Grandeza y decadencia de Roma

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BIBLIOTECA CIENTÍFICO-FILOSÓFICA

GRANDEZA Y DECADENCIA

DE ROMA POR

G.

FERRERÒ I

LA CONQUISTA TRADUCCIÓN DE

M.

CIGES APARICIO

MADRID DANIEL JORRO, EDITOR 23,

CALLE DE LA

laos

PAZ, 23

A X

habían transportado todo

el

favor público

al

partido

y amenazas á la había ya constreñido

popular, que llenaba de acusaciones

nobleza histórica de Roma, y la á aceptar, pasados tres años, la reelección de Alario para

el

consulado, que, según

la

opinión popular, ha-

bía sabido vencer él sólo á los cimbrios.

Los embajado-

res de Mitrídates, venidos esta vez para

corromper á los

grandes de Roma, fueron perseguidos por

las

acusacio-

nes populares que suscitó un ardiente demagogo, Lu-

Apuleyo Saturnino, tribuno del pueblo entonces (i). al pueblo, el senado tuvo que enviar una misión á Oriente y encargar al pretor Antonio que vigilase la provincia de Cilicia; corrompido éste por el oro del Ponto, lejos de obligar á Mitrídates y Xicomedes á salir de Paflagonia, todavía les dejó ocupar cá Galacia (2). Afortunadamente, y gracias al héroe popular, las cosas iban mejor en el Norte. Los cimbrios y teutones, que habían derrotado los dos cónsules, no invadieron inmediatamente á Italia, sino que se replegaron sobre Galia y España. Mario tuvo tiempo así de cio

Para calmar

realizar sus reformas militares. Abolió el

orden de los

manípulos, y al mismo tiempo la distinción en las legiones entre los ciudadanos romanos y las cohortes de aliados.

Organizó

las legiones

de

la

misma manera que que siendo más

los contingentes itálicos, por cohortes,

compactas, pesadas y uniformes que los manípulos, podían formarse con soldados de menos valor, como los

que se reclutaban entra

(i)

Niccolini, en S.

(2)

Reinach,

M.

L

F.

E.^ 97.

C

hez de

la

\' ,

476.

la población,

Per-

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

94

feccionó las armas, -activamente á el

la

resarcimiento,

el

nueva el

piliim

elegir á

Instruyó

los bagajes.

Mientras preparaba así

Roma

partido popular iba en

triunfo en triunfo. Desafiando

graba

y

milicia.

el

odio de

Mario de año Bn año para

la

de

nobleza, lo-

el

consulado.

También hacía aprobar castigos más severos contras

los

gobernadores corrompidos. Los colegios sacerdotales,

que hasta entonces se habían renovado escogiendo en familias nobles, tuvieron que for-

un escaso número de

marse por elección popular. Todos

los

ambiciosos ha-

lagaban á este partido; los ricos financieros

le

eran fa-

moderados dejaban de considerar con benevolencia su programa de reformas sociales y políticas. Hasta estaba de moda (i) vorables; ni siquiera los conservadores

el ser partidarios

de las leyes agrarias que se proponían

siempre y que nunca entraban en vigor. Confiaban muchos que la salud de este desgraciado país procedería de ese partido, que había heredado las tradiciones de los Gracos.

Para confirmar semejantes esperanzas,

el

hé-

roe del partido destrozó por dos veces á los bárbaros en Aix,

el

año 102, y en

l^uiente.

En

ludado con

los

fin, libró al

el título

Campos Ráudicos

el

año

si-

imperio de esas hordas y fué sa-

de tercer fundador de Roma, des-

pués de Rómulo y Camilo.

(i)

Neumann, G. R.

V.,

394-412. Véase

el

discurso de Marco

Y'\-

año 104, en Cicerón, De off., II, xxi. 73. Véase también Busolt, iV. J. P. P., 141 y 321 y siguiente. De mostrando que los fragmentos de Diodoro sobre los Gracos, llenos de

lipo sobre la ley agraria,

favor para las reformas agrarias de

para

las reformas políticas, se

ambos hermanos

\-

de aversión

han entresacado, probablemente por

mediación de Posidonio, de Rutilio Rufo, honrado conservador de jiota

que vivió en los comienzos del siglo primero.

Mario y

la

gran insurrección proletaria de

Justamente entonces, un

siglo antes

la antigüedad.

de Cristo,

Italia

parecía arrastrada con creciente rapidez hacia la catástrofe terrible,

temida desde mucho antes. Sin duda que

no todo era decadencia y

ruina:

gracias, la nación progresaba.

La

aun entre tantas desdifusión de la filoso-

los progresos de la instrucción

fía griega,

queza, hacían

más

perceptible la

y de

la ri-

severidad del derecho

antiguo y de ciertas supersticiones bárbaras que infligían sufrimientos sin utilidad para nadie. Iba á decretarse los

que

la

abolición de los

sacrificios

todavía quedaban vestigios

humanos, de El derecho

(i).

progresaba gracias á los pretores que en sus edictos se inspiraban cada vez

más en

los principios

de

la

equidad;

gracias también á las leyes reformadoras, tales

como

la

poco después de esta época, abolió el procedimiento rígido y pedantesco de las legis actiones,

ley Acbíitia, que,

y y

estableció en su lugar

racional (i)

XXX, (2)

(2),

Se decretó I,

un procedimiento más

Análogamente, el

año 97 antes de

12.

Bonfante, D. R., 493.

la

flexible

cultura literaria

Cristo.

Véase

Plinio,

y

ar-

B.

N'.,

96

DECADENCIA DE ROMA

GR.A.NDEZA Y

Los nobles y comenzaron a construir en Roma elegantes palacios, donde en lugar de los atravesaños del país, empleaban los más hermosos mármoles del extranjero, tales como los de Himeto (i); grandes señores se aficionaron á componer libros, historias, tratados, poesías en griego y en latín; en el foro se oían ya oradores como Antonio y Licinio Craso, que habían estudiado atentamente los modelos griegos (2); el conocimiento y tística realizaba considerables progresos.

los ricos

el

gusto de

las artes

de Grecia y de Asia se difun-

día cada vez más; los escultores

y los pintores griegos, una mujer, laia de Cícico (3); trabajaban formando muchedumbre para los ricos de Roma. Pero al mismo tiempo aumentaba el desorden económico, moral y político. La crápula arruinaba á casi toda la nobleza histórica de Roma, obligándola entre los cuales figuraba

de deudas, de concusiones, de ra-

á vivir de

artificios,

piñas

á buscar las amistades y los casamientos en-

(4);

tre los obscuros, pero riquísimos cieros.

Muchos

hacendados y finan-

agricultores leían los escrií.os de los

manual de agricultura compuesto por el cartaginés Magón, traducido por orden del Senado. Tomaban prestado un modesto capital,

agrónomos griegos ó

el

plantaban olivares y viñedos, se ingeniaban en cultivar mejor; pero la inexperiencia, la falta de caminos, la imperfecta organización del comercio, las fuertes usuras

impedían

el

triunfo de estos ensayos,

(i)

Plinio, I/. N.,

(2)

Cicerón,

De

XXXVI,

orat,

(3)

Brunn, G. G. K.,

(4)

Cicerón,

De

off.,

ofrecen algunos ejemplos.

I,

III,

y frecuentemente

7.

4, 14.

II,

304.

II,

14,

50;

Drumann, G.

R., IV, 6

y 120,

LA CONQUISTA

97

arruinaban á quienes los habían realizado

(i).

La

ley de

Espurio Torio que había conv^ertido tan gran parte del

dominio público en propiedad privada, determinó á los propietarios á hacer gastos, los

y

tras

un pasajero

empobreció definitivamente. Todos

guraban en Roma, en

alivio,

los días se inau-

ciudades latinas y en las ciu-

las

dades aliadas, nuevas escuelas de retórica donde los estudiantes resultaban cada vez

más numerosos, y don-

de se formaban una lengua y una elocuencia nacionales

(2);

el

latín

y hablada sobre jóv'enes

ganaba terreno como lengua el

y

sabélico

oseo

el

(3);

pero

escrita

muchos

abogados no encontraban protectores para

triunfar ni clientes para defender.

taba en las provincias:

muchos

en Délos consagrándose

al

La emigración aumen-

italianos se enriquecían

comercio de esclavos, com-

prando y vendiendo á los hombres robados por los piratas en toda la costa del Mediterráneo; otros se enriquecían en Egipto y sobre todo en Asia. La explotación financiera del antiguo reino de Pergamo daba grandes

Cayo Graco; los romanos é italianos todos, sostenidos por gobernadores, saqueaban la provincia y cometían

rendimientos, gracias á las leyes de arrendatarios, los

toda suerte de fraudes y violencias; obligaban á los in-

(i) es,

Varrón,

De

re

riist.,

1,

8, j,

en una época que, como veremos,

riqueza para

que en su tiempo

Italia.

Esta opinión

— esto

viñas resultaban una gran

— machas personas afirmaban que

Italia

no remuneraba en

dice las

era, ciertamente,

la

viticultura

un recuerdo

de las decep;iones sufridas por los cultivadores que por primera vez se dedicaron á la viticultura en (2)

se también (3)

gran escala.

De clar.rh., i y Cicerón, De or.^ I, 4.

Suetonio,

'Q\i(Xirms\iz\^

Tomo

I

2;

Cicerón, Btut.., 46, 160; yéa-

Die Atísbreíiujig der Iatei7iische7i Sprache, 22-26. T

GRANDEZA V DECADENCIA DE ROMA

98

dígenas á contraer deudas para pagar los impuestos, les

prestaban

nes; hasta se

el

dinero

y

al

poco

les

embargaban

los bie-

concertaban con los piratas para que.se

apoderasen dondequiera de los hombres y revenderlos en Italia. Forjábanse grandes fortunas; pero muchas

también se pulverizaban; y tantas riquezas acumuladas por el fraude y la violencia al lado de tantas ruinas, au-

mentaban por todas partes la áspera irritación de los espíritus. Los déclassés, los desesperados, los mercaderes quebrados, los propietarios arruinados, cada vez au-

mentaban más en

Italia al

lado de un pequeño número

de advenedizos millonarios.

