Ideas Para Una Concepcion Biologica Del Mundo

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BARON JAKOB VON UEXKÜLL

IDEAS PARA UNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MUNDO TRADUCCIÓN DEL ALEMAN POR

R.

M.

TENREIRO

ESPASA-CALPE ARGENTINA,- S. A. BUENOS AIRES — MEXICO

IMPRESO EN LA ARGENTINA

Edición autorizada especialmente Primera edición para la colección Historia y Filosofía de la Ciencia Queda hecho el depósito que previene la ley número 11723 Copyright by Compañía Editora Espasa-Calpe Argentina , S . A . Buenos Aires. 19ó5

En los últimos años se oye por dojídequiera un monó­ tono treno sobre la cultura -fracasada y concluida. Filisteos de todas las \lenguas y todas las observancias se inclinan ficticia?nente compungidos sobre el cadáver de esa cultura, que ellos no han engendrado ni nutrido. La guerra mun­ dial, que no ha sido tan mundial como se dice, parece ser el síntoma y, al par, la causa de la defunción. La verdad es que no se comprende cóm o una guerra puede destruir la cultura. Lo más a que puede aspirar el bélico suceso es a suprimir las personas que la crean o transmiten. Pero la cultura misma queda siempre intacta de la espada y el plomo. N i se sospecha de qué otro modo puede sucimibir una cultura que no sea por propia deten­ ción, dejando de producir nuevos pensamientos y nuevas normas. Mientras la idea de ayer sea corregida por la idea de hoy, no podrá hablarse de fracaso cultural. Y, en efecto, lejos de existir éste, acontece que, al menos la ciencia, experimenta en nuestros días un incomparable crecimiento de vitalidad. Desde 1900, coincidiendo pere­ grinamente con la fecha inicial del nuevo siglo, co???ienzcm a elevarse sobre él horizonte intelectual pensamieyitos de nueva trayectoria. Esporádicamente, sin percibir su radi­ cal parentesco, aparecen en unas y otras ciencias teorías que se caracterizan por disentir de las donantes en el si­ glo X IX y lograr su superación. Nadie hasta ahora se había fijado en que todas esas ideas que se hallan en su hora de oriente, a pesar de referirse a los asuntos más disparejos, poseen una fisonomía común, una rara y sugestiva unidad de estilo. Desde hace tiempo sostengo en mis escritos que existe ya un organismo de ideas peculiares a este siglo X X que ahora pasa por nosotros. La ideología del siglo X IX , vista desde ese organismo, parece una pobre cosa tosca, maniá­ tica, imprecisa, inelegante y sin remedio periclitada. [7]

8 Esto, que era en mis escritos poco mas que urna privada afirmación, podrá recibir ahora una prueba brillante" con la Biblioteca de Ideas del Siglo X X . En ella reúno las obras más características del tiempo nuevo, donde principian su vida pensamientos antes no pensados. Desde la matemática a la estética y la historia, procurará esta coleccióíi mostrar el nuevo espíritu labran­ do su miel futura sobre toda la flora intelectual. Claro es que tratándose de una ideología en plena mocedad no po­ drá pedirse que existan ya tratados clásicos donde aparezca con una perfección sistemática. Es más, algunos de estos libros contienen, junto a las ideas de tiuevo perfil, residuos de la antigua manera, y com o las naves al ganar la ribera, mientras hincan ya la proa en la arena aun se hunde su timón en la marina. • * # En el presente libro de von Uexküll hallará el lector, sobriamente expresado, un sistema de ideas biológicas que represeyita m ejor que ningún otro la manera actual de acercarse a los problemas de la vida. El volumen ha sido formado recogiendo ensayos diferentes: trae esto consigo que más de una vez se repita la exposición de un mismo pensamiento. N o creo, sin embargo, que esto resulte eno­ joso. A l insistir sobre una misma idea, Uexküll la presenta con nuevo cariz, y la lectura llega al cabo de las páginas animada por una curiosidad ascendente. Debo declarar que sobre mí han ejercido desde 1913 gran influencia estas meditaciones biológicas. Es+a influen­ cia no ha sido meramente científica, sino cordial. N o co­ nozco sugestiones más eficaces que las de este pensador, para poner orden, serenidad y optimismo sobre el des­ arreglo del alma contemporánea. 1922. José O rtega

(Escrito para la primera edición de la presente obra en la Biblioteca

de ideas del siglo XX.)

y

G

asset .

A Houston Stewart Chamberlain Respetuosamente *

IDEAS PARA UNA CONCEPCION BIOLÓGICA DEL MUNDO

PRIMERA PARTE

LOS NUEVOS PROBLEMAS

NUEVAS CUESTIONES Estamos en vísperas de una bancarrota científica cuyas consecuencias aun son incalculables. Hay que borrar al darwinismo de la serie de las teorías científicas. Cierto que para el gran público los dogmas de esta doc­ trina, convertida en una especie de religión, aun será mo­ neda corriente durante años. Pero los biólogos experimen­ tales se apartan silenciosamente de ella, uno tras otro, y pronto tendrán también que seguirlos los biólogos des­ criptivos. A la larga no puede, sin embargo, permanecer oculto para el público científico más amplio que la biología ex­ perimental ha abandonado al darwinismo y trata de nuevos problemas y plantea nuevas cuestiones. Han surgido nuevas contradicciones, que de tal modo requieren el interés de los biólogos que ya nadie quiere tomarse seriamente la molestia de volver a matar en pú­ blico al muerto darwinismo. Y, sin embargo, es imposible, para quien se encuentre alejado de ellas, comprender debi­ damente las nuevas cuestiones mientras permanezca aún en el terreno del darwinismo. Por eso trataré de declarar brevemente algunos de los motivos que en mi opinión han movido directamente a la biología experimental a abandonar el darwinismo. En modo alguno pretende esta exposición ser un escrito polémico contra el darwinismo, porque tal polémica no es ya nece­ saria. El darwinismo, que había nacido con tales trompe­ tazos, ha caído en silencio. El darwinismo afirmaba: "Las especies nuevas se originan de las antiguas por continuadas transiciones. Natura non jack saltus” era empleada en este sentido. El libro mismo de Darwin no aportaba ninguna prueba [ 15 ]

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experimental de esta afirmación. Tanto más se trató por ello de llenar este vacío en los tiempos siguientes. A pesar de todos los esfuerzos, el material probatorio ha seguido siendo extraordinariamente pobre. Se reduce, en lo esencial, a un informe de Schmankewitsch, que pretendía haber ob­ servado la sucesiva transformación en otra de una pequeña especie de cangrejos de mar. Esta metamorfosis debía ser provocada por la reducción del agua salada del mar. La comprobación experimental no ha confirmado este descu­ brimiento. El segundo hecho susceptible de ser experimentado es el dimorfismo estacional de algunas mariposas. Actuando so­ bre la crisálida de una mariposa de verano, se la puede mo­ dificar tanto, que sale de ella una mariposa de otoño, que hasta entonces se había contado en otra especie. Tam poco en este caso puede hablarse del tránsito de una especie a otra. Simplemente, es que se ha tenido, de un modo falso, com o representantes de dos especies distintas a los individuos de una misma especie que se presentan en diversas estaciones, y que, por consiguiente, llevan un traje, ya de verano, ya de invierno. En oposición a este material demostrativo del darwinismo, completamente estéril, De Vries ha aportado y mostrado en su excelente libro un material demostrativo, cierto que li­ mitado, pero cuidadosamente comprobado, de que especies vegetales que se encuentran en un período de mutación producen repentinamente nuevos individuos cuya estructura se ha transformado hasta en lo más nimio. Estas experien­ cias, plenamente auténticas, han probado que pueden origi­ narse nuevas especies por repentinos e inmediatos tránsitos. De lo cual, por lo demás, el propio Darwin refiere un ejemp?o. Natura jack saltus puede tenerse ahora com o de­ mostrado. Como se sabe, apóyase principalmente Darwin en los re­ sultados de la selección artificial y en la capacidad de variar de muchos animales dentro de amplias fronteras. Darwin creía poder admitir que por variación se originan especies nuevas.

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Esta suposición se ha demostrado com o errónea. Todas las variantes de la misma especie, por muy cuidadosamente que sean aisladas mediante una selección artificial, abando­ nadas a sí mismas vuelven a caer en la especie original al cabo de algunas generaciones. Lo mismo ocurre con las variantes de habitación. Ninguna especie nueva se origina por variación. Como éste es el punto crítico en que se apartan la antigua y la nueva concepción, quiero entrar en mayores pormeno­ res acerca de la idea que existe en el fondo del darwinismo y del antidarwinismo. Los darwinistas, com o partidarios de la doctrina de la variación, consideran cada individuo com o un conglome­ rado de diversos elementos, cuya estructura es sólo el resul­ tado de una especie de proceso interno de fermentación. Esta fermentación opera tan pronto sobre esta com o sobre aquella parte y las modifica. Cuando en un individuo están modificadas todas las partes, precisamente por ello perte­ nece a una especie nueva. Los partidarios de la mutación conciben al individuo co ­ mo un cuadro, en el cual se puede producir cierta variedad mediante un cambio accidental en la aplicación del color, sin cambiar el cuadro en su composición total. Así, los va­ riados individuos de una especie se asemejan como otras tantas copias del mismo cuadro; cosa que en lo esencial ha sido ya enseñada por Platón. Toda grosera modificación física que sufra un cuadro sólo podrá destruirlo; jamás tendrá la facultad de producir, como por ensalmo, un nuevo cuadro. La nueva biología vuelve a acentuar principalmente que todo organismo es una producción en la cual las diversas partes se encuentran reunidas según un plan permanente, y que no representa un informe y fermentante montón de ele­ mentos que sólo obedezca a las leyes físicas y químicas. Así, pues, para la actual biología cada especie nueva está caracterizada por un nuevo plan, y los individuos de espe­ cies diversas son organismos cuyas diversas partes están construidas y ordenadas según planes diversos.

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Darwin enseña además que en vez del criador de anima­ les domésticos, el cual —en su opinión— puede crear especies nuevas mediante la selección de adecuadas variedades, apa-* rece en la Naturaleza la lucha por la existencia. En la lucha por la existencia debe vencer el más rápido al más lento, el más fuerte al más débil, etc. De esta manera, debe verifi­ carse, según se expresa H. Spencer, una "selección del adaptado” . Mediante esta doctrina, ingenua y groseramente popular, han sido simplemente pisoteados los más finos e interesantes problemas de la biología. Sin embargo, sólo puede hablarse de la superioridad de un competidor sobre otro cuando es el mismo el objeto por el cual luchan ambos. Si cada uno de ellos se dirige hacia un objetivo distinto, no llega, en modo alguno, el caso de que midan sus fuerzas. Cierto que también se dan en la Naturaleza luchas por el mismo objeto, y si dos andan a golpes, gana el más fuerte; esto lo saben ya los chicos de la escuela. Pero una teoría que pretende derivar de este tosquísimo experimento toda la diversidad de la naturaleza orgánica, no puede ser atri­ buida a la larga a un hombre inteligente. Las condiciones de existencia son tan diversas como los mismos seres vivos. Cada animal, cada planta tiene sus es­ peciales condiciones de existencia, que en parte no pueden serle disputadas en modo alguno. Bien se comprende que por todos lados hay en la Naturaleza relaciones entre veci­ nos y compañeros, las cuales distan mucho de ser siempre de un carácter amistoso o inofensivo. Pero, a causa de eso, hablar de una lucha de todos contra todos es una grosera exageración. La actual concepción científica de la Naturaleza parte de la teoría física de un caos general de puntos materiales en el espacio, en el cual sólo rigen fuerzas fisicoquímicas. Este caos forma el general e informe mundo exterior en que viven todos los organismos. Pero cada organismo, con­ forme a su estructura, sólo entra en relación con una parte muy pequeña de mundo exterior. Cada ser vivo mediante estas relaciones, se crea un mundo circundante,

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único propio para él, en el que se desenvuelve su vida, Si se quiere hablar de la "selección del adaptado” , hay que emplear esta palabra en sentido opuesto al de Spencer, La Naturaleza no escoge los organismos adaptados a ella, sino que cada organismo se escoge la naturaleza a él adapEsta interpretación es corriente ya desde hace tiempo para los fisiólogos. Entre las innumerables ondas del éter, |>nuestro ojo sólo escoge una escala muy limitada, lo mismo í que nuestro oído de las ondas del aire. De este modo, en todo el mundo animal cada órgano de los sentidos no es otra cosa que un aparato para escoger los efectos conve­ nientes para el animal entre los innumerables del mundo ex­ terior. Por ello, en modo alguno pueden compararse entre * sí los órganos de los sentidos de las diversas especies ani­ males, ya que cada uno sirve para un fin distinto. Igual­ mente falsa sería la tentativa de pretender medir unos por otros los heterogéneos aparatos de marcha o vuelo, pues cada uno de ellos, según su manera de ser, crea nuevas rela­ ciones con la tierra o el aire. Los organismos son incom­ parables entre sí, lo mismo que sus órganos. Sólo excepcionalmente entran los organismos en directa, oposición unos con otros. En esencia, cada ser vivo tiene la aspiración de organizar otra parte del mundo exterior, transformándola en su mundo circundante. Estas acciones recíprocas entre animal y mundo circundante presentan al biólogo los temas más sutiles y espirituales, que hasta ahora han sido ahogados con la tosca expresión de "lucha por la existencia” . La variación y la lucha por la existencia eran los dos sos­ tenes principales de la teoría de la descendencia, que p er-; mitían derivar todos los animales unos de otros hasta que se llegaba a las más sencillas amibas o móneras, que no debían ser otra cosa sino simples esferillas de espuma que, mediante su cambiable tensión superficial, se modificaban y movían. Constituían, por lo tanto, el anhelado tránsito de lo orgánico a lo inorgánico, de lo vivo a lo sin vida. Esta derivación de la vida de la física era la verdadera

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coronación del darwinismo. Permitió a Haeckel echar al mundo el conocido Monismo. Los animales superiores te­ nían todos una estructura de máquinas, que los diferenciaba de lo inorgánico. Los seres vivos más sencillos no tenían estructura y, por consiguiente, ya no era lícito diferenciar­ los de lo inorgánico. Los caminos del darwinismo jamás han llevado tan fun­ damentalmente al error com o aquí. Cierto que los organismos inferiores, por ejemplo, los infusorios, están más sencillamente construidos que los ani­ males superiores. Pero aunque se compongan de menos miembros, su acomodación es exactamente tan conforme a plan com o la de los animales superiores. Hasta se puede indicar que los animales inferiores tienen resueltos de una manera más perfecta que los animales superiores los proble­ mas técnicos que se les han presentado. También concier­ tan mundo circundante y organismo, exactamente con tanta perfección en los infusorios com o en los mamíferos. Además, es un tema fecundo el observar cóm o los planes constructivos de los animales se van haciendo cada vez más sencillos hacia el monocelular, hasta que, finalmente, el pa­ rame ció se gobierna, en substancia, con un reflejo único. Si el mundo de la vida terminara, hacia abajo, con los infusorios, sólo sabríamos que hay estructuras muy simples que en su especie funcionan tan bien com o las altamente complicadas. Pero no recibiríamos ninguna explicación acerca de si pueden darse seres vivos sin estructura, y si tener vida y poseer una estructura son la misma cosa, como es admitido generalmente. Por fortuna, la Naturaleza ha resuelto este problema, ex­ presa e inconfundiblemente, mediante las amibas. Las amibas son seres vivos que, en cada caso, comienzan por crearse la estructura que necesitan para la vida. La amiba más sencilla está en condiciones de construirse, según los necesite, sus instrumentos ambulatorios y manducatorios, estómago, etc., y volver a aniquilarlos. De este hecho innegable se desprenden dos cosas dife­ rentes: 1^, que un organismo se sirve de órganos para dedi­

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carse a su actividad vital, como una máquina necesita las diferenciadas partes de su estructura para ponerse debida­ mente en marcha, y 2^, que, al contrario de la máquina, el ser vivo posee la capacidad de construirse él mismo sus órganos. Pronto parecerá fabuloso que se hayan puesto siquiera en duda estas sencillas proposiciones, pues no hay animal ni planta que no construya su estructura de una simple célula, con lo cual realiza algo de que no es capaz ninguna máquina. Pero de tal manera se estaba deslumbrado por el darwinismo, que tenía por idénticas estructura y vida, que se aceptó sin vacilar el dogma de que "cada organismo sólo es una máquina” . A consecuencia de esto, hubo que afirmar que todo ser vivo era hecho por una máquina invisible me­ tida dentro de la célula germinal. N o había tampoco ni sombra de prueba de esta afirma­ ción; pero constituía h base Je la concepción del mundo dominante y, por lo tanto, tenía que ser creída sin ser exa­ minada. Sólo gracias a Driesch, que se planteó com o problema el perseguir, cada vez más de cerca, la máquina invisible en la célula germinal, llegó a vacilar toda Ja teoría. Es evi­ dente que una máquina que debe construir una máquina complicada necesita tener alguna especie de estructura; si no, no es máquina. Driesch logró demostrar que la célula germinal no poseía ni huella de una estructura mecánica, sino que se componía puramente de partes de igual valor. Cayó con ello el dogma: el ser vivo sólo es una máquina. Si en un ser vivo totalmente organizado funciona la vida de manera análoga al funcionamiento de una máquina, sin em­ bargo, el organizar de un germen sin estructura un pro­ ducto de estructura acabada es una capacidad sui generis, que sólo corresponde a lo viviente y que se presenta por completo sin semejante. Para formarse una idea justa del proceso de organización por el cual pasa cada ser vivo en el curso de su desenvol­ vimiento, hay que recordar lo siguiente: Todos los lectores para quienes es familiar la división zoo­

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lógica de los animales saben que* todos los individuos que poseen un plan de construcción, esto es, de estructura, co ­ mún se sintetizan en una especie. Todas las especies que muestran rasgos fundamentalmente comunes en su plan de construcción se sintetizan en un género. El plan de cons­ trucción del género que reúne todos los planes de las espe­ cies muestra muchas menos particularidades que los planes de las diversas especies. Si se llega cada vez más allá en la síntesis, se conserva exclusivamente el plan fundamental, totalmente sencillo, del tipo, que sólo consiste en unos pocos rasgos fundamentales. Es conocido ahora, desde los reveladores trabajos de K. E. von Baer, que cada individuo, en el curso de su evo­ lución, no realiza los definitivos planes de organización de modo que comience por la elaboración de detalles, sino que en los primeros esbozos de la estructura se muestran los rasgos fundamentales de un plan primitivo que son caracte­ rísticos del tipo. Después sigue formándose lentamente la estructura primitiva, de m odo que, uno tras otro, se pre­ senta el plan de la familia, el del género y, finalmente, el de la especie, con lo cual alcanza su término la evolución. Este paralelismo, altamente significativo, entre una serie gradual de planes que sólo fué inferida por la comparación de individuos y una serie de planes que puede ser obser­ vada directamente al organizarse los seres, ha sido totalmen­ te obscurecido por el darwinisrno. La ley fundamental biogenética de Haeckel, que tanto ha contribuido al avance del darwinisrno, afirma: "Cada indi­ viduo recorre durante su desarrollo toda la serie de sus progenitores.” Esto es simplemente una arbitraria interpretación del he­ cho que acabamos de citar. Se sugiere una serie de proge­ nitores para cada animal, que, en línea ascendente, hacién­ dose cada vez más sencillos, deben ostentar primero el carácter del género, después el de la familia, y por último el del tipo; y luego se formula su ley. El darwinisrno no se contenta con observar los fenómenos de la Naturaleza y colocarlos en una clara relación: quiere

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demostrar. Quiere demostrar que la conformidad a plan de los organismos es producto de fuerzas fisicoquímicas y, por eso, no debe ser tratada como problema independiente. Una vez que se ha reconocido este fin, las capitales teo­ rías dei darwinismo pueden ser derivadas lógicamente unas de otras. La ordenada y mecánica estructura del individuo adulto es producida, de mecánica manera, por la estructura del germen, que, por su parte, debe su construcción a los predecesores. Los predecesores forman una serie de ante­ pasados que van de lo sencillo a lo complicado. Los antepasados más sencillos no poseen ninguna estruc­ tura, sino que son solamente un fermentante montón de materia que puede recibir todas las formas posibles. Algu­ nas de estas formas son más estables que las otras. Sola­ mente ellas se conservan, varían después, y suministran así la serie animal mediante un universal y casual tanteo. Como último ensayo se ha originado el hombre. En su forma actual, el darwinismo ya no es una teoría de ciencias naturales, sino un sistema lógico. Toda doctri­ na de ciencias naturales va de un problema a otro problema, mientras que el darwinismo acomete la tarea de rechazar con sus demostraciones el problema central de la biología. Es una diversión muy rica en goces; pero cuando se han empleado en ella cincuenta años sin éxito alguno, es ya sufi­ ciente. Vuelve a ser tiempo de dirigirse al sencillo trabajo. La conformidad a plan del organismo era y es el proble­ ma de la biología, y a él volvemos de nuevo. Bajo conformidad a plan no debe ser entendida otra cosa que una determinada disposición de las diferentes partes de un objeto que hacen de él una unidad. Piénsese, por ejem­ plo, en una casa: muros y techo, ventanas y puertas, etc., no son otra cosa que partes diferentes que sólo por su dis­ posición "conform e a plan” forman la unidad, la casa. La unidad que resulta de esta manera es siempre "funcio­ nal” , pues lo que se enlaza en una unidad no es la forma, sino la función de las diferentes partes. De ahí resulta que partes diferentemente formadas pueden dar el mismo re­ sultado después de su enlace.

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Hay muros altos y bajos, tejados llanos y apuntados, a pesar de lo cual tocias las posibles combinaciones vienen siempre a dar una casa, con tal de que la función de "sos­ tener” de los muros concuerde con la función de "ser sos­ tenido” del tejado. Del mismo modo, puertas, ventanas, escaleras y todas las demás partes de la casa tienen que ayudarse unas a otras, según plan, en sus funciones, a fin de que se logre una unidad, la casa, cuya función es ser­ vir de vivienda al hombre. Muy semejante es lo que ocurre con los organismos vivos. También en los animales y plantas no debemos li­ mitarnos a investigar las formas de las diferentes partes; también tenemos que determinar su función, lo mismo que el plan según el cual se eslabonan las diferentes funciones para procurar al total unitario su función de conjunto. La función de conjunto de cada ser vivo es doble: con­ servación del individuo y conservación de la especie. Esta doble función es ejercida por individuos de diversas especies según planes diversos, aun cuando se asemejan cada una de las funciones de las partes. El tema de la biología consiste, según eso, junto con la investigación de cada una de las funciones, en llegar tam­ bién a conocer el plan según el cual las diversas funciones de las partes concurren a la función de conjunto del todo. Llámase a esto la investigación del plan funcional, o plan de estructura del organismo. Hasta ahora, también todos los naturalistas, sin excepción, abrigaban el convencimiento de que tal plan estructural tenía que poder ser señalado en cada animal. Todos creían firmemente que el animal puede ser tratado análogamente a las máquinas, en las que es imposible el funcionamiento sin una permanente estructura. Era aceptado com o evidente que también en aquellas partes de los organismos vivos que hasta ahora han permanecido inaccesibles a los análisis his­ tológicos ha de existir, sin embargo, una acabada estructura, que ha de ser considerada com o soporte de las funciones observadas o postuladas. Como es en general conocido, se aspira además a reducir

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todas las acciones animales a un sencillo esquema, el reflejo. El reflejo es la función de una determinada estructura que se llama el arco reflejo. El arco reflejo se compone del órgano de recepción, en el cual el estímulo del mundo ex­ terior es transformado en excitación. La excitación recorre entonces los nervios receptores y llega al centro donde desembocan todos Jos nervios. Aquí la excitación es diri­ gida hacia el apropiado nervio muscular, el cual, por su parte, la conduce al músculo con toda seguridad. El punto central del interés en la investigación de cada reflejo lo forma, naturalmente, la cuestión de los medios auxiliares que hacen posible al centro el acertar en la apro­ piada elección entre los nervios musculares, a fin de que la excitación llegue al músculo, cuya contracción significa precisamente la respuesta apropiada al estímulo del mundo exterior. Se había logrado ya avanzar cada vez más, sobre la base del arco reflejo, por el obscuro camino de la dirección y dis­ tribución de la excitación en el sistema nervioso central, y comenzaban a aclararse las complicadas acciones de los ani­ males, cuando, de repente, Jennings se salió de aquel plan y negó la existencia del reflejo, negó el arco reflejo y la exis­ tencia de toda estructura en el sistema nervioso central. En lugar de la estructura mecánica puso la regulación fisioló­ gica. Para comprender en todo su alcance esta nueva teoría hay que tener presente que fué Jennings quien fundó de nuevo la biología experimental de los protozoos. Con sus observa­ ciones ha sobrepasado en mucho todos los trabajos anterio­ res y aniquilado las especulaciones más en favor. Mos­ tró además que al principio de la serie animal se alzan las amibas, que no sólo utilizan órganos existentes, sino que, en caso de necesidad, se proporcionan órganos nuevos. Le pareció que el punto esencial de todo el problema de la vida estaba en esta necesidad y su satisfacción por el organismo vivo. Para él cada reacción se convirtió en una regulación; según Jennings, cada animal en reposo se encuentra en un estado de equilibrio fisiológico, que experimenta una per­

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turbación con cada acción del mundo exterior. El animal trata entonces de restablecer el perturbado equilibrio, cosa que logra al cabo de algunos ensayos y equivocaciones (Trial and Error). La apropiada reacción para restablecer el equilibrio, una vez encontrada, vuelve a ser hallada cada vez más rápidamente en los casos de repetición. Desde este punto de vista examina Jennings todos los fenómenos vita­ les: la regulación del calor, la mudable reacción de las glán­ dulas digestivas ante diversos alimentos, la producción de anticuerpos y, finalmente, toda la actividad del sistema ner­ vioso central. Así considerada, la vida toda nos aparece com o un cons­ tante flujo; las formas de los órganos se disipan ante lo único que se mantiene firme: la facultad reguladora. La facultad reguladora no sólo forma los órganos durante la evolución, sino que sigue formándolos también durante toda la vida. Esto no es tan visible en los órganos exteriores, que tienen que prestar un sencillo servicio; pero razón de más para que se muestre la regulación en el órgano central, que se sirve de esos órganos. El empleo de los órganos externos corporales jamás tiene Jugar forzadamente, de una manera firmemente prescrita —única cosa que nos permitiría inferir la existencia de una estructura definitiva en el sistema nervioso cen­ tral—, sino siempre se verifica libremente según principios reguladores. Lo esencial en el animal no es su forma, sino la transformación; no la estructura, sino eJ proceso vital. "El animal es un puro proceso.” Esta doctrina posee innegablemente mucho poder de seducción, y llevará, en todo caso, mucha agua al molino del neovitalismo. Sólo se necesita, en realidad, considerar la regulación com o una fuerza vital independiente para en­ contrarse ya en el centro del vitalismo. El mismo Jennings, aunque se aproximó mucho a Driesch, vaciló en dar este último paso; eso no cambia en nada el estado general del asunto: según ello, tres tendencias se al­ zan ahora frente a frente en la biología, diferenciadas por su distinta posición ante el problema de la conformidad a plan:

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19 Los partidarios de la pura causalidad, que no sólo quieren referir a leyes mecánicas el funcionamiento de los órganos construidos según plan, sino que también quieren derivar de leyes mecánicas Ja construcción según plan del organismo (darwinistas). 29 Los partidarios de la pura conformidad a plan, que no sólo derivan de una específica autonomía la construc­ ción según plan del organismo, sino que también reducen a una autonomía (regulación o fuerza vital) el funciona­ miento de los órganos (Jennings y los vitalistas). 39 Los representantes de una posición media, que, aun­ que refieren la construcción conforme a plan de los órganos de leyes mecánicas a una autonomía de la naturaleza viva, sin embargo, derivan el funcionamiento de los órganos, y ven en él una analogía con el funcionamiento de las máqui­ nas (pueden, por ello, ser llamados "maquinalistas” ). ¿Cuál de estas tres direcciones alcanzará la victoria? N o es de negar que los vitalistas son vencedores en toda la línea. Después de haber acabado con el darwinismo, se han apoderado de todo el terreno de la morfogénesis ani­ mal, y amenazan ahora las últimas posiciones del adversario. Hasta los más convencidos partidarios de la opinión de que los seres vivos tienen que ser considerados análogamen­ te a las máquinas llegan, p o co a poco, a la idea de que en el proceso de la evolución animal intervienen factores que son desconocidos en las máquinas y sólo pertenecen a la vida. ¿Deben también ahora los maquinalistas arriar sus velas ante Jennings y abandonar totalmente la analogía entre ani­ mal y máquina? Esto tendría por consecuencia el que habría que renunciar a Ja esperanza de lograr jamás una imagen in­ tuitiva de la actividad de los órganos centrales. Sólo es in­ tuitiva una estructura construida conforme a plan. La re­ gulación u otras tendencias actuantes conforme a plan están totalmente fuera de la intuición. Creo que aun no hemos llegado tan lejos. En la exposición de Jennings, por muy seductora que pueda parecer, se en­ cuentra una laguna, que se ha originado por un insuficiente

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análisis del problema; cosa que se deducirá de lo siguiente. Si hago un corte con un cuchillo, el funcionamiento del cuchillo al hacerlo es un problema limitado en sí mismo, que no tiene absolutamente nada que ver con la cuestión del constructor del cuchillo. Si yo estudio la marcha de una pata de insecto, ésta es una investigación totalmente in­ dependiente del problema del origen de la pata. También la consideración de las amibas nos enseña —cosa que realmen­ te no hay ni que decir— que primero tienen que existir los pseudópodos antes de que puedan ser utilizados. Pero en muchas amibas la formación de los pseudópodos ocurre tan próxima a su utilización, que ambas funciones son produci­ das por igual estímulo. Esta ha sido manifiestamente la circunstancia que ha movido a Jennings a tratar ambos pro­ blemas como uno solo, al que ha designado como "regu­ lación” . En la noción de "regulación” , tal com o Jennings la em­ plea, están, por esto, ocultos dos factores muy distintos l 9, la actividad, y 2?, la transformación del órgano. Con el concepto de regulación pone Jennings en un aprie­ to al reflejo, y afirma que éste excluye lo esencialmente principal, esto es, la actividad vital específica, que es per­ manentemente eficaz y de cada reacción obtiene provecho para el animal. Porque el estado fisiológico del animal se muda en correspondencia con cada intervención del mundo exterior. Por estado fisiológico sólo podemos entender algo muy vago, ya sea concebido com o cambio de materia o como psique. Jennings advierte expresamente que no se conceda demasiada importancia a las estructuras permanentes, y recomienda que siempre se tenga ante la vista Ja represen­ tación del proceso. Paréceme que hay en ello un error de principio. Por mu­ cho que se coloque en primer término la transformación, no es lícito desatender a lo formado. Las estructuras formadas, tal com o existen en el momen­ to, conducen el reflejo. Aunque puedan mudarse en un momento inmediato, no disminuye su significación. Hasta

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si sucediera que el mismo estímulo ocasiona primero la trans­ formación de la estructura y pone después en marcha la actividad de la transformada estructura, hay, sin embargo, que tener ambas funciones severamente separadas una de otra para no producir confusión. Pero probablemente .la transformación de órganos ya for­ mados en animales adultos no tendrá en general gran im­ portancia. Más bien se tratará de nuevas formaciones. Justamente el órgano central de los animales superiores nos proporciona el mejor ejemplo. Es completamente vero­ símil que en el curso de la vida, en la red nerviosa central, se dividan cada vez nuevas partes y se conviertan en nuevos puestos centrales, que hagan apto al animal para ejecutar nuevas acciones o diferenciar nuevas impresiones. Sin em­ bargo, esta capacidad plástica del cerebro posee sus propias leyes y no tiene absolutamente nada que ver con la activi­ dad mecánica en el curso de los reflejos superiores o infe­ riores. Para dirigir y repartir las impresiones en el cerebro se necesitan los filamentos nerviosos y los centros; esto es, una estructura perfeccionada. Descubrir esta estructura y sus funciones será, ahora co ­ mo antes, el objeto de la investigación experimental. Natu­ ralmente, hay que precaverse con severidad de perturbar el puro experimento con insolubles cuestiones acerca de los sentimientos, pensamientos, etc., de los animales. Igualmen­ te estériles son las tentativas de aproximarse a los problemas biológicos con el auxilio de la lógica o de las matemáticas. La lógica, la psicología, Ja matemática, no son intuitivas; pero la biología es intuición, según su esencia. Su problema consiste en revelar a nuestra inteligencia la conformidad a plan del ser orgánico. Mas la conformidad a plan sólo es da­ da en la intuición espacial. En eso se diferencia de la ten­ dencia a un fin, la cual añade el tiempo com o ulterior factor. Nosotros sólo podemos comprender aquellas máquinas cu­ yas ruedas están puestas unas al lado de otras en el espacio; máquinas cuyas ruedas están parte en el porvenir y parte en el pasado son para nosotros totalmente incomprensibles. N o puede negarse, ciertamente, que los seres orgánicos

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constituyen una de tales máquinas incomprensibles para nosotros. Pero lo que podemos comprender en ellos es el funcionamiento en un momento dado; de momento en mo­ mento puede cambiar la máquina, pero en cada momento está completa, y el engranaje de un completo rodaje puede ser revelado a nuestra inteligencia. Entonces hemos descu­ bierto su conformidad a plan. Si intentamos investigar las variaciones que de momento en momento sufre la máquina, nos ocupamos de la ten­ dencia hacia el finy que desde el huevo origina la gallina. Son dos direcciones de investigación totalmente diversas. Cada una de ellas posee sus propias ventajas y desventajas, y siempre es peligroso y dado a confusiones el que se las compendie en un único problema de regulación. Pero el de a qué dirección pueda uno sumarse sale, en todo caso, del círculo del problema del darwinismo. Tráta­ se siempre de la relación de Ja parte con el todo, que el darwinismo quería substituir con la sencilla cuestión de causa y efecto.

