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Spanish Pages [186] Year 2016
Tomo IV
Savia
Oriente
Inventario botánico de Colombia
t
Oriente In v en ta r Io
botá n Ico
de l a r egIón
Inventario botánico de Colombia Tomo IV
Savia Oriente
S avia O riente
Inventario botánico de la región Oriente colombiana
C olección S avia
Inventario botánico de Colombia Tomo cuatro de cinco Colombia, 2016 www.saviabotanica.com
Edición
Este tomo y los demás de la Colección Savia son una
contribución del Grupo Argos a la difusión del patrimonio
botánico colombiano. Fueron concebidos por esta empresa bajo la presidencia de José Alberto Vélez y contaron con el apoyo conceptual de Juan Luis Mejía, Rafael Obregón, Cecilia María Vélez y Juan David Uribe
Dirección editorial
Corrector de estilo
Curador científico
Correctora de pruebas
Redacción de textos
Correctora técnica
Ana María Cano, Héctor Rincón
Álvaro Cogollo Pacheco
Patricia Nieto, Fernando Quiroz, Óscar Hernando Ocampo,
Adriana Echeverry, Úver Valencia, Ana Cristina Restrepo Jiménez,
Carlos José Restrepo
Silvia García
Marcela Serna
Angélica María Cuevas, Cristian Zapata, Federico Rincón Mora,
Índice onomástico
Investigación y documentación
Corrección de color
Luis Ernesto Quintana Barney, Ana María Cano, Héctor Rincón
Cristina Lucía Valdés, Camila Uribe-Holguín, Catalina Hidalgo,
Lina Pérez, Fernando Cárdenas, Gustavo Reyes, Alejandra Navarrete,
Nancy Rocío Gutiérrez
Gabriel Daza
equipo de Una Tinta Medios
Impresión
Fotografía
quien solo actúa como impresor
Ana María Mejía, David Estrada, Aldo Brando, Héctor Rincón,
Panamericana Formas e Impresos S. A.,
Federico Rincón Mora
ISBN: 978-958-58250-2-4
Concepto y diseño
Copyright Grupo Argos 2016
Alejandra Rodríguez Lozano, Felipe Fetiva
Medellín, Colombia
Efraín Pérez Niño, Karen Sofía Barrera, Diego Cortés Guzmán,
Coordinadora Savia Botánica Hilda Samudio Ruiz Ilustraciones
Alejandro García Restrepo Ilustración botánica
Eulalia De Valdenebro
Centro Santillana, Cra 43A N.o 1 A sur 143, Torre norte www.grupoargos.com
www.saviabotanica.com Queda prohibida sin la autorización escrita de los titulares del copyright bajo las sanciones establecidas en las leyes,
la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento
G rat i t ud
A los frailejones apacibles que reinan en estos páramos. Y abren al cielo sus hojas radiantes para acoger en ellas las lluvias y multiplicar el agua que es la vida.
L a C ol ec c ión Sav ia
Este libro de Savia Oriente es el cuarto de cinco tomos auspiciados por el Grupo Argos, con la descripción del paisaje botánico de Colombia dividido por regiones. Los anteriores tomos se ocupan de Caribe, Amazonas-Orinoco y Pacífico, y el siguiente y último se referirá a la región Andina. No se trata de una colección de libros de botánica ni de fotografía en sentido estricto, porque la Colección Savia se propone tener el periodismo al servicio de la divulgación científica de la botánica para lograr hacer comprensible un patrimonio nacional, que es la manera elemental de preservarlo. Este libro y el que sigue están concebidos con la idea de que la botánica está presente en la vida cotidiana de una manera que a veces ni nos damos cuenta y esto demuestra que sin ella es imposible la preservación de la vida en este planeta. Al apoyar la realización de la Colección Savia, el Grupo Argos contribuye a difundir y preservar el patrimonio vegetal de Colombia. t
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Savia Oriente Õ n dic e de con t e n i d o s
P r e s e n tac ión
Oración por el agua
8
Grupo Argos P e r f il Or ien t e
La estrella de Oriente
10
Héctor Rincón R e g ión Or ien t e
Mapa de la región Oriente
17
Alejandro García Restrepo C hic a mo c h a
Señor del sol y de la lluvia
18
Patricia Nieto Jar dí n B o tán ic o de Fl or idabl anc a
El jardín con río
26
Ana María Cano P e r f il e s
El sabio Van der Hammen
32
Ana María Cano Tr e s pl antas sim ból ic as de l a r e g ión
Emblemáticas
33
Eulalia De Valdenebro C o c in a
Los sabores aldeanos
34
Ana Cristina Restrepo Jiménez M e dic in al e s
Infusiones y baños místicos Angélica María Cuevas
42
M ade rabl e s
La esquina de dos bosques
50
Cristian Zapata C o c uy
El Cocuy, en los límites del cielo
58
Federico Rincón Mora Perfiles
El sabio Valenzuela
64
Ana María Cano G uar di an e s de l a h u m edad
Musgos y líquenes Poema de Walt Whitman E st oraq ue s
Los Estoraques, el dominio del silencio
65
66
Óscar Hernando Ocampo Frutal e s
Las que dan estas tierras
74
Adriana Echeverry M ús ic a
La herramienta del canto
82
Úver Valencia Pantanos
Los pantanos de Arauca
90
Luis Ernesto Quintana Barney Perfiles
El sabio Hernández
96
Ana María Cano Pára mos
Los santuarios más valiosos del Oriente colombiano
Pára mos
Las islas del cielo Ana Cristina Restrepo Jiménez
97
98
Catatu m bo
Catatumbo, la belleza y la furia
106
Fernando Quiroz A rt e san ías
Región con fibra
114
Ana María Cano M ag dal en a
Un milagro en el Magdalena centro
122
Héctor Rincón P ue bl o s
Gramalote130 Guane131 La Uvita 132 San Joaquín 133 Héctor Rincón M apa r eg ion al de par q ue s n ac ional e s
Territorio Colombia viva
134
Felipe Fetiva Ti pac o q ue
Encontrar a Tipacoque
136
Testimonio de Antonio Caballero Í ndic e de f o t o g raf ías e il u st rac ione s
La vida privada de las imágenes
140
Héctor Rincón
Bibliografía Savia Oriente
154
Índice onomástico Savia Oriente Nancy Rocío Gutiérrez
164
Oración por el agua
o que en Colección Savia estamos llamando Oriente es una división geográfica que no existe. Es cierto. En Colombia, por oriente hemos entendido los inconmensurables llanos, de los que dimos cuenta en el volumen que dedicamos a las cuencas del Amazonas y el Orinoco. Pero el Oriente que relatamos en este cuarto tomo de Savia es una región que nos sedujo y que decidimos hacer visible para que sus valiosos ecosistemas y sus pródigos páramos tuvieran su lugar propio y no se diluyeran, como siempre, entreverados en la inmensidad de la región Andina. Santander todo, Norte de Santander también en su totalidad, Arauca y el norte de Boyacá, son los santuarios botánicos a los que les toca ahora el turno. Y a los que les debe llegar la hora del conocimiento y del reconocimiento porque hay una riqueza ignorada que emerge en la parte septentrional de la cordillera Oriental, el ramal más largo y ancho, complejo y nuevo de los tres que abarcan los magníficos Andes que premian a Colombia. Riqueza ignorada, decimos, porque al recorrer esta Colombia por fuera de sus centros urbanos y de sus zonas turísticas, descubrimos planicies, cerros, cumbres, mesetas, pantanos, cuchillas, casi todo ello sorpresivo, y todo ello por montones, poseído por una naturaleza innombrada y ordenada en una alta variedad de ecosistemas. El tesón de sus gentes ha logrado un desarrollo en Oriente. Fácil no ha sido para quienes habitan los contornos de esta cordillera cuya formación lleva cientos de millones de años. Y sobre ella, sobre sus lomos, ellos han conseguido la proeza de crear ciudades vitales para el país, desarrollos agrícolas significativos, centros universitarios claves y, tras una lucha constante por vencer la dificultad de ser una zona fronteriza con conflictos endémicos, han extendido hasta esos límites la presencia activa y altiva de Colombia. A esas batallas contemporáneas las ha impulsado e iluminado la historia. Fue por esas breñas donde se protagonizó la épica campaña del Ejército Libertador al mando de Simón Bolívar en 1819, cuando después de cruzar penosamente el páramo de Pisba descendió a los enfrentamientos contra
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P r e s e n tac ión
los realistas en el pantano de Vargas y en el puente de Boyacá, que condujeron finalmente a la creación de la República de Colombia. El ejemplo de aquellos llaneros, andrajosos pero revestidos de coraje, ha sido herencia para los colombianos de ahora, y por ella no han conocido claudicaciones. Que no puede haber claudicaciones cuando se vive en una tierra cuya riqueza grita. Hay que recorrerla, hemos dicho, más arduamente de a lo que invitan los paseos turísticos. Hay que subir aquellos picos de más de cuatro mil metros y mojarse después los pies en los ríos infinitos que desaguan al Orinoco o van al Magdalena. Mojarse los pies en las vegas de sus ríos no es la única opción en Oriente, y es ese su más valioso patrimonio. También mojarse los pies se puede en sus bosques húmedos, allí donde toda aquella vida está guardada en lagunas, en lagunetas, en pantanos y en esponjas de agua. Hilos que se vuelven manantiales y se transforman en arroyos y empiezan a rodar como riachuelos, todo ello nacido en los páramos y todo ello envuelto en el silencio apenas roto por el paso del viento en la cordillera y protegido por los trescientos veintisiete tipos de vegetación paramuna que los ampara. Todo eso cultiva y protege el agua como debe ser. No solo los frailejonales y los chuscales y los pastizales que abundan allá arriba en los páramos donde nace la vida deben preservar el agua que es, en primer lugar, en último lugar, de lo que está hecho todo y para lo que está hecha la naturaleza toda. El agua, como primer valor, como último valor, el agua que surge en el templo que son sus páramos, es el gran patrimonio que le aporta silenciosamente Oriente a la Colombia toda. Esa cualidad torrencial es para Savia un ruego. Una plegaria para su conservación. Una simple oración para todos los días que nos recuerde la vida que es y la vida que nos espera: tomar agua nos da vida. Tomar conciencia nos dará agua. Así de simple. Así de definitivo.
‐ Grupo Argos ‐ t
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La estrella de Oriente
uién sabe cuánto tiempo ha tomado la formación de estas cumbres, de aquellos riscos, de todos estos cañones y cuchillas y mesetas que hacen de la cordillera Oriental de Colombia un mundo inabarcable, una tierra voluptuosa casi siempre poseída por la bruma y refrescada por vientos que casi siempre están escupiendo lloviznas. Quién sabe. Los geólogos han escudriñado sus laderas y sus cúspides de más de cinco mil metros sobre el nivel del mar y han descendido también a sus valles ardientes, y en todos sus entresijos han hallado tal variedad de rocas como otros investigadores –los biólogos y los botánicos– han encontrado ecosistemas. Para quienes estudian la formación de la Tierra, los materiales de los que está hecho este suelo que pisamos, la cordillera Oriental viene desde el periodo Hay aquí nevados páramos, cañones, ríos, Precámbrico, que quiere decir hace entre los cuatro mil y los bosques y todo lo que esto brinda para la cuatro mil quinientos millones de años. Desde entonces es- diversidad de la vegetación de la región y tán ahí las rocas más profundas, en las que se asientan estos para la abundancia de agua. Una estrella no. montes. Pero otros trozos de esta misma cordillera, los que han Una constelación aportado sedimentos más visibles, se formaron en el Cretácico, que en números geológicos se traduce entre los ciento cuarenta y cinco y los sesenta y cinco millones de años. Quién sabe. Tampoco es necesario que los geólogos se pongan de acuerdo sobre semejantes edades descomunales para que al mirar de lejos o recorrer los lomos de estas formaciones se sienta, como se siente, un asombro que te obliga a la reverencia. Tan prodigioso es este territorio, tan amplia su vegetación, tan incalculables sus abismos y sus vientos tan enérgicos y constantes, y tantas sus aguas que corren o que se estancan
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P e r f i l O r i e nt e
Arbusto florecido en el cañón del Chicamocha Ipomoea pauciflora subespecie vargasiana
Arroyo en el páramo del Desaguadero Frailejones (Espeletia cf. arbelaezii) en flor
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como rocío en sus plantas, que aunque sepas que todo esto tiene los millones y millones de años que expresan sus piedras y sus témpanos, todo tiene unos colores tan nítidos (verdes eufóricos o marrones solemnes) que todo parece que acabara de ser creado. Hablo de esta Colombia tan cercana a los poblados bulliciosos como desconocida por ellos. Hablo del país que existe al norte de Boyacá, lejos de sus joyas coloniales y de sus sabidos paisajes turísticos. Y de Santander, de Norte de Santander y de Arauca, que reúnen, todos juntos, unos noventa mil kilómetros cuadrados, en los que no solo la cordillera se manifiesta como la imaginamos (picos, cumbres, páramos, nevados), sino donde hay territorios tan llanos como los de las vegas del Magdalena, por supuesto, los del Catatumbo o los del Sogamoso, y tan inconmensurables como las llanuras araucanas que comienzan aquí y terminan allá, lejos muy lejos, tras el océano verde que se pierde hasta Venezuela. En una dimensión de pocos kilómetros hay tantos subes y bajas, que la variedad de climas otorga a la región oriental una enorme riqueza de ecosistemas. Hay alturas que sobrepasan los cuatro mil metros sobre el nivel del mar, que son los superpáramos. O la Sierra Nevada del Cocuy, cuya lejanía se extiende por el norte de Boyacá y el Arauca y en donde reina el silencio en sus ventidós picos revestidos de nieve, entre los que sobresalen el Ritacuba Blanco, por sus impetuosos 5.380 metros de alto, y el Púlpito del Diablo, por su nombre tan huy-qué-miedo. Allá arriba, bien arriba, se gestan las aguas que con más regocijo se ven en los páramos cuando se está a tres mil metros. Vallecitos en los que abundan plantas endémicas que viven airosas en un clima tan hostil. Se ven muchas de ellas al descender del espinazo de la cordillera. Más abajo de allí, aparece el bosque de alta montaña, en el que el clima ya va por los seis grados centígrados y crece la vegetación que va tomando más presencia en los bosques altiandino, andino y subandino, que van hasta los ochocientos metros sobre el nivel del mar y en donde la tempertatura es de veintidós grados en promedio. Todo esto —esa es su virtud— se ve y se siente a los pocos kilómetros de recorrer carreteras o caminos que a veces te paralizan de lo empinados que son y siempre te pasman cuando desciendes vertiginosamente
Ceiba o baobab colombiano Cavanillesia chicamochae
Suan Ficus sp.
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P e r f i l O r i e nt e y en cada curva sientes que al menos el alma se te fue por un precipicio. Pero hay más: debajo de todo aquello, de sus cumbres, hay bosque seco y bosques riparios o de ribera, y por encima de todos estos pisos térmicos hay nubes que los vientos estrujan de maneras distintas y por eso hay tanto lluvias escasas, casi decorativas, como las del cañón del Chicamocha, y abundantes, casi catastróficas, como las que caen en las cuencas del Catatumbo y del río Margua, en el norte de Santander. Nevados, superpáramos, páramos, son fábricas de agua de donde se desprenden arroyos de los que nacen riachuelos que se transforman en quebradas que se vuelven ríos. Cientos. A Santander le corresponde la parte central del río Magdalena, que nace en otra cordillera, cierto, pero recibe de la Oriental las aguas del Sogamoso, que ya se ha engordado con las del Chicamocha y las del Suárez, dos de sus afluentes. También le llega el tributo de los ríos Carare, Lebrija, Opón, Chucurí, Fonce, Onzaga, Paturia, Guaca, Nevado, San Juan y Servitá. Son docenas. Y por Boyacá corren el Ermitaño, Negro, Sáchica, Sutamarchán, Arcabuco, Ubazá, Minero, Tuta, Tota, y el Moniquirá y el Chitano y el Susacón, entre muchos otros que buscan su desagüe hacia el Magdalena. Y hay otros de la propia Boyacá que van al río Meta. Docenas, cientos, que se llaman Garagoa, Funjita, Lengupá, Guavio, Upía Cusiana, Siamá, Cravo Sur, Negro, Pisba, Focaria, Niuchía, Encomendero y Pauto. Y aquellos que van al río Arauca: Garrapato, Culebras, Orozco, Chuscal, La Unión, Rifles, Cubugón, Derrumbado, Támara, Cobaría, Royatá y Bojabá. El aporte de Norte de Santander a esta urdimbre hidrográfica oriental, se compone principalmente del río Zulia, el río Catatumbo, el río Pamplonita, el río Táchira, el río Sardinata, el río Cáchira del Espíritu Santo y el río Margua. El departamento de Arauca ve pasar sus aguas hacia el Orinoco, aguas que se llaman Casanare, Tocoragua, Tame, Cravo Norte, Ele, Lipa, San Miguel y el conjunto Negro-Cinaruco. Y no diré de caños, de lagunas, de otras aguas, de tantas aguas como las que posee la región oriental, porque hay que abrirle espacio a la vegetación, a la abrumadora vegetación de esta Colombia que es también despensa: qué orden el de su agricultura, que sembrados de comidas hay en sus laderas, que cebollas rojas, blan-
cas, largas; qué papas, pimentones, remolachas, alverjas; qué nostalgia la de sus alambradas en las que cuelga el fique y qué belleza los caneyes en donde secan el tabaco. También hay café y muchas piñas-ciruelas-duraznosmandarinas-naranjas, todo fresco, todo provocativo como lo exhiben en las más que bellas plazas de mercado de Bucaramanga o de Pamplona, por decir solo dos de las muchas en donde se respira el triunfo del campesino y, más que nada, la victoria de esta tierra. Y digo solo de comida. No hablo —pero hablaré ya— de esta vegetación de Oriente que da todo lo dicho, agua y comida, y que produce todo ese oxígeno que por allí amplía la capacidad pulmonar de los condoritos que van en cicla y que son multitud. Plantas como los frailejones que conservan el agua en las alturas (Espeletia hartwegiana, Espeletia brassicoisea, Espeletia lopezii, y Espeletia conglomerata), benditas todas estas espeletias y benditas todas las demás familias, asteráceas, bromeliáceas, crasuláceas, ericáceas, fabáceas, hipericáceas, iridáceas, poáceas, rosáceas, lomariopsidáceas y licopodiáceas, que son las que viven, sobreviven, alimentan, fomentan, mantienen esas zonas de esperanza que son los páramos. Plantas, miles de ellas dimi- Espadilla nutas, discretas, podría decirse que Sisyrinchium sp. tímidas, que crecen valientes en las crestas de las montañas y ayudan a toda esta riqueza de suelos, y vegetación que se va volviendo más desenfadada cuando se baja de esos picos y comienzan a aparecer las flores y después los arbustos y entonces llega el momento de los árboles, de los grandes árboles florecidos como las sennas o las acacias y los guayacanes. Y más abajo, en la vega del Magdalena, hay ceibas mayúsculas y suanes desproporcionados que lograron sobrevivir a aquella sentencia de muerte colectiva que les decretó la navegación que se hacía por ese río a bordo de los vapores que siempre nos han parecido tan románticos y que devoró sin remedio la floresta de la cuenca.
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Bosque seco en el cañón del Chicamocha
Carbonero o pegajosa en flor en Los Estoraques
Cactus sp., Agave sp. y otros
Bejaria aestuans
La vimos, y la verán en todos los capítulos que componen este Savia Oriente: una vegetación generosa que sirve para la construcción, la madera, la medicina, la comida. Y para la simple belleza al ver sus flores. O para la básica sensación de sentir el fresco de sus sombras y el silbido del viento por entre sus ramas. O para recitar como un poema el nombre de esos árboles que se llaman candelero, barbasco, aliso, dividivi, encenillo, arrayán, laurel, urapán, sauce. Y cajeto, cedro, mortiño, jacaranda o gualanday. De todo esto hay en esas cumbres fuera de categoría y en las cuencas a las que se baja, raudo, en las breves distancias que la región de Oriente requiere para exhibir la diversidad que posee. Entre todos estos climas, en esta topografía que quién sabe qué edad tiene, si miles de millones o cientos de millones de años, el poder que más la distingue es el de sus montañas y, entre ellas, por sus relieves, las aguas, los torrentes de agua que se desprenden de sus entrañas. Todo eso aquí está embellecido por una imagen que es un ícono: esos hombres protegidos por las ruanas de lana, esas mujeres vestidas con faldas oscuras adornadas con bordados de colores contentos y, unos y otras, coronados por esos sombreros tejidos con fibras de palma con los que intentan evitar la acción de estos soles que por aquí calcinan.
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P e r f i l O r i e nt e
En letra cursiva Esta región del Oriente de Colombia es realmente diversa en especies, ya que cuenta con una altísima variedad de ecosistemas. Desde lo más alto de la cordillera, que son los superpáramos, hasta las partes bajas denominadas bosques subandinos y andinos, todo lo cual contribuye a su número de plantas y animales. En la parte de páramos, se destacan las asteráceas, la familia de los girasoles, el diente de león y la gran mayoría de florecillas que encontramos al lado de las carreteras y en las montañas. Es una de las familias más ricas en cuanto al número de especies registradas. Pero especialmente en los páramos sobresalen los frailejones o espeletias, tan características como importantes en este ecosistema. A medida que se va descendiendo de la cordillera y se van alcanzando los bosques subandinos y andinos, no solo la variedad de plantas es mayor, sino que su diámetro y altura se van fortificando. El incremento del diámetro es lo que en botánica indica el crecimiento secundario. En las leñosas este crecimiento secundario es lo que determina su producción de madera. En estos bosques andinos y subandinos se encuentra una gran cantidad de leñosas como el aliso (Alnus acuminata), el cual hace parte de las betuláceas; el dividivi (Caesalpinia spinosa), una fabácea; la ceiba (Ceiba pentandra), una malvácea; el cedro (Cedrela odorata), una meliácea; el cajeto (Citharexylum subflavescens), una verbenácea; el guayacán (Handroanthus chrysanthus), una bignoniácea. Además del laurel (Cinnamomum sp.), una laurácea.
Muchos de estos nombres comunes provienen de su semejanza con otras especies, no siempre relacionadas, lo que tiende a ocasionar alguna confusión. Por ejemplo, se denomina guayacán a muchas especies maderables, caracterizadas por la dureza y los colores claros de la madera. A árboles de grandes tamaños, con espinas en el tronco, se les tiende a denominar ceibas, por su semejanza con la ceiba (Ceiba pentandra), como ocurre con la especie Hura crepitans, también denominada ceiba o ceiba blanca, una euforbiácea. Otro caso de etimología duplicada es el del laurel, tan utilizado en la cocina, que proviene de la laurácea Laurus nobilis, originaria del Mediterráneo y que dio lugar al nombre de la familia lauráceas. Está rodeada, la especie, de cantidad de mitos: hasta sus hojas son símbolo de victoria. A la gran mayoría de especies de lauráceas se les conoce como laurel, como la Cinnamomum sp.
Las plantas más constantes Familia Asteráceas
Nombre científico Espeletia lopezii
Nombre común Frailejón
Betuláceas
Alnus acuminata
Aliso
Bignoniáceas
Jacaranda caucana
Gualanday
Bignoniáceas
Cunoniáceas
Ericáceas
Lauráceas
Malváceas
Meliáceas Moráceas
Rosáceas
Verbenáceas
Handroanthus chrysanthus
Weinmannia sp.
Vaccinium meridionale
Cinnamomum sp.
Ceiba pentandra
Cedrela odorata Ficus citrifolia
Polylepis quqdrijuga
Citharexylum subflavescens
Usos Conservan el agua de los páramos. Medicinal
Madera en construcción. Taninos para curtir cueros. Ornamental
Medicinal. Ornamental. Maderable
Guayacán
Ebanistería. Ornamental
Encenillo
Leña y para carbón. Taninos para teñir pieles
Mortiño
Medicinal. Antioxidante. Apreciado en postres
Laurel
Maderable, utilizado en carpintería
Ceiba
Ebanistería. Hojas y corteza medicinales
Cedro
Medicinal. Madera Ebanistería y para la elaboración de instrumentos musicales
Suan
Importante para muchos animales silvestres
Sietecueros
Leña y carbón. Protector de cuencas en páramos
Cajeto
Madera para construcción. Ornamental
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Tobo, pagoda o rodamontes Escallonia myrtilloides
La
j oya d e
S a n ta n d e r
Todo el departamento de Santander, con sus más de treinta mil kilómetros cuadrados, está incluido en esta región oriental. Con sus montañas, llanuras, ríos, cuevas y cañones. Sus climas, todos. Su agricultura, toda. Por su topografía que produce unos paisajes fabulosos, se ha vuelto un sitio turístico. Y por ella misma, por la topografía de cumbres y de abismos y por sus aguas rápidas, ha hecho fama de departamento apto para los deportes extremos. Para lo uno y para lo otro, su principal estrella es el cañón que forma el río Chicamocha, que cubre unas cien mil hectáreas. El territorio santandereano que hace vega con la cuenca del río Magdalena, con Barrancabermeja como puerto principal, le da el clima cálido que lo complementa. Aunque este Magdalena central de Santander ha sido muy afectado por la deforestación, en especial los bosques del Carare-Opón, aún se encuentra allí una vegetación importante que pide tareas para una más enfática conservación. La Expedición Savia hacia ese territorio encontró, en el caño de Chucurí, cerca de Barranca, algunos ejemplares de suan, saludables y hermosos. El suan fue devorado para alimentar a los vapores que hicieron historia por su navegación sobre el gran río, pero todavía quedan algunos ejemplares de estos árboles, que dan la esperanza de su reproducción.
O t ro s
t e s o ro s o r i e n ta l e s
Norte de Santander con 22.367 kilómetros cuadrados, muchos de ellos en el límite con Venezuela y otros muchos de ellos en la conflictiva zona del Catatumbo, aporta páramos, paisajes, agricultura y mucha vegetación a esta región oriental. En lo recorrido por la Expedición Savia en busca de su riqueza verde, encontramos una agricultura vigorosa y esforzada. Y pueblos de belleza inolvidable como La Playa de Belén, en donde están las formaciones geológicas de Los Estoraques y, dentro de ellas, una floresta como de mundo perdido. Boyacá, en su parte norte y oriente, se integra a esta región. Y su aporte es fundamental en cuanto a belleza, a aguas, a páramos, a nieves como las que hay en la amplia Sierra Nevada del Cocuy, esa imponencia que también ocupa territorio de Arauca. No todos los veintitrés mil kilómetros de Boyacá los consideramos en Savia parte de esta región de Oriente, ni tampoco la totalidad del Arauca, departamento que a su vez tiene 23.818 kilómetros cuadrados. El Cocuy, en donde están las mayores alturas de la cordillera Oriental colombiana, es una joya lejana y, con tristeza, refleja los perjuicios del cambio climático global en la pérdida paulatina de su cobertura de nieve. Una joya lejana —lejanísima— a la que se accede por el centro del país a través de carreteras con paisajes muy bellos desde Tunja y se llega a Güicán de la Sierra.
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M apa de l a r e g ión O r ie n t e
Río Catatumbo
Estoraques Área Natural Única de 640 hectáreas. En Norte de Santader. Una excentricidad geológica con mucha riqueza botánica.
Páramo de Santurbán Uno de los muchos páramos que hay en la cordillera Oriental. Un santuario, quizá el más polémico. Cúcuta
Pantanos de Arauca Las sabanas inundables que limitan con Venezuela. Las amplias, las infinitas sabanas que tienen un millón y medio de hectáreas, el dos por ciento de Colombia.
Chicamocha El río rueda en lo profundo del abismo del cañón que influye en trescientas mil hectáreas. Una belleza. Otra excentricidad
Bucaramanga
Río Magdalena
Páramo de Pisba
Sierra Nevada del Cocuy Una belleza despampanante y una fábrica de agua con brutal pronóstico: en el 2025 podría no existir.
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Colombia d i v i s i ó n t e r r i to r i a l
Señor del sol y de la lluvia
a Tierra parece una bola de papel empuñada por un gigante. Vista desde el espacio, su piel se pliega en formas complejas como si una gran fuerza tra tratara de evitar la monotonía de lo plano. Las arrugas, que no son más que la apariencia del relieve formado en cuatro mil quinientos millones de años, esconden los secretos de un planeta vivo que cambia de apariencia según se modifique su relación con el Sol y con las demás estrellas de la Vía Láctea. Un planeta que modifica su cara en función de la energía, los vientos, la humedad, la temperatura y el agua. Un globo capaz de transformar la historia de los seres que lo habitan cuando su interior convulsiona: levanta cordilleras en lo que eran llanuras, inunda lo que por siglos fuera desierto, o perfora la corteza con barrancos, desfiladeros, hondonadas, cárcavas, cañadas, gargan- A pesar de su aire rústico y de sus suelos tas y cañones como si trazara caminos hacia su centro. ásperos, el cañón del Chicamocha, en sus Una de las grietas que promete descender hasta el cora- doscientos veintisiete kilómetros, es tierra zón de nuestro mundo se ve, en las fotografías espaciales, como fértil y guarda plantas endémicas una cortada superficial en el rostro de la tierra, como el doblez que la mano del fuerte marcó al empuñar un papel. Pero cuando se la mira de cerca, sin la mediación de lentes ni de pantallas, es un cañón profundo que expele calor, humedad y polvo de roca. Su aliento mineral condimentado en más de treinta millones de años de evolución golpea el cuerpo frágil, ligero e infantil de quienes se asoman a verlo o de quienes lo recorren para estudiarlo. Se llama cañón del río ChicamochaSogamoso, es uno de los más profundos y largos conocidos, y sigue penetrando los suelos en la margen occidental de la cordillera Oriental de los Andes, donde se sabe de la existencia de doscientos once cañones más.
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C h ic a mo c ha
Cultivo de tabaco
Flor de cardonal
Nicotiana tabacum
Cactus sp.
Bosque seco con árboles de gallinero en el cañón del Chicamocha Pithecellobium dulce
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Un cañón no es un tobogán oscuro que desciende verticalmente como si lo forjara un taladro. Un cañón es el resultado del paso constante de una corriente de agua que logra vencer la dureza de las rocas y profundiza su cauce dibujando una V a lo largo de la cordillera. El cañón del Chicamocha ha sido labrado por corrientes de aguas que brotan en Boyacá y en Santander. En Boyacá el río, nacido en Tunja, se llama Chicamocha, que para los indígenas guanes significa hilo de plata en noche de luna llena. Luego, al recibir las aguas del río Suárez, que viene de la laguna de Fúquene, toma el nombre de Sogamoso: morada del sol, para la familia chibcha. Hilo de Plata y Morada del Sol se unen en un sistema fluvial a lo largo de los doscientos veintisiete kilómetros del cañón que han esculpido —proceso de entalle y excavación, dicen los expertos—; descienden hasta dos mil metros y producen inclinaciones de setenta y un grados, atenuadas en algunos sectores por sedimentos. El cañón del río Chicamocha va de sur a norte —desde Topogá, en Boyacá, hasta San Vicente de Chucurí, en Santander— en un recorrido más o menos rectilíneo en sus primeros kilómetros; luego hace parte de la falla de Bucaramanga; alcanza su máxima profundidad entre Aracatoca, Cepitá, Los Santos y Jordán; de repente gira ciento veinte grados al suroccidente; luego dobla al noroccidente en busca del valle del Magdalena, donde decae y permite que las aguas se encuentren con las del gran río de Colombia. En siglos de trabajo paciente y constante las aguas del Chicamocha-Sogamoso, alimentadas por decenas de ríos cortos que descienden furiosos arrastrando materiales gruesos por las pendientes, han erosionado diversas capas de la corteza planetaria y han dejado a la vista evidencias para comprender los procesos de transformación de la Tierra. Las rocas más antiguas de esta zona, las gneis de Bucaramanga, que se han visto en las profundidades del cañón, se formaron hace más de trecientos millones de años, cuando todos los continentes se encontraban unidos en la Pangea y los seres vivos empezaban su proceso de diversificación. También en las partes bajas hay rocas volcánicas plutónicas, como granito y monzonita; metamórficas, como pizarras, filitas y esquistos. Otras rocas descritas por
Caracolí Anacardium excelsum
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C h ic a mo c ha los geólogos son sedimentarias —areniscas, limolitas, arcillolitas y calizas— que se formaron en el periodo Terciario y son visibles en las partes altas y medias de las laderas. El cañón seco del río Chicamocha es un museo vivo para los científicos. No solo las rocas ofrecen pistas para reconstruir la historia del lugar: también los fósiles, conservados por condiciones climáticas excepcionales, son cuerpos llenos de información. En las rocas correspondientes al Cretácico, los estudiosos y algunos curiosos suelen encontrar fósiles de amonitas, un grupo de calamares caracterizados por poseer una concha en forma de espiral, así como de almejas y ostras; y también huesos de mastodontes que vivieron en Suramérica durante el Pleistoceno. Hasta ahora, en este recorrido de siglos y kilómetros parece que todo sabe a polvo, a arcilla, a piedra, a fósil. Y aunque sí han sido halladas más de setecientas ochenta muestras de fósiles marinos, como un camarón de ciento diez millones de años y la mandíbula de un pez de ciento treinta —que vivieron en este territorio cuando un mar interior cubría casi todo lo que es el Oriente de Colombia—, en el cañón habitan ahora animales y vegetales capaces de adaptarse a las condiciones de sequía que predominan en buena parte de las trescientas mil hectáreas que impacta. El Chicamocha es rústico, áspero, agreste pero no estéril. Según las trayectorias que los vientos, la luz solar y las aguas trazan en el interior de esa garganta, suceden fenómenos como la formación de agua, la sobrevivencia de especies que han desarrollado mecanismos de adaptación, o la permanencia de aquellas que han germinado allí y no se han extendido a otros lugares del planeta. El cañón es la zona seca, xerofítica, con la mayor cantidad de especies vegetales y animales endémicas de Colombia, y esto parece confirmar su fertilidad en varios periodos de la historia. Durante el Pleistoceno se vivió allí un maravilloso proceso de gestación de especies de las que sobrevive el llamado cacao indio, una de las cícadas, plantas que poblaron el planeta durante el Triásico y el Jurásico; es decir, hace ciento curenta y cinco millones de años. Los científicos también registraron como endémicas del Chicamocha una especie del género Melocactus conocida
como cojín de suegra, además de salvia (Salvia sp.), con propiedades medicinales, y la ceiba llamada barrigona. En las zonas más profundas, a cuatrocientos metros sobre el nivel del mar, la sequedad puede ser tan severa que la flora no tiene capacidad para ser arbórea, y las plantas que sobreviven tienen condiciones similares a las de los semidesiertos capaces de enfrentar la aridez de la roca. Los cactus llevan siglos convirtiendo sus troncos en almacenadores de agua y sus hojas en aerolas, de donde se derivan las espinas, que evitan la pérdida de agua y las protegen de los depredadores. Y los trupillos han hecho crecer sobre sus pequeñas hojas una cutícula de cera capaz de evitar la desecación y han convertido sus raíces en largos brazos captadores de agua. Cactus, trupillos, cardones y cuatrocientas especies de plantas típicas de las zonas semiáridas sobreviven a las intensas sequías que se presentan en el fondo del cañón dos veces cada año. La primera entre noviembre y marzo; la segunda entre julio y agosto. Los bosques secos tropicales sobreviven hasta los mil metros sobre el nivel del mar. El cañón del río Chicamocha está habitado por árboles pequeños y otros de tamaño considerable, como los Cortejo o chocolata almácigos llamados popularmente Catharanthus roseus resbalamonos o indio-en-cueros. También se hallan bijas y carañas, y a todos estos y a muchos otros yerbajos, caujíes o marañones, yabos o piriguanos, los llaman arbustos de hoja caduca, porque cuando llegan las temporadas secas, con temperaturas que pueden alcanzar los treinta y siete grados centígrados, todos pierden las hojas de manera simultánea. En cuestión de horas el paisaje se vuelve marrón: predominan los troncos amarillos, y las hojas y las ramas secas son arrastradas por el viento. Arriba en las laderas —cuando la altura supera los mil seiscientos metros y el clima pasa a templado y luego a frío, la humedad y la lluvia aumentan y la temperatura baja— crecen los bosques andinos.
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En el cañón del río Chicamocha es posible ver robles, encenillos, sietecueros, alisos, cucharos, crotones, arrayanes y guamos. Ya en alturas que superan los tres mil metros, el cañón —impactado por los vientos alisios provenientes del noreste— se convierte en un maravilloso laboratorio para la producción de gotas de agua que luego serán nubes y después bancos de niebla que, cuando los fenómenos naturales estén a punto, se precipitarán sobre el cañón ardiente en forma de lluvia redentora. Con abril y septiembre llegan las lluvias que refrescan las rocas y acrecientan el caudal del río principal, de los arroyos y de las quebradas que le tributan sus corrientes. También avivan los bosques de galería o riparios que crecen en las orillas de ríos y quebradas y son el depósito de gran variedad de especies que al relacionarse mantienen el equilibrio del frágil ecosistema del fondo del cañón, donde también los hombres encuentran madera, agua, alimento para cabras y vacas y recursos para la siembra de plátano, piña, cacao y yuca.
Baobabs colombianos, endémicos del cañón del Chicamocha Cavanillesia chicamochae
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El agua lluvia además hace bien a las plantas que se aferran a las laderas rocosas más empinadas del cañón. Matorrales espinosos y arbustos dispersos, enmarañados, sostenidos por enredaderas que hacen las veces de lianas y arneses naturales, se aferran a su rústico lecho con la fuerza proveniente del alimento que llega con el invierno. Agua que también alivia a iguanas y lagartos que pasan el verano consumiendo gota a gota el agua almacenada debajo de su piel, y a las tortugas que han convertido sus vejigas en reservorios de agua para las temporadas más severas. Cuando llueve, la boca del cañón, que es como una herida de doscientos veintisiete mil metros en la cordillera, sigue expeliendo calor, humedad y polvo de roca, porque es de lo que está hecho. Solo que su aliento ya no es un golpe en la cara de quien se asoma para conocerlo. Es la caricia que emana de un planeta que inhala y exhala porque está vivo y fabrica vida incluso allí donde un poder prehistórico parece empuñar la materia y luego soltarla al vacío para exigirle transformarse.
C h ic a mo c ha
En letra cursiva Gran parte de las especies presentes en el Oriente de Colombia se puede observar en el cañón del Chicamocha. Existe una zamia denominada cacao indio (Zamia encephalartoides), que hace parte de las zamiáceas, una familia de cícadas denominadas dinosaurios vegetales, que ha existido desde la época de los dinosaurios. El epíteto encephalartoides hace alusión al género Encephalartos, unas cícadas nativas de África muy bien adaptadas a ambientes áridos, similares a los que habita la Zamia encephalartoides. Esta es conocida popularmente como cacao indio, ya que el cono femenino se asemeja al fruto del cacao (Theobroma cacao). También aquí existe un árbol capaz de anclarse por medio de sus raíces a las pendientes del cañón, un árbol endémico del Chicamocha y sus alrededores apodado el baobab colombiano, la Cavanillesia chicamochae, también se le llama ceiba barrigona y se encuentra en zonas muy distantes de centros urbanos. Su reproducción ha sido difícil porque las semillas son alimento de las cabras que abundan en la región. Este árbol presenta un tronco tan particular, engrosado y fusiforme, que se asemeja al auténtico baobab, otra malvácea que hace parte del género Adansonia presente en África, Madagascar y Australia. Como es de esperarse, estas grandes y gruesas malváceas, junto con las ceibas (Ceiba sp.) y otra ceiba (Pseudobombax septenatum) se encuentran estrechamente relacionadas. Aunque todas pertenecen a géneros diferentes, están catalogadas bajo una misma subfamilia de las malváceas, las bombacoideas, muchas de las cuales tienen un grueso tronco que se asemeja a una botella. Pero así como el
baobab colombiano se pudo adaptar a las pendientes del cañón, en la zona se encuentran además árboles capaces de soportar los fuertes vientos que se reportan en el cañón, como es el caso del almácigo o resbalamonos (Bursera simaruba), una burserácea. A este hábitat tan hostil se han adaptado cactáceas, como las mamilarias o cactus de esfera (Mammillaria columbiana y Mamillaria mammillaris), las cuales se caracterizan por la presencia de tubérculos. Incluso, todo indica que el término Mammillaria proviene del latín mammilla, que significa pechos y hace alusión a los tubérculos. A esta familia de cactus también pertenece el llamado cojín de suegra (Melocactus sp.). Allí se han adaptado especies de salvia (Salvia sp.), altamente populares por su uso en gastronomía, medicina y ornamentación. Pero lo clave de estas pequeñas plantas para adaptarse al hábitat del cañón es que presentan tricomas o pelos en sus hojas, lo cual evita la pérdida de agua. El termino “salvia” proviene del latín salvare, y en este caso se refiere a los poderes curativos de la planta.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Betuláceas
Alnus acuminata
Aliso
Ornamental. Madera utilizada en construcción. Taninos para curtir cueros
Burseráceas
Cactáceas
Cunoniáceas
Bursera simaruba
Mammillaria columbiana
Mammillaria mammillaris
Almácigo, resbalamonos
Mamilaria, cactus de esfera
Mamilaria
Euforbiáceas
Weinmannia tomentosa
Encenillo
Fabáceas
Jatropha gossypiifolia
Trupillo o mezquite
Lamiáceas
Malváceas
Prosopis juliflora
Salvia sp.
Salvia
Ceiba barrigona o baobab colombiano
Malváceas
Cavanillesia chicamochae
Ceiba
Melastomatáceas
Pseudobombax septenatum
Ceiba
Medicinal: antiinflamatorio, irritaciones cutáneas
Frutos comestibles
Construcción. Taninos para curtir pieles
Alto contenido de aceite, para producción de biodiesel
Proteína vegetal, fibra y sacarosa
Ornamental. Cocina. Medicinal
Ornamental
Semilla comestible. Con su fibra se elaboran y amarran canastos artesanales
Ornamental. Madera para la elaboración de herramientas
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Cactus en flor Opuntia sp.
Los
Las
a m e na z a s a l h á b i tat
Los cañones secos y semiáridos son ecosistemas propicios para la permanencia de plantas y animales que establecen su casa allí y no se propagan; pero cuando el bosque es presionado por la sobreexplotación, las especies endémicas son las más vulnerables. Los “copos de nieve”, también llamados cactus de esfera o mamilarias, son algunas de las que sobreviven con buen nivel de adaptación. En el cañón se encuentran el copo llamado Mammillaria columbiana, de cuerpo redondo, relleno, custodiado por tunas y de flores rosadas, y la Mammillaria mammillaris, que florece de amarillo. Pero otras especies de flora y fauna no responden tan bien a los cambios del medio ambiente y comienza a disminuir el número de individuos y a mermar la salud de los que quedan. Es el caso de dos plantas: Zamia encephalartoides y Cavanillesia chicamochae, endémicas del cañón del Chicamocha y sus alrededores, esta última conocida popularmente como ceiba barrigona o baobab colombiano por su forma característica; y de dos aves: el cucarachero de nicéforo (Thryophilus nicefori) y el colibrí vientricastaño (Amazilia castaneiventris), que han entrado en la lista de especies amenazadas por deterioro del hábitat.
r i e sg o s d e l
C h i ca m o c h a
El bosque seco, como el que predomina en el cañón del río Chicamocha, es uno de los más degradados de Colombia. Los expertos calculan que solo se conserva el 1,5 por ciento de los originales. Estos bosques, necesarios para la fabricación de agua cuando entra en relación directa con la flora que trabaja en las alturas, han sido convertidos en potreros para la cría extensiva de ganado, en sembradíos industriales de caña y palma, y en centros urbanos que ejercen en conjunto una presión insostenible para el ecosistema. El cañón del Chicamocha está atravesado por la carretera que une a Bogotá con Bucaramanga y por todas las calzadas, caminos y trochas que conectan con la gran vía. Sobre su cuerpo rocoso y frágil se han construido grandes obras de infraestructura energética y turística que ponen en peligro el ritmo de vida natural de un ecosistema que se extenúa para producir cada milímetro de agua.
Flor de randia Randia sp.
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C h ic a mo c ha
C o n s e rvac i ó n
Guacamayo Albizia niopoides
Riqueza en cañones El Instituto Geográfico Agustín Codazzi llama cañones a los cauces formados por la acción de las aguas que alcancen al menos cien metros de profundidad y cuyas laderas marquen pendientes entre treinta y cinco y ochenta y cinco grados. En Colombia existen seiscientos treinta cañones; doscientos once de ellos ubicados en la cordillera Oriental, la más joven de las que forman los Andes. De estos cañones, noventa y uno están ubicados en su cara occidental, expuestos a la sequía de la cuenca del Magdalena, y ciento veinte en la franja oriental, a donde llegan los vientos alisios que los hacen propicios para la germinación de los bosques. En los cañones secos, como el del río Chicamocha, las temperaturas pueden alcanzar los cuarenta grados y por lo tanto las condiciones de vida se hacen más extremas por la falta de agua. Otros presentan abundante humedad que propicia la presencia de bosques andinos, considerados laboratorios naturales para la experimentación botánica, como los de los ríos Opón y Suaza.
