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Spanish Pages [189] Year 2017
Tomo V
Savia
Andina
Inventario botánico de Colombia
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Andina In v en ta r io
botá n ico
de l a r egión
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Inventario botánico de Colombia Tomo V
Savia Andina
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S avia A ndina
Edición
Inventario botánico de la región Andina colombiana
Este tomo y los demás de la Colección Savia son una contribución
C olección S avia
Para su concepción y ejecución fue primordial el aporte de José
Inventario botánico de Colombia Tomo cinco de cinco Colombia, 2017 www.saviabotanica.com
del Grupo Argos a la difusión del patrimonio botánico colombiano. Alberto Vélez, quien alentó esta Colección desde su cargo de
presidente del Grupo Argos. Para él, nuestro reconocimiento y gratitud. Este Savia Andina, libro con el que se cierra la
Colección Savia, fue elaborado siendo presidente del Grupo Argos Jorge Mario Velásquez y contó con el apoyo conceptual de Juan
Luis Mejía, Cecilia María Vélez, Rafael Obregón y Camilo Abello
Dirección editorial
Mapa ilustrado
Curador científico
Corrector de estilo
Redacción de textos
Correctora de pruebas
Ana María Cano, Héctor Rincón
Álvaro Cogollo Pacheco
Patricia Nieto, Fernando Quiroz, Óscar Hernando Ocampo, Adriana Echeverry, Úver Valencia, Ana Cristina Restrepo,
José Navia, Cristian Zapata, Federico Rincón Mora, Manuela Lopera, Luis Ernesto Quintana, Cristina Lucía Valdés, Ana María Cano, Héctor Rincón
Investigación y documentación
Cristina Lucía Valdés, Camila Uribe-Holguín, Lina Pérez,
María Alejandra Navarrete, Luis Ernesto Quintana Fotografía
Alejandra Estrada
Carlos José Restrepo
Silvia García
Correctora técnica Marcela Serna
Índice onomástico
Nancy Rocío Gutiérrez Corrección de color Gabriel Daza
Ana María Mejía, David Estrada, Federico Rincón Mora
Impresión
Concepto y diseño
quien solo actúa como impresor
Efraín Pérez Niño, Karen Sofía Barrera, Diego Cortés Guzmán,
Panamericana Formas e Impresos S. A.,
Alejandra Rodríguez Lozano
ISBN: 978-958-58250-3-1
Coordinadora Savia Botánica
Copyright Grupo Argos 2017
Hilda Samudio Ruiz Ilustraciones
Alejandro García Restrepo
Centro Santillana, Cra 43A N.o 1 A sur 143, Torre norte Medellín, Colombia
www.grupoargos.com
www.saviabotanica.com
Ilustración botánica
Queda prohibida sin la autorización escrita de los titulares
Docente Universidad Nacional de Colombia
la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier
Eulalia De Valdenebro
del copyright bajo las sanciones establecidas en las leyes, medio o procedimiento
G rat i t ud
A tantos aguaceros como los que se precipitaron mientras recorríamos los caminos andinos. Esas aguas —y las que corrían en riachuelos y en ríos— que son las que permiten la fertilidad inaudita de esta vasta Colombia.
L a C ol ec c ión Sav ia
Este libro de Savia Andina es el quinto de cinco tomos auspiciados por el Grupo Argos, con la descripción del paisaje botánico de Colombia dividido por regiones. Los anteriores tomos se ocupan de Caribe, Amazonas-Orinoco, Pacífico y Oriente. No se trata de una colección de libros de botánica ni de fotografía en sentido estricto, porque la Colección Savia se propone tener el periodismo al servicio de la divulgación científica de la botánica para lograr hacer comprensible un patrimonio nacional, que es la manera elemental de preservarlo. Estos libros fueron concebidos con la idea de que la botánica está presente en la vida cotidiana de una manera que a veces ni nos damos cuenta y esto demuestra que sin ella es imposible la preservación de la vida en este planeta. Al apoyar la Colección Savia —que ha llegado como donación a las bibliotecas públicas de todo Colombia, a centros de documentación, jardines botánicos, universidades y centros de investigación—, el Grupo Argos contribuye a difundir y preservar el patrimonio vegetal del país. t
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Savia Andina Ín dic e de con t e n i d o s
P r e s e n tac ión
El edén que habitamos
8
Grupo Argos P e r f il An din a
Lo prodigiosa que es
10
Héctor Rincón R e g ión An din a
Mapa de la región Andina
17
Alejandro García Restrepo Nud o de L o s Past o s
Un parto de cordilleras
18
Óscar Hernando Ocampo Jar di n e s b o tán ic o s Cal ar c á y Per ei ra
Los jardines del triángulo
26
Luis Ernesto Quintana P e r f il e s
El sabio Mutis
32
Cristina Lucía Valdés Tr e s pl an tas sim b ól ic as de l a r eg ión
Emblemáticas33 Eulalia De Valdenebro M ús ic a
Nostalgia de hombres y árboles
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Úver Valencia C o c in a
Menú del día
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Patricia Nieto
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M e dic i n al e s
Plantas que valen oro
50
Cristian Zapata Jar dí n B o tán ic o de Tul uá
Santuario de las especies
58
Adriana Echeverry Perfiles
El sabio Pérez Arbeláez
64
Cristina Lucía Valdés Palm a de c era
Rectitud
E j e Caf e t er o
Montañas de magia y ausencias
65
66
José Navia M ade rabl e s
La nostalgia de los montes
74
Cristina Lucía Valdés Frutal e s
Frutos de mi tierra
82
Ana Cristina Restrepo Sur oe st e An t io q ueño
Paisaje surtido y bruñido
90
Ana María Cano Perfiles
La sabia Galeano
96
Cristina Lucía Valdés Guad uas
Las siempre presentes
Guad uas
La hierba básica e imponente
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Fernando Quiroz
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Se r ran ías
De los Andes a las sabanas
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Óscar Hernando Ocampo A rt e san ías
Con paciencia y alegría
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Ana María Cano Jar dín B o tán ic o de B o g o tá
Aquí ronda el espíritu de Mutis
122
Luis Ernesto Quintana Jar dín B o tán ic o de M edel l ín
La joya verde de Medellín
126
Manuela Lopera P ue bl o s
La Jagua 130 Fresno131 Heliconia132 Caparrapí133
Jar din e s c a m pe sino s
Flores a la vista
M ar iq uita
Corazón botánico de Colombia
134
136
Federico Rincón Mora Í ndic e de f o t o g raf ías e il u st rac ione s
La vida privada de las imágenes
140
Héctor Rincón
Bibliografía Savia Andina
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Índice onomástico Savia Andina
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Nancy Rocío Gutiérrez
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El edén que habitamos o es por azar que la región Andina sea la escogida para el cierre de Savia, esta Colección de cinco libros que hemos hecho con amor por Colombia y que hemos construido con rigor y con esperanza. Amor por la vegetación descomunal que nos fue dada, contada en estos libros como un anzuelo para pescar entre los lectores el compromiso de su conservación. Y esa es nuestra esperanza: saber que en bibliotecas públicas, en escuelas, en fin, al alcance de millones de manos, hay ahora miles de libros de Savia cargados de historias y de conocimientos para ser leídos hoy, para ser leídos mañana, para ser disfrutados siempre. Para que estos libros —junto con los apoyos digitales con que cuentan— sean material de consulta y una sugestiva manera de enamorarse del patrimonio vegetal y de conservarlo. Ni por azar ni por capricho damos cuenta ahora de la región Andina. Ni por lo uno ni por lo otro la Colección Savia se ocupó primero del majestuoso Caribe, difundió después la exuberancia de Amazonas-Orinoco, ancló enseguida en ese mundo anfibio del Pacífico y se trepó posteriormente a las crestas de la cordillera Oriental. Cada una, en su dimensión y en su riqueza, nos mereció admiración igual. Ahora es el momento de los Andes, nuestros Andes, esta franja de tierra a la que por muchas razones la historia de Colombia le concedió la responsabilidad de alojar a la mayor parte de su población. En estas primeras décadas del siglo xxi se estima que el setenta por ciento de los habitantes del país vive en sus doscientos ochenta y dos mil kilómetros cuadrados, y aquí está el sesenta por ciento de sus pueblos y ciudades, lo que significa que en este entramado hecho de cordilleras y llanuras viven al menos treinta millones de personas. Una desmesura, se podría decir a la luz de lo inmensa que es Colombia. Una concentración que hace más vistosa, casi dramática, la desolación poblacional de muchas otras áreas del territorio. Pero así es, y algunas de la razones para que así sea están en el prodigio de la naturaleza. La región Andina es el edén del paraíso —y se vale ser redundante— porque su opulencia sobrepasa todo cálculo: la vegetación andina representa casi la tercera parte de la flora total de Colombia. ¿Es decir? Es decir que en esta zona se estima que puede haber más del doble de
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P r e s e n tac ión
riqueza botánica de la que se encuentra en la Amazonia o en el Pacífico. Doscientas familias de plantas, mil ochocientos géneros, diez mil especies; se han censado treinta y cinco mil plantas de uso medicinal. Todo eso aquí está dado por la variedad de tipos de bosques, por sus climas distintos, por sus altitudes diversas. Todos los soles y todos los vientos acuden a los Andes. Y de ellos se nutren también incontables especies animales entre ellos el significativo oso de anteojos, por cuya recuperación de terrenos para su supervivencia también venimos procurando. Tanta abundancia parece habernos hastiado. Hemos abusado de esta fortuna con alevosía. De los robledales que se mecían airosos en las tres cordilleras en dieciocho departamentos solo quedan algunos grupos, por mencionar un solo ejemplo de los santuarios que ha extinguido la inconciencia colectiva y la ausencia de políticas de extracción sostenible y de reforestación necesaria. Avanza la destrucción de cuencas y la contaminación de fuentes hídricas ante los ojos atónitos del país que siente que así se le está evaporando el futuro y de autoridades laxas a las que tampoco ayudan los frágiles instrumentos legales para enfrentar la fuerza de los devastadores. De los cerca de sesenta millones de hectáreas de bosque natural que se estima hay en Colombia, el diecisiete por ciento está en la región Andina. Nada despreciable. Esa cifra y la reciente que da cuenta de la pequeña disminución de la deforestación en 2015 comparada con años anteriores son signos de vida que convocan a la esperanza. Una esperanza que está acompañada con una conciencia ciudadana verde que crece en Colombia. Esas señales son avances hacia la conciencia de disfrutar nuestra hermandad con los cominos, con los guaduales, con los robles. Avances hacia esa certeza naturalista que expresa Mutis, no el botánico, sino Mutis, Álvaro, el escritor, al anunciar que “cuando esté lejos de la cordillera me dolerá su ausencia con un dolor nuevo hecho de la ansiedad febril de regresar a ella y perderme en sus caminos que huelen a monte, a pasto yaraguá, a tierra recién llovida”. ‐ Grupo Argos ‐ t
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Lo prodigiosa que es
uando se piensa, cuando se escribe sobre los Andes, surge la imagen de esa ancha tierra siempre cubierta con pieles de soles y de vientos del sur que en el poema de Aurelio Arturo corren por ese bello país donde el verde es de todos los colores. Abismos sin fondo que se desprenden de las cordilleras y en recuas de arrieros que la historia ha sacralizado. Y se sueñan pueblos con casas de tapias blancas y entejados pardos, unidos por caminos aptos para serpientes. Todo eso son los Andes de Colombia. Un mundo intrincado parido entre nieblas, donde las tres cordilleras se desatan del nudo y empiezan a ser las columnas vertebrales del país todo. Entonces se forman páramos y serranías, ruedan ríos que originan valles, caen arroyos, surgen lagunas, se hace este colosal país andino que va desde esa terraza del macizo colombiano hasta Pisos térmicos, lluvias, ecosistemas, comenzar el reino de las sabanas Caribe, el mundo anfibio de las valles, páramos. Todos los prodigios de ciénagas. Habrán cubierto entonces unos doscientos ochenta y una Colombia prodigiosa los tiene la dos mil kilómetros cuadrados, que equivalen al veinticuatro por región Andina. Todos ciento del territorio continental. En ese mundo cabe la naturaleza toda. Aunque en los Andes habite el setenta por ciento de los colombianos en el comienzo del siglo xxi y esté en sus laderas y en las vegas de sus ríos el sesenta por ciento de sus ciudades y pueblos, a pesar de esa densidad que supone un riesgo para la vida vegetal, está aquí la tercera parte de la flora total: doscientas familias de plantas, mil ochocientos géneros y diez mil especies, lo que significa casi el doble de lo que hay en la Amazonia o en el Pacífico. Increíble, sí, por las imágenes del tupido bosque amazónico y del mar verde surcado de ríos y riachuelos del Pacífico. Pero es que lo andino es alto, es medio, es bajo;
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P e r f i l A ndi na
Cordillera Occidental y cultivo de caña de azúcar en el Valle del Cauca Saccharum officinarum
Encenillo en flor Weinmannia sp.
Comino crespo Aniba perutilis
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Robledal Quercus humboldtii
es páramo y es templado y es ardiente; es bosque de niebla y es bosque seco. Lo andino colombiano son todos los climas, todos los ecosistemas, todos los árboles, todas las plantas, los musgos, los líquenes, las lianas. Mirado de sur a norte, de abajo arriba, todo comienza en Nariño, que en su parte andina alberga volcanes que se llaman Chiles, Cumbal, Azufral, Galeras, Doña Juana, y ese altiplano de Ipiales y Túquerres que hace frontera con el Ecuador. La laguna de La Cocha, un santuario de flora y de fauna, de aguas quietas y anchas y largas, marca el límite andino de Nariño y es el comienzo del bosque amazónico hacia el valle del Sibundoy, en el Putumayo. Se pasa por cuarenta y siete zonas de reserva natural para llegar al Cauca, el departamento coronado por el macizo colombiano. Un mundo de cumbres y filos, de abismos y de ríos: nacen allí los ríos Cauca, Magdalena,
Patía, Caquetá y Putumayo. Nada menos. Los dos primeros buscarán las tierras planas del Huila y del Valle para hacer las planicies más fértiles y más pobladas de la región Andina. Más arriba se encuentra el Valle del Cauca, que tiene doscientos kilómetros de largo y llega a tener treinta y dos de ancho entre las cordilleras que lo delimitan: la Oriental y la Occidental. La vegetación, toda la que cabe en una tierra portentosa que va de los mil metros sobre el nivel del mar hasta los cuatro mil ochenta, que es la altura que tiene el pico Pance; los páramos (Tatamá, Tinajas, Chinche, Iraca, El Rosario) y un bosque de transición hacia el océano Pacífico, hacen de esta parte andina de Colombia un opulento territorio. Tan vasta es esta tierra, que en su descripción lineal sigue mencionar al Huila, al Tolima, que pertenecen más a la cuenca del Magdalena, así los dos tengan en las
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P e r f i l A ndi na cordilleras volcanes y nevados. Y, por ese mismo flanco oriental, van Cundinamarca y Boyacá, departamentos empinados en las cumbres o recostados en sabanas fértiles o superpobladas, aunque también los cundiboyancenses lleguen hasta los climas ardientes de las orillas del Magdalena. Por el lado del valle que forma el río Cauca están Quindío, Risaralda y Caldas, pero también participan de la clorofila cálida que hay sobre el Magdalena y de esos tepuyes gigantes que por los lados de La Dorada hablan de mares pasados. Naturaleza pura, tierra que huele, árboles que crecen, flores que encandilan. En este sobrevuelo por el país de los Andes aparece Antioquia con sus cordilleras, sus ramales, sus valles poblados, sus ríos que tributan tanto al Magdalena como al Cauca y sus bosques de transición que van hacia el Atlántico (por Urabá) y hacia el Pacífico (por el suroeste). Y las serranías —San Jerónimo, San Lucas, Abibe y Ayapel—, que son la agonía de las cordilleras que invitan a las sabanas del Caribe a presentarse en la extensa y bella geografía de Colombia. Abajo, en ese abajo que se afianza en las zonas ardientes de los valles del Magdalena y el Cauca, crece una vegetación exuberante donde abundan la caña de azúcar, el algodón, el tabaco, el plátano y el maíz. Y cacao, banano, arroz, naranjas, limones, mangos, piñas, tamarindos. Nísperos, zapotes, mamey, y todo aquel frutero exótico y aquel milagro de palmeras y de orquídeas. Más arribita, cuando se sube de los mil metros sobre el nivel del mar, en las laderas que son muy zona Andina, en donde reina el café, en la vasta región, se mecen los guaduales que conforman el paisaje más asiduo. Señales de vida, de vientos y de agua son estos pastos gigantes, las plantas más útiles que da la vegetación a los colombianos y por lo cual en este volumen de Savia merecen un capítulo y el homenaje de aparecer en la portada. Además de guadua y café, en la altitud de hasta mil quinientos metros sobre el nivel del mar se sigue cultivando caña de azúcar y plátano y banano. Y aparecen los aguacates, los guayabos y las guamas. Es aquí, en esta zona mediana, en donde comienzan a distinguirse los árboles que serán comunes en las tres cordilleras, el roble andino el primero entre ellos. Y también los cámbulos, los gualandayes y las ceibas.
Entre los dos mil y los tres mil metros de altura sobre el nivel del mar, en los Andes de Colombia se cultiva papa, cebada, trigo, quina, fique, hortalizas. Y crecen los cedros rojos, los laureles, las fresas y el anís. La uva de monte y el caucho blanco. A esta altura aún hay bosques y comienza a elevarse la zona donde frailejones, musgos y chusques dominan. Lo Andino resume todo el patrimonio vegetal de Colombia por su extensión y variedad. Por el privilegio de las tres cordilleras donde se recuesta y por tener esos dos valles poderosos y magníficos que forman los ríos Magdalena y Cauca. Entre las cordilleras Central y Oriental se abre el primero, y el segundo entre la Central y la Occidental. Paralelos corren ambos y reciben sus afluentes desde las montañas sobre cuyas laderas se ha desarrollado buena parte del país. Dije de riqueza botánica de los Andes de Colombia a pesar de la densidad de su población. De los casi (o más) treinta millones de colombianos que viven aquí en estas primeras décadas del siglo xxi. Pero a pesar del trajín al que ha sido sometida esta tierra, a la colonización y a la potrerización y al maltrato urbano, aún hay vestigios de bosque nativo. De las cincuenta y nueve millones de hectáreas de bosque na- Fique tural que aún registra el país a esta Furcraea cabuya fecha, el diecisiete por ciento pertenece a la región. Quedan bosques, pero no como aquellos que hubo en la cuenca del Magdalena central, que era la selva tupida del Carare-Opón. Por decir un territorio que fue despojado de su floresta para la agricultura. O como había en el suroeste de Antioquia, en límites con el Chocó, que eran como los del Pacífico hasta que la expansión agropecuaria volvió esas tierras como son hoy. En las crestas de las tres cordilleras, hubo bosques de laurel comino y de robles. Tanto comino (Aniba perutilis) y tanto roble (Quercus humboldtii) había, que con su madera construyeron casas-puentes-caminos-ferrocarriles-postes-vigas-pisos-barriles, sin que se retribuyera
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la reforestación generosa. Por eso ahora son especies al borde de la extinción. Los robledales fueron como hoy son los guaduales. Porque crecen desde los setecientos metros sobre el nivel del mar hasta los tres mil cuatrocientos cincuenta. Árbol multialtura. Árbol interdepartamental: robles hubo en las cordilleras que atraviesan dieciocho departamentos, donde se mecían airosos con sus hasta veinticinco metros de altura y sombríos anchos. Robledales que todavía quedan, pero que hay que salir a buscar como aquel que vimos por Yarumal, en Antioquia, con su alborozo rojizo. La deforestación puso a los robledales como vulnerables en el volumen dedicado a las especies maderables amenazadas del Libro rojo de plantas de Colombia, y ha devastado arbolocos que todavía no están clasificados en riesgo pero sí los hace escasos. Los maltratos de los bosques andinos se produjeron por el uso excesivo del recurso (los robles fueron usados en los
siglos xix y xx hasta para curtir pieles con su corteza) y también por la ausencia de una política de reforestación de especies útiles. Y se dan casos como el de la guadua, sometida a legislaciones que impiden su corte legal, que incentivan el mercado negro e inhiben a reforestadores de emprender ambiciosas empresas de siembra porque ven en el futuro impedimentos para su comercialización. A estos vaivenes o maltratos ha sido sometida la vegetación. Y más: en las últimas décadas ha avanzado la destrucción para abrirle paso a la siembra de cultivos ilícitos, especialmente en el sur de Colombia. Y a ello se ha agregado la aparición de la minería ilegal, que no solo deforesta sino que esteriliza la tierra. Mientras tanto, el viento sigue soplando en la cordillera. Y las lluvias caen y el sol alumbra. Ese proceso generoso que la naturaleza no detiene para seguir teniendo esta Colombia Andina prodigiosa.
Yarumos plateados Cecropia telenitida
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P e r f i l A ndi na
En letra cursiva La variedad de ecosistemas de la región Andina determina el encuentro entre la altísima variedad de especies tanto botánicas como faunísticas en un mismo territorio. Entre las especies de plantas es tal la diversidad que muchas hacen parte de familias botánicas diferentes y por sus características morfológicas y moleculares se encuentran catalogadas en distintos grupos. Entre las familias botánicas más sobresalientes están las lauráceas como el epónimo laurel (Ocotea sp.), además del comino o comino crespo (Aniba perutilis) y el apreciado aguacate (Persea americana). También se destacan las fabáceas o leguminosas como el cámbulo (Erythrina poeppigiana), cuyo nombre genérico hace referencia al rojo de las flores (Erythros, “rojo” en griego), además de la guama (Inga edulis) y el tamarindo (Tamarindus indica). Deben mencionarse así mismo las sapotáceas como el níspero (Manilkara zapota) y el zapote (Pouteria sapota), además de las rutáceas, la familia de los cítricos, como la naranja amarga (Citrus x aurantium) o como el limón (Citrus x aurantium), que en Europa conocen como lima, confusión proveniente de que los persas denominaban como limu a estas frutas ácidas redondas y pequeñas. También están las malváceas, con plantas de gran importancia económica como el cacao (Theobroma cacao), cuyo nombre genérico, Theobroma, significa en griego “ali-
mento de los dioses”, además de la espectacular ceiba (Ceiba pentandra). Y entre las familias de mayor importancia económica se destacan las poáceas, la familia de los pastos, como es el caso de la caña de azúcar (Saccharum officinarum), el maíz (Zea mays) y el arroz (Oryza sativa). Dentro de esta familia también están los bambúes, entre ellos la guadua (Guadua angustifolia), que por su resistencia y especial morfología es altamente apreciada en arquitectura y diseño. A pesar de tanta diversidad botánica y por ende zoológica, actividades económicas como la minería, la ganadería y los monocultivos de plantas con importancia económica han ido empobreciendo la biodiversidad de la región.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Asteráceas
Espeletia sp.
Frailejón
Asteráceas
Montanoa quadrangularis
Arboloco
Usado en medicina tradicional: hojas antiinflamatorias
Bignoniáceas
Jacaranda caucana
Gualanday
Fagáceas
Quercus humboldtii
Roble, roble de tierra fría
Lauráceas
Aniba perutilis
Comino crespo, comino
Malváceas
Ceiba pentandra
Ceiba
Malváceas
Theobroma cacao
Cacao
Meliáceas
Cedrela odorata
Cedro, cedro rojo
Poáceas
Guadua angustifolia
Guadua
Rubiáceas
Cinchona sp.
Quina
Combate la malaria. Madera de alta calidad
Rubiáceas
Coffea arabica
Café
Propiedades diuréticas y estimulantes
Solanáceas
Nicotiana tabacum
Tabaco
Para la recuperación de terrenos degradados
Ornamental y maderable. Sus hojas son usadas como antibiótico
Madera fuerte y resistente, apreciada en construcción
Madera resistente al comején, apreciada en ebanistería
Madera apreciada en carpintería y ebanistería. Múltiples usos medicinales
Contiene teobromina que aumenta los niveles de dopamina y serotonina
Madera fina resistente al comején, apreciada en ebanistería
Contenedoras de agua. Apreciadas en construcción y en artesanías
Utilizado en medicina por su efecto sobre el sistema nervioso central
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C au s a s
En Colombia las cifras de deforestación se obtienen a través del Sistema de Monitoreo de Bosques y Carbono. Y dentro de las principales razones por las cuales Colombia viene perdiendo su bosque en estos años del siglo xxi, figuran: la minería ilegal, que tiene mayor presencia en el Pacífico y en el nororiente de Antioquia; la tala, también ilegal, en Nariño, Caquetá, Guaviare, Norte de Santander, Antioquia y Cauca; los incendios forestales, que contribuyeron a los actuales índices de deforestación, especialmente en la Orinoquia, el Pacífico y en la zona Andina en Nariño, Tolima, Cundinamarca y Norte de Santander. Otro mal para la vegetación es la devastación para abrirles paso a los cultivos ilícitos, especialmente de coca para la posterior elaboración de cocaína. Se estima que en 2015 se perdieron por ello treinta y siete mil hectáreas en Norte de Santander, Caquetá, Putumayo, Cauca, Meta, Nariño y Antioquia.
Arboloco Montanoa quadrangularis
El
ag ua q u e h a s d e b e b e r
A pesar de las cifras, que suelen ser de cientos de miles de hectáreas deforestadas cada año, Colombia parece no tomar la conciencia que se requiere ni las decisiones que se imponen ante un tema tan dramático. Y mortal, si se le mira por el lado del agua. En las solas cuencas de los ríos Magdalena y Cauca hay doscientos cuarenta y cuatro municipios que abastecen sus acueductos de las aguas que recogen de esos ríos o de sus afluentes. No tienen otros recursos que el de las aguas superficiales. Y esas aguas no solo deben ser cuidadas en los orígenes mediante una vegetación que las guarde y las reproduzca, sino que deben ser mantenidas en buenas condiciones para el consumo humano. Las aguas de la cuenca hídrica del Magdalena-Cauca solo equivalen al trece por ciento del total nacional, y de ellas deben beber cerca del setenta por ciento de los pobladores del país. Una paradoja: la Amazonia tiene el treinta y siete por ciento del potencial hídrico y en su cuenta solo está el uno por ciento de las cabeceras municipales de Colombia.
del desastre
D e f o r e s tac i ó n
vo r a z
La Colombia andina contiene la mayor variedad de tipos de bosque gracias a las distintas condiciones climáticas que la componen, aunque muchos de ellos son bosques fragmentados a causa de la acción humana. Esto se debe no solo al poblamiento que sobre la región se ha asentado, sino a la actividad agrícola y ganadera y, especialmente en los últimos largos años, a la minería ilegal, que están arrasando con ellos. Hay bosques selváticos, de niebla y enanos, entre otros. Y sobre ellos hay una deforestación que en el año 2015 fue de 124.035 hectáreas en todo Colombia. Aunque disminuyó en un doce por ciento en comparación con la que se registró en 2014, las cifras, más que preocupar, indignan. La región Andina deforestó el veinticuatro por ciento de ese gran total nacional.
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AQUI VA Página 18 Mapa de la región Andina Y sus rasgos más particulares
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Rosa de los vientos Mutisia
Serranía del Perijá
Serranías de Abibe, San Jerónimo y Ayapel
Serranía San Lucas Suroeste Antioqueño
Río Magdalena Nevado del Ruiz Nevado de Santa Isabel Nevado del Tolima Mariquita
Río Cauca Páramo de Sumapaz
Nevado del Huila Volcán Galeras Volcán Azufral Volcán Cumbal Volcanes Chiles y Negro
Macizo colombiano Nudo de Los Pastos
Colombia d i v i s i ó n t e r r i to r i a l
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Un parto de cordilleras
i el silencio, roto por el viento que baja a calentarse en la hoz de Minamá o en las selvas del Alto Putumayo; ni el frío helado, que se viste de nieves, cada vez menos, en las altas cumbres de los volcanes, o de escarcha en los páramos adonde el cóndor baja a buscar su comida; ni el verde profundo y metálico de los cañones pletóricos de vegetación de selva, ni el de sus matices que se tiñen de plantas hasta desaparecer en el gris salpicado de ocre de los altos picos; ni el espejo inmaculado de agua de la laguna del Guamuez o de La Cocha, la segunda más extensa de Colombia; no, ninguno de ellos pareciera tener nada que ver, aunque sí, con lo que pasa a varios kilómetros por debajo de este inmenso nudo de rocas, allá, en las entrañas de la corteza terrestre, donde se gestan estas alturas y rebullen las lavas que salen por estos volcanes y que van cons- Cuando los Andes, que vienen del sur, llegan truyendo estas torres de roca que quieren alcanzar el cielo. a Colombia, se desata el nudo en el que La inmensa arruga que muestra el continente america- nacen las cordilleras. Y es donde comienza no, desde Alaska hasta la Tierra del Fuego y la Antártida, con lo que llamamos región Andina la que le pone cara al Pacífico, es el testigo del choque de las placas tectónicas continentales, esas islas de rocas que flotan sobre el manto pastoso y caliente de la Tierra, con sus hermanas, mucho más pesadas, que forman el fondo del océano, en una embestida de toro de basalto contra los tendidos de granito que levanta el relieve que nos regaló la orogenia, fuerza que convierte en plastilina las rocas, con paciencia geológica, si tratamos de entender este fenómeno colosal con la escala humana del tiempo, aunque para la Tierra y su propio reloj, este es un fenómeno muy reciente.
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Nud o de L o s Pasto s
El nudo real en el macizo colombiano
Helecho en páramo
Flor del sietecueros, mayo o pucasacho
Blechnum sp.
Tibouchina mollis
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Isla Corota, laguna de La Cocha Santuario de flora y fauna
Es fácil verlo en una imagen de satélite: los Andes, que vienen juntos desde el remoto sur, en una trenza apretada, al llegar a la frontera entre Ecuador y Colombia parecen querer soltarse el pelo y desperdigarse para calentarse al llegar a la línea ecuatorial. Como las ballenas, que suben a tener sus ballenatos en las aguas tibias, los Andes también decidieron dar a luz, en un parto colosal, al entrar a Colombia, en el macizo de Huaca o nudo de Los Pastos: otra cordillera, la Occidental, que se irá bordeando el Pacífico, mientras la Central, no muy lejos, repite el proceso en el macizo colombiano y nos regala otra más, la Oriental, que se irá balconeando a las selvas del Amazonas y a los Llanos Orientales, hasta Venezuela, solo para besar las aguas del mar Caribe. Lo que hasta el Ecuador era un choque de placas tectónicas de oriente a
occidente, aquí cambia: se le suman las placas del Caribe, que se mueven en otra dirección, haciendo que los Andes tuerzan al nororiente y den el giro que ha convertido a Colombia en una tierra de tres cordilleras y dos profundos valles fluviales, antiguas cicatrices de sutura entre moles de roca levantadas por el choque de las placas tectónicas. Semejante relieve, en el trópico, no pudo haber hecho otra cosa que convertir a nuestro país en un vergel que va desde las selvas del piedemonte andino, pasando por los valles de los ríos Cauca y Magdalena, hasta esa escalera de climas que se encarama hasta los volcanes nevados, en la tremenda lucha entre el fuego y la nieve, regalándonos esta biodiversidad que nos cobija en cada recodo de los Andes. El nudo de Los Pastos, bautizado así en honor a sus pobladores indígenas, no solo es un lugar de parto
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Nud o de L o s Pasto s de rocas y paisajes, sino una matriz fértil de plantas y animales que convierten esta puerta de Colombia en un paraíso. Al abrigo de sus cañones y montañas, en sus altiplanos colgados ante precipicios, el hombre, desde tiempo inmemorial, ha crecido y prosperado culturalmente de la mano de la naturaleza, pródiga hasta el hartazgo, como lo demuestran las extensas selvas que se sostienen de las paredes de la hoz de Minamá, esa herida que el río Patía le hace a la cordillera Occidental para abrirse camino hacia el océano. El abrupto cañón sirve de corredor de intercambio entre la vegetación y la fauna de las selvas costeras con sus hermanas que trepan por las laderas del nudo de Los Pastos. En las mesetas, que parecen colchas de fertilidad, retazos de verdes y parcelas negras, recién aradas, la agricultura se nutre gracias a las cenizas arrojadas por volcanes, algunos extintos y otros activos, como el Chiles (4.718 metros de altura), el Cumbal (4.764), el Galeras (4.276) y el Azufral (4.070), que traen nueva tierra a la superficie y compensan así la que los numerosos ríos se llevan al océano Pacífico o hacia la cuenca del Amazonas. Tanto el nudo de Los Pastos como el macizo colombiano son estrellas fluviales, de las que nacen decenas de ríos y quebradas que se descuelgan de las altas montañas para llevar el agua lluvia en todas las direcciones. Alimentan los grandes ríos de las cuencas del Putumayo y del Caquetá, que le rendirán luego cuentas al río madre del Amazonas, que a su vez llevará los sedimentos arrastrados en el recorrido hasta el Atlántico, donde tiñe de ocre sus azules aguas hasta varios kilómetros mar adentro, como una ameba gigante que se expande. Hacia el occidente, los ríos se lanzan en picada, cortando las mantas de ceniza volcánica acumulada en cientos de miles de años de erupciones, para regalarnos verdes valles en la cordillera, fértiles sin mezquindad, y después empotrarse en las laderas, hartarse de cascadas y saltos entre helechos, ansiosos por dormirse en los meandros que, sinuosos, se le entregan al océano Pacífico en entramados de manglares. Si lo viéramos desde los picos de los volcanes, esta combinación de relieve, suelos fértiles, agua abundante y posición privilegiada en la línea ecuatorial también produce otro derrame, como el de los ríos, en todas las direcciones:
el de la vida. Vida verde que sirve de abrigo a cientos de especies de animales que vuelan, se arrastran, saltan de rama en rama, se entierran en el suelo húmedo, nadan, se mueven con patas de algodón entre la espesura y pastorean pacíficos en verdes pastizales. Allá arriba, donde el frío congela, la flora nos deleita con sus ejemplares más exquisitos, esos pequeños sobrevivientes que son los musgos y los líquenes, pegados a las rocas volcánicas, que todavía no colorean el paisaje mineral. A medida que se va bajando en todas las direcciones, las plantas de los páramos, todavía pequeñas pero muy fuertes, van llenando de vida estos parajes que parecen de otro planeta, donde la paleta de colores la imponen las cenizas volcánicas, con sus combinaciones de grises, ocres y marrones. Y de repente, una laguna, como un ojo abierto al cielo, adonde las plantas se arriman a abrevar, para darse fuerza y empezar a poblar, con todo su poder, las laderas que se van descolgando y tiñendo de verde. Este derrame de plantas, montaña abajo, al llegar a los tres mil cuatrocientos metros de altura se viste de selva andina, densa y cubierta de niebla, con bongas, en medio del bosque, cuyas ramas se llenan de orquídeas lujuriosas que parecen hacerles gui- Hoja de pantano ños a los anturios blancos, negros y Gunnera pilosa rojos. El derroche de colores en los pétalos se entremezcla con el verde profundo de los helechos, que brotan de la hojarasca que cruje con el paso sigiloso de los animales nocturnos o de los campesinos que se meten al bosque para buscar entre las decenas de plantas medicinales que han servido desde tiempo inmemorial para aliviar los dolores del cuerpo y hasta los del alma. Como una aparición de un cuento de hadas, en el profundo cañón del río Guáitara, de paredes casi verticales, como si fuera otra orquídea pero de roca, aferrada a la montaña y no a un roble, la basílica del santuario de Las Lajas, en Ipiales, se regodea de fe y verdor y anuncia, cañón abajo, el bosque andino cálido.
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Acacia y volcán Galeras al fondo Acacia sp.
Pepo o yolombo Panopsis polystachya
Con el calor que se va colando por los cañones de los ríos, como un preludio de la selva que los espera, los guayacanes, mamones, ceibas, aceitunos y jobos han tomado el relevo de los encenillos, arrayanes, chilcos y tabaquillos que se fueron quedando en las zonas frías y templadas, muchos a las orillas de la laguna de La Cocha, embrujados por su propio reflejo frío sobre las aguas quietas. Y las aguas que nacieron allá arriba, en el nudo de Los Pastos, brotan por decenas de cañones, algunos tan profundos e impresionantes como el del río Patía, y se derraman en la llanura verde de la selva húmeda y cálida que se extiende entre los Andes y el océano Pacífico, o entre estos y ese otro mar, pero verde, que es la selva del Amazonas. Para terminar este viaje por este nudo de rocas, cuyos estudios botánicos no son tan abundantes como lo merecería la vegetación prodigiosa, donde cada rincón de montaña, cada cueva bajo una cascada, cada peñasco encrespado de verde puede albergar una nueva especie de planta o quién sabe qué variedad de animal, no hay nada mejor que hacerlo a bordo de una barca y, quedándonos quietos en medio de la grandiosa laguna de La Cocha, escuchar el silencio de este santuario natural en los momentos de calma, cuando el viento ni va ni viene y el tiempo parece unírsele, o cuando, al querer desembarcar, una leve brisa fría hace sonar los juncos de las orillas como si fueran flautas o unas quenas andinas. ∙ 22 ∙
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Nud o de L o s Pasto s
En letra cursiva En el nudo de Los Pastos encontramos gran variedad de especies vegetales, tan diversas que muchas veces pertenecen a géneros diferentes, o incluso a familias botánicas distintas. Que la gran mayoría de especies en este macizo de Huaca pertenezcan a las asteráceas y a las orquidáceas, se debe a que estas dos familias botánicas son las más abundantes del planeta. Pero en el nudo de Los Pastos no solo abundan ellas. También viven aquí familias botánicas de géneros poco descritos, como los de las tifáceas, representadas por tan solo dos: Sparganium, en el hemisferio norte, y Typha, un género cosmopolita del que hace parte la espadaña o junco (Typha angustifolia). Esta no es la única especie conocida como junco. A muchas monocotiledóneas que crecen junto a zonas acuáticas se las identifica como juncos. Dentro de estas están ciperáceas como la totora o junco (Schoenoplectus californicus) y muchas juncáceas, en especial del género Juncus, de donde proviene su nombre común. Así como hay gran variedad de juncos, en este macizo de Huaca también encontramos vegetales que adoptaron sus nombres comunes de su alta semejanza con especies populares en la agricultura. Es el caso del tabaquillo (Macrocarpaea sp.), que
hace parte de las gentianáceas y que recibe su nombre común por la semejanza de sus flores con las del tabaco (Nicotiana tabacum), de las solanáceas. Hay también en esta franja una alta cantidad de especies con el nombre común de cucharo, que proviene de la morfología de sus hojas, que se asemejan a una cuchara. La gran mayoría de cucharos de la región Andina son especies de Myrsine sp. Sin embargo, no todos los nombres comunes de las plantas hacen alusión a su morfología o a su semejanza con otras especies. Otras deben sus nombres comunes a lenguas indígenas, como el chaquilulo (Cavendishia sp.), de las ericáceas, cuyo nombre proviene del quechua cháki, que significa “seca”, y rurrú, que significa “fruta”.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Actinidiáceas
Saurauia scabra
Moquillo
Madera como leña. Fruto comestible
Anacardiáceas
Spondias mombin
Jobo, hobo
Aráceas
Anthurium sp.
Fruto para jugos, hojas en medicina tradicional, corteza en construcción
Anturio
Betuláceas
Alnus acuminata
Aliso
Cunoniáceas
Weinmannia tomentosa
Encenillo
Melastomatáceas
Tibouchina lepidota
Sietecueros
Mirtáceas
Myrcianthes leucoxyla
Arrayán
Orquidáceas
Cattleya sp.
Orquídea
Poligaláceas
Monnina sp.
Tinto
Gran valor ornamental
Madera y ornamental
Madera en construcción, con taninos usados para teñir pieles
Se siembra en parques por sus flores ornamentales
Sus hojas se mastican para aliviar el dolor de muela
Gran valor ornamental
De sus frutos maduros se extrae una tinta utilizada para escribir
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Galeras:
fau na , f l o r a y f u e g o
La
Aunque peligroso, el volcán Galeras es uno de esos vecinos indispensables: hermoso pero de mal genio, es el responsable, junto con sus volcanes hermanos del nudo de Los Pastos, de la gran fertilidad de los suelos que forman sus laderas y toda la región de este enorme amasijo de montañas del departamento de Nariño. Designado santuario de fauna y flora en 1985, con sus 7.615 hectáreas es refugio de gran variedad de especies presentes en los ecosistemas de páramo, bosque alto andino y andino, comprendidos entre los 1.950 y los 4.276 metros sobre el nivel del mar. A pesar de que el hombre ha trepado con los arados por sus laderas, como si no temiera la fuerza ígnea que se agita bajo ellas, todavía se pueden distinguir noventa y nueve especies de orquidáceas más otras noventa de la familia asteráceas y veinticinco de las ericáceas, como las más abundantes entre las seiscientas veintidós especies que se han encontrado y estudiado. Además, entre sus bosques y parajes escondidos se pueden ver tres especies de venados más algunos zorros, cusumbos, puercoespines, armadillos y conejos, junto con ciento treinta y cinco especies de aves, desde los pequeños colibríes hasta dos especies de patos, pavas negras y carriquíes de montaña, que tratan de escapar de las garras de las águilas que vuelan atentas sobre ellas.
El
c o rt e d e l o s vo l ca n e s
Allá arriba, cuando la vegetación se ha ido espaciando y desapareciendo por cuenta de la altura, empieza el reino de los grises, ocres, pardos y blancos de las cenizas volcánicas y las nieves. Allá arriba, donde el aire es más liviano y el oxígeno más escaso, los volcanes conversan con sus palabras de fuego, sus frases de fumarolas y sus párrafos de sismos; porque sí, tiembla todo el tiempo, aunque el ser humano tenga que agregarle sismógrafos a sus oídos para saberlo. Toda la tierra tiembla bajo esta mole de rocas traídas de lo profundo de la corteza del planeta por decenas de volcanes, algunos activos, y mucho, y otros dormidos, sellados y trancados, que hoy son picos inofensivos que guardan en sus cuerpos las huellas de una juventud hirviente y explosiva. Algunos de estos volcanes son personajes ya famosos, pero otros apenas son conocidos por expertos geólogos y vecinos, que se acuestan con ellos en el horizonte y se levantan con ellos allí mismo. Entre los activos están el Cumbal (4.764 metros sobre el nivel mar), el Puracé (4.650), el Azufral (4.070) y el Galeras (4.276), mientras que entre los inactivos están el Chiles, Pan de Azúcar, Sotará, Piocolló, Curiquinga, Paletará, Calambás, Quintín, Chaka, Killa, Manchagara, Pukará, Amancay, Piki, Mayasquer, Morasurco, Bordoncillo, Petacas, Doña Juana, Las Ánimas, Tajumbina y Juanoy. Y, cómo no, el Patascoy, tristemente célebre.
m ac i z o c o l o m b i a n o , e l pa d r e d e l a s ag ua s
Podría decirse que el macizo colombiano es una extensión al nororiente del nudo de Los Pastos. Se compone de dos grandes zonas donde los Andes dan a luz a las cordilleras colombianas. El nudo de Almaguer, como también se le conoce, es una de las estrellas hídricas más importantes del planeta y de la zona tropical, porque allí nacen ríos de la potencia del Cauca, el Magdalena, el Caquetá, el Patía y el Putumayo. Brotan como hilos de agua en los trece páramos que contiene, entre los colchones de musgos y como rebose de las frías aguas de las trescientas sesenta y dos lagunas que destellan al sol, pero luego se convierten en gigantes al recoger las aguas que bajan de todas las cordilleras. El macizo colombiano tiene 3.268.237 hectáreas, de las que un 1.371.000 hectáreas son bosques, que crecen entre los dos mil seiscientos y los cuatro mil setecientos metros de altura sobre el nivel del mar. Es un verdadero tesoro para Colombia y el mundo, no solo por su riqueza hídrica sino por la variedad y calidad de sus ecosistemas, verdaderos refugios de la riqueza de los Andes, con especies de flora y fauna únicas. Esta razón llevó a la Unesco a declararlo reserva de la biósfera. No obstante, desde tiempos inmemoriales el hombre ha vivido en él y de él, cada vez con un mayor impacto. Hoy, los asentamientos urbanos ocupan ochocientas cincuenta y seis hectáreas del macizo colombiano, pero un millón quinientas mil hectáreas son usadas como agroecosistemas para su sustento y el de cientos de miles de colombianos. Ese es el reto de la conservación, la lucha tremenda entre cuidar este nudo de riqueza de la biósfera y aprovecharla pero de manera sostenible, sin el deterioro que supone el desbordado crecimiento de la población.