En

todas partes desapare-

pequeña propiedad: una oligarquía de capitaliscompuesta de algunos nobles romanos, de los res-

cía la tas,

tos de las antiguas noblezas locales de

Italia,

de caba-

acaparaban

las

en Italia, saqueaba el Asia y amontonaba mensas riquezas entre el odio universal.

in-

lleros (i),

de plebeyos (2), de

libertos,

tierras

Entretanto, el

la

hacienda pública estaba arruinada y la flota que había vencido á

ejército desorganizado;

Cartago se pudría en los puertos de

Italia;

Roma no

conseguía dominar las sublevaciones de los esclavos

que cada momento estallaban en Sicilia y en CamMitrídates, siempre activo, se había aprove-

pania;

chado de con

(i)

el

la

guerra címbrica para romper su alianza

rey de Bitinia y apoderarse de Capadocia.

Cicerón,

Pro

Cluait.,

56,

153.

Me

En

parece verosímil que

Mecenas citado aquí por Cicerón sea el abuelo del famoso amigo de Augusto, que era caballero de nacimiento. Véase el caso de Cayo Octavio, financiero en ^cllctri, que fué (2) abuelo de Augusto. Drumann, G. R., IV, 229 y sig. el

LA CONQUISTA Italia se

envenenaba

la rivalidad

99

entre los financieros

3-

nobleza histórica. Los caballeros, enorgullecidos de

la

sus riquezas, de sus clientelas, del derecho de juzgar los

procesos

— pues se

les

entregaban

las

magistraturas

para poderse consagrar los demás á los negocios,

como

consideraban

los iguales ó los

nobleza histórica arruinada

(i);

y

— se

superiores de la

ellos,

probablemente,

contribuj^eron no poco en los recientes triunfos del partido popular

que salvó á

y en Italia.

de Mario,

las reelecciones triunfales

En

desquite,

una parte de

noble-

la

za histórica disgustada del desorden universal, en

el

que el dinero desempeñaba el papel visible, agriada con su pobreza y con la insolencia de los advenedizos, echaba de menos su grandeza y su poder pasados. Quejábase de que viles ricachones fueran dueños de todo,

hasta de la justicia; reclamaba leyes severas contra los abusos del capitalismo; guardaba rencor á los nobles que,

como Cayo

y por

el

Julio César, se aliaban por la amistad

matrimonio á aquellos ricos caballeros

tepasados

(2),

sin an-

ó que renunciaban á su rango para ha-

cerse hombres de negocios

(3 i.

El partido popular, fuer-

(i)

véase Cicerón. Pro Clucn,

(2)

Estas relaciones de la familia de César con los advenedizos

financieros sar,

y

políticos,

que tienen importancia en

están demostradas por

el

con Mario; por

el

sar, padre, cia, rica

Pro Rab.

lví, 153;

heredera, hija de

casamiento de

noviazgo

del

Pos.,

la historia

vii, 16.

de Cé-

hermana de C. J. Céjoven César con Cosula

un financiero (Suetonio, César,

i);

por

el

casamiento de Acia, sobrina de César con Cayo Octavio, hijo de un rico financiero de Velletri

(Druman, G. R.,

1\',

229

j'

sig).

Veremos

que otras familias confirman esta suposición. (3)

Por ejemplo,

58; Cicerón,

iii

el

padre de Lucio Calpurnio Pisón, cónsul

Pis., 36, 87.

el

lOO

te

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

en

el

descontento general, hacía diez años que

mo-

lestaba á la nobleza con acusaciones y leyes de persecución; pero hasta ese partido había decaído

mucho de

grandeza que tuvo en tiempo de los Gracos; y persistía constantemente en repetir sus invectivas contra la

los nobles, en

tar

proponer

agrarias, pero sin inten-

lej^es

nunca seriamente en hacerlas

por otra parte, hubiese sido

inútil;

prevalecer, lo que,

pues no eran tierras

que cultivar con sus brazos, sino rentas que no exigiesen trabajo, lo que deseaban los pobres (i). Dos hombres violentos é impudentes, Saturnino y Glaucia, dirigían entonces este partido. Por otra parte, á pesar de

sus protestas y á pesar de los escándalos, los aventureros, los ambiciosos, las malas cabezas asaltaban las magistraturas, y arrojaban de todos los sitios á los

hombres honrados, á quienes no quedaba otro consuelo que lamentarse de las miserias del tiempo. La justicia ya no era más que un instrumento de opresión en manos de

los ricos

y de

los poderosos;

la violencia,

el

fraude, la corrupción electoral se extendían por todas partes; el dinero se convertía en

Roma, como antaño

vida y suprema medida del valer personal. ¡Y qué locura la de tanta gente que

en Cartago, en único

fin

de

la

abandonaba su posición modesta, pero segura, de

agri-

cultores para tentar la fortuna en negocios inciertos,

6

que se arruinaban para dar una hermosa educación á sus

hijos! Éstos, orgullosos

de su saber, pronto preten-

dieron adquirir en pocos años poder

do en

el foro.

En

mún

opinión que

[i)

Lange, R. A.,

las altas clases, la difusión

III,

72

j'

sig.

de

la

y riqueza charlan-

sobre todo, era cocultura era un mal,

lor

LA CONQUISTA

porque hacía rebeldes, dédassés (i) y cala\'eras. «El que estudia griego se convierte en un canalla» (2), decíase comúnmente. En efecto, la debilidad de la represión envalentonaba á

los perdidos: los crímenes, los

envene-

namientos, los robos, los asesinatos, los dramas de familia cada vez eran

ya no que

más numerosos. La

familia

realizaba las funciones disciplinarias

la

constitución

le

\

romana

judiciales

asignó en otro tiempo; los tribu-

nales domésticos sólo eran

un recuerdo

del pasado; los

padres de familia no sólo habían dejado ya de tratar

severamente á sus mujeres

é hijos, pero ni siquiera lo-

graban hacerse respetar. Muchas

faltas

cometidas por

el

mujeres y los jóvenes quedaban así impunes, pues legislador todavía no se ocupaba en ellos y la fami-

lia

había dejado ya de ocuparse. Hasta los delitos pre-

las

vistos por la ley resultaban

impunes

casi siempre,

si

se

habían consumado por ciudadanos romanos. El anti-

guo derecho penal, grosero y expeditivo, no conocía más penas corporales que los golpes ó la muerte pues la prisión no era una pena y los acusados sólo ingre-



saban en ella para esperar su sentencia, la absolución ó la condena á los vergajazos ó al suplicio. Así, cuando se decidió que los ciudadanos romanos no podían ser flagelados ni condenados á muerte, sólo quedó el' destierro como única pena para sus delitos, y el destie(i)

Véase en Suetonio,

De

el. ih.,

1,

el

edicto contra las es-

cuelas de retórica latina en Roma, publicado por los censores Cneyo

Domicio Enobarbo

3'

presión de las ideas Cicerón,

de

De or.,

III,

Lucio Licinio Craso en

más difundidas en

24, las explicaciones

este edicto. (2)

Cicerón,

De

or., II.

lxvi, 265.

el

año 92, y que es ex-

esta época. Véase también en

que da Craso á propósito

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

102

rro

como en

Roma

otro tiempo, cuando

aislada entre ciudades enemigas,

el

era

una ciudad

destierro á Preñes -

á Ñapóles! Además, en medio de las intrigas y corrupciones, era facilísimo á los culpables obtener la abte ó

solución y eludir este dulce castigo. En suma, los ciudadanos romanos ya no estaban sometidos á ninguna ley penal, lo cual nos explica por qué se deseaba cada vez más obtener el título de ciudadano romano. Era ésta

una aspiración revolucionaria que aumentaba en media de

la clase

Italia,

con gran espanto de los con-

servadores, cuando las distinciones entre ciudadanos

romanos, de ser

y subditos perdían su razón á consecuencia de la unificación económica y

moral del Italia

latinos, aliados

país,

y

antigua organización política de

la

se convertía en

el

armazón

apolillado

y podrido

de un Estado próximo á caer en ruinas. Acribillada de deudas, creyendo curar todos los males con

el

derecho

de ciudad, abandonada por las noblezas locales que du-

y estaban ya á media de toda Italia es-

rante tantos siglos la habían protegido

punto de desaparecer,

la clase

taba minada por un espíritu de creciente odio contra

Roma y

La confusión de ideas que nacía con esta lucha desordenada de tantos intereses y ambiciones aún se aumentaba con las innumesu oligarquía

política.

rables doctrinas contradictorias de los filósofos griegos,

á quienes recurrían

muchos para

orientarse, por

de que cada persona culta tenía su manera de juzgar

el

bruma sobre

mal presente; y la

las teorías

más

particular

lanzaban una

escasa claridad que aún quedaba en las

ideas. Discutíase sin fin sobre las desgracias de Rom.a,

pero nadie obraba; todos los espíritus se enervaban en

una

inercia enfermiza,

que muchos intentaban sacudir

i^J

LA CONQUISTA

deplorando desesperadamente sado

Un

hombre, Caj^o Graco

toda

el

hermoso tiempo pa-

invocando ingenuamente un genio salvador.

é

culpa sobre

la

el

— justamente

político

se hacía recaer

más grande de Roma



había sido la causa de todas las miserias presentes, se-

gún

hombres

los

do con

ilustrados: él había arruinado al Esta-

las leyes sobre los trigos; él

potente á la plutocracia con

encadenado

la

demagogia, desorganizado

entregado las provincias á ros

había hecho omni-

la ley judicial; él

la

había des-

el ejército,

Necesitábase otro hombre para salvar á

(i).

y

rapacidad de los financieItalia.

Mario, exaltado por sus grandes éxitos militares, se

de que podría ser su salvador y aspiró sexto consulado. Orgulloso é imperioso, no se había

forjó la ilusión al

clasificado hasta entonces

en ningún partido,

tenido necesidad, pues mientras duró

la

ni

había

guerra címbri-

ca aceptó sin buscarlos los sufragios del partido popuPero, terminada la guerra, la situación había

lar (2).

la prisa y la espontaneidad de tantos ciudadanos que tenían miedo de los cimbrios, había desaparecido, y para obtener ahora su consulado, Mario tuvo que solicitar el apo^o de un partido. Y no dudó en

cambiado;

escoger. El partido conservador no

le

perdonaba

el

ha-

ber sido durante cuatro años héroe popular. El partido

de los moderados no significaba entonces nada,

sucede en todas las grandes pues,

el

Véase Diodoro de

(2)

Niccolini, S. I. F.

Mario,

como

Quedaba,

partido democrático, único que podía acogerle.

(i)

Mi- 3

crisis históricas.

14, se

Sicilia,

C,

ha engañado

al

XXXIV,

fr.

25.

