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Tomo I I

Savia

Amazonas Orinoco

Inventario botánico de Colombia

t

Amazonas-Orinoco In v en ta r io

botá n ico de l a r egión

Inventario botánico de Colombia Tomo I I

Savia Amazonas - Orinoco

S avia A mazonas - O rinoco

Inventario botánico de las regiones Amazonas y Orinoco

C olección S avia

Inventario botánico de Colombia Tomo dos de cinco Colombia, 2013 www.saviabotanica.com

Edición Este tomo y los demás de la Colección Savia son una

contribución del Grupo Argos a la difusión del patrimonio

botánico colombiano. Fueron concebidos por esta empresa bajo la presidencia de José Alberto Vélez y contaron con el apoyo conceptual de Juan Luis Mejía, Rafael Obregón, Cecilia María Vélez y Juan David Uribe

Dirección editorial

Corrector de estilo

Curador científico

Correctora de pruebas

Redacción de textos

Correctora técnica

Ana María Cano, Héctor Rincón

Álvaro Cogollo Pacheco

Patricia Nieto, Fernando Quiroz, Óscar Hernando Ocampo, Úver Valencia, Adriana Echeverry, Cristian Zapata,

Carlos José Restrepo

Silvia García

Marcela Serna

Rodrigo Botero García, Laura Ospina, María José París,

Índice onomástico

Investigación y documentación

Corrección de color

Ana María Cano, Héctor Rincón

Cristina Lucía Valdés, Camila Uribe-Holguín, Ana Patricia Roa,

Sergio Silva Numa, Theo González, Felipe González, Lina Pérez,

Nancy Rocío Gutiérrez

Gabriel Daza

equipo de Una Tinta Medios

Impresión

Fotografía

quien solo actúa como impresor

Ana María Mejía, Aldo Brando, Héctor Rincón, Julián Lineros Concepto y diseño

Efraín Pérez Niño, Diego Cortés Guzmán, Marcela Rodríguez, Karen Sofía Barrera, equipo de Una Tinta Medios Ilustraciones

Panamericana Formas e Impresos S. A.,

ISBN: 978-958-58250-0-0 Copyright Grupo Argos 2013

Centro Santillana, Cra. 43A n. 1A sur 143, Torre norte Medellín, Colombia - www.argos.com.co

Alejandro García Restrepo

Queda prohibida sin la autorización escrita de los titulares

Ilustración botánica

la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier

Eulalia De Valdenebro

del copyrigth bajo las sanciones establecidas en las leyes, medio o procedimiento

G rat i t ud

Con las aguas sin fin que nos llevaron a la intimidad de la selva. Y a los caminos rectos que nos adentraron por las sabanas. A Gustavo Rincón quien nos señaló el camino de la Estrella Fluvial de Oriente y a Rosario Novoa sin cuya sonrisa es imposible escalar tepuyes y navegar el Orinoco. A Pijachi, hermano, hijo de la jungla y brújula de aquella expedición amazónica. A Wade Davis y su traductor Nicolás Suescún, inspiradores de una manera poética de contar las plantas.

L a C ol ec c ión Sav ia

Este libro de Savia Amazonas - Orinoco es el segundo de cinco tomos auspiciados por el Grupo Argos, con la descripción del paisaje botánico de Colombia dividido por regiones. El primer tomo se ocupa de Caribe y los siguientes de Pacífico, Oriente y región Andina. No se trata de una colección de libros de botánica ni de fotografía en el sentido estricto, porque la Colección Savia se propone tener el periodismo al servicio de la divulgación científica de la botánica para lograr hacer comprensible un patrimonio nacional, que es la manera elemental de preservarlo. Este libro, el anterior y los que siguen están concebidos con la idea de que la botánica está presente en la vida cotidiana de una manera que a veces ni nos damos cuenta y esto demuestra que sin ella es imposible la preservación de la vida en este planeta. Esta es una contribución que el Grupo Argos hace a la sostenibilidad al concebir y apoyar la realización de la Colección Savia. t

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Savia Amazonas - Orinoco Ín dic e de con t en id o s

P r e s e ntac ión

La opulencia ignorada

8

Grupo Argos P e r f i l A m a z on as

Amazonia amplia, ancha, ignota

10

Héctor Rincón R e g ión A m az on as- Or ino c o

Mapa de la región Amazonas-Orinoco

17

Alejandro García Restrepo P e r f i l O r i no c o

Hija de las rocas y de las aguas

18

Patricia Nieto P i e de mont e s

Los piedemontes

26

María José París Perfiles

El sabio Triana

32

Ana María Cano Tr e s pl antas sim ból ic as de l a r eg ión

Emblemáticas

33

Eulalia De Valdenebro C o c i na

Carne, yuca y pepas

34

Patricia Nieto Se r raní a de C h ir ibiq ue t e

Chiribiquete, gema verde entre rocas Óscar Hernando Ocampo

42

M ade rabl e s

Poderosa y desnuda como la madera

50

Cristian Zapata Andé n or i no q uen se

Andén orinoquense

58

Héctor Rincón Per f i l e s

El sabio Schultes

64

Héctor Rincón M or ic hal e s

Ay mi llanura M ús ic a

Los sonidos de la selva

65

66

Úver Valencia Frutal e s

La selva es dulce

74

Adriana Echeverry Le y e ndas

Prodigiosas y amargas

82

Patricia Nieto M und o A m a z ón ic o

De potrero a jardín botánico

90

Ana María Cano Per f i l e s

El sabio García Barriga

96

Ana María Cano Á r b ol e s c ol oni z ad o s

Epífitas

97

Con poema de Leopoldo Lugones Ser raní a de L a Mac ar en a

La Macarena, el mundo perdido Óscar Hernando Ocampo

98

M e dic i nal e s

Para males de cuerpo y alma

106

Fernando Quiroz A rt e s aní as

Arte con ancestro

114

Ana María Cano P ulmón de l Mun d o

Amazonia, el termómetro de la Tierra

122

Rodrigo Botero García P ue bl os

Cumaral Inírida Yopal Guamal

130 131 132 133

Laura Ospina M apa r e g ion al de par q ue s n ac ion al e s

La Colombia más verde

134

Marcela Rodríguez Hi st or i a

El paraíso del diablo

136

Patricia Nieto Í ndic e de f o to g raf ías e il u st rac ion e s

La vida privada de las imágenes

140

Héctor Rincón

Bibliografía Savia Amazonas - Orinoco

155

Indice onomástico Savia Amazonas - Orinoco

165

Nancy Rocío Gutiérrez

La opulencia ignorada ener de frente la desmesura de las cuencas del Amazonas y del Orinoco para abordarlas y extraer de ellas el segundo volumen de la Colección Savia, constituyó un fascinante desafío que asumimos con una mezcla deslumbrada de espíritu científico y ánimo aventurero que nos permitió sentir en sus interminables trochas las pulsaciones de la Colombia más remota. Este otro país inmenso, plano, que coloreamos de verdes en los mapas de la infancia y en la adolescencia lo soñamos como una jungla de ruidos feroces y de pantanos devoradores, es un país más grande incluso, inconmensurable casi, habitado por colombianos totales que viven de lo que les da la tierra, del inmenso tesoro botánico que los socorre y al que han domesticado para valerse de sus virtudes en la medicina, en la alimentación, en la construcción de sus viviendas, en la magia y en la aplicación de sus talentos artísticos. A esta opulencia está destinado este segundo tomo de Savia. A contar eso que hay en sus sabanas airosas, en los recovecos de sus humedales, en la penumbra de sus junglas. A eso que florece en las riberas de estos ríos que atraviesan bosques y forman caños y hacen esteros. A registrar esta naturaleza de la que viven sus habitantes, vencedores todos los días en la lucha por la supervivencia que libran en lejanías inverosímiles. A esta fortuna que tenemos los colombianos de poseer dos cuencas de estos dos ríos atronadores, que forman dos mundos aparte aunque comparten subregiones, culturas, hitos geológicos, vegetación y esperanzas, al Amazonas-Orinoco, está dedicado este Savia que continúa con la Colección iniciada con el tomo primero dedicado a hacer un inventario botánico del Caribe. Nuestro asombro ante semejante benevolencia de la naturaleza no hace más que reiterar lo hallado por científicos colombianos y extranjeros que han recorrido estas tierras bendecidas. Intrépidos todos, héroes todos por sortear los impedimentos para sus exploraciones, son muchos quienes se han atrevido a hurgar planicies y selvas para saber su contenido. Entre ellos, José Jerónimo Triana y Hernando García Barriga, colombianos, y Richard Evans Schultes,

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P r e s e ntac ión

estadounidense, son objeto de apenas obvios reconocimientos en este libro; y Wade Davis, el antropólogo y explorador botánico de la Amazonia, autor del ya mítico libro El río, nos ha hecho el honor de presidir los actos académicos de presentación de este volumen de Savia. A toda esta tierra sobre la que ellos y muchos otros pusieron los ojos y el corazón y que ha sido mirada por siglos con desdén por la Colombia apretujada en el centro de sus cordilleras o en las planicies de sus valles urbanizados, le dedicamos en la Colección Savia conciencia e ilusión para lograr este libro. Una tierra que ha sido mirada más que con desdén, con ignorancia. Más que con desdén y con ignorancia, con incertidumbre porque no ha habido sobre estos 768.556 kilómetros cuadrados (el 67,3 por ciento de la tierra firme de Colombia) una orientación. Su historia está hecha de bandazos y ha sido construida, por larguísimos años, por bandidos dada la ausencia del Estado, de una política de Estado que le defina la vocación y ponga toda esta extensión prodigiosa al servicio del desarrollo íntegro. Una política sostenible, cualquiera que sea pero que sea, le aportaría a Colombia unos recursos naturales que envidian todos en un planeta escaso de ellos, ubicados en una región donde cabría sobradamente dos veces Alemania. Quizás —y esta es la razón que inspira la Colección Savia—, quizás un libro como este ayude a Colombia a acercarse a esta realidad próspera, sobrecogedora, de un territorio ignoto. A que este Amazonas - Orinoco no sea esa mancha de verdes que vemos en el mapa sin verla, es a lo que queremos invitar con este volumen de este Savia ii. A que la miremos detenidamente en su dimensión y en las maravillas que guarda. A que de repente, al abarcarla, le demos a esta región la dimensión que Borges le concede a la India: la Tierra es grande, pero Amazonas-Orinoco es más vasta.

‐ Grupo Argos ‐ t

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Amazonia amplia, ancha, ignota

an verde y tan densa y tan enigmática, vista a vuelo de avión la cuenca del Amazonas es de una fertilidad suprema porque de ella se ve que brotan árboles de tamaño colosal y por ella ruedan ríos que son hilos del color de la plata o del color del pantano, que serpentean enormes por entre esos bosques de nunca acabar. Es que son, 483.119 kilómetros cuadrados en Colombia, que es el cuarenta y uno por ciento del territorio continental nacional que cubren territorios de nueve departamentos. Una inmensidad en la que cabe quince veces Bélgica y ochenta y siete veces Holanda o Alemania entraría entera y holgadamente, pero esta inmensidad colombiana es apenas el ocho por ciento de toda la cuenca del gran Amazonas de la que tienen parte Brasil, Venezuela, Perú, Bolivia, Ecuador, Guyana y Surinam. Tan grande, pues, como un mar interior, lo que corres- Inconmensurable casi, la Amazonia es ponde del Amazonas a Colombia está marcado por unos lin- un mundo donde cabrían muchos países deros que suenan tan distantes y tan bellos que habría que y un enigma que han logrado dominar y vivir escribirles una novela: se parte de la desembocadura del río de él cientos de miles de colombianos Vichada en el Orinoco y se sigue por la orilla sur de su vega, para luego, con rumbo suroeste, pasar por los nacimientos de los ríos Uvá, Iteviare y Siare, hasta llegar a la boca del caño Jabón en el río Guaviare. Ahí, Guaviare arriba, se sigue hasta encontrar el río Ariari. Después se va aguas arriba por este río hasta la boca del Güejar y, por este último, aguas arriba hasta encontrar el río Sanza, el cual se remonta hasta su nacimiento. Desde este punto se enruta en línea recta con dirección occidente hasta encontrar el río Guayabero y se busca su nacimiento en el cerro Triunfo. A partir del cerro Triunfo, se va en dirección sur hasta la línea divisoria de los ríos amazónicos en la frontera con Ecuador. El polígono se cierra siguiendo

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P e r f i l A m a z onas

Amacise Erythrina fusca

Ají

Arazá

Capsicum annuum

Eugenia stipitata

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Victoria regia Victoria amazonica

Huito Genipa americana

los límites internacionales amazónicos con Ecuador, Perú, Brasil y Venezuela, hasta encontrar la desembocadura del río Vichada en el río Orinoco. Todo esto, al occidente, está limitado por la cordillera Oriental de Colombia y al norte los ríos Guaviare y Vichada son los que anuncian que la cuenca del Amazonas llega hasta allí porque allí comienza la Orinoquia. Tanto verde, sin embargo, no significa fertilidad. Los suelos son más que hostiles y ante su baja productividad el esfuerzo de los habitantes de esta región, que son un millón trescientos mil en esta década del siglo xxi, la mayor parte integrantes de ciento veinte etnias indígenas, es mayúsculo. Pero de la selva viven. Viven de la diversidad de sus cultivos y de la innumerable variedad de fauna que puebla los bosques y los ríos y las quebradas que abundan, marcadas todas esas aguas por una particularidad visible: los ríos que nacen en las alturas andinas van con sus aguas claras, ricas en nutrientes como ocurre, por ejemplo, con los ríos Caquetá y Putumayo. Los ríos amazónicos, en cambio, que nacen en la meseta, en la selva misma, tienen sus aguas marrón porque van cargados con mucha materia orgánica descompuesta por las altas temperaturas y la humedad de la región, como le pasa, también por ejemplo, a los

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P e r f i l A m a z onas ríos Guainía, Vaupés y Apaporis, que son majestuosos pero pobres en nutrientes. Hablando de ríos, se dice Amazonia para bautizar toda la región por cuenta de su atronador nombre, pero no se honra la inmensidad de los otros cuya extensión es descomunal. Me explico: dentro de Colombia el Amazonas tiene 116 kilómetros de longitud y hace una cuenca de sesenta mil kilómetros. Pero el río Guaviare mide mil trescientos cincuenta kilómetros y su cuenca es de ciento doce mil kilómetros cuadrados, y recorrer íntegro el río Putumayo en la parte colombiana es un viaje de mil seiscientos cincuenta kilómetros. Y si te metes a navegar el Caquetá contarás, uno a uno, hasta mil doscientos kilómetros. Distancias así. Así son algunos de los ríos de la Amazonia, torrentosos muchos, remotos todos, plácidos algunos como el Inírida y de belleza sobrecogedora varios como el Bita o como el Caño Cristales, tan fotografiado con sus aguas teñidas de rojo cuando se alborotan las plantas acuáticas de la Macarenia clavigera, de la familia podostemáceas. Por esos ríos y por miles más, por esteros, por caños y por canales y por caprichos hidrográficos como las llamadas madreviejas se transportan los habitantes de la selva. Las madreviejas son unas lagunas que se forman especialmente en el Vaupés, por los bajos desniveles de los suelos y cuando hay lluvias (que es casi siempre) sirven para acortar caminos entre río y río. Cuando no, cuando no hay lluvias, toman fuerza de pequeños ecosistemas y se dan en estas madreviejas endemismos en flora, en fauna y en microorganismos que apenas se están registrando. En esa selva los pobladores de la Amazonia tienen las chagras para obtener los alimentos indispensables para el todos los días. Son terrenos que han logrado domesticar y en los cuales cultivan hasta siete especies diferentes. Son minifundios con siembras diversas porque es la única forma de que prosperen las cosechas. No podrían cultivar sola la yuca, por decir un alimento, porque no ocurriría el milagro de la producción. Una ciencia que saben los habitantes de la jungla, un capricho de estos suelos interfluviales, una condición que ha cerrado el paso a las intentonas de colonizar territorios selváticos para dedicarlos a grandes extensiones de un único cultivo, de pasto para ganado, por ejemplo.

Así es de enigmática la manigua amazónica. Y de sabia porque esa repulsión a los monocultivos es su mecanismo de defensa, al que se suma que por allí soplen vientos no de una violencia desmedida que arrasarían con un bosque de árboles gigantes pero de raíces poco profundas. Y a esas condiciones, se le agrega el misterio de un suelo atiborrado de sobresaltos geológicos. No solo son los tepuyes, tan asombrosos como retratados, que se ven más desplegados que en otras partes en su extensión de 1.850.000 hectáreas que tiene ahora el Parque Natural Nacional de Chiribiquete. Los afloramientos rocosos del Escudo Guayanés o Guyanés, que vienen desde el periodo Precámbrico, sobresalen en poco más de cuarenta y dos mil kilómetros cuadrados de la cuenca del Amazonas. Desde allí hacia acá, en la región hay estudiadas formaciones geológicas que han confirmado la antigüedad de estas selvas que están aquí desde el comienzo de los tiempos. Por eso, por la Amazonia ha pasado una historia larga y casi siempre dolorosa de hechos que han tenido que ver con la explotación de su riqueza vegetal. La quina, en primer lugar, fue la planta prodigiosa que despertó ambiciones y mostró ante el mundo la potencia Flor de cúrcuma que era el contenido medicinal de Curcuma sp. la manigua. El caucho aportó en su momento no solo sus gotas de látex para el desarrollo de la industria automotriz en el mundo, sino que bañó de sangre esclava una parte de este territorio por una explotación infame que no ha acabado de sanar en la memoria de Colombia. Y en los últimos tiempos, a la coca, tan ritual y tan sagrada, la convirtieron en tesoro manchado los mercachifles del vicio y muchos de estos vastos territorios amazónicos han sido sometidos a la tiranía de las armas mafiosas para su explotación y mercadeo al degradarla en cocaína. Pero en medio de la infamia, aquí está la vegetación amazónica dando de comer y de vivir a sus habitantes. Sirviendo, como les sirve, para transportarse,

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Amacise Erythrina fusca

para protegerse, para alimentarse, para divertirse. Y también para vestirse, como se visten, con cortezas extraídas del bosque y se adornan con las flores contentas de los jardines silvestres. De entre esos bosques siempre han sobresalido los árboles inmensos que han ofrecido sus maderas resistentes para la construcción o para el transporte. Las fabáceas, como familia, se llevan los mejores reconocimientos porque a ella pertenece el Enterolobium schomburgkii, que es el orejero o dormilón, el matarratón (Gliricidia sepium) y el barbasco (Lonchocarpus nicou). De a poco los frutos del Amazonas han conquistado puestos entre los más placenteros para los consumidores de Colombia y del mundo. El arazá (Eugenia stipitata), el copoazú (Theobroma grandiflorum), el cacao de monte (Theobroma subincanum) y el chontaduro (Bactris gasipaes), estarían dentro del rango de las de mayor reconocimiento. En flores hay especialmente dos que son las que contribuyen con su belleza y

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excentricidad a la carátula y contracarátula de este volumen de Savia Amazonas - Orinoco. Por una parte, la victoria regia, llamada también Victoria amazonica, que pertenece a la familia de las ninfáceas. Y la flor de Inírida (Guacamaya superba), de las rapateáceas. Y la Schoenocephalium teretifolium, otra flor de Inírida. En la vastedad de la Amazonia pueden estar las plantas que garantizarían la juventud eterna. O la salud sin quiebres. Quizás. Tal el tamaño del territorio que es y del que falta por escudriñar. Las plantas medicinales se cuentan por miles, empezando por las malpigiáceas, de las que hace parte ese bejuco con el que, usado como lo usan, en los rituales que han sido mil veces contados, se limpian el alma y se liberan de enfermedades; ese bejuco que es una de las plantas más representativas de la región, la ayahuasca o caapi o yagé (Banisteriopsis caapi). Y otras familias científicas, como las solanáceas, a la cual pertenecen el borrachero (Brugmansia suaveolens) y el ají (Capsicum annuum). Además de los árboles monumentales y de las plantas medicinales, abundan en la Amazonia las palmas. Las arecáceas significan un valor económico porque de muchas de ellas se extraen aceites, y son útiles como material de construcción y algunas están tan domesticadas que se usan para la elaboración de piezas artesanales. El moriche, que también se conoce como canangucha (Mauritia flexuosa); la palma real (Attalea maripa); la chambira o cumare (Astrocaryum chambira), la palma zancona (Socratea exorrhiza), son, junto con la milpesos (Oenocarpus bataua), algunas de las muchas palmas que hay en la cuenca del Amazonas. Otras plantas amazónicas acuden igualmente a la ayuda de la economía de los indígenas, colonos y campesinos de la región: la Hevea brasiliensis, conocida como caucho, ha comenzado a tener una segunda oportunidad sobre esta tierra. Todo eso es solo una parte de lo que guarda y conserva la Amazonia. Que ella reserva esas panaceas contra todo mal y peligro, puede que sí. Pero la selva misma ha puesto límite a las ambiciones desmedidas. Es, por eso, una tierra bendecida por su propia hostilidad. Tal vez la mejor virtud de la Amazonia es la dosis de enigma que contiene y la indocilidad de su piel. Ella misma sabe cómo preservarse.

P e r f i l A m a z onas

En letra cursiva La Amazonia ofrece una inmensa cantidad de productos vegetales que soportan la economía de la región. Una de las familias botánicas con mayor aporte económico es la de las arecáceas, o las palmas de las que hacen parte la palma zancona o araco (Socratea exorrhiza) utilizada para elaborar artesanías y en construcción; el moriche o canangucha (Mauritia flexuosa) apreciado como alimento y usado para la extracción de aceites vegetales; el cumare o chambira (Astrocaryum chambira), que es maderable y cuyas fibras también son utilizadas para la elaboración de artesanías. A este grupo pertenecen asimismo la palma real (Attalea maripa) y el chontaduro (Bactris gasipaes), las cuales sirven como alimento y son apreciadas en construcción; pero en esta materia, las fabáceas son las más apetecidas. De ellas hacen parte el dormilón u orejero (Enterolobium schomburgkii), el matarratón (Gliricidia sepium) y el barbasco (Lonchocarpus nicou), entre otras. No solo los árboles y las palmas ofrecen los productos de importancia económica. En el denso verde del Amazonas encontramos también flores que colorean el paisaje de la región, como la Victoria amazonica o victoria regia, la cual hace parte de las ninfeáceas, o la flor de Inírida, una rapateácea que puede ser Guacamaya superba o Schoenocephalium teretifolium.

En el área nutricional una cantidad de frutos muestran la variedad de sabores de la región, muchos de los cuales hacen parte de las malváceas, como el copoazú (Theobroma grandiflorum), el cacao de monte (Theobroma subincanum) y el cacao utilizado para la elaboración del chocolate (Theobroma cacao). Y familias botánicas con propiedades medicinales abundan, como es el caso de la mayoría de las solanáceas, a las que pertenecen el borrachero o floripondio (Brugmansia suaveolens), el ají (Capsicum annuum) y el tabaco (Nicotiana tabacum). También, con un alto valor medicinal, están malpigiáceas, como la ayahuasca o yagé (Banisteriopsis caapi), erithroxiláceas, como la coca (Erythroxylum coca).

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Arecáceas

Astrocaryum chambira

Cumare, macanilla, chambira

Fibra, maderable

Arecáceas

Attalea maripa

Palma real, güichire, marija, palma de virote

Alimento y construcción

Arecáceas

Bactris gasipaes

Chontaduro, pijiguao

Alimento, producción de palmito y construcción

Arecáceas

Oenocarpus bataua

Seje, milpes, milpesos

Construcción y alimento

Fabáceas

Enterolobium schomburgkii

Dormilón, jaboncillo u orejero

Artesanal y maderable

Fabáceas

Gliricidia sepium

Matarratón

Maderable y sus semillas se utilizan contra ratones

Fabáceas

Lonchocarpus nicou

Barbasco

Maderable

Malváceas

Theobroma grandiflorum

Copoazú

Alimento

Malváceas

Theobroma subincanum

Cacao de monte

Alimento

Myrtáceas

Eugenia stipitata

Arazá

Alimento

Ninfeáceas

Victoria amazonica

Victoria regia

Ornamental

Eriocauláceas

Paepalanthus formosus

Flor del Guaviare

Ornamental

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Perfil

Las

s u b r e g i o n e s a m a z ó n i ca s

La inmensidad oceánica de la Amazonia está dividida en subregiones por el Instituto Geográfico Agustín Codazzi. Doce en total. Piedemonte amazónico; llanuras altas y disectadas del río Caquetá; confluencia de la red andina en los ríos Putumayo y Caquetá; penillanuras al sur de Puerto Inírida; llanuras entre los ríos Inírida y Yarí; Amazonia meridional; llanuras de los ríos Igara, Paraná y Putumayo; confluencia de los ríos Apaporis y Caquetá; serranías, montes e islas; llanuras de desborde (confluencia de los ríos Guaviare, Yarí y Marití-Paraná) y llanuras aluviales disectadas (terrazas de los ríos Caquetá, Yarí y Marití-Paraná).

La

división de la

Amazonia

Estamos ante la zona menos poblada de Colombia, a pesar de ocupar el 41 por ciento de su territorio continental. La división territorial (que comprende tierras de nueve departamentos) es así: resguardos indígenas: 41,83%; reserva forestal: 26,1%; áreas protegidas como parques nacionales naturales o reservas nacionales naturales: 10,58%; reserva forestal para uso privado: 7,21%; distritos de manejo integrado: 3,8%; áreas con doble asignación legal (resguardo más parque o reserva natural, por ejemplo): 3,62%. El restante 6,86% está en entredicho o no se ha establecido con completa claridad su estado legal, especialmente la zona suroccidental de la región en los departamentos de Nariño, Cauca y Putumayo y la zona nororiental en el Vichada y en el Meta.

Casi

to d o u n

Banano en chagra Musa sp.

J a r d í n B otá n i c o

Puede ser una paradoja, pero en la región de Amazonas - Orinoco no hay jardines botánicos en el sentido técnico, administrativo y jurídico del término. El contrasentido no lo es tanto si se tiene en cuenta que toda esta Colombia es, en sí misma, un enorme Jardín Botánico. Informal, quizás, pero muy valioso igualmente. Hay, sí, muestras de organización, como la de Mundo Amazónico, en Leticia, del cual se da cuenta en este tomo de la Colección Savia, a la que le entregamos el estatus de Jardín Botánico. Y otros, muchos, esfuerzos. Como el del proyecto del cerro el Bita, en Puerto Carreño, o el de los herbarios que hay en Bogotá y en Villavicencio.

Espinaca amazónica Talinum fruticosum

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Mapa de la región Amazonas - Orinoco Y rasgos de algunas de sus regiones

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Hija de las rocas y de las aguas

na garza real interrumpe su cacería de ranas y alevines. Estira el cuello, lleva las patas hacia atrás, se impulsa. En el lecho del río, imperturbable como un espejo, deja apenas una onda cuando levanta el vuelo. Conquistado el aire, tensiona rodillas y pies hasta convertirse casi en una línea recta. Al aletear consigue un vuelo lento que la eleva hasta donde ya le es posible planear y reinar sobre las lejanías; esas tierras, esos cielos, esos ríos que se acuestan verdes, azules, marrones hasta los pies rocosos del gran río Orinoco. El vuelo de las garzas es señal de buena ventura en los 285.437 kilómetros cuadrados (más que todo el territorio del Ecuador, por ejemplo), que componen la Orinoquia colombiana. Si hay vientos y buen clima, ellas se animan. Cogen vuelo y trazan rutas que, allí donde el horizonte Casi infinita, a la Orinoquia la bañan no tiene límites, terminan al pie del alimento o en el hogar quebradas, ríos, riachuelos y la sobresaltan de una mujer que espera la visita de una garza cargada con accidentes geológicos. Toda cubierta por un un bebé para dar a luz. En su oficio de mensajeras, las garzas manto verde donde ocurre la vida a borbotones han descubierto los secretos de las tierras que hace trecientos millones de años hicieron parte de Pangea: el continente gigante rodeado por un solo mar que comenzó a fracturarse hace unos doscientos millones de años y que ha dejado pedazos en el norte y el sur del planeta, uno de los cuales es lo que hoy llamamos Suramérica. Sobre un gran trozo de Pangea se conformó el Escudo Guayanés, llamado también macizo de las Guayanas o Escudo Guyanés, donde se asienta la Orinoquia. Si el vuelo es de oriente a occidente puede decirse que la impresionante formación rocosa, una de las tres grandes subregiones de la Orinoquia, va desde

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P e r f i l O r i no co

Ceiba Ceiba pentandra Bejuco arauto Monstera adansonii

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el océano Atlántico en Venezuela hasta el pie de la cordillera Oriental de Colombia; y si es de norte a sur, vale explicar que se extiende desde las vegas del Orinoco casi hasta las orillas del río Amazonas. Pero, dicen los geólogos que el macizo está casi destruido por los continuos movimientos tectónicos del planeta que han sucedido desde hace cinco mil millones de años. Así que los peñoles, pequeñas serranías, mesetas y hasta los raudales que abundan en la Orinoquia son apenas vestigios de imponentes alturas de piedra que ya no existen. Los tepuyes, bloques de piedra de hasta tres mil metros de altura que así se llaman; el monte Roraima, una meseta de arenisca en el sureste venezolano; los picos gemelos De la Neblina y Treinta y Uno de Marzo, entre Venezuela y Brasil; y la sierra de La Macarena, que se levanta entre los ríos Guayabero y Ariari en Colombia, es lo que queda a la vista del majestuoso macizo de las Guayanas.

Vegetación en zona inundable Río el Bita

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La Macarena, que desde las alturas parece un inmenso buque varado en la llanura, está hecha de rocas cristalinas, de más de mil millones de años, que se levantan justo donde los Andes, la selva del Amazonas y las sabanas del Orinoco se encuentran. ¿Qué pasa allí donde confluyen suelos y aguas gestados en diferentes edades de la Tierra? Ocurre que en ese lugar, que hoy es uno de los ocho parques nacionales naturales de la Orinoquia colombiana, ha emergido un ecosistema de selvas, bosques y matorrales donde viven osos, panteras, pumas, venados y monos; quinientas especies de aves, mil doscientas de insectos y cien de reptiles. Allí, en esa burbuja húmeda que transpira entre los doce y los veinticinco grados centígrados, han visto la luz dos mil especies de plantas, follajes y flores, y ha emergido un río de apenas cien kilómetros de longitud y veinte metros de ancho donde dicen que el arco iris se derritió. En el Caño Cristales, nacido en el vientre de

P e r f i l O r i no co las rocas milenarias, el agua deja ver cómo algas rojas, amarillas, verdes, azules y negras se aferran a la piedra que les sirve de lecho. Hasta allí llegan las garzas a picotear, a falta de peces, pequeños caracoles. Desde La Macarena, solitaria, el vuelo se libera hacia los Andes o hacia los Llanos Orientales. Si se toma la primera ruta, la vista se choca con la cordillera Oriental, que se convierte en cordillera de la costa al entrar a Venezuela. Es una barrera de más de dos mil kilómetros de donde bebe la Orinoquia, que es hija pues de las rocas y de las aguas, de esta subregión, llamada andino-orinoquense, brotan todas las aguas que nutren tanto la llanura como el río Orinoco. Y lo hacen de dos formas asombrosas. Sucede que en esas laderas andinas nacen cientos de hilos de agua capaces de volverse corrientes poderosas hasta unirse en largos y anchos ríos que cavan sus cauces en la superficie arenosa y rocosa de los llanos. Y también pasa que esos gigantes montañosos capturan la humedad de la planicie, la llevan hasta las cimas y desde allá la devuelven en forma de lluvias torrenciales, precedidas de rayos y vendavales, que nutren a los grandes ríos de la Orinoquia colombiana. La región andino-orinoquense empieza al sur, en la cuchilla de Los Picachos, donde los Andes y la Amazonia se separan. Sigue hacia el norte, donde se funde con el macizo de Sumapaz, que da vida a los ríos Guayabero y Ariari, los que en el interior del llano serán uno solo: el Guaviare. Desde el Sumapaz, este corredor montañoso, después de dar aliento al río Meta, sigue camino hasta la sierra nevada del Cocuy, donde lagunas glaciares dan de beber a los ríos Casanare, Ele y Arauca, encargados, a su vez, de humedecer los pastizales en la época de sequía, cuando los glaciares se derriten. Ya a punto de entrar a Venezuela, esta barrera montañosa forma una especie de bahía protegida de los vientos alisios. En ese terruño húmedo transpiran oxígeno las selvas de Arauca, Sarare y Uribante. El otro destino llevará el vuelo hacia la planicie orinoquense, la tercera y la más conocida de las subregiones de la Orinoquia. Esa inmensidad es la que en los mapas escolares aparece como un paralelogramo bordeado por montañas y ríos, coloreado de un verde plano a veces interrumpido por un bosque, un pantano, un tumulto de vacas, un río o una garza. Las montañas

son el piedemonte llanero, donde están La Macarena y todas las tierras que van cayendo desde la cordillera Oriental y aplanándose hasta convertirse en llano. Los ríos son el Arauca, que sirve de frontera norte con Venezuela; el Guaviare, que traza los límites con la selva amazónica; y el Orinoco, que trepa trescientos sesenta y cuatro kilómetros por la orilla oriental de Colombia, desde la estrella fluvial del Inírida hasta Puerto Carreño, donde enruta su marcha hacia el corazón de Venezuela. Dicen los maestros que la llanura que dibujamos en la escuela fue hace millones de años un mar interior que se llenó, siglo a siglo, con los residuos desprendidos del macizo de las Guayanas en permanente movimiento y de los que aportó la cordillera Oriental de los Andes cuando se sacudió de abajo hacia arriba en el Pleistoceno. Tantos temblores produjeron levantamientos, plegamientos y hundimientos que no son fácilmente apreciables desde las alturas pero que marcan un desnivel considerable en lo que a nuestros ojos es una planicie verde e infinita. El río Meta, donde las garzas marcan apenas una onda cuando alzan el vuelo, es el eje de la falla geológica que determina la vida en la llanura. Las tierras ubicadas al norte del río, llamadas Arauca y Casanare, Bototo tomaron la forma cóncava de una Cochlospermum orinocense batea que les permite retener agua; las al sur, Meta y Vichada, se hicieron convexas, como un paraguas, y por eso drenan con facilidad. En la batea, llamada llanura de inundación, los ríos que forman una gran red se salen de madre durante los meses de invierno, de junio a septiembre, formando mantos de agua que a veces destrozan cultivos, caseríos y granjas. Los llaneros, indígenas nativos y colonos históricos, saben que el desbordamiento de los ríos les trae protección y vida. Si las aguas no desobedecieran los cauces y se dirigieran voluminosas y aguerridas hasta el lecho del Orinoco, este, el gigante de aguas oscuras, ganaría varios metros en nivel de aguas, rompería sus propios límites y arrasaría la selva,

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Chaparro Curatella americana

los potreros y los poblados y hasta las ciudades plantadas en sus orillas. Los esteros, esos depósitos naturales de agua, son la gran válvula que evita el desbordamiento catastrófico del Orinoco y también son santuarios para gaviotas, alcaravanes, tijeretas, halcones, águilas y garzas reales que buscan ranas o culebras. También en esas grandes lagunas desovan peces y se alimentan chigüiros, manatíes, anacondas, jaguares, tigrillos, pumas y otros felinos de la sabana. Arauca es, a vista de garza, una planicie tocada por manchas de bosques y monte, infinidad de caños y grandes pantanos donde crecen pastos de agua; y en invierno una llanura húmeda que se arruga y se alza en la sierra nevada del Cocuy, más cerca de la cordillera Central que del llano profundo. En Casanare toma vida uno de los humedades más extensos de toda la región. Está en tierras del municipio de Paz de Ariporo y, además de disponer de agua potable durante el severo verano, que va de diciembre a marzo, recibe aguas de los ríos desmadrados y así contiene las inundaciones de grandes extensiones.

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En el “paraguas”, las aguas no forman charcos, ni pantanos, ni lagunas monumentales; penetran la tierra aledaña a sus orillas pero no alcanzan a extender sus nutrientes hasta las lejanas llanuras de suelos rocosos e infértiles. En Vichada, donde la Orinoquia se precipita al encuentro con la selva amazónica, la llanura es coronada por cadenas de árboles bajos donde retoñan infinidad de plantas que se apretujan, como por ejemplo en el Parque Nacional Natural El Tuparro, de quinientas cuarenta y ocho mil hectáreas, que es el hogar de perros de monte, zorros, primates, nutrias, armadillos, osos, venados, tigres, garcitas viajeras e infinidad de otras aves y de peces multicolores. Por el Meta corren tantos ríos — grandes y pequeños, permanentes y estacionarios— que sus planicies están favorecidas con bosques plagados de palmas de cera, chúntaros, corozos, cumares y morichales que son alimento para los hombres y nido para diversas familias de animales; de plantas de matapalo, de trompeto curador, guaba, quina y petunia de monte, que curan de fiebres y eccemas; y de gualandayes, peines de mico, yarumos, dividivis, y ojos de venado, palos boya y yagrumos que dan color a las sabanas. La planicie orinoquense es el reino de las aguas. Dicen los geólogos que por allí corren trece cuencas de primer orden, noventa y dos de segundo, y una innumerable teleraña de riachuelos y caños. Los más nombrados: Guaviare, Vichada, Tuparro, Tomo, Mesetas, Bita, Meta, Cinaruco, Capanaparo y Arauca. Todos ellos, bravos o serenos, tributan en suma el sesenta por ciento de las aguas del Orinoco, serpiente enroscada según las voces indígenas, que a su paso por Colombia va haciéndose más denso, más oscuro, más brioso. Ya a los pies del río Orinoco, la planicie se aproxima a su encuentro con las selvas y las sabanas del Escudo Guyanés, que se adentra en Venezuela. Ese límite lo marca el andén orinoquense, una banda rocosa y arenosa de unos setenta kilómetros, al lado colombiano, entre Puerto Inírida y Puerto Carreño. En sus bordes, los afluentes colombianos descargan sus bocanadas de aguas marrones, verdosas y negras y siguen su viaje fundidos en una gran corriente que busca, al oriente, morder el mar. Tras ellas van las garzas que como confetis alegran esas soledades donde Colombia pierde su nombre y el llano-llano apenas comienza.

P e r f i l O r i no co

En letra cursiva Siendo la Orinoquia la región que comparte la mayor porción de Colombia junto con la cuenca del Amazonas, y al hacer límite también con la región Andina, posee una de las biodiversidades más nutridas del país. En cuanto a las especies botánicas, se destacan las palmas, la familia de las arecáceas, de la que hacen parte el corozo o palma de corozo (Acrocomia aculeata), la palma marray o mararave (Aiphanes horrida), el cumare o chambira (Astrocaryum chambira) y el moriche o canangucha (Mauritia flexuosa). Esta diversidad de especies se ve marcada por la cantidad de familias botánicas que se encuentran en la región. Encontramos fitolacáceas como la guaba (Phytolacca rivinoides); en verbenáceas, la petunia de monte (Stachytarpheta mutabilis); las malváceas son muchas, entre ellas el peine de mico o peine de mono (Apeiba membranacea); hay papaveráceas como el trompeto curador, o trompeto, y urticáceas como el yarumo (Cecropia telenitida). Estas dos últimas plantas se caracterizan por sus múltiples usos medicinales: el trompeto es utilizado para combatir problemas respiratorios y digestivos, mientras que el yarumo es utilizado como analgésico. También se caracterizan por sus propiedades medicinales el gualanday o pavito ( Jacaranda obtusifolia), una bignoniácea usada como antiséptico y antimicrobiano, y la quina (Cinchona officinalis), una rubiácea empleada para combatir la malaria. Pero además de plantas con fines medicinales hay en la cuenca del río Orinoco una alta variedad de especies apreciadas por su comercio maderable, como el árbol

tórtolo o yagrumo (Schefflera morototoni), el cual hace parte de las araliáceas, y el palo boya (Malouetia tamaquarina), de las fabáceas. Entre estas, las fabáceas o leguminosas, también se aprecian especies ornamentales como el dividivi (Caesalpinia coriaria) y el ojo de venado u ojo de buey (Mucuna sloanei), bautizado así por el aspecto de su semilla. Entre las especies botánicas características de la región se destaca además el matapalo o lechoso, que hace parte del género Ficus de las moráceas. Este es denominado matapalo debido a que crece sobre otras especies de árboles para alcanzar la luz del sol, y termina estrangulando a su hospedero. En la porción que limita con la región Andina se pueden observar también los característicos frailejones (Espeletia sp.), asteráceas que crecen en la alta montaña y sobresalen en los páramos. Y así como encontramos frailejones en ellos, cada ecosistema de la región nos demuestra la altísima variedad de especies que caracterizan la Orinoquia colombiana.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Arecáceas

Acrocomia aculeata

Corozo, palma de corozo

Artesanal, alimento

Arecáceas

Astrocaryum chambira

Cumare, macanilla, chambira

Fibra, maderable

Asteráceas

Espeletia sp.

Frailejón

Medicinal, ornamental

Bignoniáceas

Jacaranda obtusifolia

Gualanday, pavito

Malváceas

Apeiba membranacea

Moráceas

Ficus sp.

Peine de mico, peine de mono

Medicinal como antiséptico y antimicrobiano, ornamental

Matapalo, lechoso

Maderale, medicinal

Papaveráceas

Bocconia frutescens

Trompeto curador, trompeto

Medicinal para problemas respiratorios y digestivos, colorante

Urticáceas

Cecropia telenitida

Yarumo plateado, yarumo

Maderable, medicinal como analgésico

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Artesanal, ornamental

Soya Glycine max

País

Cámbulo Erythrina poeppigiana

El

d e ag ua s

El río Guaviare, llamado también Orinoco Occidental, es el mayor de los ríos que atraviesan los Llanos Orientales de Colombia. Cuando nace, de la unión del Guayabero y el Ariari, comienza un viaje que se extiende por mil cuatro cientos noventa y siete kilómetros de longitud. Al avanzar, llano adentro, se hace propicio para la reproducción del plancton, organismos microscópicos que flotan en el lomo de las aguas, por lo que es llamado el río blanco. El Guaviare marca la separación entre la Orinoquia y la Amazonia, y por eso su cuenca, de ciento veinticinco mil kilómetros cuadrados, es hábitat de gran diversidad de plantas y animales. Hasta hace unas décadas sus orillas estuvieron protegidas por bosques de galería y selvas tropicales, pero hoy es evidente el desmonte para el establecimiento de haciendas ganaderas. Los habitantes ancestrales del río Guaviare son los indígenas guayaberos, tiniguas, sikuanis, nukaks, piapocos y puinaves. El encuentro del Guaviare con el Orinoco es un espectáculo majestuoso porque se besan dos gigantes.

mejor amigo

En la Orinoquia no es posible dominar el paisaje si no se va a caballo. Rucio, alazán, castaño, ruano, amarillo, zaino son los colores del caballo criollo llanero, casi siempre mediano y musculoso. Si el caballo tiene una pequeña pinta en la cara, lo llaman lucero; si la mancha es más grande, florentino; si el lunar es aún más extendido, le dicen caripeto; y si va desde el mechón hasta el hocico, jobero. Hasta hace pocas décadas, los llaneros reservaban una cuadra de sus hatos para los caballos viejos. Aquellos que les habían servido para arrear el ganado, enlazar becerros, tumbar toros, transportar cargas, conquistar baldíos, eran cuidados con especial esmero hasta que les llegaba la muerte de manera natural. El caballo es para el llanero uno más de los que llevan su apellido.

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P e r f i l O r i no co

El

p u ro ll a n e ro

En las sabanas de Casanare y Arauca encontró hogar un tipo de ganado descendiente del que entró por Venezuela hace más de quinientos años. Todavía hoy el ganado criollo llanero se reproduce naturalmente en las planicies donde los severos veranos y las lluvias torrenciales, y los pastos bajos y pobres en nutrientes, lo han convertido, después de unas ciento treinta generaciones, en un animal de baja estatura, nervioso, longevo, resistente a los parásitos, de cuernos romos, capaz de vivir sin cuidados especiales y apto, genéticamente, para tomar diversas tonalidades: los hay colorados, amarillos, negros, blancos, barcinos, manchados. La raza casanare, la criolla del llano, ha sido poco estudiada y, en lugar de mejorarla, los hacendados la han ido reemplazando por ganado cebú, que a los llaneros se les hace lento en los desplazamientos y tan nervioso que no soporta el brío de los caballos.

Floramarillo

Palo de aceite

Tabebuia serratifolia

Copaifera pubiflora

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Los

piedemontes

n el lugar donde comienza a ascender la cordillera Oriental hay una franja que se encuentra entre los doscientos y los mil metros sobre el nivel del mar, tiene una extensión aproximada de novecientos kilómetros y es conocida como el piedemonte. Se trata de una zona de transición entre los Andes, las sabanas de la Orinoquia y las llanuras del Amazonas. Está dividido en dos. Uno es el piedemonte llanero, que comienza al norte en el río Arauca y termina al sur en la serranía de La Macarena, y abarca las franjas occidentales de los departamentos de Meta, Casanare y Arauca, pero también un sector oriental de Cundinamarca y Boyacá. El otro es el piedemonte amazónico, que se inicia en el río Pato, límite departamental noroccidental de Caquetá, y se extiende hasta el río San Miguel, en el suroccidente de Putumayo. Estas subregiones abarcan diversos Como el piedemonte es una zona de transición, se con- ecosistemas de Amazonas - Orinoco vierte en el camino que toman los ríos que nacen en los An- y son el testimonio de la colonización des y que bañan las llanuras y las sabanas de la Orinoquia y que se ha hecho sobre estos territorios la Amazonia. Los suelos de piedemonte son el resultado del depósito de materiales que han sido arrastrados por la corriente de los cuerpos de agua dulce y son considerados los mejores de la región. En Arauca, la precipitación puede ser inferior a los mil quinientos milímetros por año, pero el promedio anual entre los ríos Humea y Guataquía en el piedemonte del Meta puede ser de siete mil milímetros por año. En Villa Garzón, municipio del piedemonte de Putumayo, se registran hasta cuatro mil ochocientos cincuenta milímetros por año. En términos generales, las zonas de mayor humedad son las que presentan más riqueza biológica. La precipitación que se registra a lo largo del piedemonte nos

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P i e de mont e s

Cámbulo en flor Erythrina poeppigiana

Pero de agua Syzygium malaccense

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Candelabro

Cascabel

Vochysia lehmannii

Crotalaria sp.

permite imaginar los porcentajes de biodiversidad que se pueden llegar a producir. Como su hábitat es más fértil y presenta niveles de mayor precipitación aun durante los meses de sequía, los bosques son más densos, y por ende hay mayor número y diversidad de fauna que en los llanos. Sin embargo, el ecosistema de bosque tropical que conformaba la vegetación original ha sido transformado por los distintos procesos de ocupación humana y expansión de la frontera agrícola, especialmente desde los años cincuenta del siglo pasado. Desde tiempos prehispánicos, las poblaciones del altiplano cundiboyacense y del piedemonte llanero desarrollaron un sistema de intercambio comercial. En el piedemonte vivían los achaguas, a lo largo de los cursos de los ríos, y los guahibos, que se ubicaron en áreas interfluviales. Con el paso del tiempo estos pueblos se adaptaron a su entorno y desarrollaron una agricultura a pequeña escala de maíz y yuca, acompañada por tabaco, ají y maní para la alimentación, algodón para la confección de mantas, y yopo (Anadenanthera

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peregrina) y coca (Erythroxylum coca) para los rituales. Estos productos se destinaban mayormente al consumo interno, pero también los intercambiaban con las poblaciones del altiplano a través de caminos que comunicaban estas dos regiones. Desde 1531 los españoles iniciaron expediciones para penetrar el llano en busca de oro, y como no encontraron este precioso mineral en su trayecto por la región, poco a poco perdieron interés en seguir selva adentro hacia zonas ulteriores. Sin embargo, al toparse una expedición española con las minas de oro de aluvión en la zona del Ariari, Juan de Avellaneda consiguió el permiso para fundar y poblar San Juan de los Llanos en 1555, hoy conocido como San Juan de Arama en el piedemonte del Meta. Luego los españoles fundaron tres ciudades más en el piedemonte llanero: Santiago de las Atalayas en 1588, que se consolidó como la capital del llano durante la Colonia, y que se localizaba cerca al actual municipio de Aguazul, en Casanare; San José de Pore en 1644 y Santa Rosa de

P i e de mont e s Chire en 1672. Los expedicionarios españoles se limitaron a fundar las ciudades y pueblos que pertenecen a la subregión del piedemonte llanero, mientras que la colonización y fundación de ciudades en los llanos de la Orinoquia estuvo a cargo de las misiones para cristianizar a los indígenas. Los encargados fueron monjes dominicos, agustinos, recoletos, y en especial jesuitas, hasta que fueron expulsados por la Corona española. A finales del siglo xvi, españoles residentes en San Juan de los Llanos y Pasto fundaron un centro minero al nororiente del río Caguán y lo llamaron Espíritu Santo del Caguán. En el siglo xviii esta ciudad fue un puesto militar que defendía la gobernación de Neiva, y además fue el centro de colonización del piedemonte amazónico. También se llevaron a cabo misiones encargadas a los jesuitas y a los franciscanos, pero no fueron exitosas. Los primeros grupos de colonos se establecieron en las tierras baldías del piedemonte amazónico a partir de 1865, año en que comenzó la explotación de la quina (Cinchona officinalis), planta medicinal de enorme importancia dado que su corteza producía el remedio más efectivo para curar la malaria. Aunque fue corta la duración de la explotación, esta actividad permitió que el piedemonte amazónico se articulara con el resto de la nación y con el mercado internacional. En 1896 el obispo de Pasto encargó a los monjes capuchinos de Cataluña la misión en el piedemonte amazónico. Esta misión tuvo dos propósitos. Uno fue el de catequizar a los indígenas del borde oriental de la cordillera, y el otro, el de poblar la región con colonos del interior del país y aprovecharla para la explotación agrícola. Los capuchinos construyeron un camino de herradura desde Pasto hasta Sibundoy, pueblo que fundaron en 1899. Posteriormente fundaron Florencia, en 1902; Puerto Umbría, en 1912; Alvernia, en 1915; Belén, en 1917; Guacamayas, en 1921 y Puerto Limón en 1922. En los comienzos del siglo xx el desequilibro entre el latifundio y el minifundio se agudizó en Colombia, especialmente en Cauca, Huila y Nariño. Muchas familias campesinas pasaron la cordillera hacia el oriente y se establecieron como agricultores en las selvas de Putumayo y Caquetá. En 1941, Richard Evans Schultes, un joven botánico norteamericano, se ganó una beca del National

Research Council para estudiar las propiedades del curare, un veneno que usaban los indígenas del Amazonas colombiano para inmovilizar presas de caza. Pero cuando Japón cortó los suministros de caucho provenientes del Sudeste asiático, el gobierno norteamericano le pidió a Schultes cambiar su investigación y dedicarse a estudiar las especies del género Hevea de las cuales se extraía látex para fabricar caucho. Solo a finales de los años cuarenta Schultes pudo comenzar a estudiar lo que realmente le interesaba: la etnobotánica. En el piedemonte amazónico encontró “un intoxicante mágico que libera al alma de su confinamiento corporal para que viaje libremente fuera del cuerpo y regrese a él a voluntad”. Con esta descripción Schultes se refiere al yagé (Banisteriopsis caapi) en su libro Plantas de los dioses. Orígenes del uso de los alucinógenos, que publicó en 1979 junto con el químico Albert Hofmann. El yagé o Caapi es una liana larga del bosque que articula a los pueblos de la cultura del yagé: las comunidades siona, cofán, ingamo, kamsá y coreguaje. Para los pueblos de esta cultura, el yagé y la naturaleza son la fuente más importante para el aprendizaje de la medicina. En los años cincuenta a tra- Palma caraná vés del Incora se impulsó la colo- Lepidocaryum tenue nización del piedemonte araucano con colonos de Boyacá. Este proceso se tradujo en la transformación de grandes extensiones de selva y generó conflictos entre la población local y los colonos. Entre 1946 y 1953 llegaron al piedemonte llanero miles de campesinos de filiación liberal que estaban siendo perseguidos por el gobierno conservador. En los años sesenta comenzó la colonización desde Villavicencio hasta Puerto López. Esta historia se caracteriza por la tala de las selvas del piedemonte hasta el límite con las sabanas al oriente y con los territorios que van hacia la cordillera. Las selvas del sur del Casanare sufrieron el mismo destino y fueron reemplazadas por cultivos de palma africana desde los años setenta. Casi todo el pie-

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Guarango Parkia pendula

demonte llanero ha sido transformado; quedan unos relictos por el río Duda y en la vertiente de la cordillera. Se han desarrollado iniciativas interesantes sobre la nueva vegetación de los territorios modificados. Por ejemplo, el Instituto de Investigaciones de la Orinoquia Colombiana financió un proyecto para determinar el valor nutricional de Dichapetalum spruceanum o cedrón, una planta que es considerada como “maleza” por los ganaderos y los agricultores del piedemonte de Casanare. Con los análisis de la familia melastomatácea, el Instituto Humboldt publicó un indicador que mide los patrones de biodiversidad. Para el piedemonte de la Orinoquia se registraron: Arthrostemma ciliatum o cañagria, cuyo tallo al ser masticado calma la sed; Bellucia pentamera, conocido en la Orinoquia como guayabo de pava, níspero, pepito y pomo; Loreya, que es muy parecida a Bellucia pero con flores y frutos un poco más grandes; Tococa guianensis, o árbol chupaflor;

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Triolena hirsuta, también presente en el Amazonas y utilizada por los ticunas para matar perros locos y rabiosos. Orlando Rangel registra la existencia de Virola o sangretoro, de la familia de las miristicáceas, un árbol que puede alcanzar los cuarenta metros. También hay especies de Nectandra y Ocotea, ambos géneros de las lauráceas y que hacen parte de la dieta del Andigena nigrirostris o tucán pechiazul. Se registra también la Pourouma cecropiifolia o uva caimarona, de las urticáceas, y la palma Socratea exorrhiza, de las arecáceas. A partir de los años treinta investigadores colombianos comenzaron a realizar colecciones botánicas de la Amazonia, y en la década del cuarenta se fundó el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, con su propio herbario, donde se empezaron a depositar colecciones botánicas de la Amazonia. En el Instituto Sinchi se encuentra el herbario Coah, el cual registra el noventa y cinco por ciento de las colecciones existentes del Amazonas.

P i e de mont e s

En letra cursiva Los piedemontes abarcan diferentes ecosistemas que determinan la alta biodiversidad registrada en estos lugares. La diversidad botánica se aprecia en la cantidad de familias de plantas que se han encontrado en ellos. Entre las familias botánicas dominantes de esta zona encontramos melastomatáceas como la cañagria (Arthrostemma ciliatum), el guayabo de pava, níspero o pomo (Bellucia grossularioides), el ara, curray o árbol chupaflor (Tococa guianensis), plantas de Triolena hirsuta y especies del género Loreya, entre otras. De las euforbiáceas son el caucho, el hule o siringa (Hevea brasiliensis) y el catahua o tronador (Hura crepitans). Las lauráceas hacen presencia con los géneros Nectandra y Ocotea. Encontramos también especies de amarantáceas como la pulmonaria o madre yuca (Pfaffia iresinoides), de lamiáceas; como el Ocimum campechianum, conocida popularmente como albahaca o albahaca blanca debido a que pertenece al mismo género que la albahaca común (Ocimum basilicum). Hay además dichapetaláceas como Dichapetalum spruceanum, conocido como cedrón, pero diferente del cedrón común (Simaba cedron), también presente en la región, el cual hace parte de las simarubáceas. En estas zonas prolíficas se pueden encontrar asimismo familias botánicas importantes para la economía de la región, como es el caso de las arecáceas o palmas, como la palma africana (Elaeis guineensis), apreciada por su producción de aceite vegetal, y la palma zancona (Socratea exorrhiza), ampliamente utilizada

para la elaboración de artesanías y en construcción; fabáceas, conocidas popularmente como leguminosas, como es el caso del maní (Arachis hypogaea) altamente apreciado en la gastronomía, y el yopo (Anadenanthera peregrina), utilizado como medicinal y maderable; y malváceas como el algodón (Gossypium herbaceum). Entre las solanáceas sobresalen el ají (Capsicum annuum), también apreciado en gastronomía, y el tabaco (Nicotiana tabacum), de alto valor comercial. En el área de la medicina, el curare ha cautivado la atención por su actividad paralizante de los nervios que actúan sobre los músculos, razón por la cual era utilizada por los indígenas para atrapar a sus presas y es hoy en día utilizado en medicina como relajante muscular. Sin embargo, el curare no hace referencia a una única especie. Se produce a partir de diferentes especies como la Strychnos toxifera, perteneciente a las loganiáceas, y la Curarea toxicofera, de las menispermáceas.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Arecáceas

Socratea exorrhiza

Palma zancona, araco

Artesanal y construcción

Eritroxiláceas

Erythroxylum coca

Coca

Medicinal, alimento fortificante

Fabáceas

Anadenanthera peregrina

Yopo

Medicinal y maderable

Loganiáceas

Strychnos toxifera

Curare

Paralizar presas, relajante muscular

Malpigiáceas

Banisteriopsis caapi

Ayahuasca, yagé, caapi

Medicinal

Malváceas

Gossypium herbaceum

Algodón

Exportaciones

Menispermáceas

Curarea toxicofera

Curare, bejuco bravo

Paralizar presas, relajante muscular

Miristicáceas

Virola surinamensis

Solanáceas

Capsicum annuum

Solanáceas Urticáceas

Sangretoro, cuamara blanca

Medicinal, maderable

Pimentón o ají

Exportaciones, y alimentación

Nicotiana tabacum

Tabaco

Exportaciones

Pourouma cecropiifolia

Uva caimarona, caimarón

Ornamental y alimento

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Perfil

El

José Jerónimo Triana Hasta el ilustrador de la Expedición Botánica, Francisco Javier Matís, ya anciano y ciego, llega ávido José Jerónimo Triana de 17 años, con un canasto de plantas recolectadas en el cerro contiguo y el libro de la clasificación de Linneo. Describe en detalle cada muestra y lee uno por uno nombres del libro hasta que enciende la memoria gastada que dice: “Sí, ese es”. El pupilo anota el hallazgo. Dormita y oye: así va pasando el maestro al nuevo botánico, el conocimiento que Colombia expande sobre su flora en el siglo xix. Los tutores de José Jerónimo Triana florecen en él: su padre, pedagogo creador de métodos de aprendizaje; en la precariedad económica familiar, un tutor como Lorenzo María Lleras, del Colegio del Espíritu Santo,

sabio

T riana

cultiva la libertad de pensamiento. El anhelo de aliviar gradúa a Triana como médico a los 28 años. Francisco Bayón, gran científico, lo inicia en nuevos métodos de clasificación de las plantas. Su constante investigación botánica la difunde en artículos sobre plantas útiles publicados en periódicos, por los cuales lo conocen Tomás Cipriano de Mosquera y también la Comisión Corográfica, que lo llama como botánico. Recorre exhaustivamente el país y avizora llanuras (el Meta, el Ariari), la inabarcable selva, hondonadas, nevados donde contrae un mal en los ojos y fiebres, pero recolecta casi sesenta mil muestras. Descontadas las irrecuperables que perdió en robos, extravíos y saqueos. Este volumen no fue nunca antes alcanzado por nadie. Recibe el encargo gubernamental de viajar a Europa para publicar la flora colombiana, y en París, Montpellier y Madrid trabaja hombro a hombro con científicos que lo consultan como experto en flora tropical de talla mundial. A pesar del abandono colombiano de la ciencia y del azote de las guerras civiles, él alcanza con gran esfuerzo personal a producir obras botánicas de carácter universal que son clásicos hoy. Clasifica, tras treinta años de solicitudes, todas las ilustraciones de la Expedición Botánica que están arrumadas en Madrid; las descubre y publica en cuatro volúmenes para el mundo. Dada esta prestancia internacional,

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José Jerónimo Triana se convierte en cónsul de Colombia en París. Allí, en la exposición universal de 1867, expone seis mil plantas nativas desconocidas en Europa, y es premiado. Exhibe la Cattleya trianae –símbolo nacional que lleva su nombre– y es subastada en dieciocho mil francos; él, que recibe de pago dos mil pesos colombianos mensuales. No habría alcanzado así a sostener a sus quince hijos con su esposa Mercedes Umaña, (ocho herederos llegaron a ser adultos y los otros murieron), pero con su investigación inventó el vino aquinado reconstituyente; un jarabe para la tos; un parche para los callos; el vino estimulante de coca y la anestesia obtenida de la misma, cuyas patentes le dieron un soporte económico. Murió en París a los 64 años, tras ser atropellado por un coche que empeoró su vesícula enferma, y una operación de urgencia lo agravó. Colombia reconoce su figura atractiva de científico insigne en estampillas y en un retrato en la Universidad Nacional, sede Bogotá. Sus herbarios conforman las colecciones del Museo Británico, y los museos de Kew, Viena, Edimburgo y docenas más en Europa y Estados Unidos, y son tesoros nacionales en la Academia Colombiana de Ciencias Naturales y en el Herbario Nacional Colombiano. La huella de este cónsul de la flora nacional habita santuarios que acrecentaron así el conocimiento etnobotánico de plantas cuyo uso aún se explora y José Jerónimo Triana inspira.

Emblemáticas Tres plantas simbólicas de la región

Carne, yuca y pepas

la medianoche, Mauricio Teteye sale a cazar. Capitanea una pequeña embarcación rumbo a los caños que se desprenden del Igaraparaná, en el corazón de la Amazonia. La luna ilumina el sendero de agua que sirve de espejo, y el muchacho, que ha comido hormigas asadas y palmitos, aguza la vista, el oído, la piel. Busca borugas (una especie de guagua), cerdos de monte, armadillos, dantas, tortugas, cachamas, ranas, boas, chigüiros, garzas, gaviotas, guacamayas. Va armado con una escopeta, un cuchillo y una linterna que esta noche no tendrá que usar. El primer tiro lo pierde ante un cocodrilo adormilado en un pantano. Como en la oscuridad de la selva no es bueno disparar porque se alertan las presas, Mauricio se acuclilla y observa quedo el agua casi estancada. Fija la mirada y manda una cuchillada con la que ensarta un animal. No En la densa selva y en la ancha sabana, en se sabe si es dorado, sábalo, bocachico, bagre o caracol; pero esta Colombia de la yuca brava y el casabe, está seguro de que no es un pirarucú, que podría pesar hasta los llaneros y los amazónicos tienen mucho doscientos kilos. Repite la operación de pescador cuchillero alimento para llenar sus canastos cinco veces y con esa carga regresa a su casa dos horas antes de que salga el sol. Busca su hamaca y espera soñar que vence al tigre. Después de tomar guarulo (café dulce) y de morder un trozo de casabe (torta de yuca), Elena Gufichiu y Chela Umire caminan hacia la chagra, la huerta familiar en el camino a la sabana, justo donde la selva amazónica se vence ante las llanuras del Orinoco. Madre e hija llevan machetes cortos y, en canastos de cumare, sostenidos desde la frente para que caigan sobre la espalda, recipientes de plástico con jugo de la palma milpesos, harina de yuca granulada y tostada (que llaman fariña), y caldo de pescado con ají negro. En la chagra, o cultivo de frutos, ya empiezan a retoñar las

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C o c i na

Ají Capsicum annuum

Yuca brava

Niña con uva caimarona

Manihot esculenta

Pourouma cecropiifolia

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Yuca Manihot esculenta

Cilantro cimarrón Eryngium foetidum

hortalizas y los tubérculos que ellas sembraron después de que los hombres tumbaran y quemaran el bosque. Se internan en el sembrado. Cogen guamas, revisan las piñas, arrancan cilantro cimarrón y cebollas, encanastan ortiga, que alivia todos los males, curiosean raíces y hojas que tal vez sean aromáticas o energéticas; examinan el tabaco y la coca para dar aviso a los hombres en caso de plagas; y se concentran en la yuca, la planta que ha alimentado a todas las generaciones de llaneros y amazónicos. Hay agitación en la cocina de Ana Cueto. Hace poco regresó de su huerta, a salvo de las permanentes inundaciones en Puerto Rondón, Arauca. Trajo cebollas y pimentones. Tiene cilantro, ajos y la carne de un cerdo montuno que cayó en la trampa a medianoche. Espanta las gallinas y los perros antes de concentrarse en la faena: pica cebolla, machaca ajos, corta en trocitos la carne, ya cocida en el fogón de tres piedras. Fusiona cebolla, ajo y carne con sus manos bañadas en aceite. Tira varios puñados de arvejas, bien hervidas, acariciadas con sal y cominos, en lo que se va convirtiendo en guiso. Un poco del agua que soltó la carne durante la cocción cae sobre el preparado que ya soporta el fuego. Ana toma café cerrero, como lo hacen todos los llaneros mientras la candela hace lo suyo. Después extiende algunas hojas de plátano sobre una mesa, las espolvorea con harina de trigo, y en cada una deposita

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C o c i na dos cucharadas del guiso, dos rebanadas de papa cocida, dos rodajas de cebolla, dos tiritas de carne. Ahora se lava las manos, sorbe más café negro y se dispone a amarrar los envueltos con ganchos de plátano. Para terminar, sumerge las hallacas en agua con sal y las deja cocer al fuego. Ana atiza el fogón y se va a echarles algo a los potrancos. Al mediodía, María del Carmen Polanía sopla las brasas que secan toda la carne de una ternera de seis meses. Ensartadas en chuzos verticales recostados al burro, la armazón de madera que rodea la hoguera de yopo, un árbol sin olor y que no produce llamas, se ahúman las grandes presas del animal: la osa, que son cogote, papada, mandíbula y lengua; los tembladores, o sea las carnes del pecho; y la raya, o cuartos traseros, que incluyen ancas, cola y muslos. Ya María del Carmen, mujer del Casanare profundo, ha rociado con sal y cerveza las carnes, que lentamente van soltando sus jugos. Ha hecho lo mismo con las entrañas del animalito que, envueltas en hojas, se cocinan a fuego lento. No las chuza, no las pica, no las toca; simplemente las deja ahumarse y asarse mientras prepara los cuchillos para cortarlas en trozos y servirlas en hojas de plátano cuatro horas más tarde, cuando estén a punto. En el mismo recipiente verde, porciones de plátano, yuca y papas cocidas completarán esta mamona que saciará a una decena de llaneros hambrientos. A Irene Kudiramena le gusta cocinar. Lo hace desde que era una niña, hace más de sesenta años, en la Amazonia más lejana, cuando nadie había oído hablar siquiera del fogón de gas. En el hogar, levantado sobre un gran mesón de piedra, hierve un cocido de restos de pescados y boruga. También hace burbujas el caldero en el que pronto se secará un kilo de arroz, y se espesa un fondo de casarama o ají negro. A ras de piso, sobre la tierra desprovista de follaje, se levanta otra humareda. Proviene de una pequeña hoguera que Irene encendió hace unas horas sobre un lecho de hojas de plátano. Debajo, en la profundidad, se esconde lo que mañana será una delicia: en unos canutos (el “tarrito” que queda entre dos nudos de una guadua) ha puesto carnes deshuesadas de aves, pescados y roedores, para que se cocinen en sus propios jugos al calor bajo y constante que llega de la superficie. Esa técnica

se llama tatuco. Y como a Irene le gusta guardar, se ocupa adicionalmente de otro plato: la casarama, una pasta café y muy suave que resulta de mezclar yuca brava con ají, responsable de darle el toque amazónico a la carne, al patacón, al casabe. Al caer la tarde decenas de familias quieren tomar un baño en los ríos que atraviesan lo mismo las llanuras que las selvas. Marina, Kevin y Celeste, que también se llama Flor del Chontaduro; Cristian, Angie y Chela, a quien su abuelo llamó Raíz de Tabaco; Mercedes, Milena y Eduardo; Juan David, María y Sandra Milena quieren aliviarse del calor del trópico no solo sumergiéndose en el agua. Caminan a paso lento, mirando al suelo del mismo modo que lo hacían sus antiguos antepasados recolectores de pepas. Si tienen suerte cosecharán el pulposo y ácido arazá, que se puede morder o macerar y hasta casi exprimir. Quizá la naturaleza los premie con el sagrado umarí, pulposo como el mango, de donde dicen los ticunas que salió la primera mujer. Habrá fiesta si topan marañones, guayabas o uvas de monte, que otros llaman uvas caimaronas o borojós. Y en la sabana será rica la jornada si caen en la cesta pepas de moriche, ricas en proteínas, Pimentón grasas, vitaminas y carbohidratos, Capsicum annuum y preferidas para morderlas crudas, convertirlas en dulces o extraerles el zumo. Con las pepas de moriche aparecen casi siempre larvas de los escarabajos que anidan en sus troncos: se trata del famoso mojojoy, que crudo, asado o cocido encanta a las familias de las selvas y llanuras. En la maloca, la gran casa comunitaria de madera y paja tejida, Pilar Meikuaco soba las dos callanas que moldea desde hace varios días. Humedece un puñado de hojas muy verdes en agua traída del río y con ellas repasa las superficies oscuras, las hidrata, las prepara para ser hospederas de la caguana, bebida fabricada con el almidón de la yuca y del casabe, una torta de yuca que acompaña todas las comidas o que

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Arroz Oryza sativa

es la comida misma cuando escasea la pesca, cuando no hay suerte en la caza, cuando la huerta se echa a perder. Para hacer casabe es necesario cosechar yuca brava, especie rica en el veneno conocido como yare. Hay que pelarla, rallarla y prensarla en el sebucán, un tubo de cuatro metros de largo tejido con las hojas de una palma, que se cuelga de una viga de la maloca. La yuca exprimida elimina el yare, lechoso y amargo, y queda convertida en una pulpa que tomará la forma de la superficie de la callana después de varias horas al fuego. El casabe es una torta delgada y crujiente de unos sesenta centímetros de diámetro que permanece expuesta en el fondo de la maloca. Hasta ella llegan en cualquier momento ancianos, muchachos y niños que la pellizcan y desprenden grandes trozos que parecen galletas, muy secas y simples. En la soledad del llano y de la selva el encierro nocturno comienza apenas se oculta el sol. Las familias se congregan cerca de los fogones donde se asan arepas de jojoto, un maíz dulce de granos gruesos, que cada quien rellenará con queso. Habrá, tal vez, huevos de

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tortuga, gaviota, garza o gallina, gustosos si se revuelven con cebolla, tomate y arroz. Y, de pronto, en el fondo de las ollas quede alguna delicia para el último bocado: una picada de carnes de res o de chigüiro o de pescado o de danta o de boruga adobada con hogao y aceite de achiote, la cual generalmente se come con la mano. Horas más tarde, cuando los sonidos de la noche se agudizan y del sabor del último café no queda nada en la boca, Mauricio Teteye, como miles de hombres del Orinoco y el Amazonas, sale en busca de presa. Avanza silencioso por el río, concentrado, llamando a un pirarucú ahumado bañado en ají negro; ilusionado con un bagre, señor de las aguas profundas, que se puede comer envuelto en dulce de arroz; pensando en una cachama ahumada; deseando el encuentro con la rana gigante llamada hualo, para envolverla en una hoja de bijao y asarla al carbón; atrayendo a un gran mamífero que le prodigue alimento en abundancia para poder, al menos por una noche, dormir sin el afán de cazar, cosechar, pescar o recolectar la comida del día que ya va a despuntar.

C o c i na

En letra cursiva En los platos típicos del Amazonas y la Orinoquia colombiana se pueden degustar un montón de sabores de especies vegetales, usados en múltiples recetas. Plantas que son utilizadas en la cocina para darle un mejor sabor a las comidas, como es el caso del ajo (Allium sativum) y la cebolla cabezona (Allium cepa), que hacen parte de las amarilidáceas. O el pimentón o ají (Capsicum annuum), de las solanáceas, al igual que la papa (Solanum tuberosum). Otras de estas especies vegetales son utilizadas como acompañantes del plato principal. Por ejemplo, ciertas arecáceas o palmas, como el moriche o canangucha (Mauritia flexuosa), el seje o milpés (Oenocarpus bataua), la chambira o cumare (Astrocaryum chambira), el chontaduro (Bactris gasipaes) y la cucurita o inayá (Attalea maripa). Incluso se pueden encontrar algunas especies botánicas que hacen parte del plato principal, como es el caso de la arveja (Pisum sativum), que pertenece a una de las familias botánicas más comunes de ambas regiones, las fabáceas, de la que también hacen parte la guama (Inga edulis), el yopo (Anadenanthera peregrina), el guacapurano (Campsiandra angustifolia) y la cumaceba (Swartzia polyphylla). Y así como la guama, muchas de las especies de la cocina hacen parte de las frutas producidas en la región. Tal es el caso del marañón (Anacardium occidentale) y el mango (Mangifera indica), los

cuales pertenecen a las anacardiáceas. O del copoazú (Theobroma grandiflorum) y el macambo (Theobroma bicolor), de las malváceas. Y entre las mirtáceas están el camucamu (Myrciaria dubia), el arazá (Eugenia stipitata) y la guayaba (Psidium guajava). Representando a las rubiáceas están el borojó (Borojoa patinoi) y la jagua o huito (Genipa americana). Muchas de las especies botánicas encontradas en las recetas de los platos típicos aparecen también en la farmacopea tradicional. Así sucede con el palo de arco o chicalá (Tabebuia serratifolia), de las bignoniáceas; el tamamuri (Brosimum acutifolium) de las moráceas; el cabo de hacha o quiebracha (Heisteria acuminata), una olacácea; la ortiga o pringamoza (Urera caracasana) una urticácea y la icoja o espintana (Unonopsis spectabilis), de la familia de las anonáceas.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Amarilidáceas

Allium cepa

Cebolla cabezona

Culinaria mundial y medicinal

Amarilidáceas

Allium sativum

Ajo

Culinaria mundial y medicinal

Apiáceas

Eryngium foetidum

Cilantro cimarrón

Medicinal y aromática

Convolvuláceas

Ipomoea batatas

Batata

Alimento básico y medicinal

Euforbiáceas

Manihot esculenta

Yuca, yuca brava,

Alimento básico

Icacináceas

Poraqueiba sericea

Umarí o guacure

Alimento y construcción

Musáceas

Musa x paradisiaca

Plátano

Alimento y para la envoltura de diferentes comidas

Poáceas

Oryza sativa

Arroz

Alimento básico

Poáceas

Zea mays

Maíz

Alimento y aceite vegetal

Rubiáceas

Coffea arabica

Café

Alimento y medicinal

Solanáceas

Capsicum annuum

Pimentón o ají

Culinaria mundial y medicinal

Solanáceas

Solanum tuberosum

Papa

Alimento básico

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Lo

Colombia

Los estudiosos de los hábitos alimentarios de la cuenca del Amazonas, entre ellos el Instituto Sinchi, describen una base compuesta de yuca, pescado, carne de monte, ají, piña y chontaduro. Pero no solo a estos elementos se reduce la opción nutritiva de sus habitantes. Un inventario realizado por el mencionado instituto en el departamento del Amazonas da cuenta de doscientas especies consumidas con fines alimenticios. En la culinaria popular figuran el casabe, la fariña y el pescado moqueado o en caldo; también los caldos, las carnes y el zarapaté: asadas en su propia caparazón la charapa y otras tortugas, junto con otras carnes de monte como la proveniente de dantas, armadillos, cerrillos, monos, caimanes y babillas. Se incluyen los insectos, como el mojojoy asado y las hormigas; y no faltan la muñica (caldo de pescado con otros ingredientes) el tucupí y una variedad de preparaciones de ají y hojas de yuca. Para beber están las chichas de yuca, chontaduro, piña y otros vegetales, así como las caguanas o bebidas de piña, copoazú, umarí, camucamu y demás frutos amazónicos. En fin, podemos decir que en la Amazonia indígena se observa el consumo más diverso de alimentos del país. En la cuenca del Orinoco la base alimentaria se compone de yuca, plátano, batata, mapuey, cucurita o inayá, seje, chontaduro, moriche, piña, merey, mango, ají, carne de monte y carne de vacunos. A partir de ella se origina una cocina popular donde figuran la ternera a la llanera o mamona, el entreverao o vísceras de res asadas en varas, el pisillo de carne de monte o de pescado, el caldo de pescado o de res y el hervido de gumarra (gallina). Se preparan también pescados como la cachama y el coporo a la brasa, así como el infaltable casabe, la fariña, el majule de plátano, la chicha de moriche, el guarrús, la hallaca criolla, las roscas de arroz y el café cerrero.

Milpesos Oenocarpus bataua

L e va n ta r s e

m á s p o p u l a r e n e s ta i n m e n s a

y comer

Un día normal en los departamentos que conforman la cuenca del Orinoco en Colombia comienza a eso de las cuatro de la mañana con un café cerrero (oscuro, sin azúcar). El madrugador encontrará servida una cachapa o arepa dulce de choclo, llamado también jojoto, acompañada de queso y majule con leche. El majule es una bebida que cumple múltiples funciones, según la región o comunidad en donde se consume. Los indígenas chiricoas de Arauca la preparan a base de plátano maduro cocido y diluido en agua. Si bien para algunos habitantes de la región no es más que una bebida de uso cotidiano, esta etnia la utiliza de manera ritual. Dicen que “cuando toman tanto majule se vuelven malos y se matan unos a otros”. De esta creencia nació una leyenda. Dicen que el dios Trueno castigó en una ocasión tal comportamiento derribando grandes árboles y produciendo una gran inundación que ahogó a los chiricoas que se habían embriagado con majule. Dependiendo del apetito y las condiciones, otra opción para degustar un buen desayuno la proporciona una “pericada” o revoltillo de huevos de tortuga, de gaviota o en ocasiones de garza. La afición por estos animales es heredada por los pueblos indígenas, quienes conseguían los huevos o en ocasiones la carne de tortuga para los españoles. En su Libro de las maravillas, (1770), fray Juan de Santa Gertrudis describe cómo una comunidad de misioneros en el Putumayo se sostuvo de la recolección de huevos de tortuga para su consumo, además de extraer de estos animales un aceite “más sutil y delicado que el de la aceituna”. En fin, este plato se puede acompañar con pan de arroz, un alimento que remojado en cereal y leche obtenida de los ordeños, genera panecillos para acompañar cualquier comida o consumirse solo con guarulo, un café claro endulzado con panela, en las horas de la mañana.

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C o c i na

R e c e ta s

a m a z ó n i ca s

La investigadora Lucy Hoyos Ocampo, en su texto Alimentos autóctonos y recetas amazónicas, incorpora una serie de preparaciones propias de la región: Chuchuhuasa o chuchugaza: preparado medicinal a base de cortezas de árbol del mismo nombre, macerado en aguardiente y miel. Huitochado: fruta del huito o jagua con azúcar y aguardiente. Levántate Lázaro: afrodisiaco preparado con cortezas de plantas como el motelo sanango (chilicaspi), la chuchuhuasa, el fierro caspi o acapú, la chicosa o chicora, y los genitales del achuni (mamífero suramericano conocido también como coatí), todo ello macerado en aguardiente y miel de abejas. Siete raíces: otra bebida conocida por sus propiedades afrodisiacas, preparada con cortezas de plantas como la chuchuhuasa, la huacapurana o guacapurano, el palo de arco o chicalá, el mururé o tamarí, la icoja, el fierro caspi y la cumaceba, también en aguardiente y miel de abejas. Ensalada de chonta: preparada a base del corazón de la palma chonta, llamado también palmito, con salsa de limón y variedad de verduras. Aceite de chontaduro: lo utilizan las etnias de los huitotos y yucunas para adicionar como condimento a los caldos. Inchicapi: sopa muy espesa elaborada con gallina, maíz, maní, ajo, cebolla, cilantro, sal y yuca. Payawarú: exquisito masato o vino de yuca, propio de la etnia ticuna. Pepa de maraca o macambo: los huitotos la utilizan para obtener aceite; proporciona exquisito sabor a las comidas. Piqueo regional: plato preparado a base de chicharrones de lagarto, venado, majaz o paca (roedor de carne muy apreciada y de consumo común en la región), dorado y paiche (pescado conocido también como pirarucú o arapaima), acompañado con yuca frita, tacaco (plato típico preparado con una masa compuesta de plátano verde machacado, manteca disuelta, pequeños trocitos de chicharrón de cerdo y especias propias de la Amazonia), chonta y salsa criolla. Pororoca: bebida o vino extraído del plátano por proceso de maduración, usado por la población ticuna. Pupeca o patarashca: plato típico compuesto de pescado, ranas o porciones de boa, asado a la brasa, en hojas de bijao o de plátano. Tiradito de dorado: Elaborado con finas láminas de dorado, marinados al limón y especias, acompañadas de choclo desgranado. Tucupí: es un caldo de color amarillo extraído de la raíz de la mandioca brava, que se utiliza como base en la preparación de sopas. También existe el tucupí o ají negro, utilizado para sazonar carnes.

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Bijao Calathea lutea

Chiribiquete, gema verde sobre rocas

arece un gigantesco estegosaurio de doscientos cincuenta kilómetros de largo que estuviera saliendo de la tierra. Por ahora, el lomo, con su caparazón de placas blindadas. Los meandros de los ríos, que son tantos, serían la enorme y sinuosa cola de este animal de roca que parece dormir su sueño de cientos de millones de años, medio enterrado, sobre el verde inmenso de la selva del Amazonas. Pero no es un dinosaurio, sino la seguidilla de mesetas rocosas de la serranía de Chiribiquete, coronadas por una fantástica vegetación aislada del resto del mundo por sus paredes lisas, de hasta ochocientos metros de altura y cortadas a plomo por la erosión. Estas islas de roca sobreviven desde hace más de mil quinientos millones de años a los embates del sol, el agua, el viento y, sobre todo, a la vegetación que las va devorando poco a poco, descomponiendo cada roca En este archipiélago de rocas en la mitad de y cada mineral para incorporarlos en la savia que dará ese es- la selva viven y se reproducen millones pectáculo verde de cientos de especies de árboles, de bosques de plantas que luchan contra la hostilidad. y sabanas inundables, de líquenes, de lianas, de helechos y de Y terminarán triunfando arbustos, salpicado por el colorido de tantas flores donde la luz se deshace en creatividad para pintar los pétalos con todos los tonos y matices de que es capaz. Los insectos, amos indiscutidos de un mundo escondido casi desde que la vida misma apareció en la tierra firme, parecen otras tantas flores que pudieran volar con aleteos tornasolados, llevando el polen como una lluvia de fertilidad que se derrama sobre esta selva que llamamos nuestra pero que poco conocemos. La sierra de Chiribiquete es una colección de gigantes mesetas llamadas tepuyes que forman parte de la antigua formación geológica conocida como el Escudo Guyanés, sobre los departamentos de Caquetá y Guaviare. En la región, a este tipo de

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S er ran ía de C h i r i biq ue t e

Serranía de Chiribiquete Naturaleza en estado virgen

Crecimiento inicial de vegetación en roca

Anturio Anthurium sp.

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Plantas que crecen en un sustrato hostíl

geoformas podríamos sumar las mesas de Iguaje, en el Guaviare, la serranía de Naquén, en el Guainía, y la serranía de La Macarena, en el Meta. El Chiribiquete y sus alrededores fueron declarados parque nacional en 1989. Con una extensión de un millón doscientas ochenta mil hectáreas, era ya el más grande del Sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia, pero además se extendió en agosto de 2013 hasta llegar a un millón ochocientos cincuenta mil hectáreas y está en jurisdicción de los municipios de San Vicente del Caguán y Puerto Solano, en el Caquetá, y San José del Guaviare. Seguro que no fue fácil delimitarlo. ¿Qué preservar, cuando todo el entorno es un tesoro? Pero lo hicieron, en medio de tanto verdor surcado por un entramado de ríos que, con sus nombres, parece un diccionario con fonemas de agua que guarda los viejos lenguajes perdidos de los primitivos habitantes. Y que ya no andan mucho por ahí, como solían hacerlo hasta mediados del siglo xix, antes de que el mundo

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“civilizado”, representado por el terror de la Casa Arana, se les fuera encima en busca de sus riquezas, como el caucho, que brilló en los gráficos de los economistas pero que oscureció a este paraíso con el malva de la sangre derramada y seca. En cuanto al pasado reciente, tampoco queda nada de Tranquilandia, el laboratorio tan famoso en los noticieros, capaz de convertir la selva en un campo de muerte por cuenta de este nuevo oro blanco en forma de polvo, ya no líquido, como el del látex que daba el caucho o Hevea brasiliensis para las llantas de la naciente era del automóvil. Una paradoja, porque por estos parajes nunca se ha visto un automóvil… y ni se verá, mediante Dios. El río Tunia o Macayá, por el norte y parte del oriente, traza el límite hasta su encuentro con el río Ajajú o Apaporis, que hace de cuchillo de roca en el paraje de Dos Ríos, por donde pasa puliendo un tepuy. Luego, por el oriente, los ríos Gunaré y Amú llevan el parque hasta la desembocadura en el Mesay, para dejarle la tarea de delimitarlo

S er ran ía de C h i r i biq ue t e al Yarí, que lo bordea por el sur para después girar al occidente, siguiendo los meandros de los ríos Huitoto, Tajisa, Yaya, Ajajú, hasta volver al Tunia, en el norte, y cerrarlo, como dicen los escritos notariales cuando alinderan una finca. Si pudiéramos dar con un curupira o chamán amazónico de la casi extinta tribu karijona, cuyo deber es cuidar la selva con su ancestral saber, le pediríamos que nos llevara a recorrer los misterios de la serranía de Chiribiquete. No solo nos mostraría las más de doscientas mil pictografías que sus antepasados dejaron en los tableros de roca de los tepuyes y en las paredes de sus cuevas, donde el jaguar es el rey de la selva, sino que nos enseñaría la razón de ser de cada planta: por qué crece, dónde lo hace y para qué sirve; aunque nunca nos dejaría conocer el secreto de la mezcla botánica con que se produce la infusión de ayahuasca o yagé, en la que con solo agregar o suprimir una sola hoja se pueden cambiar severamente las condiciones a la hora de viajar hacia lo más profundo del yo. Nos diría, con su lenguaje de palabras tan viejas como la manigua, que cada cosa tiene su sitio: que en la parte baja del tepuy, cerca de los afluentes del río Apaporis, está la selva inundable, o hylea. Allí el bosque es muy húmedo, con suelos profundos, capaces de alimentar árboles de gran porte como el guamo, el arenillo, el dormilón, el caimarón, el coduiro o carguero, la siringa y el capinurí, los cuales, con alturas entre los treinta y cinco y los cuarenta metros, son los únicos que miran las estrellas. Aferradas a ellos nos mostraría las plantas epífitas, hemiepífitas, parásitas y hemiparásitas, como pájaros que anidaran al abrigo de los gigantes, mientras, a su sombra, el sotobosque denso se deja venir con un derroche de heliconias, entremezcladas con otras especies de las familias de las piperáceas, aráceas, ciclantáceas y arecáceas, entre las que domina la palma moriche, que forma los llamados cananguchales. Ya en la parte alta de los tepuyes encontraríamos plantas especializadas para sobrevivir en estos inhóspitos lugares, tales como las carnívoras, que obtienen los nutrientes de los insectos que, atraídos por sus olores, caen en las trampas sin salida que conforman sus hojas o sus flores. Veríamos igualmente algunas heliconias, y unas cuantas bromelias y vellozias.

