Entendiendo al Socialismo [1ra. ed.]

El Socialismo es el anhelo de algo mejor que el Capitalismo. Entendiendo al Socialismo aborda los tabúes y revela la his

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Table of contents :
AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO I: Una breve historia: Cómo el Socialismo llegó a ser lo que es
CAPÍTULO II: ¿Qué es el Socialismo?
CAPÍTULO III: Capitalismo y Socialismo: Luchas y transiciones
CAPÍTULO IV: Rusia y China: Enormes experimentos en la construcción del Socialismo
La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)
La República Popular China (RPCh)
CAPÍTULO V: Las dos grandes purgas antisocialistas: el Fascismo y el anticomunismo
CAPÍTULO VI: El futuro del Socialismo y las cooperativas de trabajadores
CONCLUSIÓN
ACERCA DE LA PORTADA: La rosa roja: un símbolo del Socialismo
Pan y rosas
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Entendiendo al Socialismo [1ra. ed.]

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RICHARD D. WOLFF

ENTENDIENDO AL SOCIALISMO

Entendiendo al Socialismo Richard D. Wolff Publicado en 2019 Traducido y digitalizado en febrero de 2022 Primera Edición

Chemok, ¿editor?

CONTENIDO AGRADECIMIENTOS ................................................................................................................ 1 INTRODUCCIÓN......................................................................................................................... 2 CAPÍTULO I ................................................................................................................................ 8 Una breve historia: Cómo el Socialismo llegó a ser lo que es .................................... 8 CAPÍTULO II ............................................................................................................................. 25 ¿Qué es el Socialismo? ....................................................................................................... 25 CAPÍTULO III............................................................................................................................ 38 Capitalismo y Socialismo: Luchas y transiciones ...................................................... 38 CAPÍTULO IV ........................................................................................................................... 51 Rusia y China: Enormes experimentos en la construcción del Socialismo ......... 51 La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) ............................................. 53 La República Popular China (RPCh) ............................................................................... 71 CAPÍTULO V ............................................................................................................................. 81 Las dos grandes purgas antisocialistas: el Fascismo y el anticomunismo.......... 81 CAPÍTULO VI ......................................................................................................................... 101 El futuro del Socialismo y las cooperativas de trabajadores .................................. 101 CONCLUSIÓN ......................................................................................................................... 117 ACERCA DE LA PORTADA .................................................................................................. 119 La rosa roja: un símbolo del Socialismo ...................................................................... 119 Pan y rosas ......................................................................................................................... 121

AGRADECIMIENTOS Las editoras agradecen a Richard D. Wolff por la generosa contribución que representa este libro. El resultado de las ventas ayudará a financiar a Democracy at Work, una organización sin fines de lucro que él fundó en 2012. La organización tiene como misión el crear contenido que brinde un análisis crítico del Capitalismo desde una perspectiva sistémica, y que abogue por la democratización de los lugares de trabajo como una solución sistémica. El profesor Wolff y las editoras agradecen el arduo trabajo de los siguientes voluntarios, que brindaron su tiempo y esfuerzo en la realización de este libro. Su rigurosidad, dedicación y recomendaciones dieron forma y profundidad al contenido de este libro. Marilou Baughman Gloria Denton Andrea Iannone Jake Keyel Christian Lewis Steven Payne Democracy at Work agradece también al artista Luis de la Cruz, cuyo trabajo adorna la portada de este libro1, y con quien siempre es un placer trabajar.

La portada original del libro en su edición en inglés publicada por Democracy at Work. Se puede acceder a la imagen original de la portada a través del siguiente enlace: http://luisdelacruzstudio.com/posters/rcneig3guk2ytzhvvti5m9wgx9ccpb (N. del Ed.). 1

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INTRODUCCIÓN El Socialismo es, por así decirlo, el anhelo de una vida mejor que la que permite el Capitalismo para la mayoría de la gente. Los anhelos socialistas son tan antiguos como el propio Capitalismo, porque son su producto. Allí donde los problemas y fallas del Capitalismo han acumulado crítica tras crítica, las voces socialistas se han levantado. Y así sucede nuevamente en nuestro tiempo. Cualquier discusión seria sobre el Socialismo debe comenzar reconociendo su rica diversidad. Cualesquiera que sean los aspectos particulares del Socialismo que elijamos analizar, deben ubicarse dentro su complejidad. Esto evita que se presente una interpretación personal como si fuese la totalidad del Socialismo. En este libro me concentro en los aspectos económicos del Socialismo: cómo, en líneas generales, se diferencia del Capitalismo. Estoy más interesado en las críticas socialistas al Capitalismo y sus implicaciones sobre las alternativas socialistas que en los detalles de los pocos y tempranos experimentos para erigir sistemas socialistas que la historia tiene para ofrecer (la URSS, la República Popular China, etc.). Finalmente, mi propia educación y trabajo me obligan a concentrarme en Europa Occidental y América del Norte. Por lo tanto, algunos aspectos importantes del Socialismo no se tratan ni se discuten aquí. Los anhelos de una vida mejor, como los que propone el Socialismo, no son algo nuevo. En las sociedades esclavistas los esclavos esperaban y soñaban con vidas menos duras, vidas en las cuales tuviesen algo de control. Su anhelo apuntaba a obtener la libertad. Buscaban un cambio social que impidiera que una persona fuese propiedad de otra. En las sociedades feudales los siervos —«libres» en el sentido de que nadie los «poseía»— también anhelaban una vida 2

mejor. Su subordinación a los señores resultaba en trabajos pesados y otras cargas de las que querían prescindir. Esperaban y soñaban con una sociedad en la que no estuviesen atados a la tierra, al señor de esa tierra, y a las obligaciones feudales de trabajo y servidumbre. Los siervos se movilizaron en la Revolución Francesa de 1789 para exigir libertad, igualdad y fraternidad. En efecto, los siervos habían ampliado aquello a lo que los esclavos llamaban libertad. En la Revolución Estadounidense contra el rey británico Jorge III los revolucionarios no eran ni esclavos ni siervos. En su mayoría eran agricultores, artesanos y comerciantes autónomos sujetos a un reino feudal extranjero. Sus anhelos diferían así de los de los esclavos y siervos. Añoraban la libertad individual para perseguir su proyecto de vida sin el lastre del Feudalismo o la monarquía (…). Añadieron la democracia a los objetivos planteados por los esclavos y los siervos antes que ellos. Los diferentes sistemas —el Esclavismo, el Feudalismo y el Cuentapropismo a pequeña escala— produjeron masas de personas que anhelaban una vida mejor. Eventualmente, cada uno de estos sistemas provocó revoluciones. Muchas personas entonces buscaron romper e ir más allá de los sistemas vigentes. Las revoluciones francesa y estadounidense marcaron momentos clave en las transformaciones sociales de los principales sistemas precapitalistas en sistemas capitalistas. Por «sistema capitalista» entendemos esa organización particular de la producción en la que la relación humana básica es [la dicotomía] empleador/empleado en lugar de amo/esclavo, señor/siervo o el cuentapropismo. Los revolucionarios que desearon y edificaron al Capitalismo esperaban y creían que la transición a la relación de producción empleador/empleado traería consigo la libertad, la igualdad, la fraternidad y la democracia que tanto anhelaban. Los líderes de las revoluciones prometieron —a sí mismos y al pueblo al que dirigían— que estos objetivos se lograrían. 3

Pero la transición a la relación capitalista empleador/empleado que reemplazó cada vez más a las anteriores relaciones de producción esclavistas, feudales y cuentapropistas tuvo consecuencias no deseadas. El Capitalismo pronto demostró ser diferente de lo que esperaban sus revolucionarios. Si bien permitió que algunas personas fueran más libres e independientes de lo que habían sido los esclavos, los siervos o los súbditos cuentapropistas de las monarquías, también limitó seriamente la libertad, la independencia y la democracia para muchos. El Capitalismo traicionó muchas de las promesas hechas por sus defensores. Produjo y reprodujo grandes desigualdades de ingresos y riqueza. La pobreza resultó ser endémica, ya que el Capitalismo parecía igualmente hábil para producir y reproducir riqueza y pobreza. Los ricos capitalistas utilizaron su riqueza para moldear y controlar la política y la cultura. Las formas democráticas escondían un contenido muy antidemocrático. La inestabilidad cíclica que acompaña al Capitalismo amenazó y perjudicó constantemente a un gran número de personas, y así sucesivamente. Un número cada vez mayor de empleados dentro del Capitalismo comenzó a anhelar una vida mejor. Primero definieron esos anhelos en los términos populares de las primeras revoluciones francesa y estadounidense: igualdad, fraternidad, libertad y democracia. Criticaron un Capitalismo que no logró extender tales valores hacia la mayoría de las personas y exigieron cambios sociales para lograrlo. Mucha gente todavía sigue queriendo un Capitalismo mejor, más suave, más amigable, donde el Estado regule e intervenga para lograr más de lo que los revolucionarios franceses y estadounidenses habían anhelado y prometido. A menudo se autodefinen como «socialistas». Sin embargo, el desarrollo del Capitalismo provocó otra perspectiva diferente que también se llamó Socialismo. Desde ese punto de vista, el Capitalismo no se había separado del Esclavismo, del Feudalismo y de la monarquía tanto como habían 4

imaginado sus defensores. El Esclavismo tenía [la relación] amos/esclavos, el Feudalismo tenía [la relación] señores/siervos y la monarquía tenía [la relación] reyes/súbditos como la fuente clave de sus desigualdades, falta de libertades, opresiones y conflictos. La relación de producción empleador/empleado generó problemas similares en el Capitalismo. El Capitalismo instauró pequeñas monarquías dentro de los lugares de trabajo individuales, incluso cuando se las rechazaba fuera de éstos. La mayor parte de las monarquías desaparecieron, pero dentro de cada lugar de trabajo los propietarios o sus juntas directivas designadas asumieron poderes cuasimonárquicos. El Capitalismo proclamó la democracia fuera de los lugares de trabajo, en los espacios residenciales, pero la prohibió dentro de los lugares de trabajo. Para algunos, el Socialismo se posiciona en contra de todas las dicotomías: esclavo/amo, siervo/señor, rey/súbdito y empleado/empleador. Busca su abolición en favor de comunidades autónomas compuestas por personas en igualdad de condiciones. Estos socialistas insisten en que la democracia debe aplicarfse tanto a la economía como a la política. No ven manera de que la política sea genuinamente democrática si su base económica no es democrática. La corrupción — regularmente experimentada, expuesta y reproducida—, común a todos los sistemas políticos que descansan sobre las economías capitalistas, es prueba de aquello. Las desigualdades que acompañan a todas las economías capitalistas son protegidas y, por lo tanto, reproducidas, porque incluso una política formalmente democrática empodera desproporcionadamente a la clase empleadora en el Capitalismo. Cómo organizar concretamente el Socialismo y cómo lograr la transición a éste desde el Capitalismo siempre han sido temas de desacuerdo y debate entre los socialistas. Cualquiera que se refiera a la posición socialista trayendo a colación alguna concepción acerca de cómo se constituyen una economía y una 5

sociedad socialistas, o hablando acerca de cómo lograr la transición, está cometiendo un grave error. El Socialismo es más como una tradición de múltiples corrientes de pensamiento diferentes sobre estas cuestiones. La difusión extraordinariamente rápida del Socialismo en todo el mundo durante el último siglo y medio lo llevó a sociedades con historias, desarrollo económico, culturas, etc., muy diferentes. Surgieron muchas interpretaciones diferentes del Socialismo. Asimismo, los movimientos socialistas que lograron poner en práctica un experimento tuvieron éxitos y fracasos —en lo que respecta a luchas laborales, partidos políticos y en los primeros esfuerzos por construir economías y sociedades socialistas—, lo cual también dio forma a diversos tipos de Socialismo. Los debates entre socialistas han sido, en ocasiones, intensos. Algunas interpretaciones ven a otras como fuera de la tradición, no como un Socialismo «real» o «verdadero». Algunas interpretaciones agregaron adjetivos a «Socialismo» para distinguir entre sus diferentes interpretaciones. Los ejemplos incluyen «democrático», «de mercado», «libertario», «anarco-», «eco-», «evolutivo», «revolucionario», «soviético», «cristiano», «utópico», «científico», «nacional», «parlamentario», «estatal», «stalinista» y muchos más. Los socialistas nunca aceptaron o reconocieron universalmente una definición de Socialismo por parte de ninguna autoridad. En cambio, el Socialismo siempre ha sido una tradición de corrientes de pensamiento y práctica múltiple, diferente y en constante disputa. Aquí tratamos de explicar cuándo y por qué usamos una o algunas de las interpretaciones del Socialismo, y cuándo discutimos la tradición como un todo. En nombre del Socialismo los individuos, grupos, movimientos, partidos y gobiernos a veces han actuado de formas que otros socialistas y no socialistas han considerado injustificadas o incluso aberrantes. Si bien la misma acusación se aplica al Cristianismo, la Democracia, la Libertad, etc., eso no 6

es una excusa. Stalin y Pol Pot son manchas en la historia del Socialismo que deben ser discutidas y rechazadas. La Inquisición española, las fechorías de los misioneros, las guerras santas contra los infieles y un sinfín de guerras entre distintas interpretaciones son manchas paralelas en el Cristianismo. Siglos de colonialismo, comercio de esclavos, guerras mundiales y pobreza masiva en medio de una enorme riqueza tiñen al Capitalismo. La transición del Capitalismo a uno u otro tipo de Socialismo no garantiza que se logren todos los objetivos socialistas, o que no se violentará alguno. La abolición de la esclavitud no significó que se lograra la libertad y nunca se violentara posteriormente. Asimismo, el fin de la servidumbre por una transición revolucionaria al Capitalismo no garantizó la libertad, la igualdad y la fraternidad para todos. Sin embargo, la superación del Esclavismo y del Feudalismo fueron pasos importantes, necesarios, positivos para la humanidad. Los socialistas argumentan lo mismo para la transición del Capitalismo al Socialismo. De hecho, los socialistas hoy en día, en casi todas sus diferentes corrientes e interpretaciones, reconocen que la tradición se nutre tanto del reconocimiento de los fracasos del Socialismo (que no se repetirán), como del reconocimiento y celebración de sus triunfos. El Socialismo renace continuamente, ya que los problemas del Capitalismo, particularmente la desigualdad y la inestabilidad cíclica, siguen sin resolverse. Un yugo para la nueva generación de socialistas de hoy —y para la redacción de este libro— surge del tabú del último medio siglo en contra del Socialismo, especialmente en los Estados Unidos. Este tabú dejó un legado de ignorancia sobre el Socialismo en general y sobre los numerosos y profundos cambios que tuvieron lugar en los últimos 50 años. Mi esperanza es que este libro ayude a superar ese tabú y su legado y, por lo tanto, ayude a construir un nuevo Socialismo. 7

CAPÍTULO I Una breve historia: Cómo el Socialismo llegó a ser lo que es El Socialismo pasó de ser un pequeño movimiento social europeo a convertirse en un gran movimiento mundial en apenas doscientos años. De hecho, se expandió con mayor rapidez que otros movimientos en la historia tales como el imperio de Roma, el Cristianismo o el Islam. Incluso el Capitalismo, que engendró al Socialismo como su «otro» crítico, comenzó antes y, por lo tanto, creció con menor rapidez. El Socialismo de hoy refleja su rápida expansión a través de las diversas condiciones naturales, políticas, económicas y culturales de un mundo en constante cambio. Una breve mirada a la notable historia del Socialismo nos ofrece un ángulo útil para entenderlo. El Socialismo se expandió en la Europa del siglo XIX y se esparció por todo el continente. Los ecos y las ramificaciones de las revoluciones francesa y estadounidense provocaron pensamiento y escritura revolucionarios. En Filosofía, Política, Economía (entonces llamada «Economía Política») y Cultura ocurrieron muchas rupturas y avances. El Feudalismo y los imperios feudales restantes se desintegraron y se extendieron el Capitalismo industrial y los nacionalismos étnicos. Las revoluciones de 1848 llevaron a importantes reorganizaciones del mapa de Europa (especialmente las unificaciones de Alemania e Italia), y el colonialismo capitalista dio pasos importantes hacia la creación de una economía mundial integrada. Todos estos eventos también estimularon el desarrollo y la expansión del Socialismo. El Socialismo integró la crítica a las evidentes tendencias del Capitalismo a ampliar la desigualdad de ingresos y riqueza. El Socialismo llegó a representar un anhelo hacia una igualdad mucho mayor. El Socialismo también integró las protestas y a 8

aquellos que se oponían a la inestabilidad del Capitalismo, a sus ciclos recurrentes —que se presentan en promedio cada cuatro o siete años— que enfrentaban a la clase trabajadora con el desempleo repentino y la pérdida de ingresos. La plaga de la recesión y la depresión, temida por la mayoría de los empleadores y empleados, les pareció a muchos una característica totalmente irracional del Capitalismo, algo más que suficiente para provocar el anhelo de un sistema que no necesitase ni permitiese tales ciclos. En la segunda mitad del siglo XIX los socialistas europeos eran numerosos y estaban lo suficientemente seguros de sí mismos como para formar movimientos sociales, sindicatos y partidos políticos. Los periódicos, libros y folletos socialistas difundieron sus ideas. Los teóricos serios (especialmente Marx, Engels y sus discípulos) agregaron profundidad y alcance al Socialismo, brindando a la tradición una literatura sustantiva de crítica social, análisis y propuestas para hacer cambios sociales. El Capital de Marx, Volumen 1, definió una injusticia fundamental —la explotación— ubicada en el núcleo de la relación empleador/empleado del Capitalismo. La explotación, en términos de Marx, describe la situación en la que los empleados producen más valor para los empleadores que el valor que reciben como pago en la forma de salarios. La explotación capitalista, mostró Marx, dio forma a todo lo demás en las sociedades capitalistas. Anhelando una sociedad mejor, los socialistas demandaron cada vez más el fin de la explotación, reemplazando la relación empleador/empleado con una organización de producción alternativa en la que los empleados funcionaran democráticamente como su propio empleador. En 1871 los socialistas tomaron el poder en París y establecieron allí una comuna. Durante unas semanas, Europa y el mundo vislumbraron algunos esbozos de cómo la sociedad funcionaría de manera diferente si el Socialismo reemplazaba al 9

Capitalismo. Los socialistas también vislumbraron una estrategia básica para la transición del Capitalismo al Socialismo. Los socialistas tomarían el poder estatal y lo utilizarían para crear, proteger y desarrollar la alternativa socialista. Los socialistas en la Europa del siglo XIX generalmente abrazaron los lemas clave de las revoluciones francesa y estadounidense: libertad, igualdad, fraternidad y democracia. Lo que los angustió y activó fue que los capitalismos realmente existentes no habían logrado alcanzar esos ideales. El Socialismo era la exigencia de ir más allá, de ser más «progresistas», precisamente para lograr la libertad, la igualdad, la fraternidad y la democracia. Si el Capitalismo no podía avanzar en aquella dirección, entonces debía dejarse de lado por un sistema mejor, a saber, el Socialismo. Varios temas centrales tomaron forma a medida que las principales corrientes alternativas de pensamiento socialista se fusionaron en torno a ellos. Uno en particular se refería a la construcción del Socialismo en torno a imágenes, bocetos e incluso modelos funcionales de la deseada sociedad postcapitalista. Los lugares de trabajo cooperativos, las comunidades colectivistas, los grupos de parentesco antiindividualistas y más modelos sociales integrados inspiraron al «Socialismo utópico». Entre sus mayores exponentes podemos considerar a Robert Owen y su comunidad de New Lanark, Charles Fourier y su Falansterio, Etienne Cabet y sus cooperativas de trabajadores, y muchos otros. Los utópicos a menudo creían que las personas que vivían dentro de esos sistemas debían ver y experimentar cómo podría ser ese Socialismo futuro para lograr el progreso más allá del Capitalismo de su época. Construir y promover tales presagios se convirtió en una estrategia importante para ganar adeptos para una transición del Capitalismo al Socialismo. Otros socialistas inclinaron su énfasis en otra parte. Marx y Engels ofrecieron un «Socialismo científico» como crítica del 10

Socialismo utópico. Argumentaron que las hermosas utopías no producirían revoluciones contra el Capitalismo ni transiciones al Socialismo. Más bien, la transformación surgiría cuando las tensiones, conflictos y crisis resultantes de las contradicciones internas del Capitalismo produjeran el deseo y la capacidad de cambio social en una parte de la población que pudiese lograr ese cambio. Para Marx y Engels, el agente revolucionario potencial era el proletariado industrial —la clase obrera— aliado con aquellos intelectuales que comprendían los peligros futuros inherentes a las contradicciones internas del Capitalismo. Los socialistas hasta el día de hoy debaten los roles de los impulsos y modelos utópicos, por un lado, y la movilización de una clase obrera revolucionaria dentro del Capitalismo, por el otro, en relación con las estrategias de transición y mantenimiento del Socialismo. Otro tema importante que agitó y dividió a los socialistas, particularmente en la segunda mitad del siglo XIX en Europa, fue el debate entre reforma y revolución. ¿Ocurriría la transición mediante reformas acumuladas al Capitalismo, o se requeriría una ruptura repentina por medio de una revolución? Eventualmente etiquetado como el debate entre los socialismos «evolutivos» y «revolucionarios», su objetivo era determinar la mejor estrategia para los partidos políticos socialistas que estaban surgiendo. Por un lado, a menudo asociado con el socialista alemán Eduard Bernstein, estaba el «Socialismo reformista»2. Creían que los socialistas deberían competir en las elecciones y participar en coaliciones electorales en torno a las reformas del Capitalismo, y al mismo tiempo argumentar y presionar siempre por una mayor transformación social necesaria para asegurar una sociedad nueva y mejor. Tal estrategia podría fortalecer la conciencia de las masas y utilizar el aparato político-partidista para tomar el poder estatal. Con tal base política organizada por un partido de masas, adquirir el 2

En el original: Socialismo «parlamentario» (N. del T.).

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poder estatal permitiría una transición del Capitalismo al Socialismo que los capitalistas y sus seguidores no pudiesen frenar. tal estrategia, se enfrentó el «Socialismo revolucionario», entre cuyos exponentes encontramos a Vladimir Lenin y Rosa Luxemburgo, quienes respondieron que los capitalistas nunca renunciarían a su riqueza y poder sin recurrir a medidas extremas, incluida la violencia más brutal. En opinión de los revolucionarios, era ingenuo y tonto no anticipar y prepararse para esas reacciones a los avances socialistas. Argumentaron que siempre era apropiado analizar las contradicciones y tensiones internas dentro del Capitalismo para identificar los momentos en que las rupturas revolucionarias eran posibles. Así como las revoluciones inglesa, estadounidense y francesa fueron eventos clave en la transición europea del Feudalismo al Capitalismo, tales socialistas anticiparon revoluciones paralelas para la transición del Capitalismo al Socialismo. Aquellos que debatían en torno al camino más efectivo hacia el Socialismo, en ocasiones llegaron a consensos: luchar por reformas al sistema, pero siempre con la advertencia explícita de que las reformas nunca serían seguras hasta que se lograra un cambio hacia el Socialismo, lo que requería una ruptura revolucionaria. Contra

Así como los socialistas han debatido durante mucho tiempo la importancia relativa de los socialismos utópicos frente a los científicos, y los socialismos reformistas frente a los revolucionarios, el siglo XX presentó un nuevo debate. La revolución soviética de 1917 inauguró el primer Estado abiertamente socialista: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Los revolucionarios de 1917 (especialmente Lenin) obtuvieron valiosas lecciones de los experimentos socialistas franceses de corta duración en la Comuna de París de 1871. El análisis de Marx de por qué la Comuna de París sobrevivió tan brevemente brindó a Lenin guías significativas que ayudaron 12

a que la revolución soviética se convirtiera en el primer experimento duradero en la construcción de un gobierno socialista. Desde sus inicios, la URSS provocó debate entre los socialistas. Las disputas se centraron en si las decisiones de los líderes soviéticos aplicaron correctamente las ideas y los principios socialistas (…). En un nivel más profundo, el movimiento socialista europeo tuvo que enfrentar dos cambios significativos de lo que había agitado e impulsado al Socialismo durante el siglo XIX. Primero, el Socialismo ahora tenía dos contextos diferentes que se convirtieron en dos proyectos sociales distintos, aunque estuviesen relacionados. Los socialistas que vivían y trabajaban dentro de países capitalistas continuaron enfocándose en cómo movilizar a los trabajadores para la transición al Socialismo. Mientras tanto, los socialistas que vivían y trabajaban en la URSS se concentraron en construir, proteger y fortalecer una economía, una sociedad y un gobierno socialistas. Muchos de estos últimos socialistas incitaban a sus camaradas dentro de los países capitalistas para que dieran prioridad a la defensa y el apoyo del «primer país» socialista, la URSS. Sobre esa cuestión, los socialistas se dividieron en todas partes. La mayoría de los socialistas que apoyaban la interpretación soviética cambiaron su nombre a «comunistas» y se separaron para formar partidos comunistas. Los socialistas que eran más o menos escépticos o críticos con las acciones y declaraciones soviéticas generalmente se aferraron al nombre de «socialistas». Tuvo lugar una inmensa cantidad de debates entre múltiples partidos socialistas y comunistas, y también (aunque no era algo tan público) dentro de ellos, sobre si la URSS encarnaba, distorsionaba o traicionaba al Socialismo, y cómo lo hacía. Esos debates continuaron incluso después de la implosión de la URSS en 1989.