V, 461, ha demostrado que Plutarco, decir lo contrario de los enemigos de

CRANDEZA V DECADENCIA DE KOMA

I04

Mario, Saturnino y Ciancia, se aliaron; Mario fué electo cónsul, Saturnino tribuno del pueblo, Glaucia pretor,

juntos inauguraron

3'

en que

el

vencedor de

el

partido popular del año lOO,

los cimbrios casi se convirtió

instrumento de los dos demagogos

en

Saturnino pro-

(i).

puso una ley agraria que, según parece, asignaba á

romanos é italianos pobres las tierras de padana devastada por los cimbrios; otra

los

Galia trans-

la

ley sobre los

trigos disminuj^endo el precio del vendido por el Esta-

do á Roma; otra ley

colonial,

que inspirándose en una

Cayo Craco, creaba con

idea de

los veteranos de

colonias en Crecia, en Macedonia,

rio

África

(2).

en

Ma-

Sicilia,

en

Estos proyectos no estaban exentos de cor-

dura, pero no pudieron discutirse pacíficamente á cau-

sa de

la

larga exasperación de los espíritus.

servadores y

á

el

partido popular acudieron

Los con-

muy

pronto

Saturnino y Glaucia se aprovecharon de para aprobar sus le3'es llamando á Roma algunas

la violencia;

ella

partidas de campesinos armados.

Bien pronto, en las

consulado del 99, Saturnino dio la señal del franco motín haciendo matar, según se dice, elecciones para

á Cayo

el

Memmio, hombre de

bien

se presentaba contra Glaucia,

3?

mu3' estimado, que

Esto era ya demasiado.

El publicó se horrorizó, señaladamente los ricos capitalistas (3),

(i)

que hasta entonces habían ayudado

Appiano, B. C,

ren de una manera

Véase en

el sutil

I,

28, 33,

muy diferente

y Plutarco, Mario,

al

par-

28, 30, refie-

los acontecimientos de este año.

análisis de Niccolini,

.S'.

I.

F.

C,

\\ 458, las razones

por qué conviene atenerse á Appiano. (2) sdg.;

Lange. R. A.,

Xeumann, G.

(3)

Ili,

R., \\

77,

79:

420 y

Niccolini,

S.

I.

F. C, V, 477 y

sig.

Plutarco, Mario, 30; Cicerón, Pro. Rab. peni., 9, 27.

LA CONQUISTA

Io5

Senado decretò el estado de sitio, y los hombres más conspicuos tomaron las armas. Mario tuvo que ponerse al frente de los senadores y caballeros para reprimir el motín de sus amigos; pero obró con tido popular. El

tanta indecisión y debilidad, que

dor

le

tras

creyó cómplice en

el

partido conserva-

el

fondo de los rebeldes, mien-

que los .demócratas radicales

le

tuvieron por un

traidor;

pues fué quien en último resultado puso

mino

motín

al

é hizo

matar á Saturnino y Glaucia

tér(i).

Este mismo año tan turbulento en que Mario era

Cayo

cónsul, su cuñado

Julio César tuvo en su mujer

Aurelia un hijo que recibió

El miedo á

mucho gente amedrentada, cieros; Mario,

el

nombre de su padre

revolución enajenó

la

al

(2).

partido popular

sobre todo á los ricos finan-

sospechoso á todos un año después de

su triunfo címbrico, partió para un largo viaje á Oriente;

el

partido conservador volvió

captarse terior.

el

al

poder, é intento

favor público fortificando la política ex-

Cuerdamente hizo que

Senado rehusase

el

Cirenaica que Ptolomeo Apión había legado

romano cuando murió

el

al

la

pueblo

año 9Ó; pues en medio de tan-

tas dificultades, con la hacienda

y

el

ejército desorga-

nizados, no quería encargarse de la pacificación de un país semibárbaro

y

lleno de desórdenes; pero deseó res-

tablecer definitivamente la autoridad de te,

y en

el

95 ordenó á Nicomedes

Niccoliai,

(2)

Adopto como fecha

/.

en Orien-

F. C, \\ 4S5.

(1)

.5'.

Roma

— esta vez seriamen-

tes de Cristo,

que es

razones para

referir ese

el

del nacimiento de César el

asignado por nacimiento

la tradicción. al

año 100 an-

Existen buenas

año 102; pero una

rectifica-

ción de esta fecha en nada cambia la historia del hombre ni de la

época.

io6

te

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

— que restituyese

lo

que había tomado. Galacia fué

devuelta á los tetrarcas; Paflagonia, declarada

Capadocia, puesta bajo persa noble

al

libre;

gobierno de Ariobarzanes,

el

que se nombró rey

(i);

y cuando dos años

después Mitrídates signó una alianza con Tigranes, rey de Armenia, é invadió la Capadocia arrojando á Ariobarzanes, energía,

y

envió

un pequeño barzanes

partido aristocrático obró de nuevo con

el

al

propretor Lucio Cornelio Sila con

ejército para restablecer

(2).

Pero estos triunfos de

en

el

trono á Ario-

la política exterior

no eran suficientes para tranquilizar á Italia, donde la miseria aumentaba. El deseo de obtener el derecho de ciudad atormentaba cada vez más á los italianos por odio á

la

pequeña oligarquía romana. El partido popular

se esforzaba en reconquistar

el

poder; Mario, vuelto de

Oriente, no se resignaba á ser en vida

sonaje histórico; se envenenaba

el

más que un

odio entre

la

per-

nobleza

que por miedo á la revolución de Saturnino se hicieron conciliadores durante alhistórica

y

los financieros,

gún tiempo. En el

el

año 93, un pequeño acontecimiento,

proceso de Publio Rutilio Rufo, determinó

do,

provocando

la

espantosa

crisis,

el

estalli-

tanto tiempo temi-

Noble y conservador, sin tacha ni miedo, honrado, enemigo de los demagogos y de los capitalistas, admi-

da.

rador intransigente de

lo

pasado, Rufo, mientras gober-

nó á Asia como Icgatus pro prcFtorc reprimió con energía los abusos de los financieros italianos. Para vengarse éstos acusáronle de concusión por un miserable,

cuando regresó á Roma, y

le

(i)

Reinach, A/. E.^ 100 y loi.

(2)

Reinach,

]\/.

E.^ :oo y loi

hicieron condenar por sus

IO?

LA CONQUISTA

amigos que formaban destierro; pero la

da en al

Roma

el

mayor

tribunal.

Rufo se encaminó aF

parte de la nobleza, exaspera-

por esta monstruosa injusticia que echaba

suelo los últimos restos del orden moral, comprendió

que era necesario obrar y luchar; y un noble de gran ambición y audacia, Livio Druso, electo tribuno para, el año 91, pensó en reanudar contra los financieros la política

de Cayo Graco contra los propietarios terrate-

nientes. Procuró establecer

nobleza y

el

una alianza

entre parte

de

partido popular proponiendo varias leyes

que debían granjearle

el

y entre las una que despoja-

favor del pueblo,

cuales figuraban dosje3^es capitales:

ba á los caballeros del poder judicial, y otra que concedía el derecho de ciudad á los italianos. La idea de la

emancipación de

había realizado grandes progre-

Italia

aún tenía muchos enemigos. Entre los nohabía muchos que le eran favorables por conside-

sos; pero

bles

reforma necesaria y justa, á pesar de sus peligros (i). Pero los había numerosos que á ella se oporar la

nían por amor á la tradición, temiendo que el espíritu demagógico progresase con este aumento en el número de electores pobres á ignorantes

(2).

Al contrario,,

los financieros y los italianos riquísimos eran adversarios encarnizados:

seguramente temían que

la

reforma

de una revolución social; y que los italianos, entre los cuales el mayor número eran pobres y estaban entrampados, hiciesen votar leyes política fuese seguida

agrarias

ti)

y

de las deudas luego de conquis-

Por ejemplo, Sexto Pompeyo,

mann, G. R., (2)

la abolición

IV, 317.

l.ange, R. A.,

III,

88.

tío del

célebre

Pompeyo. Dru-

io8

tar

el

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA poder

(i).

De

ahí resultó

una

terrible agitación

que dividió á la nobleza. Los odios que se habían acumulado durante mucho tiempo, se inflamaron en todas partes, y cierta mañana Livio fué apuñalado en su casa por un desconocido. Entre el tumulto causado por este asesinato en

el

partido de Livio, los caballeros

lograron que se aprobase apresuradamente una ley que instituía

un

tribunal extraordinario para juzgar á los

sospechosos de favorecer á

los italianos; á su

sombra

persiguieron y desterraron á todos sus adversarios de la

nobleza y del partido popular (2). el odio acumulado durante mucho tiempo con-

Pero

Roma y

tra

su oligarquía

todas partes. La

que más habían sufrido con ral,

y donde

entonces por

política, estalló

Italia meridional, es decir, las la crisis

regiones

económica y moorden de cosas es-

los puntales del antiguo

taban más carcomidos, cansadas ya de esperar tanto

tiempo tomaron

armas por Roma, contra

las

los italianos contra

causa común de

la

las" ciudades aliadas

que

le

permanecían

fieles casi

todas

y

y septentrional

las colonias latinas de la Italia central

Roma

(3).

se ate-

apaciguaron un

rrorizó: las querellas de los partidos se

instante; se llamó á Italia las legiones diseminadas-en el

imperio

y

los contingentes

en Heráclea, Clazomenes y

marítimos que estaban

Mileto

(4);

se

(i)

Esto resulta de lo que dice Appiano, B. C,

(2)

Neumann, G. R.

V.,

450 y

sig.

Sin

I,

armó á

37.

embargo,

riadores difieren en sus juicios sobre Livio Druso.

los

Unos

los

histo-

lo conside-

ran como hombre de mérito, otros como un ambicioso con poca seliedad. (3)

Appiano, B. C,

I,

(4)

Memnon,

I.

29, C.

39; Cantalupi, L.,

I,

203.

J\/.

S.,

4 y

sig.