G ua n e s
en marcha
Muy cerca del encuentro de los ríos Chicamocha y Suárez, donde se forma el Sogamoso, existe la Reserva Natural de las Aves Cucarachero del Chicamocha, creada para evitar el avance de la degradación del bosque seco y así proteger la vida de muchas especies que han logrado sobrevivir en ese ambiente particularmente exigente. La reserva, que cuenta con el apoyo del World Land Trust, el American Bird Conservancy y la Corporación Autónoma Regional de Santander, ocupa 1.246 hectáreas entre los 310 y los 1.140 metros sobre el nivel del mar. En este territorio habitan dos especies endémicas de aves y en peligro crítico de extinción: Thryophilus nicefori y Amazilia castaneiventris o cucarachero de nicéforo y colibrí vientricastaño, respectivamente Asimismo, se encuentran especies de plantas amenazadas como la Zamia encephalartoides y la Cavanillesia chicamochae. Esta idea, que surgió a partir del trabajo de estudiantes de las universidades de Los Andes y Distrital, es una de las esperanzas para prolongar la vida de seres diminutos que solo pueden conocerse en su ambiente, porque las fotografías tomadas desde el espacio no captan su sencillez conmovedora.
sabios
Los indígenas guanes ocupaban casi todo el cañón del Chicamocha cuando llegaron los españoles. En el siglo xvi dominaban el territorio, diestros como eran en conocer los secretos del movimiento de las aguas, de los vientos y de las rocas. Habían diseñado un método eficiente para cultivar algodón, maíz, hayo, coca y fique a partir de la construcción de largas acequias que llevaban agua desde los ríos y las quebradas hasta las parcelas aun en tiempos de verano. Esto les permitía intercambiar productos agrícolas por sal y tejidos de algodón con los muiscas y otros grupos asentados al norte y al sur de su territorio. Un camino que unía los cañones de Suárez y Chicamocha servía de ruta para el intercambio comercial y social. Pero los españoles, que poblaron el territorio con sus empresas agropecuarias y mineras, obligaron a los guanes a trabajar para ellos como esclavos o los forzaron a huir a tierras más inhóspitas.
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El jardín con río
os jardines botánicos en Colombia han nacido de la suma de voluntades y de azares, y en Santander pasó igual. La necesidad de preservar la flora del Oriente de Colombia, la existencia de una finca de la Compañía Colombiana de Tabaco, Coltabaco, llamada Paragüitas, con siete hectáreas para donarla a esta causa, junto al cauce del Riofrío que bordea la finca y surte el acueducto de Floridablanca y parte de Bucaramanga, y la labor consagrada de un biólogo como Jorge Brand Meza, experto en especies locales, sumaron los elementos para que en 1982 se destinara este lugar poblado de caracolíes para la creación del jardín botánico que bautizaron en honor al botánico de Girón, Santander, Eloy Valenzuela, también visionario pupilo de Mutis en la Expedición Botánica. Pero una cosa es destinar el terreno para preservar las Muy cerca de Bucaramanga, especies y otra ya tener un jardín botánico propiamente dicho. en Floridablanca, un pulmón Por eso pasaron cinco años mientras se recolectaban y com- de árboles y flores resguarda pletaban colecciones y se iban plantando, para que en 1987 las especies del Oriente colombiano pudiera visitarlo por primera vez el público que en ese momento acudía por grupos, escolares o de investigación, los primeros en verlo. No había todavía senderos pero ya el profesor Brand tenía varios años de estar trabajando en un herbario que se creó dentro del jardín en ese año de 1987 y cuya especialización en plantas medicinales y locales le ha dado al biólogo un carácter casi de médico y chamán que él no admite. Faltaba por llegar en ese punto, hace diecinueve años, la guardiana fiel que ha tenido el Jardín Botánico Eloy Valenzuela, la bióloga y profesora Alicia Rojas, quien se ha encargado de hacer la dispendiosa y fascinante pesquisa, para ubicar los ejemplares
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Jar dí n Botánico Fl or i dabl anc a
Rosa de monte Brownea ariza
Bambú a orillas del Riofrío
Hoja de croto
Varasanta
Bambusa sp.
Codiaeum variegatum
Triplaris americana
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de aquellos árboles y plantas que están amenazados de extinción a fin de propagarlos, plantarlos y divulgarlos, con la certeza de estar garantizando al futuro la riqueza de esta región que se despeña en abismos y se trepa en páramos y se recuesta en bosques secos y se expresa en troncos abultados y en flores exóticas y en frutos dulcísimos, mientras muchos de sus habitantes aún desconocen aquellas especies que no sean de pancoger. A las siete hectáreas iniciales del jardín botánico se añadieron las tres hectáreas anexas que son el recorrido del río que lo bordea a lo largo de casi un kilómetro y que surte además de riego a los canales con los que el visitante acompaña sus pasos que resuenan con el agua, agua que luego circula por el lago grande y luego va al pequeño y vuelve a verterse al Riofrío después de hacer este ciclo que no desperdicia ni una gota, para después volverse potable para los habitantes de este suroriente de Bucaramanga, ciudad que debe su nombre a los búcaros que debió tener en su origen. Así como hubo aquí en el jardín unos caracolíes originales y un higuerón descomunal que se conservan intactos, hay cientos de orquídeas magnificentes que es probable que sembraran en la centenaria hacienda original llamada Bucarica, cuya extensión era tal que da nombre a todo un barrio ubicado en sus predios y del que después se desprendió la finca de la que nació el jardín botánico, que conservaba una parte del bosque. Fue en 1990 cuando quedó inaugurado y en 2010 pusieron cemento a los senderos para que los visitantes pudieran recorrer este gran pulmón verde. La vegetación que se ha ido recuperando dentro de las colecciones del Jardín Botánico Eloy Valenzuela corresponde a los dos Santanderes pero ha sido traída en buena parte del Bajo Santander: El Playón y Girón, con énfasis en el cañón del Chicamocha. Ahora están aquí plantados en el arboreto poderosos indioen-cueros, cocos cristales traídos de Barrancabermeja, cococunas, sapanes, caobos que vienen de Lebrija, porque son varias las especies nativas y endémicas de estas zonas. Cada ejemplar fue plantado en un mapa preciso de colecciones con una organización botánica. También tiene otras plantas entre nativas y exóticas pero que son muy usuales en la zona de los Santanderes, como las ornamentales, los guayacanes
Higuerón Ficus insipida
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Jar dí n Botánico Fl or i dabl anc a (Androhanthus sp.), las melinas (Gmelina arborea), los gualandayes ( Jacaranda caucana) la ceiba (Ceiba pentandra). Además, nuevos ejemplares de caracolíes (Anacardium excelsum), móncoros negros (Cordia gerascanthus), oitís (Licania tomentosa), cauchos (Ficus elastica), ceibas tronadoras (Hura crepitans), algarrobos (Hymenaea courbaril) y unos llamados rosas de monte del género Brownea, que, de la familia del fríjol, tiene sus flores rojas, naranjas y amarillas pegadas al tallo a manera de ramito. Cerca de los lagos, la guadua y el bambú resguardan el fundamental ciclo del agua y hacen parte del paisajismo apacible del Jardín Botánico Eloy Valenzuela. El vivero lleva a cabo hace años un proyecto de propagación de especies en peligro de extinción con el apoyo de Ecopetrol. Organiza expediciones donde se recolectan semillas para luego reintroducirlas a su medio natural. Los rescates más recientes han sido los de la Zamia encephalartoides conocida en la región como cacao indio, y la Zamia incognita, en lo que tardaron dos años desde la recolección de las semillas hasta la devolución de ejemplares a la zona para reimplantarlos. Y el otro logro ha sido el de la Cavanillesia chicamochae o ceiba barrigona, que solo fue descrita para la ciencia en 2003 y de la que se han sembrado individuos en Pescadero y en el cañón del Chicamocha —a donde las plántulas se llevan a una estación para familiarizarlas con la nueva radiación solar—, y ya van unas mil ceibas reintroducidas. El riesgo de perder el rastro de especies endémicas está latente: pasó en Sabana de Torres, donde un escaso ejemplar de coco cristal desapareció porque sus dueños no conocían la importancia del árbol. Y ocurrió con el ejemplar de magnolio endémico de Santander (Magnolia santanderiana), que existía en una avícola y, que, a pesar del seguimiento que le hicieron, un día apareció talado. Ahora emprenden la recuperación de ejemplares como estos para extraer semillas. El jardín botánico tiene una profusión de heliconias, que tardó más de diez años en colectar y que se ha orientado como un proyecto social para que la gente las cultive y las aprecie, como lo hacen en El Playón con especies únicas que son explotadas comercialmente con tecnificación proporcionada por el jardín.
Sendero entre caracolíes
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Por ejemplo la Heliconia longissima, cuya inflorescencia roja es colgante y puede medir más de un metro, si bien la planta completa puede medir hasta cuatro y es llamativa a la distancia; o la Heliconia bihai o platanillo y la Heliconia rostrata, que es la planta más aprovechada en esta difusión que han hecho de estas flores nativas del Oriente colombiano. Siguiendo el recorrido del jardín bordeando el agua, se llega al costado de la colección de frutales, con muchas especies nativas y algunas foráneas. El arazá, el mamoncillo y el mamey americano crecen al lado de las dos más familiares para los santandereanos, la jagua (una especie de zapotico) y el madroño, que son muy de la zona. El zapote anaranjado, el borojó, la guayaba cimarrona (que es amarilla, pequeña y ácida) se codean con el guamo nativo. Este es el lugar preferido por los estudiantes que al menos en tres grupos por semana vienen con sus profesores a probar alguno de estos frutos, a veces por primera vez.
Riachuelo y vegetación de heliconias y anturios Jardín Botánico Eloy Valenzuela
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Por muchos años fue Santander la tierra del tabaco en Colombia, y por eso la empresa Coltabaco, creada en 1919, rindió tributo donándole esta finca al propósito de la custodia de la flora del Oriente colombiano. El primer artífice de la finca como bosque y cultivo de orquídeas fue Luis Arango Restrepo. Ahora, como Jardín Botánico Eloy Valenzuela, es el laboratorio para los estudiantes de biología de la Universidad Industrial de Santander, los de Ocaña, los de Pamplona y los de San Gil. Pero también los caminantes que van allí a la madrugada o en grupos de ancianos que entran de cortesía en la mañana porque los demás pagan cuatro o dos mil pesos según la edad, para sumar unos cien visitantes a la semana. La custodia general ambiental la tiene la Corporación Autónoma Regional para la Defensa de la Meseta de Bucaramanga, cdmb. Jorge Brand ha alcanzado un gran hito para el conocimiento de la región con caracterización de la flora y la fauna de la cuenca del Riofrío, municipio de
Jar dí n Botán ico Fl or i dabl anc a Floridablanca, y con sus estudios de los relictos boscosos de la cuenca del Riofrío al censar 554 especies de 253 géneros y tres familias. De allí se partió en la empresa minuciosa de darle a cada ejemplar que figura desecado en el herbario, su correspondiente verde, vivo y productivo, para lo que se necesita recorrer a pie muchas horas, a la lluvia y al sol, a fin de lograr recolectar sus frutos, hojas, flores y semillas. Esto lo hace hoy en día un equipo de máximo cinco personas encabezado siempre por la profesora Alicia y su pupilo Juan Diego Ramírez estudiante de Biología de la UIS, más la asistente de jardinería y unos dos practicantes, quienes regresan ya en la noche, después de horas de recorrido, con sus frutos para sembrar en el jardín.
Zapote Pouteria sapota
Túa-túa Jatropha gossypiifolia
Heliconia Heliconia longissima
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Perfil
El
sabio
V an
der
Va en 1959 con Roberto Jaramillo Mejía a la Sierra Nevada del Cocuy; llegan hasta el pico de la Reina cuando está casi intacto, y el año anterior había conocido la Sierra Nevada de Santa Marta. Luego
Thomas van der Hammen Cada centímetro del suelo tarda casi trescientos años en formarse, pensaba en cada pisada que daba. Thomas van der Hammen, que conoció por sus estudios el clima y el paisaje desde que en la tierra había dinosaurios, llegó a Colombia en 1951, a los 27 años, traído por el geólogo Enrique Hubach, de Ingeominas, para que como experto en palinología (estudio paleontológico del polen) introdujera nuevos enfoques y revelara cómo era este lugar antes de todo impacto humano. Con la destreza que Van der Hammen tenía para reunir a científicos de varias ramas del saber en sus expediciones, encontró la estructura ecológica principal del país, junto con la red de páramos y humedales en la que se asienta la regulación del agua y del paisaje.
encuentra el tesoro del macizo de Tatamá en la cordillera Occidental, donde halla páramos prístinos, y sobre sus conclusiones comienza a definirse la creación de los Parques Nacionales Naturales y las condiciones que deben tener los planes para la protección ambiental. También acompaña a Gonzalo Correal en dos hitos arqueológicos en Colombia: el hallazgo del Hombre del Tequendama, datado de doce mil años, y del Hombre del Abra. Thomas descubre los hábitats frágiles en Colombia y muestra cómo se pueden investigar en transectos, trazando líneas sobre las cordilleras y haciendo que científicos de varias disciplinas analicen cada doscientos metros. Advierte que los páramos están amenazados por cultivos que usan químicos agrícolas; dirige más de cincuenta tesis de doctorado; impulsa la Facultad de Geología de la Universidad Nacional y el Instituto Colombiano de Arqueología; escribe siete volúmenes sobre ecología de los Andes y a cientos de científicos colombianos los alienta a irse al exterior para diversificar sus investigaciones. Adopta a Colombia, donde conoce a su mujer, Anita Malo Rojas, y tiene a sus hijos, Thomas,
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H ammen María Clara y Cornelius Bernardo, y desarrolla aquí cincuenta y ocho años de prolífica vida científica aplicada todos los días. El espíritu investigativo de Thomas van der Hammen, que nace en Shiedam, Holanda, brota temprano alentado por papás y un hermano biólogo, que cultivan curiosi-
dades y herbarios mientras el joven Thomas recolecta conchas, piedras, fósiles y plantas. Descubre el museo de historia natural de su región, hecho con el vigor de un sabio llamado Johan Bernink, y se convierte en su asistente inseparable. A los 16 años oye que se acerca el horror de la Segunda Guerra Mundial cuando invaden su país, y a los muchachos que iban juntos a recoger información natural en el campo les toca refugiarse en zarzos y salir solo a herbolar lo que encuentran en los parques. Al final, en sus 86 años en los que ha estudiado desde la última glaciación hace quince mil millones de años en los Países Bajos y en Colombia ha aglutinado hallazgos y materiales científicos, vive sus últimos días en su reserva de dos hectáreas en Chía, Cundinamarca, donde recobra el bosque andino que tuvo por allí venados entre sus matorrales. Aquí parece reflejar al páramo que amó: tal es el brillo de su blanca cabeza y de sus barbas. Iba de la talla en madera al microscopio, a la lectura de la oración de san Francisco de Asís, su devoción, con su lema Paz y Bien, al que consagró un altar. Las piedras, el polen, los troncos, el agua, las flores hablaban a Thomas van der Hammen, y él los oía.
Tr e s p l an tas si mból ic as de l a r e g ión
Emblemáticas De bellezas minúsculas, casi imperceptibles, están vestidos los suelos de los páramos. Y en la región de Oriente abundan. También por aquí hay gigantes endémicos que crecen en zonas hostiles pero que logran crecer y sobrevivir. Aquí, tres detalles de tres plantas constantes en distintas altitudes orientales. t
Semilla de ceiba barrigona Cavanillesia chicamochae
Lupinus Lupinus alopecuroides
Bromelia Tillandsia recurvat
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C o c i na
Flor de papa Solanum tuberosum
Papa criolla Solanum tuberosum Cebolla ocañera Allium cepa
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Pimentones Capsicum annuum
Romero florecido
Cultivo de habas
Diplostephium rosmarinifolium
Vicia faba
sembrados de café (Coffea arabica), frutales, y campos de caña panelera (Saccharum officinarum), plátano (Musa x paradisiaca) y yuca. Las plantaciones de plátano, palma africana (Elaeis guineensis), cacao (Theobroma cacao) y piña (Ananas comosus) se ubican en climas tropicales. La idiosincrasia culinaria del Oriente habla del escaso aporte de otras etnias. Los frutos de la tierra como el maíz, el fríjol, la papa y otros tubérculos fueron la base de la alimentación, a la cual se incorporaron ingredientes ibéricos como la cebolla (Allium cepa), el ajo (Allium sativum), el garbanzo (Cicer arietinum), la avena (Avena sativa) y la cebada (Hordeum vulgare).
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En la misma olla se cocinan la arracacha (Arracacia xanthorrhiza), la yuca, la ahuyama (Cucurbita maxima), el cubio (Tropaeolum tuberosum), la vitoria y el ají (Capsicum baccatum); y la cidrayota (Sechium edule) y el pepino hueco (Cyclanthera pedata) en los valles menos fríos. A finales del siglo xviii, las trochas del altiplano huelen a pan fresco. Los trigales y molinos prosperan en Villa de Leyva y Samacá, desde donde parte la harina para el Socorro, y el trigo (Triticum aestivum) hacia los molinos de Santafé y Tunja. A la vera del camino los arrieros insisten en comer chicheros (roscas dulces), garullas (amasijos boyacenses), bizcochos de harina de
C o c i na maíz y una especie de torta con nombre árabe: la “mojábena”, que se transformaría en almojábana. El libro El sabor de Colombia sostiene con respecto a la gastronomía de dicho corredor: “A esta comida podría dársele el calificativo de aldeana. El adjetivo invoca quizá equivocadamente un sabor sin gracia ni invento. Y es cierto que no se trata de una cocina sofisticada en elección de condimentos distintos a los que se ven crecer en el jardín”. Las tierras del Oriente colombiano son ricas en sembrados de papa, producto que a veces logra rotular como “monótonos” a los sabores de la mesa regional, en sopas, guisos y frituras que dependen en gran medida del tubérculo. Mientras que en Santander inician la jornada campesina con caldo de papa, la tradición de Boyacá saborea el de costilla. Otra variedad del caldo es la changua o pisca andina, que se toma con arepa, pan o almojábana migada. O la “sopa de hilas” —huevo batido volcado sobre el caldo hirviente—, que en Italia se conoce como stracciatella y en Asia como flores de huevo. El ajiaco en Boyacá, los Santanderes y Arauca comparte el nombre y su relación con la “olla universal”, que consiste en poner al fuego un gran recipiente con agua y todo lo que la tierra ofrece, en un suculento caldo con una base de sustancia de carnes. El tronche o troncho, cuyo apelativo se debe a la acción de tronchar o cortar trozos con la mano, es similar al sudado de otras regiones montañosas. En Santander lo llaman “entero” porque se cocina con las vituallas casi completas, o “sancocho de pobre” cuando no tiene carne. El sancocho tradicional de la región es preparado con chorotas, pequeñas masas hechas con la misma mezcla de las arepas de maíz pelado y rellenas con hogo (sofrito). Se le puede agregar plátano verde, yuca, papa, repollo, cebolla, cilantro y costilla de res. En los dominios soperos, la sopa seca es una categoría independiente. Entre ellas están la turmada y las que se espesan con pan viejo, almojábana troceada o papa rallada. Aunque la sopa de rullas, preparada con maíz amarillo, es muy popular, el mute es el plato emblemático. Bajo el distintivo de mute se designa gran diversidad de sopas. En voz quechua, “muti” significa maíz. El sabio José Celestino Mutis la llamaba —con justa
razón— la reina de las sopas. La hibridación del mute despuntó desde la conquista, con el desembarco de productos europeos como el repollo (Brassica oleracea), la berenjena (Solanum melongena), la cebolla y el cilantro (Coriandrum sativum). Este almuerzo dominical puede incluir orejas y trompa de cerdo, callo de res (tripa), alverjas (Pisum sativum), papa criolla (Solanum tuberosum), cilantro, ahuyama, garbanzo y fríjol verde. El origen y evolución de las diversas proteínas que consumimos es difícil de trazar en el tiempo. En la región del Oriente colombiano el comensal esperaría un plato de carne: el chigüiro y la ternera a la llanera (mamona) de Arauca, cuyo sacrificio siempre termina convertido en festín; el capón relleno, fiambre de paseo de olla; la pepitoria, arroz seco con sangre y menudencias de cabro, cebolla, tomate y cominos; o las famosas carnes curadas, nitradas, oreadas y conservadas. Uno de los platos más exóticos de la región, y quizás de Colombia, es el barbatusco que se sirve en las mesas en Norte de Santander. Se prepara con los pétalos de lo que en otras regiones se conoce como cámbulo (Erythrina poeppigiana), y en algunos libros especializados, como el de La gran cocina colombiana de Carlos Ordóñez, se describe la re- Cultivo de alverja ceta de este plato que se consume Pisum sativum con predilección en Semana Santa. Las cumbres de buena parte de esta región, estrella entre caminos, hacen necesaria una dieta rica en proteínas de origen animal. No obstante, el maíz es el gran protagonista en la mesa: desde las arepas y envueltos (empanadas, hallacas, tamales) hasta las sopas como el mute son hijos de este cereal. La arepa tiene su origen en los timoto-cuicas, aborígenes de los Andes venezolanos, en cuyas peregrinaciones comerciales aprendieron con los quechuas y los mayas a cultivar el maíz. Los aztecas fueron los primeros en pelar el maíz amarillo con agua de cenizas o lejía, proceso denominado nixtamalización. Hoy, es posible encontrar en el mercado la harina de maíz
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Cultivos de cebolla larga y maíz Allium fistulosum y Zea mays
pelado y la empella frita (masa para aglutinar el asiento de chicharrón y el queso) listas para llevar a la casa. La arepa santandereana propiamente dicha se prepara con maíz pelado, yuca cocinada y molida, empella frita y sal. El budare, tiesto para asar la arepa, también es herencia de la citada rama muisca que se asentó en Venezuela. El “tamali”, de origen quechua, se prepara con los productos de cada región; por eso sus recetas son tan variopintas como los pisos térmicos y los gustos locales. Si se trata de comidas a deshoras o "matahambres", el garbanzo es fundamental. La leguminosa, originaria de Asia menor, es indispensable en la preparación de tamales, pasteles y mutes. La yuca también tiene un lugar preponderante en el mecato del Oriente colombiano, con las empanaditas y los pasteles de yuca barramejos. Otros productos preparados de la región son los dulces de cajeta: de leche, espejuelo, apio, limón, batata, arequipe de papaya y piña (los sembrados en Lebrija han transformado la región en ícono del cultivo de esta bromelia comestible).
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En Arauca preparan el dulce de huevos de tortuga, así como de merey o marañón (Anacardium occidentale). En el valle del río Suárez se elabora de manera industrial el bocadillo de guayaba. Desde la época precolombina los guanes comían la guayaba silvestre, que después llevaron a sus huertas. En Colombia, el bocadillo veleño, envuelto en hoja de plátano o de bijao (Calathea lutea), es una de las formas más apetecidas de la guayaba. Sus descubridores fueron los fieles que viajaban a Chiquinquirá atravesando el corredor de sabores entre Moniquirá (Boyacá) y Vélez (Santander). Los "matahambres" tradicionales siempre serán comunión entre los sempiternos peregrinos del Oriente colombiano. Reclinados sobre el quicio de la puerta de la tienda de Elba Luz, los forasteros observan a lo lejos las cúpulas del templo que la naturaleza ha esculpido con paciencia en el Área Natural de Los Estoraques. Un asiento de afrecho de yuca reposa en el fondo del vaso de helado casero. La señal es inequívoca: el viajero ha recargado su energía. Es el momento de continuar su travesía.
C o c i na
En letra cursiva La familia botánica con mayor relevancia económica por la importancia de especies que hacen parte de la dieta del hombre es la de las poáceas o familia de los pastos. Entre las poáceas características más usadas en la cocina del Oriente y de Colombia están el maíz (Zea mays), la caña de azúcar (Saccharum officinarum), el trigo (Triticum aestivum), la avena (Avena sativa) y la cebada (Hordeum vulgare). De otras familias, y también entre las más utilizadas como acompañantes de platos principales, se encuentran la berenjena (Solanum melongena), la papa común y la papa criolla (Solanum tuberosum), siendo esta última la más consumida y apreciada en Colombia; además de la yuca, (Manihot esculenta), un tubérculo de las euforbiáceas proveniente de Suramérica y conocido internacionalmente como mandioca, aunque no debe confundirse con el género Yucca de las asparagáceas. No obstante, el tubérculo de mayor producción en Colombia es la arracacha (Arracacia xanthorrhiza), que hace parte de las apiáceas. Como con la yuca, la arracacha y la papa criolla, también es típico acompañar los platos principales con patacón o plátano (Musa x paradisiaca), una musácea. Pero las plantas no solamente hacen parte de los platos principales de la cocina. Muchas son apreciadas como postres o como dulces. Entre estas se encuentran la guayaba (Psidium guajava), que hace parte de las mirtáceas; el maracuyá o gulupa (Passiflora edulis f. edulis), de las pasifloráceas, y en especial se destaca el chocolate, proveniente del cacao (Theobroma cacao), una malvácea. El cacao es tan
apreciado que en el México prehispánico sus semillas eran utilizadas como moneda de cambio. Los mayas elaboraban una bebida de cacao que solamente podían consumir los dioses, nobles y guerreros. Para ellos, el cacao simbolizaba vigor y longevidad. De hecho, la palabra Theobroma significa alimento de los dioses. Como la bebida de chocolate y el cacao en general son muy amargos, le agregaban ají para potenciar su sabor. Fue con la llegada de la vainilla (Vanilla sp.), una orquidácea cultivada en el golfo de México, que esta bebida comenzó a tener un sabor cada vez más dulce. Muchísimas plantas en el Oriente son utilizadas como condimentos de cocina. Se destacan el ají (Capsicum baccatum), una solanácea; la cebolla (Allium cepa) y el ajo (Allium sativum), las cuales hacen parte del mismo género Allium, antes clasificado en la familia de las liliáceas, pero que actualmente se ha demostrado que está más emparentado con las amarilidáceas.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Amarilidáceas
Allium cepa
Cebolla
Apreciada en gastronomía. Medicinal para combatir infecciones
Apiáceas
Coriandrum sativum
Cilantro
Utilizada en culinaria. Sus semillas secas hacen parte del curry
Fabáceas
Acacia farnesiana
Cují
Apiáceas
Bromeliáceas Malváceas Mirtáceas Musáceas
Pasifloráceas
Arracacia xanthorrhiza
Ananas comosus
Theobroma cacao
Psidium guajava
Musa x paradisiaca
Passiflora edulis f. edulis
Arracacha
Apreciada en alimentación por el fino almidón de sus raíces. Hojas y tallo como alimento de animales
Piña
Fruta muy apetecida. Antiparásitaria y adelgazante
Fruto como colorante, hojas de condimento, látex como adhesivo
Cacao
Elaboración del chocolate. Medicinal
Guayaba, guayaba pera
Su fruto en postres, especialmente en elaboración de bocadillos
Plátano, banano
Alimento ampliamente utilizado en diferentes recetas culinarias
Maracuyá o gulupa
Frutal. Ornamental
Poáceas
Saccharum officinarum
Caña, caña de azúcar
Para endulzar y para la elaboración de la panela
Solanáceas
Solanum tuberosum
Papa criolla
Altamente consumida en Colombia. Utilizada para el ajiaco y diferentes picadas
Solanáceas
Capsicum baccatum
Ají
Altamente apreciado en gastronomía. Con propiedades medicinales
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Barbatusco o cámbulo Erythrina poeppigiana
Chichas
y ot r a s d i c h a s
La chicha y el aguardiente tuvieron un muchachito, y el cura lo bautizó José María Guarapito. Esta copla de la colección de cantares del libro Montañas de Santander, de Enrique Otero D’ Acosta, relata el origen del guarapo (huarapu, en quechua): el vino o zumo fermentado de la caña de azúcar. El guarapo dulce es un licor delicioso para calmar la sed; no obstante, su procesamiento puede alcanzar altísimos grados de fermentación alcohólica, con efectos lamentables en quien lo consume en exceso. Como el guarapo, la carabina (mezcla de guarapo, kola Hipinto y cerveza), el refajo (cerveza con gaseosa) y la chicha (vino elaborado con maíz y yuca), son bebidas alcohólicas características del Oriente colombiano. En Girón es famosa la chicha de corozo; y en Málaga, la perraloca o cerveza casera. La chicha es popular desde épocas precolombinas. Los conquistadores llamaban “chitareros” a algunos de los pobladores aborígenes del actual territorio del Norte de Santander, quienes ataban en su cintura chítaras o calabazos cargados de chicha. Durante largas caminatas, estos nativos de la familia lingüística chibcha compartían su refresco con los españoles. Otra bebida vernácula es el masato de arroz ligeramente fermentado, el cual se suele consumir en las horas de la tarde con bizcochos, colaciones o pan de yuca.
H a b i ta n t e s
Cebolla larga
d e pa r á m o
Algunos pueblos indígenas tienen sus resguardos en las zonas de páramo de los Andes colombianos. Los productos de las cumbres y sus recetas alimentan gran diversidad de etnias. La comunidad indígena los pastos habita el complejo de páramos Chiles‒Cumbal; los embera katíos, el complejo de Citará; los tunebo u,was, el Cocuy; los inga y kamsas, en Doña Juana-Chimayoy. Los guambianos, paeces, coconucos y yanaconas moran en el complejo de páramos Guanacas-Puracé-Coconucos; los paeces‒nasas, en el de Las Hermosas; los koguis-malayos-arhuacos, en
el de Santa Marta; y las comunidades indígenas coconucos-yanaconas, en el complejo de páramos de Sotará.
Allium fistulosum
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C o c i na
Ajíes Capsicum annuum
M i to s
enraizados
Tras el arribo de los españoles, los espíritus del páramo y de las altas lagunas parecían desterrados de la fantasía popular. No obstante, los frutos de las tierras altas alimentan algo más que el cuerpo… echan raíces en la imaginación de los colonos. Cuentan en las cumbres paramunas que cuando un duende se enamora de una muchacha, su pretendida enflaquece de repente y le salen ojeras, consecuencia de la vigilia constante. Cuando se descubre que un duende galantea a una joven, el padre de la misma tiene en sus manos el secreto para ahuyentarlo: en la noche, ha de dejar sobre la mesa del comedor un bulto de semillas de papas salentunas y argentinas, de las que se cultivan en las zonas bajas del páramo (¡un duende nunca cederá ante una papa ordinaria!). A un lado de las semillas deben ir una guitarra y una esquela en la cual prometa al duende la mano de su hija, bajo la condición de que clasifique y cuente todas las semillas antes de que asome el sol. Según el mito popular, el temperamento gregario del duende lo llevará a tocar la guitarra y cantar hasta el amanecer, olvidando las semillas. Ya sin tiempo disponible para la selección y el conteo, el hombrecillo encaprichado regará el contenido del bulto y escapará para no regresar jamás.
En
t i e r r a e mpa r a m a da , m e s a e n s o pa da
¿De dónde proviene la palabra emparamado? En la obra Mestizaje del castellano en Colombia, el historiador Enrique Otero D’ Acosta explica que “soroche”, el mal de altura del viajero que experimenta vértigo, cefaleas y náuseas al ascender las cumbres de los páramos, resulta de la voz quechua “sorojchi”. Recuerda el autor: “En el año de 1900, haciendo con el ejército de la revolución la travesía del gran nudo paramoso que va desde Guaca (páramo de La Golondrina) hasta las empinadas alturas de Tierra Negra, pasando por Mogorontoque, cosa de treinta soldados, del batallón donde yo militaba, fueron acometidos del soroche, y el mejor remedio que se les pudo aplicar fue el de hacerles comer panela (azúcar morena) obteniendo un efecto verdaderamente maravilloso”. El llamado mal des montagnes en los Alpes europeos, que en Colombia llamamos “soroche”, puede llegar a producir la muerte. De quien fallece de mal de las montañas se dice que murió “emparamado”. Es por eso que en estas tierras del Oriente colombiano, pródigas en tubérculos y otros productos del páramo, no es extraña la variedad de sopas y caldos restauradores, ideales para proveer calorías al cuerpo del colono y del viajero de paso: el ajiaco de Guanentá, la sopa de Aratoca de ruyas, sopa boconé de plátano verde, sopa seca bericute, sancocho de chorotas santandereanas o el “tronche” o sancocho de pobre (cuando va sin carne).
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Infusiones y baños místicos
os martes en la mañana Ramiro, el Indio, ordena con cuidado su puesto en la Plaza de Mercado Central de Bucaramanga. En un lado limpia y organiza las plantas dulces, casi todas aromáticas, y en el otro arregla delicadamente las amargas. Así lo ha hecho por cuarenta años, desde niño, cuando su mamá era la dueña del local y del conocimiento del poder curativo de todas esas hojas, ramas y pétalos de flores. Es fácil notar que detrás de su discurso, y del de la mayoría de vendedores de yerbas medicinales, resuena siempre la voz de un viejo de quien aprendieron sobre las propiedades desinflamatorias del llantén, de las flores de caléndula y un largo etcétera. El surtido, que llega principalmente desde los páramos de los Santanderes, las magníficas montañas que rodean el La diversidad de la región se nota en las cañón del Chicamocha, el Magdalena central, Boyacá y plantas que se venden como curativas las llanuras de Arauca, queda acomodado muy cerca de los y hasta milagrosas. De todo hay en el tallos que traen los comerciantes del Pacífico y el Caribe. herbolario popular de Oriente El cúmulo también se confunde con hojas, semillas y bejucos amazónicos, e incluso plantas que vienen de otros rincones de América o de China e India. Las plazas de mercado tienen una esquina reservada para estos herbolarios que parecen infinitos, pero que, a la vez, son un reflejo de cuán poco se aprovecha la medicina tradicional local. Con el paso de los años se ha vuelto difícil,incluso para los campesinos,identificar qué yerba es propia de la región y cuál viene de otro lado. Aunque las intrincadas condiciones geográficas del nororiente de Colombia, que se despliega desde la cordillera Oriental hacia Venezuela, dieron origen a llanuras bajas y cálidas, y montañas, valles, páramos
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M e dic i nal e s
Ajos Allium sativum
Árnica en flor Senecio cf. formosus
Cola de caballo Equisetum giganteum
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y riberas ricos en plantas curativas, la apropiación del territorio por pobladores foráneos ha impedido que muchas aplicaciones de la medicina tradicional, utilizada en otro tiempo por indígenas muiscas, motilones, guanes, chitareros, u’was, betoyes y yariguíes, hoy se conserven. Sin embargo, esta realidad no va en contravía de la preservación de las costumbres campesinas. Así que, aunque se sepa poco del potencial medicinal de la flora del territorio, la gente confía en las plantas como remedio. Los altos costos de la medicina occidental hacen que los medicamentos recomendados en hospitales y enfermerías se combinen e incluso se reemplacen con hierbas medicinales. Aquí se escuchan los consejos de los vecinos y se cree en la palabra de los yerbateros. “La gente está cansada de enfermarse y pagar mucho dinero por inyecciones y pastillas que no la mejoran. Uno con las plantas, mientras les tenga fe, encuentra alivio”, dice el Indio, y envuelve mil pesos
Yacón
de caléndula (Calendula officinalis), ideal para los tratamientos de acné, quemaduras y úlceras. Los pone junto a otros mil de tomillo, para la tos, y dos mil de menta y manzanilla, para aliviar problemas respiratorios. Plantas aromáticas sembradas en las cercanías, en huertas campesinas de Floridablanca. Dicen que la mejorana (Origanum majorana), que llega de tierra paramuna y tiene hojas pequeñas y frágiles, es vitamina para el cerebro; así que para prevenir la falta de memoria se le agrega una cucharadita al chocolate de la mañana. Además, en infusiones con matricaria o manzanilla (Matricaria chamomilla) y llantén (Plantago major), combate el dolor de cabeza, y si se toma hervida alivia la diarrea. Para combatir otros problemas del estómago también es común consumir aguas de hierbabuena, manzanilla y ajenjo, que son efectivas contra los espasmos. Del páramo se trae la lunaria (Hypericum mexicanum), encargada de aliviar afecciones respiratorias
Remedios de preparación casera
Smallanthus sonchifolius
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M e dic i nal e s que los campesinos asocian a los cambios bruscos de temperatura, comunes en los ecosistemas paramunos, y que pueden traer riesgos de hipotermia. Sin embargo, se cree que no hay plantas de páramo más curativas que el frailejón blanco (Espeletia argentea) y el motoso (Espeletia barclayana), conocidos como “siete-potencias”. Aunque su comercialización está prohibida por ser especies de una flora altamente vulnerable, sus hermosos tallos espigados, firmes y velludos, que hacen juego con las flores amarillas, se consiguen desde los cinco mil pesos en las plazas de Bucaramanga y Barrancabermeja. Según los yerbateros, el frailejón es una de las medicinas más efectivas para atacar las células cancerígenas. Además, dicen los vendedores, en infusiones puede aliviar la tos y los dolores de oído, las hojas maceradas se ponen como emplastos para tratar lesiones de la piel y la trementina que producen se utiliza para curar fracturas. La comercialización de esta planta, según los expertos, merece más efectivas medidas de prohibición, pues no solo las propiedades medicinales que ofrecen los “traficantes” están en duda, sino que, sobre todo, su extracción en los páramos atenta directamente contra esas reservas de agua vitales para el país todo. En las plazas de mercado del Oriente colombiano los rincones de las plantas medicinales huelen a bosque y matorral y suelen estar adornados con botellones transparentes en los que se guarda una mezcla de hierbas amargas: mejorana, alfalfa, uña de gato y chuchuguaza. Quien la compre tendrá que llenar la botella con aguardiente o vino “tipo Sansón” para obtener un brebaje curativo que, se cree, mantiene sanos los sistemas cerebral y circulatorio. Si busca un remedio para la tos, la recomendación serán infusiones de saúco (Sambucus nigra), orozuz (Glycyrrhiza glabra) o tilo (Tilia sp.); y si pregunta por la cura contra los parásitos estomacales, de seguro un vendedor como el Tigre, el de la plaza Torcorama de Barranca, le propondrá un tratamiento que incluya agua de paico (Dysphania ambrosioides). Para la ceguera, la irritación de los ojos y las legañas le mandará baños con flores como amapola, rosa, saúco, delicia o jazmín. Y para mantener controlados los niveles de azúcar le mencionará la raíz de chaparro, “insulina” o siempreviva.
No es posible asegurar que una planta sirva únicamente para curar un tipo específico de dolencia. Lo común es combinar sus múltiples propiedades con las de otras hierbas para generar distintos tratamientos. Las hojas del orégano, utilizadas en muchas cocinas como condimento, también pueden comerse cocidas para mejorar el funcionamiento gastrointestinal; pero además la planta posee propiedades antiespasmódicas, alivia las náuseas y el resfrío, calma el asma, se utiliza como sedante, tiene efectos diuréticos y si se frota contra el cuero cabelludo húmedo puede ayudar a controlar la caspa. Se necesita buena memoria para retener un recetario que parece interminable, y ni el Tigre ni el Indio tienen a la mano enciclopedias médicas. Sus cabezas guardan cada indicación y consejo. Ambos explican con facilidad cómo la zarzaparrilla (Smilax sp.), que crece en los bosques secos de la región y es un arbusto espinoso de la familia de las esmilacáceas, es considerado uno de los mejores remedios para aliviar los problemas de la piel y las afecciones renales. También saben que la gente del campo en Norte de Santander y Arauca se da baños de romero, cedro y guayabo agrio para desinflamar los riñones y la matriz, Lunaria mientras que los problemas del hí- Hypericum cf. mexicanum gado los tratan con infusiones de diente de león, marrubio y ajenjo. En las repisas de sus puestos del mercado también hay hojas de tabaco (Nicotiana tabacum), que maceradas en alcohol y puestas sobre la piel ayudan a desinflamar. Comparten lugar con las flores de las verbenas (Verbena litoralis), que curan la gripa; la yerbamora (Solanum nigrum), que se utiliza para controlar infecciones virales como el herpes zóster (culebrilla); la alcachofa (Cynara scolymus), para bajar el colesterol, y el anamú (Petiveria alliacea), que se recomienda para prevenir el cáncer y depurar la sangre.
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en raciones de ocho pocillos al día. Excederse puede causar problemas en los riñones. De los techos de la Central de Bucaramanga y de la plaza Torcorama en Barrancabermeja cuelgan gruesas pencas de nopal (Opuntia ficus-indica), recortadas en forma de la planta de un pie. El Indio asegura que estas “hojas de pan” pueden desvanecer los espolones que a veces aparecen en los talones, derivados de una calcificación en el hueso. La malformación produce dolores insoportables que impiden caminar. Al paciente se le recorta una plantilla a la medida, que se deja colgada en la plaza, y lo que sobra se lo toma en infusiones. Muchos aseguran que el dolor desaparece a medida que la plantilla se seca y pasa de verde a marrón. Al Tigre no le gusta que en Barrancabermeja lo confundan con un chamán, pero sabe que el mundo de las plantas está ligado a rituales y esencias en los que se deposita la fe para encontrar el amor, librarse de malas rachas, salir de deudas o atraer fortuna. Aclara que lo llaman así porque de chiquito era peleador, y no porque el apodo esté relacionado con la venerada figura del jaguar. En su estante no faltan la ruda (Ruta graveolens) ni la millonaria (Polyscias scutellaria), también utilizada para atraer la buena suerte, que vende para adorno y protección de casas y negocios; ni el botón de oro para hacer riegos y atraer abundancia, o las plantas que se requieren para el baño de las siete hierbas. Este ritual de limpieza se realiza durante tres semanas, los días martes y viernes. El primer día se hierven en agua siete plantas amargas que al contacto con el cuerpo liberarán al paciente de las energías negativas y lo despojarán de la mala suerte que otro le haya deseado. Aquí caben hojas y tallos de ruda, altamisa, anamú, destrancadera, tilo, eucalipto, abrecaminos, sanguinaria, verbena, manzanilla amarga, matricaria o paico. El viernes de esa misma semana se repite el baño, pero con las plantas dulces: manzanilla, albahaca, hierbabuena, menta, valeriana, botón de oro, lluvia de plata, sándalo o vencedora, capaces de atraer prosperidad, salud y buena suerte. La tradición oral ha bautizado algunas especies vegetales con curiosos nombres comunes que les rinden tributo a sus poderes curativos. A una especie de albahaca que al parecer despierta el deseo sexual se la llama sígame; la quiebra piedras o chancapiedra (Phyllanthus niruri) se utiliza en infusiones para expulsar los cálculos renales; el sanalotodo, conocido igualmente como chisaca o cadillo (Tridax procumbens), combate los hongos de los pies y las infecciones urinarias. Se cree también que al sembrar una millonaria en casa no faltará el dinero y que la abrecaminos asegurará prosperidad. Todo esto será cierto si, como dice el Tigre mientras envuelve el siguiente pedido de hierbas, “primero le pone la fe suya. A las matas hay que creerles”.
Moringa Moringa oleifera
Arbusto tinto Cestrum cf. buxifolium
Las prominentes montañas áridas de esta región, que abarcan el cañón del Chicamocha y la región de Pescadero, en Santander, no solo proporcionan el nopal sino además higos de fique, llamado también brevo o higo (Ficus carica), utilizados para combatir el acné. La recomendación es hervir uno de estos frutos en un litro de agua y tomarlo
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M e dic i nal e s
En letra cursiva Aunque las plantas utilizadas en la medicina tradicional provienen de diferentes especies, una gran mayoría hace parte de la familia botánica de las asteráceas, a la que pertenecen los girasoles y otras conocidas como compuestas. Estas florecillas, que encontramos dondequiera que vayamos, al ser las especies más cosmopolitas que existen, pertenecen a una de las familias botánicas más ricas en especies. Entre la variedad de asteráceas están la caléndula (Calendula officinalis), el diente de león (Taraxacum officinale), la alcachofa (Cynara scolymus), la chisaca o cadillo (Tridax procumbens), las manzanillas, además de los llamativos e importantes frailejones (Espeletia sp.). La importancia básica de los frailejones se debe a que protegen el agua que proviene de los páramos, además de constituir parte de la flora de estos ecosistemas; por tal razón, exigen una conciencia colectiva que los proteja. Varias asteráceas son llamadas manzanilla. La manzanilla matricaria o romana se define como Chamaemelum nobile, mientras que la manzanilla común o cimarrona lleva el nombre de Matricaria chamomilla. Pero a pesar de pertenecer a diferentes géneros botánicos, a ambas manzanillas se les atribuyen las mismas propiedades medicinales y son utilizadas como aromáticas. Otra de las familias botánicas destacadas en la medicina tradicional, con propiedades más que todo antisépticas, está compuesta por lamiáceas tales como la mejorana
(Origanum majorana), el romero (Rosmarinus officinalis), el tomillo (Thymus vulgaris), la menta (Mentha sp.) y la hierbabuena (Mentha spicata). La medicina tradicional no solo se compone de asteráceas y lamiáceas: este mundo de remedios naturales también abarca las cactáceas, como el nopal (Opuntia ficus-indica). Aunque originalmente proviene de México, el nopal se ha cultivado en gran parte del mundo por la popularidad de sus frutos. Otra planta altamente cultivada mundialmente es el tabaco (Nicotiana tabacum), una solanácea originaria de América tropical. A pesar de que de sus hojas se extrae la adictiva nicotina, con ellas también se tratan diferentes males médicos en la medicina tradicional, se atacan inflamaciones e infecciones y se utilizan para estimular el sistema nervioso. Por tal motivo en algunas partes de Latinoamérica se le denomina “hierbasanta”, no obstante que en el mundo moderno la adicción a la nicotina es la principal fuente de una gran variedad de males.