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El carismático líder de la nueva URSS, Lenin, adoptó la posición de que lo que la revolución de 1917 había logrado era lo que él llamaba «Capitalismo de Estado». Con eso quiso decir que los socialistas habían logrado y sostenido el poder estatal y lo utilizaron para desplazar a los capitalistas privados de sus posiciones empresariales. La nueva URSS nacionalizó la industria y colocó a los funcionarios estatales en el lugar que antes ocupaban las juntas directivas de los capitalistas privados. Se mantuvo la estructura empleador/empleado del Capitalismo, pero se cambió quiénes eran los patrones. Los debates entre los socialistas tuvieron que ampliarse para considerar al Capitalismo de Estado junto con el Capitalismo privado y el Socialismo como formas relevantes para la estrategia Socialista. Sin embargo, dicha ampliación duró poco tiempo. La muerte de Lenin en 1924, la división dentro del liderazgo soviético entre León Trotsky y Iósif Stalin, y el surgimiento de Stalin como líder dominante cambiaron de forma radical los debates socialistas. Quizás la primera decisión más importante de Stalin fue declarar que la URSS había alcanzado el Socialismo [en un solo país]. Lo que Lenin había llamado «Capitalismo de Estado» pasó ahora a llamarse «Socialismo». Stalin presentó a la URSS como la exitosa transición del Capitalismo al Socialismo, el modelo a seguir para todos aquellos que buscan el Socialismo en todas partes. Cualquiera que fuese la intención de Stalin —tal vez dar al sufrido pueblo soviético la sensación de que todos sus sacrificios habían logrado su objetivo—, su declaración tuvo graves efectos. Identificó al Socialismo —para el mundo— con un sistema social pobre, atormentado por conflictos internos y estrictamente controlado por una dura dictadura política. Los enemigos del Socialismo han utilizado esta identificación desde entonces para equiparar la dictadura política con el Socialismo. Por supuesto, esto requería oscurecer o negar que (1) las dictaduras también han existido en las sociedades capitalistas y (2) los socialismos a

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menudo han existido sin dictaduras. Tal oscurecimiento y negación continúan hasta el día de hoy. El segundo gran cambio que la primera mitad del siglo XX trajo al Socialismo provino del surgimiento de movimientos locales contra el imperialismo capitalista. Sus objetivos eran el colonialismo formal ejercido por Europa, principalmente en Asia y África, y el colonialismo menos formal, pero no menos real, de Estados Unidos en América Latina. Esos movimientos de oposición sintieron una atracción cada vez mayor hacia el Socialismo. En ocasiones, los estudiantes que asistían a las universidades de los países colonizadores se encontraron allí con los socialistas y el Socialismo. De manera más general, los pueblos colonizados que buscaban la independencia se inspiraron en los trabajadores que luchaban contra la explotación en los países colonizadores y vieron la posibilidad de aliarse con ellos. Estos últimos vislumbraban cada vez más posibilidades desde el otro lado. El Socialismo se extendió, a través del imperialismo capitalista, a todas las colonias y, por lo tanto, ayudó a crear una tradición socialista global. Las múltiples interpretaciones del Socialismo que habían evolucionado en los centros del Capitalismo engendraron aún más y más interpretaciones del Socialismo. En particular, diversas corrientes dentro de la tradición anticolonial y antiimperialista —teórica y práctica— interactuaron con el Socialismo y lo enriquecieron. Durante la segunda mitad del siglo XX, hasta 1989, el Socialismo global exhibió tanto sus mayores éxitos como sus peores fracasos. Para la década de 1970, la URSS se había recuperado de la Segunda Guerra Mundial para convertirse en la segunda superpotencia del mundo. Los partidos comunistas tenían el poder en Europa del Este, China, Cuba, Vietnam y muchos países más. Los movimientos anticoloniales a menudo estaban infundidos con ideas socialistas y eran dirigidos por socialistas. La guerra de Vietnam enfrentó a un producto del 15

movimiento anticolonial y socialista contra su opuesto. La derrota final de Estados Unidos en Vietnam en 1975 marcó una especie de apogeo para el Socialismo moderno. Los partidos socialistas formaron, después de 1945, gobiernos, solos o en coaliciones (a veces con partidos comunistas), en toda Europa. La división Socialismo/Comunismo que se desarrolló después de 1917 se endureció durante la Guerra Fría. El Socialismo, a menudo llamado «Socialismo democrático», «Socialdemocracia» o «Democracia Socialista», se afianzó especialmente en el norte y el oeste de Europa. Los lugares de trabajo quedaron en su mayoría en manos de capitalistas privados. Sin embargo, el Gobierno a veces operaba algunas industrias importantes (por ejemplo: servicios públicos, transporte, bancos) mientras ejercía el control de la economía mediante estrictas regulaciones e impuestos. Los objetivos del Gobierno incluían protecciones laborales, redistribución de ingresos y provisión de bienestar básico a través de educación, vivienda, transporte y atención médica subsidiados. Este tipo de Socialismo enfatizó su diferencia y, a menudo, su oposición política al sistema comunista de los países de Europa del Este aliados con la URSS. Aquellos países también llamaron «Socialismo» a sus sistemas políticos. En ellos, el Gobierno poseía y operaba grandes sectores de la industria y la agricultura, y proporcionaba más servicios públicos subvencionados. Socialdemócratas y comunistas se criticaban y debatían entre sí. Al mismo tiempo, los apologetas del Capitalismo privado atacaron a ambos tipos de Socialismo. Los disidentes criticaron a las dos principales corrientes o tipos de Socialismo. Por ejemplo, algunos creían que la corriente comunista empoderaba excesivamente al aparato estatal, oponiéndose a la noción de abajo hacia arriba del poder social que identificaban con el Socialismo. Otros encontraron que la socialdemocracia dejaba demasiado poder y riqueza concentrados en manos de grandes intereses capitalistas 16

privados. Las regulaciones socialdemócratas y los servicios públicos siempre fueron inseguros y vulnerables a ataques bien financiados cuando los capitalistas privados se les oponían. Las desigualdades generadas por el Capitalismo de las socialdemocracias hicieron que sus democracias no fueran genuinamente socialistas, según argumentaban sus disidentes. En los Estados Unidos se arraigó una noción peculiarmente sesgada del Socialismo, especialmente entre aquellos a quienes no les gustaba, pero también entre el público en general. Grandes segmentos de la población llegaron a ver los términos «comunista», «socialista», «anarquista», «marxista» y para muchos también «liberal»3, como si fuesen sinónimos. Todos eran «antiestadounidenses», y realmente no tenía mucho sentido y tampoco era necesario distinguirlos. Esta inusual perspectiva fue en parte fruto de un sistema educativo pobre y desequilibrado por los imperativos ideológicos de la Guerra Fría. Oleadas de oposición macartista al Comunismo —así como a políticas de izquierda, centro-izquierda e incluso liberales— se han extendido por los Estados Unidos. Tal oposición incluso resurgió en la era Trump. Dichas olas destruyeron efectivamente al Partido Comunista y al Partido Socialista de los Estados Unidos de una forma tal que no se ha vuelto a ver en otros lugares después de la Segunda Guerra Mundial. Las represiones también enseñaron a una gran parte del público estadounidense a sospechar, descartar, demonizar y evitar todo lo relacionado al Socialismo. El tabú sobre el Socialismo impuesto por el anticomunismo en los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial había impedido que se enseñara sobre Socialismo en la mayoría de las escuelas. Y cuando se llegaba a enseñar algo al respecto, los maestros lo trataban con desdén y brevedad. Necesitaban demostrar su antisocialismo en medio de una demonización general en todas las instituciones sociales. El despido de En el contexto estadounidense, los liberals se parecen a lo que en la esfera hispanohablante se conoce como progresistas (N. del Ed.). 3

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profesores con simpatías socialistas en la década de 1950 había sido una advertencia eficaz. Los sindicatos estadounidenses también se vieron atrapados en la vorágine antisocialista y se volvieron contra los que a menudo eran sus miembros y organizadores más militantes. Por lo tanto, a diferencia de sus contrapartes en la mayoría de los demás países capitalistas, las organizaciones obreras en los Estados Unidos cortaron en gran medida sus relaciones con organizaciones e individuos socialistas. El declive de 50 años del movimiento obrero en los Estados Unidos fue en parte el resultado de purgas antisocialistas dentro de los sindicatos estadounidenses que intentaban mostrar lealtad al Capitalismo que esperaban que los protegería. No lo hizo. Para muchos, el Comunismo, el Socialismo, el Marxismo, el Anarquismo y, más recientemente, el Terrorismo son ideologías y prácticas nocivas antiestadounidenses que difieren solo en su ortografía. Desde mediados de la década de 1940 hasta la campaña presidencial de Bernie Sanders en 2016, cualquier candidato que aceptara la etiqueta de «socialista» corría el riesgo de suicidarse políticamente. No era inusual ver en los EEUU que casi todas las actividades gubernamentales (aparte de las militares) fueran tachadas de socialistas (por ejemplo: la oficina de correos, Amtrak, TVA, Medicare, Medicaid, etc.). Por lo tanto, innumerables eruditos soviéticos pudieron explicar y explicaron que la URSS era socialista —o incluso tenía un Capitalismo de Estado—, y que simplemente esperaban algún día poder realizar la transición hacia el Comunismo. No obstante, pocos en los EEUU prestaron atención a tales diferencias. Para la mayoría ambas palabras eran sinónimos. Ese no fue el caso en Europa, donde la mayoría de la gente sabía por familiares, vecinos, periódicos, etc., qué límites ásperos separaban a los socialistas de los comunistas, etc. La implosión de la URSS y sus aliados de Europa del Este en 1989-1990 resultó en un duro golpe para el Socialismo en general, 18

pero especialmente para la corriente comunista. La corriente de la socialdemocracia se vio menos afectada. Sin embargo, muchos de los críticos del Socialismo desde entonces han retratado el fin de la URSS como una especie de victoria final del Capitalismo en su lucha del siglo XX con el Socialismo/Comunismo. En medio del triunfalismo capitalista, todas las cepas del Socialismo se juntaron como si de alguna manera hubiesen expirado. La realidad pronto sería muy diferente. El triunfalismo capitalista se adhirió al Neoliberalismo que surgió en el período 1980-2008. El Neoliberalismo es una ideología que sostiene que el intercambio de mercado desregulado y las empresas de propiedad y operación privadas (no estatales) siempre producen resultados económicos superiores, incluso en vivienda, atención médica, educación, etc. El crecimiento económico sostenido (su dependencia de la expansión de la deuda fue ignorada o minimizada) permitió la idea de que había surgido una «nueva economía» que crecería para siempre y finalmente enterraría al trasnochado Socialismo. Muchos socialistas y comunistas estaban deprimidos y desactivados por el triunfalismo y el crecimiento económico que se percibía especialmente en los viejos centros del Capitalismo (Europa Occidental, América del Norte y Japón). Sin embargo, justo debajo del radar de la mayoría de la opinión pública occidental, el Socialismo con características chinas, un Capitalismo de Estado híbrido que incluía corrientes tanto comunistas como socialdemócratas, demostró que podía crecer más rápido durante más años que cualquier economía capitalista. A principios del siglo XXI, China se había convertido en la segunda superpotencia económica, después de Estados Unidos, y estaba ganando terreno con rapidez. Resultó que el Socialismo no había muerto, pero había movido su centro hacia el Este. Eso no debería haber sorprendido a nadie, ya que el Capitalismo había hecho lo mismo.

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El colapso global del Capitalismo de 2008 y el Neoliberalismo que lo había precedido desde la década de 1970 agregaron nuevas perturbaciones a la historia del Socialismo. El Neoliberalismo generó una oleada de crecimiento de los ingresos y el consumo que desafió a los socialismos soviéticos y de Europa del Este. Aquellos sistemas se habían centrado en el crecimiento industrial (algo que se logró de manera impresionante) que priorizaba los bienes de capital y la infraestructura sobre el consumo individual. Este último se prometió, pero se pospuso en gran medida para facilitar el crecimiento del primero. Pero sus poblaciones, gravemente afectadas por la Segunda Guerra Mundial, resistieron y se opusieron al discurso de la necesidad de ralentizar o posponer el reducido crecimiento del consumo. La reducción de las tensiones de la Guerra Fría, más la masificación de la televisión y otros ejemplos de las diferencias en el consumo [entre los países capitalistas y comunistas] crearon un resentimiento masivo por la coacción de las libertades civiles, lo cual desembocó en el colapso de los gobiernos socialistas soviéticos y de Europa del Este. Comenzó una transición relativamente pacífica para alejarse [del socialismo de tipo soviético]. Irónicamente, debido a que aquellos gobiernos habían limitado el debate interno, la ciudadanía en general sabía poco sobre las diversas corrientes del Socialismo. Los gobiernos socialistas existentes habían presentado su interpretación compartida del Socialismo como la única versión válida y real. Así, la única alternativa al Socialismo que la mayoría de los europeos orientales conocían era su archi-opuesto, a saber, el Capitalismo occidental. La idea de que había otros tipos de Socialismo además del existente en Europa del Este, y que las aspiraciones de sus ciudadanos podrían lograrse mejor a través de la transición a uno de ellos, rara vez se planteó. En la prisa por salir del Socialismo de Europa del Este, las multitudes se precipitaron hacia el Capitalismo occidental con unas pocas 20

voces desatendidas que instaban a que el objetivo deseado fuera [ser como] Escandinavia o Alemania, no [como] el Reino Unido o los Estados Unidos4. Fue otra lección histórica que mostró los profundos peligros en todas partes de cerrar el debate sobre los sistemas alternativos. El auge económico del Capitalismo occidental, a pesar de estar impulsado por la deuda, creó una noción casi eufórica del ascenso del Capitalismo. Eso se reforzó en plena euforia con el colapso del primer Estado socialista del mundo, la URSS, y los aliados que había consolidado en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. La lucha del siglo XX entre el Capitalismo y el Socialismo parecía haber llegado a su fin, el triunfo indudablemente se lo había llevado el Capitalismo. El futuro sería un crecimiento capitalista perpetuo que beneficiaría a todos. Las señales de advertencia, incluido el duro hecho histórico de que el Capitalismo ha sufrido costosos ciclos periódicos de auge y caída a lo largo de su historia, fueron ignoradas. Tanto las deudas gubernamentales como las corporativas se acumularon, y se introdujo a la población en la deuda de consumo para lograr satisfacer sus deseos. Muchos pensaron que todo esto no iba a terminar jamás. Pero lo hizo en 2007 y 2008 cuando estallaron las burbujas de la deuda y derribaron el sistema capitalista global. Los orgullosos megabancos y otras megacorporaciones de repente dejaron de criticar a los gobiernos diciendo que eran cargas inútiles e ineficientes para el sector privado. En cambio, sus jets privados los llevaron a capitales globales donde suplicaron ser rescatados con billones de dólares o euros de dinero del Gobierno. Debido al poder político de las corporaciones, los gobiernos las respaldaron. Financiaron enormes rescates con enormes deudas gubernamentales. Una vez hecho esto, los gobiernos decidieron frenar las deudas explosivas imponiendo austeridad —ralentizando o reduciendo el gasto y el Entre ellos se encontraban, por ejemplo, los ciber-comunistas, como Víktor Glushkov y los participantes del proyecto OGAS (N. del Ed.). 4

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endeudamiento del Gobierno. El empleo público, las pensiones y los servicios públicos se convirtieron en los principales objetivos de los recortes. Dada la mentalidad neoliberal cultivada durante las décadas anteriores, la mayoría de los «líderes» previeron pocos riesgos en sus políticas de austeridad. Pocos imaginaron que muchas personas se resistirían al espectáculo secuencial de (1) megacapitalistas beneficiándose de una burbuja de deuda que ayudaron a crear, (2) esos mismos capitalistas recibiendo un rescate del Gobierno cuando estalló esa burbuja, y (3) líderes imponiendo austeridad en los ciudadanos comunes y corrientes para compensar el rescate. Los líderes tampoco vieron los peligros de exigir que las clases trabajadoras que habían victimizado también absorbieran los costos sociales de nuevas oleadas masivas de inmigrantes desesperados. Estaban equivocados. Comenzó una revuelta, en un inicio bastante lenta, que difería según los contextos nacionales y regionales. La inestabilidad, la desigualdad y la injusticia del Capitalismo habían sido demasiado. Cada vez más, los votantes se volvieron contra los viejos líderes y partidos políticos tradicionales: la centro-izquierda y la centro-derecha que se habían alternado cómodamente en el poder. Ambos habían administrado diligentemente los regímenes neoliberales en América del Norte, Europa Occidental y Japón desde la década de 1970. Ambos habían cooperado en el rescate de las megacorporaciones que colapsaron entre 2008 y 2010. Y ambos prometieron al pueblo aliviar la austeridad, pero una vez en el poder la mayoría hizo lo contrario. Los «populismos» de izquierda y derecha cobraron prominencia política. Algunos formaron nuevos partidos políticos. Algunos entraron en coaliciones tensas con los antiguos centros de izquierda y centro derecha. Se formaron algunas alianzas en las que se configuraron elementos de los antiguos partidos tradicionales bajo un nuevo liderazgo 22

«populista». En ocasiones llegaron a gobernar. Y a veces se negaron a jugar a la política parlamentaria y siguieron siendo movimientos «populistas». En la izquierda, tales populismos a menudo incluían aspectos anticapitalistas explícitos. En la derecha, a menudo ocurrían ciertos coqueteos con el Fascismo. El Socialismo sufrió una peculiar combinación de declive y renacimiento tras la crisis capitalista de 2008. Continuó el declive que se había iniciado después de la década de 1970 y se había acelerado con la desaparición de la URSS y los gobiernos socialistas de Europa del Este. Los partidos socialdemócratas experimentaron una pérdida constante de votantes y apoyo social, en parte debido a su adaptación al Neoliberalismo, especialmente cuando eso incluía la aceptación de políticas de austeridad. Algunos partidos socialistas se disolvieron. Algunos entraron en coaliciones con sus antiguos adversarios, los partidos tradicionales de centro-derecha. Todas estas maniobras no lograron frenar el declive del Socialismo tradicional. Pero también tuvo lugar un renacimiento. En algunos países europeos se formaron partidos explícitamente anticapitalistas que eran socialistas en esencia, pero ambivalentes en cuanto al nombre. La palabra «Socialismo» había adquirido una serie de malas asociaciones después de un siglo de demonización por parte de sus enemigos, quienes a menudo equiparaban el Socialismo con los peores programas emprendidos en su nombre (por Stalin, Pol Pot, etc.). Después de su colapso global en 2008-2010, el barniz del Capitalismo se desquebrajó gravemente y estalló un Socialismo renovado. En los Estados Unidos el movimiento Occupy Wall Street en 2011 incluyó consignas explícitamente anticapitalistas y prosocialistas de una manera que no se había visto en el medio siglo anterior de movimientos sociales de masas. Luego, la revolucionaria campaña de 2016 de Bernie Sanders, en la que se postuló para presidente como un «socialista democrático»

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explícito, colocó al Socialismo en un lugar importante dentro del discurso público sobre la política y la sociedad estadounidense. En cada país de la tierra existe, avanza y retrocede el Socialismo. Procesa las lecciones y lleva allí las cicatrices de su historia. Sin embargo, cada país y su socialismo también están moldeados por la historia global del Socialismo: ahora una tradición ricamente acumulada de muchas corrientes diversas (interpretaciones, tendencias, etc.) que reflejan dos siglos de victorias y derrotas, éxitos y fracasos, decadencias y renacimientos, y respuestas críticas a las victorias y contradicciones del Capitalismo, las cuales están en constante cambio. Los constantes renacimientos del Socialismo, al igual que su expansión mundial, atestiguan su profunda relevancia para un mundo Capitalista en serios problemas. Necesitamos entender el Socialismo porque nos ha formado y seguirá formándonos a todos. Es el cúmulo más grande que poseemos de pensamientos, experiencias y experimentos realizados por aquellos que anhelaron ir más allá del Capitalismo hacia algo mejor.

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CAPÍTULO II ¿Qué es el Socialismo? El Socialismo es el anhelo de las personas que viven en un sistema económico capitalista —ya sea privado o estatal— de construir algo mejor de lo que el Capitalismo permite y posibilita. Por «construir algo mejor» los socialistas se refieren a muchas cosas. Una es tener un trabajo socialmente más significativo, menos destructivo física y ambientalmente, y que asegure la entrega de un ingreso adecuado para el trabajador y su familia (…). Otro es tener una educación permanente, tiempo libre y las libertades civiles necesarias para lograr una participación real en la política, las relaciones íntimas y de amistad, y las actividades culturales de su elección. Los socialistas desean explorar y desarrollar todo su potencial como individuos y miembros de la sociedad mientras contribuyen a su bienestar y crecimiento. Por supuesto, estas son abstracciones y generalizaciones, pero son suficientes para esta primera etapa de nuestro argumento. Los socialistas creen que tales deseos son generalmente frustrados en las sociedades capitalistas para la mayoría de las personas. La transición de una sociedad capitalista a una socialista es entonces el medio para lograr una sociedad que proporcione con éxito a todas las personas una vida mejor en el sentido expresado anteriormente. En sociedades con un sistema económico esclavista, muchos esclavos anhelaban la emancipación de las horribles cargas y restricciones que se les imponían. Sus pensamientos, sueños y acciones eventualmente contribuyeron a lograr este objetivo. Asimismo, los siervos querían abolir las cargas que les imponía el sistema económico feudal, y con el tiempo ayudaron a romper con ese sistema. Los socialistas reconocen la singularidad del Esclavismo y el Feudalismo y también se 25

inspiran en las luchas de los esclavos y siervos contra estos sistemas económicos del pasado. Los socialistas quieren hacer una ruptura paralela con el Capitalismo. Los esclavos y los siervos aprendieron que la libertad, la libertad y la superación de la esclavitud y el feudalismo no solucionaron mágicamente todos sus problemas. Los socialistas han llegado a aprender lo mismo sobre el Socialismo. Terminar con la esclavitud y el feudalismo fueron pasos progresistas de enorme importancia en la historia de la humanidad. El Socialismo tampoco será una panacea, pero, desde el punto de vista de los socialistas, representará una importante mejora progresiva sobre el Capitalismo. Más allá de su anhelo compartido, los socialistas defienden una variedad de críticas al Capitalismo, una variedad de estrategias para la transición al Socialismo y una variedad de concepciones de lo que es el Socialismo. Debido a que en la mayoría de los casos los socialistas se enfocaron en la economía, nosotros haremos lo mismo. Cualquier economía es un conjunto de formas y medios para producir y distribuir bienes y servicios que las personas de esa comunidad necesitan o desean. Nuestra comida, ropa, vivienda, diversiones, transporte y mucho más componen nuestras necesidades y deseos. Nuestro trabajo se combina con herramientas, equipos y lugares de trabajo (inputs), para producir bienes y servicios (outputs). Antes de la producción, los recursos (como la tierra, el agua, el espacio, etc.) deben distribuirse en los lugares de trabajo para que estén disponibles para los trabajadores como insumos de producción. Después de la producción, los productos (bienes y servicios) deben distribuirse entre quienes los consumen. Una economía está compuesta por la producción y distribución de los recursos productivos y por los resultados de la producción.

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El Socialismo difiere del Capitalismo —y, de hecho, de muchos otros sistemas económicos— en la forma en que se organiza la producción y distribución de los bienes y servicios de la sociedad. En el Socialismo toda la comunidad que vive en una economía participa democráticamente en la producción y distribución de bienes y servicios. En el Esclavismo, este no es el caso. En una economía esclavista, los participantes se dividen en amos y esclavos. Los amos controlan (y literalmente poseen) los insumos productivos, incluyendo a los propios trabajadores, y deciden el destino de los esclavos tanto en la producción como en la distribución. En el Feudalismo los participantes económicos se dividen en señores y siervos. Estos últimos no son propiedad de alguien como en el Esclavismo, sino que ocupan posiciones sociales basadas en las posiciones feudales de sus padres. Los hijos de los siervos también solían ser siervos y, a menudo, del mismo señor o de los herederos. Los hijos de los señores se convertían en señores o encontraban posiciones asociadas dentro de la economía feudal. Al igual que los amos, los señores ejercían un poder socialmente dominante que se derivaba en gran parte de su posición en relación con la producción y la distribución. Los amos y señores solían ser pocos, en relación con el número de esclavos y siervos. El Capitalismo es diferente del Esclavismo, el Feudalismo y el Socialismo. El Capitalismo divide a los participantes de la producción y distribución en empleadores y empleados. Los empleadores son pocos; los empleados son muchos. Los empleadores dirigen y controlan el trabajo de los empleados con respecto a la producción y distribución de bienes y servicios. Los empleados no son propiedad de nadie, ni están ligados a la tierra ni al patrón de sus padres. Son «libres» en el sentido de que pueden firmar voluntariamente un contrato de trabajo para cualquier empleador que esté contratando empleados. La contratación es la compra de la «fuerza de trabajo» de un empleado: la capacidad de una persona para trabajar durante un 27

período de tiempo específico. La fuerza de trabajo se paga con productos o dinero llamado «salario». Los salarios no existían en el Esclavismo o el Feudalismo, ya que la relación de los dos grupos primarios involucrados en esos sistemas generalmente aseguraba el trabajo de uno para el otro sin un contrato laboral. También existe otro sistema económico diferente. Uno en que las personas trabajan para sí mismas, digamos: como agricultores, artesanos, proveedores de servicios, etc. Al producir y distribuir recursos y productos, tales personas trabajan individualmente. Su economía no muestra dicotomías como las que se pueden encontrar en el Esclavismo (amo/esclavo), el Feudalismo (señor/siervo) o el Capitalismo (empleador/empleado). Asimismo, tal economía no es Socialista, ya que no implica la toma de decisiones democrática y colectiva en la producción y distribución (que ocurriría en un sistema socialista). Típicamente denominada «Cuentapropismo» en la terminología económica moderna, tal economía de productores individuales se ha manifestado a lo largo de gran parte de la historia humana, a menudo ocurriendo e interactuando con sistemas esclavistas, feudales, capitalistas o socialistas. De hecho, es importante señalar aquí que las economías realmente existentes, pasadas y presentes, a menudo muestran sistemas económicos coexistentes. Por lo tanto, Estados Unidos tenía Capitalismo en el Norte y Esclavismo en el Sur antes de la Guerra Civil. Asimismo, hoy en día las corporaciones capitalistas (con juntas directivas que funcionan como empleadores dentro de ellas) coexisten e interactúan con abogados, arquitectos, diseñadores gráficos, etc., que trabajan por cuenta propia, que operan dentro de un marco económico diferente, no capitalista (es decir, no dentro de la relación empleador/empleado). En ambos ejemplos existen relaciones de intercambio de mercado entre los participantes en los dos sistemas económicos que coexisten. En otras palabras, si bien sus organizaciones de producción son diferentes —capitalista en la corporación, 28

cuentapropista en la oficina del abogado— comparten el mismo sistema de distribución: a saber, el intercambio de mercado. El Socialismo también permite tales sistemas coexistentes. Lo que en la URSS se denominó como empresas socialistas (es decir, de propiedad estatal y operadas por el Estado) pudieron y entraron en relaciones de intercambio de mercado con corporaciones capitalistas privadas ubicadas, digamos, en Europa. Las empresas socialistas de China (es decir, de propiedad estatal y operadas por el Estado) participan hoy en día en intercambios de mercado con empresas capitalistas privadas dentro y fuera de China. Hay muchos ejemplos de este tipo, porque muchas economías nacionales existentes incluyen más de un tipo de sistema económico, y estos diferentes sistemas interactúan tanto a nivel nacional como internacional. Los sistemas económicos socialistas difieren en aspectos importantes de los sistemas capitalistas, pero aquí debemos reconocer que entre los socialistas no existe un consenso con respecto a tales diferencias. Algo parecido sucede con los nosocialistas. Dado que encontraremos estos desacuerdos con frecuencia en este libro, los detallamos aquí. Una conceptualización de Socialismo lo diferencia del Capitalismo por las intervenciones económicas del Estado. Para este concepto, el Capitalismo es un sistema de patrones y empleados tal que ambos tipos de personas no tienen posición dentro del Estado. Por lo tanto, sus empresas se denominan «privadas». Una economía capitalista existe cuando todas o la mayoría de las empresas que producen y distribuyen recursos y productos son empresas capitalistas privadas. Usualmente, desde este punto de vista, las interacciones entre las empresas privadas, sus trabajadores contratados y sus clientes son todos intercambios en lo que este punto de vista denomina «libre mercado». Al igual que la palabra «privada» aplicada a la empresa, la palabra «libre» aplicada al mercado pretende señalar que el Estado como institución social no interviene (o interviene 29

mínimamente) en la producción y distribución de bienes y servicios. El Capitalismo desde este enfoque se define como: empresas privadas + libre mercado. Entonces se deduce que cuando un Estado interviene o interfiere en tales empresas privadas y/o mercados libres, el Capitalismo se ve comprometido o se transforma en Socialismo. Dado que la sociedad interviene a través de la agencia del Estado, este primer tipo de Socialismo llama a aquella intervención «intervención social». Muchos libertarios, por ejemplo, creen que el Capitalismo se ve amenazado en la medida en que permite o admite intervenciones económicas estatales. Cuando el Capitalismo muestra problemas, las soluciones de los libertarios tienden a favorecer la privatización total de las empresas y la liberalización del mercado. En este modelo, el alcance de la intervención del Estado, desde los impuestos y la regulación hasta las empresas de propiedad y operación estatales, define el grado de Socialismo y su distancia del Capitalismo. El Capitalismo «verdadero», o «puro», existe cuando las intervenciones estatales son casi nulas. Para algunas variantes de esta perspectiva, el Socialismo existe cuando las intervenciones del Estado son sustanciales o generalizadas. Para otras variantes, el Socialismo existe en cada intervención económica estatal individual: una oficina de correos administrada por el Gobierno, un salario mínimo impuesto a los empleadores, un impuesto progresivo sobre la renta individual, etc. Esta última perspectiva conduce a nociones tales como que el Capitalismo moderno es en realidad un sistema «mixto» en el que coexisten el Capitalismo y el Socialismo. Hay desacuerdos entre los defensores de estas diferentes variantes. Por ejemplo, durante el siglo pasado tuvo lugar un debate de gran importancia: si el Estado simplemente regula las empresas que de otro modo permanecerían privadas (propiedad y operación de ciudadanos privados sin posición en el aparato 30