LA CONQUISTA

hombres

libres

y á

109

mismo Mario, para

los esclavos. El

conservar su crédito, tuvo que solicitar un mando. Co-

menzó una guerra terrible, durante romanos arrasaron sin piedad á

la cual los

saqueando

las granjas,

las ciudades,

genera-

incendiando

Italia,

les

capturando á los

hombres, mujeres y niños para venderlos ó para enviarlos como esclavos á las ergástulas de sus propios do-

En

armas un año io6, perteneciente á una holgada familia de Arpiño y que se llamaba Marco Tulio Cicerón (2). Sin embargo, esta guerra de exterminio, en el corazón mismo de Italia, produjo minios

(i).

esta guerra hizo sus primeras

joven cultísimo nacido en

el

un efecto saludable: hizo prevalecer en partido opuesto á los financieros

de ciudad

minar

la

el hierro.

itálica.

y

la

nobleza

favorable

al

el

derecho

Pronto se advirtió que era preciso do-

agitación por medio de concesiones

y no por

El Cónsul Lucio Julio César pudo lograr que

se aprobase el

año 90 una ley estableciendo que

el

de-

recho de ciudad se extendería á las ciudades que habían fieles á Roma; poco tiempo después, hacia mismo año ó coniienzos del siguiente, dos tri-

permanecido fines del

bunos gún la

del pueblo propusieron la ley Plaucia-Papiria, secual,

todo ciudadano de

las

miciliado en Italia, podía adquirir

ciudades aliadas doel

derecho de ciudad

á condición de hacer esa declaración ante

el

Roma. La reacción

año

se acentuó pronto: en el

pretor de

lex Plantía quitó los tribunales á los caballeros

89,

y

una

deci-

dió que los jueces serían electos por las tribus de cada

(i)

Véase Cicerón, Pro. Chient.,

Baso, Aulo Gelio, XV, 4. (2)

Cicerón, Fil., XII, xi, 27.

VII,

21;

y

el

caso de Vcntidio

no

CtRandeza y decadencia de roma

categoría

(i).

cónsul Cneyo

Quizás fué en el mismo año cuando el Pompeyo Estrabón propuso que se con-

cediese á las ciudades de la Galia cisalpina los

derechos que á

las colonias latinas,

la obligación del alistamiento militar las pérdidas sufridas

por

mismos

para sustraerlas á

y para compensar

reclutamiento á consecuen-

el

cia de la rebelión de los aliados (2).

Tantas concesio-

nes contribuyeron más que las operaciones militares

para terminar la guerra, y al poco, sólo empuñaban las armas los samnitas y los lucanios. Apenas empezaba Italia á reponerse del miedo cuando sintió otro aún más terrible. Mitrídates fué sorprendido por la guerra social cuando más ocupado estaba en preparar una gran guerra para expulsar á Roma de Asia. ¡Era un designio audaz: pero el momento parecía tan propicio! La admiración que durante los cincuenta años subsiguientes á Zama se sintió por Roma entre el

mundo

griego, se trocó en odio desde la destrucción de

Cartago y de Corinto (3); Asia estaba agotada por la explotación de los capitalistas romanos; el poder

Roma

de

declinaba en todas partes. Mitrídates,

con-

al

podía reclutar un gran ejército en su país y entre los bárbaros; hacía construir una flota poderosa en

trario,

las orillas del

de

la

mar Negro y

tenía en Crimea

tos en campaña, sin que en bre. Sin

(i)

el

granero

guerra, necesario para abastecer á grandes ejérci-

embargo, cuando

Lange, R. A.,

III,

el

Ponto

se padeciese

ham-

estalló la guerra social

aún

113.

Ascoaio, /« Pisón., pág. 3 (Or.) Cantalupi, 21. S. 40, da esta ley como del año 87; pero me parece más verosímil darle como l'e(2)

•cha

el

(3)

año

del consulado de Estrabón.

Polibio,

XXXVII,

I.

IH

LA CONQUISTA

no estaba no menor

presto,

y mientras

tanto,

ayudó á un herma-

del rey de Bitinia para apoderarse del reino

de éste, y de acuerdo con Tigranes reconquistó á Capadocia, colocando á su hijo en el trono. Confiaba en

que Roma no intervendría. Pero el partido aristocrático, que deseaba mostrar energía en la política exterior, envió de Roma el año 90 á Manió Aquilio al frente de una embajada para restablecer á los dos reyes en sus Estados con ayuda del pequeño ejército del procónsul Lucio Casio. Casio y Aquilio realizaron fácilmente su misión (i); pero Aquilio, general tan. avaro como va-

no fué á Oriente para contentarse con el dinero prometió Nicomedes: deseó una gran guerra contra Mitrídates y excitó á Nicomedes y Ariobarzanes para que realizasen incursiones en el Ponto. Ambos reyes dudaron; pero Nicomedes debía á los banqueros romanos de Efeso grandes cantidades de dinero que 1j habían emprestado durante su destierro para preparai' leroso,

que

le

su regreso á le

Roma y

reclamasen

adoptó

el

el

á Asia. Aquilio influyó para que

pago, con tanto éxito, que Nicomedes

partido de pagar con (2).

Á

de ganar tiempo y á

la

sión en

el

Ponto

el

botín de

una incur-

pesar de esto, y con propósito

vez de colocar toda

la

sinrazón

del lado de su adversario, Mitrídates solicitó de Aquilio

una modesta y equitativa indemnización, que

fué re-

husada. Juzgándose dispuesto hacia fines del año 89, ordenó á su hijo que invadiese á Capadocia y pidió

con energía una reparación á Aquilio. Manió respondió Mitrídates con la intimación de someterse incondicio-

á

n;

(i)

Appiano,

(2)

.appiano, Mit., i\.~

2lit.,

Tito Livio, P., 74.

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

112

nalmente, y se declaró la guerra (i). Pero al comenzar la primavera del 88, Mitrídates tenía una flota de

en

400 navios bien equipados, y uno de esos ejércitos desmesurados que la estrategia de Oriente creía formidable por su número, así como la estrategia moderna reputa por la misma razón invencibles á los ejércitos de que Europa está cubierta. Dícese que constaba de 300.000 hombres, mercenarios griegos, caballeros armenios, infantes capadocios, paflagonios, gálatas, escitas,

sármatas, tracios, bastarnos y celtas (2). Al contrario. Manió Aquilio sólo había podido reunir durante el invierno una débil flota bitinio -asiática, y un ejército que

apenas llegaba á 200.000 hombres, incluso del rey

el ejército

de Bitinia, compuesto de jóvenes reclutas asiá-

ticos, intercalados entre débiles

contingentes romanos.

Los cuatro cuerpos de que constaba el ejército romano quedaron deshechos ó se deshicieron en algunas semanas; la flota romana se rindió á la flota del Ponto; el rey de Bitinia huyó á Italia; los generales romanos queda-

y Mitrídates invadió La repercusión de esta derrota fué

ron prisioneros,

La guerra

social

el

Asia

terrible

(3).

en

Italia.

ya había arruinado á muchas perso-

nas y causado importantes pérdidas los ricos ciudadanos que tenían propiedades en la Italia meridional.

La invasión de Asia hacía ahora

estériles los

inmen-

sos capitales colocados en esta provincia por los financieros.

Y

estalló la crisis

(i)

Reinach,

(2)

Reinach,

J/ M.

económica y

los

desórdenes

E., 119.

E., 122, n.

i.

Estas cifras de los ejércitos dadas

por los escritores de la antigüedad, son seguramente exageradas. (3)-

ídem.

1

23- 1 28.

l'j

LA CONQUISTA terribles: los

publicanos ya no podían pagar;

creciente, los

la miseria

demás impuestos que apenas rendían,

dejaban exhaustas las cajas del Estado; asustados los capitalistas ocultaban su dinero,

y se esforzaban, por

ya no querían prestar

contrario, en recobrar sus cré-

el

moneda escaseaba en Roma y la que circulaba solía ser falsa; un pretor que quiso refrenar la cmeldad de los acreedores fué asesinado cierta mañana por un grupo de capitalistas mientras ofrecía un sa-

ditos; la

crificio;

Roma

estaba llena de tumultos, de asesinatos,

de robos, de riñas entre los antiguos y los nuevos ciudadanos. Éstos aún se mostraban más exasperados

que aquéllos, porque en seguida en

el

Senado, en lugar de inscribirlos

las treinta

y cinco

tribus contemporiza-

ba y estudiaba diferentes proyectos de la ley que hubiesen inutilizado su nuevo derecho. Tan pronto se tra-

taba de

inscribirlos

de las treinta

en diez nuevas tribus

y cinco antiguas

Oriente noticias aún

más

(i).

terribles.

como en ocho

Pronto llegaron de

Ya no

se trataba

allí

abajo de una guerra contra otro Estado, sino de una verdadera revolución contra

la plutocracia

sólo había querido ser Mitrídates

mo, pero también

el

el

romana.

No

héroe del helenis-

exterminador de

la

plutocracia

cosmopolita á los ojos de los artesanos, de los campesinos, de la clase media,

de los mercaderes y de los

propietarios de Asia, oprimidos por los banqueros ro-

manos, y

(i)

los usureros indígenas, judíos

Por esta

sutil hipótesis

me

y

parece que Cantalupi,

M.

S., 5

siguientes, concilia la divergencia que existe entre Appiano, B. I,

íi

49 y Veleyo, II, 20. Véase sobre Neumann, G. R. f., 504 y sig. Tomo

I

A

egipcios.

esta crisis económica

y

y

C,

política

8

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

114

todos los gobernadores de las provincias conquistadas envió la orden secreta de preparar para el día trigésimo posterior á la fecha de la carta, la

matanza general de

italianos; hábilmente se excitó á la plebe ya exasperada por la condena de su buen protector Rutilio Rufo,

ó

remisión de

ks deudas á

prometiendo

la libertad

los esclavos

y deudores que hubiesen matado á sus

Y

acreedores.

en

el

la

loo.ooo italianos,

día prefijado,

hombres, mujeres, niños, fueron acometidos, degollados, ahogados,

en todas

las

quemados vivos por

grandes

esclavos quedaron las

ciudades y

pitalistas

no

3^

pueblo furioso

el

pequeñas ciudades de Asia: sus

libres;

sus bienes, distribuidos entre

el fìsco real,

así

como

los de otros ca-

y los depósitos de los banqueros Coos (i). Entretanto, el espíritu de

italianos,

judíos en la isla de

insurrección se extendía por contagio en Grecia,

y

el

pueblo de Atenas, excitado por los filósofos y los profesores, se alzaba en armas, muy pronto auxiliado por Mitrídates que envió á Grecia su general Arquelao con

una flota y un ejército para someter á las ciudades que aún no se hubiesen rebelado contra Roma, y para conquistar á Dalos y devastarla (2). Y comenzó una gran guerra por

monarca 3^

la

la

asiático

mundo

helénico entre

el

ayudado de una plebe revolucionaria, ayudada de una aristocracia en

plutocracia itálica

disolución y

que

dominación del

una democracia en formación, mientras

la clace intelectual, los letrados

y

los filósofos de

profesión, tan numerosos en Oriente se inclinaron.

