Grandeza y decadencia de Roma

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BIBLIOTECA CIENTÍFICO-FILOSÓFICA

GRANDEZA Y DECADENCIA

I

DE ROMA

/

POR

G.

^uiuiío y

FERRERÒ

ei

Grande Imperio

TRADUCCIÓN DE

M. CIGES

APARICIO

MADRID DANIEL JORRO, EDITOR 23,

^

CALLE DE LA PAZ, 23

1S09 í.

t)V

^

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

AUGUSTO

Y EL

GRANDE IMPERIO

El Egipto de Occidente.

Si la insurrección se

calmó rápidamente en

las llanu-

1-as

de las Gallas, en cambio se extendió y agravó tn

los.

Alpes. Después de libertar Publio Silio á Istria de los

panonios y de los nóricos, descendió al valle del Po, dirigiéndose á la Valtelina y á Val Camónica para combaá los vennonetos y á los

tir

rición de

camunnos

(i).

Pero

la

apa--

su ejército no desanimó á los insurrectos.

ejempo de

los

los pueblos

1^1

vennonetos que pasaban por ser uno de

más guerreros de

los

Alpes

(2),

arrastró á

otros pueblos. Los trumplinos en Val Trompia, y las

nuinerosas tribus de los leponcianos los

(3)

que habitaban

Alp»s leponcianos, es decir, todos los valles italia-

(i)

Dión, LIV', 20.

(2)

Estrabón, IV,

(3)

;Se sublevaron los tromplinos y los leponcianos al

vi, 8.

mismo

tiempo que los vennonetos y los camunnos? Dión no lo dice; pero á Oberziner creemos que le abonan buenas razones para suponerlo,

ya que figuran en

la inscripción

de

la

Turbia entre

la lista

de los

pueblos alpinos vencidos en esta época por Augusto. Véase Oberziner,

Le guerre di Augusto

nas 59 y

cotí tro i

popoli alpini^ Roma, 1900, pági-

sig.

Tomo VI

'

_

1

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

2

nos y suizos que daban en se sublevaron así

como

los lagos

Mayor y de Orta

y

los vindelicianos,

los retos

cuyas belicosas tribus ocupaban los grisones

y

extendían hasta

Alpes ardía; ante

el

extensa región de

la

del Tirol, y, por la llanura de Baviera, se

Danubio

el

y, si al

(i).

Todo

centro de los

el

Oeste se había detenido

gran vacío hecho por

la

el

incendio

espada romana en

el

propagaba en el inmensa cadena hasta los Alpes Cottiadonde Donno, fiel amigo de Roma:, había muerto nos dejando la sucesión en un momento de tanto trastorno á su hijo Cottio que no era tan maduro, y hasta los

valle de los salases, la insurrección se

centro por

la





rudos é indomables pueblos ligures de los Alpes maríti-

mos

(2).

En

los valles de los

los últimos restos

llanura

y

allí



de

Alpes se habían refugiado

las razas

ligures, iberos,

que habían habitado

la

euganeos;



celtas, etruscos,

estos pueblos diversos se mezclaron y combatie-

ron entre

si;

uniéndose, sin embargo, para defenderse

contra los invasores procedentes de

la

llanura

y contra

Roma, que hasta entonces

sólo había hecho escasas é

intermitentes apariciones en

la

mayor

parte de los valles.

Hasta entonces, pues, habían vivido

casi libres en las

gargantas de sus montañas, formando tribus bajo

íi)

el

Dión, LIV, 22.

Oberziner concede, y con razón, gran confianza al pasaje de Ammiano Marcelino (XV, x, 2). En efecto, de ese pasaje resulla (2)

que Donno murió por esta época; que Cottio

Ic

sucedió,

y que Cottio

y parte de su pueblo tomaron parte en la insurrección de los Alpes marítimos, que, como puede verse en Dión (LIV, 24), estalló en el

año 14 antes de Cristo. Es obvio que las insurrecciones posteriores fueron provocadas por el ejemplo de las precedentes 3' también fueron consecuencia de

ellas.

AUGUálU

V EL

GRANDE IMPERIO

o

gobierno de los ricos propietarios, cultivando las

apacentando rebaños, explotando algo

tierras,

minas y

las

los

magníficos bosques, asaltando á los caminantes, y de tiempo en tiempo, volviendo á la llanura para saquearla.

Algunos de estos pueblos hasta habían encontrado mucho más oro en la anarquía de los treinta últimos años y en las periódicas depredaciones de la llanura, que en las arenas de sus torrentes. La paz, pues, había sido

cho más desagradable á estos pueblos que á habitantes de

Itis

los

mu-

demás

provincias occidentales, y la insurrec-

ción estalló por todas partes.

Roma

empeñada, en el corazón mismo de sus provincias europeas, en una guerra gravísima, que hubiese puesto á prueba el genio de un nuevo César. Superar los Alpes á marchas forzadas, castigar á los panonios y á los nóricos que habían inSúbitamente,

se encontró

y á los germanos que habían invadido la Galla, sirviéndose de rápidas expediciones y de ataques vadido á

Istria

inesperados; restablecer

profundamente

el

orden en Tracia, donde tan

se había alterado, por los

cedimientos: tal era

el

mismos pro-

plan estratégico que

el

conquis-

tador de las Galias hubiese adoptado contra estos bárbaros de las montañas y de la llanura. Pero los tiempos los hombres habían cambiado. Augusto, que no que-

y

ría movilizar las legiones

de

ca, sólo disponía para estas

cinco de las cuales estaban

Siria,

de Egipto y de Afri-

campañas de fijas

en

la

trece legiones,

Galia y ocho en

y en Macedonia, sin que podamos precisar en qué punto (i). Ahora bien, á pesar de los continuos ejerci-

Iliria

(i)

Pfitzner, Geschichtc

dcr romischen Kaiserlcgioiien

oustus h¡s Hadrianus^ Lipsia, 1881, pág. 16.

vgii Aii-

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

4

cios, estas trece legiones la energía necesarias

vencibles to

tampoco

al frente

desde dir

al

ya no poseían

para servir

rápido genio de un nuevo César. ei'a

y

in-

Y Augus-

un nuevo César. Ya no queiía ponerse

de un ejército; sólo pretendía

lejos,

la resistencia

como instrumentos

dirigir la

guerra

por medio de legados. Decidió, pues, divi-

en varias partes

unas después de

el

trabaio por realizar y ejecutarlas

otras,

con prudente lentitud. Por de

pronto no se ocuparía de Panonia,

de la Nórica,

ni

ni

de

Tracia; lanzaría sobre los Alpes todas las fuerzas de que dispusiese; encargaría á Publio Silio

venciese á los vennonetos y á los

— después de que — de mar-

camunnos

char contra los trumplinos y los leponcianos este mismo año, si era posible, ó al año siguiente (i); se prepararía en seguida para romper vindélicios,

que era

marcharía un lle

la

ejército,

la coalición

más

de los retos y de los

Po

peligrosa. Del valle del

para entrar por Verona en

el

va-

Trento al valle del Eisack, enemigo por delante, rechazándole y per-

del Adige, replegarse por

y lanzado

al

siguiéndole á derecha é izquierda en los valles laterales,

capturando y matando á cuantos pudiera coger del pueblo rético, se dirigiría á la garganta c^el Brenner, para descender desde ella, siempre como un torrente devastador, hacia

el

Inn y

la llanura vindeliciana.

rante este tiempo partiría otro ejército de

bablemente de Besanzón,

y,

siguiendo

atravesaría para llegar hasta

el

el

la Galia,

Dupro-

curso del Rhin,

lago de Constanza

el

habría ya pasado.

país de los leponcianos, á

donde

Se apoderaría

Constanza, poseído entonces

del lago de

Silio

por tribus vindelicianas; luego, incorporándose

(i)

Oberziner, oò/a citada, pág';. 59-60.

al ejér-

AUGUSTO Y EL GRAXDE IMPERIO

5

cito de Italia, avanzaría hasta el Danubio,

entera la Vindélicia

(i).

sometiendo

Pero, para todas estas expedi-

ciones á las Alpes, á Penonia, á la Nórica y á Tracia,

necesitábanse generales jóvenes, audaces, inteligentes,

y de la energía necesarias para las guerras en las montañas y contra los bárbaros, siendo para éstas meaos necesario empeñar grandes batallas que perseguir en una interminable serie de pequeños combates, á un enemigo de extremada llenos de la salud, de la fortaleza

movilidad. Augusto, pues, había tenido razón en querer

remozar

gos á

los

la

república destinando á los

hombres de

más

altos car-

treinta á cuarenta años.

Desgra-

ciadamente, también en este punto se había visto obli-

gado á tener en cuenta

los prejuicios, las ambiciones,

los intereses, los celos de la antigua nobleza,

co fué píritu

muy ayudado

y tampo-

por las circunstancias y por el esla vieja nobleza en

de su tiempo, que enervaba á

lugar de comunicarla .nueva energía; de suerte que,

á pesar de todos

los esfuerzos

de Augusto, las hermo-

las altas capacidades

sas inteligencias

y

numerosas entre

los

miembros de

la

no eran

muy

antigua aristocra-

pompeyana que había desempeñado la pretura y el consulado. Al menos, Augusto hizo en este sentido todo lo que pudo. Sin duda por su consejo se vio este cia

año presentarse á los comicios, para el consulado del m\o 1 5, á L. Calpurnio Pisón, al que se cree hijo del cón-

(i) Cberziaer (Le guerre di Augusto contro i popoli alpini, Roma, 1900, págs. 99-101) paréceme haber demostrado que éste era el plan de la guerra. Pero poseemos tan pocos documentos sobre

toda esta campaña, que tenemos que contentarnos con simples conjeturas.

o

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

o

hermano de

sul del. año 58, y, por consecuencia,

la últi-

ma

mujer de César, Calpurnia, y tía de Augusto, aunque fuese más joven que éste, pues sólo tenía treinta y

Augusto quería hacer de él su legattis en Tracia. Luego escogió á Tiberio para mandar el ejército dos años

(i).

que, partiendo de la Galia, había de invadir la VindéliTiberio tenía entonces veintiséis años. Pertenecía

cia.

á una de las familias

más antiguas

é ilustres

de

la

aristocracia romana; había dado ya numerosas pruebas

de inteligencia y de actividad. Se le admiraba como un lo que había sido la nobleza en los

vivo ejemplo de

buenos tiempos de

empeñó él

ni

pretura

la

la república. (2).

En

fin,

este

año des-

Augusto, pues, podía hacer de

su legado y confiarle un ejército, sin violar las leyes las costumbres, sin cometer una imprudencia, sin

que se

acusase de favorecer por amistad á nadie

le

que no fuese digno:

(i)

Tácito, Ali., VI, 10:

al contrario,

patrem

ei

demostraba que no

Cetisorlum. Esta indicación de

Tácito nos induciría á creer que Pisón era verdaderamente hijo del

cónsul del año 58, que fué censor en

de Calpurnia. Sin embargo,

la

padre y hermana suscita dudas. años, en

el

el 50, y,

por

lo tanto,

comparación de su edad con

Como

hermano la

de su

Pisón murió á los ochenta

32 de la Era vulgar, había nacido en el 48 antes de ú once años después de casarse su hermana

Cristo, es de. ir, diez

él y su hermana lo menos veindiferencia. Sería temerario d«cir que de años ticinco ó fuese esto imposible, pues el cónsul del 58 pudo volverse á casar á los cincuenta años; pero siempre resultará una cosa extraordinaria.

con César. Así hubiese habido entre veintiséis

(2)

No

es

dudoso que, en su juventud y en su edad madura.

Tiberio revelase las

más

bellas cualidades.

No

es posible discutir

sobre este punto, pues existe acuerdo unánime en los historiadores.

El

mismo Tácito

lo

admite, no obstante su odio (An., VI, 51):

egregium vita famaquc, (pioad privatns, vel

iii

imperiis sub

Angus f

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO sólo en sus discursos

sino sinceramente

3'

y para cargos

7

sin importancia,

para grandes misiones, tenía con-

fianza en la juventud.

No

puede decirse

lo

mismo de

otra elección que hizo por entonces,

y que no estaba justificada constitucionalmente por los cargos ya desempeñados dos,

ni

personalmente por los servicios presta-

y que parece una

-primera infracción, ligera, es

pero peligrosa en

cierto,

el

mandar

constitucional

rigorismo

que Augusto deseaba restablecer.

Como

para

legatiis,

que, partiendo de Italia, debía de

el ejército

atacar en sus valles á los retos, escogió

al

hermano

menor de Tiberio, Druso, segundo hijo de Livia. Druso, que era un joven de veintidós años, había sido autorizado, como Tiberio, por el Senado, para eiercer las magistraturas cinco años antes de la edad legal, v /"«/Y.

Suetonio (Tiberio, 39) y Dión (LVII, 13) dicen que se maleó la muerte da Germánico. Por otra parte, su historia

después de

un hombre eminente, y también los rasgos de

entre los veinte y los cincuenta años es la de

como ya veremos. Los hechos de su

vida,

su carácter, que pondremos de manifiesto, nos revelan que Tiberio al

menos en

esta

época de su vida

tradición aristocrática,

— representaba muy bien

la



pura

y con una intransigencia que sólo podía en-

contrarse en un Claudio. Conviene, pues, tener presente un hecho principal: que,

aun entre

los historiadores

que

le

son más adversos,

no dudan en este punto, y todos convienen en que su juventud estuvo adornada de muchas virtudes y exenta de vicios. En este pun-

hay que colocarse desde luego, si se quiere comprender lo que un historiador alemán ha llamado «el enigma tiberiano». No se ha comprendido nunca á Tiberio, porque no se ha estudiado en detalle la parte de su vida que precede á su advenimiento al imperio y que es, sin duda, la más importante. La clave de su historia está íntegramente en los años en que Tiberio sólo fué un hijastro de Augusto y uno de los grandes personajes de Roma. to de vista

la figura

de Tiberio y resolver

GRANDEZA

"^

Y

DECADENCIA DE ROMA

gracias á este privilegio fué electo

cuestor para

el

Ahora bien, en Roma 3^a se habían visto ejércitos mandados por cuestores, pero por excepción, .^n circunstancias extremadamente graves, cuando no se había podido disponer de un magistrado de rango año 15

más

(i).

elevado. Estas circunstancias no concurrían en-

tonces. Si Augusto, que tenía á sus órdenes tantos an-

tiguos pretores y cónsules, confiaba un ejército á este

joven cuestor, que aun no había dado ninguna prueba de sus capacidades, sólo podía hacerlo por un favor inconciliable

con

la

forma y con

la

esencia de la consti-

tución republicana. ¡Pero Druso era un favorito de los dioses; todos los favores

le

parecían reservados!

Tiberio, poseía la belleza fuerte

Claudios

(2);

pero no era,

como

aristocrática de los

él

y como sus antepa-

sados, rígido, altanero, duro y taciturno rio,

Como

y

(3); al

contra-

Druso era amable y jovial, sabia hacerse amar, hasy viciosas, esas antigu?.s

ta de las personas escépticas

(i)

Dión Casio no nos da ningún informe sobre

riim de Druso; pero

podemos obtener

su cuestura en Suetonio (Claudio^ Ticque lionore, ditx Rhcetici, deinde 12)

nesta, lo,

II,

(3)

\)\

Drusus

Germanici

el

y en

efecto, sus

xcvii, 3,

bustos nos

lo

muestran

cursus

de su pretura i/t

ìioiio)'

de

quceslunc priTlit-

belli.

Suetonio (Tiberio^ 68) nos dice de Tiberio que

fratenué rio,

las fechas

èva.

así. \'^elej'o

fade

ho-

Patcrcu-

nos dice de Druso: pulchriiiido corporis próxima

fuit.

Muchos

escritores recuerdan estas maT.eras rígidas de Tibe-

que son un rasgo

del carácta- aristocrático en las

épocas aún

poco refinadas y que, por consecuencia, se le puede considerar en Tiberio como una tradición de la gran época aristocrática, como una prueba de que representaba bien, hasta en su temperamento, la antigua tradición de la nobleza romana. Dos siglos antes todos es-

taban habituados á ver

}'

á respetar en los grandes esta rudeza.

AUGUSTO V EL GRANDE IMPERIO

9

virtudes romanas que en su liermano parecían tan ás-

aun á

peras,

En

las gentes virtuosas.

romana siquiera

des —

por primera

él,

vez en Roma, las antiguas virtudes de

la

aristocracia

humanas y agradables (i). Druso ni entre tantas virtuposeía como su hermano

se hacían



defecto de ser demasiado aficionado

ei

También cuando Augusto

le

al

vino.

escogió este año para que

menor de Antonio 3' de como admiraque emanaba un divino es-

se casase con Antonia, la hija

Roma

Octavia,

concibió tanta simpatía

ción por esta pareja, de la

plendor de juventud, de virtud y de belleza. Casta, fiel, sencilla, abnegada, buena doméstica, Antonia poseía las al

graves virtudes de

mismo tiempo estaba

la

antigua mujer romana; pero

revestida de las hermosas cua-

lidades de la mujer nueva: la belleza, la inteligencia, la cultura,

que no habían conocido

las

antiguas genera-

Hermoso, joven, amable, republicano ferviente v admirador entusiasta de la gran tradición romana (2), ciones.

la época de Augusto parecía ya anticuada, y á mucha gente una impresión desagradable. Plinio (XXVII, 11, 23) fr/sf/scausaba le simtim... homniem; Plinio (XXXV, iv, 28) minime cornisi Suetonio

pero en

í Tiberio, 68.):

incedebat cervice rigida et obstipa: adductofere tmìfii,

plei-umque tac

'tus:

coque tardissimo...

nullo aut rarissimo et iani

Qua omnia

animadvertit Augustus in eo et excusare turai vitia (i)

esse.,

Vele/o,

cum proximis sermone,

ingrata, atque arrogantice. piena et tentavit... professus,

na-

non animi. II,

xcvii, 2-3:

Cujus ingenium utrum

cperibus an civilibus sufferecit artibus, in incerto

bellicis r.iag's

est:

morum

certe

dulcedo ac suavitas et adversus amicos cequa ac par sui (estimatio inimitabills fitisse dici tur. (2)

Esta es la única conclusión que puede obtenerse del obscuel cual, Tiberio hubiera

ro pasaje de Suetonio (Tiberio, 50), según

prodita eius (de Druso)

episttila,

qua sccum de cogendo ad

resti-

íO

GRANDEZA

DECADENCIA DE ROMA

Y

Druso poseía las nobles ambiciones que convienen á un hombre de insigne familia, y costumbres tan puras, que todos decían de

él

que se había casado en plena

inocencia y que siempre había permanecido fiel á su mujer (i). Amada por los grandes como por el pueblo,

hermosa pareja parecía realizar la unión de la la virtud romanas con la inteligencia y la gracia helénicas, que en vano se quería realizar en la literatura, en el gobierno, en la religión, en las costumesta

fuerza y de

b¡-es

y en

la filosofía.

No es fácil decir por qué razones Augusto se, decidió nombrar á Druso su legado. En cambio, es seguro que con este acto introdujo la primera grave pertur-

á

bación en

la

substancia

ción republicana, afecto, pues,

También

En

fin, la

misma de

la

antigua constitu-

Augusto -quería mucho á Druso; su

pudo

es pasible

intervenir bastante en su -decisión,

que cediese á

inteligencia

y

los consejos de Livia.

las virtudes del

ioven pudieron

haber vencido sus últimas dudas. Puesto que Drusa

prometía ser un gran general, y se necesitaban jóvenes psra dirigir una guerra, ^'no sería conveniente utilizar en seguida sus raras cualidades? Sin embargo, es indudable que Augusto no hubiese escogido á Druso por

amó

á su her-

.íjuetonio lo niega en este capítulo, los he7.r/í!j-,

Cum

cecidit fato cónsul uterquc pari

(2)

Ovidio, Tristes,

(3)

Ídem,

(4)

I-dem. id.,

id., IV^, I\',

IV, X, 6.

11,

113;

I\',

x,

7.

x, 21. X, 6^:

pcene mihi pucro.

AUGL'S'rO V EL i;R;VXÌ)E IMPEKll)

77

joven se había obstinado en contrariarlos. Dotado de

un gusto literario delicado, de imaginación sutil y viva, aunque superficial, de maravillasa agilidad de espíritu

y de natural y prodigioso

talento para versificar, Ovi-

dio no había estudiado derecho, sino poesía; se había

casado, pero para divorciarse en seguida, y vuelto á casarse para, divorciarse de nuevo (i); había sido triunwir capitalis

(2;,

decemvír litibus jiidicandis

(3);

dado sus primeros pasos en la cacuando se sublevó, contra la autoridad

pero, apenas había rrera política,

paterna, contra la tradición y contra la política de gusto. Renunciando sin disgusto

al laticlave,

Au-

no tardó

en volver á sus queridaa Musas, y acababa de publicar su primer volumen de poesías, los cinco libros de los

Amojrs bo.

en los que había dado

(4),

Tras

libre

curso á su ver-

y uniforme, la exquisi-

perfección laboriosa

la

ta ternura, la nobleza ideal de Virgilio; tras la perfec-

ción aún sófica,

más

laboriosa

y compleja,

contradicción y

la

la

Horacio, es una nueva fuerza

joven poeta en en

ja

río:

las

como

el

profundidad

filo-

atormentada de

la que'

penetra con este

la literatura latina,

se reñeja su época,

la

ironía

gran

una fuerza en

la

que

cielo inmóvil se refie-

aguas que se deslizan entre

las orillas

esta fuerza es lo que puede llamarse

el

de un

genio de la

Materia y forma, todo es fácil en esta poesía, que no tiene por eso nada de abandono ni de vulgar.

facilidad.



(i)

Ovidio, Tristes^ IV, x, 69 y sig.

(2)

ídem,

id.,

(3)

ídem,

id., II,

(4)

Teuffel-Schwabe, Geschichte der ronüschen Litteratni\\Á^

sia,

iSyo, voi.

I,

IV\ X, 33.

94.

pág, 563, §

2.

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

7*

Ante todo, Ovidio había querido fatigosa

y

monotonía exámetro empleado por Virgilio variedad de metros de Horacio; y había es-

y solemne

la difícil

ev-itar

la

del

cogido para su poema

el dístico elegiaco, que manejaba con mesura y elegancia. Tampoco el asunto tratado revestía gravedad; no lo inspiraba en la filosofía, ni en la

moral, ni en las preocupaciones políticas y sociales de su época; aliando siempre motivos convencionales y

hechos verdaderos, recuerdos

y recuerdos per-

literarios

sonales, había descrito la vida galante de las altas clases de

Roma

asigna

el

alrededor de una heroína, que llama Corina y de la que hace su amante. Esta amante, disfrazada con ese bello nombre griego, ¿ha existido verdaderamente? Y entre las aventuras en que el poeta se

tas,

primer papel, ¿cuántas son verídicas, y cuánen cambio, pertenecen á la ficción literaria? Será

difícil decirlo;

casi todas

pues

las descripciones

producen

la ilusión

de

la

son tan vivas, que verdad. Exactas ó

imaginarias, la significación de la obra es la misma,

para comprenderla iiay que recordar

la

y

época en que

se compuso, se publicó, se leyó y se admiró; hay que

pensar en que este

libro hizo célebre el

poco después de aprobar Augusto

tor

nombre

del au-

de mari-

la lex

tandis ordinibus y la lex de adulteriis coercendis.

tanta elegancia se burla de rribles

las

mo el

como

un cabo

le^/es,

espíritu

al otro,

y

y desenvoltura

el

Con poeta

sin decirlo, de estas te-

de todas las ideas y sentimiento que

habían inspirado, del tradicionalismo y del romanisque estaban entonces en voga. Aquí, para describir

triunfo del

Amor

sobre

complace en parodiar

la

la

sabiduría y

descripción de

el

pudor, se

una de

remonias más solemnes del militarismo romano,

las ce-

el

triun-

AU(;USTO V KL GRANDE IMPERIO (i);

después nos dice

la frontera, é

interpretando á su

de los guerreros victoriosos

fo

que Marte se ha ido á

79

manera, y no sin ironía, la leyenda de Eneas, el mismo asunto del gran poema religioso de Virgilio, afirma que,

como Roma ha

sido fundada por Eneas, hijo de Venus,

ciudad de Venus y del Amor (2): luego establece entre la guerra y el amor una relación que de-

debe ser

la

bía hacer temblar de indignación á Tiberio:

omnis amans,

Militai

et

habct sua castra Cupido

¡Luego hay que tributar tantos elogios á jan á las mujeres bonitas de

combaten á

los

germanos en

el

los

(3).

que corte-

Roma, como á

los

que

Rhin!

Ergo desidiam quicumque vocabat amorem Desinat

En una

(4J.

el poeta encuentra á su amante en donde ha ido con su marido (5); en otra describe una entrevista amorosa en una cálida tarde de estío: Corina ha entrado furtivamente en una habitación semiobscura, y Ovidio, que no escatimia los detalles, llega hasta el momento en que, según dice, lassi requievimus ambo (6). En otra parte deplora haber

un

(

poesía

festín

i)

(2)

Am.^

II,

I,

ídem,

1,

27

3'

sig.

Vil,

41-42. I.

(3)

ídem,

I,

IX,

(4)

Ídem,

I,

IX, 31.

(5)

Ídem,

I,

4.

Jü)

Ídem,

1,

5.

So

GRANDEZA Y DECADENCrA DE ROMA

dado una bofetada á su bella en un momento de cólera (i); enumera los tormentos de una lai;ga é inútil i^spera durante la noche, á la puerta de su amiga (2); indígnase varias veces y con todas sus fuerzas bontra las bellas

damas cuyo corazón no

interesado

es

completamente des-

se pierde en voluptuosas descripciones

(3);

de los cabellos de su bella

(4);

también se alaba franca-

mente de no haber ambicionado las «polvorientas recompensas» de lo=; generales, de no haber estudiado derecho, y en cambio, de haber aspirado á

la gloria in-

mortal de los versos, sosteniendo que ésta es más no-

y duradera que las demás (5); pero declara que la la manera de Virgilio es un trabajo harto penoso y superior á sus fuerzas. Prefiere hablar del amor en sus poemas (6). «No quiero— exclama excusarme de mis costumbres corrompidas... Reconozco que lo son» (7), «Laureles del triunfo, ceñid mi frente, que he vencido. Ved en mis brazos á Corina, vigilada por tantos enemigos, por un marido, por un guardián, por una sólida puerta...» (8). Pero, ^y la ¿e.v ynlia de adiiltci'iis} El poeta se preocupa aparentemente tan poco de ella, que, con pretexto de buscar pendencia á un marido demasiado celoso, se atreve á invectivar ble

poesía épica á



claramente á

(1

)

Am.^

I,

la ley.

7.

(2)

Llcm.

I,

6.

(3)

Jdem,

I,

8;

(4)

ídem,

I,

14.

(5

15.

I,

lo.

ídem,

í,

(6)

ídem,

II,

7)

ídem,

II,

IV,

(8)

ídem,

II,

XII, 1-3.

(

1

I

1-3.

Que

lea el lector la cuarta elegía

AUGUSTO Y EL GRANDE BIPERIO del libro

III,

y que

él

mismo vea

si,



en medio de estas

discusiones sobre las ventajas é inconvenientes de la lex de adiilteriis que ocasionaban los procesos escan-

contemporáneos no debían de considerar al marido que quiere obligar á su mujer á permanecerle fiel, como una personificación de la terrible ley. La dalosos, los

fantasía del poeta se entrega á tan libre curso en estas

descripciones vivas y coloreadas, que aún ho}^ sen-

timos placer en

cuando esas poesías se

leerlas; pero,

compusieron, cada una de sus burlas era otro

poema

adulterio, cuj^o

escribía Ovidio

tenía que haber sido castigado con

El

delito.

con tanto verbo, destierro

y la un ausubversiva, que minaba la

confiscación de bienes. Este

daz ensayo de literatura

poema

el

era, pues,

restauración del Estado emprendida por Augusto. ¡Y, sin

embargo, Ovidio había escrito este poema que

era admirado por la alta sociedad! Dión nos informa

exactamente:

espíritu público se inclinaba

el

indulgencia y á

la tolerancia. Si el

ahora á

la

partido de los tradi-

cionalistas hubiese seguido siendo el

más

fuerte,

como

durante los años precedentes, Ovidio no se habría atrevido á escribir este libro inmediatamente después de

promulgarse

tampoco

las

y como para comentarlas; y

le3^es,

se le habría admirado. Al contrario, Ovidio

era recibido en casi todas las grandes casas de

en en

la

Roma,

de Mésala Corvino, que no dejaba de alentarle

la

de los Fabios

puede decirse

si

lo era

(i)

Ovidio, Pont.,

(2)

ídem,

III, III,

(3)

ídem,

I,

Tomo VI

6;

VII,

I,

I

II, 6;

y

en

la

ya en

la

(2),

27 y

sig.

IV, 9.

sig.

de Pomponio

(3);

(i),

no

de Augusto. Se podía.

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

82

muchos signos

pues, ver en

pado en

las

la aristocracia

una

que, después de haber esca-

guerras civiles á una destrucción total,

romana parecía quererse

dejar morir en

especie de lento suicidio, en la indolencia, en

el

intelectualismo, en la voluptuosidad. Ovidio represen-

taba estas tres fuerzas que recomenzaban á actuar en

nueva generación, á medida que

la

la

paz hacía desapa-

y que

recer los recuerdos de las guerras civiles

la

influencia egipcia adquiría importancia, Pero, en pre-

sencia de esta disolución renaciente, Augusto no podía por dio

más

menos de comprender la necesidad de un remeeficaz que las leyes y los discursos. Para un ro-

mano cuyo nales",

espíritu estaba lleno de las ideas tradicio-

ningún remedio debía de parecer mejor que un

retorno á la política de expansión.

mana

La

aristocracia ro-

había conservado naturalmente todas las cuali-

dades intelectuales y morales que ahora se procuraban suscitar por medios artificiales, en tanto que había tenido ocasión de ponerlas de manifiesto en las guerras

y en

los

ciones resistir

asuntos diplomáticos. Encerrada en sus tradi-

como en una armadura

guerrera, había podido

á todas las fuerzas disolventes mientras pudo

desarrollar en la guerra

y en

la

diplomacia una peligro-

sa política de expansión. Pero esta armadura se deterioraba ria.

y

caía por

La paz



misma ahora que ya no

definitiva, el

término de

era necesa-

la política

de expan-

sión, inutilizaban, atrofiaban la antigua energía de la noblezp..

Ahora, pues, que existía cierta reconciliación

y las clases, en que la hacienda había mejorado bien que mal, y en que Roma podía tentar otra vez difíciles empresas, era preciso no dudar en acometerlas, no sólo para agrandar el imperio, sino

entre los partidos

AUGUSTO Y EL GRANDE HIPERIO también para gusto,

al

8-,

fortificar la disciplina interior.

Y

así

Au-

cabo de quince años de paz se convertía en

un militarista, como ho}'- diríamos; militarista moderado y prudente, como solía serlo en todo. En el número de

las

causas que deprimían á

la

nobleza haciéndola

perezosa y amiga de los placeres, figuraba la paz, que le quitaba toda ocasión de realizar grandes cosas. Era necesario, pues, abrirle nuevos

campos de acción y de

para que los jóvenes supiesen consagrarse á

gloria,

y no ya á componer solamente poemas ó á orillas del mar. Las campañas de Germania serían un remedio excelente para combatir la molicie que enervaba á la nueva generación y el antídoto más eficaz contra el veneno erótico que las poesías de Ovidio difundían entre la joven nobleza. Conla guerra,

á

erigir ricas v¿//as

viene no olvidar que,

si al

fin

de las guerras civiles se

había tenido que proceder á una restauración aristocrática del Estado, era singularmente

porque

la constitu-

ción aristocrática formaba parte integrante de la constitución militar. El imperio necesitaba

un

ejército para

y ¿dónde, sino en la aristocracia, podían encontrarse oficiales y generales? La verdadera escuela donde durar,

éstos se preparaban para la guerra

— puesto

que enton-

ces no había establecimientos públicos de instrucción militar

— era

la familia aristocrática: si la aristocracia

se agotaba, el ejército quedaría decapitado, por decirlo así.