Las plantas más constantes Familia Asteráceas
Nombre científico
Nombre común
Usos
Asteráceas
Chamaemelum nobile
Calendula officinalis
Caléndula, botón de oro
Asteráceas
Espeletia argentea
Frailejón, frailejón blanco
Medicinales en aceite. Conservan el agua en páramos
Manzanilla, manzanilla cimarrona o común
Se le atribuyen los mismos beneficios que a la manzanilla matricaria
Asteráceas
Espeletia barclayana
Asteráceas
Matricaria chamomilla
Amarantáceas
Dysphania ambrosioides
Manzanilla, manzanilla matricaria o romana
Frailejón, motoso
Paico
Múltiples usos medicinales, utilizada en cosméticos, ornamental
Diversos usos medicinales: aromática, digestiva, sedante, tónica
De uso culinario. Medicinal
Araliáceas
Polyscias scutellaria
Millonaria
Para la buena fortuna
Cactáceas
Opuntia ficus-indica
Nopal
Comestible. Medicinal: malestar, hernias, problemas de hígado
Fitolacáceas
Lamiáceas
Lamiáceas
Solanáceas
Petiveria alliacea
Anamú
Mentha spicata
Hierbabuena
Nicotiana tabacum
Tabaco
Origanum majorana
Medicinal: prevenir cáncer, depurar la sangre
Antiespasmódica, aromática, antiinflamatoria, antiséptica
Mejorana
Uso culinario. Medicinal
Utilizada para tratar infecciones e inflamaciones
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Ortiga Urtica cf. ballotifolia
Brand: f i to qu í m i ca cu r at i va Después de estudiar en la Universidad de Antioquia, el biólogo santandereano Jorge Brand Meza viajó de Medellín a Bucaramanga para hacer parte del equipo de expertos que inauguró el primer centro de investigación científica de la flora nativa de Santander: el Jardín Botánico Tomás Eloy Valenzuela, fundado en 1982. Fiel lector de las investigaciones sobre los usos de las plantas medicinales publicadas por el botánico bogotano Hernando García-Barriga, Brand se especializó en el estudio de la taxonomía vegetal y la fitoquímica y comenzó a experimentar en su laboratorio con la elaboración de remedios cuya base eran las distintas farmacopeas del mundo. “Al principio quería probar si podía elaborar mis propias medicinas. Luego la gente comenzó a pedirme ayuda para curarse de gripa, fiebre o alguna dolencia. Cómo negarme si ahí estaban las plantas, los tubos de ensayo y las recetas”, dice Brand, de 66 años, sentado en el balcón de su finca en la vereda Los Helechos de Floridablanca. Allí tiene una huerta de plantas medicinales. Los vecinos lo llaman doctor, aunque él insista en que es biólogo, y dos días a la semana atiende una enorme fila de pacientes que caminan horas e incluso días hasta Floridablanca para encontrar alivio. “Quiero aclarar que fue la vida la que eligió mi destino. Yo no deseé vivir de fabricar remedios. Mi pasión siempre fue el laboratorio, la experimentación, la búsqueda del conocimiento”.
Sabiduría
s i k ua n i
Los indígenas sikuanis y los cuibas, que pertenecen a la familia lingüística guahibo y viven entre los Llanos Orientales de Colombia y la frontera con Venezuela, aprovechan por lo menos setenta plantas medicinales que crecen en las sabanas. Los sikuanis son reconocidos por las huertas que siembran en las selvas de galería junto a sus asentamientos, situados cerca de los ríos. Sus chamanes se comunican con los dioses y sanan a través de la ingesta de yopo (Anadenanthera peregrina), un rapé que resulta de tostar y pulverizar las semillas y mezclarlas con cal de caracol. Antes de tratar a un enfermo, el chamán inhala yopo y alcanza un estado de trance que le permite diagnosticar la enfermedad. Masajea la cabeza, el pecho y la espalda del paciente hasta atrapar en su garganta el agente causante del mal, y mastica raíces y cortezas de capi (Banisteriopsis caapi) para producir alucinaciones que interpreta. El tabaco (Nicotiana tabacum) concede capacidades adivinatorias y es indispensable en rituales chamánicos. Durante el proceso curativo se busca averiguar quién le ha enviado la enfermedad al paciente para devolvérsela y lograr así la sanación.
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M e dic i nal e s
Las
pl a n ta s y l a c i e n t í f i ca
Manzanilla Matricaria recutita
Páramos
m e d i c i na l e s
Colombia es el sexto país que más agua produce para el planeta después de Brasil, Canadá, China, Indonesia y Estados Unidos. Esto es posible no solo por su extensión territorial, sino porque en él coinciden ecosistemas tan exuberantes como los humedales y las ciénagas. Pero a estas fábricas de vida se suma el páramo, considerada la más frágil e importante, pues un área que tan solo abarca el dos por ciento del mapa colombiano es capaz de generar la mitad del agua que consumen todos sus habitantes. Colombia posee el cuarenta y cinco por ciento de los páramos suramericanos, y el nororiente del país contiene algunas de las principales muestras de ello. Ante la fragilidad de los páramos, los expertos reclaman un mayor control de su vegetación, parte de la cual es ofrecida como panacea medicinal: la corteza del ajicillo o canelo de páramo (Drimys granadensis), utilizada para tratar dolores musculares y problemas renales, y las hojas de aliso (Alnus acuminata), que sirven para tratar golpes y el reumatismo. Los campesinos paramunos creen que beber el agua de una roseta (Paepalanthus alpinus) sirve para tratar afecciones cardíacas y que el látex de la chupa de huevo (Echeveria bicolor) quita el dolor de oído y de cabeza, desinflama quemaduras y recupera el tejido afectado. Quizá las plantas medicinales de páramo más apetecidas son los frailejones blanco (Espeletia argentea) y motoso (Espeletia barclayana), con fama de tener múltiples poderes curativos.
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La química rusa Elena Stashenko aterrizó en Bucaramanga en 1982, cuando se vinculó a la planta de maestros de la Universidad Industrial de Santander. La diversidad de la vegetación colombiana no solo la maravilló, sino que se convirtió en su tema de investigación. Su sana obsesión. No entendía cómo las más de cinco mil especies de plantas medicinales identificadas en Colombia no estaban produciendo conocimiento y riqueza para los campesinos. Así que por más de veinte años convenció a su universidad y al Estado de que era necesario financiar investigaciones enfocadas en el potencial curativo de la flora local. Junto con sus alumnos desarrolló un proceso de destilación, fabricación y venta de aceites aromáticos y medicinales a partir de plantas como prontoalivio (Lippia alba), cidrón (Aloysia triphylla), limonaria (Cymbopogon citratus), geranio (Geranium grandiflorum), romero (Rosmarinus officinalis) y albahaca (Ocimum campechianum), sembradas en Bucaramanga, Socorro, San Gil, Barbosa y Sucre, en Santander. Como directora del Centro Nacional de Investigaciones para la Agroindustrialización de Especies Vegetales Aromáticas Medicinales Tropicales (Cenivam) logró fortalecer una red de diez universidades que durante los últimos años han impulsado el campo colombiano como industria medicinal.
La esquina de dos bosques
n esta región de Oriente, el bosque de niebla limita hacia el norte con el bosque seco tropical y establece una curiosa vecindad entre dos ecosistemas disparejos. A los dos los organiza el agua; pero en el uno lo hace su abundancia, y en el otro, su escasez. En el primero rige la humedad y el ciclo hídrico condiciona el ciclo de todo lo existente. En el segundo hay una fuerte y bien definida temporada de sequía que también marca el acontecer de la vida circundante. El llamado bosque de niebla parte desde el costado nororiental del departamento de Boyacá y va hasta los territorios de Arauca. Su escueto nombre lo dice todo. La vegetación se conserva rodeada de brumas casi tres cuartas partes del año. Los árboles aquí siempre están empapados, porque pueden atrapar en sus follajes el agua en que consiste dicha niebla. Luego, lentamente, el agua La casualidad (o el milagro) de ecosistemas se escurre hasta filtrarse por los suelos y va a dar a los manantia- vecinos produce en Oriente una variada les y las quebradas que bajan a otras tierras. Estos bosques hacen riqueza maderable. Una opulencia que entonces el papel de una enorme esponja que a la larga abastece pide protección porque está al límite a una buena parte de la población del país. Entre esa atosigante presencia de agua, que está en el aire y en la tierra y por todos lados, se encuentran especies caprichosas, como el árbol aliso, (Alnus acuminata), que solo crece en lugares altos y mal drenados. Necesita más de dos mil metros sobre el nivel del mar y un suelo encharcado para poder vivir. Su madera termina convertida en las cajas de los bocadillos que se venden en Moniquirá. Dejando atrás estos lugares nebulosos, en ruta hacia el nordeste, se encuentra el llamado bosque seco tropical. Aquí la niebla y la humedad están ausentes. Lo más claro para definir este ecosistema es decir simplemente que el agua llega en
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Made rabl e s
Árbol de Brasil Haematoxylum brasiletto
Cerca en troncos de café Coffea arabica
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Bohío con techo de paja trencilla Zornia reticulata
forma de lluvias durante medio año y desaparece del todo el otro medio. Por eso la mitad de sus especies vegetales toleran sobradamente las sequías. Esa estacionalidad del agua determina toda la biodiversidad. Los bosques secos que quedan en esta región no se han talado, gracias a estar ubicados en zonas de grandes pendientes lo que constituyó otro reto de adaptación. Tanto el aguante de la sequía como la capacidad de crecer en zonas escarpadas terminaron produciendo, también aquí, árboles caprichosos y de poderosas maderas. Por ejemplo, el Quercus humboldtii, especie de roble endémica de Colombia, y que, a pesar de ser una de las más amenazadas, sobrevive en algunas áreas gracias a la facilidad para crecer en suelos empinados, a donde le es difícil llegar al gran depredador. Seguir el tránsito del bosque de niebla al bosque seco es como seguir el camino del agua: que primero abunda y luego corre y al fin se va. Esa proximidad de dos paisajes distintos pero integrados ya había sido advertida por las culturas precolombinas. De la deidad muisca Bochica se dice que tuvo entre sus gestas el haber emprendido la travesía de toda esta región, partiendo desde el altiplano cundiboyacense y llegando hasta las desconocidas tierras del norte. En ese viaje, lleno de historias fundacionales, se cuenta que intentó castigar por sus pilatunas a otro dios, Chibchachum, obligándolo a cargar el mundo sobre sus espaldas. Este afrontó la condena; pero cuando se fatigaba cambiaba el peso de un hombro a otro, y eso producía terremotos en la superficie de la Tierra. Así, Bochica no tuvo más remedio que desistir del castigo y recostar la esfera del mundo sobre dos enormes guayacanes, que lo sostienen hasta hoy día. De ser cierta la leyenda, se tendría que haber tratado del llamado guayacán polvillo (Handroanthus guayacan). Su madera es resistente y propia para soportar mundos como el presente, tan pesados para la vida vegetal.
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Guacamayo Albizia niopoides
Made rabl e s Se cuenta también que hubo un aguerrido zipa de Bacatá que intentó extender sus dominios más allá de los bosques de niebla. El zipa Nemenquene buscó acabar con las luchas internas y consolidar un único dominio hasta lo que después se llamaría Santander. Para lograrlo, quiso consagrar los valores de su raza y creó un sistema de leyes, el único código del que se tenga razón en los pueblos precolombinos, y un antecedente germinal del derecho, familiar e ignorado hoy día por los historiadores. Se conoció como el código de Nemenquene, y contenía un puñado de normas que se propagaron por tradición oral. Dos de esas leyes merecen citarse aquí, porque se acataban en la región mucho antes de que la ciencia occidental se ocupara de sus árboles. Decía la primera: “Todos los bosques, y lo que en ellos hay, son del pueblo como lo es el sol y el aire” . Y la otra: “Quien tale el monte sin necesidad, deberá sembrar cien veces más”. Esas leyes de Nemenquene regían cuando llegaron los invasores, que pronto se ocuparon de enseñar su desobediencia. Y quizás por ese ancestral desacato se pueda explicar en parte el dramático estado actual de los bosques de ese reino desaparecido. Del bosque de niebla queda menos de una cuarta parte de su extensión original; y Colombia tiene el indecoroso sexto puesto en el mundo entre los países que más han deforestado este tipo de ecosistemas, según datos del Instituto Humboldt. En cuanto al bosque seco tropical, nada cambia. Se conserva en la actualidad solo el ocho por ciento del área original, y se tiene como el ecosistema más amenazado de todos en el país, dado que sus condiciones son las mismas que busca el ser humano para asentarse: poco riesgo de enfermedades, ausencia de humedad, tierra fértil y madera, mucha madera disponible para hacer el fuego o las casas o los adminículos requeridos. Es una madera menuda que se tala fácil porque la sequía determina también la cantidad de nutrientes y propicia que los árboles aquí no tengan tamaños exuberantes. No son los colosos de las selvas húmedas. Hay unos de más altura, pero, como dato curioso, terminan destinados para las más diminutas herramientas. La majestuosa ceiba (Ceiba pentandra), por ejemplo, todavía está representada por algunos ejemplares en la zona; y su madera, liviana y suave, se convierte en flotadores y salvavidas. Igual que el chicalá (Handroanthus ochraceus),
de hasta treinta y cinco metros de altura, del que se fabrican cabos para cerillos. O el gualanday ( Jacaranda caucana), que tiene un portentoso tronco de casi un metro de diámetro, del que luego van a salir palitos de paleta. También está el denominado Tabebuia rosea, el cual, después de las lluvias, cubre su cuerpo de veinte metros con infinidad de flores violeta de aspecto apergaminado, que se vuelven más abundantes que sus mismas hojas y que no dejan otra opción para llamarle comúnmente sino así: flormorado. Con su madera se hacen los mangos para los utensilios agrícolas de la región. De menor altura, hay otras maderas aquí que pintan con su sangre. El árbol conocido como jagua (Genipa americana) contiene en sus frutos inmaduros una tinta negra. La usan los indígenas para sus pinturas corporales y ahora se emplean en los conocidos tatuajes temporales. Con su madera se fabrican hormas para zapatos y tacos de billar. Y de la sangre negra se pasa a dos maderables de sangre blanca, como los dioses. El aceituno, conocido también como sande (Brosimum utile), que tiene una madera pálida que destila una savia con olor a leche. De él se sacan estibas que luego se reutilizan en ocasiones como tablados para tarimas y pequeños teatros. Y luego está Banca en nauno la ceiba blanca (Hura crepitans). Su Albizia guachapele corteza, de un color blanco pardeado, con espinas en época de sequía, suda un látex de sabor picante que irrita la piel y los ojos y mella los dientes metálicos de las sierras. Por eso su trabajo es difícil. Se utiliza solo por la buena calidad de su madera. Si todas estas especies se adaptaron a la sequía y al calor, en el bosque de niebla, en cambio, se encuentran maderables cuya contextura soporta el frío intenso. Ahí está el arrayán (Myrcianthes leucoxyla), que crece hasta en los tres mil doscientos metros sobre el nivel del mar y es el mejor proveedor de leña y carbón para esas temperaturas gélidas. Igual que el dividivi de tierra fría (Caesalpinia spinosa), que además es el preferido para los postes de las cercas.
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Balcón hecho con árbol de Brasil Haematoxylum brasiletto
Aunque en maderas fuertes, para traviesas y postes y soportes sólidos que puedan cargar hasta el mismo globo terráqueo, además del guayacán, como se vio, se encuentra el sapán (Clathrotropis brunnea), y hasta el cedro o cedro colorado (Cedrela montana) y el cedro rojo (Cedrela odorata). Pero no todas las maderas se distinguen por su resistencia a los conjuros del clima. El cerezo o capulí, (Prunus serotina) por ejemplo, es un árbol de frutos agridulces, color rojo ennegrecido y mucha reputación para ser usado en la carpintería. Se encuentra en los territorios fríos de esta región oriental, pero es totalmente intolerante a la sombra y muere si no está ubicado en mínimos descampados donde reciba luz solar. Por cada uno que logra crecer, hay entonces otros que mueren al oscuro. Aunque morir es un decir, porque como el agua, que sigue y no para de correr, y a su paso toda la vida le rinde tributo en su dependencia, los árboles tienen también una ruta paralela extendida hasta su madera, que parece nunca extinguirse y seguir su curso aun después de la intervención artificiosa del hombre. Testimonia esta madera un empeño de adaptación que quizás no se acaba con su tala y sigue una historia más allá, conservando su olor y su discreta dignidad en cada una de las cosas que nacen de ella, y que siguen crujiendo en las noches y se contraen con rebeldía para no perecer. Antonio Machado, en su poema a las encinas, sacó unos versos que bien vale aplicar a los árboles de esta región: “Brotas derecha o torcida / con esa humildad que cede / sólo a la ley de la vida / que es vivir como se puede”.
Bosque de caracolíes Anacardium excelsium
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Made rabl e s
En letra cursiva El encuentro entre dos ecosistemas tan diferentes como son el bosque de niebla y el bosque seco tropical permite la gran cantidad de especies maderables que se encuentran en esta región de Oriente. Muchas de estas especies se destacan en el paisaje por las tonalidades de sus flores, en especial las pertenecientes a la familia de las bignoniáceas, como el gualanday ( Jacaranda caucana), el flormorado (Tabebuia rosea) y el chingalé ( Jacaranda copaia). Y dentro de ellos el más llamativo es el chingalé, debido a que sus flores moradas pueden llegar a cubrir el árbol por completo. También lo son —muy vistosas— las del chicalá (Handroanthus ochraceus) y las del guayacán polvillo (Handroanthus guayacan), de brillantes tonos amarillos. El nombre guayacán se atribuye a muchas especies que se caracterizan por su madera dura y de colores claros. La palabra guayacán se deriva del nombre genérico, de la especie Guaiacum officinale, una zigofilácea, que, junto con su pariente, la Bulnesia arborea, son conocidas popularmente con el mismo nombre. Entre las especies maderables más relevantes de esta región de Oriente se encuentra la ceiba (Ceiba pentandra), una malvácea, considerada árbol sagrado por muchos grupos indígenas. Es de esta especie que se originan los nombres comunes de las otras conocidas como ceibas. Una de las ceibas más llamativas es la ceiba blanca o ceiba bruja (Hura crepitans), que aunque hace parte de las euforbiáceas, con su aspecto de tronco espinoso que puede alcanzar hasta los sesenta metros de altura,
se asemeja a la ceiba. Pero lo más interesante de esta ceiba, además de la toxicidad de su látex, es el chasquido que producen sus frutos al abrirse, por lo cual se le apoda “tronador” en algunas partes de Colombia. Otra de las maderas más características es la del cedro (Cedrela odorata), una meliácea, a cuya madera de buena calidad y definido aroma también se le atribuyen propiedades medicinales para curar problemas respiratorios. La madera del cedro es realmente apreciada en construcción debido a que no es atacada por polillas, por acción de sus aceites esenciales. La palabra cedro proviene de una especie de pinácea (Cedrus) cuya madera es fuerte, resistente y aromática. Aunque se trata de pinos nativos del norte de África, el Himalaya y Medio Oriente, dieron origen al nombre popular de la Cedrela odorata y al de otros árboles tales como el cedro colorado (Cedrela montana), su pariente cercano.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Apocináceas
Aspidosperma polyneuron
Carreto
Madera utilizada en construcción y ebanistería
Betuláceas
Alnus acuminata
Aliso
Ornamental. Madera utilizada en construcción. Taninos para curtir cueros
Apocináceas Bignoniáceas
Bignoniáceas
Bignoniáceas
Bignoniáceas
Bignoniáceas Euforbiáceas Fabáceas
Fabáceas
Lauráceas
Malváceas Rubiáceas
Couma macrocarpa
Handroanthus ochraceus Jacaranda caucana Jacaranda copaia
Tabebuia guayacan Tabebuia rosea
Hura crepitans
Caesalpinia spinosa
Clathrotropis brunnea Aniba perutilis
Ceiba pentandra
Genipa americana
Perillo
Madera utilizada en construcción. Látex medicinal
Chicalá
Madera utilizada en construcción
Gualanday
Ornamental. Maderable. Hojas utilizadas en medicina tradicional
Chingalé
Utilizada en carpintería y su pulpa para papel. El cogollo es medicinal
Guayacán polvillo
Madera utilizada en construcción
Flormorado
Ceiba blanca o ceiba bruja Dividivi de tierra fría Sapán
Construcción y ebanistería. Ornamental. Hojas medicinales Madera de alto valor económico. Látex venenoso
Madera utilizada como leña. Con taninos para curtir pieles Madera utilizada para construcción, pisos y ebanistería
Laurel comino
Madera especial para ebanistería
Ceiba
Madera apreciada en carpintería. Hojas y corteza medicinales
Jagua
Ornamental. Tinta de frutos usada para tatuajes temporales
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Dos
pu e b l o s m a d e r a b l e s
Los principales y más fuertes árboles maderables del departamento de Arauca se encuentran en su gran mayoría en un solo municipio: El Sarare, cerca de la frontera con Venezuela. Este municipio cuenta con una amplia zona de sabanas donde hay árboles como el anime (Tetragastris sp.), el chingalé ( Jacaranda copaia), el guamo rosado (Brachycylix vageleri), el laurel comino (Aniba perutilis), el perillo negro (Couma macrocarpa) y el saino (Goupia glabra). Todos estos proveen una madera extremadamente fuerte, usada para construcciones pesadas, traviesas, postes y vigas diseñadas para el buen soporte de pesos. En otro municipio, Saravena, se encuentra el canalete (Cordia alliodora), cuya madera viene ganando una muy buena reputación para ser usada en ornamentos, acabados y mueblería de calidad, al punto que ha empezado a reemplazar al pino y hasta a la codiciada caoba. De la misma manera, las más importantes especies maderables del departamento de Santander se encuentran reunidas en un solo municipio, llamado Zapatoca, a unas dos horas al sur de Bucaramanga. Entre los boscajes de su territorio habitan especies como la azucena (Lilium candidum), una liliácea; el chaparro (Curatella americana) llamado también peralejo macho en Santander; y el tarai (Astronium graveolens), conocido como diomate gusanero.
De
ta l a i n t e r nac i o na l
Según informes oficiales de la Interpol, el ochenta por ciento de la exportación ilegal de madera del país pasa por Norte de Santander. Y se calcula que casi siempre va a dar a Venezuela, en rutas de difícil control por tratarse de una frontera tan porosa. La misma fuente muestra al país vecino en el primer puesto con el mayor número de decomisos de madera ilegal en toda América Latina durante los últimos años. Madera casi siempre de Colombia. Se asegura en el informe que el mercado subrepticio creado con esta ruta de tala y exportación ilegal es tal, que en ocasiones se ha encontrado que se cortan especies en bosques fronterizos pertenecientes a Venezuela, las cuales son introducidas furtivamente a territorios de Norte de Santander, solo para volver a ser vendidas de inmediato a Venezuela como madera colombiana.
Cañabrava Gynerium sagittatum
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Made rabl e s
Extinción
a pa l o s
Las especies más amenazadas en la región
Oriente por la extracción descontrolada de su
madera son, en su orden, el carreto (Aspidosperma polyneuron), que se encuentra dentro de las diez
en mayor peligro de desaparecer en el país, junto con el roble (Quercus humboldtii), del que solo
quedan algunos remanentes regados de manera fragmentaria por las tres cordilleras, y el cedro
rojo (Cedrela odorata), en condiciones similares. A su vez, la madera oscura del nogal ( Juglans
neotropica) es muy cotizada para la elaboración de muebles y escritorios de alto valor en el
Rama de búcaro
mercado, lo que ha propiciado una explotación
Erythrina fusca
intensiva que causó la reducción de un cincuenta y dos por ciento del total de su población. Y algo
M a n gl e
similar ha ocurrido con el sapán (Clathrotropis
de tierra fría
Se conoce popularmente por mangle a algunas especies de árboles y arbustos que forman, en el punto en que se encuentra el mar con la tierra firme, colonias cerradas de sarmientos leñosos: los conocidos manglares. Sin embargo, en los bosques de niebla se encuentra una especie maderable, aprovechada para leña, que se ha dado a conocer con el nombre de mangle de tierra fría (Escallonia pendula). Es un árbol de unos diez metros de altura a lo sumo, con la corteza rugosa y estriada y hojas largas y brillosas muy aromáticas, por lo cual se le puede ubicar fácilmente. Pertenece a la familia de las escaloniáceas, y, paradójicamente, no tiene nada que ver con las especies de los manglares ni guarda similitud alguna con ellos. Algunos estudiosos afirman que el nombre de mangle de tierra fría, con el que hoy día se le conoce en todos lados, quizás se debió a alguna confusión propiciada por el nombre que se le dio en algunas regiones del país: macle, que por cualquier razón después derivaría en mangle y luego en mangle de tierra fría. Confusiones nominales de las que tampoco se escapa la botánica.
brunnea), que posee una madera fina y resistente a los hongos y la intemperie, ideal para pisos, lo que disparó su demanda en Santander y Norte
de Santander, donde su cantidad se redujo en un sesenta por ciento.
Techo de macana Wettinia kalbreyeri
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El Cocuy, en los límites del cielo
n ruido blanco y alegre baja de las montañas inmóviles que acarician el cielo con sus crestas blancas. Es el sonido constante del agua que desciende por los vértices de rocas, por los valles y senderos: es el agua, la palabra sagrada de la Sierra Nevada del Cocuy, Chita o Güicán, que se eleva majestuosamente en el ramal oriental de la cordillera de los Andes en Colombia. El lenguaje del agua despeñándose sierra abajo es una oda a la creación de la cordillera, a su pasado cuando vivía debajo de un mar del que emergió en la segunda mitad del Mioceno, Terciario superior, hace veinte millones de años. En aquel entonces arqueó el cuerpo, sacudió los hombros y creció hasta un punto en que se detuvo, hizo una pausa para volver la mirada hacia abajo y prometió a sus compañeras de nado, la Orinoquia y la Amazonia, que nunca las olvidaría y que Aunque ha perdido nieve dramáticamente, esos recuerdos viajarían con ella en su camino hacia las nubes. esta joya de Oriente sigue generando Retomó su ascenso a finales del Terciario, en el Plioceno, hace agua para los ochenta y cuatro ríos que siete millones de años, y finalmente llegó a la altura que quiso alimenta. Y en sus lomos, esas plantas para ver en primerísimo plano el territorio que se acomodaba minúsculas y vitales a su alrededor. Sus suelos comenzaron a afianzarse mientras las entrañas se acoplaban y moldeaban su espina dorsal. Como resultado, se esculpieron dos subcordilleras paralelas, enfiladas en dirección de sur a norte con una longitud aproximada de treinta kilómetros. Estas sufrirían los embates de los cambios climáticos globales que afectaron la Tierra hace ligeramente más de un millón de años, según el profesor Thomas van der Hammen, y que trajeron consigo la glaciación y la desglaciación. Entonces se formaron sus picos nevados, veintidós centinelas en total que conforman la masa glaciar más grande en Suramérica al norte de la línea del Ecuador. ∙ 58 ∙
C o cuy
Picos de la Sierra Nevada del Cocuy
Frailejón con arroyo de los glaciares Espeletia sp.
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Nacimiento de agua
Comunidades de frailejones en el Cocuy Espeletia sp.
Colorao Polylepis cf. quadrijuga
Así se quedó, alta e imponente, vestida de pies a cabeza con un traje de endemismos que es verde en la falda, con visos grises y negros en el tronco y engalanada con un sombrero blanco en la cabeza. Es un tejido de climas y subclimas, hilos compuestos por ochenta y cuatro ríos y ciento cincuenta lagunas, un ajuar que asciende desde los setecientos hasta los cinco mil cuatrocientos diez metros sobre el nivel del mar y cuyos encajes son las vertientes selváticas al oriente y los altiplanos al occidente. Como la más blanca y pura de Colombia, la Sierra Nevada del Cocuy se erige con categoría entre el norte de Boyacá en los municipios de Güicán, el Cocuy y Chita; el occidente de Arauca en Tame y Fortul; y Sácama, en el noroccidente de Casanare. Son trescientas seis mil hectáreas distribuidas entre selva húmeda ecuatorial en el piedemonte llanero, bosques de niebla desde los mil quinientos hasta los tres mil metros, zona de páramo y súper páramo hasta los cuatro mil ochocientos y nieves perpetuas en la cúspide. La variación de climas de páramo, frío, templado y cálido alcanza temperaturas mínimas de menos ocho grados en la zona alta y de treinta en la selva subandina. Como resultado del último impulso que hizo la cordillera para tocar el cielo están los picos Ritacuba (Blanco y Negro), que alcanzan la mayor altura del Cocuy, con 5.410 y 5.350 metros sobre el nivel del mar respectivamente. A su alrededor hay lagunas glaciares como la Laguna Grande de la Sierra, a 4.400 metros, y humedales de páramo, que sirven de depósito de aguas glaciares. Estas bajan abriéndose camino por las laderas como un torrente sanguíneo que se esparce y deja atrás las morrenas y piedras de origen volcánico, que al humedecerse se cubren de musgos y líquenes de todos los colores. Aparecen con
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C o cuy un papel muy protagónico en este bioma los colchones o cojines de agua, como los tremedales de Plantago rigida, Xenophyllum humile y Azorella crenata, entre otras. Esta cobertura vegetal que vertiente abajo comienza a ser cada vez más prolífera, contribuye a la función vital que se le asignó a este ecosistema de alta montaña: regular el recurso hídrico y proteger las fuentes de agua. Es un proceso que suena permanentemente, que ruge en su decidido descenso. Tal y como se lo prometió a esas selvas que la acompañaron en su otrora vida marítima, la sierra irriga la cuenca del Orinoco al oriente con los ríos Negro, Playón y Mortiñal, afluentes del Casanare, y con el río Meta. Y para reforzar su compromiso con la extensión selvática, envía por el flanco nororiental al río Cobugón, importante tributario del Arauca. Mira también al occidente y generosa crea para este los ríos Lagunillas, Corralitos, San Pablín y Cóncavo, cuyas cuencas forman el Nevado y Chiscano, afluentes del Chicamocha y finalmente del Magdalena. Y así comienza a pronunciarse la vida, a medida que baja el agua. Parado allí, en medio del frío que entra por los poros que el cuerpo humano tiene y de los que entonces uno se percata, a cuatro mil metros de altura en la franja de páramo sobre la vertiente occidental de la sierra, se contempla, resguardado del viento, la humedad, la radiación solar y las bajas temperaturas, un paisaje botánico que se percibe solamente cuando se mira hacia el suelo. Un mundo amarillo de achicorias (Hypochaeris radicata), blanco o amarillo; de chicorias (Hypochaeris sessiliflora), verde y rojo; y de abundantes clases de pastizales dominados por el hombre como los Calamagrostis effusa y Agrostis tolucensis. Este lugar, desde donde se pueden ver los picos Pan de Azúcar (5.120 metros de altura sobre el nivel del mar) y Púlpito del Diablo (5.100), también sirve como escenografía de especies endémicas de frailejones, los amigos más abundantes que se pueden encontrar en el páramo. Una comunidad mixta de ellos, que combina la Espeletia grandiflora, la Espeletia lopezii y la Espeletia argentea, puebla el valle que hace honor al nombre de estas plantas. Muchas de ellas alcanzan los cinco metros de altura y adornan el paisaje con coronas de hojas blancas y texturas aterciopeladas que apuntan hacia el cielo, único ojo que lo ve todo al mismo tiempo, que inspecciona el rol que
cada elemento de la naturaleza tiene para el desarrollo constante de la vida que acá se desborda. Hay, además, especies de alisos (Alnus acuminata), pajas de páramos, chusques y un valioso número de otras angiospermas pertenecientes a veintidós familias y cuarenta y dos géneros. Un poco más abajo, cuando la Valeriana arborea aparece con su tono morado medicinal, a los tres mil ochocientos metros, las cabras y ovejas salen a nuestro encuentro y un número importante de árboles de troncos que han tomado formas escultóricas y cortezas rojas que se desprenden en pequeñas láminas en medio de los chusques se eleva como un bosque que alcanza los diez metros de altura. Es el que forma el colorao (Polylepis quadrijuga), también conocido en la sierra como sietecueros y considerado el árbol más alto del páramo. La espesura de esta arboleda obliga a bordearla para seguir adelante en el descenso por este flanco occidental que conduce al altiplano boyacense. Se aprecia la selva andina, rica en encenillos (Weinmannia sp.), escobos (Hypericum sp.) y árboles más grandes como el roble (Quercus humboldtii), y asteráceas como el palo bobo o aliso de río, además de una alta cantidad de senecios. Este panorama del occidente de la sierra, el que corresponde a Bo- Lirio popa yacá, cultivado con papa, trigo, fríjol Couma macrocarpa y haba, entre otros, es diferente al que se aprecia en el vértice oriental. Por estos picos de la cordillera, por esos abismos insondables, viven unos cinco mil indígenas u,was, dispersos en más de cien mil hectáreas, desde las cuales vigilan el mundo que les construyó Karasa, obedeciendo a los pensamientos de Sira, según su cosmogonía. Desde aquí se baja de manera más vertiginosa hasta la extensión selvática de las regiones de la Orinoquia y Amazonia y hacia el piedemonte llanero, a setecientos metros sobre el nivel del mar. Un recorrido de intensa humedad por los ríos que bajan y la lluvia que cae con precipitaciones entre dos mil y cuatro mil milímetros al año. Por estos mismos parajes abundan los helechos arbóreos y una gran diversidad de epífitas.
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El relieve accidentado de la Sierra Nevada del Cocuy, con pendientes empinadas de hasta cincuenta grados, habla de un pasado de hielo perpetuo que descendió hasta los dos mil ochocientos metros. Hoy este proceso revela la triste realidad de los picos nevados del país y su futuro seco: entre los años 1850 y 2010 la masa glaciar se redujo en un ochenta y nueve por ciento y se estima que para 2025 el ecosistema de los nevados desaparecerá por completo si no se aplican correctivos en el manejo del medio ambiente global o si no ocurren milagros. Sira nunca lo planteó así. Dice la leyenda que delimitó las montañas, los cerros y las cordilleras con tal precisión, que para protegerlas hizo un techo con hojas azules y clavó piedras brillantes en él. Un manto al que llamó firmamento, el cielo que es testigo de todo, que siente el cosquilleo de los picos que le rozan el estómago. El mismo que ve desde arriba una sierra que aún se sacude y abre sus poros para dejar escapar el agua de la que está hecha.
Quiebrabarrigo o cadulo Acaena cylindristachya
Tronco de colorao Polylepis cf. quadrijuga
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C o cuy
En letra cursiva En el Cocuy se destacan una altísima cantidad de asteráceas, una de las familias botánicas con mayor registro de especies, de hábitat cosmopolita y reconocidas por ser generalistas en cuanto a su polinización. Atraen una alta cantidad de polinizadores, desde mariposas hasta escarabajos, pero especialmente atraen especies de abejas. Algunas asteráceas de flores reducidas incluso son polinizadas por el viento. Entre las asteráceas del Cocuy se destacan las achicorias (Hypochaeris radicata e Hypochaeris sessiliflora), además de una altísima variedad de senecios (Senecio sp.), de especies de Baccharis y de Taraxacum. A la alta riqueza de especies del Cocuy se añade una variada cantidad de frailejones o espeletias, como la Espeletia grandiflora, la Espeletia lopezii y la Espeletia argentea. Los frailejones son las especies más características e importantes de los páramos. Además de ser las más significativas del ecosistema de páramo, conservan el agua de estos hábitats. Igualmente en el Cocuy se destaca una variedad de poáceas, la familia botánica de los pastos o gramíneas, tales como el chusque (Chusquea sp.), y especies de Calamagrostis y Festuca. Uno de los pastos más reconocidos en la zona es la paja o paja blanca (Calamagrostis effusa), no solo por su alta distribución en el Cocuy, sino porque es aprovechado para la elaboración de
artesanías. En los páramos también se desarrolla una diversidad de lítamos (Draba litamo), los cuales hacen parte de las brasicáceas. En el Cocuy sobresalen otras especies vegetales como el colorao o sietecueros (Polylepis quadrijuga), de las rosáceas. El sietecueros es altamente apreciado en las zonas de páramos no solo porque se aprovecha su madera para construcciones y postes, sino porque al desarrollarse en zonas elevadas es un árbol apropiado para restablecer bosques naturales en terrenos donde otros árboles no crecen tan fácilmente. Ya en zonas no tan elevadas se encuentran otras especies maderables muy apreciadas para construcción, como el roble (Quercus humboldtii), que hace parte de las fagáceas, además del aliso (Alnus acuminata), de las betuláceas, y del amarillo (Oreopanax bogotensis), de las araliáceas.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Araliáceas
Oreopanax bogotensis
Amarillo
Madera apreciada en construcción
Asteráceas
Espeletia grandiflora
Frailejón
Asteráceas
Espeletia lopezii
Frailejón
Asteráceas
Espeletia argéntea
Frailejón
Por sus aceites esenciales, se le atribuyen diferentes propiedades medicinales. De gran importancia para conservar el agua de los páramos
Asteráceas
Hypochaeris sessiliflora
Achicoria, chicoria
Betuláceas
Asteráceas
Hypochaeris radicata
Achicoria, achicoria de monte
Utilizada en medicina tradicional como antiinflamatorio y diurético
Alnus acuminata
Aliso
Caprifoliáceas
Valeriana arborea
Valeriana
La madera es utilizada en construcción. Las hojas se emplean en medicina tradicional contra el reumatismo
Fagáceas
Quercus humboldtii
Roble
Construcción, ebanistería e instrumentos musicales de cuerda
Lecitidáceas
Cariniana pyriformis
Abarco
Madera apreciada en construcción
Poáceas
Calamagrostis effusa
Paja, paja blanca
Utilizada en la elaboración de artesanías
Rosáceas
Polylepis quadrijuga
Colorao, sietecueros
Madera utilizada en construcción y para postes
En medicina tradicional es utilizada como purgante y laxante
Utilizada en medicina tradicional para el tratamiento de los nervios
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Perfil
El sabio Valenzuela
Juan Eloy Valenzuela Al encontrar por azar a los 13 años a José Celestino Mutis en Cócota de Suratá y recibir de él la invitación para formarse en filosofía en el recién fundado Colegio Mayor del Rosario en Santa Fe de Bogotá, a Juan Eloy Valenzuela se le abrió un camino de ciencia y pensamiento que lo llevó hasta ser subdirector de la Expedición Botánica en el año de 1783. Del bachillerato en aquellos claustros pasó a doctorarse en matemáticas, ciencias naturales y medicina, a la vez que seguía su llamado eclesiástico que atendió desde el primer instante. Su obediencia al rey de España lo llevó durante cinco años a la Mina Real del Sapo, en los alrededores de Tolima, y allí recibió el nombramiento en la más importante empresa de Historia Natural en la América Septentrional, la Real Expedición Botánica.
Su laboratorio y sede de operaciones fue Mariquita, donde artistas y científicos estaban reunidos en la tarea de inventariar la naturaleza de este mundo desbordante. El atento científico Valenzuela, iniciado en la revolución de Coopérnico y en el saber del sabio sueco Linneo, recibía además, en un constante intercambio de cartas con su maestro Mutis, las noticias de primera mano que sobre la ciencia en el mundo le llegaban a este a través de una rica correspondencia. En el momento en que las ideas de la Ilustración hacen que comience a gestarse la República de Colombia, la obediencia al rey hace que Eloy Valenzuela renuncie y que lo reemplace en la Expedición Botánica Francisco Antonio Zea, para irse definitivamente a cumplir su tarea con la Iglesia católica, encerrándose en su tierra natal San Juan Girón. Unos años después va a promover en Bucaramanga el proceso de transformarla de poblado a asentamiento urbano, al tiempo que asiste a sus habitantes con sus conocimientos de medicina, por lo que ellos lo llaman “el doctor Valenzuela”. Pero su labor también le permite recomendar el uso de nuevos pastos; investigar sobre la caña; sembrar trigo en la parte alta y hacer un molino en el río Suratá; tener una huerta en ∙ 64 ∙
su casa donde comprobaba todo lo aprendido en Mariquita; experimentar con la quina para curar el bazo; con la miel de caña para las úlceras y la disentería; clasificar las plantas y probarlas, y escribir una taxonomía de todo cuanto usó e hizo en una obra llamada La flora de Bucarama, que luego por ausencia de cuidado desapareció. Pero su huella botánica quedó en los feligreses de Bucaramanga, Girón, Floridablanca y Piedecuesta, quienes, como en el resto de Colombia, acataban con respeto al Cura Valenzuela. El aprecio de sus coterráneos se ha traducido en el Jardín Botánico de Santander, en Floridablanca, consagrado a su nombre, y en haber mantenido vivo el estudio sobre las plantas medicinales que el científico propició toda su vida. A raiz de los acontecimientos políticos que revolvieron en Colombia los ánimos, él decidió aislarse y encontrar en el silencio un solaz. Pero era tan confuso cuanto ocurría que a su casona, mientras él dormía en su hamaca momposina, entran dos asaltantes, los hermanos Bretón, que en apariencia van en busca de tesoros, y con un puñal lo dejan malherido y muere el primero de noviembre de 1834, a los 78 años. Los dos asesinos, hijos de un negociante de rentas de licor, son castigados por ocasionar este deplorable final a quien entregó sus días a buscar el conocimiento y contribuir con él a los colombianos que apenas veían despuntar una nación y un territorio todavía desconocido. Eloy Valenzuela es un sabio clave en el Oriente y en el resto del país.
G uar dian e s de l a h um e dad
Musgos y líquenes Crecen y se reproducen en piedras o troncos de árboles, y toman colores insólitos. Necesitan humedad y sombra y parecen pedacitos de terciopelo apiñados sobre esas superficies ásperas. Mirados desde cerca son bellos, y mirados desde más cerca asombran. Son musgos y líquenes que juntamos aquí como testimonio de la vida en los páramos donde nace el agua. Forman parte esencial de nuestra riqueza botánica, así pertenezcan a las comunidades minúsculas del mundo vegetal. t
Canto a mí mismo Tierra, sonríe: sonríe con tu aliento fresco. Tierra voluptuosa de bosques adormilados y vaporosos, Tierra de crepúsculos muertos. Tierra de crestas hundidas en la niebla, Tierra bañada con la leche azulenca de la luna llena, Tierra de luces y de sombras que jaspean la corriente del río, Tierra de nubes límpidas y grises que mi amor abrillanta y enciende, Tierra de profundos barrancos y llena de flores de manzano… Sonríe, sonríe porque tu amado llega. Amor me diste generosa y amor te devuelvo… amor indescriptible y apasionado.