(i)

Appiano, Mit., 22, 23; Plutarco, Sila, 24; Memnon, 31; Jo-

sefo, A. J., (2)

XIV,

Reinach,

VII, 2;

M.

Valerio Máximo, iX,

E., 133, 134-

11,

3.

LA CONQUISTA

como en

II5

todas las luchas sociales ocurre, unos de este

lado, otros, de aquél,

cada cual según sus simpatías,

sus intereses y sus relaciones.

El Senado se apresuró en avisar: ordenó reclutamientos; encargó á

Sila,

que

el

año 88 era cónsul,

la

y como el Tesoro estaba agotamanomuerta romana, todos los bie-

dirección de la guerra, do, vendió toda la

nes que los templos poseían en

Roma

(i).

Pero los es-

píritus se hallaban tan turbados en Italia,

que en este

momento terrible, cuando

el

imperio estaba amenazado,

los partidos se entregaron á los proyectos

satos y á las

más

facer sus odios

más

insen-

criminales combinaciones para satis-

y ambiciones. Los samnitás y

nios, todavía bajo las

los luca-

armas, enviaron embajadores á

Mitrídates para proponerle su alianza. Gran

número de

empujados por el odio que les inspartido conservador, procurando siempre elu-

italianos arruinados,

piraba

el

concesión del derecho de ciudad, y por la necesidad de ganarse la vida de una ú otra manera, huían á

dir la

Asia

y

se alistaban en el ejército de ivlitridates

(2).

Una

Roma por haber poder judicial, preparaban para reconquistar-

parte de los caballeros, irritados en

perdido lo

el

una revolución de acuerdo con Mario, que, furioso que le tenía la muchedumbre, débil el es-

del olvido en píritu

por haberse aficionado á

en quitar á

Sila el

mando de

la

la

embriaguez, soñaba

guerra contra Mitrídates,

apoderarse de los inmensos tesoros del rey del Ponto y resucitar los grandes días del triunfo címbrico (3).

(i)

Appiano, Mit., 22. Orosio, V, 18, 27.

(2)

Frontón, Strat.^

(3)

Plutarco, .S7/a,

8.

I,

iii,

17.

ii6

En

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

fin,

encontraron su instrumento en Publio

.Sul-

— noble que se hizo ardiente demagogo por sus deudas, según parece, y sus personales, — picio

Rufo

rencillas

que era entonces tribuno

del pueblo.

Con

el

pretexto de

dar satisfacción á los nuevos ciudadanos, Rufo propusa

una

ley,

conforme á

entre las treinta la

la cual los italianos se distribuirían

cinco tribus, y logró aprobarla con

y ayuda de algunas partidas de bandoleros, que ate-

rrorizaron á los electores

y ejercieron violencia en

cónsules. Éstos fueron obligados á salir de fué

á incorporarse

al ejército

una

ley

que

le

los Sila

que estaba á punto de

formar en Nola. Pero Mario, dueño de hizo aprobar

Roma:

confería

Roma con el

Rufo,

mando de

la

guerra de Oriente, y envió inmediatamente á Sila la orden de que le entregase las legiones.

"V"

Sila

y

la reacción conservadora

Si las clases ricas suelen ser tan

en Eoma.

frecuentemente ba-

tidas por los partidos democráticos, es porque en la lu-

cha no saben escoger casi nunca á sus tu de celo, de orgullo y de

jefes.

El espíri-

mutuo desprecio que

los

divide les induce á obrar ordinariamente contra su pro-

aun cuando el peligro sea más apremianmientras que la revolución era señora de Roma

pio interés, te.

Así,

con Mario, sólo por casualidad encontraron los conservadores un campeón en Sila. Sila había sido hasta entonces uno de esos hombres superiores, pero solitarios, que suele encontrarse en la nobleza cuando un régimen aristocrático se descompone: demasiado inteligente y culto para conservar los viejos prejuicios de su clase y no comprender |a fatal necesidad de su decadencia; demasiado orgulloso y serio para buscar los honores al

precio de bajezas é imbecilidades de las que depende casi siempre

el

éxito político en

una democracia; dema-

siado enérgico, demasiado codicioso de las riquezas

para permanecer ocioso; demasiado escéptico y sendemasiado indiferente á lo que se llama el bien y

sual;

el mal;

demasiado ávido de

los

goces sensuales é inte-

ii8

GRANDEZA

Y

DECADENCIA DE ROMA

lectuales para sacrificar

jamás su

interés ó^ su placer

á cualquier causa ó principio ideal. Hasta entonces se había consagrado á la guerra mejor ca, prefiriendo

que á

revolución de los itálicos, que servir en otro de

ambos

su origen y

la políti-

combatir contra los cimbrios ó contra partidos;

Roma

la

á uno ú

y aun estando más cerca por

relaciones del partido conservador que del

popular, sólo se significó en las luchas políticas lo es-

trictamente necesario para obtener las magistraturas los

mandos. Por eso su carrera había sido

de cincuenta años tenía cuando llegó el

año á que hacemos

mucho tiempo

al

lenta:

y más

consulado, en

referencia. Posible es

que durante

hubiese dejado que siguiesen acuchillán-

dose á su sabor los conservadores y

el

partido popular,

despreciando por igual á aquéllos y á éste, si la revolución no se hubiese vuelto contra él para quitarle el

mando

de

la

guerra contra Mitrídates.

Aunque

sin pre-

ocuparse de los intereses del partido conservador, de

ningún modo quiso ceder á Mario esta guerra, en

la

que confiaba obtener grandes riquezas y conquistar resonante gloria. Respondió, pues, á la conminación de Mario con un golpe de audacia, que fué

la

primera re-

velación de su genio terrible: se aseguró con promesas la fidelidad del ejército,

deró de

la ciudad.

marchó sobre Roma y

se apo-

Mario, sorprendido sin tropas por

ataque tan imprevisto, se vio obligado á

huir. Sila

un

que-

dó dueño de Roma; pero como sólo deseaba conservar su mando y no tenía propósito de hacer una contrarevolución en beneficio de los conservadores, procedió

moderadamente; sólo persiguió á doce lución,

jefes de la revo-

hizo anular las leyes anticonstitucionales de

Sulpicio,

y dejó que

se celebrasen

con libertad

las eleo-

'^9

LA CONQUISTA ciones para

siguiente año.

el

Un

conservador,

Cneyo

Octavio, fué electo con Lucio Cornelio Cinna, que pa-

saba por demócrata. Sila se limitó á hacerles jurar que respetarían las leyes.

Luego, á principios del año 87, se apresuró en marcharse á Brindisi para embarcar con cinco legiones, al-

gunas cohortes incompletas y una poca caballería: sobre unos treinta mil hombres en total. Nunca tan pequeño ejército tuvo tan gran obi'a que realizar. En efecto,

Mitrídates se aprestaba á defender enérgicamente

sus conquistas, aprovechándose de rioridad de sus fuerzas. Arquelao

contraban ya en Grecia ejércitos,

reo,

al frente

y

la

Aristión,

allí les

sitiasen;

que se en-

de sus considerables

retiraron todas sus tropas á

para que

aplastante supe-

Atenas y

al Pi-

en Asia se organizaría un

nuevo ejército y se le enviaría á Grecia para aplastar al pequeño ejército romano, agotado ya por el largo sitio de Atenas. Este plan era excelente, pues apenas des-

embarcado en Epiro con sus treinta mil hombres, Sila tuvo que descender del Norte, perseguir al enemigo que se retiraba hasta la célebre ciudad Ática, comenzar con escasas fuerzas un largo y penoso asedio, mientras que la flota póntica iba á interceptar las comunicaciones con Italia y hacer difícil el aprovisionamiento. Pero esta situación, que ya era grave, resultó terrible cuando el partido popular se apoderó nuevamente en Italia del gobierno. Tras la marcha de Sila, el cónsul Cinna suscitó otra vez el problema de los nuevos ciudadanos que pretendían cinco tribus;

el

ser inscriptos

en las treinta y

otro cónsul se oponía,

y ambos arma-

ron á sus partidarios y se batieron en las calles de

Roma: Cinna quedó

al fin

depuesto y proscripto; pero

120

GRANDEZA V DECADENCIA DE ROMA

fué en seguida á tremolar la bandera de la revolución

por las ciudades de

Italia,

reunió hombres, obtuvo di-

aún estaban bajo las armas á no entregarlas. En medio de estos preparativos, Mario volvió de África con un pequeño ejército de númidas y empezó á armar los hombres libres y los esclavos en Etruria. El Senado intentó prevenir una nuenero, invitó á los samnitas que

va guerra social concediendo

el

derecho de ciudad á

todos los italianos que no se hubiesen benehciado de las leyes

Julia

y Plaucia

Papiria, á

excepción de los

samnitas y lucanios, aun todavía en rebelión, Pero la casualidad no dio en esta ocasión un nuevo Sila á ios

Roma, vengándose de su rival y de la nobleza que nunca quiso admirarle. Las cabezas de muchos nobles se trasladaron á su casa

conserv-adores; Mario se apoderó de

ó fueron á adornar los rostros; Sila fué declarado ene-

migo de

la patria

y

destituido; su casa de

Roma quedó

arrasada, sus villas devastadas, sus bienes confiscados.

Por

lo tanto, el

quistar

el

ejército

que debía de recon-

hasta amenazado por Roma, cuando ya estaba

do,

diezmado por tes

pequeño

gran imperio de (3riente quedaba abandonalas fatigas, las enfermedades, los

y empezaba á

sufrir

hambre.

comba-

Si el ejército póntico

llegaba en socorro antes de que la ciudad capitulase, Sila

y sus legiones estaban

der.