estatal), esto no sería Socialismo. Solo si el Estado posee y opera empresas, al menos dentro de los principales sectores de la economía (a veces llamados «los altos mandos») existe Socialismo. Durante décadas, muchos se refirieron a la Unión Soviética como «socialista», porque la mayoría de sus industrias estaban dominadas por empresas de propiedad y operación estatales. Por otro lado, la gente dudaba en llamar «socialistas» a los países donde las intervenciones económicas estatales eran considerables, pero no existía una considerable propiedad y operación estatal de las empresas. Una variación de este tipo de pensamiento llamó a este último «socialista» y al primero «comunista». Esto es reflejo del quiebre que experimentó el Socialismo en el mundo luego de 1917 con respecto a la adopción del sistema soviético de propiedad y operación estatal de las empresas industriales. Los socialistas que criticaban o se oponían al Socialismo soviético mantuvieron el nombre de «socialistas», mientras que los que veían en la URSS el modelo ideal de Socialismo postcapitalista tomaron el nombre de «comunistas». Este cisma influyó profundamente al debate entre el Capitalismo y el Socialismo a lo largo del siglo XX. «Comunismo» se convirtió en el nombre ampliamente aceptado para ese tipo de Socialismo que iba más allá de los impuestos y la regulación, y que buscaba la propiedad y operación estatal directa de las empresas. Los socialistas que se unieron y construyeron partidos comunistas abogaron por ir más allá de los impuestos, el gasto público en servicios públicos y la regulación; demandaron la propiedad y operación estatal de muchas o todas las empresas. En cambio, otros socialistas defendieron al Capitalismo de mercado privado en el que el Estado gravaba, gastaba, regulaba y redistribuía los ingresos y la riqueza de manera más equitativa, pero no poseía ni operaba muchas empresas. Sus partidos adoptaron el nombre de «socialistas» y, a menudo, enfatizaron su compromiso con las libertades políticas y civiles, en contraste con las prácticas de los 31

sistemas comunistas, primero en la URSS y luego también en otros lugares. La Gran Depresión de 1929-1941 agregó más capas de controversia y confusión en torno al término «Socialismo». La profundidad y duración de ese crac capitalista provocó una Economía completamente nueva que lleva el nombre de John Maynard Keynes. Esta nueva Economía se dedicó a rescatar al Capitalismo de sí mismo explicando las causas de las depresiones del Capitalismo y también ofreciendo políticas (monetarias y fiscales) para moderarlas, contenerlas y limitarlas. Estas fueron políticas diseñadas para ser implementadas por autoridades estatales como bancos centrales o tesoreros gubernamentales que debían intervenir en la economía. Los apologetas del Capitalismo a menudo se horrorizaban con la Economía Keynesiana. Para muchos, tales políticas parecían otro ataque a la empresa privada y al libre mercado, otra celebración de la intervención estatal en la economía, otro tipo de Socialismo. Estas personas se burlaron de la respuesta frecuente de los keynesianos de que pretendían salvar al Capitalismo de sí mismo. Los keynesianos insistieron en que los ciclos económicos que afligen al Capitalismo privado, si no son moderados por las intervenciones estatales keynesianas, eventualmente pondrían a la clase trabajadora en contra del Capitalismo y así terminarían con él. Los críticos procapitalistas de Keynes temían más el poder del Estado que el riesgo que representaban los ciclos económicos. A pesar del rechazo y disgusto de Keynes por el Socialismo, el Comunismo, el Marxismo, etc., hasta el día de hoy muchos asocian estrechamente la economía keynesiana con el Socialismo. El tema del Estado siempre ha ocupado un lugar preponderante en la definición del Socialismo y su diferenciación con el Capitalismo. El Capitalismo moderno llegó a un mundo oprimido y limitado por las monarquías absolutistas del Feudalismo europeo tardío. Eventualmente, el Capitalismo se 32

opuso a estas monarquías y luego las derrocó. En Francia, el antagonista de la revolución de 1789 fue el rey Luis XVI; la Revolución Estadounidense apuntó al rey Jorge III. Los Estados fuertes del Feudalismo tardío eran enemigos temidos. Pero el miedo a los Estados fuertes persistió en el Capitalismo mucho después de que el Feudalismo fuese derrotado y desechado. El motivo de estas inquietudes fue y sigue siendo el sufragio masivo o universal. Cuando la clase trabajadora se convierte en la mayoría de los votantes que eligen parlamentos y otros funcionarios estatales, los apologetas del Capitalismo pronostican problemas y riesgos. Los empleados pueden y probablemente culparán de su sufrimiento (desempleo, bajos salarios, malas condiciones de trabajo, vivienda deficiente, etc.) a los empleadores capitalistas. Los empleados reconocerán que sus votos pueden empoderar a un aparato estatal para reducir o acabar con ese sufrimiento. Las estructuras impositivas, las regulaciones de las empresas y los mercados, y otras intervenciones estatales en el sistema capitalista pueden alterar el desarrollo «natural» de la distribución de ingresos, riqueza y poder. El sufragio universal puede permitir a la mayoría (empleados) compensar las desigualdades derivadas de una economía capitalista dominada por una minoría (empleadores). Para los apologetas del Capitalismo privado los riesgos de un Estado lo suficientemente poderoso como para imponer impuestos, regulaciones y la redistribución de la riqueza a través del sufragio universal son tan aterradores ahora como lo fueron las monarquías absolutistas feudales en el nacimiento del Capitalismo. El Capitalismo moderno lucha con una contradicción: necesita un aparato estatal fuerte —para la coordinación, la seguridad externa e interna, la gestión de las externalidades y los ciclos económicos, etc.—, y tiene terror de tenerlo. Tras la Gran Depresión en los EEUU, la opinión pública favoreció intervenciones estatales como el New Deal. Cuarenta años 33

después, la llamada revolución Reagan dio paso a un Neoliberalismo que buscaba minimizar las intervenciones estatales en la economía. Después del colapso capitalista de 2008, los economistas Paul Krugman y Joseph Stiglitz están instando a una reevaluación de los beneficios de la intervención estatal. Pero no todos están de acuerdo. La historia del Capitalismo no produjo una única oposición socialista con un enfoque estatal; también produjo disidentes socialistas. A estos disidentes tampoco les gustaba el Capitalismo y pensaban que la sociedad humana podía y debía construir algo mejor, pero rechazaban el Estado y la intervención estatal como el punto central de la contienda entre el Capitalismo y el Socialismo. Si bien tales disidentes siempre han rondado los límites del movimiento socialista, lo que los llevó al centro del debate fueron las dificultades que encontraron los primeros experimentos en las economías socialistas reales. Con la vista puesta en la URSS después de 1917, cuando el entusiasmo revolucionario temprano y las transformaciones sociales dieron paso primero al Stalinismo en la década de 1930 y luego a la implosión de 1989, la problemática relación del Socialismo con un Estado poderoso tomó el centro del escenario. Muchos críticos socialistas vieron que el Estado en la URSS se había convertido en un obstáculo para el progreso social que defendían. Los costos sociales del rápido desarrollo económico que logró la URSS fueron demasiado grandes para negarlos o seguir tolerándolos. Surgieron puntos de vista de que el Socialismo de la URSS y sus aliados socialistas le habían dado demasiado poder al Estado y habían transformado muy poco al resto de la sociedad socialista. Las preguntas clave se convirtieron en: ¿Por qué ocurrió este fracaso, y qué se debe hacer al respecto? La lucha por responder a estas preguntas produjo otro tipo de Socialismo. En esta interpretación del Socialismo, lo que lo definía era menos el papel del Estado en la economía y más la organización de la producción en el lugar de trabajo. La cuestión 34

clave de este tipo de Socialismo es cómo los seres humanos

colaboran dentro de los lugares de trabajo (fábricas, oficinas, tiendas) para producir los bienes y prestar los servicios que la sociedad necesita o desea. En el Capitalismo, los participantes en la producción se dividen en patrones y empleados. En esta visión alternativa del Socialismo, ese no debería ser el caso. El término clave aquí es «debería», porque tal organización socialista de la producción aún no se ha emprendido a nivel de toda la sociedad. Los socialismos tradicionales se concentraron en las actividades estatales (impuestos, regulación y propiedad estatal y operación de los lugares de trabajo), no en la transformación de las relaciones humanas dentro de esos lugares de trabajo. De hecho, los socialismos tradicionales se habían apoderado de la organización básica de producción empleador/empleado del Capitalismo y la habían cambiado poco o nada. En cambio, los estados socialistas gravaron y regularon los lugares de trabajo que habían conservado su organización capitalista (empleador/empleado) y, en ocasiones, reemplazaron a los dirigentes privados con burócratas estatales. En esta visión alternativa del Socialismo, los lugares de trabajo socialistas podrían y deberían ser fundamentalmente diferentes de los lugares de trabajo capitalistas. En los lugares de trabajo capitalistas, un pequeño grupo (propietarios, juntas directivas seleccionadas por los propietarios, etc.) toma todas las decisiones clave. Al hacerlo, no son responsables ante la masa de empleados u otras personas afectadas por sus decisiones. En su organización interna, los lugares de trabajo capitalistas eran y siguen siendo fundamentalmente antidemocráticos. Excluyen a las mayorías del poder de la misma manera en que las monarquías excluyen a sus súbditos. La alternativa socialista a la organización capitalista implica la democratización de la estructura interna del lugar de trabajo. Cada empleado tendría una voz constituyente —igual a la de todos los demás 35

empleados— para decidir qué produce el lugar de trabajo, qué tecnología usa, dónde tiene lugar la producción y qué se hace con los ingresos netos o el excedente generado. En efecto, en este modelo los empleados se convierten colectivamente en su propio empleador5. Las antiguas dicotomías de amos y esclavos, señores y siervos, empleadores y empleados son finalmente desplazadas y superadas. Esta concepción del Socialismo representa así una ruptura histórica fundamental con los sistemas esclavistas, feudales y capitalistas. En esta perspectiva, el Socialismo ha pasado de un enfoque principalmente macroeconómico a uno principalmente microeconómico. El Socialismo logra la transición del Capitalismo reconstruyendo la economía de abajo hacia arriba. Los socialismos tradicionales nunca dieron este paso sobre la base de toda la sociedad para sentar las bases de un sistema económico duradero destinado a reemplazar al Capitalismo. Los primeros esfuerzos de transición del Capitalismo al Socialismo se detuvieron en los macrocambios —socializar los medios de producción para que fueran de propiedad y operación estatales, sustituir los mercados por la planificación centralizada como el principal mecanismo de distribución, etc.— y nunca llegaron al nivel micro. Los socialismos tradicionales, por lo tanto, no tuvieron como objetivo ni incluyeron la transformación democrática a nivel micro del lugar de trabajo. Ese fracaso en completar la revolución socialista probablemente contribuyó a socavar la supervivencia de esas primeras transiciones postcapitalistas incompletas. Esto no es sorprendente. Las transiciones incompletas han sido la norma en el paso del Esclavismo al Feudalismo o al Capitalismo, del Feudalismo al Capitalismo, etc. La emancipación de los esclavos durante la Guerra Civil de los EEUU, por ejemplo, Para un desarrollo más detallado de esta nueva propuesta socialista, véase Wolff, R. (2021). Democracia en el Trabajo: Una cura para el Capitalismo. Chemok. (N. del Ed.). 5

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condujo a varias relaciones de producción posteriores — aparcería, arrendamientos dependientes, etc.— que estaban muy lejos de la libertad económica que buscaban los exesclavos. Tal fue el caso de las primeras rupturas con el Feudalismo que condujeron al Capitalismo. Cada sistema económico produce múltiples formas que experimentan transiciones más o menos exitosas a nuevos sistemas de diferentes maneras y a diferentes ritmos. Muchos de los primeros experimentos de transición de un sistema económico a otro enseñan lecciones que pueden ayudar, si las condiciones lo permiten, a reunir los medios para una transición completa a un sistema diferente en algún momento en el futuro. Hay pocas razones para esperar que la transición del Capitalismo al Socialismo sea diferente a este respecto. Como ha sido el caso con otras transiciones económicas en la historia, el alejamiento del Capitalismo ha implicado, y seguirá implicando, esfuerzos más o menos exitosos, ensayos y errores, y pasos hacia adelante y hacia atrás, hasta que las lecciones aprendidas se combinen con las condiciones evolucionadas para posibilitar la transición completa al Socialismo. Los socialistas han aprendido lecciones cruciales de las revoluciones rusa, china, cubana y otras del siglo XX. Los sistemas económicos construidos y probados por esos revolucionarios han enseñado aún más lecciones. Las teorías y prácticas acumuladas de la tradición socialista se han filtrado hoy a través de las condiciones de un Capitalismo global cambiante para impulsar la tradición en nuevas direcciones. Por lo tanto, el Socialismo actual se caracteriza tanto por viejas nociones y estrategias como por otras nuevas enfocadas en democratizar los lugares de trabajo.

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CAPÍTULO III Capitalismo y Socialismo: Luchas y transiciones Los seres humanos han tenido muchos sistemas económicos diferentes a lo largo de su historia. Las transiciones entre ellos ocurrieron en todas las direcciones. Los cambios en la naturaleza (clima, agotamiento de los recursos, terremotos, etc.) influyeron en esas transiciones, al igual que los cambios en las tecnologías y los conflictos sociales (guerras, luchas de clases, migraciones). A lo largo del camino en cada sistema particular, las creencias de que era el sistema final o permanente resultaron ser erróneas. El cambio está siempre presente en los sistemas económicos como en todo lo demás. Los sistemas económicos tribales o de parentesco, con propiedad colectiva junto con la producción y distribución colectiva de bienes y servicios, dieron paso a sistemas privados, de propiedad y operación individuales, y viceversa. Ambos a veces dieron paso a sistemas esclavistas, y viceversa. Estos, a su vez, experimentaron la transición a sistemas feudales (señor/siervo) o capitalistas (empleador/empleado), y así sucesivamente. Los sistemas capitalistas aparecieron y desaparecieron con regularidad en la historia humana, antes de prevalecer a nivel regional, nacional y ahora mundial. Imaginar que el sistema capitalista actual durará para siempre contradice la historia de todos los demás sistemas, así como de los sistemas capitalistas que surgieron y cayeron en el pasado. Con suerte, nuestro conocimiento colectivo de los diferentes sistemas y las transiciones entre ellos puede limitar y dar forma a las transiciones futuras (como parece que hemos hecho al impedir las transiciones de regreso a los sistemas esclavista y feudal).

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Apenas emergió el Capitalismo moderno —como consecuencia de transiciones desde el Feudalismo y los sistemas económicos individuales (cuentapropistas) en Europa, desde un sistema esclavista en una gran parte de los EEUU y desde una variedad de sistemas en el resto del mundo— fue desafiado por otra transición: el Socialismo. Los defensores del Socialismo buscaron una transición más allá del Capitalismo, mientras que los defensores del Capitalismo trataron de evitar tal cambio. Durante los últimos dos siglos, un tema generalizado de la política, la economía y la cultura fue la lucha entre los defensores del Capitalismo y el Socialismo por las transiciones entre los sistemas. Durante la mayor parte del siglo XIX, el Capitalismo parecía estar en ascenso; la posibilidad de transición al Socialismo parecía ínfima. A finales de ese siglo, esa posibilidad se había vuelto notablemente más fuerte. La transición al Socialismo se había convertido en un objetivo explícito de los partidos políticos socialistas entonces activos en los principales centros del Capitalismo (Europa Occidental y América del Norte). A lo largo del siglo XX, el Socialismo ensombreció al Capitalismo en todo el mundo. Los socialistas tanto en territorios colonizadores (capitalistas) como colonizados (no capitalistas) comenzaron a ver posibilidades de transiciones al Socialismo. En las naciones donde los partidos socialistas o comunistas obtuvieron suficiente poder gubernamental, las transiciones se convirtieron en política oficial. Proliferaron los debates sobre las formas, los mecanismos y los ritmos de la transición. Los debatientes a menudo tomaron pistas de lo que se sabía sobre transiciones anteriores entre sistemas económicos. De particular interés fue la transición del Feudalismo al Capitalismo en Europa después del siglo XV. Las lecciones básicas extraídas por los socialistas de pasadas transiciones entre sistemas económicos fueron capturadas en la sucinta frase de Marx: «La historia de todas las sociedades existentes hasta ahora es la historia de las luchas de 39

clases». El Esclavismo estuvo plagada de luchas entre amos y esclavos, el Feudalismo de luchas entre señores y siervos, y el Capitalismo de luchas entre empleadores y empleados. Esas luchas de clases moldearon la calidad y la historia de cada tipo de sistema económico y, por lo tanto, de las sociedades en las que existieron esos sistemas. Las luchas de clases son siempre contribuyentes clave para eventuales transiciones a diferentes sistemas económicos. El sistema feudal tenía sus contradicciones internas que generaban conflictos entre señores y siervos por obligaciones laborales y de alquiler, agotamiento del suelo por las técnicas feudales de cultivo, guerras entre señores, etc. Las luchas provocadas por tales contradicciones produjeron dos resultados notables internos al Feudalismo europeo. El primero fue una transición en la que una estructura descentralizada de señores y siervos en señoríos pequeños y medianos dio paso a señoríos cada vez más grandes y concentrados organizados como una jerarquía con un gran señorío feudal en la parte superior. Los señores de esos señoríos superiores se convirtieron en los reyes de las llamadas monarquías absolutistas del Feudalismo europeo tardío. El segundo resultado de las contradicciones del Feudalismo europeo desconectó a los siervos de los señoríos (mediante revueltas, fugas, cambios en las prácticas agrícolas, etc.). Estos siervos desplazados perdieron su acceso a los recursos señoriales y, por lo tanto, buscaron urgentemente medios de supervivencia encontrando y estableciéndose con otros forasteros feudales. Entre ellos se encontraban bandas de forajidos que vivían del saqueo: al estilo Robin Hood. Otros siervos, en cambio, se unieron a los mercaderes: un grupo, ni señor ni siervo, que se dedicaba al comercio. Los comerciantes intercambiaban bienes con señores y siervos, a menudo moviéndolos de donde eran relativamente abundantes y baratos a donde eran escasos y caros. Cuando los comerciantes necesitaban ayuda para asegurar o expandir su 40

comercio, comenzaron a entablar una relación nueva y diferente con los siervos desconectados de los señoríos feudales. Hicieron un trato: los comerciantes prestaron a los siervos desconectados los medios para su supervivencia a cambio de que los siervos proporcionaran su capacidad para trabajar para el comerciante según las instrucciones del comerciante. El empleador y el empleado llegaron a coexistir con el señor y el siervo. En ese trato llegó el Capitalismo, un sistema económico no feudal. Presentó una nueva relación de producción y distribución de bienes y servicios diferente a la feudal. En el sistema feudal, el siervo estaba ligado al señor de forma generacional. El vínculo, una intensa conexión personal del siervo y su familia con la tierra y su señor feudal y la familia del señor, era aún más fuerte porque los rituales de la Iglesia lo santificaban. Por el contrario, el empleador y el empleado eran personas «libres», sin vínculos personales ni religiosos. En cambio, entraron voluntariamente en una relación contractual que rige el intercambio entre ellos. Intercambiaron lo que era propiedad privada de cada uno: mercancías o dinero, propiedad del empleador (acumulado por el comerciante), y la capacidad de hacer trabajo (o fuerza de trabajo), propiedad del empleado. El empleador compraba fuerza de trabajo y la combinaba (en la producción) con otros insumos (herramientas, equipos, materias primas, etc.) que también eran propiedad del empleador. Durante la producción, el trabajo del trabajador agregaba valor al valor ya incorporado en los otros insumos que se utilizaron en la producción. Los resultados de la producción contenían un valor total igual a la suma del valor de los insumos utilizados y el valor agregado por los trabajadores. El empleador vendía los productos y así obtenía su valor a cambio. El dinero solía ser la medida y el medio de cambio. Con ese valor total disponible, el empleador normalmente reemplazaba los insumos agotados y pagaba al empleado lo que se había acordado contractualmente: el salario. Esto 41

generalmente dejaba al empleador con algún valor «extra» o «plusvalor». Eso se debía a que el valor agregado por el trabajador generalmente excedía el valor del salario pagado al trabajador. Ese exceso era la ganancia del empleador, a menudo llamada «utilidades». La ganancia era el incentivo de los patrones, su «resultado final» y, por lo tanto, la fuerza motriz del Capitalismo. El concepto de «capital» había definido durante mucho tiempo el uso del dinero para ganar más dinero (como lo hacían los prestamistas y los comerciantes). Debido a que el sistema de producción empleador/empleado también hizo exactamente eso, llegó a llamarse «Capitalismo». En la relación capitalista de producción empleador/empleado lo que el capitalista ofrecía era riqueza de propiedad privada (quizás heredada, robada, acumulada de la comercialización o préstamo de dinero, o ahorrada de los salarios). Pero el capitalista solo ofrecía esa riqueza con la condición de que al combinarla con la fuerza de trabajo en la producción generaría un plusvalor para sí mismo. En otras palabras, el vendedor de fuerza de trabajo necesitaba aceptar —a sabiendas o no— un pago (sueldo o salario) que tenía menos valor que lo que el trabajo del trabajador añadiría a los demás insumos utilizados durante el proceso de producción. Es este mecanismo central el que genera conflictos entre empleadores y empleados. Los empleadores tienden a pagar menos valor a los trabajadores para adquirir su fuerza de trabajo. Esto se debe a que cuanto menos se paga a los trabajadores, mayor es el excedente o exceso de valor agregado por el trabajador en la producción sobre el valor pagado por su fuerza de trabajo. Ese excedente es la meta del empleador y el medio de supervivencia competitiva. Por el contrario, los trabajadores quieren que se les pague más valor por su fuerza de trabajo, ya que eso es beneficioso para su nivel de vida y el de todos los demás que dependen de ellos. De esto surgen las luchas de clases

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entre empleadores y empleados. Han perseguido al Capitalismo en todas partes y a lo largo de su historia. Tarde o temprano, las luchas europeas entre señores y siervos crecieron y maduraron desde disputar solo sus respectivas obligaciones dentro del sistema feudal hasta cuestionar, desafiar y eventualmente derrocar al propio sistema feudal. En el camino, los siervos revolucionarios encontraron aliados entre los patrones y empleados que establecieron enclaves del Capitalismo dentro de la sociedad feudal más grande. Los siervos que buscaban abandonar los señoríos feudales encontraron refugio en los pueblos, aldeas y ciudades donde existían y eran aceptadas las relaciones económicas capitalistas. Estas últimas crecieron en consecuencia, al igual que la amenaza que representaban para los señores feudales, que a menudo aplastaron muchos experimentos capitalistas grandes y pequeños en esos pueblos y ciudades (por ejemplo, las guerras del emperador Federico I contra las ciudades-estado del norte de Italia en el siglo XII). Hubo siglos de ensayos y errores, innumerables esfuerzos para construir y sostener sistemas económicos capitalistas rodeados de señoríos feudales más o menos hostiles (por ejemplo, los recintos en Gran Bretaña). Lentamente, un Feudalismo reacio aceptó la coexistencia con un Capitalismo naciente. Finalmente, los patrones y empleados capitalistas se aliaron con siervos cada vez más antifeudales para hacer revoluciones contra los monarcas feudales absolutistas y así completar la transición del Feudalismo al Capitalismo. Un patrón paralelo caracteriza el crecimiento y la maduración de la lucha de clases en el Capitalismo. El Socialismo es la forma que tomó dicha maduración. El Socialismo representa la conciencia de los empleados de que sus sufrimientos y limitaciones no provienen de los capitalistas como tal, sino del sistema capitalista. Es ese sistema el que prescribe para ambas partes los incentivos y las opciones, las recompensas y los 43

castigos por sus «opciones» conductuales. Es ese sistema el que genera los interminables conflictos de clase y la lenta comprensión de los empleados de que el cambio de sistema, la transición del Capitalismo al Socialismo, es la solución. La mayoría de los empresarios entendieron durante mucho tiempo que los socialistas eran sus enemigos. Incluso cuando las ideas de los socialistas cambiaron, lo que querían para los empleados parecía casi siempre contrario a lo que los empleadores querían o sentían que podían tolerar. En los siglos XIX y XX, cuando los socialistas parecían querer una mayor intervención económica estatal, los empleadores temían sobre todo a dónde podría conducir eso en términos de restringir su libertad para beneficiarse del empleo de trabajadores. Solo durante las depresiones capitalistas (especialmente la que tuvo lugar durante la década de 1930) o cuando los movimientos políticos socialistas eran muy fuertes, los empleadores cedieron e hicieron algunas concesiones para mantener al sistema capitalista en su lugar. Frente al rápido ascenso del Socialismo en Alemania, Otto von Bismarck y sus sucesores emprendieron un Estado de bienestar y finalmente permitieron los sindicatos. En Estados Unidos, el ascenso del Socialismo también impulsó a Franklin Roosevelt a legalizar los sindicatos, comenzar programas de Seguridad Social, seguro de desempleo y empleos federales masivos, así como instituir un salario mínimo. En ambos casos, sin embargo, se mantuvo el sistema capitalista básico que enfrentaba a empleadores y empleados. Los movimientos, organizaciones, partidos políticos y portavoces socialistas fueron repetidamente silenciados, encarcelados y aplastados. La Unión Soviética después de 1917 y a la República Popular China después de 1949 se enfrentaron a la oposición internacional y el aislamiento. Los EEUU después de la Segunda Guerra Mundial y Alemania después de 1968 purgaron a muchos socialistas del Gobierno, la Academia y otras instituciones sociales. Estados Unidos bajo Trump ha estado tratando de 44

revivir un bloque anti-chino desde 2018. Durante al menos el último siglo, los esfuerzos socialistas para montar movimientos políticos, tomar el poder y desarrollar sistemas económicos socialistas han sufrido destrucción ideológica, política, económica y militar alrededor del mundo. Esto generalmente fue liderado por los EEUU en un esfuerzo por proteger al Capitalismo y la democracia y libertad que supuestamente genera. Durante más o menos el mismo período de tiempo la transición del Capitalismo al Socialismo fue vista, desde ambos lados, como la transición de un sistema de empresas y mercados privados a un sistema de empresas estatales y planificación centralizada. Con algunas excepciones importantes, ese movimiento tuvo su auge desde 1917 hasta 1989, mientras que el movimiento inverso parece dominar desde entonces. La implosión de la URSS parecía el punto de inflexión nodal. La mayoría de los socialistas celebraron la transición de las empresas privadas a las estatales y de los mercados a la planificación como componentes centrales de la construcción de una nueva sociedad socialista. Tenían la esperanza de que la propiedad social de los medios de producción por parte del Estado y la distribución planificada de recursos y productos por parte del Estado terminarían finalmente con las distribuciones desiguales de ingresos y riqueza típicas del Capitalismo. De manera similar, evitaría la inestabilidad capitalista al prevenir los ciclos económicos a través de la planificación gubernamental. Se eliminaría la irracionalidad del desempleo y los avances tecnológicos permitirían reemplazar cada vez más el trabajo por el ocio. La libertad entonces vendría a significar la libertad de la explotación porque el trabajo mismo se reduciría y porque los trabajadores estarían produciendo excedentes no para otros (es decir, la clase patronal/capitalista), sino más bien para sus propios representantes en un Estado obrero democrático. En contraste, los defensores del Capitalismo vieron las transiciones al Socialismo como retrocesos de las libertades y 45