NUEVOS PROPÓSITOS El fin de toda ciencia natural es la ordenada disposición de las cosas. Los investigadores de la Naturaleza tratan de ordenar claramente, en lo posible, los hechos dados, y para este menester van formulando hipótesis alrededor de las cuales se agrupan los resultados de la investigación. Estas hipótesis sólo son valederas en cuanto no son contradichas por ningún hecho nuevamente encontrado que aspire a un orden nuevo bajo nuevas hipótesis. El profano para quien no es comprensible que las hipó­ tesis sólo son medios auxiliares de la investigación, está siem­ pre dispuesto a sobreestimar su valor; Jas llama leyes natu­ rales, y las venera com o verdades eternas. A estas triviales verdades pertenece hoy el darvinismo, el cual, com o monismo, se ha convertido en una especie de religión de la semicultura, aunque hace ya tiempo que ha sido desalojado de la ciencia por tesis nuevas. Ni siquiera puede decirse que el darwinismo haya sido superado por una nueva teoría. Sus afirmaciones han sido puramente re­ conocidas com o falsas, y el problema del origen de las es­ pecies se ha mostrado com o insoluble. Por eso se ha pasado sencillamente a la orden del día sin irritarse demasiado por la marcha triunfal del muerto darwinismo, disfra­ zado de verdad eterna, solemnizada en el mundo de los profanos. Desde muchos Jados ha sido censurado a los biólogos el que no se opusieran a la difusipn del materialismo seudocientífico. Pero en modo alguno era ésa su función, y ade­ más hubiera servido de poco declararse contra la sugestión general de las masas. El pueblo cree hoy en día en Jos Enig­ mas del Universo, de Haeckel, como creía antes en el ca­ tecismo. Se cree estar en posesión de una verdad eterna. í 31]

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En efecto, com o monista se sabe todo: cóm o se ha originado el mundo, cóm o ha de acabar, qué clase de cosas son los animales y plantas, según su esencia; que no hay inmortali­ dad ni libertad; en una palabra, cóm o marchan las cosas en el hermoso mundo de Dios de un modo completamente na. tural, según eternas leyes físicas, sin ningún ser espiritual, el cual, de existir, sólo podría ser un "mamífero gaseoso”. Contra tales gentes pelearían en vano hasta los mismos dioses. ¿No era propio de los investigadores consagrarse a la in­ vestigación de nuevos problemas, a encontrar y ordenar nue­ vos hechos sin preocuparse de los ruidos de la calle? Este si­ lencioso trabajo ha dado sus frutos. Ya comienzan a parecer las primeras obras de conjunto que ordenan los hechos nue­ vos según nuevas hipótesis y nos trazan una imagen com­ pletamente nueva de la formación y régimen del mundo vi­ viente. Ale refiero en primer término a la Filosofía de lo orgánico, de Driesch, libro de significación fundamental en la ciencia biológica. Pero los hechos nuevos son tan difícilmente comprensi­ bles y la significación que han encontrado se aparta tanto de la senda de lo cotidiano, que esta nueva ciencia jamás se arriesgará a lanzarse a la calle. Bien puede contar con con­ vencer al pensador aislado; pero para la muchedumbre no tiene a mano ninguna sentencia que lo resuelva todo. Si intento llevar al lector a la nueva biología experimen­ tal, tengo primeramente que poner en sus manos una ana­ logía con la vida diaria que pueda servirle siempre com o hi­ lo de Ariadna cuando lo circunde el laberinto de la evo­ lución. ¿Cómo se origina el individuo? es la cuestión de que se apodera la ciencia natural después de que el problema de] origen de las especies se le ha escapado com o insoluble. Sólo podemos ir tras el origen del individuo con la inte­ ligencia si al mismo tiempo nos representamos el origen de una casa o una máquina. Tres suertes de condiciones preli­ minares tienen que ser cumplidas en la construcción de una casa. Tiene que haber: 1?, el material; 2?, el obrero, y 39,;

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el plan. Estas tres condiciones preliminares, ¿tienen también que ser cumplidas en el origen de un ser viviente y en qué relaciones están con las análogas condiciones preliminares de la construcción de la casa? El material que emplea la Naturaleza es fundamentalmente distinto de aquel que está a nuestra disposición para la construcción de la casa. Nuestro material de construcción, si no en cuanto a su forma, en cuanto a sus propiedades fí­ sicas y químicas, está completamente formado anticipada­ mente. Piedra, madera y argamasa sólo necesitan ser em­ pleadas y combinadas en la forma debida, y la casa está hecha. Muy de otro modo ocurre en la Naturaleza. Cada ser vi­ vo se construye de un germen protoplasmático que no muéstra aún huella alguna de las propiedades físicas y químicas que andando el tiempo poseerá el cuerpo del animal desa­ rrollado. A l principio no existen huesos, ni músculos, ni nervios, ni ninguno de los tejidos que prestan tan gran di­ versidad al cuerpo del adulto. Estos tejidos sólo se forma­ rán después de que la forma del joven animal esté ya clara­ mente organizada. El protoplasma, o la substancia viviente, de la cual todos los seres vivos traen su origen, muestra ante todo, cuatro capacidades altamente singulares. Primeramente posee la ca­ pacidad de realizar un cambio de materia; esto es, puede re­ cibir en sí materia ajena, quemarla y volver a eliminarla. Por eso se la ha comparado con una llama de cirio, que también conserva su forma y, sin embargo, consiste en una siempre cambiante materia. En segundo lugar, el protoplasma es capaz de falrricar partes permanentes que por su estructura microscópica, sus propiedades químicas y físicas, se diferencian considerable­ mente del terreno madre. Las propiedades de estos produc­ tos accesorios son de una importancia fundamental para el animal adulto, pues dan de sí los diversos tejidos, huesos, músculos, etc. En tercer lugar el protoplasma es capaz de dividirse. La primera función de un gérmen maduro consiste en la divi­

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sión en dos esferas. Esta división es un proceso curioso so­ bremanera, que comienza por la formación de un aparato micromecánico. Por desgracia, es totalmente obscura para nosotros la función de este aparato de división pues ¿quién puede por la simple observación decidir cuál parte de la máquina es la que atrae y cuál la atraída? Mas el aparato es demasiado pequeño para poder hacer experimentos con él, La formación de la máquina de la división procede del nú­ cleo, de un cuerpecillo diferenciado del protoplasma tanto química com o estructuralmente. Éste se encuentra tan en general en el protoplasma, que a los productos independien­ tes de la división del germen, que aparecen en todos los te­ jidos, sólo se los reconoce com o células cuando, fuera de los productos accesorios que caracterizan el tejido, contie­ nen además protoplasma y núcleo. La cuarta actividad del protoplasma consiste en el creci­ miento. Cada partícula del protoplasma, durante su cambio de materia, es capaz de recibir en sí más materia de la que’ devuelve, y de este modo aumenta su magnitud. Sólo el crecimiento depende directamente del cambio de materia; fuera de eso, todas las capacidades del protoplasma son por completo independientes unas de otras. Vemos así que al principio sólo el germen se divide; en un estado posterior, comienzan a crecer las esferas de segmentación, o primeras células, con lo cual la división prosigue rápidamente. Sólo al final de todo, cuando existen ya millares de células, se presentan en ellas las diferenciadas partes de estructura que las hacen ser células de tejidos. Adentras tanto, prosigue sin interrupción el cambio de materia. Tal es el material que está a disposición de la Naturaleza, con el cual, ciertamente, se puede construir mucho mejor que con piedra, madera y argamasa. Y, sin embargo, hay al­ go que no le es posible a la Naturaleza y que nosotros; podemos realizar fácilmente. Nosotros con nuestro ma-t terial diferenciado podemos pasar en seguida a la ela-i boración de los detalles; cosa totalmente excluida por lal Naturaleza, porque al principio no existe absolutamente nin­ gún tejido diferenciado. Además, Ja masa de materialf

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necesaria solo se origina con el transcurso del tiempo. Mas ¿dónde están las fuerzas que colocan en su debido lugar al material que se divide, aumenta y diferencia y ha­ cen que de montones de células se originen formas articu­ ladas? En nuestra edificación de casas se ocupa de este asun­ to el trabajador con sus brazos o una máquina con palancas y trinquete. Ambos cogen el material de fuera y lo llevan al lugar conveniente. La Naturaleza no posee tales medios auxiliares; las fuerzas que llevan las diversas piedras de cons­ trucción, o células las levantan o las cambian de sitio, resi­ den en ellas mismas. Estas fuerzas celulares son diversas; fuera de la presión de los líquidos y la tensión superficial, aun hay que considerar además los automovimientos. Pues todo protoplasma parece poseer la capacidad de poder con­ traerse y dilatarse ocasionalmente. Pero aun con esto no queda servida nuestra inteligencia. El obrero que levanta una piedra para ponerla en otro sitio no se estorba absoluta­ mente en nada a sí mismo en su trabajo. Pero si las piedras chocaran unas con otras, com o hacen las células, entonces sólo podría llegarse a un buen resultado si estos choques re­ cibieran una dirección común. Por eso la Naturaleza ha in­ troducido los llamados estímulos formativos. Son éstos unos estímulos, en general de carácter químico, que, producidos por determinadas células, actúan sobre las restantes dándoles dirección. Y ahora descubrimos una nueva propiedad del protoplasma: no sólo puede contraerse y moverse, sino que también es estimulable por medios externos; es decir, se coloca en un nuevo estado, que se llama excitación, y esta excitación, a su vez, es transmisible de célula en célula; corre, por decirlo así, de un lado a otro. La excitación pro­ voca la contracción dél protoplasma, y con ello el movi­ miento de las células. Vemos así que, desde el principio, en la construcción de cada animal todas las partes del germen se encuentran en un inestable estado de excitación de acción y reacción, mé­ todo constructivo muy diverso del nuestro. Tanto en la construcción de Ja casa com o en la del cuerpo del animal, el material y las fuerzas móviles sólo son los medios neccsa-

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rios, que tienen que ser homogéneos. El plan de estructura decide la manera de su empleo. Si se dejara que las fuerzas rigieran y gobernaran el material sin una firme dirección, pronto se originarían los mayores trastornos. En lugar de eso, todo avanza según el orden más bello; cada paso de avance está prefijado conforme a plan. El orden conforme a plan que observamos en el origen de todos los seres vivos es el problema más difícil de toda laj biología. Cierto que también Ja formación de un cristal se; verifica conforme a regla; pero ni remotamente presenta tantas dificultades com o el problema de la vida. La razón; está en lo siguiente: el cristal posee también una forma conforme a regla; pero esta forma no es la expresión de una función. Cierto que sus diversas partes se hallan unas junto a otras conforme a regla; pero no tienen que realizar unaj función común. Están ordenadas, ciertamente; pero no or.; denadas conforme a plan. La disposición de un cristal pue­ de muy bien ser su estructura molecular hecha visible. Pe­ ro así com o no es lícito esperar jamás que una especie de piedras cristalice en forma de una casa humana, tampoco nos es dado admitir que la estructura molecular de cual­ quier cuerpo albuminoso posea la forma de un animal. La forma de una casa o de un animal no está determinada por las propiedades del material de construcción, sino úni­ camente por su función. Al contrario, la propiedad del ma­ terial de construcción es utilizada para servir a la función total. Por eso la estructura molecular de una sal bien puede ser la invisible reproducción del cristal, para cuya forma­ ción sólo se necesita el puro aumento de tamaño; pero ja-, más la estructura molecular de las materias que componen el protoplasma puede tener la forma de un animal. Aunque la estructura química de la materia no contiene el plan de construcción, sin embargo el asombroso proto­ plasma puede poseer una estructura mecánica, aunque in­ visible, que corresponda a la del animal desarrollado. Eßl este caso, el plan de construcción estaría ya contenido en el germen. Es seguro que los materiales de nuestra casa no contienen;

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el plan de la casa. Pueden emplearse los ladrillos absoluta­ mente en el orden que se quiera; de los troncos de árboles por completo a voluntad, pueden hacerse puertas o venta­ nas: el plan de construcción, en sí mismo no sufre por ello ni la menor alteración. Otro es el caso con una casa sueca de madera, transportable, en la cual ya antes de la construc­ ción todas las partes tienen su determinada forma y sólo de una cierta manera se acomodan unas con otras. Aquí el plan de construcción está ya terminado en el material, y las diversas partes no pueden ser separadas según se quie­ ra o cambiar de lugar con otras. Por lo tanto, si el plan de construcción del animal des­ arrollado está ya representado, com o admitimos en el protoplasma del germen, ni será dado permutar unas por otras las diversas partes ni podrán ser separadas unas de otras impunemente. M uy al contrario ocurre en realidad: las diferentes partes de cada germen joven pueden ser separadas a voluntad sin que el animal desarrollado muestre la menor variación, aparte de la correspondiente disminución de tamaño. En ciertos animales, hasta en una fase más avanzada pue­ den ser cambiadas unas por otras las células de segmentación sin que en modo alguno se detenga el curso del desarrollo. Con tal de que los puestos estén ocupados, es indiferente por qué células lo sean. El germen joven, por lo tanto, no lleva el plan de cons­ trucción estampado en sí en cualquier forma material. El protoplasma va adquiriendo poco a poco una estructura conforme a plan, no la alberga en sí desde el principio. Los períodos en los cuales se pueden permutar unas por otras las diferentes partes del germen tienen diversa dura­ ción para diversos animales. Pronto se forman determinados territorios, en los cuales las partes pueden ser substituidas entre sí sin que un territorio pueda reemplazar al otro. Una vez que están demarcados entre sí los territorios del germen, conservan una gran independencia unos de otros. Puede, por ejemplo, un territorio operativo ser disminuido en la mitad, y entonces suministra un órgano completo,

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pero disminuido en su mitad, que no concierta en modo alguno con los órganos vecinos de tamaño normal. De esta manera se puede obtener en los vertebrados una ar. ticulación de hombro en la cual la cavidad sea la mitad más pequeña de lo que corresponde a la cabeza del hueso, o al contrario. Si a dos carpinteros se les da medida la madera para que el uno proporcione el marco y el otro la puerta, y ulte­ riormente se le quita a uno de ellos la mitad de su material, se obtendrá una puerta pequeña y un gran marco, o al contrario. Hasta si el material quitado se le entrega a un tercer carpintero, se obtendrán dos puertas de la mitad del tamaño y un marco de tamaño normal. Si a pesar de esta intervención los carpinteros entregan sus productos al mis­ mo tiempo, aunque sea deficiente el resultado, se inferirá una armónica dependencia en su trabajo, que sin aquella dañina intervención hubiera rendido los más hermosos frutos. Lo mismo ocurre con el animal: a pesar de la indepen­ dencia que tienen entre sí los territorios del germen en lo que concierne al tamaño del producto final, prosigue uni. formemente al mismo tiempo en ellos el crecimiento y di­ ferenciación de los tejidos. Esta* armonía en la formación interior puede atribuirse algunas veces a un estímulo di. recto que un territorio germinal ejerce sobre otro. Así, en algunas salamandras sólo se forma, de la piel exterior, el cristalino del ojo después que el globo ocular, al crecer, ha tocado la piel por dentro. Si se impide este contacto, no se presenta el cristalino. Animales próximos parientes de éstos no están, sin embargo, sujetos a esta regulación, y se proveen oportunamente de cristalino sin estímulo de con­ tacto. Para resumir brevemente lo dicho: en la construcción del animal, primero se divide el material dado, después se ordena en territorios germinales, después crecen y se di. ferencian los independientes territorios, y sólo cuando han suministrado los órganos ya acabados que tienen que con­ cordar entre sí comienza la función. ¿No recuerda de

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una manera sorprendente este proceder de la Naturaleza la acción conforme a plan del hombre en la construcción de una casa? En la construcción de una casa hay una direc­ ción superior de la obra, que distribuye los planos de las diversas partes de la casa a los diversos contratistas. Sólo una vez terminada la casa puede verse si es habitable. Tan pronto com o interviene la función, se acaba la indepen­ dencia del órgano originado en los territorios germinales. Cierto que siguen creciendo los órganos hasta que alcanzan su magnitud normal; pero son completamente dependien­ tes unos de otros en su crecimiento. Se ha demostrado que se pueden provocar mudanzas en el ojo de un cone­ jillo que sólo afecten al cristalino y su ligamento suspen­ sor. Estas mudanzas, que se refieren principalmente a la posición del aparato suspensor, tienen com o consecuencia que, según la especie de intervención, no sólo el cristalino y su ligamento se hacen mayores o menores que en el ojo normal, sino que también todas las otras partes del ojo, exceptuando los huesos del cráneo pertenecientes a él, par­ ticipan en el anormal crecimiento. El efecto final es que siempre se obtiene un ojo que funciona con completa nor­ malidad, el cual es mayor o más pequeño que el otro ojo. También, en una casa que ya está en uso, por eventual aumento del tamaño del marco de una puerta tiene igual­ mente que ser aumentada al mismo tiempo la puerta; con esto terminan las faltas de concordancia que se pueden presentar en la construcción de la casa. Hay, pues, dos tipos de construcción: según el uno, tra­ bajan en común las partes que se corresponden espacial­ mente en un territorio constructivo o germinal; según el segundo, trabajan juntos en su desarrollo ulterior los ór­ ganos que se corresponden funcionalmente. Estos dos tipos de construcción vuelven a presentarse también en la curación de heridas y nueva formación de órganos perdidos, donde de modo muy diverso engrana uno con otro. La aparición de dobles formaciones anor­ males, com o en el gusano platelminto de dos cabezas (cosa que se puede producir a voluntad haciendo una pequeña

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hendedura en el decapitado tronco, a partir de la herida, de modo que se originen dos heridas independientes), de­ muestra que durante la nueva formación puede reinar gran independencia en las regiones regeneradas. También el fa­ moso caso del cangrejo, al que después de la pérdida del ojo le crece una antena olfativa, demuestra esta indepen­ dencia. Por otra parte, se observa en otro cangrejo pequeño, el cual normalmente posee una pinza grande y una pequeña, la gran influencia de la función. Pues si se le quita la pinza grande, mientras la cortada se regenera se desarrolla la pinza pequeña hasta hacerse grande, de suerte que sólo necesita reemplazar una pinza pequeña. ¿Dónde reside en todos estos casos el plan cuyo efecto se barrunta por todas partes? En Jas metamorfosis nor­ males se buscará el plan en el animal ileso; por el contrario, en las dobles o falsas formaciones, en la llaga. ¿Cómo debe entenderse esto? Los resultados que pueden ser deducidos del desarrollo normal dan la respuesta. El plan no reside en modo alguno en el material. Pues si, com o vemos, al principio en el germen aun muy joven, o más tarde en las fronteras de los territorios germinales, cada uno de las partes puede convertirse en una especie de producto final, entonces el plan no es ninguna propiedad de la materia, sino que gobierna de un modo tan ilimitado el material de células existente com o el plan de la casa los ladrillos. EJ plan de construcción significa, tanto en la edificación ! de la casa com o en la formación del animal, un curso con­ forme a plan de las cosas, un orden firmemente establecido en el empleo de los medios. El orden mismo no es ni una fuerza ni una parte de la materia, sino puramente el ca­ mino que recorren las fuerzas y la jornia a que es forzada la materia. Este orden de las cosas podemos considerarlo desde dos diferentes puntos de vista. Podemos admitir que el origen | según plan de los seres vivos sea sencillamente como algo ; dado que se tiende a lo largo del tiempo com o una melodía existente desde el principio. Entonces nos limitamos a la j

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descripción y convertimos toda la cuestión en un problema de "finalidad estática” . Más libre es acaso el otro punto de vista desde el cual se concibe el plan, porque opera en el tiempo no como un orden dado, sino com o algo ordenador. Entonces no se contenta uno con la descripción de lo existente, sino que se trata de descubrir la oculta dependencia entre el orden y la materia con sus fuerzas. Entonces se plantea la cuestión de la "finalidad dinámica” . Esta es la teoría de Aristóteles, el cual atribuía a los seres vivos una especial propiedad: la entelequia, esto es, la ca­ pacidad "de llevar un fin en sí” . El padre de la moderna teoría de la evolución, Karl Ernst von Baer, llamaba a esta capacidad la "aspiración a un fin” . Pero sólo Driesch ha investigado más inmediatamente las propiedades que carac­ terizan a este desconocido factor natural, y llega a resulta­ dos en extremo notables. La entelequia posee sus propias leyes, que no son una causalidad, sino que tienen que ser designadas como con­ formidad a la ley de un sistema, porque sólo se pueden ex­ presar según la relación de la parte con el todo. Aunque múltiple, no existe en el espacio; opera, sin embargo, sobre las cosas en el espacio. N o posee, por ello, una diversidad extensiva, sino sólo intensiva. Se parece en esto a nuestra alma, que es también un organismo fuera del espacio, y que, sin embargo, opera en el cerebro, que se extiende en el espacio. Pero no es, sin embargo, ningún factor natural subjetivo. Del mejor modo concuerda con ella la represen­ tación de cuerpo astral, procedente del espiritismo, pues está en contacto interiormente con el sistema mecánico de la máquina del cuerpo, que es producido y conservado por ella. Es totalmente incapaz de crear materia o energía. N o puede realizar el más pequeño trabajo. Por el contrario, puede remover los obstáculos puestos por ella misma a los procesos químicos, y, por lo tanto, gobernar los procesos. Estas posibilidades de poner obstáculos residen desde el c o ­ mienzo, com o principio esencial, en toda substancia viva, la cual sólo por ellas recibe sus asombrosas capacidades. Me

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parece que con lo que más se puede comparar la entelequia es con el "genio” de los romanos, que se presenta en todas partes donde se trata de una nueva organización, cuyo prin­ cipio productor y sostenedor representa. Acaba el organis­ mo, y desaparece también el genio. Estos son, en pocas palabras, los resultados a que ha lle­ gado Driesch por el camino de un análisis muy penetrante. Puede uno declararse de acuerdo con Driesch en el detalle; la cuestión principal me parece siempre ser la de si, en ge­ neral, se debe o no introducir un factor inmaterial en las ciencias naturales. Lo más seguro, en todo caso, es evitarlo lo más posible. Hemos hablado antes de otro punto de vista desde el cual se pueden contemplar los hechos de la investigación experimental. Queremos ahora volver a él; queremos investigar la "finalidad estática” , en la esperanza de evitar de este modo el factor natural inmaterial. Si nos ocupamos de finalidad estática, tenemos que par­ tir de formas definitivas y de sus funciones, pues el fun­ cionamiento conforme a plan de definitivas estructuras son su propio dominio. El trabajo conforme a plan de un animal tenemos que tratar de comprenderlo por la acción concu­ rrente de sus partes. Llamamos órgano a cada trozo del cuerpo del animal que realiza un trabajo coherente en sí mismo. El trabajo en común de los órganos produce la ac­ ción de conjunto de todo el animal. Ahora, cada acción de un animal es la respuesta a una acción del mundo exterior. ¿Cómo es que los animales encuentran siempre la adecua­ da solución? A esto da la biología una explicación sorpren­ dente: porque siempre les son presentados los debidos pro­ blemas. Si un cuerpo debe influir en otro, tiene que obrar sobre él por medio de cualquier fuerza física o química. Ahora bien: de todos los cuerpos salen hacia todos lados innume­ rables efectos de toda especie. De estos efectos escoge cada animal aquellos que son útiles para su existencia. Sólo éstos son tratados com o problemas; sólo a éstos se le da una so­ lución. T odos los demás resbalan sobre él sin dejar huella, Cada animal posee determinados órganos para recibir los

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efectos del mundo exterior, que son llamados receptores u órganos de los sentidos. La estructura de los receptores de­ cide cuáles efectos del mundo exterior ejercen un estímulo sobre el animal y cuáles no. La suma de estos estímulos forma un mundo circundante del animal (1 ). Cada animal vive en un mundo especialmente dispuesto para él, que con­ cierta con su especie de estructura y sólo es capaz de pre­ sentarle los problemas adecuados (2). Esa es la obra del sistema nervioso. En algunos animales esta obra es escasa. Hay medusas en las cuales no actúa ningún otro estímulo más que su propio movimiento de natación. Los tunicados sólo conocen estímulos dañinos, a los cuales responden siempre de la misma manera: cerrando la boca. En estos casos, el sistema nervioso es una red sen­ cilla que liga todos los músculos entre sí y con los recepto­ res. Si en todo caso ha de resultar la misma respuesta, está excluido todo error. Cada estímulo es transformado sim­ plemente por el receptor en una excitación nerviosa, y ésta corre por la red nerviosa hasta el músculo. Si la red nerviosa se divide en varias redes, cada una de las cuales, com o ocurre con los anemones de mar, liga una determinada especie de receptores con otro grupo de músculos, entonces tal animal ya es capaz de ejecutar movi­ mientos diversos ante diversos estímulos del mundo exterior. En muchos gusanos, el sistema nervioso muestra la capa­ cidad de dirigir cada excitación a los músculos de .la parte anterior. Esto significa que a cada estímulo del mundo ex­ terior ha de corresponderse con un movimiento hacia ade­ lante. Mientras los estímulos exteriores consisten en estímulos químicos y físicos aislados o enlazados unos con otros, Ja obra del sistema nervioso sigue siendo relativamente fácil. La verdadera dificultad sólo aparece cuando los animales deben recibir como estímulo Jas fownas de los objetos que(*) (*) Véase en la página 5^ la definición de "mundo circundante”

o "alrededor del animal”. (Nota del editor.)

(2) Para más d‘ talles, véase U f.xküll : Umwelt und Innenwelt

der Tiere. Berlín, J. Springer, 1909.

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los rodean. La forma se pierde siempre en el efecto de objeto en objeto, si no tropieza con un espejo. Por eso tiene que producirse un espejo en el sistema nervioso *si éste quiere utilizar las formas com o estímulo. Este espejo nervioso es ciertamente muy de otra especie que nuestro espejo de mercurio. El espejo nervioso se caracteriza por­ que sólo recibe aquellas formas que son útiles para la vida del animal, y esto ocurre sólo en el grado de exactitud que es necesario en cada caso. El mundo circundante de estos animales superiores mues­ tra una formación de muy diversa especie en corresponden­ cia con su espejo nervioso; y si pudiéramos tener ante nues­ tra vista espiritual los diversos sistemas nerviosos de los animales, com o vidrios de colores ante la corporal, co ­ noceríamos el mundo bajo mil formas diversas, comenzando por la mayor sencillez, com o se muestra el mundo circun­ dante de la lombriz de tierra, en el que sólo hay una izquierda y una derecha, subiendo por el mundo circun­ dante del cangrejo maya, que sólo consiste en manchas de colores, hasta el de los insectos, que consiste en un fondo de manchas claras y obscuras sobre el que destacan los con­ tornos de diversos e importantes objetos, como, por ejem­ plo, los animales en los que hacen presa. Cuanto más avanzamos en el conocimiento de los anima­ les y de sus mundos circundantes, tanto más se nos impone la cuestión de cóm o es el mundo que nos rodea a nosotros mismos. Acaso, aun siendo tanto más rico y diverso que el mundo circundante de los animales, ¿no será el extremo de riqueza y hermosura? ¿Estaremos también nosotros mismos limitados y encerrados por nuestro mundo circundante, co­ mo los animales por los suyos, que apenas contienen un reflejo de la riqueza del mundo que nosotros vemos ex­ tendida alrededor de los animales? Y si esto es así, ¿hay algún indicio de la existencia de un mundo más alto, mayor, más rico, del cual nosotros estamos exceptuados porque nuestros órganos de los sentidos y nuestro cerebro están tan pobremente construidos? Ciertamente, hay ese indicio. Hermann Keyserling, en

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su hermoso libro Die Unsterblichkeit (La inmortalidad), alude a que estamos rodeados por todas partes de un mundo sobrepersonal. Sabemos bien que cada animal representa una unidad desde el germen hasta la madurez. Pero con nuestra corta vista sólo vemos los miembros aislados, no vemos la cadena. Sólo forman una unidad para nosotros las partes de los organismos vecinas en el espacio; a las altas organizaciones cuyas partes se tiende la mano en el tiempo tenemos que reconocerlas com o realidades, pero no pode­ mos conocerlas. Es verdad siempre lo dicho por Platón al atribuir a sus ideas suprasensibles una realidad más alta que la del mundo de los sentidos. Nos rodean com o los más altos picos de una montaña envuelta en niebla; nos dominan, pues también nuestra propia vida está formada para una unidad más alta, pero no la conocemos. De este modo, la consideración de la finalidad estática nos ha llevado también al mismo resultado que la dinámica. Tan pronto com o abandonamos el terreno de las funciones mecánicas de los organismos ya formados y pasamos a la consideración de su origen conforme a ley, se nos presenta el mismo factor inmaterial, no ya como entelequia aristoté­ lica, sino com o idea platónica. En todas partes donde se origina vida reina una ley no física, pues la física conoce simplemente el efecto de lo antecedente sobre lo siguiente en el tiempo; pero jamás la reacción de lo siguiente en el tiempo sobre lo antecedente. Pero esta retroacción existe siempre si concebimos toda la existencia com o una unidad dada, com o exige la teleología estática. De nada nos ha servido prescindir de la entelequia; en lugar de un factor inmaterial, hemos recibido uno sudarme cínico. Los facto­ res materiales no son suficientes para explicar la vida; éste es el indudable resultado de la biología experimental. Sólo con la oposición más extrema se someterán a esta sentencia los naturalistas de las ciencias emparentadas con ésta. Significa, sin embargo, que la ciencia natural no posee las condiciones elementales necesarias para el conocimien­ to real de la vida. Un factor inmaterial o supermecánico

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es inaccesible a todos los métodos de las ciencias naturales. Estas diferencias internas de opinión apenas atañerán ai lector. Mas para él será, sin embargo, de la mayor impor­ tancia el que por fin se encuentren las ciencias naturales y la filosofía. Si en el día de hoy tres naturalistas caminaran juntos al aire libre, podría ocurrir que uno de ellos fuera un aristoté­ lico; el segundo, un platónico, y el tercero, un kantiano. "Vivir es llevar un fin en sí mismo” , dirá el aristotélico. El discípulo de Platón dejará resbalar serenamente su mi­ rada por las cimas de las lejanas montañas y responderá: "Sí, un fin no temporal.” Y el discípulo de Kant asentirá silen­ ciosamente.

SEGUNDA

PARTE

EL N U E V O P U N T O DE VISTA

SOBRE LO INVISIBLE EN LA NATURALEZA

Aun conservo vivamente en la memoria la escena final de un drama francés del decenio de 1880, porque ponía ante la vista, de un modo muy eficaz, al materialismo de aquel tiempo, alegre de su victoria. Se trataba en aquella obra de un conflicto amoroso entre un político francés que, naturalmente, era ateo, y una devota americana. Ambos venían a dar en una apasionada conversación sobre religión. Al final el ateo cogía una silla, la plantaba en medio de la mesa, y exclamaba: "Esto es una silla; la v e o . . por eso creo en ella. En lo invisible no creo.” Esta sentencia coincide aún hoy con la manera de ver de aquellos círculos que juran por el evangelio monístico. El punto hasta donde llega la indiferenciación del pensa­ miento moderno se aclara del modo mejor si al lado de ella se coloca una pequeña narración india cuya escena ocurre hace dos mil años, y que aproximadamente dice así: "En el tiempo en que Brasidas de Metaponto dominaba como exarca en la India, celebróse una gran reunión reli­ giosa, en la que brahmines y budistas disputaban acerca del ser del alma. El príncipe griego, que juzgaba que la visión artística de las cosas era la más alta sabiduría, se mofaba de los sabios de Oriente, que conversaban con tanto ardor de cosas in­ visibles. Entonces se adelantó un brahmin y dijo: —Exarca: ¿por qué crees que el alma es invisible? El príncipe se rió y le dio por respuesta: —Lo que yo veo es tu cabeza, tu cuerpo, tus manos, tus pies. . . ¿Acaso tu cabeza es tu alma? —N o —respondió el brahmin. [ 49]

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—¿O tu cuerpo, o tus manos, o tus pies? Siempre tuvo el brahmin que responder que no. —Entonces, ¿concedes que el alma es invisible? —Señor —respondió el brahmin—: eres un príncipe pode­ roso, y de fijo que no habrás venido a pie hasta aquí. ¿Vi­ niste a caballo o en coche? —Vine en coche —dijo, sorprendido, el exarca. —¿Es invisible tu coche? —preguntó el brahmin. —En modo alguno —dijo, riéndose, el exarca—; allí está, visible para todo el mundo, con cuatro blancos caballos; árabes enganchados a él. —¿Es la lanza el coche? —preguntó el brahmin, imper­ turbable. -N o . —¿O las ruedas, o el asiento? El exarca siempre tenía que responder que no. —Ruedas, asiento y lanza los veo bien —dijo el brahmin—; al coche no puedo verlo porque es invisible.” ¿Qué habría dicho el político francés si la americana le hubiera respondido: "V e o las patas, el asiento y el respaldo, pero la silla no la veo?” Y sin embargo, habría tenido per­ fecto derecho a dar esta respuesta. En la visión inmediata no nos es dada una silla, ni un coche, ni ningún otro objeto, sino sólo líneas y colores. Para que líneas y colores se combinen en unidades de ob­ jetos se necesita una larga cadena de experiencias, que sólo pueden ser hechas en el transcurso del tiempo. Para convencerse de la existencia de un vínculo invisible en todos los objetos que nos rodean, propóngase esta pre­ gunta: ¿De dónde viene que a todos los diversos objetos que a veces tienen cuatro ruedas, a veces dos y hasta a veces una sola, que pueden o no poseer un respaldo, que son grandes o pequeños, que se componen de madera o de hierro, que son mullidos o duros, de todos los imaginables colores y de las más diversas formas, siempre se les designe, sin embargo, con el nombre de coches? ¿Cuál es el víncu­ lo común en la mudable apariencia para que siempre les 1 demos el mismo nombre? A lo cual responderemos: Es la

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igualdad de función. Todos los coches, por muy diferentes que puedan ser en materia, forma y color, tienen, sin em¿ bargo, idéntica función: sirven para ser transportados en ellos. Bajo función o servicio comprendemos una serie de di­ versas variaciones en el tiempo, resumidas en una unidad conforme a ley. Así, el "ir en coche” significa el uniforme girar de las ruedas alrededor de su eje, combinado con el avanzar del cuerpo del coche. Podemos seguir con la vista, en cada momento, las diver­ sas variaciones de un objeto. La ley o regla que liga en una unidad las diversas variaciones no podemos verla. Si en cada momento, mediante signos convencionales, qui­ siéramos apuntar las variaciones que se van presentando en un objeto, obtendríamos una anotación en la cual conserva­ ríamos la regla de la variación, lo mismo que una melodía es conservada en el pentagrama. Ahora bien: la melodía no es otra cosa que un "esquema de tiempo” de los tonos. Por eso también podemos llamar un esquema de tiempo a la regla de variación que caracte­ riza al objeto. Lo mismo que el ritmo de la serie de tonos combinados en una unidad es llamado "melodía” , el ritmo de las diver­ sas variaciones que recorre un objeto es resumido unitaria­ mente com o "función” . Pero como es totalmente imposible conservar todas las variaciones que recorre un objeto (por­ que están combinadas unas con otras por innumerables transiciones), sólo se pueden retener algunos momentos de movimiento o de variación especialmente significativos y combinarlos entre sí en un esquema de tiempo. El número y la elección de estos momentos varía de indi­ viduo en individuo. Represéntese, por ejemplo, lo que sig­ nifica una estrella para el moderno habitante de gran ciudad que alguna vez la ve centellear entre los faroles de Ja calle, y lo que ha sido para un asirio conocedor del cielo. Igual estrella es para el uno un inútil punto de luz y para el otro un signo en el reloj del destino del mundo, que recorre su círculo por el maravilloso cuadrante del cielo.

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Lo que se dice del esquema de tiempo es aplicable tam­ bién, en igual medida, al esquema de espacio. Las formas de los objetos que nos rodean son tan ricas y cambiantes, según la iluminación y la posición que tomamos frente a ellos, que jamás reconoceríamos al mismo objeto si no nos hubiéramos impuesto una regla permanente que sólo con­ serva determinados datos de su hechura. Los esquemas de forma pueden ser muy pobres o vacíos, y entonces abarcan muchos objetos que no son diferencia­ dos en nada más unos de otros. Pero también pueden ser muy ricos y particularizados, y entonces se refieren a un objeto único. La mayor parte de los hombres de ciudad considerarán com o iguales todos los cereales que hay en el campo, por­ que las diferencias entre cebada, avena, centeno y trigo no existen en el esquema de forma "cereales” . Mientras que los campesinos, por su parte, confunden largo tiempo en la ciudad unos tranvías con otros. De esquema de espacio más esquema de tiempo se con> pone la concepción de los objetos; pero el esquema de tiem­ po es decisivo para la palabra con que designamos la cosa. La formación del esquema tiene estrechas relaciones con las experiencias individuales de cada uno. Así resulta que cada hombre está rodeado de un mundo "adecuado” a él o acomodado a él, que Llamaremos su "mundo circundante”. Por lo demás, es posible demostrar que grandes grupos de hombres que pertenecen a la misma clase profesional poseen análogo mundo circundante, que es limitado por los mundos circundantes de otras clases profesionales. El vocabulario propio de cada oficio demuestra que en él son diferenciados objetos que se presentan com o complementalmente iguales para otras clases de oficios. Basta ser guiado una vez por un ingeniero al visitar una exposición de maquinaria para convencerse de que los in­ genieros hablan con la mayor seguridad de cosas que son completamente incomprensibles para nosotros. De una par­ te, vemos demasiado, porque nos saltan a la vista pequeñeces insignificantes, y de otra, demasiado poco, porque no cono­

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cemos la dependencia. Nos falta el lazo que combine las diversas partes en una unidad. Nos falta el esquema de espacio, lo mismo que el de tiempo, de tales cosas. Observaba yo una vez un tropel de gentes de Cook que eran paseadas por las Galerías de pintura de Florencia. El culto guía se detuvo delante de un cuadro y dijo: "Ya ven ustedes a primera vista, señores míos, que éste es un Ra­ fael.” "¡Diantre! —rezongó un señor viejo—, yo veo sim­ plemente una Madonna con el Niño; eso lo veo muy bien; pero ¿en qué ve él que es de Rafael? Tengo muy buena vista, sin e m b a rg o ... ¿O es que ese m ozo ve cosas in­ visibles?” El señor viejo no sabía que él mismo veía cosas invisibles, puesto que el que la mujer del cuadro fuera una Madonna no hubiera podido verlo tampoco un negro. Y que aquel policromo plano en la pared representara una mujer per­ manecía totalmente ignorado para la golondrina que cru­ zaba rauda por la habitación. Lo que nos es dado por la visión son colores y líneas; las reglas que elevan estos factores de la visión a la percep­ ción son en sí mismas invisibles. Son capaces, sin embargo, dé ordenar la materia suministrada por los órganos de los sentidos y forman así el objeto. Mas ¿por qué es necesario convencerse tan circunstancia­ da y hondamente del hecho de que todos los objetos que nos rodean consisten en impresiones de los sentidos ordena­ das por esquemas tanto' de espacio com o de tiempo? Por­ que sin este conocimiento no hay biología comparada. Físicos y químicos no tienen ningún interés en esta afir­ mación, pues consideran el mundo solamente desde el punto de vista del hombre. Las diferencias entre los mundos cir­ cundantes humanos no son tomadas en consideración en su elemental manera de apreciar. Por eso fraccionan los objetos en objetos cada vez más pequeños; pero su verdadera es­ tructura jamás la han removido. Eso se cambia de repente cuando investigamos las relacio­ nes de los objetos con seres vivos de otra especie, com o son los animales. Entonces salimos de nuestro mundo circun-

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dänte y entramos en el de un sujeto de otra especie que mantiene con lo que le rodea relaciones completamente dis­ tintas de las nuestras, ya que está rodeado por sus objetos y no por los nuestros. , N o sería tan difícil orientarnos en este nuevo mundo si poseyéramos alguna posibilidad de lograr un conocimiento del alma del sujeto extraña a nosotros. Pero todas las ten­ tativas en esta dirección han resultado totalmente malogra­ das. Y las teorías del paralelismo o de la identidad de las circunvoluciones cerebrales con la vida del alma acaban en vanas afirmaciones, y en su aplicación al alma de los ani­ males sólo conducen a decepciones groseras. Acaso sea incómodo y muy poco moderno admitir el dualismo de alma y cuerpo, firmemente establecido por la ¡experiencia diaria; sin embargo, sigue existiendo por eso mismo. La consideración objetiva de los fenómenos en el sistema nervioso central no nos presta en modo alguno ni el más mínimo apoyo para sospechar que con ellos estén enlazados fenómenos anímicos, y sin embargo, ¿quién querría negar esta dependencia? ; Sólo que sobre la especie de esta dependencia no debe uno abandonarse a ningún engaño. Los fenómenos per­ ceptibles objetivamente en el cerebro están con las impre­ siones o representaciones que aparecen al mismo tiempo exactamente en la misma relación en que está un objeto con la designación que le hemos adjudicado. Si y o al ver un árbol de blanco ramaje y hojas pequeñas pronuncio siempre las palabras "álamo blanco” , tanto puede ser llamado eso (paralelismo com o identidad. Si ahora establezco la afirmación de que también mi ve.cino al ver un árbol de blanco ramaje y hojas pequeñas pronunciará las palabras "álamo blanco” , lo hago bajo íá hipótesis, comprensible por sí misma, de que mi vecino hable el mismo idioma que yo. Del mismo modo puedo afirmar al observar ciertas acti­ vidades cerebrales de mi vecino que percibo directamente o infiero de sus acciones que su alma tiene ahora estas sen­

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saciones o aquellas representaciones bajo la necesaria hipó­ tesis de que mi vecino posea un alma igual a la mía. Pero si mi vecino habla una lengua desconocida para mí, entonces jamás podré al mirar al árbol de blanco ramaje y hojas pequeñas deducir Ja palabra con la cual lo desig­ nará él. Del mismo modo, si poseen un alma otra que la nuestra, estamos privados de toda posibilidad de deducir las sensa­ ciones de los animales de su actividad cerebral, observada directamente por nosotros o inferida de sus acciones. Con este ejemplo espero haber iluminado claramente el paralogismo de la psicología comparada. Las almas de los animales son com o innumerables idiomas extraños para los cuales nos falta la clave. Cierto que tenemos la posibilidad de observar las acciones de los animales y de las acciones sacar conclusiones acerca de los fenómenos en el sistema nervioso central; pero del sistema nervioso central hasta el alma no va puente alguno. Mientras subsiste la fe de que puede darse una compara­ ción de almas sin conocimiento de uno de los objetos com ­ parados, se excluye todo progreso de la biología comparada. Si aun hoy en día, por ejemplo, un sobresaliente investiga­ dor escribe acerca de las moscas de las habitaciones: "Si estos animales no fueran tan tontos e imprevisores no ten­ drían que dejarse comer (por las arañas)” , demuestra con eso que su filosofía no ha abandonado el nivel de Jos cuentos de niños. Sólo cuando se ha libertado uno de la superstición psi­ cológica puede comprender el problema de la biología com ­ parada. Nos encontramos ante las siguientes circunstancias. Nos es dado un suieto extraño a nosotros —un animal— al cual podemos observar en nuestro mundo circundante. N os­ otros sabemos que nuestro mundo circundante recibe de nosotros mismos su sello característico. El sello que ese sujeto extraño impone a su mundo circundante jamás po­ dremos conocerlo. El único problema que es soluble para •nosotros consiste en lo siguiente: por la observación y el experimento, encontrar aquella parte de nuestro mun­

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do circundante que engrana con el mundo circundante ajeno. Por lo tanto, la división de nuestro mundo circundante es el problema primero y más importante que tenemos a nuestro cargo. ¿Según qué principios debe verificarse esta división? Co­ mo sabemos, la química considera com o materias los obje­ tos que nos rodean, y trata de reducir las materias a sus elementos fundamentales, de los cuales está formada toda combinación de materias. La física reduce los elementos químicos a átomos de igual especie, y trata de comprender todas Jas fuerzas de este mundo com o movimiento de los átomos. Con estos factores fundamentales químicofísicos no pode­ mos hacer nada en la biología comparada, pues siempre siguen siendo magnitudes objetivas. Buscamos elementos subjetivos de los cualess se formen nuestros objetos, pues sólo éstos tienen interés para nosotros si investigamos la relación entre objetos y sujetos. Ahora bien: nosotros sabemos que todos los objetos de nuestro mundo circundante se descomponen en grandes grupos de propiedades que dependen de nuestros órganos de los sentidos. Los objetos tienen sonidos, colores, olores, poseen dureza y gusto, son fríos o calientes. Nosotros sólo podemos advertir esas propiedades de los objetos porque en nosotros se presentan las sensaciones correspondientes de sonido, color, olor, etc. Si en un hombre falta el órgano de un sentido, entonces los objetos que le rodean pierden Ja correspondiente propiedad. Las propiedades de Jos objetos son, por lo tanto, los fac­ tores fundamentales objetivos que buscamos, únicos que son utilizables biológicamente. Según eso, mientras la física y la química tratan de re­ ducir los objetos a objetos cada vez más pequeños y sen­ cillos, la biología comparada marcha desde el principio por otro camino. Descompone los objetos en sus propiedades e investiga cuáles de éstas obran sobre el animal sujeto a experimentación. La suma y disposición de las propiedades

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percibidas por el animal da lo que llamamos el "mundo circundante” del animal. Del modo más sencillo se desenvuelve el problema de la biología comparada en los animales inferiores. Encontra­ mos allí sujetos cuyos objetos están constituidos por el mismo olor, mientras que en otros mundos circundantes la misma dureza, el mismo color o la misma iluminación ca­ racteriza a los objetos. Mayores detalles acerca de este pun­ to pueden encontrarse en mi libro Umwelt und Innenwelt der Tiere ( Mundo circundante y mundo interior de los animales). El problema sólo se hace más difícil cuando los esquemas de espacio y tiempo se presentan en el mundo circundante animal. Entonces nos vemos obligados a substituir los obje.tos ante los cuales reaccionan con seguridad los animales por imitaciones cada vez más simplificadas, que de la ma­ nera más sencilla imitan los movimientos del original. Sólo de este modo se logra obtener una representación de las reglas de espacio y tiempo que tienen validez en los mundos circundantes ajenos. El sistema nervioso central de cada animal puede ser com ­ parado con un espejo que sólo está en disposición de copiar una mínima parte de nuestro mundo circundante. Especial­ mente por los trabajos de Radl, se ha comprobado que muchos insectos no experimentan el más pequeño efecto ante las formas y colores de nuestros objetos; pero, en cam­ bio, están rodeados por simples superficies, diversas en mag­ nitud y diversas en iluminación, que, por su efecto de di­ verso grado en la retina del ojo, ejercen un influjo rector en los movimientos del animal. La forma de las imitaciones también eficaces es aún muy primitiva en los vertebrados inferiores. La práctica ha en­ señado qué sencillos engaños son suficientes en Ja caza de perdices o la pesca de caña. También los sencillos esquemas de tiempo pueden ser observados hasta muy abajo en la escala animal. Muchos animales reaccionan prontamente ante toda especie de mo­ vimiento, de cualquier objeto que sea.

