El Objeto En Psicoanalisis

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Marc Augé, Monique David-Ménard, Wladimir Granoff, jean-Louis Lang y Octave Mannoni

objeto en psicoanálisis El fetiche, el cuerpo, el niño, la ciencia

gedisa editorial

P S IC O A N A L IS IS

M. Augé,’M. David-Ménard, W. Granoff, J.-L. Lang y O . Mannoni

E L O B JE T O E N PSIC O A N Á LISIS

EL OBJETO EN PSICOANÁLISIS El fetiche y el cuerpo, el niño, la ciencia

M. Augé, M. David-Ménard, W. Granoff, J.-L. Lang y O. Mannoni Presentación de Maud Mannoni

gedisa O

editorial

Título del original en francés: L’objet en psychanalyse

© by Editions Denoel, París, 1986 Traducción: Irene Agoff

Primera edición en Econobook, Barcelona, 2002

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano O Editorial Gedisa, S.A. Paseo Bonanova, 9 Io-Ia 08022 Barcelona, España Tel. 93 253 09 04 Fax 93 253 09 05 Correo electrónico: [email protected] http://www.gedisa.com ISBN: 84-7432-830-6 Depósito legal: B. 24847-2002 Impreso por: Romanyá/Valls Verdaguer, 1 - 08786 Capellades (Barcelona) Impreso en España Printed in Spain

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castella­ no o en cualquier otro idioma.

texto fue revisado por joél Dor

índice

Presentación Mand, M annoni .................................................................................

11

I. £1 fetichismo El fetichismo: lo simbólico, lo imaginario y lo real, firmado por J. Lacan y Wladimir G r a n o ff ............................. De un fetiche en forma de artículo Wladimir G ran off ............................................................................. A n ex o .................................... .......................................................... Presentación a El fetiche y su objeto Jacques S é d a t ...................................................................................... El fetiche y su objeto M arcA u gé .......................................................................................... Discusión: Jacques Sédat, Xavier Audouard, Maud Mannoni y Marc A u g e ..................................................

17 29 40 41 43

58

II. El cuerpo El cuerpo, una cuestión crítica para el psicoanálisis Monique D avid-M énard ...............................................................

69

Discusión: Patrick Guyomard, Romain Laufer, Maud Mannoni, Annette Karadec, Heitor O ’Dwyer de Macedo, Yves Lugrin, Marielle David, Xavier Audouard y Monique D avid-M énard........................................................

87

III. £1 niño Las organizaciones «preneuróticas» en el niño Jean-Louis Lang ................................................................

Discusión: Patrick Guyomard, Maud Mannoni, Pierre David y Jean-Louis L a n g ...........................

IV. La ciencia El psicoanálisis y la ciencia Octave M annoni ............................................................... Discusión: Pierre-Paul Lacas, Patrick Guyomard, Léon Chertok y Octave M annoni.......................

Presentación Maud Mannoni

Este volumen se inicia con un texto inhallable, publicado en Es­ tados Unidos en 1956.* Por:razones que Granoff nos expone, el texto original nunca se publicó en francés. No sin:humor y con cierta ironía, él mismo ubica este trabajo en el contexto de crisis vi­ vido por el psicoanálisis en Francia alrededor de 1954. Esta crisis, que puede ser referida a un vacío en el plano de la elaboración con­ ceptual, no se limitaba a Francia indudablemente, pero se debe a Lacan el haber intentado entonces romper con la ignorancia dominante planteando los verdaderos problemas. En esta época, j >or una preocupación de método le pareció nece­ sario tomar distancia respecto de un enfoque conductista y neurologizante. Consideró importante plantear primero algunos puntos cardinales, así como efectuar la distinción entre lo imaginario, lo sim­ bólico y lo real a fin de dar sostén a la coherencia de un discurso.. Lo que le importaba era, en efecto, el problema dé la constitución del su­ jeto, refiriéndola a cierto discurso -ya inscrito. Lo que caracterizaba al Lacan de esos años era que se dejaba «trabajar» por interrogantes, más que preocuparse por «solucionar» los problemas. Una exigen­ cia ética lo impulsaba, antes que nada, a tratar de mantener abiertas las preguntas, y no buscaba en absoluto «exponer» claramente una doctrina. Así pues, ponía generosamente su trabajo (notas de Semi­ nario) a disposición de sus alumnos más cercanos. Granoff fue uno de los beneficiados y ^«produjo» un trabajo, firmado también por Lacan, elaborado a partir de 1954. Ahora bien, la cuestión del fe^tichismo.fue principalmente abordada por Lacan el 30. de enero y 1.

Firmado por Jacques Lacan y Wladimir Granoff en; Perversión, Psycbodyna-

mies and Therapy, Nueva York, Random House, 1956.

el 6 y 27 de febrero de 1957, en su Seminario sobre la relación de objeto y las estructuras freudianas. De ahí el valor que asignamos a la publicación del trabajo preparatorio que se hallará en esta com­ pilación. Trabajo que deberá leerse, como sugería Lacan, partiendo del último punto de lo que él expresó cuando el conjunto de los oídos del auditorio le permitió concluir en determinada elaboración. En efecto, cada texto psicoanalítico debe ser interrogado relacionándo­ lo siempre con lo que fue para el autor el paso de una etapa a la otra. Ahora bien, Lacan dejaba este cuestionamiento a la responsabilidad de sus alumnos. Granoff aporta aquí el testimonio de lo que existió como «comunidad de trabajo» en una época en que a Lacan le preo­ cupaba más poner una herramienta a disposición de sus allegados que reivindicar una exclusividad «de autor». Granoff, poco a poco, va así de revelamiento en revelamiento. El volumen sigue con una serie de conferencias y debates organi­ zados en el seno del C.F.R.P.2 Los autores se exponen a la crítica e interrogan al psicoanálisis partiendo de lugares diferentes relativos al fetiche, el cuerpo, el niño y la ciencia. En cada ocasión, la índole de las discusiones hace surgir nuevos interrogantes, obligando a] conferenciante a avanzar «más allá» de la cuestión planteada. Marc Augé (antropólogo) muestra con singular fuerza de que modo el fetiche se rebasa a sí mismo expresando a la vez el ser y U relaciónalo cual prolonga la figura simbólica y abarca dos realidades: una referida a lo que élrepresenta y la otra a lo que él pone er relación. Monique David-Ménard sigue la marcha de su paciente y se inte­ rroga sobre el aspecto destructivo de cierta relación con el otro. Er efecto, en cada momento la paciente parece ganadora en la fascina­ ción que ejerce y a la vez prisionera de este deseo.. La conferencian­ te nos muestra entonces que de lo que el psicoanálisis puede habla! es del cuerpo erógeno, pero añade, el cuerpo no es únicamente eró geno, de lo contrario el psicoanálisis sería todopoderoso y podría de cir algo acerca de todo. ¿Y si la cura fuera lo que Freud llama en e Proyecto «la experiencia de satisfacción»? Monique David-Ménarc recuerda que lo que el psicótico no resiste es lo que, en el deseo, esu hecho de residuos alucinatorios en relación con el otro. La experien cia de satisfacción es vivida como peligrosa. El objeto del psicoaná

fisis es la estructura del deseo, pero lo que está en juego en un análi sis, como también dice Monique David-Ménard, es que el sujeto no s limitelTredoblar eVsmtoma. 2. C entre de Form ation et de Recherches Psychanalytiques.

Los encendidos debates que siguen a la conferencia de Jean-Louis Lang tratan también sobre la estructura del deseo y de la palabra. Este autor explica de qué modo intenta reconocer,; a través de discur­ sos, actitudes y conductas significantes del niño v del medio circun­ dante, las modalidades esenciales del funcionamiento de su aparato psíquico y las posiciones conflictivas que determinan su naturaleza.

Este proceder es opuesto al que nos tiene habituados Fran^oise Dolto. A lo lar gode las discusiones se van desprendiendo dos actitudes dispares del analista en la dirección de la cura, que se aclaran me­ diante la confrontación" de puntos de vísta contradictorios. Pero también se hace evidente que sólo con referencia al paciente, en este caso el niño, interviene el objeto común de los analistas y queda abierta la posibilidad de hablar con los términos cotidianos. Octave Mannoni, en El psicoanálisis y la ciencia, demuestra por su parte que fueron las palabras de la lengua corriente (Gegenwille) utilizadas por Freud las que lo pusieron en el camino de la inter­ pretación. Para él, el psicoanálisis tiene el mismo futuro transcultural que la ciencia, aun cuando no recurra al «nominalismo» de la teoría científica. Llega, con humor, a la conclusión de que la quere­ lla que Popper pretendió oponer a Freud era, en el fondo, una que­ rella vienesa... En cualquier caso, los analistas se benefician al máximo si se de­ jan enseñar por los escritores o los poetas y si no desdeñan la histo­ ria, los mitos y la ciencia. Pues habiéndose alimentado sólo de sí mismo, el psicoanálisis acabó en la esclerosis y perdió, por un tiem­ po, los recursos de la invención. Maud Mannoni Agosto de 1985

El fetichismo

El fetichismo: lo simbólico, lo imaginario y lo real1

El fetichismo ha conocido un destino singular en los estudios psicoanlíticos. A comienzos de siglo, en la primera edición de los Tres ensayos so­ bre una teoría sexual, Freud atribuyó a esta práctica un lugar particu­ lar en el estudio de la neurosis y de la perversión.2 Este lugar quedó destacado en la segunda edición, al añadir Freud que la distinción -el contraste- que parecía existir entre el fetichismo y la neurosis, desa­ parecía no bien se sometía al fetichismo a un examen más profundo. El fetichismo está clasificado sin duda como perversión y la perversión es a su vez -segú n la conocida fórmula- el negativo de la neurosis. 1. Publicado con el nombre de Jacques Lacan y Wladimír Granoff en Perversión, Psychodynamics and Tberapy, Random House, 1956. «En oportunidad de la primera publicación de este texto, en 1956, Jacques Lacan aceptó firmarlo a petición del editor norteamericano; él no es el autor.» Jacques-Alain Míller. Este texto pertenece a una etapa de la historia del psicoanálisis en Francia. Mante­ ner en 1986 este escrito imperfecto y fechado es una manera, para nosotros, de no bo­ rrar la historia y de recordar el contexto (transferencia! y político) de una elaboración teórica.; Quién es el autor, en lo oue se escribe? En determinado momento de su tra­ yecto, Lacan recordó que si hay al menos un prejuicio del que el psicoanalista debería ser librado vor el Psicoanálisis: es el de la propiedad intelectual (Ecrits, pág. 395). Por razones didácticas, hemos reinsertado a pie de página algunas notas explicati­ vas elaboradas en 1985 por G eróme Taillandier, profesor en la Universidad de París VII. De este modo, los conceptos utilizados en 1954 vuelven a ser situados en su con­ texto. (Maud Mannoni, enero de 1986.) Los números en paréntesis en este texto remi­ ten a la bibliografía en pág. 26 ss. Versión castellana sobre la traducción al francés realizada por Nimede Safouan. 2. Freud dijo que ta neurosis es el negativo de la perversión. Ahora bien, la fórmu­ la no es reversible; en efecto, ella designa en la neurosis la intervención de la negación, de la represión, de la inhibición, etcétera, mientras que nada semejante se puede afir­ mar acerca de la perversión, en la cual la renegación no es en ningún caso una negación sino antes bien su anulación.

Sin embargo, el fetichismo es una forma de perversión donde no e: posible hallar ningún contraste con la neurosis. Freud mismo recomienda el estudio del fetichismo a todos lo: que quieran comprender la angustia de castración y el complejo d< Edipo. Tanto para los discípulos del psicoanálisis como para sus de tractores, la importancia asignada al complejo de Edipo fue siempr la piedra de toque del conjunto de la relación de cualquier person; respecto del análisis. Así pues, no se escatimaron esfuerzos para llamar la atención so bre la importancia del fetichismo. ¿Pero cuál fue el resultado? Ei los años que siguieron inmediatamente a 1910. el tema dio lugar no más de media docena de contribuciones importantes. Freud volvió a tratar la cuestión dos veces con once años de interva lo. v en cada una de ellas de una manera singular (10,11). Leyendo su artículos se tiene la impresión de que el propio Freud se preguntaba ¡ los lectores iban a entender realmente de qué estaba hablando (11 Al respecto, hay que recordar que uno de los fragmentos incon clusos de los trabajos de Freud trata sobre el fetichismo. Puest que, durante toda su vida, fue él quien dirigió el curso del desarre lio dél análisis, no hay ninguna petulancia en considerar este artícu lo como una presciencia de la dirección que el pensamiento psieoí nalítico iba a adoptar inevitablemente después de la guerra. Nos referimos al estudio del ego. En efecto, en los estudios ps coanalíticos de los últimos diez años - aunque difieran según las tr; diciones variadas, las inclinaciones, las preferencias, los estilos y h escuelas psicoanalíticas en cada país-, el estudio del ego es positiv; mente laprincipal preocupación (6. 24). Durante el mismo período, reaparecían los trabajos sobre el fet chismo. Pues como Freud había señalado, el estudio del fetichism es y sigue siendo el más esclarecedor para todo aquel que des< concentrarse en la dinámica del Edipo a fin de comprender píen; mente qué es el ego.J Para despejar nuestras ideas, así como para indicar la princip orientación de nuestra exposición, debemos recordar ante todo qi el psicoanálisis, que nos permite una visión del psiquísmo infan más profuñHiTque ninguna otra ciencia, fue descubierto por Freí mediante la observación de los adultos; para ser más precisos, m diante su escucha, es decir la de sus discursos. En efecto, el psico nálisis es"una talking cure. 3. Se abre aquí la verdadera cuestión tratada en este texto. Este versará sobre la ■ tructura y el alcance del Edipo, y no sobre el yo. G.T.

A primera vista, recordar verdades tan ampliamente aceptadas po­ dría parecer descortés pero, bien pensado, no lo es. Es simplemente un llamado de atención sobre un punto metodológico esencial. Pues, salvo que reneguemos de lo que constituye la propia esencia del psicoanálisis, debemos servirnos del lenguaje como guía median­ te el estudio de lo que se ha dado en llamar estructuras preverbales.4 Freud nos enseñó y demostró que los síntomas hablan en pala­ bras, que, como los sueños, se construyen en frases. En su artículo de 1927, Freud nos introduce en el estudio del fetiche indicando que debe ser descifrado. Y descifrado como un síntoma o un mensaje (10). Hasta nos dice en qué lengua hay que descifrarlo. Esta manera de presentar el problema no carece de significación. Des­ de el inicio, este enfoque plantea el problema en el terreno de la bús­ queda del sentido en el lenguaje, antes que en el de vagas analogías vi­ suales (como, por ejemplo, las formas huecas que recuerdan la vagina, el vello pubiano, etcétera) De Glanz aufder Nase al pene de la mujer, pasando por Glance on tbe Nose, el paso es estrictamente incompren­ sible si no nos atenemos a la senda indicada por Freud. En la entrada de esta senda puede leerse este letrero: «¿Qué sentido tiene eso?»5 El problema no es de afectos suprimidos [reprimés]; en sí mismo, el afecto no nos dice nada. El problema atañe a la denegación de una idea. C on esta denegación, nos hallamos en el terreno de la significación. U nico campo donde la palabra clave, «desplazamiento», tiene uña significación. Se trata de un espacio fundamental de la realidad humana, el terreno de lo imaginario flO).6 Aquí es donde el pequeño H arry toma posiciones, desde el ins­ tante en que su famoso visitante entra, cortando las manos de los niños, para que no se rasquen la nariz, o dando a devorar este apén­ dice a las orugas (22). 4. La genial inversión operada es ésta: si el método analítico está fundado en la pa­ labra es porque el lenguaje da su condición al inconsciente. G.T. 5. Así pues, de entrada Freud habría planteado el problema en el terreno de la búsqueda del sentido textual antes que en vagas analogías con el campo visual. El problema de fondo no es el de afectos que habrían sido suprimidos y que tomarían una senda desviada; es el de la denegaáón de una idea, la cual nos sitúa en el ámbito del sentido; por lo tanto, en el del desplazamiento, término clave para introducirnos en una región fundamental de la realidad humana: el reino de lo imaginario. G.T. 6. Ahora se tratará de la estructura y del lugar de lo imaginario en la constitución del fetichismo. Inversamente, el hecho del fetichismo aportará una nueva luz, dife­ rente pero complementaria de la de la fobia, al juego de las categorías fundamentales del ser. A semejanza del caso de Juanito, tratado en el Seminario 1956-1957, Harry suministrará el soporte para una revisión de las categorías de ia clínica, así como las l bases de los elementos de la práctica analítica. G.T.

Es así como Freud clasifica este comportamiento cuando al exa­ minar las «transformaciones durante la pubertad» en los Tres ensa­ yos, nos dice que el objeto toma el aspecto de una criatura de la imaginación. Habla de un metabolismo de las imágenes al explicar el retorno de las características patológicas bajo la influencia de un amor desafortunado, por el retorno de la libido sobre la imagen de la persona amada en la infancia. Este es el sentido profundo de la observación sobre la contribu­ ción psíquica a las perversiones. Cuanto más rechazante es la per­ versión, más claramente se revela esa participación. Poco importa lo horrible que sea el resultado. Siempre se puede encontrar un ele­ mento de actividad psicológica que corresponda a la idealización de la tendencia sexual

Así pues, ¿en qué punto de esta línea se produce la ruptura? ¿Qué sucede en el momento en que -cesando de imaginar, hablar o dibu­ jar- Harry, sin saber por qué, se corta un mechón del cabello? ¿Qué sucede en el momento en que, sin explicación, escapa gritando para no ver a su amigo inválido? A primera vista, diríamos que él ya no sabe lo que hace. Estamos ahora'en una dimensión donde el sentido parece haberse perdido, una dimensión donde al parecer se hallaría la perversión fetichista, la afición a las narices que brillan. Y si no hubiera elaboración sobre la nariz o el mechón cortado, esto sería tan imposible de analizai como una verdadera fijación perversa. En efecto, si estrictamentf hablando una pantufla fuera el desplazamiento del órgano femeni­ no, y no existieran otros elementos para elaborar los datos prime­ ros, nos encontraríamos ante una perversión primitiva, totalmenu fuera del alcance del análisis (10). De ello resulta que lo imaginario no representa, en ningún sentido, la totalidad de lo que puede ser analizado.7 La observación clí 7. Lo que está al alcance del análisis debe ser situado en un registro diferente ai de metabolismo de las imágenes. Se reconocen aquí principios que serán nuevament' examinados en el Seminario 1956-1957 en relación con Juanito. Las mutaciones ima ginarias mediante las cuates Juanito intenta precaverse del riesgo de ser devorado po una madre demasiado impulsiva y que rehúsa significarle la castración, evidentemen te no bastan para constituir a un sujeto; a Juanito lesera necesaria la crisis de su fobi para introducir el elemento de angustia que haga de tercero entre su madre y él. Ei otro registro, el de la perversión, lo mismo sucede con Harry. Puesto ante las exigen cias de la castración, éste, a diferencia de Juanito, opta por ¿1 grito y la fuga. Tambié; para él hay una ruptura, pero ésta lo mueve a renunciar al intento de hacerse enten de r: Harry toma la senda del recha2 o del registro del símbolo y déla pérdida de la sig nificación; la estratificación de este rechazo en el fetiche está en lo sucesivo al alean ce de la mano. G.T.

nica de H arry podría ayudarnos efectivamente a resolver la cues­ tión que hemos planteado. Pues es el único momento en que el comportamiento de H arry muestra lo que laclínica psiquiátrica lla­ ma reticencia, oposición, mutismo. Harry ya no intenta expresarse en palabras; grita. Ha renunciado así doblemente a la tentativa de hacerse entender por los demás. Y es aquí donde se encuentra la ruptura. ¿Cuál es el registro donde, por un momento, este niño se niega a situarse? Diríamos, con E. Jones, el registro del símbolo, un regis­ tro esencial a la realidad humana (9). Si Harry ya no se hace entender por los demás, al mismo tiempo se ha hecho incomprensible para ellos. Esta puede parecer una ob­ servación harto trivial, pero sólo lo es si olvidamos que, cuando de­ cimos: «Usted es mi mujer» también estamos diciendo: «Yo soy su marido», Y así ya no somos iguales a lo que éramos antes de decir esas palabras. El discurso es una cosa sutil, por supuesto; pero en este caso, es un^foñ. Y en este don, el análisis halla su razón de ser y su eficiencia (20). Y si consideramos las primeras palabras de la especie humana, observamos que el santo y seña, por ejemplo, tiene la función -en cuanto signo de reconocimiento- de salvar de la muerte al que lo pronuncia (21). La palabra es un don del lenguaje y el lenglaje no es inmaterial. Es materia sutil pero materia al fin. Puede fecundar a la mujer histéri­ ca, puede figurar el chorro de orina o el excremento retenido (6). Las palabras pueden sufrir también heridas simbólicas. Nos viene a la menoría la Wespe con una W castrada,'cuando el Hombre de los lobos se percató del castigo simbólico que le había infligido Grouscha (13). El lenguaje es, por lo tanto, la actividad simbólica por excelencia: todas las teorías del lenguaje basadas en una contusión entre la palabra y su referente, descuidan esta dimensión esencial. ¿Acaso Humpty no recuerda a Alicia que él es amo de la palabra si no lo es de su referente? Lo imaginario sólo es descifrable si está puesto en símbolos.8 La conducta de H arry en ese momento no lo está. ¿ í mismo está 8. Esta posición del símbolo permite articular el lugar de lo imaginario en el aná­ lisis. Lo imaginario sólo es descifrable si se transforma en símbolo. Ahora bien, el comportamiento de Harry, enteramente captado como está por la imagen, toma la imagen por la realidad. Esta captación imaginaria (de y por la imagen) ofrece el cons­ tituyente esencial de la «realidad» en la medida en que ésta se reduce al instinto. Aquí encuentra una de sus raíces esta célebre fórmula: la realidad es el fantasma. G.T.

captado por la imagen. H arry no imagina el símbolo, sino que da la realidad a la imagen. Esta captación imaginaria (captación de y por la imagen) es lo que constituye fundamentalmente a toda «reali­ dad» imaginaria, hasta el extremo de hacernos considerarla como instintiva. De este modo, los mismos colores cautivan al macho y a la hembra del picón y los empujan a la danza nupcial. En análisis reconocemos haber tocado la resistencia cuando el pa­ ciente se coloca él mismo en una posición narcisista. Y lo que la ex­ periencia del análisis prueba (y encuentra) es precisamente que, en lugar de dar una realidad al símbolo, el paciente intenta constituir hic et nunc, en la experiencia del tratamiento, ese punto imaginario de referencia que nosotros llamamos «hacer entrar el análisis en su juego» (20). En el caso del hombre de las ratas, se observa en su ten­ tativa de crear, hic et nunc con Freud, esta relación sadicoanal ima­ ginaria. Freud observa que ello se traiciona y se revela en el rostro del paciente y lo designa como «horror de un placer ignorado» (12). En análisis nos movemos precisamente en estas esferas. Pero, ¿es­ tamos en el mismo dominio cuando en la vida cotidiana encontra­ mos a nuestro semejante y le hacemos objeto de juicios psicológi­ cos? ¿Estamos en la misma esfera cuando decimos que Fulano tiene una fuerte personalidad? Seguramente que no. Freud no habla den­ tro del registro del análisis cuando alude a las «personalidades» del hombre de las ratas. No es en este nivel donde hallamos esa suerte de posibilidad de apreciación directa y de evaluación que nos per­ mite establecer una relación determinada con una persona. Debemos admitir que en la experiencia analítica ese juicio di­ recto de la persona tiene escasa importancia. No es la relación real la que constituye el campo propio del análisis. Y si en el transcur­ so del análisis el paciente introduce el fantasma de felación del analista, no intentaremos, pese al carácter incorporante de este fantasma, acordarlo al ciclo arcaico de la biografía del paciente atribuyéndolo, por ejemplo, a una subalimentación durante la in­ fancia. Probablemente esta idea ni se nos ocurriría. Diríamos más bien que el paciente es presa de un fantasma. Esto puede repre­ sentar una fijación a un estadio oral primitivo de la sexualidad, pero no nos incitaría a decir que eí paciente es un felador constitucional. El elemento imaginario posee únicamente un valor simbólico, lo que debe ser juzgado y comprendido a la luz del momento par­ ticular del análisis en que se produce. Este fantasma es creado para expresarse, para ser hablado, a fin de simbolizar algo que en otro momento del diálogo podría tener un sentido completamente diferente.

Ya no nos asombra que un hombre eyacule a la vista de un zapa­ to (1), de un corsé, de un impermeable (6); sin embargo, nos sor­ prendería realmente que uno de estos objetos pudiera aplacar el hambre de un individuo, por apremiante^ue fuese. Si los trastor­ nos neuróticos son reversibles es simplemente porque la economía de las satisfacciones que implican está menos ligada a ritmos orgá­ nicos fijos - aunque pueda gobernar sobre algunos de ellos-. Fácil es comprobar que sólo en el terreno de la sexualidad se puede hallar una satisfacción imaginaría de este orden. El término «libido» se aplica a un concepto que expresa esa noción de reversi­ bilidad e implica la de equivalencia. Es el término dinámico que permite concebir una transformación en el metabolismo de las | imágenes. Por consiguiente, cuando hablamos de satisfacción imaginaria pensamos en algo infinitamente complejo. En Tres ensayos, Freud explica que el instinto no es un dato de partida simple, sino que está compuesto por diversos elementos que en el caso de la per­ versión están disociados (9),9 Esta concepción del instinto se ha visto confirmada por la reciente investigación de biólogos que es­ tudian los cielos instintivos, en particular los de la sexualidad v la reproducción. Fuera de los estudios más o menos imprecisos y poco probatorios que tratan sobre los relevos neurológicos del ciclo sexual -casual­ mente, el punto más débil de estos estudios-, se demostró que, en los animales, estos ciclos están sujetos a desplazamientos. Los biólogos no han podido encontrar otra palabra que desplazamiento para designar el factor sexual de los síntomas observados. En el animal,10 se puede provocar el ciclo de los comportamientos sexuales por cierto número de disparadores. Y cierto número de desplazamientos pueden producirce en el interior de este ciclo Los estudios de Lorenz muestran la función de la imagen en el ciclo de la nutrición. En el hombre también es principalmente en el plano' 9. Este tema reaparecerá en la noción ulterior de montaje pulsional. G.T. 10. La noción de montaje pulsional se desvió Hacia lo que constituye uno de los más fascinantes problemas de los primeros enfoques lacanianos: la referencia de la etología en la explicación de la existencia humana. A quí se saca la conclusión de que el ciclo del comportamiento sexual está sujeto a desplazamiento. Este término, tomado d é la etología, es empero de referencia freudiana. La concordancia entre los dos puntos de vista no aparece con claridad. De ahí una definición resultante de lo ima­ ginario. G.T. 11. Por ejemplo, dos pájaros se eraban en lucha, y de pronto uno de los conten­ dientes se pone a alisarse las plumas: un aspecto del comportamiento de alarde inte­ rrumpe así el ciclo de combate. G.T.

sexual donde lo imaginario desempeña un papel y donde se produ­ cen los desplazamientos. Diríamos, pues, que podemos llamar imaginario a este comporta­ miento cuando su dirección, y su propio valor de imagen para otra persona, lo hace desplazarse fuera del ciclo en el cual es satisfecha una necesidad natural. Los animales son capaces de esbozar, en estos segmentos desplazados, un comportamiento simbólico, como la wagging dance en el lenguaje"de las abejas. El comportamiento es simbólico cuando uno de estos segmentos desplazados cobra un valor socializado. Esto sirve al grupo como punto de referencia para adoptar un compor­ tamiento colectivo. Esto es lo que queremos expresar cuando decimos que eUenguaje es un comportamiento simbólico por excelencia. Si Harrypermanece silencioso es porque no está en condiciones de simbolizar. Entre las relaciones imaginarias y las relaciones sim­ bólicas existe la misma distancia que separa a la angustia de la cul­ pabilidad (11). Y de la misma forma, históricamente, el fetichismo nació sobre la línea divisoria entre la angustia y la culpabilidad, entre la relación dual y la relación triangular. Freud no deja de señalarlo cuando re­ comienda el estudio del feticKlsmo a todo aquel que pudiese dudar de la angustia de castración; en las notas que siguen a Tres ensayos, dice que las perversiones son el residuo del desarrollo hacia el com­ plejo de Edipo. Pues es aquí donde los elementos variados que in­ tegran el instinto pueden disociarse (9). La angustia, como sabemos, siempre está asociada a una pérdida -es decir, a una transformación del ego-, a una relación dual a pun­ to de desvanecerse para ser reemplazada por algo distinto, algo que el paciente no puede afrontar sin vértigo. Este es el campo y la na­ turaleza de la angustia. Tan pronto como una tercera persona se introduce en la relación narcisística surge la posibilidad de una verdadera mediación por in­ termedio del personaje trascendente, es decir de alguien a través del cual el propio deseo del sujeto y su cumplimiento pueden ser sim­ bólicamente realizados. En ese momento aparece otro registro, el de la ley; en otras palabras, el de la culpabilidad. Toda la historia clínica del caso de Harry gira alrededor de este punto. El miedo a la castración ¿lo precipitará en'la'angustiá? ¿O ésta será afrontada y simbolizada como en la dialéctica edípica? ¿O aun el movimiento se coagulará más bien en ese monumento que el horror de la castración elevará para sí mismo, como escribe Freud (10)?

Para subrayar el punto: si la fuerza de la supresión (del afecto) ra­ dica en el interés por el sucesor del falo femenino, la que habrá construido el monumento será la denegación de su ausencia. El fe­ tiche pasará a ser el vehículo para, a la vez, negar y afirmar la cas­ tración. Esta oscilación constituye la naturaleza misma del momento crí­ tico. C omprender la diferencia de sexos es poner fin al juego, acep­ tar la relación de tres. De ahí la vacilación de Harry entre la angus­ tia y la culpabilidad. Su vacilación en su elección de objeto, y asimismo posteriormente, en su identificación (22). Harry acaricia los zapatos de su madre y de Sandor Lorand. Es su oscilación en el tratamiento a infligir; acariciar o cortar. La búsque­ da de un compromiso entre sus deseos y su culpabilidad confiere un pene a su madre. Pues él la ha explorado y sabe que ella no lo tie­ ne (3, 4, 23). Precisamente porque esta evidencia se le impone con tanta fuerza, en sus dibujos los penes se hacen más largos y más marcados. Según Sandor Lorand. denegar la vagina es necesario para la conservación del feliz triángulo. Feliz, sí, pero como Lorand admitiría probablemente, no verdadero. El verdadero triángulo sig­ nifica conflicto. Y aquí es donde Harry tropieza.12 Cada situación analizable -es decir, simbólicamente interpretable- se inserta siempre en una relación de tres (5). Por consiguiente, Freud tiene razón cuando asigna al fetichismo ese lugar particular en 12. Volvamos al problema de fondo de la articulación de los registros imaginario y simbólico y de su lugar en la práctica. Estos registros son situados respectivamente como los de la angustia y la culpabilidad , y el fetichismo es situado en la línea diviso­ ria entre las dos, entre relación dual e introducción de una tercera persona. Como podemos recordar, en esto se centra todo el debate de Juanito con su ma­ dre: introducir a un tercero (en el caso, el miedo a los caballos) en el lugar del padre, demasiado gentil respecto de la demanda de castración de Juanito, incapaz de sustra­ er a éste a la seducción materna. En cuanto a Harry, el nido perverso, ¿el temor de ía castración (simbólica), será afrontado y simbolizado en la dialéctica edípica o, por el contrario, lo precipitará en la angustia (caso de Juanito)? ¿O bien, como escribe Freud, el proceso se coagulará, se congelará de manera permanente en ese memorial que el horror de la castración elevará para sí mismo ?

Esta es, al parecer, la salida de Harry, y el fetiche pasará a ser el vehículo tanto de la renegación de la castración como de su afirmación. De ahí esta espléndida defini­ ción de fetiche: si la fuerza de la supresión del afecto se encuentra en el interés por el sucesor del falo femenino, es la denegación de su ausencia la que habrá construido ese memorial. Y esta oscilación entre los dos términos constituye la naturaleza misma de este momento critico. H arry oscila, vacila, en el tratamiento a infligir: acariciar los zapatos de su madre o cortar. H arry vacila en su elección de objeto y, después, en su

identificación. G.T.

sus especulaciones. Lo hemos visto en la estructura del discurso, que es mediación entre los individuos en la realización iibidinal. Lo que se muestra en análisis es afirmado por la doctrina y de­ mostrado por la experiencia: que no se puede interpretar más que por mediación de la realización edípica (6). Así aparece la inutilidad ae explicar el horror de los órganos genitales de la mujer por unos cuantos recuerdos visuales que datan del doloroso paso a través del canal del nacimiento. Pues es la realidad en su aspecto accidental la que detiene la mira­ da del niño justo antes de que sea demasiado tarde. Indudablemen­ te, no habría razón para que el niño creyera la amenaza de su niñe­ ra si no hubiese visto la vulva de su amiguita (11). Como tampoco tiene razón para aceptar la ausencia del pene materno, sobre todo después de haber valorizado el suyo narcisísticamente y de ver al de su padre más grande todavía, si no es consciente del peligro de per­ derlo (22). Esto significa que todas las relaciones de dos están marcadas con el sello de lo imaginario. Pues para que una relación asuma su valor simbólico, es precisa la mediación de una tercera persona que pro­ cure el elemento trascendente a través del cual la relación del sujeto con un objeto puede ser mantenida a una determinada distancia (5» 19). Si hemos atribuido tanta importancia al caso del pequeño H arry es porque sentimos que este caso de fetichismo es sumamente esclarecedor. Este caso articula de forma singularmente llamativa esos tres campos de la realidad humana que hemos llamado lo simbóli­ co, lo imaginario y lo real. Por nuestra parte, encontramos aquí un argumento más para jus­ tificar el lugar particular, como ya hemos dicho, que Freud confie­ re al estudio del fetichismo.13

Referencias A b r a h a m , K arl

1. «Remarks on the Psychoanalysis of a Case of Foot and Corset Fetishism» (1910), Selected Papers, Londres, 1927. 2. «Mental After-Effects Produced in a Nine-Year-Old.» 3. «An Infantile Theory of the Origin of Female Sex» (1923), Selected Pa­ p en , Londres, 1927. 13. Agradecemos al señor y la señora Stanley Cleveland su ayuda en la redacción del texto inglés.