Walt Whitman (1819-1892) Fragmento de Canto a mí mismo Traducción de León Felipe t
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Los Estoraques, el dominio del silencio
o primero que se siente es el silencio. Se te pega a la piel y te cala, a pesar de estar sólo a dos kilómetros de la cabecera del municipio La Playa de Belén, en Norte de Santander. No estamos acostumbrados a tanto silencio, aunque este bello pueblito, declarado monumento nacional, enclavado en las estribaciones de la cordillera Oriental, ya nos lo había anunciado cuando caminamos por sus calles empedradas bordeadas de casas blancas. Su entramado de tres calles largas, cruzadas por siete u ocho más cortas, parece conducir, sin demora, a su bello templo neocolonial. Por algo lo comparan con aquellos pueblitos de los pesebres navideños que hacíamos en el rincón de la sala. Las calles parecen convertirse, en apenas minutos, en un laberinto de profundos y estrechos senderos con paredes de roca que nos llevan, de repente, a contemplar la majestuosidad del Área Natural El viento, que ha ayudado a labrar Única Los Estoraques, una formación de rocas erosionadas de estos laberintos de roca, zumba seiscientas cuarenta hectáreas de extensión que parecen viejas y agita las plantas que crecen catedrales, con sus columnas y altos frontispicios esculpidos por pese a la hostilidad del suelo el agua y el viento, ubicados entre los mil cuatrocientos y los dos mil cien metros de altura sobre el nivel del mar, con una temperatura entre los diecisiete y los veintitrés grados centígrados y mil setenta y cuatro milímetros de precipitación promedio anual. En contraste con las llanuras verdes y otras cultivadas de cebolla, maíz, fríjol y yuca en las que se asienta La Playa de Belén, regadas por el río Playón, en la cuenca alta del río Catatumbo, Los Estoraques pueden parecer algo desérticos; pero esa primera impresión desaparece cuando vemos que estos laberintos están llenos de vegetación, con 383 especies, distribuidas en 177 géneros y 84 familias, más una especie de rubiácea que solo se reportaba para Venezuela, la Rustia venezuelensis, que hablan de la capacidad de las ∙ 66 ∙
Estoraq ue s
Conjunto de estoraques
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plantas de arraigarse hasta en los suelos y condiciones de fertilidad más difíciles. Entre sus matorrales creció una leyenda, la del árbol con el nombre de estoraque, o Styrax guianensis, de la familia estiracáceas. Una leyenda que habló hasta decir que se producía la resina de la que se obtiene el incienso y que se usa como remedio excelente, expectorante y desinfectante, bueno contra los furúnculos y otros malestares de la piel. Una leyenda. La Expedición Savia en esta zona de Norte de Santander caminó y miró; preguntó y hurgó archivos y no encontró ninguna muestra concreta de que estoraque sea o haya sido un árbol. O una planta. La Styrax guianensis, es, en realidad, originaria del Amazonas. Así que tras su paso por La Playa de Belén y después de las averiguaciones que hizo, Savia concluye que estoraques se refiere a una formación geológica y no a una planta. Entre los estoraques, en este bosque seco premontano crecen, en medio de las grietas, en las acumulaciones de sedimentos desplomados de las columnas y recostados a estas y en las pequeñas plazas abiertas entre las columnas de roca, los indio-pelaos, llamados también rabo de zorro o rabo de alacrán (Stachytarpheta mutabilis); uvitos (Lantana camara, Lantana boyacana y Lantana rugulosa); guayabos cimarrones y guayabos agrios o chobas (Psidium guineense); mantequillos, cucharos o mantecos (Myrsine guianensis); arrayanes o arrayanes guayabo (Calycolpus moritzianus); rampachos o raques (Clusia sp.), mapuritos (Roupala montana), loquetos (Escallonia pendula), encenillos (Weinmannia sp.), todos ellos con hermosos y difíciles nombres en latín como estos. A medida que avanzamos por este laberinto de rocas y paredes donde crece el Ficus velutina (moráceas), conocido en Norte de Santander como matamorro, nos damos cuenta de que el silencio que nos había abierto la puerta de esta maravilla tiene ahora sonidos de carriquíes, periquitos, tordos, palomas, colibríes, turpiales y otras decenas más de especies de aves, atentas a los cernícalos que planean sobre ellos en busca de un lagarto que se refugia en el único tipo de cactus observado hasta ahora en Los Estoraques, la Opuntia caracassana o tuno, con sus hermosas flores pletóricas de pétalos. Aunque cada vez es más difícil verlos, también nos podríamos topar, en una
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Aguacatala en la cueva de La Gringa Cinnamomum triplinerve
de las tantas cuevas, como la llamada de La Gringa, al puma yaguarundí, a los conejos brasileros, al zorro perruno y a las zarigüeyas comunes ocultos entre arbustos de poca altura como el peralejo (Byrsonima crassifolia), el chaparro (Curatella americana), el chilco (Baccharis sp.), el papamo (Vismia baccifera) y el clavelillo o pegamosco (Bejaria sp.), que acompañan al laurel (Cinnamomum sp.). Si bien este es conocido por hacer parte de las lauráceas, se distingue del laurel común (Laurus nobilis) por ser un árbol de más de quince metros de altura que crece en los pasillos más estrechos, espigado, en busca de los rayos del sol que entran por las claraboyas naturales, algunas de más de treinta metros de altura, por donde ingresan,
Estoraq ue s antes de la salida del sol, los murciélagos que vuelven de sus vuelos nocturnos. Como si nos recostáramos en la yerba para tratar de formar figuras con las nubes que transporta el viento, y una vez superado el primer impacto de la contemplación de los estoraques y sus recovecos, empezamos a buscar formas entre las altas columnas aisladas, azotadas también por los vientos, cada vez más delgadas, hasta que se les forman cuellos y se desploman bajo su propio peso. Hay quienes ven un barco, y otros un enorme castillo medieval con torres y almenas luego de un asalto exitoso de los enemigos. Algunos ven el frontis de una catedral medieval, con sus distintas secciones que trepan hasta el cielo, a medio cubrir por los rastrojos que les cuelgan de cara al abismo y que parecen competir con los árboles para ver cuál llega más alto, como si en paralelo se estuviera construyendo también un templo de follaje y ramas. Es fácil perderse por entre este laberinto, así que es mejor seguir por el camino de La Virgen, cruzar por el paso de Las Ánimas o meternos en la cueva de La Gringa, que son algunos de los lugares más visitados por los turistas. A cada vuelta del camino aparece otra formación más sorprendente, más espigada, casi imposible. Caminar por Los Estoraques es una aventura entre el silencio y el asombro, que nos enseña lo poderosas que son las fuerzas de la naturaleza y lo fácil que es, para el hombre, destruir estas esculturas hechas a punta de tiempo y paciencia. Si siguiéramos nuestro camino, iniciado en la plaza de La Playa de Belén, por alguno de los senderos autorizados para hacer los recorridos, y pudiéramos llegar, tras una larga caminata, hasta la parte más elevada del Área Natural Única Los Estoraques, al bosque llamado Peutama, cubierto de neblina, penetraríamos en el reino del roble (Quercus humboldtii) y sus amigos: el laurel comino, el yarumo plateado, los helechos arborescentes (Cyathea frigida) y los arbustos del granizo, cuyas hojas se usan para limpiar el hígado, que crecen junto a los platanillos (Heliconia meridensis), endémicos de la cuenca del Catatumbo, entre muchas otras especies, incluidas las orquídeas. Desde allí arriba, con los ojos entrenados de un geólogo, podríamos ver que esta formación rocosa que parece labrada por gigantes, que hoy es un mundo de silencio y quietud, se ha formado como consecuencia de enormes cataclismos que son los hitos de la historia
de la formación y el levantamiento de la cordillera Oriental de Colombia, de los cuales el último, el que labró estas maravillosas formaciones, fue el más suave. Si pudiéramos hacer correr el tiempo hacia atrás a una velocidad de millones de años por hora, podríamos ver que hace cuatro millones de años lo que hoy son Los Estoraques, que hacen parte de la formación geológica Algodonal, era una extensa sabana inclinada cubierta de vegetación que iba hacia las tierras bajas. Es una secuencia de conos aluviales sucesivos, que se fueron superponiendo entre sí con dirección a las partes bajas, a medida que los ríos descargaban los sedimentos, con su eterno pulir las rocas de las tierras altas, al salir de los cañones de las montañas y encontrarse con los valles, formando esta cadena de capas de detritos, que necesitaron veinte millones de años para formar todo el espesor que hoy muestran. Se calcula que hace apenas cuatro millones de años el proceso erosivo de estos conos aluviales se intensificó y las corrientes de agua fueron labrando a su vez estas capas de sedimentos, abriendo pequeños surcos que se fueron ensanchando, dando paso a otro de los agentes erosivos con los que cuenta el escultor del paisaje para regalarnos estas formas de ensueño: los vientos. A medida que se iban profundizando Orquídea los canales y surcos, fueron apare- Epidendrum sp. ciendo las capas dejadas por las distintas avenidas de los ríos, unas más gruesas que las otras, dependiendo de qué tan magníficos fueron estos eventos. Los sedimentos se cementaron entre sí con el tiempo y se volvieron resistentes a la erosión, unos más que otros, lo que nos permite ver hoy ese regalo de arquitectura que son las columnas de estas catedrales, seccionadas por capas, donde las más duras protegen a las más blandas, como si fueran sombrillas, del agua y del viento. Finalmente, estas fuerzas erosivas las vencerán, hasta dejarlas al nivel del piso, convertidas de nuevo en sedimentos libres que se irán llevando las quebradas y los ríos a donde diga que deban ir las futuras convulsiones de la cordillera Oriental de Colombia, cuyas fuerzas tectónicas siguen
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Arrayán guayabo Calycolpus moritzianus
activas, dándole una forma que todavía no sabemos, ni tendremos oportunidad de saber, cómo será. En la naturaleza nada permanece quieto, todo se transforma; o si no que lo digan las plantas, esas sobrevivientes a todos los cataclismos de la Tierra, que siempre han sabido qué hacer y cómo adaptarse, hasta ocupar los lugares más insospechados del planeta en los momentos más difíciles, como principales guardianas de la vida. En Los Estoraques anida una paradoja. Lo que hoy nos deslumbra con sus formas y el contraste con el verde de la vegetación que lucha por sobrevivir en un suelo tan difícil, es la expresión de uno de los problemas ambientales que, aunque siempre se hayan presentado, incluso antes de que el hombre pasara a ser tan protagónico, más preocupan actualmente: la pérdida de los suelos cultivables por fenómenos erosivos. En Los Estoraques no podemos echarles la culpa a los mineros, ni a los constructores de vías ni al cre∙ 70 ∙
cimiento desmedido de las poblaciones y ciudades. Aquí la naturaleza actúa por sí sola, con sus fuerzas en equilibrio, porque ella se recicla a sí misma. Los sedimentos que alguna vez fueron arrancados aquí se convirtieron en las verdes llanuras que los recibieron de las manos de los ríos, como alguna vez sucedió con los de Los Estoraques, cuando fueron removidos de las altas montañas. El paisaje es una suma de cosas bellas y contrastantes: nadie quiere que las zonas con vegetación se conviertan en desiertos, así nos parezcan deslumbrantes los paisajes de extensas dunas áridas o las cárcavas que en este viaje vimos en Los Estoraques. El hombre, que también hace parte del medio ambiente, con todo y su forma de vivir, ha venido a acelerar muchos de estos procesos, pero la naturaleza es sabia y buscará de nuevo el equilibrio, así tenga que deshacerse de nosotros o reducirnos a lo que ella puede soportar.
Estoraq ue s
En letra cursiva Fascinante lugar el Área Natural Única Los Estoraques, donde las enormes rocas erosionadas plasman un paisaje épico, además de ser una muestra de la capacidad de las plantas para desarrollarse en un terreno tan hostil como el de esos pequeños agujeros formados en los enormes monumentos, a los que apenas penetran algunos rayos de sol. Lo curioso es que no solo se encuentran musgos, que fácilmente crecen sobre las piedras, o gramíneas, que se desarrollan sin problema casi en cualquier parte, sino que se da una gran diversidad de vegetación. Hay aquí pequeñas herbáceas, arbustos e incluso árboles de gran altura, como lo es el denominado laurel en el Norte de Santander (Cinnamomun sp.), que puede alcanzar hasta quince metros de altura, una de las plantas más características de este lugar único y que se desarrolla entre esas gargantas por donde apenas entra la luz. Aunque se debe recordar que no es el popular laurel, si no que se le conoce como laurel por ser una laurácea. La leyenda partió del Styrax guianensis, inexistente en la zona del que el nombre Los Estoraques se derivó del árbol y del bálsamo. No existe vestigio actual de la especie ni de la extracción de sus aceites escenciales. En esta área única se encuentra una ericácea (Bejaria sp.), cuya resina es apreciada, y que es una planta bien curiosa, como lo sugiere su nombre común: atrapamoscos.
Los insectos, atraídos por sus colores, terminan capturados en el pegote de dicha resina. En Los Estoraques también se pueden encontrar otras especies vegetales que producen valiosos aceites esenciales utilizados en medicina y perfumería, algunas de las cuales hacen parte de las mirtáceas, como el arrayán guayabo (Calycolpus moritzianus) y el guayabo agrio (Psidium guineense), los que, como es de esperarse, se emparientan con el popular guayabo (Psidium guajava). Otro caso es el del resbalamonos (Bursera simaruba), una burserácea cuyo nombre común se deriva de lo muy liso que es su tronco. De sus hojas se extrae una resina medicinal. Así como en estos monumentos de gigantes piedras se encuentra una gran variedad de plantas con esencias medicinales, también hay árboles maderables, al igual que otras cuantas plantas ornamentales, las cuales decoran esta otra sorpresa colombiana.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Burseráceas
Bursera simaruba
Resbalamonos
Su exudado tiene propiedades antiinflamatorias
Ericáceas
Bejaria sp.
Clavelillo o atrapamoscos
Ornamental
Cactáceas Fagáceas
Lauráceas Mirtáceas
Opuntia caracassana Quercus humboldtii Cinnamomun
Calycolpus moritzianus
Tuno
Roble
Laurel
Psidium guineense
Guayabo agrio
Primuláceas
Myrsine guianensis
Cucharo
Moráceas
Proteáceas
Verbenáceas
Ficus velutina
Roupala montana
Stachytarpheta mutabilis
Apetecido por su uso maderable
Maderable, utilizado en carpintería
Arrayán guayabo
Mirtáceas
Culinario. Medicinal: baja el azúcar en la sangre
Con aceites esenciales de interés industrial para condimentos y perfumes
Se utiliza para tratar diferentes males digestivos
Matamorro
Ornamental
Ornamental, con uso maderable
Mapurito
Rabo de zorro o de alacrán
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Con propiedades afrodisiacas Ornamental
Mirando
h ac i a at r á s
Los primeros conquistadores españoles que recorrieron las tierras de la Provincia de Ocaña llegaron allí por error, al extraviar el camino a Coro, en Venezuela. En enero de 1532, el alemán Ambrosio de Alfinger, necesitado de refuerzos y temeroso de perder el botín logrado hasta el momento, envió desde Tamalameque, a orillas del río Magdalena, a veinticuatro hombres al mando del capitán Íñigo de Vasconia, cargados con treinta pesos de oro. Los pantanos, la exuberante vegetación y las enfermedades acabaron con los expedicionarios, que recurrieron al canibalismo, dando cuenta de algunos indios pacabueyes. El único sobreviviente, Francisco Martín, terminó de curandero de la tribu y yerno del cacique, luego de que los indios lo recogieran a punto de fallecer en medio de la manigua. Estas tribus, como los oropomas, ceborucos, aspasicas, aratoques, borras y curasicas, pertenecientes a la gran familia de los motilones, se asentaron en las vegas de los ríos que hoy bordean la reserva de Los Estoraques. Se dividían en muchos grupos, aunque escasos en número. Vivían de los cultivos de maíz, papa, yuca, ahuyama y fríjol, aunque también cazaban y pescaban.
Fruto del rampacho Clusia cochliformis
D e L o s E s to r aqu e s
al
C atat um b o
El agua lluvia que hoy sigue esculpiendo, con esa persistencia de los fenómenos naturales, las catedrales, torres, columnas y cuevas en el Área Natural Única Los Estoraques, tiene todavía un largo recorrido antes de desembocar en el golfo de Maracaibo, en Venezuela. El río Catatumbo, que nace en el cerro Jurisdicciones, en Ábrego, a 3.850 metros sobre el nivel del mar, es el que la lleva, luego de recogerla en el río Algodonal, a través del río Playón, que pasa bordeando Los Estoraques y recibe el agua de las quebradas que lo atraviesan y demarcan, como Volcán Blanco, La Vaca, La Media, Alcantarillas y La Honda, de la que se abastece el acueducto urbano de La Playa de Belén, donde viven apenas 647 playeros, como se les conoce, ya que la mayor parte de la población, 7.856 habitantes, vive en la zona rural.
Cementerio de La Playa de Belén con estoraques
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Estoraq ue s
E ntramado
dE bosquEs
Aunque en el Área Natural Única Los Estoraques son las rocas y sus formas labradas por la erosión lo que llama la atención a primera vista, lo que le da a la zona esa belleza que deja sin aliento es el intrincado crecimiento de la vegetación en medio de las columnas, torres y estrechos pasillos, como si cada reino de la naturaleza pugnara por crecer más que el otro. Mientras el agua y el viento tallan las rocas para convertir todo en un desierto, la vegetación pugna por mantenerse y adaptarse, en una lucha que finalmente se mantiene en equilibrio, aunque precario. En el área de Los Estoraques se distinguen las siguientes zonas de bosques: zona baja o de bosque seco, con noventa hectáreas, formada por matorrales densos que no superan los dos metros de altura, donde las hierbas de la familia de las margaritas se entremezclan con los uvitos o venturosas, resbalamicos o resbalamonos, caucanas y guayabos cimarrones o guayabos agrios, entre muchos otros, mientras aferrados a las paredes de los estoraques crecen los guiches, de la familia de las bromeliáceas. En la zona de bosque subandino seco, enmarcada por la vía que conduce desde El Cenicero hasta Peritama, la vegetación es más escasa, con fenónemos erosivos que no permiten buena acumulación de suelo; allí crecen hierbas de la familia de las asteráceas y algunas poáceas o gramíneas, aunque en los bosques de galería, en las orillas de las quebradas La Tenería y La Honda, crecen árboles hasta de veinte metros de altura. Ya en la parte más alta está el bosque subandino húmedo, en la región de Peritama, por arriba de los mil setecientos metros sobre el nivel del mar: es el reino de los robles, helechos, granizos, platanillos, palmas, bromelias y orquídeas.
Algodón Pachira pulchra
dE
puEblo En puEblo
Las seiscientas cuarenta hectáreas, apenas una pizca de tierra, que conforman el Área Natural Única Los Estoraques, una de las cincuenta y nueve áreas protegidas del Sistema de Parques Nacionales, están incrustadas en una vasta región de 7.417 kilómetros cuadrados conocida como la Provincia de Ocaña, en el Norte de Santander. Esparcidos por esta geografía de ensueño, donde el paisaje de rocas desnudas, densos bosques, planicies verdes doradas por el sol, se combina con terrenos erosionados y quebradas de aguas cristalinas, se puede visitar a Ocaña, Ábrego, Hacarí, El Carmen, Cáchira, La Esperanza, Convención, Teorama, El Tarra y La Playa de Belén, que son los municipios que forman esta provincia que también incluye a Río de Oro, González, Aguachica y Gamarra en el departamento del Cesar.
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Las que dan estas tierras
o son habladurías. Se sabe que a veces la gente habla más de la cuenta, pero en este caso todo lo que dicen es verdad. Hablan, por ejemplo, de sus ojos profundos, de su dulzura embriagante, a pesar de que tiene un corazón duro e hiriente. Dicen que exhibe una corona escandalosa sin ningún pudor. Porque quiere ser la reina. Y de alguna forma lo es. Dicen también que ha sido retratada por los pinceles de algunos artistas de renombre. Ana Mercedes Hoyos la pintó decenas de veces y exhibió sus cuadros en distintas galerías del mundo. No son habladurías. Es cierto que la gente habla incluso de lo que no sabe, pero todo esto no es más que la verdad. La he visto. Yo misma la he visto de paso hacia Lebrija, multiplicada por cientos de cientos, cuando su olor alborota el gusto y el olfato, y sus formas hacen que las manos quieran to- Ásperos, casi hostiles, estos suelos de Oriente carla, aun a riesgo de salir lastimado. La piña, bendita piña, reina parecieran incapaces de producir lo que de reinas entre las frutas de la provincia de Soto en Santander, producen. Pero estas tierras dan montones de en donde se cultiva el noventa por ciento de las que se consumen frutas, muchas de ellas exóticas. Deliciosas en todo el país. Su existencia está rodeada de hechos curiosos, y eso se nota a simple vista, desde que está en la planta. Las hojas son espinosas y pueden medir entre treinta y cien centímetros de largo. Las flores son de tonalidades rosadas y dan fruto sin necesidad de fecundación. El fruto, inicialmente, presenta una desproporción simpática en relación con las hojas que lo abarcan, lo abrazan y lo esconden. Es necesario dejar pasar al menos dieciocho meses para saber que ese minúsculo volumen coronado por un penacho tupido y pesado algún día tendrá un cuerpo significativo. Es la Ananas comosus, la misma a la que
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Frutal e s
Gulupas
Duraznos
Passiflora edulis variedad edulis
Prunus persica
Brevas Ficus carica
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Moras Rubus glaucus
Piñas y sandías Ananas comosus
se le atribuyen diversos poderes, entre ellos los adelgazantes y diuréticos, los antiparasitarios y desinflamatorios, los hidratantes y depurativos. En la provincia de Vélez, otra de las subregiones del Oriente colombiano, existe una fruta igualmente importante por la cantidad que representa en el mercado que sale del departamento de Santander al resto del país: la guayaba. Si las virtudes de su especie se midieran por su apariencia, nadie daría un centavo por ella. Carece de belleza, tanto por fuera como por dentro. Pero basta con morder su carne rosada y tierna para encontrar su gracia: ese sabor dulce intenso que es aprovechado por los cocineros para hacer jaleas, salsas, jugos, mermeladas y, sobre todo, bocadillos. Los famosos bocadillos veleños, que incluso cruzan fronteras para calmar los antojos de quienes viven lejos. Santander es el principal productor de guayaba común, con una característica muy especial: los árboles de guayaba se dan en los potreros como les viene en gana, sin ningún parámetro técnico. Aun así, el fruto es de gran calidad y sabor. Su nombre científico es Psidium guajava y pertenece a la familia de las mirtáceas. Es antibiótica, antidiarreica, astringente, expectorante, sedante y sudorífica. Tiene un altísimo contenido de vitamina C. Además del fruto, se aprovechan las hojas con fines medicinales. Al hervirlas, solas o con hojas de otras plantas, sirven para hacer cataplasmas que contribuyen a la mejoría de la piel inflamada. Santander representa una de las más grandes áreas frutícolas del país. En él se cultivan además la mora, la lima ácida de Tahití, la mandarina arrayana, el maracuyá y, en menor proporción, uvas, aguacate, curuba, pitahaya y melón. Ahí, donde la cordillera Oriental de los Andes se ensancha con más amaño, está el departamento de Boyacá. Una tierra con historia de tropas, soldados y campos de batalla. Campos fértiles, alimentados por las lluvias y los vientos Alisios provenientes de la Amazonia que llegan aquí cargados de humedad. Ese relieve tan propio de la región Andina le permite al departamento tener todos los pisos térmicos y, por tanto, una producción
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Frutal e s agrícola amplia y variada. Por algo produce treinta y seis especies frutales, que ubican al departamento en el primer lugar en variedad. La zona nororiental de Boyacá, que hace parte del entramado de la región Oriente de Colombia, abarca dos climas característicos: el seco, presente en zonas como el desierto de La Candelaria, Villa de Leyva, Sáchica y la hoya del río Chicamocha, donde la vegetación es pobre en pastos y está conformada por arbustos y matorrales. Y el clima de montaña, que va cambiando de acuerdo con la altura. En los páramos, donde las temperaturas ya son bajas, algunos cultivos pueden subsistir. En cambio, en los picos nevados en la Sierra Nevada del Cocuy no hay posibilidades de que ninguna actividad agrícola dé frutos. Esta zona es líder en la producción de caducifolios: frutales característicos de clima frío que en épocas de invierno pierden sus hojas para resistir las bajas temperaturas. Ese nombre, que suena tan ajeno, se traduce en frutas del común como la ciruela, el durazno, la manzana, la pera, la chirimoya, la uva y la breva. Produce también otras frutas muy populares en la región. Los sorbetes más tradicionales de las mesas boyacenses son el de curuba (Passiflora tripartita) y el de feijoa (Acca sellowiana). Con las hojas de la curuba, que tienen un alcaloide suave conocido como passiflorina, se preparan, además, infusiones para calmar los nervios. Y para estimular el sistema nervioso se usa la feijoa: con ella se le da sabor al sabajón, una bebida de bajo contenido alcohólico propia del departamento boyacense. En el Norte de Santander los suelos son poco fértiles, de ahí que los más adecuados para la siembra de frutales sean los de montaña: clima frío, seco o medio seco. En ellos se siembra banano, brevas, mandarina, naranja, piña, mora y uva. Salvo los cultivos de estas dos últimas, los otros tienen una producción igual o más baja que el promedio nacional. Los cultivos de mora, en cambio, producen alrededor de ocho toneladas por hectárea, por encima del promedio nacional. La mora pertenece a la familia de las rosáceas y su nombre científico es Rubus glaucus. Es una fruta con una increíble acción antioxidante gracias a la abundancia de pigmentos naturales que contiene, como las antocianinas y los carotenoides, y al alto contenido de vitamina C, que supera, incluso, al de algunos cítricos.
Consumir moras con regularidad ayuda a fortalecer el sistema inmunológico, a aumentar las defensas del organismo y a evitar enfermedades degenerativas y cardiovasculares y la propagación de células cancerígenas. La Vitis vinifera es la fruta del dios Baco. En Colombia su cultivo es muy reducido y las condiciones climáticas no son las más favorables para cosechar frutos con las características necesarias para hacer un buen vino. Sin embargo, en esta región del país las vides tienen mayores posibilidades de subsistencia, gracias a que es posible encontrar una humedad adecuada, lo cual no solo asegura un buen proceso de crecimiento sino que evita la propagación del plasmopara vitícola, un hongo que produce la enfermedad conocida como mildiu, la cual amenaza seriamente la producción de uvas en el mundo y que aquí, en cambio, tiene una incidencia muy baja. Las uvas que se cultivan en la región Oriente están destinadas principalmente a su consumo natural, bien sea en zumos, refrescos o enteras. La situación de los suelos en Arauca septentrional no es muy diferente a la de los de Norte de Santander. Son suelos ácidos, con escasa materia orgánica, lo que los hace poco fértiles. Por esa razón, algo menos del seis por ciento de la región Feijoa está destinada al cultivo de frutas. Acca sellowiana De la familia de las anacardiáceas, el marañón es apetecido por cocineros y reposteros. La almendra del anacardo se tuesta o se frita y se come sin necesidad de más. Con ella también se hacen chocolates, turrones y postres o se usa en las ensaladas para darles un toque crocante. La fruta del anacardo también se usa para hacer postres, jaleas, bebidas y, si se fermenta, vino. Lo llaman el fruto de la memoria porque fortalece el cerebro, tiene alto contenido de vitamina C y las nueces tienen gran valor alimenticio. El agua que se prepara con las hojas del marañón sirve para tratar cólicos, inflamaciones, neuralgias y el insomnio. Las tierras del piedemonte llanero tienen mejores cualidades que las de la Orinoquia inundable gracias a la
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Guanábana Annona muricata
Guayabillo Eugenia victoriana
presencia de las terrazas de la altiplanicie y las vegas de los ríos con buen drenaje. En las zonas de Saravena, Arauquita y Tame se pueden encontrar cultivos de maracuyá, piña, mango y arazá, y, con mucha más presencia, los de papaya y patilla. A la papaya se le atribuyen muchas propiedades poderosas, especialmente las digestivas. De esta fruta, de la familia de las caricáceas, se usan todas las partes: con las hojas de la planta se hacen cataplasmas desinflamatorios. La sustancia lechosa que asoma por la cáscara cuando se raja es un excelente antiparasitario, y se usa también para acabar con verrugas y callos. Con las semillas secas y molidas se combate el estreñimiento y con la carne se hacen jugos y se ablandan carnes. La patilla o sandía no es de gran valor nutritivo, pues está compuesta en un noventa y tres por ciento de agua, y pero eso mismo se convierte en un gran diurético. Tiene, además, un importante poder alcalinizante que contribuye a la depuración de ácidos nocivos para el organismo. Se trata de una fruta refrescante y con gracia natural: la corteza verde, llena de vetas pálidas, contrasta con la carne jugosa de un rosado intenso, adornada por semillas ovaladas negras. Si la piña se jacta de haber sido ampliamente retratada, no lo ha sido menos la patilla. Rufino Tamayo la pintó casi con obsesión, una y otra vez, y en los museos de aquí y de allá se exhiben cuadros suyos y de otros artistas latinoamericanos como Diego Rivera y Frida Kahlo que sucumbieron al poder estético de esta fruta, indexada en los listados botánicos como la Citrullus lanatus.
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Frutal e s
En letra cursiva En el Oriente de Colombia se destacan una gran cantidad de frutas de diferentes colores y sabores. Los nombres comunes de algunas de ellas han creado confusiones que vale aclarar. Una de las más comunes ocurre con la lima, denominada limón en Latinoamérica. La lima (Citrus x aurantiifolia) se caracteriza por los frutos redondos y verdes, mientras que el limón, Citrus x limon, presenta frutos un poco más alargados y amarillos. Esta confusión se deriva de la introducción de la lima del Medio Oriente a Europa, ya que los persas se referían a las limas, limones y a sus variaciones como limu, a pesar de que la palabra limu no hace parte de ningún género de rutáceas. Las limas y limones, junto con sus hermanos cítricos, hacen parte del género Citrus de las rutáceas. Entre ellos también se encuentran la lima de Tahití (Citrus sp.), la naranja (Citrus sinensis) y la mandarina (Citrus reticulata). Otro fruto que también ha originado algo de confusión, especialmente porque su nombre común hace referencia a dos géneros botánicos, es la mora. Las moras o zarzas (Rubus glaucus), tan comunes y tan ampliamente cultivadas en Colombia, hacen parte de las rosáceas, de la misma familia de la manzanas (Malus sp.), las fresas (Fragaria sp.) y las frambuesas (Rubus idaeus). Se denomina moras a las especies del género Rubus, que presentan este tipo de fruto formado por muchas drupas o polidrupas. Sin embargo, también se denomina mora a las especies del género Mora de las moráceas, nativas de África, Asia y Norteamérica. Pero aunque sus frutos son algo similares a
los de las zarzas, son géneros más bien distantes. La palabra mora deriva del tono oscuro de sus frutos, que en latín es maurus. Afortunadamente, entre las frutas del Oriente de Colombia son más bien pocos los nombres comunes que tienden a generar confusiones. Una de las etimologías más comunes en botánica es la de las pasifloras, o flores de la pasión. Sus flores características y llamativas le valieron el nombre de pasiflora, ya que recuerdan la pasión de Cristo. La corola o los pétalos en forma de corona vendrían siendo la corona de espinas. Los tres pistilos representarían los clavos. Algunos incluyen los zarcillos como los látigos y otros se refieren a los cinco estambres como las heridas de Cristo. Lo que sí es claro es que su belleza ha intrigado a miles. Entre las frutas de las pasifloráceas del Oriente de Colombia se encuentran el maracuyá (Passiflora edulis) y la curuba (Passiflora tripartita).
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Anacardiáceas
Anacardium occidentale
Marañón, merey
Uso culinario: tanto para platos como para postres
Caricáceas
Carica papaya
Papaya
Culinaria, para ablandar caernes. Medicinal
Bromeliáceas Caricáceas Mirtáceas
Mirtáceas
Ananas comosus
Vasconcellea pubescens Acca sellowiana
Psidium guajava
Piña, ananás
Antiparasitaria y adelgazante
Papayuela
Culinaria. Postres
Feijoa
Helados, mermeladas, compotas
Guayaba, guayaba pera
Su fruto es aprovechado en postres, especialmente en bocadillos. Propiedades medicinales
Pasifloráceas
Passiflora edulis
Maracuyá
Rosáceas
Rubus glaucus
Mora común, mora, mora de castilla, zarza
Pasifloráceas
Passiflora tripartita
Rutáceas
Citrus sp.
Rutáceas
Citrus reticulata
Rutáceas
Citrus sinensis
Culinaria. Flores ornamentales
Curuba, guruba, golupa
Medicinal: combatir el insomnio, contra males gastrointestinales Antioxidante, alto contenido de vitamina C y carotenoides
Lima de Tahití
Depurativo, para enfermedades musculares y respiratorias
Mandarina
Antiséptica y cicatrizante, con alto contenido de vitamina C
Naranja
Apreciada por su alto contenido de vitamina C
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Unas por otras
Ciruela Prunus domestica
Son tres las variedades de piña más populares en Colombia. La perolera es la que más se siembra en el país, y especialmente en la región Oriente. Tiene ojos profundos, una única corona, pulpa amarilla, cáscara con visos anaranjados y es muy apetecida por su dulce sabor. La variedad manzana es una derivación de la perolera. El fruto es más pequeño y de color rojizo, las hojas no tienen espinas en los bordes y su corona tiene varios bulbos. Es más escasa en el mercado porque es un fruto muy delicado que suele afectarse mucho cuando lo transportan. La cayena lisa es la variedad más sembrada en el mundo. Se caracteriza porque las hojas solo presentan espinas en la parte superior y algunas en la base. Tiene mucho jugo y poca fibra, la cáscara es lisa y el color de la pulpa es amarillo pálido.
Botica cítrica El cultivo de cítricos ha ido aumentando en el departamento de Santander, especialmente en la Provincia Comunera, donde ha sido posible tecnificar la siembra y el riego tomando agua del río Suárez. Las variedades principales de la zona son mandarina arrayana, lima de Tahití y naranjas. La lima ácida Tahití, que es lo que en Latinoamérica denominamos limón, tiene varias propiedades medicinales. Es un potente depurativo, indicado para personas con artrosis, reumatismo, artritis y gota. Ayuda a alcalinizar la orina y evita la formación de cálculos renales. Disminuye los niveles de colesterol en la sangre, controla la hipertensión y estimula la producción de glóbulos rojos. La mandarina es antiséptica y cicatrizante. En la cáscara se encuentran veinte veces más flavonoides que en el jugo, que son los que ayudan a reducir el colesterol y a tratar la arterosclerosis. Se hace una infusión con la piel y la corteza blanca que se adhiere a ella y se bebe varias veces durante el día. Distintas investigaciones indican que tomar jugo de mandarina a diario reduce considerablemente las posibilidades de contraer cáncer de hígado. La naranja tienen un alto valor nutricional por su contenido de vitaminas —especialmente la C.— y minerales. Es una fruta rica en fructosa que el organismo asimila con facilidad, por lo que es recomendada para los diabéticos. Las hojas en infusión son ideales para calmar los nervios, y las flores, con las que se prepara el agua de azahar, para inducir el sueño.
Palcha Passiflora maliformis
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Frutal e s
Los caducifolios
Mango de chupa Mangifera indica
Dulce
Son árboles de hojas caducas: pierden el follaje en determinadas épocas del año —especialmente cuando se presentan temperaturas bajas— y no lo recuperan hasta que las condiciones ambientales mejoran. Las pierden como una manera de ahorrar recursos, ya que así no tienen que destinar energía y agua para mantener sus hojas sanas. La madera de estos árboles es de gran utilidad para la construcción y la ebanistería, o simplemente para hacer fuego. Boyacá es el departamento líder en la explotación de los cultivos de caducifolios en el país. Tiene plantadas cerca de tres mil hectáreas con perales, durazneros, ciruelos y manzanos, y en menor cantidad con cultivos de brevas, chirimoyas y uvas. Los frutales de hoja caduca tienen un alto contenido de fibra dietética que ayuda a mantener la flora bacteriana intestinal, y carotenoides y fenólicos que inciden en la prevención de enfermedades cardiovasculares y neurodegenerativas, el cáncer y la diabetes. Entre los caducifolios están los frutales de pepita (pomáceas) y los frutales de hueso (drupáceas). Las pomáceas más representativas son el manzano (Malus domestica) y el peral (Pyrus communis). Entre las drupáceas más comunes están los durazneros (Prunus persica) y los ciruelos (Prunus domestica).
Trozos dulces
d e a bu e l a s
De la familia de las caricáceas, la Vasconcellea pubescens, conocida popularmente como papayuela, es una especie de planta con flor, originaria de los Andes. Tiene poderes medicinales, principalmente sobre afecciones respiratorias y dermatológicas. El fruto es usado comúnmente para combatir la gripa y la tos ocasionada por malestares en las vías respiratorias altas. El látex de la fruta es usado para aliviar erupciones cutáneas, faringitis o laringitis. También se usa para combatir verrugas. Uno de los dulces más tradicionales de los departamentos de Boyacá y Santander es el de papayuela. Su preparación es muy simple: se escogen un par de papayuelas que tengan la cáscara de color amarillo, se lavan, se pelan y se parten en julianas en sentido longitudinal. Se desechan las semillas y se ponen a hervir en agua suficiente que las cubra. Hay quienes prefieren darles dos hervores, pero lo realmente importante es que queden blandas. Cuando están en su punto se les escurre el agua en la que se hirvieron y se les agrega una taza de agua por una de azúcar. Se dejan calar a fuego lento, se les añade una astilla de canela y dos clavos de olor, o hay quienes simplemente agregan unas gotas de limón.
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Es factible encontrar distintas recetas de bocadillos, pero las variedades tienen que ver más con la cantidad de azúcar que con los ingredientes. Aquí está una muy sencilla de preparar en la casa: Lavar muy bien una libra de guayaba común. Poner las frutas en una olla con agua suficiente para dejarlas cocinar a fuego lento por lo menos un cuarto de hora o hasta que estén muy blanditas. Se bajan del fuego y se ciernen en un colador para que las semillas se separen de la pulpa. A esa mezcla suave se le agrega una taza de jugo de naranja y se pone nuevamente en el fogón. Se añade una taza de azúcar (o más, de acuerdo con el paladar de cada quien) y se revuelve constantemente hasta que hierva, aproximadamente diez minutos. Después se vierte en un recipiente y cuando se endurezca se corta en cuadritos.
La herramienta del canto
icen los que alguna vez la han escuchado que su paso por el mundo no es un tránsito común. Que esta legión de hombres que se cuenta por cientos y que anda de pueblo en pueblo superando los ríos y montes que configuran el Catatumbo, hace una extraña música con los pies. También, que a su trote poco corriente lo acompañan tarareos, pequeñas piezas musicales que celebran el sol y las montañas, los ríos y sus peces, el arco, la flecha y hasta la Luna, que, muchos años atrás, solía visitar por medio de una gran cuerda que unía al mundo con esa dulce masa de polvo que nunca deja de mirarnos. Barí se llama este pueblo distribuido en familias a lado y lado del río Catatumbo, y que es tan colombiano como vene- Abundante en árboles gigantes de maderas zolano, sin que a él le importe mucho. Una comunidad extraída sonoras, Oriente también es rica en plantas, de una mata de piña y puesta en el mundo por un dios llamado pastos y tallos que ayudan a ponerle Sabaseba. Un pueblo que expresa no tener hoy instrumentos música a la vida musicales ni bailes de fiesta, pero que tiene en el canto, su canto, el acto más puro y riguroso de respeto y admiración por la naturaleza. Pero aun cuando sus propias declaraciones apuntan apenas al sentido ceremonial de sus melodías comunidad adentro, dice la tradición que de su trote particular y mítico nació el torbellino, esa fuente de alegría de los pueblos del Oriente colombiano. No es gratuito, por demás, que ese ritmo fiestero y grato se extienda desde la mismísima serranía del Perijá y hasta muy abajo en Boyacá y Cundinamarca, un conducto apenas obvio para las correrías de intercambio del pueblo Barí, posiblemente desde hace siglos. Y lo que resulta más conmovedor: que venga a tener alguna relación con
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M ú s ic a
Guacharaca Pinus patula
Totumo Armazón de guitarra en cedro
Crescentia cujete
Taller Jaime Norato en Chiquinquirá
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Arauca, ese pedacito oriental en el que muchos suponen una cosmovisión distinta y alejada por esa tremenda extensión de tierras que pareciera no tener fin. Sin saberlo, tal vez y así tan simple, los barí fueron dejando una cierta semilla rítmica en los oídos de los campesinos de aquí y de allá, los mismos que, a su vez, la fueron transformando en algo parecido a la música, en algo que con el tiempo comenzó a sonar propio: a torbellino, sí, y también a guabina, a criolla y hasta a bambuco fiestero, ritmos que parecen ser variantes del primero por su juego de compases. Y sería ese nuevo pueblo mestizo dedicado a la tierra y a la ganadería el que enriquecería con múltiples herramientas el paso curioso y animado de los indígenas. Herramientas como idiófonos y membranófonos, muy arraigados en la América previa a la conquista: carracas, que son quijadas de burro o de buey, y maracas, hechas con el fruto seco del calabazo (Crescentia cujete) donde se depositan semillas de achira (Canna indica) que se entrechocan en su cuerpo hueco. También, quiribillos
Diomate gusanero Astronium graveolens
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fabricados con trocitos de caña o carrizo, de no más de diez centímetros, atados en los extremos con cabuyas improvisadas resultantes de algún bejuco, y que suelen tocar las mujeres con extrema delicadeza para que los minúsculos tubos solo se golpeen lo suficiente entre sí y entreguen un sonido leve pero esencial en el conjunto. Lo propio ofrecen las esterillas, hechas por los campesinos con cañutos de bambú de unos quince centímetros, y que pueden reemplazar la carrasca por el sonido resultante del frote de unos con otros. Y como si tanta riqueza rítmica fuera poca, no faltan los alfandoques, sonajeros de guadua parecidos a los guasás que acompañan los currulaos del gran Pacífico, y hasta cucharas de palo —iguales a las de las cocinas— hechas con madera de naranjo o granadillo, que entregan con gracia ese golpecito animado e imprescindible en los cantares de los santanderes, y, más que nada, en los conjuntos musicales boyacenses. Pero todos estos instrumentos otorgan apenas los sonares agudos de la rítmica en esa región que comien-
M ú s ic a za en la cordillera Oriental y que baja a los tranquilos valles de Boyacá y los Llanos. Y es que los graves les corresponden a los tambores, esa primitiva e indispensable mezcla de maderas y cueros de animal. En ello también hay una larga lista de herramientas sonoras, que comienza con la tambora. Su gran cuerpo hueco es el resultado de dos esfuerzos: el del árbol llamado banco, que entrega su tronco con la dureza exacta, y el del campesino y artesano, que dedica sus horas a extraer el corazón vegetal para lograr ese gran cilindro al que luego cubrirá de lado y lado la piel de un venado tierno. Todo en cuarto menguante, para que el banco no se apolille. Las mismas precauciones deben tener a la hora de construir un chimborrio, un cilindro de fique muy popular en la Boyacá del siglo xix, o una puerca o zambumbia, hecha con calabazos largos y un trozo de vejiga de res en su corona. Y a todo eso, un complemento foráneo. Más allá de los pormenores de un proceso de conquista que menguó la alegría de las comunidades asentadas en el Oriente de lo que hoy llamamos Colombia, habría que contar la entrada triunfal de una herramienta más que se convertiría en un símbolo para la cultura americana: el guitarro. Tal y como suena, de allí viene la guitarra, y decenas de instrumentos que varían en su forma y sonido de acuerdo con las necesidades del intérprete. Es el caso del tiple, uno de los más bellos cordófonos por su sonar amplio y metálico, y tal vez la mejor compañía para los primigenios golpes de los pies contra la tierra y de las manos contra los cueros. Un elemento melódico que supo convertirse, además, en el mejor amigo del labriego, que suele llamarlo “bonachón y montañero, sentimental y macho”, como si fueran sus apellidos, y que hasta ahora se hace con la madera del cedro, del nogal, del granadillo o del diomate gusanero, habitante vegetal de hasta treinta y seis metros de altura y un metro de diámetro y que se encuentra desde los Llanos hasta la Guajira, predominando en el corazón de ese Oriente verde y extenso. Por la misma vía aparecen en esta vasta escena musical los requintos —amables punteros— y las bandolas andinas, hijas también de las bandurrias españolas. Y, además, otras familias de instrumentos típicos ya
por los decenios, que son muchos, y que por increíble que parezca también fueron grandes compañeros del boyacense y el santandereano. Y es que algunos historiadores les dan espacio a las arpas en este enjambre musical complejo. Lo que se cuenta es que para 1722, cuando los jesuitas ya eran grandes dueños de tierras y pobladores por igual, llegó este instrumento que sirvió para llamar a nuevas almas a la iglesia. Y aunque esta herramienta de sonar tranquilo nunca fue parte de los conjuntos populares por la dificultad que implicaba su tamaño, sí fue adaptada por algunos religiosos y campesinos en Santander y en Boyacá. Este último territorio supo aprovecharla hasta el ocaso de la época colonial en reuniones y fiestas religiosas, y hasta en algunos jolgorios a cielo abierto. Más tarde, el arpa desapareció de las tierras altas del Oriente. Se quedó en el sur y en el oriente más lejano —ese pedacito que llamamos Arauca— acompañando las jornadas de vaquería al lado de un cuatro y de una bandola llanera. Allí, donde reinaba y reina el joropo. Pero distinto a lo que pudiera pensarse, esa línea imaginaria entre Boyacá y la Orinoquia no era un muro alto de piedra que la música no pudiera surcar. Por el contrario, Guadua existen vestigios de un intercambio Bambusa vulgaris que va desde lo instrumental hasta lo melódico, y que relaciona el torbellino, ese producto indígena resultante de las correrías, con el joropo, ese avanzado ciclo tan animado y tan valiente. Ambos, recuerda el profesor Manuel Bernal, músico y musicólogo, tienen un ciclo armónico sobre el que se van improvisando coplas, y muestras de ello son la moña y la bamba. Mientras en la primera, que es un baile del torbellino, los campesinos utilizan frases como “moño pa’ él y moño pa’ ella”, en el segundo, hijo del joropo, se dice “bamba pa’ su parejo, bamba pa’ su pareja”, con similitudes que también rodean lo melódico. Habría que pensar entonces en dos grandes regiones unidas por la música, y en una zona de intercambio cul-
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Bandola
Tiple
Pino, cedro y ébano
Pino, cedro y ébano
tural en la que se compartieron sonidos e instrumentos por igual. Y en todo ello, de nuevo, hasta hoy, los árboles, los grandes dadores de la materia prima para adaptar los aprendizajes de indígenas y colonos en igual medida. Dicen que ante la imposibilidad de conseguir arpas genuinas en la Boyacá campesina de los siglos xviii y xix, los que se atrevían a fabricarlas cortaban cedros o bancos, nogales o diomates. Que las cuerdas se hacían tensando tripitorios de animales y poniéndolos al sol, y que aunque el sonido no era el mismo —nunca podría serlo—, era como si la naturaleza misma se confabulara para que de allí salieran sones. También, que cuando se perdió la costumbre de construir instrumentos de cuerda con caparazones de armadillos y tortugas, como desde tiempo atrás lo hacían los indígenas, se aprendió el arte de dar forma a esos mismos árboles para extraer de allí requintos, guitarras, tiples, bandolas y cuatros. Y todo, gracias a los árboles, otra vez, esa misma vía mágica e imprescindible por la que Sabaseba, cuando aún no existía el tiempo, creó a los hombres y a los animales, y a los astros que podían ser visitados con cuerdas.
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La tradición del gran pueblo barí, a cuyos hombres y mujeres hoy llamamos motilones, cuenta que después de que Sabaseba erigió el Sol, gracias al sacrificio de un hombre enfermo y débil, buscó crear también las aguas para que alimentaran todo aquello que había fundado. Para lograrlo, convocó a todos los hombres del campo, que era el mundo entero, en busca de aquel que tuviera la fuerza para crear una fuente inagotable. La prueba, cuenta su cosmogonía, era que aquel valiente candidato pudiera partir un majumba asára, un árbol, una ceiba propia de esa tierra en ese entonces seca. Igualmente, cuenta que el elegido fue un hombre minúsculo con un rostro similar al de las aves, que al final logró derribar el inmenso árbol con su pico; y que al caer este, de las ramas y el tronco salieron despedidas las aguas que se convirtieron en los ríos que bañaron y bañan el Iquiboqui —Río de Oro— y el Daboqui —Río Catatumbo—. Gracias, Sabaseba, dios de los motilones, por crear el líquido que mantuvo vivo el paso jubiloso y festivo del pueblo de los barí.
