Modernidad bajo sospecha : Salas Barbadillo y la cultura material del siglo XVII: Salas Barbadillo y la cultura material del siglo XVII 8400087062, 9788400087067

La narrativa del primer tercio del siglo XVII da cuenta de algunos de los más importantes cambios sociales ocurridos a l

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Spanish Pages 208 [209] Year 2008

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Table of contents :
ÍNDICE
Prefacio
Fetiches e idolatrías en la cultura áurea
Nuevos ambientes, nuevos vocabularios
Academias, parnasos y el discurso culinario como crítica
La contaminación del espacio utópico
Cuerpo y ajuar: la reescritura del matrimonio como identidad personal
Epílogo: 400 años de fantasía (1603-2005)
Bibliografía selecta
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Modernidad bajo sospecha : Salas Barbadillo y la cultura material del siglo XVII: Salas Barbadillo y la cultura material del siglo XVII
 8400087062, 9788400087067

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enrique garcía santo-tomás

ANEJOS DE LA REVISTA DE LITERATURA Últimos títulos publicados

Modernidad bajo sospecha I SBN 978 - 84 - 00 - 08706 - 7

anejos de revista de literatura

Ilustración de cubierta: Bodegón con dulces y recipienntes de cristal, óleo sobre lienzo (52 x 88 cm). Juan van der Hamer y León. Museo Nacional del Prado.

Salas Barbadillo y la cultura material del siglo xvii

55.—ESPACIOS DE LA COMUNICACIÓN LITERARIA, por Joaquín Álvarez Barrientos (ed.), 228 págs. 56.—IMÁGENES DE LA EDAD MEDIA. LA MIRADA DEL REALISMO, por Rebeca Sanmartín Bastida, 638 págs. 57.—ESPACIOS DEL DRAMA ROMÁNTICO ESPAÑOL, por Ana Isabel Ballesteros Dorado, 288 págs. 58.—EL HUMOR VERBAL Y VISUAL DE LA CODORNIZ, por José Antonio Llera, 448 págs. 59.—PEDRO ESTALA, VIDA Y OBRE. UNA APORTACIÓN A LA TEORÍA LTERARIA DEL SIGLO XVIII ESPAÑOL, por María Elena Arenas Cruz, 528 págs. 60.—ÁLVARO CUNQUEIRO. EL JUEGO DE LA FICCIÓN DRAMÁTICA, por Ninfa Criado Martínez, 216 págs. 61.—EL RENACIMIENTO ESPIRITUAL. INTRODUCCIÓN LITERARIA A LOS TRATADOS DE ORACIÓN ESPAÑOLES (1520-1566), por Armando Pego Puigbó, 224 págs. 62.—EL CONCEPTO DE MATERIA EN AL TEORÍA LITERARIA DEL MEDIEVO. CREACIÓN, INTERPRETACIÓN Y TRANSTEXTUALIDAD, por César Domínguez, 232 págs. 63.—PENSAMIENTO LITERARIO DEL SIGLOXVIII ESPAÑOL. ANTOLOGÍA COMENTADA, por José Checa Beltrán, 342 págs. 64.—PARA UNA HISTORIA DEL PENSAMIENTO LITERARIO EN ESPAÑA, por Antonio Chicharro Chamorro, 356 págs. 65.—VIDAS DE SABIOS. EL NACIMIENTO DE LA AUTOGRAFÍA MODERNA EN ESPAÑA (1733-1849), por Fernando Durán López, 516 págs. 66.—DE GRADO O DE GRACIAS. VEJÁMENES UNIVERSITARIOS DE LOS SIGLOS DE ORO, por Abraham Madroñal Durán, 532 págs. 67.—DEL SIMBOLISMO A LA HERMENÉUTICA. RECORRIDO INTELECTUAL DE PAUL RICOEUR (1950-1985), por Daniel Vela Valloecabres, 192 págs. 68.—DE AMOR Y POLÍTICA: LA TRAGEDIA NEOCLÁSICA ESPAÑOLA, por Joseh Maria Salla Valldaura, 552 págs. 69.—DIEZ ESTUDIOS SOBRE LITERATURA DE VIAJES, por Manuel Lucena Giraldo y Juan Pimentel Igea (eds.), 260 págs. 70.—DOSCIENTOS CRÍTICOS LITERARIOS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX, por Frank Baasmer y Francisco Acero Yus (dirs.), 904 págs. 71.—TEORÍA/CRÍTICA. HOMENAJE A LA PROFESORA CARMEN BOBES NAVES, por Miguel Ángel Garrido y Emilio Frechilla (eds.), 464 págs. 72.—MODERNIDAD BAJO SOSPECHA: SALAS BARBADILLO Y LA CULTURA MATERIAL DEL SIGLO XVII, por Enrique García Santo-Tomás, 208 págs.

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Csic

Enrique García Santo-Tomás

Modernidad bajo sospecha

Salas Barbadillo y la cultura material del siglo xvii

El presente libro explora cómo la narrativa del primer tercio del siglo xvii da cuenta de algunos de los más importantes cambios sociales ocurridos a la luz de los procesos económicos asociados al desarrollo de Madrid como centro metropolitano. Se detiene para ello en la figura del escritor madrileño Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo (1581-1635) —quizás el narrador áureo más olvidado por la crítica moderna— desde una doble motivación: por una parte, debido a la necesidad de un estudio abarcador sobre su obra y la puesta al día de la bibliografía existente, lo cual llevaba esperando ya más de tres décadas; por otra, por el enorme interés que presentan casi todas sus piezas para el estudio de la novela aurisecular así como de la realidad que se plasmó en tan personales retratos. Es ésta, por tanto, una lectura completamente nueva del legado artístico de Salas, siempre atento a los procesos de consumo en este mercado tan generoso como fue el Madrid barroco. Con ello se pretende no sólo dar a conocer una producción literaria de enorme interés, sino también abrir nuevas vías críticas a partir del estudio de la cultura material del xvii desde la voz de uno de sus más fascinantes cronistas.

Enrique García Santo-Tomás es Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Michigan, Ann Arbor. Es autor de un centenar de publicaciones sobre literatura y cultura áureas, entre las cuales destacan La creación del «Fénix»: recepción crítica y formación canónica del teatro de Lope de Vega (2000), por la que recibió el «Premio Moratín de ensayo a la investigación teatral» (2001), y Espacio urbano y creación literaria en el Madrid de Felipe IV (2004), ganador del «Premio de Investigación Municipal Antonio Maura, Villa de Madrid» (2005). Es editor de El teatro del Siglo de Oro ante los espacios de la crítica (2002), Cervantismos americanos (2005), De puertas adentro: espacios domésticos en la literatura áurea (2006) y Materia crítica: formas de ocio y consumo en la cultura áurea. Ha preparado ediciones críticas de Las bizarrías de Belisa (2004) y Arte nuevo de hacer comedias (2006) de Lope de Vega, La hija de Celestina (2008) de Salas Barbadillo y Don Gil de las calzas verdes (2008) y Amar por arte mayor (en prensa) de Tirso de Molina. Es también asesor editorial para prensas especializadas de ambos lados del Atlántico, miembro del comité editorial de revistas como Iberoamericana, Bulletin of the Comediantes y Teatro de palabras, traductor y autor de dos libros de poesía. En 2007 fue galardonado con una beca de la John Simas Guggenheim Memorial Foundation.

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

Modernidad bajo sospecha Salas Barbadillo y la cultura material del siglo xvii

ANEJOS DE LA REVISTA DE LITERATURA, 72

Director Miguel Ángel Garrido Gallardo, Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. CSIC Secretario José Checa Beltrán, Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. CSIC Comité Editorial Luis Alburquerque García, Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. CSIC Joaquín Álvarez Barrientos, Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. CSIC Paloma Díaz Mas, Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. CSIC Pura Fernández Rodríguez, Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. CSIC Carmen Menéndez Onrubia, Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. CSIC María del Carmen Simón Palmer, Instituto de Lengua, Literatura y Antropología. CSIC Consejo Asesor Alberto Blecua, Universidad Autónoma de Barcelona Jean-François Botrel, Universidad de Rennes (Francia) Dietrich Briesemeister, Universidad de Jena (Alemania) Manuel Criado de Val, CSIC Alan D. Deyermond, Universidad de Londres Aurora Egido, Universidad de Zaragoza Mauricio Fabbri, Universidad de Bolonia Víctor García de la Concha, Universidad de Salamanca Alfredo Hermenegildo, Universidad de Montreal Jo Lavanyi, Universidad de New York José Carlos Mainer, Universidad de Zaragoza Emilio Miró González, Universidad Complutense de Madrid Francisco Rico Manrique, Universidad Autónoma de Barcelona Elías S. Rivers, Universidad de Suny at Stone Brook (New York) Leonardo Romero Tobar, Universidad de Zaragoza

Enrique García Santo-Tomás

Modernidad bajo sospecha Salas Barbadillo y la cultura material del siglo xvii

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS INSTITUTO DE LENGUA, literatura y antropología MADRID, 2008

Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, asertos y opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, sólo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.

Catálogo general de publicaciones oficiales http://www.060.es

MINISTERIO DE CIENCIA E INNOVACIÓN

© CSIC © Enrique García Santo-Tomás NIPO: 472-08-072-0 MINISTERIO DE CIENCIA E INNOVACIÓN ISBN: 978-84-00-08706-7 Depósito Legal: M-47880-2008 Compuesto y maquetado en el Departamento de Publicaciones del CSIC Impreso en: Gráficas/85, S.A. (Madrid) Impreso en España. Printed in Spain

A Joyce

ÍNDICE PREFACIO..........................................................................................................................

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   I. 

 ETICHES E IDOLATRÍAS EN LA CULTURA ÁUREA.................................. F 1. Cánones, literatura, cultura material.................................................................... 2. Transacciones, mercados y objetos de consumo.................................................. 3. Fetiches e idolatrías en la literatura del siglo xvii. ..............................................

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  II. 

 UEVOS AMBIENTES, NUEVOS VOCABULARIOS........................................ N 1. Biografía y metrópolis: Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo (1581-1635)....... 2. «Miseria de este siglo»: Don Diego de noche y otros paisajes misantrópicos..... 3. El gallardo Escarramán, del homenaje a la geopolítica . ...................................

57 57 66 75

III.  A  CADEMIAS, PARNASOS Y EL DISCURSO CULINARIO COMO CRÍ­ TICA . ................................................................................................................. 1. Literatura y urbanidad en 1620: el espíritu burgués en Casa del placer honesto..... 2. La estafeta del Dios Momo entre la bodega y el bodegón .................................. 3. El banquete literario en Coronas del Parnaso y Platos de las Musas.................

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 A CONTAMINACIÓN DEL ESPACIO UTÓPICO............................................ L 1. «Indecente contratación»: El coche mendigón y la poética de la enfermedad.... 2. La lonja de San Felipe o la supresión del excedente........................................... 3. Cómica cosmética: de Corrección de vicios a El curioso y sabio Alejandro......

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  V.  C  UERPO Y AJUAR: LA REESCRITURA DEL MATRIMONIO COMO IDENTIDAD PERSONAL....................................................................................... 1. El sagaz Estacio, marido examinado y el discurso mercantil.............................. 2. La erótica de la manipulación en La sabia Flora, malsabidilla.......................... 3. Acumulaciones: El cortesano descortés, coleccionista.......................................

155 155 167 173

EPÍLOGO: 400 AÑOS DE FANTASÍA (1603-2005).......................................................

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BIBLIOGRAFÍA SELECTA.............................................................................................

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 IV. 



Siempre nos aficionamos más a aquello que no entendemos, y ponemos la autoridad en muchas cosas que, si preguntamos por qué son buenas, no se sabe más respuesta que disculparse con la costumbre que así las introdujo. Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo Le superflu, chose très nécessaire. Voltaire

Prefacio Modernidad bajo sospecha: Salas Barbadillo y la cultura material del siglo xvii explora cómo la narrativa del primer tercio del siglo xvii da cuenta de algunos de los más importantes cambios sociales ocurridos a la luz de los procesos económicos asociados al desarrollo de Madrid como centro metropolitano. Se detiene para ello en la figura del escritor madrileño Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo (1581-1635) porque su legado literario, de enorme relevancia para conocer esta época, no goza de un estudio monográfico desde mediados de la década de los setenta, en la cual se publicaron cuatro breves libros que hoy resultan, a todas luces, insatisfactorios. Su figura constituye, en este sentido, una anomalía dentro de la crítica contemporánea, que ha sabido rescatar a algunas de sus plumas más excelsas —Castillo Solórzano o María de Zayas, por dar tan sólo dos nombres— pero que ha dejado a nuestro autor en una situación de olvido absoluto. Las diversas tesis doctorales inéditas de los últimos veinte años —algunas de las cuales, por cierto, de entre lo mejor de su legado crítico— demuestran que sigue siendo, como lo fue en su momento, un autor apreciado por el lector serio. Frente a esta lamentable negligencia histórica, su producción narrativa, de indudable calidad, tiene mucho que contar acerca del parnaso literario de su momento y de las condiciones materiales en las que se fue modelando su entorno durante estos años decisivos. Sorprende de igual manera que, de una obra tan amplia y variada —unas setenta y cinco piezas de diversa extensión y naturaleza—, apenas se hayan comentado a fondo no más de media docena en estos primeros cuatro siglos de crítica. Textos como Fiestas de la boda de la incasable malcasada o El caballero puntual apenas gozan de ediciones fiables, al tiempo que un testimonio de senectud como es Coronas del Parnaso y Platos de las Musas, de no menor importancia que el Viaje del Parnaso cervantino o el Laurel de Apolo de Lope de Vega, sigue hoy sin gozar de una edición moderna. La crítica literaria y los proyectos editoriales, tan sensibles a

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inercias culturales y económicas muchas veces injustificables, no han logrado rescatar debidamente a nuestro escritor madrileño, en un canon exegético que se sigue apoyando en la sobrecarga interpretativa de los mismos autores de siempre. Hacia esta restauración crítica se dirige el presente libro, a través de una aproximación que ordena el trabajo de archivo efectuado a lo largo de los últimos años con una serie de aproximaciones teóricas que permitan extraer lo más sugerente de su producción literaria. Como complemento a las tesis propuestas en sus diferentes capítulos, el amplio rastreo efectuado de las numerosas ediciones y versiones de los diferentes textos publicados por el madrileño provee al lector de la bibliografía más completa y actualizada que existe sobre Salas Barbadillo hasta el momento. Algo que no hace este libro, sin embargo es buscar un sentido de coherencia en su obra, que explique las causas y los efectos de tal o cual influencia, o que trace una cronología que permita identificar una evolución interna. No existe tal cosa en Salas, cuyo ritmo de publicación fue determinado por la ayuda de sus mecenas, por su siempre inestable situación económica y por su precaria salud en los últimos años de vida. Más interesado en experimentar que en perfeccionar, el madrileño nos brinda al inicio de su carrera la que es considerada su obra maestra —La hija de Celestina, a tenor del interés suscitado en sus primeros cuatrocientos años—, para luego atravesar numerosos altibajos de éxito y reputación durante el resto de su vida. Por añadidura, uno de los asuntos que más sorprende a quien se acerque por primera vez a su obra es que una gran parte de su producción se publica en el bienio de 1620-1621, como si su musa se acelerara durante estos escasos meses. La explicación de tal circunstancia, que nada tiene que ver con la fecundidad —pues muchos textos llevaban años esperando ver la luz— radica no tanto en la inspiración personal como en la benevolencia de mecenas y amigos, así como en determinados momentos de bonanza y buena suerte que permitieron dar todas estas creaciones a imprenta. Como ya bien sabe el lector aficionado a la literatura de este período, se trata de un fenómeno que no es exclusivo de nuestro autor. Esta irregularidad, acompañada de la violencia simbólica que se sintió durante las beligerantes polémicas literarias de la década de los veinte en Madrid, generó en Salas un cierto sentimiento de inseguridad, pese a que fuera en su momento uno de los ingenios menos atacados por sus correligionarios. En la carta que Apolo le dirige en Coronas del Parnaso y Platos de las Musas (1635), el madrileño ensayará una sincera evaluación de sus talentos literarios a través de lo que pudo y no pudo hacer: Porque sé que sois más bien intencionado, que buen Poeta, beneficio que debéis agradecer mucho al Cielo, porque la parte Poética de que estáis bien falto, la tienen hoy muchos más para injuriar y ofender con ella a los varones modestos, y virtuosos, que para ejercitarse en la alabanza de sus virtudes heroicas, fin último, y el más noble de la Poesía.    Op. cit., fols. 36 r.-v. Me he valido del ejemplar existente en la Biblioteca Nacional de Madrid, signatura R/4621.

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Resultaría por ello fatuo y, a todas luces, erróneo, ceñirse a un criterio de evolución lineal, y en consecuencia he optado por ordenar el análisis a través de constelaciones temáticas y no cronológicas. He logrado así establecer conexiones no vistas antes entre textos, dando cuenta de lo que fueron algunas de las más acuciantes preocupaciones de su autor, tan dado a la recurrencia y a la variación sobre un mismo tema. Bajo el título de Fetiches e idolatrías en la cultura áurea, trazo entonces en el primer capítulo lo que fueron las condiciones económicas y sociales desde las cuales Salas puso en marcha su proyecto literario, siempre atento, desde un prisma frecuentemente crítico, a las fluctuaciones en modas y apetencias por parte del cortesano de su tiempo. Propongo, a raíz de la crítica cultural de las tres últimas décadas, un modelo de lectura que tenga en consideración las posibles «anomalías» —entendidas como todo tipo de resultante extremo, tales como la adicción o el miedo— en las relaciones entre el sujeto y los objetos nuevos o familiares del mercado metropolitano. En este análisis, cuya vertebración metodológica ya fuera inaugurada por Fernand Braudel en libros como Capitalism and Material Life, 1400-1800 (London: Weidenfeld & Nicolson, 1973) hace ya varías décadas, tengo también como referentes nuevos tipos de acercamientos críticos, como por ejemplo el libro editado por Margreta De Grazia, Maureen Quilligan y Peter Stallybrass, Subject and Object in Renaissance Culture (Cambridge: Cambridge University Press, 1996), que recoge una serie de estudios de enorme utilidad centrados en lo que se podría denominar la «vida social de los objetos» de la literatura isabelina, o el sugestivo trabajo de Lena Corwin Orlin, Material London, ca. 1600 (University Park, PA: Pennsylvania State University Press, 2000) para todo lo referente al marco urbano. El capítulo segundo, Nuevos ambientes, nuevos vocabularios, sitúa a Salas Barbadillo en su contexto sociocultural, analizando los mecanismos de violencia física y simbólica que se perciben en sus personajes a través de sus relaciones con el entorno citadino. Centro el estudio en cómo el paisaje nocturno de Madrid—en el cual sabemos que Salas participó activamente—se convierte en el espacio idóneo para la ejecución de las más disparatadas desventuras de sus protagonistas novelescos, con la figura de Don Diego de noche como el paradigma más conocido. Sostengo así que, más allá del influjo cervantino del cual ya se ha escrito sobradamente, es sin embargo la frustración que produce la imposibilidad de controlar el conjunto de fuerzas que se desprenden del crecimiento urbano lo que propicia este tipo de escritura llena de quijotadas y disparates, menos anclada en la fantasía y más cercana a la experiencia personal. A pesar de los peligros inherentes para todo aquel que no sepa interpretar sus estímulos de manera apropiada, Madrid se convierte entonces, como propongo en la última parte del capítulo, en una suerte de apuesta de futuro que desbanca, tanto en su majestuosidad como en su oferta festiva, a la ya decadente Sevilla. Una vez identificadas algunas de estas líneas de fuerza provenientes del ámbito que vivió nuestro autor, paso entonces a ordenar en el tercer capítulo los mecanismos lingüísticos con los que Salas capta y reproduce estas coyunturas. Academias, par-

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nasos y el discurso culinario como crítica explica cómo dos de las más conocidas retóricas ordenantes del momento, a saber, la del parnaso cultural y la del menú poético, se cruzan y se unen ocasionalmente en el intento de construir un canon específico que, al tiempo que asegure una pequeña gloria literaria a sus amigos y admirados, sirva como herramienta para apostar por un tipo concreto de expresión literaria basada en la variedad, la novedad y el despego —ya un tanto manido— a determinadas figuras canónicas. Este canto de libertad, que se articula en piezas como La estafeta del Dios Momo, se lleva muy frecuentemente a cabo mediante el recurso del banquete literario al que acuden clásicos y modernos. Salas se vale con ello de la abundancia y diversidad del nuevo mercado metropolitano, en donde se mezcla el producto nacional con el foráneo, poniendo a prueba de paso los límites y poderes del léxico de la sátira y del homenaje: la diversidad de alimentos y bebidas de la oferta urbana debe ser —y lo es— equivalente a la fabulosa heterogeneidad de sabores literarios. Si tras el capítulo inicial —dedicado, como hemos visto, al marco teórico y concepual— los dos siguientes estaban centrados en el parnaso nacional y en el medio urbano que lo ve madurar, los dos últimos estudian cómo Salas se vuelca sobre los usos y abusos morales y materiales de sus vecinos madrileños. El primero de ellos, titulado La contaminación del espacio utópico, analiza los elementos que atentan contra el buen orden ciudadano a través de tres ingredientes de su paisaje: el coche, la presencia de ex combatientes sin oficio ni beneficio por las calles de la ciudad y el uso desmedido de maquillaje por mujeres y hombres. El segundo, Cuerpo y ajuar: la reescritura del matrimonio como identidad personal, parte de una estrategia crítica distinta, y se centra en un solo tema —el del matrimonio como transacción económica y no como culminación amorosa— para demostrar cómo, en este mercado metropolitano donde todo se compra y se vende, parte del estudio de esta cultura material debe centrarse también en el tráfico de cuerpos. El análisis de textos como La sabia Flora, malsabidilla me permite concluir con una doble tesis: que, frente a lo dicho tradicionalmente, el personaje de la prostituta en los Siglos de Oro no es ni mucho menos marginal; y que, si son abundantes los cuerpos femeninos que circulan como mercancía en este período, también lo serán —al menos para Salas— los cuerpos masculinos, sometidos a la misma incertidumbre y frecuente humillación que los del género opuesto. Son, por consiguiente, cinco capítulos que me permiten ofrecer una nueva lectura no sólo del autor aquí estudiado, sino de lo que fueron los mecanismos de representación de la narrativa de estos primeros compases de siglo: dos capítulos iniciales dedicados al contexto teórico y cultural de este tipo de aproximación; uno central, casi axial, sobre las estrategias de inclusión y exclusión personales en este marco cultural; y dos capítulos finales centrados en la visión de su época por parte del escritor que motiva tal análisis. Y, como complemento final, dos apartados más para no dejar olvidada una de las tareas fundamentales de la crítica: un recuento bibliográfico de lo que ha sido la historia editorial de Salas Barbadillo desde sus

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primeros poemas de alabanza hasta nuestro presente, seguido por una Bibliografía final con lo más relevante de las referencias consultadas para la elaboración de este estudio. *  *  * El libro recoge reflexiones que han visto la luz en trabajos anteriores: «“Dientes postizos”: Salas Barbadillo y el discurso culinario como crítica». Vanderbilt e-Journal of Luso-Hispanic Studies 2 (2005): 157-172; «El potencial dramático de Escarramán». Bulletin of the Comediantes 56. 2 (2004): 269-287; «Salas Barbadillo, materia de teatro». Revista Canadiense de Estudios Hispánicos 29. 1 (2004): 169-186; y «Cultura material y fetiches quevedescos». Edad de Oro XXIII (2004): 417-433, así como el apartado tercero del Capítulo 2 de mi libro Espacio urbano y creación literaria en el Madrid de Felipe IV (Frankfurt y Madrid: Vervuert Iberoamericana, 2004), que aparece aquí ampliado con nuevas reflexiones. Doy las gracias a sus editores por permitir publicar, aunque de manera muy desarrollada, algunas de las ideas de estos trabajos previos. Con el propósito de facilitar la lectura o la consulta de determinados pasajes, los criterios de reproducción de fuentes antiguas han sido simplificados en la medida de lo posible: modernización de grafías en caso necesario, citas en lengua extranjera reducidas al mínimo, y fechas de publicación en las obras citadas. En las notas a pie de página he usado la forma op. cit. con tal sólo el apellido de su autor si la fuente ha sido referida anteriormente; y hago alusión al año de publicación cuando cito más de una referencia del mismo autor para poder así diferenciar las distintas entradas. La bibliografía final recoge tan sólo una parte del volumen total de textos consultados, habida cuenta de que casi todas las referencias han sido incorporadas de forma completa en su momento. He añadido, no obstante, media docena más de estudios seminales que no cito en nota, pero que considero de obligada consulta. Han sido varios años los que han ocupado la gestación de este proyecto, cuya existencia no habría sido posible sin la ayuda prestada por mi institución, la Universidad de Michigan. Agradezco también la colaboración prestada por las dos bibliotecas en las que se llevó a cabo todo el proceso de investigación: la Harlan Hatcher Graduate Library de mi universidad, así como la Biblioteca Nacional de Madrid. Mis agradecimientos también van dirigidos a los amigos que leyeron las diferentes partes del manuscrito, a saber, Jesús Pérez Magallón, Antonio Rey Hazas, Edward H. Friedman e Ignacio Arellano. El libro va dedicado a mi mujer, Joyce, a mi padre, Luciano, y a mi hijo Bruno, precioso como los objetos de este libro, y sin duda la mayor de mis idolatrías. Ann Arbor, invierno de 2007

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I Fetiches e idolatrías en la cultura áurea The representations of the totem are […] more actively powerful than the totem itself. Emile Durkheim, The Elementary Forms of Religious Life A fetish is a story masquerading as an object. Robert J. Stoller, Observing the Erotic Imagination The task is neither to resist not admonish the fetish quality of modern culture, but rather to acknowledge, even submit to its fetish-powers, and attempt to channel them in revolutionary directions. Get with it! Get in touch with the fetish! Michael Taussig, The Nervous System

1. Cánones, literatura, cultura material El presente libro arranca desde un interés por la cultura material del siglo xvii que se remonta ya a varios años de investigación en el campo de la literatura áurea, al tiempo que pretende llenar una laguna crítica en torno a una de sus primeras plumas, Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo (1581-1635), de la que apenas se ha escrito en las últimas tres décadas. Los eclipses sucesivos de la historia literaria han situado a esta figura en un lugar poco menos que marginal, una suerte de perenne semioculta-

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ción de la cual apenas nos han llegado noticias: olvidada tras su muerte y relegada poco menos que al olvido en los siglos xvii y xviii, su obra pareció disfrutar de un breve resurgir editorial a fines del siglo xix y principios del xx, para pasar de nuevo a las tinieblas de lo no-canónico hasta la década de los setenta, en la que gozó de un renacer de escasa duración. Se trata, en efecto, de un legado crítico extraordinariamente irregular pues es escasísima la bibliografía existente, como también lo es el número de ediciones críticas de sus piezas más importantes —las hay, de hecho, que no han sido editadas nunca, como es el caso de Coronas del Parnaso y Platos de las Musas—. Aunque es considerado como uno de los narradores más audaces e innovadores de su tiempo, lo cierto es que su novelística disfrutó de un éxito relativo en su momento si atendemos al número de reediciones —pocas o ninguna— de sus textos más conocidos; compárese su caso, por ejemplo, con el de Alonso de Castillo Solórzano —sobre quien ejerció notable influencia— o Juan Pérez de Montalbán, ambos escritores algo más populares en su tiempo. Frente —o junto— a ellos, Salas no cesó nunca de experimentar con las formas existentes a base de mezclas y eclecticismo, y quizá por ello su obra resultara, como resulta hoy, más difícil de clasificar que la del resto de sus contemporáneos. Fue, para algunos, escritor costumbrista, mientras que para otros fue un narrador de literatura picaresca, siendo para muchos uno de los mejores satiristas de su tiempo, más cercano a la crítica de tipos concretos que a la de   Circunstancia que ha sido en fechas recientes recordada, por dar tan sólo un caso, en Héctor Brioso Santos, «A vueltas con Cervantes, Salas Barbadillo, Quevedo, Góngora y otros. Apuntes sobre una reciente colección de la literatura sobre Escarramán y su baile». En Héctor Brioso Santos, ed., Cervantes y el mundo del teatro. Kassel: Edition Reichenberger, 2007, pp. 317-349, y en particular p. 320. El ar­tículo de Brioso reseña el libro de Elena di Pinto, La tradición escarramanesca en el teatro del Siglo de Oro. Frankfurt, Madrid: Vervuert Iberoamericana, 2005, citado en nuestro trabajo.   Deanna Cornejo-Patterson y Alfred Rodríguez han detectado influencias decimonónicas en «Salas Barbadillo en Martínez de la Rosa: El epitafio jocoso» Romance Notes 36. 3 (1996): 301-304, pero poco más se ha investigado sobre su proyección en el tiempo.    Para una aproximación general al panorama de la novela en el siglo xvii, remito a Caroline B. Bourland, The Short Story in Spain in the Seventeenth Century. Northampton, MA: Smith College Publications, 1927; Edwin B. Place, Manual elemental de novelística española. Bosquejo histórico de la novela corta y el cuento durante el Siglo de Oro. Madrid: Victoriano Suárez, 1926; Walter Pabst, La no­ vela corta en la teoría y en la creación literaria. Notas para la historia de su antinomia en las literatu­ ras románicas. Trad. Rafael de la Vega. Madrid: Gredos, 1972; María del Pilar Palomo, Forma y estruc­ tura de la novela cortesana. Madrid: Planeta / Universidad de Málaga, 1976; Juan Ignacio Ferreras, La novela en el siglo xvii. Madrid: Taurus, 1988; Begoña Ripoll, La novela barroca. Catálogo bio-biblio­ gráfico (1620-1700). Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 1991; Isabel Colón Calderón, La novela corta en el siglo xvii. Madrid: Ediciones del Laberinto, 2001.   Una de sus mayores conocedoras, Willard F. King, ya le definió como «incansable innovador literario» en su Prosa novelística y academias literarias en el siglo xvii. Madrid: Boletín de la Real Academia (Anejo 10), 1963, p. 124; y el capellán real Juan Varona Zapata alabó en su Aprobación a La sabia Flora, malsabidilla (8 de noviembre de 1620) la prodigiosa musa del madrileño, así como lamentó la imposibilidad de encontrar un patrón que le ayudara.    Idea popularizada por uno de sus más tempranos y mejores estudiosos, Edwin B. Place, en «Salas Barbadillo, Satirist». Romanic Review 16-17 (1924-1926): 230-242, y que se recupera por Mary Wood Morris en Quevedo and Salas Barbadillo: Satirists of the Golden Age. Tesis doctoral inédita. Florida State University, 1970; véase también Guy Senzier, «Caracteres y formas de la sátira en Salas Barbadillo». En Jean—Filippi Chalon et al., eds. Melanges a la memoire d’Andre Joucla-Ruau. Aix-en-

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instituciones, a las que siempre mantuvo un cierto respeto por pura necesidad; se adelantó así a lo que serán los cuadros costumbristas de los narradores de la segunda mitad de siglo, como Juan de Zabaleta en El día de fiesta por la mañana y por la tar­ de en Madrid o Francisco Santos y su completo panorama satírico-grotesco del universo urbano: La tarasca de parto en el mesón del infierno y días de fiesta por la no­ che, Los gigantones en Madrid por defuera, y prodigioso entretenido, Las Tarascas de Madrid, y tribunal espantoso o su obra maestra Día y noche de Madrid. Salas escribió algo de teatro, que en muchas ocasiones intercaló en otros textos, pero fue un poeta mediocre, como lo demuestran sus Rimas castellanas o su panegírico Patrona de Madrid restituida. Ensayó novelas «a cajones», comedias en prosa, entremeses, narrativa epistolar, cuentos, teatro en verso, parnasos literarios a la italiana y epigramas al estilo de Marcial que, desde su originalidad formal, nos dan hoy una muy personal visión de la sociedad española de su momento. Junto al Fé­ nix de los ingenios, fue alabado por su fecundidad, por su «facilidad monstruosa», en palabras de Tomás Tamayo de Vargas en su Garcilaso, príncipe de los poetas castellanos, si bien no escapó de alguna que otra crítica. Y es ya sabido que su perfil bohemio y pintoresco —baja estatura, piel morena, actitud burlona y una notoria sordera de vejez cantada en versos amables por sus contemporáneos— fue libremente filtrado en personajes muy teatrales, a medio camino entre el quijotismo y el esperpento.10 Sin embargo, a este genial escritor madrileño nacido no mucho más tarde que Tirso y Quevedo (1581) y fallecido en año lopesco (1635), debe achacársele algún Provence: Université de Provence, 1978, pp. 1109-1118; y Antonio Rey Hazas, «Novela picaresca y novela cortesana: La hija de Celestina de Salas Barbadillo». Edad de Oro 2 (1983): 137-156.   Esta tesis ha sido defendida, entre otros, por Peter Dunn en su Spanish Picaresque Fiction: A New Literary History. Ithaca, NY: Cornell University Press, 1993, p. 297; José Antonio Maravall, en La cultura del Barroco: análisis de una estructura histórica. Barcelona: Ariel, 1975, p. 289, ha ido más lejos al insistir en la naturaleza conservadora de Salas; en cualquier caso, el hecho de que en su madurez sirviera en Palacio o que fuera protegido de algunos de los nobles más influyentes del momento —el Duque de Sessa, por ejemplo— le mantuvo lejos de la crítica a los poderosos.   De sus famosos epigramas —acaso de lo más personal de la obra de Salas— Anthony Giulian escribió que «showed far more originality […] than any Spanish poet of the sixteenth or seventeenth century»; en Martial and the Epigram in Spain in the Sixteenth and Seventeenth Centuries. Philadelphia: University of Pennsylvania, 1930, p. 65; el propio Salas, con un cierto sentimiento de orgullo, sirve epigramas como postre en Platos de las Musas, a los que define como «la fruta del mejor gusto» (op. cit., fol. 35v.).    Apud Edwin B. Place, en su Introducción a La casa del placer honesto, p. 268.   Tal fue el caso de Quevedo, a quien Salas nunca menciona en su obra; sin embargo, sí existen críticas del autor de El Buscón a su contemporáneo, como por ejemplo en La Perinola, al atacar el Para todos de Montalbán y al ridiculizar una serie de ingenios del momento —Jáuregui, Pellicer, Quintana— entre los que también incluye a Salas. 10  En los documentos provenientes del juicio relativo a su altercado con Don Diego de Persia (1610), Salas es definido como «persona de mediano cuerpo barbinegro lampiño moreno de rostro de edad hasta veinte y ocho años poco más o menos según parecía por su aspecto»; lo reproduce Francisco R. de Uhagón, «Introducción», Dos novelas de Don Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo. El cortesano descortés. El necio bien afortunado. Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles, Viuda de Tello e hijos, 1894, p. xxxii.

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que otro préstamo innecesario e incluso ciertos pasajes que bien podrían considerarse simples plagios.11 Para fines del siglo xvii, por ejemplo, ya proliferaban las confusiones entre Salas y otros escritores: tal es el caso de Don Diego de noche (1623), traducida al francés,12 italiano13 e inglés,14 impresa numerosas veces —Barcelona, París, Rouen, Bruselas, Amberes— y atribuida erróneamente a Quevedo. De El sa­ gaz Estacio, marido examinado, se hizo ya una traducción temprana (Paris: Piérre Billaine, 1634) que llevó el título de Le matois Mary ou La Courtizanne attrapée. Comédie en prose. Imitée d’un livre Espagnol intitulé El sagaz Estacio, marido exa­ minado. Et appropriée aux practiques de Paris, y en la cual se cambiaron los nombres y la localización a París, dejando el resto de la pieza como en su original. De manera semejante, la influencia de Salas en autores españoles posteriores fue notable, como atestigua, por ejemplo, el retrato del glotón que hace Juan de Zabaleta en su Día de fiesta por la mañana y por la tarde en Madrid, que tanto debe al personaje de Panza dichosa de El curioso y sabio Alejandro; o los espacios urbanos poblados de figuras grotescas que imaginará, una y otra vez, Francisco Santos en sus novelas madrileñas, y que nos recuerdan al Madrid esperpéntico de El caballero puntual o a Don Diego de noche. De igual manera, su proyección en las letras francesas también se dejó notar en la imitación de Salas que lleva a cabo Paul Scarron en su Les Hypocrites,15 y en la literatura inglesa se dio a conocer muy pronto la traducción de El necio bien afortunado.16 La hija de Celestina, novela que parece marcar un hito en la picaresca femenina del siglo xvii, sigue siendo, en cualquier caso, su pieza más

  Gregory LaGrone, «Some Poetic Favorites of Salas Barbadillo». Hispanic Review XIII (1945): 24-44; «Quevedo and Salas Barbadillo». Hispanic Review X (1942): 223-243; y «Salas Barbadillo and the Celestina». Hispanic Review IX (1941): 440-458. El quevedismo de Salas también ha sido comentado por Myron A. Peyton, Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo. New York: Twayne Publishers, 1973, pp. 159-170. 12  La primera traducción francesa es la de Raclot como Le correur de nuict, ou l’aventurier noc­ turne, Lyon: Paul Burckhardt, 1647, a la que seguirán, como indico en el último capítulo de este libro, varias más. La famosa novela se atribuye a Quevedo unas décadas más tarde en al menos dos traducciones francesas: Les oeuures de Quevedo. Traduction nouuelle. Paris: Gabriel Quinet, 1664; y Le coureur de nuit, ou les neufe aventures du Chevalier Dom Diego, Paris, 1731. 13  Su fortuna al italiano ha sido estudiada por Maria Giovanna Chiesa «Una traduzione italiana del Don Diego de Noche di Salas Barbadillo». Rassegna Iberistica 22 (1985): 29-42. 14   Ver The novels of Dom Francisco de Quevedo Villegas, knight of the order of St. James Faithfu­ lly Englished. Whereunto is added, The marriage of Belphegor, an Italian novel. Translated from Ma­ chiavel. London: Printed for John Starkey, at the Miter in Fleet-street, near Temple-bar, 1671; Edwin B. Place aporta más datos en la Introducción a Casa del Placer honesto. Boulder, CO: University of Colorado, 1927, pp. 293-294, 308. La información completa de sus traducciones se recoge en la «Conclusión» de este estudio. 15  Al asunto le dedicó un estudio P. d’Anglosse, Moliere, Scarron et Barbadillo. Blois, 1888. 16   Véase Jesús Llanos García, «El necio bien afortunado de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, Madrid, 1621/The Fortunate Fool, London, 1670». Francisco Javier Sánchez Escribano, ed., Picaresca española en traducción inglesa (ss. xvi y xvii): Antología y estudios. Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 1998, pp. 149-174. 11

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editada, habiendo eclipsado otras no menos interesantes de las que apenas hoy se habla y escribe.17 ¿Qué decir, entonces, de sus lectores? Más allá de las exhumaciones iniciales en las postrimerías del siglo xviii por José Antonio Álvarez y Baena —quien lo consideró algo mediocre—, de las introducciones a su vida y obra de Eustaquio Fernández de Navarrete, Cayetano Alberto de la Barrera y Leirado, Francisco R. de Uhagón, Cristóbal Pérez Pastor, Emilio Cotarelo, Fritz Holle o Edwin B. Place18 a fines del siglo xix y principios del xx, y salvo artículos sueltos de poca trascendencia a cargo de Gregory LaGrone, estudios modestos aunque útiles de Myron A. Peyton, Leonard Brownstein y Francisco A. Cauz19 y alguna que otra tesis doctoral apenas difundida,20 el estudio más sólido hasta la fecha es la «tesis de estado» de Emile Arnaud,21 que ya goza de más de treinta años. El último cuarto del siglo xx, por desgracia, ha sido particularmente olvidadizo con Salas pues escasísima es, como veremos más adelante, la bibliografía en torno a su obra. Estamos, de hecho, ante una de esas tristes paradojas de la historia literaria: en comparación con otras «restauraciones» críticas recientes como las de María de Zayas o Ana Caro, llevadas a cabo con bastante

17   Véase mi edición en la colección «Letras Hispánicas» de la Editorial Cátedra, 2008, en especial la Introducción, pp. 11-72. 18   Véase José Antonio Álvarez y Baena, Hijos de Madrid, ilustres en santidad, dignidades, armas, ciencias y artes. Madrid: Cano, 1789; Eustaquio Fernández de Navarrete, «Bosquejo histórico sobre la novela española». En Novelistas posteriores a Cervantes. Biblioteca de Autores Españoles, XXXIII. Madrid: Ribadeneyra, 1854, pp. v-c; reimpreso en Madrid: Atlas, 1950; le sigue el volumen 42 (1857), pp. 563-564 con doce epigramas de Salas, y el vol. 45 (1858), pp. 269-267, que reimprime la comedia El galán tramposo y pobre con un pequeño apunte biográfico de Ramón de Mesonero Romanos; Cayetano Alberto de la Barrera y Leirado, Catálogo del teatro antiguo español. Madrid: Ribadeneyra, 1860; Uhagón, op. cit.; Cristóbal Pérez Pastor, Bibliografía madrileña. Parte tercera. Madrid: Tipología de los Huérfanos, 1907; los dos volúmenes de Obras... con la vida y obras del autor. Colección de escri­ tores castellanos. Novelistas. Obras de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo. Ed. Emilio Cotarelo y Mori. El tomo I contiene Corrección de vicios y La sabia Flora, malsabidilla; el tomo II contiene El caballero puntual y Los prodigios del amor. Madrid: Tipología de la Revista de Archivos, 1907 y 1909; el mismo Cotarelo edita sus entremeses en Colección de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojigangas. Madrid: Bailly-Bailliére, 1911, Nueva Biblioteca de Autores Españoles 17, vol. I, pp. 243-302; Fritz Holle, Novelas de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo: La hija de Celestina, La ingeniosa Elena. Strasbourg: Bibliotheca Románica, 1912, núms. 149 y 150; Place, op. cit., 1927. 19   Véase Francisco A. Cauz, La narrativa de Salas Barbadillo. Buenos Aires: Ediciones Colmegna, 1977; Leonard Brownstein, Salas Barbadillo and the New Novel of Rogues and Courtiers. Madrid: Playor, 1974; Peyton, op. cit., 1973; y, del mismo autor, «Salas Barbadillo’s Don Diego de Noche». PMLA LXIV (1949): 484-506. 20   Véase Sherinda Idyll Scherer, The Literary Vision of Alonso de Salas Barbadillo, 1985; Caren Altchek Pauley, Social Realism in the Short Novels of Salas Barbadillo, Céspedes and Zayas, 1985; Iván Páez Rivadeneira, La narrativa de Alonso de Salas Barbadillo: Representación del enfrentamiento estatutario en la corte, 1996; y Dana Lynn Flaskerud, «La sabia Flora malsabidilla» by Alonso Jeróni­ mo de Salas Barbadillo: Introduction, Notes and Edition, 2004 (publicada por la editorial Juan de la Cuesta en el año 2007). Las dos primeras tesis contienen unos completísimos recuentos bio-bibliográficos. 21  Emile Arnaud, La vie et l’oeuvre de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo. Contribution à l’étude du roman en Espagne au début du xviie siècle. Tolouse: Université de Tolouse-Le Mirail, 3 vols., 1979.

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éxito en los últimos veinte años,22 a Salas se le ha deparado un interés mínimo con relación a sus excelsos contemporáneos, quienes le apreciaron y elogiaron en sus cincuenta y cuatro años de vida mucho más, como vamos viendo ya, que en los cuatro siglos siguientes. Sin embargo, su legado nos resulta enormemente útil como documento histórico, ya que no deja de ser una crónica muy personal de la España del siglo xvii y, en concreto, del Madrid del tercer y cuarto Felipe; es, en cierta forma, un testimonio en ocasiones bastante preciso de las desigualdades sociales y económicas de la época que le tocó vivir, fijadas en la escritura desde una perspectiva humorística en unas ocasiones, desencantada en otras. Sobre las calamitosas y estrafalarias vidas de sus damas y galanes de ciudad, que tantas veces ocupan su imaginación literaria, queda todavía mucho que contar, y de ellas se encargarán las páginas de este libro. Mucho debe decirse, por consiguiente, más allá de la ubicua novela La hija de Celestina. La personal construcción de la realidad llevada a cabo por Salas en otras piezas de menor canonicidad, en las cuales cristalizan discursos procedentes de varias tradiciones estéticas, resulta particularmente atractiva para el lector del momento presente, que tiene en el envite interdisciplinario una apertura más de nuevos lenguajes críticos y aproximaciones de estudio; desde los discursos que confirman el ámbito urbano hasta la nueva articulación de la nación y del Estado, desde las numerosas expresiones de cultura material —ropa, joyas, coches, comida, muebles, perfumes…— hasta la imaginería de los nuevos parnasos literarios, su prosa invita a un pormenorizado análisis sobre el universo artístico de la España de los Austrias.23 Prostitutas, vagabundos, eunucos, soldados y holgazanes, poetastros, buscones, arbitristas, tahúres y estudiantes desfilan por un panorama risueño, grotesco, desencantado y crítico en piezas como El sagaz Estacio, marido examinado (1620, si bien escrita hacia 1613), El caballero puntual (1614, 1619) o La sabia Flora, malsabidi­ lla (1621), testimonios de un agudísimo ingenio en estrecho contacto con las nuevas realidades de la corte y con sus geografías públicas o domésticas. Y no sólo son personajes apicarados o cortesanos de dudosa ética los que circulan por sus páginas: Salas perteneció a la Academia de Saldaña y fue también, entre 1617 y 1622, miembro de la Academia Poética de Madrid,24 en donde se asoció con figuras como Lope, 22  A las numerosas ediciones críticas, monografías y artículos de gran utilidad, se añaden dos antologías recientes que pueden resultar de perfecta introducción para el lector no familiarizado con estas voces femeninas: Evangelina Rodríguez-Cuadros y Marta Haro, eds., Entre la rueca y la pluma. Nove­ la de mujeres en el Barroco. Madrid: Biblioteca Nueva, 1999; y Bárbara Mujica, ed., Women Writers of Early Modern Spain. Sophia’s Daughters. New Haven, CT: Yale University Press, 2004. 23  Esta idea ya queda reflejada en mi libro Espacio urbano y creación literaria en el Madrid de Felipe IV. Frankfurt y Madrid: Vervuert Iberoamericana, 2004, p. 63. 24  El fenómeno de las academias literarias ya fue estudiado por José Sánchez en Academias litera­ rias del Siglo de Oro español, Madrid, Gredos, 1961 (para el caso de Salas, véanse las pp. 45, 52, 54, 109). Parece ser que el nombre «académico» de Salas era Salicio, según palabras de Castillo Solórzano recogidas en este estudio; en las academias ficticias se centró Willard F. King en op. cit. (para el caso de Salas, ver pp. 39 y 51); véase también Kenneth Brown, Anastasio Pantaleón de Ribera (1600-1629): ingenioso miembro de la república literaria española, Madrid: Porrúa, 1980; Aurora Egido, Fronteras de la poesía en el Barroco. Barcelona: Crítica, 1990 (especialmente «Poesía de justas y academias»); y,

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Góngora, Quevedo, Pérez de Montalbán, Sebastián Francisco de Medrano —anfitrión de una academia que llevaba su nombre—, Antonio Hurtado de Mendoza, Guillén de Castro, Ruiz de Alarcón, Tirso de Molina, Vélez de Guevara, Castillo Solórzano y Calderón, plasmando muchas de sus inquietudes estéticas en Don Diego de noche (1623), en su novela epistolar La estafeta del Dios Momo (1627) y en su miscelánea póstuma Coronas del Parnaso y Platos de las Musas (1635), divertidísima utopía literaria en donde se han visto influencias de Pietra del Parangone Politico y del Il Ragguagli di Parnaso del anti-español Trajano Boccalini, y en la cual se reúnen clásicos y modernos para rendir homenaje al «poeta» Olivares.25 Es más, sus contactos y relaciones con la Corte lo hacen partícipe de este nuevo panorama cultural en el que no faltan las grandes figuras: ya desde una época temprana serán buenos amigos Fray Hortensio Félix Paravicino y José de Valdivielso, y con doña Ana de Zuazo, camarista de la reina doña Margarita, mantendrá una extensa correspondencia; sus versos aparecen en los Preliminares del Viaje entretenido de Agustín de Rojas Villandrando en la fecha temprana de 1603, en la Elocuencia española de Bartolomé Jiménez Patón (1604), en la antología de Espinosa Flores de poetas ilustres (1605) y en El peregrino en su patria de Lope; de 1608 son los poemas de elogio a Luis Vélez de Guevara y su Juramento al serenísmo Príncipe don Felipe26 y a Francisco Bermúdez de Pedraza y su Antigüedades y excelencias de Granada. De igual manera, serán algunas de las grandes plumas de la literatura española las que le rindan homenaje: Cervantes le elogiará en su Viaje del Parnaso27 —Salas firma la censura de las Novelas ejemplares cervantinas el 31 de julio de 1613— y el madrileño le devolverá el elogio en numerosas ocasiones, incluyendo a Cervantes como co-narrador en El curioso, texto que inserta en El caballero puntual y que también incluirá un intercambio de misivas con el mismo Don Quijote; además, otros ingenios como Juan Yagüe de Salas, Juan Cortés de Tolosa y Cristóbal Pérez de Herrera le alabarán en sus composiciones; la novelita picaresca titulada La niña de los embustes, inserta en su miscelánea Corrección de vicios (1615), inspirará la pieza homónima de Castillo Solórzano, a quien elogiará años más tarde en La huerta de más recientemente, Anthony J. Close, Cervantes and the Comic Mind of his Age. Oxford: Oxford University Press, 2000, pp. 241-248. Para el caso que se comenta aquí, ver Josef Martínez de Grimaldo, Fundación y fiestas de la Congregación de los Indignos Esclavos del Santísimo Sacramento. Madrid, 1657. 25  Castillo Solórzano menciona a Salas y «Persiano» —probablemente don Diego de Persia— atendiendo las reuniones de esta Academia en su Jornadas alegres (1626). 26   Véase, para un recuento más completo de esta dedicatoria, Sánchez, op. cit., p. 109. 27  Son los versos que rezan:

Éste sí que podías tener en precio, que es Alonso de Salas Barbadillo a quien me inclino y sin medida aprecio.

Existe un libro titulado Avellaneda, publicado en Madrid por la editorial Escélicer en 1940, en el que su autor, que firma con las iniciales J.B.S.P., defiende que Salas fue el autor del Quijote apócrifo.

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Valencia (1629);28 y en El jardín de Lope, incluido en la Filomena (1620), Lope rendirá homenaje a su contemporáneo. Como parte de todo este complejo sistema de honores literarios, serán varias las ocasiones en que nuestro autor opine libremente sobre escritores de carne y hueso, vasallos y mecenas de un campo cultural que conoció a la perfección desde su oficio de ujier de saleta de la Reina, viendo entrar y salir en busca de favores o privilegios a muchos de sus más conocidos amigos y ri­ vales. Para este cometido, Salas se valdrá, como indicaré más adelante, de un discurso culinario derivado de la coexistencia de productos locales con nuevas importaciones, y que resulta francamente original. Si lo sagaz, lo puntual y lo curioso define, como rezan los títulos de sus novelas, a algunos de sus personajes más universales, también podrá atribuirse esta misma cualidad a su persona: el urbanita nocturno, sabio y cortesano de atribulada vida, transcurrida al calor del frenético ambiente madrileño y de las nuevas coyunturas urbanas.29 En algunas de estas circunstancias específicas quiero detenerme antes de entrar en el análisis de los textos.30 Con ello atiendo no sólo a los aspectos materiales de la vida del ciudadano de este período histórico, sino también a las reverberaciones simbólicas de determinados objetos sólidamente imbricados en su cotidianeidad. No es éste, sin embargo, un libro necesariamente centrado en la vida diaria del siglo xvii español —pues ya existen, además, excelentes testimonios31—, sino más bien una indagación sobre cómo ciertos artículos de consumo lograron convertirse en elementos indispensables del nuevo tejido urbano en un período de expansión imperial y de conocimiento de nuevas realidades ultramarinas. Muchos de los objetos y materias más familiares de nuestro presente, a los cuales, por lo general, no sometemos a inquisiciones de ningún tipo, tienen una larga vida de fascinante recorrido que apenas nos es hoy conocida y que arranca, o hace parada importante, en el siglo xvii; es esta 28  Algunos críticos, como Edwin B. Place (op. cit., 1927, p. 277), ya fueron más lejos aún al afirmar que piezas de Castillo Solórzano como Harpías de Madrid y coche de las estafas (1631), La niña de los embustes (1632) y La garduña de Sevilla (1642) evidencian la impronta del Salas maduro; el mismo Place ensayó otra serie de concordancias entre los entremeses de nuestro autor y los cervantinos en op. cit., p. 289. 29  Sobre el Madrid de Salas, véase la enumeración de sitios emblemáticos que recoge María Teresa Barbadillo de la Fuente, «Madrid en la obra de Salas Barbadillo». En José Romera Castillo et al., eds., Ex-libris. Homenaje al Profesor José Fradejas Lebrero. Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), 1993, pp. 239-262. 30  Dado el enfoque y tema del presente estudio, y teniendo en cuenta la ingente obra publicada por el madrileño, el presente libro dejará de lado un pequeño número de obras que, bien por el escenario en donde transcurre la trama (El caballero perfecto), bien por el tono no-realista de la composición (su escasa obra poética) no se ajusten al tema escogido. Para una descripción de toda su obra, texto por texto, remito a la tesis ya citada de Arnaud, y al resumen que llevo a cabo en la Introducción a mi edición de La hija de Celestina, pp. 32-37. 31   Véase, por dar tan sólo un caso, los ya conocidos libros de José Deleito y Piñuela, La mala vida en la España de Felipe IV. Madrid: Espasa-Calpe, 1948; La mujer, la casa y la moda (en la España del Rey Poeta). Madrid: Espasa-Calpe, 1946; ...También se divierte el pueblo. Madrid: Espasa Calpe, 1944; Sólo Madrid es Corte. La capital de dos mundos bajo Felipe IV. Madrid: Espasa-Calpe, 1953; y El rey se divierte. Madrid: Alianza Editorial, 1988; Marcelin Defourneaux, La vida cotidiana en la España del siglo oro. Barcelona: Argos Vergara, 1983.

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«genealogía íntima» la que merece ser recuperada a la hora de trazar una pequeña historia literaria de lo que fueron los procesos de búsqueda y encuentro, de adquisición y consumo, e incluso de rechazo de algunos de estos compañeros portátiles. En una sociedad de ocio y miserias donde las apariencias, sabemos ya, eran fundamentales a la hora de construir y mantener el capital social de uno mismo, la búsqueda de placer a través de la posesión material fue, sin duda alguna, un detonante que movió al hombre barroco no muy distinto del que mueve hoy al postmoderno. La ropa, por ejemplo, fue un claro exponente de cómo diferentes atuendos y accesorios hicieron obsesionarse al urbanita del siglo xvii, afianzándose así —pues ya venía desde tiempos medievales— una noción de lo que hoy entenderíamos por moda, por estilo, por glamour e, incluso, por temporada; junto a los tres libros de sastre que conocemos de esta época —el de Juan de Alcega (1580, 1589), el de Francisco de la Rocha Burguen (1618) y el de Martín de Andújar (1640)— la expresión literaria del momento está plagada, como ya es sabido, de numerosas reflexiones implícitas o explícitas al respecto, como lo está igualmente de menciones a otros objetos que fueron intercambiados durante el siglo xvii, convirtiéndose en verdaderas obsesiones en cuanto que lograban determinar, con cruel precisión, el capital social, cultural y económico del que lo adquiría.32 ¿Qué decir, por ejemplo, del tabaco y las tabaqueras, del chocolate y del barro mejicano que provocaba opilación en las damas, de los chapines, guardainfantes, guantes y joyas de todo tipo que se convirtieron en peligrosísimos significantes, por cuanto no menos peligrosos eran sus intercambios? ¿Qué posibilidades abrían algunas de estas sustancias novedosas a las ambiciones sociales del individuo? Porque fumar no sólo era fumar: el tabaco introducía al fumador en un universo selecto de nuevas realidades que llevaban consigo la seducción, la censura, el miedo y el escándalo; todo esto, claro está, dependiendo de lo que se fumara y de cómo se fumara.33 Veremos más adelante el fascinante tratamiento de este tema que lleva a cabo Salas en su pequeña novelita titulada Las galeras de vende-humo, inserta en su pieza Corrección de vicios, con todas las derivaciones sobre asuntos de género, raza y sexualidad que llevan asociadas sus ideas al respecto. Se trata, por tanto, de un asunto de importantes ramificaciones críticas, en cuanto que todos estos objetos y materias del mercado barroco tuvieron una gran sobre32  Con respecto a este tema, remito a trabajos de Carmen Bernis como Indumentaria española en tiempos de Carlos V (1962), o a su último libro El traje y los tipos sociales en el Quijote (2001, año de su muerte); a los apuntes de José Deleito y Piñuela en op. cit., 1946, pp. 151-247, 275-299. Trabajos de interés son los de Donald McGrady, «Buena ropa in Torres Naharro, Lope de Vega, Mateo Alemán». Romance Philology 21 (1967): 183-185; el volumen de Cuadernos de Teatro Clásico 13-14 (2000) dirigido por Mercedes de los Reyes, presenta aportes fundamentales en cuanto a los tipos de ropa y su funcionamiento en la sociedad de los Austrias. El más reciente y completo estudio es el de Encarnación Juárez-Almendros, El cuerpo vestido y la construcción de la identidad en las narrativas autobiográfi­ cas del Siglo del Oro. London: Tamesis, 2005. Véase, para el caso cervantino, el volumen XXIV. 1 (2004) de la revista Cervantes, titulado Clothing and Identity in Cervantes. 33  Una sugerente muestra de estas problemáticas se estudia en Fernando Rodríguez de la Flor y Germán Labrador Méndez, «Baroque Toxicology: Discourses on Smoke and the Polemics of Tobacco in 17th Century Spain» (Trad. Patricia Marshall). South Atlantic Review 72. 1 (2007): 112-142. Special Issue, Cultural Studies in the Spanish Golden Age, Elena del Río Parra, Guest Editor.

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carga de polémica una vez que entraron en circulación y se diseminaron por la sociedad del momento hasta convertirse en componentes seminales de sus propios mecanismos de distinción. El crítico Daniel Miller —a quien acudiré más de una vez en este libro— ha escrito que «culture is always a process and is never reducible to either its object or its subject form. For this reason, evaluation should always be of a dynamic relationship, never of mere things».34 Esta «relación dinámica» fue recreada, en sus diferentes variantes —como relación «productiva» tanto como pervertida o destructora— por los poetas del momento, que hicieron gozar a las audiencias de los corrales de comedia y a los lectores cultos, al tiempo que les advertían del potencial de peligro existente en esta nueva sociedad de consumo; de igual forma, el crítico que se asome a otro tipo de documentación —correspondencia privada, recetas, arbitrios, libros de medicina, herbolarios— comprobará igualmente que la cultura material de la ciudad barroca era una cultura no exenta de controversias y polémicas que tarde o temprano derivaban en cuestionamientos de tipo religioso, racial, sexual y económico. Es ésta, por tanto, una aproximación al análisis de las letras áureas que resulta muy atractiva teniendo en cuenta, además, que apenas existen libros que traten de este tipo de resonancias simbólicas en el teatro, la poesía o la novela corta. No ha ocurrido así, como indicaré en breve, en otras literaturas europeas, que han sido exploradas en los últimos años desde estos ángulos a partir de estudios que hoy nos dan una visión de la cultura premoderna mucho más compleja y sofisticada. Quiero por ello completar este espacio vacío, analizando cómo los ingenios del llamado Siglo de Oro español, y Salas Barbadillo en particular, crearon su particular «poética del objeto» a la hora de plasmar las nuevas realidades comerciales —y, por lo tanto, también políticas, sociales y culturales— del siglo xvii. Algunas de estas inquietudes ya fueron tratadas en mi anterior libro, Espacio urbano y creación lite­ raria en el Madrid de Felipe IV (Frankfurt, Madrid: Vervuert & Iberoamericana, 2004), en donde el estudio se centró en el ámbito urbano que vio nacer muchas de estas inquietudes, ese Madrid cuya abundancia y variedad el propio Salas elogió a través de los mercados en sus plazas, «que amanecían abundantísimas y copiosas», o de las «célebres y festejadas despensas de la corte»;35 Modernidad bajo sospecha   Véase Daniel Miller, Material Culture and Mass Consumption. Oxford: Blackwell, 1987.  En El curioso y sabio Alejandro, pp. 137-138. La importancia del extrarradio madrileño como abastecedor de productos alimenticios —al que entraré más adelante en este estudio— hará que, en este mismo retrato del glotón que se come España y Portugal, Salas nos deslumbre con esta suerte de despensa periférica: Visitó en Pinto los quesos sustanciales, ciegos y desojados, porque el buen queso ha de ser corto de vista; en Zamarramala a las suavísimas mantequillas, más derretidas que las más finas portuguesas, porque éstas se derriten con la humedad de la boca, y las otras con no menor fuego que aquel invencible y grande del tirano Amor; en Alcalá a las uvas panales, aquellas que en su misma planta nacen conservas golosas; su mismo nombre acredita mi opinión; llamáronlas moscateles, y creo yo que por la solicitud con que las buscan las moscas, gente que en esto de golosinas tiene la primacía del buen gusto. La cita no sólo apunta a una fascinación por la variedad y calidad del producto importado o raro, sino también a las posibilidades lingüísticas —en este caso, cercanas al conceptismo quevedesco— que el léxico diferenciador abre al poeta. 34 35

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supone, en cierta forma, la otra cara de la moneda —una moneda que queda ahora completa—, pues abandona el marco geográfico para trasladarse a esas relaciones sujeto-objeto que, al tiempo que eran recreadas por la ficción, estaban registrando por escrito nuevos rasgos de la modernidad hispana mediante incipientes procesos capitalistas. Es por ello que este es un estudio arraigado no sólo en la cultura del xvii, sino también muy atento a la historia local del período. 2. Transacciones, mercados y objetos de consumo Sin embargo, ¿hasta que punto se puede etiquetar esta sociedad de «capitalista», y en qué momento de desarrollo se encuentra durante las cuatro primeras décadas del siglo xvii en las que está escribiendo nuestro autor? Sabemos ya que la historiografía social y económica de los últimos cuarenta años, ya sea desde una perspectiva global como desde paradigmas específicos, ha coincidido por lo general en destacar el siglo xvii europeo —el «siglo de crisis», en la famosa acuñación de Eric J. Hobsbawn— como un período de logros decisivos a pesar de una coyuntura política en la escena internacional poco favorecedora para la paz y el progreso.36 Estudios de la llamada «historiografía mundial» (world-systems) como El moderno sistema mundial de Immanuel Wallerstein o La acumulación mundial del recientemente fallecido André Gunder Frank han demarcado el período comprendido entre los años 1600 y 1750 como uno de grandes cambios para la formación y desarrollo de las diferentes naciones-estado en sus procesos de expansión transnacional y ultramarina.37 Wallerstein argumentó hace ya más de treinta años que el «moderno sistema mundial» tomó la forma de una economía mundo-capitalista, que tuvo su génesis en Europa en el largo siglo xvi y animó la transformación de un modo de producción tributario o redistributivo específico, el de la Europa feudal —el «Ancien Régime económico» de Fer36  El debate inicial fue provocado en 1954 por dos estudios en concreto, el de Eric J. Hobsbawn, «The Crisis of the Seventeenth Century» (1954), reimpreso en Crisis in Europe, 1560-1660: Essays from Past and Present, Trevor Aston, ed. New York: Anchor books, 1967; y el de Roland Mousnier, Les xvie et xviie siècles. Paris: PUF, 1961. Algunas de sus reverberaciones posteriores pueden leerse en H. R. Trevor-Roper, «The General Crisis of the 17th Century». Past & Present 16 (1959): 31-64; Geoffrey Parker y Lesley M. Smith, eds. The General Crisis of the Seventeenth Century. London, Boston: Routledge & Kegan Paul, 1978; del mismo Parker, ver el más actualizado Europe in Crisis, 1598-1648. London: Blackwell, 2001. 37  Las referencias completas son Immanuel Wallerstein, El moderno sistema mundial. Vol. II: El mercantilismo y la consolidación de la economía mundo-europea: 1600-1750. Trad. de Pilar López Máñez. Madrid: Siglo xxi, 1984; a pesar de su indudable interés, el espacio dedicado a España es francamente escaso (pp. 249-267, capítulo 5, «Las semiperiferias en la encrucijada»); André Gunder Frank, La acumulación mundial, 1492-1789. Trad. de Alberto Jiménez. Madrid: Siglo XXI, 1985. Sobre el concepto de nación, de Estado y de España, siempre escurridizo en estos años, véase Helmut Koenigsberger, «Spain». En Orest Ranum, ed., National Consciousness, History, and Political Culture in Early-Modern Europe. Baltimore, MD: The Johns Hopkins University Press, 1975, pp. 144-172; sobre la percepción del país en el exterior, remito a Ricardo del Arco y Garay, La idea del imperio en la política y literatura espa­ ñolas. Madrid: Espasa-Calpe, 1944; y al excelente estudio de Jocelyn N. Hillgarth, The Mirror of Spain, 1500-1700. The Formation of a Myth. Ann Arbor, MI: The University of Michigan Press, 2000.