Pero en esta

lloso, el sibarita

perdidos, sin poder retroce-

terrible situación, el escéptico

vida restaurando su fortuna con

la

la

herencia de una rica

cortesana griega, se irguió súbitamente te

orgu-

refinado, que había comenzado en

como

el

gigan-

de esta terrible disolución social, que había roto to-

dos los lazos morales entre los hombres; gigante espantoso y admirable á

la vez,

que en este inmenso des-

121

LA CONQUISTA

orden erigía su propia salud en ley suprema por un sobrehumano esfuerzo de energía sin escrúpulos. Para salvarse y para salvar á su ejército, rompió cuanto se opuso á su marcha, hasta las cosas que más veneraban los hombres. Para construir las máquinas de guerra-

bosques del Liceo y los plátanos seculares de la Academia, á cuya sombra había filosofado Platón. Para pagar y mantener á sus soldados, estableció en el

taló los

Peloponeso una fábrica de moneda; sometió á Grecia á

saqueó todos los templos, aun los más venerados; convirtió en monedas de oro y de pla-

terribles requisas;

ta los trípodes, los vasos, las alhajas, los objetos artísticos ofrecidos á los dioses por tantas generaciones pia-

dosas. Para disputar á sus enemigos

el

imperio del mar,

persuadió á uno de sus jóvenes jefes, Lucio Licinio

Lüculo, que intentase deslizarse con seis navios

vés de

al tra-

póntica que bloqueaba á Grecia, y de ir á reclutar navios en todo el Mediterráneo. Para tener la flota

alerta á sus soldados

tomó

y que

el

ánimo no

les

decayese,

parte en todas sus fatigas, acudió á todas las re-

friegas, condujo personalmente las columnas de ataque, y sobre todo, distribuyó oro abundante entre sus tropas. Si Mario había comprendido que en esta época

mercantil de tre la

Roma

sólo podía reclutar sus legiones en-

hez miserable de

la

población

itálica,

Sila fué el

primero en comprender que las nuevas legiones debían de considerarse y tratarse como verdaderas milicias mercenarias, retenidas durante muchos años bajo las armas, sometidas á una severa disciplina, pero esplén-

didamente pagadas. Entretanto, Atenas resistía con encarnizamiento los

ataques de Sila durante todo

el

año 87. Arquelao era

122

GRANDEZA

un general

DECADENCIA DE ROMA

V

excelente,

y

hubiese dependido de

él,

Pero

bir,

el ejército

otoño del .87, no

la

si

suerte de la guerra sólo

quizás á Sila

le

tocase sucum-

de socorro que venía de Asia en

llegó.

el

Entorpecido por su misma masa,

detenido frecuentemente por

la dificultad

de los aprovi-

sionamientos, y mal mandado, caminaba lentamente,

de

modo que

el

gobernador de Macedonia, Cayo Sencio

Saturnino, pudo obstruirle

zas y conseguir que

le

el

camino con escasas fuerla mala estación en

sorprendiese

Macedonia, donde se vio obligado á invernar en espera primavera del S6. Sila pudo aprovecharse así de meses de invierno. Pero eludido este peligro, otro más grande surgió en Italia. Al comienzo del año 86 murió Mario; pero su muerte no terminó de ningún modo de

la

los

el mando de la guerra conque desde dos años antes, amenazaba

esta lucha tan peligrosa: por tra Mitrídates,

complicar con una guerra

que

Roma

tremenda en se debatía. Múltiples causas determinaban civil la

crisis

no dejar el cuidado de esta Sila, que no era un conservador á ultranza, pero tampoco un amigo declarado del partido popular. Muchos hombres eminentes del partido ambicionaban mandos en esta guerra, y la necesidad de realzar el prestigio del nuevo gobierno con éxitos al

partido democrático á

guerra á un hombre

militares se rio,

imponía

/^tribuíase

chazando á

ya

el

como

al

partido de los Gracos

y de Ma-

mérito de haber salvado á Italia re-

y teutones; también quería pohonor de conquistar el Asia. Aceptó íntegramente el legado de rencores que le dejó Mario, y trató á Sila como enemigo, encargando al cónsul nombrado para sustituir á Mario, Lucio Valerio Flaco, que los cimbrios

der reivindicar

el

fuese al frente de 12.000

hombres á relevar de su man-

I23

LA CONQUISTA

do

al

un ardiente demó-

general proscripto. Era Flaco

que hizo aprobar al mismo tiempo una ley liberando á los deudores de las tres cuartas partes de suscrata,

deudas. Si Flaco llegaba antes de capitular Atenas, Sila

quedaría preso entre las legiones romanas y los ejércitos de Mitrídates... Pero los preparativos de Flaco exigieron

mucho

tiempo, y todavía estaba

el

cónsul en

Italia,

cuando Sila, el i.° de Marzo se en un asalto desesperado, primero de Atenas, en seguida del Pireo. Sin embargo, aunque este éxito envalentonase á los soldados, no tenía una importancia dedel año 86, logró apoderar-

pues

cisiva para Sila,

falto

de

flota, el

general

romano

ejército de Arquelao, que se retiró

no pudo aniquilar

al

desde luego á

península de Muniquia, y se salvó

la

tranquilamente por mar con todos sus soldados, yendo á reunirse en las Termopilas con

Tras

la

toma de Atenas,

invasor.

el ejército

Sila seguía teniendo

como an-

de Arquelao y el ejército de socorro, ahora reunidos, y las legiones de Flaco tes tres ejércitos

que combatir:

que habían desembarcado en que era necesario

el

el

Epiro. Sila comprendió

batir á los ejércitos pónticos antes

de

cónsul popular; y, aunque el adversario tuviese la ventaja del número, se dirigió con todas sus

que llegase

el

fuerzas al encuentro de Arquelao, y

le

deshizo en

una

gran batalla librada en Queronea, Beocia.

Esta

victoria,

primera de los ejércitos romanos sobre

Mitrídates, produjo rio

la

inmensa sensación en todo

el

impe-

y tuvo consecuencias mucho más importantes que toma de Atenas, modificando profundamente la si-

tuación en favor de

Roma y

de

Sila.

Desde hacía algún

tiempo, las clases ricas de Asia, alarmadas por las

tanzas del 88 y por

la política

ma-

revolucionaria de Mitri-

(iRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

124

dates, habían

empezado á

intrigar por

dominación póntica, aprovechándose ocasionado en

Á

fines del

el

pueblo por

las

Roma y

contra

la

del descontento

continuas levas del rey.

año 87, Efeso se había rebelado ya en favor

de Roma. La batalla de Queronea lión, á fortificar

á quebrantar

en todas partes

la fidelidad,

el

,yino, tras esta rebe-

partido romanófilo

ya vacilante^ de

las

y

ciudades

asiáticas, lo cual obligó á Mitrídates á realzar su prestigio

dacia

y reforzar su fortuna mediante algún golpe de aumayor que los anteriores. En efecto, se declaró

abiertamente en Asia rey de liendo las deudas

la

revolución social, abo-

y concediendo

la libertad

á las ciuda-

des adictas, y se dispuso á enviar un nuevo ejército para invadir la Beocia y reconquistar á Grecia, bajo la

orden de Dorilao. Pero de

la victoria

parecía tan

la

consecuencia más importante

de Queronea, fué

difícil

como

el

hacer posible algo que

necesario: la paz entre Sila y

partido democrático. Flaco, que parece haber sido

el

un

hombre razonable, comprendió apenas desembarcado en Epiro, que encender una guerra civil cuando Mitrídates se disponía á lanzar un nuevo ejército sobre Grecia, que disputarse el honor de ser el único adversario cuando sus fuerzas reunidas apenas serían suficientes para vencerle, era

pura locura.

cegado por

el

Sila,

éxito ó por

por su parte, que no estaba

el

odio político, comprendía

que era demasiado audaz luchar simultáneamente contra el rey del Ponto y el ejército del partido democrático. Desgraciadamente, Flaco no se atrevió á reunir los dos eiércitos á causa de la proscripción, y Sila tuvo que contentarse con un arreglo secreto que, sin hacer público el acuerdo, hacía que cooperasen ambos ejércitos en ia guerra contra Mitrídates: Flaco, que como cónsul, po-

125

h\ CONQUISTA

día obtener que los bizantinos les prestasen su nota, lle-

varía la guerra á Asia; Sila permanecería en Grecia para

esperar á Dorilao, que se acercaba luego de haber embar-

cado en Eubea 10.000 hombres salvados por Arquelaa tras la batalla de Queronea. Aquel buen acuerdo produjo excelentes efectos para

Roma, cuyos

ejércitos obtu-

vieron dos triunfos considerables antes de terminar

año 86:

Sila atacó

Orcomeno; luego

y

el

aniquiló al ejército de Dorilao en

se retiró á Tesalia para invernar; Flaco

invadió á Macedonia, rechazó hasta Asia los últimos restos del ejército póntico

y cruzó

Bosforo en

el

la flota

de Bizancio. Todos los planes de Mitrídates habían fracasado; á fines del 86 no había logrado resarcirse de

Queronea, y en cambio había perdido todas sus conquistas en Europa.

El ejército del procónsul proscripto y el del cónsul legal habían cooperado á este feliz resultado: el mérito

mucho mayor que

de Sila aún era

el

de Flaco. Si

el

par-

tido democrático hubiese estado dispuesto á seguir en Italia la

prudente política de Flaco, á revocar

cripción de Sila

y á aceptar sus

la

servicios mediante ra-

zonables condiciones, pronto hubiese tocado á su

espantosa

crisis

marse. Pero

la

en que

el

pros-

fin la

imperio había parecido abis-

situación política de Italia hacía impo-

sible este felicísimo resultado.

La revolución había des-

truido casi completamente la oposición conservadora;

los

gran número de nobles y de ricos fueron muertos; demás se salvaron al lado de Sila ó en las provin-

cias remotas;

en Roma;

el

miedo paralizaba á

los

cuanto á los caballeros,

que se quedaron la

burguesía de

y mercaderes, dudaba entre el miedo de una revolución conservadora que anularía sus privilegios y

financieros

126 el

(IRANDEZA V DECADENCIA DE ROMA

miedo de una revolución

de principio

año por

la

social,

en

la

que podía

servir

reducción de las deudas, aprobada

el

86. El partido democrático, fuertemente sostenido la clase

media, sentíase seguro del poder para en-

trar en conciertos con Sila, del que desconfiaba por su

nacimiento, por sus relaciones, por su pasado, por

la

-amistosa acogida que había dispensado á tantos con-

servadores proscriptos ó emigrados. La política de Flaco

agradó tan poco á vierno del 86

al

los demócratas,

que durante

el

in-

85 Fimbria, uno de sus legados, que

«ra del partido popular, habiendo sospechado las secretas inciinaciones del general por Sila, logró amotinar á los soldados, hacerle

mandante en

jefe,

matar y que

le

proclamasen co-

destruyendo con esta pequeña revo-

lución militar toda esperanza de acuerdo.

encontraba

Sila

en una situación

crítica.