No

por

Italia

es sorprendente, pues,

de conservar

la

que Augusto, encargado

antigua nobleza que consti-

tuía la mejor defensa del imperio, pensase que la paz

acabaría por hacerla demasiado perezosa, y que, para conservarla capaz de llenar su deber histórico, era necesario que hiciese vida de campaña, sobre todo en

una

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

84

los poetas como Ovidio la invitaban amor y á la voluptuosidad. Apenas Augusto estuvo de vuelta en Roma, se ocusin descuidar otras cosas menos importantes en pó

época en que al





preparar la invasión de Germania y en combatir al

mismo tiempo

la

ción aristocrcitica.

peto á

la

disolución progresiva de la constitu-

Comenzó por

dar un ejemplo de res-

constitución dando minuciosa cuenta al Se-

nado de todo lo que había hecho durante su ausenignoramos exactamente si al cia (i). Luego propuso Senado ó á los comicios una reforma militar que res-

— —

pondía á diferentes reclamaciones de los soldados, sin

duda para preparar las legiones á los peligros y á las fatigas que les esperaban en Germania. La ley precisaba algunas de las condiciones principales del servicio, que sólo se había regulado hasta entonces por costumbres

muy

vagas, lo que había permitido

al

gobierno conser-

var frecuentemente á los soldados demasiado tiempo bajo las banderas y abusar de sus servicios. ley fijaba definitivamente

el

La nueva

tiempo de servicio en

dieci-

años para los legionarios y en doce para los pretorianos: terminado este tiempo, unos y otros eran re-

séis

compensados, recibiendo, no ya tierras, sino una suma de dinero cuyo total desconocemos (2). En fin, inauguró el teatro le

curando

sin

poco

el

comenzado por César, y en recuerdo de su el nombre de teatro de Marcelo (3), produda con este piadoso recuerdo calmar un

dio

sobrino,

dolor inconsolable de Octavia; pero dio á enten-

(1)

Dión, LIV, 25.

(2)

ídem, LIV, 25.

(3)

ídem, LIV, 26.

— AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

_

^5

der por otra parte que no bastaba pertenecer á su familia para merecer la admiración pública,

como en

las

dinastías asiáticas. Tiberio, en los juegos dados al pueblo para solemnizar su regreso, sentó á su lado, en el

lugar reservado al cónsul, á Cayo, hijo de Agripa y de

que Augusto había adoptado y sólo tenía siete años, y todo el pueblo se levantó para aclamarle y aplaudirle frenéticamente. Augusto censuró sin rebozos Julia,

á Tiberio y

al

público

mismo

(i).

No

hizo nada por

com-

batir la indulgencia de la opinión pública en favor de los

adúlteros, pues esta indulgencia evitaba

dalos y castigos

muy

había propuesto

la ¡e,r

severos

(2).

muchos escán-

Además,

si

él'mismo

de adtilterüs, era contra su vo-

luntad y por verse obligado á

ello.

En

cambio, se esforzó

en remediar la decadencia senil del Senado, y apeló al remedio enérgico del reclutamiento forzoso. Tomó la lista de los caballeros, escogió á los jóvenes que tenían

menos de

treinta

y cinco años; hizo minuciosas inves-

tigaciones sobre su estado de salud, sobre su fortuna,

sobre sus aptitudes y probidad; se aseguró él mismo de que estaban bien constituidos; recogió testimonios sobre su vida

y

exigió á cada cual que confirmase ó des-

mintiese, prestando juramento, los resultados de la infor-

mación: y los que

le

parecieron poseer

la salud, la fortu-

na, la respetabilidad, la necesaria inteligencia, «los obli-



gó según nos dice Dión (3) á ingresar en el Senado», amenazándolos probablemente con expulsarlos del or-

(i)

Dión, LIV, 27; Suetonio, Atig.^ LVI.

(2)

Esto es

das adoptadas (3)

lo el

que demuestran

— como luego veremos — las medi-

año siguiente. Véase Dión, LIV,

Dión, LlV, 26.

30.

86

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

den ecuestre, si no aceptaban. ¡Tales eran las medidas adoptadas por este hombre á quien todos los historiadores han atribuido quía! Mientras

que

proyecto de fundar una monar-

el él

sólo hubiese tenido que cruzarse

de brazos y dejar que

y

la aristocracia

el

Senado se

descompusiesen completamente para encontrarse algún

amo

día con su familia

de Roma, de

los

medios para comunicar vigor á

y del imperio. empleaba todos

Italia

Al contrario, hacía todos los esfuerzos,

la aristocracia

ago-

tada y fortificar al Senado que se debilitaba, es decir, para reforzar á los que, entonces como siempre, eran el principal obstáculo para la fundación de

Pero Augusto, como podía concebir que

una monarquía.

todos sus contemporáneos, no

mundo romano

el

dejase de tener á

cabeza su glorioso Senado y que fuese privado de su gran aristocracia. En fin, cuando Agripa estuvo de rela

greso, elaboró con

él

un ingenioso y

original

plan

de guerra, cuya concepción pertenecía sin duda á Agripa. Tratábase de invadir á Germania por el Ems y el

Weser. Lo que hacía

difícil

la

invasión de Germania

era singularmente la falta de caminos, que obligaba

á dividir los cuerpos de ejército y á exponerlos así á las sorpresas y emboscadas. Todos los grandes ríos ofrecían anchas, cómodas, magníficas vías de comunicación, por las cuales podían penetrar tranquilamente los

grandes ejércitos en

el

corazón mismo del país enemi-

go, llevando consigo todo lo necesario,

siones de trigo

(i)

(i).

Hay en Dión

Sólo se trataba de construir bastan -

(LIV,.32)

expedición de Druso hecha en Norte. Estrabón (VII,

i,

armas y provi-

3)

una alusión confusa á una primera año 12 por las costas del mar del

el

nos informa que Druso remontó con algu-

87

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

mar del Norte ambos ejércidesembocadura de los dos ríos,

tes navios. Al llegar por el

tos podrían buscar la

remontarlos, y llegar

al

construir fácilmente en

corazón del el

Ems y

en

territorio el

enemigo,

Weser dos cam-

pamentos para comenzar la conquista del interior, mienque al mismo momento un cuerpo de ejército cruzaba el Rhin y se dirigía al Ems. Avanzando así pau-

tras

latinamente los cuerpos de ejército que habían seguido el

Ems,

con los que fuesen por el Weser, y siguiendo anchos caminos guar-

se encontrarían al fin

Rhin y por

el

nos barcos

curso del Ems, sin decirnos exactamente en qué época;

el

pero seguramente fué en historiadores aluden á

el

año

12,

puesto que es

como

riadores inducen á considerar esa expedición del plan de guerra,

y

único en que los

el

una expedición marítima de Druso. Los

el fin

la

histo-

primera parte

perseguido sería la sumisión de los

friso-

nes y de las poblaciones coeteras. Pero es evidente que la sumisión de ellos y de ellas tenía mucha menos importancia que la conquista del interior de ría

Germania, objetivo principal de

cómo por

la guerra;

y no se

tan pequeño resultado hubiese abierto Druso

explicacanal,

el

que era un trabajo gigantesco, y construido una gran flota; y por qué se hubiese expuesto en seguida á los peligros de la navegación en

mar del Norte. Tantos trabajos debían responder á un más vasto, y por Tácito sabemos que éste no era otro que el

dicado.

después

En

efecto,

nos dice que Germánico procuró realizar

de_ Cristo el plan

precedentemente

hemos

el

atribuido á

de su padre: An.,

eadem

sjtm patrem, ut se

aiisiim...

l\,

juvaret.

Y

%:

proj'-ecto

in-

año 16

precatusqice

Dru-

Tácito ha expuesto

plan de Germánico, que es, precisamente,

Augusto y Agripa: Germanos...

hidibus, brevi aestate et praemattira hieme:

ya

el el

suum

el

jiiva?-i silvis,

?n!litem

que

pa-

haud pe-

rinde vulneribus, qiiam spatiis itinerum, damno armorum

adfici...

ad insidias, defensanmare intrettir, promptam itsis possessionem et

longn'm impedimentorum agmen, opportutmm tibiis iiiiqnum.

At

si

hostibus ignotam: sirnul bellum maturius incipi, legionesque et com-

meatus pariter

minum media

vehi,

integrum eqiiitem eqnosque per ora et álveos flu-

in Germa?iia fore.

88

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

necidos de castillos, se podría unir el

Ems

al

Weser y quizás también

el el

Rhin

Weser

al

Ems,

al Elba.

Así se pasaría alrededor del cuerpo bárbaro de Germania

una cadena de pre

al

hierro,

que

lo tendría sujeto

poder de Roma. Pero,

si

por siem-

adoptando este

plan,

no

se hacía correr grandes riesgos á los ejércitos en las re-

giones desconocidas, en cambio era preciso salvar otros peligros

menos

no despreciables, al avenromanos en el mar proceloso desembocadura del Rhin á las

graves, pero

turar los ligeros barcos

que se extiende desde la Ems y del Weser. Para eludir este peligro parece que hubo idea de abrir un canal entre el Rhin y el Issel, de manera que por ese canal y por el Issel pudiese penetrar la flota romana en el Zuiderzée y llegar al mar del Norte por el río que entonces ponía en comunicación ese lago con el mar. Druso recibió orden de preparar una flota y de que las legiones abriesen el canal. del

x^^ «Hsec est Italia diis sacra».

como Augusto ocupó de nuevo

Así es cia

romana

— reconstituida

una gran empresa diplomática y las realizadas

á

la aristocra-

tras las guerras civiles militar,

con tanto éxito durante

— en

semejante á

los siglos prece-

emromana había aumentado duran-

dentes. ¡Cuántos sucesos iban á depender de esta presa!

La

te siglos

aristocracia

su prestigio, sus riquezas y su poder, gracias yá unos guerreros afortunados

á una hábil diplomacia

que habían domeñado, despojado, destruido tantos reinos y Estados. Durante siglos enteros había extendido su dominación sobre Roma, sobre

Italia,

sobre la cuen-

ca del Mediterráneo. Pero ¿sería capaz de hacer de

la

y de Germania un nuevo instrumento de gloria y de fuerza, como lo había hecho ya de Macedonia, de Galia

Asia Menor, de Siria y de otras grandes provincias?

Esta nueva prueba iba á ser decisiva; pues, ante

la aris-

tocracia que podía representar en lo porvenir la políti-

ca de expansión, se veía organizar rápidamente en Italia

otra clase que aspiraba, en cambio, á la elaboración

interior,

que deseaba reorganizar y explotar

el

imperio

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA



conquistado en vez de ensancharlo, empleando todas las fuerzas

de que

la religión,

La

clase

hombre

el

materia y sobre

la

desde

el espíritu,

la industria

media de

se sirve para obrar sobre

desde

el

comercio hasta

hasta

la

administración.

los propietarios, de los naercaderes,

de los intelectuales que se estaba formando en desde un siglo antes en medio de tanta

crisis,

Italia

realizaba

y desde una á otra punta de la peníncomenzada en tiempo de los Gracos. Des-

definitivamente sula, la obra

de hacía quince años eran sus progresos tan considerables por

que

el

núm-ero, por la cultura y por la riqueza, ya no lograba dirigir toda su vida

la aristocracia

intelectual,

moral y económica. La aristocracia, gracias el ejemplo de Au-

á la protección que ejercía siguiendo gusto, de

Mecenas y de Agripa, aún dominaba

la alta

cultura: la poesía, la historia, la filosofía. Entre los jó-

venes pertenecientes á familias de modesta fortuna que habían estudiado durante

la

revolución y querían ejer-

cer la profesión de escritor ó de filósofo, nadie aproba-

ba ya

que Horacio se había dedicado á

los escrúpulos

combatir en sus epístolas; los

que aspiraban á

la

gún gran personaje

se hacía

Augusto, sino todos

al

contrario,

el

número de

protección de Augusto ó de al-

más

considerable;

los ricos señores

no sólo

que poseían me-

dios de albergar y mantener á los literatos

y

eruditos,

se transfiguraban á los ojos de los intelectuales pobres

en semidioses dignos de admiración casi religiosa El

mismo Augusto

(i)

Ovidio, Pont.,

Nam

I,

(i).

se convertía sin quererlo en arbitra

IX, 35.

tua non alio coluit penetralia ritu. Terrarum dóminos quam colis ipse déos.

AUGUSTO Y EL GRANDE m?ERIO de las bellas

9^

pues todos, deseosos de captarse su

letras;

benevolencia, procuraban adivinar sus gustos y escribir

cosas que crear

un

le

agradasen. Así,

como

seguía pensando en

teatro nacional, todos querían escribir trage-

y estudiaban el arte dramático (i). poesía lírica y la dramática, que sirven poco

dias ó comedias,

Pero,

si la

para gobernar á los hombres, estaban en poder de

la

nobleza, otros dos géneros de estudios que son instru-

mentos de dominación mucho más importantes,

la elo-

caían — en

parte al mecuencia y la jurisprudencia, en poder de los intelectuales y de la clase media, nos que las transformaban y hasta se servían de ellas con-



tra la aristocracia.

sucitó la

¿e.v

Como ya hemos

por los actos de asistencia las

visto,

Augusto

re-

Cynthia, que prohibía obtener retribución legal.

Esta ley era una de

fundamentales del régimen aristocrático; pues, im-

pidiendo

la

formación de una clase de abogados profe-

sionales, hacía de la asistencia legal

un deber

cívico

y

un monopolio de las clases ricas. Pero hacía bastante tiempo que la dificultad y el número de los procesos aumentaban con

la

complicación de las leyes y el desy económica, mientras que el

arrollo de la vida social

número de

las familias

ricas

disminuía, así

como

el

tiempo que podían consagrar á los asuntos judiciales. Para defender las causas ó para responderé^ cavere^ scribere (tales eran las tre^ funciones del jurista)

bastaba ya, reglas de

como en

derecho; ahora se necesitaba una prepara-

ción especial y estudios largos y difíciles. Pero

jóvenes seguían

(ij

no

otro tiempo, conocer tres ó cuatro

el

Horacio, Ep..

II,

muchos

ejemplo de Ovidio, y abandonaban

i,

219 y

sig.

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

92

la jurisprudencia por trabajos

más

atractivos

aristocracia romana, que había de gobernar

no podía además

(i). La mundo,

y juzgar todos los Muchas personas, pues, tenían que á abogados profesionales que cobraban, y de

procesos de recurrir

el

estudiar, discutir

Italia.

que la lex Cyiithia no podía librar á Italia. En efeccuando se tenía un proceso era preferible buscar un abogado mercenario á quedarse sin un patrono desinteresado (2). En fin, había otro inconveniente no menos grave. Augusto se encontraba de tal manera sobre los demás senadores por su renombre, por sus riquelos to,

zas y por su prestigio, que infinito número de personas se dirigía á él para consultarle ó para tenerle como

abogado: todos sus veteranos, todos sus colonos, to-

dos

los

que habían colocado su imagen en

el

número

de sus dioses Lares, creían tener derecho á recurrir á él

en sus procesos, aún en los

á una providencia

universal.

más Pues

insignificantes,

como

Augusto

se en-

bien,

contraba colocado por tantas demandas en una situación embarazosa.

No

podía atender á todas; no quería

(i) Horacio {-Ep.s I. iii, 23 y sig.) nos demuestra que la jurisprudencia ya no era en su época más que uno de los numerosos estu-

dios á que se consagraban las clases cultas, lo que explica la deca-

dencia

del antiguo

patrocinhmi de

la aristocracia.

Seu linguam causis acuis seu civica jura Responderé paras seu condis amabile carmen

(2)

Por ejemplo, Torcuato, á quien Horacio consagra

la

quinta

uno de esos abogados profesionales que se habían hecho tan numerosos, como lo demuestra, por otra parte, la tentativa realizada para hacer más eficaz la

epístola del libro primero, parece haber sido

lex Cytühia.

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

93

darse aires de monopolizar lo que, según la tradición, era

uno de

los privilegios

más antiguos de

la

nobleza;

por otra parte, no estaba bien versado en derecho para responder á todos los puntos que se

cierto

Augusto pensó

trance,

salir del

número de

blemente

— de

suyo á todos

sometían. Para

en encargar á

juristas expertos

responderé los

le

al fin

ó

— senadores, proba-

emitir opinión

que se dirigían á

él

en lugar

en alguna cues-

La solución era ingeniosa; pero así aumento en los abogados de carrera, demos-

tión de derecho (i).

como

el

traba que la aristocracia se dejaba perder este podero-

so instrumento de dominación. Sin duda tenía aún en

sus

filas

(i) to

(I, II,

grandes juristas y oradores: entre

Creo que así se ha de interpretar

Primus Divus

47)

el

los juristas

famoso pasaje del Diges-

Atigiisüís, ut maio?- inris auctoritas-

haberetur, constituit ut ex autoritate eius responde7'ent. Esta cuestión

á&\jus respondendi es bastante obscura. Pomponio parece no

haberse dado suficiente cuenta de las transformaciones históricas

que había sufrido esta institución y nos la muestra en su origen demasiado semejante al modelo que tenía ante los ojos. No me parece posible que en tiempos de Augusto concediese j^a el príncipe éíjus^

no se explicaría cómo Calígula (Suetonio, Cal 'gula, 34) hubiese tenido la idea de dictar esta disposición, ne qui respo'iidere possent, prctter eum. Además, el estudio y la práctica de la jurisprudencia eran en la nobleza una tradición antiquísima respoftdeiidi Si así fuese, .

para que Augusto bleza, pensase

,

que de

tal

manera buscaba

el

favor de la no-

en abolirla bruscamente, en un terreno donde

na

tenía grandes dificultades políticas y, al contrario, estaban adscritos tantos intereses privados de todas las clases. Antistio

Labeón

respondebat, pero cuesta trabajo suponer que este conservador rígido,

que

ni siquiera quería aceptar el

gusto, fuese

con

la

uno de

los

consulado como merced de Au-

que ejercieron

autorización, ex autoritate

,

la

jurisprudencia en nombre,

de Augusto. Nada nos prueba

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

94

más sabio y profundo; enademás de Mésala y Asinio

figuraba Antistio Labeün,-el tre los oradores estaban

Folión, que era 3'a de cierta edad, Lucio Arruncio, Quinto Aterio, Paulo Fabio Máximo que se preparaban

para solicitar

el

consulado en

de Mésala, que seguían

el

año

las trazas

11, los

dos hijos

de su padre, y

el

mismo Tiberio. Pero, si Labeón era el más íntegro, el más sabio, el más respetado de los juristas de su tiempo, no era el más influyente. Demasiado rígido, demasiado afecto á sus principios aristocráticos, se obstina-

ba en no reconocer las nuevas tendencias de la legislación de Augusto, que consideraba como muy revolucionarias y, aunque invitado por el princeps, se negó á

tampoco que

las

responsa de estos juristas que hablaban ex aritori-

tate de Augusto, hayan tenido valor legal: esto no podía ser, pues se hubiese necesitado toda

vemos que éste sólo

se

una organización

haya realizado en

la

judicial

romana, y no

época de Augusto. La reforma de

puede explicarse como un recurso para desempeñar

beres jurídicos que

le

incumbían, según

los de-

como á cualpara un hombre

la tradición,

quier patricio, y que eran singularmente difíciles célebre como él y poco versado en jurisprudencia. Hizo para las

consultas lo que los textos nos dicen que hizo para las asistencias

en los procesos: cuando no podía desempeñar personalmente este

encomendaba á un amigo. No hay que olvidar que toel pueblo como buenos conocedores de las leyes, que si sólo cierto número de ellos se consagraban especialmente al estudio de la jurisprudencia, casi todos solían trabajo, se lo

dos los nobles romanos pasaban pa a

la gente baja sobre cuestiones de derecho, y que muchos se dirigían á Augusto. He supuesto que los juristas encargados por Augusto de responder en su lugar eran senadores, porque Pomponio pone empeño en dar á entender que Masurio Sabino era un caballero; era, pues, necesario que el caso fuese inusitado. Por lo

ser consultados por

mismo, te

sería posible

ayudar á

que Augusto hubiese querido con

los senadores á salvar sus privilegios.

este expedien-

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO presentar su candidatura para

el

95

consulado

(i);

prefe-

pura y los estudios al ejercicio de la profesión; pasaba hasta seis meses del año en el campo (2), ría la ciencia

donde componía aquella famosa biblioteca que había de constar de cuatrocientas obras de derecho, y que había de legar su nombre á la posteridad (3). No era, pues, á éste al que Augusto podía consultar en las cuestiones de derecho cuando tenía que ayudarle algún jurista, como en la época que elaboró las leyes sociales. Su consejero legal era Ateyo Capitón, hijo de un centurión de Sila, menos sabio y célebre que Labeón, pero que procuraba adaptar la tradición á las nuevas necesidades. Así, el respeto

y

poder se dividían, como siempre su-

el

cede cuando una aristocracia se consulto de

la

nobleza obtenía

y

d-ebilita,

respeto,

el

juris-

si el

el

juriscon-

sulto de las nuevas clases conquistaba influencia.

Y

cosa más grave:

la

nueva y rigurosa aplicación de

la

lex Cynthia obligaría á la nobleza á defender gratuita-

mente en

(i)

el

tribunal á las clases media

Tácito (An.,

impidió á Labeón

Labeo

dice: cir,

III,

nos dice que

75),

ser cónsul; pero

el

noluit, ciim offerretur el

la candidatura).

Pero

j'^a

se

la

y pobre, pero

oposición de Augusto

Pomponio

{Dig.,

I, 11,

47) nos

ab Augíisto coitsulatus

ha visto precedentemente

que Augusto debía imponerse para vencer

la repulsión

el

(es de-

trabajo

de los grandes

cuando se trataba de aceptar las magistraturas. Luego es la versión de Pomponio la que parece verdadera. Cuando los hombres de vaeran tan raros, Augusto no podía oponerse á la candidatura de un hombre como Labeón. Si éste no aceptó es que deseaba consagrarse á sus estudios. Tenemos ya un ejemplo de la manera como Tácito altera sistemáticamente los hechos para hacer antipáticos á

lía

todos los emperadores. (2)

Pomp., Dig., L

(3)

ídem, Dig.,

II,

I, 11,

2,

2,

47; Aui. Gel., Xllí, x,

47.

i.

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

96

ya no aseguraba á

los

dadera recompensa

grandes

este valle del fin,

Po vecino de

los

campos de

batalla.

En

este valle situado entre la Italia central, la Galia

las provincias del

y

Danubio, podía enviar con facilidad

sus productos á las provincias bárbaras de Europa y á Rorua.

Todas

un rápido pro-

las condiciones favorables á

greso económico, se encontraban, pues, reunidas

de

la fertilidad

la tierra, la facilidad

allí:

de comunicaciones,

abundancia de capitales y una población numerosa, activa, inteligente. La clase media, pues, mejoraba los

la

cultivos, perfeccionaba las industrias antiguas introdu-

ciendo otras nuevas, y daba al comercio más extensión. Las lanas más estimadas en Italia todavía eran las de Mileto, de la Pulla

pietarios

de

las razas, se

la

Cisalpina,

y de Calabria; pero los proaumentando y mejorando

preparaban á ponerse en primera ñla con

de Aitino, con las blancas lanas de Parma y de Modena y las lanas negras de Pollentia (i). En los las lanas

Alpes recién conquistados, en

el

Apenino

ligur

y tam-

bién en los alrededores de Ceva, se procuraba fabricar

quesos para exportarlos á

Roma

(2).

En

todas partes

se plantaban árboles frutales que durante los diez

anteriores se habían importado de Oriente,

rezo de Lúculo

donde en



y parece que

fué en

como

el valle

el

ce-

del

Po

se hicieron las primeras tentativas para aclimatar

Italia el

(i)

(3);

años

melocotón, que los veteranos de Antonio

Columela, VII,

2:

Generis eximii milestas, calabras, apuìas-

que nostri existimabant, earumque óptimas tarentinas. N'irne galli-

ca pretiosores

Itabentur, etc.

(2)

Plinio, XI, xcvii, 1.

(3)

Plinio,

XV,

30.

Véase Estrabón, \,

i,

12.

IO?

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO trajeron sin

duda de Armenia (i). Por toda la Cisalpina se

dedicaba

gente á cebar cerdos para abastecer á

y

la

Roma

fabricar vino para embriagar á los bárbaros de las re-

giones del Danubio. taba,

Roma

Á

medida que

necesitaba

antiguo eran éstos hacía, pues, venir

más

la

riqueza

cerdos, pues en

el

aumen-

mundo

principal alimento de la plebe; se

el

muchos

del valle del Po,

donde había

maravillosos bosques de encinas que podían criar in-

mensos rebaños. El enriquecimiento de Roma fomentaba también esta rama de la agricultura (2). Era ya en el valle del Po donde se hacían las vendimias más abundantes, donde había más ricos mercaderes de vino y más grandes toneles, que por su tamaño se habían hecho proverbiales (3). Verdad es que el vino era mu}'' ordinario; pero se vendía á los bárbaros de las provincias del

Danubio, que aún no eran finos catadores. Se

le

transportaba en toneles conducidos en barcos, que des-

cendían

el

Po, atravesaban

el

Adriático

y desembarca-

ban en Aquileya; desde Aquileya se transportaba en carros hasta Nauport, hasta el Danubio (4). Sin embargo, algunos vinos de la Italia del Norte también

(i)

una

Lo que nos induce á

creerlo es

que en tiempo de Plinio había

especie de melocotón ila,ma.do ga/líc a. (Plinio, I/.

(2)

Estrabón, V,

(3)

ídem.

(4)

Véase Estrabón, V,

i,

comen-

A'.,

X\^

xi, i).

12.

i,

8,

y Estrabón,

IV, vi, 18. El primero

de'estos textos nos informa de que los ilirios que vivían en

el

Da-

nubio acudían á Aquileya para comprar aceite y vino; el segundonos da el itinerario que seguían las mercaderías de Aquilej'a para llegar al Danubio.

Luego

es verosímil

en Aquileya se vendía á los

ilirios

según nos dice Estrabón (V,

i,

que gran parte del vino que

procediese del valle del Po, donde,

12),

se'cosechaba gran cantidad.

io8

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA los ricos romanos y á figufamosos vinos de Grecia y de la Italia

zaban á ser apreciados por rar al lado de los

meridional. Livia, por ejemplo, sólo bebía vino de Istria (i).

Otra fuente de riqueza para

la Cisalpina era la

madera, cada vez más solicitada: necesitábase para

la

navegación, que iba en progreso, y para las ciudades, que se agrandaban. Cortábanse los abetos en la monta-

ña y se

les

hacía descender por los ríos hasta

el

Po; lue-

Po y por la fossa Atigiísta, el canal que aparentemente había abierto Augusto, llegaban hasta Rá-

go, por el

vena, desde donde se expedían á todas direcciones

y hasta Roma

como

provecho

(4).

Como

y

(5)

El olivo enriquecía á ciertos países

(2).

El lino también se cultivaba con gran

Istria (3).

Antiguas industrias, como

la

de

lana en Padua

la

(6)

la del hierro

en

volvían á explo-

tarse y renovarse; la clientela se extendía hasta Roma, donde Padua vendía muchos tapices y capas (7); otras

industrias

como

la cerámica,

naciente en este país, rea-

lizaban rápidos progresos. Parece que se fundó una fábrica en Polesina, la de los Atimetos, cuyas linternas se vendían hasta en

Asti

y en Pollentia

(9) se fabricaban copas

H. N., XIV,

(í)

Plinio,

(2)

Nissen,

gina 170; voi.

Pompeya y en Herculano

VIII,

II

XV,

(3)

Plinio,

Idem, XIX,

III,

III,

Berlín, voi,

xxii, 2. I

(1883), pá-

XXXIV,

(5)

Idem,

Estrabón, V,

(7)

ídem, V,

I,

(S)

P^orcella,

Le

2.

9.

i,

(6)

i,

xl,

3.

7.

12.

i/iduslrie e il

ni^ Milán, 1901, pág. 26. Plinio,

Véase también

en

(1902), pág. 252.

(4)

(9)

i.

Italische La?uieskunde,

(8);

que iban á

XXXV,

xLvi,

3.

commercio

ci

Milano sotto

i

Roma-

AUGUSTO Y EL GRANDE hacerse célebres; estabi en

la fábrica

el valle del

I09

IMl'ERIO

de Acón, que según parece

Po, exportaba á la Galla transal-

pina y á las provincias del Danubio sus elegantes cerá-

micas grises y amarillentas (i); taba á la Galla narbonesa y á

de Gn. Ate3'0 expor-

la

la transalpina;

pero no

es seguro que esta última fábrica estuviese en la Cisal-

pina

(2).

En

fin,

ciudades situadas á

las

vía Emilia, Turín, en

lo largo

punto mismo donde

el

el

de la

Po

se

hace navegable, Ticino, que es hoy Pavía, se aprovecha-

ban cada vez más de

los

cambios comerciales; Aquileya, ella partía todo el comercio

sobre todo era próspera: de

que se realizaba con

Todos

las regiones del

Danubio

(3).

estos comercios é industrias no requerían des-

muy

grandes capitales y los importantes beneficios que obtenían aumentaban el bienestar de la mede luego

diana burguesía en toda tierras eran

menos

la Cisalpina.

fértiles

no era más escabroso,

en

Al contrario, las

la Italia central, el terre-

más pequeños y menos menos densa é industriosa; el peligro del hambre era mayor; se estaba más distante de las grandes provincias bárbaras. Su única ventaja consistía en estar más cerca de la metrópoli. En ella había más número de grandes propietarios que vivían lejos, y la clase media era menos próspera y los ríos

fácilmente navegables, la población

numerosa. El Piceno, que estaba demasiado aislado

(í)

Déchelette,

ne, París, 1904,

I,

Les vases ceramiqííes

or/ie's

de la Gaiile romai-

16.

(2)

Déchelette, ob.

(3)

Estrabón, IV,

(4)

Véase Nisse, Italische Lajidesk/i/ide,

pág. 411.

(4),

cit.,

págs. 31-41.

vi, 18.

Berlín,

1902, voi.

II,.

— no



GRANDEZA Y DECADENCIA

DE-

ROMA

vivía singularmente de los productos de su torio

(i);

plotando sus maderas rro de la isla de Elba

(2) (3);

y

famosas minas de hie-

las

en Arezzo había fábricas de

cerámica que databan de muchos de

fértil terri-

Etruria realizaba considerables beneficios ex-

la Galia les

siglos.

La conquista

había procurado nuevos clientes, los

ricos galos querían seguir la

moda romana

hasta en los

(4), Las canteras de mármol en las hoy las canmontañas que están más arriba de Luni teras de Carrara explotábanse nuevamente; Roma y las demás ciudades de Italia solicitaban mucho el már-

utensilios caseros



mol para su embellecimiento, y el de Luni, limpio y como el mármol griego, podía competir con él

bello

por las facilidades del transporte

medida que

(5).

Pero en seguida, á

se descendía hacia la Italia meridional, los

grandes bosques,

grandes dehesas de pasto, los

las

grandes rebaños pertenecientes á un pequeño número

de propietarios muy ricos hacían á la población menos densa y á las ciudades menos florecientes, hasta el punto de no poder vivir en ella una mediana burguesía. La Campania y las tierras circundantes formaban como

un al

oasis maravilloso,

fértil

en vinos y en aceites, y é industrial. Por todo

mismo tiempo muy comercial

(i)

Estrabón, V,

(2)

ídem, V,

(3)

ídem, V,

(4)

Déchelette, c¿.

(5)

Estrabón, V,

1902, voi. esta época,

II,

el

iv, 2.

u, 5. II,

6. cif., 11,

5.