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nand Braudel—, a un sistema social cualitativamente diferente. Con la sombra de la Guerra de los Treinta Años —«la primera guerra mundial de la economía mundocapitalista» en palabras de Wallerstein—, que fue a la vez resultado y causa del estancamiento económico de Europa, el siglo xvii no fue entonces tanto una etapa de crisis como de cambio de ritmo necesario: «no una época de desastre, sino un elemento esencial para velar por los intereses de los que más se beneficiaban de un sistema capitalista», ha escrito el norteamericano. A esta consolidación de la economía-mundo europea los historiadores económicos, sabemos ya, la han denominado «mercantilismo»;38 otros provenientes de tendencias marxistas, como es el caso de Robert Brenner, han justificado el cambio experimentado en el siglo xvii en la estructura de clases y las relaciones entre señor y campesino. No entraré en ellas en este libro —en cuanto analizo el marco urbano y no rural— salvo cuando sea necesario.39 En cualquier caso, este «viaje hacia la modernidad» cristaliza entonces a principios del siglo xvii, generando un impulso trascendente que hace que para 1650 hayan nacido ya los primeros estados «capitalistas» de Gran Bretaña y los Países Bajos. Carlo Cipolla y Robert S. Duplessis, entre otros, han sostenido que el siglo xvii fue un siglo nefasto para naciones como España, Italia, Alemania, Portugal, Polonia y, en menor medida, para Francia, siendo para Holanda e Inglaterra su auténtica «edad de oro».40 Como parte integral de la historia de la España del período, los holandeses en este siglo hicieron evolucionar sustancialmente las técnicas agrícolas —al contrario de lo que ocurrió en el resto de Europa—, extrayendo beneficios de una orografía que en principio parecía poco propicia para el cultivo, con lo cual fueron responsables de que, en pleno período de contracción agrícola, irrumpiera en escena una nueva industria textil.41 Autor de una obra fundamental para entender el período aquí tratado, el historiador Simon   Véase Wallerstein, op. cit., p. 32.  Robert Brenner, en su ensayo «Agrarian Class Structure and Economic Development in PreIndustrial Europe». Past & Present 70 (1976): 30-75, aportó un modelo doble de análisis—comercial y demográfico—para explicar los cambios económicos de larga duración en este período; ver también «The Origins of Capitalist Development: A Critique of Neo-Smithian Marxism». New Left Review 104 (1977): 25-92. Otras interpretaciones relevantes un poco posteriores son las de Robert J. Holton, The Transition from Feudalism to Capitalism. London: Macmillan/St. Martin´s, 1985; y Peter Kriedte, Pea­ sants, Landlords and Merchant Capitalists. Europe and the World Economy, 1500-1800. Leamington Spa, Warwickshire: Berg, 1983. 40   Véase Robert S. Duplessis, Transitions to Capitalism in Early Modern Europe. Cambridge: Cambridge University Press, 1997, p. 4; el espacio dedicado a España puede cotejarse en pp. 50-55, 99-102 y 157-162; vid., como complemento, Jan De Vries, La urbanización de Europa, 1500-1800. Barcelona: Crítica, 1987. 41   Immanuel Wallerstein ha escrito que «la contracción del siglo xvii se produjo dentro de una economía-mundo capitalista en marcha, en funcionamiento. Fue la primera de las múltiples contracciones o depresiones mundiales que este sistema experimentaría, pero el sistema estaba ya suficientemente anclado en los intereses de las capas políticamente dominantes en la economía-mundo, y las energías de estas capas no se concentraron grosso modo y colectivamente en arruinar el sistema, sino más bien en descubrir los medios para hacerlo funcionar en su provecho, incluso, o tal vez especialmente, en un período de contracción económica»; en Wallerstein, op. cit., p. 25. 38 39

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Schama ha titulado muy acertadamente The Embarrassment of Riches su estudio sobre la cultura holandesa de estas décadas.42 Sin embargo, el caso español fue radicalmente diferente, y el famoso «declive» castellano ha hecho correr mucha tinta en el último siglo.43 Es cierto que Castilla había disfrutado en el siglo xvi de una expansión sin precedentes: entre 1530 y 1580 la población se había duplicado tanto en las ciudades como en el campo —Sevilla, por ejemplo, había triplicado la suya entre 1534 y 1561—, y esto dio como resultado el que creciera la producción enriqueciendo a productores y comerciantes por igual.44 La industria de textiles en Italia en el siglo xvi experimentó también un renacimiento semejante, en un período histórico en que la expansión demográfica en Europa pasó de 61 millones en 1500 a 78 millones en cien años, y en donde la demanda fue, como resultado, cada vez mayor. Sin embargo, la producción de lana, tradición hasta entonces genuinamente castellana, pasó a partir de 1560 a manos italianas y de otros comerciantes extranjeros, lo que hizo que cambiaran entonces las reglas del juego para los productores nacionales.45 El comercio en la Península Ibérica se convirtió en un mosaico de comunidades internacionales del cual apenas se beneficiaba el tesoro nacional, como ya sabemos por muchos de los testimonios literarios del período en donde la queja a la huida de capitales fue moneda común. En 1575, por dar un caso, Felipe rompió temporalmente con los banqueros genoveses, que se habían asentado en Castilla ya desde la Edad Media y tenían el control de las finanzas gracias a lo que 42  La referencia completa de este estudio es The Embarrassment of Riches. An Interpretation of Dutch Culture in the Golden Age. New York: Vintage, 1997. La relación con Holanda, fundamental durante la vida de Salas, ha sido estudiada por Jonathan Israel, Conflicts of Empires. Spain, the Low Countries and the Struggle for World Supremacy, 1585-1713. London: Hambledon, 1997; y, del mismo, La república holandesa y el mundo hispánico, 1606-1661. Trad. Pablo Villena. Madrid: Nerea, 1997 (orig. 1982); recientemente, destaca el estudio de Manuel Herrero Sánchez, El acercamiento hispano-neerlandés (1648-1678). Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2000. 43  Diferentes lecturas del asunto fueron dadas en su momento por Reginald Trevor Davies, Spain in Decline, 1621-1700. London: Macmillan, 1965; Henry Kamen, «The Decline of Spain: A Historical Myth». Past & Present 81 (1978): 24-50; Henry Kamen y Jonathan K. Israel, «The Seventeenth Century Crisis in Spain: Myth or Reality?», y John TePaske y Herbert Klein, «A Rejoinder». Past & Present 97 (1982): 144-56 y 156-61 respectivamente; de Kamen puede cotejarse la más reciente evaluación sobre el fenómeno, Empire: How Spain Became a World Power, 1492-1763. New York: Harper Collins, 2003, pp. 294-333, del cual extraigo algunos de los datos presentes. 44  Con respecto a las tendencias de la agricultura durante estas décadas, véase por ejemplo Gonzalo Anes, «Tendencias de la producción agrícola en tierras de la Corona de Castilla, siglos xvi a xix». Hacienda Pública Española 55 (1978): 97-112; David R. Ringrose, Madrid and the Spanish Economy, 1560-1850. Berkeley, CA: University of California Press, 1983, pp. 164-192 (con traducción al español). Como referencia general, véase Carlo M. Cipolla, Historia económica de la Europa preindustrial. Barcelona: Crítica, 2002. 45   Italia había sustituido a Francia como la mayor importadora de lana española para 1560, adquiriendo más lana en la década de los noventa que Francia y Flandes juntas, según indica Jonathan Israel en «Spanish Wool Exports and the European Economy, 1610-1640». The Economic History Review 33. 2 (1980): 193-211; un panorama actualizado se ofrece en Carla Rahn Phillips y William D. Phillips, Spain’s Golden Fleece: Wool Production and the Wool Trade from the Middle Ages to the Nineteenth Century. Baltimore, MD: The Johns Hopkins University Press, 1997.

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Henry Kamen ha llamado un «débil capitalismo»;46 fueron entonces los florentinos, cortejados especialmente entre 1579 y 1583 gracias a su hombre fuerte Francesco de Medici, quienes tuvieron una mayor influencia durante algunos años, al igual que los portugueses. Salas es consciente de la situación en que se encuentra la economía nacional, y comenta en El caballero puntual de que «los hombres de negocios de Génova que residen en la corte de España» se han quejado de que los «naturales» hacen tratos ilícitos, si bien el fiscal que presencia el caso —Pedro Liñán— defiende a los españoles por «lo mucho que llevan de ella estos sutiles extranjeros».47 Estudios como los de Henry Kamen y Juan E. Gelabert han insistido, en efecto, en la naturaleza conflictiva de estos años.48 El primero ha definido de «herida siempre abierta» las guerras en las que se involucró el país y que tanto costaron en términos económicos y pérdidas humanas. Semejante panorama hizo descender las tasas de natalidad y decrecer el volumen total de la población, creando un verdadero desastre demográfico y un abandono —agudizado también por la expulsión de los moriscos en 1609— de las zonas rurales.49 El descenso de la población iniciado a fines del siglo xvi no volvió a recuperarse hasta mediados del siglo xviii, habida cuenta también de las tres grandes epidemias (1596-1602, 1647-1651 y 1676-1685) que se abatieron sobre la Península en el siglo xvii; además, en el éxodo masivo a las ciudades más grandes, como Madrid o Cádiz —que reemplazó a mediados del siglo xvii a Sevilla como foco de monopolio ultramarino—, muchas aldeas se quedaron desiertas; y, por último, los campesinos perdieron su independencia respecto de los capitalistas urbanos, y ciudades como Madrid, Ciudad Real, Jaén, Valencia o Valladolid empezaron a hacerse con el dominio de los alrededores rurales.50 Algunas de las novelas que analizaré en los próximos capítulos, como es el caso de El caballero puntual o Don Diego de noche, trazan el itinerario desde la provincia en la que no parece ocurrir nada —Zamora, Toledo, Segovia— al centro bullicioso de Madrid, lugar de oportunidades. Los ejemplos, de hecho, son abundantes: la producción de lana se redujo a la mitad en Nápoles entre 1612 y 1686, mientras que las exportaciones de la Mesta   Véase Henry Kamen, Una sociedad conflictiva: España, 1469-1714. Madrid: Alianza editorial, 1989, p. 294. Ver también Federico Melis, Mercaderes italianos en España, siglos xiv-xvi. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1976. 47   Op. cit., pp. 303-304 (cursivas mías). 48   Véase Kamen, op. cit., 1984, p. 357; Juan E. Gelabert, Castilla convulsa (1631-1652). Madrid: Marcial Pons, 2001. 49  Uno de los historiadores recientes que más ha insistido en la relación entre movimientos migratorios —y persecuciones religiosas— y la emergencia de nuevos mercados ha sido Robert Duplessis al afirmar, por ejemplo, que «[I]n this age of Reformations a new force, religious persecution, caused the movement of thousands of skilled and unskilled workers, along with sizable amounts of capital. Calvinists fleeing repression in France and Italy galvanized nearly moribund woolens and silk crafts in Geneva. Their co-religionists from the southern Netherlands brought light drapery and other trades ranging from diamond cutting to oil pressing to England, the Dutch Republic, and western Germany. At the same time, new commodities appeared on the market, often broadening and deepening demand»; en op. cit., p. 92. 50   Junto a los estudios conocidos de David Vassberg sobre procesos migratorios en la Península Ibérica, puede cotejarse también Peter Clark, Small Towns in Early Modern Europe. New York: Cambridge University Press, 1995. 46

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bajaron en un 40 por 100 entre 1612-20 y 1662-70.51 Paradigmática resultó en este caso la decadencia de Segovia, uno de los centros exportadores que más sufrieron en la Europa occidental: al llegar la recesión a fines del siglo xvi, se pasó de 600 telares en 1580 a 300 en 1640, con trayectorias semejantes en los casos de Soria y Cuenca. La calidad de estas manufacturas es mencionada con cierta nostalgia por Salas cuando el criado Molina hace referencia a los paños y bayetas segovianos en La sabia Flora, malsabidilla.52 Ya desde la quiebra real de 1575, los centros comerciales de Medina del Campo y Burgos también se vieron fuertemente afectados, y sus ferias atravesaron dificultades por la irregularidad de la llegada de las flotas, las guerras de Francia y los problemas de Flandes.53 Esto repercutió en que los comerciantes se trasladaran a Madrid y Sevilla, huyendo también de las epidemias —como la famosa de Valladolid, fundamental en la vida de Salas— que azotaron Castilla entre 1596 y 1602. No ayudaba el hecho de que el país exportara materias primas e importara manufacturas ya desde el siglo xvi; a partir de 1580 España se vio entonces inundada por productos de otras naciones, cuyos costos eran además más bajos dada la rampante inflación monetaria en España. A falta de una industria local, la economía nacional comenzó a ser manejada por intereses transnacionales en un círculo vicioso que no hizo nada por mejorar la situación nacional. La demanda externa dictaba la economía, y los puertos principales —Barcelona, Sevilla— se veían poblados de barcos extranjeros. El consumidor español se había acostumbrado a una serie de artículos de los que no se le podía privar y, por tanto, esta dependencia de las manufacturas foráneas fue cada vez mayor: holandeses, ingleses y franceses tuvieron privilegios para introducir mercancías en España, con colonias de comerciantes europeos poblando ciudades portuarias como Alicante o Bilbao, en donde estos grupos llegaron a controlar gran parte del comercio. Así las cosas, con Castilla sometida económicamente a este vaivén de influencias y control extranjero, ya existía un imperio comercial internacionalmente conectado, especialmente desde la unión con Portugal —cuya anexión coincide casi exactamente con la vida de nuestro autor— y todos los medios y territorios que esto significó para la Corona. Sin embargo, semejante ampliación resultó muy costosa de mantener, haciendo que la Península operase para entonces no tanto como agente exportador e importador, sino más bien como una suerte de almacén de paso de materias y productos. ¿Qué decir, entonces, del oro y la plata? Las minas americanas generaron una cantidad de riqueza asombrosa: entre 1550 y 1800 produjeron más del 80 por 51   Para una mayor comprensión de la situación financiera napolitana, véase Giuseppe Galasso, Alla periferia dell’Impero. Il Regno di Napoli nel periodo spagnolo (secoli xvi-xvii). Torino: Einaudi, 1994; Antonio Calabria et al., eds., The Cost of Empire: The Finances of the Kingdom of Naples in the Time of Spanish Rule. Cambridge: Cambridge University Press, 2000. 52   Op. cit., p. 456. La depresión agraria en Segovia y Toledo, y la desigual suerte que corren estas ciudades—la primera parece recuperarse al final del período analizado, pero no la segunda—se estu­ dian por Michael Weisser en «The Agrarian Depression in Seventeenth-Century Spain». Journal of Economic History 42. 1 (1982): 149-162. 53   Kamen, op. cit., 1984, p. 363.

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100 de la plata mundial y cerca del 70 por 100 del oro; entre 1540 y 1700, escribe Henry Kamen, el Nuevo Mundo generó 50.000 toneladas de plata —más del 70 por 100 vino de Potosí—, una cantidad que dobló el stock existente ya en Europa con consecuencias importantes para su economía.54 Por lo que sabemos hoy de los documentos sevillanos, entre 1500 y 1650 más de 180.000 toneladas de oro y 16.000 toneladas de plata fueron enviadas desde el Nuevo Mundo; en concreto, entre 1560 y 1580 las guerras en Flandes exigieron que muchos metales procedentes de América fueran enviados allí, por lo cual en Flandes acababa mucha de la plata originalmente destinada a España —siendo a partir de 1578 Italia la gran beneficiada—.55 Salas escribió en su novela El coche mendigón, vergonzante y endemoniado, inserta en Casa del placer honesto, que Sevilla es «tragona avestruz de barras de plata y oro, o por mejor decir, puente por donde pasa a lo demás de España, y de ella al resto universal del mundo».56 Y la imagen de España no como madre, sino como madrastra incapaz de cuidar de sus hijos, comenzó a extenderse durante el inicio del siglo xvii.57 Es esta encrucijada histórica del reinado de Felipe II, con una primera bancarrota ya declarada, con la industria nacional y las redes comerciales en manos de extranjeros, y con un país que compra los productos manufacturados hechos con las materias primas que él mismo exporta, la que ve nacer en Madrid a Salas Barba­ dillo. Los inicios de Madrid como centro imperial resultan fascinantes para el estudioso.58 Ya desde tiempos medievales la villa había resultado ser de gran atractivo por sus cazaderos, de los que se aprovecharon Enrique III, Enrique IV, los Reyes Católicos e incluso Carlos V, lo que hizo que se dictaran numerosas disposiciones que favorecieron su desarrollo y posterior delimitación. Como punto de descanso y abastecimiento en la ruta comercial Toledo-Valladolid-Burgos, la ciudad ya contaba con la 54   Kamen, op. cit., 2003, p. 286; ver también Dennis Flynn, «Spanish American Silver and World Markets in the Sixteenth Century». Economic Forum 10 (1979): 46-72. Una óptima puesta al día se ofrece en Javier de Santiago Fernández, Política monetaria en Castilla durante el siglo xvii. Valladolid: Universidad de Valladolid, 2000. El efecto en el Caribe se analiza por Kenneth R. Andrew, The Spanish Caribbean: Trade and Plunder, 1530-1630. New Haven, CT: Yale University Press, 1978; y, de una manera más general, por John R. Fisher, The Economic Aspects of Spanish Imperialism in America, 1492-1810. Liverpool: Liverpool University Press, 1997. 55   Kamen, op. cit., 2003, p. 296; ver también Carlos Álvarez Nogal, Los banqueros de Felipe IV y los metales preciosos americanos, 1621-1665. Madrid: Banco de España, 1997; del mismo, El crédito de la monarquía hispánica en el reinado de Felipe IV. Valladolid: Junta de Castilla y León, 1997; en cuanto a la influencia genovesa, ver Ruth Pike, Enterprise and Adventure: The Genoese in Seville and the Opening of the New World. Ithaca, NY: Cornell University Press, 1966. 56   Op. cit., p. 360. 57   Kamen, op. cit., 2003, p. 294. Una interesante reflexión sobre la paulatina pérdida de poder e influencia española en Italia ya desde mediados del siglo xvi es la de Michael J. Levin, «A New World Order: The Spanish Campaign for Precedence in Early Modern Europe». Journal of Early Modern History: Contacts, Comparison, Contrasts 6. 3 (2002): 209-32; John H. Elliott, en «Self-Perception and Decline in Early Seventeenth-Century Spain». Past & Present 74 (1977): 41-61, también se ha centrado en el asunto durante el gobierno de Olivares, con especial énfasis en ciertos arbitrios del momento. 58  Amplío aquí algunas de las ideas presentadas en mi ya citado Espacio urbano y creación litera­ ria en el Madrid de Felipe IV, pp. 24-26 y siguientes.

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cifra aproximada de 10.000 habitantes cuando Felipe II la escogió como lugar de asentamiento de su corte, con lo que el crecimiento se disparó de forma espectacular hasta 80.000 residentes fijos a fines de siglo.59 Alfredo Alvar Ezquerra ha documentado cómo incluso antes de su traslado a Valladolid, y especialmente durante la década de 1590, la capital gozaba de una boyante infraestructura comercial que no dejaba de esconder una organización estratégica algo caótica.60 Agricultura, ganadería, construcción, servicios de abastecimientos y operarios ligados a la Corte formaban parte de los diversos sectores (primario, secundario y terciario) que rápidamente se fueron aglutinando en el Madrid anterior a 1606, y desde muy pronto esta coyuntura originó una nueva forma de relación entre el artista y su entorno.61 Sabemos que los dos primeros y sucesivos recintos del viejo Madrid medieval estuvieron defendidos por altos muros, a usanza de la época; el tercer recinto, que iba desde la reconquista de la villa por Alfonso VI hasta su elevación a capital por Felipe II, sólo estuvo limitado por una tapia, que desapareció antes de 1621 quedando reducida a meros vestigios (ya en tiempos del segundo Felipe se perdieron tres puertas fundamentales como fueron las de Valnadú, Guadalajara y Cerrada). En El caballero puntual, escrita durante el reinado Felipe III, Salas nos cuenta cómo sus protagonistas se acercan a la capital, y ven «los antiguos muros de Madrid (asiento de Filipo), mientras más caídos más dignos de ser venerados».62 El crecimiento acelerado de la villa, que desbordó los muros antiguos, hizo entonces que Felipe IV, por Real Cédula de 9 de enero de 1625, ordenara al Ayuntamiento madrileño proteger el entorno con una cerca manteniendo las puertas y los 59   Véase Eduardo Alaminos López, «Espacio público: Madrid Villa y Corte». Calderón y la Espa­ ña del Barroco (Catálogo de la Sala de Exposiciones de la Biblioteca Nacional, 16 de junio-15 de agosto de 2000). Madrid: Sociedad Estatal «España Nuevo Milenio», 2000, pp. 93-107; José Luis de los Reyes Leoz, «Evolución de la población, 1561-1587». En Virgilio Pinto Crespo y Santos Madrazo Madrazo, dirs., Madrid, Atlas histórico de la ciudad. Siglos ix-xix. Madrid: Lunwerg-Fundación Caja Madrid, 1995, pp. 140-144; María F. Carbajo Isla, La población de la Villa de Madrid desde finales del siglo xvi hasta mediados del siglo xix. México: Siglo XXI, 1987. La investigación de los movimientos migratorios puede completarse con David E. Vassberg, The Village and the Outside World in Golden Age Castille. Mobility and Migration in Everyday Rural Life. Cambridge: Cambridge University Press, 1996. 60  En cuanto a las razones que movieron a Felipe III a trasladar la Corte a Valladolid, con la posterior vuelta a los orígenes, véase Alfredo Alvar Ezquerra, El nacimiento de una capital europea: Madrid entre 1561 y 1606. Madrid: Turner. Ayuntamiento de Madrid, 1989, pp. 275-280, 292-300 (que actualiza el trabajo previo de críticos de principios de siglo como Narciso Alonso Cortés y otros). Ejemplo del interés por el urbanismo que se avecina puede constatarse en los numerosos memoriales del momento, entre los que podríamos destacar el anónimo Traza para fundar una Corte Real y el famoso Razón de Corte, de Juan de Xerez y Lope de Deza, ambos comentados por Alvar Ezquerra, op. cit., 1989, pp. 285-291. 61   Ver, a este respecto, el ya mencionado estudio de Alvar Ezquerra sobre el Madrid de fines del xvi y sus análisis de natalidad, mortalidad, urbanismo y saneamiento (op. cit., 1989, pp. 247-266). Me ha sido también de gran utilidad su más reciente Demografía y sociedad en la España de los Austrias. Madrid: Arco Libros (Cuadernos de Historia), 1996. La plasmación literaria de esta distribución profesional se recoge en Miguel Herrero García, Oficios populares en la sociedad de Lope de Vega. Madrid: Castalia, 1977. 62   Op. cit., p. 183.

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portillos necesarios para las comunicaciones. Pero la situación era inherentemente complicada desde el momento en que, al contrario que otras ciudades como Ámsterdam, Londres, Lisboa o París, en Madrid no había río ni puerto que facilitara el comercio; «no major city was so poorly located to stimulate market-oriented exchanges», ha escrito David R. Ringrose.63 El resultado no mejoró mucho la disposición de esta nueva cartografía, como prueban los testimonios de los numerosos viajeros que visitaron la Corte, pero al menos habían quedado establecidos los límites de una urbe que ya comenzaba a ser consciente de su propia naturaleza geopolítica.64 El Madrid del joven Felipe IV —coronado rey con apenas 16 años— se convierte en un espacio de crisis motivado por múltiples circunstancias que coinciden con el nuevo reinado: la falta de lluvia del bienio 1621-1623, la pobreza generalizada debido en parte al absentismo de los terratenientes y a las exacciones de los recaudadores de impuestos, a las malas cosechas y a plagas de langosta africana; en la ciudad, la ruptura de la tregua con Holanda por parte de Olivares, que hace aumentar los gastos de la Corona tremendamente, la propia mano dura del valido —recuérdese la ejecución de Rodrigo Calderón, que dividió la Corte en dos bandos—, etc.65 La nueva realidad determina también cierta preocupación por un justo gobierno: la filosofía política, por influencia de Justo Lipsio, recupera la corriente antimaquiavélica del siglo anterior, al tiempo que se aprecia un contenido neoestoico en piezas como Po­ lítica de Dios y Gobierno de Cristo de Quevedo (1626) o el Norte de Príncipes de Martín Rizo (1626), vinculadas a una corriente imperante de tacitismo político que trata de conciliar la tradición cristiana con la finalidad pragmática, tal y como hará también el Arte real para el buen gobierno de Jerónimo de Cevallos (1623). Los arbitrios se multiplican y el nuevo gobierno impone una serie de cambios que inciden en todos los aspectos de la sociedad, como lo prueba, por ejemplo, el memorial que a principios de reinado escribe, a modo de «estado de la cuestión», Mateo de Lisón y Biedma.66 Todos los arbitristas aconsejan centrar los esfuerzos en casa antes de perder fuelle en diferentes frentes: Martín González de Cellorigo escribirá en Memo­  Ringrose, op. cit., p. 7.  No entraré aquí en un análisis comparado con otras ciudades del occidente europeo, ya que la coyuntura madrileña responde a una realidad completamente diferente a la de Londres o París, centros urbanos de un asentamiento evidentemente mucho más antiguo. Un panorama más amplio de los procesos económicos del período puede cotejarse en los estudios clásicos de Jan de Vries, La urbanización de Europa, 1500-1800. Trad. Ramón Grau. Barcelona: Crítica, 1987; Duplessis, op. cit.; Christopher R. Friedrichs, The Early Modern City, 1450-1750. London: Longman, 1995 (éste último no centrado en Madrid, y tan sólo con breves alusiones a Barcelona, Toledo, Avila o Sevilla, con una breve bibliografía en p. 341); Leonardo Benevolo, The European City. Trad. Carl Ipsen. Oxford: Blackwell, 1993; Paul Hohenberg, The Making of Urban Europe, 1000-1950. Cambridge: Harvard University Press, 1985; Patrick O’Brien et al., eds., Urban Achievement in Early Modern Europe: Golden Ages in Antwerp, Amsterdam, and London. Cambridge: Cambridge University Press, 2001. 65  Otras cuestiones de índole socio-económica son recogidas por Ringrose, op. cit., p. 315. 66   Véase el útil resumen de Carlos Martínez Shaw, «La cultura española en la época de Calderón». Calderón y la España del Barroco (Catálogo de la Sala de Exposiciones de la Biblioteca Nacional, 16 de junio-15 de agosto de 2000). Madrid: Sociedad Estatal «España Nuevo Milenio», 2000, pp. 35-50 [pp. 39-40]. 63 64

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rial de la política necesaria y útil restauración a la política de España y estados de ellas y desempeño universal de estos reinos (1600) sobre las perjudiciales consecuencias de la acumulación monetaria; Sancho de Moncada defenderá un proteccionismo a ultranza en su conocido Restauración política de España en 1619; Pedro Fernández Navarrete, autor de Conservación de monarquías (1626), abogará por un aumento de la nupcialidad (la población crecía por migración, no por natalidad); preocupación por el estado de la ganadería será la de Miguel Caxa de Leruela en su conocido Restauración de la antigua abundancia de España (1631), y la tesis de abandonar la idea imperial articulará Idea de un príncipe cristiano representada en cien empresas, de Diego de Saavedra Fajardo (1640), al que seguirá Francisco Martínez de Mata y sus Memoriales y Discursos (1650-1660). Deben también tenerse en cuenta los mismos Capítulos de reformación proclamados a principios de 1623, que, si bien no trataron el asunto urgente de los impuestos, sí lo hicieron sin embargo con otros temas importantes como la restricción en los lujos de vestir (en nada menos que 8 provisiones), la importación de productos manufacturados, la clausura de burdeles, ciertas medidas contra la sobrepoblación urbana o el vacío progresivo de las pro­ vincias. Como bien señaló ya David R. Ringrose, el ascenso de Madrid entre 1560 y 1630 contribuyó al declive de la economía castellana.67 Para cuando muere Salas Barbadillo en 1635, la ruindad de los edificios ya se habrá convertido en una de las marcas de identidad de esta ciudad capitalina, conviviendo con el rico menaje de los grandes señores y también de la nobleza baja, como fue el caso de algunos hidalgos. Felipe IV e Isabel de Borbón establecieron en Madrid su residencia, construyendo el Buen Retiro y cultivando una serie de lugares céntricos que mediaban entre el Alcázar y el Prado. La famosa Casa de la Panadería y otros recintos emblemáticos de la Plaza Mayor fueron testigos de un devastador incendio en 1631, que dejó en evidencia las pobres y deficientes infraestructuras arquitectónicas de la zona centro tanto como lo peligroso de la acumulación demográfica en un espacio tan reducido.68 No sorprende la circunstancia de que se viviera de puertas para afuera, con la Calle Mayor como principal arteria de Madrid y la mayoría de los ciudadanos apiñados en los barrios más castizos de la parte occidental de la Corte. El fenómeno de la «regalía de apo  Op. cit., p. 15.   Véase Antonio Bonet Correa, «El plano de Juan Gómez de Mora de la Plaza Mayor de Madrid en 1636». Anales del Instituto de Estudios Madrileños 9 (1973): 15-54; y, más reciente, el fascinante libro de Jesús Escobar, The Plaza Mayor and the Shaping of Baroque Madrid. New York: Cambridge University Press, 2003. Méndez Silva aseguraba que la Plaza Mayor tenía 615 balcones y otras tantas ventanas, que contaba con 3.700 habitantes, y que tenía capacidad para unas 50.000 personas en fiestas y celebraciones (Núñez de Castro hablará de 60.000 personas). Ruth Lee Kennedy conectó paisaje y literatura en su artículo «The New Plaza Mayor of 1620 and Its Reflection in the Literature of the Time». Hispanic Review 12 (1944): 49-57. Con motivo del incendio de 1631, Quevedo escribió dos excelentes sonetos: «Cuando la Providencia es artillero» y «Al repentino y falso rumor de fuego que se movió en la Plaza de Madrid en una fiesta de toros», seguidos por uno posterior que se inicia con el verso «Mientras que fui tabiques y desvanes»; Francisco Santos fue testigo de un segundo incendio de la Plaza en agosto de 1672, que luego retrató en su interesantísimo Madrid llorando. 67 68

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sento», impuesto directo que atribuía a la Corona el disfrute parcial de las casas levantadas y reedificadas en Madrid, y que obligaba a albergar a los funcionarios públicos o servidores palatinos por parte de aquellos que tuvieran propiedades de más de un piso, contribuyó a una peligrosa saturación espacial debido al gran aparato burocrático que arrastraba la Corte consigo; la mezcla y el desorden de lo local y lo foráneo, así como el deseo de evitar la convivencia con extraños, provocó la existencia de las llamadas «casas a la malicia» de un solo piso, muy populares en la época, construidas y habitadas por los madrileños que no querían compartir espacio doméstico con extraños.69 Esta sensación de crecimiento, como veremos más adelante, provocó el desconcierto en más de un poeta: así, en El tribunal de los majaderos Salas escribe cómo la noción de centro resulta peligrosamente deslizante en un momento histórico en que las taxonomías cambian de acuerdo a las nuevas necesidades cartográficas: «Suspéndeme infinito… el ver en Madrid tanto edificio nuevo y luego ocupado. Nácenle nuevas casas, y las que ayer fueron arrabales hoy son principales».70 Pero también es verdad que ya desde fines de siglo sabemos que se ha ido generando un fuerte sentimiento de orgullo ante lo bello de la monumentalidad madrileña, especialmente por parte de aquellos que han nacido en ella, y lo cierto es que son innumerables las alusiones a la belleza externa de tal o cual edificio; véanse, por ejemplo, los testimonios de Gil González Dávila, Jerónimo de Quintana o Antonio de Liñán y Verdugo. Y, si con motivo de la mudanza de la Corte desde Madrid a Valladolid por Felipe III, Lope de Vega hizo recopilación rimada de los más destacados templos matritenses al comenzar el siglo en el famoso poema que se inicia con el verso «Adiós, señora de Atocha», Salas le rindió su propio homenaje en la ya citada Patro­ na de Madrid restituida. Es este Madrid el que sufre la responsabilidad —disfrutando también del privilegio— de ser el centro imperial desde el cual se toman las decisiones, y serán, como hemos visto, numerosos los testimonios de los arbitristas del momento —González de Cellorigo, Sancho de Moncada, Lope de Deza— que den cuenta de la gran carga económica de tantos territorios anexados. A pesar de la enorme influencia del devenir político europeo en el desarrollo interno de España, no hay más que cotejar la obra de nuestros más influyentes historiadores en lengua inglesa como John Elliott, Henry   Fueron 527 las peticiones de vecindad que se registraron entre 1600 y 1663, según registra Ringrose, op. cit., pp. 89-90; mientras que los datos de peticiones de vecindad entre 1600 y 1630 fueron predominantemente de comerciantes y negociantes diversos, entre 1631 y 1663 fueron de nobles y burócratas; al inicio del reinado de Felipe IV había 1602 oficiales con el beneficio de la «gracia de aposento», tal y como indica Mauro Hernández, A la sombra de la corona. Poder local y oligarquía urbana, Madrid 1606-1808. Madrid: Siglo XXI, 1995, pp. 5-7. A partir de 1630, escribe Hernández, se producirá un «estancamiento» y una «refeudalización» de la ciudad precisamente por el peso de la aristocracia sobre el sistema tributario urbano (p. 9). Véase también la distribución profesional de estas peticiones que comenta Ringrose en Juliá, Ringrose y Segura, op. cit., pp. 240-242; Janine Fayard y Claude Larquié, «Hôtels madrilènes et démographie urbain au xviie siècle». Mélanges de la Casa de Velázquez 4 (1968): 229-258; y Jesús Cruz Valenciano, «Propiedad urbana y sociedad en Madrid». Revista de Historia Económica 2 (1990): 239-269. 70   Op. cit., p. 70. 69

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Kamen, Anthony Pagden, Geoffrey Parker, David Ringrose, Stanley y Barbara Stein o Hugh Thomas para comprobar cómo todos ellos, en algún momento de su carrera, han dedicado trabajos a la proyección colonial española como parte esencial de su propia definición como nación-estado.71 En su aproximación metodológica, creo yo, estos historiadores parten de un espíritu común recientemente sintetizado por Kamen al comentar que [M]ore recently […] historians studying imperial history have begun to call in doubt the «nationalist» interpretation that views expansion as a simple projection of the power of one country. They have preferred to ask questions about the nature of that power […]72

y el propio Kamen, de hecho, se centra más en las debilidades que en el poderío imperial de la España de este siglo. Son por ello ya numerosos los estudios en el mundo del hispanismo y, concretamente, en el ámbito particular de la crítica literaria y cultural, que se han valido de este marco temporal y geográfico para analizar cuestiones específicas tales como el papel de las colonias en la formación identitaria del europeo, la trayectoria de tal o cual texto en sus «navegaciones» al más allá (y viceversa), las relaciones entre la noción de imperium y la proyección de la masculinidad del individuo o de la propia nación, etc.73 Son éstas y otras cuestiones similares las que buscan abrir nuevas vías de investigación y debate en un terreno cuyo atractivo debe residir, precisamente, en la capacidad de renovarse a sí misma a través de nuevas preguntas que incorporen, en este caso, apuntes que antes podrían haberse considerado marginales. No voy a detenerme aquí en toda la gama de debates que han animado la disciplina en los últimos años —debates que atañen incluso a la propia nomenclatura de Siglo de Oro como tal, con alternativas de forzada traducción al español como early modern— pues, como vamos viendo, ya existe una abundante bibliografía sobre el asunto. Pero sí diré, como adelanto, que la presencia del producto americano late en ciertas apreciaciones de Salas Barbadillo, y que, en más de una ocasión, se convierte en ingrediente estructural de la trama. Es, no obstante, una plasmación que refleja cómo el ciudadano de principios del siglo xvii no ha llegado a aceptar del todo la utilidad o el provecho que pueda extraerse de alguno de estos   Véase John H. Elliott, The Old World and the New, 1492-1650. New York: Cambridge University Press, 1970; Henry Kamen, op. cit., 2003; Anthony Pagden, Lords of All the World: Ideologies of Empire in Spain, Britain and France c.1500-c.1800. New Haven, CT: Yale University Press, 1994; Geoffrey Parker, Empire, War and Faith in Early Modern Europe. London: Allen Lane, 2002; David Ringrose, Expansion and Global Interaction. London: Prentice Hall, 2000; Stanley J. Stein y Barbara H. Stein. Silver, Trade, and War. Spain and America in the Making of Early Modern Europe. Baltimore, MD: The Johns Hopkins University Press, 2000; Hugh Thomas, Rivers of Gold: The Rise of the Spanish Empire, from Columbus to Magellan. New York: Random House, 2004. 72   Kamen, op. cit., 2003, pp. xxiii y xxv; Pagden, por ejemplo, ya rechazó el estudios anteriores la idea de un Imperio, por mucho que estuviera imbricada en la mentalidad de los españoles. 73   Véase, por ejemplo, Tamar Herzog, Defining Nations: Immigrants and Citizens in Early Modern Spain and Spanish America. New Haven, CT: Yale University Press, 2003; Barbara Fuchs, Mimesis and Empire. The New World, Islam, and European Identities. Cambridge: Cambridge University Press, 2001. 71

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nuevos productos, materiales y objetos que se incorporan al tejido local no sin un notable componente de polémica. A veces, nos dicen los textos, es preferible no abrir las compuertas a lo que resulta ilegible; lo que no se conoce del todo provoca miedo y sospecha en una sociedad tan abierta como supersticiosa en ocasiones. No hay, por tanto, una atracción hacia lo nuevo que sea completamente inequívoca, sino que toda mención a lo desconocido —o a lo que se conoce insuficientemente— arrastra consigo su dosis de ambigüedad. Y es esta ambigüedad, a fin de cuentas, lo que hace de esta cultura material un fascinante objeto de análisis. Por ello, el presente libro incorpora algunas de estas inquietudes críticas desde la pregunta fundamental que justifica su título: ¿en qué medida influyeron las nuevas relaciones de consumo del siglo xvii español en la expresión literaria, y cómo se manifestaron estas actividades tanto a la hora de trasladarlas a la ficción como en el momento de hacerlas circular y ser leídas en privado o vistas en espectáculos teatrales? 3.  Fetiches e idolatrías en la literatura del siglo xvii Si nos hallamos, por tanto, ante una modernidad debatible y bajo sospecha, el título de este capítulo hace también referencia a dos conceptos —fetiche e idola­ tría— cuyo contenido debe ser explicado adecuadamente y situado en el contexto apropiado. Sin embargo, resulta muy difícil hablar de la conexión entre lengua literaria y fetiche cuando parece ser evidente que este tipo de relación entre sujeto y objeto no se establece como tal durante los primeros intercambios culturales. «Colonial entrepreneurs did not, al least after the early stages, fetishize objects —han escrito los críticos Ann Rosalind Jones y Peter Stallybrass—; on the contrary, they were interested in objects only to the extent that they could be transformed into commodities and exchanged for profit on the market».74 La obra de Salas comenta una y otra vez cómo en este ámbito urbano capitalista reside el germen de lo que hoy se estudia como cultura material, y que sitúa al lector frente a nociones modernas —filtradas, claro está, por el tamiz de Marx, Burckhardt y Freud— como las de mercan­ cía, objetivación, fetichismo e idolatría. Bien es cierto que el léxico barroco carece de la palabra fetiche —derivación del creole fetisso, y a su vez del portugués fei­ tiço— como alusión a práctica mágica o brujería, término que no registran ni el Au­ toridades ni el Covarrubias, aunque sabemos que tiene su raíz en el latín facticius, que evoluciona en el castellano facticio —sí recogido en el Autoridades— como expresión de lo manufacturado, lo no natural. Dos siglos más tarde, sin embargo, su fijación conceptual es ya muy rica: la crítica al fetichismo de la mercancía se construye en El Capital de Karl Marx mediante comparaciones con el cristianismo y los ataques bíblicos contra sus ídolos a través de metáforas teológicas para denunciar la idolatría del dinero, un tema, eso sí, que ya se prodiga en la lengua áurea; el progre74  Ann Rosalind Jones y Peter Stallybrass, Renaissance Clothing and the Materials of Memory. Cambridge: Cambridge University Press, 2001, p. 10.

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so se ve así como una amenaza, como un ídolo pagano, y la metáfora teológica por excelencia pasa a ser entonces la radicalización de esta apetencia por el lujo: el fetiche.75 Cierto es también que en el largo camino recorrido desde Karl Marx y Sigmund Freud hasta Jean Baudrillard y Michael Taussig, el panorama crítico sobre fenómeno del fetiche y del fetichismo como desviación (psico)sexual ha evolucionado extraordinariamente en las dos últimas décadas.76 La trilogía de artículos seminales del antropólogo William Pietz ha motivado que en la década de los noventa el fenómeno se haya estudiado desde su impacto cultural en todo tipo de ámbitos: desde su presencia en el modernismo francés (Emily Apter), pasando por lecturas psicoanalíticas (Henry Krips) que a su vez conectan con el campo visual y su aplicación al placer visual del cine (Laura Mulvey), el fetiche ha vuelto al primer plano de análisis con renovada energía y sugerentes propuestas.77 En cierta forma, este fetichismo como relación (o desviación) con ciertas partes del cuerpo humano ya está presente en la literatura barroca, en donde es sabido que el pie, por dar un caso, se erige como marca de identidad definiéndose en términos apenas vistos antes. Así ocurre, por ejemplo, en la comedia tirsiana La huerta de Juan Fernán­ dez: en una escena de miradas furtivas, ambigüedad sexual y genérica y disfraces sospechosos, Tomasa espiará a Petronila cuando ésta duerma, confesando que «de la bota tiré», «quité escarpín y calceta», y afirmando entonces de «tan chico pedestal»: vi un juguete de azúcar, una manteca soriana, un bollo de manjar blanco, y dije: «¡Oh, quién fuera banco de tal pie cada mañana!» Tan igual, tan ampollado, tan tierno, con tanto aliño tan melindroso, tan niño, y en fin, tan desjuanetado. 75  En concreto en el vol. 1, capítulo 1. 4, «Sobre el carácter fetichista de la mercancía y su secreto». No obstante, la crítica de Marx va dirigida a la mercancía (commodity) y no al objeto, al capitalismo y no al materialismo debido a que, desde esta perspectiva, la mercancía nace cuando muere el objeto, y el capitalismo fetichiza la mercancía, si bien no al objeto. 76  Trazan su significado conceptual los análisis de Jean Baudrillard, «Fétichisme et Idéologie: La Réduction sémiologique». Nouvelle Revue de Psychanalyse 2 (1970): 213-224; del mismo, The System of Objects. Trad. James Benedict. London: Verso, 1996; Paul-Laurent Assou, Le fétichisme. Paris. PUF, 1994; y Alfonso Iacono, Le fétichisme. Histoire d’un concept. Paris: PUF, 1992. 77   Véanse William Pietz, «The Problem of the Fetish, I». Res 9 (1985): 5-17; «The Problem of the Fetish, II». Res 13 (1987): 23-45; «The Problem of the Fetish, III». Res 16 (1988): 107-123; y, con Emily Apter, eds., Fetishism as Cultural Discourse. Ithaca, NY: Cornell University Press, 1993. Henry Krips, Fetish: An Erotics of Culture. Ithaca, NY: Cornell University Press, 1999; Laura Mulvey, Fetis­ hism and Curiosity. Bloomington, IN: Indiana University Press, 1996; Emily Apter, Feminizing the Fetish: Psychoanalysis and Narrative Obsession in Turn-of-the-Century France. Ithaca, NY: Cornell University Press, 1991.

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Al igual que también hará en otra comedia urbana como es Por el sótano y el torno, Tirso juega aquí con lo cómico para amortiguar en lo posible la sensualidad peligrosamente atractiva de un cuerpo humano convertido en objeto de seducción y adoración simultáneas, alejándose así de otras visiones del pie mucho más realistas y grotescas —las de Juan de Zabaleta o Francisco de Quevedo, por ejemplo— que entroncan con una tradición muy diferente de representar las bellezas y miserias femeninas: el dedo que sale de un zapato de un pobre como «tortuga que saca / la cabeza de la concha» será objeto de burla en el romance quevedesco Res­ ponde a la sacaliña de unas pelonas.78 En cualquier caso, este tipo de lecturas invita a evaluar los objetos —pies, zapatos— como productos culturales que deben ser siempre vistos mediante su implicación en espacios sociales. Esta premisa se asume como punto de arranque en mi lectura del concepto del fetiche que aquí manejo, pero mi análisis no va encaminado tanto a la seducción de lo corporal (pie) como a la extensión de su naturaleza (zapato) y a la relación que se entabla entonces entre el sujeto y el objeto de consumo. En este caso, y sin haber sido interrogado aún desde su dimensión teórica, el fetiche no es sino la radical individualización del objeto más allá de su relación de pertenencia al dueño, su más inquietante emancipación ontológica. El reto crítico sirve así para anunciar, de paso, nuevas vías de estudio sobre la cultura áurea por parte de uno de sus menos reconocidos poetas, si bien es cierto que esta compleja red de relaciones está presente en toda la expresión estética del período. Por ello, «what we have to gain from interrelating the object and the subject in the Renaissance —han escrito de Grazia, Quilligan y Stallybrass— is a sense of how objects have a hold on subjects as well as subjects on objects. We need to understand those reciprocal makings and unmakings. We need to understand too why we have traditionally overlooked these reciprocities —particularly in studying that period we have identified with our own point of origin.79

Así las cosas, el escrutinio crítico del objeto como articulador cultural y no sólo como mero producto prefigura un análisis que entra en contacto con lo que, desde el ámbito de la crítica inglesa, se ha denominado Nuevo materialismo.80 La propuesta 78   Poco se ha tratado por la crítica aurisecular esta fascinación tan rentable desde un punto de vista literario; excelente modelo resulta ser el artículo de Peter Stallybrass, «Footnotes», en Carla Mazzio y David Hillman, eds., The Body in Parts. Fantasies of Corporeality in Early Modern Europe. New York: Routledge, pp. 313-325; como aproximación útil a las letras áureas, interesante resulta el reciente trabajo de Donald R. Larson. «Clothes Encounters: Revealing and Concealing the Body in Lope’s La discreta enamorada ». Bulletin of the Comediantes 57. 1 (2005): 11-44. 79  En de Grazia, Quilligan y Stallybrass, eds., op. cit., p. 12. 80   Véase, para una mayor profundización, Douglas Bruster, «The New Materialism in Renaissance Studies». En Curtis Perry, ed., Material Culture and Cultural Materialisms in the Middle Ages and the Renaissance. Turnhout, Bélgica: Brepols, 2001 (Arizona Studies in the Middle Ages and the Renaissance, 5), pp. 225-238; Jonathan Gil Harris, «The New New Historicism’s Wunderkammer of Objects». European Journal of English Studies 4. 2 (2000): 111-123. La antología de Patricia Fumerton y Simon

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amplía ciertas ideas y métodos de trabajo inaugurados por el influyente Nuevo His­ toricismo de las últimas tres décadas, escrutando ahora los Shakespeare, Spenser o Marlowe a nueva luz. Mucha de la mejor producción intelectual en inglés ha centrado su lente en la cultura material del período y sus implicaciones sociales, económicas y políticas;81 tan sólo en estudios sobre literatura isabelina, del llamado Materia­ lismo cultural —para algunos tan sólo la hermanastra inglesa del ya citado Nuevo Historicismo— han salido libros fundamentales por críticos como Lisa Jardine, Jonathan Dollimore y Alan Sinfield, mientras que de colegas como Leonard Barkan, Ann Rosalind Jones y Peter Stallybrass se han publicado excelentes análisis interdisciplinarios sobre la cultura material del Renacimiento y Barroco en el Oc­cidente europeo dentro de esta atención por la «cultura del objeto».82 La práctica parece haber adquirido una inercia notable: el excelente libro de Raffaella Sarti, Vita di casa. Abitare, mangiare, vestire nell’Europa moderna (Gius: Laterza & Figli SpA, 1999), ya cuenta con traducciones a varias lenguas.83 En cualquier caso, más que las propias nomenclaturas —Nuevo Historicismo, Materialismo Cultural, Nuevo Materiali­ smo—, es su inquietante recurrencia lo que me parece verdaderamente sintomático del estado actual de los estudios literarios y culturales del período, dado que esta frecuencia apunta a una abierta predilección por un enfoque que extiende su radio de acción a otras disciplinas no menos relevantes como son la antropología, la arqueología, la historia, la sociología o la etnografía.84 Sin embargo, y aunque tras algunos de estos proyectos late todavía la resonancia conceptual del Marxism and Literature de Raymond Williams, la acuñación de «materialismo cultural» registra un sentido notablemente diferente del inaugurado por la antropología de Marvin Harris a fines de los sesenta, dado que, a diferencia del marxismo de Williams, su orientación es contemporánea y estudia también cómo la cultura presente utiliza el pasado desde Hunt, Renaissance Culture and the Everyday. Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1999, puede considerarse una de las ediciones colectivas más representativas hasta el momento. 81  Los ejemplos son demasiados para una sola cita; cercano a nuestro enfoque, no obstante, es el breve apunte de James J. Kearney, «Trinket, Idol, Fetish: Some Notes on Iconoclasm and the Lan­ guage of Materiality in Reformation England». Shakespeare Studies 28 (2000): 257-261; el artículo es precisamente el resultado de un simposio celebrado en la Universidad de Pennsylvania sobre cultura material. 82   Véanse, por orden cronológico, Jonathan Dollimore y Alan Sinfield, eds., Political Shakespeare: New Essays in Cultural Materialism. Ithaca, NY: Cornell University Press, 1985; Alan Sinfield, Fault­ lines: Cultural Materialism and the Politics of Dissident Reading. Oxford: Clarendon Press, 1992; de Grazia, Quilligan y Stallybrass, eds., op. cit., pp. 1-13; David Hawkes, Idols of the Marketplace: Idola­ try and Commodity Fetishism in English Literature, 1580-1680. New York: Palgrave, 2001; Lisa Jardine, Worldly Goods: A New History of the Renaissance. New York: W. W. Norton, 1996, especialmente el sexto capítulo, «A Culture of Commodities»; Leonard Barkan, Unearthing the Past: Archeology and Aesthetics in the Making of Renaissance Culture. New Haven, CT: Yale University Press, 1999, y Jones y Peter Stallybrass, op. cit. 83  Remito, por ejemplo, a la versión española, Vida en familia: vivir, comer y vestir en la Europa moderna. Barcelona: Crítica, 2002. 84  Los mejores comentarios sobre este nuevo debate son los de Ryan Kiernan, New Historicism and Cultural Materialism: A Reader. London: Arnold, 1996; y Claire Colebrook, New Literary Histo­ ries. New Historicism and Contemporary Criticism. Manchester: Manchester University Press, 1997.

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sus palabras y objetos; o, en otras palabras, cómo la cultura material de nuestro propio pasado nos define en el presente.85 Resultante de esta tendencia, la acuñación de «cultura material» (material culture) surge así como un área de estudio no disciplinar, sin antepasados visibles y abierta a todo tipo de enfoques más allá del meramente literario. Desde su origen ligado primordialmente a la arqueología y al estudio de objetos encontrados—de escuelas como la de Victor Buchli, por ejemplo—, o desde las teorías de consumo estudiadas por el ya citado Daniel Miller en los años ochenta, el término parece haberse extendido rápidamente a través de colecciones y revistas de creciente prestigio.86 En los últimos años, por ejemplo, los estudios de cultura material se han ido agrupando en torno a revistas jóvenes pero importantes como Journal of Material Culture, Cultural Trends o Repre­ sentations, que han abrazado esta «no-disciplinariedad» como una de sus virtudes prácticas y ventajas conceptuales. En ellas se parte, muy esquemáticamente, del hecho de que el manejo y significado de objetos no ha dado lugar a una disciplina autónoma, tal y como el uso del lenguaje ha hecho con la lingüística; de la premisa de que los objetos son ya en sí significativos —más allá del significado que transmitan— permitiendo al estudioso ampliar el campo de análisis a cuestiones de identidad en la relación sujeto-objeto; y de la evidencia de que los consumidores son, en este sentido, un campo de exploración tan importante como lo pueda ser el de los productores. Frente a esta constante renovación, más sosegado parece ser el ritmo exploratorio de su vecino hispánico, que ha sabido sopesar muy bien hasta qué medida lo que funciona para la literatura jacobea e isabelina puede ser o no trasladado fructíferamente a la España de los Austrias y, por tanto, el fetichismo de las etiquetas ha sido menos notable.87 Aún así, no se trata tampoco de un aislamiento total: los últimos años han sido testigos de diversas propuestas —de importante calado pero escasísimas en número debido fundamentalmente a reticencias editoriales— que han buscado nuevas formas de leer a los «clásicos», defendiendo en ocasiones la imperiosa necesidad de ofrecer una visión más orgánica e integradora del fenómeno literario a través de los posibles discursos que facilitan o dificultan el producto cultural.88 El presente análisis sigue esta incipiente trayectoria, fijando la lente crítica en el proceso de crecimiento de ciudades y de redes económicas de la España de principios del siglo xvii y en la figuración de objetos cotidianos que en ocasiones se convierten en auténticos «dioses del mercado». Cuando Quevedo denuncia con saña la molicie de 85   Me refiero a Marvin Harris, The Rise of Anthropological Theory. New York: Thomas Y. Cro­well, 1968; y Raymond Williams, Marxism and Literature. Oxford: Oxford University Press, 1977. 86   Véase Victor Buchli, The Material Culture Reader. London: Zone, 2002; Daniel Miller, op. cit.; y Dominique Poulot, «Une nouvelle histoire de la culture matérielle». Revue d’Histoire Moderne et Contemporaine 44 (1997): pp. 344-357. 87  Esta circunstancia se señala con gran acierto por Melveena McKendrick, Playing the King: Lope de Vega and the Limits of Conformity. London: Tamesis, 2000. 88   Véase, por ejemplo, Carroll Johnson, Cervantes and the Material World. Chicago: University of Illinois Press, 2001, y David Quint, Cervantes’s Novel of Modern Times: A New Reading of Don Quixo­ te. Princeton: Princeton University Press, 2003, en donde se lee al novelista en relación con el cambio del mundo feudal al mercado capitalista, utilizando aportes de antropólogos y sociólogos modernos.

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sus contemporáneos en su famosa letrilla satírica Poderoso caballero es don dinero, o cuando se publican los Decretos suntuarios (1619-1625) prohibiendo determinadas costumbres y regulando bienes de consumo, se está avanzando ya lo que será una preocupación fundamental de determinados centros urbanos con respecto a objetos muy concretos: el velo, el guardainfante, los chapines que tanto criticará Salas Barbadillo, las joyas...89 Daniel Miller ha escrito, con mucho acierto, que material culture studies derive their importance from this continual simultaneity between the artifact as the form of natural materials whose nature we continually experience through practices, and also as the form through which we continually experience the very particular nature of our cultural order.90

Se establece con ello una de las premisas que alientan el substrato conceptual de este ensayo, a saber, la estrecha relación entre la naturaleza del objeto—a falta de un mejor término para el preciso artifact—y los procesos de formación identitaria que permite su uso. Ya fue Pierre Bourdieu quien, en estudios seminales publicados a fines de los años setenta, determinó el objeto como portador de un extraordinario nivel de flexibilidad, ejerciendo así sutiles grados de distinción mediante sofisticados mecanismos de discriminación, e incluso generando—siguiendo su concepto de habi­ tus—procesos de reproducción social.91 Gran parte del ajuar del urbanita europeo del siglo xvii, por ejemplo, podrá ser analizado bajo esta premisa que convierte a cada elemento en un acto performativo que hermana, de manera simultánea, la naturaleza del objeto con su capacidad de establecer o cimentar relaciones sociales; la ropa, por dar tan sólo un caso, será un componente fundamental en la articulación de relacio89  Resulta inmejorable como primera consulta el conocido libro de Juan Sempere y Guarinos, Historia del lujo y de las leyes suntuarias en España. Madrid: Imprenta Real, 1788, 2 vols.; más recientemente, Lina Rodríguez Cacho, Pecados sociales y literatura satírica en el siglo xvi: los «Coloquios» de Torquemada. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid, 1989, pp. 103-165; Rafael González Cañal, «El lujo y la ociosidad durante la privanza de Olivares: Bartolomé Jiménez Patón y la polémica sobre el guardainfante y las guedejas». Criticón 53 (1991): 71-96; Antonio Sánchez Jiménez, «Cuellos, valonas y golillas: leyes suntuarias y crítica política en No hay mal que por bien no venga, de Juan Ruiz de Alarcón». Bulletin of the Comediantes 54. 1 (2002): 91-113. 90   Y Lynn Hunt y Victoria E. Bonnell han escrito, por su parte, que «it is no accident that much exciting work by younger scholars now focuses on material culture, one of the arenas in which culture and social life most obviously and significantly intersect, where culture takes concrete form and those concrete forms make cultural codes more explicit. Work on furniture, guns, or clothing—to name some of the most striking recent examples—draws our attention to the material ways in which culture becomes part of everyday social experience and therefore becomes susceptible to change»; en Beyond the Cultural Turn. New Directions in the Study of Society and Culture. Berkeley, CA: University of California Press, 1999, p. 11. 91  La categoría social del objeto y su conexión con la noción de gusto personal es uno de los temas que articulan su clásico estudio Distinction: A Social Critique of the Judgement of Taste. Trad. R. Nice. London: Routledge & Kegan Paul, 1984; el «fetichismo» de la obra de arte y del coleccionista se analiza en «The Work of Art as Fetish: The Production of Belief». Text & Context: A Journal of Interdisci­ plinary Studies 2. 1 (1988): 3-56. A algunas de las acuñaciones más conocidas del sociólogo francés retornaré con frecuencia en páginas posteriores.

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nes personales, tanto desde su misma configuración como desde su uso.92 Salas es muy claro a este respecto: No vivimos con la necesidad, sino con la opinión, y de este daño se originan todas las ruinas de la virtud, porque el vestido también sirve como escudo contra la inclemencia de los elementos, y éste fue como su segundo fin; pero nuestra vanidad ha introducido que sea ornato, ostentación y pompa.93

Y es este ornato el que da lugar también a incontables ambigüedades que hacen de las ficciones del período una reflexión tan convincente de las relaciones de género, clase y raza. Léase si no, por ejemplo, La Gitanilla de Cervantes bajo esta premisa, y la novela se torna en hermosa alegoría sobre las relaciones espaciales entre centro y margen, fluidez y estatismo, en donde los famosos «brincos» —esos pequeños adornos gitanos convertidos en fetiches nemotécnicos que acentúan la belleza de Preciosa— conectan a la joven protagonista con su falso pasado milenario y la empobrecedora certidumbre de su futuro. Los brincos de la gitana —como metáfora de incorporación de lo marginal a lo hegemónico dentro de los parámetros de una misma cultura, a los que se le añade una sobrecarga de exotismo sexual— ya dan lugar a una compleja percepción por parte de la expresión estética. Y, sin embargo, al tener en cuenta que muchos de estos nuevos productos vienen ya manufacturados de tierras lejanas, ¿qué ocurre cuando se trata de un objeto que ha sido desplazado de su lugar de origen y penetra en un ámbito geopolítico completamente diferente? ¿Cómo maneja la cultura local aquello que proviene de territorios ajenos? ¿Qué pasa, por ejemplo, con el producto americano, y en qué medida la forma o el tamaño de estos bienes de consumo determinan sus relaciones de uso? ¿Qué efecto tiene esto en la lengua literaria? Esta compleja negociación se experimenta muy significativamente en la España de los Austrias: la tensión de la lengua literaria por atrapar aquello que, en principio, parece inefable, resulta especialmente sintomática de una cultura que atestigua incipientes procesos de transculturación a través de viajes, mercantilismo, colonización y movimientos migratorios, dando lugar a una lengua imperial sin fronteras geográficas.94 Mary Gaylord nos recuerda con razón que «whether we choose to remain focused on the Old World or on America, or try to have one foot on either side of the 92  Estudio clásico sobre la semiótica de la ropa en la modernidad es el de Alison Lurie, The Lan­ guage of Clothes. New York: Random House, 1981; este mismo asunto de la selección de ropa como marca de identidad se discute en Colin Campbell, «The Meaning of Objects and the Meaning of Ac­ tions. A Critical Note on the Sociology of Consumption and Theories of Clothing». Journal of Material Culture 1. 1 (1996): pp. 93-106. 93  La cita proviene de su última novela, El curioso y sabio Alejandro, p. 144. 94  Sobre la travesía de diferentes culturas por parte del objeto comerciado durante esta época, remito a Fernand Braudel, Capitalism and Material Life, 1400-1800. London: Weidenfeld & Nicolson, 1973; y The Wheels of Commerce. New York: Harper, 1982; Philip Curtin, Cross-Cultural Trade in World History. Cambridge: Cambridge University Press, 1984; y Cora Govers, ed., The Global and the Local: Consumption and European Identity. Amsterdam: Spinhuis Press, 1994.

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water, we do well to remind ourselves regularly that here and there are particularly slippery deictics for the period we study».95 El intercambio de objetos y materias entre, por ejemplo, Sevilla y las Indias, Madrid y Francia, o Valencia e Italia, hace que la literatura del período se vea inundada de nuevos objetos que influyen en la forma de comer, de beber, de vestirse o de fumar, por citar tan sólo ciertos hábitos. En un escritor como Salas Barbadillo, quien, al contrario que su padre, nunca conoció el territorio americano más allá del título comercial del que gozó durante un breve tiempo, las alusiones a las Indias serán muy escasas en su obra, y vendrán acompañadas frecuentemente de una cierta sospecha, cuando no de condena. Para Flora, protagonis­ ta de La sabia Flora, malsabidilla, «los Castellanos son los más poderosos y los más envidiados»,96 salvo aquellos que marchan al continente americano a explotar a las poblaciones nativas: «No hablemos de estos tiranos de los serviles Indios, y disfrutadotes holgazanes de la fatiga ajena», comentará un personaje de la pieza Fiestas de la boda de la incasable mal casada.97 Sin embargo, en La sabia Flora, malsabidilla, por ejemplo, el personaje de Camila habla de indios «hechiceros» cuando disertan sobre la moda del tabaco,98 juicio que se une a algún que otro americanismo disperso en su obra, como por ejemplo cuando se menciona el canibalismo en unos gusanos «muy caribes», que se comen «animales de su mismo género»;99 o el caso de El cabal­ lero puntual, en donde, como parte de todo el catálogo de tipos que circulan por sus páginas, se nos hablará de un anciano «mal teñido pobrete, en cuyo rostro los dos mayores enemigos, noche y día, se conformaron», continuando con que su nacimiento fue en Perú; sus padres, el varón, negro, y la madre, india; jamás ha faltado la primavera en su lenguaje, de cuyas flores ha cogido frutos para sustentarse y vivir. […] Débele de parecer que tal cara como la suya es digna del infierno, y así no quiere que por las obras lo pierda.

La mayor condena de este pobre loco, en quienes se unen la lacra de la lengua materna americana con la burla hacia el habla de los negros, es su nueva hibridez lingüística, a través de la cual intenta superar las limitaciones heredadas consiguiendo resultados desastrosos: latiniza sin haber llegado aún a los principios de la gramática, porque, cansado de apurar a su lengua materna y no pudiendo descubrir novedad en sus términos 95   Mary Gaylord, op. cit., 1996, p. 225. El trabajo de John Elliott ha sido igualmente influyente en los últimos treinta años; véase, por ejemplo, «The Old World and the New Revisited», en Karen Ordahl Kupperman, ed., America in European Consciousness, 1493-1750. Chapel Hill, NC: University of North Carolina Press, 1995, pp. 391-408. 96   Op. cit., p. 374. 97  Cito por la edición original de Madrid: Viuda de Cosme Delgado, 1622, fol. 118v. 98  Todas las referencias futuras a esta pieza provienen de la edición de Emilio Cotarelo y Mori, Obras... con la vida y obras del autor. Colección de escritores castellanos. Novelistas. Obras de Alon­ so Jerónimo de Salas Barbadillo, pp. 284-502, [p. 307]. 99  La cita proviene de El curioso y sabio Alejandro, p. 139.

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y frases, mendiga a las puertas de aquella que aún por el nombre no conoce, y es de modo que por no suspenderse en el corriente de su plática hace una miscelánea de mal latín y afectado romance, de donde se sigue que, embarazado con dos lenguas de los yerros que comete entre ambas, forma otra nueva, tan dilatada y extendida, que puede, si no satisfacer a sus deseos en ella, necesitar menos que en otras.100

Pero, evidentemente, no todas las «impurezas lingüísticas» padecen de semejantes censuras. En muchos escritores de su generación, la incorporación de palabras extranjeras y su transculturación será un fenómeno indicativo de las habilidades de la lengua literaria para ampliar sus registros,101 como ocurrirá, por ejemplo, con términos ya indispensables para definir cierto tipo de cualidades de la materia: «fúcar» —de Függer, eminente familia de banqueros noreuropeos desde 1487—, «cambray» —sinécdoque para la tela fina y elegante procedente de la conocida localidad francesa— o «jarquíes» —del comerciante catalán Pablo de Xarquíes, famoso por su nieve helada durante el tiempo del cuarto Felipe—.102 En concreto, este consumo será tan popular, especialmente durante períodos estivales que, como resultado, este surtido de bebidas se incorporará al imaginario literario, hasta el punto de que el término «charquíes» se utilizará como sinónimo de blancura por Quevedo, como ya se había usado «fúcar» (de Függer) como sinónimo de riqueza o elegancia.103 En El caballero puntual, por ejemplo, Salas Barbadillo elogiará la importancia histórica del comerciante catalán como un bien necesario para la «república», pero el producto, generado en el norte y desarrollado en Madrid, no dejará de guardar esa calidad exótica de lo importado y de lo raro.104 Salas escribirá al respecto que   El caballero puntual. Obras… tomo II, pp. 276-277 para ambas citas.  El estudio más notable hasta la fecha sobre este asunto es el de Diana de Armas Wilson, Cer­ vantes, the Novel and the New World. Oxford: Oxford University Press, 2000, en donde se analizan y comentan los numerosos americanismos en la obra del alcalaíno. 102  Este fenómeno de la nieve helada demostrará el elemento foráneo no tendrá que ser ne­ cesariamente transoceánico en muchas ocasiones, sino que vendrá de otras partes de la Península. La costumbre de enfriar las bebidas, platos fríos y recetas médicas hará de este producto uno de los más demandados del reino, con depósitos de nieve y hielo en la Calle Alta de Fuencarral, que fueron propiedad del comerciante catalán desde 1614, y que se conocían como Casa Arbitrio de la Nieve y Hielos del Reino o Casa de los Pozos de la Nieve. Su dueño, Pablo de Jarquíes, tuvo desde 1619 seis pozos para hielo o nieve y seis estanques para hielos, huerta y casa de aves, gozando de Real Cédula para su monopolio y comercialización por Felipe III. 103  Semejante es la práctica en Tirso, para quien la blancura del fúcar se evoca en pie de la dama (en La huerta de Juan Fernández) o en su mano (en La celosa de sí misma). 104  Dicho producto será estudiado en su faceta medicinal por el médico y catedrático sevillano Juan de Carvajal y por el médico judío Fernando Cardoso. El primero, apoyándose en Galeno, elogió el poder de la nieve para sanar viruelas, sarampión, tabardete y mal color, afirmando que alargaba la vida y facilitaba el sueño, y concluyendo que «es medicina por naturaleza, y no hay por qué aborrecerla, siendo los médicos sus criados y ministros y teniendo obligación de utilizarla en cuanto fuera posible». En Utilidades de la nieve. Sevilla: Simón Fajardo, 1622; me he valido del ejemplar de la Biblioteca Nacional de Madrid, R/ 26581, fol. 4r. Carvajal defendió la nieve porque era agua «como el cuerpo», y recomendó que se consumiese «en tiempo de estío» (2v.); se apoyó en Galeno y Avicena para tratar asuntos como el curar la fiebre; la nieve, de acuerdo al sevillano, «constriñe y aprieta» y es buena para que la sangre no salga; es buena para asmáticos (3v.) y «sana la modorra». Lo más relevan100 101

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encareció mucho el regalo que Madrid tenía gozando nieve todo el año, y alabó con amor y reverencia el ingenioso catalán Pablo Jarquies, por cuyo medio, artificio e industria, gozaba la república de este singular y deleite beneficio, pues había enseñado la experiencia de que era la más eficiente medicina contra las fiebres ardientes, tanto que, después que por darse tan barata se comunica a todo género de gente, parece que en ella ha venido la salud común y la ociosidad de los médicos.105

Como marca social y detonante de relaciones personales, la nieve será explorada por el madrileño desde las posibilidades que se ofrecen para el ocio y su utilidad en el avance los conflictos teatrales, alejándose de este tono de precaución y adentrándose, precisamente, en los posibles efectos beneficiosos que ofrece la conjunción de estos ingredientes. El placer sensorial de lo urbano se asocia así a dos conceptos muy modernos, como son el del compuesto —dado que los ingredientes en sí no ejercen ninguna reacción si no se manipulan— y el de lo exótico —pues estos mismos productos son, en parte, nuevos y experimentales—. El paladar se urbaniza y se internacionaliza al tiempo que la creación estética informa de lo nuevo, como ocurre en la «Aventura nona» de la novela Don Diego de noche, en la cual Salas nos sitúa a su protagonista refrescándose con «las cantimploras sepultadas en la nieve».106 Este consumo viene reforzado por la creencia de que muchas de estas aguas contienen virtudes curativas, como por ejemplo el agua de anís, de canela, de hinojo, de romero, de azahar o el agua rosada, potenciadas por las propiedades aromáticas que seducen a las damas y que incluso dan lugar a nuevas profesiones, como la del destilador —ya el mismo Felipe IV tuvo el suyo propio—. Y, aunque estas costumbres se reproducen en incontables comedias urbanas, no todas las ficciones son benévolas con el consumo del ocio madrileño, especialmente desde la tradición moralista que busca en la mujer un rol de invisibilidad y de reclusión doméstica que, evidentemente, choca con la realidad y con la realidad ociosa de la madrileña del diecisiete. Algo más compleja resulta, sin embargo, la aceptación de objetos de consumo que vengan de culturas radicalmente diferentes. Muchas de las mercancías que se convierten en fetiche lo hacen por su origen misterioso, sus formas y tactos desconocidos, creando un divorcio entre su manufactura y su consumo, su re-figuración en te, no obstante, es la ecuación entre pureza material y espiritual subrayada en la noción de que lo conveniente es «nieve de la montaña hidalga, por su decencia blanca y pura» (1v.). El segundo, cercano también al círculo de Olivares, elaborará todo un tratado de nada menos que 108 páginas dedicado al uso de tan requerido producto, y que titula Utilidades del agua y de la nieve. Del beber frío y calien­ te (Madrid, Viuda de Alonso Martín, 1637), en donde intentará regular una práctica que ya estaba muy extendida desde inicios de siglo. La información aquí expuesta proviene de la consulta del ejemplar de la Biblioteca Nacional R / 34484, complementado por el apunte de J. Velasco Pajares, «Contribución a la historia de la medicina española. Una inquietud higiénica del siglo xvii». Gaceta Médica Españo­ la. Revista nacional de Ciencias médicas, 1944, pp. 52-57, en la que se ofrecen numerosos testimonios del momento dedicados a este problema. 105  En op. cit., p. 200. 106   Op. cit., p. 207.