De nuevo

No

se

podía de-

jar que Fimbria terminase la conquista de Asia, pues

un éxito tan grande, no era de suponer que el parpoco inclinado á la paz, renunciase á deshacerse de él y de su ejército mediante una guerra. Por otra parte, era peligrosíbimo atacar á Fimbria, pues Mitrídates, cuyo poder declinaba rápidamente tras las dos derrotas de Queronea y Orcomeno, hubiese recobrado coraje si ante sus ojos estallaba una guerra civil. Entonces fué cuando este gigante del egoísmo, que de su propia salud había hecho la ley suprema de la vida, adoptó una resolución extremadamente grave y audaz, y que había de decidir en toda tras

tido democrático, tan

su futura carrera y ejercer terrible influencia sobre la Roma durante veinte años. No pudiendo lu-

historia de

char simultáneamente contra Fimbria y Mitrídates, no pudiendo pactar con Fimbria, resolvió proponer á Mi-

LA CONQUISTA

127

trídates suscribir la paz en razonables condiciones. El

momento era propicio, pues la larga guerra y las últimas derrotas habían agotado los recursos militares y •financieros del Rey del Ponto, Grecia estaba perdida y casi toda Asia en revolución. Ofreciéndole tierras y dinero, haciéndole promesas, Sila corrompió á Arquelao, le

indujo á entregarle inmediatamente su flota y

le

per-

suadió á proponer en su nombre á Mitrídates las condiciones de paz: se volvería

al

statu quo del año 89; Mi-

trídates conservaría todo su antiguo reino del Ponto;

de amigo y aliado del pueblo romano; pagaría á Sila dos mil talentos y le entregaría cieito

recibiría el título

número de navios de guerra; para hacer su retirada más fácil y menos vergonzosa, Sila hasta se comprometía á conceder una amnistía á las ciudades rebeldes

de Asia. Considerada desde

el

punto de vista de

la? tradiciones

Roma, esta paz resultaba casi un crimen de alta traición. ¡Este rey, que había degollado á 100.000 italianos y devastado la más hermosa provinpolíticas

y

militares de

cia del imperio, conservaba su reino, recibía el título de

amigo y aliado, no se le castigaba más que con una pequeña contribución! Pero la situación creada en Italia por medio siglo de luchas políticas y sociales era tan espantosa, que Sila acabó por verse obligado á buscar su salud y

la

de sus legiones en esta especie de alianza con

el verdugo de los italianos. Arquelao se rindió á Sila; vio á Mitrídates; se ingenió en persuadirle... Comprendien-

do Mitrídates

las

razones porque Sila

ciones tan favorables, intentó mejores, bria.

al

le

proponía condi-

principio obtenerlas

amenazando de pactar una alianza con Fim-

Pero Fimbria, que debía de

iustificar

su rebelión

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

128

con grandes éxitos, entró en campaña vera del año 85, invadió

el

al llegar la

prima-

Asia, obtuvo brillantes triun-

fos sobre el ejército de Mitrídates y se apoderó de Pergamo. Durante este tiempo, Lúculo, que pudo al fin reunir una flota, apareció en las costas de Asia, excitando á las ciudades al alzamiento. Viendo Mitrídates que su ejército se desorganizaba y que Asia se le iba, se persua-

dió de que

Fimbria.

le sería

más

En Dárdanos

neral romano, aceptó

tos de su ejército

fácil

entenderse con Sila que con

celebró

el

una

entrevista con

el

ge-

tratado de paz, embarcó los res-

y volvió á su

reino. Libre de Mitrída-

con este acuerdo, Sila se internó en Lidia en busca de Fimbria y, aprovechándose del ©dio que su crimen y su rapacidad habían captado al antiguo legatiis de Flates

co, hizo

promesas á su

ejército,

que

al acercársele

se

desbandó para incorporarse al vencedor de Queronea y Orcomeno. Fimbria no tuvo más remedio que suicidar-

quedó entonces único señor de Asia, al frente de una flota numerosa y de un ejército considerable, con el Tesoro henchido gracias á la indemnización de Mise. Sila

trídates

En

puridad, esto era justo; pues Sila había realmen-

poder de Mitrídates y arrancado al rey del Ponto sus conquistas con las victorias de Queronea

te destruido el

y Orcomeno. Sin estas batallas. Fimbria no hubiese podido apoderarse de Pergamo, ni siquiera entrar en Asia. Sin embargo, había una mancha en esta gloria, un motivo de debilidad en este poder: el tratado de Dárdanos,

nuevo Aníbal de Oriente, que que de él más esperaban beneficiarse, hubiese reconocido la necesidad mientras que Sila no fuese dueño absoluto de la situación. Tan bien

ese perdón concedido al

ningún partido,

ni

aun

los

I29

LA CONQUISTA

comprendió

lo

durante los años 85 y 84, sólo

Sila que,

se preocupó con dos cosas: hacerse afectas las legiones

y

reconciliarse con

el

partido democrático; concertar

acuerdo amistoso que

lamente á

Italia

le

para gozar en

quezas acumuladas durante de que se aprobase todo

lo

la

un

tranqui-

permitiese volver

de las inmensas

ella

guerra.

Con

la

ri-

condición

que había hecho en Oriente,

de que no se insistiese sobre

el

tratado de Dárdanos, hu-

abandonado á su suerte al partido conservador y á la nobleza que nada habían hecho por él en el momento del peligro. Pero la universal desconfianza que tan profundamente turba los espíritus durante las crisis revolucionarias, y que de tan terrible manera, complica biese

las

luchas encarnizadas de los partidos, hizo imposible

todo acuerdo. Muchos nobles se habían refugiado lado de Sila crático;

y

le

en todo

excitaban á destruir el

en

el

hombre que

el

gran triunfo de

que esperaban encontrar su campeón, repetiría contra el partido popular

golpe de Estado dado contra el

gobierno demo-

imperio habían recobrado valor los

restos del partido conservador, tras Sila,

el

año 87. Las

al

la

el

el

audaz

revolución de Sulpicio

intrigas, las conspiraciones

empezaron;

algunos jóvenes pertenecientes á las clases ricas comen-

zaron á agitarse. Sila era un hombre demasiado

inteli-

g3nte para favorecer ciegamente los rencores de este partido,

que por su debilidad había merecido sus des-

gracias; pero la agitación

dañó por igual á

Sila

y á sus

gestiones. El gobierno popular, que recelaba de él por

su pasado, se alarmó;

la clase

choso de querer arrebatar á ciudad;

el

media

le

tuvo por sospe-

los itálicos el

derecho de

partido democrático se encarnizó resarcién-

dose del partido conservador, que pretendía atribuirse Tomo

I

9



el

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

13°

mérito de

la

conquista asiática, rechazando

el

tratado de

Dárdanos. No; jamás reconocería un tratado tan vergonzoso; no permitiría que terrible: ¡la victoria

Roma

aceptase humillación tan

contra Mitrídates, de que se vana-

gloriaban los conservadores, era una traición abominasituación moral y política de Italia hacía difíacuerdo entre Sila y el partido democrático, la lu-

ble! Si la cil

un

cha de

los intereses

aún

la

hacía

más

caballeros, esta rica burguesía entre la

imposible.

Los

que se reclutaba

ñor de los usureros de Asia, había concluido por ser tan. poderosa con el gobierno democrático, como lo hala

bía sido con los gobiernos precedentes, excepción hecha

de algunos momentos en que

el

odio general contra los

traficantes del dinero sacudía convulsamente á todo

Estado y

el

se imponía á todos los partidos. Pero la plu-

tocracia itálica no tardó en intrigar contra Sila, aunque

hubiese reconquistado á Asia, porque éste se vio obliga-

do por

la fuerza

tereses.

Como

de las cosas á lesionar un poco sus in-

la

invasión de Mitrídates había aportado

una revolución social y la abolición de las deudas, era natural que al restablecimiento de la autoridad romana sucediese una reacción de las clases ricas. Pero Sila procuró moderar esta reacción: confirmó en su

el triunfo de

valor jurídico los tratados convenidos^ entre particula-

antiguo orden legal de las deudas y de los créditos; pero abolió el diezmo sobre las tierras decretado por Cayo Graco, y decidió que los impuestos res,

y restableció

el

se percibirían por la provincia misma.

Asia se había empobrecido con ciera, la

revolución y

la

guerra,

y

la

explotación finan-

Sila,

que,

como todos

los nobles arruinados, detestaba á los manipuladores del dinero, quiso ayudar á la provincia, libertándola de sus

LA CONQUISTA

^3^

más terribles explotadores, mediante el pago de la indemnización de guerra que

le

había impuesto, una contri-

bución extraordinaria de 20.000 talentos y los tributos el medio de con-

atrasados de cinco años. Pero procuró

de las legiones con enormes presen-

serv^ar la fidelidad tes; se

enajenó á los ricos financieros italianos, muchos

de los cuales habían sido arrendatarios del diezmo asiático

y esperaban

volverlo á ser

una vez

revolución

la

vencida. Las largas negociaciones nada lograron, por

más de que

Sila,

siempre prudente, dejase pasar todo

el

84, y por fin, á principios del año 83, dejó en Asia tuvo que desandar el las dos legiones de Fimbria,

año

á

}'•

camino para declarar la guerra al partido democrático que se obstinaba en cerrarle las puertas de Italia. Sila se llevó á Italia un tesoro más precioso que el oro de Mitri dates y que los despojos de los templos griegos: los libros de Aristóteles, que había hurtado en la biblioteca de Apelicón, en Atenas.

Imposible sería exponer en este breve resumen la historia circunstanciada de esta guerra

con hacer observar que

el

civil.

hecho esencial fué

Bastará

éste: Sila,

que hasta entonces no había representado

ningún

partido, terminó por convertirse, á pesar su3^o, en

campeón de

los conservadores á ultranza.

A

el

su llega-

da, los restos del partido conservador se agitaron en

todas partes, se dirigieron á

rado

mucho

él

como

al

salvador espe-

tiempo, procuraron inducirle á

que defen-

Algunos jóvenes también tuvieron Cneo Pompeyo, hijo del cónsul del año 89, perteneciente á una noble y riquísima familia, que reclutò un pequeño ejército en el Piceno; Marco

diese sus intereses. el

valor de obrar:

Licinio Craso, otro joven de insigne familia, á quien la

GRANDEZA Y DECADENCIA DE ROMA

132

revolución había matado un hermano, y Mételo Pío^ hijo del 3^0.

No

Numídico, que hicieron obstante,

lo

mismo que Pompe-

Sila estaba dispuesto á

no dejarse

arrastrar por este partido: se esforzó en tranquilizar á los itálicos declarando

medida de tratar con

que no contrarrestaría

emancipación de

el

partido popular, é indicó

conciliador.

Todo en

\'ano.