niveles de vida logrados por el Capitalismo. Los trabajadores en el Socialismo, advirtieron, tendrían un solo empleador y, por lo tanto, carecerían de la libertad de dejar un empleador por otro, algo que existía en el Capitalismo privado. Más problemático aún, argumentaron, era el poder concentrado en el aparato estatal (especialmente cuando un solo partido político controlaba ese aparato). El Estado sería el propietario y operador de los lugares de trabajo, el planificador que distribuyese los recursos entre ellos y el distribuidor de productos entre todos los demandantes. Tal poder económico concentrado dentro del Estado en las sociedades socialistas podría volverlo una dictadura, extinguiendo así las libertades civiles y los derechos individuales. Los críticos del Socialismo en este sentido caracterizaron a los poderes estatales dentro de la URSS, la República Popular China, Vietnam, Cuba, etc., como dictaduras. El «gran debate» del siglo XX entre Capitalismo y Socialismo se distinguió por las empresas y mercados privados del primero frente a las empresas públicas y la planificación centralizada del segundo. Cuando los gobiernos gravaban y regulaban las empresas capitalistas privadas (pero no las poseían ni las operaban) y regulaban los mercados (pero no los reemplazaban con la planificación), se denominaron «socialistas». En contraste, «comunista» designaba ese tipo de Socialismo en el que prevalecían las empresas de propiedad y operación estatales y los mercados desaparecían o eran controlados por autoridades de planificación central. Por lo tanto, «socialista» llegó a usarse para muchos países de Escandinavia, otras partes de Europa occidental y Asia. «Comunista» describió a países como la URSS y sus aliados de Europa del Este, la República Popular China, Vietnam, Cuba, etc. Estos usos no fueron aceptados universalmente, pero estaban más extendidos que los usos alternativos. Hasta cierto punto, ese gran debate terminó en 1989 con la implosión de la URSS y sus aliados de Europa del Este, junto con 46

importantes cambios económicos en muchas de las otras economías comunistas. Una especie de triunfalismo capitalista promovió la idea de que el Capitalismo había ganado y el Socialismo había perdido. Para muchos de los apologetas del Capitalismo, «ninguna alternativa» lo podría superar. Se había establecido una especie de «fin de la historia» en lo que se refería a los sistemas económicos. Sin embargo, la gran crisis de 2008 (la segunda peor del Capitalismo después de la Gran Depresión de la década de 1930) demostró que el triunfalismo capitalista estaba equivocado. Las críticas al Capitalismo se reanudaron junto con las luchas de clases, ahora intensificadas. También, después de 1989 muchos socialistas sintieron la necesidad de explicar qué había causado la implosión de los esfuerzos del siglo XX para construir economías socialistas en Europa del Este. Las explicaciones surgieron y, a veces, se extendieron a preguntar si las nociones mismas del Socialismo necesitaban ser reexaminadas. ¿Podría haber cambios en los objetivos y estrategias del Socialismo en el siglo XXI basados en las lecciones aprendidas de sus experimentos y esfuerzos durante el siglo XX? Surgió un debate entre los socialistas que continúa hasta el presente. En términos generales, un lado se aferra a las convenciones del siglo XX: que el Socialismo implica la socialización de los medios de producción más la planificación central, o un gobierno democrático que regula al Capitalismo privado y los mercados para fines sociales. El otro lado critica ambas convenciones, alegando que pueden no ser necesarias y definitivamente no son suficientes. Con o sin propiedad socializada y planificación o regulación gubernamental, el Socialismo del siglo XXI se enfoca y prioriza otra cosa, a saber, la transformación de los lugares de trabajo de las estructuras internas jerárquicas del Capitalismo a cooperativas de trabajadores totalmente democráticas. El enfoque del debate entre Capitalismo y Socialismo está siendo desafiado por los cambios dentro del Socialismo. El papel 47

del Estado ya no es el tema central en disputa. Quiénes son los empleadores (ciudadanos privados o funcionarios estatales) no es importante, sino el tipo de relación que existe entre empleadores y empleados en el lugar de trabajo. ¿Son diferentes grupos de personas de tal manera que uno contrata/despide al otro, uno produce un excedente y el otro se lo apropia, uno toma todas las decisiones clave y el otro las acepta sin participar en ellas o se va a buscar empleo en otro lugar de trabajo con una organización similar? ¿O son lugares de trabajo cooperativos, donde el colectivo de todos los trabajadores toma las decisiones clave democráticamente: qué, cómo y dónde producir; cómo usar las ganancias; y qué sueldos/salarios pagar a cada trabajador individual/miembro colectivo? El Socialismo está cambiando de tal manera que uno de sus objetivos prioritarios es la transición de los lugares de trabajo de las jerarquías capitalistas a las cooperativas democráticas. Este objetivo prioritario debe considerarse y enfatizarse junto con los objetivos prioritarios socialistas convencionales. Es decir, el Socialismo se está convirtiendo en el movimiento para construir una nueva sociedad con nuevas instituciones macroeconómicas y microeconómicas igualmente importantes. En tal sociedad, las nuevas instituciones macroeconómicas probablemente habrán pasado de ser privadas a una combinación de propiedad privada regulada y estatal, y probablemente de una distribución de mercado relativamente «libre» a una combinación de intercambios de mercado regulados y de planificación (centralizada o descentralizada). Sus nuevas instituciones microeconómicas habrán pasado de instituciones capitalistas y jerárquicas a cooperativas democráticas de trabajadores. El Socialismo significará y requerirá la defensa del cambio social hacia una sociedad en la que estas transiciones macro y micro estén en marcha y se hayan logrado significativamente, y la construcción de aquel cambio.

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En una cierta etapa de su desarrollo, las luchas de clases feudales entre señores y siervos se convirtieron en algo más que los aspectos específicos de su relación (cuantía de las cuotas feudales, rentas, obligaciones de trabajo forzoso, etc.). Comenzaron a centrarse en la relación de clase feudal en su conjunto y comenzaron a conceptualizar relaciones de producción alternativas y, en consecuencia, diferentes sociedades construidas sobre ellas. A medida que los siervos en lucha crecían en conciencia y confianza en sí mismos, también ganaban cierto espacio y aceptación para que el sistema capitalista alternativo coexistiera dentro del Feudalismo. Eventualmente ocurrió la transición, a menudo marcada por revoluciones como las que ocurrieron en Inglaterra, Estados Unidos y Francia en los siglos XVII y XVIII. Desde el Socialismo del siglo XXI, que discutimos anteriormente6, se espera una transición similar. Dentro del Capitalismo, los conflictos empleador/empleado se están reanudando después de su declive en la segunda mitad del siglo XX. Están madurando con rapidez, pasando de las especificidades del Capitalismo a preocupaciones sistémicas con alternativas socialistas. La formación y el interés por las cooperativas de trabajadores están creciendo rápidamente, al igual que la confianza de los socialistas. Esto es notable por dos razones principales. En primer lugar, los dos grandes experimentos postcapitalistas que tuvieron lugar en el siglo XX (Rusia y China) han arrojado una rica cosecha de lecciones, precedentes sobre los que construir y trágicos errores que es necesario evitar. Retomar el esfuerzo de una transición al Socialismo implica prestar mucha atención a tales lecciones. En segundo lugar, aquellos experimentos contribuyeron a dos grandes purgas reaccionarias que arremetieron contra el No confundir con el «Socialismo del siglo XXI» de inspiración chavistabolivariana que tuvo lugar durante el ciclo progresista en América del Sur. (N. del Ed.) 6

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Socialismo en el siglo XX: el Fascismo antes de la Segunda Guerra Mundial y el anticomunismo después. El legado de aquellas purgas continúa impactando al Socialismo hasta el día de hoy, creando tanto obstáculos como oportunidades para la transición al Socialismo en los próximos años. En cualquier caso, dicha transición vuelve a estar al frente y al centro de la agenda histórica.

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CAPÍTULO IV Rusia y China: Enormes experimentos en la construcción del Socialismo El Socialismo dio un gran paso cuando los socialistas lograron, por primera vez, lo que tantos socialistas habían deseado durante mucho tiempo. En 1917, los socialistas en Rusia surgieron con potencia del caos de la derrota del zar en la Primera Guerra Mundial con una combinación efectiva de teoría, estrategias y tácticas revolucionarias. Un pequeño partido político bien organizado les permitió «apoderarse del Estado». Desde esa posición se comprometieron a construir lo que entendieron como el primer gobierno y sociedad socialista del mundo, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). A partir de un conjunto de sueños utópicos de un mundo mejor que el proporcionado por el Capitalismo temprano, el Socialismo había crecido con (y debido a) el Capitalismo para convertirse en su crítico sistémico. A lo largo del camino, la crítica socialista desarrolló expresiones tanto teóricas como prácticas: los cartistas británicos, las ideas de Proudhon, la obra de Marx, las revoluciones de 1848, el Partido Socialista Alemán. Una oleada de personas, sus organizaciones y actividades convirtieron al Socialismo del siglo XIX en un formidable movimiento internacional de crítica social y oposición al Capitalismo. Luego, durante la Revolución Rusa de 1917 y después, el Socialismo agregó algo nuevo y diferente. «Socialismo» comenzó no solo a significar la crítica sistemática y más desarrollada del Capitalismo, sino también a referirse a la construcción, operación y gobierno de un sistema económico y una sociedad postcapitalista. Algo que apenas comenzó y duró solo unas

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semanas en la Comuna de París de 1871 fue repensado y remodelado en Rusia en 1917. Duró más de 70 años. Al emprender el experimento de construir una alternativa socialista al Capitalismo, el Socialismo se transformó profundamente. Por ejemplo, con el inicio del experimento, el Socialismo se dividió en Comunismo y Socialismo como consecuencia de profundos desacuerdos. Desde 1917, socialistas y comunistas ofrecieron críticas diferentes pero superpuestas al Capitalismo. También diferían en sus evaluaciones de las nuevas economías socialistas construidas primero en la URSS y más tarde también fuera de ella. Desde el principio, la supervivencia y el crecimiento de la nueva URSS provocaron oposición y ansiedad en los enemigos del Socialismo, tanto dentro de Rusia como internacionalmente. Los rusos «blancos», promonárquicos y ultranacionalistas, se aliaron con gobiernos extranjeros, lo que resultó en una guerra civil y una invasión de tropas extranjeras (británicas, francesas, japonesas y estadounidenses) con el objetivo de destruir el experimento. La innovación y la hostilidad dieron forma a gran parte de las primeras décadas de la URSS. Después, en 1949, los socialistas en China emprendieron un experimento similar. La revolución los llevó de una fuerza de oposición contra el Capitalismo chino a un Gobierno revolucionario decidido a construir un nuevo sistema económico postcapitalista: la República Popular China (RPCh). De alguna manera, los socialistas chinos replicaron en China el experimento soviético. Por ejemplo, como en la URSS, el Socialismo chino operó con el liderazgo de un partido comunista y se centró en la propiedad estatal de los medios de producción industrial y la planificación central estatal. Sin embargo, en otros sentidos, el desarrollo de China como economía y sociedad socialista tomó direcciones diferentes. Por ejemplo, desde la década de 1980, China ha permitido cada vez más que grandes empresas capitalistas privadas, nacionales y extranjeras operen 52

dentro de la RPCh y ha dependido de las exportaciones y del mercado mundial. Juntas, la URSS y la RPCh han representado los experimentos nacionales más importantes en la construcción de un sistema económico y una sociedad socialista. Como los países más grandes por geografía (URSS) y por población (RPCh), ejemplificaron cuán lejos había llegado el Socialismo en el lapso históricamente corto de menos de dos siglos. Juntos, mostraron cómo la expansión global del Capitalismo más allá de Europa había sido igualada por la del Socialismo. Los resultados de estos dos experimentos tuvieron y continúan teniendo impactos inmensos en el Socialismo y el Capitalismo en la actualidad. En este libro, nuestro enfoque de la URSS y China se centra en sus relaciones con un Socialismo en evolución. Buscamos evitar las denuncias y lamentos de la Guerra Fría que tan a menudo distorsionaron los debates sobre estos temas, ya que cada lado satanizó al otro y se exaltó a sí mismo. Gran parte de la literatura desde 1945, e incluso después de la implosión de los socialismos de Europa del Este en 1989, regurgita los mismos temas. Por supuesto, el partidismo de cada escritor influye en lo que se escribe. Nuestra perspectiva ya debería estar clara. Nuestro objetivo es ofrecer una evaluación matizada y no dogmática de los dos mayores experimentos hasta la fecha en la construcción de economías socialistas.

La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) En el siglo anterior a 1917, Rusia era una sociedad mayoritariamente feudal que experimentaba una dolorosa transición al Capitalismo. En ese proceso, el Feudalismo no fue abolido oficialmente hasta 1863, y el Capitalismo que surgió estaba caracterizado por la preponderancia de empresas extranjeras. Cuando Rusia entró en la Primera Guerra Mundial en 53

1914, todavía era una economía en transición con importantes rezagos feudales, un sector capitalista en rápido crecimiento y muchas tensiones entre terratenientes, capitalistas, exsiervos campesinos y una clase obrera urbana. Las desigualdades extremas entre ellos y la pobreza generalizada ya habían estallado antes en 1904, cuando se perdió una guerra con Japón y una revolución convulsionó gran parte de Rusia. Por lo tanto, la derrota de Rusia en la Primera Guerra Mundial finalmente socavó al gobierno zarista autocrático en un momento en que el Capitalismo emergente era todavía relativamente nuevo, primitivo, pequeño y vulnerable a los capitalistas competidores de países europeos mucho más fuertes. Las condiciones de guerra, desigualdad extrema y pobreza, junto con la censura y la represión zaristas que luchaban contra los vientos de la democracia parlamentaria y el Socialismo de Occidente, se combinaron para producir una explosión revolucionaria en 1917. El régimen zarista se derrumbó y los capitalistas rusos eran demasiado débiles políticamente como para formar un gobierno de reemplazo duradero. La facción del partido socialista (bolcheviques) que dirigió la revolución había aprendido lecciones de la revuelta de 1905 (principalmente, la necesidad de construir una alianza entre un partido revolucionario y el campesinado). También había establecido una presencia significativa en la pequeña clase obrera industrial rusa. Su mensaje anticapitalista reunió la fuerza política necesaria para emprender la revolución de 1917 y establecer la URSS como una nueva sociedad con un nuevo gobierno socialista. Para algunos, la supervivencia y el crecimiento de la nueva sociedad soviética fue una especie de validación de los movimientos socialistas en todas partes. Se vio que los socialistas podían derrocar a un gobierno hostil. Los socialistas podrían capturar el poder estatal y hacerlo servir en la transición del Capitalismo al Socialismo. Otros fueron más allá: vieron a la 54

URSS como el embrión de un futuro socialista global. Era un embrión que había que nutrir y apoyar como prioridad para los socialistas de todo el mundo. A otros les preocupaba que el Socialismo soviético entrara en conflicto con los valores y compromisos de otros socialistas. La facción bolchevique victoriosa había luchado durante mucho tiempo con facciones opositoras dentro del Socialismo ruso. El hito que representó la revolución soviética agudizó diferencias que habían ido madurando al interior del Socialismo decimonónico. Entre estas diferencias se encontraban las profundas divisiones sobre cómo utilizar el poder estatal, una vez capturado, para lograr la transición al Socialismo. Un lado abogó por una política parlamentaria pacífica, mientras que el otro abogó por avances revolucionarios. También hubo diferencias referentes a las libertades civiles y la tolerancia a la disidencia en agrupaciones dirigidas por socialistas, la gobernanza democrática de los lugares de trabajo y las comunidades residenciales y el compromiso con el internacionalismo. Los aspectos clave de la nueva URSS se convirtieron en focos de desacuerdo. ¿Fue el concepto de «dictadura del proletariado» una abreviatura para definir las prioridades de clase de un gobierno, o una descripción de cómo los gobernantes socialistas tratarían a los gobernados? ¿Era el Socialismo necesariamente un movimiento y una sociedad transnacional, o podría haber «Socialismo en un solo país»? ¿Los anarquistas eran aliados o enemigos del Socialismo? Estos y otros desacuerdos entre los socialistas de todo el mundo que reaccionaron ante la URSS produjeron la profunda división mencionada anteriormente. Los que se quedaron con la idea de que la URSS representaba el futuro del Socialismo y merecían el apoyo de todos los socialistas del mundo rompieron con el Socialismo global y adoptaron el nombre de «comunistas». Los que eran más o menos críticos con el tipo de Socialismo que se estaba construyendo en la URSS siguieron denominándose 55

«socialistas». A principios de la década de 1920, muchos partidos políticos socialistas existentes se dividieron. A partir de entonces, el movimiento socialista estuvo compuesto por partidos políticos socialistas y comunistas. La división provocó divisiones paralelas entre aquellos que se identificaban con el Socialismo, pero que no formaban parte de ningún partido. En la primera década después de la revolución de 1917, la URSS tuvo que enfrentarse al hecho de que, como único país con un gobierno comprometido con el Socialismo, estaba solo en el mundo. Los esfuerzos revolucionarios en otras partes de Europa (Hungría, Baviera, etc.) no habían tenido éxito. Esfuerzos y sacrificios extraordinarios permitieron que los bolcheviques ganaran la guerra civil y que el recién formado Partido Comunista de la Unión Soviética conservara el liderazgo. Los primeros líderes soviéticos bajo Lenin tuvieron que lidiar con múltiples crisis desde el principio: aislamiento casi total dentro de un mundo capitalista hostil, pobreza extrema, necesidades urgentes para recuperarse de la guerra y divisiones complicadas entre comunistas y socialistas dentro y fuera de la URSS. El mismo Lenin admitió que el Socialismo era una meta, no una realidad que ya se había alcanzado. Un partido socialista había tomado el poder político, pero aún no había usado ese poder para transformar el Capitalismo en Socialismo. Como dijo Lenin, habían logrado consolidar un «Capitalismo de Estado». Es decir, un partido socialista tenía poder estatal, y el Estado se había convertido en el único capitalista industrial desplazando a los antiguos capitalistas privados. Pero la sociedad soviética seguía siendo capitalista: seguía existiendo la relación de producción empleador/empleado. Deseaba y trabajaba para lograr que ese Capitalismo de Estado diese paso al Socialismo. Pero cuando Lenin murió en 1924, el nuevo liderazgo que surgió (y permaneció hasta la década de 1950) giró en torno a 56

Stalin. El período stalinista fue un período de crisis casi constantes. Las hostilidades extranjeras fueron un problema desde el principio. El colapso del Capitalismo de 1929 provocó un movimiento político de derecha en ascenso (por ejemplo, el nazismo y otros fascismos) que arremetió contra el bolchevismo. Internamente, la distribución revolucionaria inicial de la tierra a los campesinos había producido un campesinado —la mayoría dentro de la URSS— con metas y objetivos muy diferentes a los del Gobierno. El Estado de Stalin determinó que la máxima prioridad soviética era lograr una rápida industrialización para: (1) defender al Socialismo de la URSS contra las economías industrializadas hostiles que lo amenazaban desde el exterior; (2) cumplir la promesa política de modernizar rápidamente la sociedad soviética en su conjunto; y (3) recuperarse de los daños de la Primera Guerra Mundial, la revolución, la guerra civil y las invasiones extranjeras (1914 a 1922). «Stalinismo» llegó a ser el nombre que se dio a la determinación dura, a veces violenta, del Gobierno soviético de lograr estos objetivos contra cualquier oposición, real y a menudo imaginaria. Esto implicó restringir el consumo para destinar la mayor cantidad de recursos posibles a la industrialización. El Stalinismo también restringió las libertades civiles, de expresión artística debates teóricos sobre las diversas interpretaciones del Socialismo, y muchos experimentos soviéticos tempranos en política, cultura y economía donde los revolucionarios buscaron institucionalizar al Socialismo. Por ejemplo, los experimentos soviéticos iniciales para liberar a las mujeres de la subordinación y los trabajos penosos de los hogares patriarcales heredados del pasado feudal y capitalista fueron abandonados por ser «demasiado disruptivos a nivel social», de la misma manera que los soviéticos renunciaron a los primeros esfuerzos por democratizar los lugares de trabajo. En medio de las presiones del Stalinismo, cuestionar la estrategia soviética se convirtió en un tabú. Hasta la actualidad los logros del Stalinismo en la 57

preparación preliminar y la posterior derrota de Hitler, en la rápida industrialización, etc., han sido deslegitimados frente a los costos del Stalinismo en lo que respecta a represión política, uniformidad cultural, abandono de la agricultura, etc. El desarrollo de la URSS, dirigido por su Partido Comunista, agudizó ciertas diferencias entre los socialistas —a menudo expresadas por desacuerdos entre socialistas y comunistas— desde la década de 1920. Muchos socialistas fuera de la URSS buscaron una transición más allá del Capitalismo por medio de la política parlamentaria. Sus partidos socialistas abrazaron el cambio pacífico, que se lograría ganando las elecciones. Una vez que el partido socialista hubiera ganado el aparato estatal, éste procedería a trasladar la propiedad de los medios de producción del sector privado al Estado. Sin embargo, este sería un proceso largo y lento durante el cual las empresas capitalistas privadas coexistirían con un sector estatal en lenta expansión. Al mismo tiempo, el Estado socialista regularía o reemplazaría el intercambio de mercado con su propia distribución centralmente planificada de recursos y productos. Eso también sería un proceso largo y lento. Otros socialistas formaron partidos socialistas que promovieron un camino de transición más corto y rápido. Formularon programas de rápida nacionalización de la industria, una regulación más profunda del mercado y una planificación más sistémica. Previeron la necesidad de una rápida redistribución de la riqueza y los ingresos para solidificar su base política, así como una rápida transición. En general, querían una implementación más amplia y rápida de las siguientes medidas: aumento de los salarios mínimos; tributación progresiva de la propiedad y la renta; y asistencia sanitaria, vivienda, educación y transporte nacionales subvencionados. En contraste, los comunistas y los partidos comunistas que organizaban defendían un Socialismo que insistía en la propiedad estatal más o menos inmediata y la operación de la 58

mayoría o al menos «los altos mandos» de la industria y, a menudo, también de partes de la agricultura. La URSS, por ejemplo, a pesar de mantener la palabra «socialista» en el nombre del país, siguió el modelo comunista y nacionalizó la mayor parte de las industrias y después de 1930 una parte importante de la agricultura («granjas estatales»). Después de la Segunda Guerra Mundial el modelo comunista basado en la experiencia soviética tendió a ser seguido por muchos nuevos gobiernos socialistas en Asia (China y Vietnam), Europa (los aliados de Europa del Este de la URSS) y América Latina (Cuba). Los partidos políticos comunistas de todo el mundo, vagamente conectados en «internacionales comunistas», exaltaron el modelo soviético y criticaron la alternativa socialista. Los socialistas, en cambio, hacían lo opuesto. A pesar de la división socialista/comunista, muchos en ambos lados respaldaron la vieja idea de que el Socialismo era la primera etapa de la transición más allá del Capitalismo, mientras que el Comunismo era una etapa posterior. Algunos sostuvieron que el Socialismo era una etapa intermedia: ya no era capitalista pero aún no era comunista. A menudo se utilizó una observación de Marx para puntualizar la diferencia: en el Socialismo, la regla que rige el trabajo y la distribución del ingreso es «de cada uno según su capacidad y a cada uno según su trabajo». En el Comunismo sería «de cada uno según su capacidad y a cada uno según su necesidad». Tal perspectiva ayudó a explicar por qué las economías de tipo soviético a menudo dirigidas por partidos comunistas llamaron a sus economías «socialistas» (como lo hicieron consistentemente tanto la URSS como la RPCh). Del mismo modo, donde los socialistas gobernaron economías que conservaron un sistema capitalista mayoritariamente privado que experimentaba una transición lenta y desigual (por ejemplo, muchos países de Europa occidental), sus partidos socialistas también se refirieron a sus propias economías como «socialistas». 59

La verdadera historia económica de la URSS ha sido mucho más compleja de lo que uno podría suponer a partir del paradigma anticomunista que domina la literatura desde la Guerra Fría. Por ejemplo, y contrariamente a la idea de que los comunistas siempre rechazan la propiedad privada, uno de los primeros actos del nuevo gobierno soviético formado en 1917 fue dividir y dar propiedades a la masa de campesinos sin tierra. En ese momento la tierra era el «medio de producción» más importante de la economía. Incluso después de la colectivización de la agricultura que tuvo lugar alrededor de 1930 (cuando las granjas estatales se incrementaron considerablemente), las «granjas colectivas» seguían siendo de propiedad privada, no estatal. Además, Stalin tuvo que permitir la propiedad privada efectiva en las «parcelas individuales» de los campesinos. La noción de que la URSS prohibió toda propiedad privada es falsa. Asimismo, la noción de que la URSS eliminó los mercados para implementar una planificación centralizada es falsa. Lo que sucedió fue que se permitieron y alentaron transacciones de mercado generalizadas dentro del marco más amplio de un plan económico central. Algunos intercambios de mercado ocurrieron a precios establecidos administrativamente por planificadores, mientras que otros fueron negociados libremente entre compradores y vendedores. A lo largo de la historia soviética, las políticas iban y venían dando más o menos libertad a los intercambios de mercado en relación con los planes centrales. El rechazar las caricaturizaciones de la Guerra Fría no responde a la pregunta de cómo caracterizar al verdadero sistema económico de la URSS. ¿Fue genuinamente postcapitalista y, de ser así, socialista? Si no era socialista, ¿qué era? Dado el papel que desempeñó la URSS en el gran debate del siglo XX entre el Capitalismo y el Socialismo, determinar qué fue realmente la URSS conlleva también el tomar una posición en ese debate. A raíz de la revolución de 1917, el nuevo gobierno soviético tomó medidas extraídas del pensamiento y las plataformas del 60

socialismo europeo del siglo XIX. Nacionalizó la industria (pero no la agricultura). Cerró la bolsa de valores. Estableció una institución de planificación económica del gobierno central encargada de organizar la distribución de recursos entre los lugares de trabajo, y productos entre los lugares de trabajo y los consumidores que los necesitaban. Estableció regulaciones y metas que impulsaron a la economía a (1) recuperarse de la devastación que tuvo lugar entre 1914 y 1922, (2) aumentar la capacidad industrial para superar el subdesarrollo económico y las vulnerabilidades militares, y (3) proporcionar niveles de vida más elevados para la población. El sistema soviético priorizó la industrialización y el desarrollo en lugar de beneficiar a la maximización de las utilidades de los capitalistas y el consumo elitista el 1% más rico de Rusia. Tuvo muchísimo mayor éxito en la realización de los objetivos (1) y (2), no tanto así para el objetivo (3). Pero, ¿las industrias de la URSS eran socialistas o capitalistas? Si el criterio para responder a esta pregunta es si

eran propiedad y estaban operados por ciudadanos privados o funcionarios estatales, entonces eran socialistas, porque el Estado soviético las poseía y las operaba. Supongamos, en cambio, que el criterio es si las relaciones de producción eran jerárquicas y dicotómicas, similares a las existentes en el Capitalismo privado: una minoría de empleadores contrataba a una mayoría de empleados. Entonces, el sistema industrial soviético tendría que considerarse capitalista ya que una minoría de personas —funcionarios estatales soviéticos— funcionaba como empleadores de una mayoría de empleados. Sería Capitalismo de Estado porque los empleadores eran funcionarios estatales y, por lo tanto, diferente del Capitalismo privado, donde los empleadores NO son funcionarios estatales. No hay duda de que la industria soviética era predominantemente jerárquica y dicotómica. En los lugares de trabajo industriales soviéticos los líderes del Estado y el Partido 61