4. «An Infantile Sexual Theory Not Hitherto Noted» (1925), Selected Papers, Londres, 1927. 5. «Zwei Beitráge zur Symbolforschung-Dreiweg in der Ódipus-Sage», Imago, vol. IX, 1925. DUGMORE, H u n te r

6. «Objet-Relation Changes in the Analysis of a Fetishist», International Journal o f Psychoanalysis, vol. XXXV, 1954. Otto 7. «Some Infantile Sexual Theories N ot Hitherto Described», Internatio­ nal Journal o f Psychoanalysis, vol. V, 1928. 8. «On transvestism» (1930), The Psycho- Analytic Reader, Nueva York, 1948. [Trad. castellana: Travestismo, fetichismo, neurosis infantil, Bue­ nos Aires, Paidós.]

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16. «La famille», artículo en: Encyclopédie franqaise, 1938. [Trad. castellana: La familia, Buenos Aires y Barcelona, Argonautas, 1978,] 17. «Le stade du miroir comme formateur de la fonction du Je, telle qu’elle nous est révélée dans Pexperience psychanalytique», Revue franqaise de Psychanalyse, vol. IX, 1949. ¡Trad. castellana en: Escritos, México, Siglo XXI, 1971.] 18. «Some Reflections on the Ego», International Journal o f Psychoanaly­ sis, vol. XXXIV, Part 1 ,1953.

19. «Le SymboJique, llmaginaire et le Réel» (Conference Report, 1953). [Trad. castellana en: Escritos, México, Siglo X X I, 1971.] 20. «Fonction et champ de la parole et du langage en psychanalyse» (Con­ ference, Istituto di Psychologia della Universita di Roma, 1953). [Trad. castellana en: Escritos, México, Siglo X X I, 1971.] L év i -S t r a u s s , C lau de

21. Les Stmctures élémentaires de ¡aparenté, París, 1947. [Trad. castellana: Las estructuras elementales del parentesco, Buenos Aires, Paidós.] L o r a n d , Sandor

22. «Fetishism in Statu Nascendi», International Journal o f Psychoanalysis, vol. XI, 1930. M a c B r u n sw ic k , R uth

23. «A note on the Childish Theory of Coitus a Tergo», International Journal o f Psycboanalysis, vol. X , 1929. P a y n e , Sylvia

24. «Some observations on the Ego Development of the Fetishist», Inter­ national Journal o f Psycboanalysis, vol. xx, 1939.

De un fetiche en forma de artículo Wladimir Granoff

En todo pasado hay una parte que es agua estancada. De cuando en cuando, extraños objetos ascienden desde el fondo, después de des­ hacerse la red o de soltarse las mallas, tejidas por las estructuras cuya coherencia las mantenía en el fondo. Muerto Lacan, deshecha la es­ cuela que él llamó suya, nada vela más por esa disciplina particular de las corrientes de pensamiento y de los grupos consagrados a su pro­ greso, disciplina que organiza una temporalidad en la que reina una parte de falsa apariencia y de artificio para que el curso del tiempo, con sus acontecimientos, se enrole más fajcílmente al servicio d é la causa, "cfíTsu fortuna, de su supervivencia. Un tiempo donde el pasa­ do está en un pasado sobre el que no se vuelve salvo para advertir cuánto ha quedado atrás, donde existen reservas y cercados cuya en­ trada está prohibida, donde se encuentran también elementos que se han hecho «no sucedidos». Luego, en un tiempo re-abierto a una cir­ culación no controlada, el paso libera, chocándolos, vestigios. En poco tiempo, ya son tres veces que se me reclama respecto de este artículo sepultado desde hace tres lustros en la edición psicoanalítica anglosajona. Los jóvenes, dice Maud Mannoni, que llegado el caso dan con él en una bibliografía, piden que vuelva a la luz del día. ¿Puedo acaso no acceder a semejante demanda? Aunque por mi parte este artículo formará parte de ese lote cuya suerte me complacía. Y su funcionamiento subterráneo. Oculto en la lengua extranjera de un trabajo inhallable o en el ejemplar rarísi­ mo de una revista desaparecida. Los grandes hombres o las grandes causas no son los únicos en beneficiarse con que uno no vaya a escrutar demasiado cerca cier­ tos rincones de su pasado. Resulté así titular, poseedor, de un bien poco común.

Un artículo sobre el fetichismo, que data de los comienzos de la parte esotérica de la trayectoria lacaniana y, rasgo esencial, escrito con Lacan. Escrito y firmado con él.1 Que Lacan haya llegado a participar en un escrito colectivo de te­ nor psiquiátrico es algo que no deja apenas huella ni marca el recuer­ do. ¡Pero haber escrito entre dos y además sobre la ilustre tríada, las tres instancias mayores del renuevo, lo simbólico, lo imaginario y lo real, no es un suceso sin precedente ni consecuencia! Un suceso que es legítimo querer re-visitar, como dicen los anglosajones. Un suceso que también legítimamente requiere ciertos esclarecimientos. ¡Y so­ bre todo después de la lectura del artículo en cuestión! Es decir, des­ pués de haberse percatado de la calidad de este trabajo. Antes inclu­ so que calificarla de mala, en lo que casi no habría exageración, tampoco sería apropiado declararla extraña. Y muy poco conforme con las exigencias de Lacan en lo referente al escrito, por oscilantes que hayan podido ser a lo largo de su existencia. La génesis de este trabajo llevaba en germen las virtualidades de un «gag». Debió no haber tenido lugar para mi escasa inclinación por las bromas de dudoso gusto. Pues en verdad, este artículo ya habría debido publicarse a instancias de un grupo sumamente apreciable salido de lo que llaman el feudo lacaniano. Pero es suficiente con que al responsable de la publicación proyectada, le revele yo un hecho que soy el único que puede atestiguar de una forma que haga de él otra cosa que un alegato, para que ese mismo texto pase del rango de «scoop» que habría podido alcanzar, al de desecho. Paso cuya radicalidad y todo lo que pone en juego proporcionan una en­ señanza cuya meditación no es superflua a quienquiera se preste a reflexionar sobre la relación de un texto con su lector... 1953, primera escisión, visita del primer comité que la I.P. A .e n ­ vía con el pretexto de informarse en el terreno sobre las agitacio­ nes francesas; en el otoño, Lacan comienza su enseñanza en SainteAnne e inmediatamente se abreñías hostilidades en el frente de la teoría y de la práctica, puesto que asimismo es con el argumento de la práctica como Lacan es objeto de un voto de desconfianza que lo hará unirse a la escuadra restringida de los colegas que que­ brantaron el destierro en junio de 1953. A las acusaciones que se le dirigen la réplica de Lacan será severa. Será acogida con favor e in­ terés por mi generación de analistas recién salidos del Instituto de la calle Saint-Jacques. Con interés y con placer, el hecho debe ser consignado. 1. Véase en el anexo, carta de Michael Balint.

Nuestra juventud conservaba intacta su aptitud para recrearse ante el espectáculo de Pandora rociado por Guiñol. Bajo mi pluma, hoy, no hay ninguna condescendencia hacia esta imagen, sino nos­ talgia no disfrazada. A las acusaciones relativas a su práctica, cuyas consecuencias y alcance no estaba en nuestras posibilidades evaluar, práctica de la que además éramos muchos los que nada sabíamos y de la que los que sabían más, por tener su diván en la calle de Lille, no hablaban o hablaban poco (pero todos conocíamos lo detestable del procedimiento del que esas acusaciones eran vehículo y el clima irrespirable instalado por los dirigentes de la calle Saint-Jacques), Lacan respondía con un voleo de marco. Nuestros maestros técni­ cos del Instituto, nuestros analistas de control, le habían tendido, hay que decirlo, por nuestro intermedio las varas de las que él iba a servirse implacablemente. Y en el otoño de 1954, las tres piezas principales de la nueva artillería estaban listas para entrar en fun­ ciones. Las tres instancias de R.S.I.2 que, en esa época, era más bien un S.I.R.3 Su reconsideración a veinticinco años de distancia en la última parte de su recorrido, tras la instalación de un pesado apara­ to teórico, rígido ahora por el uso que de él se hacía, fue una recon­ sideración de débil alcance (tal es al menos mi opinión) y que no debería entorpecer la visión de las consecuencias, júbilo incluido, de su impacto primero. Un día le tocará al historiador la tarea de decir por qué la ense­ ñanza de Lacan, en esa etapa introductoria especialmente, fue reci­ bida con tamaño entusiasmo. No cabe duda de que, por una parte, no lo explica por una fortuna en la coyuntura del lado de la calidad de los primeros epígonos. Sostener lo contrario sería aspirar a una mo­ destia peor que el más loco de los orgullos. Lo cual no impide que crea yo sin embargo que lo esencial estaba en otra parte. Del lado de la alegría de la revancha. Es una observación trivial que los resulta­ dos escolares, la afición al estudio se recomponen en esos alumnos que poco antes llamaban malos, después de que un personaje fuer­ temente investido por la transferencia condenara a maestros, manua­ les y materias enseñadas. De entrada, Lacan nos dice que se nos en­ señaban tonterías y que quienes nos las enseñaban eran unos asnos. Todavía creo que no se equivocaba. En la partida iniciada, estábamos impacientes por subir a la red. Para la inteligencia de lo que sigue, hay que apresurarse a precisar que nuestro efectivo alcanzaba justo a los cincuenta (igual en el otro 2. Real, Simbólico, Imaginario. 3. Simbólico, Imaginario, Real.

bando) y que en la época en que los movimientos de tropas ponen en juego «miles», las operaciones equivalentes, pero en los tiempos de que les hablo, tendrían todo el aspecto (hoy en día) de operacio­ nes de comando. Y he aquí, pues, que en el otoño de 1954, M ichael Balint llega a París y recibiéndonos en casa de su hermana, la señora Dormandí, nos señala que un «Panel» sobre las perversiones va a ser editado por su iniciativa y la de Sandor Lorand, el gran húngaro de la otra orilla del Atlántico. Dice también que nuestra participación sería no sólo bienvenida, sino además oportuna para la defensa y el pro­ greso de nuestra causa. Desean nuestro bien. Pues desde Ferenczi, los húngaros quedaron en situación un tanto delicada con el Politbüró, es decir con el Ejecutivo Central. Entonces, ¿quién de noso­ tros va a participar? La^ache desiste, el tema de la obra colectiva lo deja sin inspiración. Lacan está absorbido por otras tareas. Después de mi tesis de medicina sobre el fetichismo, justamente, y de algunas prestaciones menores, arrastro como un cacharro esa reciente notoriedad de ex­ perto, por lo que respecta a nuestra sociedad, en asuntos de perver­ sión. Experto de segundo rango, por supuesto, por razones más que evidentes, pero igualmente por las que eran particulares de nuestro grupo. Esto es, que todo debía ser repasado a la luz de las tres instancias nuevas en nuestra teoría. Y muy especialmente lo que podía tener que ver con la relación de objeto, de la que el feti­ chismo, donde mi competencia debía ser indiscutible, podía repre­ sentar un tipo de organización de gran interés. Acepto con prontitud. Halagado sin duda, pero no paralizado por el asombro. Tomar las cosas así, en cierto modo sobre la mar­ cha, no era signo de una hinchazón del yo, sino cabalmente la marca de un momento. Tropa sitiada (¡y con qué ferocidad!), so­ metida a un bloqueo, no podíamos sobrevivir más que permane­ ciendo sin aflojar embarcados en una ofensiva en todas direcciones y sin dejar por ello de edificar una fortaleza cuyo devenir mucho después reflejó la fatalidad que pesa sobre el destino de esta clase de edificios. Para terminar, presidio... Para ser mantenida, la ofensiva exige la totalidad de los brazos y saca partido de todas las avudas. Gracias a la amistad de Henri Ey, capitán del departamento « Psiquiatría» de la Enciclopedia medicoquirúrgica, la puesta al día de la cuestión «Relaciones de objeto» en éf capítulo «Psicoanálisis» se vio confiada a mí por indicación de Lacan. Y yo me disponía a utilizar los mismos elementos en un traEajo clínico destinado a nuestra nueva revista, para crear proble­

mas, al menos lo creía, a los maestros y monitores cuya decadencia proclamábamos y celebrábamos. ¡Y he aquí que los grandes húnga­ ros por origen o filiación, siempre un poco sospechosos claro está, Grünberger único húngaro-francés en funciones, en esa época, em­ barcado en el lote, con W. Gillespie, ex presidente de la sociedad británica y alto dignatario de la I.P.A., presente en el sumario cuya respetabilidad internacional está en cierto modo garantizada, nos abren sus páginas con las máximas seguridades para nuestra liber­ tad de expresión! Cumplieron su palabra. Pero observen ustedes la bibliografía para poner este contexto en perspectiva. El trabajo de referencia -el artículo de Freud sobre el fetichismo- era práctica­ mente confidencial. De traducción francesa no había ni vestigios, y la que yo había hecho (seguramente espantosa) estaba escondida en forma de copia dactilografiada en la biblioteca de la Facultad de .Medicina. (¡Una suerte, probablemente!) La traducción inglesa (y por entonces los analistas no eran aún poliglotos, en absoluto): en unos pocos ejemplares bastante raros de los CollectedPapers y en un viejísimo número del International Journal, Los que tenían una co­ lección al día debían de contarse con los dedos de las dos y quizá de una sola mano. Lacan, por supuesto, estaba entre ellos. Puso su ejemplar a mi disposición. En cuanto al volumen XXI de la Stan­ dard (1927-1931) no apareció hasta 1961. En cuanto a los Gesammelte Werke, nadie a mi alrededor le había visto el color. Sólo Lacan (otra vez) se mostraba con volúmenes alemanes en la mano. La pri­ mera edición de 1948 del volumen XIV no había llegado a Francia, la de 1950 menos. El control de cambios entonces en vigor compli­ caba también los intercambios internacionales. Por último, nadie (o casi) practicaba el alemán. En cuanto al otro artículo donde el tra­ bajo a desarrollar va a tomar sus materiales, es un-texto bastante sensacional de Sandor Lorand, quien me dio la referencia. «Fetishism in Statu Nascendi», International Journal o f Psichoanalysis, tomo XI, 1930. Y Lacan, claro está, puso a mi disposición el núme­ ro de dicha revista. La ocasión se declaró pues digna de aprovecharse a los ojos de to­ dos, a fin de mezclarnos con aquellos de cuya compañía se preten­ día excluirnos, de participar en una publicación a nuestros ojos prestigiosa (lo eran todas o casi, había tan pocas...), de lanzarse so­ bre la blanda panza del adversario: su teoría. Pues en tal indigencia de fuentes freudianas y de publicaciones, ¿qué estaBa en Francia en el candelero del lado «reconocido», del lado Saint-Jacques? En lo que respecta a la teoría, se entiende, pues en lo que respecta a la técnica la cosa se hallaba bajo el gobierno

personal del director del Instituto, S. Nacht, quien dispensaba enig máticamente la enseñanza con Habilidades manuales incomunica bles y sin duda intransmisibles... Los pocos volúmenes publicado: en la colección verde, la oficial, la respetable, la colección del Insti tuto británico que unos escasos lectores ávidos habían encontrado aportaban novedades al movimiento francés, casi idéntico a lo qui era antes de la guerra. Eran unas pocas revelaciones. Con la obra di Abraham, algunos de nuestros mayores nos invitaban a aventurar nos en las zonas llamadas de lo pregenital (prometido a un futur< que aún nadie sospechaba) y la obra de Fenichel aportaba a quiei pudiera creerse con responsabilidades pedagógicas, el modelo có modo y digno de confianza de una enseñanza conveniente para ui Instituto moderno. Lo que en tales condiciones pudieron ser nuestros controle (pues no olvidemos, fuera de los analistas entonces llamados didac tas y de los controles, hasta que se abrió el Instituto no tuvimo ninguna enseñanza), es bastante fácil de imaginar. Pues en el fond' no era tan diferente de lo que puede encontrarse en nuestros día* en el sentido de que esa práctica y la situación global que ella ins taura constituyen en el conjunto de lo que es el psicoanálisis un zona cuya problematización es particularmente crítica y donde s oyen, desde los orígenes, las manifestaciones más convencidas menos convincentes. Pero en nuestros días, las formas revestida por la cuestión han cambiado tanto -debido al fantástico incremen to de los efectivos, al número de sociedades, círculos, clubes, ce náculos etc., de congresos, coloquios, simposios sobre el tema- qu finalmente la situación se tornó irreconocible a causa del cambio d sus elementos en juego. Dejando de lado los islotes de un conserva durismo donde las exigencias curriculares guardan marcadas sem< janzas con el estilo Saint-Jacques de los verdes años, podemos dec: que, en nuestros días, de un analista de control se espera lo que < puede dar, lo que se le supone y cada vez más frecuentemente ayi da frente a una dificultad. La fórmula que en nuestros días enunc; parecido proyecto es reveladora. «Yo trabajaría gustoso con Fulan o Fulana.» ¡Pero en esa época! Se trataba nada menos que de aprender a psicoanalizar, aprend< el psicoanálisis, el único, el verdadero. Sigo pensando que psico; nálisis no hay en verdad más que uno, pero sigo creyendo igua mente que ciertamente no «se aprende» de esa manera. Sin embargo, la fuerza de esta ilusión fue tan grande que marc sutilmente incluso a los mejores espíritus. Traigo como prueba ur pasmosa demanda que me fue dirigida, al otro día de la afiliación c

la Asociación psicoanalítica de Francia a la I. P. A., en otoño de 1965, por unos estimados colegas que después fueron decanos y fa­ ros de este grupo y que me dijeron y en estos términos: «Danos un seminario de generación. Se nos ha enseñado mucho de teoría y nos i creemos bastante duchos al respecto. Pero no se nos enseñó a psicoanalizar. Enséñanos». La demanda se basaba en un único motivo. Quienes me la dirigían venían del diván de Lacan y toda su formación, controles incluidos, se había desarrollado en los tiempos que sucedieron a la escisión de 1953. Y, en esta cohorte, y o era el único cuya formación había sido enteramente «Saint-Jacqu es». Paradóji­ camente, el peso de Lacan en el establecimiento de una certeza rela­ tiva a una única teoría, la suya, transfiriéndose a la práctica, aumen­ taba el peso de una certeza que existía ya en el Instituto (que estos colegas nunca habían frecuentado) lo bastante para contaminar el clima en forma duradera: para psicoanalizar no había más que una sola y buena técnica. Y, en elespíritu de estos colegas, yo era el úni­ co que podía atestiguarlo. ¿Y qué se nos enseñaba y quién nos lo enseñaba en esos años de posguerra? Laforgue en exilio voluntario, Hesnard acantonado en el Mediodía y fuerade iSJacht y de Lacan, astros en ascenso, pero cuyo brillo ya hacía retroceder a los tímidos, ¡los analistas de con­ trol de la generación de posguerra tenían una antigüedad de... cua­ tro, cinco o seis años! Y nos enseñaban lo que ellos mismos acaba­ ban de aprender. La interpretación estaba en la transferencia o no estaba. «Usted, me.» Unica enmienda a la brutalidad que lo asesta­ ba, el «como si» de la fórmula consagrada, «todo es como si». Y el «tacto» que prefiguraba la «bondad» de aparición más tardía. Pero la juventud de nuestros entrenadores había preservado en ellos un candor, una frescura y, creo, una real curiosidad por los especíme­ nes de la especie humana, junto con la aptitud para sorprenderse por ellos. No es seguro que podamos valorar fácilmente el desliza­ miento que se operó en la mirada del hombre sobre sí mismo en cuarenta años o casi... Sea como fuere, con nuestros analistas de control, cuyo real po­ der de intimidación sobre nosotros no tenía más razón que su gra­ do en la institución, nos veíamos fácilmente inmersos en lucubra­ ciones de trivial psicología respecto de nuestros pacientes, de las que un dandismo de inspiración lacaniana iba a cumplir su fin’ más fácilmente que las advertencias de Freud. De todo ello hallamos la denuncia, directa e implícita, plausible­ mente aportada en el artículo que comento o sin otra justificación que la de tener una ocasión para hacerlo. Lo más saliente en este do-

cumento con pretensión de asolador, es sin embargo, y sin discu­ sión, el surgimiento creo totalmente inexplicable por el texto, su contexto manifiesto o los trabajos de referencia mayor (Freud y Lorand), ¡de esa historia de felación y de feladores! Pero en esa época, para el públicoal que en verdad se dirigía entonces (en un es­ crito destinado a otros que no iban a entender ni jota de él) el asun­ to era claro como agua de roca. Se trataba de Maurice Bouvet. Pre­ cozmente desaparecido, este colega, cuya memoria honra la Sociedad de París con el premio Maurice Bouvet, psiquiatra formado como en esa época se hacía, más curioso que otros y favorecido por un cono­ cimiento del inglés suficiente para tener acceso a los trabajos publica­ dos en esa lengua, ya mencionados más arriba (y en particular Abraham y Fenichel), ascendió en pocos años a los grados que condujeron a su habilitación como analista didacta. Su afición por la actividad teórica y el rigor más grande que parece reconocérsele en este ejer­ cicio llaman rápidamente la atención. Especialmente la de Lacan, quien tiene muy en cuenta a un hombre cuyo hermanamiento con nuestra causa nos anuncia como inminente. La esperanza quedó defraudada, y cruelmente, pues si de algún otro el eventual hermanamiento no habría hecho más que probar una solidaridad con otros alumnos de Laforgue, el de Bouvet habría revestido el sentido fuerte de un paso desde ese momento comple­ tado de la totalidad de la fuerza teórica del lado de la nueva socie­ dad. Su negativa cobraba el sentido caracterizado de una desapro­ bación. Y como no se observaba en él señal alguna de hostilidad respecto de nadie, la desaprobación se basaba, podía uno decirlo, en la teoría. Desde ese momento, para nosotros, a echarse sobre Bouvet y sus enunciados, habiéndonos mostrado Lacan (siempre) la senda a se­ guir. Descubriendo a Abraham, cogitando sobre aspectos de la oralidad novedosos en Francia, sobre la incorporación y el conjunto de lo pregenital, Bouvet produce con cierta torpeza uno de esos ha­ llazgos que matizan las vidas de los analistas: el deseo, que él obser­ va con frecuencia creciente, en el paciente de sexo masculino de practicar una felación sobre la persona del analista, sin ser en su vida y costumbres de ningún modo homosexual. El prolongamiento que Bouvet creyó poder dar en el plano de la teoría a este hallazgo clínico, suministro a Lacan una"fácil' ocasiónpara ridiculizarlo. Al menos a nuestros ojos. Todo este asunto felador no tuvo evidentemente ninguna otra importancia que la que le atribuyó Bouvet, a quien enfervorizó pasajeramente. No tuvo re­ percusión y tampoco dejó, creo, ningún recuerdo. Pero a nuestros

ojos, y por lo tanto a los míos, la ocasión pareció lo bastante buena y urgente como para que yo consignara su eco en condiciones de ininteligibilidad total para el lector. Este gesto puede dar una idea del extravío en la evaluación de las circunstancias que las condicio­ nes particulares de nuestro trabajo hacían inevitable. Pero agregado a la extrañeza de la economía general del texto, donde la inexperiencia es manifiesta y bien perceptible la incompe­ tencia para esta clase de trabajo, ese extravío da idea también de algo muy distinto. Pues para quien ha querido leerme hasta aquí, ya debe de estar claro que el artículo rescatado de las profundidades del pasado fue escrito por mí. Solo. Y en inglés. Por eso no hay mención de traductor, y yo expreso mi gratitud a un matrimonio amigo que cuidó de la corrección del texto en inglés. Y en ese esta­ do lo sometí, terminado, a Lacan en la terraza del café de Flore. Lo leyó pausadamente y, tranquilamente, dio el imprimatur a un texto que llevaría su firma. Pues en las tratativas con Balint y Lorand, se decidió darme luz verde sobreentendiéndose que o bien Lagache o bien Lacan firmarían conmigo, puesto que por entonces mi nombre pesaba demasiado poco para figurar en un simposio internacional. Es indudable que Lagache nunca habría firmado ese texto y yo ni imaginaba presentárselo. Además yo estada animado, como otros, por lo que posteriormente se llamó una «transferencia de trabajo» sobre Lacan y su enseñanza. Pero también él estaba movido por fuerzas cuyo futuro iba a confundir la idea que podía tener por en­ tonces del imperio que ejercían sobre él. Estas fuerzas se ejercieron en las circunstancias que culminaron en la publicación del artículo cuya traducción al francés se leerá. Le tocará al futuro organizar una representación de sus fuerzas en torno de sus ejes principales, que aprenderemos a discernir. Para estos ejes habrá que encontrar nombres apropiados... El acuerdo no será sencillo. En cuanto a lo que nos ocupa, una palabra clave, que Lacan no utiliza demasiado, un nombre posible para un tema a desplegar, sería el de soledad. Pero su acceso está impedido además por un adjetivo. «Solo», que figura como pivote del acta fundadora de la Escuela de Lacan. Pre­ cisamente así es como se esforzó en no estar, no sin cierto éxito y a veces contra vientos y mareas. Lacan padeció la llaga de ser dejado, abandonado por sus colegas, que hasta 1953 fueron los más caros a su corazón, el ultraje de ser excluido a sus espaldas (como los otros fundadores de la Sociedad francesa de Psicoanálisis) de esa Interna­ cional cuya capital fue Londres hasta la muerte de Jones. El centro del Imperio ruso fue seguramente Moscú, pero el trono estaba en San Petersburgo. Para la I. P. A., el centro de los negocios estaba

entonces en Nueva York, pero el trono estaba en Londres. A llí es visible aún por lo demas en una sala de reuniones del British Institute. Se trata del colosalmente gigantesco sillón tapizado en damas­ co dorado, auténtico trono ofrecido a Ernest Jones por el Comité del British Institute. Londres, ciudad adorada por Lacan, quien sa­ boreaba con deleite el placer de encontrarse en ella, de tener en ella sus costumbres y~de ver en ella a sus colegas ingleses. Hasta una época que las secuelas de 1953 llevaron a la declinación, Lacan fue anglómano con aplicación, en los accesorios y las consumiciones diversas de lo cotidiano, en la vestimenta y en la erudición. Todo esto fue lastimado en él en 1953, él aceptó mucho menos que sus colegas, más lisamente hexagonales, esa exclusión. Y no es­ catimó ningún esfuerzo (salvo uno...) para reintegrar a la colectivi­ dad, cuyos responsables lo expulsaban, sin perjuicio de intentar forzar la puerta. Y antes de que su mira se constituyese una suerte de objeto nuevo, un nuevo psicoanálisis, una nueva colectividad in­ ternacional, fue expresa y exclusivamente en el interior de la anti­ gua alianza, salida de Freud, donde procuró cortar su parte. Sólo tras un viraje decisivo diez años después, renunció, y con qué difi' cuitad, a tomarla con, testigos, los que seguían siendo para él sus colegas legítimos. Llegará el día en que los historiadores deberán restablecer una verdad: lo que una vez él llamó excomunión, jamás habría tenido lugar si no hubiese tenido lugar el proceso que en­ contró este desenlace. Y este proceso sólo tuvo lugar porque Lacan, quien frunciendo meramente el entrecejo habría podido desbaratar toda la empresa (Laforgue intentó hacerlo), no sólo no hizo nada para prevenir su iniciación, sino que además hizo lo que creyó apropiado para favorecer su curso. Solo, precisamente así se esforzó en no estar. Y tal vez no lo estu­ vo nunca, aun si la problemática del abandono acabó por recargar sobre él su dominio. Soledad, abandono, que hasta el final y enton­ ces sobre todo, se encontrará en él, como una suerte de conjuración, desde el hombre «cubierto de cartas» que evoca a Drieu cubierto de mujeres, hasta el «millar» y sobre todo auténtico o apócrifo -ade­ más qué importa, pues ni siquiera la impostura dispone de una li­ bertad que ella imagina haberse conferido- hasta la seguridad de to­ que de los miles «que lo aman todavía». Muchos son lo que se acuerdan del «¡miren con quién me dejan!» que lanzó a los alumnos que en 1964 no se separaban de él. Y esta queja fue tanto más amar­ ga cuanto que, respecto de la joven cohorte de los comienzos, La­ can no dejó vacante ocasión de manifestar su generosidad. Por ser, desde los primeros instantes, la generosidad de un guía, no fue me­

nos la generosidad jubilosa de un mayor, ciertamente poco inclina­ do a los relajamientos de una familiaridad dudosa, pero mayor fra­ terno y confiado. De esto también la historia de este artículo da testimonio. El equipo estaba soldado, tendido hacia un cumplimiento colectiva­ mente anhelado. Lacan jugaba su partida y contábamos con su con­ fianza. Apenas podía ilusionarse con el valor de mi artículo, pero aceptaba no sólo firmarlo sino que además al colocar su nombre a la cabeza del mío en desmedro del orden alfabético y de las cos­ tumbres anglosajonas en materia de edición, reivindicaba digna y abiertamente la paternidad de ese trabajo. Que, en efecto, le debía todo, inclusive una parte de sus defectos. Esto es también lo que recientement me hizo sonreír cuando vi a unos simpáticos jóvenes re­ troceder con espanto ante un texto cuya exclusividad deseaban an­ tes que desear conocer su historia. Pero evidentemente nadie habría podido prever antaño que nuestras tres instancias nuevas, las tres nuevas categorías de Lacan, nuestra nueva máquina de hacer la gue­ rra y para todo uso, con el tiempo iba a envararse en una pompa poco conforme con el estilo alegre de sus comienzos y Lacan sin duda tampoco podía prever que llegaría un tiempo en que conver­ tido lo imaginario en lugar de perdición, se oiría en debates la ope­ ración llamada de descenso en llamas del adversario efectuarse efec­ tivamente acusándolo de no tener ningún acceso a lo simbólico... Esta es quizá la lección de la aventura de este texto; de la manera en que se preparó, fue escrito, desapareció y resurgió casi treinta años después. Lección un tanto triste en verdad. La de la victoria ineluctable, para terminar, de los factores ocultos y presentes al co­ mienzo de una trayectoria. Victoria de los más «fuertes batallones» ciertamente asegurada por lo que está ahí en los orígenes, oculto por hallarse expuesto a plena luz. Expuesto pues nadie presta aten­ ción a ello, tan insignificante es la amenaza. Además su ascenso po­ tencial es desdeñado. Además se niega el peligro porque ya no hay otra salida. Y además ya es demasiado tarde. Semana Santa de 1985

Anexo 7,

PARK

M E Ó E N T ’S

9QUARE WEST,

P A R K .L O N D O N , N .W .1. wiLiieit

it*o.