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Cuanto más finamente tienen‘formado el cerebro, dife­ rencian tantas más formas y movimientos, y tanto más, para ser eficaces, necesitan acercarse al original los artificios con que son engañados. El mundo circundante de todos los animales siempre que­ da separado por un abismo del nuestro, pues los animales no poseen un lenguaje. K. C. Scheneider ha llamado la atención sobre las conclusiones que acerca del mundo cir­ cundante de los animales debemos deducir de esta carencia. La palabra con que nosotros designamos nuestros objetos se refiere, como hemos visto, al esquema de tiempo, que abarca diversos objetos de formación extremadamente dife­ renciada. Un cerebro en cuyo mundo circundante los obje­ tos carecen de esquema de tiempo será, por ello, totalmente incapaz de producir sonidos articulados o palabras, pues a las palabras las falta el objeto com o reacción ante el cual se presentan. Por ejemplo: el que el perro arañe las puertas cerradas sólo prueba que el gran objeto cuadrangular está en rela­ ción con el reflejo de la salida; pero no prueba aún nada en cuanto a la existencia del esquema de tiempo, que con­ vierte a la puerta en un objeto que cierra y deja libre una abertura. Aunque el perro comunica los más diversos afec­ tos cerebrales por diversos ladridos, aun no se ha observado jamás que su ladrido designe un objeto determinado. Por eso habrá de tenerse el mayor cuidado en la elección y combinación de propiedades al reconstruir los objetos que forman el mundo circundante propio de los animales su­ periores. En todo caso, la investigación de tales cosas promete aún muy importantes e interesantes resultados. Ahora que están trazadas las líneas directoras de una biologia comparada "subjetiva” , también puede esperarse que j se llegará a resultados armónicos. Estas líneas directoras no han sido descubiertas por ningún moderno naturalista, i sino que son el fruto, por fin maduro, que ha caído sobre\ nuestras rodillas del árbol de la filosofía kantiana. Mas, por eso, es urgentemente necesario volver a Kantff

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y quitar de en medio la superficial charlatanería con que han llenado el mundo Büchner, Haeckel y consortes. De una capacidad mental tan mezquina com o Ja que se revela en los Enigmas del Universo, de Haeckel, que, en su sencillez, tiene por un gas todo lo invisible en la Naturaleza, no podemos exigir, naturalmente, que sea capaz, ni aun de lejos, de seguir los pensamientos aquí expuestos. Pero la biología sólo podrá perseguir sus fines cuando, fuera del rebajamiento espiritual en que se encuentra actual­ mente, logre de nuevo ir a mano de investigadores más serios y más pensadores.

EL M UNDO PERCEPTIBLE DEL ANIMAL Ninguna ciencia se cita hoy con más frecuencia que la biología, y ninguna tiene que sufrir hoy tanto como ésta bajo la general confusión de ideas. ¿Qué es lo que no es objeto de la biología? Desde el lenguaje de los negros hasta el cristal líquido debe extenderse su territorio. La mayorparte de las ciencias del espíritu y de la naturaleza y sus derivadas se honran de pertenecer a la biología. Muchos historiadores, economistas, sociólogos, investigadores de re­ ligión, hablan de supuestas leyes naturales biológicas. Si pasa uno la vista por la enorme suma de especulaciones sin objeto y claves analógicas sin dirección, se puede llegar a la idea de que la biología no es, en modo alguno, una ciencia, sino un cóm odo medio auxiliar de demostrarlo todo. Y sin embargo no habría razón para perseverar en esta opinión, pues existe efectivamente una biología científica (por supuesto, que por biología no se entiende la ciencia de la vida, pues lo que es la vida no lo sabe ninguno de nos­ otros). Pero hay una disciplina de lo viviente que plantea como problema el investigar las leyes que diferencian lo viviente de lo no viviente. Cierto que esta ciencia es relativamente joven, pues en tiempos de la absoluta soberanía del materialismo negábase, sin más ni más, toda propiedad especial de Jo viviente. La fisiología enseñaba la aplicación a lo viviente de las leyes químicas, físicas y mecánicas. La zoología, convertida al darwinismo, enseñaba el origen de los animales de un protopíasma originariamente inorgánico. Y quedaba así como único resto biológico el alma an'mal, que se con­ sideraba com o un producto accesorio de la substancia ner­ viosa. Las especulaciones de psicología animal no eran propias [60]

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para ganar consideración para este resto de la biología, al lado de las ciencias naturales, que trabajaban excta y expe­ rimentalmente. Si se quería volver por la honra de la biología, había, ante todo, que proscribir las especulaciones psicológicas. Las sensaciones que tiene una lombriz de tierra o una libé­ lula es cosa completamente cerrada para nosotros, y lo que se pueda decir acerca de ello no es ciencia. Después que se hubo establecido que la biología sólo tiene que ocuparse de fenómenos que son accesibles a Ja manipulación objetiva, tenía primeramente que volver a ser repuesta en sus derechos la idea de organismo. El organis­ mo se distingue de todos los productos inorgánicos en que posee un plan funcional, esto es, que en él todas las diversas partes están ordenadas de tal modo que sus funciones se encadenan unas con otras según plan, y de este modo faci­ litan la función total del organismo. Para esto tenían que ser descompuestos los animales en sus partes vivas e investigadas las funciones de órganos y tejidos para conocer el plan total. En este trabajo, que fué emprendido fundamentalmente en Jos últimos veinte años, la analogía con la máquina, que también posee un plan de función, prestó inapreciables ser­ vicios a la biología. Pero esta analogía sólo permitía una limitada aplicación, pues todas las máquinas consisten en materias muertas, mien­ tras que el organismo es construido del protoplasma vi­ viente. ¿En qué se diferencia esta materia viva, común a todos los seres vivos, de todas las innumerables materias muertas de la naturaleza inorgánica? Está en situación de poder dar de sí tejidos y órganos, esto es, productos construidos con­ forme a plan. Para ello, al lado del organismo apareció en el plan el pro­ toplasma com o segundo factor específico biológico. N o quiero entrar ahora en el problema del protoplasma, que recientemente encendió la famosa discusión del vitalismo, cuyas olas alcanzan a la doctrina de la evolución y la he-

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renda, y que ha desencadenado una interminable especula­ ción metafísica. Por el contrario, quiero aludir a otro punto de vista en el cual la analogía entre máquina y organismo ha fracasado igualmente. Si se comparan las máquinas con los organismos en su re­ lación con el mundo exterior, se muestra en seguida que las máquinas no son seres independientes, sino sólo instrumen­ tos de los hombres. Mientras que los organismos de la Na­ turaleza se alzan enfrente com o seres independientes. En tanto se investigan los efectos de Jas máquinas en el mundo exterior, esta diferencia no sale aún a luz de un modo que perturbe. Las máquinas trabajan sobre los objetos de nuestro contorno, y eso hacen también los animales. Cierto que la elección de objetos, en lo que se refiere a los animales, es otra que la de las máquinas. Pero la clase de efecto es en principio la misma: si un escarabajo, un perro o un rastrillo arañan la arena, la mecánica del fenómeno es siempre la misma, y siempre se trata de los mismos objetos exteriores sobre los que es ejercido un efecto. Si se comparan, por el contrario, Jos efectos que son pro­ ducidos por los objetos sobre máquinas y animales, por ejemplo, el efecto de la luz en una cámara fotográfica y en un ojo animal, el fenómeno mecánico es sólo aparentemente el mismo. Igual que sobre la pantalla de vidrio esmerilado de la cámara, también se muestra en la retina la misma ima­ gen disminuida y vuelta al revés del mundo exterior. Se podría, por eso, llegar a la idea de que los órganos de los sentidos dé los animales eran substituibles por aparatos hu­ manos, cosa que podemos admitir en principio en cuanto a los órganos de movimiento. En esta conclusión», sin em­ bargo, se olvida un factor esencial, precisamente el orga­ nismo. Verdad es que el ojo de la ostra jacobea (1) muestra la misma imagen que una cámara obscura. Pero la propia ostra 0 ) La ostra jacobea, o concha de peregrino (vieirñr, en Galicia), es bien conocida para el lector por su concha bellamente estriada, que se utiliza para preparar y servir ciertos manjares.

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jacobea no percibe otra cosa que los movimientos de los k objetos que se reflejan en la imagen de su retina. Mientras que nosotros, con auxilio de la imagen de la re­ tina, de nuestro ojo, percibimos las notas de las formas, los colores, las magnitudes y los movimientos de los objetos, a la ostra jacobea le basta con esta última nota solamente. Si se acerca el enemigo de la ostra jacobea, la estrellamar, aquélla, con sus cien ojos, no percibe más que un movimiento. Lo que se dice de la vista es aplicable también a los otros órganos de los sentidos; también éstos se limitan a la per­ cepción de una nota. Por el órgano del olfato sólo es per­ cibido un determinado olor, o un gran número de olores actúan sobre él com o la repetición de uno solo. Para nosotros la estrellamar carece de sabor y olor; pero para la ostra jacobea posee un olor muy pronunciado, que, sin embargo, no se diferencia de todos los otros posibles efectos químicos. La estrellamar se compone para la ostra jacobea de las siguientes notas: primero, movimiento; en segundo lugar, una nota general química, que nosotros no podemos analizar más detalladamente, y en tercer lugar, la presión, que se presenta por el contacto del equino con los tentáculos de la ostra jacobea. Pero a esto aun se añade otra cosa, y es justamente el orden en el cual estas notas actúan sobre la ostra jacobea al aproximarse la estrellamar. Primeramente actúa sobre la vista el movimiento de la estrellamar. Des­ pués son extendidos los tentáculos de la ostra jacobea, los cuales tanto poseen órganos de sentidos químicos como tác­ tiles. De éstos, primero son excitados los químicos; luego, los táctiles. Por esta combinación de notas es percibido con seguridad el enemigo del organismo, y entonces el sistema nervioso central envía una ola de excitación a los grandes músculos de movimiento de la concha, y el molusco huye nadando. Idénticos efectos emanan siempre de la estrellamar, los cuales tanto son ópticos com o químicos y táctiles. Pero ¡qué otra es la selección de estos estímulos en nosotros y en la ostra jacobea! Estímulos totalmente diversos son em-

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pleados en ambos casos com o notas distintivas. Nosotros, de las notas percibidas por nosotros formamos un objeto "estrellamar” muy diverso del de Ja ostra jacobea. N o sólo es teóricamente posible, sino también muy vero­ símil, que el complejo de notas estrellamar sea lo único que es empleado en el mundo de la ostra jacobea para la formación de un objeto, y que fuera de ello sólo se presen­ ten estímulos aislados, sin ligazón entre sí. El mundo que rodea los órganos de los sentidos de la ostra jacobea sólo alojaría en este caso un objeto único. Este mundo es por completo obra de la reorganización de la ostra jacobea; si se cambiara su organismo, tendría tam­ bién que cambiarse este mundo. Ahora, com o la organiza­ ción de todos los animales es distinta, se sigue de ello que este mundo varía de animal en animal. Para designar este mundo, que es el producto del orga­ nismo, he intentado introducir la palabra Umwelt, (mundo circundante) (1). La palabra se ha naturalizado prontamen­ te, pero no la idea. Este término es empleado ahora para designar lo que rodea inmediatamente a un ser vivo, en el mismo sentido que antes la palabra milieu. De este modo ha perdido su sentido peculiar. Es un afán totalmente vano querer oponerse contra el uso del lenguaje, y tampoco la expresión "mundo circun­ dante” corresponde con bastante exactitud al concepto que le es atribuido. Por ello quiero poner en su lugar el tér­ mino "mundo perceptible” , M erkwelt, y significar con ello que para cada animal haya un mundo especial, que se com­ pone de las notas distintivas recogidas por él del mundo exterior. El mundo perceptible, M erkwelt, que sólo depende de los órganos de los sentidos y del sistema nervioso central se completa por el "mundo de efectos” , Wirkungswelt, que abarca aquellos objetos a los cuales están acomoda­ dos los instrumentos de comer y moverse del animal. 0 ) En mi libro Umwelt und Innenwe't der Tiere. En vez de mundo circundante podría decirse el "alrededor del animal”.

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En el mundo de efectos se suele hoy pensar, ante todo, al hablar del mundo circundante com o del milieu de un animal, y con eso se admite tácitamente que los objetos que componen su especial mundo de efectos, por ejem­ plo, las hojas que devora una oruga, el agua en que se mueve un pez, obran sin más sobre los órganos de los sen­ tidos. Pero aquí reside el error fundamental. La enumeración de los diversos objetos del mundo general de efectos al cual está acomodado cada animal es de un interés total­ mente accesorio y fácil de ejecutar por la pura observación. Pero el descubrimiento del mundo perceptible de cada ani­ mal es un trabajo principalmente nuevo y muy fatigoso, que sólo puede ser resuelto mediante el experimento. Si se quiere abarcar el mundo de efectos y el mundo per­ ceptible con el nombre de mundo circundante, bien puede hacerse; pero debe uno darse cuenta en seguida de que de los dos juntos no resulta ninguna unidad, sino que para ello es imprescindiblemente necesario el organismo del animal, que es el que crea la dependencia entre ambos mundos (1). Si primeramente se ha desentrañado con claridad la no­ ción de mundo perceptible, después viene por sí mismo el planteamiento del problema para cada animal. Hay que in­ vestigar ante qué notas de un objeto reacciona el animal, y estudiar después si esas notas tienen que estar entre sí en una determinada relación de espacio o tiempo para actuar como un todo sobre el animal. Con estos datos puede tra­ tarse después de formar, hasta donde sea posible, una com ­ pleta imagen del mundo perceptible del animal estudiado. Entonces se advertirá con asombro que animales que viven en el mismo mundo de efectos poseen mundos per­ ceptibles totalmente diversos. La estrellamar, por ejemplo, que, como hemos visto, forma para la ostra jacobea esta cadena de notas: primero, movimiento óptico; después, es­ tímulo químico; por último, contacto; es substituida en el C1) En español acaso podríamos llamar al mundo perceptible de un animal su "panorama” o su "contorno”, y a su mundo de efectos su "esfera de acción”. (Nota del editor.)

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mundo perceptible del erizo marino por la siguiente cadena de notas, igualmente ordenada en razón de tiempo: primero, débil estímulo químico; después, fuerte estímulo químico; por último, estímulo de contacto. La estrellamar no se di­ ferencia en nada, en el mundo perceptible del erizo de mar, de una limacina acidificante, que es representada igual­ mente por la misma citada cadena de notas. De los innumerables objetos que se presentan en el mundo de efectos de un animal, aparecen en primer lugar los ene­ migos y los animales en que hace presa com o cadenas de notas bien caracterizadas en su mundo de percepciones. Los restantes seres vivos bien pueden dar de cuando en cuando noticia de su existencia con una presión; pero no son totalmente diferenciados de un'obstáculo casual, como, por ejemplo, una piedra. Muy de advertir es, yendo más adelante, que los medios, com o el aire y el agua, en que vive el animal no son en modo alguno notados por él, aunque sus órganos de mo­ vimiento estén acomodados a ellos hasta en lo más nimio, de modo que en el mundo de efectos representen el papel principal. Ya en grados muy inferiores de la serie animal es notada la división de las grandes superficies obscuras y claras del mundo exterior, cosa que sirve a los animales para deter­ minar la dirección del movimiento, com o demostró Bohn con los caracoles y Radl con los insectos. Sólo en los animales de sistema nervioso central compli­ cado y concentrado se presenta com o nota la forma de los objetos. Eso consiste en que el ojo, que es el órgano de la forma por excelencia, sólo es capaz de enviar al cerebro como nota especial la forma de los objetos copiada en la retina cuando muchos caminos nerviosos separados se re­ únen en el sistema nervioso central en un central entrelaza­ miento que corresponde a la forma del objeto de una manera esquemática, y por eso puede ser llamado, breve­ mente, un esquema. Los esquemas no son una imagen del objeto reflejada com o en un espejo, sino que se le asemejan, simplemente, J

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de la manera que es suficiente para el animal. Así, hay mundos perceptibles de animales en los que sólo muy pocos objetos poseen una forma bien acabada, mientras que todos los otros tienen la misma figura. Cuanto más alto se sube en la serie animal, tantas más notas son percibidas y tantos más esquemas de espacio se emplean hasta que los mundos perceptibles de los animales se acercan cada vez más al nuestro. En la frontera entre el mundo animal y el humano tro­ pezamos con el siguiente, muy difícil, problema: todas las cosas que designamos con una determinada palabra, como, por ejemplo, silla o coche, no se determinan inequívoca­ mente por la nota del color, de Ja dureza, del olor o del gusto, ni tampoco por su esquema de espacio, sino por su función. La silla es un objeto para sentarse; el coche, un objeto para ser trasladado en él de un sitio a otro. Pero la función de una cosa se desenvuelve según un determi­ nado ritmo en el tiempo. La función está, por lo tanto, ligada a un determinado esquema de tiempo. Por el momento, falla por completo nuestra potencia de representación si queremos proyectar en el cerebro el es­ quema de tiempo com o el esquema de espacio. Sin embargo, éste no es ningún obstáculo insuperable, sólo con que suscitemos simplemente la cuestión que sigue: ¿Poseen también los objetos un esquema de tiempo en el mundo perceptible del animal? Según sabemos, los esquemas de tiempo se presentan mu­ cho antes que los esquemas de espacio, pues tanto la ostra jacobea com o el erizo de mar emplean un esquema de tiempo para formar el objeto "estrellamar” . Pero en estos animales la sucesión en la aparición de las notas está asegu­ rada por la construcción de los órganos. Cómo resuelve este problema el sistema nervioso central de los animales superiores, al tratarse de complicados esquemas de tiempo, es por el momento incomprensible para nosotros. En todo caso, la cuestión de si los objetos también poseen un es­ quema de tiempo en los mundos de percepción de los ani­ males superiores tiene que ser resuelta antes de que se pueda

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llegar a la cuestión del pensamiento de los caballos, que también ha adquirido actualidad. La investigación biológica nos obliga, com o se desprende de todo lo dicho, a considerar la totalidad del mundo exte­ rior com o nuestro humano mundo de percepciones y a descomponer en sus partes constitutivas los objetos que nos rodean, no sólo mecánica, sino también biológicamente; es decir, a inquirir por separado las diversas notas de dureza, color, sonido y olor, y tratar su resumen por medio1de los esquemas de espacio y tiempo. Si hacemos esto, volvemos a pisar la tierra firme que nos ha preparado la doctrina de Kant, el cual por primera vez ejecutó consecuentemente este análisis del mundo, partiendo de un planteamiento de problema muy diverso. La doctrina de los mundos de percepción abarca todo el inmenso territorio desde las amibas hasta el hombre, que sólo en una mínima parte ha sido explorado hasta ahora. Sólo cuando esté totalmente investigado podremos hablar de una real visión de conjunto de la Naturaleza viva. Esta investigación sólo puede ser hecha mediante el ex­ perimento, y requiere medios auxiliares de que no dispone cada naturalista; esto es, acuarios, terrarios y aerarios, que sólo un Instituto erigido para este objeto podría ofrecer. En Norteamérica han sido hechas las primeras tentativas en esta dirección, muy prometedoras de éxito. Los norte­ americanos indagan ahora con todo interés la "conducta” de los animales, y poseen una sobresaliente revista que sólo sirve para este fin. En Alemania, que no posee hasta ahora ni un solo labo­ ratorio biológico ni para investigaciones ni para análisis experimentales de las funciones de los órganos, no hay, por desgracia, ninguna posibilidad de llevar a feliz término el estudio de los mundos de percepciones.

M UNDO ANIM AL O ALMA ANIM AL N o dejaría de tener interés dar un paseo por la ciudad si, considerando las cosas que encontramos, quedara estable­ cida de modo permanente una determinada ordenación de cuestiones. Para ello vamos a averiguar qué significación tienen los objetos que despiertan nuestra atención y para quién tienen esa significación. Pasamos por delante de una sastrería: los trajes expuestos no sólo están acomodados a la forma del cuerpo humano, sino que también cambian en relación con las diversas ma­ nifestaciones de Ja vida urbana. A su lado se encuentra un relojero que expone los más diversos relojes. Hace tiempo que quedó pasada la época de los relojes de sol. La salida y Ja puesta del Sol ya no representan en nuestra vida urbana el papel que represen­ taron antiguamente. El alumbrado artificial alarga el día, y esta pequeña máquina cuida de la división regular de nuestra jornada, a la cual, mediante su marcha de día y de noche, divide en espacios de tiempo de igual longitud, mientras que aun entre Jos romanos, según las estaciones del año, la noche o el día poseían horas más largas. Así, hemos corregido según nuestras necesidades el curso del Sol, originario señor del tiempo y de Ja hora. Nos detenemos gustosos delante del escaparate de un li­ brero, que ofrece aquel objeto que posee hoy la mayor significación en el trato del hombre con el hombre: el libro. Sabemos que dentro de esas grandes y pequeñas cubiertas dormitan palabras a las que podemos despertar en todo momento, y que nos contarán entonces toda Ja vida humana. Sigue después una tablajería. Vemos allí la carne de los animales que sirve para nuestro alimento, dispuesta para una subsiguiente preparación. ¡Qué pocos de los transeúntes [6 9 ]

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saben que esta carne es un aparato ingenioso de inasequible precisión, que proporciona a los animales movimiento y calor! Una escalera de piedra nos eleva hasta la terraza del café, donde unos árboles cuidadosamente recortados nos propor­ cionan sombra, y alegran nuestra vista bien cuidadas flores. Nos sentamos en una cómoda silla y dejamos que actúe en nosotros la imagen de los coches que pasan rápidos, ya arrastrados por caballos, ya impulsados por motores. T odo, literalmente todo, lo que logramos ver está acomo­ dado a nuestras necesidades humanas. La altura de las casas, de las puertas y ventanas puede ser referida a la magni­ tud de la figura humana. Los escalones se adaptan a nuestro paso, y el pasamanos a la altura de nuestros brazos. A cada objeto le da sentido y forma cualquier función de la vida humana. Encontramos por todas partes una función humana, a la cual presta sostén el objeto con su función antagónica. Para sentarse sirve la silla; para subir, Ja escalera; para tras­ ladarse de un sitio a otro, el coche, etc. Podemos hablar de un ser-silla, un ser-escalera y un ser-coche sin ser mal comprendidos, pues al servicio que rinden las producciones humanas es a lo que nos referimos propiamente bajo la pa­ labra que designan Jos objetos. N o es la forma de la silla, del coche, de la casa, lo que es designado por la palabra, sino su servicio. En su servicio está la significación del objeto para nuestra existencia. El es el que tenía en su mente el constructor del coche, en él piensa el arquitecto que traza el plano de la casa, sólo en él piensa el tablajero que sacrifica los bue­ yes, así com o el escritor que escribe el libro y el relojero que fabrica el reloj. El jardinero que poda los árboles y planta las flores los prepara para su servicio. T o d o lo que nos rodea aquí en la ciudad sólo tiene sentido y significa­ ción por su relación con nosotros los hombres. El gran progreso que distingue nuestra vida de la de tiem­ pos anteriores consiste en el aprovechamiento, cada vez mayor, de todas esas cosas. Este aprovechamiento lo des­

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cubrimos en la sujeción, que cada vez va hasta más lejos, de la materia y fuerzas de la naturaleza a nuestros fines; en el sometimiento, cada vez más fuerte, de animales y plantas a nuestro señorío. Así, nuestra vida se aleja cada vez más de la Naturaleza; así, cada nuevo descubrimiento remueve un nuevo muro divisorio entre la vida extrahumana y nosotros. Si se hace que pasen ante la vista espiritual las produc­ ciones de la moderna literatura de gran ciudad, y especial­ mente de la lírica, com o diferencia esencial de la de tiempos más antiguos, aparece ante nuestros ojos lo siguiente: lo que antes se vestía en versos sentimentales acerca de la im­ presión de la puesta del Sol, la nostalgia de la vida en el seno de la Naturaleza, ha tenido que ceder el puesto a las impresiones de luz de un café nocturno lleno de humo. Ya no hay nostalgia que lleve fuera de los mil aparatos huma­ nos. El mugir del vapor, el humo de las chimeneas, la batahola del martillo mecánico inflaman el entusiasmo poé­ tico. Así parece que, en medio de la muchedumbre de pro­ ductos humanos, creciente de día en día, viven miles de hombres que tienen esas cosas por única realidad. Y, sin embargo, sólo necesitamos llevar un perro con nosotros, en nuestro paseo por la ciudad, para que se nos abran los ojos. Pasa rápidamente por la tienda del sastre. Estos vestidos sólo adquieren significación para él cuando los ha usado su amo y les ha prestado el olor de su cuerpo. Entonces llegan a ser importantes notas de la vida del perro. Nuestros re­ lojes y libros no llegan a constituirse para él en objetos especiales. El insignificante laberinto de colores y formas lo deja del todo indiferente. Sólo la tablajería puede regocijarse de su plena simpatía. El acre olor de Ja carne fresca, el dulce vaho de las salchi­ chas cocidas, despiertan su apetito, mientras que la suave hediondez de unos pescados podridos le produce el afán de revolcarse sobre ellos. Tan importante como el tablajero es para el perro el

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guardacantón (ante el cual pasamos sin prestarle atención), porque en él ha dejado cada perro su olorosa tarjeta de visita. Sube corriendo por la escalera com o ascendería a cual­ quier colina. El pasamanos no tiene sentido. De las sillas sólo aprecia las almohadilladas. De preferencia reposa en el lugar donde no le perturbe la sombra de los árboles. Los planteles de flores sólo excitan su atención cuando en Ja tierra blanda se ha hecho visible un ratoncillo. Nadie pretenderá afirmar seriamente que el perro ha re­ corrido la misma ciudad que nosotros. Precisamente aquello que nos parece la cima de lo esencial y real es insignificante y nulo para el perro. En su mundo, los acentos están pues­ tos de otra suerte: otras notas excitan sus sentidos; los objetos tienen otra significación. Investiguemos ahora en qüé relación están ser y signifi­ cación en los objetos del mundo del perro. El perro utiliza en parte los mismos objetos que nosotros. La casa Je protege de la lluvia y el mal tiempo y lo alberga durante la noche, y adquiere de este modo una determinada significación para el perro. Puede, por lo tanto, darse algo a modo de un "ser-casa” para el perro, aunque con nuestro ser-casa, que expresa un ser habitado humanamente, sólo posee débiles reminiscencias. Aun más clara se hará la di­ ferencia si consideramos Jos objetos que escoge el perro como lugar de descanso: sillas almohadilladas y camas. Los servicios de estos objetos se dividen en dos grupos para el hombre: sitios en que sentarse para la vigilia y lugares en que yacer para el sueño. Para el perro no se da esta dife­ rencia, y la significación es para él la misma. La designaría con la misma palabra. Y hasta Jas puertas, que son para nosotros medios de co­ municación, son para él el obstáculo por excelencia. El rencor que siente hacia las puertas el perro Peleas lo ha pintado MaeterJink con humorística perspicacia. Relojes y libros no tienen la menor significación para el perro, porque faltándole sus funciones, no le ofrecen nin­ guna especie de servicio. N o significan más para él que

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para nosotros, en otoño, un montón de hojas secas amon­ tonadas en el camino por el soplo del viento. Existen, indudablemente, más objetos en la ciudad del hombre que en la ciudad del perro, aunque ésta también albergue sus objetos especiales. Sólo hay que pensar en el guardacantón, al que los perros olisquean atentamente y al que le confían sus olorosas tarjetas de visita. Estas co­ lumnas anunciadoras con carteles de olor son una de las instalaciones más asombrosas del mundo perruno. Por des­ gracia, carecemos aún de todo análisis experimental de ta­ les objetos, y estamos así en plena obscuridad acerca de la significación que tienen para la vida del perro. Los más importantes objetos de la ciudad del perro tienen para nos­ otros tan poca significación como los más importantes ob­ jetos de la ciudad del hombre para el perro. Sólo el conocimiento del servicio de un objeto le da su sello característico y lo levanta de la masa de lo indiferente y no observado al círculo de luz de nuestra atención. Sí; es lícito decir que sólo la significación forma el objeto; ser y significación se condicionan mutuamente. Sin más, se ha hecho claro que si hay un mundo del perro diferente del mundo del hombre, tiene que haber también un mundo del caballo, un mundo del mono, etc. Hasta allá abajo, hasta el más ínfimo animal, se enfila mundo tras mundo, en una hilera mil veces cambiante, llena de mutaciones. Investigar estos mundos téngolo por uno de los temas capitales de la biología experimental, en oposición a la psi­ cología, que quiere investigar el alma de los animales. Pero estoy en la misma oposición frente a aquella tendencia de investigación que intenta medir toda la vida animal con idéntica medida exterior, ya sea ésta física o ya biológica. Tales tentativas acaban siempre en violencias o triviali­ dades (1 ). 0 ) Aparte de esto, olvidan los pensadores originales que produ­ jeron estos sistemas de medida que de este modo ponen en manos de todos los espíritus sin originalidad un instrumento demasiado cóm o­ do, con el cual trabajan bravamente y se sienten dispensados de toda

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Las dotes del investigador de la Naturaleza se muestran en el arte de plantear los adecuados problemas que pueden recibir las adecuadas soluciones. De una parte, de nada sirven las más hermosas teorías, verdaderas obras maestras de precisión en el arte de la división lógica, si su plantea­ miento com o problema es inaprovechable prácticamente, De la otra, carece de valor un planteamiento de problemas prácticamente aprovechable si la solución que obtenemos no contiene ninguna verdadera doctrina porque el problema mismo no era bastante profundo. El peligro de lo primero existe principalmente para Ale­ mania; el de lo segundo, para Norteamérica. ¡Qué excitación no han provocado en Alemania el "Kluge Hans” y los caballos de Elberfeld! La inteligencia de los caballos, sus propiedades de carácter, sus pequeñas debili­ dades e inclinaciones, exigían de repente crear una nueva psicología. N o quiero ocuparme de Jos muy discutidos resultados de los experimentos de Krall, sino referir una observación que por casualidad he hecho y o mismo, y que es tan sorpren­ dente com o aquellos experimentos. Fué en Dares-Salam. Bajo un mangostán gigantesco de dilatada sombra estaba echado y dormido un joven león, atado por el cuello al tronco del árbol con una larga cuer­ da. En una rama sobre él se sentaba un cinocéfalo adulto que vivía en semidomesticidad en la ciudad. Adientras el león yacía en profundo sueño, el mono descendía suave­ mente del árbol, marchaba en semicírculo en torno al león, acercábase sin ruido a su extremidad posterior, cogía con sus dos manos anteriores la cola del león y tiraba de re­ pente de ella con todas las fuerzas de su cuerpo. El león se despertaba con un rugido; pero el mono ya había trepado por el árbol con la velocidad del rayo y volvía a estar fuera de su alcance, sentado sobre él. Después el león vol­ vía a echarse a dormir, y el mismo manejo se repitió por posterior labor de pensamiento. Cosa doblemente peligrosa en un tiempo en que la masa de producción amenaza ahogar todo traba­ jo de calidad.