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Alcaparros o pichuelos Senna pistaciifolia
S a n t ua r i o
d e fau na y f l o r a
La isla de La Corota, en el norte de la laguna de La Cocha o Guamuez, es el área protegida más pequeña de Colombia. Parece flotar sobre las aguas quietas de la laguna, como si fuera un pequeño nudo de plantas huidas de la orilla. Su bosque húmedo montano bajo, ubicado a una altura de dos mil ochocientos treinta metros sobre el nivel del mar, está casi completamente regenerado por cuenta de la preservación que se decretó en junio de 1977. Aunque parezca increíble, en sus dieciséis hectáreas, algo así como dieciséis manzanas de un pueblito típico colombiano, alberga cerca de trescientas especies de plantas, agrupadas en ochenta familias que se distribuyen entre rasantes y arbóreas, pasando por herbáceas y arbustivas. Los turistas que se embarcan entre los juncos de la orilla para visitar la capilla de la Virgen de Lourdes pueden disfrutar de los alisos (Alnus acuminata), arrayanes (Eugenia sp.) y también las especies (Myrcianthes leucoxyla), chaquilulos (Cavendishia sp.), cucharos (Myrsine sp.), cerotes o mortiños (Hesperomeles obtusifolia), canelones (Drimys granadensis), encinos chirosos o encenillos (Weinmannia tomentosa), mililones silvestres o motilón (Hieronyma macrocarpa), moquillos (Saurauia scabra), orquídeas, sietecueros (Tibouchina lepidota), tintos (Monnina sp.) y totoras (Typha sp.), que sirven de refugio a patos colorados, maiceros y zambullidores que nadan por encima de las truchas arcoíris y las guapuchas que parecen fáciles de pescar en la transparencia de las aguas.
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Los jardines del triángulo
l tránsito de la “montaña de Quindiu” fue para Alexander von Humboldt el más penoso paso de la cordillera de los Andes. En 1801 el explorador alemán optó por la ruta Ibagué-Cartago, pasando por lo que hoy se conoce como el corregimiento de Toche, Tolima, en un periplo que iba de Santafé de Bogotá a Popayán. No escogió el camino más frecuentado, el del páramo de Guanacas, porque ya había sido descrito por el francés Pierre Bouguer en la travesía que lo llevó de Quito a Cartagena de Indias en su regreso a Europa. Ante ese recorrido por el Quindío el naturalista y su equipo acopiaron provisiones para un mes. Atravesaron un bosque espeso de senderos estrechos, sin asentamientos humanos de ninguna índole, pernoctando en “cambuches” forrados con hojas de bijao, a merced del deshielo de las nieves y la súbita Tierra que huele a tierra húmeda, siempre en crecida de quebradas y ríos, torrentes de agua helada que ha- florescencia, el Eje Cafetero es todo un vergel bía que atravesar a nado. “A pie y seguidos por doce bueyes con jardines botánicos que velan por su que llevaban nuestros instrumentos y colecciones, sufrimos riqueza. Un edén en el centro del país mucho en los últimos días de caminar por esta montaña de Quindiu, en razón de los continuos chaparrones que nos molestaron. Pasa el sendero por un país pantanoso poblado de cañas bambú, y los pinchos de las raíces de estas gigantescas gramíneas, destrozaron nuestro calzado”. Así relató Humboldt la travesía, quien también describió la “montaña de Quindiu” como uno de los sitios más ricos en plantas útiles e interesantes. No era para menos. Vio con sus propios ojos la magnificencia de miles de palmeras Ceroxylon y sus troncos cubiertos de una cera vegetal; la enorme flor escarlata de la Mutisia grandiflora, además de individuos de Passiflora arborea, entre muchas
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Jar di n e s botán ico s Cal ar c á y P e r e i ra
Hoja de anturio Anthurium sp.
Semillas de nelumbo (izq.) y de magnolia (der.)
Sendero con raíces del Jardín Botánico de Pereira
Nelumbo nucifera, Magnolia hernandezii
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otras plantas que les procuraron a él y a Bonpland un conocimiento mayor de los Andes del trópico. Más de dos centurias después, ese mismo paso es poco más que una ruta famosa entre los ciclomontañistas más avezados. Por desgracia esas montañas y valles interandinos son los más afectados por la deforestación, poniendo en riesgo gran parte del ecosistema andino con la destrucción de hábitats y la enorme demanda de las acciones antrópicas. Pero a pesar del ritmo insostenible que se ejecuta en tiempos de calentamiento planetario y del olvido de saberes tradicionales, hay remanentes de aquellas especies examinadas por Mutis y Humboldt, y es posible palpar una resiliencia natural que le dice no a la extinción, sumada a los esfuerzos de conservación y propagación que realizan los jardines botánicos de la zona, particularmente en instituciones como el Jardín Botánico del Quindío y los de la Universidad Tecnológica de Pereira y la Universidad de Caldas, en Manizales, entre otros también ubicados en el triángulo del café. En la vertiente de los Andes del Quindío llueve más que del otro lado de la cordillera. En Calarcá la pluviosidad está entre dos mil y dos mil quinientos milímetros anuales, cantidad de agua que forja condiciones ideales para una gran diversidad en este bosque húmedo premontano, donde se establecen las quince hectáreas del Jardín Botánico del Quindío, famoso en el país turístico por un enorme mariposario que alberga entre veinticinco y treinta y cinco especies de mariposas nativas. El mariposario es el espectáculo, el néctar que todos quieren probar. No obstante, la joya de la corona de este jardín botánico es su Colección Nacional de Palmas. Hasta 2005 Colombia era el país más rico en palmas de América, el segundo del mundo después de Malasia, con doscientas trece especies distribuidas en cuarenta y cuatro géneros. Hoy se habla de doscientas cincuenta y dos especies, de las cuales ciento noventa y dos -más del setenta por ciento del total nacionalexisten en la colección ubicada en Calarcá. La idea de este proyecto surgió en 1991 como iniciativa de Alberto Gómez Mejía, fundador y presidente del jardín botánico, y desde 2007, con el apoyo científico de los expertos en palmas Gloria Galeano y Rodrigo Bernal, se llevan a cabo expediciones botánicas para recolectar ejemplares.
Flor de flecha de agua Sagittaria cf. montevidensis
Recorrer el sendero de la Colección Nacional de Palmas es ser testigo de la esencia de un jardín botánico: su apabullante belleza, su apuesta al futuro mediante una educación ambiental que en última instancia, como lo menciona su fundador, es la mejor estrategia de conservación ecológica. Es también la posibilidad de ver al ser humano como agente de cambios positivos: la prioridad hoy de esta colección es trabajar en la investigación y la propagación de las palmas que se encuentran en mayor riesgo de desaparecer. Tal es el caso de la Aiphanes buenaventurae, de la Aiphanes leiostachys y de una de las palmas más pequeñas del mundo, la Reinhardtia koschnyana. De los Andes propiamente dichos se destaca la labor con el árbol nacional, la Ceroxylon quindiuense, con la Ceroxylon vogelianum, la Ceroxylon parvifrons y una de las palmas más amenazadas del mundo, la Ceroxylon sasaimae. Las cuatro anteriores brillan por su desarrollo por encima de los límites altitudinales frecuentes en la familia de las palmas (arecáceas). Según el Libro rojo de plantas de Colombia, las palmas son, en su mayoría, habitantes de los bosques y requieren, al menos en los estados iniciales, de las condiciones de iluminación y humedad que proporcionan estos; así que aunque muchas palmas adultas sobrevivan en potreros y áreas deforestadas, su posibilidad de regeneración allí es casi nula. Además, las palmas tienen en general un crecimiento lento, y muchas especies pueden tardar más de veinticinco años en alcanzar la edad reproductiva. Por esos motivos, y por tantos como hojas hay aquí, el museo etnobotánico y la Colección Nacional de Palmas del Jardín Botánico del Quindío son un tesoro viviente. Muy cerca del laberinto verde, donde los niños juegan felices a perderse, está la colección de heliconias, una de las más documentadas del país. Bajo la orientación científica del botánico Gustavo Morales, cuenta con más de setenta especies nativas de las ciento veinte que brotan en Colombia. Aquí, en un concierto de colores, se puede apreciar la divinidad de la Heliconia berriziana, una heliconia pendular rara, chiquitica y endémica; la Heliconia oleosa, que tiene una cobertura aceitosa en su pseudotallo, y la Heliconia reptans, que no es siempre colgante ni tampoco erecta,
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Jar di n e s botán ico s Cal ar c á y P e r e i ra sino que cuando está en la madurez de su inflorescencia se postra, se arrastra a todo lo largo del metro que alcanza a medir. Única. La guadua prolifera en el jardín botánico con enorme facilidad, y con mucha frecuencia se puede ver la hoja caulinar llena de vellos que cubre el tallo de una guadua. Los guías, licenciados en biología que habitan en la zona, recitan con precisión datos extraídos del Centro Nacional para el Estudio del Bambú Guadua: que una hectárea de guadua puede almacenar más de treinta mil litros de agua al año, y que en ese mismo periodo de tiempo alcanza a retener treinta y tres toneladas de gas carbónico. El Jardín Botánico del Quindío se fundó en 1979 y sus primeros trabajos de investigación y conservación se realizaron en un área de bosque entre Circasia y Filandia, por donde hoy se sitúa el Parque Regional Barbas-Bremen. Diez años después, mediante una suma de apoyos de la región, se adquiere el predio en el sur de Calarcá, a mil cuatrocientos noventa metros sobre el nivel del mar: un bosque que a pesar de pertenecer a una hacienda cafetera se preservó con buena parte de sus especies. Todavía están ahí, como custodios de la memoria de este lugar, árboles gigantescos y de maderas finas como el corbón (Poulsenia armata), el caucho sabanero (Ficus andicola), el cedro rosado (Cedrela odorata), el cedro de montaña (Cedrela montana), el cedro negro o nogal ( Juglans neotropica), los costillos (Ampelocera albertiae), el matapalos o lembo (Coussapoa villosa) y el zurrumbo (Trema micrantha). Varios de estos ejemplares se pueden divisar desde un puente colgante suspendido a veinte metros de altura entre la espesura del bosque, que proporciona una vista inigualable. Entre otras colecciones que maneja esta institución está la de orquídeas, bromelias y helechos, compuesta por más de cien especies entre las que se destacan los ejemplares del género Cyathea, o helechos arbóreos. La primera especie local en la que el jardín botánico puso especial atención para su conservación fue la Magnolia hernandezii, conocida también como molinillo y una de las especies de mayor tamaño del género Magnolia, ya que puede medir hasta cuarenta metros de altura. El estado de amenaza de la Magnolia hernandezii es de
Corbón Poulsenia armata
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Loto Nymphaea sp.
peligro crítico debido a que su población —exclusiva del bosque subandino nublado y húmedo de la cuenca del río Cauca— fue reducida en más del cincuenta por ciento por la explotación de su madera fina usada en ebanistería y construcción de vivienda. Este árbol, cuyo fruto se utiliza para hacer los molinillos de cocina con los que se bate el chocolate, es el árbol insignia del Jardín Botánico del Quindío; y los dos especímenes que adornan la plazoleta central se han convertido en símbolo de la entidad. A poco más de cincuenta kilómetros hacia el norte de esa misma plazoleta, se puede constatar que el fruto de un magnolio abriéndose es el emblema del Jardín Botánico de la Universidad Tecnológica de Pereira (UTP). Colombia, con un total aproximado de treinta y cinco, es el segundo país más rico en diversidad de especies de magnoliáceas en el mundo. Antioquia y Risaralda, los departamentos con mayor variedad en el país. La magnolia fue escogida como simbolo de la institución porque ha sido uno de los principales esfuerzos de conservación desarrollados por ella desde su origen en 1983. Junto con el Jardín Botánico de Medellín, el Jardín Botánico UTP realiza desde hace seis años ensayos de reproducción y reintroducción
—exitosa— al medio natural de otras especies de este género. Eso, sin olvidar lo obvio: que es una estructura leñosa natural muy hermosa que llama la atención con la armonía de sus piezas florales en espiral, tal como lo afirma Dorian Ruiz, curador de este jardín pereirano. En la colección de magnolias se pueden contar aquí once especies, una de ellas endémica de Risaralda, la Magnolia wolfii, descubierta por Jan Wolff durante el proyecto Andes ejecutado en Santa Rosa de Cabal. Hasta hace muy pocos años una población conocida era de tan solo cinco individuos en un relicto de bosque. Posteriormente, en el municipio de Marsella se encontraron otros cinco árboles, y la población entonces se elevó a diez, y hoy, gracias a apoyos dados por la Botanic Gardens Conservation International (BGCI) y otras instituciones, el Jardín Botánico UTP ha logrado reproducir mil quinientos ejemplares que han sido replantados en el Jardín Botánico de Marsella y en otras áreas. Todo un triunfo. Al igual que el jardín de Calarcá, el de la Tecnológica de Pereira fue una finca cafetera en la que se hizo reintegración de especies nativas. Tiene una extensión de 12,7 hectáreas y un kilómetro y medio de senderos que
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atraviesan un bosque secundario, que hace también las veces de atracción ecoturística con los paseos de dosel -por lo alto en medio de los árboles- y otras actividades similares. Su inventario vegetal a la fecha está compuesto por 1.930 ejemplares de 522 especies. Cerca de un treinta por ciento pertenece a especies amenazadas y rarezas del ecosistema andino, como lo son el comino crespo (Aniba perutilis), los anturios negros (Anthurium caramantae y Anthurium cabrerense), el culoefierro o corderillo (Couepia chrysocalyx y C. platycalyx), los otobos (Otoba lehmannii), los olletos u olla de mono (de la familia botánica lecitidácea) y plantas sobreexplotadas por su madera, como los cedros (pertenecientes a las familias de las meliáceas y las juglandáceas) y los ya mencionados molinillos (Magnolia sp.). La guadua tiene una participación casi del sesenta por ciento del área de bosque del jardín botánico y se encuentra bajo control por su rápido crecimiento, que puede convertirse en una limitante para el desarrollo de las otras colecciones botánicas. Una de las gemas vegetales de este espacio es la Zamia montana, la única especie de zamia que crece en la montaña colombiana, y que hasta ahora solo cuenta con dos poblaciones, una en Risaralda y otra en Antioquia. Otra universidad, la de Caldas en Manizales, también cuenta con un jardín botánico pero sin ningún énfasis turístico. Por el contrario, la suya es una vocación académica o “agrobotánica universitaria”, como la denomina José Humberto Gallego Aristizábal, director del proyecto. Su interés está centrado en árboles nativos de escasa distribución en la zona Andina, recolectados bajo el título de Colección Dendrológica. En esta “dendrología andina” resalta su trabajo con el comino crespo (Aniba perutilis), con el pino romerón o chaquiro (Retrophyllum rospigliosii), con otras coníferas como el Podocarpus oleifolius y el Prumnopitys montana, con el quino (Cinchona pubescens) por sus propiedades medicinales y con el balú o chachafruto (Erythrina edulis), cuyas semillas cocidas se comen y tienen un valor proteico superior al de la lenteja, el fríjol, la arveja y el haba. En las nueve y media hectáreas del jardín botánico, atravesado por la quebrada San Luis, que hace parte de la cuenca del río Chinchiná, también se tra-
Laberinto de boj Buxus sempervirens
baja en el rescate de especies que han tenido valor cultural en la región. Tal es el caso del bejuco tripaeperro (del género Philodendron) y de la iraca (Carludovica palmata), utilizada en Aguadas, Caldas, en la producción del famoso sombrero aguadeño. En el departamento del Tolima cabe resaltar la colección de aráceas del Jardín Botánico San Jorge —de sesenta hectáreas y ubicado a cinco minutos de Ibagué por la vía Calambeo—, que según Thomas Croat, experto del Jardín Botánico de Missouri, es la colección de aráceas más grande que hay en Sudamérica, con ciento diez especies, todas recolectadas en Colombia. La Epidendrum ibaguense conforma el logo de este lugar, una orquídea que según este jardín botánico fue descubierta por Humboldt y Bonpland en el cañón del Combeima, y que está ampliamente distribuida desde Nicaragua hasta Perú. Alejandro Humboldt es el nombre del jardín botánico localizado en el municipio de Marsella, Risaralda, y hace énfasis en la parte ornamental, representada en su mayoría en las plantas del orden de las zingiberales. Esta colección ornamental está conformada por ciento siete especies de treinta familias y setenta y ocho géneros, y se puede apreciar en este que es el jardín más pequeño de esta región de los Andes, que además le apuesta a la educación ambiental con una serie de espacios creados para niños y jóvenes. Estos jardines botánicos constituyen un vecindario hermoso que contribuye a la regeneración de especies y a la creación de corredores que mejoran la variabilidad genética de estos Andes que maravillaron y le despedazaron los zapatos a Humboldt.
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Perfil
El sabio Mutis
José Celestino Mutis Una vida no le fue suficiente. Su mente era un laboratorio en constante ebullición: médico, filósofo, químico y botánico; profesor de ciencias naturales y matemáticas, astrónomo y bibliófilo. Si alguien merece llevar el título de sabio es José Celestino Mutis, hijo de un librero oriundo de Ceuta y de una madre gaditana; nacido él también en Cádiz, un 6 de abril de 1732. De todos los títulos que ostentara a lo largo de su vida, fue el de director de la Real Expedición Botánica uno de los más prominentes. En 1757, a los veinticinco años, José Celestino Bruno Mutis y Bosio llega a Madrid, donde se gradúa como médico. Durante esos años profundiza en el estudio de las plantas en el Jardín Botánico del Soto de Migas Calientes, siguiendo los lineamientos del científico y naturalista sueco Carlos Linneo,
con quien mantendría estrecha correspondencia toda la vida. Mutis, hechizado con los relatos que sobre América hacían los marineros que atendía en el hospital de Cádiz y con la idea de reseñar la riqueza botánica de esas exóticas tierras, decide embarcarse hacia la Nueva Granada, entonces bajo el mandato del virrey Pedro Messía de la Cerda, en calidad de médico de cámara. El viaje inicia en Cádiz en julio de 1760 y termina en Cartagena tres meses después. Durante veintitrés años sus proyectos de una expedición botánica por el nuevo reino no encuentran eco en España, pero asume la cátedra de Matemáticas del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. En 1772 Mutis recibe apoyo del nuevo virrey Manuel de Guirior; ese mismo año entra al sacerdocio y se ordena; también encuentra quina en el monte de Tena, descubrimiento importante para las ambiciones de la Corona. Pasaron veinte años desde que el sabio hiciera la propuesta de la expedición al rey Carlos III, hasta que se cristalizara y Mutis se instalara en Mariquita, donde la travesía botánica inició actividades el 29 de abril de 1783, en marcha hacia La Mesa. Sus colaboradores, además del pintor Pablo Antonio García, fueron Eloy Valenzuela, fray Diego García, Salvador Rizo, Francisco Antonio Zea, Jorge Tadeo Lozano y Francisco José de Caldas.
La Corte empezó a presionar por conocer los resultados de los trabajos. En Santafé, Mutis reorganiza la expedición, y a la vez propone crear un observatorio astronómico y contribuye a formar la Sociedad Patriótica del Nuevo Reino de Granada. Hacia el final de su vida elaboró el nuevo plan de estudios para la reapertura de la facultad de Medicina del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, que firmó en 1805. El sabio falleció tres años después, un 11 de septiembre. Sus trabajos quedaron inéditos. Algunas descripciones de especies de su autoría fueron publicadas por Linneo padre e hijo, Humboldt y Bonpland. Su expedición sumó treinta y cuatro años de labores, y, al finalizar, los materiales —láminas, semillas, fósiles— se enviaron en ciento cuatro cajones a España en 1816. Fue la expedición que más gastos significó, en comparación con las realizadas en Perú, Chile, Nueva España y Cuba. Tuvo diecinueve pintores simultáneos y una escuela de dibujo. Paradójicamente, dicen los historiadores que fue la que menos zonas exploró: los alrededores de Bogotá y las regiones de Pedro Palo, Tena, La Mesa de Juan Díaz, las zonas circundantes a la vía Honda-Santafé, Muzo, La Palma y el valle del río Magdalena, desde Honda hasta Melgar. Pero la huella del gaditano fue la piedra angular del desarrollo de la botánica en Colombia y está presente en los trabajos posteriores de aquellos naturalistas y botánicos criollos que continuaron su legado.
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Emblemáticas
Emblemáticas Tres plantas simbólicas de la región
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Tr e s p l an tas s i m b ól ic as de l a r e g ión
Emblemáticas Entre las miles y miles que pueblan la zona Andina fue difícil la escogencia, como había sido difícil elegir también las plantas que simbolizaran las otras regiones de la Colección Savia. Estas son las elegidas como emblemáticas Andinas. Entre ellas una orquídea, entre ellas una planta ritual, entre ellas una fruta silvestre. t
Coca Erythroxylum coca
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Cuna de venus Anguloa clowesii
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Uva camarona Macleania rupestris ∙ 33 ∙
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Nostalgia de hombres y árboles
n los ojos de Carlos Arboleda, que eran claritos aunque su piel fuera morena, parecía siempre vivir un par de lágrimas. Buen conjunto hacían con su tono de voz pausado y a veces triste, y con su figura menudita y sus manos chiquitas y arrugadas que se movían repetidamente, quizás para hacer énfasis en las palabras más importantes de esas historias igualmente nostálgicas que solía contar. De esas historias salían también canciones. Bambucos, pasillos, danzas y otros ritmos campesinos propios de la región Andina colombiana se convertían en las traducciones últimas de su sentir y su vivir. A veces, incluso, de su imaginar, como cuando componía para amores imposibles que no eran su Dora de toda la vida, o cuando fabulaba sobre jornadas enteras de re- Tal y como suena, la música andina correrse el campo de Angelópolis con una guitarra en la mano, es la elaboración de sus instrumentos: huyendo de la policía, aunque nunca hubiesen ocurrido. lenta, esforzada, casi dolorosa. Esa es A Carlos lo movía la nostalgia, ese tipo de “tristeza me- su diferencia con las de otras regiones lancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”, como dice el diccionario. Esa manía de regodearse en la falta de alguien o de algo —de quien sea, de lo que sea—, y que se vuelve palabras que salen por la boca convertidas en las compañeras más fieles y puras de alguna melodía. Su historia es apenas el reflejo minúsculo de un sentir mayor: el de su tierra. Una parte ínfima de la vida y sus sonares en esa vasta región que comienza en Antioquia, por el noroccidente, y que avanza por la cordillera Occidental, remonta la cordillera Central con sus pueblos diversos y llega a esas tierras bajas y calientes de Tolima y Huila antes de encontrarse con la cordillera Oriental, esa clara frontera con la Orinoquia.
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M ú s ic a
Guitarras en elaboración Maderas cuidadosamente secadas
Quenas de nazareno y de balso Peltogyne purpurea, Ochroma pyramidale
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Y es que tal entramado de alturas, y el hecho de ser el corazón de este país que hoy llamamos Colombia, pero que ha tenido muchos nombres, hicieron de esta región el receptáculo de cientos de manifestaciones culturales que, por supuesto, llegaron a permear las culturas propias de esos enclaves montañosos. Del norte, por el río Magdalena, y del Pacífico, por el occidente, llegaron, por ejemplo, melodías ricas y fiesteras acompañadas de percusiones y flautas. Lo mismo ocurrió desde el oriente, con su torbellino surgido de la cultura Barí y de un campesinado dispuesto a llevarlo a todos lados en sus viajes de intercambio de productos agrícolas. Y, claro, de la Orinoquia, al alcance de una cordillera, de donde llegaron sonidos de maracas arraigadas en el mensaje de amor por la mujer y por la tierra. Finalmente, y por todas esas vías casi al tiempo, llegó también la influencia española con su guitarro y sus muchos instrumentos derivados, que poco a poco fueron sumando un elemento clave de los conjuntos que hoy sabemos propios de aquella región: los cordófonos. No se negociaría algo, sin embargo, en esa tierra de alturas y climas: la palabra, que viene a ser el aporte indígena y la vía de liberación de la frustración por muchos años de mano dura española. Manuel Zapata Olivella escribió que “el indio se asoma en la melodía para expresar su queja, el dolor de la Conquista y la proscripción, voluntaria o violenta, de una vida activa en la sociedad. La voz del cantante ha venido a desplazar a las flautas y pífanos que otrora entonaba en sus fiestas”. Uno diría, al menos por las letras de decenas y decenas de canciones, que el hombre de la región Andina colombiana tiene una mágica y tortuosa relación con el dolor. Un dolor arrullado en lo que era y ya no es, del que siendo querido desaparece ante sus ojos incrédulos, de lo que fue suyo y ya es de otro. Lo que nunca perdió, tal vez, fue su inmensa capacidad de encontrar en la naturaleza las herramientas para animar ese canto adolorido, y a diferencia de los artesanos de otras regiones con climas más cálidos, en donde la maduración exacta de las maderas de sus tambores y cordófonos estaba a días de un fuerte y abundante sol, este tuvo y tiene la paciencia de años para lograr la dureza exacta, la fuerza perfecta, para la fabricación de sus instrumentos.
Puy o polvillo Tabebuia sp.
Ocarina en polvillo Tabebuia sp.
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M ú s ic a El cedro (Cedrela odorata), por ejemplo, ese que crece libre y sano hasta los mil seiscientos metros sobre el nivel del mar, pero que desafía las montañas más altas en departamentos como Boyacá, es uno de los favoritos para la fabricación de guitarras, bandolas y tiples. Puede alcanzar los treinta y cinco metros de altura y su tronco se puede extender hasta más allá de un metro de diámetro, pero para llegar a su madurez puede atravesar décadas, y tras el corte pueden pasar otras más. Artesanos del altiplano cundiboyacense aseguran haber esperado hasta cuarenta años para que los cuerpos de sus tiples contaran con una madera de cedro a punto para su fabricación. Así, con paciencia, pasa la vida en esta región inmensa en donde parecen convivir, casi con los mismos instrumentos, dos estados de ánimo distintos, todos dedicados a contar historias cotidianas que hablan de amor y de defender los derechos sobre la tierra. Uno de esos estados, para empezar, se vive en el noroccidente, en donde tríos de cuerdas andinas, estudiantinas y conjuntos de trova antioqueña, guasca y carrilera inician con gracia las fiestas populares. De toda la región pareciera ser el territorio más alegre, y se vale de lo que encuentra en la naturaleza para la construcción de esos elementos que acompañan su cantar muchas veces picaresco. Al tiple, el requinto y la guitarra de los tríos andinos los complementan, por ejemplo, los chuchos: tubos de guadua bien secos atravesados por palitos de caña y por semillas de achira (Canna indica). También, cucharas fabricadas con madera de naranjo (Citrus x aurantium), cucharo (Myrsine guianensis) o trébol (Platymiscium pinnatum), maderas hermosas y moldeables al antojo del artesano. Pero en otros conjuntos, como el de parranda, acuden también bongós —la suma de maderas duras y cueros tiernos de animales— y raspas, fabricadas con maderas similares. Las músicas avanzan hacia el sur de la región y sus discursos cambian, así como sus complementos. Cuando llegan a las tierras calientes y acogedoras de Tolima y Huila, y mientras los conjuntos de bambuco adornan sus mensajes con tiples, guitarras y requintos o bandolas, suenan también rajaleñas orladas con pequeños acompañamientos rítmicos.
Uno de ellos es el de la tambora, casi siempre construida con ceiba, un árbol generoso en su sombra que crece hasta los cincuenta metros en la madurez y cuyo tronco puede alcanzar los tres metros de ancho. Una especie, por demás, lo suficientemente manejable como para dejar extraer la pulpa de su corazón, de manera que resulte el cilindro que le da cuerpo a la tambora. Solo resta encontrar la piel de venado o de chivo que ofrezca las condiciones para un golpe grave y fuerte, y el Adenocalymma inundatum o bejuco malibú, pieza clave para el amarre y la tensión de los cueros. En este ritmo, utilizado para contar historias de amor las más de las veces, también se escuchan los chuchos, así como esterillas —conjuntos de cañas niñas entrelazadas y sonoras al ser frotadas entre sí—. Igualmente, los caránganos, provenientes del Cauca, y un instrumento de origen indígena llamado ciempiés, construido a partir de un vaso de guadua en forma de balsa, en cuyo orificio se amarran semillas medianas secas. Su sonido resulta cuando una pequeña pala de madera frota las semillas suspendidas en el cuerpo del instrumento. No puede faltar tampoco la marrana o puerca, que se escucha desde Nariño y que sube hasta el To- Chalca de semillas de ojo de buey lima con su particular sonido, similar Mucuna sp. al de un cerdo. Se trata de un tambor pequeño construido con el cuerpo de un calabazo o un fruto seco de totumo (Crescentia cujete), que es partido para abrir una boca sobre la que descansa un cuero tierno amarrado con bejuco. Su sonido nace de una vara pequeña enclavada en el cuero, que es impregnada con cera, agua y hasta guarapo para luego ser frotada. Resulta ser un instrumento amplio en su presencia, porque de la misma forma como acompaña rajaleñas, lo hace también en guabinas, bundes, criollas, sanjuaneros y hasta torbellinos. Pese a su uso poco frecuente en los actuales conjuntos andinos, existen algunos otros idiófonos como el quiribillo, de origen indígena y fabricado con canutos de cañas pequeñas, y el guache, que aprovecha un totumo
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Bandolas en cedro Cedrela odorata
seco en el que se protege con una tela un buen puñado de semillas de achira. Todos estos instrumentos solo son el bonito adorno que la naturaleza y la paciencia de miles de artesanos le otorgan a un instrumento mayor: la voz, y con ella, la palabra. Esas palabras que se rehúsan a abandonar las tonadas que persiguen al campesino en sus jornadas de siembra y recolección. Esas, por demás, con las que el hombre andino colombiano ha sabido manifestar desde la Conquista su dolor por la injusticia, y con la que reafirma desde entonces y hasta ahora su autoridad y propiedad sobre el terruño. Como en una relación simbiótica, el hombre necesita de los árboles para construir esas herramientas con que embellece sus palabras. Al tiempo, la naturaleza misma, de alguna manera, encontró en la palabra un medio para perpetuarse en la historia humana. No es gratuito que dos de las canciones más emblemáticas de nuestra cultura colombiana hagan mención de sus bellos poderes.
Los árboles sienten y hablan, y a veces cuentan su propia versión de lo que le ocurre al hombre, como cuando en Las acacias, esa bella melodía que musicalizó y trajo a estas tierras Jorge Molina Cano, se rememora esa casa vieja abandonada por el mundo: “Dolorido, fatigado de este viaje de la vida, he pasado por las puertas de la estancia, y una historia me contaron las acacias: todo ha muerto, la alegría y el bullicio. Los que fueron la alegría y el calor de aquella casa, se marcharon unos muertos y otros vivos que tenían muerta el alma. Se marcharon para siempre de la casa”. En ocasiones, la nostalgia del hombre andino trasciende la naturaleza silenciosa de los árboles. Entonces, un Jorge Villamil observador y triste escribe Los guaduales, y encuentra en ellos lo que muchos somos: un manojo de tristeza. “Lloran, lloran los guaduales, porque también tienen alma. Y los he visto llorando, y los he visto llorando cuando en las tardes los estremece el viento en los valles”.
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M ú s ic a
En letra cursiva Los instrumentos musicales de la región Andina nacen a partir de las diferentes especies vegetales que los mismos locales han ido ensayando e introduciendo a los diferentes ritmos. Aunque son pocos los instrumentos de viento que emplea esta música, estos provienen de las poáceas o gramíneas, que tienen la característica perfecta de poder soplar su interior y producir un silbido melodioso. Es el caso de la guadua (Guadua angustifolia) y del carrizo (Arundo donax). Se debe tener en cuenta que carrizo no se refiere únicamente al popular carrizo Arundo donax, sino a gran cantidad de gramíneas que casi siempre crecen junto a cuerpos de agua. Los instrumentos más populares en la región son los hechos de maderas como la ceiba (Ceiba pentandra), una malvácea con la que se elabora la tambora, y el cedro (Cedrela odorata), una meliácea cuya madera es tan apreciada que los músicos la quieren tener como el cuerpo de sus guitarras. Ya en las marimbas, se aprecia la madera de chonta o madera de palma, que en la región Andina tiende a ser de la arecácea Wettinia castanea. Para la elaboración de otros instrumentos musicales, el totumo o calabazo (Crescentia cujete) es muy usado. El fruto seco de esta bignoniácea es tan particular que no solo es apreciado en la música de esta región, sino que también se aprovecha para la elaboración de diferentes recipientes, incluyendo el poporo para el mambeo de la coca. No debe confundirse con la calabaza que usamos en la coci-
na (Cucurbita pepo), que es una cucurbitácea diferente. Otros instrumentos musicales de menor tamaño son elaborados con la madera del cucharo (Myrsine guianensis), que hace parte de las primuláceas, o del árbol trébol o guayacán trébol (Platymiscium pinnatum), una fabácea que estrictamente hablando no es ni un trébol ni un guayacán. Adquiere este nombre poque sus hojas tienen los tres lóbulos y el tamaño de las del guayacán. Esta confusión etimológica es más que común. Otro caso es el de las acacias. Hay muchas y de orígenes diversos: la amarilla (Acacia retinodes) o la acacia negra o japonesa (Acacia melanoxylon), que en realidad proviene de Australia. Pero muchas especies similares también llevan este nombre común, por lo que en realidad serían falsas acacias, como es el caso de la acacia rosada (Cassia javanica), que aunque también hace parte de las fabáceas o leguminosas, pertenece a un género diferente.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Bignoniáceas
Adenocalymma inundatum
Bejuco, bejuco malibú
Fibra resistente, apreciada para amarrar canastos y otras artesanías
Bignoniáceas
Crescentia cujete
Calabazo, totumo, bangaño
Cannáceas
Canna indica
Achira
Fabáceas
Acacia melanoxylon
Fabáceas
Cassia javanica
Acacia, acacia japonesa, acacia negra
Malváceas
Ceiba pentandra
Fabáceas
Meliáceas
Platymiscium pinnatum Cedrela odorata
Con los frutos secos se elaboran instrumentos musicales y recipientes Ornamental y como alimento. Las semillas se usan en instrumentos musicales
Ayuda a recuperar terrenos erosionados. En postes y cercas
Acacia rosada
En medicina se usa para tratar cólicos y diabetes
Ceiba
Madera apreciada para la elaboración de la tambora
Trébol, guayacán trebol
Madera durable, resistente a hongos e insectos
Cedro
La más buscada para la fabricación de guitarras
Poáceas
Arundo donax
Carrizo
Usado para hacer instrumentos de viento. Además como diurético
Poáceas
Guadua angustifolia
Guadua
Primuláceas
Myrsine guianensis
Cucharo
Apreciada en construcciones y para la elaboración de instrumentos musicales Ornamental y musical. También en postes y cercas
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Tierra
d e f e s t i va l e s
A la suma de Tolima y Huila se le llama comúnmente Tolima Grande. Por su riqueza en ritmos y aires andinos, se jactan de ser los dos departamentos más sonoros del país, al punto de que Ibagué es considerada la “capital musical de Colombia”. Tienen una gran influencia indígena: allí vivieron pijaos, panches, tamas, coyaimas y natagaimas. Pero también fueron los territorios más fuertemente influenciados por los españoles y el cristianismo. Así, conviven nostalgias y creencias de los unos y los otros, pero sobresale la celebración a san Pedro y san Pablo, que hoy se conmemora con fiestas. Esas festividades son el momento propicio para dar rienda suelta a sus muchos festivales, como el Festival Nacional de la Tambora, en El Espinal (Tolima); el Festival Nacional de Música Colombiana y el Concurso Nacional de Duetos Príncipes de la Canción, en Ibagué; y el Festival Nacional del Bambuco, en Neiva. Y, también en el Huila, el Encuentro Departamental de Música Campesina, el de Bandas y el de Rajaleñas.
Lo
Cedro negro Juglans neotropica
Saxófono en bambú Bambusoideae
Aires
o lv i da d o s
Pocos vientos contiene la llamada música andina colombiana. Reemplazados por la palabra como elemento central en sus diversos tipos de conjuntos, apenas se asoman con clarinetes eventualmente usados en las estudiantinas del noroccidente de los Andes colombianos. Igualmente, a través de ocarinas —casi extintas— y de un sobreviviente indígena que hasta ahora acompaña a ciertos grupos: el capador. Así se le conoce desde Cundinamarca hasta Huila, y era usado por los vaqueros encargados de recorrer los campos ofreciendo sus servicios de capadores o castradores de animales. A esa reunión de pequeñas cañas se le conoce también como carrizo, por el tipo de caña usado para su fabricación, o como chiflos, generalmente en Boyacá. Tal vez su nombre más bello sea flauta de pan, y utiliza escalas pentatónicas que varían según el tipo de caña que se use. Aparece eventualmente en torbellinos, bambucos, pasillos y criollas.
q u e o f r e c e n l a s g ua d ua s
La Guadua angustifolia tiene la virtud de crecer casi en todas partes. La encontramos desde México hasta Argentina. Por eso se la nombra en diversas regiones, y especialmente en la región Andina colombiana, en donde sirve para la construcción de edificaciones tanto como para la fabricación de utensilios, artesanías e instrumentos musicales. Crece hasta los veinticinco metros de altura y posee un bello color verde que la diferencia de otras cañas y guaduas de la familia de las poáceas. Por sus flores esquivas —acaso se ven cada seis años—, se considera que la guadua es una suerte de pasto gigante. Su uso en la fabricación de instrumentos musicales es legado del lado indígena de la región Andina. Fueron muchas las culturas que aportaron sus idiófonos para lo que hoy son conjuntos típicos campesinos.
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M ú s ic a
La
herencia del
Oriente
Otro de los grandes aportes recibidos por la música andina colombiana proviene del oriente del país, en cuyas montañas el trote firme y melodioso de los motilones dio pie para la creación de uno de los ritmos más bellos de nuestra tierra: el torbellino. Acunado hoy en la provincia de Vélez, en Santander, se dispersó por Boyacá, que hoy lo considera también muy suyo, y por Cundinamarca, lo que implica que, además, llegó al Tolima Grande y derivó en otros aires musicales. Algunos resaltan su parecido con el bunde y con ese derivado que conocemos como criolla. Ningún instrumento de viento del Oriente sobrevivió tampoco en esta región amante de la palabra y de las historias.
El Las
foráneas
Curioso resulta que una de las plantas más famosas de nuestra tierra, al menos por su incursión exitosa en la música andina, no sea realmente endémica. De hecho, las acacias tienen su origen en Asia y Oceanía, pero por alguna razón crecen aquí en tres variedades mayoritariamente. Una de esas especies es la acacia rosada, que llega a los doce metros y que se adapta en buenas condiciones hasta los mil quinientos metros sobre el nivel del mar: resulta ser nativa de India, Birmania y Malasia. Tal vez la más cercana a nuestro entorno sea la acacia amarilla, proveniente de Brasil, que llega a los dieciséis metros de altura y alcanza a vivir saludablemente hasta a los mil ochocientos metros sobre el nivel del mar.
ba m b u c o e s n e g ro
En Por los senderos de sus ancestros, Manuel Zapata Olivella reconstruye la historia del que por muchas décadas durante el siglo xx fue el ritmo insignia de los colombianos: el bambuco, un aire que, según él, reclama la mención del Pacífico. “Viene aquí del caso anotar que en el litoral Pacífico el currulao recibe la denominación de bambuco, y nada tan eminentemente africano como él, expresión viva de instrumentos y ritmos traídos por los esclavos. Existe toda una trama de transición del currulao al bambuco andino, entre los pueblos de valles y vertientes hasta llegar al altiplano”. Expresa, además, que ese tránsito entre lo negro y lo andino no fue del todo sencillo; que se requirió de años de mestizaje y de muchos años más de viajes del Pacífico al centro del país para que el milagro ocurriera; que fue en Antioquia, Caldas y Cundinamarca donde el currulao perdió paulatinamente su forma original —y sus marimbas de chonta—, pero que fue en la tierra caliente del Tolima Grande donde se acentuó la herencia indígena y su afición por la palabra, con lo que los instrumentos de viento que pudo tener el currulao también desaparecieron casi por completo.
Charango en nogal Juglans regia
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Menú del día
adrugada en la montaña. Tragos (alto de Las Palomas. Páramo de Sonsón, a 3.700 m s. n. m.) Cuando el primer rayo ilumina la montaña, el abuelo ya está en pie. Explora el paisaje antioqueño con la vista y el tacto. En ochenta años ha aprendido a pronosticar la jornada según la intensidad de la luz y el filo del viento. Si un manto de niebla le impide ver el horizonte, deduce que el día será corto; si no hay brisa menuda cargada con agujas de agua, sabe que en breve el sol nutrirá los frailejones. Toma un trago de aguardiente de caña anisado, el primer alimento del día, para calentar pies y cabeza. Rebuja entre azadones, recatones, machetes y picas en busca de las mejores herramientas para arrancar los yerbajos que cre- Según la hora del día, el comensal y cen pegados a las varas de fríjol o limpiar las calles entre hileras la altitud, los platos preferidos de repollos o desgajar un eucalipto para convertir las ramas en combinan todos los ingredientes que leña y las hojas en infusión. Ya con el machete al cinto y las ofrece esta despensa barras al hombro, el viejo bebe una taza de “tinto”, como le dice al café endulzado con miel de caña, y guarda en una bolsa de cabuya el fiambre que, en dos tiempos, será desayuno al comenzar la mañana y comida al mediodía. Desayuno (Guatavita. Laguna a 2.668 m s. n. m.) Amanece en Guatavita, Cundinamarca. Hombres y mujeres del campo atraviesan la plaza de La Cacica rumbo a sus labranzas. Ellos apuran la jornada mientras que los turistas aún duermen en hoteles, hostales y residencias. Los que trabajan van cubiertos con chaquetas, ruanas, sombreros y botas de caucho. En Guatavita hace frío y huele a
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C o c i na
Alverja Pisum sativum
Fríjol común
Repollo
Phaseolus vulgaris
Brassica oleracea
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Ahuyamas y sandías Cucurbita maxima, Citrullus lanatus
cal mojada. El mercado todavía está cerrado pero el movimiento es intenso. Un hombre descarga un bulto de maíz y otro de legumbres. Una mujer limpia diez ahuyamas de tamaño descomunal y las fila al lado de un cerro de cubios revueltos con arracachas. Un campesino viejo surte la cocina comandada por una mujer baja, robusta y severa que esculca los bultos para detectar el defecto entre papas blancas, amarillas, marrones, oscuras, pecosas, recién arrancadas de la tierra. En el vecindario ya ofrecen café con vainilla y desayuno triple. Primer plato: caldo de costilla pintado con cilantro de la sabana recién picado. Segundo plato: huevos pericos procesados en aceite con un revoltijo de cebolla larga, cebolla de huevo y tomate. Tercer plato: tajada de queso campesino entronizado sobre una arepa bañada en mantequilla y sal.
Ullucos
Tentempié / “las once” (Ráquira. Desierto de la Candelaria, a 2.000 m s. n. m.) Por la plaza de Ráquira se abre paso un hombre cuarentón. Quiere ganar metros con sus zancadas de funcionario público apurado. Como el viento hiela, cubre sus orejas con las solapas. Alcanza la puerta de la pastelería. Sabe que comerá lo de siempre pero se detiene frente
Ullucus tuberosus
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C o c i na a la vidriera. A su derecha, observa la parva de sal, perteneciente a la familia de los amasijos, conseguidos a partir de las harinas de maíz, trigo y yuca. Repasa las formas redondeadas de pandebonos, pandeyucas, pandequesos, buñuelos, almojábanas. Desde la izquierda, la presencia de la parva de dulce, familia de los postres fabricados con leches, mieles, frutas y licores, lo hace salivar. Decide que pasteles de guayaba, roscas de arequipe y rollos de canela pueden esperar. El empleado en busca de “las once”, mecato entre el desayuno y el almuerzo, avanza. El mesero boyacense le tiende una bandeja con pan fresco, mantequilla, mermelada y queso. Mientras que el hambriento corta el pan, el mesero vierte chocolate hirviente, delgado, espumoso, en una taza blanca. El comensal se queda lelo con las burbujas multicolores que en breve mortificarán su lengua golosa. Almuerzo (Pereira. Valle del río Otún, a 1.550 m s. n. m.) Un estudiante universitario camina por el centro de la ciudad. Analiza los menús, examina su paladar, calcula la intensidad de su apetito, echa cuentas. Sabe que con diez mil pesos puede almorzar como en la casa de sus abuelos: sopa, seco, ensalada y sobremesa. Las cartas del día le dicen que puede escoger entre sopa o crema. Sopa de verduras, de cuchuco de trigo, de avena, de plátano, de pastas, de albóndigas, de fríjoles, de lentejas o de guineo; crema de ahuyama, de zanahoria, de tomate, de arveja, de cebolla, de espinacas, de apio. Como segundo plato (en los Andes se llama “el seco”), las cartas le ofrecen, a manera de guarnición, arroz blanco o en salsa de soya, trozos de plátano maduro asado o papas cortadas en palitos y fritas que los colombianos llaman “francesas”, zanahorias y habichuelas cocidas. En el centro, por supuesto, estará la proteína animal: carne de res (sobrebarriga en salsa de cebolla y ajo o muchacho relleno o hígado encebollado), carne de pollo (pechuga sudada en jugos de vegetales o muslos sofritos con ajo o alitas picantes) o carne de cerdo (costillas en dulce de ciruela o tocino frito en forma de chicharrón o jamón en zumo de mango). Para la ensalada le dan a escoger entre remolacha con cebolla, tomate y zanahoria o lechuga con frutos secos y trocitos de piña. La sobremesa, que consta de bebida y postre, complica las decisiones del mu-
chacho hambriento: jugos de tomate de árbol, guayaba, lulo, mora, papaya, curuba, maracuyá y guanábana están a su disposición, así como claro de maíz, agua de panela con limón o el clásico vaso de leche “cuñado” con bocadillo de guayaba o panelita de coco. El exceso de información y el paso de los minutos confunden al joven, que además del peso del día lleva consigo un computador portátil y un libro de cálculo diferencial. Vencido por el apetito, regresa al restaurantico risaraldense de siempre y pide la familiar bandeja paisa: fríjoles, arroz, plátano maduro, tocino de cerdo frito, huevo, rodajas de tomate, aguacate y claro de maíz con panela raspada. Tentempié / “el algo” (La Tebaida. Cordillera central, a 1.200 m s. n. m.) Los alumnos del colegio Gabriela Mistral salieron hoy un poco antes de las cuatro. Caminan sin prisa por las calles de La Tebaida, Quindío. La tarde libre les vino bien. El aire tibio es el anuncio de las vacaciones por comenzar. Un grupo de niñas se reúne en una esquina. Sobre la tapa de un cuaderno descargan todas sus monedas. Cuentan, recuentan, suman. Cada una expresa su deseo: bananos conge- Pimentón lados, paletas de tutifruti, mango Capsicum annuum biche con sal, solteritas, cocadas, obleas. La balanza se mueve entre las solteritas y las obleas. Las solteritas son galletas de harina de trigo, agua, azúcar, mantequilla y vainilla que, después de fritas, se coronan con crema de leche o leche condensada. Las obleas también son galletas de harina de trigo, agua, leche y azúcar pero no van a la sartén sino al calor para formar hostias de menos de un milímetro de espesor. Una vez doradas y crocantes se pueden combinar con diversos dulces. Hoy las niñas quieren obleas con dulce de fresa, de durazno, coco rallado, breva, dulce de mora, arequipe, dulce de guayaba, leche condensada y crema chantilly. Hay dulces en el parque de La Tebaida y las niñas celebran.