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una entidad completamente distinta que porta ya un bagaje de tipo étnico, religioso y cultural que es, precisamente, su poder de mercancía intercambiable y, por tanto, su componente más atractivo. Así ocurre con muchos de los nuevos productos que vienen de las Indias —empezando por el azúcar, que había sido producida en la Española ya desde 1515, siendo Ovando quien llevó las primeras cajas de azúcar a Fernando el Católico en su lecho de muerte.107 Esta metonimia —ya sea o no en forma de souvenir— generará igualmente nostalgia por un tiempo o un espacio que permanece encapsulado en el tamaño, forma, tacto, aroma o aspecto del objeto que se acoge desde el confort de lo local y lo familiar. Además, el consumo de estos productos también dará lugar a una suerte de «mimesis invertida», en la medida en que la ideología imperial que se propaga en el Nuevo Mundo a través de usos y costumbres tanto religiosas como profanas será contestada ahora desde la paradoja de su mutua porosidad: el objeto americano generará procesos imitativos por parte de la sociedad metropolitana —fumar o beber chocolate, por ejemplo—, los cuales contendrán en sí un margen de diferencia que arrastrará consigo a la expresión lingüística.108 El estimulante chocolate que bebía Monteczuma antes de rendirse al placer de su harén prehispánico será ahora consumido, a la española, por las cortesanas de Madrid, generando toda una literatura —con su correspondiente lengua literaria en continua tensión expresiva por captar aquello que se «escapa» en la mezcla del producto— de vigilancias y admoniciones. Desprovista aún de una acuñación precisa, esta «erótica del objeto» se encuentra ya presente en las ciudades comerciales de la España imperial. El elemento importado es dueño de una biografía singular: sustituye la experiencia del creador por la experiencia del poseedor, que lo traslada y re-semantiza en un ámbito nuevo, dando así auténtica relevancia a su antiguo ámbito al originar preguntas y generar valor. El traslado del objeto entonces no sólo es espacial, sino también temporal, en cuanto que el ámbito americano se percibe como un espacio primitivo, arcaico, y por tanto el objeto viaja hacia su propio futuro cuando se traslada a la Metrópoli. Esta sensación de ausencia y pérdida conecta con el concepto de fetiche establecido por Freud, dado que the possession of the metonymic object is a kind of dispossession in that the presence of the object all the more radically speaks to its status as a mere substitution and to its subsequent distance from the self. This distance is not simply experienced as a loss; it is also experienced as a surplus of signification. It is experienced, as is the

 En Kamen, op. cit., 2003, p. 85.  El proceso de mimesis como contestación al modelo que la impone ha sido estudiado por Fuchs, op. cit., pp. 6, 164: «Mimesis —ha escrito Fuchs— can operate both as a weapon of the state, encouraged and promoted in the emulation of its rivals, and as a weapon against the same state, forced by imitators to relinquish its original preeminence», y que «the most interesting mode of resistance to orthodox ideologies of exclusion may often be imitation with a difference».; cfr. Michael Taussig, Mime­ sis and Alterity: A Particular History of the Senses. London: Routledge, 1993.. 107 108

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loss of the dual relation with the mother, as catastrophe and jouissance simultaneously.109

El fetiche ejerce entonces un poder sustitutivo y desplaza «este momento de autenticidad» al erigirse él mismo como el inicio de una nueva narrativa que pertenece ya al poseedor del objeto. Es a partir de esta nueva semántica cuando su forma(to) cobra relevancia: la miniatura puede actuar como metáfora del espacio interior y el sujeto burgués, mientras que lo gigante puede aludir a la autoridad estatal, a la vida pública; la miniatura es la perruque,110 la respuesta subversiva, el microcosmos que encierra territorios prohibidos. El objeto como souvenir delicado y hermético, como objeto de una «infancia pura», es apartado de su condición de «naturaleza como lucha» para pasar a la intimidad de interiores, de secretos, de espacios de nostalgia y de memoria. «Through narrative —ha escrito Susan Stewart— the souvenir substitutes a context of perpetual consumption for its context or origin», representando no tanto la experiencia creativa del origen sino la de «segunda mano» de su poseedor, lo que la crítica americana llama el «romance del contrabando» al ser apartado de su condición primigenia.111 En una línea semejante, Jean Baudrillard ha escrito que el objeto exótico y antiguo es lo que da precisamente valor al sistema moderno de objetos, y que la «anterioridad» del objeto exótico reside en su forma y en su modo de fabricación; en última instancia, se está domesticando «lo salvaje», sometiendo lo caluroso a lo frío, y por ello no resulta extraño que muchos de los tratados medicinales hablen de bienes como el chocolate o el tabaco como mezclas «calientes» que trastornan el organismo.112 Desde la presencia del objeto, el presente queda negado ante la autenticidad de su pasado. No obstante, perece existir una añadida dificultad para esta lengua literaria, que a veces no sigue con fidelidad la etimología de la palabra, o que busca un término nuevo para domesticar el producto foráneo según su rendimiento social; tal será el caso, por ejemplo, del término «agasajo» para hablar del chocolate. Así pues, esta «fetichización» del objeto arranca del hecho de que estos productos son consumidos mediante un divorcio del medio y las personas que los produjeron, lo que se ha llamado por algunos como «consumer ignorances», y es esta misma reescritura lo que hace tan fascinante su estudio. Un ejemplo de lo dicho hasta ahora bastaría, y ese ejemplo no es otro que el del tabaco. Si, como nos recuerda Marcia Norton, «chocolate came to represent Aztec 109  Citado en Susan Stewart, On Longing: Narratives of the Miniature, the Gigantic, the Souvenir, the Collection. Baltimore, MD: The Johns Hopkins University Press, 1984, p. 135. Como complemento, véase Lewis Hyde, The Gift: Imagination and the Erotic Life of Property. New York: Random House, 1979. 110  El término proviene, ya es sabido, de Michel de Certeau y su seminal ensayo The Practice of Everyday Life. Trad. Steven Randall. Berkeley, CA: University of California Press, 1988 [1984]. 111  Stewart, op. cit., p. 135. 112  Tal es el caso, por ejemplo, de Un discurso del chocolate, del médico Santiago Valverde Turices, publicado en Sevilla en 1624, y quizá el tratado más famoso sobre el tema.

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achievement», el tabaco, siguiendo a la historiadora norteamericana, simbolizó «debauchery and idolatry», en un proceso de asimilación que pasó de lo inicialmente inclasificable a la atribución de la cultura material de las poblaciones indias.113 El entendimiento del español vendrá pronto determinado durante estos dos primeros siglos por el famoso tratado del médico sevillano Nicolás Monardes titulado Historia medicinal (1565, revisado y ampliado en 1571), quien será el primero en promover su uso como materia medicinal y «provide it with a palatable ideological coating componed of Galenist and Dioscoridean vocabulary».114 Igual harán después otros teóricos como Hernández, Cárdenas y Barrios, con las consecuentes equivalencias humorales, articulando un nuevo género para hablar de su carácter novedoso, consiguiendo así «des-americanizar» —y civilizar, en cierta forma— su polémica naturaleza. Tal fenómeno ocurre con los puros—si bien no se ha popularizado este término aún —y con las tabaqueras de los fumadores barrocos, término que aludirá a la cajita en la cual se guardaba el tabaco en polvo, a la pipa, e incluso a la caja para guardar tabas. Su asociación al misterio de la hierba del tabaco, que en Covarrubias ya se define como «que la descubrió el Demonio, para dársela a sus sacerdotes», hará de este objeto un invitado de lujo en las letras del siglo xvii. Cuando Francisco de Quevedo canta en Musa 6, «Romance 76», que

Yo mandé poner mi coche, a quien mis amigos llaman coche, que fue tabaquera, dedal, que de coche campa. está precisamente dotando a este producto—desde su comparación al dedal, también entendido como vaso pequeño para beber (Aut.)—del encanto cuasi-mágico de lo pequeño y del barroquismo de lo hermosamente elaborado, de la precisión del detalle. Y a la «idolatría» que observaba más arriba se refiere el autor de El Buscón—asiduo fumador, por cierto—cuando escribe que allí llegaron al diablo del tabaco, y el diablo del chocolate [...] siendo los chocolateros idólatras del sorbo [...]; y los tabacanos, como luteranos, si le toman en humo, haciendo el noviciado para el infierno; si en polvo, para el romadizo.

La lengua literaria de Quevedo inaugura con ello un nuevo término —tabaca­ no— que sintetiza al punto este cruce entre lengua, economía y religión.115 Y semejante es el tratamiento de estos elementos del paisaje madrileño en las comedias del período: Calderón sorprende introduciendo una tabaquera en la tercera Jornada de 113   Ver Marcia Norton, New World of Goods: A History of Tobacco and Chocolate in the Spanish Empire, 1492-1700, Tesis doctoral, Berkeley, 2000, p. xv. 114  Norton, op. cit., p. xvii. 115  En El entremetido y la dueña y el soplón, en Obras satíricas y festivas. Madrid: Espasa-Calpe (Clásicos Castellanos, 56), s. f., pp. 249-250.

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Céfalo y Pocris, al igual que en Los tres mayores prodigios cuando escribe de un personaje que, por culpa del tabaco, está «borracho de la cabeza», es decir, víctima de la misma locura festiva derivada del alcohol o el juego. Sin embargo, uno de los ejemplos más conocidos de toda su producción dramática se encuentra en el cierre de la primera jornada de La dama duende: cuando Cosme y don Manuel se preguntan cómo ha podido alterarse de tal manera la habitación en donde están alojados, el criado presume que «hay duendes», y que

pues yo en efeto presumo que algún demonio los tray, que esto y más habrá donde hay quien tome tabaco en humo. construyendo la misma ecuación entre lo misterioso del humo y los «humos» del sahumerio diabólico. Todas estas alusiones, evidentemente, tienen su fundamento social. Sabemos por otra parte que en España las tabaqueras en forma de calabacitas o devocionario—por el apego inicial de los religiosos al tabaco—que acogen el tabaco en polvo, serán muy populares en todas las clases sociales a inicios del siglo xvii aunque, a pesar del éxito de la Fábrica de tabaco en Sevilla a inicios de siglo, la de Madrid no se proyectará hasta el reinado de Carlos III y no se terminará hasta 1790.116 Lo delicado y lo pequeño adquieren enorme importancia en los intercambios materiales de la vida barroca, dentro de una creciente atención al detalle que anunciará el gusto por lo refinado de la sociedad cortesana del dieciocho, y coincidiendo con una reducción en la ostentación de joyas y un aumento del uso de pequeños objetos personales ya desde fines del xvii. Lo pequeño revela, así, su vida secreta: That the world of things can open itself to reveal a secret life —indeed, to reveal a set of actions and hence a narrativity and history outside the given field of perception— is a constant daydream that the miniature presents. This is the daydream of the microscope: the daydream of life inside life, of significance multiplied infinitely within significance.117

116   Véase José Pérez Vidal, España en la historia del tabaco. Madrid, CSIC, 1959, cuya investigación me ha sido de gran utilidad; y Ned Rival, Tabac, miroir du temps. Histoire des moeurs et des fu­ meurs. París, 1981; también se comenta en Deleito y Piñuela, op. cit., 1946, pp. 128-129. Para su desarrollo en el siglo xviii, contamos con el volumen editado por Agustín González Enciso y Rafael Torres Sánchez, Tabaco y economía en el siglo xviii. Pamplona: Eds. Universidad de Navarra, 1999. Más centrado en el siglo xvi que en el xvii es el trabajo de Antonio Barrera, «Local Herbs, Global Medicines: Consumers, Knowledge, and Commodities in Spanish America». En Pamela H. Smith y Paula Findlen, eds., Merchants and Marvels. Commerce, Science and Art in Early Modern Europe. New York: Routledge, 2002, pp. 163-181. 117  Stewart, op. cit., p. 54.

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La tabaquera experimenta así una fascinación pareja: en la segunda jornada de No puede ser de Moreto el criado Tarugo comenta a Don Pedro que tiene una hermana en Indias «que es un prodigio» y que «tiene un dote, que es locura»; cuando va a sacar del bolsillo el retrato del caballero local que la pretende, para ver si don Pedro sabe quién es —se trata de un tal don Félix de Toledo—, el criado lamenta haberlo extraviado quizá en la Iglesia del Carmen, donde «una tabaquera / que se me había perdido / me volvieron a la puerta», acaso desde la certeza de que el objeto tiene lleva de alguna forma la marca de su dueño. Por su parte, en la Loa con que empezó Lorenzo Hurtado en Madrid la segunda vez, Luis Quiñones de Benavente introduce al personaje de Bernardo, que cree morir y construye una graciosa parodia de la fórmula testamentaria en la que pide que manden a su amigo Pinelo «una tabaquera, que hace / un celemín poco menos»; se trata, claro está, de una cómica exageración, pues una tabaquera del tamaño de un celemín es enorme, grotesca, pero probablemente indicativa del vicio por el tabaco de su amigo.118 Y un personaje de Duendes son al­ cahuetes de Antonio de Zamora, comenta en la jornada segunda que

para correr; carta canta: Todos los demás trastillos, como taba, pipa, y naipes, aquí están en bolsillo, siendo entonces este «trastillos» uno de los componentes de la lengua literaria que rescatan el valor fundamental de estos pequeños objetos de intercambio —taba, pipa, naipes— en esta sociedad devotamente entregada al juego, al tabaco y a la bebida. No sólo es entonces lo pequeño, sino también lo raro lo que causa tanto la admiración como el miedo: «wonder —escribe Peter Pels en un magistral ensayo— became a threat rather than a liberation».119 Los ejemplos se multiplicarían, pero en cualquier caso resulta oportuno considerar que la mezcla de culturas materiales en la preparación de estos productos, tanto como los procesos de asimilación y diferenciación que los definen, ejercen un notable impacto en la propia lengua literaria: cómo el Otro, por ejemplo, se «canibaliza» y desplaza para despojarlo de todo su significado primigenio, y cómo su fijación en el vocabulario local se reviste de elementos que complican su semántica desde la mezcla de otros discursos como el religioso o el económico que dan lugar, en algunos casos, a sorprendentes neologismos.120 Michael Taussig ha escrito que las iden En Jocoseria. Ignacio Arellano et al., eds. Pamplona: Universidad de Navarra, 1999, pp. 121135, vv. 89-92. 119   Peter Pels, «The Spirit of Matter: On Fetish, Rarity, Fact, and Fancy». Patricia Spyer, ed., Bor­ der Fetishisms: Material Objects in Unstable Spaces. New York: Routledge, 1998, pp. 91-121. 120   Ver, a este respecto, Arjun Appadurai, «Introduction: Commodities and the Politics of Value», en Arjun Appadurai, ed., The Social Life of Things. Cambridge: Cambridge University Press, 1988, pp. 3-63; Ian Cook y Philip Crang, «The World on a Plate: Culinary Culture, Displacement and Geographical Knowledges». Material Culture 1. 2 (1996): pp. 131-154. 118

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tidades europeas se van construyendo a través de la misma formación de objetos experimentando «a compulsion to fuse and separate and fuse once again the maker with the making with the thing made», acaso como metáfora de la mutua circulación de materias entre ambas orillas del océano.121 El fetiche, como sublimación de la dependencia que el individuo tiene del objeto, cuestiona —si no cancela totalmente— la supuesta autonomía del sujeto renacentista, abriendo ya el pasaje de lo que será la sociedad de consumo del siglo siguiente. En este caso, la formación de una idea de maleficio en cuanto al origen del producto manufacturado, su morfología misteriosa, su apelación a dioses y tabúes desconocidos o temidos, es lo que convierte al «trastillo» —trinket in inglés, bijoux frivole y colifichet en francés— en un mapa de secretos, en una cartografía que rescribe intensas resonancias africanas, asiáticas o amerindias. Como resultado, el reto a la naturaleza, a lo hecho por mano divina para el hombre, y no lo hecho por el hombre para la divinidad —la «fetichización» de la sociedad que inaugura Emile Durkheim en la cita que abre este capítulo y que más tarde comenta Michael Taussig— es precisamente este desplazamiento tan enriquecedor para una lengua literaria flexible y generosa, dotada de una inagotable capacidad para la controversia y la renovación. Una lengua en plena ebullición con la que Salas Barbadillo, como veremos, experimentará y deleitará a lo largo de su carrera.

  Michael Taussig, The Nervous System. London: Routledge, 1992, p. 118.

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II Nuevos ambientes, nuevos vocabularios 1. Biografía y metrópolis: Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo (1581-1635) La vida de Salas Barbadillo transcurre ligada a la ciudad de Madrid. Primogénito de seis hermanos, allí nace el 29 de julio de 1581 —su padre, Diego de Salas Barbadillo, era solicitador de los negocios de Nueva España y su madre, María de Porras, provenía de una familia acaudalada— y allí estudia sus primeras letras. Sabemos, gracias a ciertos pasajes de su obra póstuma Coronas del Parnaso y Platos de las Musas, que su familia procedía de sangre limpia, con raíces en Castilla la Vieja, Andalucía y La Mancha, y que el padre había emigrado de joven al Nuevo Mundo, volviendo a Madrid tras experimentar «varia fortuna»: Bajaron mis mayores (como los demás nobles) a redimir a España de la tiranía de los Moros, de aquellas Montañas, donde se recogieron para salir con mayor ímpetu; y habiendo dado junto a la Reina de las ciudades de Castilla (la gran Burgos) nombre con su apellido a dos pueblos, nombre que hoy le retienen, y conservan, bien que la población (con las mudanzas de la edad) se ha reducido a cortísimo número, hicieron asiento ellos, donde pasaron con lustre y decoro, de generación en generación sin número, etc.

  Como indico más adelante, uno de los aspectos de interés en Coronas del Parnaso y Platos de las Musas es la información biográfica que provee el autor a través de la figura de don Rodrigo Alfonso en el Plato IV. Su partida de nacimiento fue descubierta por Cotarelo, quien la reproduce en op. cit., pp. xvi-xvii.    Coronas del Parnaso, fol. 18r.-v.

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Salas ingresa en 1598 en la Universidad de Alcalá de Henares para estudiar filosofía, pero parece abandonar los estudios tras tan sólo dos años, coincidiendo con el traslado de la Corte en 1601 a Valladolid. Pese a que a la muerte de su padre hereda los negocios familiares, ya desde los primeros años de siglo comienza a prodigarse en pequeños escritos —poemas laudatorios insertos en composiciones de amigos— que dan cuenta de su afición a las letras. Así lo rememora, al final de su vida, en Coronas del Parnaso y Platos de las Musas, cuando a través del personaje don Rodrigo Alfonso explica a Apolo las razones que le impulsaron a abandonar sus estudios: …porque tú, o grande Apolo, me llamabas muchas veces para hacerme tuyo, y aun me decías, arrebatándome con tan dulce cuanto imperiosa voz, «ven, ven conmigo. ¿Qué dudas? ¿Qué temes? Quiero que seas uno de mis mayores cortesanos. Grandes premios de fama y gloria se deben a tu posteridad. Vivirás con fatigas y escasa fortuna, mas la senda de la virtud siempre fue estrecha». Obedecíte, y aunque se me han seguido continuos trabajos y molestias… nunca pude arrepentirme de tan gloriosa elección.

No hay, por tanto, testimonios que le atribuyan una profesión conocida, con lo que parece ser que, durante esta primera década de siglo, Salas vive en Madrid y que «ne va plus rien faire que son bon plaisir», según ha comentado Arnaud. Alterna entonces episodios sonados, como el famoso altercado con don Diego de Persia por el cual es procesado, con la más seductora vida bohemia. Es co-fundador de la Congregación de los Esclavos del Santísimo Sacramento —conocida también como Congregación de Esclavos del Oratorio del Olivar— a la que también pertenecía Cervantes. Su afición a las sátiras le costará dos destierros: el primero, de 50 ducados de multa y cuatro años —reducidos luego a dos tras una cédula conferida en Lerma el 8 de mayo de 1610—, se produce en 1609 a causa de unos libelos infamatorios contra tres alguaciles y sus mujeres, y es cumplido en Alcalá de Henares. A fines de 1611 es de nuevo condenado a salir de Castilla, lo que provoca una breve estancia en Burgos, seguida de viajes a Tudela y Cataluña antes de volver a Madrid en 1613. Ha estado ausente durante la muerte de su querido hermano Diego, acaecida en 1612, y que llorará en unas endechas que el personaje de Claudia canta a Flora en La sabia Flora, malsabidilla: «Estas endechas escribió Alonso de Salas en la muerte de su   Op. cit., fol. 19 r.-v.  Arnaud, op. cit., p. 12.    No entro aquí en este episodio, sobradamente documentado por críticos anteriores; parece ser que Salas y Diego de Persia, acompañados de un tal Eugenio de Heredia, tuvieron ciertas desavenencias en una ronda nocturna, y acabaron asestándose varios golpes de espada que les dejaron levemente malheridos; el asunto no empañó la relación entre los jóvenes que, según se nos cuenta, siguieron siendo amigos; una relación al detalle puede leerse en Cotarelo, op. cit., pp. xxix-xxxix, quien se basa en lo hallado en el Archivo de Simancas, Procesos de la Cámara, Legajo 1648, folio 28; lo reproduce también Uhagón, op. cit., pp. x-xxxiii.   Sabemos que Salas vivió en la calle de la Morería Vieja hasta 1613, según recoge Pérez Pastor, op. cit., p. 468; de algunos de sus viajes da constancia más tarde en su obra Corrección de vicios.  

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hermano el Licenciado Diego Jerónimo de Salas, y yo, como aficionada al vivo y al muerto, las canto siempre, aunque bien sé que este lugar pedía cosas más alegres», dirá la joven. Pero no todo son sinsabores: ha salido ese mismo año en Zaragoza su primera y más famosa novela, La hija de Celestina, a cargo de su amigo Francisco de Segura, si bien es ya conocido por su primer libro, el pretencioso poema hagiográfico Patrona de Madrid restituida (1609). Somete entonces a censura cinco piezas más: La ingeniosa Elena, El caballero puntual, El sagaz Estacio, marido examinado, Corrección de vicios y Romancero universal; pero las dificultades económicas y la falta de mecenas, que le impiden costearse debidamente su creación, hacen que no se publiquen hasta más tarde. Son años en que su madre, que siempre había vivido holgadamente, tiene que hipotecar (1610) y luego vender (1613) sus casas de la Morería Vieja. Salas escribe, como viene siendo habitual, encomios a sus amigos, como el soneto que precede a Los amantes de Teruel de Juan Yangüe de Salas (1616), el que prologa los Discursos morales de Juan Cortés de Tolosa (1617), el que dedica al Príncipe —luego Felipe IV— en los preliminares de Proverbios morales del médico real Cristóbal Pérez de Herrera (1618), o el que encontramos en Demostración clarísima de la Inmaculada Concepción de la Virgen, de Pedro Díaz de Agüero (1619). Para 1620 Salas vive ya en la calle de las Beatas, alquilando un piso del buhonero Antonio González. Sus preocupaciones monetarias estarán a partir de ahora marcadas por la necesidad de recuperar unas tierras en Italia que le pertenecían, y por las que pleiteará sin éxito, tal y como lamenta en la petición a Luis Ortiz de Matienzo en la dedicatoria de La peregrinación sabia, incluida en el Plato III de Coronas del Parnaso y Platos de las Musas. Sufre penurias económicas en las dos últimas décadas de su vida —en las que escribe incansablemente, volcando una extraordinaria producción narrativa— y busca la protección de nobles como el Duque de Sessa y Juan Andrés Hurtado de Mendoza, obteniendo de éste último protección temporal (1618-1623) cuando sirve de ayo de su hijo; conoce, igualmente, a algunos gentilhombres italianos como el banquero genovés Sinibaldo Fiesco y a ciertos miembros de la familia Espínola, como Pablo, Jorge y la joven Policena, a quienes dedica algunos de sus textos de madurez. Se piensa también que viaja a Andalucía, si bien no hay hasta el momento constancia de que visitara, por ejemplo, una ciudad como Sevilla, que saldrá fielmente retratada en más de una ocasión —véase por ejemplo El   Op. cit., p. 322.  Para las vicisitudes editoriales de esta pieza, véase la interesante hipótesis de Jaime Moll, «Análisis editorial de las obras de Salas Barbadillo». En Silva: Studia Philologica in honorem Isaías Lerner, Isabel Lozano Renieblas y Juan Carlos Mercado, coords., Madrid: Castalia, 2001, pp. 471-477.   Será en La peregrinación sabia en que lamente el escaso beneficio de más de cuatro décadas de pleitos: «De los demás bienes que están libres, que son muchas y muy buenas casas, hasta ahora no he visto sino de cuatro en cuatro años unas blanquillas, que apenas son la paga de un año, con que no se diga que intentan vivir de balde los demás, por lo menos así lo parece»; en op. cit., p. 1. El propio Paravicino comentó al respecto: «¡Extraña fortuna de hombre, que le obliga a pedir de limosna su propia hacienda!»; ibid., p. 2.  

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gallardo Escarramán o la novela jocosa El ladrón convertido a ventero, incluida en La estafeta del Dios Momo—. En el año de 1620 se publican cinco de sus mejores piezas: El sagaz Estacio, marido examinado, El subtil Cordobés, Pedro de Urdemalas, Casa del placer honesto, El caballero perfecto y La escuela de Celestina, que le sitúan en el más alto de los parnasos novelísticos de su tiempo. Aún así, su madurez se define por constantes aprietos económicos: subsiste desde 1625 como ujier de saleta de la reina, un trabajo que no le debió de deparar grandes ingresos.10 Participa en la canonización de San Isidro en 1622 y firma dos años más tarde la Aprobación de Menandro, de Matías de los Reyes (si bien no ve la luz hasta 1636); elogia a Jacinto Polo de Medina en los preliminares de su El buen humor de las musas (1630), y en 1632 Pérez de Montalbán le homenajea en su Para todos. No se tienen muchos datos de su vida personal, si bien sus escritos hablan de sinsabores amorosos con una tal Belisa y una tal Laura. Se cree que no estuvo nunca casado, y que en sus últimos años vivió con su hermana Magdalena en la Calle Toledo —a ésta se le confunde con su esposa en el elogio que prologa Coronas del Parnaso—. Fallece soltero y sordo en la calle Toledo el 10 de julio de 1635, semanas antes de que lo hiciera su admirado Lope de Vega, si bien consigue antes de morir una ración ordinaria para su hermana por parte de Felipe IV. Da fin así también una vida literaria en la que siempre contó con el apoyo de sus correligionarios gracias a una sabia mezcla de intuición y política: No soy poeta alano, no de aquellos que hacen presa en la honra del amigo; poeta soy sin dientes y con lengua, que alabo sin morder, que esotro es mengua.11 *  *  * Así, pues, pocas noticias tenemos de la vida de Salas Barbadillo en comparación a la abundancia de datos que nos deparan las biografías de algunos de sus contemporáneos. El episodio más sonado de su carrera resulta ser la ya citada trifulca con Don Diego de Persia que, si bien no quedó en nada, fue un evento que se investigó en su momento por la justicia al ser éste último miembro de una embajada oficial y, por tanto, protegido del Rey.12 Pero tal escándalo, pese a tener escasa utilidad a la hora de estudiar la obra del prosista madrileño, nos orienta al menos sobre lo que fue su ociosa vida y lo que una urbe como Madrid podía deparar a un veinteañero con tiem10  Cotarelo habla de unos 800 reales anuales, cantidad no muy generosa en esos tiempos. En cuanto a obligaciones y aprietos económicos de su familia ante la demanda de usureros y acreedores, véase Pérez Pastor, op. cit., tomo III, pp. 466-469. 11  Romance incluido en Corrección de vicios, p. 292, de claro sesgo autobiográfico. 12  Un recorrido más prolijo de la vida de Salas, incluyendo detalles de este episodio, puede verse en Peyton, op. cit., 1973, pp. 15-36.

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po y dinero. Resulta también difícil establecer una cartografía crítica sobre lo que fue su evolución como escritor, ya que sus piezas salieron publicadas en grupo, y por lo tanto no sabemos con certeza el orden de su composición ni lo que fueron sus hábitos de escritura. La división que lleva a cabo Antonio Rey Hazas en su edición crítica a La hija de Celestina es, quizá, la más acertada: una serie de textos «serios» que comprendería El caballero perfecto (1620) y dos novelas intercaladas, a saber, Atanarico (en El caballero puntual) y El gallardo montañés (en Casa del placer honesto), caracterizados por su tono serio e idealizado y sus temas elevados y nobles; un segundo bloque configurado por los poemas hagiográficos Patrona de Madrid restituida, de 1609 (que dedica a Nuestra Señora de Atocha) y Los triunfos de la Beata Soror Juana de la Cruz (1621); y un tercer grupo que abarcaría el resto de su producción narrativa y dramática, definida por la crítica como poseedora de un tono mordaz y desencantado, a medio camino, como he señalado ya, entre la picaresca y el costumbrismo.13 De este tercer grupo, es la narrativa el género que más difícil resulta de clasificar en la producción del madrileño. Dotado de un inusual talento para el retrato costumbrista —ya manifestado en los sonoros títulos de sus prosas cortesanas—, Salas vivirá en un Madrid que se nutre de la literatura tanto como la inspira y genera, en un universo a caballo entre la ficción más doméstica y una realidad hecha aventura. Son curiosas las coincidencias con las vidas de otros poetas que también transcurren al calor de la Corte: como el joven Calderón se verá involucrado en una pendencia urbana de severas consecuencias que marcará su vida de manera definitiva; al igual que Lope, será más tarde desterrado de Madrid hacia un muy productivo «exilio» temporal y, tal y como le ocurrió a su admirado Góngora, sufrirá penurias económicas en los años finales de su vida. Estos sinsabores de senectud fueron cantadas por Martín de Figueredo en un soneto dedicatorio que cierra La estafeta del Dios Momo («Al autor habiendo ensordecido») y por su amigo Lope en el Laurel de Apolo en unos versos que, al mencionar su sordera, reflexionan también sobre la calidad de sus escritos y la poca fortuna a la hora de buscarse un protector: Si a Salas Barbadillo se atreviera mi indigna voz, que por tu gusto canta,… yo te pintara un hombre que ha puesto con su nombre temor a las estrellas, a quien quitaron ellas que no pudiese oír sus alabanzas: tales son de los tiempos las mudanzas: porque si las oyera, no fuera humilde cuando más lo fuera. 13  En Picaresca femenina. La hija de Celestina. La niña de los embustes, Teresa de Manzanares. Antonio Rey Hazas, ed. Madrid: Plaza y Janés, 1986, pp. 27-28.

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¡Oh, fortuna de ingenios, breve llama! Pues no le dais Mecenas, dadle fama.14 La evolución de la escena política y la incertidumbre que conlleva el cambio de reinado corre paralela a la creación artística de Salas. Desde el vitalismo de juventud a los desengaños de madurez, el madrileño desplegará todo un catálogo de apasionantes referencias a las tradiciones y vanguardias literarias de su tiempo, a los buenos y malos poetas, y a las manías o virtudes de sus más excelsos contemporáneos, ampliamente disperso en dedicatorias, esporádicos fragmentos o alusiones en sus novelas y en pequeños recuentos de teoría crítica y gustos personales. En ello jugará un gran papel, especialmente a partir de 1606, el enorme magnetismo que ejerce la ciudad sobre sus contemporáneos, tal y como lo demuestra el ya citado poema heroico Patrona de Madrid restituida, el cual prologa una impresionante producción llevada a la imprenta a partir de 1621 en la que apenas se abandona a la villa como centro de tramas y conflictos: El caballero perfecto, El sutil cordobés, La sabia Flora, malsabidilla, Los triunfos de la beata soror Juana de la Cruz, El necio bien afortunado, El cortesano descortés (todos de hacia 1621), a la que siguen después Fiestas de la boda de la incasable mal casada (1622), Don Diego de noche (1623) o La estafeta del Dios Momo (1627) dedicada a Fray Hortensio Félix Paravicino, con dedicatoria a Góngora y menciones a amistades con Vicente Espinel y Miguel de Cervantes. Resulta sin embargo inútil trazar una evolución temática o estilística de una pieza a otra, pues es sabido que Salas se rige por un criterio de variedad y no de coherencia, y que esta tendencia a unir textos dispares, que define toda su producción artística, puede responder también, como ya he indicado, a su mermado capital económico.15 Vista en conjunto, su producción narrativa se articula como una variadísima constelación de temas y denuncias en las que, a modo de tribunal crítico, van pasando por sus páginas todos los tipos y estratos sociales del Madrid de estas primeras décadas de siglo. Su prosa es, por tanto, un testimonio de abundancia y de crisis, al modo de la misma ciudad que convoca sus ficciones, y refleja de manera muy personal la evolución del paisaje que se vive en la Corte del tercer y cuarto Felipe; en la pieza El comisario de los malos gustos, inserta en Fiestas de la boda de la incasable malcasada, se comenta: ¿Creéis vos que hay más mundo que esta Corte? Esta calle mayor es todo el mundo donde se sabe todo y miente todo porque también es mapa de este modo.16  Lope de Vega, Laurel de Apolo, Antonio Carreño, ed. Madrid: Cátedra, 2007, pp. 384-385.  Arnaud ha comentado, de hecho, que «tout porte à croire qu’il n’y a pas de plan de publication sérieusement organisé, mais utilisation maximale de certaines possibilités accidentelles qui s’offrent à lui»; op. cit., p. 579. 16  Cito por la edición original de Madrid: Viuda de Cosme Delgado, 1622, vv. 284-287. 14 15

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La Calle Mayor, principal arteria comercial durante estas décadas, se erige como el escenario-mercado por excelencia, como el «mundo» abreviado, «mapa» de lo familiar y de lo raro. Pero junto a este maravillarse ante lo nuevo hay también la sensación de una pérdida de inocencia, producto de la transición de villorrio a urbe, de transacciones limitadas a un panorama ferozmente capitalista —ya analizado por Lewis Mumford en sus estudios sobre la ciudad barroca17— que se comparte y padece por los escritores de su generación. La aceleración de un tiempo que antes parecía discurrir a un ritmo más sosegado se acompaña del vértigo de un espacio abarrotado, en ocasiones ilegible, cuya sensación de crecimiento provoca el desconcierto en más de un poeta, siendo por ello frecuentes las alusiones a este brutal cambio experimentado por Madrid durante la segunda década de siglo: en El tribunal de los majaderos —diálogo en verso que se inserta en Casa del placer honesto (1620)—, el autor denuncia que la noción de centro resulta peligrosamente deslizante en un momento histórico en que las taxonomías cambian de acuerdo a las nuevas necesidades cartográficas, y el mismo sentido de crecimiento se aprecia en Los mirones de la Corte, incluido en la misma pieza. Por otra parte, el Madrid de su El sagaz Estacio, marido examinado (1620) se retrata en escenas que nos hablan de la rápida expansión de la ciudad, de sus nuevas casas y sus caros alquileres, del peligro de peleas, de la falsedad de las apariencias, de los coches, de los ociosos, avariciosos y mentirosos, de los matrimonios por dinero, de la rapacidad de los criados, de la infidelidad de maridos y mujeres, de lo licencioso de actores y actrices, de los timadores, prostitutas… llegándose así a Estacio, un pícaro inteligente y cornudo, ideal para la joven Marcela, que busca un marido que sea «comprensivo» y permisivo con sus libertades. Es por ello que la fragmentación estilística y temática de su obra, la dispersión de géneros y tradiciones, la experimentación de ambientes y situaciones infrecuentes puede ser considerada como un fenómeno paralelo a la personalidad del autor —aspecto en que toda crítica de Salas parece coincidir—, resultado, a fin de cuentas, del propio entorno que le inspira; hay, de hecho, una creencia en Salas de que el entorno modela a sus habitantes, como refleja en El necio bien afortunado al escribir que de esta señora quiero saber si le ha influido Madrid sus facilidades, que no sé a qué filósofo oí que también la tierra tiene sus influjos: la áspera cría personas ásperas; la llana y apacible, llanas y apacibles, y así Madrid, por ser tierra llana, amenaza ciertas llanezas que se me hacen muy cuesta arriba.18

El juego de palabras anuncia también su visión de madurez y el pesimismo con el que retrata la vida madrileña y las costumbres cortesanas, que corren parejos a un desencanto muy barroco de claroscuros y situaciones extremas en donde la violencia física y simbólica encuentra en la soledad y el aislamiento su mejor táctica: en el

 Véase su ya clásico The City in History. New York: Harcourt, Brace & World, 1961.   El necio bien afortunado, en Dos novelas…, p. 297; cursivas mías.

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universo cortesano, imbuido de un carácter visual y espectacular que mezcla lo maravilloso con lo abyecto, a continuous, uniform pressure is exerted on individual life by the physical violence stored behind the scenes of everyday life, a pressure totally familiar and hardly perceived, conduct and drive economy having been adjusted from earliest youth to this social structure

ha escrito Norbert Elias en su magistral estudio sobre la «cortesanización» de la sociedad barroca.19 Esta circunstancia da lugar a una marcada predilección por personajes excéntricos, quienes con frecuencia emiten prudentes sentencias que recuerdan a los iluminados cervantinos como el Tomás Rodaja de El Licenciado vidriera; no en vano, los retratos de Pedro Ceñudo (El necio bien afortunado), Boca de todas verdades (Corrección de vicios), don Juan de Toledo (El caballero puntual), don Lázaro (El cortesano descortés), don Diego (Don Diego de noche), don Florisel, el perruno caballero errante de «La peregrinación sabia», Alejandro (El curioso y sabio Alejandro, fiscal de vidas ajenas) y Paladio, «hidalgo lector de libros de caballerías» que se vuelve loco y es aborrecido por sus vecinos (La estafeta del Dios Momo), construyen el andamiaje caballeresco de su poética urbana. Por ello, si son frecuentes las menciones abiertas a sus contemporáneos y a sí mismo (aparece como personaje, como ya se ha visto, en Coronas del Parnaso), hay también mucho de su propia persona en las descripciones y conductas de estos caballeros extremos y aventureros. Las resonancias biográficas llegan a ser tan evidentes en algunos casos que, como ha señalado Francisco Cauz, tanto Boca como Alejandro resultan ser reflejos caricaturescos del autor, ideas más que vidas […] filósofos amargados, enemigos contumaces de las relajadas costumbres de los españoles y misántropos que podrán ser traslados de una obra a la otra sin causar la menor sensación.20

Esta misantropía es quizá el atributo más destacable de los personajes masculinos en su narrativa cortesana, porque anuncia una serie de síntomas asociados a la vivencia de ciudad. La evolución de Madrid como paisaje geográfico y como campo literario ejerce una gran influencia sobre las tramas ideadas por Salas, que con frecuencia proyectan espacios íntimamente asociados a estados anímicos y, en particular, a deseos incumplidos. Muchos de sus más logrados personajes se consumen, desde la burla de la caricatura, en la tensión de querer y no poder, en el intento siem19   The Civilizing Process. Trad. de Edmund Jephcott. Oxford y Cambridge, MA: Blackwell, 2000, p. 450. 20  Cauz, op. cit., 1977, p. 125; véase también Peyton, op. cit., 1973, pp. 151-155. Interesantes paralelos traza también Héctor Brioso Santos en «Pedro Ceñudo y Sancho Panza: la patología de la necesidad en Cervantes y Salas Barbadillo» En Medicina y Literatura: actas del III simposio interdisciplinar de medicina y literatura, Real Colegio de Médicos de la Provincia de Sevilla, 3, 4 y 5 de abril de 2003. Esteban Torre, coord. Sevilla: Padilla Libros, 2003, pp. 117-132.

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pre fracasado de adquirir un capital social y económico que se les resiste; sus novelas nos hablan de puertas que se cierran, de ocasiones que se pierden, de decepciones que se traducen en rabietas cómicas, en retiros desesperados, en un no-vivir continuo. De hecho, un cierto poso cervantino y un constante vaivén entre acción frenética e inacción paralizante definen la cualidad especial de estos «locos» madrileños, músicos y enfermos de amor, amigos de oscuras alcobas, callejuelas sinuosas, parajes remotos o lúgubres cementerios. Poco se ha escrito, dicho sea de paso, sobre el siglo xvii español como siglo enfermo o como «siglo melancólico»,21 a pesar de que las aportaciones de disciplinas modernas como el psicoanálisis han abierto de manera radical el campo de estudio a nuevas manifestaciones y nuevos lenguajes.22 El espacio ocupado en las letras hispánicas por la figura quijotesca —que se acusa, según vamos viendo, en muchas creaciones de Salas— ha capitalizado la atención de la crítica posterior, mientras que la «melancolía urbana», ya anunciada en este mismo siglo como uno de los síntomas de la incipiente modernidad, todavía permanece relegada a un plano secundario; piénsese, por ejemplo, en un caso bien estudiado como es el de La Dorotea (1632) de Lope de Vega, con un omnipresente Madrid de fondo.23 No es así en otras literaturas, donde figuras como John Donne, Robert Burton y John Milton cuentan ya con estudios de notable interés.24 De forma paralela, los estudios interdisciplinarios sobre cartografía, demografía y urbanismo han empezado a ofrecer nuevas lecturas de la premodernidad hispana, en un intento por situar determinadas coyunturas personales y profesionales de los escritores de principios del siglo xvii ante un nuevo contexto material e intelectual; por ello, la excéntrica imaginería del pícaro urbano de Salas no puede entenderse, como en otros muchos de sus contemporáneos, sin establecer una estrecha conexión con el medio cortesano  Véase, a modo de excepción, Alberto Escudero Ortuño, Concepto de la melancolía en el siglo Un comentario a la obra de Robert Burton y Alfonso de Santa Cruz. Huesca: Imprenta Provincial, 1950; y la línea de investigación abierta, entre otros, por Belén Atienza, autora de una interesante tesis doctoral titulada ¡Cata el loco! Locura, melancolía y teatro en la España de Lope de Vega, del año 2000. 22  Remito al lector interesado a los estudios clásicos de Jean Starobinksi, History of the Treatment of Melancholy from the Earliest Times to 1900. Basel: J. R. Geigy, 1962; Raymond Klibansky, Erwin Panofsky y Fritz Saxl, Saturn and Melancholy. New York: Basic Books, 1964; Julia Kristeva, Black Sun. Depression and Melancolia. Trad. Leon S. Roudiez. New York: Columbia University Press, 1989; Wolf Lepenies, Melancholy and Society. Cambridge, MA: Harvard University Press, 1992; una puesta al día de gran utilidad resulta ser la antología de Jennifer Radden, The Nature of Melancholy: From Aristotle to Kristeva. Oxford y New York: Oxford University Press, 2000. 23  Afortunadamente para el lector contemporáneo, la relación entre melancolía y senectud ha sido estudiada con creciente interés en el ámbito de la literatura áurea gracias a la influencia de los ensayos pioneros de Juan Manuel Rozas y el ciclo de senectud en Lope de Vega (1627-1635), invitando con ello a la fijación de una «poética literaria de la ancianidad» en donde, como en Salas, se diluyen las fronteras entre lo vivido y lo proyectado. Véase Juan Manuel Rozas, Lope de Vega y Felipe IV en el Ciclo de senectute, Badajoz-Cáceres: Extremadura, 1982; resulta fundamental la ampliación de Maria Grazia Profeti, «El último Lope», en Felipe Pedraza Jiménez y Rafael González Cañal, eds., La década de oro de la comedia española. Actas de las XIX Jornadas de teatro clásico de Almagro. Almagro: Festival de Almagro y Universidad de Castilla-La Mancha (Corral de Comedias, 7), 1997, pp. 11-39. 24  Véase, por ejemplo, Douglas Trevor, The Poetics of Melancholy in Early Modern England. Cambridge: Cambridge University Press, 2004. 21

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que define a sus propios miembros y determina sus hábitos y conductas.25 Desde la conjunción de estas dimensiones reconciliables, discutiré cómo ciertos pasajes de tinte autobiográfico justifican una tensión personal que oscila entre la mirada al pasado y la necesidad de sobrevivir en un Madrid en continuo cambio; sostengo entonces que, como resultado, a partir de la saturación demográfica y la consecuente experiencia urbana surge una determinada melancolía que asociaré en las siguientes páginas a los fenómenos sensoriales de nostalgia, miedo y desencanto, los cuales informarán no sólo sobre la experiencia personal de su autor ante el espacio urbano, sino también sobre los sistemas referenciales compartidos en la creación de Madrid y en la naturaleza simbiótica de estos códigos y lenguajes. 26 Veremos así como este «fear and sorrow without a cause», tal y como había definido Robert Burton a la melancolía en su Anatomy of Melancholy (1621), será compartido también por los galanes madrileños en cinco de las más originales piezas de Salas: El caballero puntual (1614), El cortesano descortés, El necio bien afortunado (ambas de 1621), El malcontentadizo (1622) y Don Diego de noche (1623). 2. «Miseria de este siglo»: Don diego de noche y otros paisajes misantrópicos La «imaginación melancólica» de Salas Barbadillo se nutre de una conflictiva relación del personaje con su entorno cortesano. En sus tratados sobre el fenómeno de la melancolía, médicos contemporáneos a Salas como Velásquez (1585), Freylas (1605) o Santa Cruz (1624) ya habían estudiado la relación entre el individuo y su geografía, donde el enfermo melancólico era descrito como amigo de la oscuridad y de lo cavernoso, huyendo de la luz del sol, hasta el punto de que «there was no clear line of distinction between fact and image, or between the state of the melancholic’s mind and the landscape that he inhabited or projected», según nos recuerda Bridget

25  Si bien centrada fundamentalmente en el Toledo del siglo xvi, resulta sugerente la aportación interdisciplinaria de Mercedes Maroto Camino, Practising Places: Saint Teresa, Lazarillo and the Early Modern City. Portada Hispánica 10, Amsterdam/Atlanta: Rodopi, 2001. 26  Recientemente, y desde un amplio enfoque en cuanto a géneros y autores, los análisis de Teresa Scott Soufas, Javier García Gibert o Christine Orobitg han introducido el fenómeno de la melancolía literaria en nuevos deslindes genéricos y temáticos, explorando temas como la enfermedad amorosa, la nostalgia o la hiperactividad en textos de Cervantes, Tirso, Alemán o Góngora. Véase Teresa Scott Soufas, Melancholy and the Secular Mind in Spanish Golden Age Literature, Columbia, MO: University of Missouri Press, 1990; Kathleen Hunt Dolan, Cyclopean Song: Melancholy and Aestheticism in Góngora’s Fábula de Polifemo y Galatea. Chapel Hill, U.N.C.: Department of Romance Languages (North Carolina studies in the Romance languages and literatures, no. 236), 1990; Javier García Gibert, Cervantes y la melancolía. Ensayos sobre el tono y la actitud cervantinas. Valencia: Edicions Alfons el Magnanim, Generalitat Valenciana, 1997, en especial su segundo ensayo «Cervantes y la melencolía», pp. 65-138; y, más centrado en textos médicos, Christine Orobitg, L’humeur noire: melancolie, ecriture et pensée en Espagne aux xvie et xviie siécles. Bethesda, MD: International Scholars Publications, 1997, especialmente su útil «estado de la cuestión» en pp. 7-14.

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Gellert Lyons.27 Ya una pieza relativamente temprana como El caballero puntual (1614) incide sobre los peligros urbanos: se nos cuentan las aventuras de don Juan de Toledo, en su transición de provincia —Zamora, en este caso— a Corte, y las continuas chanzas a su quijotesca persona, caballeresca hasta la extenuación; en este Madrid censurado por Salas al inicio de cada capítulo, el pobre don Juan caerá gravemente enfermo, quejándose del poco cuidado prestado por los nobles y por el mismísimo Rey, lo cual provoca tanta risa en sus amigos que su melancolía es pregonada por los cotilleos de la Puerta de Guadalajara y la Calle Mayor. La ansiedad que produce lo irresuelto, las ganas de ser lo que no se puede ser generan no sólo el malestar del protagonista, sino también los resortes cómicos de la narrativa; la fragmentación de un yo tan disperso como el propio medio urbano, el intento de ser muchas personas al mismo tiempo, será lo que produzca la esquizofrenia que invade a este urbanita desmedido que quiere ser visto en el lugar adecuado en el momento preciso, en coches, en comidas, en recepciones, por el mayor número de personas posibles, manteniendo un ritmo de crecimiento y dispersión paralelo a los envites urbanos y sus nuevas cartografías —igual le ocurrirá a Guzmán de Alfarache en una Génova inhóspita cuando nos cuente que «fuime por la ciudad, tomando lengua, que ni entendía ni sabía, con deseo de conocer y ser conocido»—.28 Esta circunstancia se intensifica con el paso del tiempo, y el autor nos cuenta cómo, tras varios años de residencia en Madrid, don Juan continúa siendo la comidilla de la Corte, conocido por todos, invitado por muchos, despreciado por la mayoría; en una de las más crueles bromas de la novela, el falso caballero será arrastrado por unas mulas a través de las calles de Madrid, muy a lo don Quijote, para acabar malherido y humillado como el propio hidalgo cervantino a quien tanto admiró Salas. La conquista de Madrid se torna así en la empresa postergada que tan sólo se invoca parcialmente a través de la catarsis de la escritura, que actúa doblemente como escape y como aviso, como realización y como crisis. Semejante caso es el de don Lázaro en El cortesano descortés, ejemplo del perfecto idiota, y del cual hablaré con más detalle en el último capítulo. Salas diseña en esta comedia en prosa una serie de aventuras en torno a este cortesano que, por no quitarse el sombrero al saludar a sus vecinos madrileños, sufre todo tipo de calamidades. Los procesos —no siempre compatibles— de «urbanización» y «cortesanización» del desafortunado caballero provocan así las chanzas que componen el tejido de la pieza, en la cual don Sebastián y sus amigos se burlan de su vanidad a través de varias tretas que constituyen sus diferentes episodios. Salas establece también una importante conexión entre la conquista del espacio urbano y la seducción de sus personajes femeninos, ya que todos estos caballeros exhiben, entre otras muchas ta27  Véase su importante estudio Voices of Melancholy. New York: W. W. Norton, 1975, pp. 14-15. Un breve pero útil recuento de tratados ingleses sobre melancolía publicados en los siglos xvi-xvii se recoge en Lepenies, op. cit., pp. 19-20. 28  Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache. Benito Brancaforte, ed. Madrid: Cátedra, 1984, vol. I, pp. 452-453; cursivas mías.

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ras, una necesidad apremiante de enamorar —y, en ocasiones, contraer matrimonio— a una dama oriunda de la ciudad para poder así completar el proceso de adaptación al nuevo Madrid. La imposibilidad de culminar este «anhelo de presencia», que el autor suele invocar gracias a originales metáforas de exclusión o incorporación —el uso del sombrero, la degustación de la comida, la penetración de umbrales—, es lo que frecuentemente ralentiza y revierte la trama de estas ficciones de Corte, provocando así un vaivén oscilante entre actividad y parálisis que anuncia la melancolía de sus galanes.29 Y, junto a las descripciones de este urbanita melancólico, encontramos numerosas referencias a la armonía neoplatónica de los cuerpos celestes en las aventuras nocturnas de sus protagonistas, acaso como contrapunto del movedizo paisaje terrenal de una oscuridad plagada de trampas. Así, antes de robar el sombrero de don Lázaro, don Rodrigo y don Sebastián elogian el silencio de la noche, pero invierten los tópicos neoplatónicos que ya habían sido canonizados por Fray Luis al advertir sobre las falsas apariencias de la belleza, «testimonio de infidelidad constante»: Rodrigo: He puesto los ojos y tras ellos he dejado correr la consideración por este campo azul, teatro de las estrellas. ¡Oh cuánto admiro de esta noche la belleza y el silencio! ¡qué rica está de ojos y qué pobre de lengua! Sebastián: ¿Silencio llamáis éste? Voces son cuantas luces brillan, y voces que persuaden alabanzas de su hermoso Criador. ¡Oh prodigiosa armonía! ¡Oh perpetua y no entendida consonancia! Oh ministros, cuanto lucidos, obedientes de la voluntad divina! Escuela sois, no sólo de fulminantes resplandores, sino de humildades prontas y ejecutivas… Y la exterior belleza en las criaturas terrestres, testimonio es de infidelidad constante.30

La nocturnidad urbana es, como vemos, pura fantasía, generando una espiritualidad nocturna que se mantiene alejada e improbable como los «fulgurantes resplandores» de sus propias estrellas; un espacio de discreta belleza que apenas se percibe en este Madrid que tan sólo se mira a sí mismo, y del que, desde este contraste entre la belleza del cielo estrellado y la mediocridad de la vida terrenal, se vale el autor para realizar una crítica a la maldad del ser humano. Esta presencia de espacios sombríos se sigue explorando en novelas posteriores. El reinado de Felipe IV disfruta de la publicación de las más singulares creaciones de Salas, que apenas abandonan lo urbano como motivación y paisaje inspirador. El necio bien afortunado (1621) presenta al Doctor Ceñudo —el nombre, que alude a tonto o loco, es ya indicativo—, quien odia tanto el bullicio de la Calle Mayor que vive en total reclusión y penumbra, lo que no evita que se enamore más adelante de 29  Esta conexión no se ha estudiado a fondo en las letras hispanas; contamos, no obstante, con el valioso estudio de Lynne Enterline, The Tears of Narcissus: Melancholia and Masculinity in Early Modern England, Stanford: Stanford University Press, 1995, que me ha servido de útil referente. 30   El cortesano descortés, en Dos novelas…, p. 58-59.

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una virgen de cuarenta años; pero, en la más típica de las advertencias sobre los peligros del matrimonio, ésta le rechaza por ser de inferior estrato social, provocando en el galán fallido indicios de una «afectada melancolía».31 El inicio de la pieza ya es significativo: don Leonardo de Vargas y el Licenciado Campuzano van a visitar a Ceñudo; al entrar son golpeados por unas figuras gigantescas que aparecen por magia —hay también un mono con un orinal que intimida a los invitados—, pero al intentar huir se dan cuenta de que están encerrados. Ceñudo les cuenta que es un escritor de comedias fracasado, y de ahí su actitud un tanto huraña; es crítico hacia un presente que se analiza a través de todos los tipos sociales de la época con la ayuda de los poderes sobrenaturales que le otorga un anillo mágico, mediante el cual convoca al demonio para poder emitir sus opiniones: la melancolía se considera como una de las maladies de los tiempos que corren, de la cual se ven afectados muchos madrileños, afeando sus conductas: ¿qué virtud no se halla en un hombre alegre? Luego le veréis liberal, luego apacible, cortés, agradecido, entretenido, cuerdo; finalmente, agradable. ¿Hasta hoy se ha visto hombre melancólico que no tenga alguna falta que le ocasione la melancolía? Filósofo hay que funda en la razón natural los delitos feos, y piensa que proceden de la melancolía. Tengo por sin duda que si hubiera muchos hombres de estos en el mundo, hubiera pocos vicios

afirmando más tarde que ¡[…] Madrid está tan cerca del abismo que respira por ella sus alientos de fuego!32

En esta Villa «endemoniada», Ceñudo explica que las bajezas de la Calle Mayor le tienen encerrado en casa, enfermo de este «fear and sorrow» (Burton dixit) que tan sólo puede curarse desde el escape a los exteriores. Por ello, una vez que ha salido a la calle, le ocurren al protagonista toda clase de desventuras y peleas; incluso, en un alarde de lo que podríamos llamar «nostalgia lingüística», se da el consejo de no contaminar la lengua de neologismos, ya que el castellano es de por sí bello y excelso. Como resultado, Madrid aparece de nuevo retratado como un territorio de claroscuros y escenas humillantes. Pero quizá lo más importante es que esta presencia de lo nocturno enlaza con un componente existencial que va más allá de la mera descripción del entorno: en La sabia Flora, malsabidilla (1621) Marcelo, el hermano del pretendiente de Flora, se queja a la amiga de ésta, Camila, de la falta de virtud en 31  Peyton, op. cit., 1973, p. 79, ha destacado rasgos picarescos al comentar de Ceñudo que «as a reputed fool he studies in the book of real-life experiences and learns to make his way by his ingenuity and pretense. In this process he illustrates the antisocial and antiheroic nature of the picaresque protagonist, as well as the rogue’s typically restless, peripatetic mode of floating and bumping randomly as a way of making contact with experience […] Taking it altogether, the world is made up of fools; hence only a fool can thrive in it». 32   El necio bien afortunado, en Dos novelas...., pp. 169 y 179, respectivamente.

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la vida contemporánea, apelando al motivo de la noche oscura como un momento histórico de dificultad y crisis: El día de hoy están todas las cosas tan confusas, que parece que no se ven con distinción, porque no es día, sino una noche oscurísima y siempre continuada; los que vivimos en la edad presente (dije vivimos, pase por consuelo de la misma desdicha, ya que no por verdad es el efecto), al fin los que remamos con la miseria de este siglo, necesitamos de mucha advertencia y de igual sufrimiento, porque la virtud todos la predican, pocos la siguen…33

La creación de Ceñudo guarda muchas similitudes —acaso por el éxito que debió repararle a su autor— con otros personajes urbanos coetáneos o inmediatamente posteriores de la producción de Salas. En la escala de misántropos y maniáticos urbanos resulta igualmente destacable el protagonista de El malcontentadizo, comedia incluida en su Fiestas de la boda de la incasable mal casada (1622) que presenta a un personaje melancólico, excéntrico y maniático llamado Don Calixto, al que nada le satisface en la vida: el error de la gente al dar la hora, su coche, su ropa, el agua que le traen a casa, su pelo, una carta de su dama, la sirvienta de su dama, el maestro de danzar… Se enfada con su criado por no haber aprendido a bailar, al cual, en un ataque de ira final muy quijotesco, expulsa de casa espada en mano. En cambio, y como todo obsesivo, Calixto a veces tiene razón de quejarse, como ocurrirá, por ejemplo, con la idea de rechazar aguas del Manzanares porque le «dan fiebre», o de otras muchas de las lacras que definen la condición madrileña de sus vecinos. Se produce, al igual que en Ceñudo, un movimiento hacia adentro que genera, en palabras de Norbert Elias, peculiar tensions and disturbances in the conduct and drive economy of the individual […] perpetual restlessness and dissatisfaction, precisely because the person affected can only gratify a part of his inclinations and impulses in a modified form, for example in fantasy, in looking-on and overhearing, in daydreams or dreams. And sometimes the habituation of self-inhibition goes so far —constant feelings of boredom or solitude are examples of this— that the individual is no longer capable of any form of fearless expression of the modified affects, or of direct gratification of the repressed drives.34

La ciudad se torna así en el negativo de sus propios habitantes, quienes son a su vez trasunto frecuente de la compleja relación establecida entre el artista y su entorno, vivamente retratada en los diferentes parnasos y fielmente capturada en su biografía: el creador inquieto y sordo que vuelca en el texto su «ansiedad urbana», el esteta que se desdobla en cada uno de sus Quijotes de ciudad. La noche es, en muchos   Op. cit., p. 426.  Elias, op. cit., pp. 453-454.

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de los casos, el ámbito idóneo para la elaboración de estas tramas. Arnaud ha escrito, con mucho acierto, que le thème de la nuit, presque consubstanciel à Salas, situe bien ses histories hors du monde réel du travail, de la justice, de la hiérarchie sociale, du pouvoir indiscuté, des règles de courtoisie. C’est la période irréelle où la moindre plaisanterie peut prendre d’énormes dimensions, où tout est possible, où ni les personnes ni les actions n’ont besoin d’une quelconque authenticité pour être crues. La nuit, c’est le domaine de l’apparence, du faux-semblant, de l’imagination débridée. On peut dire que de la paire si espagnole, si baroque que sont l’Etre et le Paraître, la nuit est pour Salas essentiellement, le royaume du Paraître, du désir enfin réalisé, des valeurs confondues, du masque que vous fait autre.35

La escritura establece así una fecunda relación entre espacio y melancolía, a través de la nostalgia en Salas por la captación irresuelta de un territorio homogéneo y legible, tal y como ocurre con contemporáneos suyos que viven la etapa final de su vida durante la explosión demográfica y económica de la Villa; la escritura del espacio es así un ejercicio catártico e indagativo que transporta la psique fragmentada de sus urbanitas a la constitución y diseño del entramado urbano. No sorprende, sin embargo, que sea Don Diego de noche (1623) la novela en la cual se da su más interesante lectura de lo urbano. Los interiores y los espacios nocturnos se combinan en la singular atmósfera que se recrea en las aventuras de este «caballero murciélago», personaje que rechaza casi clínicamente la luz y vive de noche experimentando las aventuras más extrañas en un Madrid ya de por sí poco iluminado. Myron Peyton ha escrito que «the structural organization is […] infused with a strong subjective impulse manifesting itself in a restless dissatisfaction with normality and a dynamic energy», y lo cierto es que nada parece tener contornos definidos en esta crónica de desventuras.36 Ya en los preliminares, donde encontramos el curioso «A los pocos y poco lectores desta edad», el autor nos habla de que «los ojos hostigados de la luz miran a lo escuro para cobrarse», anunciando así el desengaño y la huida de las riquezas materiales que proporciona la penumbra de los espacios opresivos y los territorios prohibidos. En la oscuridad del medio el protagonista encuentra su propia lucidez y, en última instancia, la luz que guía la lectura: escapando de un Toledo que se le queda pequeño por predecible, don Diego se construye una casa en «unos barrios retirados y sombríos» de «la Villa», y en ella se refugia durante los intervalos que ocurren entre aventura y aventura.37 La primera de ellas, que transcurre en los interiores de la casa de una dama a la que pretende el nocturno galán, ya anuncia los peligros escondidos de lo urbano y las trampas que  Arnaud, op. cit., p. 582.  Ver Myron Peyton, «Salas Barbadillo’s Don Diego de Noche». PMLA LXIV (1949): 484-506 [p. 486]. La falla de la novela, que Peyton vio en la incapacidad de evocar «the recognition of order, that true art demands» (p. 486), es precisamente uno de los más notables aciertos de la narración. 37   Don Diego de Noche. Madrid: Atlas, 1944, p. 10. 35 36

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los espacios domésticos tienen preparadas a los que se adentran en ellos.38 No en vano, las epístolas intercaladas entre la Aventura Segunda y la Tercera son expresas condenas de los peligros de Madrid, algunas incluso tituladas «Avisos», en donde se habla de todo tipo de lacras cortesanas: en una admonición muy barroca, recuerda el autor a su lector «que no sea liberal, porque en Madrid no dan sino los relojes, y esos pesadumbres, porque nos quitan en vida lo que nos dan en horas»,39 como parte de una economía de acciones que, a contratiempo, definen el frenesí ocioso de este caballero nocturno ya convertido en arquetipo literario —«ser un Diego de noche» aparece como expresión o como dicho en otros textos coetáneos. Las raras ocasiones en que don Diego no anda en la calle de aventura transcurren en la penumbra de su casa, en donde el galán se refugia en total inactividad, tal y como hará, por ejemplo, tras enterarse de que acaba de matar a un rival amoroso (don Leandro): «así pasaba en su soledad, melancólico y triste, aumentándosele más sus pesares con la muerte de don Leandro…»;40 igual ocurre al final de la Aventura Quinta, en donde «redújose, al fin, con esta venganza al silencio de su casa, donde pasó algunas noches estudioso, modesto y corregido», o al principio de la Aventura Séptima, ya que aquellas dos primeras noches después de su llegada las dió al silencio de sus paredes y a la contemplación de sus papeles y libros; pero ya cansado de tanto recogimiento, pareciéndole que perdía los fueros y excepciones de su libre natural, determinó salir la tercera, y más temprano de lo que otras solía.41

Sin embargo, esta inactividad que es pronto reemplazada por el atractivo frenesí de lo impredecible y lo nuevo no viene exenta de una muy abierta crítica social a ciertas actividades clandestinas: la visita del protagonista a la casa de juego, por ejemplo, provocará que Salas escriba que, lo que en realidad se frecuenta, es «una casa de conversación varia, porque en una parte della se jugaba con los naipes las haciendas y en la otra se hacía juego de las honras con las lenguas».42 La noche terrenal —frente a lo elevado de la espiritual, ya comentada— se erige así como el espacio de la ausencia de razón, pues en ella se vuelca toda la violencia material y simbólica que se ha reprimido durante las horas del día: 38  Son contadas en la novela las menciones a los lugares emblemáticos recogidos por Barbadillo de la Fuente en su artículo ya citado. 39   Op. cit., p. 41. 40   Op. cit., p. 88. 41   Op. cit., pp. 163 y 171 respectivamente. La alusión al coleccionismo libresco de Don Diego —por oposición a la lectura de estos mismos libros, que no se realiza— forma parte del comportamiento cortesano según la intuición de Elias: «The increasing demand for books within a society is itself a sure sign of a pronounced spurt in the civilizing process […] In courtly society the book does not play quite the same part as in bourgeois society. In the former social intercourse, the market of prestige values, forms the centre of existence for each individual; books, too, are intended less for reading in the study or in solitary leisure hours wrung from one’s profession, than for social conviviality»; en op. cit., p. 479. 42   Op. cit., p. 131. He tratado sobre este problema en mi artículo «Outside Bets: Disciplining Gamblers in Early Modern Spain». Hispanic Review 77. 1 (2009), en prensa.

