”, “ciencia extraordinaria” y la concepción de paradigma, siendo este último concepto el que influiría reflexiones posteriores. En primer lugar, será preciso establecer las diferencias entre ciencia normal y extraordinaria. La ciencia “normal”, practicada por una comunidad científica madura, puede determinarse en gran medida y con relativa facilidad a través de la inspección o revisión de los paradigmas que la conforman. Pese a las dificultades que el término paradigma encierra, por incluir conceptos aparentemente heterogéneos, puede conservarse la siguiente definición: “Los paradigmas son realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante mucho tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica” Kuhn (2001). Kuhn, T. (2001). La estructura de las revoluciones científicas. México. Fondo de cultura económica. Todo paradigma indica seguridad, terreno firme, alto grado de certeza. Puesto que un paradigma es aquello que comparten los miembros de una comunidad científica y, a la inversa, la comunidad científica consiste en sujetos que comparten un paradigma Kuhn (2001). En este sentido el investigador científico se apoya en los paradigmas para desarrollar su práctica científica, Las revoluciones científicas nacen de la necesidad de buscar nuevas formas de explicar los hechos, puesto que las explicaciones “viejas” no les satisfacen. Según los primeros planteamientos de Kuhn los paradigmas atraen y son válidos durante un tiempo para un grupo de científicos, también, son incompletos, al dejar
problemas que “se les escapan” para ser resueltos por la comunidad científica. Dicho esto, es posible volver a abordar el concepto de “ciencia normal”, ésta puede asimilarse como una resolución de enigmas instrumentales, conceptuales y matemáticos, considerándose con ello un “experto” a quien después de ser preparado en el estudio de los paradigmas compartidos por la comunidad científica particular con la que trabajará más tarde, logre con éxito resolver los enigmas planteados. Los científicos que hacen parte de la “ciencia normal” apoyados en el paradigma vigente, buscan, además de otras cosas, determinar los hechos significativos, acoplar los hechos a la teoría y de esta manera articular la teoría (Jaramillo y Aguirre 2004). En suma, el “científico normal” al aceptar un paradigma intenta hacer “encuadrar” los fenómenos de la naturaleza dentro del so modelos que el paradigma “impone”. “Esto posibilita el desarrollo del conocimiento dentro de la actividad científica normal, y obligar a la comunidad científica a resolver los problemas que el paradigma plantea” (Jaramillo y Aguirre 2004). Así pues, el fundamento de esa actividad “normal” radica en la determinación del hecho significativo, acoplando los hechos a la teoría, la ciencia normal no tiende hacia novedades fácticas y, cuando tiene éxito, no descubre ninguna (Kuhn, 2001). Fasce (2016) resume esto de la siguiente manera: “La estructura de las revoluciones científicas” presenta a la ciencia como dividida en dos etapas diferentes. Primero, la ciencia “normal”, en la que los científicos se encargan de resolver rompecabezas dejando amplias parcelas de creencias intocables, aceptándose de forma dogmática. Según (Jaramillo y Aguirre 2004) es precisamente esta última afirmación la que abre campo para abordar el concepto de ciencia “extraordinaria” o más conocida como ciencia en crisis. Hay una serie de fenómenos que no se dejan asimilar por los paradigmas existentes, que a pesar de estar presentes, en ocasiones no son percibidos por los científicos de “la ciencia normal”; tales fenómenos son precisamente las anomalías que indican una dificultad o imposibilidad de acoplamiento con el paradigma existente, podría pensarse que son un enigma más de la ciencia normal; pero, su dificultad aglomera cada vez más un mayor número de científicos que intentan resolverlo (es tal su exigencia), estableciendo hipótesis ad hoc, hasta hacerse confusas para la ciencia normal. Según Kuhn, (2001) esto lleva a desacuerdos entre los practicantes de la ciencia quienes empiezan a dudar, incluso, de las anteriores soluciones dadas por el paradigma y, finalmente, culminan en la de un nuevo candidato a paradigma y la lucha para que éste sea aceptado: Cuanto más preciso sea un paradigma y mayor sea su alcance, más sensible será como indicador de la anomalía. Por consiguiente, otorga espacio para el cambio de paradigma. Vale aclarar que mientras no se disponga de un sustituto el paradigma en crisis deberá ser sostenido. Ese paso de un paradigma a otro, según Kuhn (2001) se da de forma abrupta, es decir no es gradual, se trata de “verdaderas revoluciones” las que ocurren en esta transición. En tiempos de “revolución” el científico “normal” debería educarse, “empezar a habitar un
hogar distinto” y ver las mismas cosas de “formas diferentes”. De igual forma la ciencia debe redefinirse; pues al cambiar los problemas, deberían pues cambiar las normas. Acá entra el concepto de “inconmensurabilidad” de Kuhn, básicamente según esto, la tradición científica normal que surge de una revolución científica es no sólo incompatible sino a menudo también realmente incomparable con la anterior (Kuhn, 2001). “Los paradigmas no son ni mejores ni peores, sólo diferentes. Son ‘inconmensurables’, establecen sus propios sistemas de racionalidad internos. No hay diálogo posible entre ellos como no hay diálogo posible entre un coral y un murciélago” (Fasce 2016). Vale en este punto tener en cuenta la clara oposición al falsacionismo, pues el hecho de rechazar un paradigma, conlleva el que otro lo reemplace. Por lo tanto, hasta el grado en que se dedique a la ciencia normal, el investigador es un solucionador de enigmas, no alguien que ponga a prueba los paradigmas (falsacionismo), puesto que para Kuhn (2001) los fracasos no rechazan del todo las teorías. Según este primer Kuhn, no hay una forma racional de cambio inter-teórico, sólo se puede preferir y elegir entre paradigmas por meras simpatías personales, de la misma comunidad científica. Porque la ciencia revolucionaria es puro marketing. Y ya está. Eso es el primer Kuhn (Fasce, 2016). “Para Popper, la ciencia siempre está en un estado de revolución, de cambio, de innovación. Para Kuhn, sin embargo, la revolución científica es un hecho aislado, puntual, localizado históricamente, separado del siguiente por largas etapas de ciencia normal.” (Sequeiros, 2012). Pero Kuhn no era tonto, tuvo algunas ideas importantes y destacables que favorecieron reflexiones posteriores. Lo que puede suceder con sus primeras ideas, con el soporte de sus propias ambigüedades y tal vez, exageraciones, es que fueron extralimitadas; a Kuhn, le llegaron a llamar “peligro público” por el relativismo y la visión irracional de la ciencia presentes en “La estructura de las revoluciones científicas”, se pasó todo el resto de su vida tratando de remediar el daño causado. Se acabó retractando prácticamente de la mayoría de sus posturas expuestas anteriormente. Los paradigmas pasaron a ser “matrices disciplinares” mucho más moderadas, elaboró incluso un criterio de demarcación basado en la existencia de ciertos valores positivos en la ciencia e incluso rebajó aquello sobre la irracionalidad de las revoluciones (Fasce, 2016).
La controversia de 1965
Según autores como Sequeiros (2012) y Jaramillo y Aguirre (2004) entre otros, la década de los 60 marca un antes y un después de la filosofía de la ciencia. Un acontecimiento posterior a la publicación de la “estructura de las revoluciones científicas” marca lo que será la epistemología hasta el final del siglo. Precisamente en 1965 se celebró en Bedford Collage en Princeton un seminario internacional de la Filosofía de la ciencia. Cuando Popper Kuhn y otros reconocidos autores se encontraron en este coloquio internacional, las teorías ya descritas eran ya ampliamente conocidas y las simpatías por uno y por otro autor eran evidentes; sin embargo, nunca como en ese escenario (Jaramillo y Aguirre 2004). Las conclusiones que de este coloquio derivaron fueron de gran importancia para lo que en adelante venía en epistemología y la honestidad de los debates fue de gran importancia para aclarar posturas, perfilar problemas y diseñar intentos de comprensión y de síntesis. El pensamiento de Kuhn fue expuesto claramente, y aunque su postura era minoritaria, le obligó a reformular muchas de sus propuestas anteriores e intuiciones. Conocer algunos de los puntos del debate puede ser de gran interés por cuanto ayudan a repensar la naturaleza y a entender la transición que tuvo el pensamiento de Kuhn. siendo así Allí se hicieron frente debates entre dos modelos epistemológicos diferentes: por un lado, el modelo netamente racionalista, asentado e incuestionable hasta entonces de Karl R. Popper; por otra parte, el modelo historicista, psicológico y sociológico, defendido y propuesto como innovador por el filósofo Thomas Samuel Kuhn. Los ejes de las controversias fueron los siguientes: El debate lo inicia Kuhn, esta primera intervención titulada ¿Lógica del Descubrimiento o psicología de la investigación? En donde destaca que la diferencia de pensamiento con Popper, son menos que los puntos de contacto, entre los cuales señala: Ninguno de los dos concibe la ciencia como una empresa que progrese de forma acumulativa, ambos coinciden pues en que “el análisis del desarrollo del conocimiento científico debe tener en cuenta el modo como la ciencia trabaja en realidad” (Kuhn, 1975). Y, por otro lado, no existe, a decir de Kuhn, mayor diferencia con Popper respecto a la tesis de la falsación. Sin embargo, Kuhn critica un aspecto fundamental de Popper, menciona que él, está convencido de que un científico construye hipótesis y las contrasta con la experiencia, estas contrastaciones cumplen la función de explorar las limitaciones de la teoría aceptada o de amenazar lo más posible a una teoría vigente. Entonces la ciencia crece no a través de la acumulación de conocimiento sino por un “derrocamiento revolucionario” de una teoría aceptada y su reemplazo por otra mejor. Es decir, según Kuhn (1975) Popper está teniendo
en cuenta supuestamente una sola cara de la moneda porque no considera la diferencia crucial entre ciencia normal y ciencia extraordinaria. Es decir que Popper solo analiza supuestamente lo que ocurre en tiempos de crisis a la ciencia, pero descarta de su análisis la práctica “normal” de la ciencia. Por su parte Karl Popper en su ponencia “la ciencia normal y sus peligros”, acepta el concepto general de lo que Kuhn describe como “ciencia normal”. Sin embargo, advierte las consecuencias que este concepto pueda tener; Popper precisa que la ciencia es un edificio; pero apunta que el científico trabaja para mejorarlo sin necesidad de destruirlo. En su defensa, Popper también argumenta que en modo alguno desconoce el hecho de que “los científicos desarrollan necesariamente sus ideas dentro de un marco general teórico definido” (Popper, 1980). De hecho, Karl Popper (citado en, Jaramillo y Aguirre 2004) también cita in extenso el primer párrafo del prefacio a la primera edición de 1934 de “la lógica de la investigación científica” donde evidencia de forma clara que sí ha tenido en cuenta la situación “normal” de un científico, semejante a lo planteado por Kuhn. Popper no cree en las “revoluciones”, en cambios drásticos. A su vez para Popper no hay una diferencia radical entre ciencia normal y extraordinaria, sino que se encuentran varios matices entre éstas, siendo no tan tajante la escisión como la hace ver Kuhn. Argumenta que el científico “normal” es un sujeto a quien hay que tener pena Sequeiros (2012) y Jaramillo y Aguirre (2004). Pues ningún científico honesto considera que hace ciencia normal; Popper define esa actividad normal como:” la actividad de los profesionales no revolucionarios, o, dicho con más precisión, no demasiado críticos; del estudioso de la ciencia que acepta el dogma dominante del momento; que no desea desafiarlo; y que acepta una teoría revolucionaria nueva sólo si casi todos los demás están dispuestos a aceptarla, si se pone de moda” (Popper, 1975). Puede advertirse con Popper, que, si esa es la forma “normal” con la que los científicos asumen su trabajo, ésta actitud es en modo sumo perjudicial a la ciencia misma en tanto producto humano, en tanto que condena al científico a un adoctrinamiento tal que le impide progresar más allá de su práctica, cuestionar el paradigma que defiende y ser creativo. Para Popper, por tanto, la labor que ejerce el científico dentro de la “ciencia normal”, es de alguien que desarrolla una ciencia poco crítica y reflexiva; es decir, petrificada y agonizante; que asume los paradigmas de forma ingenua sin someterlos a procesos de conjetura y refutación permanente (Jaramillo, 2004). Popper asegura y se busca reiterar con esto algo que ya se había mencionado anteriormente, que ninguno de los científicos registrados en las memorias de la historia de la ciencia, fueron “científicos normales” propiamente dichos. Popper menciona un ejemplo claro para ilustrar su postura: Charles Darwin, no es precisamente un ejemplo de revolucionario, pero, tal vez a pesar de ello, su obra está inundada de problemas genuinos que continuamente compiten buscando posibles soluciones. No basta entonces a un científico dedicarse a resolver enigmas o rompecabezas, a lo que se enfrenta es a problemas reales (Popper, 1975).
Para finalizar, en otra de las intervenciones del seminario de Bedford College, la profesora Margaret Marterman (citada en, Sequeiros, 2012) se refiere al concepto kuhniano de paradigma (su ponencia se titula La naturaleza del Paradigma). Analiza este concepto en Kuhn el primero y quizá más importante de sus análisis es reconocer la dificultad del mismo Kuhn para definir lo que es un Paradigma. Una lectura atenta de sus obras lleva a la conclusión de que existen hasta 21 definiciones diferentes de lo que es un paradigma. Por tanto, este concepto es problemático en la misma epistemología kuhniana Sequeiros (2012). Cabe recomendar la lectura de otras ponencias de este seminario tales como: “Falsación y metodología de los Programas de Investigación Científica” de Irme Lakatos a favor de Popper; Peirce Williams también dio su opinión en su ponencia “Ciencia Normal, Revoluciones Científicas e Historia de la Ciencia”; Stephen Toulmin, quien se pregunta: ¿Es adecuada una distinción entre ciencia normal y ciencia revolucionaria? Toulmin, coherente con su epistemología “darwinista”, pone en cuestión muchos de los conceptos básicos kuhnianos y la ponencia completa de Margaret Marterman. A este acontecimiento se le reconoce como una de las reuniones de filosofía de la ciencia más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Tuvo la virtualidad de hacer madurar, modificar, matizar y rectificar muchas de las posturas que se habían defendido en solitario durante treinta años. El desarrollo del debate puede encontrarse en el tomo cuatro de las Actas: Lakatos, I. Y. Musgrave, A. edit. (1970) Criticism and the growth of knowledge (Cambridge, University Press). En español: La Crítica y el desarrollo del Conocimiento (Grijalbo, Barcelona, 1975).
El “segundo” Kuhn
Habiendo revisado parte del anterior evento mencionado, quedan claro por qué los hay autores que han querido ver “otro” Kuhn a partir del enfrentamiento con Popper en 1965. Esto llevó a Kuhn no sólo a clarificar su postura sino incluso a modificar su posición. Desde entonces, Kuhn es más cauto en el uso de la palabra mágica (paradigma) que es sustituida por la de matriz disciplinar como ya se mencionó anteriormente. Se debe comenzar por describir la matriz disciplinar, la cual está formada por tres elementos clave:
Las llamadas “generalizaciones simbólicas”, que se refieren a los componentes formales de la matriz disciplinar. Los “modelos”, que son guías para la investigación. Los “ejemplares” o problemas concretos y los “valores compartidos” por los científicos. En la Tensión Esencial (1996) Kuhn hace una distinción interesante entre “descubrimientos predichos por la teoría” y “descubrimientos predichos fuera de la teoría”. Los primeros pertenecen a las unidades del modelo y los segundos a los llamados “enlaces” o “puentes” que se establecen entre dos matrices disciplinares sucesivas. Kuhn intenta especificar cuáles son los factores objetivos que pueden servir de criterio para discernir entre una buena teoría y una teoría científica rechazable (Sequeiros, 2012). Las cinco características demarcatorias propuesta por Kuhn son las siguientes:
1. Una teoría debe ser rigurosa dentro de su dominio, es decir, las consecuencias deducibles de la teoría deben estar en demostrado acuerdo con los resultados de los experimentos y observaciones existentes. 2. Una teoría debe ser consistente, no solamente internamente o consigo misma, sino también con otras teorías aceptadas actualmente y aplicables a aspectos de la naturaleza relacionadas con dicha teoría. 3. Debe tener un amplio campo de aplicación: en primer lugar, está designada para explicar observaciones particulares, leyes o subteorías. 4. Estrechamente relacionado con el anterior, debe ser simple, introduciendo orden a los fenómenos que, en su ausencia, la ausencia de la teoría, estarían aislados individualmente y, en conjunto, confusos. 5. Un punto algo menos convencional, pero de especial importancia para las decisiones científicas efectivas, una teoría debe ser fructífera respecto a nuevos descubrimientos de investigación, esto es, debe revelar nuevos fenómenos o relaciones anteriores no señaladas entre aquellas ya conocidas (Sequeiros, 2012), (Kuhn, 1996). La filosofía de Kuhn tuvo un impacto con respecto a las ideas de progreso y racionalidad, sin embargo, lo tomó por sorpresa la manera en cómo su trabajo produjo una crisis de la racionalidad. Más tarde, se retractó, escribiendo que él nunca pretendió negar las virtudes comúnmente asociadas con las teorías científicas. Las teorías deberían ser precisas esto es, adecuarse al so experimentales existentes; deberían ser internamente consistentes y consistentes con otras teorías aceptadas, amplias en alcance y ricas en consecuencias, simples en estructura y organizar los hechos de una manera inteligible, ser fructíferas y descubrirnos nuevos sucesos, nuevas técnicas y relaciones (Hacking, 1996).
Los programas de investigación científica de Irme Lakatos
Las teorías que componen un programa de investigación, pueden presentar “cambios progresivos” o “cambios degenerativos” Por programa de investigación científica entiende Lakatos una configuración de teorías interconectadas, ninguna de las cuales se considera totalmente autónoma por lo que es difícil descartar teorías individuales sin hacer referencia al programa de investigación como un todo; no es más, entonces, que un conjunto de reglas metodológicas, heurístico positivas unas y heurístico negativas otras, que nos definen cuáles son los senderos a seguir y cuáles los problemas a evitar para la elaboración de nuevas teorías. (Lakatos, 1989) Es decir, una cadena de teorías T1, T2, etc.… es progresiva si satisface los siguientes requisitos, Irme Lakatos (citado por Blaug 1985, pág. 56):
“- Tn tenga un contenido empírico excedente sobre Tn-1, es decir que Tn predice hechos nuevos, improbables e incluso prohibidos por Tn-1. - Tn explique el éxito previo de Tn-1, todo contenido no refutado de Tn-1 está contenido en Tn. - Tn tenga corroborado algo o todo el exceso de contenido.” Si no ocurre lo anterior, el cambio es degenerativo.