Siguiendo sus pasos de baquiano, iríamos hasta las catingas, especies de sabanas amazónicas que crecen sobre arenas blancas. Estas formaciones vegetales se dan al pie de los escarpes de los tepuyes, en la selva pluvial. Recostadas contra sus paredes casi verticales, producen árboles de menor talla que alcanzan los quince metros de altura, en matorrales de troncos retorcidos que se entreveran con arbustos y hierbas. Aquí, al pie de la pared de roca, todas las plantas son tenaces. Viven apenas con una pizca de suelo y tienen por ende muy poca capacidad para retener el agua que les regala la lluvia. Han aprendido a vivir sobre el detritus caído del tepuy, formado por trillones de granos de cristales de cuarzo desprendidos de las duras areniscas del peñón. Las plantas vecinas, hacia arriba, son verdaderas reinas del abismo, ya que crecen en las paredes, cornisas y cimas de las mesetas, aferradas a mínimas rendijas. Los que saben de plantas las llaman lito-casmo-quersofíticas, un calificativo más largo que ellas mismas. Lito, por lo de crecer sobre rocas, y lo de querso les viene por crecer sobre arenas. Si nuestro guía chamán, usando tal vez la ayahuasca, liberara nuestro espíritu viajero del cuerpo y nos ayudara a volar para remontar el tepuy hasta su cima, Crecimiento inicial sobre arena podríamos caminar por un tapizado de pastizales, matorrales y bosquecillos achaparrados que incluyen algunos ejemplares endémicos de Senefelderopsis chiribiquitensis, de la familia de las euforbiáceas, que comparten aquellos sustratos arenosos con algunas especies de Manilkara, de las sapotáceas, y de Gustavia, de las lecitidáceas. Desde alguna de esas cumbres de tepuy podríamos asomarnos a una de las simas que se abren en ellos y que pueden tener hasta doscientos metros de diámetro y varias centenas de profundidad, pobladas allá abajo de bosques pluviales que han nacido y crecido en soledad, aislados, abrigando seguramente plantas y animales que todavía no se han clasificado. Para no hablar de otros vecinos más esquivos aún: los habitantes de las cuevas y

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Carguero de hormiga Xylopia emarginata

grietas que penetran en el corazón del tepuy, originadas por la lenta dilución del cemento silíceo que aglutinaba las arenas, lavadas por corrientes subterráneas que buscan una salida en manantiales que se vierten por fuera del tepuy, en lugares de ensueño donde la piedra llora agua pura, o se funden en el subsuelo de la selva. Seguramente no encontraríamos ni allá abajo ni allá arriba los animales fabulosos sobrevivientes del cretáceo que algunos escritores les han atribuido en sus novelas, pero sí podríamos ver, en medio de la vegetación, numerosos murciélagos de variado apetito, que ingieren desde insectos, pasando por frutas, hasta sangre. Nos cruzaríamos con el armadillo, el cerdillo o pecarí y el borugo. Veríamos monos maiceros, micos de noche o tutamonos y, con suerte y sigilo, escondidos detrás de los grandes troncos de los cauchos, podríamos atisbar el caminar felpudo del puma y del tigrillo, al acecho de dantas o de perros de agua, que no son otros que las nutrias gigantes. Desde el entramado de la selva nos llegarían los trinos y gorjeos de cientos de aves como el guácharo, el gallito de roca, la guacamaya roja, el barranquero, el martín pescador y

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una variedad de gallinetas o chorolas. Hasta colibríes con familia en el valle del río Magdalena. A horcajadas en una rama de un guamo orillero podríamos admirar las proezas de pesca de las nutrias, vigiladas de cerca por las babillas del Apaporis. Aisladas estas especies de sus primas por raudales infranqueables, nunca han podido escapar, como tampoco pudieron hacerlo los reclusos de la perversa colonia penal de Araracuara, encerrados entre la manigua por el salto del Diablo, que queda en el cañón, bañado por raudales del río Caquetá al suroeste de Chiribiquete, por cuenta de una idea del presidente Olaya Herrera. El penal, pensado al mismo tiempo que el de la isla Gorgona y clausurado hace ya más de cuarenta años, fue devorado por la selva. Así hace ella también con Arturo Cova, el vengador de los indígenas asesinados por los caucheros, en los renglones finales de La vorágine de José Eustasio Rivera: “Hace cinco meses búscalos en vano Clemente Silva. Ni rastros de ellos. ¡Los devoró la selva!”. Y al contemplar los valles profundos entre los tepuyes de la serranía de Chiribiquete, con sus frondas impenetrables, se entiende el porqué.

S er ran ía de C h i r i biq ue t e

En letra cursiva En los tepuyes únicamente las plantas más audaces son capaces de sobrevivir a sus ambientes tan extremos. Allí hay plantas carnívoras como la utricularia y la drosera. La primera, también conocida como col de vejigas, pertenece a la familia de las lentibulariáceas y se caracteriza por su capacidad de succionar los pequeños insectos que se posan en su exterior. Por su parte, la drosera, o rocío de sol, pertenece a la familia de las droseráceas, plantas carnívoras que cuentan con una gran cantidad de especies que, con variaciones de tamaño y forma, son bastante comunes alrededor del mundo. Atrapados por las droseras, los pequeños insectos quedan pegados a las glándulas mucilaginosas de la superficie de sus hojas; y por medio de estas mismas glándulas las plantas digieren su alimento. En este hábitat inhóspito también encontramos especies menos voraces y más ornamentales, como las pertenecientes a las familias de las heliconiáceas y las bromeliáceas, además de las admirables vellozias, que tienen la capacidad de sobrevivir en el punto máximo de desecación. Al contrario de estos duros ambientes, en las partes bajas de Chiribiquete, en los bosques o sabanas inundables, encontramos abundantes ejemplares de árboles como el guamo, chumilla o guaba, que hace referencia a la especie Inga edulis, perteneciente a las fabáceas. De esta misma familia de leguminosas también es el dormilón, jaboncillo o dormidero, nombre que en otras regiones se aplica al Enterolobium schomburgkii, que comparte el ecosistema con el arenillo, mejor conocido como milpo o flormorado (Erisma uncinatum) de las voquisiáceas. Se encuentra allí

asimismo caimarón o uva caimarona (Pourouma cecropiifolia) una urticácea utilizada en la región como alimento y como ornamental. Otra planta que decora la región es el coduiro o carguero, Eschweilera juruensis, una lecitidácea, además sirve como maderable. Pasa igual con el capinurí o árbol de leche, (Pseudolmedia laevis), adscrito a las moráceas. En este rico e irrigado ecosistema de bosques o sabanas inundables dominan el paisaje las palmas o arecáceas, que forman los reconocidos cananguchales de la zona. Son conocidas popularmente como cananguchas o palma moriche, (Mauritia flexuosa). Hacia los lados del Caquetá y el Putumayo encontramos la siringa, caucho o lechero, causante de pasadas tragedias en la Amazonia. Aunque la euforbiácea mayormente utilizada en la extracción de látex para la elaboración de caucho fue la Hevea brasiliensis, la especie Hevea benthamiana también fue explotada para la obtención de un caucho de menor calidad.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Arecáceas

Mauritia flexuosa

Moriche, canangucha

Alimento, extracción de aceite

Bromeliáceas

Bromelia sp.

Bromelia

Ornamental

Droseráceas (Planta canívora)

Drosera sp.

Rocío de sol

Ornamental

Fabáceas

Enterolobium schomburgkii

Fabáceas

Inga edulis

Heliconiáceas

Heliconia sp.

Platanillo, heliconia

Ornamental

Lecitidáceas

Eschweilera juruensis

Carguero, coduiro

Maderable y ornamental

Lentibulariáceas (Planta carnívora)

Utricularia sp.

Col de vejigas

Ornamental

Moráceas

Pseudolmedia laevis

Árbol de leche, capinurí

Maderable

Dormilón, jaboncillo u orejero Guamo, chumillo (a), guaba

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Artesanal Alimento, leña

El

La principal pregunta que se hacen los expertos, y que también nos deberíamos hacer todos los colombianos, es cómo conservar este paraíso de la naturaleza y dejar que siga su curso evolutivo sin que las actividades humanas intervengan con su codicia de riquezas y rompan el valioso equilibrio que se ha conseguido con el paso de millones de años. Ya lo hemos intentado. Estuvieron primero los pueblos indígenas que se asentaron originalmente allí y que, gracias a su población, necesidades básicas y costumbres, hicieron parte armónica de ese mismo equilibrio y tan solo dejaron la huella de sus pictogramas en las paredes rocosas. Luego vinieron los primeros exploradores europeos, durante el descubrimiento, que aquí se dio mucho después de los primeros viajes, quienes apenas si pasaron de largo y dejaron sus crónicas; y tras ellos vinieron los colonos, que se fueran asentando lentamente, como aquellos caucheros que dieron comienzo a una intervención más agresiva y dejaron allí una huella de miseria y violencia como pocas veces ha vivido la historia de Colombia. Después vendría el auge de los cultivos ilícitos, que se resguardan en sus espesuras, esquivas a los controles del Estado, y que han traído una renovada estela de estragos y conflictos. Dicen que la selva se defiende sola, y es cierto, pero el hombre es cada vez más efectivo a la hora de apropiarse de sus recursos y perturbar su paz. Si no se pone un límite a nuestra intervención, no quedará qué mostrar de la fabulosa selva que rodeaba la serranía de Chiribiquete a los que nos sucedan, por más que las mesetas aisladas acaso logren cuidarse por sí solas.

Vegetación en formaciones rocosas

Los

dibujos en las piedras

En 1992, durante la expedición científica al Parque Nacional Natural de Chiribiquete, los arqueólogos pudieron encontrar un tesoro dibujado en las paredes de los tepuyes: algo así como unos doscientos mil pictogramas, el mayor yacimiento arqueológico encontrado hasta la fecha en toda la selva amazónica, abundante en belleza y misterio. Semejante cantidad de pictogramas parece revelar que el lugar estaba revestido de un importante significado mítico y que fue visitado por muchas culturas indígenas durante un período aún sin precisar. Los actuales chamanes cuentan que allí se daban cita para hablar con el “Dueño de los Animales” y pedirle que los mantuviera vivos en la selva. Aunque hay muchas escenas de caza de venados, dantas, chigüiros y otros, es el jaguar, como símbolo divino de la fertilidad, el animal que se impone. No es de extrañar que este imponente paisaje de mesetas elevadas, flanqueadas por paredes inaccesibles de roca, coronadas de plantas misteriosas, algunas veces perdidas en la niebla, se convirtiera en un lugar sagrado para los pobladores antiguos de la selva, un lugar que propiciara la conjunción de lo divino y lo terreno.

U na

r e to d e l a c o n s e rvac i ó n

ll e g a da d e p e l í c u l a

Por tierra, pues se puede llegar así a la serranía de Chiribiquete, hasta Dos Ríos se requieren dos días de camino desde Miraflores. Si se quiere llegar por ruta fluvial, desde Araracuara, se requieren unas veinte horas de navegación por el río Caquetá hasta la desembocadura del río Yarí, donde se sigue hacie el oriente hasta la desembocadura del Mesay. Aguas arriba de este río, más o menos a ciento veinte kilómetros, se puede encontrar la estación biológica de la Fundación Puerto Rastrojo. Bueno, ahora solo faltaría llegar primero a Miraflores y a Araracuara, pero para eso no queda otra opción que tomar un avión de Bogotá a Villavicencio y de ahí otro hasta esos lugares; a menos que alguien quiera vivir la aventura del protagonista de La vorágine y se arriesgue a que lo devore la selva.

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S er ran ía de C h i r i biq ue t e

Un

t e s t i g o d e l a e vo l u c i ó n

Allá arriba, en las mesetas que coronan los tepuyes, como los de Chiribiquete y La Macarena, se han sumado tres grandes para conformar lo que hoy se puede ver allí: Gea, Flora y Fauna. Las dos últimas, como en todas partes, son tal para cual. Nada sobra en ese ecosistema que lleva millones de años de evolución conjunta. Ambas, Flora y Fauna, comparten los pocos recursos que tienen a su disposición y se equilibran, se podan, se talan, crecen hasta donde ellos les permiten. Tienen una cita ineludible en ese lugar que ha marcado sus vidas, su evolución de formas, tamaños, hábitos alimenticios y maneras de reproducirse. Y ese lugar exclusivo y duro fue forjado por Gea durante cuatro mil millones de años, lo que va entre la formación de la Tierra hace cuatro mil seiscientos millones de años y el inicio del período Cámbrico, hace quinientos setenta millones de años. Primero las rocas y las aguas perduraron solas, sin vida, hasta la aparición de los primeros seres unicelulares hace unos tres mil seiscientos millones de años. Luego la vida se abrió paso sin pausa, aunque por momentos casi desapareció en cataclismos geológicos. En los comienzos, las plantas y animales vivían en una gran meseta, sin estar aislados del mundo, pero luego, con la manera lenta pero implacable de los fenómenos tectónicos que levantaron las escarpas y activaron los fenómenos erosivos, la gran llanura se fue cuarteando, hasta quedar, millones de años después, salpicada por estas islas de roca. Durante este largo tiempo cada planta, cada animal, se fue especializando en vivir con lo que le tocaba. Generación tras generación, cada especie se fue adaptando al cambiante hábitat. Las plantas mudaron de forma y tamaño, para adherirse mejor a las rocas y requerir menos energía. Los animales las siguieron en la brega por sobrevivir en este lugar inhóspito. La naturaleza de las rocas generó suelos muy arenosos y pobres en nutrientes, lo que llevó a reforzar en las plantas la capacidad de encontrar de qué vivir y de retener el agua, que caía a torrentes pero que se escapaba por carencia de un suelo que la embebiera. Solo las aves y los insectos, por su capacidad de volar, mantuvieron el contacto con el resto del mundo, trayendo las semillas y el polen que han conservado la biodiversidad, como si esas nuevas plantas hubieran ido presentando su solicitud de admisión para ser consentidas en este ecosistema privilegiado, donde no caben sino los que pueden sobrevivir o adaptarse a un medio altamente agreste.

Plantas en suelo de roca

Platanillo tarriago Phenakospermum guyannense

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Poderosa y desnuda como la madera

esde los Llanos Orientales y hasta la manigua amazónica se entabla un diálogo que la naturaleza aglutina bajo el principio común de la exuberancia. Porque allí la desproporción se manifiesta en todo y la transición de la llanura a la montaña, y de la sabana a la selva, está hecha para que la belleza se burle de lo mesurable. Viéndolo así, el territorio final de ese diálogo no podía haber tenido mejor nombre que Amazonas. De la misma manera como el arte figuró a esas mujeres mitológicas a modo de fornidas pero hermosas guerreras, rudas y atrayentes, asimismo esta región exhibe esta doble faceta. El sur del país, en sus regiones de Orinoquia y Amazonia, es entre muchas cosas un testimonio de la belleza sin domesticar, que oprime por su fuerza desfasada al mismo tiempo que cautiva. Hay allí entonces una mezcla curiosa entre lo recio y lo hermoso. Rudos algunos, sutiles otros, bellos todos, Esas dos caras de lo tenaz y lo bello se alternan todo el los árboles de selva adentro atrajeron tiempo y se traspasan a los árboles y a la gente que vive en aserradores que fueron quienes colonizaron torno a sus maderas. Porque es tenaz, por ejemplo, la vida de estas maniguas y estas sabanas los aserradores que desde mediados del siglo pasado entraron a abrir trochas por el Caquetá o el Meta hacia el sur. Pero también es bellísima la de algunos pueblos indígenas que pasaban meses primero aserrando y después esculpiendo sus criaturas mitológicas en figurillas de madera rojiza, con el único fin de adorarlas en rituales hedonísticos, al punto de llegar a dar la feliz explicación que dieron los huitotos hace cien años a Theodoro Konrad, unos de los primeros etnólogos en visitarlos: “Trabajamos para poder bailar”. A los aserradores se les debe gran parte de las recientes colonizaciones desde los años sesenta para acá. Entraron buscando lo más codiciado: cedro macho, caoba y

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Made rabl e s

Lomo de caimán Platypodium elegans

Cultivo de acacia Acacia mangium

Camucamu Myrciaria dubia

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Castaño o nuez del Brasil Bertholletia excelsa

achapo en Caquetá y Putumayo; cedro, flormorado y volador en los Llanos; o palma chiqui chiqui, de la que extraían fibra, en el Vichada. Todavía quedan algunos que siguen esta profesión, y no lo hacen de una forma muy distinta a la de aquellas épocas, aunque usar la motosierra les ha facilitado las cosas y ya no tienen que hacerlo con troceros y serruchos como antes. Antaño, para enfrentar “el poder desnudo de la madera” —como decía el poeta Rojas Herazo— debían invertir horas de lucha y fuerza y aguante de guerreros, buscando un pulso único de movimiento para aserrar un tronco rebelde. No cualquier pareja podía hacerlo bien: era necesaria una buena coordinación con el compañero. Dependiendo del desempeño se era “colero” —quien serrucha abajo del tronco, puesto horizontalmente— o “cabezalero” —en la parte superior—. Del lado del cabezal no cae el aserrín, pero se necesita más fuerza para el empuje, por lo cual entre los aserradores la posición denotaba una dignidad que los acompañaba toda la vida. Pero los de ahora tienen que hacer expediciones cada vez más largas, adentrarse más en la selva si quieren encontrar las maderas preciadas. Algunos del Caquetá y Putumayo cuentan que pueden vivir semanas de trabajo duro entre la manigua. Y cada día, por un rato, deben ir a buscar algún descampado para salir a tomar el sol, obstruido en el lugar de trabajo por la espesura de la selva, que los cubre como cualquier techo artificial. El transporte en muchas ocasiones no es distinto al de otros tiempos. En algunos sitios todavía no hay caminos, por remotos o porque el invierno destruye lo que se haga, y la única forma es sacar la madera “balseada”. Desde el sur del Meta, por ejemplo, los aserradores hacen balsas de troncos atados y las echan a flotar por ríos como el Ariari y otros que son la única vía de salida, casi siempre hasta Puerto López, o a cualquier pueblo donde puedan vender la madera o cargarla en camiones. Sobre la balsa navegan ellos, timoneando; y en esa plataforma acondicionan “cambuches” donde comen y duermen el tiempo que dura la navegación río abajo. Eso sí,

Cedro amargo y cedro achapo Cedrela odorata y Cedrelinga cateniformis

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Made rabl e s haciendo alto en los tramos donde se forman “moyas”, remolinos intransitables que los obligan a desarmar la balsa, salir a tierra y pasar la madera en hombros hasta el sitio donde el agua se tranquiliza de nuevo, para seguir navegando. Para ser aserrador se necesita la rudeza y la templanza propias de la zona. No obstante, estas mismas tierras moldean también la sensibilidad minuciosa de la estética. Así, se explota todavía, por ejemplo, la belleza del árbol palisangre (palosangre, palisanto, chimico o granadillo), que alcanza los cuarenta metros de altura y los ochenta años en la edad adulta, de aspecto rojizo y brilloso y que produce un aserrín colorado del que dice la mitología indígena que viene de la sangre de una doncella sacrificada. La comunidad de los ticunas emplea su madera en la talla de figuras y estatuillas inimitables, formas en granas de brillo intenso y lisura perfecta que las hace parecer de cobre esculpido. Ahora, además de las antiguas criaturas mitológicas, también fabrican animales salvajes o simples utensilios caseros, pues la talla del palisangre se volvió un modo de sustento para los indígenas y un referente turístico en Leticia. Con la doble faceta de lo rudo y lo bello, los árboles maderables de estas regiones pueden dividirse en esos dos grandes grupos. De un lado, los de madera fuerte y pesada, y del otro, aquellos de madera liviana y dócil para ser moldeada con preciosismo. Algunas especies suman las dos condiciones, y de ahí su prestigio. Como el caso del cedro, el árbol más codiciado sin duda, en las diversas clases en que se lo describe: Guarea guidonia, conocida como bilibil, trompillo o cedro macho; amén de Cedrela odorata, Cedrela montana y Pachira quinata. Los cedros llegan a ser colosos de sesenta metros de alto y troncos con diámetros de hasta metro y medio. El encanto de su madera radica en que de ella se puede sacar belleza o fuerza según se quiera: pues aunque es rígida y pesada, al mismo tiempo es moldeable. Así, con ella se elaboran desde columnas y postes para soportar toneladas, hasta guitarras y tiples de tallado minucioso y mesas y molduras de fina ebanistería. La madera de cedro fue la más explotada en el pasado, junto con otra de fama global, aún la más bus-

cada pero también la más escasa ya: la caoba (Swietenia macrophylla), árbol frondoso a partir del cual se fabrica la mueblería color vino más exclusiva y costosa del mundo, así como mandolinas y fagots para la música clásica. Tan apetecida es, que su existencia en la región amazónica mermó en un siglo un ochenta por ciento. Otras especies brindan meramente una madera pesada y sólida, motivo por el cual se destinan para postes y columnas de las edificaciones, donde siguen de pie, ostentando la fuerza erguida que solía conferirles su dignidad salvaje. Ahí están por ejemplo el cuyubí, conocido también como ahumado o acapú (Minquartia guianensis); el andiroba (Carapa guianensis), y, más hacia la región llanera, el palo boya (Malouetia tamaquarina). Por su peso y solidez casi mineral sirvieron igualmente para fabricar los puentes, que allá siguen siendo insuficientes, y las traviesas de las líneas del ferrocarril que nunca llegó hasta la selva. También hay maderas livianas pero igual de compactas e impenetrables. Algunas comunidades indígenas del Amazonas fabrican sus canoas y remos del árbol achapo (Cedrelinga cateniformis), o, en la Orinoquia, del orejero (Enterolobium schomburgkii). Y blancos y Mabaco colonos las buscan para construir Attalea cf. racemosa embarcaciones grandes y carrocería para camiones, dada su resistencia, equiparable a la del cachicamo o aceite (Calophyllum brasiliense) o a la del macano (Terminalia amazonia), de apenas quince metros y con una madera más parecida a un blindaje. Para toda suerte de plataformas flotantes el preferido es el balso (Ochroma pyramidale), llamado también balsa o palo de lana. Es un árbol de tronco larguirucho y ramas de torsiones bruscas que se incrustan contra el horizonte extenso de los llanos, y hacen parecer el cielo un fondo falso que confunde la perspectiva. Su madera es compacta pero liviana como la que más. Ninguna otra materia puede ser leve y sin embargo impenetrable.

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Aserrador en el Igaraparaná

Vienen después especies menos recias que toleran el trabajo manual. Se dejan cepillar y tallar y sacarles la gracia y la belleza para ver o para oír. Ahí está el higuerón (Ficus maxima), del que salen las cajas de resonancia para los timbales y percusión, o para los estruendos rockeros de las baterías. Algo de esos árboles sigue presente en nuestros cultos. Sin salir de la música, mencionemos con menos decibeles los cantos de las misas católicas que los fieles del llano entonan, sentados sobre un laurel oloroso en forma de bancas de iglesia, y ante un Cristo clavado en una cruz de madera del cañafistol llanero (Cassia leiandra), con el que se construyen la mayoría de los altares de la región, con detalles milimétricos y espléndidos. La carpintería también aprovecha bastante esa madera amigable que se deja estriar en arabescos para ornato de muebles y gabinetes, o sigue presente en casas y edificaciones: desde los pisos fabricados con flormorado. (Erisma uncinatum), hasta los techos de laminados de volador (Ceiba samauma) y los marcos

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tallados o las puertas y chapas hechas de cabo de hacha (Iryanthera tricornis) o de pino chaquiro (Podocarpus guatemalensis). Porque cuando los árboles se dejan, cada fragmento se aprovecha hasta el final; como pasa con el yarumo (Cecropia sp.), muy usado y explotado en la Orinoquia, porque hasta convertido en breves astillas sirve para fabricar fósforos. Lo recio y lo hermoso, en suma, conforman las dos caras de ese tapete de árboles inexpugnables acomodados en las cuencas del Orinoco y el Amazonas, y que según se quiera representan belleza o fuerza ilimitadas. Esa condición dual es su única y peculiar identidad. Para quienes los trabajan allá adentro ninguna otra distinción vale, ni siquiera la de los latinajos con que la ciencia los bautiza para catalogarlos; y mucho menos entienden de nacionalidades, porque los árboles son del llano o de la selva, y solo eso, sin dar cabida a embelecos políticos que trazan fronteras y divisiones que bajo su sombra milenaria se tornan fantasiosas, por no decir risibles.

Made rabl e s

En letra cursiva La diversidad de especies botánicas con propiedades maderables que encontramos en las regiones de Amazonia - Orinoquia ocupa casi el cincuenta por ciento de los árboles de esta zona. Presentan diferentes finalidades de uso, tales como la construcción, la ebanistería, las artesanías, la ornamentación, o inclusive algunos de doble utilidad, como la medicinal y la maderable. Teniendo en cuenta la gran variedad de especies maderables de ambas regiones, muchas comparten la misma familia botánica. Es el caso de las fabáceas, que suelen producir una madera fuerte y resistente. El matarratón (Gliricidia sepium), el achapo o achuapo (Cedrelinga cateniformis), el algarrobo (Hymenaea parvifolia), el orejero o dormilón (Enterolobium schomburgkii) y el sarrapio (Dipteryx rosea) son algunas de ellas. Muchos de los árboles maderables que producen maderas finas y muy apreciadas pertenecen a las meliáceas, como el cedro (Cedrela odorata), el cedro macho o bilibil (Guarea guidonia) y la caoba o caoba americana (Swietenia macrophylla). Las bignoniáceas hacen su aporte a este universo con el ocobo, flor blanco o guayacán rosado (Tabebuia rosea) y el palo de arco (Tabebuia serratifolia). Y por el lado de las miristicáceas están el sangretoro o cumará blanca (Virola surinamensis), de utilidad tan maderable como medicinal, el cual comparte la familia botánica con el cabo de hacha (Iryanthera tricornis). Otra de las familias botánicas con una buena cantidad de especies maderables y medicinales es la de las moráceas,

a la que pertenece el palosangre, chimico o granadillo (Brosimum rubescens), el higuerón (Ficus insipida) y el matapalo (Ficus donell - smithii), denominado así debido a que tiende a crecer sobre otros árboles, a los que muchas veces estrangula. Una familia botánica con árboles tanto maderables como ornamentales es la de las malváceas, de la que hace parte la balsa o palo de lana (Ochroma pyramidale), al igual que las muy conocidas ceibas (Ceiba pentandra). Y la familia con mayor cantidad de especies tanto maderables como productoras de diferentes fibras para artesanías es la de las arecáceas, es decir, las palmas. Dentro de ella, cabría mencionar el chiqui chiqui o fibra (Leopoldinia piassaba), la milpesillo (Oenocarpus minor) y la palma chúntaro (Aiphanes lindeniana), entre otras. A pesar de la gran variedad de especies maderables y de sus muchos individuos en ambas regiones, la tala excesiva los está llevando a la lista roja de especies vulnerables o en proceso de extinción.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Apocináceas

Malouetia tamaquarina

Palo boya

Maderable y artesanal

Bignoniáceas

Jacaranda copaia

Chingalé

Carpintería, pulpa para papel y medicinal

Bignoniáceas

Tabebuia rosea 

Ocobo, florblanco, guayacán rosado

Construcción, ebanistería, ornamental y antídoto contra mordeduras de serpiente

Combretáceas

Terminalia amazonia

Macano o amarillo

Madera apreciada en construcción

Fabáceas

Enterolobium schomburgkii

Jaboncillo, orejero o dormilón

Maderable y artesanal

Fabáceas

Gliricidia sepium

Matarratón

Maderable y sus semillas se utilizan contra ratones

Meliáceas

Cedrela odorata

Cedro bastardo o cedro amargo

Maderable y medicinal

Olacáceas

Minquartia guianensis

Acapú o ahumado

Madera apreciada en construcción

Podocarpáceas

Podocarpus guatemalensis

Pino colombiano

Maderable y artesanal

Urticáceas

Cecropia sp.

Yarumo

Maderable y medicinal

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Construcción en moriche Mauritia flexuosa

Negocio

Doble

a pa l o s

El mercado de productos forestales es el tercero más importante en el mundo, después del petróleo y el gas. Esto ha hecho de la Amazonia una muy atractiva fuente de material. El reto está en conjugar su al parecer inevitable explotación con la garantía de conservación y afectación mínima de sus especies. El asunto no parece fácil: el ochenta y cuatro por ciento del territorio de la Amazonia colombiana sigue siendo de bosques naturales, y la superficie deforestada no llega al diez por ciento, pero la cifra sigue en aumento. Entusiastas cálculos económicos hablan de un potencial maderable de la región representado en 3.238 millones de metros cúbicos de madera; de esos, el cuarenta y dos por ciento pertenece a especies comerciales, y un porcentaje casi igual, el cuarenta por ciento, corresponde a árboles de valor y propiedades desconocidos hasta la fecha. Y es que todavía hay mucho por saber de estos árboles de la selva, antes de empezar a derribarlos para ponerles precio.

pa p e l

El interior de un tronco de madera se conforma básicamente por dos clases de materia. En primer lugar está la llamada albura, conformada por las partes exteriores, es decir, las capas de crecimiento más reciente. Este es el tejido activo biológicamente, que sirve como transmisor de agua y sales al organismo vegetal.En segundo lugar está el denominado duramen, ubicado en el centro, y que es esa materia formada por células muertas, acumulada en el interior por el crecimiento centrífugo del tronco. De cada una se extraen sustancias, entre medicinas, alimentos y resinas, según la especie. Esa diferencia de componentes de la madera, en la Orinoquia y la Amazonia se aprovecha para obtener de algunas especies la llamada pasta o pulpa de celulosa, de la cual finalmente se fabrica papel. Abundan en estas regiones especies que, además de maderables, entran dentro del grupo de las llamadas maderas pulpables. El proceso de extracción es complejo. Empieza por descortezar los troncos, astillar el duramen y tratarlo químicamente para la obtención de pulpa. La técnica data apenas del siglo xix y propició un papel más barato que facilitó muchas clases de publicaciones, entre ellas, por dar un ejemplo, las revistas y librillos norteamericanos del llamado género pulp fiction, que debe a ello su nombre. En la Amazonia y la Orinoquia las principales especies al mismo tiempo maderables y pulpables son el cedro macho (Guarea guidonia), el pino colombiano o pino chaquiro (Podocarpus guatemalensis), el tara (Simarouba amara) y el volador (Ceiba samauma).

La

i l e g a l i da d to ca m a d e r a

El tráfico ilegal de la madera, esto es, la tala y el comercio de especies protegidas sin los controles de la ley, motivo primordial del acelerado proceso de extinción de estos. Según datos del Ministerio del Medio Ambiente, el cuarenta y dos por ciento de la madera que circula en el país tiene un origen ilegal. Solo en la Orinoquia, cada año se talan ilegalmente nueve mil trescientas hectáreas de bosque. Las especies más apetecidas para el comercio ilícito son el machaco, el cañafistol, el guayacán rosado u ocobo, el flormorado y, en primerísimo lugar, el cedro (Cedrela odorata), cuya madera puede llegar a tener un valor comercial diez veces mayor que las demás. Su prestigio se torna triste y lo lleva a encabezar de lejos, junto con el árbol caoba, la lista de los árboles maderables en mayor peligro de desaparecer, según el Libro rojo de las plantas de Colombia, publicado en el 2006 por el Ministerio del Medio Ambiente y el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas, Sinchi.

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Made rabl e s

Piedemonte

Cedro amargo Cedrela odorata

El

e interfluvios

Por piedemonte se conoce al sitio donde la llanura termina y empieza la montaña. En el Meta y el Casanare muchos de los primeros pueblos se fundaron allí. Y en esa zona, en la llamada selva del piedemonte llanero, se encuentra una rica diversidad botánica. Existen más de veinte especies de palmas y ciclantáceas de grandes hojas, como la popular iraca de los sombreros. Dominan, sin embargo, las especies de leguminosas, dentro de las cuales se ubican diversos maderables como el orejero, el ojo de venado y el sarrapio. Y junto con ellos, en esa franja que bordea el retoño de la montaña, se encuentran otros de los maderables más preciados de la Orinoquia como el guayacán rosado, también conocido como ocobo, el laurel oloroso, el cabo de hacha, el achapo y el peine de mono o peine de mico. En la Amazonia, las zonas de mayor aprovechamiento forestal son las áreas de influencia de los grandes ríos como el Amazonas, el Putumayo, el Caquetá y el Apaporis. En sus interfluvios se localizan especies que toleran los sitios inundables. Predominan las familias lecitidáceas, como la del carguero o cocomono, y las cesalpináceas, actualmente mejor conocidas como fabáceas, como es el caso del algarrobo, el matarratón y el bejuco barbasco. Por interfluvio se entiende el espacio intermedio entre los cauces deprimidos por los que corren las aguas. Los maderables más aprovechados en esas zonas son el sangretoro, el cabo de hacha, el cedro y algunas lauráceas como el palo de rosa y el sombrilludo. Todos ellos, por su precio, justifican el transporte a lugares distantes como Puerto Leguízamo, Florencia o Leticia.

más durable

La mueblería de madera del árbol cuyubí o ahumado puede durar varias generaciones sin deterioro alguno. Para Hermes Guaynas, un viejo aserrador que hace parte del resguardo indígena Yaguara II, en el Caquetá, esta es su madera preferida; y asegura que hasta ahora nadie ha podido saber a ciencia cierta cuánto tiempo pueden durar los muebles que se le sacan. Hace diez años que prohibieron allí su comercio dado el agotamiento de la especie, porque no quieren perderla por completo. Guaynas cuenta que la medida recibió el apoyo hasta de los grupos armados ilegales. Pasó tanto tiempo sin que nada les sucediera, que él ya perdió la cuenta de la edad de algunos de los primeros gabinetes que hizo para su casa, que en todo caso iba ya como en sesenta años. Siguen intactos. Dice que, a ese paso, los mismos gabinetes se van a poder reutilizar para su ataúd.

Caracolí Anacardium excelsum

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Andén orinoquense

ay un silencio pertinaz en este entramado de caños y de canales y de manantiales que van buscando ríos para entregarles sus aguas tranquilas, hasta que al final todos terminan tributándoselas al Orinoco, este gigante que con sus dos mil ciento cuarenta kilómetros es el tercer río más caudaloso del mundo y que aquí señala el límite de Colombia con Venezuela. Todos, digo, que son tantas aguas de tantos colores y de tantos nombres que parecen reunidas aquí todas las aguas del mundo. Mansas, anchas, la mayoría; ariscas otras cuando gritan en forma de remolinos, porque en sus lechos duermen desde hace millones de años los vestigios de las inmensas afloraciones rocosas que son el segundo rasgo de identificación de esta región del andén orinoquense. Entre Inírida y Carreño, al occidente del Aguas, su primera característica: son caños y canales Orinoco, por donde cruzan ríos y retumban infinitos, membranas por las que van los muy expertos na- raudales. Ahí, aquí, en plena estrella fluvial vegantes para penetrar la selva. Por esos hilos de agua, bor- de oriente, esta subregión prodigiosa deados de esteros y vegetaciones espesas, se llega a lejanías después de días de bonga, casi siempre en silencio, en compañía de indígenas curripacos, puinaves, cubeos casi siempre, capaces de identificar de dónde proviene la algarabía de una selva muy activa en la que hay al menos noventa especies de aves y quién sabe cuántas clases de animales, sobrevivientes de aquel exterminio que tuvo nombre: tigreros y canaguaros se llamó para siempre a quienes en la década de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado se dedicaron en estas selvas al extermino de panteras, jaguares, caimanes, babillas y, en la misma bolsa, loros, guacamayas, garzas blancas. Fueron cazadores que asolaron al Guainía de Colombia; hordas brutales

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An dé n or i no q ue ns e

Ceiba entre tepuyes Ceiba pentandra

Horquetero orinocense Tabebuia orinocensis

Flor de Inírida en invierno Guacamaya superba

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Palo de aceite Copaifera pubiflora

que buscaban en qué ocuparse tras el desempleo en el que quedaron después del apogeo del caucho. Otro allanamiento, no a machete y sangre, tuvo lugar en estas tierras de amaneceres que permiten ver al trasluz la magnitud de algunas de las ceibas más grandes imaginables; otro allanamiento, de tipo religioso. Las Misiones Nuevas Tribus, orientadas por una catequizadora de nombre Sophi Müller, penetraron jungla adentro para traducirles a su lengua la Biblia a los indígenas. Fue también en la mitad del siglo xx, y la tozuda señorita Müller, de origen alemán e hija de un pastor protestante, conquistó conciencias, introdujo una nueva moral, vendió miedos y erradicó costumbres, hasta conseguir que el Guainía fuera el primer departamento evangelista de Colombia. Hablaba de aguas. De caños —el Bocón, el Guarivén, el Cunuben— y de otras aguas, muchas, profundas, que van por ríos que se llaman Inírida, Guaviare, Atabapo y Orinoco y que en un punto se vuelven poco

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menos que un mar cuando hacen un delta. Aquí, en este lugar en el que solo los mejores navegantes distinguen el color de las aguas, se forma la estrella fluvial de oriente, conocida también como la estrella fluvial de Humboldt, en honor, claro, al naturalista que constató su majestuosidad en alguna de sus exploraciones por la manigua. Y más arriba —remontando el Orinoco hacia el Vichada colombiano, por los setenta kilómetros que componen lo que se llama la subregión de andén orinoquense—, más allá de este mar que se forma en esta confluencia, corren otros ríos: Bita, Meta, Tuparro, Tomo, Matavén, Vichada. Todo esto sucede en la margen occidental del río Orinoco, entre dos extremos con nombres propios: Puerto Inírida y Puerto Carreño, sobre una superficie casi plana, apenas sobresaltada, bellamente sobresaltada, cada rato sobresaltada, por aquellas afloraciones rocosas que llaman con la voz indígena de tepuyes (montañas), que forman parte del Escudo Guyanés

An dé n or i no q ue ns e y que tienen una edad geológica que viene desde el comienzo de los tiempos, desde la formación misma del planeta Tierra. Por, eso cuando se recorren estas sabanas al norte, o se ingresa a la manigua a través de los esteros al sur, se está en la zona de los tatarabuelos de los bosques del mundo. La edad de la zona es de dos mil millones de años y es significativa por cuanto marca la consolidación del continente suramericano. Esa —la de los montes de roca, como los llaman también— es la segunda característica de esta zona, la más oriental de Colombia y que, pese a todo, a la cacería hasta el exterminio, a la deforestación para asentar ganaderías en la parte de la sabana, a la explotación sin control del coltán, el nuevo oro; pese a todo eso, sigue teniendo algunos de los ecosistemas menos intervenidos por la acción del hombre. Es una región en muchas partes intocada y que permite, por ejemplo, una perspectiva que es casi una alucinación. A la salida de Inírida, hacia la sabana, en cuyos suelos arenosos y húmedos crece como en ninguna otra parte del mundo la flor de Inírida en sus dos especies, Guacamaya superba y Schoenocephalium teretifolium, se encuentra un cerro de roca muy extendido que es lugar de paseo de los locales. Cerro e’Sapo se llama el sitio, y basta mirar en redondo para comprobar cómo allí se produce el quiebre entre la cuenca del Amazonas y la del Orinoco. Hacia el nororiente, la planicie con su vegetación escasa de árboles espaciados; hacia el suroccidente, la jungla, con su bosque denso y sus nubes de aguaceros. La llaman zona de transición, porque va desde la altillanura hasta el borde de la selva, y todo eso a bordo del macizo de las Guayanas, lo que hace de esta región el vientre de creación y difusión de cientos de especies de flora y fauna. Un milagro. Esta vecindad, esta consanguinidad entre Amazonas y Orinoco, guardadas las diferencias de suelos, les permite compartir una infinidad de plantas, una comunión botánica que está bien expresada en este andén orinoquense. El mango, por ejemplo, o el malagueto (Xylopia aromatica), que en ambos territorios tiene uso medicinal. La palma real crece sin distingos a lado y lado, así como el arizá (Brownea ariza), una fabácea; y gran variedad de ajís, básicos en las dos co-

cinas, al igual que el platanillo de monte, que también se sirve en una y en otra, o el platanillo rojo, que es elemento ornamental en las dos cuencas. Todos ellos ejemplos de la diversidad compartida, en la que por su tamaño sobresale el higuerón o yanchama, que es tanto maderable como medicinal. Al sur de este andén, en la parte amazónica, manda la vegetación de bosque de galería, que es la que crece en la cuenca más próxima a los ríos, con árboles que alcanzan hasta veinte metros de altura, muchos de ellos maderables, como el matarratón, el algarrobo, el barbasco y el yopo. Abundan también los frutales de las malváceas, como el cacao, el cacao de monte y el copoazú. Pero quizás el principal aporte a la alimentación de los nativos lo hacen las euforbiáceas, entre las que sobresalen la yuca brava y el cacay. Además de los esteros, en el paisaje de las orillas de los ríos y los caños se destacan las ceibas. Enormes en la parte amazónica del andén orinoquense, aparecen imponentes y sanas en los recodos de los ríos, en compañía infaltable de las palmas, que muestran el vigor milagroso de las arecáceas, ya que de ellas se extraen aceites, alimentos y materiales para las artesanías: cho- Níspero o guayabo de pava tanduro, milpesos, moriche, cham- Bellucia grossularioides bira y zancona forman parte de la variedad de palmas que es fácil identificar al paso cuando vas navegando estos ríos amplios y limpios de troncos náufragos u otros residuos vegetales, insólitamente limpios de ellos, estos ríos que corren hacia el Orinoco con sus aguas a veces teñidas de rojo por los taninos que arrancan del monte a muchos árboles. Sobre el lomo rojizo del Inírida se navega unas dos horas para llegar al asombro. En uno de sus recodos aparecen los cerros de Mavicure, tres rocas grandes como montes, manifestaciones del también llamado macizo Guayanés o Guyanés. Pajarito es la máxima altura, setecientos treinta y seis metros, y sobre sus laderas ha obrado el reino vegetal lenta pero

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Cerros de Mavicure Vegetación adaptada a suelos rocosos

persistentemente, al punto de que aquí, como en todos los otros fenómenos minerales, incluida la serranía de Chiribiquete, hay claramente vivas y en reproducción especies de Vellozia, Paepalanthus, Mandevilla, Cissus y Eleocharis, que han crecido en condiciones muchas veces inhóspitas —estresantes, les gusta decir a los botánicos—, adaptadas a la escasez de nutrientes, y a pesar de esto muchas de ellas viven en las cúspides o laderas de las rocas. Son endémicas. Pero no se habla de condiciones hostiles cuando se habla de esta franja occidental del río Orinoco. Se habla de vegetación apabullante, incluso en la sabana repleta de setas y sombreada por chaparros. Se habla de bocón, morocoto, palometa, valentón, curvinata y sapuara, que son algunos de los dieciséis peces comestibles que se

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pueden pescar en sus ríos. O de hoja, gancho rojo, raya, corredora, pampanitas o pencil, como se llaman algunos de los peces ornamentales que también nadan por allí. De eso se habla. De la Reserva Nacional Natural Puinawai, en el Guainía, y del Parque Nacional Natural El Tuparro, que abarca quinientas cuarenta y ocho mil hectáreas, en el Vichada, la mayor parte de ellas, el setenta y cinco por ciento, en forma de sabanas, de llanos, y el resto como bosques de galería, afloramientos rocosos y largas y anchas comunidades de morichales. Y cuando se habla del andén orinoquense, se habla también de mil quinientas sesenta y ocho especies de plantas vasculares y ciento cuarenta y cuatro de criptógamas, que son las últimas estadísticas que se conocen de su inventario vegetal.

An dé n or i no q ue ns e

En letra cursiva Al hacer límite con la región Andina y la Amazonia, este andén orinoquense representa una altísima diversidad de especies botánicas y animales, debido al cruce entre regiones. De hecho, son los lugares donde quizás se da la mayor cantidad de especies de los reinos animal y vegetal en el país. Entre la inmensa variedad de plantas sobresalen aquellas que decoran la región por sus tamaños y colores y por sus finalidades de uso. Para la extracción de aceites, de fibras vegetales, e incluso utilizadas como alimento, se reconocen las palmas. Las arecáceas, como el cumare o chambira (Astrocaryum chambira), la palma zancona (Socratea exorrhiza), el chontaduro (Bactris gasipaes), el moriche (Mauritia flexuosa) y el seje o milpesos (Oenocarpus bataua). Apreciadas por su capacidad maderable y con sus semillas casi siempre ornamentales están las fabáceas como el chocho o macucú (Ormosia fastigiata), el jaboncillo, orejero o dormilón (Enterolobium schomburgkii), el palo cruz o arizá (Brownea ariza), el matarratón (Gliricidia sepium), el yopo (Anadenanthera peregrina), la yuca o yuca brava (Manihot esculenta) y el algarrobo o copal (Hymenaea parvifolia). Y altísimamente apreciadas por el sabor de sus frutos, están las malváceas como el cacao de monte (Theobroma subincanum), el cacao o chocolate (Theobroma cacao) y el famoso fruto amazónico denominado copoazú (Theobroma grandiflorum), los cuales pertenecen a la misma familia botánica de las grandísimas ceibas (Ceiba pentandra).

Estimados por sus frutos alimenticios y por su capacidad maderable, cabe mencionar al almendro (Caryocar glabrum), una cariocarácea, y al cacay o inchi (Caryodendron orinocense), una euforbiácea. Con un valor maderable y medicinal encontramos al chaparro o curata (Curatella americana), una dileniácea, y al higuerón o yanchama (Ficus maxima), una morácea. Apreciados en la mesa, encontramos al ají (Capsicum annuum), una solanácea, y el mango (Mangifera indica), una anacardiácea. Además sobresalen allí aquellas plantas que con sus flores ornamentan el paisaje orinoquense, como es el caso de las heliconias, tal la reconocida popularmente como platanillo rojo (Heliconia sp.), además de las vellozias (Vellozia tubiflora), y la flor de Inírida, que siempre encanta con sus fuertes colores rojizos, catalogada en sus dos versiones como Guacamaya superba y Schoenocephalium teretifolium.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Arecáceas

Bactris gasipaes

Chontaduro, pijiguao

Alimento, producción de palmito y utilizado en construcción

Arecáceas

Oenocarpus bataua

Seje, milpes, milpesos

Construcción y alimento

Euforbiáceas

Manihot esculenta

Yuca, yuca brava,

Alimento

Fabáceas

Anadenanthera peregrina

Yopo

Medicinal, maderable

Fabáceas

Gliricidia sepium

Matarratón

Maderable, medicinal

Fabáceas

Hymenaea parvifolia

Algarrobo, copal

Maderable

Malváceas

Ceiba pentandra

Ceiba, chivecha

Maderale, medicinal

Malváceas

Theobroma cacao

Cacao, chocolate

Alimento

Malváceas

Theobroma grandiflorum

Copoazú

Alimento

Flor de Inírida de verano

Ornamental

Flor de Inírida de invierno

Ornamental

Rapateáceas Rapateáceas

Schoenocephalium teretifolium

Guacamaya superba

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Perfil

El

sabio

Richard Evans Schultes No habrían exagerado quienes lo hubieran descrito como un adicto a la selva. Había que advertir cómo Richard Evans Shultes abría los ojos y cómo arqueaba las cejas cuando ante él se aparecía ese muro vegetal, insondable, que es la manigua. Quien mejor definió esa relación de este bostoniano de nacimiento y de corazón amazónico con la selva, fue Gerardo Reichel-Dolmatoff, el mítico antropólogo, quien dijo que Schultes era un mediador. A través de él, miles de plantas de la Amazonia se incorporaron a la botánica, y nadie mejor que él ha hecho entender la relación entre la naturaleza y los hombres. Schultes estuvo sesenta años en esas. La seducción lo invadió cuando siendo un estudiante de pregrado se preguntó por el peyote

S chultes

que usaban los indios de Oklahoma, en Estados Unidos. Y se fue metiendo: pasó a querer saber cómo era la relación de los indígenas de México con los hongos y fue bajando hasta llegar a la hoya amazónica que exploró para hallar lo que no sabía que estaba buscando en plantas medicinales, narcóticas y venenosas. Así llegó a su terreno favorito: el estudio de la vegetación psicoactiva y psicotrópica. Con un Ph.D. recibido en Harvard (universidad que, con su familia y la selva, constituyeron la trilogía de sus amores eternos), Schultes escogió en 1941 a Bogotá como sede alterna y escala hacia las selvas del Vaupés que fueron las que al comienzo lo arrebataron. Venía a estudiar el veneno de las flechas. Pero como su curiosidad era tan viva como la selva misma, llegó a esa meta y siguió. Su incursión en el Amazonas duró doce años en los cuales recolectó cerca de treinta mil especímenes de plantas, descubrió más de trescientas especies medicinales desconocidas hasta entonces, ciento veinte de las cuales fueron bautizadas con su nombre, y, de su trabajo con chamanes de distintas etnias, extrajo conocimientos sobre más de mil quinientas especies apreciadas por los indígenas por sus virtudes medicinales, narcóticas y venenosas. Estos hallazgos lo llevaron a ser un defensor de las plantas alucinógenas para comprender su composición química y avanzar en

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el conocimiento del sistema nervioso central y la mente humana. Tuvo para ello experiencias visionarias de la mano de un chamán en el valle del Sibundoy, en donde vivió tres semanas con un grupo de kofanes. Y padeció sinsabores: la experiencia del estudio del caucho, contratado por el gobierno de su país, resultó ingrata. Identificó ciento veinte mil árboles, pero esto no compensó la amargura que le causó mirarle la cara al horror del trato brutal que recibieron los indígenas por parte de sus explotadores. Esa lección, más accidentes aéreos, ataques de malaria, naufragio de embarcaciones, asaltos de delincuentes, disturbios civiles, disentería y beriberi, fueron parte de la historia de Schultes. Una historia que también incluye haber trazado rutas de ríos que no estaban en los mapas y vivir entre tribus que nadie sabía que existían. Y explorar páramos y sabanas de la región Andina. Publicó más de cuatroscientos cincuenta artículos científicos y diez libros, entre ellos Plantas de los dioses, con Albert Hofmann, considerado el mejor texto sobre vegetación alucinógena. Una vida dedicada al conocimiento. Hasta su final, a los 86 años, cuando era director del Museo Botánico de la Universidad de Harvard. Una vida de búsqueda inspirada en su héroe, Richard Spruce, un botánico inglés del siglo xix que vivió y trabajó en el Amazonas durante diecisiete años. Y una vida —la de Schultes— que ha ido dejando una estela de émulos. Wade Davis, el primero entre ellos que siguió sus pasos —los de Schultes— para concebir el prodigioso libro El río.

Morichales El paisaje más asiduo de la Orinoquia

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Los sonidos de la selva

ice el indio, con su sencillez, que no hay nada más bello que el silencio que precede a la melodía: esa sensación de abismo que genera la espera de la primera voz. Una voz que suena como los pájaros o como los monos, o que se viste de semilla para simular el trasegar en el racimo y sus vaivenes contra el viento. Es la música de la Amazonia adentro. De esa marea verde y hermética, oscura y viva, e inundada, que nos cuelga del sur, inconquistable. Es el relato mismo de una región que solo conocen bien los indios, y que suena imparable con los ritmos más diversos, con escalas únicas y armonías que dictan, desde tiempos sin memoria, los árboles que son millones, el viento abundante que corre a través, los animales —inquietos— y, sí, también el hombre. Es la canción que comienza con multitud de hombres y Casi todo árbol y toda planta, en la mujeres previos a la conquista, hace cuatro, cinco siglos, dedi- inmensidad de este océano verde, se usa para cados a la recolección minuciosa de todo lo que la naturaleza la comunicación. Y casi todo ello, más las abasteciera. De una casa grande llamada maloca en la que semillas, se usa para sacar música todo pasaba y pasa, todo convivía y convive, todo se devolvía y se devuelve. De cientos de miles de familias que, no obstante las distancias y los abismos invisibles, se conocían y se conocen, se comunicaban y se comunican, con el más simple y primigenio tam-tam. Todo apunta a la supervivencia elemental. Al anuncio de las noticias de una nueva familia, de la muerte de aquel, de la caza de aquellos. Y en todo esto, los árboles, la materia prima para toda forma de comunicación. De la necesidad primera, un instrumento: el juarai o maguaré, dos troncos de casi dos metros de extensión a los que los huitotos y otras comunidades selváticas —que se extienden hasta los límites con los llanos, en el norte de la Amazonia— les

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M ú s ic a

Charapillo Dipteryx cf. micrantha

Tamparo Crescentia cujete

Capacho Canna sp.

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Semillas

Guadua y semillas de quirilla

Totumo Crescentia cujete

Semillas de entada

queman el corazón, la pulpa toda, y cuyo fuego van controlando con compresas de hojas frescas hasta lograr dos estructuras huecas y ricas en tonalidades. Un instrumento imponente y brillante hecho con maderas duras como las del comino real (Aniba panurensis), que llega a los quince metros de altura, o como las del Brosimum lactescens, que alcanza los cuarenta y cinco metros hacia arriba y hasta uno de diámetro, y que en no pocos rincones de Colombia se conoce como guáimaro o árbol vaca. Le acompañan dos mazos construidos con las mismas maderas y cubiertos con un subproducto del Hevea brasiliensis o caucho, material en el que los indígenas del sur son maestros —tal vez porque también fueron esclavos—. Primario, difícil de fabricar y casi mágico en su sonar es este instrumento que simula a la campana de Occidente en su llamado ceremonial, y que, según investigadores como Luis Antonio Escobar, acompaña desde la recolección de frutos hasta la presentación ritual. Dicen que en ese aparente silencio de la selva puede escucharse a kilómetros, y que su manipulación, solo confiada a ciertos personajes del grupo familiar, convoca a decenas de hombres para eventos sociales y rituales. Pero el maguaré es uno solo. Macho y hembra, como se conoce a uno y a otro tronco por sus sonidos graves y agudos, son apenas el comienzo de un conjunto de instrumentos que llenan de vida a la Amazonia entera. Y como casi todo es un símil de lo que ocurre en la selva, aparecen implementos ceremoniales como los sonajeros y las flautas, llenas de sonidos y escalas, de colores, de usos. El de los primeros es un sonido ligero que simula al agua las más de las veces, y que acompaña ceremonias tan precisas como el nacimiento de una niña. Arbey Jaibar, artesano

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M ú s ic a chamí del sur del Caquetá, los fabrica con Mucuna sloanei o congolo, la semilla de un bejuco trepador que recibe también el nombre de ojo de buey y que llega a grandes alturas buscando la luz del sol. Las semillas son unidas con paciencia por mujeres y niños con cuerdas de Astrocaryum chambira, o chambira a secas, el producto de una palma nativa y abundante que sirve también para el vestuario de las comunidades de la selva. Tienen, además, decenas de variaciones, como el firisai, un bastón percutor o vara sonajera, también usada en eventos especiales. Las flautas, por su parte, son muchas y tan bellas como lo permitan los árboles con sus hojas, frutos y cortezas que, además de sonares, regalan colores: el jugo de las hojas de fríjol tierno para el verde intenso, o las hojas de la misma planta ya madura para el amarillo. También el laurel, poblador abundante de casi todo el territorio colombiano. Desde las más simples, fabricadas con Arundo donax o carrizo —especie de caña muy utilizada por los yakunas, makunas y tanimukas—, hasta la flauta de pan de los sikuanis de Boponae en el Vichada, cada aerófono tiene un sentido ceremonial y hermoso. Acompañados siempre de los más diversos idiófonos, como las maracas de los cuivas o las del pueblo piapoco, animan la fiesta de la vida, de la naturaleza y de la supervivencia en ese grueso e impenetrable ensamble de natura que llamamos Amazonia. Ese hermano viejo y sabio que se abre de norte a sur, y de sur a norte, y que en ese camino se entrega a los Llanos Orientales, el hogar de la vaquería, la casa de otros sones que rememoran amores y calor, un calor intenso, antes de encaramarse a las frías alturas de la cordillera Oriental. La fórmula pareciera simple: la música, como el clima mismo, se hace viva y se acelera en el camino que lleva desde la cordillera hasta los llanos. Fue la música una estrategia utilizada por no pocas misiones cristianas que llegaron temprano en el siglo xvi a esa vasta región que nos une como siameses con Venezuela y el Escudo Guyanés, y que satura de calor a todo cuerpo que se le arrime. Receta que funcionó bien y convirtió a los jesuitas en los terratenientes y empresarios más poderosos de ese gran trozo de natura en esa que todavía no se llamaba Colombia.

Y fue con ellos, con los religiosos, con los que no sabían hasta dónde iban a pastar sus miles de cabezas de ganado, que llegaron también músicas lejanas y acogedoras, y en ese intercambio de cosmologías, los sonidos andaluces, los bailes flamencos. También la guitarra. Fue el inicio de un conjunto de transformaciones que llevó con muchos años a la confección de una nueva identidad de región. Una hecha de mestizaje, del joropo como máxima expresión, y, por esa vía, de cantos a las intensas jornadas de vaquería, al afán de la producción de los clérigos, a la alegría de los amores posibles y al dolor de los imposibles. Al calor húmedo, al control de la tierra, al pájaro que canta de noche como presagio o como bendición. Y allí, de nuevo, los árboles: el insumo para la construcción de haciendas para el control de los indios, que fueron cada vez menos; la materia exacta para el diseño de corrales, de herramientas para el trabajo, y, claro, para la fabricación de los nuevos instrumentos para traducir su sentir, casi todos interpretados con cuerdas. Así, pronto el guitarro, como lo nombraron a su llegada los nativos, se convirtió en muchas otras Flauta bambú cosas, como el cuatro, y más allá, en la bandola pin-pon y el bandolín, estructuras con cajas de resonancia en forma de pera que necesitaron de las maderas justas para su fabricación, y que eran las responsables —aún lo son— del componente melódico y armónico de los conjuntos típicos llaneros. Allí estaba por fortuna la gran despensa, la extensa llanura repleta de árboles, y entre todos ellos, abundante granadillo. Además, una suerte de palo de rosa —muy escasa por demás— que ofrece una dureza precisa y prolonga las notas de manera especial. También las semillas, cortezas y frutos se unieron a esa fiesta desbordada de melodías. Las primeras, tal vez, fueron las maracas, el legado incómodo de esa parte indígena del llanero. Incómodo, sí, porque el

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Maguaré Instrumento que se obtiene del charapillo

mestizo ha pretendido ser otro siempre, y lo demuestra, dicen los folcloristas, la conformación espacial misma del conjunto llanero: el maraquero, hasta no hace mucho, siempre iba de pie. “Oficio de maraquero / oficio pa’ condenao / que los músicos se sientan / y el maraquero parao”, dice un tradicional joropo. Fabricadas con Crescentia cujete, calabazo o totumo, las maracas aportan ese golpe rítmico incansable al conjunto de cuerdas de los llanos. Adentro se deslizan decenas de achiras, o capachos —Canna indica—, y en su confección primaria eran decoradas con plumas y no tenían mango. Su nombre proviene del río Maraca, dicen, que desemboca en la margen derecha del Amazonas, y que era una suerte de dios para comunidades como la sikuani, tan lejana, pero tan cercana a los garrotazos de la colonización. Hoy todo se une a la voz de un extranjero: el arpa, construida con Cedrela odorata, de las meliáceas, conocido como cedro amargo, cedro rosado o cedro macho,

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o con pino y otras maderas perdurables que evitan el rumor metálico que desdeñan los fabricantes de toda la vida. Un instrumento que se volvió nuestro a fuerza de mucho sonar, y que incluso reemplazó en el conjunto típico llanero al bandolín. El ensamble de todas esas voces juntas describe, como nada más puede hacerlo, a los Llanos Orientales de hoy: a esa Orinoquia que es indígena y mestiza y blanca también. A esa tierra que baila, vibra y se regodea en la riqueza de sus suelos, en sus dignísimas labores diarias, en el calor que los convirtió en una fortaleza cultural tan vasta como la planicie misma, y que suena a joropo, seis, seis por ocho, atravesao, numerao, zumba-que-zumba, galerón o figurao. Todo nace por el hombre, dice Fernando Gaitán, artesano sikuani del Vichada. “Pero todo se lo debemos a la tierra, a la madre”, agrega. Y la prueba es esta música hecha por el hombre, el de siempre, con los regalos que otorga la naturaleza.

M ú s ic a

En letra cursiva De viento, de cuerda o de percusión, casi todos los intrumentos musicales nacen o nacieron a partir de los materiales ofrecidos por las plantas. Algunas de las especies con fines similares hacen parte de una misma familia botánica. Con especies también maderables y utilizadas para la elaboración de instrumentos de percusión, están las bignoniáceas, de la que hacen parte el palo de arco o asta de venado (Tabebuia serratifolia) y el totumo o calabazo (Crescentia cujete). Fabáceas, como el ojo de venado u ojo de buey (Mucuna sloanei) y el fríjol (Phaseolus sp.), complementan muchos de estos instrumentos de percusión. Los instrumentos de viento provenientes de las poáceas tienden a tener un menor tamaño, como es el caso de los elaborados con junco o carrizo (Arundo donax). Algunas de las especies botánicas utilizadas para la elaboración de elementos de percusión también son apreciadas por la resistencia y calidad de sus maderas. Es el caso de ciertas lauráceas, de las que hacen parte el loiro, miratava o medio comino (Aniba panurensis), denominado laurel en este territorio de Amazonas - Orinoco (Endlicheria sp.), y el palo de rosa (Aniba rosaeodora). Con una madera fuerte y de gran demanda en el área de construcción, también encontramos meliáceas como

el cedrillo (Trichilia pallida) y el cedro o cedro amargo (Cedrela odorata) al igual que la nuez mantequilla (Caryocar nuciferum), una cariocarácea reconocida especialmente por los aceites de su nuez. Por lo apreciado de sus maderas para la elaboración de diferentes instrumentos de percusión, se pueden nombrar moráceas como la yanchama o higuerón (Ficus maxima) y el árbol vaca o guáimaro (Brosimum lactescens). Como producen un látex que algunas veces se usa para tratar diferentes enfermedades, ambas especies también aparecen en la medicina tradicional. En cambio, el látex que suele ser utilizado para la fabricación de ciertos instrumentos se extrae de la especie Hevea brasiliensis, conocida popularmente como caucho o siringa, la misma especie utilizada antiguamente para hacer neumáticos.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Arecáceas

Bactris gasipaes

Chontaduro, pijiguao

Alimento, producción de palmito y construcción

Bignoniáceas

Crescentia cujete

Totumo, calabazo

Artesanal y medicinal (afecciones respiratorias)

Bignoniáceas

Tabebuia serratifolia

Cannáceas

Canna indica

Achira, capacho, bandera

Artesanal, ornamental

Fabáceas

Mucuna sloanei

Ojo de venado, ojo de buey

Medicinal, ornamental

Lauráceas

Aniba rosiodora

Palo de rosa

Maderable

Malváceas

Ochroma pyramidale

Balso

Maderable, apreciada por su liviana madera

Moráceas

Brosimum lactescens

Árbol vaca, guáimaro

Maderable y medicinal para resfriados

Moráceas

Ficus maxima

Yanchama, higuerón

Extracción de fibras y medicinal antiparásitos

Poáceas

Arundo donax

Junco, carrizo

Elaboración de instrumentos de vientos y como antidiurético

Palo de arco, asta de venado

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Maderable y medicinal contra hongos

L a m ag i a Y u ru pa r í

del

Tal vez uno de los mitos más bellos del Amazonas adentro cuenta la historia de Yuruparí, un niño tan bello como el sol, hijo del sol mismo, fecundado por los jugos del pihycan —la piquia o Caryocar nuciferum, una nuez de la selva— en el vientre de su madre, conocida como la réplica terrenal y exacta de las Pléyades del cielo. Un pequeño que creció invisible e invencible, y que tras muchos años reapareció frente a su pueblo para convertirse en el cacique de los primeros hombres que poblaron esos suelos. De allí esa palabra, Yuruparí, que ahora rememora una de las fiestas más tradicionales en decenas de comunidades amazónicas, y que circunscribe la asistencia al género masculino. Es, de hecho, un rito de iniciación de tres días y tres noches en el que el payé —o chamán— introduce a los jóvenes entre los doce y los quince años al mundo de los hombres. No falta allí un instrumento que lleva el mismo nombre de ese dios hijo del sol, una flauta de boquilla fabricada con hojas de la palma chonta o chontaduro (Bactris gasipaes), entorchada con corteza de árbol y amarrada con bejucos. Se le guarda un respeto inédito, al punto de que quien la interpreta debe guardar ayuno y luego beber abundante agua para purificarse.

Totumo Crescentia cujete

Los

g ua r d i a n e s d e l o s á r b o l e s

Tan diversa es la selva como sus pobladores. Aquel que piense que se trata de pequeños grupos dispersos, que se sorprenda, porque hay conjuntos poblacionales que llegan a más de cinco mil quinientas familias. Habitan, principalmente, tres subregiones. Una es la situada entre el río Apaporis y Caquetá, en la que habitan, entre otras, las etnias letuma, tinamuka, yauna y makuna. Otra está ubicada a lo largo del río Mirití-Paraná, en donde viven etnias como la miraña, la cubeo, la puinave y la cabuyari. Finalmente, encontramos la región ubicada entre el río Guaviare y el Inírida, zona de transición con los llanos y la región del Vaupés, y donde viven, entre muchas otras las etnias piapoco, curripaco, baniwa, piaroa y tariano. La lista sigue en cientos de destinos con culturas como la huitoto, tukano, desana, barasana, siriano, tatuyo, bará, karapana, kabiyari y tuyuka. Para todas, sin distinción, los instrumentos musicales no son un asunto estético sino ritual; y entre muchos otros han creado flautas, capadores, pitos, ocarinas y discos zumbadores. Palmas, maderas duras, arcillas y piedras son su insumo para la fabricación de esos instrumentos que animan sus creencias.

Los

o lv i da d o s

No siempre el conjunto llanero fue como lo conocemos —arpa, bandola, maracas y cuatro—. Alrededor de los bellos sonidos de las cuerdas, algunos idiófonos y aerófonos animaban también la correría musical. Es el caso de instrumentos, hoy en desuso, como la carraca —de procedencia animal—, o la charrasca, una caña de casi un metro de largo y una pulgada de diámetro que se frota con una costilla de res. Igualmente, la sirrampla, curioso instrumento de madera atada a una cuerda que se toca con los dedos y la boca. Hasta tambores había en estos conjuntos. Uno es el furruco, construido en sus inicios con un totumo cuya boca era forrada con cuero de venado o de ternero. Hoy es fabricado con maderas como las del guáimaro o el cedro, y tiene en su centro una barra también de madera por la que se deslizan las manos de quien lo interpreta. No es un instrumento nativo y se parece mucho a la puerca huilense.

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M ú s ic a

Riqueza

sonora

La de las maracas llaneras es una historia realmente extensa. Aunque en sus inicios carecía de mango, lo que implicaba una tremenda destreza por parte de su ejecutor, su evolución llegó hasta su fabricación al estilo guajibero, en el que se introdujo un mango que atravesaba el calabazo o totumo. Tal avance permitió reducir el tamaño del instrumento. Ahora el mango, fabricado con maderas lo suficientemente resistentes para el traslado frecuente de los músicos, no atraviesa el calabazo, sino que se adhiere a él, proporcionando un mayor control en el trasegar de las semillas de capacho en su interior. No es un asunto menor. Tales cambios le han otorgado a las maracas un lugar digno en el conjunto llanero, le han aportado un sonido más agudo y han permitido que tocarlas sea un asunto casi acrobático.

Maderas

que inspiran

No son pocas las culturas de la gran Amazonia en las que se talla la madera. Para eso, los hombres —encargados de esa tarea por tradición— desarrollan desde pequeños tal habilidad. Son los responsables, además, de identificar los utensilios que necesita su comunidad para las actividades cotidianas y rituales. Una de sus maderas indispensables es el balso, por su blandura. Junto a la yanchama o higuerón —corteza de árbol—, es la materia prima de máscaras, flautas y otros implementos como rallos para la yuca, cerbatanas, arcos, flechas y asientos. Según el utensilio y la necesidad, acuden a maderas como el cedro, cedrillo, palo arco, loiro o miratava.

E vo l u c i ó n

c u lt u r a l y m u s i ca l

La introducción de instrumentos musicales foráneos, como el arpa —que se dice que llegó desde Venezuela también por influencia de los jesuitas—, y que implicó la búsqueda de las maderas precisas en lo vasto del llano para su fabricación local, trajo consigo la renuncia a sones y mensajes nativos, casi todos venidos de lo profundo de las muchas y muy diversas comunidades indígenas de la región. Aunque existen claras alusiones a las jornadas de vaquería, los cantos de ganado típicos desaparecieron o mutaron, así como los llamados “tonos de santo”. Fueron gradualmente absorbidos por el joropo en esa transición hacia la nueva identidad llanera, que por nueva no fue menos rica, y mucho menos la hace contemporánea. Persiste, sí, la fuerza y la alegría de la fiesta de pueblo y la parranda.

Guadua con semillas de chambimba

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La selva es dulce

n el centro de Londres, sobre la calle Brompton, está Harrods, una de las tiendas por departamentos más lujosas del mundo. Allí llegan diariamente miles de turistas que van por una foto o un pequeño souvenir para la posteridad, y unas cuantas decenas de jeques, príncipes y otra suerte de magnates que —si quieren— pueden hacer el mercado con los artículos más sofisticados del planeta. Uno de los exuberantes espacios de la edificación está dedicado a la venta de frutas, hortalizas y especias provenientes de los distintos continentes. Entre la variada oferta, que depende de la época, hay una constante: siempre se encuentran productos del trópico y, entre ellos, una predominancia evidente de frutas exóticas de la Amazonia y la Orinoquia. No es extraño, entonces, encontrar una vitrina que exhibe doce especies frutales del mundo, A la baja fertilidad de los suelos se ha de las cuales seis tienen un banderín con la inscripción: From impuesto el trabajo de llaneros y amazónicos Colombia, South America. para que estas tierras den algunos de los El viaje hasta una de las calles más costosas de Lon- frutos más exóticos del planeta. dres comienza en las selvas y sabanas colombianas, donde los agricultores han batallado contra la acidez de los suelos, su baja fertilidad y la alta propensión a la degradación y la erosión. Quien ha visto las explanadas húmedas de la selva amazónica y la Orinoquia, quien ha contemplado el verde sobre el verde, en sus distintas gamas, brillos y texturas, quien ha intentado buscar la luz del sol en medio de la multitud de árboles inmensos, inabarcables, de los bosques selváticos, jamás podría imaginar que esos suelos vastos tienen una baja fertilidad. Pero en esta región es posible todo lo increíble: incluso que sus pobladores conviertan las limitaciones en milagros.

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Frutal e s

Arazá Eugenia stipitata

Cervera Perebea sp.

Piña Ananas comosus

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Cacao Theobroma cacao

Los estudios han concluido que el setenta por ciento de los suelos de la Amazonia son químicamente pobres. Una de las razones se debe a que gran parte de la región está conformada por tierra firme y poco inundable, de tal suerte que sus suelos son alimentados por los llamados ríos negros, bajos en nutrientes. La fertilidad de estas tierras depende casi exclusivamente de la lenta formación de una capa orgánica de hojarasca y residuos vegetales, fuente principal de alimento y el escudo protector del suelo contra los agentes erosivos. En cuanto a la Orinoquia, esta tiene un clima tropical húmedo y es básicamente plana, excepto en las ramificaciones de la cordillera Oriental y la sierra de La Macarena. Sus suelos también presentan deficiencias para la producción agrícola, así que son pocos los cultivos que se pueden montar sin mayores complicaciones. El marañón y el ananá o piña blanca, también conocida como piña de borugo (la de estas tierras goza de buena fama por su carnosidad y jugos generosos), son la excepción. Ante las condiciones adversas, la producción de frutales solo es viable en parcelas agroforestales

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donde el hombre tiene control sobre diversos factores. Gracias a ellas, los agricultores de la región han podido sacar adelante cultivos de frutos nativos y otros provenientes de distintas regiones del país, a los que el suelo amazónico les asigna características particulares. De esa manera se cosecha el copoazú, la canagucha o aguaje, el asasí, el anón amazónico, la cocona y el maraco. En las terrazas altas del piedemonte llanero se ha llevado a cabo un trabajo de investigación y tecnificación de la tierra con miras a hacer posibles cultivos sostenidos de cítricos y papaya, lo que desde hace varios años ha significado una oportunidad comercial para la región. También en el país ha surgido un mercado creciente de frutas tropicales como el borojó, el mangostino, el cacay, la badea, el arazá, el caimito, la guama, el carambolo, el camucamu, el avichure o juansoco, el seje, la grosella o coronillo, el zapote (varias especies son llamadas así, pero en Amazonas - Orinoco se designa como tal a una malvácea, —Matisia cordata—, la guayaba pera, la piña criolla, el marañón, el aguacate, el chontaduro, la uva caimarona, el champe, el madroño, la

Frutal e s mamita y el níspero. Un total de veinticinco especies no tradicionales, que se han ido abriendo lentamente una puerta de salida al mercado nacional y de exportación. Hasta hace un par de décadas su consumo era casi exclusivo de los pobladores de las tierras donde se cosechan; y aunque todavía algunos de esos nombres les son ajenos a muchos colombianos, otros empiezan a encontrar un lugar en las plazas, supermercados, fruterías y restaurantes. Se venden frescas —sin procesar—, y en mermeladas, jugos, extractos, refrescos, vinos y salsas. Estas frutas exóticas se han ido popularizando gracias a la insistencia de los habitantes de estas regiones en buscar la manera de hacer productivo un suelo extenso pero infértil. Sin duda, el arazá es una de las frutas de la región que ha cobrado relevancia en los últimos años. Aunque su lugar de origen aún es tema de debate, todo indica que esta especie nació en el extremo occidental de la cuenca del Amazonas. Las frutas, que cuando están maduras son amarillas y alcanzan hasta diez centímetros de diámetro, penden de un frondoso árbol de cuatro metros de altura. Al alba, los caminantes pueden identificar los árboles con el olfato, ya que su flor se abre en la madrugada, emitiendo un aroma similar al del jazmín. Ese magnífico olor ha propiciado algunas investigaciones, todavía incipientes, para la elaboración de perfumes en la industria cosmética. El fruto, ácido y carnoso, es altamente perecedero, por lo cual es necesario procesarlo rápidamente después de cosechado. Esa es la razón por la que es más común encontrarlo convertido en jaleas, mermeladas, vinos y tortas, o simplemente deshidratado, aunque en los mercados de la región se venda fresco, en jugos y helados. De la mano del arazá viene abriéndose camino el copoazú, conocido también como cacao amazónico. Es originario de la Amazonia oriental y se usa para hacer jugos, refrescos, helados, compotas, yogurt y licores. Gracias al alto índice de proteína y grasa de las semillas, se elaboran con ellas manteca y tabletas de cupulate, un producto similar al cacao, pero de color blanco. Su pulpa es blanca y muy gustosa. Unas más dulces, otras más ácidas, unas llenas de brillo, otras más opacas; redondas, ovaladas, de piel suave o áspera: una multiplicidad de características es

asignable por separado o en conjunto a las especies frutales que se explotan o cultivan en esta zona de Colombia. Entre ellas, sin duda, una de las más llamativas es el aguaje, conocido también como carandai-guazu, ideuí, canangucha o cacangucho, chomiya, moriche o morete, como llaman en el Amazonas ecuatoriano a esta palma. El fruto es una drupa alargada de entre cinco y siete centímetros, con una cáscara escamosa muy texturizada, de color rojo oscuro o vino tinto que contrasta con el naranja intenso de la pulpa. Su sabor es agridulce, pero suave; y aunque se puede encontrar disponible durante todo el año, es en el segundo semestre cuando se ve de manera abundante. Se da en medio del moriche, la palma más común en las cuencas del Orinoco y el Amazonas. Otras frutas son muy apreciadas por su alto valor nutricional. Es el caso del asaí o açai, al que los indígenas atribuyen poderes curativos, por lo que lo llaman el “fruto de la vida” o “leche del Amazonas”. El fruto es una drupa esférica roja oscura, casi negra, que se da en racimos que cuelgan de una palma que alcanza a medir casi los veinticinco metros de altura. Tiene un contenido de hierro y tiaminas superior a la mayoría de frutas tropicales. Como el poderoso antio- Copoazú xidante que es, protege las células, Theobroma grandiflorum actúa contra los radicales libres y reduce los riegos de desarrollar enfermedades del corazón, diabetes o cáncer, según lo demostró un estudio realizado por un equipo de científicos de Texas publicado en el Journal of Agricultural and Food Chemistry. Menos exótico para el habitante del interior, pero también con un altísimo nivel nutritivo, está el chontaduro, que en la palmera o en la carretilla exhibe una belleza escandalosa, gracias a la gama de tonos de su piel, que van del amarillo al naranja encendido. Los racimos pueden tener hasta ciento cuarenta drupas de carne seca pero gustosa que normalmente se cocina en agua con sal antes de comerse. El chontaduro, además, es procesado para obtener harinas que sirven como in-

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Asaí Euterpe precatoria

sumo de panadería y pastelería, y para la elaboración de salsas y mermeladas. Recientemente, investigadores del Centro Internacional de Agricultura Tropical, en Palmira (Valle), descubrieron que esta fruta contiene cristales de germanio, oro y platino que sirven para estimular el sistema inmunológico. Más allá del altísimo valor nutricional de la fruta, es una de las plantas que ofrece mayor aprovechamiento, debido a los múltiples usos que tiene cada una de sus partes: con las hojas se hacen techos, los tallos son usados en construcción para hacer pisos, parqués y paredes “de chonta”, y de la semilla se extraen aceites.

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En la región comprendida por el Amazonas y el Orinoco es fácil enmudecer ante el espectáculo permanente de la naturaleza. Sorprenden la fuerza de los ríos que la enmarcan, la riqueza botánica de las sabanas, los bosques y las selvas; su olor particular, la diversidad de especies animales que anidan en las copas de los árboles, trepan por sus tallos o se alimentan en las raíces. Aunque menos extensa en número, la variedad frutal de la región enriquece el paisaje con sus formas extraordinarias, con texturas inusuales, colores y sabores intensos que le imprimen tonos y acordes dulces a esta obra maestra de la Madre Tierra.

Frutal e s

En letra cursiva Lo más provechoso de esta variedad de frutales es que a muchos se los disfruta no solo por sus exquisitos sabores, sino por la cantidad de nutrientes que presentan. Más aún, varios de ellos se utilizan en la medicina tradicional. Tal es el caso del asaí o manaco (Euterpe precatoria), una arecácea que comparte la familia botánica de las palmas con el chontaduro (Bactris gasipaes), el seje o milpes (Oenocarpus bataua) y el moriche o canangucha (Mauritia flexuosa), este último caracterizado por la gran cantidad de nutrientes incluidos en su fruto. Asimismo podemos encontrar apocináceas como el juansoco (Couma macrocarpa), utilizado contra males estomacales; la cocona (Solanum sessiliflorum), una solanácea utilizada como antidiabético, y el camucamu (Myrciaria dubia), el cual comparte la familia botánica de las mirtáceas con el champe o guayabo anselmo (Campomanesia lineatifolia). Para el caso también encontramos ciertas lecitidáceas como el muco o maraco (Couroupita guianensis), utilizado para combatir inflamaciones, la hipertensión y diferentes dolores musculares. Este último ejemplo también se caracteriza por el llamativo color de sus flores, que hacen que la planta sobresalga por su uso ornamental en ambas regiones. Algo similar ocurre con la mayoría de pasifloráceas o flores de la pasión, entre ellas la badea

(Passiflora quadrangularis), así como con el carambolo (Averrhoa carambola), una oxalidácea, el guayabo coronillo o níspero (Bellucia grossularioides), una melastomatácea, y el copoazú o cacao amazónico (Theobroma grandiflorum), que comparte la familia botánica de las malváceas con el zapote o chupachupa (Matisia cordata). También algunas frutas se distinguen de por sí por su aspecto ornamental, como es el caso de algunas clusiáceas, como el mangostino (Garcinia mangostana) o el madroño (Garcinia madruno). Con un fruto caracterizado por el grosor de sus espinas ornamentales se puede mencionar al anón amazónico (Rollinia mucosa), una anonácea, y por lo verde e irresistible también se caracteriza el aguacate (Persea americana), una laurácea. Como ejemplo de llamativa legumbre está el fruto del guamo (Inga edulis), una fabácea.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Arecáceas

Bactris gasipaes

Chontaduro, pijiguao

Alimento, producción de palmito, utilizado en construcción

Arecáceas

Euterpe precatoria

Asaí, manaco

Gran porcentaje nutricional, medicinal contra el dolor muscular y las mordeduras de serpiente

Arecáceas

Mauritia flexuosa

Moriche, canangucha, aguaje

Maderable, alimento con alta cantidad de nutrientes

Arecáceas

Oenocarpus bataua

Seje, milpes, milpesos

Construcción y alimento

Anacardiáceas

Anacardium occidentale

Marañón, merey

Medicinal, alimento con alto contenido proteico, y ornamental

Apocináceas

Couma macrocarpa

Juansoco, avichure

Alimento, madera de buena calidad para construcción. Su látex se utiliza contra males estomacales

Bromeliáceas

Ananas comosus

Piña, piña de borugo

Alimento, ornamental y con propiedades antihelmínticas (contra lombrices parásitas)

Euforbiáceas

Caryodendron orinocense

Cacay, inchi, tacay

Maderable, alimento

Sapotáceas

Pouteria caimito

Caimito, caimo

Medicinal, ornamental

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Dos

por uno

El marañón es de las pocas plantas frutales que se dan sin mayor dificultad en la región amazónica. Tiene la particularidad de que su fruto consta aparentemente de dos partes: una carnosa de aspecto alargado, similar al del pimentón, que corresponde al pedúnculo, con la que se hacen mermeladas, conservas, dulces, jaleas, gelatinas, vino, vinagre, jugos y helados; y el fruto propiamente dicho, que es una drupa (la nuez de marañón que conocemos) en forma de riñón y de color grisáceo. Aunque de la pulpa pueden hacerse varios productos, es mucho más apetecida la nuez, ya que tiene muy buena demanda en el mercado y es relativamente duradera. La semilla es muy apreciada por sus propiedades nutricionales; además se utiliza en repostería y muchos nutricionistas recomiendan incluirla en la dieta alimentaria.

Camucamu Myrcia dubia

M e r m e l a da

d e c o c o na

La cocona tiene un sabor particular, con notas amargas y un ligero aroma a tomate. En la región del Amazonas se usa para fabricar dulces y encurtidos. Para hacer mermelada se emplean la pulpa de la fruta, azúcar y limón. Mida una cantidad de azúcar igual al peso de pulpa que va a usar. Exprima limones diez gramos de zumo. En una olla ponga a calentar la pulpa con el diez por ciento del azúcar y el jugo de limón. Revuelva lentamente a fuego medio y añada poco a poco el resto del azúcar hasta conseguir una textura espesa. Deje enfriar a temperatura ambiente y después consérvela refrigerada.

Machichi Cucumis cf. anguria

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Frutal e s

Morichal

amigo

No son pocas las canciones que los llaneros le han compuesto al moriche (Mauritia flexuosa), la palma principal del Llano, de la que muchos comen directamente sus frutos, ricos en proteínas, grasas, vitaminas y carbohidratos. Este joropo es del compositor Reinaldo Armas: Se marchó la que tanto idolatraba se marchó sin siquiera un hasta luego y quién sabe si esta vez fue para siempre es posible que me maten sus recuerdos Morichal, morichal de mi llanura compañero de la luna y el lucero si la viste dime el rumbo que llevaba ella tiene que saber cuánto la quiero Se fue sin decirme nada ni siquiera un hasta luego dime el rumbo que llevaba morichalito llanero Es que tengo que buscarla pero encontrarla me desespero ahora tengo que partir si es de morir por ella muero […]

Chontaduro Bactris gasipaes

F ru ta s

Zapote Matisia cordata

c o n pa s a p o rt e

Los frutos tropicales usualmente son sensibles a las temperaturas bajas. Expuestos a ellas, las posibilidades de experimentar daños irreversibles que comprometen la membrana celular aumentan. Con la idea de fortalecer la presencia de algunos frutos de la Amazonia y la Orinoquia colombiana en el mercado internacional, actualmente se adelantan estudios acerca de las características de maduración y los requerimientos de conservación. De esa manera se pueden establecer las temperaturas críticas de almacenamiento, la sensibilidad al frío y el manejo posterior a la cosecha para prolongar la vida útil del producto.

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Prodigiosas y amargas

n el vientre de la selva amazónica decir quina, caucho o coca es como invocar fiebre, alucinación y muerte. Estas palabras precipitan historias de hombres que rompieron la virginidad de la manigua para conseguir cortezas, leches y polvos que los harían ricos. Los que las narran son indígenas y mestizos que cohabitan desde hace siglos en una masa verde, oscura, cerrada, donde el agua brota por la piel de la tierra, de los árboles y de los hombres. Una vieja leyenda peruana dice que el indio Pedro de Leyva, atormentado por la sed propia de las fiebres tropicales que lo quemaban de adentro hacia afuera, bebió agua en un remanso custodiado por árboles de quina. Sintiéndose aliviado y atribuyéndoselo a propiedades de esta planta, el joven experimentó con bebedizos que también curaron a otros enfermos. La Fértil para que de sus suelos nazca noticia pasó de indios a caciques, de caciques a corregidores, una vegetación abundante, esta región de corregidores a jesuitas, y de estos a Francisca de Rivera, es también fértil en historias y leyendas. esposa del virrey del Perú y condesa de Chichón. Aquejada de Historias amargas y prodigiosas como estas tembladeras y vómitos palúdicos, bebió Francisca infusiones de la corteza de aquel “árbol de las calenturas”, y una vez recobró la salud propagó el milagro de su curación por América y Europa. Corría la tercera década del siglo xvii. A la kiua-kina, como llamaban los quechuas a la quina o cascarilla, los romanos la llamaron “polvo de cardenal”; los españoles, “polvos de la condesa”, y los franceses, “polvos de los jesuitas”, pues estos la introdujeron en Francia, donde los químicos Pelletier y Caventou extraerían en 1820 la quinina, un alcaloide que se consideró como el infalible remedio para las fiebres palúdicas. A mediados del siglo xviii, cuando Carlos Linneo la clasificó como Cinchona officinalis L. en honor a la condesa,

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L e y e ndas

Yagé negro Banisteriopsis caapi

Coca Erythroxylum coca

Caucho Hevea brasiliensis

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Mambe recién colado y frasco del ambil

la quina valía lo mismo que el oro. Ya entonces cientos de expedicionarios penetraban en la Amazonia para arrancar la corteza de los árboles y mandarla a Europa, donde terminaría, entre 1850 y 1882, convirtiéndose en el producto más preciado de ultramar, pues tenía el valor agregado de una madera buena y duradera. Una vez agotada la quina en las laderas de la cordillera Oriental, los empresarios abrieron frentes hacia el sur, el oriente y el occidente. Tomaron los ríos Caquetá y Putumayo como vías hacia el Amazonas y expandieron las fronteras de su ambición hasta donde las aguas los llevaran. Cada árbol era derribado por tres peones que le desprendían la corteza a cuchillo, luego pasaban horas vigilando su secado bajo el fuego y después la cargaban en sus espaldas hasta Puerto Sofía, de donde era embarcada hacia Manaos. Miles de quineros —guías, bogas, cargueros, cocineros, macheteros— murieron en plena selva en la faena de despojar a los árboles de quina de su abrigo natural: la corteza salvadora en todo tiempo, en todo lugar.