I,

págs. 10

y

sig.

Nissen {ítalische Laiideshmde, Berlín,

pág. 285) sostiene con buenos argumentos que, por

mármol de Carrara comenzó á estimarse y á empleart¿^ Italia, y en seguida en todo el imperio.

se mucho, primero en

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO Pouzzolo se oía

más

ciábanse ricos

ruido de las herrerías

allí

el

Cécubo y

en las ánforas;

allí

las

el

(i);

los

I

dos vinos

Falerno, enran-

también construían los

romanos sus más suntuosas

con

fo

el

célebres de Italia,

II

villas.

Y

el

gran gol-

ciudades florecientes de Pompeya, de Hercu-

lano, de Ñapóles, de Pouzzolo, se abría hospitalario á los barcos

que venían de Oriente y de Egipto. Merca-

deres de todos los países, nos, se enriquecían en

Roma y

el

sirios, egipcios, griegos, lati-

comercio que se realizaba en-

y sobre todo en el comercio con y con España (3); y construían bellas moradas en estilo alejandrino, como las que se ha encontrado en Pompeya. Aun saliendo de la Campania, se encontraban aquí y allí otros pequeños oasis, ciudades tre

Egipto

Oriente,

(2)

rodeadas de plantaciones de olivos ó de viñedos,

como

y Venusa (5); y ciudades como Brindisi, que tenían ya alguna industria antigua ó algún recurso Venafre

(4)

comercial

da de

(6).

la vía

Pero en todo

el resto,

á derecha é izquier-

Apia, único camino frecuentado, sólo había

vastas propiedades casi desiertas y cultivadas por escasos esclavos; grandes bosques solitarios que la falta de

caminos impedía explotar; parcelas abandonadas

del

ager piLblicus de Roma, que nadie quería; ciudades en

(i)

Diodoro, V, 13.

(2)

Véase Suetonio, Augusto., 98; Estrabón, XVII,

(5)

Estrahón,

(4)

Plinio, XVII, IV, 31.

III,

11,

i,

7.

6.

Por

lo

que concierne á

la

prosperidad de

Venafre, debida al cultivo del olivo, véase Nissen, Italisclie Latidesk/íude, Berlín, 1902, voi.

II,

(5)

Estrabón, VI,

(6)

Plinio, IX, Liv, 169;

xvii, i6o.

i,

págs. 796 y sig.

3.

XXXII,

VI,

61;

XXXIII,

ix, 130;

XXXIV,

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

112

Otro tiempo florecientes y que ahora sólo estaban semi-

pobladas

(i).

Menos candidos que

antiguos no se forjaron sobre

los

modernos, los

la Italia

meridional las

ilusiones que acarician los italianos del siglo veinte,

y que M. Fortunato se ha esforzado vanamente en disipar; habían comprendido que, si él valle del Po era un

trozo magnífico de la costra terrestre, la Italia meridional valía

mucho menos,

lada por

el

á pesar de no verse aún deso-

azote ten'ible de la malaria. Situada fuera

de las grandes vías de comunicación, despoblada durante los siglos anteriores por las guerras, pobre en capitales é incapaz de acumularlos de nuevo, til

— excepto

algunas

regiones — regada por

poco ríos

fér-

pòco

numerosos y sin importancia, erizada de abruptas montañas, la Itafia meridional no había podido reponerse de las terribles devastaciones de los siglos preceden-



más importante era todavía después de tantos siglos, y así como en los comienzos de la historia de Roma y como hoy mismo en Teias y en las relos grangiones más incultas de los Estados Unidos tes.

El recurso



des rebaños de carneros y de bueyes, que erraban sin abrigo, conducidos todos los inviernos y veranos por

montaña á la llanura y de la llanura á la montaña. La aristocracia romana y un pequeño número de propietarios muy ricos, se dedicaban á esta cría. Sin duda las pieles y la lana se vendían en las ricas ciudades de la Campania y en Roma; pqro,

robustos esclavos de

la

podían obtener algún provecho, esta cría de rebaños sólo servía para hacer estéril,,

si

los grandes-propietarios

despoblar y empobrecer toda

(i)

Estrabón, V,

iv, ii; VI,

i,

2.

la Italia

meridional.

"3

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO Tal se ofrecía

Italia

en

la

aurora incierta de una nue-

va época, al través de las últimas nubes dejadas por la gran tempestad de la época republicana y bajo el primer rayo de la pax j^omana. Por primera vez formaba desde los Alpes hasta

mar Jónico un

el

solo cuerpo,

y era una forma extraña, con el torso y el pecho de hermosa joven y las piernas entecas y paralizadas de vieja enferma.

Colocado entre

Italia central

la

inmensas provincias transalpinas en que que renacer, este

el

y

Roma

las

tenía

Po era el país del porvenir. En formando compacta masa, la parte

valle del

valle vivía,

mejor y más enérgica de la clase media, casi frente á frente de la nobleza cuyos últimos restos estaban en

Roma, pero cuyos bienes estaban diseminados por todo imperio

el

(i),

y que, con

la

variedad de los gustos, la

creciente multiplicidad de las ideas perdía su cohesión

Tenemos pocos informes

ix) la

precisos sobre los patrimonios de

nobleza romana por esta época. El único informe preciso quizás

sea

el

que nos comunica Ovidio sobre

Sexto Pompeyo: Ponticas, IV, xv, 15

}'

patrimonio de su amigf>

el

sig.

Quam tua Trinacria est, regnataque terra Philippo Quam domus Augusto continuata foro; Quam tua, rus oculis domini, Campania, gratum... una casa en Roma, una villa en la Campania, tiey en Macedonia. Es posible que la aristocracia tuviese

Sexto, pues, tenía rras en Sicilia

en las provincias parte considerable de sus bienes, sobre todo en las provincias orientales; en efecto, á

/

las distribuciones de tierra

gura

la

propiedad del suelo en

tierras fuera. cil, 3'

en

Durante

la

Italia

medida que hacían más

Italia, la

las leyes agrarias difícil

y menos se-

aristocracia tuvo que buscar

tormenta del último siglo no debió ser

sobre todo á las familias influyentes,

el

ricas propiedades en las provincias.

Tomo VI

difí-

adquirir baratas, grandes

8

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

114

y

ese espíritu de casta que en otro tiempo había sido

tan fuerte en

ella.

de Germania, á

la

También por esta razón la empresa que Augusto la invitaba, podía tener

tan gran importancia. podría renovar

der parecía declinar;

aumentar

la

Un

éxito brillante en esta guerra

prestigio de la aristocracia,

.el

al

contrario,

un fracaso

influencia de la clase

cuyo po-

sólo podría

media, es decir,

de Augusto y de su familia. Esta veneración popular que en toda Italia se organizaba por la la influencia

persona de Augusto, no sólo traducía

el

agradecimien-

to por los servicios que había prestado; significaba, so-

bre todo, que la clase media, preocupada de sus exclu-

sivos intereses materiales, flujo

más expuesta á

sufrir el in-

de los esclavos y de los libertos orientales por su

mediocre instrucción, perdía rápidamente de vista

Senado y á

la

al

majestad impersonal del gobierno repu-

blicano para no ver

ya más que

la

persona del princeps.

Las inclinaciones monárquicas brotabíyi en este medio por

la

fuerza de las cosas y por

una especie de genera-

ción espontánea, sin que nadie hubiese sembrado simiente,

y aun contra

la

la

voluntad del que hubiese po-

dido recoger los frutos. ^Qué importaba á esta nueva gente, ignorante

cia estuviese á

allá bajo,

en Roma, se

Senado, que

la aristocra-

y avara, que

extinguiese paulatinamente

el

punto de disolverse y que un hombre y

una familia viniesen á disponer en esta disolución de un poder inmenso y superior al poder republicano? Dispuesta estaba á conceder á este hombre el mérito de cuanto ocurría de

feliz,

con

tal

de que no se alterasen

orden y la paz; de que el vino, el aceite y la lana se vendiesen todos los años á buen precio; de que pudiese el

pavonearse en

el

pequeño Senado

local; aspirar

á los

AUGUSTO cargos de

V EL

GRANDE IMPERIO

ciudad; dominar en su municipio.

la

creciente fortuna de esta

nueva

"S

Con

la

clase se veía extinguir

el ideal republicano, el ideal militar, el ideal tradicionalista.

Muy

pronto, cuando lo que

aún quedaba de

la

nobleza hubiese perdido su respetabilidad y su crédito, Italia ya no vería en su Capitolio más que á la familia

de Augusto. Pero Augusto, que quería y debía alentar los progresos de ^sta clase, también quería y debía procurar

la resurrección del viejo ideal

bien; era ésta

cuyas

una contradicción

terribles

moribundo. Pues

inevitable é insoluble,

consecuencias no habían de tardar en

sentir su gobierno, su familia

y

él

mismo.

^^ El ara de Augusto y de Roma.

Augusto no tuvo

dificultad en obtener del

Senado la

prolongación para Agripa y para él de los poderes presidenciales durante otros cinco años (i); y continuó

activamente los preparativos para

mos

la

guerra. Ignora-

empleó para ésta las rentas de la Galia^ ó si se sirvió también de fondos votados por el Senado (2). Por lo demás, éstos sólo pudieron solicitarsi

se con

(i)

sólo

el

pretexto de proveer á la defensa de

Dión (LIV, 28) sólo habla de Agripa; pero es la misma decisión para Augusto.

fácil

la

Ga-

compren-

der que se adoptó (2)

Haré observar aquí, de una vez para siempre, que

la historia

de las campañas de Germania es muy obscura. Sobre ellas sólo poseemos informes raros é incompletos que nos han transmitido Dión, Tácito, Orosio, Floro, Plinio, y que podrían reunirse en algunas páginas. El relato que doy, está pues, en gran parte fundado en conjeturas: sólo es

una hipótesis sustentada en

la

verosimilitud mejor que

en unos documentos que, por su escasez, deian

más absurdas

suposiciones.

guerras también es gir tai

muy

La

ni

cómo

campo

á las

obscura. Augusto no pudo concebir y diri-

vasta empresa sin informar

noramos cuándo

libre

parte política y constitucional de las

lo hizo.

al

Senado y

al

público; pero ig-

ir?

AUGUSTO V EL GRANDE BIPERIO lia (i);

pues parece poco probable que Augusto expu-

siese su plan,

Sea de

ello lo

con riesgo de alarmar á

germanos

los

que quiera, Augusto no sólo pensó en

preparar armas, dinero y soldados; sino que

como

el

éxito de la empresa dependía en parte de la fidelidad

de

de

la aristocracia gala, quiso asociarse ésta, antes

Germania, con un compromiso moral, en lo que un compromiso moral puede obligar á los hombres. partir para

Se decidió á trasplantar culto de

templo de

y

Roma y

del Asia

la

Galia

el

en las que los representantes

las dietas anuales,

las sesenta civitates galas

brillar;

Menor á

de Augusto; á reunir alrededor del

podrían figurar, discurrir

como en Asia un cuerpo de

á organizar

sa-

cerdotes, escogidos todos entre la nobleza gala de la dieta,

y que formarían una nobleza más restringida y En Asia Menor comenzaba á ser de cierta uti-

selecta.

lidad ese culto: era el símbolo popular de la unidad del

imperio y el lazo ideal de las diferentes ciudades entre sí y de toda la provincia con Roma. ¿No era posible organizar también este nuevo culto en

antiguo culto nacional,

tamente? Puesto que

el

druidismo, se

Italia

donde el perdía comple-

la Galia,

había tolerado este culto en

Asia Menor y puesto que empezaba á recurrir ella misma á los símbolos religiosos para expresar su admiración por Augusto, consentiría gustoso en que se erigie-

(i)

Dión (LIV, 32) nos dice que

-acometió para defender la Galia.

la

conquista de Germania tranquilizaba á temerario

el

afirmar que en

el

so entró en campaña, se vio á

año

conquista de Germania se

Ahora

1

2

bien,

si

es cierto

que

la

aún parece más antes de Cristo, cuando Drula Galia,

obligado por

la urgente necesidad de rechazar una invasión germánica y de atajar una insurrección de

la Galia.

ello

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

llS

se

un ara de Roma y de Augusto en Lyon, por ejem-

plo.

En

cuanto á

favorablemente

la

Galia podría esperarse que acogiese

nuevo

el

culto, sobre todo

sa de Germania llegaba á

salir bien.

si la

empre-

La espada de César

había abierto en las tradiciones célticas grandes bre-

chas por

las cuales

entraban en

la Galia,

no sólo las

mercaderías, las costumbres y la lengua de los extranjeros; pero

también sus

dioses; las antiguas divinidades

galas se confundían ahora con las divinidades griegas,,

y orientales, que habían tenido con ellas una vaga semejanza; el soplo nuevo penetraba en la Galia latinas

por mil resquicios. hacia fines del año

Pero,

y

13

principios del

12^

mientras que Augusto meditaba estos proyectos, llegaron dos noticias: una gran insurrección había estallada

en Panonia

(i),

y

el

cargo áe Pontifex maxhnus,

alta magistratura religiosa de

cante por muerte de Lèpido,

la el

la

más

república estaba va-

antiguo triunviro, que

había desempeñado durante treinta y dos años (2). ¿Era tan grave como se decía la insurrección de Panola

nia.^

La

noticia quizás se agrandó deliberadamente para

justificar

con motivos

al

alcance de todos una nueva

y gravísima reforma constitucional, á se veía obligado por razones

la

que Augusto serias. Des-

mucho más

de que se divulgó la muerte de Lèpido, todos estaban

de acuerdo en designar á Augusto por sucesor; y el partido tradicionalista, para quien la reforma de las

costumbres se sustentaba sobre todo en la religión, quería hacer de esta elección una gran manifestación

(i)

Dión, LIV, 28.

{2)

ídem, LIV, 27.

"9

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO popular en favor de

las ideas

de Virgilio, expresadas

Eneida^ y contra la relajación de las costumbres, del espíritu impío y disoluto de la jo-

poéticamente en

la

ven generación, que tes para refrenar

las le^'es del

(i).

año i8 eran impotenmaxinms, digno de

Uri pontijex

su cargo, podría dar á

reforma de las costumbres,

la

intentada en vano hasta entonces, su base natural: la reform.a del culto. Pero estas preocupaciones religiosas,

momento una

sobrevenidas de improviso, eran en este

grave complicación para Augusto, que estaba ocupado en preparar su gran expedición á Germania. Augusto

no ponía menos cuidado en esta época que en los comienzos de su gobierno en. no disgustar á la pequeña bandería de los conservadores á ultranza, que deman-

daban

reforma del culto y de las costumbres: pero no era fácil ocuparse á la vez en estas graves cuestiola

nes interiores parte,

en

3^

las

Augusto sabía

pontijex

maxhmis en

como

generalísimo

estas

razones,

al

la

conquistas exteriores. Por otra

muy

más apto para

bien que era

lugar de Lèpido, que para dirigir

guerra de Germania. Por todas

pensó en que

parecer,

el

Senado

que desempeñaba con Agripa, en un verdadero reparto del poder civil y del militar, que se habían confundido hasta entonces, en los dos presidentes. La insurrección de Pononia sertransformase

la

vía de pretexto,

(i)

la

La gran

aunque fuese un suceso harto común

afluencia de gente que

que se trata en

(gr.),

doble presidencia

el

monumento de

hubo para

Ancira,

2,

esta elección,

26 y

}'•

sig. (lat); IV,

de

3-4

sólo ha podido ser efecto del partido tj-adicionalista, que de-

seaba hacer una manifestación; timularse, puesto que sólo había

el

celo de los electores

un candidato.

no podía es-

I20

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

para justificar tan grave innovación. Todos los generales

que tenían mando fuera de

denes de Agripa; todas taban en

las

denes;

mando de

el

Italia

quedaron á

las ór-

las legiones, hasta las que es-

provincias de Augusto, pasaron á sus órlos ejércitos

quedó

así

separado del

poder del procónsul y del propretor; y la autoridad suprema sobre los ejércitos, que la ejercía en otro tiempo el

Senado, se depositó en un solo hombre

niendo

así

(i).

Dispo-

de todas las legiones. Agripa podría empezar

una empresa cuyos contragolpes eran difíciles de prever en las provincias de Europa que estaban agitadas y medio insurreccionadas, y durante este tiempo Au-

Roma

gusto procedería en

á

reforma del culto, que

la

era tan esperada. Así, la magistratura suprema,

si no es errónea nuesaun conservando su forma exterior, cambiaba otra vez en su esencia. Ahora ya no estaban al frente del Estado dos colegas de igual poder, sino un sacerdote y un soldado, que se habían repartido la autoridad suprema. La expedición de Germania, que había de dar solidez á la constitución aristocrática, necesitaba de estos recursos, que repugnaban

tra interpretación de Dión,

al espíritu

de

la constitución,

nobleza no tenía por

(i)

Dión, LIV, 28

Ta/óGi e^o)

ZY¡c,

que esta frase

'IxoXíag sigoifica



precisamente porque

¡ieíaov à'jxép (es decir

àpxóvxwv

layjjaai,

que á Agripa se

poderes independientes de

la

la

sola bastante fuerza para con-

le

á Agripa) xwv éy.aa-

sraipsi^ag

Peréceme

hizo generalísimo con

autoridad proconsular; y que, por con-

secuencia, las legiones que estaban en las provincias de Augusto

pasaron á sus órdenes. Es poco probable que haya que considerarle

en este cargo como un legatus de Augusto; era, en efecto, su co-

lega y disponía de una autoridad igual á la suya.

AUGUSTO V EL GRANDE IMPERIO

12

ducir á buen término la conquista. Había, pues,

1

una

contradicción insoluble. Sea de ello lo que quiera, Agripa,

que había partido en

invierno para Panonia, es-

el

taba ya de vuelta en Febrero, sea

de

— que

— como

se preten-

de su marcha bastó para aquietar á

la noticia

que se propusiese

los rebeldes (i), sea

rante la primavera para tomar

el

ir

á

mando de

la

Galia du-

las regiones

Roma, Augusto fué electo 6 de Marzo (2). Aunque Augus-

del Rhin. Mientras volvía á

pontifex maximus,

el

to fuese el único candidato, la afluencia de electores

de todas

las regiones italianas fué considerable,

manifestación popular imaginada por

el

y

la

partido tra-

dicionalista resultó á maravilla. Si en la sociedad rica,

elegante

nuevo fácil,

y

Roma,

culta de

se difundía cada vez

.espíritu de voluptuosidad, el

en cambio,

el

gusto por

espíritu de devoción

y de

se conservaban mejor en las clases medias;

también se estaba

lejos

si

más la

el

vida

tradición

en éstas

de observar siempre los seve-

ros preceptos de la moral puritana, apenas se atrevía á

negarse á tomar parte en cualquier platónica manifes-

(i).

Dión LIV,

(2)

Muchos

de contarme

28.

historiadores, entre los cuales tengo la desagracia

(t.

i.°,

pág. 318) se han engañado al creer que

saje de Ovidio (Fastos.

415 y

III,

sig.) se refiere

el

pa-

á Julio César. Los

dos versos,

Caesaris innumeris,

quo maluit

ille

mereri

Accésit titulis pontificalis honor.

no dejan duda ninguna: €n

efecto, sólo

Véase C.

I.

Z.,

de I,

él

el

César de que aquí se trata es Augusto;

podía decirse que tenía ya innumeri honores.

págs. 304

y 314.

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

122

tación en favor de

raba oficialmente

la religión,

como

que siempre se conside-

la eterna fuente

paz y de el 19 de fiestas de Mi-

de

la

prosperidad públicas. Trece días después,

la

Marzo, comenzaron

las QuinqtiatricB

^

las

nerva, que eran entonces las fiestas de la parte

baja del

y de

la

mundo

que

intelectual

casi toca

con

el

más

pueblo,

parte superior de los artesanos: las fiestas de

los jóvenes escolares

y de sus maestros, de

los tejedo-

de los zapateros, de los bataneros, de los orfebres,

res,

Para agradar á estas clases

de los escultores

(i).

destas, para dar

más dignidad

é importancia

mo-

á estas

que eran, por decirlo así, las de la escuela primaria, y en las que los jóvenes tenían que demandar á Minerva el hacer aprovechados estudios, el nue-

fiestas,

vo pontifex viaximux tenía que ofrecer

al

pueblo di-

versiones públicas en nombre de sus dos hijos adopti-

Cayo y

vos.

ofreció

empezaban á estudiar, y hasta juegos de gladiadores, poco adecuados, en verLucio, que

que tiene Los artesanos de Roma, aún venerando en Minerva á su protectora, apenas hubiesen gozado de pasatiempos tan nobles. Pero, en medio de dad,

al

culto de la diosa de la inteligencia,

horror á la sangre

(2).

estas fiestas, que duraron cinco días,

súbitamente

la noticia

bitamente enfermo en

Abandonando

Augusto

recibió

de que Agripa había caído súla

las fiestas,

Campania durante el viaje. Augusto partió en seguida

para Campania; pero llegó demasiado tarde. Agripa había

muerto

(3),

terminando

(i)

Ovidio, Fastos,

(2)

Dión, LIV, 28; Mo?i.

(3)

ídem, LIV, 28.

III,

8093'

así

demasiado pronto, á los

sig.

Anc,

IV, 32.

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO cincuenta años, pero en medio de

23

I

la riqueza, del

poder

comenzada treinta y dos años antes, á la muerte de César, cuando se puso sin dudar al lado de Octavio. Agripa fué del pequeño número

y de

la gloria, la

que, en

carrera

momento de

el

la catástrofe,

tuvo confianza en

de los Julios; y los hechos demostraron que su elección había sido atinada, Al menos la fortuna hala estrella

premiado ahora el valor. Agripa representa al romano, despojado ya de su primitiva rusticidad, pero todavía no corrompido por las degeneraciones del intelectualismo, de los vicios y del dinero. Había sabido bla

unir á las hermosas virtudes de su raza las raras cuali-

dades que da fuerte ber;

y

al

la

cultura; dotado

mismo tiempo

sutil,

de una inteligencia

práctica

dotado de alma enérgica, pero

gura y

fiel,

y ávida de sa-

sencilla, recia,

se-

había sabido ser á un tiempo general, al-

mirante, arquitecto, geógrafo, escritor, coleccionista de

obras artísticas, organizador de servicios públicos, y, durante treinta y dos años y sin perder un instante,

había sabido poner su genio multiforme é inagotable, primero,

al

servicio de su partido durante las guerras

y del pueblo. Murió todavía joven, dejando, además de los dos hijos adoptados por Augusto, otras dos niñas pequeñas y á Julia en cinta: estaba, pues, en regla con la lex Julia de maritandis ordinibus promulgada por su suegro; dejaba á Augusto parte de su inmenso patrimonio, al pueblo sus jardines de Roma y las termas, con grandes civiles;

luego, al servicio de la república

propiedades para ocurrir á los gastos

ba

— herencia aún más

(i)

Dión, LIV, 29.

hermosa

— sus

(i);

en

fin,

deja-

Comentarü, co-

í24

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

monumental de informes geográficos y

lección

estadís-

ticos sobre todas las provincias, con los cuales había

comenzado á

trazar

un gran mapa

del imperio

que

la

gente podría consultar. El destino había asociado por

siempre su nombre severo á

la

fachada del Panteón, en

centro del mundo, por encima de las generaciones

el

que habían de pasar ro;

al pie del

monumento imperecede-

pero no había querido hacer de

concediéndole

el

igual de César,

él el

tiempo necesario para conquistar á

Germania.

Augusto trasladó piadosamente á Roma de su amigo;

las

solemne sepultura; pronunció un

les dio

gran discurso en su honor y repartió dinero en memoria de él (i); después aceptó para presidencia de la república que, durante años,

y

cenizas

como en

en su interés

Aún no

el

al

pueblo

él

solo la

más de cinco com-

del pueblo, había

Roma ningún ciudadano que pudiera sustituir á Agripa á su lado. Así, Augusto quedaba por primera vez como jefe supremo

partido con Agripa.

del Estado, del ejército d_esde su

y de

había en

la religión;

por primera vez

advenimiento se realizaba en su persona

la

unidad del poder supremo, pero contra su voluntad, por un accidente desgraciado que nadie deploraba tanto

como

él.

Augusto había tenido una rara

contrando á Agripa era para

él

á mitad del camino.

completamente

el

(i)

En

efecto; esta

la

muerte trastornó

guerra en Germania, y el unidad del poder supremo para-

plan de

restablecimiento de lizó al

felicidad en-

de su larga carrera; y una gran desgracia el perderle súbitamente, al principio

la

Estado. La flota estaba equipada,

Dión, LIV, 28.

el

canal abier-

— AUGUSTO V EL GRANDE IMPERIO

1

25



á los y todo prevenido; pero Augusto no osaba cincuenta y dos años improvisarse general en jefe y to



dirigir

tan gran guerra,

él,

que no había sabido

dirigir

pequeñas cuando era más joven; ni osaba ir á la conquista de Germania cuando los beatos le habían he-

las

cho pontifex niaximiLS con tanta pompa y aparato y estaban impacientes de verle iniciar la reforma del culto. Obligado á gobernar simultáneamente

y

el cielo

la tie-

asuntos de los dioses y los de los hombres, Augusto se propuso hacerlo lo mejor posible. Envió á Tirra, los

berio á Panonia;

abandonó á Roma y

del Po, á Aquileya, para vigilar

se dirigió al valle

mismo

él

la

insurrec-

(i);

durante algún tiempo parece no

•haber querido, adoptar

ninguna decisión sobre Germaempresa (2); y durante

ción y

la

represión

pensando quizás

nia,

diferir la

viaje comenzó á hacer ciertas reformas religiosas. Ante todo retiró de la circulación los falsos oráculos

el

(i) sia,

Paréceme que Schürer (Geschichie der Jüd. Volkes,

1860, pág. 302, tiene razón al afirmar que

el

I,

Lip-

encuentro en

Aquileya de Herodes y Agripa, de que habla Josefo (A. J., XVI, iv, i) debió ser en el año 12 antes de Cristo, el mismo en que se celebraron los juegos olímpicos. Por consiguiente, fué el año de que habla Josefo (B. J. /, XXI, 12).

Véase Korach «Die Reisen der Kí5n.

Herodes nach ROm». Mo)iatsschrift chafl des Jndenthums, (2)

voi.

für

XXX VIII,

Geschichte

imd

JVissens-

1894, pág. 529.

Las operaciones parecen haber comenzado bastante tarde

este año, puesto que Druso,

como

mar

año

del Norte hacia fines de

dice

Dión (LIV, 32) volvió del yàp f¿v. ¿Fué la muerte

y^z.\\^ìù'i

de Agripa lo que ocasionó este retraso?

Me

parece verosímil, aunque

ese retraso haya podido tener otras causas: quizás los preparativos

no estaban terminados, y quizás también no se había acabado de abrir el cana!. Pero tenemos muy pocos informes para poder afirmar nada aquí.

GRANDEZA

120

sibilinos

y

Y

DECADENCIA DE ROMA

los libros de las profecías

que hábiles char-

latanes habían hecho circular durante la revolución,

y

que aportaban el trastorno al espíritu popular, y, por una lejana repercusión, á la misma política. Ordenó á todos los que poseían colecciones de oráculos y profecías que las entregasen antes de cierta fecha al pretor: quemó todas las profecías é hizo una selección de 2.000 oráculos sibilinos, que se consideraron auténticos y se colocaron en dos armarios dorados del templo de Apolo, en el Palatino; los demás fueron quemados (i). Augusto se ocupó también en reorganizar simultáneamente el culto

más

aristocrático

y

el

culto

más popular de

Roma:

el culto de Vesta y el culto de los Lares compítapequeños dioses protectores de todos los barrios, á los que el bajo pueblo solía unir una estatuilla del mismo Augusto. Aumentó los privilegios y los honores de que

les,

gozaban

y

las

Vestales para facilitar su reclutamiento

prescribió para

el

(2);

culto de los Lares compítales dos

ceremonias, una en verano y otra en invierno (3). Pero, si Augusto había tenido uri momento de duda sobre la empresa de Germania, los asuntos galos no

tardaron en hacerle comprender que, para la

república,

no bastaba con

recitar^ ni

la

salud de

hacer recitar

oraciones en Roma. También, había que combatir en

Germania. el

En

la Galia se

inminente: con te

había terminado

descontento era tan vivo, que ella

se

la

el

censo,

y

revolución parecía

hubiese visto indudablemen-

á las hordas germánicas caer sobre la rica provin-

XXXI.

(i;

Suetonio, Ang.,

(2)

ídem, Aug., XXXI.

(3)

I'Jem.

AUGUSTO V EL GRANDE IMPERIO

Augusto tuvo que

cía (i).

decidirse á

mucho tiempos! Ya no

^2;

comenzar

la

inva-

cómo habían

sión preparada desde

antes. ¡Pero

cambiado

era con la audacia de Cé-

sar,

los

lanzándose á cierra ojos en

el

porvenir,

como

se te-

nía que invadir á Germania, sino con método, con pasos

y circunspectos, avanzando solamente por tela retaguardia, y después de haber explorado en lo posible lo inmenso desconocido en que se iba á entrar. Ante todo se comenzaría por abrir á las legiones un camino seguro hacia el Este, á lo largo del curso del Lippe, construyendo á orillas de lentos

rreno seguro, bien protegida

este

en

río,

el

corazón de

la

región colocada entre

el

Rhin y el VVeser, un gran campamento atrincherado, y uniéndolo al Rhin por una larga trocha militar y una

cadena de

fortines.

Desde este campamento atrinche-

rado, las legiones difundirían en torno

toda

la

el

respeto y

el

Roma

haciendo marchas y expediciones por región situada entre el Rhin y el Weser. Pero

terror de

antes de que

la

trocha militar estuviese construida era

y peligroso hacer pasar un gran ejército por camino que costeaba al Lippe. Habíase, pues, tenido

difícil

idea de enviar parte de las tropas por

desembocadura

del

el

la

mar, hasta la

el

Ems, de hacerle remontar

este río,

hasta su curso superior, que se hace paralelo

al del

Lippe, y que, en ciertos puntos, sólo dista unos treinta kilómetros; hacer pasar la otra parte de las tropas

por

el valle

del Lippe,

pudiesen reunirse en

el

de suerte que ambos, ejércitos curso superior de este

gusto decidió que se realizase este año te del plan, es decir, conducir hasta

(i)

Dión, LIV, 32.

la

Ems

río.

Au-

primera par-

por mar parte.

128

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

Encargó de esta empresa á Druso, que sólo un simple propretor de veintiséis años. Esta desig-

del ejército.

era

nación era atrevida sin duda; pero Augusto quería para esta guerra

que

un hombre

inteligente,

activo y adicto,

obedeciese incondicionalmente. ¿Y quién podía

le

más confianza que Druso (i)? La empresa sepor una cabeza casi cana y ejecutada por un brazo aún muy joven. Augusto empezó la campaña obrando tan hábilmente como César, cuando rea-

inspirarle

ría así dirigida

expedición á Bretaña, para no dejar á

lizó la

Galia

la

desprovista de legiones y á merced de una nobleza inquieta y descontenta

(i)

(2).