De otra manera más digerible, Blaug (1985) explica que Lakatos separa dos tipos de programas de investigación: Un programa de investigación científico será calificado de progresivo si las sucesivas formulaciones del programa representan un aumento de su contenido empírico con respecto a la formulación anterior y además este aumento de contenido resulta contrastado con la realidad. Como señala el mismo Lakatos (1989): En ciencia aprendemos de la experiencia no la verdad (o probabilidad) ni la falsedad (o improbabilidad) de las teorías, más bien del progreso y degeneración empíricas, particulares de cada uno de los programas de investigación científica (P.I.C). Por otra parte, la característica fundamental de los programas degenerativos es que brindan soluciones “a posteriori”, tratando de acomodarse a cualquier hecho ya observado. También tener en cuenta que no todo programa es científico de manera perpetua, pues puede pasar de cumplir los criterios de demarcación, o sea, ser progresivo, a con el tiempo en evidencias, volverse un programa degenerativo y perder su rigor. Para él, la unidad básica de evaluación no debe ser una teoría o conjunto de teorías aisladas, sino un “programa de investigación” con un núcleo aceptado por convenio y con una heurística positiva que (define problemas que abordar, traza las líneas generales de la
construcción de un cinturón protector de hipótesis auxiliares; es decir, respuestas tentativas a problemas que deben ser puestas a prueba y una vez esto sea así, ser desechadas o aceptadas e incluidas como complemento de las teorías), prevé anomalías y las convierte victoriosamente en ejemplos, todo ello según un plan preconcebido, esto significa que el núcleo central (que está contenido dentro de la heurística negativa de un programa) puede sobrevivir a refutaciones, mientras que el resto está abierto al rechazo o mejora (falsacionismo sofisticado), haciendo perfectible la empresa científica (Lakatos, 1989). En otras palabras, según esto el cinturón protector es en el que se desarrollan las hipótesis capaces de ser expuestas a contrastación empírica y por lo tanto el que resiste el peso o los “balazos” de las contrastaciones realizadas a los conjuntos de teorías, no por ello significa que sea infalible, al contrario el cinturón es flexible a irse ajustando, reajustando o incluso ser sustituido según las evidencias, es así que mediante esa adaptación, se están cumpliendo los requisitos para que la cadena de teorías presente los cambios progresivos de los que se habló anteriormente y así sea perfeccionado el contenido del núcleo fuerte del programa y de esa forma se haga más denso. En palabras de Lakatos (1989) la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica, el marxismo, son todos ellos programas de investigación dotados de un cinturón protector flexible, de un núcleo firme característico pertinazmente definido, y de una elaborada maquinaria para la solución de problemas. Todos, en cualquier etapa de su desarrollo presentan problemáticas para resolver anomalías no asimiladas. ¿Pero todas las teorías son igualmente buenas? Hay que distinguir entonces un programa de investigación progresivo de uno regresivo. Asimismo, en contraposición a Popper esa diferencia no puede radicar en que algunos aún no han sido refutados, mientras que otros ya están refutados. Cuando Newton publicó la Principia, se sabía perfectamente que ni siquiera podía explicar adecuadamente el movimiento de la luna; de hecho, esto representaba un problema al que los heurísticos positivos del programa Newtoniano debían enfrentarse. Kaufman, otro físico destacado y poco conocido, intentó refutar la teoría de la relatividad en el mismo año que fue publicada. Pero todos estos programas de investigación que Lakatos menciona admirar, cumplen con una característica en común. Todos ellos predicen hechos nuevos, hechos que previamente ni siquiera habían sido considerados o que incluso habían sido contradichos por programas previos o rivales (Lakatos, 1989). Una característica notable de la obra de Lakatos son los abundantes ejemplos de la historia de la ciencia, uno de ellos también acerca de Newton es que en 1696 cuando Newton publicó su teoría de la gravitación había dos teorías en circulación relativas al movimiento y otras características físicas de los cometas y otras de orden teológico. La más popular era la de origen teológico que consideraba a los cometas una señal de Dios, un Dios irritado que advertía que iba a golpear y a ocasionar un desastre. Otra, menos conocida fue la de Kepler ésta defendía que los cometas se trataban de
cuerpos celestes que se movían en líneas rectas. Ahora bien, según la teoría de Newton, algunos de ellos se movían en hipérbolas o parábolas y nunca regresaban y otros en elipses ordinarias. Halley, que trabajaba en el programa de Newton, calculó, observando un tramo reducido de la trayectoria de un cometa que éste regresaría 72 años después, calculo que tenía una precisión de minutos cuando se le volvería a ver en un punto definido del firmamento. Efectivamente así mismo sucedió, tal como el programa de Newton, había predicho a partir de los cálculos de Halley. De modo análogo los científicos newtonianos predijeron la existencia y movimiento exacto de pequeños planetas que nunca habían sido observados con anterioridad. Según las ilustraciones anteriores lo que se debe evaluar son configuraciones de teorías con más o menos similitud o programas de investigación, entre sí, o sea, evaluar “Reglas metodológicas: algunas nos dicen las rutas de investigación que deben ser evitadas (heurística negativa), y otras, los caminos que deben seguirse (heurística positiva)” (Lakatos, 1989, pág. 65). Lakatos, citado por Vaquera (2006) “El científico se mueve naturalmente como pez en el agua en la ciencia de su especialidad, pero en lo tocante al saber sobre la ciencia, la epistemología, muchos científicos saben tan poco como los peces de hidrodinámica”. En palabras de Mark Blaug (citado en, Gómez, s.f): “Lakatos es menos duro con la ciencia que Popper, pero mucho más duro que Kuhn, y se siente siempre más inclinado a criticar la mala ciencia con la ayuda de una buena metodología que a evaluar las especulaciones metodológicas recurriendo a la práctica científica” En conclusión, una disciplina será científica si y sólo si, ésta progresa como programa de investigación. De no ser por la generación de nuevo conocimiento y el progreso científico, entonces se estaría hablando de una disciplina no científica. Si hablamos de una disciplina que no genera nuevo conocimiento, que no progresa y que además se hace ver como si en verdad cumpliera este requisito, hablamos de una pseudociencia, y cabe también, con variaciones, para las otras distinciones que incluyen las No ciencias que no necesariamente son catalogadas como pseudociencias. La propuesta de los programas de investigación mostró tener gran influencia en los trabajos posteriores de autores como Paul Thagard, Daniel Rothbart y George Reisch. Los trabajos de Lakatos y los demás que siguieron la misma línea, ayudaron a formular y aclarar un punto clave en los conceptos de ciencia y pseudociencia: la ciencia es una actividad que progresa, que continúa en proceso y las disciplinas que se identifican como ciencias se complementan mutuamente con conocimientos ya obtenidos.
La propuesta multicriterio de Mario Bunge.
Antes de exponer los criterios propiamente dichos conviene exponer los principios filosóficos que según Bunge (2010) deben ser tácitamente satisfechos por las ciencias maduras (física, química, biología); y parcialmente satisfechos por las ciencias inmaduras o en desarrollo (psicología y ciencias sociales) y los cuales son violados en su mayoría por las pseudociencias. En este sentido, según el autor, también, cualquier filosofía capaz de comprender y promocionar la investigación científica debe reunir tales características:
-Lógica. Coherencia interna y cumplimiento de las reglas de la inferencia deductiva; aceptación de la analogía y la inducción como medios heurísticos sin afirmar a priori la validez de los argumentos analógicos o inductivos. -Semántica. Teoría realista del significado como referencia propuesta (denotación). y a diferencia de la extensión- unida al sentido o la connotación. Y una concepción realista de la verdad fáctica acerca de los hechos como adecuación de una proposición a los hechos a los que se refiere.
-Ontológica:
-a: Materialismo (naturalismo). Todas las cosas reales son materiales (poseen energía) y se ajustan a algunas leyes (causales, probabilísticas o ambas). Los procesos mentales son procesos cerebrales y las ideas en sí mismas (aunque sean verdaderas o útiles) son ficciones. -b: Dinamismo. Todos los objetos materiales se hallan en flujo. -c: Sistémismo. Toda cosa es un sistema o un componente (potencial o real) de un sistema. -d: Emergentísmo. Todo sistema tiene propiedades (sistémicas o emergentes) de las que los componentes individualmente carecen.
-Gnoseológica:
-a: Realismo científico. Es posible acceder al conocimiento de la realidad, al menos de forma parcial y gradual, y se supone que las teorías científicas representan partes o características del mundo real, aunque sea de forma imperfecta.
-b: Escepticismo moderado. El conocimiento científico es tanto falible como mejorable. Sin embargo, algunos hallazgos por ejemplo que existen átomos y campos- son adquisiciones firmes. -c: Empirismo moderado. Todas las hipótesis fácticas se deben poder probar empíricamente, y tanto las pruebas positivas como las negativas son indicadores de su valor de verdad. -d: Racionalismo moderado. El conocimiento progresa mediante conjeturas y razonamientos lógicos combinados con la experiencia. -e: Cientificismo. Todo lo que es posible conocer y merece la pena saber, se conoce mejor de manera científica.
-Ética. Humanismo secular: la norma moral suprema es “persigue tu propio bienestar (biológico, mental y social) y el de los demás”. Esta máxima prescribe que la investigación científica debe satisfacer tanto la necesidad por el conocimiento, curiosidad, como las necesidades humanas y esto, absteniéndose de hacer daños innecesarios. -Sociológica. Socialismo epistémico: la labor científica, aunque “artesanal” es social, por cuanto se ve unas veces estimulada y otras inhibida por compañeros de trabajo y por el orden social del momento, y el ámbito (provisional) no son las autoridades institucionales sino la comunidad de expertos. Cada una de las dichas comunidades prospera con los logros de sus miembros y eso facilita la detección y corrección de errores. Bunge advierte que estas anteriores ideas están muy lejos del pensamiento marxista, que defiende que las ideas son emitidas y eliminadas por la sociedad, como de la visión constructivistarelativista de que los “hechos científicos” son construcciones sociales locales, como ay se ha revisado anteriormente) Bunge (2010).
Cabe recalcar que Bunge habla de una “metafísica” en su obra “las pseudociencia vaya timo” y no se puede soslayar que la metafísica a la que Bunge (2010) se refiere y que ha construido activamente, no se trata de cualquier metafísica sino una metafísica científica. Y lo es en dos sentidos. Primero, porque es exacta, es decir, se sirve de las mismas herramientas formales que la ciencia: la modelización y el análisis lógico matemático. Segundo, porque muestra lo que se puede llamar una “preocupación” por el control empírico. Desde luego, este control empírico no se realiza siempre a través de la observación y el experimento, instrumentos propios de la ciencia, pero sí también, mediante la continuidad o al menos la compatibilidad de las ideas metafísicas con los mejores resultados (teóricos y empíricos) de la ciencia del momento. Esta decisión metodológica constituye uno de los rasgos más básicos e importantes de toda filosofía Bungeana: su cientificismo, es decir, su supuesto de que (aunque diste de ser perfecto) el mejor modo de que disponemos para conocer el mundo, es la investigación científica. Dicho sea de paso, este “mundo” de la oración
anterior es para Bunge el mundo real “la realidad”, y no solo el de nuestras experiencias sensibles. La respuesta de Bunge a los criterios de demarcación empiristas no es tanto la crítica que hace hacia los mismos, como sí lo es su incorporación a un sistema de criterios de demarcación que, como sugiere él, haríamos mejor en llamar “signos o indicadores de cientificidad”. Allí donde los neopositivistas y falsacionistas ponían todo el peso de la tarea demarcatoria en un único criterio, Bunge ofrece una batería de 12 indicadores de cientificidad (o pseudo cientificidad) pues considera necesario incorporar una multiplicidad de criterios, observa que por ejemplo, la falsabilidad sola, no es suficiente pues de ello se seguiría que la falsabilidad directa no puede exigirse a las teorías más altamente teóricas y generales; argumentando que la cientificidad exige mucho más que la comprobabilidad (Bunge 2010). Este sistema es consecuencia de su particular concepción de racionalidad científica o racionalidad total, es decir: ontológica, gnoseológica (especialmente metodológica) y axiológica (práctica y ética). Racionalidad que surge desde una perspectiva sistémica tanto del mundo como del modo de conocerlo. Bunge recalca el hecho de que los empiristas lógicos se vieron obligados posteriormente a reformular su propio principio (véase, Hempel, 1950), pues advirtieron que era demasiado “fuerte” (al excluir enunciados que formaban parte de teorías científicas reconocidas) y también demasiado débil (pues permitía declarar verificables enunciados carentes de contenido empírico) y que por ello adoptaron el principio de comprobabilidad que hacía de la aplicación del criterio una cuestión de grado. Manteniendo un estricto compromiso empirista. Bunge critica lo anterior y observa que el propósito de tales criterios era simplemente establecer una demarcación entre ciencia y metafísica, mientras que él ha defendido que no se trata de ámbitos separados: Como ya se vio al comienzo de este apartado, Bunge defiende que toda ciencia debería situarse sobre un trasfondo de presupuestos filosóficos. Por ello, su objeto es, más precisamente, el de delimitar lo científico de lo que no lo es, teniendo en cuenta estos principios presupuestarios. Y asimismo su rigor en la precisión del marco conceptual propio le permite desestimar la propuesta del empirismo lógico (positivismo lógico) por su fuerte fenomenismo (contrario según Bunge, al materialismo) y por su antirrealismo (pues el positivismo lógico no considera necesaria la hipótesis de un mundo real independiente de la experiencia) Bunge (2010). En efecto, para él, la ciencia sugiere que todo lo que existe es un sistema o bien un componente de un sistema o está a punto de pasar a formar parte de un sistema. Y si el universo es un sistema, la mejor manera de abordar su conocimiento debería ser por fuerza, sistémica. De ahí que Bunge insista en que los “objetos” complejos como la ciencia (y, por contraste, la pseudociencia) no pueden ser descritos mediante un único rasgo, sino que debemos prestar atención a sus diferentes aspectos. Entrando en materia, los aspectos que propone a tener en cuenta para caracterizar un
campo cognitivo son los siguientes: actitudes de la comunidad de conocedores involucrados (C ) y actitudes hacia ellos de la sociedad en la que actúan (S); características del conocimiento que ese campo sostiene o produce (K), de los objetos a los que refiere (D), así como de los problemas que plantean (P) y de los procedimientos generales que utilizan para intentar darles respuesta (M); características de la filosofía en la que se funda su conocimiento y su proceder (G); objetivos que persiguen con ello (F). Además de lo cual Bunge (2010) incluye la siguiente pregunta: ¿Cómo cambia el conocimiento del campo, lento o rápidamente y en virtud de la investigación o de la fuerza, la autoridad, la mera controversia, etc? Bunge (2010) sostiene que, en general, una investigación científica se suele iniciar escogiendo un ámbito de dominio de hechos (D); luego se construyen (o se dan por sentadas) algunas suposiciones generales (G) sobre ellas, se reúne un corpus o marco teórico (C) con los conocimientos disponibles acerca de los elementos contenidos en (D), se decide sobre el objetivo (O) y, en vista de lo anterior, se determina el método de estudio (M) adecuado para (D). Por tanto, un proyecto de investigación arbitrario (p) se esboza mediante el siguiente quinteto p= (D, G, C, O, M). La función de esta lista es mantener el hilo de lo fundamental al encuadrar definiciones posteriores. La investigación científica de un ámbito de hechos (D) supone que éstos son materiales, legales y escrutables, a diferencia del o inmaterial (particularmente de lo sobrenatural), que es ilegal o inescrutable; la investigación se basa en un cuerpo de hallazgos científicos válidos previos (C); asimismo se realiza con el objetivo principal de describir y explicar los hechos en cuestión (O) con ayuda del método científico seleccionado (M). A su vez el método científico se puede describir brevemente mediante la siguiente secuencia: Elección de conocimiento de fondo del (de los) problemas (s); solución provisional (por ejemplo, hipótesis o técnica experimental); ejecución de pruebas empíricas (observaciones, mediciones o experimentos); evaluación de los resultados del ensayo; corrección eventual de pasos anteriores y nuevos problemas aportados por el resultado. En este sentido y contrariamente a la extendida creencia o imaginario de que el método científico excluye la especulación, Bunge (2010) defiende que, en efecto, el proceder científico no la excluye, solamente pone orden en la imaginación o procesos creativos del científico. Por ejemplo, menciona el autor, no basta con producir un ingenioso modelo matemático sobre algún dominio de hechos tal como suelen hacerlo los economistas matemáticos. La consistencia, la sofisticación y la belleza nunca son suficientes en el proceso de la investigación científica, el producto final de la cual debe ajustarse, supuestamente, a la realidad, es decir, ser verdadera en alguna medida. A los pseudocientíficos, por ejemplo, no se les acusa por ejercer su imaginación, pues esto también lo hacen los científicos auténticos, sino más bien dejarse arrastrar por ésta y no controlar hasta qué punto es útil en la investigación; una especulación desenfrenada está en otras cosas como el arte, pero no en la ciencia.
El método científico eficaz también presupone que, en principio, cualquier cosa está sujeta de debate y que asimismo todo debate científico debe ser válido lógicamente, menciona Bunge, aun cuando no puede invocarse de forma explícita en principios o reglas lógicas. Este método encierra también dos ideas semánticas clave: el significado y la verdad. Los disparates no se pueden investigar; por lo tanto, no pueden ser declarados falsos (Bunge, 2010). Imaginemos calcular o medir el voltaje o potencial eléctrico de una batería de celular simple, empleando la definición de “energía fantasmal” (no la referente a la energía oscura) sino la utilizada por los “caza fantasma” de televisión. Asimismo, el método científico no puede ponerse en práctica coherentemente en un vacío moral. Ahí interviene el Ethos de la ciencia básica. Lo que Robert K. Merton (citado en, Bunge, 2010) caracterizó como universalismo, altruismo, escepticismo organizado. Por último, en toda ciencia auténtica hay otras cuatro características distintivas: Mutabilidad. Esto deriva del hecho de que no existe, ninguna ciencia “viva” sin investigación y ésta tiene el propósito de enriquecer y corregir el fondo de conocimientos. En suma, la ciencia se modifica progresivamente, es eminentemente mutable. Por el contrario, las pseudociencia y sus ideologías de fondo o se hallan estancadas o cambian bajo la presión de grupos de poder o por efecto de disputas entre facciones (como ha sido el caso del psicoanálisis). La segunda condición es la compatibilidad con el grueso de los conocimientos precedentes. Podríamos definirlo de la siguiente manera: para que una idea merezca la atención de una comunidad científica, no puede ser ni tan obvia ni tan extravagante que rompa (aunque sea parcialmente) con los conocimientos previos. La compatibilidad con dichos conocimientos es necesaria, no solo para depurar las especulaciones, sino también para comprender la nueva idea y así poder evaluarla. Efectivamente la validez de una hipótesis o de un diseño experimental, está parcialmente determinada por su grado de afinidad con los conocimientos previos razonablemente consolidados (por ejemplo, se pone en cuestionamiento la telequinesia por el hecho de violar el principio de conservación de la energía). La tercera condición, es decir la interacción parcial con al menos alguna otra ciencia o el alimentar otras áreas de investigación, deriva del hecho de que la clasificación de las ciencias genuinas es, de alguna manera, artificial. Por ejemplo, en lo relativo al estudio de la pérdida de memoria ¿se trata de psicología neurociencia o ambas cosas? Debido a estas superposiciones e interacciones parciales, el conjunto de todas las ciencias constituye un sistema. Y la cuarta condición, la del control por parte de la comunidad científica. Puede explicarse como que los investigadores no trabajan inmersos en un vacío social, sino que experimentan los estímulos e inhibiciones de sus compañeros de trabajo (aunque no implique conocerlos personalmente). Toman prestados problemas y descubrimientos, y piden que se les critique; y si tienen algo interesante que decir, reciben opiniones incluso si no se han solicitado. Tal interacción de la cooperación con la competencia es una
mecánica de generación de problemas, control y difusión de los resultados; convierte la investigación científica en una empresa que se auto-cuestiona, auto-corrige y autoperpetúa. Esto hace del logro de la “verdad” algo menos característico de la ciencia que la capacidad y la voluntad para detectar y corregir errores (al fin y al cabo, el conocimiento ordinario- cotidiano, está repleto de trivialidades bien confirmadas que no han surgido de la investigación científica) (Bunge, 2010). Lo anterior mencionado hace referencia a las características más destacadas de lo que Bunge llama “ciencia auténtica”, sea ésta, natural, social o biosocial.