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Remolacha
Cilantro
Beta vulgaris
Coriandrum sativum
Cena (Caguán. Valle del río Magdalena, a 1.000 m s. n. m.) Una vez la imagen de san Roque, enfermero de los apestados, regresa a su nicho en la sacristía del templo de Caguán, los feligreses celebran a su modo la fiesta patronal. Hay pólvora, música y asado para quienes se acerquen al parque principal. Es de noche y los cocineros sudan. Hace cuatro horas vigilan los hornos en los que, a doscientos cincuenta grados, se asa la carne de cerdo. Hace ya dos días que empezaron la preparación del banquete. Primero sumergieron la carne en el líquido resultante de mezclar cerveza, vinagre, jugo de naranja agria, cebolla larga, cilantro, ajo, albahaca, yerbabuena, poleo, orégano, laurel, tomillo, guayabita tostada, nuez moscada, cominos, pimienta y sal. Después de veinticuatro horas en salmuera, los cocineros llevaron la carne a los recipientes de barro que ahora sacan del calor. Sobre hojas de achira, que hacen las veces de platos, van descargando las presas de corteza dura e interior blando acompañadas de “insulsas”, bolas de harina de maíz rellenas de panela, condimentadas con clavos y canela y pasadas por el horno. La noticia de que el asado huilense está servido se conoce de inmediato en las pocas calles del corregimiento. Los campesinos, los obreros, los maestros, los policías, los comerciantes, los conductores se acercan a la mesa comunitaria. Prueban la delicia, sonríen, se abrazan. Saben que es 16 de agosto, día de san Roque, día de la cena familiar.
Merienda (San Luis. Valle del Alto Magdalena, a 500 m s. n. m.) Cinco sabaletas penden del garabato encima del fogón de leña. Han estado ahí desde por la mañana, cuando el padre las pescó, las limpió de escamas, les sacó las tripas y las agallas, y las saló para preservarlas. En el jarrón queda un poco de agua de panela con limón que puede tomarse sin más mezclas o adicionada con café o chocolate. La mujer mira el brillo de los pequeños peces mientras trata de conciliar el sueño. Hace calor en San Luis, Tolima, y no hay brisa. Es casi medianoche y los niños duermen mal. Hace ya horas que cenaron arepas de maíz bañadas en manteca de cerdo y bebieron café. La mujer se levanta, abre la puerta para comprobar que no hay viento. Como presiente que una noche así será larga, enciende una luz y luego pone la sartén en el fuego. Al fondo del perol lanza los cinco pescaditos y los cubre con dientes de ajo. Les da vuelta. Las chispas del fogón y el olor atraen a los niños que se acercan a ver cómo se doran las presas. Las huelen. Se les hace agua la boca. Cada pescado va al vientre de una arepa y de ahí a la boca de cada viviente de esa casa. Padre, madre, niños reproducen la estampa de la plenitud momentánea. Para el hombre, pan y pez, dice la Biblia.
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C o c i na
En letra cursiva Los platos de la región Andina se destacan por la variedad de sabores y de colores que se obtienen gracias a las diferentes especies vegetales que los acompañan. Las plantas que más se destacan son las aromáticas, por los olores que esparcen y sus sabores tan particulares. Entre las especies aromáticas sobresalen las mirtáceas como la guayaba (Psidium guajava), además de los clavos de olor (Syzygium aromaticum), que aunque son nativos de Indonesia se importan a Colombia como botones secos (o flores sin abrir). Entre las aromáticas también se encuentran las lauráceas, como el laurel (Laurus nobilis), y la canela (Cinnamomum verum), cuya corteza se utiliza en la cocina especialmente en la preparación de postres, así como en la medicina tradicional para inducir el sueño. Su nombre genérico Cinnamomum se deriva del griego Kinnamon, que hace referencia a la madera dulce de este árbol. Otras aromáticas muy usadas en la cocina son las lamiáceas: el romero (Rosmarinus officinalis), el orégano (Origanum vulgare) y el tomillo (Thymus vulgaris). El epíteto específico de las dos últimas, vulgare o vulgaris, hace referencia a lo común que son estas plantas. Ya con olores mucho menos agradables para algunas personas, similares al olor de
la cebolla, están las amarilidáceas, como la cebolla en sí (Allium cepa), además del ajo (Allium sativum), cuyo nombre genérico Allium fue designado desde tiempos de los romanos para nombrar aquellas plantas con este olor tan particular. Desde la Antigüedad también se conoce la pimienta (Piper nigrum), que hace parte de las piperáceas y se utilizaba para evitar el sabor de descomposición de diferentes alimentos. En los platos de la región Andina se destacan igualmente especies botánicas pertenecientes a las solanáceas, como la papa (Solanum tuberosum) y el tomate (Lycopersicon esculentum); y el lulo (Solanum quitoense) y el tomate de árbol (Solanum betaceum), que pertenecen al mismo género de la papa.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Amarilidáceas
Allium sativum
Ajo
Empleado en la cocina y con propiedades medicinales
Cominum cyminum
Comino, comino crespo
Amarilidáceas
Apiáceas
Allium cepa
Cebolla
Asteráceas
Galinsoga parviflora
Guasca
Lamiáceas
Origanum vulgare
Orégano
Lamiáceas
Thymus vulgaris
Tomillo
Empleada en la cocina
Empleado como especia
Utilizada en la preparación del ajiaco. También en ensaladas
Sus hojas frescas o secas se usan como condimento, pero secas producen más sabor
Utilizado como condimento. Con propiedades antisépticas
Lauráceas
Cinnamomum verum
Canela
Utilizado como condimento
Mirtáceas
Syzygium aromaticum
Clavo, clavo aromático
Musáceas
Musa x paradisiaca
Plátano
Piperáceas
Piper nigrum
Pimienta
Rubiáceas
Coffea arabica
Café
Solanáceas
Lycopersicon esculentum
Tomate
Solanáceas
Solanum betaceum
Tomate de árbol, tomate andino
Sus botones secos son utilizados como especia en las cocinas alrededor del mundo
Apreciado en la cocina, crudo o cocinado. Alto contenido de potasio
Su fruto seco, que contiene piperina, es utilizado en la cocina como especia
De gran valor económico para Colombia por su calidad apreciada mundialmente
Altamente apreciado en la cocina, crudo o cocinado. Buena fuente de minerales y vitaminas
Utilizado contra las infecciones de garganta y la gripa. Con la pulpa se preparan jugos
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De
l a s e n t r a ña s
Al comensal andino se le hace agua la boca con cada presa de animal que se le nombra. Come oreja, ojo, trompa, ubre y cola sin el menor reparo. Y privilegia algunos órganos que se le hacen irresistibles. Come sesos horneados con hierbas y limón. Celebra un corazón de res asado con vinagre, cebolla, sal y pimienta. Se deleita con una lengua de res cocida con verduras en panela y vino. Come riñones sudados en un fondo de vino blanco y, si puede, los complementa con trozos de bazo de cerdo cocido, que es la pajarilla misma. No rechaza una torta de menudo, callos de res, que lleva, además de aliños, arroz, garbanzos, papas, huevos y longaniza. Pasa por las mollejas de pollo como si fueran entretenimientos menores. También gusta, el andino, de la morcilla: intestino del cerdo embutido de cebolla larga, perejil, poleo, yerbabuena, vinagre, arroz y sal donde reina la grasa blanca que recubre los entresijos del animal, llamada empella.
Rellenos
Coliflor Brassica oleracea var. botrytis
Dos
c o m o aq u e l l o s
Los recetarios, libretas de apuntes que las abuelas guardaban con recelo, contienen fórmulas casi siempre inexactas para obtener el punto ideal de un alimento. Entre esas fórmulas están las referidas a los rellenos. Rellenar cidras, remolachas, pepinos y papas parece haber sido una práctica constante en las cocinas de los Andes. Y también rellenar torcazas. La receta para conseguir palomas rellenas, si bien es espantosa, promete dar un plato exquisito. Dice el recetario que se matan las aves ahogándolas o cortándoles la cabeza, se pelan y se dejan huecas. Después de lavadas, se frotan con jugo de limón, sal y pimienta y se dejan descansar. Mientras tanto el cocinero prepara un guiso con todo aquello que les sacó y lo adoba con leche, mantequilla, harina, orégano, tomillo, sal y pimienta. Después de un día de espera, se toman las palomas y se frotan con mantequilla, se rellenan con un picadillo adobado de lo mismo que se les sacó y se llevan a trescientos grados durante veinte minutos. Lo mismo, o algo muy parecido, hacen los andinos con los cerdos tiernos, y los llaman lechona.
g u s to s
El tamal es uno de los resultados exuberantes de la fusión de dos cocinas. La americana aportó el maíz convertido en masa mediante un proceso de cocer y ablandar, algunas verduras y hojas que sirven como envoltura. La europea otorgó, además de alcaparras y aceitunas, las carnes de vaca y de cerdo: el corazón del tamal. La preparación, de cinco horas, se hace en tres fases. En la primera, las carnes se marinan en una base de cebolla, tomate, comino, ajo, pimienta, achiote y sal. En la segunda, zanahorias y arvejas cocidas se agregan a este revoltijo que será el relleno. Al tiempo, se tienden hojas de plátano y sobre ellas se aplanan bolas de masa de maíz preparada previamente. En el centro de ese lecho se arruma el relleno que también puede llevar garbanzos y habas o papa amarilla y mantequilla de maní o arroz y huevo o tocino y longaniza o pasas y olivas. Se toman las puntas de las hojas y se llevan al centro para cerrar la masa. Este paquete, rectangular, ovalado o esférico, se sujeta con una cuerda para conducirlo a la tercera fase, que consiste en someterlo al fuego, sumergido en agua con sal, durante tres horas.
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C o c i na
Sabores
En algunas cocinas de los Andes se fermentan a esta hora licores exquisitos que han logrado permanecer casi en la clandestinidad custodiados por tías y abuelas. Al menos tres de ellos merecen ser traídos al paladar por sus exquisitos nombres y sabores. La macedonia de frutas resulta de combinar trozos de piña, papaya, melón y mango en jugo de naranja con almíbar de azúcar y tanto vino rojo cuanto pida la parentela reunida para la celebración. La mistela, en cambio, no puede someterse a las exigencias del público pues tarda dos meses en coger color y sabor. Se fabrica con moras maduras, aguardiente y azúcar. Cumplido el tiempo de fermentación, se cuela y se embotella en un recipiente de vidrio del que se sirven tragos cortos. El vino de naranja exige condiciones más extremas, pues naranjas, azúcar y gotas amargas se embotellan y se entierran durante dos meses. A la luz sale un líquido espumoso que debe ser colado antes de ofrecerlo a la clientela.
Cultivo de lechuga Lactuca sativa
La
d e s i e mp r e
El maíz, cereal que sustentó la vida de los amerindios, es el único ingrediente necesario para la elaboración del pan criollo. La arepa, una “tela” que se consigue tras un arduo trabajo de remojar, pelar, cocinar, escurrir, moler, amasar, armar y asar, ha sido sometida a juicio y mal valorada porque no deja una impresión contundente en la lengua o en el olfato de quien la degusta. No saben, quienes la condenan, que así de simple, así de rústica, ha sido la base para infinidad de combinaciones que se integran a su cuerpo o se esparcen sobre su superficie dándole un uso adicional al de humilde acompañante. Del fiambre de los trabajadores del campo hacen parte las arepas asadas con trocitos de chicharrón incrustados en la masa y que sirven de plato principal, o las que, abiertas a la mitad, y rellenas con panela raspada, se convierten en postre. La entrada de los almuerzos urbanos, rápidos y económicos, suele ser un trío de arepas redondas: bolitas coronadas de aguacate macerado con limón y sal o con un picadillo sofrito de tomate y cebolla.
f e r m e n ta d o s
La
g ua s ca m i l ag ro s a
Dicen que el ajiaco es uno de los platos más representativos de lo que ha sido el mestizaje culinario en los Andes colombianos. Los expertos alaban la variedad y calidad de las papas que ayudan a espesar el caldo, el toque dulce de la mazorca tierna, el contraste de sabores que aportan las alcaparras y la crema de leche, y el gusto aceitoso de la carne de pollo cocida a fuego lento. Pero olvidan algunos críticos de la buena mesa reconocer que el gusto especial del ajiaco viene de una planta que crece silvestre en montes y jardínes. La guasca, Galinsoga parviflora, es una hierba común que pasa inadvertida, pues no llama la atención por su forma, color o aroma. Lo cierto, y esto lo sabían los indígenas, es que una vez macerada o licuada o cocida libera un sabor, entre amargo y dulce, que pocos se atreven a describir. La guasca, también llamada pajarito y usada como cicatrizante y antiinflamatorio, es la única responsable de que el ajiaco ocupe el primer puesto entre las sopas andinas de Colombia
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Plantas que valen oro
ay un cuento que es así. Francisco Javier Matiz es el recordado pintor que se encargó de dejar varios de los más bellos trazos de plantas para la historia. Aunque su propósito al pintarlas era más científico que artístico. Lo hizo contratado por el sabio José Celestino Mutis para dejar la memoria gráfica de la famosa expedición botánica en esos tiempos previos a la fotografía. De puño y letra de Matiz se cuenta que en alguna ocasión, a finales del siglo xviii, encontró en una hacienda del Tolima a un esclavo negro llamado Pío manipulando insólitamente a una serpiente venenosa. Después de indagarlo con asombro, el esclavo le contó que pocos días antes, en un paseo por el campo, notó que un águila comía y picoteaba la hoja de un bejuco, para justo después lanzarse al suelo y cazar una de esas mismas serpientes. Agre- El descubrimiento de para qué sirve la gó que pudo ver incluso cómo el ave agarró la culebra y hasta vegetación en la medicina no ha cesado. jugueteó con ella sin que esta reaccionara ni intentara morder. Qué va. A cada quien una planta según su El esclavo se ocupó de identificar las hojas de esa planta necesidad, a cada quien según su dolencia y comprobó después que efectivamente servía como contra para el veneno de las víboras, y más aún, hacía que cayeran en un letargo que les impedía atacar. Matiz le contó la historia de Pío al sabio Mutis, y ambos quisieron realizar un experimento allí mismo. Tan maravillado estaba el pintor con lo visto, que se llenó de valentía y accedió a dejarse morder de una serpiente similar, ante la vigilancia incrédula de los demás presentes, para luego comprobar cómo la planta suministrada por el esclavo servía como antídoto y lo curaba al instante. Nada le pasó después de la mordedura, cuando lo normal sería haber entrado en agonía.
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M e dic i nal e s
Justa razón o tachuelo Zanthoxylum monophyllum
Quina Cinchona pubescens
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Bohío con techo de paja trencilla
Ruda florecida
Zornia reticulata
Ruta graveolens
Eneldo Anethum graveolens
El exitoso experimento se relató en varios periódicos de la época. Y al recuento de Matiz se sumaron después otros de Mutis y hasta del mismísimo Humboldt. Incluso se dio alguna pequeña disputa entre los tres sobre quién había sido el real descubridor de ese prodigioso antídoto, olvidando de paso el crédito originario del negro Pío y su curiosidad. Las hojas de ese bejuco milagroso son ovaladas y las remarcan unas estrías de tono blanquecino que forman la cabeza de la serpiente, mostrando así su uso. O por lo menos eso cuentan los jaibanás, médicos brujos de los indígenas emberas, que desde siempre la habían usado en sus comunidades apostadas a lo largo de la cordillera Occidental. Ellos lo llaman huaco, entre los mestizos de la región Andina mutó a guaco y en la advenediza sabiduría occidental se denomina Mikania guaco. En los tiempos coloniales fue una de las más reconocidas plantas medicinales, usada contra las picaduras de culebras, alacranes e incluso rayas. En 1808, el virreinato de la Nueva Granada pidió a la provincia de Antioquia un inventario de toda su flora, y en el informe de contestación se la resaltó en primer lugar como el mejor remedio contra venenos. Hasta don Tomás Carrasquilla la menciona en su cuento “Dimitas Arias”. El guaco ayudó a la colonización antioqueña casi tanto como el hacha. Importaban todas esas plantas que podían aminorar los peligros para el colono, siendo el mayor el de los venenos inoculados por todas las ponzoñas del monte. Y estuvo además presente en las digresiones de las primeras mentes sensibles que tempranamente sintieron la nostalgia culpable por la sabiduría ancestral que se perdía para la botánica y la medicina con el exterminio indígena. Ya en 1565, el sevillano Nicolás Bautista Monardes había publicado un libro en el que “se trata de todas las cosas que traen de nuestras Indias occidentales que sirven al uso de la medicina”. Y en él advertía, desde el prólogo, que las “plantas con virtudes me-
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M e dic i nal e s dicinales” que estaban llegando al Viejo Mundo desde Cartagena debían ser más valiosas que el oro y la plata que venían con ellas. Y similares aserciones se oyeron en esta región Andina. Como la de otro sabio naturalista y prócer de la patria: el mismísimo Francisco José de Caldas, quien en sus memorias de expediciones caucanas consagró sucesos como el que vivió con un indio, de quien cuenta que le mostró todas las plantas que servían para la picadura de culebra, notando cómo el nativo, sin querer, las había además clasificado, pues todas eran del género Besleria. Y en 1860, Florentino Vezga, abogado de formación como Caldas, y, también como él, rebelde por accidente y naturalista ante todo, publicó su Botánica indígena, donde vuelve a hablar del guaco en primer lugar y explica que solo se aventuró a escribir un tratado así “A fin de excitar el celo científico de nuestros compatriotas en favor de los conocimientos botánicos de los indios, pues la civilización debe apresurarse a sacar de la oscuridad de los desiertos, a cualquier costa, los tesoros intelectuales que aún quedan de una raza, en otro tiempo feliz, desgraciada hoy y condenada a desaparecer, tal vez no muy tarde, de la superficie de nuestro planeta”. Después vinieron dos obras colosales sobre las virtudes medicinales de las plantas del país. La primera es de la década del treinta, escrita por Enrique Pérez Arbeláez. Casi mil páginas y setencientas ilustraciones condensadas bajo el nombre Plantas útiles de Colombia. Y luego, el exhaustivo Hernando García Barriga escribió Flora medicinal de Colombia. Mil quinientas páginas y tres tomos, publicado en los años setenta. Ambas obras manifiestan la misma pesadumbre por la sabiduría indígena quizás ya irrecuperable, pero también son invitaciones de tenacidad para descubrir de verdad el continente desde las virtudes medicinales de su flora. El guaco es hoy más escaso de encontrar o reconocer en la región Andina. Va hacia el olvido o la indiferencia, y en eso parece compartir suerte con los pueblos originarios que lo aprovechaban. Es una planta que tiene historia con las tres razas que la descubrieron, cada una por su cuenta. Se le dedica tanto espacio aquí porque puede ser el pequeño ejemplo que da cuenta del todo. Es él un bejuco leñoso indicado para ver el bosque: el bosque de plantas medicinales andinas, hijas de la sabiduría
milenaria de culturas subvaloradas y luego tardíamente estudiadas con devoción y congoja, ante la autocrítica de la civilización que las quiso descubrir y desaparecer a la vez. Una semilla buena y otra mala, de las que salió una sola cosa llamada nosotros. Como el evangelio del trigo y la cizaña, para no salir del tema botánico. Pero es injusto no pasar de la queja porque mucha de esa tradición curativa se heredó y se preserva en esta región hasta el día de hoy. Desde la Antioquia amplia hasta el alto Putumayo, y pasando por el altiplano cundinamarqués, hay en el presente una infinidad de plantas de huerta que son remedios caseros imprescindibles. Y que, haciendo una rústica taxonomía, notaría uno que se dividen según la duplicidad del clima. Las plantas calientes sirven para los males del frío, y viceversa. Por eso, por ejemplo, hoy para las gripas y los problemas respiratorios se ingieren decocciones hirvientes de plantas como el cidrón (Aloysia citriodora), la altamisa (Ambrosia peruviana), el eucalipto (Eucalyptus sp.) o los populares manzanilla y limoncillo (Matricaria recutita y Cymbopogon citratus), con sus nombres en diminutivo. Y las dolencias que se asocian con el calor, como las fiebres, golpes, hinchazones y hemorragias, se Salvia florecida tratan por la vía externa con baños Salvia scutellarioides y ungimientos de matarratón (Gliricidia sepium), salvia (Austroeupatorium inulaefolium), sauco (Sambucus nigra) o, ya muy en Cundinamarca, el cedro nogal ( Juglans neotropica) o la pompas (Gomphocarpus fruticosus). También se encuentran otras cuyas propiedades curativas les valieron su nombre vulgar, como la hierba llamada “curahígado”, muy conocida como ajenjo (Artemisia sp.), de la que no hace falta contar más, o el arbusto de nombre “desvanecedora” (Tournefortia fuliginosa), llamada así por ser antiparasitaria, o la arrogantemente denominada yerbabuena (Mentha x piperita), que con semejante nombre sirve, o por lo menos se usa, para casi todo.
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Alfalfa Medicago sativa
Guaco morado Mikania guaco
Otra forma de cercanía con la tradición ancestral se nota en eso de no secularizar el uso medicinal de las plantas y, en cambio, a veces, acompañar ese uso curativo con un rito que luego se vuelve cábala, y que hace que las plantas pasen de remedios a amuletos, de solo botánica a magia, de la mera química a la alquimia. Esa es la razón por la que en pueblos y ciudades de la diversa región Andina se encuentran plantas que además de remedios se ven como talismanes o piedras filosofales. Por eso al romero (Rosmarinus officinalis), por ejemplo, lo hierven en agua para tomarlo contra el dolor de estómago, o frotarlo en la piel y el cabello, por cosmética, o echarse encima baños esotéricos para atraer la riqueza. Y lo mismo pasa con la ruda (Ruta chalepensis y Ruta graveolens), un famosísimo arbusto tan frondoso que con el tiempo toma un tallo leñoso y firme, y cuyas hojas son fotosensibles. Queman y manchan cuando alguien se aplica su sustancia en la piel y luego se expone al sol. Es nativa del sur de Europa y se la encuentra mencionada en las leyes de Carlomagno, los libros de Plinio el Viejo y hasta en la Biblia: “Ay de vosotros fariseos que pagáis el diezmo de la ruda y olvidáis la justicia y el amor a Dios” (Lucas, 11: 42.) En estas tierras se le han contado más de veinte usos, desde el alivio de los dolores menstruales y las infecciones bucales hasta la repelencia de insectos e incluso de visitas ingratas —cuando se cuelga tras la puerta de las fincas— o, además, la señal de la llegada de una bendición intempestiva, según se anuncia cuando la venden por las calles. Hace un tiempo —para terminar con anécdota propia— una señora me regaló una ramita de ruda en un bus de Medellín. Decía que esa planta era tan buena que ella misma le había puesto por sobrenombre “la visera”. Cuando le pregunté por qué, contestó como cosa obvia: “Pues porque a todo el que se la he dado, ahí mismo le dan la visa”.
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M e dic i nal e s
En letra cursiva La región Andina posee una gran cantidad de medicamentos naturales que son extraídos de las plantas de la región. Entre estos fármacos botánicos se destacan aquellos componentes utilizados en medicina popular, como la salicina, que antes de ser sintetizada es extraída del sauce (Salix humboldtiana), que hace parte de las salicáceas. Otros elementos de gran importancia, aunque tan tóxicos que pueden llegar a ser mortales, son los alcaloides tropánicos, extraídos de las trompetas de la verdad (Brugmansia sp.), de las solanáceas. A pesar de la belleza de sus flores, la siembra de estos árboles ha causado controversias, ya que los alcaloides tropánicos, de los que se consigue la escopolamina, causan el efecto de confusión y de desorientación, por lo cual es conocida popularmente como borrachero. No todas las medicinas botánicas provienen de vistosos y grandes árboles. De hecho la gran mayoría de plantas medicinales pertenecen a las familias botánicas de las asteráceas y las lamiáceas. Las asteráceas son especies botánicas cosmopolitas, por lo cual las vamos a ver donde quiera que vayamos. A esta familia pertenecen la altamisa (Ambrosia peruviana), el guaco (Mikania guaco), el ajenjo (Artemisia sp.) y la manzanilla (Matricaria recutita). Esta manzanilla, conocida también como manzanilla de Castilla, no es la especie utilizada en el té del mismo nombre. Esta última es la manzanilla común (Chamaemelum nobile). Aunque las dos provienen de Europa
y se toman en infusiones con la misma finalidad, la Matricaria recutita es más común de encontrar en la región Andina y en toda Colombia. Las lamiáceas, a diferencia de las asteráceas, se caracterizan por presentar plantas casi siempre aromáticas, muchas de las cuales, además de ser empleadas en medicina natural, son bastante populares en culinaria. Por ejemplo el toronjil (Melissa officinalis), la yerbabuena (Mentha x piperita), el romero (Rosmarinus officinalis) y la salvia (Salvia sp.). El nombre común y científico de salvia proviene del latín salvare, salvar, que hace alusión a la altísima cantidad de propiedades medicinales que presenta esta planta. Otro caso donde el nombre común y el científico de una especie botánica hace alusión a sus propiedades medicinales es la altamisa, una asterácea del género Ambrosia, que proviene del griego ambrotos, que significa inmortal.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Adoxáceas
Sambucus nigra
Sauco
Las flores en infusión se toman para calmar la tos
Asteráceas
Matricaria recutita
Manzanilla
La infusión de sus flores es digestiva, calma los nervios y alivia la gripa
Asteráceas
Ambrosia peruviana
Altamisa
Asteráceas
Mikania guaco
Guaco
Lamiáceas
Melissa officinalis
Toronjil
Lamiáceas
Rosmarinus officinalis
Romero
Lamiáceas
Lamiáceas
Papaveráceas Salicáceas
Verbenáceas Xantorreáceas
Mentha x piperita Salvia sp.
Papaver somniferum Salix humboldtiana Aloysia citriodora Aloe vera
Calma la gripa y combate parásitos intestinales
Sus hojas cocinadas se usan como antídoto contra mordeduras de serpientes Calma el músculo cardiaco. Usada como tranquilizante
Yerbabuena
Agradable aroma para la cocina. Múltiples usos medicinales Antioxidante. Para el dolor de encías
Salvia
Contra el dolor y la fiebre. Antibiótico
Amapola, dormidera
De sus tallos y frutos se extrae el opio
Sauce
Aprovechada para la producción de Aspirina
Cidrón
Para la gripa y problemas respiratorios. Aromática
El líquido de sus hojas es aplicado como cicatrizante y alivia quemaduras
Sábila
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La
p e n ca h a b l a
La planta que se lleva el primer lugar dentro de la región Andina, por lo menos en cuanto a fama de curativa, es sin lugar a dudas la conocida penca de sábila (Aloe vera). Se dice que puede ser originaria de Arabia, pero aquí se cultiva ampliamente en las zonas frías. Las sabidurías populares le adjudican más de treinta virtudes medicinales. La planta produce una sustancia cristalizada que se toma en licuados contra las enfermedades respiratorias y dizque para limpiar la sangre y el colon. También se aplica sobre las quemaduras y como cicatrizante. Las hojas licuadas se toman para las enfermedades hepáticas, la hipertensión, el reumatismo y las úlceras. Las raíces, en infusión, se usan para tratar la tosferina. Y las tres partes, hojas, raíz y cristal, se consumen juntas también porque se dice que “limpian el cuerpo” y sirven contra el cáncer. En los vademécums se agrega que también es útil como laxante y contra el estreñimiento. Y la lista sigue…
La
q u í m i ca e n t r e
árboles
Hojas de alcachofa Cynara scolymus
Los
p i e c i to s e u ro p e o s
Se estima que en Colombia pueden existir unas treinta y cinco mil especies de plantas medicinales, lo cual la hace el país más rico del mundo en esta clase de flora. Adicionalmente se cuentan unas cien especies traídas desde Europa, que curiosamente se volvieron las más populares en cuanto a sus propiedades para la salud. Entre estas últimas se cuentan, por ejemplo, la manzanilla (Matricaria recutita), el cartucho o chupamieles o digitalis (Digitalis purpurea) y el llantén (Plantago major). También hay otro grupo de plantas introducidas que hoy día son reconocidos sedantes. Desde los más fuertes como la Papaver somniferum, mejor conocida como amapola, de la que, como es sabido, se extrae el opio, hasta tranquilizantes ligeros como el cidrón (Aloysia citriodora) y el toronjil (Melissa officinalis), que se toman en infusión para calmar los nervios. Estas últimas plantas se propagan con facilidad, dado que basta clavar una de sus ramas en la tierra para que se reproduzcan. A las ramas y retoños que tienen esa facilidad la botánica los llama “esquejes”, y los que saben de plantas, “piecitos”.
En las sabanas de Bogotá se encuentran dos árboles muy apetecidos para la producción de fármacos. La primera de esas especies es el sauce (Salix humboldtiana). Sus hojas y corteza se usan para tratar el reumatismo y los tallos tiernos para la caries dental. De él se extraen la salicina, el ácido tánico y el ácido salicílico, que es el principal componente gracias al cual se creó hace más de un siglo la famosa Aspirina. Por otro lado, también se encuentra una especie de las llamadas ñames, dioscóreas (Dioscorea sp.), y de esta, junto con la Dioscorea coriacea conocida como guatamo que se encuentra en Sonsón, Antioquia, se logró aislar y extraer en 1949 la cortisona, popular medicamento contra dolencias e inflamaciones.
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M e dic i nal e s
Un
t i n to c o n t r a e l cá n c e r
Estudios del profesor García Barriga identificaron varias especies entre la flora de la región Andina que tenían fuertes propiedades como desinflamatorios, al punto de que curaban úlceras malignas y disolvían tumores. En otras palabras, afirmaba que en la región Andina existían varias de las principales especies tenidas como anticancerígenas. Entre las que enunció estaban la Handroanthus serratifolius (Tabebuia serratifolia), conocida comúnmente como palo de arco, y el guayacán Handroanthus guayacan (Tabebuia guayacan). Decía que la fuerte madera de ambas especies contiene unos grupos de componentes llamados quinonas, de los que se conocen comprobados efectos contra el cáncer. También se mencionó en sus estudios el árbol conocido como santamaría en el Tolima o gerillo en Cundinamarca (Critoniella acuminata), que crece sólo a los mil metros sobre el nivel del mar y que se usa en decocción para curar enfermedades de la piel. El profesor García Barriga también llegó a mencionar, dentro del grupo de las especies andinas anticancerígenas, al mismísimo árbol del café, Coffea arabica, agregando que había serios indicios en sus investigaciones de que hasta la famosa bebida, sacada de sus semillas luego de ser tostadas, tenía propiedades preventivas contra esta enfermedad.
Las
m e d i c i na l e s d e
los emberas Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, un cuarenta por ciento del total de la población colombiana recurre como primera opción a la medicina tradicional ante quebrantos de salud. Las comunidades más alejadas son las que más usan las plantas medicinales, entre ellas las comunidades indígenas. Dentro de estas una de las más numerosas en la región Andina es la de los emberas, divididos en catíos y chamíes, o, como también se les suele clasificar entre el común, emberas de río y emberas de montaña. Se calculan en unos treinta mil los de la parte andina; y entre sus plantas más usadas en curaciones están la yerbabuena (Mentha x piperita), la altamisa (Ambrosia peruviana), el borrachero (Brugmansia sp.), la menta (Mentha sp.), la salvia (Salvia sp.), el guaco (Mikania guaco), el cordoncillo (Piper aduncum) y la hoja de sangre (Columnea kalbreyeriana).
Cidrón Aloysia citriodora
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Santuario de las especies
l canto de las cigarras presagia días de calor. Son miles y su chillido a veces ensordece, pero no cabe duda de que es una magnífica banda sonora para este santuario vegetal que alberga centenares de especies que están amenazadas y otras tantas que pueden ser aprovechadas por el hombre de manera racional. Se trata del Jardín Botánico Juan María Céspedes, que reposa en el piedemonte de la cordillera Central, en el corregimiento de Mateguadua, a siete kilómetros del municipio de Tuluá. Sobre sus terrenos ondulados (la altura oscila entre los mil cincuenta y los mil trescientos metros sobre el nivel del mar) caen lluvias en dos periodos trimestrales que se alternan con dos de sequía, aunque la temperatura se mantiene en un promedio de veinticinco Concebido por Víctor Manuel Patiño, grados centígrados, como en toda la zona central del Valle del el más ilustre de los vallecaucanos, este Cauca. Son ciento cincuenta y cuatro hectáreas —de las cua- jardín en Tuluá posee colecciones básicas. les cien son reserva natural— que lo convierten en el jardín Un reducto de esperanzas botánico más grande del país y también en uno de los más importantes por albergar y proteger un ecosistema que se extingue: el de los bosques secos tropicales. Las cifras que ilustran la temible amenaza de este ecosistema son devastadoras: de los casi diez millones de hectáreas que existían, apenas sobrevive un ocho por ciento, según dicen los más optimistas; los menos optimistas creen que no queda más de un cinco por ciento, lo que lo convierte en uno de los ecosistemas más afectados. Todo esto como consecuencia de la constante intervención del hombre para la producción agrícola y minera.
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Jar dí n B otánico de Tul uá
Falso laurel Ficus benjamina
Flor de arizá del árbol de la cruz Brownea grandiceps
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Retoño de guadua
Retoño de bambú
Guadua incana
Bambusa vulgaris
Ante este lamentable riesgo de extinción, el Jardín Botánico Juan María Céspedes dedica muchos de sus recursos y esfuerzos a la caracterización de los rasgos funcionales, la composición y la estructura del bosque seco para saber cómo está compuesto y cómo pervive. Y por supuesto, a la conservación de especies de la flora nativa. Por eso, dentro de sus fronteras, bajo el resguardo de un equipo de profesionales, habitan plácidamente decenas de ellas: el aromo (Vachellia farnesiana), arrayanes (Eugenia biflora o Myrcia popayanensis), el chambimbe (Sapindus saponaria), el sangregao (Croton gossypiifolius) y la venturosa (Lantana camara); el zurrumbo (Trema micrantha) y el totocal (Achatocarpus nigricans), el matarratón (Gliricidia sepium) y la jigua (Cinnamomum sp.), el mestizo (Cupania cinerea), el huesito (Malpighia glabra) y el cucharo (Clusia sp.). Estas y muchas más, que por desventura tienen en común el riesgo de desaparecer. Uno de los mayores atractivos de este jardín botánico son las colecciones vivas de algunas especies particulares como las Zamias y las Cycas, plantas que evolucionaron hace doscientos ochenta millones de años y son consideradas fósiles vivientes; la de guaduas y otros bambúes, que en el sentido estricto de la botánica son pastos gigantes;
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Jar dí n B otánico de Tul uá la de las heliconias, con sus formas exóticas y sus colores intensos, y la de las bombacáceas, que actualmente hacen parte de las malváceas, plantas dicotiledóneas intertropicales que con su porte y tamaño se aseguran de no pasar desapercibidas. En su empeño por acercar a los visitantes a la riqueza vegetal, el jardín de Tuluá cuenta con un museo etnobotánico: una red de caminos empedrados que conducen al visitante por un recorrido que visibiliza la relación del ser humano con la vegetación y el aprovechamiento que este hace de plantas medicinales, tintóreas, comestibles, oleaginosas, alucinógenas y fibrosas. Están ahí, por ejemplo, algunas especies de las que utilizamos sus fibras: la iraca, que usamos para hacer sombreros; las bromelias, para hacer mochilas y para hacer cuerdas y lazos; la majagua, “con la que amarraron a don Goyo”, como narra la canción. Están también las medicinales como el justarrazón, al que los científicos observan con atención porque hay indicios de sus propiedades curativas contra el cáncer de seno. También el caraño, muy común en los patios traseros de las casas, que se usa para hacer emplastos y tiene facultades antibacterianas. Están los árboles frutales, las plantas aromáticas y las oleaginosas, de las que se extraen gomas, ceras y resinas; los maderables y las plantas alucinógenas o mágicas como el yopo, el borrachero, la coca y el yagé. Solo como para nombrar algunas, porque el inventario es largo y rico. Con esa idea, la de la variedad vegetal, nació el jardín botánico. Su creación fue lenta, a pesar de las voluntades que desde mediados del siglo pasado pusieron empeño en ella: en 1948, con motivo de la conmemoración del centenario de la muerte de Juan María Céspedes, sacerdote, botánico y prócer de la Independencia, surgió la idea de crear un centro de botánica en su honor. Pero tuvieron que pasar más de veinte años para que, finalmente, en 1966, los entes gubernamentales le dieran forma al proyecto definitivo y lo llevaran un paso adelante hacia su ejecución. Fue entonces cuando crearon una comisión a la que se le encomendó la elección del lugar idóneo para la creación del jardín. A la cabeza estaba Víctor Manuel Patiño, hombre de ciencia y protagonista de mu-
chas de las expediciones botánicas más importantes realizadas en Colombia y otros países de Latinoamérica. Su conocimiento y pasión científica convirtieron en hechos los propósitos y demarcaron los terrenos físicos y conceptuales para la conservación y el estudio de especies del piedemonte de la cordillera Central, pero también para la aclimatación y adaptación de nuevas especies. Por recomendación de la comisión que encabezaba Patiño, el departamento del Valle del Cauca compró en 1968 setenta hectáreas de la finca Buenos Aires, ubicada en el corregimiento de Mateguadua, y dos años después adquirió la finca Potrerillo, contigua al predio anterior, para completar ciento cincuenta y cuatro hectáreas bordeadas por el río Tuluá, que a esa altura goza de aguas cristalinas y sonoras, y aportan un encanto mayor a lo que ya es de por sí un refugio mágico en el que cohabitan cerca de 1.800 especies vegetales con 148 tipos de aves, 180 especies de mariposas y 45 de mamíferos. La misión de Víctor Manuel Patiño no concluyó en la escogencia del lugar. Fue él quien trajo, de las múltiples expediciones que realizó, una gran Pitanga cantidad de material botánico, Eugenia uniflora fundamental para iniciar las diversas colecciones del jardín. Además de la de Zamias y Cycas, de la de bombacáceas o malváceas y heliconias, tiene una de palmas que reúne más de veinte especies, entre las que están el corozo o mararay (Aiphanes horrida), el corozo grande o corozo (Acrocomia aculeata), la chambira (Astrocaryum chambira), el güerregue o güérre (Astrocaryum standleyanum), el almendrón o táparo (Attalea amygdalina), el chontaduro (Bactris gasipaes), la palma africana (Elaeis guineensis), la palma nolí (Elaeis oleifera), la palma botella (Roystonea regia), la gerivá (Salacca edulis), la zancona o sarare (Syagrus sancona) y la palma abanico (Pritchardia pacifica).
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Guayusa Ilex guayusa
Está también la colección de guaduas que, en el universo vegetal, son especies de inmensa generosidad: se les han encontrado más de mil usos, entre ellos en la construcción de techos, paredes, muebles, instrumentos musicales y artesanías. Además juegan un papel muy importante en la naturaleza por ser grandes reguladoras y protectoras de nacimientos y corrientes de agua. La guadua ha sido uno de los intereses particulares del jardín botánico. En 1985, con un proyecto financiado por Colciencias, nació la colección que hoy en día es un banco de bambusoideas: un lugar abierto, grande y fresco que alberga guaduas y otros tipos de bambués enormes, entre los que se encuentran reunidas decenas de especies, entre ellas la Guadua angustifolia, que es la más común en Colombia.
Bambú wami Bambusa vulgaris cv. Wami
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Jar dí n B otánico de Tul uá
Con la creación del banco, el jardín empezó a trabajar en la caracterización molecular de las especies de bambúes que reúne para conocer su identidad genética; y se ha preocupado especialmente por la muerte descendente de la guadua: un curioso fenómeno que ocurre cuando las lluvias disminuyen y aparecen dos tipos de bacterias que ocasionan la muerte de los tallos adultos desde arriba hacia abajo. En su propósito por conocer, conservar y promover el uso sostenible de las especies, este recinto ecológico ha fijado varias líneas de acción. La recuperación de ecosistemas ha sido desde el comienzo una de ellas. La primera investigación que realizó el jardín giró en torno a procesos de restauración de los bosques de ladera que estaban siendo afectados considerablemente por la ganadería. Desde entonces, el jardín botánico está permanentemente en la búsqueda de especies que permitan restaurar estructuras y funciones de ecosistemas que han estado expuestos a la constante intervención del hombre. Las investigaciones en esta materia están orientadas principalmente a la reproducción vegetal, la implementación de corredores biológicos y cercas vivas, el manejo de semillas y la adaptación de especies nativas. En la actualidad, el jardín trabaja en asocio con la Universidad del Valle algunos proyectos fundamentados en el aprovechamiento de las especies. Uno de ellos es el proyecto de especies vegetales subutilizadas: el equipo ha hecho un inventario de plantas, algunas de ellas usadas por nuestros antepasados pero cuyo manejó no pasó el filtro del tiempo y la memoria, y otras a las que nunca se les ha dado uso conocido, pero que tienen potencial en la medicina, la cocina, la construcción o cualquiera de los ámbitos por los que transita el hombre. Conservar la flora nativa del piedemonte de la cordillera Central del Valle del Cauca, aclimatar y adaptar nuevas especies a través de su cultivo, realizar estudios de la flora vallecaucana y crear colecciones de semillas de las especies que tienen valor ecológico y económico son otros de los propósitos del Jardín Botánico Juan María Céspedes, al que con razón algunos llaman “Un edén de biodiversidad”.
Túnel de guadua Guadua angustifolia
Pasiflora arbórea Passsiflora arborea
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Perfil
El sabio Pérez Arbeláez
Enrique Pérez Arbeláez Para contar la historia de este naturalista nacido en Medellín en 1896 hay que remontarse a cuando la casa de la Expedición Botánica era derrumbada, el Observatorio Astronómico clausurado, y los hallazgos de la que fuera una de las iniciativas más importantes en conocimiento de la botánica del país se pudrieran en cajas selladas en un lugar cualquiera de España. Esta sensación de abandono y conocimiento extraviado fue la que impulsó años más tarde al sacerdote jesuita, científico y educador Enrique Pérez Arbeláez a retomar las banderas del trabajo al que habían dedicado su vida José Celestino Mutis y sus discípulos criollos. Hijo de un general y una dama de la sociedad paisa, el sabio Pérez Arbeláez llega muy niño a Bogotá a vivir con sus abuelos maternos, el general Juan Clímaco
Arbeláez, quien le inculcó el amor por los bosques, y doña Enriqueta Urdaneta. Cursa su bachillerato en el Colegio San Bartolomé, de los jesuitas, y luego viaja a Burgos, donde estudia filosofía y teología, lo que lo llevaría a ordenarse en 1926. En Alemania continúa su carrera de Biología en la Universidad Luis Maximiliano de Múnich, y bajo la tutoría del profesor Karl von Goebel, director del Jardín Botánico de Nymphenburg, hace su especialización en plantas inferiores. Estando en Madrid se entera de que los botánicos españoles se encuentran interesados en publicar la Flora de Mutis, y pide ser incorporado al proyecto. Entusiasmado, regresa a Colombia y retoma la expedición, dándole su toque y ruta personales. Corre el año 1928 y Pérez Arbeláez decide crear el Herbario Nacional de Colombia, como primer paso. A mediados de los treinta publica una especie de biblia para los botánicos: Plantas útiles de Colombia, Tomo I. Es un libro de gran relevancia gracias a la cantidad de datos científicos que contiene: un total de 1.070 numerales correspondientes a más de 1.920 especies y un índice lexicográfico de más de 70 páginas. El 6 de agosto de 1936 se inaugura en la Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional de Bogotá el Herbario Nacional
Colombiano, lugar donde también funcionaría el Instituto Botánico. El sacerdote fue precursor de la Academia Colombiana de las Ciencias y del Departamento de Botánica de la Universidad Nacional, que en 1940 pasó a llamarse Instituto de Ciencias Naturales, que él mismo dirigió. Pérez Arbeláez escribe e ilustra para la enseñanza escolar el primer manual de botánica colombiana, para reemplazar los textos extranjeros. “Es —dice él—, como si se enseñara la lengua castellana en libros ingleses o japoneses”. La Botánica colombiana elemental vio la luz en 1942. A los sesenta y cinco años comienza a publicar la serie Recursos naturales de Colombia, sobre el clima, la geomorfología, rocas y suelos, entre otras tamáticas. Su proyecto de publicar la Flora de Mutis vio la luz en 1954, luego de viajes a Mariquita y La Mesa de Juan Díaz, y a jardines botánicos de España. El 6 de agosto de 1955, Pérez Arbeláez logra que el Jardín Botánico de Bogotá se independice como centro de investigación y conservación de la flora andina. El sabio, quien también era un gran dibujante, intervino en los planos de la estructura del jardín y luego se encarga de la recolección de semillas y especies en los bosques de los Andes. Sus últimos años de vida los dedicó a continuar recolectando ejemplares, y con ese propósito viajó a La Guajira en diciembre de 1971, pero sufrió una trombosis. Ya en Bogotá, y después de visitar su amado jardín, murió el 22 de enero de 1972, a los setenta y seis años de edad.