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Por los ríos y los mares no solo se iban las cortezas: también semillas y plántulas viajaban en el equipaje de botánicos, naturalistas, exploradores y aventureros de diverso origen. Una vez prosperaron los primeros cultivos de quina en Java y Ceilán, la demanda por la quina amazónica disminuyó. Para 1884, de los establecimientos quineros solo quedaban ruinas: barcos a vapor varados en las orillas, campamentos desolados, pueblos indígenas diezmados, la selva rota. A esos árboles de quince metros, copas apretadas como coronas de gigantes en medio de la selva, espigas rojizas y cortezas cargadas de la quinina prodigiosa como febrífugo, tónico, antiséptico y astringente, ya nadie los buscaba. Mas los aventureros ya escrutaban la selva en pos de otros troncos: los que vertían lágrimas blancas y espesas al ser heridos con cuchillo. Al caucho natural lo codiciaban, desde comienzos del siglo xix, los empresarios de la llamada Segunda Revolución Industrial. En 1823 el escocés Charles Mackintosh fabricó la primera gabardina impermeable; en 1839 Charles Goodyear descubrió el proceso de vulcanización mediante el cual el caucho se hace inmune a los cambios de temperatura; y en 1888 inventaron las llantas de goma. El auge de la fabricación de bicicletas y de automóviles provocó una competencia desenfrenada por conseguir caucho en la gran despensa selvática. La Amazonia era la única fuente de caucho natural del planeta. Tal y como había descubierto Charles Marie de La Condamine en su expedición por el Amazonas en 1740, esta selva era la madre de treinta y dos especies de Hevea, siringa o caucho. Así, en la manigua se puso en ejecución una compleja red para extraer y distribuir el látex. Las llamadas “casas mayores” adelantaban dinero a empresarios que se aventuraban en la selva con el compromiso de regresar cargados de caucho. Los empresarios a su vez prestaban dinero a los patronos o siringalistas, que se entendían directamente con los trabajadores. También a estos últimos, los siringueros, los patrones les adelantaban alimentos, herramientas, medicamentos y algunas baratijas. En Colombia las casas mayores plantaron caseríos en las tierras ancestrales de más de veintiséis etnias dispersas en las tierras bañadas por los ríos Igaraparaná, Caraparaná, Napo, Vaupés, Amazonas, Apaporis

L e y e ndas y Caquetá. Los indígenas, convertidos en mano de obra esclavizada, vivían en ranchos a la vista de los patrones. Antes de la primera luz partían en busca del que ellos llamaban Caoutchoucl, árbol que llora. En los primeros años, los trabajadores trepaban hasta la copa de los cauchos negros (Castilla sp.) y arriba, en la raíz de los cogollos, los herían para que sangraran. Pero este método era poco eficiente si se comparaba con el rendimiento producido por los ejemplares de Hevea brasiliensis, que manaban como ríos. Entonces se obligó a los indígenas a derribar los árboles con hacha y a cortarles profundamente las cortezas y así hacerlos llorar copiosamente. Como es lógico, en pocos años la Castilla sp. se agotó y los caucheros tuvieron que buscar nuevas tierras entre los ríos Caquetá y Putumayo, donde recurrieron a las formas más atroces de explotación. En su novela La vorágine José Eustasio Rivera hace decir a un siringuero: “En el desamparo de las vegas y estradas, muchos sucumben de calentura, abrazados al árbol que mana leche, pegando a la corteza sus ávidas bocas, para calmar, a falta de agua, la sed de la fiebre con caucho líquido; y allí se pudren como las hojas, roídos por las ratas y las hormigas”. Mientras cientos de indígenas y mestizos morían en las selvas vencidos por las plagas, las enfermedades que se propagaban de puerto en puerto y la saña de unos patrones que soñaban con construir palacios en Europa, Henry A. Wickham recolectó setenta mil semillas que dieron frutos en Ceilán, India, Birmania, Java, Sumatra, Borneo, Malasia, Costa de Oro, Australia, Jamaica, Centroamérica y las Guyanas. Para 1930 la Amazonia ya solo aportaba el dos por ciento del caucho comercializado en el mundo, lo que significó el fin del negocio para los magnates locales, que se retiraron dejando solo destrucción. La coca es planta prodigiosa y sagrada que sobrevive en el Amazonas, junto al yagé que es parte arraigada de muchas etnias y que no ha sido tocado por la peste del comercio ilícito. Quizás como ninguna otra planta selvática, el yagé, ha sido buscado y estudiado por muchos botánicos, Richard Evans Schultes entre ellos, quien produjo el que se considera el libro más completo, Plantas de los dioses, sobre este y otros mediadores entre la tierra y los espíritus de los indígenas.

Todas las mañanas y todas las noches los hombres tienen encuentros íntimos con la coca, que es mujer. Antes de que el sol despunte caminan hacia la chagra donde la cultivan y antes de repasar los tallos delgados y de revisar las pequeñas hojas verdes le piden permiso para tocarla. Todas las noches, cuando ya la luna arroja luz sobre la selva, secan las hojas sobre grandes cayanas puestas al fuego mientras le cantan; luego las maceran en el fondo de un pilón, donde las mezclan con ceniza de yarumo, todo el tiempo cantando; y por último ciernen el polvo hasta dejarlo tan suave como si fuera un talco verde oliva. A la coca, Erythroxylum coca para los botánicos y kuka para los quechuas, una vez convertida en mambe la acarician, le cantan, le preguntan y se la llevan al vestíbulo de la boca con una cucharita de madera. En ese seno cálido y húmedo, el mambe libera todo el poder de la coca sobre quien la masca: se le agudiza el pensamiento, se le esfuma el cansancio y “amanece la palabra”. El que habla es el cacique mayor de los huitoto. Lo hace en lengua indígena, mientras los demás hombres, sentados en un semicírculo que se extiende a diestra y siniestra del mayor, escuchan con la cabeza baja, sentados —casi acuclillados— en banquitos de madera. Casi siempre Yagé amarillo el cacique relata leyendas que reafir- Banisteriopsis caapi man la cosmogonía de su universo. Cuenta que una niña iba creciendo y “cuando estuvo grandecita fue con la mamá a la chagra. Una vez que llegó allí se sentó sobre un palo, se sacudió la cabeza y dejó caer unos cabellos. Así sembró la coca. La niña sabía que eso le faltaba a su padre... Fue de esta forma como nació la coca, por eso nosotros la cuidamos como cuidar a una hija”. Los demás huitotos emiten sonidos guturales en señal de aprobación. La coca es la hija, la hermana, la mujer, la madre que acerca a los hombres, a los espíritus de los sabios que “ya descansaron” y ahora viven en el corazón de los árboles, en el pecho del tigre y en piedras que protegen los lechos de los ríos. A través de la coca los indígenas

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Maloca en el Amazonas Epicentro de la cultura

piden sabiduría para escoger mujer, para encargarles los hijos a las garzas, para que la cacería traiga borugas y cerdos de monte, para que el tabaco sea poderoso, para que la sanación de un enfermo sea posible. También piden conocimiento y destreza para alejar a los nuevos explotadores de la selva que llegaron hace unos treinta años y que ellos llaman mafiosos. A secas. Los mafiosos convirtieron grandes extensiones de selva en plantaciones ilegales de coca. Una vez cosechan sus hojas mediante el trabajo de indígenas y mestizos llamados raspachines, obtienen, a través de dispendiosos procesos químicos descubiertos hace más de un siglo, un alcaloide de los catorce que posee la planta, estimulante del sistema nervioso central, supresor del apetito y anestésico altamente adictivo, denominado benzoilmetilecgonina o simplemente cocaína. Cada año la Amazonia y la Orinoquia producen en suma noventa y cuatro toneladas métricas de base de coca que alimentan el mercado mundial

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de las drogas ilegales, del que Colombia es todavía el principal proveedor. En las calles la cocaína se vende en forma de un polvo blanco, cristalino y muy fino que los consumidores esnifan por la nariz o mezclan con agua para inyectarse por las venas. También se ofrece como piedras amarillosas listas para fumar en pipas. Por la cocaína, la Madre Tierra ha sido violada una vez más: destrucción de las aguas y de los bosques de donde proviene la armonía del universo selvático; guerra abierta entre guerrillas, paramilitares y ejército por el control de un territorio “próspero”; profanación de la planta sagrada del universo andino; y más. Por lo que se ve y por lo que está velado a los ojos de los hombres, en las malocas del Amazonas se escucha a medianoche un canto. Son los hombres que piden a los espíritus de la selva valor para resistir, tal y como son, en la tierra de la que brotaron; la misma donde nació un arbusto de ramaje delgado, flores blancas, frutos rojos y hojas de un verde intenso al que le deben la fuerza para seguir existiendo.

L e y e ndas

Yagé Banisteriopsis caapi

En letra cursiva Entre las numerosas especies botánicas de la Amazonia y la Orinoquia se han destacado algunas por su demanda comercial, como la coca, la quina y el caucho; cada una de ellas apetecida por diferentes razones y cada una con su historia particular. En estas regiones la coca hace referencia a Erythroxylum coca, pero más hacia el norte de Colombia la especie tiende a ser Erythroxylum novogranatense, ambas pertenecientes al mismo género Erythroxylum de las eritroxiláceas. Tienen tan pocas diferencias morfológicas, que eran consideradas una sola. Por su parte, la quina o cascarilla (Cinchona officinalis) pertenece a las rubiáceas. Entre 1850 y 1882 la quinina, extraída de la corteza de los árboles de quina, fue el principal compuesto vegetal utilizado para combatir la malaria. Además, del mismo árbol se extraía una madera resistente, ideal para la construcción. Ante la sobreexplotación, la quina es ahora casi inexistente, como lo comprobaron las expediciones de Colección Savia en el terreno. Las drogas sintéticas y otros árboles maderables desviaron la atención de los cortadores de quina y su sobreexplotación se detuvo. Con la baja demanda de la quina, muchos de sus comercializadores se vieron atraídos por el apogeo del caucho.

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El árbol del caucho, hule o siringa (Hevea brasiliensis) hace parte de las euforbiáceas, distinguidas por la producción de látex de la gran mayoría de sus especies. Aunque el caucho también es producido por otras especies de Hevea, la Hevea brasiliensis se caracteriza por su látex abundante. Antes de conocer el buen rendimiento de los árboles de Hevea brasiliensis, los caucheros extraían el látex de árboles de Castilla sp., perteneciente a las moráceas. Este caucho era denominado caucho negro. El caucho de Hevea brasiliensis fue tan apreciado, que entre 1879 y 1912 los cultivos de esta especie imperaron en el Amazonas. El yagé (Banisteriopsis caapi), no ha sido tocado por la comercialización, y sigue siendo parte de los rituales sagrados de numerosas etnias en toda la cuenca del Amazonas.

R i t ua l

masculino

La recolección de hojas de coca es para los pueblos indígenas del Amazonas una tarea eminentemente masculina. El secreto para que su poder y sabor perduren por más tiempo consiste en procesarlas a diario una vez acopiadas. Las hojas se tuestan largamente sobre una pieza circular, trabajo que sí puede realizar una mujer. Una vez las hojas frescas se secan y toman un color café oscuro, están listas para ser pulverizadas en un gran mortero, otra de las labores que solo los hombres de la tribu pueden acometer. Las hojas pulverizadas se mezclan con la ceniza alcalina que se obtiene de la quema de árboles como el guarumo, también conocido como serico o imbauba (Cecropia sciadophylla), o la uvilla o uva silvestre (Pourouma cecropiifolia). Al anochecer, la maloca resuena con el monótono sonido de la mano de moler, acompañado a menudo por los cantos del payé o curandero, o de otro miembro prominente de la tribu, quien recitará durante la preparación del polvo de coca relatos mitológicos sobre el origen del mundo.

Caucho Hevea brasiliensis

Regresa

e l cau c h o

La Orinoquia es la nueva morada para el caucho. Según investigaciones del gobierno nacional, cinco millones de hectáreas son aptas allí para la producción de caucho natural. Ya hay sembradas trece mil hectáreas y los científicos trabajan en la identificación y selección de un germoplasma que se adapte a las temporadas de lluvia y de sequía propias de la región. Según las proyecciones de los empresarios, la Orinoquia puede producir las treinta y dos mil toneladas que se emplean en la industria nacional y de las que hoy se importan treinta mil. En pocos años los cultivos de caucho se extenderán por las sabanas y llanuras y provocarán una nueva bonanza. A los llanos llegaron los siringueros a hacer llorar los árboles, pero también a recordarnos que esta es una oportunidad para que el cultivo del caucho sea sinónimo de investigación, empleo digno y respeto por la naturaleza. Pilón de palosangre para preparar el mambe

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L e y e ndas

La

f i e b r e d e l cau c h o

“¡Ah selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde?”, se lamenta Arturo Cova, el trágico protagonista de La vorágine, uno de los clásicos de la literatura colombiana, justo en el momento en que emprende la búsqueda de su Alicia, extraviada como él en la inmensidad de la manigua. Para escribir este viaje sin retorno, José Eustasio Rivera, su creador, hizo acopio de sus vivencias cuando trabajaba en la Cancillería como secretario abogado de la Comisión Limítrofe Colombo-Venezolana. En sus travesías por la selva amazónica y la Orinoquia el escritor huilense corroboró las duras condiciones de vida de los colonos e indígenas, que eran esclavizados para la extracción del caucho a manos de “los amos de horca y cuchilla”.

N u e va

q u i na

Decenas de científicos trabajan para recuperar las dieciocho especies del árbol de la quina. Semillas identificadas en las selvas vírgenes y fértiles de la región de Cajamarca, Perú, dieron origen a las primeras resiembras. Se sabe que una vez los frutos del árbol de la quina se abren, las semillas se dispersan. Por eso, en los cultivos controlados las semillas se obtienen por medio de cañas telescópicas. Deben resembrarse con la técnica del voleo sobre tierras firmes y apisonadas. Quince días después de la siembra, ya son plantas en proceso de levantarse y echar raíces. Cuando alcanzan cinco centímetros de altura, los arbolitos son pasados a viveros y, dos años después, trasplantados a terrenos ricos en calcio. Para algunos gobiernos de la región recobrar la producción de quina es un compromiso con la humanidad, pues la malaria, llamada también paludismo o fiebre tropical, sigue causando la muerte en promedio en los últimos siete años a setecientas setenta mil personas.

Persistencia

d e l a c o ca

Para muchos pueblos indígenas colombianos la hoja de coca es alimento, medicina y ritualidad. Por eso han luchado para conservar, al lado del maíz, el tabaco, la yuca y las hierbas aromáticas, pequeñas plantaciones de coca para el abastecimiento de sus comunidades. Los adultos en los pueblos indígenas afirman que de la hoja de coca se puede extraer harina para hacer galletas, tortas y espaguetis; que levanta el ánimo, controla la ansiedad, armoniza las emociones y permite la comunicación con los espíritus de los mayores; que da esencias para cocteles y bebidas energizantes. Y también insisten en que ella, que es su madre, sea declarada patrimonio colectivo de los pueblos andinos y amazónicos que garantiza su supervivencia como pueblos ancestrales.

Quina Cinchona officinalis

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De potrero a jardín botánico

e la ganadería que hubo hace más de diez años, cuando llegaron a comprar este lugar, solo sobrevivía un puente intacto hecho de madera imperecedera, de mata mata, y restos de establos y potreros que lucían devastados como corresponde a lo que fue selva y se erosionó para alimentar vacas y cerdos. La familia Clavijo-Pardo quería emprender este camino porque está unida al Amazonas como pionera de la avicultura allí, y a su hijo Rafael, nacido en Leticia y criado en el campo, le fue familiar hablar de reforestación con los que buscaban gallinaza. Oía que al cedro si no se sembraba en sotobosque, le nacía un hongo que se comía el tronco por dentro. Y así muchos secretos. Y años después, con su carrera como publicista y su especialización en gerencia de marcadotecnia en Australia, se devolvió a su Leticia natal, cuando su Mundo Amazónico se llama este paraíso mamá Ana María se empecinó en hacer de las veintinueve cerca de Leticia rescatado con amor y con hectáreas que adquirieron en el 2005 un gran cultivo de ma- pasión y puesto al servicio del respeto derables y frutales nativos. y de la reproducción de la diversidad Rafael Clavijo y su mujer Milena Mayorga conocieron en Australia, donde eran profesionales establecidos, un parque de frutas tropicales y se imaginaron cómo reaccionarían los visitantes que se extasiaban ante la papaya y el maracuyá, cuando conocieran el umarí, la canyaraná, el copuí, la cocona o el macambo. Aceptaron devolverse en el 2009 a acompañar este plantío de maderables que comenzó con quinilla, cedro y capirona, que sembrados a diez metros como se requiere, necesitaban de cultivos asociativos, única manera de que prospere algo vegetal en el Amazonas. Así intercalaron los frutales de copoazú, azaí y aguaje, de los cuáles podían establecer plántulas cada tres metros. Pero todavía había que evitar

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Mun d o Amaz ónico e n L e t ic ia

Sendero al jardín Cerca a Leticia, todo el mundo de la Amazonia

Ortiga

Aulas botánicas Los niños de la zona se instruyen aquí

Urera sp.

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Hoja santa Kalanchoe pinnata

Coquillo o abarco Couratari sp.

Coronillo Bellucia pentamera

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Mun d o Amaz ónico e n L e t ic ia

Árbol del Espíritu Santo, chingale, machaco Jacaranda copaia

que los bejucos y las epífitas llenaran todos los espacios y a ese cultivo intuitivo que se hacía con un solo ayudante prestado de la avícola, sin vivero ni zona de aclimatación, llegaron las plantas ornamentales y así aparecieron las colecciones. Estas veintinueve hectáreas quedan a solo quince minutos de Leticia y pasaron en el 2005 de la deforestación del ganado a ser el Centro Etnobotánico del Amazonas con el nombre de Mundo Amazónico. La obstinación de Rafael Clavijo, su mamá y su mujer hicieron que la jungla recuperara sus dominios pero con la organización de ellos tres y una sola visión “aprender para no perder la biodiversidad del Amazonas”: en el 2011 abrieron al público este Jardín botánico soñado y su proyecto de empresa ecológica educativa ha recibido premios y reconocimientos internacionales: Excelencia Tripadvisor 2013 y una de las mejores cincuenta empresas sostenibles de Colombia. Cultivan ciento noventa y ocho especies endémicas taxonómicamente identificadas que junto a las demás especies establecidas forman una colección de más de trescientas entre las muchas más que no han sido identificadas y que dividieron en jardines especializa- Cúrcuma dos. Esto sirve de escenario para Curcuma sp. visitantes e investigadores que han crecido de seiscientos el primer año a mil seiscientos el segundo y a tres mil seiscientos el tercero, en una expansión que fue certificada como empresa sostenible en un portafolio internacional. Las dos comunidades vecinas: los ticuna del kilómetro 6 y los huitoto del 7, fueron sus grandes aliados para esta construcción de una comunidad ecológica. Los techos tejidos en hoja de caraná son hechos por ellos y en todos los espacios y hasta en la maloca se usó esta madera. Hoy representantes muiname, bora, huitoto, kokama y ticuna, conforman el equipo de diez personas que trabajan allí. Conviven a su vez con al menos un investigador en pasantía, sea del Sena, de la universidad Nacional de

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Tienda de objetos indígenas Aquí se venden artesanías de varias etnias de la región

Leticia o de la de Bogotá, o de la Javeriana que viene a este hábitat como práctica. Para ellos y para los turistas, Mundo Amazónico tiene un campamento cómodo donde entran en contacto íntimo con la selva y pueden hacer avistamiento de fauna en la madrugada. Pero no solo se trata de rescatar especies que están en extinción como un maderable endémico llamado achapo, o una bromelia muy selvática cuya escasez está censada; también han logrado devolver el corredor natural de fauna que es este lugar para el mono boca de leche, el aotus —o mono nocturno— los tucanes y otros animales que les llegan porque Corpoamazonia los tiene como una zona de rehabilitación de la fauna salvaje decomisada. Su labor ambiental les ha dado un lugar en el Comité de Educación Ambiental del Amazonas por-

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que cada semana reciben al menos tres grupos de escolares que llegan a hacer talleres allí, hacen bioconstrucción con ladrillos ecológicos y son los entusiastas que llevan sus botellas plásticas rellenas como aprendieron para ser utilizadas en edificaciones, a los dos centros de acopio que Mundo Amazónico tienen en Leticia. El aula está construida asimismo con botellas recicladas y los niños y adolescentes preguntan aquí igual por la composición del suelo selvático que les muestran en un terrarium alusivo o por los peces endémicos que están en el acuario Etuena. Los nombres y el uso de cada planta queda grabado por su propia experiencia en estos escolares que pasan sus mejores horas aquí. Cuando los planteles no tienen recursos, una embotelladora de gaseosas local los financia, porque es su aliada estratégica.

Mun d o Amaz ónico e n L e t ic ia

Juansoco, Surba Couma macrocarpa

Sendero a las aromáticas En medio de las ornamentales

Rafael Clavijo demuestra su satisfacción cuando ofrece aguas aromáticas de campisanto o de sidrera, endulzadas con estevia, que huelen y saben a lo desconocido y curativo que alberga la selva como una enciclopedia natural inconmensurable. Bajo el techo tejido en palma, los aparadores naturales guardan la despensa de hierbas y los asientos silvestres revelan sus colores y texturas. La masa vegetal ha crecido en torno a todo el jardín que es este rescate. Así se reposan los excursionistas que comprueban que lo que había sido arrasado, ahora es inabarcable. Es la demostración en directo de que nada es inútil ni caprichoso en esta diversidad a la que todo culto es insuficiente. Los conceptos educativos basados en la experiencia como etnobotánica o uso de las plantas; la interpretación ambiental; los procesos productivos ecológicos; el tratamiento de residuos; los escenarios culturales interactivos; la convivencia etnográfica con las distintas culturas amazónicas y el conocimiento de sus objetos decorativos y ceremoniales hacen de este Jardín botánico Mundo Amazónico una versión en nueva generación de una aula-jardín-laboratorio, que creció sin tener mucho más que pasión y respeto.

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Perfil

El

sabio

Hernando García Barriga A caballo en la selva del Putumayo, de Popayán a Mocoa, a los 22 años recibió el siempre magro y atento Hernando García Barriga, lecciones de taxonomía de su maestro W. A. Acher. Preguntaba en ese terreno inexpugnable, igual que en el cerro El Bita y en otros paisajes colombianos sobre el poder curativo de las plantas, el curare, el yagé y el yoco de primeros. Su longeva y activa vida le permitió recoger treinta mil colecciones que reposan en el Herbario Nacional Colombiano, con duplicados en el Instituto Smithsonian de Washington y en la Biblioteca de Harvard. Y escribió treinta y cuatro obras. Graduado del Colegio de San Bartolomé, bogotano nacido en 1913, vio transformarse con él la etnobotánica: la Escuela de

G arcía B arriga

Agronomía de Bogotá, de la que se graduó, se hizo Facultad de la Universidad Nacional, y a los 45 años él fundó el Instituto Botánico y el Herbario Nacional Colombiano. Dedicado a recorrer a lomo poblaciones del sur del país, uno de sus viajes tardó cuarenta y cinco días a caballo entre Villavicencio y Puerto Carreño, entre comunidades campesinas e indígenas preguntando nombres de plantas y uso curativo de ellas, lo que lo volvió una autoridad. Al punto que Richard Evans Schultes, llegado de Harvard para estudiar el caucho, tuvo en el profesor García Barriga, guía del Vaupés y el Amazonas a donde hicieron varias expediciones. En una de ellas, cerca de Mitú, García Barriga descubrió un árbol con desconocida inflorescencia blanca y llamó a su colega Schultes quien lo atestiguó y así, fueron muchas especies que García Barriga, descubrió y clasificó para el mundo. Su gran legado, Flora medicinal de Colombia, mil quinientas páginas y tres tomos publicado en 1974, tres mil ejemplares con apoyo de Colciencias, se agotaron de inmediato. En 1992 sus diez hijos financiaron la reedición ampliada con lo que afianzó en el mundo científico su estatura. Para esta segunda edición celebrada por Schultes y José Cuatrecasas en el prólogo, el autor dice de su tarea: “La ciencia no tiene estaciones para descansar en lo andado sino pequeños

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miradores para atalayar los caminos del futuro con las personales y ajenas experiencias que nos incitan a descubrir y declarar realidades cada vez más sugestivas”. Ese es su talante modesto, incansable. Él narra su encuentro con Schultes, sobre su manera de viajar: “El joven e ilustre visitante de Harvard se asombraba con mis primeros relatos sobre las experiencias gozadas y sufridas como colector de especímenes en el territorio de nuestras selvas, sobre los recorridos a través de sus caudalosos ríos interrumpidos por los peligrosos ‘raudales’ o ‘cachiveras’ que hacen la navegación con todos los materiales de trabajo como las prensas, papel periódico, formol, la comida, objetos personales cargados a la espalda en las idas y venidas”. Así fueron sus días al aire libre y, el resto, encerrado en laboratorios clasificando este tesoro colombiano que cura. Fue su guardián activo hasta sus últimos días. García Barriga, con cincuenta y nueve años de trabajo de campo y tras haber descrito el poder curativo de dos mil seiscientos plantas (desde la amapola al ajo) contribuyó a la formalización del estudio de la etnobotánica en Colombia, al crear el Laboratorio de Farmacología Vegetal, —Labfarve—. Enseñó a médicos de distintas facultades, fue invitado a Harvard como profesor, recibió el premio Alejando Ángel Escobar y fue miembro de la Sociedad Linneana de Londres. El género de asteráceas (Compositae) de la familia de las margaritas lleva su nombre Garciabarriagoa, todo lo cual no abarca el paisaje de su vida.

Epífitas Vegetales que se hospedan en otras plantas

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La Macarena, el mundo perdido

esde el aire, como emergiendo de la manta de niebla, parece un buque enorme de roca a punto de atracar en el puerto que le ofrece la cordillera Oriental de los Andes colombianos. Es un arca de piedra donde los pasajeros son osos negros, primates de varias especies, jaguares, tigrillos y pumas, tejones, perros de agua, reptiles, insectos multicolores y cientos de especies de pájaros, muchos de ellos aún sin clasificación. Es la sierra de La Macarena: un tepuy, formación geológica llamada así en lenguaje indígena arawak y que significa “morada de los dioses”. Y lo parece, porque estas formaciones típicas del Escudo de la Guayana, una de las agrupaciones de rocas más antiguas del mundo suelen ser tan inaccesibles, con sus paredes verticales adornadas de cascadas gigantes, que muy pocos han podido escalar hasta la cumbre para ver ese mundo La madre de la biodiversidad de Colombia perdido que sir Arthur Conan Doyle imaginó poblado aún está aquí. En esta serranía entre Orinoquia de dinosaurios. Si se mira un mapa de Colombia, La Maca- y Amazonia. Diez expediciones botánicas rena parece flotar sobre las planicies de la Orinoquia, justo no bastarían para contarla en su frontera con la selva amazónica, como si los pastizales mecidos por los vientos de la llanura la hubieran ido arrastrando hasta el borde mismo de los Andes, con los que geológicamente no está relacionada, ya que son como doce o más veces más jóvenes. Cuando La Macarena ya era roca del Escudo de la Guayana y se elevaba alta sobre el horizonte, la cordillera de los Andes era apenas un sueño de la geología, meros sedimentos que se acumulaban lentamente en el fondo del océano primigenio para levantarse, soberbios de juventud geológica, varios cientos de millones de años después, por cuenta del choque de las placas tectónicas que convierten las rocas en plástica materia.

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S er ran ía de L a M ac ar e na

Aguas cristalinas en La Macarena A veces teñidas por Macarenia clavigera

Vegetación en formación rocosa Pseudobombax septenatum

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Nosotros, los hombres, con nuestros afanes de colonos, de quemas, de cultivos de coca y marihuana; con nuestros afanes de guerra, de pregonar la patria que cada cual se imagina, desde la tribuna de estas lejanías, aunque llevamos años tratando de dominar la sierra, no somos sus dueños. Somos unos extraños que nunca terminamos de desempacar las maletas. Las verdaderas dueñas de La Macarena son las plantas, que suben como si fueran marineros por las jarcias de estas laderas imposibles, moldeadas por el cincel mil veces millonario de la erosión. La vegetación que arranca allá abajo, a los doscientos metros de altura so-

Docenas de ríos reparten nutrientes entre las rocas

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bre el nivel del mar, donde los pastizales se vuelven selva, va cambiando con la altitud hasta convertirse en la misteriosa cubierta de plantas enanas y resistentes que miran el mundo desde la cima de sus dos mil ochocientos metros de altura sobre el nivel de un mar que aquí no es de agua sino de clorofila en todas sus formas. Desde allá arriba, para los que puedan llegar, el paisaje debe quitar la respiración: la gigantesca sabana que al norte se mezcla con el cielo en el horizonte, tejida por los hilos destellantes de los grandes ríos de la Orinoquia que la cruzan como un sistema circulatorio por donde viaja el agua, la sangre de la tierra. Esta sabana

S er ran ía de L a M ac ar e na enorme, que se ve desde este balcón tan exclusivo, se fue formando por los sedimentos de millones de años que fueron cubriendo con paciencia geológica el Escudo Guayanés, una vieja familia de rocas que van entre los tres mil quinientos y tres mil seiscienos millones de años de antigüedad, del que forma parte La Macarena. Al sur, el verde pasto de las llanuras se convierte en el verde cromo de la selva amazónica, encrespada de follajes en su dosel de árboles colosales. No es fácil imaginarse cómo quedó ahí, solitario, este testigo de roca de seiscientas treinta mil hectáreas de extensión, ciento treinta kilómetros de longitud de norte a sur y treinta y cinco kilómetros de oriente a occidente. Cuentan los geólogos que el viejo Escudo de la Guayana, una suma de rocas del Precámbrico, las rocas más viejas de la Tierra, tenía una capa gigante de rocas sedimentarias que formaban una meseta que se fue erosionando durante cientos de millones de años hasta dejar algunas islas resistentes, los tepuyes que adornan a Venezuela, Brasil, las Guayanas y Colombia. Esta maravilla de la naturaleza está ubicada en el extremo suroccidental del departamento del Meta y comprende áreas de los municipios de La Macarena, Mesetas, Vista Hermosa, San Juan de Arama y Puerto Rico. Harían falta como diez expediciones botánicas para dar cuenta de la biodiversidad de la sierra de La Macarena, de la vegetación casi que aérea de la cumbre fría, de la de las laderas rocosas, donde quién sabe qué plantas han encontrado cómo vivir, pues parece imposible. Solo el río Caño Cristales, una maravilla de la tierra, con sus plantas que pintan de colores el agua que se descuelga por las capas de pizarras y areniscas, se ha dejado llevar por el mundo en fotografías. Los pocos que han llegado con sus morrales, sus cámaras e ilusiones, han podido encontrar un verdadero mundo perdido, donde las especies endémicas apenas si son una muestra ínfima de lo inexplorado, de lo que se podría encontrar si se pudiera recuperar para el mundo este laboratorio natural de la sierra de La Macarena. La lista del herbario de este mundo perdido es enorme, a pesar de la escasez de exploraciones. La flora del parque de la sierra de La Macarena contiene tres biomas de selva húmeda higrofítica: piso térmico cálido, bosque húmedo templado y bosque frío. Los dos

últimos se desarrollan en una topografía tan abrupta, que se conoce muy poco de ellos. Los pocos que han llegado allá arriba han reportado musgos y epífitas, encenillos y algunas plantas carnívoras que harían las delicias del cine de terror. El viento que azota la cima de la sierra, la poca capa vegetal que se acumula, el frío y la falta de suelo normal por la aridez de las rocas, ha hecho que las plantas resuelvan su almuerzo no en la mesa de los minerales sino en la de los insectos. ¡Qué de jugos exóticos y tramposos como la miel nos podría enseñar una sola de estas plantas carnívoras! Pero este mundo de más allá de la capa de niebla es casi un misterio. Lo que más se conoce es la selva húmeda de piso térmico cálido, donde los bosques son densos y perennes, con un dosel entre los treinta y los cuarenta metros de alto. Por su culpa entre diciembre y enero, se da un otoño no imaginado en estas latitudes tan ecuatoriales, cuando las hojas caen como lluvia del dosel, sobre un sotobosque muy variable de arbustos y palmas que pelean por la luz solar con lianas, orquídeas y árboles como el palo de arco (Tabebuia serratifolia), la chibechea, también conocido en la región como matapalo o higuerón (Ficus insipida), el guayabo, macano o Orquídea granadillo (Terminalia amazonia), Catasetum sp. y el zapito (Sterculia macarenensis), que con ese apellido en latín nos cuenta que es endémico, como tantas especies conocidas y por conocer. Como no podemos caminar por los escarpes de las laderas que parecen correr por el borde de la muralla de la sierra de La Macarena, que se levanta hacia el cielo, soñemos que vamos sobre el lomo de un dinosaurio volador de los imaginados por Conan Doyle para su mundo perdido. Allí abajo, en el piso cálido y húmedo, podríamos encontrarnos con el árbol mortecino (Grias sp.), cuya madera se cuida sola por el olor que le da nombre. Junto a este árbol, como una paradoja, podríamos ver la palma huichira o palma real (Attalea maripa), llamada también inayá, marija o

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palma de virote en el Amazonas, que da unos palmitos que son un manjar y que también sirve para preparar una bebida alcohólica muy apreciada por los indígenas, que ya son pocos. En sus cercanías han vivido los choruyas, los pamiguas y los guayaberos. Los tukano se han resistido a morir como pueblo y todavía hablan su lengua ancestral. El viento nos lleva a otro recodo, en este vuelo imaginario, y podemos ver otras palmas, como la milpesos o seje (Oenocarpus bataua). Damos un giro, rumbo al sur, luego de dejar el norte, donde la Vellozia macarenensis, que también es endémica, se las ve con el sol que relame el sustrato de roca donde crece. Avistamos de repente la selva amazónica, que se derrama hasta el infinito. Si descendiéramos, tendríamos que caminar ocultos por el follaje del tarraigo o turriago (Phenakospermum guyannense), una hierba gigante que parece pasto de dinosaurios. A medio camino de la cumbre, en las altiplanicies que se cuelgan a mil trescientos metros sobre el nivel del mar, los suelos rocosos solo dejan que las plantas crezcan entre las fisuras. Es el reino de los arbustos, hierbas y bosques aislados y enanos. Aquí se destacan las bromeliáceas terrestres y algunas especies de Hypericum, de las hipericáceas, que parecen cipreses. Una bocanada de aire nos aleja de los riscos de la sierra y nos lleva al cielo sobre el cañón que tiene del otro lado a los Andes. Allá abajo, cerca de los ríos y arroyos, como el Cafre y el Guayabero, y en todos sus afluentes, que se descuelgan de la sierra misma y de los Andes, se encuentra la Macarenia clavigera, de las podostemáceas, especie endémica de planta acuática que le da el característico color rojo al espectacular Caño Cristales. Y así, como en un sueño, podríamos darle mil vueltas a la sierra de La Macarena, un útero donde nacen cientos de plantas de las que tal vez no conocemos ni la mitad. Se siente un cierto desencanto por tener que conocer y disfrutar este mundo con los ojos de la imaginación, cuando quisiéramos vivirlo a cada paso por sus senderos escarpados, olfatearlo en cada flor y en cada corteza, palparlo en cada liana que asiéramos para escalar hasta la cima de ese mundo perdido. Pero podemos consolarnos pensando que, al no hollarlo, de algún modo lo estamos conservando.

Ceiba entre rocas Ceiba pentandra

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S er ran ía de L a M ac ar e na

En letra cursiva Son pocas las familias de plantas que pueden darse el lujo de sobrevivir en las partes más altas de la serranía de La Macarena. En este caso encontramos cunoniáceas como el encenillo (Weinmannia sp.), que comparte este ecosistema con bromeliáceas (Navia sp.), algunas orquídeas y unas cuantas velloziáceas como la Vellozia macarenensis, una de las flores endémicas de la región. Pero a medida que vamos bajando las familias botánicas se van multiplicando. Es el caso de algunas epífitas (Clusia sp.) pertenecientes a las clusiáceas, al igual que Tovomita sp., más abajo, en el bosque de galería, ecosistema que comparte con la Ruellia sp., una acantácea; la Pera sp., una euforbiácea; algunas fabáceas como Stylosanthes sp. y Machaerium sp.. Y unas cuantas anonáceas como la Fusaea sp., conocida en la región como chirimoyo, y la Xylopia aromatica, denominada popularmente como malagueto o achón. En esas alturas también se hallan especies de Sinningia sp., una gesneriácea, de Hyptis sp., mejor conocido como mastranto, una lamiácea, y Lantana sp., una verbenácea llamada yerbamora o cariaquito en la región. En este ecosistema de bosques y sotobosques predominan asi mismo especies de Hirtella sp. o palo de maicero, una crisobalanácea, Davilla sp., conocida también como bejuco chaparro o bejuco candela, una dileniácea y se encuentra además la Nectandra amazonum, laurel, chulo o tinto, una laurácea. Dentro de estos tupidos bosques no faltan las bignoniáceas, con sus flores de llamativos colores, como son los ejemplares de palo de arco o floramarillo (Tabe-

buia serratifolia) y el chingalé, gualanday o flormorado, que tanto color dan a la región. Pero especialmente se dan allí las palmas o arecáceas; en particular la Attalea maripa, conocida popularmente como güichire, marija o palma de virote, aunque también se presentan ejemplares de Oenocarpus bataua, apodada palma milpesos o seje, y de Socratea exorrhiza, conocida como palma zancona o araco. A diferencia de los densos y coloridos bosques, en las sabanas de este territorio predominan las características gramíneas o poáceas, tales como el Trachypogon spicatus, conocido popularmente como paja lisa o saeta lisa, y el Andropogon leucostachyus, llamado rabo de gato o rabo de vaca debido al aspecto que presentan sus espigas. La conjunción de todos estos ecosistemas en La Macarena, con sus muchas o pocas familias botánicas y especies exóticas y endémicas, nos hace caer en cuenta de la importancia de preservar intacto este territorio.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Anonáceas

Fusaea sp.

Chirimoyo

Alimento

Anonáceas

Xylopia aromatica

Malagueto, achón

Leña y cerca viva

Araliáceas

Schefflera morototoni

Tórtolo, mano de león, sachauva

Ornamental y construcción

Arecáceas

Attalea maripa

Güichire, marija, palma de virote

Alimento y construcción

Arecáceas

Oenocarpus bataua

Milpesos, seje

Construcción y alimento

Arecáceas

Socratea exorrhiza

Palma zancona, araco

Artesanal y construcción

Bignoniáceas

Jacaranda obtusifolia

Gualanday, chingalé, flormorado

Ornamental y medicinal

Bignoniáceas

Tabebuia serratifolia

Palo de arco, floramarillo

Medicinal y ornamental

Combretáceas

Terminalia amazonia

Macano, granadillo

Construcción

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La Macarena se arrastra, nada,

Por su antigüedad, muy superior a la de los Andes y sus valles fluviales, La Macarena es la madre de la biodiversidad del territorio colombiano, pues desde allí empezaron a distribuirse tanto las especies vegetales como las animales. Además, por su privilegiada ubicación entre la Orinoquia y la Amazonia, es un punto de intercambio que incrementa aún más esta abundancia biológica. Entre lo que se mueve, tanto en el suelo como arriba en las ramas, hay ocho especies de primates, como tutamonos o micos de noche, macacos, socacos, titís, marimondas, araguatos y choyos. Hay osos hormigueros, ocarros, cachicamos, armadillos, arracachos, osos negros, tejones, olingos, perros de agua o nutria gigante del Amazonas, tigrillos, jaguares, pumas, ardillas, chigüiros, curíes, toninas, venados sabaneros y soches. Lo que se arrastra cuenta con una gran riqueza de especies de reptiles, entre las cuales más destacadas son la babilla, el caimán del Orinoco, los cachirres, la tapaculo o tortuga hedionda, los morrocoyes, las mata mata, las sabaneras. En el aire y anidando entre las ramas y hasta en el dosel de los árboles más grandes, hay cerca de cuatrocientas cuarenta especies de aves, como paujiles, gallinetas de monte, tentes, jamucos, yátaros, trepatroncos, copetones, tráupidos y corocoras.

Guamacho Pereskia guamacho

La Macarena

en números

En 1948 la sierra de La Macarena se constituyó como la primera reserva natural protegida por ley, pero fue en 1971 cuando se estableció como parque nacional natural. Tiene un área de seiscientos treinta mil hectáreas, que van entre los doscientos y los dos mil ochocientos metros sobre el nivel del mar. Mide ciento treinta kilómetros de norte a sur y treinta y cinco kilómetros de oriente a occidente. Está en jurisdicción de los municipios de La Macarena, Mesetas, Vista Hermosa, San Juan de Arama y Puerto Rico, todos en el Meta. Al norte, el río Cafre y el caño Cabra le sirven de límite. El río Guayabero traza el límite sur, mientras el río Duda lo demarca al occidente. La temperatura promedio es de 25,5 °C.

La Macarena

Carbonero

mueve, vuela

e n l at í n

En la sabana tenemos gramíneas como el Axonopus canescens, el Trachypogon spicatus y el Andropogon leucostachyus. También tenemos algunas arbustivas de los géneros Hyptis (lamiáceas) y Miconia (melastomatáceas). En los parches arborescentes, con un dosel de seis a quince metros de alto, los más frecuentes son Schefflera morototoni (mano de oso, mano de león, sachauva, tórtolo), Erythroxylum macrophyhlum (coca de monte, ajicillo, pata de torcaza), Jacaranda obtusifolia o flormorado, conocido también como gualanday, Pera arborea o arenillo, Annona cherimolioides o anón de monte, Vismia macrophylla, denominada punta de lanza, lacre o palo de chicharra y Xylopia aromatica, que en la región se conoce como malagueto o achón. En los bosques de galería, en su estrato herbáceo, tenemos presencia de los géneros Ruellia, Stylosanthes, Sinningia, Heliconia, Hyptis y Lantana. Entre los arbustos predominan especies de Tovomita sp., Hirtella sp., Davilla sp., Siparuna guianensis, Piper sp., Polygala sp. y Miconia sp. Entre los subarbóreos, encontramos las fabáceas Inga sp. y Cassia sp. Y en el estrato arbóreo se dan especies de Fusaea sp., Nectandra sp., Machaerium sp. y algunas cecropiáceas.

Acanthella sprucei

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S er ran ía de L a M ac ar e na

La Macarena

en rocas

En la maleta del geólogo podrían verse areniscas rojas de origen marino, algunas con fósiles; areniscas arcillosas y lutitas grises y verdes, entre las más viejas. Las jóvenes serían conglomerados, areniscas y arcillolitas, de origen fluvial o lagunar marino, más las arenas sueltas y areniscas que van quedando a los pies de los tepuyes, caídas desde sus paredes y cimas. Las rocas de La Macarena están sobre el basamento del Precámbrico del Escudo Guayanés, formado por rocas ígneas y metamórficas, de las más viejas de la Tierra, con edades hasta de dos mil quinientos millones de años. Sobre este gran escudo de rocas primigenias se fueron depositando los sedimentos en los primeros océanos hasta formar una secuencia de capas que en toda la región se conoce como la formación Roraima, con una edad de entre mil novecientos treinta y mil quinientos noventa millones de años. Esta formación luego se elevó y emergió del mar por la acción de fuerzas tectónicas y quedó expuesta a la erosión, que la volvió a convertir en sedimentos que fueron a llenar los nuevos océanos, en una secuencia que todavía hoy sigue. En un principio los continentes no estaban donde hoy los vemos, formaban un rompecabezas distinto. Las zonas más resistentes de esas rocas de sedimentos aún hoy aguantan los embates de la erosión: son los tepuyes, islas de roca que se han ido desgastando y lo seguirán haciendo hasta que, en el curso de millones de años, también desaparecerán. Este gigante de la formación Roraima tiene cuatro unidades formadas en diferentes épocas, llamadas Uairen, Kukenán, Uiamapué y Mataui. En Colombia solo tenemos la última. Sus hermanas más viejas están en Venezuela y Brasil.

La Macarena

Bejuco cadeno Bauhinia guianensis

y el hombre

Entre 1537 y 1538 el alemán Jorge Spira, en una expedición que salió de Coro, Venezuela y recorrió el piedemonte llanero, fue el primer explorador que llegó a La Macarena. En 1541 Hernán Pérez de Quesada, en busca de El Dorado, pasó junto a la sierra por el valle del río Duda. En 1560 Gonzalo Jiménez de Quesada llegó hasta el río Guayabero, donde tuvo que desviarse hacia la selva de Airico debido sus enfrentamientos con los indígenas. Desde el siglo xvii la zona se empezó a llamar La Macarena, aunque todavía a mediados del siglo xix no aparecía en los mapas. En 1872 Jules Crevaux, encargado por el gobierno de trazar un camino, puso a La Macarena en los mapas oficiales y en las ilusiones de los colonos, que solo fueron detenidos por un centinela poderoso: la fiebre amarilla. Mas con la popularización de las vacunas hasta este guardián natural se rindió, y la colonización de los alrededores de La Macarena trajo consigo todo aquello que el hombre suele llevar en sus invasiones. Los primeros colonos encontraron en las paredes rocosas de los raudales del río Guayabero pictogramas trazados por los pueblos que habían llegado allí miles de años atrás, pueblos indígenas que se han ido mezclando con los recién venidos hasta prácticamente desaparecer culturalmente en esta fusión inevitable. Tal es el caso de los choruyas, los pamiguas y los guayaberos. Solo los indígenas tukanos hablan aún su lengua original.

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Para males de cuerpo y alma

omo un mundo dentro del mundo que aún está por descubrir. Como la casa de la mayor cantidad de aves y de anfibios del globo. Como la cuna de la reserva de agua potable del planeta. Como un océano verde. Como el paraíso de la biodiversidad. Cada quien ve como quiera —desde la admiración profunda, desde la curiosidad científica y también desde la esperanza— esta región imponente, hermosa y rica que forman los ríos Amazonas y Orinoco. Y muchos, por supuesto, la ven como una enorme farmacia. Aunque decir enorme sea poca cosa y haya que buscar otros adjetivos: inmensa, descomunal. Un laboratorio en el cual las culturas aborígenes llevan siglos —milenios quizás— investigando y observando las hojas, ta- Hojas, tallos, raíces, bejucos, flores, todo llos, flores y raíces de las plantas nativas. Una enorme farma- lo que la prodigiosa naturaleza da, tiene cia a la cual, no obstante la sabiduría de culturas ancestrales un uso para quienes han encontrado en ella como las que habitan el valle del Sibundoy en el Putumayo el remedio para todos los males —especializada como ninguna en el mundo en una ciencia que consiste en descubrir y aplicar las bondades medicinales de las plantas— aún le quedan muchos rincones por explorar: muchos más que los que han sido explorados. Así, habría que decir que esta región que ocupa prácticamente la mitad del mapa de Colombia es una enorme farmacia de la cual solo se han abierto unas cuantas gavetas. Lo cierto es que con lo poco conocido se bastan quienes la habitan para curar sus males. Y muchos de los que han llegado hasta allí con su prepotencia y sus diplomas de universidades lejanas han quedado con la boca abierta ante tanta maravilla de la naturaleza y tanta sabiduría de quienes allí nacieron, allí tienen sus raíces y allí viven. Otros,

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M e dic i nal e s

Maraco Couroupita guianensis

Matarratón Gliricidia sepium

Albahaca negra Ocimum sp.

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Clavellino

Mastranto

Caesalpinia pulcherrima

Hyptis sp.

animados por el deseo noble de multiplicar aquellas bondades y hacer partícipes de sus beneficios a millones de habitantes del planeta que ignoran lo que allí existe, han trabajado para nutrir a la industria farmacéutica con sus principios activos y sus fórmulas secretas. Cada vez más compuestos químicos de los que ofrecen en las pequeñas boticas de pueblo y en las grandes cadenas de farmacias están inspirados en las virtudes de la flora de la Amazonia y la Orinoquia, cuando no resultan directamente desarrollados a partir de ese conocimiento al que se le dio la espalda durante siglos. Pero quizás lo más llamativo —lo más hermoso, sí— de la relación entre los habitantes de esta región con las plantas de las cuales se valen para curar sus enfermedades, es que las consideran parte integral de su mundo: de ese cosmos en el cual creen estar en igualdad de condiciones. Rica como ninguna región del mundo en plantas medicinales, muchas de las cuales están aún por investigar a fondo, en las tierras amazónicas y orinoquenses

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nacen, en formas vegetales, remedios para todos los males conocidos. Por eso, no extraña que muchas de las especies medicinales de la Amazonia y la Orinoquia sean consideradas plantas sagradas. Y tratadas como tales. Ahí están, por ejemplo, el yagé, la virola —conocida en ambas regiones como sangretoro— el puinave (homónimo de un grupo indígena del Guainía); la burundanga o escopolamina, un alcaloide que se extrae de la planta conocida como borrachero o floripondio; e incluso el tabaco, entre muchas otras especies que tienen propiedades alucinógenas, que no están al alcance de la gente del común —entre otras razones porque utilizadas sin el debido conocimiento suelen acarrear grandes peligros, hasta la muerte misma— y cuyo empleo supone siempre un ritual que ha pasado de generación en generación y por el cual la comunidad demuestra gran respeto. Quizás porque en su manera de ver la vida el cuerpo y el espíritu están fundidos y lo que suceda con uno afecta al otro, para bien o para mal, es habitual

M e dic i nal e s que en las comunidades que habitan esta región los encargados de curar el cuerpo también sean considerados guías espirituales: son los payés o chamanes que dirigen los rituales para entrar en contacto con las deidades y con los antepasados —hay quienes llaman al yagé el vino del alma, el hilo que une al bebedor con los muertos—, y que mediante la ayuda de las plantas sagradas pueden establecer el verdadero origen de las dolencias de quienes son tratados y determinar el tratamiento adecuado, que por lo general incluye ceremonias para invocar la ayuda del más allá. De las muchas especies alucinógenas, el yagé parece ocupar un lugar preponderante en algunas comunidades por sus propiedades tranquilizantes, su efecto eufórico y su carácter de planta mágica, telepática e hipnótica, que no solo se emplea en los rituales religiosos y en la cura de enfermedades: también se valen de él los chamanes para escoger el lugar de la construcción de las malocas y hasta para determinar el momento oportuno de los viajes. Pueden existir muchas dudas sobre sus propiedades sobrenaturales, pero lo que sí es cierto es que la bebida que con esta planta se prepara resulta muy amarga y por lo general produce vómito y diarrea. Para muchos, se trata simplemente de ayudar a limpiar el cuerpo y el espíritu de malas energías. Efectos similares tiene la virola, que suele consumirse inhalando el polvillo al que se reducen trozos de su corteza, considerado como un poderoso psicotrópico y que se emplea también para curar infecciones y emponzoñar con veneno los dardos de las cerbatanas. Tan mal visto hoy en día, el tabaco ha sido muy apreciado desde tiempos lejanos entre comunidades como las de los yukunas y los tanimukas, en el sur de la Amazonia, y especialmente entre los tukanos, en el Vaupés, que lo utilizan en curaciones, pero sobre todo antes de emprender ciertos tratamientos, para acceder a la inspiración y preparar al paciente. También sagrado, el chiricaspi es muy apreciado como febrífugo por los indígenas kofanes y sionas del Putumayo, así como para contrarrestar el efecto de las mordeduras de serpiente. Pero se sabe que ingerido en exceso puede hacer perder por completo la coordinación muscular y producir picazón en todo el cuerpo.

De muy alta toxicidad es también el cucharacaspi, pero los médicos makunas, que habitan las riberas del río Popeyaká, utilizan su látex para acelerar la curación de las heridas. Y saben los indígenas cubeos, que habitan riberas de ríos del Amazonas, Vaupés y Vichada, que familias como la de las aristoloquias suelen producir poderosos efectos tóxicos, pero también medicinales, y entre otros fines las usan para tratar a los epilépticos. Conocido en otras regiones como floripondio o burundanga, el borrachero llama mucho la atención de los caminantes por sus flores blancas, rosadas o amarillas. Pero saben quienes han dormido una siesta a la sombra de sus ramas que esta planta narcótica puede provocar desde dolores de cabeza hasta desequilibrios mentales. Utilizada como se debe, los inganos del Putumayo y del sur de Caquetá saben que ayuda a calmar las neuralgias, a curar la tos ferina y el asma y a paliar algunos males del útero y de la uretra. Emparentada con la burundanga, los médicos tradicionales kamsás e ingas han establecido que la culebra borrachera —generoso productor de alcaloides, en especial escopolamina— es la más potente de las plantas narcóticas. Chaparro Si bien se utiliza para bajar la fie- Curatella americana bre y calmar escalofríos persistentes, en algunas comunidades del Putumayo se ha empleado con éxito para tratar tumores; y los chamanes recurren a ella sobre todo para adquirir poderes que les permitan moverse con facilidad en los campos de la adivinación y la profecía. Sin duda, una de las plantas que más llamó la atención de los primeros misioneros españoles que llegaron a las regiones del río Putumayo fue el yoco —muy empleado por los coreguajes y los kofanes—, y lo mencionan con frecuencia en sus informes. Es cierto que los indígenas lo emplean como antiparasitario y purgante, pero su uso principal consiste en inhibir el apetito y menguar la fatiga en los largos viajes de

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Bajagua Senna reticulata

cacería en medio de la selva. Sin embargo, esta especie no llegó a ser tan apreciada en la península ibérica como la guayusa, de la cual se establecieron plantaciones suficientes para cubrir la amplia demanda de los españoles, que con ella curaban la sífilis, tal como lo aprendieron de los médicos tradicionales de Sibundoy y Mocoa. Y a pesar de haber sido reseñado en estudios publicados a finales del siglo xix en París, menos fama tuvo el gualanday, cuyas bondades en el tratamiento de las enfermedades venéreas han sido calificadas como sorprendentes. Tostadas y pulverizadas, las hojas de la dapakoda detienen la diarrea; y se sabe que sus flores remojadas en chicha —como se emplean desde tiempos ancestrales en las ceremonias de iniciación masculina conocidas como yuruparí— ofrecen muy apreciadas propiedades afrodisiacas. El achón o sembé, que en algunas regiones se conoce con los simpáticos nombres de malagusta o malagueto, y que abunda en los alrededores de San José del Guaviare, fue muy socorrido en el tratamiento del cólera. En la actualidad se emplea para calmar los cólicos. Para las llagas se recomienda el aceite que se extrae de la copaiba o palo de aceite. En caso de hemorragias uterinas las matronas de la región suelen acudir a la akereba —que significa “flor que abre bastante” y que se conoce como palo de cruz o monterillo—, y entre los diabéticos es común el consumo de la infusión que se prepara con las hojas secas del bello y empinado yarumo plateado. Muy apreciado en la cocina y también por las mujeres que trituran las semillas para utilizarlo como protector solar, el achiote es empleado por la comunidad miraña en el Amazonas para desinflamar las amígdalas y para aliviar el hígado. No obstante, su uso principal corre por cuenta de los tratamientos dermatológicos. Las hemorroides parecen llegar a su fin con el empleo de un extracto preparado con las hojas de la planta llamada ojo de venado —a la que también han asignado beneficios en el tratamiento del mal de Parkinson—; y se dice que la tensión arterial elevada vuelve a sus cifras normales al beber una infusión que allí se prepara con las hojas del chaparro, cuyo tallo se usa también para ayudar a los enfermos de artritis. Y se sabe, por cuenta de los quichuas y los huitotos, que la savia de la sangre de drago ayuda a conseguir la oportuna cicatrización de las heridas, y que los hongos de la piel desaparecen con el empleo del trompeto, un pequeño árbol que también se conoce como sarno precisamente por sus propiedades para eliminar la sarna de los perros. Se usan las ramas del escobo o escobilla no solo para repeler pulgas y para elaborar escobas —de ahí su nombre— sino también, maceradas en agua, para enjuagar el pelo. No hay duda: se encuentra cura para todos los males entre las decenas de miles de plantas que crecen en la Amazonia y en la Orinoquia. Incluso para algunos de pronóstico reservado, como el cáncer, pues hay especialistas que recomiendan el bejuco de anzuelo o uña de gato para complementar ciertos tratamientos de radioterapia y de quimioterapia. Y probablemente no exista la muy buscada fuente de la eterna juventud. Pero se dice que el guaraná, que tanto se recomienda para limpiar las arterias de colesterol y para proteger los bronquios, logra el milagro de retardar el envejecimiento.

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M e dic i nal e s

En letra cursiva Entre esa grandísima variedad de especies medicinales que hay en las regiones de Amazonas y Orinoco, existen familias botánicas representativas que se caracterizan por la presencia de compuestos orgánicos con principios activos y con más de una especie utilizada en la medicina tradicional. Es el caso de las solanáceas, a las que pertenecen el borrachero o floripondio (Brugmansia suaveolens), el tabaco (Nicotiana tabacum), el chiricaspi (Brunfelsia chiricaspi), el lulo (Solanum quitoense) y la culebra borrachera (Brugmansia aurea). También las lamiáceas, es decir las aromáticas, una de las familias botánicas con mayor número de especies utilizadas para calmar los nervios, entre las que se cuentan la albahaca (Ocimum campechianum), el romero (Rosmarinus officinalis), la hierbabuena (Mentha x piperita), la mejorana (Origanum majorana), el poleo (Clinopodium brownei) y el toronjil (Melissa officinalis). Con menor número de ejemplos, pero con especies de gran valor para la medicina tradicional, están algunas urticáceas como el yarumo plateado (Cecropia telenitida) y la ortiga o pringamoza (Urtica urens). Y ciertas apocináceas, como la dapakoda (Mandevilla steyermarkii) y el cucharacaspi (Malouetia naias); arecáceas como el chontaduro (Bactris gasipaes) y el asaí o manaco (Euterpe precatoria). Fabáceas como el palo de cruz o monterillo (Brownea ariza), la copaiba o aceite (Copaifera pubiflora) y el ojo de venado (Mucuna sloanei); mirtáceas como la guayaba (Psidium guajava), la pomarrosa (Syzygium malaccense), y el arazá (Eugenia stipitata). Y también cabe nombrar las papaveráceas, como el trompeto o sarno (Bocconia frutescens) y la amapola (Papaver somniferum).

En este amplio territorio también es común encontrar géneros o especies ampliamente utilizados en la medicina tradicional y altamente reconocidos en el área de los fármacos, como la caléndula (Calendula officinalis), de las asteráceas; la valeriana (Valeriana officinalis), de las caprifoliáceas; el chaparro o curata (Curatella americana), de las dileniáceas, y la guayusa (Ilex guayusa), de las aquifoliáceas Con un alto potencial farmacológico, pero arriesgadamente tóxico, se halla aquí el género Aristolochia, de las aristoloquiáceas, tales como el mato (Aristolochia nummularifolia), que es utilizado en la región de la Orinoquia, la oreja de tigre (Aristolochia sprucei), utilizada en el Putumayo, y el guaco (Aristolochia goudotii), usado con fines medicinales en el Meta. Y al igual que la Aristolochia, son muchas las especies de gran potencial medicinal pero, en algunos casos muchos de ellos estudiados, con graves consecuencias de efectos secundarios.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Celastráceas

Maytenus laevis

Chuchuhuasa, chuchuhuasi

Medicinal antimalárico y afrodisiaco

Euforbiáceas

Croton lechleri

Sangre de drago, sangro

Medicinal analgésico

Eritroxiláceas

Erythroxylum coca

Coca

Medicinal, alimento fortificante

Malpigiáceas

Banisteriopsis caapi

Ayahuasca, yagé, caapi

Medicinal, psicoactivo y afrodisiaco

Myristicáceas

Virola surinamensis

Sangretoro, cuamara blanca

Medicinal, maderable

Rubiáceas

Uncaria guianensis

Uña de gato, bejuco de anzuelo

Medicinal y afrodisiaco

Sapindáceas

Paullinia yoco

Yoco

Medicinal y psicoactiva

Solanáceas

Brugmansia suaveolens

Borrachero, floripondio

Medicinal, psicoactiva

Solanáceas

Nicotiana tabacum

Tabaco

Medicinal analgésico

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La

c o c a , d e u n v e r d e b r i ll a n t e

Vuelta maldita —y perseguida— en algunos países, entre ellos Colombia, por la intromisión de la delincuencia y la impotencia operativa de las autoridades, la coca es un cultivo sagrado de muchas comunidades indígenas del Amazonas - Orinoco. Un ritual. Una necesidad. Un lenitivo contra el hambre. Un producto de pancoger. Una de las primeras versiones sobre cómo se llegó al consumo de la coca como primera necesidad, la trae el investigador Anthony Henman, quien describió en 1981 el mito de su origen: “Un grupo de indígenas de tierras altas había intentado establecer una colonia en las yungas, las cálidas y húmedas laderas de los Andes bolivianos que conducen a la cuenca del Amazonas. Habiendo enfurecido a los dioses por la quema de la capa selvática original, sus casas y cultivos fueron barridos por lluvias torrenciales. Los indios se vieron obligados a refugiarse en unas cuevas cercanas. Cuando por fin volvieron a salir, luego de muchos días de tiempo tormentoso, no encontraron a su alrededor más que desolación. Debilitados por el hambre y la desesperación, hallaron un arbusto desconocido con hojas de un verde brillante; arrancaron las hojas y las llevaron a la boca para calmar el hambre. El remedio así descubierto parecía tan eficaz que el cultivo de este arbusto suministraría el motivo principal para toda la posterior ocupación de las yungas por los aymará”.

Un

Pavito Jacaranda obtusifolia

Una

f r u ta pa r a c a d a m a l

También los frutales del Amazonas y la Orinoquia cuentan con muy apreciadas propiedades medicinales. A continuación se relacionan algunas de las frutas que allí crecen y las enfermedades que ayudan a curar o a combatir. Arazá: diabetes y reuma articular Asaí: fiebre, diabetes, afecciones hepáticas y renales Badea: migraña, depresión, insomnio Borojó: desnutrición y desajustes de la presión arterial Carambolo: asma y hemorroides Chontaduro: anemia, anorexia Guayaba: diarrea Lulo: gota y afecciones renales Piña: dispepsia, faringitis, mordedura de víboras y picaduras de insectos Pomarrosa: epilepsia

a lm a q u e i l u m i n a

El payé es una suerte de chamán que suele establecer contacto con las fuerzas sobrenaturales. En su mayoría, los payés tienen amplio conocimiento de las propiedades medicinales de las plantas, y son los encargados de determinar los tratamientos para la cura de las enfermedades. El antropólogo Gerardo Reichel-Dolmatoff describió con las siguientes palabras las cualidades de un payé: “profundo interés en mitos y tradiciones tribales, una buena memoria para recitar largas secuencias de nombres y eventos, buena voz de cantor, y la capacidad de poder, durante horas, recitar encantaciones, en noches de vela precedidas por ayunos y abstención sexual. Ante todo, el alma del payé debe iluminar; su alma tiene que brillar con fuerte luz interior, que hace visible todo lo que está en la oscuridad, todo lo oculto del conocimiento ordinario y de la razón”.

Chuchuhuasa Maytenus sp.

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M e dic i nal e s

De

l a s e lva a l a i n d u s t r i a

El estudio Diversidad biológica y cultural del sur de la Amazonia colombiana, publicado en conjunto por varias entidades entre las cuales figuran Corpoamazonia, el Instituto Humboldt, el Sinchi —Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas— y Parques Nacionales Naturales de Colombia, incluye una tabla con las plantas medicinales con potencial económico en la industria, y señala las siguientes: sangre de drago, uña de gato, ortiga, yagé, guaraná, chuchuhuasi, seje, avellanos, chaparro, copaiba y palo de arco.

Jarabes

y mezcladores

La fama de la quina se debe sin duda a su efectividad para combatir la malaria, considerada en algún momento como la enfermedad de mayor magnitud en el mundo. Apreciada como una de las plantas medicinales más importantes de la historia, su poder radica en las varias decenas de alcaloides que se encuentran en su corteza, y de manera especial la quinina. Utilizada desde hace varios siglos con fines médicos, se sabe que la quina también ayuda a combatir la fiebre y la tos, y es buena amiga del corazón, pues se dice que corrige la taquicardia y previene el paro cardíaco. Los usos industriales de la quina no son pocos, pues se emplea en la fabricación de bronceadores, champús e insecticidas, entre otros productos, y hasta llegó a convertirse en un popular mezclador de la ginebra.

Deje

l o s n e rv i o s

Los médicos tradicionales del valle del Sibundoy, en el Alto Putumayo, donde se dice que está una de las culturas más avanzadas en el estudio de las propiedades medicinales de las plantas, han determinado una buena cantidad de especies que ayudan a calmar los nervios. Están entre ellas la caléndula, la malva olorosa, el toronjil, la hierbabuena, la albahaca, la mejorana, el romero, el poleo, la amapola, el limoncillo, la ruda, la ortiga, la valeriana, el cedrón y la verbena.

Vitrina medicinales Mercado de Leticia

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Combo Aspidosperma sp.

Arte con ancestro

os hombres hacen cestería, tallan madera de palosangre, balso y huito, y las mujeres fabrican cerámica y tejen. Cada uno va a recoger lo necesario y vuelve al resguardo donde con herramientas mínimas, sus manos dan forma al saber transmitido desde el abuelo del abuelo. La mujer curripaco de Coco Viejo en Puerto Inírida, sentada en el piso con sus piernas estiradas teje una mochila y su hijo desenreda hilos de colores y aprende sin palabras, con ojos, oídos y tacto. Sea un instrumento musical o un vestido ceremonial, una cerbatana, una canoa, una tinaja, una trampa para pescar, un cesto para cargar de la chagra, el arte ancestral tiene sentido simbólico, significado, valor utilitario y comprende al entorno por lo que este da como materia prima. Sin Cada objeto con su material y su forma tener noción de cuánto vale ni cómo comercializarlo, asunto es un conocimiento recibido por los nativos. que solo viene cuando los turistas los visitan. Son objetos úni- Y una herencia cultivada. Las artesanías cos, hechos por el mismo autor que lleva a cabo todo el pro- locales tienen un valor incalculable ceso de recolectar las materias primas hasta darles acabado final. Esto los identifica. Tradición que emparenta la vida cotidiana con la naturaleza. Ticunas y cocamas del trapecio amazónico usan palmera chambira y yanchama, tela vegetal tomada del ojé o higuerón que dibujan y vuelven máscaras y trajes ceremoniales. Se sientan en sus kumunos y usan moriche, seje, cogollo tierno del cumare, nervaduras de la palmera mirití y los convierten en objetos para acompañar sus labores. Con semillas tiñen y embellecen. Aunque Colombia ha divulgado el valor único de la artesanía de esta región, son pocas organizaciones las que los agrupan. Cada uno en su comunidad preserva este tesoro heredado de saber usar con belleza lo que le da la tierra.

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A rt e s anías

A punto de acabarse Palosangre es el nombre de la madera en que se talla en el Amazonas. Hablan de este árbol “caído” por su riesgo de extinción. Los motivos son mitológicos o útiles. Daga, delfín o cuchara lucen su color

Imprescindible objeto En este canasto elaborado en bejuco en cercanías de Leticia, las mujeres cargan a la espalda lo recolectado en la chagra. Peso liviano y capacidad son precisas

Mezcla de texturas Esta cerámica, decorada con tejido de cumare, fue elaborada por las mujeres curripaco en la comunidad de Coco Viejo. Descienden de una abuela con ciento doce años que vive allí

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Para vestir Esta falda es un traje típico hecho con la hoja de palma canangucha o moriche, que es la especie a la que más usos dan tanto en Amazonas como en Orinoco

Arte contemporáneo Butacos para sentarse en la maloca o para trabajar las artesanías. Los llaman kumunos y como este en Guamal, cerca a Villavicencio, tienen gran refinamiento

Conjunto de materiales Hechos de achira, guiruro y guacarapona, estos collares de semillas son usados en las ceremonias o exhibidos en la feria artesanal de Leticia

Diseño para vender Aretes diseñados y elaborados con formas tradicionales, en palma de cumare, no son lucidos por las mujeres curripacas. Ellas los venden

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A rt e s anías

Utilidad total Estos cestos son producidos en Puerto Inírida, Guainía. Su fibra es extraída de la palma de chiqui chiqui. Su trenzado está hecho por mujeres

Compañera en el río Este detalle de canoa en el río Igaraparaná, aprovecha la ductilidad de la madera de balso, tan liviana que se deja trabajar con suavidad

Caras vemos Máscaras que se sirven del balso y son usadas en los rituales. Su talla es hecha con instrumentos muy simples pero sus dibujos son muy complejos

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Tejido tradicional Esta mujer en Amazonas elabora una mochila que usarán en su resguardo o que viajará muchos kilómetros cuando alguien la compre en una feria

Para sacudir Estas escobas pequeñas tienen el colorido que dan las semillas y la sustancia con la que adhieren este tono también es vegetal. Todo se usa

Símbolo de la selva Asombrosa tela vegetal extraída por los ticunas, huitotos y yaguas de la yanchama, que es el árbol de ojé o higuerón. Los pinceles son también naturales

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A rt e s anías

Todo suena Los calabacitos acompañan a otros materiales más con los que se hacen los instrumentos musicales: cedro, cedrillo, palo arco, luiro, miratabá

Extracción Este colador para el ambil del tabaco está hecho como otras cestas de las fibras que tienen en el yarumo o guamo. La cestería es realizada solo por hombres

Para soñar Los chinchorros o hamacas son hechos de las nervaduras de la palmera mirití, del chiqui chiqui, el seje, el moriche o el cucurito. Su utilidad está garantizada

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En equilibrio De la palma chonta este soporte para el casabe tiene en los resguardos del Vaupés un uso cotidiano. Su firmeza la garantiza la perfección del tejido

El símbolo Vestido ritual hecho en la tela yanchama u ojé. Los ticunas del Vaupés la extraen basadas en las leyendas de Yoí, el sereno; Ipí, el loco y Jutapá, el que hace los sueños

Para llevarse Estas guacamayas en madera de balso nunca adornarán una maloca, pero sí encantarán a los turistas de Leticia que las llevarán al balcón de sus casas

Pequeña cacería Estas cerbatanas hecha en palma de chambira o cumare contendrán unos bodoques con los que los huitotos cazarán su alimento en la selva

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A rt e s anías

Magia magia Estas muñecas en tejido de fibra de cumare tienen una significación simbólica. Son usadas en la comunidad de Coco Viejo para protegerse Geometría propia Tejida en fibra de palma, los colores de la mochila fueron dados también con hojas silvestres. El diseño lo marca su demanda

La pesca del día Una trampa para la pesca es sin duda un utensilio imprescindible en aquella estrella fluvial que conforman ríos inabarcables e innumerables

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Amazonia, termómetro de la Tierra

i se mira una imagen de la Tierra desde el espacio, la Amazonia es el área que aglutina la mayor cantidad de bosques continuos. A su vez, estos bosques tienen una densidad, una altura y una arquitectura, entre otros atributos, que les permiten guardar una importante cantidad de biomasa y en particular, de CO2, comúnmente llamado dióxido de carbono, compuesto vital en la generación del “efecto invernadero” cuando está esparcido en la atmósfera. En efecto, el CO2 liberado por la combustión de derivados del petróleo o de vegetación, es el principal responsable del calentamiento global, pues actúa como una barrera que impide que el calor atmosférico —producto del efecto solar y la generación calórica de actividades humanas— se disipe hacia el espacio y por tanto, se incrementa la temperatura como Pulmón del mundo le dicen a este inmenso sucede en los espacios cerrados como los invernaderos. De Amazonas que depende de ocho países. allí el nombre de efecto invernadero. Oxígeno para el planeta que sale de este Aproximadamente entre el veinte y el veinticinco por lugar cuya supervivencia es fundamental ciento de los gases de efecto invernadero se derivan de los bosques que son talados y, en la mayoría de las ocasiones, quemados. Igual sucede con los depósitos de materia orgánica en el suelo, conformada por las hojas y ramas caídas y por los desechos de la tala de árboles, y acumulada durante años, los cuáles también pueden liberar CO2 al entrar en combustión cuando son quemados. Ese color café-rojizo que vemos en los atardeceres de verano en el campo, es la forma más evidente de cómo se manifiestan estos bosques al liberar CO2 a la atmósfera, aumentando las condiciones de calentamiento global. A su escala y en circunstancias normales, los bosques amazónicos tienen la capacidad de retener grandes

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Pul món de l M un d o

El ciclo del agua La selva guarda su microclima

Conexiones íntimas En la selva todo se relaciona

Prodigios al interior La humedad es del ciento por ciento

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Bejuco La manigua se apodera

Selva adentro Una humedad que se siente

cantidades de humedad en el suelo, por su condición de “esponja” generada por la materia orgánica que se forma con las hojas que caen de los árboles, y sus raíces que se entrelazan, buscando nutrientes. De igual manera existe allí una inmensa red de drenajes superficiales, similar a la red vascular del cuerpo humano, que permite que la vida se mantenga en funcionamiento. En esta red se produce la más importante cantidad de organismos que viven de la selva, como son los recursos hidrobiológicos, de los cuales deriva su sustento alimenticio la mayoría de la población local. La caída de lluvias provenientes del océano Atlántico alimenta porciones importantes del territorio, el cual las transpira y evapora nuevamente, generando ese fenómeno de la evapotranspiración, que los bosques amazónicos garantizan hasta que las lluvias llegan a los Andes y regresan por los ríos hasta el océano. El efecto de los bosques amazónicos también se percibe en la humedad relativa, que bajo su follaje, llega a niveles de casi un cien por ciento en las noches y amaneceres. La combinación de esa humedad relativa y el sombrío del follaje, genera un microclima diferente al de las zonas de exposición directa al sol, las cuales tienen el

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Pul món de l M un d o

Agua con taninos Árboles y agua, una comunión

suelo más reseco. No hay la misma humedad relativa en este ambiente que donde se recibe el rayo solar directo, teniendo como resultado la elevación significativa de la temperatura. Entonces, el conjunto de todos los anteriores factores, desde el microclima bajo el follaje de la selva, hasta la fijación del CO2 en la madera de los árboles y en depósitos orgánicos, pasando por la regulación del ciclo hídrico de precipitaciones, evapotranspiración y retorno por los cauces superficiales y de acuíferos subterráneos, generan todo un sistema que permite la regulación climática en una gran porción del continente. Esto tiene un peso específico en el incremento o disminución de la cantidad de gases de efecto invernadero liberados a la atmósfera como producto de la combustión y constituye la más importante zona de agua dulce superficial. Por ello el Amazonas es el regulador climático global. Sin embargo, todas estas condiciones no son inherentes a un solo país, ni a una cultura específica. Lo maravilloso es que resulta de la suma de diferentes territorios y culturas, unidos bajo un mismo manto verde. Veamos: la Amazonia, es una gran cuenca, que desciende de los Andes al Atlántico Lechuga de agua con siete millones ochocientos mil Transpiración permanente kilómetros cuadrados en Brasil, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guyana y Surinam. En este territorio habitan numerosos pueblos indígenas que han poblado desde hace mucho tiempo las riberas de los ríos, sus colinas, zonas rocosas, piedemontes, en fin, todos los rincones de la selva. Aún existen pueblos indígenas en aislamiento voluntario, que se resisten a ser conquistados y han optado por refugiarse en las profundidades de la selva, cada vez más presionados por el avance colonizador desde los Andes y el Atlántico. Por ello, muchos se encuentran en las zonas fronterizas, áreas habitualmente desoladas, lugar ideal para mantener sus formas de vida, de cultura y de libertad. De la misma

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El manto de la tierra Todo aquí es asociativo

manera, muchos pueblos no pudieron escapar de la conquista española y lusitana y quedaron atrapados en la división de las fronteras. Los territorios ancestrales de los pueblos indígenas traspasan los límites de los países en muchos casos, y, a pesar de ello, mantienen sus redes de intercambio y de reciprocidad. De forma similar, la selva amazónica es una intrincada red de relaciones ecosistémicas que implican una fragilidad enorme dado que existe una alta interrelación en su funcionamiento. Lo que ocurra en la parte alta de los Andes, afectará a los pueblos que viven aguas abajo, ya sea por efectos de la deforestación, la sedimentación o la contaminación. De igual manera, los flujos migratorios de peces del Atlántico a los Andes van a estar influenciados por lo que se

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haga en la regulación de la pesca en cada país; las obras para generación de hidroenergía afectarán aguas arriba y abajo las poblaciones, y, al ser cuencas compartidas, serán necesarios los consensos. Las estrategias de colonización y desarrollo de infraestructura, afectarán a cada país tanto como a sus vecinos en la medida en que deben prepararse para atender flujos de población que demandará grandes cantidades de energía que la selva no está en capacidad de surtir en el corto plazo y en áreas reducidas. Las actividades ilegales impactan la población, el ambiente y la gobernabilidad por igual, sin importar las fronteras, pues las economías ilegales tienen el mismo efecto en toda esta región que es vulnerable en múltiples dimensiones. Todo lo anterior implica,

Pul món de l M un d o

En la rivera del Loretoyacu Troncos que caen

Hoja de victoria regia en descomposición Victoria amazonica

que la Amazonia debe ser entendida como un territorio integral, donde los efectos de cada acción pueden repercutir en otros componentes del sistema y, por ende, en áreas diferentes a aquellas donde las causas se originan. La Amazonia es un gran cuerpo viviente, extremadamente frágil, complejo, interconectado, con culturas vivas que mantienen su conocimiento sobre la base de intercambios y redes de relaciones. Las particularidades de la Amazonia, que corresponden a su gran diversidad, ya sea esta biológica o cultural, es una condición adicional a la necesidad de ser tratada integralmente. La Amazonia es un ejemplo de cómo los ecosistemas y el género humano pueden evolucionar de manera particular, adaptándose a las condiciones más sutiles de tipo ambiental y cultural; por ello, de un caño a otro, podemos encontrar especies nuevas, suelos y aguas diferentes, y de la misma manera, culturas con expresiones lingüísticas particulares, formas de uso del territorio, cosmovisión, cultura material, comida, cultivos y domesticación de especies diferenciadas. Es la diversidad en todo su esplendor.

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La

amenaza a los bosques

La Amazonia, esa vasta y homogénea región cuyos bosques tropicales equivalen a la tercera parte de los árboles del planeta y cuyos ríos constituyen la quinta parte del agua dulce que circula por las venas de la tierra, guarda en sus entrañas invaluables tesoros en cuanto a biodiversidad de fauna y flora, así como incalculables reservas energéticas. Por eso es una región tan codiciada desde tiempos inmemoriales, y tan amenazada. Amenazada por actividades de explotación primaria: el apetito por oro, petróleo y madera, que se traduce en deforestación y aridez de los suelos; y la agricultura extensiva, que se materializa en la siembra de monocultivos como palma, soya y otras plantas oleaginosas utilizadas en la producción de biodiesel y etanol. En Ecuador, para no ir más lejos, la explotación petrolera y de gas natural en la franja amazónica ha generado conflictos causados por los impactos sobre la población indígena. Las alarmas se encienden, por ejemplo, sobre el Parque Nacional Yasuní y el área denominada Ishpingo-Tambococha-Tiputini, donde se encuentran generosos yacimientos de petróleo. Esta zona había sido declarada a comienzos del siglo xxi como intangible y vetada para cualquier actividad extractiva. Pero todo cambió a finales del 2013, con la decisión de la Asamblea Nacional de Ecuador de autorizar la explotación de esos campos petroleros. El oro negro también es motivo de controversia en Perú, donde se adelanta la exploración de crudo en el llamado Lote 67, ubicado en la región Loreto, en plena Amazonia peruana, área en la que se busca perforar ciento ochenta y cinco pozos y construir un gasoducto de doscientos siete kilómetros, a pesar del adverso impacto ambiental. Y el corazón de la Amazonia brasileña también está en peligro. A pesar de su inocuo nombre, Belo Monte se erige como un gigante amenazador, pues pronto se convertirá en la tercera mayor represa del mundo y para su construcción se inundarán quinientos mil kilómetros de selva amazónica y serán expulsadas unas dieciséis mil personas, la gran mayoría de ellas indígenas. Y estas son solo muestras de un largo rosario de nubarrones que se ciernen sobre la región.

Cuando la selva despierta Las nubes viajan al Atlántico

Amazonas

m u lt i n a c i o n a l

La Amazonia es un vasto mundo de diversidad natural que tiene siete millones de kilómetros cuadrados repartidos en ocho países: Brasil, Perú, Colombia, Ecuador, Bolivia, Venezuela, Guyana y Surinam; siendo el primero de ellos el dueño de 4.776.980 kilómetros cuadrados, lo que representa el sesenta por ciento del territorio brasileño. La Amazonia es una zona de dimensión y belleza colosales, que alberga el bosque tropical más extenso del mundo y gran parte de este, considerado Pulmón del Mundo, se encuentra en los 782.880.55 kilómetros cuadrados que se ubican en Perú y hacen de este país uno de los lugares con mayor diversidad y endemismos del planeta. A su vez, Bolivia, Colombia, Venezuela y Ecuador con 714.000, 483.164, 178.000 y 117.300 kilómetros cuadrados respectivamente, se convierten en importantes potencias hídricas, ya que desde sus territorios nacen aguas caudalosas y navegables que tienen como destino final el río Amazonas. Los territorios de las Guayanas con 151.040 kilómetros cuadrados y Surinam con 147.760 kilómetros cuadrados de cobertura amazónica, aunque no pertenecen a la cuenca de este gran río, sí están revestidos de selva, lo que les permite ser parte del gran bosque del sur de América.

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Pul món de l M un d o

Las

tribus de los bosques

Más de cuatrocientos grupos indígenas habitan el territorio amazónico. Muchos de ellos se encuentran aislados, y algunos incluso nunca han tenido contacto con el mundo exterior. Otros, por el contrario, han decidido trasladarse a los centros urbanos por diferentes motivos que, sin embargo, no los apartan de sus costumbres y formas ancestrales. En cada uno de los países que conforman la cuenca de la Amazonia existen pueblos numerosos que habitan la selva entre fronteras; como es el caso de los yanomani, una de las comunidades más numerosas del Amazonas, conformada por unos veinte mil indígenas que viven principalmente en las montañas de la frontera entre Venezuela y Brasil. Al igual que ellos, los shuar, también conocidos como jíbaros, cuya población asciende a ciento diez mil habitantes, están ubicados en la selva entre Perú y Ecuador. En Colombia, por ejemplo, el último grupo indígena que entró en contacto con una cultura externa fue el de los nukak-makú, de la familia Makú, grandes conocedores de la selva y según cuenta la historia, sus más antiguos habitantes. De ellos forman parte otros tres grupos indígenas que habitan el sudeste de Colombia y el noroeste de Brasil. Se estima que la forma de vida de la mayoría de las comunidades indígenas del Amazonas está basada en la caza, la pesca y la recolección; por ello su subsistencia depende enteramente de los recursos que obtienen de la selva y de la ubicación estratégica de sus aldeas en las riberas de los ríos o cerca a estos.

Bosques anfibios El 42,3% de Colombia es amazónica Algas en las orillas Todo respira

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C umaral A una de las palmas que más abunda en la región y que más se usa en la vida de todos los días, está dedicado el nombre de este pueblo del Meta

Calle de barrio en Cumaral

Cumare. Astrocaryum chambira

De la palma de cumare (Astrocaryum chambira), de esa que se encontraba en abundancia antiguamente en la llanura, esa que cumaraleños cantan orgullosos en su himno: “Erguida la palma e’ cumare; se levanta esbelta, sencilla y jovial”, la misma que Luis Ariel Rey, “El Jilguero”, nombra y halaga en su copla: “Ay sí sí, yo vengo de Casanare […] Ay sí sí, como la palma de coco, como la palma de cumare”; de ahí Cumaral. En las estribaciones del Piedemonte del Meta, rodeada de muchos verdes refrescantes, está Cumaral con una extensión de quinientos ochenta kilómetros cuadrados, a veinticuatro kilómetros de Villavicencio, la capital del departamento. Su historia comienza con el nombre de Boca de Monte en el año 1901. Manuel Saavedra Hernández, Eustorgio Pinzón Machado, Faustino Pulido Rojas, Próspero Peña, Jorge Varela, José Genay, David Hernández y Olivero Castro, sus fundadores, quisieron construirla donde terminaba la selva y empezaba la sabana; de ahí su primer nombre. Pero una devastadora epidemia de fiebre amarilla afectó a sus habitantes y el pueblo tuvo que ser trasladado cinco kilómetros más arriba de donde estaba situado. Primero fue Inspección de Policía del municipio de Restrepo, más tarde corregimiento y finalmente municipio por decreto de septiembre de 1955. Cumaral logró sobrepasar guerras civiles entre soberbias y locuras de partidos políticos; buscó la paz, la encontró, y con ella sus gentes regresaron a laborar y a producir en estas tierras airosas. La variedad topográfica de la región llanera ha permitido adelantar diversos tipos de explotaciones agropecuarias, entre las que predominan la ganadería y los

cultivos de arroz y palma africana (Elaeis guineensis), esta última conocida también como palma de aceite y de la que Colombia es el primer productor en América Latina. La ganadería, base de la economía de este territorio, ha dado origen a una amplia variedad de festivales y fiestas de gran tradición regional. Jinetes de varias partes del mundo se citan puntualmente todos los eneros para mostrar sus habilidades de enlazar toros y caballos, y superar obstáculos de barriles y estacas en competencias ecuestres. De la palma de cumare, se usan especialmente sus fibras de cogollos y sus hojas jóvenes para fabricar hamacas, redes de pesca, pulseras y mochilas. Homenaje a la siempre útil palma que además de cumare también llaman chambira. Este quehacer artesanal concebido a partir de esta palma emblemática, de la que hay varios ejemplares en la plaza principal y que es reconocida con orgullo por los parroquianos, inspiró el segundo nombre de este territorio. Desde 1917, y por siempre, se llama Cumaral.

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P ue bl o s

I nírida Lejana, hermosa y misteriosa. Así es esta población rodeada de aguas. Y así es la flor que aquí se da y por la cual lleva su nombre

Calle comercial de Inírida

Flor de Inírida de invierno. Guacamaya superba

La historia de la joven Inírida, bella y rica en flora y paisajes, empieza en el año 1965 luego de un período histórico de violencia y enfrentamientos políticos en Colombia. Y como un destino forjado, su nombre hermoso, sonoro y amazónico como la profundidad de las selvas verdes que lo rodean, se debe a Inírida, un ejemplar florístico endémico cuya resistencia le permite tener dos especies: en flor grande (Guacamaya superba) y en flor pequeña (Schoenocephalium teretifolium). Como si cada una representara a una de las dos familias que coexisten en la región: la indígena y la mestiza. A este pueblo, capital del departamento de Guainía, localizado muy cerca de las fronteras del departamento con el Vichada y con Venezuela, lo reubicaron tantas veces y lo llamaron de tantas formas que por ello sus gentes, ante nombres que no eran de su agrado, designaron que su territorio debía llamarse Inírida en vez de Las Brujas, Puerto Obando o Puerto Inírida. Solo Inírida, como aquella flor que acompaña la confluencia de los ríos Orinoco, Atabapo y Guaviare —la estrella fluvial de oriente como el sabio Humboldt la denominó—. La historia indica que este municipio, declarado como tal el 5 de agosto de 1974, debe su nombre al amor por tan majestuosa naturaleza y por tan maravillosa transición entre la sabana de la Orinoquia y la selva de la Amazonia. En su historia hay otra Inírida. Una princesa indígena de la que muy poco se sabe pero que, dicen, habitó esta zona y dio paso al asentamiento de nuevas etnias, algunas de las cuales aún habitan los límites con el casco urbano del pueblo.