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tres veces en nuestra presencia, precisamente en la de Stuhlmann y la mía, hasta que nos marchamos. N o sé cuantas se habrá representado la escena antes y después. ¿No se conducía este mono exactamente com o un mal educado pilludo de la calle que quisiera encolerizar al león? ¡Qué multitud de conclusiones psicológicas pueden sacarse de esta observación, y qué precipitadas serán todas ellas! ¿Era puro juego o era hecho en serio? ¿Sabía acaso d mono que el león, al contrario de él, duerme de día y vela de noche? ¿Quería el mono, ya que era por la tarde, des­ embarazarse de aquel peligroso vecino antes de que él mis­ mo viniera a reposar? ¿Sabe siquiera un mono que un león puede encolerizarse? ¿Y puede encolerizarse un león? Mejor será, sin embargo, que confesemos que no pode­ mos resolver estas cuestiones, o concedamos, por lo menos, que estas cuestiones psicológicas sólo se encuentran en se­ gundo término. Lo que realmente nos enseña esta observación es que en el mundo del mono el objeto "león” se compone de notas de diverso valor en el espacio, que la cola del león no puede morder, pero muy bien puede hacerlo la cabeza, y que todo el objeto se pone en movimiento cuando se le tira de la cola. Pero el zamarreo de la cola sólo puede ser ejecutado cuando el león duerme; por lo tanto, tienen que existir las notas del león dormido en el mundo del mono. Aprende­ mos por esta observación que el objeto león muestra en lo esencial las mismas notas en el mundo del mono que en el nuestro. Sólo que nosotros, con nuestros pesados movi­ mientos, preferimos abstenernos de tirar de la cola a un león dormido. N o creo que se pueda afirmar que el mono haya llegado a saber por medio de "ensayo y error” que sólo se puede tirar de la cola al león dormido. Un error, en este caso, debería cortar todo subsiguiente ensayo. Me parece biológicamente más interesante saber qué clase de cosas son las que existen en el mundo del mono que establecer por trabajosos experimentos si el mono, por ejem­ plo, aprende a abrir y cerrar un cerrojo. Un cerrojo, com o

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expresión de un servicio puramente humano, no existe ni existirá nunca en el inundo del mono. Si un mono puede llegar a abrir un cerrojo con ayuda de la "imitación” , o por "ensayo y error” , o por "premio y castigo” , es seguramente fácil de establecer experimentalmente; pero me parece por completo indiferente. Pues todas esas nuevas máximas de la biología no tienen sentido sino en nuestra vida civilizada, y a la verdad uno muy accesorio. También es del todo incomprensible para mí qué interés puede tener en la vida del animal esta transmisión, sin fundamentq alguno, de re­ presentaciones puramente humanas. Pero veo muy claramente la confusión que causa en la ciencia esta ingenua aplicación de lugares comunes huma­ nos totalmente inanalizados. Un método muy en favor es, por ejemplo, el de construir un laberinto a cuya salida se encuentra alimento. En este laberinto son cerrados, hasta donde sea posible, unos tras otros, los más diversos anima­ les: cangrejos, caracoles, tortugas, conejos y, a ser posible, hasta niños. Establécese entonces la rapidez con que en­ cuentra la salida el animal objeto de la prueba; si lo hace mejor la vez numero x; si un pequeño castigo, por medio de un azote eléctrico, actúa favorablemente; si entra en juego la imitación, etc. Tengo a esta serie de experimentos, tal com o se ejecutan ahora, com o puros pierdetiempos. Al principio aun tenían trazas de como si se quisiera investigar qué notas del ca­ mino se graban en los distintos animales; cosa que, natu­ ralmente, hubiera sido muy interesante. Pero ahora ya no se trata de eso. Sólo se cuenta el tiempo, se describen cur­ vas y, en lo posible, se establece una fórmula matemática. Eso se llama, en rigor, experimentar fuera de la Naturaleza. En todo razonable planteamiento de problema hay que darse cuenta de: ¿qué puedo saber? y ¿qué quiero saber? Hacia ambos lados pécase en este momento: los psicó­ logos plantean cuestiones que no pueden ser resueltas, y los empíricos puros plantean cuestiones cuya solución ca­ rece de valor. Es fácil salir al encuentro del segundo error con tal de

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que se penetre uno del convencimiento de que el valor de un hecho nuevo sólo depende de la relación que guarda con la vida del animal. El primer error es mucho más capcioso, pues se deja de ver harto fácilmente el salto que da uno en sus propias consecuencias finales. De este modo, la conclusión que acerca de la psiquis de los animales se deduce de sus ac­ ciones es siempre un salto, tanto mayor y más atrevido cuanto más se aparta de la nuestra la organización del ani mal experimentado. Los fundamentos que llevan a los biólogos a rechazar las conclusiones sobre el alma animal son principalmente los siguientes:

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l 9 Lo que nosotros podemos investigar son sólo fenómenos de movimiento. Los fenómenos de la psiquis no son fenómenos de movimiento. Los fenómenos cerebrales y los psíquicos no pueden, por lo tanto, ser deducidos unos de otros ni referidos a una común medida. 29 La psiquis es un organismo que sólo posee una dimensión de tiempo. El cerebro es un organismo extendido en las tres dimen­ siones del espacio. Por eso podemos hacer que sean intuitivos para nosotros los fenómenos del cerebro, pero no los fenómenos de la psiquis. 39 Los cerebros están siempre a disposición de nuestra observa­ ción en todas las formas y desarrollos imaginables; de las almas nunca conocemos más que la nue'tra propia. Por eso nos vemos siempre obligados a transmitir nuestras sensaciones, nuestros senti­ mientos, nuestra organización psíquica a los animales, y carecemos de toda comprobación, aunque ai hacerlo nos afirmemos el mayor desatino.

Si se concibe el tema de la biología experimental, según lo hago yo, como la investigación de la dependencia con­ forme a plan entre animal y mundo exterior, se evitará en lo posible el encontrarse con el alma animal. Hasta los mismos fenómenos cerebrales tienen que ser dejados en segundo término, porque presentan una gran dificultad en la manera de considerarlos, que podemos elu­ dir hasta cierto punto. Cierto que el cerebro es completa­ mente perceptible; pero sus manifestaciones de movimiento son muy distintas de los fenómenos del mundo exterior.

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T o d o lo que ocurre en el cerebro es manifestación de mo­ vimiento procedente de la excitación, y sólo se diferencia por su cantidad, su intensidad y distribución en el espacio; pero es siempre de Ja misma calidad. Estamos, por lo tanto, obligados, si queremos investigar los diferentes efectos que, por ejemplo, emanan de los co­ lores azul, verde o rojo, a buscar diferentes signos espa­ ciales en el cerebro para que se nos haga patente la dife­ rencia de efectos. Esta dificultad es la que hace principalmente que los psicólogos salgan al campo contra la teoría biológica: "Es mucho más sencillo —dicen los psicólogos— considerar el correspondiente signo cualitativo en la psique del animal en vez del inseguro signo espacial en el cerebro. Cierto que hay en el mundo exterior cosas que se extienden en el espacio; pero no las hay en la psique. En cambio, hay en la psique representaciones que ocupan el lugar de aquéllas. Además, las notas de carácter temporal (que hacen de una aparición momentánea un objeto bien caracterizado por su función) no pueden de ningún m odo ser reproducidas en el cerebro por relaciones de espacio. Por eso no es, en modo alguno, posible una biología experimental sin psicología.” Pero los psicólogos vuelven a olvidar siempre que son cualidades y representaciones humanas lo que ellos poe­ tizan al pintar el alma de los animales. Ese es un juego de la fantasía, y no observación. Según parece, hemos caído entre Scila y Caribdis. Si sólo consideramos los fenómenos cerebrales, estamos en peligro de no interpretar rectamente importantes depen­ dencias; si formulamos la hipótesis del alma animal, nos perdemos en la pura especulación. ¿Hay alguna solución para este dilema? Si consideramos un animal en sus relaciones con el mundo exterior, vemos que ejecuta acciones; esto es, que responde con una re­ acción de sus órganos de movimiento a los efectos del mun­ do que llegan a sus órganos de recepción o de los sentidos. Mientras se considere el mundo exterior como algo dado de una vez para siempre, en que el animal sufre y obra,

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tienen que buscarse en el animal mismo todas las causas de sus diversas maneras de acción. Aquí está tal o cual objeto: de él se hace el animal una imagen de excitación en el cerebro (biología) o una imagen de representación en el al­ ma (psicología), y ante ello reacciona con un movimiento. Si ésta fuera la auténtica exposición de los hechos no habría, sin duda, salida alguna, y tendríamos que decidirnos por una u otra de estas defectuosas interpretaciones. Pero esta exposición es falsa. Contemplemos un animal inferior; apenas existe objeto alguno que actúe sobre el animal, sino un olor, y según este olor obran sus órganos de movimiento sobre el objeto que vernos nosotros. El mundo de todos los animales se descompone clara­ mente en dos mitades totalmente distintas: el mundo que actúa sobre los órganos receptores —el mundo de percep­ ciones—, y el mundo sobre el que obran los órganos de movimiento: el mundo de efectos. Nosotros, com o observadores, es verdad que sólo vemos siempre el mismo objeto ante nosotros, por lo cual nos es muy difícil al principio percibir esta división. Pero se logra fácilmente si se comprende que sólo ciertas propiedades aisladas del objeto son las que actúan com o estímulo sobre el animal, y de este modo se convierten en notas distintivas de su existencia. Entran después en actividad los órganos de movimiento, los que ya no actúan sobre esas notas, sino sobre el objeto completo, con todas sus propiedades. En realidad, la construcción de los órganos de movi­ miento de todos los animales está, sobre poco más o menos, determinada por los mismos objetos sobre los que también obramos nosotros. Pero nosotros mismos sabemos que los objetos sobre los que obramos aún poseen más propiedades de las que podemos percibir; de modo que también nos­ otros, hombres, no podemos recibir en nosotros todas las notas de los objetos. De estas propiedades imperceptibles sólo sabemos alero cuando, por medio de un rodeo, las trans­ formamos en notas perceptibles (por ejemplo, centelleo en el movimiento del electrómetro) y cosas análogas.

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Por lo tanto, también estamos obligados a dividir en dos mitades el mundo de los hombres: el mundo de las notas de percepción de nuestros órganos de los sentidos (el mun­ do perceptible) y el mundo de nuestros órganos de movi­ miento (el mundo de efectos). Si se quieren estudiar los mundos de percepciones de los animales, hay, ante todas las cosas, que ejercitarse en des­ componer en sus notas el mundo perceptible que nos rodea e investigar la manera de enlazarse estas notas. Ante todo, tienen que ser investigadas las relaciones de tiempo y es­ pacio de las notas. Sabemos, por Kant, que formamos esquemas de espacio de los objetos, con ayuda de los cuales volvemos a reconocer los objetos; pero sabemos también que todos los objetos revelan su función en el tiempo y que, por lo tanto, también formamos esquemas de tiempo de los objetos. Los correspondientes servicios que rinden nuestras humanas producciones suministran el más claro ejemplo de tal esquema de tiempo. Pero también creamos relaciones causales entre los objetos y las aplicamos igualmente. Por medio de la observación y el experimento se llega, más o menos completamente, a establecer qué notas se pre­ sentan en el mundo de los animales objetos del experimento y qué relaciones establecen. Pawlow nos ha enseñado cóm o se descomponen las notas del alimento del perro; cóm o son suplidas por otras notas y ligadas después de nuevo, para de este modo crear nuevos objetos. Su reactivo era la secreción de las glándulas sali­ vares y digestivas del perro. Logró hacer independiente la secreción de las glándulas de las habituales notas de olfato y vista, y ligarla con otras ópticas, acústicas o térmicas. Los pescadores de caña saben qué esquemática figura emplean y qué esquemáticos movimientos tienen que ♦eje­ cutar con ella para hacer que se presente una mosca en el mundo perceptible del pez. Jennings ha establecido los mundos perceptibles de los infusorios, y yo mismo los de una porción de animales inferiores. T od o eso está muy bien —responden los psicólogos—; que se hable de las correspondientes propiedades de los

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objetos o de las sensaciones de los animales, resulta, al cabo, lo mismo. Pero los sentimientos de los animales quedan, al hacerlo, totalmente desatendidos. A ello hay que responder lo siguiente: se prescinde ha­ bitualmente de la influencia que ejercen los sentimientos en la formación de los objetos. Los sentimientos son los que prestan su momentánea significación a un determinado ob­ jeto, y lo elevan a ser un objeto en el círculo luminoso de la atención y hacen desaparecer al otro en la nada. La ascendente atención es la que extrae constantemente nuevas notas del objeto; de modo que cada vez se aleja más de aquellos otros que hasta entonces eran sus semejantes. Del objeto "bosque” se destacan primero, al acercarse, cada uno de los árboles unos de otros; después se dividen en hayas, robles y castaños. Con eso nos contentamos ha­ bitualmente nosotros. ¡Qué de otro modo el guardabosque, que conoce cada árbol de por sí, para quien cada haya pre­ senta una multitud de notas que la diferencian con segu­ ridad de toda otra haya! ¡Qué rica en notas es la casa propia en que habitamos, frente a todas las otras casas de Ja ciudad! Por qué plenitud de notas se distinguen nuestros amigos de los otros hombres: la altura, la figura, el color de los ojos y de Jos cabellos, la forma de las manos, no son lo único que percibimos; también cada gesto, la especial in­ clinación de la cabeza, la manera de caminar, el sonido de la voz, todo esto forma un hombre totalmente individua­ lizado, que se distingue, sin más, de Jos hombres indife­ rentes, que sólo están formados según el general esquema hombre. En todos los animales cuyo mundo de percepciones con­ tiene ya diversos objetos observamos lo siguiente: aquel obieto que está lleno de significación para la vida del ani­ mal se distingue por notas especiales de los restantes objetos. Pero aun viene a añadirse algo que vo ouerría llamar la intensidad relativa de los objetos. Si se deja a un cierto número de miembros de una partida de tiburones sin ali­ mento durante un tiempo más o menos largo, y de día,

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cuando descansan con los ojos cerrados, se echa una sar­ dina en el estanque el olor de la sardina n,o despertará al tiburón más próximo, sino que primero se levantará y pon­ drá a Ja busca aquel que ha permanecido más tiempo sin alimento. Habitualmente hablamos del hambre mayor o menor del animal ante un idéntico olor de la sardina. Pero lo mismo podríamos hablar de una mayor o menor intensidad rela­ tiva del olor, y ganaríamos con ello el conocimiento de que la misma sardina llega a ser un objeto totalmente dis­ tinto para el mismo tiburón en diversos períodos de su vida, Fabre informa que del sitio en que se ha posado la hem­ bra del pavón nocturno en la época del ayuntamiento, y en el cual no somos capaces de encontrar cosa alguna, ni quí­ mica ni física, con nuestros más finos medios auxiliares, irradia un efecto que puede atraer los machos de varias leguas a la redonda (mientras que la hembra misma per­ manece totalmente inadvertida). ¡Qué lejos de la meta caen todas las tentativas de clasifi­ car los estímulos del mundo animal según métodos físicos o químicos! ¿Y no sabemos por nosotros mismos que, de pronto, en un libro totalmente indiferente, una página, una línea o una palabra pueden ejercer sobre nosotros un efecto tan intenso que todo el mundo desaparece frente a ella? Del modo más claro nos es conocido en el dolor este efecto, pues de repente un diente enfermo puede convertirse en centro del mundo. Durante toda nuestra vida, los objetos que nos rodean crecen no sólo en número, sino que también su riqueza de notas perceptibles puede crecer o menguar y cambiar en intensidad. T od o lo que pensamos y sentimos se refleja en las relaciones, eternamente mudables, del mundo exterior con nosotros. El efecto de atracción o repulsión de las co­ sas sobre nosotros, sus matices en todas las posibles notas de percepción, que siempre divierten y excitan de nuevo al observador; este inquieto y vivido mundo perceptible nos rodea con sus figuras multiformes a nosotros mismos y a los

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litt otros hombres. Pero rodea también a los animales, en formas siempre nuevas y sorprendentes. Ofrécese aquí a la obser­ vación un campo rico, extremadamente rico, en el que se despliega sin descanso toda la vida receptiva. | Del modo más sencillo se introduce lo que hasta ahora ; ha sido llamado inteligencia en el mundo perceptible del animal, pues inteligencia no significa otra cosa que reco­ nocimiento de relaciones. El mundo perceptible ofrece es­ tas mismas relaciones, y la biología recibirá con gratitud ; e] establecimiento de tales relaciones en el mundo percepti­ ble de los caballos, com o trata de mostrar Krall con tan gran esfuerzo. Sólo que se limitará a describir estas rela­ ciones, sin anudar con ellas consecuencia psicológicas. No necesitamos hacer ninguna hipótesis acerca de las sen­ saciones, los sentimientos y el pensar de los animales; sólo necesitamos investigar su mundo perceptible y describirlo en toda su movilidad. Entonces hemos llenado nuestra mi­ sión plenamente, y al hacerlo no hemos abandonado nunca nuestro puesto de puro observador. El mundo perceptible es el equivalente que ofrezco y o a los psicólogos en lugar de la psique, y cierto que no es ningún cambio perjudicial el que puedo ofrecerles. En lu­ gar de una cosa inextensa, invisible, sólo adquirida por ana­ logía, que ni se puede observar ni sondar experimental­ mente, ofrezco la rica, coloreada, realidad misma, que está pronta a su disposición para cada experimento. Es la misma realidad, en la que también los psicólogos tienen que colocar sus experiencias. Pero los resultados de la experiencia no necesitan ya ser interpretados, sino que dan inmediatamente una explicación de la cuestión plan­ teada. Al hacerlo se caracteriza el mundo perceptible de cada sujeto animal con la misma agudeza con que lo haría la descripción de la psique. Pero responderán los psicólogos, todos los problemas éti­ cos y estéticos son eliminados, por limitación del mundo perceptible. Según mi opinión, ésta es una ventaja; pues ¿qué puede resultar de que introduzcamos el problema de ¿ Iá voluntad libre en el mundo animal, o que queramos dis­

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cutir la posición de los animales en la concepción de lo bello y lo sublime? En esto no debe verse ningún menosprecio del arte. Al contrario, nada puede ser más instructivo para el biólogo que quiere analizar las notas de las cosas que el ocuparse de pintura y el trato con pintores, que, com o nadie, tienen que profundizar en el mundo perceptible para reproducirlo en la pintura. El pintor que quiere construir un objeto en el cuadro está obligado a darse suficiente cuenta de qué no­ tas ópticas construyen un objeto y en qué relaciones están unas con otras estas notas en el espacio. * Todos nosotros formamos un esquema óptico del objeto considerado en nuestra psique, que ni es una representación, ni una imagen, ni un concepto, sino una melodía de movi­ miento de nuestra mirada. Esta melodía tiene que resonar si queremos reconocer un objeto. Pues reconocer no signi­ fica otra cosa que crear nuevamente de una manera ya co­ nocida. Aquellas notas espaciales que obligan con mayor seguridad a nuestra mirada a la ejecución de la melodía de movimiento tienen que ser buscadas por el pintor y repro­ ducidas en su cuadro. Un pintor que se pone a pintar sin haber antes descom­ puesto el objeto en sus notas con ayuda de la fantasía es un chafallón. Y el juicio de Liebermann de que un bien pinta­ do nabo es tan bueno, com o producto puramente pictórico, com o una bien pintada Madonna se refiere en esencia a la capacidad de reproducir aguda y completamente las bien diferenciadas notas; lo que a la verdad se logra más fácil­ mente en un nabo que en una Madonna. Este juicio, tan justo en sí, ha tenido, sin embargo, dañinas consecuencias, pues acentúa harto unilateralmente la dife­ rencia de notas y hace retroceder su número y finura. Así vemos que el número de notas distintivas en los cuadros de los pintores más modernos, que se hallan justamente en opo­ sición con Liebermann, disminuye cada vez más, mientras que la diferenciación de estas notas asciende hasta lo extre­ mo para terminar finalmente con tres líneas serpenteantes, rojas, verdes y amarillas.

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Si colocamos la capacidad técnica de los modernos pin­ tores para distinguir notas y reproducirlas fácilmente en el mismo nivel de la capacidad de los grandes maestros de todos los tiempos, salta inmediatamente a nuestra vista el empobrecimiento del mundo perceptible de los pintores más nuevos. Arreglárselas con tres percepciones pasa hoy por el arte más alto; cosa que también pueden hacer los erizos de mar. Para los biólogos son, naturalmente, del mayor interés tales simplificaciones del cuadro de notas, porque les permiten sumergir profundamente la mirada en el mundo perceptible de los animales. Es especialmente interesante ver cómo con la disminución del número de notas crece la intensidad ab­ soluta de cada una de ellas. El biólogo gana con ello el co ­ nocimiento de lo increíblemente eficaz que tiene que ser sobre el animal un mundo perceptible que sólo consiste en tres notas y aprende a comprender por qué razón son pre­ cisamente los animales más ínfimos los que se mueven en el mundo con mayor seguridad. Para el arte la disminución del número de notas signifi­ ca de cierto un empobrecimiento cada vez mayor y el sumir­ se en lo insignificante. Pues así com o la ascendente signifi­ cación de un objeto hace subir el número de notas, así tam­ bién decrece en los cuadros, con la disminución del núme­ ro de notas, la significación de lo representado. Para ver un nabo bastan las notas que están a la disposi­ ción de todos los hombres de cualquier tiempo. Pero si se quiere ver una Madonna, hay que suponer .la más profunda meditación para elevar a una altura cada vez mayor el vaJor del objeto religioso, hasta que en general se presenten las notas que distinguen a la Madonna de cualquier mujer. Quien tenga presente las notas que corresponden a la Madonna, com o virgen, madre, reina y diosa, comprende­ rá bien que eso no se puede despachar con tres líneas amari­ llas, rojas y verdes. Adquirirá la idea de que un verdadero >■ pintor de Madonnas puede pintar un nabo com o jileando, mientras que el mejor pintor de nabos dista mucho de haber dado testimonio de que esté en estado de ver una Madonna.

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Aunque lamentemos vivamente que el arte de hoy en día renuncie a la reproducción de aquellas notas que son las únicamente capaces de actuar sobre nuestro ánimo, eso no nos da aún derecho para hacer fábulas acerca del ánimo de los animales, que hasta ahora no se nos ha revelado con ninguna nota distintiva. Ante las obras de arte humano han fallado hasta ahora todos los animales, y jamás han produ­ cido un arte propio. Falta todavía establecer de un modo suficiente las rela­ ciones entre mundo perceptible y mundo de efectos. Si a una nota del mundo perceptible responde el animal con un movimiento que cambia los objetos del mundo de efec­ tos, interviene también con ello en su propio mundo per­ ceptible. Admitido que el animal recibe un estímulo óptico, al cual responde con un movimiento de fuga, con el que se aleja del objeto que, por ejemplo, es su enemi­ go, también con ello ha desaparecido de su mundo per­ ceptible la percepción del enemigo que actuó como estí­ mulo, y el animal viene a quedar en reposo. Pero también el estímulo óptico puede producir un movimiento de acer­ camiento que conduzca hasta el contacto con el objeto; por ejemplo, la presa. Con ello se presenta una nueva nota en el mundo perceptible, la cual, por su parte, actuando como estímulo táctil, produce otra clase de movimiento: el comer. Así pueden también ser explicadas complejas series de movimientos. Al hacerlo, el experimento puede ser intro­ ducido constantemente, y mediante una apropiada imitación del estímulo, fundar o refutar la interpretación. ' La biología experimental se parece a la psicología compa­ rada en que refiere al sujeto todo sus enunciados; pero aun no afirma nada acerca de la construcción de mismo or­ ganismo. Mas el conocimiento del mundo perceptible, en oposición al pretendido conocimiento de la psique, forma el punto de partido para la investigación del plan estructu­ ral en el organismo. Esta parte de .la biología experimental que investiga la dependencia física entre estímulo y movi­ miento muscular en el animal mismo, podría ser llamada "anatomía biológica” . Esto fué desempeñado anteriormen­

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te por la fisiología antes de que ésta se encerrara, cada vez más exclusivamente, en la investigación de Jas fuerzas físicas y substancias químicas del cuerpo de los animales y acabara finalmente por no prestar atención alguna al plan de estruc­ tura. Conforme al hecho de que todos los animales viven en el mismo mundo de efectos y sólo se diferencian entre sí en que el uno actúa sobre este objeto y el otro sobre aquél con sus órganos de movimiento de todos los animales, del más bajo al más alto, igual perfección técnica, que se correspon­ de justamente con la necesidad del animal. Y es simplemen­ te ridículo hablar aquí de una evolución o de un progreso* Los órganos de movimiento de los mamíferos ni en un ápi­ ce son más perfectos que los de la estrellamar, por ejemplo. El órgano elemental de movimiento común a todos los animales pluricelulares es la fibra muscular. La combinación en la cual las fibras musculares obran, en común o separadas, en una parte del cuerpo es regida por la disposición de los nervios musculares y por sus leyes de excitación. Músculos, nervios musculares y centros musculares constituyen en común el aparato motor del organismo animal. Sobre el aparato motor actúan las excitaciones que vienen de los receptores, y según el lugar donde ejercen su influjo, pro­ vocan este o aquel movimiento. Los receptores, con sus nervios receptores y centros, forman el aparato sensorio del cuerpo animal. Sólo aquí se manifiestan grandes diferencias entre los organismos superiores e inferiores, conforme a los diversos mundos perceptibles que actúan sobre los receptores. Tam ­ bién aquí es igual en todos los animales la perfección de cada una de las partes; pero la riqueza en partes es mucho mayor en los animales superiores, y su contextura mucho más diversa. He llamado la atención acerca del hecho de que con la aparición de enlaces espaciales en el aparato sensorial, que corresponden a las relaciones espaciales en el mundo percep­ tible, se presenta una innovación fundamental en los anima­ les. Mientras los animales son sólo capaces de recibir estí­

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mulos aislados, las notas de percepción producen, sin más, una determinada reacción de movimiento. Tan pronto co­ mo varias excitaciones son combinadas espontáneamente en el sistema nervioso central se presenta en el animal una es­ pecie de copia de los objetos que le rodean. Se forma en el animal un antirnundo (G egen w elt), que, correspondiendo a las mezquinas combinaciones de las notas en el propio mundo perceptible, no pasa de ser muy mezquino; pero que en los animales superiores se dilata y enriquece cada vez más. He introducido la idea de antimundo para dar una base anatómica intuitiva a la dependencia de las mutuaciones fí­ sicas en el cerebro, y he deducido que la admisión de senci­ llos esquemas de espacio basta para hacer comprensibles muchas reacciones de los animales. El antimundo espacial debía, ante todo, servir com o indicación de la necesidad del experimento. K. C. Schneider, que ha tomado a su cargo la dirección de la psicología comparada, ha aceptado la idea del anti­ mundo; pero la ha transportado a lo psíquico y mostrado con ello que es extraordinariamente fecunda para la com­ prensión del alma animal. Queda ampliamente expuesto el motivo por el cual tengo que rechazar esta aplicación a los animales. Pero concedo que en el hombre la compa­ ración del antimundo físico en el cerebro con el antimundo psíquico en el alma, junto con sus relaciones con el mundo perceptible, facilita mucho un preciso planteamiento de problemas. Ante todo, esto nos sirve para la cuestión más importante: ¿Es posible percibir mecánicamente la dependencia entre mundo perceptible y acción? Tratándose de la mayor parte de los animales, respondería en seguida afirmativamente a esta pregunta. En el caso de las acciones instintivas, ya es muy problemático; en los hombres y animales superiores, en cuyos mundos perceptibles son ya utilizados esquemas de tiempo para la formación de objetos, tengo que conce­ der que la cadena mecánica de las mutaciones no parece existir sin lagunas.

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Driesch ha mostrado ahora que hay un factor natural decisivo en el origen de la estructura: la entelequia. La acepta también como eficaz en el cerebro del hombre, y la llama "psicoide” en este caso. En otro lugar (1) he tratado de lo bien que armoniza la doctrina de la entelequia con la doctrina de Mendel so­ bre las predisposiciones de propiedades o las genas. A una gena hay que considerarla como un factor natural que por una parte se engarganta en el engranaje mecánico del protoplasma, ordenando y formando estructura, y por otra está en relación supermecánica y conforme a plan con las otras genas; de modo que la actuación de una gena provoca a la gena inmediata a una intervención mecánica, no según la ley de causa y efecto, sino conforme a plan, como un tono evoca al otro según el constreñimiento de la melodía. N o es para ser rechazado que algo análogo tenga tam­ bién lugar en el cerebro humano, y acaso en los animales superiores, hasta en los mismos actos instintivos. Sólo necesitamos reparar en que tal cosa ocurre efecti­ vamente en las amibas. El estímulo que alcanza a la amiba despierta primero a la gena formadora de estructura; en seguida se produce un órgano de movimiento del no estruc­ turado protoplasma del animal. El mismo estímulo pone en actividad al órgano nuevamente adquirido, y éste vuelve después a ser disuelto. Por lo tanto, nada se opone en principio a la intervención de un factor supermccánico en el no estructurado protoplasmsa del cerebro, que cree ad hoc estructuras y las destruya. Indudablemente, la po­ sesión de un gran número de genas, cada una de las cua­ les cree en cada momento dado la adecuada relación con el aparato motor y vuelva a hacerla desaparecer, tiene que elevar en tal alto grado la riqueza de soluciones, que todo cerebro que sólo posea estructuras ya formadas aparece, por el contrario, como mezquino. La aceptación de que el cerebro humano no es ningún (!) De este mismo libro. (Nota del editor.)

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aparato terminado, sino que en cada caso crea, por medio del psicoide, la estructura necesaria para el trabajo, recuer­ da demasiado a un deus extra machhmm, cuyas capacidades podrían ascender a lo ilimitado. Si en su lugar se pone un número de genas, grande, pero siempre limitado, cada una de las cuales de por sí sola posee una capacidad única y completamente determinada de formar estructuras, este dios recibe fronteras y ley. Pero una cosa queda subsis­ tente, y es que el cerebro es un órgano que no sólo obe­ dece a la "necesidad” mecánica de las estructuras ya formadas, sino que también se rige por el "deber” de fac­ tores supermecánicos. La comparación de un cerebro así condicionado con las propiedades del alma humana ofrece nuevos problemas a la psicología que son verdaderamente golosinas. Con esto debía darse por contenta la psicología y dejar fuera de discusión el alma animal. La admisión del alma animal, cuya existencia es ya indemostrable, no ofrece nin­ guna ventaja a la investigación científica, sino sólo desven­ taja. La doctrina del mundo animal, por el contrario, ofre­ ce a los naturalistas todo lo que necesitan: un objeto de investigación intuíble y accesible al experimento. Por eso el resultado de la investigación debe enunciarse así: mundo animal y no alma animal.

TERCERA

PARTE

L A N U E V A IM AGEN DEL M U N DO

EL ACUARIO TROPICAL Hay dos modernas historietas verdaderas que tratan am­ bas de una tina de lavar, y que si consideradas aisladamente son sólo insignificantes anécdotas, contienen reunidas una profunda enseñanza. Una mozuela aldeana de Hesse le pregunta a su herma­ no: "¿D e dónde ha traído padre la nueva tina de lavar?” "¡Ah! —dice el hermanito—. Ha entrado simplemente en lo más profundo del gran bosque; allí hay un árbol de cu­ yas ramas penden las tinas de lavar, com o en nuestra huer­ ta las manzanas.” Y la segunda historia trata de una criadita berlinesa que vuelve a casa y le cuenta a la señora que ha visto hoy cómo hacen las tinas de lavar. "Pero ¿cómo hacen la madera?” "La madera —responde la señora— se coge de árboles como los que hay en el Tiergarten.” "Pero ¿dónde hacen entonces los árboles?” , responde la pequeña. "N o los hace nadie; crecen ellos solos” "¡Vam os! —responde la berlinesita—. ¡En algún lado tendrán que ser hechos!” ¿No viven en dos diferentes mundos, tan apartados co­ mo Marte de la Tierra, estas dos criaturas alemanas, el mozo aldeano de Hesse y la urbana muchachilla de Berlín? En un mundo todo se produce por sí mismo, y en el otro todo es hecho. En una Exposición de pinturas, una joven pareja se ha­ lla ante dos cuadros de nuevas escuelas alemanas. "A4ira aquí este cuadro —dice el señor— qué maravillosamente hecho está. Cada mancha está en su debido sitio; tonos fríos y calientes, en mudable y fuerte oposición.” Y res­ ponde ella: "¡Q ué me importa la técnica! Aquí en este cuadro veo cóm o se ha originado la imagen en el alma de] artista.” [ 9 3 ]

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Otra vez los dos mundos. Sus habitantes están obligados a vivir yuxtapuestos y confundidos. N o se comprenden jamás. En el mundo en que todo se origina por sí mismo, las gentes que se ocupan de la construcción de las cosas son risibles. Son ciegas y no ven lo esencial: la conexión del grande y maravilloso advenir total. En el mundo en que todo es hecho, son infelices las gen­ tes que esperan en Ja producción espontánea, pues de todas partes se les grita: "N o seáis soñadores, no seáis chiflados; coged la herramienta y haced algo nuevo.” Si quieres saber en cuál de los dos mundos viven tus amigos, sólo necesitas preguntarles si creen en el progreso. Sólo hay progreso allí donde las cosas son hechas, mejor o peor. En el mundo donde todo se da espontáneamente, todo es igualmente perfecto. Allí no se cree tampoco en el progreso. Las máquinas de vapor de hoy son seguramente mejores que las de hace cincuenta años; pero un huevo no es mejor ni peor que una gallina. Durante algún tiempo se ha intentado introducir tam­ bién el progreso en el mundo de los hechos naturales. Se decía: hace millones de años sólo se daban en la tierra sen­ cillos y pequeños seres vivos, y ahora hay animales y plantas grandes y de formas diversas. Por lo tanto, existe un progreso gigantesco. Las primeras estructuras sench lias fueron construyendo, poco a poco, estructuras cada vez más ricas, y al cabo de muchos yerros fué hecha, por último, ía estructura humana. Se erigió una escala graduada. Desde la amiba, pasando por toda especie de animales, hasta el mamífero. Y se esta­ bleció entonces la afirmación de que la lucha por la exis­ tencia ha cuidado permanentemente de la conservación de las estructuras mejores y afianzado de este modo el pro­ greso. Esta es, en efecto, la auténtica teoría para las gentes que quieren creer que todo es "hecho” . Pero las gentes que viven en el mundo en que todo "se produce por sí mismo” consideran las mismas cosas de modo muy distinto. Con la mejor voluntad, no saben encontrar

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estructuras mejores o peores. Por el contrario, cada animal, sea sencillo o complicado, está acomodado a su mundo cir­ cundante con igual perfección. El mundo circundante de los animales sencillos es sencillo, y el de los animales com­ plejos, complejo. Mundo circundante y animal se condi­ cionan mutuamente. Existen reunidos, y el uno sólo ad­ quiere sentido por el otro. La piel del oso blanco sólo tiene sentido en la nieve de Groenlandia, y las patas salta­ doras del canguro corresponden a las estepas de Australia. En pretéritos períodos de la Tierra, cuando había otras condiciones de clima y vegetación, hubo también otros ani­ males; el ictiosauro desapareció con las lagunas del período cretáceo. Mientras que todos los instrumentos de movimiento de los animales parecen estar formados por el contorno: la aleta, por el agua; el ala, por el aire, forman así también, por su parte, al contorno todos los instrumentos de los sentidos. De todos los innumerables efectos del mundo ex­ terior escoge cada órgano de sentidos de cada animal el numero de estímulos acomodados a él. Existen miles de disposiciones mecánicas y químicas que cuidan de que sólo penetren estímulos del mundo exterior muy determinada­ mente escogidos. Ellos solos crean el mundo perceptible del animal. Unicamente lo que es importante para la vida penetra hasta el sistema nervioso, y engendra allí el im­ pulso, que mueve los convenientes instrumentos de movi­ miento de Ja conveniente manera. Tan indisolublemente enlazada está, por acción recíproca, la amiba con la gota de agua, com o la trucha con el río y el tiburón con el mar. Ninguno es mejor y ninguno es peor. Todos se han producido con su contorno y desaparecerán con él. ¿Cómo hay que entender esto? Una substancia viviente general es el fundamento de toda vida. De ella se originan todos los diversos animales; pero ella misma prosigue dándose inmutable de generación en generación. Parece poseer la posibilidad de adaptarse a las condiciones más diversas, pues es capaz de crear Jos fantás­

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ticos reptiles gigantescos de las calientes lagunas del pasado, lo mismo que en los tiempos nuevos, el parásito de la ma­ laria del hombre, que necesita dos hospederos para des­ arrollar su perniciosa existencia. Por todas partes se adaptan perseguidor y perseguido, patrón y parásito, planta y ani­ mal, y ambos al suelo. Donde se da la posibilidad de una nueva existencia se origina una nueva existencia. Se origina de ese fondo pri­ mitivo, misterioso e inexplorable al que llamamos substancia viva. Nada es hecho, todo se produce. ¿Existe un progre­ so? Tan poco o tanto com o del huevo a la gallina. El huevo es cierto que carece en sí mimo de estructura, pero abriga todas las posibilidades de la estructura de la gallina. Así, la substancia vital carece de estructura, pero abriga, en general, la posibilidad de todas las estructuras. Y si se da la posibilidad de nueva formación también en lo exte­ rior, entonces es formada. ¿Se puede hablar aquí de otro progreso que de la progresiva formación total de cada individuo? Apenas. T o d o se da a su tiempo y en su lugar. Así se ven las cosas en el mundo en que todo se origina. Mas a ese mundo ha retornado la moderna ciencia de la Naturaleza. "Un animal es un puro proceso", dice uno de los guías de la ciencia norteamericana. Cada animal, cada planta, es sólo un fenómeno de la substancia viviente. Y es­ tos fenómenos forman en común el gran fenómeno total que llamamos Naturaleza. Esta armonía de la Naturaleza, el resonar en común de todos los hechos aislados en un gran todo que se extiende por espacio y tiempo, ha llegado a ser nuevamente el problema capital de la ciencia de la Naturaleza. La doctrina evolucionista era puramente un mezquino recurso, porque no era capaz de abarcar la plenitud de los hechos de la Naturaleza, y sólo satisfacía a aquellos que creen aue en todas partes lo uno es hecho después de lo otro, mientras aue justamente la asombrosa coexistencia de los hechos aislados, tan estrecha e íntimamente engranados entre sí, constituye eí problema. La concha del caracol de mar sirve com o vivienda a su

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progenitor mientras vive. Una vez muerto el caracol, con­ viértese la concha en adecuada residencia del paguro, que apenas puede existir sin ella. Podemos meter ai cangrejo que queramos, todo lo frecuentemente que se nos antoje, en una concha de caracol: no por eso va a convertir su parte posterior en un saco blando con un aparato para su­ jetarse a la concha del caracol. ¿Qué deben significar, pues, para nosotros esos ridículos cuentos de niños del cangrejo que se acomoda a su nueva morada? Ningún animal muestra la aspiración de transferir el cen­ tro de su existencia a otro círculo de efectos; cada uno está perfectamente acomodado a su contorno. Pero la substan­ cia viviente muestra la capacidad de llenar todos los huecos con la creación de nuevas existencias. La serie de las especies animales, siempre en nuevo origi­ narse en el curso de la historia de la Tierra, dista tanto de ser un problema mecánico como las series de las fases de evolución de cada uno de los animales. Ambas series se derivan de las iniciativas conforme a la ley de la substancia viviente. Pero las leyes de la vida no son nunca las puramente mecánicas, que sólo conocen causa y efecto, sino siempre de la índole de las que enlazan las relaciones de la parte con el todo. Estas relaciones, también conocidas por nos­ otros en nuestros productos artificiales, máquinas y casas, tienen que ser consideradas para ser comprendidas. Pero los animales son supermáquinas cuyas partes conciertan también según el tiempo, com o los tonos de una melodía. En eso consisten las asombrosas leyes del origen, según las cuales la forma del animal perfecto es condicionada por el germen del modo com o ella misma condiciona al germen. Meta y principio se conducen como dos partes de meca­ nismo existentes al mismo tiempo. Si se va descomponiendo una máquina en partes cada vez más pequeñas, pronto se llega a la inarticulada materia muerta, que nada tiene ya de común con la máquina. Si, por el contrario, se desarticula un organismo, se llega final­ mente, com o último elemento, a la substancia viviente, que