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AQUI VA Página 18 Palma de cera Tributo a un emblema de Colombia
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Pal m a de c e ra
Rectitud Que la palma de cera sea el árbol nacional, no es una casualidad. O no debería serlo. Debería ser un llamamiento, una invitación, no solo a que la preservemos y la reproduzcamos por su belleza y escasez, sino por lo que representa su estructura: esa rectitud que
la eleva por encima de todos. Rectitud, más que una palabra es una actitud que debería estar en el credo y en los propósitos de los colombianos.
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Montañas de magia y ausencias
or toda la zona cafetera existen pueblos enteros construidos en madera. De los cimientos al techo. Del cedro negro se fabricaron teleras, chifonieres y repisas; del flormorado, altares y confesionarios, y del abarco se elaboraron pisos, techos y balcones. A medida que los nacientes caseríos tomaban forma, la selva cercana se transformaba en rastrojo. Los aceitunos, guamos y yarumos aún alimentan las hornillas donde se asan a diario las arepas. Con los arrayanes y pomarrosos se encaban las herramientas; como el hacha, que derribó selvas en su descenso de Sonsón al río Arma, abrió trocha hasta Aguadas y siguió de largo por Salamina, Neira y Manizales, para convertirse en símbolo de la colonización en el parque Los Fundadores de Armenia. Un edén. Aunque haya avanzado sobre él Casi dos siglos después, en esta región no existen bosques el poblamiento urbano, el Eje Cafetero sigue sino relictos, una palabra triste, porque, en últimas, significa lo siendo un edén. Una región clave dentro que queda de un muerto. ¡Relictos de bosque! El vocablo se de los Andes de Colombia escucha entre los botánicos de la zona cafetera cuando se les pregunta por su riqueza ambiental: “Existen relictos de bosque”. Colinas de vegetación rala, cafetales, potreros y cultivos de caña, plátano y frutales rodean las ciudades y pueblos de Caldas, Quindío y Risaralda, tierras de paisajes privilegiados, donde habitan unos dos y medio millones de colombianos en las primeras décadas del siglo xxi. Del serrucho trozero y del hacha se salvaron los árboles de las zonas más inhóspitas, despeñaderos de acceso imposible, inútiles para la ganadería o para cualquier cultivo. En esos sitios reverdece la esperanza de recuperar algunas especies, como el abarco,
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Ej e Caf e t e r o
Cafetal Coffea arabica
Palmas de cera Ceroxylon quindiuense
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Jaboticaba Myrciaria cauliflora
el roble o variedades de magnolias, que contradicen su delicado nombre con alturas de treinta metros y diámetros más anchos que el abrazo de un hombre corpulento. De la Magnolia wolfii o copachí o molinillo (una de las cien especies más amenazadas en el planeta), solo quedan diez árboles en el mundo. ¡Diez! Están en Risaralda, cerca de Marsella. Otra magnolia, conocida como molinillo (Magnolia hernandezii), también está en riesgo. En el Quindío el inventario es similar. La zona más baja de este departamento, en límites con el Valle, fue rica en vegetación de bosques secos. Ya no lo es. Sin embargo, en las riberas del río La Vieja, a unos novecientos metros de altura sobre el nivel del mar, siguen creciendo arbustos, hierbas, enredaderas, bejucos. Antes abundaban ceibas, caracolíes, samanes, cauchos y alga-
rrobos, que todavía se encuentran pero no en poblaciones tan numerosas. A medida que se empina la tierra, podría aparecer un cedro negro, un cedro rosado o un nogal cafetero. Aquí predomina el yarumo blanco, cuyas copas saraviadas salpican de tonos claros el follaje del parque Barbas-Bremen, cerca de Filandia, un municipio de típica arquitectura paisa con bien ganada fama en asuntos de cestería de palma y bejuco. En las partes altas de Filandia, a unos dos mil metros de altura, cuentan que hay uno que otro ejemplar de laurel comino crespo. También los hay en Norcasia y Samaná, en Caldas. Su madera es tan apetecida que lo persiguieron hasta dejarlo casi agonizante. El más visible testimonio de la calidad del comino crespo son las
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Ej e Caf e t e r o trece mil piezas de ese árbol que sostienen la cúpula de la catedral de Pereira. También puede existir comino crespo en los primeros montes que flanquean la subida al alto de La Línea, entre los departamentos de Quindío y Tolima. En el Jardín Botánico de Calarcá, al pie de la montaña, explican que en esta zona crece una vegetación muy delicada, que no se atreve a poblar el frío del páramo, pero tampoco se arriesga a bajar a climas más cálidos. A este rango pertenecen la mano de oso, el encenillo y el sietecueros, de vocación ornamental gracias a sus vistosas flores de color violeta. Por encima de los mil ochocientos metros, en el valle de Cocora, se levantan, imponentes, las palmas de cera (el árbol nacional), también declaradas en riesgo debido a la escasa población de ejemplares jóvenes. En zonas más altas, como en el alto de Campanario, encontramos una amplia parentela de pastos, además del chusque (un tipo de bambucillo) y el frailejón, quizás la más famosa de las asteráceas, que ayuda a dar origen a los ríos que calman la sed del ochenta y cinco por ciento de la población del departamento. Del Quindío se puede cruzar a Risaralda por el parque Barbas-Bremen. Allí encontramos unas quince especies de plantas en grave peligro, como las magnolias, el comino y el cedro, pero también hay aguacates, yarumos, curubos, palmas y bejucos. En Pereira y sus alrededores, a pesar del avance de las construcciones y del asfalto, existen once especies de palmas y otras cuarenta especies de árboles majestuosos, de arbustos y de planticas de uso ornamental y medicinal, algunas bautizadas de manera casi denigrante: rastreras y trepadoras, unas que tapizan el paisaje y otras que son muchas veces hermosos bejucos. En estos lugares es notoria la presencia del chagualo o cucharo, un árbol que logra los veinte metros de alto, y que también se observa a lo largo de la zona Andina, en los bosques montanos, hasta los dos mil docientos metros sobre el nivel del mar. A partir de esa altura comienza una transición. Los tamaños disminuyen y el color de las plantas se vuelve grisáceo. Además, empiezan a predominar las plantas a las que les nacen pelitos dorados o cafés que las protege de las ráfagas heladas. De dos mil seiscientos metros hacia arriba en-
contramos frailejones y extensos pajonales doblegados por la fuerza de las ventiscas. Cuando se camina hacia el lado de La Virginia, que es clima cálido, aparecen el guácimo colorado, el costillo, los caracolíes, y abundan otras especies de flores muy vistosas, emparentadas entre sí, como las que surgen del guayacán amarillo y rosado y del tulipán africano. Para el lado de Santuario, donde están los bosques mejor conservados de Risaralda, se encuentra el yolombo (Panopsis yolombo), tres especies de magnolias, robles abundantes y ceibas de tierra fría. Los bosques de culoefierro ya están muy menguados, pero todavía se ven polines del ferrocarril elaborados con esta madera. En el Jardín Botánico de Pereira cuentan que este árbol es tan duro que las puntillas se doblan al clavarlas en él y es capaz de desgastar la cadena de la motosierra. El culoefierro forma parte de esos árboles bautizados con nombres del entorno campesino, como el güevaetoro, el turmaemico, el moco, el pecueco y el indiodesnudo o indio en cueros. El fruto del güevaetoro (güeva de toro) es una bola de unos once centímetros de diámetro parecida a los testículos de ese animal. Granos de café Risaralda comparte su fron- Coffea arabica tera occidental con las selvas del Chocó. Por esa razón, en la zona de Pueblo Rico y Mistrató se encuentran diversos tipos de palmas y también ejemplares aislados de chanul y de abarco, la gloria de los carpinteros. Son árboles de unos cuarenta metros de alto y hasta dos metros de diámetro. Esa misma vegetación chocoana alcanza a llegar a la frontera occidental de Caldas. En Riosucio, especialmente, el Jardín Botánico de Manizales ha detectado algunos ejemplares de palma macana, sobrevivientes de la cacería que los colonos desataron para adornar las chambranas de sus casas. Su recuperación es difícil: una palma macana necesita unos cincuenta años para llegar a la adultez.
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Penitente
Sarro o helecho arbóreo
Petrea volubilis
Dicksonia sellowiana
En épocas lejanas, Caldas tuvo, quizás, la vegetación más variada del Eje Cafetero. Esto de acuerdo con su topografía, pues parece una montaña rusa que va de las cálidas riberas del río Cauca a las cumbres de la cordillera Occidental, empata con la cordillera Central, donde alcanza los 5.321 metros sobre el nivel del mar (en el Parque de Los Nevados) y desciende luego entre cordones montañosos hasta apaciguarse en el ardiente valle del Magdalena. En un recorrido fugaz por estas tierras aparecen el chingalé o Jacaranda, el guamo macheto, cuyos frutos se venden por atados en las plazas de mercado, o la Passiflora parritae, a la que describen como una curuba de monte; además de las silvestres heliconias, que los campesinos venden en manojos a la orilla de las carreteras. La parte media de Caldas, igual que el resto del Eje Cafetero, está sembrada de café, cuyo cultivo desplazó a miles de especies de plantas que crecían entre los novecientos y dos mil metros. La mayor concentración de flora de Caldas es, tal vez, la que se encuentra en el Parque Nacional Natural Selva de Florencia. Allí predomina el guayacán amarillo, que se codea con el chaquiro, los laureles, las bromelias y, por un capricho de la naturaleza, con la palma macana. La presencia de este ejemplar, originario de las tierras bajas del Chocó, en la selva premontana de Florencia tiene despistados a los científicos. El recorrido por los caminos del Eje Cafetero nos lleva a Manizales, donde crece una flor de color inusual entre las de su especie: el anturio negro, un llamativo plebeyo que en alguna época intentó disputarle el pedestal a la flor nacional, la Cattleya trianae, de la que encuentran espléndidos ejemplares en el Bosque de las Orquídeas. Aunque las flores son más llamativas, en la zona cafetera no importa hacia dónde se mire, la vista siempre se va a topar con la guadua. Es el alma de esta tierra. Además de los cien usos que le atribuyen, la guadua es terapéutica. Caminar por un guadual alivia el alma. Los pies se hunden en la hojarasca y se percibe la compañía silenciosa de cientos de tallos que se elevan hasta donde anidan los búhos y las lechuzas. A veces, un rayo de sol cae, preciso, en alguna telaraña o arranca destellos leves en los capachos de las guaduas jóvenes. ¡Y el viento! Cuando sopla duro arranca miles de hojitas que parecen lluvia, y que los pájaros se llevan luego en su pico para hacer los nidos. Uno se puede quedar allí por horas, escuchando el silencio de los guaduales, los gemidos de los tallos al rozarse o ese sonido de llovizna que produce el viento entre las hojas.
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Ej e Caf e t e r o
En letra cursiva Como dice su nombre, el principal cultivo esta zona es el café (Coffea arabica), una rubiácea de gran importancia económica para la región y el país, aunque la guadua sea más versátil por la cantidad de usos que se le dan y aparezca en el paisaje de manera más asidua. En este territorio de cafetales también sobresale una gran variedad de árboles con flores de colores tan llamativos que parte de sus nombres comunes derivan de sus tonalidades. Ocurre con algunas bignoniáceas, en las que se destaca el color morado del chingalé ( Jacaranda copaia), el amarillo del guayacán amarillo (Tabebuia chrysantha), el rosado del guayacán rosado, también denominado ocobo o flormorado (Tabebuia rosea), además del rojo del tulipán africano (Spathodea campanulata), cuyo nombre común se debe a que proviene de África y a que sus vistosas flores recuerdan a los tulipanes. Aunque ciertas especies de bignoniáceas son denominadas como guayacán, el nombre designa diferentes especies botánicas que presentan una madera resistente de colores claros, y proviene del género Guaiacum, una zigofilácea. Entre las plantas de flores de colores brillantes, con una morfología particular y un tamaño que permite curiosearlas desde lejos, se destacan las magnolias (Magnolia sp.), de la familia botánica de las magnoliáceas y cuyo nombre está dedicado al botánico francés Pierre Magnol. El fruto de diferentes especies de magnolia ha sido utilizado en la fabricación de un utensilio para batir el chocolate, por lo cual algunas veces son
denominadas como molinillos, como la Magnolia wolfii y la Magnolia hernandezii. Además de estas atractivas flores, en el Eje Cafetero también sobresalen las hojas de los yarumos (Cecropia peltata), de las urticáceas, entre las que resulta muy llamativo el color de las hojas del blanco (Cecropia telenitida). Aparte de los colores de las plantas que sobresalen en el Eje Cafetero, en este territorio se encuentran árboles cuyas maderas son altamente valoradas. Por ejemplo el nogal ( Juglans neotropica), una yuglandácea, que llega a ser denominada cedro negro por su parecido con el Cedrela odorata, de las meliáceas. La especie Cordia alliodora también es denominada nogal o nogal cafetero, por su semejanza con el anterior nogal. Hay árboles maderables como el roble o roble de tierra fría (Quercus humboldtii), una fagácea denominada roble colombiano, aunque los verdaderos robles, que también hacen parte del género Quercus, provienen del hemisferio norte.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Anacardiáceas
Anacardium excelsum
Caracolí, espavel
Madera para vivienda y embarcaciones
Arecáceas
Wettinia kalbreyeri
Macana
Arecáceas
Ceroxylon quindiuense
Palma de cera
Bignoniáceas
Tabebuia chrysantha
Guayacán amarillo
Bignoniáceas
Bignoniáceas Cordíaceas Fagáceas
Juglandáceas
Jacaranda copaia Tabebuia rosea
Cordia alliodora
Quercus humboldtii Juglans neotropica
De su tallo se obtiene la macana para fabricar chambranas
Ornamental. Mal usada para rituales religiosos
Chingalé
Carpintería y pulpa de papel
Flormorado, ocobo, guayacán rosado Nogal cafetero, nogal
Roble, roble de tierra fría Cedro negro, nogal
Madera fina, resistente a insectos
Cultivada como ornamental. Ebanistería Madera durable y liviana Ebanistería y vigas
Madera apreciada en construcciones y pisos
El receptáculo del fruto se usa para fabricar molinillos para batir el chocolate
Magnoliáceas
Magnolia wolfii
Molinillo, copachi
Rubiáceas
Coffea arabica
Café
Urticáceas
Cecropia telenitida
Yarumo blanco
Ornamental. De su madera se extrae pulpa para papel
Urticáceas
Cecropia peltata
Yarumo
Para fabricar pulpa de papel. En instrumentos musicales
Planta de gran importancia económica
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E l M o n o H e r ná n d e z
y e l c h o c o l at e
Además de los usos que le dieron a su madera, los campesinos le sacaron provecho al fruto de la Magnolia hernandezii, un árbol que alcanza los cuarenta metros de altura. Descubrieron que al secarse el fruto, el eje del mismo servía para batir el chocolate. Por eso lo bautizaron molinillo. Hoy se conocen por lo menos seis especies de magnolias: Magnolia chocoensis, M. espinalii, M. gilbertoi, M. yarumalensis, M. wolfii y la ya mencionada M. hernandezii, bautizada así en honor a Jorge Ignacio Hernández, el Mono, un sabio de la botánica y padre de los parques naturales en Colombia. A la Magnolia wolfii algunos también la llaman molinillo, a pesar de que sus frutos son más pequeños. El estado crítico de las magnolias ha hecho que el Jardín Botánico de Pereira mantenga una alerta máxima. Teme, especialmente, por la M. wolfii. Los únicos diez árboles de esta especie en el mundo se encuentran a lo largo de diecinueve kilómetros, cerca del municipio de Marsella, y podrían desaparecer en caso de que los atacara alguna plaga. El intento desesperado del jardín botánico consiste en recoger semillas, someterlas a un proceso científico para crear un banco de germoplasma y comenzar a reproducir los árboles.
J o s e f i na ,
Pino colombiano Retrophyllum rospigliosii
la flor de
C a l da s
En las afueras de Manizales, dentro del Recinto del Pensamiento, existe un bosque de una hectárea. Se llama el Bosque de las Orquídeas. En este lugar, al lado de una quebrada de aguas rápidas y cristalinas, crecen urapanes, cedros, nigüitos, yarumos y algunos arbustos y enredaderas de menor tamaño. En medio de esta vegetación florecen unas cien especies de orquídea. La mayoría son invisibles para el ojo profano, que solo ve parásitas y rastrojos. Las más notorias, pero también las más comunes, son las llamadas zapatico de obispo, torito, cucaracha y drácula o vampira. Un lugar especial lo ocupa la Josefina. Esta, aunque al parecer es de origen europeo, fue declarada flor del departamento de Caldas “por contribuir al paisaje cultural ornamental y social de los 27 municipios” del departamento. De la Josefina dicen que el nombre es un homenaje a la esposa de Napoleón, “que vestía siempre con lujos y derroche —dice un columnista de un periódico local— y en el centro de la flor aparece una figura de elegante dama vestida a la usanza de la era napoleónica”.
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Ej e Caf e t e r o
Flor de guayacán de Manizales Lafoensia acuminata
La
pa l m a d e c e r a s i g u e e n r i e s g o
Más allá de Salento, en el valle de Cocora, se encuentra la mayoría de palmas de cera que aún quedan en Colombia. Su nombre científico es Ceroxylon quindiuense y es considerada el árbol nacional. Ese título honorífico, sin embargo, no le garantiza las condiciones necesarias para seguir exhibiendo a las siguientes generaciones su imponente figura, que llega hasta los sesenta metros, el equivalente a un edificio de unos veinticinco pisos. El principal problema de la palma de cera es que no se regenera en potreros o lugares deforestados. A pesar de las prohibiciones, los cogollos de las palmas tiernas son perseguidos para elaborar los ramos de Semana Santa, y las semillas que caen en los potreros se las come el ganado. Además, fue usada durante décadas como especie maderable, y con su resina se fabricaron velas hasta la llegada de la luz eléctrica, especialmente en la zona Andina. Otro motivo, quizás el central, para su baja reproducción es que les han vuelto potreros los entornos, y la palma, como otras plantas, no se reproduce ni crece si no tiene a su lado otros árboles, otras especies. La naturaleza es sabia. La palma de cera, que maravilló a Humboldt y a otros viajeros por ser la única de alta montaña del planeta —y la más alta—, sigue despertando admiración en los turistas que recorren su hábitat, cubierto por una neblina densa que hace aún más misteriosa la presencia de estos gigantes. Al desaparecer la palma de cera, también dejaría de existir el loro orejiamarillo, pues en sus troncos construye sus nidos y es una de las especies vegetales de las cuales se alimenta.
Árboles,
Pestaña de mula o balso blanco Heliocarpus americanus
s u e l o y ag ua
Los beneficios que el planeta recibe de algunos árboles también hay que apreciarlos a ras del suelo. Eso ocurre con el yolombo, al que le atribuyen un gran aporte de hojarasca en los bosques húmedos de montaña. De esa forma, ayuda a conservar la calidad de la tierra y favorece el crecimiento de otras plantas. Las hojas del chachafruto, al descomponerse en el suelo, también ayudan a su fertilización. Además, los botánicos lo consideran como “madre de agua debido a que sus raíces retienen el suelo y así protegen las orillas de ríos y quebradas”. Al guamo macheto lo asocian igualmente con la protección de los suelos. Crece silvestre cerca de las fuentes de agua en bosques de galería. Allí sus raíces ayudan a evitar la erosión y a proteger los nacimientos de agua. Lo mismo ocurre con la guadua, que almacena agua durante las temporadas de lluvia y la envía a la tierra durante el verano. Los botánicos consideran que una hectárea de guadua alcanza a almacenar unos treinta mil litros de agua.
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La nostalgia de los montes
a cordillera. Todo lo que ha tenido que suceder hasta llegar a esta experiencia de la selva, para que ahora, con las señales aún frescas en mi cuerpo, de las pruebas a que me ha sometido el paso por su blando infierno en descomposición, descubra que mi verdadera morada está allá, arriba, entre los hondos barrancos donde se mecen los helechos gigantes, en los abandonados socavones de las minas, en la húmeda floresta de los cafetales vestidos con la nieve atónita de sus flores o con la roja fiesta de sus frutos; en las matas de plátano, en su tronco de una indecible suavidad y en sus reverentes hojas de un verde tierno, acogedor y terso; en sus ríos que bajan golpeando contra las grandes piedras que el sol calienta para delicia de los reptiles que hacen en ellas sus ejercicios eróticos y sus calladas asambleas; en las vertiginosas bandadas de pericos que cruzan Al subir cuestas y sortear hondonadas el aire con una algarabía de ejército que parte a poblar las altas y oler helechos, el bosque andino de copas de los cámbulos. De allá soy, y ahora lo sé, con la plenitud Colombia muestra su riqueza y sus de quien, al fin, encuentra el sitio de sus asuntos en la tierra”. cicatrices. A la búsqueda de sus maderas Así describe Mutis, no el botánico, sino el escritor, en palabras del errante Maqroll el Gaviero, esa cadena de montañas que da nombre y sentido al paisaje andino. Y que ha forjado también el carácter de su gente, pues en Colombia el setenta y cinco por ciento de la población vive en zona montañosa y todas las regiones naturales están permeadas por la presencia de las cordilleras, que las atraviesan como venas de suroeste a noreste. La región Andina se configura como el corazón geográfico del país, abarcando los dos ramales en que se divide la cordillera de los Andes una vez se abre paso por Nariño. Luego, en el macizo colombiano, “ese gran nudo de montañas, cuna de cuencas
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Made rabl e s
Recinto del Pensamiento en Manizales Guadua angustifolia
Casa en el árbol dentro de pino colombiano Retrophyllum rospigliosii
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Puente colgante
Cerca en pino Pinus patula
y paso de caminos”, como lo llama el sociólogo Alfredo Molano, en la frontera entre los departamentos de Cauca y Huila, uno de los ramales se subdivide en dos y forma las cordilleras Central y Oriental. Se estima que en Colombia la vegetación andina representa casi la tercera parte de la flora total, es decir, más del doble de la que se encuentra en la Amazonia o en el Pacífico. Esta cifra engloba a doscientas familias de plantas, mil ochocientos géneros y diez mil especies. La Colombia andina contiene la mayor variedad de tipos de bosque, gracias a las distintas condiciones climáticas que la componen, aunque muchos de ellos son bosques fragmentados debido a la presencia humana. Se observan bosques selváticos, de niebla y enanos, entre otros. La huella del hombre y la consiguiente presión demográfica que su accionar conlleva, ha producido la acelerada desaparición del recurso forestal, según lo constatan diversas investigaciones. La deforestación en la región se debe a procesos paulatinos de degradación a causa de tala, construcción de obras de infraestructura o minería. Por si
esto no fuera suficiente, la Andina es la región de Colombia con más hectáreas transformadas para urbanización. Y es que la intervención del colono en lo que antes eran extensas áreas de bosques naturales ha transformado buena parte de la región en zonas agrícolas y ganaderas, con paisajes altamente fragmentados, lo que ha traído consigo la extinción masiva de ecosistemas, así como también se ha dado la extracción selectiva de recursos naturales, ya sea para usufructuar las materias primas maderables, para usarlas como material combustible o para cultivos. Esto ha generado la pérdida de entre el noventa y el noventa y cinco por ciento de la cobertura vegetal original. Así de simple y así de perturbador. Las alturas del sistema cordillerano andino alcanzan hasta los cinco mil metros y en sus entrañas se distinguen los pisos térmicos basal, subandino, andino, altoandino y páramo. En la parte baja de las montañas, entre los cero y los mil metros de altura florece la franja tropical. En medio del follaje de los árboles de diferentes familias como celastráceas y apocináceas sobresale el marfil (Isidodendron tripterocarpum), que pertenece a las trigoniáceas, un árbol que rivaliza en altura con el roble y cuyo diámetro es de setenta a noventa centímetros. Esta especie solo se encuentra de forma natural en Colombia, y a pesar de que es una madera muy dura de trabajar, se ha utilizado en Santander para la elaboración de pisos de parquet y tacos de billar. Más arriba aparece el llamado bosque subandino, que hace alusión a los bosques húmedos ubicados entre los mil y los dos mil metros sobre el nivel del mar. Allí respiran airosos los cafetos, entre montañas, valles y planicies, cuyo cultivo florece gracias a esos suelos de origen volcánico que destacan a la variedad arábica en todo el mundo. Es allí, en estos remanentes boscosos, donde hoy permanecen especies muy valiosas por la calidad de su madera, como las de la familia de las lauráceas, con el comino crespo como uno de sus representantes más distinguidos. En efecto, el laurel comino, de la misma especie del comino crespo (Aniba perutilis), es uno de los árboles de uso maderable más destacados de esta franja. Su madera es utilizada para la elaboración de muebles, botes, chapas, edificaciones y puentes, siendo muy apetecida por su resistencia al comején y por su duración. De
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Made rabl e s este árbol también se extraen aceites esenciales y semillas medicinales; no en vano una de las palabras de su nombre, perutilis, significa en latín “demasiado útil”. Tristemente, esta variedad de usos ha provocado que casi la totalidad de las poblaciones de laurel comino hayan sido sometidas a una alta explotación maderera, lo que ha conducido a que sean catalogadas en peligro crítico, según las categorías de las listas rojas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, tal y como registra el Libro rojo de plantas de Colombia, en el tomo cuatro, dedicado a especies maderables. En esta franja subandina también se encuentran diferentes familias arbóreas, como las leguminosas y moráceas que embellecen el bosque. El matapalos, del género Ficus, por ejemplo, abraza a los demás árboles con sus raíces, hasta el punto de parecer un mismo árbol; en ocasiones asfixia o estrangula al árbol abrazado, y termina guardando entre sus raíces un espécimen ya muerto. Aquí habitan también especies maderables como el cedro (Cedrela odorata) y el roble negro (Trigonobalanus excelsa). Por su gran variedad de usos, sobresale el arboloco (Montanoa quadrangularis), una especie que alcanza hasta los quince metros de altura. Se ubica especialmente en los departamentos de Caldas, Risaralda, Quindío y Cundinamarca, en donde ha sido una valiosa fuente de leña. Antes de ser cosechado, el arboloco se utiliza como cerca viva y como planta protectora de cauces. Gracias a su dureza y duración, ha sido empleado en construcciones y empalizadas. Según datos históricos, a comienzos del siglo xx la calle principal de Manizales estaba toda cubierta de arbolocos. Y continuando el ascenso están los bosques ubicados por encima de los mil metros sobre el nivel del mar, hasta un límite que puede estar en el cielo, por los cuatro mil metros. Son estos los denominados bosques andinos, que ocupan un área de 9.108.474 hectáreas, correspondiente al ocho por ciento del país. Este porcentaje tan bajo se explica de nuevo por la mano del hombre. La gran mayoría de estos bosques son áreas relictuales localizadas principalmente en las cuencas del Sinú-Caribe, Caquetá, Meta, Patía, río Catatumbo, alto y medio Magdalena, medio Cauca, río Atrato y sabana de Bogotá.
El biólogo holandés Antoine Marie Cleef, estudioso de estos bosques y quien ha trasegado durante más de treinta años por páramos y montañas andinas, partiendo de los estudios que hiciera el español José Cuatrecasas, los define como aquellos que presentan un estrato superior de árboles de veinte a treinta y cinco metros de altura, pertenecientes a distintas familias del orden rosales (Oxalidales) y rosáceas. En los bosques andinos sobresale por su imponencia y fuerza el roble (Quercus humboldtii), un gigante de veinte hasta veinticinco metros, que desde las partes más altas y pendientes vigila y da sombra. Es una especie exclusiva de Colombia, y su madera dura y densa ha sido utilizada por los pobladores para construir los techos de las casas y hacer postes, vigas, pisos y barriles. Se dice que entre los siglos xix y xx su corteza fue utilizada en la curtiembre de pieles. Los robles se encuentran en las tres cordilleras, desde los 750 metros de altura sobre el nivel del mar hasta los 3.450 metros de altitud, pasando por dieciocho departamentos. Por desgracia este gigante de los bosques andinos tampoco ha sido ajeno al rigor de la mano del hombre. A medida que la montaña sigue en ascenso, el bosque se va Secado de madera de pino haciendo más frío y húmedo. Ya en Pinus patula una franja entre los dos mil novecientos y los tres mil ochocientos metros la neblina pasa, cautelosa, entre los árboles del bosque altoandino, o bosque de niebla, en donde habitan especies de nombres tan poéticos como los almanegra de ventanas o magnolios de monte, también conocidos como molinillos (Magnolia hernandezii, Magnolia polyhypsophylla), además del nogal ( Juglans neotropica) y el pino colombiano (Podocarpus oleifolius). Los bosques altoandinos, según Cleef, se caracterizan como “un estrato de árboles y arbustos entre tres y ocho metros de alto, con predominio de compuestas (asteráceas)”. Aquí sobresalen los bosques de niebla, ubicados en zonas donde el aire ascendente y saturado
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Mataculín o balancín
Mesa, bancas y raíz de comino crespo
Madera a la intemperie
Aniba perutilis
de vapor de agua que proviene de regiones bajas, húmedas y cálidas se condensa para producir nubosidad o niebla envolvente. Para los investigadores Carmen Rivera y Luis Germán Naranjo, quienes se han internado por estos caminos hasta tocar las nubes bajas, “los enormes árboles de finas maderas del bosque de niebla proporcionaban [a nuestros antepasados tayronas, chibchas y quimbayas] material indispensable para la construcción de viviendas”. Por acá se pasea el encenillo (Weinmannia tomentosa), una especie recordada por los campesinos en relatos y coplas. Tiene casi veinte metros de altura, su corteza es gris y estriada, y su madera se utiliza para hacer vigas, tablas o cercas vivas. “Cogí el hacha y me jui al monte a coger un encenillo, cogí y lo llevé a vender pa ponerme calzoncillos”, reza una de las coplas de la región. Antiguamente la corteza del encenillo era cortada en trozos, machacada y puesta en agua con cuero, entre quince y veinte días, para darle color a las alpargatas. Siguiendo la ruta de la montaña, llegando casi hasta las nubes, los árboles son reemplazados por los arbustos y las plantas del páramo. A tres mil doscientos
metros sobre el nivel del mar, este ecosistema respira las partículas de agua que llegan del cielo. Puesto que marca el límite del bosque, el páramo no alberga especies maderables, pero se conecta con ellas y con el resto de árboles en un perfecto equilibrio, en donde recoge el agua para que, más abajo, las raíces de los árboles de los bosques de la región Andina la filtren y rieguen las cuencas de los sedientos ríos. Luego del páramo viene la franja de nieves perpetuas, desde los cuatro mil metros de altitud, donde tampoco hay presencia de bosques. Las montañas, su enormidad, determinan y forjan la vida en los Andes; estos tres ramales son maravillas de la naturaleza que se levantaron en la historia geológica reciente, llenas de magia y sabiduría. Los habitantes de la región Andina somos hijos de robles, cominos y arbolocos, con la piel helada y la corteza húmeda. Como bien lo expresa Mutis, el escritor: “y cuando esté lejos de la cordillera me dolerá su ausencia con un dolor nuevo hecho de la ansiedad febril de regresar a ella y perderme en sus caminos que huelen a monte, a pasto yaraguá, a tierra recién llovida y a trapiche en plena molienda”.
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Made rabl e s
En letra cursiva Las diferentes condiciones climáticas de los bosques andinos, junto con la altísima cantidad de nutrientes de los suelos, permiten el desarrollo de una gran variedad de árboles maderables. Estos, además de embellecer el ecosistema, ofrecen recursos forestales que podemos aprovechar, si bien debemos ser cautelosos para no llevar a estos gigantes a la desaparición. Entre los árboles maderables más gigantescos y llamativos de estos bosques andinos se destaca el caracolí (Anacardium excelsum), que puede alcanzar hasta los cuarenta y cinco metros de altura y hasta tres metros de diámetro. Hace parte de las anacardiáceas. Sobrepasando los sesenta metros de altura, también se destaca la palma de cera (Ceroxylon quindiuense), que hace parte de las arecáceas, la familia de las palmas. Ya con atrayentes y espectaculares colores, sobresalen el guayacán (Tabebuia sp.), de las bignoniáceas, y el cámbulo (Erythrina poeppigiana), de las fabáceas. De hecho, el nombre del género, Erythrina, proviene del griego erythros, que significa rojo y hace referencia a las tonalidades rojizas de sus hojas. Entre los árboles ornamentales también se destacan los almanegra o molinillo (Magnolia hernandezii), de las magnoliáceas, que además de cautivarnos con sus atractivas flores blancas presenta frutos con la morfología ideal para la elaboración de molinillos para mezclar el chocolate. Con tonalidades más suaves, pero que no dejan de embellecer este paisaje andino, se destacan otros árboles que además de ofrecernos una madera de excelente
calidad tienen propiedades medicinales únicas. Es el caso de la quina (Cinchona officinalis), que hace parte de las rubiáceas. Este árbol fue tan apetecido en el siglo xviii, que su explotación casi lo lleva a desaparecer. Esto a causa de la quinina, la cual es extraída de su corteza y que llegó a ser una de las medicinas más empleadas en el tratamiento contra la malaria. Hoy en día es utilizada como analgésico. La quinina también se obtiene de otras especies de quina, como es el caso de la quina roja (Cinchona pitayensis), la quina amarilla (Cinchona pubescens) y la quina anaranjada, conocida popularmente en Ecuador como quina (Cinchona lancifolia). En los bosques andinos también se destacan el roble colombiano (Quercus humboldtii) y el roble negro (Colombobalanus excelsa), pertenecientes a las fagáceas, aunque este último estrictamente hablando en realidad no es un roble, porque los robles hacen referencia a aquellas especies del género Quercus.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Anacardiáceas
Anacardium excelsum
Caracolí
Madera apreciada en construcciones y en embarcaciones
Asteráceas
Montanoa quadrangularis
Arboloco
Utilizado para la recuperación de ecosistemas afectados
Arecáceas
Betuláceas
Bignoniáceas Cunoniáceas Fagáceas
Lauráceas Meliáceas
Ceroxylon quindiuense Alnus acuminata Tabebuia sp.
Weinmannia tomentosa Quercus humboldtii Aniba perutilis
Cedrela odorata
Palma de cera
Paisajismo. Ornamental
Aliso
Ornamental. Madera apreciada en construcción y como leña
Guayacán
Madera de alta calidad, resistente al agua, de bajo peso y duradera
Encenillo
Roble, roble colombiano Comino crespo Cedro
Madera apreciada en construcción, para hacer vigas y cercas vivas
Madera de alta resistencia y durabilidad, apreciada en construcción Madera apreciada en ebanistería, resistente al comején Madera de altísima calidad para ebanistería
Podocarpáceas
Podocarpus oleifolius
Pino colombiano
Madera utilizada en ebanistería y para la elaboración de fósforos
Rubiáceas
Cinchona officinalis
Quina
Trigoniáceas
Isidodendron tripterocarpum
Aprovechada en el pasado para combatir la malaria. Madera de alta calidad
Marfil
Madera apreciada en pisos y para la elaboración de palos de billar
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El drama de las palmas En el Quindío, nuestro emblemático árbol nacional, la palma de cera (Ceroxylon quindiuense), levanta su cabeza despeinada de hojas frondosas. Los bosques que solían vivir bajo su sombra han ido desapareciendo, algunas palmas están enfermas y se teme que, a falta del proceso de recambio, esta especie, gigante entre los gigantes, llegue a extinguirse. Su tronco es utilizado en construcción y la cera que lo cubre sirve para fabricar velas de uso doméstico o religioso. Pero más peligroso que ese uso, es grave la pobreza a la que han sometido su entorno: donde hay ejemplares de palma de cera han talado las otras especies que son la necesaria compañía para que las palmas se reproduzcan. Es la ley de la naturaleza: si no tienen compañía, si están solas en un potrero, las palmas de cera no se reproducen. En el muy turístico valle del Cocora, arriba de Salento, este fenómeno es visible desde finales del siglo xx: han potrerizado los lugares en donde hay palma de cera y ahora hay nada más que palma de cera. Por eso cada vez hay menos. Palma que cae por cualquier motivo, es una palma menos para siempre.
Biodiversidad en peligro Los bosques de robles se destacan por su biodiversidad. En ellos habitan cuarenta y cinco familias y ciento setenta especies de diversidad florística, mamíferos como el venado conejo (Pudu mephistophiles), anfibios como la rana Atelopus sernai, especie endémica del lugar, y al menos ciento tres especies de aves. No obstante, la ampliación de la frontera agrícola, la tala ilegal, los incendios forestales y el crecimiento poblacional han amenazado la supervivencia de este tipo de bosque, que por demás es muy importante ya que sustenta de forma significativa la oferta hídrica de los afluentes del país. En la actualidad se han adelantado esfuerzos para la conservación de los bosques de robles, basados en la Resolución 096 del 20 de enero de 2006, documento relacionado con la veda sobre dicha especie.
Escultura en comino crespo Aniba perutilis
Contra la extinción Una lucha contra la extinción de especies maderables preciosas libra desde hace décadas la familia Botero en la Reserva Natural Nirvana, en la cordillera Central, entre los municipios de Palmira y Pradera, en el Valle del Cauca. La Buitrera se llama el corregimiento en donde queda. Cien hectáreas, que tradicionalmente se dedicaron al cultivo del café, se entregan ahora a la reproducción de plantas nativas, a la conservación de bosques y cuencas y al cuidado de fauna de la región. Es, en términos tradicionales, un jardín botánico. Más que eso, quizás, por lo encumbrado del terreno y la extensión de los senderos que permiten recorridos por entre una vegetación entre los mil cuatrocientos cincuenta y los mil novecientos metros sobre el nivel del mar. Una de las tareas de la familia Botero está concentrada en la esperanza de reproducir el comino crespo (Aniba perutilis), ese árbol casi mítico de madera muy resistente cuyos bosques en partes de la región Andina se vieron hasta que fueron arrasados por el uso y la ausencia de reforestación. El comino crespo se usó en la construcción del ferrocarril del Pacífico a finales del siglo xix, y de sus inmensas raíces quedan verdaderas esculturas vegetales en la reserva de Nirvana.
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Made rabl e s
Paraíso perdido En los alrededores de la sabana de Bogotá, así como en las faldas de los cerros, existían hasta el siglo pasado bosques tupidos con más de cincuenta especies autóctonas, como el té de Bogotá (Symplocos theiformis), al que el sabio Mutis asemejaba con el té de la China; el floripondio o borrachero rojo (Brugmansia sanguinea), especie ornamental de flores grandes y aromáticas aunque tóxicas; el granado uné (Daphnopsis bogotensis), un árbol de follaje amplio y de madera dura y blanca, y los arrayanes (Myrcianthes leucoxyla), sabaneros hasta la médula, según lo documenta el etnobotánico Hernando García-Barriga en su ensayo “Árboles de la sabana de Bogotá”, publicado en 1968. “Hoy prácticamente la flora arbórea en la Sabana de Bogotá es exótica —lamentaba el sabio bogotano en su escrito—, pues encontramos por doquier las acacias, los pinos, cipreses, álamos, eucaliptos y araucarias, que son especies importadas de Australia, el Japón o Europa y que entre otras cosas presentan un paisaje triste y en ocasiones causan daños, algunas veces graves, como las acacias plantadas en las calles de Bogotá, que con cualquier viento se caen o con sus raíces levantan los pavimentos”. En su reseña se describen especies tan cachacas como los chirlobirlos (Tecoma stans), que adornan parques y jardines; los urapa, cascarrillo o garagay (Citharexylum subflavescens), bogotanos entre los que más, y el papayo o papayuela (Vasconcellea pubescens), que aún abunda en las casas que todavía tienen el privilegio de contar con un amplio solar y de cuyos frutos se hace ese dulce tan andino como es el de papayuela en almíbar.
El arcano de la quina El 10 de mayo de 1793 apareció en el Papel Periódico de Santafé de Bogotá, editado por el cubano Manuel del Socorro Rodríguez, el opúsculo “El arcano de la Quina revelado a beneficio de la humanidad”, el único escrito que publicara en vida don José Celestino Mutis; y en 1809, un año después de su muerte, se publicó la obra definitiva Historia de los árboles de la Quina, editada por Sinforoso Mutis, su sobrino. El sabio botánico descubrió los primeros arbustos de quina (Cinchona officinalis) en 1772 en las inmediaciones de Tena, pueblo de Cundinamarca, y de inmediato escribió a su amigo Linneo sobre el feliz hallazgo, pues se trataba nada menos que del “árbol de la vida” por sus propiedades curativas y medicinales. Cuatro años después consiguió separar tres especies, a las que apellidó blanca, roja y amarilla, y a las que más adelante se unieron otras dos, sin contar con la que abundaba al norte de Ecuador, la anaranjada, “primitiva” o de Loja, la más aprovechable desde el punto de vista medicinal. Partiendo de Conejo, la fábrica en Honda, los champanes —grandes embarcaciones con toldos fabricados en palma— cargados de cortezas bajaban por el río Magdalena hasta Cartagena, donde la quina era embarcada hacia Europa. En 1792 España importó de sus virreinatos casi trescientas sesenta toneladas. De estos años data el Real proyecto del estanco de quina y sus establecimiento, ambiciosa monografía redactada por Mutis.
Banca en vainillo, matarratón y guayabo Senna spectabilis, Gliricidia sepium, Psidium guajava
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Frutos de mi tierra
a carretilla callejera de frutas, la plaza de mercado y el frutero sobre la mesa del comedor son una metáfora colorida del mestizaje, los relieves, los climas, la idiosincrasia. De nuestra diversidad. Del carácter efímero de nuestro pintoresco mundo de lo público. De la provisionalidad, fundamento de la nacionalidad del colombiano promedio cuya identidad está inevitablemente ligada al corazón de la cordillera, a la región Andina. Las frutas de nuestra tierra cuentan quiénes somos. Aunque en 1492 nos llegaron noticias de que existía una “fruta prohibida”, pronto descubriríamos que nada les impedía a los forasteros sembrarla en los patios centrales de sus viviendas. Más de tres Qué riqueza en formas, en texturas, en siglos después, en 1834, una granada (Punica granatum) brotó sabores, en tamaños, en colores. Y en en el centro del recién diseñado escudo de Colombia, entre orígenes. Hay razones para pensar que en dos cuernos de la abundancia, uno de los cuales es fuente de un frutero está expresado lo que somos frutos de las zonas tórridas. En la colisión de mundos que significó aquel desembarco de europeos en el territorio americano, los árboles frutales también protagonizaron su propia historia de conquista. De la misma manera como sucedió con su religión y sus costumbres, los recién llegados prefirieron aclimatar las cosechas que traían de su España natal antes que desarrollar los cultivos propios de estos lares. Sembrar las semillas del Evangelio y los hábitos judeocristianos fue una tarea tan dispendiosa como la adaptación de algunas frutas foráneas, hasta entonces desconocidas por los nativos de este lado del Atlántico: cítricos (Citrus sp.), manzanas
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Frutal e s
Pomelo o toronja Citrus maxima
Lulo Solanum quitoense Banano murrapito Musa acuminata cv. Sucrier
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Melón susuca Sicana odorifera
Granadilla de piedra o chulupa Passiflora maliformis
(Malus pumila), peras (Pyrus communis), ciruelas (Prunus domestica) y mangos (Mangifera indica). Desde hace medio milenio, esos productos extranjeros comparten la tierra con los autóctonos: papaya (Carica papaya), piña (Ananas comosus), mora andina (Rubus glaucus), guayaba (Psidium guajava), aguacate (Persea americana), badea (Passiflora quadrangularis), guama (Inga edulis), zapote (Pouteria sapota). Si los cronistas de Indias dieron a conocer el relato de muerte detrás del Descubrimiento y la Conquista, en un limbo inexpugnable quedó la suerte de aquellos que sucumbieron en el proceso de exploración de las frutas americanas. ¿Cuántos se sumieron en una siesta eterna bajo la sombra del manzanillo de arena o manzanillo de playa (Hippomane mancinella), conocido como el “árbol de la muerte”, con cuyos frutos tóxicos los nativos impregnaban sus flechas? El patrimonio cultural frutícola de la península Ibérica arribó al Nuevo Mundo con la historia árabe que lo precedía, a su vez heredada de la Antigüedad. “Albricias a quienes creen y hacen buenas obras, que tendrán unos jardines en que corren los ríos por debajo. Cada vez que se alimenten de esos frutos dirán: ‘esto es lo que se nos dio de alimento anteriormente’, pues tendrán la apariencia de los de esta vida. Tendrán esposas puras y ellos, en los jardines, serán inmortales”, versa el Corán. Los avances botánicos, agronómicos y culturales de la fruticultura musulmana desembarcaron en las Indias con el menaje de los españoles. ¿Cuál es el resultado a través de los siglos? La uchuva (Physalis peruviana) que encontramos en una caminata a la vera de las trochas andinas, es aquella que envuelta en una capa de chocolate le da un toque adicional de sofisticación a una taza de té en el Hotel Ritz de Londres. Las frutas olorosas en el toldo de la esquina —con una que otra mosca al acecho— son en esencia las mismas de los restaurantes parisinos de tres tenedores, las que continúan revolucionando nuestra gastronomía local en forma de salpicones, paletas, sorbetes,
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Frutal e s licores, jugos, flanes, postres, mermeladas, chutneys, cocteles, salsas y smoothies. La lista de tentaciones autóctonas es encabezada por el bocadillo de guayaba, seguido de los dulces caseros de motas de guanábana (Annona muricata), mora y tomate de árbol (Solanum betaceum); el almíbar de mamey (Mammea americana), la vitoria (Cucurbita pepo) calada; o los helados de zapote, lulo (Solanum quitoense) y curuba (Passiflora tripartita). Solo un avezado pomólogo —especialista en árboles frutales— o un campesino baquiano podría recorrer los paisajes andinos colombianos con la certeza de cuál es cada una de las frutas que lo rodean. La cosecha frutal se extiende en la cultura andina de maneras insospechadas: crece en el “color de algarroba” (Hymenaea courbaril), que es la que se da en Colombia, del cual escribe Tomás Carrasquilla; o en la “sombra azulada de los mangos”, del poeta jardinero José Manuel Arango. Las frutas también se cultivan en la historia, la gastronomía, las artes plásticas. En la música: “La piña madura, súbete a cogerla”. Y en el folclor: las Fiestas del Mango, en Santa Bárbara (Antioquia); de la Piña, en Barbosa (Antioquia); de la Uva, en La Unión (Valle del Cauca); del Zapote, en Montebello (Antioquia); o el Reinado Departamental de la Naranja, en Pacho (Cundinamarca), entre otras celebraciones populares. ¿“Me importa un higo”? ¡Qué va! ¡La región Andina colombiana se lo exporta! Por la variedad de climas y la riqueza de sus suelos, la cordillera de los Andes atraviesa la región agrícola líder en la economía colombiana. Valles, montañas, mesetas y vertientes son los caprichos de la naturaleza que determinan una serie de regiones fisiográficas que enriquecen las posibilidades económicas de los Andes colombianos. Además de los recursos naturales y humanos, la zona cuenta con grandes centros industriales y comerciales. La oferta edafoclimática —condiciones del suelo y su relación con las plantas— y la situación geopolítica son los valores agregados que ubican a la región Andina colombiana en una posición competitiva superior: puede producir frutas tropicales durante todo el año, desde el nivel del mar hasta los dos mil ochocientos metros de altitud.