Esta tierra de mil ríos no debe su origen a ningún fundador, no fue construida por ningún prócer de la independencia ni tiene en su plaza central un busto de Bolívar, Caldas o Santander, solo por mencionar algunos nombres posibles. Sus principales pobladores y quienes dieron vida a este territorio fueron indígenas que en la actualidad habitan los resguardos de Coayare, en la parte norte; de Almidón la Ceiba por el sur; y hacia el Oriente el resguardo Puinave Curripaco, cerca de los ríos Inírida y Atabapo, y el Coayare El Coco, todos ellos dueños de una riqueza cultural que se manifiesta en la producción artesanal y en la labor que con manos y pies realizan para dar forma a fibras vegetales de palmas como la chiqui chiqui (Leopoldinia piassaba), al palo Brasil (Caesalpinia echinata) a la fibra de cumare (Astrocaryum chambira), y a la arcilla para elaborar objetos propios de la zona. Inírida es dueña de un territorio donde el agua abunda, cuenta historias a través de petroglifos dejados por antiguas etnias, los cuáles aún se leen al recorrer los ríos Coco Viejo, Caño, Neuquén y Guainía.

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Y opal Al cobijo de estos árboles gigantes creció un pueblo. Este pueblo que ahora es la capital de Casanare, en el corazón de la Orinoquia

Parque central de Yopal

Yopo. Mimosa trianae

Esta es la historia de un lugar en el que abundaban cientos de árboles coposos y crecidos en las riberas del Cravo Sur, a los que los achaguas, la tribu que pobló en tiempos precolombinos el territorio que hoy ocupa el municipio de Yopal, llamaron yopo a la Anadenanthera peregrina,la más generalizada de las tres especies que crecen en la región. Cuentan que los indígenas extraían las semillas del árbol, las tostaban y molían para adivinar, profetizar y proteger a la comunidad de desgracias, epidemias y enfermedades. Todo indica que el consumo de la yopa les trajo ese bienestar. Las formas ancestrales de conocimiento de aquellas tribus y sus luchas contra conquistadores hicieron trascender a Yopal, un pueblo de espíritu llanero que en el año 1915 arranca a mostrar sus primeros signos de fundación cuando un señor llamado Elías Granados construyó una estancia, la estancia de “Don Elías”, ubicada en el mismo sitio donde hoy es el centro de Yopal. Una zona ideal por estar cubierta de yopos: árbol maderable cuya estatura y formación era ideales para dar sombrío al ganado y para atender a los arrieros que venían de “llano adentro” y seguían su ruta con los animales hacia otros lugares. Y por esa comunidad de yopos, Yopal, que queda a 335 kilómetros de Bogotá, se llama como se llama. Tierra rica en fauna, flora, recursos hídricos e hidrocarburos. Eso lo vieron sus primeros colonos santandereanos, Pedro Bernal, Pedro Pablo González y Concepción Camacho, quienes en 1928 construyeron las primeras casas y empezaron en realidad a darle vida de pueblo al lugar.

Así estaba destinado. Yopal pasó a ser la cabecera, el corazón de esta tierra, así como el significado indígena, que no simboliza otra cosa que el centro de todo, el motor del pueblo y la zona que durante los siguientes años recibió una gran ola de inmigrantes de distintas regiones del país; de 3.122 en 1951, la población ascendió a 86.860 en el 2003, multiplicándose casi veintiocho veces. Algunos habitantes encuentran al responsable de este fenómeno en el fondo de la tierra. La economía de Yopal gira en torno a la extracción del petróleo, la agricultura y la ganadería, siendo la primera de estas la actividad de mayor generación de ingresos, llave de crecimiento y desarrollo, pero también –como creen muchos–, la actividad por la cual existe la inequidad, la violencia y afectación del patrimonio cultural. A pesar de los diferentes desafíos a los que se enfrentan los yopaleños, aún conservan tradiciones como la artesanía en cerámica y en madera, para hacer, entre otras piezas, instrumentos musicales. Y disfrutan, de los atardeceres rojos un patrimonio sin igual.

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P ue bl o s

G uamal Varias veces ha cambiado de vocación esta tierra del Meta socorrida por las aguas. Pero la guama, las guamas, siempre han estado aquí

Parque de Guamal

Guama. Inga edulis

Los árboles de guama (Inga edulis) abundaban cuando los primeros pobladores de tierras del centro-este del país, los achaguas, dejaban sus pasos en la zona y a diferencia de otras comunidades indígenas, muy pocos vestigios de lo que era su cultura. En los años veinte del siglo xx, cuando arribaron los primeros colonos, Guamal, al igual que las guamas, albergaba y protegía con su sombrío a cuanto cultivo se diera y a cuanto colono llegara. El nombre de Guamal no es coincidencia. Al igual que en otros pueblos de Colombia, en el Meta existe un lugar que recibió su nombre gracias a cientos de árboles de guama, entre los que se destacaban las llamadas raboemico y chancleta que abrían sus brazos por todo el territorio ofreciendo a sus pobladores copos increíblemente blancos con una inusual dulzura. Guamal es Guamal por un árbol, pero otra versión es que se le ha llamado así porque sus suelos son bañados por el río que lleva este nombre. Es fácil la conjetura de que aquella gran corriente de agua pura y fría que desciende de las montañas recibió dicho nombre por la misma razón: árboles de guama de copa globosa y frondosa, cuya altura no sobrepasa los quince metros. A Guamal, que queda a cuarenta y tres kilómetros al sur de Villavicencio lo fundaron el 19 de noviembre de 1957 los señores Alejandro Caicedo, los hermanos Calderón, Jesús Jiménez, Clemente Olmos y Moisés Zúñiga, entre otros. Había muchos árboles de guama en esos tiempos. Hoy no es muy común encontrarlos, aunque sus pobladores han hecho esfuerzos por cultivar algunos en el mismo

parque principal del pueblo. Sus frutos fueron muy apetecidos tanto por hombres como por animales. Después, la región se volvió la mayor productora de café de la Orinoquia, hasta que su suelo fue ocupado por cultivos de cacao. Luego vino la transición hacia la ganadería lo que arrasó con aquellos árboles y ahora Guamal es un importante productor de lácteos, frutas y cítricos. Aunque Guamal ha presenciado casi la extinción del árbol que le dio su nombre y ha perdido parte de su bosque cercano a la cabecera del municipio, por fortuna, en su territorio se encuentra parte del Parque Nacional Natural Sumapaz, considerado el páramo más extenso del mundo, en donde nacen aguas de gran relevancia. Por ello Guamal es glorioso, porque es un potencial hídrico bañado por los ríos Grande, Guamal, Nevado, Humadea, Ariari y Orotoy, además de numerosas quebradas, caños y otras fuentes de menor caudal. Los guamalunos han logrado cuidar este recurso y ahora quisieran volver a contar su historia, la que tuvo como protagonista por muchos años a un árbol. Ese al que todavía llaman guama, guama de boa o guamito.

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Mapa r eg ional de par q ue s nac ional e s

La Colombia más verde La Amaz onia colombiana e s apenas un punto ubicado en el confín noroccidental de la gran cuenca del Amazonas, pero ocupa una porción abundante del territorio nacional, el cuarenta y dos por ciento para ser exactos. Son 483.119 kilómetros cuadrados de selva tropical, la más grande y diversa del mundo. Selvas que se han tragado hombres por su exuberancia, su extensión infinita, la sabiduría milenaria de sus indígenas, sus plantas alucinógenas que producen epifanías vegetales y su riqueza botánica aún por descubrir. Son selvas que albergan diecisiete áreas, entre parques naturales, reservas y santuarios de fauna y flora, de las cincuenta y seis que conforman el Sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia. La Orinoquia del lado oeste se extiende por las estribaciones de la cordillera Oriental y la frontera con Venezuela. Son doscientos cincuenta y cinco mil kilómetros cuadrados, casi el veinticinco por ciento del territorio continental de Colombia, los que nos corresponden de la gran cuenca del Orinoco, cuya extensión total comprende cerca de 991.587 kilómetros cuadrados. Los suelos de la Orinoquia, a diferencia de los de la Amazonia, donde predominan las selvas, son sabanas ilimitadas, secas y estacionales, cubiertas de pastizales, expuestas a las quemas, las inundaciones y los fuertes vientos del nordeste. La porción del territorio de la cuenca del Orinoco que ha logrado resistir a la colonización del hombre y que se encuentra en estado natural está cubierta por planicies llaneras y bosques de todas las clases, complementados con un complejo mosaico de praderas, selvas y vegetación arbustiva que se riega por los seis parques nacionales de esta región. Según la Dirección Territorial del Sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia, a la Amazonia corresponden el Alto Fragua Indi wasi, Amacayacu, Cahuinarí, Complejo Volcánico Doña Juana Cascabel, Cueva de los Guácharos, La Paya, Río Puré, Serranía de Chiribiquete, Serranía de los Churumbelos y Yaigojé Apaporis; las reservas naturales Nukak y Puinawai y los Santuarios de Fauna y Flora Isla de la Corota y el Santuario de Flora Plantas Medicinales Orito Ingi-Ande. La Orinoquia colombiana comprende los parques nacionales naturales Cordillera de los Picachos, Chingaza, El Tuparro, Sierra de La Macarena, Sumapaz y Tinigua. t

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Río Casanare

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15. El Tuparro

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19. Sumapaz

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12. Puinawai

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16. Cordillera Picachos

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4. Doña Juana - Cascabel

11. Nukak

5. Cueva Guácharos 13. Isla la Corota

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18. Sierra la Macarena

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1. Alto Fragua Indi Wasi 9. Serranía Churumbelos

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10. Yaigojé Apaporis

3. Cahuinarí 7. Río Puré

Mapa regional de parques nacionales P E R Ú

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2. Amacayacu

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El paraíso del diablo

a luna gobierna la vida de los hombres que retoñaron en un rincón del Amazonas. Desde el cielo cerrado, negro y duro, ella permite que el pescador acierte con el arpón, el cazador con el tiro y el caminante con su paso rumbo a la maloca donde, antes que el sol, amanecerá la palabra. Los rayos entran por los orificios del tejido de palma y dibujan las figuras de los que más tarde hablarán. Grises —como enmohecidos por la luz cobriza— los varones presentes parecen recién brotados de la tierra como lo hizo el primer huitoto hace miles de años. Se mueven en la trastienda como felinos saciados. Pisan descalzos la tierra fría de los pasillos laterales de la maloca. Acercan canastos llenos de hojas de coca y de yarumo hasta la fuente que humea al fondo; secan las hojas en cayanas levantadas sobre fogatas sin llama; maceran las ya El caucho, la fiebre del caucho, marcó una tostadas en un pilón de madera para darle vida al mambe que herida tétrica en la historia de la selva de permitirá la comunicación con los espíritus. Mientras traba- Colombia. Y aún no cicatriza. La mención jan, cantan. Voces guturales llevan una melodía monótona. de la Casa Arana todavía causa pánico Recuerdan que la luna se quedó sola cuando su marido, un pájaro muy bello, desobedeció y fue condenado a vivir en la tierra. En el centro, justo donde se creó el mundo, Manuel Siafama habla muy quedo en su lengua. Sentado en un banco bajo mastica el mambe y se traga las palabras. Heredó la sabiduría y con ella el deber irrenunciable de preservar la espiritualidad de los huitotos nacidos, criados, masacrados y retoñados en La Chorrera, allí donde el río Igaraparaná pierde la serenidad y se precipita por peñascos que guardan las almas de los primeros hombres. A esta hora el cuerpo de Manuel corta la línea este-oeste que las dos puertas de la maloca comunican cuando hay luz del sol y parece flotar entre los

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H i stor ia

Tallo de caucho herido para la extracción Hevea brasiliensis

Campamento cauchero en el Putumayo, 1910 La esclavitud y la tortura alentadas por la búsqueda del caucho

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cielos, los submundos y el mundo medio. Solo Manuel puede ver los espíritus de los ancestros que, desde lo alto de la maloca, acompañan esta noche de luna llena. Arriba están los dueños del agua, del rayo, del tigre, del tabaco, de la yuca, de la coca, de la palabra; también allá esperan los espíritus de los niños que nacerán. Debajo de los pies de Manuel comienza el submundo, sede del gran caldero donde se cocina la vida. Y a su alrededor gira ahora el mundo medio: este de plantas, animales y hombres de paso hacia la muerte. Cuando la coca y el ambil recién trabajados descansan a los pies de Manuel y frente a un chorro de luna, comienza el relato. Seis hombres se acercan, de uno en uno, a la fuente del mambe. Se llevan a la boca cucharadas del polvo verde-perla, lo acumulan en las mejillas interiores, lo humedecen con saliva y van a su sitio en la media luna que forman para acompañar a Manuel, el Mayor, mientras avanza en sus relatos. Los demás, con los brazos cruzados y la cabeza gacha, asienten con golpes de garganta. Cada

Embarque del caucho El látex era el oro de la época

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tanto confirman las sentencias con un sonido gutural, corto y contundente como un martillazo. A la voz de la autoridad sobreviven el frío y el chirrido de los grillos que se comen la noche. Dicen que abrirán el canasto de la tristeza a la medianoche y que lo cerrarán antes de que canten los primeros pájaros. Hace cien años, cuentan, Colombia supo que los huitoto de La Chorrera existían. W. Hardenburg lo anunció en Londres. No dijo que eran los hijos de la coca. No dijo que al morir los más valientes se convertían en tigres. No dijo que respiraban al ritmo de los árboles. No dijo que cambiaban de nombre cada vez que un acontecimiento quebraba la línea recta de la historia de su vida. Escribió en un periódico inglés que La Chorrera era el paraíso del diablo. W. Hardenburg presenció sin duda el horror. Terminaba la primera década del siglo xx y la fiebre del caucho penetraba la selva que se extiende entre los ríos Caquetá y Putumayo. Masa verde, apretada, hacia donde los empresarios dirigieron su ambición una vez agotaron el Castilla elastica en el

H i stor ia Caquetá y se enteraron de la existencia, al oriente, de indígenas conocedores de la selva, útiles para el trabajo. El diablo de Hardenburg era sin duda Julio César Arana quien ordenaba a hombres de etnias lejanas, convertidos en capataces, cazar huitotos en el corazón de la manigua. Dotados con rifles Winchester, los hijos de la selva cazaban a sus hermanos. Con el paso de los años también indígenas de las familias bora, miraña, ocaina, andoque, nonuya y muinane. Señores de los ríos Caquetá, Putumayo, Igaraparaná, Caraparaná, Pupuña y Cahuinarí y de los bosques del Putumayo y del Amazonas, fueron reducidos a esclavos. Arana sembró cincuenta subestaciones caucheras en los seis millones de hectáreas que el gobierno le concedió. Y desde la Casa Arana, una edificación de madera y piedra amarilla construida a solo unos metros de la maloca de Manuel, dirigió su empresa de muerte. W. Hardenburg y Roger Casement, cónsul inglés en Río de Janeiro enviado en visita oficial en 1910, supieron del horror que se extendió por La Chorrera, del infierno que fue la Casa Arana: cuerpos flagelados, raídos, ahogados, mutilados, quemados, fusilados, decapitados o ahorcados por no cumplir con la cuota semanal de caucho, se apilaban en los socavones de la casa, donde también pasaban los malos días los condenados al hambre. Cifras imprecisas dicen que setenta mil indígenas fueron asesinados y seis mil secuestrados y llevados al Perú a donde Arana pretendió extender su exploración una vez la inminencia de la guerra entre Colombia y Perú lo expulsó y los procesos judiciales amenazaron con cercarlo. Solo en la década del treinta, veinte años después de las denuncias de Hardenburg algunos sobrevivientes intentaron regresar. Entraron por los ríos que les eran familiares y olfateando el perfume de los árboles trataron de redescubrir un camino. Cuentan que una mujer joven todavía sobrevivió metida en las cuevas del monte comiendo frutos silvestres; y que un hombre, secuestrado dos veces y dos veces fugado, comió cogollos de palma y gusanos durante tres meses. Ellos, que se encontraron en las orillas del Igaraparaná formaron un hogar del que retoñaron algunos de los que ahora escuchan el relato lento y monótono que seca la boca de Manuel. En 1934, según el primer censo después de la guerra, en La Cho-

La naturaleza herida Después de la explotación, la devastación

rrera contaron ciento sesenta y dos personas contando al cura y a su hermana, y también al corregidor; y quizás a los esposos Umire: como troncos heridos, vacíos de savia, dispuestos a poblar de nuevo la tierra. A punto del alba, el fogón desprende un hilo de humo opaco. Uno de los hombres que acompaña a Manuel duerme sobre el suelo desnudo. Los demás apuran cigarrillos y tazas de café caliente. El Mayor, desnudo de la cintura para arriba como todos, siente frío. No habla ahora. La palabra le ha dado paso al sol que debe alimentar las chagras donde crecen la coca, el tabaco, la yuca y alguna hortaliza. Desde afuera vienen el canto del marido de la luna y las voces de los niños que madrugan. A esos llamados responde Manuel y sale de la maloca a saludar la luz antes de purificarse en las aguas del Igaraparaná. El Mayor camina hacia el agua; busca aliviarse por hoy de los dolores que vienen del pasado, lavarse las voces de los muertos que le dictaron el relato desde el vientre de la selva; sumergirse en el agua helada que beben sus ancestros. Los niños que van hacia la escuela cruzan el río en bote o por un puente; recuperan el aire al coronar la cima de un montecito; agarran pepas duras de las palmas y frutos blandos de los árboles; invaden los patios de piedra y le cantan al nuevo día desde el corazón rocoso, todavía frío, de la Casa Arana que hoy es su escuela, su casa del conocimiento; su maloca de la sabiduría.

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Fotografías de Ana María Mejía

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Emblema del Amazonas, la victoria regia tenía esta cita fija con Savia ii. No podía faltar ella, esta flor que se abre circundada en su mundo anfibio por unas hojas gigantes.

Alto muy alto es el huito. Irrumpe entre sus vecinos, como este ejemplar que está a la entrada de Isla Micos, y que sirve para verlo, para colorear la piel y para muchísimo más.

La espinaca amazónica, como se llama esta delicadeza, abunda entre matorrales y bejucos en la selva del Amazonas. Y para algo sirve porque en la selva todo sirve.

Para que la vean como se debe, hay una reserva vegetal remontando el Amazonas para cultivar la victoria regia. Muchas viven, duermen, se abren allí para el asombro.

Ceibas por montones hay en toda la cuenca de la Orinoquia. Adentro en la jungla, afuera en las orillas y en la mitad de las zonas colonizadas. Sobresalientes por arrogantes.

Caen sobre los infinitos ríos de la hoya del Amazonas, las ramas de los amacices. Estos gigantes abundan en las orillas, dan sombrío a los viajeros y paisaje a los ojos.

Quien la ve por ahí toda anónima, la flor de cúrcuma tiene una historia de vida larga y poderosa. La usan como remedio y como colorante desde el año 320 antes de Cristo.

Se llama bejuco aunque parezca otra cosa. Se reproduce mucho y refresca más cuando el sol de Puerto Carreño agobia y uno se refugia donde Rosario en la Fundación Orinoquia.

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No es necesario cultivar el ají en toda esta vastedad. Crecen silvestres éste que es pequeñito y rojo y muchos otros de otros colores, básicos en la cocina selvática.

El amacise, al que también se le puede llamar amacizo, es impúdico: muestra sus entrañas y deja ver las raíces. No es por asustar: es que los suelos aquí no lo dejan profundizar.

Subir por el afloramiento rocoso que hay en la orilla del Orinoco en Carreño para ver las plantas que crecen contra todo pronóstico y mirar el río Bita. Y tomar esta foto.

Virtud de la manigua es esta frutilla de nombre sonoro. Al arazá también se le dice guayaba amazónica y es delicada aunque a veces es tan ácida como un limón ácido.

Los nativos han domesticado la selva y han aprendido a cultivarla. En las chagras deben tener por lo menos siete plantas para que entre todas se ayuden a crecer, incluido el banano.

Bototo se llama. Pero en la cuenca del Orinoco hay quienes –muchos– le llaman compadre bototo a este árbol emblemático que se nos mostró una mañana en el caño Vitina.

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Uy si hay chaparros en las sabanas de la Orinoquia. Son así o más pequeños y los usan para todo. Lo más sobresaliente: la textura de las hojas que es recia como de papel de lija.

Lo dicho: los cámbulos, que se mezclan con otros árboles en los bosques quizás para sentirse mejor vestidos en verano, brotan mucho en el piedemonte cerca de Villavicencio.

Cuando lo avistó, el profesor Cogollo hizo desviar la expedición para llegar hasta la sombra que da este árbol de navidad, como lo conocen en los Llanos Orientales. Tenía razón.

La soya le da color a la llanura. Como aquí, cuando vas de Cumaral hacia Puerto López. Trabajo genera, pero también produce polémica por lo extensivo de sus cultivos.

Tomamos esta hilerita de árboles por compacta, pero peros de agua hay por todas partes en el pie de monte llanero. Y son así, tienen la forma de una pera y por eso su nombre.

Fue solo cuestión de madrugar al mercado de Leticia, comprar los ajís que viéramos, reunirlos y tomarles la foto. Es solo una muestra de la variedad de ellos.

Más colorido da el cámbulo, diría algún amigo de las tonalidades rojas. Y entonces se deleitaría cuando en la temporada seca comienza a brotar esta belleza.

Había mucho sol aquella mañana rumbo a Acacías. De pronto un candelabro en el fondo de un potrero. Una aparición fulgurante que pagó el día.

Bendita la yuca, así sea brava. Para quienes viven en la Amazonia y saben que con ella se hacen delicias y son alimento infaltable para casi todos. Y para quienes la probamos.

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Tal vez visto como paisaje, a lo lejos, a las orillas del Inírida, como aquí, el palo de aceite no sea tan impresionante como cuando recibe el sol. Pero es muy impresionante.

Cascabel se llama. Así de simple. Sí, es la planta que da aquellas vainitas que suenan, de las que había tantas en los potreros. Aún hay muchísimas en todos los piedemontes.

Esta niña salió, tal vez como todos los días, a la carretera en el kilómetro 2 a vender lo que le da la selva. La uva caimarona es muy apetecida. Las debió vender todas.

Por estos caminos de la Orinoquia se le llama floramarillo. Así seguido. Pero si le dices cañaguate estarás en lo correcto porque es el mismo que se da en el Caribe.

La palma caraná es otra palma que se da en la región, pero no es una palma cualquiera. A sus hojas y tallos les tienen tareas, entre otras que ayuden a construir las malocas.

Cosa rica es el cilantro cimarrón. Lo cultivan mucho y se compra por manojos en los mercados de toda la Amazonia-Orinoquia para condimentar lo que se quiera. Agreste, irresistible.

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Bueno, pues aunque no solo de yuca se vive, sin yuca no se puede vivir. Para el casabe, que es casi una obligación. Por ejemplo. Y son gigantes las yucas que sacan de la selva.

En los cuencos que se forman sobre los afloramientos rocosos del Chiribiquete y de todos los otros, se reproduce el mundo. En pequeño, el milagroso mundo del reino vegetal.

Si no fueran tan frecuentes estas apariciones de vegetación entre las fisuras de las rocas, parecerían un montaje escenográfico. Pero son millones las plantas que viven así.

Bello allí, madurando. Bello cuando toma el color final. Bello cuando se sirve. Y una de las delicias más variadas de la cocina amazónica. Hay muchas clases de pimentones.

Constreñido en los terrenos más hostiles, este anturio busca el sol para seguir creciendo. Sucede en miles de kilómetros en esta selva colombiana, marcada por el Escudo Guayanés.

Cuando se desciende de las cúspides de los afloramientos rocosos del Chiribiquete, el paisaje se vuelve doméstico. O, al menos, identificable como sucede con las heliconias.

El arroz, los arrozales, constituyen un paisaje en muchas partes de la Orinoquia. En las inundables, claro. Porque el arroz es clave en la economía y en la alimentación.

De lo que antes fueron rocas, tepuyes, todo sólido, la vegetación ha tomado posesión. Porque basta un quiebre, una fisura, una breve porción de arenilla para que crezcan plantas.

Tantas y tantas plantas crecen prendidas de las paredes, casi siempre juntas, como para impulsarse entre ellas, tantas y tantas que la clasificación es por ahora imposible.

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Tiempo para averiguar y espacio para contar hubiéramos necesitado para dejar en claro por qué a esta palma la llaman como la llaman. Milpesos es un prodigio por su utilidad.

De a poco los férreos tepuyes del Chiribiquete y todos los demás, han ido perdiendo solidez. Es el avance de la naturaleza lo que pasa en este enigma del parque natural.

Este individuo se llama lomo de caimán (Platypodium elegans). Qué elegancia la que tenía cuando lo fotografiamos mientras subíamos al mirador del Caney, cerca de Villavicencio.

También en Amazonas - Orinoco el bijao está presente. Se vive y se siente, especialmente cuando se trata de envolver alimentos o cuando algunas etnias realizan ceremonias rituales.

Un parecido de alguna manera vecino con la región Andina tiene esta planta amazónica cuyas ramas están cargadas de infinitas hojas. Y verdes deslumbrantes como si sonriera.

Sobrevive la esperanza de la conservación cuando se va por ahí y se encuentran cultivos de acacia. Sucede en las afueras de Puerto Carreño, camino al llano adentro.

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Tan particular la flor de Inírida. Solo crece en aquellos sabanales anegados de las afueras del pueblo. Y tan emblemática que por eso es contraportada de Savia Amazonas - Orinoco.

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Al níspero le dicen así y guayabo de pava, tuno y manzana de corona. Tal vez tenga otros nombres esta frutilla de flor muy bella que, además, es colorante y alimento de fauna.

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Camucamu. Repitan conmigo: ca-mu-ca-mu. Así se llama, lo llaman, este árbol resistente y versátil. ¿Dónde lo llaman así? En Leticia, por el 6, por los potreros de la casa de Pijachi.

Uno de los árboles más usados en construcciones y mueblerías en la región de Amazonas - Orinoco es este. El cedro amargo. Por resistente y por fácil de manejar. Una estrella.

Cada rato en las inmensas sabanas, cada rato en los recodos del camino. Cada momento de un recorrido por la Orinoquia, aparece una comunidad de palma moriche. Un morichal.

Este es un árbol binacional. Castaño o nuez del Brasil le dicen en los dos países. Cualquiera de los dos nombres vale para este gigante que aparece cada rato por ahí.

También en la zona de las sabanas del Orinoco y en las selvas del Amazonas, el caracolí es uno de los árboles que más sobresale por su tamaño y más se usa como madera de la buena.

De una estatura descomunal, el charapillo no podía ser menos. Y no porque de él, de sus tallos, muchas etnias selváticas, obtienen los maguaré, tambores rituales que retumban.

Una colección de cedros (el achapo, el amargo) se consigue fácilmente en cualquier ebanistería de orilla de camino. No son muchas, pero las hay. Y allí están ellos listos para servir.

Alguien, displicente, podría preguntarse que este matorralito qué. Nada menos que un horquetero orinoqueño que a pesar de la hostilidad del terreno, mírenlo cómo va.

Por la llegada de materiales sintéticos y otros horrores, los músicos llaneros están cultivando plantas de las que puedan sacar instrumentos. Como el tamparo para futuras maracas.

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Vainas raras y estos frutos del mabaco (Attalea cf. recemosa). Raros, sí, pero bellos y abundantes en la zona de los cerros de Mavicure, esa joya que queda a orillas del Inírida.

La ven así, pero cuando esta planta florece es rojahermosa. El capacho es otra de las herbáceas cultivadas para futuras maracas porque sus semillas sonarán nítidas y resistentes.

La entrada a un club campestre, en la vía de Villavicencio a Puerto López, fue concebida así. Monumental como se ve y la mayoría de la construcción en palma moriche.

Tan creativa y variada es la música, como creativos y variados son los instrumentos. Todos sacados de lo que da la tierra como este sonajero construido con semillas de capacho y otras.

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Sonajeros hechos de guadua y con semillas de quirilla son también parte de la instrumentación de algunos de los conjuntos llaneros. La naturaleza suena en todo el territorio.

Con guadua y semillas de chambimba se fabrica este instrumento en el Putumayo que suena como un aguacero cuando está llegando. Sutil en su sonido y trabajado en su decoración.

Si alguien proclama el copoazú como el rey de la selva, será mejor no discutirle, así haya otros muchos frutos favoritos. Tendrá razón porque abunda en la jungla adentro.

Han crecido los totumos (Crescentia cujete) y se han endurecido las semillas del capacho. Todo ha ocurrido para que surjan las maracas a las que también les llaman maracos.

Remota y desconocida para muchos en la Colombia central, esta fruta es habitual en el Amazonas. Arazá, a la que algunos despachan con el nombre de guayaba amazónica, es esta.

Al asaí también se le conoce como palmito. O manaca o chonta. Sus frutos son deliciosos y muy alimenticio tras cocinarlos un momento. ¿Y su aspecto? Despelucado, como se ve.

No supimos cómo suena –ni cómo se toca– este instrumento al que llaman congolo porque está hecho de semillas de bejuco. Pero lo tocan y suena en las entrañas del Putumayo.

Algún parentesco tiene con el uvito. Puede que lejano, pero lo tiene este frutal no muy popular que se llama cervera y que crece muy bien en el jardín de Mundo Amazónico.

Este es fruto del camucamu, que también es árbol maderable. Y también es medicinal. Muy versátil, se había dejado constancia. Quiero camucamu, piden muchos por aquí.

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Una de las flautas que proliferan entre los grupos musicales de indígenas. Esta la hacen con tallos de guadua, la adornan con tejidos y la hacen sonar en la ribera del Putumayo.

Popular a borde de camino cuando hay cosecha que es en el verano, la piña en los Llanos Orientales es casi una obligación alimenticia. Deliciosa y cultivada en diferentes variedades.

Otro nombre sonoro. Machichi, llaman a este fruto de apariencia tan extraña que puede confundirse con cualquier otro. Con una curuba chuzuda, por decir alguno. Pero es machichi.

Parecería un utensilio de cocina, un ayudante de esos para mezclar alimentos. Parecería. Pero es un instrumento musical obtenido también del muy socorrido y cultivado totumo.

Cacao. Basta el nombre para reconocerlo e imaginar su sabor. Se da mucho en el Amazonas, al punto de que este lo tomamos de un árbol no cultivado en la propia Leticia.

Bueno, el chontaduro. No digo bueno porque lo sea, aunque lo sea, sino porque es común en la zona donde crece silvestre, se reproduce y muere en el paladar de millares.

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Zapote de monte o zapote simplemente. Pero zapote. Existe también en la zona selvática y en la Orinoquia este fruto que en otras partes del país tiene otros sabores y tamaños.

Tras su fatídico historial –del cual la memoria de la selva se encuentra en procesos de olvido– el caucho ha vuelto poco a poco a proliferar para que le usen mansamente su riqueza.

Imponente es este coquillo –o abarco– que se mece con el viento en Mundo Amazónico. Uno de los ejemplares que más ha crecido en este sitio que alguna vez fue potrero.

Más que prodigiosa o amarga, es sagrada. Aunque también es prodigioso el yagé, que es este bejuco del que se extraen las sustancias para el viaje en busca de los espíritus.

No queda mucha quina en el monte. De hecho, no encontramos ningún árbol del cual en otros tiempos extrajeron la quinina de su corteza. Este es del Jardín Botánico de Bogotá.

Con el nombre sagrado de hojasanta (Kanlanchoe pinnata) se le conoce a esta planta que de tan verde que es refresca el ámbito. Y ayuda a ello en el jardín de Mundo Amazónico.

Se da fácil y no aparenta nada la coca. Un arbustico no más. Ya sabemos que es ritual su consumo, necesario en comunidades indígenas. Ya sabemos qué, cuando la pasan a cocaína.

No podía ser menos bella la entrada al jardín de Mundo Amazónico, en las afueras de Leticia. Un territorio construido con pasión para que crezca y se reproduzca la biodiversidad.

Qué delicadeza la del coronillo. Tanta que provoca nada más mirarlos. Los nubak lo consumen y lo usan para darle consistencia a la base de achiote con la cual se pintan el cuerpo.

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El caucho da sombrío, refresca, da frutillos como este. Y de su tallo sale el látex, tan apetecido al comienzo del siglo xx que se convirtió en una esclavitud para millares.

Su nombre científico es Urera sp. Se llama ortiga y, aunque sus hojas pueden ser agresivas, lo que se obtiene de la planta sirve contra las afecciones reumáticas, casi milagroso.

¿Para qué voy a decir que el árbol Espíritu Santo o chingale o machaco, es alto muy alto si ahí están viendo la foto? Pero qué alto es el Espiritu Santo o chingale o machaco.

Yagé hay más de uno porque la Banisteriopsis caapi es diversa. Este es yagé amarillo, que apareció así, de repente, mientras caminábamos con ojos abiertos por los lados de Leticia.

Cuando venga a Mundo Amazónico pásese por el puesto de aguas aromáticas. Y esté dispuesto porque encontrará allí plantas de nombres y sabores que no habrá oído ni probado.

Es apenas obvio que la cúrcuma, con todo lo que es y significa y con todos los usos que se le dan en el Amazonas y en la cuenca del Orinoco, aparezca tanto como aparece.

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Mundo Amazónico se ha convertido en un epicentro de manifestaciones culturales de la región. Por eso tiene una tienda a su estilo en donde los indígenas venden lo que hacen.

Hay epífitas que producen la sensación de ser más refrescantes que otras, porque, como estas, están llenas de hojas. Un mundo dentro de ese mundo que ya es cualquier árbol.

Otra colonización tan abigarrada, quizás tan antigua, que ya no hace posible la identificación. A los interesados se les informa que está en el camino a Cubarral, en el Meta.

Este juansoco es un árbol entre mediano y grande y es uno de los que produce látex. Uno de los tantos que mereció la explotación de su sustancia lechosa en la ii Guerra Mundial.

Flores también se desprenden de los tallos de árboles que sirven de alojamiento, temporal o definitivo, a aquellas plantas que viven recostadas en ellos.

Hágame el favor y vea de lo que es capaz la naturaleza. Vea el ímpetu de la vegetación que irrumpe entre estas rocas del mundo ignoto de la serranía de La Macarena.

Por razones que pueden ser obvias, Mundo Amazónico, que Savia considera el único jardín botánico de la región, para recorrerlo tiene senderos como estos, atestados de vegetación.

Este es el tallo de una palma cumare, la que tanto sirve a los artesanos, la que tanto se ve en la Orinoquia, la que da el nombre a Cumaral. Pero aquí es muchas otras cosas.

Entre la vegetación agreste y la intrincada topografía de La Macarena, de pronto, la belleza quieta de la orquídea. Un color tenue, nuevecito, acababa de nacer cuando la vimos.

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Sobre este tallo de una palmera que estaba contenta por los lados de Guamal, en el Meta, han crecido y se han reproducido plantas que nada más han hecho que embellecerla.

Musgo, lo que hay allí es musgo. Distinto al musgo que crece en el suelo, este es una especie de él que ha crecido en la corteza de este árbol que fotografiamos en la vía a Restrepo.

Mire y vuelva a mirar. Y entienda entonces que esta es una foto real, de la vida real de este Parque Nacional Natural, en donde, entre las rocas surge esta ceiba imponente.

Para mirarlas mejor, hay que detenerse y, en esa observación, se van descubriendo pequeños bejucos y otras plantas que van trepando sin hacer daño al árbol que los hospeda.

Tan colonizada esta corteza, tan amablemente tomada por las epífitas, que ya ni el nombre del árbol al que corresponde pudimos saber. Está en la salida de Leticia hacia el 2.

Medicinal, ornamental, el guamacho también ha servido en la región para ser cantado. El guamachito florece y las sogas se revientan, cantan en Caballo Viejo que habrás oído.

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Principio tienen las cosas. Este es el comienzo de un carbonero. Crecerá, dará sombra, alegrará el paisaje, florecerá entre esta selva espesa en la cual tiene un lugar.

Los chamanes del Amazonas usan las del clavellino contra la fiebre; el jugo de las flores para todos los dolores y las semillas contra la tos y dolor en el pecho. Para eso.

Venden mucha chuchuhuasa. Y la venden en este empaque en Puerto Nariño. La venden porque al masticarla se está luchando contra la diarrea, contra la artritis y contra mucho más.

Queda uno sin palabras ante la perfección de las líneas de este bejuco. Y de ahí se pasa a la perplejidad cuando, mirado de cerca, se ve la solidez del bejuco cadeno.

Sirve para tanto el mastranto que hasta para la sordera lo emplean en algunas aldeas del Amazonas y el Orinoco. Pero para lo que más lo usan es contra los dolores óseos.

Aunque tenga nombre de noticias de baranda judicial, el combo es muy querido por la fortaleza de su tronco y muy usado, por ejemplo, contra infecciones por heridas de animales.

Además de servir de ornamental, el maraco, al que también llaman mucu, ha servido para depilar y lo siguen usando contra un mal que se ha ido extinguiendo: las paperas.

Al chaparro, usado como leña para postes de linderos, y del que, dicen, atrae los rayos, lo toman contra la diabetes. Una virtud que no le reconocen quienes le dicen “carne asada”.

En el mercado público de Leticia hay varias boticas, cuyo proveedor es el bosque. Todos los días llegan colonos, campesinos e indígenas, a surtir estas vitrinas.

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Se usa el matarratón para tantas cosas, que es básico. Por eso hay tantos en las cercas. Protege contra el sol y las hojas maceradas curan pestes de pollos y demás males de aves de corral.

Qué hojas anchas y qué flores llamativas las que caracterizan a la bajagua. Y qué propiedades medicinales le atribuyen: que lucha contra dolencias del corazón, entre otras.

Se diría que ante tanto conocimiento y, sobre todo, ante tanta materia prima como la existente, construir un canasto simple es tarea fácil. No muy fácil, pero sí fácil para ellos.

Contra la gripa, contra la tos, contra la bronquitis. Reduce la inflamación de la próstata, abre el apetito y también sirve para la indigestión. La albahaca y la albahaca negra, benditas.

El pavito no necesitaría servir sino de bonito y bastaría. Pero se le adjudican atributos como el de ser diurético y astringente y de ser un buen aliado contra enfermedades de la piel.

Ya la mezcla de materiales le da otro nivel a la artesanía, como esta que hacen los curripacos, en Inírida. Porque ya van aquí fibras de cumare y cerámica. Otra dimensión.

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No supimos de madera de qué árbol está hecha esta silla que estaba a la entrada de una casa en Cumaral. Pero es de una sola pieza. Quedamos de una sola pieza ante su belleza rústica.

Ya ha tejido mochilas y tapetes. Le han ayudado otras mujeres a esta indígena experta en el manejo de las fibras extraídas de la palma chambira como también se le llama al cumare.

Uno de los vestidos para rituales de indígenas del Vaupés adentro es así. Para llegar a ello hubo que cortar de manera muy sabia las hojas de yanchama de las que está hecho.

Todo sirve para las artesanías vanidosas. Póngales semillas, póngales color, ensártelas, exhíbalas, explíquelas. Véndalas. Y se venden por miles en todas partes salidas de aquí.

Todo sirve y todo se usa en artesanías de Amazonas Orinoco. Estos sacudidores están hechos de fibras de varias palmas y les aplicaron distintos colorantes. Vegetales, desde luego.

Otra palma acude en favor de los millares de artesanos que viven en las selvas colombianas. Este especie de canasto, que es un soporte para el casabe, es hecho con palma chonta.

Aretes muy elaborados, muy diseñados, sorpresivos por ello, pero no por la materia prima de la cual están hechos: la palma de cumare, otra vez presente en este arte en el Guainía.

Esta máscara ceremonial es hecha y usada en muchos resguardos del Amazonas adentro. La fibra preferida es la de yanchama u ojé y las tinturas fueron extraídas de varias plantas.

No tienen tanto alcance como las que ellos –los indígenas del Amazonas– usan para cazar animales. No son tanto. Pero son cerbatanas que se hacen con fibras de palma chambira.

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Belleza y resistencia tienen estos canastos que vimos y fotografiamos en Inírida. Resistencia para aguantar ajetreo porque la palma chiqui chiqui, de la que están hechos, es fuerte.

Aunque no se pertenezca a un grupo musical, estos calabacitos sonadores son muy vendidos como artesanías salidas de la Colombia más verde. Muchas semillas hay en ellos.

Para móviles como estos, que encontramos en una tienda en el resguardo de Victoria regia, bajando por el Amazonas desde Leticia, se usa el balso. Y otras maderas livianas.

No supimos qué tan de las entrañas de una etnia sean estas máscaras hechas de balso. Las vimos en una tienda de artesanías en Leticia y nos dijeron que son ceremoniales.

Más elaborada que una mochila y que un simple tapete o unos aretes, es esta hamaca. Fabricada con paciencia en las sabanas de la Orinoquia, tienen el cumare como materia prima.

No solo están para la venta estas muñecas. Que las compran mucho pero con otros significados, más decorativos. En cambio para sus fabricantes significan ayuda como la protección.

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A través de escuelas y del olfato comercial que ellos poseen, los artesanos de estas tierras han entrado en la onda del diseño. Y para ello la selva les ofrece todo lo que necesitan.

Amazonas adentro, la selva se permite a veces estas claridades cuando el sol vence la altura de árboles hasta de sesenta metros. Entonces aquí, abajo, la humedad es infernal.

Una región colosal es esta, la del Amazonas en Colombia. Su territorio representa el 42,3% de toda la Colombia continental. Y eso que del gran Amazonas apenas somos el 8%.

Casi-casi, el oxígeno podía verse y tocarse este mediodía cuando todo estaba quieto en el río Inírida. Se juntaban el cielo y las aguas, como sucede en la región amazónica.

Muchos de los ríos o caños que dejan sus aguas al gran Amazonas, van teñidos por los taninos que le arrancan a algunos árboles. Entonces llega el asombro por su belleza.

También hay algas dentro de la inmensidad y en todas las riberas. Se recuestan en la vegetación o en las rocas que encuentran. La naturaleza anfibia contribuye al oxígeno.

La humedad, los humedales, las aguas todas son muchas en la región del Amazonas, esta productora de oxígeno que con todo su poder es la gran reguladora del clima mundial.

La humedad (que es como si siempre acabara de llover o como si todas las horas fueran las del alba por su rocío), la humedad se expresa en esta lechuga de agua en Leticia.

Un día cualquiera en una calle de barrio de Cumaral, pueblo que queda en lo que llamaríamos las goteras de Villavicencio. Plantas muchas y árboles grandes en su entorno.

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Los lechos que forman las hojas, los entramados de árboles que hacen penumbra en la manigua, los matorrales y las epífitas, todo en el Amazonas se relaciona con todo.

La selva amazónica tiene un suelo que deja muy poca profundidad a las raíces de los árboles. Por eso muchos sucumben y en ríos como el Loretoyacu flotan troncos y ramas.

La mentada palma cumare, que hasta aparece en letras de canciones, es esta. Una mirada a sus frutos y a un fragmento de sus fibras con las que se hacen artesanías en el pueblo.

Un bejuco que parecía una serpiente, que parecía una escultura, estaba allí, aquí, cuando caminábamos ávidos de vegetación por aquel recodo de Puerto Nariño.

Navegábamos por el Inírida rumbo a la estrella fluvial de oriente. Por allí, en el punto de encuentro de la Amazonia con la Orinoquia. Y amaneció. Con las primeras luces, esto.

Esta calle de Inírida va a encontrarse con el río en donde está el embarcadero y toda la movida de la capital del Guainía. Toda porque aquí las aguas determinan el movimiento.

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La flor de Inírida, de la que toma su nombre el pueblo, crece en unos humedales que hay en las afueras. Allí, cerca de cerro e´Sapo, desde donde es posible ver la inmensidad.

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El yopo es muy común en la Orinoquia y en la Amazonia. En una y en otra región lo usan para construcción, para leña, para artesanías y como colorante.

Fotografías de Julián Lineros

Contraportada

Monumental, descomunal podría decirse, es esta maloca que encontramos en las orillas del Igaraparaná. En ella sucede todo, lo sagrado y lo prodigioso, para los indígenas.

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Un agradable parque tiene Guamal con muchas sombras y algunos guamos en proceso de crecimiento. La idea de sembrarlos surgió como una necesidad de mantener viva la memoria.

En las orilla del Igaraparaná, al atardecer de ese día, sucedía esto que era casi un ritual. Un aserrador concebía una canoa sobre un madera que no supimos cuál era.

Un tomo como este, dedicado a dos regiones como estas, tenía que tener dos atractivos gráficos como los que escogimos. Al cierre del volumen, la flor de Inírida. Infaltable.

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Tronco de tronco, diría un caribe. Un amazónico no. Un amazónico casi se inclinaría ante la fortaleza y belleza de este bejuco, yagé, tan sagrado por ellos y tan estudiado.

Este es un elemento artesanal que sirve a los indígenas para adentrarse en sus ritos y costumbres. Es un pilón muy fuerte (hecho con palosangre) para la preparación del mambe.

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La leña del guamo es buenísima para asar las carnes llaneras. Para eso lo emplean y también como alimento humano, desde luego. Y para los refranes: más pelao que pepa de guama.

Trabajado y usado y rudo, como un gigante dormido, este es un maguaré. Un llamador en la selva. Ruge cuando lo tocan y con él se comunican. Lo obtienen del árbol charapillo.

En medio de la selva amazónica, cuando se llega a una comunidad, cualquier pieza construida con palosangre sobresale y te deja maravillado. Para no hablar de su solidez.

Encontrar un tallo de caucho en medio de la selva no es tan fácil. Y menos un tallo de caucho con vestigios de haber sido usado y abusado como este para la extracción del látex.

En el proceso de la coca ritual, la indígena, surge el mambe que es ligero y de este color. Con el ambil y otros implementos, una especie de kit infaltable en las comunidades.

Con hojas de palma de moriche (o de otras que haya a la mano) algunos indígenas del Amazonas hacen sus vestidos rituales. Sin complicaciones. A bajo costo, con talento.

Í n dic e de f oto g raf ías e i l ust rac ion e s

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Dormita sobre el río Igaraparaná esta canoa que, por lo que se ve, ha sorteado esteros y ha conocido caños. Trabajada en balso con las propias manos de su ahora propietario.

Fotografías de Aldo Brando

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Complejo y rústico es este colador que no es artesanía para la venta. Es instrumento básico para que en las comunidades se trate el tabaco. Hecho de fibras de yarumo, entre otras.

Mirada así parece una ballena encallada en medio del bosque de nunca acabar. La serranía de Chiribiquete, precedida por una manigua espesa, es un misterio cubierto de enigma.

Fotografías de Héctor Rincón

Con un ímpetu muy cercano a la soberbia, esta ceiba ha crecido entre las rocas de la Isla de Santa Elena, cerca de Puerto Carreño. Va airosa. Ha desdeñado la dificultad.

No son para la venta estas ayudas artesanales que los indígenas de las riberas del Igaraparaná, usan para la pesquería. Unas trampas eficientes de madera en los caños que van al río.

De aguas cristalinas que a veces se tiñen por las algas taninas que les sirven de lecho. Así son algunos de los manantiales que brotan en La Macarena. Puro oxígeno. Solo belleza.

Si hubiera que escogerle cuna al palo de aceite, sería el Casanare. Y por eso sus llanuras son del color anaranjado de este árbol de uso múltiple: sirve hasta para curar al ganado.

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Hay pasajes de la Amazonia que parecen pintura. O potreros de otras regiones con menos densidad de bosque. Este, por ejemplo, es un sitio cerca por donde corre el Igaraparaná.

Un mundo irreal donde las aguas ruedan, van, se precipitan sobre las rocas, y a su paso van dejando nutrientes para la infinita vegetación. Porque es infinita la vegetación aquí.

La aparición de los cerros de Mavicure, cuando se remonta el plácido Inírida, es casi un susto porque es más que un asombro. En sus inmensidades, la vegetación gana terreno.

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Sobre aquellas aguas de Macedonia, camino a Puerto Nariño por la ribera del Amazonas, flotan victorias regias. Muchas. Algunas en flor. Otras con hojas ya extintas como esta.

Fotografías del libro The lords of the Devil’s Paradise, G. Sidney Paternoster (1913). Londres, Stanley Paul Biblioteca Luis Ángel Arango. Sala de Libros Raros y Manuscritos

Ilustraciones de Alejandro García Restrepo

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p. 17 Mapa de la región

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Testimonio gráfico de un horror. Este es uno de los campamentos caucheros que fueron establecidos en el Putumayo. No solo usados para la recolección sino también para la esclavitud.

Amazonas y Orinoco juntas, porque comparten mucha de su vegetación, mucha de su potencia y mucho del futuro de Colombia. Y sobre las dos hay, mucho desconocimiento.

Guardas iniciales

Básica en la alimentación del mundo amazónico, la yuca brava es parte también del paisaje en las vegas de los infinitos ríos en donde se da silvestre.

Fotografía de Efrén Plata

La vellozia, tomada para hacer letra T capital, florece entre más de cien especies del género de un color entre rosa y morado. Originaria de América, se ve mucho entre Panamá y Brasil.

Así funcionaban los embarques del látex hacia mercados del mundo desde las selvas colombianas. Un proceso que trajo muerte y humillación y que no quiere ser recordado hoy.

Como un prócer, porque lo fue, así interpretó el ilustrador a José Jerónimo Triana, uno de los sabios que presentamos orgullosos en este Savia Amazonas - Orinoco.

Este es el fruto de la Apeiba tibourbou, en la que se inspira una de las letras de apertura de capítulo. Esta vez para dar cuenta de la descomunal región amazónica.

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La capital del Casanare, Yopal, con seguridad menos arborizada que en los años de su fundación cuando literalmente había comunidades grandes de yopos adentro y afuera del pueblo.

Quién lo ve de saco y corbata, todo formal, no creería el explorador temerario que fue Schultes, uno de los extranjeros que más pasión y tiempo le ha dedicado a la selva.

Una letra U es la primera que aparece en el capítulo dedicado a contar qué es la región de la Orinoquia. Y esta es la U, salida de la guaba (Stylogyne turbacensis).

Contra lo que diga su apellido, la figura de este explorador botánico y andariego empedernido era esbelta. Un precursor de los herbarios en Colombia.

Una letra E inspirada en una parte del malagueto, la usó el ilustrador para dar comienzo al capítulo de los Piedemontes. En plural porque son varios y de muchas extensiones.

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Guardas finales

Sobresale el achiote en toda la región. Podría decirse que es habitual en todas las regiones y su uso es múltiple. Sobresale el achiote aquí en esta A como letra capital.

El cacao sirve para tanto que sirve también para la inspiración del ilustrador quien logró con él esta letra. La E, con la cual comienza la crónica sobre los frutales.

Uno de los árboles más usados para la fabricación de artesanías en toda la región es el balso. Nada más oportuno, entonces, que comenzar la crónica con una letra hecha con su fruto.

Para contar el mundo raro del Chibiriquete hay que recurrir a la botánica y a la geología. Y a las ilustraciones como esta P, extraída del fruto de la Pourouma cecropiifolia.

Una de las plantas prodigiosas para la región es la coca. Que la hayan vuelto amarga los traficantes es un cuento aparte. Un cuento que se cuenta en este capítulo.

La pasiflora expuesta y utilizada para hacer esta letra. Con ella abrimos el capítulo sobre el tamaño de la importancia que tiene la cuenca del Amazonas en el oxígeno del mundo.

El llamado ojo de venado (Mucuna sloanei) nos ayuda a poner en escena el capítulo dedicado a ese poder inmenso que tiene la madera en la región Amazonas Orinoco. Un abrebocas.

Esta es nada menos que la interpretación de la hoja del moriche. Una sorpresiva letra D con la cual se abre la historia de Mundo Amazónico, el jardín botánico de Leticia.

Palabras innecesarias para describir esta L. La flor del tabaco sirve para dar comienzo a una crónica dramática: lo que fue la Casa Arana, la fiebre del Caucho. El diablo en la selva.

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Justo y bello entregarle a la flor de Inírida la responsabilidad gráfica de que con ellas se arme la letra H, que sirve de apertura a este capítulo del Andén Orinoquence.

Intrincado, misterioso, enigmático. Así es el mundo perdido de La Macarena y así es este bejuco, el bejuco del yagé, que inspira esta letra.

Abundan en la región, pero no solo son útiles para el magnífico paisaje, sino para la alimentación, la construcción, la artesanía. Y para la guarda de este libro.

Perfecta como una nuez. Perfecta como una D. Perfecta esta letra capital para contar de la música de esta Colombia tan rica en instrumentos hechos con madera.

La crónica sobre las plantas medicinales de Amazonas - Orinoco la comenzamos con una letra: la C. Y con la alusión a una de las flores más abundantes y más estudiadas: la del borrachero.

Ilustraciones de Eulalia de Valdenebro

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A si se le llama —piene de mono—, aunque en la región también se le conoce como peine de mico. Una planta emblemática que sirve de ornamental y para artesanía.

Infografía de Marcela Rodríguez

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Un bejuco pero no un bejuco cualquiera. El de curare es especialmente útil y ha sido muy estudiado porque es un eficiente relajante muscular.

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Mapa de parques nacionales naturales de Amazonas - Orinoco

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Con la corteza del ojé, que también se le llama yanchama, se obtienen tejidos y se usan en trajes rituales. Uno de los usos de este árbol que es también medicinal.

Bi bl io g raf ía Sav ia Am a z onas - O r i no co

Bibliografía La búsqueda de información para e ste, el segundo volumen de la Colección Sav ia, se extendió a las llanuras y a las selvas de las que nos ocupamos. Reporteros, botánicos, fotógrafos, ilustradores de Savia viajaron por aquellos lugares en donde escasean los documentos pero abundan los testimonios. No solo los testimonios salidos de quienes viven en esas lejanías, sino lo que la naturaleza misma testimonia cuando se la mira con los ojos minuciosos de quienes esperan obtener de ella información. A esa naturaleza y a esos habitantes de bosques y de sabanas recurrimos, pues, para alimentar la información que contiene este Savia Amazonas - Orinoco, además de la que es obvia: de la que nos dan los libros, las enciclopedias, los herbarios, las revistas y las investigaciones de las que nos servimos para que lo que aquí está escrito tenga el rigor de todo lo que en el pasado o en este momento se está estudiando en Colombia sobre nuestra vegetación. A todos esos documentos, documentalistas, bibliotecas, centros de información y demás, gracias. Y a los autores de tanto que se ha profundizado en el estudio de la botánica colombiana, unas felicitaciones llenas de orgullo por todo lo que aprendimos. t

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Índice

onomástico A

Acacia 51, 142 Acacia mangium 51 Acapú 55 Minquartia ganensis 55 ahumado 55, 57 cuyubí 57 v. t. Olacácea 55 Achiote 38,110, 146 Andiroba 53 Carapa guianensis 53 Aguacate 76, 79 Persea americana 79 v. t. Laurácea 79 Ají 11, 14, 15, 28, 31, 34, 35, 37, 38, 39, 40, 61, 63, 96, 140, 141 pimentón 37, 39, 142 Capsicumm annuum 11, 14, 15, 31, 35, 37, 39 Capsicum sp. 63 v. t. Solanáceas 31, 39, 63 Ají negro 34, 37, 38 Ajo 36, 39, 41, 96 Allium sativum 39 v. t. Amarilidáceas 39 Ajonjolí 159 Albahaca 31, 107, 111, 113, 147 Ocimun bacilicum 31 Ocimun campechhianum 111 albahaca blanca 31, 147 albahaca común 31 albahaca negra 107 v. t. Lamiáceas 110,111 Albahaca negra 107 Ocimum sp. 107

Algarrobo 55, 57, 61, 63 Hymenaea parvifolia 55, 63 copal 63 v. t. Fabáceas 63 Algas 20, 99, 129, 150, 151 Algodón 28, 31 Gossypium herbaceum 31 v. t. Malváceas 31 Almendro 63 Caryocar glabrum 63 Amacise 11, 14, 140 Erythrina fusca 11, 14 Amapola 96, 111, 113 Papaver somniferum 111 v. t. Papaverácea 111 Andropogon leucostachyos 104 v. t. Gramíneas 104 Anón amazónico 76, 79

Rollinia mucosa 79 v. t. Anonácea 79 Anón de monte 104 Annona cherimilioides 104 Anturio 43, 142 Anturium sp. 43 Árbol de navidad 30, 141 Parkia pendula 30 Árbol del picaflor 30 Tococa guianensis 30, 31 árbol chupaflor 31 ara 31 curray 31

∙ 165 ∙

Árbol mortecino 101 Grias sp. 101 Árbol tórtolo 23 Scheffera morototoni 23 yagrumo 22, 23 v. t. Araliáceas 23 Arazá 11, 14, 37, 39, 75, 76, 77, 111, 112, 140, 144 Eugenia stipitata 11, 14, 39, 75, 111 guayaba amazónica 75, 140, 144 v. t. Mirtácea 15, 39, 111 Arizá 61, 63 Brownea ariza 61, 63 palo cruz 63 v. t. Fabácea 61 Arveja 36, 39 Pisum sativum 39 v. t. Fabáceas 39 Arroz 37, 38, 39, 130, 142 Oryza sativa 39 v. t. Poáceas 39 Asaí 77, 78, 79, 111, 112 Euterpe precatoria 78, 79, 111 asaí 77 manaco 79, 111 v. t. Arecácea 79, 111 Asasí 76 Avellano 113 Axonopus canescens 104 v. t. Gramíneas 104 Azarí 90

B

Badea 76, 79, 112 Passiflora cuadrangularis 79 v. t. Pasiflorácea 79 Bajagua 110, 147 Senna reticulata 110 Balso 53, 55, 71, 73, 114, 117, 120, 148, 149 Ochroma pyramidale 53, 55, 71 balsa 53, 55 palo de lana 53, 55 v. t. Malvácea 71 Bambú 69

Banano 16, 140 Mussa sp. 16 Barbasco 14, 15, 61,63 Lonchocarpus nicou 14, 15 almendro 63 v. t. Fabáceas 14, 15, 57 Batata 39, 40 Ipomea batatas 39 v. t. Convulváceas 39 Bejuco 68, 124, 140, 144, 149 Bejuco arauto 19 Monstera adansonii 19 Bejuco barbasco 57 Bejuco cadeno 105, 147 Bauhinia guianensis 105 Bejuco chaparro 103 Darvilla sp. 103 bejuco candela 103 v. t. Crisobalanácea 103 Bijao, hoja 38, 41, 142 Calathea lutea 41 biajo 41 Borrachero 14, 15, 108, 109, 111 Brugmansia suaveolens 14, 15, 111 Brugmansia aurea 111 floripondio 15, 108, 109, 111 floripondio blanco 111 culebra borrachera 109, 111 burundanga 109 v. t. Solanáceas 14, 111 Borojó 39, 76, 112 Borojoa patinoi 39 Rubiáceas 39 Bototo 21,140 Cochlospermun orinocensi 21 Bromelia 45, 47, 102, 103 Bromelia sp. 47 Navia sp. 103 Bromelia 47

C

Cabo de hacha 39, 54, 55, 57 Heisteria acuminata 39 Irianthera tricornis 54, 55

Bi bl io g raf ía Sav ia Am a z onas - O r i no co quiebracha 39 v. t. Olacácea 39 Cacao 15, 61, 63, 76, 77, 133, 144 Teobroma cacao 15, 63, 76 chocolate 63 v. t. Olacácea 39 v. t. Malvacea 63 Cacao de monte 14, 15, 61, 63 Teobroma subincanun 14, 15, 63 v. t. Malvácea 15 Cacay 61, 76, 79 Caryodendron orinocensi 63, 79 inchi 63, 79 tacay 79 v. t. Euforbiácea 63 v. t. Poácea 79 Café 39, 36, 37, 133 Coffea arabica 39 v. t. Rubiáceas 39 Caimarón, árbol 45 Caléndula 111, 113 Calendula oficinalis 111 v. t. Asterácaceas 111 Caimito 76, 79 Pouteria caimito 79 caimo 79 v. t. Rubiácea 79 Cámbulo 24, 27, 141 Eritrina poeppigiana 24, 27 Camucamu 39, 40, 51, 76, 79, 80, 92, 142, 143, 144, 146 Myrciaria dubia 39,79, 80 Myrcia dubia 51,92 v. t. Mirtáceas 39 Campisanto 95 Candelabro 28, 141 Vochysia lehmmanni 28 Canyaraná 90 Cañafistol llanero 54, 56 Cassia moschata 54 Cañagria 30, 31 Arthostemma ciliatum 30 Caoba 50, 53, 55 Swietenia macrophylla 53 caoba americana 55

Capacho 67, 68, 70, 143, 144 Canna sp. 67 Canna indica 67,70, 71 achira 70, 71, 116 bandera 71 v. t. Cannácea 71 Capinurí 45, 47 Pseudolmedia laevis 47 v. t. Moráceas 47 Capirona 90 Caracolí 57, 143 Anacardium excelsum 57 Carambolo 76, 79, 112 Averrhoa carambola 79 v. t. Pasiflora 79 Caraná, palma 29, 93, 141 Lepidocarium sp. 29 Carbonero 104, 147 Acanthella sprucei 104, 147 Carguero de hormiga 46 Xylopia emarginata 46 Carnívoras, plantas 45, 47, 101 urticularia 47 drosera 47 v. t. col de vejigas 47 Carrizo 69 Arundo donax 69 Cascabel 28, 141 Crotalaria sp. 28 Cassia sp. 104 v. t. Fabácea 104 Castaño 52,143 Bertolletia excelsa 52 nuez del Brasil 52, 143 Catleya traniae 32 Caucho 13, 14, 29, 44, 64, 68, 71, 82, 83, 84, 87, 88, 89, 96, 137, 138, 145, 150, 157, 159, 160, 162 Hevea brasilensis 14, 29, 42, 68, 71, 83, 84, 85, 87, 88, 137 caucho negro 85,87 Castilla sp. 85, 87, 138 (moráceas) hule 31, 87 siringa 31, 45, 71, 87 coutchoul 85

∙ 167 ∙

árbol que llora 85 v. t. Euphorbiácea 87 Cebolla 36, 37, 38, 41 cebolla cabezona Allium cepa 39 v. t. Amarilidáceas 39 Cedrela montana 53 Cedrillo 71, 119 Trichilia pallida 71 v. t. Meliácea 71 Cedro 57, 72, 90, 119 Cedro achapo 52, 53, 55, 57, 94, 143 Cedrelinga cateniformis 52,53, 55 achuapo 55 Cedro amargo 52, 55, 57, 70, 71, 143 Cedrela odorata 52, 53, 55, 56, 57, 70,71, 72 cedro bastardo 55 v. t. Meliácea 55 Cedro macho 50, 53, 55, 56, 57, 70 Guarea guidonia 53, 55, 56 bilibil 53 trompillo 53 Cedro rosado 70 Cedrón 30, 31, 113 Dichapetalum spruceanum 30, 31 v. t. Dichapetaláceas 31 Cedrón común 31 Simaba cedron 31 v. t. Simurabáceas 31 Ceiba 19, 55, 57, 59, 61, 63, 102, 140, 151, 159 Ceiba pentandra 19, 55, 59, 63, 102 chivecha 63 v. t. Malváceas 63 Cervera 75 Castilla o perebea 75 Cilantro 36, 41 Cilantro cimarrón 36, 39, 141 Eryngium foetidum 36 v. t. Apiáceas 39 Cissus 62 Clavellino 108, 147 Caesalpinia pulcherrima 108 Coduiro 45, 47 Eschweilera juruensis 47

carguero 45, 47, 57 cocomono 57 v. t. Lecitidáceas 47, 57 Coca, hojas de 13, 15, 28, 31, 36, 82, 83, 84, 85, 87, 88, 89, 111, 112, 136, 138, 145, 163 Erythroxylum coca 15, 28, 31, 83, 85, 87, 111 Erythroxylum novograntense 87 kuka 85 v. t. Eritroxilácea 15, 31, 111 Coca de monte 104 Erythroxylum macrophyhlum 104 ajicillo 104 pata de torcaza 104 Cocona 79, 80, 90 Solanum sessiliflorum 79 anón amazónico 76 v. t. Solanácea 79 Col de vejigas 47 Utricularia sp. 47 v. t. Lentibulariácea 47 Combo 113, 148 Aspidosperma sp. 113 Comino real 68 Aniba cf. panurensis 68 Contentas, flores 14 Copoazú 14, 15, 39, 40, 61, 63, 76, 77, 79, 90, 144 Theobroma grandiflorum 14,15, 39,63, 77,79 cacao amazónico 77 cacao de monte 79 v. t. Malvácea 15, 39, 63, 79 Copuí 90 Coquillo 92, 145 Couratari sp. 92 abarco 92 Coronillo 76, 92, 146 Bellucia pentámera 92 grosella 76 Corozo 23 Acromia aculeata 23 palma de corozo 23 v. t. Arecácea Cucharacaspi 109, 111 Malouetia naias 111 v. t. Apocináceas 111

Bi bl io g raf ía Sav ia Am a z onas - O r i no co Cucurita 39, 40, 119 Attalea maripa inayá 39,40 cucurito 119 v. t. Arecácea 39 Cumaceba 39, 41 Swartzia polyphylla 39 v. t. Fabácea 39 Cumare, palma 15, 23, 39, 63, 114, 115, 116, 119, 120, 121, 130, 131, 146, 148, 149, 150 Astrocaryum chambira 15, 23, 39, 63, 69, 130 cumarey 14 chámbira palma 14, 23, 39, 61, 63, 69, 114, 120, 130, 148, 149 macanilla 15,23 v. t. Arecácea 15, 23, 39 Curare 31, 33, 96, 152 Strychnos toxifera 31 Curarea toxicofera 31 Chondodendron tomentosum 33 bejuco bravo 31 v. t. Loganiácea 31 v. t. Menispermáceas 31 Cúrcuma 13, 93, 140, 146 Curcuma sp. 13, 93 Cuyubí 53, 57 Minquartia guianensis 53,55 ahumado 53, 55, 57 acapú 53, 55 v. t. Olasacea 55

CH

Chambimba, semillas de 73, 144 Champe 79 Campomanesia lineatifolia 79 champe 76 guayabo Anselmo 79 v. t. Mirtácea 79 Chaparro 22, 62, 63, 109, 110, 111, 113, 141, 147 Curatella americana 63, 109 curata 63, 111 carne asada 147 v. t. Dileniácea 63, 111

Charapillo 67, 70, 143, 144 Dipterix sp.67 Chicosa 41 chicora 41 Chingalé 55 Jacaranda copaia 55 v. t. Bignoniácea 55 Chiricaspi 109,111 Brunfelsia chiricaspi 111 v. t. Solanácea 111 Chirimoyo 103 Fusaea sp. 103, 104 v. t. Anonáceas 103 Chocho 63 Ormosia fastigiata 63 macucú 63 Chontaduro 14, 15, 39, 40, 41, 61, 63, 71, 72, 76, 77, 79, 81, 111, 112, 145 Bactris gasipaes 14, 15, 39, 63, 71, 72, 79, 81, 111 pijiguao 15, 63,71, 79 manaca 144 palma chonta 41, 72, 120, 144, 149 palmito 41 v. t. Arecáceas 15,63, 71, 79,111 v. t. Amarilidáceas 79 Chuchuhuasa 111, 112, 147 Maytenus laevis 111 Maytenus sp. 112 chuchuguaza 41 chuchuhuaza 41, 111 chuchuhuasi 111, 113 chuchuhuasa 111, 112, 147 v. t. Celastrácea 111

D

Dapakoda 110, 111 Mandevilla steyermarkii 111 v. t. Apocinácea 111 Davilla sp. 104 Dividivi 22, 23 Caesalpinia coriaria 23 v. t. Fabácea 23 Dormilón 14, 15, 45, 47, 55, 63

∙ 169 ∙

Enterolobium schomburkii 15, 47, 53, 55, 63 Enterolobium Cyclocarpum 47 jaboncillo 15, 47, 55, 63 orejero 15, 47, 53, 55, 57, 63 dormidero 47 revientatetas 47 v. t. Fabáceas 14, 15, 47, 55 Drosera 47 rocío del sol 47 v. t. Droserácea 47

E

Encenillo 103 Weinmannia 103 v. t. Cunoniáceas 103 Epífitas 97, 103, 143, 146 Clusia sp. 103 Tomovita sp. 103 Ruellia sp 103 musgo 97, 146 Escobo 110 escobilla 110 Espinaca amazónica 16, 140 Portulacácea sp. 16 Estevia 95

F

Fierro caspi 41 acapú 41 Flor del Guaviare 15 Paepalanthus formosus 15, 62 v. t. Eriocaulácea 15 Flor de la pasión 79 v. t. Pasifloráceas 79 Flormorado 47, 52, 54, 56, 104, 103, 104 Erisma uncinatum 47, 54 Jacaranda obtisifolia 104 arenillo 47 milpo 47 chingalé 55, 103 gualanday 103, 104, 110 v. t. Voquisiáceas 47 Jacaranda copaia 55 v. t. Bignoniácea 55

Frailejones 23 Espeletia sp. 23 v. t. Asterácea 23 Frijol 71 Phaseolus sp. 71

G

Guacapurano 39 Campsiandra angustifolia 39 huacapuruna 41 v. t. Fabáceas 39 Guacarapona 116 Guaco 111 Aristolochia goudotii 111 v. t. Aristoloquiácea 111 Guadua 68, 73, 144 Guaimaro 68, 71, 72 Brosimum lactescens 68, 71 árbol vaca 68, 71 v. t. Moráceas 71 Gualanday 22, 23, 103, 110 Jacaranda obtusifolia 103 chingalé 103 pavito 23, 112, 147 flormorado 103 v. t. Bignoniácea 23, 103 Guama 36, 39, 76, 133 Inga edulis 39, 133 v. t. Fabáceas 39 Guama de boa 133 guamito 133 Guamacho 104, 147 Pereskia guamacho 104 guamachito 147 Guamo 45, 47, 79, 119, 133, 150 Phytolacca rivinoides 23 Inga edulis 47, 79 v. t. Fabácea 79 Guaba 22, 23, 39, 47 Phytolacca rivinoides 23 Inga edulis 47, 79 guamo 47 chumilla 47 v. t. Fabácea 47, 79

Bi bl io g raf ía Sav ia Am a z onas - O r i no co Guaraná 110, 113, 162 Guarumo 88 Cecropia sciadophylla 88 serico 88 imbauba 88 Guayaba 37, 39, 111, 112 Psidium guajava 39, 111 v. t. Mirtácea 39, 111 Guayaba pera 76 Guayusa 110, 111 Ilex guayusa 111 v. t. Aquifoliácea 111 Guiruro 116 Gustavia 45 v. t. Lecitidáceas 45

H

Hemiparásitas 45 Higuerón 54, 55, 61, 63, 71, 72, 73, 101, 114, 117, 118 Ficus maxima 54, 63, 71 Ficus americana 55 Ficus insipida 101 matapalo 23, 55, 101, 103 lechoso 23 yanchama 61, 63, 71, 72, 114, 118, 120, 148, 149 chibechea 103 ojé 33, 114, 118, 120, 152 v. t. Moráceas 23, 55, 63, 71 Huito 12, 39, 41, 114, 140 Genipa americana 12, 39 jagua 39, 41 Helechos 42 Heliconia 45, 47, 104 Heliconia sp. 47, 49, 63, 142 platanillo 47 platanillo rojo 61, 63 v. t. Heliconiácea 47, 63 Hemipífitas 45 Hierbabuena 111,113 Mentha x piperita 111 v. t. Lamiácea 111 Hirtella sp. 104 Horquetero orinocense 59, 143 Tabebuia orinocensis 59

I

Icoja 39, 41 Unonopsis spectabilis 39, 41 espinata 39 v. t. Anonáceas 39 Inírida, flor 14, 15, 59, 61, 63, 131, 150 Guacamaya superba (flor de Inírida de invierno) 14, 15, 59, 61, 63, 131 Shoenocephalium teretifolium (flor de Inírida de verano) 14, 15, 61, 63, 131 v. t. Raptáceas 15, 63 Inga sp. 104 v. t. Fabácea 104 Iraca 57, 96

J

Juansoco 76, 79, 95, 146 Couma macrocarpa 79, 95 avichure 76,79 surba 95 v. t. Apocinácea 79 v. t. Icacinácea 79 Junco 71 Arundo donax 71 carrizo 71 v. t. Poácea 71

L

Lantana 104 Laurel 69, 103 Aniba panurensis 71 Endlicheria sp. 71 Nectandra amazonum 103 chulo 103 tinto 103 loiro 71 miratava71 medio comino 71 v. t. Laurácea 71, 103 Laurel oloroso 54, 57, 69 Lechuga de agua 125, 149 Lianas 42, 101 Limón 80 Limoncillo 113

∙ 171 ∙

Líquenes 42 Litocasmoquerosofíticas 45 Loiro 71 Aniba panurensis 71 mitava 71 medio comino 71 Lomo de caimán 51, 142 Platypodium elegans 51, 142 Loreya 30 Luiro 119 Lulo 111, 112 Solanum quitoense 111 v. t. Solanácea 111

M

Mabaco 53 Attalea cf. recemosa 53, 143 mabaco 143 Macambo 39, 90 Teobroma bicolor 39 v. t. Malváceas 39 Macano 53, 55, 101, 103 Terminalia amazonia 53, 55, 101, 103 amarillo 55 guayabo 101 granadillo 101 v. t. Combretáceas 55, 103 Macarenia clavigera 13, 99, 102 v. t. Podostemócea 13 Machaco 56, 93, 146 Jacaranda capaia 93 árbol del espíritu santo 93, 146 chingale 93,146 Machaerium sp. 103, 104 Machichi 80,144 v. t. Cucurbitácea 80 Madroño 76, 79 Garcinia madruno 79 v. t. Clusiácea 79 Maíz 28, 38, 39, 41, 89 jojoto 38 choclo 41 v. t. Poácea 39 Malagueto 61, 103, 104, 110

Xylopia aromatica 61, 103, 104 achón 103, 104, 110 sembé 110 malagusta 110 v. t. Anonáceas 103 Malva olorosa 113 Mamita 76 Mandevilla 62 Maní 28, 31, 41 Arachis hypogaea 31 v. t. Fabácea 31 Manilcara 45 v. t. Sapotácea 45 Mango 39, 40, 61, 63 Mangifera indica 39, 63 v. t. Anacardiácea 39, 63 Mangostino 76, 79 Garcinia mangostana 79 v. t. Clusiácea 79 Mapuey 40 Maraca, pepa de 41 macambo 41 Mastranto 103, 108, 147 Hyptis sp. 103, 104, 108 v. t. Genesriácea 103 Maraco 76, 79, 107, 147 Couroupita gianensis 79, 107 mucu 79,147 v. t. Lecitidácea 79 Maracuyá 90 Marañón 37, 39, 76, 79, 80 Anacardium occidentale 39, 79 merey 40, 79 v. t. Euforbiácea 79 Matarratón 14, 15, 55, 57, 61, 63, 107 ,147 Gliricidia sepium 15, 55, 63, 107 v. t. Fabáceas 15, 55, 57, 63 Matamata 90 Matapalo 22, 23 Ficus sp. 23 v. t. Morácea 23 Mato 111 Aristolochia nummularifolia 111 v. t. Aristoloquiáceas 111

Bi bl io g raf ía Sav ia Am a z onas - O r i no co Mejorana 111, 113 Origanum majorana 111 v. t. Lamiácea 111 Miconia 104 Milpesillo 55 Oenocarpus minor 55 v. t. Arecácea 55 Milpesos, palma 14, 34, 40, 61, 63, 79, 102, 103, 142 Oenocarpus bataua 14, 40, 63, 79, 103 milpes 15, 39, 63, 79 seje 15, 39, 40, 63, 76, 79, 102, 103, 113, 114, 119 v. t. Arecácea 14, 15, 63, 103 v. t. Convolvulácea 79 Miratabá 119 Mirití, palmera 114, 119 Moriche, palma 14, 15, 23, 39, 40, 45, 47, 56, 61, 62, 63, 65, 77, 79, 81, 114, 116, 119, 132, 143, 151 Mauritia flexuosa 14, 15, 23, 39, 47, 63, 79, 132 canangucho 14, 15, 23, 39, 47, 76, 79, 116 carandai-guazú 77 ideuí 77 aguaje 76,77, 79, 90 cacangucho 77,116 chomiya 77 morete 77 (en Ecuador) pepas de 37,39 v. t. Arecáceas 14, 23, 39, 47, 63, 79 v. t. Apiácea 79 Motelo sanango 41 chilicaspi 41 Mururé 41 tamarí 41

N

Nectandra sp. 30, 31, 104 v. t. Lauráceas 30,31 Níspero 30, 31, 61, 76, 143 Bellucia pentámera 30, 31 Bellucia grossularioides 61, 79 guayabo de pava 30, 61, 143 guayabo coronillo 79 pepito 30 pomo 30,31

tuno 143 manzana de corona 143 v. t. Melastomácea 79 Nuez mantequilla 71 Caryocar nuciferum 71 v. t. Cariocácea 71

O

Ocobo 55, 56, 57 Tabebuia rosea 55 flor blanco 55 guayacán rosado 55, 56, 57 v. t. Bignoniacea 55 Ocotea 30, 31 v. t. Lauráceas 30,31 Ojé 33 Ficus insipida 33 Ojo de venado 23, 57, 71, 110, 111 Mucuna sloanei 23, 69, 71, 111 ojo de buey 69, 71 congolo 69 v. t. Fabáceas 71, 111 Oreja de tigre 111 Aristolochia sprucei 111 v. t. Aristoloquiácea 111 Orquídea 97, 101, 103, 147 Catasetum sp. 101 Ortiga 36, 39, 91, 111, 112, 113, 145 Urera caracasama 39, 145 Urera sp. 91, 145 Urtica urens 111 pringamoza 111 v. t. Urticácea 39, 111

P

Pachira quinata 53 Pajalisa 103 Trachypogon spicatus 103, 104 saeta lisa 103, 104 v. t. Poácea 103 Palosangre 53, 55, 88, 114, 115, 148, 151 Brosimun rubescens 55 palisangre 53

∙ 173 ∙

chimico 53, 55 granadillo 53, 55, 69, 99 v. t. Morácea 55 Palo Brasil 131 Caesalpinia echinata 131 Palma 128 Palma africana 31, 130 Elaeis guineensis 31, 130, 131 palma de aceite 130 v. t. Arecácea 31 Palma chuntaro 55 Aiphanes lindaniana 55 v. t. Arecácea 55 Palma chiquichiqui 52, 55, 117, 119, 131, 148 Leopoldinia piassaba 55, 131 fibra 55 v. t. Arecácea 55 Palma marray 23 Aifanes horrida 23 mararave 23 v. t. Aracácea 23 Palma real 14, 15, 61, 101, 102, 132 Attalea maripa 14, 15, 101, 103, 132 güichire 15, 103 marija 15, 101, 103 huichira 101 inayá 101 Palma de virote 15, 102, 103 v. t. Arecácea 14, 15, 103 Palma zancona 14, 15, 30, 31, 61, 63, 103 Socratea exorrhiza 15, 30, 31, 63, 103 araco 15,31, 103 v. t. Arecáceas 14, 30, 31, 103 Palo boya 23, 53, 55 Zygia cataractae 23 Malouetia tamacuarina 53, 55 v. t. Fabáceas 23 v. t. Apocináceas 55 Palo de aceite 25, 60, 110, 141, 151 Copaifera pubiflora 25, 60, 111 Calophyllum brasilense 53 cachicamo 53 aceite 53,111

copaiba 110, 111, 113 v. t. Fabácea 111 Palo de arco 39, 41, 55, 71, 101, 103, 113, 119 Tebebuia serratifolia 39, 55, 71, 101, 103 Tabebuia ocracea 25 chicalá 39,41 asta de venado 71 floramarillo 25,103,141 v. t. Bignoniáceas 39, 711, 103 Palo de cruz 110, 111 Brownea ariza 111 flor que abre bastante 110 akereba 110 monterillo 110, 111 v. t. Fabácea 111 Palo de maicero 103 Hirtella sp. 103 Palo de rosa 57, 69, 71, 113 Aniba rosiodora 71 v. t. Laurácea 57, 71 Papa 37, 39 Solanum tuberosum 39 v. t. Solanáceas 39 Papaya 76,90, 154 Parásitas 45 Peine de mono 23, 33, 57, 152 Apeiba membranácea 23 Apeiba tiborbu 33 peine de mico 22, 23, 57 v. t. Malváceas 23 Pero de agua 27 Syzygium malaccense 27 Pera arbórea 104, 141 arenillo 45, 104 Petunia de monte 23 Stachytarpheta mutabilis 23 v. t. Verbenácea 23 Pera sp. 103 v. t. Euforbiácea 103 Piña 36, 40, 75, 79, 112, 144 Ananas sp. 75 Ananas comosus 79 piña blanca 76

Bi bl io g raf ía Sav ia Am a z onas - O r i no co piña de borugo 76, 79 v. t. Musácea 79 Piña criolla 76 Pino 70 v. t. Podocarpácea 55 Pino colombiano 55, 56 Podocarpus guatemalensis 54, 55, 56 pino chaquiro 54, 56 v. t. Podocarpácea 55 Piper sp. 104 Piquia 72 Caryocar nuciferam 72 Plátano 39, 40 Musa x paradisiaca 39 hoja de 36, 37, 41 gancho de 37 v. t. Musácea 39 Platanillo de monte 61 Platanillo tarriago 49 Penacospermun guayannense 49 Poleo 111, 113 Clinopodium brownei 111 Polygala sp. 104 Pomarrosa 111, 112 Syzygium malaccense 111 v. t. Mirtácea 111 Pseudobombax septenatum 99 Puinave 108 Pulmonaria 31 Pfaffia iresinoides 31 madre yuca 31 v. t. Amarantáceas 31 Punta de lanza 104 Vismia macrophylla 104 lacre 104 palo de chicharra 104

Q

Quina 13, 22, 23, 29, 31, 82, 83, 84, 87, 89, 111, 113, 145, 154, 155, 157, 159 Cinchona officinalis 23, 29, 31, 82, 87, 89, 111 kiua kina 82 cascarilla 82, 87

polvo de cardenal 82 polvos de la condesa 82 polvos de los jesuitas 82 v. t. Rubiácea 23, 31, 111 Quinilla 90 Quirilla, semillas de 68, 144

R

Rabo de gato 103 Andropogon leucostachyus 103, 104 rabo de vaca 103, 104 v. t. Poácea 103, 104 Romero 111, 113 Rosmarinus oficinalis 111 v. t. Lamiácea 111 Ruda 113 Ruellia 104 v. t. Herbácea 104

S

Sarrapio 55, 57 Dipteryx rosea 55 v. t. Fabácea 55 Sangre de drago 110, 111, 113 Croton lechleri 111 sangro 111 v. t. Euforbiácea 111 Sangre de toro 30, 55, 57, 103, 108, 111 Virola 30, 108, 109 Virola surinamensis 31, 111 cumara blanca 31, 55, 111 virola 103, 109 v. t. Miristicáceas 31, 55, 111 Senefelderopsis chiribiquitensis 45 v. t. Euforbiáceas 45 Sidrera 95 Sombrilludo 57 v. t. Laurácea 57 Sinningia sp. 104 v. t. Herbácea 104 Siparuna guianensis 104 Soya 24, 128, 141 Glycine max 24

∙ 175 ∙

Stylosantes sp. 103, 104 v. t. Herbáceas 104 v. t. Fabácea 103

T

Tabaco 15, 25, 28, 31, 36, 89, 108, 109, 111, 119, 148 Nicotiana tabacum 15, 31, 111 v. t. Solanáceas 15, 31, 111 Tagua 117 Tamamuri 39 Brosimun acutifolium 39 v. t. Moráceas 39 Tamparo 67, 143 Crescentia cujete 67 Tara 56 Simarouba amara 56 Tarraigo 102 Phenacospermun guyannense 102, 105 turriago 102 Tomate 38 Toronjil 111, 113 Melissa officinalis 111 v. t. Lamiácea 111 Tórtolo 103, 104 Schefflera morototoni 103, 104 mano de león 103, 104 sachauva 103, 104 mano de oso 104 v. t. Araliácea 103 Totumo 68, 70, 71, 72, 144 Crescentia cujete 68, 70, 71, 72, 144 calabazo 70, 71, 119, 148 v. t. Bignoniáceas 71 Trompeto 23, 110, 111 Bocconia frutecens 111 trompetero curador 22, 23 sarno 110, 111 v. t. Papaverácea 23, 111 Tronador 31 Hura crepitans 31 catahua 31 Tovomita 104 Trachypogon spicatus 104 Triolena hirsuta 30, 31

U

Umarí 37, 39, 40, 90 Poraqueiba seriacea 39 guacure 39 v. t. Icacinácea 39 Uña de gato 110, 111, 113 Uncaria guianenensis 111 bejuco de anzuelo 110, 111 v. t. Rubiácea 111 Utricularia 47 Uva caimarona 30, 31, 35, 37, 47, 76, 141, 145 Pourouma cecropiifolia 30, 31, 35, 47 uva de monte 37 caimarón 31,47 v. t. Urticácea 30, 31, 47 Uvilla 88 Porouma cecropiifolia 88 uva silvestre 88

V

Valeriana 111, 113 Valeriana officinalis 111 v. t. Caprifoliácea 111 Vellozias 45, 47, 62, 63, 103 Vellozia tubiflora 63 Vellozia paepalantus 62 Vellozia macaranenesis 102, 103 Verbena 113 Victoria regia 12, 14, 15, 127, 140, 151 Victoria amazónica 12, 14, 15, 127 Victoria amazónica 14, 15 v. t. Ninfáceas 15 Volador 54, 56 Ceiba samauma 54, 56

Y

Yagé 14, 15, 29, 31, 83, 85, 87, 96, 108, 109, 111, 113, 145, 154, 160 Banisteriopsis caapi 14, 15, 29, 31, 83, 85, 87, 111, 145 yagé negro 83, 85, 145 ayahuasca 14, 15, 45, 111 caapi 14, 29, 31, 111 yagé amarillo 85 vino del alma 109

Bi bl io g raf ía Sav ia Am a z onas - O r i no co bejuco del alma 159 v. t. Malpigiáceas 14, 31, 111 Yerbamora 103 Lantana sp. 103, 104 cariaquito 103 v. t. Verbenácea 103 Yuca 13, 28, 34, 35, 36, 37, 39, 40, 41, 63, 73, 89, 138, 142 Yuca brava 35, 37, 38, 39, 61, 63, 141, 160 Manihot esculenta 35, 36, 38, 39, 63 Mandioca brava 41 v. t. Euphorbiáceas 39, 63 Yarumo 22, 23, 54, 55, 119, 136, 148 yagrumo 22 Cecropia sp. 54, 55 Cecropia talenitida 55, 111 Yarumo plateado 110, 111 v. t. Urticáceas 23, 55, 111 Yopo 28, 31, 37, 39, 61, 63, 132, 150 Anadenanthera peregrina 28, 31, 63, 132 Mimosa trianae 132 v. t. Fabáceas 31, 39, 63 Yoco 96, 109, 111, 160 Paullinia yoco 111 v. t. Sapindácea 111

Z

Zapito 101 Sterculia macarenensis 101 Zapote 76, 79, 81, 145 Matisia cordata 79,81 chupa chupa 79 zapote de monte 145 v. t. Malvácea 79

∙ 177 ∙

La Colección Savia está compuesta en carácteres Bauer Bodoni y Adobe Caslon Pro. La primera de estas tipografías es una versión de Heinrich Jost diseñada en 1926 y basada en el diseño original que el tipógrafo italiano Giambattista Bodoni realizó en 1790. La segunda corresponde a la versión de Carol Twombly, basada en el estudio de la tipografía original que el inglés William Caslon produjo en 1725. Además, esta obra fue impresa en papel Bodonia del molino Fedrigoni.