29th September 1954 B r* Jacques Locan, 5,&ue do Lille, Paria Vlle. Cher Ami, This is to let you knoir that the negotiations about tbe book on perversión! have been completad and »« ara getting on with the preparation. As I have not got Dr* Granoff’s address, I would ba grateful if you would let hin know that his paper has been accepted in principie and I would like to have it as soon as he can get it ready The paper should be about 3,000 to 4,000 worda long, 14 to 20 typoTfritten quarto sisad pagas in double apacing, if possible in English, but if you íind any difficulty in getting a good translator I think I eould get one in London. In this case, of courae, the translator'a fees would be deducted from your honorarium. The last time I got a translator hiss fees nere 3 guineas for 1000 word$ * i.e. about 4 quarto sised typewritten pages. The paper should reach roe in two copies by the niddle of December. If you s .ould nant to irrite a consiaerably longer paper, will you kindly get in touch with me first to aee whether we can find rooa for it in the book. Will you kindly let ne kno* whether you c&n accept T.he invitation under the conditinns outlined, and whether you ni 11 be able to get your paper ready by the time stated I hope very much that from no" on everythin^ will go smoothly and I am lookins forjará to reading your contribution, Yours sincarely \

Presentación a El fetiche y su objeto Jacques Sédat

Inauguramos este tercer ciclo anual de conferencias del C.F.R.P.1 con un etnólogo, Marc Augé. Aunque la organización del calenda­ rio dé estas conferencias sea un tanto fortuita, sin embargo pode­ mos considerar significativo comenzar con alguien que no es analista; esto prueba nuestra inquietud por dejarnos interrogar por modos de pensamiento que no son los del pensamiento analítico, pero también que el pensamiento analítico no es partenogenético y que continúa elaborándose en confrontación con otras disciplinas. La referencia a la literatura, la arqueología, la historia de las religiones fue importante para Freud en la construcción de sus modelos teóricos, En cuanto a Lacañ, la relación con Heidegger y Hegeh la referencia a la lingüística o a la topología entre otras disciplinas, ca­ racterizaron determinadas etapas de su pensamiento. Esta labor de elaboración del pensamiento psicoanalítico prosigue en nuestros días a partir de nuestros propios cuestionamientos como analistas y de los que nosotros planteamos a los investigadores de otras disci­ plinas. Marc Augé, etnólogo, trabaja en el Centro de Estudios Africanos dependiente de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Su tesis versó sobre la organización de los poderes en sociedades africanas, fundamentalmente en Costa de Marfil. Esta tesis, «Théorie des pouvoirs et idéologie», tue publicada por H ermann en 1975 y se prolongó en un ensayo más general, «Pouvoir de vie, pouvoir de mort», editado por el mismo sello. Esta tesis describe la lógica del poder y en esa medida nos interesa a los analistas. No hay poder 1. Centre de Formation et de Recherches Psychanalytiques.

que no se vincule con representaciones políticas precisas, particula­ res, acerca de la fuerza que tiene, en la concepción de la desgracia y de la relación con el otro, la representación que podían hacerse los afri­ canos respecto de la persona. Qué hacemos nosotros mismos, a tra­ vés de la relación de transferencia, sino organizar un campo de fuer­ zas que pone en juego e implica posiciones subjetivas diferentes. Pero también en la actualidad cotidiana hemos reflexionado sobre el poder de la vida y el de muerte tal como se les plantean a los médi­ cos, por ejemplo en el problema, hoy candente, de la eutanasia y del encarnizamiento terapéutico. Dicho de otra manera, no hay fuerza, no hay poder que no esté acompañado de representaciones globales, colectivayque nos hacemos acerca de la vida. En esta dirección, Marc Xugé deja atrás a la etnología y nos aporta una importante reflexión de índole antropológica. Habíamos acordado para esta noche que nos hablara de un tema que hace de frontera entre el psicoanálisis y la etnología: el fetichis­ mo. El fetichismo está siempre presente en nuestra reflexión psicoanalítica, pero su destino es ampliamente problemático entre los et­ nólogos. Se había decidido el título de «El fetiche y su cuerpo» pero yo lo transformé inconscientemente al anunciar como texto de esta noche «el fetichismo y su objeto», donde está claro que «objeto» debe entenderse como la materialidad en la que se inscribe esta for­ ma de fuerza y también lo que en esencia puede representar. Agra­ dezco a Marc Augé su presencia entre nosotros y le cedo la palabra excusándome por haber modificado e interpretado su proyecto invol un tariamente.

El fetiche y su objeto Enfoque etnológico Marc Auge

Les agradezco el haberme recibido. En cuanto al título de esta ex­ posición,2 cuya paternidad acaba usted de reconocer, lo he adopta­ do. Quisiera pues ante todo referirme a él tratando de dejar en cla­ ro mi objetivo. Primeramente, soy africanista, como se acaba de decir, y hablo del objeto fetiche, es decir de ése que escandalizaba a los primeros misioneros, asombrados de que se pudiese adorar la madera y la piedra. Habrían podido añadir la tierra v la arcilla, pues los dioses del panteón beninés que hoy nos ocuparán están mode­ lados en tierra y arcilla, aun cuando contengan objetos, pues se tra­ ta de receptáculos, de diversas clases y diversas materias. El vodu de las regiones del golfo de Benin (Togo, Benin -ex Dahomey-, Nige­ ria) es un dios y es taTñblerT un objeto amasado con arcilla, pero también con buenas y malas intenciones: las que presiden su fabri­ cación y las que le son atribuidas una vez que ha sido fabricado. El objeto del fetiche en este sentido, el objeto del objeto-fetiche, es por lo tanto a la vez el objeto de aquel que lo instala -el objeto de sus temores, de sus escrúpulos, de sus cuidados también- y el obje­ to del objeto-fetiche instalado, expresión o materialización de un dios del que se conocen, como en el panteón griego, su carácter, sus atributos y en cierto modo su personalidad, y cuyo estatuto varía según las circunstancias entre el de uná'potencia pasiva, mecánica­ mente disparada por los ritos apropiados, y el de sujeto que actúa movido por su propia voluntad, por sus propios impulsos. Mi charla de hoy estará enteramente consagrada a uno solo de es­ tos dioses, Legba, que en líneas generales corresponde a lo que se 2. «El fetiche y su objeto.»

acostumbra llamar un dios personal, un dios que se identifica por una parte con aquel a quien protege (ése es todo el problema) y que, en cualquier caso, bajo ciertas modalidades sólo tiene existencia en relación con aquel junto al cual se encuentra, aunque sea al mismo tiempo y bato el mismo nombre eldios de varios y una divinidad única del panteón (ése es también todo el problema). Así pues, Legba puede ser percibido en su materialidad más bruta, como objeto vagamente antropomorfo, modelado en arcilla, y también como principio espiritual reconocido por todos, figura única y ambivalente, símbolo del desorden y del orden, de la pasión y de la astucia, un poco como el Eros griego, con actitudes en apa­ riencia contradictorias. Puede vérselo igualmente, según sus formas materiales, como la expresión de la individualidad más íntima, cuan­ do se encuentra en la habitación de su poseedor -un poseedor del que veremos que en cierta medida está más bien poseído-, o como la de la sociedad, cuando se lo halla en los sitios más señalados de la existencia instituida de ésta: la plaza de la aldea, las encrucijadas, la plaza del mercado. En todos estos lugares encontramos al mismo dios Legba. Primero intentaré describir a Legba, al objeto Legba, en su mate­ rialidad más cruda. Pero esta misma descripción nos lo revelará in­ tegrado en lo que podríamos llamar más bien un dispositivo, un dispositivo material e intelectual del que hay que decir de entrada unas palabras para claridad de la exposición. Ante todo, el sistema que describo, lo describo siguiendo en lo esencial a alguien que lo observó durante la primera mitad de este siglo, antes de la guerra, Maupoil, y Maupoil resumió y analizó su experiencia en una tesis titulada La géomancie á l’anctenne Cote des Esclaves. Otros auto­ res, especialmente Verger y Herskovits, describieron también estos sistemas, que yo mismo observé en su versión togolesa actual. Plago particular referencia a Maupoil porque fue él quien propuso las descripciones más precisas y utilizables del conjunto del siste­ ma. En Maupoil siempre puede hacerse la distinción entre las des­ cripciones objetivas, las exégesis de los diversos adivinos a los que se dirige, y sus propias interpretaciones. En la literatura etnológica es bastante raro poder distinguir con esta claridad entre lo que co­ rresponde a la descripción pura, lo que corresponde a la interpretación de ciertos informadores y lo que corresponde al análisis que propone el observador. Esto en lo que atañe a las referencias intelectuales"y literarias. Por otra parte me remito a una determinada antropología, la de los fon, población del antiguo reino de Dahomey, y que además se

asemeja a la de sus vecinos. Pues lo que nos toca a los etnólogos es encontrar sistemas intelectuales ya elaborados de manera más o menos explícita y refinada por las personas a las que nos dirigimos, lo que hace que en suma no haya más antropología que la de los otros. Desde este punto de vista, me veré llevado a aludir a cierto número de instancias de la personalidad tal como se presentan en el sistema fon. Hablaré del S£. El S£ es uno de los componentes de la persona en este sistema de representaciones típicamente africano. El S£ es en cierto modo, el destino, la instancia más individualizada de la persona. También está el ye, que es un principio vital más evocado para hablar de lo que es la vida misma, en el sentido físico y energético del individuo, y del que se sugiere que no se extingue con quien por un tiempo es su portador. La instancia más explícita­ mente reencarnada es denominada joto. La palabra joto puede tra­ ducirse también p o r antepasado, designando entonces a aquel ante­ pasado explícita pero parcialmente reencarnado en la persona que posee precisamente el joto de este antepasado. S£, ye, joto: términos que tendré que utilizar y que prefiero anticipar desde ahora. El segundo punto que debemos examinar concierne al dispositi­ vo ritual que el individuo toma a su cargo desde que nace, y para toda su vida, tras una consulta inicial que procura establecer su des­ cripción y determinar su identidad y su naturaleza. También aquí habré de recurrir a cierto número de nociones. Fa o Afa es a la vez un dios, el procedimiento adivinatorio mismo, el signo particular de cada cual obtenido arrojando nueces al suelo al azar y por el conjunto de estas nueces recogidas en una bolsa. En cuanto al signo propio de cada individuo, se lo graba sobre un pedazo de arcilla lla­ mado du. El tercer objeto, que es el Kpoli, contiene cierto número de elementos de los que ya hablaré y que tienden a representar todo lo que hay de más individual en el individuo aunque, como se verá, la noción de individualidad nunca se deja aprehender en su pleni­ tud. Fa, du, Kpoli son objetos a los que tendré ocasión de volver a referirme. En cuanto a Legba, es un vodu bastante particular. Paso por alto las interpretaciones de los misioneros que vieron en él una repre­ sentación del diablo, especialmente porque algunas de sus figura­ ciones son conocidas y porque este dios tiene fama de maligno. El esfuerzo de los misioneros por trasponer los términos de la exégesis católica al sistema dahomeano se apoyaba en ciertos rasgos de Legba. Maupoil y Herskovits mostraron el mecanismo de este in­ tento de recuperación. M uy a menudo, cuando se nos habla de este tipo de divinidades se nos exponen primero los discursos de que

son objeto, discursos que además están parcialmente regidos por las preguntas a las que responden. Estos discursos, sin embargo, tienen cierta posibilidad de reproducir algunas de las palabras que rodean e informan la materia del dios. Comencemos por ésta. H ay varios Legba. Más específico es el hecho de que estos diferentes Legba pueden corresponder a efigies y funciones distintas, cada una de las cuales corresponde a una de­ nominación particular. El Legba está encargado, en efecto, de cier­ tos lugares. Figura en el pórtico de toda vivienda bajo el nombre de Agbonuxosu (rey del pórtico); el Legba del pórtico es una pequeña efigie de tierra; se lo puede poseer antes de haber comenzado las ce­ remonias de iniciación, antes de haber ido a lo que llaman el bosque^ de Fa, es decir el bosque donde tienen lugar las ceremonias que per­ miten ingresar en la vida adulta.al cabo de años de iniciación, gra­ cias al descubrimiento y adquisición de un Fa. Una vez cumplida esta ceremonia, el primer Legba es destruido y reemplazado por un Legba al que llaman Legba do ko, de tierra amasada (ko es la tierra) y al que se le añade un pene. Por lo tanto, el Legba tiene a la vez una silueta vagamente humana y este pene que naturalmente ha dado mucho que hablar. El segundo lugar donde encontramos a Legba es el mercado. Hay un Legba en la plaza del mercado. El tercer Legba es el To Legba, el Legba de un poblado, de un lugar socializado, por ejemplo el centro de la aldea, Legba que por supuesto se tiende a considerar como el símbolo de la comunidad. H ay igualmente un Legba en el pórtico de cada altar de vodu, pues en este sistema en espejo nunca se sabe si son los hombres los que se parecen a los dio­ ses o a la inversa: tanto los dioses como los hombres tienen cada uno su Legba, que aparece unas veces como su mensajero y otras como la esencia misma de su personalidad. Legba se halla también en la habitación de todo individuo iniciado en Fa bajo el nombre de Legba agbanukwé, Legba de habitación o Fa Legba. Por último hay otros tipos de Legba: un Legba protector de los cazadores noc­ turnos, un Legba doble (formado por dos Legba adosados) asocia­ do a ciertos signos de Fa, un Legba de cuatro cabezas que conjura la desgracia en el cruce de caminos. Así pues, Legba baliza el espacio social, desde la habitación individual hasta la plaza de la aldea o del mercado7Pero más todavía, y de ser preciso entrando en cólera, CegEa es un pacificador y por lo tanto un instrumento de relación. Eite rasgo resulta particularmente claro en las funciones complementarias que se atribuyen al Legba del pórtico y al Legba de la ha­ bitación. Estos tienen, se nos dice, funciones diferentes. El Legba de pórtico protege al grupo familiar contra la desgracia, contra los

maleficios; dicho de otra manera, detiene las influencias extrañas. El Legba de Fa, que es también el Legba de la habitación, en cierto modo se encarga de proteger al individuo contra sí mismo, contra sus malas intenciones, contra sus impulsos peligrosos; hay pues una doble orientación: protección contra lo interior y protección con­ tra lo exterior. Los maleficios forman parte en cierto modo del registro interno; esta indicación es interesante porque nos remite al registro de la he­ chicería y, más allá, al tema del equilibrio y la moderación, siempre necesarios para que sea posible un ataque desde el exterior. En otras palabras, hay una complementariedad, incluso en el plano intelec­ tual, entre la necesidad de preservar el equilibrio interno de la per­ sona y la necesidad de protegerla contra el exterior. Aquí es impor­ tante el vínculo con Fa, pues sólo al cabo del tercer estadio de la iniciación, después de la infancia, después de la adolescencia, en el momento de la edad madura, el individuo ahora en posesión de su signo y por lo tanto en este sentido de su destino (signo y destino simbolizados por un Fa y un Kpoli), es llamado a edificar su Legba de pórtico y su Legba de habitación. Aquí quisiera insistir esencial­ mente en dos aspectos de este dispositivo. Ante todo su materiali­ dad (al respecto quisiera señalar algunos rasgos que, desde luego, se prestan generalmente a la exégesis cuando no parecen meros pro­ ductos de la arbitrariedad o de la fantasía). En segundo lugar, su ca1rácter perpetuamente desdoblado. En cierto modo Legba, desde este punto de vista, expresa lo que quizá podríamos llamar la doble di­ mensión de todo existente: su ser, en el sentido más material del tér­ mino, y su relación; su ser y su ser para. Esta doble dimensión, el ser y la relación, prolonga en cierto modo la figura puramente sim­ bólica que quizá nos inclinaríamos a ver en él. En un símbolo po­ demos ver dos cosas: lo que representa (representante de una reali­ dad representada) y lo que pone en relación, pues las dos realidades que pone en relación no guardan una simple relación de represen­ tante a representado sino una relación de complementariedad. Con el objeto fetiche hay algo suplementario que se sitúa del lado de la realidad del ser mismo de este objeto. A un tiempo, el fetiche re­ presenta algo y existe por sí mismo. Legba, como veremos, aparece como una parte constitutiva de aquel que lo posee pero se afirma también como existente por sí mismo. La noción de fetiche no rehú­ sa, como la de símbolo, enfrentarse con la realidad del ser y prime­ ram ente con la de su ser propio. La complejidad del objeto que ma­ terializa el poder soberano o la existencia divina estribaría en que funciona a la vez como símbolo y como fetiche. Quizá podamos

pasar de ahí a la necesidad de repensar la definición del símbolo. Después de todo, cuando se habla de la simbólica del lenguaje y de la lengua como sistema simbólico, es ineludible tomar en conside­ ración también el hecho de la materialidad de k voz y del sonido, Pero cerremos este paréntesis y volvamos a Legba. Es cierto que las figuras del desdoblamiento corresponden en una primera apa­ riencia a varios principios: un principio temporal primeroUgado a la vida misma (cuando élTñdividuo llega a la edad adulta se destru­ ye a un Legba y se lo reemplaza por otro); un principio funcional que captamos a través de la oposición entre el Legba de pórtico y el Legba de habitación puesto que, en el momento de la edad adul­ ta, estos dos Legba parecen desempeñar cada uno su papel. Pode­ mos oponer como dos realidades a la vez ligadas, complementarias y distintas el Legba do ko (Legba de pórtico) y el Fa Legba, el que está en la habitación. El Legba que está en la habitación está en cier­ to modo más próximo a la individualidad que se supone él expre­ sa y protege a la vez. Pero se encuentra asociado a otros dos obje­ tos, el Fa y el Kpoli. Cada cual a su turno -volveremos sobre estoel Fa y luego Kpoli aparecen expresando una parte más fundamen­ tal de la identidad individual. Este dispositivo en abismo sólo deja captar plenamente la necesidad de la relación (cada cual a su turno,' Legba y Fa aparecen como «mensajeros»). El conjunto del disposi­ tivo parece proceder de la necesidad de figurar y pensar a la vez la realidad del ser y la de la relación, donde la realidad del ser se deja ver (mejor sería decir entrever) en esa otra, más inmediatamente perceptible pero siempre en fuga, como agua que la mano quisiera retener, de la individualidad y de la materia, que la realidad del feti­ che afirma como consustanciales. De hecho, se trata del mismo mo­ vimiento del espíritu que se dedica a definir qué cosa es el individuo y qué cosa es la materia pura del objeto que lo simboliza. El traba­ jo técnico, artístico y ritual que culmina en la confección de la es­ tatua procede en cierto modo a la inversa del pensamiento espe­ culativo que se interroga sobre la significación de este objeto. Después de todo, el trabajo del artista parte de la materia y, menos que interrogarse sobre ella, se consagra a darle una forma y con ello a expresar algo, a la vez de la identidad, por la búsqueda de una vaga semejanza, y de la relación, por la selección de ciertas partes del cuerpo representado (aquí el pene). A la inversa, el pensamiento es­ peculativo, tal como lo explican, en forma admirable además, los adivinos interrogados por Maupoil, intenta construir progresiva­ mente un esfuerzo de reflexión que pasa de la vida a la forma, de la forma a la materia y de la materia al ser de la materia. La cuestión de

la identidad queda entonces superada. Ya no se trata de saber quién es este hombre particular, quién es este dios particular, sino de pre­ guntarse qué es ser. El Legba de pórtico se presenta primeramente con un Legba in­ dividual, tapado con una jofaina, que el hombre instala en la puerta de su casa antes de haber cumplido su iniciación en Fa. Actualmen­ te puede vérselos en gran número en todas la aldeas del sur de Togo, y como la iniciación tarda en realizarse por razones diversas, es hoy a la vez la fórmula mínima y la fórmula más difundida. Una vez cumplida la iniciación en Fa en el bosque sagrado, aquella primera efigie era reemplazada por el Legba del que hablé más arriba, el Legba de ko en el portal del patio, mientras otro Legba, de aparien­ cia muy semejante, era instalado en la habitación del recién inicia­ do. Maupoil nos describe la composición de esta efigie. Se compo­ ne de una estatuilla de forma humana hecha en tierra amasada (ko) que lleva sobre su cabeza plumas, agujas y algunos otros pequeños objetos metálicos; la estatuilla se encuentra dentro de una jarra y el conjunto queda tapado por una jarra más grande, donde sobre la misma horizontal se han abierto dos agujeros de cinco o seis centí­ metros llamados «ojos». H ay que apuntar que el conjunto del Leg­ ba no se reduce a esta efigie más o menos antropomórfica. Una con­ sulta determina el lugar de su edificación cuando se trata del Legba de pórtico (que no siempre está situado en el pórtico propiamente dicho), y las condiciones de su preparación. En el interior de cada Legba deben aparecer representantes de los tres reinos, el animal, el vegetal, y el mineral: excrementos, hojas, piedras. Cada Legba es una recapitulación del mundo natural. El adivino se esfuerza en ob­ tener una semejanza con un hombre. Ciertos Legba tienen dos pe­ nes, uno de madera y el otro de hierro, destinado el último a suplir la insuficiencia del primero, cuya juventud, dice un informador de Maupoil, «como la del hombre, pasará». Después se introducen en la jarra dieciocho nueces de palma; estas dieciocho nueces repre­ sentan al Fa, al Fa del Legba. Recordemos que el propio dios debe realizar lo que el hombre realiza para celebrar al dios. Legba es eri­ gido sobre la tierra, es visible para todos. Maupoil nos recuerda que sólo después de tres años de la reinstalación de su Fa se permite al iniciado edificarlo, y que en ese momento el primer Legba es des­ truido; ya no tiene importancia. Así, la relación entre las dos primeras formas de Legba puede ser examinada desde varios puntos de vista. Lo que inicialmente llama la atención es la simplicidad del primero comparada con la comple­ jidad del segundo, literalmente encargado de todos los atributos de

la personalidad. A esta realidad compleja le corresponde una apa­ riencia que salta a los ojos de los observadores como una transcrip­ ción de la organización residencial y social. Los observadores de principios de siglo habían notado que en una casa con hombre, mu­ jeres y niños, el gran Legba de rostro humano es el del cabeza de fa­ milia; simples copas detierrabastan para representar al Legba de las mujeres y los niños. De esta manera, el objeto Legba es tanto más complejo cuanto que tiene varios «referentes». C omo primer referente tiene al dios Legba. Legba, lo he dicho, es un personaje del panteón, símbolo de desorden. Pero representa también y más todavía al individuo hu­ mano, especialmente en combinación con los otros dos objetos que mencioné, el Fa y el Kpoli pero en el conjunto del dispositivo es po­ sible hacer una distinción más entre la efigie exterior y la sepultada bajo tierra. En caso de guerra, si había que huir rápidamente, se po­ día dejar la efigie exterior pero había que llevarse la que estaba de­ bajo. Otra vez nos hallamos en un sistema de espejo donde toda realidad remite a su apariencia. Unas pocas palabras antes de volver sobre el sentido de estos per­ petuos deslizamientos de un símbolo al otro, sobre los objetos que hallamos en el interior de Legba. Las agujas, nos dice Maupoil, se consideran «un hierrro particularmente malvado» y su presencia no puede sino ser asociada a todo lo que atañe a la hechicería. Fíay además otros objetos cuya exégesis inmediata hacen fácilmente los sacerdotes. Así, el asé godokpono, pequeño objeto de hierro troncónico, constituye una especie de campanilla de un solo badajo. Se lo utiliza únicamente en el bosque de Fa, donde ayuda al iniciado a encontrar las hojas medicinales. El último objeto es el más intere­ sante. El último objeto es el talü varilla de hierro que corresponde a Legba «como todo lo que no sirve para nada»; fue fabricado en hierro después de haberse inventado todos los otros objetos de hie­ rro; su forma lo hace inutilizable, comenta el sacerdote, «para que se entendiera que ya no se podía fabricar nada nuevo con este me­ tal». Aquí nos hallamos en el caso límite de un objeto único cuya for­ ma no remite más que a la materia. Así pues, el objeto Legba está constituido por un gran número de objetos que, o bien figuran sobre la efigie de Legba, o bien son se­ pultados en el lugar en que, se la ha erigido. El discurso de los in­ formadores asocia explícitamente algunos de ellos con la idea de vi­ sión clara, de ira o de fuerza, con la de gratuidad, por fin, de pura presencia. Ese discurso siempre se ajusta a los comentarios genera­ les que se hacen de Legba como divinidad. Como ya he dicho, el

conjunto de las «cosas» reunidas en el Legba pertenece a los tres do­ minios de la naturaleza, y son o naturales o fabricadas; queda el pro­ blema del pene. En su afán de denunciar las espantadas interpreta­ ciones de los misioneros, Maupoil, Le Hérissé y hasta Verger atenúan quizás en demasía el alcance de la presencia de este «objeto parcial». Legha^nos dice Maupoil, «si se ocupa de los órganos genitales de los dos sexos, es sólo en tanto y en cuanto la sexualidad conduce aTa discodia^la enfermedad o el crimen, al accidente, en una palabra». Es cierto que la actividad sexual en general y la reproducción seTiallan generalmente bajo la responsabilidad de otros dioses del panteón. Tal vez no sea necesario interpretar el sentido de esa presencia y sea suficiente con señalarla. El Legba mismo es pene y el pene es Legba. Al igual que el deseo, es la expresión de una personalidad in­ dividual, si bien escapa, al menos parcialmente, a la conciencia y au­ toridad de ésta. El Legba es ese objeto doble que podemos conside­ rar a la vez como activo y como pasivo: activo en la relación con el otro, especialmente en forma de agresión; pasivo en el sentido de que se~To puede manipular y ponerlo en condiciones de agredir sin que él haya tenido la iniciativa. Para obtener este resultado basta con dar al Legba los alimentos que tiene prohibidos. Legba está afectado por cierto número de prohibiciones, pero existe la posibili­ dad de darle precisamente los alimentos que le están prohibidos. Evidentemente no los resiste y es entonces cuando se convierte en medio de agresión contra otros, 'leñemos mil testimonios de estas prácticas de inversión. En relación con el Legba yoruba, Verger es­ pecialmente nos informa que basta con echarle encima aceite de pal­ mito citando el nombre de la persona contra la cual se lo que quiere enviar, y añade en una nota: «... entre los fon, la fórmula empleada es “ ¡Nunca vi que Legba consumiera aceite de palmito, se va a armar la gorda!”» El símbolo del falo está también en juego con los Legba de los conventos de Sapata y Hevieso, que son los grandes dioses del panteón: los sirvientes de Legba, los legbasi, hombres o mujeres, nos dice Verger, «llevan, disimulado bajo la falda, un voluminoso falo de madera que ellos erigen a veces con mímicas eróticas». Pasivo o activo, exterior o interior, individual o general, Legba expresa en cierto modo en sus efigies, donde se mezclan a la vez la materia de la tierra y ú impulso del hombre, lo difícil que es pensar y dominar a la una y al otro, y más aún a los dos juntos. Hace un momento hablé del «dispositivo» Legba El dispositivo Legba, en suma, se construye sobre dos ejes. Uno va del exterior al interior, el otro de la identidad a la alteridad. Pensados en contraposición, los

polos de estas dos relaciones dan lugar a dos discursos perfecta­ mente opuestos que Maupoil trasmite con precisión cuando cita a los sacerdotes interrogados. Para algunos, Legba es el primer hijo del dios más grande del panteón, Mawu. Maupoil, sensible a este aspecto de las cosas, señala que sería arbitrario reducir su culto a un culto individual. Legba, se nos dice entonces, es un «mensajero»; así pues, se lo define literalmenrp dpi ladn Hp Ja relación, como ob­ jeto de un importante culto público. Un informador dice a M au­ poil: «Si a mi Legba le sucediera una desgracia, bastaría con que fuera a encontrar al 7o-Legba, al Legba de la plaza de la aldea, y él trasmitiría mi mensaje». Pero otro adivino consultado por M au­ poil, impugna terminantemente esta interpretación y afirma que el culto de Legba es individual, es decir que el Legba de cada indivi­ duo es a la vez una representación y una realización de este individuo; en este aspecto los términos que utiliza y que Maupoil traduce lite­ ralmente son más que llamativos. Dice, en efecto: «Cada cual edifica en su casa una efigie de su propia ira bajo el nombre de Legba y se esfuerza en aplacarla». Legba mensajero, integrado en la cadena que conduce la petición individüal a los diferentes dioses (Legba de la casa, Legba de la al­ dea, Legba de los dioses) se define por funciones de relación y re­ presentación, pero la definición de Legba como puro mensajero deja intacta la cuestión de su ser propio, planteada sin embargo con insistencia por la presencia a su lado del Fa y del Kpoli, respecto de los cuales, como vamos a ver, se plantea una cuestión del mismo tipo: ¿representan ellos simplemente, o constituyen literalmente la identidad de aquel a quien en una primera aproximación decimos que simbolizan? Esta oposición-complementariedad se expresa espacialmente. Ya he distinguido entre la efigie exterior y la realidad interior de Leg­ ba. La calabaza sepultada debajo del Legba exterior encierra lo que se presenta como la realidad del vodu. Se pretende que esta realidad subterránea en contraste con el aspecto ocasionalmente humorísti­ co y truculento de las manifestaciones exteriores de la divinidad y de sus sacerdotes, sea poderosa y hasta temible. Si damos crédito a Verger, materias preciosas y hombres sacrificados en esa ocasión eran enterrados debajo de ciertos Legba durante su erección. Fa tie­ ne la apariencia de un objeto que se encuentra al lado del Legba de habitación, y en cuanto a las relaciones entre Legba y Fa hallamos un lenguaje que iba a hacérsenos familiar. Se dice primero que Leg­ ba tiene a su lado un Fa al que protege y del que es el ejecutor o in­ cluso el verdugo. En este sentido se recoge el lenguaje aplicado a la

corte real. El rey no ejecuta, no mata a nadie; la muerte del malhe­ chor es obra del verdugo, quien actúa sin que el rey necesite pro­ nunciar una soia palabra, como agente de una voluntad que ni si­ quiera necesita expresarse. Así pues, Legba nos remite a Fa. Pero lejos de presentarse como la verdad de Legba y del individuo ini­ ciado, Fa, cuando nos interrogamos a su respecto, se sustrae a toda definición sustancialista, y la relación Fa¡Kpoli reanuda una suerte de dialéctica entre ser y relación, entre interior y exterior, entre iden­ tidad y alterídad. ¿Qué sucedió en el bosque sagrado, donde un individuo fue ini­ ciado en Fa? En este bosque sagrado el iniciado recibió primero su signo, ése del que hablé al comienzo, el du. El du es la expresión del destino y de la identidad. El término S í da razón de esta doble di­ mensión. En cierto modo se concibe al «destino» (S£) como un do­ ble del hombre que marcha a su lado; es descortés pasar entre dos personas que se hallan próximas entre sí pues su S£, dicen, está en­ tre ellas. Materialmente hay dos símbolos asociados a esta defini­ ción. La consulta en el bosque sagrado desemboca en la puesta en evidencia del signo y se la efectuó con ayuda de nueces de palma que el iniciado recoge en una bolsa. Es el símbolo del Fa propia­ mente dicho. Pero una vez determinado el Fa, el asistente del sacer­ dote prepara un Kpoli cuyo contenido puede variar pero que com­ prende necesariamente, además de diversas sustancias de origen natural y de algunos objetos fabricados, un poco de arena sobre la que se han arrojado las nueces que dibujaron el signo del recién ini­ ciado. Esta arena es en cierto modo la expresión más singular de la personalidad, y esa misma arena se arrojará cuando el individuo muera. Los dos objetos, Fa y K poli , se conservan en la casa del ini­ ciado, y Maupoil apunta que el objeto usual es la bolsa que contie­ ne las nueces de Fa, mientras que el Kpoli , en el interior de una bol­ sa cosida, es el objeto secreto. Los dos objetos están lo bastante asociados a la definición de la personalidad de su poseedor, como para que, en general, se los destruya al morir éste. Pero su desacralización pasa por un procedimiento de inversión que evoca la pasi­ vidad del Legba que hace un momento mencionaba. Cuando se quiere dar muerte a los objetos Fa y K poli , al morir aquel que los poseía, se los alimenta con todo aquello que tienen prohibido. No es muy fácil decir qué representan uno y otro de estos dos ob­ jetos y el uno para el otro. Las discusiones de los adivinos giran en torno del problema de cuál es el simple representante o el mensajero del otro. Los diversos testimonios que me veo forzado a mencionar sucintamente, unas veces definen al Kpoli como al mensajero de Fa,

y otras a Fa como el mensajero de K poli . En este aspecto vemos re­ aparecer el dispositivo que parece corresponder a la doble necesi­ dad de tratar de pensar la individualidad y de formularla sólo en términos de relación. Al fin y al cabo siempre se habla del mensaje­ ro y nunca de la naturaleza de aquel que encarga el mensaje o de la de aquel a quien se lo dirige. Estas especulaciones tienen su correlato en la antropología local con los términos S£, ye y joto. En una primera aproximación, entre los fon, parecería que es el ye, bajo el nombre de joto, el que se re­ encarnará tras las muerte de aquel al que habitó por un tiempo, mientras que el SC está más asociado al objeto Kpoli y a la noción de destino individual. Pero todas las reflexiones, ya sea que recai­ gan sobre el ye o sobre el SC, acaban volviendo al joto. Cuando los franceses disputaban con Béhanzin, éste sabía que tenía, que era el mismo joto que cuatro o cinco de sus predecesores en la estirpe real. Pero Béhanzin no era una excepción. Cada habitante de su rei­ no podía intentar que se identificara su joto. Los adivinos no ocul­ tan que a menudo, durante la sesión de identificación, quienes les prestan ayuda son los miembros de la familia, porque encuentran una cierta semejanza con el recién nacido y con tal o cual de sus predecesores. Lo interesante es comprobar el esfuerzo de reflexión cumplido a este respecto por esos especialistas en especulación que son los sacerdotes interrogados por Maupoil. Son gente cuyas res­ puestas es evidente que él no está forzando. Lo que resulta, debo decirlo, casi pertubador, es ver de qué modo se restituyen interro­ gaciones y reflexiones que no podemos dejar de sentir como frater­ nas. Uno de los interlocutores de Maupoil es Gedcgbc, en otro tiempo gran adivino de la corte real; como otros informadores, propone sus reflexiones sobre la realidad y la naturaleza de los ob­ jetos y nociones a los que acabo de referirme. Gcdcgbc resume ad­ mirablemente lo que torpemente intenté formular cuando, diri­ giéndose a Maupoil, acaba afirmando explícitamente que el ser y la identidad no llegan a pensarse sino desplazando el problema, es de­ cir, planteando la relación. Lo cito: «El SC sobrevive al hombre, y reaparece sobre la tierra después de la muerte. En realidad no sabe­ mos nada de él. Todo lo que conocemos al respecto es el joto : aun­ que invisible, el joto nos inspira confianza. Cuesta admitir, en efec­ to, que el esperma solo, que sólo agua baste para formar la compleja personalidad de un ser. Bajo el nombre y con las cualidades del joto, el SC se hace más comprensible». Ante la evidencia del vínculo entre SC y el K poli, al cabo de este esfuerzo de comprensión volvemos a hallarnos con el ciclo de la re­