Druso

invitó á los jefes galos

Dícese comunmente que Augusto confió estas empresas á sus

hijastros por motivos dinásticos; pero es

una explicación que

se re-

suposición absolutamente arbitraria de que Augusto quiso

fiere á la

fundar una monarquía. Por

lo

que á nosotros toca, ignoramos

si

Au-

gusto procuró emplear otros hombres, y por lo mismo, no podemos eludir la hipótesis de que escogió á sus hijastros por no encontrar en los demás las cualidades necesarias. La dificultad en encontrar

hombres de buena voluntad para empresas menos graves que hace verosímil

la

ésta,

suposición de que tuvo que recurrir á sus hijastros

por no hallar otros mejores. (2)

Muchos historiadores piensan que Druso convocó á Lyon para hacer una inauguración provisional del

los jefes

galos en

culto de

Roma y

de Augusto. Pero Dión (LIV, 32) no dice esto: dice que

Tipocpáasi,

con

menzó

guerra.

año

la

el

pretexto de la fiesta llamó á los jefes galos, y co-

Como

el

10, los jefes sólo fueron

ara se inauguró, según veremos en

convocados para

el

tratar sobre lo intro-

ducción del culto; y su convocatoria, como dice Dión, sólo fué un pretexto para evitar la insurrección de la Galia. Paréceme que en este ardid la

lo que hizo César cuando Gran Bretaña. He supuesto, pues, que en su compañía, como César, gran número de perso-

puede verse una imitación de

primera expedición á

Druso

se llevó

la

najes galos, para quitar á la insurrección sus jefes eventuales.

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

129

á una reunión para tratar sobre

la

que iba á introducirse en

en honor de Augus-

la Galia,

nueva ceremonia

y de Roma; y cuando hubo llegado buen número de ellos, no teniendo ya que temer una insurrección general de las Galia, dio orden de marchar al ejército y á la to

nota llev^ándose á estos jefes. Descendió Rhin, pasó por

el

atravesó

que es hoy Holanda,

el

pado por

país

canal y entró en

los frisones,

curso del

el

Zuiderzée

el

el territorio

el

ocu-

que á consecuencia de negocia-

ciones, probablemente entabladas antes de tropas, aceptaron

(i);

llegar las

protectorado romano en condicio-

nes bastante blandas. Pagaron un pequeño tributo, no

Hay

(i) ii\', XII,

aquí una

difícil

cuestión. Crosio (VI, xxi, 15)

rra contra los usípetos, los tencteros

una operación naval. Orosio deinde i\\iQ

Tencteros

y

los catos, sin

primjim Usipetes,

dice simplemente:

Chatios perdoniitit ; Floro, más preciso, dice

et

primos Usipetes domilif, inde Tencteros percurrit que sometió á los usípetos

decir,

marcha por

el territorio

é

hace pasar

que devastó; en cierto describe re

fin,

una

de los tencteros y de los catos. Dión (LI\^

32) dice, en cambio, que durante

le

et Caitos; es

hizo una incursión, un raid^

el

primer año de la guerra, Druso

esperó á los celtas (es decir, á los germanos) en

luego

y Floro una guedecir nada de

33) hacen comenzar las operaciones de Druso por

al territorio

el

paso del

Rhirr;

de los usípetos y de los sicambros,

hace realizar su expedición naval, que por

le

confusamente. Pero en

el

capítulo siguiente nos refie-

Dión los hechos del año que siguió, es

decir,

del 11,

y

otra vez

nos dice que Druso sometió. á los usípetos, que hizo una incursión en

el

país de los sicambros

los catos. Parece, pues,

y que

son los consignados por Orosio zos de

la guerrra,

con

Weser, en

llegó hasta el

que los hechos referidos 3'

la diferencia

Floro

al

año

1 1

como ocurridos

el

país de

por Dión, á comien-

de que Dión habla de los sicam-

bros en vez de los tencteros; la confusión nada tiene de sorprendente,

sio

puesto que ambos pueblos eran vecinos. 3'

Floro parecen comenzar

Tomo VI

el

En

relato de la

otros términos, Oro-

campaña de Germania 9

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

130

muy

en dinero, pues eran

contingentes militares

isla

á

(i).

Luego

salió

y en

Druso con su

Norte y recorrió la costa: sometió una que Dión da el nombre de Burcánida (2); en-

mar

flota al

pobres, sino en pieles

la

del

Ems; y, en un sitio que no podemos precisar, desembarcó parte de sus fuerzas (3); luego volvió á destró en el

cender

con

el río

el

resto del ejército, salió á plena mar,

desembocadura del Weser, y también procuró remontar este río, probablemente con un simple fin de exploración (4). Pero ahora no lo consiguió, sea que los barcos, demasiado ligeros para un mar agitado, fuesen harto pesados para remontar la rápida cose dirigió á la

en

el

año

11,

descuidando

pedición naval. el

Como ya

curso del relato.

las

En

lo

ocurrido en

el

año

12, es decir, la ex-

veremos, esta explicación se confirmará en

efecto, se verá que, si se colocan en el

año

11

expediciones contra los usípetos, los tencteros y los catos, de que

hablan Orosio y Floro, los tres historiadores están de acuerdo en la exposición de los hechos. ¿Qué valor hay que conceder á lo que dice Dión sobre los combates que

Druso empeñó y de

las incursio-

nes que realizó antes de la expedición naval? Su relato carece de

y es tan vago, que puede suponerse muj' bien que hace una confusión con los sucesos del año siguiente. Si no ha habido confusió.i, es necesario que la expedición naval haya estado preceprecisión,

dida de incidentes que es

como

difícil

adivinar. Sea de esto lo que quiera,

suceso importante del año 12 fué

el

la

expedición naval, no he

tenido en cuenta estos incidentes sumariamente expuestos,

y muy

obscuros, para que se les pueda narrar claramente, (r)

Dión, LIV, 32; Tácito, Anales, IV, 72.

(2)

Estrabón,

(3)

Véase

(4)

Dión (LIV,

la

\'II,

i,

nota de

3.

la pág. 14.

32): la incursión

en

el

país de los catos parece re-

una tentativa de exploración en la desembocadura del Weser. Pero el objetivo de esta incursión no está claro y tampoco se comprende lo qu2 es la Aí¡ivr, de que habla Dión.

ferirse á

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO rriente del río, ó tal vez por otra razón

mos

(i).

Lo

cierto es

I31

que desconoce-

que Druso, que conocía

muy mal

mar peligroso, estuvo á punto de naufragar: se salvó gracias á la ayuda que le prestaron los frisones (2). Á fines de otoño estaba otra vez en la Galia con parte del ejército y de la flota. Dejó á los galos que volviesen á

este

sus casas, después de haberles decidido con sus conse-

Lyon la gran ara de Augusto y de Roma, y á fundar un sacerdocio universal; luego volvevería á Roma para dar cuenta á Augusto de lo que había hecho

jos á erigir en

y

recibir

nuevas órdenes para

el

año siguiente

Entre tanto, Tiberio había concluido nonia á

la

manera de

la

(3).

guerra en Pa-

antigua aristocracia, extermi-

la

nando, capturando y vendiendo á los rebeldes (4). Este joven, si poseía las cualidades de la antigua nobleza,

también tenía su dureza. Es probable que población de Panonia se vendiese á

la

lo

los

mejor de grandes

y pequeños propietarios de Italia, y que se transportaal valle del Po. El Senado le decretó el triunfo (5). Entre tanto, Augusto había vuelto á Roma acompañado

se

de Herodes, Este, que había ido á Grecia para los

juegos olímpicos, se

ya para

cortejar á Julia

rrible discordia

te

le

y ponerle

al

el

á

corriente de la te-

que había estallado bajo

de Jerusalén, en

asistir

había incorporado en Aquile-

el cielo

ardien-

palacio real, entre los hijos de la

infortunada Mariana. Entre Alejandro y Aristóbulo, (i)

la

Tácito, Gemí., 34: obstitit Oceanus: esto parece indicar que

navegación se hizo imposible. (2)

(3)

Dión, LIV, 32.

ídem.

(4)

ídem, LIV, 31.

(5)

ídem.

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

132

los dos hijos de esta desgraciada, el hijo

que Heredes

había tenido de Doris, Antipatro, y Salomé, que con-

servaba por su cuñado un odio implacable que iba de

allá

la

más

muerte, existía desde hacía algún tiempo una

guerra terrible de calumnias é intriga?, que había engen-

drado una tremenda sospecha en

el

espíritu inquieto

de

Herodes. El rey de Judea temía ahora que Alejandro y Aristóbulo quisiesen asesinarle para vengar á su madre. Si se hubiese visto libre de hacer lo

que

quisiese,

no

habría dudado en librarse de esta sospecha haciendo perecer á sus hijos; pero se sentía impopular en Judea,

donde conservaba

el

trono gracias á

la

protección de

Augusto. Si su trágica casa se ensangrentaba otra vez

con una espantosa matanza doméstica, Augusto podría abandonarle. No se atrevía, pues, á matar después de la

madre á

los hijos, para librarse de

una sospecha; pero

¡qué suplicio no debía ser para este hombre desconfiado, que se sentía detestado por infinito

sonas,

el vivir

con sus dos

hijos,

número de

recelando de

per-

ellos!

Y

esta trágica situación de su familia es lo que había

venido á exponer á Augusto, esperando quizás que le autorizase para matar a sus hijos. Al contrario, Augusto se llevó á jos,

Roma

al

rey de los judíos y á sus hi-

procuró reconciliarlos, dando como compensación

á Herodes las minas de cobre de Chipre, cuyos gobernadores no obtenían casi nada por negligencia, y que el

Herodes sabría explotar de nuevo, pues dispondría de la mitad de las rentas. El prudente Augusto sabía así restablecer la concordia en la familia de Herodes hábil

y

realizar

pueblo de dias;

un excelente negocio para

Roma

la república.

El

también se aprovechó de estas discor-

pues Herodes entregó á Augusto 300 talentos

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

133

para que los gastase en fiestas. El astuto soberano de Judea supo así comprar por adelantado la indulgencia de Roma para los nuevos crímenes que podía verse obligado á consumar; y Roma, ávida de fiestas y de placeres, aceptó este oro como un homenaje (i). Sin

duda

por esta época cuando llegó

fué

noticia de que

un temblor de

daños en toda

rribles

el

tierra

á

Roma

la

había causado te-

Asia Menor, que los pueblos

y no sabían cómo paEntonces se vio una cosa inu-

se encontraban en gran miseria

gar

el

tributo este año.

sitada en esta

Roma

que, durante tantos siglos, había

exigido sus tributos con implacable ferocidad. El Sena-

do

3^ el

público se conmovieron: se acordó que era pre-

ayudar á

ciso

la

desgraciada provincia y no exigirla

el

año por lo menos. Pero la hacienda pública estaba en mala situación: ;cómo renunciar á esa suma tributo este

considerable? Augusto, á quien la herencia de rVgripa

como mismo al

había proporcionado bastante dinero, se encargó

siempre de resolver

la dificultad;

y entregó

Tesoro, sacándolo de su propia caja,

Asia debía de haber pagado

el

tributo que

El público quedó sa-

Tesoro no perdió nada; sólo Augusto peruna importante cantidad. ¡En verdad que era un

tisfecho,

dió

(2).

él

el

monarca este hombre, que tenía que pagar de su fortuna privada los accesos filantrópicos del caprichoso público! La verdadera monarquía hace en general lo contrario: estruja sin ruido á sus subditos para que la familia del rey acumule una fortuna colosal. singular

Pero

las

doctrinas humanitarias

(i)

Josefo, A. 7., XVI, IV, 1-5.

(2;

Dión, LIV, 30.

se

difundían en la

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

134

vieja república al

mismo tiempo que

bienestar,

el

que

y que la cultura intelectual; había pasado tiempo en que gran parte del público vivía direc-

los vicios el

tamente de

explotación de las provincias; todos

la

querían ahora que se prodigase á las provincias orientales halagos, caricias

Roma no

perdiese en

y concesiones, con

ello.

Y

de que

tal

Augusto, como de costum-

bre, debía resolver la dificultad

encargándose de

la

pér-

dida. El Senado acordó igualmente que, por vía de ex-

cepción, y durante dos años, se encargase á

de escoger

al

suerte ciega.

gobernador de Asia, en vez de

Augusto fiarlo

á la

Augusto sabría escoger á un hombre idó-

neo y activo. ¡De cuántos diversos asuntos tenía que ocuparse Augusto: de

la

en Panonia, de

guerra en Germania, de la religión

la

insurrección

en Roma, de las discordias

reales en Judea, del temblor de tierra en Asia! Y, sin

embargo, des, cil

al

una de

volver á

Roma

las cuales,

encontraba otras dificulta-

pequeña en apariencia, era

difí-

de resolver. Su lex de maritandis ordinibus invitaba

á las viudas á casarse en

biendo dado

al

mundo

el

plazo de un año. Julia, ha-

el hijo

que llevaba en sus en-

trañas á la muerte de Agripa, y que había recibido por lo mismo de que era el nombre de Postumo, debía



hija de

Augusto

— darse

violaba, ¿qué otra

prisa en obedecer la ley. Si la

matrona querría obedecerla? Además;

por otras muchas razones se presentaba este casamiento

como una gravísima

cuestión política.

En

efecto, 3^a

no había duda: esta joven de veintisiete años, bella> amable é inteligente, pertenecía á esa nueva floración de

vetóTspoi

sobre

el

que, desde hacía algunos años, se difundía

áspero terreno del puritanismo y del tradicio-

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO nalismo.

Su

viaje á Oriente sólo había fortificado sus

naturales inclinaciones. reina en

el

La habían

visto en sus

más

tuosa, elegante,

el

humo

como

una

á

del incienso

quemaba á sus

adulación asiática

la

festejado

dulce Oriente; había vivido en las cortes fas-

tuosas; se había embriagado con

que

135

había

pies;

célebres centros la civilización volup-

corrompida, tentación

irresistible

y

mortal terror de los romanos. Por otra parte, es verosímil que juzgase

— y no

sus deberes para con te años, le había vir

sin

razón

— que había cumplido

la república,

ya dado cinco

de esa vida amplia

más

y que, á

los veintisie-

hijos. Quería, pues, vi-

brillante

y

alegre, á

que as-

piraba entonces la juventud. Esto era para Augusto

una grave preocupación; pues, en

este

momento

singu-

larmente, no podía considerar las costumbres de su hija

como to, el

si

sólo se tratase de

un asunto privado. En

efec-

partido puritano había recobrado brío después de

su elección para

la

dignidad de pontifex maximits: otra

vez se protestaba contra

la creciente

corrupción de los

jóvenes; se deploraba que las leyes del año

i8 no

necesario rigor, y que ya no existiese la autoridad de los censores; se quería conceder se aplicasen con

á Augusto,

como en

la prcEJectnra

año

el

moruvt

13, es decir, los

año

y por otros cinco años, que ya no tenía desde el poderes de los censores aún am.-

el

i8,

et legiim

pliados, la facultad de hacer las,

(i)

más

Dión (LIV, 30) coloca en

el

rigurosas, al aplicar-

demasiado benignas

las leyes insuficientes ó

año 12

el

(i).

nombramiento de Au-

gusto como lm¡isXYjxr¡g xaí suavopScüxfjS xwv xpÓTiwv para cinco añoF.

Es evidente que se alude miento de Augusto como

aquí, pero con eTO¡ieX7¡xY¡s

poca precisión,

al

nombra-

twv te vóhwv xai twv xpónov/

1

GRANDEZA

3^

V

DECADENCIA DE ROMA

Augusto quería agradar

al

partido puritano y favorecer

tendencias arcaicas y conservadoras de las masas; ¿cómo hubiese podido erigirse en campeón de la tradilas

ción

y

tratar

con rigor á

los

grandes por dejar que sus

mujeres é hijos obrasen á su guisa, su hija se rebelaba contra

momento pensó en

él

casarla con

cjn un personaje extraño á

que con

lo

Pero

al

caballero, es decir,

quizás por-

podía tener más indul-

tocante á las costumbres que con

tocracia política

y respetar

un

la política (i),

las familias ecuestres se

gencia en

en su propia casa

si

y contra sus leyes? Por un

las

y

militar,

mismo de que

leyes por lo

instante se

le

la aris-

que debía de dar ejemplo las hacía.

ocurrió otra idea, idea fatal, que

había de ser fuente de desgracias sin número para

él,

para su familia y para la república: la de dársela por esposa á Tiberio. Si hay que creer los rumores que cir-

que, según

el

monumento de Ancira (Grac,

III,

137

sig.),

ocurrió

Los capítulos xxx y xxxi del libro LIV de Dión contienen, por otra parte, muchos hechos que seguramente ocurrieron en

el

año

11.

en

el

año

11,

como

el

casamiento de Tiberio y de

vez habla Dión entre los sucesos del año

1 1

en

Julia, de! el

cap.

que otra

xxxv;

haj',

pues, derecho á creer que otros hechos tampoco pertenecen á este año. El nombramiento de Augusto

en

el

año

11,

como prafectus moriim

et les^ìim

debe ser resultado de un nuevo esfuerzo del partido

conservador tradicionalista, irritado del poco efecto y de la aplicale3'^es de los años 18 y 17, y estimulado por la solemne elección de Augusto para el cargo de pontifex má-

ción harto benigna de las

ximas. (i)

Sin embargo,

gusttis filiam... equi ti

el

hecho referido por Tácito

romano

{A7i., IV, 40):

Au-

tr adere meditatus est, se refiere á este

momento. Suetonio parece confirmar

lo

mismo

(Aug., 63) /toe (Agri-

pa) defu7tcto, miiltis ac diu etiam ex equestri ordine circumspeclis conditionibus...

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO culaban por Roma, aun antes de ser

la

137

viuda de z\gripa,

Julia sentía simpatías bastante manifiestas por el hijo (i), célebre ya por los altos hechos militares, y que era, además, un buen mozo. Augusto quizás se imaginó que, por esta misma razón, Tiberio lograría

de Livia

más

fácilmente refrenar los instintos demasiado ardien-

compañera y ayudaría

tes de su bella

nar

la familia

padre á gober-

al

con severidad romana. Por otra parte, es

verosímil que por esta época Augusto pensase ya en

que Tiberio ocupase algún día gobierno, haciendo de

el

puesto de Agripa en

su colega. Luego también

él

el

le

parecería oportuno concederle su lugar en la familia.

En

este invierno del

nes de su jefe para

el

á Druso de ejecutar (i)

Suetonio,

(2)

En

el

7/'¿., 7...

relato de la

año 12

Roma

habían vuelto ambos á

al

11, Tiberio

y Druso

para recibir las instruccio-

año siguiente. Augusto encargó segunda parte (2) del plan que

la

su/ qiioqtie sub priore marito appeientem.

campaña

del

año

11,

que Dión (LIV, 33)

hace de una manera sumaria, conviene distinguir dos partes: una

marcha de avance en

Lippe que terminó con

el valle del

ción de Aliso; otra, la expedición los catos.

haya alejado

del plan primitivo,

del valle del Lippe

una vía

mo

al territorio

Paréceme mu}' probable que, en

muj''

y

la

segunda

que sólo comprendía

el

es, la

Este.

En

la

3'^

los catos vinieron á las

de

parte, se

conquista

conquista de

efecto, el mis-

Dión dice que Druso pudo terminar su expedición, porque los

cambros y

la

funda-

de los sicambros esta

fundación de Aliso, esto

segura de penetración hacia

la

manos, cosa que hizo posible

si-

la

expedición y que no se hubiese podido prever en Roma durante el invierno ni durante el año precedente, cuando se estudiaba el plan

de

la

invasión. Además, la falta de víveres que obligó á Druso á re-

.lirarse; la sorpresa,

la rapidez

fué

de la que escapó milagrosamente en la retirada;

de las marchas, todo indica que esta parte de la empresa

una improvisación audaz, á

la

manera de César, cuya idea se

la

sugirió la situación interior que Druso encontró en Germania, cuan-

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

13^

había trazado, es decir, de comenzar una invasión len-

metódica y gradual de Germania, remontando con del Lippe, siguiendo por la ribera de

ta,

el ejército el valle

derecha

la

en

acercarían

y en

(i),

mientras que

Ems, remontaba su

el

así,

la

nota que había quedado

curso.

incorporándose en

el

confluencia de éste con un

la

dor antiguo llama

el

Ambos

ejércitos se

alto valle del Lippe;

que

río,

historia-

el

una gran

Elisón, se construiría

que comunicaría en seguida con el Rhin por medio de un camino militar y por una cadena de forti-

fortaleza,

entró ea

cio

ella,

es decir, en la primavera del

Druso obró por propio impulso, terpretando

muy

año

latamente las que

le

que

ii. Al decir

sin instrucciones de

Augusto, ó

in-

había dado, establecemos una

hipótesis sustentada en la verosimilitud teres

y en el estudio de los caracmejor que en documentos positivos. No es imposible que Au-

gusto autorizase á Druso para aprovecharse de las circunstancias

un hombre tan pru-

favorables; sin embargo, sería sorprendente que

como Augusto pudiese autorizar á Druso para que avanzase en seguida hasta el Weser y que le cruzase. No es dudoso de que esta expedición, que Dión coloca en el año ii, sea la misma de que Orosio (V'I, XXI, 15) y Floro (IV, xii, 23) refieren como la primera realizada en Germania. En efecto, los tres historiadores están de dente

acuerdo sobre los nombres del primero y del tercero de los pueblos que fueron sometidos: los usípetos y los catos. Están en desacuerdo sobre

el

segundo, que Dión llama sicambros, y

los otros

dos tencte-

Pero los tencteros y los sicambros eran vecinos, y de aquí ha podido nacer la confusión, ó mejor, la omisión. Los tencteros y

ros.

los

sicambros fueron probablemente incluidos en

la

campaña de

Druso.

Dicen muchos historiadores que Germania fué invadida por

(i) el río,

es decir, que

el

ejército fué transportado

por

la

Pero

flota.

Dión desmiente esto de una manera categórica; pues dice que, para invadir

el

país de los sicambros,

pe, TÒV Ts AouTiiav s^s'jgs.

Druso hizo un puente sobre

Como

los

sicambros moraban

al

el

Lip-

Sur del

Lippe, es evidente que Druso avanzó por la orilla derecha del

río; si

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO nes.

En cuanto

á Tiberio, recibió

139

encargo de regresar

el

á Panonia y de repudiar á Agripina para casarse con Julia. Esta orden no era para regocijarle. Tiberio, el

que volvía de

tradicionalista intransigente,

campos

los

de Panonia y de los rudos choques con los bárbaros insurrectos, no sentía ninguna atracción porla bella dama

que regresaba de Oriente,

llena

de elegancias, de capri-

chos y de coqueterías. Más ó menos conscientemente, Julia representaba todo lo que Tiberio detestaba en su época. Además,

lo

amaba mucho

hubiese remontado con

á su mujer, de

que ya

la

ninguna necesidad habría tenido

¡a flota,

de puente. Este hecho hace más verosímil la hipótesis de que Druso dejó fuerzas

el

año precedente en

el

Ems, y que

ron para incorporarse á las que remontaban hipótesis está sustentada principalmente en

Estrabón

(VII,

i,

3), el

batalla naval contra I05 bructeros.

alto del valle del

Ems, en

la

bio,

si

se

do

Druso

Como

la maj'oría

el ejército

del

remonta-

lo

Esta

referido por

Ems

libró en el

éstos habitaban en lo

de los historiadores que

supone que Druso dejase fuerzas en esta batalla naval

Ems remontó

pudo

el río

el

año

12.

Ems con

librarse en

año

el

En cam-

el fin

11,

que

cuan-

para incorporarse por tierra

dos caminos tan diferentes antes de que se uniesen en

alto valle del

No

Lippe?

podría explicarse esto

el

Lippe hubiese

si el

sido navegable; pues en este caso no habría sido

por esta vía todo

al

qué los romanos hicieron recorrer á ambos

del Lippe. Pero, ¿por ejércitos

un hecho

llegar hasta allí en su expedición del

hemos indicado,

año

región donde ho}^ se encuentra Munster,

ha parecido poco probable á

Druso pudiese

este

valie del Lippe.

cual nos dice que év xcò 'AjJiaaía \pouzog

Bpo'jxxépo'js xaTEvau¡iáxr|as, es decir, que

una

el

introducir

difícil

en Germania. Al contrario,

Lippe no era navegable, todo se explica: no teniendo bastantes caminos el valle del Lippe, no era posible hacer pasar por allí un ejército muy el ejército

numeroso: parte de

él,

corto, es decir, el del

fué, pues,

por agua, tomando

Ems. El curso superior

del

el

Ems y

si el

camino más el

del

Lippe

son casi paralelos; solo distan unos cuarenta kilómetros, esto dos días de marcha:

la

unión

era, pues, fácil

j'

segura.

es»

I40

GRANDEZA V DECADENCIA DE ROMA

había tenido un hijo y esperaba otro (i). Resistió, pues, y Augusto tuvo que insistir y casi obligarle (2). Los medios para ejercer una presión mu}/ fuerte sobre Tiberio no le faltaban: en efecto, podía romper fácilmente la carrera de Tiberio, quitarle

mando de

el

la

guerra de

Panonia, hacerle reingresar en la vida privada. Quizás

también que hasta en

le dijo

el

matrimonio debía sacri-

un noble romano su satisfacción al interés público. Tiberio amaba á su mujer; pero tenía grandes ambiciones; sabía sin duda que, al darle á Julia por esposa, Augusto le designaba ya como su futuro colega en la maficar

gistratura suprema,

como sucesor de

Agripa. Al recha-

zar á Julia, también rechazaba este inmenso honor, la

más

alta

ambición de su vida. Y, á pesar de su dolor,

envió á principios del año 11, las cartas de divorcio

á Agripina

(3 j.

Augusto apresuró entonces

to (4) temiendo que se arrepintiese,

y en

el

la

casamienprimavera,

Julia partió con su marido para Panonia. Llegado á

Aquileya

(5),

mino hacia á

Tiberio dejó

la provincia,

á Julia y continuó su ca-

allí

mientras que Druso regresaba

la Galia.

(i)

Suetonio, Tiberio,

(2)

ídem, Tiberio,

(3)

Habiendo muerto Agripa en

7:

7.

Juliam... coacius est ducere. el

mes de Marzo

del

año

12, el

casamiento de Tiberio y de Julia tuvo que celebrarse antes de Marino del año 11, si, como es probable, se observó la lex de maritandis ordinibus, es decir, en (4) (5)

leya.

Suetonio

el

Tib., 7:

Idem (Tib.

y

7),

al 11.

nos dice que Julia dio á luz un niño en Aqui-

Evidentemente fué

que después

invierno del año 12

Juliam... confestimcoactus est ducere.

al

año siguiente; pero

del casamiento, mientras

el

Julia le esperaba en Aquileya, esto es, en la ciudad

de podía habitar una gran dama.

hecho nos revela

que Tiberio estaba en Panonia,

más vecina don-

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

^41

'

Augusto, que había permanecido en Roma, fué elec-

morum

to prtrfectiis

por cinco años

et legiim

(i).

El

partido tradicionalista y puritano logró fácilmente que los comicios

y

el

Senado aprobasen

la ley:

en efecto,

nadie osaba negar oficialmente que la depuración de las

costumbres fuese

se

que

gran obra que

la

pero

realizar;

mucha gente

el

Senado tuvie-

dejó elegir á este

gran censor, persuadida de que no corregiría nada con severidad.

En

efecto, sólo por

ritano se había dejado

complacer

al

partido pu-

Augusto ú&g\x prcejectus mortim

legum; pero no tenía intenciones de mostrarse

et

muy

severo con las costumbres que cada día resultaban

más

libres (2);

vswxspoo

hasta se apresuró en tranquilizar á los

introduciendo en

la Icx

de maj-itandis ordinibus

atenuaciones que fueron bien acogidas. Presentó una ley que autorizaba á los célibes

y á

las

mujeres nubiles

á frecuentar otra vez los espectáculos públicos se aprovechó de

(3); y un sonado proceso de adulterio para

desaprobar públicamente

da por

los

la

excesiva violencia aporta-

acusadores apropósito de este

delito.

Mece-

nas y otros personajes ilustres defendían al acusado; pero, apesar de eso, el acusador invectivó con violen-

acusado y á sus defensores Súbitamente apareció Augusto en el tribunal, se sentó al lado del pretor cia al

y,

haciendo uso de su poder de tribuno, prohibió

al

acusador que ofendiese á ninguno de sus amigos. Esta bofetada aplicada

5

al

desgraciado acusador y á todos

(i)

Dión, LIV, 30; Moii. Anc. (Grcsc),

(2)

Así es

y (3)

como hay que

sig.) el cual dice

Dió.1,

LIV, 30.

III,

13

y

interpretar la frase del

que no aceptó

Xa.

prefectura.

sig. liíofi.

Anc.

(III,

GRANDEZA

142

SUS colegas con

él,

V

DECADENCIA DE ROMA

produjo tanta alegría en

el

público,

que se abrió una suscripción pública para erigir estatuas á Augusto (i). Comprendía éste que ahora se sentían propensiones á la indulgencia, y que no era posible contener la nueva corriente de las necesidades, de los deseos y de las aspiraciones; y se hubiese dado por bien contento

en vez de

si,

la

reforma general de las

costumbres, conque soñaban los viejos conservado-

más pequeña y

hubiese podido realizar una reforma

res,

modesta, una simple reforma

política: la

reforma del Se-

nado. Las tentativas hechas durante quince años para reconstituir en

Roma

el

gran Senado de antaño, habían

fiacasado; las sesiones cada vez se veían las

ausencias eran cada vez

podían aplicarse

más

desiertas:

más numerosas, y ya no

Recompensas, penas, llamamientos, amenazas no servían de nada para vencer las multas.

pereza de los senadores. Esta pereza tenía fuentes

la

muy

profundas. Si había ahora en

la política

ridad que en otro tiempo, no era tan

en

ella,

y

la

vida en

Roma

íácil

más segu-

ganar dinero

hacíase cada día

pendiosa para los senadores. Muchos de

ellos

más

dis-

tampoco

la capital más que parte del año; precomo Labeón, pasar varios meses en el campo, donde hacían menos gastos, inspeccionando sus tierras y estando lejos de las innumerables obligaciones

querían vivir en

firiendo-,

de la metrópoli. Por otra parte, si durante los largos años en que se había dejado ir las cosas como querían, el Senado á pesar del engrandecimiento del imperio no había tenido que hacer mucho, ahora en que se





quería administrar con inteligencia á Italia y las pro-

(i)

Dión, LIV, 30.

AUCiUSTÜ Y EL GRANDE IMPERIO

143

los senadores se hubiesen visto obligados á

vincias,

más numerosos y difíciles. La maj^oría ellos; y Augusto tenía que car-

aceptar cargos

procuraban sustraerse á garse con todos: sobre

él,

sobre

él sólo,

se

acumulaban

las dificultades: la aristocracia senatorial se

siempre sobre

él,

cidad y por consecuencia de

económicos y

descargaba

por egoísmo, por miedo, por incapa-

sociales.

Y

el

muchos impedimentos aumentar

peligro parecía

por todo Occidente.

Á

trado restablecida

calma en Panonia; pero Dalmacia

la

su vuelta, Tiberio había encon-

estaba ahora en plena insurrección por las mismas ra-

zones que Panonia: no quería pagar

Senado y

se apresuró en confiar la

el

tributo

éste ordenó á Tiberio conducir el ejército

precedente había reprimido nia

(2).

Pero

al

la

mismo tiempo

(i).

El

Dalmacia á Augusto,

que

el

año

insurrección de Pano-

los sucesos se precipita-

ban en Tracia, donde hacía tiempo que se elaboraban graves cosas.

Un

sacerdote de Dionisio, que había re-

unido un grupo de partidarios, se puso á recorrer Tracia predicando

la

guerra santa contra Roma, y

la

insurrec-

ción contra la dinastía nacional que era su amiga y aliada. Y de todas partes acudieron los tracios que ha-

romano,

jóvenes y los descontentos, formando detrás de este sacerdote una bían servido en

el ejército

los

muchedumbre inmensa que por su número, su su entusiasmo, había arrastrado á cito real,

([)

Suetonio,

T'ib.,

al ejér-

la disciplina ro-

IX; Dión, LI\', 34; las causas de la insurrec-

ypr^liáxwv ¿Tiaváaxvjaav.