∙ 178 ∙

Inventario botánico de Colombia Tomo I I

Savia Amazonas - Orinoco

S avia A mazonas - O rinoco

Inventario botánico de las regiones Amazonas y Orinoco

C olección S avia

Inventario botánico de Colombia Tomo dos de cinco Colombia, 2013 www.saviabotanica.com

Edición Este tomo y los demás de la Colección Savia son una

contribución del Grupo Argos a la difusión del patrimonio

botánico colombiano. Fueron concebidos por esta empresa bajo la presidencia de José Alberto Vélez y contaron con el apoyo conceptual de Juan Luis Mejía, Rafael Obregón, Cecilia María Vélez y Juan David Uribe

Dirección editorial

Corrector de estilo

Curador científico

Correctora de pruebas

Redacción de textos

Correctora técnica

Ana María Cano, Héctor Rincón

Álvaro Cogollo Pacheco

Patricia Nieto, Fernando Quiroz, Óscar Hernando Ocampo, Úver Valencia, Adriana Echeverry, Cristian Zapata,

Carlos José Restrepo

Silvia García

Marcela Serna

Rodrigo Botero García, Laura Ospina, María José París,

Índice onomástico

Investigación y documentación

Corrección de color

Ana María Cano, Héctor Rincón

Cristina Lucía Valdés, Camila Uribe-Holguín, Ana Patricia Roa,

Sergio Silva Numa, Theo González, Felipe González, Lina Pérez,

Nancy Rocío Gutiérrez

Gabriel Daza

equipo de Una Tinta Medios

Impresión

Fotografía

quien solo actúa como impresor

Ana María Mejía, Aldo Brando, Héctor Rincón, Julián Lineros Concepto y diseño

Efraín Pérez Niño, Diego Cortés Guzmán, Marcela Rodríguez, Karen Sofía Barrera, equipo de Una Tinta Medios Ilustraciones

Panamericana Formas e Impresos S. A.,

ISBN: 978-958-58250-0-0 Copyright Grupo Argos 2013

Centro Santillana, Cra. 43A n. 1A sur 143, Torre norte Medellín, Colombia - www.argos.com.co

Alejandro García Restrepo

Queda prohibida sin la autorización escrita de los titulares

Ilustración botánica

la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier

Eulalia De Valdenebro

del copyrigth bajo las sanciones establecidas en las leyes, medio o procedimiento

G rat i t ud

Con las aguas sin fin que nos llevaron a la intimidad de la selva. Y a los caminos rectos que nos adentraron por las sabanas. A Gustavo Rincón quien nos señaló el camino de la Estrella Fluvial de Oriente y a Rosario Novoa sin cuya sonrisa es imposible escalar tepuyes y navegar el Orinoco. A Pijachi, hermano, hijo de la jungla y brújula de aquella expedición amazónica. A Wade Davis y su traductor Nicolás Suescún, inspiradores de una manera poética de contar las plantas.

L a C ol ec c ión Sav ia

Este libro de Savia Amazonas - Orinoco es el segundo de cinco tomos auspiciados por el Grupo Argos, con la descripción del paisaje botánico de Colombia dividido por regiones. El primer tomo se ocupa de Caribe y los siguientes de Pacífico, Oriente y región Andina. No se trata de una colección de libros de botánica ni de fotografía en el sentido estricto, porque la Colección Savia se propone tener el periodismo al servicio de la divulgación científica de la botánica para lograr hacer comprensible un patrimonio nacional, que es la manera elemental de preservarlo. Este libro, el anterior y los que siguen están concebidos con la idea de que la botánica está presente en la vida cotidiana de una manera que a veces ni nos damos cuenta y esto demuestra que sin ella es imposible la preservación de la vida en este planeta. Esta es una contribución que el Grupo Argos hace a la sostenibilidad al concebir y apoyar la realización de la Colección Savia. t

∙3∙

Savia Amazonas - Orinoco Ín dic e de con t en id o s

P r e s e ntac ión

La opulencia ignorada

8

Grupo Argos P e r f i l A m a z on as

Amazonia amplia, ancha, ignota

10

Héctor Rincón R e g ión A m az on as- Or ino c o

Mapa de la región Amazonas-Orinoco

17

Alejandro García Restrepo P e r f i l O r i no c o

Hija de las rocas y de las aguas

18

Patricia Nieto P i e de mont e s

Los piedemontes

26

María José París Perfiles

El sabio Triana

32

Ana María Cano Tr e s pl antas sim ból ic as de l a r eg ión

Emblemáticas

33

Eulalia De Valdenebro C o c i na

Carne, yuca y pepas

34

Patricia Nieto Se r raní a de C h ir ibiq ue t e

Chiribiquete, gema verde entre rocas Óscar Hernando Ocampo

42

M ade rabl e s

Poderosa y desnuda como la madera

50

Cristian Zapata Andé n or i no q uen se

Andén orinoquense

58

Héctor Rincón Per f i l e s

El sabio Schultes

64

Héctor Rincón M or ic hal e s

Ay mi llanura M ús ic a

Los sonidos de la selva

65

66

Úver Valencia Frutal e s

La selva es dulce

74

Adriana Echeverry Le y e ndas

Prodigiosas y amargas

82

Patricia Nieto M und o A m a z ón ic o

De potrero a jardín botánico

90

Ana María Cano Per f i l e s

El sabio García Barriga

96

Ana María Cano Á r b ol e s c ol oni z ad o s

Epífitas

97

Con poema de Leopoldo Lugones Ser raní a de L a Mac ar en a

La Macarena, el mundo perdido Óscar Hernando Ocampo

98

M e dic i nal e s

Para males de cuerpo y alma

106

Fernando Quiroz A rt e s aní as

Arte con ancestro

114

Ana María Cano P ulmón de l Mun d o

Amazonia, el termómetro de la Tierra

122

Rodrigo Botero García P ue bl os

Cumaral Inírida Yopal Guamal

130 131 132 133

Laura Ospina M apa r e g ion al de par q ue s n ac ion al e s

La Colombia más verde Hi st or i a

El paraíso del diablo

134

136

Patricia Nieto Í ndic e de f o to g raf ías e il u st rac ion e s

La vida privada de las imágenes

140

Héctor Rincón

Bibliografía Savia Amazonas - Orinoco

155

Indice onomástico Savia Amazonas - Orinoco

165

Nancy Rocío Gutiérrez

La opulencia ignorada ener de frente la desmesura de las cuencas del Amazonas y del Orinoco para abordarlas y extraer de ellas el segundo volumen de la Colección Savia, constituyó un fascinante desafío que asumimos con una mezcla deslumbrada de espíritu científico y ánimo aventurero que nos permitió sentir en sus interminables trochas las pulsaciones de la Colombia más remota. Este otro país inmenso, plano, que coloreamos de verdes en los mapas de la infancia y en la adolescencia lo soñamos como una jungla de ruidos feroces y de pantanos devoradores, es un país más grande incluso, inconmensurable casi, habitado por colombianos totales que viven de lo que les da la tierra, del inmenso tesoro botánico que los socorre y al que han domesticado para valerse de sus virtudes en la medicina, en la alimentación, en la construcción de sus viviendas, en la magia y en la aplicación de sus talentos artísticos. A esta opulencia está destinado este segundo tomo de Savia. A contar eso que hay en sus sabanas airosas, en los recovecos de sus humedales, en la penumbra de sus junglas. A eso que florece en las riberas de estos ríos que atraviesan bosques y forman caños y hacen esteros. A registrar esta naturaleza de la que viven sus habitantes, vencedores todos los días en la lucha por la supervivencia que libran en lejanías inverosímiles. A esta fortuna que tenemos los colombianos de poseer dos cuencas de estos dos ríos atronadores, que forman dos mundos aparte aunque comparten subregiones, culturas, hitos geológicos, vegetación y esperanzas, al Amazonas-Orinoco, está dedicado este Savia que continúa con la Colección iniciada con el tomo primero dedicado a hacer un inventario botánico del Caribe. Nuestro asombro ante semejante benevolencia de la naturaleza no hace más que reiterar lo hallado por científicos colombianos y extranjeros que han recorrido estas tierras bendecidas. Intrépidos todos, héroes todos por sortear los impedimentos para sus exploraciones, son muchos quienes se han atrevido a hurgar planicies y selvas para saber su contenido. Entre ellos, José Jerónimo Triana y Hernando García Barriga, colombianos, y Richard Evans Schultes,

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P r e s e ntac ión

estadounidense, son objeto de apenas obvios reconocimientos en este libro; y Wade Davis, el antropólogo y explorador botánico de la Amazonia, autor del ya mítico libro El río, nos ha hecho el honor de presidir los actos académicos de presentación de este volumen de Savia. A toda esta tierra sobre la que ellos y muchos otros pusieron los ojos y el corazón y que ha sido mirada por siglos con desdén por la Colombia apretujada en el centro de sus cordilleras o en las planicies de sus valles urbanizados, le dedicamos en la Colección Savia conciencia e ilusión para lograr este libro. Una tierra que ha sido mirada más que con desdén, con ignorancia. Más que con desdén y con ignorancia, con incertidumbre porque no ha habido sobre estos 768.556 kilómetros cuadrados (el 67,3 por ciento de la tierra firme de Colombia) una orientación. Su historia está hecha de bandazos y ha sido construida, por larguísimos años, por bandidos dada la ausencia del Estado, de una política de Estado que le defina la vocación y ponga toda esta extensión prodigiosa al servicio del desarrollo íntegro. Una política sostenible, cualquiera que sea pero que sea, le aportaría a Colombia unos recursos naturales que envidian todos en un planeta escaso de ellos, ubicados en una región donde cabría sobradamente dos veces Alemania. Quizás —y esta es la razón que inspira la Colección Savia—, quizás un libro como este ayude a Colombia a acercarse a esta realidad próspera, sobrecogedora, de un territorio ignoto. A que este Amazonas - Orinoco no sea esa mancha de verdes que vemos en el mapa sin verla, es a lo que queremos invitar con este volumen de este Savia ii. A que la miremos detenidamente en su dimensión y en las maravillas que guarda. A que de repente, al abarcarla, le demos a esta región la dimensión que Borges le concede a la India: la Tierra es grande, pero Amazonas-Orinoco es más vasta.

‐ Grupo Argos ‐ t

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Amazonia amplia, ancha, ignota

an verde y tan densa y tan enigmática, vista a vuelo de avión la cuenca del Amazonas es de una fertilidad suprema porque de ella se ve que brotan árboles de tamaño colosal y por ella ruedan ríos que son hilos del color de la plata o del color del pantano, que serpentean enormes por entre esos bosques de nunca acabar. Es que son, 483.119 kilómetros cuadrados en Colombia, que es el cuarenta y uno por ciento del territorio continental nacional que cubren territorios de nueve departamentos. Una inmensidad en la que cabe quince veces Bélgica y ochenta y siete veces Holanda o Alemania entraría entera y holgadamente, pero esta inmensidad colombiana es apenas el ocho por ciento de toda la cuenca del gran Amazonas de la que tienen parte Brasil, Venezuela, Perú, Bolivia, Ecuador, Guyana y Surinam. Tan grande, pues, como un mar interior, lo que corres- Inconmensurable casi, la Amazonia es ponde del Amazonas a Colombia está marcado por unos lin- un mundo donde cabrían muchos países deros que suenan tan distantes y tan bellos que habría que y un enigma que han logrado dominar y vivir escribirles una novela: se parte de la desembocadura del río de él cientos de miles de colombianos Vichada en el Orinoco y se sigue por la orilla sur de su vega, para luego, con rumbo suroeste, pasar por los nacimientos de los ríos Uvá, Iteviare y Siare, hasta llegar a la boca del caño Jabón en el río Guaviare. Ahí, Guaviare arriba, se sigue hasta encontrar el río Ariari. Después se va aguas arriba por este río hasta la boca del Güejar y, por este último, aguas arriba hasta encontrar el río Sanza, el cual se remonta hasta su nacimiento. Desde este punto se enruta en línea recta con dirección occidente hasta encontrar el río Guayabero y se busca su nacimiento en el cerro Triunfo. A partir del cerro Triunfo, se va en dirección sur hasta la línea divisoria de los ríos amazónicos en la frontera con Ecuador. El polígono se cierra siguiendo

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P e r f i l A m a z onas

Amacise Erythrina fusca

Ají

Arazá

Capsicum annuum

Eugenia stipitata

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Victoria regia Victoria amazonica

Huito Genipa americana

los límites internacionales amazónicos con Ecuador, Perú, Brasil y Venezuela, hasta encontrar la desembocadura del río Vichada en el río Orinoco. Todo esto, al occidente, está limitado por la cordillera Oriental de Colombia y al norte los ríos Guaviare y Vichada son los que anuncian que la cuenca del Amazonas llega hasta allí porque allí comienza la Orinoquia. Tanto verde, sin embargo, no significa fertilidad. Los suelos son más que hostiles y ante su baja productividad el esfuerzo de los habitantes de esta región, que son un millón trescientos mil en esta década del siglo xxi, la mayor parte integrantes de ciento veinte etnias indígenas, es mayúsculo. Pero de la selva viven. Viven de la diversidad de sus cultivos y de la innumerable variedad de fauna que puebla los bosques y los ríos y las quebradas que abundan, marcadas todas esas aguas por una particularidad visible: los ríos que nacen en las alturas andinas van con sus aguas claras, ricas en nutrientes como ocurre, por ejemplo, con los ríos Caquetá y Putumayo. Los ríos amazónicos, en cambio, que nacen en la meseta, en la selva misma, tienen sus aguas marrón porque van cargados con mucha materia orgánica descompuesta por las altas temperaturas y la humedad de la región, como le pasa, también por ejemplo, a los

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P e r f i l A m a z onas ríos Guainía, Vaupés y Apaporis, que son majestuosos pero pobres en nutrientes. Hablando de ríos, se dice Amazonia para bautizar toda la región por cuenta de su atronador nombre, pero no se honra la inmensidad de los otros cuya extensión es descomunal. Me explico: dentro de Colombia el Amazonas tiene 116 kilómetros de longitud y hace una cuenca de sesenta mil kilómetros. Pero el río Guaviare mide mil trescientos cincuenta kilómetros y su cuenca es de ciento doce mil kilómetros cuadrados, y recorrer íntegro el río Putumayo en la parte colombiana es un viaje de mil seiscientos cincuenta kilómetros. Y si te metes a navegar el Caquetá contarás, uno a uno, hasta mil doscientos kilómetros. Distancias así. Así son algunos de los ríos de la Amazonia, torrentosos muchos, remotos todos, plácidos algunos como el Inírida y de belleza sobrecogedora varios como el Bita o como el Caño Cristales, tan fotografiado con sus aguas teñidas de rojo cuando se alborotan las plantas acuáticas de la Macarenia clavigera, de la familia podostemáceas. Por esos ríos y por miles más, por esteros, por caños y por canales y por caprichos hidrográficos como las llamadas madreviejas se transportan los habitantes de la selva. Las madreviejas son unas lagunas que se forman especialmente en el Vaupés, por los bajos desniveles de los suelos y cuando hay lluvias (que es casi siempre) sirven para acortar caminos entre río y río. Cuando no, cuando no hay lluvias, toman fuerza de pequeños ecosistemas y se dan en estas madreviejas endemismos en flora, en fauna y en microorganismos que apenas se están registrando. En esa selva los pobladores de la Amazonia tienen las chagras para obtener los alimentos indispensables para el todos los días. Son terrenos que han logrado domesticar y en los cuales cultivan hasta siete especies diferentes. Son minifundios con siembras diversas porque es la única forma de que prosperen las cosechas. No podrían cultivar sola la yuca, por decir un alimento, porque no ocurriría el milagro de la producción. Una ciencia que saben los habitantes de la jungla, un capricho de estos suelos interfluviales, una condición que ha cerrado el paso a las intentonas de colonizar territorios selváticos para dedicarlos a grandes extensiones de un único cultivo, de pasto para ganado, por ejemplo.

Así es de enigmática la manigua amazónica. Y de sabia porque esa repulsión a los monocultivos es su mecanismo de defensa, al que se suma que por allí soplen vientos no de una violencia desmedida que arrasarían con un bosque de árboles gigantes pero de raíces poco profundas. Y a esas condiciones, se le agrega el misterio de un suelo atiborrado de sobresaltos geológicos. No solo son los tepuyes, tan asombrosos como retratados, que se ven más desplegados que en otras partes en su extensión de 1.850.000 hectáreas que tiene ahora el Parque Natural Nacional de Chiribiquete. Los afloramientos rocosos del Escudo Guayanés o Guyanés, que vienen desde el periodo Precámbrico, sobresalen en poco más de cuarenta y dos mil kilómetros cuadrados de la cuenca del Amazonas. Desde allí hacia acá, en la región hay estudiadas formaciones geológicas que han confirmado la antigüedad de estas selvas que están aquí desde el comienzo de los tiempos. Por eso, por la Amazonia ha pasado una historia larga y casi siempre dolorosa de hechos que han tenido que ver con la explotación de su riqueza vegetal. La quina, en primer lugar, fue la planta prodigiosa que despertó ambiciones y mostró ante el mundo la potencia Flor de cúrcuma que era el contenido medicinal de Curcuma sp. la manigua. El caucho aportó en su momento no solo sus gotas de látex para el desarrollo de la industria automotriz en el mundo, sino que bañó de sangre esclava una parte de este territorio por una explotación infame que no ha acabado de sanar en la memoria de Colombia. Y en los últimos tiempos, a la coca, tan ritual y tan sagrada, la convirtieron en tesoro manchado los mercachifles del vicio y muchos de estos vastos territorios amazónicos han sido sometidos a la tiranía de las armas mafiosas para su explotación y mercadeo al degradarla en cocaína. Pero en medio de la infamia, aquí está la vegetación amazónica dando de comer y de vivir a sus habitantes. Sirviendo, como les sirve, para transportarse,

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Amacise Erythrina fusca

para protegerse, para alimentarse, para divertirse. Y también para vestirse, como se visten, con cortezas extraídas del bosque y se adornan con las flores contentas de los jardines silvestres. De entre esos bosques siempre han sobresalido los árboles inmensos que han ofrecido sus maderas resistentes para la construcción o para el transporte. Las fabáceas, como familia, se llevan los mejores reconocimientos porque a ella pertenece el Enterolobium schomburgkii, que es el orejero o dormilón, el matarratón (Gliricidia sepium) y el barbasco (Lonchocarpus nicou). De a poco los frutos del Amazonas han conquistado puestos entre los más placenteros para los consumidores de Colombia y del mundo. El arazá (Eugenia stipitata), el copoazú (Theobroma grandiflorum), el cacao de monte (Theobroma subincanum) y el chontaduro (Bactris gasipaes), estarían dentro del rango de las de mayor reconocimiento. En flores hay especialmente dos que son las que contribuyen con su belleza y

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excentricidad a la carátula y contracarátula de este volumen de Savia Amazonas - Orinoco. Por una parte, la victoria regia, llamada también Victoria amazonica, que pertenece a la familia de las ninfáceas. Y la flor de Inírida (Guacamaya superba), de las rapateáceas. Y la Schoenocephalium teretifolium, otra flor de Inírida. En la vastedad de la Amazonia pueden estar las plantas que garantizarían la juventud eterna. O la salud sin quiebres. Quizás. Tal el tamaño del territorio que es y del que falta por escudriñar. Las plantas medicinales se cuentan por miles, empezando por las malpigiáceas, de las que hace parte ese bejuco con el que, usado como lo usan, en los rituales que han sido mil veces contados, se limpian el alma y se liberan de enfermedades; ese bejuco que es una de las plantas más representativas de la región, la ayahuasca o caapi o yagé (Banisteriopsis caapi). Y otras familias científicas, como las solanáceas, a la cual pertenecen el borrachero (Brugmansia suaveolens) y el ají (Capsicum annuum). Además de los árboles monumentales y de las plantas medicinales, abundan en la Amazonia las palmas. Las arecáceas significan un valor económico porque de muchas de ellas se extraen aceites, y son útiles como material de construcción y algunas están tan domesticadas que se usan para la elaboración de piezas artesanales. El moriche, que también se conoce como canangucha (Mauritia flexuosa); la palma real (Attalea maripa); la chambira o cumare (Astrocaryum chambira), la palma zancona (Socratea exorrhiza), son, junto con la milpesos (Oenocarpus bataua), algunas de las muchas palmas que hay en la cuenca del Amazonas. Otras plantas amazónicas acuden igualmente a la ayuda de la economía de los indígenas, colonos y campesinos de la región: la Hevea brasiliensis, conocida como caucho, ha comenzado a tener una segunda oportunidad sobre esta tierra. Todo eso es solo una parte de lo que guarda y conserva la Amazonia. Que ella reserva esas panaceas contra todo mal y peligro, puede que sí. Pero la selva misma ha puesto límite a las ambiciones desmedidas. Es, por eso, una tierra bendecida por su propia hostilidad. Tal vez la mejor virtud de la Amazonia es la dosis de enigma que contiene y la indocilidad de su piel. Ella misma sabe cómo preservarse.

P e r f i l A m a z onas

En letra cursiva La Amazonia ofrece una inmensa cantidad de productos vegetales que soportan la economía de la región. Una de las familias botánicas con mayor aporte económico es la de las arecáceas, o las palmas de las que hacen parte la palma zancona o araco (Socratea exorrhiza) utilizada para elaborar artesanías y en construcción; el moriche o canangucha (Mauritia flexuosa) apreciado como alimento y usado para la extracción de aceites vegetales; el cumare o chambira (Astrocaryum chambira), que es maderable y cuyas fibras también son utilizadas para la elaboración de artesanías. A este grupo pertenecen asimismo la palma real (Attalea maripa) y el chontaduro (Bactris gasipaes), las cuales sirven como alimento y son apreciadas en construcción; pero en esta materia, las fabáceas son las más apetecidas. De ellas hacen parte el dormilón u orejero (Enterolobium schomburgkii), el matarratón (Gliricidia sepium) y el barbasco (Lonchocarpus nicou), entre otras. No solo los árboles y las palmas ofrecen los productos de importancia económica. En el denso verde del Amazonas encontramos también flores que colorean el paisaje de la región, como la Victoria amazonica o victoria regia, la cual hace parte de las ninfeáceas, o la flor de Inírida, una rapateácea que puede ser Guacamaya superba o Schoenocephalium teretifolium.

En el área nutricional una cantidad de frutos muestran la variedad de sabores de la región, muchos de los cuales hacen parte de las malváceas, como el copoazú (Theobroma grandiflorum), el cacao de monte (Theobroma subincanum) y el cacao utilizado para la elaboración del chocolate (Theobroma cacao). Y familias botánicas con propiedades medicinales abundan, como es el caso de la mayoría de las solanáceas, a las que pertenecen el borrachero o floripondio (Brugmansia suaveolens), el ají (Capsicum annuum) y el tabaco (Nicotiana tabacum). También, con un alto valor medicinal, están malpigiáceas, como la ayahuasca o yagé (Banisteriopsis caapi), erithroxiláceas, como la coca (Erythroxylum coca).

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Arecáceas

Astrocaryum chambira

Cumare, macanilla, chambira

Fibra, maderable

Arecáceas

Attalea maripa

Palma real, güichire, marija, palma de virote

Alimento y construcción

Arecáceas

Bactris gasipaes

Chontaduro, pijiguao

Alimento, producción de palmito y construcción

Arecáceas

Oenocarpus bataua

Seje, milpes, milpesos

Construcción y alimento

Fabáceas

Enterolobium schomburgkii

Dormilón, jaboncillo u orejero

Artesanal y maderable

Fabáceas

Gliricidia sepium

Matarratón

Maderable y sus semillas se utilizan contra ratones

Fabáceas

Lonchocarpus nicou

Barbasco

Maderable

Malváceas

Theobroma grandiflorum

Copoazú

Alimento

Malváceas

Theobroma subincanum

Cacao de monte

Alimento

Myrtáceas

Eugenia stipitata

Arazá

Alimento

Ninfeáceas

Victoria amazonica

Victoria regia

Ornamental

Eriocauláceas

Paepalanthus formosus

Flor del Guaviare

Ornamental

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Perfil

Las

s u b r e g i o n e s a m a z ó n i ca s

La inmensidad oceánica de la Amazonia está dividida en subregiones por el Instituto Geográfico Agustín Codazzi. Doce en total. Piedemonte amazónico; llanuras altas y disectadas del río Caquetá; confluencia de la red andina en los ríos Putumayo y Caquetá; penillanuras al sur de Puerto Inírida; llanuras entre los ríos Inírida y Yarí; Amazonia meridional; llanuras de los ríos Igara, Paraná y Putumayo; confluencia de los ríos Apaporis y Caquetá; serranías, montes e islas; llanuras de desborde (confluencia de los ríos Guaviare, Yarí y Marití-Paraná) y llanuras aluviales disectadas (terrazas de los ríos Caquetá, Yarí y Marití-Paraná).

La

división de la

Amazonia

Estamos ante la zona menos poblada de Colombia, a pesar de ocupar el 41 por ciento de su territorio continental. La división territorial (que comprende tierras de nueve departamentos) es así: resguardos indígenas: 41,83%; reserva forestal: 26,1%; áreas protegidas como parques nacionales naturales o reservas nacionales naturales: 10,58%; reserva forestal para uso privado: 7,21%; distritos de manejo integrado: 3,8%; áreas con doble asignación legal (resguardo más parque o reserva natural, por ejemplo): 3,62%. El restante 6,86% está en entredicho o no se ha establecido con completa claridad su estado legal, especialmente la zona suroccidental de la región en los departamentos de Nariño, Cauca y Putumayo y la zona nororiental en el Vichada y en el Meta.

Casi

to d o u n

Banano en chagra Musa sp.

J a r d í n B otá n i c o

Puede ser una paradoja, pero en la región de Amazonas - Orinoco no hay jardines botánicos en el sentido técnico, administrativo y jurídico del término. El contrasentido no lo es tanto si se tiene en cuenta que toda esta Colombia es, en sí misma, un enorme Jardín Botánico. Informal, quizás, pero muy valioso igualmente. Hay, sí, muestras de organización, como la de Mundo Amazónico, en Leticia, del cual se da cuenta en este tomo de la Colección Savia, a la que le entregamos el estatus de Jardín Botánico. Y otros, muchos, esfuerzos. Como el del proyecto del cerro el Bita, en Puerto Carreño, o el de los herbarios que hay en Bogotá y en Villavicencio.

Espinaca amazónica Talinum fruticosum

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Mapa de la región Amazonas - Orinoco Y rasgos de algunas de sus regiones

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Hija de las rocas y de las aguas

na garza real interrumpe su cacería de ranas y alevines. Estira el cuello, lleva las patas hacia atrás, se impulsa. En el lecho del río, imperturbable como un espejo, deja apenas una onda cuando levanta el vuelo. Conquistado el aire, tensiona rodillas y pies hasta convertirse casi en una línea recta. Al aletear consigue un vuelo lento que la eleva hasta donde ya le es posible planear y reinar sobre las lejanías; esas tierras, esos cielos, esos ríos que se acuestan verdes, azules, marrones hasta los pies rocosos del gran río Orinoco. El vuelo de las garzas es señal de buena ventura en los 285.437 kilómetros cuadrados (más que todo el territorio del Ecuador, por ejemplo), que componen la Orinoquia colombiana. Si hay vientos y buen clima, ellas se animan. Cogen vuelo y trazan rutas que, allí donde el horizonte Casi infinita, a la Orinoquia la bañan no tiene límites, terminan al pie del alimento o en el hogar quebradas, ríos, riachuelos y la sobresaltan de una mujer que espera la visita de una garza cargada con accidentes geológicos. Toda cubierta por un un bebé para dar a luz. En su oficio de mensajeras, las garzas manto verde donde ocurre la vida a borbotones han descubierto los secretos de las tierras que hace trecientos millones de años hicieron parte de Pangea: el continente gigante rodeado por un solo mar que comenzó a fracturarse hace unos doscientos millones de años y que ha dejado pedazos en el norte y el sur del planeta, uno de los cuales es lo que hoy llamamos Suramérica. Sobre un gran trozo de Pangea se conformó el Escudo Guayanés, llamado también macizo de las Guayanas o Escudo Guyanés, donde se asienta la Orinoquia. Si el vuelo es de oriente a occidente puede decirse que la impresionante formación rocosa, una de las tres grandes subregiones de la Orinoquia, va desde

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P e r f i l O r i no co

Ceiba Ceiba pentandra Bejuco arauto Monstera adansonii

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el océano Atlántico en Venezuela hasta el pie de la cordillera Oriental de Colombia; y si es de norte a sur, vale explicar que se extiende desde las vegas del Orinoco casi hasta las orillas del río Amazonas. Pero, dicen los geólogos que el macizo está casi destruido por los continuos movimientos tectónicos del planeta que han sucedido desde hace cinco mil millones de años. Así que los peñoles, pequeñas serranías, mesetas y hasta los raudales que abundan en la Orinoquia son apenas vestigios de imponentes alturas de piedra que ya no existen. Los tepuyes, bloques de piedra de hasta tres mil metros de altura que así se llaman; el monte Roraima, una meseta de arenisca en el sureste venezolano; los picos gemelos De la Neblina y Treinta y Uno de Marzo, entre Venezuela y Brasil; y la sierra de La Macarena, que se levanta entre los ríos Guayabero y Ariari en Colombia, es lo que queda a la vista del majestuoso macizo de las Guayanas.

Vegetación en zona inundable Río el Bita

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La Macarena, que desde las alturas parece un inmenso buque varado en la llanura, está hecha de rocas cristalinas, de más de mil millones de años, que se levantan justo donde los Andes, la selva del Amazonas y las sabanas del Orinoco se encuentran. ¿Qué pasa allí donde confluyen suelos y aguas gestados en diferentes edades de la Tierra? Ocurre que en ese lugar, que hoy es uno de los ocho parques nacionales naturales de la Orinoquia colombiana, ha emergido un ecosistema de selvas, bosques y matorrales donde viven osos, panteras, pumas, venados y monos; quinientas especies de aves, mil doscientas de insectos y cien de reptiles. Allí, en esa burbuja húmeda que transpira entre los doce y los veinticinco grados centígrados, han visto la luz dos mil especies de plantas, follajes y flores, y ha emergido un río de apenas cien kilómetros de longitud y veinte metros de ancho donde dicen que el arco iris se derritió. En el Caño Cristales, nacido en el vientre de

P e r f i l O r i no co las rocas milenarias, el agua deja ver cómo algas rojas, amarillas, verdes, azules y negras se aferran a la piedra que les sirve de lecho. Hasta allí llegan las garzas a picotear, a falta de peces, pequeños caracoles. Desde La Macarena, solitaria, el vuelo se libera hacia los Andes o hacia los Llanos Orientales. Si se toma la primera ruta, la vista se choca con la cordillera Oriental, que se convierte en cordillera de la costa al entrar a Venezuela. Es una barrera de más de dos mil kilómetros de donde bebe la Orinoquia, que es hija pues de las rocas y de las aguas, de esta subregión, llamada andino-orinoquense, brotan todas las aguas que nutren tanto la llanura como el río Orinoco. Y lo hacen de dos formas asombrosas. Sucede que en esas laderas andinas nacen cientos de hilos de agua capaces de volverse corrientes poderosas hasta unirse en largos y anchos ríos que cavan sus cauces en la superficie arenosa y rocosa de los llanos. Y también pasa que esos gigantes montañosos capturan la humedad de la planicie, la llevan hasta las cimas y desde allá la devuelven en forma de lluvias torrenciales, precedidas de rayos y vendavales, que nutren a los grandes ríos de la Orinoquia colombiana. La región andino-orinoquense empieza al sur, en la cuchilla de Los Picachos, donde los Andes y la Amazonia se separan. Sigue hacia el norte, donde se funde con el macizo de Sumapaz, que da vida a los ríos Guayabero y Ariari, los que en el interior del llano serán uno solo: el Guaviare. Desde el Sumapaz, este corredor montañoso, después de dar aliento al río Meta, sigue camino hasta la sierra nevada del Cocuy, donde lagunas glaciares dan de beber a los ríos Casanare, Ele y Arauca, encargados, a su vez, de humedecer los pastizales en la época de sequía, cuando los glaciares se derriten. Ya a punto de entrar a Venezuela, esta barrera montañosa forma una especie de bahía protegida de los vientos alisios. En ese terruño húmedo transpiran oxígeno las selvas de Arauca, Sarare y Uribante. El otro destino llevará el vuelo hacia la planicie orinoquense, la tercera y la más conocida de las subregiones de la Orinoquia. Esa inmensidad es la que en los mapas escolares aparece como un paralelogramo bordeado por montañas y ríos, coloreado de un verde plano a veces interrumpido por un bosque, un pantano, un tumulto de vacas, un río o una garza. Las montañas

son el piedemonte llanero, donde están La Macarena y todas las tierras que van cayendo desde la cordillera Oriental y aplanándose hasta convertirse en llano. Los ríos son el Arauca, que sirve de frontera norte con Venezuela; el Guaviare, que traza los límites con la selva amazónica; y el Orinoco, que trepa trescientos sesenta y cuatro kilómetros por la orilla oriental de Colombia, desde la estrella fluvial del Inírida hasta Puerto Carreño, donde enruta su marcha hacia el corazón de Venezuela. Dicen los maestros que la llanura que dibujamos en la escuela fue hace millones de años un mar interior que se llenó, siglo a siglo, con los residuos desprendidos del macizo de las Guayanas en permanente movimiento y de los que aportó la cordillera Oriental de los Andes cuando se sacudió de abajo hacia arriba en el Pleistoceno. Tantos temblores produjeron levantamientos, plegamientos y hundimientos que no son fácilmente apreciables desde las alturas pero que marcan un desnivel considerable en lo que a nuestros ojos es una planicie verde e infinita. El río Meta, donde las garzas marcan apenas una onda cuando alzan el vuelo, es el eje de la falla geológica que determina la vida en la llanura. Las tierras ubicadas al norte del río, llamadas Arauca y Casanare, Bototo tomaron la forma cóncava de una Cochlospermum orinocense batea que les permite retener agua; las al sur, Meta y Vichada, se hicieron convexas, como un paraguas, y por eso drenan con facilidad. En la batea, llamada llanura de inundación, los ríos que forman una gran red se salen de madre durante los meses de invierno, de junio a septiembre, formando mantos de agua que a veces destrozan cultivos, caseríos y granjas. Los llaneros, indígenas nativos y colonos históricos, saben que el desbordamiento de los ríos les trae protección y vida. Si las aguas no desobedecieran los cauces y se dirigieran voluminosas y aguerridas hasta el lecho del Orinoco, este, el gigante de aguas oscuras, ganaría varios metros en nivel de aguas, rompería sus propios límites y arrasaría la selva,

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Chaparro Curatella americana

los potreros y los poblados y hasta las ciudades plantadas en sus orillas. Los esteros, esos depósitos naturales de agua, son la gran válvula que evita el desbordamiento catastrófico del Orinoco y también son santuarios para gaviotas, alcaravanes, tijeretas, halcones, águilas y garzas reales que buscan ranas o culebras. También en esas grandes lagunas desovan peces y se alimentan chigüiros, manatíes, anacondas, jaguares, tigrillos, pumas y otros felinos de la sabana. Arauca es, a vista de garza, una planicie tocada por manchas de bosques y monte, infinidad de caños y grandes pantanos donde crecen pastos de agua; y en invierno una llanura húmeda que se arruga y se alza en la sierra nevada del Cocuy, más cerca de la cordillera Central que del llano profundo. En Casanare toma vida uno de los humedades más extensos de toda la región. Está en tierras del municipio de Paz de Ariporo y, además de disponer de agua potable durante el severo verano, que va de diciembre a marzo, recibe aguas de los ríos desmadrados y así contiene las inundaciones de grandes extensiones.

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En el “paraguas”, las aguas no forman charcos, ni pantanos, ni lagunas monumentales; penetran la tierra aledaña a sus orillas pero no alcanzan a extender sus nutrientes hasta las lejanas llanuras de suelos rocosos e infértiles. En Vichada, donde la Orinoquia se precipita al encuentro con la selva amazónica, la llanura es coronada por cadenas de árboles bajos donde retoñan infinidad de plantas que se apretujan, como por ejemplo en el Parque Nacional Natural El Tuparro, de quinientas cuarenta y ocho mil hectáreas, que es el hogar de perros de monte, zorros, primates, nutrias, armadillos, osos, venados, tigres, garcitas viajeras e infinidad de otras aves y de peces multicolores. Por el Meta corren tantos ríos — grandes y pequeños, permanentes y estacionarios— que sus planicies están favorecidas con bosques plagados de palmas de cera, chúntaros, corozos, cumares y morichales que son alimento para los hombres y nido para diversas familias de animales; de plantas de matapalo, de trompeto curador, guaba, quina y petunia de monte, que curan de fiebres y eccemas; y de gualandayes, peines de mico, yarumos, dividivis, y ojos de venado, palos boya y yagrumos que dan color a las sabanas. La planicie orinoquense es el reino de las aguas. Dicen los geólogos que por allí corren trece cuencas de primer orden, noventa y dos de segundo, y una innumerable teleraña de riachuelos y caños. Los más nombrados: Guaviare, Vichada, Tuparro, Tomo, Mesetas, Bita, Meta, Cinaruco, Capanaparo y Arauca. Todos ellos, bravos o serenos, tributan en suma el sesenta por ciento de las aguas del Orinoco, serpiente enroscada según las voces indígenas, que a su paso por Colombia va haciéndose más denso, más oscuro, más brioso. Ya a los pies del río Orinoco, la planicie se aproxima a su encuentro con las selvas y las sabanas del Escudo Guyanés, que se adentra en Venezuela. Ese límite lo marca el andén orinoquense, una banda rocosa y arenosa de unos setenta kilómetros, al lado colombiano, entre Puerto Inírida y Puerto Carreño. En sus bordes, los afluentes colombianos descargan sus bocanadas de aguas marrones, verdosas y negras y siguen su viaje fundidos en una gran corriente que busca, al oriente, morder el mar. Tras ellas van las garzas que como confetis alegran esas soledades donde Colombia pierde su nombre y el llano-llano apenas comienza.

P e r f i l O r i no co

En letra cursiva Siendo la Orinoquia la región que comparte la mayor porción de Colombia junto con la cuenca del Amazonas, y al hacer límite también con la región Andina, posee una de las biodiversidades más nutridas del país. En cuanto a las especies botánicas, se destacan las palmas, la familia de las arecáceas, de la que hacen parte el corozo o palma de corozo (Acrocomia aculeata), la palma marray o mararave (Aiphanes horrida), el cumare o chambira (Astrocaryum chambira) y el moriche o canangucha (Mauritia flexuosa). Esta diversidad de especies se ve marcada por la cantidad de familias botánicas que se encuentran en la región. Encontramos fitolacáceas como la guaba (Phytolacca rivinoides); en verbenáceas, la petunia de monte (Stachytarpheta mutabilis); las malváceas son muchas, entre ellas el peine de mico o peine de mono (Apeiba membranacea); hay papaveráceas como el trompeto curador, o trompeto, y urticáceas como el yarumo (Cecropia telenitida). Estas dos últimas plantas se caracterizan por sus múltiples usos medicinales: el trompeto es utilizado para combatir problemas respiratorios y digestivos, mientras que el yarumo es utilizado como analgésico. También se caracterizan por sus propiedades medicinales el gualanday o pavito ( Jacaranda obtusifolia), una bignoniácea usada como antiséptico y antimicrobiano, y la quina (Cinchona officinalis), una rubiácea empleada para combatir la malaria. Pero además de plantas con fines medicinales hay en la cuenca del río Orinoco una alta variedad de especies apreciadas por su comercio maderable, como el árbol

tórtolo o yagrumo (Schefflera morototoni), el cual hace parte de las araliáceas, y el palo boya (Malouetia tamaquarina), de las fabáceas. Entre estas, las fabáceas o leguminosas, también se aprecian especies ornamentales como el dividivi (Caesalpinia coriaria) y el ojo de venado u ojo de buey (Mucuna sloanei), bautizado así por el aspecto de su semilla. Entre las especies botánicas características de la región se destaca además el matapalo o lechoso, que hace parte del género Ficus de las moráceas. Este es denominado matapalo debido a que crece sobre otras especies de árboles para alcanzar la luz del sol, y termina estrangulando a su hospedero. En la porción que limita con la región Andina se pueden observar también los característicos frailejones (Espeletia sp.), asteráceas que crecen en la alta montaña y sobresalen en los páramos. Y así como encontramos frailejones en ellos, cada ecosistema de la región nos demuestra la altísima variedad de especies que caracterizan la Orinoquia colombiana.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Arecáceas

Acrocomia aculeata

Corozo, palma de corozo

Artesanal, alimento

Arecáceas

Astrocaryum chambira

Cumare, macanilla, chambira

Fibra, maderable

Asteráceas

Espeletia sp.

Frailejón

Medicinal, ornamental

Bignoniáceas

Jacaranda obtusifolia

Gualanday, pavito

Medicinal como antiséptico y antimicrobiano, ornamental

Malváceas

Apeiba membranacea

Peine de mico, peine de mono

Artesanal, ornamental

Moráceas

Ficus sp.

Matapalo, lechoso

Maderale, medicinal

Papaveráceas

Bocconia frutescens

Trompeto curador, trompeto

Medicinal para problemas respiratorios y digestivos, colorante

Urticáceas

Cecropia telenitida

Yarumo plateado, yarumo

Maderable, medicinal como analgésico

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Soya Glycine max

País

Cámbulo Erythrina poeppigiana

El

d e ag ua s

El río Guaviare, llamado también Orinoco Occidental, es el mayor de los ríos que atraviesan los Llanos Orientales de Colombia. Cuando nace, de la unión del Guayabero y el Ariari, comienza un viaje que se extiende por mil cuatro cientos noventa y siete kilómetros de longitud. Al avanzar, llano adentro, se hace propicio para la reproducción del plancton, organismos microscópicos que flotan en el lomo de las aguas, por lo que es llamado el río blanco. El Guaviare marca la separación entre la Orinoquia y la Amazonia, y por eso su cuenca, de ciento veinticinco mil kilómetros cuadrados, es hábitat de gran diversidad de plantas y animales. Hasta hace unas décadas sus orillas estuvieron protegidas por bosques de galería y selvas tropicales, pero hoy es evidente el desmonte para el establecimiento de haciendas ganaderas. Los habitantes ancestrales del río Guaviare son los indígenas guayaberos, tiniguas, sikuanis, nukaks, piapocos y puinaves. El encuentro del Guaviare con el Orinoco es un espectáculo majestuoso porque se besan dos gigantes.

mejor amigo

En la Orinoquia no es posible dominar el paisaje si no se va a caballo. Rucio, alazán, castaño, ruano, amarillo, zaino son los colores del caballo criollo llanero, casi siempre mediano y musculoso. Si el caballo tiene una pequeña pinta en la cara, lo llaman lucero; si la mancha es más grande, florentino; si el lunar es aún más extendido, le dicen caripeto; y si va desde el mechón hasta el hocico, jobero. Hasta hace pocas décadas, los llaneros reservaban una cuadra de sus hatos para los caballos viejos. Aquellos que les habían servido para arrear el ganado, enlazar becerros, tumbar toros, transportar cargas, conquistar baldíos, eran cuidados con especial esmero hasta que les llegaba la muerte de manera natural. El caballo es para el llanero uno más de los que llevan su apellido.

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P e r f i l O r i no co

El

p u ro ll a n e ro

En las sabanas de Casanare y Arauca encontró hogar un tipo de ganado descendiente del que entró por Venezuela hace más de quinientos años. Todavía hoy el ganado criollo llanero se reproduce naturalmente en las planicies donde los severos veranos y las lluvias torrenciales, y los pastos bajos y pobres en nutrientes, lo han convertido, después de unas ciento treinta generaciones, en un animal de baja estatura, nervioso, longevo, resistente a los parásitos, de cuernos romos, capaz de vivir sin cuidados especiales y apto, genéticamente, para tomar diversas tonalidades: los hay colorados, amarillos, negros, blancos, barcinos, manchados. La raza casanare, la criolla del llano, ha sido poco estudiada y, en lugar de mejorarla, los hacendados la han ido reemplazando por ganado cebú, que a los llaneros se les hace lento en los desplazamientos y tan nervioso que no soporta el brío de los caballos.

Floramarillo

Palo de aceite

Tabebuia serratifolia

Copaifera pubiflora

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Los

piedemontes

n el lugar donde comienza a ascender la cordillera Oriental hay una franja que se encuentra entre los doscientos y los mil metros sobre el nivel del mar, tiene una extensión aproximada de novecientos kilómetros y es conocida como el piedemonte. Se trata de una zona de transición entre los Andes, las sabanas de la Orinoquia y las llanuras del Amazonas. Está dividido en dos. Uno es el piedemonte llanero, que comienza al norte en el río Arauca y termina al sur en la serranía de La Macarena, y abarca las franjas occidentales de los departamentos de Meta, Casanare y Arauca, pero también un sector oriental de Cundinamarca y Boyacá. El otro es el piedemonte amazónico, que se inicia en el río Pato, límite departamental noroccidental de Caquetá, y se extiende hasta el río San Miguel, en el suroccidente de Putumayo. Estas subregiones abarcan diversos Como el piedemonte es una zona de transición, se con- ecosistemas de Amazonas - Orinoco vierte en el camino que toman los ríos que nacen en los An- y son el testimonio de la colonización des y que bañan las llanuras y las sabanas de la Orinoquia y que se ha hecho sobre estos territorios la Amazonia. Los suelos de piedemonte son el resultado del depósito de materiales que han sido arrastrados por la corriente de los cuerpos de agua dulce y son considerados los mejores de la región. En Arauca, la precipitación puede ser inferior a los mil quinientos milímetros por año, pero el promedio anual entre los ríos Humea y Guataquía en el piedemonte del Meta puede ser de siete mil milímetros por año. En Villa Garzón, municipio del piedemonte de Putumayo, se registran hasta cuatro mil ochocientos cincuenta milímetros por año. En términos generales, las zonas de mayor humedad son las que presentan más riqueza biológica. La precipitación que se registra a lo largo del piedemonte nos

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P i e de mont e s

Cámbulo en flor Erythrina poeppigiana

Pero de agua Syzygium malaccense

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Candelabro

Cascabel

Vochysia lehmannii

Crotalaria sp.

permite imaginar los porcentajes de biodiversidad que se pueden llegar a producir. Como su hábitat es más fértil y presenta niveles de mayor precipitación aun durante los meses de sequía, los bosques son más densos, y por ende hay mayor número y diversidad de fauna que en los llanos. Sin embargo, el ecosistema de bosque tropical que conformaba la vegetación original ha sido transformado por los distintos procesos de ocupación humana y expansión de la frontera agrícola, especialmente desde los años cincuenta del siglo pasado. Desde tiempos prehispánicos, las poblaciones del altiplano cundiboyacense y del piedemonte llanero desarrollaron un sistema de intercambio comercial. En el piedemonte vivían los achaguas, a lo largo de los cursos de los ríos, y los guahibos, que se ubicaron en áreas interfluviales. Con el paso del tiempo estos pueblos se adaptaron a su entorno y desarrollaron una agricultura a pequeña escala de maíz y yuca, acompañada por tabaco, ají y maní para la alimentación, algodón para la confección de mantas, y yopo (Anadenanthera

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peregrina) y coca (Erythroxylum coca) para los rituales. Estos productos se destinaban mayormente al consumo interno, pero también los intercambiaban con las poblaciones del altiplano a través de caminos que comunicaban estas dos regiones. Desde 1531 los españoles iniciaron expediciones para penetrar el llano en busca de oro, y como no encontraron este precioso mineral en su trayecto por la región, poco a poco perdieron interés en seguir selva adentro hacia zonas ulteriores. Sin embargo, al toparse una expedición española con las minas de oro de aluvión en la zona del Ariari, Juan de Avellaneda consiguió el permiso para fundar y poblar San Juan de los Llanos en 1555, hoy conocido como San Juan de Arama en el piedemonte del Meta. Luego los españoles fundaron tres ciudades más en el piedemonte llanero: Santiago de las Atalayas en 1588, que se consolidó como la capital del llano durante la Colonia, y que se localizaba cerca al actual municipio de Aguazul, en Casanare; San José de Pore en 1644 y Santa Rosa de

P i e de mont e s Chire en 1672. Los expedicionarios españoles se limitaron a fundar las ciudades y pueblos que pertenecen a la subregión del piedemonte llanero, mientras que la colonización y fundación de ciudades en los llanos de la Orinoquia estuvo a cargo de las misiones para cristianizar a los indígenas. Los encargados fueron monjes dominicos, agustinos, recoletos, y en especial jesuitas, hasta que fueron expulsados por la Corona española. A finales del siglo xvi, españoles residentes en San Juan de los Llanos y Pasto fundaron un centro minero al nororiente del río Caguán y lo llamaron Espíritu Santo del Caguán. En el siglo xviii esta ciudad fue un puesto militar que defendía la gobernación de Neiva, y además fue el centro de colonización del piedemonte amazónico. También se llevaron a cabo misiones encargadas a los jesuitas y a los franciscanos, pero no fueron exitosas. Los primeros grupos de colonos se establecieron en las tierras baldías del piedemonte amazónico a partir de 1865, año en que comenzó la explotación de la quina (Cinchona officinalis), planta medicinal de enorme importancia dado que su corteza producía el remedio más efectivo para curar la malaria. Aunque fue corta la duración de la explotación, esta actividad permitió que el piedemonte amazónico se articulara con el resto de la nación y con el mercado internacional. En 1896 el obispo de Pasto encargó a los monjes capuchinos de Cataluña la misión en el piedemonte amazónico. Esta misión tuvo dos propósitos. Uno fue el de catequizar a los indígenas del borde oriental de la cordillera, y el otro, el de poblar la región con colonos del interior del país y aprovecharla para la explotación agrícola. Los capuchinos construyeron un camino de herradura desde Pasto hasta Sibundoy, pueblo que fundaron en 1899. Posteriormente fundaron Florencia, en 1902; Puerto Umbría, en 1912; Alvernia, en 1915; Belén, en 1917; Guacamayas, en 1921 y Puerto Limón en 1922. En los comienzos del siglo xx el desequilibro entre el latifundio y el minifundio se agudizó en Colombia, especialmente en Cauca, Huila y Nariño. Muchas familias campesinas pasaron la cordillera hacia el oriente y se establecieron como agricultores en las selvas de Putumayo y Caquetá. En 1941, Richard Evans Schultes, un joven botánico norteamericano, se ganó una beca del National

Research Council para estudiar las propiedades del curare, un veneno que usaban los indígenas del Amazonas colombiano para inmovilizar presas de caza. Pero cuando Japón cortó los suministros de caucho provenientes del Sudeste asiático, el gobierno norteamericano le pidió a Schultes cambiar su investigación y dedicarse a estudiar las especies del género Hevea de las cuales se extraía látex para fabricar caucho. Solo a finales de los años cuarenta Schultes pudo comenzar a estudiar lo que realmente le interesaba: la etnobotánica. En el piedemonte amazónico encontró “un intoxicante mágico que libera al alma de su confinamiento corporal para que viaje libremente fuera del cuerpo y regrese a él a voluntad”. Con esta descripción Schultes se refiere al yagé (Banisteriopsis caapi) en su libro Plantas de los dioses. Orígenes del uso de los alucinógenos, que publicó en 1979 junto con el químico Albert Hofmann. El yagé o Caapi es una liana larga del bosque que articula a los pueblos de la cultura del yagé: las comunidades siona, cofán, ingamo, kamsá y coreguaje. Para los pueblos de esta cultura, el yagé y la naturaleza son la fuente más importante para el aprendizaje de la medicina. En los años cincuenta a tra- Palma caraná vés del Incora se impulsó la colo- Lepidocaryum tenue nización del piedemonte araucano con colonos de Boyacá. Este proceso se tradujo en la transformación de grandes extensiones de selva y generó conflictos entre la población local y los colonos. Entre 1946 y 1953 llegaron al piedemonte llanero miles de campesinos de filiación liberal que estaban siendo perseguidos por el gobierno conservador. En los años sesenta comenzó la colonización desde Villavicencio hasta Puerto López. Esta historia se caracteriza por la tala de las selvas del piedemonte hasta el límite con las sabanas al oriente y con los territorios que van hacia la cordillera. Las selvas del sur del Casanare sufrieron el mismo destino y fueron reemplazadas por cultivos de palma africana desde los años setenta. Casi todo el pie-

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Guarango Parkia pendula

demonte llanero ha sido transformado; quedan unos relictos por el río Duda y en la vertiente de la cordillera. Se han desarrollado iniciativas interesantes sobre la nueva vegetación de los territorios modificados. Por ejemplo, el Instituto de Investigaciones de la Orinoquia Colombiana financió un proyecto para determinar el valor nutricional de Dichapetalum spruceanum o cedrón, una planta que es considerada como “maleza” por los ganaderos y los agricultores del piedemonte de Casanare. Con los análisis de la familia melastomatácea, el Instituto Humboldt publicó un indicador que mide los patrones de biodiversidad. Para el piedemonte de la Orinoquia se registraron: Arthrostemma ciliatum o cañagria, cuyo tallo al ser masticado calma la sed; Bellucia pentamera, conocido en la Orinoquia como guayabo de pava, níspero, pepito y pomo; Loreya, que es muy parecida a Bellucia pero con flores y frutos un poco más grandes; Tococa guianensis, o árbol chupaflor;

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Triolena hirsuta, también presente en el Amazonas y utilizada por los ticunas para matar perros locos y rabiosos. Orlando Rangel registra la existencia de Virola o sangretoro, de la familia de las miristicáceas, un árbol que puede alcanzar los cuarenta metros. También hay especies de Nectandra y Ocotea, ambos géneros de las lauráceas y que hacen parte de la dieta del Andigena nigrirostris o tucán pechiazul. Se registra también la Pourouma cecropiifolia o uva caimarona, de las urticáceas, y la palma Socratea exorrhiza, de las arecáceas. A partir de los años treinta investigadores colombianos comenzaron a realizar colecciones botánicas de la Amazonia, y en la década del cuarenta se fundó el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, con su propio herbario, donde se empezaron a depositar colecciones botánicas de la Amazonia. En el Instituto Sinchi se encuentra el herbario Coah, el cual registra el noventa y cinco por ciento de las colecciones existentes del Amazonas.

P i e de mont e s

En letra cursiva Los piedemontes abarcan diferentes ecosistemas que determinan la alta biodiversidad registrada en estos lugares. La diversidad botánica se aprecia en la cantidad de familias de plantas que se han encontrado en ellos. Entre las familias botánicas dominantes de esta zona encontramos melastomatáceas como la cañagria (Arthrostemma ciliatum), el guayabo de pava, níspero o pomo (Bellucia grossularioides), el ara, curray o árbol chupaflor (Tococa guianensis), plantas de Triolena hirsuta y especies del género Loreya, entre otras. De las euforbiáceas son el caucho, el hule o siringa (Hevea brasiliensis) y el catahua o tronador (Hura crepitans). Las lauráceas hacen presencia con los géneros Nectandra y Ocotea. Encontramos también especies de amarantáceas como la pulmonaria o madre yuca (Pfaffia iresinoides), de lamiáceas; como el Ocimum campechianum, conocida popularmente como albahaca o albahaca blanca debido a que pertenece al mismo género que la albahaca común (Ocimum basilicum). Hay además dichapetaláceas como Dichapetalum spruceanum, conocido como cedrón, pero diferente del cedrón común (Simaba cedron), también presente en la región, el cual hace parte de las simarubáceas. En estas zonas prolíficas se pueden encontrar asimismo familias botánicas importantes para la economía de la región, como es el caso de las arecáceas o palmas, como la palma africana (Elaeis guineensis), apreciada por su producción de aceite vegetal, y la palma zancona (Socratea exorrhiza), ampliamente utilizada

para la elaboración de artesanías y en construcción; fabáceas, conocidas popularmente como leguminosas, como es el caso del maní (Arachis hypogaea) altamente apreciado en la gastronomía, y el yopo (Anadenanthera peregrina), utilizado como medicinal y maderable; y malváceas como el algodón (Gossypium herbaceum). Entre las solanáceas sobresalen el ají (Capsicum annuum), también apreciado en gastronomía, y el tabaco (Nicotiana tabacum), de alto valor comercial. En el área de la medicina, el curare ha cautivado la atención por su actividad paralizante de los nervios que actúan sobre los músculos, razón por la cual era utilizada por los indígenas para atrapar a sus presas y es hoy en día utilizado en medicina como relajante muscular. Sin embargo, el curare no hace referencia a una única especie. Se produce a partir de diferentes especies como la Strychnos toxifera, perteneciente a las loganiáceas, y la Curarea toxicofera, de las menispermáceas.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Arecáceas

Socratea exorrhiza

Palma zancona, araco

Artesanal y construcción

Eritroxiláceas

Erythroxylum coca

Coca

Medicinal, alimento fortificante

Fabáceas

Anadenanthera peregrina

Yopo

Medicinal y maderable

Loganiáceas

Strychnos toxifera

Curare

Paralizar presas, relajante muscular

Malpigiáceas

Banisteriopsis caapi

Ayahuasca, yagé, caapi

Medicinal

Malváceas

Gossypium herbaceum

Algodón

Exportaciones

Menispermáceas

Curarea toxicofera

Curare, bejuco bravo

Paralizar presas, relajante muscular

Miristicáceas

Virola surinamensis

Solanáceas

Capsicum annuum

Solanáceas Urticáceas

Sangretoro, cuamara blanca

Medicinal, maderable

Pimentón o ají

Exportaciones, y alimentación

Nicotiana tabacum

Tabaco

Exportaciones

Pourouma cecropiifolia

Uva caimarona, caimarón

Ornamental y alimento

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Perfil

El

José Jerónimo Triana Hasta el ilustrador de la Expedición Botánica, Francisco Javier Matís, ya anciano y ciego, llega ávido José Jerónimo Triana de 17 años, con un canasto de plantas recolectadas en el cerro contiguo y el libro de la clasificación de Linneo. Describe en detalle cada muestra y lee uno por uno nombres del libro hasta que enciende la memoria gastada que dice: “Sí, ese es”. El pupilo anota el hallazgo. Dormita y oye: así va pasando el maestro al nuevo botánico, el conocimiento que Colombia expande sobre su flora en el siglo xix. Los tutores de José Jerónimo Triana florecen en él: su padre, pedagogo creador de métodos de aprendizaje; en la precariedad económica familiar, un tutor como Lorenzo María Lleras, del Colegio del Espíritu Santo,

sabio

T riana

cultiva la libertad de pensamiento. El anhelo de aliviar gradúa a Triana como médico a los 28 años. Francisco Bayón, gran científico, lo inicia en nuevos métodos de clasificación de las plantas. Su constante investigación botánica la difunde en artículos sobre plantas útiles publicados en periódicos, por los cuales lo conocen Tomás Cipriano de Mosquera y también la Comisión Corográfica, que lo llama como botánico. Recorre exhaustivamente el país y avizora llanuras (el Meta, el Ariari), la inabarcable selva, hondonadas, nevados donde contrae un mal en los ojos y fiebres, pero recolecta casi sesenta mil muestras. Descontadas las irrecuperables que perdió en robos, extravíos y saqueos. Este volumen no fue nunca antes alcanzado por nadie. Recibe el encargo gubernamental de viajar a Europa para publicar la flora colombiana, y en París, Montpellier y Madrid trabaja hombro a hombro con científicos que lo consultan como experto en flora tropical de talla mundial. A pesar del abandono colombiano de la ciencia y del azote de las guerras civiles, él alcanza con gran esfuerzo personal a producir obras botánicas de carácter universal que son clásicos hoy. Clasifica, tras treinta años de solicitudes, todas las ilustraciones de la Expedición Botánica que están arrumadas en Madrid; las descubre y publica en cuatro volúmenes para el mundo. Dada esta prestancia internacional,

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José Jerónimo Triana se convierte en cónsul de Colombia en París. Allí, en la exposición universal de 1867, expone seis mil plantas nativas desconocidas en Europa, y es premiado. Exhibe la Cattleya trianae –símbolo nacional que lleva su nombre– y es subastada en dieciocho mil francos; él, que recibe de pago dos mil pesos colombianos mensuales. No habría alcanzado así a sostener a sus quince hijos con su esposa Mercedes Umaña, (ocho herederos llegaron a ser adultos y los otros murieron), pero con su investigación inventó el vino aquinado reconstituyente; un jarabe para la tos; un parche para los callos; el vino estimulante de coca y la anestesia obtenida de la misma, cuyas patentes le dieron un soporte económico. Murió en París a los 64 años, tras ser atropellado por un coche que empeoró su vesícula enferma, y una operación de urgencia lo agravó. Colombia reconoce su figura atractiva de científico insigne en estampillas y en un retrato en la Universidad Nacional, sede Bogotá. Sus herbarios conforman las colecciones del Museo Británico, y los museos de Kew, Viena, Edimburgo y docenas más en Europa y Estados Unidos, y son tesoros nacionales en la Academia Colombiana de Ciencias Naturales y en el Herbario Nacional Colombiano. La huella de este cónsul de la flora nacional habita santuarios que acrecentaron así el conocimiento etnobotánico de plantas cuyo uso aún se explora y José Jerónimo Triana inspira.

Emblemáticas Tres plantas simbólicas de la región

Carne, yuca y pepas

la medianoche, Mauricio Teteye sale a cazar. Capitanea una pequeña embarcación rumbo a los caños que se desprenden del Igaraparaná, en el corazón de la Amazonia. La luna ilumina el sendero de agua que sirve de espejo, y el muchacho, que ha comido hormigas asadas y palmitos, aguza la vista, el oído, la piel. Busca borugas (una especie de guagua), cerdos de monte, armadillos, dantas, tortugas, cachamas, ranas, boas, chigüiros, garzas, gaviotas, guacamayas. Va armado con una escopeta, un cuchillo y una linterna que esta noche no tendrá que usar. El primer tiro lo pierde ante un cocodrilo adormilado en un pantano. Como en la oscuridad de la selva no es bueno disparar porque se alertan las presas, Mauricio se acuclilla y observa quedo el agua casi estancada. Fija la mirada y manda una cuchillada con la que ensarta un animal. No En la densa selva y en la ancha sabana, en se sabe si es dorado, sábalo, bocachico, bagre o caracol; pero esta Colombia de la yuca brava y el casabe, está seguro de que no es un pirarucú, que podría pesar hasta los llaneros y los amazónicos tienen mucho doscientos kilos. Repite la operación de pescador cuchillero alimento para llenar sus canastos cinco veces y con esa carga regresa a su casa dos horas antes de que salga el sol. Busca su hamaca y espera soñar que vence al tigre. Después de tomar guarulo (café dulce) y de morder un trozo de casabe (torta de yuca), Elena Gufichiu y Chela Umire caminan hacia la chagra, la huerta familiar en el camino a la sabana, justo donde la selva amazónica se vence ante las llanuras del Orinoco. Madre e hija llevan machetes cortos y, en canastos de cumare, sostenidos desde la frente para que caigan sobre la espalda, recipientes de plástico con jugo de la palma milpesos, harina de yuca granulada y tostada (que llaman fariña), y caldo de pescado con ají negro. En la chagra, o cultivo de frutos, ya empiezan a retoñar las

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C o c i na

Ají Capsicum annuum

Yuca brava

Niña con uva caimarona

Manihot esculenta

Pourouma cecropiifolia

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Yuca Manihot esculenta

Cilantro cimarrón Eryngium foetidum

hortalizas y los tubérculos que ellas sembraron después de que los hombres tumbaran y quemaran el bosque. Se internan en el sembrado. Cogen guamas, revisan las piñas, arrancan cilantro cimarrón y cebollas, encanastan ortiga, que alivia todos los males, curiosean raíces y hojas que tal vez sean aromáticas o energéticas; examinan el tabaco y la coca para dar aviso a los hombres en caso de plagas; y se concentran en la yuca, la planta que ha alimentado a todas las generaciones de llaneros y amazónicos. Hay agitación en la cocina de Ana Cueto. Hace poco regresó de su huerta, a salvo de las permanentes inundaciones en Puerto Rondón, Arauca. Trajo cebollas y pimentones. Tiene cilantro, ajos y la carne de un cerdo montuno que cayó en la trampa a medianoche. Espanta las gallinas y los perros antes de concentrarse en la faena: pica cebolla, machaca ajos, corta en trocitos la carne, ya cocida en el fogón de tres piedras. Fusiona cebolla, ajo y carne con sus manos bañadas en aceite. Tira varios puñados de arvejas, bien hervidas, acariciadas con sal y cominos, en lo que se va convirtiendo en guiso. Un poco del agua que soltó la carne durante la cocción cae sobre el preparado que ya soporta el fuego. Ana toma café cerrero, como lo hacen todos los llaneros mientras la candela hace lo suyo. Después extiende algunas hojas de plátano sobre una mesa, las espolvorea con harina de trigo, y en cada una deposita

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C o c i na dos cucharadas del guiso, dos rebanadas de papa cocida, dos rodajas de cebolla, dos tiritas de carne. Ahora se lava las manos, sorbe más café negro y se dispone a amarrar los envueltos con ganchos de plátano. Para terminar, sumerge las hallacas en agua con sal y las deja cocer al fuego. Ana atiza el fogón y se va a echarles algo a los potrancos. Al mediodía, María del Carmen Polanía sopla las brasas que secan toda la carne de una ternera de seis meses. Ensartadas en chuzos verticales recostados al burro, la armazón de madera que rodea la hoguera de yopo, un árbol sin olor y que no produce llamas, se ahúman las grandes presas del animal: la osa, que son cogote, papada, mandíbula y lengua; los tembladores, o sea las carnes del pecho; y la raya, o cuartos traseros, que incluyen ancas, cola y muslos. Ya María del Carmen, mujer del Casanare profundo, ha rociado con sal y cerveza las carnes, que lentamente van soltando sus jugos. Ha hecho lo mismo con las entrañas del animalito que, envueltas en hojas, se cocinan a fuego lento. No las chuza, no las pica, no las toca; simplemente las deja ahumarse y asarse mientras prepara los cuchillos para cortarlas en trozos y servirlas en hojas de plátano cuatro horas más tarde, cuando estén a punto. En el mismo recipiente verde, porciones de plátano, yuca y papas cocidas completarán esta mamona que saciará a una decena de llaneros hambrientos. A Irene Kudiramena le gusta cocinar. Lo hace desde que era una niña, hace más de sesenta años, en la Amazonia más lejana, cuando nadie había oído hablar siquiera del fogón de gas. En el hogar, levantado sobre un gran mesón de piedra, hierve un cocido de restos de pescados y boruga. También hace burbujas el caldero en el que pronto se secará un kilo de arroz, y se espesa un fondo de casarama o ají negro. A ras de piso, sobre la tierra desprovista de follaje, se levanta otra humareda. Proviene de una pequeña hoguera que Irene encendió hace unas horas sobre un lecho de hojas de plátano. Debajo, en la profundidad, se esconde lo que mañana será una delicia: en unos canutos (el “tarrito” que queda entre dos nudos de una guadua) ha puesto carnes deshuesadas de aves, pescados y roedores, para que se cocinen en sus propios jugos al calor bajo y constante que llega de la superficie. Esa técnica

se llama tatuco. Y como a Irene le gusta guardar, se ocupa adicionalmente de otro plato: la casarama, una pasta café y muy suave que resulta de mezclar yuca brava con ají, responsable de darle el toque amazónico a la carne, al patacón, al casabe. Al caer la tarde decenas de familias quieren tomar un baño en los ríos que atraviesan lo mismo las llanuras que las selvas. Marina, Kevin y Celeste, que también se llama Flor del Chontaduro; Cristian, Angie y Chela, a quien su abuelo llamó Raíz de Tabaco; Mercedes, Milena y Eduardo; Juan David, María y Sandra Milena quieren aliviarse del calor del trópico no solo sumergiéndose en el agua. Caminan a paso lento, mirando al suelo del mismo modo que lo hacían sus antiguos antepasados recolectores de pepas. Si tienen suerte cosecharán el pulposo y ácido arazá, que se puede morder o macerar y hasta casi exprimir. Quizá la naturaleza los premie con el sagrado umarí, pulposo como el mango, de donde dicen los ticunas que salió la primera mujer. Habrá fiesta si topan marañones, guayabas o uvas de monte, que otros llaman uvas caimaronas o borojós. Y en la sabana será rica la jornada si caen en la cesta pepas de moriche, ricas en proteínas, Pimentón grasas, vitaminas y carbohidratos, Capsicum annuum y preferidas para morderlas crudas, convertirlas en dulces o extraerles el zumo. Con las pepas de moriche aparecen casi siempre larvas de los escarabajos que anidan en sus troncos: se trata del famoso mojojoy, que crudo, asado o cocido encanta a las familias de las selvas y llanuras. En la maloca, la gran casa comunitaria de madera y paja tejida, Pilar Meikuaco soba las dos callanas que moldea desde hace varios días. Humedece un puñado de hojas muy verdes en agua traída del río y con ellas repasa las superficies oscuras, las hidrata, las prepara para ser hospederas de la caguana, bebida fabricada con el almidón de la yuca y del casabe, una torta de yuca que acompaña todas las comidas o que

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Arroz Oryza sativa

es la comida misma cuando escasea la pesca, cuando no hay suerte en la caza, cuando la huerta se echa a perder. Para hacer casabe es necesario cosechar yuca brava, especie rica en el veneno conocido como yare. Hay que pelarla, rallarla y prensarla en el sebucán, un tubo de cuatro metros de largo tejido con las hojas de una palma, que se cuelga de una viga de la maloca. La yuca exprimida elimina el yare, lechoso y amargo, y queda convertida en una pulpa que tomará la forma de la superficie de la callana después de varias horas al fuego. El casabe es una torta delgada y crujiente de unos sesenta centímetros de diámetro que permanece expuesta en el fondo de la maloca. Hasta ella llegan en cualquier momento ancianos, muchachos y niños que la pellizcan y desprenden grandes trozos que parecen galletas, muy secas y simples. En la soledad del llano y de la selva el encierro nocturno comienza apenas se oculta el sol. Las familias se congregan cerca de los fogones donde se asan arepas de jojoto, un maíz dulce de granos gruesos, que cada quien rellenará con queso. Habrá, tal vez, huevos de

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tortuga, gaviota, garza o gallina, gustosos si se revuelven con cebolla, tomate y arroz. Y, de pronto, en el fondo de las ollas quede alguna delicia para el último bocado: una picada de carnes de res o de chigüiro o de pescado o de danta o de boruga adobada con hogao y aceite de achiote, la cual generalmente se come con la mano. Horas más tarde, cuando los sonidos de la noche se agudizan y del sabor del último café no queda nada en la boca, Mauricio Teteye, como miles de hombres del Orinoco y el Amazonas, sale en busca de presa. Avanza silencioso por el río, concentrado, llamando a un pirarucú ahumado bañado en ají negro; ilusionado con un bagre, señor de las aguas profundas, que se puede comer envuelto en dulce de arroz; pensando en una cachama ahumada; deseando el encuentro con la rana gigante llamada hualo, para envolverla en una hoja de bijao y asarla al carbón; atrayendo a un gran mamífero que le prodigue alimento en abundancia para poder, al menos por una noche, dormir sin el afán de cazar, cosechar, pescar o recolectar la comida del día que ya va a despuntar.

C o c i na

En letra cursiva En los platos típicos del Amazonas y la Orinoquia colombiana se pueden degustar un montón de sabores de especies vegetales, usados en múltiples recetas. Plantas que son utilizadas en la cocina para darle un mejor sabor a las comidas, como es el caso del ajo (Allium sativum) y la cebolla cabezona (Allium cepa), que hacen parte de las amarilidáceas. O el pimentón o ají (Capsicum annuum), de las solanáceas, al igual que la papa (Solanum tuberosum). Otras de estas especies vegetales son utilizadas como acompañantes del plato principal. Por ejemplo, ciertas arecáceas o palmas, como el moriche o canangucha (Mauritia flexuosa), el seje o milpés (Oenocarpus bataua), la chambira o cumare (Astrocaryum chambira), el chontaduro (Bactris gasipaes) y la cucurita o inayá (Attalea maripa). Incluso se pueden encontrar algunas especies botánicas que hacen parte del plato principal, como es el caso de la arveja (Pisum sativum), que pertenece a una de las familias botánicas más comunes de ambas regiones, las fabáceas, de la que también hacen parte la guama (Inga edulis), el yopo (Anadenanthera peregrina), el guacapurano (Campsiandra angustifolia) y la cumaceba (Swartzia polyphylla). Y así como la guama, muchas de las especies de la cocina hacen parte de las frutas producidas en la región. Tal es el caso del marañón (Anacardium occidentale) y el mango (Mangifera indica), los

cuales pertenecen a las anacardiáceas. O del copoazú (Theobroma grandiflorum) y el macambo (Theobroma bicolor), de las malváceas. Y entre las mirtáceas están el camucamu (Myrciaria dubia), el arazá (Eugenia stipitata) y la guayaba (Psidium guajava). Representando a las rubiáceas están el borojó (Borojoa patinoi) y la jagua o huito (Genipa americana). Muchas de las especies botánicas encontradas en las recetas de los platos típicos aparecen también en la farmacopea tradicional. Así sucede con el palo de arco o chicalá (Tabebuia serratifolia), de las bignoniáceas; el tamamuri (Brosimum acutifolium) de las moráceas; el cabo de hacha o quiebracha (Heisteria acuminata), una olacácea; la ortiga o pringamoza (Urera caracasana) una urticácea y la icoja o espintana (Unonopsis spectabilis), de la familia de las anonáceas.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Amarilidáceas

Allium cepa

Cebolla cabezona

Culinaria mundial y medicinal

Amarilidáceas

Allium sativum

Ajo

Culinaria mundial y medicinal

Apiáceas

Eryngium foetidum

Cilantro cimarrón

Medicinal y aromática

Convolvuláceas

Ipomoea batatas

Batata

Alimento básico y medicinal

Euforbiáceas

Manihot esculenta

Yuca, yuca brava,

Alimento básico

Icacináceas

Poraqueiba sericea

Umarí o guacure

Alimento y construcción

Musáceas

Musa x paradisiaca

Plátano

Alimento y para la envoltura de diferentes comidas

Poáceas

Oryza sativa

Arroz

Alimento básico

Poáceas

Zea mays

Maíz

Alimento y aceite vegetal

Rubiáceas

Coffea arabica

Café

Alimento y medicinal

Solanáceas

Capsicum annuum

Pimentón o ají

Culinaria mundial y medicinal

Solanáceas

Solanum tuberosum

Papa

Alimento básico

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Lo

Colombia

Los estudiosos de los hábitos alimentarios de la cuenca del Amazonas, entre ellos el Instituto Sinchi, describen una base compuesta de yuca, pescado, carne de monte, ají, piña y chontaduro. Pero no solo a estos elementos se reduce la opción nutritiva de sus habitantes. Un inventario realizado por el mencionado instituto en el departamento del Amazonas da cuenta de doscientas especies consumidas con fines alimenticios. En la culinaria popular figuran el casabe, la fariña y el pescado moqueado o en caldo; también los caldos, las carnes y el zarapaté: asadas en su propia caparazón la charapa y otras tortugas, junto con otras carnes de monte como la proveniente de dantas, armadillos, cerrillos, monos, caimanes y babillas. Se incluyen los insectos, como el mojojoy asado y las hormigas; y no faltan la muñica (caldo de pescado con otros ingredientes) el tucupí y una variedad de preparaciones de ají y hojas de yuca. Para beber están las chichas de yuca, chontaduro, piña y otros vegetales, así como las caguanas o bebidas de piña, copoazú, umarí, camucamu y demás frutos amazónicos. En fin, podemos decir que en la Amazonia indígena se observa el consumo más diverso de alimentos del país. En la cuenca del Orinoco la base alimentaria se compone de yuca, plátano, batata, mapuey, cucurita o inayá, seje, chontaduro, moriche, piña, merey, mango, ají, carne de monte y carne de vacunos. A partir de ella se origina una cocina popular donde figuran la ternera a la llanera o mamona, el entreverao o vísceras de res asadas en varas, el pisillo de carne de monte o de pescado, el caldo de pescado o de res y el hervido de gumarra (gallina). Se preparan también pescados como la cachama y el coporo a la brasa, así como el infaltable casabe, la fariña, el majule de plátano, la chicha de moriche, el guarrús, la hallaca criolla, las roscas de arroz y el café cerrero.

Milpesos Oenocarpus bataua

L e va n ta r s e

m á s p o p u l a r e n e s ta i n m e n s a

y comer

Un día normal en los departamentos que conforman la cuenca del Orinoco en Colombia comienza a eso de las cuatro de la mañana con un café cerrero (oscuro, sin azúcar). El madrugador encontrará servida una cachapa o arepa dulce de choclo, llamado también jojoto, acompañada de queso y majule con leche. El majule es una bebida que cumple múltiples funciones, según la región o comunidad en donde se consume. Los indígenas chiricoas de Arauca la preparan a base de plátano maduro cocido y diluido en agua. Si bien para algunos habitantes de la región no es más que una bebida de uso cotidiano, esta etnia la utiliza de manera ritual. Dicen que “cuando toman tanto majule se vuelven malos y se matan unos a otros”. De esta creencia nació una leyenda. Dicen que el dios Trueno castigó en una ocasión tal comportamiento derribando grandes árboles y produciendo una gran inundación que ahogó a los chiricoas que se habían embriagado con majule. Dependiendo del apetito y las condiciones, otra opción para degustar un buen desayuno la proporciona una “pericada” o revoltillo de huevos de tortuga, de gaviota o en ocasiones de garza. La afición por estos animales es heredada por los pueblos indígenas, quienes conseguían los huevos o en ocasiones la carne de tortuga para los españoles. En su Libro de las maravillas, (1770), fray Juan de Santa Gertrudis describe cómo una comunidad de misioneros en el Putumayo se sostuvo de la recolección de huevos de tortuga para su consumo, además de extraer de estos animales un aceite “más sutil y delicado que el de la aceituna”. En fin, este plato se puede acompañar con pan de arroz, un alimento que remojado en cereal y leche obtenida de los ordeños, genera panecillos para acompañar cualquier comida o consumirse solo con guarulo, un café claro endulzado con panela, en las horas de la mañana.

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C o c i na

R e c e ta s

a m a z ó n i ca s

La investigadora Lucy Hoyos Ocampo, en su texto Alimentos autóctonos y recetas amazónicas, incorpora una serie de preparaciones propias de la región: Chuchuhuasa o chuchugaza: preparado medicinal a base de cortezas de árbol del mismo nombre, macerado en aguardiente y miel. Huitochado: fruta del huito o jagua con azúcar y aguardiente. Levántate Lázaro: afrodisiaco preparado con cortezas de plantas como el motelo sanango (chilicaspi), la chuchuhuasa, el fierro caspi o acapú, la chicosa o chicora, y los genitales del achuni (mamífero suramericano conocido también como coatí), todo ello macerado en aguardiente y miel de abejas. Siete raíces: otra bebida conocida por sus propiedades afrodisiacas, preparada con cortezas de plantas como la chuchuhuasa, la huacapurana o guacapurano, el palo de arco o chicalá, el mururé o tamarí, la icoja, el fierro caspi y la cumaceba, también en aguardiente y miel de abejas. Ensalada de chonta: preparada a base del corazón de la palma chonta, llamado también palmito, con salsa de limón y variedad de verduras. Aceite de chontaduro: lo utilizan las etnias de los huitotos y yucunas para adicionar como condimento a los caldos. Inchicapi: sopa muy espesa elaborada con gallina, maíz, maní, ajo, cebolla, cilantro, sal y yuca. Payawarú: exquisito masato o vino de yuca, propio de la etnia ticuna. Pepa de maraca o macambo: los huitotos la utilizan para obtener aceite; proporciona exquisito sabor a las comidas. Piqueo regional: plato preparado a base de chicharrones de lagarto, venado, majaz o paca (roedor de carne muy apreciada y de consumo común en la región), dorado y paiche (pescado conocido también como pirarucú o arapaima), acompañado con yuca frita, tacaco (plato típico preparado con una masa compuesta de plátano verde machacado, manteca disuelta, pequeños trocitos de chicharrón de cerdo y especias propias de la Amazonia), chonta y salsa criolla. Pororoca: bebida o vino extraído del plátano por proceso de maduración, usado por la población ticuna. Pupeca o patarashca: plato típico compuesto de pescado, ranas o porciones de boa, asado a la brasa, en hojas de bijao o de plátano. Tiradito de dorado: Elaborado con finas láminas de dorado, marinados al limón y especias, acompañadas de choclo desgranado. Tucupí: es un caldo de color amarillo extraído de la raíz de la mandioca brava, que se utiliza como base en la preparación de sopas. También existe el tucupí o ají negro, utilizado para sazonar carnes.

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Bijao Calathea lutea

Chiribiquete, gema verde sobre rocas

arece un gigantesco estegosaurio de doscientos cincuenta kilómetros de largo que estuviera saliendo de la tierra. Por ahora, el lomo, con su caparazón de placas blindadas. Los meandros de los ríos, que son tantos, serían la enorme y sinuosa cola de este animal de roca que parece dormir su sueño de cientos de millones de años, medio enterrado, sobre el verde inmenso de la selva del Amazonas. Pero no es un dinosaurio, sino la seguidilla de mesetas rocosas de la serranía de Chiribiquete, coronadas por una fantástica vegetación aislada del resto del mundo por sus paredes lisas, de hasta ochocientos metros de altura y cortadas a plomo por la erosión. Estas islas de roca sobreviven desde hace más de mil quinientos millones de años a los embates del sol, el agua, el viento y, sobre todo, a la vegetación que las va devorando poco a poco, descomponiendo cada roca En este archipiélago de rocas en la mitad de y cada mineral para incorporarlos en la savia que dará ese es- la selva viven y se reproducen millones pectáculo verde de cientos de especies de árboles, de bosques de plantas que luchan contra la hostilidad. y sabanas inundables, de líquenes, de lianas, de helechos y de Y terminarán triunfando arbustos, salpicado por el colorido de tantas flores donde la luz se deshace en creatividad para pintar los pétalos con todos los tonos y matices de que es capaz. Los insectos, amos indiscutidos de un mundo escondido casi desde que la vida misma apareció en la tierra firme, parecen otras tantas flores que pudieran volar con aleteos tornasolados, llevando el polen como una lluvia de fertilidad que se derrama sobre esta selva que llamamos nuestra pero que poco conocemos. La sierra de Chiribiquete es una colección de gigantes mesetas llamadas tepuyes que forman parte de la antigua formación geológica conocida como el Escudo Guyanés, sobre los departamentos de Caquetá y Guaviare. En la región, a este tipo de

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S er ran ía de C h i r i biq ue t e

Serranía de Chiribiquete Naturaleza en estado virgen

Crecimiento inicial de vegetación en roca

Anturio Anthurium sp.

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Plantas que crecen en un sustrato hostíl

geoformas podríamos sumar las mesas de Iguaje, en el Guaviare, la serranía de Naquén, en el Guainía, y la serranía de La Macarena, en el Meta. El Chiribiquete y sus alrededores fueron declarados parque nacional en 1989. Con una extensión de un millón doscientas ochenta mil hectáreas, era ya el más grande del Sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia, pero además se extendió en agosto de 2013 hasta llegar a un millón ochocientos cincuenta mil hectáreas y está en jurisdicción de los municipios de San Vicente del Caguán y Puerto Solano, en el Caquetá, y San José del Guaviare. Seguro que no fue fácil delimitarlo. ¿Qué preservar, cuando todo el entorno es un tesoro? Pero lo hicieron, en medio de tanto verdor surcado por un entramado de ríos que, con sus nombres, parece un diccionario con fonemas de agua que guarda los viejos lenguajes perdidos de los primitivos habitantes. Y que ya no andan mucho por ahí, como solían hacerlo hasta mediados del siglo xix, antes de que el mundo

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“civilizado”, representado por el terror de la Casa Arana, se les fuera encima en busca de sus riquezas, como el caucho, que brilló en los gráficos de los economistas pero que oscureció a este paraíso con el malva de la sangre derramada y seca. En cuanto al pasado reciente, tampoco queda nada de Tranquilandia, el laboratorio tan famoso en los noticieros, capaz de convertir la selva en un campo de muerte por cuenta de este nuevo oro blanco en forma de polvo, ya no líquido, como el del látex que daba el caucho o Hevea brasiliensis para las llantas de la naciente era del automóvil. Una paradoja, porque por estos parajes nunca se ha visto un automóvil… y ni se verá, mediante Dios. El río Tunia o Macayá, por el norte y parte del oriente, traza el límite hasta su encuentro con el río Ajajú o Apaporis, que hace de cuchillo de roca en el paraje de Dos Ríos, por donde pasa puliendo un tepuy. Luego, por el oriente, los ríos Gunaré y Amú llevan el parque hasta la desembocadura en el Mesay, para dejarle la tarea de delimitarlo

S er ran ía de C h i r i biq ue t e al Yarí, que lo bordea por el sur para después girar al occidente, siguiendo los meandros de los ríos Huitoto, Tajisa, Yaya, Ajajú, hasta volver al Tunia, en el norte, y cerrarlo, como dicen los escritos notariales cuando alinderan una finca. Si pudiéramos dar con un curupira o chamán amazónico de la casi extinta tribu karijona, cuyo deber es cuidar la selva con su ancestral saber, le pediríamos que nos llevara a recorrer los misterios de la serranía de Chiribiquete. No solo nos mostraría las más de doscientas mil pictografías que sus antepasados dejaron en los tableros de roca de los tepuyes y en las paredes de sus cuevas, donde el jaguar es el rey de la selva, sino que nos enseñaría la razón de ser de cada planta: por qué crece, dónde lo hace y para qué sirve; aunque nunca nos dejaría conocer el secreto de la mezcla botánica con que se produce la infusión de ayahuasca o yagé, en la que con solo agregar o suprimir una sola hoja se pueden cambiar severamente las condiciones a la hora de viajar hacia lo más profundo del yo. Nos diría, con su lenguaje de palabras tan viejas como la manigua, que cada cosa tiene su sitio: que en la parte baja del tepuy, cerca de los afluentes del río Apaporis, está la selva inundable, o hylea. Allí el bosque es muy húmedo, con suelos profundos, capaces de alimentar árboles de gran porte como el guamo, el arenillo, el dormilón, el caimarón, el coduiro o carguero, la siringa y el capinurí, los cuales, con alturas entre los treinta y cinco y los cuarenta metros, son los únicos que miran las estrellas. Aferradas a ellos nos mostraría las plantas epífitas, hemiepífitas, parásitas y hemiparásitas, como pájaros que anidaran al abrigo de los gigantes, mientras, a su sombra, el sotobosque denso se deja venir con un derroche de heliconias, entremezcladas con otras especies de las familias de las piperáceas, aráceas, ciclantáceas y arecáceas, entre las que domina la palma moriche, que forma los llamados cananguchales. Ya en la parte alta de los tepuyes encontraríamos plantas especializadas para sobrevivir en estos inhóspitos lugares, tales como las carnívoras, que obtienen los nutrientes de los insectos que, atraídos por sus olores, caen en las trampas sin salida que conforman sus hojas o sus flores. Veríamos igualmente algunas heliconias, y unas cuantas bromelias y vellozias.