Comunista colocaban a un funcionario estatal en el puesto de empleador. En el Capitalismo privado, el puesto de empleador lo ocupan las personas que poseen y organizan el lugar de trabajo o las juntas directivas de las empresas elegidas por los accionistas. La revolución soviética había cambiado quién era el empleador, sin embargo, no había eliminado la relación de producción empleador/empleado. En lugar del Capitalismo privado, la revolución soviética había establecido un Capitalismo de Estado. La noción de que el Capitalismo se presenta en formas estatales y privadas no debería ser algo novedoso. Históricamente, los sistemas económicos esclavistas y feudales antes del Capitalismo moderno también exhibieron formas tanto privadas como estatales. Junto o en lugar de los amos privados que poseían esclavos, los estados y los funcionarios estatales también poseían esclavos. Los señores feudales locales en toda la Europa medieval tenían siervos, pero también los señores que operaban como funcionarios estatales, por ejemplo, los reyes. Los historiadores no encuentran la presencia de formas estatales de esclavitud o feudalismo junto a (o en lugar de) sus formas privadas como signos de que esas sociedades ya no merecían ser categorizadas como esclavistas o feudales, sino todo lo contrario. El Capitalismo también muestra formas tanto privadas como estatales en proporciones variables. La URSS construyó una economía donde predominó el Capitalismo de Estado. Dadas las circunstancias en que tuvo inicio —pobreza y subdesarrollo económico, guerra y destrucción económica de la posguerra, aislamiento global y hostilidad—, el Capitalismo de Estado era para Lenin y sus colaboradores el mayor avance posible hacia el Socialismo. Los socialistas habían logrado un gobierno revolucionario y tomado el control de la industria de una nación importante. Estaban en una buena posición para hacer una mayor transición, pasando del Capitalismo de Estado al Socialismo. 62

Durante la década de 1920, la URSS logró recuperarse económicamente de los desastres del período 1914-1922. También permitió y apoyó empresas privadas, especialmente aquellas dedicadas al comercio y a la agricultura, bajo lo que Lenin denominó Nueva Política Económica (NEP). A finales de la década de 1920, esas empresas privadas habían crecido. Algunos siguieron siendo trabajadores por cuenta propia, mientras que otros se convirtieron en pequeños capitalistas (una estructura empleador/empleado). Sin embargo, cuando Stalin subió al poder, los intereses privados y la noción stalinista de una transición del Capitalismo al Socialismo chocaron. El gobierno soviético luego suprimió gran parte de lo que había producido la NEP de Lenin. Colectivizó la agricultura, presionando a los campesinos que habían adquirido su propia tierra en la revolución de 1917 a transformar sus propiedades en granjas colectivas privadas y granjas estatales recién organizadas. Una enorme porción de aquellos campesinos, especialmente aquellos que se habían enriquecido y estaban en capacidad de contratar a otros que habían perdido sus tierras, se opusieron a la colectivización porque violentaba su propiedad privada. El gobierno de Stalin respondió con dureza y se produjo violencia cuando se completó la colectivización. En las granjas colectivas, los agricultores a veces funcionaban como pequeños trabajadores por cuenta propia y a veces como pequeñas, medianas o incluso grandes cooperativas. Las estructuras de estas cooperativas agrícolas a veces estuvieron muy cerca de que los trabajadores se convirtieran en propietarios y operadores colectivos de sus granjas. Las granjas colectivas a menudo reproducían la estructura de empleador/empleado del Capitalismo, con la diferencia de que los empleados tenían cierta influencia (variante) sobre los empleadores. En contraste, las granjas estatales soviéticas adoptaron la misma estructura empleador/empleado que se había establecido en la industria: el Capitalismo de Estado. Durante muchos años coexistieron en la URSS granjas privadas colectivas y estatales. 63

Sin embargo, el apego de los agricultores soviéticos a «su propio pedazo de tierra» era tan fuerte que esos pedazos se reservaban para ellos en granjas colectivas y estatales. Estos eran, en efecto, propiedad privada de agricultores individuales (y sus familias) que podían trabajarlos, vender los productos en los mercados locales y retener los ingresos resultantes. Debido a lo anterior, la estructura de clases soviética era, evidentemente, bastante complicada. El Capitalismo de Estado en la industria y la agricultura coexistía con el Cuentapropismo privado y los sistemas colectivos/cooperativos en gran parte del sector agrícola. Además, una economía clandestina (legal e ilegal) estuvo compuesta por trabajadores cuentapropistas, pequeños capitalistas y pequeñas cooperativas de trabajadores. Para regular esta economía fue necesaria la presencia de un Estado fuerte que estuvo compuesto por un aparato de planificación centralizada y los aparatos intrusivos del Partido Comunista. Como una herramienta para incrementar rápidamente el desarrollo económico con énfasis en la industria, el Capitalismo de Estado soviético tuvo un éxito notable. El crecimiento de la URSS la llevó de ser una de las regiones más pobres de Europa, devastada por la guerra en 1917, a ser la segunda superpotencia del mundo en la década de 1960. Además, ese logro se produjo a pesar de la devastación que experimentó URSS debido a las guerras mundiales, la revolución, la guerra civil, las invasiones extranjeras y una violenta colectivización agrícola. El costo de tal crecimiento se materializó en una agricultura subdesarrollada, un incremento lento de los salarios reales, muchas necesidades insatisfechas por parte de los consumidores y continuas restricciones a las libertades civiles, políticas, etc. durante los casi 30 años de liderazgo dictatorial de Stalin. Los precios pagados por tal crecimiento incluyeron una agricultura subdesarrollada; ganancias limitadas de salarios reales; muchas necesidades de los consumidores no satisfechas; y continuas restricciones a las libertades civiles, libertades 64

políticas, etc., bajo los casi 30 años de liderazgo dictatorial de Stalin. La generación y reinversión de enormes excedentes posibilitó la industrialización soviética. Algunos de esos excedentes fueron producto del sector industrial. Algunos procedían de mantener bajos los salarios mientras se impulsaba continuamente la productividad de los trabajadores. Y algunos provinieron de intercambios desiguales entre la industria y la agricultura por medio de planificadores que mantuvieron bajos los precios fijados de los productos básicos agrícolas (principalmente granos) en relación con los productos industriales que compraban los agricultores (tractores, implementos, fertilizantes, etc.). Estas decisiones de planificación y gestión industrial dieron forma a los costos incurridos para lograr el crecimiento industrial. La esperanza de Lenin de que un gobierno socialista complementado por un Capitalismo de Estado permitiría y sería suficiente para una mayor transición del Capitalismo de Estado al Socialismo no fue tan acertada. Una década después de la revolución, estaba claro que había que hacer mucho más para elevar la industria soviética hasta el punto en que una economía adecuada pudiese sustentar un ejército adecuado para que ambos pudieran sobrevivir rodeados por un mundo capitalista hostil. Con ese fin, los trabajadores soviéticos tendrían que seguir trabajando con salarios reales bajos, y la agricultura seguiría siendo exprimida, ambos para financiar una mayor industrialización. El tiempo corría, y presionaba al desarrollo soviético a seguir su rumbo. En esa situación, Stalin y sus asesores tomaron una decisión fatídica que desde entonces ha dado forma a la historia global del Socialismo. Rompiendo decisivamente con Lenin, Stalin declaró haber alcanzado el Socialismo en la URSS. No se tolerarían más referencias al Capitalismo de Estado. El Socialismo ya no era la meta de un período de transición que, a 65

su vez, daría paso a una transición al Comunismo. En cambio, el Socialismo era el aquí y el ahora. El Socialismo era la URSS y viceversa. El Comunismo fue efectivamente desterrado a un futuro tan distante que pasó a ser irrelevante. Así se hizo más fácil para los críticos y enemigos del Socialismo el arremeter contra éste. Se podría citar a Stalin para equiparar el Socialismo con los problemas actuales de la URSS: salarios reales estancados, agricultura explotada, falta de libertades civiles y políticas. Antes, esas lamentables condiciones habían caracterizado un período de transición antes de alcanzar el Socialismo. Pero después de la decisión de Stalin de «declarar» que se había logrado el Socialismo, tales condiciones se convirtieron en definiciones de Socialismo. Los críticos antisocialistas adquirieron la costumbre de repetir tal reduccionismo ad nauseam. La estrategia de los enemigos del Socialismo se volvió, entonces, simple y obvia: primero usar amenazas militares, sanciones económicas, intervenciones encubiertas y aislamiento político para empeorar las condiciones de una nación dirigida por socialistas, y luego identificar las condiciones de dicho país con el Socialismo. Después de 1945, la Guerra Fría, con su carrera armamentística y enfrentamientos globales, afectó enormemente a la URSS. Antes de eso, la URSS podría haber destinado parte de su excedente para invertir en proporcionar un mayor consumo a sus trabajadores a través de salarios reales más altos, y para financiar un mejor consumo colectivo subsidiado. La alianza en tiempos de guerra con los EEUU, el Reino Unido y Francia contra la Alemania nazi probablemente alentó tales esperanzas. Pero después de la alianza llegó la Guerra Fría y, en cambio, los líderes soviéticos invirtieron aún más en armamentos muy caros (incluyendo el nuclear), en costosas campañas militares (Afganistán) y proyectos de apoyo exterior (Cuba).

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Después de 1945, los medios de comunicación occidentales, principalmente los estadounidenses (especialmente la televisión y el cine), se extendieron y ampliaron su alcance en la URSS. Después de la década de 1960, su alcance aumentó aún más y trajo consigo abundante evidencia de niveles de consumo mucho mayores en Occidente que en la URSS, y también más altos de lo que los medios de comunicación soviéticos habían hecho esperar a los ciudadanos soviéticos sobre el consumo occidental. La alimentación, vestimenta, vivienda, transporte y mueblería parecían estar al alcance de los trabajadores occidentales, lo cual estimuló aquella demanda reprimida en la URSS. Eso, más las tensiones entre EEUU y la URSS que luego se redujeron, estimuló la demanda reprimida de los trabajadores y ciudadanos soviéticos, los cuales exigieron más bienes de consumo, y libertades civiles. Sin embargo, las presiones que experimentaba el excedente soviético, el cual era destinado a incrementar la industrialización, además de financiar los costos directos e indirectos de la Guerra Fría, impidieron satisfacer tales demandas. Los trabajadores soviéticos en consecuencia transformaron los lugares de trabajo colectivos y estatales en parcelas privadas y actividades económicas clandestinas. Esto redujo la productividad de los trabajadores en los lugares de trabajo estatales y colectivos, reduciendo sus ingresos, incrementando a su vez el interés de los trabajadores en las parcelas privadas, y así. Este círculo vicioso provocó que el Partido Comunista tratara de reprimir a los trabajadores y castigara su traición y decepción. La oposición a los límites al consumo, las libertades civiles y las libertades articularon un estallido que explotó en 1989. En la teoría económica marxista, un enfoque para explicar la historia económica compara la oferta de excedente (lo que queda de la producción después de que se pagan los salarios y se reemplazan los medios de producción agotados) y las demandas de una sociedad sobre ese excedente. En otras palabras, ¿será 67

suficiente el excedente para aumentar el consumo de los trabajadores, ampliar las capacidades industriales y agrícolas (es decir, acumular capital, financiar la investigación y el desarrollo, etc.), satisfacer las necesidades militares, permitir que las exportaciones cubran las importaciones, etc.? Si las demandas de distribución de excedentes de la sociedad exceden su oferta, se deben tomar difíciles decisiones sociales. Cualesquiera que sean esas decisiones, una parte de la población terminará insatisfecha. Dependiendo de las condiciones y el contexto, las personas insatisfechas pueden enojarse contra el sistema. Si lo hacen depende en parte de cómo ven al sistema vigente y cómo se compara con los sistemas alternativos. La decisión de Stalin de describir a la URSS como «Socialismo alcanzado en un solo país» no fue rechazada posteriormente, incluso cuando se rechazaba la dictadura de Stalin. Entonces, a medida que la brecha entre la oferta y la demanda de excedentes en el Capitalismo de Estado soviético se acercaba a la explosión, la insatisfacción popular creció. En ocasiones, los disidentes soviéticos atacaron a líderes particulares, como Leonid Brezhnev, otras veces a la censura artística y las pocas libertades civiles. A medida que empeoraba la represión o la falta de interés por parte del Gobierno, la ira popular se desplazó hacia la corrupción burocrática, luego hacia los fracasos del Partido Comunista y, finalmente, hacia el propio sistema socialista. Debido a que los sucesivos regímenes soviéticos habían impedido que el sistema educativo, los medios de comunicación y los debates políticos admitieran y discutieran conceptos alternativos de Socialismo y sistemas económicos socialistas, la mayoría de los soviéticos creían que solo se podía escoger entre dos sistemas. El Socialismo era lo que conocían en la URSS. En cambio, el Capitalismo había sido objeto de interminables críticas. Sin embargo, después de la década de 1960, con los medios de comunicación, la facilidad de movimiento y la distensión (es decir, la reducción de las tensiones entre EEUU y 68

la URSS), el pueblo soviético llegó a comprender que los trabajadores de muchos países capitalistas disfrutaban de niveles de vida mucho mejores que los de la URSS, así como mayores libertades civiles y libertad en general. Un número cada vez mayor de soviéticos comenzó a pensar críticamente sobre su sistema (que conocían como «Socialismo»), y a favorecer una transición al «otro» sistema alternativo: el Capitalismo tal y como se daba en los EEUU o en Europa Occidental. A medida que el sistema en que vivían se volvía más intolerable, ponían su mirada en el otro sistema alternativo. Podemos ver que sucede algo similar en los Estados Unidos, pero en dirección opuesta. Desde la crisis económica de 2008, un número cada vez mayor de jóvenes estadounidenses tienen opciones económicas cada vez más limitadas y deudas universitarias insostenibles; además, se dan cuenta de que están completamente alienados del sistema político, el cual solamente sirve a las élites. La exaltación interminable del status quo les ha enseñado que el Capitalismo es el verdadero problema. Entonces ellos, como sus contrapartes soviéticas de la década de 1980, rechazan el sistema que tienen y se acercan al único «otro» del que han oído hablar, a saber, el Socialismo. La mayor ironía de la historia soviética surge del hecho de que los sucesivos liderazgos cerraron el debate entre conceptos, definiciones y visiones alternativas del Socialismo, favoreciendo el establecimiento de una versión oficial. Por lo tanto, cuando surgió una crisis de su sistema en 1989, la mayoría de los ciudadanos soviéticos no pensaron que tenían múltiples opciones sobre sistemas alternativos. Entonces Rusia «regresó» al Capitalismo privado, deshaciendo los 72 años de Capitalismo de Estado soviético que había sido designado oficialmente como «Socialismo» desde la época de Stalin. En aquella revolución a la inversa, un Capitalismo mayoritariamente estatal revirtió a un Capitalismo 69

mayoritariamente privado. La relación de producción empleador/empleado permaneció prácticamente intacta. La clase empleadora dejó de constituirse por funcionarios estatales para volver a conformarse por individuos privados. Un fuerte aparato estatal central regulaba aquel Capitalismo privado. El largo aislamiento de la URSS antes y después de la Segunda Guerra Mundial reforzó los desequilibrios económicos. Se comenzó a exportar cada vez más gas y petróleo, mientras incrementaban las importaciones de alimentos y bienes de consumo manufacturados. Después de 1989 Rusia dejó de ser la segunda superpotencia del mundo. Quedó en el pasado la posición que había tenido cuando formaba parte de la URSS. Para un mundo que durante décadas había equiparado en gran medida al Socialismo con la URSS, la implosión de la URSS y sus aliados de Europa del Este en 1989 pareció marcar el «fin» del Socialismo. Una especie de triunfalismo capitalista se combinó con un repunte neoliberal del Capitalismo impulsado por la deuda al declarar al Socialismo (y también al Comunismo) muertos y enterrados. Por supuesto, una amplia variedad de socialistas disidentes argumentó que la desaparición de la URSS fue, a lo sumo, el final de una interpretación específica del Socialismo (y algunos argumentaron que nunca había sido Socialismo). Pero tales argumentos fueron silenciados por el triunfalismo autocomplaciente de los capitalistas. Luego, la crisis capitalista global de 2008 cambió el panorama. La desaparición de la URSS sacudió a todos los socialistas, y lo sigue haciendo hasta el día de hoy. El primer experimento nacional de larga duración para construir una economía y una sociedad socialistas se derrumbó. Sus logros y fracasos deben ser examinados para mejorar el futuro del Socialismo y especialmente para permitir una intervención socialista más efectiva cuando las contradicciones del Capitalismo creen nuevas oportunidades. Los comunistas chinos han extraído 70

valiosas lecciones del auge y la caída de la URSS desde sus inicios. De hecho, es preciso que los socialistas extraigan lecciones del ascenso y caída de la Unión Soviética para estar en capacidad de analizar aquel otro enorme experimento para la construcción de una sociedad socialista: China.

La República Popular China (RPCh) Las alianzas entre las antiguas repúblicas soviéticas y los eventuales líderes del Partido Comunista de la RPCh se remontan a la década de 1920, continuaron hasta 1960, tuvieron auges y caídas a partir de entonces y se han reanudado recientemente. Ha habido fuertes similitudes y solidaridades, pero también profundas diferencias. China dio la bienvenida al siglo XX extremadamente pobre, con una extrema desigualdad económica, política y cultural. Si bien China había resistido al colonialismo occidental lo suficiente como para permanecer unida, había sufrido demandas profundamente humillantes, tales como el establecimiento de ciertos enclaves coloniales occidentales (como Hong Kong) en el territorio chino. La superioridad militar del colonialismo hizo cumplir esas demandas. Aquella humillación se profundizaba cuando se tenía en cuenta la milenaria historia de la civilización china, la cual había superado en su momento a Europa. Una profunda sensación de haber sido alcanzado y superado por otros se instaló en la conciencia popular del pueblo chino. Aquello, hasta el día de hoy, alimenta un impulso que lleva a China a superarse cada vez más. En un sentido profundo, el Socialismo (la versión china del Capitalismo de Estado al estilo soviético) es visto en China como la forma comprobada de conseguirlo. A principios del siglo XX, la Rebelión de los Bóxers y luego la formación de la nueva república, con Sun Yat-sen como presidente, inauguraron una ruptura clave con el pasado de 71

China. Los feudalismos de varios tipos y el autoempleo campesino individual (familiar) habían sido las organizaciones dominantes de los lugares de trabajo. Pero estaba en marcha una transición hacia las organizaciones capitalistas (empleadores/empleados). Aquello se promovió como una forma de igualar a Occidente y así permitir esa combinación de anticolonialismo y modernización que los líderes chinos (tanto ideológicos como políticos) impulsaban. Como en otros lugares, el Capitalismo temprano produjo una explotación extrema en los lugares de trabajo y condiciones de vida extremadamente duras en los lugares residenciales. Por esa razón, una de las primeras influencias de la nueva URSS fue alentar y apoyar la organización anticapitalista del nuevo proletariado industrial de China. Estas organizaciones experimentaron grandes derrotas luego de un período inicial de pequeñas victorias. Sus líderes, especialmente Mao Zedong, llevaron a sus seguidores a una especie de exilio rural hacia el interior del país para escapar de los embates de un ejército estrechamente aliado al emergente Capitalismo chino. Allí solidificaron su organización, emprendieron una autoeducación intensiva en Socialismo, especialmente en sus formulaciones marxistas, y estudiaron la historia de la URSS. Sobre la base de esas actividades, reorganizaron la economía campesina local de manera que defendieron la autogestión colectiva de la agricultura campesina. También organizaron un ejército campesino. Cuando Japón invadió China y se apoderó de Manchuria en 1931, la sociedad china se movilizó en defensa propia. En la guerra que duró básicamente hasta 1945, se suspendió el conflicto civil entre las fuerzas capitalistas dominantes (en torno al general Chiang Kai-shek) y la resistencia del Partido Comunista (en torno a Mao Zedong y su Octavo Ejército de Ruta). Una contraofensiva combinada contra los japoneses terminó con la victoria sobre Japón y su expulsión en 1945. Inmediatamente estalló una guerra 72

civil. Terminó en 1949 con la victoria del Partido Comunista de China (PCCh). Las fuerzas capitalistas y su ejército se exiliaron en la pequeña isla costera de Taiwán. Se separó de China continental y ahora es efectivamente un país independiente con un sistema económico capitalista. Tras su victoria en 1949, los altos mandos del PCCh se enfrentaron a una serie de preguntas muy parecidas a las que enfrentó Lenin en la URSS en 1917. ¿Cómo transformar exactamente el sistema capitalista que dejó el antiguo régimen? ¿Qué pasos hay que dar y en qué orden, dado el objetivo, pero también dados los obstáculos? ¿Qué partes de la experiencia soviética deberían replicarse y qué partes evitarse? Al igual que la URSS, China nacionalizó la industria capitalista, estableciendo al Estado como empleador y contratando empleados para trabajar. Al igual que la URSS, China priorizó la industria. Sin embargo, China desconfiaba de la aproximación soviética a la agricultura y, por lo tanto, actuó con más cautela en la forma en que respondería al afán de los campesinos a obtener tierras. Un intento de transformar rápidamente la agricultura y la industrialización (formación de comunas rurales en la década de 1950 y el Gran Salto Adelante de 1958 a 1962) resultó en serios reveses en el desarrollo de China y grandes pérdidas y sufrimiento debido a la hambruna. El giro político resultó en el retraso de las colectivizaciones, el incremento de la confianza del gobierno en las aldeas y la solidaridad con las agrupaciones campesinas, lo que condujo a inversiones más equilibradas en la industria y la agricultura, y así sucesivamente. Por lo tanto, China sufrió menos trauma derivado de sus esfuerzos de colectivización agrícola que el que asoló al desarrollo soviético después de 1929 y 1930. Al igual que la URSS, China después de 1949 se enfrentó a peligros políticos y militares en el exterior. La Guerra de Corea (1950-1953) fue un ejemplo del riesgo que corría, sirviendo de ejemplo los bombardeos masivos que sufrió Corea del Norte 73

(principalmente por aviones estadounidenses). Los chinos también se enfrentaron al hecho de que EEUU lanzó dos bombas nucleares sobre Japón apenas unos años atrás. De esto resultó que el desarrollo económico chino requirió el uso de una parte importante de su excedente para financiar un gran aparato militar. Durante los primeros años de la década de 1950 también se enfrentaron a la resistencia estadounidense de reconocer al gobierno comunista de Beijing, y sus amenazas de incrementar el apoyo a la amenaza taiwanesa de «recuperar» los territorios continentales. Durante la década de 1960 China experimentó una separación de la URSS a medida que se apartaba de la estrategia soviética, en parte debido a la evaluación de esa estrategia. Una vez China redujo su dependencia de la URSS, se vio forzada a abrirse con el resto del mundo, particularmente en el ámbito económico. El establecimiento formal de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y China en 1979 marcó una nueva transición desde la modernización inicial de la economía y la sociedad china hacia una segunda etapa de rápido crecimiento económico. Para 1979 China se había posicionado como un país importante, se había independizado política e ideológicamente de la URSS y tenía la voluntad de desarrollar el Capitalismo privado tanto en el extranjero como dentro del país. A grandes rasgos, la estrategia de China ofreció una oportunidad para que el Capitalismo privado nacional y extranjero encontrara lugares seguros para negocios rentables dentro de la China socialista. Las autoridades chinas propusieron una especie de acuerdo básico. Los capitalistas privados (extranjeros, nacionales o asociaciones entre ellos) proporcionarían acceso al capital, la tecnología moderna y los mercados extranjeros. Las autoridades chinas brindarían acceso a trabajadores calificados, disciplinados y de costo relativamente bajo, y acceso a un mercado de consumo interno muy grande y de rápido 74

crecimiento. Las empresas privadas podrían generar ganancias que serían compartidas entre ellas y el sistema tributario del Estado chino. El Estado chino controlaría y supervisaría de cerca todas las actividades de tales empresas extranjeras y nacionales. Sus propietarios y altos ejecutivos, si son chinos, también podrían convertirse en miembros del PCCh. Finalmente, el Estado chino mantendría un sector considerable de empresas estatales y operadas por el Estado, y alentaría las sociedades multinivel y otras relaciones entre ellas y las empresas capitalistas privadas, extranjeras y nacionales. El Estado chino dejó en claro que la maximización del crecimiento económico centrado en la industrialización era el objetivo principal de su estrategia. En aquello se pareció a la URSS. Sin embargo, difería en gran medida en la entusiasta adopción de un Capitalismo privado supervisado por el Estado que permitiese la existencia de empresas capitalistas nacionales y extranjeras dentro de la industria china. La estrategia china habría sido políticamente insostenible para la URSS durante la mayor parte de su historia —tal vez como consecuencia de ser el primer experimento socialista en perdurar. Y el liderazgo soviético tal vez creyó que un impulso económico más autónomo era una ruta más segura a seguir para lograr su industrialización. Además de lo expresado anteriormente, es necesario agregar un punto con respecto a este acuerdo que la RPCh ofreció a los capitalistas privados nacionales y extranjeros. Era en gran medida un acuerdo destinado a ser mutuamente atractivo para ambas partes. Ninguna de las partes podría haber coaccionado a la otra porque ninguna de las partes tenía los medios para hacerlo. Tenía que ser voluntario y de beneficio mutuo. Los capitalistas privados invirtieron su capital, compartieron su tecnología y brindaron acceso a su base de clientes a sus socios chinos (capitalistas privados y/o empresas estatales chinas). Lo hicieron porque les beneficiaba. Por eso el Capitalismo privado extranjero se extendió rápidamente en la economía china 75

durante las últimas décadas. A cambio, China proporcionó acceso a su fuerza laboral y a sus mercados, un intercambio que tuvo éxito porque benefició a ambas partes. El gobierno chino reportó tasas de crecimiento anual promedio para su PIB del 10% entre 1978 y 2005. La respetada e independiente consultora económica McKinsey and Company estimó que desde entonces el crecimiento del PIB de China fue de alrededor del 10 y el 15% entre 2005 y 2010, para luego disminuir lentamente a aproximadamente un 6% anual para el año 2019. La Oficina Internacional del Trabajo informa de manera similar que los salarios reales promedio en China aumentaron más del 8% anual durante la década anterior a 2018. Volviendo más atrás y reuniendo datos de varias fuentes podemos suponer que los salarios reales promedio de los trabajadores chinos se han duplicado o triplicado desde 1990. Junto con una amplia gama de estadísticas, estos números muestran que la República Popular China ha sido la economía de más rápido crecimiento en el mundo durante algunas décadas. Esto explica por qué se ha convertido en la segunda potencia mundial, solo después de EEUU, y que cada vez cierre más su brecha con el país norteamericano7. En el siglo XX, la URSS era la economía de más rápido crecimiento; en el siglo XXI, hasta la fecha, la República Popular China ha desempeñado ese papel. Ambos tipos de Socialismo, como llamaron a sus sistemas económicos, fueron similares en el logro de tasas de crecimiento económico extraordinarias y el aumento de los salarios reales y los niveles de consumo. Los gobiernos de ambos países controlaron sus sistemas bancarios y, Si tomamos en cuenta solamente el PIB nominal, China se encuentra por detrás de los EEUU. Sin embargo, si tomamos en cuenta el PIB por paridad de poder adquisitivo, China se encuentra por encima de los Estados Unidos hasta el momento en que se ha editado este texto. Actualmente no es prudente la pregunta «si es que» China se convertirá en la primera potencia del mundo, sino «cuándo» lo hará. (N. del Ed.). 7