El método Thagard
En este marco se hace referencia a la (IMA) inferencia a la mejor explicación, que se enfrenta a otras escuelas del pensamiento con sendos modelos como el nomológicodeductivo, el de relevancia estadística, el mecánico causal o el unificacionista. En “The best explanation: Criteria for theory choice” (1978), Paul Thagard ofrece una propuesta que intenta formalizar los elementos de la IME. El análisis de los rasgos que a Thagard le parecen más importantes en una teoría científica se circunscriben a casos reales y conocidos en la historia de la ciencia tales como las teorías de Huygens, Newton, Lavoisier y Darwin. Uno de sus objetivos consiste en describir la manera en que los constructores de dichas teorías han procedido. El segundo, es sostener que tales rasgos deben considerarse como criterios de elección de la mejor explicación entre teorías en competencia. Como ya se ha mencionado y Thagard lo reitera, al principio de su artículo expresa que su pretensión no es ofrecer un conjunto de condiciones necesarias y suficientes para determinar la mejor explicación. Él ofrece tres criterios fundamentales que, en conjunto, deberían servir para inferir la calidad de la explicación científica, y son los siguientes: consiliencia, simplicidad y analogía (C, S, A) (Thagard, 1978). Del primero Thagard explica que una teoría cumple con él sí explica por lo menos dos clases de hechos, y que asimismo una teoría es más consciente que otra si explica más clases de hechos que ésta. “Para obtener una definición más precisa, sea T una teoría que consiste en un conjunto de hipótesis (H1… Hm); sea A un conjunto de hipótesis auxiliares
(A1… An); sea C un conjunto de condiciones aceptadas (C1… Cj); y sea F un conjunto de clases de hechos (F1… Fk). Entonces, T es consistente si y sólo si T, en unión con A y C, explican los elementos de Fi cuya cláusula adicional sería (que el número de hechos Ksea mayor o igual a 2, es decir K ≥ 2 Thagard (1978). En otras palabras, T es consistente si y sólo si, la conjunción de T, A y C explica F. Que la definición tenga en cuenta elementos asociados a una teoría T, como A, C y F, es un indicador de las relaciones que un grupo de hipótesis (la teoría) mantiene con un conjunto de enunciados asociados (mejor dicho, hipótesis auxiliares), sin dejar a un lado las condiciones que se presuponen como base de la teoría. Explicar hechos es, esencialmente, un objetivo primordial de las teorías científicas, por lo que se puede fácilmente coincidir con Thagard en hacer de la consiliencia un criterio de la IME, considerando el éxito de las teorías que con el paso del tiempo han servido para explicar fenómenos distintos de aquellos para los que fueron pensadas, extiende su definición inicial de consiliencia, pues también propone una visión no solo estética sino dinámica de la consiliencia. Esta nueva consideración le da relevancia al carácter provisional que parece distinguir a buena parte de las teorías científicas, y permite incorporar explicaciones novedosas en una teoría sin necesidad de realizar cambios bruscos, drásticos o ningún cambio en ella. Por otro lado, dar cuenta de esto es privilegio del investigador que estudia las teorías históricas desde el presente. En efecto, hasta aquí el criterio de consiliencia parece ser adecuado para evaluar y describir teorías ya aceptadas. En caso de que una teoría adicione nuevos hechos al conjunto de los que explica sin que esto implique modificar su cuerpo de hipótesis, pues las que se tiene ya son suficientes para dar cuenta de éstos hechos, Thagard habla de consiliencia dinámica conservadora, pero si se realiza un cambio drástico en alguna hipótesis auxiliar, habla de consiliencia dinámica radical. Con estas distinciones, Thagard intenta ampliar el rango de alcance de la noción central de su triple criterio. Busca también preservarlo de manipulaciones: al ver que sería posible atribuir consiliencia a alguna teoría mediante el recurso de añadir enunciados (hipótesis) a conveniencia, propone ahora una restricción: para ser consiliente, una teoría debe especificar los hechos que no puede explicar. Pero esta restricción podría evitarse mencionando hechos que pertenecen a campos totalmente diferentes. Por ello propone moderar los enunciados (hipótesis) de una teoría por medio del segundo elemento de su triple criterio para IME: la simplicidad, que será el contrapeso y la más importante restricción a la consiliencia (Reyes, s.f). Para Thagard la simplicidad está íntimamente relacionada con la explicación científica. Específicamente se relaciona con el conjunto de hipótesis auxiliares que el evaluador de una teoría necesita examinar. “La explicación de los hechos F por una teoría T requiere un conjunto de condiciones dadas C; y, asimismo, un conjunto de hipótesis auxiliares A. C no es problemático, ya que se asume que todos los miembros de C son aceptados
independientemente de T o F. Pero A sí requiere un análisis minucioso” Thagard (1978, pág. 86). Hace falta en este análisis también, preguntar por la simplicidad de A. La simplicidad se nos dice Thagard “una función del tamaño y naturaleza del conjunto A necesitado por una teoría T para explicar hechos F” (Thagard, 1978). Decidir cuáles enunciados pertenecen al conjunto de hipótesis auxiliares y cuáles a la teoría es una cuestión que Thagard resuelve de un modo práctico: La comunidad científica considera como parte de una teoría sólo a los enunciados que aparecen más frecuentemente en las explicaciones. Hecha la distinción, la razón por la que la simplicidad resulta siendo una restricción sobre la consiliencia, al evaluar o construir una teoría, es que podría ser juez sobre el número y calidad de asunciones con escasa explicación (utilizadas para explicar sólo algún aspecto de algún hecho, por ejemplo) que una teoría se puede permitir si quiere ser cierta. En últimas, la simplicidad evitaría también la proliferación de hipótesis ad hoc. Dadas dos teorías T1 y T2, si deseamos evaluar cuál es más “simple” debemos comparar el conjunto de hipótesis auxiliares asociadas a cada una, teniendo en cuenta las consideraciones anteriormente descritas, digamos AT1 y AT2. Examinando con cuidado, cuantitativa y cualitativamente las asunciones introducidas como hipótesis auxiliares por cada teoría en competencia, sin perder de vista la calidad, sencillez, poder explicativo, plausibilidad, etc, de las hipótesis. Agregando que lo más importante no es el número de postulados en AT1 o AT2, sino que cada postulado sea usado para dar cuenta de una clase de hecho distinto. Ahora bien, Thagard ofrece un tercer criterio para completar su modelo de IME. Él escribe: “Las teorías no deben alcanzar consiliencia a expensas de la simplicidad, por medio de hipótesis auxiliares. La inferencia a la mejor explicación es una inferencia que mejor satisface los criterios de consiliencia y simplicidad, así como un tercero: analogía” (Thagard, 1978, pág. 89) El aporte importante de la analogía a las teorías es que mejora sus explicaciones, tanto porque resalta rasgos que comparte con otras teorías sujeta a evaluación, o con otras ya aceptadas, como porque contribuye a fortalecer la opinión de que ciertas hipótesis son verdaderas. Los argumentos de analogía, tal como Thagard lo expone se pueden representar de la siguiente manera:
A es P, Q, R, S B es P, Q, R B es S
Según (Reyes, S.F) es fácil notar que esta forma de obtener una conclusión es arriesgada; pues en taxonomía, por ejemplo, las afinidades y parecidos exteriores entre
individuos no bastan para atribuirles cualidades en común suficientes como para clasificarlos en una misma especie; los hongos comparten características morfológicas con plantas y animales, pero sus diferencias obligan a agruparlos en distintos taxones. Por su parte Thagard explica del esquema anterior que si hubiera más propiedades que A y B no comparten (por ejemplo, T y U), sería ilegitimo atribuir S a B. Además, podemos estar ante dos cosas que tomamos por “iguales” solo porque no sabemos lo suficiente. Entonces, hay cosas que, aunque superficialmente parezcan similares, tienen una estructura molecular y atómica distinta. Por esas razones el esquema anterior no representaría adecuadamente el uso de la analogía en la argumentación científica. Thagard (1978) propone una mejor caracterización más adecuada sería una que incluyera el concepto de explicación. En ese sentido, si sabemos que el hecho de que A tenga S explica por qué tiene P, Q y R, podríamos decir que “B tiene S” se trata de una “promisoria explicación” de por qué B tiene P, Q y R. Es decir, A posee P, Q y R en virtud de que posee S; es decir se fortalece la teoría que sirve como base de comparación. La analogía también puede sugerir explicaciones, por ejemplo, las hay que entre los fenómenos del sonido y los de la luz, explica Thagard, facilitó el camino de la teoría ondulatoria de la luz. Así una característica adicional de la analogía sería facilitar el desarrollo de nuevas teorías; además, la familiaridad con teorías anteriores o contemporáneas, sin ser esencial, ayudaría a comprender las actuales. Con esto se termina la lista de criterios de Thagard, que establecen a una teoría como la mejor explicación. Vale aclarar que él mismo advierte que la intención de su propuesta es integrar los elementos más relevantes para juzgar la calidad y la aceptabilidad de las teorías sujetas a evaluación. Vale también advertir que el propio Thagard encuentra problemáticas a solucionar o que dejan abierto el debate al respecto, con su método, halla problemática, por ejemplo, la relación entre consiliencia y simplicidad. De la consiliencia nos ha ofrecido cuatro versiones: estática, dinámica, conservadora y radical; sin embargo, podemos observar que cada una corresponde a un momento o aspecto del desarrollo de la teoría. Todas sirven para describir sus modificaciones y sus cambios en cuanto al número de hipótesis originales y las añadidas y los hechos que éstas explican. Podría considerarse en ese orden de ideas que cualquier teoría actual puede considerarse estática y conservadora, pero potencialmente dinámica y radical; sólo el tiempo permitirá registrar sus cambios. Entre otras observaciones. A pesar de todo ello este modelo tiene una aplicación idónea en la descripción y ponderación de las teorías científicas desde el punto de vista de la historia de la ciencia. Reconocer una estrecha relación entre sus tres criterios nos entrega un interesante y detallado cuadro de la manera en que las teorías se conforman y cambian con el tiempo, en su afán de responder adecuadamente a los hechos (Reyes, S.F). (El término consiliencia, proviene del inglés; se usa en el entorno de investigación científica, pero no ha sido incorporado en la DRAE. Thagard rastrea el término hasta W. Whewell, quien lo usó como una medida de cuánto explica una teoría)
VI. Positivismo, pragmatismo, realismo La comprensión de la ciencia se construye también a partir del análisis histórico, epistémico y sociológico de la misma. Para desarrollar un concepto más amplio de ésta hay que ir más allá de los desarrollos teóricos convencionales, estableciendo un conjunto de ideas sobre la ciencia partiendo de tres escuelas o corrientes elementales sobre la naturaleza de la misma: Positivismo, instrumentalismo, realismo. La investigación epistemológica y sociológica de la ciencia ha dado lugar a una imagen de ésta, compleja y poco asequible para los profanos. No obstante, las construcciones epistemológicas de diferentes autores han trascendido su mera individualidad para consolidar estas diversas escuelas, con importantes diferencias entre ellas, pero también algunas coincidencias (Vázquez, et al, 2011). Acá se pretende superar el análisis basado en un autor concreto o una posición determinada, como antes se ha expuesto, para pasar a estudiar comparativamente (el positivismo, el pragmatismo y el realismo), entendidos como marcos generales de investigación que se consideran básicos para fundamentar planteamientos más profundos sobre la ciencia y conseguir una mejor comprensión de su naturaleza, a partir de coincidencias y discrepancias. Puesto que el positivismo ha sido históricamente el primero en consolidarse, el análisis se iniciará con él. (El ya expuesto, relativismo, ha sido una consecuencia de responder críticamente al positivismo y debe tenerse en cuenta la explicación ofrecida en apartados anteriores, para comprender mejor este apartado del texto).
Positivismo
Hoy en día este término suele referirse básicamente a la escuela de Berlín y al famoso círculo de Viena, éste, con personalidades como Reichenbach, Sclick y Carnap al frente, respectivamente el término refiere a estos, antes que, a Comte, quien utilizó por primera vez el término de positivismo, cuando escribió “Curso de filosofía positiva del siglo XIX. El positivismo lógico, que se apoya sobre factores epistémicos, hechos empíricos y razonamiento lógico, se desarrolló principalmente a lo largo del so año treinta, aunque a pesar de su decaimiento pervivió con fuerza hasta por lo menos finales de los años cincuenta (Vázquez, et al, 2011). El extenso proyecto del círculo de Viena fue elaboración de la Enciclopedia para la ciencia unificada, en el que la reducción de unas ciencias a otras era objetivo fundamental; para ello acabó adoptándose la reducción de todos los enunciados al lenguaje fisicalista, que es estrictamente empirista y observacional. Según Vázquez, et al, (2011) esta perspectiva determinaba que el progreso científico está ligado a procesos de reducción de teorías, destacando dos tipos, uno por el que una teoría científica suficientemente probada extiende su campo de acción a otros fenómenos que habían sido estudiados de manera diferente, reduciéndolos a sus propios términos y marco teórico, y otro que consiste en la inclusión en una teoría científica más amplia de otras que estaban bien establecidas y aceptadas en sus respectivos dominios. Puede agregarse que, desde otra perspectiva, Sanmartín (citado en, Vázquez, 2011) ha desarrollado un modelo materialista para mostrar cómo influye la tecnología en la interpretación del mundo natural s través de la ciencia; este modelo también implica un aumento de generalidad mediante la inclusión de teorías. Las más elementales, que están en la base del edificio científico, tratan de dilucidar las causas del éxito o el fracaso de ciertas técnicas pre científicas y permiten sustituir una técnica pre teórica por una técnica teorizada, o una técnica teorizada por otra más elaborada. Las hay otras teorías, procedentes de la reflexión sobre determinadas tecnologías, que tratan de explicar por analogía cuestiones de otros ámbitos del conocimiento. Continuando con el punto, los positivistas lógicos identifican la filosofía de la ciencia con la epistemología científica, o más propiamente reducen la primera a la segunda. Reichenbach, (citado en, Vázquez, et al, 2011) estableció explícitamente en los años treinta que la tarea de los epistemólogos debería ser la “reconstrucción lógica”. Este filósofo hizo una distinción entre el contexto de descubrimiento (ciencia privada) y el contexto de justificación (ciencia pública). Según Reichenbach (citado en, Vázquez, et al, 2011) los epistemólogos no tendrían por qué preocuparse de cómo llega el científico a producir el conocimiento, o sea un proceso o su “génesis”, sino de los meros resultados finales de la investigación científica expresados en papers o libros (hechos descubiertos, teorías elaboradas, métodos lógicos empleados y la justificación empírica de las consecuencias y predicciones derivadas de la teoría). Echeverría (citado en Vázquez, et al, 2011) está en desacuerdo con el positivismo, en tanto no es lo mismo el proceso de llegada a un resultado científico, que su exposición y justificación pública. Pues los epistemólogos positivistas no se ocupan de los procesos científicos reales, más bien elaboran reconstrucciones lógicas del mismo. Es decir, podemos afirmar que el positivismo lógico, sólo se ocupa del contexto de
justificación, para éste, las cuestiones que intervienen desde la vida y carácter personal del científico, son cuestiones que interesan solamente a los historiadores, sociólogos y psicólogos de la ciencia, pero no incumben a los epistemólogos propiamente dichos. A la epistemología solamente, desde esta perspectiva, debe interesar el conocimiento científico en sí mismo, su estructura lógica y metodología interna, y no como se ha logrado este conocimiento ni cómo se difunde externamente (Vázquez, et al, 2011). Durante muchos años esta exclusión del contexto de descubrimiento fue aceptada por la mayoría de filósofos de la ciencia. Desde este sentido la filosofía de la ciencia se convierte en una meta ciencia (una ciencia de la ciencia), para una definición más detallada de esto, revisar la descripción dada anteriormente (en el apartado del problema de la demarcación) que Díez Moulines ofrece sobre los elementos epistemológicos con respecto a la ciencia. Ésta concentra su objetivo exclusivamente en el conocimiento elaborado. Según Hacking (1983) este reduccionismo de la ciencia al conocimiento puro, descuidando los aspectos prácticos de la actividad científica y tecnológica (y la actual tecnociencia) es otro de los numerosos aspectos por el que los positivistas lógicos han sido muy criticados. A comienzos de los sesenta, Putnam (citado en, Vázquez, et al, 2011) propone denominar como “concepción heredada” al conjunto de ideas básicas que caracterizan al positivismo lógico y a la filosofía analítica de la ciencia que dominaba hasta entonces la epistemología de la ciencia. Como recuerda Echeverría (citado en Vázquez, et al, 2011) el simposio de Urbana, celebrado del 26 al 39 de marzo de 1969, supuso un gran debate entre las tesis centrales de la Concepción heredada y las fuertes críticas que se le hacían. Vázquez, et al, (2011) advierte que actualmente desde un punto de vista académico general, el positivismo o al menos el más radical, es una tradición superada y goza de poca aceptación, sin embargo su conocimiento es necesario para comprender los debates que dieron lugar a nuevos puntos de vista epistemológicos sobre la naturaleza de la ciencia como también realizó aportes importantes al desarrollo de los métodos científicos y también, desde la perspectiva de crítica de este texto, pues pese a todo la filosofía positivista aún continúa vigente en nuestros días y es la “diana” de muchos debates que se desarrollan dentro de los discursos posmodernistas. Hacking (1996, pág. 61-62) caracteriza al positivismo por las siguientes ideas básicas: -Hace hincapié en la verificación (o alguna variante como la falsabilidad) -Cultivar en exceso la observación -Es contrario a la acusación. No es necesario buscar causas en la naturaleza, tan solo regularidades del tipo antecedente. consecuente. -Es refractario a las entidades teóricas (es antirrealista). -Se opone radicalmente a la metafísica, que se considera estéril para la ciencia porque está construida sin ningún correlato empírico, aplicando la navaja de Occam de manera tajante para descartar del pensamiento científico todo lo que recuerde a filosofía especulativa (empirismo anti metafísico).