Siguiendo sus pasos de baquiano, iríamos hasta las catingas, especies de sabanas amazónicas que crecen sobre arenas blancas. Estas formaciones vegetales se dan al pie de los escarpes de los tepuyes, en la selva pluvial. Recostadas contra sus paredes casi verticales, producen árboles de menor talla que alcanzan los quince metros de altura, en matorrales de troncos retorcidos que se entreveran con arbustos y hierbas. Aquí, al pie de la pared de roca, todas las plantas son tenaces. Viven apenas con una pizca de suelo y tienen por ende muy poca capacidad para retener el agua que les regala la lluvia. Han aprendido a vivir sobre el detritus caído del tepuy, formado por trillones de granos de cristales de cuarzo desprendidos de las duras areniscas del peñón. Las plantas vecinas, hacia arriba, son verdaderas reinas del abismo, ya que crecen en las paredes, cornisas y cimas de las mesetas, aferradas a mínimas rendijas. Los que saben de plantas las llaman lito-casmo-quersofíticas, un calificativo más largo que ellas mismas. Lito, por lo de crecer sobre rocas, y lo de querso les viene por crecer sobre arenas. Si nuestro guía chamán, usando tal vez la ayahuasca, liberara nuestro espíritu viajero del cuerpo y nos ayudara a volar para remontar el tepuy hasta su cima, Crecimiento inicial sobre arena podríamos caminar por un tapizado de pastizales, matorrales y bosquecillos achaparrados que incluyen algunos ejemplares endémicos de Senefelderopsis chiribiquitensis, de la familia de las euforbiáceas, que comparten aquellos sustratos arenosos con algunas especies de Manilkara, de las sapotáceas, y de Gustavia, de las lecitidáceas. Desde alguna de esas cumbres de tepuy podríamos asomarnos a una de las simas que se abren en ellos y que pueden tener hasta doscientos metros de diámetro y varias centenas de profundidad, pobladas allá abajo de bosques pluviales que han nacido y crecido en soledad, aislados, abrigando seguramente plantas y animales que todavía no se han clasificado. Para no hablar de otros vecinos más esquivos aún: los habitantes de las cuevas y

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Carguero de hormiga Xylopia emarginata

grietas que penetran en el corazón del tepuy, originadas por la lenta dilución del cemento silíceo que aglutinaba las arenas, lavadas por corrientes subterráneas que buscan una salida en manantiales que se vierten por fuera del tepuy, en lugares de ensueño donde la piedra llora agua pura, o se funden en el subsuelo de la selva. Seguramente no encontraríamos ni allá abajo ni allá arriba los animales fabulosos sobrevivientes del cretáceo que algunos escritores les han atribuido en sus novelas, pero sí podríamos ver, en medio de la vegetación, numerosos murciélagos de variado apetito, que ingieren desde insectos, pasando por frutas, hasta sangre. Nos cruzaríamos con el armadillo, el cerdillo o pecarí y el borugo. Veríamos monos maiceros, micos de noche o tutamonos y, con suerte y sigilo, escondidos detrás de los grandes troncos de los cauchos, podríamos atisbar el caminar felpudo del puma y del tigrillo, al acecho de dantas o de perros de agua, que no son otros que las nutrias gigantes. Desde el entramado de la selva nos llegarían los trinos y gorjeos de cientos de aves como el guácharo, el gallito de roca, la guacamaya roja, el barranquero, el martín pescador y

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una variedad de gallinetas o chorolas. Hasta colibríes con familia en el valle del río Magdalena. A horcajadas en una rama de un guamo orillero podríamos admirar las proezas de pesca de las nutrias, vigiladas de cerca por las babillas del Apaporis. Aisladas estas especies de sus primas por raudales infranqueables, nunca han podido escapar, como tampoco pudieron hacerlo los reclusos de la perversa colonia penal de Araracuara, encerrados entre la manigua por el salto del Diablo, que queda en el cañón, bañado por raudales del río Caquetá al suroeste de Chiribiquete, por cuenta de una idea del presidente Olaya Herrera. El penal, pensado al mismo tiempo que el de la isla Gorgona y clausurado hace ya más de cuarenta años, fue devorado por la selva. Así hace ella también con Arturo Cova, el vengador de los indígenas asesinados por los caucheros, en los renglones finales de La vorágine de José Eustasio Rivera: “Hace cinco meses búscalos en vano Clemente Silva. Ni rastros de ellos. ¡Los devoró la selva!”. Y al contemplar los valles profundos entre los tepuyes de la serranía de Chiribiquete, con sus frondas impenetrables, se entiende el porqué.

S er ran ía de C h i r i biq ue t e

En letra cursiva En los tepuyes únicamente las plantas más audaces son capaces de sobrevivir a sus ambientes tan extremos. Allí hay plantas carnívoras como la utricularia y la drosera. La primera, también conocida como col de vejigas, pertenece a la familia de las lentibulariáceas y se caracteriza por su capacidad de succionar los pequeños insectos que se posan en su exterior. Por su parte, la drosera, o rocío de sol, pertenece a la familia de las droseráceas, plantas carnívoras que cuentan con una gran cantidad de especies que, con variaciones de tamaño y forma, son bastante comunes alrededor del mundo. Atrapados por las droseras, los pequeños insectos quedan pegados a las glándulas mucilaginosas de la superficie de sus hojas; y por medio de estas mismas glándulas las plantas digieren su alimento. En este hábitat inhóspito también encontramos especies menos voraces y más ornamentales, como las pertenecientes a las familias de las heliconiáceas y las bromeliáceas, además de las admirables vellozias, que tienen la capacidad de sobrevivir en el punto máximo de desecación. Al contrario de estos duros ambientes, en las partes bajas de Chiribiquete, en los bosques o sabanas inundables, encontramos abundantes ejemplares de árboles como el guamo, chumilla o guaba, que hace referencia a la especie Inga edulis, perteneciente a las fabáceas. De esta misma familia de leguminosas también es el dormilón, jaboncillo o dormidero, nombre que en otras regiones se aplica al Enterolobium schomburgkii, que comparte el ecosistema con el arenillo, mejor conocido como milpo o flormorado (Erisma uncinatum) de las voquisiáceas. Se encuentra allí

asimismo caimarón o uva caimarona (Pourouma cecropiifolia) una urticácea utilizada en la región como alimento y como ornamental. Otra planta que decora la región es el coduiro o carguero, Eschweilera juruensis, una lecitidácea, además sirve como maderable. Pasa igual con el capinurí o árbol de leche, (Pseudolmedia laevis), adscrito a las moráceas. En este rico e irrigado ecosistema de bosques o sabanas inundables dominan el paisaje las palmas o arecáceas, que forman los reconocidos cananguchales de la zona. Son conocidas popularmente como cananguchas o palma moriche, (Mauritia flexuosa). Hacia los lados del Caquetá y el Putumayo encontramos la siringa, caucho o lechero, causante de pasadas tragedias en la Amazonia. Aunque la euforbiácea mayormente utilizada en la extracción de látex para la elaboración de caucho fue la Hevea brasiliensis, la especie Hevea benthamiana también fue explotada para la obtención de un caucho de menor calidad.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Arecáceas

Mauritia flexuosa

Moriche, canangucha

Alimento, extracción de aceite

Bromeliáceas

Bromelia sp.

Bromelia

Ornamental

Droseráceas (Planta canívora)

Drosera sp.

Rocío de sol

Ornamental

Fabáceas

Enterolobium schomburgkii

Dormilón, jaboncillo u orejero

Artesanal

Fabáceas

Inga edulis

Guamo, chumillo (a), guaba

Alimento, leña

Heliconiáceas

Heliconia sp.

Platanillo, heliconia

Ornamental

Lecitidáceas

Eschweilera juruensis

Carguero, coduiro

Maderable y ornamental

Lentibulariáceas (Planta carnívora)

Utricularia sp.

Col de vejigas

Ornamental

Moráceas

Pseudolmedia laevis

Árbol de leche, capinurí

Maderable

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El

La principal pregunta que se hacen los expertos, y que también nos deberíamos hacer todos los colombianos, es cómo conservar este paraíso de la naturaleza y dejar que siga su curso evolutivo sin que las actividades humanas intervengan con su codicia de riquezas y rompan el valioso equilibrio que se ha conseguido con el paso de millones de años. Ya lo hemos intentado. Estuvieron primero los pueblos indígenas que se asentaron originalmente allí y que, gracias a su población, necesidades básicas y costumbres, hicieron parte armónica de ese mismo equilibrio y tan solo dejaron la huella de sus pictogramas en las paredes rocosas. Luego vinieron los primeros exploradores europeos, durante el descubrimiento, que aquí se dio mucho después de los primeros viajes, quienes apenas si pasaron de largo y dejaron sus crónicas; y tras ellos vinieron los colonos, que se fueran asentando lentamente, como aquellos caucheros que dieron comienzo a una intervención más agresiva y dejaron allí una huella de miseria y violencia como pocas veces ha vivido la historia de Colombia. Después vendría el auge de los cultivos ilícitos, que se resguardan en sus espesuras, esquivas a los controles del Estado, y que han traído una renovada estela de estragos y conflictos. Dicen que la selva se defiende sola, y es cierto, pero el hombre es cada vez más efectivo a la hora de apropiarse de sus recursos y perturbar su paz. Si no se pone un límite a nuestra intervención, no quedará qué mostrar de la fabulosa selva que rodeaba la serranía de Chiribiquete a los que nos sucedan, por más que las mesetas aisladas acaso logren cuidarse por sí solas.

Vegetación en formaciones rocosas

Los

dibujos en las piedras

En 1992, durante la expedición científica al Parque Nacional Natural de Chiribiquete, los arqueólogos pudieron encontrar un tesoro dibujado en las paredes de los tepuyes: algo así como unos doscientos mil pictogramas, el mayor yacimiento arqueológico encontrado hasta la fecha en toda la selva amazónica, abundante en belleza y misterio. Semejante cantidad de pictogramas parece revelar que el lugar estaba revestido de un importante significado mítico y que fue visitado por muchas culturas indígenas durante un período aún sin precisar. Los actuales chamanes cuentan que allí se daban cita para hablar con el “Dueño de los Animales” y pedirle que los mantuviera vivos en la selva. Aunque hay muchas escenas de caza de venados, dantas, chigüiros y otros, es el jaguar, como símbolo divino de la fertilidad, el animal que se impone. No es de extrañar que este imponente paisaje de mesetas elevadas, flanqueadas por paredes inaccesibles de roca, coronadas de plantas misteriosas, algunas veces perdidas en la niebla, se convirtiera en un lugar sagrado para los pobladores antiguos de la selva, un lugar que propiciara la conjunción de lo divino y lo terreno.

U na

r e to d e l a c o n s e rvac i ó n

ll e g a da d e p e l í c u l a

Por tierra, pues se puede llegar así a la serranía de Chiribiquete, hasta Dos Ríos se requieren dos días de camino desde Miraflores. Si se quiere llegar por ruta fluvial, desde Araracuara, se requieren unas veinte horas de navegación por el río Caquetá hasta la desembocadura del río Yarí, donde se sigue hacie el oriente hasta la desembocadura del Mesay. Aguas arriba de este río, más o menos a ciento veinte kilómetros, se puede encontrar la estación biológica de la Fundación Puerto Rastrojo. Bueno, ahora solo faltaría llegar primero a Miraflores y a Araracuara, pero para eso no queda otra opción que tomar un avión de Bogotá a Villavicencio y de ahí otro hasta esos lugares; a menos que alguien quiera vivir la aventura del protagonista de La vorágine y se arriesgue a que lo devore la selva.

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S er ran ía de C h i r i biq ue t e

Un

t e s t i g o d e l a e vo l u c i ó n

Allá arriba, en las mesetas que coronan los tepuyes, como los de Chiribiquete y La Macarena, se han sumado tres grandes para conformar lo que hoy se puede ver allí: Gea, Flora y Fauna. Las dos últimas, como en todas partes, son tal para cual. Nada sobra en ese ecosistema que lleva millones de años de evolución conjunta. Ambas, Flora y Fauna, comparten los pocos recursos que tienen a su disposición y se equilibran, se podan, se talan, crecen hasta donde ellos les permiten. Tienen una cita ineludible en ese lugar que ha marcado sus vidas, su evolución de formas, tamaños, hábitos alimenticios y maneras de reproducirse. Y ese lugar exclusivo y duro fue forjado por Gea durante cuatro mil millones de años, lo que va entre la formación de la Tierra hace cuatro mil seiscientos millones de años y el inicio del período Cámbrico, hace quinientos setenta millones de años. Primero las rocas y las aguas perduraron solas, sin vida, hasta la aparición de los primeros seres unicelulares hace unos tres mil seiscientos millones de años. Luego la vida se abrió paso sin pausa, aunque por momentos casi desapareció en cataclismos geológicos. En los comienzos, las plantas y animales vivían en una gran meseta, sin estar aislados del mundo, pero luego, con la manera lenta pero implacable de los fenómenos tectónicos que levantaron las escarpas y activaron los fenómenos erosivos, la gran llanura se fue cuarteando, hasta quedar, millones de años después, salpicada por estas islas de roca. Durante este largo tiempo cada planta, cada animal, se fue especializando en vivir con lo que le tocaba. Generación tras generación, cada especie se fue adaptando al cambiante hábitat. Las plantas mudaron de forma y tamaño, para adherirse mejor a las rocas y requerir menos energía. Los animales las siguieron en la brega por sobrevivir en este lugar inhóspito. La naturaleza de las rocas generó suelos muy arenosos y pobres en nutrientes, lo que llevó a reforzar en las plantas la capacidad de encontrar de qué vivir y de retener el agua, que caía a torrentes pero que se escapaba por carencia de un suelo que la embebiera. Solo las aves y los insectos, por su capacidad de volar, mantuvieron el contacto con el resto del mundo, trayendo las semillas y el polen que han conservado la biodiversidad, como si esas nuevas plantas hubieran ido presentando su solicitud de admisión para ser consentidas en este ecosistema privilegiado, donde no caben sino los que pueden sobrevivir o adaptarse a un medio altamente agreste.

Plantas en suelo de roca

Platanillo tarriago Phenakospermum guyannense

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Poderosa y desnuda como la madera

esde los Llanos Orientales y hasta la manigua amazónica se entabla un diálogo que la naturaleza aglutina bajo el principio común de la exuberancia. Porque allí la desproporción se manifiesta en todo y la transición de la llanura a la montaña, y de la sabana a la selva, está hecha para que la belleza se burle de lo mesurable. Viéndolo así, el territorio final de ese diálogo no podía haber tenido mejor nombre que Amazonas. De la misma manera como el arte figuró a esas mujeres mitológicas a modo de fornidas pero hermosas guerreras, rudas y atrayentes, asimismo esta región exhibe esta doble faceta. El sur del país, en sus regiones de Orinoquia y Amazonia, es entre muchas cosas un testimonio de la belleza sin domesticar, que oprime por su fuerza desfasada al mismo tiempo que cautiva. Hay allí entonces una mezcla curiosa entre lo recio y lo hermoso. Rudos algunos, sutiles otros, bellos todos, Esas dos caras de lo tenaz y lo bello se alternan todo el los árboles de selva adentro atrajeron tiempo y se traspasan a los árboles y a la gente que vive en aserradores que fueron quienes colonizaron torno a sus maderas. Porque es tenaz, por ejemplo, la vida de estas maniguas y estas sabanas los aserradores que desde mediados del siglo pasado entraron a abrir trochas por el Caquetá o el Meta hacia el sur. Pero también es bellísima la de algunos pueblos indígenas que pasaban meses primero aserrando y después esculpiendo sus criaturas mitológicas en figurillas de madera rojiza, con el único fin de adorarlas en rituales hedonísticos, al punto de llegar a dar la feliz explicación que dieron los huitotos hace cien años a Theodoro Konrad, unos de los primeros etnólogos en visitarlos: “Trabajamos para poder bailar”. A los aserradores se les debe gran parte de las recientes colonizaciones desde los años sesenta para acá. Entraron buscando lo más codiciado: cedro macho, caoba y

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Made rabl e s

Lomo de caimán Platypodium elegans

Cultivo de acacia Acacia mangium

Camucamu Myrciaria dubia

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Castaño o nuez del Brasil Bertholletia excelsa

achapo en Caquetá y Putumayo; cedro, flormorado y volador en los Llanos; o palma chiqui chiqui, de la que extraían fibra, en el Vichada. Todavía quedan algunos que siguen esta profesión, y no lo hacen de una forma muy distinta a la de aquellas épocas, aunque usar la motosierra les ha facilitado las cosas y ya no tienen que hacerlo con troceros y serruchos como antes. Antaño, para enfrentar “el poder desnudo de la madera” —como decía el poeta Rojas Herazo— debían invertir horas de lucha y fuerza y aguante de guerreros, buscando un pulso único de movimiento para aserrar un tronco rebelde. No cualquier pareja podía hacerlo bien: era necesaria una buena coordinación con el compañero. Dependiendo del desempeño se era “colero” —quien serrucha abajo del tronco, puesto horizontalmente— o “cabezalero” —en la parte superior—. Del lado del cabezal no cae el aserrín, pero se necesita más fuerza para el empuje, por lo cual entre los aserradores la posición denotaba una dignidad que los acompañaba toda la vida. Pero los de ahora tienen que hacer expediciones cada vez más largas, adentrarse más en la selva si quieren encontrar las maderas preciadas. Algunos del Caquetá y Putumayo cuentan que pueden vivir semanas de trabajo duro entre la manigua. Y cada día, por un rato, deben ir a buscar algún descampado para salir a tomar el sol, obstruido en el lugar de trabajo por la espesura de la selva, que los cubre como cualquier techo artificial. El transporte en muchas ocasiones no es distinto al de otros tiempos. En algunos sitios todavía no hay caminos, por remotos o porque el invierno destruye lo que se haga, y la única forma es sacar la madera “balseada”. Desde el sur del Meta, por ejemplo, los aserradores hacen balsas de troncos atados y las echan a flotar por ríos como el Ariari y otros que son la única vía de salida, casi siempre hasta Puerto López, o a cualquier pueblo donde puedan vender la madera o cargarla en camiones. Sobre la balsa navegan ellos, timoneando; y en esa plataforma acondicionan “cambuches” donde comen y duermen el tiempo que dura la navegación río abajo. Eso sí,

Cedro amargo y cedro achapo Cedrela odorata y Cedrelinga cateniformis

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Made rabl e s haciendo alto en los tramos donde se forman “moyas”, remolinos intransitables que los obligan a desarmar la balsa, salir a tierra y pasar la madera en hombros hasta el sitio donde el agua se tranquiliza de nuevo, para seguir navegando. Para ser aserrador se necesita la rudeza y la templanza propias de la zona. No obstante, estas mismas tierras moldean también la sensibilidad minuciosa de la estética. Así, se explota todavía, por ejemplo, la belleza del árbol palisangre (palosangre, palisanto, chimico o granadillo), que alcanza los cuarenta metros de altura y los ochenta años en la edad adulta, de aspecto rojizo y brilloso y que produce un aserrín colorado del que dice la mitología indígena que viene de la sangre de una doncella sacrificada. La comunidad de los ticunas emplea su madera en la talla de figuras y estatuillas inimitables, formas en granas de brillo intenso y lisura perfecta que las hace parecer de cobre esculpido. Ahora, además de las antiguas criaturas mitológicas, también fabrican animales salvajes o simples utensilios caseros, pues la talla del palisangre se volvió un modo de sustento para los indígenas y un referente turístico en Leticia. Con la doble faceta de lo rudo y lo bello, los árboles maderables de estas regiones pueden dividirse en esos dos grandes grupos. De un lado, los de madera fuerte y pesada, y del otro, aquellos de madera liviana y dócil para ser moldeada con preciosismo. Algunas especies suman las dos condiciones, y de ahí su prestigio. Como el caso del cedro, el árbol más codiciado sin duda, en las diversas clases en que se lo describe: Guarea guidonia, conocida como bilibil, trompillo o cedro macho; amén de Cedrela odorata, Cedrela montana y Pachira quinata. Los cedros llegan a ser colosos de sesenta metros de alto y troncos con diámetros de hasta metro y medio. El encanto de su madera radica en que de ella se puede sacar belleza o fuerza según se quiera: pues aunque es rígida y pesada, al mismo tiempo es moldeable. Así, con ella se elaboran desde columnas y postes para soportar toneladas, hasta guitarras y tiples de tallado minucioso y mesas y molduras de fina ebanistería. La madera de cedro fue la más explotada en el pasado, junto con otra de fama global, aún la más bus-

cada pero también la más escasa ya: la caoba (Swietenia macrophylla), árbol frondoso a partir del cual se fabrica la mueblería color vino más exclusiva y costosa del mundo, así como mandolinas y fagots para la música clásica. Tan apetecida es, que su existencia en la región amazónica mermó en un siglo un ochenta por ciento. Otras especies brindan meramente una madera pesada y sólida, motivo por el cual se destinan para postes y columnas de las edificaciones, donde siguen de pie, ostentando la fuerza erguida que solía conferirles su dignidad salvaje. Ahí están por ejemplo el cuyubí, conocido también como ahumado o acapú (Minquartia guianensis); el andiroba (Carapa guianensis), y, más hacia la región llanera, el palo boya (Malouetia tamaquarina). Por su peso y solidez casi mineral sirvieron igualmente para fabricar los puentes, que allá siguen siendo insuficientes, y las traviesas de las líneas del ferrocarril que nunca llegó hasta la selva. También hay maderas livianas pero igual de compactas e impenetrables. Algunas comunidades indígenas del Amazonas fabrican sus canoas y remos del árbol achapo (Cedrelinga cateniformis), o, en la Orinoquia, del orejero (Enterolobium schomburgkii). Y blancos y Mabaco colonos las buscan para construir Attalea cf. racemosa embarcaciones grandes y carrocería para camiones, dada su resistencia, equiparable a la del cachicamo o aceite (Calophyllum brasiliense) o a la del macano (Terminalia amazonia), de apenas quince metros y con una madera más parecida a un blindaje. Para toda suerte de plataformas flotantes el preferido es el balso (Ochroma pyramidale), llamado también balsa o palo de lana. Es un árbol de tronco larguirucho y ramas de torsiones bruscas que se incrustan contra el horizonte extenso de los llanos, y hacen parecer el cielo un fondo falso que confunde la perspectiva. Su madera es compacta pero liviana como la que más. Ninguna otra materia puede ser leve y sin embargo impenetrable.

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Aserrador en el Igaraparaná

Vienen después especies menos recias que toleran el trabajo manual. Se dejan cepillar y tallar y sacarles la gracia y la belleza para ver o para oír. Ahí está el higuerón (Ficus maxima), del que salen las cajas de resonancia para los timbales y percusión, o para los estruendos rockeros de las baterías. Algo de esos árboles sigue presente en nuestros cultos. Sin salir de la música, mencionemos con menos decibeles los cantos de las misas católicas que los fieles del llano entonan, sentados sobre un laurel oloroso en forma de bancas de iglesia, y ante un Cristo clavado en una cruz de madera del cañafistol llanero (Cassia leiandra), con el que se construyen la mayoría de los altares de la región, con detalles milimétricos y espléndidos. La carpintería también aprovecha bastante esa madera amigable que se deja estriar en arabescos para ornato de muebles y gabinetes, o sigue presente en casas y edificaciones: desde los pisos fabricados con flormorado. (Erisma uncinatum), hasta los techos de laminados de volador (Ceiba samauma) y los marcos

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tallados o las puertas y chapas hechas de cabo de hacha (Iryanthera tricornis) o de pino chaquiro (Podocarpus guatemalensis). Porque cuando los árboles se dejan, cada fragmento se aprovecha hasta el final; como pasa con el yarumo (Cecropia sp.), muy usado y explotado en la Orinoquia, porque hasta convertido en breves astillas sirve para fabricar fósforos. Lo recio y lo hermoso, en suma, conforman las dos caras de ese tapete de árboles inexpugnables acomodados en las cuencas del Orinoco y el Amazonas, y que según se quiera representan belleza o fuerza ilimitadas. Esa condición dual es su única y peculiar identidad. Para quienes los trabajan allá adentro ninguna otra distinción vale, ni siquiera la de los latinajos con que la ciencia los bautiza para catalogarlos; y mucho menos entienden de nacionalidades, porque los árboles son del llano o de la selva, y solo eso, sin dar cabida a embelecos políticos que trazan fronteras y divisiones que bajo su sombra milenaria se tornan fantasiosas, por no decir risibles.

Made rabl e s

En letra cursiva La diversidad de especies botánicas con propiedades maderables que encontramos en las regiones de Amazonia - Orinoquia ocupa casi el cincuenta por ciento de los árboles de esta zona. Presentan diferentes finalidades de uso, tales como la construcción, la ebanistería, las artesanías, la ornamentación, o inclusive algunos de doble utilidad, como la medicinal y la maderable. Teniendo en cuenta la gran variedad de especies maderables de ambas regiones, muchas comparten la misma familia botánica. Es el caso de las fabáceas, que suelen producir una madera fuerte y resistente. El matarratón (Gliricidia sepium), el achapo o achuapo (Cedrelinga cateniformis), el algarrobo (Hymenaea parvifolia), el orejero o dormilón (Enterolobium schomburgkii) y el sarrapio (Dipteryx rosea) son algunas de ellas. Muchos de los árboles maderables que producen maderas finas y muy apreciadas pertenecen a las meliáceas, como el cedro (Cedrela odorata), el cedro macho o bilibil (Guarea guidonia) y la caoba o caoba americana (Swietenia macrophylla). Las bignoniáceas hacen su aporte a este universo con el ocobo, flor blanco o guayacán rosado (Tabebuia rosea) y el palo de arco (Tabebuia serratifolia). Y por el lado de las miristicáceas están el sangretoro o cumará blanca (Virola surinamensis), de utilidad tan maderable como medicinal, el cual comparte la familia botánica con el cabo de hacha (Iryanthera tricornis). Otra de las familias botánicas con una buena cantidad de especies maderables y medicinales es la de las moráceas,

a la que pertenece el palosangre, chimico o granadillo (Brosimum rubescens), el higuerón (Ficus insipida) y el matapalo (Ficus donell - smithii), denominado así debido a que tiende a crecer sobre otros árboles, a los que muchas veces estrangula. Una familia botánica con árboles tanto maderables como ornamentales es la de las malváceas, de la que hace parte la balsa o palo de lana (Ochroma pyramidale), al igual que las muy conocidas ceibas (Ceiba pentandra). Y la familia con mayor cantidad de especies tanto maderables como productoras de diferentes fibras para artesanías es la de las arecáceas, es decir, las palmas. Dentro de ella, cabría mencionar el chiqui chiqui o fibra (Leopoldinia piassaba), la milpesillo (Oenocarpus minor) y la palma chúntaro (Aiphanes lindeniana), entre otras. A pesar de la gran variedad de especies maderables y de sus muchos individuos en ambas regiones, la tala excesiva los está llevando a la lista roja de especies vulnerables o en proceso de extinción.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Apocináceas

Malouetia tamaquarina

Palo boya

Maderable y artesanal

Bignoniáceas

Jacaranda copaia

Chingalé

Carpintería, pulpa para papel y medicinal

Bignoniáceas

Tabebuia rosea 

Ocobo, florblanco, guayacán rosado

Construcción, ebanistería, ornamental y antídoto contra mordeduras de serpiente

Combretáceas

Terminalia amazonia

Macano o amarillo

Madera apreciada en construcción

Fabáceas

Enterolobium schomburgkii

Jaboncillo, orejero o dormilón

Maderable y artesanal

Fabáceas

Gliricidia sepium

Matarratón

Maderable y sus semillas se utilizan contra ratones

Meliáceas

Cedrela odorata

Cedro bastardo o cedro amargo

Maderable y medicinal

Olacáceas

Minquartia guianensis

Acapú o ahumado

Madera apreciada en construcción

Podocarpáceas

Podocarpus guatemalensis

Pino colombiano

Maderable y artesanal

Urticáceas

Cecropia sp.

Yarumo

Maderable y medicinal

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Construcción en moriche Mauritia flexuosa

Negocio

Doble

a pa l o s

El mercado de productos forestales es el tercero más importante en el mundo, después del petróleo y el gas. Esto ha hecho de la Amazonia una muy atractiva fuente de material. El reto está en conjugar su al parecer inevitable explotación con la garantía de conservación y afectación mínima de sus especies. El asunto no parece fácil: el ochenta y cuatro por ciento del territorio de la Amazonia colombiana sigue siendo de bosques naturales, y la superficie deforestada no llega al diez por ciento, pero la cifra sigue en aumento. Entusiastas cálculos económicos hablan de un potencial maderable de la región representado en 3.238 millones de metros cúbicos de madera; de esos, el cuarenta y dos por ciento pertenece a especies comerciales, y un porcentaje casi igual, el cuarenta por ciento, corresponde a árboles de valor y propiedades desconocidos hasta la fecha. Y es que todavía hay mucho por saber de estos árboles de la selva, antes de empezar a derribarlos para ponerles precio.

pa p e l

El interior de un tronco de madera se conforma básicamente por dos clases de materia. En primer lugar está la llamada albura, conformada por las partes exteriores, es decir, las capas de crecimiento más reciente. Este es el tejido activo biológicamente, que sirve como transmisor de agua y sales al organismo vegetal.En segundo lugar está el denominado duramen, ubicado en el centro, y que es esa materia formada por células muertas, acumulada en el interior por el crecimiento centrífugo del tronco. De cada una se extraen sustancias, entre medicinas, alimentos y resinas, según la especie. Esa diferencia de componentes de la madera, en la Orinoquia y la Amazonia se aprovecha para obtener de algunas especies la llamada pasta o pulpa de celulosa, de la cual finalmente se fabrica papel. Abundan en estas regiones especies que, además de maderables, entran dentro del grupo de las llamadas maderas pulpables. El proceso de extracción es complejo. Empieza por descortezar los troncos, astillar el duramen y tratarlo químicamente para la obtención de pulpa. La técnica data apenas del siglo xix y propició un papel más barato que facilitó muchas clases de publicaciones, entre ellas, por dar un ejemplo, las revistas y librillos norteamericanos del llamado género pulp fiction, que debe a ello su nombre. En la Amazonia y la Orinoquia las principales especies al mismo tiempo maderables y pulpables son el cedro macho (Guarea guidonia), el pino colombiano o pino chaquiro (Podocarpus guatemalensis), el tara (Simarouba amara) y el volador (Ceiba samauma).

La

i l e g a l i da d to ca m a d e r a

El tráfico ilegal de la madera, esto es, la tala y el comercio de especies protegidas sin los controles de la ley, motivo primordial del acelerado proceso de extinción de estos. Según datos del Ministerio del Medio Ambiente, el cuarenta y dos por ciento de la madera que circula en el país tiene un origen ilegal. Solo en la Orinoquia, cada año se talan ilegalmente nueve mil trescientas hectáreas de bosque. Las especies más apetecidas para el comercio ilícito son el machaco, el cañafistol, el guayacán rosado u ocobo, el flormorado y, en primerísimo lugar, el cedro (Cedrela odorata), cuya madera puede llegar a tener un valor comercial diez veces mayor que las demás. Su prestigio se torna triste y lo lleva a encabezar de lejos, junto con el árbol caoba, la lista de los árboles maderables en mayor peligro de desaparecer, según el Libro rojo de las plantas de Colombia, publicado en el 2006 por el Ministerio del Medio Ambiente y el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas, Sinchi.

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Made rabl e s

Piedemonte

Cedro amargo Cedrela odorata

El

e interfluvios

Por piedemonte se conoce al sitio donde la llanura termina y empieza la montaña. En el Meta y el Casanare muchos de los primeros pueblos se fundaron allí. Y en esa zona, en la llamada selva del piedemonte llanero, se encuentra una rica diversidad botánica. Existen más de veinte especies de palmas y ciclantáceas de grandes hojas, como la popular iraca de los sombreros. Dominan, sin embargo, las especies de leguminosas, dentro de las cuales se ubican diversos maderables como el orejero, el ojo de venado y el sarrapio. Y junto con ellos, en esa franja que bordea el retoño de la montaña, se encuentran otros de los maderables más preciados de la Orinoquia como el guayacán rosado, también conocido como ocobo, el laurel oloroso, el cabo de hacha, el achapo y el peine de mono o peine de mico. En la Amazonia, las zonas de mayor aprovechamiento forestal son las áreas de influencia de los grandes ríos como el Amazonas, el Putumayo, el Caquetá y el Apaporis. En sus interfluvios se localizan especies que toleran los sitios inundables. Predominan las familias lecitidáceas, como la del carguero o cocomono, y las cesalpináceas, actualmente mejor conocidas como fabáceas, como es el caso del algarrobo, el matarratón y el bejuco barbasco. Por interfluvio se entiende el espacio intermedio entre los cauces deprimidos por los que corren las aguas. Los maderables más aprovechados en esas zonas son el sangretoro, el cabo de hacha, el cedro y algunas lauráceas como el palo de rosa y el sombrilludo. Todos ellos, por su precio, justifican el transporte a lugares distantes como Puerto Leguízamo, Florencia o Leticia.

más durable

La mueblería de madera del árbol cuyubí o ahumado puede durar varias generaciones sin deterioro alguno. Para Hermes Guaynas, un viejo aserrador que hace parte del resguardo indígena Yaguara II, en el Caquetá, esta es su madera preferida; y asegura que hasta ahora nadie ha podido saber a ciencia cierta cuánto tiempo pueden durar los muebles que se le sacan. Hace diez años que prohibieron allí su comercio dado el agotamiento de la especie, porque no quieren perderla por completo. Guaynas cuenta que la medida recibió el apoyo hasta de los grupos armados ilegales. Pasó tanto tiempo sin que nada les sucediera, que él ya perdió la cuenta de la edad de algunos de los primeros gabinetes que hizo para su casa, que en todo caso iba ya como en sesenta años. Siguen intactos. Dice que, a ese paso, los mismos gabinetes se van a poder reutilizar para su ataúd.

Caracolí Anacardium excelsum

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Andén orinoquense

ay un silencio pertinaz en este entramado de caños y de canales y de manantiales que van buscando ríos para entregarles sus aguas tranquilas, hasta que al final todos terminan tributándoselas al Orinoco, este gigante que con sus dos mil ciento cuarenta kilómetros es el tercer río más caudaloso del mundo y que aquí señala el límite de Colombia con Venezuela. Todos, digo, que son tantas aguas de tantos colores y de tantos nombres que parecen reunidas aquí todas las aguas del mundo. Mansas, anchas, la mayoría; ariscas otras cuando gritan en forma de remolinos, porque en sus lechos duermen desde hace millones de años los vestigios de las inmensas afloraciones rocosas que son el segundo rasgo de identificación de esta región del andén orinoquense. Entre Inírida y Carreño, al occidente del Aguas, su primera característica: son caños y canales Orinoco, por donde cruzan ríos y retumban infinitos, membranas por las que van los muy expertos na- raudales. Ahí, aquí, en plena estrella fluvial vegantes para penetrar la selva. Por esos hilos de agua, bor- de oriente, esta subregión prodigiosa deados de esteros y vegetaciones espesas, se llega a lejanías después de días de bonga, casi siempre en silencio, en compañía de indígenas curripacos, puinaves, cubeos casi siempre, capaces de identificar de dónde proviene la algarabía de una selva muy activa en la que hay al menos noventa especies de aves y quién sabe cuántas clases de animales, sobrevivientes de aquel exterminio que tuvo nombre: tigreros y canaguaros se llamó para siempre a quienes en la década de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado se dedicaron en estas selvas al extermino de panteras, jaguares, caimanes, babillas y, en la misma bolsa, loros, guacamayas, garzas blancas. Fueron cazadores que asolaron al Guainía de Colombia; hordas brutales

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An dé n or i no q ue n s e

Ceiba entre tepuyes Ceiba pentandra

Horquetero orinocense Tabebuia orinocensis

Flor de Inírida en invierno Guacamaya superba

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Palo de aceite Copaifera pubiflora

que buscaban en qué ocuparse tras el desempleo en el que quedaron después del apogeo del caucho. Otro allanamiento, no a machete y sangre, tuvo lugar en estas tierras de amaneceres que permiten ver al trasluz la magnitud de algunas de las ceibas más grandes imaginables; otro allanamiento, de tipo religioso. Las Misiones Nuevas Tribus, orientadas por una catequizadora de nombre Sophi Müller, penetraron jungla adentro para traducirles a su lengua la Biblia a los indígenas. Fue también en la mitad del siglo xx, y la tozuda señorita Müller, de origen alemán e hija de un pastor protestante, conquistó conciencias, introdujo una nueva moral, vendió miedos y erradicó costumbres, hasta conseguir que el Guainía fuera el primer departamento evangelista de Colombia. Hablaba de aguas. De caños —el Bocón, el Guarivén, el Cunuben— y de otras aguas, muchas, profundas, que van por ríos que se llaman Inírida, Guaviare, Atabapo y Orinoco y que en un punto se vuelven poco

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menos que un mar cuando hacen un delta. Aquí, en este lugar en el que solo los mejores navegantes distinguen el color de las aguas, se forma la estrella fluvial de oriente, conocida también como la estrella fluvial de Humboldt, en honor, claro, al naturalista que constató su majestuosidad en alguna de sus exploraciones por la manigua. Y más arriba —remontando el Orinoco hacia el Vichada colombiano, por los setenta kilómetros que componen lo que se llama la subregión de andén orinoquense—, más allá de este mar que se forma en esta confluencia, corren otros ríos: Bita, Meta, Tuparro, Tomo, Matavén, Vichada. Todo esto sucede en la margen occidental del río Orinoco, entre dos extremos con nombres propios: Puerto Inírida y Puerto Carreño, sobre una superficie casi plana, apenas sobresaltada, bellamente sobresaltada, cada rato sobresaltada, por aquellas afloraciones rocosas que llaman con la voz indígena de tepuyes (montañas), que forman parte del Escudo Guyanés

An dé n or i no q ue n s e y que tienen una edad geológica que viene desde el comienzo de los tiempos, desde la formación misma del planeta Tierra. Por, eso cuando se recorren estas sabanas al norte, o se ingresa a la manigua a través de los esteros al sur, se está en la zona de los tatarabuelos de los bosques del mundo. La edad de la zona es de dos mil millones de años y es significativa por cuanto marca la consolidación del continente suramericano. Esa —la de los montes de roca, como los llaman también— es la segunda característica de esta zona, la más oriental de Colombia y que, pese a todo, a la cacería hasta el exterminio, a la deforestación para asentar ganaderías en la parte de la sabana, a la explotación sin control del coltán, el nuevo oro; pese a todo eso, sigue teniendo algunos de los ecosistemas menos intervenidos por la acción del hombre. Es una región en muchas partes intocada y que permite, por ejemplo, una perspectiva que es casi una alucinación. A la salida de Inírida, hacia la sabana, en cuyos suelos arenosos y húmedos crece como en ninguna otra parte del mundo la flor de Inírida en sus dos especies, Guacamaya superba y Schoenocephalium teretifolium, se encuentra un cerro de roca muy extendido que es lugar de paseo de los locales. Cerro e’Sapo se llama el sitio, y basta mirar en redondo para comprobar cómo allí se produce el quiebre entre la cuenca del Amazonas y la del Orinoco. Hacia el nororiente, la planicie con su vegetación escasa de árboles espaciados; hacia el suroccidente, la jungla, con su bosque denso y sus nubes de aguaceros. La llaman zona de transición, porque va desde la altillanura hasta el borde de la selva, y todo eso a bordo del macizo de las Guayanas, lo que hace de esta región el vientre de creación y difusión de cientos de especies de flora y fauna. Un milagro. Esta vecindad, esta consanguinidad entre Amazonas y Orinoco, guardadas las diferencias de suelos, les permite compartir una infinidad de plantas, una comunión botánica que está bien expresada en este andén orinoquense. El mango, por ejemplo, o el malagueto (Xylopia aromatica), que en ambos territorios tiene uso medicinal. La palma real crece sin distingos a lado y lado, así como el arizá (Brownea ariza), una fabácea; y gran variedad de ajís, básicos en las dos co-

cinas, al igual que el platanillo de monte, que también se sirve en una y en otra, o el platanillo rojo, que es elemento ornamental en las dos cuencas. Todos ellos ejemplos de la diversidad compartida, en la que por su tamaño sobresale el higuerón o yanchama, que es tanto maderable como medicinal. Al sur de este andén, en la parte amazónica, manda la vegetación de bosque de galería, que es la que crece en la cuenca más próxima a los ríos, con árboles que alcanzan hasta veinte metros de altura, muchos de ellos maderables, como el matarratón, el algarrobo, el barbasco y el yopo. Abundan también los frutales de las malváceas, como el cacao, el cacao de monte y el copoazú. Pero quizás el principal aporte a la alimentación de los nativos lo hacen las euforbiáceas, entre las que sobresalen la yuca brava y el cacay. Además de los esteros, en el paisaje de las orillas de los ríos y los caños se destacan las ceibas. Enormes en la parte amazónica del andén orinoquense, aparecen imponentes y sanas en los recodos de los ríos, en compañía infaltable de las palmas, que muestran el vigor milagroso de las arecáceas, ya que de ellas se extraen aceites, alimentos y materiales para las artesanías: cho- Níspero o guayabo de pava tanduro, milpesos, moriche, cham- Bellucia grossularioides bira y zancona forman parte de la variedad de palmas que es fácil identificar al paso cuando vas navegando estos ríos amplios y limpios de troncos náufragos u otros residuos vegetales, insólitamente limpios de ellos, estos ríos que corren hacia el Orinoco con sus aguas a veces teñidas de rojo por los taninos que arrancan del monte a muchos árboles. Sobre el lomo rojizo del Inírida se navega unas dos horas para llegar al asombro. En uno de sus recodos aparecen los cerros de Mavicure, tres rocas grandes como montes, manifestaciones del también llamado macizo Guayanés o Guyanés. Pajarito es la máxima altura, setecientos treinta y seis metros, y sobre sus laderas ha obrado el reino vegetal lenta pero

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Cerros de Mavicure Vegetación adaptada a suelos rocosos

persistentemente, al punto de que aquí, como en todos los otros fenómenos minerales, incluida la serranía de Chiribiquete, hay claramente vivas y en reproducción especies de Vellozia, Paepalanthus, Mandevilla, Cissus y Eleocharis, que han crecido en condiciones muchas veces inhóspitas —estresantes, les gusta decir a los botánicos—, adaptadas a la escasez de nutrientes, y a pesar de esto muchas de ellas viven en las cúspides o laderas de las rocas. Son endémicas. Pero no se habla de condiciones hostiles cuando se habla de esta franja occidental del río Orinoco. Se habla de vegetación apabullante, incluso en la sabana repleta de setas y sombreada por chaparros. Se habla de bocón, morocoto, palometa, valentón, curvinata y sapuara, que son algunos de los dieciséis peces comestibles que se

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pueden pescar en sus ríos. O de hoja, gancho rojo, raya, corredora, pampanitas o pencil, como se llaman algunos de los peces ornamentales que también nadan por allí. De eso se habla. De la Reserva Nacional Natural Puinawai, en el Guainía, y del Parque Nacional Natural El Tuparro, que abarca quinientas cuarenta y ocho mil hectáreas, en el Vichada, la mayor parte de ellas, el setenta y cinco por ciento, en forma de sabanas, de llanos, y el resto como bosques de galería, afloramientos rocosos y largas y anchas comunidades de morichales. Y cuando se habla del andén orinoquense, se habla también de mil quinientas sesenta y ocho especies de plantas vasculares y ciento cuarenta y cuatro de criptógamas, que son las últimas estadísticas que se conocen de su inventario vegetal.

An dé n or i no q ue n s e

En letra cursiva Al hacer límite con la región Andina y la Amazonia, este andén orinoquense representa una altísima diversidad de especies botánicas y animales, debido al cruce entre regiones. De hecho, son los lugares donde quizás se da la mayor cantidad de especies de los reinos animal y vegetal en el país. Entre la inmensa variedad de plantas sobresalen aquellas que decoran la región por sus tamaños y colores y por sus finalidades de uso. Para la extracción de aceites, de fibras vegetales, e incluso utilizadas como alimento, se reconocen las palmas. Las arecáceas, como el cumare o chambira (Astrocaryum chambira), la palma zancona (Socratea exorrhiza), el chontaduro (Bactris gasipaes), el moriche (Mauritia flexuosa) y el seje o milpesos (Oenocarpus bataua). Apreciadas por su capacidad maderable y con sus semillas casi siempre ornamentales están las fabáceas como el chocho o macucú (Ormosia fastigiata), el jaboncillo, orejero o dormilón (Enterolobium schomburgkii), el palo cruz o arizá (Brownea ariza), el matarratón (Gliricidia sepium), el yopo (Anadenanthera peregrina), la yuca o yuca brava (Manihot esculenta) y el algarrobo o copal (Hymenaea parvifolia). Y altísimamente apreciadas por el sabor de sus frutos, están las malváceas como el cacao de monte (Theobroma subincanum), el cacao o chocolate (Theobroma cacao) y el famoso fruto amazónico denominado copoazú (Theobroma grandiflorum), los cuales pertenecen a la misma familia botánica de las grandísimas ceibas (Ceiba pentandra).

Estimados por sus frutos alimenticios y por su capacidad maderable, cabe mencionar al almendro (Caryocar glabrum), una cariocarácea, y al cacay o inchi (Caryodendron orinocense), una euforbiácea. Con un valor maderable y medicinal encontramos al chaparro o curata (Curatella americana), una dileniácea, y al higuerón o yanchama (Ficus maxima), una morácea. Apreciados en la mesa, encontramos al ají (Capsicum annuum), una solanácea, y el mango (Mangifera indica), una anacardiácea. Además sobresalen allí aquellas plantas que con sus flores ornamentan el paisaje orinoquense, como es el caso de las heliconias, tal la reconocida popularmente como platanillo rojo (Heliconia sp.), además de las vellozias (Vellozia tubiflora), y la flor de Inírida, que siempre encanta con sus fuertes colores rojizos, catalogada en sus dos versiones como Guacamaya superba y Schoenocephalium teretifolium.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Arecáceas

Bactris gasipaes

Chontaduro, pijiguao

Alimento, producción de palmito y utilizado en construcción

Arecáceas

Oenocarpus bataua

Seje, milpes, milpesos

Construcción y alimento

Euforbiáceas

Manihot esculenta

Yuca, yuca brava,

Alimento

Fabáceas

Anadenanthera peregrina

Yopo

Medicinal, maderable

Fabáceas

Gliricidia sepium

Matarratón

Maderable, medicinal

Fabáceas

Hymenaea parvifolia

Algarrobo, copal

Maderable

Malváceas

Ceiba pentandra

Ceiba, chivecha

Maderale, medicinal

Malváceas

Theobroma cacao

Cacao, chocolate

Alimento

Malváceas

Theobroma grandiflorum

Copoazú

Alimento

Flor de Inírida de verano

Ornamental

Flor de Inírida de invierno

Ornamental

Rapateáceas Rapateáceas

Schoenocephalium teretifolium

Guacamaya superba

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Perfil

El

sabio

Richard Evans Schultes No habrían exagerado quienes lo hubieran descrito como un adicto a la selva. Había que advertir cómo Richard Evans Shultes abría los ojos y cómo arqueaba las cejas cuando ante él se aparecía ese muro vegetal, insondable, que es la manigua. Quien mejor definió esa relación de este bostoniano de nacimiento y de corazón amazónico con la selva, fue Gerardo Reichel-Dolmatoff, el mítico antropólogo, quien dijo que Schultes era un mediador. A través de él, miles de plantas de la Amazonia se incorporaron a la botánica, y nadie mejor que él ha hecho entender la relación entre la naturaleza y los hombres. Schultes estuvo sesenta años en esas. La seducción lo invadió cuando siendo un estudiante de pregrado se preguntó por el peyote

S chultes

que usaban los indios de Oklahoma, en Estados Unidos. Y se fue metiendo: pasó a querer saber cómo era la relación de los indígenas de México con los hongos y fue bajando hasta llegar a la hoya amazónica que exploró para hallar lo que no sabía que estaba buscando en plantas medicinales, narcóticas y venenosas. Así llegó a su terreno favorito: el estudio de la vegetación psicoactiva y psicotrópica. Con un Ph.D. recibido en Harvard (universidad que, con su familia y la selva, constituyeron la trilogía de sus amores eternos), Schultes escogió en 1941 a Bogotá como sede alterna y escala hacia las selvas del Vaupés que fueron las que al comienzo lo arrebataron. Venía a estudiar el veneno de las flechas. Pero como su curiosidad era tan viva como la selva misma, llegó a esa meta y siguió. Su incursión en el Amazonas duró doce años en los cuales recolectó cerca de treinta mil especímenes de plantas, descubrió más de trescientas especies medicinales desconocidas hasta entonces, ciento veinte de las cuales fueron bautizadas con su nombre, y, de su trabajo con chamanes de distintas etnias, extrajo conocimientos sobre más de mil quinientas especies apreciadas por los indígenas por sus virtudes medicinales, narcóticas y venenosas. Estos hallazgos lo llevaron a ser un defensor de las plantas alucinógenas para comprender su composición química y avanzar en

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el conocimiento del sistema nervioso central y la mente humana. Tuvo para ello experiencias visionarias de la mano de un chamán en el valle del Sibundoy, en donde vivió tres semanas con un grupo de kofanes. Y padeció sinsabores: la experiencia del estudio del caucho, contratado por el gobierno de su país, resultó ingrata. Identificó ciento veinte mil árboles, pero esto no compensó la amargura que le causó mirarle la cara al horror del trato brutal que recibieron los indígenas por parte de sus explotadores. Esa lección, más accidentes aéreos, ataques de malaria, naufragio de embarcaciones, asaltos de delincuentes, disturbios civiles, disentería y beriberi, fueron parte de la historia de Schultes. Una historia que también incluye haber trazado rutas de ríos que no estaban en los mapas y vivir entre tribus que nadie sabía que existían. Y explorar páramos y sabanas de la región Andina. Publicó más de cuatroscientos cincuenta artículos científicos y diez libros, entre ellos Plantas de los dioses, con Albert Hofmann, considerado el mejor texto sobre vegetación alucinógena. Una vida dedicada al conocimiento. Hasta su final, a los 86 años, cuando era director del Museo Botánico de la Universidad de Harvard. Una vida de búsqueda inspirada en su héroe, Richard Spruce, un botánico inglés del siglo xix que vivió y trabajó en el Amazonas durante diecisiete años. Y una vida —la de Schultes— que ha ido dejando una estela de émulos. Wade Davis, el primero entre ellos que siguió sus pasos —los de Schultes— para concebir el prodigioso libro El río.

Morichales El paisaje más asiduo de la Orinoquia

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Los sonidos de la selva

ice el indio, con su sencillez, que no hay nada más bello que el silencio que precede a la melodía: esa sensación de abismo que genera la espera de la primera voz. Una voz que suena como los pájaros o como los monos, o que se viste de semilla para simular el trasegar en el racimo y sus vaivenes contra el viento. Es la música de la Amazonia adentro. De esa marea verde y hermética, oscura y viva, e inundada, que nos cuelga del sur, inconquistable. Es el relato mismo de una región que solo conocen bien los indios, y que suena imparable con los ritmos más diversos, con escalas únicas y armonías que dictan, desde tiempos sin memoria, los árboles que son millones, el viento abundante que corre a través, los animales —inquietos— y, sí, también el hombre. Es la canción que comienza con multitud de hombres y Casi todo árbol y toda planta, en la mujeres previos a la conquista, hace cuatro, cinco siglos, dedi- inmensidad de este océano verde, se usa para cados a la recolección minuciosa de todo lo que la naturaleza la comunicación. Y casi todo ello, más las abasteciera. De una casa grande llamada maloca en la que semillas, se usa para sacar música todo pasaba y pasa, todo convivía y convive, todo se devolvía y se devuelve. De cientos de miles de familias que, no obstante las distancias y los abismos invisibles, se conocían y se conocen, se comunicaban y se comunican, con el más simple y primigenio tam-tam. Todo apunta a la supervivencia elemental. Al anuncio de las noticias de una nueva familia, de la muerte de aquel, de la caza de aquellos. Y en todo esto, los árboles, la materia prima para toda forma de comunicación. De la necesidad primera, un instrumento: el juarai o maguaré, dos troncos de casi dos metros de extensión a los que los huitotos y otras comunidades selváticas —que se extienden hasta los límites con los llanos, en el norte de la Amazonia— les

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M ú s ic a

Charapillo Dipteryx cf. micrantha

Tamparo Crescentia cujete

Capacho Canna sp.

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Semillas

Guadua y semillas de quirilla

Totumo Crescentia cujete

Semillas de entada

queman el corazón, la pulpa toda, y cuyo fuego van controlando con compresas de hojas frescas hasta lograr dos estructuras huecas y ricas en tonalidades. Un instrumento imponente y brillante hecho con maderas duras como las del comino real (Aniba panurensis), que llega a los quince metros de altura, o como las del Brosimum lactescens, que alcanza los cuarenta y cinco metros hacia arriba y hasta uno de diámetro, y que en no pocos rincones de Colombia se conoce como guáimaro o árbol vaca. Le acompañan dos mazos construidos con las mismas maderas y cubiertos con un subproducto del Hevea brasiliensis o caucho, material en el que los indígenas del sur son maestros —tal vez porque también fueron esclavos—. Primario, difícil de fabricar y casi mágico en su sonar es este instrumento que simula a la campana de Occidente en su llamado ceremonial, y que, según investigadores como Luis Antonio Escobar, acompaña desde la recolección de frutos hasta la presentación ritual. Dicen que en ese aparente silencio de la selva puede escucharse a kilómetros, y que su manipulación, solo confiada a ciertos personajes del grupo familiar, convoca a decenas de hombres para eventos sociales y rituales. Pero el maguaré es uno solo. Macho y hembra, como se conoce a uno y a otro tronco por sus sonidos graves y agudos, son apenas el comienzo de un conjunto de instrumentos que llenan de vida a la Amazonia entera. Y como casi todo es un símil de lo que ocurre en la selva, aparecen implementos ceremoniales como los sonajeros y las flautas, llenas de sonidos y escalas, de colores, de usos. El de los primeros es un sonido ligero que simula al agua las más de las veces, y que acompaña ceremonias tan precisas como el nacimiento de una niña. Arbey Jaibar, artesano

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M ú s ic a chamí del sur del Caquetá, los fabrica con Mucuna sloanei o congolo, la semilla de un bejuco trepador que recibe también el nombre de ojo de buey y que llega a grandes alturas buscando la luz del sol. Las semillas son unidas con paciencia por mujeres y niños con cuerdas de Astrocaryum chambira, o chambira a secas, el producto de una palma nativa y abundante que sirve también para el vestuario de las comunidades de la selva. Tienen, además, decenas de variaciones, como el firisai, un bastón percutor o vara sonajera, también usada en eventos especiales. Las flautas, por su parte, son muchas y tan bellas como lo permitan los árboles con sus hojas, frutos y cortezas que, además de sonares, regalan colores: el jugo de las hojas de fríjol tierno para el verde intenso, o las hojas de la misma planta ya madura para el amarillo. También el laurel, poblador abundante de casi todo el territorio colombiano. Desde las más simples, fabricadas con Arundo donax o carrizo —especie de caña muy utilizada por los yakunas, makunas y tanimukas—, hasta la flauta de pan de los sikuanis de Boponae en el Vichada, cada aerófono tiene un sentido ceremonial y hermoso. Acompañados siempre de los más diversos idiófonos, como las maracas de los cuivas o las del pueblo piapoco, animan la fiesta de la vida, de la naturaleza y de la supervivencia en ese grueso e impenetrable ensamble de natura que llamamos Amazonia. Ese hermano viejo y sabio que se abre de norte a sur, y de sur a norte, y que en ese camino se entrega a los Llanos Orientales, el hogar de la vaquería, la casa de otros sones que rememoran amores y calor, un calor intenso, antes de encaramarse a las frías alturas de la cordillera Oriental. La fórmula pareciera simple: la música, como el clima mismo, se hace viva y se acelera en el camino que lleva desde la cordillera hasta los llanos. Fue la música una estrategia utilizada por no pocas misiones cristianas que llegaron temprano en el siglo xvi a esa vasta región que nos une como siameses con Venezuela y el Escudo Guyanés, y que satura de calor a todo cuerpo que se le arrime. Receta que funcionó bien y convirtió a los jesuitas en los terratenientes y empresarios más poderosos de ese gran trozo de natura en esa que todavía no se llamaba Colombia.

Y fue con ellos, con los religiosos, con los que no sabían hasta dónde iban a pastar sus miles de cabezas de ganado, que llegaron también músicas lejanas y acogedoras, y en ese intercambio de cosmologías, los sonidos andaluces, los bailes flamencos. También la guitarra. Fue el inicio de un conjunto de transformaciones que llevó con muchos años a la confección de una nueva identidad de región. Una hecha de mestizaje, del joropo como máxima expresión, y, por esa vía, de cantos a las intensas jornadas de vaquería, al afán de la producción de los clérigos, a la alegría de los amores posibles y al dolor de los imposibles. Al calor húmedo, al control de la tierra, al pájaro que canta de noche como presagio o como bendición. Y allí, de nuevo, los árboles: el insumo para la construcción de haciendas para el control de los indios, que fueron cada vez menos; la materia exacta para el diseño de corrales, de herramientas para el trabajo, y, claro, para la fabricación de los nuevos instrumentos para traducir su sentir, casi todos interpretados con cuerdas. Así, pronto el guitarro, como lo nombraron a su llegada los nativos, se convirtió en muchas otras Flauta bambú cosas, como el cuatro, y más allá, en la bandola pin-pon y el bandolín, estructuras con cajas de resonancia en forma de pera que necesitaron de las maderas justas para su fabricación, y que eran las responsables —aún lo son— del componente melódico y armónico de los conjuntos típicos llaneros. Allí estaba por fortuna la gran despensa, la extensa llanura repleta de árboles, y entre todos ellos, abundante granadillo. Además, una suerte de palo de rosa —muy escasa por demás— que ofrece una dureza precisa y prolonga las notas de manera especial. También las semillas, cortezas y frutos se unieron a esa fiesta desbordada de melodías. Las primeras, tal vez, fueron las maracas, el legado incómodo de esa parte indígena del llanero. Incómodo, sí, porque el

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Maguaré Instrumento que se obtiene del charapillo

mestizo ha pretendido ser otro siempre, y lo demuestra, dicen los folcloristas, la conformación espacial misma del conjunto llanero: el maraquero, hasta no hace mucho, siempre iba de pie. “Oficio de maraquero / oficio pa’ condenao / que los músicos se sientan / y el maraquero parao”, dice un tradicional joropo. Fabricadas con Crescentia cujete, calabazo o totumo, las maracas aportan ese golpe rítmico incansable al conjunto de cuerdas de los llanos. Adentro se deslizan decenas de achiras, o capachos —Canna indica—, y en su confección primaria eran decoradas con plumas y no tenían mango. Su nombre proviene del río Maraca, dicen, que desemboca en la margen derecha del Amazonas, y que era una suerte de dios para comunidades como la sikuani, tan lejana, pero tan cercana a los garrotazos de la colonización. Hoy todo se une a la voz de un extranjero: el arpa, construida con Cedrela odorata, de las meliáceas, conocido como cedro amargo, cedro rosado o cedro macho,

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o con pino y otras maderas perdurables que evitan el rumor metálico que desdeñan los fabricantes de toda la vida. Un instrumento que se volvió nuestro a fuerza de mucho sonar, y que incluso reemplazó en el conjunto típico llanero al bandolín. El ensamble de todas esas voces juntas describe, como nada más puede hacerlo, a los Llanos Orientales de hoy: a esa Orinoquia que es indígena y mestiza y blanca también. A esa tierra que baila, vibra y se regodea en la riqueza de sus suelos, en sus dignísimas labores diarias, en el calor que los convirtió en una fortaleza cultural tan vasta como la planicie misma, y que suena a joropo, seis, seis por ocho, atravesao, numerao, zumba-que-zumba, galerón o figurao. Todo nace por el hombre, dice Fernando Gaitán, artesano sikuani del Vichada. “Pero todo se lo debemos a la tierra, a la madre”, agrega. Y la prueba es esta música hecha por el hombre, el de siempre, con los regalos que otorga la naturaleza.

M ú s ic a

En letra cursiva De viento, de cuerda o de percusión, casi todos los intrumentos musicales nacen o nacieron a partir de los materiales ofrecidos por las plantas. Algunas de las especies con fines similares hacen parte de una misma familia botánica. Con especies también maderables y utilizadas para la elaboración de instrumentos de percusión, están las bignoniáceas, de la que hacen parte el palo de arco o asta de venado (Tabebuia serratifolia) y el totumo o calabazo (Crescentia cujete). Fabáceas, como el ojo de venado u ojo de buey (Mucuna sloanei) y el fríjol (Phaseolus sp.), complementan muchos de estos instrumentos de percusión. Los instrumentos de viento provenientes de las poáceas tienden a tener un menor tamaño, como es el caso de los elaborados con junco o carrizo (Arundo donax). Algunas de las especies botánicas utilizadas para la elaboración de elementos de percusión también son apreciadas por la resistencia y calidad de sus maderas. Es el caso de ciertas lauráceas, de las que hacen parte el loiro, miratava o medio comino (Aniba panurensis), denominado laurel en este territorio de Amazonas - Orinoco (Endlicheria sp.), y el palo de rosa (Aniba rosaeodora). Con una madera fuerte y de gran demanda en el área de construcción, también encontramos meliáceas como

el cedrillo (Trichilia pallida) y el cedro o cedro amargo (Cedrela odorata) al igual que la nuez mantequilla (Caryocar nuciferum), una cariocarácea reconocida especialmente por los aceites de su nuez. Por lo apreciado de sus maderas para la elaboración de diferentes instrumentos de percusión, se pueden nombrar moráceas como la yanchama o higuerón (Ficus maxima) y el árbol vaca o guáimaro (Brosimum lactescens). Como producen un látex que algunas veces se usa para tratar diferentes enfermedades, ambas especies también aparecen en la medicina tradicional. En cambio, el látex que suele ser utilizado para la fabricación de ciertos instrumentos se extrae de la especie Hevea brasiliensis, conocida popularmente como caucho o siringa, la misma especie utilizada antiguamente para hacer neumáticos.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Arecáceas

Bactris gasipaes

Chontaduro, pijiguao

Alimento, producción de palmito y construcción

Bignoniáceas

Crescentia cujete

Totumo, calabazo

Artesanal y medicinal (afecciones respiratorias)

Bignoniáceas

Tabebuia serratifolia

Cannáceas

Canna indica

Achira, capacho, bandera

Artesanal, ornamental

Fabáceas

Mucuna sloanei

Ojo de venado, ojo de buey

Medicinal, ornamental

Lauráceas

Aniba rosiodora

Palo de rosa

Maderable

Malváceas

Ochroma pyramidale

Balso

Maderable, apreciada por su liviana madera

Moráceas

Brosimum lactescens

Árbol vaca, guáimaro

Maderable y medicinal para resfriados

Moráceas

Ficus maxima

Yanchama, higuerón

Extracción de fibras y medicinal antiparásitos

Poáceas

Arundo donax

Junco, carrizo

Elaboración de instrumentos de vientos y como antidiurético

Palo de arco, asta de venado

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Maderable y medicinal contra hongos

L a m ag i a Y u ru pa r í

del

Tal vez uno de los mitos más bellos del Amazonas adentro cuenta la historia de Yuruparí, un niño tan bello como el sol, hijo del sol mismo, fecundado por los jugos del pihycan —la piquia o Caryocar nuciferum, una nuez de la selva— en el vientre de su madre, conocida como la réplica terrenal y exacta de las Pléyades del cielo. Un pequeño que creció invisible e invencible, y que tras muchos años reapareció frente a su pueblo para convertirse en el cacique de los primeros hombres que poblaron esos suelos. De allí esa palabra, Yuruparí, que ahora rememora una de las fiestas más tradicionales en decenas de comunidades amazónicas, y que circunscribe la asistencia al género masculino. Es, de hecho, un rito de iniciación de tres días y tres noches en el que el payé —o chamán— introduce a los jóvenes entre los doce y los quince años al mundo de los hombres. No falta allí un instrumento que lleva el mismo nombre de ese dios hijo del sol, una flauta de boquilla fabricada con hojas de la palma chonta o chontaduro (Bactris gasipaes), entorchada con corteza de árbol y amarrada con bejucos. Se le guarda un respeto inédito, al punto de que quien la interpreta debe guardar ayuno y luego beber abundante agua para purificarse.

Totumo Crescentia cujete

Los

g ua r d i a n e s d e l o s á r b o l e s

Tan diversa es la selva como sus pobladores. Aquel que piense que se trata de pequeños grupos dispersos, que se sorprenda, porque hay conjuntos poblacionales que llegan a más de cinco mil quinientas familias. Habitan, principalmente, tres subregiones. Una es la situada entre el río Apaporis y Caquetá, en la que habitan, entre otras, las etnias letuma, tinamuka, yauna y makuna. Otra está ubicada a lo largo del río Mirití-Paraná, en donde viven etnias como la miraña, la cubeo, la puinave y la cabuyari. Finalmente, encontramos la región ubicada entre el río Guaviare y el Inírida, zona de transición con los llanos y la región del Vaupés, y donde viven, entre muchas otras las etnias piapoco, curripaco, baniwa, piaroa y tariano. La lista sigue en cientos de destinos con culturas como la huitoto, tukano, desana, barasana, siriano, tatuyo, bará, karapana, kabiyari y tuyuka. Para todas, sin distinción, los instrumentos musicales no son un asunto estético sino ritual; y entre muchos otros han creado flautas, capadores, pitos, ocarinas y discos zumbadores. Palmas, maderas duras, arcillas y piedras son su insumo para la fabricación de esos instrumentos que animan sus creencias.

Los

o lv i da d o s

No siempre el conjunto llanero fue como lo conocemos —arpa, bandola, maracas y cuatro—. Alrededor de los bellos sonidos de las cuerdas, algunos idiófonos y aerófonos animaban también la correría musical. Es el caso de instrumentos, hoy en desuso, como la carraca —de procedencia animal—, o la charrasca, una caña de casi un metro de largo y una pulgada de diámetro que se frota con una costilla de res. Igualmente, la sirrampla, curioso instrumento de madera atada a una cuerda que se toca con los dedos y la boca. Hasta tambores había en estos conjuntos. Uno es el furruco, construido en sus inicios con un totumo cuya boca era forrada con cuero de venado o de ternero. Hoy es fabricado con maderas como las del guáimaro o el cedro, y tiene en su centro una barra también de madera por la que se deslizan las manos de quien lo interpreta. No es un instrumento nativo y se parece mucho a la puerca huilense.

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M ú s ic a

Riqueza

sonora

La de las maracas llaneras es una historia realmente extensa. Aunque en sus inicios carecía de mango, lo que implicaba una tremenda destreza por parte de su ejecutor, su evolución llegó hasta su fabricación al estilo guajibero, en el que se introdujo un mango que atravesaba el calabazo o totumo. Tal avance permitió reducir el tamaño del instrumento. Ahora el mango, fabricado con maderas lo suficientemente resistentes para el traslado frecuente de los músicos, no atraviesa el calabazo, sino que se adhiere a él, proporcionando un mayor control en el trasegar de las semillas de capacho en su interior. No es un asunto menor. Tales cambios le han otorgado a las maracas un lugar digno en el conjunto llanero, le han aportado un sonido más agudo y han permitido que tocarlas sea un asunto casi acrobático.

Maderas

que inspiran

No son pocas las culturas de la gran Amazonia en las que se talla la madera. Para eso, los hombres —encargados de esa tarea por tradición— desarrollan desde pequeños tal habilidad. Son los responsables, además, de identificar los utensilios que necesita su comunidad para las actividades cotidianas y rituales. Una de sus maderas indispensables es el balso, por su blandura. Junto a la yanchama o higuerón —corteza de árbol—, es la materia prima de máscaras, flautas y otros implementos como rallos para la yuca, cerbatanas, arcos, flechas y asientos. Según el utensilio y la necesidad, acuden a maderas como el cedro, cedrillo, palo arco, loiro o miratava.

E vo l u c i ó n

c u lt u r a l y m u s i ca l

La introducción de instrumentos musicales foráneos, como el arpa —que se dice que llegó desde Venezuela también por influencia de los jesuitas—, y que implicó la búsqueda de las maderas precisas en lo vasto del llano para su fabricación local, trajo consigo la renuncia a sones y mensajes nativos, casi todos venidos de lo profundo de las muchas y muy diversas comunidades indígenas de la región. Aunque existen claras alusiones a las jornadas de vaquería, los cantos de ganado típicos desaparecieron o mutaron, así como los llamados “tonos de santo”. Fueron gradualmente absorbidos por el joropo en esa transición hacia la nueva identidad llanera, que por nueva no fue menos rica, y mucho menos la hace contemporánea. Persiste, sí, la fuerza y la alegría de la fiesta de pueblo y la parranda.

Guadua con semillas de chambimba

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La selva es dulce

n el centro de Londres, sobre la calle Brompton, está Harrods, una de las tiendas por departamentos más lujosas del mundo. Allí llegan diariamente miles de turistas que van por una foto o un pequeño souvenir para la posteridad, y unas cuantas decenas de jeques, príncipes y otra suerte de magnates que —si quieren— pueden hacer el mercado con los artículos más sofisticados del planeta. Uno de los exuberantes espacios de la edificación está dedicado a la venta de frutas, hortalizas y especias provenientes de los distintos continentes. Entre la variada oferta, que depende de la época, hay una constante: siempre se encuentran productos del trópico y, entre ellos, una predominancia evidente de frutas exóticas de la Amazonia y la Orinoquia. No es extraño, entonces, encontrar una vitrina que exhibe doce especies frutales del mundo, A la baja fertilidad de los suelos se ha de las cuales seis tienen un banderín con la inscripción: From impuesto el trabajo de llaneros y amazónicos Colombia, South America. para que estas tierras den algunos de los El viaje hasta una de las calles más costosas de Lon- frutos más exóticos del planeta. dres comienza en las selvas y sabanas colombianas, donde los agricultores han batallado contra la acidez de los suelos, su baja fertilidad y la alta propensión a la degradación y la erosión. Quien ha visto las explanadas húmedas de la selva amazónica y la Orinoquia, quien ha contemplado el verde sobre el verde, en sus distintas gamas, brillos y texturas, quien ha intentado buscar la luz del sol en medio de la multitud de árboles inmensos, inabarcables, de los bosques selváticos, jamás podría imaginar que esos suelos vastos tienen una baja fertilidad. Pero en esta región es posible todo lo increíble: incluso que sus pobladores conviertan las limitaciones en milagros.

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Frutal e s

Arazá Eugenia stipitata

Cervera Perebea sp.

Piña Ananas comosus

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Cacao Theobroma cacao

Los estudios han concluido que el setenta por ciento de los suelos de la Amazonia son químicamente pobres. Una de las razones se debe a que gran parte de la región está conformada por tierra firme y poco inundable, de tal suerte que sus suelos son alimentados por los llamados ríos negros, bajos en nutrientes. La fertilidad de estas tierras depende casi exclusivamente de la lenta formación de una capa orgánica de hojarasca y residuos vegetales, fuente principal de alimento y el escudo protector del suelo contra los agentes erosivos. En cuanto a la Orinoquia, esta tiene un clima tropical húmedo y es básicamente plana, excepto en las ramificaciones de la cordillera Oriental y la sierra de La Macarena. Sus suelos también presentan deficiencias para la producción agrícola, así que son pocos los cultivos que se pueden montar sin mayores complicaciones. El marañón y el ananá o piña blanca, también conocida como piña de borugo (la de estas tierras goza de buena fama por su carnosidad y jugos generosos), son la excepción. Ante las condiciones adversas, la producción de frutales solo es viable en parcelas agroforestales

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donde el hombre tiene control sobre diversos factores. Gracias a ellas, los agricultores de la región han podido sacar adelante cultivos de frutos nativos y otros provenientes de distintas regiones del país, a los que el suelo amazónico les asigna características particulares. De esa manera se cosecha el copoazú, la canagucha o aguaje, el asasí, el anón amazónico, la cocona y el maraco. En las terrazas altas del piedemonte llanero se ha llevado a cabo un trabajo de investigación y tecnificación de la tierra con miras a hacer posibles cultivos sostenidos de cítricos y papaya, lo que desde hace varios años ha significado una oportunidad comercial para la región. También en el país ha surgido un mercado creciente de frutas tropicales como el borojó, el mangostino, el cacay, la badea, el arazá, el caimito, la guama, el carambolo, el camucamu, el avichure o juansoco, el seje, la grosella o coronillo, el zapote (varias especies son llamadas así, pero en Amazonas - Orinoco se designa como tal a una malvácea, —Matisia cordata—, la guayaba pera, la piña criolla, el marañón, el aguacate, el chontaduro, la uva caimarona, el champe, el madroño, la

Frutal e s mamita y el níspero. Un total de veinticinco especies no tradicionales, que se han ido abriendo lentamente una puerta de salida al mercado nacional y de exportación. Hasta hace un par de décadas su consumo era casi exclusivo de los pobladores de las tierras donde se cosechan; y aunque todavía algunos de esos nombres les son ajenos a muchos colombianos, otros empiezan a encontrar un lugar en las plazas, supermercados, fruterías y restaurantes. Se venden frescas —sin procesar—, y en mermeladas, jugos, extractos, refrescos, vinos y salsas. Estas frutas exóticas se han ido popularizando gracias a la insistencia de los habitantes de estas regiones en buscar la manera de hacer productivo un suelo extenso pero infértil. Sin duda, el arazá es una de las frutas de la región que ha cobrado relevancia en los últimos años. Aunque su lugar de origen aún es tema de debate, todo indica que esta especie nació en el extremo occidental de la cuenca del Amazonas. Las frutas, que cuando están maduras son amarillas y alcanzan hasta diez centímetros de diámetro, penden de un frondoso árbol de cuatro metros de altura. Al alba, los caminantes pueden identificar los árboles con el olfato, ya que su flor se abre en la madrugada, emitiendo un aroma similar al del jazmín. Ese magnífico olor ha propiciado algunas investigaciones, todavía incipientes, para la elaboración de perfumes en la industria cosmética. El fruto, ácido y carnoso, es altamente perecedero, por lo cual es necesario procesarlo rápidamente después de cosechado. Esa es la razón por la que es más común encontrarlo convertido en jaleas, mermeladas, vinos y tortas, o simplemente deshidratado, aunque en los mercados de la región se venda fresco, en jugos y helados. De la mano del arazá viene abriéndose camino el copoazú, conocido también como cacao amazónico. Es originario de la Amazonia oriental y se usa para hacer jugos, refrescos, helados, compotas, yogurt y licores. Gracias al alto índice de proteína y grasa de las semillas, se elaboran con ellas manteca y tabletas de cupulate, un producto similar al cacao, pero de color blanco. Su pulpa es blanca y muy gustosa. Unas más dulces, otras más ácidas, unas llenas de brillo, otras más opacas; redondas, ovaladas, de piel suave o áspera: una multiplicidad de características es

asignable por separado o en conjunto a las especies frutales que se explotan o cultivan en esta zona de Colombia. Entre ellas, sin duda, una de las más llamativas es el aguaje, conocido también como carandai-guazu, ideuí, canangucha o cacangucho, chomiya, moriche o morete, como llaman en el Amazonas ecuatoriano a esta palma. El fruto es una drupa alargada de entre cinco y siete centímetros, con una cáscara escamosa muy texturizada, de color rojo oscuro o vino tinto que contrasta con el naranja intenso de la pulpa. Su sabor es agridulce, pero suave; y aunque se puede encontrar disponible durante todo el año, es en el segundo semestre cuando se ve de manera abundante. Se da en medio del moriche, la palma más común en las cuencas del Orinoco y el Amazonas. Otras frutas son muy apreciadas por su alto valor nutricional. Es el caso del asaí o açai, al que los indígenas atribuyen poderes curativos, por lo que lo llaman el “fruto de la vida” o “leche del Amazonas”. El fruto es una drupa esférica roja oscura, casi negra, que se da en racimos que cuelgan de una palma que alcanza a medir casi los veinticinco metros de altura. Tiene un contenido de hierro y tiaminas superior a la mayoría de frutas tropicales. Como el poderoso antio- Copoazú xidante que es, protege las células, Theobroma grandiflorum actúa contra los radicales libres y reduce los riegos de desarrollar enfermedades del corazón, diabetes o cáncer, según lo demostró un estudio realizado por un equipo de científicos de Texas publicado en el Journal of Agricultural and Food Chemistry. Menos exótico para el habitante del interior, pero también con un altísimo nivel nutritivo, está el chontaduro, que en la palmera o en la carretilla exhibe una belleza escandalosa, gracias a la gama de tonos de su piel, que van del amarillo al naranja encendido. Los racimos pueden tener hasta ciento cuarenta drupas de carne seca pero gustosa que normalmente se cocina en agua con sal antes de comerse. El chontaduro, además, es procesado para obtener harinas que sirven como in-

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Asaí Euterpe precatoria

sumo de panadería y pastelería, y para la elaboración de salsas y mermeladas. Recientemente, investigadores del Centro Internacional de Agricultura Tropical, en Palmira (Valle), descubrieron que esta fruta contiene cristales de germanio, oro y platino que sirven para estimular el sistema inmunológico. Más allá del altísimo valor nutricional de la fruta, es una de las plantas que ofrece mayor aprovechamiento, debido a los múltiples usos que tiene cada una de sus partes: con las hojas se hacen techos, los tallos son usados en construcción para hacer pisos, parqués y paredes “de chonta”, y de la semilla se extraen aceites.

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En la región comprendida por el Amazonas y el Orinoco es fácil enmudecer ante el espectáculo permanente de la naturaleza. Sorprenden la fuerza de los ríos que la enmarcan, la riqueza botánica de las sabanas, los bosques y las selvas; su olor particular, la diversidad de especies animales que anidan en las copas de los árboles, trepan por sus tallos o se alimentan en las raíces. Aunque menos extensa en número, la variedad frutal de la región enriquece el paisaje con sus formas extraordinarias, con texturas inusuales, colores y sabores intensos que le imprimen tonos y acordes dulces a esta obra maestra de la Madre Tierra.

Frutal e s

En letra cursiva Lo más provechoso de esta variedad de frutales es que a muchos se los disfruta no solo por sus exquisitos sabores, sino por la cantidad de nutrientes que presentan. Más aún, varios de ellos se utilizan en la medicina tradicional. Tal es el caso del asaí o manaco (Euterpe precatoria), una arecácea que comparte la familia botánica de las palmas con el chontaduro (Bactris gasipaes), el seje o milpes (Oenocarpus bataua) y el moriche o canangucha (Mauritia flexuosa), este último caracterizado por la gran cantidad de nutrientes incluidos en su fruto. Asimismo podemos encontrar apocináceas como el juansoco (Couma macrocarpa), utilizado contra males estomacales; la cocona (Solanum sessiliflorum), una solanácea utilizada como antidiabético, y el camucamu (Myrciaria dubia), el cual comparte la familia botánica de las mirtáceas con el champe o guayabo anselmo (Campomanesia lineatifolia). Para el caso también encontramos ciertas lecitidáceas como el muco o maraco (Couroupita guianensis), utilizado para combatir inflamaciones, la hipertensión y diferentes dolores musculares. Este último ejemplo también se caracteriza por el llamativo color de sus flores, que hacen que la planta sobresalga por su uso ornamental en ambas regiones. Algo similar ocurre con la mayoría de pasifloráceas o flores de la pasión, entre ellas la badea

(Passiflora quadrangularis), así como con el carambolo (Averrhoa carambola), una oxalidácea, el guayabo coronillo o níspero (Bellucia grossularioides), una melastomatácea, y el copoazú o cacao amazónico (Theobroma grandiflorum), que comparte la familia botánica de las malváceas con el zapote o chupachupa (Matisia cordata). También algunas frutas se distinguen de por sí por su aspecto ornamental, como es el caso de algunas clusiáceas, como el mangostino (Garcinia mangostana) o el madroño (Garcinia madruno). Con un fruto caracterizado por el grosor de sus espinas ornamentales se puede mencionar al anón amazónico (Rollinia mucosa), una anonácea, y por lo verde e irresistible también se caracteriza el aguacate (Persea americana), una laurácea. Como ejemplo de llamativa legumbre está el fruto del guamo (Inga edulis), una fabácea.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Arecáceas

Bactris gasipaes

Chontaduro, pijiguao

Alimento, producción de palmito, utilizado en construcción

Arecáceas

Euterpe precatoria

Asaí, manaco

Gran porcentaje nutricional, medicinal contra el dolor muscular y las mordeduras de serpiente

Arecáceas

Mauritia flexuosa

Moriche, canangucha, aguaje

Maderable, alimento con alta cantidad de nutrientes

Arecáceas

Oenocarpus bataua

Seje, milpes, milpesos

Construcción y alimento

Anacardiáceas

Anacardium occidentale

Marañón, merey

Medicinal, alimento con alto contenido proteico, y ornamental

Apocináceas

Couma macrocarpa

Juansoco, avichure

Alimento, madera de buena calidad para construcción. Su látex se utiliza contra males estomacales

Bromeliáceas

Ananas comosus

Piña, piña de borugo

Alimento, ornamental y con propiedades antihelmínticas (contra lombrices parásitas)

Euforbiáceas

Caryodendron orinocense

Cacay, inchi, tacay

Maderable, alimento

Sapotáceas

Pouteria caimito

Caimito, caimo

Medicinal, ornamental

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Dos

por uno

El marañón es de las pocas plantas frutales que se dan sin mayor dificultad en la región amazónica. Tiene la particularidad de que su fruto consta aparentemente de dos partes: una carnosa de aspecto alargado, similar al del pimentón, que corresponde al pedúnculo, con la que se hacen mermeladas, conservas, dulces, jaleas, gelatinas, vino, vinagre, jugos y helados; y el fruto propiamente dicho, que es una drupa (la nuez de marañón que conocemos) en forma de riñón y de color grisáceo. Aunque de la pulpa pueden hacerse varios productos, es mucho más apetecida la nuez, ya que tiene muy buena demanda en el mercado y es relativamente duradera. La semilla es muy apreciada por sus propiedades nutricionales; además se utiliza en repostería y muchos nutricionistas recomiendan incluirla en la dieta alimentaria.

Camucamu Myrcia dubia

M e r m e l a da

d e c o c o na

La cocona tiene un sabor particular, con notas amargas y un ligero aroma a tomate. En la región del Amazonas se usa para fabricar dulces y encurtidos. Para hacer mermelada se emplean la pulpa de la fruta, azúcar y limón. Mida una cantidad de azúcar igual al peso de pulpa que va a usar. Exprima limones diez gramos de zumo. En una olla ponga a calentar la pulpa con el diez por ciento del azúcar y el jugo de limón. Revuelva lentamente a fuego medio y añada poco a poco el resto del azúcar hasta conseguir una textura espesa. Deje enfriar a temperatura ambiente y después consérvela refrigerada.

Machichi Cucumis cf. anguria

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Frutal e s

Morichal

amigo

No son pocas las canciones que los llaneros le han compuesto al moriche (Mauritia flexuosa), la palma principal del Llano, de la que muchos comen directamente sus frutos, ricos en proteínas, grasas, vitaminas y carbohidratos. Este joropo es del compositor Reinaldo Armas: Se marchó la que tanto idolatraba se marchó sin siquiera un hasta luego y quién sabe si esta vez fue para siempre es posible que me maten sus recuerdos Morichal, morichal de mi llanura compañero de la luna y el lucero si la viste dime el rumbo que llevaba ella tiene que saber cuánto la quiero Se fue sin decirme nada ni siquiera un hasta luego dime el rumbo que llevaba morichalito llanero Es que tengo que buscarla pero encontrarla me desespero ahora tengo que partir si es de morir por ella muero […]

Chontaduro Bactris gasipaes

F ru ta s

Zapote Matisia cordata

c o n pa s a p o rt e

Los frutos tropicales usualmente son sensibles a las temperaturas bajas. Expuestos a ellas, las posibilidades de experimentar daños irreversibles que comprometen la membrana celular aumentan. Con la idea de fortalecer la presencia de algunos frutos de la Amazonia y la Orinoquia colombiana en el mercado internacional, actualmente se adelantan estudios acerca de las características de maduración y los requerimientos de conservación. De esa manera se pueden establecer las temperaturas críticas de almacenamiento, la sensibilidad al frío y el manejo posterior a la cosecha para prolongar la vida útil del producto.

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Prodigiosas y amargas

n el vientre de la selva amazónica decir quina, caucho o coca es como invocar fiebre, alucinación y muerte. Estas palabras precipitan historias de hombres que rompieron la virginidad de la manigua para conseguir cortezas, leches y polvos que los harían ricos. Los que las narran son indígenas y mestizos que cohabitan desde hace siglos en una masa verde, oscura, cerrada, donde el agua brota por la piel de la tierra, de los árboles y de los hombres. Una vieja leyenda peruana dice que el indio Pedro de Leyva, atormentado por la sed propia de las fiebres tropicales que lo quemaban de adentro hacia afuera, bebió agua en un remanso custodiado por árboles de quina. Sintiéndose aliviado y atribuyéndoselo a propiedades de esta planta, el joven experimentó con bebedizos que también curaron a otros enfermos. La Fértil para que de sus suelos nazca noticia pasó de indios a caciques, de caciques a corregidores, una vegetación abundante, esta región de corregidores a jesuitas, y de estos a Francisca de Rivera, es también fértil en historias y leyendas. esposa del virrey del Perú y condesa de Chichón. Aquejada de Historias amargas y prodigiosas como estas tembladeras y vómitos palúdicos, bebió Francisca infusiones de la corteza de aquel “árbol de las calenturas”, y una vez recobró la salud propagó el milagro de su curación por América y Europa. Corría la tercera década del siglo xvii. A la kiua-kina, como llamaban los quechuas a la quina o cascarilla, los romanos la llamaron “polvo de cardenal”; los españoles, “polvos de la condesa”, y los franceses, “polvos de los jesuitas”, pues estos la introdujeron en Francia, donde los químicos Pelletier y Caventou extraerían en 1820 la quinina, un alcaloide que se consideró como el infalible remedio para las fiebres palúdicas. A mediados del siglo xviii, cuando Carlos Linneo la clasificó como Cinchona officinalis L. en honor a la condesa,

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L e y e n das

Yagé negro Banisteriopsis caapi

Coca Erythroxylum coca

Caucho Hevea brasiliensis

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Mambe recién colado y frasco del ambil

la quina valía lo mismo que el oro. Ya entonces cientos de expedicionarios penetraban en la Amazonia para arrancar la corteza de los árboles y mandarla a Europa, donde terminaría, entre 1850 y 1882, convirtiéndose en el producto más preciado de ultramar, pues tenía el valor agregado de una madera buena y duradera. Una vez agotada la quina en las laderas de la cordillera Oriental, los empresarios abrieron frentes hacia el sur, el oriente y el occidente. Tomaron los ríos Caquetá y Putumayo como vías hacia el Amazonas y expandieron las fronteras de su ambición hasta donde las aguas los llevaran. Cada árbol era derribado por tres peones que le desprendían la corteza a cuchillo, luego pasaban horas vigilando su secado bajo el fuego y después la cargaban en sus espaldas hasta Puerto Sofía, de donde era embarcada hacia Manaos. Miles de quineros —guías, bogas, cargueros, cocineros, macheteros— murieron en plena selva en la faena de despojar a los árboles de quina de su abrigo natural: la corteza salvadora en todo tiempo, en todo lugar.