Dión, LIV, 34.

fuerza y

revolución

que estaba organizado con

ción las da después, LIV, 36:

(2)

la



AeXnáxa!, xpèg làg eaíLpágs'.g tcSv

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

144

mana. Toda Tracia se sublevó;

el

rey se yió obligado á

huir al Quersoneso, á las tierras de que Augusto, des-

pués de Agripa, se .había hecho propietario;

las

bandas

una irrupción en Macedonia, y se temió igualmente una invasión en el Asia Menor (i). Como en Germania había ya un gran ejército y otro en

tracias hicieron

Dalmacia,

el

peligro era grave; pues

militares en esta región

no había fuerzas

y tampoco un general que me-

reciese confianza.

Augusto tuvo que apelar á las legiones de Siria y á un hombre todavía joven que gobernaba entonces la Panfilia,

Lucio Cornelio Pisón,

ordenó que, como

dominase

(i)

la

Ycleyo,

legatiis

el

cónsul del año 15;

suyo, se dirigiese á Tracia y

insurrección con las legiones de Siria

II,

98;

Dión LIV,

le

(2).

34.

Zumpt y Mommsen han querido cambiar na¡i,cpLXías por Mosotag y hacer de Pisón un gobernador de Alesia; pero sin razón, como hace observar Groebe (Ap. á Drumann, 2-, pág. 539). Ante todo, no hay ninguna prueba de que en esta época estuviese ya cons(2)

Zippel,

y hay buenas razones para suponer lo Además, como observa Grcebe, lo poco que sabemos de

tituida la provincia de Mesia;

contrario.

esta guerra nos revela que la insurrección,

el

ejército

romano, encargado de reprimir

procedía del Asia Menor, lo que confirma

el

informe

dado por Dión. En fin, no es sorprendente que siendo tan raros los hombres de valor, Augusto escogiese en Panfilia un general para dirigir esta guerra, que era tan seria. Verdad es que no poseemos nin-

gún informe seguro concerniente al estado de Panfilia por esta época; pero ésta es una razón para atenernos al texto de Tácito, según el cual, la Panfilia pertenecía al Senado y tenía un gobernador. Si Pisón, que había sido cónsul en

el

año

15,

tenía dos hijos, podía

ser gobernador de Panfilia el año 11, según la lex de maritmidis

ordmibiis. 'Puesto que

el

ejército

romano que penetró en Tracia la compo-

debía proceder de Asia, he supuesto que las legiones que nían eran las de

Siria.

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

145

Pisón era uno de los raros jóvenes cuya inteligencia valor fuesen dignos del locarse al

mismo

nivel

y

nombre que llevaba. Podía coque Druso y que Tiberio (i).

Augusto intentó luego hacer algunas reformas en el Senado. Puesto que, á pesar de las multas con que se amenazaba á los senadores no se lograba reunir á cuatrocientos de ellos, propuso reducir el número legal (2). Hacía tiempo que se quejaba la gente de que en los archivos del Senado hubiese demasiada negligencia, hasta el punto de que con frecuencia no se encontraba el texto auténtico de los senatos-consultos, ó que se encontraban dos que diferían entre sí. Los tribunos ó los ediles á quienes se confiaban estas cartas, considera-

ban

la vigilancia

de los registros

como encargo indigno

de sus altas magistraturas, y delegaban

La

tal

alguaciles que cometían toda suerte

los

cuidado en de errores.

vigilancia de los archivos se confió, pues, á los cues-

tores,

magistrados

más jóvenes y modestos, que pomás celo (3). Á título de

drían realizar esta misión con

pontijex rnaximiis, Augusto se ocupó también en hacer

más cómodas y

ceremonias religiosas que y autorizó para que se hiciese un sacrificio con incienso y vino á la divinidad en cuyo templo se reuniese el Senado (4). ¡Pero éstos eran remedios muy pequeños para un mal tan profundo é incurable! Al morir Agripa había dejado á Augusto un sencillas las

presidían las sesiones,

cuerpo de doscientos cuarenta esclavos encargados de vigilar los

-(0

acueductos

y,

por

lo

mismo,

el

cuidado de

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

146

este servicio público.

Abrumado ya con

tantas preocu-

paciones Augusto no quiso cargar con esta otra é hizo

Senado crease un nuevo cargo,

que

el

que

se confiaría á los senadores

(i).

el

cura aquarum

Pero, no obstante

todos los trabajos que Augusto se imponia,

el

inmenso

imperio seguía siendo juguete de múltiples fuerzas que

Augusto no podía por sí solo dominar y dirigir. Mientras que en Roma se ocupaba en la reforma del Senado, la guerra se sustraía en Germania al plan que con tanta prudencia había trazado. Cuando Druso entró con su ejército en Germania por el valle del Lippe, encontró

muy

agitadas las poblaciones. Aterrados por la

aparición de los ejércitos romanos y por los proyectos amenazadores de Roma, muchos pueblos habían concertado una alianza defensiva durante el invierno. Pero los disentimientos no tardaron en surgir, hasta el punto de que en vez de concertar una alianza contra el in como entre ellos solía ocurrir vasor, los germanos se hicieron mutua guerra. Los sicambros, que habían tomado la iniciativa de la alianza, acababan de arrojarse sobre los catos que habitaban las riberas del Weser, y todo el territorio al Sur del Lippe, entre el Rhin y el -





Weser

ardía en guerra.

Un

general audaz no hubiese

podido imaginarse mejor ocasión para sorprender á los germanos y rematar con ellos mediante una maniobra

que solía emplear César, en vez de someterlos metódicamente y poco á poco, como Augusto semejante á

las

quería. Druso, en quien brillaba

una chispa de genio de

César, ejecutó hábilmente la primera parte del plan de

(i)

Hirschfeld,

Untersuchu7igeti

Verwaltíi/ig, pág. 162.

auf dem

Gcbeite dcr romisch.

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

Augusto: sometió á

remontó

los usípetos,

Lippe para incorporarse

1

el

ejército que, sin

al

47

valle del

empeñar

más que ligeras escaramuzas, remontaba el valle del Ems. Pero, llegado á este punto, Druso, después de realizada la incorporación, lejos de

trucción del

campamento

comenzar

la

cons-

fortificado, se desvió del plan

trazado por Augusto, y, mediante una marcha audaz, se lanzó en lo desconocido en pos de la fortuna, como

un nuevo César. Recogió víveres

aprisa;

probablemen-

te sólo se llevó la mejor parte del ejército, atravesó el

país de los sicambros, que estaba desierto, invadió territorio de los tencteros,

que se

le

el

sometieron, asus-

tados por esta inopinada aparición; avanzó rápidamente por el territorio de los catos, se arrojó sobre los be-

ligerantes, los separó, los batió

mente hasta

el

los obligó á recono-

3^

cer todos la dominación romana.

Luego avanzó rápida-

Weser. ¿Por qué sólo obtener mediante

y perdiendo muchos años, un resultado que en pocos meses podría procurar un golpe de audala prudencia,

Y

cia?

la

impresión que causó esta agresión centellean-

que si la falta de víveres no le hubiese obligado á replegarse hacia el Rhin, Druso no hubiese estado lejos de realizar al través de Germania una marcha análoga á la de César en Bélgica. Entonces se hubiese aprovechado del estupor experimentado por Germania

te fué tal,

entera para atravesar

el

Weser sometiendo por todas

partes á los bárbaros. Pero los víveres se agotaban; país

no podía sostener

al invasor;

el

Druso tuvo que con-

tentarse con los resultados obtenidos y disponerse á

volver

i)

al valle del

Lippe

(i).

Por

la

Dión, LIV, 33; Orosiü, VI, xxi, 15.

misma época Pisón

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

148

entró con su ejército en Tracia; afrontó á los rebeldes

y apenas tuvo éxito al principio (i). En cambio, Tiberio fué más afortunado en Dalmacia; pero, mientras hacía esta campaña, los panonios se sublevaron otra

vez

(2).

La

na durante

un

no debía parecer muy buei y faltó poco para que

situación, pues, el

verano del año

[

;

desastre agravase las cosas en

el

otoño. Mientras

que Druso se retiraba hostilizado por los mismos pueblos que había vencido, cayó en

que

tante análoga á

la

tenía que pagar

muy

los nervios

una emboscada basprepararon á César:

cara su audacia de querer imitar

á César. Sólo por milagro "escapó con su ejército á un total aniquilamiento terribles.

sobre

el

cuyas consecuencias hubiesen sido

Pudo regresar

dispuso á ejecutar

nombre de

el

\\)

Lippe,

donde en un punto

prudente plan de Augusto

el

Dio orden de construir dar

al

cual no están los historiadores de acuerdo, se

el

castellum, al

(3).

que se había de

Aliso; volvió á la Calía

y

Dión, LIV, 34: fiXxrjBsLg xò Ttpwxov; Velej'o,

decidió fun-

II,

q8: triennia

bellavit. (2)

Dión, LIV, 34.

(3)

Se ha escrito gran número de obras sobre

el

emplazamiento

de Aliso, y las opiniones están muy divididas. Unos lo colocan en el alto valle del Lippe, en la confluencia de éste y del Alma, en la

vecindad de Paderborn ó del Elsen; otros,

medio

del curso del Lippe,

al contrario,

hacia

el

co-

donde está Hamm. (Véase Tarameli] Lo

campagne di Germanico nella Germania, Pavía, 1891, pág. 102). Las excavaciones realizadas recientemente en Haltern, situado en el Lippe, todavía más cerea del Rhin, al poner al descubierto un vasto castellum de la época de Augusto, ha inducido á muchos eruditos á creer que era

el

emplazamiento de Aliso. Al contrario, otros creen del Rhin, y quizás tengan razón.

que Aliso no podía estar tan cerca

El problema quizás parezca insolublc.

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO dar otro castellum en catos», nos dice

mente en

la

el

el

el

Rhin «en

^49

el territorio

historiador antiguo,

y es probable-

castellum que había de convertirse

ciudad de Coblenza; en

fin,

de los

más

tarde

habiendo adoptado es-

Roma. Había sido aclamado biipcrator por los soldados, como ya lo había sido Tiberio; pero fiel á la antigua costumbre, Augusto no quiso reconocer la validez de este título, porque Druso era un legatus. El Senado le concedió los honores del triunfo; el derecho de entrar en Roma á caballo y el poder proconsular, aunque sólo hubiese sido pretor tas disposiciones, regresó á

hasta entonces.

En Roma

tuvo que pronunciar Druso

la

oración fú-

mismo tiempo hermana de Augusto, viuda de Antonio, madre de Marcelo y de su mujer (i). Era una dulce figura que desaparecía: Italia la había visto tan pronto alegre como triste; pero con-

nebre de Octavia, que era

al

servando siempre su dignidad en las tormentas de

la

revolución: tras la muerte de Marcelo se había retirado

en silencio y en el olvido. Y también ahora, como el pueblo y el Senado quisiesen prodigar excesivos honores á la muerta, se opuso Augusto (2). Por su parte, Tiberio parece haberse dirigido á Aquile3^a al comienzo del invierno en

ta

(3).

(i)

compañía de

Se esforzó en

Julia,

vivir bien

con

que estaba en cinnueva esposa que

la

Dión, LIV, 35; Suetonio, (Aug., 61) refiere la muerte de Oc-

ía\-ia

cuando Augusto tenía quiíiquagessimum

agens

¿., 12 y 13.

el

espíritu de

y

adhe-

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

215

sión á la antigua constitución. Augusto, pues, se en-

contraba en graves dificultades. á los dos jóvenes se

les

había permitido que

Si

colmase de honores para poder

disponer pronto de dos nuevos colaboradores, ahora los veía conducidos por la mucliedumbre en

vertiginosa

tamente

un

entre clamores hacia

y

distinto del

una carrera

objetivo comple-

que había deseado. Ninguno de

los

dos jóvenes parecía haber obtenido gran provecho de las lecciones

de Verrio Flaco. Entre tantas adulacio-

nes, riquezas

maban

y homenajes, se hacían orgullosos,

aversión á Tiberio, y se sentían

más

to-

inclinados

la disipación de sus contemporáneos que á las costumbres severas y á las ideas de los antiguos (i). Augusto no cesaba de vigilarlos; pero ¿cuándo un viejo ha

á

podido retener con sus consejos á los jóvenes arrastra-

dos por

el

ejemplo de su generación?

Fácil es imaginarse la rabia impotente que desgarraría el

Roma

corazón de los amigos de Tiberio.

una admiración

sentía

delirante por dos jóvenes imbéciles,

y

dejaba consumirse en entretenimientos obscuros é infe-

(i)

Dión, LV,

9... lòu)v

6 Auyo'jozoc, zb Ta.Co\ xaL tòv Aoó'/.iov,

aÜTOÚs xe

\ii]

Ttocvu,

IvjXoOvTas

(o'j

'{àp ÒZI oSpóxspov

-/.ai

Tzpòc, 'jiávxcov

olci.

xwv

év

áv

f¡'{£\io\io;.

zf¡ tióXs'.,

xoXax£'j^|jL£voo;, y.àx xoóxo'j

&z',

xpsi^otiávoü^,

o'.f¡-^o\,

xa nèv

nado. Pero es

mucho más

siguió á esa elección,

yw(bXr¡,

xaL fiácXXov

loca estos hechos antes de la elección de

xa áauxou

xa S¿

GspaTivíqi:,

6puT:xo|j,svo'jg.,.

Dión co-

Cayo como cónsul

\'a

desig-

verosímil que pertenezcan á la época que

cuando Cayo y Lucio

se convirtieron en objeto

de los halagos interesados de todo un partido. Por otra parte; seían

^Grj

àXXòt xaL ¿Spaaúvovxo...)

este defecto antes de las elecciones,

si

po-

con más razón los ten-

drían después, cuando se vieron transformados con tan poco trabajo

en altísimos personajes.

2l6

GRANDEZA V DECADENCIA DE ROMA

cundos

al

hombre más apto de

la nobleza.

Pero no pa-

recía existir remedio para tal estado de cosas.

Augusto

seguía encolerizado contra Tiberio, y no escuchaba á los que querían interceder por él; ahora había en todas partes aparente tranquilidad que parecía hacer inútiles las virtudes de Tiberio; los jóvenes, los ricos, el bajo

pueblo, seguían

el

ejemplo de

rramaban aturdidamente imperio, sin preguntarse

el si

Julia, se

divertían, de-

dinero arrebatado á todo el

derecho de correr

el

la fies-

ta con las riquezas de los subditos sería eterna, ó

si,

los consejos de Tiberio, desaparecería en cuanto no se fuese bastante fuerte para apropiarse las riquezas ajenas. En el año 4, y también durante el año siguiente. Palestina recordó nuevamente á Roma y con un ejemplo terrible que el oro que gastaba en sus diversiones era el precio de la sangre. Muerto Herodes, su

según





reino se disgregó bruscamente. El partido nacionalista

volvió á levantar la cabeza. Antipas, que en

el

prece-

dente testamento fué designado rey, acudió á

Roma

para gestionar que Augusto ratificase este testamento,

en vez del último que concedía

el

trono á Arquelao; in-

quieto por su parte, éste también se dirigió á

Roma

para defender su causa, aunque por todas partes los rencores, los descontentos, las esperanzas que la férrea

mano de Herodes había sabido contener, renaciesen amenazantes (i). Ambos hermanos, pues, vinieron á Roma con los dos testamentos, pidiendo á Augusto que sirviese de arbitro. Como siempre, Augusto no quiso asumir por

(i)



solo la responsabilidad de la deci-

Josefo, A. 7., XVII, 9.

AUGUSTO

V EL

GRANDE IMPERIO

convocó un consejo de senadores

sión;

al

21 7

que

asistió

Cayo; y el consejo acordó revalidar el segundo testamento, que dejaba tanto dinero á Augusto y á Li-

Roma, llegaron notiDespués de la marcha de Arquelao, en Siria surgió un disentimiento entre Sabino, el nuevo procurador que Augusto había enviado para sustituir á Herodes en este cargo, y Quinvia (i). Pero apenas decidió esto

cias

mucho más graves de

tino Varo,

gobernador de

Palestina.

Siria.

Sabino quería ocupar

á Palestina durante la ausencia de Arquelao, con la guarnición romana, para guardar en unos tiempos tan revueltos los teroros del rey,

y también

los diez millo-

nes que Herodes había dejado á Augusto. Varo, que

conocía mejor

el

país

y

los

hombres, temía que esta

intervención exasperase al partido nacional y aportase

graves desórdenes, y aconsejó esperar sin dejar por eso de estar alerta (2). Sabino triunfó al fin; como siempre, el

deseo del dinero fué más fuerte que

lítica;

¿icusó

como

la

prudencia po-

Varo temía, el país, que ya tan fuertemente á Herodes por gastar parte con-

pero,

Quintilio

siderable de los impuestos en provecho de los extranjeros, perdió ahora la paciencia. Jerusalén se sublevó;

luego los campos; por todas partes aparecieron parti-

das de bandoleros

(3).

Quintilio

Varo tuvo que acudir

con las legiones de Siria y todos los cuerpos auxiliares, buscando ayuda, y hasta sirviéndose de un cuerpo de 1.500 soldados que le ofreció la ciudad de Berito, ca-

(i)

Josefo, J. A., XVII, IX,

(2)

ídem,

id.,

XVII,

(3)

ídem,

id.,

XVII, x, 2-10.

ix, 3.

5.

2l8

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

balleros é infantes que

rey de

envió en gran número Areto,

le

Arabia Pétrea

la

(i).

Herodes pretendió que premacía de

las

los judíos

dos fuerzas contra

aceptasen

las

la

su-

que hubiese sido

helenismo y Roma. Pero existían tantas dificultades en su reino, que esta polí-

presuntuoso querer luchar: tica sabia

el

y necesaria había indignado á

por los medios empleados para tencia para

con mal

los pueblos

¡Qué adver-

Quintilio se asustó de tal

manera

revolución, que apenas restablecido bien que

la el

Roma!

realizarla...

orden, permitió á los judíos que enviasen á

una diputación para

Y

pedir, la abolición

de

la

Roma

monar-

Senado y Roma escucharon la misma queja de Oriente, humilde y lacrimosa ahora, que ya había resonado en Occidente con violencia y con cólera: la queja de los campos aprehendidos y chupados por el pulpo inmenso, cuyo ojo era la monarquía de Herodes, y cuyos tentáculos insaciables eran las quía

(2).

Augusto,

el

ciudades adornadas de magníficos monumentos, que pagaban sus placeres con el dinero de los campos; los parásitos, las cortesanas, los funcionarios, los artistas, los literatos extranjeros

que pululaban en

la corte, las

bandas de soldados tracios, gálatas, germanos, que engordaban obligando á los judíos á ayunar aún en los días no prescritos por la ley, los Estados, los soberanos, los grandes personajes extranjeros á quienes se abría continuamente estos tesoros de oro

tan penosamente acumulados por lujo,

el

vicio,

la

corrupción,

(i)

Josefo, A. y., XVII, X, 9.

(2)

ídem,

id.,

XVII,

xi, i.'

el

el

y de

plata,

trabajo judío,

servilismo,

el

el

crimen

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

219

triunfante en la corte en medio de la miseria espantosa del pueblo, arruinado

judíos concluyeron

y consternado.

demandando

Y

los

embajadores

la abolición

de

la

mo-

narquía, la anexión de Palestina á Siria y su organización en provincia

romana

(i).

¡Para eximirse de la fa-

milia de Herodes, Palestina iba á ocultar su cabeza en

seno de Roma! Pero este gesto desesperado no podía

el

quebrantar

que na,

si

la fría

prudencia de Augusto. Decíase éste

Palestina quedaba reducida á provincia roma-

Roma

asumiría

la

responsabilidad de gobernar con

sus magistrados escasos y poco celosos á un pueblo inquieto y turbulento; que se vería obligada á licenciar parte del ejército de Herodes y á reorganizar

el

formando un ejército auxiliar mandado por oficiales romanos; que esta transformación del ejército de Herodes aún daría más que hacer á las legiones acanresto

tonadas en Oriente, que eran tan pequeñas en razón la misión que les estaba confiada, precisamente cuando surgía un peligro aún maj^or. Fraataces, hijo de Fraates, daba media vuelta, se revolvía bruscamente contra Roma; según parece, ocupaba á Armenia con ayuda del partido nacional, y obligaba así al rey reconocido por Roma á emprender la fuga (2). Era ésta una

de

traición á los ojos de los

dos causas:

el

romanos, y debía reconocer

deseo de purificar los vergonzosos orí-

genes de su fortuna con

la

popularidad de una política

el deseo de negociar un acuerdo con Roma que impondría como condición que se le entre-

nacional y

en

el

(i)

Josefo, A. 7., XVII, XI, 2.

(2)

Veleyo Patérculo,

ras, X, 36.

II,

100...

Adjecit Armenics

manum. Zona-

220

gasen

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

Eran estos rehenes dema-

los hijos de Fraates.

siado peligrosos en poder de los romanos. Asi, las es-

peranzas que

Roma

había cifrado

palaciega realizada por el

Tea Musa

en

la

supremacía de

muy

trábase

Roma

revolución

se veían frustradas;

protectorado romano de Armenia, en

tentaba

la

el

que se sus-

en toda Asia, encon-

comprometido. ¿Podía

Roma

dar este paso

cuando Augusto había hecho creer dual imperio que los partos se habían resignado á soportar una especie de protectorado romano? Pero para poder obrar con energía en Armenia era necesario tener libres las manos en Palestina. Augusto, pues, no quiso proponer al Senado que atrás en Asia

rante veinte años á Italia y

se declarase á ésta provincia romana; pero rectificó las

decisiones ya adoptadas y,

como de

ordinario, ideó

una

transacción para contentar á unos y otros: dividió en

dos

el

reino de Herodes; dio

el título

naba

una parte á Arquelao con

de etnárca, prometiéndole

bien;

el

de rey

si

gober-

subdividió la otra en dos nuevas partes

dando una á

Filipo

y

la

otra á Antipas; estableció, pues,

en Palestina una nueva monarquía dividida en

más

En

débil,

por consecuencia, y

más

fácil

tres,

de vigilar

(i).

ñn, decidió para arreglar la cuestión de Oriente,

enviar

un

ejército á

Armenia para restablecer

el

pro-

tectorado romano, y dar á entender á todo Oriente que

hasta

el

Eufrates

Roma no

quería soportar ninguna

ri-

validad ni condominio. Pero aunque Augusto sospe-

chase que Fraates amenazaba sin querer verdadera-

mente

llegar á las

manos y procuraba ante todo

intimi-

dar para concertar una paz ventajosa, no podía por

(i)

Josefo, ^. 7., XVII, XI, 4.

221

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

menos de sentir por esta época viva inquietud. Precisamente, como se trataba en este asunto de emplear las amenazas y las negociaciones antes que la fuerza, convenía que la expedición la dirigiese un hombre con prestigio

y

habilidad.

Augusto era demasiado viejo para y encargarse de empresa tan

realizar tan largo viaje

pesada; Tiberio estaba en Rodas, y entre los grandes

Roma no

de

había nadie de quien pudiera

fiarse.

Casi

todos eran incapaces. Lucio Domicio Enobarbo, por ejemplo, sólo había dado

muy

mediocres pruebas de su

Marco Lolio quizás reunía las necesarias aptitudes para el mando, pero no tenía bastante prestigio, y tampoco se podía fiar suficientemente en su integridad (2). Augusto acabó por idear habilidad en

Germania

No sabemos

(i)

casi

nada de

muy vagamente

Dión alude

(i).

lo

que hizo Domicio Enobarbo,

(LV, 10) á un fracaso político y militar

contra los Queruscos, fracaso que xaxatypovf^aai olaXouc,

BapSápoug

eíióríjasv.

consistió este fracaso; sólo satisfizo lo

Nerón, (2)

tenemos

la

impresión de que en

hecho por Domicio, apesar de que, con se

facilidad,

le

zobc,

Roma no

acostumbrada

concedió los ornamenta rriiimphalia. (Suetonio,

àv Ttpágrj OÙXB yàp auTÒ^ aTpaxsüaa'.a

wg

lO'J-.oic,

oloc,

zs

Eíprjxai, |j.sxéaxr,, yjSy) dcXXov 5é xiva

"xat tcíüv

ó Auyo'jaxo; Tjuóps'. tjv

5tà

Tcéficjjai

ff/poic,,

xcDv

o te

Suváxwv

èxóXfia. Estas últimas palabras oOx ¿xóX^ia contienen todo el

enigma de viar

la

Zonaras, X, 36: tüjv 'Ap¡i£vío)v 5¿ vscoTsp'.axvxtov

TiÉépiog, o')y.

xaL

4).

IIáp9a)v aOxotg auvspYOÚvxtov, àXyóBv ird TÍ

Qzxá\h?ii\x?>Q\\, I,

págs. 894

y

Angus tus uni

sig.; voi. II,

No hay acuerdo

Probablemente

sehic

Ze'it,

le

Lipsia,

pa-

1S91-

págs. 519 y sig.

sobre la fecha de la inauguración.

Como

ob-

hay razones para creer que fué el 12 de Mayo. Pero Veleyo Patérculo (II, 100) nos dice que fué se (id est Augusto) et Gallo Caninio consulibus. Aho-

serva Borghesi (de Ovid. Fast., V, 550 y

ra bien, las inscripciones (C. I. Z., I^,

sig.)

164) nos hacen saber que

año eran Augusto y M. Plaucio Silvano. Galo Caninio sería, pues, un cónsul seffectus. Como es poco probable que Plaucio no fuese cónsul durante seis meses y que ablos cónsules de á principios del

dicase antes del

có después del

i.'*

i."

de Julio, parece que la inauguración se verifi-

de Julio, y probablemente en

Véase Mommsen, C.

I.

Z.,

I

2,

pág. 318.

el

mes de Agoste.

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

oportuno oponer esta manifestación

recio

225

'

al

espíritu

y enervado de las nuevas generaciones que observaban mejor el culto de Venus que el de escéptico, frivolo

Marte, cuando los rumores de guerra llegaban de Oriente

y de Occidente, y cuando en Roma, con

brada ligereza, se hablaba de

la

la acostumpróxima conquista de

y de otras locuras por el estilo. Al inaugurar el foro, Augusto publicó un edicto aconsejando al pueblo que exigiese que el presidente de la república ^e pareciese siempre á los grandes hombres cuyas estatuas estaban allí (i). Luego se celebraron fiestas solemnes; hubo nuevos juegos troyanos y una naumaquia, que atrajeron enormes muchedumbres de todas partes de Italia (2); el Senado aprobó un decreto haciendo del nuevo templo de Marte el más alto símbolo religioso de la fuerza militar de Roma. En efecto, todos los ciudadanos, después de tomar la toga viril tenían que diriPersia

girse á este templo; todos los magistrados

que iban á

el momento de su marcha, y después de haber rogado al dios de la guerra para obtener su favor, comenzar su viaje partiendo del umbral sagrado de la morada de Marte; cada vez que se tratase de deliberar sobre un triunfo, el Senado se reuniría en este templo; los Senadores depositarían allí el cetro y la corona, y allí también se llevarían todas las enseñas tomadas al enemigo (3). Con estos monumentos del foro y estas fies-

las provincias tenían

(-1)

(2) 1

7

r

y

(3)

igualmente que visitarlo en

Suetonio, Atig., 31. Velej'o Patérculo,

II,

c, 2;

Dión, LV, 10 Ovidio,

Ars

sig.

Dión, LV, 10.

Tomo VI

15

am.,

\,

GRANDEZA

2^:6

Y

DECADENCIA DE ROMA*

Augusto aún había procurado reavivar

tas de Marte,

grandes recuerdos del pasado y de la antigua aristocracia en este pueblo de mercaderes, de artesanos, de los

cortesanas, de paseantes que iban á desgastar

el

bello

mármol de su monumento. Pero la tentativa era vana. La nueva generación apenas se detendría para contemcon mirada distraída y espíritu indiferente

plar

las es-

tatuas de estos grandes hombres que, en medio de to-

das

tempestades, habían fundado poco á poco

las

imperio con

do por

inquebrantable, Ovidio,

fe

el

el

poeta preferi-

mujeres y por los jóvenes elegantes, y que

las

al tierno Virgilio y al mordaz Horacio, nuevo poema sobre el arte de amar, hacía de Marte, el dios de la guerra, un enamorado demasiado complaciente con Venus. Recordaba las fiestas que Augusto había hecho celebrar para la consagración del templo, pero como una ocasión única de aventuras é intrigas de amor por la innumerable y alegre muchedumbre de lindas mujeres y de jóvenes que acudieron

hacía olvidar Ovidio, en su

á

Roma

y por adelantado celebraba de la misma con que ya se contaba para solemnitriunfo de Cayo César, cuando volviese de la Per-

manera

(i);

las fiestas

zar

el

sia

conquistada. ¡Qué maravillosa ocasión de cortejar á

su bella

(2)!

Con su

facilidad

y su

sutileza habituales,

este armonioso porta- voz de la juventud que expresaba

todas las locuras de su generación, tampoco dudaba en adular, cual los

si

le

halagase

la

servidumbre dinástica, á

dos jóvenes hijos de César, y escribió en su honor

(i)

Ars

am.,

Quis

I,

175:

I,

177-228.

illa} (2)

Ars

am.,

íion iiivenil^

Inrba qtíod

amaret

in

227

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

unos versos que, cincuenta años antes, hubiesen hecho enrojecer á un romano pareciéndoles dignos del más

En

celebraba la grandeza precoz de

vil

esclavo.

los

dos jóvenes como privilegio concedido á su natura-

ellos

leza semi- divina.

Ultor adest, primisque diicem profitetur in armis,

Betlaque non puero tractat agenda puer. Farcite natales timidi numerare deorum:

Cíesaribus virtus contigit ante diem.

Ingenium

coeleste suis velocius annis

Surgit et ignavae fert male

damna mora;

(i).

f

Pero una catástrofe inesperada y terrible, cuyos detalles sólo imperfectamente conocemos, interrumpió sú-

bitamente este

delirio.

¿Había sido Julia demasiado te-

meraria fiando en su popularidad, en

la

vejez de su pa-

dre y en la escéptica indulgencia del público.^ ¿Había

dejado entreabrir imprudentemente los velos que ocul-

taban sus amores

ilícitos, ella, la hija del

años antes había promulgado riis?

Es probable

¿Debemos ver en

(2).

que

dieciséis

la terrible le.v de adiilte-

lo

que ocurrió

entonces un desquite de los amigos de Tiberio y del

pequeño partido

tradicionalista, ó

de Livia para volver á

un supremo esfuerzo

abrirle á Tiberio las puertas

Roma? También esto es bastante probable (i)

Ars

(2)

Macrobio, Sat.^

am..

I,

patris abutebatur

En

(3)

pero parece trofe

en

padre,

181 y sig. II,

v,

i:

quam

sed indulgentia tam fornuiiz

(Julia)...

la catástrofe

lo cierto

la lex

(3).

de

Hay que

de Julia quedan muchos puntos obscuros;

que es preciso buscar

Julia de

la

causa de esta catás-

adíilferiis. Julia sufrió la ley dictada

por su

y cuyas principales disposiciones hemos enumerado en

el

ca-

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

228

suponer, pues, que los amigos de Tiberio llegaron á

poseer las pruebas de un adulterio de Julia conocida

por un liberto llamado Febeo, y que, furiosos por la decadencia de su partido, persuadidos de que serían aplastados

si

no lograban

enemigos con un que aún quedaba en

herir á sus

golpe bien asestado, apelaron á

lo

y de audacia, y decidieron recobrar algún prestigio demostrando que no tenían consideraciones por nadie, ni siquiera por la hija de Augusto, que ellos de coraje

era tan popular. La lex de adiilteriis se había aplicado á muchos hombres y mujeres: ¡jpor qué Julia y sus amantes habían de sustraerse á ella? Augusto, que

tantas veces había promulgado y afirmado que todo

el

mundo

debía de obedecer las leyes, no podía impedir

que su

hija recibiese,

tigo. Sin embargo,

el

como

los

demás,

viejo presidente,

el

merecido cas-

que por espacia

de veinticinco años había consagrado á la cosa pública tantas fatigas, tanto dinero, tantas solicitudes, parecía demandar, como única recompensa de sus méritos y trabajos, que nadie

le

falta cometida por su

pítulo VII del

obligase á ver la prueba de la

hija;

no quería verse en

la terri-

tomo V. En otros términos, para comprender esta ca-

hay que tener presente en el espíritu esta ley. Ob libídines atque adulteria damnatam, dice Suetonio (Tib., ii); San Jerónimo,

tcístrofe,

ad

an. Abr., 2012: in adulterio deprehensam; Tácito, An., I, 53: ob ¿/é Clem., I, x, 3: quoscumque ob adulteriunt-

impudicitiam; Séneca, filicz suit

damnaverat... Está claro que se trata de un delito previsto

de adulteriis; y admitido esto, resultan claras otras muchas cosas que parecían obscuras. Desde el día en que Augusto advirtió que la falta de su hija era tan evidente que no podía disimu-

por

la lex

larse, se encontró en la alternativa de imponer una escandalosa impunidad ó de abandonar á Julia á su suerte.