producción, ciclo que describe, aunque no se la pueda comprender y de la manera más aproximada que se pueda concebir, una triple realidad: el ser, la identidad y la relación con el otro. No es posible responder a la pregunta: «¿Qué soy?» La pregunta se desvía y se transforma en: «¿Quién soy?» Y como el «¿quién soy?» es igual­ mente difícil, la pregunta pasa a ser: «¿Qué es el otro?» o: «¿Qué es mi relación con el otro?» Se retorna a la relación, bien sea bajo la forma del joto (de la herencia y del retorno), bien sea bajo la forma de Legba en cuanto es el instrumento y la potencia susceptible de agredir al otro o de rechazar su ataque. Una observación sobre el joto. M aupoil nos hace notar que el joto es, como dice Gcdcebe . todo lo que se puede decir de un ser si se pretende decir algo de él. Al término de la indagación reencon­ tramos la alternativa que gobierna a toda vida individual: identidad, herencia; ser, relación; yo, otro. Del lado del Kpoli, colmo de un pensamiento del ser y d éla identidad no enteramente reducible a la del retorno y la repetición, hay algo, pero algo que escapa. Lo que escapa, es un poco de arena encerrada en una bolsa que materializa por un tiempo (el tiempo de una existencia pues a la muerte de su poseedor el objeto es destruido) la individualidad. Un objeto como Legba y un dios como Legba (estoy forzado a emplear los dos términos conjuntamente) se sitúan en un universo que a veces llaman animista pero del que diré que ante todp es un universo caracterizado por tres apelaciones. Primero, una exigen­ cia de sentido que corresponde en líneas generales a lo que dijo Lévi-Strauss en su «Introducción a la obra de Marcel Mauss», es decir que, no bien apareció el lenguaje, fue preciso que el universo significara antes de poderse saber lo que podía significar exacta­ mente. Añado que el cuerpo, como la naturaleza en general, es a la vez significante y significado; los dos no pueden simbolizarse sino por medio de Iorélementos"que ellos mismos proponen a la expe­ riencia humana. El segundo tipo de apelación es la provocación de la materia misma. La materia pura, la mineralidad homogénea, es lo impensable: para comprenderla hay que dotarla de vida, ani­ marla. Pienso que el esfuerzo animista es ante todo un esfuerzo di­ rigido hacia la materia bruta para poder comprender algo de ella: distinguir en ella la vida y la muerte es ya discriminarla y proveer­ se de los medios para ordenarla. La tercera apelación es la eviden­ cia del otro, esa perpetua puesta en relación de los muertos con los vivos y Je~l(Tmismo con lo otro. A estas tres apelaciones Legba responde. Responde en cuanto es materia bruta o mejor dicho un objeto vagamente modelado a imagen del hombre, con o sin falo,

receptáculo de materias que pertenecen a los tres reinos. Responde a ellas porque es la expresión de la identidad de todo individuo y al mismo.tiempo el receptáculo de esa identidad, pero a la manera de las muñecas rusas. Piensen en el Legba de pórtico: lo que cuenta es - el Legba de habitación. Piensen en el Legba de habitación: lo que ;cuenta es el Fa. Pienserren^él Fa: lo que cuenta, es el K p oli . Pien­ sen en el Kpoli: él rios remite por una parte al antepasado y por otra a un efím ero,p^a5o^e;arena. Simultáneamente, Legba es la expresió n jle já lre lación con el otro. Se lo encuentra en la puerta, en .éU nerc^o^en la plaza de la aldea, en las encrucijadas. Este mismo [lJegbTpuede transmitir los mensajes, las preguntas, las respuestas. Pero debido a la propia naturaleza de los símbolos de identidad que contiene, y con los que se asocian la nociones de retorno, de antepasado, de joto, el Legba es también el instrumento de la rela­ ción con los muertos o con los antepasados. Y por último, Legba es a la vez un individuo y una clase de individuos, un nombre pro­ pio y un nombre común. Es lo uno y lo otro simultáneamente. Su existencia corresponde a la evidencia debido a que lo social no per­ tenece simplemente al orden de la relación sino al orden del ser. Si la relación con el otro está inscrita en toda percepción de la identi­ dad, entonces sólo lo social es necesario. Considerado sólo desde el punto de vista de lo simbólico, no se podría concebir que ningu­ na relación lógica entre elementos, ninguna regla instituida atrai­ gan por sí mismas la adhesión y la práctica. Ni el respeto al padre ni a la regla en general aparecen como necesarios en el sentido de una necesidad eficiente. Sólo poseen esta eficiencia el reconocimiento del otro en el uno y la necesidad simultánea de reconocimiento por el otro. Se trata de un lazo simbólico, en el sentido etimológico y platónico, pero su evidencia sólo se perfila en el cruce de la feno­ menología y el psicoanálisis, pues procede de la conciencia de la fal­ ta, de la necesidad de la identificación del sujeto con su yo, de una relación imaginaria cuya relación con el fetiche o con el antepasado en las sociedades africanas constituye a mi juicio un ejemplo con­ tundente. En este sentido, podríamos sugerir que lo imaginario hace a lo simbólico necesario por naturaleza, mientras que siempre lo es de hecho en lo histórico, ya que toda historia individual co­ mienza con la toma de conciencia de un orden siempre ya dado, sea el del lenguaje, esto es obvio, o el de las reglas matrimoniales y de los otros sistemas de los que Lévi-Strauss afirma en «Introducción a la obra de Marcel Mauss» que todos son igualmente simbólicos. El objeto fetiche, el vodu, quizás es precisamente ese objeto en el que se condensan las dimensiones que la visión ordinaria no con-

sigue desplegar en una total transparencia. Lévi-Strauss observa, respecto de los sistemas simbólicos constituidos por el lenguaje, las reglas matrimoniales, económicas, etc., que no pueden ser absolu­ tamente transparentes los unos para los otros por razones extrínse­ cas (la historia y la desigualdad de los pesos sociológicos), y por ra­ zones intrínsecas, que derivan del carácter singular e inconvertible de sus simbolismos respectivos. En el objeto fetiche, precisamente, todo se deja ver o percibir en conjunto. El fetiche africano es, me atrevería a decir, un objeto social total. Esta totalidad se expresa de manera alusiva en la acumulación de las sustancias que lo componen, en la multiplicación de sus localizacio­ nes y en su existencia simultánea como individuo y como clase de individuo. Se expresa de manera funcional en la práctica del sacer­ dote clarividente que percibe, por su intermedio, la imposible trans­ parencia de los sistemas simbólicos. Se expresa por último, dentro de modalidades prácticas y sociales, en la multiplicidad de los re­ cursos e itinerarios que su presencia baliza: el fetiche es el punto por el que hay que pasar para ir de un individuo a otro, de un lugar a otro, de un sistema simbólico a otro. El objeto símbolo-fetiche afirma la necesidad de la frontera y niega su realidad, o mejor dicho reafirma la frontera, multiplicando eventualmente las interdiccio­ nes, para sugerir la posibilidad e incluso la necesidad del pasaje. El fetiche sería, en suma, un peaje místico para pasar de uno mismo a uno mismo o de uno mismo al otro."'

^ Véase sobre estos temas también el libro de Marc Augé, Dios como objeto, Bar­ celona, Gedisa, 1996.

Discusión 3

X avier A u d o u ard

Quisiera decirle, estimado profesor Augé, que esta noche he oído hablar de psicoanálisis como sólo me había sucedido en raras ocasiones. Cierto es que bajo nuestros pasos se abre siempre la misma tram­ pa: nosotros pretendemos hablar de psicoanálisis como psicoana­ listas, y por este solo hecho erramos nuestra meta. En cambio, ha­ blamos de otra cosa, de filosofía, de literatura, de arte o de la vida, simplemente, y entonces, misteriosamente, lo esencial de nuestra experiencia comienza a decirse. Así hacen los poetas, que hablan «en poesía» y no de poesía. A menudo son la novela, la película, la obra de teatro las que mejor expresan la profundidad de nuestras ob­ servaciones. El psicoanálisis pasa por otra parte y no en nuestra de­ cisión de hablar de psicoanálisis. Lo digo a quien quiera oírlo: los «entrañadores» que somos crean, por el solo hecho de su presencia, ese lugar singular de la transferencia, de la «educación», como digo también, ese lugar singular en el cual todo lo que se dice o hace se comprende en otra parte, donde lo que se vive, se vive como en otra parte de la vida, donde la «metanoia» opera la conversión de todo en otra cosa, en ese comienzo que no termina, como dice Octave Mannoni en un título, que es por sí solo un trabajo. En resumen, estimado profesor Augé, si el tema de esta noche era lo que quiere decir el fetichismo de los habitantes del Benin, Nigeria y otros sitios, al mismo tiempo se nos convocaba, con nuestras ideas clínicas sobre el fetiche, a abrirnos a un esencial que con demasiada frecuencia permanece oculto en nuestra prác­ 3. La grabación resultó inaudible. La mayoría de las intervenciones no pudieron ser reproducidas. Sólo daremos los extractos que se pudieron reunir reproducidos de memoria por los participantes.

tica misma bajo las apariencias programadas de un «saber» de psicoanalistas. Acaba usted de demostramos que el fetichismo rebasa al fetiche, por la misma razón por la que el fetiche se rebasa a sí mismo, en el interior de sí mismo, en su estructura, tan esmeradamente descrita por usted como si la tuviéramos ante nuestra vista. Usted nos ha dado la admirable lección del observador apasionado por las cosas mismas, mostrándonos el escalonamiento en el espacio y el tiem­ po, de ese Legba do ko y de ese Legba dgbanukwe -en el pórtico de entrada de la casa y a la cabecera de la cama. La estructura ínti­ ma del Legba es la que le da, de todas formas, su sentido y su vida. En el interior de esos objetos- fetiches, de esas «cosas» -usted nos enseñó a verlo-, de representación en representación, las represen­ taciones como tales acaban despidiéndose y por último se nos de­ vuelve a ese esencial de un fondo que a nuestro imaginario le cues­ ta entender: SC, «un poco de tierra», real al que todos deberemos retornar. ¿Pero acaso lo que llamamos lugar de la transferencia, depósito transferencial, es otra cosa? Ese poco, ese casi nada que yace, mudo como lo real, en el fondo de todos esos movimientos desesperados que intentan crear relación y representación adecuada, ese algo duro como un hueso, esa palpitación ingobernable, esa abertura en nosotros indomeñable como del otro, que nos clava en este lugar de la transferencia como una atadura umbilical a despecho de nuestras angustias de nuestras protestas de odio o de amor, de nuestras pala­ bras o de nuestros silencios, ese poco, ese casi nada, aquí está en cada uno, re-centrándolo en la transferencia como en la contra­ transferencia, a la manera de la bola de plomo que no cesa de ajus­ tar la muñeca rusa del psicoanálisis al eje de su presente corporal: aquí y ahora Legba, de la entrada y Legba de lo íntimo, a pesar de las palabras, a pesar de la historia y las historias, a pesar de las in­ terpretaciones y de los rodeos del saber. Estimado profesor Augé, lo que nos mostró usted del Legba, como desplazamiento y permanente progresión, desde la puerta de la casa hasta la cabecera del lecho de amor^y de reposo,'pero asi­ mismo desde el nacimiento hasta la pubertad y desde esta madura­ ción decisiva hasta el momento de la muerte,- ese movimiento de transferencia en el interior de las representaciones, de la etnia, de la familia, de la individualidad, hasta la realidad casi inapresable de la presencia aquí y ahora, en el fondo del cuerpo, es la estructura misma del fetiche, momento angular fundamental del sexo en el psi­ coanálisis, no representable de otro modo que por:

Ello [ga] es [c’est]

Experiencia crucial, fundamental, de la práctica del psicoanálisis. «Tú has venido hasta aquí, europeo o fon del Benin, Peul, Sonraí del desierto o Guéré-wobé del bosque, qué importa: acompañado por tu Legba de todos modos. De representación en representa­ ción, de lo imaginario de tu tribu y de lo imaginario de tus padres, hasta lo imaginario que te trabaja y que se dice en el fondo de ti, desde esa «escena primaria» en la que crees haber sido hecho y que no cesas de remedar en tu danza de posesión, Vudú que crees ser y al que piensas servir, he aquí, aquí y ahora, tu historia, tal como tu fetiche te la cuenta. Deja a tu Legba velar a tu entrada y cerca de tu estera, fetiche en la puerta de tu analista, señal SC ahora a la cabece­ ra del diván donde te tiendes, para que sus apariencias de estirpe, de historia y de coherencia imaginaria se disuelvan en ese breve ins­ tante que no les pertenece: ese momento en que lo real de tu naci­ miento, de tu goce, de tu acto de existir y de tu muerte, te recoja y te transforme, poseído como estás por el “otra parte” del otro, que te deja inconsciente y consciente a la vez, más de lo que has estado nunca.» Esta mutación que se opera bajo las especies y apariencias del psi­ coanálisis, ¿no es ese mismo «estado de singularidad» que nos de­ signan los astrofísicos cuando el universo tenía por edad 10^3 se­ gundos después del big bang iniciador del universo? A este «estado de singularidad», helo aquí representado en el fondo del objeto-fetiche, del Legba y por un K poli, como en el fondo de cada uno de los que dicen: «Yo» yo singular; hecho de tan poca cosa, de un «SC», de un «es» [c’est], de un «sabe» [sait\, ¡reemplazable empero por ser una apertura singular a un mundo singular que él crea, en un big bang siempre nuevo: los fetiches del arte, de la ciencia, del deseo, del amor, los fetiches son asimismo nuestros «fetichistas sobre el canapé», usted nos ha mostrado, estimado profesor Augé, que son otras tantas revelaciones balbuceantes de una presencia que no es posible encontrar sino al término de un largo camino -como los pobres zapatos de un padre que se ha marchado largo tiempo atrás están ahí, eternos, en un cuadro de Van Gogh. El fetiche del que usted ha hablado, profesor Augé, es el «sileno» del que antaño nos hablara Lacan. Por mi parte añadiré gustoso: cuanto más ebrio está el sileno, más contiene esto, que le hace ser sileno:

«SC», un poco de tierra. Gracias por habernos retrotraído a esto que es nuestra cotidiana práctica, y a «ello», que no tiene nombre porque él origina toda no­ minación. Quienquiera que no haya conocido la desesperanza de lo inno­ minado corre el riesgo de quedar, al borde del camino, paralizado por la angustia de su llamada. Más que un «objeto transicional», que él toca pues con su mano, sobre el brocal del pozo sin fondo del Otro, Legba do ko, a la entrada, el hoc ínfimo de su condición.

Maud Mannoni La exposición de Marc Augé interpela al analista confrontado en su práctica con el problema del fetichismo. Sería interesante pro­ fundizar en qué se distingue el fetiche del primitivo del fetiche del fetichista. En el primer caso, hallamos una potencia materna (los dioses), una potencia protectora. En el segundo, el objeto fetiche tiene más bien la función de negar la castración, su uso es estrictamente sexual. En los dos casos, sin embargo, encontramos un estado de manía controlada y, como contrapunto, el temor al abandono y hasta un peligro de aniquilamiento. Xavier Audouard puso el acento en la categoría de lo real. Esta dimensión no tiene sentido sino por hallarse anudada a lo imagina­ rio y a lo simbólico. En un artículo publicado en inglés, en 1956, Lacan y Granoff trataron el problema del fetichismo partiendo de la articulación de lo real, lo imaginario y lo simbólico. Este artículo4 influyó sobre muchos analistas anglosajones en su examen de la re­ lación del fetichista con su objeto. Mostraron de ese modo que lo que le importa al fetichista no es tanto la posesión del objeto como la or­ ganización ritual a instalar alrededor del objeto. Por su parte, Masud Khan puso en evidencia de qué modo la relación con el fetiche en ciertos pacientes no está alejada de una actividad alucinatoria, actividad que sirve de soporte simbólico a una relación. El pacien­ te, al tiempo que alucina el objeto-fetiche, tiene por otra parte la ilusión de haberlo creado y, por contacto visual o manual, la de convertirse en él. En el hombre primitivo el fetiche constituye el término de una relación. En el fetichista no sucede lo mismo. Para este último lo 4. Reproducido en págs. 17-28 de este libro.

que cuenta es la puesta en acto de una ensoñación, mucho más que una relación con el otro. La ensoñación del fetichista tiene la fun­ ción de preservar al yo de todo riesgo de hundimiento (psicótico). Pero lo que aparece de común con el primitivo es la ambivalencia. En el fetichista, la mayor parte del tiempo se trata de conjurar el de­ seo de asesinato mediante una organización minuciosa de «cuida­ dos» y de manifestaciones de ternura. La madre del fetichista es únicamente seductora, no le aporta nin­ gún consuelo. Por el contrario, la madre del primitivo aparece como una potencia protectora y tranquilizadora. ¿Nos permite este enfoque profundizar o situar las diferencias? ¿O bien se trata de dos ámbitos radicalmente distintos?

Marc Augé El conjunto de los comentarios suscitados por la evocación que intenté hacer del «fetiche» Legba despierta, al fin y al cabo, dos in­ terrogantes: ¿existe un parentesco entre el fetiche del «fetichista» y el del africano que adora la madera y la piedra? La relación con el objeto-fetiche de tipo africano ¿da fe de una conciencia específica del yo y de la relación con el otro? ¿o no hace más que ilustrar bajo una modalidad particular una necesidad intelectual y existencial más general? Es de entrada evidente que utilicé el término «fetiche» un tanto provocativamente, retomando las palabras de los primeros misione­ ros que en la actividad ritual de los africanos sólo vieron una forma degradada de religión y le aplicaron en consecuencia un vocabulario des valorizad or: fetiches por dioses, magia por religión, brujo por sa­ cerdote. A los ojos de estos primeros misioneros, adorar la madera y la piedra era a la vez un hecho escandaloso y ridículo. Pero es cierto, por otra parte, que una interpretación puramente simbolista de la relación con el fetiche deja escapar una parte im­ portante de lo que constituye su realidad. El fetiche no es un simple medio para codificar la vida humana y para balizar el espacio social. Se lo vive como una realidad eficaz y esta misma eficacia, de la que el objeto-fetiche es considerado portador, invita o bien a reconside­ rar la noción del símbolo, o bien a sustituirla por la de fetiche. Un símbolo puede ser un objeto que simbolice a otro o que sim­ bolice, de manera más amplia, otra realidad. Pero en un sentido más profundo, el lazo simbólico que une a dos objetos los define como complementarios, como objetos que sólo a través de su reunión co­

bran sentido y encuentran su realidad total, se trate de dos pedazos de una moneda partida o de esas mitades de seres que son los hom­ bres y las mujeres del mundo real para el Aristófanes de El banque­ te. El fetiche posee la virtud suplementaria de aportar, por su sola presencia, el complemento de ser asignado a la reunión simbólica. Sustituto ciertamente, puesto que representa al dios como al an­ tepasado, pero no exento de ambivalencia puesto que no se podría determinar si quien se identifica con él es la persona de su poseedor o a la inversa. Para decirlo con otras palabras, no se podría deter­ minar si es sujeto u objeto. El fetiche, dios africano, es en esto se­ mejante a los dioses griegos, que como bien apuntó Vernant eran potencias más que personas. Sapata, el dios de la viruela, no puede hacerla desaparecer sino por ser el único que puede hacerla apare­ cer, ambivalente en consecuencia. Pero para que se marche junto con el mal del que es portador (en otro lenguaje: para que haga de­ saparecer el mal), hay que tratarlo como a una potencia pasiva, a la cual se le imponen todos los alimentos que le están prohibidos a fin de asquearla y de hacer imposible su estancia. Legba es objeto de una manipulación de esta índole cuando se le ofrecen alimentos prohibidos para convertirlo en el instrumento de pasiones de las que sin embargo se entiende ha de proteger a los humanos (sólo que no puede aportarlas más que por ser su portador), expresión simul­ tánea del deseo y de su censura, medalla de doble uso de la que me atrevería a decir que su anverso ignora a su reverso y cuyo usó bue­ no o malo ninguna potencia superior viene a sancionar. La última manipulación de esta clase será obra de un allegado al individuo fa­ llecido cuyo Legba hay que destruir -ofreciéndole otra vez todo lo que le está prohibido-, como para demostrar la necesidad simbóli­ ca de su relación: si uno desaparece, la existencia del otro ya no tie­ ne sentido y, literalmente, ya no tiene razón de ser. Es indudable que el uso africano del fetiche no posee el carácter estrictamente sexual que tiene el del fetichista como observa Maud Mannoni. Sin embargo, entiendo que esta distinción debe ser mati­ zada. Aquí me limitaré a algunas acotaciones, sin ánimo de sacar conclusiones definitivas. La equivalencia entre antepasados y dio­ ses es frecuentemente postulada en África, en el África del Benin y de los vodu especialmente; añadiré que en el mero nivel etnográfi­ co, por una parte, la imagen de los dioses es más bisexual que feme­ nina (los dioses andan en parejas, un poco como la humanidad pri­ mera de Aristófanes); por otra parte, que los dioses son más ambivalentes que protectores (pueden lo más sólo porque pueden lo menos), al punto de que hasta la imagen de la madre puede ser

ambivalente; presentada a veces como sí hubiera concebido contra su voluntad, también ocurre que se identifique con la imagen de la mujer hechicera. Lo cierto es que, en el empeño de hallar un paren­ tesco entre el fetiche de los fetichistas y Legba, se podría argumen­ tar que el Legba de la habitación está indiscutiblemente asociado a la idea del antepasado y que el Legba de la puerta (erigido en el mis­ mo momento) lleva un pene. De ahí a definir los penes del Legba como un sustituto de la potencia ancestral habría un sólo paso, paso que no daré aunque la existencia de dos penes en ciertos Legba, uno de madera y el otro de hierro -manifestando éste, por contraste, el carácter efímero del primero- nos deje pensativos. Sin duda alguna, Legba baliza las vías de la relación con el otro. Pero es digno de señalarse que, en sentido inverso, el cuerpo propio de cada individuo está marcado por la presencia del otro. Legba es el ombligo del hombre'. Pero otras partes del cuerpo están habitadas por el otro: por ejemplo, los dedos del pie son identificados minu­ ciosamente con antepasados determinados, a los que se debe rendir culto. Entre los ashanti, el K ra , que es una forma de instancia psí­ quica en cierta medida comparable al ye de los fon, es también una presencia ancestral y un conjunto de objetos, un dispositivo mate­ rial constitutivo de un altar y objeto de culto. En cierto modo, por un mismo movimiento se establecen cierta puesta a distancia de uno mismo con uno mismo y una identificación firme del yo con el otro. Como atinadamente observa Jacques Sédat,5 sólo en el momento en que se han instalado todos los referentes de la identificación (aunque hay que añadir que esa instalación es tardía), la identidad se cumple (o se deshace) en la relación. Este procedimiento, pro­ piamente iniciático, no deja de recordar el de las iniciaciones de tipo senufo a cuyo término se revela al hombre así promovido a la ma­ durez social que bajo la máscara del dios misterioso no había más que un hombre corriente y conocido por todos. Debemos agregar, no obstante, que en la sociedad de linajes ningún individuo se iden­ tifica plenamente con un solo otro. La identidad se salva, podríamos decir, porque es plural y combina, para el tiempo de una existencia, herencias y destinos específicos; cada individuo ocupa una posición única en el cruce de dos linajes y de varias líneas de fuerza, posi­ ción que también determinan el orden de nacimiento, el día de na­ cimiento y otros factores variables; cada posición es única precisa­ 5. En una intervención que lamentablemente no pudo ser reproducida por razo­ nes técnicas: grabación inaudible.

mente porque es el resultado de varios determinismos (literalmente sobredeterminada), de manera tal que no hay ninguna contradicción en hacer de la arena sobre la que se han arrojado las nueces de Fa y trazado el signo de una individualidad siempre definida en rela­ ción con el otro, el símbolo tangible y efímero de su carácter irre­ ductible e irreemplazable. La reflexión que despliegan a este respecto algunos interlocutores de Maupoil manifiesta indiscutiblemente una aguda conciencia de las transferencias que pone en marcha su aparato ritual y de su tér­ mino, tan ínapresable como evidente: la presencia aquí y ahora de la que habló Xavier Audouard.

El Cuerpo

El cuerpo, una cuestión crítica para el psicoanálisis Monique David-Ménard

Patríck Guyomard Quisimos concluir las conferencias de este año abordando el pro­ blema del cuerpo y la cuestión del cuerpo en el psicoanálisis. La cuestión reviste cierta actualidad desde hace algunos anos, por lo mismo que parecería que la identidad del psicoanálisis y, podríamos decir, su valor, están siendo atacadas por cierto número de reflexio­ nes y técnicas que ponen en primer plano el cuerpo y, digamos, la práctica con el cuerpo, que asignan al cuerpo un lugar diferente en la cura y en la palabra, y que oponen esta práctica o estas prácticas al psicoanálisis en su aspecto clásico. Es indudable que debemos reconocer esta circunstancia y consi­ derar que el psicoanálisis tiene su parte de responsabilidad en lo que sucede, ya que tanto en nuestro campo como en otros, cada vez que el pensamiento desfallece, falla o retrocede, ello se manifiesta de mil y una maneras y, en particular, en el plano del cuerpo y en el del re­ surgimiento de la cuestión del cuerpo! Sin embargo, bien sabemos que el psicoanálisis nació -todos uste­ des lo saben- de cierto distanciamiento respecto del problema del cuerpo, es decir de la consideración prestada al simple hecho de que el cuerpo hablaba y de que, desde el momeñto'en que se'consideró que el cuerpo hablaba, había que establecer una distancia mínima que consistía en escucharlo y que este origen -origen específico, entre la histeria y la psicosis- del psicoanálisis es un origen, naturalmente, tyje vuelve, que retorna. Cada vez que se cuestiona la identidad del psicoanálisis resurge la cuestión del origen, puesto que bien sabemos que jamás acabamos con nuestros orígenes y que el psicoanálisis

tampoco... También por esta razón la cuestión del cuerpo plantea no solamente la de los límites del psicoanálisis, sino también la de lo que sería exterior al psicoanálisis o saldría de su campo. Y es indudable que lo que sale de su campo no sabemos si procede del exterior o si es algo que hemos desconocido. Es decir si pertenece a lo «reprimi­ do» o, como diría Lacan, a lo «real». Dicho con otras palabras, no se sabe muy bien si está más allá del psicoanálisis o más allá de lo que los analistas pueden decir del inconsciente. Por eso, en efecto, el cuerpo es una cuestión crítica. Es una cuestión, como Monique David-Ménard indica en su título, que obliga al psicoanálisis a hacer su propia crítica y a definirse en el plano de sus fronteras y de su poder. Agradezco mucho a Monique David-Ménard el haber aceptado introducir la discusión sobre este punto.

Monique David-Ménard Hablar, en efecto, del estatuto del cuerpo en psicoanálisis y bajo este título: El cuerpo, una cuestión crítica para el psicoanálisis, cobra sentido sin duda en relación con una coyuntura. Es cierto que du­ rante mucho tiempo trabajé sobre la cuestión del cuerpo por razo­ nes que, precisamente, me parecían totalmente ajenas a la coyun­ tura. Durante todos esos años, yo no hubiera dicho que el cuerpo era una cuestión crítica para el psicoanálisis, pues se me aparecía como una evidencia que el psicoanálisis trataba del cuerpo. Sin embargo, poco a poco, me fui dando cuenta de que esto no caía por su peso. Me di cuenta en el plano de algo así como la co­ yuntura... Patrick acaba de nombrar algunos elementos de esa coyuntura. Es decir, la influencia que ejercen sobre el psicoanálisis, en forma de desconfianza o de curiosidad, las terapias, digamos por ejemplo, reicheanas o neoreicheanas venidas de la otra orilla del Atlántico... Haré referencia - y de ahí habré de partir- a otro o a otros dos tipos de situaciones en las que me fue dado percibir, al co­ mienzo con gran ingenuidad, que la cuestión del cuerpo era una cuestión crítica para el psicoanálisis. ~~E1 primero de estos casos es reciente. Una analista por la que ten­ go gran aprecio y que se llama Laurence Kahn, acaba de publicar un comentario de mi libro1 en la revista Psychanalyse a VUniversité.2 1. UHystérique entre Freud et Lacan. Corps et langage en psychanalyse, Editions Universitaires, París, 1983.

2. Número de abril de 1985.

Es un artículo favorable y positivamente interesado en lo que hago pero, al mismo tiempo, crítico. Crítico en el sentido de que Laurence Kahn me dirige una objeción de fondo, que quisiera leerles. Efec­ tivamente, es una objeción hecha con suma sutileza y que expresa bien por qué hablar del cuerpo -para decir las cosas simplonamentesiempre es un poco fastidioso. Laurence Kahn escribe: El libro de Monique David-Ménard expone y desarrolla innumerables cues­ tiones suscitadas por la histeria y defiende una hipótesis: la necesidad de tomar en cuenta la motricidad en el inconsciente. Pero, ¿podemos hablar de movimiento en el inconsciente? La red a partir de la cual Monique David-Ménard construye esta posibilidad está formada por varias capas; en primer lugar la noción de actualidad de la pulsión. Y me cita: Proponemos llamar actualidad de la pulsión al régimen del deseo que exhibe el síntoma histérico (...) ¿ Cómo pensar esa ac­ cesibilidad de la pulsión?, añade. La pulsión misma en posición de lí­ mite extremo (Grenzbegriff) por excelencia se organiza en la fron­ tera de lo irrepresentable de una energética que no se concibe en la verdad sino en relación con los representantes pulsionales.

Laurence Kahn me dice aquí que, en el análisis, se analizan repre­ sentaciones; creer que en una cura se va a ver la pulsión, creer que el psicoanálisis sería algo así como una ciencia experimental de lo pulsional, es no entender el concepto freudiano de «pulsión» ni el de «representación». Así que, en el fondo, esta noche quisiera tratar de ver lo que con­ tinuaré sosteniendo con respecto a la objeción que me hace Lau­ rence Kahn. Seguramente tiene razón cuando dice que no hay que hablar de motricidad en el inconsciente. ¡Eso es, en efecto, lo que digo en mi libro! Y creo que es una formulación inadecuada. Trans­ formaré esta expresión de la siguiente manera; diré: «¿Acaso el psi­ coanálisis es la ciencia del inconsciente?» O bien, con todos los problemas vinculados a la palabra «inconsciente», encontrados por Freud y vueltos a tratar por Lacan y que recientemente repitieron ciertos epistemólogos anglosajones: «¿Así que el objeto y el terre­ no del psicoanálisis es el inconsciente? ¿No sería preferible decir que el psicoanálisis es una suerte de ciencia experimental de lo. pul­ sional? Y, si así fuera, ¿cuál sería la importancia de la cuestión del goce sexual en la dinámica de una cura?» Puesto que la referencia freudiana a la motricidad remite al goce sexual como uno de los modos de actualidad de la pulsión, más que hablar de la motricidad en el inconsciente, ¿no convendría modificar la definición del pro­ pio terreno del psicoanálisis? Esta posición es extrema y polémica,

pero quisiera examinar hasta qué punto podemos marchar en esta dirección. La otra ocasión, no reciente, en que tuve la impresión de que ha­ blar del cuerpo era en efecto una cuestión crítica para el psicoanáli­ sis, fue una discusión que tuve con alguien que había leído mi tra­ bajo en curso y con una lectura sumamente atenta, que me había ayudado mucho; es alguien que acaba de fallecer y que se llama Louis Beirnaert. En uno de los últimos capítulos, Louis Beirnaert observó que yo escribía: «El síntoma histérico piensa». Yo había empleado la expresión «el pensamiento del síntoma», del «síntoma de conversión». Y utilicé esta expresión en una comparación entre la relación de los histéricos con su cuerpo y la relación de un pintor con su tela. El me dijo: no se puede decir que el síntoma piense. No hay pensamiento, psicoanalíticamente hablando, sino desde el mo­ mento en que hay una representación del deseo. Y agregó: «Decir que el síntoma piensa es una idea propia de un semiótico, o bien de un filósofo que quiere dar al cuerpo un estatuto, pero no es idea de un psicoanalista». Por supuesto, esta objeción acompañó de modo complejo la continuación de mi trabajo y me hizo pensar en particular que, en efecto, en la Traumdeutung, Freud habla del «trabajo» del sueño más que del «pensamiento» del sueño. Quizá lo que debí decir era: el «trabajo del síntoma histérico» más que «el pensamiento» del síntoma. Y sin embargo, en cierta forma, esta noche tengo ganas de decir que la continuación de mi trabajo me llevó más bien a confirmar, aunque transformado lo que en esa época había querido decir... Y a mantenerlo tratando de localizar y de definir lo que llamamos «la actualidad de lo pulsional» en una cura, sin que podamos -¿cómo decirlo?-, sin que podamos limitarnos a decir que lo que se actuali­ za en el síntoma es algo «todavía no representado»... ¡y listo! Releí para esta noche el texto de Freud sobre la «Represión», en la Metapsicologút, es decir el texto en el cual figura la distinción en­ tre el afecto y el «representante representativo» -o , según la traduc­ ción de Lacan, el «lugarteniente de la representación»- de la pul­ sión; y me pareció que las cosas eran mucho más complejas que lo que se solía decir. Leyendo ese texto, no se puede decir sin más que, según Freud, en una cura se analizan las representaciones simple­ mente, puesto que dice: mucho más importante, para el destino de la pulsión, es «el afecto». ¡Lo dice directamente! La diferencia entre una represión lograda y una represión fracasada se decide a partir de la cuestión: «¿Qué pasa con el afecto?» ¿Es que el afecto se trans­ forma en angustia, o bien la pulsión continúa, puede continuar exis­

tiendo en forma de placer? A los ojos de Freud lo decisivo es esto. No es que él otorgue una importancia extremada al destino de las representaciones, pero en cualquier caso la pulsión, como esa espe­ cie de pedazo de actualidad, de actividad o de «motricidad» dice, no está, según este texto, completamente ausente del campo analítico. Al releer estas páginas me dije que, en cierto modo, cuando se hace de la pulsión un mito, una realidad mítica que jamás podríamos aprehender, que siempre está presupuesta pero de la cual nunca analizaríamos más que sus «representantes representativos», o sus «lugartenientes de la representación», me dije que, cuando uno se expresa así, permanece más acá del poblema planteado por Freud. Los analistas no temen matizar este juicio aceptando a menudo que sus pacientes están angustiados. Dicho de otra manera, cuando la pulsión es angustia, entonces no hay inconveniente en que sea ac­ tual en la cura. Pero en cuanto a lo demás la pulsión estaría fuera de campo. La pulsión seria una especie de protorrealidad de la cual se tomaría lo que propiamente se analiza, o una referencia mítica li­ gada a una necesidad discursiva. Entonces, quisiera proceder en tres tiempos. En un primer tiem­ po intentaré decir lo que me enseñó sobre el cuerpo el estudio de la histeria. En un segundo tiempo, caracterizaré el goce sexual como alucinación en el otro de un objeto pulsional. Después, en un tercer tiempo, intentaré relativizar lo que haya dicho, preguntándome si, partiendo de la histeria, no se sobrevalúa la importancia de lo que se puede localizar como perteneciente al orden corporal para una cura; y trataré de comparar, respecto de un caso ficticio o en parte ficticio, qué sucede con el goce en un caso de análisis de histérico y en un caso de análisis de alguien que estaba en el límite, diría yo, en­ tre la fobia y la perversión. Dicho de otra manera, intentaré pre­ guntarme si, y en qué medida, la histeria me ha cegado en cuanto a lo que se puede plantear respecto del cuerpo.