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que ya era tiempo de retirarse, buscando la luz de la razón en la del día y no confesar en el aborrecimiento de la una el de entrambas, siendo un ciego tan deslucido que venía a estarlo en el ánimo, en el cuerpo y en el entendimiento. Que en el esconderse de la comunicación común, siendo un hombre dotado de tantas ingeniosas habilidades, se agraviaba a sí propio y a la utilidad pública, usurpándose así tantas alabanzas y a los demás tan segura doctrina.43

No sorprende que, como parte de este efecto curativo de la noche frente a los desdenes amorosos, la melancolía se acompañe de frecuentes serenatas musicales, incluso a veces por el propio don Diego, quien canta tanto a las damas como al Manzanares; así, cuando se va a la Lonja del Prado, en donde se destacan los matices auditivos del paisaje nocturno («privó a la lengua de oficio y aplicó los oídos, gozando deste modo entretenimiento, si no todas veces muy honesto, ninguna a su costa»)44, el lector se encuentra con la cantata de un paje, una de las muchas que salpican la novela, y que da lugar a una de las aventuras más originales del texto. Son estos elementos tan dispares —juego, música, duelos, seducciones—, presentados en un ámbito apenas retratado anteriormente —la noche—, lo que hace de esta novela uno de los homenajes más originales a este Madrid pardo e insomne. En cualquier caso, y como ha escrito Peyton, «a great insecurity abounds, a lack of confidence in the stability of environment and in man’s attempts to controle it».45 La presencia continua de estos personajes melancólicos no resulta gratuita, sino que responde a una coyuntura social muy precisa, en donde se registran las ansiedades de una clase que ha perdido toda su importancia social y que no sabe muy bien cuál es su lugar en el nuevo entramado urbano, en la búsqueda afanosa de una utopía como respuesta al sentido de desorden producido por la creciente «burocratización» de la ciudad. La melancolía se establece así como naturaleza y no como enfermedad, y la búsqueda de esta utopía se fragua como respuesta resignada y no como programa activo, al contrario que en otros escritores del siglo (las quimeras de Campanella y su «Ciudad del sol» y «New Atlantis» de Bacon son significativas de este deseo compartido). La melancolía emerge entonces de una cierta inactividad crónica e incluye, a partir del siglo xviii con más evidencia, el aburrimiento, si bien es ahora la nostalgia la que opera en el mismo centro de la melancolía, respondiendo a la obligación del cortesano de ser activo y feliz. A propósito de este carácter de denuncia, Teresa Scott Soufas ha escrito sobre la necesidad de comprender how the inarguably Catholic authors of post-Tridentine Spain use melancholy in order to engage in a dialectical transvaluation of values, that is, a reexamining and redefining of society and traditional norms that nevertheless does not seek to invalidate those norms or their inversion.46   Op. cit., p. 136.   Op. cit., p. 150. 45  Peyton, op. cit., 1973, p. 30; cursivas mías. 46  Soufas, op. cit., p. ix. 43 44

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El retiro que vemos en Ceñudo o en el Malcontentadizo es entonces una forma de protesta social que cuestiona el presente sin atacarlo abiertamente, una derrota anticipada si bien risueña; otras enfermedades como la gota, que padece uno de los personajes de El cortesano descortés, son también síntomas de estas nuevas ansiedades con un trasfondo médico visible ya documentado, por ejemplo, el Luis Lobera de Ávila un siglo antes.47 Este anhelo utópico es además la alternativa política de un individuo que no produce energía social, sino que la contiene y cultiva: la melancolía se convierte así en la respuesta social a una pérdida, en este caso la posibilidad de un espacio paradisíaco como sistema ordenable, y se puede afirmar por ello que la fragmentación formal de Salas es, en este sentido, la conciencia de límite y fracaso ante este entorno superador. Como resultado, esta nostalgia va acompañada, claro está, de un ubi sunt muy deliberado, en donde el espacio rural o íntimo, que en el caso de don Diego es un Toledo que se abandona en busca de aventuras cortesanas, actúa como el negativo purificador y pretérito del contaminado presente urbano: así, en Don Diego de noche Salas critica, en boca de Cicerón, a los nobles terratenientes, en uno de los más abiertos ataques de toda su obra: Con el sudor de los pobres se ostentan ellos en las fiestas públicas, visten galas y dan libreas. Si de las tierras fueran sólo dueños los mismos que las cultivaran y beneficiaran, aficionáranse más a este honroso trabajo, viendo que era el premio suyo, y, como gente poco vana, se contentaran con el moderado interés, dándoles en su mismo oficio preeminencias ilustres y honrosas. Mas si este nobilísimo ejercicio, que en los pasados siglos fue ocupación de los romanos cónsules, agora se halla en tanto desprecio y con tan pequeño premio, ¿quién le ha de estimar?, ¿quién seguir?48

Un «honroso trabajo», un «nobilísimo ejercicio» que será reivindicado también por otras plumas del período que podríamos llamar, en cierta forma, comprometidas —caso éste de Francisco Santos, por ejemplo, cuando hable del daño que los coches de mulas están ejerciendo sobre las tierras arables de las afueras de Madrid, desprovistas ahora de bestias de trabajo— y que ahora se invoca desde el lacerante ocio de toda una clase urbana. En consecuencia, tratándose la melancolía de una maladie universal y siendo la demografía una disciplina tan actual, el fenómeno de la vivencia urbana y su expresión estética propone muchas interrogantes que revitalizan su propio debate teórico y que merecen atención más detenida. En este Madrid que tanto le dio y quitó, Salas comparte algo que ya se había dado en otros ámbitos y otras cronologías, pero que en él se radicaliza hasta el extremo como parte de una ideología que no excluye la crítica social. Con gran acierto Francisco Cauz ha escrito que 47  Véase su Libro de las quatro enfermedades cortesanas que son catarro, gota arthetica sciatica, mal de piedra y de riñones e hijada. E mal de buas y de otras cosas utilíssimas, Toledo: Juan de Ayala, 1544. 48   Op. cit., p. 103.

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Salas Barbadillo asume primordialmente el papel de fustigador y reformador de la sociedad española, convirtiéndose en un escritor que hoy en día calificaríamos de comprometido, y a expensas de ello sacrifica, en general, el donairoso, ágil y espontáneo arte […].49

Es por ello que, desde un carácter exagerado, quijotesco y excéntrico, desde una fisonomía de piel oscura y escueta figura, y desde una melancólica sordera de madurez que le conduce, al igual que otro sordo ilustre (Goya), a estas «pinturas negras», Salas Barbadillo logra enriquecer, a través de estas novelas, un parnaso literario que hace de la ciudad toda una poética de emociones tan universales como delirantes. 3.  E  l gallardo Escarramán, del homenaje a la geopolítica Pese al sombrío futuro que Cervantes depara a su teatro en el famoso «Prólogo» a las ocho comedias y entremeses, la historia literaria ha demostrado que, ya durante su vida, la influencia que ejerció en dramaturgos contemporáneos fue muy significativa. The Chances y Rule a Wife, and Have a Wife de John Fletcher (1579-1625), o El gallardo Escarramán y El malcontentadizo de Salas Barbadillo presentan constantes resonancias que han sido estudiadas más a fondo en el primero que en el segundo, cuyo legado se suele citar desde los préstamos narrativos de Tomás Rodaja y Don Quijote.50 Salas es el más cervantino de los escritores de su generación, y rinde en Coronas del Parnaso y Platos de las musas un sincero homenaje al autor del Quijote cuando, desdoblado en los personajes de Don Fernando Antonio, Fadrique Francisco y un tal Rodrigo Alonso, relata su viaje al Monte Parnaso acompañado «de muchos varones ilustres por el ingenio, y las letras, y apadrinábanlos Garcilaso de la Vega, el divino Figueroa y Miguel de Cervantes».51 Este «apadrinamiento», que no en vano refleja un campo cultural en el que Salas participó activamente, se percibe como una de las constantes más evidentes de su producción literaria, plagada de invenciones y homenajes cervantinos. Igualmente, su amistad con Cervantes, documentada en esporádicos testimonios —el de Alcalá le elogiará en su Viaje del Parnaso, mientras que el madrileño firmará una entusiasta Aprobación a sus Novelas ejemplares— anuncia un complejo sistema de fluctuaciones estéticas que tocan también en la praxis teatral. Por ello no sorprende que, junto a estos iluminados de conductas deli Cauz, op. cit., 1977, p. 67.  Véase Joan Farabow McMurray, John Fletcher and His Sources in Cervantes. Dissertation Abstracts International, 1987 Dec., 48 no. 6:1460A-1461A, y Diana de Armas Wilson, «Of Piracy and Plackets: Cervantes’ La señora Cornelia and Fletcher’s The Chances». En Francisco La Rubia Prado, ed., Cervantes for the 21st Century/Cervantes para el siglo xxi: Studies in Honor of Edward Dudley. Newark, DE: Juan de la Cuesta, 2000, pp. 49-60. La conexión entre Fletcher y Salas ya la estableció Edward Wilson en «Rule a Wife and Have a Wife and El sagaz estacio». Review of English Studies: A Quarterly Journal of English Literature and the English Language 24. 95 (1948): 189-194. 51  Véase op. cit., fol. 7r. 49 50

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rantes, la huella del alcalaíno se aprecie también en la exploración que Salas lleva a cabo de dos arquetipos de conocida raigambre popular, como son Pedro de Urdemalas —en la novela El subtil cordobés Pedro de Urdemalas— y Escarramán —en la comedia El gallardo Escarramán, con la que se cierra dicha novela— en los que confluyen asimismo residuos folklóricos y adopciones provenientes de la cultura oral renacentista. Sin embargo, y pese a todas estas concomitancias, las relaciones entre Cervantes y Salas Barbadillo tan sólo han sido estudiadas superficialmente.52 Las semejanzas o coincidencias entre uno y otro tienen además una genealogía difícil de establecer, dado que algunas piezas de Salas entran en imprenta varios años después de haber sido escritas, tal y como ya he subrayado con El sagaz Estacio, marido examinado, redactada no más tarde de 1613 pero publicada en 1619 —huelga señalar que ambos son escritores cuya obra fundamental ve la luz al final de sus vi­das­—. En un período de extraordinaria vitalidad artística por parte de numerosos ingenios de la Corte, semejante coyuntura editorial deja al lector ante un abanico de similitudes con otros escritores que pueden ser bien la copia de una idea ajena, bien un hallazgo propio que se adopta por otros. En este caso en particular, la influencia erasmista que Cervantes hereda de López de Hoyos también se aprecia en la educación de Salas y en su visión un tanto crítica de la realidad, si bien esto no impide que las influencias sean mutuas entre estas dos plumas. No es el objetivo de estas líneas, por tanto, el determinar quién se inspira en quién —y más aún tratándose de dos vecinos y amigos volcados en la producción literaria compartiendo lecturas, alianzas y rivalidades— sino ver, por el contrario, en qué manera un motivo común se rescribe con fines totalmente distintos al presentar connotaciones de tipo geopolítico y socioliterario; cómo, en otras palabras, Salas se apodera de Escarramán para, a través de él, deslizar una serie de inquietudes personales no necesariamente asociadas con sus ya conocidas derivaciones folklóricas. Así pues, las páginas siguientes examinan a este gallardo Escarramán a través de los diferentes procesos inter-textuales de concomitancias y omisiones establecidos en la escasamente conocida pieza de Salas.53 El «bailarín fantasma» de El rufián viudo se transforma ahora en un sólido personaje de extraordinaria rentabilidad dramática que, al tiempo que mantiene el carácter híbrido de su más inmediato predecesor —desde el folklore del truhán y su conversión en baile lascivo—, logra madurar 52  Véase, no obstante, Cauz, op. cit., 1977, pp. 124-125 y «Ecos cervantinos en la obra de Salas Barbadillo». Anales Cervantinos 13-14 (1974-1975): 165-168, donde rastrea algunas de las influencias más sobresalientes en su obra, si bien no menciona a Escarramán; más prolijo es Peyton, 1973, op. cit., pp. 156-70, aunque tampoco se detiene en dicho motivo. Más recientemente, la comicidad de Salas con relación a sus contemporáneos ha sido recuperada, en valiosas páginas, por Close, op. cit., pp. 243-244, 321-326. 53  Véase, a modo de excepción, la Introducción de Andrade a su edición del texto, y por la cual cito; todas las citas del entremés cervantino corresponden a la edición de Asensio. Salas publica la pieza en 1620, que parece escrita entre los años 1616-17 y 1619 por las referencias al puente de Leganitos (1616) y las fuentes del Prado de San Jerónimo (1618).

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en un complejo arquetipo de doble rendimiento: Escarramán como «cabeça»54 de los males del hampa marginal de la Sevilla del xvii y como interlocutor de todas estas mismas lacras perpetuadas por un sistema corrupto. La pieza resulta más significativa si cabe, ya que la visión que se nos ofrece de la capital hispalense se fragua a través de los ojos cervantinos; el jaque sale a «cazar» y «pescar» nobles sevillanos para desvalijarlos, sin duda valiéndose de una germanía comúnmente utilizada en ámbitos populares como la Cárcel Real, el Arenal y, especialmente, las almadrabas del Estrecho, lugares de comercio y encrucijada que bien conoció Cervantes, pero que Salas apenas describe en una pieza que transcurre en su mayor parte de noche. Si Escarramán completaba al rufián viudo Trampagos, en Salas hará lo mismo con Pedro de Urdemalas, recorriendo un camino inverso que va desde el mito al hombre, indagando en la génesis de su fama y abriendo la puerta a futuras reencarnaciones, a otros Escarramanes.55 No obstante, y como intentaré subrayar en este capítulo, la aportación de Salas da un giro fundamental al motivo, en cuanto que su relectura dramática se realiza desde y hacia Madrid, desplazando a Sevilla como ámbito de marginados y erigiendo a la Corte como ciudad por excelencia, como un entre orgánico, legible y no disperso. Si Escarramán es cabeza del hampa sevillana y epítome popular de su variado tejido social, Felipe III se erige según Salas en «cabeza» de un sistema ordenado y jerárquico que se describe como ámbito maravilloso y —aún más importante— como el nuevo centro del orbe. Su lectura cervantina es, por tanto, un ejercicio de centralismo a partir de contrastes que, en última instancia, favorecen tanto la monumentalidad madrileña como la fragmentación de la Babilonia andaluza: en El gallardo Escarramán, el famoso jaque es perdonado de su condena a muerte por Salas, anunciando, no obstante, la emergente supremacía de un nuevo ámbito urbano que, desde su propia energía centrípeta, sabe también incorporar mitos y tipos ajenos. Si la picaresca hispalense había llevado la fama de Escarramán —y con ello la de Sevilla— a oídos madrileños, es ahora Salas quien, desde los mismos personajes de su comedia, logra trasladar la majestuosidad madrileña a oídos sevillanos, valiéndose de un diseño teatral que fluctúa entre la sátira social y la propaganda política. La rivalidad urbana que abiertamente se plantea en la pieza acaba por ser acto de celebración de una nueva identidad política desde la grandeza de su Corte y la emergencia de un nuevo paisaje.56  La mención proviene de op. cit., p. 260.   No entro aquí en el controvertido asunto de la inserción final de Escarramán en el entremés cervantino, ya comentado, entre otros, por Jorge Checa en «El rufián viudo de Cervantes: Estructura, imágenes, parodia, carnavalización». MLN 101. 2 (1986): 247-269; Dawn Smith, «El bailarín fantasma: Escarramán y otros pensamientos escondidos en el teatro de Cervantes». Revista Canadiense de Estudios Hispánicos 25 (2000): 43-52; y Jean Canavaggio, Cervantès dramaturge. Un théâtre à naître. Paris: Presses Universitaires de France, 1977, p. 271. 56  Dos estudios relativamente recientes dan cuenta de esta fascinante relación entre el paisaje arquitectónico y el campo cultural: John R. Gillis, ed., Commemorations. The Politics of National Identity. Princeton: Princeton University Press, 1994; y María José del Río Barredo, Madrid, Urbs Regia. La capital ceremonial de la Monarquía Católica. Madrid: Marcial Pons, 2000. Con respecto al tema de los bailes sevillanos y su inserción en el tejido social, remito al interesante apunte —aunque evidentemen54 55

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Imbricado en numerosas alusiones literarias —con las églogas garcilasianas como pre-textos más significativos, a los que parece parodiar en diversos pasajes57—, El rufián viudo pervive en la historia del teatro cervantino como el mayor eslabón de un amplio sistema inter-textual de lecturas e imitaciones, hasta el punto de haber sido definido como el más erudito, el más «literario» de todos sus entremeses.58 Esto no ha evitado que, debido a su sórdida ambientación y su peculiar registro lingüístico, fuera considerado por parte de la crítica de hace un siglo como el peor de su obra,59 si bien los trabajos recientes de Asensio, Zimic, Checa y otros han sabido rescatar todo su carácter polifónico y auto-reflexivo.60 Es ésta, evidentemente, una pieza que bebe de diversas tradiciones y que inspira otras muchas: se piensa que el Escarramán que Cervantes incorpora al final del entremés, con su desparpajo y su baile movedizo «como el azogue»,61 se inspira en las conocidas piezas de Quevedo «Carta de Escarramán a la Méndez», «Respuesta de la Méndez a Escarramán» y «Romance del testamento que hizo Escarramán», que gozaron de gran popularidad en su momento y que anteceden a la fecha estipulada para el entremés cervantino (1614-15).62 Aun así, es sabido que la tradición arranca de mucho antes, y es que Cervantes —quien lo incluye muy brevemente como baile en La cueva de Salamanca— parece recoger la presencia de una veta popular que se remonta casi medio siglo: ecos de la figura de Escarramán ya se encuentran, por ejemplo, en el paso Los te algo obsoleto— de Santiago Montoto de Sedas, «El teatro, el baile y la danza en Sevilla». Archivo Hispalense, Series 2, vol. 32-33 (1960): 380-90. 57  El jaque Escarramán es parodia de Don Fernando en la Egloga II cuando narra su regreso a España tras luchar en Turquía, según ha defendido Stanislav Zimic en «Sobre dos entremeses cervantinos: La elección de los alcaldes de Daganzo y El rufián viudo». Anales Cervantinos 19 (1981): 119-160. 58  Tanto Eugenio Asensio como Stanislav Zimic coinciden en destacar la densa capa de referencias eruditas en el entremés, que «descuella entre los demás entremeses cervantinos por su literalidad, es decir por su saturación de parodias y citas de poemas y géneros en boga», según ha escrito el primero en Itinerario del entremés. Madrid: Gredos, 1971, p. 34, citas que luego se encarga de desarrollar Zimic desde el referente garcilasiano (op. cit., pp. 139-160) combatiendo algunas de las tesis del propio Asensio. 59  Este lenguaje que tan poco agradó a ciertos críticos del xix ha sido estudiado por Alfredo Rodríguez López-Vázquez, editor de la más moderna de las ediciones del entremés, a saber, El rufián dichoso. El rufián viudo. Ed. Alfredo Rodríguez López-Vázquez. Kassel: Reichenberger, 1994. Gran parte de la crítica contemporánea arranca de Armando Cotarelo y Valledor, El teatro de Cervantes. Madrid: Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1915, pp. 600-618, quien le dedicó en su momento algunas de las mejores páginas, especialmente en el rastreo de fuentes e influencias; poco halagador fue, sin embargo, con el Escarramán de Salas: «ciertamente, si Salas Barbadillo no tuviese otras obras que esta comedia, sin duda semiburlesca, no alcanzaría el justo puesto que ocupa en las letras españolas» (614). Una útil reevaluación del canon cervantino es la reciente aportación de Jesús González Maestro, La escena imaginaria. Poética del teatro de Miguel de Cervantes. Frankfurt, Madrid: Vervuert Iberoamericana, 2000, pp. 22-54, que señala cómo la presencia de El rufián viudo en la escena teatral del siglo xx ha sido poco menos que inexistente. 60  Véase, a este respecto, Asensio, op. cit., pp. 102-106; Checa, op. cit., pp. 268-269; González Maestro, op. cit., pp. 252-255. Apuntes recientes de interés son los de Cory A. Reed en «Cervantes and the Novelization of Drama: Tradition and Innovation in the Entremeses». Cervantes 11. 1 (1991): 6186, p. 70; y Close, op. cit., p. 91. 61   Op. cit., p. 97. 62  El quevedismo de Salas ha sido analizado por La Grone, op. cit., quien en su análisis comparativo omite como referente las jácaras de Quevedo. Traza el origen del Escarramán quevedesco Pablo Jauralde en Francisco de Quevedo (1580-1645). Madrid: Castalia, 1998, pp. 265-270, 912-913.

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lacayos ladrones de Lope de Rueda —donde se introduce el tema del alguacil que manda al ladrón a galeras— y en el entremés anónimo Mazalquiví; como rufián aparece también en incontables romances antes de pasar a baile lascivo en numerosas composiciones como las ya citadas piezas quevedescas, dentro de un proceso en el que «refinement of traditional stereotypes is inseparable from this kind of intertextual enrichment».63 El arquetipo parece estar por estos años en boca de todos, y en la comedia lopesca ¿De cuándo acá nos vino? se representa en los teatros como canción lasciva —un baile semejante, el Mellado, convocará jácaras de Matos Fragoso en Tardes apacibles y de Calderón en Ociosidad entretenida—. Herederos suyos pueden hallarse en la Loa del Escarramán atribuida a Lope,64 en Los planetas y en el entremés Zapatanga, ambos de Quiñones de Benavente, o en la novela corta La hermanía de Lugo y Dávila. Se ha dicho que la entrada final de Escarramán en el ámbito de Trampagos guarda semejanzas, por ejemplo, con la de Sornavirón en el entremés calderoniano Las jácaras o el final del Entremés de la cárcel de Sevilla.65 Resulta interesante el hecho de que, sin apartarse de su acepción inicial, tienda a rescribirse más tarde en distintas modalidades: en su versión «a lo divino», como el Romance de Escarramán vuelto a lo divino de Lope, que da cuenta de la tendencia a incluirlo como parte de la liturgia;66 convertido en alegoría, como en el conocido Acto de Escarramán atribuido a Francisco de Rojas; o canonizado en adjetivo —a lo escarramando— en relación a todo aquello bajo o descarado, tal y como ocurre, por ejemplo, en la novela Escarmentar en cabeza ajena de Lugo y Dávila o en los numerosos bailes que condimentan las comedias al uso, como en la mojiganga Escarramán de Moreto.67 De igual forma, los ecos resuenan mucho más allá de la escena barroca: el rápido cambio de ánimo del viudo Trampagos que define la pieza cervantina se imita un siglo después en el entremés El viudo de Ramón de la Cruz. No extraña entonces que, ante tanta  Close, op. cit., p. 91.   Incluida en Fiestas del Santissimo Sacramento: repartidas en doze autos sacramentales, con loas y entremeses. Compuestas por el Phenix de España Frey Lope Félix de Vega Carpio, del Abito de San Juan; recogidas por el licenciado Joseph Ortiz de Villena, y dedicadas al Tumulo y faura inmortal suyo… Zaragoza: Pedro Verges, 1644, edición consultada para este trabajo. 65  El entremés se ha atribuido, en diversos momentos de la historia literaria, a Lope y a Cervantes; recientemente, César Hernández Alonso y Beatriz Sanz Alonso, Germanía y sociedad en los Siglos de Oro. La cárcel de Sevilla: Valladolid: Universidad de Valladolid, 1999, pp. 399-428, lo han editado bajo la autoría de Cristóbal de Chaves (alias de Juan Hidalgo) con una introducción en la que aclaran las coincidencias entre la Relación de la Cárcel de Sevilla y el entremés, y sobre el léxico usado en ambas obras coincidente con el vocabulario de Juan Hidalgo. Debo la referencia a Elena di Pinto, autora del reciente estudio La tradición escarramanesca en el teatro del Siglo de Oro. Frankfurt, Madrid: Vervuert Iberoamericana, 2005. 66   He consultado el ejemplar incluido en Segunda parte del desengaño del hombre, sobre la octava que dice: larga cuenta que dar al tiempo largo. Con otra que dice, Yo, ¿para qué nací?; y un acto de contrición en octavas. Con un romance de Escarramán vuelto a lo divino. Como testimonio de su marcado carácter religioso, el texto se incluye más tarde en una curiosa edición preparada por Roque Pidal y Bernaldo de Quirós titulada Flores del huerto, y publicada en Madrid: Librería Ángelus, 1953. 67  El texto se incluye en la Parte treinta y siete de comedias nuevas escritas por los mejores ingenios de España. Madrid: Melchor Alegre, 1671, ff. 357-369, edición manejada para este ensayo. 63 64

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profusión de testimonios, el propio Cotarelo afirmara en su momento que «sospecho que éste fue hombre de carne y hueso».68 El potencial dramático de Escarramán es por ello muy fecundo, y es Salas Barbadillo quien ofrece uno de los tratamientos más interesantes del motivo. El misterio de su génesis no sólo concierne a la fecha de producción, sino también a su inserción en la novela Pedro de Urdemalas, cuyo argumento —para el cual Salas se inspira en el precedente cervantino— no se aleja demasiado de la tradicional narrativa apicarada: el truhán Pedro llega a Granada huyendo de la justicia en una mula robada, y a partir de ahí se desarrollan sus aventuras por Málaga y Valencia, en donde se detiene la acción para presentar a Pedro y a su amante Marina quienes, haciéndose pasar por nobles y con nombres diferentes —Juan de Meneses e Inés, convertida ahora en hermana— alquilan una casa elegante donde ella toma clases de canto. La ocupación de este falso Pedro oscila entre el juego de naipes y la fundación de una Academia —recurso de Salas para enlazar las diferentes historias intercaladas que se incluyen en la pieza— en la cual entretiene a sus miembros con actividades culturales, sociales y literarias, y donde su hermana fingida canta a los asistentes. Cuando parece decaer su repertorio de chistes e historias, el rufián decide organizar la representación de su comedia El gallardo Escarramán, cuyos papeles representarán estos mismos académicos por Navidad, y de cuyos ensayos y reparto se hace mención al final de la novela. Sin transición alguna se pasa entonces a esta comedia semiburlesca diseñada a partir de los atropellos que el famoso jaque hace a dos caballeros sevillanos, y que constituye una de las diversas composiciones que se insertan en la novela-marco. Por ello, y como parte de una reelaboración teatral que se comparte por otros coetáneos suyos —de Cervantes a Lope, de Calderón a Moreto— se puede afirmar que la relectura de Salas es la más cervantina de todas ya desde su propia creación, pues su comedia se integra con muy finas costuras en el diseño de esta novela «a cajones» que la precede;69 en este caso, es el personaje de Pedro de Urdemalas quien la escribe y dirige, siendo entonces Escarramán su más personal legado —mito que da en mito, pícaro que se perpetúa en su progenie­—. Como el retablo de Maese Pedro cervantino, nos hallamos de nuevo ante un juego de ficción dentro de ficción, en donde es precisamente un marginado con amplia cultura literaria el que se reinventa en la fábula para entretener a su audiencia: el maestro Pedro de Urdemalas urdiendo un 68  Cotarelo, op. cit., p. 607. Acertada hipótesis que también maneja González Maestro, op. cit., p. 219, n. 5. 69  De manera semejante ocurre en el entremés cervantino, como ha destacado recientemente Vicente Pérez de León en su libro Tablas destempladas: los entremeses de Cervantes a examen. Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 2005, p. 167:

La presencia de Escarramán, totalmente innecesaria dentro del argumento que giraba alrededor de Trampagos, atrae acciones destinadas al propio protagonista como la celebración de su fama y el baile general. Escarramán aparece cuando el argumento del entremés de rufián ha concluido y sólo faltaban los vivas y la coronación de Trampagos por otro personaje […] Escarramán hurta artificialmente el protagonismo y funciones dramáticas al rufián viudo, reforzando el argumento de que muy probablemente su forzada inclusión responda a un hecho posterior a la confirmación de la trama de la obra.

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texto dramático en el que se inmortaliza en toda su ironía, descaro y savoir faire a través de Escarramán y la coima Méndez, pero añadiendo un último registro de ironía: los truhanes del hampa sevillana son ahora representados por los venerables miembros de la Academia a los que Pedro ha entretenido y de quienes, en última instancia y a través de la gran trampa de su falsa vida, se ha reído con la complicidad del lector.70 La comedia recorre dos ámbitos urbanos casi opuestos: por un lado, la banda de pícaros capitaneada por Escarramán, con un insaciable apetito de violencia y robo; por otro, la historia de Marcela y su pretendiente Lázaro quien, al igual que el ri­ dículo y absurdo personaje homónimo de El cortesano descortés, es presentado por Salas como ejemplo del urbanita disoluto y cobarde. El punto de intersección entre ambos escenarios es la serie de robos que los rufianes perpetran sobre éste y sobre su primo Antonio en lo más profundo de la noche hispalense. Salas nos presenta, una vez más, la figura del galán urbano quien, pese a estar a punto de casarse con su enamorada, se deja llevar por los placeres nocturnos y acaba siendo humillado por un hampa muy bien organizada que hace de la noche su coto privado, exclusivo, no apto para otro tipo de paseante. El ataque a Lázaro, quien ya había prometido no salir por la noche a su suegro —convenientemente diseñado por Salas como Alcalde Mayor de la Justicia, que conoce su vida licenciosa y no está seguro de querer cederle a su hija—, pone en jaque todas sus aspiraciones. La intervención de su primo Antonio, el cual regresa de una rápida visita a Madrid para enmendar entuertos, hace que éste sea también agredido por los rufianes cuando va a pedirle cuentas a Escarramán; los galanes acaban en ropa interior, sin armas, enmudecidos ante unos pícaros que dominan el lenguaje nocturno y que los reducen a meros fantoches. A pesar de que Escarramán acaba siendo apresado por sus continuos abusos, Salas decide dar a la comedia un vuelco último con un desenlace feliz para todos: las bodas finales de Lázaro y Belisa, que coinciden con las del rufián y la Méndez —gracias a las cuales el Alcalde de Sevilla perdona la vida al héroe de la jácara que estaba preso y condenado a muerte71— cierran un texto de irregular factura pero con un Escarramán al que el autor 70  El episodio es una prueba más de las numerosas concomitancias con otros textos del momento y en la circulación de muchos de estos arquetipos: el propio Salas ya se había valido del personaje de La Méndez y Montúfar en La hija de Celestina (1612). La influencia de la picaresca de Salas en otros escritores coetáneos —Castillo Solórzano, Céspedes y Meneses, Zayas, Zabaleta— ha sido señalada, aunque muy esquemáticamente, por Peyton, op. cit., 1973, pp. 169-170. 71  Como bien indica Andrade, op. cit., p. 300, n. 542, el matrimonio protegía a las prostitutas de procesos judiciales. De hecho, fueron varios los intentos de regular su existencia durante estas décadas, especialmente en cuanto a la vigilancia de aquellas que no tuvieran un lugar de confinamiento y fueran libres de moverse a sus anchas, como parece ser el caso de la Vilches o la Méndez en la pieza de Salas; bajo esta preocupación latía también, obviamente, un intento de contener enfermedades infecciosas en una ciudad que sufrió varias plagas durante los siglos xvi y xvii —no en vano, la difunta Pericona del entremés cervantino se describe como una mujer fundamentalmente infecta—. Sobre esta problemática, Mary Elizabeth Perry, Gender and Disorder in Early Modern Seville. Princeton: Princeton University Press, 1990, p. 139, ha escrito que «with the ordinances of 1570, the city government adopted a set of regulations that more clearly established the brothel as the only acceptable place for women to work as prostitutes. In response to urban growth and to increase incidence of disease, the formal institutionali-

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dedica lo mejor de la pieza, creando uno de los personajes más elaborados de toda su producción dramática. La comedia está diseñada a subrayar la gallardía a la que hace mención el título. El Escarramán de Salas, leyenda viva y conocido por todos, se diferencia del cervantino por su ironía y sarcasmo a la hora de atacar a sus víctimas, de las que se ríe continuamente con bromas de mal gusto, insultos, juegos de palabras y dobles sentidos; cuando está desvalijando a Lázaro de todas sus posesiones, por ejemplo, le espeta que estando contigo tu Belisa todo te sobra y no te falta nada; por esso a tu Belissa te dexamos, y esto, porque te sobra, lo llevamos.72 Con ello Salas traza una línea de continuidad al hacer que el jaque extienda el tipo de humor socarrón de su propio autor, Pedro de Urdemalas, un humor basado en la fuerza de la palabra y no del movimiento como ocurría en Cervantes; al contrario que en El rufián viudo, el Escarramán de Salas no es lascivo ni es tan juguetón y festivo, sino más bien un personaje con una agenda propia que entra de lleno en el comentario social. El género impone unos cánones diferentes, y esta nueva recreación del tipo renacentista es ya un personaje mucho más elaborado con un final distinto que marca claramente la transición del entremés —abocado a un cierre feliz de bailes y canciones— a la comedia, con sus correspondientes bodas y la salvación del protagonista. Escarramán pasa así de anti-héroe a héroe; no sorprende entonces, por ejemplo, que el criado de Lázaro, Mondego, asegure que ladrones son de mucho fundamento, y sus blasones y vitorias canto; el robo es tan sutil, tan ingenioso, que merece vivir y ser famoso, …elogiando entonces el Arenal como el escenario donde se ha cometido tal «hazaña», y subrayando entonces el ingenio del ladrón más que la lascivia de sus movimientos. La reelaboración del motivo folklórico lleva aparejada en Salas una cierta dosis de comentario social a través de sus mismos personajes, ya que, al tiempo que la pieza se detiene en alabar las hazañas del jaque, se asegura con ello un muy puntual retrato de las debilidades de estos galanes de ciudad. Cuando Lázaro es asaltado por zation of prostitution imposed greater control over prostitutes and transformed the position of brothel from a feudal privilege to a bureaucratic office». 72  Cito a partir de ahora por la edición de Eugenio Asensio, Entremeses. Madrid: Castalia, 1971, p. 240.

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los ladrones —conocedores de su amor por Belisa— es abandonado en camisa y con el pincel con el cual le retrata, ridiculizando su figura y subrayando la noción de que, más allá de su práctica amatoria, nada útil puede rescatarse de esta economía infértil. Lázaro se construye, siguiendo una tónica ya muy habitual en el teatro del momento, como un personaje desprovisto de todas las cualidades normalmente asociadas al valor y la constancia del enamorado: es débil y perezoso, y tiende al llanto con frecuencia: en un inofensivo y casual encuentro con el pícaro Rinconete, personaje residual cervantino que anda de ronda nocturna, el galán confiesa que «temores / toman posesión del alma», y en otro pasaje igualmente significativo, cuando va a ver su primo después de enterarse éste de que ha sido atacado por Escarramán, le responde que «un mar por los ojos doy»;73 a la admiración por las (malas) artes del jaque se une ahora un obvio sentimiento de humillación personal que ya corre por boca de todos, tal y como le recuerda Antonio: en la ciudad no ay quien no celebre o cante la astucia y temeridad de Escarramán arrogante […] todos se burlan de vos.74 Sin embargo, la misma suerte acaba corriendo éste —a quien se retrata con algo más de benevolencia— cuando decide vengar a su primo: en un desafortunado encuentro desde el cual Salas explota toda su veta cómica muy al estilo del humor apayasado de los famosos pasos que vieron nacer el mito, el acto segundo se cierra con un enfrentamiento nocturno entre el grupo de Antonio y Lázaro y el grupo del Alcalde, ambos buscando al escurridizo matón. A pesar de su arrojo, Antonio es definido por Escarramán como carente de las tradicionales cualidades «masculinas»; cuando habla de su extraña figura, «cuyos labios / viste un rubio bigote mal torcido», el jaque subraya un marcado contraste con su propia iconografía, tradicionalmente presentada con «bigotazos que le hacían cosquillas en las orejas»75 y que guarda cierto parecido también con la brutal fisonomía del Monipodio cervantino; Antonio, sin embargo, es «boquirrubio», «gallina mal pelada», «alemán la barba como el cabello», de un rubio pelirrojo que —más allá de su carga antisemítica opuesta al casticismo del famoso truhán— poco tiene que ver con el «paisaje masculino» en el que operan los rufianes. Incluso se produce una más evidente «feminización» de estos

  Op. cit., pp. 263 y 256 respectivamente.   Op. cit., p. 257. 75  Así aparece descrito en la Relación de la fiesta que la Universidad de Baeza celebró a la Inmaculada Concepción, por Don Antonio Calderón, catedrático de Artes. Baeza, Pedro de la Cuesta, 1618; la referencia proviene de Cotarelo, op. cit., p. 609. 73 74

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cortesanos cuando el propio Rinconete se topa con los dos galanes por la noche y les distingue por su olor: si acaso soys Cavalleros, por el noble olor y las galas pregonan vuestra nobleza […].76 Con ello, toda la valentía asociada a los bigotes, que definía mucho del comportamiento social del momento, es graciosamente cuestionada desde diversos frentes íntimamente asociados a la cualidad sensorial del entorno urbano.77 No sorprende que, siguiendo esta misma imaginería, Antonio comente, tras haber sido robado, que «fui por lana, y trasquilado / vuelvo, gentil majadero».78 Este contraste, marcado a través de ciertas señas de identidad genérica, se extiende también a la acotación de sus espacios, y con ello el entorno urbano se convierte en una característica más de la personalidad de sus habitantes —y viceversa—. Así, y desprovisto de una dama a la que rendir pleitesías, el cortesano Antonio da cuenta de su amor por Madrid, que en la pieza de Salas se erige como el nuevo marco cortesano y en la cara opuesta de una decadente Sevilla que, para estos años, ha perdido ya gran parte de su supremacía en beneficio, como ya se ha señalado, de Cádiz.79 Arnaud ha escrito con mucha razón que on sent le tempérament aristocratique et flâneur de notre dilettante et un chauvinisme certain que se manifeste en bien d’autres textes. Et on sent aussi l’auteur à court d’inspiration et remplissant sa «comedia» coûte que coûte.80

No en vano, el entremés cervantino opera entonces como el reverso de una moneda cuyo lado más brillante es ahora la Corte madrileña, dando así cuenta de cómo el capital que había definido la exhuberancia sevillana se va ahora trasladando hacia Madrid para construir la que será, una vez superado el hiato vallisoletano (16011606), nuevo centro del orbe. Sin abandonar el territorio hispalense, la pieza anuncia entonces una tensión entre las dos ciudades principales del momento, el Madrid «del tercer Felipe» como ámbito emergente, Sevilla como la Babilonia en decadencia. Cuando se nos cuenta cómo, al inicio del tercer acto, Antonio vuelve de la Corte un   Op. cit., p. 263.  Este tipo de denuncia recorre la obra de Salas; en El cortesano descortés, por ejemplo, Cristina se queja de que «ya no hay más amor que la comodidad; hase hecho casero, burlón, entretenido», exhortando a su amante don Sebastián a que la corteje como es debido, ya que «este taburete ama, esta sala fresca, el agrado con que le recibimos, la puntualidad con que procuramos que sea servida su persona»; mejor es, advierte con ello, que «sufra los hielos duros, rebeldes y obstinados, que entonces sus suspiros tendrán valor y abono, y traerán mejor padrino en esta generosa constancia para ser juzgados por verdaderos, que en tanto juramento ocioso» (pp. 94-95). 78   Op. cit., p. 271. 79  Véase, por ejemplo, Perry, Crime and Society in Early Modern Seville. Hanover, NH: University Press of New England, 1980, pp. 1-11. 80  Arnaud, op. cit., p. 590. 76 77

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tanto a regañadientes para ayudar a su primo, se está ya presentando un nuevo Escarramán, periférico y relativo en cuanto a su condición apicarada. Antonio ya no elogia el valor legendario del bandido —y por extensión de la Historia, del mito, del folklore, de la Sevilla en la que vive—, sino que anuncia lo nuevo, el futuro, lo cosmopolita a través de todo lo maravilloso —fuentes, prados, paseos, etc.— de los placeres de la nueva urbe capitalina. Lázaro le comenta que corre voz que está el lugar más entendido y poblado que nunca, …y Antonio le responde que «vuelvo admirado; / no ay quien lo pueda contar», para enumerar a continuación, empezando por la cabeza, «el tercero Filipo» y su «alcaçar generoso», es decir, todo lo nuevo de arriba a abajo. La descripción de Madrid por parte de Antonio sigue así una jerarquía que contrasta con el desorden sevillano, pero lo más significativo es que se va narrando desde su misma transición, de movimiento en construcción; por su «lustre y ornamento», Madrid silencia ahora las grandezas del «Romano Imperio». El galán sevillano se asoma así a un momento crucial de la historia madrileña desde su mismo proceso, deteniendo su recorrido narrativo en tres momentos bien definidos: el Rey, la Reina —a través de la construcción del convento de Doña María de Aragón— y el pueblo, con sus lugares emblemáticos que hacen más grata la existencia: el Paseo del Prado, el Prado de Leganitos —donde hubo algunas huertas— el Paseo de Recoletos [...] hasta llegar a los pozos […] donde el invierno se guarda aquel que es contra el veneno del calor la contra yerba, y el más eficaz remedio,81 …es decir, los pozos donde se guardaba el hielo para enfriar los refrescos en verano, y que luego pasaron a ser depósitos de pólvora.82 Cuenta entonces Antonio que El alcázar generoso que hospeda al César tercero,   Op. cit., p. 282.  Antonio ya anuncia la ampliación del Alcázar con la llegada de Felipe IV («levanta un quarto soberbio, / tan magnífico y illustre / que él nos confiesa su dueño»), edificio a cuya grandeza contribuirán, desde la labor original de los arquitectos Cobarrubias y Vega, otros muchos artistas del reinado venidero: Moras, Crescenti, Lucas Jordán, Velázquez, Murillo, etc. Al mismo tiempo, da cuenta de la famosa muralla que, por detrás del famoso edificio, bajaba hasta la Puerta de la Vega como herencia del antiguo Madrid musulmán. Para un interesante recuerdo de estos lugares emblemáticos, véase Ramón de Mesonero Romanos, El antiguo Madrid. Paseos histórico-anecdóticos por las calles de esta Villa. Madrid, Oficinas de la Ilustración española y americana, 1961, Tomo I, pp. 149-178; una interesante puesta al día es la de Ringrose, Juliá y Segura, op. cit. 81 82

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digo al tercero Filipo que en la grandeza es lo mesmo, igual a lo edificado levanta un cuarto soberbio, tan magnífico y ilustre que él nos confiesa su dueño, con que aquella casa Real fino capaz aposento para el Monarca de España, le dará menos estrecho. Cércanle el hermoso Parque, no con ánimo pequeño que el edificio pregona que es suntuoso el deseo, de una muralla de piedra que se arroja discurriendo desde Palacio hasta el río, obra Real de heroico pecho, que cuando quede perfecta, que no está su fin muy lejos, sembrará envidia y dolor en los pechos extranjeros. [………………………….] En el campo que se llama por la voz vulgar del pueblo, Doña María de Aragón, se edifica un Real Convento, que Margarita Cesárea, prenda que se llevó el cielo como suya de la tierra, que le usurpaba el derecho […………………………..] Otra calle nueva al Prado le han dado, cuyo aumento es causa de que los coches gocen de holgado paseo. Al campo de Leganitos, tan áspero y mal dispuesto, le han hecho blando y tratable, y ya es muy amigo nuestro, pues que con facilidad sin peligro y sin rodeo,

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nos da paso para el río, liberal en todos tiempos. […………………………] En la puerta de la Vega se ponen unos asientos, porque el deleite y descanso se halle en campos tan amenos, otro prado más se rompe allá por los Recoletos, que ya se viste mil galas aun antes de estar perfecto.83 Nada de esto aparece, obviamente, en el ambiente sevillano que describe Salas, un ámbito marcado por lo nocturno y lo clandestino, por la violencia y el sexo, y que sigue muy de cerca el modelo del entremés cervantino. Estos elementos aparecen juntos, por ejemplo, en la conversación con la Vilches —prostituta del entorno del jaque— cuando ésta comenta que nuestro mayor descanso es hallar siempre a nuestra inclinación tiempo y ventura, que sólo aquel es gusto, a lo que creo, que se sabe medir con el deseo.84 Con la presentación de este Escarramán constante en el amor y altamente «masculinizado» —mantiene correspondencia con La Méndez, lo que a la larga resulta fundamental en el desenlace del meollo dramático—, el contraste está servido. Como resultado, esta dualidad se extiende también al medio que arropa dos tipos de vida antagónicamente descritos (mas no vividos): lo monumental frente a lo liminal, lo orgánico frente a lo disperso, lo vertical frente a lo horizontal, lo aséptico frente a lo hedonista. Nos hallamos entonces ante dos espectáculos opuestos, la visualidad teatral de Madrid frente a la teatralidad de la muerte de Escarramán que se avecina, la (aparente) coherencia monumental de la Corte frente a una Sevilla que, como el mismo cuerpo de su más egregio rufián, puede ser desmembrada «en pedazos»: Escamosa dice que la gran Sevilla está con tu prisión llena de espanto, a donde con la voz que corre y rueda; ya todos de tu cuerpo hacen moneda.85   Op. cit., pp. 281-282; cursivas mías.   Op. cit., p. 292. 85   Op. cit., p. 292; cursivas mías. 83 84

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Salas sigue así fielmente la imaginería cervantina, que había insistido también en este carácter fragmentado, repartido y compartido por todos, del mito; rezaba en El rufián viudo: Pizpita: Los muchachos te han hecho pepitoria De todas tus medulas y tus huesos [………………………………………] Vademecum: Por Dios que te han molido como alheña Y te han desmenuzado como flores [………………………………………] Escarramán: Tenga yo fama, y háganme pedazos. [………………………………………..] que me deshago y que me bullo.86 Toquen: Sin embargo, esta dispersión se abandona cuando Salas elogia la Corte, y ninguna de las nuevas imágenes empleadas —que derivan de una idea de solidez mo­ nárquica y no de fragmentación truhanesca— se acercan a lo escarramanado. Esta rivalidad se hace más explícita cuando Antonio discute con Montego —criado de Lázaro— sobre cuál de las dos ciudades es más importante: a la broma del gracioso, al indicar que «es Madrid el cuello / del mundo», Antonio le pregunta que quién es la cabeza, a lo que éste responde: «Sevilla por su grandeza».87 Con ello se contrapone la grandiosidad de la capital con el estímulo más bajo de Sevilla, de su caos atractivo, hasta el punto de que Mondego entonces justifica que «yo quiero un lugar con viñas / muchas y con pocas fuentes», es decir, una ciudad que tenga más tabernas y lugares de ocio que monumentos estériles. De hecho, la fascinación de Mondego por este submundo es tal que se ofrece a servir de camarero a Escarramán, ayudándole a vestirse para su gran representación; incluso agradece en público a Dios, porque «amo en la cárcel me dio / tan honrado».88 Lo elevado frente a lo subterráneo sustenta así una dialéctica que no hace sino canonizar dos capitales dentro de un mismo reino. Y el texto captura en el tiempo esta transición de una ciudad en decadencia a otra que, si bien no tiene aún los estímulos necesarios —los bares, en este caso—, pronto se va a convertir en la capital europea de las artes y del ocio. La ejecución aplazada de Escarramán opera como una falsa representación en la que, al sacar al reo a la calle para su tradicional paseo último, se entra de lleno en la imaginería de las procesiones religiosas: creyéndose perdido, el jaque —patrón secular de esta Sevilla marginal cuya contracultura se adopta por todos— admite que «quiérome ensayar primero / del modo que he de ir mirando / a todas partes y hablando / con el Cristo», y que «no se me ha de conocer / ni aun señal de cobardía»; Antubión añade que «la gala te llevarás / de todos los ahorcados», y Rinconete anuncia   Op. cit., pp. 95-98; cursivas mías.   Op. cit., p. 283. 88   Op. cit., pp. 283 y 287, respectivamente. 86 87

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que «¡por Dios que te espera / un auditorio espantoso!».89 Este carácter teatral —haciendo eco del propio Entremés de la cárcel de Sevilla— adquiere además tonos cómicos cuando, siguiendo el mismo rigor del que se valía para desvalijar a sus víctimas, Escarramán asume la seriedad de la situación como su homenaje último a Sevilla: así, cuando Rinconete le advierte que van a acudir a verle de todas las esquinas de la provincia, «que a verte se han despoblado / las aldeas convecinas», éste le responde que» estudiar el sermón quiero; por eso no ha de quedar que aya dejado por mí su casa esa gente honrada. Mi persona está obligada.90 Sin embargo, el perdón final hace que lo que quedaba como una concesión del cuerpo del ladrón a su paisaje —convertido en signo al quedar ahorcado en cualquiera de las entradas a la ciudad, como era costumbre ejemplar—, acabe siendo un gesto de auto-canonización: Escarramán, y con ello su cuerpo completo y no «hecho pedazos», celebra las bodas91 y su libertad con un baile, según anuncia el asistente del alguacil al final de la obra,92 y como reconoce la propia Vilches: parte es de consuelo en su desdicha, pues ya que ahora en bajo oficio vive, más alto morirá que los Monarcas, donde tendrá, y habrá de ser forzosa una muerte más vista que vistosa.93 Y es esta popularidad de su muerte, vista por todos, la verdadera esencia del mito: si el Escarramán de Salas se reintroduce en el acervo popular desde su canonización como baile folklórico, el cervantino irrumpe en el entremés de Trampagos ya casi vuelto a lo divino, camino de una «devota ermita, que en mi tierra / llaman de San Millán de la Cogolla».94 Vicente Pérez de León ha escrito muy acertadamente que, en el entremés cervantino,

  Op. cit., pp. 296 y 297, respectivamente.   Op. cit., p. 297. 91  Esta problemática del matrimonio con respecto al Trampagos cervantino ha sido estudiada por Jean Graham-Jones, «“Tuya soy”: The Economics of Marriage in Cervantes’s Entremés del rufián viudo llamado Trampagos». Bulletin of the Comediantes 44.1 (1992): 151-161. 92   Op. cit., pp. 300-301. 93   Op. cit., p. 260; cursivas mías. 94   Op. cit., p. 94. 89 90

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El sentido del episodio de Escarramán resucitado es el de presentar y, de alguna manera evaluar, la actualidad y verdadera influencia del personaje en el imaginario colectivo, lo que se aprecia con el énfasis en destacar el calado del baile dentro de la sociedad de la época, a partir de las opiniones y alabanzas de los protagonistas de la obra.95

Semejante es, a tenor de lo visto ya, la intención de Salas Barbadillo en su particular lectura del motivo, abriendo nuevos diálogos con sus contemporáneos —Quevedo, Cervantes— mediante el tratamiento de tipos literarios íntimamente imbricados en este imaginario colectivo. La pregunta sobre la vigencia de Escarramán se responde, así, de una manera que es al mismo tiempo diferente e igual, personal y colectiva. Pero, como he intentado subrayar también, el mito se torna en sinécdoque de todo un mundo urbano que, a partir de la reflexión sobre la centralidad de la metrópolis, desplaza una geografía y canoniza a otra. Piezas como El gallardo Escarramán resultan entonces indicativas de cómo la construcción del paisaje urbano lleva consigo una serie de nociones culturales articuladas desde las dicotomías centro / periferia o masculino / femenino, que a la larga serán fundamentales para iniciar procesos de identidad personal y colectiva, hasta llegar a un nuevo concepto de nación y Estado. Por otro lado, este mismo paradigma hace que la lectura de Salas a la luz de Cervantes plantee numerosas incógnitas, fascinantes concomitancias y una necesaria reflexión sobre los conceptos de autor e inter-textualidad en la escena teatral áurea, ya que, como ha demostrado la historia literaria, ambos textos acabaron relegados a la lectura. Más allá de los misterios de su génesis, lo cierto es que esta comunión permite trazar un puente entre la tradición popular y las futuras reescrituras de un fascinante arquetipo teatral cuya pervivencia goza de pocos rivales y de un privilegio sociocultural único —baile, entremés, comedia, jácara, loa, alegoría—, definido por Cervantes con su ya universal ironía a través de nada menos que una prostituta, La Repulida: «Hante vuelto divino; ¿qué más quieres?».96

 Pérez de León, op. cit., p. 168.   Op. cit., p. 95.

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III Academias, parnasos y el discurso culinario como crítica Legi apud Virgilium apud Flaccum apud Severinum apud Tullium; nec semel legi sed milies, nec cucurri sed incubui, et totis ingenii nisibus immoratus sum; mane comedi quod sero digererem, hausi puer quod senior ruminarem. Hec se michi tam familiariter ingessere et non modo memorie sed medullis affixa sunt unumque cum ingenio facta sunt meo, ut etsi per omnem vitam amplius non legantur, ipsa quidem hereant, actis in intima animi parte radicibus? —Petrarca, Familiarum Rerum XXII, 2 Que corra el vino hasta volvernos sabios desde el hondo saber de la alegría —Carlos Marzal, «Ágape»

1. Literatura y urbanidad en 1620: el espíritu burgués en casa del placer honesto Le goût classifie celui qui classe —Pierre Bourdieu, Distinction

Un repaso a la obra narrativa de Salas Barbadillo depara una sorprendente cantidad de crítica literaria en torno a la tradición nacional, al canon presente y a lo que hoy consideraríamos como buena literatura, pero que, en este momento histórico,

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está revestida de una serie de consideraciones éticas que no deben ser pasadas por alto. El escritor madrileño es un perfecto ejemplo de lo que el sociólogo francés Pierre Bourdieu acuñó como agente del campo cultural en sus estudios sobre los mecanismos de distinción en el mundo socioliterario de la Francia contemporánea, en la medida en que las estimativas que se nos ofrecen en estas novelas del siglo xvii anuncian ya una notable preocupación de naturaleza dual: por un lado, el anhelo de establecerse cómodamente en el elenco de figuras ilustres del canon literario de su tiempo; y, por otro, el de difundir una determinada imagen del artista ante sus contemporáneos y su inmediata posteridad. La frase que abre este apartado, y que no resulta difícil de entender a quien esté familiarizado con los tejemanejes del campo cultural presente —sea del país que sea, especialmente en su industria editorial—, no debe resultarnos improcedente si atendemos al juego de cajas chinas que crea Salas en algunos de sus textos: el esteta que reflexiona sobre la alta cultura al escribir sobre estetas que reflexionan sobre la alta cultura; el consumidor que se define a partir de sus gustos refinados escribiendo sobre consumidores que se definen a partir de sus gustos refinados. Como harán muchos de sus coetáneos, Salas Barbadillo se vale de la mitología y, en concreto, del escenario del Monte Parnaso para reproducir en sus fabulaciones los mecanismos de distinción y los cánones del gusto presente, entrando así en los debates literarios que animan la escena cultural del primer tercio de siglo, y granjeándose de paso amistades y enemistades por el camino. Hemos visto ya cómo a lo largo de su carrera contribuye al mundo editorial con dedicatorias a muchos de los libros más populares de su tiempo, y cómo su participación en academias literarias y en ordenaciones religiosas le permite relacionarse con numerosos ingenios; participa así activamente del que será el parnaso literario más ilustre de la historia de la literatura española, más veces —dicho sea de paso— como admirador que como admirado. No obstante, su forma de organizar el campo artístico del presente e inmediato pasado contiene elementos verdaderamente personales que hacen de algunos de sus textos muy placenteros de leer por cuanto, si bien las fuentes pueden no llegar a ser completamente originales, sí lo es el efecto que produce en el lector. Las listas de   El tema ha sido estudiado recientemente, en dos sugerentes libros, por Denise Gigante, Taste: A Literary Theory. New Haven, CT: Yale University Press, 2005; y Gusto: Essential Writings in Nine­ teenth-Century Gastronomy. London, New York: Routledge, 2005. En ellos se analiza la metáfora del gusto estético como una experiencia gustativa en autores que van desde Milton a Dickens, así como la práctica de la gastronomía y los restaurantes nacidos durante la Revolución francesa. Veremos en las siguientes páginas como el paladar gourmet de Salas no sólo concierne a lo literario, sino a una constante obsesión por los placeres de la buena mesa, campos que se integran en uno sólo a lo largo de su narrativa.   El recurso de los parnasos literarios, que ha sido explorado de forma parcial desde hace ya tiempo, tiene su estudio más completo en Julio Vélez Sainz, El Parnaso español: Canon, mecenazgo y propaganda en el Siglo de Oro. Madrid: Visor Libros, 2005; Elizabeth R. Wright traza un interesante recorrido en su Pilgrimage to Patronage: Lope de Vega and the Court of Philip III, 1598-1621. Lewisburg, PA: Bucknell University Press, 2001; y Carlos Gutiérrez analiza el caso quevedesco en La espada, el rayo y la pluma: Quevedo y los campos literario y de poder. West Lafayette, IN: Purdue University Press, 2005.

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poetas ilustres y poetastros «malditos» resultan, en su caso, mucho menos prolijas de las que aportan textos como el Viaje del Parnaso de Cervantes o el Laurel de Apolo de Lope, pero en cambio son muy numerosas las estimativas sobre lo que habría que desterrar del campo cultural del momento o cuál debería ser el camino a seguir. Así, en vez de aportar largas enumeraciones sobre buenos y medianos escritores, sus intervenciones —como la conversación sobre el fenómeno Lope de Vega que entablan Flora y Camila en La sabia Flora, malsabidilla o el elogio del doctor Ceñudo al Fénix de los ingenios en El necio bien afortunado— suelen ser por lo general muy puntuales; en cambio, su preocupación por cuestiones como autoría, fama e inmortalidad nos depara reflexiones acaso más importantes que la mera alusión y que, como resultado, no deberían pasar por alto en una lectura atenta de su obra. Hay además en Salas una cierta preocupación por querer reivindicar el acervo autóctono, como parte de un proyecto imperial que debe ser defendido y propagado en la escena europea, pues su fe en el potencial español es inquebrantable ya desde el prestigio y la originalidad de tener a Marcial como satirista hispano-latino por excelencia, y a un Garcilaso de la Vega como poeta fundacional. En Coronas del Parnaso, por ejemplo, hablará, ante nada menos que Apolo, de su «patria», «que fuiste tanto tiempo madre, y madrastra de Sabios» (fol. 2v.), y lo cierto es que las citas al poeta-soldado toledano serán tan frecuentes como ausentes serán a ingenios extranjeros. Según suele ser ya típico en el madrileño, las estimativas poéticas que se nos presentan son una mezcla de lo cómico —ilustrado en la sátira una vez más, pero también con elementos burlescos— con lo verdaderamente angustioso, habida cuenta del impacto que tuvo en la edición de sus obras su precaria economía personal. No debe subestimarse la circunstancia de que Salas presenció un crecimiento desorbitado en el mecenazgo real, que pasó de los 66 escritores en el reinado de Felipe II a 76 en el de su hijo, para llegar nada menos que a 223 durante el reinado de Felipe IV —unos años que, como vemos, coinciden con su madurez y con una mayor necesidad de ayuda. Esta protección queda simbolizada muchas veces en el amparo de Madrid como madre, que también suele aparecer, según se ha indicado ya, como madrastra o, en el peor de los casos, en imágenes como la del «mar de Madrid», ilustrando así la complejidad de las nuevas alianzas y enemistades entre ciertos artistas del círculo cortesano. A esto debe añadirse la prohibición de novelas y comedias  En pp. 353-354 y 321 para cada respectivo texto.  Esta «españolización» en autores del siglo xvii como Salas o Quevedo, que buscan en Séneca, Marcial y Lucano sus referentes estilísticos frente a Cicerón o Virgilio, ha sido señalada ya por Paul Julian Smith en Escrito al margen. Literatura española del Siglo de Oro. Madrid: Castalia, 1995, pp. 39-40.   La información se recoge en José Simón Díaz, «Los escritores-criados en la época de los Austrias». Revista de la Universidad Complutense. Madrid: Universidad, 1981, pp. 169-178; más completo resulta su libro, Tráfico de alabanzas en el Madrid literario del Siglo de Oro. Madrid: Raycar, 1976, 2 vols. En Coronas del Parnaso Salas escribe: «mas tanta es la adulación con que se sirve a los Príncipes, que el ingenio que es libre se hacer siervo, y ofendiendo a su dignidad, los lisonjea» (fol. 11r.).   Como es ya sabido, Tirso será uno de los poetas peor parados a raíz de las medidas tomadas por la Junta de Reformación en 1625. Para un recuento de lo que fueron las rivalidades de estos años, véase  

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llevada a término en 1625 por la Junta de Reformación —vinculada al Consejo de Castilla— y que coincidió con un período de escasa producción narrativa en nuestro autor. Su condición de madrileño, subrayada por ejemplo en el recuento biográfico que lleva a cabo en el ya citado Coronas del Parnaso, es uno de sus rasgos de distinción a la hora de definirse ante sus coetáneos. Se equipara con ello Salas a lo que fueron Florencia, Roma o Venecia para los artistas del Renacimiento y los novellieri —Boccaccio, Salernitano, Straparola, Giraldi, Bandello...— que leyó o tuvo como modelos. De su amada ciudad dirá con orgullo al inicio de este peregrinaje que es «madre del mundo», y que es «nobilísima villa, cabeza de la mayor de las Monarquías». Esta centralización literaria, acaso como un síntoma ya de urgente angustia al presenciar la cada vez mayor decadencia imperial, se aprecia también en la exaltación de la ciudad como monumento arquitectónico, equiparando así lengua y paisaje. Tal y como vimos en el capítulo anterior con la lectura del mito de Escarramán, Salas lleva a cabo una traslación del mundo sevillano al madrileño como testimonio de que, a partir de estos años, la sede real es lugar tan animado e impredecible como lo era antes la capital hispalense. Esta circunstancia va además íntimamente ligada a los procesos de formación del campo literario y de la adquisición de un determinado capital cultural y social, pues es en Madrid en donde se fundan los cenáculos más importantes del momento —muchos de los escritores se establecen de manera definitiva en la Corte entre 1606 y 162110— y de donde surgen nuevas formas de escritura y de lectura. Por ello, no debe sorprendernos que el espacio ficticio de la academia se configure como uno de los marcos narrativos más repetidos en la obra de Salas, tal y como atestiguan, por ejemplo, el falso mundo erudito establecido por el camaleónico truhán Pedro de Urdemalas —bajo el nombre de Juan de Meneses— en su novela El sutil cordobés Pedro de Urdemalas, en la cual se habla de literatura y se monta en escena la comedia ya analizada El gallardo Escarramán; el ámbito burlesco que preside Fiestas de la boda de la incasable malcasada, con su variadísimo acopio de formas literarias; la reescritura a la española del modelo del «sacro collegio dei letterati» que, siguiendo a Boccalini, articula Coronas del Parnaso; el improRuth Lee Kennedy, Estudios sobre Tirso, I. El dramaturgo y sus competidores. Madrid: Revista Estudios, 1983, p. 15; mi trabajo «Comicidad y máscara en los autos sacramentales de Tirso de Molina: El divino colmenero, Los hermanos parecidos y No le arriendo la ganancia», y Christoph Strosetzki, «La sátira de la vida cortesana en Tirso», ambos publicados en Ignacio Arellano et al., eds., El ingenio có­ mico de Tirso de Molina. Pamplona: Universidad de Navarra, 1998, pp. 109-119 y 303-324 respectivamente.    Vid. Ángel González Palencia, La Junta de Reformación. Documentos procedentes del Archivo histórico nacional y del general de Simancas. Valladolid: Tipología Poncélix, 1932.   Estudio de obligada referencia sigue siendo el de Caroline Bourland, «Boccaccio and the Deca­ meron in Castilian and Catalan Literature». Revue Hispanique XII (1905): 1-232.    Op. cit., fol. 18r. 10  Lope de Vega, Vélez de Guevara, Ruiz de Alarcón, Suárez de Figueroa o Salas Barbadillo son algunos de los primeros en establecerse tras la vuelta de la Corte a Madrid en 1606, a los que siguen Mira de Amescua (1616), Góngora y Villamediana (1617), Quevedo (1618), Guillén de Castro (hacia 1619), Tirso y Esquilache (1621).

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visado por Montúfar y el mozo de mulas ante su público femenino en La hija de Celestina; o la curiosa organización del saber en La peregrinación sabia —texto que intercala como tercer plato en Coronas del Parnaso y Platos de las Musas— en donde detalla el funcionamiento de una academia literaria mucho más audaz dado que, de manera muy cervantina, ya no son humanos sus opinantes, sino animales dotados de gran inteligencia y juicio: un perro, un caballo, un águila, un ruiseñor, una tórtola, un mono, un gato…11 El texto le permite a Salas expresar algunas de sus quejas sobre el funcionamiento de las academias de su tiempo, en donde eran comunes las peleas, la presunción y la incompetencia de algunos de sus miembros, al tiempo que le da la oportunidad de defender a amigos queridos como Lope de Vega y Paravicino. De nuevo, resulta tentadora la idea de asignar a cada animal un personaje de la Corte o un poeta del canon contemporáneo, habida cuenta de las brillantes pinceladas con las que Salas distingue a cada uno. Es, sin embargo, el ámbito doméstico-universitario en su pieza de 1620 Casa del placer honesto el que provee más información sobre dicho motivo. En esta novela de marco boccacciano que Willard King calificó como «una de las mejores creaciones “académicas” del siglo» y Emile Arnaud describió como «d’une extrême maladresse»,12 Salas intercala una serie de textos de desigual calidad que merecen de por sí un análisis separado: seis novelitas, tituladas Los cómicos amantes, El coche mendigón, envergonzante y endemoniado, El curioso maldiciente, castigado y no enmendado, El gallardo montañés y filósofo cristiano, El pescador venturoso y El majadero obs­ tinado; y cuatro obras dramáticas, a saber, El busca oficios, Los mirones de la corte, El caprichoso en su gusto y la dama setentona y El tribunal de los majaderos. Son piezas de muy diverso contenido que nuestro autor debió tener guardadas durante años previos y que, aprovechando la oportunidad de publicar, insertó en el texto principal, ocupando la gran mayoría de su volumen. Nada tienen que ver en sí con el proyecto estudiantil que recorre el texto, salvo por el hecho de ser leídas por sus miembros en las reuniones que se celebran en su casa. Y poco añaden a la estructura del volumen, abocado por descuido o falta de pericia a un final abrupto y carente de interés. Es, no obstante, el inicio del texto el que, desde mi punto de vista, ofrece mayores posibilidades. El lujo, la elegancia y la belleza constituyen los elementos más destacables de la academia literaria que forman cuatro estudiantes acaudalados en Madrid —don Fernando, don Próspero, don García y don Diego—, que andan hu11   Joaquín de Entrambasaguas vio un ataque a Suárez de Figueroa —encarnado en este caso en un perro envidioso, al que llama Fisgarroa— en sus artículos «Sobre un supuesto poema de Lope de Vega y unas olvidadas glosas lopianas» y «Un paisaje lopista de Salas Barbadillo», incluidos en su Estudios sobre Lope de Vega. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1958, vol. III, pp. 529542 y 545-566 respectivamente. El águila que retrata Salas fue identificada como Lope por Entrambasaguas, mientras que para King (op. cit., p. 389) fue trasunto de Paravicino. El fenómeno ya había sido señalado, entre otros, por Miguel Herrero García en Estimaciones literarias en el siglo xvii. Madrid: Voluntad, 1930, p. 120. 12   Véase King, op. cit., p. 126; Arnaud, op. cit., p. 299.