Habría pues que añadir la importancia concedida a la lógica, así como el interés por el significado y el análisis del lenguaje. Estas características son ajenas a los primeros positivistas y también al contemporáneo Van Fraassen (citado en, Vázquez, et al, 2011), quien comparte cinco de las ideas señaladas por Hacking, exceptuando el entusiasmo por la verificación o alguna de sus variantes. Según Vázquez, et al, (2011) el positivismo contempla a la ciencia como un intento de codificar y anticipar a la experiencia y, aún más, considera que el método científico es el único intento válido de conocimiento, basado en los datos observacionales y las mediciones de magnitudes y sucesos. Así pues, una de las tesis básicas del positivismo lógico es el dogma de la unidad y universalidad del método científico. Se desarrollan leyes y teorías para correlacionar datos empíricos, por lo tanto, la teoría verdadera es mejor contrastada, esto es, la que mejor se ajusta a los datos observacionales (teoría empíricamente adecuada). La verdad de la ciencia dependería entonces del mejor grado de bondad en aquel ajuste, determinando la adecuación empírica de las teorías. Y como criterio radical de demarcación entre ciencia y no-ciencia se opta por la aplicación de un método científico universal y único; el conjunto de reglas objetivas y universales para el diseño de experimentos y la evaluación de teorías que aseguren el éxito y el progreso (Vázquez, et al, 2011). La ciencia, desde esta perspectiva, progresa a medida que las teorías son capaces de predecir y explicar más que sus predecesoras. En general esta tesis de las teorías límites se considera demasiado fuerte, de modo que se suele proponer con condición necesaria y suficiente para el progreso de la ciencia el hecho de que la ciencia incluya los aspectos positivos de la rival; es decir, que tenga mayor generalidad. Así la nueva teoría mantiene todas las leyes no desacreditadas de la anterior (la teoría nueva contiene a la “vieja” y permite retener su éxito, es decir que tenga una mayor generalidad), suprime las ideas refutadas de esta e introduce nuevas teorías y leyes que describan correctamente los fenómenos no explicados por la predecesora (Vázquez, et al, 2011). Ese concepto de progreso propio del positivismo, como es posible evidenciarlo, es de tipo acumulativo y es posible sintetizarlo en tres condiciones que debe cumplir la teoría, las cuales describe Nagel (citado en,Vázquez, et al, 2011): -Toda explicación o predicción confirmada por la antigua teoría debe estar incluida en la nueva. Como ambas abarcan los mismos temas, las dos teorías son conmensurables. -Ha de tener conclusiones empíricas no incluidas en la predecesora (se habla de progreso si y sólo si, existen nuevas leyes que describen correctamente fenómenos no explicados anteriormente). -Tiene que evitar las consecuencias falsas de la teoría antecedente (condición fuerte). Según Vázquez, et al, (2011) especialmente a partir de los años 60, el positivismo ha “suavizado” sus posturas más duras, en especial las que refieren a la objetividad y precedencia absoluta de los datos empíricos, así como al defensa a ultranza de las observaciones, hasta admitir así, la existencia de cierta continuidad entre observaciones y teorías, pero manteniendo siempre lo observacional como algo más seguro y previo al o teórico. Ciertos neopositivistas llegan a admitir algunas de las tesis relativistas más débiles
(por ejemplo, las descritas anteriormente y también aceptadas por Moulines y Negrete) y la carga teórica inherente a toda observación (cualquier protocolo observacional presupone algún supuesto de teoría). El positivismo pasa por ser la posición más infalibilista, aunque con matices que van desde el radicalismo de aceptar sin límites el principio de inducción (inductivismo ingenuo), hasta neopositivistas que aceptan el principio de Hume (ningún enunciado universal puede deducirse de un conjunto finito de casos favorables). El positivismo cree en la posibilidad de contrastar hipótesis aisladas, esto es contrario a la tesis holística de Duhem-Quine (citado en Laudan, 1990, pág. 60-61) que afirma la imposibilidad de deducir la falsedad de ningún elemento aislado de una red de enunciados, ni siquiera a partir de la falsedad del todo, ya que, en una contrastación, las hipótesis nunca se enfrentan aisladamente con la experiencia, sino como una parte de agrupaciones mayores que suponen otras hipótesis, condiciones iniciales, de contorno, etc. Por último, para los positivistas, la mutabilidad y el avance científico se alcanzan aplicando las reglas codificadas de la ciencia y, en consecuencia, ambos están por encima de cualquier consideración particular o interesada. De aquí concluyen que la ciencia es el único camino para el conocimiento válido (reduccionismo cientificista); esto es, el conocimiento científico es el único válido, objetivo y verdadero (Vázquez, et al, 2011).
Pragmatismo El pragmatismo se funda los Estados unidos por C.S. Peirce en el siglo XIX. Básicamente este filósofo reemplaza verdad por método, lo que garantiza la objetividad científica; la verdad es lo que el método científico establece, si la investigación continúa el tiempo suficiente. Pierce niega el principio de correspondencia como criterio de verdad, que es el propio (aunque no necesariamente como se verá más adelante) del realismo metafísico y del realismo científico. El pragmatismo también afirma que algo es real cuando una comunidad científica acabó por ponerse de acuerdo en ello. Para Peirce (citado en,Vázquez, et al, 2011) el progreso en el conocimiento científico depende del mayor o menor grado de proximidad a los fines prácticos de la ciencia; se progresa sólo cuando se producen teorías mejores y más fiables, este criterio implica un cierto anacronismo y una clasificación no arbitraria sino empíricamente apoyada de los fines de la ciencia (Vázquez, et al, 2011).
Contemporáneamente el realismo interno o pragmático de Putnam (citado en,Vázquez, et al, 2011) se adhiere en parte con las tesis de Peirce en cuanto a sostener que los métodos de investigación pueden evolucionar y crecer, construyéndose así nuevas formas de razonamiento. El pragmatismo según Vázquez, et al, (2011) fue popularizado por W. James y J. Dewey, estos pensadores se muestran indiferentes al punto de vista de Peirce (citado en,Vázquez, et al, 2011) sobre la investigación científica; se interesan menos por las creencias que se establecen a largo plazo y mucho más por las que tienen asumidas en un momento dado o se adquieren a corto plazo. Dewey (citado en,Vázquez, et al, 2011) lo llamó “instrumentalismo”, no sobra volver a mencionar a Rorty en este apartado, filósofo actual que ha desarrollado algunos de los puntos de vista de estos pensadores norteamericanos. Según nuestros autores, para la mayoría de filósofos actuales, un instrumentalista es un antirrealista respecto a las teorías científicas, pues afirma que estas no son más que herramientas para organizar la descripción de los fenómenos y hacer inferencias; es decir, el componente teórico de la ciencia no hace descripciones de la realidad y las teorías sólo son meros instrumentos útiles destinados a relacionar un conjunto de observables con otros. Estas posiciones se caracterizan por considerar la ciencia un mero instrumento cuyo objetivo es producir teorías capaces de superar contrastes empíricos más exigentes, lo que las hace más fiables. Las mejores teorías entonces, son las que han superado pruebas más fuertes y son útiles como guías fiables para conseguir los objetivos de la ciencia. La ciencia es un conocimiento del mundo con una naturaleza funcional, y su rechazo o sostenimiento viene dado por la opulencia en su descripción (Vázquez, et al, 2011). Con esto el pragmatismo busca distinguir los objetivos reales del mundo y los teóricos (ideales) de la ciencia; asimismo y en contra de Popper; si una teoría falla no es razón suficiente para descartarla. Las tradiciones de investigación del ya nombrado Larry Laudan (citado en, Vázquez, et al, 2011), durante su primera etapa pueden considerarse encuadradas en esta línea, y también en cierta medida el evolucionismo de Toulmin (citado en, Vázquez, et al, 2011). En ciertos aspectos el pragmatismo puede considerarse una posición intermedia entre realismo y relativismo, tal como es patente en sus puntos de vista sobre el progreso científico y la dinámica de aceptación y rechazo de las teorías científicas (Vázquez, et al, 2011). Vale resaltar que el instrumentalismo no niega la idea de progreso en las ciencias, tal como los relativistas más fuertes lo hacen, solamente que, para el pragmatismo ese progreso no se trata del concepto acumulativo y lineal de los positivistas, sino que resulta no lineal, relativo y con pérdidas, porque los fines de la ciencia propuestos desde el instrumentalismo también son cambiantes y relativos. Una teoría es más apta al superar contrastaciones más exigentes que sus rivales no han superado, las cuales tampoco superan las pruebas donde pudiera haber fallado la primera teoría o la más apta. Ahora bien, la selección de una teoría no es definitiva, tan sólo significa que ha superado contrastaciones más importantes que sus competidoras en un momento histórico… Por ejemplo, por su parte, Larry Laudan (citado en, Díaz 2008) realiza en este sentido
una confrontación directa a la tesis Kuhniana de la inconmensurabilidad o la incomunicabilidad entre paradigmas y como un intento de salvar la racionalidad de las ciencias; Frente al punto de vista de Kuhn, el pragmatismo sostiene que los cambios no son siempre revolucionarios, sino más bien se dan de forma evolutiva, gradual y continua (Toulmin, 1972). Laudan reconoce que los cambios y el progreso de la ciencia no están centrados solamente en aspectos empíricos, sino también conceptuales. El autor dice que para Laudan, aún cuando los paradigmas fuesen inconmensurables, de ello no resulta que no haya bases racionales para elegir entre teorías rivales, pues los estudios del desarrollo histórico han demostrado que: -Las transiciones entre teorías no son acumulativas. Teorías, métodos y objetivos se sustituyen o se abandonan. -Las teorías no son rechazadas solo por sido contrastadas o enfrentadas empíricamente. -Las controversias y los cambios en las teorías están centrados tanto en aspectos conceptuales como en aspectos científicos. -Los principios para aceptar o rechazar las teorías no son fijos, sino que han cambiado a lo largo del desarrollo de las ciencias. -Existen diferentes niveles de generalidad en las teorías científicas, desde leyes empíricas a complejos marcos conceptuales. -Los criterios de prueba, comparación y evaluación parecieran variar de acuerdo al nivel de las teorías. -Teorías rivales pueden coexistir. La lucha entre las teorías es la regla, no la excepción Larry Laudan (citado en, Díaz 2008). El pragmatismo es estricto en lo que deben considerarse verdaderos contrastes de una teoría respecto al problema de las hipótesis ad hoc, creadas para salvar una anomalía o prueba en contra, y, concordando con Lakatos, las hipótesis protectoras que salvaguardan de la falsación al núcleo de una teoría. También incluyen dentro del programa de contraste la confrontación con otros dominios de conocimiento aparentemente alejados o inconexos, es decir, la coherencia con teorías contrastadas en otros ámbitos. Un ejemplo muy claro es el de la física de partículas y las teorías cosmológicas sobre el universo, dos campos desconectados hacen unos lustros que hoy en día se aportan mutuamente pruebas contundentes sobre sus respectivas teorías. Las hipótesis auxiliares que se descartan en una teoría podrían entonces ser importantes para otras áreas de investigación (Vázquez, et al, 2011). El pragmatismo sugiere que hasta el programa más fantasioso podría ser fecundo, gracias a la creatividad concertada de un equipo. También la sociología de la ciencia ha sostenido la capacidad potencial de una comunidad científica para la concertación, hasta el extremo de poder sostener teorías o ajustarlas a las evidencias empíricas anómalas Barnes (citado en, Vázquez, et al, 2011). Puede decirse, que el pragmatismo coincide con el realismo (aunque se considere un marco de ideas antirrealistas) en que las teorías pueden
ser equivalentes empíricamente, esto es, pueden compartir una misma base de pruebas empíricas entre teorías distintas. Esta tesis implica la negación del principio relativista de infradeterminación, admitiendo la posibilidad de contrastar hipótesis aisladas. Cabe señalar, así mismo, que el instrumentalismo según,Vázquez, et al, (2011) conlleva normalmente una cierta idea de verdad o verosimilitud, pero mucho más restringido que la asociada habitualmente a las posiciones realistas. Según éstas, las descripciones del mundo observable pueden ser verdaderas o falsas dependiendo de que lo describan correctamente o no (cabe preguntarse, ¿a qué se refieren específicamente con una descripción “correcta”?). Sin embargo, para un instrumentalista los constructos teóricos no deberían ser juzgados bajo criterios de verdad o falsedad, sino más bien por su utilidad como instrumentos, ya que están destinados a proporcionarnos un control del mundo observable. Por último, el instrumentalismo está de acuerdo con concepto de paradigma científico, empero difiere de manera radical del relativismo, en cuanto que no considera las reglas metodológicas como simples convenciones, sino en el mismo nivel que las teorías científicas. Las pruebas empíricas son pertinentes para ambas: las teorías se aceptan cuando funcionan y las reglas se aceptan si muestran su capacidad para seleccionar las teorías más fiables. Entonces las reglas de la ciencia se evalúan cuestionando si funcionan, esto es, si conducen a predicciones efectivas del mundo natural y a intervenciones eficaces en él. Las reglas de la ciencia deben conducir a predicciones e intervenciones eficaces del y en el mundo natural, éstas reflejan una serie de valores para promover los objetivos de la ciencia, buscar explicaciones fiables, aplicables, racionales y anticipatorias de experiencias futuras y la investigación funciona mejor con unas reglas que con otras (Vázquez, et al, 2011). En este orden de ideas el conocimiento tiene un componente valorativo y de decisión racional para el pragmatismo, a diferencia de la ausencia de racionalidad y valoración propugnada desde el relativismo más radical. Por último, puede decirse que un punto débil del pragmatismo, motivo de críticas, es la diferenciación que hace entre entidades teóricas y observacionales. En efecto, adopta una actitud inductivista que le lleva a afirmar solamente aquello que provenga con seguridad de una observación fiable, pero esta posición se ve socavada porque todos los enunciados observacionales dependen de las teorías y, por tanto, son falibles. Así pues, el punto de vista instrumentalista radical descansa en una distinción falaz (Vázquez, et al, 2011). Al comparar el instrumentalismo con el realismo, Chalmers (2000) subraya que el carácter tan prudente y precavido del primero le hace menos productivo para el desarrollo científico con respecto a la posición realista, la cual, según este autor, es más audaz y especulativa al estar dispuesta a conjeturar que las entidades de las teorías científicas pueden corresponder a lo que realmente existe en el mundo.
Realismo A modo de marco general y aunque existen múltiples formas de realismo, las cuales algunas se detallan más adelante, habitualmente se suelen denominar así a la posición que se basa en la existencia de algún tipo de correspondencia entre creencias sobre el mundo y éste mismo. De otra manera, los realistas típicos, cuyo representante más reconocido es Karl Popper con su racionalismo y realismo crítico, están convencidos de que las descripciones del mundo hechas por la ciencia mantienen un elevado grado de correspondencia con el propio mundo natural. Esta definición es próxima a la siguiente: “Cuando un científico con mentalidad realista acepta una teoría, la acepta como verdadera (o probablemente verdadera, o aproximadamente verdadera” Hilary Putnam (citado en, Vázquez, et al, 2011). De esta forma, los planteamientos realistas más fuertes parten de admitir que el objetivo de la ciencia es buscar teorías verdaderas según un criterio de racionalidad, representado por la superación de muchos intentos de falsación, es decir, de demostrar que la teoría falla. Desde este punto de vista, la verdad es un objetivo de la ciencia y no un mero atributo de las teorías científicas, pero, desde otros puntos de vista que se detallarán más adelante, no es necesario identificar el realismo con la búsqueda de la verdad o al menos identificarlo con algún concepto de verdad determinado como finalidad de la ciencia. El realismo no está de acuerdo con el positivismo en cuanto al criterio de inducción, demostrando sus paradojas y falta de validez para la aceptación o el rechazo de las teorías (Vázquez, et al, 2011). En lo que se refiere a esto la postura realista tradicional de Popper se basa en los niveles de apoyo empírico de una teoría. En consecuencia, los realistas Popperianos aceptan también la noción del caso límite de las teorías superadas; sólo las consideran válidas para los elementos cuantitativos, ecuaciones y datos, pero no para las afirmaciones cualitativas (por ejemplo, el caso del espacio-tiempo absoluto de la física relativista). Para los seguidores de Popper en este sentido hay una distinción entre teorías observacionales y teorías propiamente dichas donde las primeras son más seguras y falsables y las segundas son más dudosas, pero, contra el positivismo, destacan la importancia de las teorías, siendo estas potenciales herramientas para corregir las afirmaciones de la observación. La división de una teoría en términos observacionales y puramente teóricos permite predicar de aquellos la posibilidad de conmensurabilidad y asimismo de falsación y el empleo de criterios racionales para selección de teorías. Con respecto a la conmensurabilidad o equivalencia empírica el realismo Popperiano diferencia entre los casos favorables a la teoría y los de confirmación de ésta mediante el criterio de Nicod, el cual según Hempel (citado en Vázquez, et al, 2011) determina que una observación suministra una prueba a favor de una hipótesis cuando ésta implica un enunciado de la prueba. Si una teoría o una hipótesis realizan predicciones falsas, éstas pueden y deben rechazarse de inmediato. Los autores concluyen que el realismo popperiano admite, por tanto, la falsación de hipótesis aisladas y también que las reglas funcionan para seleccionar teorías con una
razonable estabilidad y como criterio de demarcación. En cambio, los relativistas argumentan contra estas tesis que supuestamente la historia demuestra lo contrario, al recordar que los paradigmas tienen una “muerte súbita” cuando la comunidad científica decide abandonarlo. Las principales críticas al realismo Popperiano se centran en la aceptación, ni bien explicada ni justificada, de la correspondencia entre ideas y mundo, en la distinción artificial entre lo teórico y lo observacional. Los programas de investigación de Lakatos, que mantienen parte del objetivismo Popperiano desde el enfoque del giro historicista, han servido para progresar en la resolución de algunas de las objeciones más importantes al realismo de Popper, como la rigidez del falsacionismo, tendiendo puentes entre éste y el pragmatismo (Vázquez, et al, 2011). Durante últimos veinte años ha habido un desplazamiento en el interés filosófico desde la cuestión de la racionalidad científica (los problemas metodológicos) al viejo problema del realismo y el debate sobre lo que es verdadero en el conocimiento científico (problemas ontológicos y metafísicos) o dicho de manera más simple, de la relación entre ciencia y realidad Ransanz (citado en, Vázquez, et al, 2011). Desde el realismo crítico de Popper según Vázquez, et al, (2011) se han desarrollado diferentes perspectivas realistas de muy diversos grados; por ejemplo, la escuela finlandesa de Toumela y Niiniluoto (citados en, Vázquez, 2011) con el realismo científico crítico, el cual se establece sobre la base del realismo Popperiano, sin embargo corrige significativamente sus ideas más radicales y cuya principal tesis es considerar a la ciencia como una sucesión de teorías que convergen aproximándose cada vez más hacia la verdad o, al menos, hacia la verosimilitud. Por otro lado, el realismo transformativo de Ian Hacking (citado en Vázquez, et al, 2011) y el realismo constructivo de Giere (Vázquez, et al, 2011), entre otros más, son ejemplos de perspectivas realistas que prefieren explicar la relación entre las teorías científicas y el mundo sin recurrir al concepto de verdad o falsedad como algo estrictamente necesario. El realismo sobre las teorías científicas afirma que el objetivo de ésta es la verdad y que en ocasiones se aproximan a ella; pero también es importante ocuparse de las entidades y objetos mencionados en las teorías científicas, y cabe advertir que se puede ser realista sobre entidades y objetos sin serlo necesariamente sobre las teorías. Los realistas hacen hincapié en que no todas las teorías científicas son meros instrumentos (como sí lo hace el pragmatismo), ni todos los términos teóricos (que incluyen las entidades y objetos de una teoría) son simples heurísticos (Vázquez, et al, 2011). El tratamiento de estas formas de realismo se hace a detalle más adelante, sin embargo es necesario esbozar brevemente el realismo transformativo de Hacking, antes de su profundización. Se considera que este realismo ha ofrecido una valiosa y novedosa aportación a la faceta intervencionista de la ciencia (o, mejor aún, de la tecnociencia actual) en la transformación del mundo, y el realismo constructivo de Giere (citado en,Vázquez, et al, 2011) que se ha precisado como realismo perspectivo, ha tenido una influencia en la didáctica de las ciencias. Según Ian Hacking (citado en,Vázquez, et al, 2011) el realismo tiene más que ver con nuestras intervenciones en el mundo, es decir, la práctica científica, tecnológica y sus efectos en la transformación del mundo, que con
nuestras representaciones o lo que pensamos acerca de él, es decir, el conocimiento científico sobre el mundo mismo. Hacking (citado en Hanson, 1977) resalta que la observación y la experimentación científica están cargadas de una competente practica previa. Para Hacking, lo elemental es la capacidad innovadora de la ciencia y especialmente de la tecnociencia más que la cuestión de la verdad científica Echeverría (citado en,Vázquez, et al, 2011). Las tesis de Hacking son relevantes también para la filosofía de la tecnología y, así mismo, han servido para reinterpretar algunas de las propuestas de la sociología de la ciencia hechas en los años setenta. Por otra parte, Giere ( citado en,Vázquez, et al, 2011) pasó tres años (1983-1986) acudiendo asiduamente como investigador en las instalaciones del ciclotrón de la universidad de indiana, de modo similar a como lo hicieron algunos sociólogos relativistas de la ciencia como Latour y Woolgar (citados en,Vázquez, et al, 2011). Las conclusiones de Giere fueron diferentes y contrarias a las de estos sociólogos adscritos a ciertos discursos posmodernistas, en vez de construcción de entidades, Giere (citado en Dieguez, 1998ª. Pag 45) encontró contingencia y negociación, compatibles con una posición realista (Diéguez, 1998a). Para él los físicos que trabajaban en eso laboratorios, son realistas y, afirma que tenían buenas razones para ello. El autor designa su realismo como la posición por la que: “cuando una teoría científica se acepta, es porque la mayoría de sus elementos representan (en algún aspecto y en cierto grado) aspectos del mundo real” Giere (citado en Dieguez, 1998ª. Pag 46), asume desde su realismo moderado que el mundo, la realidad, posee una estructura global definida independiente de la cognición o intervención humana. El autor también aclara su carácter constructivo al argumentar que los modelos científicos sí son constructos humanos y se generan a partir de representaciones, pero estos tienen una propiedad gradual, es decir, algunos se ajustan mejor o son más próximos a la realidad, que otros y se puede saber que lo hacen (Giere, 1992, pág. 9). Su posición puede parecer que toma elementos del constructivismo, hasta cierto punto, y de uno débil o moderado, y no está relacionado con el constructivismo “corta galletas” radical propio de muchos sociólogos de la ciencia posmodernos y relativistas. Además, las ideas constructivistas de Giere, según Dieguez, (1998a) no elimina la conexión representacional entre lo que los científicos afirman y el mundo real. Cosa que sí hace el constructivismo posmoderno radical.