I. ¿QUÉ SE PUEDE COMPRENDER SOBRE EL CUERPO «GRACIAS A» LA HISTERIA? ¿Qué podemos aprender sobre el cuerpo a partir del histérico? Yo diría precisamente que en el modo de formación de los síntomas hay algo específico que Freud llamó Darstellung (es decir, la «ac­ tualización del goce»), y que él despejó progresivamente y distin­ guió de la representación del deseo (Vorstellung). Al principio Freud describió el fenómeno de conversión con un vocabulario

muy confuso, diciendo: es una energía psíquica que pasa de lo psí­ quico a lo somático... Yo diría que es confuso porque la determina­ ción de lo psíquico lo es totalmente. Es psíquico, para Freud, lo que no es somático, debido a que lo que él tuvo que observar eran pará­ lisis que no tenían un origen orgánico. Freud llamó «psíquico» a lo que no era «orgánico». Pero «psíquico», en mi opinión, no dice otra cosa que «lo que no es orgánico». Por otra parte la noción de «conversión», es decir, de lo que sucede en el cuerpo, fue definida por él de dos maneras que yo llamaría contradictorias. La primera es esa idea de paso de una energía psíquica a la iner­ vación somática. La segunda, muy diferente, es el descubrimiento del estatuto del cuerpo en la transferencia con ocasión de las curas de histéricas que debía afrontar durante ese período, curas en las cuales los lugares del cuerpo y los síntomas motores eran referidos a la historia de un deseo. ¡Y aquí ya no es necesario emplear el tér­ mino «psíquico» para decir a qué corresponde esa instancia del cuerpo! Y sólo porque se trataba de otra cosa habló Freud de «erogeneidad», término que es independiente de la distinción de lo orgánico y lo psíquico. Por lo tanto, es posible interesarse en la his­ teria desde este punto de vista epistemológico que consiste en en­ contrar en Freud dos lenguajes. Pero yo diría que si sólo hacemos eso, en cierto modo le pisamos los talones al síntoma histérico, es decir que cargamos las tintas so­ bre el orden del cuerpo sin decir cómo ni por qué. Se presta con­ fianza al carácter espectacular del cuerpo histérico sin dejar de aten­ der al hecho de que él habla, o de que está bloqueado en aquello en que puede convertirse una palabra, pero al mismo tiempo se cargan las tintas sobre el orden del cuerpo; y esto porque las cuestiones epistemológicas, en el campo del psicoanálisis nunca están solas consigo mismas. Mientras se aplicaba a deslindar este orden del cuerpo en la his­ teria -es decir, la forma en que poco a poco Freud consiguió hablar del cuerpo erógeno y de su vida proseguida en el síntoma histéri­ co-, al mismo tiempo me parecía que esa cuestión epistemológica disimulaba otra, que era más clínica y que correspondía a la es­ tructura inconsciente de la histeria; y en el fondo mi libro da fe, por el contraste entre el final y el cuerpo del texto, de esta doble problemática. Cuando uno se interesa exclusivamente en una cuestión epistemológica es porque desconoce la significación in­ consciente de la cuestión que se plantea. Y la significación incons­ ciente de un interés exclusivo por el cuerpo en la histeria es la po­ sición misma de la histérica, que consiste, diría yo, en reivindicar

una presencia del goce ante un hombre que no quiere saber nada de él. Es cierto, epistemológicamente, la erogeneidad tiene una reali­ dad, pero cuando uno se dedica a mostrar esto y a mostrar sólo esto, nos dice que está haciendo suyo ese interés epistemológico por una posición teórica que está, al mismo tiempo, tomada en la histeria, esto es, en esa suerte de reivindicación a contratiempo del goce que bordea una amenaza de paranoia de celos; la función del hombre es entonces la de ser un interlocutor que permita al histérico -aq u í una m ujer- escapar a lo que es aterrador para ella en la relación con el elemento femenino, y que reaparece en los celos delirantes. La «conversión» -esa especie de reivindicación de la posibilidad del goce y de su actualidad- cumple la función de jugar lo erótico en los confines de un riesgo de horror, «lo eróti­ co de todos modos», la erotización para escapar a la psicosis, ¡algo así! Una de las cosas que se aprenden al trabajar así sobre la histeria es ciertamente que el erotismo está ligado a la problemática de la «alteridad», es decir, al tipo de otro a quien un sujeto se dirige. Tam­ bién se descubre entonces que lo que hace deseante a un cuerpo está sumamente ligado a lo que para un sujeto es más traumático. Por otra parte me parece que, clínicamente, lo que corresponde a la Darstellung histérica -es decir, a esa reivindicación de una presen­ cia del goce ante otro que no quiere saber nada de él-, ese elemento de la Darstellung, cuando puede analizarse en una cura, se analiza en su orden propio, no resolviéndose por la problemática de la pérdida, de la que depende la problemática fálica, sino enfrentando al sujeto con el riesgo de una experiencia de ausencia para sí mismo, o más bien de abolición de los referentes imaginarios y simbólicos que no puede resolverse más que diciéndose. El decir de esta experiencia, en ciertas condiciones, permite emerger de ella y hacer representable ese riesgo de pérdida de sí. Pero esto está en el fondo, diría yo, en la misma Darstellung... Si los síntomas que se actualizan en el cuerpo, es decir, si los síntomas de conversión encubren una paranoia de ce­ los, o la histeria no se analiza sino al ras de la paranoia de celos. Y la relación con el otro corresponde a algo mucho más arcaico, me pa­ rece, que lo que expresa la categoría lacaniana de «imaginario». Di­ cho de otra manera, lo que yo respondería a Luis Beirnaert, si fuera posible, es que pienso que la Darstellung, clínicamente, se analiza en el elemento de la Darstellung y que en este sentido, quizá, puede ha­ ber un «pensamiento del síntoma». O, en cualquier caso, el síntoma, cuando puede analizarse, se transforma en algo que pertenece al

orden del pensamiento... Y hay por tanto sin duda «representación» de lo que estaba actuado en el cuerpo, pero sin que por ello la Darstellung pase por las horcas caudinas de lo que define, en la teoría psicoanalítica, a la Vorstellung. ¡Este sería el primer punto! También me di cuenta, con el correr de los años, que con eso se implicaba un desacuerdo con lo que es­ cribió Lacan sobre la noción de Darstellung -«presentación plástica y figurativa»-; es la palabra que designa tanto el estatuto de la pul­ sión en la histeria como el estatuto de las imágenes en el sueño. Darstellungsfahigkeit es la figurabilidad, o incluso, como traduce Lacan en el artículo La instancia de la letra en el inconsciente o la razón des­ de Freud: la consideración a los medios de la puesta en escena.3 Respecto de esta puesta en escena, Lacan dice que ella juega en el interior de un sistema de escritura. Lo dice con relación a las imágenes del sueño y no con relación a los síntomas motores en la histeria; pero la palabra es la misma: Darstellbarkeit. Dicho de otra manera, en la lengua de Lacan la Darstellung juega en el inte­ rior de una Vorstellung. La representación supone que se haya inscrito, para un sujeto, el deseo, es decir la pérdida de una satis­ facción mítica; y, desde esta perspectiva, lo que parece correspon­ der a una exigencia de presencia absoluta del goce no es, en el fon­ do, más que un a manera de tapar la falta. Para Lacan, es este sentido lo que la Darstellung juega en el interior de un procedi­ miento de escritura, siendo el sueño un jeroglífico en el que pue­ de, no entenderse pero sí localizarse la marca de otro en la forma del «rasgo unario», que corresponde a la escritura; por consi­ guiente, no hay razón para aislar la Darstellung en relación con la Vorstellung. No cabe duda de que en mi presentación de los sín­ tomas histéricos y en el acento que puse sobre la especificidad de la formación de síntomas en la histeria, he prestado atención a una heterogeneidad de la Darstellung respecto de la Vorstellung.

II. EL ESTATUTO ALUCINATORIO DEL GOCE SEXUAL Ahora quisiera examinar otra cosa que sin duda podemos apren­ der acerca de la histeria: el sentido que se debe otorgar a lo que dice Freud sobre el «estatuto alucinatorio del goce» y también a lo que dicen Freud y Lacan sobre el «objeto del deseo». 3. J. Lacan, Ecrits, Senil, 1966, pág. 511. [Trad. castellar Escritos, México, Siglo XXI, 1971.]

En cierto modo, el histérico -al dejar ver su cuerpo, al paralizarse o al fabricarse síntomas en su cuerpo por razones que, fundamen­ talmente, estriban en el régimen de su goce y al crispar todo lo que concierne a la estructura de su deseo al respecto, en una llamada es­ pectacular al otro-, el histérico, precisamente, muestra el lazo entre la erogeneidad y la llamada al otro... y la llamada a algo del cuerpo del otro, sea este cuerpo su voz, su mirada, tanto como su sexo o como cierto gesto suyo determinado. Se trata, en todo caso, de «cap­ tar» algo del otro. Dicho de otra manera, el problema que está ahí pendiente y a veces en formas patológicas (la forma más patológica es, por ejemplo, la erotomanía; la forma menos patológica es la de­ manda ilimitada de goce que una mujer puede dirigir a contratiem­ po a un hombre, con toda la gama que va de lo uno a lo otro), el pro­ blema planteado ahí por el histérico es, diría yo, el de las relaciones entre el objeto de la pulsión y la alteridad del otro. Lacan dice en al­ gún texto -creo que en el Seminario XI, pero desde que esta frase me sedujo no pude volver a encontrarla-, Lacan4dice eso respecto de la perversión, que la pulsión es la única distancia permitida al sujeto en relación con el «principio de placer» y con el «narcisismo del amor»; con el «principio de placer» entendido como el régimen del deseo donde todo gira en redondo y donde no pasa nada. Dicho de otra manera, la única salida del narcisismo sería algo del orden de lo pul­ sional. Pues bien, me parece que la histeria obliga a plantear esta cuestión y, en un sentido, obliga a plantearla en forma un tanto dife­ rente a la de Lacan cuando hace hincapié en la perversión. Cuando Lacan habla del objeto del deseo, lo hace de una manera sumamen­ te interesante, en el sentido de que muestra a las claras, en determi­ nados momentos, que el objeto es tomado del cuerpo del otro y que algo esencial del deseo se juega en esa búsqueda de un objeto bri­ llante, que es «buscado» en el cuerpo del otro. Pero, al mismo tiem­ po, me parece que en la teoría del objeto a -en cualquier caso, hasta donde alcanza mi comprensión de lo que Lacan llama objeto a- la cuestión de la alteridad en lo pulsional al mismo tiempo queda esca­ moteada. Con esto quiero decir que Lacan dice y escribe mucho que el objeto a es un objeto que «cae». En cuanto a esta caída, yo la en­ tiendo de dos maneras que no son necesariamente idénticas. Según una de ellas, el objeto, por cuanto excede a la organización significante del deseo, designa un pedazo de cuerpo. Y un pedazo 4. J. Lacan, Le Séminaire, Livre X I, Les quatre concepts fondamentaux de la psy­ chanalyse, Seuil, 1973, pág. 182. [Trad. castellana: El seminario, Libro X I: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Barcelona, Paidós, 1987.]

de cuerpo que cae quiere decir que en la cura, desde el momento en que ese pedazo de cuerpo es nombrado, el sujeto está menos cauti­ vo de él. Así pues, sólo en el momento en que el sujeto comienza a estar menos clavado a ese objeto fascinante en el otro, puede decir algo de él; este hecho de que diga algo de él es el signo de que está cayendo. Este es el primer sentido que puedo dar a la expresión lacaniana. El otro sentido que puedo darle es que, decir que el otro es objeto de la pulsión, es decir que algo del cuerpo del otro es «reba­ jado». Esta tesis, recurrente en Lacan, puede llegar hasta la idea de «mutilación». En el Seminario X I, por ejemplo, Lacan escribe: Yo te amo y, porque te amo, te mutilo.5 Y esto es lo que dice tanto el amante a la amada como el paciente al analista: Porque amo en ti algo más que tú, te mutilo;y te mutilo de ese objeto a... Aquí, el otro es definido en el orden de la pulsión o, mejor dicho, por lo que la pulsión sustrae al amor «gracias» al objeto de mutilación. El objeto de mutilación, especie del género del objeto caído, aparece como el correlato de la idealización del amor, el correlato contradictorio de lo que es la idealización en el amor. Aquí, como suele suceder con las palabras que emplea Lacan, el pensamiento juega y se desliza de la caída al rechazo y después a la mutilación; resulta muy sugestivo y al mismo tiempo ya no sabe­ mos bien dónde estamos... Por una parte, entre estas dos acepciones del término objeto a como objeto que cae, nada nos dice que haya homogeneidad. Aunque podamos definir de dos maneras lo que es el «objeto caído», no por ello ambas maneras coinciden. Por otra parte, y a esto quisiera llegar con respecto a la histeria y con res­ pecto al estatuto del cuerpo erógeno en la histeria, me parece que en estas dos determinaciones se alude la cuestión de la altcridad: decir que el objeto cae cuando el sujeto puede nombrarlo es hacer del ob­ jeto una suerte de lugar interno en la estructura del sujeto; no im­ plica decir de qué modo el mero acceso al otro, psicoanalíticamente, sería algo que estaría ligado a cierto tipo de violencia de la pulsión como dirigida a otro y que ella va a buscar a otro en un rin­ cón donde... él no quiere necesariamente reconocerse, pero donde él está. En el fondo, lo que el erotismo pone en juego me parece sin em­ bargo eso. ¡Y me parece que el juego de lo pulsional, una de las ba­ zas de lo pulsional, es sin embargo eso! En el fondo, conseguir ha­ blar correctamente de la pulsión en el análisis sería tratar de comprender y de decir en qué medida lo que está en juego, de ma­ 5. Op. cit., pág. 241.

ñera torpe en la reivindicación del histérico, en la reivindicación erótica del histérico, es en efecto un momento decisivo en la diná­ mica de una cura. ¿Cuándo son puestos en juego en una cura, con relación al análisis del deseo, amores y pulsiones, que se producen según el modo casi alucinatorio y según el modo de la sorpresa, de tal manera que el objeto que es «buscado» en el cuerpo del otro no sea completamente indiferente con respecto a lo que se analiza de la estructura del deseo? En este proceso, lo que atañe al objeto «anti­ cipa» y, por una parte, «enmascara» lo que el sujeto puede decir de la estructura de su deseo en el mismo momento, y sin embar­ go se sitúa sumamente cerca de lo que es esencial para la estruc­ tura de este deseo. Tratar de precisar la importancia de la instancia del cuerpo en el análisis es ante todo, a mi juicio, tratar de responder a esta cuestión. O, para decirlo en términos simples: ¿la transformación de las rela­ ciones sexuales en el proceso de una cura, es acaso algo que no tie­ ne ninguna importancia frente al análisis de la estructura del deseo? O bien, ¿acaso un análisis no gira siempre de manera muy precisa -aunque no sea cómodo de decir- alrededor de la transformación de las modalidades de goce ligada al análisis del deseo? Y de tal ma­ nera que lo que concierne al objeto buscado en el otro o al objeto que, procedente del otro, sorprende al sujeto de manera eventual­ mente alucinatoria, lo sorprende en lo más próximo a lo que en efecto es para él traumático y que está analizándose. Para cerrar esta segunda parte agregaré que pensé esto reciente­ mente al leer el libro de Xavier Audouard, La Non-Psychanalyse on l’Ouverturef publicado hace ya algunos años. Me habían dicho que hablaba del cuerpo. Para decir las cosas de manera un tanto po­ lémica quizá y eventualmente para entablar una discusión, me pa­ rece que Xavier Audouard hace hincapié en la erogeneidad del cuer­ po para fundar una suerte de metafísica de la alteridad. La apertura del cuerpo erógeno daría ocasión para una suerte de inmensa extensión de la noción de apertura. El cuerpo erógeno nos abriría a algo «del Otro» con mayúscula, bajo múltiples formas. Es decir que «en lo más íntimo de la pulsión» se alojaría otro régimen del cuerpo que, ciertamente, podría abrir a amores sexuales, pero que abriría de manera más general a algo del Otro, tenga que ver este Otro con la sublimación por el arte, con el lugar del hombre en el universo o con el Otro ausente -del que habla la teología negati­ va-. Ahora bien, pienso que en esta deriva a partir de la apertura, se 6. Xavier Audouard, L a Non-Psychanalyse ou l'Ouverture, I’Etincelle, 1977

hipostasian más las figuras del Otro cuanto que no se analizó lo su­ ficiente de qué modo la pulsión es una experiencia de alteridad pa­ radójica puesto que es un acceso a la alteridad en el seno del riesgc de alucinación de algo del cuerpo del otro. Si el erotismo es uno de los modos de actualización de la pulsión, su especificidad paradóji­ ca consiste en que el sujeto encuentra con él un acceso a la alteridad. y por lo tanto a la separación respecto de otro en el seno mismo del goce, es decir de un régimen alucinatorio del deseo. Así, Freud ha­ bló de una «experiencia de la satisfacción» en Proyecto de una psi­ cología para neurólogos. Y yo diría que el otro encontrado en el goce, lo es ciertamente en cuanto es un objeto de pulsión; el punto es absolutamente decisivo en cuanto a la estructura del deseo, pero esto no abre, por ello, ni al universo ni a Dios... De buena gana di­ ría que una perspectiva como la de Audouard aprovechó la ocasión de lo que permanecía indeterminado en la problemática lacaniana del objeto a para hipostasiar las figuras del Otro.

III. LAS PULSIONES EN LA TRANSFERENCIA Ahora quisiera tratar de limitar el valor de lo que dije, refirién­ dome a otro tipo de estructura que yo llamaba «fóbico-perversa» en el límite entre la fobia y la perversión. Así pues, les hablaré de una secuencia de cura ficticia -construida partiendo de casos rea­ les, pero ficticia-; y, a propósito de esta secuencia, intentaré decir de qué modo lo que la transferencia pone en juego es lo pulsional, sin que empero la histeria tenga la función de modelo exclusivo para concebirlo. Se trata de una paciente —no sé por qué la he llamado señora Lang- que es una joven muy seductora, una joven que ha seducido a varios hombres, alguien extraordinariamente astuto pero cuya vida está, en muchos aspectos, estropeada, porque siempre se em­ barca en aventuras amorosas que poseen la estructura siguiente: muy pronto se siente espantosamente prisionera de algo. Tiene la impresión de que lo que la atrae no es realmente un punto de falla -no es en absoluto una histérica-, sino un punto de «maldad» en el otro, y que sólo está en relación con otro cuando sabe alcanzarlo en ese punto de «maldad» que, al mismo tiempo, la hace sufrir terri­ blemente. De lo cual se libra consolándose siempre con la ilusión de que, en realidad, sólo está en los preliminares con esa persona, aun si se ha comprometido hasta la médula. Siempre tiene la impresión de tener un pie afuera y un pie adentro, pero esto no le impide vivir

tres o cuatro años con la misma persona contándose siempre que tiene un pie afuera y un pie adentro. AI mismo tiempo, hay algo que le resulta completamente intolerable en el tipo de lazos que la ligan a un hombre. Eventualmente cumple, con respecto a su mari­ do o a su amante, un papel que consiste en atenderlo, pero de nin­ gún modo para ocupar un lugar de dominio como haría, decimos, una histérica, sino más bien porque, ahí, está segura de dar en el blanco. Durante todo un período de la cura la representación privi­ legiada de su relación con los hombres se manifestaba en la expre­ sión «seducir a las vacas». Se pasa la vida seduciendo vacas, con la impresión al mismo tiempo de estar completamente prisionera y de no vivir, ya que la única iniciativa que puede tomar es aquella ini­ ciativa en la que, efectivamente, ella se torna un objeto de extraor­ dinaria fascinación para el otro, un objeto de fascinación sexual, pero donde al mismo tiempo algo de ella se deshace por completo. O incluso ha tenido sueños de pesca; pero ya no se sabía quién, si ella o el otro, se hacía con el pez; esto correspondería a la expresión: «El cazador resultó cazado». Ya no se sabe quién es el otro ni quién es uno mismo, de tal manera que esta relación eróticamente inten­ sísima se transforma en un infierno. Hasta aquí, todo es simple. Estamos en el análisis de ciertos fan­ tasmas privilegiados, y de los significantes del deseo. Pero las co­ sas se complicaron en la cura desde el momento en que, eij lugar de permanecer en las representaciones, las pulsiones utilizaron la transferencia en forma de abstención: el contenido de los sueños se había hecho más preciso, dando a entender cuáles eran las modali­ dades de goce de la paciente con uno de sus amantes y, al mismo tiempo, de qué modo las modalidades de este goce estaban precisa­ mente ligadas a algo que la liga a su padre y que voy a precisar. Yo tenía la impresión de que el análisis progresaba, con la salvedad de que la paciente ya no venía. Es decir que, en la transferencia, para ella había algo absolutamente intolerable en el material que salía a la luz. O, mejor dicho, lo que quisiera tratar de formular era que, para esta mujer, no venir más era algo que competía absolutamente a lo «pulsional». Vayamos al contenido de uno de sus sueños. Estaba en un teatro circular apoyada contra una pequeña pared y sintiéndose muy, muy bien; ante ella había personas que podían ver su rostro un poco como ustedes me miran. Pero como era un teatro circular, también las había detrás de ella. Y ella insistía mucho en el hecho de que sólo una parte de los espectadores podía verla. Sobre el podio —era una especie de fiesta de caridad, un espectáculo, conferencias, un mitin-,

algunos actores realizaban una suerte de danza con sus cuellos; ante una rápida orden de su padre, ella se incorporó. Su padre le pidió que hiciera la colecta y entonces ella abrió presurosamente su mo­ nedero; los billetes llovían, llovían, llovían. En ese momento des­ pertó como de una pesadilla. Lo que la paciente dijo de este sueño se relaciona, a través del elemento de los actores que danzaban contorsionando el cuello, con algo enteramente traumático de su histo­ ria relativo a su padre. Su padre había hecho la guerra de Argelia y lo habían herido en el cuello. Herida que le recordaba ese cuello en forma de cuello de cis­ ne de los actores de su sueño. Este cuello en forma de cuello de cisne le recordaba también el sexo de su amante, con el cual se ha­ bía embarcado en una aventura totalmente apresada en la repetición transferencial, tan caricaturesca era con respecto a la estructura de su deseo, ¡pero esto no impedía que, aun si se lo hacía para ser di­ cho, se lo hiciera! En la cura, hasta entonces, ni su vida presente ni nada de lo que sucedía con su cuerpo en el amor había sido rela­ cionado nunca con su historia, con la historia de su deseo. Después de este sueño la paciente se puso a hablar de cómo, durante toda su infancia, había estado fascinada por la herida de su padre en el cue­ llo, tanto más fascinada cuanto que -como le habían contado-, siendo muy pequeña no quería mirarla. El asunto seguía oscuro, y ella tenía buenas razones para pensar que su padre había contado patrañas sobre las circunstancias en las que había sido herido. No cabían dudas de que en aquel combate se había comprometido con el bando al que, en la tradición familiar, todo el mundo aborrecía. En la familia había tradiciones políticas muy firmes. Al mismo tiempo, la paciente relacionó este signo del cuello con el monedero y con lo que, de su sexo, se abría y se cerraba, insistiendo mucho sobre la diligencia. En efecto, creo que lo decisivo era esa especie de diligencia, el hecho de haber andado casi bajo el dedo y el ojo del deseo de su padre, el cual, durante toda su infancia, le hacía elegirle las corbatas... La niña había pasado la infancia mirando la cicatriz de su padre que le hacía elegir los colores de sus corbatas. Y todo lo que concernía a su relación con el sexo de su amante estaba marca­ do por eso. Ahora bien, lo que me parece importante es menos el que este material haya sido dicho -esto tiene su importancia- pero por sí solo no define lo que sucede, pulsionalmente, en la cura. Lo importante es que a partir de ese momento la paciente ya no podía venir; ¡y no vino durante un mes! Porque, después, pudo decir que existía para ella una incompatibilidad radical entre estar con su amante y hablar de su deseo, de lo que sucedía con su amante. La

cura analítica, este juego de presencia y de ausencia, le servía a mi juicio para no tener el sueño fóbico que tenía antes, es decir para poder separar el espacio del goce y el espacio del decir del deseo. Se servía del análisis como de un lugar donde, con toda seguridad, no se nombraría lo que la constituía desde el punto de vista del goce. La impresión borrosa de ese sueño, sin embargo, hizo que dejara de venir y que sus ausencias ya no fueran intermitentes sino radicales. Es en este sentido, me parece, que en la transferencia se juega algo pulsional. El hecho de venir o de no venir, o sea de decir o de no de­ cir lo que concernía a su goce, de preservar el espacio7 posible para no decirlo no viniendo, efectuaba una separación entre un goce in­ soportable y la escena del «decir». Pero de tal manera que al mismo tiempo la escena del «decir» entraba en competencia con la escena del goce, es decir que las dos eran pulsionales. Y ella decía: «¡Si ven­ go, es porque me va a servir para separarme de mi amante!» La se­ paración, como suele ocurrir en la fobia, me parece, debía ser en­ tendida como la instalación de una frontera entre cosas que no se deben comunicar. Y antes de que fuese posible esa suerte de utiliza­ ción de la escena transferencia!, lo que ella soñaba era que estaba en una habitación y que había un animal que le daba miedo, que ade­ más era un pez con escamas como el de «El cazador resultó caza­ do», un pez que pasaba bajo una fisura de la pared y que amenazaba con volver. La frontera no era estable... Yo diría que si la pulsión no es algo absolutamente mítico, sino que en una cura se trata cabalmente de pulsiones, esto no significa que todo se actualice en la cura. Significa más bien que la cura es uno de los elementos de la relación de las escenas pulsionales de un sujeto durante la cura. En ese momento de la cura, para esta pa­ ciente, la transferencia le servía para poder gozar y para poder no nombrar el goce. Y para que semejante arreglo fuera posible era preciso que el lugar de la cura fuese erótico de parte a parte en la forma de ese recinto donde el goce no sería nombrado; lo cual po­ sibilitaba, además, que se lo pudiera consumar sin ser reconocido. Aquí insisto, aunque rápidamente, en algo que me parece de entera importancia: la cura era uno de los elementos de la relación de las escenas pulsionales. Todo lo que concernía al goce de esta paciente no sucedía durante las sesiones, aunque esto tuviese una significa­ ción pulsional. Me parece que una de las cuestiones difíciles de tra­ 7. Véase Dominique Guyornard, «Ebauche de questions sur l’espace et le trans­ ferí dans une cure psychanalytique», en Psychiatríe frangaise, año 15, n° 4, julio-agosto de 1984.

tar actualmente en psicoanálisis, es que cuanto más se dice que no hay objeto del deseo, que no hay satisfacción del deseo -es decir, cuanto más se hace del análisis el lugar absoluto, el único lugar ver­ dadero del deseo, partiendo del principio de que no hay objeto del deseo-, más se despliega el análisis en forma de transgresión. No digo que sea una ley general, pero al menos me pregunto si no ha­ bría que concebir de otro modo la relación entre la escena del decir y las escenas en las que hay satisfacciones pulsionales. Tiene indu­ dable interés poner el análisis, la escena analítica, en relación con algo exterior a ésta y que no se resuma simplemente en la fórmula: «No hay objeto dei deseo», porque, de lo contrario, el análisis pasa a ser la escena absoluta y contradice él mismo su principio. Para terminar, quisiera decir simplemente que, con respecto a este otro tipo de cura, sin duda será menester volver al carácter esencial de la noción de «descarga» en Freud, porque en el fondo, si, en el caso de esta paciente hay algo pulsional en la transferencia, no es en absoluto porque para ella se trataría de actualizar el goce en la forma de lo que en Freud designa el término «descarga», es decir el exceso de todo lo que concierne a la vez al objeto del deseo y a la relación en­ tre la motricidad y el pensamiento, ya que, por el contrario, para esta paciente se trata de preservar una separación entre la escena donde, podríamos decir, hay descarga, y la escena del decir. Por lo tanto, de ninguna manera se trata de reivindicar una presencia del goce, una actualización del goce posible como en la histeria. Y ello, porque este tipo de paciente no guarda ninguna relación con el mismo tipo de «otro». En la histeria, cómo decía, en un sentido no hay riesgo en reivindicar una presencia del goce, puesto que la histérica se dirige a un hombre que no quiere saber nada de él. En cambio, lo que caracteriza a este otro tipo de cura es que hay algo que funciona demasiado y que funciona de manera destructiva en la relación con el otro, ya que la paciente resulta, en efecto, com­ pletamente gananciosa, por decirlo así, en la fascinación que ejerce sobre el otro y completamente prisionera de este deseo... Por con­ siguiente, el término «descarga», que tiene un valor muy general en el pensamiento freudiano, tiene un valor más o menos pertinente según los tipos de cura... Para la histeria, el goce se presenta como una actualización de algo en la motricidad en forma de descarga, pero también aquí la generalidad de la noción disimula el hecho más clínico, y por lo tanto más particular, de esa reivindicación del goce. En cambio, en otros tipos de cura, el goce implica ciertamen­ te una dimensión del exceso, pero como lo que hay de pulsional en la transferencia consiste en preservar un espacio y una separación

para que ese exceso pueda no actualizarse -no actualizarse com­ pletamente en la medida en que no se nombre-, no se puede decir que el término descarga sea enteramente pertinente para resumir lo que está en juego. Diré pues en primer lugar que los conceptos son muy útiles en psicoanálisis, por ejemplo aquí el de «descarga» que es solidario de todas las representaciones energéticas de Freud, pero creo que es preciso relacionar las construcciones conceptua­ les con la clínica no para probar las cosas -en materia de casos nunca se prueba nada-, sino porque, bajo todas las nociones universalizantes, de hecho un analista piensa en cosas muy precisas; y por­ que las exposiciones de casos sirven para decir, bajo nociones muy generales y que sirven para comunicar, lo más preciso que se tiene en mente. Lo segundo que quería decir es que, curiosamente, hablé tan sólo de un tipo de realidad del cuerpo extremadamente singular, el cuer­ po del goce. No hablé ni de psicosomática ni de enfermedad. Al preparar esta charla comprendí que si no hablaba de eso es porque creo que todos los interrogantes relativos a la psicosomática o a la relación entre la erogeneidad y la enfermedad sólo pueden ser plan­ teados desde el peculiar enfoque que he intentado definir. Es decir que de lo que el psicoanálisis puede hablar, es del cuerpo erógeno. Indudablemente, esto tiene consecuencias sobre lo que se puede lo­ calizar en el orden psicosomático o en el orden médico, pero yo diría que, psicoanalíticamente, de esto sólo se puede hablar des­ pués. Al decir esto puede que esté forzando un poco las cosas, pero quiero decir que es evidente que lo que sucede en el campo de la erogeneidad tiene consecuencias en lo que se puede localizar de otra manera, por otros métodos de investigación, en lo que llaman la psicosomática. Pero no creo que se pueda ir directamente al elemento «enfermedad» desde el punto de vista del psicoanálisis. Cuando una mujer o un hombre se analizan y, por ejemplo, él es es­ téril o ella es estéril, es evidente que en un sentido a menudo-se piensa que hay una relación entre lo que podría ser analizado de la estructura del deseo y el fenómeno de esa esterilidad; y sin embar­ go -aquí coincidiré tal vez con lo que dijo Patrick sobre los límites del análisis- el objeto del análisis es analizar la estructura del deseo; esto no significa decidir sobre la relación entre lo que el paciente podrá analizar de su deseo y el fenómeno de la esterilidad. Esto no es posible aun cuando en cierto modo uno esté persuadido de que hay una relación. E incluso si en un sentido uno espera que un día la esterilidad desaparezca. O también, vemos en análisis a cierta paciente muy transformada, presentándose como un animalito

salvaje, y que padece de importantes trastornos hormonales; puede ser que en el curso del análisis algo del narcisismo de una mujer así se reconstituya, que algo en su cuerpo cambie completamente y que los trastornos hormonales se reabsorban. Estamos convencidos de que hay una relación; sin embargo, el trabajo del analista no consis­ te en intervenir directamente sobre esta relación; y en un sentido él no tiene los medios para intervenir directamente sobre esta relación. Por eso pienso que su terreno es mucho más el cuerpo erógeno, aun­ que él no pueda dejar de saber que, cuando algo en el cuerpo eróge­ no se reinstala de otra manera, también se reinstala de otra manera -para los casos en que la cosa funciona- en el registro médico.