229

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

mismo

ble alternativa de dar el ejemplo de desgarrar él

que había redactado ó de proceder contra su sangre, de marcar con nota de infamia á la madre de

las leyes

dos jóvenes, en los que parecía esperanzas para

lo porvenir.

cifrar las

Pero

^iqué

más

bellas

escándalo po-

más daño al partido de la joven nobleza que un escandaloso proceso de adulterio contra Julia? Y los amigos de Tiberio, furiosos por sus repetidas derrotas, día causar

no tuvieron consideración para para los méritos, sentaron

al

ni

para

los cabellos blancos, ni

la faniilia

de Augusto, y pre-

padre las pruebas... El golpe debió herir

profundamente. Augusto ca3'ó en

las redes

mo

La

había tendido para los demás.

que ostentaba su nombre, obligaba

que

él

mis-

lex de adulteriis,

al

marido á casti-

no podía ó no quería,

al

de su mujer; y si el marido padre tocaba hacerlo. Estando

Tiberio en Rodas, era

él,

Augusto, quien debía castigar

ó acusar á su

si

no Casio Severo, ó cualquier

gar ó á denunciar

la falta

hija;

otro sujeto de igual laya, podría arrastrar á Julia ante



la qiicrstio, solicitar siempre apoyándose en otra ley que él mismo había hecho aprobar que se aplicase el tormento á Febeo para que declarase la falta de su ama. Y este hombre, que los historiadores modernos nos ofrecen como un monarca absoluto, arbitro en

Roma



de todas las leyes y de todas las cosas, este la ambición de fundar una

hombre que hubiese tenido

dinastía para asegurar por siempre

el

imperio en su fa-

hombre careció de valor en el momento supremo de disputar su hija al odio de una pequeña banmilia, este

dería^ á los estúpidos prejuicios de las clases medias, al

temor de querer parecer buscar privilegios para él y. la ambición tan republicana y tan

para su familia, á

23°

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

_

latina de mostrar al pueblo

que las leyes estaban por encima de toda consideración personal ó de familia. El había hecho esa terrible ley que á tanta gente había alcanzado;

si

llegado

el

turno de sufrirla procuraba

sal-

var á los suyos, ^qué sería de su reputación de magistrado imparcial, de severo guardián de las costumbres,

que constituía en gran parte su gloria y su prestigio? Imagínese á este viejo de sesenta y dos años, fatigado, irritado de las dificultades que aumentaban cuando más deseaba el reposo, y que, al término de su vida agitada, quilidad,

cuando tenía derecho á desear alguna tranno podía eludir la terrible venganza de los

amigos de Tiberio, poniéndole en tar á su hija ó de arriesgar en

la alternativa

de

ma-

un monstruoso escán-

dalo todo su prestigio y toda su obra, Augusto no era cruel; pero

ante

tal

elección se vio poseído de

so terrible de dolor y de cólera

igualdad de todos ante

(i).

un acce-

Mientras que

la ley sólo era

la

ya un conven-

cionalismo mentiroso del que se servían los charlatanes,

como Casio

Severo, para engañar

al

pensó inmediatamente en usar de

que

la lex

Julia permitía

al

amor. Ausente de Roma, envió Tiberio,

y en

hija,

y

los últimos rigores

pater familias aplicar á su

hija adúltera, es decir, matarla'.

nombre de

Au-

pueblo,

gusto quiso que fuese una cosa seria para su

Luego el

se

sobrepuso

el

repudio á Julia en

virtud de sus poderes de

pa-

ter faynilias la desterró á Pandataria (2).

(t)

Séneca, de Ben.,

(2)

Suetonio, Aiig., 65.

I,

dalo depende, sin duda, de ieriis

que obligaba

al

xxxii,

2.

La intervención de Augusto en la

el

escán-

disposición de la lex Julia de adul-

padre á castigar ó acusar á

la

mujer adúltera,

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

Y Roma,

que no

lo

de Augusto,

231

esperaba, supo súbitamente que la

madre de Cayo y de Lucio,

la

hiia

la

gran dama tan popular, había sido sorprendida en

y expulsada de

adulterio por su padre, desterrada

la

familia. Las más locas acusaciones se encresparon en-

tonces en Roma. Las altas clases, así

como

las clases

medias, los senadores y los caballeros, las banderías

más

influyentes se revolvieron entonces contra Julia;

todas las fábulas obscenas inventadas á costa suya por

amigos de Tiberio, y murmuradas durante tanto tiempo, se refirieron en alta voz, hinchadas ahora, y con los

más

la

viva indignación.

de una

falta

La desgraciada

Julia, culpable

tan común, quedó envilecida

como

la

más

vergonzosa cortesana, arrastrada por el lodo, acusada de todas las abominaciones y aún de una tentativa de parricidio; todos sus amigos fueron acusados de adulterio, de conspiración contra

Augusto; Febeo se

ahorcó para no deponer contra su ama; Julio Antonio,

más sospechoso de todos por sus

el



(i): las

cuando

el

condenas fueron

muy

orígenes, se suici-

numerosas; Sempronio

marido no podía ó no quena hacerlo

ahora aplicó Augusto su

le}'.

No

él

fueron condenados Julia y sus cómplices. Según tenía que haber sido juzgada por

mismo. También

se ve claramente por quién

una

qUitstio.

el

y cómo

derecho común,

Pero Tácito nos da á

entender que se cambió la denominación del delito de una manera algo arbitraria: nani culpam... viilgalam gravi nomine lasarum religionum ac violata majestatis appellando clementiam majorum suasque ipse leges egrediebatur. Como sabemos que la lex Julia de adul-

teras permitía

al

padre castigar

él

mismo, mediante

ciones, á la hija adúltera, la suposición

más

ciertas condi-

sencilla es que

Augusto

se valió de sus poderes de pater familias aplicándalos quizás alga

arbitrariamente para evitar (i)

el

Dión, LV, 10; Veleyo,

escándalo de un proceso. 11, c,

4.

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

232

Graco y

v^arios

de los

más

bien,

clandestinamente de

salir

odio de todas las personas de

número de faltas que no haNuevamente y por algún tiempo sintió la

cargada con

bía cometido.

el

Julia, fue-

acompañada de su an-

(i);

ciana madre, Julia tuvo que

Roma, perseguida por

amigos de

ilustres

ron condenados á destierro

infinito

gente súbito horror por

el

adulterio, cuj'^os denunciantes

se aprovecharon para acusar á cierra ojos á gran

de personas. Augusto era

muy

número

poderoso y admirado;

nadie osaba ya atentar contra su grandeza; pero

el

celo

democrático incubaba en los corazones y adquiría libre curso en el monstruoso escándalo del adulterio de Julia,

Puesto que ésta se había dejado coger en

á expiar

la

grandeza privilegiada,

Augusto; iba á ser arrojada en á una profundidad igual á

el

la

abismo de

la altura

falta, iba

fortuna única de la infamia,

de la gloria én que

se encontraba su padre; singularmente expiaría todos

que Augusto había engendrado con

las le-

yes sociales. ¡Qué alegría para aquéllos á quienes

las le-

los rencores

les sociales del

en su fortuna,

año i8 habían herido en su el

ver á

la hija del

abrumada también de infamia y

felicidad

y

autor de esas leyes perdida!

El mismo

Augusto, arrastrado por esta corriente, escribió una carta al Senado explicando el castigo de su hija y enumerando, como si hubiesen sido verdad, las más odiosas calumnias que circulaban contra ella (2).

100; Séneca, de Cle/n.,

x, 3.

(i)

Velej'o,

(2)

Suetonio, A/¿g., 65; Séneca, de Bene/., VI, 32.

II,

I,

La

vejez de Augusto.

Tales excesos no tardaron en aportar una reacción. El partido de la joven nobleza, los amigos de Julia,

pueblo que amaba á Caj'o, á Lucio

dos de

los

que indignados de

la virtud

}'

las crueles

llegaban á simpatizar con

ocasiones hasta con

el

el

á su madre, to-

exageraciones el

vicio

y en

crimen, se sublevaron á su vez

contra la ferocidad de este escándalo tan penoso que

había entristecido

madre á

los

la vejez

de Augusto y privado de su

dos jóvenes, esperanza de

la república.

Se

protestó contra la locura de las delaciones que á tantos

inocentes amenazaban; se acusó á Tiberio de ser la

causa de tanto mal

Suetonio (Tiberio,

(i)

después de

la

condena de

rro de Tiberio, en tra él jdio

(i);

más

el

n

Julia,

v 12) nos muestra claramente que, comenzó el peor período del destie-

que su impopularidad fué maj'or y

el

odio con-

intenso. Esta impopularidad fué de seguro causada por

que Augusto

le

manifestó claramente, y también por

dalo de Julia que desagradó á plicarse por

más

se celebraron manifestaciones

qué Tiberio,

tarde con

le

gente.

De

este

el

escán-

modo puede

ex-

de Suetonio (Tiberio, 18), intervino

Augusto en favor de

Tiberio no quiso que se perseguidor.

mucha

al decir

el

Julia.

Era ésta tan popular, que

acusase de haber sido su más implacable

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

234

populares en favor de Julia cidirse á dar

una

Augusto tuvo que de-

(i).

satisfacción á esta parte del público é

intercediendo en calidad de tribuno prohibió que se ins-

truyesen nuevos procesos sobre los adulterios realiza-

dos antes de cierta época

{2).

Pero hecha esta conce-

sión al partido de Julia, se apresuró en conceder

pensaciones los jóvenes

metido en

com-

partido puritano: desterró á algunos de

al

amigos de Julia que más se habían compro-

el

escándalo y que, por sus costumbres, proel partido contrario, usan-

vocaban más indignación en

do algo arbitrariamente de su derecho de hacer todo lo que consideraba útil para el orden moral y el prestigio de la religión; y supliendo en parte con su autoridad á la

ferocidad de los juicios públicos, limitada por su veto

de tribuno

(i)

Suetonio, Aug.,

Véase Dión, LV, (2)

Pero estas compensaciones terminaron

(3).

65.

Deprecaide

scepe

populo romano,

etc.

13.

Dión, LV, 10. Gracias solamente á sus poderes de tribuno

pudo impedir Augusto esos procesos. (3)

Séneca (de

Cleni.

I,

x, 3) dice

que Augusto, en vez de con-

denar á muerte á los amantes de su hija

que se

(la

lex de adulter'iis parece

mostró magnánimo y se contentó con destePero aquí, como en el destierro de Julia, se propone la

lo permitía) se

rrarlos.

cuestión

¡^e

saber en virtud de qué poderes desterró Augusto á los

verdaderos ó presuntos amantes de su creerse lo que dice Séneca, según

el

hija.

Y

ante todo ¿puede

cual Augusto desterró á los

amantes de Julia sustituyendo su propia autoridad á nales? Tácito {An.,

III,

la

de los tribu-

24) confirma á Séneca: adúlteros...

marte aut ftiga punivit. Pero

el

earum

testimonio de Tácito, que suele ser

inexacto en las cuestiones de este género, no sería de gran peso,

si

no tuviésemos otro más importante, el de Ovidio. El poeta quedó comprometido diez años después en el escándalo de la joven Julia, que fué análogo en todo al de su madre, aunque menos grave. Ovidio nos dice de una

manera muy

clara que fué relegaius por

un edic-

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

En vano

ahí.

esperó Tiberio que Augusto

235 le

llamase de

Rodas. Si Julia y sus amigos más íntimas, si sus amantes verdaderos ó imaginarios, si los jóvenes más cola nobdeza salieron de Roma, Tiberio no Desde el escándalo de Julia aún era más detestado que antes; más que nunca se temía á este

rrompidos de volvió á

ella.

tum de Augusto, tio,

y

y

sin que

el

sin que se dictase sentencia contra él por la quces-

Senado autorizase ningún decreto (Tristes,

II,

131

sig.;:

Nec mea decreto damnasti facta senatus Xec mea selecto judice iussa fuga est: Tristibus invectus verbis — ita principe dignum



Ultus es offensas, ut decet, ipse tuas. Adde, quod edictum, quamvis immite minaxque

Attamen in pcenre nomine lene fuit. Quippe relegatus, non exul dicor in ilio...

Es evidente que Ovidio no fué relegado por ningún juicio, si no por una disposición administrativa, como hoy diríamos, adoptada por Augusto:

lo

mismo debió

ocurrir con los desterrados de que habla

Séneca; pues Tácito dice que los que habían

con

y con

la hija

nera,

la nieta

consumado

el

adulteria

de Augusto fueron tratados de igual

ma-

¿En virtud de qué autoridad podía adoptar Augusto esta medi-

dida administrativa,

é infligir

por un edicto á ciudadanos romanos la

pena de deportación? Así como para el destierro de Julia, y aún con más razón, pues se trata de personas sobre las que Augusto no ejercía \^ patria potestas, sólo

utqiie

veo para esto

la facultad

que se

le

con-

año 23, y de la que se trata en la pág. 150 del tomo Vr quaeciimque ex usu reipublicae divinai-um huma (na) rum

cedió en

el

publicarun privatammque renim esse censebit,

ei

agere faceré jus

punto en que se estableció que Julia y sus -cómplices se habían hecho culpables de sacrilegio (Iccsarum religiopotestasque

sit.

Desde

el

num), como dice Tácito, Augusto podía condenarlos á en virtud de los poderes que sario por

el

le

la relegación,

autorizaban para hacer todo

prestigio de la religión.

lo

nece-

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

23^

hombre de carácter tan poco en armonía con su época; dejándole en Rodas, Augusto ofrecía una nueva compensación al partido de la joven nobleza, tan rudamente castigada por el escándalo de Julia. -

En

vez de mejorar este escándalo la situación, tan

rante ya, sólo provocó nuevas discordias aún

y

lentas;

el

más

ti-

vio-

partido tradicionalista que lo había maqui-

nado, de ninguna manera pudo aprovecharse de

él.

Á

todas estas causas de disolución añadíase ahora para

Estado una nueva desgracia de orden físico persoAugusto envejecía. Verdad es que aún no tenía sesenta y un años, y no se le podía llamar, absolutamente, viejo; pero había empezado muy joven á vivir con el

}'•

nal:

intensidad,

y hacía cuarenta años que en

lámpara de

la

él

ardía la

vida sin escatimar nada, entre preocupa-

ciones, fatigas, angustias, tribulaciones, desilusiones de

una de

carrera política que ha de considerarse

las

más

como una

largas y agitadas de la historia universal.

No

es sorprendente, pues, que Augusto fuese ya viejo á

una edad en que mucha gente posee todo su que por esta época reuniese todos

vigor,

y

los vicios de la vejez:

la obstinación, la desconfianza, la debilidad,

la irrita-

ción. Por primera vez desde las guerras civiles parece

ser que

el

hombre prudente, tan

reflexivo de ordinario,

obedeció á un espíritu de rencor y de amor propio herido. Si la absurda impopularidad de Tiberio era ya una

gran dificultad para

Estado,

el

el

rencor personal de

Augusto aún agravó más las cosas. Al partido puritano que casi le había desafiado á probar que no era como todo el mundo se figuraba un padre demasiado indul-





gente, quiso demostrar que sabía servirse de los poderes discrecionales

que

el

Senado

le

había confiado, pa-

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

más duro

ra hacer el

el

castigo de su hija, á pesar de que

pueblo pedía gracia para

beber vino y recibir

mismo no

ella.

la visita

Llegó hasta prohibirle

de ciertas" personas

si

él

concedía antes una autorización espe-

Pero se vengó en Tiberio de los tormentos que

cial (i).

infligía

les

237

á su

cerrándole brutalmente las puertas de

hija,

Roma; reveló su odio contra excitó así á que

le

él

en todas ocasiones y

odiasen todos los que se sintieran

desanimados por el escándalo de Julia (2). Todo el amor que en otro tiempo sintió por ésta, lo cifró ahora en

Cayo y en Lucio que los estrechaba contra su pecho, supremo consuelo y esperanza suprema después de la ,

catástrofe de Julia. Para ellos solos, hijos de la sangre

de César, tendría ahora su ternura das

las indulgencias,

ciones; para Tiberio,

— como

los

de abuelo to-

el

En

Claudio orgulloso é intratable,

no sólo no renunció Auamigos de Tiberio habían creído— á

sólo tendría cólera.

gusto

senil

todos los favores, todas las ambi-

efecto,

que Cayo fuese á Oriente, sino que

le

asoció

como con-

uno de los más encarnizados enemigos de Tiberio, á Marco Lolio (3), y apresuró su marcha, que fué, según parece, á principios del año i antes de Cristo. La primera generación había respondido muy mal á sus esfuerzos para hacer de su familia una gran familia á la sejero á

(i)

Suetonio, Aug., 65.

(2)

En

este

mismo

capítulo veremos que la conducta de-

en relación con Tiberio fué aquel año contraria se la

puede

explicar, pues, sin admitir

Augusto

al interés público.

No

que Augusto acalorase contra

Tiberio un violento resentimiento. (3)

Véase Suetonio,

T/¿>.^

12:

ex crtm'iiationibus

AL

Lollii co-

mitiú et rectoris ejus. Lolio, pues, era un enemigo de Tiberio.

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

238

manera antigua, y que hubiese podido servir de modelo á toda la nobleza: ¡Druso había muerto á los treinta años en la remota Germania; Julia estaba notada de infamia y en

destierro; Tiberio se

el

encontraba

lejos,

era

impopular, parecía abandonado para siempre! Augusto

ya

sólo podía

cifrar

sus esperanzas en

la

segunda gene-

ración; deseando ardientemente que fuese

más

menos orgullosa y dente, consagrada toda ella á un virtuosa,

más

sabia,

violenta que la precefin

tan trágico y cruel.

Esta segunda generación era bastante numerosa; pues

tomado muy á la ligera le lex de menos había obedecido á la lex de maritandis oi'dinibiis. Augusto y Livia tenían ocho nietos, además de Cayo, que era el mayor. De los tres hijos si

la

anterior había

adiilteriis, al

que había dejado Druso y que criaba Antonia, el primogénito, Germánico, que tenía entonces once años, era hermoso, de buena planta, inteligente, activo, de carácter amable; estudiaba literatura, filosofía y

cuencia con

mucho ardor y provecho; gustaba de

elolos

segundo en orden de edad era con uno ó dos años menos: parece

ejercicios físicos (i). El

una niña, Livilla, que por esta época, en cía pensar

o en mal.

en Lyon el

Roma y Tenía

la

año

i

antes de Cristo, no ha-

que algún día daría mucho que decir en bien cambio, el tercero, aquel Claudio nacido

En el

mismo

el

i.°

de Agosto del año 10 antes de Cristo,

día de la inauguración del ara en

honor de

de Augusto, era un joven monstruo semi-idiota.

cabeza pequeña y trémula,

la

boca enorme;

balbuceaba, confundía las palabras y reía de una mane-

(i)

Suetonio, Cía.,

3.

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO ra estúpida (i); su cuerpo estaba

239

mal conformado, so-

bre todo en los miembros inferiores'

su inteligencia

(2);

parecía tan obtusa, que ni siquiera podía aprender las

cosas

más elementales

(3);

durante su infancia había

estado continuamente enfermo

bablemente y

la epilepsia

(4).

Una

meningitis pro-

habían hecho abortar en esta

fealdad estúpida la belleza

viril, la

fuerte

y lúcida

inte-

Su misma madre, la buena Antonia, confesaba que sólo era un aborto (5). Agripa y Julia, después de Cayo y Lucio, habían tenido dos hijas, que se llamaban ambas Agripina, y contaban á la sazón de doce á quince años, y un hijo. Agripa Postumo, que tenía once. Hasta este momento no se trata en ninguligencia de los Claudios.

na parte de esas dos hijas; pero la segunda tuvo que inspirar grandes esperanzas á su abuelo, pues la adoptó por hija, procurando quizás llenar así el vacío que Julia había dejado en su afecto contrario: por

dio de

(6).

Con Postumo

un extraño retorno á

una cultura tan

ocurría lo

los orígenes,

en me-

refinada, la animalidad parecía

Suetonio, Claudio^ 30: ri sus ¡ndecens... lingiue tiiubantia, ca-

(i)

putque, qinim semper, tum

¡11

qitaiüulociimqiie actu, vel

maxime

tre-

muJum. (2)

Claudio, 30: iiigredientem desti tucbant poplites

Suetonio,

miims firmi... Suetonio, Claudio,

(3)

tato, Jie progressa bilis

2:

adeo ut, afiimo simul

quidem átate,

ulli publico

ei

corporc

iiebe-

privatoque mutieri ha-

existimaretur.

(4)

Suetonio, Claudio,

(5)

ídem,

id.,

2.

3.

Aunque ninguna fuente antigua nos lo indique, esta hija de y Agripa debió de adoptarla Augusto; pues de otra manera se hubiese llamado Agripina y no Julia. (6j

.'ulia

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

240

prevalecer en

un cuerpo y en un

dos solamente de placeres cación metódica

En

espíritu groseros, ávi-

físicos, refractarios

á

la

edu-

Druso, hijo de Tiberio y de Vipsania, á quien su padre dejó en Roma, tenía ya casi (i).

fin,

misma edad que Germánico y prometía

la

serio. Pero,

ser

un joven

quizás por su rencor contra Tiberio, Augus-

to no parecía sentir mucho afecto por él. En cambio, amaba mucho á Germánico, nuevo brote que surgía en el viejo

árbol de los Claudios

mundo destinado

y que parecía á todo el rama rota en Germa-

á reemplazar la

nia por la muerte.

Así es que en

Cayo

año

el

i

antes de Cristo, mientras que

viajaba por Oriente, los tres miembros

más

ficados de la familia que estaba al frente del

signi-

inmenso

imperio, Augusto, Livia decible

en

la

amargura

cúspide de

al

la

y Tiberio, tuvieron días de inmismo tiempo que se encontraban fortuna. Tiberio comprendía

que

donde de cólera

deseaban dejarle morir en

el

retiro

había ido á encerrarse, en

la

esperanza de que irían

á buscarle, y

temor de quedar sepultado vivo en

el

Rodas, en un olvido definitivo, triunfó sobre su orgullo. Desesperado, se rebajó

al fin

hasta mostrar su dolor,

hasta rogar y suplicar; hasta procuró despertar mejores sentimientos á sus peores enemigos, es decir, á los

amigos de

(i)

Julia,

Tácito, Afi.,

I,

é

3:

Augusto para que

intervino con

rudem... boitanim artium^

ct

robore corpo-

ris stolide ferocem; Suetonio, Aii^íisto, 65: higen'nim sordidmn ac

ferox; Vele3fo Patérculo, getiii.

II,

cxii, 7:

mira pravitate aiihni atque

Estos textos, por vagos que sean, y

el

destierro a que

le

iti-

con-

denó Augusto, nos inducen á creer que Agripa era uno de esos degenerados medio locos, como suelen ofrecerse en las grandes familias.

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO la tratase

con menos rigor

gusto se mostró tan sordo

como á

las violentas

conferido á Tiberio en

inmunidad

al

Todo

Au-

fué en vano:

requerimiento de Tiberio

reclamaciones del pueblo en favor

de Julia. Entre tanto, virtiéndose en

(i).

241

el

el

quinquenio del poder tribunicio

año 6 tocó á su término, conprivado, sin que ninguna

un ciudadano

amparase. Rebajándose todavía más. Ti-

le

berio escribió á

Augusto que,

si

se había alejado, era

para no servir de sombra á Cayo y á Lucio cuando daban los primeros pasos en el camino de los honores; pero ahora, en que eran universalmente reconocidos

como

los

dos principales personajes después de Augus-

to, solicitaba regresar

á sus

para ver á los suyos, á su madre,

á su cuñada, á sus sobrinos. Augusto

hijos,

le

respondió duramente que ya no tenía que preocuparse

de los que había sido

el

primero en abandonar

gran trabajo pudo arrancarle Livia

nombramiento en forma de Julia

al

legatiis (3).

amigos

para excitar á

que Cayo se

un

él

calum-

procuró quitarle sus últimos

en Oriente, Marco Lolio hacía

(4);

Con

El partido de

permaneció implacable, difundió contra

nias de todas suertes,

(2).

irritado viejo

Cayo contra

lo posible

Tiberio; además, era difícil

sintiese bien predispuesto

con

el

que, di-

recta ó indirectamente, había contribuido tanto á la

ruina de su madre

(i)

(5);

por su parte, Augusto excitaba á

Suetonio, Tib.^ 11: tal

me

parece la explicación

más

mil de esta singular intervención. (2)

Suetonio, Tib.^ 11.

(3)

ídem,

id.,

12.

(4)

ídem,

id.,

12: venit etiam'Jfi siispicionem...

(5)

ídem,

Tib., 13,

Tomo VI

Jli

verosí-

GRANDEZA

242

DECADENCIA DE ROMA

V

enemigos de Tiberio revelando claramente lo hostil que le era. Y así, el recuerdo de las empresas que había

los

que había

realizado, de las magistraturas

que había celebrado,

los triunfos

ejercido, de

respeto de que había

el

gozado durante tantos años, todo esto fué arrebatado por una oleada de impopularidad que desde Roma se difundió hasta las provincias. Para sustraerse á las

sospechas y á las calumnias de sus enemigos, Tiberio tuvo que retirarse al interior de la isla, no recibir ya á ningún personaje y casi esconderse (i); se vio obligado á salir al encuentro de Cayo en Samos, como para excusarse de haber causado

que

el

destierro de Julia; tuvo

de una acogida casi glacial

sufrir la afrenta

(2);

y mientras que Augusto envejecía en Roma, él también se debilitó en esta inacción, ceso de montar á caballo, ya no

no hizo

se ejercitó en las armas,

Achicándose

así, el

mundo aún

se revolvieron contra

Nimes á

él;

le

ejercicio físico (3)

despreció más; todos

populacho hasta

el

derribar su estatua

(4).

eran los favoritos de Augusto y de todo

(1)

(2)

omnem

el

imperio; en

Suetonio, Tib., 12.

Veleyo Patérculo,

II,

ni superiori habiiit

10 1: convento priiis

(Caius Caesar): El

encuentro es completamente opuesto

Pero es de creer que

la

admiración

VeleJ'o siente por Tiberio, relato de Suetonio es

más

le

al

— pop

Julia, solo

amable con

un año

él.

Suetonio, Tib., 13.

(4)

ídem,

Tib.,

13.

Nerofie,

cui

que hace del

de Suetonio (Tiberio^ otra parte justificada

12).

— que

indujo ahora á atenuar las cosas. El

verosímil.

Es poco probable que, cuando

tras el destierro de su

(3)

T.

relato

Tiberio tenía en contra suya á Augusto y á todo

de

llegó en

Cayo y Lucio

Sólo

el

mundo,

el

hijo

madre, se mostrase tan

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

243

un solemne decreto para dedicar un ara á Lucio (i). Sin embargo, la mala fortuna no iba á prolongarse más tiempo para Tiberio. Ya estamos en i.° de Enero del año 754 de Roma: á partir de éste empezamos á contar los años de nuestra Era. También era

Pisa se dictó

éste el que, después de la decisión adoptada

el

6 antes

de Cristo, y que había causado tantas desgracias, Cayo César debía ser cónsul. Pero el cónsul de veinte años estaba entonces en Asia, probablemente en Antioquía (2),

donde organizaba un

ejército para invadir á

Armenia, y

entablaba gestiones con Fraates para llegar á un acuerdo.

Augusto no quería

bable que

el

la

guerra con los partos; es pro-

rey parto tampoco quisiese desenvainar la

espada: así las entrevistas demasiado

difíciles,

hasta

cuando las proponía Roma, tenían más probabilidades de éxito si se entablaban en Siria y con el hijo de Augusto al frente de un ejército. Pero la llegada de Cayo César encargado de una misión tan importante y escoltado por tantos jóvenes pertenecientes á las grandes

romana, y entre los cuales figuraba Lucio Domicio Enobarbo, hijo del legatus de Germania (3), emocionó profundamente el solícito servilismo de Oriente. De todas partes se enviaban al joven familias de la aristocracia

embajadas para rendirle homenaje y expresar sus deseos; se le erigían le

monumentos y en

las inscripciones se

llamaba (y también á su hermano) hijo de Ares (4). Hacía tanto tiempo que Orien-

y hasta nuevo Ares

XI, 1420.

(i)

C. I.

(2)

Mon. Anc, ed

(3)

Suetonio, Nerón,

(4)

C.

r.

Z,.,

M

-

,

págs. 173-75.

5.

L., ni, 444, 445, 446.

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

244 te estaba

habituado á

puesto á reconocer

la

el

monarquía, que se sentía dis-

imperio de

clinaba ante ellos,

Roma

hasta en este

joven Cayo, y se incomo había hecho por espacio de

cortejo de efebos presidido por

el

tantos siglos con todos los hombres que simbolizaban poder. Desgraciadamente,

el

el

grupo enviado por Augus-

Roma en Oriente se componía de muy presuntuosos ó demasiado co-

to para representar á

jóvenes inexpertos,

rrompidos; entre ellos sólo había un hombre enérgico é

ba menos

Marco

muy

avaro, y pensaen arreglar la cuestión de Armenia que en sa-

inteligente,

Lolio; pero era

car á Oriente nuevos tesoros que aún aumentasen su inmensa fortuna. Parece que se aprovechó de su considerable autoridad para imponer onerosos tributos á las ciudades, á los particulares

y á

los soberanos,

conten-

tándose en cambio con interponerse ó prometer que se interpondría en favor de ellos cerca de César y de

gusto c.irgas

misión que

la

Au-

y nuevo Lóculo, dícese que envió inmensas de oro y de plata á Italia. Así, mientras que en

(i);

le

vecho antes que

confió Augusto, Lolio procuró su proel

de Roma, Cayo, que por su inexpe-

riencia solía dejarse llevar de

él

y no podía contar con

sus demás compañeros, todos jóvenes y corrompidos,

(i)

Plinio (H.

terminó

la

iV.,

IX,

XXXV, ii8) dice claramente que

hic est rapinarum exituSí hoc fuit quare

gum muneribus et in velemim (II,

102:

per fida

M.

que de-

Lollius infamaius re-

toto Oriente interdicto amicitia

blberet. Esta explicación es et plena subdoli

thum indicata Caesari), y

más

a C.Caesare...

precisa que la de Veleyo

ac versuti animi Consilia per Par-

esto es, por otra parte,

se piensa en las costumbres del tiempo

dejó Lolio.

lo

caída de Lolio fueron las regum muñera, las concusiones:

y en

la

muy

verosímil

si

inmensa fortuna que

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO se atrajo,

al decir

censuras

(i).