Italia;

Los

la

gran

hasta consintió en

la

al

Senado como popu-

jefes del partido

que á excepción de Sertorio, no parecen haber sidO' hombres superiores, desconfiaban excesivamente de él, y esperaban poder dar cuenta de este pequeño ejércitolar,

con ayuda de sirviéndose de

Italia, é

una

hicieron imposible todo acuerdo-

política sin franqueza ni unión. Sila

tuvo que decidirse á aceptar los ofrecimientos del parmandos importantes á Cneo-

tido conservador: confirió

Pompeyo, á Marco Craso, á Mételo y comenzó la guerra como campeón de los proscriptos y de la contrarrevolución. Obrando con su habitual audacia, logró en pocotiempo domar por Bl oro y por el hierro el inmenso desorden de esta sociedad, donde la revolución sobrevenida tras una larga disolución social había roto todos los lazos morales entre los hombres. Derramando oro, destacó del partido democrático gran número de legiones y de hombres; descorazonó á los que resistían la corrupción con las brillantes victorias que obtenía sobre

todos los jefes del ejército democrático, matando

unos después de

otros.

Uno

sólo, Sertorio,

España. Así es como Sila derribó tico

y quedó

al

pudo huirá

gobierno democrá-

arbitro de Italia al frente de su ejército,.

sobre las ruinas del partido popular y junto impotente.

V

á

al

Senado

entonces fué cuando este sibarita orgulloso,

frío»

LA CONQUISTA insensible,

exasperado por

la

^3S

lucha terrible en que

corrió riesgo de perecer, despreció á todo

mano y

se trocó en verdugo.

Xo

el

género hu-

engañar por

se dejó

homenajes de que fué objeto tras la victoria; comprendió que esos mismos conservadores, á quienes sus victorias habían sido tan útiles, y á los que despreciaba los

tanto

como

á sus enemigos,

de Bárdanos,

la

le

reprocharían

muerte de Fimbria,

la

el

tratado

guerra

civil, y no restablecía el orden, de tal suerte, que nadie osase ya discutir lo que había hecho en Italia y en Oriente. Deseó que se le otorgase la dictadura y el derecho de vida y muerte sobre los ciudadanos durante un tiempo inde-

que

le

entregarían

finido, y,

titución.

al

partido democrático

además, plenos poderes para reformar

le

la

cons-

Fácilmente obtuvo del Senado, privado en

adelante de autoridad,

que

si

la

aprobación de

la /e,v Valej-ia,

hacía dictador; y, así armado, hizo perecer á

gran número

— dícese que cinco mil — de

generación precedente habían favorecido

que en la movimien-

los el

to democrático; persiguió á sus familias, las arruinó

con

las confiscaciones, disolvió los

matrimonios con-

traídos entre sus parientes supervivientes lias

de

jamás

influjo;

y

las fami-

decretó que los hijos de los proscriptos

ejercerían

ninguna magistratura, y castigó á ciu-

dades enteras, infligiéndoles multas, demoliendo

las

fortificaciones, confiscándoles parte del territorio públi-

co y privado para distribuirla en seguida entre sus soldados que se establecieron en colonias como sobre un territorio

enemigo.

En

estas persecuciones no tuvo es-

crúpulos, ni dudas, ni gracia, ni consideración para nadie.

Sus enemigos

le

habían odiado y perseguido demay voluptuo-

siado: Sila tenía prisa de \'olver á sus ocios

GRANDEZA Y DECADENXIA DE ROMA

134

sidades,

deseaba concluir pronto. Dos mil setecientos

}'

y unos cien senadores fueron condenados á muerte; todos los que de alguna manera habían ofencaballeros

dido

al

partido conservador, á sus prejuicios, á sus in-

culpa con la

tereses, corrieron el riesgo de expiar su

pena por

capital.

Desgraciadamente, en un país asolado ya

desorden de una descomposición social que du-

el

raba treinta años, esta reacción política degeneró pronto en

un saqueo espantoso: alrededor de Sila se formó una partida heterogénea de aventureros, que en

presto

contagiosa del saqueo, perdió

la locura

pudor, todo sentimiento del honor.

hombres

esclavos,

libres,

el

En

escrúpulo,

ella

el

figuraban

plebeyos, nobles arruinados,.

como Lucio Domicio Enobarbo, y nobles ya enriquecidos, como Marco Craso, que robaron juntos inmensas riquezas comprando por nada ó á

precio los bienes

vil

no podía hacer nada para conque había desencadenado, y adeniás,

de los proscriptos, Sila tener

flujo

el

aunque

hubiera podido, no

lo

lo

hubiese querido. Frío

é inexorable tras la victoria

como en

vengarse

sobre todo

— en su grandeza

— despreciando

simultáneamente á los conservadores y pular, á los ricos itálicos,

y á

parecía

el peligro,

los pobres, á los

al

partido po-

romanos y á él.

Re-

los

ho-

pues todos igualmente temblaban de miedo ante cibía

con indiferencia en su espléndida mansión

menajes de el

los

á los nobles, á los financieros, á los plebeyos,

odio en

hombres de Roma, que, con corazón, venían á saludar humildemente al

los

el

más

arbitro de la vida

templaba todo

lo

insignes

y de la muerte; con indiferencia conque había de noble, de ilustre y de ele-

gante en Roma: los jóvenes y los viejos representantes de las grandes familias, las más hermosas damas de la

LA CONQUISTA

135

aristocracia se disputaban las invitaciones para sus ban-

quetes suntuosos, donde brillaba

como un

rey entre sus

cantantes favoritos, ocupado sólo en comer y beber, sin

preocuparse siquiera en conocer merables invitados

(i);

el

nombre de sus innu-

con indiferencia dejaba que toda

una muchedumbre de ambiciosos, de avaros, de calaveras, se

disputasen

el

paso en su atrhim para obtener

fá-

cilmente de su despreocupación las tierras, las casas, los

esclavosde los condenados,

de escasa importancia,

la

el

perdón de los proscriptos

condena de

los inocentes

que

se habían captado odios por razones privadas ó por sus

rrquezas. Los parentescos, las amistades, las acciones

más ingenuas

realizadas durante la revolución, podían

y en un crimen capital, gray á la codicia de los denunciantes. Mucha gente quedó arruinada; mucha se convertirse en

un

peligro

cias á la cobardía, al rencor

refugió entre los bárbaros, en España, en Mauritania,

cerca de Mitrídates. Los que no lograban obtener la protección de algún poderoso amigo de Sila vivieron en

constante angustia. El hijo de aquél

Cayo

Julio César,

con cuya hermana se casó Mario, y que murió en Pisa de apoplejía algunos años antes, corrió entonces gran psligro.

Este joven, que á

Mario, añadió

la

la

falta

de ser sobrino de

de haberse casado con

la hija

de Cin-

na, recibió de Sila la orden de repudiar á la bella Cornelia;

pero

como

era

muy

á su joven esposa, hasta

apasionado y amaba mucho punto de rechazar á una

el

no quiso someterse. Prefirió ver dote de su mujer y la herencia de su pa-

rica heredera, Cossutia,

confiscada dre, huir

(i)

la

de Roma, hasta correr

el

Plutarco. Cat. de U., 3; Siía, 34-36.

riesgo de ser pros-

— GRANDEZA

136

V

DECADENCIA DE ROMA

Pasado algún tiempo,

cripto.

cesión de ciertos parientes

Sila le

perdonó por

inter-

(i).

Pero una vez destruido

el

partido popular, era ne-

cesario impedir que renaciese. Para conseguirlo intentó res

convertido en campeón de los conservado-

Sila

— una gran reforma de

programa de

la constitución,

Rutilio Rufo

y

aplicando

el

de los

las ideas favoritas

aristócratas que, igualmente opuestos al partido popular

y á

clase capitalista, creían posible

la

y

útil

una

restauración de las antiguas instituciones aristocráticas

de la época agrícola. Los conservadores á ultranza, que tampoco habían luchado por la conquista del poder, vieron súbitamente realizado casi todo su programa. Sila abolió las distribuciones públicas de trigo en

suprimió tores

la

censura, elevó á ocho

y á veinte

micios

el

número de

Roma;

los pre-

de los cuestores. Arrebató á los co-

el

derecho de discutir

del Senado.

el

Otorgó á

las leyes sin autorización

los comicios de las centurias los

derechos que tenían los comicios de las tribus. Prohibió á los tribunos del pueblo

que aspirasen á dejó

(i)

el

que propusiesen leyes

Suetonio, César,

i;

Plutarco, César,

i.

No

creo que pueda

atribuirse razón política á este primer aclo de César, que

tonces

muy joven y

amor ó por

orgullo,

y eso es todo. Suetonio y

Plutarco no están de acuerdo sobre este episodio: pero

me

parece

era en-

desconocido. Fué una hermosa imprudencia ju-

venil que cometió por

Suetonio

ni

magistraturas superiores, y sólo les derecho de asistencia. Decretó que no podría las

más

el

relato de

verosímil, excepto lo referente á la digni-

dad de Flamen Dialis: ambos verdadera explicación nos

la

se

engañan sobre

da Veleyo Patérculo,

este punto, II,

43.

La

y

la

frase

atribuido á Sila por Plutarco y Suetonio, de que en César se oculta-

ban varios Marios,

es

indudablemente una fábula.

I37

LA CONQUISTA llegarse á la magistraturas

y

más que por

que sólo se admitirían las reelecciones

años. Intentó contener

el

aumento de

el

los

orden legal

cabo de diez

al

crímenes es-

más severas para Emancipó á diez mil

tableciendo un sistema de penas

los

delitos de violencia

es-

y fraude.

clavos y los hizo ciudadanos, escogiéndolos entre los más jóvenes y fuertes de los que habían pertenecido á los proscriptos.

Entregó á

cial é hizo ingresar

ros

(i).

En suma,

poder de

la clase

en

el

los

senadores

el

poder judi-

Senado á trescientos caballe-

procuró destruir simultáneamente

media y

el

el

de los caballeros restable-

ciendo' con poca diferencia la constitución aristocrática

que estaba vigente en tiempos de la guerra púnica, cuando la sociedad italiana, rural, aristocrática y guerrera, era una perfecta estratificación de clases, teniendo en lo alto una nobleza poco ilustrada, pero disciplinada y poderosa; más abajo la clase media rural, sumisa, paciente, de necesidades satisfechas, contenta de

su suerte; y más abajo aún, los esclavos, poco numerosos y dóciles, tratados con dureza, pero sin crueldad. Pero restauró esta constitución justamente cuando esas diferentes capas se habían debilitado, roto, replegado

unas sobre

otras, á