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por lo tanto, proporcionaron créditos para lubricar sus proyectos de desarrollo y lograr sus objetivos de crecimiento. China rechazó la autarquía de tipo soviético (adoptada por la URSS en el contexto de hostilidad global después de 1917), para adoptar, en su lugar, una decidida apertura al comercio exterior y la inversión. En efecto, China planeó industrializarse a través de capitalismos estatales y privados enfocados en las exportaciones. Los bajos salarios de sus trabajadores representaban una oportunidad de ganancias para los competidores capitalistas de todo el mundo. El poderoso gobierno de China organizaría y garantizaría un trato básico con los capitalistas globales: China proporcionará mano de obra barata, apoyo gubernamental y un mercado chino en rápido crecimiento a cambio de que los capitalistas extranjeros se asocien con capitalistas estatales o privados chinos, brindando a sus socios acceso a tecnología, y ayudando a la producción china a ingresar a los sistemas comerciales mayoristas y minoristas de todo el mundo. Al igual que la URSS, la República Popular China mezcló Capitalismo estatal y privado para lograr un rápido desarrollo económico. En diversos grados, en ambos países, el precio a pagar fue el consumo frugal forzado, la coacción de las libertades civiles y ninguna transformación democrática de los lugares de trabajo. La noción más amplia de Socialismo —un sistema que iba más allá de la economía para incluir la política y la cultura— quedó relegada a un segundo plano. Si bien ambos países experimentaron un rápido crecimiento económico, ambos también experimentaron un consumo subdesarrollado, y libertades civiles y personales limitadas. Los argumentos antisocialistas en todas partes minimizaron o simplemente ignoraron el rápido crecimiento económico del Socialismo y se centraron en sus relativamente limitados niveles de consumo, libertades civiles y personales. Tales críticos llamaron Socialismo a aquello que en realidad era 77

un Capitalismo de Estado (lugares de trabajo de propiedad y operación estatal que replicaban la relación de producción empleador/empleado de los lugares de trabajo privados). Describieron al Socialismo como una dictadura de Estado/Partido que presidía una economía fallida (evidenciada por niveles de consumo mucho más bajos que en las economías con un Capitalismo privado). El Socialismo fue identificado como la regimentación estatal y partidaria de la vida política y cultural de sus pueblos. Este mensaje ha sido bombeado sin cesar en la academia, los medios de comunicación y la política de los Estados Unidos durante los últimos 70 años. Los antisocialistas atribuyen la implosión de la URSS en 1989 a su economía fallida, siendo esta una de las lecciones clave que arroja para ellos el mayor experimento socialista del siglo XX. Sin embargo, de alguna manera se ignora el hecho de que cuando el Capitalismo surgió del Feudalismo en Europa en los siglos XVIII y XIX, sus defensores prometieron libertad, igualdad, fraternidad y democracia. Cuando esas promesas no se materializaron, la decepción y la ira provocaron que muchos se volvieran anticapitalistas y encontraran su camino hacia el Socialismo en los siglos XIX y XX. El hecho de que los anticapitalistas y luego los antisocialistas realizaran críticas similares a las falencias de los sistemas a los que se oponían plantea la posibilidad de que aquellos sistemas tuviesen mucho más en común de lo que permitían ver o admitir los conflictos que tuvieron lugar entre los siglos XIX y XX. Por el contrario, aquellos socialistas que se dedicaron a la autocrítica reflexiva antes y después de 1989 produjeron una narrativa bastante diferente que se basó en esa similitud y en las fallas de ambos sistemas. Para ellos, los EEUU y la URSS representaban capitalismos privados y estatales cuya enemistad durante la Guerra Fría fue malinterpretada por ambos lados como parte de la gran lucha del siglo entre el Capitalismo y el Socialismo. En opinión de estos socialistas, lo que colapsó en 1989 78

fue el Capitalismo de Estado soviético y de Europa del Este, no el Socialismo. Además, lo que se disparó después de 1989 fue otro Capitalismo de Estado en China. Dentro y fuera de la URSS y de China, muchos socialistas sintieron que ambos países se habían desviado de algún modo. Habían producido sociedades que eran socialistas en el sentido arcaico de lugares de trabajo de operación, propiedad y planificación estatal, pero carecían de aquello de lo que los socialistas siempre habían definido como sus objetivos (igualdad, solidaridad, democracia, etc.). Después de la implosión soviética de 1989, se inició un vasto proceso de replanteamiento y autocrítica socialista. Generó una nueva definición de Socialismo que priorizó deliberadamente el nivel micro de cómo se organizan los lugares de trabajo. El Socialismo se trata de democratizar los lugares de trabajo, convirtiéndolos en cooperativas de trabajadores en lugar de lugares jerárquicos donde pequeñas minorías de empleadores dominan y excluyen de las decisiones importantes a una vasta mayoría de empleados. Aquella nueva definición alimenta gran parte de este libro, incluida la discusión de este capítulo sobre lo que sucedió en la URSS y China. Esa nueva definición también genera nuevos objetivos y una nueva estrategia correspondiente para el Socialismo en el siglo XXI. Si esta nueva definición sorprende a los lectores como algo inesperado, es porque las campañas antisocialistas de los últimos 75 años llevaron a muchos a desconectarse por completo del tema del Socialismo. Su autocrítica, debates y cambios fueron, y siguen siendo, en gran parte desconocidos. Han surgido nuevos socialismos con metas y estrategias recién definidas para alcanzarlas. Sin embargo, antes de ofrecer unos cuantos objetivos y estrategias, necesitamos explicar otros dos aspectos relevantes de la historia moderna del Socialismo (es decir, a partir del siglo pasado). El primero es la «gran purga» antisocialista dirigida por los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, la 79

cual se extendió, en diversos grados, por todo el mundo. El segundo es el Fascismo, particularmente su forma nazi alemana, una forma particular de Capitalismo de Estado (que se autodenominó socialista). Los fascistas pretendían exterminar el movimiento socialista y la democracia misma de Alemania, pero también del resto del mundo. Los esfuerzos de mediados del siglo XX primero para exterminar y luego para purgar a los socialistas tuvieron profundos efectos sociales, entre los que se encuentran los cambios que experimentó el Socialismo y el resurgimiento que experimenta en la actualidad.

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CAPÍTULO V Las dos grandes purgas antisocialistas: el Fascismo y el anticomunismo El siglo XX fue testigo de muchos ataques represivos contra el Socialismo y los socialistas. Fueron un poderoso testimonio de que el Socialismo, como crítica y alternativa al Capitalismo, se estaba extendiendo con rapidez. Sus enemigos llevaron a cabo dos importantes purgas antisocialistas. El primero fue el Fascismo europeo en la primera mitad del siglo. El segundo fue el «anticomunismo» global liderado por Estados Unidos en la segunda mitad. Las diversas interpretaciones y cambios del Socialismo se vieron profundamente afectadas por estas purgas y sus consecuencias sociales. «Fascismo» es un término que se ha aplicado a muchos lugares y épocas de la vida social y la historia del siglo XX. Aquí lo usamos como el nombre de un sistema económico, a saber, el Capitalismo, pero caracterizado por una influencia gubernamental muy fuerte. En el Fascismo, el gobierno refuerza, apoya y sostiene los lugares de trabajo capitalistas privados, generalmente porque los capitalistas privados temen perderlos, especialmente en tiempos de agitación social. Bajo el Fascismo tiene lugar una especie de cooperación entre los lugares de trabajo gubernamentales y privados. Los gobiernos fascistas tienden a «desregular» las condiciones laborales que anteriormente fueron producto de las luchas de los sindicatos o los gobiernos socialistas. Ayudan a los capitalistas privados destruyendo sindicatos o reemplazándolos con sus propias organizaciones que les brindan apoyo, en lugar de luchar contra ellos.

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Con frecuencia, el Fascismo adopta el nacionalismo y el patriotismo extremos para unir a la gente a los objetivos económicos fascistas, a menudo mediante el aumento de los gastos militares y la hostilidad hacia los inmigrantes o extranjeros en general. Los gobiernos fascistas influyen en el comercio exterior para ayudar a los capitalistas nacionales a vender sus productos en el extranjero y bloquean las importaciones mediante aranceles para ayudarlos a vender sus productos dentro de las fronteras nacionales. Por lo general, los fascistas aborrecen al Socialismo y prometen salvar al Capitalismo y a la nación de los socialistas y comunistas nacionales y extranjeros, a los que presentan como amenazas. En los principales sistemas fascistas de Europa — España bajo Franco, Alemania bajo Hitler e Italia bajo Mussolini— los socialistas y los comunistas fueron arrestados, encarcelados y, a menudo, torturados y asesinados. Surge una similitud superficial entre el Fascismo y el Socialismo porque ambos buscan fortalecer al Estado y sus intervenciones en la economía y la sociedad. Sin embargo, lo hacen de diferentes maneras y con fines muy diferentes. El Fascismo busca usar al Estado para resguardar al Capitalismo y volver a una unidad nacional, definida a menudo en términos de pureza y jerarquía étnica o religiosa. El Socialismo busca usar al Estado para acabar con el Capitalismo y sustituirlo por un sistema económico socialista alternativo, definido tradicionalmente en términos de lugares de trabajo de operación y propiedad estatal, planificación económica estatal, proletarización de los capitalistas desposeídos, control político ejercido por los trabajadores y el internacionalismo. Antes incluso de que los líderes fascistas tomasen el poder en Alemania en 1933, ellos ya habían librado muchas batallas — tanto en la arena política como en las calles— con los socialistas de los partidos socialista y comunista alemanes. Muchos de los principales capitalistas de la economía alemana y muchos 82

políticos alemanes centristas y conservadores estaban asustados por el rápido crecimiento del Partido Socialista Alemán (SPD) desde la década de 1870 y por el crecimiento del Partido Comunista Alemán (KPD) después de la Primera Guerra Mundial. Nadie en Alemania tenía dudas sobre la naturaleza y la agenda de extrema derecha del Partido Nazi y su líder, Adolf Hitler. En los inicios del Partido Nazi, la temprana decisión de Hitler de adoptar las palabras «socialista» y «trabajadores» en su nombre (Partido Nacional-Socialista de los Trabajadores Alemanes) pretendía atraer a algunos votantes de la clase trabajadora alemana que habían apoyado abrumadoramente al SPD y KPD. Los nazis tuvieron relativo éxito antes de 1933, pero luego pudieron obtener más apoyo de los propietarios de pequeñas empresas, agricultores, profesionales desempleados y conservadores religiosos. Los nazis habían superado en maniobras a los viejos partidos conservadores alemanes tradicionales (desacreditados por su derrota en la Primera Guerra Mundial), con lo que atrajeron a muchos votantes y militantes. Cuando el crack capitalista de 1929 golpeó a Alemania, ésta todavía estaba conmocionada por la derrota en la Gran Guerra. Desde 1918, el Capitalismo y los partidos tradicionales de centroderecha y derecha que lo apoyaban fueron blanco de crecientes críticas y desdén popular. La industria alemana presenciaba las pintas y los grafitis políticos en las paredes. El descontento generalizado con el sistema vigente presagiaba la victoria de los socialistas, ya fueran del SPD, del KPD o de ambos. En 1932, los capitalistas alemanes vieron en los nazis al único partido de masas en ascenso que posiblemente les podría brindar un amplio apoyo político y detener la creciente marea roja. Entonces, la principal asociación capitalista industrial alemana presionó al presidente von Hindenburg a que invitase a Hitler para que formase parte del nuevo gobierno alemán a inicios de 1933. Uno de los objetivos de esta alianza de destacados capitalistas alemanes y los nazis era bloquear, frustrar, reducir y 83

derrotar al Socialismo en general, y al SPD y al KPD en particular. En los primeros años del régimen nazi, aunque los capitalistas apoyaban el debilitamiento de los movimientos populares socialistas y comunistas, no se pudieron imaginar y mucho menos comprender que los nazis podían y efectivamente exterminarían —físicamente y por millones— a socialistas, comunistas, y muchos otros. Los nazis alemanes no estaban solos en la persecución de socialistas y comunistas. Los demás regímenes fascistas importantes de Europa también asesinaron a socialistas, comunistas y muchos de los que simpatizaban con ellos. En España, Francisco Franco libró una guerra civil amarga y mortal contra el gobierno socialista electo del país y sus partidarios. Benito Mussolini impuso el Fascismo en Italia durante muchos años, encarcelando y asesinando al mayor líder y teórico socialista italiano del siglo XX, Antonio Gramsci, así como a muchos otros activistas socialistas. En Japón, los fascistas llegaron al poder a través del «Incidente de Manchuria» de 1931, mediante el cual justificaron la invasión de Manchuria y el asesinato del primer ministro Inukai Tsuyoshi en 1932, que allanó el camino para la dictadura militar del emperador Hirohito. El salvajismo con que los fascistas japoneses asesinaron a cientos de miles de chinos y destruyeron su infraestructura y propiedad es tan conocida como la destrucción que dejó a su paso el Fascismo europeo por Europa. El Nazismo en Alemania fue un sistema económico fascista en el que el Estado brindó su apoyo y su fuerza para rescatar a un Capitalismo que ya había estado profundamente desgastado por su relación anterior a la Primera Guerra Mundial con el káiser alemán y la nobleza alemana. En esta alianza, los capitalistas alemanes se habían comprometido con el Feudalismo, incluso cuando reemplazaron ese sistema. Durante el Imperio Alemán (1871 - 1918), los capitalistas y nobles alemanes promovieron una competencia agresiva con los capitalistas británicos y luego 84

estadounidenses, y se aliaron para formar un bloque eficaz contra la ola del Socialismo alemán que había ido en ascenso desde la década de 1870. Sin embargo, a esa alianza capitalista-feudal (representada por Bismarck y von Hindenburg) se le echó la culpa de perder la Primera Guerra Mundial, del sufrimiento causado por la guerra y luego por administrar mal el costo económico de las reparaciones de posguerra que resultaron en la catastrófica inflación alemana de 1923, la cual acabó con los ahorros de las clases medias alemanas. Cuando se produjo el crac de 1929, el Capitalismo alemán se tambaleó. La mitad del país apoyaba a socialistas y a comunistas. La otra mitad estaba dividida y se mostraba cada vez menos amistosa con el Capitalismo. Incluso los fascistas se llamaban a sí mismos «nacionalsocialistas» para señalar que su nacionalismo de derecha incluía una sólida dosis de anticapitalismo. Los capitalistas alemanes comprendieron su vulnerabilidad social. Sabían demasiado bien lo que les había sucedido a los capitalistas rusos solo unos años atrás. En 1932, el Nazismo y el Capitalismo alemán llegaron a un acuerdo. Cada uno se benefició de alguna forma y pagó un precio por ello. Los nazis adquirieron el poder gubernamental a través del ascenso de Hitler a su posición como líder supremo alemán, o der Fuhrer. Con ese poder, el nazismo adquirió los medios para crecer y fortalecerse mientras destruía o subordinaba a todos los demás partidos políticos. Los nazis en el poder también adquirieron los medios para rearmar a Alemania para vengar la derrota de la Primera Guerra Mundial y las humillaciones posteriores. El precio que pagaron los nazis fue perder dentro del movimiento nazi, a través del exterminio, a sus elementos y simpatizantes explícitamente anticapitalistas, entre los que se encontraban Gregor y Otto Strasser, entre muchos otros. Los capitalistas lograron una base política de masas que oficialmente apoyaba y defendía al Capitalismo y a los principales capitalistas alemanes (excluyendo a los judíos). Los 85

capitalistas también lograron un gobierno que se opusiera y aplastara a todas las organizaciones socialistas, o incluso independientes, de la clase obrera (sindicatos, movimientos sociales, etc.), o las convirtiera en leales partidarios del Fascismo alemán. El precio que los capitalistas tuvieron que pagar por el apoyo nazi fue básicamente una fusión o combinación entre el Capitalismo y el Nazismo. El Fascismo alemán asignó a los principales capitalistas alemanes una especie de asociación estrecha y continua con los altos mandos del Nazismo. Las decisiones económicas de los capitalistas estaban estrechamente coordinadas con las decisiones políticas de los líderes nazis. En muchos casos, donde surgieron diferencias, prevalecieron los nazis. Si bien siempre hubo algunos capitalistas que rechazaron o se negaron a aceptar la fusión, la gran mayoría no lo hizo. Aceptaron el precio de la fusión y subordinación al partido y al gobierno nazis porque era la mejor, o quizás la única opción para sostener al Capitalismo alemán. El gobierno nazi destruyó los sindicatos socialistas e independientes y los subordinó en su lugar al control del Estado alemán y los funcionarios del Partido Nazi. El gobierno nazi destruyó los partidos socialistas y persiguió a académicos, artistas, intelectuales y activistas socialistas. Miles fueron deportados, encarcelados, exiliados, asesinados u obligados a huir, y los líderes nazis se jactaron ante sus socios capitalistas de que habían eliminado el Socialismo de la vida alemana. La coalición fascista entre funcionarios estatales y grandes capitalistas permitió a Alemania escapar de las restricciones relacionadas con las reparaciones impuestas después de la derrota de la Primera Guerra Mundial. El Fascismo logró una recuperación económica en Alemania después del colapso de 1929-1932 al reducir el desempleo a través del financiamiento de un acelerado rearme. Transformó el comercio europeo de forma que beneficiase los intereses alemanes. Finalmente, emprendió

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una planificación sistemática para la expansión alemana con el objetivo de formar un nuevo imperio alemán. El giro de Alemania hacia el Fascismo planteó una vez más el inmenso debate entre el Capitalismo de Estado frente al Capitalismo privado. Durante los siglos XIX y XX, este debate giró a menudo como el tema central de la lucha entre el Capitalismo y el Socialismo. Los objetivos políticos, económicos y sociales del Capitalismo de Estado eran radicalmente diferentes para los socialistas de izquierda frente a los fascistas de derecha. Pero muchas discusiones se centraron únicamente en la existencia del Capitalismo de Estado y sus diferencias con el Capitalismo privado, e ignoraron las profundas diferencias en torno a las metas y propósitos que tenía cada Capitalismo de Estado. Esto es consecuencia de un problema mayor: confundir el Capitalismo de Estado con el Socialismo. Cuando tuvo lugar el Capitalismo de Estado, se dijo que el Capitalismo había dado paso al Socialismo. Cuando el Capitalismo privado se vio amenazado por las intervenciones del Estado a través de regulaciones, impuestos o la nacionalización de ciertos lugares de trabajo, se dijo que el Socialismo estaba amenazando o superando al Capitalismo. Cuando los estados privatizaron los lugares de trabajo de propiedad y operación estatal, o los desregularon o redujeron sus obligaciones fiscales, a menudo lo hicieron dirigidos por políticos «conservadores». Dijeron que estaban reviviendo o volviendo al Capitalismo, y deshaciéndose del Socialismo o de los elementos socialistas en sus sociedades. Transiciones igual de confusas tuvieron lugar durante las fases de declive de los sistemas económicos esclavistas y feudales: de formas privadas relativamente descentralizadas a formas estatales concentradas y centralizadas. Las dificultades cada vez más profundas de mantener a las economías esclavistas (es decir, economías donde la producción se organizaba en torno a la relación entre amos y esclavos) provocaron que los amos privados eventualmente resolvieran sus problemas creando o 87

permitiendo un aparato estatal que era en sí mismo un amo que poseía esclavos. En resumen: un Esclavismo de Estado coexistente y empoderado demostró ser la forma de sostener la Esclavitud privada. Ocurrió una evolución similar cuando los señoríos feudales privados produjeron estados feudales absolutistas durante el Feudalismo europeo tardío. La coexistencia del Esclavismo estatal y privado, o del Feudalismo estatal y privado, rara vez se logró pacíficamente. Los desacuerdos entre los amos de esclavos privados sobre el establecimiento de esa coexistencia, y las ansiedades entre los amos de esclavos privados y estatales sobre el manejo de esa coexistencia, pudieron y de hecho llevaron a conflictos. Estos incluyeron enfrentamientos violentos. Nuevamente, una historia similar acompañó al Feudalismo europeo. Sin embargo, la coexistencia de las formas privadas y estatales no nos inclina a pensar que aquellos sistemas no fuesen feudales o esclavistas, y lo mismo debería ocurrir con la confusión entre Capitalismo de Estado y Socialismo. Los nazis no eran socialistas (pese a llevar la palabra «socialismo» en su nombre), y la mano dura del Partido Nazi creó un Capitalismo de Estado fascista, no Socialismo. En contraste, en el Capitalismo actual se ha debatido hasta el hartazgo si las formas estatales de la relación empleador/empleado amenazan, destruyen o representan una transición del Capitalismo hacia el Socialismo (un sistema económico diferente). La coexistencia de las formas estatales y privadas en el Capitalismo es similar a las coexistencias paralelas que existieron bajo el Esclavismo y el Feudalismo. De hecho, el rápido desarrollo de las formas estatales que adopta el Capitalismo se asemeja al Esclavismo y al Feudalismo de otra manera. Esos sistemas aseguraron su reproducción en parte mediante la transición de instituciones estatales mínimas y descentralizadas a instituciones estatales poderosamente centralizadas que encarnaban formas estatales de las relaciones 88

de producción amo/esclavo y señor/siervo. Quizás el siglo pasado ejemplifique una transición similar: de formas privadas descentralizadas a formas estatales centralizadas, pero con esta peculiaridad: esta transición se percibió erróneamente como un cambio de sistema en sí mismo y no como un cambio entre formas del mismo sistema. Los nazis se vieron a sí mismos como la herramienta para salvar al Capitalismo alemán —entendido como parte de la nación alemana— de sus críticos de izquierda (a los que agruparon bajo el término «bolchevismo»). La estrecha colaboración entre el Estado nazi y los principales capitalistas alemanes superó todo lo que había sucedido en la historia del Capitalismo alemán hasta ese momento. Había sorprendentes similitudes entre el Fascismo alemán y la estrecha alianza anterior del Estado prusiano con los principales señores feudales en las regiones que luego se convirtieron en la Alemania moderna. Los nazis reprimieron sistemáticamente a los socialistas después de enero de 1933, lo que eventualmente devino en asesinatos en masa, encarcelamientos, reclutamiento en el ejército alemán y deportaciones. Los que sobrevivieron pasaron a la clandestinidad. En otras partes de Europa, donde gobernó la Alemania nazi, la represión del Socialismo fue igual de dura. Este también fue el caso entre los aliados de la Alemania nazi en Italia, España y más allá. En España, por ejemplo, el Fascismo de Franco diezmó las filas de los jóvenes socialistas durante décadas, entre los cuales no se encontraban solamente españoles, sino jóvenes de muchos otros países que enviaron a sus brillantes voluntarios para luchar en la Guerra Civil Española de los años 30. Los jóvenes que crecieron bajo el Fascismo aprendieron una valiosa lección sobre los inmensos riesgos que corren las personas atraídas por la teoría y la práctica socialistas. Al mismo tiempo, se desarrolló una clandestinidad socialista tanto ideológica como organizativamente. La solidaridad socialista clandestina 89

demostró ser una base sólida para el renacimiento del Socialismo europeo después de 1945. El impacto del Fascismo en el Socialismo se manifestó de múltiples maneras. Una que es particularmente importante se refiere al impacto del Fascismo en las fortalezas relativas de diferentes interpretaciones o diferentes tendencias o tradiciones dentro del Socialismo. Después de 1917, el éxito de los revolucionarios socialistas en Rusia dio a su interpretación del Socialismo el prestigio de haber logrado el primer gobierno socialista duradero. En las décadas de 1920 y 1930, el Socialismo soviético tuvo que enfrentarse a las críticas de otros socialistas. Los comunistas debatieron y contendieron con los socialistas. Los socialistas cuestionaron el prestigio y la fuerza de la tradición comunista internacional. El Fascismo renovó el prestigio y la fuerza del Socialismo soviético. Esto sucedió, principalmente, por dos razones. Primero, los comunistas estaban conectados a través de la Internacional Comunista o Komintern. Esta fue una organización internacional de comunistas que colaboraron entre sí para compartir lecciones, coordinar estrategias, etc. La URSS fue su líder efectivo. Dado que la URSS era el principal objetivo y enemigo de los nazis, las ocupaciones nazis atacaron a los comunistas con más dureza que a otros socialistas. Los comunistas pasaron a la clandestinidad antes que los demás y desarrollaron mejores vínculos clandestinos. Por estas y otras razones, los comunistas ascendieron a posiciones de liderazgo en muchos movimientos clandestinos de resistencia contra el Fascismo en toda Europa. Las experiencias allí fortalecieron su solidaridad, prestigio y apoyo en relación con otros socialistas, y su capacidad para avanzar políticamente después de la derrota del Fascismo. En segundo lugar, la URSS impidió que la invasión nazi destruyese al Socialismo soviético y luego expulsó a las fuerzas fascistas de su territorio y de toda Europa del Este hasta llegar a Berlín. Eso reforzó una vez más el prestigio y el poder del 90

Socialismo soviético. De tal forma que el Fascismo funcionó en última instancia para fortalecer al Socialismo soviético a pesar del enorme daño físico causado al pueblo y la economía soviética por las fuerzas militares fascistas. Ya hacia el final de la Segunda Guerra Mundial la URSS y los EEUU anticiparon y estaban planeando su probable división y transformación de aliados victoriosos en rivales. Dio la casualidad de que rápidamente pasaron de la rivalidad a una enemistad de inmensas proporciones en el marco de la Guerra Fría. La riqueza de los Estados Unidos, su bomba atómica y su alcance militar global, y el temor de cómo el Gobierno soviético podría emplear su renovada fuerza política de posguerra le dieron a EEUU una posición de dominio global después de 1945. EEUU usó esa posición para diseñar y desencadenar un programa global de anticomunismo sistemático dirigido a la URSS y la influencia de los comunistas vinculados a ella. (La Doctrina Truman fue una política que personificó la «contención» del comunismo). Así se puso en marcha la segunda gran purga antisocialista del siglo XX y desde entonces ha continuado con distintos niveles de intensidad. Representó el reemplazo de la purga antisocialista liderada por el Fascismo alemán con lo que podría llamarse una purga centrista dirigida por los Estados Unidos. El colapso global del Capitalismo en 1929 condujo a un mayor interés en el Socialismo en ambos países, lo que a su vez también provocó reacciones contra un Socialismo en ascenso: el Fascismo liderado por Alemania en un caso, el anticomunismo liderado por los Estados Unidos en otro. La reacción a la Gran Depresión de la década de 1930 en los EEUU fue diferente a la de Alemania. Si bien la clase trabajadora de ambos países desarrolló un fuerte anticapitalismo y muchos se aproximaron al Socialismo, las reacciones fascistas en los EEUU fueron mucho más débiles y mucho menos organizadas que en Alemania. Franklin D. Roosevelt (FDR) demostró ser un 91

líder muy diferente de Hitler. Una alianza del Partido Demócrata de los EEUU, el Partido Comunista, dos partidos socialistas y un creciente movimiento laboral (Congreso de Organizaciones Industriales, o COI) conformó la coalición New Deal. Fue la base popular que posibilitó las múltiples reelecciones de FDR, el establecimiento de sus leyes progresistas y un decidido antifascismo. Los socialistas estadounidenses obtuvieron del gobierno de FDR un grado de aceptación social, estatus y apoyo nunca antes otorgado. La alianza de los EEUU con la URSS durante la guerra fortaleció esa aceptación social y la influencia socialista. Un resultado de aquella influencia fueron las políticas gubernamentales de impuestos y gastos de los años treinta y cuarenta. En resumen, el gobierno de FDR gravaba más que nunca a los ricos y utilizó el dinero para proporcionar servicios públicos masivos de forma sin precedentes. FDR estableció el sistema de Seguridad Social, el primer sistema federal de compensación por desempleo, el primer salario mínimo federal y un programa federal masivo de empleos, entre otros programas sociales respaldados por el Gobierno. FDR recaudó los ingresos necesarios para que Washington financiara dichos servicios públicos en el punto más duro de la Depresión de la década de 1930. También recaudó ingresos para financiar el papel de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Lo hizo gravando a las corporaciones y a los ricos. También tomó prestado de ellos. Sin embargo, el ataque de FDR a la riqueza y los privilegios para financiar trabajos y servicios para los ciudadanos pobres y de ingresos medios no resultó en un suicidio político como habían advertido sus enemigos y críticos. Todo lo contrario. FDR fue reelegido tres veces y podría decirse que fue el presidente más popular en la historia de los Estados Unidos. También fue el presidente con mayor impulso político desde las bases gracias a una coalición de comunistas, socialistas