245

de un historiador, muchos elogios

y

Entabló bastantes conferencias con los

partos, y pidió con firmeza á Fraates que renunciase á Armenia y á sus hermanos. Pero poco á poco el viaje, que había errtpezado con una solemnidad diplomática, degeneró en una excursión de placeres. Lolio, con tal de que no le impidiesen arrancar dinero, no impedía que los demás se divirtiesen. Cayo carecía de experiencia y

energía para reprimir estas locuras, y sus compañeros,

sus esclavos y libertos sobre todo, cometían muchos abusos (2). Estimulado por el éxito, Lolio empleaba medios

más audaces para obtener dinero. Parece haber al mismo Fraates, proponiéndo-

intentado sacárselo

Je en las conferencias trabajar para que se ciertas concesiones,

dades

si

le

hiciesen

quería entregarle fuertes canti-

(3).

Entre tanto, tinuaron en

primero de

la

la

los preparativos

para

la

expedición con-

primavera y durante el verano del año Era vulgar, y las negociaciones con los

En

efecto,

la guerra,

y tuvo

partos se prosiguieron también con éxito.

Fraataces no se atrevía á empeñar

que consentir en evacuar á Armenia y renunciar á sus

Veleyo Patérculo, K, ci, i: tam varie se ibi gessit (C. Caesar) (i) ut nec laudaturum magna nec vituperaturum mediocris materia deficiat. (2)

Véase Suetonio, NerÓ7i,

(3)

Así, al

de Veleyo,

11,

5.

menos, creo que puede interpretarse cu,

i:

la frase

obscura

(perfida et plena subdoli ac versuti anihti con-

per Parthum indicata Caesari) relacionándola con lo que nos Plinio (IX, xxxVj ii8), de las regum muñera que se reprocharon á Lolio. ¿Qué podía revelar Fraates á Cayo César, sino que

silia^

ha dicho Lolio

le

había pedido dinero?

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

24^

hermanos ria

de

la

(i).

mismo tiempo,

Al

entre la parte

más

se-

mo-

nobleza de Roma, comenzó á iniciarse un

vimiento en favor de Tiberio, casi imperceptible y muy lento al principio. Tiberio tenía admiradores en la nobleza, entre los

que

habían visto trabajar durante

le

la

gue-

que habían combatido á sus órdenes, y aunque no fuesen numerosos, eran serios y sinceros. Estos admirarra ó

no sólo reconocían sus defectos, pero también sus buenas cualidades. ¿Quién podrá negar que fuese el pridores,

mer general de su tiempo? Y deploraban que un hombre de tal energía fuese condenado á permanecer inactivo en Rodas, mientras que la vejez de Augusto cada vez introducía más torpeza en los negocios del Estado.

Á

consecuencia de la disolución de

tamiento del Senado,

el

la

nobleza y del ago-

presidente de la república, con

familia, sus íntimos amigos y sus esclavos, era ahora supremo motor de todo el Estado, y mientras que el mundo, en su eterna juventud, se renovaba entonces como se renueva siempre, Augusto, viejo, cansado,, solo entre tanta juventud no osaba innovar nada. Hacía ya algún tiempo que los ingresos del Tesoro no eran suficientes para compensar el aumento de los gastos (2); pero Augusto no se decidía á estudiar una reforma de los impuestos que hubiese restablecido el equiii-

su el



Dión, LV, 10.

(i)

(2)

por

el

Las dificultades económicas de entonces las conocemos: 1.°, hecho de que después de su reconciliación con Tiberio, Augus-

to recobró algún vigor

impuestos; militar,

2.",

por

la

acordada en

el

prolongación sin duda

y se ocupó

casi

únicamente en buscar nuevos

prolongación hasta veinte años del servicio

año

5

después de Cristo (Dión, LV,

la hizo necesaria la dificultad

23).

Esta

de pagar todos

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO brio; prefería vivnr al día, servirse

pedientes.

247

continuamente de ex-

Tan pronto tomaba en su hacienda personal, como recomendaba al

á riesgo de arruinar á su familia,

Senado y á

los

magistrados -que mostrasen económicos,

ó descuidaba ios servicios públicos y dejaba para después los gastos y los pagos. Como es natural, los servicios públicos, defectuosos siempre,

todas partes,

disolverse en

aumentaba

la población y

hasta

donde

los socorros contra incendios,

zado y era

la

amenazaban con donde

en Roma,

anona,

la

policía,

todo estaba desorgani-

insuficiente, á pesar de las reformas de los

vicomagistri

(i).

Hubiese sido necesario confiar

la ciu-

dad á una autoridad vigorosa, provista de medios

sufi-

cientes para reformar

y reorganizar todos los servicios en vez de contar con un centenar de libertos ignorantes á quienes se recompensaba prometiéndoles que en ciertas ocasiones vestirían la toga pretexta y marcharían

acompañados por dos dió á nada;

el

lictores.

Pero Augusto no se deci-

pueblo manifestó su descontento; las co-

sas iban medianamente. Si la voluntad del presidente se

mostraba perezosa en Roma, ¿cómo podría manejar á los

hombres y á las cosas en los límites extremos del imLos hombres, desterrados durante los años pre-

perio?

los

años á

la

décimasexta parte del

ejército; 3.°,

por

la

creación del

aerarium militare y por los actos que precedieron a esta creación, los cuales prueban, como veremos más adelante, que se carecía de dinero hasta para sostcHer

al

ejército. Fácil es

suponer

lo

que ocurriría

para los demás servicios. I En efecto, como ya veremos, después de la reconciliación de Augusto con Tiberio se nombraron un prcefectus annone y algunos (

)

vigiles.

En Dión

se encuentran frecuentes referencias á graves incen-

dios de esta época.

24S

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

cedentes, se burlaban de sus condenas las tristes residencias

chábanse á

que se

las ciudades

y á

les

había asignado; mar-

los agradables sitios veci-

nos, adonde acudían sus esclavos

hacían vida alegre teriis

y abandonaban

y

libertos,

y donde

Nadie protestaba y la ¡ex deaduldiseminaba para nuevos placeres en todo Oriente (i).

y Occidente á los vividores y mujeres ligeras de Roma. En Oriente como en Occidente, Augusto parecía fiarse la sabiduría inmanente de las cosas mejor que á su sabiduría é iniciativa personal, y así le pasaba con la cuestión más vital de todas, la del ejército. La recluta resultaba cada año más difícil en Italia, donde, á consecuencia de la riqueza creciente, los hombres

sobre todo á

podían encontrar para lejos; el

vivir

mejor que guerreando á

lo

gasto anual de las pensiones que había que

pagar todos los años á los soldados licenciados, se hacía excesivo;

ya no podían cumplirse

las

promesas que

figuraban en la ley militar del año 14, y licenciar á los veteranos después de los dieciséis años de servicio (2); era necesario aumentar continuamente los auxiliares, es, debilitar la unidad moral y nacional del ejérciromano con tropas heterogéneas; en fin, las exigencias de los soldados aum.entaban de uno á otro extremo del imperio (3). Con diez ases diarios, quejábanse de no

esto to

poder pagar

(i)

los gastos

Efectivamente, en

el

de

trajes,

armas y tiendas, y pe-

año 10 de^^pués de Cristo se intentó

re-

frenar este abuso. Dión, LV, 27. (2)

Cristo, (3)

Así puede explicarse la reforma militar del año 5 después de

y

la creación del

Dión, LV, 23:

ararhim militare

)(a?.£7ií5;



5y¡

x(Bv

(Dión, L\^ 23

y

25).

axpaxicoxwv Tipóg

iXGXcov an'.xpóxyjxa... o'jx TÍxiaxa è^óvxcov...

xy¡v xtüv

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

menos

dían que se les diese un dinero por lo

reclamación era bastante fundada. ridad elevaba los salarios en todo el

En

el

249 (i).

Y

su

efecto; la prospe-

aumentaba

imperio,

precio de todas las cosas, y, por lo tanto, encarecía

la vida; pero,

¿cómo aumentar

los gastos

cuando

ni si-

quiera había bastante dinero para los sueldos y pensiones; tales como figuraban á la sazón? Sordo y ciego,

cruzado de brazos y con los puños cerrados, la avaricia senil de Augusto ya no escuchaba las reclamaciones de los soldados, ni veía los signos del descontento

apoderaba de

las legiones.

que se

El orden de los caballeros

seguía decayendo cada vez más; pero, ¿quién se hubiese •atrevido á

proponer nuevos rigores contra este egoísmo,

cuando Tiberio

se había atraído tanto odio por haber

•querido esos rigores? el

Nadie se preocupaba ya de evitar

lento suicidio de la aristocracia romana.

Estados de Oriente,

las ciudades, los

Todos

los

pueblos aliados ó

protegidos podían conservar sus leyes, sus costumbres

y sus

vicios,

sin

que

Roma

osase intervenir en sus

asuntos para desarraigar un mal,

ni

para apresurar

cualquier mejora, ni tampoco para exigir butos, por al

más de que

la

más

altos tri-

paz enriqueciese grandemente

Asia Menor, á Siria y á Egipto. Arquelao no tardó en si poseía la crueldad de su pa-

revelar á la Palestina que

Un

(i)

pasaje de Tácito (An.,

I,

17) nos revela

que era ese

el

sueldo y tal también la reclamación de los soldados en el año 14 después de Cristo, cuando se sublevaron á la muerte de Augusto. Creo probable que

años

antes,

el

sueldo y la reclamación fuesen los mismos catorce

pues no parece que en ese intervalo hubiese ningún

aumento de sueldo. La le}^ del año 5 después de Cristo y el ararium militare aseguraron mayor puntualidad en el pago; pero no aumentaron

el

sueldo.

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

250

dre carecía de su inteligencia y energía; pero

Roma, á

pesar de los compromisos que había adquirido con

pueblo judío, hacía trario,

como que no

el

se enteraba. Al con-

en Occidente, Dalmacia y Panonia, parecían reel yugo de Roma; pero la exportación

signadas á sufrir

de los metales preciosos,

la

introducción de las costum-

bres exóticas, la importación de las mercaderías orientales,

seguían minando

el

antiguo orden de cosas;

el

re-

cuerdo de las últimas guerras se debilitaba, y una nueva generación llegaba deseosa de tentar otra vez la prueba terrible. Hubiese sido preciso gobernar estas provincias con prudencia siempre despierta; y, al contrario, apenas si Augusto podía enviar allí á algún legatiis mediocre sin otra preocupación que tomar un poco de dinero al país para el Tesoro agotado de Roma (i). Así, en vez de buscar nuevos recursos en Oriente, donde la paz aumentaba la riqueza, Roma se obstinaba en estrujar á Occidente, pobre

y agitado. Pero la debilidad senil, aún era más mani-

incoherente de este gobierno fiesta

que en otra

parte, en los territorios recientemente

conquistados allende rio,

Augusto no

el

Rhin. Desde

se había atrevido á

la

marcha de Tibe-

imponer tributos ó

leyes á los pueblos sometidos; se había contentado con

que

las legiones se instalasen

aquí y

allá,

campamentos

militares

bárbaras, eran

como pequeñas ciudades

con formar cuerpos

(i)

auxiliares;

estableciendo

en medio de las aldeas rudimentarias;

con corromper á

la

no-

La gran insurrección comenzada en el año 6 después de como las demás, ocasionada por los tributos que se quecobrar. Dión, LV, 29: Tafg yi^P ¿ccpopatg twt j^ptüjlcctwv oí

Cristo fué rían

que,

As^iiccxai ¡3ap'jvó¡i£voi...

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

25

I

bleza de los diferentes pueblos, distribuj^éiTdoles honores

y

salarios,

ciudad,

la

concediendo á

los

grandes

el

derecho de

dignidad ecuestre, designándolos también

para mandos remunerados en los cuerpos auxiliares

(i).-

Y seguramente que los campamentos militares romanos, con los legionarios y los numerosos mercaderes de todos los países que los seguían, atraían á los bárbaros,

que venían á buscar en los

las cannabcE,

en las tiendas de

mercaderes muchos objetos ignorados por

ta entonces

(i)

(2),

Por ejemplo

Segaste (Tácito, An., (2)

ellos

has-

vino, perfumes, telas, bellas cerámicas.

hermano de Arminio

el I,

(Tácito, An.^

II,

gì,

y

58).

El capítulo XVIII del libro

LVI de

Dióii es, á pesar de su

brevedad, de capital importancia para la historia de

la

conquista de

Germania. En efecto, nos da una breve, pero clara manifestación del estado de Germania antes del gobierno de Quintilio Varo

campañas de Tiberio

(4-6 después de Cristo), es decir,

y de las una descrip-

ción de aquélla en la época que va desde la muerte de Druso hasta la vuelta de Tiberio á la política.

En

ella se

reconoce

al

momento

el

oportunismo prudente y dubitativo de Augusto, á quien la vejez aún había hecho más prudente y receloso. Dión.nos dice: a) que los ro-

manos eran dueños, no de un

territorio

continuo, sino de las diver-

sas regiones á que se había llevado la conquista, lo cual quiere decir

que muchos pueblos no estaban sometidos,

3'^

que Augusto los

dejaba hacer lo que quisiesen; b) que Augusto hacía residir en ellas axpaxtttìxai

que uóXsig ouvwxí^ovxo: estas ciudades son evidente-

mente campamentos

numerosos usos de

que los germanos habían recibida romanos y celebraban en estas ciudades mer-

militares; c)

los

cados regulares, sin dejar por eso de conservar sus costumbres é ideas.

En suma,

dice

que cambiaban sin darse

'-sXávGavov o^dcg aXXoi,oú|jLsvo!,.

que Quintilio Varo fué

el

En

fin,

cuenta de

ello:

dice cosas importantísimas,

primero en imponer tributos á los germa-

nos, lo que quiere decir que antes no los pagaban. Siguiendo este

pasaje de Dión he descrito

el

estado de Germania por esta época.

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

252

dando en cambio

el

poco oro y plata que poseían, ám-

bar, pieles, animales, lanas, cereales.

pamentos hasta

En muchos cam-

mercados en días

se celebraban

fijos.

Pero se hubiesen necesitado otras muchas fuerzas, y fuerzas más materiales que esta vaga influencia grecoitaliana,

que irradiaban de

sometidas á

campamentos, para tener

los

turbulentas tribus germánicas que vio-

las

laban continuamente los tratados concertados. Durante

año primero de nuestra Era, la Germania estaba en un verdadero estado de insurrección (i) y Augusto tuvo que adoptar el partido de enviar un Icgatiis, M. Vinicio,

el

á quien encargó de restablecer

el

orden en esta preten-

dida provincia, en este territorio que costaba dinero en

vez de producirlo, donde la autoridad romana, respetada hoy en un punto, ya no lo era mañana ó en otra región, y donde jamás y en ningún sitio pagaba nadie tributo.

Así es

como

el

entorpecimiento de

la vejez se

apo-

deraba poco á poco de todos los miembros de este

cuerpo inmenso. Todo era la llevaba.

viejo: la

Para rejuvenecer

al

armadura y

el

que

Estado, no sólo hubies'e

un hombre audazmente el estrecho círculo senatoriales y no buscar solamente

sido preciso poner al frente del imperio á enérgico, sino romper

de los privilegios

entre los senadores á los magistrados, á los goberna-

(i)

Este hecho, que tiene cierta importancia, puesto que nos ajea-

da á exphcar re

la

reconcihación de Augusto y de Tiberio, nos lo

Veleyo Patérculo

(II,

civ, 2): in

(antes de la reconciliación)'

j'WiÍ'

M.

refie-

Germanlam... ubi ante triennium Vinicio...

immemsum exanerat

bclhim. El peligro germánico que reaparecía fué probablemente la

causa ocasional de

la

liación entre suegro

conjuración de Cinna y también de

y yerno.

la

reconci-

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO



253

nuevamente

dores, á los funcionarios para los empleos

más

creados; hubiera sido preciso escogerlos con

cuencia y con menos circunspección en tre,

en la burguesía culta y de buena posición de

Aunque

fre-

orden ecues-

el

Italia.

matrimonios fuesen con frecuencia esté-

los

orden ecuestre se hacía más numeroso y rico en toda Italia, y sobre todo en la Italia del Norte (i); y el

riles,

mientras que

la aristocracia

que poseía cuanto deseaba

por privilegio y sin lucha era perezosa, indisciplinada, el orden ecuestre estaba al menos aguijonado por la

ambición de conquistar una nobleza más alta y mayor prestigio, ocupando los cargos del Estado que hasta entonces se habían reservado á los senadores. Pero

Augusto

ni siquiera, se atrevía

á tomar

la iniciativa

de

esta reforma, á la que se oponían las tradiciones, la

conducta que había seguido hasta entonces,

línea de

rasgo indeleble impreso á su espíritu por

el

el

movimiento

•tradicionalista al qu-e tan decisivamente había contri-

buido

él

mismo en su juventud: y quizás también su

temor de burgués exaltado á

la nobleza,

Era

repre-

el

sentante de una generación pasada; seguía viviendo

mundo que

en un

casi

se

había renovado

comple-

el

que era preciso contar; con-

sentía en servirse de

caballeros ó de plebeyos para

tamente, pero con

la

administración de Egipto, para

el

gobierno de algu-

nas regiones lejanas, perdidas de sus provincias más (i)

Véase

que dice Estrabón (V,

lo

i,

7)

sobre

el

gran número

de caballeros que vivían en Padua. El enriquecimiento de la del Norte

en

el

y

los

progresos de

cap. IV, debieron

el

Italia

media de que hemos hablado

aumentar en todas

de personas que poseían los caballeros los

la clase

las

ciudades

censo ecuestre, aunque en

matrimonios fuesen poco fecundos.

el

el

número

orden de

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

254

bárbaras

pero no para los grandes cargos en que

(i);

gente tenía

fijos

la

sus ojos. Así, á medida que en los es-

mala impresión del comenzaban á preguntarse si no

píritus prudentes se desvanecía la

escándalo de

Julia,

sería necesario parr. la salud de la república reconciliar

á Tiberio y á Augusto, de incorporar tado por

la

al

Estado, debili-

vejez de Augusto, esa fuerza que perma-

necía inactiva en Rodas, y que sólo pedía ser utilizada. Verdad es que Augusto daba á entender claramente que había cifrado sus esperanzas en Cayo y en Lucio; pero ambos eran muy jóvenes; la situación empeoraba por todas partes; las noticias de Germania no eran tranquilizadoras y Augusto estaba viejo y enfermo. Si llegaba á morir de uno á otro día, no se le hubiese podido sustituir con Cayo, ni escoger para mandar el ejército á otro hombre que Tiberio, quien, no obstante

su impopularidad, seguía siendo el primer general de su tiempo y el hombre que mejor conocía las cosas de

Germania. Al cabo de diez años todo se encontraba en el

mismo estado que

el

sucesor inevitable de Augusto. Era necesario, pues,

á

la

muerte de Druso: Tiberio era

intentar la reconciliación de ambos. Pero

hacía

el

sordo.

contra Tiberio,

el

último se

Su

vejez guardaba demasiados rencores

le

asustaba su impopularidad, sentíase

harto dominado por una tardía ternura paternal hacia

Cayo y

(i)

Lucio, y por las brillantes esperanzas que en

Ovidio (Pont., IV,

7)

nos

habiíi de

un

Uil Vestalis,

descen-

diente de los reyes alpinos y centurión primipilario, que ejercía las

funciones políticas de gobernador en una parte de

la

Mesia:

Missus es Euxinas quoniam, Vestalis, ad undas, Ut positis reddas jura sub ax.e locis.

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO ellos cifraba. «Salud, luz el

querida de mis ojos

255

— escribía

23 de Septiembre de este año, aniversario de su na-

cimiento, á Caj^o que estaba en

Armenia.— Quisiera

te-

cuando estás lejos; pero mis ojos buscan con más vivo deseo á mi Cayo en días como éste. Donde quiera que hoy te encuentres, espero que este día habrá sido bueno para ti, y que habrás celebrado alegremente mi sexagésimo cuarto aniversario. Como verás, he escapado á este año comúnmente llamado climatérico, el sesenta y tres. Y pido á los dioses que por el tiempo que aún he de vivir, me permitan pasarlo en una república próspera viéndoos crecer bastante para que podáis ocupar mi puesto» (i). nerte siempre á mi lado,

Siempre decidido á hacer de Cayo y de Lucio sus sucesores, no quería colocar al lado de ellos la formidable rivalidad de Tiberio,

y

sacrificaba á esta ternura senil

los esenciales intereses del

Estado.

aunque se encontrase debilitada y perezosa, aún no estaba bastante abatida para poder so-

Pero, Italia

portar en silencio este gobierno delicuescente. El partido tradicionalista recobraba fuerzas

ayudado por

las

gente despierta y también por Livia; y se propuso poner sitio á esta obstinación senil para obligar á que Augusto capitulase. circunstancias, por

el

concurso de

la

Entre tanto. Cayo había llegado con su ejército en

segunda mitad

del

ra de los partos

-

año

(2),

XV,

i

después de Cristo á

y no sabemos en qué punto arran-

(i)

Aulo

(2)

Al menos esto hace suponer

Gelio,

ción de Pisa (C.

I.

la

la fronte-

7.

el

pasaje de la famosa inscrip-

L., XI, 1421) J>ost coiisulai'um^ qiiem ultra Jines

extremas populi romani belh¿m gcrens feíiciter peregerai.

256

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

có á Fraataces un consentimiento definitivo á sus proposiciones. El rey parto renunció á toda influencia so-

bre Armenia, á toda pretensión sobre sus hermanastros; la

vista

en una

frates,

año

el

paz se

ratificaría

que se celebraría 2

islita.

al

solemnemente en una entreaño siguiente á

orillas del

Por otra parte, Livia logró

Euen

al fin

vencer en parte, pero á costa de una nueva

humillación de Tiberio, la obstinación del viejo. Augus-

Roma

to consintió en que Tiberio volviese á

Cayo

si

también accedía, y si el primero prometía no ocuparse ya en la política (i). Por lo demás, esta concesión era de

poca importancia; pues no estando desterrado. Tiberio tenía perfecto' derecho de volver sin su consentimiento;

pero

no

la

condición de que

se ocupase

más en

Cayo

gusto quería complacer todo bleza y á

la

autorizase

le

la política,

y de que

demostraba que Auá

lo posible

la

joven no-

oponión pública, siempre hostiles á Tiberio.

Estas condiciones debían ser

muy

humillantes para

el

general que había dominado la insurrección de Pano-

— estaba en — de destierro había quebrantado su

nia.

su octavo año

Pero tan larga prueba

día que mientras no volviese á

fiereza; comprenRoma, no podría espe-

rar nada; consintió, pues, en pedir su autorización á

Cayo, y á prometer que no se ocuparía en la política. La fortuna, cansada de perseguirle, le íué ahora favorable. En la primavera del año 2 (2) Cayo celebró á

(i)

Suetonio, Tib., 23.

(2)

Puede establecerse aproximadamente murió

siguiente: Lucio César

pués de Cristo (C.

í.

L.,

2 después de Cristo où

I

• ,

el

2 de

Agosto

la

fecha de la

del

pág. 326). Tiberio regresó á

^loXXcji

manera

segundo año des-

Roma

el

año

Tipoispov, poco antes de la muerte de

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO orillas del

257

Eufrates una entrevista con Fraataces, sus-

paz y la festejó con grandes banquetes (i), en medio de los cuales Fraataces, descontento de Lolio, cribió la

Cayo

parece que reveló á

que

las secretas entrevistas

se habían celebrado entre ambos. Cayo, que sentía por las

concusiones

el

natural horror de los jóvenes aris-

tócratas nacidos ricos gracias á las concusiones de sus

antepasados, se encolerizó, y sublevándose contra su consejero, le rechazó. Lo cierto es que Lolio, poco des-

pués de tener un violento altercado con Cayo, murió súbitamente. Dícese que se envenenó,

al

ver su situa-

ción irremediablemente comprometida. Dejó á su fami-

un patrimonio acumulado probablemente

lia

precio

al

de su vida; pero que durante más de medio siglo se consideró

como uno de

los

más importantes de

Italia,

permitiendo que sus descendientes pudiesen hacer brillar al sol

de

Roma

los

La muerte de

poli (2). rio.

Libre de los

tió

en su regreso

Así es

más

ricos collares de la

metró-

una suerte para Tibemalos consejos de aquél, Cayo consinLolió fué

(3).

como hacia mediados

del

año

2,

Tiberio volvió

á Roma, de donde salió poderoso y glorioso siete años Lucio (Zon., X, 36; Veleyo,

II,

102). Volvió

porque Cayo, tune

co Lollio offensior,\Q dio su consentimiento (Suetonio,

13).

escándalo de Lolio, y por consecuenla entrevista con Fraataces ocurrieron en la primavera del año

Esto nos induce á creer que cia,

Mar-

Tib.,

el

2 después de Cristo. (i)

Veleyo,

II,

ci, 3.

XXXV, 118) nos dice que Lolio se envenenó; Veleyo Patérculo (II, cu, i) no dice nada sobre este punto, lo cual prueba que este escándalo, como tantos otros de aquella época, se ahogó (2)

Plinio (IX,

en parte, y que (3)

la

gente no supo de

él

gran cosa.

Suetonio, 7)¿., 13.

Tomo VI

1".

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

258

como

antes; iba á vivir

de Mecenas, en

el

simple particular en

Esquilino, para terminar

palacio

el

allí la

edu-

cación de Druso, absteniéndose completamente de ocuparse en los negocios públicos el

día en que

Roma

lo

(i),

necesitase.

pero suspirando con

Había expiado

caro su orgullo; pero tenia confianza en

fortuna

le

había perseguido

mucho

el

muy La

porvenir.

tiempo; pronto iba

á sonreirle otra vez. Poco después de su llegada, Lucio César,

el

joven hermano de Cayo, á quien Augusto haEspaña para que hiciese su educación mi-

bía enviado á litar,

to

cayó enfermo en Marsella y murió

(2).

res de

Uno

el

20 de Agos-

de los dos futuros colaboradores y suceso-

Augusto desapareció

así

súbitamente; Germáni-

co sólo tenía diecisiete años, Augusto tenía cerca de sesenta y cinco:

el

primer paso para

la

reconci-

con Tiberio se había dado ya de una y otra parte; las grietas se ensanchaban y alargaban por todos lados en el edificio del Estado, mostrando á todos

liación

la

necesidad de recurrir á un arquitecto

más

activo.

Pero Augusto, siempre lento, siempre propenso á demorar cualquier grave decisión, aún no quiso hacer nada. Cayo, entre tanto, después de haber suscripto

el

acuerdo con Fraataces invadió á Armenia (3) sin encontrar ninguna resistencia seria. Sólo tuvo que vencer al-

(ij

Suetonio, Tib., 15.

Es esta fecha, y no la de los Fasti Gabini (XIII, Kal. Oct.) la que parece verdadera de la muerte de Lucio. Véase C. I. L.^l^ pá¡2)

,

gina 326. (3)

C.

I.

Veleyo Patérculo,

II,

en,

2:

Armeniam

deinde...

ingressus;

L., XI, 142 i: post cofjsiilatum... devicteis atit in fidem recep-

téis belli eos iss imis

ocurrió, pues, en

el

ac maximis gentibus. La in\'asión ^de Armenia

año 2 después de

Cristo.

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

259

gunas protestas aisladas provocadas por el partido nacional, Pero en una de estas expediciones, en Artagira,

Cayo

fué herido por

el jefe

de los insurrectos, á traición,

según parece (i). Sin embargo, la herida no pareció grave al principio, y Ca3^o pudo continuar la pacificación de Armenia, lo cual no era difícil. Al año siguiente, el 3

después de Cristo, comenzó

el

último del tercer

decenio de Augusto. Este hombre enfermizo y débil, á quien la muerte parecía rondar durante medio siglo, lograba siempre renovar su arrendamiento con

la vida,

teniendo tiempo de recoger las numerosas herencias de

mucha gente

que, por adulación,

le

habían inscripto en

sus testamentos, pero creyendo poder seguir sus funerales. Ahora eran muy pocos los que, viendo pasar

a este

viejecito en su litera,

podían recordar

al

hermo-

so joven, lleno de audacia y de vigor que, cuarenta y siete años antes, un día de Abril, había acudido al foro

para prometer

al

que había hecho

pueblo, el

como

hijo de César, el legado el mes preceDos generaciones

dictador, asesinado

dente. ¡Cuan lejana aquella época!

habían pasado, arrastradas por una rápida corriente de

sucesos y de cambios. Sólo Augusto quedaba en pie, como si fuese inmortal. Sin embargo, al cabo de treinta

años de gobierno, compréndese fácilmente que mucha gente estuviese cansada de él y que considerasen necesario remozar al Estado, si no se le había de dejar que cayese en la decrepitud, al mismo tiempo que su jefe,

común de la mismo Augusto debía te-

entre tanto que éste también sufría la ley naturaleza. Por otra parte,

el

ner deseo de descansar, estando ya demasiado saciado

(i)

Dión, LV, 10; Veleyo,

II, cii,

2.

26o

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

de honores, de poder y de gloria. Necesitábase un hombre nuevo para estos tiempos nuevos; ¿pero quién

hombre? Esta era la dificultad. Las candidatuque algunos hacían circular por adelantado, coma de Marco Lèpido, de Asinio Galo y de Lucio Arrun-

sería ese

ras las

cio (i)

no eran

como senadores

serias;

pues apenas eran conocidos

fuera de

Italia.

Cayo aún no tenía

ni madurez, según las ideas romanas. Además, se supo pronto que á consecuencia de su herida había caído en gran postración; había abandonado el mando-

edad

había retirado á Siria y escrito á Augusto que en adelante ya no quería ocuparse en nada

de su

ejército, se

y que renunciaba á toda vida pública (2). El caprichode la muchedumbre y el egoísmo interesado de los parhecho de

tidos podían haber

él,

como de su

padre,

un

cónsul de veinte años; pero no habían podido trasladar á sus venas la sutileza inagotable de Augusto. Cayodébil; la campaña de Orienuna empresa demasiado pesada para él; quizás también, joven como era, poderoso y rico, había

había sido siempre de salud

te quizás fué

abusado excesivamente en Asia,

tierra del placer.

este cuerpo delicado, en este cerebro

poco

herida recibida en Artagira, rompió sin duda brio

muy

en quien

frágil

la

de por

ternura senil

tén, la inteligencia rio,

sí.

renunciaba á

y

la

Á los

sólido,

un

la voluntad reguladora del

grandeza y

al

la

equili-

veintitrés años, el

de Augusto había visto

En

joven

el

sos-

impe-

poder en un loco ac-

Un discurso que Tácito atribuye á Augusto (Au., I, 13) nos i) da á pensar que se hablaba vagamente de estos personajes para la (

sucesión de Augusto. (2)

Dión, LV, 10; Veleyo Patérculo,

II,

cu, 3.

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

26 1

ceso de desesperación y de miedo. Encontrábase, pues, en una alternativa que no se podía eludir; si no se

nombraba otra vez á Augusto, habría que escoger á que era

Tiberio,

el

único en poseer

la

experiencia,

el vigor,' la inteligencia, la ciencia militar, la necesaria

reputación entre los bárbaros para ocupar

el

primer

puesto. Pero Tiberio aún no era posible: era demasiado

impopular, inspiraba

migos

(i). Así,

acuerdo todo años

la

el

tenía sobrados ene-

mundo

en prolongar por diez nuevos

presidencia de Augusto, pero

peraba sin duda

muerte

mucho miedo,

por necesidad, también ahora estuvo de



más avisada que

sería

ta que Augusto,

y que no

renta años de presidencia

La desgracia que

mucha gente

sin atreverse á declararlo

hirió

le

los

— que

esla

hombres, más discre-

dejaría terminar sus cua-

(2).

á Cayo fué un nuevo golpe

para Augusto; hizo cuanto pudo para comunicar valor

y acabó por escribirle que viniese á Italia, donno quería ocuparse en los negocios públicos, le

al joven,

de,

si

dejaría vivir á su gusto

otra vez á

(3).