Discusión 8

Patrick Guyomard Te agradezco mucho, Monique, que hayas tomado la cuestión a nivel de la clínica, es decir del caso, lo cual te permitió, a mi juicio, tocar los puntos más importantes. Una de las cosas que me parecen esenciales en lo que has dicho es que pueda haber un deseo, en los analistas (como en todo el mundo), de separar el cuerpo del sexo y del goce. Has mostrado a las claras lo que dice el psicoanálisis: que no se puede tocar al cuerpo sin tocar al sexo y que no se puede tocar a lo real del cuerpo sin tocar al mismo tiempo el goce, y que desde el momento en que se aborda la cuestión del goce, como en el caso que has comunicado, hay necesariamente una cuestión de separación planteada entre el deseo y el goce; entre lo que era, para tu paciente, el campo del análisis y el campo de su vida erótica, sin que podamos decir que uno sea más importante o esen­ cial que el otro. No es posible vivir estas cuestiones más que en registros de dife­ rencia, donde de todas formas hay algo perdido. Si se aborda la cuestión del cuerpo tal como tú la has planteado y tal como puede plantearse en otros registros, ya sea la psicosomática o la enfermedad, lo que de inmediato se plantea es el problema de saber de qué cuerpo se habla. Ya se está en otro registro. El punto sobre el que quisiera pedirte tu opinión, aunque en cier­ ta medida lo hayas tratado, era la cuestión déla satisfacción!, pues'al concluir decías que no había objeto del deseo, que no había satisfac­ ción. ¿Qué estatuto puedes darle a la satisfacción en psicoanálisis? ¿Qué es lo que debe ser satisfecho en un análisis?

8. © gedisa

Intervenciones no revisadas por los autores.

Monique David-Ménard En este caso diré que se trata de una condición de posibilidad de análisis del deseo. No era preciso no infringir la separación que la paciente estaba estableciendo, es decir no forzarla a nombrar su goce; ignoro si se trata de la satisfacción pero tenía la impresión de que esto era fundamental. De lo contrario, algo en el análisis corría el riesgo de escapar a toda interrogación. Como tu pregunta es un tanto embarazosa la responderé teórica­ mente. Es indudable que en cuanto a la cuestión de la separación Freud y Lacan no concuerdan, es decir que Lacan tiene, en un sentido, una posición mucho más coherente que Freud: no hay objeto del deseo. El sujeto es un intervalo entre significantesy tampoco hay verdaderamen­ te objeto que satisfaga a la pulsión, ya que el objeto de la pulsión, como dice en el Seminario XI, es «lugarteniente del vacío», el objeto, dice La­ can, puede ser cualquier cosa. Es simplemente indiferente. Ahora bien, esto no es lo que dice Freud, pues Freud distingue, homogeneíza menos, hace menos coherente lo que atañe a la satis­ facción en el orden del deseo y lo que atañe a la satisfacción en el or­ den de'la pulsión. Hay satisfacciones pulsionales, aun si hay una pérdida esencial al deseo, en Freud. ¿Qué es lo que debe ser satisfecho para que la cura sea posible y se pueda instaurar una relación entre las diversas escenas pulsionales? Es preciso, a la vez, que lo que hay de erótico en esta escena del de­ cir no sea completamente desconocido y que, al mismo tiempo, no ocupe todo el espacio. R om ain L au fer

Siguiendo con la cuestión, me preguntaba qué debe ser satisfecho efectivamente. Hay un momento en que es posible y un momento en que no es posible. Entonces, ¿por qué? ¿Porque hay otra escena es por lo que algo sucede durante ese tiempo? Dicho de otra mane­ ra, ¿el hecho de focalizarse en esta resolución, que es un trayecto fi­ nalmente dirigido hacia una finalidad, deja de lado otro aspecto del cuerpo que también debe ser considerado, para que algo pueda ins­ cribirse en un deseo, en una relación con el deseo?

Monique David-Ménard ¿Cuál sería ese otro lado del cuerpo?

R o m ain L au fer

Es otra cosa, diré, que directamente un cuerpo erógeno ya defini­ do en el deseo y en un deseo que sería ya relativo con respecto al cuello del padre y a su corbata. Lo pienso en relación con la psicosomátíca o en relación con la enfermedad. Usted dijo al comienzo: Está entre la histeriay la psicosis, tomó el partido de la histeria y dijo: En la histeria, algo muy arcaico está en juego.

En el fondo, eso muy arcaico en juego usted sólo lo indica en el momento en que se resuelve de una cierta manera, puesto que se aca­ ba poniendo en contacto dos escenas. Así que la cuestión es ésa. Por supuesto que el cuerpo está en jue­ go en ese momento -tanto lo está que se puede charlar sobre él y en relación con Jas dos escenas- ¿pero acaso no estaba ya en juego tam­ bién como cuerpo sufriente, como usted dijo, quizás enfermo, qui­ zá psicosomático? ¿Acaso el cuerpo es únicamente erógeno en cierto modo?

Monique David-Ménard El cuerpo no es únicamente erógeno, seguro, de lo contrario el psicoanálisis sería todopoderoso, podría decir algo acerca de todo. El cuerpo no es únicamente erógeno, pero el aspecto por el cual el psicoanálisis puede tomar las cosas es ése. Diré (respondiendo a Patrick) que al preparar esta exposición, la parte que omití se llamaba: ¿ Y si una cura fuera lo que Freud llama en el Proyecto, «la expe­ riencia de satisfacción»?

Se acostumbra decir que una cura es un trabajo de duelo, la intro­ ducción a pura pérdida de los objetos, ¿y si al contrario la experien­ cia de una cura fuera la de lo que Freud llama «satisfacción como ex­ periencia»? Porque precisamente lo que no es posible, creo, en la psicosis, aquello que un sujeto no puede resistir, es lo que, en el de­ seo, está hecho de residuos alucinatorios en relación con el otro. Se dice a menudo que las psicosis estallan después de las pasiones amorosas. ¿No será porque la experiencia de satisfacción es dema­ siado peligrosa?

Maud Mannoni Recordó usted, con todo acierto, que lo que hace deseante a un cuerpo es lo que hay de más traumático para un sujeto.

Evocó igualmente los comienzos de Freud en la Salpetriére. Lo que impresionó a Freud era la forma en que, en ese lugar, las crisis convulsivas de las pacientes histéricas eran convocadas a repetirse ante un auditorio, con fines de enseñanza: establecer que esos «ata­ ques» tenían cierto nexo con un llamado «trauma sexual». El médi­ co quería saber cada vez más de él. Estas crisis, por no ser oídas y a fuerza de repetírselas, llegaban a poner en peligro la vida de ciertas pacientes. El día en que Augustine alcanzó la cifra de 154 crisis en el día, se la declaró «inutilizable» para las presentaciones de enfermos. Extenuada, una vez soltó estas palabras: Me dijiste que me ibas a cu­ rar, pero me tiras de la lengua. Lo que Augustine decía era recibido a modo de información, nunca se la escuchó. Al médico lo único que le interesaba era el «hacerse ver» de una erotización presente en las crisis. El día en que se la apartó de las presentaciones de enfermos y se la encerró con las locas, Augustine tomó conciencia del peligro de muerte «simbólica» que la acechaba. Entonces rompió su camisa de fuerza y huyó, de la Salpetriére, disfrazada de hombre... En la Salpetriére, las histéricas hablaban pero no se las escuchaba. Fue Freud el que se interesó en la palabra que permanecía anudada en el síntoma, él supo escuchar a la histérica y se dejó instruir por ella.

Monique David-Ménard Sí, veo que la formulación que usted acaba de dar aquí describe a la vez lo que sucedía en la cátedra de Charcot y, diré, algo que siem­ pre es un problema en el análisis: es decir, cómo decirlo, ¿puede éste no sólo redoblar el síntoma, dado que, por una dimensión, lo redo­ bla o amenaza siempre con redoblarlo y que al mismo tiempo lo que está en juego en un análisis es que no haga otra cosa que redoblarlo? Y, en un sentido, nunca se lo gana de antemano pero lo que está en juego es eso.

Annette Karadec A propósito de lo que también acaba de decir usted sobre el obje­ to de la satisfacción, o la cura como experiencia de satisfacción, en su libro hay algo que me dejó dubitativa. Es cuando habla de la Darstellung histérica como de un incesto vi­ vido como imposible y no como prohibido. En las páginas siguientes, lo que haría prohibido al incesto sería la simbolización de una falta.

Me parece que usted salta una etapa, la del incesto posible. Cuando se ha trabajado con niños psicóticos se sabe que ésa es la etapa pro­ blemática. Marcar un imposible con la prohibición no tiene sentido. H ay que saber en qué condiciones el incesto es posible, en qué con­ diciones hay también posibilidad de satisfacción en la experiencia de satisfacción. En su libro habla usted también del caso Dora. Refiriéndose al segundo sueño de Dora, usted dice que la culpabilidad surge cuan­ do el deseo de Dora pasa a ser heterosexual, pero en una notita alu­ de también a la culpabilidad que es primeramente la culpabilidad de la separación y no la culpabilidad del deseo. Me parece que la Dars­ tellung histérica quizá no es tanto la presentación de una suerte de goce total como decir justamente que no hay cuerpo. No hay cuer­ po ahí. En este sueño de Dora (contemplación de una Madona que es también la señora K), quizá lo que se busca no es tanto un goce total como la posibilidad de encontrar un cuerpo íntegro, entero, que no es lo mismo que un cuerpo total, es decir algo ya de una ho­ mosexualidad, porque «el mismo sexo» no quiere decir «el mismo cuerpo». Para una histérica, la prohibición del incesto quizá no recae tanto sobre la pohibición del incesto con el padre como so­ bre la prohibición del incesto con la madre, pero es preciso ya que el incesto con la madre sea posible, es decir que no se esté más en la fusión. Entonces, el problema que me planteaba esa formulación de su li­ bro era ese salto de una etapa de la imposibilidad del incesto. El in­ cesto, de imposible pasa a prohibido y no existen planteadas las condiciones para la posibilidad de representarse el incesto simple­ mente, que sin embargo es aquello con lo que nos enfrentamos en la psicosis.

Monique David-Ménard Creo que usted tiene toda la razón, es decir que ese pasaje de mi li­ bro, como de otros, es lengua de madera lacaniana y la dejé tal cual esperando que fueran legibles los momentos en que yo llegaría a otra formulación. Por lengua de madera designo menos las formula­ ciones lacanianas en sí mismas como el uso que se hace de ellas; era una manera de anticipar algo para lo que todavía yo no disponía de palabras y por lo tanto proponía, en forma un tanto superyoica, un modo de resolución de algo que estaba demasiado «ya hecho».

Heitor O ’Dwyer de Macedo Trataré de decirte por qué vine, lo cual será una forma de relanzar las cuestiones que intentas plantear y que quizá podrán ser retoma­ das en otro momento. La forma en que hoy has hablado del cuerpo me defraudó. Es cosa mía por cierto, pero tuve la impresión de que al querer señalar, con razón, la importancia que puede tener como cuestión crítica para el psicoanálisis el estatuto del cuerpo en la cura, quizá lo has amplifi­ cado demasiado, de tal suerte que seguramente sin razón se podría pensar que tú crees que hay que hablar sobre todo esto para dar cuenta de una cura. Indicaste de manera muy discreta lo que llamas­ te «la homogeneidad» en Lacan y que en Freud tenía menos cohe­ rencia. Lo que no está suficientemente subrayado es esa heteroge­ neidad entre el objeto que es el analista durante la cura y la teoría que va a dar cuenta de lo que fueron las figuras de la transferencia, que el analista fue llamado a elaborar con su paciente. Tendría que ser po­ sible escapar a la ideologización de la teoría significante que nos ha hecho a todos enfermos del significante, hablando en una lengua de madera. Tu manera de hablar esta noche del «goce escindido del decir» me hizo pensar en el deslizamiento de una problemática histérica a algo que sería esa heterogeneidad permanente entre el estatuto del cuer­ po y la teoría analítica, escisión que creo se puede localizar de muy distinto modo y de la que se habló muy poco. Winnicott la localizó, ya que la «esquizoidía» de la que tanto se ocupó quizá no esté tan distante de lo que hoy presentaste tú. Con la salvedad de que Win­ nicott pretendía articular soma y psique: se mantuvo así en una tó­ pica que yo entiendo como un más acá del erotismo.

Monique David-Ménard No puedo responderte inmediatamente pero meditaré sobre lo que has dicho. Habría que precisar más tu manera de poner en perspecti­ va lo que te parece una cuestión más esencial, cuando hablaste de la relación entre el objeto que es el analista durante la cura y después la teoría que él emplea para dar cuenta de la cura; en fin, deberías decir más al respecto para que el debate fuese posible. Dicho esto, pienso empero que, aun no siendo lo esencial, es algo de lo que hay que po­ der hablar para dar cuenta de la dinámica de una cura, y hay que te­ ner palabras para hablar de eso. Hace un momento dejé planteado el

problema de saber si era un momento decisivo o no. Creo que es un momento decisivo, no es sino un momento decisivo en el sentido de una de las dimensiones de la cura pero ésta es una de ellas. Por ahora es todo lo que podría decir.

Ivés Lugrin En relación con la subyacencia de una paranoia de celos oculta de­ trás de los síntomas de conversión, usted habló haciendo alusión a la violencia, al traumatismo, al riesgo, usted habló en ese momento de un imaginario que sería otro imaginario, un imaginario más arcaico que el imaginario lacaniano. ¿No va usted en la dirección de Michéle Montrelay respecto de la hipótesis que ella hace en l’Ombre et le Nom de un imaginario primario, de un imaginario no especular? La noción de «imaginario motor» que usted propone en su libro, pertenece quizás a sus elaboraciones precedentes, tal vez superadas, pero esta cuestión me parace fundamental en relación con la conclu­ sión, con la caída de su intervención cuando usted trae el caso clíni­ co. Oyéndola, usted insiste en la dimensión fóbica. El ejemplo que toma evoca, con escasas diferencias, los ejemplos que toma Michéle Montrelay. Entonces, la hipótesis de un imaginario no especular, si es ,que us­ ted se orienta en esa dirección, me parece que reabre la cuestión, que relanza la cuestión de la diferencia, de la escisión que se mencionaba.

Monique David-Ménard Yo pensaba más bien en Melanie Klein al hablar de eso hoy y, en particular, en un artículo que mencioné el año pasado en Jornadas de estudio sobre la identificación, que se llama Le role de Voeuvre d ’art en los Essais de Psychanalyse, donde habla de la relación de una mu­ jer con su madre tal que puede resultar representable, en una situa­ ción muy depresiva, por la pintura. También pensé, cuando pronuncié la palabra «fobia», en el libro de Michéle Montrelay, pero mi recuerdo es borroso, por lo tanto no sé si hay compatibilidad, incompatibilidad, habría que estudiar­ lo más. Ciertamente, también habría que comparar con lo que dice Dolto en su último libro sobre L ’Image du corps, cuando habla de una re­ lación más arcaica que la relación que Lacan llamó «imaginaria».

Me dije que lo que Dolto llamaba imagen del cuerpo no tenía nada de una imagen. Además, ella dice muy bien que esto no tiene nada que ver con el espejo, que es anterior al espejo, y en este sentido sí se tra­ taría quizá de otro tipo de lucha con el otro, algo por el estilo de la «identificación proyectiva».

Marielle David Yo también quería referirme a esa cuestión de «imaginario mo­ tor». Lamento mucho que hayas hecho tuya la crítica acerca de tu hipótesis de que había «motor» en el inconsciente. Leyendo tu li­ bro pensé también que esta noción de imaginario motor era real­ mente central, también encontré que era la particularidad de tu trabajo, y creo que es una noción sumamente rica porque es nueva y porque desde un punto de vista universitario todo lo que es nue­ vo es criticable porque evidentemente Freud no lo dijo, Lacan no lo dijo, es criticable. Pero en un Centro de Investigación lo interesante es eso.

Monique David-Ménard Sí, pero cuando dije que aceptaba la crítica dije que me había ex­ presado mal. Es cierto que decir la motricidad en el inconsciente no va. Es preferible decir: ¿ Es que el psicoanálisis tiene por campo el análisis de las representaciones en el sentido del inconsciente} O bien ¿es que el análisis también está concernido por algo que se llama, se­ gún el caso, la motricidad', el goce, la erogeneidad? Sobre lo que yo vuelvo es sobre la expresión: la motricidad en el inconsciente. Es una torpeza por mi parte pero no digo que esté de­

sechando la cuestión del «imaginario motor».

Marielle David Pero éste es un significante que se presta al equívoco y ésa es tam­ bién su riqueza, porque, si quieres, puede significar mil cosas; puede ser la fuerza de un motor y cuando, justamente, lo desplazas del lado de lo imaginario, que es el caso de la histérica, bueno, es muy intere­ sante, un motor desplazado; en mi opinión, trabajando este término puedes encontrar alguna cosa interesante. Así que conserva tus ideas, son muy buenas.

Patrick Guyomard Vamos a parar aquí. Han visto que en esta discusión hemos abor­ dado muchas cuestiones y evocado, explícitamente o no, muchos nombres propios. Quiere decir que es un debate que habrá que rea­ nudar.

Xavier Audouard 9 A varios de nosotros les alarma el que, hoy en día, después de todo el escándalo que hizo antaño el psicoanálisis, también se estile y esté bien visto hacer teoría intelectual sobre la experiencia aseptizada del psicoanálisis. Indudablemente, cuando se es joven, es mejor no arriesgarse demasiado en aguas profundas. Pero al llegar la madurez uno termina reprochándose su falta de coraje, si no se coloca ante la integridad del lenguaje en psicoanálisis. Esta era la «filosofía» de mi pequeña obra sobre la apertura. El trabajo contiene esto, que es muy simple y no metafísíco: el psicoanálisis debe ser atravesado para que nos abra a otra cosa que a él o a sus conceptos, a algo del orden de la existencia y no a una teorización interminable y a veces desesperan­ te, como lo es el «simbolismo», con ese «significante» con el que, francamente, un sujeto vivo no tiene nada que hacer si se vuelve hacia su verdadera existencia. Aquí tienen lo que dice mi librito: ¿ Quiere usted hallar el camino que conduce al pueblo ? Entonces tie­ ne que atravesar ese campo (el campo freudiano); al final, saltando la cerca, lo encontrará (el camino a la esperanza). ¿Es difícil esto? ¿Metafísico? Sí, porque es un Aufhebung, y también una «mediación»; no, puesto que se trata de un paso muy simple. Sin embargo, veamos: un acto es lo que ninguna teoría puede ha­ cerse plantear a quien fuere: es enteramente heterogéneo a la repre­ sentación. Sin embargo, los únicos que cuentan son los actos; por eso el psicoanálisis no puede ser solamente un discurso. SÍ de entra­ da se coloca en la teoría del psicoanálisis la lógica exclusiva del dis­ curso, se obtiene un «resto»: «pequeño a », que no debe su existencia «algebraica» sino a la grilla lingüística, logicista, separada de entrada del «lenguaje integral». Remitámonos a Rainer Maria Rilke (Mit alien Augen sieht die Kreatur das Offene), o a Rene Char, o a Roger Munier. ¿Qué dis­ cerniremos en ellos? La presencia... ¿del objeto pequeño a ? ¿de das 9. Intervención posterior al debate.

Ding ? Ciertamente que no: su «otra parte» es otra cosa. Si hablamos

de «apertura», entonces nos volvemos sospechosos de filosofía o de «mística»; ¿sería un infame pecado de no-lacanismo? Aun al precio de esta denegación, quedaría el cuerpo. ¿El cuerpo puede ser también él enteramente enfeudado a la lógica lacaniana, o también está abierto a otra cosa? ¿No sería a su apertura misma? En cuyo caso le faltaría algo a nuestra experiencia del psicoanálisis: Ha­ bríamos dejado en el guardarropa su presencia erótica, para sentir­ nos más libres de hablar de ella en lengua lacaniana. Si esta observa­ ción «escandaliza», tanto mejor: de lo que hubiese querido hablar es del objeto del escándalo. Es cierto, querida conferenciante, que hizo usted alusión a él, pero como por añadidura y, en mi opinión, con demasiada timidez: gracias sin embargo por haberlo hecho.

Monique David-Ménard ¿Qué puede querer decir, en psicoanálisis, «sin embargo, los únicos que cuentan son los actos». Así como me parece importante definir con qué clases de actos tiene que habérselas el psicoanálisis -en mi in­ tervención sólo definí una modalidad de ellos-, así me parece sin fun­ damento resumir la clave de un psicoanálisis con esta fórmula. Por otra parte usted dice, Xavier Audouard, que el psicoanálisis debe ser atravesado, y parece relacionar esa necesidad con el carác­ ter interminable y a veces desesperante de la teorización. ¿Por qué la teorización sería desesperante? Intentar formular cosas delicadas me parece más bien del orden del placer.

III El niño

Las organizaciones «preneuróticas» en el niño Jean-Louis Lang

Patrick Guyomard El doctor Jean-Louis Lang es miembro de la Asociación Psicoanalítica de Francia y anteriormente tue miembro de la Sociedad Francesa del Psicoanálisis. Publicó, en el volumen IV de la revista La Psychanalyse, 1un extenso artículo consagrado al abordaje psicoanalítico de las psicosis en el niño.

En esa época usted conducía un seminario de psicoanálisis de ni­ ños en el marco de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis. Fue igual­ mente uno de los primeros que fundó en la región parisiense un hospital de día para los niños psicóticos y que instaló una estructu­ ra de acogida para niños rechazados en todas partes, en una época en que existían pocas estructuras de este tipo. Asimismo, fuera de sus numerosos artículos, en 1978 escribió un importante trabajo editado por Presses Universitaires de France en la colección «Le fil rouge», titulado Aux frontiéres de lapsychose infantile. En ese tra­ bajo estudiaba los casos fronterizos, los casos limitados a la luz del psicoanálisis y con un enfoque estructural del inconsciente. Con estos títulos ha venido hoy a hablarnos de los Síntomas preneuróticos en el niño, sus relaciones con sus problemáticas de la se­ paración, sus secuelas en el adulto.

1.

Volumen consagrado a las psicosis donde se encuentra el escrito de Lacan De

una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. [Trad. castellana en: Escritos, México, Siglo XXI, 1971.]

Jean-Louis Lang Ante todo, permítanme decirles que al venir a hablarles de las or­ ganizaciones o estructuras preneuróticas de la infancia de ninguna manera tengo la intención de proponerles cuadro nosográfico nin­ guno ni tampoco psicopatológico; ello por cuanto, aun al utilizarlo aquí, soy particularmente reticente respecto de este prefijo «pre», fuente de confusiones excesivamente numerosas. Con mayor modestia, intentaré establecer una especie de modelo de funcionamiento del aparato psíquico, en referencia^ las modaHdades conflictivas que lo sustentan; este modelo apunta a justificar nüevos cüestionamientos, nuevas aperturas susceptiüleTSífalimentar nuestras reflexiones teoncoclmicas o técnicas; en ningún caso remite a una realidad cualquiera, inscrita no se muy bien dónde, in­ cluido el plano psíquico. Como todo modelo, se construye a partir de bases teóricas que permitan su elaboración y lo hagan operativo. Además de la cons­ tante referencia a la teoría psícoanalítica, desprenderé de él tres pro­ posiciones (proposiciones, y no axiomas a priori) cuyos fundamen­ tos podremos poner en cuestión pero que por”el momento les pido tengan por establecidas. G 2 l as afecciones mentales tienen su origen en figuras, líneas de ruptura en la organización del aparato psíquico producidas no al azar sino respondienHcTíncluso a la progresiva estructuración de~éste: es la misma imagen freudiana del cristal resquebrajado, que nos hará reconocer una distinción, una oposición, una in­ compatibilidad precisamente estructurales entre diversas modalidades de «fracturas mentales», en especial psicóticas, neuróticas y perversas. En cuanto a la utilización del adjetivo «preneurótico», recuerdo brevemente que «el orden neurótico» supone conflictos inte­ riorizados, inter e intrapersonales, intersistémicos, conflictos esen­ cialmente entre yo, eltcTy superyó, y no con la realidad, y que desarrollan mecanismos adaptativos y defensivos parcialmente secundarizados a partir de representaciones y relaciones de objetosufícientemente estables, diferenciadas y sexuadas. En ellas el aparato psíquico busca primeramente mantener su unidad de funciona­ miento a través de una dinámica de "conflicto que repite, en un desajusté~con respecto al presente, conflictos anteriores aún activos: conflictos neuróticos de desarrollo o «neurosis infantil», ínseparabTes de la problemática edípica v del acceso a su simbolización!^!3. Male).

Persistencia de conflictos muy antiguos, intervención del superyó, desajuste respecto del presente plantean en el niño en pleno de­ sarrollo libidinal la cuestión de su posibilidaH misma de organizar una neurosis. Diré simplemente que, para mí, sí, la neurosis del niño existe: yo la he encontrado. ¡2)\Segunda proposición: en mi opinión corresponde distinguir: • conflictos de desarrollo de carácter neurótico, ligados al Edipo, a veces clínicamente mudos, que en otros casos se exteriorizan por síntomas menores o pasajeros (pequeñas fobias, pesadi­ llas, rituales, oposicionismo de~las «crisis» de los tres y siete años...), o que incluso se organizan en cuadros más o menos duraderos y rígidos: en este nivel es donde se plantearía, desde un punto de vista psicopatológico, la cuestión neurosis preneurosis; • por otra parte, la neurosis infantil. Algunos la asimilan al mo­ delo precedente y a su respecto hablan de «la actualidad de la neurosis del niño» (Lebovici). Para algunos se constituye en el período de latencia, para otros sólo se organiza definitivamen­ te en la adolescencia. Para la mayoría pues, se trata de una neurosis de desarrollo, reconstruida a posteriori en la cura, fantasmaticamenteTa través de la neurosis de transferencia. Yo no comparto este punto de vista. Para mí, la neurosis infantil es siempre reconstitución original, mítica, saliHa~3eI y en el pro­ ceso terapéutico. La dinámica en juego no és~cíe ningún modo HTde una simple memorización de un conflicto anterior. Sólo concierne al «mundo interior», a las imagos primitivas, alo T objetos o situaciones introyectados y no a las experiencias pasadas, así fuesen puramente famasmaticas. Este proceso está, «en la relación entre este mundo interior y las relaciones nuevas que se instauran» (Laplanche), en situación .«dual» con ese «tercero», muy particular que es «el otro- analista». * Así, habrá siempre, sea cual fuere la edad del niño, anterioridad de un conflicto de desarrollo en relación eon la situación psicoterapéutica, constitución en ella, entonces, de una «neurosis (y hasta psicosis) infantil», reconstrucción mítica a través de este «corte en­ tre el mundo adaptativo y aquel donde reinan el amor y el odio» (también Laplanche) gracias a la interacción de la memorización y de la preelalíoración. 5e"justíTica así igualmente el reconocimiento de una neurosis de transferencia en el niño. Ésta, sin embargo, no se confunde con la

neurosis infantil. En la actualización de los conflictos en la cura la neu­ rosis de transferencia permite esa reconstrucción, permite también descubrir no el análogo de la neurosis de desarrollo sino «las repre­ sentaciones reprimidas y desplazadas..., las mociones pulsionales sepultadas u olvidaHas...»~[Freud), y da'r sentido entonces a los síntomas y eventualmente reducirlos. Una última distinción atañe a los estados neuróticos de la infan­ cia de carácter fóbico, obsesivo, histérico, de expresión a veces ca­ racterial o deficitaria. He afirmado su existencia, y no viene a cuen­ to discutir esto hoy sino para señalar las diferencias que debemos establecer entre estos estados y los que se han dado en llamar del niño-síntoma, del niño síntoma de la neurosis familiar y finalmen­ te del niño portador del síntoma neurótico de uno de los padres. f3^Arribo brevemente a una tercera proposición: se refiere al pretijo «pre». A mi modo de ver, este prefijo no designa en ningún caso una an­ terioridad cualquiera referida a una potencialidad evolutiva, de de­ sarrollo o psicogenética, histórica o posterior a reestructuraciones pulsionales. N i organización provisional ni posición intermedia, la noción de preneurosis no hace otra cosa que destacar lo siguiente: que « el orden neurótico» ño es finalmente instaurado si, por el con­ trario, las angustias más arcaicas, las del «orden psicótico» parecen haber sido~elaHoradas y superadas. Así pues, lo que nos remite a la nocion de «arcaico» es un referente estructural. En estas condiciones, ¿por qué introducir esta noción? Primero, en el sentido de que la clínica nos pone ante síndromes que justamente no podríamos asignar • ni a estructuras muy arcaicas donde se descubren fisuras im­ portantes en la instauración o elaboración del narcisismo pri­ mario, psiconeurosis narcisísticas de la infancia cuyo modelo es la psicosis franca del niño, autística o esquizofrénica por ejemplo; • ni a una organización netamente neurótica por lo mismo que los síntomas no pueden interpretarse como simbolización de un compromiso entre realización del deseo y su supresión [répression]y tampoco como retorno de lo reprimido y su defor­ mación, y tampoco como la tentativa de resolución de la pro­ blemática edípica que implica, en su forma termininal, la castración simbólica en el nivel genital; • ni, por último, a esas seudo-organizaciones llamadas fronte­ rizas o limítrofes, nociones sumamente vagas y discutibles al

menos en el niño, finalmente demasiado cómodas e insatisfac­ torias desde el momento en que no se han precisado, justamen­ te, sus límites. Segunda justificación en el sentido de que la referencia a un mo­ delo semejante permite dejar abierto un cuestionamiento sobre la posibilidad o no para el niño de organizar una neurosis «auténti­ ca» y hasta una neurosis de transferencia, basándonos en el aná­ lisis estructural de los elementos que componen su trama y en el revelamiento de las dinámicas conflictivas que subyacen a esas es­ tructuras. Y una última justificación: me parece metodológicamente necesa­ rio «distinguir los momentos posibles de acceso a los síntomas neu­ róticos, del proceso que los organiza» (Lebovici). Se trata, en este proceso, de hacer la hipótesis de un más acá del orden neurótico, de un más allá de la psicosis, de un «entre dos» donde vendrían a pre­ cipitarse, a concretarse también alrededor de ese modelo, los diver­ sos cuestionamientos clínicos, psicopatológicos, etiopatogénicos que hasta aquí hemos abordado, siquiera sea a través de proposi­ ciones un tanto perentorias. Les propongo ahora el resumen de una observación de un niño de ocho años, Luc, que me fue enviado a causa de dificultades que yo íreagruparé entres síndromes. Primeramentecíiíicultades escolares: tras un arranque algo peno­ so pero corriente en jardín de infantes y en’el’cielo primario, Luc se fue «bloqueando» progresivamente; en la escuela lo tienen por pe­ rezoso, atolondrado, incapaz de fijar la atención, opositor pasivo. Pasados unos meses, presenta un verdadero asco al aprendizaje, una negativa a aprender. Como ya repitió su ciclo primario, será mejor que no siga en la escuela. Esta inhibición de las funciones cognitivas va acompañada por un bloqueo afectivo: Luc se vuelve cada vez más indiferente a su me­ dio circundante, egocéntrico, dicen; tímido, miedoso, poco activo; no pelea ni tiene amigos. En cambio, muy a menudose lo ve coléri­ co^ hasta agresivo, especialmete con su hermano, que le lleva dos años (es el segundo de tres varones); a menudo también jactancio­ so, bravatas, fanfarronadas gratuitas. Está sujeto a bruscos entusiasrnoSj un juego, una actividad, un deporte... inmediatamente aban­ donados. Presenta algunos miedos selectivos, a la oscuridad, a íos ‘baños, las representaciones de grescas, de animales prehistóricos, Be dibujos anatómicos (especialmente en la televisión) con peque: ñas crisis de angustia.