La región de las tres cordilleras registra altas temperaturas en los valles interandinos y otras partes bajas. En las cúspides de las montañas, el mercurio del termómetro puede descender por debajo de la marca de los cero grados centígrados. Pero este panorama ideal para múltiples cultivos sería impensable sin las aguas. Cualquier forma de fruticultura comercial y competitiva depende del riego, para aumentar la productividad y romper la estacionalidad de la cosecha característica de la fruticultura colombiana. Por fortuna, en la mayor parte de las regiones frutícolas andinas es posible establecer sistemas de riego, dada la presencia de aguas lluvias, ríos, lagunas, manantiales y pozos profundos. Las frutas tropicales de los Andes parecen haber emprendido un viaje de conquista invertido. Los grandes compradores de frutas colombianas se concentran en tres mercados europeos (Alemania, Países Bajos y Bélgica) y en Estados Unidos. A Bélgica exportamos principalmente uchuva, plátanos y pasifloras; a Holanda, uchuva, pasifloras y mango; y a Alemania, uchuva, pasifloras y piñas. Los principales productos que viajan a Estados Unidos son plátano, mango, cítricos, bana- Kumkuat nito y pasifloras. Fortunella sp. Otras frutas que se dan en mi tierra, un poco más exóticas, como la pitahaya (Selenicereus megalanthus) y la feijoa (Acca sellowiana), ya maduran su conquista del Viejo Mundo. “Honrad al campo, honrad la simple vida / del labrador y su frugal llaneza”, canta una geórgica de don Andrés Bello. Colombia produce cuatrocientas treinta y tres especies nativas de frutales comestibles identificados. Somos el primer país del mundo en biodiversidad de frutas por kilómetro cuadrado, y superamos a Indonesia y Brasil. En el área Andina colombiana se destacan seis departamentos por su alto nivel de producción frutícola:
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Cultivo de uvas Vitis vinifera
Santander, Valle del Cauca, Cundinamarca, Tolima, Antioquia y Boyacá (líder nacional en cultivo de frutas). No obstante, las bondades de la naturaleza no son condición suficiente para el desarrollo frutícola en la región Andina. Como en el resto de Colombia, una gran limitación para el progreso agrícola es la existencia de un sector tradicional y uno moderno que originan un dualismo sectorial. El dualismo es el producto de la tenencia de la tierra: el pequeño productor es una consecuencia de la distribución de la propiedad rural en Colombia. El nueve por ciento del territorio nacional le pertenece al setenta y ocho por ciento de los propietarios. Así mismo, buena parte de la fruta es producida por esos agricultores pequeños que desconocen la tecnología y las condiciones ideales de empaque, transporte y preservación del producto.
Las frutas han sido objeto de observación científica en Colombia. Víctor Manuel Patiño, Joaquín Antonio Uribe y Eugenio Alzate son algunos de los grandes precursores de su estudio. Esa mirada curiosa trasciende la ciencia y se traslada al laboratorio de alquimista en que puede transformarse una cocina: basta con probar la crema de chontaduro (Bactris gasipaes), el arroz de tamarindo (Tamarindus indica), la lengua de res al mango o el budín de guayaba con almojábanas. La omnipresencia de la diversidad frutal en nuestro entorno y cultura obedece a algo más que la geografía y el clima: desde la cáscara, que oculta el contenido, hasta la “pepa” capaz de reproducir un ciclo… ¡somos como las frutas de mi tierra! Nadie nos ha retratado como Carrasquilla ni existe metáfora de la colombianidad más perfecta que un frutero.
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Frutal e s
En letra cursiva La región Andina cuenta con la producción agrícola más importante de Colombia. Sus suelos son tan abastecedores, que gran parte de este sector de la economía se debe a sus tierras fértiles. Es en ellas donde crecen y se reproducen una altísima cantidad de frutos, muchas veces de diferentes familias botánicas, dentro de las cuales se destacan las rutáceas, las rosáceas y las pasifloráceas. Las rutáceas son la familia botánica de los cítricos, reconocidos globalmente por su alto contenido de vitamina C. Sobresalen la naranja (Citrus x sinensis), la mandarina (Citrus reticulata) y la lima (Citrus aurantiifolia), conocida en Suramérica como limón. La confusión entre lima (Citrus aurantiifolia) y limón (Citrus limon) es debida a que los persas designaron varias especies de estos frutos, casi todas ácidas, redondas y pequeñas, bajo el nombre común de limu. Otra de las familias botánicas con gran abundancia en la región Andina son las rosáceas, a las que pertenecen no solo las rosas (Rosa sp.), sino la mayoría de las frutas que tanto gustan en los postres, como las fresas (Fragaria sp.), las ciruelas (Prunus domestica), las manzanas (Malus pumila), las peras (Pyrus communis), las moras de castilla (Rubus glaucus) las zarzamoras (Rubus ulmifolius) y muchas más. Las rosáceas también tienen gran importancia en perfumería y jardinería, además del gran valor económico que significan sus rosas. Pero para muchos las flores más bonitas que tienen los frutales son las de las pasifloráceas o flores de la pasión. A esta familia
botánica pertenecen la granadilla (Passiflora ligularis), la badea (Passiflora quadrangularis) y la curuba (Passiflora tripartita). Son flores de vistosos colores, con sus anteras siempre llamativas. Otra familia botánica de gran importancia económica es la de las arecáceas o palmas, que además de producir palmitos y material para biodiesel exhiben interesantes frutos que incluso podríamos aprovechar mejor. Por ejemplo los dátiles (Phoenix dactylifera), que aunque en la región son utilizados en la medicina tradicional, en otros países productores de ellos son aprovechados no solo por sus propiedades medicinales, gracias a un alto contenido de taninos, sino también porque son empleados en diferentes recetas de cocina. A esta familia botánica pertenece además el chontaduro (Bactris gasipaes), cuyo fruto se emplea para el consumo humano y como alimento de ganado.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Anacardiáceas
Mangifera indica
Mango
Sus hojas se mastican para curar y fortalecer las encías
Arecáceas
Bactris gasipaes
Chontaduro
Producción de palmito y elaboración de marimbas
Anonáceas
Annona muricata
Guanábana
Arecáceas
Phoenix dactylifera
Dátil
Bromeliáceas
Ananas comosus
Piña
Mirtáceas
Acca sellowiana
Feijoa
Caricáceas Rubiáceas
Vasconcellea pubescens Borojoa patinoi
Alto contenido nutricional, con propiedades citotóxicas Usado en medicina tradicional. Poca difusión como frutal en Colombia Diurético y desintoxicante. Alta producción en Colombia
Papayuela
Elaboración de dulces y como digestivo
Como digestivo y para problemas dermatológicos
Borojó
Para jugos. Se le considera afrodisíaco
Alto contenido de cafeína. De gran valor económico para Colombia
Rubiáceas
Coffea arabica
Café
Solanáceas
Physalis peruviana
Uchuva
Solanáceas
Solanum betaceum
Tomate de árbol
Solanáceas
Solanum quitoense
Lulo
Entre los frutos de gran exportación. Lo recomiendan contra la diabetes En jugos y como antigripal
En jugos. Alto contenido de vitaminas y minerales
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Azuquita pal café La identidad del hombre cafetero tiene una poderosa relación con la cocina campesina. Entre los frutos del área cafetera andina —Caldas, Quindío, Risaralda y Antioquia— el producto insignia es el café. En un viaje por nuestra memoria olfativa con el antropólogo Julián Estrada, recordamos “la dulce atmósfera que produce la olla de aguapanela caliente, especie de fondo paisa del cual se derivan los famosos tragos mañaneros, unas veces de aromático café, otras de perfumado chocolate”. El café colombiano se exporta y de su suavidad se habla en el planeta. Su cultivo exige clima templado y suelos ricos en fósforo, cal, hierro, magnesio, potasa y sosa. Sus variedades dependen de lluvias abundantes y sombra, por eso Colombia ha experimentado con el café “caturro” o de porte bajo. Su cultivo es más costoso pero tiene alto rendimiento y productividad. Gualandayes, guayacanes amarillos y rosados, y ceibas se levantan en los cafetales. La generosa tierra cafetera nutre de numerosos frutales como marañones, mangos, zapotes, madroños, aguacates Hass, brevas, mandarinas, granadillas, lulos, macadamias, moras, naranjas y tomates de árbol. Como complemento, los cultivos de caña de azúcar. Producto del sureste asiático, crece en la región Andina colombiana. Valle del Cauca, Tolima, Cauca, Caldas, Cundinamarca, Antioquia y Norte de Santander son zonas azucareras, donde medianos y pequeños cosechadores en sus trapiches hacen miel y panela. También el popular guarapo, jugo dulce que sale de triturar la caña fresca.
F ru ta
q u e pa s a , f ru ta q u e q u e da … Los cultivos de árboles frutales están sujetos a una clasificación básica de acuerdo con su ciclo vegetativo y productivo: perennes mayores, transitorios, perennes menores y caducifolios. Las perennes mayores son aquellas especies frutales permanentes, de mayor importancia económica y social; por oposición, las perennes menores son las que no revisten relevancia en ambos aspectos. Entre los frutales perennes de la región Andina podemos citar: chontaduro, borojó, ciruela frío, naranja tangelo, ciruela cálido, toronja, pitahaya, breva, marañón, macadamia, feijoa, chirimoya, guayaba manzana, zapote, higo, mangostino, arazá, níspero, dátil y tamarindo. El ciclo vegetativo y productivo de los frutales transitorios no pasa de tres años. Banano, piña, mora, tomate de árbol, lulo, maracuyá, patilla, papaya, banano, granadilla, curuba, melón, fresa, uchuva, cholupa, badea y papayuela son algunos de los ejemplos de esta especie de frutales en la región Andina.
Papayal Carica papaya
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Frutal e s
F ru ta s
Aguacatal de Hass Persea americana
C o s ec h a s
e s tac i o na r i a s
Buena parte de los fruticultores colombianos no conoce o no accede a los sistemas de riego artificial, lo cual deja la temporada de recolección de frutas a merced de las lluvias preponderantes en cada zona del país. De la floración inducida por la lluvia, depende la cosecha. Por esa razón, en ciertas regiones andinas la misma especie de fruta brota simultáneamente, provocando una sobreoferta que incide en la caída de los precios para el productor. Esta eventualidad, mejor conocida como la estacionalidad de la producción de frutas, es otra consecuencia de la inequidad en la tenencia de la tierra y del desconocimiento tecnológico. Y es que una de las formas convencionales de romper la estacionalidad es la tecnología: el uso de riego artificial, variedades con diferente época de cosecha, podas e inductores de floración. En el caso de los cítricos, por ejemplo, durante la cosecha principal (entre mayo y agosto) se recolecta el 70% de la producción y el 30% restante se deja para la cosecha de mitaca (de diciembre a febrero). Cundinamarca, Tolima, Santander y Valle del Cauca producen el 50% de los cítricos de Colombia. La sola Cundinamarca cultiva el 18%. Durante la cosecha de mitaca, que ocurre en los meses menos abastecidos en el país, debería salir más naranja al mercado nacional. Entonces surge la que se conoce como “estrategia espejo”, que consiste en sembrar en la región Caribe y en el Meta una extensión tal que compense el dieciocho por ciento que produce Cundinamarca sola.
c o n ce n t r a da s
Sin el más mínimo recato, algunos cultivos frutales se concentran en ciertos lugares del país. Su ubicación no solo obedece a las bondades del clima o de los suelos sino también a la tecnificación de los cultivos y a las posibilidades de transporte, entre otros factores. Hagamos un breve recorrido por las tierras colombianas de concentración frutal: El Coyaima, en el departamento del Tolima, produce casi el 100% del anón (Annona squamosa), también llamado viñón o saramuyo. La casi totalidad de los cultivos de badea o parcha real (Passiflora quadrangularis) en Colombia se concentra en el Huila, distribuidos en Gigante, Neiva, El Pital, Paicol y Agrado. En dátiles (Phoenix dactylifera), la inmensa mayoría crece en Soatá, Boyacá. Cuando vea una papayuela (Vasconcellea pubescens), apuéstele a que proviene del mismo departamento de Boyacá, pero del municipio de Buenavista, así como la casi totalidad de las peras (Pyrus communis), cuyos sembrados se ubican en las poblaciones boyacenses de Nuevo Colón, Jenesano, Tibaná y Úmbita. En Buenaventura, en el Valle del Cauca, se cultiva el 98% del borojó o apuni (Borojoa patinoi o Alibertia patinoi) del país. Del mismo modo, el 99% del chontaduro o chichagui (Bactris gasipaes) crece en ese municipio. Los sembrados de higo o tuna (Opuntia ficus-indica) están concentrados en un solo sitio: de las ochenta y siete hectáreas que tiene el país, ochenta y seis están en Sonsón, Antioquia, bajo un esquema de desarrollo empresarial exportador.
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Paisaje surtido y bruñido
rimero fue océano, después parte de la selva del Chocó y tras eras geológicas y sacudidas tectónicas llegó a ser este horizonte abismal de montañas enclavado entre dos cordilleras, Occidental y Central, entre las que se encañona el río Cauca. Es el Suroeste Antioqueño, región reconocida de 6.513 kilómetros cuadrados poblados por casi cuatrocientos mil habitantes repartidos en veintitrés poblaciones, que abarca páramos, farallones, picos, cerros, altos, volcanes apagados, mesetas, laderas empinadas, bosques de niebla, nacimientos de agua. Decía Michel Hermelin, experto en ciencias de la Tierra, que el paisaje es un palimpsesto, antiguos papiros sobre los que se escribe y borra y se escribe de nuevo sin destruir la huella de la escritura Tantos relieves como climas y poblados original. En este horizonte magnífico la lluvia, el viento, los dan lugar a esta región de Antioquia que es deslizamientos, los terremotos y hasta antiguas emisiones muestrario botánico. El Suroeste, una región volcánicas elaboraron relieves donde caben todos los pisos que sintetiza el mundo vegetal térmicos, del páramo muy húmedo hasta el cálido tropical, y permiten una diversidad botánica superior. Han sido censadas 1.575 especies, de las cuales cuarenta y nueve son endémicas de bosques andinos y páramos y veinticinco exclusivas del Suroeste. No solo la botánica es característica sino también lo es la peculiar historia de colonización de aquella selva tupida que fue amansada desde el siglo xviii hasta el xix, mediante el expediente de adjudicar tierras concedidas como pago a empréstito de particulares al Estado. Estos las repartieron entre cientos de familias jóvenes venidas principalmente de Sonsón, Abejorral, Pácora, Medellín y Envigado, que llegaron a establecerse allí, lo que produjo una equilibrada estructura de propiedad sin grandes
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S ur oe st e A n t io q ue ño
Hacienda con cultivo de plátano y café Musa x paradisiaca, Coffea arabica
Cultivo de naranja con el río Cauca y cordillera Citrus x aurantium
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Paisaje del Suroeste antioqueño con cerro Tusa y cámbulo Erythrina poeppigiana
Hojas de calatea Calathea roseopicta
haciendas ni asalariados desposeídos de tierra: de allí la actitud liberal de sus pobladores y su necesidad de tener muchos hijos para trabajarla juntos, lo que formó su mentalidad laboriosa. Desde su ingreso al suroeste en 1788 por los lados Amagá, la minería ha tenido asiento en el lugar y más tarde el cultivo del café ocupó mayoritariamente a los colonizadores que poblaron de a poco los veintitrés municipios que prefirieron establecerse cerca de los ríos que surcan la región. Minería y café consolidaron el polo que durante tres siglos ha sido Suroeste. Hoy lo habitan el 6,4% de los antioqueños, y con 83.642 hectáreas cosechadas alcanza el primer lugar en productividad del sector agrario entre las nueve regiones que componen el departamento. Incluye 45.950 fincas cafeteras, algunas de las cuales sacan exclusivos cafés de origen para la exportación. El poblamiento siguió el curso de los ríos, así: del San Juan, con los pueblos de Andes, Betania, Ciudad Bolívar, Hispania y Jardín. A las orillas del Penderisco, Betulia, Concordia, Salgar y Urrao. Al margen de la quebrada Sinifaná, Amagá, Angelópolis, Fredonia, Titiribí y Venecia. Sobre el río Cartama, Caramanta, Jericó, La Pintada, Montebello, Pueblorrico, Santa Bárbara, Támesis, Tarso y Valparaíso. Contienen 246 parques tradicionales y tres de los más reconocidos en Colombia por su bella vegetación: los de Hispania y Ciudad Bolívar por sus samanes, y el de Jardín por su rosal.
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S ur oe st e A n t io q ue ño
Estos pueblos forman el treinta por ciento de áreas urbanas de municipios y corregimientos. Y existe un porcentaje similar de bosques andinos, con páramos como el de Urrao, y dentro de este porcentaje un parque nacional natural, Las Orquídeas, en el Chocó biogeográfico, con treinta mil hectáreas y doscientas especies de orquídeas. La región Suroeste se extiende hasta Risaralda, Cartago, Pereira, Manizales y Aguadas; hasta el valle de Aburrá; hasta El Retiro, La Ceja y Abejorral, y hasta Vigía del Fuerte en el Urabá antioqueño. A comienzos del siglo xxi sus pobladores son mestizos, si bien hay 4.123 indígenas embera chamís o catíos, en resguardos de Támesis, Valparaíso, Pueblorrico, Jardín, Andes, Ciudad Bolívar y Urrao, conservadores de su tradicional respeto por la Madre Tierra. Así mismo, se cuentan 16.265 afrocolombianos. Los habitantes se ocupan de cultivar, además de café, plátano, caña, naranja valencia (con grandes cul-
Jazmín del embarcadero Posoqueria latifolia
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Nogal cafetero Ficus insipida
tivos en las orillas del Cauca), banano y mango; pero también de la ganadería: 271.979 hectáreas que priman sobre las agrícolas (83.642). Pero es la apicultura la que resume la riqueza botánica: las colmenas de Suroeste producen el cincuenta y dos por ciento de la miel en Antioquia. Las fiestas honran al samán en Hispania, a la cosecha en Betulia, al guayabo en Pueblorrico, al mango en Santa Bárbara, al cacao en Támesis y al cerro Tusa en Venecia. Al escudo de Jardín le incluyeron la especie nativa recientemente descubierta del centello o magnolio de monte (Magnolia jardinensis), del cual hay un ejemplar en el parque principal del pueblo. La especie está amenazada de extinción, según el Libro rojo de plantas de Colombia, un inventario hecho por los institutos Humboldt y de Ciencias Naturales. Abarcar el paisaje en un paneo va de lo más alto en los farallones del Citará, a 4.050 metros de altura (con 598 especies botánicas), al páramo del Sol, de 4.080 metros, en Urrao; al alto de la Cruz entre Betulia y Concordia; al cerro Caramanta, de 3.950 metros, donde nacen los ríos San Juan y Risaralda; al de San
Nicolás, de 3.480 metros, y al cerro Plateado, de 3.400 metros. Las alturas albergan fuentes de agua, y algunas se distinguen por sus formas únicas: la pirámide natural de cerro Tusa, un volcán apagado de 1.925 metros de altura en Venecia, donde habitó la tribu Senufaná, o los cerros Bravo y Combia en Fredonia. Vale la pena ver también la cascada del río Arquía, que se despeña entre las rocas, así como se encañona profundo el río Cauca entre paredes pétreas en la zona de Pipintá. La ortografía de estas palabras agudas corresponde a nombres indígenas: Amagá, Titiribí, Citará, Pipintá. Los excesos tropicales en el clima producen una notable exuberancia (ver recuadros), y cuenta el profesor Hermelin, que fue maestro en la Universidad Eafit, en Medellín, que en marzo de 1993 fue tal el aguacero que cayó sobre los farallones de Citará que el flujo de sedimentos sobre el río Tapartó produjo cien víctimas. Sus extremos climáticos van hasta las huellas de glaciares en el páramo de Urrao que datan de hace diez mil años, y hacen de Suroeste un dechado, un herbario, un muestrario botánico que es en sí mismo una colección.
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S ur oe st e A n t io q ue ño
P l a n ta s
p ro p i a s d e
S u ro e s t e
Un retrato de esta región a través de los árboles más asiduos en el paisaje tiene que contener el carate rojo de las cuencas; el cedro negro o nogal colombiano, que da sombrío al café y sirve hasta para teñir algodón; el laurel comino de madera amarilla y su hermano, el lujoso y escaso comino crespo o chachajo, de duración casi eterna, del que se abusó para hacer durmientes del ferrocarril; el laurel aguacatillo, endémico de la cordillera Central en laderas de ríos y en valles; el frondoso magnolio de monte u hojarasco, propio de bosques húmedos, en peligro crítico de extinción; el magnolio molinillo o copachí, también en peligro; el constante balso blanco, cuya corteza aclara la panela; la miona o meona, al borde de bosques y de carreteras; el higuerón, que es cerco vivo y sombrío; los caunces, que florecen amarillo; el borrachero común, en jardines y del monte, que aturde al solo olerlo; cuarenta y ocho especies de orquídeas registradas en Jardín, que son evolucionadas angiospermas nacidas hace ciento veinticinco millones de años. Infaltables el pino romerón (pino colombiano), el chaquiro, el diomate, la pringamosa, el sauco de monte o doblador, el alérgico manzanillo o pedrohernández, la palma macana, de la que están hechas muchas barandas de las fincas cafeteras; el chilco negro y el blanco; el barcino, que escasea por su madera tan usada; el zurrumbo, árbol pionero que da sombrío al café junto al pisquín; el encenillo, con sus flores amarillas que atraen colibríes; la zanca de mula; el arbusto de tabaquillo, cuyas hojas sirven para envolver los quesos. Y las especies promisorias de la región: el carbonero, que alivia la tos; el comino, por su madera incorruptible a la humedad; el silbo silbo o granizo, con el que se reforesta y que es aromático, tónico y restaurador.
P l a n ta s
p ro p i a s d e
S u ro e s t e
El Suroeste Antioqueño tiene zonas demarcadas por Corantioquia, entidad responsable de su preservación: bosques andinos, páramos de la cordillera Occidental, significativos bosques conservados, especies en peligro de extinción y fuentes de agua que abastecen la zona: Cuchilla cerro Plateado-Alto de San José: son 7. 801 hectáreas entre Betulia, Concordia y Salgar, con cuatro cuencas de ríos, seis especies amenazadas, cinco endémicas y maderas valiosas como el laurel comino, el chaquiro, el sauco de monte y el chiriguaco. Reserva de los farallones del Citará: escarpada, pendientes del cien por ciento, rica en aguas, con 613 especies censadas en 40.780 hectáreas. Dominan los robles de tierra fría, los cominos, los caunces, los hojarascos y los chaquiros. Reserva de la cuchilla de Jardín-Támesis: entre Jardín, Támesis, Andes y Jericó, con importantes fuentes de agua en sus 31.170 hectáreas. Contiene especies endémicas como el magnolio y la pasiflora de Jardín, comino, laurel piedro, palma de cera y macana. Parque regional Las Nubes-Capota-Trocha: abarca 3.450 hectáreas entre Jericó, Pueblorrico y Tarso; ostenta fuentes de agua y un valioso bosque de niebla, fábrica hídrica de 267 hectáreas. Allí crecen aguadulce, amarraboyo, cedrillo, lato, sarro, comino, hojarasco, balso blanco, cámbulo, guadua, higuerón, nogal cafetero, begonias y ciento dieciséis especies de orquídeas. Distrito de manejo de los cañones de los ríos Barroso y San Juan: en Salgar, Pueblo Rico y Ciudad Bolívar, 3.101 hectáreas, 136 de ellas ocupadas por bosques secos apreciados por su rareza y con presencia de bosques remanentes, cuya inestabilidad geológica ve caer árboles de diomato, guásimo colorado, indio desnudo, zurrumbo, samán, matarratón y yarumo, amén del cedro, en peligro de extinción. Reserva de cerro Bravo entre Fredonia y Venecia: es un hito visual junto con cerro Tusa por sus geoformas únicas. Allí nacen fuentes de agua que abastecen a Venecia; tiene 299 especies en 892 hectáreas. Alberga árboles de verdenazo, arrayán, balso blanco o pestaña de mula, camargo, drago, mano de oso y yarumo, vistosos a lo lejos. Contiene especies alimenticias, medicinales, maderables y ornamentales, orquídeas, anturios, heliconias, begonias, calateas, entre otras.
Gallito o guaco Aristolochia ringens
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Perfil
La sabia Galeano
Gloria Galeano Garcés Muy temprano en su vida esta ingeniera agrónoma se enamoró de las palmas, y ese amor se prolongó a lo largo de una existencia dedicada a la investigación y la docencia. Tan fuerte fue ese llamado que se convirtió en vocación y guió la mayor parte de su producción académica, desde su laureada tesis de grado en la Universidad Nacional en Medellín, titulada “Las palmas del Urabá antioqueño”, pasando por su posgrado en la Universidad de Cornell, donde hizo estudios sobre la anatomía foliar y la morfología del polen en las palmas, hasta su doctorado en Ciencias Biológicas en la Universidad de Aarhus, Dinamarca, con el trabajo de investigación titulado “Quantitative Forest Inventories on the Pacific Coast of Chocó, Colombia”, un recuento de la riqueza forestal del Chocó biogeográfico, bajo la dirección del doctor Henrik Balslev.
A su devoción por las palmas el país entero le debe que hoy se conozcan más de doscientas sesenta especies en cuarenta y cinco géneros silvestres, gracias a la investigación más completa que se ha hecho sobre el tema y que Gloria Galeano Garcés acometiera con Rodrigo Bernal, quien fue su compañero de ruta académica a lo largo de su vida, y con quien publicó en 2010 la obra Palmas de Colombia. Guía de campo, hasta ahora el más exhaustivo inventario de palmas del país. Cuando empezó el estudio de estas plantas, Gloria era una estudiante de pregrado en Medellín, donde había nacido en 1958. “Era casi imposible determinar una palma como la de cera del Quindío, el árbol nacional. Pero no empezamos desde cero”, admitió la botánica en una de sus charlas. Siempre decía que los profesores Armando Dugand y Víctor Manuel Patiño habían sido sus inspiradores en este mundo fértil pero también duro de la investigación botánica. Aunque Gloria vivía y respiraba ciencia, fue en 1997 cuando realizó el que consideraba su primer aporte taxonómico importante, con las palmas de la región occidental de Colombia, trabajo donde describió treinta y dos géneros. También se destacan muchos más, como el realizado en colaboración con Andrew Henderson y Rodrigo Bernal: Guía de campo de las palmas de las Américas, publica-
do por la Universidad de Princeton en 1995, o la monografía sobre los géneros Euterpe y Prestoea neonicholsonia, publicada en la revista Flora Neotrópica. A lo largo de treinta años de experiencia docente e investigativa en el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, que dirigió entre 2003 y 2006, la profesora Galeano lideró un grupo de investigación en palmas silvestres neotropicales. Este grupo, su gran orgullo y legado, ha desarrollado numerosos proyectos. Como fruto de toda una vida de investigación, la sabia paisa fue autora o coautora de una veintena de libros, quince capítulos de libros, sesenta y ocho artículos científicos y diez trabajos electrónicos, tal y como lo destaca el Instituto de Ciencias Naturales. Su prolífico trabajo y su amor perenne por la botánica están dando frutos, pues ya en 2016, año en el que falleció, se puso en marcha el primer plan de manejo, uso y conservación de palmas en Colombia, elaborado por el Grupo de Investigación en Palmas Silvestres de la Universidad Nacional de Colombia, con el apoyo del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible. El trabajo es un llamado de alerta sobre la protección y conservación de estas plantas, una obsesión para la sabia Galeano, en un país que se cuenta entre los de mayor diversidad de palmas en el mundo, después de Brasil y Malasia, pero en el que, del inventario total, cincuenta y cuatro especies se encuentran amenazadas, y la mitad de las cuales son habitantes de los Andes.
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Guadual Protectoras, flexibles útiles, bellas, frecuentes
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G uad ua
Las siempre presentes Presentes y airosas. Vitales y útiles. Hermosas y abundantes. En toda la región Andina abundan los guaduales que suelen generar una alegría a quienes con ellos se topan y un regocijo a quienes saben qué es lo que significan: protección de las cuencas hídricas, fortaleza de los suelos y materia prima para muchísimos enseres domésticos. t
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La hierba básica e imponente
on hermosas las orquídeas: unas más que otras, es cierto. Son fascinantes los helechos: los hay de hojas tan grandes, descomunales, que se roban muy fácil la atención de los caminantes. Son imponentes los nenúfares, que brotan del agua con sus flores coloridas y delicadas. Son curiosos los frailejones, que crecen en los páramos y que blindan sus hojas para resistir un frío que no cesa. Son inspiradoras las flores de los lirios y también las heliconias, que se levantan sin el cuidado del hombre y sorprenden a la vuelta de tantos caminos que serpentean en las montañas de esta Colombia de flora tan variada, tan encantadora. Pero está la guadua. Está la guadua, que es al mismo tiempo hermosa, fasci- Más útiles, imposible. Más bellas, nante, curiosa, imponente e inspiradora. más comunes, más necesitadas, Y útil. imposible-imposible-imposible. Útil como pocas plantas que surjen de esta tierra en Qué riqueza tener tantas la que nacimos. Y basta un dato para comprobarlo: con la guadua se levantaron en poco tiempo y a muy bajo costo al menos un centenar de poblaciones de la zona cafetera, en esa apresurada colonización que llegó de Antioquia y que según algunos estaba ante todo motivada por la sed del oro… ese brillo que sigue deslumbrando, que sigue atrayendo como peligroso imán. Una aventura fascinante, en todo caso, aquella colonización, que ayudó a descubrir buena parte del país en la realidad de sus entrañas, a conocerlo, a palparlo, a enamorarse de él. Y dejó caminos y sumó costumbres. Y promovió la fundación de muchos pueblos levantados a punta de ese bahareque que está hecho de guadua y tierra, de guadua y barro. Ese bahareque que al comienzo solo estuvo en las casas de los
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G uad uas
Techo en guadua Guadua angustifolia
Guadual Guadua angustifolia
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Guaduas secándose
Rizomas de guadua
Guadua angustifolia
Guadua angustifolia
pobres —porque la guadua para fabricarlo estaba al alcance del machete, allí nomás, a la vuelta, a la vera del río— hasta cuando los sucesivos terremotos que hacían temblar estas montañas del corazón de Colombia demostraron que casi todo se iba al suelo, con excepción de las construcciones en guadua. Entonces también los más pudientes empezaron a usarla, y muchas veces construyeron con ella esas casas pintorescas que se ven desde lejos porque suelen estar pintadas de vivos colores, que obligan a los visitantes a sacar las cámaras, que aparecen en casi todos los catálogos de turismo de Colombia, que le han dado vida a un sinnúmero de afiches llevados al otro extremo del planeta por quienes han querido colgarlos en sus casas como testimonio del paraíso visitado, simbolizado allí, en esa imagen, por la más representativa de las especies del bosque andino tropical. Sí, también ha resultado de enorme utilidad la guadua: ya veremos muchos usos más, párrafos adelante, pero detengámonos por un momento en ese listado de adjetivos atrás dichos, que no son simple adorno ni poesía pura sino que le corresponden en justicia.
Hermosa, sin duda, la guadua invita a ser admirada. El verde de sus tallos jóvenes, esa especie de papiros que cubren el tronco, la suma de pequeñas hojas que caen como lanzas luego de un vuelo caprichoso… Todo en la guadua es verdadero motivo de admiración. Pero más que una guadua, hermosa resulta esa postal en la que se suman unas y otras, las más jóvenes y las que han alcanzado la madurez, cientos de ellas, tal vez miles, en las orillas de los ríos o en las laderas de las montañas: los guaduales. Uno de esos guaduales que pueden producir más de mil quinientos tallos por hectárea cada año. Fascinante. ¿O no lo es, acaso, saber que puede lograr incrementos de altura hasta de once centímetros por día, lo cual convierte a la guadua en una de las especies vegetales de más rápido crecimiento? Y en la región cafetera, cuyos suelos han demostrado ser ricos en cenizas volcánicas, suele levantarse del piso entre dieciocho y treinta metros —a veces, en condiciones ideales, puede llegar hasta treinta y cinco, que es la altura aproximada de un edificio de trece pisos—, y no solo ha definido su estatura al llegar a los seis meses
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G uad uas de vida sino que, por tratarse de una monocotiledónea y carecer de tejido de cámbium, conserva su diámetro a lo largo del tiempo… un diámetro que a veces alcanza los treinta centímetros. Dijimos también que es curiosa la guadua. ¿Alguien se atreve a ponerlo en duda después de saber que en realidad se trata de una hierba gigante? Como el maíz, que también lo es. Y uno imagina, entonces, a los animales prehistóricos alimentándose de guadua, como si se tratara de vacas comiendo pasto. Sin mayor esfuerzo. Y es curioso, así mismo, saber que la guadua rara vez florece, pero que, a diferencia de la mayoría de los bambúes —la guadua es una de las mil doscientas especies de bambú que existen en el mundo— no muere al florecer. Alejandro Castaño, una de las cabezas del Jardín Botánico de Tuluá, en donde tuvieron que esperar para que mostraran su flor unos bambúes sembrados en 1985, explica que la floración es un mecanismo de supervivencia de la especie, y que el bambú suele florecer cuando se estresa, y se estresa por ejemplo en años de permanentes diluvios o de sequías absurdas. Entonces florece para reproducirse, pero en muchas especies es enorme el esfuerzo que deben hacer para florecer, y mueren. Es curioso, sí, y muy hermoso: florecer para dar la vida y florecer para morir. Pero más curioso aún es que la guadua sea una excepción. Es imponente, y para eso no necesita ser una Gigantochloa, que es esa llamada guadua recta, que aunque no es propiamente una guadua sino un género de bambú, como se cuenta en la sección “En letra cursiva”, sí es enorme, de origen indio pero de la cual han llegado unas pocas a Colombia procedentes de Mayagüez, Puerto Rico. Lo cierto es que la guadua es imponente en todas sus versiones, incluida la Guadua paniculata, delgadísima, que podría parecer un fideo al lado de la Gigantochloa. Imponente también cuando se encuentra suelta, alejada del guadual, en pleno crecimiento, como si se tratara de un espárrago descomunal. E imponente, sin lugar a dudas, la Guadua angustifolia, que es la nuestra, la que fue descrita por primera vez en 1806 por Bonpland como Bambusa guadua, que Humboldt y Bonpland encontraron en abundancia.
Silvestre, inclinada sobre riachuelos y quebradas, y convertida, desde mucho antes de que conquistadores y aventureros de la ciencia pusieran pie en América, en postes ceremoniales, en recipientes para líquidos y en instrumentos musicales; y así mismo utilizada en la construcción de canales de agua, de armas, de escaleras, de balsas, de palenques, de plazas en las que se rendía culto a los dioses y a la naturaleza —que solían ser una misma cosa—, de atalayas y de jaulas para prisioneros. También hacían puentes con guadua desde mucho antes de que Kunth la clasificara como tal en 1822. ¡Puentes! Pocos hallazgos tan maravillosos como el de un puente de guadua para cruzar una quebrada de cierto protagonismo que se atraviesa de repente en alguna vuelta del camino. Hay en ellos tanta funcionalidad como belleza. Tanta resistencia como arte. Porque la guadua también es —y fue otro de los adjetivos del comienzo del relato— inspiradora. Y ha inspirado, de hecho, y sigue inspirando, a arquitectos, artistas, artesanos y diseñadores de diversas disciplinas, incluso a los diseñadores industriales, que fabrican con guadua pisos muy apreciados en mercados internacionales. Arrume de guadua La cultura cafetera, que está Guadua angustifolia tan unida a la guadua como al café que le da su nombre, ha utilizado la guadua no solo para levantar casas y para construir acueductos, sino también para las cercas de los corrales y de los gallineros, para fabricar los muebles en los que se guarda la vajilla con la que se atiende a los invitados y las camas en las que se les ofrece pasar la noche, las escaleras para subir al cuarto de san alejo y también las mecedoras en las que pasa las largas horas de la tarde una abuela que lleva un par de décadas contemplando ese paisaje hermoso del Quindío o de Risaralda. Un paisaje del que precisamente forman parte los arbustos de café, las plantas de plátano que les dan sombra y los guaduales que protegen las fuentes de agua con las que los riegan.
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Hojas caulinares de guadua Guadua angustifolia
Hojas caulinares Guadua angustifolia
Porque, más allá de hermosa y de inspiradora, de imponente y de curiosa, la guadua cumple un papel preponderante en la protección del medio ambiente. Los bosques de guadua construyen de manera natural una especie de muro que evita el desbordamiento de los ríos, y la cubierta que ofrecen sobre los cauces les sirve de protección e impide la fácil evaporación. Está comprobado que los guaduales son potentes recuperadores de la biósfera, pues tienen la capacidad de atrapar enormes cantidades de dióxido de carbono que convierten en oxígeno. Las raíces de la guadua establecen en poco tiempo un tejido consistente que ayuda a la conservación de los suelos: se trata, prácticamente, de una red que amarra el suelo y evita su deterioro. Así mismo, en las laderas sembradas de guaduales, las pequeñas hojas que van tapizando el suelo se convierten en una suerte de colchón que retiene el agua y que amortigua su caída, de manera que ayuda a controlar la erosión. Según los investigadores Édgar Giraldo y Aureliano Sabogal, “una hectárea de un bosque natural de Guadua angustifolia en Colombia puede almacenar 30.375 litros de agua en sus culmos, la cual regresa al suelo en época seca”. Si se establece un promedio de ciento cincuenta litros por día por persona, se calcula entonces que una hectárea de guadua puede almacenar el agua que consumirían doscientas personas en un día. Es tal la belleza de la guadua, es tan imponente un guadual y son tantos y tan importantes los beneficios que le presta al hombre y al ambiente, que no se entiende cómo no se han emprendido mayores esfuerzos para evitar la deforestación de los bosques de los cuales es protagonista. Tampoco se entiende por qué no se impulsan de manera más decidida los estudios y la legislación para favorecer y promover su uso y comercialización, pues está visto que de la guadua podrían vivir cientos de miles de familias colombianas. Más colombiana que el propio café, la guadua es uno de los grandes tesoros de nuestra flora. La simple contemplación de un guadual inspira a los artistas y alivia a los apesadumbrados.
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G uad uas
En letra cursiva La Guadua es un género botánico de las poáceas, la familia de los pastos o gramíneas. Esta es una de las familias botánicas más ricas en especies del mundo. Está dividida en subfamilias. Una de ellas es la Bambusoideae, que popularmente es conocida como la de los bambúes, término bastante más fácil de pronunciar y recordar, además de que hace referencia a aquellas plantas similares a las especies de Bambusa, las cuales se caracterizan por presentar un tallo o culmo leñoso. Ya dentro de los bambúes se encuentran diferentes géneros, como Guadua, Bambusa y Gigantochloa, entre muchos más. Sin embargo, muchas veces el alto parecido entre la Guadua y la Bambusa ha llevado a confusiones con los nombres populares e inclusive con los nombres científicos. Las especies de Bambusa son aquellos bambúes que crecen en el área tropical, como es el caso de la guadua amarilla o bambú (Bambusa vulgaris). Las guaduas son especies mucho más populares y comunes en Suramérica. Su alta resistencia y flexibilidad las ha llevado a ser altamente apreciadas en construcción. Entre las guaduas más sobresalientes se encuentra la Guadua angustifolia, la cual fue descrita gracias a las plantas que Humboldt y Bonpland encon-
traron en Colombia, que en un principio habían sido clasificadas como parte de las Bambusas. Posteriores estudios morfológicos la incluyeron dentro del género Guadua. Otra especie importante también es la Guadua paniculata, conocida popularmente como guafa, que se caracteriza por la delgadez de sus tallos, siendo igualmente resistente. Además de la guadua gigante (Guadua weberbaueri), a la subfamilia de los bambúes pertenece igualmente el género Gigantochloa, gigantes que provienen de Malasia. De las poáceas hace parte además el maíz (Zea mays), pero pertenece a una subfamilia diferente, las panicoideaes, en la que se incluyen aquellos géneros que como el maíz presentan espiguillas comprimidas.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Poáceas
Bambusa sp.
Guadua
Altamente apreciada en construcción de interiores
Poáceas
Bambusa vulgaris
Guadua amarilla, bambú
Poáceas
Chusquea sp.
Guadilla, bambú andino
Tallo utilizado para la fabricación de canastos y sombreros
Poáceas
Guadua amplexifolia
Guadua
Utilizada con diferentes fines artesanales
Poáceas
Poáceas
Poáceas
Poáceas
Gigantochloa sp.
Bambú gigante
Guadua angustifolia
Guadua
Guadua paniculata
Guafa
Guadua superba
Guadua marona
Guadua glomerata
Poáceas
Guadua sp.
Poáceas Poáceas
Poáceas
Utilizada por los indígenas como desinfectante y como afrodisíaco
En Indonesia, las plantas jóvenes se consumen como verduras
Altamente apreciada en arquitectura y diseño
Guadilla
Su sólido culmo la hace útil en la industria de muebles
Utilizada en construcción para detalles finales
Guadua
Apreciada en construcción por su resistencia y rápido crecimiento
Guadua weberbaueri
Guadua gigante
Utilizada para la elaboración de canastos y corrales
Phyllostachys aurea
Bambú, guadilla
Planta ornamental. Sirve de barrera y soporte
Utilizada para la elaboración de canastos y artesanías
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A ce ro
v e g e ta l
En países como China e India, que llevan miles de años utilizando el bambú —una de cuyas especies es la guadua— e investigando sobre sus propiedades, se promueve cada vez más su empleo en la fabricación de pulpa de papel. Así mismo, el uso de la guadua es creciente en la construcción de viviendas y en la fabricación de pisos, muy apreciados por los europeos por su adaptabilidad a los cambios climáticos y por las ventajas que ofrece en economía e higiene. En Japón, desde hace un tiempo se recurre a ella como reemplazo de la fibra de asbesto en la industria de fibrocemento. No en vano la fibra de la guadua ha sido calificada como “acero vegetal” por científicos de la Universidad de Bremen.