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yendo de sus padres y del malgasto de tiempo que supone ir a la universidad, donde no se aprende casi nada. Su inicio detalla el establecimiento del nuevo solar, con apartamentos en la planta alta para el invierno y en la planta baja para el verano, un jardín con fuentes y una biblioteca —«armería del ingenio»— y un salón musical —«recreación de los sentidos»— en donde se discuten asuntos literarios de todo tipo y se ven comedias. El espacio privado, selecto y restringido de la casa sustituye al ámbito abierto y más democrático de la universidad, y con ello el producto cultural que se consume es entonces elegido y no impuesto —dando así también oportunidad a la creación personal que es, a fin de cuentas, lo que hace a cada uno merecedor de un puesto académico—. Salas capta con ello nuevos modos de relación entre artistas que sólo son posibles en el ámbito urbano proveído por una Corte que aglutina talentos y que alimenta su creatividad. Registra, igualmente, la emergencia de una serie de territorios restringidos que resultan ser fundamentales en la constitución de un campo cultural específico y en la adquisición y mantenimiento de un capital cultural muy concreto que da luego pie a la publicación, los homenajes y la fama. El dinero, claro está, juega un papel fundamental en la medida en que estas iniciativas son llevadas a cabo por caballeros acaudalados que, además, se establecen en el mejor barrio de Madrid, cerca del Paseo del Prado. Salas ya se había encargado de enlazar a familias de prestigio a través del peso de los apellidos, como es el caso de don Alon­ so en El caballero perfecto, cuya genealogía ilustre por sus cuatro abuelos —Cuevas, Córdobas, Mendozas, Pimenteles— se nos recuerda desde el inicio. Y en esta casa del placer honesto la prosapia no será menor: un mayordomo se encarga de la economía doméstica siguiendo un espíritu muy burgués de familia acaudalada, donde los ingresos y los gastos están rigurosamente controlados pero en donde, según parece, ni siquiera hay necesidad de aventurarse por el entramado urbano porque todo ocurre de puertas adentro. En una ciudad notoriamente sucia, ruidosa y llena de peligros, el espacio doméstico —siguiendo acaso el paralelo de la peste medieval que hizo refugiarse a los contertulios florentinos del Decamerón— es el oasis de paz y orden, alimentándose del prestigio de la Corte pero sin los inconvenientes de la ciudad. Una academia privada de este tipo no sería posible —ni creíble— sin lo que Anthony J. Close ha denominado, muy acertadamente, «the consolidation of a bourgeois ethos»,13 un espíritu que surge sin duda asociado al reestreno de Madrid como capital cultural y social de Europa y que se compartirá también por el marco estable13  Close, op. cit., p. 230; a la creación de estas tertulias y el coleccionismo de libros —que aluden, frecuentemente, más a un capital socio-económico que cultural— se ha referido Richard Kagan en Students and Society in Early Modern Spain. Baltimore, MD: The Johns Hopkins University Press, 1974, pp. 38-39; al fenómeno de las tertulias en relación al marco narrativo también se refirió Palomo, op. cit., p. 54; de «mecca» definió a este Madrid del cambio de siglo Donald W. Cruickshank en «Literature and the Book Trade in Golden Age Spain». Modern Language Review LXXIII. 4 (1978): 799824; y, en relación a la circulación del libro en estos años, Keith Whinnom aportó un sugerente apunte en «The Problem of the “Best-Seller” in Spanish Golden Age Literature». Bulletin of Hispanic Studies LVII. 3 (1980): 189-198. En fechas recientes, el trabajo sin duda alguna de mayor calado es el de Fernando Bouza, Corre manuscrito. Una historia cultural del Siglo de Oro. Madrid: Marcial Pons Historia, 2001.

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cido por Tirso de Molina en Los cigarrales de Toledo y por esas tertulias femeninas en las novelas de María de Zayas y Mariana de Carvajal y Saavedra. Desde un ám­ bito estrictamente teórico, tanto la creación de Salas como la de Tirso (ambas de 1620, apuntando ya a lo que se convertirá en moda) se adelantan a la importante «Introducción a las novelas» que abre el Teatro popular de Francisco Lugo y Dávila (1622) y a La huerta de Valencia (1629) de Castillo Solórzano, cuya trama está formada por un grupo de cinco caballeros de diferentes estados que celebran una fiesta académica en cinco días diferentes.14 En la casa madrileña de Salas, sin embargo, se quiere cultivar la oratoria, la poesía y la música, y todo el que sea invitado tiene que estar al día en estas artes. Prohibido está —y esto resulta francamente curioso— casarse, «porque aquellos son unos placeres muy vulgarones que traen tras sí gravísimos pesares»,15 ir a fiestas de toros, así como la entrada en casa de escribanos, abogados, procuradores y alguaciles, entre otras muchas regulaciones; deben ser desterrados también los autores de comedias de teatros públicos, pues viven a expensas del vulgo y sus gustos vulgares. Por último, esta es una academia rigurosamente masculina y, por añadidura, formada por gente de cultura y no de rango nobiliario, que busca trasladar el ocio a un espacio burgués y elitista —se permiten, por ejemplo, fiestas de toros privadas— en donde no se establece tanto una relación de productor-consumidor, sino de diálogo y debate. No son éstas, en cualquier caso, disposiciones un tanto baladíes, ya que, como escribió en su momento Willard King a propósito de la pieza, a pesar de la frivolidad de algunas de ellas, estas reglas reflejan sin duda, en parte, opiniones serias acerca de la conducta en las academias, basadas en la experiencia adquirida por Salas en estos grupos literarios. La insistencia, en las ordenanzas y en otros pasajes del libro, en que todos los miembros de la Casa han de tener talento literario […] parece ser reacción natural de un escritor de grandes dotes, irascible y sin recursos, frente a las academias del siglo xvii formadas, por una parte, de ricos pero incompetentes aficionados y, de por otra, de escritores profesionales obligados por razones pecuniarias a rendir homenajes a la estupidez.16

El ideal aportado por la materialidad del espacio doméstico es, como bien ha señalado Isabel Colón Calderón, el poder cumplir no sólo con sus estimativas literarias, sino también «regular toda su vida» bajo este principio que ya había aparecido también, por ejemplo, en Academias del jardín (1630) de Jacinto Polo de Medina.17 En cierta manera, supone el contrapunto a la vida conventual o monacal dedicada al 14  La moda, no obstante, se había iniciado años antes con los Diálogos de apacible entretenimien­ to (1605) de Gaspar Lucas de Hidalgo y las Noches de invierno (1609) de Antonio de Eslava. 15   Op. cit., p. 332. 16   King, op. cit., p. 125; la propia King (op. cit., p. 124) compara este texto a la organización de jóvenes creada en Love’s Labour Lost, de Shakespeare. 17   Vid. Colón Calderón, op. cit., pp. 52-53, que ha definido esta conducta de «neoestoica» y «horaciana».

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estudio y la oración, en la medida en que este espacio burgués y urbano de celibato se convierte en un manual de conducta honesta y ejemplar, dirigida a otro tipo de placeres que la crítica contemporánea denominaría «homosociales» —y, en este sentido, Casa del placer honesto se ofrecería a un interesante estudio sobre determinadas estrategias de amistad masculina y relaciones homoeróticas, tal y como se ha pensado que ocurría en las casas de juego, teóricamente destinadas a una clientela exclusivamente masculina.18 Semejante marco novelesco resulta además extraordinariamente útil para el lector presente que quiera conocer más a fondo cómo se regulaban estos ámbitos privados de placer y estudio. Salas nos ofrece un minucioso recuento de cómo se materializa, ante nuestros ojos, la transformación de casa a academia: Con toda prisa los de la Casa del Placer de tres piezas bajas que tenían de moderado espacio hicieron una más grande; en ésta levantaron un teatro en medio, vara y media del suelo, cercaron toda su circunferencia de unas gradas de madera, a la traza de los teatros cómicos; en la parte que estaba enfrente de la puerta, y era como si dijésemos cabecera de aquella sala, pusieron a la mano derecha una cátedra y a la izquierda un trono iguales en altura;

Esta atención al detalle también nos permite imaginar lo que debía ser una representación teatral al aire libre durante los domingos por la tarde; continúa Salas entonces escribiendo que buscaron en la corte más colgaduras, de que la adornaron, vistiendo el suelo, por ser ya verano, de frescas rosas y floridas yerbas. Las ventanas correspondían a un jardín, y enfrente de ellas se veían dos fuentes de maravilloso artificio y no pequeño golpe de agua. Guardaba, pues, por todas partes de los rayos del sol y alentada del fresco que de las fuentes salía, recogiendo de paso el aliento de unos jazmines, estaba su sitio ameno y apacible. Juntóse en ella a las cuatro de la tarde número de cien personas, y obedeciendo una ordenanza nueva que sobre esto se había hecho, entraron todos sin cuellos y puños en valona y con vueltas en el cuerpo, solamente con jubón y calzones de dos tafetones.19

El párrafo parece estar adelantando ya lo que será la noción dieciochesca de cul­ tura de salón, con unos códigos rigurosos de etiqueta y un número selecto de invitados. No están permitidas las personas «zánganas que sirviesen de mirones», porque llevarían entonces «la murmuración a otras partes».20 Supone, sin lugar a dudas, el ideal proyectado por un autor que vivió de cerca estos ambientes y disfrutó sus placeres tanto como sufrió sus inconvenientes. Un proyecto que, como tal, no sufre de 18  Muy significativas serán las palabras de Roselino a Marcelo en La sabia Flora, malsabidilla: «no hay mayor cordura que vivir en Madrid sin dama ni jardín propio»; en op. cit., p. 337. 19   Op. cit., pp. 333-334. 20   Op. cit., p. 334.

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inestabilidad económica al estar perfectamente organizado el flujo de dinero y su correcta administración. En última instancia, Casa del placer honesto ofrece un marco narrativo de indudable interés en cuanto que busca definir un cierto tipo de clase social no tanto por su capital económico o sus parentescos con la monarquía, sino por su noción del buen gusto a través del consumo del producto cultural. Es, por ello, una apuesta de modernidad en cuanto que privilegia el talento sobre la sangre y anuncia el espíritu burgués de que el individuo se define tanto por ser quién es como por lo que de él es percibido. Y, al igual que otras novelas de este bienio —las apenas conocidas Novelas morales (1620) del valenciano Diego de Ágreda y Vargas, el La­ zarillo de Manzanares, con otras cinco novelas (1620) de Juan Cortés de Tolosa, la Guía y avisos de forasteros que vienen a la Corte (1620) de Maximiliano de Céspedes, la Guía y avisos de forasteros (1620) de Antonio Liñán y Verdugo, Lope de Vega en Las fortunas de Diana [en La Filomena] (1621), Suárez de Figueroa en Alivio VII de El pasajero (1621), las Novedades de esta Corte de Andrés de Almansa y Mendoza (1621-1626) o Francisco de Lugo y Dávila en Teatro popular: novelas morales (1622)— la pieza de Salas no abandona tampoco un toque de didactismo para un lector testigo de los excesos diarios de la vida de Corte. En cualquier caso, si estos fragmentos nos aproximan a lo que sería un ideal urbano y galante de conducta cortesana en su relación con el producto cultural, cabe preguntarse ahora en qué consistiría el programa estético de ese producto que tanto se anhela. ¿Cuáles son, entonces, las líneas maestras del pensamiento de Salas? Esta misma Casa del placer honesto, desde su atractiva heterogeneidad, ya nos aporta la pista principal a través de lo que expresan los estudiantes y a través, por qué no, del mismo diseño del libro: la estrecha relación entre su concepción del arte y la enorme cantidad de géneros y lenguajes en los que se interna a lo largo de su carrera. El artista, para el madrileño, debe estar versado en diversas áreas y lenguajes, en varios estilos, siguiendo con ello a los preceptistas italianos neo-aristotélicos y las enseñanzas del Pinciano, cuya Philosophia Antigua Poética se publica durante su juventud (1596).21 El zorro que habla con su hijo inexperto en La peregrinación sabia alabará «el feliz deseo, un nombre y generoso ardor de aprender y saber más, dando también con la variedad de las cosas gozo y entretenimiento al ánimo». Varietas y admiratio componen por tanto la médula espinal de su actitud ante el lector y, como principio básico, su noción del arte se rige por la combinación de lo útil y deleitoso, si bien en determinados casos opte por uno o por el otro solamente. Ataca, no con demasiada frecuencia, a los cultos y también a los coplistas —como veremos muy pronto en Coronas del Parnaso— y desprecia a los retóricos y a todas las profesiones ligadas a este tipo de práctica elocutiva, pues la retórica no hace sino empeorar y camuflar lo 21  Del Pinciano extraerá la oposición entre verdad fingida y verdad particular que late bajo su concepto de poesía; así escribe, por ejemplo, en El cortesano descortés cuando don Lázaro es ayudado por su criado Federico a componer las bases de un certamen poético que cantará la pérdida de su sombrero: «las trompetas y atabales de la fama son las coplas de los poetas, que con galas y flores lucidas visten la mentira de apariencias verisímiles»; en op. cit., p. 114, apud. Brownstein, op. cit., p. 51.

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diáfano del discurso;22 léase, si no, el sangrante ataque a Torres Rámila en La pere­ grinación sabia cuando uno de los animales es descrito como «mal gramático pedante, hablador importuno y muy preciado de retórico, siendo más verboso que elocuente», entrando con ello en el debate suscitado por la publicación de la Spongia, escrita en latín, y en la que Torres Rámila atacaba a Lope de Vega; y en «Discurso tercero» de Coronas del Parnaso será un «gramático» calabrés el que salga mal parado en su visita a Apolo.23 Si bien Salas no ha pasado a la historia literaria como un dramaturgo de peso,24 son sin embargo sumamente interesantes sus juicios sobre el teatro y lo que debería ser su correcto funcionamiento, con la evidente sospecha de quien escribió piezas para ser publicadas y no para los corrales y el vulgo, de los cuales renegó abiertamente a lo largo de su vida.25 Las críticas a los mosqueteros y a la falta de libertad de los poetas del momento, sujetos a los cambios del gusto y a la violencia del público, no tienen desperdicio, tal y como ilustran estas líneas de El cortesano descortés, en donde Don Lázaro comenta que no gusto de ir a comedias, por el desprecio que tienen las que con ingenio y gala las escriben. Este es el parto más infeliz de las musas castellanas, y no el menos curioso y sutil: al fin está expuesto a que sea juez aquel vulgo inferior y se provee esta insigne cátedra, siendo votos en ella los mosqueteros vilísimos.26   No existe, sin embargo, animadversión que sepamos hacia Góngora; Colón Calderón, op. cit., p. 57, n. 150, identifica una alusión al cordobés por parte de Salas. 23   Véase, por ejemplo, Miguel Romera-Navarro, «Querellas y rivalidades en las academias del siglo xvii». Hispanic Review IX (1941): 494-499; y Anne J. Cruz, «Las academias: Literatura y poder en un espacio cortesano». Edad de Oro 17 (1998): 49-57. Detrás del libelo de Torres Rámila se percibe la pluma de Suárez de Figueroa, quien se había iniciado ya en su Plaza universal de todas las ciencias y artes [1615] como un feroz crítico; el catedrático de hebreo y griego de la Universidad de Alcalá, Alfonso Sánchez, salió pronto en defensa de Lope con la oportuna publicación de su Expostulatio Spon­ giae (1618); véase Joaquín de Entrambasaguas, Una guerra literaria del Siglo de Oro. Lope de Vega y los preceptistas aristotélicos. Madrid: Tipografía de Archivos, 1932. Reimpreso en Estudios sobre Lope de Vega I-II. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1947, pp. 73-83; comento al detalle este debate en mi estudio La creación del Fénix: recepción crítica y formación canónica del teatro de Lope de Vega. Madrid: Gredos, 2000, pp. 131-136, así como en las páginas introductorias a mi edición crítica del Arte nuevo de hacer comedias (Madrid: Cátedra, 2006). 24   Fue Eugenio Asensio, quien, en su Itinerario del entremés (Madrid: Gredos, 1965, p. 97), tachó a Salas de «sequedad de imaginación» y de plagiario. 25   Véase, sin embargo, Charles V. Aubrun, «Une Comédie de palais à Madrid: Vitoria de España y Francia de Alonso Salas Barbadillo». En August Buch et al., eds. Europäsche Hofkultur im 16. und 17. Jahrhundert: Vorträge und Referate gehalten anlässlich des Kongresses des Wolfenbütteler Arbeitskrei­ ses für Renaissanceforschung und des Internationalen Arbeitskreises für Barockliteratur in der Herzog August Bibliothek Wolfenbüttel vom 4. bis 8. September 1979; Hamburg: Hauswedell, 1981, pp. 287294; y el diálogo que parece entablar con la tradición —vía Lope— en su pieza Los prodigios del amor, según ha estudiado José Cano Navarro en «Tras la estela de La difunta pleiteada: Una herencia por [re]descubrir (parte I)». En Verónica Arenas Lozano et al., eds. Líneas actuales de investigación litera­ ria: Estudios de literatura hispánica; Asociación de Jóvenes Investigadores de la Literatura Hispánica (ALEPH). Valencia: Universitat de València, 2004, pp. 177-186. 26   Op. cit., pp. 131-132; en La peregrinación sabia compara las protestas de los mosqueteros con las del ventero alimentando a sus gatos: «Y abriendo la puerta y saliéndome al campo, empezó a silbar 22

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Tampoco aprobará el madrileño los bailes lascivos de los corrales, cuyos pasos y vueltas, sin duda alegres y ligeros, compara con los brujos en estado de posesión demoníaca en el «lascivo regodeo» que presenta en la novela El coche mendigón, envergonzante y endemoniado: Las vueltas que dieron fueron muchas en número y en el modo diversas, descomponiendo tal vez su endiablada majestad el príncipe endemoniado con algunos relinchos y visajes risueños; que viendo mis exteriores admiraciones y considerando que tales podrían ser las interiores, preguntó así: «¿de qué te elevas?» Y yo entonces respondí: «de ver que esto que aquí se ha bailado haga tanto exceso a cuanto hoy se platica en los teatros de España».27

Al igual que muchos de sus amigos, la idea de un teatro de tramoyas y efectos especiales será algo que no le llegue a gustar nunca, como refleja, por ejemplo, el retrato inmisericorde del «tramoyero ridículo» que conforma uno de los seis tipos examinados en El curioso y sabio Alejandro, y al que, muy en la línea de Quevedo, tachará de «prototítere y archimuñeco, todo figurilla, todo inquietud, sin talento y sin sustancia»28; o el caso de Teodoro, el indiano ignorante y carente de sentido común que aburre a su adorada Flora con comedias imposibles en La sabia Flora, malsabi­ dilla. Y la novelita titulada Los cómicos amantes no hace sino insistir, como hará unos años después su contemporáneo Castillo Solórzano en La niña de los embustes, Teresa de Manzanares (1632), en la vida disoluta de los actores del momento: amoríos, adulterio, traiciones, burlas... En cualquier caso, la mayoría de los especialistas han coincidido en subrayar la enorme cultura letrada del madrileño, muy al día de las fluctuaciones del canon estético y con ideas y opiniones sobre todo tipo de temas literarios. Su amplio abanico de lecturas, además, incluirá el conocimiento del italiano, lo cual le dio la posibilidad de leer muchos autores en boga que aún no habían sido traducidos; tal es el caso, por ejemplo, de Trajano Boccalini y su Il Ragguagli di Parnaso, publicado en Venecia en 1612, pero no traducido completo hasta varios años después de la muerte de Salas.29 Es éste un texto fundamental para comprender su obra narrativa, tan recio, que pareció que había sido algunos años mosquetero infame, de aquellos que silban las comedias de los ingenios virtuosos»; en op. cit., p. 66. 27   Op. cit., p. 355-356. Véase, a este respecto, Gonzalo Sobejano, «El mal poeta de comedias en la narrativa del siglo xvii». Hispanic Review 41 (1973): 313-340, con alusiones a lo presentado por Salas en Don Diego de noche. 28   Op. cit., p. 164. 29  Para un cotejo sobre el impacto posterior de este texto en España y, en concreto, el caso de Salas, véase Robert H. Williams, Boccalini in Spain: a Study of his Influence on Prose Fiction in the Sevente­ enth Century. Menasha, WI: George Banta Publishing Company, 1946, pp. 41-49 (se dedican a La es­ tafeta las páginas 46-47); la influencia en Quevedo —autor, no olvidemos, de El Parnaso español— ha sido recientemente tratada por Mercedes Blanco, «Del Infierno al Parnaso. Escepticismo y sátira política en Quevedo y Trajano Boccalini». La Perinola. Revista de investigación quevediana 2 (1998): 155-193. Estos estudios no han motivado, por desgracia, una reedición moderna de la obra del italiano. La traducción en español de 1653 fue impresa en Madrid por Diego Díaz de la Carrera, si bien ya había

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no tanto por el contenido en sí —numerosos ataques a españoles residentes en Nápoles— sino por el presupuesto teórico y la forma de ejecutarlo a través del motivo del Parnaso literario y la sátira de ciertos usos sociales. Por ello, y como parte de esta necesidad de no verse excluido del círculo de poetas selectos, son frecuentes en nuestro autor las citas y alabanzas, las acumulaciones intertextuales y referencias continuas que van más allá de las semejanzas con Cervantes y Quevedo, ya sean por alusión directa, por préstamos de otras plumas o por referencias veladas producto de su gran cultura literaria: como resultado, «he scatters his fiction» —ha comentado Close— «with theoretical observations, which, though not very far developed, imply matter-of-course acceptance that they need to be observed».30 No hay un texto programático en Salas como lo pueda haber en Cervantes, Juan de la Cueva, Pérez de Montalbán o Lope de Vega, pero sí existe toda una constelación de citas que no deben pasarse por alto dado que, situadas en relación las unas con las otras, componen una muy completa teoría literaria y un detallado mapa del campo cultural de su presente. La influencia italiana también se aprecia, por ejemplo, en la novela El curioso —inserta en la segunda parte de El caballero puntual (1612)— en donde el protagonista homónimo, en posesión de una carta firmada por Trajano Boccalini, se presenta en el Monte Parnaso en donde trabajan ya como censores Garcilaso, Boscán y Figueroa, Pedro Liñán como fiscal y Cervantes como relator; se trata de la primera vez en que el autor se vale de este escenario que, como veremos más tarde, se repite en varias ocasiones, con la particularidad de ser utilizado no tanto como espacio de controversia estética como más bien de pretexto para la sátira social. Sin embargo, el compromiso con Trajano queda roto cuando el protagonista de Salas decide que la crítica no debe llegar a los oídos de los extranjeros, pues debilitaría la reputación exterior del país; así es que, cuando le toca informar de lo que ha visto, decide que Boccalini no debe estar al tanto de nada: … yo, que siempre aborrecí estos pregoneros de engaño, que con apasionado juicio procuran oscurecer, ya en el ánimo, ya en el cuerpo, las virtudes y fuerzas de los extranjeros, sordo a sus ruegos, desprecié el responderle por no desacreditar mi pluma en su correspondencia, pareciéndome que había injuria a mi patria en la comunicación de aquel que ha querido enriquecer sus escritos con lo que ha robado de sus glorias.31

existido una traducción de textos selectos del Ragguagli (Discursos políticos, y avisos del Parnaso) en 1634; contemporáneo a La estafeta será un texto muy semejante, El curial del Parnaso (1624) de Matías de los Reyes; en cualquier caso, la cronología indica que Salas debió leer a Boccalini en el original italiano, que penetró en España, de acuerdo a Williams (p. 29), hacia 1614. El paradigma de Salas no es un caso aislado: la influencia del italiano también se hizo notar ampliamente en Inglaterra, como documenta Richard Thomas en Trajano Boccalini’s “Ragguagli di Parnaso” and Its Influence upon English Literature. Aberystwyth: Aberystwyth Studies, 1922, v. 3, no. 4, pp. 73-102. 30   Op. cit., p. 321. 31   Op. cit. p. 299.

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De esta novela Willard King escribió ya, con razón, que el autor «parece no saber con claridad si estaba escribiendo la vida de un pícaro o una parodia de Don Quijote o una imitación de los Ragguagli di Parnaso».32 Debido quizá a la influencia de Boccalini, cabe también destacar que la crítica literaria se mezcla también en ocasiones con el cuadro de costumbres: en El sagaz Estacio, marido examinado, por ejemplo, hay una digresión satírica en forma de diálogo entre doña Juliana y el escudero Torres en el que éste anuncia la llegada de un juez pesquisidor del Monte Parnaso que será responsable de denunciar a los locos —entremetidos, sacristanes, mercaderes, muñidores de cofradías—, con lo que el motivo del tribunal se aplica también no sólo al campo literario, sino al tejido social en el que éste se desarrolla. Pero es quizá en el personaje de Alejandro, protagonista de El curioso y sabio Alejandro, en donde podemos hallar el modelo más completo al que aspiró Salas: el fiscal de vidas ajenas que, adelantándose en cierta manera a Mariano José de Larra, disecciona la sociedad de su tiempo en agudos retratos y certeras denuncias. Emile Arnaud ha escrito de Salas que «pour lui, écrire c’est, semble-t-il souvent, reproduire, recréer les réunions galantes et littéraires des académies et des salons. L’éventail des genres abordés couvre une bonne part, d’ailleurs, de la production de ses contemporains».33 Como resultado, su pensamiento está cercano a un claro exponente del «prevailing ethos of courtliness, academicism, and exemplariness»34 que predominó en los años 1610-1630 como respuesta a voces previas como Mateo Alemán y sus sucesores más inmediatos.35 Estos courtliness, academicism y exem­ plariness son muy convenientemente ilustrados en el personaje de Juan de Acevedo, protagonista de su novelita El gallardo montañés y filósofo cristiano —inserta en Casa del placer honesto— y, especialmente, en El caballero perfecto, su novela más seria y estilizada, muy lejos de los paradigmas cultivados en el resto de su narrativa pero cercana en cierta forma a un modelo previo, el Galateo español (ca. 1586) de Lucas Gracián Dantisco. En ambos casos, el caballero de Salas, modelado al uso de El cortesano de Baltasar de Castiglione, encarnará todas las virtudes no sólo ausentes en el propio autor, sino ejemplares en cuanto a lo que debería ser el prototipo del cortesano español en Europa con una formación cultural sofisticada y cosmopolita. Don Juan de Acevedo ha destacado en sus estudios en Salamanca, y viajará a Nápoles —con parada en Madrid y Barcelona— para seguir su instrucción, sufriendo entonces una serie de aventuras y desventuras que le llevarán por Bolonia y París. Y semejante será el trayecto de don Alonso por las principales ciudades europeas, haciendo siempre gala de su sprezzatura allá donde le lleve el destino.   King, op. cit., p. 161.   Op. cit., p. 486. 34  Close, op. cit., p. 321. De «aristocratismo cristiano» ha hablado Marc Vitse en «Salas Barbadillo y Góngora: burla e ideario de la Castilla de Felipe III». Criticón II (1980): 5-142. 35  En este aspecto coincide también Ferreras, quien lo tachó de «correcto e ingenioso», en op. cit., p. 38; otros le han acusado, como bien nos recuerda el crítico, de ser un tanto conformista en cuanto que la crítica de Salas no llega tan lejos como la de alguno de sus inmediatos predecesores como Mateo Alemán. 32 33

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Sin embargo, esta «perfección» —esta gravitas— queda, a fin de cuentas, muy lejos de la vida del atribulado Salas, lo que hace del madrileño una figura tan fascinante, y en donde el hilo conductor de su obra narrativa es, precisamente, el de la variedad y no el de la unidad —así lo había pretendido, a fin de cuentas, Robortello en su comentario a la Poética de Aristóteles. Por ello, el lector que se asome a cualquiera de estas piezas comprobará cómo la posibilidad de una novela «ejemplar»— con toda la disparidad crítica que ha generado este término entre los cervantistas —queda socavada ya desde la amenaza de sus formas de escritura; en este sentido se puede afirmar que Salas es, a pesar de todas las influencias obvias, un novelista «anti-ejemplar», un hábil y extraño contrapunto a la «mesa de trucos» de Cervantes. Hemos visto, sin embargo, que a pesar de lo disperso de su forma, late una muy coherente visión del mundillo literario que le tocó vivir. Paradigma de esta densidad teórica es su novela de madurez La estafeta del Dios Momo que, junto a su miscelánea de senectud Coronas del Parnaso y Platos de las Musas, presenta una interesantísima imaginería tras la que palpitan sus opiniones más personales. El discurso culinario pasa aquí a un primer plano, dando constancia de la variedad y abundancia de nuevos productos en el mercado local para valerse también de una forma muy persuasiva y original de comentar su presente. 2. La estafeta del Dios Momoentre la bodega y el bodegón La estafeta del Dios Momo (1627), dedicada a Fray Hortensio Félix Paravicino, con dedicatoria a Góngora y homenajes a Vicente Espinel y Miguel de Cervantes, es una de las piezas de la narrativa de Salas que presenta más particularidades. En ella el madrileño vuelca algunas de sus más conocidas obsesiones metaficticias en un juego a dos voces que, leído desde su propio contraste, ofrece algunas de las más originales propuestas de toda su obra. Junto a sus sempiternas inquietudes —escepticismo en cuanto a la validez estética de su proyecto, acotaciones e intervenciones de la voz narradora o autorial que rompen con la ilusión poética, conciencia de estar en un momento de formación cultural, de cambio y de emergencia de nuevas voces literarias, etc.—, se aprecia en este texto lo que podría considerarse como una intensificación de ciertas estrategias ya cultivadas en toda su narrativa anterior, y entre las que destacan dos en particular: la creación de marcos urbanos anti-realistas que se hermanan a lo artificioso de la escritura misma, y el aprecio por las imágenes culinarias en la presentación de «manjares literarios» y en la idea de la degustación y deglución estéticas. Es este último, de hecho, uno de los rasgos más personales de su producción narrativa, desde el momento en que la comida se presenta como abundancia o como variedad, como peligro contaminante y como «veneno artístico», reflejando con ello un nuevo mercado precapitalista y una nueva oferta literaria que parecen madurar

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simultáneamente en el ámbito cortesano. La variedad de formas existentes y la experimentación estética que va creando nuevas formas de escritura no hacen sino ampliar las posibilidades de un menú literario cada vez más rico. Si en su jácara El la­ drón convertido a ventero —inserta, precisamente, en esta pieza— se nos cuenta que, para comer agradablemente, «es fuerza guisar todos los platos con chistes muy maliciosos, y si no, se os levantarán de la mesa desabridos los convidados»,36 Salas recurre también a lo contrario: contar chistes a través de metáforas culinarias y hablar, por extensión, de la parte más didáctica del producto literario como si fuera una degustación. Partiendo entonces de la convicción de que «los libros, sean los que fueren […] son una mercaduría tan excelente que no puede ser pagada sino consigo misma»,37 el acto de comprar y leer se torna así en forma de consumo que —por influencia de toda una tradición que arranca en el Symposium de Platón, pasa por el Convivio de Dante y culmina en Il Ragguagli de Trajano Boccalini— penetra por los sentidos en un menú de amplias gamas gustativas para el consumidor. El acto de lectura es entonces un festín de multiples sabores: «tongues are united when feasts are imagined and when the splendors of the kitchen and of fine food are described, and the accompanying words, whatever their status, thereby gain in savor», ha escrito Michel Jeanneret.38 El derroche culinario no resulta nada nuevo en esta época, si atendemos, por ejemplo, al desfile de carnes, frutas y pescados que compone el Canto xvi en La hermosura de Angélica. No sorprende por ello que, de manera muy indicativa, en su Platos de las musas el narrador se dirija al «glotonazo lector», hambriento de novedades y de innovaciones con las que enriquecer su biblioteca.39 La estafeta se compone de una serie de cartas que atestiguan la mejor vena satírica de Salas, definido en la propia obra como «el Cid Ruy Díaz de la pluma satírica».40 El recurso, que ya había tomado forma en Don Diego de noche unos años antes —especialmente en los materiales intercalados en la segunda y tercera aventura—, es ahora desarrollado en toda su plenitud: se nos cuenta en su inicio que el dios Momo ha sido expulsado del cielo, con lo que se traslada al reino de Neptuno, del cual también es exiliado; tras pasar por los dominios del Infierno, donde parece correr la misma suerte, acaba viajando a la tierra y tomando residencia en España.41 Al disfrutar tanto de su estancia allí, decide volver a Apolo y pedirle licencia para establecer una estafeta entre el Parnaso y el territorio español. Lo que a continuación se presenta es una sucesión de cartas —interrumpida por la jácara en prosa ya mencionada   Op. cit., p. 96.   Op. cit., p. 141. 38  Michel Jeanneret, A Feast of Words. Banquets and Table Talk in the Renaissance. Trad. Jeremy Whiteley y Emma Hughes. Chicago: University of Chicago Press & Polity Press, 1991, p. 111. El título del original es Des mets et des mots. Banquets et propos de table à la Renaissance. Paris: Corti, 1987. Fundamental para el entendimiento de la gastronomía durante este período es el estudio de Ken Albala, Eating Right in the Renaissance. Berkeley, CA: University of California Press, 2002. 39   Op. cit., 33v. 40   Op. cit., p. 153. 41  El uso del Dios Momo no es hallazgo exclusivo de Salas; aparecerá también, por ejemplo, en Deleite y amargura de las dos cortes, celestial y terrena (1642), de Joseph Micheli y Márquez. 36 37

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y en la que no entraré hasta más adelante— firmadas por Momo y por el filósofo Montano, trasunto del propio Salas, y en las cuales se pasa revista a tipos y lacras sociales de la época; el contrapunto al tono serio de Montano es —muy en la línea de las Epístolas del Caballero de la tenaza de Quevedo y no lejana tampoco de los Discursos morales (1617) de Cortés de Tolosa, y en un estilo que seguirá más tarde Juan de Zabaleta— la burla de Momo a base de frases cortas, zeugmas y retruécanos e imágenes audaces: «grande es la ponzoña de una mala lengua —escribe Salas al inicio— pues con haberse derramado tanta por el cielo y el infierno, aún le queda a Momo bastante cantidad para apestar al mundo».42 Así es que, curiosamente, a pesar de que este dios burlesco ha quedado fascinado con las excelencias del país, su relación epistolar es demoledora con los tipos nacionales, invalidando en cierta forma el marco narrativo con que se abría la pieza y destapando el «puchero humano» —según la feliz invención de Vélez de Guevara en El Diablo Cojuelo— de la urbe barroca. Cercano a otro recurso, el de los occhiali politici o anteojos morales, que tanto se prodigará en este siglo xvii,43 la epístola satírica se torna en un arma de extraordinario rendimiento en boca del madrileño.44 Todo lo contrario representa el discurso de Montano, dotado de una mayor profundidad metaficticia debido a la amplia gala de poetas, presentes y pasados a los que rinde homenaje, así como por la detallada poética literaria contenida en sus epístolas. La tarea del filósofo, frente a la de su contrapunto burlón, será entonces la de reorganizar el parnaso literario desde una ruptura con el pasado y un alegato por la libertad del artista, partiendo, precisamente, del reconocimiento de un canon previo que debe quedar asumido y superado. Así, en la carta xvi, dirigida por Montano a un caballero noble extremeño, Salas habla ya del «insigne Doctor Juan Pérez de Montalbán» y de «los valientes espíritus don Gabriel Bocángel y don Gabriel del Corral» que «son los tres, por la poca edad, florido ornamento de la patria, y por el maduro juicio y singular prudencia, padres y maestros de la República»;45 a ellos se une Lope de Vega, quien es elogiado en la epístola LIX —que sanciona a un «poeta cómico»— gracias a sus coplas, «tan corrientes y cristalinas como el agua de la fuente del Monte Parnaso»;46 por su parte, la epístola VII se centra de un hidalgo muy quijotesco llamado Paladio que le sirve a Salas para dar cuenta de su admiración por Cervantes, y en la carta LIII el autor elogia a su admirado Paravi  Op. cit., p. 22.   Véanse, por ejemplo, Los antojos de mejor vista (ca. 1625), de Rodrigo Fernández de Ribera; El hijo de Málaga (1639), firmado con el seudónimo de Fabio Virgilio Cordato; José Camerino se vale del tópico en el capítulo V de su La dama beata cuando habla del «anteojo de larga vista»; ya avanzado el siglo, el soldado convertido a escritor Andrés Dávila y Heredia publicará en Valencia su Tienda de an­ teojos políticos (1673). Doy cuenta del asunto en mi ensayo «Fortunes of the Occhiali Politici in Early Modern Spain: Optics, Vision, Points of View». PMLA, en prensa. 44  Scherer, en op. cit., p. 252, defendió que las cartas de Montano «derive from the actual correspondence of Salas Barbadillo, and as such they are interesting from a biographical point of view», si bien no logró demostrar esta premisa. 45   Op. cit., p. 49. 46   Op. cit., p. 193. 42 43

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cino, «Fénix de la cultura y de la erudición»47 que ha dignificado la lengua española. Por último, cuando más adelante homenajea a los hermanos cordobeses Beltrán y Juan de Godoy —el primero soldado en Flandes, el segundo «profesor insigne de las buenas letras» en Guadalcanal—, no puede dejar de recordar «la memoria de todos en el clarísimo ingenio de don Luis de Góngora, a quien la poesía española debió mucha parte de la riqueza de su recámara y guardajoyas. Tantas galas la aumentó, tanto resplandor y belleza»,48 y cuyo retiro de la Corte es semejante al vivido por uno de sus destinatarios, don Juan. El texto hermana con ello la claridad de Lope con la innovación y hermosura del léxico gongorino, en una aparente —pero no incompatible— confraternización que será también moneda común en algunos de sus contemporáneos. La poética que parece defender esta sucesión de epístolas va ligada a un sentido más hedonista de la poiesis y menos anclado en los «melancólicos» ecos petrarquistas que, para estos años, han quedado reducidos a un cierto acartonamiento. Los placeres de la mesa le sirven a Salas para entonar entonces un canto a la libertad y la innovación formal, concibiendo la adquisición del libro y su lectura como actos no sólo puramente placenteros sino combinables en nuevas recetas —tal y como ocurre con esta miscelánea y, en cierta forma, con el resto de su obra—; lo que los clásicos griegos llamaban poikilia, es decir, la variedad de la cocina, del menú y del discurso, se convierte ahora en una cualidad deseable en el mapa literario y en la educación del hombre culto.49 No dejarán en La estafeta de prodigarse, entonces, las imágenes culinarias para expresar no sólo la calidad de tal o cual «plato», sino también para ajustar su «dulzura» o su maduración como objeto de consumo. Así, al hablar de Horacio en la epístola LI, se vale de imágenes vinícolas para dar a conocer su criterio de excelencia literaria: siempre parece que está jarreando, tantos los celebra en sus versos; y así pienso muchas veces que el tal Horacio fue un poeta clarete con mixtura de Apolo y Baco, ya por lo muy vinoso, ya por lo muy elocuente. Crea V.m. que tiene Apolo de todo género de poetas, unos cristalinos y otros bodegueros. Los cristalinos, que son muy pocos y no los mejores, beben de la fuente del Parnaso; los demás, que son muchos y doctos, se bajan a la bodega y se brindan hasta alegrarse. Porque determinan, y tienen razón, que la poesía no ha de ser melancólica, sino festiva y brillante. Maldicen la fuente y dicen: que si el caballo la hizo, que se la beba el caballo, que el agua sólo es buena para las bestias. Según esto, grande bestia ha sido V.m. y como tal se tiene el castigo, pues lo que ha pecado con las fuentes con la fuente lo paga.50

  Op. cit., p. 182.   Op. cit., p. 168. 49  Comenta este concepto Jeanneret en op. cit., p. 164. 50   Op. cit., p. 176. 47 48

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El vino es mejor que el agua porque la palabra poética así lo exige, pero este pharmakon platónico del vino no ofusca los sentidos, sino que agiliza la mente. Como resultado, una vez coronados los maestros de su Parnaso particular, la tarea de Montano será entonces la de romper, en cierta forma, con el peso del archivo literario para poder reinventarlo de nuevo; así, en la epístola XXVII escribe que armase vuestra merced luego con Garcilaso, como si los demás no le miráramos con respeto y veneración. Garcilaso fue excelente poeta lírico y bucólico, y dio en aquel siglo rudo, como prodigio de la naturaleza, fruto vestido de flores, que hoy admira y suspende; pero por eso, ¿será justo que todos seamos bucólicos y líricos?51

La respuesta resulta, evidentemente, negativa, dado que es la propia naturaleza la que, desde su abundancia y varietas, debe ofrecer el modelo al artista: «en las flores variedad vemos» y, por consiguiente, Garcilaso debe ser ahora tan sólo uno de los múltiples ingredientes poéticos del canon presente. La sátira se consagra entonces como un género poético tan necesario como los temas y tonos practicados por el padre de la poesía castellana, sin tener por ello que desterrarlo del canon nacional. De hecho, las generaciones inmediatamente anteriores sí quedan homenajeadas en su particular elenco literario: en la epístola LIII a Fray Juan Bravo de Laguna, Obispo de Urgento «del Consejo de su Majestad», Montano elogia a Luis de Granada, Luis de León, Herrera y Figueroa, en lo que parece ser una alabanza ecléctica de la sobriedad salmantina y la exuberancia andaluza. Abogando entonces por una total libertad artística no sujeta a las imposiciones del legado histórico, la tarea de Salas será entonces la de aferrarse a ese criterio de variedad que, por otra parte, es el que define su propio trayecto literario; valiéndose ahora de un menú frutal, Montano se pregunta: ¿Dejan los hombres de comer la nuez, la avellana y la almendra porque se resisten armadas de la cáscara? ¿Ni desprecian tampoco la pera, camuesa y manzana por la facilidad con que se conceden? No, porque en aquella hermosa variedad descubren deleite y aun utilidad medicinal. De aquí nace que a cada fruto en su género perfecto alaben y celebran, y si algo culpan es la parte que le falta para llegar a esta perfección.52

El destinatario de la carta, el señor Fileno, debe ser entonces sensible a cuán hermosa es la variedad de estilos, y que sólo es culpable el que en el estilo que elige no guarda las partes que se requieren, para obrarle con la igualdad de los preceptos que ha hecho el arte, fundados en los que ha recibido de la ingeniosa y liberal naturaleza.53   Op. cit., p. 124.   Op. cit., p. 125. 53   Op. cit., p. 126. 51 52

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El tema de la inspiración se presenta así como un lento madurar que acaba dando sus preciosos frutos. Para Montano, quien es, como vamos viendo, el que ofrece los juicios más interesantes de la pieza, existe ya una noción de mercado literario y un público consumidor muy específico al que se le puede —y debe— acostumbrar a nuevos manjares, a un paladar sofisticado. No extraña, por tanto, que en esta búsqueda de lo nuevo deje caer una muy típica crítica a los escribanos en la epístola XXXIX, ejemplo de una práctica ética y estéticamente corrompida e infértil. Se sucede, a continuación, una serie de epístolas salpicada de numerosas metáforas gustativas que no hacen sino confirmar una tendencia desarrollada ya en toda su obra previa. Tal es el caso de las opiniones vertidas en torno a la validez de la comedia y la puesta en escena por parte de las compañías; a Lucino, «famoso representante», está dedicada la epístola XLV, estandarte de una crítica inmisericorde: «sosiégate y canta en tu muladar, pues eres uno de los que son gallos entre los representantes, y la comedia está hoy tan pobre y caída que en ningún tiempo pudo mejor muladar intitularse».54 El discurso culinario se intensifica cuando Salas escribe a un poeta que amigo, tan duras son que si como comes de tus coplas comieras de tus coplas, hubiera mucho tiempo que trujeras dientes postizos. Andabas preñado de una comedia cuatro meses, con dolor concibes y con mayor ansia te llega el parto; y tal vez sueles parir la criatura muerta, y tanto que mata al autor que la representa y a nosotros que la escuchamos.55

Esta imaginería dental se había cultivado ya, con variación mínima, en la pieza El remendón de la naturaleza, incluida en Fiestas de la boda de la incasable malca­ sada, en donde había hablado de «endentar», es decir, de tener los dientes duros para digerir todos los neologismos de moda. No hay, sin embargo, una propuesta de renovación dramática en Salas, ni menciones a lo que podría ser un debate teórico como el Arte nuevo de hacer comedias lopesco (1609), quizá porque al no ser laureado como dramaturgo, el madrileño optó por criticar lo que le rodeaba sin ofrecer alternativa factible. Sin embargo, sus reflexiones sobre el tema de la inspiración literaria sí que resultan significativas: si el Prólogo del Quijote (1605) servía para reflexionar sobre la intermitente musa del artista en su bufete, la imaginería de Salas concibe el acto de crear como un «parto de los sentidos» que, al ser fallido, debe ser reintegrado a su origen para poder así mantener un cierto nivel de calidad literaria. Más adelante, cuando difama a un caballero llamado Julio que tiene sarna, se vale de nuevo de imágenes culinarias para jugar con sus malas dotes de poeta y su apetito enfermizo (y enfermo), explotando la polisemia del verbo «comer»:

  Op. cit., p. 162.   Op. cit., p. 194; cursivas mías.

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para extender esta epístola mucha materia tengo entre las manos, aunque mejor fuera dejarla entre las tuyas, por ser tan peligrosa. En este punto he sentido alguna comezón en ellas, pero yo me las comeré, porque se diga que me como las manos por decirte lo que de tu comezón siento. Para ser poeta ilustre, y comer todos tan poco, muchos son los que te comen a ti. No sé lo que se come en tu casa; pero lo que se come en tu cuerpo, bien sé que es mucho. Grande tragona debe de ser tu sangre, pues la sarna y los niños que te comen, tu sangre son. […] La liberalidad de tu persona es mucha, pues eternamente estás haciendo plato a todas horas; y no de la carne ajena, sino de la tuya propia. Dulces deben ser para ti los versos, dulces los hijos, pero la sarna mucho más. […] ¡Oh, más que todos infelicísimo caballero! Pues no comiendo nada de puro poeta, te comes todo de puro sarnoso.56

Situados en la intersección semántica de lo que sería la inspiración, la escritura, la publicación y la lectura (o escenificación), los verbos «tomar» y «comer» asoman una y otra vez su potencial satírico en las páginas de La estafeta, ya sea desde la estética grotesca y escatológica de Momo como desde la pluma aleccionadora de Montano. Muy sintomática, por ejemplo, es la carta VII «A doña Fili», en la cual Momo explota la polisemia del verbo «tomar» —las cuatro estaciones, golosinas, el hierro y el oro...— a base de agudezas y burla, pero también criticando con ello los peligros de este nuevo mercado metropolitano. Como vamos viendo, es, sin embargo, predilecta la imagen del vino desde sus resonancias báquicas que van desde el Monte Parnaso hasta la calle madrileña. En la jácara intercalada, de grandes semejanzas con Rinconete y Cortadillo —hay incluso una Escalanta entre el hampa sevillana que la protagoniza—, Salas interrumpe la narración para desmontar sus mecanismos formativos cuando la voz autorial comenta que «como todos los gustos de esta vida vienen aguados (aguados dije, reconozco que es dura la frase en la narración de una historia tan vinosa. Sisados diré mejor, pues estoy en la venta y el sisares un cierto linaje de hurto solapado), sucedió…».57 En ella se está revelando lo que ya anunciaba al principio de este capítulo, a saber, la confluencia entre el espacio literario y el espacio urbano con su particular oferta de objetos de consumo; sabemos ya que Salas fue, de hecho, vecino y aficionado a ciertos lugares emblemáticos del ocio madrileño como la Mancebía de las Soleras (celebrada por Quevedo en sus romances) o la Red de San Luis, lugar de encuentro de hampones en textos como su obra El caballero puntual, y convertida en centro de reunión de la picaresca madrileña en la conjunción del Rastro, la Panadería, la plaza de Santo Domingo y la Puerta del Sol; así, a tenor de lo leído en muchos de sus textos más apicarados, no sería raro imaginarnos a nuestro autor deambulando por el mismo barrio hacia la calle Montera, refugio de los numerosos «caballeros del milagro», estudiantes y pícaros que habitaban en la zona.58 A pesar de la crisis económica y del aumento de precios e impuestos sobre   Op. cit., p. 172.   Op. cit., p. 112. 58   Ver, por ejemplo, Miguel Herrero García, Las bebidas. La vida española del siglo xvii. Madrid: Gráfica Universal, 1933, vol. I; en cuanto a la distribución y consumo del vino durante los siglos xvi56 57

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estos bienes de consumo, la propagación de lugares de venta y reunión será una de las marcas de distinción de este Madrid canalla y pícaro, hasta el punto de que, para 1665, habrá nada menos que 63 cosecheros en la ciudad; igualmente numerosas serán las tahonas gracias a los molinos harineros en la Sierra de Guadarrama, así como el aceite —que llegará también de La Mancha y La Sagra— y el «pan cocido» en muy buen estado.59 Esta abundancia será reflejada en los incontables mesones, casinos, alojerías, así como mesas portátiles donde también se exhibían comestibles, los llamados «bodegón de puntapié» que convocaban a los famosos «mozos crudos» y a las «mozas de rompe y rasga» en una suerte de improvisada comida rápida no muy distinta a los bares de hoy en día.60 Como ya he indicado en otra ocasión, los testimonios literarios apuntan a una extraordinaria variedad de vinos en circulación y a una rigurosa jerarquía en cuanto a su calidad y éxito. A este respecto, se produce además una interesante ecuación entre bebida, economía, nación y género; por una parte, porque, si bien los precios de los cuatro principales productos —aceite, carne, vino y trigo— aumentaron de un 30 a un 79 por 100 entre 1600 y 1631 —la mención al vino refleja el declive de ciudades como Sevilla o Toledo causados por la enorme demanda de Madrid sobre sus provincias más cercanas;61 segundo, porque algunos productos «rivales» como la cerveza —y más tarde el chocolate, que se destina, como veremos, a gente «delicada»— se asocian a lo extranjero y «afeminado», en contraposición a la bravura y masculinidad del vino que representa la esencia de la patria, de la tierra que lo produce y que lo traslada al entorno urbano. El caso concreto de la cerveza, importada xviii, véase Ringrose, op. cit., pp. 112-114, junto al útil cuadro de la p. 115 que da cuenta del vertiginoso aumento en su consumo; el panorama europeo se analiza por Sarti, op. cit., pp. 148-191. 59   Véase Juan Ignacio Gutiérrez Nieto, «En torno al problema del abastecimiento de la capital de la monarquía hispánica en Madrid». Revista de Occidente 27-28 (1983): 52-65 [p. 60]; F. Pérez de Castro, «El abasto de pan de la Corte madrileña en el año 1630». Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo 15 (1946): 117-150; Ludwig Pfandl, Introducción al estudio del Siglo de Oro. Cultura y costum­ bres del pueblo español de los siglos xvi y xvii. Barcelona: Araluce, 1942, pp. 277-282; Bartolomé Bennassar, La España del Siglo de Oro. Barcelona: Crítica, 1987, pp. 125-144, con especial énfasis en la distribución de carnes, pescados y grano; Ringrose, op. cit., pp. 144-154, 197, ha escrito que «Madrid possessed medieval señorial privileges that obligated the towns in its jurisdiction to provide bread to the city at regulated prices», creándose así el término de ‘pan de obligación’; en Juliá, Ringrose y Segura, op. cit., pp. 263-264, el propio Ringrose aporta interesantes cifras sobre los productos de abastecimiento en esta época. Para la distribución y consumo del pan en la vecina Francia, remito al clásico estudio de Robert Mandrou, Introduction to Modern France. An Essay in Historical Psychology. New York: Holmes & Meier, 1976 [1961], pp. 14-18. 60  El mejor estudio sobre el «comer fuera» que existe sobre la ciudad premoderna es el de Sara Penell, «‘Great Quantities of Gooseberry Pye and Baked Clod of Beef’: Victualling and Eating Out in Early Modern London». En Paul Griffiths y Mark S. R. Jenner, Londinopolis. Essays in the Cultural and Social History of Early Modern London. Manchester: Manchester University Press, 2000; no hay un trabajo equivalente para el caso de Madrid, aunque resulta interesante el de Carol Shine Wilson, «Stuffing the Verdant Goose: Culinary Esthetics in Don Juan». Mosaic 24. 3-4 (1991): 33-52. En España la bebida, junto a la comedia o el juego, se convierte en una de las mayores preocupaciones de los legisladores madrileños, hasta el punto que la Sala de Alcaldes de Madrid constituye en 1640 un gremio especial para los comerciantes de aloja, frecuentemente sometidos a la inspección de alguaciles debido a la constante adulteración del producto. 61  El dato proviene de Ringrose, op. cit., p. 124.

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originalmente desde Alemania por el entorno de Carlos V, y que durante estas décadas provendrá fundamentalmente de Flandes, no llega a triunfar en el paladar del madrileño, convocando numerosos motivos de chanza; no sorprende, por tanto, que en las jerarquías vinícolas establecidas por Salas para hablar de los diferentes sabores literarios, no figure nunca la cerveza, carente de los matices de su bebida rival. La obsesión por la calidad del vino hace que sea también el producto ideal para trasladar luego esta comparación al género o estirpe literaria. Sabemos ya que el alcohol invade el léxico urbano a partir de los trucos y malos hábitos de comerciantes y consumidores, como será por ejemplo la práctica de mixtificar la bebida, que dará lugar a la expresión «vaso de alojero» para referirse al engaño; irán así surgiendo diferentes términos que se van creando para designar al mal vino, tema éste que Salas denunciará, casi siempre desde el humor, en numerosas ocasiones: en el Epigrama 36, que inserta en El caballero puntual, y que titula «A un alguacil vinoso»,62 en la «Epístola cuarta» de Don Diego de noche, titulada «A un tabernero que le azotaron porque aguaba el vino», y en la novelita El coche mendigón, envergonzante y ende­ moniado, inserta en Casa del placer honesto, al hablar de la lluvia como «aquella amiga de los taberneros y enemiga de los cofrades, que acuden a sus ermitas».63 Esta última palabra, de hecho anuncia ya la familiaridad de Salas con un discurso marginal de frecuentes escorzos burlescos; en La ingeniosa Elena, por ejemplo, se habla del jaque de Malas Manos, quien fundó una taberna, en cuya ermita de-bota le ayuda tanto el Señor que con la espuma del vino más que la espuma creció. Chiste que también aparecerá en La dama duende calderoniana cuando Don Manuel le increpa a Cosme que esté borracho, a lo que el gracioso decide desatender sus obligaciones y seguir bebiendo, yéndose a «rezar a una ermita» (v. 778), siguiendo con la tradición de «rezar los laudes» o beber en exceso.64 A través de la abundancia  El texto reza:

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A prender a un tabernero fuiste, Arnaldo, y él te dio tanto licor, que libró su cuerpo del carcelero. Viste luego mil candiles, hablaste poco y mohíno: no hay alguacil como el vino, pues prende a los alguaciles. (Op. cit., p. 124).

  Op. cit., p. 352.   A este respecto, véase José Luis Alonso Hernández, op. cit., 1979; de fechas más recientes, resulta indispensable el reciente Diccionario de germanía de César Hernández Alonso y Beatriz Sanz Alonso, Barcelona: Gredos, 2002. 63 64

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y la variedad mercantil Salas va enriqueciendo un vocabulario maleable en un proceso que emerge desde lo marginal a lo oficial, desde lo efímero a lo impreso, desde lo oral a lo escrito. Solamente para el caso del vino, por ejemplo, ya se hablará de azum­ bre, garnacha, o la famosa carraspada —vino cocido y adobado que se consumía en invierno—, y será famosa la oferta vinícola la «Casa de los cien vinos», sita en la calle Mesonero Romanos. Es por ello que, tal y como he comentado en otra ocasión,65 estas piezas invitan también a leer la experiencia madrileña y a contemplar el uso literal y metafórico de muchos de los productos locales, iluminando al mismo tiempo ciertas realidades socioeconómicas de una ciudad en constante cambio, cuyo menú, aparentemente ilimitado, se selecciona en realidad muy cuidadosamente según el potencial didáctico de su valor médico, religioso o folklórico; interesante resulta, en este aspecto, el interludio en verso titulado «El cocinero del amor», que Salas intercala en su pieza Fiestas de la boda de la incasable malcasada, presentando a un cocinero que no prepara menús, sino que adoctrina en gustos, deseos y placeres. Se recogen, en toda esta poética, no sólo las influencias literarias ya mencionadas, sino también el propio ambiente en el que Salas madura como escritor y del cual extrae sus ficciones. La estafeta reúne entonces las dos vetas más importantes de su autor: por una parte, la del lector culto de comienzos del siglo xvii, en contacto con los creadores más importantes de su tiempo, que tiene en Montano su portavoz serio; por otra, la del cortesano seducido por los placeres y sinsabores urbanos, que vuelca sus impresiones particulares a través de la pluma satírica de Momo y reivindica, de paso, un nuevo tipo de imaginación literaria. Sin embargo, y a pesar de que las calas que inserta Salas son muy útiles a la hora de conocer y comprender sus predilecciones, lo cierto es que resulta bastante insignificante lo que se dice de sus contemporáneos más allá de la mera mención; se trata, por ello, de un canon alusivo que tiene más de homenaje que de reflexión estética, salvo quizá las ya manidas —y aquí ya comentadas— referencias a la comedia o a la poesía gongorina. Es éste un Montano muy mesurado que no dará rienda a su poética hasta la epístola xviii, en la que se dirigirá al lector en lo que podría considerarse como un abierto canto a la libertad absoluta del artista y en las que son, sin duda alguna, las líneas más significativas de toda esta composición epistolar —muy semejantes, por cierto, al inicio del ya citado Il Ragguagli de Boccalini: Tú, siempre compulsando con hombres doctos y libros curiosos, creces cada día más en hombre. Vive y crece, que tú llegarás a ser tan gigante (tú, digo), que igualarás la cabeza con los cielos. Que la estatua de los sabios, como crece por la parte inmortal del entendimiento, no tiene límite como la de los ignorantes, que, siendo todos cuerpo finito, se encarcelan en breve término. Vive, escribe y da a la estampa, que si los émulos de la patria te acusan, las naciones comarcanas y remotas te aplauden.  García Santo-Tomás, op. cit., 2004, pp. 189-190.

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El autor privilegia entonces el libro sobre la estatua porque ésta —el mármol— frecuentemente rinde homenaje a «ignorantes»; sigue entonces escribiendo que Escribe, pues, y da a la estampa, que así vendrás a ser natural de todo el mundo. De la patria por el nacimiento, y de las demás ciudades por el ingenio y estudios. Fía la gloria de tu posteridad más a la cultura de la pluma que a la de los mármoles, que éstos sólo sirven de aprisionar en la muerte a los que en la vida los estimaron, y aquella vuela entre los luceros superiores con la fama de virtuosa del que la ejercitó.66

Los laureles de la pluma deben entonces imponerse sobre el prestigio de los políticos adorados en vanos monumentos. ¿Podría ser ésta una simple reivindicación a su persona, una queja a la injusta falta de laureles, a su poco reconocido prestigio en la Corte? Son, creo, yo, palabras definitorias que resumen ya toda la poética del madrileño en cuando a lo que es la praxis de la escritura; en ellas Salas hace un canto a la libertad de palabra, a la autoría como vínculo hacia la inmortalidad literaria, a la lengua como forjadora del Imperio y a la literatura como un espacio de diálogo en donde el que escribe «vendrá a ser natural de todo el mundo»; además, reivindica así una cultura cosmopolita al tiempo que aboga por una jerarquía del mérito y no del nacimiento. Son también ideas que engarzan con una obsesión por las coyunturas de la corte que acaba invadiendo toda la obra; así, la epístola XIII, dirigida a Fauno, «hidalgote intruso a caballero», comenta que «en las grandes cortes todo se confunde, y muchas veces se hacen respetar más los hombres por los puestos que ocupan que por la sangre de donde se originan».67 El juego a dos voces que entablan Montano y Momo aporta una riqueza excepcional para entender el pensamiento literario y las tendencias políticas de Salas Barbadillo. Al trazar su propia historia de la literatura española, este tipo de obras dan pie a una reflexión sobre la posibilidad de lo metaficticio como agente creador de cánones locales en el Parnaso literario del siglo xvii, de sus mecanismos de poder y, como resultado, de las configuraciones del campo literario del momento. Mientras que La estafeta del Dios Momo es, por un lado, grave sátira a las vanas costumbres del país, por el otro representa una sincera y generosa reflexión sobre el propio ejercicio de escribir como un acto placentero de inmortalidad en unos años en los que se quiere ampliar la oferta literaria sin tener que desligarse de la tradición. 3. El banquete literario en Coronas del Parnaso y Platos de las Musas Si el discurso culinario se convierte entonces en crítica literaria, ¿cuáles son los sabores específicos de este Parnaso tan vario? Son, como ya apuntaba antes, eviden  Op. cit., p. 53.   Op. cit., pp. 44 y 45, respectivamente.

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tes las influencias de Il Ragguagli de Boccalini, que, al tratarse de una abierta sátira de la monarquía española, debió de ser conocido y leído por Salas y sus contemporáneos. Salas ya había ensayado un formato parecido en la primera parte de El caba­ llero puntual, en la cual se celebraba en Madrid una comida de poetas —incluido Salas bajo el disfraz de Cardenio— para ridiculizar al protagonista Don Juan de Toledo, arquetipo del pretendiente social. El formato también debió de gustar a sus contemporáneos, como indica el curioso Fantasías de un susto, de Juan Martínez de Moya (1630), con su propio tribunal presidido por Apolo y las Musas, y sus apreciaciones satíricas sobre la poesía culta, la música y las comedias. Es, sin embargo, al final de su vida, en donde hallamos el más completo banquete literario. La última pieza de Salas Barbadillo de las que tenemos noticia es su original colectánea Coronas del Parnaso y Platos de las musas (Madrid, Imprenta del Reino, 1635), dedicada, según reza la portada, al «Excelentísimo señor Conde Duque, gran Canciller». Aprobada el primero de julio de 1630 y con suma de privilegio a cargo de Juan Laso de la Vega del 28 de octubre de 1630, sale publicada muy poco después de la muerte de su autor, siendo así la única obra póstuma de toda su producción. Se trata de una curiosísima ficción en la cual Salas, acaso presintiendo angustias presentes o estrecheces futuras, vierte toda una serie de textos diversos dentro de un hilo narrativo que concibe el espacio poético como peregrinaje y examen, pero también como mesa y como banquete. Ya desde la introducción anónima titulada «Al lector, de un amartelado del genio del autor», y en la cual se hace un pequeño y poco apasionado recuento de la vida y obra de Salas, se nos habla de «sales» y «picantes» que escribió «como filósofo cristiano».68 Quedan apuntadas entonces, ya desde el principio, las directrices que anuncian una predilección abierta por el discurso culinario como herramienta para dar a conocer al lector sus convicciones estéticas. Se trata ésta de una compilación heterogénea y plural donde las haya, en donde los cuarenta pliegos que componen el libro son, de hecho, dos composiciones muy diferentes: Coronas del Parnaso se divide en ocho discursos, si bien el último actúa como bisagra al contener el «Discurso de Apolo», el «Banquete de las musas» y la «Carta de Apolo», que dará lugar al «Plato primero de las musas» a partir del folio 37r. Los nueve «platos» que componen la segunda mitad, Platos de las musas —cada uno muy convenientemente dedicado a una eminencia del campo sociocultural del momento— articulan una miscelánea de textos varios, ensamblados uno tras otro sin ningún criterio de unidad específico: el primero, «Trofeo de la Piedad», es una fábula en verso dedicada al señor Don Diego de Arce y Reinoso del Consejo de su Magestad en el Supremo de Castilla; el plato segundo, «El Ramillete», «llamóse así porque se compone de variedad de poesías, como son, Epitafios, Madrigales, y Epigramas, al señor don Leonardo Ramírez de Prado del Consejo de su Magestad en el Supremo de las Indias, y su embajador en Francia»; le sigue el tercer plato, que con  Op. cit., fol. 1r.

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tiene una de las piezas más interesantes de toda su producción, La Peregrinación sabia, fábula en prosa que dedica al señor Luis Ortiz de Mantienzo, del Consejo de su Magestad y su secretario de Nápoles en el Supremo de Italia; el cuarto plato, Los desposados disciplinantes, es una novela jacaranda para Gabriel López de Peñalosa, del Consejo de su Magestad y su secretario de Estado de la Augustísima casa de Borgoña; el quinto plato está compuesto por cuatro «comedias antiguas que el vulgo de España llama entremeses» dedicadas a no otro que Don Antonio Hurtado de Mendoza; el sexto plato son unas epístolas en prosa a José de Valdivielso, entonces «capellán de su Alteza del serenísimo señor Infante Cardenal»; el plato séptimo es una comedia en verso titulada Victoria de España y Francia, dedicada a la Ilustre y noble Congregación de los Mercaderes de libros; el octavo plato vuelven a ser unas epístolas en prosa, en este caso a don Gabriel Bocángel Unzueta, Bibliotecario de su Alteza el Serenísimo Señor Infante Cardenal; y, por último, el «plato nono» es una comedia titulada El tramposo con las damas dedicada al licenciado Juan Buitrión, abogado en los Reales Consejos y, al igual que Bocángel y Valdivielso, amigo del autor. Cada una de estas piezas merecería un análisis detallado en el que no entraré aquí —algunas han sido ya comentadas por Arnaud—, desde el momento en que centro mi comentario tan sólo en Coronas del Parnaso, porque me parece un documento único sobre las relaciones entre el escritor y los círculos de poder, así como un testimonio originalísimo sobre sus propias estimativas literarias. Todas las alusiones antes esparcidas en textos previos quedan en este libro ordenadas en un banquete al que acuden las más excelsas plumas de su época. La introducción de la pieza abre la narración que se va a desarrollar más tarde: Apolo, retirado en su Alcázar del monte Parnaso, mantiene en la cena una encendida charla con Aristóteles, Platón y Tácito, a los que se unen más tarde nada menos que Garcilaso y Camoens.69 El anónimo narrador nos cuenta que «con celestial providencia había labrado Apolo a la entrada de la Ciudad una casa de hospedaje, como si dijésemos hospital, para albergue de los pobres poetas, que peregrinando mendigos viniesen de España». Pero en los tiempos que corren, en esta España poderosa y grande, Garcilaso le responde que no hace falta, que los que vienen son ostentosos y que han elegido «opulenta posada»;70 enfadado, Apolo riñe a Garcilaso antes de escuchar a unos poetas cantando en la calle, «más conformes y suaves para el agrado del oído, que explicadores de las palabras y conceptos de los versos». Apolo, continúa el narrador, que siempre se deleitó más de esta segunda parte, que de la primera, y había establecido en el Parnaso una ley, vedando aquel modo de cantar, y fundándola en decir: que el canto de los hombres y de las aves se diferenciaban, en que las aves cantaban no más que con voces, y pasajes; mas los hombres con voces y pasajes explicaban palabras y conceptos.  El aprecio de Salas por Garcilaso ya había sido constatado en un hermoso soneto, «A la muerte de Garcilaso», incluido en Rimas Castellanas (1618). 70   Op. cit., fol. 45r. 69

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En un gesto rigurosamente anti-cultista, el Dios se siente tentado de emplumarlos con «plumas de diversos colores, y luego encerrarlos y presos en diferentes jaulas», ponerlos «a cantar entre otras de canarios, ruiseñores y jilgueros»; pero antes decide darles una oportunidad, y uno de ellos, «bachiller majadero»,71 confiesa que ni siquiera entiende lo que dice, por lo cual, y a sugerencia de Camoens, se perdona a los cantores estridentes. Duerme intranquilo Apolo porque no puede esperar al día siguiente para conocer a los «tres ingenios» que han venido en comitiva. A la mañana siguiente baja al jardín de Venus, hermosamente decorado para recibir a los diplomáticos Don Fernando Antonio, Fadrique Francisco y un tal Rodrigo Alonso, «noble en sangre, ardiente en ingenio» y tras el que se esconde, como ya he indicado antes, el propio Salas; vienen estos tres caballeros apadrinados por Garcilaso, Figueroa y Cervantes; cada cortesano leerá sus rimas para que sean sometidas al juicio de los dioses; Alonso canta una alabanza a Olivares, al que llama «Alcides sabio», «Guzmán bueno», «Gaspar sereno», «Oliva virtuosa» y «Magnífico Príncipe Protector constante de las Musas de la Provincia festejada». Conmovido por los cánticos, Apolo manda derribar el hospital y erigir en su lugar una gran estatua ecuestre en bronce en honor al valido. El «discurso quinto» cuenta la entrada triunfal del ministro en el Parnaso en un carro tirado por leones: en esta parte donde estuvo el hospital que recibía los sutiles, cuanto infelices ingenios españoles (mandado ya derribar), consagra Apolo esta estatua de eterno bronce al excelentísimo señor don Gaspar de Guzmán Conde de Olivares, como a protector de los buenos estudiosos, para que su memoria sea gloriosa, y grande entre los sabios.72

En medio de la plaza (que bien podría leerse como la Plaza Mayor, llena de componentes teatrales)73 se monta una representación dramática de los cuatro elementos heraclitanos, con carros, bueyes, dragones, agua, músicas y muchos efectos al uso, en un «teatro de grande asiento y proporción bellísima;74 por la tarde, y para completar el festejo, se organizan unas justas poéticas en las que destaca, cómo no, el victorioso talento de Garcilaso. El ‘discurso sexto’ inaugura un nuevo tema, al detenerse en una pelea naval de galeras entre los poetas de Apolo (liderados por Aldana y los poetas trágicos) y los malos poetas, «versistas» y «copleros» los que llama «gramáticos latinos»; el fragmento es una interesante reflexión sobre el lenguaje, en donde los navíos muy cargados se hunden de peso, los ligeros son más navegables, y en el que se condena a los «poetas ladrones, que hurtando versos, se quieren en hacer insignes con la gloria ajena»; en el séptimo discurso el mar queda «limpio de tiranos»     73   74   71 72

Op. cit., fol. 5r. para ambas citas. Op. cit., fol. 21r. Véase, por ejemplo, del Río Barredo, op. cit., p. 144 y n. 46. Op. cit., fol. 21v.