Profundizando en el realismo: Algunas consideraciones preliminares Hasta aquí se ha terminado de desarrollar las aproximaciones teóricas a estas escuelas de pensamiento sobre la naturaleza de la ciencia cumpliendo los propósitos planteados anteriormente con respecto a su esbozo necesario para fines de este texto. A continuación, se realiza un acercamiento más detallado del realismo y sus implicaciones con respecto al relativismo y constructivismo más fuertes y otros debates alrededor de estas ideas. Cabe exponer acá, parte del valioso contenido de una entrevista realizada al Doctor en ciencias físicas Gustavo Esteban Romero, quien explica en la misma, que la ciencia experimental se encuentra en una capacidad predictiva que era ajena a la ciencia antigua y a partir de la gran revolución científica del siglo XVII, aprendemos a realizar predicciones lo cual nos lleva a pensar que nuestro conocimiento de la realidad ya no es meramente conjetural sino que hay elementos que nos llevan a pensar que estamos obteniendo reconstrucciones racionales verdaderas de lo que hay ahí afuera, del mundo. Se remite luego a la filosofía Kantiana y a que ésta llevó a considerar la intervención del aparato cognitivo en la cuestión de explicar la realidad, pues éste se interpone entre el sujeto y el objeto en sí. El autor menciona que Kant representó un punto de inflexión que condujo a un grado de escepticismo respecto a la capacidad humana de conocer la realidad tal como ésta es, ahora bien, eso tuvo una gran influencia en el desarrollo de algunas corrientes filosóficas que incluso negaron la existencia de una realidad objetiva. Por otro lado menciona que la ciencia del siglo XIX produjo una imagen del mundo muy precisa y que tuvo un éxito extraordinario pues con esta ciencia del siglo XIX viene la revolución industrial y con esto, la utilización de electricidad, el trabajo mecanizado y todo acompañado en un cambio en los métodos de producción de bienes materiales, alimentos y demás que produjeron grandes cambios, recalca esto en el ámbito de la medicina: el descubrimiento de las vacunas, de la penicilina y muchas otras cosas que se tradujeron en un aumento de la longevidad humana y así, las personas comenzaron a experimentar “en carne propia” que si la ciencia no sabía de lo que hablaba por lo menos lo hablaba muy bien y tenía éxito. Esto empezó a su vez a generar en filosofía científica el nacimiento de corrientes realistas, el autor menciona que se trata de corrientes que, sin ser ingenuas en cuanto a nuestra capacidad de aprender la realidad, sostienen que la ciencia está en condiciones de llegar a un conocimiento de la realidad, si bien no completo (como ya se revisó anteriormente), pero sí, por lo menos parcial y de generar representaciones parcialmente objetivas de un mundo que existe ahí afuera (Romero, 2017). “El científico cuando trabaja es realista, o sea supone que existe la realidad externa (…), si trato de estudiar un flare solar, asumo que el sol existe y trató de inferir las propiedades de ese flare y del sol en general” (Romero, 2017). Explica además que eso nos ha llevado a una capacidad predictiva nunca antes vista y que por otro lado desde las ciencias sociales ha ido evolucionando a partir de las ideas del
relativismo cultural, una concepción de que no existe tal cosa como una realidad objetiva sino únicamente opiniones acerca de ésta. Entonces se ve un conflicto entre esas dos corrientes, el realismo científico por un lado y el constructivismo y el relativismo el cual sostiene a grandes rasgos (como ya se ha puntualizado), que todo es materia de un relato que construimos y que de estar adecuadamente acomodados a ese relato estaremos bien. Él señala que esta cuestión que a su vez representa una división entre filosofía no científica y la filosofía científica se puede resolver de forma práctica a través de la experiencia. El éxito de la ciencia y de la tecnología basada en la ciencia que tienen como fin modificar la sociedad en la que vivimos, claramente está indicando que no todo es relativo, que no todas son materias de opiniones y subjetividad sino que sí, en efecto hay una realidad objetiva que puede ser representada y que esa representación nos puede llevar a hacer predicciones de fenómenos que no se conocían; esos fenómenos pueden llegar a ser descubiertos por medio de herramientas tecnológicas, y todo eso sería incomprensible fuera de un contexto que no admitiese la realidad externa. Concluye que en su opinión (opinión que comparto), esa larga lucha entre relativismos, subjetivismos, constructivismos, y realismo y cientificismo, actualmente se está empezando a definir a favor del realismo. Hay muchas cuestiones de detalles que son dignas de discutir al respecto, temas aún abiertos en epistemología que pueden y deben ser tratadas (Romero, 2017). Con estas dos exposiciones, queda explícita la necesidad de profundizar en cuanto a realismo y sus formas se refiere para el objeto de este texto.
El realismo en Antonio Diéguez “Los compromisos del realismo científico” Diéguez (1998) resalta el papel y la importancia que se le ha dado al realismo científico en las diversas discusiones sobre filosofía de la ciencia y que, a pesar de ello, no parece haber un acuerdo amplio sobre qué es lo que debe entenderse bajo dicha denominación. Defensores y detractores producen a veces tan diferentes afirmaciones de lo que es el realismo científico que no hacen referencia alguna al o que realmente éste propone, lo que imposibilita el hallar sentido a los diálogos entre ellos.
Pese a todo esto, de que haya una caracterización que satisfaga a todos, el autor cree que el realismo científico, en sus diferentes variantes, ha intentado responder fundamentalmente a la siguiente pregunta: ¿Cuál es la relación que guardan nuestras teorías científicas con el mundo real? Esto por lo pronto, marca una diferencia entre realismo ontológico tradicional y el realismo científico. En principio no se trata de dilucidar solamente la naturaleza ontológica del mundo, ni su carácter primario o independiente de la cognición humana; se trata más bien de averiguar cuál es la mejor manera de interpretar las teorías científicas a la luz de los objetivos y resultados alcanzados por la ciencia al o largo de su historia, bien que para ello sea necesario presuponer ciertas condiciones ontológicas sobre el mundo y nuestro acceso cognitivo a él (Diéguez, 1998). Por otra parte, en la The Stanford Encyclopedia of Philosophy (2011), Chakravartty menciona que es tal vez una exageración afirmar tácitamente que el realismo científico se caracteriza de maneras diferentes por cada autor que habla sobre ello, y esto presenta un desafío para cualquiera que pretenda estudiar lo que es. Afortunadamente subyacente a muchas calificaciones idiosincráticas y variantes de la posición realista científica, existe un núcleo común de ideas, caracterizado principalmente por una actitud epistemológicamente positiva hacia los resultados de la investigación científica, en relación con los aspectos tanto observables, como no observables del mundo. La distinción que hace este texto entre lo observable e inobservable, por intuitiva que parezca, vale la pena consignarla para ser leal a la definición ofrecida: Lo observable es lo que puede, en condiciones favorables, percibirse mediante los sentidos, sin ayuda; lo inobservable es aquello que no se puede detectar de la manera anteriormente descrita (por ejemplo, proteínas y protones). Esta definición es la más aceptada por mera conveniencia terminológica y se diferencia de las concepciones científicas de observabilidad, que generalmente se extienden a las cosas que son detectables utilizando instrumentos que superan las capacidades perceptivas humanas. Esta distinción ha sido problematizada, pero sí es problemática es sin duda una preocupación sobre todo para ciertas formas de antirrealismo, que adoptan parcialmente una actitud epistemológicamente positiva sólo con respecto a lo observable, ésta no es en última instancia una preocupación para el realismo científico que mantiene una actitud epistémicamente positiva tanto sobre lo observable como de lo no observable (Chakravartty, 2011). El realismo científico desde uno de sus enfoques es una posición relativa a la situación epistémica real de las teorías. Por ejemplo, la mayoría definen el realismo científico en términos de verdad o verdad aproximada de las teorías científicas o determinados aspectos de las mismas. Otros lo definen en términos de la referencia exitosa de términos teóricos a las cosas en el mundo observable y no observable (Término teórico se utilizó de forma estándar antes de la década de 1980 para denotar términos para no observables, pero el autor lo utiliza en su artículo, para referirse a cualquier término científico, cuyo uso es ahora el más común) (Chakravartty, 2011). El realismo científico también se piensa en términos de que la ciencia tiene como objetivo producir verdaderas descripciones de las cosas del mundo (o descripciones
aproximadamente verdaderas) y aborda con ello argumentos con respecto al éxito de la práctica científica. Concluye que tradicionalmente y a grandes rasgos, generalmente se asocia realismo puro, con cualquier posición que apoya la creencia en la realidad de algo. Por lo tanto, uno puede ser realista acerca de las percepciones que se tienen de mesas y sillas (realismo sobre datos sensoriales), o sobre mesas y sillas en sí mismas (realismo del mundo externo) o sobre las entidades matemáticas tales como números y conjuntos (realismo matemático), y así sucesivamente. El realismo científico, en este orden de ideas, es un realismo sobre lo que está descrito por nuestras mejores teorías científicas (Chakravartty, 2011). Para responder con mayor claridad a tales cuestiones los defensores del realismo científico han desplegado argumentos que evidencian el grado de mayor o menor compromiso que cada uno mantiene sobre sobre los aspectos particulares en que éste ha sido analizado. En un intento por recoger, aunque parcialmente, estos matices diferenciales, Diéguez (1998a) propone desglosar el realismo científico en cinco tesis principales: 1. Realismo ontológico. Las entidades teóricas postuladas por las teorías científicas bien establecidas, existen (aunque pueda haber excepciones ocasionales). Dicho en otras palabras: Los términos teóricos típicamente refieren. Se hace más evidente acá el contraste con el instrumentalismo que ya se había señalado, al realismo ontológico se oponen el “instrumentalismo de entidades” (las entidades teóricas son meros recursos predictivos) y el constructivismo social (las entidades teóricas son construidas socialmente, cosa que ya se ha objetado para el constructivismo “fuerte” parcialmente en Boghossian). El realismo ontológico constituye las bases del realismo científico. Agregando detalles a lo anterior, naturalmente, como consecuencia de los trabajos de Putnam y Dummett, el realismo científico puede ser identificado como la mezcla de una propuesta ontológica, con otra postura acerca de la verdad, específicamente la teoría de la verdad como correspondencia, a saber, la misma que comparten autores como Tarski y Chalmers. Por realismo no se entiende ya entonces una sola posición sino más bien una variedad de éstas. A partir de esto se han propuesto en las últimas décadas otras versiones del realismo científico más pulidas como la de Ian Hacking y las de Rom Harré. Quienes lo reivindican con ciertas modificaciones a las tesis principales. Estos autores rechazan la idea de que el realismo científico dependa de la teoría de la verdad como correspondencia y defienden que el realismo es ante todo una postura con un componente metafísico que se compromete con la existencia de la realidad de las cosas como presupuesto, solo que no lo hace acompañado de ninguna doctrina de la verdad en particular. Y no tiene por qué hacerlo en cuanto el realismo es una actitud acerca de la existencia y la independencia del mundo respecto de nosotros y nuestro conocimiento, y aunque se crea pues que aparte de lo anterior al realismo científico le deba interesar la verdad, sí lo hace, empero, eso no implica que ella, o menos su noción de correspondencia, constituye el núcleo del realismo, como si pretende la tradición semántica del realismo. 2. Realismo epistemológico. Las teorías científicas nos proporcionan un conocimiento
adecuado, aunque perfectible, de la realidad tal como ésta es independientemente de nuestros procesos cognitivos. Al realismo epistémico se oponen el fenomenismo (las teorías científicas solo tratan de fenómenos observables) y el idealismo epistemológico (las teorías científicas versan sobre una realidad construida con la mente). 3. Realismo teórico. Las teorías científicas son susceptibles de verdad o falsedad. Al realismo teórico se oponen el instrumentalismo teórico (las teorías científicas son instrumentos de cálculo, útiles o inútiles, empíricamente adecuadas o inadecuadas, pero no verdaderas o falsas). 4. Realismo semántico. Las teorías científicas son verdaderas o falsas en función de su correspondencia con la realidad. Al realismo semántico se oponen el pragmatismo (la verdad o falsedad de las teorías han de entenderse en relación con las actividades cognitivas humanas) y el relativismo (La verdad o falsedad de las teorías son “relativas” al contexto en el que éstas surgen). 5. Realismo progresivo. La ciencia progresa teniendo como meta la verdad. Las nuevas teorías contienen más grao de verdad y/o menos falsedad que las anteriores (Diéguez, 1998). Estas cinco tesis no tendrían por qué ser aceptadas conjuntamente, ni son conjuntamente necesarias para el desarrollo de una buena postura realista científica, de hecho, sólo la filosofía de algunos realistas fuertes como Karl Popper y Mario Bunge encajaría con todas. Lo más común es que los defensores del realismo solo asuman algunas de ellas, como lo son los ya nombrados Ian Hacking y Ronald Giere, o que si las aceptan en su totalidad lo hagan de manera muy matizada, como sucede con Ilkka Niiniluoto. No obstante, no todas las combinaciones parecen posibles; entre estas tesis realistas existen relaciones de orden que obligan a aceptar algunas si es que se aceptan otras determinadas. Así por ejemplo el realismo epistémico presupone el realismo ontológico; no tendría sentido creer que las teorías científicas proporcionan un conocimiento adecuado (aunque perfectible) de la realidad tal cual es en sí misma y, al mismo tiempo negar una referencia objetiva a todos los términos teóricos de cualquier teoría (Diéguez, 1998a). Sería incoherente sostener que la teoría del a relatividad nos dice algo sobre el modo en que realmente está constituido el universo, mientras se niega la existencia real de referentes para términos como espacio-tiempo, masa, energía, etc. Sin embargo, esta relación no se da a la inversa, el realismo ontológico no exige la aceptación del realismo epistémico. Es posible pensar que los términos teóricos tienen una contrapartida real que los hace ser más que simples instrumentos de cálculo (realismo ontológico), y considerar a la vez que nunca alcanzamos mediante nuestras teorías un conocimiento de la realidad tal como es en sí misma, sino sólo tal como nos llega a través de nuestros lenguajes, esquemas conceptuales, categorías cognitivas, instrumentos de medida, etc, y que esa descripción mientras se haga a través de un proceder científico, es más adecuada o aproximada que otras no-científicas. (Esto anterior no implica enunciar que la realidad no exista, pues ya se está presuponiendo una postura ontológica que afirma una contrapartida real entre los términos
de las teorías y el mundo; afirma un mundo externo que está ahí, sin embargo, eso es distinto a afirmar que se puede alcanzar una descripción completamente leal de la realidad en sí. No poder describirla tal cual es, no implica su inexistencia). El realismo interno de Putnam, agrega el autor, así como cierto tipo de fenomenismo, como el de Niels Bohr en su interpretación de la teoría cuántica, comparten esta opinión de cierto aire Kantiano. Por tanto, podemos escribir: Realismo epistemológico → Realismo ontológico Pero no: Realismo epistémico ↔ Realismo ontológico Del mismo modo, el realismo semántico exige, como resulta obvio, la aceptación del realismo teórico, pero el teórico no exige la aceptación del semántico. Un realista semántico como ya mencionó, sostiene que las teorías científicas son (aproximadamente) verdaderas o falsas, y en esto coincide con el realista teórico y exige obviamente un compromiso ontológico, pero entiende además que esa verdad o falsedad significa que las teorías se corresponden o no en un cierto grado con el mundo. Entonces, se puede admitir la verdad o falsedad de las teorías científicas, sin embargo, no tiene pro exigencia que entenderse como un grado de correspondencia o falta de ésta entre el contenido de la teoría y la realidad objetiva (Diéguez, 1998). Asimismo, existen otras relaciones que este autor detalla en su obra. En conclusión, lo importante es reconocer que la práctica científica no debe exigirse una postura “realista semántica” por ejemplo, pues cabe pensar que no sea necesario y quizá tampoco factible atribuir ningún grado de verdad o falsedad a las teorías científicas (aun cuando sean susceptibles en principio, de tal atribución), dado que estas contienen también afirmaciones sobre entidades no observables cuya supuesta verdad es más prudente dejar en suspenso (Con esto no se hace referencia con “inobservable” a “átomos o proteínas” pues con ayuda de instrumentos, son observables), y que por tanto, debe ceñirse todo juicio acerca de dichas teorías a su mayor o menor adecuación empírica, es decir, a su grado de correspondencia con los fenómenos observables, ya sea mediante percepción directa o apoyo tecnológico. Otra cosa importante a señalar a parte de ilustrar por qué el realismo científico no debe ser entendido como una cuestión del “todo o nada” y es que es fácil constatar que la posición que se adopte sobre el problema de la verdad en la ciencia es independiente de la posición que se asuma con respecto al realismo ontológico y epistemológico, algo que ha argumentado suficientemente Michael Devitt (citado en, Diéguez, 1998a) quien termina su libro, “realism and truth afirmando : “ ninguna doctrina de la verdad es en modo alguno constitutiva del realismo”. En lo anterior se confirma que, en efecto, ninguna de las tesis realistas que incluyen el concepto de verdad (realismo teórico, realismo semántico, realismo progresivo) exige la previa aceptación del realismo ontológico y del epistemológico, que constituyen por decirlo de alguna manera, la base del realismo científico, menciona Diéguez (1998a). Se puede, por tanto, ser antirrealista y defender que la verdad cumple un papel
importante en la ciencia (tal es el caso de muchos pragmatistas). Mientras que, por otro lado, se puede ser un realista ontológico y epistemológico sin que ello determine el compromiso que pueda adquirirse con respecto a una determinada concepción de la verdad. Esa independencia relativa entre los aspectos ontológicos y epistémicos del realismo y la creencia en que las teorías científicas pueden aproximarse a la verdad ha sido plasmada de forma concreta en la obra de autores como: Ian Hacking, Nancy Cartwright, Rom Harré, entre otros. Como ya se evidenció los puede haber perfectamente autores que defienden un realismo no en términos de verdad como correspondencia o de referencia, pero sí en términos de creencia ontológica de las teorías científicas; lo que todos estos enfoques tienen en común es un compromiso con la idea de que nuestras mejores teorías científicas tienen un cierto estatus epistémico: con ellos se entiende que con esas teorías se obtiene un conocimiento de los aspectos del mundo, incluidos los aspectos no observables (Chakravartty, 2001)