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no muestra ninguna estructura y que, sin embargo, posee todas las propiedades vitales del animal acabado. El inar­ ticulado elemento fundamental es algo muerto en la má­ quina, y en el organismo, algo vivo. La máquina tiene que ser hecha de Ja materia muerta; de la materia viva se origina el organismo. Pensemos por un momento que nuestras casas se origi­ naran lo mismo que Jos animales. Entonces cada casa, en el lugar más escondido, guardaría un poco de la pulpa pri­ mitiva. Si una gotita de esta pulpa primitiva se hundiera en la tierra, se originaría de ella el germen de casa, que se desdoblaría en una capa de muro y una capa de habitación. La capa de habitación se excavaría en la capa de muro. Se originaría una pequeña cueva semejante a las cavernas en que vivían nuestros antepasados. Pero ése sólo sería un estado transitorio. En la capa de muro se insertaría, como sólido cordón, la escalera, que después se sumiría en eJ in­ terior y enlazaría la capa de habitaciones, que ya se habría hendido en varios pisos. Etcétera, hasta que todas las par­ tes exteriores e interiores estuvieran determinadas y hechas. Mas por todas partes se encontrarían aún vestigios de la pulpa primitiva, que serían capaces de ejecutar cualquier clase de reparaciones. Si viviéramos en una ciudad que se compusiera de tales casas, entonces no nos habríamos ale­ jado jamás de la Naturaleza; entonces todas nuestras casas serían organismos y no máquinas. Pues sólo las máquinas son hechas, mientras que los organismos se producen. Allá fuera, en la Naturaleza, todo se origina. Aquí, en la ciudad, todo es hecho. En ello reconocemos el fundamen­ to por el cual Ja muchacha berlinesa y el mozo aldeano de Hesse jamás pueden comprenderse, y muchos otros con ello. Durante un breve espacio de tiempo, de unos cincuenta años, se ha creído que se podía concebir a la Naturaleza Jo mismo que a las máquinas. Esa breve embriaguez está otra vez pasada. De la doctrina de Darwin no ha quedado piedra sobre piedra. ;Y hasta el dogma biogenético de Haeckel, según el cual debemos repetir en nuestro des­

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arrollo individual la serie de los antepasados! ¿Dónde se encuentra aún una fe tan piadosa que acepte esta aventu­ rada fantasía? Si nuestras casas se originaran lo mismo que los organis­ mos y pudiéramos observar cada fase de su desenvolvi­ miento con todos los medios auxiliares físicos y químicos, no podríamos concebir, sin embargo, el origen de una es­ tructura de lo no estructurado com o una pura sucesión de v causa y efecto. Y lo mismo ocurre con la Naturaleza. N o : se la puede concebir mecánicamente. N o es una envidiable posición aquella en que se encuentra j en el día de hoy la biología. Ha prometido más de lo que ; puede responder. Ha afirmado que era concebible mecá­ nicamente la Naturaleza, y ahora tiene que retirar esta afir­ mación. En el vértigo de la victoria, se creyó haber resuelto el enigma de la Naturaleza. Se vió de repente la posibilidad de instalar el conocimiento en lugar de la mística. Un nuevo y puro culto de la razón debía ser predicado en las escuelas e iglesias. El hombre había entrado en una nueva época del mundo. T od o esto está ya sobrepasado. La antigua esfinge se ha reído de nuevo de nosotros. Pero esta época de error ha sazonado, sin embargo, un fruto. Se ha despertado en general el interés por la Natu­ raleza. Este interés no debe enfriarse. En este momento, por muy poco que sea lo que hayamos observado de nuevo, jqué oposición existe entre máquina y organismo! La patria de los organismos es la Naturaleza y no lo hecho. Por eso el habitante de la gran ciudad no tiene patria, porque la Naturaleza se aleja leguas enteras de él. Es uno de los mayores problemas de cultura volver a acercarlo a la Naturaleza. La Naturaleza no puede, en modo alguno, ser dada a conocer por enseñanzas orales. Hay que con­ templarla directamente. Contemplarla en sus cambiantes efectos entre organismo y mundo circundante. Hay que poder acecharla directamente en el misterioso tránsito de la larva al animal.

lo o IDEAS PARA UNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MUNDO

Si no se pueden llevar los habitantes de la gran ciudad a la Naturaleza, hay que traer a ellos la Naturaleza. Ya se ha intentado hacer esto con el establecimiento de jardines zoo­ lógicos. Pero los animales expatriados dentro de sus jaulas, en un aire y un suelo extranjeros, se parecen más a fantas­ mas que a seres vivos. Que su construcción, sus colores, su manera de andar, poseen un sentido, porque todo eso está acomodado a determinado mundo circundante, no puede adivinarlo nadie. Se comprende fácilmente que ni los animales terrestres ni los del aire pueden ser trasplantados sin pérdida de sus condiciones vitales. Sólo con los animales acuáticos puede hacerse eso. Especialmente los animales marítimos pueden ser trasplantados al acuario con su mundo circundante, sin que por ello lleguen a estar com o en una prisión. Al lado de este inmenso beneficio, que por primera vez hace posi­ ble una íntima visión de la Naturaleza, aparece una segunda ventaja del acuario sobre el jardín zoológico. En el jardín zoológico sólo hay dos clases de animales: mamíferos y aves. Mas el acuario puede albergar más de veinte clases; resulta, por lo tanto, extraordinariamente sobrepasada la riqueza de formas del jardín zoológico. El

acuario

Supongamos que ya está hecho el acuario, en medio de la gran capital, guardando los misterios de la profundidad. Una estación auxiliar en Madeira y otra segunda en Bou­ logne cuidan de que siempre esté preparado un refuerzo. El transporte de los animales del mar es mucho más fácil que realizar la conducción de los mamíferos tropicales; sólo tiene que ser hecha con más frecuencia. Los animales ma­ rítimos tropicales necesitan un agua un poco más caliente que los animales marítimos norteños, cosa que es fácil de proporcionarles. Pisamos el umbral del acuario. Alrededor de un gran patio con luz cenital corre una ancha galería abovedada, sumida en un coloreado resplandor crepuscular. La galería

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recibe su luz a través de las grandes lunas del acuario, tras las cuales se desarrolla la ardorosa vida del océano Atlántico. A nuestra vista se abre un banco de coral, semejante a una caverna de estalactitas de un amarillo de azufre. Ciem tos de singulares pececillos voltejean bajo la protección de las amarillas flores, que abrasan como ortigas. Al lado vemos encenderse las esponjas en jugosos color res. Anchas macollas azul obscuro, color ladrillo, amarillo azufre, al lado de las cuales se aprietan otras más delicadas, blancas y negras. Después siguen las anemones y las rosas de mar, como vigorosas palmas con abanicos de reflejos verdes y rojos, sobre los cuales, con suave ritmo, se mueven las medusas, las silenciosas campanas del mar. Allí al lado vemos las blancas, grises y negras holoturias; las trepang de los chinos, en parte perezosamente acampa­ das sobre la arena, en parte encaramándose por las paredes de vidrio con sus piececitos ambulacrales, llevando ante sí una decorativa cornamenta de ciervo. En medio de ellas, estrellamares bellamente formadas, sobre las que reina el regio pulpo, com o creen los negros. Una exclamación de asombro ahora. Estos son los equi­ nos del trópico. Bolas de color naranja y púrpura, armadas de púas, con resplandecientes filas de botones azules, se agi­ tan com o ratoncillos sobre la firme arena. Peligrosos compa­ dres rojos, armados de largas púas, se acercan lentamente, llevando en cada una de sus mil púas una punta de lanza empapada en veneno. Grandes erizos, con manchas negras y blancas, se hallan en cada rincón y mueven sus púas si­ guiendo cada sombra. En su bosque de púas viven unos pececillos, listados de blanco y negro, que hábilmente en­ tran y salen entre ellas. Velozmente se lanzan sobre la arena decorativas estrellas, golpeando el suelo con cinco brazos semejantes a sierpes. Otras, remando con aletas a manera de hojas, nadan libre­ mente de piedra en piedra. De nuevo otras, punteadas de color rubí y verde de hierba, extienden a lo lejos sus largos y sutiles brazos, y girando con suaves meneos se propoi*-

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cionan pequeñas presas animales, que después son llevadas a la boca, en relampagueante zigzag, por dos filas de am­ bulacros. Otras se columpian, com o flores, sobre altos ta­ llos. Otras se han confiado a grandes medusas para sus dilatados viajes, firmemente clavadas a las movedizas cintas de ese viajero del mar, jamás fatigado. Pero todas son ca­ paces, en caso de ataque enemigo, de lanzar su temible brazo y librarse de su perseguidor. Los moluscos. — Quien sólo conoce las ostras, apenas sabrá orientarse aquí. Donacas gigantes, de un gris de plata, con su doble concha, clavan su agudo vértice en Ja arena. En su interior da vueltas un diminuto cangrejo, para quien el mundo está encerrado en esta concha. En el suelo brin­ can, aJzándose sobre su com eo espolón, unos obscuros compadres que extienden su fuerte concha como las alas de un escarabajo. Engañada por el rayo de sol, la ostra jacobea, tan bellamente estriada, el peine de Santiago, co­ mienza su pesada huida, con cien ojos que centellean a la luz del Sol. Por en medio flotan de un lado a otro las mariposas de mar, graciosas y de alegres colores. Igual a un transatlántico, la carinaría mueve su hélice y timonea rá­ pida y segura a través del agua. Pero sus costados son transparentes com o cristal y descubren a nuestras miradas la maravillosa maquinaria. A lo largo de las paredes se arrastran lentamente limácidos de magníficos colores, en­ vueltos algunos de ellos en preciosos mantos de encaje. La liebre marina azul obscuro, que parece aguzar sus orejas permanentemente, ya se arrastra despacio, ya se confía a su ancha hélice, con la cual divide resueltamente el agua. Cuando al caer la tarde se hace obscuro, surge aquí y allí un verdoso resplandor de las resquebrajadas rocas. Es el molusco de forma de dátil, taladrador de rocas, que con su secreción luminosa atrae a miles de pequeñas existencias a su cueva de perdición. De nuevo otro cuadro: los gusanos. — Un bosque de pal­ mas, cuyos troncos consisten en ásperas cañas, en las cuales, si se acerca un peligro, se recoge con la rapidez del rayo el esbelto abanico rojo amarillento. Por el lindero del bosque

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se mueve pesadamente algo que semeja una hoja seca. Aho­ ra cae en el agua un rayo de sol, y el insignificante gusano lanza todos los colores del iris de cien brillantes cerdas. Muévense por el agua, serpenteando y centelleando, tri­ rremes rojos, esbeltos y forrados de blanco, cuyos fuertes remos favorecen los movimientos del cuerpo. Por en medio se precipitan, con velocidad de flechas, lisos nemertinos, semejantes a negros piratas, que esconden en su vaina un poderoso estoque. En cuevas y grieras de las peñas hay por todas partes bandidos voraces, que se precipitan con la celeridad del rayo sobre la presa y con la misma rapidez vuelven a desaparecer con ella. Y dondequiera que se pose la vista, descubre decorativos cordones, azules, de rojo co ­ ral o salpicados de colores, que convierten la yerma roca en una plaza de fiestas encintada de colorines. El pueblo de los crustáceos. — Caballeros y escuderos, to­ dos con pesadas armaduras, calzados y con espuelas, con tenazas, picos y lanzas, armados defensiva y ofensivamente, pardos, grises y blancos. El ancho y chato cangrejo huye precipitadamente de lado, revolviendo los saltones ojos, cuando la gigantesca araña de mar avanza zanqueando len­ tamente con sus largas patas. Los macruros, que nadan tranquilamente hacia delante, impulsados por el golpe de las dilatadas aletas, situadas bajo la cola, tendida en línea recta, se lanzan hacia atrás con rapidez de rayo tan pronto como la propia poderosa cola se levanta para golpear. Se­ mejantes a gigantescas abejas, los escilaros, amarillo obscuro, nadan en rápida huida. Innumerables cangrejos ermitaños se arrastran en confusión, llevando fielmente consigo su casa de caracol, de la cual pende, com o haciendo señales, una verde rosa de mar. Sus agudas ortigas protegen al can­ grejo más eficazmente que Ja casa de caracol. Los peces. — Primero tiene que acostumbrarse la vista al hervidero de todas esas cintas que pasan veloces y cente­ lleantes. Poco a poco se reconocen los astutos ojos y las anchas bocas de los rápidos ostracios. Figuras singulares llaman nuestra atención: largas anguilas con pico apuntado; los pequeños y manchados peces-cofres, encerrados en so­

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lidas corazas, adornadas con cuernos de vaca; el adornado diodón, que puede inflarse com o una bola y después parece un erizo o un equino. En el suelo yace tranquila, seme­ jante a un ancho y obscuro arrecife, la funesta pescadora, Su largo aguijón dorsal, del cual flota una cintita plateada, traza lentos círculos en el agua. La cinta de plata imita falazmente un inofensivo pececillo, al cual cazarían gusto­ sos pequeños peces de presa. Pero apenas lo han atrapado cuando desaparece el anzuelo, y un remolino de agua los arrastra hacia una boca de caverna que de repente se ha abierto en lo profundo. Medio oculto en la arena se halla el espantoso diablo marino tropical, cuyo atemorizador sem­ blante revela que sus aletas de aguijones ocultan un veneno mortal. Si un pescador descalzo pisa a este monstruo, está perdido sin remedio. En el estanque inmediato, las murenas, de manchas ama­ rillas y pardas, serpentean en torno a viejos pucheros y cántaros, de los cuales asoma el más osado rostro de ban­ dolero que ha criado la Naturaleza. Allí al lado duermen en bandadas, hasta que la noche los despierta, los perros de caza del mar, los pequeños tiburones, grises y pardos. No los guía la vista, sino el olfato. La luz del día hasta les es importuna. El papel del rey de los monos en el jardín zoológico lo representa en el acuario el estanque de los octópodos. Nin­ gún animal acuático es comparable al pulpo en poder ex­ presivo, en fuerza y elegancia. Primeramente hay que acostumbrarse al en un principio repulsivo mozo, que se compone de un gran saco, una pequeña cabeza y ocho po­ derosos brazos serpentinos. Mas quien examina con aten­ ción los grandes ojos y observa el inquieto juego de la piel, permanentemente ocupada en cambios de colores y pliegues; quien sigue los serpenteantes movimientos de los brazos, tan movibles com o fuertes, que con sus ventosas pueden agarrar mejor que nosotros con nuestros dedos, aprende poco a poco a respetar al rey de los mares. Sólo el tiburón es superior a él, porque en su áspera piel no hacen presa los acetábulos. Aquí y allí, respirando lenta­

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mente, penden del muro de rocas los poderosos sacos, por encima de los cuales unos negros ojos miran alrededor lle­ nos de vida. Los brazos están firmemente anclados a la roca. Ahora surge un pardo reflejo sobre la piel del uno-, sus movimientos respiratorios se hacen más fuertes y pal­ pitantes; suéltanse Jos brazos, y el gigante, con el extremo posterior hacia delante, impulsado por los golpes de bomba de su respiración, nada tranquilamente a través del agua, arrastrando tras sí los brazos com o un timón ondeante. El octopo no se mantiene apático e indiferente ante los ob­ jetos de su contorno; todo lo que llega a ponerse a su al­ cance le interesa y conmueve; para todo tiene respuesta, mediante decoloración o arrugamiento de la piel, por m o­ vimiento de los brazos o un respirar más rápido. Por eso el observarlo es el pasatiempo más atractivo e instructivo. Su pariente, la jibia, tiene que ser acomodada en un acuario especial, porque Ja tinta negra, viscosa, que arroja al ame­ nazarle un peligro, para ocultarse en ella, priva de aliento a todos los demás animales. Ahora nos acercamos al ultimo acuario, que no parece contener más que arena. Para animar la monotonía, en una meseta de una peña se halla un grupo de tunicados. Dignamente envueltos en los pliegues de la blanca toga, álzanse allí com o ermitaños que se han aislado del mundo exterior. Dejan que el agua pase a su través y criban de ella su mezquino alimento. En otro tiempo, en su juventud, se movían raudos por el agua com o pececillos; poseían un orgulloso sistema nervioso central y buenos órganos de los sentidos. Ahora han renunciado a toda vana fruslería, y permanecen allí sin movimiento. Sólo si se los toca des­ prenden de sí un zumo ácido. Pero también la arena, bajo ellos, oculta plena vida. Mirando más de cerca, se descu­ bren los brillantes ojos de los lenguados, cuya piel color arena queda totalmente escondida. Acechan así a su presa. En primer término vemos una porción de pequeños ca­ nales que desembocan en la arena y descienden verticales como chimeneas. Y justamente allí aparece también la es­ coba del limpiachimeneas, limpiando y perfeccionando la

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cueva. Si metemos la mano en la arena para conocer al po­ seedor de .la escoba en miniatura, extraemos una liebre de mar, oviforme, blanca o purpúrea, totalmente cubierta de delicadas cerdas, que sirven com o paletas para arena. Apenas hemos depositado al animalito en tierra, cuando comienza a ondular el bosque de cerdas com o un campo de trigo. Ola tras ola corre de abajo arriba a lo largo del animal, amontonando alrededor la arena, y en corto plazo el ratonadlo ha desaparecido de nuestra vista. Volvemos a meter la mano en la arena, y extraemos un cigarro ama­ rillo claro que permanece tranquilamente tendido en ella. Pero al cabo de algún tiempo, de uno de los extremos del cigarro surge una trompa que con cien azadas agarra la arena, y el cigarro se transforma ahora en la más encanta­ dora máquina hidráulica. La trompa entra y sale, taladran­ do la arena cada vez más profundamente, hasta que también este extraño topo desaparece por completo. Acaso sea dado en algún tiempo al acuario hospedar a los animales de las últimas profundidades y arrancarlos de la obscuridad y el silencio a la movediza luz del día. Los pe­ ces de gigantescos ojos saltones que aun son capaces de aspirar vestigios de luz allí donde le es negado hacerlo a la placa fotográfica. Los estomias, con luminosas filas de bo­ tones por el costado, que se envuelven a sí mismos en una niebla de un resplandor verdoso. T odos los peces y crus­ táceos con largas cintas ondulantes, no movidas por nin­ guna corriente, sino sólo por el lento avance del propio cuerpo. Hasta el esqueleto de un galguillo italiano es más corpóreo y resistente que los grandes fantasmas de crustá­ ceos indefensos, semejantes a arañas. Sin embargo, este acuario es todavía música del porvenir. Nos acercamos ahora, en el patio central, al gran estan­ que abierto que alberga a los habitantes del mar abierto. Aquí van de un lado a otro, com o una bandada de pájaros blancos, los tiernos calamares del mar libre. Dando ala bomba lentamente, se mueve la campana de la medusa re­ gia. Tiene que transportar el largo intestino musculoso, del cual penden en grupos diez suertes de diversos órganos

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personales, que forman com o abigarradas flores, frutas y hojas. Cada persona lleva una vida independiente; sólo las une el común aparato digestivo. Esta .libre asociación de­ licada, dotada de suaves reflejos, de variados colores y for­ mas, va de un lado a otro, moviéndose dulcemente por las azules ondas. Allí vemos un rebaño de ctenóforos, con po­ licromos cambiantes, cálices de cristal de Bohemia, movidos por filas de diminutos, centelleantes remos. De ellos pende un trémulo compás que señala el centro de la Tierra. Y allí asoma de las ondas el más bello animal de toda Ja creación t -casi sin cuerpo, sólo un arco iris que se mueve suave­ mente—: el cinturón de Venus. Si cae la noche, encienden su lámpara propia muchos de los animales del mar, y las salpas de fuego danzan, com o una cadena de flores lumi­ nosas, sus bailes de hadas. L as

luchas

La vida se muestra primeramente en la lucha. Tenemos que examinar hondamente la manera de luchar de Jos ani­ males para recibir luz sobre el sentido de su organización. Estas luchas ofrecen al mismo tiempo el espectáculo más interesante y sugestivo, más lleno de efectos y sorpresas que pueda soñar la más viva fantasía. La descripción no puede, naturalmente, suplir a la visión; pero puede suscitar el deseo de este espectáculo. Como primera pareja de luchadores aparecen un equino y una estrellamar. La estrellamar es un maligno bandido. Totalmente cubierta de un m oco venenoso. Cientos de ventosas con potentes discos prensores en Ja cara inferior de los cinco largos brazos movedizos son sus tropas auxi­ liares, y un estómago que se vuelve com o un guante para envolver al enemigo en mil resbaladizos pliegues con su su­ perficie digestiva. Los aguijones del erizo no estorban al agresor. Sus fuer­ tes brazos aprietan el bosque de lanzas y los venenosos piececitos aspirantes se acercan a la tierna piel del equino. Entonces cambia de táctica e.1 amenazado animal. Los agui­

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jones se retiran, y en lugar de ellos se adelantan de un salto unas tenazas de tres dientes, hinchadas de veneno, armadas de garras, que muerden los pies prensiles de la estrellamar. Se desprenden del cuerpo madre y quedan firmemente cla­ vados en el enemigo para inyectarle todo su cargamento de corrosivo veneno. Si este contraataque es ejecutado enérgicamente, la estrellamar es derrotada en la huida. En otro caso, queda vencido el equino. La estrellamar apresa del mismo modo a Jos mariscos, a los que rodea con sus brazos com o una mano con cinco dedos. Abre lentamente las conchas y hunde su estómago en la abierta hendedura. Hasta algunos descuidados peces caen como presa de la estrellamar cuando los alcanza con su rápido coletazo. Pues los pies de ventosa asen instan­ tánea y despiadadamente. Los peces que viven cerca de las rocas del suelo nunca golpean con fuerza alrededor de sí, sino que sólo se deslizan suavemente a lo largo de la superficie de la piedra, para no exicitar al oculto enemigo. Nueva pareja de combatientes: rosa de mar y cangrejo. Al pie de la rosa de mar hay un pedacito de oarne de pez. Sus verdosos canutos lo rodean com o una delicada cortina, sin tocarlo. Entonces se acerca un cangrejo, atraído por el olor del alimento, y corre torpemente hacia él. Pero los delicados flecos de la cortina verde le queman tentáculos y pinzas. Por todas partes repite el cangrejo la acometi­ da. .. en vano. Las baterías de ortigas de la rosa de mar están agudamente cargadas. Entonces cambia el cangrejo su modo de ataque: con sus pinzas, a pesar de los verdes flecos, va directamente al cuerpo de la rosa hasta que éstos, heridos por la mordedura de las pinzas, se retiran, y la presa es entregada al perseverante enemigo. Aun es más impresionante el combate cuando la rosa de mar tiene com o adversario al pequeño octo-po de Philippi. El ladronzuelo, al perseguir a un cangrejo pequeño, ha llegado harto cerca de la rosa de mar, con sus brazos des­ mesuradamente largos. Un brazo del pulpo toca los verdes flecos; inmediatamente conviértense éstos en pegajosos zar­ cillos que se enroscan al brazo. El efecto de las baterías

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de ortigas es espantoso. El blanco pulpo se vuelve pardo, y con sus siete brazos restantes se apoya firmemente contra el suelo para arrancar al enemigo el miembro en peligro. No lo consigue. Entonces cambia de conducta: el brazo prisionero se relaja por la raíz; los músculos se adelgazan hasta desprenderse, y el pequeño octopo huye a precio de la entrega de un brazo. f- Ahora se acerca el número más brillante del programa. Gran octopo y langosta gigante. De las rocas pende el gran saco respirante, tranquilo y ajeno al mundo; sólo están atentos los negros ojos. Entonces una langosta gigante en­ tra en el agua del campo de lucha. Un alegre resplandor castaño claro recorre el cuerpo del octopo, y nada ya con poderosos golpes hasta que ha logrado ponerse detrás de la langosta, que abre, todo lo grande que son, sus pinzas, y parece estar muy por encima de aquel ataque. Ahora el octopo, con la velocidad del rayo, se ha dejado caer sobre la cola de la langosta, y desde atrás envuelve primero un brazo, después otro, en torno a las peligrosas tenazas, que, instantáneamente paralizadas por la presión de los acetá­ bulos, se hacen incapaces de combatir. Sólo entonces aga­ rra verdaderamente el octopo. Tres brazos rodean el cuerpo y tres la cola. Una sacudida, y la langosta es desarticulada por su mitad. Como final, todavía un alegre sainete: octopo y raya eléctrica. Otra vez pende el gran saco en una roca del escenario. Entonces se acerca la raya. La raya eléctrica es un pez plano, casi redondo y lento nadador. Una y otra vez, despreocupado y sin precaución, roza al poderoso se­ ñor del mar, hasta que éste, con la velocidad del rayo, se precipita sobre él y lo rodea con sus espantosos brazos. Pero no se sigue una lucha mortal. Los brazos no destrozan al pez, sino que vse tornan obscuros y rígidos, y el octopo, sacudiéndose y escupiendo tinta, abandona pronto la incó­ moda presa, ahuyentado por las poderosas baterías eléctri­ cas, de cuva actividad podemos convencernos de manera desagradable si nosotros mismos cogemos el pez en nues­ tra mano.

110 IDEAS PARA UNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MUNDO E volución

Para personas que quieran ahondar profundamente en la Naturaleza y sus secretos ofrece el acuario la posibilidad de estudiar desde el huevo diversos períodos del origen de diversos animaJes. Los grandes progresos en la doctrina de la fecundación y morfogénesis en los últimos veinte años se deben casi exclusivamente a los animales marinos. En los equinos y estrellamares, que confían simplemente al mar sus huevos y simientes, sin ninguna huella de unión sexual, es fácil seguir la fecundación con el microscopio. Sólo se necesita unir huevecillos y semen en el portaobjetos, y todo lo restante ocurre por sí mismo. La vida sexual representa un papel muy mudable en la serie animal y forma un grupo de funciones por completo independientes. Esto conduce frecuentemente a las más extrañas manifestaciones. En una especie de octopos es cos­ tumbre que el macho rellene un brazo con cápsulas por­ tadoras de semen y después lo desprenda de sí. El brazo sexual lleva después una vida independiente hasta que es cogido por una hembra, que lo esconde en su "vasto saco. De un gusano que parece una botella verde con un cuello muy largo no se conoció en mucho tiempo más que la hembra, hasta que un diminuto parásito que vivía como gorrón en los oviductos se reveló com o el buscado macho. La vida de los animales durante su morfogénesis es tanto más rica e interesante en el agua, porque son los menos los animales que realizan las fases de su evolución en el casca­ rón del huevo o en el cuerpo materno: la mayor parte cambian su forma com o larvas que viven libres y tienen al mismo tiempo que cuidar de su propia subsistencia. Las encalladas esponjas comienzan su‘ existencia como bolitas semiguarnecidas de pestañas que nadan libremente. Algunas medusas se desprenden de un bastón de pólipo que ha crecido fijo en un sitio y nadan después libremente de un lado a otro. Los gusanos semejan en su temprana ju­ ventud pequeños morriones, y los ofiuros se originan de unos elegantes paraguas parpadeantes. Que de los decora-

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dos gorros de pelo de los guardias de Corps rusos salgan caracoles es tan sorprendente com o eJ origen de los octó­ podos de un místico sello en la yema de huevo. Ante todo, muestran los cangrejos las más fantásticas fases de tran­ sición. Pero todos, sin excepción, se originan de la amorfa subs­ tancia viva del huevo, que en todos comienza a segmen­ tarse de la misma manera hasta que la morfogénesis deter­ mina otros caminos para cada tipo. Entonces distínguense Jas clases y familias unas de otras, hasta que, por último, se abre paso el carácter de la especie. Junto con ello va la acabada formación de los órganos, que sólo sirven para la vida de larva y vuelven a desaparecer más tarde. Así se engranan unas con otras las necesidades actuales y las futuras, pero no originan ninguna confusión: todo ocurre según plan. Cada animal se forma como una can­ ción de tres dimensiones, com o una máquina cantante y al mismo tiempo cantada. En una palabra, como un asom­ broso ser enigmático, pero conforme a ley; que se origina, pero no puede ser hecho. En eso consiste la gran misión del acuario del trópico: volver a implantar en el público que hoy en día tiene inte­ rés por la Naturaleza el respeto hacia la Naturaleza. La Naturaleza es más sabia y posee una visión más amplia que el berlinés más inteligente y sabe lo que quiere. Alas para el pensador solitario, que mira a lo profundo y busca la última significación de las apariencias, propor­ ciona el acuario algo mucho más elevado: Un mirar que me alza hasta aquel mar, que en su corriente arrastra nobles formas.

Y si ha ascendido la intuición a esta perspectiva, excla­ mará profundamente conmovido: ;Qué más puede adquirir, viviendo, el hombre, sino que se le muestre Dios-Natura!

BOSQUEJO DE U N A V E N ID E R A CONCEPCIÓN DEL M U N D O El repertorio de los sistemas filosóficos no es rico. Se trata en todos los casos de la posición que se adopta ante la relación de dos factores. Por lo tanto, el cambio es pe­ queño. Estos dos factores son el inundo de los cuerpos (bajo los cuales comprendemos a la materia con, las fuerzas que la mueven) y el mundo de los espíritus. Podemos de­ clarar que ambos son cosas fundamentalmente distintas, y entonces nos decidimos por el dualismo, o tener al uno co­ mo derivado del otro, y entonces tomamos la defensa del monismo. Si nos decidimos por el monismo, podemos tener al mundo espiritual com o producto del mundo corporal —materialismo— o declarar, al contrario, que el mundo cor­ poral es un producto del espiritual —idealismo—. Según esto, el monismo heckeliano, que, coit todas sus consecuencias, se apoya en un fondo materialista, sin la tesis materialista de que el espíritu sea producto de la mate­ ria, es, hablando sin rodeos, una confusión filosófica. El llamado psicomonismo es, por el contrario, un idealismo vergonzante que sigue la divisa "lávame la pelliza, pero no me mojes” . Por lo demás, el psicomonismo ha sido hundido recientemente en silencio por su inventor (V erw om ). En total sólo se alzan frente a frente tres sistemas esen­ cialmente distintos, com o campeones del señorío de la con­ cepción humana del mundo: el dualismo, el materialismo y el idealismo. Sin duda, domina hasta ahora el dualismo a sus dos ad­ versarios, com o más poderoso en su significación para el desenvolvimiento espiritual de la Humanidad. El dualismo es la manera de pensar natural y la acomodada al hombre ingenuo. Cada hombre es inmediatamente consciente déla [112 3

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oposición entre sensaciones y objetos. Reconoce también, sin instrucción erudita, poseer un cuerpo, que pertenece a los objetos, y que fuera de eso alberga además sensaciones, sentimiento, pensamiento y voluntad que forman una uni­ dad, a la que llama alma. Esta alma rige su cuerpo, y supone un alma igualmente dominante en los otros hombres, que rige las acciones de su cuerpo. Según eso, estará también inclinado a admitir que la to­ talidad de los objetos son regidos igualmente por un alma del mundo, a la que llama Dios. Esta es también, en efecto, la única conclusión razona­ ble y acomodada a la naturaleza del hombre, a la cual vuel­ ve a encaminarse siempre cuando se ha librado de toda in­ fluencia merced a la sabiduría de los otros hombres. De las acciones de los otros hombres deduce su carácter y la condición de su alma. De la misma manera, el hombre ingenuo deduce de los acontecimientos del mundo exterior las propiedades de la divinidad, a la que tan pronto declara mansa y amable com o violenta y cruel. Pero siempre que­ da la divinidad ccm o cosa sublime y, en último término, inescrutable. Siempre se encuentra el hombre ingenuo al considerar la Naturaleza, en presencia de un milagro que refrena su soberbia, muestra caminos a su voluntad, fortalece su fantasía y pone eternas metas a sus anhelos. De este modo el dualismo condujo a su p^no desenvol­ vimiento la personalidad espiritual, mientras cada hombre permaneció en inmediato contacto con la Naturaleza y se vió forzado a crear para sí propio una concepción del mundo. Mediante los dogmas de la Iglesia quedó dispensado cada hombre del saludable trabajo de su interna cultura. Ei dua­ lismo, siguió siendo, ciertamente, la concepción del mundo dominante, pero fué establecida de un modo unilateral. Ya en edad temprana habíase presentado el intento de re­ solver la oposición que contiene el dualismo en forma que no se aceptara la divinidad com o una existencia aislada, reinando en cualquier parte del mundo exterior, sino que se viera en la propia alma la puerta que conduce al alma del mundo.

114 IDEAS PARA UNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MUNDO

A todos estos esfuerzos, que trataban de convertir el dua­ lismo en un idealismo, y que encontraron en el Maestro Eckart su principal defensor, se ha opuesto siempre la Igle­ sia por todos los medios. Siempre se ha atenido a la trascen­ dencia (Dios en el mundo) y ha perseguido a la inmanen­ cia (Dios en el alma humana). Sólo cuando Kant, en sus obras inmortales, fundó de nue­ vo el idealismo pareció quebrantada la excomunión, y la edad de nuestros mayores poetas fué igualmente la edad del idealismo. Entonces apareció de pronto en el campo un nuevo com­ batiente, y sin la menor dificultad despojó tanto a dualistas com o a idealistas. Este nuevo Sansón era el viejo materia­ lismo, que se había revestido con -la piel de león del darwinismo y se presentaba com o nuevo y único monismo. El materialismo pasaba por ser una muerta concepción del mundo, que sólo continuaba vegetando todavía dentro de las escuelas com o muerto objeto de enseñanza. Para com­ prender la maravillosa revivificación del materialismo hay que representarse las razones que habían impedido hasta entonces su propagación. La doctrina materialista de que sólo se da materia y fuerzas en movimiento, y que también el alma es un puro producto de la materia, no podía en esta forma, convencer al ánimo ni a .la razón del hombre. N o al ánimo porque el sometimiento de nuestra alma a leyes puramente mecánicas aniquilaba toda alta aspiración, y no a la razón, porque fuera del alma aun se dan cosas muy palpables que no pueden ser explicadas com o efecto de fuerzas fisicoquímicas. Estas cosas son los organismos. Hay dos clases de organismos: máquinas y seres vivos. Ambas realizan sus funciones con ayuda de fuerzas fisico­ químicas, que fluyen de ordenada manera. De este orden cuida su estructura. Las dificultades que presenta a la razón el problema de la vida no residen, en modo alguno, en el curso normal de las actividades de la vida. Eso ocurre de un modo totalmente semejante al trabajo de una máquina. El enigma está en la producción de la estructura. Sabemos

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que las máquinas deben su origen a una representación humana que llega a ser causa de la acción de su inventor. Tal representación es llamada un fin, y el producto que ejecuta este fin (en este caso, la máquina) es llamado con­ forme a fin. El dualismo admite que la estructura de los seres vivos sea análoga a la estructura de las máquinas. El alma del mundo ha tenido una representación de fin y forma a los seres vivos, en correspondencia a esta represen­ tación conforme a fin. Hágase o no se haga al alma del mundo responsable de ello, queda en pie el hecho de que la estructura de los seres vivos está construida y se ha originado de tal modo como si la vida normal hubiera sido el fin del origen de la estructura, y se está autorizado por ello para hablar también de la estructura del ser vivo, como conforme a fin. En los seres vivos tenemos que considerar objetos para: cuya existencia no bastan las causas materiales, sino que, requieren otra causa extramaterial. Forman la sólida forta­ leza, visible desde lejos, que a la afirmación del materialismo, de que todo se originó de fuerzas materiales oponen un rotundo "n o” . La conformidad a fin tenía que ser arrojada del mundo;, si no, no había ninguna perspectiva de éxito para el mate­ rialismo. De esta tarea se ha encargado, no sin habilidad, el darwinismo. Argumenta para ello de la siguiente manera: la materia reproductora o el plasma germinal que lleva en sí todo individuo adulto representa la esencia de todo el cuer­ po de su portador. El plasma germinal es variable, pues hi­ jos de los mismos padres nunca se asemejan completamente. Los hijos, a consecuencia de su diversidad, están diferente­ mente adaptados para Ja lucha por la vida. Sólo sobreviven los más adaptados. En su consecuencia, sólo logra seguir siendo transmitido, mediante ellos, un plasma germinal que ha variado en una determinada dirección. Esta variación puede ser mantenida y desarrollada en la mhma dirección, por la lucha por la existencia. Así se llega finalmente a la producción de especies nuevas.

116 IDEAS PARA UNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MUNDO

De esta manera se consigue reducir todo el insoluble pro­ blema de la conformidad a fin a dos factores mecánicos: la lucha por la existencia y la variabilidad del plasma ger­ minal. Cierto que se vio muy pronto que la suposición no era exacta. El plasma germinal no es, en modo alguno, fruto del individuo, sino que el individuo es fruto del plasma ger­ minal que cada ser vivo, invariable y no influido por su vida individual, lleva en sí com o un sacro legado, de generación en generación. N o sabemos qué misteriosas leyes rigen el flujo de los plasmas germinativos, en perenne división y reunión. En cada lugar de unión de dos plasmas germinales se origina un nuevo individuo, siempre fragante de juven­ tud, del primitivo fondo materno de la vida. Pero aun sin estas alteradas suposiciones no era sostenible la tesis darwinista. Bien que el plasma germinal sea la esencia del futuro individuo. Pero ¿quién dió derecho a Darwin para tener a esta esencia por una pura mezcla de materia? Supongamos que alguien hiciera saltar pequeñas astillas de una máquina de vapor y las metiera después en un saco para llevarse a casa la esencia de la máquina: todo el mundo lo tendría por loco. Por el contrario, saben muy bien los constructores de máquinas que sólo se necesita un cuadernito de bolsillo y un lápiz para hacer posible que un ingeniero competente se lleve a su casa la esencia de una nueva máquina. Lo que es llevado en el cuaderno no es la materia de la máquina, sino el plan de la disposición de sus partes. Según eso, podemos decir del plasma germinal que tiene que llevar en sí lo mismo el plan del animal adulto que el plan para llegar a él. N o debemos ocuparnos aquí de la for­ ma en que esté preparado ese plan. Sólo debe hacerse resal­ tar expresamente el hecho de que el plasma germinal es tam­ bién un ser orgánico y posee plena conformidad a fin del mismo modo que el animal adulto. Con eso cae también por tierra el dogma, generalmente creído, de que Darwin ha reducido la conformidad a fin a hecho materiales.