M ú s ic a
En letra cursiva Gracias a los árboles de ambos lados del río Catatumbo se puede escuchar la música del pueblo barí. Árboles tan resistentes y con una madera tan sumamente fina que permiten la elaboración de diferentes instrumentos musicales, artesanías y ebanistería; e incluso son apreciados como ornamentales en urbanizaciones. Entre los árboles de madera más fuerte y apreciada encontramos las fabáceas o leguminosas, como el algarrobo (Hymenaea courbaril) y el granadillo (Platymiscium pinnatum). Las fabáceas son una de las familias botánicas con mayor riqueza de especies registradas. Entre los árboles de madera apreciada en el mundo de la música y de la construcción también están algunas anacardiáceas, como el diomate gusanero (Astronium graveolens). Dentro del tallo de este árbol se desarrollan larvas de gusanos, lo que da pie a su nombre común. Entre los árboles “musicables” significativos también cabe nombrar el nogal ( Juglans neotropica), el cual hace parte de las juglandáceas, y el roble (Quercus humboldtii), de las fagáceas. Este notable roble colombiano ha demostrado lo fuertes, resistentes y apreciables que pueden ser las maneras nacionales. En el exterior el roble es uno de los árboles más apetecidos no solo por su madera, sino por su porte y elegancia. Sin embargo, el roble colombiano (Quercus humboldtii), no es estrictamente un roble, pues este es nativo del hemisferio norte. Es un pariente de los robles, que también hacen parte del género Quercus, y descrito por Bonpland y dedicado a su gran compañero Humboldt.
Pero la música no solo depende de esos instrumentos fabricados con plantas maderables. Lo admirable es esa mezcla entre los instrumentos de cuerda, los tambores, la percusión, los cantos y los instrumentos de viento. Los instrumentos de viento requieren de la vibración del aire en su interior para producir sonidos melodiosos, cosa posible gracias a las poáceas. Estas, conocidas también como gramíneas, constituyen la familia de los pastos. Al igual que las fabáceas, abarcan una gran riqueza de especies, de una muy elevada relevancia económica. Las poáceas tienden a ser hierbas con tallos conocidos popularmente como cañas, cilíndricos, de fácil manejo y la mayoría de las veces, con entrenudos huecos; esto permite la elaboración de melódicos instrumentos de viento, como es el caso del carrizo (Arundo donax), la guadua (Guadua angustifolia) y el bambú (Phyllostachys aurea).
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Anacardiáceas
Astronium graveolens
Diomate gusanero
Construcción, ebanistería, artesanías. Hojas medicinales
Cannáceas
Canna indica
Achira
Semillas para maracas. Alimenticia. Ornamental
Bignoniáceas Fabáceas Fabáceas
Crescentia cujete
Hymenaea courbaril
Platymiscium pinnatum
Calabazo, totumo Algarrobo
Elaboración de diversas artesanías. Extracción de aceite Construcción, elaboración de instrumentos musicales
Granadillo
Artesanías, instrumentos musicales, ebanistería
Fagáceas
Quercus humboldtii
Roble
Construcción, ebanistería e instrumentos musicales
Juglandáceas
Juglans neotropica
Nogal
Construcción. Elaboración de tiples y arpas
Hernandiáceas Meliáceas Poáceas Poáceas Poáceas
Gyrocarpus americanus Cedrela odorata Arundo donax
Guadua angustifolia Phyllostachys aurea
Banco o volador Cedro
Caña o carrizo Guadua
Bambú o guaduilla
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Elaboración de instrumentos musicales y artesanías Ebanistería y para instrumentos musicales. Medicinal Elaboración de elementos musicales de viento
Protección cuencas. Artesanías. Instrumentos de viento
Elaboración de instrumentos musicales para el bambuco
Los
Requinto Pino, cedro y ébano
F á b r i ca s
d e m ú s i ca
Recuerda el maestro Manuel Bernal que en la búsqueda de un sonido ajustado a unos requerimientos particulares era común que los campesinos construyeran sus propios instrumentos, o que los mandaran a hacer. También, que con el tiempo esta práctica se fue convirtiendo en una verdadera industria de las regiones andina y oriental. Hoy, Santander es referente en la fabricación de guitarras, tiples, requintos y otros cordófonos que se exportan a varios continentes con la misma garantía que ofrece la mismísima lutería española. Se destaca la historia de la familia Cruz, en Bucaramanga, que cuenta ya con varias generaciones de lutieres. Comenzó con Luis E. Cruz en 1955 y continuó con su hijo Héctor, que se inició desde los seis años de la mano de su padre en la escogencia de las maderas precisas para la adaptación de cada pieza a los instrumentos. Predominan en los talleres de la familia los robles, que otorgan una mayor sonoridad y gravedad en las tonalidades, y también las tapas acústicas de marfil o de pino ciprés. Igualmente, el pino oregón para las tapas armónicas, y las piezas de granadillo, pardillo o cedro para los arcos y fondos. Tanta es la evolución de este negocio de la lutería en Santander, que en 2004 el propio Cruz hijo fundó un centro de investigación para la mejora de la fabricación de instrumentos musicales.
v i e n to s
Dicen los motilones que no todos en su comunidad tienen permiso para cantar, pues hacerlo en su cultura implica una preparación extensa y consciente desde que se es muy joven. De la misma forma, expresan, aquellos cantos no son meras estrofas que se repiten y se transforman con los años, sino más bien cantos únicos que provienen del corazón del cantor, con la condición irreemplazable de ser respetuosos de su naturaleza. Y aunque, dicen, no fabrican instrumentos, algunos momentos de sus ceremonias se acompañan de flautas globulares de calabazos y, en contadas oportunidades, de una flauta de caña larga que construyen los más viejos al aire libre para que los más jóvenes entiendan su funcionamiento, su utilidad y, más que nada, su valor. Otras culturas cercanas, las de los tunebos y los yukos, sí tienen instrumentos de viento, incluso para sus celebraciones no ceremoniales. Además de la rubara, una trompeta larga de caracol marino, los tunebos tienen la tira, una flauta de caña de cuatro notas; la boturura, un pito esférico de madera con tres agujeros; y la coca, una flauta de apenas una nota. Los yukos, por su parte, tienen flautas de hueso similares a la quena y una variedad de flautas de pan elaboradas con caña.
Cuatro Pino, cedro y ébano
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M ús ic a
Corteza de cedro
La
Cedrela odorata
ot r a h i s to r i a
Aun cuando predomina la hipótesis de que el torbellino es rítmicamente una herencia del trote de los motilones, existe otra que apunta a que este ritmo fiestero es en realidad una adaptación del galerón, danza española antigua que hoy pareciera extinta, y del que se apropian colombianos y venezolanos por igual. Habría llegado, según algunos historiadores, por la vía de los cantos litúrgicos difundidos en las poblaciones conquistadas y en las reducciones jesuíticas que perduraron hasta el siglo xviii. De allí provendrían también, para esta otra mirada de la historia que no da crédito a la autoría única en la propia tierra, el joropo, la guabina, la carranga —que agrupa hasta hoy diversos aires de estos mismos ritmos— y hasta el propio bambuco andino.
ca L a ba z o , tot u m o (C r e s C e n t i a C u j e t e ) Sus frutos son el cuerpo de las carrascas cuando en el exterior se les realizan incisiones horizontales, que luego son frotadas con un trinche. También son la estructura inicial de las maracas, si se dejan secar y se llenan de semillas finas y sólidas que producen un sonido agudo y abundante. Igualmente, son las cajas de resonancia de las puercas, cuando se cortan y se cubren con la vejiga seca de una res. Son los calabazos, pero también se les conoce como totumos. Tantos son los usos que se les han dado a sus semillas que el Crescentia cujete es materia de investigación hace más de sesenta años. Y es que de allí no solo sale música, sino también aceite, azúcar y alcohol. Y aunque en Colombia son materia prima principal de muchos instrumentos musicales, son más conocidos por ser el recipiente típico del dulce de leche y el arequipe.
EL
c uat ro
Hijo del guitarro y nieto del laúd, el cuatro es mucho más pequeño y un tanto más exigente en su fabricación. Por su sonido agudo y preciso al menos para cuando es solista en los conjuntos araucanos y de los Llanos todos, implicó el uso de maderas duras y resistentes como las del algarrobo y el roble. Según María del Pilar Jiménez, investigadora de la música llanera, “al principio fue elaborado con trozos de madera rústica y cuerdas de fibras vegetales muy duras, que adelgazaban con conchas de moluscos. O haciéndolas con vísceras de animales disecadas y templadas al sol, con el objeto de que emitieran esos sonidos que en cierto modo se igualaran con los instrumentos españoles”. El cuatro es indispensable en el conjunto llanero.
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Los pantanos de Arauca
odo en Arauca se desborda. Empieza con los cuerpos de agua que fluyen hacia el este desde la cordillera Oriental, donde el encanto regio de las lagunas glaciares del Cocuy da origen a los ríos Arauca, Casanare y Ele, piezas fundamentales en la hidrografía de la región y en la fijación de límites naturales y geopolíticos. Tras la cordillera, que representa apenas el once por ciento de la superficie del departamento, el derrame geomorfológico da paso al piedemonte llanero, zona de transición entre las alturas de los Andes y las planicies de inundación, que ocupa el veintiséis por ciento de Arauca. Después viene la vastedad, la macrounidad conocida como sabana, que con más de un millón quinientas mil hectáreas llena el sesenta y tres por ciento del total del territorio araucano, territorio equivalente a Es tan descomunal que ha habido que poco más del dos por ciento de Colombia y un seis por ciento dividirla en cuatro subregiones. Una de la Orinoquia del país. La fisiografía del departamento com- vastedad anfibia llena de ecosistemas prende, entonces, un desparrame altitudinal que va de los cinco que hace frontera con Venezuela. mil trescientos a los ciento cincuenta metros de altura sobre Así, y más grande, es Arauca el nivel del mar. Ahora bien, para abordar desde cualquier punto de vista el entorno natural, social, económico o histórico de esta región inundable, valdría la pena poner en un segundo plano los límites fronterizos de hasta dónde llega Colombia y empieza Venezuela. Porque observar esta parte de los Llanos desde la perspectiva gigante que es la macrocuenca del Orinoco, permite tal vez una aproximación más contundente a esta región ecológica tan particular de la biosfera. En términos prácticos, la lluvia, el agua en general y el verde tapete húmedo de Arauca, por ejemplo, no son muy distintos a los del estado de Apure en el vecino país. El río Orinoco es la médula de todos estos
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Pantano s de A rauc a
Arauca, testimonio de la vastedad anfibia
Achiote
Mamoncillo
Bixa orellana
Melicoccus bijugatus
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Punta de lanza o lacre Visnia sp.
Palo de aceite Copaifera officinnalis
Cañabrava Gynerium sagittatum
ambientes acuáticos, integrados de distintas formas a los cincuenta y dos tributarios principales que hacen de esta cuenca binacional la tercera más importante del continente suramericano. Su inmensidad, la de los llanos colombo-venezolanos, abarca un espacio de casi quinientos mil kilómetros cuadrados, unas dos veces la superficie total del Reino Unido. Un trabajo conjunto entre investigadores de las dos naciones, publicado por el Instituto Humboldt, distingue cuatro regiones para clasificar los diversos paisajes de la Orinoquia, diferenciación pertinente que se entiende aquí y allá y apela, ante todo, a lo práctico. Tales regiones son: Orinoquia Andina (con páramo y piedemonte de ambos países); Orinoquia Llanera; Orinoquia Guayanesa (que comprende también la región de la altillanura de Colombia) y, por último, Región Delta u Orinoquia Atlántica. La exuberancia de plantas acuáticas en estas cuatro regiones de la cuenca del Orinoco se estima entre trescientas cincuenta y cuatrocientas especies. En esa misma área se identifican cuarenta y nueve tipos de humedales naturales y once artificiales, aquellos donde la mano del hombre construye, transforma o regula los cuerpos de agua. Poco a poco Colombia ha ido tomando conciencia de la importancia de conocer a fondo las llanuras de inundación, sus humedales y todo aquello que lo convierte en país anfibio. Venezuela, por su parte, posee un mejor entendimiento de sus llanos gra-
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Pantano s de A rauc a cias a esfuerzos como la catalogación de humedales y la protección de esos ambientes. Hasta ahora —apenas— Colombia avanza en la ruta hacia la declaratoria de dos áreas protegidas en Arauca: Cinaruco, en jurisdicción del municipio de Cravo Norte, y Sabanas y Humedales de Arauca, entre Arauca capital y Arauquita. Cinaruco tendría un polígono de protección de 193.068 hectáreas en donde se mantienen bosques y sabanas en un favorable estado de conservación, con baja densidad de población y de actividad ganadera. La otra área, la de Sabanas y Humedales de Arauca, es una zona natural con abundante bosque de galería (que crece exclusivamente a orillas de ríos o aguas temporales y no acumula agua) y con la mayor población registrada de caimán llanero. Allí hay presencia de varios resguardos indígenas de los pueblos hitnú y sikuani; e igualmente se encuentran las selvas del Lipa en esta zona, que es por lo demás un territorio con una notoria influencia de la industria petrolera. Es casi un arte —lo es— la manera como la biología, la botánica y la limnología se percatan de la diversidad de ambientes en planicies donde todo aparenta monotonía, como en Arauca, donde lo heterogéneo del paisaje inundable es un relieve casi imperceptible en el horizonte. Antes de ahondar en los humedales de Arauca, es oportuna una mirada que vaya de lo general a lo particular: el área total del Orinoco comprende 34.720.825 hectáreas, de las cuales un cuarenta y dos por ciento son humedales. La Orinoquia colombiana, con 14.725.346 hectáreas de área de humedal, es la región hidrográfica con mayor presencia de estos ecosistemas en el país; y Arauca, el departamento con mayor representación de humedales, con treinta y tres tipos según el Instituto Humboldt. Entonces, los hay naturales y artificiales como los arrozales y jagüeyes. Mirar con lupa las características de un humedal implica observar en detalle su origen geológico, las condiciones climáticas y las propiedades que definen su biota, como la altitud, los tipos de agua y suelo, el modo de circulación del agua, el hidroperiodo o pulso de inundación, la conectividad con otros sistemas acuáticos y la dimensión y profundidad. En ese sentido, todos los humedales de las planicies de Arauca (no los
de cordillera) se localizan por debajo de los mil metros sobre el nivel del mar y en su mayoría son temporales. El aporte hídrico se determina por si es pluvial, torrencial, fluvial o de aguas subterráneas; y la inundación de las sabanas de Arauca, como también las de Casanare, puede durar entre tres y cinco meses. Tal vez el paisaje más ilustrado, documentado visualmente por su belleza y extensión en Arauca y los contiguos territorios venezolanos sea el morichal. Y lo es con justa razón. Los dominios de la palma de moriche (Mauritia flexuosa), con su altura de hasta veinticinco metros, saltan a la vista, ya estén sumidas en corrientes profundas o en una calma superficial. Es de las pocas especies de la familia de las arecáceas que pueden crecer en zonas de inundación permanente o temporal, en depresiones del terreno sobre suelos arcillosos. Es una bendición por su capacidad de regulación y reserva del agua: mantiene los niveles de los cauces, mitiga el impacto de las crecientes producidas por la lluvia y conserva el agua casi que de manera uniforme durante la sequía. El morichal rinde múltiples provisiones, como hábitat apto para la pesca, la recolección de frutos, fibras, medicinas naturales y productos farmacéuticos y bioquímicos. Es Palma sará refugio y criadero de fauna acuáti- Copernicia tectorum ca y de aves, reptiles y mamíferos. Tiene, incluso, un valor espiritual y sagrado para algunas comunidades indígenas. El Instituto Humboldt da cuenta de una vegetación acuática con al menos ciento cuatro especies de setenta y siete géneros y cuarenta y tres familias registradas en diferentes morichales de la cuenca del Orinoco. Otras especies que definen humedales, pero que no se extienden con la contundencia de la Mauritia flexuosa, son la palma de seje (Oenocarpus bataua), la palma de corozo (Acrocomia aculeata) y los maporales o chaguaramales (Roystonea oleracea). Lo que reina en esta vastedad de verdes llaneros, no obstante, son los herbazales densos, específicamente de ciperáceas
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Bosque anfibio
(Rhynchospora sp., Cyperus haspan, Eleocharis sp.); unas quince especies de onagráceas del género Ludwigia; y poáceas como la saeta peluda (Trachypogon vestitus), el pasto de embarre (Paspalum pectinatum) y el rabodemula (Anthaenantia lanata), entre otros pastos como el Trachypogon spicatus y el Andropogon selloanus. En los territorios más húmedos, permanentes o temporales, son comunes las extensiones de pajas de agua (Hymenachne amplexicaulis, Leersia hexandra y Luziola subintegra). En cuanto a las plantas acuáticas, algunas vistas como malezas, son de amplia distribución los jacintos de agua, boras o buchones pertenecientes a la familia de las pontederiáceas (Eichhornia crassipes, E. azurea, Pontederia subovata, Heteranthera reniformis y H. limosa); también la Salvinia auriculata, Limnobium laevigatum y Azolla filiculoides. Sería prudente decir, en suma, que el plano inundable araucano está compuesto por plantas de monte, raudales, esteros, bajos y bancos. Será preciso, por demás, ir familiarizándose con el grueso número de tipos de humedales de este territorio y sus respectivos nombres, catalogados tanto por científicos como por gentes que conviven cerca de estos ambientes. Muchos de ellos, ∙ 94 ∙
tan sonoros como un joropo: arracachales, congriales, saladillales, zurales, platanillales, madreviejas, laurelares, chigüirales, bucarales, cañabravales, escarceos, quereberales, bijaguales. No sobra dedicar unas breves líneas, finalmente, al hombre llanero, a ese ser bravío que por siglos fue quien hizo un manejo óptimo de los ecosistemas, pero que hoy tiene su fe ciega puesta en un progreso artificial de la vida, en los monocultivos de arroz, una frontera agropecuaria en expansión y la explotación petrolera, como símbolos de un hombre que en lugar de adaptarse, adapta. Escribió Orangel Méndez, en 1932: “El llanero es ‘heteromántico’ porque puede predecir “el lado de las tormentas, los chubascos secos, los días del sol por el vuelo de las aves; la altura de las crecientes por la de los nidos de las choznitas; a las arribaones por el calor de las aguas; los cardúmenes, coporos, cachamas y palometas por el desarrollo de las corrientes [...] Conoce el camino aéreo de las garzas, el chicuaco es su higrómetro, el pato carretero su compinche, su reloj el pájaro baco y el carrao, el alcaraván su centinela, la guacharaca su despertador […]”.
Pantano s de A rauc a
En letra cursiva En las zonas inundables de Arauca una de las plantas más características es el moriche (Mauritia flexuosa), que hace parte de las arecáceas o familia de las palmas. La palma de moriche puede desarrollarse en zonas pantanosas y es la especie característica de los humedales denominados morichales, que conforman un ecosistema de gran importancia por la cantidad de especies que los habitan. Entre las arecáceas representativas de Arauca también se destacan la palma de seje (Oenocarpus bataua), el chaguarao (Roystonea oleracea) y la palma de corozo (Acrocomia aculeata). El epíteto aculeata de la palma de corozo hace referencia a las particulares espinas que presenta en su tronco. En las zonas pantanosas o inundables también se desarrolla una buena cantidad de los llamados “buchones”, algunos de los cuales hacen parte de la familia de las hidrocartáceas, como el buchón cucharita (Limnobium laevigatum). Gran cantidad de plantas acuáticas pertenecen a las pontederiáceas, que se distinguen por sus tallos esponjosos y sus vistosas flores, como el jacinto de agua (Eichhornia crassipes), utilizado para la fermentación de suelos, habiendo demostrado su alto potencial en fitorremediación por la capacidad de obtener del agua todos los nutrientes que necesita para su metabolismo, aparte de que posee microorganismos asociados a sus raíces que favorecen la acción depuradora. Sin embargo, la fitorremediación por medio de esta planta debe realizarse con muchísima precaución, debido a que su crecimiento descontrolado puede convertirla en una plaga y puede reducir el oxígeno en
el agua, generando así pantanos no viables. El nombre jacinto de agua proviene de los colores de las flores, que recuerdan al jacinto (Hyacinthus). Pero el epíteto crassipes proviene del latín, con el significado de “pie grueso”, en alusión a sus raíces. En las zonas pantanosas también se destacan las poáceas, o sea los pastos. En las zonas de humedales de Arauca se encuentran poáceas que se han adaptado a tierras inundables, como la paja de agua (Leersia hexandra) y la cañabrava o cañaflecha (Gynerium sagittatum). Con la cañaflecha los costeños fabrican sus particulares sombreros vueltiaos. Ya en zonas no inundables, en Arauca se encuentran árboles con colores característicos, como el floramarillo (Handroanthus chrysanthus), el cual hace parte de las bignoniáceas, o el achiote (Bixa orellana), de las bixáceas. La palabra Bixa proviene de bija, término con el que los pijaos denominaban el tinte obtenido del achiote.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Arecáceas
Acrocomia aculeata
Palma de corozo, corozo
Arecáceas
Oenocarpus bataua
Palma de seje
La pulla y el aceite de semilla se utilizan en cosméticos. El cogollo se consume como palmito
Arecáceas
Roystonea oleracea
Chaguarao
Bignoniáceas
Handroanthus chrysanthus
Araguaney, floramarillo
Hidrocartáceas
Limnobium laevigatum
Buchón cucharita
Poáceas
Leersia hexandra
Paja de agua
Pontederiáceas
Eichhornia crassipes
Jacinto de agua
Arecáceas
Bixáceas
Poáceas
Mauritia flexuosa
Bixa orellana
Gynerium sagittatum
Palma de moriche, morichal
Achiote, achote, bija, onoto
Cañabrava, cañaflecha
De su fruto se extrae un aceite comestible y medicinal Pulpa nutritiva, se consume fresca o en bebidas. El tallo en palmitos. Aceite Palma ornamental. Las hojas son utilizadas en construcciones agrestes
Especie ornamental. Con la madera se elaboran postes De las semillas se extrae colorante, utilizado para dar tonos rojizos a diferentes alimentos
Planta flotante utilizada para la decoración de acuarios Utilizada para la elaboración de flechas, arpones, dardos y artesanías Provee protección y alimento para animales. Ampliamente utilizada para alimentar rebaños
Utilizada en fitorremediación. Fertilizante de suelos y utilizada en medicina alternativa
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Perfil
El sabio Hernández
Jorge Ignacio Hernández Al precoz interés en la ciencia cuando estudiaba en el Liceo Cervantes, de Bogotá, debemos la clasificación que Jorge Ignacio Hernández Camacho hizo del refugio biótico del Catatumbo y las unidades biogeográficas de Colombia que dividió en nueve regiones. En su familia, su mamá, Paulina Camacho, y su abuela suplieron el no haber estado cerca a su papá: lo introdujeron en el latín y el griego y le abrieron las puerta de las ciencias. Por ser compañero en el colegio de los hijos del botánico Armando Dugand, el “Mono” a los doce años accede al Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional. Pasa al herbario para comprender las plantas y lo nombran auxiliar antes de graduarse del Cervantes. Decide estudiar ecología en la Universidad de Southern, en Estados Unidos, y a los 17 años hace su primera publicación botánica con el
sabio García Barriga y el propio Armando Dugand. Fue uno de los profesores más jóvenes de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional. Durante veinticinco años trabaja con el Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (Inderena), que sería el Ministerio de Medio Ambiente, donde investiga la fauna. Hace muchas descripciones botánicas endémicas de Colombia y de anfibios, reptiles y mamíferos. Al cierre del Inderena crea la Fundación para la Conservación del Patrimonio Natural BioColombia, que dirige hasta su muerte en 2001. Este científico bogotano, conocido como Mono Hernández, trabajó para formar las áreas protegidas en Colombia y es considerado padre de los parques naturales. Su sello está en los refugios bióticos que clasifica: Santa Marta, Catatumbo, Nechí, San Jorge, Alto Magdalena, Villavicencio, Florencia, Putumayo y Apaporis. Y también describe las nueve provincias biogeográficas de Colombia: Oceánica insular Caribe, Oceánica insular Pacífico, Cinturón árido caribeño, Macizo de la Sierra Nevada de Santa Marta, Chocó, Orinoquia, Guyana, Amazonia, Andina. Habla de la altillanura drenada del sur del río Meta y de los llanos de Arauca-Casanare mal drenados.
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El Mono Hernández integra las investigaciones de la biodiversidad colombiana y logra la definición de los biomas: “formaciones de clímax, que se caracterizan por la uniformidad fisonómica del clímax vegetal y por la composición de la biota representada, de tal manera que a una formación clímax vegetal, corresponde una fauna característica, empero, la vegetación imprime al paisaje general, rasgos más característicos y conspicuos”. Él recorre el país con su esposa Julia Sánchez, zoóloga. Y como si fuera hasta que la muerte los separe con la ciencia, cuando está en el canal del Dique, en medio de un paisaje de bosques de corcho, en septiembre de 2001, el Mono Hernández sufre un ataque fulminante al corazón. En este lugar se crea el Santuario de Flora y Fauna El Corchal Mono Hernández, en su memoria. Y en Caucasia, el Jardín Hidrobotánico Jorge Ignacio Hernández Camacho, reserva de especies endémicas. En 2011 se crea el Fondo de Investigaciones Mono Hernández, con apoyo de la agencia usaid de los Estados Unidos. Al morir, acababa de recibir el premio a la obra integral de un científico, por cuarenta y nueve años de entrega a la tarea del medio ambiente, que le concedió la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. En el recorrido del Oriente en Colombia, las huellas del Mono Hernández salen al paso como constancia de su pasión por la naturaleza de este país.
Pára mos
Agua bendita Aquí arriba, en las cumbres de la cordillera Oriental, vive la vida de la que se nutre casi todo el país. Páramos que son una bendición de la naturaleza desde los cuales se desprende el agua que nos socorre. Toda esta vegetación acoge, protege, reproduce el agua. Una imagen de lo que es un páramo. De lo que tienen que seguir siendo los páramos.
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Las islas del cielo
l eco del paso de los cascos de un caballo, el vaho jadeante de la respiración de un intruso, los gemidos del viento entre el charrasquillo, ascienden sobre los riscos de la cumbre. Ante la presencia humana inadvertida, Mapalina, diosa de la niebla, desata su furia con una cortina de bruma sobre el pajonal… El cóndor de los Andes anuncia la llovizna paramera que rocía la alfombra de paja en los imperios del frailejón (Espeletia grandiflora). El páramo, donde los duendes pasean a lomo de pájaro y cuentan estrellas sobre el penacho de las palmas de cera (Ceroxylon quindiuense), es el monte sagrado de los muiscas, la cuna de los mitos del origen. Con cada sorbo de agua de panela humeante, el sosiego agita los “encantos” —¡espantos, fantasmas, aparecidos!— que se escapan de Una bendición, la más grande de la la imaginación del campesino resguardado en su ruana. naturaleza, son los páramos. De ellos se Los páramos, ardor del mediodía y escarcha de la ma- nutre de agua la mayor parte de Colombia. drugada, son el último cinturón de vegetación en la montaña; A ellos nos debemos y les debemos representan apenas el dos por ciento del territorio colombiano (unos 19.330 kilómetros cuadrados) y aportan agua al setenta por ciento de sus habitantes. De acuerdo con el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, la mitad de los páramos del mundo se encuentra en Colombia. La cordillera Oriental posee la mayor cantidad en el planeta, y su humedad es producto de la influencia de los vientos continentales procedentes de la Orinoquia y la Amazonia. El clima es el factor más influyente en la formación del suelo en la región paramuna. En los páramos la temperatura es baja, con un promedio anual de diez grados centígrados, debajo de tres mil seiscientos metros sobre el nivel del mar, y de ocho grados por encima de esa altura. La cantidad de agua que recibe el suelo en forma de lluvia
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Pára mo s
Bosque de pagodas Escallonia myrtilloides
Panorama de espeletias en el páramo
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fluctúa entre seiscientos y tres mil milímetros al año. Es importante considerar la lluvia horizontal (condensación del vapor de agua) y la niebla como dos de las principales fuentes de captación de agua en este ecosistema. Los páramos más secos se ubican hacia la vertiente interior de la cordillera Oriental. Según la altitud, el páramo se sitúa entre los bosques altoandinos y las nieves perpetuas, aproximadamente a tres mil metros sobre el nivel del mar. A esa altura, los vientos son muy fuertes, la radiación solar alta y el oxígeno escaso. En Colombia, el territorio paramuno es habitado por 70 especies de mamíferos, 154 de aves, 90 de anfibios, y 4.700 de plantas de las más de 27.860 especies que se han registrado; es decir, el diecisiete por ciento de la diversidad florística nacional se aloja en cerca del dos por ciento del territorio continental ocupado por los páramos. Más allá de su abrumadora biodiversidad, estos ecosistemas cumplen dos funciones esenciales. En primera instancia, regulan el agua: la almacenan y luego la liberan controladamente de sus suelos y vegetación; por eso en los páramos nacen lagunas, quebradas y ríos. En segun-
Pinito de flor en el páramo
Chivaco en Santurbán
Aragoa abietina
Vaccinium floribundum
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do lugar, retienen carbono: su vegetación, suelos y sobre todo sus turberas —ambientes saturados de agua debido al aporte de materia orgánica producida por la vegetación y al ingreso de sedimentos de la lluvia y los riachuelos— pueden retener hasta diez veces la cantidad de carbono que un metro cuadrado de bosque tropical. Ese carbono retenido contribuye a desacelerar el calentamiento global. Los páramos son considerados como archipiélagos en un mar de bosque. Durante las glaciaciones, una parte de esas “islas” podía unirse, lo cual facilitaba cierto intercambio directo de especies. Otras se separaron temporalmente y eliminaron esa posibilidad. El producto de ese proceso fue su aislamiento. La cordillera Oriental quedó premiada con páramos que desarrollaron endemismos o especies que no se encuentran en otros lugares. La palabra páramo proviene etimológicamente de para-mont con el prefijo latino para (“más adelante") unido al sustantivo monte, mons, montis, término geológico. En España se denominaba “paramera” a la meseta desierta de Castilla, en comparación con las tierras fér-
Pára mo s tiles más bajas. El contraste entre las selvas espesas y las altas regiones heladas y sin árboles tal vez llevó a los conquistadores a usar la palabra “páramo” en el Nuevo Mundo. En la época precolombina, los indígenas creían que los páramos eran la morada de los dioses. La alta montaña era un lugar sagrado, sin asentamientos humanos. El páramo se limitaba a ser un corredor, el destino de buscadores de alimentos y medicinas. Cuentan que en la laguna profunda de Iguaque, en Boyacá, apareció la luz que dio origen al primer amanecer. De sus aguas emergió una mujer con un niño, con quien empezó a caminar hacia las planicies. Cuando el chico creció se casó con la mujer de las aguas: Bachué, la madre primigenia. Después de recorrer y poblar la Tierra, regresaron al fondo de la laguna materna… Hacia el siglo xvi, la conquista de los páramos andinos fue uno de los mayores desafíos para los europeos. La desolación y la hostilidad de la alta montaña quedaron plasmadas en las crónicas de Indias, que narran las dificultades que soportaron los colonos del Viejo Mundo y la manera en que tomaron posesión de las tierras originales de los indígenas —aptas para el cultivo y la cría de ganado— y los desplazaron a resguardos ubicados a más de tres mil metros de altura. Durante el Virreinato, la observación científica de personajes como José Celestino Mutis, Francisco José de Caldas y Alexander von Humboldt llegó al paisaje paramuno. La Real Expedición Botánica catalogó más de veinte mil especímenes de plantas y siete mil de animales. Durante el viaje de exploración se estudiaron algunas especies de la flora del páramo, como el pega-pega (Bejaria resinosa) y el frailejón (Espeletia grandiflora). Los páramos colombianos fueron escenario de la campaña independentista: el ejército de Simón Bolívar atravesó las montañas que separaban las provincias de Casanare y Tunja, entre ellas el páramo de Pisba. El 15 de enero de 1850, cuarenta años después de la independencia de la Nueva Granada, Agustín Codazzi presidió la Comisión Corográfica. El geógrafo y militar italiano escribió sobre los páramos: “Más arriba todo es silencio; el aire mismo permanece quieto, tal cual arbusto de ramas retorcidas crece en los peñascos, ni un ave, ni un ruido, salvo el murmullo de los arroyos que nacen debajo de las nieves perpetuas y se deslizan sin cauce fijo”.
El esquema clásico de estudio del páramo colombiano, elaborado por José Cuatrecasas y Arumí, se mantiene vigente. Algunos botánicos y ecólogos modernos han implementado modificaciones a partir del mayor conocimiento de la ecología y la flora paramunas. Entre matorrales o charrasquillos, frailejonales, chuscales (del género Chusquea tessellata) y pastizales (de los géneros Calamagrostis y Festuca), se han descrito 327 tipos de vegetación paramuna. El páramo, con 146 comunidades vegetales, presenta un claro dominio del pajonal–frailejonal y de los pastizales. De la vegetación paramuna resultan cinco formas de vida principales: rosetas gigantes (como los frailejones), rosetas acaules, macollas (el pajonal), cojines (a ras del suelo; se disponen de manera apretada y forman cojines que les permiten retener agua) y arbustos. Cerca del sesenta por ciento de la flora de los páramos es endémica. Una de sus grandes bellezas naturales son las orquídeas. Colombia posee el dieciséis por ciento de las orquídeas del planeta (4.010 especies distribuidas en 260 géneros). En América existen 11.641 especies, de las cuales el treinta y cuatro por ciento crece en territorio nacional colombiano. De esta diversidad, el treinta y ocho por ciento (más de la Chocho de flor en Santurbán tercera parte) no existe en ningún Lupinus cf. bogotensis otro lugar del planeta. El frailejón es tal vez la planta más reconocida de los páramos y una de las formas de vida mejor adaptadas a la alta montaña tropical. Sus semillas no tienen “paraguas” para que el viento las arrastre a grandes distancias (como sí otros géneros de la misma familia), por lo cual su presencia es restringida. Las diferentes formas de vegetación de los páramos tienen ciertas características en común: las plantas crecen muy despacio, pues el frío intenso desacelera la fotosíntesis y la absorción de nutrientes; y las hojas se queman con facilidad por la llegada directa y la intensidad de los rayos ultravioleta del sol. Estas condiciones extremas propician ciertas adaptaciones para sobrevivir: las plantas son de baja estatura para protegerse
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Diminuta planta del páramo y su proporción a escala humana Brasicacea
del frío y del viento; sus hojas suelen ser pequeñas para exponer una menor superficie a la radiación solar, y son gruesas y peludas para guardar calor y contribuir a que la planta no transpire en exceso, pues aunque el medio es generalmente húmedo, las bajas temperaturas del agua a veces impiden su aprovechamiento. Son 399 los municipios colombianos que tienen territorios en páramos, y las poblaciones que los conforman están integradas por alrededor de veinte millones de personas, casi el cincuenta por ciento del censo nacional. Treinta y tres de estas localidades, donde se concentran siete millones de habitantes, tienen más de la mitad de su extensión en las superficies de los páramos. De la extensión original del bosque andino queda un cuatro por ciento. La mayor parte del bosque altoandino ha sido talado, reemplazado por pasto para el ganado y por cultivos de papa. También es objeto de procesos de paramización
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del bosque (su espacio es ocupado por vegetación de páramo, algo que usualmente se presenta a alturas superiores a los tres mil doscientos metros). De la misma manera, el impacto ambiental de la minería suele ser alto: la extracción de un recurso que está en el suelo implica movilizar grandes cantidades de tierra, con alteración del paisaje, de la hidrología… Es por eso que la Ley 99 de 1993 indica como principio general ambiental que las zonas de páramos, subpáramos, nacimientos de agua y las zonas de recarga de acuíferos deben ser objeto de protección especial. Tiene razón Mapalina, diosa de la niebla, en temer a los intrusos. Y los muiscas en atribuir a los páramos el origen. Las tribus contemporáneas, de ciudad, apenas empezamos a entender y a cuidar las islas del cielo, a considerar los páramos como lo que siempre han sido: santuarios de vida.
Pára mo s
En letra cursiva No son muchas las especies que pueden sobrevivir a un ambiente tan hostil como el que se presenta en los páramos. Sin embargo, entre las que se caracterizan en este ecosistema están los majestuosos e importantes frailejones, pertenecientes a las asteráceas. Estas plantas, tan características de los páramos, pertenecen al género Espeletia, nominado de esta manera en honor al virrey de Nueva Granada José Manuel de Ezpeleta (1739-1823). Las espeletias o frailejones cumplen múltiples funciones en el ecosistema de los páramos: conservan el agua que nace y llega a ellos, además de conformar gran parte de la biomasa de los páramos. Entre los frailejones más característicos en el Oriente de Colombia se encuentran la Espeletia grandiflora y la Espeletia lopezii, además de algunas especies relacionadas con las Espeletia: las Espeletiopsis, también denominadas como frailejones por su similitud con estos. En el páramo también predominan algunas bromeliáceas, que se caracterizan por sus hojas en roseta, además de coloridas y llamativas brácteas. A esta familia pertenecen igualmente las especies de Puya, que también proliferan en el ecosistema. De flores todavía más llamativas y curiosas, crecen también allí diversas especies de orquidáceas. Lo interesante de esta familia es que, a pesar de requerir de polinizadores específicos para la mayoría de sus flores, son uno de los grupos de plantas con mayor riqueza de especies. Con un menor número de especies, pero de gran importancia económica, en los páramos
se encuentra asimismo una gran variedad de pastos, poáceas o gramíneas, como la Festuca sp. y las especies de Calamagrostis. Aparte de figurar prominentemente en nuestra dieta, son ampliamente propagados en los páramos a fin de alimentar al ganado, gracias a que tienden a sobrevivir en ambientes abruptos y se reproducen con facilidad. Al pie del páramo se encuentra la palma de cera o de alta montaña (Ceroxylon quindiuense), una arecácea que a diferencia de otras hermanas suyas crece en las cúspides de la cordillera. Característico de esta palma es que, a pesar de desarrollarse en ambientes hostiles, puede llegar a alcanzar hasta sesenta metros de altura, lo que la lleva a estar entre las más altas del mundo. Es una especie tan significativa que desde 1985 es considerada el árbol nacional de Colombia. Sin embargo, su descontrolada deforestación para convertir sus hábitats en potreros y la imposibilidad de reproducirse si no está dentro de los bosques, tienen a esta palma en riesgo de extinción.
Las plantas más constantes Familia Asteráceas
Asteráceas Asteráceas Asteráceas
Arecáceas
Nombre científico Espeletia grandiflora
Espeletia lopezii Espeletiopsis sp. Senecio sp.
Ceroxylon quindiuense
Nombre común
Usos
Frailejón
Conservan agua en páramos. Componen gran parte de biomasa. Múltiples propiedades medicinales
Frailejón
Medicinal. Contra enfermedades respiratorias
Frailejón Senecio
Utilizado en medicina tradicional para calmar dolores
Palma de cera
Hojas ornamentales para elaboración de ramos en Semana Santa
Brasicáceas
Draba sp.
Lítamo
Bromeliáceas
Bromelia sp.
Bromelia
Ornamental por sus vistosas y coloridas brácteas
Pegapega, pegamosco
Ornamental. Frecuentada por colibríes
Chusque, bambú
Artesanías
Caprifoliáceas
Valeriana plantaginea
Valeriana
Poáceas
Calamagrostis sp.
Pajas
Ericáceas Poáceas
Poáceas
Bejaria resinosa
Chusquea tessellata
Festuca sp.
Medicinal. Contra enfermedades del hígado y corazón
Medicinal. Contra desórdenes nerviosos Como forraje para el ganado
Festuca
Forraje de ganado y para evitar la erosión de suelos
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La
t r i n i da d d e l
Oriente
Thomas van der Hammen estableció categorías jerárquicas para las áreas biogeográficas de páramos: provincias, sectores, distritos y complejos (conjuntos de montañas que pertenecen al mismo sector y que comparten características similares biológicas, climáticas y ambientales). Colombia cuenta con treinta y cuatro complejos de páramos: dieciséis en la cordillera Oriental; siete en la Central; siete en la Occidental y tres entre Nariño y Putumayo. Los distritos se definen por la composición y la diferenciación de especies, la presencia de especies endémicas y la coincidencia de los límites de las distribuciones de especies y relaciones de cambios históricos. Estos son los tres distritos de páramos de la región del Oriente colombiano: Distrito páramos de Perijá: comprende el complejo Perijá. Distrito páramos de los Santanderes: complejo jurisdicciones Santurbán (estrella fluvial que surte de agua a las áreas hidrográficas del Caribe, Magdalena, Cauca y Orinoco; nacimiento de los ríos Zulia y Lebrija); complejo Tamá (hace parte del Parque Nacional Natural Tamá, cuencas hidrográficas de los ríos Táchira y Arauca, y también del Oira, Culata, Jordán, Talco, San Lorenzo y Maroua, que surten de agua a más de dos millones de personas en Colombia y Venezuela); complejo Almorzadero (provee agua al río Chicamocha y al Valegra); complejo Yariguíes (hace parte del Parque Natural Nacional Yariguíes, alimenta las principales cuencas de la región: ríos Suárez, Sogamoso, Magdalena, Carare, y subcuencas como los ríos Opón, Oponcito, Cascajales, Vergelano, Verde, Sucio, Chucurí). Distrito páramo de Boyacá: complejo del Cocuy (aporta masa glaciar a los ríos Lagunilla, Cóncavo y San Pablín; aloja cinco resguardos de las etnias u’wa o tunebo. Hace parte del Parque Nacional Natural el Cocuy); complejo de Pisba (incluye los páramos de San Ignacio, El Chuscal, Pisba, Cadillal, Resalta, Lajas y Verde y las lagunas de Socha y Batanera. Allí se han identificado especies únicas o endemismos. En el Parque Nacional Natural Pisba, la cuenca hidrográfica más significativa es la del río Chicamocha); complejo de Tota-Bijagual-Mamapacha (formado por tres sectores: las partes altas aledañas al lago de Tota, en el borde del altiplano cundiboyacense, con los páramos de Toquilla, Sarna, Suse, los Curíes y las Alfombras; el macizo de Mamapacha y el macizo de Bijagual. Abastece agua para acueductos y centros urbanos como Sogamoso y áreas rurales. Sus humedales más importantes son el lago de Tota y la hidroeléctrica de Chivor); complejo Guantiva-La Rusia (incluye los páramos de Cruz Colorada, Guina, Pan de Azúcar, Carnicerías y Guata); complejo Iguaque-Merchán (nutre los acueductos de Villa de Leyva, Arcabuco, Chíquiza, Samacá, Sáchica, Cane-Iguaque y Moniquirá. En el páramo de Iguaque está el Santuario de Fauna y Flora Iguaque).
Clima
y geomorfología e n l a s a lt u r a s El origen, conformación y dinámica de los relieves determinan dos tipos de páramos: los de origen volcánico, cuyos volcanes pueden estar despiertos o dormidos, y los metamórficos o sedimentarios –dependiendo de la roca que los integra–, con modelamiento glaciar o no, con frecuente o escaso movimiento de las placas que los sostienen (erodabilidad o estabilidad tectónica). Por otra parte, si se combina el balance hídrico (pluviosidad total, evapotranspiración y distribución anual de la lluvia) y la exposición (cantidad de energía solar recibida durante el año y efecto de vientos dominantes), resulta otra forma de clasificación de los páramos: los volcánicos secos y los sedimentarios, glaciares, erosivos y húmedos. Los primeros corresponden a los lugares donde la actividad tectónica es alta y la estabilidad del relieve media, por ejemplo en ciertas zonas del Macizo Colombiano; los segundos están ubicados en la cordillera Oriental de Boyacá, como el páramo de Pisba.
Carrielito amarillo Calceolaria sp.
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Pára mo s
Flor de tinto Cestrum sp.
C r i at u r a s
e m pa r a m a da s
Los páramos son el hogar de diversas especies de fauna, entre las cuales están la ardilla endémica (Sciurus granatensis perijanus) y algunos mamíferos como el oso de anteojos (Tremarctos ornatus), el soche colorado (Mazama rufina), el venado soche o locha (Mazama americana), el murciélago pescador (Noctilio leporinus); la guagua, tinajo, lapa o guanta (Cuniculus paca), el zorro perruno (Cerdocyon thous), la danta (Tapirus terrestris), el cerdo salvaje (Tayassu pecari), el venado de cola blanca (Odocoileus virginianus), el báquiro (Tayassu tajacu), el guacho (Nasua socialis) y el cusumbo (Potos flavus). Aunque el cóndor de los Andes (Vultur gryphus) parezca el amo de los cielos paramunos, comparte sus dominios con otras aves como el paujil o copete de piedra (Pauxi pauxi) y la pava (Penelope argyrotis albicauda). El Parque Natural Nacional Yariguíes aloja el cincuenta y cuatro por ciento de las aves conocidas en Colombia.
La
i n d i s p e n s a b l e d e l i m i tac i ó n
La resolución 2090 de 2014 expedida por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible adoptó la delimitación (proceso que busca identificar qué áreas deben resguardarse y cuáles pueden aprovecharse) del páramo de Santurbán. En noviembre de 2015 el Tribunal Administrativo de Santander negó por improcedente una acción de tutela que pretendía suspender los efectos legales de dicha resolución: el Comité para la Defensa del Agua y del Páramo de Santurbán y la Corporación Colectiva de Abogados Luis Carlos Pérez aducían la violación a los derechos fundamentales, al debido proceso administrativo, a la igualdad, al derecho de petición, al agua potable y al disfrute de una vida digna, supuestamente negadas en la delimitación del páramo. El Tribunal concluyó que la delimitación hecha por el Ministerio de Ambiente no vulnera ningún derecho fundamental.
Flor de páramo Monochaetum sp.