El realismo científico como hipótesis empírica Entre los tópicos centrales en el debate sobre el realismo científico está la propuesta de autores como Richard Boyd y Michael Devitt (citados en, Diéguez, 1998) por ejemplo, que entienden al realismo científico como una hipótesis científica equiparable a cualquier otra hipótesis perteneciente a la ciencia. De acuerdo con ello, el realismo científico pretende describir la manera en que proceden los científicos en la elaboración, interpretación y evaluación de teorías y, por lo tanto, debería someterse a una contrastación empírica a partir de los datos proporcionados por la historia de la ciencia y por otras disciplinas meta científicas. Estos datos serían suficientes para confirmar o desmentir el realismo científico. En el realismo ontológico ese carácter empírico parece, al menos en principio algo claro. Si se dice que las entidades teóricas de una teoría bien establecida existen, parecería natural comprobarlo acudiendo a la historia de la ciencia y juzgar así si en efecto las teorías que estuvieron bien establecidas dada la evidencia disponible en un momento dado, tenían como referente entidades reales. Ante posibles objeciones basadas en ejemplos de la historia de la ciencia, el autor señala que el realismo reconoce sin problema que no todos los términos teóricos utilizados
en la ciencia tienen la misma función epistemológica ni la misma índole semántica. Éste acepta que no todos pretenden designar directamente una entidad real. Los hay como “electrón” en la física, que sí parecen designar entidades reales. Pero los hay también como “homo economicus” en la economía o “gas ideal” en física, cuya finalidad es más bien ofrecer modelos heurísticos acerca de realidades mucho más complejas o propiedades relacionales. Los hay incluso como “color” y “sabor”, atribuidos como propiedades a los quarks en la cromodinámica cuántica, que son puramente instrumentales. Y los hay finalmente como “inteligencia” en psicología o “tiempo” en física sobre los que se discute si hacen una cosa u otra. Por último, el realismo científico no implica, pese a lo que escribió Nicholas Rescher (citado en Diéguez, 1998a), que “las ideas de nuestra ciencia de hoy describen correctamente el mobiliario del mundo real”. Ni obliga a “adoptar categóricamente las implicaciones ontológicas del teorizar científico precisamente conforme a la configuración propia del nivel hoy alcanzado”. Tampoco pretende reclamar, como le imputa Putnam la existencia de una sola descripción verdadera del mundo, situada al modo de un límite asintótico como meta final pero nunca alcanzable de la investigación Putnam (citado en, Diéguez, 1998a). Además al contrario de como muchos detractores del realismo piensan y de ahí parten equívocamente para sus críticas, el realismo científico no ve ninguna razón que deba llevar a la conclusión de que “hemos comprendido las cosas a la perfección y nuestra ciencia ofrece la última palabra” sí acepta a la ciencia en un lugar privilegiado en su nivel de aproximación a los fenómenos con respecto a otras formas de conocimiento, pero como ya se ha dicho antes, el realismo científico acepta la naturaleza perfectible del conocimiento científico El realismo científico entiende que términos como “oxígeno”, “electrón”, “fuerza” tienen un correlato real, existen tales cosas, al contrario del que el constructivismo y relativismo radicales podrían decir sobre esto. Pero el Realismo científico no presupone que se ha dicho la última palabra sobre ellos, hace ver que nuestras teorías, provisionales y falibles, nos dicen que el mobiliario del mundo es de cierta manera y que aceptarlas conlleva habitualmente aceptar dicho mobiliario, incluso de forma provisional y falible. De hecho, habiendo casos de inexistencia de las entidades postuladas por las teorías, ello no obligaría al realista a admitir que las entidades teóricas deben ser consideradas meras ficciones útiles antes que como objetos reales. Tendrían que conceder que x o y teoría ha fracasado en lograr su verdadero fin (acceder a la estructura de lo real), pero ello no implica que no se puede reemplazar por una teoría más adecuada y que sí se acerque a tal fin. “El que un término teórico como “flogisto” carezca de referente real no prueba que la mejor manera de entender su función en la química del siglo XVIII sea tenerlo por un instrumento predictivo o por una construcción social de los científicos” Es evidente como se objeta al constructivismo sociológico de una forma sutil, con este enunciado a favor del realismo. Para el realista científico es simplemente un término que fracasó a la hora de encontrar referente; y la multiplicación de ejemplos no añade nada al asunto. En realismo epistemológico tampoco puede desarrollarse actualmente de una forma
radical, sin ser más flexible, pues a la vista del so avance en ciencias cognitivas, el realismo epistemológico, como tesis general sobre el conocimiento no puede ser probada o refutada mediante ningún conjunto de datos. Un realismo epistemológico entonces, demasiado “fuerte” sería ingenuo por (excesivamente empirista) pues creer en el “dogma de la inmaculada percepción” y no dar a los procesos cognitivos cierto papel activo en el proceso de conocimiento resultaría imposible de cazar con lo que la psicología nos dice sobre los procesos cognitivos, por esta razón se han ido construyendo propuestas sobre el realismo epistémico que tienen en cuenta estos procesos y agregan salvedades a su postura. A comienzos del siglo XX, Max Planck introdujo la noción de cuanto de acción como un artificio matemático para hacer encajar ecuaciones con los resultados experimentales sobre la emisión de absorción de energía, pero sin creer en principio que la radiación de energía fuera realmente discontinua. También es sabido que muchos químicos del siglo pasado aceptaron la teoría atómica de Dalton a modo de recurso heurístico y predictivo porque pensaban que el átomo no pasaba de ser una ficción útil. Muchos físicos utilizan la función de onda como un instrumento de cálculo y no consideran adecuado hablar de su verdad o falsedad, puesto que para ellos no refleja ningún estado real. Un realismo atento a la historia de la ciencia, consciente y para nada ingenuo, no niega estos hechos ni otros muchos similares (Diéguez, 1998b). Lo que el realismo, a diferencia del constructivismo, instrumentalismo y otros, enfatiza, sin embargo, es que no toda teoría es aceptada solo por su valor instrumental ni todos los términos teóricos son heurísticos. Para el realismo, en las ciencias maduras es la regla más que la excepción que los términos teóricos pretenden referirse a algo real, en ocasiones a través de un modelo muy idealizado (cualquier modelo es siempre una idealización), y pretendan tener un valor ontológico y no solo instrumental. Según Diéguez (1998a) en tales casos la aceptación de la teoría a la que pertenecen suele comportar la creencia en la existencia de las entidades a las que se refieren. Y en cuanto a los términos teóricos que no alcanzan a designar directamente entidades reales, en la medida en que en el seno de las teorías establezcan relaciones con los términos restantes y quedan integrados en el conjunto, se están refiriendo a entidades o propiedades objetivas. Aunque su función sea principalmente instrumental, modelizan aspectos concretos de la realidad que, en lo esencial, se consideran similares al modelo. El realista defiende que a pesar de que suceda en la práctica científica que todos los términos sean tomados como meros recursos productivos, la tendencia comprobada en la historia de la ciencia, es que a largo plazo las teorías que se aceptan solo por su valor instrumental sean sustituidas por otras cuyas entidades sean tenidas por reales (Diéguez, 1998a). Hay que resaltar acá que para el realista científico, no cualquier elucubración puede llamarse “teoría científica”, el ocuparse de la relación entre teorías científicas y el mundo real, es precisamente con eso, “teorías científicas” que son precisamente así denominadas, porque son susceptibles de ser expuestas a un previo escrutinio demarcativo; porque el realista parte y da por hecho de que esa teoría científica es de una naturaleza distinta a
cualquier elucubración, imaginería o mito, por ello en parte, el realismo progresivo trata este problema y hace parte de las tesis del realismo científico. Los científicos se preocupan por establecer o desechar finalmente la existencia de esas entidades. Ya que es para ellos, importante buscar la razón del éxito instrumental de la teoría, comprobando que sus entidades teóricas posean un correlato real. ¿Por qué habrían de tomarse molestias, por ejemplo, para detectar el neutrino? si las cosas fueran como el instrumentalismo fuerte afirma, debería bastarles con postularlo como un recurso teórico sin preocuparse por su existencia y desecharlo cuando dejara de serles conveniente (Diéguez, 1998a). Algunos realistas van más lejos y mantienen además que ese éxito se debe a que la teoría es (aproximadamente) verdadera. Sin embargo, lo que ningún realista está obligado a aceptar es, como pretende Van Fraassen, que toda aceptación de una teoría por parte de los científicos implique que estos creen en la verdad literal de la teoría. Una cosa son los motivos que tienen los científicos para aceptar una teoría, que como queda dicho, son diversos, y otra es la relación que las teorías científicas mantienen con el mundo. El realismo es una respuesta a esto último y parcialmente puede preocuparse por lo primero. En conclusión y cuyo contenido comparto, Diéguez (1998a) argumenta que el realismo científico, como concepción general del conocimiento científico, valga la redundancia, es entendido de manera más adecuada en su función interpretativa que como una hipótesis empírica similar a cualquier hipótesis científica, y, por tanto, debe ser abordado y evaluado en la medida en que es capaz de proporcionar una visión mejor o peor que sus rivales, acerca de nuestra relación cognitiva con el mundo, y de dotar de sentido y coherencia a los numerosos y multiformes aspectos de dicha relación. La evidencia empírica tiene, pues, un papel que cumplir en esta evaluación y abordaje, eso no se puede negar o de otra forma toda la explicación anterior sobraría, sin embargo, su papel no tiene la relevancia ni la intensidad que se le otorga a la hora de contrastar una hipótesis científica propiamente dicha.
Algunos argumentos a Favor del Realismo “Durante años, armados de lápiz, papel y ordenadores, los físicos teóricos trabajaron intensamente para predecir el resultado de los experimentos. Los físicos experimentales construyeron y llevaron a cabo delicados experimentos para dilucidar los detalles más menudos de la naturaleza. Ambos bandos obtuvieron de forma independiente resultados
de una gran precisión, equivalentes a medir la distancia entre Manchester y Nueva York con un margen de error de unos pocos centímetros. Sorprendentemente, el número al que llegaron los experimentalistas concordaba de manera precisa con el que habían calculado los teóricos: mediciones y cálculos estaban en perfecto acuerdo.” (Cox y Forshaw, 2014, pág. 12-13). El “argumento” del sentido común y la inherencia del realismo en la práctica científica En otra de sus obras expone una serie de argumentos comenzando por resaltar que el realismo en casi todas sus formas se trata de una postura tan cercana al sentido común que ni siquiera vale la pena preguntarse por sus defensas, sobre todo para quienes no tienen familiaridad con la filosofía. En la vida cotidiana son seres humanos dan por sentado una gran cantidad de cosas y supuestos. Entre ellos está elementalmente que los objetos con los que se trata existen realmente y que los podemos conocer en los límites que marcan nuestras capacidades cognitivas. Cosas como una silla en un despacho o el ordenador situado ahí fuera, a las que identificamos con una entidad propia e independiente que los hace ajenos al hecho de que alguien los observe o no. Aceptamos igualmente que podemos saber cosas acerca de las propiedades y funciones que poseen por sí mismos, y que al enunciar esas propiedades y funciones estaremos haciendo afirmaciones verdaderas sobre el mundo. Pero en nuestro trato cotidiano con las cosas no solo suponemos la existencia de estos objetos observables de modo directo. También asumimos la existencia de la cara oculta de la luna o de los videojuegos de ordenador, de los cuales no tenemos experiencia inmediata. De la misma forma los científicos parecen tener la misma actitud con respecto a las entidades que investigan. Las bacterias y los virus son cosas que ningún biólogo se atrevería a negar y de las cuales poseen toda una batería de conocimientos. Lo mismo se puede decir de los genes y de la molécula de ADN para so biólogos moleculares, o de los átomos para el químico y el físico o las placas tectónicas para el geólogo Diéguez, (1998b). “El sentido común es un partidario acérrimo del realismo” escribe Popper citado en Diéguez (1998b). Este es un de los más socorridos argumentos a favor del realismo “el del sentido común”. El realismo es tan obvio, tan natural, tan espontáneo que casi huelga todo lo demás que se pueda añadir; y toda doctrina contraria es puro artificio o sofistería. Este argumento es el que aduce que el realismo es la actitud natural de los científicos en su actividad investigadora. McMullin escribe “probablemente los científicos han de tratar con incredulidad la sugerencia de que esos constructos (Galaxias, genes y moléculas) no son más que modos cómodos de organizar los datos obtenidos por instrumentos sofisticados, o que su éxito perdurable no debe llevarnos a creer que el mundo contiene realmente las entidades correspondientes. La cuasi invencible creencia de los científicos es que llegamos a descubrir cada vez más entidades de las cuales el mundo está compuesto a través de los enunciados en tornos al so que se construye una teoría” McMullin, (citado en, Diéguez, 1998b). Para Bunge (1985. Pág. 53, 55 y 61) el realismo es la “gnoseología inherente a la investigación científica y técnica”, con independencia incluso de que el científico lo sepa
o no, lo acepte o no. El investigador fáctico “diseña y ejecuta experimentos en los que modifica deliberadamente propiedades, monta o desmonta sistemas, controla o provoca procesos, etc. En todo momento da por sentado que lo que estudia existe (o al menos puede existir) y cambia legalmente, y que lo que diseña está compuesto por cosas que existen independientemente de su voluntad y que se comportan conforme leyes objetivas antes que caprichosamente. De acuerdo con estos argumentos sobre la naturaleza inherente del realismo y su goce de sentido común, de no ser cierto el realismo o una filosofía equivocada, la licencia perdería por completo su sentido, asegura Diéguez, pues al admitir con el grueso de la comunidad científica que la ciencia es conocimiento del mundo, entonces es posible negar que haya entidades reales a las que se refieran nuestros términos teóricos o que sea posible llegar a un conocimiento adecuado sobre ellas. Por ello podría decirse que la adopción de una postura antirrealista por parte de algún científico pondría a su investigación en estado de parálisis, algo que para algunos estuvo a punto de conseguir la interpretación de Copenhague de la teoría cuántica. Diéguez (1998b) añade que, a pesar de su aparente fuerza y su inicial plausibilidad, estos dos argumentos son en realidad los más débiles. El del recurso al sentido común, ha impresionado mucho menos a los científicos que al so filósofos, a pesar de la fama en contrario. Si el sentido común hubiera de dictar lo que es conveniente o aceptable en una investigación científica, probablemente no se había avanzado nada desde los orígenes de la civilización, como ya se ha mencionado antes en este texto con la intervención de Bunge (2000). La tierra seguiría entonces, siendo plana, el sol se moverías en torno a ella, la geometría del universo sería únicamente Euclídea, el espacio y el tiempo serían iguales para cualquier observador y la teoría cuántica ni siquiera habría podido ser esbozada. El sentido común no vendría siendo más que ciencia “periclitada”; y malo sería medir la ciencia del presente con la regla de la del pasado. Además, que tampoco el sentido común e universal. Que la actitud neutral del científico sea el realismo es también una afirmación discutible. Eso es algo que solo se puede saber haciendo el correspondiente estudio sociológico. Desde luego habría que borrar de la lista a la gran mayoría de físicos cuánticos, o más bien de algunos, cuya actitud natural parece ser más bien la contraria, y a muchos científicos sociales, los enunciados como el de Bunge si aplican, por supuesto, sin embargo, caben tales excepciones. Werner Heisenberg (citado en, Cox y Forshaw, 2014) introdujo según estos autores, una nueva manera de entender la teoría del a materia y las fuerzas. En julio de 1925, publicó un artículo que acababa con la antigua “mezcolanza” de ideas a medio construir, incluyendo el modelo atómico de Bohr y presentaba una aproximación “nueva” a la física, empezaba diciendo: “en este artículo se intentarán consolidar los cimientos de una mecánica cuántica teórica que se base exclusivamente en las relaciones entre magnitudes que, en principio, son observables” Werner Heisenberg (citado en, Cox y Forshaw, 2014). Esto representó un paso importante, pues aquello que Heisenberg quería dar a entender, era que las matemáticas en las que se basa la teoría cuántica no tienen por qué
corresponder a nada a lo que estemos acostumbrados. El objetivo del a teoría cuántica pues, debería ser del de predecir cosas observables directamente, como el color de la luz emitida por lo átomo de hidrógeno. Asimismo, no hade esperarse de ella que proporcione algún tipo de representación cognitiva satisfactoria del funcionamiento interno del átomo, porque eso no es necesario y quizá no sea posible. El objetivo de esta cita es mostrar cómo en cuanto a la mecánica cuántica, es necesario abandonar una postura arrogante que se oculta tras la idea de que el funcionamiento interno de la naturaleza debe necesariamente ajustarse al sentido común (Cox y Forshaw, 2014). Lo anterior no implica aseverar que no quepa esperar de una teoría del mundo subatómico que se ajuste a nuestra experiencia cotidiana cuando de lo que se trate sea de la descripción del movimiento de objetos grandes, como pelotas de tenis o aeronaves. Sin embargo, los autores proponen que hemos de estar dispuestos abandonar el prejuicio según el cual las cosas pequeñas se comportan como versiones a escala reducida de las más grandes, si así lo exigen las observaciones experimentales. Quizá se diga entonces que el realismo es un presupuesto necesario para entender mejor y con mayor amplitud la ciencia, pero no para realizarla (o habría que sacar del saco de la actividad científica de Mach y Heisenberg, que, cuyas posturas no son tan compatibles) (Diéguez, 1998). Pero este no es entonces (que sea un presupuesto necesario para entender la ciencia), un argumento a favor del realismo.