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Las murallas que oponían resistencia al materialismo se alzan aún en la vieja fortaleza. Es imposible explicar la con­ formidad a fin del ser vivo según fuerzas materiales. Pero aquí, com o en todas partes es del todo indiferente lo demostrado. Sólo se trata de lo creído. Y precisamente ahora se cree en el darwinismo y, a la verdad, tanto más fácil y alegremente cuanto que, según esta doctrina, c\ plasma germinal, por producción de nuevas especies en la Jucha por la existencia, logra cada vez más altas formas de vida; cosa que puede ser admitida com o eterno ideal, único verdadero. Encuentra el materialismo un terreno extraordinariamen­ te propicio en el público de gran ciudad, monstruosamente aumentado, que se ha olvidado de ver milagros, y por eso cree descubrir en todas partes leyes mecánicas. Nuestros niños nos hablan aún de la ciudad fabulo­ sa donde los ladrillos están vivos y se arrastran unos sobre otros hasta que los muros de las casas están hechos. Allí rezuman vidrios los marcos de ventanas y los cabrioles se ; cubren con escamas de tejas. Sólo se necesita clavar en tierra una de tales tejas, y se desarrolla de ella toda una casa. Y si los habitantes rompen algo en Ja casa, en seguida esta, por sí misma, ejecuta la reparación. Estas son, se les dice a los niños, historias mentirosas, fábulas y milagros. Y sin embargo sólo se necesita salir al bosque para ver esta ciudad fabulosa que sólo por milagro se origina y conserva. ¿Y no es nuestro propio cuerpo una de tales casas fabulosas, cuyo origen y perecimiento excede en mucho a nuestra inteli­ gencia mecánica? Pero el ciudadano de Ja gran ciudad no tiene ojos para este milagro; sabe del bosque que es verde, umbroso y útil, y para su cuerpo llama al médico. Lo que le rodea de ordinario son puros productos huma­ nos, todos los cuales admiten una unitaria medida de valor. Este es el verdadero triunfo de nuestro desarrollo cultural: haber logrado que todos los productos humanos se transmu­ ten en cuartos y céntimos. Es incontestable que con Ja in­ troducción de esta medida unitaria para todo el mundo

118 IDEAS PARA VNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MUNDO

nuestra vida ha alcanzado esas proporcionalidad, comodidad, y facilidad por las cuales se distingue tanto de todas las épocas anteriores. Pero también es indudable que Ja costumbre de transmu­ tarlo todo en valor numérico lleva consigo el peligro de la unilateralidad para todos aquellos que, com o los habitantes de la gran ciudad están alejados de todo íntimo comercio con la Naturaleza. Mientras la vida espiritual de ese mundo medido por nú­ meros de productos humanos formaba una excepción, no era el peligro tan grande. Y problemas com o la muerte y la inmortalidad mantenían vivas en el hombre las otras par­ tes junto con la razón calculadora. Entonces vino el materialismo, y enseñó que eran inúti­ les tales escrúpulos: todo, cuerpos y espíritu, obedece a las sencillas leyes numéricas de la materia. N o es milagro que el público de gran ciudad se pasara con banderas desplegadas al materialismo, que simplificaba de un modo enorme toda la vida y sometía la consideración del mundo a la habitual dirección de sus pensamientos. Hasta se acomoda tan íntimamente el materialismo con toda la corriente de nuestra moderna evolución, que podría creerse que se ha producido sencillamente de ella. Y sin embargo no es así. En realidad, es algo más que una pura triquiñuela de negocios para dar una forma más cómoda a la vida. Se remonta a autores responsables, que lo han traído al mundo. Como principal representante y propagador más eficaz del materialismo moderno tiene, sin duda, que ser consi­ derado Haeckel. Cierto que sus obras filosóficas se levan­ tan muy poco sobre el nivel espiritual de la masa. Pero justamente por eso encuentran una difusión tanto mayor. Sus partidarios, privados de espíritu crítico, no están tampoco en situación de descubrir en sus obras los errores escandalosos. Especialmente divertido es su furor contra Kant, al cual presenta siempre com o un apóstata del mate­ rialismo pasado de la manera más miserable al dualismo eclesiástico. Haeckel pudo llegar a este cóm ico error por­

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que no tenía sospecha alguna de que existiera algo como el idealismo. Según su sencilla manera de pensar, sólo existe verdadera oposición entre materialismo y dualismo ecle­ siástico, entre él y Jehová. Con tal de que Jehová, con sus curas, sea expulsado del templo de la pura Naturaleza, co­ mienza ya el reinado de lo 'Verdadero, bello y bueno” . N o puedo negarlo: una ingenuidad tan pura e infantil ha ejercido siempre sobre mí una especie de encanto y me ha hecho en alto grado simpática la personalidad de este mu­ chacho eterno. Por eso deseo que pueda serle evitado el que tenga que enterarse algún día de los resultados que su obra ha producido. Esto es, si se considera el mundo espiritual com o plena­ mente dependiente de los fenómenos del mundo material, muy pronto queda finiquitado lo "verdadero, bello y bue­ no” . Entonces, en lugar de un alma divina del mundo, com o la que enseña el dualismo, se presenta una máquina gigante que sólo de una manera temporal, y en sus partes menos esenciales, se ocupa de la producción de lo espiritual. La vida orgánica sólo puede aparecer esporádicamente en la historia del sistema solar, en tanto existan las condiciones favorables para su existencia. En la Tierra no se dio vida orgánica mientras estuvo en ignición, y cesará de nuevo cuando se enfríe o si es destrozada por un cometa. Frente a este poderoso destino de los mundos, la vida es­ piritual producida por nuestros cerebros, con sus pensa­ mientos y sentimientos, con sus anhelos de lo "bueno, ver­ dadero y bello” , no es otra cosa que una farsa ridicula. Este desconsolado conocimiento, bien puede, en uno u otro sitio, arrastrar a la desesperación a algún hombre ais­ lado; mas sobre la gran masa de los hombres, sin embargo, que no pueden mirar más allá de la vida diaria, quedará to­ talmente sin efecto. La disolvente influencia del haeckelianismo sobre Ja vida espiritual de las masas tampoco estriba, en modo alguno, en Jas consecuencias que evoca su concepción de las cosas eternas, sino que dimana de la tesis darwinista de que no hay conformidad a fin, sino sólo una suma de factores aislados.

120 IDEAS PARA UNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MUNDO

Mediante esta doctrina, la gran masa perdió la representa­ ción de que cada hombre sea una unidad según plan, y armónica a la que hay que perfeccionar en todas direccio­ nes para desplegarla cada vez más ricamente. El bello tema de investigar el propio plan interno y el de los otros hom­ bres resultó sin sentido cuando se cesó de creer en la exis­ tencia de un plan y los hombres llegaron a ser un conglo­ merado de propiedades, más o menos casual. Mas el que ésta ha llegado a ser opinión general no lo im­ pugnará nadie que se tome la molestia de representarse en su espíritu al lector ideal a quien se dirigen nuestros más favorecidos diarios. ¿Se adquiere acaso la impresión de que los periódicos son escritos para una personalidad capaz de juicios y crítica, apta para pesar diversas opiniones unas frente a otras y que siente la necesidad de ver al unísono forma y contenido? Desgraciadamente, he adquirido la impresión de que los periódicos tienen a sus lectores por un conglomerado de propiedades e instintos bastante contra­ dictorios, com o vanidad, soberbia, injusticia, envidia y co­ dicia. N o hay que asombrarse de que esta opinión llegue a ser la dominante, pues el haeckelianismo, que gana cada vez más terreno, no es otra cosa, en su verdadera esencia, sino una única predicación contra la cultura, si se entiende por cultura la formación según plan de una personalidad y no el amontonamiento de saber. ¿Puede uno seguir engañándose acerca de que, en todos los terrenos de la vida, goza hoy en día de mayor predica­ mento la suma expresada en cifras que la organización? Del nivel a que se encuentra la cultura hasta en una reu­ nión de hombres tan ricos en conocimientos com o los nanr ralistas y médicos alemanes da elocuente testimonio el dis­ curso de Ladenburg, quien en una conferencia sobre el an­ tiquísimo tema "Dios, libertad e inmortalidad” entiende por libertad el general derecho de elección. Después que se logró convertir la organización de los seres vivos en un conglomerado de partículas materiales, el materialismo venció en toda la línea. Las fuerzas del mundo

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exterior resultaron ser más capaces de resistencia que el fugitivo sueño de los pensamientos y sentimientos, hasta más capaces de resistencia que la mudable vida. Ellas son las inmortales, y si alguna vez la vida se extingue por completo proseguirán su existencia de eón en eón. La ley de Ja con­ servación de la materia y la ley de la conservación de la fuerza son los únicos valores de la eternidad. Hay que contar con esta concepción del mundo; aun seguirá siendo durante decenios el evangelio de las masas, pues lo mismo se dirige a la vulgar inteligencia que a la in­ teligencia de los vulgares. Nada importa que sus suposiciones sean inciertas y cap­ ciosas. Sus grandes frases están estampadas en las mentes, y el pueblo, apartado de la Naturaleza, las seguirá aunque sea con el corazón destrozado. Y, sin embargo, no nos es lícito desesperar, pues el astro del idealismo se concibe de nuevo en ascensión, más pode­ roso y resplandeciente que nunca, y llegará día en que la materia se hunda en la nada ante el único señorío del es­ píritu. La primera fuerte lucha contra el omnipotente mundo exterior ha sido realizada por los físicos. Los físicos niegan la existencia objetiva de los colores, sonidos, olores y sabores. De un árbol verde no emana ningún color verde, sino sólo ondas de éter de una determinada longitud de on­ da. Una campana al vibrar, no desprende de sí ningún so­ nido; sólo surgen de allí vibraciones de aire en dilatados círculos. Olor y sabor, nos enseña el químico, no son ninguna pro­ piedad de la materia. Esta sólo posee diversas afinidades químicas. La meta a que se dirigen todos, químicos y físicos, es a limpiar el mundo exterior de todos los accesorios subjetivos, sólo introducidos en el mundo por los hombres. Una vez alejado esto, queda como único objetivo y real fundamento el movimiento de partículas materiales en el espacio. N in­ guna cualidad, sólo cantidades dominan en el verdadero

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mundo exterior. Una monstruosa suma, que siempre perma­ nece igual a sí misma, de iguales partículas materiales, eje­ cuta una eterna danza con no debilitada energía. Hay que comprender claramente que en este mundo ex­ terior, puramente físico, no puede hablarse de objetos en sentido estricto, sino sólo de grupos de fuerzas materiales. Además, no tiene sentido buscar estructuras en este mun­ do vuelto a reducir a sus elementos, si bajo estructura se entiende la firme relación de la parte con el todo. Cada una de las partículas primitivas está con las demás en una relación expresable matemáticamente. Las partícu­ las vecinas en el espacio pueden ser reducidas a grupos se­ parados; no existe ninguna relación entre las partículas que dé motivo para una separación de unidades. Con esto queda firmemente establecido que el real mundo físico exterior, que sólo es regido por inmutables leyes de movimiento, únicamente contiene grupos de partículas que se mueven de igual manera, Carece de todas las cualidades, como sonidos, colores, etc., y hasta carece de todas las uni­ dades que nosotros podríamos definir como objetos. Pues por objeto siempre comprendemos una unidad compuesta de diversas cualidades, y por eso jamás puede ser reducida a una fórmula matemática. Del mismo modo que la unidad de objeto, tampoco se encuentra en el mundo exterior fisicomatemático la unidad de estructura, ya que la conformidad a fin tampoco puede ser expresada por ninguna fórmula matemática. Tanto la cuestión de las cualidades com o la del plan no tienen sentido en el mundo exterior real y material. Son elementos subjetivos que no tienen nada que ver con la verdadera realidad. ¿Cómo llegan a presentarse, sin embargo, estos no insig­ nificantes elementos? La respuesta a esta cuestión la toma a su cargo la biología. Comprueba ante todo su plena concordancia con la inter­ pretación del mundo de la física, que es puramente objeti­ va; pero añade que para la producción de elementos subje­ tivos se requiere un sujeto.

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Tales sujetos son los seres vivos. Nosotros consideramos aquí especialmente a los animales. ¿Cuál es el camino por el cual se producen en un animal : los elementos subjetivos? Tenemos que considerar como existentes todos los innu! merables grupos de movientes partículas materiales que ■ actúan en todo tiempo sobre el sujeto "animal” . Si todas las fuerzas pudieran desplegar sus efectos de un modo uniforme, no habría diferencia alguna entre sujeto y mundo exterior. Esta diferencia llega a presentarse porque el animal realiza una selección entre los efectos de fuerzas del mundo exterior. Esta se verifica por medio de Jos órga­ nos de los sentidos, que tienen la misión de convertir en excitación nerviosa una determinada fracción muy pequeña del mundo exterior, pero suprimiendo todos los restantes estímulos. Cada uno de los órganos de Jos sentidos de cada animal realiza una recolección, característica suya, de los estímulos del mundo exterior, a los que utiliza com o nota de percep­ ción, y todos Jos órganos de los sentidos del mismo animal, tomados en conjunto dan una determinada sección del mundo exterior. Esta sección del mundo exterior, que para cada animal es una distinta y característica de él, se llama su mundo perceptible. Sin embargo, éste sólo es un lado de Ja cuestión, pues la actividad del órgano de los sentidos sólo recibe su plef na significación .por la intervención del órgano nervioso central. Los órganos de Jos sentidos envían al centro el estímulo exterior, transformado en excitación por separados cami­ nos nerviosos. Tiene lugar, por lo tanto, un análisis de cada grupo de es­ tímulos recibidos, realizado por los órganos de los sentidos, ya que todo órgano de sentidos corresponde a otra sección del grupo de estímulos y transforma a éstos en excitaciones que, después de ello, por caminos aislados, se precipitan ha­ cia el centro. Consiste el centro, en el caso más sencillo, en una red

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nerviosa general, desde la cual las excitaciones siguen hasta los músculos por caminos nerviosos centrífugos. En animales más altamente desenvueltos, todos aquellos nervios que están llamados a transportar las excitaciones de grupos de estímulos especialmente importantes desembocan en común en redes separadas. Estas redes separadas se lla­ man esquemas por razón de la siguiente teoría: sabemos que en el centro las excitaciones se relacionan de un modo conforme a ley con nuestras sencillas sensaciones fundan mentales (com o azul, verde, duro, etc.). Y, a la verdad, según la ley de J. Müller, al ser excitado un determinado nervio siempre se presenta la misma sensación, específica de aquel nervio. Ahora, si todos los nervios que desembocan en la misma red separada son excitados al mismo tiempo, resuenan en nosotros todas las sensaciones fundamentales específicas que corresponden a esos nervios. Y al reunirse las excitaciones de todos esos nervios en la red separada, las diversas sensa­ ciones fundamentales se reúnen en una unidad, a Ta que llamamos objeto. Así, se origina de la excitación el esquema del objeto. El objeto, com o ya lo enseña la concepción física del mundo, en tanto se compone de puras cualidades (com o un árbol de las sensaciones verde, pardo, con las correspon­ dientes sensaciones de dirección), es un producto subjetivo que corresponde a un determinado grúpo de estímulos del mundo exterior. Este grupo de estímulos fué recogido por los distintos órganos de los sentidos, descompuesto en cada uno de sus factores y convertido en excitaciones. Las ex­ citaciones corrieron por caminos separados hacia el centro, y en el centro sucedió al análisis de los órganos de los sen­ tidos la síntesis del objeto. De puros objetos así originados se compone todo nuestro mundo perceptible, que se diferencia muy esencialmente de la imagen del mundo de la física. Primeramente, nuestro mundo perceptible sólo forma una modesta sección del mundo exterior, la magnitud de la cual viene determinada por la extensión de excitabilidad de los

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órganos de los sentidos. Cuantos más numerosos grupos de estímulos exteriores sean capaces de actuar en nuestros ór­ ganos de los sentidos, tanta mayor es su extensión de exci­ tabilidad o amplitud. Al lado de la amplitud de los órganos de los sentidos, es decisivo para el grado de perfección de nuestro mundo per­ ceptible el número de esquemas existentes en el cerebro. Pues es evidente que los estímulos exteriores llegan a ser tan­ to más diferenciados cuanto más numerosas sean las posi­ bilidades de división. Los animales más sencillos parece que no poseen aún nin­ gunos esquemas, y sólo con la aparición del cerebro se ori­ gina Ja posibilidad de sintetizar en permanentes unidades al­ gunos grupos de estímulos exteriores que se presentan con frecuencia. Por este medio llega a hacerse posible por pri­ mera vez la importante diferenciación de grupos de estímu­ los, que aun no se da en los animales inferiores. Esta capa­ cidad de diferenciación, nuevamente adquirida, asciende des­ pués en proporción a la perfección de los nuevos esquemas. Y, sin embargo, sería falso deducir de aquí que un animal inferior se orientaría mejor que hasta entonces en su vida por la unilateral añadidura de nuevos esquemas. Pues pue­ de decirse con toda seguridad que el mundo perceptible de cada animal (que por la amplitud de los órganos de los sen­ tidos y el número de esquemas es dado inequívocamente) se halla siempre en una relación conforme a fin con las res­ tantes capacidades del animal. El estudio de estas relaciones conformes a plan y armóni­ cas, de todas las partes de un organismo vivo entre sí y con el todo, lo mismo que del todo con su mundo perceptible, es el tema vital de la biología nuevamente suscitada. Lo que es válido para todos los animales es válido tam­ bién para el hombre. También él está situado dentro de un mundo perceptible correspondiente a sus capacidades. El mundo perceptible normal del hombre en la libre Na­ turaleza le muestra un campo de efectos limitado todo al­ rededor por el horizonte. Este horizonte será raro que esté situado a más allá de seis horas de camino. Por lo tanto, el

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hombre puede en un día llegar hasta ese límite y regresar de él. El territorio cerrado por el horizonte es s.u patria, la que puede recorrer a pie en su totalidad sin tener que hacer noche fuera de ella. Sobre el horizonte se alza un cielo com o una cúpula acha­ tada, cuyos bordes se hallan tan lejos com o el horizonte. Por el contrario, en el cénit apenas parece alejarse a cuatro horas de camino. El Sol asciende por el cielo y luego des­ ciende de él, para desaparecer después, con el mismo ritmo con que en el hombre están distribuidos sueño y vigilia. Por la noche, el cielo está decorado con unos discos pe­ queños y brillantes que flotan confundidos de una manera serena y extraña. Mas el verdadero círculo de efectos del hombre es el suelo de la tierra, en cuanto alcanza de él con su mirada. La tierra da los frutos que necesita para su alimento y cría la madera de que construye su habitación. Si alza la vista después de duros trabajos, ofrécele el cielo una meta que no puede alcanzar; pero que le parece ser fuente de la luz y morada de toda magnificencia. Así se origina en el hombre la firme y alegre confianza de que él es para el mundo y el mundo para él; hasta de que ambos reunidos forman una asombrosa unidad, que no comprende, pero cuya belleza siente. Esta sensación es totalmente justa, pues el mundo cir­ cundante humano conviene al hombre exactamente tan bien como el río a la trucha, el castaño al melolonto y la tierra arable a la lombriz de tierra. De modo com o en cada ser vivo los diversos órganos concurren a componer un orga- ; nismo unitario, así el organismo, en unión con su mundo circundante, forma un todo conforme a fin. El conocimiento de la propia idoneidad en un mundo conforme a fin o idóneo es de la mayor significación para i la vida humana, pues el convencimiento de nuestra propia j idoneidad es felicidad, y esa idoneidad del mundo circún­ dame, cuando se la siente, es belleza. Es interesante investigar las causas que hacen vacilar el convencimiento de la idoneidad del mundo circundante.

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Apenas habrá error si en la alteración de la manera de con­ cebir el cielo se busca el principal punto de ataque de todos los adversarios de la doctrina de la conformidad a fin. Ya ciertos astrónomos griegos habían hecho tambalearse la doctrina de la posición central de la Tierra y hablado de numerosos sistemas solares, sin perturbar en lo más mínimo por ello la concepción general del mundo de los griegos, de que el mundo era una obra de arte. En efecto, puede concederse tranquilamente que nuestro pequeño mundo perceptible sólo sea una parte de un mayor mundo perceptible, que alguien mayor que nosotros estará llamado a abarcar en su plena significación. Exactamente el mismo descubrimiento que se insertó ar­ mónicamente en la concepción griega del mundo deshizo en el siglo xvr la concepción medieval. En la Edad Media, según Troels-Lund lo describe palpa­ blemente, sobre la firme cubierta del cielo, sólo alejada cuatro horas de camino de nosotros, habitaba un poderoso tirano que había creado todo este mundo y lo regía ilimita­ damente hasta en lo más nimio. Su carácter se había hecho cada vez más espantoso en el curso de los años. Era temible ir de un lado a otro bajo la inmediata mirada de sus ojos, siempre despiertos. N o había movimiento de nuestras ma­ nos ni pensamiento de nuestra alma que se le escapara, y siempre estaba dispuesto para el castigo y la venganza. Para apaciguarlo eran ofrecidas hecatombes de víctimas humanas. Por toda Europa flameaban miles de hogueras, en las que eran quemados brujas y herejes. Entonces ocurrió el mayor acto de liberación que ha pre­ senciado la humanidad: Giordano Bruno hizo saltar la tapa del cielo y nos abrió la perspectiva de un ilimitado espacio con miles de mundos. Cierto que ahora estamos libres del siniestro vecino; pero para ello ha perdido su centro de gravedad nuestra con­ cepción del mundo. En Jugar de considerar los astros desde el punto de vista humano, se considera al hombre desde el punto de vista de los astros. Espacio y tiempo han adquirido espantosas di­

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mensiones, medida por las cuales se hunde nuestra existen* cia en una desesperada nulidad. Y, sin embargo, la culpa es del todo nuestra. Con nues­ tros gigantescos telescopios hemos osado penetrar en un mundo perceptible que ya no es el nuestro. Un ser cuyos ojos tuvieran la construcción de un telescopio gigante esta­ ría también en lo demás constituido de modo muy diferente del nuestro. Poseería capacidades muy diferentes para ha­ cer valer prácticamente lo visto. Formaría otros objetos y poseería, ante todo, una duración de vida incomparable­ mente más .larga que la nuestra. Acaso también su com­ prensión del tiempo sería fundamentalmente diversa de la nuestra. Por ejemplo: si cien años se abarcaran en un mo­ mento, la imagen del mundo en la bóveda del cielo se convertiría en un maravilloso tejido de anillos luminosos que, dependiendo todos unos de otros, producirían la ima­ gen de una gran unidad armónica. Todas las veces que llegamos a ser conscientes de la des­ armonía entre las relaciones de espacio y tiempo de aquellos mundos y nuestra existencia, sólo necesitamos acordarnos de que tampoco podemos correr con una pata de palo de medio kilómetro de largo. El que nosotros aumentemos en demasía nuestros órganos de los sentidos o nuestros órga­ nos de movimiento, es lo mismo en principio; en cada caso quebrantamos la natural conformidad a fin de nuestro or­ ganismo y caemos en desacuerdo con nuestro mundo cir­ cundante. Así retumban otra vez unas tras otras todas las grandes cuestiones que ocupaban los ánimos en tiempos de K. E. von Baer, y Haeckel, al fin de sus días, tiene que conocer en su propia ciencia el mismo destino ciue en otro tiempo le fué labrado por el darwinismo a K. E. von Baer: es un olvidado. A la época de la consideración fisicoquímica del mundo, que conduio al materialismo, sucede ahora natura’mente la consideración biológica del mundo. Pero éste es el camino directo del idealismo. A la pregunta enunciada hasta ahora: "¿Cuál es la posi­

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ción del hombre en el universo?” , se le daba por respuesta: "Un complejo de átomos lanzado hacia todos lados por fuerzas mecánicas.” Sin tocar en lo más mínimo a la corrección de esta res­ puesta, nos es permitido, sin embargo, abrigar algunas du­ das acerca de si nuestro interés personal en este conocimien­ to es en realidad tan grande como se afirma generalmente. Pues si nos planteamos seriamente la cuestión de si alguna vez llegamos a estar en directo contacto con el universo, tenemos que reconocer, conforme a la verdad, que jamás lo estamos. De todas las poderosas muchedumbres de movibles átomos materiales, sólo una reducida fracción es la que actúa sobre nosotros, y esta fracción sólo se nos acerca en forma de objetos, esto es, com o unidades que están forma­ das de nuestras sensaciones subjetivas. La elección de los estímulos exteriores actuantes y su transformación en objetos es obra de nuestro organismo construido conforme a fin, que cuida de que el mundo con­ templado por nosotros permanezca en armónica consonan­ cia con nuestras demás capacidades. Si ahora, en oposición al planteamiento del problema fí­ sico, suscitamos el problema biológico: "¿Cuál es la posición del hombre en la Naturaleza?” , la respuesta suena de modo muy distinto: "El hombre y la Naturaleza que le rodea for­ man juntos una armónica unidad según plan, en la que todas sus partes realizan un cambio de efectos conforme a plan.” La Naturaleza consiste en objetos, y cada objeto tanto es un producto de nuestra vida anímica com o también la causa de esta producción. Como recordamos, son puros grupos de estímulos materiales los que actúan sobre nos­ otros. Son convertidos por nosotros en objetos, v estos objetos son concebidos como causas de estímulos situados fuera de nosotros. Este notable carácter de los objetos es extremadamente adecuado o conforme a fin, si nos representamos el proble­ ma que tienen que resolver los objetos en la vida del hom­ bre. El sujeto ignora todos los indiferentes grupos de es­ tímulos del gigantesco universo, y sólo entresaca puramen­

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te aquellos grupos que son importantes para su vida. Pero estos grupos no sólo se diferencian unos de otros cuanti­ tativamente, sino que también son transformados en uni­ dades cualitativamente diferentes, que ahora pueblan el mundo sólo para el sujeto de que se trata. Resulta de una inmediata evidencia Jo fundamentalmente distinto que tiene que aparecer el mundo desde el punto de vista de dos sujetos, si los sujetos son diferentes. Por des­ gracia, sólo tenemos posibilidad de considerar nuestro pro­ pio mundo de percepciones, que en todas sus partes es un producto subjetivo nuestro. Cada uno de nosotros sólo está autorizado a decir: "Mi mundo perceptible consiste en mis objetos” , y sólo en cuan­ to somos semejantes como sujetos nos es lícito hablar de la igualdad de nuestros objetos. El estudio de estos sujetos y sus relaciones con el sujeto es el primer fundamento de un verdadero conocimiento de la Naturaleza. Esta es una nueva ciencia, en la cual aun nunca se ha puesto mano de una manera sistemática. Queremos llamar­ la la Biología subjetiva. Antes de que tracemos las primeras líneas fundamenta­ les de esta ciencia tenemos que volver a evocar en nuestra memoria su posición ante las restantes ciencias. Hemos conocido a la física y la química com o la ciencia del mundo exterior material. Ya que allí sólo se trata de diferencias de cantidad, todas sus leyes son matemáticas, esto es, expresables por valores numéricos. Como ciencia más inmediata nos sale al paso la biología objetiva, que se puede designar com o la doctrina de la con­ formidad a fondo, ya que la conformidad a fin sólo se en­ cuentra en el sujeto, com o la doctrina objetiva del sujeto, Se ocupa de la estructura de los seres vivos construidos se­ gún plan y de sus funciones objetivas. Cada organismo conforme a fin, esto es, cada sujeto, tiene un mundo per­ ceptible a él correspondiente, que consiste en las percep- ' ciones por él recibidas v fundidas en una unidad. Aquí se enlaza inmediatamente con la biología subjetiva. ?

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Esta es la doctrina de las sensaciones. Trata de las sensacio ­ nes, sólo conocidas por nosotros mediante las personales experiencias de nuestra vida anímica y de su transformación en objetos. Las relaciones entre biología objetiva y subjetiva trata de establecerlas la fisiología de los sentidos. Por esto es la más difícil de todas las ciencias, porque no puede ad­ quirir ningún punto de vista propio. Se pueden considerar los fenómenos en el cerebro como formas objetivas de mo­ vimiento u observar las sensaciones en nuestra alma como procesos subjetivos; no se da un tercer punto de vista desde el cual sea dado observar tanto los acontecimientos objeti­ vos com o los subjetivos y comprender su engranaje. Según que el investigador considere las experiencias de la fisiología de los sentidos desde un punto de vista más objetivo o más subjetivo, su concepción será completamente distinta. Ya la oposición de Goethe contra Newton hay que referirla a esto. La biología subjetiva no se preocupa en lo más mínimo de la especie de dependencia entre lo objetivo y lo subjetiT vo; es una pura ciencia subjetiva, que trata de las relaciones de cada hombre con su mundo perceptible, y sobre las cuales cada uno es el juez inmediato y único. Por eso pre^ sentó yo la siguiente exposición despreocupadamente y sin consideración a ninguna autoridad de fisiología de los sen­ tidos. Nuestro mundo perceptible se compone de puros objetos. Estos objetos son nuestro tema de investigación. Por ana­ logía con la biología objetiva, podemos dividir nuestro campo de investigación en una anatomía subjetiva y una fisiología subjetiva de los objetos. La anatomía subjetiva de los objetos debe explicarnos qué sensaciones tienen que existir en la construcción de los objetos y qué orden se puede establecer aproximadamente en las sensaciones. La fisiología subjetiva de los objetos, que estudia el acto del origen de los objetos, debe instruirnos acerca de la su­ cesión de las sensaciones que se presentan.

132 IDEAS PARA UNA CONCEPCIÓN BIOLÓGICA DEL MONDO

La

a n a t o m ía subjetiva de los objetos

La experiencia más general nos informa de que cada ob­ jeto se compone de forma y contenido. Ya de este hecho se deduce que para la construcción de un objeto son exigibles sensaciones que contengan firmes relaciones con el espacio, sin las cuales no es posible una forma. Conocemos sensaciones de espacio tanto por el sen­ tido de la vista*como por el del tacto, y las llamamos allí signos locales. Los signos locales indican a qué dirección del espacio debe ser referida en lo exterior cada especial sen­ sación de la vista o del tacto. También las sensaciones de los otros sentidos, com o las del oído, olfato y gusto, son referidas al espacio fuera de nuestro cuerpo, pero sin indi­ cación de una especial dirección. Por lo tanto, son incapa­ ces para establecer limitaciones. Pero no hay ninguna for­ ma sin límites, y por eso es imposible formar objetos con las cualidades de oído, olor o gusto, cosa que se logra sin más con las sensaciones de vista o tacto. Ahora bien: los órganos que guían los capitales signos locales, com o la mano y el ojo, están asentados en nuestro cuerpo en forma que se muevan fácilmente. Igualmente re­ cibimos informes de los movimientos de nuestro cuerpo por sensaciones espaciales de dirección. Del modo más apropia­ do, las llamamos sensaciones de movimiento. Se pueden agrupar según las tres direcciones del espacio. El enlace de la vista y la mano, cada uno con su aparato especial de mo­ vimiento, nos hace posible comprobar por el tacto los bos­ quejos de un determinado objeto con el mismo grupo de signos locales. Los signos locales dan permanentemente la sensación del mismo punto en el espacio, mientras que las sensaciones de movimiento nos informan sobre su cambio de lugar. Si una determinada serie de sensaciones de movimiento se repite frecuentemente, queda asida a nuestra memoria a la manera de una melodía que vuelve sobre sí misma. En lugar de ejecutar los movimientos con el mismo grupo de

LA ANATOMÍA SUBJETIVA DE LOS OBJETOS

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signos locales, pronto aprendemos a hacer resonar unos tras m otros, en una serie correspondiente al movimiento, los di­ versos grupos de signos locales que son tocados al mis­ mo tiempo por el bosquejo del objeto. La melodía de movimiento sigue siendo siempre caracte­ rística para cada objeto, y facilita de este modo el que podamos distinguir inmediatamente, entre otros cien, al ob­ jeto tan pronto com o son tocados algunos compases carac­ terísticos de su melodía. Esta distinción del objeto no consiste en un puro recono­ cimiento, sino también en una formación. Tal com o son las cosas, nunca nos son dados objetos que podamos simple­ mente volver a conocer, sino sólo múltiples impresiones coloreadas que tenemos primero que formar en objetos. Sólo cuando las policromas impresiones pueden resumirse sin oposición mediante la melodía, puede decirse que se ha vuelto a conocer el objeto. No cabe para mí duda alguna de que esta melodía de movimiento es lo mismo que Kant ha comprendido bajo la denominación de esquema empírico del objeto, y acerca de cuya dificultad discurre de la manera siguiente: "Este esquematismo de nuestra razón con respecto a las apariencias y a su pura forma es un arte escondido en lo profundo del alma humana, cuyo verdadero manejo nos permitirá algu­ na vez vislumbrar trabajosamente la Naturaleza y la pon­ drá al descubierto ante nuestros ojos.” Mediante el descubrimiento de los signos locales hemos llegado mucho más cerca de los verdaderos manejos de la Naturaleza. Kant compara después el esquema con un mo­ nograma. Nosotros preferiríamos aplicar para la compara­ ción un jeroglífico de tres dimensiones. El esquema sirve, según Kant, tanto de medio de reconoci­ miento com o de medio de información del objeto. Ni es una determinada imagen de recuerdo, con la cual sólo podría volver a reconocerse determinado objeto bajo determinada iluminación, ni una noción que sólo puede emplearse con el objeto va conocido. El esquema sirve para reconocer como unidad de igual especie gran multitud de aparien-

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cias aisladas. Para eso no son menester los colores na­ turales de los objetos, ya que también los reconocemos en bosquejos dibujados en blanco y negro. Por lo tanto, el esquema sólo puede estar formado de signos de espacio. Pero com o también reconocemos los objetos cuando son percibidos con los más diferentes signos locales, sólo la análoga serie de movimiento, que, com o elemento caracte­ rístico, vuelve a presentarse siempre, puede llegar a ser el medio de conocimiento. Este elemento característico es jus­ tamente la melodía de movimiento, según la cual Jas más diversas sensaciones de contenido se agrupan en un objeto formado. La

fisiología su bjetiva de los objetos

Según las afirmaciones establecidas hasta ahora por nos­ otros acerca del esquema com o una melodía de movimiento, nos es lícito esperar que el proceso de la formación de ob­ jetos mediante la vista tendrá lugar de Ja siguiente mane­ ra: se presupone un gran número de sensaciones de color en todo el campo de la visión; éstas, por grupos, son orde­ nadas después en objetos según los existentes esquemas. Un grupo de sensaciones ordenado con ayuda de un esquema es un objeto. Esta ordenación requiere cierto tiempo, porque cada esquema es una melodía de movimiento, de Ja cual tienen que sonar, por lo menos, algunos compases, unos des­ pués que otros, antes de que las sensaciones se reúnan con seguridad en un conocido objeto. De esta diferencia de tiempo entre la aparición de las sensaciones y su transformación en objetos nos convence la siguiente sencilla experiencia, que pone claramente a la vista las diversas fases de la formación del objeto: se cierra uno de los ojos, y con el otro se mira por un agujero que se cubre y descubre en regulares*períodos de tiempo poruña pantalla (aparato com o el que se emplea para exposiciones no instantáneas ante la lente de una cámara fotográfica), y se hace que alguien nos muestre cuadros policromos que aun no conocemos. Si se contempla el cuadro en eJ ins-

LA FISIOLOGÍA SUBJETIVA DE LOS OBJETOS

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tante en que está abierta la pantalla, por regulación de la velocidad llegará un momento en que aparecen claramente los colores, pero no las formas. Entonces se cierran los ojos y se trata reflexivamente de formar objetos con las impresiones de color así adquiridas, cosa que se logra sin dificultad. Se contempla después el original, y se observará con asombro, en muchos casos, que no se asemeja en lo más mínimo a las imágenes así adquiridas. Eso demuestra suficientemente que el auténtico esquema no es dado sin más por las impresiones de color, sino que tienen que ser acomodadas ulteriormente, en lo cual aun pueden presentarse después muy importantes errores. Sólo por una contemplación más larga se encontrará con segu­ ridad el auténtico esquema y se formarán de modo oportuno los objetos. Si, por el contrario, se contemplan de la misma manera imágenes conocidas, cambia el resultado fundamentalmente. Nos parece, primero, que ya el propio momento de exposi­ ción es de mayor duración, y en segundo lugar, bajo las mismas circunstajhcias, se nos aparece como plenamente re­ conocible la imagen completa con todas sus particularida­ des. En este caso, ya desde el principio sabíamos de modo claro los esquemas de que se trataba y su disposición; no necesitábamos buscar, por lo tanto, y no teníamos la menor dificultad para agrupar la policroma impresión de la debida manera y convertirla en objetos. Todos los objetos se encuentran ordenados dentro de una general unidad. Esta unidad es el espacio. Es, en suma, el esquema de todas las posibles sensaciones de movimiento. Los esquemas de los objetos constituyen especiales casos aislados de esta general melodía de movimiento. Cada objeto forma una magnitud de espacio de tres di­ mensiones, porque su esquema reúne en sí las sensaciones de movimiento de las tres direcciones del espacio. En la formación del objeto con la mano nos son dadas todas inmediatamente. Ejecutamos movimientos en las tres dimensiones del espacio y tenemos las sensaciones de movi­ miento correspondientes a ellos.