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y sindicalistas. Él no fue un demócrata radical antes de su elección. La colosal intervención del gobierno para redistribuir la riqueza, los ingresos y el apoyo gubernamental de las corporaciones y los ricos a los ciudadanos promedio reflejó el poder político sin precedentes de la izquierda estadounidense. Esa realidad, y especialmente el poder de la coalición del New Deal, impulsó a los capitalistas privados y al Partido Republicano a comprometerse con la destrucción del New Deal. El final de la Segunda Guerra Mundial y la muerte de FDR en 1945 brindaron el momento y las circunstancias adecuadas para destruir la coalición del New Deal. El objetivo específico de este proyecto fue aniquilar la influencia socialista. De esta forma, la coalición que había producido el New Deal de FDR podría romperse. El anticomunismo se convirtió en el ariete con el que lo lograrían. De la noche a la mañana, la URSS pasó de ser un aliado cercano a un enemigo demoníaco, cuyos agentes estaban en todas partes en partidos comunistas que operaban como brazos de un esfuerzo por «controlar el mundo». Esta amenaza tenía que ser contenida, repelida, eliminada. En los Estados Unidos, los líderes del Partido Comunista fueron arrestados, encarcelados y deportados, en una ola de anticomunismo que rápidamente se extendió a los partidos socialistas y al Socialismo en general. Secuencialmente, «Comunismo», «Socialismo», «Marxismo», «Totalitarismo» y «Anarquismo» se convirtieron en sinónimos de facto —agrupados gracias al «anticomunismo». Todas y cada una de estas prácticas tuvieron que ser expulsadas de los EEUU y del resto del mundo en la medida de lo posible. La política interior y exterior de los Estados Unidos se centró principalmente en el anticomunismo. Debido a que los EEUU después de 1945 tenía la economía más grande del mundo y las fuerzas armadas más poderosas, también ejercía la posición de poder político dominante. Por lo tanto, 93

ocupó la posición central en la elaboración de las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la OTAN, etc. Una vez que los Estados Unidos se comprometieron con el anticomunismo total, sus aliados y la mayor parte del resto del mundo hicieron lo mismo más o menos según lo permitieron o facilitaron sus condiciones internas. El éxito de la revolución china liderada por Mao Zedong unos años después del final de la Segunda Guerra Mundial provocó un anticomunismo aún más feroz. Alcanzó dimensiones histéricas que tuvieron su punto álgido durante campañas públicas del senador estadounidense Joseph McCarthy. Tales histerias políticas se conjugaron en un concepto más general: el «macartismo». En los EEUU la excoriación de los comunistas (y por lo general también de varios socialistas, especialmente si habían sido abiertos sobre su ideología) se dio de múltiples e impactantes maneras. En 1947, la Ley Taft-Hartley impidió que los miembros del Partido Comunista ocuparan puestos de liderazgo sindical (ya sea que los miembros del sindicato los hayan votado o no). La mayoría de los sindicatos de EEUU fueron más allá y destituyeron a los socialistas de sus posiciones de liderazgo, expulsaron o se apoderaron de los locales que se pensaba que estaban controlados por los socialistas y, en general, enviaron a todos los miembros del sindicato un memorando básico: Manténgase alejado del Socialismo y de los socialistas (independientemente de sus etiquetas específicas, como comunista, anarquista, izquierdista, etc.). Los actores, directores, guionistas y músicos de Hollywood fueron incluidos en la lista negra y se les prohibió trabajar en la industria, destruyendo efectivamente las carreras de cientos de profesionales y asegurando así que los medios populares estadounidenses no simpatizaran con el Socialismo. La Guerra de Corea se presentó como el ejemplo más claro de la nueva polarización internacional. Por un lado estaba «Occidente», retratado como capitalista, libre, democrático y bueno. Por el otro 94

estaba el «Este», el lugar opuesto, satanizado como socialista, totalitario y malo. Los educadores —desde maestros de escuela primaria hasta profesores secundarios y universitarios— fueron despedidos, degradados y/o disciplinados de otra manera si enseñaban, hablaban o escribían algo que se saliese de estos límites. De repente, muchos profesores con variadas simpatías por las críticas socialistas al Capitalismo descubrieron que su trabajo ya no podía publicarse, que sus colegas dejaron de asignar su trabajo como lectura obligatoria para los estudiantes, que las invitaciones para presentar su trabajo en conferencias académicas se agotaron. La profesión docente recibió el mismo mensaje que se extendió por los sindicatos, Hollywood y el público estadounidense en general. El enemigo número uno de EEUU ahora era el Socialismo, el Comunismo y el «imperio del mal» soviético. En todo el mundo la política exterior de Estados Unidos también arremetió en contra del Socialismo. A veces, la etiqueta se aplicaba a personas, grupos, organizaciones y movimientos que se autodefinían como socialistas. En otras ocasiones, las luchas políticas en el extranjero competían por el apoyo del gobierno de los EEUU al tildar a sus enemigos de socialistas. Incluso se llegó a emplear tales acusaciones en las pugnas empresariales entre empresarios o entre empresarios y el Gobierno para lograr el apoyo de los Estados Unidos. A modo de ejemplo tenemos las políticas e intervenciones estadounidenses particularmente en Guatemala e Irán (1954), Cuba (1959-1961), Vietnam (1954-1975), Sudáfrica (1945-1994), Venezuela (desde 1999), entre muchos, muchos otros. El anticomunismo fue igualmente el tema central y el enfoque de las políticas militares estadounidenses en la posguerra (la era nuclear). Estados Unidos estableció un anillo de miles de bases militares que rodeaban a la URSS, luego a los aliados soviéticos en Europa del Este, luego a China, y así sucesivamente. Los Estados Unidos lucharon contra 95

agrupaciones políticas consideradas socialistas en Asia, África y Latinoamérica. En los países europeos aliados, ayudó a reprimir a los funcionarios, grupos y partidos socialistas para favorecer a sus opositores. El gobierno de los Estados Unidos encontró y construyó aliados para obtener apoyo en el anticomunismo internacional. Cuando los funcionarios estadounidenses encontraban organizaciones anticomunistas en un país, ayudaban a fortalecerlas, construirlas y/o financiarlas. Cuando tales organizaciones ya existían, pero eran débiles, los funcionarios estadounidenses las apoyaban o desarrollaban. Entre estas podemos encontrar a grupos de iglesias y misioneros, asociaciones comerciales, corporaciones individuales y sindicatos. La política exterior de los Estados Unidos también dio importancia al liderazgo de la AFL-CIO. Las asociaciones académicas y los profesores fueron reclutados y financiados (de manera abierta y encubierta) por el gobierno de los EEUU o sus aliados para producir investigaciones que impulsaran el proyecto anticomunista. En ocasiones el cambio de régimen fue la forma que tomó el proyecto anticomunista global cuando y donde las condiciones locales lo hicieron posible. A principios del período de posguerra, Mossadegh de Irán fue víctima de esto, al igual que Arbenz de Guatemala. En 1965 y 1966 se estimó que los asesinatos en masa de comunistas indonesios costaron la vida a entre 500.000 y tres millones de personas. Poco después de la victoria de la Revolución Cubana en 1959, el nuevo gobierno de Castro se enfrentó a la abierta oposición de los EEUU, luego a un embargo y un esfuerzo armado para derrocar a ese gobierno, todo dirigido y respaldado por los EEUU. El intento por derrocar al gobierno cubano fue infructífero, pero Cuba quedó aislada a partir de entonces. La política exterior estadounidense para América Latina se enfocaría a partir de entonces en el anticomunismo. Existen muchos más ejemplos, que culminan en la socavación de 96

la URSS y los gobiernos prosoviéticos de Europa del Este. Cada caso tenía sus particularidades. Sin embargo, la presencia y la eficacia del proyecto anticomunista global liderado por los Estados Unidos influyeron significativamente en los diversos contextos particulares. Casi en todas partes, los socialistas, los comunistas y sus organizaciones fueron socavados, reprimidos o completamente destruidos. El progreso del Socialismo que había asustado tanto a los partidarios del Capitalismo antes, durante y después del Fascismo fue frenado por el anticomunismo global liderado por los Estados Unidos. La desaparición de los gobiernos socialistas de la URSS y de Europa del Este planteó la idea triunfalista de que tal vez el anticomunismo había tenido un éxito más allá de sus expectativas. Quizás la lucha del siglo XX entre el Capitalismo y el Socialismo/Comunismo se había decidido definitivamente a favor del primero. En medio de un Neoliberalismo global en auge —que había sucedido luego de 1970 al dominio anterior del Keynesianismo (que tuvo lugar entre 1930 y 1970)— la superación del Comunismo parecía asegurada. Sin embargo, el colapso global de 2008 recordó a muchos millones de personas que el Capitalismo era su peor enemigo. Mientras cientos de millones perdían empleos, ingresos, hogares y ahorros, las críticas socialistas al Capitalismo resurgieron y captaron la lealtad de las nuevas generaciones. Una vez más, las tendencias del Capitalismo hacia la desigualdad, la inestabilidad y la injusticia entraron en la agenda pública. El triunfalismo capitalista, que se había disparado desde 1989, se desvaneció rápidamente. Por primera vez en 70 años, un candidato a la presidencia de EEUU podía aceptar la etiqueta de «socialista» y obtener votos mucho, mucho mejor de lo que nadie había previsto. A partir de entonces, cientos de socialistas estadounidenses buscan cargos políticos y cada vez más socialistas lo están logrando.

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Las críticas socialistas al Socialismo soviético y chino, y a la Socialdemocracia europea, reflejaron una creciente gama de debates en torno al Socialismo. La diversidad de interpretaciones y tendencias de la tradición socialista, anterior a 1917, y los animados debates en torno a ellas, comenzaron a resurgir. Los populismos provocados por el rechazo al Neoliberalismo y su vieja política (partidos de centroderecha y centroizquierda que se alternaban en el poder) generaron una nueva izquierda socialista. Los viejos partidos socialistas se redujeron, desaparecieron o cambiaron de liderazgo frente a los nuevos partidos anticapitalistas y movimientos de masas (como Podemos en España, Syriza en Grecia, los «chalecos amarillos» en Francia, y figuras como Corbyn en el Partido Laborista del Reino Unido, entre otros). El anticapitalismo socialista comenzó a reaparecer explícitamente en los medios de comunicación, en la academia y la política. Los políticos tradicionales atacaron cada vez más al Socialismo, pese a que antes habían ignorado su existencia o lo habían tratado como una reliquia histórica muerta desde hacía mucho tiempo. Los activistas ambientales encontraron aliados en ese Socialismo en recuperación, al igual que una nueva generación de militantes sindicales. Mientras que antes los activistas en temas de raza, género y otros movimientos progresistas habían evitado cuidadosamente los temas económicos en general y los enfoques socialistas en particular, después de 2008 sus coaliciones con socialistas se volvieron más fáciles de negociar y administrar. Así, en 2011, el movimiento «Occupy Wall Street» hizo de su lema del 1% contra el 99% una pieza central de su movimiento global. Era obvio que se estaba abriendo la puerta nuevamente al Socialismo. Las dos grandes purgas antisocialistas del siglo XX no habían logrado enterrar al Socialismo ni detener su desarrollo. Sin embargo, lo habían ralentizado y dejado profundas cicatrices. Dos o más generaciones habían quedado traumatizadas: la 98

historia les había demostrado que los pensamientos y acciones socialistas eran extremadamente peligrosos y costosos a nivel personal. Debido a la influencia de las ideologías procapitalistas, muchos jóvenes se alejaron de la política. Se establecieron entonces el individualismo, el emprendedurismo y la meritocracia, y comenzaron a drenarles energía. La respuesta de los trabajadores al agotamiento y las injusticias que tenían lugar en los lugares de trabajo se centró principalmente en el consumo, como instaba toda la publicidad. Comprar era la compensación apropiada y adecuada por el trabajo enajenante. Para los trabajadores la «felicidad» comenzaba inmediatamente después del trabajo: en el bar y luego en el centro comercial. Luchar por mejorar las condiciones de trabajo (y por lo tanto aprender y dominar las teorías y prácticas socialistas relacionadas) pasó de moda. Parecía menos atractivo y menos efectivo. Se hirió al Socialismo, pero también heredó valiosas lecciones de las dos grandes purgas que sufrió. Las derrotas y las agudas críticas enviaron a muchos de sus mejores pensadores a volver a los fundamentos, a hacer preguntas duras y críticas y a producir nuevas tendencias dentro del pensamiento socialista. En medio de la peligrosa represión antisocialista, muchos socialistas reorientaron sus energías hacia otros movimientos sociales (antirracismo, feminismo, ecología, etc.), dándoles un componente socialista más fuerte. Del mismo modo, eso sirvió para traer todo tipo de ideas y argumentos importantes desarrollados en y por esos movimientos sociales a la conciencia, los debates y el desarrollo socialistas. Los socialistas redescubrieron que nunca es la represión en sí misma, sino cómo un movimiento reprimido se enfrenta a la represión, lo que determina sus efectos finales. La historia del Socialismo desde 1945 ha tenido altibajos, declives y resurgimientos. El Socialismo ha experimentado profundos cambios a partir de la evaluación de los dos grandes experimentos en la URSS y la RPCh, sus

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respuestas a las críticas y la represión, y las interminables provocaciones y fracasos del Capitalismo. Las dos grandes purgas del siglo XX no pusieron fin a la lucha entre el Capitalismo y el Socialismo. Las dos primeras décadas del siglo XXI han demostrado que la lucha está muy viva y sigue en curso. Así como el Socialismo cambió profundamente en la transición del siglo XIX al XX, lo hizo de nuevo un siglo después. Los cambios en su naturaleza, composición y trayectoria dan señales de que también va a dar forma al siglo XXI.

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CAPÍTULO VI El futuro del Socialismo y las cooperativas de trabajadores En la introducción de este libro nos referimos al Socialismo como el anhelo de algo mejor que el Capitalismo. A medida que el Capitalismo ha cambiado y se han acumulado experimentos socialistas, tanto buenos como malos, los anhelos socialistas también han cambiado. Sin embargo, surge una extraña desconexión a medida que los graves problemas que experimentó el Capitalismo durante y después de la crisis del 2008 traen al Socialismo nuevamente a la discusión pública. Un gran número de personas debate los pros y los contras del Socialismo como si lo que es en el siglo XXI fuera idéntico a lo que fue en el XX. ¿Es razonable suponer que las dos purgas antisocialistas del siglo pasado, la Guerra Fría, la implosión de la URSS y el surgimiento explosivo de la República Popular China no inspiraron reflexiones críticas sobre el Socialismo por parte de los propios socialistas? No. La evidente ignorancia frente a las nuevas definiciones de Socialismo que surgieron después de 1945, sus elaboraciones y sus implicaciones, refleja el hecho de que el Socialismo fue un tabú en los EEUU durante décadas. No sorprende entonces que los estadounidenses no tengan conciencia de la evolución que experimentó el Socialismo en la teoría, la práctica y la autocrítica. El tabú contra el Socialismo ocasionó que varias personas se alejasen de su desarrollo, y que no pudiesen conectar estos desarrollos con los problemas del Capitalismo moderno. El Socialismo, en cambio, se convirtió para la mayoría principalmente en dos cosas. Por un lado, muchos políticos, académicos y celebridades describieron al Socialismo como una coincidencia con los esfuerzos soviéticos para subvertir el Capitalismo global. Para 101

esas personas, el Socialismo significaba pasar de lugares de trabajo privados a lugares de trabajo de propiedad y operación estatal, y del mercado a la distribución centralizada de recursos y productos. Estas mismas personas equipararon oponerse al Capitalismo con oponerse a la democracia y la libertad. Esta ecuación luego se repitió sin cesar en un esfuerzo por hacerla de «sentido común». Por otro lado, Socialismo fue el nombre adoptado por los gobiernos del «Estado de bienestar» de Europa occidental, especialmente los escandinavos, que tenían como objetivo regular los mercados compuestos aún en su mayoría por empresas capitalistas privadas. Esto llevó a mucha gente a asociar el Socialismo con un gasto público robusto y la intervención del Estado en el mercado. En consecuencia, el Socialismo fue visto como más o menos extremo dependiendo de si involucraba empresas de propiedad estatal y operadas por el Estado con planificación central en un extremo o simplemente políticas de Estado de bienestar con regulación de mercado en el otro. Las palabras «comunista» y «socialista» a veces designaban las versiones más y menos extremas, respectivamente. La evolución y diversidad del Socialismo fueron oscurecidas como resultado de estas definiciones rudimentarias. Los propios socialistas luchaban por lo que consideraban los resultados de los primeros experimentos importantes y duraderos en la construcción de sociedades socialistas (URSS, República Popular China, Cuba, Vietnam, etc.). Sin duda, estos experimentos socialistas lograron un crecimiento económico notable y admirable. Tal crecimiento permitió la asistencia mutua entre las sociedades socialistas, lo cual fue crucial para su defensa y supervivencia. El Socialismo se estableció así globalmente como el principal rival y posible sucesor del Capitalismo. En el Sur Global, el Socialismo surgió prácticamente en todas partes como el modelo de desarrollo alternativo a un 102

Capitalismo agobiado por su historia colonialista y sus problemas contemporáneos de desigualdad, inestabilidad e injusticia. Sin embargo, los socialistas también lucharon con algunos aspectos negativos de estos primeros experimentos en el Socialismo, particularmente el surgimiento de gobiernos centrales autoritarios que a menudo usaban su poder económico concentrado para lograr el dominio político de formas poco democráticas. Muchos socialistas estuvieron de acuerdo con las denuncias críticas de la dictadura política, aunque algunas de estas críticas ignoraron las dictaduras que tenían lugar dentro de las megacorporaciones capitalistas. Las luchas de los trabajadores en las sociedades socialistas contra la explotación y la opresión también afectaron el pensamiento de los socialistas. Algunos teóricos socialistas —por ejemplo, Milovan Djilas y sus coidearios en la república socialista no-soviética de Yugoslavia— comenzaron a aplicar el análisis de clase a los socialismos de tipo soviético y argumentaron que los burócratas del partido eran una nueva clase. Una implicación de esta línea de pensamiento fue que la URSS no se había separado del Capitalismo en términos de clase tal y como proclamaba. Cualesquiera que fueran las declaraciones de los líderes y apologistas del Partido, muchos socialistas después de 1945, y aún después de 1989, comprendieron el estado inacabado, incompleto e inadecuado de los proyectos socialistas de su época. Tales disidentes socialistas hicieron varios esfuerzos para «abrir las ventanas» de la atmósfera mohosa dentro de los círculos oficiales del Socialismo después de 1945. (Estas palabras provinieron de un apasionado miembro del Partido Comunista Francés, Etienne Balibar, y se hicieron eco de la postura teórica crítica de su maestro, Louis Althusser). Durante las protestas generalizadas a nivel mundial de 1968, los jóvenes socialistas hicieron preguntas nuevas y diferentes a una generación de socialistas más vieja. El eurocomunismo buscó algún tipo de consenso entre el Socialismo comunista del bloque soviético y el 103

socialdemócrata de Europa Occidental. Las corrientes de pensamiento y práctica anarquistas regresaron como posibles formas de promover los ideales socialistas sin el estatismo que se había asociado con ellos. Las comunas maoístas surgieron como otra forma de promover estos ideales, como fue el caso de las cooperativas yugoslavas y los kibbutzim israelíes. Los socialistas durante el último medio siglo también se vieron profundamente afectados por las críticas de los emergentes movimientos sociales de izquierda. Antirracistas, feministas y ambientalistas —muchos de los cuales habían comenzado en círculos socialistas— comenzaron a criticar a los socialistas por ignorar o minimizar el enfoque de sus luchas. El feminismo socialista y los ecosocialismos, por ejemplo, intentaron tomar en serio estas críticas. Asimismo, los socialistas de todas partes comenzaron a repensar qué debería enfatizar una posición socialista para integrar las demandas y objetivos de los movimientos sociales con los que buscaba alianzas. Una cepa de autocrítica socialista un tanto superficial destacó el inadecuado reconocimiento e institucionalización de la democracia por parte del Socialismo. Esta autocrítica reconoció y dio cabida a las críticas al Socialismo, muchas de las cuales afirmaron la ausencia de democracia política en las sociedades socialistas. Tal pensamiento también agudizó la lucha dentro del Socialismo entre las tendencias comunistas y las tendencias socialdemócratas. Estos últimos generalmente funcionaban dentro de sistemas parlamentarios, donde los socialistas —incluso cuando tenían el poder por elección— debían que gobernar democráticamente. Estos socialdemócratas presentaron sus ideales democráticos como una oposición a los socialistas que habitaban en países donde los partidos comunistas tenían el liderazgo. Por lo tanto, cuando los regímenes socialistas de Europa del Este se disolvieron después de 1989, muchos socialistas en estos países buscaron 104

transiciones a socialismos similares a los de Europa Occidental. En algunos casos —por ejemplo, en Hungría y Polonia— sus esperanzas se vieron frustradas. Los socialistas que deseaban añadir la democracia política al sistema económico socialista se enfrentaban a varias cuestiones y problemas. Primero, ¿cómo hacer eso? Simplemente agregar múltiples partidos políticos y elecciones seguramente no era la respuesta. Los socialistas sabían mejor que la mayoría cómo la riqueza, los ingresos y el poder económico tendían a concentrarse en manos de las corporaciones capitalistas, lo que hacía que la mera formalidad de los partidos y las elecciones tuviese poca sustancia democrática. ¿Por qué los socialistas habrían de pensar que una concentración similar en los lugares donde predominaba el Capitalismo de Estado podía producir un resultado diferente? Un problema mayor para el proyecto de fusionar el Socialismo con la democracia se refería a la cuestión de dónde se produciría tal fusión. ¿Se ubicaría la democracia en las relaciones entre el Estado, los lugares de trabajo individuales y los ciudadanos individuales; entre diferentes personas dentro de los lugares de trabajo; o en ambos? ¿Se contarían los lugares de trabajo como los individuos en las democracias liberales: un voto cada uno, independientemente de su riqueza, tamaño, etc.? ¿Se institucionalizaría la democracia dentro de cada lugar de trabajo para que todos los empleados, con un voto cada uno, pudieran decidir democráticamente qué, cómo y dónde produce el lugar de trabajo y qué se hace con la producción y los ingresos? De ser así, ¿cómo interactuaría de manera democrática esa democracia en el lugar de trabajo con las personas externas a las empresas —por ejemplo, clientes u otras personas en las comunidades circundantes? El Capitalismo nunca enfrentó, y mucho menos resolvió, estos problemas, por lo que averiguar cómo podría hacerlo el Socialismo resultó difícil para los socialistas que emprendieron la tarea. 105

Para muchos socialistas, tales preguntas y problemas resultaron demasiado exigentes. Tales socialistas recurrieron a elucubraciones abstractas de democracia, con poca o ninguna atención a los detalles. Los antisocialistas podrían continuar regañando al número cada vez menor de sociedades dirigidas por partidos comunistas por la ausencia de formas democráticas (pretendiendo, como siempre, que la formalidad equivalía de alguna manera a la sustancia democrática). Mientras tanto, socialistas declarados, como Sanders en los EEUU, o Corbyn en el Reino Unido, señalaron los socialismos de tipo europeo occidental como prueba de los logros del «Socialismo democrático». Sin embargo, después del colapso capitalista de 2008, cada vez más socialistas captaron el profundo problema de la inadecuada e incompleta democracia tanto en los socialismos convencionales como en los capitalismos, ya sean privados o estatales. Invocar la transición del Comunismo al Capitalismo en nombre de la democracia —como se hizo ampliamente antes y aún más después de 1989— era degradar la democracia de la sustancia a la formalidad. Lo que sorprendió a un número cada vez mayor de socialistas fue que la ausencia de una democracia real y sustancial había socavado tanto a los capitalismos como los socialismos tradicionales. En los primeros, la colaboración de los capitalistas privados más ricos y poderosos con el aparato estatal resultó en una oligarquía política y social antidemocrática. En los últimos, la colaboración de las empresas económicas estatales y privadas más ricas y poderosas con el aparato político estatal dio como resultado casi lo mismo. El esfuerzo por incorporar la democracia en las sociedades socialistas enseñó a los comprometidos con el proyecto que la misma tarea se aplicaba al Capitalismo. El conflicto entre los dos sistemas había cegado al siglo XX ante algunas similitudes básicas entre el Capitalismo y los socialismos convencionales. Una similitud clave es la estructura u organización interna de los 106

lugares de trabajo, y la naturaleza de la relación entre los lugares de trabajo y el Estado. En ambos sistemas —sin ignorar todas sus variaciones— los lugares de trabajo estaban organizados de una manera evidentemente antidemocrática. A medida que los socialistas avanzaron hacia la democratización de los lugares de trabajo, el propio Socialismo cambió, lo que resultó en el surgimiento de una importante nueva tendencia socialista a fines del siglo XX. Tanto en el Capitalismo privado como en el estatal («socialismos realmente existentes») los lugares de trabajo presentan una dicotomía básica entre empleadores y empleados. En los capitalismos privados, los empleadores no suelen ser miembros de ningún aparato estatal. Sin contar a las micro y pequeñas empresas, en los lugares de trabajo los empleadores son más bien una pequeña minoría de personas. Esta minoría toma todas las decisiones clave en el lugar de trabajo, incluido qué producir, cómo y dónde, y qué se debe hacer con la producción. La mayoría —empleados contratados por los empleadores— está excluida de tomar tales decisiones, sin embargo, debe aceptarlas y vivir con ellas. En los capitalismos privados los empleados pueden renunciar a un empleador, pero eso normalmente requiere que ingresen a otro lugar de trabajo con la misma organización. En los socialismos realmente existentes los lugares de trabajo regulados por el Estado o de propiedad y operación estatal muestran esta misma dicotomía o escisión. Una pequeña minoría —en este caso, los empleadores que son ciudadanos privados o funcionarios estatales— contrata a la mayoría, es decir, a los empleados que hacen la mayor parte del trabajo. Esta minoría excluye de forma similar a las mayorías de las decisiones clave en el lugar de trabajo. En lo que respecta a las relaciones entre el Estado y los lugares de trabajo, los empleadores, ya sean propietarios privados o funcionarios estatales, son los intermediarios que 107