Banca en guadua Guadua angustifolia
Rígidos
Chile,
l a e x ce p c i ó n
Aunque Colombia, Ecuador y Venezuela constituyen los países de América Latina con mayor presencia de guadua, en realidad esta variedad del bambú crece en el continente desde San Luis Potosí, en México, hasta los treinta y cinco grados de latitud sur en Argentina. Curiosamente, la única nación continental en donde no crece la guadua es Chile. En algunas islas del Caribe en donde originalmente no se daba la guadua, como Puerto Rico, Haití y Cuba, se ha logrado introducir con éxito. En todo caso, la guadua se da especialmente entre los quinientos y los mil quinientos metros de altura sobre el nivel del mar, pero finalmente crece en todos los pisos térmicos.
y elásticos
Gracias a sus tallos robustos, cilíndricos, huecos por dentro y de paredes muy resistentes —precisamente comparados con los huesos largos del cuerpo humano, como el fémur—, la Guadua angustifolia está catalogada como uno de los veinte mejores bambúes del mundo, entre las más de mil doscientas especies catalogadas. Es muy apreciada por su rápido crecimiento. Mediante el método de propagación de chusquines (plántulas pequeñas con raíces unidas al rizoma madre), que es sin duda el más recomendado, cada retoño puede producir en solo cuatro meses entre siete y diez nuevas plantas. Una de las características más apreciadas de la guadua es que sus delgados y empinados tallos, entre otras razones porque son sometidos durante su crecimiento a las fuertes embestidas de los vientos, desarrollan al mismo tiempo notables propiedades de rigidez y de elasticidad, condición que los convierte en sismorresistentes cuando son empleados en la construcción.
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G uad uas
El
a r q u i t ec to d e l a g ua d ua
Manizaleño, egresado de la Universidad de los Andes, Simón Vélez es probablemente el arquitecto que más despliegue le ha dado a la guadua en el mundo. Se interesó en ella animado por el ejemplo de su abuelo, que tenía la afición de construir casas atípicas en las fincas de la familia empleando materiales naturales. Justamente, Vélez recibió en 2009 uno de los premios más importantes de arquitectura en el planeta, el Príncipe Claus, por “el empleo estético de materiales naturales”. Simón Vélez ha diseñado numerosas y muy admiradas obras de arquitectura en Colombia que dan buena cuenta del empleo de la guadua, como el puente que marca la salida de Bogotá en la carretera a Medellín, o el bello Recinto del Pensamiento, a las afueras de Manizales. Entre sus obras más conocidas se encuentran el Pabellón de la India, en Expo Shanghái; el Museo Nómada, en el Zócalo del Distrito Federal de México; el Pabellón Zeri, en la expo de Hannover en el año 2000, y el hotel Ecolodge, en Cantón, China. También tiene obras con empleo de la guadua en Francia, Estados Unidos, Brasil, Jamaica, Panamá y Ecuador. Una de sus frases más célebres en relación con la guadua es que se trata de un material que, más que sismorresistente, se comporta como sismoindiferente.
El
b o s q u e q u e ca m i na
El lugar donde se siembra guadua se conoce como el bosque que camina, porque en muy poco tiempo la planta empieza extender sus raíces a la vista de los caminantes, a crear caminos propios y a promover el nacimiento de nuevos tallos a unos cuantos metros del lugar original. Además de contribuir con un aire más limpio y de proteger las fuentes de agua, los guaduales constituyen importantes ecosistemas en sí mismos. En su interior crecen las heliconias y las orquídeas, reptan las serpientes, vuelan mariposas de los más diversos colores, caminan en fila india las hormigas y llaman la atención los pájaros carpinteros cuando golpean los troncos huecos de la guadua y se dejan oír a cientos de metros de distancia. Por las condiciones de sombra y de temperatura que se generan en el interior de un guadual, se benefician diversas especies animales y sotobosques.
Isla de guadua entre cañaduzales
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De los Andes a las sabanas
no creería que los Andes se han cansado y buscan diluirse en las llanuras cálidas salpicadas de lagunas del Caribe colombiano, hartos de fríos, nieblas, páramos, picos, volcanes y altiplanos. Al ver cómo las rocas dentadas de sus cuchillas postreras se insinúan ahora como suaves senos verdes cubiertos por sabanas de pastos que se vuelven sabanales, cantados por las gaitas, y al ver que la imponente cordillera Occidental se deja de vestir con sus cañones profundos y abruptos, donde el hombre ha empezado a construir colosales presas para convertir la fuerza del agua en energía eléctrica, se da uno cuenta de que sí, de que algo está pasando allá abajo, en lo profundo de la corteza terrestre, para que el paisaje cambie de manera tan radical. En el nudo del Paramillo —a 3.960 metros de altura, un verdadero faro de roca levantado ante el mar verde de las Hay un misterio que se llama serranías y llanuras costeras colombianas, como en el sur—, los Andes que está al final de la Colombia montañosa, se esparcen y la cordillera Occidental se ramifica en tres se- donde se abren los sabanales del Caribe. rranías que se van fusionando con los planicies de Córdoba: Qué es y qué contiene Abibe, San Jerónimo y Ayapel. La orogenia, ese cincel poderoso que nos regala los paisajes, poco sabe de quietudes, porque debajo de los sabanales, de los valles de los ríos Sinú y San Jorge que separan a este trío de serranías, y de los humedales de La Mojana, sigue gestando nuestra topografía costera, solo que sin tanto ímpetu como lo hace con los Andes centrales. Estas tres serranías, al llegar a las regiones planas, se sumergen en el espeso manto de sedimentos que son las llanuras caribeñas, formado por los detritos acumulados durante millones de años por el arrastre de los ríos que bajan de las cordilleras lijándolo todo. Se trata de un ciclo en el que las montañas que se levantan por
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S e r ranías
Bosque andino en las serranías
Maraña vegetal de bejucos
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Costillo Ampelocera albertiae
Diomate Astronium graveolens
el choque de las placas tectónicas se van desgastando por la erosión y vuelven a llenar los océanos con sus detritos que se volverán a levantar en un eterno reciclarse que moldea la corteza terrestre. Aunque cercana, otra serranía, la de San Lucas, pero mucho más misteriosa, no solo por su geología sino por su fauna y su flora tan poco conocidas, parece flotar sobre las ciénagas que forman los ríos Cauca y Magdalena, como una enorme isla de rocas que se encarama a dos mil setecientos metros de altura. Aunque geográfica y biológicamente se la pueda considerar como parte de la cordillera Central, geológicamente es un relicto de los grandes eventos tectónicos que moldearon el norte de Colombia con retazos de tierras que se fueron juntando gracias a ese baile tectónico que es el Caribe, un rompecabezas que formó a Centroamérica, levantó a Panamá del fondo del mar e hizo que los Andes viraran, unos, hacia los Andes de Mérida, en Venezuela, y otros más acá, donde decidieron regalarle a Colombia dos moles aisladas: la Sierra Nevada de Santa Marta y la serranía de San Lucas.
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S e r ranías Estas cuatro serranías parecen los dedos de las manos de los Andes, que se metieran en la alfombra cálida de las tierras bajas en un derroche de biodiversidad que se expresa en cientos de especies, tanto vegetales como animales, que van desde la selva basal compuesta por el bosque húmedo tropical, con árboles hasta de treinta y cinco metros de altura, como anones, almendrillos, escobillos y lecheperras, hasta las selvas subandinas, con algunas lauráceas y robledales que se mezclan con especies de tierras bajas en estos corredores verdes que son los cañones de los ríos que bajan de las serranías. Este bosque, al que se le llama “bosque cultural”, por encontrarse a la misma altura donde se cultiva el café (mil doscientos a mil ochocientos ochenta metros), ha sido uno de los más afectados por la presencia del hombre, que no solo lo ha aprovechado para sacar sus maderas finas, de las que ya pocas quedan, sino para cultivos y pastoreo. La serranía de San Lucas, junto con la zona del Nechí, es uno de los refugios biológicos húmedos del Pleistoceno, considerado, por algunos autores, como relacionado con el refugio Sinú—San Jorge, con igual clima y relieve, donde la máquina de la vida sigue sosteniendo esa biodiversidad que es una de las riquezas que nos han tocado en Colombia. San Lucas, a diferencia de las otras tres serranías de la cordillera Occidental, tiene una estrecha relación, por cercanía, con el sistema lacustre de La Mojana y sus ríos tributarios, lo que genera una gran riqueza de especies, tanto de flora como de fauna, muchas de ellas endémicas, como si en sus dieciséis mil kilómetros cuadrados se hubieran juntado el mar, la selva, las praderas, las rocas y las nubes para armar una maqueta con todos los climas. Aquí, donde los Andes van perdiendo sus alturas y se convierten en serranías con elevaciones más modestas que se combinan con las sabanas, lagunas y ríos, la ganadería extensiva trepa por las laderas, convirtiendo en pastizales lo que antes eran bosques frondosos. Esta frontera humana sigue avanzando pendiente arriba, con sus bosques cada vez más vulnerables ante el embate de la demanda humana por recursos de toda índole, muchos de ellos para sostener a la población cercana en sus más inmediatas necesidades y otros requeridos por el modelo de sociedad que hemos ido
construyendo y que sigue pidiendo del medio ambiente no solo los alimentos básicos, sino recursos de todo tipo, para mantener el crecimiento urbanístico y la demanda de tecnología en la que los minerales, y los metales en particular, son clave. En estas falanges de montañas que son las serranías, no son las grandes ciudades las que se van apoderando de los antiguos espacios de los bosques, sino, principalmente, la actividad agropecuaria, haciendo que cada vez sea más difícil encontrar una de las dos especies de dantas que deambulan por allí, o un oso congo, o algún venado o marteja, que se mantienen alertas y silenciosos mientras los micos cariblancos o los monos colorados, los titís blancos o las marimondas elevan sus conciertos en el dosel de los bosques. Al atardecer, cuando el sol se acuesta detrás de la serranía de Abibe, los paujiles, las guacharacas y las perdices; las águilas blancas, las cotingas y las mirlas negras; los mieleros, los azulejos montañeros, las torcazas, los tominejos y los trepatroncos se posan en los árboles de cuipa, conocido también como macondo o volador, en las ceibas bongas o en las palmas milpesos, en las barrigonas o en las maquenques. Las cotorras, sopranos y tenores de esta ópera Almendrón de la fauna silvestre, ocultas en el Attalea amygdalina follaje espeso, parecen hacer hablar al resto del bosque que se refresca con las brisas que bajan del Paramillo y que se cuelan por entre los abarcos, los canimes, los cascarillos, los caimitos, los cedros caobos, los arditos, los cocos, los chingalés, los chitus, los almendros, los dormilones o cebollones amarillos o piñones de oreja, los espermos, los guáimaros y los camajones. El desfile de árboles y plantas que los acompañan se extiende por estas tres serranías hasta fundirse con los parches de selva que todavía sobreviven a la explotación ganadera y maderera, cada vez más intensa y difícil de controlar y mantener en el entorno de un aprovechamiento sostenible, a pesar de los esfuerzos que se hacen por concientizar a los po-
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Árbol entre niebla
bladores sobre la necesidad de hacerlo para no llegar a ese punto límite, el del no retorno, en el que los bosques ya no pueden mantener su equilibrio y se produce el colapso de esa red frágil que son los ecosistemas. Al fresco de la penúltima sombra del día, debajo de algún almendro o de algún macondo, los vaqueros, recostados en sus troncos, miran hacia el horizonte de los sabanales que se convierten en terciopelo con el viento o levantan la mirada hacia las serranías que preludian el mundo misterioso de los bosques andinos, unas veces despejado de nubes que dejan entrever entre reverberaciones el nudo de Paramillo y otras, las
más de las veces, velado de nieblas que protegen el mundo sobreviviente de los osos, los tigrillos, los helechos como palmeras y el lento gotear de las aguas desde sus hojas que se juntan para formar los ríos Sinú y San Jorge, cada cual rumbo a su destino: el primero, hacia la boca de Tinajones, en la que descarga los troncos pelados por el sol y la arena, como costillares de celulosa semienterrados, arrancados de las selvas que pueblan los cañones que se encaraman hasta el nudo de Paramillo. Y el San Jorge, que se convierte en una red de canales y lagunas que se junta con el río Cauca en la depresión de La Mojana.
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S e r ranías
En letra cursiva En la diversidad botánica de las serranías se destacan las arecáceas, las malváceas y las fabáceas. Las arecáceas son la familia de las palmas, a la que pertenecen la palma milpesos (Oenocarpus bataua), la maquenque (Wettinia sp.), y la barrigona (Iriartea deltoidea), que sobresale por el engrosamiento del tronco que le da el nombre común. Entre las malváceas, hay árboles como el macondo (Cavanillesia platanifolia), el camajón (Sterculia apetala), el chitú (Talipariti tiliaceum), la ceiba tolúa (Pachira quinata) y la ceiba o ceiba bonga (Ceiba pentandra). A pesar de que la ceiba tolúa no pertenece al género Ceiba y por ende no es una verdadera ceiba, su nombre común se deriva de la similitud de su tallo con el de la ceiba propiamente dicha. Las fabáceas o familia de las leguminosas, de las legumbres, son una familia botánica con una altísima cantidad de especies. En las serranías sobresalen el balaústre (Centrolobium paraense) y el canime (Copaifera canime), además de leguminosas con nombres comunes bastante particulares, como el dormilón o piñón de oreja (Enterolobium cyclocarpum), que recibe este nombre porque sus frutos asemejan una oreja; el nazareno (Peltogyne purpurea), cuyo nombre común hace alusión al color morado de su madera. Y por último también el espermo (Hortia brasiliana) y el bálsamo (Myroxylon balsamum), el cual recibe su nombre por el aceite obtenido de él, que es una secreción resinífera que se extrae de sus tallos.
De hecho, muchas veces el nombre común y el científico tienen una misma etimología. Por ejemplo, el nazareno, purpurea, indica la tonalidad de su madera. Algo similar ocurre con balsamum en el bálsamo, que nos indica lo aceitosos que son sus tallos y semillas. Aunque muchas veces la etimología del nombre científico refleja el nombre común, esto no ocurre siempre. Por ejemplo, la lecheperra (Pseudolmedia laevigata) toma tal nombre por la gran cantidad de látex que se puede extraer de su tallo y sus ramas, mientras que laevigata hace referencia a lo brillante que es la planta. Lo mismo sucede con el espermo (Hortia brasiliana colombiana), cuyo nombre científico nos informa que la planta es originaria de Brasil, aunque también está en Colombia. Así mismo, puede darse que el nombre de una especie esté dedicado a una persona, como es el caso del roble colombiano (Quercus humboldtii), descrito por Bonpland y dedicado a Alexander von Humboldt.
Las plantas más constantes Familia
Nombre científico
Nombre común
Usos
Arecáceas
Iriartea deltoidea
Barrigona
Madera apreciada en ebanistería. Hojas para techar
Arecáceas
Oenocarpus bataua
Milpesos, palma milpesos
Fabáceas
Myroxylon balsamum
Bálsamo
Fabáceas
Peltogyne purpurea
Nazareno
Fagáceas
Quercus humboldtii
Roble, roble colombiano
Lecitidáceas
Cariniana pyriformis
Abarco
Malváceas
Cavanillesia platanifolia
Macondo, cuipo, volador
Madera utilizada en artesanías y para canoas
Malváceas
Ceiba pentandra
Ceiba bonga, ceiba
Múltiples usos medicinales. En construcciones
Meliáceas
Carapa guianensis
Güino, mazábalo
Meliáceas
Swietenia macrophylla
Caoba
De sus semillas se extrae un aceite de alto valor comercial
Frutos con alta cantidad de proteínas. Madera apreciada en construcción
Semilla medicinal. Madera fuerte y aromática. De su tallo se extrae el bálsamo
Madera duradera, de colores púrpuras, apreciada en carpintería
Madera para construcción
Madera usada construcción de barcos. Semilla como alimento
Madera altamente apreciada en ebanistería
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Las
f ro n t e r a s d i f u s a s de los Andes
Juanlanas o pelo de angel Clematis haenkeana
Los
hijos de las serranías
Aunque son muchos los hijos que paren las tres serranías que se desprenden de la estrella hidrográfica del nudo de Paramillo, estos dos son los mayores: los ríos Sinú y San Jorge, que las recorren entre sus cañones interiores, llenando con agua y vida y modelando el paisaje de ese mundo que vibra entre las serranías de Abibe, San Jerónimo y Ayapel. Entre ambos forman una cuenca hidrográfica de 2.172.000 hectáreas que riega las tierras de Córdoba. Al principio, recién nacidos en las alturas del Paramillo, corren paralelos, separados por la serranía de San Jerónimo, pero luego divergen para ir a tributar sus aguas, el Sinú, al mar Caribe, en la boca de Tinajones, luego de recorrer 415 kilómetros y de recoger a los ríos Verde, Esmeralda y Manso, cuyos nombres ya explican cómo son. El San Jorge, con sus 368 kilómetros de recorrido, muy difíciles de medir porque se ramifica en gran cantidad de ciénagas, se une al río Cauca luego de servirle de desfogue a la ciénaga de Ayapel y de recibir a los ríos San Pedro, Sucio y Uré.
Los Andes nos suenan a alta montaña, fría, verde, cultivada, florecida, exótica, encañonada, brumosa, húmeda, azotada por vientos fríos, salpicada aquí y allá de pueblitos blancos o coloridos aferrados como “taches” a unas laderas imposibles. Y sí, eso son, aunque también son muchas otras cosas, ya que los sistemas montañosos incluyen sus propias llanuras, sus planicies, que son la acumulación de sus sedimentos arrancados y arrastrados por el agua. Los Andes también son calor, pastizales, lagunas, sabanales que sirven de frontera a las estribaciones que bajan de las cimas y que se van diluyendo en serranías, aisladas o pegadas a los Andes, ya que muchas de ellas se unen en las entrañas de la corteza terrestre, así parezcan separadas en la superficie. Esta variedad de geoformas, ecosistemas y climas, mezclada con los distintos asentamientos humanos, genera una diversidad de culturas entre las que no es fácil dibujar fronteras. Si quisiéramos ver la geografía rica y diversa de Colombia con los ojos de las costumbres de las personas, de sus acentos, de sus colores, de sus vestidos, de sus comidas y del folclor, ¿dónde se acaban los Andes y empiezan las llanuras costeras del Pacífico? ¿Dónde empiezan las selvas del Amazonas y las planicies de la Orinoquia? ¿Dónde empieza el Caribe, dónde el Darién, dónde el desierto de La Guajira?
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S e r ranías
P a r q u e N ac i o na l N at u r a l
del
Paramillo
Este coloso de los Andes, no tanto por su altura como por la extensión de su cuerpo, decretado como parque natural en 1977 con sus cuatro mil seiscientos kilómetros cuadrados, es el último mirador que la cordillera Occidental tiene al norte de Colombia, antes de dividirse en las tres serranías. Entre sus cerros, cañones y pequeños valles colgados del abismo, o a sus pies, cuando se rinden a las llanuras, como si fueran poblados de pesebres navideños, los municipios de Peque, Ituango, Mutatá, Chigorodó, Carepa, Apartadó, Caucasia, Cáceres y Tarazá, en Antioquia, junto con Tierralta, Montelíbano, San José de Uré y Puerto Libertador, en Córdoba, conviven con él, no siempre en paz y armonía. Su espesura y lo abrupto de sus laderas, más las riquezas minerales y madereras, entre las que se cuentan joyas como el laurel (Nectandra sp.), el balaústre (Centrolobium paraense), el cedro (Cedrela odorata), el comino (Aniba perutilis), el roble de tierra fría o roble colombiano (Quercus humboldtii), el mazábalo (Carapa guianensis), la ceiba tolúa (Pachira quinata), el amargo (Diplotropis sp.), la caoba (Swietenia macrophylla), el nazareno (Peltogyne purpurea) y el bálsamo (Myroxylon balsamum), entre muchos otros, lo convierten en una de las regiones del país, junto con la serranía de San Lucas, su vecina del norte, en mayor riesgo de deterioro acelerado de la biodiversidad.
Los
ce r ro s d e l a s serranías Las serranías que la cordillera Occidental forma al llegar a los límites entre Antioquia y Córdoba se resuelven en gran cantidad de cerros, ya no tan imponentes como su padre el Paramillo, pero sí sobresalientes en un relieve cada vez más bajo. La de Abibe, que separa la llanura costera de la cuenca del río Atrato, se eleva hasta los dos mil doscientos metros en el alto del Carrizal o hasta los mil seiscientos metros en el alto de Carepa o en el alto de Quimarí, para luego dividirse en las sierras de El Águila y Las Palomas, como si quisiera separar a la presa del predador antes de bañarse de mar en punta Arboletes. La serranía de San Jerónimo, que se extiende hasta los Montes de María, en el departamento de Bolívar, se levanta de las planicies en los cerros Pando, Mellizas, Mula, Flechas, Betancí, Pulgas, Higuerón, Moncholo y Las Mujeres, mientras la serranía de Ayapel lo hace en los cerros del Oso, alto de Don Pío y Matoso. Este último, a pesar de tener solo doscientos sesenta metros de altura, tiene importancia y renombre mundiales por su riqueza de ferroníquel, que se entierra bajo la superficie.
Florentino Miconia notabilis
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Con paciencia y alegría
aciencia es quizás, y sin que lo sepan, la virtud esencial de los artesanos de la región Andina de Colombia. Paciencia para esperar a que crezcan los insumos que usarán en la construcción de las obras, muchas de ellas tan cercanas al arte como los trabajos de pintura con el llamado barniz de Pasto. Paciencia para esperar a que se sequen los bejucos; para estirarlos, para tinturar las fibras, y paciencia que tuvieron —y tienen— para distinguir cuáles de los múltiples regalos que les ha dado la naturaleza les sirve para sus propuestas artesanales. Porque son cientos y cientos los recursos que han hallado los artesanos andinos en medio del bosque. Apenas normal, se podría decir, y se diría con razón, porque estamos hablando de la región colombiana más premiada con el patrimonio vegetal. Por eso la muestra de las artesanías es tan variada. Y tan útil: una gran producción de cestas, de sombreros, de instrumentos musicales. Y un muy surtido empleo de ese elemento primordial, la guadua, que se deja para el puente rústico o para la cerca sofisticada. El que sigue es un paseo por la artesanía andina. Y un homenaje a ella. A ellos.
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A rt e s anías
Cafeterito eterno Símbolo de nuestro país como el propio Juan Valdés, este pequeño homenaje al recogedor de café está hecho en madera de naranjo y guasca de plátano Figuras locales En Filandia, Quindío, el fique y el plátano sirven para que manos preciosistas logren mostrar la alegría de las mujeres que habitan estos paisajes
Manos maravillosas La palma de iraca se transforma de muchas maneras en Sandoná, Nariño. Una de ellas es hacer cestería en este tejido que logran manos sabias como estas
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Bebedero cubierto Este ingenioso techo de guadua embellece el bebedero Lo que resuena
de los animales en la hacienda cafetera El Jardín,
La curiosidad es lo que ha llevado a los
en Chinchiná, Caldas
lutieres (creadores de instrumentos) de la zona Andina a producir este pito samba, cuyo sonido resuena en el aire
Cabezas de colores La delicadeza de los tintes vegetales producen la finura de estos sombreros de Sandoná, Nariño, exportados por su dúctil tejido en iraca de gran durabilidad
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A rt e s anías
Simpatía pura La guadua inspira todos los usos. Incluye hacer alcancías con estos ojos tristes de marranitos con cola de fique. Irresistibles entre las artesanías
Mesa en raíz Artesano especialista en muebles curiosos hechos en distintas maderas
Rana cantarina Instrumento con el que se recrea el folclor: la rana está hecha íntegramente en madera y produce un sonido alegre. El sur de la zona Andina la alberga
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Detalle del dibujo Cada una de las líneas ha sido pegada con el barniz de Pasto, una artesanía exclusiva de Nariño, Colombia. La difícil fabricación hace única cada pieza Mopa-mopa Esta gota de resina es el secreto del barniz de Pasto. El mopa-mopa, árbol originario de Putumayo, encontrado por Savia en Valdivia, Antioquia. Gota a gota lo recogen
Barniz en fabricación En sus distintos estados: sólido y ya hecho fibra, el barniz de Pasto, extraído del mopa-mopa, llega a teñirse con colores vegetales para hacer su exquisita composición
Pieza final La familia Obando, con su pionero José María, ha transmitido durante tres generaciones su saber sobre el barniz de Pasto, para llegar a objetos que son casi arte
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A rt e s anías
Sonido ronco La puerca, un instrumento musical imprescindible en Nariño, tiene la sonoridad del totumo y la resonancia del aire que entra con el palito de madera
Empaque y vámonos El yipao es la figura amada del Eje Cafetero: las cosechas, las personas, los trasteos van en él. Aquí el homenaje en maderas y fibras a este infaltable
A la cabeza de todos Elaborados en palma de iraca, sombreros de Sandoná. Nariño. Un saber de generaciones. En proceso de tejido y sin teñir, luego irán a cabezas del mundo
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Elefante en pie Troncos gigantes sirven al artesano del Quindío para hacer este elefante con enorme vientre, trompa y patas de diverso origen. Sus líneas revelan ancianidad
Todos los usos En el oriente antioqueño, la madera de pino tiene muchos usos, casi tantos como los de estas cajitas livianas cuyas orejas son elaboradas en fique
Ánfora tejida En Filandia, Quindío, se encuentran objetos como este jarrón, que suma, al chipalo y al mimbre, la guasca de plátano, que tienen a la vez resistencia y belleza
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A rt e s anías
Yaba yaba dú No alcanzaron los Picapiedra a conocer este Rolls Royce de los troncomóviles: hecho integralmente en madera, también estaba exhibido en Quindío
Esa es la tapa Todo sirve para unas manos industriosas: la fibra de tripaeperro, con semilla de cedro negro para el asidero, hacen el remate perfecto para este canasto
Este tejido alumbra La transparencia que logra la fibra de tripaeperro tejida con esta gracia, sirve también para hacer lámparas. Otro de sus innumerables usos
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Aquí ronda el espíritu de Mutis
ara el año 1793 la Expedición Botánica ya completaba una década de recorrer la accidentada geografía del Nuevo Reino de Granada, y no era Mariquita, sino Bogotá, la sede de esta expedición, la nueva casa de la botánica y la academia. El viernes 10 de mayo de ese año se empezó a editar, en el Papel Periódico de Santafé, el “Arcano de la Quina”, la única obra que José Celestino Mutis publicó en vida. Se trata de una serie de textos en los que el gaditano, además de exponer las bondades médicas de la corteza de esta planta, defendió su interés por el comercio de cuatro especies de quinas granadinas y la calidad de estas frente a las de origen peruano. Mutis consideraba a la quina una pieza fundamental para el comercio y la ciencia, y así se lo hizo saber al rey Carlos III en su primera El Jardín Botánico de Bogotá ha soportado solicitud cuando mencionaba que en América no se debería vaivenes políticos gracias a la fortaleza buscar solo el oro, la plata y las piedras preciosas, sino el tipo de su historia. Y a eso ayuda la bella de riquezas que abundaban en la superficie y que eran útiles y representación que exhibe de los ecosistemas comerciales, como tintes y maderas. Cerca a la pomposidad de la rosaleda en el Jardín Botánico de Bogotá, está en crecimiento un bosque de quinas. Ahí están las quinas milagrosas que admiraba el Mutis médico y botánico, despojadas ya de la importancia que tuvieron en el siglo xix y como píldoras de memoria en este lugar que lleva su nombre. El sacerdote jesuita Enrique Pérez Arbeláez, fundador del jardín, conocía a fondo la iconografía y el herbario de la Expedición Botánica desde 1927, año en que viajó a Madrid con el objetivo de estudiar estos elementos. El entusiasmo de Pérez Arbeláez con el trabajo de Mutis también lo acercó a la investigación sobre la flora colombiana hecha por José Jerónimo Triana, y empezó a abrirse espacio para que la
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Jar dí n B otán ico de B o g otá
Paisaje de palmas de cera
Lugares apacibles para mirar la naturaleza
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Ecosistema anfibio
herencia de la Real Expedición Botánica tuviera lugar en el país. Así, en 1936 Pérez Arbeláez fundó y fue el primer director del Herbario Nacional, labor que lleva a la creación del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia. Dos años después, el sacerdote y científico, con el apoyo de doña Teresa Arango Bueno, logra convertir una antigua zona de relleno del Bosque Popular en el Jardín Botánico de Bogotá José Celestino Mutis, que funcionó en primera instancia como una dependencia adscrita a la Universidad Nacional, para independizarse en 1955 como centro de investigación y conservación de la vegetación andina. La historia de la institución tiene en el ingeniero agrónomo Francisco Sánchez Hurtado a uno de los artífices que contribuyó a desarrollar las zonas del actual jardín, con base en los designios de su fundador.
El Jardín Botánico de Bogotá es hoy una entidad pública que obtiene sus recursos de la Alcaldía Mayor de Bogotá. Posee una subdirección técnica operativa que se encarga de los programas de arborización y los servicios de jardinería en la ciudad; una subdirección educativa y cultural que trabaja en la socialización de los estudios y eventos; y una subdirección científica cuyo énfasis es la investigación y la preservación de los ecosistemas de bosque altoandino y páramo. Tiene veinte hectáreas que se ubican muy cerca al Parque Metropolitano Simón Bolívar y exhibe tres representaciones de ecosistemas: humedal, páramo y bosque de niebla. En una conformación de relieves, los senderos del jardín conducen a cada reproducción de estos ecosistemas; se aprecia así un humedal con juncos (Schoenoplectus californicus), con papiros (Cyperus papyrus), con
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barbasco (Polygonum punctatum) y con buchones (Eichhornia crassipes), entre otras plantas que existen en los quince humedales reconocidos en Bogotá. El páramo está representado en nueve mil seiscientos metros cuadrados con su microflora, árboles de escaso porte, algunas especies de frailejón como el Espeletia argentea y sobre todo como el ecosistema donde se origina el agua. Cada sector del jardín es tan pulido que es difícil ver que se trata de un esfuerzo científico y no de uno puramente ornamental. Hay colecciones de sietecueros, un palmétum con más de quinientos individuos de cincuenta especies, una rosaleda con setenta y tres variedades de rosas e híbridos ornamentales, un bosque de epífitas, otro de lauráceas, una colección de pinos y un imponente robledal. El tropicario está en remodelación total y será un área de dos mil setecientos sesenta metros cuadrados que albergará especies representativas del seis al diez por ciento de la diversidad vegetal del país, desde
el Chocó biogeográfico, la Amazonia y los bosques secos del Magdalena. Entre la variedad de colecciones se destaca la Cepac, o Colecciones Especializadas para la Conservación, que cobija ciertos grupos de plantas como bromelias, orquídeas, aráceas, pasifloras y gunneráceas. A toda este patrimonio, el Jardín Botánico de Bogotá le añade su herbario, iniciado en 1985 e instaurado en 1998 con unos dos mil doscientos ejemplares. Hoy, el Herbario JBB cuenta con más de diez mil ejemplares entre su Colección General de plantas vasculares, briófitos y líquenes; la Carpoteca, que contiene frutos y semillas secos de gimnospermas y angiospermas; la Colección de Tejidos y la Antoteca, que posee sesenta y una especies de flores colombianas. En este herbario, que está en línea desde el año 2015, se puede apreciar la Mutisia clematis, flor emblema del jardín botánico; la Odontoglossum luteopurpureum, flor insignia de la capital, y el Juglans neotropica o nogal, árbol emblema de Bogotá.
Las copas de los árboles altísimos
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La joya verde de Medellín
a historia de este lugar se remonta a finales del siglo xix, cuando los medellinenses comenzaron a reunirse en la finca El Edén, famosa por sus baños naturales. Así dice una de las crónicas que se recogieron de la época: “Iban los señores de la Villa en coche o a caballo […] a tomarse sus copetines con mujeres hermosas y generosas, conversar, hacer negocios y concertar alianzas matrimoniales”. En la primera década del xx, se gestó la iniciativa para la creación del Bosque Centenario de la Independencia. La Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín estuvo al frente de la inauguración, en 1913, del que en adelante se conocería como “El Bosque”. El libro Cien años haciendo Sus inicios están ligados al nacimiento del ciudad, de Rodrigo de Jesús García, ilustra la donación de las espacio público de la ciudad. Un refugio primeras especies que poblaron el predio, entre ellas ceibas, vivo que es símbolo de ciencia, conservación samanes, palmas y naranjos. Según los registros del jardín, y sostenibilidad hacia 1916 se sembraron novecientos cuarenta árboles y hacia 1925 ya sumaban más de cinco mil. El lugar contaba con una pista de carreras de caballos y espacios para la práctica de golf, y era posible hacer paseos en barcas. En el Salón Restrepo se hacían bailes. En otros puntos había un vivero, un trencito, un pequeño zoológico y juegos infantiles. Así transcurría la cotidianeidad de un sitio que con el paso del tiempo fue afirmando su vocación de espacio público, en donde se celebraban ferias, competencias, actividades artísticas, y en el que se encontraron todas las clases sociales por más de cincuenta años. Así lo registra otra crónica de entonces: “puede asegurarse sin temor de errar que es el mejor paseo de la ciudad […], porque allí se cura el espíritu de
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Jar dí n B otán ico de M e de l l í n
De formas y colores imposibles
Florecen todas entre abril y mayo
Orquídea Cymbidium sp.
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Entrada principal al jardín
preocupaciones y el organismo descansa de la asfixia a que vive sometido en el centro urbano, donde se sufre de la más lamentable pobreza de jardines públicos y paseos arborizados”. En 1972 —luego de que la ciudad obtuviera la sede de la VII Conferencia Mundial de Orquideología— nació el Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe. El nombre fue escogido en homenaje al naturalista y botánico antioqueño, distinguido por sus valiosos aportes a la botánica nacional. La Sociedad de Mejoras Públicas, el Club de Jardinería, la Alcaldía y la Sociedad de Orquideología lideraron la creación de una entidad privada sin ánimo de lucro con el fin de contribuir al desarrollo de las ciencias naturales por medio de la investigación, la educación y la conservación de la flora colombiana. El jardín está en la zona nororiental, hoy referente arquitectónico, científico, tecnológico y cultural. Pilar Velilla, exdirectora, lideró una renovación vital en 2005, porque “necesitábamos devolverle este espacio a
la ciudad”. Desde la entrada sorprende su arquitectura. Un óvalo de concreto es punto de partida de un terreno de catorce hectáreas de flora y fauna con una temperatura media de veintiún grados y una altitud que sobrepasa los mil cuatrocientos metros sobre el nivel del mar. Adentro, un inmenso sendero circular recorre el espacio que es hogar de carboneros, palmas, helechos y orquídeas, y un sinnúmero de otras especies vegetales y animales que componen su patrimonio vivo. El herbario es el corazón de la labor científica y uno de los más reconocidos de América Latina gracias a su número de colecciones Tipo (más de seiscientas). Posee más de setenta mil muestras para consulta de especímenes secos, procedentes de la flora silvestre de Colombia y América. La biblioteca Andrés Posada Arango tiene más de once mil quinientos libros de botánica y guarda ejemplares de la Real Expedición Botánica de José Celestino Mutis. El jardín tiene una organización clásica, con tres clasificaciones: colecciones taxonómicas, por zonas y
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Jar dí n B otán ico de M e de l l í n temáticas. Las colecciones taxonómicas más importantes son: la de orquídeas —con más de cuatrocientas plantas sembradas en árboles, tres espacios de exhibición y cerca de mil doscientas plantas en vivero de doscientas especies de géneros diferentes— y la dezamias —es la mayor colección de zamias nativas de Colombia, con dieciséis de las veintiún variedades que hay en el país—. Otras son: zingiberales, helechos arbóreos y gramíneas. La colección de las magnoliáceas es protagonista, y una de sus joyas más entrañables, con nueve especies. El equipo ya ha publicado dos nuevas para la ciencia, y se han encontrado otras no registradas en Colombia. Una de ellas, descubierta en el municipio de Jardín, fue llamada Magnolia jardinensis. Luego de un tiempo fue declarado árbol emblemático e incluso se sembró en mitad de la plaza. Y es allí, en ese municipio, en donde se logró conseguir una “estación satélite” o reserva de 145 hectáreas para su conservación. Otra de las colecciones, ordenada por ecosistemas, comprende el Bosque Tropical, el Jardín de Las Palmas, la Laguna, el Jardín del Desierto, los Jardines del Orquideorama, el Huerto Medicinal, el Jardín Vertical del Teatro Sura y la Casa de las Mariposas. Y entre las temáticas, están las plantas carnívoras y una colección de más de tres mil árboles. Cuando cumplió treinta años, el jardín botánico estuvo a punto de desaparecer. En 2005, quien era el alcalde de Medellín, Sergio Fajardo, lideró un plan para recuperar su vigor: “Aquí, conocimiento y cultura son factores de integración”, proyectó. En el proceso fue clave la participación de la escritora y gestora Aura López, quien promovió la lectura y el cuidado del medio ambiente entre los niños durante varios años. Se estableció la entrada gratuita y se crearon nuevas unidades de negocio, y unos años más tarde el jardín asumió el manejo del espacio público de la ciudad. Fue a partir de la gerencia de Pilar Velilla que nacieron múltiples emprendimientos —entre ellos la línea de eventos—, con el fin de apalancar las labores científicas y alcanzar la salud financiera de la institución. Una gestión que se ha apoyado en una sólida estrategia de mercadeo para hacer del jardín un lugar sostenible en el tiempo.
Hoy un equipo de cuatrocientos empleados ofrece servicios en asesoría científica, educación, silvicultura, diseño de jardines, paisajismo, vivero comercial, tiendas y restaurantes, y es epicentro de eventos sociales y de ciudad, como Orquídeas, Pájaros y Flores y la Fiesta del Libro y la Cultura, entre otros. Además es referente arquitectónico por cuenta de su premiado Orquideorama. Gracias a su labor científica fue declarado Patrimonio Cultural de Medellín. Hace parte de la Red Nacional de Jardines Botánicos de Colombia y de la Asociación Colombiana de Herbarios, y está vinculado a la Red Internacional de Jardines para la Conservación, dentro de la Estrategia Mundial de la Conservación en los Jardines Botánicos —con la colaboración de la BGCI (Botanical Gardens Conservation International) —. En el presente el inventario de especies está siendo actualizado a través de un sistema de georreferenciación, y el equipo trabaja en la consolidación de procesos científicos como el desarrollo de protocolos de propagación, el monitoreo de biodiversidad en diferentes regiones, la biología molecular, la genética, los bancos de germoplasma y la contribución a los La flor nacional compromisos de Colombia frente Cattleya trianae al cambio climático. En 1980, Álvaro Cogollo llegó al que sería su proyecto de vida. A comienzos del siglo xxi, en plena crisis, afirmó: “Yo me hundo con el barco”. Pero no solo no se hundió, sino que recibió nuevas satisfacciones. Ha descubierto más de doscientas especies, y más de veinte llevan su apellido: Cogolloi. Ha establecido convenios con importantes instituciones y ha recorrido varios países difundiendo su vasto conocimiento de la botánica colombiana. El jardín es su vida, y por eso sus grandes logros están ligados a él. Si hay alguien que pueda ser su símbolo, no es otro que el que con acento costeño suelta: “Trabajar en un jardín es el sueño de todo botánico”.
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L a J agua Famoso por sus brujas y porque fue el hogar del sabio Caldas, este pueblo se llama así por la presencia de este árbol que adorna sus calles
Plaza de La Jagua, Huila
Jagua (Genipa americana)
En la desembocadura del río Suaza al Magdalena, en el Huila, se encuentra La Jagua, un corregimiento del municipio de Garzón, donde todas las tardes chocan los vientos que bajan de las cordilleras Central y Oriental, que en este lugar están muy cerca. Es un poblado cargado de historia de brujas y de embrujos y que fue, alguna vez, un importante punto de referencia para los guerreros andaquíes, timanás y pijaos, quienes practicaban rituales ceremoniales. La cantidad de hallazgos arqueológicos hechos a lo largo de la historia lo afirman, y hoy lo ratifican las recientes excavaciones realizadas para la construcción de la represa El Quimbo, su vecina, otro motivo por el cual los mil ciento cuarenta y siete habitantes de La Jagua pelean en defensa de su territorio. Lo hacen con el mismo temple recio manifestado por los indígenas a los españoles en 1540, cuando se fundó. Con el carácter firme con que lo hicieron, y lo hacen, en la larga disputa con Popayán por la defensa de la cuna de Francisco José de Caldas, su ilustre hijo, quien vivió, creció y se hizo adulto frente a una hermosa vista del río Magdalena que se observa desde la casona en la que hoy una placa corrobora al poblado como hogar del Sabio. Pero no sólo de las discusiones históricas ni de los cuentos de brujas vive La Jagua de estos días. También lo hace de la pesca y de la agricultura. Su suelo, de gran fertilidad, por compartir el valle de ambos ríos (Magdalena y Suaza), y sus ochocientos veintiocho metros sobre el nivel del mar, le otorgan propiedades naturales necesarias para que se cultive un variado número de árboles frutales, de especies preciosas como acacias, ceibas y, sobre todo, árboles de jagua, de veinte metros de alto,
tronco recto y corteza lisa, que en las épocas más secas da flores blanco-amarillentas, tubulares y afelpadas. La planta de la jagua es la Genipa americana, de la familia de las rubiáceas. Tan exquisita es verla y probarla en esta tierra que su fruto es usado en múltiples recetas. Hasta para elaborar helados, bebidas, mermeladas, polvos azucarados. Sus hojas son apreciadas en diferentes industrias por sus propiedades y cualidades vitamínicas, astringentes, antiinflamatorias y antianémicas. La calidad de su madera es altamente valorada. Con ella se elaboran cajas, carretas, embarcaciones y hormas de zapatos, por enumerar algunos usos artesanales. Los indígenas que habitaban esta población a ciento catorce kilómetros de Neiva usaban el jugo de la jagua para pintarse la cara en las batallas y se untaban en el cuerpo su pulpa para protegerse de los insectos. La jagua, el árbol, ha sido el protagonista de esta tierra encantada, fuente de múltiples usos, que está presente como las aguas del Suaza y el Magdalena, que escriben la historia de un pueblo tranquilo que se refresca bajo la sombra mágica de sus ramas.
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F resno De una fertilidad asombrosa, este pueblo del Tolima hace honor al árbol cuyas flores amarillas como soles vegetales lo han iluminado siempre
Plaza de Fresno, Tolima
Fresno, chirlobirlo o chicalá (Tecoma stans)
Los suelos de Fresno pertenecen a la vertiente oriental de la cordillera Central de los Andes y se cuentan entre los más fértiles del Tolima, o, por qué no, de Colombia, gracias a su pasado volcánico rico en minerales y a una maravillosa capacidad de absorción de agua. Por esos suelos sinuosos transitó Gonzalo Jiménez de Quesada en 1574, cuando fundó una población que llamó Santágueda, ubicada casi en el mismo lugar donde a partir de 1850 un grupo de colonos antioqueños estableció una aldea con el nombre de Mosquesada, en honor a Tomás Cipriano de Mosquera y Gonzalo Jiménez de Quesada. El pueblo de Fresno al que se hace referencia hoy fue erigido en municipio el 13 de octubre de 1887. Los fundadores tuvieron la lucidez de llamarlo Fresno por la cantidad de estos árboles que brotaban, una especie común en el paso entre Manizales y las alturas heladas de la mesa de Herveo (Nevado del Ruiz) y los climas cálidos en cercanías al río Magdalena. El fresno (Tecoma stans), también conocido como chirlobirlo o chicalá, debió iluminar estas montañas con sus flores en forma de trompeta, amarillas como soles, entre las aguas de los ríos Gualí y Guarinó. Su condición maderable para construcción y mobiliario redujo su población, y dicen que con sus hojas y corteza se hace un agua que sirve como diurético y depurativo de la sangre. Junto con el fresno, en este territorio fértil se ven yarumos, guamos, cámbulos, escobos, nogales, cauchos, laureles y otros árboles que se dan entre los mil cuatrocientos y los dos mil metros sobre el nivel del mar. Los suelos de Fresno también están copados por cultivos de café, cacao y aguacates. Según el Ministerio de Agricultura y
Desarrollo Rural, hasta el año 2010 el departamento del Tolima era el mayor productor de aguacate en el país, y Fresno el municipio con más participación, con un 48,5%, casi el doble de Mariquita, el segundo productor. En el parque central de Fresno —al que se llega luego de innumerables curvas— se puede ver una escultura de Orlando Guerrero que rinde homenaje al ancestro arriero y al cable aéreo, esa monumental obra de ingeniería que funcionó como transporte de carga y pasajeros entre Mariquita y Manizales desde 1915 (año en que empezó su construcción) hasta 1967. El sistema contaba con veintidós estaciones, y Fresno era la cuarta parada desde Mariquita. Con una extensión total de doscientos ocho kilómetros cuadrados, este municipio, al que también le dicen la Calle Real de Colombia, tiene más de ochenta veredas, la mayoría de ellas dedicadas a la agricultura y otras a la ganadería. Su orografía cuenta la historia de un comercio hecho con sudor y lodo en casi todos los pisos térmicos, esfuerzos que todavía nutren estos suelos fértiles de los Andes tolimenses.