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Catatumbo, la belleza y la furia
ás allá del nombre de un aeropuerto, de una fantasía convertida en espectáculo de museo, de un término que aparece en los anaqueles de las tiendas de artesanías y de una voz que repiten como loros los guías de la laguna de Guatavita, El Dorado sigue siendo en realidad un misterio. Sin embargo, a medida que se exploran territorios inéditos de este mundo que seguimos llamando nuevo, y se comprueba que tampoco ahí estaba el tesoro que motivó a tantos españoles a venir a estas tierras de Indias para ganar fortuna para ellos y sus descendientes, las que aún quedan inexploradas cobran especial atractivo a la luz de las leyendas. Seguramente tampoco ha de estar en el Catatumbo el oro que desveló inútilmente a los conquistadores. Pero en beneficio de la duda habría que decir que se trata de uno de los pocos territorios que ese hombre En la Colombia central, a este territorio lo al que llamamos blanco prácticamente no ha pisado. Bien sea asocian casi siempre con petróleo y conflictos. por lo tupido de la selva, por las plagas que se multiplican como Pero es más que eso: son bosques tupidos peces bíblicos, por la resistencia de los antiguos pobladores o por y aguas a cántaros la ferocidad de las guerrillas y de los bandos criminales que se han atribuido el derecho a permitir o a prohibir la entrada en las últimas décadas. Y sobre todo a prohibirla. Está ubicado el Catatumbo en el departamento de Norte de Santander y constituye una larga extensión en donde hay montañas, planicies y selvas, todas de evidente protagonismo, que se extienden más allá de la frontera con Venezuela y que se rinden ante las bellas aguas del lago de Maracaibo.
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Catat um b o
Ceiba en zona inundable
Eneas Typha angustifolia
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Cedro Cedrela odorata
Móncoro Cordia gerascanthus
Lo cierto es que más allá de las talanqueras reales y de los límites imaginarios que convierten al Catatumbo en un lugar prohibido existe un mundo inmensamente rico en todos los sentidos. Pero sobre todo en recursos hídricos. Hay tanta agua en el Catatumbo que quizás valdría la pena no decirlo en voz alta, para evitar que las grandes potencias de un planeta que cada día firma nuevas sentencias de condena a muerte por sed fijen en él sus ojos acostumbrados a la conquista y la colonización. Hay más ríos que caminos establecidos. Hay hoy pequeñas corrientes de agua que uno duda que existieran la víspera. Hay riachuelos que se mue-
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Catat um b o ven como serpientes bajo un techo de ramas flexibles y de palmas elásticas que se inclinan para saludarlos. Para protegerlos. Tal vez para esconderlos. Y quizás sea ese El Dorado que por ahora no mueve a los exploradores, pero que lo hará en unos siglos, cuando decir agua sea mucho más que decir petróleo. Sí, hay agua por montones en el Catatumbo. Y se debe, en gran medida, a la abundancia de lluvias que caracteriza a la región. Llueve y llueve y llueve, y es majestuosa la sinfonía interminable de los chubascos que azotan la vegetación y de las goteras que dejan pasar el agua a cuentagotas a esa tierra tapizada de hojas caídas y de musgos siempre sedientos. Agua que se convierte en caños, en quebradas y en ríos que le dan forma a la imponente hoya del río Catatumbo, que atraviesa el departamento de Norte de Santander y que aporta la mayor parte del agua dulce del lago de Maracaibo. Y si hablar de Maracaibo es hablar de Colombia y hablar de Venezuela, también lo es hablar de este río de nombre sonoro y aguas oscuras en el cual desembocan afluentes de la frontera, como el Río de Oro y una serie de caños, más ruidosos por su pronunciación que por su cauce, como El Martillo, El Brandy, El Indio y El Tarra. A orillas del imponente río Catatumbo se levanta la serranía de Los Motilones, rica en vegetación debido a la presencia de los tres pisos térmicos, y rodeada de valles estrechos de formas curiosas que suelen inundarse en épocas de lluvia. Esta serranía constituye el ramal más septentrional de los Andes, la que llamamos la Oriental, y pasa a la República de Venezuela con el nombre de sierra o serranía de Perijá. Al verla en los mapas coloridos, inspira el respeto de una cordillera que viene de muy lejos, que ha cruzado, entero, un continente rico, variado y hermoso; que ha albergado con la misma fuerza la lava de volcanes que permanecen al acecho y las nieves perpetuas de sus picos más empinados, algunos de ellos con privilegiada vista a ese océano que de Pacífico solo tiene el nombre. Una cordillera que lleva hasta el Catatumbo un poco de lo que ha visto en cada región por donde ha cruzado desde la lejana Patagonia, y que carga en cada piedra la memoria de los tiempos. Se pasea por las laderas empinadas de la serranía una fauna de excepción, a cuya supervivencia ha ayudado,
sin duda, el escaso tráfico humano. Además de una rica variedad de primates, hay en la región del Catatumbo, dignos de afiche, osos hormigueros, cotorras cariamarillas, jaguares y osos de anteojos, entre muchas otras especies llamativas que han convivido desde tiempos inmemoriales con los indígenas barí. Son los mismos motilones, nombre popular de los miembros de la cultura barí que ha habitado por siglos la región y que ha padecido, embate tras embate, la visita de los conquistadores, de los colonizadores y de diversos agentes violentos de esta larga guerra de Colombia que es allí precisamente, en los campos olvidados, en donde se ha sentido con más rigor. Se quejan los indígenas barí de haber perdido una enorme porción de sus tierras, pero han sabido cuidar lo que les queda, convencidos de que probablemente su principal razón de ser en este mundo es la de convivir en paz y armonía con un territorio que heredaron de sus antepasados y que quieren conservar para sus hijos. Por eso, aunque poca atención les prestan, no se cansan de levantar su voz en contra de la explotación de petróleo y de carbón que afecta de manera grave su hábitat y de las especies que han vivido allí desde mucho antes de que los exploradores dejaran testimonio de la existencia de estas Fruto del ayaca o árbol del pan tierras. Entienden que el petróleo Artocarpus heterophyllus es la sangre de aquellas montañas y que en su interior debe seguir corriendo. Y saben que el carbón también debe permanecer en su lugar, pues es fundamental para la fertilidad de esos campos en donde siembran y recogen sus alimentos: plátanos diversos, yucas extraordinarias, pomarrosos tentadores; en donde la agricultura goza de fértiles tierras a las que no les falta el riego natural, y que ven crecer con desparpajo plantas de arroz y de café, de cacao y de fríjol, y de unas matas de maíz cuyo brillo se detecta desde lejos con ese sol de la mañana que en la mayoría de los casos no es más que la antesala de ruidosos aguaceros. Tierras en donde se levantan en tiempo récord palmas generosas de cuyos frutos se preparan aceites y se producen combustibles,
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Jaboncillo Sapindus saponaria
y cuyas hojas se emplean en la fabricación de cestas de diversos tamaños que de tiempo atrás han llevado al campo quienes se encargan de recoger las cosechas; cestas que, a la postre, se han convertido en apreciadas artesanías que constituyen buen ejemplo de cómo pueden coincidir lo artístico y lo utilitario. En los inmensos bosques de esta región se levantan, imponentes, cedros, ceibas y abarcos, especies muy apetecidas por la calidad de sus maderas. Árboles de estas magnitudes dan buena cuenta de la exuberancia del trópico, y al amparo de su sombra crecen infinidad de matorrales y se crían cientos de especies animales de esa fauna colorida y maravillosa que alguna vez se pensó infinita. La serranía de Los Motilones, de la cual forma parte la región del Catatumbo, es una de las exiguas siete reservas forestales nacionales, y como tal está cobijada por una legislación que protege sus suelos y que vela por la vida silvestre que allí se da. Decir Catatumbo es decir motilones, aunque quizás sea mejor decir indígenas barí. Cuidadores de la selva y de un hermoso entorno que les fue dado —donde aprendie-
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ron a vivir de lo que les da esta fértil tierra sin estropearla—, y de los peces que bajan en grandes cantidades por ríos con nombres curiosos y simpáticos como Socuavo, Nuevo Presidente o Sardinata. Decir Catatumbo es decir Convención, El Carmen, Hacarí, El Tarra, Tibú, San Calixto, Sardinata, La Playa y Teorama, que son los nueve municipios que conforman la región. Decir Catatumbo es pensar en una enorme y admirable variedad de palmas y de helechos que aprovechan esa condición climática que ofrece al mismo tiempo altas temperaturas y grandes cantidades de lluvia. Decir Catatumbo es imaginar relámpagos más impresionantes y sobrecogedores que los que logran para sus películas de terror los encargados de los más sofisticados efectos especiales en los templos del cine comercial. Bastaría con recorrer apenas unos kilómetros de esta región tan atractiva como peligrosa para reunir postales que ilustran fácilmente la belleza y la furia de la naturaleza, que son, al mismo tiempo, la belleza y la furia de Colombia.
Catat um b o
En letra cursiva El pueblo barí tiene la suerte de habitar en una de las áreas más protegidas del Oriente de Colombia. En el Parque Nacional Natural Catatumbo Barí todavía se puede encontrar una gran cantidad de flores de colores intensos y particulares arquitecturas florales, como los platanillos o heliconias de las heliconiáceas y las orquidáceas, además de las peculiares flores del banano o plátano (Musa x paradisiaca), que hace parte de las musáceas. Por esta zona del Norte de Santander también son característicos los lecheros o liberales (Euphorbia cotinifolia), una euforbiácea con hojas de color vino tinto y altísima producción de látex blanco. Además de llamativas flores y árboles de diferentes tonalidades, los barí cuentan con el conocimiento medicinal tradicional que sus antepasados les han dejado. Se han instruido en el poder de las plantas que los rodean, entre las que se destacan un par de asteráceas: la chicoria común (Cichorium intybus) y la achicoria o chicoria (Hypochaeris sessiliflora), todavía más popular en el Norte de Santander. La chicoria común proviene del Viejo Mundo, pero se ha naturalizado a través de América. Su popularidad en la medicina tradicional se debe a que combate enfermedades estomacales, y también es eficaz como sedante. Pero su potencial medicinal se ha divulgado especialmente por ser un sustituto del café. El café (Coffea arabica) hace parte de las rubiáceas, una familia botánica lejana de las asteráceas. La achicoria (Hypochaeris sessiliflora) ya propiamente nativa de Suramérica y popular en el Norte de
Santander, es utilizada como purgante y antimalárico. Esta achicoria presenta inflorescencias tan parecidas a las de su pariente el diente de león (Taraxacum officinale), que hasta los botánicos pueden equivocarse. Entre las plantas medicinales del pueblo barí también se encuentran algunos árboles que son más conocidos como maderables que como medicinales. Es el caso de la ceiba (Ceiba pentandra), la cual hace parte de las malváceas, así como del cedro (Cedrela odorata), de las meliáceas. En la ceiba se han reconocido propiedades medicinales tanto en las hojas como en la corteza y la resina (pues las semillas son más que todo venenosas): se emplea como diurética, antiespasmódica, para combatir enfermedades estomacales y otros mil usos más. De igual manera, el cedro presenta una gran cantidad de propiedades medicinales, entre las cuales se destaca su uso para tratar espasmos, dolores y afecciones nerviosas.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Apocináceas
Couma macrocarpa
Perillo
Construcción. Medicinal. Contra males estomacales
Asteráceas
Asteráceas
Euforbiáceas
Heliconiáceas
Lauráceas
Cichorium intybus
Hypochaeris sessiliflora
Euphorbia cotinifolia
Heliconia sp.
Ocotea sp.
Chicoria común
Achicoria, chicoria
Lechero o liberal
Platanillos o heliconias
Cascarillo
Sustituto del café. Medicinal
Medicinal: depurativa, laxante y purgante
Ornamental. Usada como cerca viva
Ornamental. Usada para reforestar
Aceites esenciales con potencial medicinal
Lecitidáceas
Cariniana pyriformis
Abarco
Madera para construcción
Malváceas
Ceiba pentandra
Ceiba
Ebanistería. Corteza medicinal
Meliáceas
Cedrela odorata
Cedro
Ebanistería. Musical. Medicinal
Musáceas
Musa x paradisiaca
Plátano, banano
Alimenticia. Culinaria
Poáceas
Rubiáceas
Zea mays
Psychotria poeppigiana
Maíz
Labios de mujer
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Alimento. Artesanías
Ornamental. Anestésico y afrodisiaco
Maíz Zea mays
Un
pa r qu e , d o s nac i o n e s
El Parque Nacional Natural Catatumbo Barí es uno de los pocos parques binacionales que existen, aunque al pasar la frontera y entrar a territorio venezolano cambie su nombre por el de Parque Nacional Natural Serranía de Perijá. Su mayor extensión se encuentra en el departamento de Norte de Santander, cuenta con poco más de ciento cincuenta y ocho mil hectáreas, y en el lado colombiano tiene jurisdicción en cinco municipios: Convención, El Carmen, El Tarra, Teorama y Tibú. El clima del parque es entre templado y cálido, con temperaturas por encima de los diecisiete grados centígrados, que a mediodía pueden llegar casi hasta los treinta grados. La vegetación corresponde a la del bosque húmedo tropical.
Los
m ot i l o n e s
De alma guerrera, los motilones descienden de la familia de los caribes. Fueron unos de los indígenas más combativos contra los conquistadores españoles. Tanto así que durante los tres primeros siglos de la colonización no dieron su brazo a torcer. Se dice que son hábiles en el manejo del arco, el cual utilizan para la caza y la defensa, así como en el del arpón, que les permite pescar en los múltiples ríos que bañan su territorio. De sus tradiciones artesanales sobresalen los cestos, que elaboran para recoger las cosechas y que son preferentemente de uso femenino, y los tejidos: guayucos y faldas para vestirse, y chinchorros para dormir. De la cerámica de esta familia aborigen se destaca la olla motilona, de forma cónica y elaborada en barro cocido, que se utiliza para transportar y guardar el agua potable.
Vaina del carbonero Calliandra sp.
P a r qu e
s o n o ro
Como si no fuera en sí suficientemente sonora la palabra Catatumbo, buena parte de los caseríos que pueblan el parque natural que lleva su nombre, y que se ubican en su mayor parte en el costado sur de ese óvalo que dibuja en el mapa, refuerzan dicha sonoridad. Así, aparecen allí La Hondura, El Martillo, Culebritas y Suspiro. Y, además del propio río Catatumbo, la red hidrográfica de la región está conformada por los ríos Arauca, Pamplonita, Suárez, Chicamocha, Magdalena, San Miguel y El Tarra, entre otros.
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Catat um b o
La
c o ca d e l
C atat u m b o
Hay una planta de la familia de las asteráceas, proveniente del Viejo Mundo e introducida en América, que los indígenas motilones de Norte de Santander han usado desde que se tiene noticia: la achicoria. Se trata de un arbusto de medio metro de alto y con espigas de color verde oscuro, que los habitantes del Catatumbo utilizan para conseguir una sensación de anestesia y mitigar el hambre durante las largas travesías que deben emprender, así como para prevenir las caries. Al masticar el tallo de la achicoria logran un efecto similar al que produce la coca. Las comunidades que mejor conocen esta planta también la utilizan como analgésico, antirreumático y antiinflamatorio, y se dice que es eficaz para prevenir las consecuencias nefastas de la picadura de serpientes.
Cacao Theobroma cacao
A gua
pa r a t r e i n ta y t r e s
La cuenca del río Catatumbo no solo aporta el sesenta por ciento del agua dulce del lago de Maracaibo, sino que de ella dependen, solo en el departamento de Norte de Santander, los recursos hídricos de treinta y tres municipios. Esto significa el agua para la supervivencia de prácticamente un millón doscientas mil personas, que lo tienen como única fuente. La garantía de este recurso parece estar resuelta por la abundancia de lluvias, que pueden variar en intensidad pero que en todo caso se presentan a lo largo del año. Los meses de más alta pluviosidad suelen ser septiembre, octubre y noviembre.
Heliconia o platanillo Heliconia rostrata
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Región con fibra
onas frías, heladas incluso. Zonas cálidas, ardientes incluso. Zonas templadas medias. Todos los climas, todas las alturas y, quizás, todos los abismos imaginables están en este Oriente de Colombia al que llegamos en este volumen número cuatro de la Colección Savia. Y en todas esas zonas, fibras. Las primeras en aparecer fueron las del fique, que muchos pensaban extinto por cuenta del dominio de los plásticos y el nailon, entre otros materiales sintéticos que se han apoderado de mercados y, perennes, siguen haciendo daños irreparables al planeta. El fique es una de las figuras naturales principales de esta mirada que le damos ahora a las artesanías de Oriente. Lo encontramos mucho, en sus plantas que sobresalen en los caminos, en los corredores de las casas donde los secan, en los mercados donde los empacan. Ya lo verán. Ya lo están viendo. Y, tras la cabuya, hay una buena cantidad de fibras que los artesanos de la región logran adaptar a su creatividad para producir las tradicionales esteras, los coloridos tapetes, las perfectas cestas, los útiles individuales. Ya lo verán. Este es un repaso al mundo artesanal que no solo usa las fibras que les da la tierra, sino también las maderas. Y las plantas de las que extraen las tinturas. Y los frutos que les sirven para fabricar instrumentos. Un repaso, un recorrido por el mundo artesanal del Oriente acaba de empezar.
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A rt e s anías
Fibras al aire Proceso de secado del fique a la salida de Onzaga en Santander. Fibras al sol de Furcraea cabuya
Totumos voladores El uso de los totumos (Crescentia cujete) hace mucho dejó de ser de las cocinas y ahora de ellos se hacen estos helicópteros
Tapetes en fique Sometidos a colorantes también naturales, de los hilos de la cabuya salen tapetes como estos. Los llaman kundú
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Formas y colores En cestería en esparto son expertos en el valle de Cerinza, en Boyacá. Una belleza y finura que ha trascendido la región
Curití, cuna artesanal Individuales para servicio de mesa, hechos en fique cultivado y trabajado en Curití, Santander, un emporio artesanal
De Guacamayas También estos cestos (hechos en rollo y originarios de Guacamayas, en Boyacá) se venden ya en todo el país
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A rt e s anías
Trabajo en madera Esta talla de personaje en madera, hecha por el Taller de Arte de Cúcuta: una muestra artesanal de la región
Pies de apoyo Bastones elaborados con uña de gato en toda la región de Oriente. El nombre de la planta es Zanthoxylum fagara
Uno más Variedad de formas y dimensiones, de colores y de precios. Canastos de junco (Juncus effusus), artesanía habitual
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Artesanos juguetones Algunas muestras de medios de transporte, que es la especialidad de este centro artesanal de juguetes en pino
Cabuya trabajada De fique hay mucho producto en la región. Creatividad que lleva a tejidos como para esta cortina en Guane
Cestos resistentes Estos son elaborados con esparto y se ven tan resistentes como, en realidad, son. En el valle de Cerinza, en Boyacá
Calor de hogar En las cocinas se requieren utensilios, y la tierra, la naturaleza, los aporta: ayudantes hechos en pino (Pinus patula)
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A rt e s anías
Agua fresca En los calores de la región, estos recipiente en calabazo o bangaño (Lagenaria siceraria) se usan mucho para llevar bebidas frescas
Tapetes en fique Sometidos a colorantes también naturales, de los hilos de la cabuya salen tapetes como estos
Fibras artesanales Una carretilla hecha en esos juntos (Juncus effusus) que suelen darse tanto al borde de las lagunas en el Oriente
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Ajedrez en tagua Fichas de ajedrez labradas en tagua por artesanos de Chiquinquirá, Boyacá. También trabajan materiales duros
Asientos que se doblan Ya son famosos en todo el país estos asientos hechos en Curití, al lado de las alfombras también de allí
Colores y delicadeza Móvil de medusa en algodón, hecho en la Mesa de los Santos, cerca de Bucaramanga, en Santander
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A rt e s anías
Ay, qué orgullosa En una de las ferias artesanales que se hacen en Colombia, esta imagen típica. Una artesana de Sutatenza, Boyacá
Esteras en enea La enea (Typha angustifolia) también se emplea en artículos artesanales más grandes, como estas esteras
Cestas de Sutatenza También de Boyacá, de Sutatenza, estos cestos hechos con distintas fibras vegetales son parte de la riqueza artesanal
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Un milagro en el Magdalena centro
odo lo que había por aquí, lo que habitaba esta región que baja de la cordillera hasta el río Magdalena, todo, está ahora nada más que en los libros y en la memoria de algunos pocos que aún hablan del Carare-Opón como de aquella selva que oxigenaba en la mitad de Colombia, una de las zonas boscosas que había en los llamados valles interandinos, que es donde queda ahora el país urbano. Selva era lo que era todo esto. Selva con riachuelos impetuosos y árboles abrumadores y comunidades indígenas que cultivaban y cazaban y pescaban para su sustento legítimo y pacífico y disparaban flechas envenenadas contra probables invasores ambiciosos. Selva, ríos, caños, peces, asentamientos, vida. Todo eso había y de todo esto estaba habitado en el siglo xii, porque la arqueología Desde la conquista española les han ha encontrado vestigios de entonces, de los antiguos pobladores dado duro y sin tregua a los bosques del de esta región que ahora llamamos Magdalena centro, restos que Magdalena central. Pero la naturaleza cuentan de los carares y de los yariguíes, tribus hermanadas por es generosa y aún hoy hay aquí vida y la etnia de los caribes. motivos de esperanza Hasta una lengua había. En 1944 los antropólogos Roberto Pineda y Miguel Fonnegra localizaron en la región a dos mujeres indias que hablaban el dialecto Opón-Carare y que resultaron ser las últimas en usarlo. De lo que por estas selvas se habló quedó un corto vocabulario que fue publicado en 1958, cuando ya la Colombia de los colonos y de los expulsados por las violencias, la Colombia de la ganadería y de la agricultura extensiva, había devastado lo que de selva había en lo que entonces comenzó a llamarse Magdalena medio, que fue -es- sinónimo de noticias miedosas.
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M ag dal e na c e n t r o
Garcero
Puntaeguayabo
Licania arborea
Wittmackanthus stanleyanus
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Estopo Vasivaea podocarpa
Samán sobre barranco Albizia saman
Antes de eso, del allanamiento, la región también fue una ruta de entrada al Nuevo Reino, a través de caminos que iban desde el Magdalena hasta la ciudad de Vélez. Y durante ese proceso las selvas del Carare fueron colonizadas por buscadores de quina y exploradores de petróleo, y hubo, además, un intento fallido de construir un tramo de Ferrocarril que solo dejó frustración y obreros desempleados que se quedaron tumbando monte. Todo aquello, más las carreteras hacia el río Magdalena, hacia Antioquia pasando por Boyacá, hacia la costa Caribe; y todo lo que produjo el auge del petróleo con Barrancabermeja como epicentro, fue despojando por años a esta región del Oriente de Colombia de su riqueza vegetal. Se supo de ella porque por ella entraron multitud de aserradores y se supo de esos bosques porque durante años fueron dominados por grupos de bandoleros y de guerrilleros que volvieron las selvas del Carare-Opón casi una república independiente en la mitad de Colombia.
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M ag dal e na c e nt r o Cuenta la historia que lo que se extrajo de maderables es inabarcable. A pesar de lo difícil del terreno y de los peligros de una selva conquistada a punta de fuego de fusil, del Magdalena central santandereano y boyacense se surtió de especies finas buena parte de Colombia: abarco (Cariniana pyriformis), ají o caracolí o espave (Anacardium excelsum), coco cristal o cocomono (Lecythis sp.), guayacán (Handroanthus guayacan), sangretoro (Virola sp.), ceiba bonga (Ceiba pentandra), balso (Ochroma pyramidale), caimito (Pouteria caimito), cedro (Cedrela odorata), guamo (Inga sp.). La naturaleza, generosa, ha hecho por ella misma una recuperación de suelos, y a pesar del maltrato y de la potrerización la zona ha vuelto a florecer. No es ahora un bosque, aunque hay reservas forestales como la de Cimitarra y el santuario silvestre de Paturia, en los límites con Bolívar. Están esos brotes del prodigio de la vegetación, y breves reductos de lo que fueron las selvas del Carare, del Opón y del Lebrija, y siguen estando las aguas que bajan de los numerosos páramos de la cordillera para entregarse al Magdalena. Aguas que forman quebradas, ríos, lagunas y ciénagas abundan aún en el Magdalena central de Santander. Aguas que fertilizan, que producen alimento y que sirven, además, para la práctica de deportes. Las más esperanzadoras ciénagas están a unos doscientos metros sobre el nivel del mar y son las de San Silvestre, Opón, El Tigre, El Llanito y Chucurí, en Barrancabermeja; la de Paredes, en Sabana de Torres, y las ciénagas de Torcoroma, Yararí y Doncella en Puerto Wilches. Aunque el llamado del petróleo sedujo —y obnubiló de ambición— a millares de colombianos y extranjeros, y cambió para siempre el paisaje de una parte importante del Magdalena central en Santander, produjo una ciudad como Barrancabermeja, que es una de las más importantes del centro del país. Y a pesar de los imaginables maltratos que el medio ambiente natural sufre con la exploración y explotación de hidrocarburos, esta ciudad mantiene en su entorno ciénagas y lagunas que hablan de la resistencia de una naturaleza que no se amilana. Su escala de temperatura, que sube hasta los treinta y ocho grados centígrados y baja hasta los veinte, en sus setenta y cinco metros sobre el nivel del mar, le dan a Barrancabermeja una vegetación de bosque seco premontano, en donde son comunes es-
pecies arbóreas que se llaman trupillo, ceiba, ceiba bruja, coco de mico y huevo de burro. Nombres como esos, algunos usados también en otras regiones de Colombia y otros que parecen apodos lugareños. Y entre los arbustivos, en esta Barrancabermeja que fue descubierta por Gonzalo Jiménez de Quesada, quien desde aquí tomó la decisión de dejar de navegar por el Magdalena y empezar a subir hacia la cordillera Oriental por donde llegaría finalmente al altiplano en el que hoy es Bogotá, entre esos arbustivos de la región están las zarzas, la palma de corozo, el uvito y una buena cantidad de cactus. El bosque húmedo tropical que va desde los doscientos a los mil metros sobre el nivel del mar, con una vegetación menoscabada por su riqueza maderable, tiene un sector de bosques en San Vicente de Chucurí. En toda esta franja, entre árboles y arbustos, puede disfrutarse de carbonero (Abarema sp.), cedrillo (Ochoterenaea colombiana), balso blanco (Heliocarpus americanus), hobo (Spondias mombin), caracolí (Anacardium excelsum), diomate (Astronium graveolens), canalete (Cordia alliodora), chicalá o chingalé ( Jacaranda copaia), guásimo colorado (Luehea seemannii), algarrobo (Hymenaea courbaril), Flor de puntaeguayabo chocho (Ormosia sp.), anime (Dacr- Wittmackanthus stanleyanus yodes colombiana), abarco (Cariniana pyriformis), ají (Simira sp.), higuerón (Ficus sp), madroño (Garcinia madruno), tabaquillo (Aegiphila sp.), helecho tigre (Acrostichum aureum), guayabo de monte (Bellucia pentamera ), y gallinazo (Hyptidendron arboreum). Pero más abajo de ese nicho, al borde del Magdalena o en la desembocadura de los ríos que lo alimentan, hay una vegetación opulenta en el bosque muy húmedo tropical. Está ahí, sobre una topografía ligeramente plana, a veces escarpada, siempre cercana a los setenta y cinco metros sobre el nivel del mar, como ocurre con la ciénaga de Chucurí, uno de los tesoros navegados por Savia en busca de los asombros que proporciona esta naturaleza prodigiosa que no parece haberse vengado del hombre
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ante el despojo de que fue objeto en toda una historia de devastación que la dejó con apenas el uno por ciento de la riqueza vegetal que tenía. Fue por alguno de esos caños que llevan a la ciénaga de Chucurí donde encontramos ejemplares de suan, el árbol que sabíamos casi extinto pues con su madera se alimentaron las calderas de los vapores que durante años surcaron el Magdalena en una época que siempre en Colombia hemos tenido como romántica, pero que acabó con buena parte de los árboles de las orillas del río. En esa franja del bosque muy húmedo tropical, maltratada y todo, se presenta aún una vegetación natural bien desarrollada con árboles de quince a veinte metros de altura y hasta de un metro con veinte centímetros de diámetro. En ese rango de altura y robustez hay peine de mono (Apeiba tibourbou), perillo-sande (Brosimum utile), caracolí (Anacardium excelsum), guacamayo (Basiloxylon sp.), chingalé ( Jacaranda copaia), balso (Ochroma pyramidale), anime (Protium sp.), varasanta (Triplaris americana). Todo eso hay —y sigue habiendo de manera casi milagrosa— en este Magdalena central que fue tierra arrasada. Que fue una selva en la mitad del país, densa, espesa, inexpugnable, hasta que la Colombia en vías del desarrollo desesperado, en busca de salidas hacia las ciudades, la usó y de ella se abusó porque a ella fue a tratar de sobrevivir una masa de colombianos sin futuro que colonizó destruyendo. Como ha descrito el antropólogo Jaime Arocha, así como “Los españoles de los siglos xv y xvi nunca pudieron comprender, ni aceptar, el mundo del indígena de las tierras bajas, adaptado a la horticultura, la cacería y la pesca que brindaba pródigamente su medio ambiente […] la legislación colombiana en su aplicación práctica solo considera pobladas y civilizadas las áreas taladas y sembradas, sin importar que luego de una segunda cosecha se encamine hacia un desierto”. Un milagro de la naturaleza que aún haya lo que hay aquí. La naturaleza misma que se opone a esa concepción que, como dice Arocha, sostiene que selva es sinónimo de barbarie y salvajismo y no un espacio para una digna subsistencia de quienes viven en la libertad del río y en los bosques sin cercas.
Lomo de caimán Platypodium elegans
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M ag dal e na c e n t r o
En letra cursiva En el Magdalena central de la región de Oriente se encuentra una gran variedad de familias botánicas. Desde inmensos árboles como el caracolí (Anacardium excelsum), perteneciente a las anacardiáceas, pasando por una altísima cantidad de especies maderables apreciadas en construcción: el auténtico guayacán o chicalá (Handroanthus guayacan), de las bignoneáceas; la tradicional ceiba (Ceiba pentandra), de las malváceas; el abarco (Cariniana pyriformis), perteneciente a las lecitidáceas; el cedro (Cedrela odorata), que hace parte de las meliáceas, y el chingalé ( Jacaranda copaia), perteneciente a las bignoniáceas. Se encuentran también pequeños cactus o cactáceas, como el cabeza de negro, que se distingue por tener una cabecilla o un gorro rojo oscuro, casi negro, por lo cual los primeros españoles se referían a él como gorro turco. Pero en tal variedad de familias botánicas especialmente se hallan fabáceas o leguminosas, como el guamo (Inga sp.), el trupillo o mezquite (Prosopis juliflora), el algarrobo (Hymenaea courbaril) y el matarratón (Gliricidia sepium), del que se puede extraer un veneno para ratas. Además también hay una gran cantidad de malváceas, como el balso (Ochroma pyramidale) y su semejante, el balso o balso blanco (Heliocarpus americanus), además del género Ceiba, del que hace parte la auténtica ceiba. Sin otras “ceibas” como la blanca, o ceiba bruja (Hura crepitans), que hace parte de las euforbiáceas, pero a la que popularmente se le llama así por su semejanza con la Ceiba pentandra. Por esta zona del
Magdalena se pueden encontrar además varias especies de Virola, de las miristicáceas, muchas de las cuales son denominadas popularmente como soto o sangretoro, que hace alusión al rojo color de su exudado. Hay aquí una curiosidad que tiene ver con una especie de las olacáceas, una familia botánica que cuenta con apenas veintiséis géneros, entre los cuales está presente el Minquartia, que tiene una única especie denominada Minquartia guianensis, el manú, acaricuara o melcocho, que a pesar de ser una especie rara aún se puede encontrar por esta zona. Asimismo se pueden apreciar especies de anime (Protium sp.), las cuales hacen parte de las burseráceas, que además de ser apreciadas por su valor maderable son utilizadas por los indígenas de la región, quienes queman sus hojas como rito de iniciación cuando los jóvenes alcanzan la pubertad, para así protegerlos de los malos espiritus.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Anacardiáceas
Anacardium excelsum
Caracolí o espave
Maderable; utilizado para embarcaciones
Bignoniáceas
Burseráceas
Cactáceas
Euforbiáceas
Lecitidáceas
Jacaranda copaia
Protium sp.
Melocactus schatzlii
Hura crepitans
Cariniana pyriformis
Chingalé
Anime
Cabeza de negro
Ceiba blanca o ceiba bruja
Abarco
Ebanistería. De su pulpa, papel. Medicinal
Maderable. Usada para ritos indígenas
Utilizada en medicina tradicional
Maderable. Látex venenoso
Construcción
Malváceas
Ceiba pentandra
Ceiba
Ebanistería. Medicinal
Malváceas
Heliocarpus americanus
Balso o balso blanco
Madera liviana en artesanías. Construcción
Malváceas
Ochroma pyramidale
Balso
Construcción. Plataformas flotantes
Miristicáceas
Virola sebifera
Sangretoro
Maderable. Medicinal
Miristicáceas
Virola flexuosa
Soto
Olacáceas
Minquartia guianensis
Manú, acaricuara, ahumado, melcocho
Madera para construcción. Exudado usado por la medicina popular
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Utilizada en construcciones pesadas y marinas
Los
a n t i gu o s s a n ta n d e r e a n o s
Piñón de oreja en Barrancabermeja Enterolobium cyclocarpum
Vías
h ac i a
Oriente
El río Magdalena fue navegado por conquistadores y colonos y, desde esta región, muchos emprendieron el ascenso hacia la cordillera Oriental y de ahí al altiplano en donde está Bogotá. Gonzalo Jiménez de Quesada, quien fundó a Barrancabermeja, abandonó la navegación por el río cuando advirtió que desde la cordillera traían cerámicas y objetos que consideró de valor. En su búsqueda emprendió el ascenso que lo condujo finalmente a Bogotá. La geografía de Barrancabermeja les permitió a los españoles amplio control social y económico de la región. El río era para entonces la única vía de comunicación entre el Caribe y el interior de Colombia. Otra ruta desde el Magdalena fue la que se abrió hacia la ciudad de Vélez. Y, por ella, se inició la colonización de esa parte de la región. Después vino el intento de construir un ferrocarril —el ferrocarril del Carare— y posteriormente la carretera que concluyó en Puerto Berrío, Antioquia. Todo esto pasó y por todo eso se inició la devastación de este bosque selvático. Lo que más contribuyó a ello fue la extracción de maderas finas y el gran número de colonos llegados desde muchas partes de Colombia atraídos por esa riqueza vegetal, y a ello se sumó que de otras zonas del país fueron expulsados millares de campesinos por la violencia de los años cincuenta y llegaron allí como colonos.
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Es cierto que la preocupación más conocida y los estudios más prolijos han estado dirigidos a los grupos guanes, que son los que habitaron las cumbres de la cordillera Oriental. Sobre estos antiguos santandereanos hay información y se les rinde culto, lo que no sucede con quienes poblaron las extensas zonas boscosas del valle del río Magdalena, lo que llamamos Magdalena central. A este olvido contribuye especialmente la concepción colombiana de selva, que se le otorga solo a los territorios del Amazonas o a las zonas del Pacífico chocoano. Por eso se suele ignorar que en esta parte de Colombia, en los valles interandinos, hubo selvas tupidas, habitadas por indígenas que vivían de la pesca, de los cultivos domésticos y de la cacería. Hablaban sus propios dialectos y dejaron vestigios de su existencia en zonas que han sido detectadas y estudiadas por los arqueólogos. Lo que se conoció como las selvas del Carare-Opón fue, pues, un inmenso bosque habitado por indígenas de esas tribus, que algunos estudiosos consideran como parte de la etnia de los caribes. Uno de los rasgos que permitieron identificar a los grupos de filiación caribe fue su dispersión por las tierras bajas tropicales y su dominio de ellas. Su distribución territorial se efectuó a lo largo de las costas y de los principales ríos, en asentamientos que no superaban las cien personas (Boucher, 1985). Los cronistas de los siglos xvi y xvii se refirieron a un territorio extenso ocupado por los grupos carares, insistiendo en la belicosidad de sus gentes y mencionando los sitios donde con más frecuencia atacaban a los españoles. Según fray Pedro Simón, los carares ocupaban desde la denominada isla de Carare hasta la desembocadura del río Negro.
M ag dal e na c e n t r o
E species
amenazadas
Como lo dice el artículo inicial de este capítulo de Savia Oriente, la generosidad de la naturaleza ha permitido la recuperación del suelo y la supervivencia de miles de especies. Es verdad que ante el maltrato que se le ha dado a la región, es casi milagroso que exista la vegetación de la que es posible disfrutar en esta primera parte del siglo xxi, cuando se sabe que fue con la presencia de los españoles (siglo xv) cuando comenzó la devastación del bosque. Pero existen especies amenazadas por obras de infraestructura, proyectos de minería y establecimiento de extensas zonas de plantaciones con especies introducidas, a manera de monocultivos. Una de las plantas más representativas y que corre riegos de extinción es la Melocactus pescaderensis, llamada también Melocactus guianensis y últimamente clasificada como Melocactus schatzlii y conocida con el nombre común de cabeza de negro, de la familia cactácea, que es una de las veinte especies de cactus presentes en el cañón del Chicamocha, una especie endémica de Santander cuyas poblaciones han sido diezmadas, principalmente por el saqueo.
Tronco de móncoro con raíz parásita Cordia gerascanthus
E cosistema
atacado
Entre los ecosistemas que posee el Magdalena central de la región de Oriente, está el bosque seco tropical, que es el más alterado de Colombia. Los lugares sobrevivientes de esta formación vegetal no alcanzan en la actualidad más del uno por ciento de lo que existía a la llegada de los españoles. Puede decirse que este ecosistema es el que tiene mayor riesgo de desaparecer en el país, porque muchas de las regiones donde se desarrolla son utilizadas para la ganadería y el pastoreo y están en proceso de desertización. A pesar de la forma como la propia naturaleza ha reconquistado espacios y de la existencia esperanzadora de buenas extensiones de árboles y arbustos en suelos fértiles, los factores que amenazan la vegetación siguen vigentes.
Vochysia en la meseta de San Rafael
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G ramalote Célebre por el colapso geológico que lo hundió, este pueblo se llama como una gramínea que abunda en las laderas que lo circundan
Antiguo poblado de Gramalote
Gramalote (Paspalum fasciculatum)
Gramalote necesitó vivir ciento cincuenta y dos años y once meses de historia para aparecer en las noticias de Colombia. Llegó a ellas, a las noticias, por la calamidad geológica de un deslizamiento que le hundió de cuajo casi todo lo que había construido y desde entonces, desde diciembre de 2010, Gramalote, a solo cuarenta y nueve kilómetros de Cúcuta, en el Norte de Santander, sale en las noticias por los ecos de aquel hundimiento y por las dificultades para su reconstrucción. Pero Gramalote comenzó a existir el 27 de noviembre de 1857 cuando la fundó Gregorio Montes aquí, en las estribaciones de la cordillera Oriental. Y aunque en principio no se llamó así (primero, como caserío, tomó el nombre de Caldereros, que es como se llama la quebrada vecina, y después le pusieron por nombre un apellido, Galindo, en memoria de un militar), Gramalote siempre ha existido por estos lados porque así se llama una planta gramínea que abunda en las laderas de los montes que rodean la población. Es, pues, en honor a este pasto áspero de hojas de más de un metro de largas y de cuatro a cinco centímetros de ancho, que este pueblo se llama como se llama desde 1888, gracias al honor que los habitantes de entonces quisieron hacerle a la botánica que más les distinguía su entorno de ciento cincuenta kilómetros cuadrados en el cual hay desde vegetación de bosque tropical hasta bosque de niebla y subpáramo. Con una temperatura dulce de veintitrés grados en promedio, en Gramalote se vive de la tierra básicamente: café, panela, plátano, cítricos, fríjol, aunque la ganadería ha ido conquistando terreno en los últimos años, que han sido incómodos para los
gramaloteros por el colapso geológico que padecieron y que solo ruinas y recuerdos dejó. La inestabilidad de los suelos, agravada por las lluvias de aquellas épocas, sentenciaron a lo que quedó menoscabado a ser derrumbado, y desde entonces los geólogos emprendieron los necesarios estudios para determinar el punto donde la población debe ser levantada sin riesgos. Será una nueva fundación de Gramalote. El punto escogido está en un rango entre los mil cuatrocientos cincuenta y los mil novecientos metros sobre el nivel del mar, lo que le significará poseer diez tipos de coberturas de vegetación: pastos limpios; arbolados; enmalezados; mosaico de cultivos, pastos y espacios naturales; vegetación secundaria baja; vegetación secundaria alta; bosque fragmentado con vegetación secundaria; bosque fragmentado con pastos y cultivos; bosque ripario y bosque denso alto de tierra firme. Toda una gama de recursos que le seguirán dando a Gramalote una hermandad con la botánica y, quizás, más diversa, porque el punto elegido lleva el nombre bucólico de una vereda: Gramalote quedará donde ahora está Miraflores.
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P ue bl o s
G uane Tan bello que complementa a Barichara, este corregimiento de Santander fue epicentro de cultura indígena y tierra de un cactus en su honor
Plaza de Guane
Cactus (Melocactus schatzlii o Melocactus guianensis)
La historia, los historiadores, se han detenido en toda esta región de Santander porque de su pasado hablan hasta las piedras: hablan los vestigios hallados en las excavaciones arqueológicas; hablan los caminos de herradura construidos hace doscientos años y la arquitectura sobreviviente y los relatos escritos más antiguos que son del sevillano Juan de Castellanos, el muy mentado cronista de Indias. Lo que hoy se llama Guane es un poblado adorable que queda a nueve kilómetros de Barichara, que goza de sus venticinco grados centígrados en promedio, cuna de una cultura hecha por los indios que habitaron esta meseta que tiene unos setecientos kilómetros de largo y desde cuyas crestas se mira la hoya del río Suárez, que es el mismo río Chicamocha, que es el mismo río Sogamoso. Los guanes, los indios que habitaron esta región que antes se llamaba Móncora, eran de estatura más alta de la que siempre se ha tenido como normal cuando se piensa en indígenas colombianos, según lo recogen los investigadores Alberto Navas Corona y Martín David Acevedo. Cuentan que, en el lenguaje muisca, altos se decía “guates”, y ese vocablo condujo a la palabra Guanes. Esta presunción está respaldada por hallazgos óseos que permiten calcular que en la región había personas de hasta un metro con setenta y seis centímetros de altura. Muy guates, muy guanes. Fueron muchos los guanes. Según Juan de Castellanos, cuando el territorio fue conquistado en 1540 por un capitán que se llamaba Martín Galeano, había unas treinta mil casas pobladas por entre dos o tres personas, y todo aquello, una especie de confederación, estaba regido por treinta y dos cacicazgos, el más importante de los
cuales se llamaba Guane o Guanentá. Todos lucharon contra la invasión de los españoles, quienes finalmente, los redujeron, los despojaron de sus mejores tierras para la agricultura y los desplazaron a trabajar en minas de oro. Y los diezmaron: dicen los historiadores que las estadísticas hablan de que veinte años después de la llegada de los invasores españoles, la población de indígenas Guane había quedado reducida al diez por ciento. Eso quedó de ellos y quedó este poblado principal que fue tomado entonces como centro de habitación de los españoles para su gobierno y para sus prácticas religiosas como la evangelización de los indígenas. Quedó eso y el paisaje; los ríos, las montañas, las plantas. Entre la vegetación, en estas laderas crecieron cactus como el que durante muchos años ha sido llamado Melocactus guianensis, denominación en honor a este corregimiento de Barichara al que se puede llegar por carretera o al que muchos prefieren arribar a pie por alguno de los caminos antiguos. A este cactus también se le conoce como Melocactus pescaderensis, y desde el año 2006 como Melocactus schatzlii.
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L a U vita Un fruto que a veces es rojo y otras morado, y un vocablo indígena que habla de la fértil tierra, le dan el nombre a este pueblo de Boyacá
Pueblo de La Uvita en Boyacá
Árbol con frutos de uvito (Ficus soatensis)
De paso obligado cuando se va subiendo hacia la Sierra Nevada del Cocuy, este pueblo del norte de Boyacá está al pie de tres cerros que son sus telones de fondo y tiene una plaza grande, empinada y muy poco parecida a los centros pueblerinos de otras regiones: no hay algarabía, no hay música de embriaguez, no hay autobuses de flotas pitando. Fue por placidez que fundaron a La Uvita: es que en su vecina Boavita había bulla en demasía y riñas también había, así que emigraron hacia estos lados unos disidentes en búsqueda de calma y encontraron unos terrenos de ensueño que los donó para un nuevo pueblo la familia de don Nicolás de Figueroa. Trazaron manzanas, construyeron iglesia, hicieron el parque, y desde entonces, desde 1758, La Uvita está sonriendo aquí donde está, que es a 197 kilómetros de Tunja por una buena carretera y, sobre todo, por un paisaje de montaña y de silencio. No fue difícil ponerle el nombre que le pusieron a este pueblo, porque abunda un arbusto, Ficus soatensis que alcanza a medir hasta cinco metros de altura, tiene hojas ovaladas, de tallos leñosos y produce cada año unos frutos, las uvitas, los uvitos, la uvita, que son rojos o morados y que se pueden comer. Pero, además, el fruto se usa como medicina popular (combate la disentería y otros males estomacales) y las hojas tienen fama de servir contra las fiebres tifoideas. La historia que los uvitanos reproducen es que el nombre del pueblo viene también de un vocablo cibcha que quiere decir “pradera de fértil labranza”. Y es fértil, sí,
con sus tres pisos térmicos y su temperatura promedio de dieciséis grados centígrados y un entramado de ríos y quebradas numerosas que bañan su territorio de 151 kilómetros cuadrados. En ellos hay mucho encenillo, sietecueros, romero, chite, jarilla, trompeto y la emblemática uva camarera. Y en las partes más bajas se encuentran palo de rayo, cují, acacias y una buena variedad de cactus. Aunque todo eso -y más- es lo que les da la tierra, en La Uvita han escogido la ganadería como principal sustento económico y la leche como su más abundante producto. Hacia el mercado salen cerca de cinco toneladas semanales de quesos, procesados por cincuenta y cuatro lecherías. De ellos, de los quesos, y del paisaje de montañas elevadas y de valles verdes, del ambiente apacible y del aire sano, disfrutan los uvitanos que regresan cada año al pueblo, a las fiestas en honor a la virgen de Las Mercedes, que son a finales de los agostos. Y entonces ven los arbustos de uvita en el parque y vuelven a recordar que en su pueblo estuvo Simón Bolívar dos días de noviembre de 1819 en plena Campaña Libertadora.