«representan» al lugar de trabajo. Los empleados juegan un papel secundario o no juegan ningún papel en esta relación. Fuera del lugar de trabajo, la masa de empleados, como ciudadanos, puede elegir periódicamente un candidato para el cargo, pero son estos políticos quienes posteriormente junto a los empleadores establecen relaciones entre el Estado y el lugar de trabajo, ya sean estos últimos propietarios privados o funcionarios estatales como ellos. La estructura de esta relación sirve para alienar a los empleados, que son la mayoría, de su potencial para influir en los eventos económicos; apenas les permite lograr una influencia ocasional y marginal. Esto imposibilita una verdadera democracia en la economía. A partir de estas lecciones, un número cada vez mayor de socialistas se han centrado en las cooperativas de trabajadores como un medio para lograr una democracia económica tangible. Tales socialistas rechazan las relaciones amo/esclavo, señor/siervo y empleador/empleado porque todas ellas imposibilitan una democracia real. Los socialistas que abogan por las cooperativas de trabajadores buscan construir lugares de trabajo alternativos que eviten específicamente todas esas dicotomías. Lo hacen en nombre de acabar con las desigualdades que estas dicotomías siempre han fomentado y promover la democracia que tales dicotomías siempre han impedido. El objetivo es una transición desde todas las organizaciones capitalistas de los lugares de trabajo hacia aquellas en las que los empleados también son, simultánea y colectivamente, empleadores. Este nuevo tipo de Socialismo aboga así por las cooperativas de trabajadores donde los trabajadores funcionan democráticamente como sus propios empleadores. Tales ideas y aspiraciones no son nuevas. Han existido y circulado entre esclavos, siervos y trabajadores que anhelaron algo mejor a lo largo de los siglos. Los lugares de trabajo colectivos donde los trabajadores se autodirigían, a menudo democráticamente, existieron en la antigüedad. Por ejemplo, los 108

siervos individuales y las comunas de las aldeas a veces organizaban los lugares de trabajo de manera democrática dentro de las sociedades feudales europeas. Lo mismo hicieron los artesanos en algunos gremios feudales. Hacia fines del siglo XIX, especialmente en Francia y España, los sindicatos desarrollaron programas que iban mucho más allá de los límites de la negociación colectiva con los empleadores sobre salarios y las condiciones de trabajo. En un movimiento llamado «sindicalismo» (que tenía su raíz en la palabra francesa para «sindicato de trabajadores», syndicat) los trabajadores exigieron que los sindicatos reemplazaran por completo a los empleadores capitalistas para que los empleados se convirtiesen en sus propios empleadores. Otros movimientos, anarquistas incorporaron demandas para que los trabajadores controlaran también sus propios lugares de trabajo. En resumen, ha habido muchos precursores de la idea y la organización de las cooperativas de trabajadores. Sin embargo, en su mayor parte, la teoría y la práctica dominantes de los socialismos de los siglos XIX y XX restaron importancia o marginaron los lugares de trabajo democratizados. Sin embargo, especialmente después de los reveses sufridos por los socialismos a finales del siglo XX, un nuevo Socialismo del siglo XXI está redescubriendo, renovando y reformulando afanosamente los programas para democratizar los lugares de trabajo. Estos programas ahora dan prioridad y énfasis a las cooperativas de trabajadores para lograr una transición del Capitalismo a un orden económico alternativo y democrático. En sus formas modernas, las cooperativas de trabajadores brindan a todos los que trabajan dentro de un lugar de trabajo, ya sea una fábrica, una oficina o una tienda, la misma voz en las decisiones clave con respecto a la empresa. Las mayorías determinan qué, cómo y dónde produce el lugar de trabajo; cómo utiliza o distribuye sus productos; y cómo se relaciona con el Estado. El socio directo del Estado en su relación con el lugar de 109

trabajo ya no es una minoría, los empleadores, sino todo el colectivo de empleados/propietarios. Al democratizar los lugares de trabajo, las cooperativas de trabajadores pueden dar forma a una democracia real y cotidiana en toda la sociedad. Los lugares de trabajo democratizados brindan una base — una estructura institucional, hábitos de pensamiento y acción, capacitación y un modelo— para una política democrática en las comunidades residenciales. En el pasado, la relación antidemocrática empleador/empleado de las sociedades capitalistas y socialistas socavó la agencia de los trabajadores en la política. La idea misma de una democracia política real parecía remota, puramente imaginaria y vagamente utópica. Por el contrario, una transición de la organización capitalista de la producción en los lugares de trabajo privados y estatales hacia una organización cooperativa de trabajadores alternativa establece una democracia real en la esfera económica. Eso a su vez ofrece mejores perspectivas para que los socialistas revitalicen las demandas y los movimientos por una democracia paralela en la política. Una economía basada en cooperativas de trabajadores revolucionaría la relación entre el Estado y el pueblo. En tanto colectividad de trabajadores autoempleados, los trabajadores ocuparían el lugar tradicionalmente ocupado por la empresa en las relaciones e interacciones con el Estado. El antiguo intermediario en la relación entre el Estado y el lugar de trabajo —los empleadores— sería subsumido por el colectivo de trabajadores/propietarios. Los trabajadores determinarían los egresos que deberían destinar al Estado, y el Estado tendría que negociar. El Estado dependería así de los ciudadanos y los trabajadores, y no al revés. El Estado dependería de los ciudadanos en el campo de batalla habitual: elecciones y votaciones (o sus equivalentes) basadas en la residencia. El Estado también dependería de los trabajadores en el otro frente de batalla social: las interacciones entre el Estado y los lugares de 110

trabajo. En ambos escenarios, la democracia real habría dado pasos agigantados. El Estado ya no pretendería ocupar el papel de árbitro neutral en las luchas entre amo y esclavo, señor y siervo, empleador y empleado. El Estado tendría menos formas y medios para imponer su propio impulso y objetivos a los ciudadanos o los lugares de trabajo. En esa medida, la «extinción» del Estado sería más factible de lograr que en cualquier otro Socialismo conocido hasta ahora. La democratización de los lugares de trabajo plantea de inmediato el problema —de hecho, la necesidad— de extender esa democratización a las personas que no trabajan en las empresas pero que se ven afectadas por sus actividades. Las comunidades en las que funcionan los lugares de trabajo deben tener una relación democrática con estos lugares de trabajo que, después de todo, pagan impuestos a estas comunidades y toman decisiones que pueden dar forma a los patrones de tráfico locales, la calidad del aire, etc. Tal debería ser también el caso de los clientes y otras partes interesadas de las cooperativas de trabajadores. Las decisiones tomadas dentro de los lugares de trabajo democratizados por sus trabajadores deben ser compartidas y codeterminadas por las decisiones democráticas de los clientes y las localidades y regiones afectadas. Tal codeterminación también necesitaría acordar reglas para desarrollar, hacer cumplir y adjudicar disputas y desacuerdos. Sería necesario construir un sistema de pesos y contrapesos entre los lugares de trabajo, las comunidades residenciales y los consumidores. La diferencia clave entre el emergente Socialismo del siglo XXI y la tradición socialista anterior es la defensa del primero de la transformación microeconómica de la estructura interna y la organización de los lugares de trabajo. La transición de organizaciones jerárquicas y dicotómicas de los lugares de trabajo a cooperativas de trabajadores fundamenta una democracia económica de abajo hacia arriba en un nivel estructural más amplio. La diferencia entre el nuevo Socialismo 111

y el Capitalismo deja de ser el conflicto entre el Estado y los lugares de trabajo privados, o entre la planificación centralizada y los mercados privados, para convertirse en una cuestión de organización democrática frente a una organización autocrática en el lugar de trabajo. Una nueva economía basada en cooperativas de trabajadores tendrá que encontrar su propia forma democrática de estructurar las relaciones entre las cooperativas y la sociedad en su conjunto. Este tipo de economía tendría que identificar, por ejemplo, la mejor proporción de planificación frente a la distribución por medio del mercado, y de propiedad privada frente a la pública en los lugares de trabajo, así como determinar la estructura específica de las leyes y reglamentos. Las cooperativas de trabajadores están haciendo de nuevo lo que los lugares de trabajo capitalistas hicieron cuando surgieron en el ocaso del Feudalismo. De esta manera, el nuevo Socialismo emerge de las experiencias prácticas y experimentos del viejo, y de las autocríticas teóricas que suscitó. La historia se ve diferente bajo la nueva luz de un Socialismo del siglo XXI. Podemos ver que las monarquías, desterradas de la esfera política y pública, sobrevivieron dentro del espacio privado de los lugares de trabajo. La monarquía y la autocracia no se desterraron por completo en la era moderna, sino que se reubicaron dentro de los lugares de trabajo, donde se violentó la democracia. Estos espacios autocráticos luego proporcionaron a sus propietarios/monarcas los medios para agitar contra la democracia en la esfera política. Antes del final de la monarquía política, a los conservadores les preocupaba que la civilización no pudiera sobrevivir sin el liderazgo soberano del rey y su corte. Ahora, antes del fin del Capitalismo, a los conservadores les preocupa que la economía, y por lo tanto la civilización misma, no puedan sobrevivir sin el liderazgo de un jefe y ejecutivos dentro de los lugares de trabajo. En respuesta a esa preocupación, las ganancias incentivan a los empleadores a buscar el éxito en la economía actual. Pero la 112

organización empleador/empleado del lugar de trabajo produce tensiones y conflictos que siempre generarán motivaciones contraproducentes para los empleados. En las cooperativas de trabajadores, los empleados tienden a trabajar más y mejor porque la empresa les pertenece a ellos, no a sus empleadores. En los lugares de trabajo capitalistas, los empleadores y los empleados luchan por la redistribución de la riqueza que producen. Esas luchas agudizan y profundizan las divisiones sociales. En las cooperativas de trabajadores, los miembros determinan democráticamente cualquier distribución del trabajo y la riqueza precisamente para prevenir y eliminar la división social. Un nuevo Socialismo centrado en transformar los lugares de trabajo en cooperativas de trabajadores ofrece a una nueva generación de socialistas una estrategia política particularmente eficaz. La vieja tradición del Socialismo enseñó a sus enemigos a centrar su contraataque crítico en las tendencias estatistas del Socialismo. Esos enemigos no están preparados, al menos no todavía, para defenderse de un Socialismo definido en términos de democratización del lugar de trabajo y propiedad de los empleados. Esta falta de preparación les da a los socialistas una ventaja estratégica. Este nuevo Socialismo también proporciona una base sólida sobre la cual los socialistas pueden apreciar críticamente e ir más allá de la vieja tradición socialista. El nuevo Socialismo puede aplaudir cómo la vieja tradición construyó poderosos partidos políticos, ganó el poder en los principales países y difundió el interés y la conciencia del Socialismo en todo el mundo. Sin embargo, también puede confrontar y superar los límites de la vieja tradición, especialmente su estatismo, que pasó de ser una fortaleza a un lastre. Las cooperativas de trabajadores tienen una larga historia y una amplia presencia en el mundo actual. Para tomar un ejemplo destacado de las muchas miles de cooperativas de trabajadores en todo el mundo, la Corporación Mondragón en la región vasca 113

de España ofrece más de medio siglo de experiencia como prueba de la viabilidad de este modelo económico. Mondragón comenzó con seis trabajadores y ahora involucra a más de 80.000. Ahora es una de las 10 corporaciones más grandes de España. A lo largo de su historia, ha encontrado formas para que las pequeñas cooperativas de trabajadores maduren y crezcan, e incluso para que las cooperativas de trabajadores ganen a los competidores capitalistas dentro de la misma industria. Mondragón ha demostrado cómo las cooperativas de trabajadores pueden crecer mientras coexisten con los lugares de trabajo capitalistas dentro de una sociedad. Mondragón también ofrece estrategias sólidas para relaciones cooperativas de trabajadores exitosas e interacciones con los gobiernos. Por supuesto, el crecimiento asombrosamente exitoso de Mondragón no estuvo exento de reveses y momentos difíciles, algunos de los cuales se debieron a factores globales más amplios, las inestabilidades cíclicas del Capitalismo, y los propios errores, problemas de aprendizaje y fracasos de la cooperativa. Las sociedades modernas, tanto capitalistas como socialistas, tienen deficiencias más que suficientes —es decir, desigualdades, inestabilidades, injusticias, falta de democracia real— para permitir y provocar que sus ciudadanos busquen una alternativa prometedora. La evidencia teórica y empírica está aquí: las cooperativas de trabajadores son esa alternativa. El próximo paso necesario es construir sectores de cooperativas de trabajadores en nuestras sociedades contemporáneas. Eso permitiría a los ciudadanos encontrarse, trabajar y adquirir productos tanto de cooperativas de trabajadores como de lugares de trabajo capitalistas, estatales y privados. Tal sector proporcionaría la base para que los ciudadanos tomen decisiones informadas sobre qué combinación de organizaciones alternativas en el lugar de trabajo funciona mejor. En el Reino Unido y los EEUU, los líderes políticos socialistas como Jeremy Corbyn y Bernie Sanders abogan por el 114

apoyo gubernamental a las cooperativas de trabajadores. Este apoyo implicaría leyes que otorguen a los empleados un derecho de preferencia cuando un empleador considere ciertos cambios básicos en la empresa. Los trabajadores, por ejemplo, pueden optar por comprar una empresa que de otro modo se vendería a otra persona o corporación y convertirla en una cooperativa de trabajadores. Este apoyo también implicaría prestar a los trabajadores los fondos iniciales a una tasa asequible para comprar sus empresas. Finalmente, mientras se desarrollan tales leyes y mecanismos de financiación en ayuda de las cooperativas, el apoyo del gobierno incluiría la organización de una discusión pública masiva y un debate sobre el tema de la transición social hacia una economía democráticamente organizada. Una consecuencia probable de tales transiciones sería una redefinición de la política tal como la conocemos ahora. Los partidos probablemente se reorganizarían de acuerdo con las organizaciones laborales a las que favorecían y a las que se opondrían. Aquellos partidos socialistas que representaron la oposición al Capitalismo hace mucho que se transformaron en partidos que abogan por un Capitalismo privado más amable y gentil con una mezcla en mayor o menor medida de Capitalismo de Estado (es decir, regulación gubernamental y empresas de propiedad y operación estatales). A raíz del surgimiento del nuevo Socialismo del siglo XXI, la siguiente fase de la organización socialista incluiría defender y ayudar a construir una economía basada en cooperativas de trabajadores. Varias formaciones políticas de centro-izquierda y centro-derecha — incluidos algunos partidos socialistas o alas de partidos socialistas— se convertirían explícitamente en lo que siempre fueron implícitamente: partidarios de una economía capitalista. Los capitalistas serían la base y el apoyo de tales partidos, mientras que las cooperativas de trabajadores se convertirían en lo mismo para los partidos socialistas. La política volvería a 115

comprometerse de manera profunda, regular y, con suerte, no violenta con la cuestión de si el Capitalismo o el Socialismo sirven mejor al bien público. Los significados de palabras y etiquetas como «Capitalismo» y «Socialismo» cambiarían a medida que surgiera este nuevo panorama político. Las cooperativas de trabajadores son la nueva visión y meta del Socialismo. Critican el Socialismo heredado del pasado y le agregan algo crucial: una visión concreta de cómo sería una sociedad alternativa, más justa y humana. Con el nuevo enfoque en la democratización del lugar de trabajo, los socialistas están en una buena posición para disputar la lucha del siglo XXI entre los sistemas económicos.

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CONCLUSIÓN Comprender el Socialismo ahora implica comprender cómo y por qué está evolucionando de lo que fue durante sus primeros dos siglos, entre 1800 y los 2000. Esos años vieron crecer al Socialismo desde pequeños experimentos tentativos tempranos hasta partidos políticos nacionales maduros, sociedades reorganizadas e importantes administraciones estatales. A partir de varias iniciativas regionales y nacionales, maduró hasta convertirse en una tradición internacional de diversas interpretaciones postcapitalistas. El Socialismo inspiró y produjo una notable efusión teórica que llevó la crítica del Capitalismo a muchos nuevos niveles de análisis sofisticados, produjo nueva literatura crítica en todas las disciplinas y también generó diseños y anteproyectos originales para los posibles socialismos del futuro. Tan rápido y furioso fue el crecimiento y la expansión del Socialismo que su registro empírico de ensayos y errores, éxitos y fracasos provocó repetidos períodos de intenso autoexamen y autocrítica. De estos, la mayor parte surgió de la desaparición del Socialismo de Europa del Este en la década de 1980, de los cambios en China, del resurgimiento neoliberal del Capitalismo y luego del gran colapso capitalista de 2008. Tan profundo fue el impacto de estos eventos clave de los últimos 40 años en el Socialismo que la autocrítica volvió a las raíces de la tradición con preguntas básicas. Los socialistas llegaron a comprender que las primeras décadas de cualquier sistema social son siempre tiempos de experimentos para descubrir cómo ajustar las teorías y las prácticas, para cambiar el sistema, de modo que pueda reproducirse y crecer con éxito. Las primeras décadas del Capitalismo muestran ese proceso. Los socialistas descubrieron que las primeras experiencias de su sistema también enseñaron valiosas lecciones a quienes se atrevieron a hacer las preguntas y producir las respuestas. Una lección aprendida fue que el Socialismo debe cambiar su enfoque 117

prioritario del nivel macro al nivel micro. Se debe reducir la preponderancia que tienen los temas referentes a la propiedad de los medios de producción (privados o estatales), y la distribución de recursos y productos a través de mercados frente a la planificación centralizada. En cambio, la atención concentrada de los socialistas debería moverse hacia cuestiones de jerarquía frente a democracia dentro de los lugares de trabajo. Los socialistas de hoy están divididos en cómo ven, sienten y reaccionan ante tales cambios en su tradición. Las cooperativas de trabajadores ya representan una encarnación institucional clave de los focos cambiantes del Socialismo. El tiempo y la lucha dirán cómo y hasta dónde llegarán a representar el nuevo Socialismo del siglo XXI. No hay manera de entender al Socialismo sin entender el anhelo de llegar a algo mejor que el Capitalismo. El Capitalismo reprodujo incesantemente esos anhelos a lo largo de su historia. El Socialismo es la sombra del Capitalismo, su crítica constante. Entrelazados, el Capitalismo y el Socialismo se modifican mutuamente hasta que sus enfrentamientos finalmente dan como resultado algo nuevo y diferente: un nuevo sistema con su nueva sombra autocrítica. Como un oso que emerge de la hibernación, el Socialismo de hoy emerge del esfuerzo represivo y a menudo vicioso del Capitalismo para matar su propia sombra. Por supuesto que ese esfuerzo fracasó. El fracaso está integrado en las contradicciones del Capitalismo. Pero las nuevas oportunidades de un Socialismo revivido dejan abierta la pregunta de qué tan bien los socialistas las ven, aceptan sus implicaciones y reconstruyen movimientos sociales lo suficientemente fuertes como para aprovechar esas oportunidades. Se trata de que el Socialismo del siglo XXI responda adecuadamente a esos anhelos humanos de lograr algo mejor. Esperamos que este libro ayude a crear esa respuesta.

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ACERCA DE LA PORTADA La rosa roja: un símbolo del Socialismo La portada [original de la edición en inglés publicada por Democracy at Work] ha sido creada por el artista Luis de la Cruz. Luis estudió en el Occidental College y trabaja como bombero. Ha ilustrado retratos, dibujos animados, cómics y diseños de camisetas para organizaciones e individuos desde la escuela secundaria. Puedes ver más del trabajo de Luis en www.luisdelacruzstudio.com. El color rojo utilizado en esta portada ha sido un símbolo del Socialismo desde la Revolución Francesa de 1848. Después de la caída de la Comuna de París en 1871, el canciller alemán Bismarck, temiendo un estallido revolucionario similar en Alemania, aprobó leyes antisocialistas que prohibían la bandera socialista roja. Para eludir estas leyes los socialistas comenzaron a usar pequeños trozos de cinta roja para mostrar sutilmente sus inclinaciones políticas. Cuando estos también fueron prohibidos, comenzaron a portar rosas rojas. Los socialistas fueron arrestados y encarcelados por usar tanto las cintas como las rosas, y el rechazo a tal represión eventualmente presionó a los tribunales a discutir acerca del derecho de cada uno a portar una flor. Un juez finalmente dictaminó que los ciudadanos tenían derecho a usar cualquier flor del color que quisieran, pero que cuando un grupo de ciudadanos se reuniese con rosas rojas, esto constituiría un símbolo socialista. El símbolo de la rosa roja se extendió por Europa y Estados Unidos cuando los socialistas fueron exiliados de Francia y Alemania. Para 1910 era generalmente reconocido como un símbolo del Socialismo. Hoy en día, la rosa roja en un puño es el símbolo de la Internacional Socialista (una organización mundial

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de partidos políticos) y del Partido Socialista Francés. La rosa roja es también el símbolo del Partido Laborista Británico. Es por ello que la rosa roja inspiró la portada de Entendiendo al Socialismo. Elegimos mostrar múltiples rosas como demostración del crecimiento y la expansión del Socialismo. Dejando de lado el romanticismo, nuestras rosas son rectas, altas, orgullosas y fuertes. Las rosas en la parte posterior son más opacas en comparación con el frente para mostrar la superación de anteriores versiones del Socialismo, y la fuerza y renacimiento de las nuevas.

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Pan y rosas8 Mientras vamos marchando, a través del nuevo día, brillan con un sol radiante cocinas e hilanderías. El día se ilumina con nuestras voces hermosas, porque el pueblo nos escucha: «¡Pan y rosas, pan y rosas!». Mientras vamos marchando, vamos por los varones, que también son nuestros hijos y sufren la explotación. ¡No seremos explotadas de la cuna hasta la muerte! Nuestro cuerpo quiere pan y rosas para el corazón. Mientras vamos marchando, a través de nuestro canto se oyen gritos de mujeres que clamaron por el pan. Ellas nunca conocieron la belleza de las cosas. ¡Es por eso que luchamos por el pan y por las rosas! Mientras vamos marchando, traemos días mejores, Nuestra lucha de mujeres es por la humanidad. ¡Basta ya que diez trabajen para uno que reposa! ¡Sí a las glorias de la vida! ¡Pan y rosas, pan y rosas! ¡Basta ya que diez trabajen para uno que reposa! ¡Sí a las glorias de la vida! ¡Pan y rosas, pan y rosas!

Poema escrito por James Oppenheim, publicado en 1911. Popularizado en la música gracias a Mimi Fariña, Judy Collins y Joan Baez.

No se trata de una traducción literal del poema de James Oppenheim, sino de la magnífica adaptación al español interpretada por Alejandra Ayduh, Cristina Paredes, Alejandra Rivas, Cecilia Ruiz y Ángeles Valdez. Se puede acceder a la canción a través de este link: https://youtu.be/U8TkfonI0PI (N. del T.). 8

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ACERCA DEL AUTOR

Richard D. Wolff es profesor emérito de Economía de la University of Massachusetts, lugar donde enseñó Economía desde 1973 hasta 2008. Anteriormente había enseñado Economía en la Yale University y en la City College of the City University of New York. Wolff fue, además, un profesor regular en el Brecht Forum en la Ciudad de Nueva York. El profesor Wolff también estuvo entre los fundadores de la Association of Economic and Social Analysis (AESA) en 1988 y participó en la revista trimestral Rethinking Marxism. Actualmente es profesor invitado en el Graduate Program in International Affairs de la New School University de la Ciudad de Nueva York. El profesor Wolff es, además, el presentador de Economic Update with Richard D. Wolff, la cual es producida por su organización, Democracy at Work. Su último libro en colaboración con Democracy at Work fue Entendiendo al Marxismo, y fue publicado en enero de 2019. Lea más en: www.rdwolff.com

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ACERCA DE LAS EDITORAS Liz Phillips es la Directora de Comunicaciones de Democracy at Work y ha estado a cargo desde inicios de 2018. Dos años antes de aquello fue colíder voluntaria de un grupo de estudio de d@w en Los Ángeles, donde se dedicó a la producción de contenido y el reclutamiento. Obtuvo su BFA in Technical Theatre and Stage Management del College of Santa Fe y durante sus 10 años de experiencia en el mundo del entretenimiento (teatro, danza, conciertos, películas y publicidad) ha ocupado principalmente puestos de liderazgo/administración de proyectos o se ha dedicado al story-telling y la creatividad. En la actualidad se siente emocionada de poner estas habilidades en servicio de la construcción del mundo que le gustaría ver, con cada vez más democracia económica (y, por lo tanto, democracia política) para todos, a través de la proliferación de las cooperativas de trabajadores. Maria Caremolla es la Directoria de Medios de Democracy at Work y ha ocupado el cargo desde 2013. Obtuvo su maestría en Management del College of St. Elizabeth de New Jersey. Cuenta con más de 20 años de experiencia debido a su trabajo en la educación superior y organizaciones sin fines de lucro. Su pasión y entusiasmo por el izquierdismo comenzó a una temprana edad y persiste hasta el día de hoy. Fue miembro de la directiva del Left Forum, y milita activamente en su comunidad y las escuelas de sus hijos. Maria se dedica a trabajar por la transición a un sistema económico más democrático, uno que priorice a las personas antes que a las ganancias.

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ACERCA DE DEMOCRACY AT WORK Democracy at Work es una organización sin fines de lucro que aboga por cooperativas de trabajadores y lugares de trabajo democráticos como un punto fundamental para un sistema económico fuerte y democrático. Basados en el libro Democracia en el trabajo: una cura para el Capitalismo, escrito por Richard D. Wolff, visionamos un futuro donde los trabajadores en cada nivel de sus oficinas, tiendas y fábricas tengan la misma capacidad de dirección de su empresa y el impacto que ésta tiene dentro de sus comunidades y en la sociedad en su conjunto. Democracy at Work produce el show Economic Update with Richard D. Wolff, así como los podcasts David Harvey’s AntiCapitalist Chronicles, Puerto Rico Forward with Andrew Mercado-Vázquez, Capitalism Hits Home with Dr. Harriet Fraad y All Things Co-op. Todos los proyectos anteriormente mencionados son resultado de un esfuerzo colaborativo, y llegan al público gracias al arduo trabajo y dedicación de un reducido grupo de trabajadores. Para reducir los costos trabajamos a través de una oficina digital y dependemos del valioso tiempo del Prof. Wolff, así como de otros colaboradores voluntarios tales como el Prof. David Harvey y la Dra. Harriet Fraad. Somos una organización 501(c)(3), pero trabajamos internamente como una cooperativa para adoptar de mejor manera los ideales que creemos que son una parte fundamental de un cambio sistémico efectivo. Lea más en: www.democracyatwork.info

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LECTURAS RECOMENDADAS • • • • • • • • • • • • • • • • • • • •

Samir Amin, Eurocentrism, Monthly Review Press; 2nd ed. Edition, 2010. Samir Amin, Unequal Development, Monthly Review Press; First Pr. Thus edition, 1976. Ian Angus, A Redder Shade of Green: Intersections of Science and Socialism, Monthly Review Press, 2017. David Bakhurst, Consciousness and Revolution in Soviet Philosophy, Cambridge University Press, 1991. Joseph Buttigieg, Translator and Editor, Antonio Gramsci: Prison Notebooks, Vol. 1, Columbia University Press, 1992. Amilcar Cabral, Unity and Struggle: Selected Speeches and Writings, Unisa Press; 2 edition, 2008. Christopher Caudwell, Culture as Politics, Monthly Review Press, 2018. Maurice Dobb, On Economic Theory and Socialism, Routledge Kegan & Paul, 2012. Albert Einstein, Why Socialism?, Monthly Review, 1949. Friedrich Engels, Socialism: Utopian and Scientific, International Publishers, 1935. Francis Fukuyama, The End of History and the Last Man, Free Press, 1992. Frances Goldin, Imagine: Living in a Socialist USA, Harper Perennial, 2014. Stuart Hall, Selected Political Writings, Duke University Press Books, 2017. C.L.R. James, Black Jacobins, Vintage; 2 edition, 1989. C.LR. James, At the Rendezvous of History, Allison & Busby, 1984. Michael A. Lebowitz, The Socialist Imperative: From Gotha to Now, Monthly Review Press, 2015. Michael A. Lebowitz, The Contradictions of Real Socialism, Monthly Review Press, 2012. Minqi Li, China and the Twenty-first-Century Crisis, Pluto Press, 2015. Georg Lukacs, Lenin: A Study on the Unity of his Thought, Verso; 2 edition, 2009. Fritz Pappenheim, The Alienation of Modern Man, Monthly Review Press, 2010.

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• • • • • • • • • •

Vincent Kelly Pollard, State Capitalism, Contentious Politics and Large-Scale Social Change, Haymarket Books, 2012. Brian Pollitt, Editor. The Development of Socialist Economic Thought, Lawrence & Wishart Ltd, 2008. Peter Ranis, Cooperatives Confront Capitalism: Challenging the Neoliberal Economy, Zed Books; Reprint edition, 2016. Stephen A. Resnick and Richard D. Wolff, Class Theory and History: Capitalism and Communism in the USSR, Routledge, 2002. Stephen A. Resnick and Richard D. Wolff, Knowledge and Class, University of Chicago Press, 1989. Antonio A. Santucci, Antonio Gramsci, Monthly Review Press; 1st edition, 2010. Nathan Schneider, Everything for Everyone: The Radical Tradition That Is Shaping the Next Economy, Bold Type Books; 1 edition, 2018. Bryan S. Turner, Marx and the End of Orientalism, Routledge; 1 edition, 2014. Richard D. Wolff, Contending Economic Theories: Neoclassical, Keynesian, and Marxian, MIT Press, 2012. Richard D. Wolff, Democracy at Work: A Cure for Capitalism, Haymarket Books, 2012.

• Richard D. Wolff, Understanding Marxism, Democracy at Work, 2019.

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