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Por los ríos y los mares no solo se iban las cortezas: también semillas y plántulas viajaban en el equipaje de botánicos, naturalistas, exploradores y aventureros de diverso origen. Una vez prosperaron los primeros cultivos de quina en Java y Ceilán, la demanda por la quina amazónica disminuyó. Para 1884, de los establecimientos quineros solo quedaban ruinas: barcos a vapor varados en las orillas, campamentos desolados, pueblos indígenas diezmados, la selva rota. A esos árboles de quince metros, copas apretadas como coronas de gigantes en medio de la selva, espigas rojizas y cortezas cargadas de la quinina prodigiosa como febrífugo, tónico, antiséptico y astringente, ya nadie los buscaba. Mas los aventureros ya escrutaban la selva en pos de otros troncos: los que vertían lágrimas blancas y espesas al ser heridos con cuchillo. Al caucho natural lo codiciaban, desde comienzos del siglo xix, los empresarios de la llamada Segunda Revolución Industrial. En 1823 el escocés Charles Mackintosh fabricó la primera gabardina impermeable; en 1839 Charles Goodyear descubrió el proceso de vulcanización mediante el cual el caucho se hace inmune a los cambios de temperatura; y en 1888 inventaron las llantas de goma. El auge de la fabricación de bicicletas y de automóviles provocó una competencia desenfrenada por conseguir caucho en la gran despensa selvática. La Amazonia era la única fuente de caucho natural del planeta. Tal y como había descubierto Charles Marie de La Condamine en su expedición por el Amazonas en 1740, esta selva era la madre de treinta y dos especies de Hevea, siringa o caucho. Así, en la manigua se puso en ejecución una compleja red para extraer y distribuir el látex. Las llamadas “casas mayores” adelantaban dinero a empresarios que se aventuraban en la selva con el compromiso de regresar cargados de caucho. Los empresarios a su vez prestaban dinero a los patronos o siringalistas, que se entendían directamente con los trabajadores. También a estos últimos, los siringueros, los patrones les adelantaban alimentos, herramientas, medicamentos y algunas baratijas. En Colombia las casas mayores plantaron caseríos en las tierras ancestrales de más de veintiséis etnias dispersas en las tierras bañadas por los ríos Igaraparaná, Caraparaná, Napo, Vaupés, Amazonas, Apaporis

L e y e n das y Caquetá. Los indígenas, convertidos en mano de obra esclavizada, vivían en ranchos a la vista de los patrones. Antes de la primera luz partían en busca del que ellos llamaban Caoutchoucl, árbol que llora. En los primeros años, los trabajadores trepaban hasta la copa de los cauchos negros (Castilla sp.) y arriba, en la raíz de los cogollos, los herían para que sangraran. Pero este método era poco eficiente si se comparaba con el rendimiento producido por los ejemplares de Hevea brasiliensis, que manaban como ríos. Entonces se obligó a los indígenas a derribar los árboles con hacha y a cortarles profundamente las cortezas y así hacerlos llorar copiosamente. Como es lógico, en pocos años la Castilla sp. se agotó y los caucheros tuvieron que buscar nuevas tierras entre los ríos Caquetá y Putumayo, donde recurrieron a las formas más atroces de explotación. En su novela La vorágine José Eustasio Rivera hace decir a un siringuero: “En el desamparo de las vegas y estradas, muchos sucumben de calentura, abrazados al árbol que mana leche, pegando a la corteza sus ávidas bocas, para calmar, a falta de agua, la sed de la fiebre con caucho líquido; y allí se pudren como las hojas, roídos por las ratas y las hormigas”. Mientras cientos de indígenas y mestizos morían en las selvas vencidos por las plagas, las enfermedades que se propagaban de puerto en puerto y la saña de unos patrones que soñaban con construir palacios en Europa, Henry A. Wickham recolectó setenta mil semillas que dieron frutos en Ceilán, India, Birmania, Java, Sumatra, Borneo, Malasia, Costa de Oro, Australia, Jamaica, Centroamérica y las Guyanas. Para 1930 la Amazonia ya solo aportaba el dos por ciento del caucho comercializado en el mundo, lo que significó el fin del negocio para los magnates locales, que se retiraron dejando solo destrucción. La coca es planta prodigiosa y sagrada que sobrevive en el Amazonas, junto al yagé que es parte arraigada de muchas etnias y que no ha sido tocado por la peste del comercio ilícito. Quizás como ninguna otra planta selvática, el yagé, ha sido buscado y estudiado por muchos botánicos, Richard Evans Schultes entre ellos, quien produjo el que se considera el libro más completo, Plantas de los dioses, sobre este y otros mediadores entre la tierra y los espíritus de los indígenas.

Todas las mañanas y todas las noches los hombres tienen encuentros íntimos con la coca, que es mujer. Antes de que el sol despunte caminan hacia la chagra donde la cultivan y antes de repasar los tallos delgados y de revisar las pequeñas hojas verdes le piden permiso para tocarla. Todas las noches, cuando ya la luna arroja luz sobre la selva, secan las hojas sobre grandes cayanas puestas al fuego mientras le cantan; luego las maceran en el fondo de un pilón, donde las mezclan con ceniza de yarumo, todo el tiempo cantando; y por último ciernen el polvo hasta dejarlo tan suave como si fuera un talco verde oliva. A la coca, Erythroxylum coca para los botánicos y kuka para los quechuas, una vez convertida en mambe la acarician, le cantan, le preguntan y se la llevan al vestíbulo de la boca con una cucharita de madera. En ese seno cálido y húmedo, el mambe libera todo el poder de la coca sobre quien la masca: se le agudiza el pensamiento, se le esfuma el cansancio y “amanece la palabra”. El que habla es el cacique mayor de los huitoto. Lo hace en lengua indígena, mientras los demás hombres, sentados en un semicírculo que se extiende a diestra y siniestra del mayor, escuchan con la cabeza baja, sentados —casi acuclillados— en banquitos de madera. Casi siempre Yagé amarillo el cacique relata leyendas que reafir- Banisteriopsis caapi man la cosmogonía de su universo. Cuenta que una niña iba creciendo y “cuando estuvo grandecita fue con la mamá a la chagra. Una vez que llegó allí se sentó sobre un palo, se sacudió la cabeza y dejó caer unos cabellos. Así sembró la coca. La niña sabía que eso le faltaba a su padre... Fue de esta forma como nació la coca, por eso nosotros la cuidamos como cuidar a una hija”. Los demás huitotos emiten sonidos guturales en señal de aprobación. La coca es la hija, la hermana, la mujer, la madre que acerca a los hombres, a los espíritus de los sabios que “ya descansaron” y ahora viven en el corazón de los árboles, en el pecho del tigre y en piedras que protegen los lechos de los ríos. A través de la coca los indígenas

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Maloca en el Amazonas Epicentro de la cultura

piden sabiduría para escoger mujer, para encargarles los hijos a las garzas, para que la cacería traiga borugas y cerdos de monte, para que el tabaco sea poderoso, para que la sanación de un enfermo sea posible. También piden conocimiento y destreza para alejar a los nuevos explotadores de la selva que llegaron hace unos treinta años y que ellos llaman mafiosos. A secas. Los mafiosos convirtieron grandes extensiones de selva en plantaciones ilegales de coca. Una vez cosechan sus hojas mediante el trabajo de indígenas y mestizos llamados raspachines, obtienen, a través de dispendiosos procesos químicos descubiertos hace más de un siglo, un alcaloide de los catorce que posee la planta, estimulante del sistema nervioso central, supresor del apetito y anestésico altamente adictivo, denominado benzoilmetilecgonina o simplemente cocaína. Cada año la Amazonia y la Orinoquia producen en suma noventa y cuatro toneladas métricas de base de coca que alimentan el mercado mundial

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de las drogas ilegales, del que Colombia es todavía el principal proveedor. En las calles la cocaína se vende en forma de un polvo blanco, cristalino y muy fino que los consumidores esnifan por la nariz o mezclan con agua para inyectarse por las venas. También se ofrece como piedras amarillosas listas para fumar en pipas. Por la cocaína, la Madre Tierra ha sido violada una vez más: destrucción de las aguas y de los bosques de donde proviene la armonía del universo selvático; guerra abierta entre guerrillas, paramilitares y ejército por el control de un territorio “próspero”; profanación de la planta sagrada del universo andino; y más. Por lo que se ve y por lo que está velado a los ojos de los hombres, en las malocas del Amazonas se escucha a medianoche un canto. Son los hombres que piden a los espíritus de la selva valor para resistir, tal y como son, en la tierra de la que brotaron; la misma donde nació un arbusto de ramaje delgado, flores blancas, frutos rojos y hojas de un verde intenso al que le deben la fuerza para seguir existiendo.

L e y e n das

Yagé Banisteriopsis caapi

En letra cursiva Entre las numerosas especies botánicas de la Amazonia y la Orinoquia se han destacado algunas por su demanda comercial, como la coca, la quina y el caucho; cada una de ellas apetecida por diferentes razones y cada una con su historia particular. En estas regiones la coca hace referencia a Erythroxylum coca, pero más hacia el norte de Colombia la especie tiende a ser Erythroxylum novogranatense, ambas pertenecientes al mismo género Erythroxylum de las eritroxiláceas. Tienen tan pocas diferencias morfológicas, que eran consideradas una sola. Por su parte, la quina o cascarilla (Cinchona officinalis) pertenece a las rubiáceas. Entre 1850 y 1882 la quinina, extraída de la corteza de los árboles de quina, fue el principal compuesto vegetal utilizado para combatir la malaria. Además, del mismo árbol se extraía una madera resistente, ideal para la construcción. Ante la sobreexplotación, la quina es ahora casi inexistente, como lo comprobaron las expediciones de Colección Savia en el terreno. Las drogas sintéticas y otros árboles maderables desviaron la atención de los cortadores de quina y su sobreexplotación se detuvo. Con la baja demanda de la quina, muchos de sus comercializadores se vieron atraídos por el apogeo del caucho.

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El árbol del caucho, hule o siringa (Hevea brasiliensis) hace parte de las euforbiáceas, distinguidas por la producción de látex de la gran mayoría de sus especies. Aunque el caucho también es producido por otras especies de Hevea, la Hevea brasiliensis se caracteriza por su látex abundante. Antes de conocer el buen rendimiento de los árboles de Hevea brasiliensis, los caucheros extraían el látex de árboles de Castilla sp., perteneciente a las moráceas. Este caucho era denominado caucho negro. El caucho de Hevea brasiliensis fue tan apreciado, que entre 1879 y 1912 los cultivos de esta especie imperaron en el Amazonas. El yagé (Banisteriopsis caapi), no ha sido tocado por la comercialización, y sigue siendo parte de los rituales sagrados de numerosas etnias en toda la cuenca del Amazonas.

R i t ua l

masculino

La recolección de hojas de coca es para los pueblos indígenas del Amazonas una tarea eminentemente masculina. El secreto para que su poder y sabor perduren por más tiempo consiste en procesarlas a diario una vez acopiadas. Las hojas se tuestan largamente sobre una pieza circular, trabajo que sí puede realizar una mujer. Una vez las hojas frescas se secan y toman un color café oscuro, están listas para ser pulverizadas en un gran mortero, otra de las labores que solo los hombres de la tribu pueden acometer. Las hojas pulverizadas se mezclan con la ceniza alcalina que se obtiene de la quema de árboles como el guarumo, también conocido como serico o imbauba (Cecropia sciadophylla), o la uvilla o uva silvestre (Pourouma cecropiifolia). Al anochecer, la maloca resuena con el monótono sonido de la mano de moler, acompañado a menudo por los cantos del payé o curandero, o de otro miembro prominente de la tribu, quien recitará durante la preparación del polvo de coca relatos mitológicos sobre el origen del mundo.

Caucho Hevea brasiliensis

Regresa

e l cau c h o

La Orinoquia es la nueva morada para el caucho. Según investigaciones del gobierno nacional, cinco millones de hectáreas son aptas allí para la producción de caucho natural. Ya hay sembradas trece mil hectáreas y los científicos trabajan en la identificación y selección de un germoplasma que se adapte a las temporadas de lluvia y de sequía propias de la región. Según las proyecciones de los empresarios, la Orinoquia puede producir las treinta y dos mil toneladas que se emplean en la industria nacional y de las que hoy se importan treinta mil. En pocos años los cultivos de caucho se extenderán por las sabanas y llanuras y provocarán una nueva bonanza. A los llanos llegaron los siringueros a hacer llorar los árboles, pero también a recordarnos que esta es una oportunidad para que el cultivo del caucho sea sinónimo de investigación, empleo digno y respeto por la naturaleza. Pilón de palosangre para preparar el mambe

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L e y e n das

La

f i e b r e d e l cau c h o

“¡Ah selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde?”, se lamenta Arturo Cova, el trágico protagonista de La vorágine, uno de los clásicos de la literatura colombiana, justo en el momento en que emprende la búsqueda de su Alicia, extraviada como él en la inmensidad de la manigua. Para escribir este viaje sin retorno, José Eustasio Rivera, su creador, hizo acopio de sus vivencias cuando trabajaba en la Cancillería como secretario abogado de la Comisión Limítrofe Colombo-Venezolana. En sus travesías por la selva amazónica y la Orinoquia el escritor huilense corroboró las duras condiciones de vida de los colonos e indígenas, que eran esclavizados para la extracción del caucho a manos de “los amos de horca y cuchilla”.

N u e va

q u i na

Decenas de científicos trabajan para recuperar las dieciocho especies del árbol de la quina. Semillas identificadas en las selvas vírgenes y fértiles de la región de Cajamarca, Perú, dieron origen a las primeras resiembras. Se sabe que una vez los frutos del árbol de la quina se abren, las semillas se dispersan. Por eso, en los cultivos controlados las semillas se obtienen por medio de cañas telescópicas. Deben resembrarse con la técnica del voleo sobre tierras firmes y apisonadas. Quince días después de la siembra, ya son plantas en proceso de levantarse y echar raíces. Cuando alcanzan cinco centímetros de altura, los arbolitos son pasados a viveros y, dos años después, trasplantados a terrenos ricos en calcio. Para algunos gobiernos de la región recobrar la producción de quina es un compromiso con la humanidad, pues la malaria, llamada también paludismo o fiebre tropical, sigue causando la muerte en promedio en los últimos siete años a setecientas setenta mil personas.

Persistencia

d e l a c o ca

Para muchos pueblos indígenas colombianos la hoja de coca es alimento, medicina y ritualidad. Por eso han luchado para conservar, al lado del maíz, el tabaco, la yuca y las hierbas aromáticas, pequeñas plantaciones de coca para el abastecimiento de sus comunidades. Los adultos en los pueblos indígenas afirman que de la hoja de coca se puede extraer harina para hacer galletas, tortas y espaguetis; que levanta el ánimo, controla la ansiedad, armoniza las emociones y permite la comunicación con los espíritus de los mayores; que da esencias para cocteles y bebidas energizantes. Y también insisten en que ella, que es su madre, sea declarada patrimonio colectivo de los pueblos andinos y amazónicos que garantiza su supervivencia como pueblos ancestrales.

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Quina Cinchona officinalis

De potrero a jardín botánico

e la ganadería que hubo hace más de diez años, cuando llegaron a comprar este lugar, solo sobrevivía un puente intacto hecho de madera imperecedera, de mata mata, y restos de establos y potreros que lucían devastados como corresponde a lo que fue selva y se erosionó para alimentar vacas y cerdos. La familia Clavijo-Pardo quería emprender este camino porque está unida al Amazonas como pionera de la avicultura allí, y a su hijo Rafael, nacido en Leticia y criado en el campo, le fue familiar hablar de reforestación con los que buscaban gallinaza. Oía que al cedro si no se sembraba en sotobosque, le nacía un hongo que se comía el tronco por dentro. Y así muchos secretos. Y años después, con su carrera como publicista y su especialización en gerencia de marcadotecnia en Australia, se devolvió a su Leticia natal, cuando su Mundo Amazónico se llama este paraíso mamá Ana María se empecinó en hacer de las veintinueve cerca de Leticia rescatado con amor y con hectáreas que adquirieron en el 2005 un gran cultivo de ma- pasión y puesto al servicio del respeto derables y frutales nativos. y de la reproducción de la diversidad Rafael Clavijo y su mujer Milena Mayorga conocieron en Australia, donde eran profesionales establecidos, un parque de frutas tropicales y se imaginaron cómo reaccionarían los visitantes que se extasiaban ante la papaya y el maracuyá, cuando conocieran el umarí, la canyaraná, el copuí, la cocona o el macambo. Aceptaron devolverse en el 2009 a acompañar este plantío de maderables que comenzó con quinilla, cedro y capirona, que sembrados a diez metros como se requiere, necesitaban de cultivos asociativos, única manera de que prospere algo vegetal en el Amazonas. Así intercalaron los frutales de copoazú, azaí y aguaje, de los cuáles podían establecer plántulas cada tres metros. Pero todavía había que evitar

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Mun d o Ama z ón ico e n L e t ic ia

Sendero al jardín Cerca a Leticia, todo el mundo de la Amazonia

Ortiga

Aulas botánicas Los niños de la zona se instruyen aquí

Urera sp.

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Hoja santa Kalanchoe pinnata

Coquillo o abarco Couratari sp.

Coronillo Bellucia pentamera

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Mun d o Ama z ón ico e n L e t ic ia

Árbol del Espíritu Santo, chingale, machaco Jacaranda copaia

que los bejucos y las epífitas llenaran todos los espacios y a ese cultivo intuitivo que se hacía con un solo ayudante prestado de la avícola, sin vivero ni zona de aclimatación, llegaron las plantas ornamentales y así aparecieron las colecciones. Estas veintinueve hectáreas quedan a solo quince minutos de Leticia y pasaron en el 2005 de la deforestación del ganado a ser el Centro Etnobotánico del Amazonas con el nombre de Mundo Amazónico. La obstinación de Rafael Clavijo, su mamá y su mujer hicieron que la jungla recuperara sus dominios pero con la organización de ellos tres y una sola visión “aprender para no perder la biodiversidad del Amazonas”: en el 2011 abrieron al público este Jardín botánico soñado y su proyecto de empresa ecológica educativa ha recibido premios y reconocimientos internacionales: Excelencia Tripadvisor 2013 y una de las mejores cincuenta empresas sostenibles de Colombia. Cultivan ciento noventa y ocho especies endémicas taxonómicamente identificadas que junto a las demás especies establecidas forman una colección de más de trescientas entre las muchas más que no han sido identificadas y que dividieron en jardines especializa- Cúrcuma dos. Esto sirve de escenario para Curcuma sp. visitantes e investigadores que han crecido de seiscientos el primer año a mil seiscientos el segundo y a tres mil seiscientos el tercero, en una expansión que fue certificada como empresa sostenible en un portafolio internacional. Las dos comunidades vecinas: los ticuna del kilómetro 6 y los huitoto del 7, fueron sus grandes aliados para esta construcción de una comunidad ecológica. Los techos tejidos en hoja de caraná son hechos por ellos y en todos los espacios y hasta en la maloca se usó esta madera. Hoy representantes muiname, bora, huitoto, kokama y ticuna, conforman el equipo de diez personas que trabajan allí. Conviven a su vez con al menos un investigador en pasantía, sea del Sena, de la universidad Nacional de

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Tienda de objetos indígenas Aquí se venden artesanías de varias etnias de la región

Leticia o de la de Bogotá, o de la Javeriana que viene a este hábitat como práctica. Para ellos y para los turistas, Mundo Amazónico tiene un campamento cómodo donde entran en contacto íntimo con la selva y pueden hacer avistamiento de fauna en la madrugada. Pero no solo se trata de rescatar especies que están en extinción como un maderable endémico llamado achapo, o una bromelia muy selvática cuya escasez está censada; también han logrado devolver el corredor natural de fauna que es este lugar para el mono boca de leche, el aotus —o mono nocturno— los tucanes y otros animales que les llegan porque Corpoamazonia los tiene como una zona de rehabilitación de la fauna salvaje decomisada. Su labor ambiental les ha dado un lugar en el Comité de Educación Ambiental del Amazonas por-

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que cada semana reciben al menos tres grupos de escolares que llegan a hacer talleres allí, hacen bioconstrucción con ladrillos ecológicos y son los entusiastas que llevan sus botellas plásticas rellenas como aprendieron para ser utilizadas en edificaciones, a los dos centros de acopio que Mundo Amazónico tienen en Leticia. El aula está construida asimismo con botellas recicladas y los niños y adolescentes preguntan aquí igual por la composición del suelo selvático que les muestran en un terrarium alusivo o por los peces endémicos que están en el acuario Etuena. Los nombres y el uso de cada planta queda grabado por su propia experiencia en estos escolares que pasan sus mejores horas aquí. Cuando los planteles no tienen recursos, una embotelladora de gaseosas local los financia, porque es su aliada estratégica.

Mun d o Ama z ón ico e n L e t ic ia

Juansoco, Surba Couma macrocarpa

Sendero a las aromáticas En medio de las ornamentales

Rafael Clavijo demuestra su satisfacción cuando ofrece aguas aromáticas de campisanto o de sidrera, endulzadas con estevia, que huelen y saben a lo desconocido y curativo que alberga la selva como una enciclopedia natural inconmensurable. Bajo el techo tejido en palma, los aparadores naturales guardan la despensa de hierbas y los asientos silvestres revelan sus colores y texturas. La masa vegetal ha crecido en torno a todo el jardín que es este rescate. Así se reposan los excursionistas que comprueban que lo que había sido arrasado, ahora es inabarcable. Es la demostración en directo de que nada es inútil ni caprichoso en esta diversidad a la que todo culto es insuficiente. Los conceptos educativos basados en la experiencia como etnobotánica o uso de las plantas; la interpretación ambiental; los procesos productivos ecológicos; el tratamiento de residuos; los escenarios culturales interactivos; la convivencia etnográfica con las distintas culturas amazónicas y el conocimiento de sus objetos decorativos y ceremoniales hacen de este Jardín botánico Mundo Amazónico una versión en nueva generación de una aula-jardín-laboratorio, que creció sin tener mucho más que pasión y respeto.

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Perfil

El

sabio

Hernando García Barriga A caballo en la selva del Putumayo, de Popayán a Mocoa, a los 22 años recibió el siempre magro y atento Hernando García Barriga, lecciones de taxonomía de su maestro W. A. Acher. Preguntaba en ese terreno inexpugnable, igual que en el cerro El Bita y en otros paisajes colombianos sobre el poder curativo de las plantas, el curare, el yagé y el yoco de primeros. Su longeva y activa vida le permitió recoger treinta mil colecciones que reposan en el Herbario Nacional Colombiano, con duplicados en el Instituto Smithsonian de Washington y en la Biblioteca de Harvard. Y escribió treinta y cuatro obras. Graduado del Colegio de San Bartolomé, bogotano nacido en 1913, vio transformarse con él la etnobotánica: la Escuela de

G arcía B arriga

Agronomía de Bogotá, de la que se graduó, se hizo Facultad de la Universidad Nacional, y a los 45 años él fundó el Instituto Botánico y el Herbario Nacional Colombiano. Dedicado a recorrer a lomo poblaciones del sur del país, uno de sus viajes tardó cuarenta y cinco días a caballo entre Villavicencio y Puerto Carreño, entre comunidades campesinas e indígenas preguntando nombres de plantas y uso curativo de ellas, lo que lo volvió una autoridad. Al punto que Richard Evans Schultes, llegado de Harvard para estudiar el caucho, tuvo en el profesor García Barriga, guía del Vaupés y el Amazonas a donde hicieron varias expediciones. En una de ellas, cerca de Mitú, García Barriga descubrió un árbol con desconocida inflorescencia blanca y llamó a su colega Schultes quien lo atestiguó y así, fueron muchas especies que García Barriga, descubrió y clasificó para el mundo. Su gran legado, Flora medicinal de Colombia, mil quinientas páginas y tres tomos publicado en 1974, tres mil ejemplares con apoyo de Colciencias, se agotaron de inmediato. En 1992 sus diez hijos financiaron la reedición ampliada con lo que afianzó en el mundo científico su estatura. Para esta segunda edición celebrada por Schultes y José Cuatrecasas en el prólogo, el autor dice de su tarea: “La ciencia no tiene estaciones para descansar en lo andado sino pequeños

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miradores para atalayar los caminos del futuro con las personales y ajenas experiencias que nos incitan a descubrir y declarar realidades cada vez más sugestivas”. Ese es su talante modesto, incansable. Él narra su encuentro con Schultes, sobre su manera de viajar: “El joven e ilustre visitante de Harvard se asombraba con mis primeros relatos sobre las experiencias gozadas y sufridas como colector de especímenes en el territorio de nuestras selvas, sobre los recorridos a través de sus caudalosos ríos interrumpidos por los peligrosos ‘raudales’ o ‘cachiveras’ que hacen la navegación con todos los materiales de trabajo como las prensas, papel periódico, formol, la comida, objetos personales cargados a la espalda en las idas y venidas”. Así fueron sus días al aire libre y, el resto, encerrado en laboratorios clasificando este tesoro colombiano que cura. Fue su guardián activo hasta sus últimos días. García Barriga, con cincuenta y nueve años de trabajo de campo y tras haber descrito el poder curativo de dos mil seiscientos plantas (desde la amapola al ajo) contribuyó a la formalización del estudio de la etnobotánica en Colombia, al crear el Laboratorio de Farmacología Vegetal, —Labfarve—. Enseñó a médicos de distintas facultades, fue invitado a Harvard como profesor, recibió el premio Alejando Ángel Escobar y fue miembro de la Sociedad Linneana de Londres. El género de asteráceas (Compositae) de la familia de las margaritas lleva su nombre Garciabarriagoa, todo lo cual no abarca el paisaje de su vida.

Epífitas Vegetales que se hospedan en otras plantas

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La Macarena, el mundo perdido

esde el aire, como emergiendo de la manta de niebla, parece un buque enorme de roca a punto de atracar en el puerto que le ofrece la cordillera Oriental de los Andes colombianos. Es un arca de piedra donde los pasajeros son osos negros, primates de varias especies, jaguares, tigrillos y pumas, tejones, perros de agua, reptiles, insectos multicolores y cientos de especies de pájaros, muchos de ellos aún sin clasificación. Es la sierra de La Macarena: un tepuy, formación geológica llamada así en lenguaje indígena arawak y que significa “morada de los dioses”. Y lo parece, porque estas formaciones típicas del Escudo de la Guayana, una de las agrupaciones de rocas más antiguas del mundo suelen ser tan inaccesibles, con sus paredes verticales adornadas de cascadas gigantes, que muy pocos han podido escalar hasta la cumbre para ver ese mundo La madre de la biodiversidad de Colombia perdido que sir Arthur Conan Doyle imaginó poblado aún está aquí. En esta serranía entre Orinoquia de dinosaurios. Si se mira un mapa de Colombia, La Maca- y Amazonia. Diez expediciones botánicas rena parece flotar sobre las planicies de la Orinoquia, justo no bastarían para contarla en su frontera con la selva amazónica, como si los pastizales mecidos por los vientos de la llanura la hubieran ido arrastrando hasta el borde mismo de los Andes, con los que geológicamente no está relacionada, ya que son como doce o más veces más jóvenes. Cuando La Macarena ya era roca del Escudo de la Guayana y se elevaba alta sobre el horizonte, la cordillera de los Andes era apenas un sueño de la geología, meros sedimentos que se acumulaban lentamente en el fondo del océano primigenio para levantarse, soberbios de juventud geológica, varios cientos de millones de años después, por cuenta del choque de las placas tectónicas que convierten las rocas en plástica materia.

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S er ran ía de L a M ac ar e na

Aguas cristalinas en La Macarena A veces teñidas por Macarenia clavigera

Vegetación en formación rocosa Pseudobombax septenatum

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Nosotros, los hombres, con nuestros afanes de colonos, de quemas, de cultivos de coca y marihuana; con nuestros afanes de guerra, de pregonar la patria que cada cual se imagina, desde la tribuna de estas lejanías, aunque llevamos años tratando de dominar la sierra, no somos sus dueños. Somos unos extraños que nunca terminamos de desempacar las maletas. Las verdaderas dueñas de La Macarena son las plantas, que suben como si fueran marineros por las jarcias de estas laderas imposibles, moldeadas por el cincel mil veces millonario de la erosión. La vegetación que arranca allá abajo, a los doscientos metros de altura so-

Docenas de ríos reparten nutrientes entre las rocas

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bre el nivel del mar, donde los pastizales se vuelven selva, va cambiando con la altitud hasta convertirse en la misteriosa cubierta de plantas enanas y resistentes que miran el mundo desde la cima de sus dos mil ochocientos metros de altura sobre el nivel de un mar que aquí no es de agua sino de clorofila en todas sus formas. Desde allá arriba, para los que puedan llegar, el paisaje debe quitar la respiración: la gigantesca sabana que al norte se mezcla con el cielo en el horizonte, tejida por los hilos destellantes de los grandes ríos de la Orinoquia que la cruzan como un sistema circulatorio por donde viaja el agua, la sangre de la tierra. Esta sabana

S er ran ía de L a M ac ar e na enorme, que se ve desde este balcón tan exclusivo, se fue formando por los sedimentos de millones de años que fueron cubriendo con paciencia geológica el Escudo Guayanés, una vieja familia de rocas que van entre los tres mil quinientos y tres mil seiscienos millones de años de antigüedad, del que forma parte La Macarena. Al sur, el verde pasto de las llanuras se convierte en el verde cromo de la selva amazónica, encrespada de follajes en su dosel de árboles colosales. No es fácil imaginarse cómo quedó ahí, solitario, este testigo de roca de seiscientas treinta mil hectáreas de extensión, ciento treinta kilómetros de longitud de norte a sur y treinta y cinco kilómetros de oriente a occidente. Cuentan los geólogos que el viejo Escudo de la Guayana, una suma de rocas del Precámbrico, las rocas más viejas de la Tierra, tenía una capa gigante de rocas sedimentarias que formaban una meseta que se fue erosionando durante cientos de millones de años hasta dejar algunas islas resistentes, los tepuyes que adornan a Venezuela, Brasil, las Guayanas y Colombia. Esta maravilla de la naturaleza está ubicada en el extremo suroccidental del departamento del Meta y comprende áreas de los municipios de La Macarena, Mesetas, Vista Hermosa, San Juan de Arama y Puerto Rico. Harían falta como diez expediciones botánicas para dar cuenta de la biodiversidad de la sierra de La Macarena, de la vegetación casi que aérea de la cumbre fría, de la de las laderas rocosas, donde quién sabe qué plantas han encontrado cómo vivir, pues parece imposible. Solo el río Caño Cristales, una maravilla de la tierra, con sus plantas que pintan de colores el agua que se descuelga por las capas de pizarras y areniscas, se ha dejado llevar por el mundo en fotografías. Los pocos que han llegado con sus morrales, sus cámaras e ilusiones, han podido encontrar un verdadero mundo perdido, donde las especies endémicas apenas si son una muestra ínfima de lo inexplorado, de lo que se podría encontrar si se pudiera recuperar para el mundo este laboratorio natural de la sierra de La Macarena. La lista del herbario de este mundo perdido es enorme, a pesar de la escasez de exploraciones. La flora del parque de la sierra de La Macarena contiene tres biomas de selva húmeda higrofítica: piso térmico cálido, bosque húmedo templado y bosque frío. Los dos

últimos se desarrollan en una topografía tan abrupta, que se conoce muy poco de ellos. Los pocos que han llegado allá arriba han reportado musgos y epífitas, encenillos y algunas plantas carnívoras que harían las delicias del cine de terror. El viento que azota la cima de la sierra, la poca capa vegetal que se acumula, el frío y la falta de suelo normal por la aridez de las rocas, ha hecho que las plantas resuelvan su almuerzo no en la mesa de los minerales sino en la de los insectos. ¡Qué de jugos exóticos y tramposos como la miel nos podría enseñar una sola de estas plantas carnívoras! Pero este mundo de más allá de la capa de niebla es casi un misterio. Lo que más se conoce es la selva húmeda de piso térmico cálido, donde los bosques son densos y perennes, con un dosel entre los treinta y los cuarenta metros de alto. Por su culpa entre diciembre y enero, se da un otoño no imaginado en estas latitudes tan ecuatoriales, cuando las hojas caen como lluvia del dosel, sobre un sotobosque muy variable de arbustos y palmas que pelean por la luz solar con lianas, orquídeas y árboles como el palo de arco (Tabebuia serratifolia), la chibechea, también conocido en la región como matapalo o higuerón (Ficus insipida), el guayabo, macano o granadillo Orquídea (Terminalia amazonia), y el zapito Catasetum sp. (Sterculia macarenensis), que con ese apellido en latín nos cuenta que es endémico, como tantas especies conocidas y por conocer. Como no podemos caminar por los escarpes de las laderas que parecen correr por el borde de la muralla de la sierra de La Macarena, que se levanta hacia el cielo, soñemos que vamos sobre el lomo de un dinosaurio volador de los imaginados por Conan Doyle para su mundo perdido. Allí abajo, en el piso cálido y húmedo, podríamos encontrarnos con el árbol mortecino (Grias sp.), cuya madera se cuida sola por el olor que le da nombre. Junto a este árbol, como una paradoja, podríamos ver la palma huichira o palma real (Attalea maripa), llamada también inayá, marija o

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palma de virote en el Amazonas, que da unos palmitos que son un manjar y que también sirve para preparar una bebida alcohólica muy apreciada por los indígenas, que ya son pocos. En sus cercanías han vivido los choruyas, los pamiguas y los guayaberos. Los tukano se han resistido a morir como pueblo y todavía hablan su lengua ancestral. El viento nos lleva a otro recodo, en este vuelo imaginario, y podemos ver otras palmas, como la milpesos o seje (Oenocarpus bataua). Damos un giro, rumbo al sur, luego de dejar el norte, donde la Vellozia macarenensis, que también es endémica, se las ve con el sol que relame el sustrato de roca donde crece. Avistamos de repente la selva amazónica, que se derrama hasta el infinito. Si descendiéramos, tendríamos que caminar ocultos por el follaje del tarraigo o turriago (Phenakospermum guyannense), una hierba gigante que parece pasto de dinosaurios. A medio camino de la cumbre, en las altiplanicies que se cuelgan a mil trescientos metros sobre el nivel del mar, los suelos rocosos solo dejan que las plantas crezcan entre las fisuras. Es el reino de los arbustos, hierbas y bosques aislados y enanos. Aquí se destacan las bromeliáceas terrestres y algunas especies de Hypericum, de las hipericáceas, que parecen cipreses. Una bocanada de aire nos aleja de los riscos de la sierra y nos lleva al cielo sobre el cañón que tiene del otro lado a los Andes. Allá abajo, cerca de los ríos y arroyos, como el Cafre y el Guayabero, y en todos sus afluentes, que se descuelgan de la sierra misma y de los Andes, se encuentra la Macarenia clavigera, de las podostemáceas, especie endémica de planta acuática que le da el característico color rojo al espectacular Caño Cristales. Y así, como en un sueño, podríamos darle mil vueltas a la sierra de La Macarena, un útero donde nacen cientos de plantas de las que tal vez no conocemos ni la mitad. Se siente un cierto desencanto por tener que conocer y disfrutar este mundo con los ojos de la imaginación, cuando quisiéramos vivirlo a cada paso por sus senderos escarpados, olfatearlo en cada flor y en cada corteza, palparlo en cada liana que asiéramos para escalar hasta la cima de ese mundo perdido. Pero podemos consolarnos pensando que, al no hollarlo, de algún modo lo estamos conservando.

Ceiba entre rocas Ceiba pentandra

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S er ran ía de L a M ac ar e na

En letra cursiva Son pocas las familias de plantas que pueden darse el lujo de sobrevivir en las partes más altas de la serranía de La Macarena. En este caso encontramos cunoniáceas como el encenillo (Weinmannia sp.), que comparte este ecosistema con bromeliáceas (Navia sp.), algunas orquídeas y unas cuantas velloziáceas como la Vellozia macarenensis, una de las flores endémicas de la región. Pero a medida que vamos bajando las familias botánicas se van multiplicando. Es el caso de algunas epífitas (Clusia sp.) pertenecientes a las clusiáceas, al igual que Tovomita sp., más abajo, en el bosque de galería, ecosistema que comparte con la Ruellia sp., una acantácea; la Pera sp., una euforbiácea; algunas fabáceas como Stylosanthes sp. y Machaerium sp.. Y unas cuantas anonáceas como la Fusaea sp., conocida en la región como chirimoyo, y la Xylopia aromatica, denominada popularmente como malagueto o achón. En esas alturas también se hallan especies de Sinningia sp., una gesneriácea, de Hyptis sp., mejor conocido como mastranto, una lamiácea, y Lantana sp., una verbenácea llamada yerbamora o cariaquito en la región. En este ecosistema de bosques y sotobosques predominan asi mismo especies de Hirtella sp. o palo de maicero, una crisobalanácea, Davilla sp., conocida también como bejuco chaparro o bejuco candela, una dileniácea y se encuentra además la Nectandra amazonum, laurel, chulo o tinto, una laurácea. Dentro de estos tupidos bosques no faltan las bignoniáceas, con sus flores de llamativos colores, como son los ejemplares de palo de arco o floramarillo (Tabe-

buia serratifolia) y el chingalé, gualanday o flormorado, que tanto color dan a la región. Pero especialmente se dan allí las palmas o arecáceas; en particular la Attalea maripa, conocida popularmente como güichire, marija o palma de virote, aunque también se presentan ejemplares de Oenocarpus bataua, apodada palma milpesos o seje, y de Socratea exorrhiza, conocida como palma zancona o araco. A diferencia de los densos y coloridos bosques, en las sabanas de este territorio predominan las características gramíneas o poáceas, tales como el Trachypogon spicatus, conocido popularmente como paja lisa o saeta lisa, y el Andropogon leucostachyus, llamado rabo de gato o rabo de vaca debido al aspecto que presentan sus espigas. La conjunción de todos estos ecosistemas en La Macarena, con sus muchas o pocas familias botánicas y especies exóticas y endémicas, nos hace caer en cuenta de la importancia de preservar intacto este territorio.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Anonáceas

Fusaea sp.

Chirimoyo

Alimento

Anonáceas

Xylopia aromatica

Malagueto, achón

Leña y cerca viva

Araliáceas

Schefflera morototoni

Tórtolo, mano de león, sachauva

Ornamental y construcción

Arecáceas

Attalea maripa

Güichire, marija, palma de virote

Alimento y construcción

Arecáceas

Oenocarpus bataua

Milpesos, seje

Construcción y alimento

Arecáceas

Socratea exorrhiza

Palma zancona, araco

Artesanal y construcción

Bignoniáceas

Jacaranda obtusifolia

Gualanday, chingalé, flormorado

Ornamental y medicinal

Bignoniáceas

Tabebuia serratifolia

Palo de arco, floramarillo

Medicinal y ornamental

Combretáceas

Terminalia amazonia

Macano, granadillo

Construcción

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La Macarena se arrastra, nada,

Por su antigüedad, muy superior a la de los Andes y sus valles fluviales, La Macarena es la madre de la biodiversidad del territorio colombiano, pues desde allí empezaron a distribuirse tanto las especies vegetales como las animales. Además, por su privilegiada ubicación entre la Orinoquia y la Amazonia, es un punto de intercambio que incrementa aún más esta abundancia biológica. Entre lo que se mueve, tanto en el suelo como arriba en las ramas, hay ocho especies de primates, como tutamonos o micos de noche, macacos, socacos, titís, marimondas, araguatos y choyos. Hay osos hormigueros, ocarros, cachicamos, armadillos, arracachos, osos negros, tejones, olingos, perros de agua o nutria gigante del Amazonas, tigrillos, jaguares, pumas, ardillas, chigüiros, curíes, toninas, venados sabaneros y soches. Lo que se arrastra cuenta con una gran riqueza de especies de reptiles, entre las cuales más destacadas son la babilla, el caimán del Orinoco, los cachirres, la tapaculo o tortuga hedionda, los morrocoyes, las mata mata, las sabaneras. En el aire y anidando entre las ramas y hasta en el dosel de los árboles más grandes, hay cerca de cuatrocientas cuarenta especies de aves, como paujiles, gallinetas de monte, tentes, jamucos, yátaros, trepatroncos, copetones, tráupidos y corocoras.

Guamacho Pereskia guamacho

La Macarena

en números

En 1948 la sierra de La Macarena se constituyó como la primera reserva natural protegida por ley, pero fue en 1971 cuando se estableció como parque nacional natural. Tiene un área de seiscientos treinta mil hectáreas, que van entre los doscientos y los dos mil ochocientos metros sobre el nivel del mar. Mide ciento treinta kilómetros de norte a sur y treinta y cinco kilómetros de oriente a occidente. Está en jurisdicción de los municipios de La Macarena, Mesetas, Vista Hermosa, San Juan de Arama y Puerto Rico, todos en el Meta. Al norte, el río Cafre y el caño Cabra le sirven de límite. El río Guayabero traza el límite sur, mientras el río Duda lo demarca al occidente. La temperatura promedio es de 25,5 °C.

La Macarena

Carbonero

mueve, vuela

e n l at í n

En la sabana tenemos gramíneas como el Axonopus canescens, el Trachypogon spicatus y el Andropogon leucostachyus. También tenemos algunas arbustivas de los géneros Hyptis (lamiáceas) y Miconia (melastomatáceas). En los parches arborescentes, con un dosel de seis a quince metros de alto, los más frecuentes son Schefflera morototoni (mano de oso, mano de león, sachauva, tórtolo), Erythroxylum macrophyhlum (coca de monte, ajicillo, pata de torcaza), Jacaranda obtusifolia o flormorado, conocido también como gualanday, Pera arborea o arenillo, Annona cherimolioides o anón de monte, Vismia macrophylla, denominada punta de lanza, lacre o palo de chicharra y Xylopia aromatica, que en la región se conoce como malagueto o achón. En los bosques de galería, en su estrato herbáceo, tenemos presencia de los géneros Ruellia, Stylosanthes, Sinningia, Heliconia, Hyptis y Lantana. Entre los arbustos predominan especies de Tovomita sp., Hirtella sp., Davilla sp., Siparuna guianensis, Piper sp., Polygala sp. y Miconia sp. Entre los subarbóreos, encontramos las fabáceas Inga sp. y Cassia sp. Y en el estrato arbóreo se dan especies de Fusaea sp., Nectandra sp., Machaerium sp. y algunas cecropiáceas.

Acanthella sprucei

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S er ran ía de L a M ac ar e na

La Macarena

en rocas

En la maleta del geólogo podrían verse areniscas rojas de origen marino, algunas con fósiles; areniscas arcillosas y lutitas grises y verdes, entre las más viejas. Las jóvenes serían conglomerados, areniscas y arcillolitas, de origen fluvial o lagunar marino, más las arenas sueltas y areniscas que van quedando a los pies de los tepuyes, caídas desde sus paredes y cimas. Las rocas de La Macarena están sobre el basamento del Precámbrico del Escudo Guayanés, formado por rocas ígneas y metamórficas, de las más viejas de la Tierra, con edades hasta de dos mil quinientos millones de años. Sobre este gran escudo de rocas primigenias se fueron depositando los sedimentos en los primeros océanos hasta formar una secuencia de capas que en toda la región se conoce como la formación Roraima, con una edad de entre mil novecientos treinta y mil quinientos noventa millones de años. Esta formación luego se elevó y emergió del mar por la acción de fuerzas tectónicas y quedó expuesta a la erosión, que la volvió a convertir en sedimentos que fueron a llenar los nuevos océanos, en una secuencia que todavía hoy sigue. En un principio los continentes no estaban donde hoy los vemos, formaban un rompecabezas distinto. Las zonas más resistentes de esas rocas de sedimentos aún hoy aguantan los embates de la erosión: son los tepuyes, islas de roca que se han ido desgastando y lo seguirán haciendo hasta que, en el curso de millones de años, también desaparecerán. Este gigante de la formación Roraima tiene cuatro unidades formadas en diferentes épocas, llamadas Uairen, Kukenán, Uiamapué y Mataui. En Colombia solo tenemos la última. Sus hermanas más viejas están en Venezuela y Brasil.

La Macarena

Bejuco cadeno Bauhinia guianensis

y el hombre

Entre 1537 y 1538 el alemán Jorge Spira, en una expedición que salió de Coro, Venezuela y recorrió el piedemonte llanero, fue el primer explorador que llegó a La Macarena. En 1541 Hernán Pérez de Quesada, en busca de El Dorado, pasó junto a la sierra por el valle del río Duda. En 1560 Gonzalo Jiménez de Quesada llegó hasta el río Guayabero, donde tuvo que desviarse hacia la selva de Airico debido sus enfrentamientos con los indígenas. Desde el siglo xvii la zona se empezó a llamar La Macarena, aunque todavía a mediados del siglo xix no aparecía en los mapas. En 1872 Jules Crevaux, encargado por el gobierno de trazar un camino, puso a La Macarena en los mapas oficiales y en las ilusiones de los colonos, que solo fueron detenidos por un centinela poderoso: la fiebre amarilla. Mas con la popularización de las vacunas hasta este guardián natural se rindió, y la colonización de los alrededores de La Macarena trajo consigo todo aquello que el hombre suele llevar en sus invasiones. Los primeros colonos encontraron en las paredes rocosas de los raudales del río Guayabero pictogramas trazados por los pueblos que habían llegado allí miles de años atrás, pueblos indígenas que se han ido mezclando con los recién venidos hasta prácticamente desaparecer culturalmente en esta fusión inevitable. Tal es el caso de los choruyas, los pamiguas y los guayaberos. Solo los indígenas tukanos hablan aún su lengua original.

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Para males de cuerpo y alma

omo un mundo dentro del mundo que aún está por descubrir. Como la casa de la mayor cantidad de aves y de anfibios del globo. Como la cuna de la reserva de agua potable del planeta. Como un océano verde. Como el paraíso de la biodiversidad. Cada quien ve como quiera —desde la admiración profunda, desde la curiosidad científica y también desde la esperanza— esta región imponente, hermosa y rica que forman los ríos Amazonas y Orinoco. Y muchos, por supuesto, la ven como una enorme farmacia. Aunque decir enorme sea poca cosa y haya que buscar otros adjetivos: inmensa, descomunal. Un laboratorio en el cual las culturas aborígenes llevan siglos —milenios quizás— investigando y observando las hojas, ta- Hojas, tallos, raíces, bejucos, flores, todo llos, flores y raíces de las plantas nativas. Una enorme farma- lo que la prodigiosa naturaleza da, tiene cia a la cual, no obstante la sabiduría de culturas ancestrales un uso para quienes han encontrado en ella como las que habitan el valle del Sibundoy en el Putumayo el remedio para todos los males —especializada como ninguna en el mundo en una ciencia que consiste en descubrir y aplicar las bondades medicinales de las plantas— aún le quedan muchos rincones por explorar: muchos más que los que han sido explorados. Así, habría que decir que esta región que ocupa prácticamente la mitad del mapa de Colombia es una enorme farmacia de la cual solo se han abierto unas cuantas gavetas. Lo cierto es que con lo poco conocido se bastan quienes la habitan para curar sus males. Y muchos de los que han llegado hasta allí con su prepotencia y sus diplomas de universidades lejanas han quedado con la boca abierta ante tanta maravilla de la naturaleza y tanta sabiduría de quienes allí nacieron, allí tienen sus raíces y allí viven. Otros,

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M e dic i nal e s

Maraco Couroupita guianensis

Matarratón Gliricidia sepium

Albahaca negra Ocimum sp.

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Clavellino

Mastranto

Caesalpinia pulcherrima

Hyptis sp.

animados por el deseo noble de multiplicar aquellas bondades y hacer partícipes de sus beneficios a millones de habitantes del planeta que ignoran lo que allí existe, han trabajado para nutrir a la industria farmacéutica con sus principios activos y sus fórmulas secretas. Cada vez más compuestos químicos de los que ofrecen en las pequeñas boticas de pueblo y en las grandes cadenas de farmacias están inspirados en las virtudes de la flora de la Amazonia y la Orinoquia, cuando no resultan directamente desarrollados a partir de ese conocimiento al que se le dio la espalda durante siglos. Pero quizás lo más llamativo —lo más hermoso, sí— de la relación entre los habitantes de esta región con las plantas de las cuales se valen para curar sus enfermedades, es que las consideran parte integral de su mundo: de ese cosmos en el cual creen estar en igualdad de condiciones. Rica como ninguna región del mundo en plantas medicinales, muchas de las cuales están aún por investigar a fondo, en las tierras amazónicas y orinoquenses

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nacen, en formas vegetales, remedios para todos los males conocidos. Por eso, no extraña que muchas de las especies medicinales de la Amazonia y la Orinoquia sean consideradas plantas sagradas. Y tratadas como tales. Ahí están, por ejemplo, el yagé, la virola —conocida en ambas regiones como sangretoro— el puinave (homónimo de un grupo indígena del Guainía); la burundanga o escopolamina, un alcaloide que se extrae de la planta conocida como borrachero o floripondio; e incluso el tabaco, entre muchas otras especies que tienen propiedades alucinógenas, que no están al alcance de la gente del común —entre otras razones porque utilizadas sin el debido conocimiento suelen acarrear grandes peligros, hasta la muerte misma— y cuyo empleo supone siempre un ritual que ha pasado de generación en generación y por el cual la comunidad demuestra gran respeto. Quizás porque en su manera de ver la vida el cuerpo y el espíritu están fundidos y lo que suceda con uno afecta al otro, para bien o para mal, es habitual

M e dic i nal e s que en las comunidades que habitan esta región los encargados de curar el cuerpo también sean considerados guías espirituales: son los payés o chamanes que dirigen los rituales para entrar en contacto con las deidades y con los antepasados —hay quienes llaman al yagé el vino del alma, el hilo que une al bebedor con los muertos—, y que mediante la ayuda de las plantas sagradas pueden establecer el verdadero origen de las dolencias de quienes son tratados y determinar el tratamiento adecuado, que por lo general incluye ceremonias para invocar la ayuda del más allá. De las muchas especies alucinógenas, el yagé parece ocupar un lugar preponderante en algunas comunidades por sus propiedades tranquilizantes, su efecto eufórico y su carácter de planta mágica, telepática e hipnótica, que no solo se emplea en los rituales religiosos y en la cura de enfermedades: también se valen de él los chamanes para escoger el lugar de la construcción de las malocas y hasta para determinar el momento oportuno de los viajes. Pueden existir muchas dudas sobre sus propiedades sobrenaturales, pero lo que sí es cierto es que la bebida que con esta planta se prepara resulta muy amarga y por lo general produce vómito y diarrea. Para muchos, se trata simplemente de ayudar a limpiar el cuerpo y el espíritu de malas energías. Efectos similares tiene la virola, que suele consumirse inhalando el polvillo al que se reducen trozos de su corteza, considerado como un poderoso psicotrópico y que se emplea también para curar infecciones y emponzoñar con veneno los dardos de las cerbatanas. Tan mal visto hoy en día, el tabaco ha sido muy apreciado desde tiempos lejanos entre comunidades como las de los yukunas y los tanimukas, en el sur de la Amazonia, y especialmente entre los tukanos, en el Vaupés, que lo utilizan en curaciones, pero sobre todo antes de emprender ciertos tratamientos, para acceder a la inspiración y preparar al paciente. También sagrado, el chiricaspi es muy apreciado como febrífugo por los indígenas kofanes y sionas del Putumayo, así como para contrarrestar el efecto de las mordeduras de serpiente. Pero se sabe que ingerido en exceso puede hacer perder por completo la coordinación muscular y producir picazón en todo el cuerpo.

De muy alta toxicidad es también el cucharacaspi, pero los médicos makunas, que habitan las riberas del río Popeyaká, utilizan su látex para acelerar la curación de las heridas. Y saben los indígenas cubeos, que habitan riberas de ríos del Amazonas, Vaupés y Vichada, que familias como la de las aristoloquias suelen producir poderosos efectos tóxicos, pero también medicinales, y entre otros fines las usan para tratar a los epilépticos. Conocido en otras regiones como floripondio o burundanga, el borrachero llama mucho la atención de los caminantes por sus flores blancas, rosadas o amarillas. Pero saben quienes han dormido una siesta a la sombra de sus ramas que esta planta narcótica puede provocar desde dolores de cabeza hasta desequilibrios mentales. Utilizada como se debe, los inganos del Putumayo y del sur de Caquetá saben que ayuda a calmar las neuralgias, a curar la tos ferina y el asma y a paliar algunos males del útero y de la uretra. Emparentada con la burundanga, los médicos tradicionales kamsás e ingas han establecido que la culebra borrachera —generoso productor de alcaloides, en especial escopolamina— es la más potente de las plantas narcóticas. Chaparro Si bien se utiliza para bajar la fie- Curatella americana bre y calmar escalofríos persistentes, en algunas comunidades del Putumayo se ha empleado con éxito para tratar tumores; y los chamanes recurren a ella sobre todo para adquirir poderes que les permitan moverse con facilidad en los campos de la adivinación y la profecía. Sin duda, una de las plantas que más llamó la atención de los primeros misioneros españoles que llegaron a las regiones del río Putumayo fue el yoco —muy empleado por los coreguajes y los kofanes—, y lo mencionan con frecuencia en sus informes. Es cierto que los indígenas lo emplean como antiparasitario y purgante, pero su uso principal consiste en inhibir el apetito y menguar la fatiga en los largos viajes de

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Bajagua Senna reticulata

cacería en medio de la selva. Sin embargo, esta especie no llegó a ser tan apreciada en la península ibérica como la guayusa, de la cual se establecieron plantaciones suficientes para cubrir la amplia demanda de los españoles, que con ella curaban la sífilis, tal como lo aprendieron de los médicos tradicionales de Sibundoy y Mocoa. Y a pesar de haber sido reseñado en estudios publicados a finales del siglo xix en París, menos fama tuvo el gualanday, cuyas bondades en el tratamiento de las enfermedades venéreas han sido calificadas como sorprendentes. Tostadas y pulverizadas, las hojas de la dapakoda detienen la diarrea; y se sabe que sus flores remojadas en chicha —como se emplean desde tiempos ancestrales en las ceremonias de iniciación masculina conocidas como yuruparí— ofrecen muy apreciadas propiedades afrodisiacas. El achón o sembé, que en algunas regiones se conoce con los simpáticos nombres de malagusta o malagueto, y que abunda en los alrededores de San José del Guaviare, fue muy socorrido en el tratamiento del cólera. En la actualidad se emplea para calmar los cólicos. Para las llagas se recomienda el aceite que se extrae de la copaiba o palo de aceite. En caso de hemorragias uterinas las matronas de la región suelen acudir a la akereba —que significa “flor que abre bastante” y que se conoce como palo de cruz o monterillo—, y entre los diabéticos es común el consumo de la infusión que se prepara con las hojas secas del bello y empinado yarumo plateado. Muy apreciado en la cocina y también por las mujeres que trituran las semillas para utilizarlo como protector solar, el achiote es empleado por la comunidad miraña en el Amazonas para desinflamar las amígdalas y para aliviar el hígado. No obstante, su uso principal corre por cuenta de los tratamientos dermatológicos. Las hemorroides parecen llegar a su fin con el empleo de un extracto preparado con las hojas de la planta llamada ojo de venado —a la que también han asignado beneficios en el tratamiento del mal de Parkinson—; y se dice que la tensión arterial elevada vuelve a sus cifras normales al beber una infusión que allí se prepara con las hojas del chaparro, cuyo tallo se usa también para ayudar a los enfermos de artritis. Y se sabe, por cuenta de los quichuas y los huitotos, que la savia de la sangre de drago ayuda a conseguir la oportuna cicatrización de las heridas, y que los hongos de la piel desaparecen con el empleo del trompeto, un pequeño árbol que también se conoce como sarno precisamente por sus propiedades para eliminar la sarna de los perros. Se usan las ramas del escobo o escobilla no solo para repeler pulgas y para elaborar escobas —de ahí su nombre— sino también, maceradas en agua, para enjuagar el pelo. No hay duda: se encuentra cura para todos los males entre las decenas de miles de plantas que crecen en la Amazonia y en la Orinoquia. Incluso para algunos de pronóstico reservado, como el cáncer, pues hay especialistas que recomiendan el bejuco de anzuelo o uña de gato para complementar ciertos tratamientos de radioterapia y de quimioterapia. Y probablemente no exista la muy buscada fuente de la eterna juventud. Pero se dice que el guaraná, que tanto se recomienda para limpiar las arterias de colesterol y para proteger los bronquios, logra el milagro de retardar el envejecimiento.

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M e dic i nal e s

En letra cursiva Entre esa grandísima variedad de especies medicinales que hay en las regiones de Amazonas y Orinoco, existen familias botánicas representativas que se caracterizan por la presencia de compuestos orgánicos con principios activos y con más de una especie utilizada en la medicina tradicional. Es el caso de las solanáceas, a las que pertenecen el borrachero o floripondio (Brugmansia suaveolens), el tabaco (Nicotiana tabacum), el chiricaspi (Brunfelsia chiricaspi), el lulo (Solanum quitoense) y la culebra borrachera (Brugmansia aurea). También las lamiáceas, es decir las aromáticas, una de las familias botánicas con mayor número de especies utilizadas para calmar los nervios, entre las que se cuentan la albahaca (Ocimum campechianum), el romero (Rosmarinus officinalis), la hierbabuena (Mentha x piperita), la mejorana (Origanum majorana), el poleo (Clinopodium brownei) y el toronjil (Melissa officinalis). Con menor número de ejemplos, pero con especies de gran valor para la medicina tradicional, están algunas urticáceas como el yarumo plateado (Cecropia telenitida) y la ortiga o pringamoza (Urtica urens). Y ciertas apocináceas, como la dapakoda (Mandevilla steyermarkii) y el cucharacaspi (Malouetia naias); arecáceas como el chontaduro (Bactris gasipaes) y el asaí o manaco (Euterpe precatoria). Fabáceas como el palo de cruz o monterillo (Brownea ariza), la copaiba o aceite (Copaifera pubiflora) y el ojo de venado (Mucuna sloanei); mirtáceas como la guayaba (Psidium guajava), la pomarrosa (Syzygium malaccense), y el arazá (Eugenia stipitata). Y también cabe nombrar las papaveráceas, como el trompeto o sarno (Bocconia frutescens) y la amapola (Papaver somniferum).

En este amplio territorio también es común encontrar géneros o especies ampliamente utilizados en la medicina tradicional y altamente reconocidos en el área de los fármacos, como la caléndula (Calendula officinalis), de las asteráceas; la valeriana (Valeriana officinalis), de las caprifoliáceas; el chaparro o curata (Curatella americana), de las dileniáceas, y la guayusa (Ilex guayusa), de las aquifoliáceas Con un alto potencial farmacológico, pero arriesgadamente tóxico, se halla aquí el género Aristolochia, de las aristoloquiáceas, tales como el mato (Aristolochia nummularifolia), que es utilizado en la región de la Orinoquia, la oreja de tigre (Aristolochia sprucei), utilizada en el Putumayo, y el guaco (Aristolochia goudotii), usado con fines medicinales en el Meta. Y al igual que la Aristolochia, son muchas las especies de gran potencial medicinal pero, en algunos casos muchos de ellos estudiados, con graves consecuencias de efectos secundarios.

Las plantas más constantes Familia

Nombre científico

Nombre vulgar

Usos

Celastráceas

Maytenus laevis

Chuchuhuasa, chuchuhuasi

Medicinal antimalárico y afrodisiaco

Euforbiáceas

Croton lechleri

Sangre de drago, sangro

Medicinal analgésico

Eritroxiláceas

Erythroxylum coca

Coca

Medicinal, alimento fortificante

Malpigiáceas

Banisteriopsis caapi

Ayahuasca, yagé, caapi

Medicinal, psicoactivo y afrodisiaco

Myristicáceas

Virola surinamensis

Sangretoro, cuamara blanca

Medicinal, maderable

Rubiáceas

Uncaria guianensis

Uña de gato, bejuco de anzuelo

Medicinal y afrodisiaco

Sapindáceas

Paullinia yoco

Yoco

Medicinal y psicoactiva

Solanáceas

Brugmansia suaveolens

Borrachero, floripondio

Medicinal, psicoactiva

Solanáceas

Nicotiana tabacum

Tabaco

Medicinal analgésico

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La

c o c a , d e u n v e r d e b r i ll a n t e

Vuelta maldita —y perseguida— en algunos países, entre ellos Colombia, por la intromisión de la delincuencia y la impotencia operativa de las autoridades, la coca es un cultivo sagrado de muchas comunidades indígenas del Amazonas - Orinoco. Un ritual. Una necesidad. Un lenitivo contra el hambre. Un producto de pancoger. Una de las primeras versiones sobre cómo se llegó al consumo de la coca como primera necesidad, la trae el investigador Anthony Henman, quien describió en 1981 el mito de su origen: “Un grupo de indígenas de tierras altas había intentado establecer una colonia en las yungas, las cálidas y húmedas laderas de los Andes bolivianos que conducen a la cuenca del Amazonas. Habiendo enfurecido a los dioses por la quema de la capa selvática original, sus casas y cultivos fueron barridos por lluvias torrenciales. Los indios se vieron obligados a refugiarse en unas cuevas cercanas. Cuando por fin volvieron a salir, luego de muchos días de tiempo tormentoso, no encontraron a su alrededor más que desolación. Debilitados por el hambre y la desesperación, hallaron un arbusto desconocido con hojas de un verde brillante; arrancaron las hojas y las llevaron a la boca para calmar el hambre. El remedio así descubierto parecía tan eficaz que el cultivo de este arbusto suministraría el motivo principal para toda la posterior ocupación de las yungas por los aymará”.

Un

Pavito Jacaranda obtusifolia

Una

f r u ta pa r a c a d a m a l

También los frutales del Amazonas y la Orinoquia cuentan con muy apreciadas propiedades medicinales. A continuación se relacionan algunas de las frutas que allí crecen y las enfermedades que ayudan a curar o a combatir. Arazá: diabetes y reuma articular Asaí: fiebre, diabetes, afecciones hepáticas y renales Badea: migraña, depresión, insomnio Borojó: desnutrición y desajustes de la presión arterial Carambolo: asma y hemorroides Chontaduro: anemia, anorexia Guayaba: diarrea Lulo: gota y afecciones renales Piña: dispepsia, faringitis, mordedura de víboras y picaduras de insectos Pomarrosa: epilepsia

a lm a q u e i l u m i n a

El payé es una suerte de chamán que suele establecer contacto con las fuerzas sobrenaturales. En su mayoría, los payés tienen amplio conocimiento de las propiedades medicinales de las plantas, y son los encargados de determinar los tratamientos para la cura de las enfermedades. El antropólogo Gerardo Reichel-Dolmatoff describió con las siguientes palabras las cualidades de un payé: “profundo interés en mitos y tradiciones tribales, una buena memoria para recitar largas secuencias de nombres y eventos, buena voz de cantor, y la capacidad de poder, durante horas, recitar encantaciones, en noches de vela precedidas por ayunos y abstención sexual. Ante todo, el alma del payé debe iluminar; su alma tiene que brillar con fuerte luz interior, que hace visible todo lo que está en la oscuridad, todo lo oculto del conocimiento ordinario y de la razón”.

Chuchuhuasa Maytenus sp.

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M e dic i nal e s

De

l a s e lva a l a i n d u s t r i a

El estudio Diversidad biológica y cultural del sur de la Amazonia colombiana, publicado en conjunto por varias entidades entre las cuales figuran Corpoamazonia, el Instituto Humboldt, el Sinchi —Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas— y Parques Nacionales Naturales de Colombia, incluye una tabla con las plantas medicinales con potencial económico en la industria, y señala las siguientes: sangre de drago, uña de gato, ortiga, yagé, guaraná, chuchuhuasi, seje, avellanos, chaparro, copaiba y palo de arco.

Jarabes

y mezcladores

La fama de la quina se debe sin duda a su efectividad para combatir la malaria, considerada en algún momento como la enfermedad de mayor magnitud en el mundo. Apreciada como una de las plantas medicinales más importantes de la historia, su poder radica en las varias decenas de alcaloides que se encuentran en su corteza, y de manera especial la quinina. Utilizada desde hace varios siglos con fines médicos, se sabe que la quina también ayuda a combatir la fiebre y la tos, y es buena amiga del corazón, pues se dice que corrige la taquicardia y previene el paro cardíaco. Los usos industriales de la quina no son pocos, pues se emplea en la fabricación de bronceadores, champús e insecticidas, entre otros productos, y hasta llegó a convertirse en un popular mezclador de la ginebra.

Deje

l o s n e rv i o s

Los médicos tradicionales del valle del Sibundoy, en el Alto Putumayo, donde se dice que está una de las culturas más avanzadas en el estudio de las propiedades medicinales de las plantas, han determinado una buena cantidad de especies que ayudan a calmar los nervios. Están entre ellas la caléndula, la malva olorosa, el toronjil, la hierbabuena, la albahaca, la mejorana, el romero, el poleo, la amapola, el limoncillo, la ruda, la ortiga, la valeriana, el cedrón y la verbena.

Vitrina medicinales Mercado de Leticia

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Combo Aspidosperma sp.

Arte con ancestro

os hombres hacen cestería, tallan madera de palosangre, balso y huito, y las mujeres fabrican cerámica y tejen. Cada uno va a recoger lo necesario y vuelve al resguardo donde con herramientas mínimas, sus manos dan forma al saber transmitido desde el abuelo del abuelo. La mujer curripaco de Coco Viejo en Puerto Inírida, sentada en el piso con sus piernas estiradas teje una mochila y su hijo desenreda hilos de colores y aprende sin palabras, con ojos, oídos y tacto. Sea un instrumento musical o un vestido ceremonial, una cerbatana, una canoa, una tinaja, una trampa para pescar, un cesto para cargar de la chagra, el arte ancestral tiene sentido simbólico, significado, valor utilitario y comprende al entorno por lo que este da como materia prima. Sin Cada objeto con su material y su forma tener noción de cuánto vale ni cómo comercializarlo, asunto es un conocimiento recibido por los nativos. que solo viene cuando los turistas los visitan. Son objetos úni- Y una herencia cultivada. Las artesanías cos, hechos por el mismo autor que lleva a cabo todo el pro- locales tienen un valor incalculable ceso de recolectar las materias primas hasta darles acabado final. Esto los identifica. Tradición que emparenta la vida cotidiana con la naturaleza. Ticunas y cocamas del trapecio amazónico usan palmera chambira y yanchama, tela vegetal tomada del ojé o higuerón que dibujan y vuelven máscaras y trajes ceremoniales. Se sientan en sus kumunos y usan moriche, seje, cogollo tierno del cumare, nervaduras de la palmera mirití y los convierten en objetos para acompañar sus labores. Con semillas tiñen y embellecen. Aunque Colombia ha divulgado el valor único de la artesanía de esta región, son pocas organizaciones las que los agrupan. Cada uno en su comunidad preserva este tesoro heredado de saber usar con belleza lo que le da la tierra.

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A rt e s anías

A punto de acabarse Palosangre es el nombre de la madera en que se talla en el Amazonas. Hablan de este árbol “caído” por su riesgo de extinción. Los motivos son mitológicos o útiles. Daga, delfín o cuchara lucen su color

Imprescindible objeto En este canasto elaborado en bejuco en cercanías de Leticia, las mujeres cargan a la espalda lo recolectado en la chagra. Peso liviano y capacidad son precisas

Mezcla de texturas Esta cerámica, decorada con tejido de cumare, fue elaborada por las mujeres curripaco en la comunidad de Coco Viejo. Descienden de una abuela con ciento doce años que vive allí

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Para vestir Esta falda es un traje típico hecho con la hoja de palma canangucha o moriche, que es la especie a la que más usos dan tanto en Amazonas como en Orinoco

Arte contemporáneo Butacos para sentarse en la maloca o para trabajar las artesanías. Los llaman kumunos y como este en Guamal, cerca a Villavicencio, tienen gran refinamiento

Conjunto de materiales Hechos de achira, guiruro y guacarapona, estos collares de semillas son usados en las ceremonias o exhibidos en la feria artesanal de Leticia

Diseño para vender Aretes diseñados y elaborados con formas tradicionales, en palma de cumare, no son lucidos por las mujeres curripacas. Ellas los venden

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A rt e s anías

Utilidad total Estos cestos son producidos en Puerto Inírida, Guainía. Su fibra es extraída de la palma de chiqui chiqui. Su trenzado está hecho por mujeres

Compañera en el río Este detalle de canoa en el río Igaraparaná, aprovecha la ductilidad de la madera de balso, tan liviana que se deja trabajar con suavidad

Caras vemos Máscaras que se sirven del balso y son usadas en los rituales. Su talla es hecha con instrumentos muy simples pero sus dibujos son muy complejos

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Tejido tradicional Esta mujer en Amazonas elabora una mochila que usarán en su resguardo o que viajará muchos kilómetros cuando alguien la compre en una feria

Para sacudir Estas escobas pequeñas tienen el colorido que dan las semillas y la sustancia con la que adhieren este tono también es vegetal. Todo se usa

Símbolo de la selva Asombrosa tela vegetal extraída por los ticunas, huitotos y yaguas de la yanchama, que es el árbol de ojé o higuerón. Los pinceles son también naturales

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A rt e s anías

Todo suena Los calabacitos acompañan a otros materiales más con los que se hacen los instrumentos musicales: cedro, cedrillo, palo arco, luiro, miratabá

Extracción Este colador para el ambil del tabaco está hecho como otras cestas de las fibras que tienen en el yarumo o guamo. La cestería es realizada solo por hombres

Para soñar Los chinchorros o hamacas son hechos de las nervaduras de la palmera mirití, del chiqui chiqui, el seje, el moriche o el cucurito. Su utilidad está garantizada

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En equilibrio De la palma chonta este soporte para el casabe tiene en los resguardos del Vaupés un uso cotidiano. Su firmeza la garantiza la perfección del tejido

El símbolo Vestido ritual hecho en la tela yanchama u ojé. Los ticunas del Vaupés la extraen basadas en las leyendas de Yoí, el sereno; Ipí, el loco y Jutapá, el que hace los sueños

Para llevarse Estas guacamayas en madera de balso nunca adornarán una maloca, pero sí encantarán a los turistas de Leticia que las llevarán al balcón de sus casas

Pequeña cacería Estas cerbatanas hecha en palma de chambira o cumare contendrán unos bodoques con los que los huitotos cazarán su alimento en la selva

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A rt e s anías

Magia magia Estas muñecas en tejido de fibra de cumare tienen una significación simbólica. Son usadas en la comunidad de Coco Viejo para protegerse Geometría propia Tejida en fibra de palma, los colores de la mochila fueron dados también con hojas silvestres. El diseño lo marca su demanda

La pesca del día Una trampa para la pesca es sin duda un utensilio imprescindible en aquella estrella fluvial que conforman ríos inabarcables e innumerables

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Amazonia, termómetro de la Tierra

i se mira una imagen de la Tierra desde el espacio, la Amazonia es el área que aglutina la mayor cantidad de bosques continuos. A su vez, estos bosques tienen una densidad, una altura y una arquitectura, entre otros atributos, que les permiten guardar una importante cantidad de biomasa y en particular, de CO2, comúnmente llamado dióxido de carbono, compuesto vital en la generación del “efecto invernadero” cuando está esparcido en la atmósfera. En efecto, el CO2 liberado por la combustión de derivados del petróleo o de vegetación, es el principal responsable del calentamiento global, pues actúa como una barrera que impide que el calor atmosférico —producto del efecto solar y la generación calórica de actividades humanas— se disipe hacia el espacio y por tanto, se incrementa la temperatura como Pulmón del mundo le dicen a este inmenso sucede en los espacios cerrados como los invernaderos. De Amazonas que depende de ocho países. allí el nombre de efecto invernadero. Oxígeno para el planeta que sale de este Aproximadamente entre el veinte y el veinticinco por lugar cuya supervivencia es fundamental ciento de los gases de efecto invernadero se derivan de los bosques que son talados y, en la mayoría de las ocasiones, quemados. Igual sucede con los depósitos de materia orgánica en el suelo, conformada por las hojas y ramas caídas y por los desechos de la tala de árboles, y acumulada durante años, los cuáles también pueden liberar CO2 al entrar en combustión cuando son quemados. Ese color café-rojizo que vemos en los atardeceres de verano en el campo, es la forma más evidente de cómo se manifiestan estos bosques al liberar CO2 a la atmósfera, aumentando las condiciones de calentamiento global. A su escala y en circunstancias normales, los bosques amazónicos tienen la capacidad de retener grandes

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Pul món de l M un d o

El ciclo del agua La selva guarda su microclima

Conexiones íntimas En la selva todo se relaciona

Prodigios al interior La humedad es del ciento por ciento

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Bejuco La manigua se apodera

Selva adentro Una humedad que se siente

cantidades de humedad en el suelo, por su condición de “esponja” generada por la materia orgánica que se forma con las hojas que caen de los árboles, y sus raíces que se entrelazan, buscando nutrientes. De igual manera existe allí una inmensa red de drenajes superficiales, similar a la red vascular del cuerpo humano, que permite que la vida se mantenga en funcionamiento. En esta red se produce la más importante cantidad de organismos que viven de la selva, como son los recursos hidrobiológicos, de los cuales deriva su sustento alimenticio la mayoría de la población local. La caída de lluvias provenientes del océano Atlántico alimenta porciones importantes del territorio, el cual las transpira y evapora nuevamente, generando ese fenómeno de la evapotranspiración, que los bosques amazónicos garantizan hasta que las lluvias llegan a los Andes y regresan por los ríos hasta el océano. El efecto de los bosques amazónicos también se percibe en la humedad relativa, que bajo su follaje, llega a niveles de casi un cien por ciento en las noches y amaneceres. La combinación de esa humedad relativa y el sombrío del follaje, genera un microclima diferente al de las zonas de exposición directa al sol, las cuales tienen el

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Pul món de l M un d o

Agua con taninos Árboles y agua, una comunión

suelo más reseco. No hay la misma humedad relativa en este ambiente que donde se recibe el rayo solar directo, teniendo como resultado la elevación significativa de la temperatura. Entonces, el conjunto de todos los anteriores factores, desde el microclima bajo el follaje de la selva, hasta la fijación del CO2 en la madera de los árboles y en depósitos orgánicos, pasando por la regulación del ciclo hídrico de precipitaciones, evapotranspiración y retorno por los cauces superficiales y de acuíferos subterráneos, generan todo un sistema que permite la regulación climática en una gran porción del continente. Esto tiene un peso específico en el incremento o disminución de la cantidad de gases de efecto invernadero liberados a la atmósfera como producto de la combustión y constituye la más importante zona de agua dulce superficial. Por ello el Amazonas es el regulador climático global. Sin embargo, todas estas condiciones no son inherentes a un solo país, ni a una cultura específica. Lo maravilloso es que resulta de la suma de diferentes territorios y culturas, unidos bajo un mismo manto verde. Veamos: la Amazonia, es una gran cuenca, que desciende de los Andes al Atlántico Lechuga de agua con siete millones ochocientos mil Transpiración permanente kilómetros cuadrados en Brasil, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guyana y Surinam. En este territorio habitan numerosos pueblos indígenas que han poblado desde hace mucho tiempo las riberas de los ríos, sus colinas, zonas rocosas, piedemontes, en fin, todos los rincones de la selva. Aún existen pueblos indígenas en aislamiento voluntario, que se resisten a ser conquistados y han optado por refugiarse en las profundidades de la selva, cada vez más presionados por el avance colonizador desde los Andes y el Atlántico. Por ello, muchos se encuentran en las zonas fronterizas, áreas habitualmente desoladas, lugar ideal para mantener sus formas de vida, de cultura y de libertad. De la misma

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El manto de la tierra Todo aquí es asociativo

manera, muchos pueblos no pudieron escapar de la conquista española y lusitana y quedaron atrapados en la división de las fronteras. Los territorios ancestrales de los pueblos indígenas traspasan los límites de los países en muchos casos, y, a pesar de ello, mantienen sus redes de intercambio y de reciprocidad. De forma similar, la selva amazónica es una intrincada red de relaciones ecosistémicas que implican una fragilidad enorme dado que existe una alta interrelación en su funcionamiento. Lo que ocurra en la parte alta de los Andes, afectará a los pueblos que viven aguas abajo, ya sea por efectos de la deforestación, la sedimentación o la contaminación. De igual manera, los flujos migratorios de peces del Atlántico a los Andes van a estar influenciados por lo que se

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haga en la regulación de la pesca en cada país; las obras para generación de hidroenergía afectarán aguas arriba y abajo las poblaciones, y, al ser cuencas compartidas, serán necesarios los consensos. Las estrategias de colonización y desarrollo de infraestructura, afectarán a cada país tanto como a sus vecinos en la medida en que deben prepararse para atender flujos de población que demandará grandes cantidades de energía que la selva no está en capacidad de surtir en el corto plazo y en áreas reducidas. Las actividades ilegales impactan la población, el ambiente y la gobernabilidad por igual, sin importar las fronteras, pues las economías ilegales tienen el mismo efecto en toda esta región que es vulnerable en múltiples dimensiones. Todo lo anterior implica,

Pul món de l M un d o

En la rivera del Loretoyacu Troncos que caen

Hoja de victoria regia en descomposición Victoria amazonica

que la Amazonia debe ser entendida como un territorio integral, donde los efectos de cada acción pueden repercutir en otros componentes del sistema y, por ende, en áreas diferentes a aquellas donde las causas se originan. La Amazonia es un gran cuerpo viviente, extremadamente frágil, complejo, interconectado, con culturas vivas que mantienen su conocimiento sobre la base de intercambios y redes de relaciones. Las particularidades de la Amazonia, que corresponden a su gran diversidad, ya sea esta biológica o cultural, es una condición adicional a la necesidad de ser tratada integralmente. La Amazonia es un ejemplo de cómo los ecosistemas y el género humano pueden evolucionar de manera particular, adaptándose a las condiciones más sutiles de tipo ambiental y cultural; por ello, de un caño a otro, podemos encontrar especies nuevas, suelos y aguas diferentes, y de la misma manera, culturas con expresiones lingüísticas particulares, formas de uso del territorio, cosmovisión, cultura material, comida, cultivos y domesticación de especies diferenciadas. Es la diversidad en todo su esplendor.

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La

amenaza a los bosques

La Amazonia, esa vasta y homogénea región cuyos bosques tropicales equivalen a la tercera parte de los árboles del planeta y cuyos ríos constituyen la quinta parte del agua dulce que circula por las venas de la tierra, guarda en sus entrañas invaluables tesoros en cuanto a biodiversidad de fauna y flora, así como incalculables reservas energéticas. Por eso es una región tan codiciada desde tiempos inmemoriales, y tan amenazada. Amenazada por actividades de explotación primaria: el apetito por oro, petróleo y madera, que se traduce en deforestación y aridez de los suelos; y la agricultura extensiva, que se materializa en la siembra de monocultivos como palma, soya y otras plantas oleaginosas utilizadas en la producción de biodiesel y etanol. En Ecuador, para no ir más lejos, la explotación petrolera y de gas natural en la franja amazónica ha generado conflictos causados por los impactos sobre la población indígena. Las alarmas se encienden, por ejemplo, sobre el Parque Nacional Yasuní y el área denominada Ishpingo-Tambococha-Tiputini, donde se encuentran generosos yacimientos de petróleo. Esta zona había sido declarada a comienzos del siglo xxi como intangible y vetada para cualquier actividad extractiva. Pero todo cambió a finales del 2013, con la decisión de la Asamblea Nacional de Ecuador de autorizar la explotación de esos campos petroleros. El oro negro también es motivo de controversia en Perú, donde se adelanta la exploración de crudo en el llamado Lote 67, ubicado en la región Loreto, en plena Amazonia peruana, área en la que se busca perforar ciento ochenta y cinco pozos y construir un gasoducto de doscientos siete kilómetros, a pesar del adverso impacto ambiental. Y el corazón de la Amazonia brasileña también está en peligro. A pesar de su inocuo nombre, Belo Monte se erige como un gigante amenazador, pues pronto se convertirá en la tercera mayor represa del mundo y para su construcción se inundarán quinientos mil kilómetros de selva amazónica y serán expulsadas unas dieciséis mil personas, la gran mayoría de ellas indígenas. Y estas son solo muestras de un largo rosario de nubarrones que se ciernen sobre la región.

Cuando la selva despierta Las nubes viajan al Atlántico

Amazonas

m u lt i n a c i o n a l

La Amazonia es un vasto mundo de diversidad natural que tiene siete millones de kilómetros cuadrados repartidos en ocho países: Brasil, Perú, Colombia, Ecuador, Bolivia, Venezuela, Guyana y Surinam; siendo el primero de ellos el dueño de 4.776.980 kilómetros cuadrados, lo que representa el sesenta por ciento del territorio brasileño. La Amazonia es una zona de dimensión y belleza colosales, que alberga el bosque tropical más extenso del mundo y gran parte de este, considerado Pulmón del Mundo, se encuentra en los 782.880.55 kilómetros cuadrados que se ubican en Perú y hacen de este país uno de los lugares con mayor diversidad y endemismos del planeta. A su vez, Bolivia, Colombia, Venezuela y Ecuador con 714.000, 483.164, 178.000 y 117.300 kilómetros cuadrados respectivamente, se convierten en importantes potencias hídricas, ya que desde sus territorios nacen aguas caudalosas y navegables que tienen como destino final el río Amazonas. Los territorios de las Guayanas con 151.040 kilómetros cuadrados y Surinam con 147.760 kilómetros cuadrados de cobertura amazónica, aunque no pertenecen a la cuenca de este gran río, sí están revestidos de selva, lo que les permite ser parte del gran bosque del sur de América.

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Pul món de l M un d o

Las

tribus de los bosques

Más de cuatrocientos grupos indígenas habitan el territorio amazónico. Muchos de ellos se encuentran aislados, y algunos incluso nunca han tenido contacto con el mundo exterior. Otros, por el contrario, han decidido trasladarse a los centros urbanos por diferentes motivos que, sin embargo, no los apartan de sus costumbres y formas ancestrales. En cada uno de los países que conforman la cuenca de la Amazonia existen pueblos numerosos que habitan la selva entre fronteras; como es el caso de los yanomani, una de las comunidades más numerosas del Amazonas, conformada por unos veinte mil indígenas que viven principalmente en las montañas de la frontera entre Venezuela y Brasil. Al igual que ellos, los shuar, también conocidos como jíbaros, cuya población asciende a ciento diez mil habitantes, están ubicados en la selva entre Perú y Ecuador. En Colombia, por ejemplo, el último grupo indígena que entró en contacto con una cultura externa fue el de los nukak-makú, de la familia Makú, grandes conocedores de la selva y según cuenta la historia, sus más antiguos habitantes. De ellos forman parte otros tres grupos indígenas que habitan el sudeste de Colombia y el noroeste de Brasil. Se estima que la forma de vida de la mayoría de las comunidades indígenas del Amazonas está basada en la caza, la pesca y la recolección; por ello su subsistencia depende enteramente de los recursos que obtienen de la selva y de la ubicación estratégica de sus aldeas en las riberas de los ríos o cerca a estos.

Bosques anfibios El 42,3% de Colombia es amazónica Algas en las orillas Todo respira

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C umaral A una de las palmas que más abunda en la región y que más se usa en la vida de todos los días, está dedicado el nombre de este pueblo del Meta

Calle de barrio en Cumaral

Cumare. Astrocaryum chambira

De la palma de cumare (Astrocaryum chambira), de esa que se encontraba en abundancia antiguamente en la llanura, esa que cumaraleños cantan orgullosos en su himno: “Erguida la palma e’ cumare; se levanta esbelta, sencilla y jovial”, la misma que Luis Ariel Rey, “El Jilguero”, nombra y halaga en su copla: “Ay sí sí, yo vengo de Casanare […] Ay sí sí, como la palma de coco, como la palma de cumare”; de ahí Cumaral. En las estribaciones del Piedemonte del Meta, rodeada de muchos verdes refrescantes, está Cumaral con una extensión de quinientos ochenta kilómetros cuadrados, a veinticuatro kilómetros de Villavicencio, la capital del departamento. Su historia comienza con el nombre de Boca de Monte en el año 1901. Manuel Saavedra Hernández, Eustorgio Pinzón Machado, Faustino Pulido Rojas, Próspero Peña, Jorge Varela, José Genay, David Hernández y Olivero Castro, sus fundadores, quisieron construirla donde terminaba la selva y empezaba la sabana; de ahí su primer nombre. Pero una devastadora epidemia de fiebre amarilla afectó a sus habitantes y el pueblo tuvo que ser trasladado cinco kilómetros más arriba de donde estaba situado. Primero fue Inspección de Policía del municipio de Restrepo, más tarde corregimiento y finalmente municipio por decreto de septiembre de 1955. Cumaral logró sobrepasar guerras civiles entre soberbias y locuras de partidos políticos; buscó la paz, la encontró, y con ella sus gentes regresaron a laborar y a producir en estas tierras airosas. La variedad topográfica de la región llanera ha permitido adelantar diversos tipos de explotaciones agropecuarias, entre las que predominan la ganadería y los

cultivos de arroz y palma africana (Elaeis guineensis), esta última conocida también como palma de aceite y de la que Colombia es el primer productor en América Latina. La ganadería, base de la economía de este territorio, ha dado origen a una amplia variedad de festivales y fiestas de gran tradición regional. Jinetes de varias partes del mundo se citan puntualmente todos los eneros para mostrar sus habilidades de enlazar toros y caballos, y superar obstáculos de barriles y estacas en competencias ecuestres. De la palma de cumare, se usan especialmente sus fibras de cogollos y sus hojas jóvenes para fabricar hamacas, redes de pesca, pulseras y mochilas. Homenaje a la siempre útil palma que además de cumare también llaman chambira. Este quehacer artesanal concebido a partir de esta palma emblemática, de la que hay varios ejemplares en la plaza principal y que es reconocida con orgullo por los parroquianos, inspiró el segundo nombre de este territorio. Desde 1917, y por siempre, se llama Cumaral.

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P ue bl o s

I nírida Lejana, hermosa y misteriosa. Así es esta población rodeada de aguas. Y así es la flor que aquí se da y por la cual lleva su nombre

Calle comercial de Inírida

Flor de Inírida de invierno. Guacamaya superba

La historia de la joven Inírida, bella y rica en flora y paisajes, empieza en el año 1965 luego de un período histórico de violencia y enfrentamientos políticos en Colombia. Y como un destino forjado, su nombre hermoso, sonoro y amazónico como la profundidad de las selvas verdes que lo rodean, se debe a Inírida, un ejemplar florístico endémico cuya resistencia le permite tener dos especies: en flor grande (Guacamaya superba) y en flor pequeña (Schoenocephalium teretifolium). Como si cada una representara a una de las dos familias que coexisten en la región: la indígena y la mestiza. A este pueblo, capital del departamento de Guainía, localizado muy cerca de las fronteras del departamento con el Vichada y con Venezuela, lo reubicaron tantas veces y lo llamaron de tantas formas que por ello sus gentes, ante nombres que no eran de su agrado, designaron que su territorio debía llamarse Inírida en vez de Las Brujas, Puerto Obando o Puerto Inírida. Solo Inírida, como aquella flor que acompaña la confluencia de los ríos Orinoco, Atabapo y Guaviare —la estrella fluvial de oriente como el sabio Humboldt la denominó—. La historia indica que este municipio, declarado como tal el 5 de agosto de 1974, debe su nombre al amor por tan majestuosa naturaleza y por tan maravillosa transición entre la sabana de la Orinoquia y la selva de la Amazonia. En su historia hay otra Inírida. Una princesa indígena de la que muy poco se sabe pero que, dicen, habitó esta zona y dio paso al asentamiento de nuevas etnias, algunas de las cuales aún habitan los límites con el casco urbano del pueblo.

Esta tierra de mil ríos no debe su origen a ningún fundador, no fue construida por ningún prócer de la independencia ni tiene en su plaza central un busto de Bolívar, Caldas o Santander, solo por mencionar algunos nombres posibles. Sus principales pobladores y quienes dieron vida a este territorio fueron indígenas que en la actualidad habitan los resguardos de Coayare, en la parte norte; de Almidón la Ceiba por el sur; y hacia el Oriente el resguardo Puinave Curripaco, cerca de los ríos Inírida y Atabapo, y el Coayare El Coco, todos ellos dueños de una riqueza cultural que se manifiesta en la producción artesanal y en la labor que con manos y pies realizan para dar forma a fibras vegetales de palmas como la chiqui chiqui (Leopoldinia piassaba), al palo Brasil (Caesalpinia echinata) a la fibra de cumare (Astrocaryum chambira), y a la arcilla para elaborar objetos propios de la zona. Inírida es dueña de un territorio donde el agua abunda, cuenta historias a través de petroglifos dejados por antiguas etnias, los cuáles aún se leen al recorrer los ríos Coco Viejo, Caño, Neuquén y Guainía.