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En la formación del objeto con la vista estamos a cierta distancia, sin el medio auxiliar de la sensación de movi­ miento para la profundidad. El ojo sólo ejecuta movimien­ tos en un plano, esto es, en dos dimensiones del espacio. Según esto, sólo tenemos sensaciones de movimiento de dos dimensiones. ¿Cómo llegamos entonces, también a distancia, a for­ mar objetos que tienen las tres dimensiones? A ello se responde de la siguiente manera. La melodía del esquema sólo necesita ser tocada en un pasaje característico para que se reproduzca totalmente en nosotros. Pero esta reproducción únicamente se ejecuta con seguridad cuando no sólo suena en nosotros la melodía de movimiento de un único frente, sino que también son dados al mismo tiempo algunos compases de la melodía de movimiento de un se­ gundo frente. Entonces formamos en seguida dos frentes del objeto. La representación de dos frentes evoca necesa­ riamente en nosotros la sensación de movimiento, que falta para la profundidad. Así, .la melodía formadora de cada objeto visto se com­ pone de dos especies de sensaciones, dadas inmediatamente para dos dimensiones de espacio, y de una tercera sensación, mediatamente engendrada, para el movimiento hacia lo pro* fundo. A la circunstancia de que el movimiento hacia lo profun­ do no sea dado inmediatamente le debemos el impulso que ha cobrado la pintura. El pintor tiene la posibilidad de pre­ sentar inmediatamente ante la vista, en el lienzo, dos direc­ ciones de movimiento. La tercera tiene que suscitarla en nosotros mediante los correspondientes medios auxiliares, com o la Naturaleza la evoca mediatamente, aludiendo a la existencia de un segundo frente. A estos medios auxiliares, mediante los cuales los pintores geniales nos obligan, con fuerza natural, a que hagamos sonar una tercera melodía de movimiento, que sólo son capaces de revestir los objetos en su plena corporeidad dimensional, los llamo yo signos del objeto. Los signos del objeto son tan importantes porque su jus-

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to empleo transmite una imagen de la unidad del espacio. Inseguridad en el empleo de los signos del objeto da a conocer con certeza al aficionado. Sin embargo, de ningún modo es el espacio la única uni­ dad que un artista puede prestar a su cuadro. Hay artistas, como los grandes maestros del arte del mosaico de tiempo de los normandos, que suprimían fundamentalmente todos los signos del objeto para apartar a nuestra alma de la rea­ lidad del mundo cotidiano por la impresión de puras visiones no espaciales y ponerla a tono para el recogimiento. Para otros maestros, la unidad de imagen se construye mediante la armonía de colores. Otros saben imprimir a sus paisajes un carácter unitario, que después encuentra en el paisaje verdadero el espectador del cuadro, com o Thoma ha vuelto a crear para nosotros la Alemania del Sur, y Boecklin, Italia. El gran público, hasta en excursiones por la libre Natu­ raleza, no ve, en general, cosa alguna, sino que se contenta con reconocer objetos. Sólo por la comunión con la pin­ tura, hasta los peor dotados, logran llegar a ver paisajes uni­ tarios en el mundo real. Así, la frase de W ilde de que "no es el pintor el que se rige por la Naturaleza, sino que es la Naturaleza la que se rige por los pintores” , no es una pura paradoja. En lo anterior, junto con la teoría, he expuesto también algunas consecuencias prácticas que emanan de la concep­ ción biológica del mundo, para despertar el interés por el estudio de la biología subjetiva, a la cual, sin más aprendiza­ je, pueden dedicarse todos. Se trata ante todo de volver a adquirir interés por las funciones del propio organismo. Lo demás viene después por sí solo. La investigación biológica nos abre una nueva puerta ha­ cia el Idealismo kantiano; ésa es su alta significación. Kant nos ha mostrado que el alma del hombre es un maravilloso producto armónico, en el cual se manifiesta un poder que actúa según plan. Sus obras nos enseñan la construcción y el funcionamiento de nuestra estructura anímica y nos

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llevan hasta cerca de la fuente donde brota el alma del misterioso poder que no conocemos; pero en cuyo gobierno según plan nos es lícito, sin embargo, tener confianza. La especie de constitución de nuestra alma nos obliga a reco­ nocer en torno a nosotros tanto poderes naturales que ac­ túan sin plan, com o seres vivos que han sido originados y actúan conforme a plan. Estamos constituidos de tal modo, que somos capaces de percibir con la razón determinadas conformidades a fin; de vislumbrar, por el contrario, otras con nuestro sentimiento de la belleza y gozar de ellas. Un plan común enlaza en una unidad todas las fuerzas de nuestro espíritu y ánimo. El conocimiento de este plan es lo único que es capaz de dar al hombre confianza para la vida y seguridad más allá de ella. Pues la muerte, en este plan, está también conteni­ da com o factor necesario. Haeckel quiere suplantar esta concepción del mundo con sus galimatías de célula de alma y alma de célula, y cree aniquilar con sus salidas de chicuelo al gigantesco Kant. Las palabras de Chamberlain sobre el haeckelianismo: "No es ni poesía, ni ciencia, ni filosofía, sino un bastardo de Jas tres, nacido muerto” , están grabadas en el alma de todo hombre ilustrado. Pero el interés por la concepción biológica de la Natu­ raleza y del hombre tiene además que ser suscitado por otra razón muy importante: hemos visto que el mundo percepti­ ble del hombre no existe independientemente de él, sino que sólo es mantenido a igual altura por la permanente ac­ tividad de su organismo. Si la actividad de nuestros órganos de los sentidos se pa­ raliza, nos quedamos atontados e inútiles, com o de todos es sabido, porque ya no somos capaces de percibir las más 4 finas diferencias. Aun es más peligroso cuando se abandona la propia for­ mación de objetos y nos contentamos con el resonar de los esquemas. Entonces cesamos de observar y nos satisface-mos con el puro reconocimiento. Cuanto más nos alejamos * de la Naturaleza y nos habituamos a nuestra vida de gran

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ciudad, tanto más apremiante es este peligro. Los carteles de anuncios que, con crudos colores, vociferan en el mundo su insignificante existencia demuestran lo embotados que I; estamos para la observación de nuestro contorno, pues si no no podríamos tolerar este eterno tortísimo. Cuanto más, com o hombres cultos, nos movemos en orbes artificiales, introducidos para nuestra comodidad, tanto más § limitado se hace también el uso de los esquemas. Pues cada vez encontramos menos objetos que exijan de nosotros una ; resolución individual. T o d o se arregla por medio de puros reflejos. Por último, el hombre de la más alta cultura sólo está aún rodeado de muy pocos objetos indiferentes, que ni son hermosos ni feos, a los que percibe precisamente cuando cruzan su camino, para volver a olvidarlos inme­ diatamente. Es, en verdad, espantoso observar la rapidez con que se empobrece en lo espiritual la gente tan pronto com o se ha consagrado en la gran ciudad a una profesión que la obligue jr" a renunciar al trato con la Naturaleza. La visión aislada de los objetos, en sus múltiples armonías con la Naturaleza, pronto se pierde sin dejar huella en su ambiente. Los es­ quemas se hacen cada vez más escasos en número, cada vez más insignificantes y generales. Por último, las gentes se dan aún por contentas si pueden distinguir un árbol de un arbusto. El mundo que logran ver en un paseo sólo se compone de tres o cuatro objetos: camino, árbol, casa, perro. Eso es todo. Ya no se llega, en modo alguno, a la plena formación de cada objeto. Tan pronto como suena un esquema, ya no se preocupan más del objeto, sino que pasan inmediatamen­ te al pensar abstracto, que desemboca siempre después en el curso cotidiano de sus pensamientos profesionales. Los hombres cultos se ejercitan ahora en toda suerte de deportes para volver a alcanzar el equilibrio. Pero muchos de estos deportes sirven puramente para proteger a los v músculos de la degeneración de la vida sedentaria. Junto con eso, arrancan también al pensamiento de la insoportable

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uniformidad de la vida cotidiana. Pero estas empresas de­ portivas sólo llenan su misión cuando vuelven a poner al hombre en íntimo contacto con la Naturaleza y de este modo fecundan su vida diaria. El regulado acaecer de lo maravilloso en la Naturaleza es una fuente jamás en­ turbiada de nuestra vida espiritual. Vuelve a darnos tam­ bién la comprensión de nosotros mismos, de la cual el hom­ bre culto necesita apremiantemente. Pero no he tomado la pluma para desarrollar estas sen­ cillas verdades. Además, puedo contemplar tranquilamente la disolvente influencia del materialismo, pues observar es la misión del naturalista. Pero juzgo, en cambio, que es deber mío protestar, com o profesional, de que Haeckel y sus apóstoles invoquen las investigaciones naturales co­ mo autoridad para la proclamación de sus triviales false­ dades, aun después de que las nuevas investigaciones han demostrado que precisamente lo contrario es lo verdadero.

DE L A N A T U R A L E Z A DE L A V ID A

Si miramos a nuestro alrededor en el mundo de los seres vivos, descubrimos orden por todos lados. Cada animal, cada planta, consiste en diversas partes que conciertan de tal modo que tienen que trabajar en común. Si queremos ver claramente este trabajo de conjunto de las partes con el ejemplo de cualquier animal, dibujemos un croquis del animal que reproduzca la disposición espa­ cial de las partes y nos explique su trabajo de conjunto como lo hace el croquis de una máquina. Hasta aquí reinará unanimidad entre todos los investiga­ dores y conocedores de la Naturaleza. Mas ahora designe­ mos el croquis de una máquina, cuando las funciones de las distintas partes resultan claramente de él, com o plan de construcción de la máquina. ¿Por qué encontramos la primera contradicción al hablar del plan de construcción del animal? La razón es la siguiente: nosostros mismos podemos cons­ truir una máquina, si poseemos el material necesario, según el croquis que tenemos a la vista. Pero no un animal. Por lo tanto, la palabra plan de construcción significa en la má­ quina aun algo especial. N o sólo nos da un resumen de las funciones de las partes en total, sino que también nos da una representación del origen del todo. Las máquinas se originan precisamente por montaje de partes ya hechas hasta constituir un todo. Pero ningún animal es formado por montaje de partes ya hechas. De nada sirve el que queramos substituir la palabra plan de construcción por orden de construcción o algo análogo. La mala inteligen­ cia no está en la palabra, sino en la cosa misma. Tan [ 141]

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pronto com o comparamos un animal con una máquina nos viene a la memoria la manera de originarse de la máquina, que tiene por base la representación de un montaje de di­ versas partes para constituir un todo. Verdad que tienen razón aquellos que no quieren em­ plear esta representación al considerar ios animales, pues es bien cierto que no hay ser vivo que se origine de esta ma­ nera. De nada sirve tampoco el que queramos atribuir es­ ta falsa representación a un ser divin o. Cambiamos la pa­ labra, pero no el sentido. N o resta, por lo tanto, otra cosa sino que al utilizar las palabras "plan de construcción” suprimamos conscientemente la cuestión del origen del animal. Sólo ahora podemos acercarnos al gran problema que di­ vide nuevamente en dos grupos a Jos investigadores que se ocupan del origen del ser vivo. Dicen los unos: en el ori­ gen de las máquinas sólo conocemos dos agentes: la repre­ sentación humana y las fuerzas mecánicas. Han dejado a un lado la representación humana al tratarse de Jos seres vivos, y, por Jo tanto, sólo resta para su origen las fuerzas | mecánicas. Según esto, el tema de las ciencias naturales es demostrar cóm o las sencillas fuerzas fisicoquímicas dan orí- j gen a animales que poseen un plan de construcción tan exceJente. Los naturalistas del otro campo responden: ese proble­ ma es insoluble; de las fuerzas fisicoquímicas solas no se puede originar ningún plan de construcción. Prescindís de un factor esencial que tiene que existir, además, y que está por encima de las fuerzas mecánicas, a las que dirige de tal modo que de Jas diversas partes se origina un todo ; que trabaja conforme a plan. A este factor supermecánico le llamamos la vida. Resumiendo: un grupo de naturalistas afirma que la vida es un caso especial de la mecánica; pero otro sostiene que la vida es un factor natural independiente, que posee su propia ley, que es precisamente la conformidad a plan. V Que la vida representa un poder especial de la Naturale* za, que se exterioriza en forma de conformidad a plan, ful

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la opinión en general sustentada por los grandes natura­ listas de la primera mitad del siglo pasado. Karl Ernst von Baer, el padre de la doctrina evolucionista, vio en el plan de construcción del animal adulto la meta a la que pro­ pendía la evolución desde el germen, y habló de la aspira­ ción a un fin como de una fuerza que reside en el interior de cada ser vivo. En términos generales, la doctrina que trataba de una especial fuerza vital fué designada con el nombre de vitalismo. El vitalismo fué vencido por el darwinismo, com o es bien sabido, teoría que ha dominado la zoología desde hace más de medio siglo y que fué desarrollándose paulatinamente hasta constituir Ja amplísima concepción del mundo que hoy en día, bajo el nombre de monismo, se extiende entre el pueblo hasta en forma de sermones dominicales. El darwinismo había acometido, en efecto, la tarea de reducir la conformidad a plan de las manifestaciones de la vida a fenómenos puramente mecánicos, y su demostración era tan decisiva que convenció a todo el mundo. Lo que hacía tan seductora a esta nueva concepción del mundo eran las perspectivas que abría a la especulación, y éstas fueron fundamentalmente explotadas. Vióse al hacerlo Jo insegura que era la fundamentación de todo el edificio, que carecía por completo de demostración experimental. Pasó largo tiempo antes de que se fuese al fatigoso tra­ bajo de someter a experimentación las afirmaciones fun­ damentales del darwinismo, y entonces se puso de mani­ fiesto que ni una sola se mantenía en pie ante una exacta investigación. La biología actual se ve colocada, por lo tanto, ante la ingrata tarea de derribar todo el edificio del darwinismo y erigir en su lugar otro completamente nuevo, muy de otra manera. Intentaré exponer brevemente los hechos que han traído eJ abatimiento del darwinismo y mostrar las líneas funda­ mentales según las cuales debe ser erigido el nuevo edificio. Pero antes tengo que evocar en la memoria del lector la doctrina esencial del darwinismo, que debía demostrar la

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derivación de la conformidad a plan de la naturaleza viva de las leyes mecánicas del mundo inorgánico. El darwinismo trata de reducir la conformidad a plan de los seres vivos a la representación de un mundo compuesto de átomos. Los átomos son las partes más diminutas de un único e hipotético: elemento primitivo, que, por su diversa combinación y diversa especie de movimiento, pro­ duce todas las substancias de la Naturaleza. Estas subs­ tancias son más o menos permanentes; en parte se arruinan fácilmente, y vuelven a rehacerse con la misma rapidez. La materia fundamental de la cual todos los seres vivos vuelven siempre a construirse, y que vuelve a reaparecer siempre, se llama el protoplasma. Del protoplasma, de las células germinales, proceden, por división, todas las célu­ las de los cuerpos. En las células de los cuerpos, el procoplasma forma la estructura específica, que se caracteriza com o células musculares, nerviosas y óseas, etc., sin desapa­ recer jamás por completo en tanto la célula permanece viva. El protoplasma, según la doctrina darwinista, es consi­ derado com o una fermentante mezcla de substancias, en la cual, de un modo permanente, se producen espontáneamen^ te descomposiciones y recomposiciones del material, son tomadas del contorno substancias nuevas y rechazadas las viejas. Esta materia, según afirma la doctrina, existió libre en otro tiempo sobre la superficie de la tierra o en el agua; se dividió en partículas, que tomaron figuras diversas (de és­ tas sólo se han observado aquellas formas que podían con­ servarse según los diversos medios circundantes en que habían caído). Las supervivientes —aquí aparece ya el ter­ mino vida— crecieron de tamaño y se dividieron en partes semejantes, que continuaron siempre variando, hasta que fueron obligadas por las circunstancias exteriores a conser­ var formas permanentes, que siguieron transmitiendo en adelante. Así se originaron las primeras plantas y animales, las cuales conservaron, sin embargo, su capacidad de varia­ ción y entraron ahora en competencia unas con otras. En esta competencia triunfan las más adaptadas a la vida y

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transmiten a su descendencia sus perfeccionadas formas y propiedades. Aun hoy se ve claramente proseguir este proceso en los animales que ahora viven, pues todos ellos muestran la ca­ pacidad de variación. Los hijos no se parecen nunca del todo a los padres, y siempre son manifiestamente distintos entre ellos. De esta diversa descendencia, la lucha por la vida escoge aun hoy los más adaptados, y de este modo siempre es posible la formación de especies nuevas, por al­ teración de las circunstancias exteriores. Que esta selec­ ción tiene que darse permanentemente resulta de que los hijos siempre sobrepujan en número a los padres. Por lo tanto, si una especie no ha de invadir en poco tiempo toda la Tierra, tienen siempre que perecer- la mayor parte. Y, ni que decir tiene, perecen los individuos menos aptos para la lucha por la vida. Como prueba de que Jos animales ahora vivos se han originado en formas más sencilas, se considera el hecho de que cada individuo, comenzando su evolución personal de un germen sencillo, recorre diversos grados que deben corresponder a los diversos grados de la sere de sus ante­ pasados. (Ley fundamental biogenctica de Haeckel.) Según se ve, toda la teoría se sostiene y cae con el hecho de Ja variación sin plan. ¿Son realmente sin plan, esto es, puede o no demostrarse que las variaciones que se presen­ tan en ios seres vivos se dan en todas las posibles direccio­ nes, como las que ocurren en la fermentación de un montón de materias? Antes de ir adelante, tengo que presentar al lector el animal que nos ha dado clara respuesta a esta pregunta. El paramecio se llama este pequeño infusorio, que tiene apro­ ximadamente un octavo de milímetro de largo. Tiene la forma de un cigarro; su pie] es recia; el contenido, líquido. Desde el extremo anterior hasta bastante hacia atrás se extiende una profunda hendedura, que comunica con el in­ terior acuoso. En este canal están las grandes pestañas bucales. Toda la superficie del cuerpo está cubierta de pes­ tañas, que palpitan hacia uno u otro lado, e impulsan ha-

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cia adelante, en espiral, al cuerpo, que gira permanente­ mente alrededor de su eje. Esto es cuanto por el momento necesitamos saber de este animal. Si se observa un número de paramecios recientemente aprisionados en un aguazal, se ve que los diversos individuos no se asemejan entre sí, en modo alguno. Hay animales cortos y gordos y largos y esbeltos. El sistema piloso muestra también claras diferencias: tan pronto llevan un mechón en la parte posterior com o no lo llevan. Algunos son más rápidos y otros más lentos en sus movimientos. En una palabra: muestran por completo la imagen de una bri­ llante variabilidad en todas direcciones, com o la doctrina darwinista no podría soñarla más hermosa. El investigador norteamericano Jennings ha tomado a su cargo el tema de descubrir las causas de esta variabili­ dad. Encontró primeramente que la edad opera importantes diferencias: los animales jóvenes eran más pequeños que los viejos. Encontró después que la masa de alimentos ejercía una significativa influencia en el tamaño y forma, lo mismo que el influjo del frío y el calor. Pero si se excluyen todos estos factores y sólo se crían animales de la misma edad bajo las mismas condiciones exteriores, sub­ sisten, sin embargo, grandes diferencias entre ellos. Dedi­ cóse entonces especialmente Jennings a la cría de la descen­ dencia de cada animal. Los infusorios muestran la muy importante propiedad de poder reproducirse sin anterior unión sexual, por simple división. Cada paramecio, en el curso de venticuatro horas, se divide una o varias veces por el medio. Después, cada mitad de cuerpo regenera la parte que le falta; de modo que de uno se han producido dos animales completos. Cada mitad de cuerpo alberga, com o se muestra práctica­ mente, la predisposición tota.1 para todas las propiedades de la otra mitad del cuerpo. Cada predisposición para una propiedad del animal completo es llamada una gena, y el contenido total de predisposiciones de un germen se designa como genotipo. Porque el número y especie de predisposi­ ciones es típico para cada animal.

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Por lo tanto, cada paramecio, antes de su división, al­ berga el genotipo de sus propiedades totales. El genotipo, si se le cultiva en una línea pura, esto es, sin mezcla con otros genotipos, ¿es variable o invariable? Esta es la gran cuestión que puede ser resuelta ahora. Jennings, que creía en la variabilidad y trataba de demos­ trarla en el curso de las generaciones, ha cultivado en cua­ tro años dos mil generaciones y el genotipo no ha variado. El tataratatara . . . (hasta dos mil veces) nieto se asemeja en cada detalle a su antepasado. Hasta aquellas propiedades que sólo se revelan en desacostumbradas circunstancias ex­ teriores podían permanecer latentes durante centenares de generaciones, para volver a presentarse en los nietos con las mismas circunstancias. Con esto fueron confirmadas en toda su extensión las experiencias del botánico danés Johannsen. Según las pa­ labras de Johannsen, los genotipos fijos son los que se do­ cumentan com o fundamentos de las manifestaciones de herencia. También los ensayos de Ehrlich sobre la transmi­ sión de propiedades adquiridas en las bacterias, en las que a causa de su rápida divisibilidad es permitido abarcar nu­ merosas generaciones, dieron el mismo resultado. Muy bien pueden cambiarse las bacterias por intervención quími­ ca, y este cambio se muestra en todos los descendientes de la misma manera. Pero tan pronto como las bacterias se conjugan, piérdese esa propiedad adquirida y se presenta otra vez el puro genotipo originario. El indubitable resultado de los novísimos trabajos, muy extensos, acerca de la herencia se enuncia de este modo: Cultivo de líneas puras, que en caso de división asexual pro­ ceden de un antepasado único y en caso de generación se­ xual tienen que comenzar con la descendencia de padres del mismo genotipo, demuestra en todos los casos la no existencia de variaciones sin plan. Cierto que se presentan aquí y allá cambios aislados, a manera de salto, en algunos descendientes, que son desig­ nados com o vmtación, pero siempre dan un resultado con­ forme a plan.

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La gran variabilidad que hasta ahora se había observado en todos los animales y plantas Sólo procede del cruza­ miento de diversos genotipos. Una variación en el sentido darwiniano no se da. Este conocimiento es de trascendental significación para nuestra idea de la especie en el reino animal y en el vege­ tal. Si volvemos a dirigirnos al paramecio para poiner esto en claro, vemos que la especie paramecio abarca a to­ dos los individuos con sus diversas propiedades. Si quiere establecerse el genotipo de Ja especie, se encontrará un nú­ mero predominante de genas análogas para el fondo funda­ mental de propiedades, a las cuales, sin embargo, se une gran número de genas de propiedades totalmente distintas y hasta contradictorias. Según eso, lo que es imposible para el in­ dividuo, ser al mismo tiempo grande y pequeño, rápido y lento, glotón y moderado, es posible para la especie y de la mayor importancia para su prosperidad. Para aprovechar el contenido de alimentación de todo un aguazal, la especie paramecio necesita individuos grandes y pequeños; unos que prosperan con el calor y otros con el frío; unos que se dividan rápidamente y otros que lo ha­ gan lentamente; en una palabra, individuos de ser y figura tan diferentes com o lo requieran las plurales condiciones del contorno. El cambio de las condiciones exteriores exi­ ge después que la especie pueda seguir esos cambios me­ diante producción de nuevas combinaciones de genotipos. Por eso apenas se presentan en la Naturaleza líneas total­ mente puras; por el contrario las líneas impuras ofrecen la posibilidad de procrear siempre nuevos animales. A los darwinistas les gusta demostrar ad oculos su teoría por los dedos de la mano humana. Los dedos son como los hijos de una pareja de padres iguales en principio, y po­ seen, sin embargo, distintas propiedades. Según eso, una pane de ellos perecerá en la lucha por la existencia, como menos aptos. Sólo ahora se hace verdaderamente oportuno este ejemplo, pues muestra cóm o se dan allí distintos indi­ viduos para agarrar en común. La especie no sólo es una suma de tantos y tantos seres

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aislados, sino que forma un organismo extremadamente con­ forme a plan cuyos órganos son los individuos. Tales or­ ganismos sobreindividuales no nos son desconocidos: sólo necesitamos pensar en la ciudad de las hormigas o de las abejas. Pero que también la especie sea un organismo so­ breindividual estaba hasta ahora cerrado a nuestros ojos. Ver los seres uno a uno es fácil, columbrar la unidad es difícil. Del modo como el individuo realiza la lucha por la exis­ tencia con sus órganos, así también la realiza la especie con sus individuos. Hay muchos ejemplos de que determi­ nados órganos tienen la misión de ser sacrificados en la lucha, para bien del todo. Así, sacrifica siempre la especie numerosos individuos en la lucha por su existencia. Sólo que no debe creerse que por la pérdida de un núme­ ro de individuos iguales se mejore la especie. Si los para­ memos, por extremas influencias exteriores, pierden todos los individuos que poseen una determinada gcna, con ello no se perfecciona todo el pueblo, sino que que se empo­ brece. La famosa selección por medio de la lucha por la existencia sólo actúa favorablemente en cuanto suprime a los animales enfermos; pero tan pronto com o comienza a desembarazarse de los sanos, por ejemplo, extirpando a todos los individuos grandes, el pueblo de que se trata no queda con ello mejor proveído para la lucha por la exis­ tencia, sino peor, pues todas las capacidades sólo poseídas por los individuos grandes se pierden también de este modo para el pueblo. Mientras existan otros pueblos de la mis­ ma especie que posean individuos grandes aun puede verse compensada la pérdida. Pero si todos los pueblos han su­ frido la misma pérdida, la especie se ha hecho de menor valor. La teoría del perfeccionamiento de las especies mediante la lucha por la vida, el hijo favorito del darwinismo, es simplemente falsa. En lugar de ella hemos alcanzado una visión más profunda del ser de la especie. Esta no es ya un esquema muerto; ella misma es un ser vivo que extiende por todas partes sus órganos individualizados y puede apro­

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vechar las más diferentes condiciones porque en todas par­ tes están a su disposición .los más diferentes individuos. Igualmente, por todas partes existen fronteras puestas a su existencia; pero las fronteras de la especie son mucho más amplias que Jas del individuo. Después de esto se asombra uno de ver cóm o ha podido creerse en general en el perfeccionamiento mediante la selección. Si alguien entra en un gran almacén de muebles y rompe todos los sillones, el mobiliario no obtiene ningu­ na ventaja, sino sólo perjuicio. Mediante la idea nuevamente adquirida acerca del ser de la especie, parece indudable que el que exista un gran número de diversos descendientes de la especie es cosa provechosa, y por lo tanto esta disposición no prueba ab­ solutamente nada en favor de la variación sin plan. En la mayor parte de los casos no puede tratarse tampoco de una selección de los más adaptados, porque la prole aun no desarrollada, que es la que sufre las mayores pérdidas, no ha tenido aún, en modo alguno, posibilidad de probar sus capacidades en la lucha por la vida. También se ha prescindido de los casos en que la prole sirve com o medio de atracción para aquellos animales que caen como presa de los padres o les son útiles de cualquier otra manera. Los innumerables frutos que nuestros árboles de hojas caducas esparcen para alimento de los pajarillos cantores son un me­ dio para atraer allí al aniquilador de las orugas perjudicia­ les para los árboles, y no tiene nada que ver con la selección de los más adaptados. Según vemos, los puntos de vista nacidos de las nuevas experiencias se oponen completamente al darwinismo. Pero será necesario tomar posiciones ante las variaciones de las especies, demostradas por la paleontología. Ciertamente que en el curso de la historia de nuestra Tierra ha tenido lugar un gran cambio de especies: viejas especies han perecido, especies nuevas han brotado. Que las especies pueden perecer, no presenta ningunas dificultades a nuestra ra­ zón; pero ¿cómo nacen las especies nuevas? La apari­ ción por salto de nuevos genotipos en la mutación parece

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dar una indicación; pero si es o no exacta, ¿quién lo sabe? Es totalmente imposible, en el estado actual de nuestro saber, tener una opinión medianamente fundada sobre el origen de las especies nuevas. Hasta hemos visto hace po­ co que la especie es muy otra cosa de aquello por que la habíamos tenido hasta ahora. La enigmática anatomía de la especie, com o un organis­ mo que se compone de diferentes individuos, nos es des­ conocida aún en absoluto. Sobre la duración normal de su vida, independientemente de catástrofes exteriores, no sabemos absolutamente nada; ¿cómo podemos entonces de­ cir alguna cosa acerca de su transformación? Mientras se tuvo a la especie por una simple suma de seres aislados, su origen parecía el problema más sencillo: ahora es de otro modo: la especie es más difícil de comprender que el ser aislado. Por eso tiene también que comenzarse primeramente el estudio por el origen del ser aislado antes de osar aproximarse al origen de la especie. Antes de que nos dirijamos al gran problema del origen del individuo, aun quiero apartar un obstáculo que acaso se alce en el camino de la comprensión: éste es la doctrina darwinista de los órganos rudimentarios. La idea de un órgano rudimentario es anatómica y en modo alguno biológica. Supuesto que haya órganos que no posean ninguna otra significación que recordar a un antepasado largo tiempo ha extinguido, esos órganos sólo podrán representar en el organismo vivo el papel de un tumor de buena índole. Hasta ahora todos estos tumores de buena índole siempre se han metamorfoseado, al llegar el caso de un conocimiento más inmediato, en importantes órganos vitales, y es en la cuenta del tiempo donde hay que apuntar lo que aun queda de nuestro desconocimiento de su función y no sostenerlos por amor a una teoría errónea. La teoría errónea a que deben su existencia los órganos rudimentarios es la ya mencionada ley fundamental biogenética de Haeckel. Y con ello penetramos en el nuevamen­

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te abierto campo de las investigaciones sobre la evolución, que nos ha traído conclusiones del todo inesperadas. Pero sería ingratitud no recordar con algunas palabras al fundador de la doctrina de la evolución, Karl Ernst von Baer, y exponer la oposición que existe entre él y Haeckel Si hoy en día un ingeniero recibe el encargo de construir un moderno transatlántico, no comenzará por bosquejar primero una canoa, después un bote de remos, y, uno tras otro, hacer de ellos una galera, un barco de vela y un va­ por de ruedas, para alzar acabado, por último, un navio : de cuatro hélices. En lo cual, de cada etapa recorrida que­ daría una parte inútil, para recordar, como órgano rudi-1 mentario, la serie de los antepasados. Este sería el método haeckeliano. Aducho mejor procederá el ingeniero de conformidad con Ja concepción de Karl Ernst von Baer, según la cual desde el principio hay que bosquejar el tipo del transatlántico, aunque sólo en sus rasgos generales. Este tipo general encarna la función general común a todos los barcos, es decir, el flotar. Esta función es poseída por eJ tronco ex­ cavado que sirve de canoa. Como la canoa no posee nin­ guna otra función, muestra el tipo fundamental del navio en su forma más pura. Después se añade la función del movimiento de avance, que se ha encarnado en distintas maneras: mediante remos, velas, ruedas o hélices, según ia fuerza que sirve para el movimiento de avance. Después vienen Jas funciones del transporte de las mercancías u pasajeros, las cuales siempre imponen un tipo nuevo, y de­ terminan así las particularidades de la construcción del bar­ co, hasta que después la función especial del navio encargado es establecida por la bandera y el rótulo. De manera análoga se verifica, según Karl Ernst von Baer, la evolución de cada animal, que primeramente muestra el tipo fundamental de todos los animales pluricelulares, al cual sigue después el tipo de la familia, género y especie. Estamos aún harto escaramente enterados de las relaciones del tipo corporal con la función en los animales, para com­ prender todas sus dependencias. Sólo sabemos una cosa:

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que lo que en los animales inferiores es aún función se ha hecho estructura en los animales superiores. Si consideramos una amiba, que es una sencilla masita de protoplasma, vemos que sólo en el caso de usarlos forma los miembros con los cuales se arrastra hacia delante. Ex­ tiende los llamados seudópodos, falsos pies, que a veces tienen una construcción muy complicada, y los vuelve a disolver después de su utilización. Un ejemplo muy notable de esta especie nos lo suminis­ tra el paramecio. El paramecio posee, com o todos los in­ fusorios, en oposición a las amibas, una forma firme y miembros permanentes en la superficie del cuerpo. Pero el interior del animal aun es completamente fluido y no posee ningún órgano permanente. En la abertura bucal, en lugar de éstos se forman pequeñas ampollitas que se llenan de agua, que contiene el alimento girando en ella. Entonces las ampollas se desprenden de la abertura bucal y comienzan a dar vueltas en el interior del animal, y al hacerlo se ma­ nifiesta el siguiente notable hecho: primeramente se en­ cuentra en la ampolla un ácido libre que amortigua las injeridas bacterias; después el contenido de Ja ampolla se hace neutro y recibe un jugo digestivo. Por lo tanto, el alimento del paramecio es tratado exactamente com o si pa­ sara primero por un estómago y después por un intestino, pues la ampolla que rodea al alimento se convierte suce­ sivamente, primero, en estómago; después, en intestino an­ terior, medio y posterior, para desaparecer, por último, cuando es expulsado Jo no digerido. N o existen, por lo tanto, en el interior del paramecio órganos permanentes, sino que la formación de estos órga­ nos sólo existe com o capacidad en el protoplasma flúido, y la sucesión de las diferentes formaciones está de alguna manera establecida. Así, en el paramecio la función suple a Ja estructura. Se ha expresado frecuentemente el pensamiento de que la propia función de un órgano es la causa de su formación. Pero esto sólo es una conclusión analógica, derivada de la manera de proceder humana. Muy bien puede decirse que

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la necesidad de sentarse ha causado la producción de sillas, porque sin enunciarlo se piensa al mismo tiempo* en la representación del acto de sentarse com o fin de la produc­ ción de las sillas. Pero si ambas funciones se ligan directa­ mente una con otra no habrá hombre que pretenda afir­ mar que el sentarse pueda producir una silla. Si censura­ mos la introducción de la representación humana al con­ siderar los hechos de la Naturaleza, tenemos que decir que la función de un órgano jamás puede ser causa de su origen. La función de la formación de,estructura, que en estos animales dura toda la vida, en los animales superiores está limitada a la primera sección de ella. Al principio de la vida son formados órganos; en el resto de ella los órganos for­ mados ejecutan su trabajo. Así, la función de la formación de órganos es algo fundamentalmente distinto de las fun­ ciones que ejercitan los órganos ya formados. La ejecución conforme a plan de las funciones de los ór­ ganos ya hechos está asegurada por su construcción con­ forme a plan; pero la ejecución conforme a plan de la formación de órganos no está establecida por ninguna es­ tructura. Ante el problema de la morfogénesis estábamos aún totalmente desconcertados hace poco tiempo. Lo inconcebible que es el hecho aquí observado resultará claro para todos si se piensa en el siguiente ejemplo sim­ plificado. Imaginemos que tenemos delante de nosotros una fuente llena de masa gelatinosa y que vamos viendo, aquí y allí, cóm o de esa gelatina se origina una rueda, luego se forma un chassis, un asiento, crece un motor de bencina y finalmente sale corriendo un pequeño automóvil. De que este pequeño automóvil no existía ya antes, sólo que invisible, nos convencemos mediante la experiencia, pues separando en dos partes la masa por el lugar que que­ ramos se originan dos automóviles de la mitad de tamaño, pero perfectamente terminados. Revolvamos ahora bien a fondo con una cuchara la papilla de gelatina y cambiemos de sitio todas sus partes. A pesar de eso se origina un irre­ prochable automóvil. Por lo tanto, no existía ningún auto­

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móvil invisible, pues hubiéramos tenido que destruirlo con nuestra intervención. Driesch ha ejecutado el mismo ex­ perimento con gérmenes animales y demostrado con ello que en el germen no existe ninguna estructura preformada. ¿Qué factor es el que le da al protoplasma vivo el impul­ so para la formación de órganos diferenciados? H oy se responde a ello: son las genas. La palabra gena procede de Johannsen, pero la idea viene de Mendel. Que el mayor investigador biológico y su descubrimiento, que inauguró una época nueva, fueran simplemente envueltos en el silen­ cio por el darwinismo, porque no convenía, no es ningún título de gloria para la ciencia "sin hipótesis” . V oy a intentar, mediante un ejemplo acaso harto drás­ tico, explicar lo que hemos sabido de las genas mediante Mendel. Supongamos que nuestras sillas se originaran de un germen protoplasmático y que fuera posible introducir cruzamientos entre dos suertes de sillas. Cruzamos, por ejemplo, un sillón de patas altas con un escabel de patas cortas, y en la primera generación sólo obtenemos com o descendientes sillones de patas altas; pero en la segunda se muestran cuatro formas diferentes: al lado de las dos formas de Jos abuelos aparecen, además, las dos nuevas combinaciones de un sillón de patas cortas y un escabel de patas largas. Por lo tanto, se transmiten com o factores independientes la cortedad de patas, la largueza de patas, la posesión de respaldo y la carencia de respaldo, y todos ellos entran unos con otros en las posibles combinaciones. Ya que la mezcla de propiedades se realiza en el germen fecundado, que aun no posee ninguna propiedad, sólo puede habíame de predisposiciones de propiedades. Estas predis­ posiciones de propiedades son precisamente las genas. Des­ pués cíe una mezcla transitoria en la primera generación, las predisposiciones aparecen otra vez completamente se­ paradas en la segunda y utilizan todas las posibilidades de combinación. N o quiero ocuparme de la aparición numérica de las di­ ferentes combinaciones, que sigue severamente la regla de v probabilidad, y sólo indicar brevemente que si una mezcla

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contiene dos genas que actúan de modo opuesto no se ori­ gina ninguna deformidad, sino que sólo una de las predis­ posiciones de propiedad llega a ser desplegada, mientras que la otra sigue viviendo sin debilitarse en el plasma germinal del animal. De esta manera, en las primeras generaciones pueden resultar descendientes que sólo se parezcan a uno de los padres, y a pesar de eso transmiten a su descendencia la propiedad del otro. Una propiedad fundamental de estas disposiciones o ge­ nas es su persistencia, com o ya sabemos, pues la misma mezcla de genas, el genotipo, prosigue transmitiéndose sin mutación. La segunda propiedad fundamental es su autonomía, pues las genas entran con independencia unas de otras en cada nueva combinación. Las mismas propiedades poseen en todos los casos las mis­ mas genas. De lo cual puede deducirse que el número total de genas diferentes que se encuentran en un ser vivo no es ilimitado. Pero como, por otra parte, la gena de un deter­ minado animal es transmitida a un número ilimitado de des­ cendientes, puede afirmarse que la misma gena puede mul­ tiplicarse ilimitadamente. Podemos considerar a las genas com o elemento primitivo sui generis de lo orgánico, que prestan a la fermentante masa de materia del protoplasma su capacidad de formación. Cierto que podemos producir muchas substancias en nues­ tras retortas y hasta las mismas estructuras que hacen las genas, pero aun no se ha logrado producir una gena. Las substancias que nosotros presentamos no muestran nunca la posibilidad de multiplicarse ilimitadamente, sino que sólo se conducen siempre com o toda materia muerta. Podemos presentar el producto, jamás lo productor. Por otra parte, no se ha logrado aislar a una gena del protoplasma y observar su efecto sobre otras materias. Los más delicados aislamientos que se han conseguido hasta ahora se refieren al diminuto territorio germinal del germen vivo que hace nacer un nervio. El americano Harrisoñ ha logrado observar al microscopio, bajo el cubreobjetos, el

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desarrollo de un nervio en un aislado territorio germinal; entonces se manifestó que ese desarrollo se verifica exacta­ mente de la misma manera com o tienden sus pies las ami­ bas. Harrison ha demostrado además que si se aleja todo el territorio germinal nervioso de un miembro, por ejemplo, de una pata de atrás de la rana, este miembro se desarrolla normalmente aunque no contiene ni vestigio de nervios. Braus, en Heidelberg, ha logrado ejecutar la prueba de que si en un territorio germinal se inserta un nervio extraño en Jugar del suprimido, el extraño territorio germinal que, por ejemplo, contiene un nervio de cabeza envía al nervio desarrollado exactamente por el mismo camino de los ner­ vios que faltan. De esta manera puede hacerse un nervio de pierna de un nervio de cabeza, y al contrario. Este ensayo muestra que las genas son iguales para todos los nervios motores; pero el camino que llevan los nervios hasta el lugar debido les es ordenado desde fuera. Este camino ha sido construido al mismo tiempo por otra gena. Eso prueba que en la verdadera formación del animal con­ curre todavía un segundo factor además de las genas: pre­ cisamente el plan. Así, se vuelve ahora a la misma idea de plan en el origen del animal, del que tuvimos que prescindir al principio, mientras sólo significaba una pura analogía con el origen de las máquinas. Alas ahora significa para nosotros algo muy distinto de la manera de combinarse partes ya hechas en un todo: ahora significa la dependencia de Jas genas en el tiempo.