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al naufragar las galeras de los malos poetas, su armada lega que se comen los peces y las ballenas, que mueren de indigestión; sin abandonar su fino sentido del humor, Salas indica que los poetas sacristanes son los más preciados, «como gente que había engordado con regalados dulces, y así los comían muy despacio».75 Emile Arnaud ha señalado con mucho acierto que Sur ces deux fils conducteurs [la coronación de Olivares y la guerra naval], se greffent une autobiographie de Salas, une revue des divers genres littéraires et de leurs meilleurs représentants et ce que nous appellerons des exercices de style gratuits comme la description d’une aurore, celle d’une fontaine monumentale, etc.76

El discurso octavo es, sin duda, el más interesante. Se narra el banquete de Apolo, su «Corte del Parnaso», y su corona del Parnaso, que equivale, según el autor, a ser «docto universal de todas las ciencias». Los comensales pasan al banquete de las musas, las mesas bien dispuestas, «sembradas todas las flores poéticas, lucidas y elegantes, de aquellas que no se había atrevido a abrazar el cierzo de la envidia».77 A tenor del aire distendido que presenta el texto, la dinámica establecida en este banquete es un equilibrio perfecto de lo que los clásicos llamaron garrulitas —el tipo de charla que monopoliza la atención— y taciturnitas —una cierta melancolía entre los comensales que enfriaría el ambiente—. La definición que hace de Vélez de Guevara es quizá de lo más original del banquete, si bien Salas se remite a destacar uno de los rasgos más significativos del andaluz: su mala lengua. Así, el salero en vez de sal estaba lleno todo de donaires y agudísimos chistes del siempre ingenioso y singular varón Luis Vélez de Guevara, porque en el Parnaso no se conocen otras salinas sino las de su felicísimo ingenio, cortés y cortesanos, pues sin injuria de nadie siempre admira, y siempre entretiene.78

No hay platos para comenzar, «glotonazo lector», sino romances, décimas, redondillas, «y todo verso español de que Apolo comió con mucho gusto y dijo dos 75   Op. cit., fol. 30v. Es legendario el combate naval que se celebró en el estanque de El Retiro con motivo del matrimonio de Felipe IV con Mariana de Austria: ocho galeras traídas del Mediterráneo, empavesadas y tripuladas por veinte soldados, con piezas de artillería naval de la época, y con una pequeña isla artificial improvisada en uno de los lados del estanque, donde se edificó un castillo de madera, papel y trapos, que fingió quedar deshecho al final de la batalla. Los monarcas brindaron su éxito con limonadas enfriadas con nieve, según las crónicas del momento. 76   Op. cit., p. 687; el contraste que hace Arnaud (p. 688) de este pasaje con La República literaria (1655) de Saavedra Fajardo o con La derrota de los pedantes (1789) de L. F. de Moratín me parece muy acertado. 77   Op. cit., fols. 31v.-33r. 78   Op. cit., fol. 33r. Como he señalado antes, Salas ya había elogiado a Vélez en los ‘Preliminares’ de su Elogio del … Juramento del Príncipe Don Felipe… Dirigido a la Señora Doña Catalina de la Cerda (Madrid: Miguel Serrano, 1608) en un soneto a la misma dama; en él, Salas escribe del poeta andaluz que «ni su espíritu noble busca y ama / el ídolo vulgar de la riqueza», y de su «alma heroica»; el soneto, junto a otros del autor, lo recoge José Simón Díaz en su «Textos dispersos de clásicos españoles». Revista de Literatura XXXIII. 65-66 (1968): 121-167 [p. 155].

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veces que aquel plato tenía grande sazón y gracia». Se sirven a continuación madrigales, canciones y tercetos, aunque Apolo «no se atrevía a comer tanto de él como del primero, porque no era tan fácil a la digestión»; le siguen traducciones griegas y latinas, citándose a Juan de Jáuregui y Gabriel Bocángel. Pero hay un plato que llama la atención de Apolo, porque el Maestresala está haciendo un ruido tremendo intentándolo servir y ha roto ya dos cuchillos y un tenedor: son las comedias a tramoya, que enfurecen al dios: «majadero –dice al pobre maestresala— «grosero, ¿comedias de tramoyas me servís vos en esta mesa siendo manjar sólo para los brutos? Decid, ¿con qué dentadura hemos de comellas, y después que calor de estómago bastará a digerillas? …Que no deis ninguna a persona humana ni a los caballos siquiera».79 Son, en fin, espectáculos intragables, montajes indigestos, aunque a Apolo le gustan algunas en particular, «enriquecidas con el ornamento peregrino de no vulgares galas», como las de no otro que Antonio Hurtado de Mendoza, «y sintiera mucho el ver que ha desamparado nuestras musas, sino considerara que se ocupa en ser ministro de más benigno y más luciente Apolo»; le siguen elogios a Mira de Amescua, Pérez de Montalbán, Calderón y Jerónimo de Villaizán como estandartes del pequeño y selecto canon de dramaturgos vivos. El siguiente plato son comedias de capa y espada, lo que provoca un encendido elogio de Apolo en un tono casi de eucaristía: Oh gran Lope, oh gran Lope, tú sólo entre todos los que tu nación Príncipe en esta arte, estas son verdaderamente comedias, y en ellas ha tenido esta poeta nobilísima elegancia, dulzura y facilidad admirables: su fama y su gloria serán inmortales, y yo le pondré en el número de mis más ilustres hijos, aunque entren en esta cuenta los griegos, latinos y toscanos.80

Apolo se empacha de entremeses, y de las tragedias afirma que «las musas se habían valido del grande y singular espíritu de don Guillén de Castro, cuya rara virtud, peregrino ingenio, humilde modestia, y generosa nobleza aplaudió con singulares hipérboles». Llegarán luego la Historia, los autos —de los que destaca a José de Valdivielso—, novelas y fábulas tanto en verso como en prosa, elogiando a Pérez de Montalbán, y la poesía heroica, de la que selecciona la tripleta Esquilache-Francisco López de Zárate-Miguel de Siruela, para finalizar con un postre de epigramas jocosos y epístolas festivas. El recuento de la velada se documenta en una carta que se le da al autor para que él la transcriba en el texto final —con lo cual Salas se sitúa, muy humildemente, fuera del Parnaso— completando así esta particular «historia de la literatura». Se trata por tanto, de un banquete intelectual muy típico del momento, cuya bibliofagia no será exclusiva ni de este período —ya aparece en Píndaro, Cicerón o Macrobio— ni del canon español, ya que el Renacimiento europeo la prodiga

  Op. cit., fols. 33r.-v.   Op. cit., fol. 34v.

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a través de Erasmo, Du Bellay, Ronsard o Montaigne, culminando en los descomunales atracones de Rabelais. Coronas del Parnaso es un texto sintomático de las inquietudes que definen los primeros años del reinado de Felipe IV, al tiempo que actúa como barómetro de un intenso período de testimonios sobre el campo literario y el espacio que lo produce; un Madrid intensamente vivido que es testigo y catalizador de extraordinarios procesos de recepción y canonización literarios, y que da lugar a la plasmación de un tercer espacio en donde se yuxtaponen la mitología, la política, la etiqueta hecha palabra, el vasallaje social y cultural, la estética, y una retórica que mezcla lo jurídico, lo culinario, lo literario y lo filológico —a veces incluso con tintes paródicos, ya que no se debe leer el texto desde un prisma estrictamente serio—.81 Al final, es el propio Salas el último en entrar en un canon inesperado, el de la posteridad: aunque su publicación es póstuma, el firmante anónimo del ya citado prólogo «Al lector, de un amartelado del genio del autor» nos recuerda sus méritos y su prestigio en los círculos literarios del momento: «favorecióle Frey Lope Félix de Vega Carpio en su Laurel de Apolo, el doctor Juan Pérez de Montalván en su Para todos, don Gabriel Bocángel en su Égloga de la Estafeta del Momo, y el maestro Valdivielso en muchos de sus libros». Como resultado, la situación de cada poeta dentro de este campo de fuerzas se define, como indican estos ejemplos, por relaciones de oposición o alianza con respecto a otros miembros del mismo terreno. En ocasiones, lo que no logra conseguirse por medio de la acción individual se lleva a cabo a través de la escritura, con Parnasos que se encargan de situar a cada escritor en su sitio; a veces, como pasará con Lope o Salas, la necesidad de reconocimiento hará que se canonicen miembros del gobierno de escaso talante artístico y, a través de un cierto vasallaje servil, incluso el mismo Conde Duque será laureado en este espacio simbólico. Texto y laurel, escritura y vasallaje serán procesos fundamentales en la configuración de un ámbito nuevo de luchas por permanecer en el centro de un círculo en donde se unirán lo material y lo simbólico para plantar así las semillas de lo que hoy conocemos como «clásicos». Pero el espacio recreado en este extraordinario documento no es sino una de las muchas proyecciones imaginarias del período, a camino entre lo real y lo soñado, lo sufrido y lo anhelado. Más cruda será la realidad filtrada en otros muchos testimonios de estos años, con recreaciones paisajísticas ausentes de todo componente escapista pero no exentas de una captación rica en matices y detalles. A través de estos marcos urbanos domésticos y estas recreaciones mitológicas donde la comida le sirve a Salas para construir una muy personal selección de textos, estilos y autores, el lector de hoy puede comprobar asimismo cómo el ámbito madrileño ejerce sus mecanismos de influencia a la hora de hermanar lo artístico con lo 81  De hecho, más adelante el mismo Salas, acaso alejándose un poco de esta retórica tan gratuita, dirá que «Marcial, habiendo entendido que Apolo concurrió en el concepto con el vulgo, hizo un epigrama con él, siéndole fácil a su agudísima inventiva buscar otro: mas tanta es la adulación con que se sirve a los Príncipes, que el ingenio que es libre, se hace siervo, y ofendiendo a su dignidad, los lisonjea» (8r.).

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paisajístico. Como he ido indicando en páginas previas, el enriquecimiento de los mercados proveniente de los contactos transpirenaicos y transoceánicos hace que la lengua literaria evolucione también a golpe de novedad. Esto implica, por una parte, el juego y la diversión ante lo nuevo y lo innovador, mientras que por otra otorga al poeta una mayor precisión a la hora de establecer los matices estéticos, el paladar literario, el gusto por la clasificación basada en diferencias sutiles pero reconocibles. Al mismo tiempo, da pie a Salas a reivindicar el producto local —tanto literario como culinario— a la hora de establecer una poética comparada, entrando con ello en el amplio campo de la historia literaria que tan hábilmente parece dominar. Si, cuando en El cu­ rioso y sabio Alejandro, Salas describe al glotón comparándolo a Saturno, «porque aquél se comió no pocas veces a sus carísimos hijos, y éste muchas más a su venerada madre»,82 esa madre que era antes el marco cortesano de hallazgos literarios será ahora el mercado cosmopolita y abundante, que engrandece la barriga del madrileño al mismo ritmo que amplia su oferta de productos. Y, para cada nuevo producto, ya sabemos, una nueva excusa para poner a prueba, para tensar al máximo el len­guaje. Dado que, como decimos hoy, cada uno es lo que come, en la particular visión de Salas cada uno es lo que ha leído, tal y como confesaba Petrarca en su correspondencia privada en esa cita que abre este capítulo. En su nueva y elegante casa del placer honesto, nuestros cuatro estudiantes intentarán hacer de sus preferencias artísticas —literarias, musicales, teatrales, pictóricas…— sus marcas de identidad, en un proceso acumulativo en el que, cuanto más se consuma, más completa será la personalidad del individuo. Y ésta es, precisamente, la poética de Salas: leer y escribir, dar a imprenta, ir cultivándose a golpe de palabra, celebrando, como nos recuerda hoy Carlos Marzal en versos magistrales, el placer del banquete. Y, al aprender literatura, aprender también del contexto que la vio nacer: este estudio del paladar urbano resulta también digno de estudio porque la «degustación de Madrid» apunta a que este espacio castizo amplía sus esquemas tradicionales en un momento histórico que comienza a equiparar el concepto de gusto como sensación a la noción de gusto como capital social o como marca de distinción personal, y que se apreciará también en escritores coetáneos que pronto anunciarán el discurso de lo sublime en el siglo siguiente.83 Michel Jeanneret ha observado que table talk returns to the diner ownership and awareness of his pleasure; it gives form to desire, it functions as a regulating force, and just when the appetite was in danger of taking over, it re-establishes man’s unique role as a thinking animal.84  Comenta también este pasaje Close, op. cit., p. 324.   En su fascinante Making Sense of Taste: Food and Philosophy. Ithaca, NY: Cornell University Press, 2002, pp. 41-42, Caroline Korsmeyer escribe «the connection between taste and appreciative judgment can be found as early as the fifteenth century, but it was in the seventeenth century that the usage spread. In Spanish, Italian, French, German, the practice spread of using literal taste (gusto, goût, Geschmack) analogically to describe an ability to discern what eventually would be designated aesthetic qualities». 84   Op. cit., p. 93. 82 83

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Estamos, además, ante un caso de lo que los antiguos entendían como dicteria —es decir, un alarde verbal de bromas y pullas— que devuelve al lenguaje barroco de Salas toda su carga de hedonismo y ductilidad; de igual forma, el banquete se convierte entonces en un ceremonial académico de primer orden en el que este «thinking animal» recibe la oportunidad de justificar su aportación personal al canon poético ante lo más selecto de sus contemporáneos y lo más excelso de los padres literarios. Al desenmascarar sus propios mecanismos constructivos, estas novelas «not only examine the fundamental structures of narrative fiction, they also explore the possible fictionality of the world outside the literary fictional text», según ha escrito Patricia Waugh en su influyente ensayo «What is Metafiction»,85 y lo cierto es que el Parnaso literario que vive Salas es una médula artificial y artificiosa surcada por una veta continua de inteligente sátira, de ese «hondo saber de la alegría» que canta el poema de Marzal. Por ello, el convivio literario de este primer tercio del siglo xvii no puede entonces degustarse sin pasar por el tamiz metaficticio de este poeta de paladar selecto, sentado en su mesa de trucos culinarios, imaginando a dos manos, escribiendo con la boca llena.

85   «What is Metafiction and why are They Saying Such Awful Things About it?» En Mark Currie, ed., Metafiction. London: Longman, 1995, pp. 39-57 [p. 40].

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IV La contaminación del espacio utópico

1. «Indecente contratación»: El coche mendigón y la poética de la enfermedad A diferencia de otros escritores de su época cuyas ocupaciones religiosas, curiosidad intelectual, agenda política o simple espíritu de aventura —Tirso, Lope, Quevedo, Cervantes, Alemán, Suárez de Figueroa, Santos— les llevó a residir o batallar en el extranjero, la vida de Salas Barbadillo gravita siempre, según vamos viendo, hacia Madrid. Hay, cómo no, breves estancias en otras partes de la Península más por imposición que por elección y que repercuten considerablemente en su legado —como es el hecho de que su primera novela, La hija de Celestina, salga por primera vez en Zaragoza y Lérida— pero el sentimiento de orgullo por su mater adorada le caracteriza, ante todo, como un poeta madrileño. Es este entorno, con su riquísimo catálogo de costumbres, el que provee a Salas de un venero inagotable de motivos, ambientes, tramas y tipos, muchos de los cuales se retratan con el mayor realismo posible, mientras que otros pasan a la página por el tamiz de la deformación y, con menor frecuencia, de la estilización —tal es el caso, por ejemplo, de su poema temprano Patrona de Madrid restituida, en el que por primera y única vez centra sus esfuerzos en los mecanismos hagiográficos que elevan a la ciudad a estatus de lugar mítico—.  Sin embargo, tal y como ocurrirá con el poema del Fénix de los ingenios que se inicia con el verso «Adiós, señora de Atocha» —cantando el traslado de la Corte de Madrid a Valladolid en 1600— y al contrario del Isidro lopesco, el poema de Salas no ha pasado a la historia como una de sus piezas más 

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Sin embargo, a pesar de sus titubeos iniciales como panegirista Salas tiene la fortuna o el instinto de encontrar pronto su propia estética, que nada se parece al monótono, predecible y hueco elogio en verso que también define algunos de sus poemas laudatorios insertos en los preliminares de creaciones ajenas. Son, por el contrario, la sátira y la construcción de cuadros delirantes y patéticos en donde verdaderamente radica su originalidad y talento, como él mismo asumirá —si bien es poco lo que comenta sobre la buena poesía— al abandonar lo estilizado y grandilocuente, y adentrarse definitivamente en lo triste y deforme, lo burlón y lo didáctico; y, en contadas ocasiones, en lo fantástico y fantasmagórico, como veremos muy pronto. Aún en las postrimerías de su muerte, una pieza como El curioso y sabio Alejandro no es sino el más explícito de los catálogos de tipos y costumbres, organizado en torno a una serie de cuadros que el protagonista va viendo y comentando en su paseo por esta galería barroca. Última pieza de su amplia veta satírica —se escribe años después de Coronas del Parnaso y Platos de las Musas—, El curioso clausura cuatro décadas de retratos en donde Salas parece no dejar intacto a ninguno de los elementos que conforman el paisaje cortesano. No debió leer con mucho cuidado el censor de Casa del placer honesto cuando nos encontramos pasajes como éste al hablar de una «mujer setentona» que se albergaba en aquellos barrios, gran persona de apadrinar buenas voluntades y bolatina de media noche arriba. En su mocedad chuparon sus pechos los niños, porque fue ama alquilona; y en su vejez ella los chupaba a ellos, aunque por diferente parte y con daño más irremediable.

El fragmento pertenece a la novelita El coche mendigón, envergonzante y endemoniado, segunda de las piezas que Salas intercala en dicho texto, y me parece importante citarlo no tanto por lo que implica para el desarrollo de la trama, sino por la arriesgada conjunción de lo feo con lo sexual y por ese verbo «chupar» tan extraordinariamente provocador. En la construcción de esta pequeña novela que Sherinda Idyll Scherer definió como su «most intricately constructed tale», Salas comparte, por un lado, una imaginería que se dará en contemporáneos suyos como Quevedo o Vélez de Guevara, en quienes el ámbito nocturno y los tipos estrafalarios componen buena parte de su poética urbana; pero, en este espacio liminal que incluye desviaciones sexuales de todo tipo, esta vieja prostituta anuncia lo que será ya practicado de lleno por su continuador literario Francisco Santos, quien en novelas como La tarasca de parto o El día y noche de Madrid se adentrará en estos territorios tan poco comunes de la ficción literaria: partos desmesurados, banquetes obsafortunadas; su trayectoria editorial, como indico más adelante, da cuenta de su escaso atractivo: dos ediciones —1750, 1979, ésta última reproduciendo el texto anterior— pero sin un estudio serio.    Op. cit., p. 352. Si el censor de la pieza omite comentario al respecto, también lo hace su editor moderno, Edwin B. Place.   En op. cit., p. 224.

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cenos, escenas orgiásticas, pederastia, prostitución, bestialismo… no muy lejanos de la estética de pintores como El Bosco, que tanta influencia tuvo en la ekfrasis local con sus composiciones alegóricas llenas de criaturas híbridas y grotesca crueldad. Este tipo de curiosidades, escribe el madrileño, tan sólo puede ser presenciado en el teatro de «las grandes cortes», al que en el inicio de El curioso y sabio Alejandro define como epílogo confuso de prodigios raros, que por ser tan frecuentes a los ojos y a los oídos, los unos, ya que del todo no la quitan, templan la admiración de los otros. De aquí se sigue ser la mayor aquella que nace de la singularidad de no hallar en qué admi­rarse.

Gran parte de la galería de tipos y costumbres de Salas va a estar construida alrededor de lo que podría definirse como una «poética de la maravilla», en donde la imaginería barroca de las artes visuales se traslada en fragmentos literarios cuya efectividad no está ni mucho menos desprovista de una ética concreta. Se vale para ello de un discurso en donde lo gigantesco adquiere presencia permanente mediante la hiperbolización del cuerpo grotesco, que no es sino un cuerpo en partes determinado por la funcionalidad de lo que Jacques Lacan llamó zonas «erotogénicas» como los labios, el ano o la punta del pene. Con ello, la maravilla del cuerpo y la maravilla del entorno se diluyen como se diluye la frontera entre el cuerpo abierto y su universo. De hecho, en el capítulo de esta misma novela dedicado al glotón «Panza dichosa», nuestro autor define Madrid como «tan portentosa, tan singular, que ya sean en buena y en mala parte, no se contenta con menos que con ser madre de monstruos y prodigios», y compara a este glotón con Saturno devorando a sus hijos y metamorfoseándose en árbol de tanta fruta que engulle: «le podían haber nacido en el vientre los árboles guindos, cerezos, albaricoques y duraznos, porque más parecía que sembraba en él frutales que no comía frutas». Panza dichosa no es sólo una crítica a la avaricia y ambición ilimitada de ciertos cortesanos, sino que también puede interpretarse como la Corte en sí, como la metrópolis que engulle indiscriminadamente todos los productos que a ella van llegando, devolviendo a sus habitantes un paisaje plural    La influencia de El Bosco en las letras españolas ha sido estudiada por Xavier de Salas, El Bosco en la literatura española. Barcelona, 1943; Margarita Levisi, «Hieronymus Bosch y los Sueños de Francisco de Quevedo». Filología 9 (1963): 163-200, y comentada más tarde por James Iffland en su Quevedo and the Grotesque. London: Tamesis, 1978, 2 vols., pp. 128-130 (vol. 1), 43-49 (vol. 2); sobre el coleccionismo de arte en esta época, el estudio reciente más completo es el de José Luis Colomer, «Pautas del coleccionismo artístico nobiliario en el siglo xvii». En Ignacio Arellano y Marc Vitse, coords., Modelos de vida en la España del Siglo de Oro. I. Frankfurt, Madrid: Vervuert, Iberoamericana, 2004, pp. 123-158; en cuanto al panorama europeo, véase, por ejemplo, Pamela H. Smith y Paula Findlen, eds., Merchants & Marvels: Commerce, Science and Art in Early Modern Europe. New York: Routledge, 2002.    Op. cit., p. 135.    Op. cit., p. 136-137. Sabemos ya que este tipo de glotón será treinta años más tarde tema de burla —una burla, por cierto, bastante parecida a la de Salas— en Juan de Zabaleta y su Día de fiesta por la mañana y por la tarde en Madrid.

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y desordenado donde se puede encontrar de todo. Como resultado, igualmente fundamental es la imagen del parto, la cual ya se había explorado unos años atrás en varias facetas: como metáfora de la inspiración literaria que a veces llegaba a buen término pero que otras veces resultaba en una suerte de «aborto literario», tal y como ocurría, según hemos visto ya, en La estafeta del Dios Momo; o como acto verbal engañoso en El caballero puntual cuando su protagonista don Juan de Toledo, en su afán por medrar en la Corte, «concibió y parió bien la mentira». Esta idea de engendrar algo con esfuerzo, visualizada a través de la violencia corporal del acto de dar a luz, es tan sólo una de las imágenes que el madrileño cultiva a la hora de articular las relaciones personales que hacen avanzar los meollos de sus piezas. Por ello, quien busque en la narrativa de Salas la posibilidad de un encuentro amoroso o sexual al estilo de las comedias urbanas del tiempo, tan sólo encontrará la cara oscura de estos placeres cortesanos en donde tanto el amor como el sexo se presentan casi siempre como situaciones perversas, delirantes, frustradas o, en el mejor de los casos, como pura transacción económica. Si en la narrativa de Lope de Vega, de Gonzalo Céspedes y Meneses o de María de Zayas la agresión física —bofetadas, raptos, violaciones— tiñe muchos de los idilios amorosos, en Salas esta violencia será más bien de índole simbólica, como trasunto de una sociedad en donde toda relación entre hombre y mujer contiene su propio germen de fracaso, imposibilidad y destrucción. He subrayado ya que, al leer las opiniones esparcidas a lo largo de su narrativa, la sensación que se lleva el lector es que Salas fue enemigo acérrimo del matrimonio y que siempre escribió sobre la mujer desde un prisma completamente misógino. Se ha dicho con frecuencia que poetas como Tirso o Lope fueron grandes «amantes» de la mujer en cuanto que supieron ponerse, en muchas ocasiones, bajo piel femenina, adentrándose en la psicología de jóvenes enamoradas con extraordinario instinto y sensibilidad. No es éste el caso de Salas, cuya pluma siempre se hará notar cuando se acerca al sexo opuesto: distancia, sospecha y un cierto rechazo serán las marcas de distinción de su escritura, según nos da a leer una y otra vez en sus cortesanas casquivanas y arrogantes. Si en el marco académico de Casa del placer honesto se nos advertía que para sus contertulios estaba prohibido casarse, pues era actividad «vulgarona» y gran distracción para el estudio y la creación, en el resto de su producción narrativa abundará la idea de que el matrimonio feliz es tan sólo una quimera. Al igual que otros satíricos de su tiempo, la mujer «fácil» y el marido cornudo —algunas veces, como veremos más adelante, por elección propia— ocupan en Salas buena parte de sus retratos de ciudad, y algunas de sus piezas exhiben una muy curiosa tensión que oscila entre favorecer la soberbia de ellas o la estulticia de ellos, dejando al lector con la impresión de que lo menos relevante es, precisamente, el

  Op. cit., p. 34.   Véanse las sugerentes reflexiones de Nieves Romero-Díaz en su libro Nueva nobleza, nueva novela: reescribiendo la cultura urbana del barroco. Newark, de: Juan de la Cuesta, 2002; y mi artículo «Creación / recreación: Lope de Vega y las bofetadas a Elena Osorio». Criticón 65 (1995): 55-63.  

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resultado final. La cortesana licenciosa, que será objeto de indagación por muchos otros escritores de su época, es un arquetipo que se presenta bajo diversos matices, muchas veces según su grado de permisividad con los hombres y con su espacio doméstico, dando lugar, en algunos casos, a la tensión creada por la ambigüedad nunca resuelta entre lo que es ser cortesana y ser prostituta. En algunos casos esta vaguedad queda en manos del receptor del texto, quien a través de la lectura deberá extraer su propia enseñanza; en otros, sin embargo, no hay espacio para la duda, como ocurre en el caso de El curioso y sabio Alejandro, donde Salas escribe de las «cortesanas rameras que cometen tanto pecado torpe por una gala inútil, por un antojo bárbaro».10 La idolatría del objeto, la necesidad de poseer estos «antojos bárbaros» tendrá su máxima radicalización en el mercadeo del cuerpo humano; con ello, la mancebía se convierte frecuentemente en la «alternativa» por excelencia a la relación amorosa entre personas de distinto o mismo sexo, y el espacio del burdel acaba por adquirir nuevas connotaciones que lo llevan al ámbito doméstico, a la plaza pública y al territorio híbrido —en cuanto que será público y privado a la vez— por excelencia: el coche. Se cree que fue Carlos V quien importó los primeros coches de Alemania, y se sabe con certeza que ya desde 1548 existían coches circulando por Madrid. Fueron tan familiares como polémicos desde sus inicios capitalinos, hasta el punto de que treinta años más tarde, en 1578, Felipe II tuvo que emitir una pragmática regulando su uso.11 Con las calles ya invadidas por todo tipo de carruajes, Felipe III autorizó la Pragmática en que se da la forma acerca de las personas que se prohíbe andar en coches y los que pueden andar en ellos y cómo se hayan de hacer y que sean de cuatro caballos, con ánimo de regular el funcionamiento de un tráfago urbano cada vez más descontrolado, y en donde ya se anunciaban las siguientes regulaciones: que todos los coches quedaran registrados; que no se construyera ninguno sin el permiso del «Presidente de nuestro Consejo»; que fueran de cuatro caballos; que no se prestaran; y que no se utilizaran para la prostitución, so pena de cuatro años de destierro.12 La rápida expansión económica, con su consecuente «aristocratización», hizo   El estudio más reciente dedicado exclusivamente a este arquetipo es el de Carmen Y. Hsu, Courtesans in the Literature of Spanish Golden Age. Kassel: Reichenberger, 2002; puede también cotejarse, si bien ha quedado ya algo superado, el voluminoso análisis de Bernardo Blanco-González, Del cortesano al discreto. Examen de una decadencia. Madrid: Gredos, 1962, vol. I. 10   Op. cit., p. 144. 11   Véase Alejandro López Álvarez, Poder, lujo y conflicto en la corte de los Austrias: coches, carrozas y sillas de mano, 1555-1700. Madrid: Polifemo, 2007. Joaquín Álvarez Barrientos, «Literatura y legislación sobre coches en el Madrid del siglo xviii». Anales del Instituto de Estudios Madrileños 22 (1985): 201-224 [p. 202], y José Deleito y Piñuela, op. cit., 1946, pp. 248-274 [p. 251]. La Pragmática queda recogida en Marcelo Martínez Alcubilla, Códigos antiguos de España. Tomo II. Madrid, 1885, p. 1262. 12  Publicada en Pragmáticas que han salido este año de mil y seiscientos y once años publicadas en cinco días del mes de enero del dicho año, demás de las cuales se manda guardar otras que estaban hechas antes y se da la orden que se ha de tener para la ejecución y observancia dellas. Madrid: Juan de la Cuesta, 1611, fols. 2r-3v. He consultado un ejemplar de la Biblioteca Nacional de Madrid, signatura VE 34-50, complementada con la «Pragmática en que se mandan guardar las últimamente publicadas, sobre los tratamientos y cortesías, y andar en coches, y en traer vestidos, y trajes, y labor de las

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que muchos arbitristas volcaran su pluma en soluciones más o menos lógicas, como por ejemplo el Discurso problemático del uso de los coches: en que se proponen las conveniencias, que tienen, y los inconvenientes que causan por Luis Brochero, arbitrista que durante estos años escribió sobre variados asuntos de índole socio-económica. Sabemos además que el uso de mulas o caballos fue siempre motivo de debate: en la «ley primera» de 1578 sólo se permitieron coches de cuatro caballos «imaginando que, por excusar el gasto, cesarían», pero el madrileño del momento, como veremos muy pronto, no tuvo problema en escatimar gastos para poder darse el lujo del carruaje, violando de paso todas estas regulaciones.13 Más adelante se prohibieron los coches de 2 mulas, pero dada la cantidad de labradores en la ciudad que necesitaban de dicho vehículo, Felipe III tuvo que permitir su circulación en 1619, medida que fue revocada por su hijo en 1628 e instaurada de nuevo cuatro años más tarde por pura necesidad, aunque con condiciones.14 Si bien van a ser comunes las instancias en las que se idealiza el uso del coche en su placentera simbiosis con el trazado citadino,15 serán también muy frecuentes las oportunidades para poner a prueba el humor y el virtuosismo lingüístico. La sátira de estos años —Vélez, Quevedo, Salas— gusta de trazar paralelismos entre las vías de entrada y salida del cuerpo humano —bocas, anos— y la fisonomía de los coches —puertas, ventanas—, los cuales se transforman a veces en animales, otras en navíos, otras en templos sagrados, dentro de una estética en donde la escatología y lo carnavalesco juegan frecuentemente un papel seminal en aquellos autores que participan de una visión desencantada del día a día. Algunos de los testimonios más conocidos se hacen cargo de esta nueva realidad a partir de un tono de crítica y amargura crecientes, y el piélago urbano —«Estrecho de Magallanes» debido a sus calles atascadas— anuncia entonces un paisaje saturado en donde la configuración de estos nuevos elementos construye un retrato muy crítico por parte de los sectores más conservadores de la opinión madrileña. Tal es el caso de una novela como Las harpías en Madrid de Alonso de Castillo Solórzano, la cual gira en torno a las cuatro estafas que cuatro damas —Feliciana, Luisa, Constanza y Dorotea— cometen sobre sedas, con las declaraciones que aquí se refieren». Madrid: Juan de la Cuesta, 1611, signatura VE 19827. 13   La cita es de Brochero, op. cit., 12v., quien afirma que la regulación se extendió a otra ley posterior de 1593 para el uso de los «carricoches» y «carros largos». El ejemplar manejado es el de la Biblioteca Nacional de Madrid, signatura VE 34-50. 14   Véase la Premática y ley, que su Majestad ha mandado promulgar, y que se guarde, para que nadie traiga mulas en coche. Madrid: Iván González, 1628, 6 hojas. Semejante problema ocurre, por ejemplo, en Londres, que rechazará en 1601 una propuesta en el parlamento de reducir el excesivo número de coches circulando por la ciudad. El uso de más de 4 reses fue reservado, eso sí, para privilegio real, cuyo coche tenía 6 mulas según recoge Giacomo Ciutti, spenditore de Cosme III, en su viaje por España; véase el anónimo Ofrecimiento de un religioso siciliano al Rey Felipe IV, de un secreto mediante el cual los coches podrán andar sin caballos. Hay un ejemplar que he manejado de Biblioteca Nacional de Madrid, Mss. / 11137 (p. 197-200). 15   Véase, por ejemplo, Juan Luis Suárez, «Piratas de agua dulce. La aventura urbana en las comedias de Calderón». Laurel 4 (2001): 5-33; y mi ensayo «Tráfico barroco: urbanidad y urbanismo en Las bizarrías de Belisa de Lope de Vega». Bulletin of the Comediantes 52. 1 (2000): 31-53.

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cuatro incautos urbanitas —un milanés, un genovés, un cura y un andaluz— con su coche y su cochero, a los que cambian de aspecto en cada aventura urbana; en sus «Aprovechamientos» al final de cada historia, la crítica del autor no sólo irá dirigida a las damas, sino también a los que son presa de su propia estupidez y se dejan engañar impresionados por la magnificencia del coche: un tipo de crítica al cortesano enamorazido y celoso que también será frecuente en Salas Barbadillo. Ya fue en la década de los cuarenta del pasado siglo en que Ruth Lee Kennedy exploró con rigor ejemplar ciertos aspectos de la cultura material del siglo xvii que ahora se recuperan en estas páginas. En su artículo seminal «Certain Phases of the Sumptuary Decrees of 1623 and their Relation to Tirso’s Theater»,16 la crítica norteamericana analizó la importancia de los Decretos suntuarios promulgados por Felipe IV, dando cuenta del significado antropológico de algo tan frecuente como el coche, cuyas derivaciones simbólicas apenas se habían considerado hasta el momento. Poco se estudió en décadas siguientes, a pesar de contar con un catálogo muy completo de lo que fueron las disposiciones legales sobre el funcionamiento de este ingrediente tan característico del paisaje cortesano. Como he indicado en otra ocasión,17 se trata de un elemento que apenas ha recibido atención por la crítica de la novela corta del Barroco, a pesar de la importancia que tuvo en el diseño geopolítico de Madrid y en las formas de relación y comunicación entre sus habitantes.18 El aficionado a las artes plásticas podrá comprobar en las estampas del Paseo del Prado y la Carrera de San Jerónimo cómo el retrato del coche aparece frecuentemente rodeado de un cierto misterio, con las cabezas de sus viajeros asomando por la ventana, los galanes cortejando a sus damas desde el exterior y el cochero en ademán impaciente o de simple aburrimiento.19 Son retratos que nos presentan una cartografía en donde los hábitos diarios se ven profundamente alterados gracias a las posibilidades ofrecidas por este medio de transporte, el cual se convierte, al mismo tiempo, en un espacio independiente que rivaliza en intimidad con el ámbito doméstico y en majestuosidad con el paisaje colectivo: en él caben encuentros furtivos y huidizos, pues —al contrario, por ejemplo, de las casas de mancebía o las de juego— no se asocian a un punto geográfico concreto: si en nuestra percepción de los vicios capitalinos el urbanita acude al burdel, en este caso es el burdel el que acude, en muchos casos, al urbanita. Salas sugiere que estamos, como indico arriba, ante una muy particular contaminación del espacio utópico en cuanto que la ciudad, que se parcela según sus gremios de producción y de consumo —con sus par16   La referencia completa es Ruth Lee Kennedy, «Certain Phases of the Sumptuary Decrees of 1623 and their Relation to Tirso’s Theater». Hispanic Review 10 (1942): 91-115. Consulta recomendada es la de José Antonio Maravall, «La crítica a la ociosidad en la época del primer capitalismo». Homenaje a Pedro Sáinz Rodríguez. Madrid: FUE, 1986, vol. IV, pp. 521-538. 17   García Santo-Tomás, op. cit., 2004, pp. 88-114. 18   Ver, a modo de excepción, Felisa Guillén, «Status y transgresión social: La imagen del coche en la novela corta del Siglo de Oro». En Ricardo de la Fuente Ballesteros, Jesús Pérez Magallón, eds., Monstruosidad y transgresión en la cultura hispánica. Valladolid: Universitas Castellae, 2004, pp. 179-186. 19   Véase, por ejemplo, el anónimo del siglo xvii titulado La Carrera de San Jerónimo desde el Paseo del Prado, reimpreso numerosas veces en libros y catálogos.

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ticulares distritos para la prostitución— pierde ahora su naturaleza legible y ordenable al transgredir este orden mediante su propia crisis.20 El fenómeno se relaciona también con una serie de preocupaciones en torno a la higiene y la salud de una ciudad ya de por sí notoriamente insalubre. Por ello, durante estos años van a ser constantes los esfuerzos por asignar un espacio determinado a las prostitutas madrileñas tanto como a los enfermos de sífilis: en las cercanas vías descendentes al Prado de San Jerónimo, especialmente Huertas y San Juan —hoy calle Moratín— van a abundar los burdeles, hasta el punto de que se ha hablado de la existencia de romerías orgiásticas en el Trapillo y Santiago el Verde, acaso desde las severas crónicas de Juan de Zabaleta en su Día de fiesta por la tarde y otros títulos coetáneos. Textos como los Tres libros contra el pecado de la simple fornicación (1585) de Francisco Farfán intentarán normativizar esta práctica para evitar posibles males como la homosexualidad, el incesto o el amancebamiento. Este miedo a lo contaminante hará que el propio Felipe IV mande circular una pragmática en 1623 prohibiendo la existencia de mancebías con graves multas. Las enfermedades venéreas, tan temidas estos años, harán famoso al hospital de Antón Martín, donde transcurren algunos de los romances más famosos de Quevedo —«Tomando estaba sudores / Marica en el hospital», o «A Marica la chupona / las goteras de su cama / le metieron la salud / a la venta de la zarza»—, al que llama, con gran ironía, el «hospital del amor», dedicando un romance «a la perla de la mancebía». Aunque tan sólo de forma anecdótica, el fenómeno de la prostitución callejera y de sus burdeles será también tema de crítica en nuestro escritor: en Don Diego de noche escribe de lo «indecente» de estas visitas cuando a las once de la noche el noctámbulo protagonista juzgó ser tiempo de llegarse al sitio de las vayas, campaña donde se escaramuzan los gracejantes cortesanos, vulgarmente llamado el prado, y con mayor propiedad lonja, donde se ferian placeres de Venus, indecente contratación, y mucho más allí, por hacerse entre fuentes murmuradoras, que aun el saber que tienen de su culpa testigos tan mal sufridos no basta a ponerles freno.21

Si el coche se proyecta inicialmente como un espacio privado de majestuosidad y capital social, el testimonio escrito, junto a la preocupación que palpita tras cada arbitrio, nos da a entender que en su puesta en práctica es también portador de enfermedad, de infección y de muerte, en donde el sexo sale a la calle y recorre el trazado 20   Véase, a este respecto, Raphaël Carrasco, ed., La prostitution en Espagne: de l’époque des rois catholiques à la IIe République. Paris: Les Belles lettres, 1994; Enrique Villalba Pérez, «Notas sobre la prostitución en Madrid a comienzos del siglo xvii». Anales del Instituto de Estudios Madrileños 34 (1997): 505-519. En relación con las letras auriseculares, ver Deleito y Piñuela, op. cit., 1948; Defourneaux, op. cit., pp. 70-71; para el caso sevillano, Andrés Moreno Mengíbar y Francisco Vázquez García, «Poderes y prostitución en España (siglos xiv-xvii): El caso de Sevilla». Criticón 69 (1997): 33-49, y Javier Rioyo, La vida golfa. Madrid: Aguilar, 2003, especialmente los capítulos que le dedica al reinado del cuarto Felipe. En relación a este fenómeno, es también recomendable la consulta de Isabel Barbeito, ed., Cárceles y mujeres en el siglo xvii. Madrid: Castalia, 1992. 21   Op. cit., p. 150; cursivas mías.

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urbano como si de una procesión carnavalesca se tratara. Por ello no sorprende que la gama más festiva de la literatura del momento —sátiras, entremeses, bailes…— lo adopte como hijo predilecto, habida cuenta de todas las situaciones ridículas, exageradas y patéticas a las que su afición desmedida puede dar lugar: el entremés de Gabriel de Barrionuevo titulado Triunfo de los coches, Los coches de Quiñones de Benavente, la ya citada novela Las harpías en Madrid y coche de las estafas de Castillo Solórzano, o «Sátira a los coches» (La hora de todos y la Fortuna con seso) de Quevedo son algunos de los casos más interesantes. Es frecuente por tanto que, al hablar de este problema, se sugiera también algo más que un medio de transporte, ya desde la enorme variedad de tipos que circulaban por las calles madrileñas; para un artista como Salas, el «saber manejar el coche» es entonces también un ejercicio de destreza lingüística: como metáfora, actúa precisamente de vehículo entre una realidad existente y una cartografía imaginada, produciendo una tensión que se debate entre el adoctrinamiento y la diversión —la pura boutade en ocasiones—, pero que es consciente de que, en esta sociedad de continuas vigilancias, no se trata de un ingrediente gratuito e inofensivo del paisaje urbano; como metonimia, ocupa un lugar de privilegio en el imaginario colectivo en cuanto sirve de baremo, desde su diferente tipología y desarrollo, de la coyuntura económica de la urbe y de aquellos que lo poseen o lo alquilan. No sólo hay coches circulando por el Madrid del setecientos, sino que también se ven carrozas, estufas, birrotones, calesas, furlones y berlinas, que desplazan en velocidad y belleza a otros vehículos tradicionales de dos ruedas como las carretas de labradores, las tradicionales literas cargadas por sirvientes o las llamadas «sillas de mano» que circulaban por la red comercial de la urbe. Son por ello muy frecuentes las bromas al respecto: en El caballero puntual se insiste en que lo que verdaderamente consagra el capital social del viajero no es «la persona», sino «los rocines del coche», «la madera de la caja» y «la librea de los pajes»;22 en La sabia Flora, malsabidilla, el criado Molina habla de las «casas de madera» en la Calle Mayor;23 en Don Diego de noche Salas se burla de una dama tan delgada que «salió de Madrid en una litera sobre dos machos como dromedarios, la que apenas para dos hormigas fuera peso; temo que burlándose de la poca carga la hayan arrestado».24 Y el soldado mentiroso de La lonja de San Felipe se pregunta: ¿cómo no hacen los coches como casas de la plaza con seis o siete altos y se alquila de por sí cada cuarto?25

    24   25   22 23

Op. cit., p. 20. Op. cit., p. 458. Op. cit., p. 48. Op. cit., p. 233.

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Coche y mujer van, por tanto, unidos en una imagen que siempre es motivo de controversia y, según veremos más adelante, en un matrimonio que permite numerosas licencias lingüísticas, las cuales a su vez dan cuenta de la sorprendente versatilidad de la pluma satírica del madrileño. Esta borrosa transición de cortesana a prostituta, esta visión del coche como un elemento controvertido y esta lectura del matrimonio como una institución profundamente degradada disfrutan de un original tratamiento en su novelita El coche mendigón, ervengonzante y endemoniado. Se trata de una pieza en la cual nuestro autor se acerca a este fenómeno desde un prisma que, al igual que hará Luis Vélez de Guevara en El Diablo Cojuelo, incluye elementos mágicos y fantásticos íntimamente imbricados con lo más realista de la vida del momento. La historia es narrada por don Alonso, quien cuenta las peripecias de su amigo don Fernando, «en la sangre nobilísimo, en la hacienda poderoso, sutil en el ingenio, y con mayores esfuerzos en la parte de la inventiva, siendo no menos florido para la elocuencia»; es, pues, otro de los caballeros perfectos imaginados por Salas, quien, a petición de sus amigos, entretiene a su auditorio con la historia que dará título a la novelita justo en su párrafo final. Pero el arranque tan sólo anuncia una sucesión de episodios de magia, brujería y viajes alegóricos: un verano en que andaba de paseo por Lavapiés —entonces barrio marginal— al galán protagonista le sorprendió una repentina tormenta, y hubo de buscar cobijo en la casa de una vieja prostituta para pernoctar; tuvo entonces un sueño «desabrido y fantástico» en el que, gracias a un ungüento, pudo volar y presenciar un aquelarre con «más peregrinas figuras que las que pinta Jerónimo Bosco en las tentaciones de aquel santo cuyo animal aborrecen los cristianos modernos y cuyo fuego les castiga».26 Este «Jardín de las delicias» invertido se torna así en el escenario de las diferentes aventuras a las que le somete su acompañante: el rapto de la bruja le lleva primero al campo con otros nigromantes y después en coche a Madrid, donde acaba rodeado de «animales ponzoñosos» —no se especifica cuáles— en la Calle Mayor y en el Prado de San Jerónimo. La segunda mitad de la novela avanza en una vuelta de tuerca más: si Salas nos habla de don Alonso, quien nos remite a don Fernando, el cual a su vez nos cuenta sobre la bruja, es ahora la bruja la que nos presenta al personaje de Cristinica, hija espúrea de una mulata que «nació desde niña tan inclinada a los coches que su mayor gozo era que la paseasen en el carretoncillo donde se había criado, aun ya cuando la edad la había puesto en obligación de buscar otros entretenimientos».27 Es ahora donde se aprecia la mejor veta satírica del madrileño, dispuesto a «encochar» toda la historia hasta en los detalles más nimios; se subraya, por ejemplo, cómo la nueva religión de esta joven no se manifiesta en la Iglesia, sino en la adoración al coche, que se convierte entonces no sólo en su templo privado, sino incluso en sinécdoque de la iconografía que idolatra; así, en vez de tener una cruz en la «cabecera de la cama»,   Op. cit., p. 353 para ambas citas. Se refiere, claro está, a San Antonio, y al cuadro Las tentaciones de San Antonio, que lo presenta con un cerdo en los pies. 27   Op. cit., p. 362 para ambas citas. 26

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tiene el dibujo de un coche «como principal imagen de devoción, a quien miraba regalona y enternecida». A partir de esta tara tan curiosa y tan fértil desde un punto de vista estrictamente literario, Salas construye entonces una suerte de biografía de la cortesana desde su nacimiento a muerte, pasando por los momentos fundamentales de su vida —infancia, adolescencia, matrimonio, madurez— en la que siempre hallamos, como compañero vital, a su carruaje. Al igual que otros testimonios del momento como pueden ser las propias comedias urbanas, el gozo visual y voyeurístico que provee este medio de transporte, junto a la garantía de anonimia voluntaria por parte de sus viajeros, es lo que verdaderamente genera el placer urbano; se trata, a fin de cuentas, de «una casa con dos ventanas a todas las calles del lugar y a las huertas y jardines del campo», que además logra evitar a su pasajera alguno de los problemas de las casas a la malicia que se erigieron durante estas décadas: hacinamiento, falta de ventilación, ausencia de luz, vigilancia patriarcal, etc.28 En su movimiento físico, el coche produce también un desplazamiento simbólico, en cierta forma también socioeconómico, al proveer el escape de uno mismo, de su miseria o de sus limitaciones familiares: lo anónimo, el no-ser, el ser espectador ocupan la primera parte de la novela, en la cual Cristina traza un recorrido que va del ser al no-ser, del participar a ser un simple testigo de lo ajeno. Y al no ser mujer —en el sentido tradicional que se anhelaba entonces— no se sufren las injusticias habitualmente relacionadas con su condición. Salas advierte entonces, con mucha ironía, que todos los males femeniles podrían curarse si ésta gozara de la compañía de un coche, sustituto moderno de la religión o del matrimonio. El nuevo Dios tiene ahora cuatro ruedas y va tirado por caballos, reemplazando también al hombre como proveedor de placer sexual; este jouissance, este valor terapéutico se articula, por tanto, desde un prisma eminentemente burlesco, pero no carente de amargura y de una cierta nostalgia por unos modelos femeninos de domesticidad e invisibilidad que ya apenas existen. Al invocar los poderes del coche, invoca también un sentido mágico, un «milagro superior»: Tú eres la universal medicina de todos los achaques femeninos: si esta república desea ver sanas a todas las mujeres, ciérrense las boticas y fabríquense coches; receten los médicos en vez de cuatro onzas de jarabe ocho horas de coche, y entonces verán los galenistas que este no es remedio natural sino milagro superior.

La intención de Salas por definir este fetiche como un verdadero hechizo hace que en el entremés La lonja de San Felipe, que veremos más tarde, un soldado mate a «un duende en el estribo de su coche».29 Las instituciones tradicionales —familia, matrimonio, convento, Iglesia— son ahora amenazadas por estos placeres modernos, por estos nuevos tiempos que se interpretan desde una cierta sospecha, como si fueran herejías urbanas diseñadas por el mismo demonio. El coche es el gran nivelador

  Op. cit., p. 363.  El texto se inserta en El caballero puntual, pp. 223-242.

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que permite, muy a pesar de Salas, que la mujer se incorpore como elemento activo —si bien en muchas ocasiones invisible o inaccesible— al tráfico de ciudad: Él casa a las doncellas, sacando en público su belleza a los ojos de los mercaderes de amor; hace menos molestas a las casadas, pues con la ocasión que con él tienen jamás están en casa, y las gozan sus maridos a deseo y las codician como si fueran ajenas; consuela a las viudas, pues mientras él vive no hay falta de marido que no sea tolerable; y al fin es tal que si el hombre por la mujer deja a su padre y madre, la mujer por el coche extiende y realza más la fineza, porque deja a su padre, madre y marido.30

Pocos elementos del paisaje ciudadano gozan, por tanto, de una aceptación tan extendida, lo que da pie al madrileño a entretener al lector con un sinfín de «sales» y conceptos muy típicos del género. Al dotarle a Cristinica de voz propia, la sátira adquiere ingeniosos resortes lingüísticos al tiempo que destruye el decoro femenino con la paganización de su conducta: la joven anuncia que no se casará con «persona pedestre», y saluda con un «muchos y muy buenos coches dé Dios a v. m. para su santo servicio»; cuando por fin se decide por un pretendiente, se asegura de que éste tenga dos casas a su disposición, «una inmóvil y otra móvil»; finalmente, su boda se celebra en la ermita de San Isidro, «con grande aparato y comitiva de coches; donde, si Cristina pudiera, aun dentro de ellos hiciera poner las mesas y servir las viandas».31 Semejante motivo le sirve a Salas para denunciar, sin abandonar un tono abiertamente misógino, la estupidez de la mujer contemporánea, tal y como hará también Luis Vélez de Guevara con la dama encochada en El Diablo Cojuelo, que incluso había abandonado su antiguo hogar y vivía permanentemente dentro de su coche, asomando de vez en cuando la cabeza «como una tortuga».32 Sin embargo, el rasgo más original de este retrato mendigón y endemoniado es el recurso de darle voz a uno de sus rocines, estableciendo con ello una nueva dimensión en su denuncia social: ¿Parécete que la nobleza de tan ilustres animales, cuyo padre es el viento, nacidos más para servir los varones en las marciales luchas y morir con ellos o vencer en generosas empresas, es justo que expire sin nombre, sin fama que la eternice, en el cumplimiento de tus mujeriles antojos? Indigna cosa es que tan vil peso como el del femenino linaje se cargue a nuestros hombros.

Tan original lamento equino, que incluye además el humor de un intertexto garcilasiano —«¡O más dura que mármol a mis quejas!»33—, resulta de primordial interés desde el momento en que conecta con uno de los más extendidos miedos de la época, a saber, la pérdida de masculinidad en la iconografía asociada al caballo y, por exten  Op. cit., p. 364.   Op. cit., p. 365. 32  El más acertado análisis sobre el asunto es el de Héctor Brioso Santos en su artículo «Vélez de Guevara y la sátira barroca: el tema de los encochados». En Piedad Bolaños Donoso y Mariana Martín Ojeda, eds., Luis Vélez de Guevara y su época. IV Congreso de Historia de Écija. Sevilla: Ayuntamiento de Écija / Fundación El Monte, 1996, pp. 227-236. 33   Op. cit., pp. 366-367. 30 31

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sión, a la figura del jinete. Son comunes durante este tiempo las quejas de «afeminación» del cortesano que, abandonada la empresa nacional de reconquistar territorios y expulsar al infiel, no tiene nada mejor que hacer que sentar las posaderas en los blandos cojines del coche barroco. Libros como el de Pedro de Aguilar, Tratado de la cavallería a la gineta (Sevilla, 1572; Málaga, 1600), Gregorio de Tapia y Salcedo y los Exercicios de la gineta (Madrid, 1643), o Andrés Dávila y Heredia y la Palestra particular de los exercicios del cavallo (Valencia, 1674) diseñan una distribución genérica mucho más nítida de la que se da en los carruajes urbanos, al tiempo que proponen una imaginería que se cuestiona en estas nuevas prácticas: el cuerpo erguido frente al cuerpo sentado, el trote a la intemperie frente al confort de lo cubierto, el brío impredecible del caballo frente al monótono traqueteo de los coches.34 El caballo, que ha pasado de estar entre las piernas del jinete varonil a tirar de los antojos de la mujer cortesana, simboliza en cierta manera el malestar vivido por los nuevos placeres urbanos que aburguesan y «afeminan» al cortesano, ahora preocupado por chocolate, guardainfantes y tabaco, entre otros «males» del momento. El coche, en este sentido, supone para el urbanita un elemento castrador que traslada el placer físico al paisaje ilimitado y liberador tirado por caballos. Los nuevos tiempos traen entonces consigo una inevitable adulteración del espacio utópico —un espacio, claro está, donde las instituciones tradicionales rigen la vida urbana y la mujer debe mantener su decoro—. La sátira de Salas no celebra entonces, sino que, por el contrario, condena.35 Esta «des-masculinización» del cortesano se trata ya de forma concreta en el final de la novela. El diálogo que tienen Cristina y su cónyuge, convalecientes en cama tras un accidente de coche, es un alarde de violencia verbal sobre su pobre marido, al que, como aparecerá en otros textos, tacha de «necio». Don Diego es el hombre sin coche, el hombre sin órgano sexual, incapaz de suministrar placer a su mujer, y cuyo único contacto con ella es la bofetada que le arrea al salir ésta, sin estar curada del todo, a dar nuevos paseos por la ciudad; es el coche, por tanto, el verdadero amante de la joven, y por ello este necio significa no sólo ignorante y bruto, sino también cornudo.36 El pañuelo sangrando de Cristina es, en cierta forma, símbolo de su tardía 34  Remito al lector interesado al Marqués de la Torrecilla, Índice de la Bibliografía hípica española y portuguesa. Madrid: Sucesores de Ribadeneyra, 1921; y a Pfandl, op. cit., pp. 262-265. Véase, como complemento, Edward Behrend-Martínez, «Manhood and the Neutered Body in Early Modern Spain». Journal of Social History 38 (2005): 1073-1093; y Elizabeth A. Lehfeldt, «Ideal Men: Masculinity and Decline in Seventeenth-Century Spain». Renaissance Quarterly LXI. 2 (2008): 463-494. 35  Esta asociación del coche con el demonio se canta en el Epigrama 87, inserto en esta misma novela: el coche es denunciado, y «a los infiernos bajó», vendiéndose allí con éxito, y dejando al autor «sin pies»; op. cit., p. 141. 36  Este desplazamiento también es tratado en la pieza El comisario contra los malos gustos, incluida en Fiestas de la boda de la incasable malcasada (p. 265), en la cual una mujer encochada anuncia su devoción afirmando que

Al fin, señor, un coche es gran persona. Cierto que a un coche de una amiga mía le había de laurear si yo pudiera, corona de laureles le pusiera.

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pérdida de virginidad, la única marca que puede infligir su marido sobre ella como objeto de posesión, pero que se convierte en la excusa perfecta para darle a la trama un último giro de tuerca: el divorcio. La muerte final de don Diego —muerte física, pero ya precedida mucho antes de un desplazamiento simbólico en este ménage à trois— conduce a esta viuda a una trágica espiral, cayendo en las últimas páginas de la novela en una suerte de «prostitución móvil» en la cual paseará a «mujeres de licenciosa vida», «dando lugar para la ejecución de los desenfrenados deseos de aquellos que las solicitaban».37 La cortesana completa así su círculo en el que no sólo es partícipe del tráfico mundano de la ciudad, sino que se convierte en mujer de negocios con ingresos propios. No será ésta la única vez en que Salas se admire de cuánto se fornica dentro de los coches: volverá sobre el asunto en El comisario contra los malos gustos, comedia en verso que incluye en Fiestas de la boda de la incasable malcasada; lo hará tambén en El cortesano descortés, donde aparecen unas rameras de luto y otras que, en palabras del juglar don Marcelo, van en «un coche de mujeres de placer, muy resplandecientes de cara; y tanto por eso, como porque no se hablaban, parecían pinturas»; y al final de su vida retornará al mundo de cuatro ruedas en la comedia El Prado de Madrid y baile de la Capona, que incluye en Coronas del Parnaso. Sin embargo, su crítica más explícita se encuentra en La sabia Flora, malsabidilla (1621) en donde escribe que Por Madrid en los coches se vende carne, y es ya carnicería calle. No sé cómo se vende, no hay quien lo entienda, siendo ellos los carneros la carne de ellas, añadiendo también que el Prado es un «mercado o feria», porque júntanse allí del gusto los mohatreros, lonja es donde se tratan cambios de Venus. (cursivas mías) En cualquier caso, vemos entonces cómo un elemento aparentemente inofensivo y placentero como el coche se convierte en esta novela en un asunto sumamente delicado, en cuanto que su misma tipología desestabiliza una serie de coordenadas religiosas, sociales, sexuales y económicas, dándole al autor también la posibilidad de deleitar a sus lectores con toda una gama de divertimentos lingüísticos derivados, precisamente, de las variantes que ofrece semejante objeto móvil. El fenómeno nos aporta, eso sí, una visión de la arquitectura urbana que va más allá de tejados y paredes, que penetra hasta la misma médula de sus habitantes, destapando —en su sentido literal y metafórico— las ansiedades, miedos y obsesiones que traen los nuevos elementos del paisaje urbano; y en la trastienda de tanta burla, algunos mo  Op. cit., pp. 376-377.

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tivos sobradamente familiares que articulan las fantasías de sus poetas: las apariencias, la ambición, la hipocresía... Por otra parte, la sátira se tiñe de un tono abiertamente pesimista cuando se sugiere que esta circulación de placer es también transmisión de enfermedad y muerte. La misma palabra puta ya lo indica, desde su cercanía lingüística a la noción de podredumbre: proveniente del indo-europeo pu —que significa decaer o pudrirse—, el término guarda posterior parentesco con otras lenguas europeas: putain en francés, old put en irlandés antiguo, putta en italiano, puta en español y portugués, y palabras cognadas como pútrido, pus, supurar y putorius.38 Y, sin embargo, si algo nos enseñan todos estos testimonios literarios, políticos y socioeconómicos es que la prostituta no es un personaje marginal del tejido citadino, sino más bien uno de sus más centrales elementos; no se mantiene al margen de ningún movimiento, sino que los genera y da vida; no está geográficamente apartada, sino que es central —y con ello visible— en su localización, tomando decisiones que afectan no sólo a su economía, sino a la del movimiento urbano al completo, incluida la monarquía y sus nerviosas pragmáticas. Y el burdel, ya sea doméstico o abierto al público, es un espacio de transacciones económicas de gran dinamismo en el Madrid barroco que llega a invertir órdenes sociales, permitiendo con ello un movimiento de ascensos y descensos siempre mal visto por los poderosos de esta sociedad estamental. Es este movimiento, también, el que anima muchos de los coches. La lectura de estas piezas de entretenimiento nos hace ver cómo, en el fondo, nadie parece huir a ningún lugar, porque el coche en sí ya supone un espacio de escapismo, y es esta misma sensibilidad, tan sencilla de trazar por otra parte, la que acaba por definir la «cualidad madrileña», el toque castizo de tan extraordinarios testimonios. Uno se pregunta al leer a Salas si no acaban por ser «indecentes contrataciones» todas las relaciones entre hombre y mujer que se presentan. En este paradigma concreto, la crítica a la mujer encochada genera un último resorte irónico: la onda expansiva que produce esta inmisericorde destrucción del ideal femenino alcanza también a su contrapartida masculina, dado que el cortesano se torna entonces en un arquetipo desprovisto de hombría, sin capacidad para cambiar las cosas, perplejo en cierta forma ante la afición mujeril por este nuevo símbolo de capital social y económico. El coche penetra así en el callejeo urbano como un elemento contaminante, síntoma de una modernidad que atenta contra los principios básicos de convivencia y cohesión social, pero que a ojos del lector constituye un ameno y divertido objeto de lectura.

38  Esta última referente a la familia de las mofetas: de hecho, en inglés skunk deriva de la palabra india algonquin para polecat, y en la Inglaterra de los siglos xvi y xvii polecat será un término peyorativo para prostituta. Un ejemplo, no muy lejano a este capítulo, sirve de evidencia: la traducción de Sir Roger L’Estrange y Mr. Ozell de La garduña de Sevilla de Castillo Solórzano, publicada como The Spanish Pole-cat: or, The Adventures of Seniora Rufina (E. Curll and W. Taylor, 1717).

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2.  La lonja de San Felipe o la supresión del excedente Si la prostituta debe ser considerada como un elemento central del universo cortesano, no gozan del mismo status algunos de sus más comunes clientes. Tal es el caso, por ejemplo, de la figura del soldado urbano, desplazado del campo de batalla en una nueva y más dura batalla que supone la vuelta a la ciudad desconocida e inmisericorde. A pesar de ser uno de los más comunes arquetipos del paisaje rural y urbano del siglo xvii, la figura del excombatiente todavía aguarda un estudio serio en la crítica contemporánea.39 Han sido abundantes las aproximaciones que se han llevado a cabo sobre los discursos imperialistas del Renacimiento a través de la figura del poeta-soldado, y no escasean los trabajos sobre el discurso belicista y nacional —con las inherentes dudas respecto al proyecto expansionista— durante estos dos siglos de esplendor artístico. Sin embargo, apenas se ha escrito sobre cómo la ficción recupera la cara trágica de las guerras europeas, muchas de las cuales perdieron los ejércitos de los tres Felipes, y cuya repercusión creó un nuevo grupo social cada vez más visible: el del combatiente derrotado.40 Sus diferentes variantes —el levante, el soldado fanfarrón o miles gloriosus de larga prosapia literaria, el tahúr, el soldado gracioso o cobarde, las disfrazadas de soldado, el soldado criminal o vagabundo…— serán trasladadas a las tablas de los corrales en divertidos tipos dramáticos, cuya conducta entre arrogante y patética hará las delicias de la audiencia; en otras ocasiones, un género como la épica ofrecerá una visión muy particular del proyecto imperialista, mientras que desde la Península se adaptarán nuevas formas poéticas al espíritu nacional de expansión y dominación, como demuestran muchos de los sonetos de índole patriótica —Herrera, Quevedo…— de estas décadas. Si señalaba antes que, a diferencia de Salas, muchos de sus contemporáneos viajaron por tierras lejanas, esto se produjo, evidentemente, por su condición de militar.41 Ya desde fines del siglo xvi, con testimonios como el de Marcos de Isaba y su 39   Véase José Manuel Guerrero Acosta, El Ejército Español en campaña, 1643-1921: glorias y miserias del soldado. Madrid: Almena, 1998; el origen geográfico de la soldadesca española durante el período 1575-1628 se analiza por I. A. A. Thompson, «El soldado del Imperio: una aproximación al perfil del recluta español en el Siglo de Oro». Manuscrits 21 (2003): 17-38; una visión muy fragmentaria se ofrece en Celia Nieto Arana, El soldado fanfarrón. Buenos Aires: Imprenta de la Universidad, 1940. 40  Es amplia la bibliografía en torno a los efectos devastadores de las guerras en estos dos siglos. Destacan, entre los estudios más recientes, los de James D. Tracy, Emperor Charles V, Impresario of War: Campaign Strategy, International Finance, and Domestic Politics. Cambridge; New York: Cambridge University Press, 2002; Geoffrey Parker, Empire, War and Faith in Early Modern Europe. London: Allen Lane, 2002; del mismo, Success is Never Final: Empire, War, and Faith in Early Modern Europe. New York: Basic Books, 2002; Jeremy Black, European warfare, 1494-1660. London; New York: Routledge, 2002; Jan Glete, War and the State in Early Modern Europe: Spain, the Dutch Republic and Sweden as Fiscal-Military States, 1500-1660. London; New York: Routledge, 2002; Bert S. Hall, Weapons and Warfare in Renaissance Europe: Gunpowder, Technology, and Tactics. Baltimore, MD: The Johns Hopkins University Press, 1997. 41   La experiencia soldadesca de ciertos ingenios coetáneos a Salas provocó en su momento alguna que otra intervención patriótica y nacionalista no exenta de curiosidad, como fue el caso de Luis de Armiñán, Hoja de servicios del soldado Miguel de Cervantes Saavedra; espejo doctrinal de infantes y

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Cuerpo enfermo de la milicia española (Madrid, 1594), se está ya avisando de una inevitable decadencia desde la perspectiva de aquellos que la sufren en primera mano. Gozan de estatus clásico, por ejemplo, la Vida del Capitán Alonso de Contreras —compuesta hacia 1630 en casa de Lope de Vega— o la Historia de la monja alférez doña Catalina de Erauso, religiosa vasca (1592-1635) que dará cuenta de una vertiente tan sólo estudiada en fechas recientes, a saber, la de las mujeres soldado.42 Sin embargo, la tradición de escribir sobre las aventuras y penurias del quinto español durante el período de los Austrias se remonta ya a textos como el Diálogo del soldado del Padre Francisco Mejía (Valencia, 1555), Diálogos de la vida del soldado Diego Núñez de Alba (siglo xvi) en sus expediciones con Carlos V, a los que seguirá toda una tradición de autobiografías noveladas: El buen soldado católico y sus obligaciones de Alonso de Andrade (1590-1672), Varia fortuna del soldado Píndaro de Gonzalo de Céspedes y Meneses, Vida del soldado español Miguel de Castro (15931611) escrita por él mismo, el Espejo en que se debe mirar el buen soldado...por el capitán, y sargento mayor Juan Márquez Cabrera, o los Comentarios del desengañado de sí mismo a cargo de Diego Duque de Estrada (1589-1647) —toledano fallecido en Cagliari que los redacta entre 1614 y 1645—. Muchas de estas piezas se detienen en los rasgos típicos de la vida soldadesca, como son los tintes picarescos, la truculencia a la hora de presentar situaciones inusuales, el individualismo de sus personajes en lo social y lo sexual, la mezcla de la realidad con la invención y, cómo no, una cierta crítica social. Quién no recuerda, por dar tan sólo dos casos, los celebérrimos atropellos de la milicia calderoniana en El alcalde de Zalamea o la que nos rememora el Fénix de los ingenios en Fuenteovejuna. Y son clásicas las palabras de Cervantes cuando Don Quijote desgrana con precisión las ventajas e inconvenientes de la vida del soldado con respecto a la del estudiante en su famoso discurso de las armas y las letras, haciéndonos ver así cómo las miserias del militar desubicado tienen una larga genealogía artística: …no hay ninguno más pobre en la misma pobreza, porque está atendido a la miseria de su paga, que viene tarde o nunca, o a lo que garbeare por sus manos, con notable peligro de su vida y de su conciencia. Y a veces suele ser su desnudez tanta, que un coleto acuchillado le sirve de gala y de camisa, y en la mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del cielo, estando en la campaña rasa, con sólo el aliento de su boca, que, como sale de lugar vacío, tengo por averiguado que debe salir frío, contra toda naturaleza. […] Pero decidme, señores, si habéis mirado en ello: ¿cuán menos son los premiados por la guerra que los que han perecido en ella? Sin duda, habéis de responder, que no tienen comparación, ni se pueden reducir a de caballeros. Madrid: Ediciones españolas, 1941; o Pedro Alcántara Berenguer y Ballester, en un librito curioso pero de escaso calado crítico, Calderón soldado y preceptista militar. Madrid: Imprenta y litografía del depósito de la guerra, 1881. Estudio de gran utilidad, sin embargo, es el de Juan María Alonso del Real Montes, Alonso (Guillén) Contreras, soldado y corsario. Madrid: Trama, 2001. 42   Véase, por ejemplo, Carlos B. Vega, Conquistadoras: mujeres heroicas en la conquista de América. Jefferson, NC: McFarland & Co., 2003; Carmen Pumar Martínez, Españolas en Indias: mujeressoldado, adelantadas y gobernadoras. Madrid: Anaya, 1988.