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H eliconia Más que heliconias, esas plantas de las que hay censadas más de cien especies, en este pueblo de Antioquia lo que hay son mitos y leyendas
Plaza de Heliconia, Antioquia, con el “Verraco de Guaca”
Heliconia (Heliconia vellerigera)
El primer nombre de esta tierra fue el de Arví, por la presencia de indígenas arvíes, tierra también frecuentada por los titiribíes. Al llegar los españoles a estas montañas de Antioquia, al suroccidente de Medellín, encontraron guacas, muchas, y se inició un saqueo sistemático: otra de las tantas riquezas arrasadas por los conquistadores. Entonces a esta tierra se le llamó Guaca. Aquí los europeos encontraron oro, pero también sal. “El pueblo de la sal”, dice la historia, fue lo que halló Jorge Robledo en 1541 cuando buscaba el valle de Arví. Tesoros enterrados y sal. Desde la Colonia y hasta el siglo xix el progreso estuvo ligado a la explotación de la sal, siendo Heliconia el poblado con mayor producción en Antioquia. Todavía hay de esta época restos de infraestructura como puentes y chimeneas, ruinas que incluso están plasmadas en el escudo que tomó su actual nombre el 2 de agosto de 1814, por acción de don Juan del Corral. Aunque no hay precisión sobre los motivos que lo llevaron a denominar este poblado así, existe una versión que afirma que lo inspiró una cascada del lugar —la cascada La Abuelita— por su similaridad con el monte Helicón, que en la mitología griega fue consagrado a Apolo y a las helicónides, o musas. No hay referencias que resalten el nombre de Heliconia como un homenaje a este género botánico que reúne a más de cien especies de plantas tropicales en el mundo, de las que Colombia es uno de los países con mayor diversidad. Pero podría ser; de todos modos la etimología de la palabra heliconia hace referencia al mismo monte Helicón, ese lugar donde se juntaban las musas.
Heliconia mide ciento diecisiete kilómetros cuadrados y está ubicado a unos cuarenta kilómetros de Medellín. Su himno hace alusión a los días de bonanza. La memoria de la gente tiene historias como la del “Verraco de Guaca”, un macho porcino de enorme fuerza y tamaño que se escapaba por la noches del corral y conquistaba a las marranas y las dejaba preñadas. Arrasaba sembrados y animales, convirtiéndose en motivo de terror entre mujeres y niños. El libro Mitos y leyendas, de Javier Ocampo López, ubica este mito como español. Heliconia tiene una fiesta y un monumento al “Verraco de Guaca”, pero no se sabe en qué momento el apelativo “verraco” se popularizó en Antioquia y en casi todo el país para hombres con valentía o entradores que se le miden a lo que sea. Otro personaje que ha puesto a Heliconia en el folclor antioqueño es Cosiaca, apodo de José María García, que murió en Envigado en 1910 y se hizo famoso por su pillería, astucia y hasta vulgaridad para tomar el pelo. El pícaro por excelencia, oriundo de una tierra que se llama como estas plantas con inflorescencias gigantes.
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C aparrapí Rodeados por las aguas que bajan por el filo de la montaña donde está Caparrapí, sobreviven estos árboles de infinitas propiedades
Iglesia y parque de Caparrapí, Cundinamarca
Caparrapí (Ocotea caparrapi)
Cuando la cordillera Oriental se adentra en el noroccidente del departamento de Cundinamarca, se abren dos pequeños brazos montañosos: uno hacia el oriente y otro hacia el occidente. En este último, a 1.271 metros sobre el nivel del mar, está ubicado Caparrapí, un municipio de casi veinte mil habitantes, pueblo panelero y ganadero, con una riqueza hídrica que está en las aguas de los ríos Negro, Pata, Cambrás y Nacopay. Pero no fue este el lugar que originalmente ocuparon los indios caparrapas antes de la entrada de los españoles en 1560. Fue un poco más hacia el occidente donde se asentaron por primera vez, en un lugar que hoy es llamado El Valle por estar ubicado en el filo de una montaña, en toda la confluencia de la quebrada Guatachi con el río Negro. Caparra en lengua calima significa barranco, y pi, habitante. De ahí el nombre de esta población que fundó don Antonio Toledo y que quedó establecida a veintidós kilómetros de distancia, colina arriba, en el mismo sistema montañoso de los Andes. Caparrapí, hasta el año 2013, era un pueblo distante de Guaduas y Puerto Salgar, sus vecinos mayores. Ese año fue inaugurada la Ruta del Sol, y su nombre comenzó a sonar más en los oídos de los viajeros que por allí circulan. Pero antes de ser reconocido por estar su nombre en los avisos de tránsito de esta carretera y por el turismo ecológico que ofrece la cuenca del río Pata, fue famoso por la presencia de una especie arbórea que es única en el departamento de Cundinamarca. Se trata de la Ocotea caparrapi, conocida también como aceite de caparrapí, aceite de palo o aceituno. Esta es una especie de la familia de las lauráceas, que se da en
una altitud promedio de mil doscientos metros sobre el nivel del mar, descrita por Dugand a mediados del siglo xx. Se le atribuyen innumerables bondades medicinales como antirreumático y antiofídico, se usa para combatir fiebres palúdicas y afecciones pulmonares y en 1996 descubrieron que su aceite, que se extrae del duramen, posee actividad citotóxica que ayuda a combatir el cáncer. Las propiedades del caparrapí no han estado solamente en la mira de la medicina. Su madera es también valiosa por su uso en ebanistería y enchapes de interiores, razón por la cual su presencia ha disminuido de manera alarmante y es considerada una de las especies más amenazadas del país. Para conocer este árbol que llega a tener siete metros de alto y es de hojas largas carrasposas, solo basta ir a la plaza principal de este pueblo en Cundinamarca, a ciento sesenta y nueve kilómetros de Bogotá, donde el ruido de la constante lluvia se mezcla con el cauce de tantos ríos que lo rodean y donde el caparrapí sobrevive orgullosamente al uso y al abuso de la historia de nuestros bosques.
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Jar di n e s c a m p e s i no s
Flores a la vista Tal vez se ha escrito que la jardinería doméstica, la de las casas campesinas, es una potente señal de esperanza. Que por pocos recursos económicos que haya, la naturaleza es de todos, pródiga para todos, y aprovechable por todos. Y que una manera de combatir las probables angustias de la vida cotidiana son las formas y los colores y los olores que vienen con las flores y que actúan con todo su poder curativo. Será así (quizás sea así), porque a la vera de los caminos se siguen encontrando en Colombia, especialmente en la zona Andina, estos corredores de casas de los cuales hemos hecho en Savia una colección para presentarlos como un homenaje a estos jardineros tan silvestres como las propias plantas que siembran y de las que se saben los nombres y sus cómo nutrirlas para que se mantengan siempre tan espléndidas como las que tomamos al paso. Esta jardinería rural se ha ido extinguiendo a medida que las casas campesinas (las de corredores y bahareque, las que estaban hechas para mostrarse hacia afuera) han sido remplazadas por construcciones modernas que se vuelcan hacia adentro. Pero aún quedan. Y esos jardines se han reproducido en las casas de barriadas populares de las ciudades, adonde han llegado y siguen llegando campesinos que no olvidan su antigua amistad con las flores. t
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Aquí va página 136 Jardines campesinos El amor por las flores sigue vivo en las casas de los caminos de Colombia
Jardines campesinos
Jar din e s c a mp e sinos
Carretera a Titiribí, Antioquia
En la vía a San Antonio de Prado, Antioquia
Camino a Bella Vista, Quindío
Camino de Quimbaya, en Quindío
Casa de Humberto Arias en Aguadas, Caldas
A la salida de La Cocha, en Nariño
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Casa con balcones en Jardín, Antioquia
Cerca del Parque Arví, Antioquia
Con niña jardinera en la vereda Pantanillo, Antioquia
Corazón botánico de Colombia
l pecado y las crueldades hicieron parte de la historia de San Sebastián de Mariquita, que durante un poco más de doscientos años, desde su fundación el 28 de agosto de 1551 por don Francisco Núñez Pedroza, se estableció como un territorio esclavista que segó la vida de miles de aborígenes que allí vivían. Ondaimas, babadujos, yaporoges, panches y pijaos se resistieron a la campaña de exterminio española impulsada por la codicia del oro y la plata que abundaban en esta ciudad ubicada a orillas del río Gualí, en el actual Tolima. Tanto valor le costó la vida a esos grupos indígenas, quienes gozaban de la naturaleza, el clima y la riqueza hídrica de esta provincia. La despiadada minería en San Sebastián del oro, apodada así Mariquita es un jardín botánico natural. por sus riquezas, dejó muchos sinsabores, y a mediados del siglo Cuna de la Expedición Botánica de Mutis, xviii la población estaba sumida en la pobreza por el decrecimiento este pueblo al norte del Tolima se ufana de de la explotación mineral. Pero la ciudad que yacía inmóvil iba a to- ser el herbario de América mar un rumbo diferente. Sus bondades naturales iban a escribir su historia y a cambiarle la reputación: en 1783 fue nombrada sede de la Real Expedición Botánica, liderada por el sabio José Celestino Mutis. Y aquella población, primero altiva y arrogante por sus minerales, luego postrada en el olvido y el llanto por la crueldad, se bañaría finalmente de gloria y de grandeza gracias a la ciencia. Ubicada en pleno corazón del virreinato, con variedad de climas, cálidas llanuras, diversas serranías, montañas nevadas, ríos, riachuelos y quebradas, Mariquita limita al norte con el departamento de Caldas, al oriente con Honda, al occidente con Fresno y al sur con ArmeroGuayabal; cruzan su territorio los ríos Gualí, Guarinó y Medina, y finalmente vierten sus aguas al Magdalena que serpentea al suroriente de la ciudad. Este río que trajo al interior del país al artífice de su inmortalidad. El jueves 5 de enero de 1761, José Celestino Mutis y Bosio salió de Cartagena rumbo a Santafé remontando las aguas del Yuma, como llamaban al río grande los aborígenes comerciantes ∙ 136 ∙
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Semillero de macana
Anón de monte o guayabilla
Wettinia kalbreyeri
Ryania speciosa
El bosque tropical de Mutis en Mariquita
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que lo habitaban. A bordo de un champán, acompañado de médicos y sacerdotes jesuitas que formaban parte de la corte del nuevo virrey, Pedro Messía de la Cerda, el sabio nacido en Cádiz navegaba cautivado por la agreste y exuberante naturaleza tropical. Dedicado a observar y a descubrir el medio natural a su paso por las Américas, estaba atónito con lo que ofrecía el paisaje a su alrededor. Era un espectáculo inimaginable para el inquieto y curioso gaditano, educado en jardines botánicos e invernaderos. Divisó una ceiba que robó su atención: su tamaño, la bella simetría y disposición de todas sus partes lo dejaron perplejo. No obstante la deformidad de sus raíces, el sacerdote, geógrafo, botánico, matemático y médico quedó atónito con la desnudez del tronco que subía sin una sola rama hasta toparse con un tapete verde de hojas que formaban figuras con el azul del cielo. Mal acostumbrado a ver árboles de tal tamaño, continuó su camino hacia Santafé con la certeza de que en el trayecto encontraría especies de mayor envergadura. Con la flora del Magdalena central Mutis comprobaba que podría consagrarse como científico, una satisfacción que él describía como “una especie de gloria temporal y gusto secreto que recibe el hombre en dar al público alguna cosa propia”. Después de veititres días de navegación por el Magdalena desde Cartagena, en el camino a Santafé, llegó al puerto pedregoso y árido de Honda, donde estuvo dieciocho días antes de emprender su viaje hacia las minas de El Sapo, en Coello, de las cuales había sido nombrado mayordomo. En este recorrido pasó por primera vez por Mariquita, a la cual llegó después de andar tres días a lomo de mula en medio de un espeso bosque. Este es hoy un camino pavimentado de veintiún kilómetros que toma cuarenta y cinco minutos en recorrerse. Le sorprendió a Mutis la enormidad de los caracolíes que sobresalían al borde de una quebrada. A esta especie de árbol le asignó el género Anacardium. Pero como heraldo gigantesco de la zona en dichas serranías sobresalía el almendrón, cuyas semillas fueron enviadas a Madrid, España, y con las cuales formaron un bello parque. Lo bautizó Galvezia, en honor a su protector en el consejo de Indias, don José de Gálvez. Otros hallazgos le mostraron la importancia que esta región tenía para las investigaciones de la historia natural. Mariquita había quedado grabada en los ojos del sabio, cuyo viaje continuó hasta llegar a Santafé en febrero de 1761. Allí ejerció el cargo de médico personal del virrey, y por un poco más de dos décadas peleó contra la negativa burocrática de España a apoyar y subvencionar una expedición completa sobre la riqueza natural de esa especie de pequeña monarquía. Finalmente, recibió la aprobación del rey Carlos III para realizar y dirigir la Real Expedición Botánica. Desde aquella época fue un verdadero sacerdote de Dios y de la naturaleza. El 29 de abril de 1783 llegó
Cactus tornillo Cereus forbesii var. spiraliforme
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Casa museo Mutis con ficus Ficus sp.
a Mariquita, elegida como epicentro de esta investigación. El 17 de julio de ese mismo año el sabio científico recibió una flor enorme como regalo, la cual parecía un panal de mariposas que volaban alrededor, una ofrenda de la cual dijo que era “algo bello que tal vez no haya visto ningún botánico”. La estudió y bautizó con el nombre de Aristolochia mariquitensis (actualmente sinónimo de Aristolochia cordiflora), conocida como capitana o guaco, la cual se convirtió en el símbolo de la región y de la expedición. Día tras día fue llenando sus libros de información científica. En una esquina del parque principal tomó una casa que hoy puede visitarse, con un patio trasero por donde desfilaron sus herbolarios Pedro Archila, Pablo Antonio García y Joaquín Gutiérrez y sus dibujantes Salvador Rizo, Pablo Caballero y Francisco Javier Matiz. Allí llegaban las especies que recolectaban en el trabajo de campo: rubiáceas como la quina y la Carapichea ipecacuanha, conocida como ipecacuana, además de heliconias, begonias, Myrcia como los arrayanes, Terminalia catappa como los almendros. Las plantas fueron dibujadas, clasificadas y comparadas con datos que aportaban otros científicos del mundo con quienes Mutis compartía correspondencia desde Mariquita, como Carlos Linneo, el padre de la taxonomía. Con él pudo describir y comparar información para dar con especímenes nuevos que sobresaldrían en esta región, como las especies nuevas de laurel y el mamey, o plantas trepadoras como el bejuco o guaco, cuyas propiedades medicinales descubrió y patentó. Descubrió la Carapichea ipecacuanha y sus propiedades medicinales contra la tos. Encontró en el bejuco o guaco cualidades curativas contra la picadura de serpiente. En Mariquita, José Celestino Mutis pudo investigar los climas en los que se daba la quina, que ya había clasificado en blanca, amarilla, naranja y roja, y supo transmitir a los campesinos la mejor manera
de aplicarla para que sanara a los enfermos. Mutis vivió durante más de ocho años en Mariquita. Las duras jornadas a caballo y el clima árido de esta población a cuatrocientos noventa y cinco metros sobre el nivel del mar lo enfermaron y tuvo que concluir sus investigaciones en Santafé. Del bosque municipal de Mariquita, repleto de achiote, de anoncito de lumbí, de chupo o de granadilla, entre otras especies, hoy solo quedan unas ochenta hectáreas de las doscientas noventa y ocho que originalmente ocupó. El legado científico y natural de la ciudad de Mariquita sigue latente. Hoy es conocida como la capital frutera de Colombia, famosa por sus aguacates, mangos y mangostinos. El paisaje que la rodea, el clima que la abraza, las aguas que irrigan sus suelos y los fríos vientos de los nevados que la refrescan, son la prueba latente de un prodigio natural que sobresale en el territorio nacional y en su región Andina. Este territorio reúne todavía todas las características que Mutis buscaba para el papel científico que ejecutó durante ocho años. Y que hoy sobrevive en el centro del país como la musa de un botánico, naturalista, físico y astrónomo.
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La vida p r ivada de l as im ág e n e s Índic e de f ot o g raf í as e i lust rac ione s t
Fotografías de Ana María Mejía
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En la vía hacia La Unión, donde crecen las uvas, la mirada sobre el Valle del Cauca también crece y permite ver su extensión colosal con la cordillera Occidental de fondo.
Había mucha niebla ese mediodía subiendo hacia La Línea. Una mirada al abismo bastó para descubrir entre las nubes esta planta de fique toda sola, toda poética, ahí. Aquí.
Después de pasar el páramo Doña Juana, cuando bajábamos para Sibundoy, estaba Pantano. Así se llama. Y estaba florecida, aunque no, no había pantano en su entorno.
Yarumos hay por toda la región Andina. Miles. Cientos de miles. Estos, por los lados de Quimbaya, resplandecían de lo plateados que estaban en aquella tarde fresca y bella.
El volcán Galeras duerme, pero las bellezas que lo rodean alebrestan por sus colores. Como esta acacia que enmarca la cumbre más célebre de San Juan de Pasto.
Yendo hacia el aeropuerto de Pasto, a la izquierda, debajo del Galeras, bajo un cielo azul que encandilaba, en el centro Chimayoy, estaban florecidos los encenillos. Todos los encenillos.
Arboloco, como este, de madera muy buena, de sombrío muy amplio, también había mucho en la zona Andina. Este con este tallo lo fotografiamos en el Jardín Botánico de Pereira.
El yolombo (sin tilde en la o) es un árbol discreto. Enérgico, significativo; pero no es fácil hallarlo. Vimos algunos. Este lo descubrimos en un potrero yendo hacia Aguadas, Caldas.
Mírenlo. Vuelvan a mirarlo. Es un árbol de comino crespo, de los que ya no hay casi, de los de la madera mítica. Este está en Nirvana, arriba en el monte oriental de Palmira.
En las cumbres de Los Pastos, cercanas a los páramos, son comunes los helechos. Como este. Protegen el suelo, vigilan las flores. Y nos guardan el agua. Benditos sean.
Hay días en que estás de suerte y vas por un camino de Boyacá. Vas silbando. Y de pronto, a un lado, un bosque de alcaparros encendidos. Flores que te buscan para que mires.
El país Andino antes era muy así: robles por montones en las tres cordilleras había. Ahora escasean. Por eso ¡alegría! cuando vimos este robledal en la vía hacia Valdivia, en Antioquia.
Tan común siempre y tan delicioso encontrarlo siempre. Los sietecueros florecen en las laderas de los montes de los Andes. También en las mesetas. También en los picos.
Anturios hay en la zona Andina. En Colombia toda. En jardines, en antejardines, en solares, en fincas. Anturios hay en el J. B. de la Universidad Tecnológica de Pereira.
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Í n dic e de f oto g raf ías e i l ust rac ion e s
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Con las semillas se hacen muchas cosas. Se resiembra, por ejemplo. O, por ejemplo: se queda uno mirando su perfección, su belleza. Sucede con estas que son de distintos magnolios.
Vas caminando por entre sus matorrales y de pronto, en un descampado, esta especie de juego vegetal que es un laberinto. Hecho de boj, una planta útil y muy bien cuidada para ello.
Alguien le diría cascabel y no estaría mal. Es un instrumento musical que se llama firisai o tobillera y se hace con semillas que suenen bien. Las mejores son las de ojo de buey.
Desde luego, los senderos por los que se transita en los jardines botánicos son (deben ser) así. Como este repleto de raíces en el Jardín Botánico de Calarcá. Majestuoso.
Hay algunos fabricantes de instrumentos musicales en la zona Andina. El taller de Luis Arbeláez, en Marinilla, Antioquia, es uno de los más productivos y legendarios.
Las bandolas son clave en grupos que llenan de música la zona Andina. La madera que más están usando es el cedro por su resistencia, pero, sobre todo, por su resonancia.
La llaman flecha de agua. ¿Quizás por qué? Quizás porque sus hojas tienen estas puntas agudas. Quizás. Florecen bellas y frágiles en estanques o cerca de ellos y se ven con frecuencia.
Las quenas, como los otros muchos instrumentos musicales, han sufrido cambios en las maderas de fabricación, motivo escasez. O extinción. Estas son de nazareno o de balso.
Los saxófonos son estos. Son una mezcla de madera (en este caso bambú) con metal, de lo que está hecha la boquilla. Fabricada así, queda lista para arrancar la música, maestro.
Tiene nombre fuerte, tallo grueso, ramas altas, sombras largas. Muy común no es, pero desapercibido no pasa. Lo vimos en Calarcá y quedó así, impetuoso para la foto.
Admirado y querido por lo que contribuye al paisaje, el polvillo sirve también para la música. Su madera es fina y delicada y de ella se extraen partes para hacer instrumentos.
Supimos del cedro negro cuando averiguábamos por los instrumentos musicales. Y dele al cedro negro. Hasta que vimos este árbol en el Jardín Botánico de Calarcá. Este es, este es.
Suele servir para una demostración de misterios: la gota que va sobre la superficie de este loto como si fuera mercurio. Como evita la humedad, es ahora objeto de investigación.
Encontramos esta ocarina en Suaty, una tienda en Bogotá. Desde entonces la hemos pasado de mano en mano: tal su textura, tal su belleza. Y ni se diga del sonido que da.
La madera brilla (casi siempre de nogal). Y la forma seduce. Es el charango, para cuya resonancia se usan a veces armadillos. Sí: armadillos que hacen lo que aquí hace el nogal.
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Una por una hasta sumar todas las arverjas posibles. Desde la madrugada en la plaza de Potrerillo, en Pasto, muchas mujeres desgranan estos frutos indispensables para tantos platos.
El pimentón es usado como aliño para las comidas en esta zona Andina. Pero antes de que llegue a ellas, a las cocinas, debe crecer como crece en El Cairo, una finca en Salento.
Tachuelo o justa razón son los nombres que le dan en la zona Andina a este árbol. Con sus flores se hacen infusiones para combatir desde resfriados hasta males digestivos.
Frijoles o fríjoles o frisoles. De la manera como se pronuncien y de la forma como se preparen, son parte indispensable de la comida andina. Y las variedades son tantas…
Las remolachas son como papas rojas. Tubérculos que hay que sembrar, desenterrar, lavar, preparar, servir, comer. Por manojos las ofrecen en Potrerillo, la magnífica plaza de Pasto.
Legendaria, la quina tiene un lugar en la historia botánica y económica de Colombia. Ahora escasea. Por eso, cuando la vimos en la circunvalar del Galeras, en Pasto, un júbilo explotó.
En antejardines o en solares, en huertas de muchas casas campesinas, los repollos son cultivados. Estos estaban ya listos para cosechar en aquella finquita en Santa Elena, Antioquia.
Del cilantro puede hablarse de su color, de sus hojas, de su olor. Nada más inconfundible, nada más necesario. El cilantro abunda en toda la zona Andina, en todo el país, en todo el mundo.
El eneldo se usa mucho en cocina, pero también clasifica dentro de las medicinales porque tiene fama bien ganada de ser un buen digestivo. Se da mucho. En muchas partes.
Se dan como si fueran rastrojo (así les dicen, todos despectivos), aunque las ahuyamas son muy valiosas como alimento. Y también lo son las sandías, compañeras en esta foto.
La coliflor es de la misma familia del repollo. A quienes les gusta —a muchos les gusta— agradecen su aparición en ensaladas y como complemento.
Parecen florecillas silvestres. Y lo son. Estas estaban en Potrerillo, la plaza de mercado de Pasto. Se vende mucho porque le atribuyen tantas propiedades que es casi-casi mágica.
Una excentricidad poco usada en algunas partes de la región Andina, pero indispensable en la comida diaria en otras. Los ullucos van de las plazas a las sopas en Nariño, por ejemplo.
La lechuga es sagrada, aunque muchos la subestimaran llamándola comida para conejos. Eso era antes, cuando lo verde era alimento que poco acudía a las mesas. No como ahora.
La salvia se debe estar vendiendo mucho, pero mucho, porque tiene fama de servir para tener el vientre plano. Ideal para dietas. Si se toma en ayudas estimula el sistema digestivo.
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En El Cairo, que es una hacienda relinda en Salento, hay mucha vegetación y mucho paisaje. Hay alfalfa, que es esta, con propiedades curativas y nutricionales. Muy prestigiosa.
Cuando florece —y cada rato florece— el árbol de la cruz muestra estas flores que eran rojas-rojas en ese momento. Después le agregan un sutil amarillo a su vestido, como por dárselas.
No es una rama cualquiera de un arbusto cualquiera. Se llama Ilex guayusa y es de origen amazónico, pero estaba aquí, en Tuluá. Una potencia que sirve al sistema nervioso central.
El guaco morado es una enredadera silvestre común en los bosques, que es donde se necesita porque sirve contra la mordedura de serpientes como las que hay por Mariquita.
Hay tantas guaduas y tantos bambúes en el Jardín Botánico de Tuluá, que hacia él hay miradas de investigadores de todas partes. Porque de todas partes concurren a ver tanta variedad.
Los guaduales y los bambusales del Jardín Botánico de Tuluá forman túneles que sirven no solo para conocerlos sino para jugar dentro de ellos. Invitan a una diversión botánica.
Las alcachofas no solo tienen corazón (que es lo gourmet), sino hojas que se usan como para diez objetivos: bajar de peso, eliminar líquidos, tiene vitaminas y minerales. Una joya.
Entre su bosque de bambúes y guaduas, esta que la califican como vulgaris. Si bien se le mira, solo se encuentran sutiles muestras de belleza. Perfectos los retoños a punto de abrir.
Las pasifloras son asiduas y legendarias: figuran en una de las láminas de la Expedición Botánica de Mutis. Entonces no fue raro encontrar esta “flor de la pasión” en Tuluá.
Antes de tanto medicamento y de tantas fórmulas de relajación, estaba el cidrón. Tranquiliza, convoca a la somnolencia. Hay mucho cidrón en isla Corota, en La Cocha.
La mayoría de los de la expedición Savia a Tuluá no habíamos comido pitanga, esta frutilla casi invisible. ¿A qué sabe? A…, quizás a…, no sabría decirle… Sabe a pitanga.
Recto como el tallo de la palma de cera. Así debería ser el comportamiento ciudadano: como este árbol nacional que captamos una bella madrugada a la entrada del valle del cocora.
Imponente, más que llamativo, este laurel te recibe cuando llegas al Jardín Botánico de Tuluá. Alrededor suyo un sendero de plantas medicinales. Más allá una colección de guaduas.
Tanto bambú y tanta guadua hay en el Jardín Botánico de Tuluá, que por eso hay varias fotos de bambú y de guadua. Pero no tantas como debiera. Hay aquí una colección real.
Cuando termina el alba y atisba el amanecer, aparece esto. Una imagen en Salento que no olvidarás, y tampoco olvidarás la temperatura que hace, por el viento que viene de la cordillera.
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No sabría decirte qué es más bello, si las ramas, si las hojas, si los frutos que nacen en el tronco. Jaboticaba se llama, y lo admiran; lo llamamos y lo admiramos al verlo cerca de Jericó.
Esta es la flor del guayacán de Manizales. Solo una flor de cientos que contiene cada árbol de estos cuando se declara alborozado y llena de colores muchos parajes del Eje Cafetero.
Abunda ahora el pino en la industria de la ebanistería en la región Andina. Hay, por eso, miles de hectáreas reforestadas con ellos. Y, por eso, el pino alcanza hasta para hacer cercas.
Bueno, pues: café. De la rama de un cafeto, algunos granos ya están pidiendo que los cosechen, que los guarden, que los despulpen, que los sequen, que los tuesten. Que los beban.
También le dicen pestaña de mula a este árbol que tiene el nombre más elegante de balso blanco. Muy común entre los cafetales. Sobresale en su florescencia y sirve de sombrío siempre.
Hablamos de pino. De su abundancia en la región Andina. Por eso hay tantos depósitos en los que el pino se seca y hace formas escultóricas, como esta yendo para Marsella.
Qué nombre tiene esta planta: penitente. Y qué flores. También le dicen chaparro blanco y se encuentra en la zona Andina altitud baja. Este estaba en Tierra Negra, cerca de Mariquita.
Monumental y misterioso, el Recinto del Pensamiento, en Manizales, tiene en la guadua su principal material. Y en el viento su más constante visitante. Simón Vélez lo diseñó.
Tan fácil, tan práctico, tan común. Y con nombres tan distintos: sube y baja, mataculín, balancín. Una diversión inolvidable de la niñez hecha con madera resistente cerca de Armenia.
Hay muchos helechos, y este es un arbusto que se llama sarro. Crece hasta una altura mediana, y estos (porque siempre están en grupo) estaban en la vía hacia el valle del Cocora.
El día comenzó a ser distinto muy temprano. Íbamos hacia el valle del Sibundoy, desde Pasto, y de repente esto: una casa de madera empotrada dentro de un pino colombiano. Bien.
También en Nirvana, la reserva natural que protege la familia Botero Ángel en Palmira, está este mobiliario natural y resistente hecho de comino crespo. Uno de los pocos que deben quedar.
Es imposible que una foto, que cualquier foto, recoja la inmensidad toda y la belleza toda del pino que hay en El Cairo, cerca de Salento. Apenas un trozo de su tallo da la idea de lo que es.
Aunque suene raro, el Sibundoy, en el Putumayo, es región Andina. Hacia allá bajábamos por el camino principal y no tuvimos que cruzar esta belleza de puente de madera. Lástima.
En Nirvana, una reserva forestal en Palmira, corregimiento La Buitrera, Jaime Botero ha conservado las raíces de los antiguos cominos y los ha vuelto piezas escultóricas. Arte vegetal.
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En un recodo del camino hacia Salento, en una de tantas curvas, hay artesanos de la madera que aprovechan todo: por ejemplo este mueble, que es un verdadero muestrario de especies.
En materia de melones no hay solamente melones como aquellos redonditos que sabemos. Hay varios, muchos. Y raros como este que encontramos en el Tolima y que se llama susuca.
Si fue yendo hacia Ciudad Bolívar o camino a Jericó, no pudimos precisar dónde fue esta foto. En un recodo del camino, esta visión de una hacienda cafetera de las que todavía quedan.
Carretera en donde haya murrapitos (o platanitos o plátano bocadillo) para la venta, carretera en donde se para. Paramos en la vía a Guaduas para llevarnos estos y devorarlos.
Muchos, la mayoría, no conocíamos esta fruta que confundimos con maracuyá, con curuba. Se llama kumkuat, le dicen naranjo enano, y la probamos en aquella finca en Quimbaya.
Al borde del río Cauca, entre La Pintada y Bolombolo, crecen las extensiones de cultivos de frutales. Naranjas, mandarinas, pomelos, limones. La agricultura del Suroeste de Antioquia.
¿Qué es? ¿Naranja? ¿Mandarina? ¿Toronja? ¿Pomelo? Cualquiera de los dos últimos nombres se emplean en la zona cafetera para llamar esta delicia cítrica que no está muy extendida.
Viñedos hay muchos cuando vas hacia el norte del Valle del Cauca. Muchos. Este al borde del camino por Viges, cuando vas hacia el emporio de la uva que queda en La Unión.
Después de La Albania, en todo un filo, miras hacia la izquierda y aparece este paisaje del Suroeste de Antioquia. Sobresale cerro Tusa y se presiente la opulencia de la agricultura y del clima.
Estar como un lulo es estar bien. Por lo menos eso se decía antes y se debe seguir diciendo ahora cuando se ve lo bien que está este lulo que fotografiamos en Salento.
De dónde sale tanta papaya como se ofrece en la calle, en los hoteles, en los supermecados, es una pregunta. De cultivos como este que queda en La Unión, Valle del Cauca.
No solo de café y cítricos se vive. De plantas ornamentales también. Un verdadero jardín crece y se reproduce en toda la región Andina, donde encontramos esta catalea.
Muy famosa es la chulupa en la zona Andina al sur. Tenemos jugo de chulupa, te ofrecen. La chulupa que también llaman granadilla de piedra, sin que se sepa qué tiene de piedra.
¿Y de dónde tanto aguacate? Pues en Colombia toda hay grandes cultivos, de variedades distintas. Este, de la variedad Hass, es el que cultivan cerca del valle del Cocora.
Lo dicho: bellezas sutiles, flores delicadas, colores suaves o arrebatados. De todo ello también está hecho Suroeste y, en general, la zona Andina. Este jazmín es un asombro normal allí.
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Llamativo; más que llamativo, imponente. Un nogal cafetero, este, lo vimos y nos impactó cuando subíamos hacia Betulia, cuando lo que íbamos era a buscar una buena foto del río Cauca.
Muy merecido el sitial (especie de santuario) que en el Jardín Botánico del Quindío, en Calarcá, le tienen a los rizomas de las guaduas. Así son bajo tierra las guaduas que admiramos.
Misteriosas, pero ante todo bellas, las serranías en Colombia tienen relieves de picos, altos y abismos como en toda la región Andina. De muchas maneras son sus hijas. Sus extensiones.
Si te quedas mirando es posible que descubras por qué se llama como se llama. Quién sabe. Se sabe que a este miniatura del bosque soberano le dicen gallito, y entonces volvimos a mirar.
Avanza el proceso. Estas continuarán rumbo a ebanisterías o construcciones. Una actividad que requiere reglamentación sostenible para que la guadua sea rentable y con ella se reforeste.
Árboles muy andinos, como el diomate, sobresalen en las cúspides de las serranías colombianas. Silvestres todos. Airosos y viejos porque muchas veces están a salvo de colonos.
Cuando miras hacia arriba, en el Recinto del Pensamiento en Manizales, aparece este tejido hecho de guadua. Entonces comprendes que no solo sirve para lo artesanal sino para el arte.
Ese mediodía, en uno de los guaduales del Parque del Café, en Montenegro, había una, había muchas guaduas bicolores que comenzaban a asomarse. Una belleza que se dejaba ver.
Un tronco bicolor, tomado por hongos y musgos, revela la humedad y la soledad en la que vive este costillo en la serranía de San Jerónimo. Costillo hay en toda la zona Andina.
Cuando miras hacia arriba, en el Recinto del Pensamiento en Manizales, aparece este tejido hecho de guadua. Entonces comprendes que no solo sirve para lo artesanal sino para el arte.
Y si dentro del guadual miras hacia abajo, lo que encuentras son estas bellezas. Hojas caulinares se llaman: lo que va quedando cuando la guadua se va desprendiendo de ellas.
La foto de este almendón la tomamos en el Jardín Botánico de Tuluá. Pero es común en las vegas de los ríos que bajan desde las alturas de las serranías a buscar las sabanas del Caribe.
Al viento y al sol, se secan las guaduas ya abiertas. Ya han sido desaguadas en ese proceso en el que tienen que ver las fases de la luna. Una industria común en todo el Eje Cafetero.
La guadua sirve para todo. Para construir casas, para hacer puentes, para fabricar artesanías, para crear instrumentos. Y para descansar en bancas comunes y silvestres.
No pudimos acordarnos si fue bajando a La Cocha o a Sibundoy. Si fue al amanecer o la noche estaba cubriendo alguno de esos lugares en donde estaba, como un bello fantasma, este árbol.
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Cualquier nombre celestial habría que ponerle a esta planta que destella entre el bosque. Juanlanas o pelo de ángel es como la llaman por las serranías en donde crece y se reproduce.
Ya dijimos, pero insistimos, que la guadua sirve para todo. También para hacer este bebedero de ganado que estaba ahí, a la entrada del Jardín, una hacienda cafetera en Chinchiná.
Las ranas croan. Sí, croan. Y esta rana también cuando le sobas el lomo con un mazo. Las usan para que croen por croar y para que acompañen a grupos musicales en los Andes.
Qué belleza tan común. Pero no por común menos asombrosa. Es un florentino en flor, un arbusto que vive feliz entre el monte y que también ha logrado colarse en los jardines domésticos.
Esto es un pito. Pita bello y le dicen pito zamba. Lo usan para pitar sin más, pero también como instrumento musical porque suena armónico. Lo vimos en Suaty, una tienda en Bogotá.
Esta página entera está dedicada a un arte: el barniz de Pasto. Primero, lo primero: el árbol del cual se extrae, que se llama mopa-mopa. Cómo son las cosas: lo fotografiamos en Antioquia.
En Filandia, en el Quindío, todo se aprovecha para la vida y casi todo para la artesanía. Estas muñecas están hechas de fique, guascas de plátano y semillas que les sirven de cara.
El que quiera. En el que esté pensando. De los colores que busque. En las tiendas de Sandoná hay sombreros por montañas. Y dóciles: los que compramos se pueden doblar.
Esta es la “paleta” en la que los maestros del barniz de Pasto ponen sus insumos. Los Obando, los de la familia Obando, son los más diestros, los más admirados artistas de esta especialidad.
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Si usted pregunta por qué es, lo mirarán con amabilidad pero posiblemente le dirán que es obvio. Que se trata de un cafeterito. Que está hecho de madera de naranjo, fique y guadua.
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Esta señora marrana, hecha con mucho cuidado, lleva guadua y lleva fique. Y también algo de tinte para las pestañas y los ojos. Ya verá usted cómo la alimenta como alcancía.
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Después de que al mopamopa se le ha extraído la resina y se ha trabajado, lo que resulta es esto. Esta bandeja que parecería pintada pero no lo es. Lleva adherido el barniz. El barniz de Pasto.
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Teje que teje toda la tarde y toda la mañana también. Esto es en Sandoná, Nariño, y quien teje es la señora que más hace canastos en iraca en todo el pueblo. Una maestra.
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En una ebanistería de excentricidades, subiendo para Salento, hay muebles como este: una mesa que es sacada de una raíz. La han trabajado, la han secado, la han puesto en venta.
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Miren de cerca, de cerquita, cómo queda pegado el barniz a la bandeja. Ha sido un trabajo meticuloso, amoroso, exitoso. Mucha gente de muchas partes llega a Pasto en busca de ellos.
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Desde luego que no podíamos dejar de incluir el célebre yipao en estas artesanías de zona Andina. Característico del Eje Cafetero, lo hacen con pequeños retales de madera.
Nada más común y más rápido de hacer que estas cajas de pino y fique. Para lo que sea: para poner frutas, flores. Las hacían por cientos una familia alegre en Santa Elena, Antioquia.
Una orquídea más de la colección que es Colombia. De las que se exhiben en el Jardín Botánico de Medellín, de manera constante o en ese evento anual llamado Orquídeas, Pájaros y Flores.
Cójase un totumo. Límpiese. Séquese. Y dele a fabricar este instrumento musical que se llama puerca. No entro a discutir si merece otro nombre. Así se llama y suena en grupos musicales.
Esta es una tapa de un canasto hecha en tripaeperro. Así le llaman a un bejuco que se da silvestre y con el que hacen muchas artesanías en el Eje Cafetero. Tapa, canasto, tripaeperro.
Todas las orquídeas que queríamos dar en este tomo de Colección Savia, las reservamos para cuando le llegaran las páginas al Jardín Botánico de Medellín. Aquí otra muestra de esplendor.
Ya han cosechado y secado la iraca. La han deshilachado. Y le están dando forma los artesanos de Sandoná, en Nariño. De ahí pasará al tinte. Después a la vitrina. Por último a tu cabeza.
Estas lámparas están hechas de… tripaeperro. Se consiguen en tiendas de Filandia, Quindío, y hay, desde luego, otros varios modelos. Lámparas de techo, Filandia, tripaeperro.
Y una final. Orquídea que cierra la galería de las que encontramos en las columnas del Orquideorama del Jardín Botánico de Medellín, en donde ha habido hasta exposición mundial.
Troncos muy grandes de árboles que fueron. La otra madera, empleada en otros muebles. Pero este tronco, y algunas otras partes, sirvieron para este elefante ciento por ciento vegetal.
Deberíamos tener el nombre del artesano que se atrevió a esta nostalgia. Este troncomóvil. Es el mismo de los del elefante de madera. Pero no tenemos el nombre. Solo la foto.
No es difícil (no fue difícil) hallar jaguas en la rivera del Magdalena, en esa parte ardiente de la zona Andina. Esta estaba, cómo no, en la propia entrada a La Jagua, el pueblo.
Es toda una sofisticación este canasto. Lo hacen en Filandia y oigan todo lo que emplean: guasca de plátano, chipalo y mimbre. Además de tinturas. Suelen llamarlo ánfora.
En materia de orquídeas, que las hay tantas en la zona Andina, quizás las más exhibidas están en el Jardín Botánico de Medellín. Tiene fama e historia este lugar.
Fresno estaba contento en el momento en que llegamos. Era domingo y en la plaza jugaban y disfrutaban de un buen clima. Queda en el Tolima esta población camino a Manizales.
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No hay muchos fresnos en Fresno. En la plaza principal encontramos uno y hubo alguien que lo identificó. Cuando florece es bello y en algunas partes lo llaman chirlobirlo o chicará.
No es una frase ni un cumplido. A esta casa, que queda después de San Antonio de Prado, al suroccidente de Medellín, yendo hacia Heliconia, no le cabe una matera más. Ni una.
Jardín, Antioquia, es alegremente bello. Orgullosamente bello. Largamente bello. Los jardines de la plaza, de las casas. Y de los balcones de todo el pueblo, como puedes ver.
Heliconia queda en un hueco. Sí. Allí queda: después de un vertiginoso descenso de montañas al suroccidente de Medellín, esta este pueblo que le rinde homenaje al "Verraco de Guaca".
Este es un rincón de la casa de Humberto Arias, un cafetero ejemplar en Aguadas, Caldas. Ha hecho de su pequeño terreno un ideal. Y allí, con su esposa e hija, es feliz.
Qué colores había esa mañana con sol quindiano en Quimbaya. Qué resplandor el que devolvía esa pared y qué cantidad de flores estaban alborozadas cuando pasamos.
Tan peludita que dan ganas de tocarla. Es más: de acariciarla y de arroparse con ella. La vimos en el monte, cuando subíamos desde el hueco donde queda el pueblo que lleva su nombre.
Después de salir de La Cocha, en Nariño, cuando empiezas a subir la cuesta para luego descender hacia Sibundoy, está esta casa. Este jardín. Este tesoro en el cual te detienes.
El jardín está listo y servido en esta casa en Quimbaya, Quindío. Ollas, canecas, tarros de pintura. Todo vale para estos campesinos jardineros.
Caparrapí suena bien: Ca-pa-rra-pí. Aunque es mucho mejor decirlo rápido. Pero queda lejos cuando se sale de Honda y se sigue hasta hallarlo y tomar esta foto para mostrarlo aquí.
Muy cuidado, muy trabajado, muy pensado. Muy todo es este antejardín de casa campesina en la vía de La Albania hacia Titiribí. Estamos hablando de pleno Suroeste de Antioquia.
Esta casa queda en la vereda Pantanillo, cerca de Santa Elena, al oriente de Medellín. Esa mañana dos niñas nos mostraron contentas todo lo bello que hay en su corredor.
Y allí mismo, al pie del parque principal, hallamos un ejemplar de caparrapí, el árbol que le da el nombre a este municipio de Cundinamarca. Un emblema que muchos allí desconocen.
Hay muchas casitas como esta en Buenavista, Quindío. Pero el paisaje ha desaparecido, culpa de los setos de swinglia, estos matorrales infames que no dejan ver nada.
En Mariquita, epicentro de la botánica de Colombia, hay árboles centenarios y semilleros como estos. La macana empieza a crecer en los galpones que tiene el Vivero Tierra Negra allí.
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Por los caminos que rodean a Mariquita, que huelen a tierra húmeda, salen cientos de plantas, entre ellas de frutales. Y, además del mangostino, hay estos anones de monte o guayabitas.
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Arriba de la casa que sirvió de sede a la Expedición Botánica de José Celestino Mutis, está un bosque. Una reserva forestal que la politiquería ha ido menoscabando.
Llueve en Mariquita. Cuando llueve. Pero también hay unos solazos como el de la mañana en la que encontramos este cactus. Cactus tornillo que tomaba el sol a la entrada de Tierra Negra.
En la casa Museo de José Celestino Mutis, en Mariquita, hay un patio. En el patio hay plantas. Entre las plantas está este árbol. Este árbol se llama ficus. Y es el más viejo de la casona.
Portada
Un detalle nada más. Una mirada a un punto de la guadua que nos pareció bello y sorpresivo. Por eso, porque es un fragmento no visto de los inmensos guaduales, es la carátula de Savia Andina.
Fotografías de David Estrada
Un nudo es lo que se hace (y se desata) en el macizo colombiano. En este cruce de caminos nace casi todo lo que empieza a germinar más adelante en la zona de los Andes.
Fotografías de Federico Rincón Mora
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Dentro de ella hay mucha vida. Abundan las plantas y la fauna. Y deleita y produce calma mirar esta laguna de La Cocha, una joya andina en la cual duerme la isla Corota.
Aunque es la más enigmática de todas las serranías, en la de San Lucas hay bosques intrincados. Cerrados. Bosques selváticos en donde reinan los bejucos y la algarabía de pájaros.
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Un sobrevuelo de dron sobre una finca en Filandia, una cañada, un cafetal juvenil reverdecido, un cafetal recién sembrado. La fertilidad del Quindío en una foto, en un recodo.
Llamativo y empleado como lugar de exposición de fotos o de plantas. Es el lugar en donde comienza el Jardín Botánico de Medellín. Su entrada, libre, le garantiza público todos los días.
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Los guaduales mirados desde lejos se agitan. Cuando te adentras en ellos, sientes (y sobre todo oyes) el paso del viento por entre sus ramas. Hierbas gigantes que nos socorren.
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En la mitad del cañaduzal, a la salida de Palmira, de pronto en el paisaje, esta especie de orden impuesto. Un guadual que preserva las aguas y que les sirve a las cañas para refrescarlas.
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El Jardín Botánico de Bogotá tiene algunas colecciones de plantas que dan una idea de país. Como estas palmas que son las más reconocibles de este recinto por los lados del Salitre.
Ilustraciones de Alejandro García Restrepo
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Aunque sufre por los cambios de gobierno y por la inestabilidad que la política es y produce, el Jardín Botánico de Bogotá es tan potente que mantiene altos niveles de visita.