La observación y los tests psicológicos muestran no obstante una buena inteligencia media, ningún retardo madurativo, inexistencia de perturbaciones funcionales fuera de unas pocas secuelas de un retraso corriente de lenguaje, de un grafismo pobre y torpe, de una mala imagen del cuerpo a pesar de un buen nivel de organización espaciotemporal que por otra parte no le impide perderse con fre­ cuencia y ser siempre impuntual. Test de escenas y C.A.T. confir­ man la inhibición intelectual y afectiva y subrayan los mecanismos de evitamiento y fuga, las escisiones parcialésTla importancia de las coñtraínvestiduras. Junto con este primer síndrome se observan otros signos, menos inquietantes para su medio pero reveladores. En primer lugar dificultad para conciliar el sueño, con pequeños rituales al acostarse, pesadillas enTas que llama a~su maHre y va a acostarse a la cama paterna, ocasión en la que el padre se va a dormir a la habitación de Cuc/Tolera mal la ausencia de su madre, a la que tiraniza un poco sin darle muestras empero de un gran apego (rechaza las caricias y los mimos), limitándose a dar vueltas a su alrededor más o menos bajo sus faldas. Pese a esta captación y a esta indiferencia, los padres lo consideran sensible y emotivo, al parecer siempre en busca de su aprobación o, en sus irritadas provocaciones, de su reprobación. Pues suele presentar, sobre todo desde hace algunos meses, crisis de ira inmotivadas o incluso fases de morosidad, de taciturnidad, en cuya ocasión hace preguntas sobre la muerte y realiza dibujos un tanto bizarros y agresivos. Observo también, en este contexto, su sensibilidad á cualquier frustración, sus celos hacia su hermano ma­ yor y el hecho de manifestar constantemente que quiere tener un perro y que quiere ser veterinario. Por último, tercera serie de síntomas, de índole psicológica e ins­ tintiva. Se lo considera fatigable, asténico; presenta con frecuencia episodios diarreicos súbitos, erupciones cutáneas, se queja de cefaleas. Su apetito es caprichoso,"selectivo, y unas veces más o menos anoréxico y otras más bien voraz. Por otra parte, ya hemos señalado sus trastonos del sueño. Ante este triple síndrome, y fuera de los elementos precedentemente transmitidos, los tests proyectivos su­ brayan la pobreza relativa de las respuestas, esencialmente descriptivas, y de la elaboración fantasmática^l predominio de un modo de relación triangular pero donde la imagerfpaterna casi no estáliv7' vestida más que como atribúto~o reemplazo de la madre, o incluso en cloble rivalidad dual (padre-hijo contra hijo-macfre) según el~ modo oral. Los protocolos son muy defensivos con proyecciones' parciales sobre un objetojixterno, lugar a la vez de la amenaza y de

la protección. Los temas ilustran una intensa angustia de separa­ ción, parcialmente colmada por mecanismos relativamente eficaces que encubren posiciones depresivas todavía insuficientemente ela­ boradas, la emergencia de defensas maníacas, una agresividad mal integrada y poco interiorizada. Sin entrar en la dinámica conflictiva subyacente, quisiera señalar, a través de la reconstrucción anamnésica, ciertos elementos. Ante todo el ambiente familiar, triste, de tonalidad depresiva, con un padre a menudo ausente, unamadre fácilmente desbordada, una rivalida3~traterna entre Tos dos mayores, y con un padre que cuando^ está presente, aparece en cierta medida como el hermano grande de sus hijos. Hay que retener tres datos. Primeramente, después de haber to­ lerado con mucha dificultad su segundo embarazo, no deseado, y un parto largo y penoso, la mamá alimentó al niño hasta pasados los cinco meses, lo cual, subraya, fue agotador para ella. La alimen­ tación que siguió fue además dificultosa, y hasta los tres años Luc s’olorecibió alimentos batidos. Sin embargo, la primera infancia no parece haber planteado problemas particulares. A los tres años nace su hermanito mennp Desde hacía poco tiempo~Luc presentaba auténticos terrores nocturnos que duraron has­ ta después del parto, época en que se instalaron las otras dificulta­ des del sueño y en que, por otra parte, la enuresis nocturna desapareció. Fue también la época en que entró en el jardín de in­ fantes, donde aceptó muy mal la separación: durante tres meses or­ ganizó verdaderas «comedias», en realidad crisis de ira ansiosa. Desde entonces, sé alírmo progresivamente el comportamiento que hemos descrito mientras la madre, cada vez más desbordada e irri­ table, a la vez exigente y sacrificada en el plano material y educati­ vo, defraudada por este hijo v sus fracasos y muy culpabilizada,*'volcará progresivamente todas sus esperanzas en su hijo mayor y mimará con exageración al más pequeño; y ya no sabrá exactamenté~3ónde situar al segundo. Finalmente, última etapa de esta historia: el fracaso de la repeti­ ción del ciclo primario que culmina con el rechazo escolar, la rituaIización de los trastornos del sueño y las preocupaciones sobre la muerte, las pequeñas fobias selectivas, la exteriorización de los ele­ mentos depresivos, el aumento de las reacciones de ira, celos y pro­ vocaciones. Este recrudecimiento de los trastornos data de hace unos meses y'parecT^oínaHir^coiria muerte del abuelo materno^ con el que en otro tiempo Luc se había encariñado mucho, muerte que en apariencia lo había dejado totalmente indiferente.

La observación que hemos referido no deja de evocar las neurosis actuales descritas por Freud entre 1893 y 1898, neurastenia y neurosis de angustia (en oposición a las llamadas neurosis de defen­ sa o sintomáticas, o de transferencia), y a las que más tarde, en 1914, añadió la hipocondría.. En ellas encontramos, en efecto, este triple síndrome: fisiológico y somático -elementos depresivos- angustia directamente expresada e inhibición. Desde un punto de vista psicopatológico la formación de tales síntomas no resulta, nos dice Freud, de un compromiso entre deseo de satisfacción y su supresión; no son expresiones simbólicas de un conflicto defensivo sino consecuencia directa de una privación en lo real, de orden sexual. Ahora bien, lo ^ u e hemos constatado en Cuc"yTambién en otras observaciones similares ¿no es esa insufi­ ciencia de elaboración simbólica del conflicto defensivo? ¿No hay también en él búsqueda afectiva y búsqueda de independencia, dis­ frazadas o agresivamente reivindicadas, captadas en situaciones ob­ jetivamente reales y perpetuando, siempre en lo real, una demanda libidinal eternamente insatisfecha? En efecto, en el plano etiológico, Freud considera que la neurosis actual se origina no en la repeticiónj i e conflictos_antiguos sino en la situación presente. Su fuente es somática (insatisfacción libidinal, sea cual fuere la causa). Ahora bien, en el niño, la actualidad de las situaciones traumáticas o estresantes aparece a menudo en primer plano, y etiologías orgamcas, reales o imaginarías, regularmente in­ vocadas por el medio circundante, mantendrían, aunque sólo fuera fantasmáticamente, la ilusión de una patogenia semejante.2 Freud nos indica también que habría directamente transforma­ ción de la excitación en angustia, lo que nos remite a la primera teo­ ría de la angustia (automática) pero también a su propia fuente ac­ tual, y en el cuerpo (estasis libidinal). Agrego que considero que las neurosis actuales no son susceptibles de ningún tratamiento, asiTuese psicoterapeutico, sino solo de la profilaxia. Quién no ha oído respecto del niño estas afirmaciones: sobre lo que hay que actuar es sobre las causas reales y actuales, en especial sobre los padres; no hay en él neurosis infantil constituida, por lo tanto no hay transferencia, y por lo tanto el psicoanálisis de niños no existe. 2. Véase al respecto el debate en la Sociedad de Viena, sesión del 20 de enero de 1909, en Les Premiers Psycbanalystes, tomo II, págs. 110-120, Gallimard, París, 1978. [Trad. castellana: Las reuniones de los miércoles. Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, vol. II, editado por H. Nunberg y E. Federn, Buenos Aires, Nueva Visión, 1980.]

Volveré más adelante sobre este modelo de las neurosis actuales, pero señalo ya que Freud admite neurosis «mixtas» (la actualidad de la neurosis actual haríaresurgir los elementos de conflictos anterio­ res de desarrollo), y que inversamente «el síntoma de la neurosis ac­ tual (pero entonces desde qué edad) es muy a menudo el núcleo y el estadio precursor del síntoma psiconeurótico».3 La sintomatología de los estados preneuróticos de la infancia es heteróclita, diversa, no específica, HaBitualmente dominada por trastor­ nos de conducta, formaciones reactivas, infiltrada por beneficios secuñdariosrAntes que proponerles un fatigoso catálogo de todo ello, écEaré mano a algunas observaciones relativamente características. El primer caso relatado tenía más bien características fóbicas. El segundo, el de Francine, siete años, se acerca más a una organización histérica. Se la orientó a un hospital de día con efcfiagnóstico si­ guiente: «niña pasiva, mutista, aislada; máscara depresiva y desinterés total; estructura presicótica con síndrome deficitario a precisar». En realidad se trata de un semimutismo psicógeno, con un com­ portamiento pasivo e inerte únicamente fuera de su casa y en la es­ cuela, donde no pronuncia ninguna palabra, no hace nada", río se íñtegra con los otros niños. En su familia, en cambio, y pese a lo poco que habla (salvo con un hermano, déSil mentaTmedio, un año ma­ yor), se muestra tiránica, agresiva, provocativa sobre todo con su madre, enurésica por la noche y de día, conductas todas ellas que, tras una fase de total inercia que evoca un estado depresivo (rígida, la mirada oscura e inquieta pero bien presente, con apragmatismo, au­ sencia de mímica expresiva, lentitud...) rápidamente se manifestarán en el grupo pero sin hallar gran eco en él: oposicionismo activo, constantes provocaciones, agresividad impulsiva, actitudes seduc­ toras, marcado goce en hacerse desear para después rehusarse. Detrás de este cuadro encontramos no obstante momentos de real ansiedad en los que parece perderse, como cuando acaba por cansarse de extenuar o de cebar al adulto. Señalaremos también su dificultad para aceptar cualquier acercamiento corporal. Añado que en contraste con su agresividad trente a su madre, las noches en que llora, lo que le sucede con frecuencia, se refugia en efíecho pa­ terno o a veces en el del hermano deficiente. Las pruebas proyectivas confirmarán la ausencia de mecanismos psicóticos y de defensas maníacas y pondrán en evidencia un fuerte apego ambivalente a la madre, imagen de refugio constante y sin cesar atacado, mientras 3. Conferencias de introducción al psicoanálisis III, 1916-1917 en Obras comple­ tas, voJ. XVI, Buenos Aires, Amorrortu, 1978.

que la imagen paterna se mantiene borrosa y lejana y las identida­ des secundarias están mal establecidas. Por otra parte la integridad de las funciones mentales parece evi­ dente: se trata de una chiquilla inteligente, sutil, astuta, hábil y ágil en sus movimientos, de un buen nivel gráfico, de dibujos avanza­ dos, y que pronto emprenderá actividades diversificadas, se inte­ grará en el grupo, iniciará el aprendizaje escolar, mientras que se ex­ presan una cierta avidez afectiva, un deseo de gustar y de ser aprobadáTEn'camBioTdetrás de un mutismo que tien3eTdisiparse, se constata un importante retraso dé lenguaje que podemos relacio­ nar, por una parte, con otros casos familiares (mutismo psicógeno de una prima que vive en el hogar, retraso importante en el herma­ no) y, por la otra, con el bajísimo nivel sociocultural de esta familia de inmigrantes donde el padre apenas habla francés y la mamá nada en absoluto. Debemos insistir sobre este ambiente: padre alcohólico, siempre, desempleado, actualmente tuberculoso; la hermana mayor, psicó­ pata, vive en la casa con su marido y tres niños, entre ellos la prima mutista; un hermano mayor, igualmente desempleado y en casa; por último, el hermano que la precede (aclaro que Francine es la menor de sietéTnjos) deficiente mental medio que concurre a un KM J^Ambiente, pues, realmente miserable donde la madre, ani­ mosa, cálida... y captadora, y que hasta ahora ha sido en cierto modo la cariátida de la casa, actualmente se halla al límite de sus fuerzas, disminuida por una doble artrosis en la cadera: Francine, a quien ella le pasa todo, es, dice, su único rayo de sol. Gérard V., seis años al ingresar en hospital de día, fue un lactante pasivo y poco despierto. Cuando tenía un año lo hospitalizaron por unos espasmos del sollozo que se repitieron hasta los tres años y a los que sucedieron frecuentes terrores nocturnos que todavía sub­ sisten. Siendo muy pequeño lo dejaban durante el día con su abuela paterna, que lo mimaba mucho. Mostró intensos celos al nacer un hermano teniendo él dos años, y sigue siendo muy agresivo con él. En su caso observamos dos tipos de síntomas. Primeramente, se lo describe como frágil, a menudo enfermo, afectuoso pero muy egocéntrico. Es tímido, tiene miedo de todo y de nada, padece terrores súbitos, si se cruza con un perro grita o da un largo rodeo. A veces se excita sin motivo, a veces parece perdido en un sueño. Su contacto es superficial, lábil, casi no se entrega. Tiene poco apetito, sé masturba con frecuencia. Su sueño es agitado, habla por las no­ ches, lanza pequeños gritos. Después de una difícil entrada en el jardín de infantes donde no hizo gran cosa, se lo juzgó incapaz de

entrar en el ciclo primario. Se lo describe como un chiquillo débil mental, inhibido, pasivo, con accesos súbitos de rabia. Le cuesta mucho, por último, separarse de sus padres. En un plano diferente, se constata un importante retraso del len­ guaje y de la palabra, una lateralidad no adquirida, perturbaciones énTaorganizacion espaciotemporal y en el gratis mo, un retraso psfcomotor heterogéneo detrás de una hiperparatonía; todo ello a des­ pecho de un nivel intelectual capacitario al parecer enteramente normal. Inhibición afectiva e intelectual sin duda, pero más ampliamente bloqueo de toda comunicación, bloqueo también de las investidurasTuncionales (de ahí retrasos heterogéneos y disarmónicos de estas funciones) caracterizan estos estados preneuróticos que algu­ nos hacen entrar en el marco de las disarmonías evolutivas neuróticas (Mises). En cuanto a la anamnesis apuntaremos lo siguiente: un desentendimiento parental que data de siempre; un padre maternante, muy fijado a su madre, insatisfactorio para su mujéreiTtócíos los píanos; una madre ansiosa,~exigente, narcisísta, muy defensiva, que presenta períodos depresivos y que perdió aÁu propia madre aTlos tres años y quedó muy apegada a su hermano mayor. Considera a Gérard como objeto de rivalidad en el conflicto de la pareja. Poco an­ tes de entrar el niño en el hospital de día, ella había tomado la deci­ sión: separarse del marido; Gérard estaba al corriente. Reaccionó con un incremento de su indiferencia y de su repliegue esquizoide, de su inestabilidad afectiva, de los celos hacia el hermano. Sigue ahora en el hospital de día, igual a sí mismo. Vive con su hermano en casa del padre y pasa los miércoles y los fines de semana con su madre, quien vive sola y, pese a una fuerte culpabilidad, se siente no obstante aliviada. Sin embargo, no todos los estados preneuróticos se manifiestan por signos directos de angustia cíe separación, y a veces no aparecen esencialmente más que trastornos cognitivos con fracaso en el aprendizaje escolar, o desórdenes timicos con inhibición, astenia e híperkinesia. Citaré además una observación, la de Brigitte Y.,4 chiquilla de nueve años, que ilustra el frecuente polimorfismo de la sintomatología: comportamiento hipomaníaco, conductas histeroides con reivindicación viril afirmada, síndrome fobicó marcado por pesa­ 4.

Observación relatada más exhaustivamente en Introduction a la psychopatholo-

gie infantile, Dunod, París, 1979.

dillas, accesos de angustia pánica, enuresis y a veces encopresis, re­ aseguro contrafóbico, etc. La observación de la niña, sus produc­ ciones, las entrevistas, los protocolos de las pruebas proyectivas no descubren en ella ningún elemento de organización psicótica, pero tampoco podría haBlarseüe neurosis constituida: conflicto edípico ño a bordado,"leu do triangulación de las relaciones, predominio de los mecanismos de evitamiento y fuga, etc., encubren una intensa angustia de separación, posiciones depresivas aún mal elaboradas, una tendencia a la renulsa.de^a realidad psíquica, la búsqueda ince­ sante de apoyo en un objeto de la realidad externa (tipo de relación dFoBjeto anaclítica). Su historia revela una serie de traumatismos afectivos repetitivos desde el fallecimiento de su padre teniendo ella cinco años. Pongo fin aquí a mis ejemplos. Es indudable que habría podido describir otras formas clínicas, como ciertas observaciones de «per­ sonalidades llamadas pregenitales (Delfarge, Heuyez y Vaneck) o de «inmadurez afectiva simple», de personalidades anaclíticas (Bergeret); también casos de fobias escolares aparentemente aisladas, de ciertos síndromes astenopasivos de la preadolescencia, etcétera. Sea como fuere, todos estos cuadros clínicos adquieren sentido sólo en función del analisis psicopatológico de la organización glo­ bal que los sustenta. Ha llegado el momento de abordar ese análisis. En las diversas observaciones que acabo de describir, lo que más llama la atención es la insuficiencia de la interiorización de la dinámica conflictiva en juego, de sus representaciones y simbolizacio­ nes. Los procesos primarios permanecen activos, como lo atesti­ guan los protocolos de tests proyectivos o los informes de psicoterapias y la"facilidad de regresión en situación estresante: persistencia de un conflicto de ambivalencia, surgimiento de an­ gustia persecutoria, exteriorización de defensas maníacas. La gran cantidad"de energía no ligada y la intrincación meramente parcial de las pulsiones acarrean una imprecisión y una discontinuidad de las investiduras y por lo tanto de la vivencia corporal, temporal y espacial, si no un bloqueo. Aunque las instancias interdictorias estén ya incorporadas en parte al yo, el yo ideal, la identificación con el objeto amado que preserva al narcisismo ocupa un lugar preponderante en relación con el ideal del yo: la vergüenza prevalece sobre la culpabilidad. En efecto, las posiciones narcisistas siguen siendo importantes y ef es­ tudio estructural señala en ellas la imprecisión de las identificacio­ nes secundarias, la confusión o las inversiones frecuentes en las identidades secundarias.

Y sin embargo, la metabolización de los conflictos relativos a las angustias más arcaicas, los de las posiciones llamadas psicóticas. pa­ rece superada. No hay confusión entre real e imaginario; sujeto y objeto son reconocidos en su totalidad y diferenciados; las «defen­ sas psicóticas» no aparecen casi más que en situación regresiva; existe un esp ac ió le separación entre objeto y sujeto; los modos de relación con el objeto están diferenciados, aunque se observe un predominio de las posiciones orales y de las relaciones duales. El acceso a los terceros términos (tiempo, espacio, duración, yo, pa­ dre...) ha sido alcanzado pero está insuficientemente elaborado: im­ precisión de los límites, doble relación dual, edipificación, triangu­ laciones donde el padre aparece más bien como atributo o sustituto de la madre o como barrera a la vez interdictora y protectora hacia el acceso a la madre, y no como agente de la castración simbólica. Lo esencial del conflicto tiende entonces a resolverse mediante el bloqueo ^le las investiduras y por desplazamientos parciales sobre oSjetos externos; no en la elaUoracion misma de la posición depresiva (cuyo fracaso aparece representado por las distimias graves), sino en su reactivación secundaria, en la problemática de su superación, sobre esa línea divisoria que de íá ausencíTllevá a la castración! Estos procesos se elaboran, en efecto, en el espacio de separación, como testigos de la metabolización de la ausencia, portavoz en sus síntomas de pulsiones libidinales y agresivas con valor estructuran­ te pero todavía frágiles, lábiles, mal intrincadas y poco eficaces. Este es a mi juicio el sentido de los síntomas preneuróticos frente a una angustia que no es de castración, que ya no es ni angustia simSiótica ni angustia depresiva de suspensión, vaciado o estallido, sino angustia de separación, exteriorizada en la sintomatología que encontrábamos: pesadillas, fobias diversas lábiles, terrores nocturnos, ataques de angustia, cóleras ansiosas; rituales de protección (especialmente del acostarse), crisis histeroides, semimutismo psicógeno, retracción de la agresividaH^los impulsos; somatización (especialmente a través del sistema neurovegetativo^ astenia somatopsíquica o fases de excitación: fenómenos contrafóbicos, precauciones mágicas, objetos de rea­ seguro^ retracción megalomaníaca, evitamientos, fuga hacia adelante o en el fracaso, sobrecompensaciones...; y sobre todo bloqueo de las investiduras afectivas, funcionales, cognitivas,_c]ue traba el aprendizaje y el desarrolWcíeTas posibilidades de comunicación.

En el plano estructural, los procesos se caracterizan por cuatro elementos fundamentales: • la debilidad de las represiones secundarías; • la inhibición: a la vez elemento semiótico y «mecanismo» diri­ gido a la limitación del y o para evitar la angustia; mientras que, como Freud señala, el síntoma neurótico es manifiestamente dinámico, insólito y originaTT • la escisiorfcíei yo que podemos calificar de tipo freudiano, trico es una palanca donde el producto de los voltios y amperios es

igual en la entrada y en la salida. La física está basada en este tipo de cálculo, diversamente aplicado. ¿H ay que recordar que la formación de Lavoisier era de contador y que fundó la química1hacÍendó~éri5álance'de las combinaciones? Pero no todas la ciencias que FreucTllama «de la naturaleza» están construidas sobre este modelo. H ay ciencias de la naturaleza que no son nominalistas y que poseen un tipo de verdad que no es el mismo que el~de la física, aunqueTa tísica se haya convertido en el modelo más poderoso del co­ nocimiento científico. En ella se piensa cuando se habla de las leyes de"la naturaleza y délas ciencias experimentales. Pero hay otros sa­ beres verdaderos, referidos a la naturaleza. El psicoanálisis, no ne­ cesito decirlo, no pertenece a este tipo de ciencia representado por la física. Las ciencias no comienzan_tQdas_de la misma..manera. Los chinos inventaron la brújula, Jenner inventó la vacunación, Stephen so n, la máquina de vapor, etcétera. Pero fueron otros quienes hicieron la teo­ ría científica de estas invenciones, por ejemplo Carnot y Clausius hicieron la teoría de la máquina de vapor, y es una teoría nominalista7puesto que se trata de un sistema de ecuaciones; los eruditos europeos^el siglo XVII comenzaron e l estudio del magnetismo mucho después de la invención china de la brújula. Los inventores no son forzosamente científicos. '"C iertas invenciones muy importantes - c omo la imprenta- no_ tenían ninguna razón.para dar lugarjúLdesarrollo de una ciencia... Estas distinciones son necesarias si no queremos embrollarlo todo. N o parece que el psicoanálisis pueda convertirse en una ciencia nominalista, es decir, basada en medidas e igualdades. O sea en ecuaciones. Lacan tuvo quizás este sueño, pero nunca intentó hacer pasar sus fórmulas (grafos) por ecuaciones. Los primeros balbuceos del psicoanálisis nos demuestran que se trata de otra cosa. El desa­ rrollo dejas^ciencias cumplió u n jgapel - pero ha branque p recisar cómo en la llegada del psicoanálisisalm undo. El psicoanálisis no está construido sobre un modelo nominalista. Y las tentativas de p~sicometría —olvidadas ya en la actualidad- no dieron ningún re­ sultado «científico». A mi juicio, Freud echó, sin saberlo aún las bases del psicoanálisis en 1892, en una de sus primeras publicaciones titulada Un caso, de curacióñhipnótica. En este antiguo texto ya está en germen el des'arrollodel psicoanálisis, pero en esa época nadie podía sospechar­ lo, ni siquiera Freud.

En esas fechas preanalíticas, Freud había emprendido el trata­ miento de una muchacha que estaba mentalmente paralizada por lo que más tarde sería llamado un conflicto psíquico (Psychischer Konflik t). Cuando quería dar el pecho a su hijo, una compulsión a rehu­ sárselo se lo impedía. En 1892 no se sabía, naturalmente, qué pensar de esta conducta inexplicable. Sin embargo, Freud apeló a un neolo­ gismo para poder hablar de este aparente absurdo. Elneologismo era Gegenwille, palabra que puede traducirse por"contravoluntad. Cualquiera habría podido Hacer esta clase de invención. Es el primer ejemplo de lo que iba a convertirse en el psicoanálisis. Su bautismo. La pregunta tiene que ser planteada: ¿qué se gana con la inven­ ción de esta palabra? Se gana cortocircuitar la imaginación. Ño hay forma de imaginar la Gegenwille como se ptíé3e imaginar una cosa. Se evitan las soluciones supersticiosas (que la madre está embruja­ da, por ¿jémpló) o las soluciones imaginarías (que debe de haber, por ejemplo, un cortocircuito en los conductores neurológicos) o que la madre está siendo castigada por Dios a causa de sus pecados, etcétera. Pero, ¿no corre Freud el riesgo de caer eñel ridiculo, como los médicos de Moliere cuando «explicaban» los efectos del opio por una «virtud dormitiva»? Sin duda alguna, en este momento Freud todavía no aporta una solución. Su neologismo, mucho más que aportar una respuesta, abre un problema. No explica nada. Pero, ¿qué es explicar en un caso de este tipo? ¿Qué hace Freud, entonces? Propone una nomenclatura, reduci­ da quizá de momento a una sola palabra, que además no tendrá futu­ ro. Los editores de Freud ni siquiera hicieron figurar esta palabra en los índices. La nomenclatura que Freud acabará por constituir no reten­ drá, en efecto, este término. Es un término provisional. Pero los térmi­ nos que lo reemplazarán, como «conflicto psíquico», no son másclajros. Sólo que esto tiene poca importancia. De todos modos es el primer . intento de esbozar la verdad de una teoría. Freud acabará por cons­ truir una metapsicología, donde la palabra Gegenwille no figurará por­ que habrá sido reemplazada justamente por la expresión psychischer Konflikt. Estamos justo en el inicio de lo que llegará a ser el psico­ análisis, y Freud actúa simplemente como un botanista que ha encontracfo úna éspécieliueva, y le da un nombre Es tan sólo una comparacioñTSl tenerse los nómbresele las plantas, se las podrá clasificar. Al tenerse los términos psicológicos, se podrá hacer el psicoanálisis. Este proceder de Freud no tenía nada de original. En 1861, Baudelaire había tratado la misma cuestión del conflicto psíquico en un soneto titulado UAvertisseur:

Tout homme digne de ce nom A dans le coeur un serpent jaune, Installé comme sur un troné, Qui, s’il dit «je veux», répond: «non»*

La expresión de Freud (contra volun tad) es tautológica. La de Baudelaire (la serpiente amarilla) es mitológica. La Gegenwille no puede existir a la manerad e u n a serpiente, ni siquiera de una ser­ piente imaginaria. ¿Pero quién habría podido ofrecer una mejor descripción? Una hipótesis neurológica -un cortocircuito cerebral, por ejemplo- hubiera sido una hipótesis completamente arbitraria. Se habría acercado más a la «serpiente amarilla» y habría sido andloga a una respuesta mitológica, no a una verdad científica... Freud comienza a construir un vocabulario no comprometedor con el cual sea posible hablar de las observaciones. Este vocabulario es todavía rudimentario: se reduce, por~el momento, a «contravoIuntad>>. Estamos muy lej o sé e lo s comienzos de la física cientí­ fica con Arquímedes. Se trata solamente de crear un vocabulario no comprometedor. Todas las ciencias comienzan necesariamente así. Freud ya está, evidentemente, en el camino de la interpretación. Pero aún no ha entrado en él. En cualquier caso, tiene pocas posibilidades~3e engañarse, porque esta primera interpretación está reducida al mínimo. En cuanto a Baudelaire, no se puede hacer ningún uso de su «in­ terpretación». Ella es mitológica. Y «poética» naturalmente. Freud dijo, a propósito de la mitología, que bastaba con reemplazar los términos supersticiosos por términos psicológicos para tener una suerte de teoría analítica. Evidentemente, esto no es del todo cierto. Pero se entiende lo que quiso decir. Una colección de palabras que, como Gegenwille, no pretenden representar cosas reales permitirá hacer una teoría que seguirá siendo, por decirlo así, inmaterial. No será verdaderamente nominalista como la matemática, porque los términos de los que está hecha no van a sacar toda su significación únicamente del lugar que ocuparán en cierto orden; y, por consi­ guiente, el psicoanálisis no será una ciencia como lajisica. No es que no se lo haya intentado, como cuando Lacan -como decía an­ tes- buscó enunciar los problemas analíticos en una especie de ecuaciones, pero como la medida falta, lo que hay de válido en el * Todo hombre digno de ese nombreNTiene en el corazón una serpiente amanllaUnstalada como si fuera en un trono\Que, si él dice «yo quiero», responde: «no». [T.]

trabajo de Lacan no se asemeja en absoluto a lo que son las ecua­ ciones en las ciencias fundamentales: geometría, astronomía, física, _ etc. Lo que Lacan pretende es diferente de lo que se busca en las grandes ciencias nominalistas. Se trata (como él dice), de grafos que son como planos o figurasaonde se resumen proposiciones de la lengua corriente. Son, en el fondo, ilustraciones. "" "F reud no sigue n ía l nominalismo materialista ni a la neurología ni a la imaginación de los poetas. Pero aún en las Nuevas lecciones de 1933, repite que la mitología se asemejaría al psicoanálisis si se emplearan términos abstractos en lugar de nombres de dioses y diosas. Así nacen sus primeros descubrimientos. En la Salpétriére, des­ cubre que una parálisis histérica puede abarcar un territorio anató­ mico que contradice lo que se podría llamar la cartografía neurológica. Freud no pone en duda en absoluto la verdad y la exactitud de la neurología, al contrario. El se va a basar sobre esta verdad anató­ mica. Pero hará la hipótesis de que hay algo imaginario en esas pa­ rálisis. La neurología teórica de laepoca conduciría a decir que con estos juegos de la imaginación la neurología no tiene nada que ha­ cer. Buena posición, científica indiscutiblemente. Pero las histéricas se burlan de la ciencia de los neurólogos, es por medio cíela verdacl neurológtca comó~^e'tñtémá 'refutar las parálisis histéricas (lo que no es curarlas); pero el psicoanálisis nunca intentará refutar a la neurología. No hay mngún conflicto de esta especie, n o jiay jn ás que una suerte dF frontera. Pero de todos modos hay un conflicto, y aquí está lo esencial del problema. Estamos justo en el comienzo de un desarrollo histórico, conviene situarlo con toda la exactitud de que seamos capaces. Pues cabe preguntarse si las parálisis existen, es decir si las histé­ ricas no son unas simuladoras a las que hay que despedir lisa y lla­ namente de la Salpétriére. Pero Freud prefiere interesarse -éstos son sus términos, en esa época enTa imaginación de las histéricas. Tiene razón, evidentemente, peró~de aquí va a nacer un malenten­ dido. Él yahaEla procedido así antes derpsicoanálisisTterminaba su estudio sobre la afasia proponiendo apartarse de la neurología para estudiar el lenguaje. En esto, Freud no se va a hallar en contradic­ ción con la ciencia neurológica sino con una ideología, que se llama el positivismo de la ciencia o bien, y es casi lo mismo, con el mate­ rialismo dél a ciencia, y podemos decir más: con su nominalismo. Hay aquralg~0~qüTno se si merece el nombre de metafísica de la. ciencia pero en cualquier caso merece el de ideología: el ámbito de la ciencia es el mundo material. En presencia de una parálisis, un*

neurólogo debe terminar encontrando algo que no funciona en cierto punto de la materialidad del sistema de los nervios. Freud, por el contrario, piensa que más bien habría que mirar del lado de «la imaginación de las histéricas». Al hablar así no contradice en nada a la ciencia de los neurólogos, al contrario, se basa justamente en esta ciencia para emitir esta hipótesis. Pero esto inquieta ajo s neurólogos que debieron -c on toda justicia y por excelentes razones epistemológicas- ap artarle su trabajo toda huella de esplritua­ lismo Evidentemente no podían prever, lo que forzosamente iba a ocurrir, que después Freud a su vez se vería más condenado aún por los espiritualistas. Entre tanto, los neurólogos lo acusan de conservar algo de la antigua noción del alma. Los espiritualistas lo acusan de reducir el espíritu a mecanismos análogos ^los de los materialis­ tas... No había entonces vocabulario adecuado. Esta oposición entre espíritu y materia no era utilizable, pero no es seguro que hoy en día lo sea más ni que el compromiso que nos aporta la idea de lenguaje -unión, al parecer, de la materia y el espí­ ritu (en lugar de la vieja unión del alma y el cuerpo)- nos sirva para aclarar un problema de este tipo. Esa oposición no hace otra cosa que desplazarlo, y lo volvemos a encontrar entre los lingüistas, como ustedes saben, ya que ante las cuestiones que plantea la signi­ ficación, es decir el sentido, se ven en un aprieto insoluble y no lo­ gran establecer una semantica que no sea ridiculamente rudimen­ taria. Freud se situóHe tal manera que este tipo de dificultades ^digamos «metafísicas»- no podía molestarlo, lo que él construía era cabalmente una ciencia y, como todas las ciencias, esta temariecesidáH de un costado teórico. La distinción del alma y el cuerpo no quédaTborrada sino que cobra otrcTaspecto: esto se ve fácilmente en las cosas más corrientes, por ejemplo cuando se riñe a un niño, no es como cuando se le pega. No hay necesidad de resolver el proble­ ma metafísico del alma y el cuerpo para comprender este género de distinción. Freud se siente, con todo, perfectamente en acuerdo con la defi­ nición de las ciencias positivas, y sin embargo tiene la sensación de estar recuperando las antiguas supersticiones pues va a las supers­ ticiones como un esfuerzo fallido p o r dominar los que se da en llamar problemas del destino, mientras que los científicos sólo se interesan en IcTque perm ítela fin de cuentas, dominar los proble­ mas del mundo material. El psicoanálisis, por supuesto, no falla íTla positividad ni a la razón. En este aspecto la ciencia es inataca­ ble, pero el psicoanálisis también. Ciencia y psicoanálisis están se­ parados pero no se oponen.