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cuenta los muertos, y que se podrán contar los premiados vivos con tres letras de guarismo (I, 38).43

Ya sea desde una aproximación biográfica o desde un recuento de segunda mano, en algunos casos la literatura belicista o anti-belicista tendrá como escenario los escenarios de combate y saqueo, dando cuenta también de una estructura itinerante llena de incertidumbre, mientras que, en otros, el marco narrativo se centrará en las consecuencias de estos conflictos una vez que sus protagonistas vuelvan a su lugar de origen. De esta segunda faceta, en donde la posguerra se comenta desde su lado más siniestro, nos informa una nueva variante que penetra en la literatura local según van pasando las décadas y las ciudades y pueblos se van repoblando de militares enfermos, tullidos o locos que vuelven a su patria sin oficio ni beneficio. Quizá el caso más conocido del soldado derrotado —en este caso convaleciente— sea el del alférez Campuzano en El casamiento engañoso de Miguel de Cervantes, personaje decadente donde los haya, inventado por quien fue, a su manera, también un soldado desafortunado. Y, ya hacia fines de siglo, el célebre caso del soldado-escritor Francisco Santos —del cual también se ha escrito bien poco—, quien dejó ver en sus novelas las frustraciones de volver a la patria tras servir en el extranjero y tener que vivir y morir en la pobreza. Salas, que tuvo el privilegio de vivir muchos años de tregua, lleva a cabo alguna que otra incursión en este arquetipo de manera más o menos burlesca, como es el caso de su Epigrama 48 en El caballero puntual, en donde sí alude a una marca en particular —la pérdida de un ojo— del conflicto bélico: De tu patria te partiste a la guerra a ser soldado, de tu prima enamorado, don Juan, y un ojo perdiste. De tu desdicha reniego, y en cuanto puedo me enojo, pues vuelves tuerto de un ojo y fuiste de los dos ciego.44 Pero los testimonios más interesantes son aquellos en los que aborda el fenómeno desde una perspectiva seria, presentando a sus levantes en lugares públicos en un intento de ganarse el favor del cortesano para poder así sobrevivir en un medio que les es hostil a pesar de haber luchado por él en el extranjero. No hay en Salas vidas de soldados, ni recuentos de batallas, y lo que más se asemeja a un Contreras o a una monja alférez es, muy de lejos, el itinerario aristocrático del protagonista de El ca Cito por Don Quijote de la Mancha. Francisco Rico, coord. Barcelona: Crítica, Instituto Cervantes, pp. 445-446. 44   Op. cit., p. 128. 43

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ballero perfecto. Sus galanes son ubicados, por tanto, en el entorno fijo de lo urbano, donde los itinerarios ya no son de nación a nación, sino de plaza a plaza. El personaje de Estacio, que protagoniza la pieza El sagaz Estacio, marido examinado, es un pícaro que vuelve a la ciudad tras una vida de soldado en donde, tras asegurarse una muerte inminente contra el enemigo otomano, promete casarse con una prostituta si sobrevive la desventura —punto desde el cual parte el argumento de la obra—. Y en el entremés La lonja de San Felipe, incluido en la segunda parte de El caballero puntual, Salas sitúa a su soldado en uno de sus entornos más comunes, el de las escaleras o lonjas en plazas públicas o lugares de encuentro.45 Estas encrucijadas funcionan también como lugar de paso para todos cuantos llegan a Madrid y quieren darse a conocer o ponerse al día en el cotilleo local, como será el caso de los viajeros extranjeros, los comerciantes o los espadachines, caracterizados por su verbo fácil y su tendencia a la exageración y la mentira, que harán luego justicia a la famosa frase «hablar más que los soldados de Flandes». El entremés narra, en nota cómica, el encuentro en las conocidas gradas de un soldado llamado Manrique con dos primos cortesanos, don Fernando y don Pedro, quienes deciden detenerse en la lonja porque se les ha hecho ya tarde para ir a la comedia. Uno de los primos es de talante «colérico y terrible», mientras que el otro, don Pedro, es «prudente y advertido», lo que marcará la dinámica del diálogo a la hora de articular la crítica social y la relación con el levante. La conversación genera desde el inicio un marcado contraste entre el habla de los cortesanos, de los cuales apenas se nos cuenta nada, y la verborrea de un excombatiente que anda mendigando por la ciudad «siempre envuelto en malos trapos», es decir, pobremente vestido pero también frecuentemente metido en problemas. A la reacción inicial por parte de don Fernando de matarlo, don Pedro le advierte que se suele pasar con él un «gentil rato» y que por lo tanto —siguiendo una vez más este apego por los tropos culinarios— «he de serviros un buen plato». En este caso, ya no es el soldado el elemento beligerante que contrasta con el «afeminamiento» del cortesano, sino todo lo contrario: a la admisión del soldado de que «fui gran persona de asaltar murallas», don Fernando responderá que «si iba tan ligero como ahora, / hazaña es que se debe al mal vestido».46 Si el ámbito público se convierte en un espacio de regulaciones sensoriales —visuales y auditivas, pero también olfativas, por ejemplo— la administración y regulación del cuerpo humano deviene un asunto de extrema urgencia no sólo en relación con este entorno común, sino también desde la convivencia con el cuerpo del vecino. Intensificada en el cambio de siglo a raíz de la devastadora peste que asoló Valladolid, la búsqueda de una cierta higiene en Madrid incluirá la eliminación o el destierro de mendigos y vagabundos, hasta el punto de escribirse memoriales destinados a acabar con los indigentes urbanos que están siendo, al mismo tiempo,

  La pieza se encuentra en op. cit., pp. 223-242.   Op. cit., p. 224 para ambas citas.

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responsables de la despoblación de muchas de las comarcas vecinas.47 Mientras que para unos esta intersección de lo rural y lo urbano será estimada como una amenaza a la «cortesanía» madrileña —en tanto penetración de lo inmundo en lo sublime—, para otros será considerada precisamente lo contrario: la pérdida de una inocencia y armonía debido a la «contaminación» de las miserias cortesanas que son, en estas breves páginas, también denunciadas. La letrilla burlesca de Quevedo titulada «Después que me vi en Madrid / yo os diré lo que vi» puede leerse así como un testimonio sociopolítico en el que, a pesar de la carga de mofa que lo recorre, desgrana toda una queja a la situación en la que vive todo un sector marginal de la población urbana; al «enjambre» de pobres que «se está muriendo de hambre» se une la circunstancia, también es cierto, de que la hidalguía no es capaz de salir de la miseria en estos tiempos de crisis en la nueva realidad madrileña; el tópico da paso así a la crítica puntual. Y el tema del dinero heredado, que definirá a otros cortesanos como los protagonistas de Casa del placer honesto, El caballero perfecto, el don Juan de El caballero puntual, el doctor Ceñudo en El necio bien afortunado o al propio don Diego de noche, vuelve aquí como una de las marcas de capital social más destacables a través del motivo de la ropa. La lonja se define como «teatro es de apacibles entremeses», es decir, pequeñas estampas de gente que pasa ocupada en sus cosas frente al ocio improductivo de estos vagos, convertidos ahora en testigos y comentaristas de las escenas de vida que se despliega ante sus ojos. En un principio, los dos galanes incitan al excombatiente charlatán a hablar y hablar, saliendo de éste algunas opiniones disparatadas —cuando no sinceras y llenas de verdad— que dotan a la pieza de su carácter cómico al tiempo que revelan al lector determinadas lacras de la sociedad del momento. A través de su palabra el soldado intenta ganarse la simpatía de los dos primos con el fin de conseguir algo para poder subsistir. De nuevo Manrique es definido como «soldado mal trapillo» porque va mal vestido, siendo ésta su marca de distinción a los ojos de quienes le observan o le persiguen. La ropa, desde su propia carencia, es marca de un pasado que se quiere suprimir del imaginario urbano, en la medida en que simboliza los jirones de un imperio que ha ido perdiendo poco a poco su capital político, arruinando, de paso, el porvenir de varias generaciones de manos productivas. El soldado, como quien busca su hoja de servicios, se jacta de haber servido al Conde Fuentes, «lucido capitán» que, sabemos, provenía de una de las familias más importantes de la Península, y cuyo árbol familiar estuvo salpicado de personajes ilustres de la historia nacional a través de sus diferentes conflictos bélicos.48 Sin embargo,  Un estudio interesante sobre el tema es el reciente de Linda Woodbridge, Vagrancy, Homelessness, and English Renaissance Literature. Urbana, IL: University of Illinois Press, 2001; para el caso hispano, ver David E. Vassberg, Land and Society in Golden Age Castille. Cambridge: Cambridge University Press, 1984; y The Village and the Outside World in Golden Age Castille. Mobility and Migration in Everyday Rural Life. Cambridge: Cambridge University Press, 1996. 48  Tal es el caso de Juan Fernández Heredia, Barón de Mora y señor de Fuentes (Conde desde 1508); Don Martín Jacinto de Fuentes y Dieste, caballero de la Orden Militar de Calatrava; y de Pedro Enríquez de Acevedo y Fuentes, Conde de Fuentes, quien batalló a las órdenes del Duque de Alba. La 47

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para una sociedad más interesada en otro tipo de honores y placeres, es ésta una admisión que no tiene mucho peso específico, pues alude a tiempos feudales en un momento de explosión capitalista en el que apenas se mira al pasado. Manrique es, además, más diestro en la palabra que en las armas: siguiendo con la imaginería de la esgrima, Salas lo define como «de la lengua espadachín», y lo cierto es que la pieza es, entre otras cosas, una extraordinaria reflexión sobre el lenguaje como manipulador de una realidad cuyos referentes pueden ser incluso ficticios; el soldado indica haber luchado contra «el Turco», a pesar de reconocer inmediatamente después haber mentido: sí, porque el tiempo está muy a propósito, tanto, que con mediano ingenio y arte, puede un hombre mentir en cualquier parte. Y, como las mujeres, «en la edad presente, / aquel medra más bien que más bien miente».49 Así, el quinto va contando su biografía a través de los diversos puestos europeos —Constantinopla, Flandes, Génova— en los que le van ocurriendo las más disparatadas aventuras; a pesar de que los cortesanos no le creen, el elemento verbal y su grado de entretenimiento, típico de estos encuentros públicos, hace que le sigan la corriente de su «infiel historia; / que aunque es infiel, es digna de memoria».50 Aunque no han podido llegar a la comedia del día, los cortesanos han logrado sin embargo dar con otro tipo de teatro no menos entretenido que suple con creces semejante pérdida. El chisme permite entonces que Salas desgrane su crítica de determinados tipos y estatutos urbanos. La grada es así lugar de acceso público, en donde confluyen todo tipo de clases y profesiones, y en la cual se realiza un intercambio cultural de enorme trascendencia —cotilleos, chismes sobre actores y poetas famosos, etc.—. Es también lugar de descanso y observación, entorno pasivo frente al movimiento observado, lugar para ver más que para dejarse ver, y gracias a ella la literatura se sirve para condenar hábitos perniciosos, duplicando la noticia ya existente y escribiendo sobre lo ya inscrito; pero, sobre todo, en territorios que anuncian la complejidad de la acústica diaria y su asignación a determinados espacios y cronologías. Desde esta «atalaya madrileña» que permite ver el paso de diversos tipos citadinos, Salas vuelca una serie de cotilleos que van saboreando los tres personajes gracias a la verbosidad de este philosophus gloriousus. El soldado se ríe del sastre, a quien ve pasar y del cual se esconde, ya que le debe el dinero del traje que lleva puesto: jugando con la polisemia de la palabra y siguiendo la imaginería cervantina ya rescatada en cita previa, confiesa que «vivo muy holgado» porque no piensa pagar su deuda y porque no hay alusión de Salas podría ser a don Francisco Antonio de Fuentes, que luchó en el levantamiento de Portugal. Se trataba de una de las ocho casas principales de Aragón. 49   Op. cit., pp. 226 y 227, respectivamente. 50   Op. cit., p. 231.

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mucho más que vacío entre su cuerpo y los jirones que lo protegen; se jacta entonces de haber engañado a los bodegoneros a quienes también debe varias comidas gratis; se burla de los calvos, a los cuales dedica una serie de conceptismos, al igual que de las viejas que prostituyen a sus hijas, e incluso de un mohatrero. Tanta jactancia parece irritar al propio Salas, que castiga a este miles gloriosus al final de la obrita cuando viene el alguacil a prenderle «porque aquí pasa ocioso todo el día». No es, entonces, el crimen el que condena al marginal, sino su imposibilidad de integrarse en el mercado urbano a través de una actividad que asegure su funcionamiento. «Feas cosas engendra la agudeza de un ingenio mal intencionado»,51 escribe el madrileño en esta misma pieza, y lo cierto es que el soldado fanfarrón y ocioso ejemplifica algo más que una ciudad de vagos. Es, desde su ropaje andrajoso, un elemento contaminante que amenaza la res pública y el orden ciudadano, y por tanto su presencia debe ser eliminada o controlada. Con él vuelve a la Península el ruido picaresco de la derrota en un momento en que se busca mantener un ideal de victoria; con él viene la noción de lo itinerante, cuando lo que se anhela es el orden de una ciudad madre de todos; con él viene la destrucción del honor y las apariencias, en una Corte donde la obsesión principal es mantener intactos estos valores. El soldado es a la vez un residuo del pasado y una presencia incómoda, al tiempo que anuncia también desastres futuros. Su vuelta acentúa la desconexión entre la vida hedonística del Madrid barroco y las penurias de sus bastiones extranjeros. Sin embargo, el discurso de Manrique se diferencia del de otros soldados fanfarrones en que es un discurso antibelicista, en el que «imploro paz», deseando «salud, paz y concordia entre los fieles».52 Es el pícaro con acento político, cuyo comentario va más allá de las necesidades corporales —hambre, sueño, sexo— y materiales —dinero, hogar, protección— para adentrarse en una reflexión sobre el proyecto imperial y sus consecuencias. El cuerpo roto del soldado es el cuerpo roto del Estado; en su carencia — miembros ausentes, bolsillos vacíos— es fiel recordatorio de generaciones y generaciones de muertos; en su cuerpo deforme, es testimonio de una política internacional mal diseñada y peor entendida. Y en su contraste con el cortesano es, de paso, una crítica al ocio improductivo de la Corte. La pieza también resulta interesante por lo que capta sobre la cultura oral de este Madrid del primer tercio de siglo a través de las noticias compartidas, de la posibilidad de una suerte de periodismo no escrito, y de la necesidad de castigar este tipo de hábitos. Si bien Manrique no llega a salir bien parado en las páginas finales, Salas nos indica que estos vicios no son, en el fondo, exclusivos de la milicia. El entremés viene inserto dentro de su más abierta crítica a la figura del pretendiente, que se explora en las múltiples desventuras de este caballero puntual y, de hecho, al final de la narración, el propio don Juan «quedó algo suspenso y triste, porque le pareció que en la figura de aquel soldado intitulado Manrique había hablado con su misma per  El caballero puntual, p. 78.   Op. cit., p. 224.

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sona y burlándose de aquel sujeto fingido de sus embustes y patrañas».53 Es por ello que una última reflexión sobre estas escasas páginas nos conduce tanto a la crítica de la soldadesca como a la del pretendiente que, desde su propio talante censor —visto aquí tanto en don Pedro como en don Fernando— queda también ridiculizado. La vuelta del soldado es, entonces, la vuelta de un pasado a un presente sin futuro, porque ese mismo presente carece de todos aquellos elementos que posibilitarían algún tipo de heroísmo y esperanza en una sociedad en completo estado de decadencia. 3. Cómica cosmética: de Corrección de vicios a El curioso y sabio Alejandro La imagen del «vivir holgado», a la que se refería con mucho humor el soldado Manrique, me lleva, en este capítulo dedicado al cuerpo humano como materia de examen, a una última observación que atañe a la lectura que hace Salas de ciertos elementos contaminantes de su espacio habitable. En esta sociedad matritense cada vez más obsesionada por la proyección visual del individuo, el placer sensorial de lo agradable y seductor es continuamente amenazado por la existencia de componentes disonantes que provienen del propio cuerpo humano, del aire pútrido de Madrid o de algunos interiores domésticos. Junto a lo visual, la sensación de lo táctil y lo olfativo, como ya he señalado en otro momento, es siempre uno de los retos del individuo en la búsqueda permanente de un cierto capital social que le evite estigmas y persecuciones. Considerada por los viajantes extranjeros como una de las ciudades más insalubres de Europa, Madrid es durante estas décadas un espacio alrededor del cual la imagen del agujero —pozos, trincheras, socavones—, así como la del acceso de entrada o salida arquitectónica —puertas, ventanas, balcones— o corporal —bocas, anos, narices, vaginas— se explora como el acceso físico y también simbólico a una serie de territorios prohibidos, inefables, abyectos. Si olfato y deseo se asocian con la idea de sensualidad, el acto de oler remite también a lo animal, tal y como ilustran, por dar tan sólo un caso, las frecuentes alusiones a lo canino que impregnan las descripciones físicas o las conductas de ciertos individuos —recuérdese el famoso caso de la «cumplidísima nariz» de «buen podenco» con la cual el ciego examina la boca abierta de Lázaro de Tormes en el episodio del nabo y la longaniza—.54 De forma no del todo distinta, en el ámbito metropolitano el madrileño deseará tanto ver, oír, degustar y tocar lo ajeno como olerlo, olfatearlo y olisquearlo y, como resultado, la nariz literaria será una nariz hambrienta y curiosa por adentrarse en lo nuevo y lo desconocido tanto como de huir de lo apestoso. El olor, por otra parte, será explorado como testimonio de una ciudad llena de novedades y rarezas, si bien su rechazo generará también una serie de mecanismos de poder social: si la basura o los orines que se vierten por los balcones a las once de la noche atentan contra el orden establecido,   Op. cit., p. 241.  Cito por la edición de Francisco Rico. Madrid: Cátedra, 1998, p. 40.

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la limpieza apuntará a un cierto orden entre los urbanitas, parte de ese proyecto de elevar a Madrid por encima de otras urbes ya en marcado retroceso geopolítico como Sevilla o Cádiz. Para poder compartirse en sociedad, el cortesano debe entonces aprender a controlar y suministrar sus propios olores, tanto si son heredados, adquiridos o asimilados, tanto si existen como si son tan sólo fantasías o espejismos producto del miedo y la vigilancia externa. Status social y proyección olfativa van de la mano en dos formas diferentes: desde la atracción o repulsión, y desde la infección; o, en otras palabras, desde la transmisión celebrativa a la contaminante. Esto se desarrolla con particular énfasis en las letras del período cuando se retrata a la mujer urbana: «woman wanted to be breathed; she thereby affirmed her wish for self-expression», ha escrito el sociólogo francés Alain Corbin, quien ha apuntado también a la idea del manejo del olor como incitación al narcisismo.55 Por ello, la desinfección y el camuflaje como distracción ante el paso irremediable del tiempo serán obsesiones del momento; lo individual, lo familiar y lo social tendrán un componente regulador olfativo importante, y el olor formará ya parte de la identidad del individuo de forma definitiva a partir del siglo xviii. Esto da lugar a una serie de supersticiones recurrentes que acusan una marcada intervención de discursos y creencias médicas: si, por ejemplo, para algunos la hez era lo abyecto por excelencia, para otros tendrá sin embargo efectos curativos; las emanaciones del flujo menstrual y de lo emitido en los partos —las matronas tenían que estar bien equipadas de perfumes para contrarrestar esto— eran también objeto de diversas lecturas, según fuera la disciplina desde la cual se abordara el tema; y el viento provocado por los coches se creía que era instrumental para ventilar el aire estancado de la ciudad. El buen olor, en suma, era resultado de armonía cósmica, frente a la idea, ya expresada por Santa Teresa un siglo antes, del infierno como un lugar apestoso —hoy se habla, acaso desde la carga olfativa del azufre, de «oler a demonios»—; la propia Santa, dicho sea de paso, será quizá la primera voz femenina de nuestra literatura en admitir, como bien hace en los compases iniciales del Libro de la vida, su vanidosa apetencia por los cosméticos desde niña. Si se creía que esta circulación de elementos —humores, sangre, aire— eliminaba olores tanto en el cuerpo humano como en el cuerpo social, se era también consciente de que el paso del tiempo también producía podredumbre, tal y como registraron, por ejemplo, muchos de los poemas burlescos y metafísicos de Quevedo en donde el cadáver adquiere nueva fuerza poética, pero en donde también el cuerpo vivo se asocia, en su caducidad, al cuerpo social del Estado y de la decadente historia nacional. Una preocupación semejante se traslada a los ámbitos privados de Madrid y, en especial, a los interiores de las casas, portadores también de un distintivo aroma que determina el capital social de su dueño y, en el caso de la mujer, la familiaridad con 55   Ver Alain Corbin, The Foul and the Fragrant. Odor and the French Social Imagination. Trad. Miriam L. Kochan. Cambridge, MA: Harvard University Press, 1986, p. 73.

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una cultura material de difícil acceso para ella —la práctica liberadora, claro está, demuestra lo contrario de este ideal patriarcal—. Por ello, al problema de la honra amenazada se añade ahora la preocupación médica, debido a la escasez de recursos para combatir estos olores fétidos que van cargados de enfermedad y que afectan mayoritariamente a las clases bajas que no pueden permitirse espacios autónomos o abiertos. La investigación de Jean Starobinski y Georges Vigarello sobre los conceptos de higiene y sensación corporal en la Europa preindustrial ha servido para explicar el hecho de que apenas se mencione el uso del agua en las letras del período.56 En primer lugar, Vigarello sostiene que ni siquiera fueron los higienistas los que establecieron los criterios de limpieza en el siglo xvii (francés), sino los autores de manuales de etiqueta. Como se pensaba que el agua era capaz de penetrar el cuerpo a través de la piel, existía la asunción de que el agua caliente debilitaba los órganos y abría los poros al aire contaminado y la plaga: The image of water has not always had the associations it has today. A particular journey, over a long period of time, was necessary for it to achieve the «transparency» of contemporary hygiene. There are other ways of experiencing water than ours.

Esto hizo imaginar el cuerpo como una suerte de cartografía con líneas de fuerza y puntos focales, indicadores olfativos importantes para poder asignar también cuestiones de clase y género; para el madrileño, evidentemente, fue una consideración fundamental, ya que la limpieza era algo clave en el aspecto teatral de la «civilización cortesana». Se explica también, por ejemplo, que la ropa escogida fuera densa y de varias capas para combatir el paso de infecciones, que el cuerpo de los recién nacidos se tratase con especial celo al ser considerado totalmente poroso, o que la idea de la nariz del fumador estornudando fuera comparada a la chimenea humeante de la casa. Nos hallamos, por tanto, ante un verdadero palimpsesto olfativo ya que, más que eliminar, se trata de camuflar. Esta «pestilencia» es, ante todo, invasiva, y los perfumes sirven entonces para engañar al olfato, a la vista y también, en cierta medida, al gusto. El cuerpo humano se disecciona tal y como se imagina la cartografía urbana: sensible a zonas débiles, articulada por áreas de peligro.57 Por ende, el curioso fenómeno del maquillaje en hombres y mujeres se trata amplia y burlesca56   Véase Jean Starobinski, «The Natural and Literary History of Bodily Sensation». Fragments for a History of the Human Body, part two. Michel Feher, ed. New York: Zone Books, 1989, pp. 353 y ss; estas primeras consideraciones provienen de Georges Vigarello, Concepts of Cleanliness: Changing Attitudes in France Since the Middle Ages. Trad. Jean Birell. Cambridge: Cambridge University Press, 1988, pp. 2-9, 27. 57  El tema ha sido abordado con sugerentes resultados por David Hillman y Carla Mazzio, eds., The Body in Parts. Fantasies of Corporeality in Early Modern Europe. London: Routledge, 1997; y por Jonathan Sawday, The Body Emblazoned. Dissection and the Human Body in Renaissance Culture. London: Routledge, 1995.

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mente por las plumas de Salas, Zabaleta, Santos58 y otros artistas del momento, y el lector de hoy se imagina, acaso dejándose llevar por la estética hiperbólica de estos moralistas propensos a la misoginia y a la burla —algunos de ellos, como Quevedo, Salas o Zabaleta, de notoria fealdad, con lo que la interpretación biográfica, es por tanto, muy tentadora—, un universo teatral lleno de máscaras. Cuerpo y escritura pueden leerse como procesos guiados por el mismo tiralíneas, ya que ambos son ejecutados a partir de estocadas de gran intensidad —carnal y verbal— en donde la opacidad juega un papel determinante: el cuerpo se sepulta en sutiles máscaras al igual que lo hace la palabra que lo define. En esta cosmovisión barroca la escritura se convierte, entonces, en otro maquillaje más. Salas Barbadillo no deja pasar la oportunidad de criticar la pasión por los cosméticos en sus vecinos, y para ello se vale de la creación de personajes literarios que son además sexualmente ambiguos y cuyas conductas detectan algún tipo de paranoia que los hace socialmente improductivos. Tal es el caso de la diatriba del personajecronista «Boca de todas las verdades», emplazada al final de la novela VII titulada Las galeras del vende-humo, que el escritor intercala en su miscelánea Corrección de vicios.59 La novelita se inicia con las ganas que tiene Boca de «pisar presto las calles de Madrid», «a pasear la ciudad y ver la gente, que por ser día de toros, había concurrido mucha forastera de los lugares convecinos» y que, como en El Diablo Cojuelo de Vélez de Guevara, «bullía la gente».60 Boca comenta cómo al entrar en el mercado encuentran a dos forasteras «de razonable brío, que obligaron más que otras a los ojos, para que las mirasen con atención»: una tiene 16 años; la otra, «de imagen más antigua y de más respeto, era en todo verdadera imagen, porque iba muy pintada».61 La visión provoca el mayor de los espantos en el amigo, quien sale corriendo y se encierra en su habitación espada en mano, provocando el miedo del protagonista —al que ahora, por cierto, llama «Alonso Jerónimo»—: «—No entrarás acá esta vez, demonio en figura humana», dice el asustado urbanita, «santiguándose a dos manos».62 La mujer le parece al cortesano «vieja endemoniada, con aquella espantosa máscara de afeite», «caduca maldita», que no sólo asusta a cortesanos, sino que «huirían más della que de los catorce toros que están encerrados para correr».63 Se pregunta por qué «se embarniza» la mujer moza sin ser necesario, y por qué lo hace la madura cuando ya no importa, y «engaña el rostro» de aquélla que, «siendo negra, resplandece blanco y rojo». Habla de las bocas despobladas de las viejas, donde no habita ningún vecino ni morador y —esto es quizá lo más reseñable del texto— en 58  Santos, en particular, lo hace en El no importa de España, ed. cit., pp. 12-13, y habla de las famosas pelucas empolvadas y sus perfumes en El vivo y el difunto. Véase también Deleito, op. cit. 1946, pp. 188-ss. 59   Op. cit., pp. 225-245. 60   Op. cit., p. 245. 61   Op. cit., pp. 246-247. 62   Op. cit., p. 247. El diálogo entre los personajes nos ofrece una interesante pista sobre el aspecto físico del escritor: el asustado galán le comenta que «Sin duda, señor Alonso Jerónimo, que sois hombre de más corazón de lo que promete vuestro cuerpo» (p. 248). 63   Op. cit., pp. 248-249.

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una reflexión sobre el mal aliento, lamenta que «si acaso quedan algunos, son de suerte que el aire pasajero que por ellas sale dice el mal estado de su salud»; se anuncia así el olor bucal como algo no sólo higiénico, sino enfermizo: el hedor de la vieja es como el de la hez equina, según el autor: «tantos son sus rostros como días que viven» ya que «quien corregir lo que Dios hizo» va en contra de la naturaleza misma, según Salas; estas mujeres de ciudad, en definitiva, «son locas», y su cualidad demoníaca se aproxima más a su emanación olfativa (de nuevo, el infierno como peste) que a su alcance visual. Pero no acaba ahí la diatriba. La segunda parte del cuentecillo narra la anécdota de que, estando el protagonista en Sevilla, conoció a una madama que no tenía más que cuatro dientes negros como «carbones no encendidos»; se pasa ahora, en un claroscuro muy barroco, del blanco de la tez maquillada al negro de la boca. Tras un pequeño altercado causado por haber escupido el cortesano en la alfombra de la casa, la señora le indica que la próxima vez lo haga en un lugar apropiado, lo que hace que éste acabe escupiendo en la cara de la vieja porque encuentra que el suelo está más limpio que su boca. Cuando el pícaro aventurero decide contar la historia a sus amigos, éstos «la riyeron por graciosa, conociendo que justamente había elegido por lo más sucio de toda la casa el rostro afeitado de la asquerosa vieja». La violencia de estas líneas parece ser además una constante que se dilata a lo largo de su obra, como demuestra una de sus mejores composiciones poéticas, los versos dedicados a la vieja que se maquilla y que inserta en La sabia Flora, malsabidilla.64 No falta, sin embargo, la carga de didactismo tocante en esta misoginia ya apuntada: «allá se lo hayan los maridos que las sufren, que yo no pienso casarme por lo menos en toda mi vida».65 Una vez más —y como veremos aún más adelante— el matrimonio se ve como uno de los grandes males sociales. Sin embargo, la crítica que hace a los maquillados en su pieza tardía El curioso y sabio Alejandro resulta ser todavía más significativa, en cuanto que lo raro de estos hábitos le permite ir más allá del mero figurón y reflexionar, ya sin un propósito exclusivamente teatral, sobre la abundante oferta del mercado madrileño. Salas se sitúa en la atalaya del sabio, y con ello destaca a los «ingenios especulativos», los «estudiantes peregrinos», en donde «cualquier hombre es para ellos un libro, cada acción un capítulo, el menor movimiento del semblante un compendioso discurso».66 El segundo retrato de esta galería de tipos y costumbres es el del cortesano obsesionado con la limpieza, personaje lleno de manías y que intenta enmascarar aromas hasta en el diseño de su propio entierro: quiere ser embalsamado y perfumado una vez muerto, lo que provoca la broma del narrador cuando afirma, con mucho tino, que tanto perfume no hará sino condimentar a los gusanos su festín de carne podrida. Su etiqueta es la del «majadero pulido y limpión afectado», y le define como «gozo   Ver op. cit., pp. 400-402.   Op. cit., pp. 250-252. 66   Op. cit., p. 135. 64 65

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y aumento de los mercaderes y sastres»,67 porque su manía de acumular ropa limpia beneficia la economía madrileña y hace avanzar las modas y el sentido de lo nuevo. La descripción que lleva a cabo Salas de este maniático no tiene desperdicio, y de ella se pueden extraer una serie de observaciones de sumo interés en relación al tema aquí estudiado: Afectó la limpieza con ridículos melindres, con peregrinos escrúpulos; para esto andaba siempre cargado de alhajas limpionas, siendo más acémila que hombre o pareciendo una tienda portátil de lencería. Los lienzos que limpian la cabeza por el conducto de las narices nunca los trajo menos que a docenas; los palillos mondadientes, a centenares; los paños de manos a pares, y de la misma suerte para los zapatos bayeta, para los vestidos limpiaderas, de que venían bien prevenidos dos pajecillos o, por decirlo con más propiedad y gracia, dos buhoneros lampiños que le pisaban la sombra. Siempre bebió en vasijas nuevas, sin que ninguna repitiese sus labios, porque vasija estrenada decía que la tenía por sospechosa de que hubiese llegado a ella el contacto civil de los siervos de la familia y la dejase, si no inficionada, menos limpia. Enjuabábase la boca y lavábase las manos aun en medio de las calles públicas, y esto tantas veces cuantas encontraba con alguna fuente de las muchas que son adorno y provisión de esta nobilísima corte. Por no ensuciar los dientes y muelas no mordía ni masticaba, sino engullía; tanto quiso purificarlos que, molestados de la continua persecución del hierro y del lienzo, los vio caducar en medio de su florida juventud; y decía muy lastimado y lloroso, ¡oh lágrimas mentecatas!, que quisiera tener dos pares para remudarlos, quitando los sucios y sustituyendo en su lugar los limpios.68

La estampa acentúa el anhelo de limpieza hasta hacerlo completamente ridículo, en una trayectoria que convierte el ideal de salud en un exceso que acaba derivando en tara: nuestro tipo ya no sabe distinguir entre los espacios de higiene privados y los públicos, y se vale de la calle como si fuera un tocador. La distinción entre manía y síntoma no resulta ser muy distinta de las fobias que acosan al individuo moderno, habida cuenta de la enorme cantidad de enfermedades catalogadas en el último siglo y medio. En este caso, la abundancia del mercado capitalista, que hace de la ciudad un campo minado de placeres y adicciones, otorga a Salas la posibilidad de replicar este mismo exceso a través de la saturación de bienes de consumo que se recogen en este párrafo y que hacen de este cortesano majadero todo un retablo barroco. El individuo se convierte en «tienda portátil de lencería» porque no puede desprenderse de ninguno de sus complementos, convertidos ya en partes esenciales de su atuendo. El cuerpo va entonces acompañado de sus propios mecanismos de des-humanización, en cuanto que este tocador portátil genera la negación de toda sensación a partir del bloqueo de la capacidad operativa de los cinco sentidos: el «pulido y afectado» no quiere oler ni ser olido, como tampoco   Op. cit., p. 140.   Op. cit., p. 141.

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quiere tocar ni ser tocado; al engullir la comida con el fin de no erosionar su dentadura, tampoco quiere degustar el alimento; y aún más: Salas nos indica que, por no tener contacto con gente, decide no ver y cerrar los ojos ante ellos, para «no mancharse la vista»; y, al suprimir ciertas marcas de masculinidad, su voz se hace «tiple, afectada, mujeril y hazañera».69 Hay en esta descripción, creo yo, un componente añadido de ética individual. El deseo de este lindo es el de no-ser, no ser notado, pasar desapercibido en este exceso de asepsia; es el anhelo del no-pertenecer, del no-relacionarse; es, en cierta manera, la negación vital expresada en un deseo anti-hedonista de muerte intelectual a través de una proyección de inmortalidad física mediante el cuerpo que no se corrompe porque no se ejercita como tal. El majadero de Salas es el hombre embalsamado, el hombre-botica cuya «pureza» le protege de toda enfermedad. Si al principio de este capítulo veíamos la perfecta integración del cuerpo-mercado de la mujer encochada, en este caso se trata del polo opuesto, a saber, el cuerpo como tienda inasible, la mercancía no transferible del ajuar barroco —pañuelos, palillos, perfumes— que no invita, sino que clausura. No sorprende entonces que Salas nos cuente de su personaje que «estaba muy bien con los carros y escobones de la limpieza callejera y trotona, y llamábaslos barberos útiles, curiosos y elegantes de las calles más nobles, más ilustres y más públicas, porque las afeitaban y pulían».70 El cuerpo poroso ha desaparecido por completo. Esto, por otra parte, conlleva a una última reflexión: con la negación del placer y de la sensación se suprime, en última instancia, a la ciudad misma. Por ello, no se trata literalmente de un lindo al modo de los que salían a los escenarios de un Moreto o un Rojas Zorrilla, porque aquí nuestro majadero nada quiere saber del prójimo y mucho menos de una relación amorosa. Es la desviación completa, el fracaso radical de los nuevos tiempos, la masculinidad deshabitada —incluso veremos cómo uno de los personajes más vanidosos de todo el catálogo de Salas, Flora, condenará los cosméticos en un curioso elogio del agua como elemento purificador—. Los placeres de la ciudad han ablandado al cortesano hasta convertirlo en una sombra de lo que fue, una involución con respecto a la figura del poeta-soldado que con valentía y sprezzatura animó las Cortes renacentistas; verdaderamente radical resulta la presentación de hombre afeminado en El caba69   Op. cit., p. 141. He elaborado lo que llamo «una poética de los sentidos urbanos» en este momento histórico en mi Espacio urbano y creación literaria en el Madrid de Felipe IV. Para una ampliación en temas y cronologías sobre el asunto, remito a la siguiente selección: Claudia Benthien, Skin. On the Cultural Border Between Self and the World. Trad. Thomas Dunlap. New York: Columbia University Press, 2002; Constance Classen, Worlds of Sense: Exploring the Senses in History and Across Cultures. London: Routledge, 1993; Elizabeth D. Harvey, ed., Sensible Flesh. On Touch in Early Modern Culture. Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 2003; Paul Rodaway, Sensuous Geographies. Body, Sense and Place: New York: Routledge, 1994; Louise Vinge, The Five Senses: Studies in a Literary Tradition. Lund: Royal Society of Letters at Lund, 1975; a ellos deben añadirse los estudios de Corbin, Starobinski y Vigarello ya citados. 70   Op. cit., p. 142.

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llero puntual que lleva a cabo Salas a través del personaje de Cervantes, el cual se queja aquí de algo que no se llegó a quejar en su obra maestra: del urbanita melindroso.71 El desarrollo verbal de este afeminamiento, del cual ya he comentado algo en relación al uso de los coches y la nostalgia por el arte de la jineta, no resulta tan hiperbólico como el del glotón o el del hombre-botica, pero sí es igualmente fascinante: ocupa en las visitas más las almohadas en los estrados que las sillas y los taburetes. Aquel color de rostro bien se ve que es adquisición del arte con que le solicitan a las mujeres, a quien en ésta como en otras partes, iguala. Hecho aparador de platero, se carga de brincos de oro, peso, aunque el más noble, no el menos molesto. Sírvenle los búcaros de instrumento para la bebida y de manjar, con que de este modo come de aquello mismo que bebe. Los melindres y ademanes que en ellas son arreos, y en él defectos, ejercita en todas ocasiones. El trueno de un arcabuz le desmaya, y una espada desnuda, aunque sea en manos de un amigo, le hace perder pasos en la tierra y color en el semblante. Sírvese de abanico y del regalillo en sus tiempos, y aunque esta es comodidad que debiera ser común a entrambos sexos, singularizarse en su imitación, más castigo que imitación merece. Tan fácil al llanto como a la risa, suele equivocar estos sentimientos; para todos los ejercicios de varón inhábil, desmiente a la barba que le adorna el rostro, porque niega en ellos lo que en ella afirma, sobrando ella en él todo lo que en él faltan ellos.72

Una apostilla final completa el retrato del presumido en El curioso y sabio Alejandro. Esta conducta cuasi «herética» se amplía, finalmente, con un apunte que no debe pasar desapercibido porque nos remite de nuevo al aprecio de nuestro autor por la buena literatura, y que en este caso se manifiesta a través de la curiosa asociación entre limpieza biológica y literaria; Salas nos aclara que «sin duda él era un culto, o por mejor decir, un culítisimo de vestidos, porque no buscaba lo mejor en ellos, sino lo más singular»,73 y con ello completa un retrato en que lo raro y curioso no sólo atañe al aspecto físico y la conducta de ciertos cortesanos, sino que con ello define, acaso por negación, una ortodoxia urbana que se extiende también a la creación ar71  El fenómeno no goza de la atención merecida en nuestras letras, salvo algunas excepciones como la de Rebecca Haidt en Embodying Enlightenment: Knowing the Body in Eighteenth-Century Spanish Literature and Culture. New York: St. Martin’s. 1998. Sí ha sido estudiado sin embargo con excelentes resultados en otras literaturas, como da muestra, por ejemplo, Maxine Berg, Luxury and Pleasure in Eighteenth Century England. Oxford: Oxford University Press, 2005; E. J. Clery, The Feminization Debate in Eighteenth-Century England: Literature, Commerce and Luxury. Houndmills, Basingstoke, Hamsphire; New York: Palgrave Macmillan, 2004; Maxine Berg y Helen Clifford, Consumers and Luxury: Consumer Culture in Europe, 1650-1850. Manchester: Manchester University Press, 1999; Christopher J. Berry, The Idea of Luxury: A Conceptual and Historical Investigation. Cambridge, New York: Cambridge University Press, 1994; Carlo Borghero, ed., La polemica sul lusso nel Settecento francese. Torino: Einaudi, 1974. En 1691 saldrá publicado la famosa A Moral History of Frugality por Sir George MacKenzie. 72   Op. cit., p. 271. 73   Op. cit., p. 143.

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tística. En ello, no cabe duda, vuelve a predominar un dominio del vocabulario y de ciertos registros conceptistas muy típicos de la sátira del momento; pero, a diferencia de otras dianas comunes —jueces, dentistas, escribanos— en este caso la descripción que se nos ofrece se articula a partir de esta noción de «tienda portátil» que tan fielmente ilustra las preocupaciones, seducciones, decepciones, adicciones e idolatrías de estos nuevos fetiches barrocos.

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V Cuerpo y ajuar: la reescritura del matrimonio como identidad personal

1. El sagaz Estacio, marido examinado y el discurso mercantil Hemos visto en capítulos anteriores el poco aprecio que tuvo Salas por el matrimonio y la constante sospecha con la que vio a la mujer de su tiempo. Al contrario que su amigo y vecino Lope de Vega, cuya vida y obra estuvieron marcadas por sus relaciones amorosas, en el autor de Don Diego de noche el único recuerdo femenino del que podríamos extraer un mínimo indicio de afecto, más allá de su madre y hermana, fue el de la máscara de Belisa/Laura que apareció en algunas de sus composiciones poéticas, pero de la que desconocemos cualquier otro dato. De doña Ana de Zuazo, camarista de la reina a la que dedica Corrección de vicios (1615), no sabemos lo suficiente como para pensar que fuera realmente amante suya, a pesar de los elogios que la dedica y las conjeturas de una estrecha amistad. Nada más se sabe, pues, de su faceta más íntima: si amó a determinadas mujeres o a determinados hombres o si, debido a su participación en congregaciones religiosas, se limitó a llevar una vida más cercana al celibato; y lo cierto es que, en el fondo, tampoco importa. Lo que sí que llama poderosamente la atención es que no hay apenas heroínas en su obra narrativa —al menos en el sentido tradicional del término—, y pocas son las creaciones femeninas que destacan por su virtud en las escasas piezas teatrales. Sin una Lauren  Véase, por ejemplo, la silva «Albanio a Laura», sita al final de La sabia Flora, malsabidilla, de marcado contraste con la crudeza con la que se presenta a la mujer en la obra que la precede.

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cia o una Isabel Crespo o una Tisbea, no nos queda más remedio que remitirnos a mujeres de muy distinta naturaleza, pero que sin embargo no dejan de ser fascinantes creaciones literarias, más cercanas al sub-género ampliamente estudiado de la picaresca femenina; a las desventuras de la popular «ingeniosa Elena» en La hija de Celestina, se añaden también las semblanzas de otras pícaras menores que merecen una atención crítica hasta ahora apenas recibida. Si Quevedo comentaba en su correspondencia que «las ciudades están llenas de batallas», la visión de la metrópolis que ofrece Salas es igualmente pesimista, como si, de hecho, su vida fuera constantemente superada por la violencia del entorno. Cercanos, como ya he comentado, a la poética cervantina, sus personajes parecen vivir de quijotada en quijotada, a veces recordándonos incluso al propio Salas, cuyo evento vital más destacable fue la absurda pelea con don Diego de Persia que le costó heridas no sólo físicas, sino también morales: una violencia frívola y torpe que, desde su mella superficial, tan sólo pudo quedar en desventura ridícula. Pero el madrileño sabe esconderse también tras el juego de la ficción, y en su novela El caballero puntual la lectura de su presente llega a ser tan crítica que hace decir a uno de sus personajes, no otro que el propio Don Quijote, que la vida urbana es mucho más dura que cualquier litigio caballeresco: Pelear con leones, humillar los gigantes, igualar con la tierra los castillos encantados, degollar ejércitos de caballeros sandíos, todo es fácil; no es comparable   Véase, a modo de selección, Thomas Hanrahan, La mujer en la novela picaresca española. Madrid: José Porrua Turanzas, 1967; Antonio Rey Hazas, Picaresca femenina. Madrid: Plaza y Janés, 1986; Edward H. Friedman, The Antiheroine’s Voice: Narrative Discourse and Transformations of the Picaresque. Columbia: University of Missouri Press, 1987; Marcia L. Welles, «The pícara: Towards Female Autonomy, or the Vanity of Virtue». Romance Quarterly 33 (1986): 63-70; Lía Schwartz Lerner, «“Mulier… milvinum genus”: La construcción de personajes femeninos en la sátira y ficción áurea». En Adolfo Sotelo y Marta Cristina Carbonell, eds., Homenaje al Profesor Antonio Vilanova. Barcelona: Universidad de Barcelona / Promociones y Publicaciones Universitarias, 1989, pp. 629-647; Anne J. Cruz, «Sexual Enclosure, Textual Escape: The Pícara as Prostitute in the Spanish Female Picaresque Novel». En Sheila Fisher y Janet E. Halley, eds., Seeking Women in Late Medieval and Renaissance Writings. Essays in Feminist Contextual Criticism. Knoxville, TN: The University of Tennessee Press, 1989, pp. 135-159; y, de la misma autora, Discourses of Poverty: Social Reform and the Picaresque Novel in Early Modern Spain. Toronto: University of Toronto Press, 1999; Reyes Coll, «Subjetividad, mujer y novela picaresca: El caso de las pícaras». Jornal of Interdisciplinary Literary Studies 6 (1994): 131-148.   Entre los estudios dedicados a las pícaras de Salas más allá de las ediciones ya citadas, ya sea de manera exclusiva o parcial, destacan los de Sheila Ackerlin, «Doing unto Others as Was Done unto Her: The pícara in Spanish Golden Age Fiction». En Martha O’Nan, ed., Papers on Romance Literary Relations: The Creation of Female Voices by Male Writers in Romance Literatures. Brockport, NY: State University of New York College, 1987, pp. 23-29; José Fradejas Lebrero, «Las pícaras menores: Elena, Teresa, Rufina.» Insula 503 (1988): 12-13; Beverly Campbell Leetch, Salas Barbadillo’s La ingeniosa Elena: An Edition and Study. Tesis doctoral, 1978; Randall W. Listerman, «La hija de Celestina: Tradition and Morality». Language Quarterly 22. 1-2 (1983): 52-56; Alessandra Melloni, «Rilievi strutturali sulla Hija de Celestina di Salas Barbadillo». Lingua e Stile: Trimestrale di Linguistica e Critica Letteraria 7 (1972): 261-87. Luca Torres, «Hijas e hijastras de Justina: Venturas y desventuras de una herencia literaria». En María Luisa Lobato y Francisco Domínguez Matito, eds., Memoria de la palabra: Actas del VI Congreso de la Asociación Internacional Siglo de Oro, II. Frankfurt, Madrid: Vervuert Iberoamericana, 2004, pp. 1763-1771.

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con las desdichas que por acá se padecen, peleando siempre con la malicia, ira y soberbia de los hombres, que estas pasiones son los más poderosos enemigos.

La «malicia» y la «soberbia» definen entonces a algunos de los tipos estrafalarios que circulan por las páginas de su narrativa y cuyo fracaso se produce, en numerosas ocasiones, debido al anhelo obsesivo de cortejar a la mujer y asegurarse así un matrimonio económicamente beneficioso. Es poco inteligente y nada práctico, veíamos ya en palabras de Salas, obsesionarse por el sexo opuesto, dado que sólo se consigue acumular celos, resentimiento, ruina moral y económica, e incluso enfermedades y muerte. La cortesana, ya sea «encochada» o no, ya sea prostituta o no, ya sea casada o no, ya sea joven o vieja, es un ingrediente nocivo del mundo presente; quien busque la felicidad en este campo minado no encontrará, como el mismo Don Quijote, sino golpes y desengaños. Ningún tipo de mujer queda exento de la censura del madrileño; el ataque a las viudas en El caballero puntual, por ejemplo, se aleja de toda consideración sacramental y se asienta en un razonamiento puramente monetario que apunta, podemos suponer, a una realidad en la cual estas mujeres —pienso, por ejemplo, en La viuda valenciana lopesca—gozaban de una gran autonomía: esto de enviudar, agrada generalmente a todos […] Todos se regocijan, y ellas hacen lo mismo, y principalmente cuando la muerte del marido no las deja pobreza que llorar ni deudas que pagar: con qué facilidad que se consuelan.

Si el viudo es el honesto pretendiente del cual tan sólo podemos sentir afecto —eso sí, a veces un tanto patético—, de la viuda todo se debe esperar, provocando con ello una sospecha que suele madurar en posterior condena. Véase, por ejemplo, y en relación con el controvertido asunto de las tapadas, cómo nuestro autor comenta en El necio bien afortunado que los favores sexuales son parte de un complejo sistema de tácticas —por seguir la terminología del sociólogo francés Michel de Certeau— bien organizadas más allá de estrategias patriarcales: no hay gente tan engañosa ni de tan viles pensamientos, y nada me enoja tanto como que sean tan malas debajo de tocas y manto de devoción; no piensan en otra cosa que cómo venderán la doncellica que fió la madre de su regazo o la casadilla que fió el marido. [...] ¿Quién diablos inventó aquellas tocas, pues no todas son viudas? Su engaño las inventó; para engañarnos se las pusieron. ¡Cuán de vidrio es Op. cit., p. 86. El asunto del matrimonio en esta época está lleno de matices que cambian según el lugar y la época. Véase, a modo de complemento, el volumen de Anne L. McClanan, y Karen Rosoff Encarnación, eds., The Material Culture of Sex, Procreation, and Marriage in Early Modern Europe. New York: Palgrave, 2002.   Op. cit., pp. 37-38.   Me refiero, claro está, a su estudio The Practice of Everyday Life. Trad. Steven Randall. Berkeley, CA: University of California Press, 1984, especialmente el capítulo 1.    

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la honra de las mujeres, que ni basta ser bien nacidas, ni basta el resplandor de las costumbres, ni el adorno de un noble marido!

Esta queja acerca de la fragilidad del honor femenino es uno de los problemas a los que Salas vuelve una y otra vez en las obras que exploran el matrimonio como relación comercial y no como manifestación amorosa, y que organizan el meollo temático de un reducido número de piezas que discutiré en breve. Su aversión llega a ser tal que, en la comedia El descasamentero, que incluye en Fiestas de la boda de la incasable malcasada, presenta un tribunal enviado por Apolo y constituido por un comisario, un abogado y un ministro de justicia que examinan quejas y emiten licencias para poder divorciarse porque, según parece, «los más de los casados buscan salir a la libertad». Siguiendo el criterio de variedad que vengo rastreando desde el inicio de este estudio, los textos ahora comentados se alejan notablemente de la tradicional narración en primera o tercera persona, y también de la narrativa epistolar o del epigrama, para adentrarse en otras formas de escritura más difícilmente clasificables. Con el fin de dar a la mujer su propia voz y captar con ello los matices de su psicología interior a través del estilo directo, el madrileño recurre al diálogo y, con ello, al formato teatral, para sancionar así nuevas libertades femeninas a las que considera responsables del lamentable panorama social que le rodea. La depravación femenil radica ahora en un acceso sin límites a los nuevos placeres de la modernidad urbana, que incluye no sólo una mayor libertad en las relaciones con el sexo opuesto, sino también un apego desmedido a ciertos bienes de consumo. Deja con ello que la mujer hable y se condene a través de sus actos y palabras, pero generando la paradoja de unas estampas que son inequívocamente ambiguas y, por tanto, de un notable interés para el lector contemporáneo en cuanto a la riqueza de detalles y a las relaciones entre sujeto y objeto que se nos presentan. Lo que para el autor es una conducta censurable, para el lector es un catálogo de soluciones creativas a las imposiciones sociales del momento que, si bien cargadas de una evidente dosis de ambivalencia moral, no dejan de tener su grado de lógica casi reivindicativa: la búsqueda de un buen marido, el deseo de preservar una cierta libertad de movimientos, el mantenimiento del espacio doméstico como un lugar no necesariamente hermético, etc. Para ello Salas escoge, al igual que hará Lope con La Dorotea (1632), el poco frecuente estilo de la comedia en prosa, también llamada por otros «novela dialogada» —elección que, por cierto, lleva a cabo bastantes años antes que el Fénix de los ingenios y con resultados no poco meritorios— como apuesta personal. Más allá de aproximaciones comparadas o de la búsqueda de una poética totalizadora,10 lo que me interesa ahora es subrayar que, a través de las situaciones, de los personajes y de los mecanismos de comicidad, esta escritura experimental nos aporta una visión de Op. cit., p. 233. Op. cit., fol. 44. 10  Ver, por dar un caso, Florence L. Yudin, «Theory and Practice of the novela comediesca». Romanische Forschungen 81 (1966): 585-594.    

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los espacios domésticos masculinos y femeninos11 que atestigua un conocimiento y una fascinación por ciertos bienes de consumo ya cercanos a lo que se podría considerar como una cultura del lujo —entendido como el gasto personal en aquello no necesario— que altera por completo numerosos patrones de conducta en el urbanita de principios del siglo xvii. Es ésta entonces una nueva materia de análisis cuidadosamente fijada en su particular poética, que adelanta en varias décadas usos e idolatrías mercantiles más propias de ciertas actitudes anti-francesas y afrancesadas del siglo siguiente en España y sus colonias —las cuales, sabemos ya, también coinciden con una extensa polémica en Inglaterra. Sin embargo, y como nos han recordado los análisis de Werner Sombart, Christopher Berry y otros estudiosos del tema,12 la existencia de este tipo de bienes de consumo, así como las controversias en cuanto a su uso, aportan una genealogía crítica de largo recorrido: se tratan ya en Libro II de la República de Platón, pasan por algunas de las luminarias del imperio romano —Cicerón, Salustio, Séneca—, hacen posterior parada en San Agustín y Erasmo,13 y llegan al siglo de Salas en las reflexiones que, por ejemplo, Hobbes llevará a cabo en su Leviathan (1651) o Locke en su Essay Concerning Human Understanding (1690).14 Como ellos 11  La bibliografía sobre el tema es extensa; véase, a modo de selección, Caroline B. Bourland, «Aspectos de la vida del hogar en el siglo xvii según las novelas de Da. Mariana de Carbajal y Saavedra». En Homenaje a Menéndez Pidal. Madrid: Sucesores de Hernando, 1924, vol. II, pp. 331-368; Mariló Vigil, La vida de las mujeres en los siglos xvi y xvii. Madrid: Siglo XXI, 1986; y la copiosa conjunción de lecturas y datos de interés que se ofrecen en Lisa Vollendorf, ed., Recovering Spain’s Feminist Tradition. New York: MLA, 2001, especialmente las páginas 1-120, más cercanas a la problemática aquí estudiada. 12  Doy aquí una selección bibliográfica muy selecta de acuerdo a lo que han sido los estudios más importantes de las últimas décadas y lo que puede ser de interés para el análisis que nos ocupa: Quentin Bell, On Human Finery. London: Hogarth Press, 1976; Maxine Berg y Helen Clifford, eds., Consumers and Luxury: Consumer Culture in Europe, 1650-1850. Manchester: Manchester University Press, 1999; Christopher Berry, The Idea of Luxury. A Conceptual and Historical Investigation. Cambridge: Cambridge University Press, 1994; Mary Douglas y Baron Isherwood, The World of Goods: Towards an Anthropology of Consumption. London: Allen Lane, 1979; W. Leiss, The Limits to Satisfaction: On Needs and Commodities. London: Marion Boyards, 1978; Richard S. Mason, Conspicuous Consumption: A Study of Exceptional Consumer Behaviour. Farnborough: Gower, 1981; Anthony Padgen, ed., Languages and Political Theory in Early Modern Europe. Cambridge: Cambridge University Press, 1987; Aileen Ribeiro, Dress and Morality. London: B. T. Batsford, 1986; Shama, op. cit.; John Sekora, Luxury: The Concept in Western Thought, Eden to Smollet. Baltimore, MD: The Johns Hopkins University Press, 1977; Werner Sombart, Luxury and Capitalism. Ann Arbor: University of Michigan Press, 1967; Lorna Weatherhill, Consumer Behaviour and Material Culture in Britain, 1660-1760. London: Routledge, 1988. 13  La lista de luxum ac delicias —chocolate, tabaco, café, cubertería fina—que recoge Erasmo en su famoso Institutio Principis Christiani, aportando con ello evidencias de que la conexión entre lo raro y lo precioso ya existió en los inicios del siglo xvi, la comenta más tarde el sociólogo francés Fernand Braudel en su Civilization and Capitalism. Vol I. The Structures of Everyday Life. Berkeley, Los Angeles: University of California Press, 1992, p. 184. 14  Berry, en concreto, resume así esta polémica trayectoria histórica: «In the classical and Christian traditions, luxury itself, that is, soft living, effeminacy and private indulgence, was perceived as a direct threat which must, therefore, be legislated against directly. Sumptuary laws embodied that imperative. We know from the various medieval statutes that the necessity of social hierarchy was deemed to require the support of legal sanction. Luxury was living beyond one’s station. In later thinking, as luxury

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—si bien de forma no tan explícita—, nuestro autor explora en sus indagaciones domésticas cuál es la conexión entre lujo y necesidad, y cuál es la base moral de la urgencia y del deseo de poseer: cuál es, en este caso, el fundamento moral de convertir a ciertos bienes de consumo frugales en objetos esenciales.15 Esta traslación es, en cierta manera, el asunto central de estas piezas, en cuanto que determina el comportamiento de la juventud metropolitana con recursos económicos y, por extensión, el funcionamiento social y comercial de la ciudad.16 Si, como afirmó Werner Sombart hace ya décadas, «luxury […] gave birth to capitalism»,17 analizar una cultura del lujo conlleva entonces una serie de retos críticos de tipo interdisciplinario que intentaré solventar en las páginas siguientes. La gran variedad de aproximaciones y derivaciones de este fenómeno histórico apunta a que la polémica se interna en los dominios de varias disciplinas más allá de la puramente económica: filosofía, historia, antropología, teología y política son facetas que no deben de ser pasadas por alto, como tampoco pueden dejarse de lado cuestiones de índole sexual y médica. El uso privado de objetos de lujo, por ejemplo, ha mantenido durante toda su historia una asociación directa y no poco controvertida con el placer físico o sensorial, que ha derivado a su vez en una conexión con lo que se ha llamado la «feminización del hogar», dado que muchos de estos bienes de consumo fueron adquiridos por mujeres y adoptados más tarde, con no escaso fervor, por el sexo opuesto. La idea de luxuria se ha hermanado así a la de blandura como peligro que amenaza las cualidades masculinas de la virtus, y también ha sido explorada, en el caso particular de Salas, como desviación o afeminamiento del cortesano demasiado distraído por los placeres materiales de su entorno inmediato. Hay numerosos indicios de que esta pequeña «revolución material» ya fue una preocupación en Salas Barbadillo. Es por ello que, junto a su legado narrativo, el examen de su teatro depara también un fértil análisis pese a que algunas de estas piezas resultan ser de más bajo calibre. Salas es, como hemos visto, un verdadero poeta de encrucijada que, siguiendo los cánones de la comedia nueva, atestigua con más ensimismamiento que convicción el advenimiento de la modernidad urbana, logrando que su obra se construya al mismo ritmo gracias a la inserción de algunas itself became assimilated into commercial society, then the concern to preserve hierarchy by legal means lost its impetus»; op. cit., p. 241. 15  Esta cuestión ha sido tratada, desde un marco histórico y conceptual, por Berry, op. cit., pp. 200207; en relación con esta preocupación «moral», el asunto de los impuestos sobre el lujo, que tratarán las leyes suntuarias de este período, lo toca dicho autor afirmando que «[T]o advocate a differential tax on luxuries is, al least in part, implicitly to critizise a policy that fails to discriminate between luxury and necessity»; y «for the government (as a branch of deliberate social policy) to concern itself with luxury goods, is to freeze the dynamic whereby luxuries turn into social necessities. Historically this is central to the passing of sumptuary laws and it also explains why that legislation is indicative of a hierarchical society. The limited incidence of a good (one currently enjoyed typically by the social elite) is stopped from becoming general by denying its possession to the mass»; op. cit., pp. 209 y 227. 16  Además de los artículos ya citados de González Cañal y Sánchez Jiménez, mucha información útil queda recogida en Lee Kennedy, op. cit., 1983; para el caso citado, véase Gareth Davies, A Poet at Court: Antonio Hurtado de Mendoza (1586-1644). Oxford: The Dolphin Book, 1971, pp. 260-ss. 17  Op. cit., p. 171.

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de estas conductas —sospechas, miedos, placeres, adicciones—que configuran el paisaje metropolitano, apuntando con ello a una suerte de «texto-cornucopia» sembrado de elementos dispares e intercambiables.18 Pero la variedad de su obra dramática no sólo atañe a contenidos, sino que es también su mismo formato —rigurosamente contemporáneo a la publicación del Arte nuevo de hacer comedias lopesco (1609) y, por tanto, en pleno cruce de estilos y propuestas—el que, desde su propia heterodoxia, le sitúa en un lugar inestable y diferente ante sus pares: no forma parte del catálogo de dramaturgos canónicos, como tampoco lo es del de los poetas. A sus cinco comedias «al uso» publicadas en conjunción con otros textos —La escuela de Celestina, El galán tramposo y pobre, El gallardo Escarramán, Los prodigios del amor y Victoria de España y Francia, consideradas como de un interés relativo—se añade una producción extraña, variada y desigual apenas conocida: cinco entremeses en prosa, diez entremeses en verso y cuatro comedias en prosa. Son tres de estas comedias en prosa, a saber, El sagaz Estacio, marido examinado, La sabia Flora, malsabidilla y El cortesano descortés, en las cuales centraré el análisis del presente capítulo.19 La más variada de las galerías madrileñas desfila en un panorama risueño, grotesco, desencantado y crítico por estas tres piezas, publicadas en el bienio de 1620-21 pero muy probablemente escritas, como es el caso de la primera (1613, quizá con retoques de 1619), unos años antes. Son, en palabras del propio autor, homenajes didácticos a La Celestina con una enseñanza que parece diluirse en el humor de la caricatura. No han escaseado, bien es cierto, las voces que han visto más de novela que de teatro en ellas —tal y como ha sido el caso del editor de El cortesano descortés—pero, y como bien se encargó de puntualizar el propio Salas, se trata de «comedias en prosa», acaso desde su natural apetencia por la narrativa que lo contamina todo, o acaso desde el simple hecho de que estos textos fueron destinados a la lectura y no a las tablas; el debate sobre su naturaleza genérica, así como el misterio que rodea su posible recepción —lastrado, es cierto, por las escasas reediciones—me resulta, a efectos prácticos para el enfoque de este capítulo, de interés secundario.20 Los arquetipos que se presentan en ellas son, en cualquier caso, semejantes a los que poblaron otros espacios de representación del universo barroco 18  La feliz acuñación pertenece, como ya es sabido, a Terence Cave y su libro homónimo sobre Montaigne, The Cornucopian Text, un tanto alejado, eso sí, del período y autor que nos ocupa. 19  Dejo fuera, por ser de una naturaleza muy diferente —más cercana a la picaresca rural que la urbana—la pieza El subtil cordobés, Pedro de Urdemalas. 20  Cierto es, no obstante, que algunas de estas piezas fueron dedicadas a amigos italianos de Salas, como homenaje a un estilo teatral que había tenido más acogida que en España, y de ahí la explicación del formato elegido. Véase, a este respecto, Pierre Heugas, La Celestina et sa descendance directe. Bourdeux: Institut d’Etudes Ibériques et Ibero-Américaines de l’Université de Bourdeux, 1973, que se detiene en El sagaz Estacio; María Rosa Lida de Malkiel, La originalidad artística de la Celestina. Buenos Aires: E.U.D.E.B.A., 1962, en donde se defiende precisamente que estas tres piezas son comedias y no novelas; y las puntualizaciones de Close, op. cit., p. 281. Sus piezas La escuela de Celestina y Galán tramposo y pobre han sido comentadas por Antonio Cao en su artículo «La Anticomedia de Salas Barbadillo; Transposición genérica y desplazamiento de la figura mítica». En Antonio Vilanova, ed., Actas del X Congreso de la Asociación de Hispanistas, I-IV. Barcelona: Promociones y Publicaciones Universitarias, 1992, pp. 799-812.