Andina. Amplia, ancha, además acogedora. Vasta, vistosa, vibrante. Región rica en ríos. Y, así: de la Andina se puede hablar con todas las palabras para describir su magnífica magnificencia.
Guardas iniciales
Un bosque de palmas de cera da la bienvenida a las páginas interiores de este Savia Andina. Como tenía que ser. Estamos ante una de las plantas emblemáticas de Colombia.
Tanto ver, tanto sentir y tanto clasificar, fue la tarea de José Celestino Mutis en esta tierra. Y uno de los honores que se le rinde es el nombre de esta planta, Mutisia, que inspira esta letra.
Un lago, un quiosco, unas plantas acuáticas, un hibernadero que alberga plantas de clima caliente. Son algunos de los ejes del Jardín Botánico de Bogotá, que tiene mucho para ver.
El más nombrado de los sabios que han tocado suelo de Colombia. El más versátil por todas las ciencias que entendió. Mutis abre la galería de homenajeados en Savia Andina.
Frijoles hay tantos y tantos en la zona Andina, se cultivan tanto y se consumen tanto, que es apropiada la vaina en donde vienen sus frutos para esta C que abre el perfil de la región.
Que tendría que tener más que ver con la ciudad, es indudable. El Jardín Botánico de Bogotá se mantiene por voluntad de los visitantes y porque una capital requiere tener un espacio como este.
Clave en el conocimiento botánico y en la puesta en marcha de muchas instituciones. Sacerdote jesuita, científico. Uno de los sabios de Savia. Enrique Pérez Arbeláez.
Hay muchos juncos al borde de las lagunas del nudo de Los Pastos. En La Cocha, por ejemplo. De los juncos, de sus ramas, surge esta N para comenzar el capítulo.
Este pequeño pueblo donde el sabio Francisco José de Caldas vivió, tiene el nombre del árbol de jagua. Esta iglesia vigila la atmósfera de este puerto sobre el río Suaza.
Felices estuvimos en Savia cuando hallamos motivos suficientes para poner en este sitial a una mujer. La sabia Gloria Galeano, estudiosa, experta en palmas, está aquí.
Guardianes de la flora en el Eje Cafetero. Son los jardines botánicos. Dentro de ellos, cientos de orquídeas. Una de ellas —la Epidendrum ibaguense— modelo para esta letra E.
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Las acacias sirven para mucho: su madera es útil, su presencia es ornamental, su tallo y sus flores fueron convocados por el ilustrador para hacer con ellos la letra E.
Este capítulo se abre con comillas y con la letra L. Pues aquí están las comillas y la letra L. Las dos ilustraciones sacadas del talento y de las bellotas de los robles como modelo.
Pocas plantas se usan tanto en la elaboración de las artesanías como la iraca. Populares. Preciosas. Potentes. Preferidas. Prolíficas. Por poco pueblan potreros poderosos.
Perfecto. Partido por la mitad este tomate de árbol es perfecto para lo que ha querido el maestro que inventa estas letras capitulares. Para hacer con él esta letra M.
Una L arrebatada: está hecha con las flores, las hojas y los frutos de la vitoria. La Cucurbita ficifolia. Todo lo que da este fruto se empleó para extraerle la forma a la letra.
La P con la que comienza el Jardín Botánico de Bogotá fue hallada por el arte de Alejandro García Restrepo, el ilustrador, en el cedro negro. Aquí está la Juglans neotropica.
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Nada más y nada menos que de la flor y de las hojas de la quina está influida la construcción de esta letra. La H. De la quina, la Cinchona pubescens, una de las más famosas.
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En el Suroeste de Antioquia queda Jardín. En Jardín hay flores. Y árboles. Dentro de ellos, la Magnolia jardinensis, que es nativa de allí. De su flor ha salido esta letra P.
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Y, desde luego, para el Jardín Botánico de Medellín, famoso por su Orquideorama, había que iniciar el capítulo inspirado en una orquídea. De una de ellas sale la letra L.
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Guardas finales
Para usos diversos (desde medicinal hasta preferida por las aves), la Trema micrantha es muy tropical y muy popular. Y otro uso es este: con sus hojas, la letra E.
La historia de la reina de Savia Andina, la guadua, comienza a contarse por la letra S. Para su comienzo, obvio, está presente en la letra capital lo principal de esta hierba.
Una de las plantas más representativas clasificadas por la expedición botánica en Mariquita fue el guauco. Servía contra el veneno de serpientes. De ella, de sus hojas, la E.
También como debería ser, la primera letra del capítulo sobre el Eje Cafetero merecía tener al cafeto como modelo. Aquí está una P con los frutos y flor del café.
Abundó en las cordilleras y en las serranías del área Andina. Y es apreciado por la belleza de su madera y su dureza. El comino, su bellota y su hoja, hacen aquí la letra U.
Tan admirado y tan constante, el yarumo que platea y que asombra en todas partes de la región Andina. Es este el motivo que sirve para las guardas de cierre de Savia.
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Í n dic e de f oto g raf ías e i l ust rac ion e s
Ilustraciones de Eulalia de Valdenebro
Mapa ilustrado Alejandra Estrada
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Histórica y ritual. Muy ligada a la vida de los Andes todos, la coca es clave. Lo sigue siendo y lo seguirá siendo a pesar de la tergiversación malvada con la cocaína.
Inserto
Este tomo de la Colección Savia contiene ñapa. Mapa. Lo que da la savia de Colombia (parte de ella). Frutas, flores, árboles, bejucos, raíces, allí al final del libro como un regalo.
p. 33
Con delicadeza, en silencio, durante horas, fue vista y concebida esta orquídea. Estaba entre la colección de Carolina Velasco Angulo en Popayán y ahí la “capturó” la ilustradora.
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Abunda la uva camarona en muchos lugares de Colombia. En la zona Andina, donde la “trabajó” la ilustradora: en el páramo de San Cayetano, en Cogua, Cundinamarca.
Inserto (envés)
El dibujo detallado de cada especie revela la riqueza de la biodiversidad en la cual la textura, el color, el tamaño y las formas infinitas, hacen de Colombia un catálogo privilegiado.
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Bibliografía Basta decir que sobre una parte de esta región Andina se desarrolló la Expedición Botánica en sus dos fases (1783-1808; 1812-1916), para que surjan las imágenes de su inconmensurable riqueza. Y para que se piense cuánto hay de investigaciones y en consecuencia de documentación referidas a esta zona de Colombia, la más habitada, la más nutrida de ecosistemas, la más diversa. Para este tomo de Savia Andina (con el que se cierra la Colección Savia), recurrimos, como para todos los demás, a la extensa bibliografía que existe en bibliotecas establecidas y en las informales, pero también a mucha fuente viva, la de los caminos, la de las fincas, los documentadores naturales que no quedan registrados aquí. A todos ellos, a los estudiosos de quienes usamos sus textos para enriquecer nuestras crónicas, y también a los amorosos habitantes de esta inmensa Colombia vegetal, damos las gracias. t
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Bi bl io g raf ía Sav ia A ndi na
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Índice
onomástico
El índice onomástico, para los cinco tomos de la colección Savia, contiene de manera organizada, los nombres de las
plantas citadas en cada uno de los artículos que conforman la colección. El índice se ha realizado bajo la clasificación linneana, tomando
como regla de organización, los nombres comunes de las plantas. Ello ha respondido al carácter de la colección y a la intención con la que se diseñó el proyecto.
En América, y en particular en Colombia, los estudios de botánica desde el periodo colonial se hicieron necesarios no
sólo para conocer especies, sino para la economía en términos de la producción y comercialización de las especies. Así mismo, los estudios y la clasificación de plantas, como la necesidad de su aprovechamiento, permitieron la creación de los jardines botánicos y de herbarios
que hoy son fuente y memoria del patrimonio botánico del país. En este sentido, es claro que el cuidado en la identificación y definición de los taxones ha apoyado la recuperación y conservación de especies.
En el Tomo V, Savia Andina, a diferencia de los demás tomos, la nomenclatura de las plantas referidas no es prolífica en sinónimos. La riqueza botánica de la región, en el libro, se refleja justamente en la denominación estándar de un grupo de plantas que el lector puede identificar de manera inmediata.
Es importante reseñar que ninguno de estos nombres nos dice casi nada en sí mismo, si no lo consideramos en relación con la geografía, los animales y las poblaciones humanas en los que se encuentra contextualizado.
Finalmente, el índice queda a disposición de los lectores, especialistas, curiosos e interesados en cualquiera de las
plantas citadas o en los temas relacionados con la botánica y el medio ambiente de la región andina. Aquí podrán encontrar una herramienta, válida y ágil para la consulta. t
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Ín dic e onom ást ico Sav ia A ndi na
A
Abarco 66, 69, 109, 111 Cariniana pyriformis 111 Lecitidáceas 111 Acacia 22, 38, 39, 41, 81, 130, 140, 152 Acacia sp. 22 Fabáceas 15, 39, 79, 111 Acacia amarilla 39, 41 Acacia retinodes 39 Acacia negra 39 Acacia melanoxylon 39 -Acacia japonesa 39 Fabáceas 15, 39, 79, 111 Acacia rosada 39, 41 Cassia javanica 39 Fabáceas 15, 39, 79, 111 Aceitunas 48 Achiote 48, 139 Achira 37, 39, 46 Canna indica 37, 39 Cannáceas 39 Aguacates 13, 15, 45, 49, 69, 84, 88, 89, 131, 145 Persea americana 15, 84, 89 Aguadulce 95 Ahuyamas 44, 45, 142 Cucurbita máxima 44 Ajenjo 53,55 Artemisia sp 53, 55 -Curahígado 53 Asteráceas 15, 23, 24, 47, 55, 69, 77, 79 Ajo 45, 46, 48 Allium sativum 47 Amarilidáceas 47 Álamos 81 Albahaca 46 Alcachofa 56, 143 Cynara scolymus 56 Alcaparras 48, 49, 140 Alcaparros 25, 140 Senna pistaciifolia 25 -Pichuelos 25 Alfalfa 54, 143 Medicago sativa 54 Algarrobo 66, 85 Ceratonia siliqua 85
Hymenaea courbaril 85 -Algarroba 85 Algodón 13, 95 Aliso 23, 25, 79 Alnus acuminata 23, 25, 79 Betuláceas 23, 79 Almendón 146 Almendrillo 109 Almendro 109, 110, 139 Terminalia catappa 139 Almendrón 61, 109, 138, 146 Attalea amygdalina 61, 109 -Táparo 61 Altamisa 53, 55, 57 Ambrosia peruviana 53, 55, 57 Asteráceas 15, 23, 24, 47, 55, 69, 79 Amapola 55, 56 Papaver somniferum 55, 56
-Dormidera 55 Papaveráceas 55 Amargo 113 Diplotropis sp. 113 Amarraboyo 95 Anís 13 Anón 89 Annona squamosa 89 -Viñón 89 -Saramuyo 89 Anoncito de lumbí 139 Anón de monte 137, 150 Ryania speciosa 137 -Guayabilla 137 Anones 109 Anturio(s) 21, 23, 27, 95, 140 Anthurium sp. 23, 27 Aráceas 23,31, 125 Anturios negros 31, 70 Anthurium caramantae 31 Anthurium cabrerense 31 Apio 45 Araucarias 81 Arazá 88 Árbol de la cruz 59, 143 Brownea grandiceps 59
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Arboloco 14, 15, 16, 77, 78, 79, 140, 154 Montanoa quadrangularis 15,16, 77 Asteráceas 15, 23, 24, 47, 55, 69, 79 Arditos 109 Aristolochia mariquitensis 139 Aristolochia cordiflora 139 Aromo 60 Vachellia farnesiana 60 Arracachas 44 Arrayán(es) 22, 23, 25, 60, 66, 81, 95, 139 Myrcianthes leucoxyla 23, 25, 81 Eugenia sp.25 Eugenia biflora 60 Myrcia popayanensis 60 Mirtáceas 23, 47, 87 Arroz 13,15, 45, 48 Oryza sativa 15 Poáceas 15, 39, 40, 103 Arveja o Alverja 31, 43, 45, 48, 142 Pisum sativum 43 Avena 45
B
Badea 84, 87, 88, 89 Passiflora quadrangularis 84, 87 -Parcha real 89 Balaústre 111, 113 Centrolobium paraense 111, 113 Fabáceas 15, 39, 79, 111 Bálsamo 111, 113 Myroxylon balsamum 111, 113 Fabáceas 15, 39, 79, 111 Balso 35, 95, 141 Ochroma pyramidale 35 -Balso Blanco 73, 95, 95, 144 -Pestaña de mula 73, 95, 144 Heliocarpus americanus 73 Balú 31 Erythrina edulis 31 -Chachafruto 31, 73 Bambú 40, 60, 141, 143 Bambusoideae 40 Bambusa vulgaris 60
Bambú wami 62 Bambusa vulgaris cv. Wami 62 Bambúes 15, 26, 29, 60, 63, 101, 103, 104, 143 -Guadua amarilla o bambú 103 Bambusa vulgaris 103 Gramíneas 26, 39, 103, 125 Poáceas 15, 39, 40, 103 Bambú gigante 103 Gigantochloa sp. 103 Poáceas 15, 39, 40, 103 Banano 13, 45, 85, 88, 91, 94 Musa × paradisiaca , 47, 83, 91 Banano murrapito 83, 145 -Plátano bocadillo 144 Musa × paradisiaca 47, 83, 91 Barbasco 125 Polygonum punctatum 125 Barcino 95 Begonias 95, 139 Bejuco 37,68, 69, 107, 114, 150 Bejuco o guaco 139, 143, 152 Bejuco malibú 37, 39 Adenocalymma inundatum 37 Bignoniáceas 15,30, 39, 70, 71, 79 Bejuco tripa de perro 31 Philodendron 31 Bijao 26 Boj 31, 141 Buxus sempervirens 31 Bombacáceas 60 Malváceas 39, 60, 61, 111 Borojó 87, 88, 89 Borojoa patinoi 87, 89 Alibertia patinoi 89 -Apuni 89 Rubiáceas 15, 47, 71, 79, 87, 130, 139 Borrachero 55, 57, 61, 95 Brugmansia sp 55, 57 -Trompetas de la verdad 55 Solanáceas 15, 23, 47, 55, 87 Borrachero rojo 81 Brugmansia sanguínea 81 -Floripondio 81 Bromeliáceas 29, 61, 70, 87, 125
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Ín dic e onom ást ico Sav ia A ndi na Breva 45, 88 Buchones 125 Eichhornia crassipes 125
C
Cacao 13, 15, 94, 131 Theobroma cacao 15 Malvácea 15, 39 Cactus tornillo 138, 150 Cereus forbesii var. spiraliforme 138 Café 13, 15, 28, 42, 44, 46, 47, 57, 69, 70, 71, 74, 76, 80, 87, 88, 91, 92, 93, 95, 102, 115, 131, 144, 150, 152 Coffea arabica, 15, 47, 57, 67, 69, 7, 71, 76, 87, 91, -Caturro 88 Rubiácea 15, 47, 71, 79, 87 Caimito 109 Calabazo 37, 39 Crescentia cujete 37, 39 -Totumo 37, 39, 148 Bignoniácea 15, 39 Calabaza 39 Cucurbita pepo 39 Calatea 92, 95, 145 Calathea roseopicta 92 Camajón 109, 111 Sterculia apetala 111 Malváceas 39, 60, 61, 111 Camargo 95 Cámbulos 13, 15, 74, 79, 92, 95, 131 Erythrina poeppigiana 15, 79, 92 Fabáceas 15, 39, 79, 111 Canela 47 Cinnamomum verum 47 Lauráceas 15, 47, 76, 79, 109, 125 Canelones 25 Drimys granadensis 25 Canimes 109, 111 Copaifera canime 111 Fabáceas 15, 39, 79, 111 Caña 37, 40, 66 Caña de azúcar 10, 11, 13, 15, 42, 88, 93 Saccharum officinarum 10, 11, 15 Poáceas 15, 39, 40, 103
Caoba 111, 113 Swietenia macrophylla, 111, 113 Meliáceas 15, 31, 39, 79, 111 Caparrapí 133, 149 Ocotea caparrapí 133 -Aceite de caparrapí 133 -Aceite de palo 133 -Aceituno 22, 66 Caracolí 68, 69, 71, 79, 138 Anacardium excelsum 71, 79 -Espavel 71 Anacardiáceas 23, 71, 79, 87, 138 Caraño 61 Carbonero 95 Cartucho 56 Digitalis purpurea 56 -Chupamieles 56 -Digitalis 56 Carrizo 39, 40 Arundo donax 39 Poáceas 15, 39, 40, 103 Cascarillos 109 Caucho 68, 131 Caucho blanco 13 Caucho sabanero 29 Ficus andicola 29 Caunces 95 Cebada 13 Cebolla 45, 47, 48, 49 Allium cepa 47 Amarilidáceas 47 Cebolla larga 44, 46,48 Cebolla de huevo 44 Cedrillo 95 Cedros 31, 37, 38, 39, 72, 77, 79, 95, 113, 141 Meliáceas 15, 31, 39, 79, 111 Juglandáceas 31 Cedros caobos 109 Cedro de montaña 29 Cedrela montana 29 Cedro negro 29, 40, 66, 68, 71, 95, 121, 141, 152 Juglans neotropica 29, 40, 53, 71, 77 -Cedro Nogal 53 -Nogal 29, 71, 77, 141
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-Nogal colombiano 95 Juglandáceas 71 Cedros rojos 13, 15 Cedrela odorata 15, 29,37, 38, 39, 71, 77, 79, 113 -Cedro rosado 29, 68 Meliáceas 15, 31, 39, 79, 111 Ceibas 13, 15, 22, 37, 39, 68, 69,88, 130 Ceiba pentandra 15,39 Malváceas 39, 60, 61, 111 Ceiba bonga 109, 111 Ceiba pentandra 109 -Ceiiba 109,111 Malváceas 39, 60, 61, 111 Ceiba tolúa 111, 113 Pachira quinata 111, 113 Malváceas 39, 60, 61, 111 Cerotes 25 Hesperomeles obtusifolia 25 -Mortiños 25 Cidrón 53, 55, 56, 57, 143 Aloysia citriodora 53, 55, 56, 57 Verbenáceas 55 Cilantro 44, 46, 142 Coriandrum sativum 46 Cipreses 81 Ciruela 45, 84, 87, 88 Prunus domestica 84, 87 -Ciruela de clima frío 88 -Ciruela de clima cálido 88 Clavos de olor 47 Syzygium aromaticum 47 Mirtáceas 23, 47, 87 Coca 16, 61 Coco 45, 109 Coliflor 48, 142 Brassica oleracea var. botrytis 48 Cominos 46, 48, 144 Cominum cyminum 47 Apiáceas 47 Comino crespo 11, 15,31, 68, 76, 78, 79, 80, 95, 140, 144, 152 -Comino 15, 78, 95 -Chachajo 95 Lauráceas 15, 47, 76, 79, 109, 125
Copachí 68, 71 Magnolia wolfii 30, 68, 71, 72 -Molinillo 29,31, 68, 71, 72, 79 Magnoliáceas 30, 71, 79 Cordoncillo 57 Piper aduncum 57 Corbón 29 Poulsenia armata 29 Costillos 29, 69, 108, 146 Ampelocera albertiae 29, 108 Cubios 44 Cucaracha 72 Cucurbita ficifolia 152 Cucharo 23, 25, 37,39, 60, 69 Myrsine sp. 23, 25 Myrsine guianensis 37, 39 Clusia sp. 60 -Chagualo 69 Primuláceas 39 Culefierro 31 Couepia chrysocalyx 31 C. platycalyx 31 -Culoefierro 69 -Corderillo 31 Curuba 45, 85, 87,88 Passiflora tripartita 85, 87 Curuba de monte 70 Passiflora parritae 70 Curubos 69 Cycas 60, 61
CH
Chambimbe 60 Sapindus saponaria 60 Chanul 69 Chaquilulo 23, 25 Cavendishia sp. 23, 25 Ericáceas 23, 24 Chusques 13, 69 Chilcos 22, 95 -Negro 95 -Blanco 95
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Ín dic e onom ást ico Sav ia A ndi na Chingalé 70, 71, 105 Jacaranda 70 Jacaranda copaia 71 Bignoniáceas 15, 30, 39, 70, 71, 79 Chipalo 120, 148 Chiriguaco 95 Chirimoya 88 Chitú 109, 111 Malváceas 39, 60, 61, 111 Chonta 39, 41 -Madera de palma 39 Chontaduro 61, 86, 87, 88,89 Bactris gasipaes 61, 86, 87, 89 Arecáceas 28, 39, 71, 79, 87, 111 Chupo 139
D
Dátiles 87, 88, 89 Phoenix dactylifera 87, 89 Arecáceas 28, 39, 71, 79, 87, 111 Desvanecedora 53 Tournefortia fuliginosa 53 Diomate 95, 108, 146 Astronium graveolens 108 -Diomato 95 Dormilones 109, 111 Enterolobium cyclocarpum 111 -Cebollones amarillos 109 -Piñones de oreja 109, 111 Fabáceas 15, 39, 79, 111 Drácula 72 -Vampira 72 Drago 95 Durazno 45
E
Encenillo 11, 22, 23, 25, 69, 78, 78, 95, 140 Weinmannia sp.11 Weinmannia tomentosa 23, 25, 78, 79 -Chirosos 25 Cunoniáceas 23, 79 Eneldo 52, 142
Anethum graveolens 52 Epífitas 125 Escobillos 109 Escobos 131 Espadaña 23 Typha angustifolia 23 -Junco 23 Espermos 109, 111 Hortia brasiliana 111 Fabáceas 15, 39, 79, 111 Espinacas 45 Eucalipto 42, 53, 81 Eucalyptus sp. 53
F
Falso laurel 59, 143 Ficus benjamina 59 Feijoa 85, 87, 88 Acca sellowiana 85, 87 Mirtáceas 23, 47, 87 Ficus 139, 150 Ficus sp. 139 Fique 13, 115, 140, 147, 148 Furcraea cabuya 13 Flecha de agua 28, 141 Sagittaria cf. Montevidensis 28 Florentino 113, 147 Miconia notabilis 113 Flormorado 66 Flor de guayacán de Manizales 73, 144 Lafoencia acuminata 73 Frailejón(es) 13, 15, 42, 69, 98, 125, 155 Espeletia sp. 15 Espeletia argéntea 125 Asteráceas 15, 23, 24, 47, 55, 69, 77, 79 Fresas 13,45, 87, 88 Fragaria sp. 87 Fresno 131 Tecoma stans 81, 131 -Chicalá 131 -Chirlobirlos 81, 131 Fríjol 31, 42, 43, 45, 142, 151 Phaseolus vulgaris 43
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G
Gallito 95, 146 Aristolochia ringens 95 -Guaco 95 Garbanzos 48 Granada 82 Punica granatum 81 Granadilla de piedra 84, 145 Passiflora maliformis 84 -Chulupa 84, 145 Granadilla 87, 88, 139 Passiflora ligularis 87 Guaco 52, 54, 55, 57, 152 Mikania guaco 52, 55, 57 -Huaco 52 Asteráceas 15, 23, 24, 47, 55, 69, 77, 79 Guácimo colorado 69 Guadua, 13, 14, 15, 29, 31,37, 39, 60, 62, 63, 70, 71, 73, 95, 97, 98, 99, 100, 101, 102, 103, 104, 105, 114, 116, 117, 143, 144, 146, 147, 150, 152, 156, 157, 158 Gigantochloa 101 Guadua amplexifolia 103 Guadua angustifolia 15, 39, 40, 62, 63, 75, 99, 100, 101, 102, 103, 104
Bambusa guadua 101 Guadua incana 60 Guadua paniculata 101 Guadua sp. 103 Zamia montana 31 Poáceas 15, 39, 40, 103 Guadua gigante 103 Guadua weberbaueri 103 Chusquea sp. 103 Poáceas 15, 39, 40, 103 Guadua marona 103 Guadua superba 103 Poáceas 15, 39, 40, 103 Guadua recta 101 Gigantochloa 101 Guaduales 9, 14, 38, 70, 97, 99, 150 Guadilla 103 Phyllostachys aurea 103 -Bambú andino 103 Poáceas 15, 39, 40, 103
Guafa 103 Guadua paniculata 103 Poáceas 15, 39, 40, 103 Guáimaros 109 Gualandayes 13, 15, 87 Jacaranda caucana 15 Bignoniáceas 15, 30, 39, 70, 71, 79 Guamas 13, 15, 84 Inga edulis 15, 84 Guamo 66, 131 Guamo macheto 70, 73 Guanábana 45, 85, 87 Annona muricata 85 Anonáceas 87 Guasca 47, 49, 147, 148 Galinsoga parviflora 47, 49 -Pajarito 49 Asteráceas 15, 23, 24, 47, 55, 69, 77, 79 Guásimo colorado 95 Guatamo 56 Dioscorea coriácea 56 Dioscorea sp. 56 Guayaba 45,47, 84, 85, 86 Psidium guajava 47, 84 Mirtáceas 23, 47, 87 Guayaba manzana 88 Guayabos 13, 81, 94 Psidium guajava 81 Guayacán(es) 22, 71, 79, 88, 144 Tabebuia guayacan 57 Handroanthus guayacan 57 Zigofilácea 71 Guayacán amarillo 69, 70, 71, 88 Tabebuia chrysantha 71 Bignoniáceas 15, 30, 39, 70, 71, 79 Guayacán rosado 69, 71, 88 Tabebuia rosea 71 -Flormorado 71 - Ocobo 71 Bignoniáceas 15, 30, 39, 70, 71, 79 Guayusa 62 Ilex guayusa 62, 143 Guevaetoro 69 Guineo 45
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Ín dic e onom ást ico Sav ia A ndi na Gunneráceas 125 Güino 111 Carapa guianensis 111, 113 -Mazábalo 111, 113 Meliáceas 15, 31, 39, 79, 111
H
Haba 31, 48 Habichuelas 45 Helecho 19, 21, 29, 74, 98, 110, 140, 144 Blechum sp. 19 Helecho arbóreo 29, 129 Cyathea 29 -Heliconia berriziana 28 -Heliconia oleosa 28 -Heliconia reptans 28 -Heliconia vellerigera 132 Heliconias 28, 60, 61, 70, 95, 98, 105, 132, 139, 149 Higo 85, 88, 89 Opuntia ficus-indica 89 -Tuna 89 Higuerón 95 Hoja de pantano 21 Gunnera pilosa 21 Hoja de sangre 57 Columnea kalbreyeriana 57 Hojarascos 95 Huesito 60 Malpighia glabra
I
Indiodesnudo 69, 95 -Indio en cueros 69 Ipecacuana 139 Carapichea ipecacuanha, conocida 139 Iraca (Palma) 31, 61, 115, 116, 119, 147, 148, 152 Carludovica palmata 31
J
Jaboticaba 68, 144 Myrciaria cauliflora 68
Jagua 130 Genipa americana 130 Rubiáceas 15, 47, 71, 79, 87, 130, 139 Jazmín del embarcadero 93 Posoqueria latifolia 93 Jigua 60 Cinnamomum sp. 60 Jobos 22, 23 Spondias mombin 23 -Hobo 23 Anacardiáceas 23, 71, 79 Josefina 72 Juanlanas 112 Clematis haenkeana 112 -Pelo de ángel 112 Junco 23, 25, 124, 151 Juncus 23 Schoenoplectus californicus 124 Juncáceas 23 Justarazón 51, 61, 142 Zanthoxylum monophyllum 51 Tachuelo 51, 142
K
Kumkuat 85, 145 -Naranjo enano 145 Fortunella sp. 85
L
Lato 95 Laurel 15, 139, 143 Ocotea sp.15 Lauráceas 15, 47, 76, 79, 109, 125 Laurel 46, 47 Laurus nobilis 47 Laurel 113 Nectandra sp. 113 Laureles 13, 70, 131 Laurel aguacatillo 95 Laurel comino 13, 68, 69, 77, 95, 113 Aniba perutilis 11, 13, 15,31, 76, 77, 78, 79, 80, 113 Lauráceas 15, 47, 76, 79, 109, 125
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Laurel piedro 95 Lecheperra 109, 111 Pseudolmedia laevigata 111 Lechuga 45, 49, 142 Lactuca sativa 49 Lenteja 31, 45 Lianas 12 Líquenes 12, 21, 125 Lima 15, 85 Citrus aurantiifolia 15, 87 Rutáceas 15, 87 Limón(es) 13, 45, 46, 48, 49, 87 , 145 Citrus limón 86, 87 Rutáceas 15, 87 Limoncillo 53 Cymbopogon citratus 53 Loto 30, 141 Nymphaea sp.30 Lulo 45, 47, 83, 85, 87,88, 145 Solanum quitoense 47, 83, 85, 87 Solanáceas 15, 23, 47, 55, 87 Lunaria 152
LL
Llantén 56 Plantago major 56
M
Macadamias 88 Macondo 109, 110, 111 Cavanillesia platanifolia 111 -Árbol de cuipa 109 -Cuipo 111 -Volador 109, 111 Malváceas 39, 60, 61, 111 Madroños 88 Magnolia(s) 27, 68, 69, 71, 72 Magnolia chocoensis 72 M. espinalii 72 M. gilbertoi 72 Magnolia hernandezii 27,29, 71, 72, 77 Magnolia sp.31, 71
M. yarumalensis 72 -Molinillo 77, 95, 79 -Alma negra de ventanas 77 Magnolia polyhypsophylla 77 Zigofilácea 71 Magnolio 30, 141 Magnoliáceas 30, 71, 79 Magnolio de monte 94, Magnolia jardinensis 94, 129, 152 -Centello 94 Magnolio molinillo 95 Copachí 95 Maíz 13, 15, 44, 45, 48, 49, 101, 103 Zea mays 15, 103 -Mazorca 49 Poáceas 15, 39, 40, 103 Majagua 61 Mamey 13, 85, 139 Mammea americana 85 Mamones 22 Mandarinas 88, 145 Mangos 13, 45, 48, 84, 85, 86, 84, 88, 94 Mangifera indica 84, 87 Anacardiáceas 23, 71, 79, 87 Mangostino 88, 150 Maní 48 Mano de oso 69, 95 Manzanas 82, 87 Malus pumila 84, 87 Manzanilla 53, 55, 56 Matricaria recutita 53, 55, 56 -Manzanilla de Castilla 55 Asteráceas 15, 23, 24, 47, 55, 69, 77, 79 Manzanilla común 55 Chamaemelum nobile 55 Manzanillo de arena 84 Hippomane mancinella 84 -Manzanillo de playa 84 -Árbol de la muerte 84 Manzanillo 95 -Pedrohernández 95 Marañones 88 Marfil 76, 79 Isidodendron tripterocarpum 76, 79
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Ín dic e onom ást ico Sav ia A ndi na Trigoniáceas 76, 79 Maracuyá 45,88 Matapalos 29, 77 Coussapoa villosa 29 -Lembo 29 Ficus 77 Matarratón 53, 60, 81, 95 Gliricidia sepium 53, 60, 81 Fraxinus uhdei 81 Melón 49, 88 Melón susuca 84, 144 Sicana odorífera 84, 144 Menta 57 Mentha sp. 57 Mestizo 60 Cupania cinérea 60 Mililones silvestres 25 Hieronyma macrocarpa 25 -Motilón 25 Mimbre 120, 148 Miona 95 -Meona 95 Moco 69 Molinillo 29, 31, 68, 72 Magnolia hernandezii 29, 68, 72, 79 Magnolia sp. 31, 71 Moquillo 23, 25 Saurauia scabra 23, 25 Actinidiáceas 23 Mopa-mopa 118, 147 Mora 45, 49, 85,88 Mora andina 84 Rubus glaucus 84, 87 -Moras de castilla 87 Mutisia clematis 125 Musgos, 12,13, 21 -Mutisia grandiflora 26, 151
N
Naranjas 13, 15, 37,46, 49, 85, 87, 88, 91, 93, 145 Citrus x aurantium 15,37, 91 -Naranja Tangelo 88 -Naranja valencia 93
Rutáceas 15, 87 Naranjo 115, 147 Nazareno 35, 111, 113, 141 Peltogyne purpurea 35, 111, 113 Fabáceas 15, 39, 79, 111 Nelumbo 27, Nelumbo nucifera 27 Nenúfares 98 Nigüitos 72 Nísperos 13, 88 Manilkara zapota 15 Sapotácea 15 Nogal 41, 125, 131, 141 Juglans neotropica 125 Juglans regia 41 Cordiáceas 71 Nogal cafetero 68, 71, 94, 95, 146 Cordia alliodora 71 Ficus insípida 94
O
Odontoglossum luteopurpureum 125 Ojo de buey 37, 141 Mucuna sp. 37 Olivas 48 Olletos 31 -Olla de mono 31 Lecitidácea 31 Orégano 46, 47, 48 Origanum vulgare 47 Lamiáceas 47, 55 Orquídeas 13, 21, 23, 24, 25, 29, 31, 70, 72, 95, 98, 105, 125, 127, 129, 149, 151, 152, 153 Cattleya sp. 23 Cymbidium sp. 127 Cattleya trianae 70, 129 Epidendrum ibaguense 31, 151 Orquidáceas 23 Otobos 31 Otoba lehmanni 31
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P
Palmeras 13, 26, 110 Ceroxylon 26, 156 Palmas 28, 61, 69, 87, 96, 111, 129, 150, 151, 155 Aiphanes buenaventurae 28 Aiphanes leiostachys 28 Ceroxylon parvifrons 28 Ceroxylon quindiuense 28 Ceroxylon sasaimae 28 Ceroxylon vogelianum 28 Reinhardtia koschnyana 28 Wettinia castanea 39 Arecáceas 28, 39, 71, 79, 87, 111 Palma africana 61 Elaeis guineensis 61 Palma abanico 61 Pritchardia pacifica 61 Palma barrigona 109, 111 Iriartea deltoidea 111 Arecáceas 28, 39, 71, 79, 87, 111 Palma botella 61 Roystonea regia 61 Palma de cera 18, 65, 67, 69, 73, 79, 80, 95, 123, 143, 160 Ceroxylon quindiuense 67, 73, 79, 80 Arecáceas 28, 39, 71, 79, 87, 111 Palma de corozo 61 Aiphanes horrida 61 -Mararay 61 Palma chambira 61 Astrocaryum chambira 61 Palma de corozo grande 61 -Corozo 61 Acrocomia aculeata 61 Palma gerivá 61 Salacca edulis 61 Palma güerregue o güérre 61 Astrocaryum standleyanum 61 Palma maquenque 109, 111 Wettinia sp. Arecáceas 28, 39, 71, 87, 111 Palma macana 69, 70, 71, 95, 137, 149 Wettinia kalbreyeri 71, 137 Arecáceas 28, 39, 71, 87, 111 Palma milpesos 109, 111
Oenocarpus bataua 111 Arecáceas 28, 39, 71, 87, 111 Palma nolí 61 Elaeis oleífera 61 Palo de arco 57 Tabebuia serratifolia 57 Handroanthus serratifolius 57 Pantano 140 Papa, 13, 44, 45, 47,48, 49 Solanum tuberosum 47 Solanáceas 15, 23, 47, 55, 87 Papa amarilla 48 Papaya 45, 49, 84, 88, 145 Carica papaya 84, 88 Caricáceas 87 Papiros 124 Cyperus papyrus 124 Pasiflora arbórea 63 Passiflora arbórea 26, 63 Pasifloráceas 85, 87, 125, 143 Pasto yaraguá 78 Papayo 81 Vasconcellea pubescens 81, 89 -Papayuela 81, 88, 89 Patilla 88 Pecueco 69 Penitente 70, 144 -Chaparro blanco 144 Petrea volubilis 70 Pepo 22 Panopsis polystachya 22 -Yolombo 22, 140 Peras 84, 87, 89 Pyrus communis 84, 89 Pimentón 45, 142 Capsicum annuum 45 Pimienta 46, 47, 48 Piper nigrum 47 Piperáceas 47 Pinos 31, 77, 81, 120, 144, 148 Podocarpus oleifolius 31, 77 Prumnopitys montana31 Pinus patula 76, 77 Coníferas 31
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Ín dic e onom ást ico Sav ia A ndi na Pino romerón 72, 75, 77, 95, 144 Retrophyllum rospigliosii 31, 72, 75 -Pino colombiano 31, 72, 77, 95, 144 -Chaquiro 31, 70, 95 Podocarpáceas 79 Piñas 13, 45, 49, 84, 85, 87, 88 Ananas comosus 84 Bromeliáceas 29, 61, 70, 87, 125 Pisquín 95 Pitahaya 85, 88 Selenicereus megalanthus 85 Pitanga 61, 143 Eugenia uniflor 61, 143 Plantas carnívoras 129 Plátano 13, 45, 47, 48, 66, 74, 85, 93, 115, 120, 148 Musa x paradisiaca 47, 83, 91 Musáceas 47 Poleo 46, 48 Pomarrosos 66 Pomelo 83, 145 Citrus máxima 83 -Toronja 83 Pompas 53 Gomphocarpus fruticosus 53 Pringamosa 95 Puy 36 Tabebuia sp.36 , 79 -Guayacán 79 -Polvillo 36, 141 Bignoniáceas 15, 30, 39, 70, 71, 79
Q
Quina 13, 15, 32, 51, 79, 81, 122, 139, 142, 152 Cinchona officinalis 79, 81 Cinchona pubescens 51, 152 Cinchona sp. 15 Rubiáceas 15, 47, 71, 79, 87, 130, 139 Quina amarilla 79, 139 Cinchona pubescens 79, 81 Quina anaranjada 79, 139 Cinchona lancifolia 79 -Quina 79 -Primitiva 81
-De Loja 81 Quina blanca 81, 139 Quina roja 79, 81 Cinchona pitayensis 79 Quino 31 Cinchona pubescens 31
R
Remolacha 45, 46, 142 Beta vulgaris 46 Repollo 42, 43, 142 Brassica oleracea 43 Roble(s) 9, 13, 14, 68, 69, 71, 76, 77, 78, 109, 140, 152, 159 -Robledal 12, 14 Roble andino 13 Roble colombiano 71, 79, 111, 113 Quercus humboldtii 12,13, 15, 71, 77, 79, 111, 113 -Roble de tierra fría 15, 71, 95, 113 Fagáceas 15, 71, 79 Roble negro 77, 79 Trigonobalanus excelsa 77 Colombobalanus excelsa 79 Romero 47, 54, 55 Rosmarinus officinalis 47, 54, 55 Lamiáceas 47, 55 Rosas 87, 125 Rosa sp 87 Rosáceas 77, 87 Ruda 52, 54 Ruta graveolens 52, 54 Ruta chalepensis 54
S
Sábila 55, 56 Aloe vera 55, 56 -Penca de sábila 56 Xantorreáceas 55 Salvia 53, 55, 57, 142 Austroeupatorium inulaefolium 53 Salvia scutellarioides 53 Salvia sp. 55, 57 Lamiáceas 47, 55
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Samán 68, 94, 95 Sandías 44 Citrullus lanatus 44 Sangregao 60 Croton gossypiifolius 60 Santamaría 57 Critoniella acuminata 57 -Gerillo 57 Sarro 70, 95, 144 Dicksonia sellowiana -Helecho arbóreo 70 Sauce 55, 56 Salix humboldtiana 55, 56 Salicáceas 55 Sauco 53, 55 Sambucus nigra 53,55 Adoxáceas 55 Sauco de monte 95 -Doblador 95 Sietecueros 19, 23, 25, 69, 125, 140 Tibouchina mollis 19 Tibouchina lepidota 23, 25 -Mayo 19 -Pucasacho 19 Melastomatáceas 23 Silbo 95 -Granizo 95 Sparganium 23 Tifáceas 23
T
Tabaco 13, 15, 23 Nicotiana tabacum 15, 23 Solanáceas 15, 23, 47, 55, 87 Tabaquillos 22, 23, 95 Macrocarpaea sp. 23 Gentianáceas 23 Tamarindos 13, 15, 86, 88 Tamarindus indica 15, 86 Té de Bogotá 81 Symplocos theiformis 81 Tinto 23
Monnina sp. 23 Poligaláceas 23 Tomate 44, 45, 47, 48 Lycopersicon esculentum 47 Solanáceas 15, 23, 47 Tomate de árbol 45, 47, 49, 85, 87, 88, 152 Solanum betaceum 47, 85 Solanáceas 15, 23, 47, 55, 87 Tomillo 46, 47, 48 Thymus vulgaris 47 Lamiáceas 47, 55 Torito 72 Toronja 88 Toronjil 55, 56 Melissa officinalis 55, 56 Lamiáceas 47, 55 Totocal 60 Achatocarpus nigricans 60 Totora 23, 25 Schoenoplectus californicus 23 Typha sp. 25 -Junco 23 Ciperáceas 23 Trébol 37, 39 Platymiscium pinnatum 37, 39 -Guayacán trébol 39 Fabáceas 15, 39, 79, 111 Trigo 13, 45 Tripaeperro 121, 148 Tulipán africano 69, 71 Bignoniáceas 15,30, 39, 70, 71, 79 Spathodea campanulata 71 Turmaemico 69
U
Uchuva 84, 85, 87, 88 Physalis peruviana 84, 87 Solanáceas 15, 23, 47, 55, 87 Ullucos 44, 142 Ullucus tuberosus 44 Uné 81 Daphnopsis bogotensis 81 Urapa 81
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Ín dic e onom ást ico Sav ia A ndi na Citharexylum subflavescens 81 -Cascarrillo 81 -Garagay 81 Urapanes 72 Uva 85, 86, 140, 145 Vitis vinífera 85 -Uva camarona 153 Uva de monte 13
V
Syagrus sancona 61 -Sarare 61 Zapatico de obispo 72 Zapote(s) 13, 84, 85,88 Pouteria sapota 15, 84 Sapotácea 15 Zarzamoras 87 Rubus ulmifolius 87 Zurrumbo 29, 60, 95 Trema micrantha 29, 60, 152
Vainilla 45 Vainillo 81 Senna spectabilis 81 Venturosa 60 Lantana cámara 60 Verdenazo 95 Vitoria 85 Cucurbita pepo 85
Y
Yagé 61 Yarumo 66, 69, 71, 72, 95, 131, 140, 152 Cecropia peltata 71 Urticáceas 71 Yarumo blanco 68, 71 Cecropia telenitida 71 Urticáceas 71 Yarumos plateados 14 Cecropia telenitida 14 Yerbabuena 46, 48, 53, 55, 57 Mentha x piperita 53, 55, 57 Lamiáceas 47, 55 Yolombo 69, 73, 140 Panopsis yolombo 69 Yopo 61
Z
Zamias 60, 61, 129 Zanahoria 45, 48 Zanca de mula 95 Zancona 61
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Nocturno Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales. Sobre las hojas de plátano,
sobre las altas ramas de los cámbulos,
ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima que crece las acequias y comienza a henchir los ríos
que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales.
La lluvia sobre el cinc de los tejados
canta su presencia y me aleja del sueño
hasta dejarme en un crecer de las aguas sin sosiego,
en la noche fresquísima que chorrea por entre la bóveda de los cafetos
y escurre por el enfermo tronco de los balsos gigantes.
Ahora, de repente, en mitad de la noche ha regresado la lluvia sobre los cafetales
y entre el vocerío vegetal de las aguas
me llega la intacta materia de otros días salvada del ajeno trabajo de los años.
Álvaro Mutis (1923 - 2013)
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Los cinco tomos de Colección Savia fueron producidos desde 2011 hasta 2017. Cerca de treinta personas (periodistas, botánicos, fotógrafos, ilustradores, biólogos, diseñadores, documentadores, correctores, guías de campo) participaron en este trabajo. Un promedio de 4.400 ejemplares por cada volumen fueron impresos y todos entregados en donación a bibliotecas públicas, centros de documentación y público interesado. Para la elaboración de este inventario se realizaron veintiséis expediciones botánicas a puntos de la geografía colombiana en donde las averiguaciones nos indicaron que allí estaba el patrimonio vegetal más representativo. Por carreteras establecidas y por caminos inventados; por ríos renombrados y por raudales sospechosos. Nos dejamos ir por ahí, guiados por el olfato y el deseo y fueron casi treinta mil los kilómetros los que escudriñamos y más de venticinco mil las fotografías que tomamos. Un recorrido que nos deslumbró. Un resultado que nos satisface. t
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La Colección Savia
está compuesta en caracteres
Bauer Bodoni y Adobe Caslon Pro.
La primera de estas tipografías es una versión
de Heinrich Jost diseñada en 1926, basada en el diseño
original que el tipógrafo italiano Giambattista Bodoni realizó
en 1790. La segunda corresponde a una versión de Carol Twombly,
basada en el estudio de la tipografía original que el inglés William Caslon
produjo en 1725. Esta obra está impresa en papel Bodonia del molino Fedrigoni,
producido con papel proveniente de bosques cultivados. Cumple con los requisitos
del Consejo de Administración Forestal, con sede en Bonn, Alemania, la ong dedicada al cuidado de los bosques. Está fabricado en pura pulpa e.c.f. y no usa cloro elemental. Está libre de ácidos y de metales pesados. Este cuarto tomo se terminó de imprimir el 22 de marzo de 2016 en los talleres de Panamericana, Bogotá, Colombia.
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Tomo V
Savia
Andina
Inventario botánico de Colombia
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Andina In v en ta r io
botá n ico
de l a r egión
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