La ternura de padre venció

severidad del estadista, pero fué en vano:

la

cuando Cayo

se disponía á volver, en el

mes de Febrero

Véanse las conversaciones que Tácito atribuj'e al público á (i) medida que Augusto envejecía. Hay en esos discursos un fondo de verdad, aunque se advierta en ellos las ideas preconcebidas del autor (A?i.,

I,

4):

Tibermm Nerovem maturum afmís^ spectatum

bello.,

sed vetere atque insita Claudiae familia superbia; multaque indicia saevitiaSy quamquam prema^itur^ erumpere. Es decir, que se consideraba á Tiberio demasiado aristócrata, demasiado autoritario y de-

masiado severo. (2)

Dión, LV, 12.

(3)

ídem, LV, 10.

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

2f>2

del

año

4,

murió en un pueblo de

La fortuna

Licia, (i).

sacaba á Tiberio poco á poco de su

retiro.

Pero Augusto-

no acababa por decidirse. Entre tanto la insurrección aumentaba en Germania. La obstinación de Augusta acabó por irritar (2), no sólo á los amigos de Tiberio, al partido tradicíonalista, sino á todos los que compren,

dían que continuando de esta suerte se iba á exponer al

imperio á los

más graves

peligros.

Un

día, en la pri-

mera mitad del año 4 después de Cristo, advirtieron á Augusto que en la aristocracia se tramaba una conjuración contra él al frente de la cual figuraba un sobrino de Pompeyo, Cneo Cornelio Cinna (3). ^Se quería ,

(1)

Dión, LV, 10; Veleyo Patérculo,

(2)

¿Existe alguna relación entre la conjuración de Cinna

adopción de Tiberio? ta tener en cuenta

Me

que

si

II,

cu,

3;

Suetonio, Aug.yGe^^

Dión

conjuración

refiere la

como

á la adopción de Tiberio, en realidad tuvo que ser antes. se realizó antes de las elecciones, puesto trar bien

que

}'•

la

parece bastante probable. Ante todo impor-

que Augusto

,

posterior

En

efecto,

para demos-

había perdonado, sostuvo entonces la candidatura de

le

Cinna, y esto quiere decir antes del mes de Julio. Ahora bien, ción de Tiberio fué

el

la

adop-

26 de Julio, como luego veremos. Además,

si

que Dión atribuye á Augusto y á Livia quieren decir algo, es que Livia se consagró con ahinco á salvar á los con-

los largos discursos

jurados. ;Por qué Livia desplegó este celo, que debió de ser grande,

puesto que fué conocido por jeto

imponer

la

llamada

al

el

público? Si la conjuración tenía por ob-

poder á Tiberio,

la intervención

de Livia se

Además, la elección de Cinna para el consulado, favorecida por Augusto como término de la conjuración en el momenexplica fácilmente.

to de adoptar á Tiberio

y concederle

el

poder tribunicio, aún nos in-

duce más á creer que estos dos actos tendían á satisfacer los mismosintereses.

Suponer que Cinna quisiese matar á Augusto por un

resto-

de odio pompeyano, es absurdo. ¡Tanto tiempo y tanto olvido habían pasado sobre los recuerdos de las guerras civiles! (3)

muy

Dión, LV, 14; véase Séneca, de Clem., diferentes).

I,

9 (los relatos

soa

26'

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

preparar verdaderamente unos nuevos idus de Marzo

ó alguna manifestación menos sangrienta para obligar

á Augusto á comunicar á su gobierno

Lo cierto es que tivamente para que no se castigase á que

le

era necesaria?

la

nueva fuerza

Livia intervino aclos

conjurados

(i);

que no sólo perdonó Augusto, sino que aún a^mdó la candidatura de Cinna para el consulado del año siguiente (2),

y en

fin,

que

el

26 de Junio adoptó Augusto en

curiatos á Tiberio

los comicios

tiempo que á Agripa Postumo de los comicios

como

(3),

hijo, al

y obtuvo para

poder tribunicio por diez años

el

Tiberio debió adoptar antes á Germánico

(5),

él

(4).

Así sus-

Cayo César, y como colega tomó el puesto que había desempeñado Agripa. La república tuvo nuevamente dos presidentes. Y Augusto iba á gotituyó

como

mismo

hijo á

bernar otra vez con

el

partido tradicionalista

y conser-

vador, que recobraba su antigua preponderancia en

Estado

(6).

(i)

Dión, LV, 22.

(2)

ídem, LV, 22.

(3)

Veleyo Patérculo,

13, Suetonio, Aiig.,

II,

Dión, LV, 13.

(5)

Suetonio,

(6)

Si quiere verse hasta

se lea el

cin, 3; C. I. L., I-

,

pág. 320; Dión, LV,

65 y 7VA, 15.

(4)

que

el

7/'¿.,

15; Dión,

LV,

13.

qué punto es ligero y superficial Tácito, pasaje donde refiere la explicación dada á mucha gente

sobre la reconciliación de Augusto y de Tiberio (An.,

benmn quidem

I,

10).

Ne

Ti-

caritate aut reipubUca cura successorem adsciium,

sed quoniam adrogatiam savitiamque ejus intraspexerit^ comparaiio-ne deterrima sibi gloriam qucEsivisse. ¡Y Tácito parece aprobar esta

singular explicación! Los hechos demostraron que Augusto sólo se decidió contra su voluntad á adoptar á Tiberio

ya no podía

como

sucesor,

sustraerse al cumplimiento de este deber.

cuando

x:kl

El último «decennìum».

La exaltación de Tiberio á las funciones de colega de Augusto modificó profundamente la situación política. Desde el año 4 después de Cristo hasta su muerte, Augusto aún simboliza la suprema autoridad del imperio, pero es Tiberio quien la ejerce. Quebrantado por las fatigas y las enfermedades, desanimado por las decepciones que los últimos años

acabó por ceder á

la

habían aportado,

le

el

viejo

fuerza de las cosas. Todavía pare-

ce adoptar acuerdos y dictar reformas; pero en realidad, las

más importantes

sugiere Tiberio.

No

cómo después de

decisiones y reformas se las

podría explicarse de otra manera

la inercia

de los años precedentes,

el

gobierno romano encuentra súbitamente fuerza para intentar tan numerosas empresas, de redactar tantas le-

yes y de ensayar tantas reformas. Tiberio gobernaba en realidad; Augusto ha.bía acabado por comprender que, viejo y más joven y

gastado, debía dejar obrar á un

hombre

enérgico, limitando su papel en

Estado

á prestarle en

lo

posible

el

el

concurso de su autori-

AUGUSTO V EL GRANDE IMPERIO

dad

(i).

14, sino

2Ó5

El gobierno de Tiberio no comenzó en

en

el 4,

el

año

apenas Augusto se reconcilió con

él.

Después de diez años de reposo forzoso y de impopularidad, Tiberio estaba impaciente de desquitarse de

sus enemigos; pero quería hacerlo en forma digna de alta inteligencia

leza

y

había dotado.

le

con que

No

la

la

natura-

quería venganzas;

quería

del noble carácter

hombre calumniado y perseguido durante tanto tiempo por una aristocracia corrompida, era sin embargo capaz de regenerar aquel obrar

y demostrar á todos que

gobierno delicuescente. ¿Fué

Augusto á

él

el

quien este año indujo á

dulcificar el trato infligido

á

Julia, autori-

zándola para vivir en Reggio con menos privaciones y más libertad (2)? Me parece verosímil. Con este acto de clemencia Tiberio quiso probablemente dar alguna satisfacción al pueblo

y demostrar á todo el mundo que lo pasado; que deseaba trabajar

olvidaba en lo posible

en

la reconciliación

Germánico,

el

de los Julios y de los Claudios. Así á

primogénito de Druso, que Tiberio había

adoptado, se

le

casó con Agripina, hija de Julia y de

Agripa. Pero

si

Tiberio no quería vengarse de sus anti-

guos enemigos, en cambio, deseaba gobernar según los principios que sus enemigos detestaban; sobre todo, quería remediar sin tardanza los dos males que tan pe-

(i)

El

Tiberio,

y

y

mismo Augusto escrita

lo

ha reconocido en una carta dirigida á

seguramente en

la

época de

la

guerra de Panonia,

de la que Suetonio nos ha conservado un fragmento (T/ò., 21

j:

síve quid inciditi de quo sit cogitandum diligentius, sive quid stoma-

chor valde, medites fidius Tiberium meiifn desidero. (2)

Suetonio, Áug.,

òe^:

post quiíiqueiiiiium (por consecuencia en

año 4 después de Cristo) dcmum ex itisula in contineiitem^ lenior ¡busque paúllo conditionibuSy traiistulil. —-\''éase Dión, LV, 13.

el

266

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

ligrosamente se había dejado crecer por negligencia en los últimos años: la disolución del ejército

y

el

peligro

germánico. Sin perder un instante, y apenas fué investido de la autoridad tribunicia, partió á Germania (i)

para restablecer

la disciplina

en

las legiones (2),

expulsar de los campamentos militares del Rhin

para

la ver-

gonzosa indolencia que había determinado tan largo reposo y para modificar completamente la política perezosa que durante los últimos años había dejado vivir á los germanos en una sujeción puramente formal, y á

Marbod, rey de los marcomanos, fundar sin ser molestado á 200 millas de las fronteras italianas un gran reino germánico, con ejército organizado á la romana. Pero Tiberio se daba al mismo tiempo buena cuenta de que las legiones se habían enervado excesivamente y que era preciso proceder con prudencia. No pensó,





pues, en realizar en Germania campañas á la manera de

una genial improvisación suplía á la y una rapidez de rayo á la inferioridad del número: la táctica de Tiberio sería más prudente y lenta; consistiría en preparar un ejército tan numeroso, tan César, en las que

preparación,

bien armado, tan formidable, que no fuese necesario venir á las manos, por decirlo

así.

Para este año sólo se

proponía imponer obediencia, mediante pequeñas expe-

(i)

Suetonio, Tib.y 16; Dión, LV, 13; Veleyo,

vindicem ciistodemquc imperü

Germaniam (2)

siii

morata

II,

civ, 2: 7ion din

in iirbe patria protiiius in

misit.

Suetonio, Tib., iq: DiscipJÍ7iam acerrime cxeoit: \a.ioi&\\da.á

del capítulo

me

parece probar que no se trata aquí del método em-

pleado ordinariamente por Tiberio para mandar los ejércitos,

de medidas especiales que adoptó á su vuelta nizar los ejércitos de Germania

y Panonia.

al

si

no

poder, para reorga-

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO diciones tre el

y negociaciones, á

Rhin y

el

los pueblos establecidos en-

los ceninefatos, á los actua-

á las bructeros, á los queruscos; luego recomenzaría

ros,

año siguiente

al

Weser, á

267

— preparándola

con cuidado



gran

la

marcha de Druso hasta el Elba; en fin, infligiría al tercer año por una guerra preparada pacientemente, la supre-

ma

humillación á

la

barbarie germánica, obligando al

mismo Marbod á aceptar

el

protectorado romano

(i).

Pero Tiberio sabía que para comunicar fuerza á un gobierno débil, no bastaba con restablecer

la disciplina

en

y romper la guerra. Mientras él estaba en Germania, Augusto adoptaba este año medidas, cuyo inspirador era evidentemente Tiberio, y en las que se el ejército

reconocía

el

espíritu tradicionalista

antigua política aristocrática. Sin

y conservador de

la influencia

la

de Tibe-

no se explicaría por qué este político astuto, que sólo pensaba en evitar dificultades por todas partes, abordó á contar de este año tantas cuestiones difíciles y peligrosas; ni por qué intentó una nueva depuración del Senado, que, por lo demás, no tardó en interrumpirla como solía hacer, después de haber procurado tamrio

bién ahora

— declinar



en otros

responsabilidad

la

(2);

por qué se creyó obligado á pagar puntualmente á los soldados y veteranos, después de haber faltado á su pafin, pensó en

labra durante tanto tiempo; por qué, en

(i)

sito

Tiberio (Tácito, An.,

II,

26) afirmó

más

tarde que su propó-

no había sido aniquilar completamente á Marbod, sino inducirle

á Consilio antes quejt,Jam

qiii-

productos. (2)

dem

et

Plinio,

H. N.^

trans rlienani

I,

18:

líos tes...

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

344

dehuelas de las más remotas provincias, aun entre las razas

más

primitivas, hasta en los

tares esa «corrupción

campamentos

mili-

de las costumbres» que tanto

horror inspiraba á los tradicionalistas romanos, ese espíritu de refinamiento, de placer, de arte, de

novedad,

de ciencia, que nosotros llamamos con un optimismo tan engañoso, quizás vilización.

Á

como

el

pesimismo antiguo,

la ci-

esta «corrupción de las costumbres», á

esta «civilización», hay que atribuir principalmente la

unidad floreciente del imperio, durante los dos siglos

que han de seguir. Roma se ha asociado y ha relacionado entre sí por espacio de tres siglos á Oriente y Occidente por haber dado á los pueblos civilizados de Oriente un brillante renacimiento de la civilización urbana, y haberla hecho gustar por primera vez á los bárbaros de África y de Europa. Roma ha dominado á las masas populares, no con sus legiones y sus leyes; sino con sus anfiteatros, sus juegos de gladiadores, sus

termas, sus repartos de aceite, su pan barato, su vino,

sus

fiestas.

esta vida

Á

medida que

más

rica

y

las

muchedumbres gustaron

refinada, se asociaron á todas las

autoridades é instituciones que

le

permitieron gozar de

que tuvieron interés en conservar el orden de cosas existente, comprendieron que no había mejor medio para conservar el poder que halagar ella;

y

las clases ricas

estas pasiones de la masa. El emperador daría á todos

ejemplo en Roma; pero, como

conservarán

el

él

poder municipal en

en Roma, los ricos las

ciudades remo-

y de África, dando continuas fiestas y vive plebe. La aristocracia gala quedará por siem-

tas de Asia res á la

pre consagrada al imperio

cuando haya adquirido

hábito de vivir en villas semejantes á las de

Italia;

el

pero

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

345

más grandes y suntuosas, resplandeciendo de bellos mármoles italianos y griegos, decorados en el estilo entonla metrópoli, y adornadas con copias de

ces en boga en las

obras maestras de

la

escultura griega

Un

(i).

escri-

tor imbuido de la antigua sabiduría podrá quejarse

dio siglo después de que en su tiempo poseen

dos espejos de plata bernas de al

la

(2)

al

se beba tanto vino en las ta-

ciudad; pero lo que dará

imperio en la época

tendencia

y

más

refinamiento,

me-

los cria-

al

mayor cohesión

próspera, será esta general

bienestar



la

corrupción

de una exquisita civilización ciudadana.

Seguramente, cuando á

la

edad de oro suceda

la

de

bronce y á ésta la de hierro, cuando las fuentes de esta prosperidad se sequen, la cohesión disminuirá y la masa

enorme se disgregará, Pero esta época aún se halla lejana. Cuando murió Augusto, el 23 de xA.gosto del año 14, á los setenta y tres de edad, apenas había comenzado ese trabajo social que debía realizar la unidad del imperio durante dos siglos. Las familias que se ha-

bían enriquecido en

el

transcurso de los cuarenta años

precedentes, en medio de esta marea de riquezas anti-

guas y nuevas de donde emergían tantas fortunas, apenas comenzaban entonces á desplegar tímidamente ante el pueblo una magnificencia que había de hacer progresar rápidamente la vida ciudadana en todos los

puntos del imperio. La incertidumbre que aún reinaba en Roma, sobre el Palatino; el temor de hacer excesi-

vos gastos para Roma y para su pueblo, que caracteriza el gobierno de Augusto y de Tiberio; la larga inde-

(i)

Joulin, ob.

{2)

Plinio,

cit.,

XXXIV,

327. XVII, 160.

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

346

cisión entre las tradiciones de

mundo

las exigencias del

un mundo agonizante y

naciente detenía en todo

el

imperio á los ricos que, necesitando un modelo, tenían

puestos los ojos en la casa del princeps. Sin embargo,

acumulaban y no habían de tardar en el nuevo camino, apenas diese Roma la señal, x^ugusto, pues, había navegado casi toda su vida contra la corriente. (jHay que concluir que las fortunas se

lanzar al imperio por

si

sirvió al progreso del

mundo

sólo fué por casualidad?

Seguramente, no. Entre tantas cosas como

realizó,

dos

fueron verdaderamente vitalísimas: su política republi-

cana y su política galo-germánica. El imperio romano se componía de partes más diferentes entre sí que los grandes imperios que le habían precedido; su forma extraña y circular aún hacía mayor la dificultad para darle unidad. Demuestra la gravedad de este inconveniente que jamás ha podido situar bien su capital. Ni

Roma,

ni

Constantinopla, ni los demás puntos ensaya-

dos han sido adecuados. Y,

mano

llegó á tener

guno de

los

sin

embargo,

el

imperio ro-

más duración y cohesión que

nin-

grandes imperios precedentes. Las fuerzas

de disolución que tan rápidamente descompusieron los

grandes imperios greco-orientales fundados por Alejandro,

no

se desarrollaron en su cuerpo inmenso. ¿Por

qué

razones? Los historiadores que se han burlado del espíritu republicano, tan

dicho de

la

tenaz en los romanos, los que han

república de Augusto que sólo era

una co-

media, hubiesen hecho bien en formularse esa pregunta.

La unidad económica,

ciudadana fueron

las

la difusión

de

la civilización

dos principales causas de esa co-

hesión; pero no creo que fuesen las únicas. ra cohesión del imperio

romano

La durade-

fué efecto en parte de

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

347

romana y republicana del Estado, que, diferenla monarquía asiática, implicaba la indivisibilidad como elemento esencial. En la monarquía asiática, el Estado se consideraba com.o una propiedad la idea

te

en esto de

de

la dinastía,

que

rey podía aumentar, disminuir,

el

desmembrar, repartir entre sus hijos y parientes, dejar en herencia como un campo, como una casa. Al contrario,

para

el

romano

Estado era

el

la ?'es publica, la

cosa de todos; pertenecía á todos: es decir, á nadie; los

magistrados que

lo

gobernaban eran ya por definición verdadero Señor impersonal é

los representantes del

popuhis rotnaniis, cuyos eternos derechos no estaban sometidos á ninguna prescripción ni restricción y cuya perennidad formaba el alma indivisible del Estado. La política republicana de Augusto y de invisible, el

Tiberio, su obstinación en querer conservar intactos los principios

fundamentales del antiguo ideal romano,,

han contribuido poderosamente á infundir en rio la idea latina

de

la indivisibilidad

el

impe-

del Estado y, por

consecuencia, á arraigarla tan profundamente en la cultura antigua, que

hemos podido

encontrarla, tras

renacimiento clásico, en los restos del

mundo

el

antiguo.

Poco á poco, á medida que el espíritu político se extingue en todo el imperio, y que la conquista de la civilización urbana se convierte en objetivo supremo de la vida,

el

princeps de

la

república se transforma en la

imaginación de los subditos, en jefe supremo, fuente de

toda prosperidad,

el

que hace reinar

la

paz y

la justi-

un verdadero semidiós; y en esta inmensa veneración se sustentan los emperadores que van á suceder-

cia,

se,

de

mos

ella se sirven

para demoler poco á poco los últi-

restos de la constitución aristocrática

y fundar



GRANDEZA Y DEGADENCIA DE ROMA

348

poder monárquico. Sin embargo, cuando se extinguió

en

la

aún

nueva generación una idea,

subsistió

el

antiguo espíritu republicano,

la

de que

el

imperio era la pro-

piedad indivisible y eterna del pueblo romano, que el emperador podía administrarla, pero no mermarla. Por esta idea la monarquía de los Flavios y Antoninos fué esencialmente distinta de las monarquías asiáticas, y se parece

más

fué, pues,

tan vital

modernas monarquías de Europa que están todas tan animadas de tan poderoso aliento romano; por esa idea la autoridad imperial secundó durante dos siglos, en lugar de contrariarlas, como hubiese hecho la monarquía oriental, las formas económicas que daban unidad al imperio. Abajo, la síntesis de los intereses materiales, y arriba, no ya la concentración monárquica del poder supremo, sir^ la idea republicana del Estado indivisible: tales fueron los cimientos y la techumbre del poderoso edificio del imperio. Ninguna parte de la obra de Augusto y de Tiberio bien á las

como

la

destinada á salvar la esen-

cia del principio republicano,

y

esto es lo que la poste-

ridad no ha comprendido, lo que nuestros

mismos con-

temporáneos, que aún recogen sus lejanos frutos, no quieren comprender.

En

efecto, la fuerza política de la

Europa moderna frente á Oriente procede en gran parromana del Estado indivisible, idea que Augusto y Tiberio tanto han contribuido á salvar en uno de los más críticos momentos de la evolución unite de esta idea

versal.

En

efecto, ¿quién

puede decir

lo

que hubiese

ocurrido sin la formidable resistencia tradicionalista que opuso este puñado de hombres, y si Italia no hubiese empleado más que cincuenta años en vez de dos siglos y medio en adoptar para la política las ideas orientales?

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

La

Otra parte vital de la política de

la política

349

Augusto fué

galo-germánica. Licinio no se había equivo-

cado y Augusto hizo bien en escucharle. La Galia romana es la gran obra histórica de la familia de los Ju-

y de los Claudios; los nombres de Augusto, de Tiy de Agripa, de Druso, de Germánico, de Claudio, permanecen indisolublemente asociados á la romanización de la Galia. Druso no murió por mera casualidad lios

berio

entre

Lyon;

Rhin y

el

ni

el

Elba, ni por azar nació Claudio en

Tiberio pasó la

mayor parte de su

existencia

Rhin y allende el Rhin; ni Augusto no abandonó á Europa desde el año 14 antes de Cristo para no

en

el

ni el hijo de Druso se nombres de César y de Augusto iban á asociarse en todas partes á los nombres que se daban á las nuevas ciudades. Verdad es que toda la

alejarse

demasiado de

llamó Germánico;

la Galia;

ni los

Galia se quejaba del pesadísimo tributo; pero la paz,

conocimiento de tacto con

el

la civilización

mundo

greco-romana,

el

mediterráneo, compensaban

el

con-

más

que suficientemente ese tributo. Sin duda que la transición aún no había concluido á la muerte de Augusto. Las dudas atormentaban á considerable parte de la sociedad gala, la que había adoptado con excesiva rapi-

dez

la

costosa manera de vivir de

romana

la civilización

greco-

sin establecer relación entre los gastos

y los deudas mismas causaban en todas partes algún descontento, también obligaban á la vieja

ingresos. Pero

si

las

Galia céltica á metamorfosearse en Galia romana. Los recuerdos, las añoranzas de la antigua independencia

aún no

se habían desvanecido,

malestar causado por

una

el

y

los

tránsito de

fomentaba con

una vida

el

sencilla á

civilización refinada. Pero los esfuerzos para volver

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

35° al

pasado aún iban á lanzar más

lejos

á

la

Galia en

el

camino del porvenir. Al otro lado de los Alpes se formaba un Egipto de Occidente, fecundo en trigo y en lino

como

el

otro Egipto, poblado, con sus agricultores,

sus industriales, sus mercaderes, con una población activa rras,

y económica á

la vez,

que construiría por



que cultivaba bien sus

ayuda de

sola, sin la

tie-

la re-

pública,

como

civitates

transformadas en unidades administrativas,

la

Galia narbonesa, en

el

centro de las ri-

cas ciudades, bellas, donde se encontrarían los refinamientos, los adornos, las costumbres, los dioses del

mundo greco-romano;

pero todo esto importado con

parsimoniosa prudencia. Formábase representaba

el

allí

un pueblo que

término medio, bien equilibrado que,

aun transformándose en una nación industrial y mercantil, seguiría suministrando gran número de jinetes y soldados al imperio de Roma; que tomando á los orientales

todo

lo

que pudiera

serles útil, sabría

oleaje de la invasión oriental

á media

Italia.

Y

contener

el

que había de sumergir

este Egipto de Occidente

bía de producir al imperio tanto

como

no sólo ha-

el

Egipto de

inmenso imperio de contrapeso á las provincias orientales que se habían ensanchado demasiado, sostener á Roma en Europa, y Oriente; también había de servir en

conservar á

Italia

el

su soberanía durante tres

siglos.

Á

pesar del furor patriótico que se había apoderado

de

Ita.lia

después de Accio, á pesar de

tonio, de las

poema

la ruina

hermosas odas de Horacio y

de An-

del

gran

nacional de Virgilio, Italia hubiese perdido su

hubiese continuado siendo pobre y bárbara. La capital de un imperio cuyas provincias

corona,

más

si

la Galia

dilatadas,

más

ricas

y pobladas estaban en Asia y

AUGUSTO Y EL GRANDE IMPERIO

35^

en África, no podía estar situada en el extremo confín, en el umbral del mundo bárbaro, así como la capital del imperio ruso no podría estar hoy en Vladivostok ó en Karbin,

Roma

hubiese tenido que pasar á Oriente, des-

como habían temido manos, hasta que se comprendió en

aparecer en Asia,

tancia de la Galia.

En

cambio,

los patriotas ro-

Roma la imporcuando Roma poseyó

una inmensa provincia que rendía tanto como Egipto y que suministraba muchos soldados; cuando tuvo, por lo tanto, que ocuparse en defender á la Galia como defendía á Egipto, y aún más que á Egipto, por estar más amenazada, Italia se encontró bien situada, en medio del imperio; y Roma aún conallende los Alpes

ser\'ó

tado

durante tres siglos al

la

corona que había conquis-

precio de tanta sangre, durante dos siglos de

guerras,

y con ayuda de la fortuna sobre la decrépita y sobre la barbarie todavía in-

civilización de Oriente

forme de Occidente.

FIN

DEL VOLUMEN SEXTO V ULTLMO

TABLA DE MATERIAS

EL EGIPTO DE OCCIDENTE Páginas

La

so, legati de

galos.

— Plan de

insurrección de los Alpes.^

los retosylos vindélicios.



Tiberio.

campaña contra

la

— Druso. — Tiberio y Dru-

Augusto. —Discusión entre Licinio y los jefes

—-El Egipto de Occidente. — Guerra contra los retos y los

vindélicios.

— Admiración de Roma por Druso y Tiberio.— Ho-

racio hace el elogio de los vencedores.

bolizan

el

— Druso y Tiberio sim-

renacimiento aristocrático.

— La

Claudios

gloria de

los I

,

I.A

GRAN

CRISIS

DE LAS PROVINCIAS EUROPEAS

—Pacificación de Oriente. — Ju— Las provincias de Europa y sus

Insurrección de los ligures. lia

divinizada en Oriente.

tributos. crisis

— Exportaciones de

Italia

en

la Galia.

—La Galia

en las provincias europeas.-

Xuevo

peligro germánico.

ToMo VI

— La república,

tal

— Causas de

y

los

como

la

germanos. se

ha

res-

23

— — —





GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

354

Páginas



taurado, es poco apta para lítica exterior.

la diplomacia. Augusto y la po—Reorganización administrativa délos Alpes.

Nuevos caminos estratégicos al través de los Alpes. mas militares. Agripa y Herodes en Asia Menor.

— Refor-

— Nueva



prosperidad de Oriente.

— Lentos progresos de Grecia

25

III

LA CONQUISTA DE GERMANIA

Motivos de

la

conquista de Germania.

ministrativa de la Galia.

mania.

— Dificultad de

— Creciente popularidad

— El culto

aras de Augusto.

Regreso de Augusto á

el

conquista de Ger-



de Augusto.

-El

tradicionalismo

— Los Amores. — Ovidio y

la

la

nobleza.

de la conquista de Germania.

nueva generación.



antigua genera-

el

— Nueva

la

nado.

Germania por

las

puritanismo. — — La conquista de

y

Germania y

— Plan

immen y

de Augusto y su significación.

Roma — La nueva y

ción.— Reacción contra Ovidio.

Reorganización adla

reforma del Se-

La invasión de

los ríos

54

IV

«H.í:C

est ITALIA

DIIS.

SACRA»





La burguesía de Italia. La literatura y la jurisprudencia. Augusto y &\ jus réspofidendi. Labeón. Casio Severo y la nueva elocuencia. El valle del Po. Razones de su prospe-



ridad.

La

— — Progresos agrícolas é industriales del valle del

Italia central.

nal.



— Pobreza y decadencia de

—La burguesía de

Italia

y Augusto

la Italia

Po.

meridio-

89

——





TABLA DE MATERIAS

355

ROMA

EL ARA DE AUGUSTO Y DE

Páginas

Preparativos para la conquista de Germania.

pontifex maximus civil

y

Agripa.

de

la

militar.

(\\i&àa.

vacante.

— Augusto,

— Primeras la

viuda.

J[iilia

desembocadura

— Julia

}'

-El

cargo de

de ios poderes

max ¡mus. — Muerte

pontifex

reformas religiosas de

conquista de Germania.

Druso en

— División

Druso en

el

Augusto.

mar

de

— Plan

del Norte.



— Herodes en Roma. — matrimonio. — Metódica

del Weser.

la ley

sobre

e!



Casamiento de Julia y de Tiberio. ku^Msio prctfec tus tnorum et ¡egiim. Nueva reforma del Seinvasión de Germania.





— —

nado. La insurrección de Tracia. —La cura aquarum. Marcha de Druso hasta el Weser. Fundación de Aliso. Nuevas desgracias en Panonia. El ara de Augusto y de





Roma

ii6

VI

JULIA Y TIBERIO

Nueva reforma del Senado.

— Origen del consilium priticipis. — Las diversiones de Roma. —

Las dos generaciones en pugna.

— Augusto

Escándalos y procesos. losos.— Los matrimonios yéctase una reforma en

estériles

la ley

en

sobre



y los procesos escandael orden ecuestre. Pro-

el



matrimonio.

— La muer-

y los funerales de Druso. Tiberio y la nueva generación. La educación de Cayo y Lucio César. Los hijos de Fraates te

en



Roma.— Expiran

Augusto.

otra vez los poderes presidenciales de

— Dificultad de reemplazar á Augusto. — Definitiva

rendición de Germania.

Discordia entre Julia y Tiberio.



— GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

35^

Páginas

— Los vici de Roma — El partido opuesto á Tiberio. — Una intriga

Reorganización administrativa de Roma.

y sus magisfri. contra Tiberio. años.

— Cayo

— Tiberio

César, cónsul designado á los catorce

Rodas

solicita retirarse á

154

VII

EL DESTIERRO DE JULIA

Tiberio se retira: pretextos y razones.

por

la

Triunfo de Julia.

— Relajamiento

mias atribuidas á lítica

— Cayo

marcha de Tiberio Julia.

en

laridad de

en Roma. Palestina.

gonia.

la

— Augusto y

— Muerte

César.

— El

ha-

— Popu-

testamento de Herodes

— Complicaciones en Armenia. — Anexión de

adulterio de su hija.

— Pola

de Judea.— Nueva organización de

—El fuero de Augusto y

Ovidio y Cayo César.

— Infa-

joven nobleza.

de Herodes: su testamento.

Cayo y Lucio

—Insurrección

administración. la

Nuevas fuentes para

de Augusto en Germania.

cienda romana.

— Efectos producidos

César princeps juveníutis.

— El

Pafla-

templo de Marte Vengador.

el

adulterio de Julia.

— Augusto y

— el

— El escándalo y las condenas

197

VIH

LA VEJEZ DE AUGUSTO

Después del destierro de

segunda generación en cer hijo de Druso. Julia.

— Augusto

— Impopularidad

Comienza

la

Julia.

la familia

— La vejez de Augusto. — La de Augusto. — Claudio, ter-

y Tiberio

de Tiberio.

tras la

condena de

— Cayo César en Oriente. —

reacción en favor de Tiberio.— La cuestión mili-

— —



TABLA DE MATERIAS

357 Páginas

— Estado de Germania.

tar.

Situación política de

Augusto.—

Tentativa de reconciliación entre Augusto y Tiberio. greso de Tiberio á Roma. to decenio de Augusto.

— Re-

— .Muerte de Lucio César. — El cuar-

—Muerte de Caj'o César. — Reconcilia-

ción de Augusto y Tiberio

233

IX

EL ULTIMO