Hacking y la práctica científica Como consideración preliminar, Hacking se pregunta ¿después de todo qué quiere decir lo-real? J.L Austin (citado en, Hacking ,1996) responde, dándole relevancia al lenguaje ordinario este autor argumenta que a menudo nos regodeamos con teorías filosóficas fantásticas que, enredan el problema y no arrojan un entendimiento de lo que se dice al respecto. En el capítulo 7 de sus conferencias “sense and sensibilia” escribe acerca de la realidad “No debemos considerar con desprecio frases como -no es realmente crema-” esta es la primera regla metodológica que propone, la segunda no buscar “un único significado especificable siempre-de-la-misma manera” explicó, nos previene en contra de buscar sinónimos, y a la vez suscita a la búsqueda sistemática de regularidades en el uso de la palabra. Así, hace cuatro observaciones acerca de la palabra “real”. Dos de ellas, para Hacking
son las más importantes a pesar de su forma poco convencional de expresión. La primera observación es que la palabra “real” está ávida de sustantivos y nombres. Está ávida de sustantivos porque “eso es real” es decir, requiere un sustantivo para ser entendido correctamente: esto es realmente crema, es realmente un policía, etc… Austin llama a la palabra “real” la “palabra-pantalón” debido a los usos negativos que se le pueda dar a las palabras, “ponte los pantalones”. La crema rosa es rosa, el mismo color que un flamenco rosa. pero llamar a algo realmente crema no establece ese mismo tipo de observación positiva; es decir, lo que decimos que es realmente crema, se refiere tal vez a algo que no se trata de un producto lácteo para el café; el cuero real es piel, no plástico imitación piel; los verdaderos diamantes no son de plástico, y así sucesivamente. Distinguir por ejemplo “un cuero real” deriva del negativo “un cuero no real”, en palabras concretas, está ávido de sustantivos, está conectado con el mismo para dar su sentido. Para saber qué cosa lleva puesto un pantalón, debemos conocer el sustantivo, para poder saber así qué es lo que se niega (a esto se refiere con el uso negativo). Un teléfono real, es, en cierto contexto, algo que no es un juguete; en otro contexto, algo que no es una imitación, o en otro, algo que no es puramente decorativo. A diferencia de lo que el lector pueda estar pensando, esto no es porque la palabra sea ambigua, sino porque si algo es un N real depende del N en cuestión. La palabra “real” desempeña regularmente la misma función, pero uno tiene que ver cuál es el N para determinar cuál es la función. Hacking hace la siguiente metáfora: la palabra “real” es como un trabajador de temporada en los sembradíos, cuyo trabajo es claro: recoger el cultivo actual; pero, ¿qué es lo que se recoge? ¿En dónde se recoge? ¿Cómo se recoge? esto depende del cultivo, ya sea lechuga, estupefacientes, etc (o sea N). Lo importante es que la palabra “real” no tiene un significado ambiguo, que esté entre (cromatina real, carga real, voltaje real y crema real). Una razón importante para insistir en esta explicación gramatical (que para el lector pueda parecer tediosa, pero es necesaria) es desalentar la opinión común de que, debe haber diferentes clases de “realidad” sólo porque la palabra se utiliza de múltiples maneras; es decir, evitar el uso de un análisis gramatical superficial, para concluir, erróneamente, que hay diferentes tipos de realidad. El hecho también es entender que N, es algo que está ahí, independientemente del uso gramatical que se haga de éste, de si es “un producto original” en un contexto o es “una copia barata” en otro. “Es más ahora debemos forzar al filósofo a aclarar el contraste que se hace mediante la palabra “real” en un debate especializado” (Hacking, 1996, pág. 52). Si las entidades teóricas son o no reales, ¿cuál es el contraste que se hace? John Smart (citado en Hacking, 1996) enfrentar tal “desafío”. Sí, dice Smart, “real” debería marcar un contraste. No todas las entidades teóricas son reales, ya, volviendo al contexto de la actividad científica y abandonando el de las “cremas”. Las líneas de fuerza, a diferencia de los electrones, son ficciones teóricas. Quiero decir que esta mesa, está compuesta de electrones, etc., en el sentido en que esta pared está compuesta de ladrillos. Un enjambre está formado de abejas, pero no hay nada que esté formado de líneas de fuerza. Hay un número definido de abejas en un enjambre y
un número definido de electrones en una botella, pero no hay un número definido de líneas de fuerza en un volumen determinado; sólo una convención nos permite contarlas. Teniendo en cuenta al físico Max Born, dice Hacking; el antirealista sostiene que los electrones no figuran en la serie: “estrellas, planetas, montañas, casas, mesas, ganso de madera, cristales microscópicos, microbios”. Por el contrario, nos dice Smart (citado en Hacking, 1996), los cristales están compuestos de moléculas, las moléculas de átomos y los átomos en su estructura tienen electrones, entre otras cosas. Así, es fácil inferir que el antirealista está equivocado. Hay por lo menos algunas entidades teóricas, Por el otro lado, la palabra “real” marca una distinción importante; en la concepción de Smart, las líneas de fuerza magnética no son “reales”, (son una herramienta intelectual, un modelo geométrico sin correlato físico). Sin embargo, Faraday, al menos empezando su adultez mayor, argumentó que las líneas de fuerza sí son reales “No puedo concebir líneas curvas de fuerza sin la condición de existencia física en ese espacio intermedio” Michael Faraday (citado en Hacking, 1996). Se dio cuenta de que es posible ejercer una presión en las líneas de fuerza, ante lo cual concluye, si se puede ejercer presión en ellas ergo tienen existencia física. Esto no demuestra que smart esté equivocado, nos recuerda empero, que algunas concepciones físicas de la realidad van más allá del nivel simplista de la construcción de ladrillos y actualmente, concebimos la existencia física de las cosas, de una forma más sutil y compleja que como “átomos - semejante a ladrillos”. Con respecto a lo que viene a continuación sobre las ideas de Hacking, se hace pertinente señalar lo siguiente: Según (Cox y Forshaw, 2014) La teoría cuántica quizá constituya el mejor ejemplo de cómo lo extravagante acaba siendo profundamente útil. Extravagante porque describe un mundo en el que ha partícula puede estar en estado de “superposición” y “entrelazamiento”. Y útil, porque entender el comportamiento del so ente más elemental del universo es la base sobre la que se erige la comprensión de todo lo demás. Esta afirmación podría rayar en la arrogancia, porque el mundo está repleto de fenómenos complejos y diversos. Sin embargo, a pesar de esta complejidad, se ha descubierto que todas las cosas están “construidas” a partir de un puñado de diminutas partículas que se comportan según las reglas de la amplia y compleja, teoría cuántica. Y aunque tales “reglas” pudieran llegar a ser sencillas (por cumplir con el principio de parsimonia) no siempre es fácil calcular sus consecuencias. La experiencia cotidiana está marcada por las relaciones entre enormes conjuntos de billones de átomo, y tratar de derivar el comportamiento del as plantas, animales o personas a partir de principios fundamentales sería una necedad. Reconocerlo, sin embargo, no resta importancia al hecho de que, en la base de los fenómenos físicos se encuentran las leyes de la mecánica cuántica. “Piense en un momento en el mundo que tiene a su alrededor. (De tener un árbol a su alrededor, considérelo, si no es así, recurra a la imaginación) Los árboles son máquinas capaces de tomar un suministro de átomos y moléculas, descomponerlos, y ordenarlos para crear colonias cooperativas compuestas por muchos billones de partes individuales. Para hacerlo utilizan una molécula llamada clorofila, compuesta por más de cien átomos de carbono, hidrógeno y oxígeno, en una intrincada forma, con unos pocos átomos de magnesio y nitrógeno. Este conjunto de partículas es capaz de capturar la luz que ha
atravesado los 150 millones de kilómetros que nos separan de nuestra estrella (…) y transferir esa energía al núcleo de las células, donde se emplea en fabricar moléculas a partir de dióxido de carbono y agua, en un proceso en el cual se emite oxígeno, tan importante para la vida. Son estas cadenas moleculares las que forman la estructura de los árboles y de todos los seres vivos” (Cox y Forshaw, 2014, pág. 13). Hemos descubierto, a través de esfuerzo de la actividad científica, que todas estas cosas no son más que conjuntos de átomos (que existen, que son reales) y que la gran variedad de átomos que existen están compuestos únicamente por tres partículas: electrones, protones y neutrones. También, hemos descubierto, que estas estructuras anteriores, están compuestas a su vez por entidades inobservables denominadas Quarks (los protones y neutrones), el electrón es un leptón sin estructura interna; y ello se reúne junto a sus características (como spin, masa y carga eléctrica) y la descripción de las interacciones con cuatro fuerzas fundamentales (mediadas por los bosones de Gauge), en el modelo estándar, uno de los modelos más importantes con el que cuenta la ciencia física. Según Diéguez (1998b) el argumento que resulta más convincente es el que presenta al realismo como una filosofía sumamente avalada por el desarrollo de la práctica experimental. Visto más como un resultado que como un presupuesto de la investigación científica. Argumento que ha sido utilizado en particular por Ian Hacking, Cartwright y Giere (citados en, Diéguez 1998), nombrados de nuevo, desde el cual sustentan el realismo ontológico. En su libro Representing and intervening Hacking (1996, citado en, Dieguez, 1998b) cuenta la historia de cómo se hizo un realista. Un amigo le describía cierto día el experimento realizado en la Universidad de Stanford para detectar la existencia de cargas eléctricas con valor igual a una fracción de la carga del electrón. La dirección de esas cargas fraccionarias mostraría la existencia de los quarks, cuya unión en diferentes combinaciones dan lugar a los llamados hadrones (protones, mesones, neutrones,). Los quarks desempeñan en la actualidad un papel parecido al átomo en el siglo XIX. Son inobservables en principio, pero muy útiles para estructurar un modelo teórico satisfactorio sobre los fenómenos subatómicos. La pregunta de los físicos es si los quarks realmente existen o son ficciones teóricas útiles a la hora de facilitar la obtención de nuevos resultados experimentales. Se atribuye a los quarks una carga eléctrica fraccionaria, de modo que su unión pueda conformar los diferentes hadrones. “Así, el protón con carga +1, estaría formado por dos quarks con carga +⅔ y uno con carga -⅓. El experimento de los físicos de Stanford pretendía detectar esas cargas mediante un procedimiento parecido al que R.A. Millikan utilizó a principios del siglo para medir la carga del electrón. En esencia, la idea era variar gradualmente la carga eléctrica de minúsculas bolas (menos de 10^-4 gramos) de niobio. Si alguna variación desde una carga positiva a otra negativa de dichas bolas se producía en grados fracciones de (carga del electrón), eso sería señal de la presencia de quarks” El resumen de la argumentación de Ian Hacking (citado en, Dieguez, 1998b). Cuando Hacking le preguntó a su amigo cómo variaba la carga de las bolas de niobio, éste contestó: “las rociamos Spray, con positrones para aumentar la carga o con electrones para disminuirla”. “desde ese día en adelante (concluye Hacking) he sido un realista
científico. Por lo que a mí concierne, si los puedes rociar es que son reales” (Hacking, 1996). La estrategia de Hacking en defensa del realismo ontológico parte de la idea de que el mejor recurso para ello, no resulta ser el análisis de los procesos de representación y elaboración de teorías en la ciencia, sino de la labor desplegada en la experimentación. En su opinión, es necesario salir de la orientación puramente teórica que ha dirigido los pasos de la filosofía de la ciencia hasta nuestros días y prestar atención a la práctica experimental, al uso de los instrumentos y de la tecnología puesta al servicio de la ciencia. Al extraer las implicaciones que derivan de esta atención a la práctica, una de las más inmediatas sería pues, el realismo de entidades (Diéguez, 1998b). La realidad apunta Hacking (1996) tiene que ver con la causación y nuestras nociones de la realidad se forman a partir de nuestras capacidades para cambiar el mundo, debe contarse como real aquello que puede usarse para intervenir en el mundo afectando a otras cosas, o aquello que el mundo puede usar para afectarnos. Por ello para Dieguez (1998b), en el caso por ejemplo, del electrón, solo hemos llegado a estar completamente convencidos, en un principio, de su existencia real, cuando se han construido regularmente y a menudo con bastante éxito, nuevos instrumentos que utilizan varias propiedades causales bien conocidas de los electrones para interferir en otras partes de la naturaleza más hipotéticas; y cabe añadir, lo mismo sucede con los quarks. Una vez se conoce cómo usar sus efectos en diversos experimentos, tendremos la mejor prueba de su existencia Ian Hacking (citado en Diéguez, 1998b). Porque “si se pueden ver los rasgos estructurales fundamentales usando varios sistemas físicos diferentes, entonces se tiene una excelente razón para decir: “esto es real”, en lugar de “eso es un artefacto” Ian Hacking (citado en Diéguez, 1998b) Así, para Hacking las entidades hipotéticas que la ciencia postula deben ser reconocidas como reales desde el momento en que sabemos utilizarlas para causar nuevos efectos. Así ocurrió con el átomo, así ocurrió con el electrón, y así debería ocurrir si todo va bien, con los quarks. La práctica y no la teoría es el mejor apoyo con el que cuenta el realismo sobre las entidades teóricas Nuestro autor reconoce que el argumento de la práctica experimental es uno de los más atractivos con los que cuenta el realismo. Sin embargo, posee ciertas debilidades que no se pueden ocultar y que, en todo caso, reclaman que se lo complete con razones añadidas (Dieguez, 1998b). Para los objetos de este texto, extenderse en tales objeciones no hace falta, reconocerlas es importante y no se están negando, sin embargo, Diéguez ofrece argumentos o propuestas que complementan el razonamiento de Hacking y lo fortalecen y así abre una discusión interesante, la cual se recomienda revisar en su obra. El campo experimental ha sido, según Hacking, sistemáticamente descuidado por la filosofía de la ciencia. La historia de la ciencia se ha vuelto una historia de la teoría, y ello representa un vacío. En este sentido, algunos filósofos afirman que los experimentos sólo tienen valor cuando testean la teoría, pero que el trabajo experimental no tiene vida propia. Hacking trabaja cambiando esa visión y pone énfasis en la riqueza, la complejidad y en la variedad de la vida científica. Su propósito es no sólo testear el experimento, sino mejorar la calidad de vida de las teorías, mostrando la distinción teoría-experimento no como obsoleta sino como multifacética. Experimentar es crear, producir, refinar y estabilizar
fenómenos.
La inferencia a la mejor explicación El planteamiento anterior de Hacking, lleva al a consideración de este argumento, aunque elementalmente, no implican las mismas características y no deberían confundirse, es uno de los más plausibles con los que cuesta el realismo científico, específicamente el de versiones fuertes que se adscriben al realismo teórico y semántico, o sea los que sí tienen en cuenta posiciones acerca de la verdad. Según Diéguez (1998b) se refiere en esencia a un tipo de inferencia abductiva que consiste en lo siguiente: “dado un hecho a explicar concreto, si hay para él varias hipótesis explicativas posibles evidencialmente equivalentes, pero una de ellas es la mejor en lo que se refiere a su poder explicativo, esto es, proporciona la explicación más probable, o más elegante, o la más profunda, o la más simple, o al menos rebuscada, o la que ofrece mejor coordinación a los detalles, o la más comprehensiva, o más coherente con explicaciones anteriores, etc., entonces en ausencia de circunstancias que puedan modificar la decisión, debe aceptarse esa hipótesis en lugar de las otras” (Dieguez, 1998b. Pag 54). En la ciencia este tipo de inferencia se emplea a menudo. Por ejemplo, el muy conocido experimento de Rutherford sobre la estructura de los átomos. Él observó en su laboratorio de física que cuando bombardeaba finas láminas de oro con un haz de partículas (a), que tienen carga positiva, que son muy masivas y poseen gran energía cinética, la mayoría de ellas, como era de esperar, atravesaban la lámina de oro y salían dispersadas con un leve ángulo de inclinación. Para su sorpresa Rutherford también encontró, que algunas de ellas rebotaban frontalmente y salen despedidas hacia atrás. Pensó que el causante de ese retroceso debía ser una colisión, y esto sólo podía obedecer al hecho de que so átomos de la lámina tenían mayor parte de su masa concentrada en un núcleo con carga eléctrica positiva rodeado éste de electrones relativamente muy alejados del núcleo. El modelo atómico nuclear era para Rutherford la mejor explicación del fenómeno de dispersión de las partículas (a). La IME sirve para más que hallar la causa más probable de un fenómeno particular, como la desviación de partículas (a). Sirve de igual manera, para establecer la existencia de ciertas entidades teóricas como los átomos, o sea demostrar la referencia genuina de
ciertos términos teóricos importantes de las teorías (Dieguez, 1998ª). Se ha usado por algunos realistas, además, más allá del propósito meramente ontológico de demostrar la existencia de entidades, como se vio en Hacking (1996). Por citar un caso, esta estrategia argumentativa fue utilizada por el químico francés Jean Perrin (citado en, Diéguez, 1998) en 1913, para establecer la existencia de los átomos más allá de toda duda razonable (aunque hoy en día la microscopía de efecto túnel termina de confirmarlo). La mejor explicación de hecho de que mediante trece procedimientos bastante diversos se obtuviese siempre un valor coincidente del núcleo de Avogadro era suponer que las moléculas y, por ende, los átomos existían realmente. Pero para el autor, este argumento a pesar de servir muy en ayuda del realismo ontológico, no se detiene allí, aunque utilizarlo en otros fines implique no la misma garantía argumentativa que en el caso anterior. El mismo esquema ha sido utilizado por algunos realistas no para defender la existencia de esta o aquella entidad teórica concreta, sino para apoyar directamente el realismo científico. Veamos cómo. La ciencia es una actividad sumamente exitosa; nos permite un manejo asombroso de los fenómenos naturales que se ha incrementado ininterrumpidamente desde su primer uso propiamente dicho. Las nuevas teorías poseen un mayor éxito que las anteriores en aquel manejo; algunas de ellas como la teoría cuántica, superan considerablemente, en eficacia predictiva y exactitud e incluso aplicaciones prácticas, todo lo que habría podido soñar un científico hace apenas cien años. Este aumento en la eficacia y éxito difícilmente rivalizables, es algo sobre lo que, realistas y naturalistas (instrumentalistas) coinciden sin problemas (Diéguez, 1998a). La idea de Dieguez en este punto, es que, para el instrumentalista el éxito es el objetivo mismo de la elaboración de teorías, el rasgo determinante del conocimiento científico auténtico; y también un dato último. El realista por otro lado, no se contenta con quedarse ahí, en el dato del éxito, éste quiere averiguar también, por qué se produce, qué es lo que hace que las teorías científicas sean tan buenos instrumentos para comprender y manejar el mundo. Ante esto, muchos realistas creen que la mejor explicación de tal éxito en su tarea instrumental, consiste precisamente en suponer que manera aproximada la teoría sí corresponde a la realidad, (esto sin descartar la posibilidad de error). Bajo esta forma la IME ha sido también llamada “argumento del milagro”, ya que en él se considera que si las teorías científicas no fuesen una descripción verdadera del mundo real (podría sugerirse el cambio de “verdadera” a modo de calco exacto, por “aproximadamente verdadera”, en términos de grado), de los fenómenos del mundo real), entonces el éxito de la ciencia sería un “milagro incomprensible” resalta Diéguez (1998ª). Si hay tales cosas (electrones, espacio-tiempo curvo, moléculas de ADN), entonces una explicación natural del éxito de las teorías mencionadas, es que son informes parcialmente verdaderos de su comportamiento. Y una explicación natural del modo en que las teorías científicas suceden unas a otras - por ejemplo, el modo en que la Relatividad sucedió a la Gravitación Newtoniana es que se reemplaza una explicación parcialmente correcta/parcialmente incorrecta de un objeto teórico -digamos, el campo gravitatorio, o la estructura métrica del espacio, o ambos; por una explicación mejor del mismo objeto u
objetos. “Pero si estos objetos no existieran realmente, entonces es un milagro que una teoría que habla de la acción gravitatoria a distancia prediga con éxito los fenómenos; es un “milagro” que una teoría que habla del espacio- tiempo curvo predice con éxito los fenómenos; y el hecho de que las leyes de la teoría anterior sean derivables “en el límite” de las leyes de la teoría posterior no tendría significación metodológica” Hilary Putnam (citado en Dieguez, 1998ª). Lo que el realista afirma, según Dieguez, no es que la verdad sea la única explicación del éxito práctico de una teoría concreta, sino que es la mejor explicación del éxito generalizado y creciente del conocimiento científico. Este éxito puede ser debido a otras causas aparte de la verdad, por ejemplo, el azar. Esas causas pueden variar, y es evidente que ideas equivocadas pueden llevar a resultados prácticos exitosos. Por ejemplo, la construcción de la primera máquina a vapor se llevó a cabo sobre la base teórica de que el calor era un fluido sutil (el calórico) que pasaba de los cuerpos calientes a los cuerpos fríos. También, los navegantes se orientaron muy bien durante siglos pensando que las estrellas estaban fijas en la bóveda celeste, algo que no puede ser considerado hoy ni siquiera como “aproximadamente verdadero”. Esas teorías, tanto la del estado estático aparente de las estrellas como la del calórico, eran, son y serán teorías falsas, pero produjeron en su momento resultados exitosos, sin embargo, esto no es problema para el realista precavido o no-ingenuo, pues éste sostiene que del éxito de una teoría no debe inferirse necesariamente su verdad. Es decir, no tendría que sentirse aludido con la lista que presenta Laudan con teorías que produjeron resultados exitosos en su tiempo y que después fueron abandonadas como falsas, explica Dieguez (1998ª). Asimismo, decir que la mejor explicación del éxito de las teorías es su verdad aproximada no es lo mismo que decir que del éxito de una teoría se infiere necesariamente su verdad. Ahora bien, para terminar de apoyar este argumento, un éxito prolongado y repetido de una teoría en situaciones diversas, sí es para el realista una señal (por supuesto fiable) de que entre la teoría y la realidad existe algo más que una adecuación empírica. ¿Por qué, de no ser así, esta adecuación empírica continuará dándose en situaciones nuevas? Pues aun cuando una teoría falsa pueda circunstancialmente tener éxito, es difícil ver cómo el crecimiento exponencial de la ciencia, así como la coherencia y el apoyo mutuo de diversas teorías con éxito en ámbitos diferentes, pueda ser explicado sin recurrir de algún modo o al menos aproximadamente, al concepto de verdad (Diéguez, 1998a). “Para sus partidarios, la fuerza del realismo está en tener un mayor poder explicativo que sus alternativas rivales. El realista cree que es posible explicar incluso el éxito temporal de las teorías falsas, mientras que para el instrumentalista todo éxito es un misterio” (Diéguez, 1998, pág. 160).