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Y opal Al cobijo de estos árboles gigantes creció un pueblo. Este pueblo que ahora es la capital de Casanare, en el corazón de la Orinoquia

Parque central de Yopal

Yopo. Mimosa trianae

Esta es la historia de un lugar en el que abundaban cientos de árboles coposos y crecidos en las riberas del Cravo Sur, a los que los achaguas, la tribu que pobló en tiempos precolombinos el territorio que hoy ocupa el municipio de Yopal, llamaron yopo a la Anadenanthera peregrina,la más generalizada de las tres especies que crecen en la región. Cuentan que los indígenas extraían las semillas del árbol, las tostaban y molían para adivinar, profetizar y proteger a la comunidad de desgracias, epidemias y enfermedades. Todo indica que el consumo de la yopa les trajo ese bienestar. Las formas ancestrales de conocimiento de aquellas tribus y sus luchas contra conquistadores hicieron trascender a Yopal, un pueblo de espíritu llanero que en el año 1915 arranca a mostrar sus primeros signos de fundación cuando un señor llamado Elías Granados construyó una estancia, la estancia de “Don Elías”, ubicada en el mismo sitio donde hoy es el centro de Yopal. Una zona ideal por estar cubierta de yopos: árbol maderable cuya estatura y formación era ideales para dar sombrío al ganado y para atender a los arrieros que venían de “llano adentro” y seguían su ruta con los animales hacia otros lugares. Y por esa comunidad de yopos, Yopal, que queda a 335 kilómetros de Bogotá, se llama como se llama. Tierra rica en fauna, flora, recursos hídricos e hidrocarburos. Eso lo vieron sus primeros colonos santandereanos, Pedro Bernal, Pedro Pablo González y Concepción Camacho, quienes en 1928 construyeron las primeras casas y empezaron en realidad a darle vida de pueblo al lugar.

Así estaba destinado. Yopal pasó a ser la cabecera, el corazón de esta tierra, así como el significado indígena, que no simboliza otra cosa que el centro de todo, el motor del pueblo y la zona que durante los siguientes años recibió una gran ola de inmigrantes de distintas regiones del país; de 3.122 en 1951, la población ascendió a 86.860 en el 2003, multiplicándose casi veintiocho veces. Algunos habitantes encuentran al responsable de este fenómeno en el fondo de la tierra. La economía de Yopal gira en torno a la extracción del petróleo, la agricultura y la ganadería, siendo la primera de estas la actividad de mayor generación de ingresos, llave de crecimiento y desarrollo, pero también –como creen muchos–, la actividad por la cual existe la inequidad, la violencia y afectación del patrimonio cultural. A pesar de los diferentes desafíos a los que se enfrentan los yopaleños, aún conservan tradiciones como la artesanía en cerámica y en madera, para hacer, entre otras piezas, instrumentos musicales. Y disfrutan, de los atardeceres rojos un patrimonio sin igual.

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P ue bl o s

G uamal Varias veces ha cambiado de vocación esta tierra del Meta socorrida por las aguas. Pero la guama, las guamas, siempre han estado aquí

Parque de Guamal

Guama. Inga edulis

Los árboles de guama (Inga edulis) abundaban cuando los primeros pobladores de tierras del centro-este del país, los achaguas, dejaban sus pasos en la zona y a diferencia de otras comunidades indígenas, muy pocos vestigios de lo que era su cultura. En los años veinte del siglo xx, cuando arribaron los primeros colonos, Guamal, al igual que las guamas, albergaba y protegía con su sombrío a cuanto cultivo se diera y a cuanto colono llegara. El nombre de Guamal no es coincidencia. Al igual que en otros pueblos de Colombia, en el Meta existe un lugar que recibió su nombre gracias a cientos de árboles de guama, entre los que se destacaban las llamadas raboemico y chancleta que abrían sus brazos por todo el territorio ofreciendo a sus pobladores copos increíblemente blancos con una inusual dulzura. Guamal es Guamal por un árbol, pero otra versión es que se le ha llamado así porque sus suelos son bañados por el río que lleva este nombre. Es fácil la conjetura de que aquella gran corriente de agua pura y fría que desciende de las montañas recibió dicho nombre por la misma razón: árboles de guama de copa globosa y frondosa, cuya altura no sobrepasa los quince metros. A Guamal, que queda a cuarenta y tres kilómetros al sur de Villavicencio lo fundaron el 19 de noviembre de 1957 los señores Alejandro Caicedo, los hermanos Calderón, Jesús Jiménez, Clemente Olmos y Moisés Zúñiga, entre otros. Había muchos árboles de guama en esos tiempos. Hoy no es muy común encontrarlos, aunque sus pobladores han hecho esfuerzos por cultivar algunos en el mismo

parque principal del pueblo. Sus frutos fueron muy apetecidos tanto por hombres como por animales. Después, la región se volvió la mayor productora de café de la Orinoquia, hasta que su suelo fue ocupado por cultivos de cacao. Luego vino la transición hacia la ganadería lo que arrasó con aquellos árboles y ahora Guamal es un importante productor de lácteos, frutas y cítricos. Aunque Guamal ha presenciado casi la extinción del árbol que le dio su nombre y ha perdido parte de su bosque cercano a la cabecera del municipio, por fortuna, en su territorio se encuentra parte del Parque Nacional Natural Sumapaz, considerado el páramo más extenso del mundo, en donde nacen aguas de gran relevancia. Por ello Guamal es glorioso, porque es un potencial hídrico bañado por los ríos Grande, Guamal, Nevado, Humadea, Ariari y Orotoy, además de numerosas quebradas, caños y otras fuentes de menor caudal. Los guamalunos han logrado cuidar este recurso y ahora quisieran volver a contar su historia, la que tuvo como protagonista por muchos años a un árbol. Ese al que todavía llaman guama, guama de boa o guamito.

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Mapa r eg ional de par q ue s nac ional e s

La Colombia más verde La Amaz onia colombiana e s apenas un punto ubicado en el confín noroccidental de la gran cuenca del Amazonas, pero ocupa una porción abundante del territorio nacional, el cuarenta y dos por ciento para ser exactos. Son 483.119 kilómetros cuadrados de selva tropical, la más grande y diversa del mundo. Selvas que se han tragado hombres por su exuberancia, su extensión infinita, la sabiduría milenaria de sus indígenas, sus plantas alucinógenas que producen epifanías vegetales y su riqueza botánica aún por descubrir. Son selvas que albergan diecisiete áreas, entre parques naturales, reservas y santuarios de fauna y flora, de las cincuenta y seis que conforman el Sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia. La Orinoquia del lado oeste se extiende por las estribaciones de la cordillera Oriental y la frontera con Venezuela. Son doscientos cincuenta y cinco mil kilómetros cuadrados, casi el veinticinco por ciento del territorio continental de Colombia, los que nos corresponden de la gran cuenca del Orinoco, cuya extensión total comprende cerca de 991.587 kilómetros cuadrados. Los suelos de la Orinoquia, a diferencia de los de la Amazonia, donde predominan las selvas, son sabanas ilimitadas, secas y estacionales, cubiertas de pastizales, expuestas a las quemas, las inundaciones y los fuertes vientos del nordeste. La porción del territorio de la cuenca del Orinoco que ha logrado resistir a la colonización del hombre y que se encuentra en estado natural está cubierta por planicies llaneras y bosques de todas las clases, complementados con un complejo mosaico de praderas, selvas y vegetación arbustiva que se riega por los seis parques nacionales de esta región. Según la Dirección Territorial del Sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia, a la Amazonia corresponden el Alto Fragua Indi wasi, Amacayacu, Cahuinarí, Complejo Volcánico Doña Juana Cascabel, Cueva de los Guácharos, La Paya, Río Puré, Serranía de Chiribiquete, Serranía de los Churumbelos y Yaigojé Apaporis; las reservas naturales Nukak y Puinawai y los Santuarios de Fauna y Flora Isla de la Corota y el Santuario de Flora Plantas Medicinales Orito Ingi-Ande. La Orinoquia colombiana comprende los parques nacionales naturales Cordillera de los Picachos, Chingaza, El Tuparro, Sierra de La Macarena, Sumapaz y Tinigua. t

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Río Casanare

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15. El Tuparro

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19. Sumapaz

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12. Puinawai

Zona Ampliada

16. Cordillera Picachos

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4. Doña Juana - Cascabel

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5. Cueva Guácharos 13. Isla la Corota

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18. Sierra la Macarena

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1. Alto Fragua Indi Wasi 9. Serranía Churumbelos

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10. Yaigojé Apaporis

3. Cahuinarí 7. Río Puré

Mapa regional de parques nacionales P E R Ú

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2. Amacayacu

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Am az

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El paraíso del diablo

a luna gobierna la vida de los hombres que retoñaron en un rincón del Amazonas. Desde el cielo cerrado, negro y duro, ella permite que el pescador acierte con el arpón, el cazador con el tiro y el caminante con su paso rumbo a la maloca donde, antes que el sol, amanecerá la palabra. Los rayos entran por los orificios del tejido de palma y dibujan las figuras de los que más tarde hablarán. Grises —como enmohecidos por la luz cobriza— los varones presentes parecen recién brotados de la tierra como lo hizo el primer huitoto hace miles de años. Se mueven en la trastienda como felinos saciados. Pisan descalzos la tierra fría de los pasillos laterales de la maloca. Acercan canastos llenos de hojas de coca y de yarumo hasta la fuente que humea al fondo; secan las hojas en cayanas levantadas sobre fogatas sin llama; maceran las ya El caucho, la fiebre del caucho, marcó una tostadas en un pilón de madera para darle vida al mambe que herida tétrica en la historia de la selva de permitirá la comunicación con los espíritus. Mientras traba- Colombia. Y aún no cicatriza. La mención jan, cantan. Voces guturales llevan una melodía monótona. de la Casa Arana todavía causa pánico Recuerdan que la luna se quedó sola cuando su marido, un pájaro muy bello, desobedeció y fue condenado a vivir en la tierra. En el centro, justo donde se creó el mundo, Manuel Siafama habla muy quedo en su lengua. Sentado en un banco bajo mastica el mambe y se traga las palabras. Heredó la sabiduría y con ella el deber irrenunciable de preservar la espiritualidad de los huitotos nacidos, criados, masacrados y retoñados en La Chorrera, allí donde el río Igaraparaná pierde la serenidad y se precipita por peñascos que guardan las almas de los primeros hombres. A esta hora el cuerpo de Manuel corta la línea este-oeste que las dos puertas de la maloca comunican cuando hay luz del sol y parece flotar entre los

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H i stor ia

Tallo de caucho herido para la extracción Hevea brasiliensis

Campamento cauchero en el Putumayo, 1910 La esclavitud y la tortura alentadas por la búsqueda del caucho

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cielos, los submundos y el mundo medio. Solo Manuel puede ver los espíritus de los ancestros que, desde lo alto de la maloca, acompañan esta noche de luna llena. Arriba están los dueños del agua, del rayo, del tigre, del tabaco, de la yuca, de la coca, de la palabra; también allá esperan los espíritus de los niños que nacerán. Debajo de los pies de Manuel comienza el submundo, sede del gran caldero donde se cocina la vida. Y a su alrededor gira ahora el mundo medio: este de plantas, animales y hombres de paso hacia la muerte. Cuando la coca y el ambil recién trabajados descansan a los pies de Manuel y frente a un chorro de luna, comienza el relato. Seis hombres se acercan, de uno en uno, a la fuente del mambe. Se llevan a la boca cucharadas del polvo verde-perla, lo acumulan en las mejillas interiores, lo humedecen con saliva y van a su sitio en la media luna que forman para acompañar a Manuel, el Mayor, mientras avanza en sus relatos. Los demás, con los brazos cruzados y la cabeza gacha, asienten con golpes de garganta. Cada

Embarque del caucho El látex era el oro de la época

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tanto confirman las sentencias con un sonido gutural, corto y contundente como un martillazo. A la voz de la autoridad sobreviven el frío y el chirrido de los grillos que se comen la noche. Dicen que abrirán el canasto de la tristeza a la medianoche y que lo cerrarán antes de que canten los primeros pájaros. Hace cien años, cuentan, Colombia supo que los huitoto de La Chorrera existían. W. Hardenburg lo anunció en Londres. No dijo que eran los hijos de la coca. No dijo que al morir los más valientes se convertían en tigres. No dijo que respiraban al ritmo de los árboles. No dijo que cambiaban de nombre cada vez que un acontecimiento quebraba la línea recta de la historia de su vida. Escribió en un periódico inglés que La Chorrera era el paraíso del diablo. W. Hardenburg presenció sin duda el horror. Terminaba la primera década del siglo xx y la fiebre del caucho penetraba la selva que se extiende entre los ríos Caquetá y Putumayo. Masa verde, apretada, hacia donde los empresarios dirigieron su ambición una vez agotaron el Castilla elastica en el

H i stor ia Caquetá y se enteraron de la existencia, al oriente, de indígenas conocedores de la selva, útiles para el trabajo. El diablo de Hardenburg era sin duda Julio César Arana quien ordenaba a hombres de etnias lejanas, convertidos en capataces, cazar huitotos en el corazón de la manigua. Dotados con rifles Winchester, los hijos de la selva cazaban a sus hermanos. Con el paso de los años también indígenas de las familias bora, miraña, ocaina, andoque, nonuya y muinane. Señores de los ríos Caquetá, Putumayo, Igaraparaná, Caraparaná, Pupuña y Cahuinarí y de los bosques del Putumayo y del Amazonas, fueron reducidos a esclavos. Arana sembró cincuenta subestaciones caucheras en los seis millones de hectáreas que el gobierno le concedió. Y desde la Casa Arana, una edificación de madera y piedra amarilla construida a solo unos metros de la maloca de Manuel, dirigió su empresa de muerte. W. Hardenburg y Roger Casement, cónsul inglés en Río de Janeiro enviado en visita oficial en 1910, supieron del horror que se extendió por La Chorrera, del infierno que fue la Casa Arana: cuerpos flagelados, raídos, ahogados, mutilados, quemados, fusilados, decapitados o ahorcados por no cumplir con la cuota semanal de caucho, se apilaban en los socavones de la casa, donde también pasaban los malos días los condenados al hambre. Cifras imprecisas dicen que setenta mil indígenas fueron asesinados y seis mil secuestrados y llevados al Perú a donde Arana pretendió extender su exploración una vez la inminencia de la guerra entre Colombia y Perú lo expulsó y los procesos judiciales amenazaron con cercarlo. Solo en la década del treinta, veinte años después de las denuncias de Hardenburg algunos sobrevivientes intentaron regresar. Entraron por los ríos que les eran familiares y olfateando el perfume de los árboles trataron de redescubrir un camino. Cuentan que una mujer joven todavía sobrevivió metida en las cuevas del monte comiendo frutos silvestres; y que un hombre, secuestrado dos veces y dos veces fugado, comió cogollos de palma y gusanos durante tres meses. Ellos, que se encontraron en las orillas del Igaraparaná formaron un hogar del que retoñaron algunos de los que ahora escuchan el relato lento y monótono que seca la boca de Manuel. En 1934, según el primer censo después de la guerra, en La Cho-

La naturaleza herida Después de la explotación, la devastación

rrera contaron ciento sesenta y dos personas contando al cura y a su hermana, y también al corregidor; y quizás a los esposos Umire: como troncos heridos, vacíos de savia, dispuestos a poblar de nuevo la tierra. A punto del alba, el fogón desprende un hilo de humo opaco. Uno de los hombres que acompaña a Manuel duerme sobre el suelo desnudo. Los demás apuran cigarrillos y tazas de café caliente. El Mayor, desnudo de la cintura para arriba como todos, siente frío. No habla ahora. La palabra le ha dado paso al sol que debe alimentar las chagras donde crecen la coca, el tabaco, la yuca y alguna hortaliza. Desde afuera vienen el canto del marido de la luna y las voces de los niños que madrugan. A esos llamados responde Manuel y sale de la maloca a saludar la luz antes de purificarse en las aguas del Igaraparaná. El Mayor camina hacia el agua; busca aliviarse por hoy de los dolores que vienen del pasado, lavarse las voces de los muertos que le dictaron el relato desde el vientre de la selva; sumergirse en el agua helada que beben sus ancestros. Los niños que van hacia la escuela cruzan el río en bote o por un puente; recuperan el aire al coronar la cima de un montecito; agarran pepas duras de las palmas y frutos blandos de los árboles; invaden los patios de piedra y le cantan al nuevo día desde el corazón rocoso, todavía frío, de la Casa Arana que hoy es su escuela, su casa del conocimiento; su maloca de la sabiduría.

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La vida pr ivada de l as im ágen e s Í ndic e de f ot o g raf í as e i lust rac ione s t

Fotografías de Ana María Mejía

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Emblema del Amazonas, la victoria regia tenía esta cita fija con Savia ii. No podía faltar ella, esta flor que se abre circundada en su mundo anfibio por unas hojas gigantes.

Alto muy alto es el huito. Irrumpe entre sus vecinos, como este ejemplar que está a la entrada de Isla Micos, y que sirve para verlo, para colorear la piel y para muchísimo más.

La espinaca amazónica, como se llama esta delicadeza, abunda entre matorrales y bejucos en la selva del Amazonas. Y para algo sirve porque en la selva todo sirve.

Para que la vean como se debe, hay una reserva vegetal remontando el Amazonas para cultivar la victoria regia. Muchas viven, duermen, se abren allí para el asombro.

Ceibas por montones hay en toda la cuenca de la Orinoquia. Adentro en la jungla, afuera en las orillas y en la mitad de las zonas colonizadas. Sobresalientes por arrogantes.

Caen sobre los infinitos ríos de la hoya del Amazonas, las ramas de los amacices. Estos gigantes abundan en las orillas, dan sombrío a los viajeros y paisaje a los ojos.

Quien la ve por ahí toda anónima, la flor de cúrcuma tiene una historia de vida larga y poderosa. La usan como remedio y como colorante desde el año 320 antes de Cristo.

Se llama bejuco aunque parezca otra cosa. Se reproduce mucho y refresca más cuando el sol de Puerto Carreño agobia y uno se refugia donde Rosario en la Fundación Orinoquia.

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No es necesario cultivar el ají en toda esta vastedad. Crecen silvestres éste que es pequeñito y rojo y muchos otros de otros colores, básicos en la cocina selvática.

El amacise, al que también se le puede llamar amacizo, es impúdico: muestra sus entrañas y deja ver las raíces. No es por asustar: es que los suelos aquí no lo dejan profundizar.

Subir por el afloramiento rocoso que hay en la orilla del Orinoco en Carreño para ver las plantas que crecen contra todo pronóstico y mirar el río Bita. Y tomar esta foto.

Virtud de la manigua es esta frutilla de nombre sonoro. Al arazá también se le dice guayaba amazónica y es delicada aunque a veces es tan ácida como un limón ácido.

Los nativos han domesticado la selva y han aprendido a cultivarla. En las chagras deben tener por lo menos siete plantas para que entre todas se ayuden a crecer, incluido el banano.

Bototo se llama. Pero en la cuenca del Orinoco hay quienes –muchos– le llaman compadre bototo a este árbol emblemático que se nos mostró una mañana en el caño Vitina.

Í n dic e de f oto g raf ías e i l ust rac ione s

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Uy si hay chaparros en las sabanas de la Orinoquia. Son así o más pequeños y los usan para todo. Lo más sobresaliente: la textura de las hojas que es recia como de papel de lija.

Lo dicho: los cámbulos, que se mezclan con otros árboles en los bosques quizás para sentirse mejor vestidos en verano, brotan mucho en el piedemonte cerca de Villavicencio.

Cuando lo avistó, el profesor Cogollo hizo desviar la expedición para llegar hasta la sombra que da este árbol de navidad, como lo conocen en los Llanos Orientales. Tenía razón.

La soya le da color a la llanura. Como aquí, cuando vas de Cumaral hacia Puerto López. Trabajo genera, pero también produce polémica por lo extensivo de sus cultivos.

Tomamos esta hilerita de árboles por compacta, pero peros de agua hay por todas partes en el pie de monte llanero. Y son así, tienen la forma de una pera y por eso su nombre.

Fue solo cuestión de madrugar al mercado de Leticia, comprar los ajís que viéramos, reunirlos y tomarles la foto. Es solo una muestra de la variedad de ellos.

Más colorido da el cámbulo, diría algún amigo de las tonalidades rojas. Y entonces se deleitaría cuando en la temporada seca comienza a brotar esta belleza.

Había mucho sol aquella mañana rumbo a Acacías. De pronto un candelabro en el fondo de un potrero. Una aparición fulgurante que pagó el día.

Bendita la yuca, así sea brava. Para quienes viven en la Amazonia y saben que con ella se hacen delicias y son alimento infaltable para casi todos. Y para quienes la probamos.

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Tal vez visto como paisaje, a lo lejos, a las orillas del Inírida, como aquí, el palo de aceite no sea tan impresionante como cuando recibe el sol. Pero es muy impresionante.

Cascabel se llama. Así de simple. Sí, es la planta que da aquellas vainitas que suenan, de las que había tantas en los potreros. Aún hay muchísimas en todos los piedemontes.

Esta niña salió, tal vez como todos los días, a la carretera en el kilómetro 2 a vender lo que le da la selva. La uva caimarona es muy apetecida. Las debió vender todas.

Por estos caminos de la Orinoquia se le llama floramarillo. Así seguido. Pero si le dices cañaguate estarás en lo correcto porque es el mismo que se da en el Caribe.

La palma caraná es otra palma que se da en la región, pero no es una palma cualquiera. A sus hojas y tallos les tienen tareas, entre otras que ayuden a construir las malocas.

Cosa rica es el cilantro cimarrón. Lo cultivan mucho y se compra por manojos en los mercados de toda la Amazonia-Orinoquia para condimentar lo que se quiera. Agreste, irresistible.

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Bueno, pues aunque no solo de yuca se vive, sin yuca no se puede vivir. Para el casabe, que es casi una obligación. Por ejemplo. Y son gigantes las yucas que sacan de la selva.

En los cuencos que se forman sobre los afloramientos rocosos del Chiribiquete y de todos los otros, se reproduce el mundo. En pequeño, el milagroso mundo del reino vegetal.

Si no fueran tan frecuentes estas apariciones de vegetación entre las fisuras de las rocas, parecerían un montaje escenográfico. Pero son millones las plantas que viven así.

Bello allí, madurando. Bello cuando toma el color final. Bello cuando se sirve. Y una de las delicias más variadas de la cocina amazónica. Hay muchas clases de pimentones.

Constreñido en los terrenos más hostiles, este anturio busca el sol para seguir creciendo. Sucede en miles de kilómetros en esta selva colombiana, marcada por el Escudo Guayanés.

Cuando se desciende de las cúspides de los afloramientos rocosos del Chiribiquete, el paisaje se vuelve doméstico. O, al menos, identificable como sucede con las heliconias.

El arroz, los arrozales, constituyen un paisaje en muchas partes de la Orinoquia. En las inundables, claro. Porque el arroz es clave en la economía y en la alimentación.

De lo que antes fueron rocas, tepuyes, todo sólido, la vegetación ha tomado posesión. Porque basta un quiebre, una fisura, una breve porción de arenilla para que crezcan plantas.

Tantas y tantas plantas crecen prendidas de las paredes, casi siempre juntas, como para impulsarse entre ellas, tantas y tantas que la clasificación es por ahora imposible.

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Tiempo para averiguar y espacio para contar hubiéramos necesitado para dejar en claro por qué a esta palma la llaman como la llaman. Milpesos es un prodigio por su utilidad.

De a poco los férreos tepuyes del Chiribiquete y todos los demás, han ido perdiendo solidez. Es el avance de la naturaleza lo que pasa en este enigma del parque natural.

Este individuo se llama lomo de caimán (Platypodium elegans). Qué elegancia la que tenía cuando lo fotografiamos mientras subíamos al mirador del Caney, cerca de Villavicencio.

También en Amazonas - Orinoco el bijao está presente. Se vive y se siente, especialmente cuando se trata de envolver alimentos o cuando algunas etnias realizan ceremonias rituales.

Un parecido de alguna manera vecino con la región Andina tiene esta planta amazónica cuyas ramas están cargadas de infinitas hojas. Y verdes deslumbrantes como si sonriera.

Sobrevive la esperanza de la conservación cuando se va por ahí y se encuentran cultivos de acacia. Sucede en las afueras de Puerto Carreño, camino al llano adentro.

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Tan particular la flor de Inírida. Solo crece en aquellos sabanales anegados de las afueras del pueblo. Y tan emblemática que por eso es contraportada de Savia Amazonas - Orinoco.

p. 61 Al níspero le dicen así y guayabo de pava, tuno y manzana de corona. Tal vez tenga otros nombres esta frutilla de flor muy bella que, además, es colorante y alimento de fauna.

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Camucamu. Repitan conmigo: ca-mu-ca-mu. Así se llama, lo llaman, este árbol resistente y versátil. ¿Dónde lo llaman así? En Leticia, por el 6, por los potreros de la casa de Pijachi.

Uno de los árboles más usados en construcciones y mueblerías en la región de Amazonas - Orinoco es este. El cedro amargo. Por resistente y por fácil de manejar. Una estrella.

Cada rato en las inmensas sabanas, cada rato en los recodos del camino. Cada momento de un recorrido por la Orinoquia, aparece una comunidad de palma moriche. Un morichal.

Este es un árbol binacional. Castaño o nuez del Brasil le dicen en los dos países. Cualquiera de los dos nombres vale para este gigante que aparece cada rato por ahí.

También en la zona de las sabanas del Orinoco y en las selvas del Amazonas, el caracolí es uno de los árboles que más sobresale por su tamaño y más se usa como madera de la buena.

De una estatura descomunal, el charapillo no podía ser menos. Y no porque de él, de sus tallos, muchas etnias selváticas, obtienen los maguaré, tambores rituales que retumban.

Una colección de cedros (el achapo, el amargo) se consigue fácilmente en cualquier ebanistería de orilla de camino. No son muchas, pero las hay. Y allí están ellos listos para servir.

Alguien, displicente, podría preguntarse que este matorralito qué. Nada menos que un horquetero orinoqueño que a pesar de la hostilidad del terreno, mírenlo cómo va.

Por la llegada de materiales sintéticos y otros horrores, los músicos llaneros están cultivando plantas de las que puedan sacar instrumentos. Como el tamparo para futuras maracas.

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Vainas raras y estos frutos del mabaco (Attalea cf. recemosa). Raros, sí, pero bellos y abundantes en la zona de los cerros de Mavicure, esa joya que queda a orillas del Inírida.

La ven así, pero cuando esta planta florece es rojahermosa. El capacho es otra de las herbáceas cultivadas para futuras maracas porque sus semillas sonarán nítidas y resistentes.

La entrada a un club campestre, en la vía de Villavicencio a Puerto López, fue concebida así. Monumental como se ve y la mayoría de la construcción en palma moriche.

Tan creativa y variada es la música, como creativos y variados son los instrumentos. Todos sacados de lo que da la tierra como este sonajero construido con semillas de capacho y otras.

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Sonajeros hechos de guadua y con semillas de quirilla son también parte de la instrumentación de algunos de los conjuntos llaneros. La naturaleza suena en todo el territorio.

Con guadua y semillas de chambimba se fabrica este instrumento en el Putumayo que suena como un aguacero cuando está llegando. Sutil en su sonido y trabajado en su decoración.

Si alguien proclama el copoazú como el rey de la selva, será mejor no discutirle, así haya otros muchos frutos favoritos. Tendrá razón porque abunda en la jungla adentro.

Han crecido los totumos (Crescentia cujete) y se han endurecido las semillas del capacho. Todo ha ocurrido para que surjan las maracas a las que también les llaman maracos.

Remota y desconocida para muchos en la Colombia central, esta fruta es habitual en el Amazonas. Arazá, a la que algunos despachan con el nombre de guayaba amazónica, es esta.

Al asaí también se le conoce como palmito. O manaca o chonta. Sus frutos son deliciosos y muy alimenticio tras cocinarlos un momento. ¿Y su aspecto? Despelucado, como se ve.

No supimos cómo suena –ni cómo se toca– este instrumento al que llaman congolo porque está hecho de semillas de bejuco. Pero lo tocan y suena en las entrañas del Putumayo.

Algún parentesco tiene con el uvito. Puede que lejano, pero lo tiene este frutal no muy popular que se llama cervera y que crece muy bien en el jardín de Mundo Amazónico.

Este es fruto del camucamu, que también es árbol maderable. Y también es medicinal. Muy versátil, se había dejado constancia. Quiero camucamu, piden muchos por aquí.

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Una de las flautas que proliferan entre los grupos musicales de indígenas. Esta la hacen con tallos de guadua, la adornan con tejidos y la hacen sonar en la ribera del Putumayo.

Popular a borde de camino cuando hay cosecha que es en el verano, la piña en los Llanos Orientales es casi una obligación alimenticia. Deliciosa y cultivada en diferentes variedades.

Otro nombre sonoro. Machichi, llaman a este fruto de apariencia tan extraña que puede confundirse con cualquier otro. Con una curuba chuzuda, por decir alguno. Pero es machichi.

Parecería un utensilio de cocina, un ayudante de esos para mezclar alimentos. Parecería. Pero es un instrumento musical obtenido también del muy socorrido y cultivado totumo.

Cacao. Basta el nombre para reconocerlo e imaginar su sabor. Se da mucho en el Amazonas, al punto de que este lo tomamos de un árbol no cultivado en la propia Leticia.

Bueno, el chontaduro. No digo bueno porque lo sea, aunque lo sea, sino porque es común en la zona donde crece silvestre, se reproduce y muere en el paladar de millares.

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Zapote de monte o zapote simplemente. Pero zapote. Existe también en la zona selvática y en la Orinoquia este fruto que en otras partes del país tiene otros sabores y tamaños.

Tras su fatídico historial –del cual la memoria de la selva se encuentra en procesos de olvido– el caucho ha vuelto poco a poco a proliferar para que le usen mansamente su riqueza.

Imponente es este coquillo –o abarco– que se mece con el viento en Mundo Amazónico. Uno de los ejemplares que más ha crecido en este sitio que alguna vez fue potrero.

Más que prodigiosa o amarga, es sagrada. Aunque también es prodigioso el yagé, que es este bejuco del que se extraen las sustancias para el viaje en busca de los espíritus.

No queda mucha quina en el monte. De hecho, no encontramos ningún árbol del cual en otros tiempos extrajeron la quinina de su corteza. Este es del Jardín Botánico de Bogotá.

Con el nombre sagrado de hojasanta (Kanlanchoe pinnata) se le conoce a esta planta que de tan verde que es refresca el ámbito. Y ayuda a ello en el jardín de Mundo Amazónico.

Se da fácil y no aparenta nada la coca. Un arbustico no más. Ya sabemos que es ritual su consumo, necesario en comunidades indígenas. Ya sabemos qué, cuando la pasan a cocaína.

No podía ser menos bella la entrada al jardín de Mundo Amazónico, en las afueras de Leticia. Un territorio construido con pasión para que crezca y se reproduzca la biodiversidad.

Qué delicadeza la del coronillo. Tanta que provoca nada más mirarlos. Los nubak lo consumen y lo usan para darle consistencia a la base de achiote con la cual se pintan el cuerpo.

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El caucho da sombrío, refresca, da frutillos como este. Y de su tallo sale el látex, tan apetecido al comienzo del siglo xx que se convirtió en una esclavitud para millares.

Su nombre científico es Urera sp. Se llama ortiga y, aunque sus hojas pueden ser agresivas, lo que se obtiene de la planta sirve contra las afecciones reumáticas, casi milagroso.

¿Para qué voy a decir que el árbol Espíritu Santo o chingale o machaco, es alto muy alto si ahí están viendo la foto? Pero qué alto es el Espiritu Santo o chingale o machaco.

Yagé hay más de uno porque la Banisteriopsis caapi es diversa. Este es yagé amarillo, que apareció así, de repente, mientras caminábamos con ojos abiertos por los lados de Leticia.

Cuando venga a Mundo Amazónico pásese por el puesto de aguas aromáticas. Y esté dispuesto porque encontrará allí plantas de nombres y sabores que no habrá oído ni probado.

Es apenas obvio que la cúrcuma, con todo lo que es y significa y con todos los usos que se le dan en el Amazonas y en la cuenca del Orinoco, aparezca tanto como aparece.

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Mundo Amazónico se ha convertido en un epicentro de manifestaciones culturales de la región. Por eso tiene una tienda a su estilo en donde los indígenas venden lo que hacen.

Hay epífitas que producen la sensación de ser más refrescantes que otras, porque, como estas, están llenas de hojas. Un mundo dentro de ese mundo que ya es cualquier árbol.

Otra colonización tan abigarrada, quizás tan antigua, que ya no hace posible la identificación. A los interesados se les informa que está en el camino a Cubarral, en el Meta.

Este juansoco es un árbol entre mediano y grande y es uno de los que produce látex. Uno de los tantos que mereció la explotación de su sustancia lechosa en la ii Guerra Mundial.

Flores también se desprenden de los tallos de árboles que sirven de alojamiento, temporal o definitivo, a aquellas plantas que viven recostadas en ellos.

Hágame el favor y vea de lo que es capaz la naturaleza. Vea el ímpetu de la vegetación que irrumpe entre estas rocas del mundo ignoto de la serranía de La Macarena.

Por razones que pueden ser obvias, Mundo Amazónico, que Savia considera el único jardín botánico de la región, para recorrerlo tiene senderos como estos, atestados de vegetación.

Este es el tallo de una palma cumare, la que tanto sirve a los artesanos, la que tanto se ve en la Orinoquia, la que da el nombre a Cumaral. Pero aquí es muchas otras cosas.

Entre la vegetación agreste y la intrincada topografía de La Macarena, de pronto, la belleza quieta de la orquídea. Un color tenue, nuevecito, acababa de nacer cuando la vimos.

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Sobre este tallo de una palmera que estaba contenta por los lados de Guamal, en el Meta, han crecido y se han reproducido plantas que nada más han hecho que embellecerla.

Musgo, lo que hay allí es musgo. Distinto al musgo que crece en el suelo, este es una especie de él que ha crecido en la corteza de este árbol que fotografiamos en la vía a Restrepo.

Mire y vuelva a mirar. Y entienda entonces que esta es una foto real, de la vida real de este Parque Nacional Natural, en donde, entre las rocas surge esta ceiba imponente.

Para mirarlas mejor, hay que detenerse y, en esa observación, se van descubriendo pequeños bejucos y otras plantas que van trepando sin hacer daño al árbol que los hospeda.

Tan colonizada esta corteza, tan amablemente tomada por las epífitas, que ya ni el nombre del árbol al que corresponde pudimos saber. Está en la salida de Leticia hacia el 2.

Medicinal, ornamental, el guamacho también ha servido en la región para ser cantado. El guamachito florece y las sogas se revientan, cantan en Caballo Viejo que habrás oído.

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Principio tienen las cosas. Este es el comienzo de un carbonero. Crecerá, dará sombra, alegrará el paisaje, florecerá entre esta selva espesa en la cual tiene un lugar.

Los chamanes del Amazonas usan las del clavellino contra la fiebre; el jugo de las flores para todos los dolores y las semillas contra la tos y dolor en el pecho. Para eso.

Venden mucha chuchuhuasa. Y la venden en este empaque en Puerto Nariño. La venden porque al masticarla se está luchando contra la diarrea, contra la artritis y contra mucho más.

Queda uno sin palabras ante la perfección de las líneas de este bejuco. Y de ahí se pasa a la perplejidad cuando, mirado de cerca, se ve la solidez del bejuco cadeno.

Sirve para tanto el mastranto que hasta para la sordera lo emplean en algunas aldeas del Amazonas y el Orinoco. Pero para lo que más lo usan es contra los dolores óseos.

Aunque tenga nombre de noticias de baranda judicial, el combo es muy querido por la fortaleza de su tronco y muy usado, por ejemplo, contra infecciones por heridas de animales.

Además de servir de ornamental, el maraco, al que también llaman mucu, ha servido para depilar y lo siguen usando contra un mal que se ha ido extinguiendo: las paperas.

Al chaparro, usado como leña para postes de linderos, y del que, dicen, atrae los rayos, lo toman contra la diabetes. Una virtud que no le reconocen quienes le dicen “carne asada”.

En el mercado público de Leticia hay varias boticas, cuyo proveedor es el bosque. Todos los días llegan colonos, campesinos e indígenas, a surtir estas vitrinas.

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Se usa el matarratón para tantas cosas, que es básico. Por eso hay tantos en las cercas. Protege contra el sol y las hojas maceradas curan pestes de pollos y demás males de aves de corral.

Qué hojas anchas y qué flores llamativas las que caracterizan a la bajagua. Y qué propiedades medicinales le atribuyen: que lucha contra dolencias del corazón, entre otras.

Se diría que ante tanto conocimiento y, sobre todo, ante tanta materia prima como la existente, construir un canasto simple es tarea fácil. No muy fácil, pero sí fácil para ellos.

Contra la gripa, contra la tos, contra la bronquitis. Reduce la inflamación de la próstata, abre el apetito y también sirve para la indigestión. La albahaca y la albahaca negra, benditas.

El pavito no necesitaría servir sino de bonito y bastaría. Pero se le adjudican atributos como el de ser diurético y astringente y de ser un buen aliado contra enfermedades de la piel.

Ya la mezcla de materiales le da otro nivel a la artesanía, como esta que hacen los curripacos, en Inírida. Porque ya van aquí fibras de cumare y cerámica. Otra dimensión.

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No supimos de madera de qué árbol está hecha esta silla que estaba a la entrada de una casa en Cumaral. Pero es de una sola pieza. Quedamos de una sola pieza ante su belleza rústica.

Ya ha tejido mochilas y tapetes. Le han ayudado otras mujeres a esta indígena experta en el manejo de las fibras extraídas de la palma chambira como también se le llama al cumare.

Uno de los vestidos para rituales de indígenas del Vaupés adentro es así. Para llegar a ello hubo que cortar de manera muy sabia las hojas de yanchama de las que está hecho.

Todo sirve para las artesanías vanidosas. Póngales semillas, póngales color, ensártelas, exhíbalas, explíquelas. Véndalas. Y se venden por miles en todas partes salidas de aquí.

Todo sirve y todo se usa en artesanías de Amazonas Orinoco. Estos sacudidores están hechos de fibras de varias palmas y les aplicaron distintos colorantes. Vegetales, desde luego.

Otra palma acude en favor de los millares de artesanos que viven en las selvas colombianas. Este especie de canasto, que es un soporte para el casabe, es hecho con palma chonta.

Aretes muy elaborados, muy diseñados, sorpresivos por ello, pero no por la materia prima de la cual están hechos: la palma de cumare, otra vez presente en este arte en el Guainía.

Esta máscara ceremonial es hecha y usada en muchos resguardos del Amazonas adentro. La fibra preferida es la de yanchama u ojé y las tinturas fueron extraídas de varias plantas.

No tienen tanto alcance como las que ellos –los indígenas del Amazonas– usan para cazar animales. No son tanto. Pero son cerbatanas que se hacen con fibras de palma chambira.

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Belleza y resistencia tienen estos canastos que vimos y fotografiamos en Inírida. Resistencia para aguantar ajetreo porque la palma chiqui chiqui, de la que están hechos, es fuerte.

Aunque no se pertenezca a un grupo musical, estos calabacitos sonadores son muy vendidos como artesanías salidas de la Colombia más verde. Muchas semillas hay en ellos.

Para móviles como estos, que encontramos en una tienda en el resguardo de Victoria regia, bajando por el Amazonas desde Leticia, se usa el balso. Y otras maderas livianas.

No supimos qué tan de las entrañas de una etnia sean estas máscaras hechas de balso. Las vimos en una tienda de artesanías en Leticia y nos dijeron que son ceremoniales.

Más elaborada que una mochila y que un simple tapete o unos aretes, es esta hamaca. Fabricada con paciencia en las sabanas de la Orinoquia, tienen el cumare como materia prima.

No solo están para la venta estas muñecas. Que las compran mucho pero con otros significados, más decorativos. En cambio para sus fabricantes significan ayuda como la protección.

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A través de escuelas y del olfato comercial que ellos poseen, los artesanos de estas tierras han entrado en la onda del diseño. Y para ello la selva les ofrece todo lo que necesitan.

Amazonas adentro, la selva se permite a veces estas claridades cuando el sol vence la altura de árboles hasta de sesenta metros. Entonces aquí, abajo, la humedad es infernal.

Una región colosal es esta, la del Amazonas en Colombia. Su territorio representa el 42,3% de toda la Colombia continental. Y eso que del gran Amazonas apenas somos el 8%.

Casi-casi, el oxígeno podía verse y tocarse este mediodía cuando todo estaba quieto en el río Inírida. Se juntaban el cielo y las aguas, como sucede en la región amazónica.

Muchos de los ríos o caños que dejan sus aguas al gran Amazonas, van teñidos por los taninos que le arrancan a algunos árboles. Entonces llega el asombro por su belleza.

También hay algas dentro de la inmensidad y en todas las riberas. Se recuestan en la vegetación o en las rocas que encuentran. La naturaleza anfibia contribuye al oxígeno.

La humedad, los humedales, las aguas todas son muchas en la región del Amazonas, esta productora de oxígeno que con todo su poder es la gran reguladora del clima mundial.

La humedad (que es como si siempre acabara de llover o como si todas las horas fueran las del alba por su rocío), la humedad se expresa en esta lechuga de agua en Leticia.

Un día cualquiera en una calle de barrio de Cumaral, pueblo que queda en lo que llamaríamos las goteras de Villavicencio. Plantas muchas y árboles grandes en su entorno.

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Los lechos que forman las hojas, los entramados de árboles que hacen penumbra en la manigua, los matorrales y las epífitas, todo en el Amazonas se relaciona con todo.

La selva amazónica tiene un suelo que deja muy poca profundidad a las raíces de los árboles. Por eso muchos sucumben y en ríos como el Loretoyacu flotan troncos y ramas.

La mentada palma cumare, que hasta aparece en letras de canciones, es esta. Una mirada a sus frutos y a un fragmento de sus fibras con las que se hacen artesanías en el pueblo.

Un bejuco que parecía una serpiente, que parecía una escultura, estaba allí, aquí, cuando caminábamos ávidos de vegetación por aquel recodo de Puerto Nariño.

Navegábamos por el Inírida rumbo a la estrella fluvial de oriente. Por allí, en el punto de encuentro de la Amazonia con la Orinoquia. Y amaneció. Con las primeras luces, esto.

Esta calle de Inírida va a encontrarse con el río en donde está el embarcadero y toda la movida de la capital del Guainía. Toda porque aquí las aguas determinan el movimiento.

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La flor de Inírida, de la que toma su nombre el pueblo, crece en unos humedales que hay en las afueras. Allí, cerca de cerro e´Sapo, desde donde es posible ver la inmensidad.

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El yopo es muy común en la Orinoquia y en la Amazonia. En una y en otra región lo usan para construcción, para leña, para artesanías y como colorante.

Fotografías de Julián Lineros

Contraportada

Monumental, descomunal podría decirse, es esta maloca que encontramos en las orillas del Igaraparaná. En ella sucede todo, lo sagrado y lo prodigioso, para los indígenas.

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Un agradable parque tiene Guamal con muchas sombras y algunos guamos en proceso de crecimiento. La idea de sembrarlos surgió como una necesidad de mantener viva la memoria.

En las orilla del Igaraparaná, al atardecer de ese día, sucedía esto que era casi un ritual. Un aserrador concebía una canoa sobre un madera que no supimos cuál era.

Un tomo como este, dedicado a dos regiones como estas, tenía que tener dos atractivos gráficos como los que escogimos. Al cierre del volumen, la flor de Inírida. Infaltable.

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Tronco de tronco, diría un caribe. Un amazónico no. Un amazónico casi se inclinaría ante la fortaleza y belleza de este bejuco, yagé, tan sagrado por ellos y tan estudiado.

Este es un elemento artesanal que sirve a los indígenas para adentrarse en sus ritos y costumbres. Es un pilón muy fuerte (hecho con palosangre) para la preparación del mambe.

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La leña del guamo es buenísima para asar las carnes llaneras. Para eso lo emplean y también como alimento humano, desde luego. Y para los refranes: más pelao que pepa de guama.

Trabajado y usado y rudo, como un gigante dormido, este es un maguaré. Un llamador en la selva. Ruge cuando lo tocan y con él se comunican. Lo obtienen del árbol charapillo.

En medio de la selva amazónica, cuando se llega a una comunidad, cualquier pieza construida con palosangre sobresale y te deja maravillado. Para no hablar de su solidez.

Encontrar un tallo de caucho en medio de la selva no es tan fácil. Y menos un tallo de caucho con vestigios de haber sido usado y abusado como este para la extracción del látex.

En el proceso de la coca ritual, la indígena, surge el mambe que es ligero y de este color. Con el ambil y otros implementos, una especie de kit infaltable en las comunidades.

Con hojas de palma de moriche (o de otras que haya a la mano) algunos indígenas del Amazonas hacen sus vestidos rituales. Sin complicaciones. A bajo costo, con talento.

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Dormita sobre el río Igaraparaná esta canoa que, por lo que se ve, ha sorteado esteros y ha conocido caños. Trabajada en balso con las propias manos de su ahora propietario.

Fotografías de Aldo Brando

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Complejo y rústico es este colador que no es artesanía para la venta. Es instrumento básico para que en las comunidades se trate el tabaco. Hecho de fibras de yarumo, entre otras.

Mirada así parece una ballena encallada en medio del bosque de nunca acabar. La serranía de Chiribiquete, precedida por una manigua espesa, es un misterio cubierto de enigma.

Fotografías de Héctor Rincón

Con un ímpetu muy cercano a la soberbia, esta ceiba ha crecido entre las rocas de la Isla de Santa Elena, cerca de Puerto Carreño. Va airosa. Ha desdeñado la dificultad.

No son para la venta estas ayudas artesanales que los indígenas de las riberas del Igaraparaná, usan para la pesquería. Unas trampas eficientes de madera en los caños que van al río.

De aguas cristalinas que a veces se tiñen por las algas taninas que les sirven de lecho. Así son algunos de los manantiales que brotan en La Macarena. Puro oxígeno. Solo belleza.

Si hubiera que escogerle cuna al palo de aceite, sería el Casanare. Y por eso sus llanuras son del color anaranjado de este árbol de uso múltiple: sirve hasta para curar al ganado.

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Hay pasajes de la Amazonia que parecen pintura. O potreros de otras regiones con menos densidad de bosque. Este, por ejemplo, es un sitio cerca por donde corre el Igaraparaná.

Un mundo irreal donde las aguas ruedan, van, se precipitan sobre las rocas, y a su paso van dejando nutrientes para la infinita vegetación. Porque es infinita la vegetación aquí.

La aparición de los cerros de Mavicure, cuando se remonta el plácido Inírida, es casi un susto porque es más que un asombro. En sus inmensidades, la vegetación gana terreno.

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Sobre aquellas aguas de Macedonia, camino a Puerto Nariño por la ribera del Amazonas, flotan victorias regias. Muchas. Algunas en flor. Otras con hojas ya extintas como esta.

Fotografías del libro The lords of the Devil’s Paradise, G. Sidney Paternoster (1913). Londres, Stanley Paul Biblioteca Luis Ángel Arango. Sala de Libros Raros y Manuscritos

Ilustraciones de Alejandro García Restrepo

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Testimonio gráfico de un horror. Este es uno de los campamentos caucheros que fueron establecidos en el Putumayo. No solo usados para la recolección sino también para la esclavitud.

Amazonas y Orinoco juntas, porque comparten mucha de su vegetación, mucha de su potencia y mucho del futuro de Colombia. Y sobre las dos hay, mucho desconocimiento.

Guardas iniciales

Básica en la alimentación del mundo amazónico, la yuca brava es parte también del paisaje en las vegas de los infinitos ríos en donde se da silvestre.

Fotografía de Efrén Plata

La vellozia, tomada para hacer letra T capital, florece entre más de cien especies del género de un color entre rosa y morado. Originaria de América, se ve mucho entre Panamá y Brasil.

Así funcionaban los embarques del látex hacia mercados del mundo desde las selvas colombianas. Un proceso que trajo muerte y humillación y que no quiere ser recordado hoy.

Como un prócer, porque lo fue, así interpretó el ilustrador a José Jerónimo Triana, uno de los sabios que presentamos orgullosos en este Savia Amazonas - Orinoco.

Este es el fruto de la Apeiba tibourbou, en la que se inspira una de las letras de apertura de capítulo. Esta vez para dar cuenta de la descomunal región amazónica.

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La capital del Casanare, Yopal, con seguridad menos arborizada que en los años de su fundación cuando literalmente había comunidades grandes de yopos adentro y afuera del pueblo.

Quién lo ve de saco y corbata, todo formal, no creería el explorador temerario que fue Schultes, uno de los extranjeros que más pasión y tiempo le ha dedicado a la selva.

Una letra U es la primera que aparece en el capítulo dedicado a contar qué es la región de la Orinoquia. Y esta es la U, salida de la guaba (Stylogyne turbacensis).

Contra lo que diga su apellido, la figura de este explorador botánico y andariego empedernido era esbelta. Un precursor de los herbarios en Colombia.

Una letra E inspirada en una parte del malagueto, la usó el ilustrador para dar comienzo al capítulo de los Piedemontes. En plural porque son varios y de muchas extensiones.

Í n dic e de f oto g raf ías e i l ust rac ione s

p. 34

p. 42

p. 50

p. 58

p. 66

p. 74

p. 82

p. 90

p. 98

p. 106

p. 114

p. 122

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Guardas finales

Sobresale el achiote en toda la región. Podría decirse que es habitual en todas las regiones y su uso es múltiple. Sobresale el achiote aquí en esta A como letra capital.

El cacao sirve para tanto que sirve también para la inspiración del ilustrador quien logró con él esta letra. La E, con la cual comienza la crónica sobre los frutales.

Uno de los árboles más usados para la fabricación de artesanías en toda la región es el balso. Nada más oportuno, entonces, que comenzar la crónica con una letra hecha con su fruto.

Para contar el mundo raro del Chibiriquete hay que recurrir a la botánica y a la geología. Y a las ilustraciones como esta P, extraída del fruto de la Pourouma cecropiifolia.

Una de las plantas prodigiosas para la región es la coca. Que la hayan vuelto amarga los traficantes es un cuento aparte. Un cuento que se cuenta en este capítulo.

La pasiflora expuesta y utilizada para hacer esta letra. Con ella abrimos el capítulo sobre el tamaño de la importancia que tiene la cuenca del Amazonas en el oxígeno del mundo.

El llamado ojo de venado (Mucuna sloanei) nos ayuda a poner en escena el capítulo dedicado a ese poder inmenso que tiene la madera en la región Amazonas Orinoco. Un abrebocas.

Esta es nada menos que la interpretación de la hoja del moriche. Una sorpresiva letra D con la cual se abre la historia de Mundo Amazónico, el jardín botánico de Leticia.

Palabras innecesarias para describir esta L. La flor del tabaco sirve para dar comienzo a una crónica dramática: lo que fue la Casa Arana, la fiebre del Caucho. El diablo en la selva.

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Justo y bello entregarle a la flor de Inírida la responsabilidad gráfica de que con ellas se arme la letra H, que sirve de apertura a este capítulo del Andén Orinoquence.

Intrincado, misterioso, enigmático. Así es el mundo perdido de La Macarena y así es este bejuco, el bejuco del yagé, que inspira esta letra.

Abundan en la región, pero no solo son útiles para el magnífico paisaje, sino para la alimentación, la construcción, la artesanía. Y para la guarda de este libro.

Perfecta como una nuez. Perfecta como una D. Perfecta esta letra capital para contar de la música de esta Colombia tan rica en instrumentos hechos con madera.

La crónica sobre las plantas medicinales de Amazonas - Orinoco la comenzamos con una letra: la C. Y con la alusión a una de las flores más abundantes y más estudiadas: la del borrachero.

Ilustraciones de Eulalia de Valdenebro

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A si se le llama —piene de mono—, aunque en la región también se le conoce como peine de mico. Una planta emblemática que sirve de ornamental y para artesanía.

Infografía de Marcela Rodríguez

p. 33

Un bejuco pero no un bejuco cualquiera. El de curare es especialmente útil y ha sido muy estudiado porque es un eficiente relajante muscular.

p. 134

Mapa de parques nacionales naturales de Amazonas - Orinoco

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p. 33

Con la corteza del ojé, que también se le llama yanchama, se obtienen tejidos y se usan en trajes rituales. Uno de los usos de este árbol que es también medicinal.

Bi bl io g raf ía Sav ia Am a z onas - O r i no co

Bibliografía La búsqueda de información para e ste, el segundo volumen de la Colección Sav ia, se extendió a las llanuras y a las selvas de las que nos ocupamos. Reporteros, botánicos, fotógrafos, ilustradores de Savia viajaron por aquellos lugares en donde escasean los documentos pero abundan los testimonios. No solo los testimonios salidos de quienes viven en esas lejanías, sino lo que la naturaleza misma testimonia cuando se la mira con los ojos minuciosos de quienes esperan obtener de ella información. A esa naturaleza y a esos habitantes de bosques y de sabanas recurrimos, pues, para alimentar la información que contiene este Savia Amazonas - Orinoco, además de la que es obvia: de la que nos dan los libros, las enciclopedias, los herbarios, las revistas y las investigaciones de las que nos servimos para que lo que aquí está escrito tenga el rigor de todo lo que en el pasado o en este momento se está estudiando en Colombia sobre nuestra vegetación. A todos esos documentos, documentalistas, bibliotecas, centros de información y demás, gracias. Y a los autores de tanto que se ha profundizado en el estudio de la botánica colombiana, unas felicitaciones llenas de orgullo por todo lo que aprendimos. t

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Índice

onomástico A

Acacia 51, 142 Acacia mangium 51 Acapú 55 Minquartia ganensis 55 ahumado 55, 57 cuyubí 57 v. t. Olacácea 55 Achiote 38,110, 146 Andiroba 53 Carapa guianensis 53 Aguacate 76, 79 Persea americana 79 v. t. Laurácea 79 Ají 11, 14, 15, 28, 31, 34, 35, 37, 38, 39, 40, 61, 63, 96, 140, 141 pimentón 37, 39, 142 Capsicumm annuum 11, 14, 15, 31, 35, 37, 39 Capsicum sp. 63 v. t. Solanáceas 31, 39, 63 Ají negro 34, 37, 38 Ajo 36, 39, 41, 96 Allium sativum 39 v. t. Amarilidáceas 39 Ajonjolí 159 Albahaca 31, 107, 111, 113, 147 Ocimun bacilicum 31 Ocimun campechhianum 111 albahaca blanca 31, 147 albahaca común 31 albahaca negra 107 v. t. Lamiáceas 110,111 Albahaca negra 107 Ocimum sp. 107

Algarrobo 55, 57, 61, 63 Hymenaea parvifolia 55, 63 copal 63 v. t. Fabáceas 63 Algas 20, 99, 129, 150, 151 Algodón 28, 31 Gossypium herbaceum 31 v. t. Malváceas 31 Almendro 63 Caryocar glabrum 63 Amacise 11, 14, 140 Erythrina fusca 11, 14 Amapola 96, 111, 113 Papaver somniferum 111 v. t. Papaverácea 111 Andropogon leucostachyos 104 v. t. Gramíneas 104 Anón amazónico 76, 79

Rollinia mucosa 79 v. t. Anonácea 79 Anón de monte 104 Annona cherimilioides 104 Anturio 43, 142 Anturium sp. 43 Árbol de navidad 30, 141 Parkia pendula 30 Árbol del picaflor 30 Tococa guianensis 30, 31 árbol chupaflor 31 ara 31 curray 31

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Árbol mortecino 101 Grias sp. 101 Árbol tórtolo 23 Scheffera morototoni 23 yagrumo 22, 23 v. t. Araliáceas 23 Arazá 11, 14, 37, 39, 75, 76, 77, 111, 112, 140, 144 Eugenia stipitata 11, 14, 39, 75, 111 guayaba amazónica 75, 140, 144 v. t. Mirtácea 15, 39, 111 Arizá 61, 63 Brownea ariza 61, 63 palo cruz 63 v. t. Fabácea 61 Arveja 36, 39 Pisum sativum 39 v. t. Fabáceas 39 Arroz 37, 38, 39, 130, 142 Oryza sativa 39 v. t. Poáceas 39 Asaí 77, 78, 79, 111, 112 Euterpe precatoria 78, 79, 111 asaí 77 manaco 79, 111 v. t. Arecácea 79, 111 Asasí 76 Avellano 113 Axonopus canescens 104 v. t. Gramíneas 104 Azarí 90

B

Badea 76, 79, 112 Passiflora cuadrangularis 79 v. t. Pasiflorácea 79 Bajagua 110, 147 Senna reticulata 110 Balso 53, 55, 71, 73, 114, 117, 120, 148, 149 Ochroma pyramidale 53, 55, 71 balsa 53, 55 palo de lana 53, 55 v. t. Malvácea 71 Bambú 69

Banano 16, 140 Mussa sp. 16 Barbasco 14, 15, 61,63 Lonchocarpus nicou 14, 15 almendro 63 v. t. Fabáceas 14, 15, 57 Batata 39, 40 Ipomea batatas 39 v. t. Convulváceas 39 Bejuco 68, 124, 140, 144, 149 Bejuco arauto 19 Monstera adansonii 19 Bejuco barbasco 57 Bejuco cadeno 105, 147 Bauhinia guianensis 105 Bejuco chaparro 103 Darvilla sp. 103 bejuco candela 103 v. t. Crisobalanácea 103 Bijao, hoja 38, 41, 142 Calathea lutea 41 biajo 41 Borrachero 14, 15, 108, 109, 111 Brugmansia suaveolens 14, 15, 111 Brugmansia aurea 111 floripondio 15, 108, 109, 111 floripondio blanco 111 culebra borrachera 109, 111 burundanga 109 v. t. Solanáceas 14, 111 Borojó 39, 76, 112 Borojoa patinoi 39 Rubiáceas 39 Bototo 21,140 Cochlospermun orinocensi 21 Bromelia 45, 47, 102, 103 Bromelia sp. 47 Navia sp. 103 Bromelia 47

C

Cabo de hacha 39, 54, 55, 57 Heisteria acuminata 39 Irianthera tricornis 54, 55

Bi bl io g raf ía Sav ia Am a z onas - O r i no co quiebracha 39 v. t. Olacácea 39 Cacao 15, 61, 63, 76, 77, 133, 144 Teobroma cacao 15, 63, 76 chocolate 63 v. t. Olacácea 39 v. t. Malvacea 63 Cacao de monte 14, 15, 61, 63 Teobroma subincanun 14, 15, 63 v. t. Malvácea 15 Cacay 61, 76, 79 Caryodendron orinocensi 63, 79 inchi 63, 79 tacay 79 v. t. Euforbiácea 63 v. t. Poácea 79 Café 39, 36, 37, 133 Coffea arabica 39 v. t. Rubiáceas 39 Caimarón, árbol 45 Caléndula 111, 113 Calendula oficinalis 111 v. t. Asterácaceas 111 Caimito 76, 79 Pouteria caimito 79 caimo 79 v. t. Rubiácea 79 Cámbulo 24, 27, 141 Eritrina poeppigiana 24, 27 Camucamu 39, 40, 51, 76, 79, 80, 92, 142, 143, 144, 146 Myrciaria dubia 39,79, 80 Myrcia dubia 51,92 v. t. Mirtáceas 39 Campisanto 95 Candelabro 28, 141 Vochysia lehmmanni 28 Canyaraná 90 Cañafistol llanero 54, 56 Cassia moschata 54 Cañagria 30, 31 Arthostemma ciliatum 30 Caoba 50, 53, 55 Swietenia macrophylla 53 caoba americana 55

Capacho 67, 68, 70, 143, 144 Canna sp. 67 Canna indica 67,70, 71 achira 70, 71, 116 bandera 71 v. t. Cannácea 71 Capinurí 45, 47 Pseudolmedia laevis 47 v. t. Moráceas 47 Capirona 90 Caracolí 57, 143 Anacardium excelsum 57 Carambolo 76, 79, 112 Averrhoa carambola 79 v. t. Pasiflora 79 Caraná, palma 29, 93, 141 Lepidocarium sp. 29 Carbonero 104, 147 Acanthella sprucei 104, 147 Carguero de hormiga 46 Xylopia emarginata 46 Carnívoras, plantas 45, 47, 101 urticularia 47 drosera 47 v. t. col de vejigas 47 Carrizo 69 Arundo donax 69 Cascabel 28, 141 Crotalaria sp. 28 Cassia sp. 104 v. t. Fabácea 104 Castaño 52,143 Bertolletia excelsa 52 nuez del Brasil 52, 143 Catleya traniae 32 Caucho 13, 14, 29, 44, 64, 68, 71, 82, 83, 84, 87, 88, 89, 96, 137, 138, 145, 150, 157, 159, 160, 162 Hevea brasilensis 14, 29, 42, 68, 71, 83, 84, 85, 87, 88, 137 caucho negro 85,87 Castilla sp. 85, 87, 138 (moráceas) hule 31, 87 siringa 31, 45, 71, 87 coutchoul 85

∙ 167 ∙

árbol que llora 85 v. t. Euphorbiácea 87 Cebolla 36, 37, 38, 41 cebolla cabezona Allium cepa 39 v. t. Amarilidáceas 39 Cedrela montana 53 Cedrillo 71, 119 Trichilia pallida 71 v. t. Meliácea 71 Cedro 57, 72, 90, 119 Cedro achapo 52, 53, 55, 57, 94, 143 Cedrelinga cateniformis 52,53, 55 achuapo 55 Cedro amargo 52, 55, 57, 70, 71, 143 Cedrela odorata 52, 53, 55, 56, 57, 70,71, 72 cedro bastardo 55 v. t. Meliácea 55 Cedro macho 50, 53, 55, 56, 57, 70 Guarea guidonia 53, 55, 56 bilibil 53 trompillo 53 Cedro rosado 70 Cedrón 30, 31, 113 Dichapetalum spruceanum 30, 31 v. t. Dichapetaláceas 31 Cedrón común 31 Simaba cedron 31 v. t. Simurabáceas 31 Ceiba 19, 55, 57, 59, 61, 63, 102, 140, 151, 159 Ceiba pentandra 19, 55, 59, 63, 102 chivecha 63 v. t. Malváceas 63 Cervera 75 Castilla o perebea 75 Cilantro 36, 41 Cilantro cimarrón 36, 39, 141 Eryngium foetidum 36 v. t. Apiáceas 39 Cissus 62 Clavellino 108, 147 Caesalpinia pulcherrima 108 Coduiro 45, 47 Eschweilera juruensis 47

carguero 45, 47, 57 cocomono 57 v. t. Lecitidáceas 47, 57 Coca, hojas de 13, 15, 28, 31, 36, 82, 83, 84, 85, 87, 88, 89, 111, 112, 136, 138, 145, 163 Erythroxylum coca 15, 28, 31, 83, 85, 87, 111 Erythroxylum novograntense 87 kuka 85 v. t. Eritroxilácea 15, 31, 111 Coca de monte 104 Erythroxylum macrophyhlum 104 ajicillo 104 pata de torcaza 104 Cocona 79, 80, 90 Solanum sessiliflorum 79 anón amazónico 76 v. t. Solanácea 79 Col de vejigas 47 Utricularia sp. 47 v. t. Lentibulariácea 47 Combo 113, 148 Aspidosperma sp. 113 Comino real 68 Aniba cf. panurensis 68 Contentas, flores 14 Copoazú 14, 15, 39, 40, 61, 63, 76, 77, 79, 90, 144 Theobroma grandiflorum 14,15, 39,63, 77,79 cacao amazónico 77 cacao de monte 79 v. t. Malvácea 15, 39, 63, 79 Copuí 90 Coquillo 92, 145 Couratari sp. 92 abarco 92 Coronillo 76, 92, 146 Bellucia pentámera 92 grosella 76 Corozo 23 Acromia aculeata 23 palma de corozo 23 v. t. Arecácea Cucharacaspi 109, 111 Malouetia naias 111 v. t. Apocináceas 111

Bi bl io g raf ía Sav ia Am a z onas - O r i no co Cucurita 39, 40, 119 Attalea maripa inayá 39,40 cucurito 119 v. t. Arecácea 39 Cumaceba 39, 41 Swartzia polyphylla 39 v. t. Fabácea 39 Cumare, palma 15, 23, 39, 63, 114, 115, 116, 119, 120, 121, 130, 131, 146, 148, 149, 150 Astrocaryum chambira 15, 23, 39, 63, 69, 130 cumarey 14 chámbira palma 14, 23, 39, 61, 63, 69, 114, 120, 130, 148, 149 macanilla 15,23 v. t. Arecácea 15, 23, 39 Curare 31, 33, 96, 152 Strychnos toxifera 31 Curarea toxicofera 31 Chondodendron tomentosum 33 bejuco bravo 31 v. t. Loganiácea 31 v. t. Menispermáceas 31 Cúrcuma 13, 93, 140, 146 Curcuma sp. 13, 93 Cuyubí 53, 57 Minquartia guianensis 53,55 ahumado 53, 55, 57 acapú 53, 55 v. t. Olasacea 55

CH

Chambimba, semillas de 73, 144 Champe 79 Campomanesia lineatifolia 79 champe 76 guayabo Anselmo 79 v. t. Mirtácea 79 Chaparro 22, 62, 63, 109, 110, 111, 113, 141, 147 Curatella americana 63, 109 curata 63, 111 carne asada 147 v. t. Dileniácea 63, 111

Charapillo 67, 70, 143, 144 Dipterix sp.67 Chicosa 41 chicora 41 Chingalé 55 Jacaranda copaia 55 v. t. Bignoniácea 55 Chiricaspi 109,111 Brunfelsia chiricaspi 111 v. t. Solanácea 111 Chirimoyo 103 Fusaea sp. 103, 104 v. t. Anonáceas 103 Chocho 63 Ormosia fastigiata 63 macucú 63 Chontaduro 14, 15, 39, 40, 41, 61, 63, 71, 72, 76, 77, 79, 81, 111, 112, 145 Bactris gasipaes 14, 15, 39, 63, 71, 72, 79, 81, 111 pijiguao 15, 63,71, 79 manaca 144 palma chonta 41, 72, 120, 144, 149 palmito 41 v. t. Arecáceas 15,63, 71, 79,111 v. t. Amarilidáceas 79 Chuchuhuasa 111, 112, 147 Maytenus laevis 111 Maytenus sp. 112 chuchuguaza 41 chuchuhuaza 41, 111 chuchuhuasi 111, 113 chuchuhuasa 111, 112, 147 v. t. Celastrácea 111

D

Dapakoda 110, 111 Mandevilla steyermarkii 111 v. t. Apocinácea 111 Davilla sp. 104 Dividivi 22, 23 Caesalpinia coriaria 23 v. t. Fabácea 23 Dormilón 14, 15, 45, 47, 55, 63

∙ 169 ∙

Enterolobium schomburkii 15, 47, 53, 55, 63 Enterolobium Cyclocarpum 47 jaboncillo 15, 47, 55, 63 orejero 15, 47, 53, 55, 57, 63 dormidero 47 revientatetas 47 v. t. Fabáceas 14, 15, 47, 55 Drosera 47 rocío del sol 47 v. t. Droserácea 47

E

Encenillo 103 Weinmannia 103 v. t. Cunoniáceas 103 Epífitas 97, 103, 143, 146 Clusia sp. 103 Tomovita sp. 103 Ruellia sp 103 musgo 97, 146 Escobo 110 escobilla 110 Espinaca amazónica 16, 140 Portulacácea sp. 16 Estevia 95

F

Fierro caspi 41 acapú 41 Flor del Guaviare 15 Paepalanthus formosus 15, 62 v. t. Eriocaulácea 15 Flor de la pasión 79 v. t. Pasifloráceas 79 Flormorado 47, 52, 54, 56, 104, 103, 104 Erisma uncinatum 47, 54 Jacaranda obtisifolia 104 arenillo 47 milpo 47 chingalé 55, 103 gualanday 103, 104, 110 v. t. Voquisiáceas 47 Jacaranda copaia 55 v. t. Bignoniácea 55

Frailejones 23 Espeletia sp. 23 v. t. Asterácea 23 Frijol 71 Phaseolus sp. 71

G

Guacapurano 39 Campsiandra angustifolia 39 huacapuruna 41 v. t. Fabáceas 39 Guacarapona 116 Guaco 111 Aristolochia goudotii 111 v. t. Aristoloquiácea 111 Guadua 68, 73, 144 Guaimaro 68, 71, 72 Brosimum lactescens 68, 71 árbol vaca 68, 71 v. t. Moráceas 71 Gualanday 22, 23, 103, 110 Jacaranda obtusifolia 103 chingalé 103 pavito 23, 112, 147 flormorado 103 v. t. Bignoniácea 23, 103 Guama 36, 39, 76, 133 Inga edulis 39, 133 v. t. Fabáceas 39 Guama de boa 133 guamito 133 Guamacho 104, 147 Pereskia guamacho 104 guamachito 147 Guamo 45, 47, 79, 119, 133, 150 Phytolacca rivinoides 23 Inga edulis 47, 79 v. t. Fabácea 79 Guaba 22, 23, 39, 47 Phytolacca rivinoides 23 Inga edulis 47, 79 guamo 47 chumilla 47 v. t. Fabácea 47, 79

Bi bl io g raf ía Sav ia Am a z onas - O r i no co Guaraná 110, 113, 162 Guarumo 88 Cecropia sciadophylla 88 serico 88 imbauba 88 Guayaba 37, 39, 111, 112 Psidium guajava 39, 111 v. t. Mirtácea 39, 111 Guayaba pera 76 Guayusa 110, 111 Ilex guayusa 111 v. t. Aquifoliácea 111 Guiruro 116 Gustavia 45 v. t. Lecitidáceas 45

H

Hemiparásitas 45 Higuerón 54, 55, 61, 63, 71, 72, 73, 101, 114, 117, 118 Ficus maxima 54, 63, 71 Ficus americana 55 Ficus insipida 101 matapalo 23, 55, 101, 103 lechoso 23 yanchama 61, 63, 71, 72, 114, 118, 120, 148, 149 chibechea 103 ojé 33, 114, 118, 120, 152 v. t. Moráceas 23, 55, 63, 71 Huito 12, 39, 41, 114, 140 Genipa americana 12, 39 jagua 39, 41 Helechos 42 Heliconia 45, 47, 104 Heliconia sp. 47, 49, 63, 142 platanillo 47 platanillo rojo 61, 63 v. t. Heliconiácea 47, 63 Hemipífitas 45 Hierbabuena 111,113 Mentha x piperita 111 v. t. Lamiácea 111 Hirtella sp. 104 Horquetero orinocense 59, 143 Tabebuia orinocensis 59

I

Icoja 39, 41 Unonopsis spectabilis 39, 41 espinata 39 v. t. Anonáceas 39 Inírida, flor 14, 15, 59, 61, 63, 131, 150 Guacamaya superba (flor de Inírida de invierno) 14, 15, 59, 61, 63, 131 Shoenocephalium teretifolium (flor de Inírida de verano) 14, 15, 61, 63, 131 v. t. Raptáceas 15, 63 Inga sp. 104 v. t. Fabácea 104 Iraca 57, 96

J

Juansoco 76, 79, 95, 146 Couma macrocarpa 79, 95 avichure 76,79 surba 95 v. t. Apocinácea 79 v. t. Icacinácea 79 Junco 71 Arundo donax 71 carrizo 71 v. t. Poácea 71

L

Lantana 104 Laurel 69, 103 Aniba panurensis 71 Endlicheria sp. 71 Nectandra amazonum 103 chulo 103 tinto 103 loiro 71 miratava71 medio comino 71 v. t. Laurácea 71, 103 Laurel oloroso 54, 57, 69 Lechuga de agua 125, 149 Lianas 42, 101 Limón 80 Limoncillo 113

∙ 171 ∙

Líquenes 42 Litocasmoquerosofíticas 45 Loiro 71 Aniba panurensis 71 mitava 71 medio comino 71 Lomo de caimán 51, 142 Platypodium elegans 51, 142 Loreya 30 Luiro 119 Lulo 111, 112 Solanum quitoense 111 v. t. Solanácea 111

M

Mabaco 53 Attalea cf. recemosa 53, 143 mabaco 143 Macambo 39, 90 Teobroma bicolor 39 v. t. Malváceas 39 Macano 53, 55, 101, 103 Terminalia amazonia 53, 55, 101, 103 amarillo 55 guayabo 101 granadillo 101 v. t. Combretáceas 55, 103 Macarenia clavigera 13, 99, 102 v. t. Podostemócea 13 Machaco 56, 93, 146 Jacaranda capaia 93 árbol del espíritu santo 93, 146 chingale 93,146 Machaerium sp. 103, 104 Machichi 80,144 v. t. Cucurbitácea 80 Madroño 76, 79 Garcinia madruno 79 v. t. Clusiácea 79 Maíz 28, 38, 39, 41, 89 jojoto 38 choclo 41 v. t. Poácea 39 Malagueto 61, 103, 104, 110

Xylopia aromatica 61, 103, 104 achón 103, 104, 110 sembé 110 malagusta 110 v. t. Anonáceas 103 Malva olorosa 113 Mamita 76 Mandevilla 62 Maní 28, 31, 41 Arachis hypogaea 31 v. t. Fabácea 31 Manilcara 45 v. t. Sapotácea 45 Mango 39, 40, 61, 63 Mangifera indica 39, 63 v. t. Anacardiácea 39, 63 Mangostino 76, 79 Garcinia mangostana 79 v. t. Clusiácea 79 Mapuey 40 Maraca, pepa de 41 macambo 41 Mastranto 103, 108, 147 Hyptis sp. 103, 104, 108 v. t. Genesriácea 103 Maraco 76, 79, 107, 147 Couroupita gianensis 79, 107 mucu 79,147 v. t. Lecitidácea 79 Maracuyá 90 Marañón 37, 39, 76, 79, 80 Anacardium occidentale 39, 79 merey 40, 79 v. t. Euforbiácea 79 Matarratón 14, 15, 55, 57, 61, 63, 107 ,147 Gliricidia sepium 15, 55, 63, 107 v. t. Fabáceas 15, 55, 57, 63 Matamata 90 Matapalo 22, 23 Ficus sp. 23 v. t. Morácea 23 Mato 111 Aristolochia nummularifolia 111 v. t. Aristoloquiáceas 111

Bi bl io g raf ía Sav ia Am a z onas - O r i no co Mejorana 111, 113 Origanum majorana 111 v. t. Lamiácea 111 Miconia 104 Milpesillo 55 Oenocarpus minor 55 v. t. Arecácea 55 Milpesos, palma 14, 34, 40, 61, 63, 79, 102, 103, 142 Oenocarpus bataua 14, 40, 63, 79, 103 milpes 15, 39, 63, 79 seje 15, 39, 40, 63, 76, 79, 102, 103, 113, 114, 119 v. t. Arecácea 14, 15, 63, 103 v. t. Convolvulácea 79 Miratabá 119 Mirití, palmera 114, 119 Moriche, palma 14, 15, 23, 39, 40, 45, 47, 56, 61, 62, 63, 65, 77, 79, 81, 114, 116, 119, 132, 143, 151 Mauritia flexuosa 14, 15, 23, 39, 47, 63, 79, 132 canangucho 14, 15, 23, 39, 47, 76, 79, 116 carandai-guazú 77 ideuí 77 aguaje 76,77, 79, 90 cacangucho 77,116 chomiya 77 morete 77 (en Ecuador) pepas de 37,39 v. t. Arecáceas 14, 23, 39, 47, 63, 79 v. t. Apiácea 79 Motelo sanango 41 chilicaspi 41 Mururé 41 tamarí 41

N

Nectandra sp. 30, 31, 104 v. t. Lauráceas 30,31 Níspero 30, 31, 61, 76, 143 Bellucia pentámera 30, 31 Bellucia grossularioides 61, 79 guayabo de pava 30, 61, 143 guayabo coronillo 79 pepito 30 pomo 30,31

tuno 143 manzana de corona 143 v. t. Melastomácea 79 Nuez mantequilla 71 Caryocar nuciferum 71 v. t. Cariocácea 71

O

Ocobo 55, 56, 57 Tabebuia rosea 55 flor blanco 55 guayacán rosado 55, 56, 57 v. t. Bignoniacea 55 Ocotea 30, 31 v. t. Lauráceas 30,31 Ojé 33 Ficus insipida 33 Ojo de venado 23, 57, 71, 110, 111 Mucuna sloanei 23, 69, 71, 111 ojo de buey 69, 71 congolo 69 v. t. Fabáceas 71, 111 Oreja de tigre 111 Aristolochia sprucei 111 v. t. Aristoloquiácea 111 Orquídea 97, 101, 103, 147 Catasetum sp. 101 Ortiga 36, 39, 91, 111, 112, 113, 145 Urera caracasama 39, 145 Urera sp. 91, 145 Urtica urens 111 pringamoza 111 v. t. Urticácea 39, 111

P

Pachira quinata 53 Pajalisa 103 Trachypogon spicatus 103, 104 saeta lisa 103, 104 v. t. Poácea 103 Palosangre 53, 55, 88, 114, 115, 148, 151 Brosimun rubescens 55 palisangre 53

∙ 173 ∙

chimico 53, 55 granadillo 53, 55, 69, 99 v. t. Morácea 55 Palo Brasil 131 Caesalpinia echinata 131 Palma 128 Palma africana 31, 130 Elaeis guineensis 31, 130, 131 palma de aceite 130 v. t. Arecácea 31 Palma chuntaro 55 Aiphanes lindaniana 55 v. t. Arecácea 55 Palma chiquichiqui 52, 55, 117, 119, 131, 148 Leopoldinia piassaba 55, 131 fibra 55 v. t. Arecácea 55 Palma marray 23 Aifanes horrida 23 mararave 23 v. t. Aracácea 23 Palma real 14, 15, 61, 101, 102, 132 Attalea maripa 14, 15, 101, 103, 132 güichire 15, 103 marija 15, 101, 103 huichira 101 inayá 101 Palma de virote 15, 102, 103 v. t. Arecácea 14, 15, 103 Palma zancona 14, 15, 30, 31, 61, 63, 103 Socratea exorrhiza 15, 30, 31, 63, 103 araco 15,31, 103 v. t. Arecáceas 14, 30, 31, 103 Palo boya 23, 53, 55 Zygia cataractae 23 Malouetia tamacuarina 53, 55 v. t. Fabáceas 23 v. t. Apocináceas 55 Palo de aceite 25, 60, 110, 141, 151 Copaifera pubiflora 25, 60, 111 Calophyllum brasilense 53 cachicamo 53 aceite 53,111

copaiba 110, 111, 113 v. t. Fabácea 111 Palo de arco 39, 41, 55, 71, 101, 103, 113, 119 Tebebuia serratifolia 39, 55, 71, 101, 103 Tabebuia ocracea 25 chicalá 39,41 asta de venado 71 floramarillo 25,103,141 v. t. Bignoniáceas 39, 711, 103 Palo de cruz 110, 111 Brownea ariza 111 flor que abre bastante 110 akereba 110 monterillo 110, 111 v. t. Fabácea 111 Palo de maicero 103 Hirtella sp. 103 Palo de rosa 57, 69, 71, 113 Aniba rosiodora 71 v. t. Laurácea 57, 71 Papa 37, 39 Solanum tuberosum 39 v. t. Solanáceas 39 Papaya 76,90, 154 Parásitas 45 Peine de mono 23, 33, 57, 152 Apeiba membranácea 23 Apeiba tiborbu 33 peine de mico 22, 23, 57 v. t. Malváceas 23 Pero de agua 27 Syzygium malaccense 27 Pera arbórea 104, 141 arenillo 45, 104 Petunia de monte 23 Stachytarpheta mutabilis 23 v. t. Verbenácea 23 Pera sp. 103 v. t. Euforbiácea 103 Piña 36, 40, 75, 79, 112, 144 Ananas sp. 75 Ananas comosus 79 piña blanca 76

Bi bl io g raf ía Sav ia Am a z onas - O r i no co piña de borugo 76, 79 v. t. Musácea 79 Piña criolla 76 Pino 70 v. t. Podocarpácea 55 Pino colombiano 55, 56 Podocarpus guatemalensis 54, 55, 56 pino chaquiro 54, 56 v. t. Podocarpácea 55 Piper sp. 104 Piquia 72 Caryocar nuciferam 72 Plátano 39, 40 Musa x paradisiaca 39 hoja de 36, 37, 41 gancho de 37 v. t. Musácea 39 Platanillo de monte 61 Platanillo tarriago 49 Penacospermun guayannense 49 Poleo 111, 113 Clinopodium brownei 111 Polygala sp. 104 Pomarrosa 111, 112 Syzygium malaccense 111 v. t. Mirtácea 111 Pseudobombax septenatum 99 Puinave 108 Pulmonaria 31 Pfaffia iresinoides 31 madre yuca 31 v. t. Amarantáceas 31 Punta de lanza 104 Vismia macrophylla 104 lacre 104 palo de chicharra 104

Q

Quina 13, 22, 23, 29, 31, 82, 83, 84, 87, 89, 111, 113, 145, 154, 155, 157, 159 Cinchona officinalis 23, 29, 31, 82, 87, 89, 111 kiua kina 82 cascarilla 82, 87

polvo de cardenal 82 polvos de la condesa 82 polvos de los jesuitas 82 v. t. Rubiácea 23, 31, 111 Quinilla 90 Quirilla, semillas de 68, 144

R

Rabo de gato 103 Andropogon leucostachyus 103, 104 rabo de vaca 103, 104 v. t. Poácea 103, 104 Romero 111, 113 Rosmarinus oficinalis 111 v. t. Lamiácea 111 Ruda 113 Ruellia 104 v. t. Herbácea 104

S

Sarrapio 55, 57 Dipteryx rosea 55 v. t. Fabácea 55 Sangre de drago 110, 111, 113 Croton lechleri 111 sangro 111 v. t. Euforbiácea 111 Sangre de toro 30, 55, 57, 103, 108, 111 Virola 30, 108, 109 Virola surinamensis 31, 111 cumara blanca 31, 55, 111 virola 103, 109 v. t. Miristicáceas 31, 55, 111 Senefelderopsis chiribiquitensis 45 v. t. Euforbiáceas 45 Sidrera 95 Sombrilludo 57 v. t. Laurácea 57 Sinningia sp. 104 v. t. Herbácea 104 Siparuna guianensis 104 Soya 24, 128, 141 Glycine max 24

∙ 175 ∙

Stylosantes sp. 103, 104 v. t. Herbáceas 104 v. t. Fabácea 103

T

Tabaco 15, 25, 28, 31, 36, 89, 108, 109, 111, 119, 148 Nicotiana tabacum 15, 31, 111 v. t. Solanáceas 15, 31, 111 Tagua 117 Tamamuri 39 Brosimun acutifolium 39 v. t. Moráceas 39 Tamparo 67, 143 Crescentia cujete 67 Tara 56 Simarouba amara 56 Tarraigo 102 Phenacospermun guyannense 102, 105 turriago 102 Tomate 38 Toronjil 111, 113 Melissa officinalis 111 v. t. Lamiácea 111 Tórtolo 103, 104 Schefflera morototoni 103, 104 mano de león 103, 104 sachauva 103, 104 mano de oso 104 v. t. Araliácea 103 Totumo 68, 70, 71, 72, 144 Crescentia cujete 68, 70, 71, 72, 144 calabazo 70, 71, 119, 148 v. t. Bignoniáceas 71 Trompeto 23, 110, 111 Bocconia frutecens 111 trompetero curador 22, 23 sarno 110, 111 v. t. Papaverácea 23, 111 Tronador 31 Hura crepitans 31 catahua 31 Tovomita 104 Trachypogon spicatus 104 Triolena hirsuta 30, 31

U

Umarí 37, 39, 40, 90 Poraqueiba seriacea 39 guacure 39 v. t. Icacinácea 39 Uña de gato 110, 111, 113 Uncaria guianenensis 111 bejuco de anzuelo 110, 111 v. t. Rubiácea 111 Utricularia 47 Uva caimarona 30, 31, 35, 37, 47, 76, 141, 145 Pourouma cecropiifolia 30, 31, 35, 47 uva de monte 37 caimarón 31,47 v. t. Urticácea 30, 31, 47 Uvilla 88 Porouma cecropiifolia 88 uva silvestre 88

V

Valeriana 111, 113 Valeriana officinalis 111 v. t. Caprifoliácea 111 Vellozias 45, 47, 62, 63, 103 Vellozia tubiflora 63 Vellozia paepalantus 62 Vellozia macaranenesis 102, 103 Verbena 113 Victoria regia 12, 14, 15, 127, 140, 151 Victoria amazónica 12, 14, 15, 127 Victoria amazónica 14, 15 v. t. Ninfáceas 15 Volador 54, 56 Ceiba samauma 54, 56

Y

Yagé 14, 15, 29, 31, 83, 85, 87, 96, 108, 109, 111, 113, 145, 154, 160 Banisteriopsis caapi 14, 15, 29, 31, 83, 85, 87, 111, 145 yagé negro 83, 85, 145 ayahuasca 14, 15, 45, 111 caapi 14, 29, 31, 111 yagé amarillo 85 vino del alma 109

Bi bl io g raf ía Sav ia Am a z onas - O r i no co bejuco del alma 159 v. t. Malpigiáceas 14, 31, 111 Yerbamora 103 Lantana sp. 103, 104 cariaquito 103 v. t. Verbenácea 103 Yuca 13, 28, 34, 35, 36, 37, 39, 40, 41, 63, 73, 89, 138, 142 Yuca brava 35, 37, 38, 39, 61, 63, 141, 160 Manihot esculenta 35, 36, 38, 39, 63 Mandioca brava 41 v. t. Euphorbiáceas 39, 63 Yarumo 22, 23, 54, 55, 119, 136, 148 yagrumo 22 Cecropia sp. 54, 55 Cecropia talenitida 55, 111 Yarumo plateado 110, 111 v. t. Urticáceas 23, 55, 111 Yopo 28, 31, 37, 39, 61, 63, 132, 150 Anadenanthera peregrina 28, 31, 63, 132 Mimosa trianae 132 v. t. Fabáceas 31, 39, 63 Yoco 96, 109, 111, 160 Paullinia yoco 111 v. t. Sapindácea 111

Z

Zapito 101 Sterculia macarenensis 101 Zapote 76, 79, 81, 145 Matisia cordata 79,81 chupa chupa 79 zapote de monte 145 v. t. Malvácea 79

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La Colección Savia

está compuesta en caracteres

Bauer Bodoni y Adobe Caslon Pro.

La primera de estas tipografías es una versión

de Heinrich Jost diseñada en 1926, basada en el diseño

original que el tipógrafo italiano Giambattista Bodoni realizó

en 1790. La segunda corresponde a una versión de Carol Twombly,

basada en el estudio de la tipografía original que el inglés William Caslon

produjo en 1725. Esta obra está impresa en papel Bodonia del molino Fedrigoni,

producido con papel proveniente de bosques cultivados. Cumple con los requisitos

del Consejo de Administración Forestal, con sede en Bonn, Alemania, la ong dedicada al cuidado de los bosques. Está fabricado en pura pulpa e.c.f. y no usa cloro elemental. Está libre de ácidos y de metales pesados. Este segundo tomo se terminó de imprimir el 13 de enero de 2014 en los talleres de Panamericana, Bogotá, Colombia.

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