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P ue bl o s
S an J oaquín La historia oficial no la reivindica como la homenajeada, pero este pueblo de Santander se llama como una planta que abunda
Parque de San Joaquín
Flor de san joaquín (Hibiscus rosa-sinensis)
En la historia oficial de este pueblo, que queda en Santander y está a 156 kilómetros de Bucaramanga por una carretera con largos trechos en muy mal estado, no figura el homenaje que su nombre le hace al abuelo materno de Jesucristo, que es San Joaquín, padre de la Virgen María, nacido en Nazaret. Tampoco mencionan los historiadores sanjoaquinenses esa planta del género Hibiscus, de las que hay unas ciento cincuenta especies y que pertenece a la familia de las malváceas. Pero san joaquines, florecidos y grandes como son estos arbustos, se ven mucho en esta población que fue fundada en 1779 por un señor de nombre Feliciano Ramírez. San joaquines hay hasta en el atrio de la iglesia en el parque principal, y es una de las plantas más habituales, aunque no tanto como el fique que aún se siembra, se corta, se seca y sirve para hacer empaques y otras artesanías y es tan simbólico que una hoja de fique aparece en la bandera del pueblo. Y no es que en San Joaquín haya mucha vegetación. Es un pueblo con dos pisos térmicos (medio y frío), en el que predomina este último con buenas extensiones en subpáramos más arriba de los tres mil metros por encima del nivel del mar. En la llamada tierra caliente, se desarrollan prados o praderas de gramíneas, algunas introducidas, como el yaraguá, el kikuyo y el pasto micay. Y más abajo de esos niveles están los bosques achaparrados, con árboles que llegan a medir hasta diez metros de alto y donde sobresalen los que denominan palo colorado y mortiño. Antes de ser San Joaquín, este lugar en las estribaciones de la cordillera Oriental se
llamó Petaquero y estaba habitado por los indios curipaos. Era un poblado que servía de hospedaje de paso a quienes iban de Tunja a Bucaramanga por un camino real, que muy poco debía de tener de diferencia con esta carretera de ahora, especialmente cuando se hace el último trayecto desde Mogotes. De bendición. Después de eso, sigue la salida hacia Onzaga, con carretera también en mal estado, pero con la belleza de un paisaje que se abre cuando se llega al páramo del Desaguadero, en donde, a pesar de que el camino pasa por la mitad, hay un bosque de frailejones y muy refrescantes y bellos arroyos transparentes. Porque el prodigio de las aguas que brotan de la cordillera Oriental no excluyó a San Joaquín. Su hidrografía pertenece a la hoya del río Chicamocha y por sus estrechos valles ruedan los ríos Panamá y San Joaquín, que se unen al río Onzaga. Agua y san joaquines florecidos y fique en crecimiento o en proceso de secado es lo que más se ve en este pueblo que sigue siendo de paso, como cuando lo fundaron en el siglo xviii
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Mapa r eg ional de par q ue s nac ional e s
Territorio Colombia viva El área comprendida por los departamentos de Santander, Norte de Santander, Arauca y el norte de Boyacá es una fuente de vida incomparable. En ella abundan especies diversas de fauna y flora, así como distintos tipos de ecosistemas, y es el hogar de algunas comunidades indígenas que han resistido la ambición del hombre, pues es un territorio rico en recursos como petróleo y carbón. Su extensión ocupa algo más de una onceava parte del territorio nacional y en su interior se encuentra una de las obras de arte más grandes de la naturaleza: las formaciones en columnas de roca ubicadas en el área de Los Estoraques. Con una superficie de más de noventa y siete mil kilómetros cuadrados, contiene siete de las cincuenta y seis áreas protegidas por Parques Nacionales Naturales, y sobre ella se levanta la cordillera Oriental, que atraviesa Norte de Santander, Santander y Boyacá. Este rincón de Colombia se enmarca en un territorio que al costado oriental limita con la frontera venezolana, al noroccidente con el departamento del Cesar, al occidente con los departamentos de Antioquia y Bolívar, al sur con Cundinamarca y al suroriente con Casanare. Sus ecosistemas incluyen infinitas riquezas que se expresan en selvas subandinas, bosques húmedos tropicales y bosques subandinos, cordones montañosos, vegetación paramuna y nieves perpetuas. Según la Dirección Territorial del Sistema de Parques Nacionales Naturales, al área nororiental de Colombia corresponden los parques Catatumbo Barí, Serranía de Los Yariguíes, Pisba y el Cocuy. También el Área Natural Única Los Estoraques, el Santuari0 de Flora y Fauna Guanentá Alto Río Fonce y el Parque Regional Natural Misiguay. t
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Zona ampliada
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1. Serranía de Los yariguíes Extensión: 59.063 ha Altura: 700 - 3.400 msnm Clima: Cálido - Templado Temperatura: 12 - 18 °C Año de creación: 2005
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8. Catatumbo Barí
2. Guanentá Alto río Fonce Extensión: 10.429 ha Altura: 2.000 - 4.000 msnm Clima: Páramo - Templado Temperatura: 9,8 - 12 °C Año de creación: 1993
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Ciénaga de Zapatosa
División territorial
10. Universidad Francisco de Paula Santander Ocaña 9. Los Estoraques
V E N E Z U E L A
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Río Ma 4. Misiguay
Parque nacional Parque regional Área natural Jardín botánico Santuario Herbario Reserva ecológica Mesa de los Santos
5. Herbario UIS 3. Eloy Valenzuela
6. El Rasgón 7. Mesa de los Santos
1. Serranía de Los Yariguíes
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12. Cocuy
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Santander
2. Guanentá Alto Río Fonce 11. Pisba
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3. Eloy Valenzuela Extensión: 7,5 ha Altura: 925 msnm Clima: Cálido - Húmedo Temperatura: 23 °C Año de creación: 1982 4. Misiguay Extensión: 2.600 ha Altura: 1.350 - 2.400 msnm Año de creación: 2014 5. Herbario de la Universidad Industrial de Santander Año de creación: 1978 6. El Rasgón Extensión: 1.000 ha Clima: Páramo Temperatura: 12 °C 7. Mesa de los Santos Extensión: 302 km² Clima: Páramo
Norte de Santander 8. Catatumbo Barí Extensión: 158.125 ha Altura: 70 - 2.000 msnm Clima: Cálido - Templado Temperatura: 22,5 °C Año de creación: 1989 9. Los Estoraques Extensión: 640,62 ha Altura: 1.450 - 1.800 msnm Clima: Templado Temperatura: 17 - 23 °C Año de creación: 1989 10. Universidad Francisco de Paula Santander Ocaña Extensión: Por definir Altura: 1.200 msnm Clima: Cálido - Húmedo Temperatura: 22 °C
Boyacá Nororiente 11. Pisba Extensión: 45.000 ha Altura: 2.000 - 3.800 msnm Clima: Frío - Páramo Temperatura: 15 - 16 °C Año de creación: 1977 12. Cocuy Extensión: 306.000 ha Altura: 600 - 5.330 msnm Clima: Frío - Páramo - Templado Temperatura: 0 - 20 °C Año de creación: 1977
Encontrar a Tipacoque
Tipacoque hay tres caminos. En carro por la carretera Central del Norte que va a Cúcuta, a 174 kilómetros de Tunja. A pie desde Onzaga, en Santander, atravesando un ramal de la cordillera Oriental por una trocha que sube y baja entre robledales, bordeando quebradas. Y para encontrarlo fijo, la literatura. Eduardo Caballero Calderón, escritor y su primer alcalde en 1968, relata el paisaje y sus gentes: Tipacoque guarda sus cenizas y los árboles que sembró para reforestar las orillas de las quebradas y los de sombra que puso en los caminos vecinales. El nombre indígena es Zipacoque. Allí dominó una cacica desde el río Chicamocha hasta las montañas de Sátivanorte y La Vega Queda en Boyacá pero su carácter es en Onzaga, Santander; en la conquista fue despojada por frailes santandereano. Enclave único como su dominicos que construyeron un convento. En 1580 este pasó a la paisaje. Municipio que trepa de la orilla familia Tejada y Calderón, quienes conservan la antigua hacienda del río Chicamocha al alto del Roble y dan origen a este poblado. Antonio Caballero, hijo del escritor, reconstruye este paisaje para Savia Oriente: “Tipacoque tiene todos los climas. Las temperaturas van desde los treinta grados de calor seco a la orilla del Chicamocha, a mil metros sobre el nivel del mar, hasta menos de cero, a tres mil, en el alto del Roble, en los frailejonales del páramo. A mitad de camino, a 1.850, la vieja casa de la hacienda y el pueblo crecido a su alrededor se asoman sobre el cañón cortado a pico: calientes de día, frescos de noche. Entre la vega verde del río y los robledales de la montaña de Onzaga la tierra va subiendo en escalones y terrazas: peladeros empinados de los cerros de Bavatá, el fértil plano del Palmar, como un tablero de ajedrez de microminifundios de fríjol y maíz y frutales, antes todo sembrado de tabaco y puntuado de caneyes donde las ristras olorosas de grandes hojas alisadas se secaban al viento; desbarrancaderos y pencales en las pendientes pedregosas de Ovachía y de Cañabravo. El paisaje es seco: pardos, ocres, sienas, peñas moradas y farallones de arenisca amarilla, con manchas de verde claro en los filos y los planos. Se alternan ∙ 136 ∙
Ti paco q ue
Melena o barba de chivo que cuelga de muchos árboles Tillandsia usneoides
Atados de tabaco Nicotiana tabacum
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buenas y malas tierras, fértiles y áridas. Cuando llueve todo se pone de muchos verdes durante un par de días. “Pero llueve muy poco, y falta el agua. Las quebradas -Aguablanca, Cañabravo y Tipacoque- eran hace medio siglo bastante caudalosas. Hoy solo quedan escurrajas que bajan por los cauces secos entre las grandes piedras. No solo por la tala ilegal de los bosques de arriba y de los árboles de las orillas, sino porque se desvían en acequias de riego o han sido entubadas para los acueductos de las veredas en un laberinto de mangueras. “Fue siempre una región tabacalera, pero el tabaco ya no rinde, y la Colombiana de Tabaco dejó hace varios años de comprarlo allá. Fue también cañera, y hubo trapiches paneleros de bueyes y algunos de motor. Hubo fique, y se hacían lazos, tapetes, suelas de alpargate. Se cultiva fríjol, tomate, maíz, frutales: muy recientemente, duraznos; y desde siempre naranjas, mandarinas, limas, limones, mangos, guayabas, chirimoyas, aguacates. Hay granadas completamente insípidas, y sabrosas pachuacas, que son unas muy peculiares frutas características de la región. Y arriba en la montaña, papa. “Hay toda clase de árboles. En el gran bosque de robles crecen también amarillos, nogales, cedros, alisos. Más abajo guayacanes y jaboncillos, y a la orilla de los caminos, eucaliptos, pinos, sauces (que no se esponjan, sino que crecen hacia arriba como varejones verticales de poco follaje), unos amplios árboles de ancho tronco y gruesas ramas horizontales que se llaman uvos y con las raíces abrazan grandes peñascos, mangles y guaduas a la orilla de las quebradas, cañabrava. Pero nada es muy frondoso, por la falta de agua. Desde hace unos veinte años hay además una plaga de barbas parásitas, largas y
Recolector de durazno
Cultivo de papa
Prunus persica
Solanum tuberosum
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Paca de fique Furcraea cabuya
colgantes o peludas y redondas que se llaman poéticamente claveles del aire pero son horrorosas, de un sucio gris negruzco y devoran los árboles -y hasta los cables de la luz- convirtiéndolos en unas masas grises, fantasmales, como vestidos con un sudario de ceniza. “La fauna no es abundante, pero sí variada. En la montaña hubo venados y osos, pero ya sólo quedan ardillas y algún armadillo. Muchos pájaros: toches, turpiales, cúchicas, mirlas, palomas, torcazas, pechiamarillos, colibríes. En los riscos de roca de la vereda de Ovachía, muy arriba sobre el río, anida una pareja de águilas. Chulos. Culebras, lagartos, iguanas. En el Chicamocha, que baja contaminado desde Tunja, casi no quedan bocachicos. En los cielos rasos de la casa hay faras y murciélagos. Alacranes. Abejas, avispas. Pitos. A la altura del pueblo
casi no hay mosquitos. Y toda clase de animales domésticos: perros, gatos, marranos, gallinas, gallos de pelea, bueyes amarrados al tronco de un árbol. Caballos y mulas ya casi no se ven, sustituidos por las motocicletas. Pocas vacas. Muchas cabras. Aunque geográficamente Tipacoque está situado en una punta extrema de Boyacá, gastronómicamente hablando pertenece a Santander, y el caldo de chivo y el cabro en pipitoria son platos locales. Cuando yo era niño se bebía todavía mucho aguamiel y, ya fermentado, guarapo. Ahora, solo cerveza. Los ribereños del río mascaban coca, que llamaban ayo, desde los tiempo precolombinos. Ahora tampoco queda”. El carácter de este enclave único lo reflejan Eduardo Caballero Calderón en su obra y esta descripción de Antonio Caballero para Savia.
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La vida p r ivada de l as im ág e n e s Índic e de f ot o g raf í as e i lust rac ione s t
Fotografías de Ana María Mejía
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Agua que brota entre cojines. Este, el Desaguadero, entre Santander y Boyacá, es uno de los páramos de Oriente que hacen sentir que la vida está apenas comenzando.
Refrescan estas hojas que crecerán hasta volverse arbusto y ya secas, procesadas, serán tabacos. A pesar de los tiempos y de las advertencias, cultivos de tabaco hay muchos.
Opuntia sp.: es este porque no todos son iguales. Son muchos-muchos cactus y forman la base de los parajes desérticos de toda esta región de Oriente tan rica en agua.
Después de subir sus cumbres, bajar a sus abismos y, como aquí en Umpalá, tener otra mirada del cañón del Chicamocha. Parece respirar fuego, pero es un emporio botánico.
La randia tiene hojas gruesas muy verdes y da una flor muy sutil de color blanco. Esta. Como todas las flores, es un milagro cotidiano, y más cuando se da en entornos secos.
Hieren su belleza al llamar barrigona a la ceiba del Chicamocha. Para verla hay que pasar Umpalá, en Santander. Pero qué alegría haberte encontrado, queridísima ceiba.
En la meseta de Bucaramanga, y en el Chicamocha, en Santander, hay mucho caracolí. Árbol gigante, como este que tomamos bajando hacia San Gil, que sirve para mucho.
Ni maltratado ni malhumorado. Así es este tallo de guacamayo que está en la vía que va de Barichara a Guane y que se nos presentó tal cual es, sin maquillaje, esa tarde.
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De bosque seco está hecho mucho del paisaje de Oriente. Al lado de la carretera, en las montañas, en el abismo, bosque seco. Esta foto de cactus y de agaves es el bosque seco.
Pegada al piso arcilloso, empedrado, surge esta planta florecida que en Umpalá llaman chocolata. Otros le dicen cortejo. Todos se rinden ante la valentía de su florecencia.
Encontrarse con ella de repente, enceguece. Debes estar preparado cuando vayas por el Jardín Botánico de Floridablanca y de pronto te topes con una rosa de monte como esta.
Tan áridos que se ven, Los Estoraques albergan mucha botánica y permiten que en su entorno crezcan flores como estas bejarias que estaban florecidas en su arbusto.
Este bosque de baobabs colombianos, de ceibas barrigonas. Disfrútenlo porque no es un paisaje fácil de ver. Para fotografiarlo hubo que caminar y caminar vías inexistentes.
Como ramilletes gigantes crecen muchos bambús verdes en el Jardín Eloy Valenzuela. Algunos están al borde del río que refresca este santuario vegetal cerca de Bucaramanga.
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Simple y llana, una hoja de croto. Tranquila, bella. Una de tantas especies de crotos como hay en el Jardín Botánico y como los que hay en toda la región del Oriente de Colombia.
Hay tantas heliconias en esta región, tantas flores, tantas especies, tantas familias tantas. Pero no por abundantes dejan de asombrar estas flores gigantes.
En otras partes la llaman papa criolla y en plazas y campos de Oriente es papa amarilla. Me gusta decirle criolla a esta delicia que se cultiva y se sirve de cientos de maneras.
Así es, como traje militar camuflado para confundirse en el bosque. Así es el tallo del varasanta. Con sus ramas, en su fronda, no pasará inadvertido porque es un árbol grande y bello.
Crece el zapote y aparecen los zapotes. Dentro de todos los árboles frutales, el del zapote merece siempre una reverencia. Y, cuando estés frente a él, pide unos minutos para escudriñarlo.
Que había mucho pimentón hacia el Catatumbo. Después nos dijeron que han reemplazado este cultivo por alguno ilícito. Pimentón encontramos en La Playa de Belén.
Hágame el favor este troncazo. Abárquelo. Es un higuerón (¿se podrá decir higueronazo?), que da sombra y asombra en el Jardín Botánico de Floridablanca.
Esta miniatura tiene un nombre que se me ocurre gracioso: túa-túa. Así la llaman. Y un nombre científico que hay que ensayar para pronunciarlo bien: Jatropha gossypiifolia.
Hubo que preguntar para encontrar un cultivo de habas. Como cerca al lago de Tota, en Boyacá. Porque habas te ofrecen hasta en la sopa, pero un cultivo no es fácil de encontrar.
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Se había soltado de los papás y caminaba tranquilo por entre el sendero de caracolíes. Ahí va feliz, grande se cree, y empequeñecido por la magnitud de los árboles que lo circundan.
La tradicional cebolla ocañera, llévela. Cada día en las plazas de mercado de Norte de Santander se exhiben y se venden bultos. Preferida en la mesa y la cocina de la región.
Frente a Los Estoraques, en Norte de Santander, encontramos este cultivo de alverja, delicado y embellecido por las estacas que lo soportan. Esencial en la cocina de la región.
Basta mirar esta foto para sentir un fresco. ¿Cómo es pasar por esta parte del Jardín Eloy Valenzuela? Es sentir el aliento de una vegetación generosa que te oxigena.
Dijimos no demos la papa como papa. Harto la comemos y conocemos. Y encontramos esta flor morada que corona la planta en donde está sembrado el tubérculo que es la papa.
Magnífico, o esplendoroso. Valen para describir estos cultivos juntos: cebolla y maíz, que encontramos al paso a la entrada a Sardinata, en Norte de Santander.
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Le dicen barbatusco y en otras partes cámbulo. En Norte de Santander lo emplean en la cocina para hacer sopas con sus flores. Excentricidad, dirían algunos. Normal para otros.
De moda está el yacón. Pero lo confuden con la yuca y a veces con el ñame. Tiene un sabor diferente y propiedades medicinales variadas, dicen quienes lo usan hasta en ensaladas.
Saliendo de Río de Oro, en los límites con el Cesar, esta curva inolvidable donde con estacas de café construyeron un seto y hasta olía. La forma de emplear la poda del cafetal.
Ya sembrada, ya crecida, ya recogida, cortada, empacada y enviada hacia el acopio en Ocaña. Este atado de cebolla larga está listo para quien lo usará en la cocina.
Típico menjurje popular. Mezcla marihuana, chuchuguasa, guaco y coca suficiente, dicen sus promotores, para atacar docenas de males del cuerpo. Y también del alma.
El techo de este rancho es de trencilla, que es el tejido que se hace de una cierta hierba que crece entre los pastizales. A primera vista usted dirá que es un techo de palma. Uno más.
Qué belleza, qué colores deslumbrantes, qué sabores los que hay envasados. Ajís. O Ajíes. Muchos son los que da la tierra santandereana y se venden en el mercado de Bucaramanga.
La cultivan en la serranía del Perijá, en Norte de Santander, y la sacan a muchos mercados. Y se vende porque con ella va la promesa de la eterna juventud. Ni más ni menos.
Esto, señoras y señores, es un guacamayo. A pesar de estar tomado por esas barbas tan decorativas, estaba impetuoso lejos del borde del camino cuando se baja hacia Barrancabermeja.
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A pocos frutos de la tierra se les atribuyen tantas propiedades como al ajo, y fórmulas para su uso. Hay ajo en tiendas, supermercados y plazas de mercado como la de Bucaramanga.
Llegamos a la manzanilla, con uso frecuente y propiedades medicinales múltiples. Por eso se da silvestre y se arranca a manojos para venderla como se vende en todas partes.
La banca estaba libre y tentadora cuando los de Savia nos bajamos a mirar una bella casa campesina cuando íbamos para Mogotes, en Santander, por una carretera infame.
En la vía de Cúcuta a Gramalote fotografiamos esta planta bellísima. Nos la identificaron como cola de caballo. Y contaron de sus virtudes en su uso como planta medicinal.
Brasil llaman a este árbol de madera muy usada en decoración. Su tallo y ramas estriadas lo hacen el favorito de muchos. Qué mala suerte porque lo viven cortando.
Si vas por una carretera o sendero, en la región de Oriente es posible que te encuentres con un bosque de caracolíes como este. Como este que vimos en Floridablanca.
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Con la madera del árbol de Brasil hacen construcciones y decoraciones. No hay que trabajarlo porque viene con las estrías, listo para lucirlo como en este balcón yendo para Soatá.
Empecinado en crecer sobre la rama del árbol en donde había nacido, este liquen tenía flores y ramas como si él mismo quisiera ser un árbol. Como Usnea sp. lo identificamos.
Qué se puede decir de esta bellecita que estaba en un orificio de estoraques toda fresca, toda recién nacida, toda pintorreteada. Que es una bellecita, fresca, recién nacida, pintorreteada.
Para casas artesanales (techos, paredes, cercas) se usa la cañabrava en tierras de La Playa de Belén, donde son Los Estoraques. Este arrume estaba esperando a sus dueños.
Lo dicho: mirar hacia abajo cuando estés en los páramos, cuando llegues a alturas donde la vegetación se vuelve enana. Entonces verás estas pequeñeces que están llenas de vida.
Ay. A este arrayán guayabo le tocó enterrar sus raíces en la formación que son Los Estoraques, bajar a buscar el agua para subsistir y empezar a crecer en la cresta insólita, inhóspita.
Búcaros, como hay tantos, (Bucaramanga viene de ahí) salen al paso cuando vas, por ejemplo, hacia la Mesa de los Santos. Y son bellos los búcaros que dan sombrío y nombres.
Tal vez –soy franco– si no fuéramos a la caza de ellos, si no entendiéramos la importancia de líquenes y de musgos, este hubiera pasado desapercibido. En Santurbán lo hallamos.
Otra muestra de la vegetación áspera de Los Estoraques. Si creen que es flor, están equivocados. Es el fruto del rampacho, una de las plantas constantes de la región.
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Esta decoración en macana durará y durará porque se trata de una de las maderas más finas que se usan en Colombia. Aquí sirvió para el techo de un hotel en Bucaramanga.
Por dentro de Los Estoraques, vegetación arrebatada; miles de plantas crecen en ellos, en su hábitat y en sus aparentes hostilidades. Una panorámica al interior de esta joya.
Tal cual es el paisaje desde lo alto de Los Estoraques. Cadenas de montañas desnudas y en esa meseta el cementerio de La Playa de Belén, un pueblo de ensueño en Norte de Santander.
Esta planta vive en páramos y es valiente. La encontramos en el de Santurbán y parece una palmera enana, pero su nombre la aleja de la comparación: quiebrabarrigo.
El árbol empecinado en crecer dentro de un par de estoraques es una aguacatala. El sitio se llama la cueva de La Gringa y es un Cinnamomum triplinerve que está bastante alto.
Le dicen algodón, pero no como lo hay en el Caribe, en Huila, en Tolima. Este árbol produce estas motas y lo llaman así. Está presente en la zona caliente de Oriente.
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La gulupa es parecida a la curuba y al maracuyá, pero es la gulupa, una Passiflora que se cultiva en todo el Oriente, incluidas también algunas regiones de Arauca.
Y de la guayaba, si me ponen a decir cuál es el fruto principal de la región, de Santander, diré que la guayaba, y añadiré como ejemplos los bocadillos que salen de ellas por millones.
Tantos totumos hay, tantos usos tiene, tantos instrumentos se hacen a partir de este fruto. Como las maracas. En todas partes de Colombia el totumo tiene tantos ojos puestos.
Son constantes los cultivos de breva en la región. Y huelen cuando vas por algún recoveco de Boyacá o de Santander. Por las brevas florece la industria doméstica de conservas.
En los tenderetes de borde de caminos, en Boyacá y en Santander, se ofrecen estas ciruelas que se llaman domésticas. Variedad que también se vende en plazas de mercado.
A Chinquinquirá hay que ir a conocer el mundo de los lutieres que por aquí trabajan. Jaime Norato se llama y hace instrumentos como el que sonará cuando esté lista esta guitarra.
Otro clásica fruta oriental es la mora. Más en Boyacá, aunque se extiende por todo el país. Y esta foto del texto central ha sido tomada en la plaza de mercado de Bucaramanga.
Con timidez de colegiala se asoma esta fruta en un árbol en Los Estoraques, en Norte de Santander. Se llama Palcha, Passiflora maliformis, y hay que sacarla de su escondite.
De este diomate gusanero campesinos del Zulia, Norte de Santander, extraen maderas para instrumentos musicales. Recurso a la mano en potreros o a la vera de los caminos.
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En Bucaramanga y sus alrededores hay que chupar piña. Hay un sitio de referencia que se llama “Papi quiero piña”: tal es el predominio de esta fruta, a la que acompaña la patilla.
Lo habrán visto: cuando están en cosecha, casi siempre, en las carreteras se ven ofertas de muchas clases de ellos. Como estos mangos chupa que se ofrecían por Puerto Boyacá.
Amarilla o verde, la guadua es versátil. Sirve para construir un acueducto o hacer una flauta. O una guitarra, porque en Oriente hay quienes la usan para instrumentos de cuerda.
Y la guanábana, la muy Annona muricata (porque es siempre grande), se da en muchas regiones y ocupaba puesto importante aquella mañana en la plaza de Ocaña.
Clave en el vallenato, también lo es en aires paramunos como la carranga. La guacharaca se hace de cañas o pinos, pero el peine o trinche, que la hace sonar, es de alambre.
Hecha de maderas prestigiosas como el ébano, la bandola es un clásico en la zona llanera de Oriente: Arauca y el nororiente de Boyacá, donde el joropo reina en música y baile.
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En el taller de Chinquinquirá, de Jaime Norato, expertos en el tiple, no defienden la opinión de que es un instrumento más apto para solistas que para acompañantes en grupos.
La cañabrava hace frontera con el río que señala el límite con Venezuela. Crece por cultivo o abunda en Arauca, donde la fertilidad es tan rica como el número de sus humedales.
Otra más (otro milagro hecho flor) en el páramo de Santurbán. Por su nombre parecería típica de cualquier alto de la zona Andina, pero el carrielito amarillo es de por estos lados.
Intérpretes del requinto colombiano prefieren el cedro o el pino que les deja oír guabinas, pasillos, torbellinos y la música carranguera que hacen con ellos.
Más hacia la cordillera Oriental, en los Llanos, crecen en Arauca morichales como los del Meta, que se ven constantemente en las inmensidades de la llanura araucana.
Delicada y de colores vivos, rodeada por hojas firmes, casi rústicas. Muy escasa es esta flor de páramo que se da en bosques miniaturas donde la encontramos en Santurbán.
Este cuatro está engallao. Como los que hacen los lutieres en Boyacá y otras partes del Oriente. Se lucen tallando y pintando las partes más sobresalientes del instrumento.
Sin naufragar en sus arroyos y con cuidado de no estropear sus cojines de agua, en los páramos hay asombros como esta florecita. Si la miras bien verás las gotas que retiene.
Cuando caen aguas –caen de continuo– los muchos ríos del Catatumbo se salen de madre y hacen ciénagas. Airosas ceibas esperaran que baje la inundación para seguir la vida.
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Al cedro se le atribuyen propiedades, como ser de muy buena resonancia para fabricar instrumentos musicales. Con razón son tan apetecidos y tan fácilmente distinguibles por sus vetas.
Lo que diríamos un ramillete de flores surgió de repente entre los frailejones del páramo del Desaguadero en los límites entre Santander y Boyacá. Muchas florecitas colgando de muchos ramos.
En las orillas de ciénagas y lagunas, enea. Siempre fértiles ramales como aquí, cerca de Convención, donde aprovechan sus fibras para hacer artículos de ayuda casera o artesanías.
No todo son humedales en Arauca, tierra firme mucho tiempo del año y siempre firme otra porción. En ella ejemplares como este dan de comer y hacen sombra al ganado.
Otra miniatura que descubrimos en el páramo de Santurbán. No pica. Es suave este chocho de flor que se encuentra en su arbusto en esas alturas donde no cesan los pasmos.
En medio de cierta hostilidad de la tierra por Hacarí, hacia la zona del Catatumbo, Norte de Santander, aparecen remansos como estos donde hay bosques de móncoros.
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Mucha sombra dan en el Parque Nacional Catatumbo Barí árboles como este cedro que allí tiene su reino. Este, y otros, le dan a la región una condición de selva tupida.
También silvestre, como este en Tibú, el cacao de pronto aparece por carreteras de Oriente. Algunos ya han servido de comida a los animales de la zona, pero otros dan ganas.
También de junco (plantas que crecen hasta cincuenta centímetros en zonas húmedas) son estos canastos que tienen la forma de toneles donde se envasa leche. Típico de zonas frías del Oriente.
Un recuerdo de cualquier camino en Oriente. Listo para ser usado como ingrediente culinario muy saboreado, estos frutos del árbol del pan estaban aquí quietecitos.
Cuántas heliconias o platanillos existen en el campo colombiano. Hay miles en el Parque Nacional Catatumbo Barí. Este de colores pintados es uno de ellos.
Hechos en uña de gato en pueblos del Oriente. Usados por quienes necesitan pies de apoyo, estos bastones que hallamos en la vía a Guane ojalá no extingan la uña de gato.
Lo llaman chumbimbe o chumbimbo, en Oriente a esto se le llama jaboncillo y se usa aún hoy entre los campesinos. Basta apretar sus frutos para obtener una espuma que lava.
Casi todos los de Savia creíamos que el apogeo del plástico había eliminado el fique. Pues no. Hay mucho fique que será cabuya al borde de las carreteras en Santander y Boyacá.
Bajando a Sogamoso desde Tota, tras las partidas hacia Yopal, un taller de dos hermanos artesanos. En una curva. Trabajan, oyen carranga y hacen estas bellezas, juiciosos.
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El maíz es clave en Catatumbo, donde la gastronomía, con aire santandereano, lo emplea a fondo. Un cultivo ordenado o de reproducción espontánea llegando a Teorama.
Quienes quieran tener en su casa un helicóptero, o una versión de helicóptero con ojos y con patas y que esté hecho de totumo. Los está esperando este en la vía de San Gil a Barichara.
Con paciencia y delicadeza, tejedoras de fique en Oriente hacen maravillas como esta cortina que estaban vendiendo cerca de La Uvita, en Boyacá. En varios colores y tamaños.
Los carboneros son altos y dan sombras; otros, bajitos, tienen forma de sombrillas, y todos dan flores a las que se arriman los colibríes. Llegó la hora de conocer los frutos. Estos.
Estuvimos en el reino del fique, de la cabuya. En cada pueblo, una tienda. En cada tienda, un estante ofrece artesanías de fique. En Guane, Santander, estas alfombras llamativas.
Al borde de la carretera cuando se va hacia La Playa de Belén, al pasar por Abrego, en el corredor de una casa, ahí los tienes. Lo que necesites para la cocina, hechos de pino.
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Esta es la versión oriental del calabazo o bangaño que los campesinos usan para llevar líquidos que permanezcan frescos. En el Caribe los usan. Por aquí los ofrecen también garantizados.
Guane –esta es la plaza– es un corregimiento de Barichara muy bello. Y apacible. Fue clave en la conquista y hoy recibe turistas que disfrutan de su tranquilidad.
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Hubo una época que duró años en la que el cultivo y la elaboración de tabaco era fundamental en Tipacoque. Ahora hay solo pequeñas parcelas sembradas.
Ojalá estemos de acuerdo en que esta carretilla es muy bella. Está hecha de fibras de junco por artesanos de Fúquene y la encontramos en el norte de Boyacá.
Este cactus ha sido reclasificado. Por años, según testimonios locales, se tuvo como endémico de Guane y su nombre hacía homenaje a esta tierra de los guanes.
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Ahí va creciendo la papa. Su cultivo ha empobrecido la tierra porque los paperos se han apoderado de páramos para lograrla. La papa, tan básica en la comida, no debería tener peros.
De las fibras de enea se hacen esteras en todo el norte de Boyacá. Aprovechan la constante producción en los bordes de lagunas y humedales donde nace y se reproduce.
Para llegar aquí hay que sortear una carretera infame desde Mogotes. Y para salir de San Joaquín hacia Onzaga hay que sufrir otra carretera infame. Cumbres, abismos, huecos, curvas.
Queda de lo que fue Gramalote esto. La torre de la iglesia en pie, agobiada por la naturaleza. El nuevo poblado se proyecta en otro lugar y estas ruinas quedarán para la historia.
La flor de san joaquín se ve con frecuencia en esta población de Santander. Pero sus habitantes no sienten que el nombre del pueblo haga honor a la flor.
Fotografías de David Estrada
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Pacas de fique que ya está listo, después de todo un proceso que incluyó la bella tarea de secarlo al aire libre. Va a un centro urbano o a artesanos para convertirlo en productos.
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Es común esta hierba, gramalote, en todo Norte de Santander, donde se fundó el pueblo. El nuevo poblado quedará en otra altitud, en un sitio que se llama Miraflores.
Árboles cubiertos por melenas que llaman barba de chivo, características de este cruce de caminos entre Santander y Boyacá. La vegetación parece de otra época.
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Provoca acariciar las hojas de este frailejón –Espeletia sp.–, uno de los miles que están siempre dispuestos en los páramos a guardar las lluvias que caen. A almacenarlas. A multiplicarlas. A hacerlas correr.
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Largo, ancho y abismal. Árido, casi hostil, el cañón del Chicamocha es todo eso y el eje que atraviesa el espinazo de Santander. Un accidente topográfico repleto de botánica.
Rodeada de cero grados, esta flor de árnica está en su mundo. Célebre por antiinflamatoria, entre otras propiedades, es una de las plantas curativas que abundan en los páramos.
No me digan que este paisaje no es como para quedarse a vivir en él. Un fraijelón mira las nubes que avanzan de la cordillera y el riachuelo baja en la Sierra Nevada del Cocuy.
Impetuoso. Opulento. Todo cabe a este suan que vimos yendo a la ciénaga de Chucurí, por Barrancabermeja. Árboles así en otros tiempos movieron los buques por el Magdalena.
Esta bellecita se llama lunaria. De nombre vulgar fácil, la tomamos en el Cocuy y nos quedamos viendo sus formas intrincadas. Y el color de su flor, cada vez más rara.
Brota el agua y constante se va desparramando buscando un cauce que será arroyo. Sucedía entonces y sucede en este momento, allá arriba en el Cocuy por donde caminábamos.
Qué grito de color pegaba esta flor entre unas rocas en pleno nevado del Cocuy. Se llama espadilla y resplandecía al sol en aquella madrugada cuando Savia salió de excursión.
Arbusto tinto le dicen al que produce estos frutos. También de páramo, los frutos ya maduros se hierven y producen una tinta morada que se bebe y sirve contra el soroche.
Comunidad de frailejones erguidos preparados para una batalla contra quién sabe quién. Nada más están en el páramo, silenciosos, quietos, haciendo su trabajo de capturar agua.
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Los llaman pagoda porque tienen tal forma. Y hay muchos, dispersos; pero por las cumbres boyacenses de Boavita hay un vallecito donde estos árboles hacen un bosque.
Ataca la obesidad, el colesterol, la artritis, la gota y la hipertensión. Elimina toxinas. Con propiedades digestivas y diuréticas. Esta ortiga estaba quietica en el camino a Boavita.
Fácil quedó a los parameros decidir el nombre de estos árboles: colorados. Bastó mirar el color y saber que es más fácil eso que llamarlos Polylepsis cf. quadrijuga.
Los páramos y los nevados no solo dan plantas que atrapan aguas. También plantas que se usan en la gastronomía. Para muestra, el romero que aparece aquí, florecido, en el Cocuy.
Atardecía y caminábamos por los senderos húmedos del Cocuy. Aquí vegetación minúscula tan significativa. Allá el horizonte de picos nevados que todavía quedan para el asombro.
El camino era resbaladizo y el profesor Álvaro Cogollo descubrió en una peña esta orquídea en el Cocuy. Y suba por un camino de cabras. La alcanzó y pudimos ponerla aquí.
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Ya de cerca, el tronco del colorao es más bonito aún. Abierto, tajado, despeinado, de originalidad memorable. Ni resbalamonos ni sietecueros: es el magnífico colorao.
Uno podría llamarlos líquenes orejas porque sí. Basta advertirlos, agacharse, mirarlos y descubrirles cierta similitud con las orejas. Pero estas miniaturas tienen nombre: Cora sp.
No era comprensible tanta pequeñez ¿Cómo decir el tamaño de esta planta de páramo? Lo resolvimos pidiéndole a uno de la Expedición Savia que la cogiera entre los dedos.
Quedamos pasmados ante su belleza. Y todos acudimos al llamado del fotógrafo cuando lo halló en una de las cimas del Cocuy. Intentamos bautizarlo, pero no, imposible.
De los duraznos que se cultivan en Boyacá están surtidos muchos puestos en las carreteras del país. Cultivos bien tenidos hay en este región que da duraznos de muy buen sabor.
De todas las flores de páramo la más bella que vi, la más bella que fotografiamos en Savia es esta. Del llamado tinto, que después produce aquel fruto que sirve contra el soroche.
Adherido a una peña a la que chocaba un arroyo cristalino, estaba este musgo en la sierra del Cocuy. Era de este color de cerca, pero cuando el sol lo alumbraba, resplandecía rojo.
En plazas públicas, en mercados de pueblo, como en Susacón, hay, habrá siempre feijoa. Es una señal de estar atravesando regiones de clima frío o muy frío como este.
Cuando se va hacia la Sierra Nevada del Cocuy se pasan muchos pueblos de Boyacá. Guacamayas es uno de ellos y hay aquí una comunidad de artesanos que hace esto.
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He aquí, señoras y señores, una mezcla de líquenes y musgos. Los dos juntos y revueltos anunciando vida en un páramo. Entre los líquenes, sobre sale el más oscuro, el Peltigera.
Va a llover en esta cumbre dentro de minutos. Lloverá y lloverá y estos frailejones que están aquí en el Cocuy atraparán la lluvia, la conservarán, la administrarán. Benditos sean.
La llaman cestería en rollo. En Guacamayas, nororiente de Boyacá, cerca a Güicán de la Sierra, son expertos: tejido que ha conquistado aquí y por fuera de Colombia.
En los páramos se habla de esponjas, de cojines, de hilos. Este es un cojín plántago, una bellecita que se encarga de ser bella, lo que sería suficiente, y de conservar el agua.
Antes de llegar a Cerinza, por una carretera más bella imposible, este bosque de árboles que me parecieron enanos. Y al lado de ellos rodaba una quebrada de agua limpia que sonaba.
De los artesanos de la cabuya de Curití en Santander son estos individuales. Arrumados, para venderlos en sus tiendas o en las ferias artesanales, provocan tanto…
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Esta talla en madera es de un taller de artesanos en Cúcuta. Tallan y enseñan a hacerlo, para emplear retales de distintas maderas que extraen o quedan de su tráfico hacia Venezuela.
Esto tan raro, tan bello, es un móvil. Hecho de algodón que ha sido sometido a tinturas y con hilos que le dan más flexibilidad. Artesanos de La Mesa de los Santos.
Esta es una raíz de estopo. El resto: el tallo, las ramas, las hojas, imagínenlos. Escogimos la raíz para mostrar un detalle de este gigante que vive tranquilo cerca del río Sogamoso.
Para hacer estos cestos, con fibras de esparto, el trabajo pasa por la cocina porque deben hervirse. Proceso delicado que termina en esta venta en Cerinza, en el norte de Boyacá.
Llegada de Sutatenza, no puede discutirse que es una típica boyacense. Una artesana total que asistió a una feria en Medellín con todos sus cestos, colores y trenzas.
Ahí íbamos, motor ensordecedor, mirada hacia las orillas, el Magdalena con agua. Íbamos y dentro de todo lo que vimos en las orillas nos llamó la inmensidad de este samán.
Son tapetes, y son también, de fique, que trabajan a la perfección y con buen gusto los artesanos de Curití, en Santander. Productos de un proceso muy arduo y muy sabido.
Aunque pueda discutirse (y puede discutirse) si Sutatenza queda en el norte de Boyacá, el reflejo de sus artesanos llega a todo el país. Como llegan estas canastillas.
Para que no quede con la gana de ver de cerca la flor del puntaeguayabo, aquí está. Y si tiene curiosidad de saber el nombre científico, memorícelo: Wittmackanthus stanleyanus.
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Curití ya casi es tierra caliente. O sin el casi. Queda llegando a San Gil, y allí hacen, exhiben, venden estas sillas hechas con fique. Y maderas. Son tan exitosas que hay que encargarlas.
Esta belleza se llama garcero. Hacía calor cuando navegábamos por la ciénaga de Chucurí, pero cuando apareció este árbol todo fue frescura en la canoa en que íbamos.
Esto es lo que laman un lomo de caimán. Más no hay que decir. O sí: que todavía quedan algunos en la antigua selva del CarareOpón, pero hay que tener suerte para encontrarlos.
Un ajedrez hecho en tagua (como para coleccionistas) en la zona de San Mateo y a la venta en tiendas de las ciudades de Boyacá. Fino como la tagua. Como quien dice, eterno.
¿Y qué tal este? Estaba así de florecido este árbol al que llaman puntaeguayabo. Había otros en la vecindad, pero este, soberbio, estaba solo en un potrero por Puerto Boyacá.
En el antejardín del hotel Pipatón, de Barrancabermeja, hay un gran árbol. Es un piñón de oreja, orejero, que da una sola sombra larga y ancha. Refrescante en la canícula.
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Juemadre. El tronco es de un móncoro. Y lo que lo abraza es la raíz de una parásita. Una expresión habitual entre plantas, una relación íntima bajo el sol.
Fotografías de Aldo Brando
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Este árbol que encandila y deslumbra y admira se llama vochysia. Sin más. Y sin más alardes lo encontramos en la meseta de San Rafael.
Se está diciendo –y con razón– que Colombia es un país anfibio. Vengan y miren aquí en Arauca, en sus humedales, en sus pantanos, y compruébenlo.
Fotografías de Héctor Rincón
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Son comunes los cactus en toda la zona de Oriente. En climas secos, cactus. En tierras hostiles, cactus. Por eso, cactus que acaban de abrir sus frutos.
Más que tranquilo, es solitario el pueblo de La Uvita, en Boyacá, que queda subiendo hacia la Sierra Nevada del Cocuy. Un pueblo frutal.
Qué espectáculo un atardecer en la sabana de Arauca y qué soles los que se estrellan contra árboles gigantes de aceite. Pasa en este mundo anfibio.
Para que no quepan dudas, en La Uvita hay muchos árboles que producen una fruta esférica como la uva y que tiene aquí varios usos.
Deslumbra su color y deslumbra más cuando el achiote se abre y deja ver sus frutos que serán parte de la gastronomía regional. Rojo glorioso que titila.
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Gran vigor tienen ahora los cultivos de durazno. Cultivos organizados y cosechadores numerosos, ocupan muchas tierras sobre todo en Boyacá.
Lo anfibio de este bosque está debajo de las plantaciones que se ven. De la vegetación que abunda. Debajo de todo ello, humedales y humedales.
Fotografía de Federico Rincón Mora
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Sobre la soledad del páramo fue posible un sobrevuelo. Tanto frailejón y cojines de agua. El dron de Savia tomó la belleza que ven los pájaros.
Ilustraciones de Alejandro García Restrepo
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Oriente, una región que hacemos visible en Savia. Tanta su riqueza, tanta su importancia, que no quisimos que se diluyera en la zona Andina, sino que tuviera su tomo aparte.
Imperial esta ceiba. Endémica de la zona del cañón del Chicamocha. Una rareza que vive en zonas rurales distantes. Lo llaman barrigona. Emblemática, y por eso va en esta guarda.
En las alturas de la cordillera, las sopas son alimentos primordiales. Y para ellas, el maíz es básico. De la visión de los capachos del maíz que envuelven sus frutos, esta capital.