El realismo de Howard Sankey La noción realista de Sankey (2010) reitera que somos capaces de obtener conocimiento de una realidad independiente. Tal conocimiento no está restringido ni al mundo fenomenal constituido por conceptos e inputs sensoriales (cosa con la que un realismo moderado, no estaría de acuerdo al pie de la letra), ni a aspectos de la realidad que pueden observarse por medio de experiencia sensorial no asistida o el sentido común. Sankey plantea una posición anti-escéptica desde el realismo científico. Para el realista científico, el objetivo de la ciencia es llegar a la verdad acerca del mundo (cosa que, desde lo visto en Diéguez, es claramente discutible). Así pues, el progreso científico consiste en el progreso o aproximación sistemática y organizada hacia la verdad. El mundo que habitamos, y que la ciencia investiga, es una realidad objetiva que existe independientemente de la actividad cognitiva humana. Interactuamos con este mundo por medio de nuestras acciones, que están basadas en nuestros estados cognitivos. Sin embargo, nosotros no creamos este mundo, ni es dependiente en modo alguno de nuestras creencias, conceptos, experiencia o lenguaje y en este sentido mucho menos es plausible considerar que el conocimiento más próximo a esa realidad independiente, puede ser cualquiera; favoreciendo un “todo vale” en la estructura de la formación de conceptos y en los conceptos e ideas mismas que dan forma al conocimiento, es decir, desde esta perspectiva claramente es un error considerar que cualquier elucubración creativa espontánea, percepción desde la consciencia ordinaria, construcción mitológica, etc., gozará del mismo estatus que una elaboración teórica científica. Pues el resultado de la investigación científica exitosa es el conocimiento, distinguiendo éste de cualquier tipo de elucubración humana. Los científicos descubren hechos acerca de entidades inobservables cuya conducta es responsable de la conducta de las entidades observables dice Sankey (2010). “La actividad científica se encarga entre otras cosas de proponer teorías que se refieren a entidades inobservables con el ánimo de explicar los fenómenos observados y viceversa, tal como se evidencia en el caso más popular, la física. La evidencia empírica provee razones con las mayores garantías de certeza, para creer que las teorías que se refieren a entidades inobservables son verdaderas” (Sankey 2010). Todo esto, según el autor, es con el ánimo de esclarecer que el conocimiento científico no está restringido a un ámbito observable o fenomenal, sino que se extiende a la naturaleza subyacente de la realidad al identificar las causas inobservables de los fenómenos observados. Ahora bien, como la ciencia progresa, las teorías científicas se aproximan a la verdad con mayor criterio que otros métodos al dar descripciones cada vez más precisas de las entidades identificadas por los científicos anteriores. Las teorías precedentes nos dicen una cierta cantidad de verdades acerca de las entidades que han sido identificadas. Las teorías posteriores incrementan el grado de verdad conocida sobre las entidades a las que se referían las teorías previas. (Sankey 2010).
El autor argumenta entonces que el método científico garantiza una fuerte correspondencia entre ambas. En este punto es pertinente concluir argumentando que el hecho de que una proposición acerca del mundo sea verdadera, es una cuestión objetiva que depende de cómo las cosas se sitúan en el mundo independiente del procesamiento cognitivo de la información, y trasciende lo que los científicos crean al respecto. De este modo separar el conocimiento como resultado de un proceso exitoso subordinado al método científico, de lo que imaginamos, los mitos, el mismo sentido común y con esto la opinión subordinada a creencias irracionales, es una tarea pertinente y argumentativamente útil contra el relativismo o el escepticismo radicales. (Parte de los argumentos a favor del realismo científico acá expuestos constituyen una respuesta al empirismo constructivo de van Fraassen el cual sostiene que la experiencia sensorial directa es incapaz de determinar si las afirmaciones de una naturaleza no observacional; entidades inobservables tales como átomos y electrones, son verdaderas, ya que tal experiencia sólo provee información acerca de fenómenos observados, y según Sankey (2011) esta posición es profundamente problemática. Es claro, si se analiza desde un realismo más complejo y no-ingenuo, con cuáles de las cosas expuestas por Sankey se puede estar de acuerdo y a cuáles objetar.
El realismo crítico de Mario Bunge y Raimo Toumela Para finalizar, Según Rivadulla (s.f) el realismo crítico de Mario Bunge y Raimo Tuomela (citados en, Rivadulla, s.f), puede decirse que representa una versión sofisticada de realismo científico. Elementalmente el realismo crítico comparte con el realismo metafísico la tesis ontológica de la existencia y la cognoscibilidad de las cosas en sí, sin embargo, diverge de él en las tesis siguientes: 1. Las cosas del mundo en sí, son cognoscibles, si bien parcialmente y por aproximaciones sucesivas, antes que exhaustivamente y de manera abrupta. 2. El conocimiento de una cosa en sí se obtiene o procede propiamente de la teoría y el experimento. 3. Este conocimiento fáctico (no empírico o sensible), es hipotético y no que apodíctico, por lo tanto, da lugar a la perfectibilidad, esto es, corregible y no definitivo ni absoluto.
4. El conocimiento de una cosa en sí, lejos de ser directo y “pictórico”, es indirecto y simbólico. El conocimiento de una cosa no constituye pues una “copia absolutamente fiel” suya, lo que se debe al hecho de que este conocimiento se obtiene ante todo por medio de teorías. Las tesis semánticas de este realismo según Rivadulla (s.f) son dos: 1. Los predicados teóricos de las teorías científicas refieren generalmente objetos fácticos exteriores y representan sus aspectos. 2. El significado de los términos teóricos viene determinado en general por la teoría o teorías en que aparecen” (Rivadulla, s.f pág., 22). Para el realismo crítico los conceptos científicos representan aspectos, considerados relevantes, de objetos físicos realmente existentes. Esta representación empero, no se trata de una copia pictórica ni directa, sino hipotética, incompleta, indirecta y simbólica. Pero no de otra forma refiere la ciencia la realidad, sostiene Mario Bunge (1972). Y aunque el significado de un término sea contextual, es decir, relativo a una teoría, su referencia puede permanecer invariante a pesar de que un cambio teórico implique un cambio de significado.
VII. Conclusiones Claramente, al lector el recorrido a través de estas exposiciones argumentativas, podrían haberle suscitado conclusiones que distan poco o considerablemente de la siguiente, sin embargo, esta no es una conclusión obligatoria de todo esto, y menos provenido de tantos encuentros filosóficos, posturas, etc, como una síntesis difícilmente definitiva de todo lo expuesto. De hecho, la intención de este trabajo como se ha aclarado anteriormente es en gran medida, aportar herramientas conceptuales e ideas que permiten nuevos debates alrededor de los tópicos mencionados, inclusive si esto amerita críticas a la naturaleza de la licencia, aunque, principalmente el objetivo primario es suscitarse a favor de la misma, claro está. Con todo lo revisado, no podría generalizarse una conceptualización única de lo que es la ciencia, y la invitación es a desarrollar discursos, que tengan en cuenta los diversos matices que encierran su método, su conocimiento y su impacto en la sociedad. Es claro, además, que el posmodernismo implica una amplia gama de discursos, cuyos propósitos y “fuerza” ideológica varía con una escuela a otra, un autor a otro. Estos movimientos filosóficos varios, han tenido un impacto innegable en la estructura de nuestra sociedad, sea éste, positivo en algunos casos, como se ha señalado en cuanto a algunos de sus logros, como negativo como algunos críticos citados lo han expuesto a lo largo de sus obras críticas. El posmodernismo o al menos los discursos que implican unas actitudes posmodernas, sean fuertes o débiles, son un hecho, tanto en el ámbito académico como del diario vivir. No se trata de ser pro o anti- posmodernista, aunque es evidente que mi posición es más en contra que a favor del mismo, no es este trabajo una mención de odio absurdo hacia todo lo que implique en su estructura argumentativa una naturaleza posmodernista. También claro está que la modernidad, primero, puede ser criticada sin recurrir a los recursos filosóficos más propios de la posmodernidad y segundo, que si la cuestión, como se refleja en este texto, es la de exponer una defensa al menos parcial, (y ni de cerca definitiva) específicamente hacia la naturaleza de la ciencia en torno a los argumentos críticos más fuertes de la posmodernidad, podemos asegurar que el posmodernismo apunta a muchas manifestaciones de nuestra sociedad y no siempre su crítica debe establecerse hacia las posturas que tenga en contra de lo-científico. También vale volver a advertir que
lo-científico no necesariamente debe ser “atornillado” sobre el concepto de modernidad. Pues la ciencia es transversal a la historia y la naturaleza humana y no una actividad propia de una fracción de la primera. En el campo del saber y la especulación filosófica, el posmodernismo es un conocimiento “válido” como cualquier otro. Pero, lo que se denuncia en este texto, como se ha evidenciado, con posturas, si bien unas más convincentes que otras, pero que argumentan en contra del posmodernismo desde distintas aristas (como hacen Moulines y Spiro, por ejemplo), es la intromisión posmoderna con su tendencia hacia formas fuertes de relativismo y constructivismo en el campo de las ciencias, y es que guste o no, por las características de ésta, se le confiere una confianza que no admite los devenires y riesgos que implican algunos sectores dentro del pensamiento posmoderno. Ahora bien, puede que para algunos lectores, el propósito más superficial de este texto, a saber, exponer una serie de argumentos críticos en torno al posmodernismo, se haya visto culminado hasta finalizar el apartado correspondiente a las críticas de autores y posturas puntuales dentro del posmodernismo, y es una impresión, que de tener el lector realmente, es completamente válida, empero, considero que hablar acerca de posmodernidad y profundizar, como se hizo, en los debates críticos actuales a su alrededor, implica se quiera o no, una batería de nociones con respecto a la naturaleza de la ciencia. De hecho dentro del texto mismo, esto se justifica, pues los debates críticos por ejemplo, realistas, anti realistas, instrumentalistas, positivistas, etc, los que asimismo se posicionan en contra o a favor del problema de la demarcación y demás, son un componente que; si bien, en algunos sí, pero en otros, no suscita per se una crítica muy clara y explícita hacia el posmodernismo, lo que se busca en este texto, es reflejar que al menos, tener una noción más amplia de lo que implica eso que llamamos “ciencia” puede aportar herramientas críticas contra formas fuertes de relativismo, escepticismo y constructivismo, las cuales están tan asociadas a los discursos posmodernistas más radicales. El problema de la demarcación abre debates interesantes con respecto al progreso de la ciencia o al menos nos hace evidente las distinciones actuales que puedan hacerse entre ciencia y no-ciencia, entre creencias irracionales y conocimiento científico que como ya se explicó y si el interés del lector está en participar de estas reflexiones, se le invita a leer con detenimiento las conclusiones provisionales que expongo al comienzo y final del apartado sobre la demarcación. La naturaleza de la ciencia no puede establecerse sobre un saber netamente enciclopédico o sobre las aproximaciones teóricas de autores particulares como Mario Bunge (esto no quiere decir que su noción de ciencia desarrollada a través de sus obras, sea inútil, sino individualmente insuficiente), debe pues, encararse tomando toda una batería de concepciones que si bien, podrán ser de distintos autores e incluso enfoques, pero contienen temas transversales o comunes que se aseguran por su objeto de estudio
meta-científico común y que, abordadas con suficiente prudencia y estrategia, puede hallarse como un complemento a los vacíos conceptuales de otras. De hecho, con algo de atrevimiento y dejando abierta esta posibilidad al lector, no como algo establecido académicamente sino como una reflexión que a lo largo de la elaboración del texto me ha sido suscitada como ya especifiqué; una noción de ciencia más amplia teniendo en cuenta sus fallas, su historia, un conocimiento de las escuelas que tratan de explicar su naturaleza y demás, son herramientas potenciales en sí mismas, para hacer cara a las propuestas posmodernas anti-científicas, cuyos contenidos sean más radicales. Con respecto a la necesidad de abordar a mayor profundidad las escuelas filosóficas que han abordado lo-científico, tales como el positivismo, el instrumentalismo y con mayor detalle el realismo; sería osado realizar afirmaciones del tipo “la ciencia es el único e irrefutable camino hacia la verdad” desde las posturas a favor como las críticas que he analizado y expuesto acerca del realismo y sus vertientes, puede decirse que un realismo científico cuya naturaleza implique tomar al pie de la letra las 5 tesis que Diéguez asocia al mismo, es un realismo ingenuo, o hasta el momento ingenuo, que a pesar de tener puntos fuertes que pueden mejorar nuestra noción de lo que implica un compromiso ontológico entre las teorías científicas y la realidad, si se le toma a pecho sin tener en cuenta las críticas que por ejemplo, posiciones anti-realistas instrumentalistas hacen del mismo, puede no ser la decisión más adecuada. Me refiero a un realismo científico que se tome demasiado en serio el compromiso con nociones correspondentistas de “verdad” (realismo semántico, progresivo y teórico) y no tenga en cuenta los vacíos de sus orientaciones a favor, no sería del todo sensato. Otro caso diferente es el realismo de entidades, parte importante de las tesis que configuran al realismo científico; al que se adscriben autores como Hacking, el cual es más flexible, como ya se explicó y no hace falta recalcar tanto, cuyos argumentos a favor del correlato real con entidades observables y no observables, pueden ser muy buenos y convincentes puntos de partida para estructurar discursos hacia formas fuertes de relativismo y escepticismo - constructivismo y en pro del carácter especial de la ciencia. Lo importante también estaría en reconocer que en la práctica científica no debe exigirse una postura “realista semántica” por ejemplo, pues cabe pensar que no sea necesario (aun cuando sean susceptibles en principio, de tal atribución), dado que estas contienen también afirmaciones sobre entidades no observables cuya supuesta verdad es más prudente dejar en suspenso (Con esto no se hace referencia con “inobservable” a “átomos o proteínas” pues con ayuda de instrumentos, son observables), y que por tanto, debe ceñirse todo juicio acerca de dichas teorías a su mayor o menor adecuación empírica, es decir, a su grado de correspondencia con los fenómenos observables, ya sea mediante percepción directa o apoyo tecnológico. Aunque vale advertir que el problema de la verdad como correspondencia no ha sido del todo descartado con éxito y vale la pena continuar su discusión. Pues como bien
Diéguez lo expone con respecto a la “inferencia a la mejor explicación” como argumento en defensa del realismo científico un éxito prolongado y repetido de una teoría en situaciones diversas, si es para el realista (en el mejor caso, moderado) una señal (por supuesto fiable) de que entre la teoría y la realidad existe algo más que una adecuación empírica. Un buen aporte con respecto al problema de la verdad como correspondencia se halla en Chalmers (2000, pág. 227 - 229). De hecho por otro lado, algunas formas de instrumentalismo (y vale repetir que el instrumentalismo no niega la idea de progreso en las ciencias, tal como los relativistas más fuertes lo hacen, solamente que, para el pragmatismo ese progreso no se trata del concepto acumulativo y lineal de los positivistas), como la de Laudan, y aunque esto pueda pecar de contradecir la propuesta expuesta sobre la demarcación, son ideas interesantes a favor de la racionalidad científica, que, a pesar de no defender una idea ontológica como la del realismo o un compromiso con la noción verdad, halla en las teorías científicas una naturaleza recursiva, como herramientas conceptuales, heurísticas, etc, que de una manera u otra son mejores recursos que otros (de otras diversas formas de conocimiento) para aproximarnos a los fenómenos, discursos que pueden representar objeciones interesantes y valiosas en respuesta a ciertas formas fuertes de sociología de la ciencia, como las que expone Moulines en su crítica a las inconsistencias dialógicas y podrían ser una contrapartida a la afirmación de que la ciencia “es una narración más”. Como quiera que sea, desde propuestas afines al instrumentalismo de Laudan (que son negacionistas de la relevancia de la demarcación) o propuestas más afines a un realismo científico que ponga mucha relevancia al realismo epistemológico que son pues, más afines al problema de la demarcación. La idea es proporcionar argumentos que en potencia son capaces de hacer frente a estas propuestas posmodernistas más fuertes ya descritas en los primeros apartados de este texto. Aunque mi postura, como autor, está más a favor de las formas débiles o menos ingenuas de realismo y de la reivindicación del problema de la demarcación, no significa una postura obligada para el lector ni tampoco se ha expuesto como irrefutable y definitiva. El resultado final, podría ser abandonar el extremismo desde cada frontera epistemológica y promover estudios- investigaciones, apertura de debates y otros ejercicios académicos que impliquen la profundización y el aporte en cuanto al complemento y desarrollo de argumentos que; como ya se ha visto, sigan siendo capaces de proponer discusión o presentar exigencias que tengan como fin, fomentar la evolución en el desarrollo del discurso que otorga validez a una racionalidad científica y a otras características (examinadas en el presente trabajo) del conocimiento que se obtiene a través de la ciencia, su método, su filosofía, y con ello pueda señalarse justamente su lugar privilegiado (sea esto aún discutible o no desde ciertos ámbitos académicos específicos). Características que, partiendo de haber examinado estrategias argumentativas a su favor y en contra, no deberían ser abordadas como algo imposible de argumentar positivamente, o, en otras palabras, de defender. En este orden de ideas, argüir en pro y de manera crítica, no idealizada, amplia y para
nada ingenua, sobre eso que, luego de un amplio recorrido podemos denominar: actividad científica, y en el camino, ir comprendiendo la necesidad de reconocer las reflexiones críticas y disertaciones en torno a determinados discursos filosóficos, que se han construido sobre posturas reaccionarias extremistas contra lo científico, o incluso, como algunos de los discursos citados por Sokal y Bricmount, que ciertamente no reaccionan directamente contra la actividad científica, pero indirectamente perjudican de ésta, ciertos aspectos, debido principalmente al mal uso de las teorías en contextos inadecuados, el abuso de los significados del lenguaje técnico y las extrapolaciones indiscretas. Podemos decir que en estos y los demás casos, como los citados de “posturas fuertes de x o y filosofía”, no se está lidiando simplemente con “molinos de viento”. En fin, creo que estoy muy excedido en el tiempo que generosamente me han concedido.
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