Pero no hay que considerar únicamente una perspectiva episte­ mológica. El positivismo de Auguste Comte es sobre todo epistemológico, pero evidentemente tiene un aspecto cultural. En perso­ nas que iTcTtenían conocimientos científicos especiales, las creencias o las supersticiones ya estaban en vías de desaparición. Sin esta evo­ lución, el psicoanálisis quizá no habría encontrado un lugar. Cuan­ do se constata que la electroterapia no cura los trastornos que se creía neurológicos y sin embargo ciertos enfermos mejoran (por el solo hecho de que hay quien se ocupe de ellos), se está cabalmente en la esfera del pensamiento positivo, y sin embargo se deja la de la neurología. Se diría que el vocabulario nos estorba con palabras como mate­ rialismo, positivismo, realidad, necesidad, libertad, verdad, etc. Pero la dificultad es de una gran simplicidad. Prácticamente admitido que la hidroterapia mejoraba las enfermedades nerviosas, Freud demos­ traba que la mejoría se debía a la presencia de las enfermeras. Y la cuestión que se planteaba sería, pues: ¿por qué la hipótesis de que es el agua fría lo que cura los trastornos neurológicos sería más cientí­ fica (en su estilo) que la que ve la causa de la mejoría en la influencia de las enfermeras? ¿No hay un medio científico que permita locali­ zar hechos que zanjan la cuestión, siquiera fuese por ejemplo retirar las enfermeras a ciertos grupos y en cambio el agua fría a otros? Como vemos, la ciencia y el psicoanálisis no tienen ninguna ra­ zón para estar en conflicto - y si estuvieran en conflicto ganaría la ciencia, seguramente- pero este conflicto no es imaginable. Todos los esfuerzos de Popper tienden a probar que el análisis no es una ciencia, y lo podemos admitir ~si nos apoyamos en una definición rigurosa de las ciencias tísicas! Se le puede dar la razón afirmando que de todos modos el psicoanálisis tiene su verdad propia, y sus me­ dios propios para re3ücir~ciertos tipos de error ante los cuales la ciencia fracasa. Pero hay que ir más allá, pues es interesante plante­ arse la cuestión de saber si el desarrollo de la ciencia no era una con­ dición necesaria para la aparición del análisis. La ciencia creaba, en efecto, una situación cultural sin la cual el análisis no habría pocfido aparecer, pues el espíritu científico había eliminado ya la magia, el animismo, Ias~Hiferentes mitologías y lo irracional en general, y sólo en e sta situaciorThistórica podía nacer el psicoanálisis. De esta manera se explica la indignación de~Freud ante el ostracismo de la ciencia. Pero la ciencia no manifestaba realmente esta clase de os­ tracismo. Había pasado a ser, si me permito emplear esta imagen, la bandera de una oposición cultural, pues en realidad eran el mundo cultural donde reinaba la ciencia, los positivistas, más bien que los

científicos, tal como Auguste Comte los había retratado, los que estaban prontos a rechazar a Freud. En cualquier caso, el psicoa­ nálisis, como veremos dentro de un momento, no habría podido hacerse un lugar en un mundo precientífico. No debemos interro­ garnos sobre la relación del psicoanálisis con la ciencia -por ejem­ plo, confrontar a Freud con Einstein- sino preguntarnos por qué Freud y Einstein tenían que ser contemporáneos. Lo que además es más difícil de explicar. Quizá los hombres en general pensaban que podían sacar provecho de los descubrimientos de Arquímedes y Galileo, mientras que Einstein sólo aportaba a los que no eran especialistas novedades que de ninguna manera podían tran­ quilizarlos acerca de sus propios deseos... Habría un estudio críti­ co -que no quiero abordar- que consistiría en mostrar a Freud procurando organizar la ciencia de manera que lo beneficie, en to­ das las formas, que lo cure de estas angustias y le aporte riqueza y celebridad. Este sería el lado oculto (apenas) de su descubri­ miento, el lado por donde éste fue atacado (a menudo con male­ volencia), pero no es evidentemente el lado que nos interesa, aun­ que no tengamos que disimularlo. Lo que nos interesa es el otro lado, por donde ese descubrimiento.aportaba algo a todo el mundo, más allá de los intereses de FrendTal círculo de los propios analistas y, sobre todo más allá de este círculo, a sus pacientes, evidéntemente. iin cuanto a la relación del propio Freud con la ciencia, no entraña ámEiguedad alguna. Lo que el quería era ensanchar el círculo del pensamiento positivo. Quiza la ciencia había refutado muchos pen­ samientos irracionales, pero esto había funcionado como una re­ presión en ciertos casos, más que como una auténtica refutación. Freud buscaba alguna suerte de Aufhebung que pudiese tomarla con los pensamientos irracionales y metabolizarlos en pensamieñT tos «científicos», palabra que escribo entre comillas pues esos pen­ samientos ncTeran científicos de la misma manera, es decir que en nada tenían en cuenta los dogmas positivistas (y hay que distinguir los dogmas positivistas de las verdades científicas, aun si desempe­ ñaron históricamente un papel capital en el descubrimiento de estas verdades). Así pues, el psicoanálisis no habría podido constituirse en una cultura no dominada por la ciencia. El psicoanálisis es un producto del espíritu científica,_aunque apareció en él como un producto ines­ perado. Pero esto nos invita a darnos una vuelta —que sería por Fuerza más bien sumaria- un poco de la misma manera en que nos podemos preguntar si alguien que sólo conociera su lengua mater­

na podría hacer la teoría de ésta; una vuelta, pues, por otras cultu­ ras, las culturas menos científicas que la nuestra. Hoy en día el psicoanálisis, o en todo caso los psicoanalistas, co­ mienzan a expandirse por otras áreas culturales y esto nos aporta tal vez algo, una perspectiva diferente sobre su esencia. Las culturas son, como las lenguas pero un poco menos, traducibles unas en otras. La propia ciencia europea es diversa, y Jenner no descubrió la inmunoterapia de la misma manera que Einstein descubrió que el fotón tenía una masa... Pero el psicoanálisis, como todos lo conoce­ mos, no podía nacer sino en el seno de una cultura científica. En­ tonces, ¿qué lugar puede tener en una cultura menos marcada por el pensamiento científico? Para una pregunta semejante no tenemos muchos elementos de respuesta. Pero hay una manera de plantear­ la. Si nos preguntamos: ¿el psicoanálisis tiene como la ciencia un va­ lor transcultural?, evidentemente tendremos unos pocos elementos de respuesta. No es fácil, porque así como entre nosotros el psico­ análisis obtiene un lugar en una concepción científica del mundo, lo que responde quizá y lo representa más o menos en otra cultura debe cobrar un aspecto supersticioso. No se investigó mucho acer­ ca de estas cuestiones, pero sin embargo vale la pena formularlas. Voy a hablar de Sudhir Kakar. Sudhir Kakar es un psicoanalista que se formó en Europa y de la manera más ortodoxa. EsKindú y volvió a la India donde practica, en Nueva Dehli, un psicoanálisis estrictamente freudiano. Hace algún tiempo tuve un encuentro con él y no puedo sino considerarlo como un analista enteramente se­ mejante a nosotros. Tuvo la curiosidad de dedicar sus vacaciones a visitar a sus colegas indígenas. Habla de ello en un libro que se titu­ la Shamans, Mystics and Doctors (publicado en Estados Unidos por Knofp, en 1982). En la India hay muchas clases de curadores. Se apoyan en diver­ sas doctrinas, religiosas o místicas, y que en general nos son total­ mente extrañas. Pero nos es posible comprender a nuestra manera ciertos casos que parecen alejarse de nuestras concepciones teóricas porque nos parece que los podríamos reducir fácilmente a ellas. El primer curador que Kakar visitó es un pir. Losjyirs son los más modestos de los curadores. Son musulmanes‘y trabajan para un mezquita. Este es el pír~HéTattasha Dargah, esllecir, de la mezqui­ ta Pattasha Dargah. Este pir es un anciano de escaso prestigio, más bien pobre y de mediocre salud. No tiene nada que lo asemeje a los grandes místicos. Recibe a Kakar como a un joven colega y, naturalmente, le habla de su último caso.

Se trata de una jovencita -hindú y musulmana, naturalmenteque acudió a él a consecuencia de un sueño que la llenó de espan­ to. En el sueño ella veía un árbol a través de la ventana, y en las ra­ mas de este árbol había unos animales que la miraban de manera inquietante. C omo buen musulmán, el pir está seguro de que estos animales son djinns, es deci? demonios, y que están movidos por las peores intenciones. ¿1 no hace ninguna distinción entre la realidad y el sueño, considera el peligro como^real.~7^3emás embastante ambiguo porque habla de los djinns como si fueran unos granujas peligrosos. Como los djinns son capaces de adoptar las formas más diversas, él no siente estar imaginando cosas sino constatándolas. Piensa que la jovencita está expuesta a grandes peligros en la realidad. La solu­ ción que da es aconsejar al padre casar a la muchacha lo antes po­ sible. No dice por qué, una vez casada, se hallará a resguardo de los djinns. No podría decirlo. Pero nosotros podemos analizar su posición. Como es evidente, el caso no puede menos que recordarnos el sueño que tuvo el Hombre de los lobos a los cuatro años. El tam­ bién vio por la ventana, en sueños, unos seres inquietantes, lobos, encaramados a un árbol. Kakar cuenta al_pir que el Hombre de los lobos había asistido a unaUrszene (palabra mal traducida por «es­ cena primitiva»). Y ofrece uño^vagoslm eamientos sobre ía manera en que Freud entendía este sueño. El pir responde con una pregunta: «; Quiere decir usted que así in­ terpretan los cristianos este problema?» Kakar responde que no se trata de un enfoque cristiano sino científico. «Pero la ciencia es cris­ tiana», insiste el pir. Kakar evita una discusión sobre el punto; debe "de ser difícil explicarle al pir las diferencias entre la ciencia, la cultu­ ra y la religión. La discusión es interesante para nosotros. Nos encontramos de nuevo, poco más o menos, con la distinción entre la idea tautológi­ ca de Gegenwille y la idea mitológica de «serpiente amarilla». Segu­ ro que el pir y Kakar no conseguirían entenderse. La solución del pir -aconsejar al padre casar a su hija lo antes posi­ ble- no tiene ningún valor propiamente analítico. Pero si suponemos que el haber asistido a la Urszene produce un efecto de inseguridad y de excitación sexual, si la joven hindú, por otra parte, transfiere sobre el pir la confianza que les ha perdido a sus padres, es muy posible que el pir le preste un gran servicio. Por ejemplo, que ella transfiera su ne­ cesidad de protección sobre él, puesto que ya no puede depositar la misma confianza en sus padres.

Para quien no cree en la letra dei Corán, la creencia en la existen­ cia real de los djinns es ciertamente absurda. El psicoanálisis, en cierto modo, envuelve (interpretándola) la teoría del Corán y no se deja envolver pon ella. Asimismo Kakar podría tal vez analizar al pir. El pir no podría convencer a Kakar. Pero en sus actitudes hay algo en común que es mucho más claro para Kakar que para el pir. A fin de cuentas, el psicoanálisis tiene quizás un porvenir transcultural como la ciencia; quizás incluso la cultura y~la ciencia se presten, en "el, un mutuo apoyó . Así, el psicoanálisis tiene sin duda, como la ciencia, un porvenir 1 1transcultural, pero esto no es todavía enteramente evidente. La palabra ciencia es lo bastante polémica como para que quienes recfíazan al psicoanálisis como no científico se equivoquen tanto como los que loTfefienden enñTo~rnbre de la ciehcia7El~psicoanálisis ha encontrado en la cultura científica el lugar que la ciencia rechazaSa~(¿que~tiene que hacer la ciencia con los actos fallidos o los lapsus?). Es así como la ciencia se ha hecho transcultural. Y se diría que el psicoanálisis no podría llegar a serlo sino tras sus pasos, al menos si ha de conservar la forma que tiene entre nosotros. La ciencia ha alcanzado un valor positivo, adjetivo que se podría reemplazar por transcultural, pero para explicar y justificar el valor transcultural del análisis habría que profundizar más las cosas. Es una zona muy poco explorada por los propios psicoanalistas. Des­ pués de todo, no se sale de una cultura sino para caer en otra, no hay punto de vista acultural, así fuese (quizás) en la matemática: v en cualquier caso el psicoanálisis no escapa a ello. El psicoanálisis recae sobre sentidos más que sobre hechos. Es una suerte”de semántica; dado, sobre todo, que semántica no tene^ mosfñinguna otra. No puede haber semántica neopositivista. Por eso el psicoanálisis no forma parte de las ciencias de la naturaleza. Porque una semántica neopositivista es imposible. Este es un tema inagotable. Será forzoso volver a él todo el tiempo. No sirve para nada tratar de refutar o de confirmar tesis como las j e Pop per, no se trata de ese género de verdad que yo lie llamado «nominalista» y que constituye lo esencial de las ciencias positivas. He empleado el término «nominalista» para designar a las ciencias que se~basan en la matemática, es decir, aquellas que están en la tradi­ ción abierta por Arquímedes y GalileoTÁ~Galileo le debemos erque la caída délos cuerpos se explique por la ecuación de una parábola. Kepler ya Rabia descubierto que los planetas describían una elipse^ pero ignorando la atracción, la masa o la inercia, su descubrimiento'

era todavía descriptivo, recorría el cielo. Algunos descubrimientos de Galileo son también descriptivos, por ejemplo la existencia de los satélites de Júpiter; pero con el plano inclinado o el péndulo, continuaba a Arquímedes y fundaba la ciencia moderna al enunciar leyes que pueden expresarse en ecuaciones o -lo que es equivalen­ te- en curvas geométricas. El psicoanálisis no tiene nada de común con este tipo de conocimiento, que iba a reinar sobre toda la física. El psicoanálisis no es una ciencia de este género. Pero no todas las ciencias tienen esa forma matemática. Cantidad de descubrimientos importantes no utilizan en absolu­ to esa lógica matemática que confiere a la ciencia física un carácter nominalista. Digamos, para conservar la nomenclatura de la quere­ lla de los universales, que ellos son conceptualistas o realistas. Yor ejemplo, el descubrimiento de la circulación de la sangre o de los efectos de la vacuna hicieron avanzar a las ciencias fisiológicas de una manera que podemos llamar empírica, y no por desembocarse posteriormente en medidas, como las de la tensión arterial, se des­ cubre una verdad nueva que pueda tomar la forma de un sistema de ecuaciones. Sin embargo son verdades innegablemente científicas. Popper podría difícilmente imaginar un procedimiento de refuta­ ción experimental que, por su fracaso, continuaría dándole esa vali­ dez siempre provisional que es la de las ciencias fundadas en el no­ minalismo matemático. Y hay cantidad de saberes que nosotros consideramos positivos, que tienen sus métodos rigurosos, como el derecho o la historia, don­ de los errores son refutables; estos saberes no utilizan la armadura no­ minalista de las ciencias fundamentales pero se pliegan a las reglas de la lógica. En cuanto a la lógica misma, tiene un aspecto nominalista -y a que en un silogismo se pueden reemplazar los términos por le­ tras-pero conserva una faz conceptualista en su naturaleza, ya que los términos que se utilizan no pueden funcionar sino por el hecho de pertenecer a clases, por ejemplo: Sócrates es mortal porque pertenece a la clase hombre; pero aquí hay una suene de tautología, porque la verdad de la proposición «Sócrates es mortal» descansa sobre la ma­ yor «Todos los hombres son mortales», la cual, por una suerte de círculo vicioso, no sería verdadera si Sócrates fuera inmortal. £5 por eso que la lógica formal no ha fundado ningún saber científico. Esta ló­ gica clasificatoria, sin la cual no podríamos hablar, y que está sobreentenHida en todos los razonamientos, por indispensable que puedaser no tiene ninguno de los caracteres de las ciencias positivas. Ahora, ¿cuál es la naturaleza -desde el punto de vista lógico y epistemológico- del psicoanálisis?

Hemos hablado de los comienzos. Ante la naturaleza contradic­ toria de una paciente que no puede hacer lo que quiere -porque al mismo tiempo no lo quiere- Freud inventa una palabra, Gegenwi­ lle (contravoluntad). Después de esto, confesémoslo, no ha progre­ sado mucho. Ha hecho lo mismo que un botanista que descubre una especie nueva y le da un nombre, nombre qué pasará a ser el nombre oficial de la planta con la única condición de mandar una muestra y una descripción en latín a Amsterdam, donde se catalo­ gan las plantas del mundo entero. Este trabajo también es un traba­ jo científico, aunque sea la forma más modesta de todos los traba­ jos científicos, la forma más empírica la más nominalista que quepa imaginar. Esto es sin embargo lo que hace Freud -todavía debutante- cuando forja el nombre de Gegenwille, nombre que cederá rá­ pidamente su sitio al de conflicto psíquico, y después al de resisten­ cia, pulsión, etc., palabras inventadas de la misma manera que la palabra Gegenwille. La teoría analítica tiene comienzos muy mo­ destos. Una colección de palabras como Gegenwille, que resumen observaciones - y de las que no se plantea la cuestión de si designan algo real aunque sea algo existente- va a constituir poco a poco la teoría analítica. La palabra Gegenwille se tornará inútil cuando se disponga de las de pulsión y compulsión. Podríamos decir que aquí también estamos en presencia de un nominalismo, pero no se trata del nominalismo de las ciencias matemáticas, pues no podemos ha­ cer entrar esas palabras en ninguna especie de cálculo -falta que de­ signen cantidades mensurables-. Las palabras pulsión, censura, resistencia, asociación, etc. (aquí haría falta la lista completa de un vocabulario del psicoanálisis), con las cuales sería posible desmem­ brar concepciones como la de Gegenwille, palabra demasiado sim­ ple para ser conservada, permitirían expresar de manera lógica las observaciones. La validez de estas construcciones se reconocerá primero en el hecho de que se puede hablar de las observaciones con una cierta lógica, entre observadores, pero muy pronto entre analistas y pacientes, aunque el analista pueda guardarse para él los términos técnicos que le permitan comprender analíticamente la palabra del analizante, de la misma manera, o casi, que no se ha­ bla de gramática cuando se conversa con alguien, mientras que no se podría hablar en absoluto sin la ayuda de un cierto saber gra­ matical. Después de todo, el análisis (que es ciertamente un saber) no ne­ cesita ocupar un lugar en eT sistema de las ciencias, donde además no se sabría situarlo bien. Por ejemplo, no tiene que precisar la manera en aue difiere d éla neurología o de la lingüística. ni la manera

en que está más o menos ligado a la cultura occidental. Y una expo­ sición como ésta, provocada o justificada por cuestiones epistemologicas que un analista no puede considerar como pertinentes, y de las que en su práctica no tiene que cuidarse en aBsoluto, no tiene otra mira que desmontar puros sofismas, y no pretende haber deslíndado la naturaleza exacta del saber analítico, lo cual demandaría otra exposición. Eso no impide que el psicoanálisis deba mucho a la ciencia, que ha abierto una era en la historia, o deslindado un área en el campo de los conocimientos de la que eliminaba a la superstición. Desde luego, la cuestión es más complicada de lo que se podría decir de ella. Pero las complicaciones no son como piedras a echar en el jardín floreciente de los epistemólogos, quienes, salvo raras excepciones como Popper. se preocupan muy poccTpor el estatuto epistemológico del psicoanálisis. Popper es una excepción. Me atrevería a decir que, como todos los teóricos de las ciencias, se habría preocupado poco por el estatuto epistemológico del psicoaná­ lisis si no fuera un epistemologo vienés, de origen. Pero no voy a oponerle un argumento que habríamos sacado justamente del psi­ coanálisis. Tanto más cuanto que tiene razón. El psicoanálisis no es en absoluto una ciencia que podamos comparar con la física mate­ mática. Pero de creer a Popper, todos los saberes verdaderos ten­ drían que responder al modelo de la física, es decir de tipo nomi­ nalista. Ahora bien, lo que he intentado demostrar es que el psicoanálisis no podía aparecer más que dentro de una cultura científica. El psi­ coanálisis es como la sombra proyectada de la ciencia, sombra que, como todas las sombras proyectadas, se parece a su objeto. Y además Freud nunca deja de especificar que él no inventó el psicoanálisis. El psicoanálisis ya existía en los grandes escritores. Sólo había que descubrirlo. El tema es inagotable. Después de esta exposición que trata de la posición del psicoanálisis ante la ciencia, habría que hacer un se­ gundo trabajo sobre el saber que está oculto en las obras litera­ rias... y sobre las consecuencias que se podrían extraer de este acuerdo de la razón científica con la inteligencia literaria, cuando de lo que se trata es de psicoanálisis. Los chinos inventaron la brújula, la imprenta, la pólvora de ca­ ñón, el papel y muchas otras cosas, pero no tenían ninguna idea de la ciencia. De la misma manera, los holandeses inventaron el anteo­ jo sin saber nada de óptica. Papin descubrió la fuerza del vapor sin saber qué hacer con ella. La lista de las invenciones de esta cíase se-

ría muy^ extensa. La ciencia nos llegó de Jonia, es decir del Asia Me­ nor y de Sicilia, gracias a los matemáticos que aportaban un nuevo lenguaje. La teoríactela palanca es el primer paso de la ciencia, pues, la palanca misma existió siempre. Como la gran novedad de nuestra época no es la teoría científica!.. la~gran novedad es justamente el psicoanálisis, que a buen seguro no se convertirá en ciencia positiva con el modelo de las otras ciencias. Es suscitado más bien por sacri­ ficios sin los cuales la ciencia positiva no habría podido constituirse, y retoma - con la misma lógica pero no con los mismos medíos­ lo que la ciencia debió sacrificar. Se opone a ella en apariencia, pero en reafidacTla completa. Y no es absolutamente nuevo: Montaigne, Páscal7Shakespeare, Goethe y todos los grandes escritores y dra­ maturgos, de alguna manera ya sabían de él otro tanto. En el fondo esto es lo que quería decir la frase de Freud: Dos ciencias, las cien­ cias de la naturaleza y el psicoanálisis. Sólo que esto es un poco más complicado de lo que él dijo. Para resumir: he mostrado que hay diferentes tipos de saberes, todos positivos y útiles. Por ejemplo que los chinos tenían un co­ nocimiento verdadero y útil de la brújula en una época en que Eu­ ropa no tenía ni idea de ella, pero es Europa, y primero Italia, las que elaboraron el electromagnetismo introduciendo en estas cues­ tiones los medios de las ciencias nominalistas, es decir, matemáti­ cas. El conjunto de nuestros conocimientos positivos de hoy con­ tiene aún saberes análogos al de los chinos de la Edad Media, pero les hemos añadido construcciones nominalistas que son el modelo más perfecto del saber en lo que atañe a precisión y a verificación rigurosa. Lo que se opone a este tipo de saber son los prejuicios, las su­ persticiones, la religión, etc,, que no tienen medios propios para distinguir lo verdadero de lo falso y que de una manera o de otra dependen de la «autoridad», en el sentido más amplio de esta pa­ labra. El psicoanálisis tiene sus medios para distinguir lo verdadero de lo falso, y en su terreno no se opone en forma alguna a los conoci­ mientos positivos o científicos. Por el contrario, les debe todo (he­ mos visto por ejemplo que nunca habría podido establecer la no­ ción de parálisis histérica si no se hubiese podido apoyar en la neurología). La ciencia y el psicoanálisis no pueden entrar en opo­ sición, no se contradicen, salvo para quienes no son científicos ni psicoanalistas. En cierto modo, se completan. En la práctica del análisis tenemos científicos como pacientes, y la experiencia^nos invita a distinguir"-íl caso de los "divulgadores, los

profesores, los investigadores, etcétera. Comprobamos que, en el caso de los investigadores, su análisis se ve facilitado más que estor­ bado. Cuando el pensamiento científico se contamina de cierto pedantismo, se pueden presentar dificultades serias. Dero esto es per­ fectamente analizable.

Discusión

Pierre-Paul Lacas Lo que usted ha dicho me ha interesado mucho, por supuesto. Pero si el psicoanálisis, en Freud, es hijo de la ciencia de su época, podríamos decir también que es hijo de la filosofía de su época. Como Freud sacó un importante provecho de la enseñanza de Brentano, que dio origen a todos los movimientos de pensamiento fenomenológico con Husserl, Heidegger, etc., pienso que Freud la integró fuertemente para construir una concepción realista. Aquí entiendo por realismo lo que se opone al nominalismo en la quere­ lla de los Universales. En este sentido, no sólo habría que destacar la presencia de corrientes científicas sino también la de las corrien­ tes filosóficas. Por otra parte, y esto en nada contradice lo que usted acaba de exponer, me pregunto si no se puede decir, siempre en esa línea de una concepción realista del descubrimiento de las nociones utiliza­ das por el psicoanálisis, que sin embargo se trata de un punto de partida empirista y realista. Si Freud forjó uñ nombre, un término como erde contravoluntad, es porque en la realidad había un ob­ servable que podía merecer una denominación nueva. En esa intui­ ción yo vería el mínimo de nexos realistas capaces de fundar lo que podrá llegar a ser un concepto nuevo a través de una multiplicidad posible de nombres, de términos, algunos de los cuales serán aban­ donados. El punto de partida es, entonces, cierto conocimiento de lo observable a través de una intuición que és precisamente lo propio del genio de FreudrNo hay aquí algo que deba ser vinculado con una epistemofogía nommalista^lel psicoanálisis, como usted ha dicho igualmente, sino más bien con una concepción que, personalmente, yo llamo realista_y no conceptualista.

Octave Mannoni No me siento en absoluto en desacuerdo: desde luego, no habría nada si no hubiera nada observable. Hasta el pensamiento más trivial descansa sobre la observación: cuando un niño ve por primera vez una mariposaThace una observación y lanza una exclamación porque cree que no puede hacer nada mejor. Es la primera observa­ ción, si usted quiere, en eso estoy totalmente de acuerdo. Pero aquí no he querido explicar -sería una tarea enorme- cómo y por qué mecanismos el psicoanálisis es posible. Es posible, desde luego, porque se dispone de un lenguaje. Hay sin embargo, en efecto, una relación con la realidad en el psi­ coanálisis. Pero esto no es fácil de definir, porque ¿qué es la realidad? Por ejemplo, cuando se dice que hay dos manzanas, ¿acaso dos es una realidad? Y si hablo de la miliunésima decimal del número tc, que está ciertamente determinada, no sé si alguna vez se la calculó sino que ella «existe»; pues bien, ¿existe «realmente»? Pero no quiero en­ trar ahora en estas cuestiones porque chocaríamos con dificultades' que no son propias del psicoanálisis sino del pensamiento humano.

Patrick Guyomard En efecto, el psicoanálisis no pudo existir sino después de la cien­ cia y, al mismo tiempo, la ciencia posee un valor cultural, es decir, de ideal. Se habla de ideal de cientificidad en lo que atañe al psicoa­ nálisis, pero conocemos muy bien el valor y los peligros eventuales que esto puede representar, por ejemplo cuando Freud quiso hacer­ se reconocer por sus analizantes no sólo como analista sino tam­ bién como científico. Es una de las cosas que lo diferencian del pir; el pir quiere actuar y ser tomado por curador. El psicoanalista no se satisface, equivocadamente o no, con actuar; también quiere que selo tome por un científico. AhoriTBien, justamente, en el análisis del Hombre de los lobos Freud quiso hacerse reconocer como científico por su paciente y, al querer que se reconociera al psicoanálisis como algo científico, en un sentido se metió él mismo - y con él el análisis- en cierto callejón sin salida. Partiendo de ello me preguntaba cuál era el ideal científico propio del psicoanálisis, si existía uno, y cómo distinguir entre un ideal científico y un ideal analítico.

Octave Mannoní Creo que es una cuestión no fácil de delimitar porque, después de todo, los mitos de la antigüedad, la literatura, el teatro o la novela plantean los mismos problemas (cuando quienes los escriben son escritores de genio, por supuesto) que ios que plantea el psicoanáli­ sis, y como repitió Freud varias veces, nuestros verdaderos maestros son los grandes escritores , porque ellos tienen acceso a verdades que

'ÍÓüama no nos son accesibles7 He hablado de las relaciones del psicoanálisis con la ciencia y dije algunas palabras sobre su relación con la cultura, pero esta última, mucho más difícil de exponer, es quizá más importante que la rela­ ción con la ciencia. Indudablemente existen ya, por ejemplo en los filósofos, ciertas huellas de psicoanálisis, ciertas alusiones a hechos que pueden interesar a un psicoanalista. En resumidas cuentas, el tema es vastísimo y se extiende un poco por todas partes. Por eso tengo la impresión de que mi exposición es imperfecta, porque intenté abordar ese tema de la manera más amplia posible pero sin embargo todavía hay márgenes alrededor, me doy perfecta cuenta. Para orientarnos, tomemos un ejemplo: cuando Papin descubre la presión del vapor no puede hacer de ella ninguna teoría. Stephenson, al construir una máquina, se sirve de la presión del vapor para obtener movimiento. Él inventó la máquina de vapor pero es incapaz de hacer la teoría correspondiente, más aun cuando esta teoría es muy difícil y serán varios los que tendrán que abocarse a ello después de los estudios de Sadi Carnot. Luego se reconoció que el trabajo obtenido no restituía toda la energía, una parte de la cual se había perdido en forma de calor. Después, Clausius y otros inventaron la entropía. Pero la entropía, ¿acaso existe? La entropía es muy importante, es un gran paso eLque dio la Física al descubrir la entropía, y sin embargo no se puede m ostrar la entropía, sólo existe en las ecuaciones. La ciencia hace un trabajo de esta índole, totalmente diferente del trabajo del psicoanálisis. La ciencia tiene métodos rigurosos. ELpsicoanálisis, en el fondo, está mucho más cerca del pensamiento sal­ vaje; por decirlo así, el psicoanálisis fia «domesticado» al pensamientoiHvajeT

Léon Chertok Señor Mannoni, gracias por su soberbia conferencia. En mi opi­ nión, cuando se habla del psicoanálisis hay que considerar sus dos vertientes, que Freud distinguió. La primera vertiente es el psicoanálisis como ciencia del incons­ ciente. La segunda, sus aplicaciones prácticas. Es bien sabido que en 1926 Freud predijo un porvenir más bri­ llante para el psicoanálisis como ciencia del inconsciente que en sus aplicaciones prácticas. Es decir que, como se ve en el ejemplo del Hombre de los lobos, se puede reconocer la etiología de una neu­ rosis sin que por ello sea posible operar la reversión y producir un cambio radical. Pues entonces aparece otro elemento problemático, la famosa transferencia, que es universal, ya que se la encuentra en la India, por ejemplo, tanto como en Europa occidental. Pero usted repitió varias veces que la transferencia es lo no teorizable en psicoañalisis. Entonces, ¿podemos decir que permanecemos en el terreno científico cuando utilizamos un concepto o un proceso del que nada sabemos?

Octave Mannoni Evidentemente no hay construcción, teórica u ordinaria, que no se detenga en cierto momento cuando se la ha analizado en sus ele­ mentos. No se puede analizar los elementos indefinidamente. Hay en cierto modo un perjuicio atomista que hace que al final haya algo indivisible. Evidentemente, lo indivisible es cada vez más pe­ queño y entonces no es posible, al menos por un tiempo, reducirlo a cosas más pequeñas aún. Habría que hacer la historia de la transferencia en la filosofía. Los griegos nos jugaron una mala pasada. Antes de los griegos, los gnós­ ticos y los maniqueos tenían otra idea del hombre: el hombre tenía una mitad demoníaca (que no quería decir diabólica). Incluso Só­ crates, porque Platón todavía no había pasado por ello, incluso Sócrates tenía un demonio, un demonio que le sugería cosas bue­ nas o malas? Pero la filosofía griega y la teología cristiana quisieron purificar al hombre y entonces desembocaron en un monismo. Desde ese momento la noche no existe. Lo que existe es la luz, y no se debe hacer d éla oscuridad una sustancia, la oscuridad es simplemente la desaparición de la luz. Desde ese momento el demonio del hombre pasa

a ser simplemente la insuficiencia del alma: bautizado va no habrá demonio, o bien simplemente analizará el problema del demonio y se dirá que es el fracaso del bien. Sfla transferencia parece algo nuevo es porque quiebra este monis­ mo psicológico, porque pone en juego otra cosa que el pensamiento lógico. La influencia de un hombre sobre otro no está simplemente en el senticto"cíe~lás palabras que dice, sino en algo distinto, su pre­ sencia, que ha desaparecido deimiosofíaT" La filosoffa"s~e~ha yuélto,. podríamos decir, nominalista. Para ella no hay revés, no hay sombra, y puesto que la sombra no es sino la ausencia de la luz, por lo tanto no"se~KáBIe~de~ellaT~ Pero la sombra retorna en la transferencia. Es difícil de explicar: ¿por que en la transferencia?