II Los resultados nuevamente adquiridos de las investiga­ ciones de la evolución nos permiten trazar con seguridad las líneas divisorias entre máquina y ser vivo y rechazar de una vez para siempre las tentativas, establecedoras de con­ fusión, de derivar el uno de la otra. Las máquinas y Jos seres vivos ya adultos se asemejan en que ambos poseen un plan de construcción que regula la

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dependencia de las partes en el espacio. Pero en esto ter­ mina la comparatividad; tan pronto com o pensamos en el plan de origen se manifiestan com o fundamentalmente dis­ tintas. Las máquinas son combinadas montando partes ya hechas, compuestas de materia muerta; los seres vivos se originan de la materia viva del germen, del cual las genas forman el organismo según un plan de tiempo. Este plan de tiempo puede, del mejor modo, ser comparado con una melodía, que abarca un determinado número de notas y las enlaza unas con otras en el tiempo. En un determinado germen existe un determinado número de genas, que al principio son totalmente independientes. Sólo cuando co­ mienza el funcionamiento, una nota hace sonar el tono correspondiente a ella. Así, la primera gena provoca las primeras modificaciones estructurales. A la primera gena está encadenada la segunda con la fuerza de la melodía, y la tercera a la segunda, y así en adelante hasta el final. En nuestros experimentos podemos ejecutar hasta ahora lo siguiente: por amputación podemos hacer que comience otra vez el funcionamiento en un determinado punto: esto se llama regeneración. Por división del germen podemos hacer que ejecuten la misma función ambas mitades sepa­ radas. Podemos hacer que la división sea parcial de modo que sólo una parte del germen se duplique, y de esto se origina un monstruo. Podemos, a voluntad, obtener ani­ males mutilados, pero no podemos alterar dos cosas; no podemos substituir ninguna gena por otra no existente y no podemos substituir por otra la melodía. Ni podemos dar a un animal nuevas propiedades, ni podemos transfor­ marlo de modo que muestre las mismas propiedades enla­ zadas según otro plan. ¿Cómo nos es dado comprender hoy las genas después de todas estas experiencias? Antes se buscaban en el germen imágenes materiales más sencillas y disminuidas de los ór­ ganos ya hechos o parte de órganos: esto se ha mostrado S como erróneo. Las genas no se apartan puramente unas de otras según las partes de estructura del animal ya hecho, sino también según las propiedades del animal: magnitud, forma,

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color, propiedades químicas y físicas que se encuentran aisladas o se extienden a todo el animal son dominadas por cada una de las genas. De este modo se facilita que cada gena excite en el protoplasma un determinado proceso químico o mecánico. Los productos finales de estos procesos llegan a ser en parte las estructuras. Que éstas concuerden unas con otras se logra por el plan o la melodía que liga a las genas entre sí. Tanto las genas com o el plan son, como queda dicho, puros factores vitales, y no materiales, si se toma a la materia en un sentido estrechamente físico. Pero son partes de la materia viva a las que hay que reconocer como algo esencial. La manera com o el plan y las genas actúan sobre la ma­ teria muerta seguirá siendo, según parece, tan enigmático como la actuación de nuestra voluntad sobre nuestros músculos. Del modo com o nuestra voluntad y nuestra con­ ciencia quedan bajo ciertas especiales leyes extramateriales, así son dominados plan y genas por sus especiales leyes extramateriales. Fué ciertamente un juicio falso y precipitado el pretender L someter la conciencia a leves materiales. Pero sería ieunlmente falso y precipitado identificar el plan y genas con la conciencia. N o se crea un orden echando todo lo que se encuentra a mano, sin ser examinado, en el gran caldero y monista, sino separando cada factor de los otros, fina y pul■cramente, y examinándolo y probándolo por todos lados. Así, los factores orgánicos que hasta ahora hemos cono­ cido en la evolución son genas, plan y protoplasma: notas, melodía y piano. Genas y plan parecen ser siempre irre­ prensibles; sólo en su actuación sobre el protoplasma pue­ den presentarse perturbaciones, que aprovechamos expe­ rimentalmente, com o una sonata de Beethoven, que es irreprensible en el papel, deja a menudo mucho que desear en su ejecución en el piano. Naturalmente, es del mayor interés saber algo más acer\’ ca del plan. Como queda dicho, fué Karl Ernst von Baer quien trazó las líneas fundamentales de este plan. Prime­ ramente se desarrolla el tipo. El tipo, para cada animal

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pluricelular, divide al animal en una mitad externa y una interna. Así, después que se ha formado un cierto número de esferillas de células, se separan una de otra Ja lámina germinal interna y la externa. Corresponden a la división de funciones animales y vegetativas. Entonces se origina la lámina del medio, que sirve de andamio y corporaliza el so­ portar todo lo demás. Sólo cuando en un animal, por ejemplo, en un perro, en lugar de atenernos a la división anatómica en cabeza, cuerpo, masas de miembros, etc., tra­ tamos de efectuar la división en funciones, al descomponer el ser perro (análogamente al ser barco, que consiste en el flotar, avanzar, transportar, etc.), en correr, morder, di­ gerir, ver, oír, ladrar, etc., obtenemos la representación de que también estas funciones obedecen a un determinado orden superior e inferior. Este orden de funciones retor­ na, según parece, al mismo plan que ordenó las genas. Aquí tenía que presentarse de modo tanto más puro, porque lo corporal aun no representa papel alguno. Sólo que todas esas relaciones están tan íntimamente entrecruzadas unas con otras que al principio no es posible desenmarañarlas. Con esto hemos llegado a las fronteras que le opone a nuestra razón nuestro desconocimiento. Pero una cosa ha llegado ya a ser muy clara, y es que lo orgánico está regido por leyes de Jas que ni sospecha tiene lo inorgánico. Tam­ bién su peculiaridad específica aparece clara hov en día; la conformidad a ley es lo que caracteriza al sujeto, si por suíeto queremos comprender un ser que convierte todos los valores ajenos en valores propios y crea entre esos valores propios relaciones que no poseen los valores exteriores. Las genas pueden s°r tomadas com o signos de cada una de las futuras propiedades, y el enlace de estos signos, "el lenguaje de los signos” , determina la organización de las propiedades en el animal adulto. Este lenguaje de signos sólo tiene validez subjetiva y no está en ninguna relación directa con los efectos físicoquímicos, que son ejecutados por las propiedades de las materiales partes del cuerpo unas sobre otras. Podemos precisar, según eso, la doctrina nuevamente re­

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sucitada de las leyes especiales de todo lo orgánico, la lla­ mada autonomía de los fenómenos vitales, diciendo que estas leyes son leyes propias de cada ser, y a cada ser que tiene sus propias leyes le llamamos sujeto. Estas leyes subjetivas podremos ahora fundamentarlas de un modo aun más penetrante y profundo considerando los animales adultos. Si echamos una mirada a la vida vegetativa de los ani­ males, las nuevas experiencias de la fisiología digestiva de los mamíferos nos enseñan que el alimento, que es desme­ nuzado por estos animales con auxilio de los dientes, se hace fluido en el estómago y es totalmente descompuesto en el intestino mediante los jugos digestivos, de modo que de las substancias altamente complicadas sólo sencillos ma­ teriales llegan a ser recibidos por la pared del intestino, mientras lo indigerible es eliminado. Sangre v linfa con­ tienen después los medios alimenticios en una forma total­ mente mudable y especializada, que cambia de especie en especie y acaso de individuo en individuo. De este torrente nutritivo toman las células del cuerpo, cada una según su especie, los medios nutritivos que le convienen. Y cada célula los elabora en su interior a su manera. Así, nuestro cuerpo es un sujeto que se compone de sujetos. Del modo más sorprendente se presentan las leyes sub­ jetivas si consideramos las funciones animales de los anima­ les. Cada animal, si lo consideramos superficialmente, está rodeado de una serie de objetos con los cuales se encuentra en mutuas relaciones. Los objetos actúan sobre el animal, y el animal, por su parte, actúa sobre los objetos. Ambas partes representan alternativamente el papel activo y el pasivo. La analogía de nuestras relaciones humanas con los objetos es tan sorprendente que admitirnos, sin más, que los objetos que representan el papel activo sean al hacerlo iguales a los pasivos que conocemos por nosotros mismos. Mas el admitir esto es un error preñado de consecuencias, que durante lanro tiempo nos ha impedido examinar la ver­ dadera situación.

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Para penetrar este error tenemos que considerar separa­ damente las dos especies de relaciones de los animales con los objetos. Todos los objetos, mientras desempeñan el papel pasivo, están en una triple relación con los animales: 1°, como medio; 2^, com o presa; 3y, com o enemigo. En los animales superiores se añade aún, en cuarto lugar, la relación sexual. Según el medio, se dividen los animales en acuáticos, te­ rrestres y aéreos. En relación al medio están especialmente formados los órganos de movimiento del animal. Según su presa y sus enemigos, posee el animal especiales órganos de combate y manducatorios. Todos estos órganos, con los cuales los animales ejecutan un efecto sobre los objetos, son llamados órganos efectoricos, y aquellos objetos que en la vida del animal repre­ sentan un papel com o medio, presa o enemigo se conciben com o el mundo de efectos del animal. La construcción de los órganos efectóricos requiere siem­ pre una determinada selección, estrecha o amplia, de los objetos del mundo exterior, de modo que cada animal vive en un mundo de efectos cerrado por sí mismo. Cuanto más estrecho es este mundo, tanto más especializados pue­ den estar los órganos efectóricos, y todos los mundos muy estrechos dan ejemplos altamente -asombrosos de la llamada adaptación. Sólo necesito recordar aquí los numerosos ejemplos de la vida de los insectos que se adaptan tan in­ mediatamente a las floraciones. Pero también las relaciones con los objetos inorgánicos pueden ser estrechas y amplias. Un animal que sólo vive en la arena puede poseer órganos de movimiento que con­ vienen más exclusivamente para este medio que los que posee un animal que vive alternativamente en la arena y en el agua. Un animal que sólo vive un corto tiempo del año puede estar construido mucho más especializadamente para aquella estación que un animal que tiene que vivir en su edad adulta durante todos los cambios de estaciones. Así, las desventajas del estrecho mundo de efectos vienen a estar compensadas por las ventajas de la más íntima dependencia.

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Si consideramos estas dependencias, vuelve a imponerse siempre el pensamiento de lo preciso que tiene que ser el conocimiento que posee el animal de los objetos de su mun­ do de efectos. Y si se trata de las relaciones de dos ani­ males entre sí, lo preciso que tiene que ser el mutuo cono­ cimiento hasta de las más íntimas propiedades. Pero pronto se presentarán dudas acerca de si existe tal conocimiento, a lo menos en el sentido humano. Si vemos, por ejemplo, que la composición del veneno de un animal se rige por las especiales propiedades químicas del sistema •nervioso central del animal perseguido por él, no sabemos cómo pudo adquirir este conocimiento. Hasta, por las nue­ vas investigaciones de Fabre, hemos llegado a adquirir idea del hecho de que el conocimiento de las propiedades de los objetos del mundo de efectos que revelan por todas partes los órganos efectóricos de los animales excede a nuestro* conocimiento de estos objetos. Sólo con ayuda de compli­ cados métodos ópticos y químicos podemos apropiarnos los conocimientos que un sencillo gusano posee desde su naci­ miento. El que la larva de la cigarra que produce la saliva de cuco sepa extraer de las plantas más venenosas un zumo nutritivo totalmente inofensivo va más allá de lo que po­ demos imitar con nuestros conocimientos químicos. A pesar de eso, ni por un momento dudamos de que los ; objetos que componen el mundo de efectos de un animal también nos revelarían a nosotros las mismas propiedades si nos colocáramos debidamente para ello. De donde se deduce la identidad general de todos los objetos de los mundos de efectos, desde el animal más ínfimo hasta el hombre, v ¿Es posible realmente que la íntima acomodación de los animales a los objetos de sus mundos de efectos se apoye en un conocimiento que posea el animal de estos objetos? Entonces las capacidades espirituales de los animales ten­ drían que exceder en mucho a las nuestras. Pero no necesitamos perdernos en puras suposiciones so­ bre la cuestión de qué conocimientos tienen los animales délos objetos. Hasta poseemos la posibilidad de responder a ella experimentalmente. Cierto que los fenómenos do

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conciencia que se dan en los animales son totalmente im­ penetrables para nosotros. Pero podemos comprobar qué efectos, de los emanados de los objetos, son percibidos por sus órganos de los sentidos, pues sólo esos llegan a conoci­ miento del animal. Para ello nos planteamos la cuestión de cuál es el papel pasivo que desempeñan los animales ante los objetos. Aban­ donarnos para ello el mundo de los efectores, el mundo de efectos, y nos dirigimos ahora al mundo que se compone de las percepciones de los objetos recibidas por los órga­ nos de los sentidos o receptores: el mundo perceptible. De nuevo debe ser el paramecio el que nos dé las pri­ meras explicaciones. Según ha establecido Jennings, al pa­ ramecio le basta en lo esencial con una sola reacción. Si cualquier estímulo alcanza al extremo anterior del parame­ cio, que presenta su principal órgano de los sentidos, mien­ tras el resto del animal es insensible, entonces ejecuta siempre la misma serie de movimientos: retroceso, vuelta hacia un lado, avance. De este modo logra el paramecio librarse de todo lo peligroso y encontrar siempre un nuevo camino libre. Pero ¿cómo alcanza su presa? El extremo anterior del paramecio es muy sensible a todos los estímulos químicos, propiedad que se embota con rapidez, ciertamente, pero que se vuelve a rehacer de prisa puesto el animal en las circunstancias anteriores. Se coloca al paramecio, en un portaobjetos, en una débil solución salina, junto a la cual, una tras otra, se echa una gota de agua destilada y una gota de agua ligeramente acidulada; el paramecio, al dar vueltas nadando, llegará pronto al agua destilada, y enton­ ces actúa com o estímulo el agua de sal recién abandonada, de modo que el animal, a cada aproximación, ejecuta la reacción de huir y nadar adelante. Llega el paramecio al a£rua acidulada: entonces actúa com o estímulo el agua destilada, y el paramecio queda preso en el agua acidulada. El ácido débil es lo óptimo para el paramecio. Todos los otros líquidos son estímulos a su lado. Ahora bien: las bac­ terias que forman el principal medio nutritivo del parame-

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ció segregan siempre un poco de ácido carbónico, y éste se convierte en un cepo para los paramecios que se reúnen aquí y encuentran su alimento. En la vida libre, todos los objetos, com o piedras, hierbas, hojas, etc., con excepción de las bacterias, constituyen una fuente de estímulos para los paramecios. T odos los pluriformes objetos del mundo de efectos sólo penetran en el mundo perceptible del paramecio en forma de una percep­ ción siempre igual a sí misma, que hace salir huyendo al animal hasta que alcanza el único lugar sin estímulos y encuentra allí su sustento. No puede hablarse de ninguna especie de conocimiento de los objetos del mundo de efectos con los cuales llega a estar en contacto el paramecio, ni de ningún conoci­ miento del medio ambiente a través del cual nada con ve­ locidad de flecha, lo mismo que tampoco de conocimientos de su presa, que ni siquiera le envía estímulos de ninguna clase. Aunque los finos efectores que forman los aparatos de pestañas en el canal de la boca hace imaginar el más preciso conocimiento de las bacterias, no existen, en modo alguno, éstas en el mundo perceptible de los receptores. Según vemos, no se corresponden, de ninguna manera, mundo de efectos y mundo perceptible. El mundo de efectos se compone de todos los pluriformes objetos vivos y muertos que pueblan la patria de los paramecios, los aguazales. El mundo perceptible consiste puramente en un estímulo, que puede ser más fuerte o más débil, pero que siempre permanece igual en todas las re­ peticiones. Este mismo abismo entre mundo perceptible y mundo de efectos nos lo muestran las grandes medusas de alta mar, cuyos cuerpos están labrados de un modo tan singular­ mente decorativo. Todos los órganos efectores acusan, en forma y color, el más preciso conocimiento del medio, de la luz, de las olas, lo mismo que de las finas diatomeas que le sirven de sustento. El mundo perceptible consiste sólo en el repetido choque uniforme que los propios m o­ vimientos de natación transmiten a los receptores.

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Los erizos de mar muestran una gran riqueza de aguijo­ nes y pluriformes pinzas. Saben clavar con seguridad sus pinzas venenosas en la piel del enemigo. Pero ¿cuáles son las percepciones que reciben sus receptores cuando éste se aproxima? Una simple cadena de estímulos: débil estímulo químico, fuerte estímulo químico, choque. N o distinguirá si el enemigo es una estrellamar o un limacino. Para librarse de impurezas posee el erizo de mar unos pedicelos de aseo; para atrapar a los gusanos de nadar más rápido posee pedicelos de válvula, que se cierran agarrando con velocidad de rayo-, para coger cangrejos trabajan en común los cortos pedicelos de resorte y los ambulacros. Así, el mundo de efectos de este animal es especialmente rico, ya que se encuentran en él animales de las más diver­ sas especies, com o estrellamares, caracoles, cangrejos v gu.sanos. A pesar de eso, en el mundo perceptible sólo existen débiles y fuertes estímulos químicos y choques. ¿Cómo es posible esta divergencia? ¿Cómo puede un .animal que por nada es instruido más que por choques y estímulos químicos regir, sin embargo, con seguridad su vida, en medio de desconocidos peligros? La respuesta es la siguiente: sería completamente imposible que un animal pu­ diera defenderse de sus antagonistas sin el preciso cono.cimiento de sus propiedades, si él mismo tuviera que forjarse las armas que necesita para su defensa. Mas todas las armas han crecido por sí mismas en el curso¡ de su evo­ lución. Ahora, que ya es adulto, le es puesta en la manó la escopeta cargada, y sólo necesita disparar cuando es im­ pulsado a ello. El animal adulto sólo necesita utilizar sus órganos, lo que constituye una misión incomparablemente más senci­ lla que la de construirlos. Vemos así, en todos los animales, que la misión de los órganos de los sentidos está reducida a declarar al animal el preciso momento en que debe uti­ lizar sus órganos. Hasta muy arriba en el mundo de los vertebrados, la especie de movimiento de los efectores está en alto grado

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déterminada por una propia maquinaria nerviosa, que sólo puede ser detenida o acelerada por la influencia de los ór­ ganos de los sentidos, pero no modificada. Por ello, para la inmensa mayoría de los animales, basta una serie de los más sencillos estímulos, que sólo tienen que declarar con seguridad la presencia del enemigo o de la presa para que todo el aparato de movimiento se ponga en la correspondiente actividad. Los receptores no necesi­ tan indicar nada acerca del medio ambiente. Por eso sigue siendo tan completamente primitivo el mundo perceptible de muchos animales altamente diferenciados, pues no con­ tiene otra cosa que los signos para el comienzo de una acción, mientras ésta misma está predeterminada con todo detalle en el animal. Para mejor comprensión del papel que tienen a su cargo los receptores y el sistema nervioso en la formación del mundo perceptible (que es un producto puramente sub­ jetivo), tienen que ser indicadas aquí, brevemente, las fun­ ciones de estos órganos y los límites de su capacidad fun­ cional. La misión de todos los receptores consiste en convertir en excitación nerviosa determinados efectos del mundo ex­ terior, que son designados com o estímulos y sirven como notas de perfección. La excitación es un fenómeno que corre por los nervios a la manera de una onda en un lí­ quido. La excitación constituye el mismo fenómeno en todos los nervios, y sólo varía según su intensidad, pero no según su calidad. Si una determinada calidad de estí­ mulo debe ejercer en el sistema nervioso un especial afecto, es necesario que excite una determinada persona nerviosa; se designa aquí com o persona nerviosa a un filamento nervioso más un centro. Según eso, a diferentes estímulos del mundo perceptible corresponden siempre diferentes personas ner­ viosas. De esta manera, pone aquí el sujeto su propio valor en lugar del valor del mundo exterior. En tanto el animal se gobierna con pocos estímulos para reconocer al enemigo o a la presa, sigue siendo muy sen­ cillo el mecanismo receptor del sistema nervioso. Las gran-

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des exigencias comienzan solamente allí donde la forma del enemigo o de la presa es utilizada com o dato perceptible. Hay animales que ya poseen ojos altamente desarrolla­ dos, que ni para lo más mínimo aprovechan la forma del objeto que se refleja en su retina, y sólo utilizan como nota el movimiento de la imagen en su campo de visión (motorrecepción). La iconorrecepción, o el efecto del estímulo de la forma, se desarrolla de la siguiente manera, dicho en pocas pala­ bras: la retina del ojo se compone de numerosos remates de nervios, que constituyen juntos el nervio de la visión. Si por la imagen del enemigo, que traza el aparato óptico del ojo en la retina, es excitado un circunscrito número de nervios, esta suma de excitaciones tiene que ser ella misma aislada para producir un efecto aislado en el mecanismo efectórico. Eso sólo puede ocurrir si todas las personas nerviosas participantes desembocan en un aislado territorio nervioso, al cual llamamos un esquema nervioso, porque reproduce esquemáticamente la forma del enemigo en sus rasgos esenciales. Así se originan las primeras formas en el mundo percep­ tible, que aun son poco abundantes y muy generales. Pero abarcando una cierta categoría de enemigos o presas, bas­ tan para hacerlos actuar com o notas y producir la acción correspondiente (insectos). Sólo en los animales superiores, cuyas acciones son cada vez más modificables, en los cuales la influencia del sistema nervioso receptor se extiende cada vez hasta mayor pro­ fundidad en la maquinaria efectórica, es siempre mayor eJ número de esquemas y son éstos cada vez más diferencia­ dos. Entonces los objetos que componen nuestro mundo perceptible humano van sobrenadando también poco a poco en el mundo perceptible de los animales. Lo que es más importarte: los propios efectores se presentan en el mundo perceptible y facilitan con ello a los animales una inter­ vención en sus propias acciones. N o es difícil, si aplicamos icmal manera de considerar a los mundos perceptibles de los otros hombres, que com-

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prendamos de qué diferentes especies son éstos. De los mismos objetos que nos rodean son percibidas otras notas completamente diversas, y estas mismas son reunidas en muy otros objetos. Sólo se hace difícil el problema si queremos darnos cuenta del propio mundo perceptible, pues falta ahí el tér­ mino de comparación, el mundo de efectos, que hasta ahora nos ha suministrado firme apoyo. El mundo de efectos, común a todos (en el cual nos movemos nosotros y todos los animales), era al mismo tiempo la medida objetiva para todos los objetos, y se ha convertido ahora en nuestro mundo perceptible. Pero ni un solo mundo perceptible, según hemos visto, posee ninguna especie de validez ge­ neral, porque en cada uno de ellos son convertidos ajenos valores objetivos en propios valores subjetivos. Frente a los mundos subjetivos, con sus propias leyes, podíamos ate­ nernos hasta ahora a la validez general del mundo de efec­ tos, y nos era lícito designar a éste com o el mundo objetivo. Mediante el reconocimiento de que el mundo de efectos objetivo es al mismo tiempo nuestro propio mundo per­ ceptible se tambaleó fuertemente esa fe. Cierto que la validez general del mundo de efectos objetivo sigue sub­ sistiendo, con sus leyes para todos los fenómenos no subje­ tivos; pero ya no constituye una absoluta validez general. El espacio de nuestra propia subjetividad, de nuestras pro­ pias leyes, abarca sin excepción todos los fenómenos de la Naturaleza. Por lo tanto, ya sólo se puede tratar de una objetividad relativa. Sólo dentro de este espacio nos es permitido tratar de poner en claro qué es lo que designamos com o vida. La explicación será por necesidad insuficiente, porque el mis­ mo espacio también es un producto de la vida. Desde este punto de vista, la vida nos ofrece dos proble; mas capitales: el primero es la generación de sujetos, y el segundo, la concordancia de los sujetos con los objetos. Hemos visto cóm o de factores inadvertidos hasta ahora, las genas, que sólo se encuentran en la substancia viva, se origina la estructura de los adultos, gracias a una propia

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melodía. Esta estructura concierta con los objetos del mun­ do de efectos hasta en lo más nimio, a pesar de que, como ya nos hemos convencido de ello, no puede, en modo al­ guno, hablarse de un conocimiento de estos objetos por el animal mismo. Pero la estructura no sólo se acomoda a las exigencias del mundo de efectos, sino también a los ajenos mundos perceptibles. El esmerinto, una mariposa con hermosas manchas de ojos en las alas, espanta con estas manchas a sus perseguidores los pajarillos, imitando con ellas los ojos de pequeñas aves de presa, aunque él mismo no llega a tener jamás ante su vista estas manchas. A nosotros los hombres no nos engaña con ellas; para nosotros no hay tampoco ningún ave de presa que tenga tales ojos. Pero los paja­ rillos, que siempre tienen que resguardarse de gatos, coma­ drejas y otras tales alimañas, para poder huir a tiempo tie­ nen que huir de toda imagen semejante a un ojo que se mueve. Esta circunstancia la aprovecha la vida para la pro­ tección del esmerinto. Aquí se pone de manifiesto que la vida no es detenida por la limitación subjetiva que ella misma ha construido. La vida adopta un punto de vista hasta el cual no podemos seguirla. Mientras las genas forman el esmerinto, la vida se esconde en el germen que se forma a sí mismo, y puede ser aniquilado por todo brutal daño mecánico. Pero la vida está al mismo tiempo fuera del germen, y abarca con su mirada no sólo el mundo de efectos, sino también los mundos perceptibles. Eso no podemos imitarlo, ya que nosotros estamos metidos dentro de nuestro sujeto y no podemos estar fuera al mismo tiempo. Pero la vida resuelve también jugando problemas de es­ pecie matemática para los cuales hasta ahora nos teníamos nosotros por Jos únicos competentes. Así, un curculio, jus­ tamente acabado de formar, el llamado torcedora de em­ budo (Trichterivic kler), para construir a sus huevos una conveniente morada recorta en una hoja de abedul, sin tandeo alguno, por decirlo así, a mano alzada, una de las líneas matemáticas más difíciles. Una línea que, en su

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lugar, un hombre sólo encuentra después de delicadas re­ flexiones matemáticas y no podría ejecutar sin el más nimio conocimiento de la anatomía de la hoja de abedul. Así adquirimos la certidumbre de que la vida también está más allá de las matemáticas. Se trató hasta ahora de ahogar todos estos difíciles pro­ blemas con la palabra adaptación. Ya hacia 1880 indicó Roux que la adaptación sólo puede referirse a exteriorida­ des que pueden existir o faltar; ésta no alcanza a las esen­ ciales relaciones de las partes con el todo y del todo con los objetos, que sólo pueden ser así y no de otro modo. El darwinismo ha extendido en torno nuestro una atmós­ fera de vanidad que durante largo tiempo nos ha impedido reconocer los verdaderos problemas que ofrece la vida. Ahora han cambiado las cosas: estamos otra vez mirando de hito en hito a aquel poder de la Naturaleza que hace que se originen las formas que aparecen com o conformes a plan a nuestro punto de vista subjetivo, pero que, com o no son creadas por un sujeto, sólo desde un punto de vista colocado fuera del sujeto pudieran ser valoradas rectamen­ te. Por eso será eternamente incognoscible para nosotros la esencia de ese poder natural al que llamamos la vida. Y ahora llegamos al punto en que se apartan radical­ mente las dos concepciones del mundo: la monista-darwinista y la kantiana-biológica. La discusión entre estas dos direcciones es tanto más necesaria cuanto que por ambas partes son empleadas, en muy otro sentido, las mismas palabras, com o subjetivo y objetivo. Kant fué quien nos mostró que el mundo que nos rodea es nuestro mundo perceptible, y sólo será reconocido rec­ tamente en sus rasgos fundamentales cuando las formas que le imprime nuestro punto de vista subjetivo han sido ma­ nifestadas com o necesarias. El observador no puede abandonar jamás su punto de vis­ ta subjetivo. Los objetos que observa permanecen siem­ pre com o objetos de su mundo perceptible, cuyas leyes siguen.

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Mas para el que obra hay objetos objetivos que siguen las generales leyes mecánicas. Al que obra le rodea siem­ pre el mundo de efectos, común a todos. En los animales es fácil separar el mundo perceptible y el mundo de efectos. Para nosotros coinciden ambos mun­ dos, y cada objeto, con todas sus reconocibles propiedades, tanto es un miembro subjetivo del mundo perceptible como un miembro objetivo del mundo de efectos. Las propiedades de los objetos, que corresponden siem­ pre a determinadas personas nerviosas aisladas, siempre son, según eso, magnitudes aisladas: duro, frío, blanco y amargo son cosas completamente inconmensurables; sólo el esque­ ma de espacio que las reúne, por ejemplo, en un cristal de alumbre es común a todas. Cada propiedad que partiendo de un objeto actúa en nosotros tiene una relación espacial con este objeto. Haber investigado las relaciones de espacio para todas las propie­ dades de los objetos es el imperecedero mérito de la física. La doctrina de los átomos com o puntos movientes en el espacio dió la posibilidad de imaginar un equivalente espa­ cial para todas las propiedades de los objetos, y como el espacio es conmensurable, es decir, que puede ser dividido en partes iguales, se logró substituir todas las cualidades por cantidades. De este modo fue posible reducir a una común medida los efectos realmente observados, en su ma­ yor parte totalmente incomparables, de diversos objetos unos sobre otros. Estos grandes éxitos permitieron, sin embargo, columbrar las fronteras puestas a esta doctrina, que sólo es válida mientras se trate de relaciones entre objetos espaciales. Tan pronto com o se trate de relaciones directas entre propie­ dades, sin considerar el espacio, ya no tiene absolutamente ningún sentido la doctrina atómica. El motivo por el cual un objeto cuyas mínimas partes han entrado en fuerte mo­ vimiento ya no se encuentra frío, sino caliente, no puede establecerlo ninguna teoría atómica. Por qué son azules las sombras de los árboles sobre un amarillo camino de arena, no puede decírnoslo ningún físico. Aquí rigen leyes que no

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están fundadas en las relaciones de los objetos, sino en las relaciones de las personas nerviosas. La doctrina atómica, como doctrina de las puras rela­ ciones espaciales, es totalmente incompetente para juzgar el problema de si determinadas relaciones espaciales repre­ sentan una traza o un plan. Pues es la doctrina de las men­ surabilidades cuantitativas y no otra cosa. Fué, por eso, una usurpación inaudita el afirmar que en el mundo sólo hay cosas mensurables cuantitativamente y que todo lo demás son apariencias subjetivas. Como hay que conceder cualidades y conformidades a plan no admiten ninguna medida cuantitativa, negóse su existencia y se hizo del átomo, pura ''ficha” que sólo debía su existencia a una necesidad humana subjetiva, el único objeto del mundo. Así, fueron fundidas en uno, de una parte, las ideas de subjetivo, cualitativo e irreal, y de otra, la de objetivo, cuan­ titativo y real. Si se ha emprendido esta simplificación, es verdaderamente fácil ser monista. Mediante esta arbitraria simplificación se originó la espantosa confusión de ideas que caracteriza a nuestro tiempo de todos los otros. Etica, es­ tética, psicología, fisiología, física, química, todo es una misma cosa, una mensurable danza de átomos. Me dolería perturbar a alguien en el recogimiento que hayan suscitado en él los sermones dominicales de Ostwald. Tampoco deseo en lo más mínimo entrar en discusión con alguien que tome en serio la solución haeckeliana de los enigmas del universo; pero, sin embargo, tengo que decir que el monismo ha extraviado la investigación biológica en una falsa dirección. Quien busque leyes que alcancen "des­ de la ética hasta la técnica” , sólo encontrará trivialidades o quimeras. Sólo aquel que examina hondamente las leyes propias del sujeto encuentra huellas de la actividad de aquel poder cuya inmediata percepción nos es perennemente ne­ gada a nosotros com o sujetos. Y a este poder le llamamos la vida.

LA IMAGEN DEL M UNDO DE LA BIOLOGÍA I T od o aquel que en el día de hoy pretenda decir algo sobre problemas biológicos debe sentirse, ante todo, obli­ gado a expresar claramente lo que quiere entender por biología. Se llama biología la doctrina de la vida; pero la vida nos muestra tantas propiedades por las cuales parece distinguirse de lo que no tiene vida, que la investigación es­ tuvo en duda mucho tiempo acerca de qué nota de la vida debe ser declarada com o la más importante y esencial. En el curso del tiempo, la vida nos ha revelado siempre nuevos aspectos, y pareció cada vez que los aspectos nueva­ mente descubiertos eran los más importantes. Pero pronto resultó, de más nimias investigaciones, que se trataba de una equivocación. Cierto que Jas substancias de que están constituidos los cuerpos de los seres vivos se distinguen, por su alta compli­ cación, de todas las substancias inorgánicas, y hasta media­ dos del siglo pasado reinó la opinión de que sólo la vida orgánica podía producir substancias. La química orgánica actual ha mostrado que hasta los cuerpos albuminosos pue­ den ser obtenidos de material inorgánico en el laboratorio, sin el socorro de agentes vivientes. La substancia de que se compone un cuerpo no es, por lo tanto, ninguna nota decisiva de la vida. Del mismo modo, el cambio de substancia que se encuen­ tra en todos los cuerpos vivos se imponía com o una nota decisiva de la vida. Pero después que Helmholtz comparó la vida con una llama de cirio, que también cambia perma­ nentemente de substancia y sin embargo conserva la forma, resultó que también esta nota era insuficiente. 1174 ]

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Si ni la substancia ni el cambio de substancia bastan para dividir lo vivo de lo privado de vida, se esperará encontrar esa diferencia en la estructura del ser vivo. También esta esperanza tuvo que ser abandonada después que fueron en­ contradas, especialmente por Bütschli y Rhumbler, estruc­ turas microscópicas en el jabón y espumas que no se queda­ ban atrás ante las más finas estructuras microscópicas en los seres vivos y eran capaces de ejecutar sencillos movi­ mientos. En tiempos recientes se han amontonado tan extraordi­ nariamente las experiencias de la químicofísica sobre fenó­ menos en disoluciones, en cuerpos coloides, en membranas semipermeables, que pasa a ser opinión general la de que cada uno de Jos fenómenos de un cuerpo vivo es de tal ín­ dole, que con ayuda de métodos químicos o físicos más refinados llegará algún día a ser imitado. Por lo tanto, si los fenómenos del cuerpo viviente no son fundamentalmente otra cosa, en sus caracteres, sino fenó­ menos que también muestra la materia inanimada, la nota de la vida sólo puede ser buscada en la disposición y en la especie del trabajo común de los diferentes factores. Y esta disposición es, en efecto, especial. La designamos com o conforme a fin. A la verdad, en los seres vivos adultos distinguimos una doble conformidad a fin: de un lado, cada organismo está construido conforme a fin en sí mismo, y del otro, el orga­ nismo está adaptado conforme a fin a su contorno. La zoología iba ya por el mejor camino para investigar esta doble conformidad a fin cuando intervino el darwinismo y echó a la zoología por otras direcciones. Precisamen­ te con ayuda de una conformidad a fin acometió la tarea de rechazar a las otras. El contorno exterior fué considerado com o un produc­ to de las fuerzas inorgánicas, a que se ha adaptado el ser vivo capaz de variación, en la lucha por la existencia, me­ diante una selección, siempre repetida, de los adaptados, en el curso de innumerables generaciones. El interés de los zoólogos se dirigió cada vez más hacia el estudio de hipoté­

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ticas series de antepasados, lo que, sin embargo, no podía llevar a ningún resultado palpable, porque los antepasados se substraen a la prueba experimental. Especialmente la cuestión de los antepasados de la especie humana ejerció un efecto totalmente hipnótico, aunque ya era manifiesto des­ de el principio que todo hallazgo que pareciese mostrar un intermediario entre mono y hombre era explotable en dos direcciones. Y así, aun están hoy en ruda oposición las dos tendencias, una de las cuales afirma la descendencia del hombre del mono, y la otra la descendencia del mono del hombre. El reproche principal que hay que oponer al darwinismo es la ligereza con que emprendió la tarea de prescindir de la conformidad a fin del mundo viviente antes de que estu­ viera investigada tal conformidad. De este modo, quedó sencillamente suprimida la parte más importante de nuestra vida, la que forma el problema central de la biología. Ha pasado más de medio siglo antes de que la ciencia de la Naturaleza se convenciera de la total insuficiencia de la tesis darwinista en su lucha contra la conformidad a fin. Pero sólo la generación más joven de los naturalistas con­ temporáneos se dirige de nuevo al problema de la conformi­ dad a fin de la Naturaleza viva, correspondiendo a esta nueva posición, se complace en definir hoy Ja biología com o la doctrina de la conformidad a fin de la Naturaleza. Pero anuí aparece inmediatamente com o obstáculo cier­ ta ambigüedad que se encierra en la idea conformidad a frn. Esta puede ser definida de dos maneras. Se desig­ na primeramente com o fin la representación de una situa­ ción futura míe lleo-a a ser motivo de una acción. Si la acción se dirige a realizar esta representación, se llama ac­ ción conforme a fin. Resulta, sin más, evidente que c