Diminutos pero vitales, los líquenes y los musgos que pueblan piedras y troncos en los páramos tienen en esta letra su hábitat tipográfico. Un homenaje a esas miniaturas del bosque.
Diminuta como una flor de páramo es la lunaria. Y más diminuta aún es una rama de este arbusto que sobresale en el ecosistema de gran altura, allá donde nacen el agua y la lunaria.
Se ha hablado mucho de él en la segunda década del siglo xxi por la herencia verde que dejó trazada para Bogotá y Colombia. Se habló mucho de Thomas van der Hammen toda su vida.
Amplia y risueña es la flor del frailejón. Y así de amplia y de risueña como es, quedó dibujada para abrir la primera frase del perfil de la región Oriente, donde hay mucho frailejón.
¿Qué árbol maderable abunda en la región de Oriente? Entre otros, el cedro. Pues de los frutos y de las semillas del cedro está hecha esta E, letra capitular para hablar de maderas.
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Imponente, casi severo, suavizado por la naturaleza a la que dedicó su vida. Eloy Valenzuela, un sabio por cuyo conocimiento el Jardín Botánico de Floridablanca lleva su nombre.
Por los abismos profundos del cañón del Chicamocha se encuentran zamias, planta que existe desde cuando había dinosaurios. De esa zamia es este fruto que inspira la letra L.
Si van por el Cocuy no miren solo hacia el horizonte de nieve. Miren hacia abajo, hacia el suelo. Descubran las bellezas que hay allí. Pequeñeces de un bello mundo como esta U.
Sabio y personajón en la botánica, pocos lo conocieron como Jorge Ignacio Hernández Camacho. Basta decir el Mono Hernández para que se le reconozca y se le admire en la comunidad científica.
Común en todas las regiones, pero en la de Oriente vimos mucha heliconia. Bellas, largas, sobresalientes. De su flor y de sus hojas se inspiró el ilustrador para esta letra L.
Flores blancas hay muchas en Los Estoraques, tantas como leyendas alrededor del árbol que supuestamente le da el nombre a esta excentricidad. De esas flores, esta letra.
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De las palmeras se obtienen fibras que sirven para muchas artesanías. Y también de los frutos, como los de este moriche, se sirven en Oriente. Los usan hasta para hablar de leyendas.
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Cocoemono se llama y se puede escribir así. Hablo del árbol que se encuentra con frecuencia en el Magdalena central de Oriente y que inspiró la letra T con que se abre el capítulo.
En los pantanos del Arauca, ese mundo anfibio de Oriente, hay infinidad de plantas acuáticas que viven cómodas, airosas. Una de ellas, esta, Limnobium laevigatum, magnífica T.
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Son comunes las melenas en los árboles en muchas partes. Pero más por Tipacoque, ese pueblo mítico que se encuentra en la literatura y que se halla aquí en este capítulo de Savia.
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Desde luego que para la apertura del capítulo sobre los páramos debíamos recurrir a una de las plantas más asiduas allí. Esta: de los frailejones es de donde sale la letra E.
Simple, escueta, bella, rotunda. Así veo esta letra M, que abre el capítulo del muy misterioso y riquísimo Catatumbo. Y que sale, la letra, de la planta que da la flor del beso.
Ilustraciones de Eulalia de Valdenebro
Guardas finales
Para las guardas de salida de Savia Oriente, escogimos esta otra planta que también es frecuente en la región. Las hojas y la flor del rampacho que vimos en Los Estoraques. A T L Á N T I C O
Zona Ampliada
Cga. de Zapatosa
Río
Sa n
Jo
rg e
A N O O C É
sar
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En todo Colombia se usa el totumo en muchas actividades. En la música se le tiene como indispensable y en la tipografía de Savia usamos aquí el fruto y la flor para esta letra D.
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Ce
Hay muchas frutas primas hermanas en la región de Oriente. La gulupa, la curuba, el maracuyá. Todas tienen su saborcito familiar. Aquí una N, del fruto y de la flor de la curuba.
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Río
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División Territorial ca
Cau
V E N E Z U E L A
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Esta semilla del Cavanillesia chicamochae, al que llaman ceiba barrigona, es apetecible. Bella y apetecible, por lo que no ha podido reproducirse mucho: se la comen las cabras.
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De este Lupinus hay unas 85 especies en Colombia. Pero este está en el Cocuy, a unos 3.800 metros de altura sobre el mar. Allí es donde está el reino de este Lupinus alopecuroides.
O C É A N O
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Parece una lluvia de ramas con flores. Delicadas todas. Hermosas todas. La Taillandsia recurvata, otra emblemática de la región de oriente vista por la ilustradora botánica de Savia.
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ag da M Río
P A C Í F I C O
Infografía Felipe Fetiva
lena
lena
Río Magda
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Parques, áreas únicas, pantanos, ríos, cordillera. Una región nutrida de accidentes topográficos y de multitud de ecosistemas que la hacen más que rica.
Bibliografía Y la Expedición Savia llegó en este cuarto tomo a la Colombia Oriental, la que existe al nororiente de Boyacá y al norte de Arauca, en cuyas entrañas se yergue majestuosa la Sierra Nevada del Cocuy, también llamada Chita o Güicán. Caminó y escudriñó las montañas, llanuras, ríos y cuevas del departamento de Santander y se maravilló con las especies vegetales y animales endémicos que habitan el cañón del río Chicamocha-Sogamoso. Se topó con pueblos de casas blancas y calles empedradas como La Playa de Belén, en Norte de Santander, y se hundió en el silencio eterno de Los Estoraques, formación de rocas erosionadas que se asemejan a viejas catedrales. Fue un recorrido por picos, cumbres, páramos y nevados, de este territorio que suma unos ochenta mil kilómetros cuadrados; pero también por los llanos territorios del Catatumbo o el Sogamoso, y por las inconmensurables llanuras araucanas. Y el recorrido por esta Colombia de cumbres y valles se hizo también por archivos en bibliotecas, diarios, crónicas y documentos que dan cuenta del paso inexorable del tiempo, de historias que se vuelven leyendas como la desaparición de los indios guanes a manos del conquistador español; de antiguos recetarios populares para el tratamiento de enfermedades como la picadura de arco, que se contrae cuando sale el arcoíris; de fogones con influencia mayoritariamente española, en donde el maíz, la yuca y la arracacha son elementos básicos de la dieta regional, pero reciben un tratamiento distinto al del resto del país. Este viaje nos permitió cotejar los hallazgos de botánicos, exploradores, antropólogos e investigadores, que dedicaron –y otros que aún lo hacen– su vida al estudio y preservación de los tesoros botánicos de esta Colombia de montañas, cañones, páramos y planicies. Diversa y magistral. t
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Índice
onomástico
Con el fin de dar validez y permitir que una obra de difusión como Savia Oriente de la Colección Savia, inventario botánico de Colombia, permita a los lectores una aproximación y búsqueda ágil de información, se presenta el índice onomástico de la obra Savia Oriente.
El índice se organizó en estricto orden alfabético, dando prioridad al nombre de la planta -sustantivo- en su uso vernáculo, por considerar que esta es una obra de difusión.
La inclusión y presentación de los nombres científicos se justifica en tanto por siglos los humanos hemos intentado ordenar el conocimiento para explicar a los seres que dan forma a la vida. Cuando ese saber se convirtió en ciencia, la taxonomía fue uno de los recursos
para organizar la multiplicidad de sus formas. La palabra Taxonomía significa el ordenamiento bajo una norma o regla. El siglo xviii, legó a la humanidad formas de ordenamiento basados en los sistemas; así, Carlos Linneo creó un método de ordenamiento binomial
que consistió en clasificar los nombres de los animales y las plantas en dos palabras en latín como lengua que permitiría la universalidad del conocimiento.
La unidad básica de la organización de plantas y animales se basó en las especies. Por ello, en las clasificaciones se ordena de forma jerárquica, buscando una regla o clasificación sobre taxones. La primera categoría del nombre en latín es la especie, la segunda el adjetivo específico o epíteto específico, que define alguna característica o propiedad que identifica a la especie. Sin embargo, hoy también caben
las categorías trinomiales, es decir los nombres se componen de tres taxones que se refieren a subdivisiones menores de una especie. En la elaboración de los artículos de Savia, al referirse a los nombres científicos de las plantas, prima la denominación binomial.
En menor grado, la presentación de los nombres científicos en Savia, se hace bien desde el nombre, o bien del adjetivo. Vale la pena acla-
rar que el segundo taxón puede ser una abreviatura y refiere todas las especies individuales dentro de un género. En los índices de Savia
podemos encontrar las abreviaturas como sp. en singular o spp. en plural; estas indican muchas de las especies individuales dentro de un Género (biología) y/o una especie concreta cuyo epíteto es desconocido o carece de importancia.
Finalmente, el índice incorporó el nombre de las familias, que hace referencia a grupos mayores de plantas que comparten el mismo género y características.
Vale reseñar que en Savia Oriente la frecuencia notoria de palabras se dio en la mención de los nombres comunes, lo que da cuenta de la importancia de las plantas y el uso que hace la población de estas.
Nuevamente, esperamos que el lector pueda hacer uso del índice a la hora de encontrar de manera puntual los nombres de las plantas de la región del Oriente colombiano. t
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Í n dic e onom ást ic o Sav ia O r i e n t e
A
Abarco 63, 110, 111, 125, 127 Cariniana pyriformis 63, 111, 125, 127 Lecitidáceas 63, 111, 127 Abrecaminos 46 Acacias 13, 132 Sennas 13 Aceituno 53 Brosimum utile 53, 126 -perillo 126 -sande 53, 126 Achicorias 61, 63, 111, 113 Hypochaeris radicata 61, 63 Cichorium intybus 111 Hypochaeris sessilifora 61, 63, 111 -achicoria de monte 63 -chicorias 61, 63, 111 -chicoria común 111 Asteráceas 13, 15, 47, 61, 63, 73, 103, 111 Achiote 91, 95, 151 Bixa Orellana 91, 95 -achote 95 -bija 95 -onoto 95 Bixáceas 95 Achira 84, 87 Canna indica 84, 87 Cannáceas 87 Agave sp. 14, 142 Agrostis tolucensis 61 Aguacatala 68, 143 Cinnamomum triplinerve 68, 143 Aguacate 76, 138 Ahuyama 36, 37, 72 Cucurbita máxima 36 Ajenjo 44, 45 Ají 36, 39, 41, 142 Capsicum baccatum 36, 39 Capsicum annuum 41 Solanácea 39, 47 Ají 125 Simira sp. 125 Ajo 36, 39, 43, 142 Allium sativum 36, 39, 43
Amarilidáceas 39 Albahaca 46, 49 Ocimum micranthum 49 Alcachofa 45, 47 Cynara scolymus 45, 47 Asteráceas 13, 15, 47, 61, 63, 73, 103, 111 Alfalfa 45 Algarrobos 29, 87, 125, 127 Hymenaea courbaril 29, 87, 125, 127 Fabáceas 13, 15,23, 39, 55, 87, 127 Algodón 25, 73, 120,143, 150, 160 Pachira pulchra 73 Aliso 14, 15,22, 23, 50, 55, 61, 63, 138 Alnus acuminata 15,23, 50, 55, 61, 63 Betuláceas 15, 23, 55, 63 Almácigos 21, 23 Bursera simaruba 23, 71 -resbalamonos 21,23, 71, 73 -resbalamicos 71 -indio-en-cueros 21, 28
Burserácea 23, 71 Altamisa 46 Alverjas 13, 37,141, 155 Pisum sativumn 37 Amapola 45 Amarillo 63, 138 Oreopanax bogotensis 63 Araliáceas 47, 63 Anamú 45, 46, 47 Petiveria alliacea 45, 47 Fitolacáceas 47 Andropogon selloanus 94 Fabáceas 13, 15,23, 39, 55, 87, 127 Anime 56, Tetragastris sp. 56 Anime 125 Dacryodes colombiana 125 Anime 126, 127 Protium sp. 126, 127 Burseráceas 127 Anturio 30 Apio 38 Arazá 30, 78 Árbol del Brasil 51, 142, 143
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Haematoxylum brasiletto 51, 54 -palo del Brasil 54 Árbol del pan 109, 146 Arthocarpus heterophyllus 109 -ayaca 109 Arbustos del granizo 69 Arbusto tinto 46, 148, 149 Cestrum cf. Buxifolium 46 Árnica 43, 148 Senecio cf, formosus 43 Arracacha 36, 39, 154 Arracacia xanthorrhiza 36,39 Apiáceas 39 Arrayán 14, 22, 53 Myrcianthes leucoxyla 53 Arrayán guayabo 68, 70, 71, 143 Calycolpus moritzianus 68, 69, 71 Mirtáceas 39, 71, 76, 79 Arroz 40, 109 Atrapamoscos 71 Bejaria sp. 71 Ericácea 13, 15, 71, 103 Avena 36, 39 Avena sativa 36, 39 Azorella crenata 61 Azolla fliculoides 94 Pontederiáceas 94, 95 Azucena 57 Lilium candium 57
B
Balso 125, 126, 127 Ochroma pyramidale 125,126, 127 Malvácea 15, 23, 39, 55, 111,127 Balso blanco 125, 127 Heliocarpus americanus 125, 127 Malvácea 15, 23, 39, 55, 111,127 Bambú 27, 29, 87, 103, 140 Bambusa sp. 27 -guadilla 87 Phyllostachys aurea 87
Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103 Banano 39,77, 111 Musa paradisiaca 36, 39,111, -plátano 36, 39,111 Musáceas 39, 111 Banco 85, 86, 87 Gyrocarpus americanus 87 -volador 87 Hernandiáceas 87 Baobab 23, Adansonia 23 Malvácea 15, 23, 39, 55, 111,127 Baobab Colombiano 12, 22, 23, 24, 140 Cavanillesia Chicamochae 12, 22, 23, 24, 25, 29, 33, 153 -ceiba barrigona 21,23, 29, 33, 140, 152, 153 Ceiba sp. 23 Barbasco 14 Batata 38 Berenjena 37, 39 Solanum melongena 37, 39 Bijas 21 Bijao 38 Calatea nutea 38 Borojó 30 Bromeliáceas 13, 33, 38, 39, 73, 79, 103 Botón de oro 46 Brasicacea 102 Breva 76, 77, 81,144 Ficus carica 76 Bromelia 103 Bromelia sp. 103 Bromeliáceas 103 Búcaro 28, 57, 143 Erythrina fusca 57 Buchones 95 -boras 95 Pontederiáceas 94, 95 Hidrocartáceas 95 Buchón cucharita 95 Limnobium laevigatum 90, 95, 153 Hidrocartáceas 95
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Í n dic e onom ást ic o Sav ia O r i e n t e
C
Cacao 22, 23, 36, 39, 109, 113, 146 Teobroma cacao 23, 36, 39, 113 Malvácea 15, 23, 39, 55, 111,127 Cacao del Indio 21,23, 29 Zamia encephalartoides 23, 24, 25, 29 Zamia 10, 18, 22, 152 Cícadas 21 Cactus 14, 19, 21, 125, 127,131, 132, 140, 151 Cactáceas 23, 24,47, 68, 71, 127, 129 Cactus cabeza de negro 127, 129, 131 Melocactus schatzlii 127, 129,131 Melocactus guanensis 131 Melcocactus pescaderensis 131 Cactáceas 23, 24,47, 68, 71, 127, 129 Cactus de esfera 23, 24, Mammillaria columbiana 23, 24 Mamillaria mammillaris 23, 24 -copos de nieve 24 -mamilaria 23, 24 Cactáceas 23, 24,47, 68, 71, 127, 129 Cactus en flor 24 Opuntia sp. 24,140 Cactáceas 23, 24,47, 68, 71, 127, 129 Cajeto 14, 15 Citharexylum subfavescens 15 Verbenácea 15 Café 13, 37, 51, 109, 111,130, 142, 155 Cofea arabica 37, 51, 111 Rubiáceas 55, 66, 111 Caimito 125 Pouteria caimito 125 Calamagrostis 63, 101, 103 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103, 111 Calamagrostis efussa 61, 103 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103, 111 Caléndula 42, 44, 47 Calendula ofcinalis 44, 47 -botón de oro 47 Asteráceas 13, 15, 47, 61, 63, 73, 103, 111 Cámbulo 37, 40, 142 Erythrina poeppigiana 37, 40 -barbatusco 40, 142 Canalete 56, 125
Cordia alliodora 56, 125 Candelero 14 Caña 24, 39, 64, 87, 88, 138, 144, 155 Arundo donax 87 -carrizo 87 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103 Cañabrava 56, 92, 95, 138, 143, 145 Gynerium sagittatum 56, 92, 95 -cañaflecha 95 Caña panelera 36 Saccharum ofcinarum 36, 39 -caña de azúcar 39, 40 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103 Caoba 56 Caobos 28 Capi 48 Banisteriopsis caapi 48 Caracolí 20, 26, 28, 29, 54, 125, 126, 127, 140, 141, 142 Anacardium excelsum 20, 29, 54, 125, 126, 127 -ají 125 -espave 125 Anacardiáceas 77, 79, 87, 127 Caraña 21 Carbonero 14, 112, 125, 146 Bejaria aestuans 14, 142 Caleandra sp. 112 Pegajosa en flor 14 Ericácea 13, 15, 71, 103 Cardones 21 Carreto 55, 57 Aspidosperma polyneuron 55, 57 Apocináceas 55 Carrielito amarillo 104, 145 Calceolaria sp. 104 Carrizo 87 Arundodonax 87 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103 Cascarillo 111 Ocotea sp. 111 Lauráceas 15, 55, 68, 111 Caucanas 73 Cauchos 29 Ficus elástica 29 Caují 21
∙ 167 ∙
-marañones 21 -arbustos de hoja caduca 21 Cebada 36, 39 Hordeum vulgare 36, 39 Cebolla 34, 36, 37, 39, 66, 141 Allium cepa 35, 36, 39 Amarilidáceas 39 Cebollas blancas 13 Cebolla larga 13, 38, 40, 142 Allium fistulosum 38, 40 Cebollas rojas 13 Cebolla ocañera 35, 141 Allium cepa 35 Cedro 14,15, 45, 54, 55, 57, 83, 85, 86, 87, 88, 89, 108, 110, 111, 125, 127,145, 146, 152 Cedrella odorata 15, 54, 55, 57, 87, 89, 108, 111, 125, 127 -cedro rojo 57, 54 Meliácea 15, 55, 87, 111, 127 Cedro colorado 54, 55 Cedrela montana 54, 55 Cedrillo 125 Ochoterenaea colombiana 125 Cedrus 55 Pinácea 55 Ceiba 13,15, 23, 29, 53, 55, 87, 103, 107,110, 111, 125, 127, 145 Ceiba pentandra 15, 29, 53, 55, 111, 125, 127 -ceiba bonga 125 Malvácea 15, 23, 39, 55, 111, 127 Ceiba blanca 15, 53, 55, 127 Hura crepitans 15, 29, 53, 127 -ceiba bruja 55, 125, 127 -tronadora 29,55 Euforbiácea 15, 23, 39, 55,111, 127 Cerezo 54 Prunus serotina 54 -capulí 54 Cidrayota 36 Sechium edule 36 Cidrón 49 Aloysia triphylla 49 Cilantro 37, 39 Coriandrum sativum 37, 39 Ciruela 13, 77, 80, 81, 144 Prunus domestica 80, 81
Drupáceas 81 Clavelillo 68, 71 Bejaria sp. 68, 71 -pegamosco 68, 71 Ericácea 13, 15, 71, 103 Claveles del aire 139 Crasuláceas 13 Coca 25, 138, 142 Coco cristal 28, 29, 125 Lecythis sp. 125 -cocomono 122, 125, 153 -coco de mico 125 Cococunas 28 Cojín de suegra 21, 23 Melocactus 21, 23 Cola de caballo 43, 142 Equisetum giganteum 43 Cominos 37 Compuestas 47 Asteráceas 13, 15, 47, 61, 63, 73, 103, 111 Corozo 40 -cortejo 21 Catharanthus roseus 21 -chocolata 21 Croto 27, 141 Codiaeum variegatum 27 Crotón 22 Cubio 36 Tropaeolum tuberosum 36 Cuca 44 Cucharo 22, 68, 71 Myrsine guianensis 68, 71 Primuláceas 71 Cují 39, 132 Acacia farnesiana 39 Fabáceas 13, 15,23, 39, 55, 87, 127 Curuba 74,76, 77, 79, 153 Passiflora tripartita 77, 79 -guruba 79 -golupa 79 Pasifloráceas 39, 79 Cyperus haspan 93 Ciperáceas 93
∙ 168 ∙
Í n dic e onom ást ic o Sav ia O r i e n t e
CH
Chaguarao 95 Roystonea oleracea 95 Arecáceas 93, 95, 103 Chaparro 56, 68 Curatella americana 56, 68 -peralejo macho 56 Charrasco 101 Liliácea 56 Chicalá 53, 55, 125, 127 Handroanthus ochraceus 53, 55 Handroanthus guayacán 127 Asteráceas 13, 15, 47, 61, 63, 73, 103, 111 Chilco 68 Baccharis sp. 68 Chingalé 55, 56, 125, 126, 127 Jacaranda copaia 55, 56, 125, 126, 127 Bignoniáceas 15, 55, 87, 95, 127 Chirimoya 77, 81, 138 Chuchuguasa 44, 45, 142 Chite 132 Chivaco 100 Vaccinium floribundum 100 Chocho 125 Ormosia sp. 125 Chocho de flor 101, 145 Lupinus cf. bogotensis 101 Chocolate 142 Cortejo 142 Chumbimbe 146 -chumbimbo 146 Chusques 61, 63 Chusquea sp. 63 Chusquea tessellata 101, 103 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103
D
Delicia 45 Destrancadera 46 Diente de león 15, 45, 47, 111 Taraxacum ofcinale 47, 111 Asteráceas 13, 15, 47, 61, 63, 73, 103, 111 Diomate 84, 85, 86, 87, 144
Astronium graveolens 84 -gusanero 84, 85, 87 Anacardiáceas 77, 79, 87, 127 Dividivi 14, 15, 53 Caesalpinia spinosa 15, 53 Fabáceas 13, 15, 23, 39, 55, 87, 127 Duraznos 13, 76, 77, 81, 138, 149, 151 Prunus pérsica 76, 81, 138 Drupáceas 81
E
E. azurea 94 Pontederiáceas 94, 95 Ébano 86, 88, 144 Eichhornia crassipes 94 Pontederiáceas 94, 95 Eleocharis sp. 93 Ciperáceas 93 Enea 107, 121, 147 Typha angustifolia 107, 121 Encenillo 14, 15, 22, 23, 61, 68, 132 Mammillaria mammillaris 23 Weinmannia sp. 15, 61, 68 Cunoniáceas 15, 23 Enredaderas 22 Epíftas 61 Escobos 61 Hypericum sp. 61 Espadilla 13, 148 Sisyrinchium sp. 13 Ericáceas 13, 15, 71 Esparto 118, 150 Estopo 124, 150 Vasivaea podocarpa 124 Eucalipto 46, 138
F
Fabáceas 13, 15, 23, 39, 55, 87, 127 Fique 25, 114, 115, 116, 118, 119, 133, 138, 146, 147, 50 Furcraea cabuya 115, 138 Feijoa 77, 79, 149
∙ 169 ∙
Acca sellowiana 77, 79 Mirtáceas 39, 71, 76, 79 Festuca 63, 101, 103 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103, 111 Floramarillo 95 Handroanthus chrysanthus 95 -araguaney 95 Bignoniáceas 15, 55, 87, 95, 127 Flor de cardonal 19 Flor de páramo 105 Monochaetum sp. 105 Flor de puntaeguayabo 125, 150 Wittmackanthus stanleyanus 125, 150 Flor de randia 24, 140 Randia tsp. 24 Flor de San Joaquín 133, 147 Hibiscus rosa-sinensis 133 Malváceas 133 Flor de tinto 105 Cestrum sp. 105 Flor del frailejón 10, 152 Flormorado 53, 55 Tabebuia rosea 53, 55 Bignoniáceas 15, 55, 87, 95, 127 Frambuesas 79 Rubus idaeus 79 Frailejón 11, 13, 15, 45, 47, 59, 60, 61, 63, 90, 98, 101, 103, 133, 136, 145, 147, 148, 149, 151, 152, 153 Espeletia 15,59, 60, 63, 99, 147 Espeletia brassicoisea 13, 99 Espeletia cf. arbelaezii 11, 99 Espeletia conglomerata 13, 99 Espeletia grandifora 61, 63, 98, 99, 101, 103 Espeletia hartwegiana 13, 99 Espeletia lopezii 13, 15, 61, 63, 99, 103 Espeletiopsis sp. 103 Asteráceas 13, 15, 47, 61, 63, 73, 103, 111 Frailejón blanco 45, 47 Espeletia argéntea 45, 47, 61, 63, 99 Asteráceas 13, 15, 47, 61, 63, 73, 103, 111 Frailejón motoso 45, 47 Espeletia barclayana 45, 47, 99 -siete-potencias 45 Asteráceas 13, 15, 47, 61, 63, 73, 103, 111
Fresas 79 Fragaria sp. 79 Fríjol 29, 34, 36, 37, 61, 63, 73, 103, 130, 136, 138 Phaseolus vulgaris 34 Fresno 109
G
Gallinero 19 Pithecellodium dulce 19 Gallinazo 125 Hyptidendron arboreum 125 Garcero 123, 150 Licania arbórea 123 Garbanzo 36, 37, 38 Cicer arietinum 36 Geranio 49 Geranium grandiflorum 49 Girasoles 15, 47 Asteráceas 13, 15, 47, 61, 63, 73, 103, 111 Granadas 138 Granadillo 84, 85, 87, 88 Platymiscium pinnatum 87 Fabáceas 13, 15,23, 39, 55, 87, 127 Granizos 73 Gramalote 130, 147 Paspalum fascicalatum 130 Gramíneas 13, 39, 63, 71, 73, 130, 133 Guacamayo 24, 52, 140, 142 Albizia niopoides 24, 52 Guacamayo 126 Basiloxylon sp. 126 Guaco 44, 142 Guadua 29, 84, 85, 138, 144 Bambusa vulgaris 85 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103 Guadua 87 Guadua angustifolia 87 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103 Gualanday 15, 29, 53, 55 Jacaranda caucana 15, 29, 53, 55 Bignoniáceas 15, 55, 87, 95, 127 Guamo 22, 30, 125, 127 Inga sp. 125, 127
∙ 170 ∙
Í n dic e onom ást ic o Sav ia O r i e n t e Fabáceas 13, 15, 23, 39, 55, 87, 127 Guamo rosado 56 Brachycylix vageleri 56 Guanábana 78, 144 Anona muricata 144 Guásimo colorado 125 Luehea seemmannii 125 Guayaba 38, 39, 71, 76, 79, 138, 144 Psidium guajava 39, 71, 76, 79 -guayaba pera 39, 79 Mirtáceas 39, 71, 76, 79 Guayaba cimarrona 30, 68, 73 Guayabillo 78 Eugenia victoriana 78 Guayabo agrio 45, 68, 71, 73 Psidium guineense 68, 71, 73 -chobas 68 Mirtáceas 39, 71, 76, 79 Guayabo de monte 125 Bellucia pentámera 125 Guayacán 13, 15, 28, 52, 54, 55, 125, 127, 138 Androhanthus sp. 29 Bulnesia arbórea 55 Guaiacum ofcinale 55 Handroanthus chrysanthus 15 Handroanthus guayacan 127 Tabebuia guayacán 125 -chicalá 127 Bignoniácea 15, 55, 87, 95, 127 Zigofilácea 55 Guayacán polvillo 52, 55 Tabebuia guayacan 52, 55 Bignoniáceas 15, 55, 87, 95, 127 Gulupa 34, 39, 75, 144, 153 Passifora edulis f. edulis 34, 75
H
Haba 36, 61, 141 Vicia faba 36 Hayo 25, Ficus insípida 25 Helechos 74, 110 Helechos arbóreos 61, 69
Cyathea frígida 69 Helecho tigre 125 Achrostichum aureum 125 Heliconias 26, 29, 30, 31, 110, 141, 146, 152 Heliconia longissima 30, 31 Heliconia rostrata 30 Heteranthera reniformis 94 Pontederiáceas 94, 95 Herbáceas 71 Hierbabuena 44, 46, 47 Mentha spicata 47 Lamiáceas 23,47 Higos de fique Ficus carica 46 -brevo 46 -higo 46 Higuerón 28, 125, 142 Ficus sp. 125 H. limosa 94 Pontederiáceas 94, 95 Hipericáceas 13 Hobo 125 Spondias mombin 125 Huevo de burro 125
I
Iridáceas 13
J
Jaboncillo 110, 138 Sapindus saponaria 110 Jacaranda 14 -gualanday 14 Jacinto 95 Hyacinthus 95 Jacinto de agua 94 Eichhornia crassipes 94 Pontederiáceas 94, 95 Jagua 30, 53, 55 Genipa americana 53, 55 Rubiácea 55, 66 Jarilla 132
∙ 171 ∙
Jazmín 45 Junco 117, 119, 146, 147 Juncus effusus 117, 119
K
Kikuyo 133 Gramíneas 13, 39, 63, 71, 73, 130, 133
L
Labios de mujer 111 Psychotria poeppigiana 111 Rubiáceas 55, 66,111 Laurel 14, 15, 68, 71 Cinnamomum sp. 15, 68, 71 Lauráceas 15, 55, 68, 111 Laurel comino 55, 56, 69 Aniba perutilis 55, 56 Lauráceas 15, 55, 68, 111 Laurel común 15, 68 Cinnamun 15 Lauráceas 15, 55, 68, 111 Laurus nobilis 15 Lecheros 111 Euphorbia cotinifolia 111 -liberales 111 Euforbiácea 15, 23, 39, 55, 111, 127 Licopodiáceas 13 Lima 78, 138 Citrus x aurantiifolia 79 -limón 79 Rutáceas 79 Lima ácida de Tahití 76, 79, 80 Citrus sp. 79 -limón 80 Rutáceas 79 Lima limón 79 Citrus x limón 79 Rutáceas 79 Limón 38, 138 Rutáceas 79 Limonaria 49 Cymbopogon cytratus 49
Limnobium laevigatumy 94 Pontederiáceas 94, 95 Lomariopsidáceas 13 Líquenes 60, 65, 143, 149, 12 Lirio popa 61 Couma macrocarpa 61 Lítamos 63, 103 Draba litamo 63, 103 Brasicáceas 63, 103 Loquetos 68 Escallonia pendula 68 Lomo de caimán 126, 150 Platypodium elegans 126 Lunaria 42, 44, 45, 148, 152 Hypericum mexicanum 44, 45 Lupinus 33, 153 Lupinus alopecuroides 33, 153
LL
Llantén 42, 44 Plantago major 44 Lluvia de plata 46
M
Macana 57, 142 Wettinia kalbreyeri 57 Madroño 30, 125 Garcinia madruno 125 Magnolio 29 Magnolia santanderiana 29 Maíz 25, 34, 36, 37, 38, 40, 66, 72, 103, 111, 112 136, 138, 141, 146, 152, 154 Zea mays 34, 38, 111, 112 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103, 111 Mamey americano 30 Mamoncillo 30, 91 Melicocus bijugatus 91 Mandarina 13, 77, 79, 80, 138 Citrus reticulata 79 Rutáceas 79 Mandarina arrayana 76 Mangle 57, 138
∙ 172 ∙
Í n dic e onom ást ic o Sav ia O r i e n t e Mangle de tierra fría 57 Escallonia pendula 57 -macle 57 Escaloniáceas 57 Mango 78, 138 Mango de chupa 81, 144 Mangifera indica 81 Mantequillos 68 -mantecos 68 Manú 127 Minquartia guianensis 127 -acaricuara 127 -ahumado 127 -melcocho 127 Olacáceas 127 Manzana 77, 79, 81 Malus sp. 79 Malus domestica 81 Pomáceas 81 Manzanilla 44, 46, 47 Matricaria chamomill 44, 47 -común 47 -cimarrona 47 Asteráceas 13, 15, 47, 61, 63, 73, 103, 111 Manzanilla Matricaria 44, 46, 47, 49, 142 Chamaemelum nobile 47 Matricaria recutita 49 -manzanilla amarga 46 -romana 47 Asteráceas 13, 15, 47, 61, 63, 73, 103, 111 Maporales 93 Roystonea oleracea 93 -chagüaramales 93 Mapuritos 68, 71 Roupala montana 68, 71 Proteáceas 71 Maracuyá 39, 76, 78, 152 Pasiflora edulis f. edulis 39, 79 -gulupa 39 Pasifloráceas 39, 79 Marañón 38, 77, 79 Anacardium occidentale 38, 77, 79 -anacardo 77 -merey 38, 79
Anacardiáceas 77, 79, 87, 127 Margaritas 73 Marihuana 44, 142 Marrubio 45 Matamorro 68, 71 Ficus velutina 68, 71 Moráceas 15, 68, 71, 79 Matarratón 127 Gliricidia sepium 127 Mejorana 44, 45, 47 Origanum majorana 44, 47 Lamiáceas 23, 47 Melena 136, 137, 153 Tillansia usneoides 137 -barba de chivo 137, 142, 147 Melinas 29 Gmelina arbórea 29 Melón 76 Menta 44, 46, 47 Mentha sp. 47 Lamiáceas 23, 47 Micay 133 Gramíneas 13, 39, 63, 71, 73, 130, 133 Millonaria 46, 47 Polyscias scutellaria 46, 47 Araliáceas 47, 63 Móncoros 29, 108,129, 145, 151 Cordia gerascanthus 29, 108, 129 Mora 76, 77, 79, 144 Rubus glaucus 76, 77, 79 -mora común 79 -mora de castilla 79 -zarzas 77, 79 Rosácea 13, 15, 63, 77, 79 Moringa 46, 142 Moringa oleífera 46 Mortiño 14,15 Vaccinium meridionale 15 Ericáceas 13, 15, 71 Musgos 60, 65, 71, 143, 149, 152
∙ 173 ∙
N
Naranja 13, 77, 79, 80, 84, 138 Citrus sinensis 79 Rutáceas 79 Nogal 57, 85, 86, 87, 138 Juglans neotropica 57, 87 Juglandáceas 87 Nopal 46, 47 Opuntia ficus-indica 46, 47 -hojas de pan 46 Cactáceas 23, 24, 47, 68, 71, 127, 129
O
Oitís 29 Licania tomentosa 29 Onagráceas 93 Orégano 45 Orozuz 45 Glycyrrhiza glabra 45 Orquídea 28, 30, 69, 73, 148 Orquídea 69 Epidendrum sp. 69 Orquidáceas 103, 110 Ortiga 48, 148 Urtica cf. Ballotiefolia 47
P
Pachuaca 138 Pagodas 99 Escallonia myrtilloides 99 Paico 45, 46, 47 Dysphania ambrosioides 45 Amarantáceas 47 Paja blanca 63 Calamagrostis efusa 63, 102, 103 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103, 111 Pajas de agua 94, 95 Hymenachne amplexicaulis 94 Leersia hexandra 94, 95 Luziola subintegra 94 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103, 111
Pajas de páramos 61 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103, 111 Palcha 80, 144 Passifora maliformis 80,144 Palma 23, 73, 110 Palma africana 36 Elaeis guineensis 36 Arecáceas 93, 95, 103 Palma de cera 98, 103 Ceroxylon quindiuense 98, 103 Arecáceas 93, 95, 103 Palma de corozo 93, 95, 125 Acrocomia aculeata 93, 95 Arecáceas 93, 95, 103 Palma de moriche 93, 95, 114, 145, 153 Mauritia flexuosa 93, 95 Arecáceas 93, 95, 103 Palma de seje 93, 95 Oenocarpus bataua 93, 95 Arecáceas 93, 95, 103 Palma sará 93 Copernicia tectorum 93 Arecáceas 93, 95, 103 Palo bobo 61 -aliso de río 61 Asteráceas 13, 15, 47, 61, 63, 73, 103, 111 Palo de aceite 92, 151 Copaifera oficinnalis 92 Palo de rayo 132 Papa 13, 34, 35, 36, 37, 39, 61, 72, 138, 141, 147 Solanum tuberosum 34, 35, 37, 39, 138 Papas argentinas 41 Papa criolla 35, 37, 39, 141 Papas salentunas 41 Papamo 68 Papaya 38, 78, 79 Caricáceas 78, 79, 81 Papayuela 79, 81 Vasconcellea pubescens 81 Caricáceas 78, 79, 81 Pardillo 88 Pasto 64, 87 Pasto de embarre 94 Paspalum pectinatum 94
∙ 174 ∙
Í n dic e onom ást ic o Sav ia O r i e n t e Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103, 111 Patilla 78, 144 Citrullus lanatus 78 -sandía 76 Peine de mono 126 Apeiba tibourbou 126 Pega-pega 101, 103 Bejaria resinosa 101 -pegamosco 103 Pepino hueco 36 Cyclanthera pedata 36 Pera 77, 81 Pyrus communis 81 Pomáceas 81 Peralejo 68 Byrsonima crassifolia 68 Perillo 55, 111 Couma macrocarpa 55, 111 -perillo negro 56 Apocináceas 55, 111 Pimentón 13, 36, 141 Capsicum annuum 36 Piña 13, 22, 36, 38, 39, 74, 76, 77, 78, 79, 80, 82, 144 Ananas comosus 36, 39, 75, 76, 79 Bromelia 13, 33, 38, 39, 73, 79, 103 Piña cayena 80 Piña manzana 80 Piña perolera 80 Piñón de oreja 128, 150 Enterolobium cyclocarpum 128 -orejero 150 Pinito de flor 100 Aragoa abietina 100 Pino 86, 88, 118, 138, 144, 145 Pino ciprés 88 Pino oregón 88 Pino 118, 146 Pinus patula 83 Piriguano 23 Weinmannia tomentosa 23 Euforbiácea 15, 23, 39, 55, 111, 127 Pitahaya 76 Plántago 65, 149 Plantago rigida 61
Platanillo 111 Heliconia sp. 111 Platanillo 30, 103 Heliconia bihai 30 Platanillo 69, 73 Heliconia meridensis 69 Platanillo 113 Heliconia rostrata 113 Plátano 22, 37, 109, 130 Prontoalivio 49 Lippia alba 49 Pontederia subovata 94 Pontederiáceas 94, 95 Puntaeguayabo 123, 150 Wittmackanthus stanleyanus 123
Q
Quiebrabarrigo 62, 143 Acaena cylindristachya 62 -cadulo 62 Quiebra piedras 46 Phyllanthus niruri 46 -chancapiedra 46 Quina 64, 124
R
Rabodemula 94 Anthaenantia lanata 94 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103 Rabo de zorro 68, 71 Stachytarpheta mutabilis 68 -rabo de alacrán 68, 71 Verbenácea 15 Raíz de chaparro 45 -insulina 45 -siempreviva 45 Rampachos 68, 72, 143 Clusia cochliformis 72 Clusia sp 68 -raques 68 Remolachas 13
∙ 175 ∙
Repollo 37 Brassica oleracea 37 Rhynchospora sp. 94 Ciperáceas 94 Robles 22, 52, 57, 61, 63, 69, 71, 73, 87, 88 Quercus humboldtii 52, 57, 61, 63, 69, 71, 87 -roble colombiano 87 Fagáceas 63, 71, 87 Romero 36, 45, 47, 49, 132, 148 Diplostephium rosmarinifolium 36 Rosmarinus oficinalis 47, 49 Lamiáceas 23, 47 Rosa 45 Rosáceas 13, 15, 63, 77, 79 Rosa de monte 27, 29, 140 Brownea ariza Benth 27 Brownea 29 Ruda 46 Ruta graveolens 46 Rustia venezuelensis 66 Rubiáceas 55, 66, 111
S
Saeta peluda 94 Trachypogon vestitus 95 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103 Saino 56 Goupia glabra 56 Salvia 21, 23 Salvia sp. 21, 23 Prosopis julifora 23 Lamiáceas 23, 47 Salvinia auriculata 94 Pontederiáceas 94, 95 Samán 124, 150 Samanea saman 124 Sanalotodo 46 Tridax procumbens 46, 47 -chisacá 46, 47 -cadillo 46, 47 Sándalo 46 Sangretoro 125, 127
Virola sp. 125 Virola sebifera 127 Miristicáceas 127 Sanguinaria 46 Sapán 28, 54, 55, 57 Clathrotropis brunnea 54, 55, 57 Fabáceas 13, 15, 23, 39, 55, 87, 127 Sauce 14, 138 Saúco 45 Sambucus nigra 45 Senecios 61, 63, 103 Senecio sp. 63, 103 Baccharis 63 Taraxacum 63 Sietecueros 15, 22, 23,61, 63, 133, 149 Polylepis quqdrijuga 15, 60, 61, 62, 63, 148 Pseudobombax septenatum 23 -colorao 60, 61, 62, 63, 148, 149 Melastomatáceas 23 Rosáceas 13, 15, 63, 77, 79 Sígame 46 Soto 127 Virola flexuosa 127 Miristicáceas 127 Suán 12, 13, 15, 16, 126, 148 Ficus sp. 12 Ficus citrifolia 15 Moráceas 15, 68, 71, 79 Estoraque 71 Styrax guianensis 68, 71 Estiracáceas 71
T
Tabaco 13, 19, 30, 45, 47, 48, 136, 137, 138, 140, 147 Nicotiana tabacum 19, 45, 47, 48, 137 -hierbasanta 47 Solanácea 39, 47 Tabaquillo 125 Aegiphila sp. 125 Tagua 120, 150 Taillandsia recurvata 33, 153 Tarai 56 Astronium graveolens 56
∙ 176 ∙
Í n dic e onom ást ic o Sav ia O r i e n t e Tilo 45, 46 Tilia sp. 45 Tillandsia recurvat 33 Bromelia 13, 33, 38, 39, 73, 79, 103 Tomate 37, 138 Tomillo 44, 47 Tymus vulgaris 47 Lamiáceas 23, 47 Totumo 82, 83, 87, 89, 114, 144, 146, 153 Crescentia cujete 83, 87, 89, 114 -calabazo 84, 85, 87, 89, 119, 147 Lagenaria siceraria 119 -bangaño 119, 147 Bignoniáceas 15, 55, 87, 95, 127 Trachypogon spicatus 94 Poáceas 13, 39, 63, 73, 87, 93, 95, 103 Trigo 36, 61, 64 Triticum aestivum 36 Trencilla 52, 142 Zornia reticulata 52 Trupillo 23, 125 Jatropha gossypiifolia 23 Prosopis julifora 127 -mezquite 23 Fabáceas 13, 15, 23, 39, 55, 87, 127 Tobo 16 Escallonia myrtilloides 16 -pagoda 16, 148 -rodamontes 16 Trigo 39 Triticum aestivum 39 Trompeto 132 Trupillos 21 Túa-túa 31, 141 Jatropha gossypiifolia 31, 141 Tuno 68,71 Opuntia caracasana 68, 71 Cactáceas 23, 24, 47, 68, 71, 127, 129
U
Urapán 14 Uña de gato 45, 117, 146 Zanthoxylum fagara 117
Uva 76, 77, 81 Vitis vinifera 77 Uva camarera 132 Uvito 68, 73, 125, 132 Lantana camara 68 Lantana boyacana 68 Ficus soatensis 132 -venturosa 73 Uvo 138 Uvito 132, 151 Macleania rupestris 132
V
Vainilla 39 Vainilla sp. 39 Orquidácea 39 Valeriana 46, 63, 103 Valeriana arborea 61, 63 Valeriana plantaginea 103 Caprifoliáceas 63, 104 Varasanta 27, 126, 141 Triplaris americana 27, 126 Vargasiana 11 Ipomoea paucifora 11 Vencedora 46 Verbenas 45, 46 Verbena litoralis 45 Vitoria 36 Vochysia 129, 151
X
Xenophyllum humile 61
Y
Yabos 21 -piriguanos 21 -arbustos de hoja caduca 21 Yacón 44, 142 Smallanthus sonchifolius 44 Yaraguá 133 Gramíneas 13, 39, 63, 71, 73, 130, 133
∙ 177 ∙
Yarumo plateado 69 Yerbamora 45 Solanum nigrum 45 Yuca 22, 34, 36, 38, 39, 40, 66, 72, 109, 154 Manihot esculenta 34, 39 -mandioca 39 Euforbiácea 15, 23, 39, 55, 111, 127 Yopo 48 Anadenanthera peregrina 48 Yucca 39 Asparagáceas 39
Z
Zamia incognita 29 Zapote 31, 141 Pouteria sapota 31 Zapote anaranjado 30 Zarza 125 Zarzaparrilla 45 Smilax sp. 45
∙ 178 ∙
La Colección Savia
está compuesta en caracteres
Bauer Bodoni y Adobe Caslon Pro.
La primera de estas tipografías es una versión
de Heinrich Jost diseñada en 1926, basada en el diseño
original que el tipógrafo italiano Giambattista Bodoni realizó
en 1790. La segunda corresponde a una versión de Carol Twombly,
basada en el estudio de la tipografía original que el inglés William Caslon
produjo en 1725. Esta obra está impresa en papel Bodonia del molino Fedrigoni,
producido con papel proveniente de bosques cultivados. Cumple con los requisitos
del Consejo de Administración Forestal, con sede en Bonn, Alemania, la ong dedicada al cuidado de los bosques. Está fabricado en pura pulpa e.c.f. y no usa cloro elemental. Está libre de ácidos y de metales pesados. Este cuarto tomo se terminó de imprimir el 22 de marzo de 2016 en los talleres de Panamericana, Bogotá, Colombia.
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