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—lindos, graciosos, pretendientes, prostitutas, etc.—, y es esta estrecha relación del individuo con su entorno inmediato, precisamente, mi punto de arranque y marco de referencia. El sagaz Estacio, marido examinado, La sabia Flora, malsabidilla y El cortesano descortés son tres comedias con el rasgo común del tema del matrimonio de conveniencia, pero que en este Madrid moderno viene tramado por los intereses de uno mismo y no por estipulaciones familiares.21 Manejan los hilos de la acción tres damas —Flora, Cristina en El cortesano y Marcela en El sagaz Estacio— con sobrados recursos económicos y, por lo tanto, con una amplia libertad de elección a partir de la cual manipulan la voluntad y los designios de cuantos las rodean. Ante la ausencia de las tradicionales figuras de autoridad y vigilancia —padres y hermanos apenas tienen aquí presencia—, en estas tres historias es el paisaje urbano el que permite o dificulta el ejercicio de la voluntad femenina, la cual parece inclinarse hacia el deseo de un marido que no suponga una amenaza a la libertad personal. Madrid sirve entonces para condimentar unas tramas en las cuales sus personajes desfilan con más error que acierto por un universo de cierta prosperidad económica para las clases dominantes, y cuyos mecanismos económicos están también íntimamente ligados al funcionamiento del comercio regional. A propósito de este fenómeno, el historiador David Ringrose ha escrito que Elite prosperity brought expansion which, because of the nature of the rural economy, meant increasingly unstable urban food supplies, declining urban real wages, and a narrowing of the range of goods that the poor could buy from the hinterland. At the same time, the wealth of the elite that was not used to acquire services and palaces was used to buy luxuries from distant sources.22

El lujo y lo frugal se mezcla entonces con la picaresca del pobre hasta confundir por completo a sus protagonistas, que al final acaban por desconocer con quién o quiénes están estableciendo relaciones amorosas. Así ocurre en El sagaz Estacio, marido examinado, que cuenta la historia de la joven Marcela y su particular «examen de maridos», mediante el cual Salas pasa revista a los más denostados arquetipos de la Corte —médicos, soldados, mercaderes, arbitristas—para poder así fustigar 21  Citaré por las siguientes ediciones: El sagaz Estacio, marido examinado. Francisco A. Icaza. Madrid: Espasa-Calpe, 1924 (Clásicos castellanos, 57); La sabia Flora, malsabidilla. Ed. Emilio Cotarelo. Madrid: Revista de Bibliotecas, Archivos y Museos, 1907, pp. 294-440; Dos novelas de Don Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo. El cortesano descortés. El necio bien afortunado. Ed. Francisco R. de Uhagón Madrid: Sociedad de Bibliófilos Españoles, Viuda de Tello e hijos, 1894. 22  Op. cit., p. 143. Es por ello que no podemos asociar el lujo a una dinámica exclusivamente industrial, sino también agraria; Sombart ya escribió que «the influence of luxury upon agriculture resulted in the improvement and refinement of production, and this again increases the revenue and thereby the land values. Although it does not bring the owners to the establishment of capitalist estates, it does force them nevertheless, to attack their agricultural problems in a capitalist spirit which, by destroying the ancient forms of feudal agriculture, indirectly paves the way for the general capitalist development»; op. cit., p. 137.

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los dos males más comunes de la época: la falsedad y la hipocresía. El argumento de la pieza nos relata cómo doña Marcela busca a un marido que se adapte a su estilo de vida, contratando para ello los servicios del casamentero Sánchez y los de sus amigos. Se pasa entonces a un desfile de tipos que incluye posibles candidatos como un estudiante de medicina con medios económicos, un soldado-jugador, un hombre de negocios, un indiano, un arbitrista, un viudo con hijas que casar, y varios otros arquetipos no exentos de burla. Está en lo cierto Emile Arnaud cuando escribe que C’est déjà un des traits remarquables de Salas qui très fréquement utilisera le procédé de l’examen pour faire défiler des types burlesques, ridicules et avoir l’occasion d’exercer sa verve et sa fantaisie sur des défauts vrais ou imaginaires, mais toujours divertissants23

Se nos habla de la vida de Madrid, con sus continuos cambios y peligros, su rápido crecimiento, etc… La última parada de esta galería un tanto quevedesca —que suele acabar en los interiores de la casa de nuestra protagonista, cuya cultura material, por cierto, se nos narra con gran precisión—, es la de Estacio, viudo y con una singular historia que le convierte en el candidato ideal: maltratado por su difunta mujer, generoso proveedor de amores para ella, criado y amamantado por una cabra, siempre paciente y sumiso... Tras un riguroso examen de la vileza humana en el que también se revelan algunas de las más frívolas actitudes del madrileño del momento, se celebra la boda de Marcela y Estacio, quien ha conseguido así engañar a todos bajo el velo de una persona que realmente no es. Su sospechosa mansedumbre tan sólo opera, entonces, como un disfraz para conseguir y rescatar a la joven protagonista, según se demuestra en las escenas finales, en las cuales el nuevo marido desenmascara su verdadera identidad, más cercana al descaro del valentón que a la del pobre cornudo. Pero antes de revelar sus auténticas intenciones, Estacio es iniciado en la cofradía de los «pacientes» por Diego Moreno y Pedro de Toro, dos nombres —piénsese en los cuernos del segundo— asociados con el tipo del marido permisivo; en su pacto promete ser ciego, mudo y sordo a las actividades de su mujer, y escoge el nombre de Cordero desde su doble sentido —sumiso y cuerdo— que define ahora su nueva vida. El final no deja de ser sorprendente, como ya señaló Peyton en su momento: This abrupt change of tone is consonant with the discordant medley of themes and passages characteristic of the Spanish satirists of the early seventeenth century, 23  Op. cit., p. 230. El propio nombre de Estacio hace referencia a la iconología de San Estacio, «una testa de ciervo crucífera», como han señalado Ignacio Arellano y Celsa Carmen García Valdés en las páginas introductorias de su Antología de entremeses del Siglo de Oro (Madrid: Espasa-Calpe, Colección «Austral Teatro», 2006, p. 23), en donde Salas queda antologado con su pieza El Prado de Madrid y baile de la capona, pp. 103-112; esta misma pieza forma parte de la antología de la misma García Valdés titulada Entremesistas y entremeses barrocos (Madrid: Cátedra, 2005, pp. 137-157), con notas previas, una sobre Salas y otra sobre la obra.

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and especially of Salas Barbadillo, whose juxtapositions of extensive naturalistic pictures of the lower levels of Madrid society alongside brief, moralizing expositions show forth the mixed motivations and confused interests of the Baroque age in Spain. To attempt neatly to separate the two aspects is to insist on a rationalistic analysis that would attempt to decide also between the contradictory sides of Estacio’s nature. For those who must clarify this question there will remain little choice beyond the conclusion that the moralistic intent disclosed by the protagonist at the end is the culminating absurdity and crowning cynicism of his whole sequence of behavior.24

El sometimiento final de Marcela, que se las prometía feliz con un esposo permisivo, no es sin embargo el asunto central de esta curiosa pieza, sino más bien la idea, nada nueva, de que toda convención social —honra, cortejo, matrimonio, dote— se convierte en mercancía intercambiable en esta Corte corrupta y que todo está, en realidad, a la venta: cada uno de los personajes entra en el juego de la seducción bajo sus propias reglas, y el pesimismo final de un casamiento tan poco ortodoxo advierte al lector de que no importa un desenlace u otro, dado que toda virtud resulta ser puro espejismo. Frente a la tradicional comedia o la —ya residual— tragedia de estos años, no es éste un teatro cuyo cierre tenga un papel se­ minal, sino que es precisamente en su avance interno donde reside su verdadero carácter; de hecho, la larga extensión de estas piezas, como también pasará con La Dorotea, exige una lectura atenta de los ricos matices del texto. Como resultado, la utilización de la prosa frente al verso permite, en este caso, sacrificar la acción en favor del diálogo y de un mayor desarrollo de los personajes, a los que se les conoce más y mejor por su caracterización —propia y ajena— que por su movilidad en las tablas. No es tanto un teatro de acción como lo es de psicología interna, de desarrollo y maquinación, de aventura literaria por los vericuetos de la mente femenina y los resortes que se provocan. Nada es lo que parece, y el verbo se desvirtúa hasta quedar carente de contenido —la palabra matrimonio pasa entonces a ser la más vacía de sentido. La mentira define a unos arquetipos cuyo poder de seducción radica, acaso de manera muy teatral, en la forma de expresarse, cayendo en una suerte de nihilismo que no pasa desapercibido en esta ciudad tan «escénica»; Estacio se adelanta a la noción moderna de los «actos del habla» (speech acts) cuando le oímos decir que «advierta ya todo el mundo habla jerigonza, y que las palabras no valen ya ni suenan por la significación, sino que les presta el sentido la acción y semblante con que se explican».25 Hay, por ello, poca acción en este tipo de comedia, y mucha reflexión implícita y explícita sobre los males urbanos del madrileño del cambio de siglo, desde un entramado social que es tanto el de la plaza pública como lo es de los interiores domésticos.

24  25 

Op. cit., p. 125. Op. cit., p. 147.

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La lectura de la pieza sugiere, por otra parte, que en esta ciudad sin trabas todo es posible, si bien esta posibilidad se le presenta al urbanita más como crisis que como verdadera oportunidad de mejora. No en vano, la «promoción» de Estacio, viudo a la venta, recorre el desarrollo de la comedia como un largo y continuado engaño: al comportarse como una noble persona en esta Corte donde nadie es honesto, resulta ser un buen partido y, sobre todo, un bien manipulable a los deseos femeninos; uno de los personajes secundarios, García, quiere casarlo con su sobrina en plena pubertad, aunque ésta parece no estar lista para semejante compromiso. De hecho, Marcela anuncia al inicio de la pieza que busca «un esposo que no sea marido entero, sino sombra contra la fuerza de este sol, que yo le habilitaré para ello poniéndole las ramas sobre la cabeza»,26 recordándonos con ello a la Diana de El perro del hortelano, que era caracterizada por sus pares a partir del personaje homónimo del mito —sol o luna, y siempre como figura axial—. Huelga decir, pues, que esta búsqueda subvierte un espacio doméstico patriarcal, al tiempo que la noción de un marido «no entero», débil y «habilitado» por la mater familias reescribe en cierta forma el ámbito privado y familiar del universo áureo. Sin embargo, resulta importante señalar que, en pleno crecimiento de la urbe, esta «rehabilitación» se lleva a cabo a través de ciertos usos cotidianos íntimamente arraigados a una cultura material en donde convive el producto local con el importado —herético y contaminante para muchos—, y en donde los códigos parecen estar muy bien definidos. Por ejemplo, el uso que Marcela quiere hacer del tabaco es significativo ya que, siguiendo la creencia médica del momento, «esto del beber chocolate y tomar tabaco me desagrada, aunque lo segundo menos, porque es medicina con que se descarga la cabeza, y en esta confianza se la podré yo cargar todo lo que quisiere».27 La mujer fumadora —algo evidentemente mal visto por médicos y moralistas— proyecta así su papel de sacerdotisa urbana que, a través de los sahumerios diabólicos tradicionalmente asociados a la inhalación del tabaco americano, busca transformar la voluntad del sumiso amante con el embrujo de su belleza. Marcela no sabe muy bien por qué fuma o bebe lo prohibido, pero al ser nueva moda y un indicador fiel del capital social del urbanita, no puede dejar de hacerlo. La casa es ahora el espacio embrujado por los humos y los aromas que condimentan el chocolate —la pimienta, por ejemplo— y la antigua noción de la pureza doméstica se torna entonces en la de un templo de misteriosas fuerzas seductoras. Las hipnóticas «medicinas amorosas» que enumera Salas son, por consiguiente, moneda común en la época: «contrayerba, agua del río Marañón para mi pecho, que la del de la Plata ofrecerán aquellos que vinieren ocasionados de estotra»; piedras preciosas como «diamantes y oro de Potosí, pero no piedra bezar», etc.28 Op. cit., p. 79. Op. cit., p. 84. Recoge con ello la creencia que, al estornudar el tabaco que se aspiraba por la nariz, las fosas nasales se despejaban y con ello la cabeza; fueron notorias, como es sabido ya, las bromas en torno a la figura del fumador, caracterizado en ocasiones como «chimenea humana» por toda la suciedad que expulsaba por las narices en estentóreos estornudos, ensuciando de paso el blanco de la golilla. 28  Op. cit., p. 84. 26  27 

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Nos hallamos, curiosamente, ante un léxico muy preciso para alguien que no hizo sino fustigar estos males, pero que no debió de ser completamente ajeno a ellos; tal es el caso de esta tan indicativa mención a la piedra bezar o bezoar, que se criaba en las entrañas de la cabra montés de las Indias y que era conocida por sus poderes medicinales de contraveneno, según indican tanto el Covarrubias como el Autoridades. En este caso, sin embargo, Marcela alude a su color poco vistoso —verde oliva, cercano al morado— como contraposición al brillo del oro, ideal para las joyas que desea lucir. Su conocimiento de todos estos productos, así como la aplicabilidad de cada uno de ellos, convierte a esta dama en una suerte de comerciante experto en los caprichos del mercado, al tiempo que, al definir con tanta precisión el potencial económico y social de algunos de ellos, la aproxima al territorio liminal de las brujas y alcahuetas expertas en estas alquimias desconocidas. En última instancia, es Salas quien nos da una muy precisa lectura de lo doméstico, quizá por experiencia propia o acaso por la absorción de una cultura popular que lo empapa todo en el Madrid de su tiempo. En este mercado de productos familiares y raros, exquisitos y pequeños, locales e importados, el matrimonio pasa también a ser definido como una transacción comercial prácticamente exenta de todo sentimentalismo; cuando Marcela celebra su inminente boda, habla de «cobrar» un marido cuyo valor ha sido avalado y fijado por estos mismos amigos —García, Capitán, Cosme— que han desfilado ante ella en un oscuro retablo de arquetipos urbanos. Al mismo tiempo, Estacio —al que Medina llama, muy oportunamente, «negociante»29— anuncia ya al final de la pieza cierta voluntad reformadora mediante un reajuste de la economía familiar, de la cual él es ahora dueño y señor: pues sepa que estas tales [mujeres], por comer y pasearse, toman de su casa lo que han menester para su vivienda y alquilan lo demás; aplico: yo tengo una mujer gallarda, que procuraré ponerla en buen puesto, y por comer y pasearme tomaré de mujer lo que hubiera menester para mí y alquilaré lo demás.30

Se trata, como vemos, de una reelaboración del matrimonio articulada a través de un discurso eminentemente mercantil. Lo que en la época era conocido como el fenómeno de la «regalía de aposento» —impuesto directo, como ya he señalado, que atribuía a la Corona el disfrute parcial de las casas levantadas y reedificadas en Madrid, y que obligaba a albergar a los funcionarios públicos o servidores palatinos por parte de aquellos que tuvieran casas de más de un piso— parece ser la práctica voluntaria que iniciará el sagaz cortesano con la que ahora es ya su esposa. Si en su otra vida había convertido a su anterior mujer en mercancía, situando al matrimonio como marco ideal de sórdidas transacciones, la joven disoluta será ahora la nueva fuente de subsistencia desde su condición dual de mujer pública y privada, y a través de una retórica que sintetiza ciudad y ciudadano mediante la imagen —ya muy 29  30 

Op. cit., p. 237. Op. cit., p. 236; cursivas mías.

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difundida en el léxico barroco— del alquiler: Marcela acaba siendo así persona y paisaje, examinada y oculta. La historia, en última instancia, no tiene perdedores y ganadores específicos, por muy brillante que parezca el futuro de Estacio o muy severo que sea el castigo a la presuntuosa joven. Es el advenimiento de la modernidad, con sus continuas transacciones capitalistas, el verdadero triunfante en esta comedia, pues el poder del dinero impone sus designios sobre cualquier otra economía y deseo, asentándose cada vez más sólidamente en la imago mundi del madrileño barroco. 2. La erótica de la manipulación en La sabia Flora, malsabidilla El sagaz Estacio no es un título aislado que de cuenta de una fantasía particular de su autor, sino que forma parte de un grupo de piezas en las que se aborda el tema del matrimonio de una manera cada vez más desencantada. Si la violencia de su cierre final resultaba en cierta manera algo chocante, semejante será el desenlace de La sabia Flora, malsabidilla, quizá la más audaz de sus comedias en prosa y, sin duda alguna, la que reúne elementos más dispares: residuos picarescos, introducción de minorías étnicas, presentación del arquetipo del indiano, comentarios sobre la prostitución en España, puntuales alusiones literarias, alguna que otra situación disparatada… lo que provoca que, ya en los preliminares «Al vulgo», el mismo Salas califique su pieza de «alegoría» y «fábula inverosímil». En La sabia Flora su protagonista femenina, acompañada nada menos que de un amante travestido de amiga íntima con el que comparte su intimidad (Federico/Claudia), planea vengar el agravio cometido por el joven Teodoro, quien la violó cuando ésta tenía doce años, y al que quiere seducir ahora para casarse con él. Mujer pública durante cinco años en Sevilla, presume sin embargo de ser virgen gracias a la práctica común de reparar virgos, y vive en una modesta casa en Madrid donde adopta una vida de cortesana respetable pese a tener, como se nos indica, sólo 17 años. No es el honor entonces lo que deba ser reparado, ni tampoco un anhelo de lograr una cierta estructura familiar que la integre debidamente en el entramado social, sino el simple orgullo de esta «malsabidilla», mujer de extraordinaria habilidad verbal y acostumbrada a mandar sobre sus propios destinos. Ambos jóvenes —ella, gitana; él, indiano— son ricos, si bien carecen de todo prestigio social y de toda cualidad elogiable, hasta el extremo de fingir Flora ser la prima carnal de este disoluto joven que vive de las rentas heredadas de su tío. El ser «malsabidillo» alude entonces a todas las experiencias vitales de mala reputación, y el interés de Flora será ahora el de ser tan sólo «sabia» a través de un vaivén de identidades que oscilará durante toda la pieza: Flora como pícara, Flora como mujer respetable. Se establece con ello una relación de posibles entre una gitana y un payo, entre una adolescente de larga enseñanza vital y un noble de dinero, que guarda numerosos

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paralelismos y semejanzas con La gitanilla de Cervantes. Sin embargo, en este caso es la mujer la que persevera en recuperar lo que siente como suyo. Con tal propósito, nuestra protagonista hace que su amiga Camila invite a su nueva casa al mismo Teodoro, recién establecido en Madrid tras su periplo americano. La re(ve)lación debe llevarse ahora a cabo en el territorio de la joven cortesana, y es su casa el ámbito idóneo para seducir, mediante celos, malentendidos y medias verdades, al hombre que desea. Como contrapunto teatral, Salas introduce también a un hermano del joven, llamado Marcelo, quien sirve para hacer que la acción adquiera un cierto ritmo y se vaya complicando en la más típica de las tradiciones del enredo barroco: en un principio, Marcelo pelea con Teodoro sobre la herencia recibida y le comenta que esta nueva Flora le recuerda a la joven gitana que desfloró antaño. De forma paralela, entra asimismo en escena el galán Roselino, primo de Marcelo, el cual pide a «Claudia» que se case con él; ésta ruega entonces a Flora que la deje ir con la promesa de que volverá ya bajo la persona de Claudio, hermano de la antigua «Claudia»; en cambio, vuelve al meollo como «Federico», cuyo parecido con «Claudia» asombra a Roselino. Tal y como quería Flora, la presencia de este nuevo «Federico» provoca ahora celos en Teodoro, quien no puede evitar enfadarse con ella. El último acto se abre con unas interesantes conversaciones sobre el valor de los bienes materiales y la esclavización que producen ciertas pasiones amorosas, parte fundamental de todo un recital satírico de Salas que constituye el meollo de la pieza. Algo más tarde llega de Sevilla con ciento veinte mil pesos un criado de Teodoro, Molina, que le sirve a nuestro autor para continuar con su diatriba de la Corte: coches que son «camas portátiles», el tráfico de la Calle Mayor… antes de intentar convencer a Flora de que se case con su señor, quien, desesperado ante la posibilidad de perder a la gitana, contrata a dos sicarios para que maten a «Federico». Pero el asesinato es abortado por el propio Molina en la más típica de las tradiciones del criado astuto —recuérdese, por ejemplo, el episodio no del todo distinto en El perro del hortelano en el que es entonces el criado Tristán el que salva el cuello gracias a su inteligencia—. Evitado el desastre, Teodoro se lo agradece y también lo hace Flora, la cual revela entonces su verdadera identidad al indiano, quien queda ahora todavía más confuso. Sin embargo, al escuchar una conversación entre Flora y «Federico», Teodoro comprende que ésta no es gitana, sino una mujer de alta ralea que perdió su virginidad con un desconocido; al proponerle matrimonio, Flora le informa que sí es gitana, y que se llama Gabriela, lo cual no logra frenar a su futuro marido. Molina, y después el propio Teodoro, acaban comprendiendo el engaño, pero éste último, ya resignado ante la evidencia de haber contraído matrimonio con una gitana, promete llevársela con él a las Indias donde se regirá por un estilo de vida mucho más provechoso y digno. Al partir «Federico» a Barcelona visiblemente triste por haber perdido tan preciado tesoro, Teodoro comienza a sospechar que el origen de Flora puede que no sea tan bajo como ella dice, pero ya es demasiado tarde. Flora promete amistad eterna a su amiga

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Camila, quien anuncia al lector/auditorio que Flora ya no es malsabidilla, sino simplemente sabia. A partir de un conflicto dramático que se articula mediante los cambios de identidad de la joven protagonista, Salas ajusta su lente crítica sobre personajes urbanos con una gran libertad de acción pero carentes de toda virtud: es ésta, a fin de cuentas, la materia urbana que define a un Madrid desmesurado y anónimo, donde todo tiene cabida y en donde nadie está libre de mancha: mujeres fanáticas del coche, maridos consentidos, ladrones y truhanes, prostitutas que, como la propia Flora, se hacen pasar por nobles… Flora, nos dice el autor, es «ramera pública» que ahora finge ser «honesta virgen»,31 sabia y amiga de sentencias importantes que rayan en el más absoluto escepticismo y tras las cuales se esconde la pluma inmisericorde de Salas; por ejemplo, es suya —del autor, aunque invocada por Flora— la idea de que la necesidad de los tiempos ha sutilizado los ingenios; nunca la naturaleza estuvo más prevenida adelantando el ejercicio de la razón, tanto, que los que hoy nacen pueden ser maestros de los que ha muchos años que nacieron,32

presupuesto que parece cumplirse al final de la pieza cuando la joven logra sus propósitos. La experiencia vital proviene ahora de la vida de calle y no del estudio; el mundo presente es mucho más complejo que el de antaño, y se madura tan rápido que toda inocencia —toda «edad de oro», como evocaría Don Quijote ante los cabreros—queda ahora relegada a un pasado nebuloso y lejano. El presente es una dura escuela de la vida que «sutiliza los ingenios» velozmente, y en donde se deben tomar decisiones continuas para no perder el tren de lo moderno y de lo nuevo, aunque sea, como hemos visto antes, bajo el viso de la mentira. Los jóvenes dejan de serlo cada vez más pronto; la queja no es nueva, ya que también se halla en muchas comedias urbanas —El acero de Madrid33 lopesco, por ejemplo—en las que uno de los asuntos básicos es la brecha generacional entre padres anticuados e hijos que pueden interpretar a la perfección un ámbito urbano que ellos mismos van creando como respuesta al ya existente. Por ello, ser «malsabidilla» es, simplemente, saber manejar los códigos de un presente inestable y saturado de estímulos no vistos anteriormente, 31  32  33 

Op. cit., p. 297. Op. cit., p. 298. En la comedia lopesca es Prudencio, el padre de Belisa, quien se queja de que no están los tiempos de manera que puedan descuidarse con las hijas los padres que profesan honra y fama. Ya fue otro tiempo, que con años treinta llamaban niña una mujer, y andaba jugando con los mozos en cabello. Mas hoy, por los pecados de los hombres, cierta señal de que se acaba el mundo, de diez años aspira a casamiento, a trece es madre, y a veinte y uno abuela. (vv. 1370-1379).

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adaptarse a un magisterio vital cada vez más complejo inventando nuevos espacios, y por ello la escritura de la pieza no trata sólo de una celebración del presente, sino de un gesto de nostalgia hacia el pasado. Desde el pesimismo de esta escritura pa­ limséstica, el ámbito marginal de Flora no hace sino socavar toda la búsqueda de orden trazada en la comedia nueva, acaso burlándose de sus propias convenciones; así ocurre, por ejemplo, con la sustancia picaresca en la narración en primera persona de los orígenes de esta urbanita adolescente —quien, sin embargo, lee a Ovidio y conoce a Escoto—o la pervertida noción del matrimonio que tan enérgicamente persigue; e incluso más descaradamente, el ya citado homoerotismo entre Flora y Camila, a quien la protagonista advierte que en ninguna manera se consiente hacer estos regalos que unas mujeres usamos con otras, porque tiene condición esquiva, aunque muy cortés, y seguiríase de esto quedar todas con disgusto, y yo con la mayor parte.34

La evolución de la gitana, cuya inteligencia, desparpajo y conocimiento mundano nos remiten, como ya he indicado, a la Preciosa cervantina, tan hábil en su «manejo» del noble Andrés y de su propia subsistencia, sitúa nuevamente al lector ante una noción del matrimonio como puro intercambio material y simbólico, vacío de todo el sentimiento que late apasionadamente en mucha de la dramaturgia áurea. Flora se ríe de los amantes celosos tanto como de aquellos que se ciegan de amor, y es nuevamente el tema del dinero y de los bienes materiales uno de los pilares sobre los que Salas construye su particular crítica social, condimentando la pieza con numerosas indicaciones que acentúan la molicie del cortesano madrileño, pero escribiendo al mismo tiempo sobre la percepción cultural de ciertas prácticas de consumo; así ocurre, por ejemplo, en la conversación que abre el tercer acto, y que constituye una crítica a la creciente importancia que los madrileños dan a unos bienes materiales a los que tampoco escapan, dicho sea de paso, las ambiciones de Flora. Nada parece frenar, entonces, los impulsos de las damas presumidas, como ocurre con el retrato de esta dama carismática, inteligente y hermosa, que atrae incluso a otras mujeres y que tiene amantes de todas las edades, dado que aun de su mismo sexo gusta de ser querida, oyendo con mucho gozo de boca de otras mujeres requiebros y ternezas; que de ella algunas se han apasionado tanto, que haciendo de los estrados palestras, y de los chapines armas, con espíritu varonil, contendieron sobre la competencia de su favor; pero ella, corriendo más adelante con su presunción vana, quiere que los brutos reverencia, regalando a cualquier perrillo que se le inclina, para obligarle a que prosiga. Resístese a las bodas de muchos que la han pedido por no sujetarse a la voluntad de un hombre solo, perdiendo con su compañía la obediencia de los demás, privándose por este vano asunto de los frutos de Venus y gozo de la sucesión.35 34  35 

Op. cit., p. 319. Op. cit., p. 302.

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La mujer de «espíritu varonil» a la que alude la cita, que en realidad no es sino una suerte ese gigoló llamado Federico que Flora —personaje de doble estigma, pues es gitana y prostituta—se alquila para solazarse, nos conduce a la queja ya más radical de la conducta de ciertas cortesanas y su manipulación de la institución del matrimonio, cuyas consecuencias éticas y socio-económicas son, para el madrileño, uno de los mayores males de la sociedad contemporánea. Otro de los problemas que se derivan de esta suerte de libertinaje es la destrucción del individuo por culpa de los malentendidos y de los celos, que Salas no deja pasar en una serie de calas que articula, como no podría ser de otra manera, a través de la imaginería culinaria; así, cuando Camila define el amor dulce como una fruta típicamente española, ya que «ignorantes andan los poetas en no comparar el gusto y deleite de los amantes a un melón», Flora puntualiza que estos se parecen más a uvas moscateles, porque conviene degustarlo «bebiendo un poco más por golosina que por sustento», es decir, como placer físico y no como ejercicio continuado —acaso institucionalizado.36 A fin de cuentas, y como indica la propia protagonista, la comida es el medio natural para que vivan todas las criaturas; la vista de las flores y plantas deleita y no sustenta, y esta recreación del ánimo viene muy bien después de estar satisfecho el cuerpo, que, al fin, como más grosero, en las cosas de su gusto quiere ser preferido en lugar y en tiempo.37

El amor es el amor y, según podemos deducir por las palabras de esta joven, el sexo es el sexo. Atrás quedan las damas enfermas de pasión y devoradas por la melancolía, que sufren de opilación y comen barro, que languidecen en los interiores de las casas dominadas por padres y hermanos. Estas piezas celebran el aquí y el ahora, la vida placentera del mercado metropolitano. Por ello, el menú que ofrece Flora a sus amigas, en la habitación interior de la casa donde existe mayor privacidad, consiste de melón, uvas, moscateles, al que se acompaña, como plato principal, torrezno, capón, «reverenda olla», para terminar la comida con aceitunas y mermelada, todo bien acompañado de la famosa «agua de Leganitos». Muchos de estos ingredientes, podemos suponer, eran entendidos como estimulantes de apetito carnal, según sugiere Claudia al afirmar que son «para socorrer las necesidades más ordinarias y secretas».38 El amor es por tanto la bagatela erótica, el juego de la seducción que no conoce barreras de sexo o de clase, pero que provoca estos teatrales quebraderos de cabeza en sus pretendientes. El pretendiente es un fracaso desde su misma condición, como demuestra Flora al hablar de «amantes camaleones», «amantes de escribanía o galanes papelistas» que se valen de billetes amorosos a través de criadas, o los más ambiciosos «amantes príncipes, porque encaminan sus pretensiones por medio de em-

36  37  38 

Op. cit., p. 316; para una «sexualización» de la comida, ver pp. 112-113. Op. cit., p. 316. Op. cit., pp. 316-317 y 324, respectivamente.

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bajadores».39 De semejante manera, Camila se hace cargo de este discurso de la abundancia al crear su propia taxonomía sobre el cornudo o el marido incapaz: «esposo titular», «marido de anillo […] como secretario que, teniendo el nombre, carece del ejercicio de los papeles», que provoca que la mujer deba buscar su propia satisfacción de otra manera: al jugar con la bisemia del verbo «tocar» —«ella se toca como quiere, y entended esto extendiendo el equívoco todo lo que os parece»— Salas nos está dando una de sus más atrevidas apreciaciones de la cortesana del xvii.40 Como resultado, en este dominio femenino la iconografía de los celos funciona a través de la explotación de los valores semánticos del color azul, tradicionalmente asignado a este tipo de sentimiento, pero que son superados por el verde como símbolo de fertilidad y libertad optimista. Si en El sagaz Estacio el Capitán hablaba de «rejas azules y celosías de la misma estampa»41 al mencionar los miedos de Estacio de que su primera mujer Inés le engañase, Flora le aconseja a su primo ahora que si piensa vivir en Madrid, sosiega el paso; cuando fuera por esas calles alce los ojos, y verá cuán pocas son las ventanas que tienen celosías, y aún esas las más son verdes, dando a entender que celos donde halla lugar la esperanza son muy desahogados, y que se tienen más que por sentimiento por cumplimiento; que en la Corte aborrece tanto el azul, que aun de los cuellos han querido quitarle; y así en los hierros de las verjas solamente persevera, porque sólo el hierro podrá sufrir la penalidad de estar eternamente celoso; y aún allí mezclan el azul con el oro, enseñando con esto que los celos, para llevarse, han de ser dorados, y que quien los pidiere a su dama la ha de tener antes obligada con muchos regalos y dádivas.42

La comedia explota también la eliminación de fronteras entre lo que debiera considerarse como espacio público y la teórica pureza moral del espacio doméstico femenino. La casa de Flora en Madrid, convertida en tribunal y en centro de reuniones, se aleja ya de los interiores oscuros y furtivos de las comedias urbanas de Tirso, Lope y Calderón, aproximándose más a la elaboración del hogar femenino como centro de intrigas: al hablar de los numerosos pretendientes de esta joven cortesana, Roselino comenta que «ponderáis muy cuerdamente la soledad de la casa haciendo de ella justa estimación, porque en Madrid apenas entraréis en parte alguna que no la halléis llena de trastos vivos», y Teodoro admite que «tan natural es pedir en ellas».43 La decoración hogareña ha enriquecido su catálogo con personajes de carne y hueso, amigas y pretendientes que saturan el espacio doméstico. Pero esta eliminación de la dicotomía privado-público asume también la dirección contraria: si el hombre penetra los umbrales del espacio femenino, las calles de la ciudad se ven pobladas de

39  40  41  42  43 

Op. cit., p. 365. Op. cit., p. 352-353. Op. cit., p. 193. Op. cit., p. 359; cursivas mías. Op. cit., pp. 189 y 259-260, respectivamente.

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mujeres en grupo, animalizadas en la poética de Salas como si fuera una manada de bestias en estampida; Roselino se queja diciendo que ¿No habéis visto el ejército pedestre de tanta mujer que imposibilita a veces el paso en las calles más principales y públicas? […] En unos […] salen a título de ver la comedia nueva […] otros hay visitas de amigas, y en ellas se cumple también con los amigos; cuando esta traza falta, fingen que van a comprar alguna cosa, y es más lo que llevan a vender que lo que van a comprar… Puestas en corto y en zapatos, navegan más tierra en un día que en muchos años en un coche; caminan aprisa, y como llevan las faldas largas, levantan tanto polvo, que han menester ir aparte donde se le sacudan, y así lo hacen... 44

La imagen del chapín cobra además una inusual rentabilidad en el juego conceptista que entablan Claudia y Roselino; cuando ella le pregunta «¿por qué se introdujo que los chapines de las mujeres fueran de corcho?», el agudo primo responde que «porque se pudiese decir con verdad que son livianas desde la cabeza a los pies».45 Con ello la pieza consigue desestabilizar todas las categorías habitualmente asignadas a cada sexo, haciendo natural esta transferencia de cuerpos móviles y sin limitaciones, en donde la cartografía urbana cancela sus deslindes, y en donde lo masculino y lo femenino adquieren continuos tintes de ambigüedad gracias a personajes travestidos que desarrollan relaciones homoeróticas a los ojos del lector. El catálogo de pecadillos urbanos es, para Salas, ilimitado, siempre dado a un nuevo giro de tuerca allá donde haya alguien con la imaginación necesaria para engañar y, en última instancia, burlarse abiertamente de los esquemas patriarcales establecidos. Todo fluye en este nuevo territorio: dinero, dádivas, billetes, pero también identidades, demarcaciones genéricas entre lo masculino y lo femenino… Las puertas del hogar quedan abiertas como queda abierta también la posibilidad de ocupar el espacio del otro, de no ser quien se es, de engañar a los ojos hasta convertirlo todo en espejismo. 3. Acumulaciones: El cortesano descortés, coleccionista Si los hogares de las cortesanas madrileñas se encontraban frecuentemente poblados de estos «trastos vivos», la incursión en algunos de estos espacios domésticos nos da también una visión de su cultura material más cercana al museo y la vitrina, producto de la continua adquisición de objetos que, más que servir de adorno, se erigen en altares de contemplación e idolatría. Quizá el ejemplo más audaz de esta «recuperación del objeto» es la comedia en prosa El cortesano descortés, donde Salas lleva a extremos irrisorios algunos de los hábitos y conductas teatralizados en 44  45 

Op. cit., p. 193. Op. cit., p. 376.

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las escenas ya vistas. La pieza que cierra este análisis, dedicada a denunciar y erradicar la soberbia y lo odioso de la descortesía, presenta el siguiente argumento: su inicio entra ya de lleno en la burla de la «liviandad» —rayana en la estulticia, como veremos más adelante—de don Lázaro, cortesano madrileño que, en su obsesión por mantener puesto su sombrero y no saludar a nadie en sus paseos por la ciudad, sufre una brutal caída del caballo camino de la casa de su amigo don Sebastián. El golpe le tiene magullado y convaleciente durante el primer tercio de la pieza, intensificando con ello el carácter patético de su comportamiento blando y quejoso, dominado por los placeres materiales, pero lejano ya de la «hombría» —desde la valentía al exceso del bravucón— de algunos galanes de la comedia nueva cultivada por Lope y sus contemporáneos.46 Con este cortesano descortés reducido en convalecencia a su estancia privada, mas no ajeno a lo que ocurre fuera, es entonces precisamente su amigo Sebastián quien le visita para animarle el espíritu; pero el tratamiento maleducado del anfitrión, sin sillas donde sentarse en la estancia, importuna a su amigo; además, la incómoda postura a la que se ve sometido provoca que se le caiga del bolsillo un poema que tenía dedicado a una tal doña Cristina. Al leerlo don Lázaro una vez despedido el galán, decide ir a casa de la joven para adelantarse a su rival y, de paso, burlarse del poema con ella. En casa de doña Cristina, mientras tanto, la joven se ríe con su amiga Lucrecia del pobre Sebastián por el trato recibido en casa del cortesano descortés, sobre quien también planea una burla. Horas más tarde, don Sebastián y Rodrigo asaltan y despojan de su sombrero a don Lázaro, quien tiene que volverse a casa entre unas quejas y estornudos muy poco masculinos, humillado y deprimido ante la «desnudez» de su cabeza; esa misma noche vuelven los jóvenes a cantar a la ventana del rival, mofándose de la pérdida de su sombrero y cargando las tintas aún más del pobre viejo, quien ha pasado de ser viandante soberbio a objeto de cortejo al más puro estilo del amor cortés. El segundo acto se abre con don Sebastián —luciendo el famoso sombrero— y su amigo don Rodrigo de visita en casa de Cristina. Ésta se apodera de tan preciado atuendo y afirma que lo adornará y le pondrá ornamentos femeniles para lucirlo a su manera. El criado Marcelo llega entonces con las noticias de que don Lázaro yace enfermo y desconsolado por el extravío de su sombrero, y sugieren que vayan a visitarle todos vestidos de luto. Así ocurre entonces, viniéndose al cortejo fúnebre el propio Marcelo bajo la identidad de un fabricante del gremio de sombreros —con un gran discurso salpicado de conceptos alrededor del término—, que tiene una buena propuesta para el galán vanidoso. Paralelamente, doña Lucrecia advierte a doña Cristina de las atenciones de don Sebastián, animando a su amiga a que piense en otro como pretendiente; la joven le confiesa que, por ahora, no tiene interés alguno en el matrimonio y mucho menos con un hombre casado como él, que no tiene reparos en El tema del sombrero también recorre «El ingenioso entremés del examinador Miser Palomo», incluido en Coronas del Parnaso y Platos de las Musas (Quinto Plato), donde el Caballero comenta que «escaseo con todos mi sombrero». 46 

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cortejar a otras damas a pesar de su condición. Para extremar la burla, Marcelo fabrica una copia exacta del sombrero, que ahora llevará Federico. En el acto final Federico le propone a su maestro un certamen de poesía en el que se regalarán pañuelos como premio, y más tarde le invita a ir al teatro; la idea no gusta a su señor, a tenor de la diatriba que descarga sobre las comedias españolas y sobre la conducta de los mosqueteros. Marcelo entonces vuelve al cortesano descortés anunciándole que un astrólogo ha localizado el sombrero en casa de una dama de la Corte, pero que necesitará una consulta con sus pares para determinar de quién se trata. Consumido por la intriga y la presunción, Lázaro abona al pícaro su cuota pecuniaria, prometiendo además casarse con la señora que lo tenga. Al final de la pieza se revela que esta dama misteriosa no es otra que doña Cristina, la cual prepara una fiesta de compromiso con el sombrero como motivo central; ante el aplauso de sus amigos, ambos se dirigen a ver al cura que confirmará la unión, no sin que Lázaro prometa no quitárselo ante nadie excepto ante la realeza. Poco interés guarda aquí la reflexión sobre el matrimonio, que Salas resuelve de manera incongruente al ablandar la resistencia de doña Cristina y hacerla propicia a la unión con tan absurdo personaje, pasando a su colección privada de objetos. Sin embargo, el motivo central de esta comedia en prosa es el del sombrero, que circula en estas páginas de mano a mano como circulan nociones fundamentales de género, clase social, edad y sexo. Detrás de la figura de don Lázaro se encuentra un comentario urgente sobre la falta de hombría de este petimetre barroco, cuya obsesión recupera el privilegio de los grandes de España de no tenerse que quitar el sombrero en presencia de un rey, pero que pronto queda desvirtuada en una serie de calamidades que anuncian lo irrelevante de esta costumbre en los nuevos tiempos que corren: la estructura social aristocrática ha dado paso ahora a una nueva sociedad burguesa que no presta atención a semejantes protocolos, sino que se rige por un sistema de intercambio monetario y no de sangre. Salas nos cuenta cómo el galán sin sombrero es el galán sin protección, que se resfría y se lamenta ante el desenmascaramiento de su identidad incompleta y vuelve a casa a llorar sus desgracias antes de ser cantado, como una dama esperando en su ventana, por los donjuanes del barrio. Es por ello que lo que en un principio debería ser una reflexión de tipo socio-económico —en cuanto que alude al surgimiento de una nueva clase que consume y acumula—pasa a ser también una cuestión de género: la valentía del antiguo jinete, del arte de la jinetería y de la masculinidad del caballero de la Reconquista castellana queda ahora reducida a un mero fantoche, preludio del petimetre dieciochesco más atento a su delicado y aséptico porte que a la proyección social que realmente le corresponde.47 A partir de aquí se construye la que será una graciosa burla en torno a la vanidad representada por su monumental sombrero —tan acartonado y ridículo como su propio dueño—que logran robarle dos de los galanes protagonistas de la obra. Cuando cae en manos de las jóvenes damas Lucrecia y Cristina, es don Lázaro quien las llama erró47  A este respecto, estudio de recomendable lectura es Lawrence Stone, The Crisis of the Aristocracy, 1558-1641. Oxford: Oxford University Press, 1965.

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neamente «salteadoras del amor» que «se ponen al paso para robarme en lo más desierto del camino»,48 mostrando acaso una retórica que —como bien sugería Flora en su particular universo— ha quedado ya algo obsoleta. Con la pérdida del sombrero se cuestiona entonces la masculinidad del cortesano descortés, al desaparecer de su atuendo urbano y público su perfil fálico, erecto y gigantesco —aunque también vacío y hueco— casi de gigantón carnavalesco, que define su falsa y disparatada sensualidad y sus maneras de viejo anticuado. Salas insiste una y otra vez en que semejante totem tan sólo cobija viento y, por tanto, pura y simple vanidad, ligereza, capricho, pero también falta de valentía y ausencia de masculinidad: el fetiche de esta materia frugal simboliza entonces —como más tarde defenderá el propio Freud— la ausencia y no la presencia, la ansiedad de lo no existente: hombría, galantería, savoir faire… todos aquellos modos perdidos que ahora denuncia Salas. La adoración o idolatría por lo moderno y lo superfluo resulta ser el espejismo seminal que define a este pobre cortesano que, como otros muchos, vive secuestrado por su propio apego a lo material, a objetos sin capital social alguno, enamorado de su ajuar inútil: si la caída del caballo —que nos traslada al fragmento quevedesco del tropezón ecuestre de don Pablos— supone un radical cuestionamiento de su hombría y de su incapacidad de ser buen jinete, para don Lázaro, ya humillado y desprovisto de su brújula urbana, será el sombrero el que lo defina, durante dos tercios de la pieza, ante sus pares: una víctima más del furor que había causado esta prenda de vestir en toda Europa.49 Tal crítica, sin embargo, no sólo se circunscribe al pobre urbanita, sino que en numerosas ocasiones también apunta a las mujeres, cuyo retrato suele lindar con el de la prostituta adinerada. Así ocurre, por ejemplo, cuando el juglar Marcelo habla de las damas que viajan en coche, comentando que «era un coche de mujeres de placer, muy resplandecientes de cara; y tanto por eso, como porque no se hablaban, parecían pinturas»,50 una cita que, por cierto, se repetirá más tarde en autores como Francisco Santos o Juan de Zabaleta, y que subraya la cualidad visual y fetichista de un ámbito madrileño también percibido en su claroscuro de tradición y modernidad; a esta sospecha no escapan las mismas protagonistas de la pieza —unas solteras, otras viudas— cuya «(mal)sabiduría», como en Flora, raya ahora en la ausencia total de recato; véase, si no, el mismo contraste producido mediante el vaivén entre lo sensual —cabello rubio, joya al pecho, perlas en el cuello, pendientes— y lo siniestro de su vehículo en la definición de otra cortesana «en trágico aparato» que iba en un coche tan negro en lo exterior e interior, que parecía tumba. Seguíala un pajecillo bien enlutado, y el cochero lo iba tanto, que hasta en la cara le cupo no pequeña parte, porque era negro, y en el alma mucho más, considerándose esclavo. Ella, pues, en medio de este trágico aparato, iba tocada de modo que se le veía el Op. cit., p. 51. Las fábricas de sombreros, según nos indica Sombart, fueron en un principio establecidas en Francia en ciudades como París, Marsella, Lyon, Rouen, Candébec, pasando más tarde a ciudades como Rotterdam y a Inglaterra, a Berlín y Erlangen en Alemania, etc.; op. cit., p. 163. 50  Op. cit., p. 24. 48  49 

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cabello rubio, y colgada una joya de oro al pecho, por mostrarse en todas partes luciente; una gargantilla de perlas gruesas al cuello y unas arracadas de puzol en las orejas.51

Ropas, accesorios y coches anuncian así lo que será una creciente obsesión material del urbanita madrileño según avanza el siglo, al tiempo que la expresión estética informa de los usos y abusos —coches que se convierten en burdeles, sombreros descomunales que se intercambian como fetiches, etc.—de estos mismos objetos. Nada parece tener entonces los perfiles definidos, y con ello la Corte se convierte, en estas piezas, en el espacio «donde no todos podemos ser conocidos de todos»,52 según palabras de Isabel en El sagaz Estacio, marido examinado, deleitándose en una anonimia que parece desembocar en el engaño. De hecho, es esta misma Isabel, desengañada y lúcida, la que articula una de las mejores críticas a su presente al comentar que «he levantado altares a la ingratitud haciendo sacrificio necio de mi vida a un ídolo vano, a un dios de mentira, y, finalmente, a un hombre idólatra de la torpeza y que ha hecho precio mis lágrimas sus gustos ilícitos», 53 erigiéndose así como la cara opuesta al escepticismo de Flora. Lamentan así las mujeres la idolatría amorosa que les hace perderse por hombres abiertamente inclinados a otras apetencias más materiales que espirituales; no sorprende entonces que, en un momento dado, el galán Federico se consuele burlonamente de don Lázaro recordándole que «por lo menos no podrá v. m. hacer una acción que hacen los que se vuelven locos de amor en las comedias, que es arrojar entre las demás prendas de su persona el sombrero»,54 porque, a fin de cuentas, nada tienen de romántico estos galanes. Por ello, este mismo sombrero se convierte en el más evidente de los fetiches urbanos, no sólo cuando desaparece del inventario de su dueño, sino también cuando cae en manos de las damas, que deciden adornarlo con ornamentos femeninos, guardándolo en casa como botín de un espacio masculino no visitado y colocándolo en una vitrina a modo de pieza de museo, sin ninguna función atribuible. El elemento fálico queda ahora reducido a un fláccido adorno femenino; la venganza está entonces consumada y el sombrero convive así, desde su nueva gramática, con la almohadilla doméstica, silenciosa y privada, dueña de su propio espacio, rescribiendo un juego de sinécdoques en el que lo femenino retiene su propia supremacía y en el que lo masculino —el conducto sin savia que ahora se «adorna» por Cristina— se feminiza y domestica, desprovisto de toda su semántica previa. Nos hallamos entonces ante una suerte de fetichismo del sombrero, de culto al objeto, de una nueva religión cuya iconografía es ahora seglar y doméstica y que, tanto en Lázaro como en Cristina, contiene su propio altar —la colección, la vitrina y el orden museístico así lo configuran— como espacio oculto de idolatría. Y, como toda religión, el objeto en sí 51  52  53  54 

Op. cit., p. 25. Op. cit., p. 109. Op. cit., p. 106. Op. cit., p. 63.

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retiene un notable poder evocación que la propia protagonista se encarga de subrayar: por lo menos el sombrero ha de ser mío, que le pienso poner entre mis joyas, que no será la de menor estimación, trayéndome con su vista a la memoria el peregrino capricho de su dueño. Pondréle plumas; adornaréle el cairel y toquilla de oro, y aun pienso que, en su opinión fantástica, si le ve sobre mi cabeza, dirá que ha sido indigno y humilde empleo.55

Es por ello que, al hablar del amor, doña Cristina, esta feliz viuda a la que pretende el caballero ahora «castrado» de todo su poderío, comenta que «ya no hay más amor que la comodidad; hase hecho casero, burlón, entretenido», y recomiende a su amante don Sebastián —quien, al estar casado, tiene escasas posibilidades de triunfo— que la corteje como es debido, ya que «este taburete ama, esta sala fresca, el agrado con que le recibimos, la puntualidad con que procuramos que sea servida su persona»; mejor es, advierte con ello, que sufra los hielos duros, rebeldes y obstinados, que entonces sus suspiros tendrán valor y abono, y traerán mejor padrino en esta generosa constancia para ser juzgados por verdaderos, que en tanto juramento ocioso.56

En esta sociedad urbana en donde sus galanes han perdido las cualidades antiguas de valor y cortesía, son ahora las damas quienes se encargan de definir la dinámica de seducción amorosa, lo que ya se llamó en su momento «amor al uso». No sorprende así que Federico critique la locura de los tiempos que corren al insistir en que los cortesanos son holgazanes e incultos, y que sus librerías son las casas de las mujeres, que ponen su belleza en la tienda; y siendo siempre estudiosos de la pública deshonestidad, no se contentan con lo que ya está corrompido, sino que se atreven a poner cerco a las torres invencibles, a las murallas de poderosa defensa.57

La frase resume a la perfección esta nueva guisa del antiguo poeta-soldado, ausente de librería y de también de batallas, pero situado ante el reto de una lectura mucho más difícil de dominar y una torre más alta que conquistar, tal y como apuntaba la voz cervantina en la cita ya incluida al principio de este capítulo que hacía referencia a las penurias del ámbito urbano. Se repite así la «habilitación» que Marcela deseaba hacer con Estacio, su «sombrero» particular al que no le iban a crecer plumas, pero sí ramas. El fetiche se torna

55  56  57 

Op. cit., p. 70; cursivas mías. Op. cit., pp. 94-95. Op. cit., p. 111.

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en burlona idolatría cuando, delante de todos, bromea sobre la cabeza desnuda de su pretendiente: ¡Este es el sombrero de Don Lázaro! ¡Este el que ha cubierto aquella sublime y generosa cabeza! Dejadme, que le quiero festejar con una y otra reverencia humilde».58

Con ello Salas se mofa del absurdo fervor de la sociedad cortesana por este tipo de bienes de consumo, en donde también resuena no sólo la retórica invertida del Calisto enamorado en los primeros compases de La Celestina, sino también los ecos de la cabeza-oráculo de la Barcelona de Don Quijote, totem en el que leer el pasado, presente y futuro: ¡Oh precioso tesoro: tú serás el mayor blasón de mi casa, la principal curiosidad de mis camarines y la más opulenta riqueza de mi guardajoyas! Por ti sabré los vientos que corren, por ser quien los ha tenido encarcelados y sujetos. Dividido en pedazos menudos, podrás servir de reliquias a los navegantes contra la saña de estos atrevidos bramadores, de estos que amotinan las olas contra el cielo y tienen escarapela con las mismas nubes. Bien puedes desafiarte con la Giralda de Sevilla, y sin duda vencerás, si acaso quisiere pretender que ha sido tan bien servida como tú de los airosos ministros. No se podrá decir por ti, aunque se te ha tenido sumo respeto, que no te ha tocado el aire, porque de él has estado siempre lleno. ¡Oh tú, fiel testigo de la vanagloria de los hombres y digna prenda del hombre más vano de todos ellos, perdona la estrecheza de mi casa y acomódate en su pequeñez [...] Por amigo te quiero, por compañero te elijo, por dueño te reconozco.59

Desde su concatenación de mentiras y falsificaciones, la pieza logra también escenificar un prolongado efecto teatral —acaso de comedia dentro de comedia— al que don Lázaro, en sí enemigo de todo espectáculo dramático, asiste estupefacto. El extremo de esta prolongada farsa se produce cuando todos los personajes se dirigen, rigurosamente vestidos de luto, a darle el pésame por haber perdido su tan codiciada prenda. Cuando Marcelo desvela entonces el secreto de que ha encargado un segundo sombrero —definido muy cervantinamente como «apócrifo y fingido»60— para complicar aún más la broma y la desdicha del pobre viejo, la apostilla de Salas nos resulta fundamental para entender el funcionamiento del gremio de sombrereros en este mercado incipiente; al mismo tiempo, la relación sujeto-objeto que anuncia la cita le permite esbozar una decidida crítica a esta dependencia por bienes aparentemente innecesarios que acaban por suplantar, desde su exclusividad, la personalidad de su dueño:

58  59  60 

Op. cit., pp. 70-71. Op. cit., p. 71; cursivas mías. Op. cit., p. 124.

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traté de fabricar en su misma horma un sombrero; y aunque el oficial se resistió mucho, porque el orden que de él tiene recibido es que no se hagan más que para su persona, y a título de esto le da un salario considerable, demás de que entre año le gasta infinitos sombreros, que se los paga generosamente…61

La entrada del falso sombrero en el universo de don Lázaro es, ante todo, un ejercicio de idolatría a través del cual su dueño recupera la identidad temporalmente perdida; el objeto adorado vuelve así a su «recámara de sombreros, en un lugar apartado y distinto de los demás, y que debajo digan unas letras...»62 a modo de pieza de museo. La frontera entre la colección y el fetichismo viene aquí mediada por la clasificación y la muestra, en tensión con la acumulación y el secreto.63 Pero esta adoración se extiende, según avanza la comedia, hacia otras prendas íntimas de semejante capital social. Salas prolonga su examen con el certamen poético que quieren organizar Federico y don Lázaro, a través de composiciones dedicadas al sombrero y con diferentes premios otorgados del patrimonio del cortesano descortés: pañuelos usados por su dueño, «una silla de terciopelo en que estuvieron sentados su padre y abuelo»,64 una montera que lleva en casa, sortijas de diamantes, cadenas de oro, cintillos «de la misma naturaleza», etc., algunos de los cuales se convertirán en fetiches intercambiables más adelante. Doña Cristina se lo devuelve a cambio de unos chapines, anunciando entonces un destino incierto al futuro marido engañado: sombrero como cuernos, chapines para «trotar» mundo como un Lázaro de Tormes femenino que rompe sus zapatos. Con ello, de paso, Salas logra esbozar al menos una crítica a toda la banalidad de cierta poesía de circunstancias, que tan sólo sirve para reproducir por escrito una serie de absurdas apetencias por lo material y superfluo que, como indicaba Voltaire en la cita que abre este libro, se ha hecho ya necesario. Por otra parte, el apego a estos bienes de consumo que definen su persona y la de sus antepasados sitúa a don Lázaro en una economía feudal de consumo en la que no cabe la noción de intercambio porque el objeto es exclusivo y único, frente a la de una nueva generación de urbanitas que participan ya de un sistema incipiente de transacciones que incluye lo propio y lo ajeno, la cesión y la usurpación, la compra y la venta, el préstamo y, por encima de todo, la duplicación que anuncia ya lo que será la posterior fabricación en serie. Esta jouissance del fetichismo coleccionista se articula a partir de la calidad de sus objetos más que a los objetos en sí, cuya reproducción en serie se erige como la nueva economía política: el objeto se desprende de su valor original y, por lo tanto, se hace abstracto y también múltiple. La exclusividad del original, con su material de artesanía lentamente trabajado, se sustituye por la improvisación rápida del nuevo objeto que ya no habita en la intimidad sino que viaja, como si fuera elemento astrológico, por los tejados de Madrid. La narrativa del 61  62  63  64 

Op. cit., p. 99. Op. cit., p. 109. Esta idea se desarrolla también, de manera semejante, en Stewart, op. cit., p. 163. Op. cit., p. 118.

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coleccionista, basada en la suerte y la oportunidad, queda reemplazada así por la narrativa de la producción en serie, que en cierta manera anula la «originalidad del original», como bien han subrayado Margreta de Grazia, Maureen Quilligan y Peter Stallybrass: «Counterfeiting always produces a problem of origins and authenticity: in so far as the «fake» can pass, it exposes every «original» as potential fake».65 La imitación produce, entonces, la posibilidad de lo real. Este trayecto se aprecia cuando, por ejemplo, el descarado Marcelo, con su original treta, nos avisa de que lo que antes era único —lujoso— es ahora repetible, imitable, común, circulante y, por lo tanto, ya desprovisto de su carácter suntuario. El sombrero es de todos porque todos quieren ser partícipes de esta nueva economía que encontrará sus rasgos discriminantes ya no en el objeto en sí —pues es, como digo, fácilmente reproducible— sino en la expresión escrita, en los certámenes poéticos que diferencian a un «sombrero textual» de otro. Por otra parte, si el fetichismo de don Lázaro, como he señalado más arriba, era rigurosamente organizado en el tiempo —desde la estrecha conexión entre objeto y memoria familiar— y en el espacio —por la distribución museística del ámbito doméstico—, el de su futura esposa Cristina es improvisado, flexible, humorístico y, en el fondo, un tanto nihilista. Sin lo exclusivo de su sombrero don Lázaro deja también de ser diferente y único, entrando en una nueva economía de producción masiva en la cual es uno más y, por lo tanto, candidato ideal para las libertades de su futura esposa. Es por eso que trazar la genealogía de un objeto es, en cierta manera, trazar la historia de un deseo. La pieza, por último, conecta con una serie de procesos sociales muy concretos. Hemos ido viendo ya cómo, desde sus múltiples calidades —sucia o limpia, fina o gruesa— ya desde fines del reinado de Felipe III la ropa ha llegado a convertirse en una de las grandes preocupaciones del urbanita, bien como vehículo de ostentación o deleite, bien como motivo de vigilancia. Los decretos suntuarios de 1619-1625 a los que he hecho alusión anteriormente generan testimonios de importancia capital para entender las repercusiones socioculturales de determinadas prendas como la lechuguilla, la golilla, el guardainfante o los velos de las tapadas, que serán atuendos indispensables del paisaje urbano durante estos años. He comentado en otra ocasión cómo, por dar un caso, en El galán sin dama —escrita probablemente entre 1621 y 1625— el comediógrafo de Corte Antonio Hurtado de Mendoza introduce personajes que llevan calzas —es decir, los famosos pantalones abombados que llegaban hasta por encima de la rodilla— y cuello en forma de lechuguilla; más adelante aparecen con ferreruelo, término con el que se designó la famosa capa larga que reemplazó al bohemio corto, y con golilla, el cuello laminado que sustituyó a la lechuguilla después de los decretos suntuarios de 1623 y que produjo una verdadera revolución en la indumentaria. Las modas y modos irán cambiando rápidamente y, frente a la exuberancia celebradora del teatro —no carente de un incisivo comentario político—, en años inmediatamente posteriores abundan los avisos que previenen sobre 65 

De Grazia, Quilligan y Stallybrass, op. cit., p. 11.

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esta obsesión por lo superfluo, al tiempo que formulan soluciones más o menos hábiles encaminadas al más flagrante de los controles sociales: entre los más conocidos, Fray Tomás Ramón escribe su Pracmática de reformación contra los detestables abusos de los afeites, calzado, guedejas, guarda-infantes, lenguaje crítico, moños, trajes y excesso en el uso del tabaco (Zaragoza, 1635); Alonso Carranza publica una Rogación en detestación de los grandes abvsos en los traxes y adornos nvevamente introdvcidos en España (Madrid: Imprenta de Maria de Quiñones, 1636), y Antonio de León Pinelo, en su Velos antiguos y modernos en los rostros de las mujeres. Sus conveniencias y daños. Ilustración de la Real Pragmática de las Tapadas (Madrid, 1641), alude a la pragmática de 1639 que las prohibió.66 Dado que muchas de estas prendas se han instituido ya como verdaderas marcas de identidad personal, resulta fascinante en la producción de Salas, como también en la de muchos de sus contemporáneos, la distintiva y no poco estrecha relación que se establece entre la naturaleza de la materia y los procesos de construcción social a los que invita su uso. La circulación de bienes en un entramado urbano regido por los famosos cinco gremios que controlan la distribución de gran parte del comercio —el de los Paños, la Sedería, la Droguería, la Lencería y la Joyería— creará así una noción de moda no muy lejana a la que hoy conocemos, generando innumerables polémicas en las dos siguientes décadas. La ropa se convierte entonces en un medio de distinción tanto como de ocultación en una sociedad en donde los conceptos de mimesis y diferencia, de imitación y originalidad, dan lugar a determinadas actividades —paseos, asistencia a desfiles reales, fiestas palaciegas— y arquetipos sociales —lindos primero, petimetres después— que condimentan la cultura urbana del xvii. Partiendo de un referente casi siempre fijo que suele ser la reina o el rey, en la mayoría de los casos, y mediante la adquisición de determinadas prendas o materiales, el cortesano madrileño generará procesos de diferenciación —pues se presenta algo nuevo— y mimesis —pues se incorpora uno a una incipiente vanguardia estética— que incluso podrán ser, en ocasiones, simultáneos. Y, como señalaba Calderón con respecto al armario portátil de don Manuel en La dama duende, la ropa «delgada», la tela fina y delicada al tacto, será una de las marcas de distinción del cortesano madrileño que con más atención registra la literatura del período. No se trata solamente, por tanto, de entregarse a los deleites de la vista, sino también a los placeres del tacto, como ya acusó en las páginas de Salas la cabeza de don Lázaro cuando fue desposeído de su lujoso fetiche. En cualquier caso, la lectura de El cortesano descortés y de sus dos comedias hermanas anuncia una creación personal y atractiva por su heterogeneidad, su fragmentación y su atrevida fusión de géneros y temas, experimentando continuamente y criticando con ello hábitos extendidos que caen bajo la penca de este verdugo inmisericorde. Por otra parte, este trío es significativo porque abre nuevas vías de estudio sobre la producción dramática de Salas en su relación con otros poetas, porque 66  Son cuatro premáticas que se promulgan en 1639 contra tapadas, guardainfantes, etc.; incluyo estos datos en mi op. cit., 2004, pp. 293-294.

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reactiva un debate en torno a su marbete genérico y porque amplia la discusión sobre lo «teatral» de este tipo de escritura. Finalmente, su lectura depara una reflexión muy personal sobre todo un problema moral asociado a la dependencia excesiva en ciertos objetos considerados todavía como prescindibles y ciertamente frugales. Sin embargo, la paradoja es evidente: al tiempo que Salas censura estas costumbres, está no obstante celebrando su existencia y su incorporación paulatina al mundo de la ficción y al acervo lingüístico. El lector moderno que se acerque a estos textos se verá a sí mismo, por fortuna para Salas, en muchas de las preocupaciones verdaderamente modernas que se filtran en su trama. El Madrid generoso y plural del siglo xvii no es entonces tan diferente como el de nuestros días. Todas estas preocupaciones tienen ya, como hemos ido viendo, una línea de continuidad a lo largo de la historia. Christopher J. Berry ha escrito que [T]o curb the luxury-to-necessity dynamic, should it be successful, would be to head-off innovation. The diffusion of all those goods now thought to be luxuries would have to be forestalled and the current level of technology frozen.67

… y lo cierto es que el mundo literario de Salas es un mundo de innovación y experimento, y en él tienen cabida, más allá de su tono moralista, todas las novedades del mercado metropolitano, ya sea como rareza o como necesidad convertida en hábito. Su mundo literario es un espacio en donde esta «tecnología» comienza a dar sus frutos primeros, y en el cual se apuntan ya nuevas relaciones de consumo derivadas precisamente del paso de objetos exclusivos a bienes en serie en este gran mercado abundante y dinámico que es la ciudad de Madrid. Además, la lectura de estos textos, que comentan con gran acierto el poder casi hipnótico de ciertos bienes de consumo tan frugales como insustituibles, nos conduce necesariamente al problema de discernir entonces si la escasez de un objeto lo lleva al lujo o si es la noción de lujo la que convierte a un objeto en bien escaso. Hemos aprendido también cómo el estudio de estas comedias sirve de perfecto enlace entre su obra dramática y su producción novelesca, porque cada texto presenta una problemática crucial para entender la modernidad urbana que le tocó vivir, a través de las diversas nociones del matrimonio, de la cultura material y de las complejas relaciones con determinados objetos cotidianos que, desde su poderosa autonomía, nos invitan a leer la modernidad áurea de una manera más sensorial y placentera, si bien no exenta de una cierta sospecha.

67 

Op. cit., p. 227.

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Epílogo 400 años de fantasía (1603-2005) Pocos escritores del siglo xvii nos han dejado un legado tan variado como Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo. La enorme cantidad de obras y opúsculos —muchos de ellos, según hemos visto ya, insertos en textos mayores— hace que resulte imposible y carezca de todo fundamento el diseñar un libro que trate de todas y cada una de sus piezas, muchas de las cuales, además, carecen de un mínimo interés crítico. Con ánimo de dar ahora coherencia y perspectiva a lo que ha sido un análisis selectivo, quiero por ello cerrar este volumen con un recorrido de lo que fue la trayectoria cronológica de su obra publicada —la cual, en la mayoría de los casos, apenas coincidió con la fecha de composición— y de lo que han sido las ediciones más importantes desde su muerte hasta el presente. Pretendo así que el lector tenga a su disposición el más completo catálogo de su obra recogida hasta el momento, cuya exégesis crítica podrá completarse así con la lista de artículos y ensayos que recojo a continuación en la Bibliografía final. Quien quiera profundizar sobre lo mucho que queda por decir del ingenio madrileño, podrá encontrar ejemplares de todos sus textos —ya sea en impresos del xvii o en ediciones modernas— en la Biblioteca Nacional de Madrid. El cómo y el dónde de todos estos ejemplares, con sus respectivas signaturas y con los datos materiales de cada ejemplar, lo ofrezco en mi trabajo «Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo», de próxima aparición en el Diccionario filológico de literatura española. Siglos xvi y xvii. Vol. II (Madrid: Castalia), dirigido por Pablo Jauralde. *  *  * No se conservan autógrafos de la obra de Salas y sus creaciones más antiguas datan de principios del siglo xvii en contribuciones a obras de sus contemporáneos;

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de ahí la fecha de 1603 que recoge el título. He señalado ya cómo sus versos aparecen en los Preliminares del Viaje entretenido de Agustín de Rojas Villandrando (1603), en la Elocuencia española de Bartolomé Jiménez Patón (1604), en la antología de Pedro de Espinosa Flores de poetas ilustres (1605), en El peregrino en su patria de Lope, en el Juramento al serenísmo Príncipe don Felipe de Luis Vélez de Guevara (1608) y en Antigüedades y excelencias de Granada de Francisco Bermúdez de Pedraza, haciéndole partícipe así de un campo cultural lleno de novedades. Son poemas de alabanza que ciertamente no nos dan medida de la pluma satírica que pronto desarrollará como verdadera marca de distinción, si bien indican ya una afición por las letras que se mantendrá, casi como ocupación exclusiva, para el resto de su vida. Su gran estreno, sin embargo, se produce un año más tarde con la publicación de Patrona de Madrid restituida (Madrid: Alonso Martín, 1609), reeditado en el siglo xviii como Patrona de Madrid restituida. Poema Heroyco a la Antiquissima y Milagrosa Imagen de Nuestra Señora de Atocha (Madrid: Antonio Marín, 1750), y reproducido en edición facsímil en Valencia (Ediciones Albatros, 1979). Son doce libros en 733 octavas, en las cuales se narran los eventos que inspiraron la erección del altar de Nuestra Señora de Atocha, donde se incluyen también, dispersos a lo largo de la narración, las 258 líneas que configuran el poema «Tratado poético de la esfera», impreso en la tesis doctoral de Emile Arnaud (pp. 797-804). Tanto la parte hagiográfica —entretejida en versos donde resuena lo pastoril, lo caballeresco e incluso lo sobrenatural— como la que da cuenta de la afición del madrileño por la astrología, resultan ser de lo más mediocre de su legado. Se trata, de hecho, de una composición que ha tenido escaso eco no sólo en el canon poético áureo, sino también en el de los estudios sobre la obra general de Salas. Tras un texto que podría ejemplificar lo menos interesante del madrileño, se pasa en poco más de dos años a la que se considera su obra maestra y su pieza más editada: La hija de Celestina aparece simultáneamente como La Hyia de Celestina en Zaragoza (Viuda de Lucas Sánchez, 1612, con prólogo de su amigo Francisco de Segura) y en Lérida (Luis Menescal, 1612); sale más tarde bajo el título de La ingeniosa Elena (Madrid: Juan de Herrera, 1614) ampliada gracias a una serie de textos intercalados: dos relatos apicarados en tercetos, «La madre» y «El marido», una novela cortesana titulada «El pretendiente discreto» y cinco romances de «Malas manos»; y, dos años después, en la que se considera la edición más fiable, en Milán (Juan Bautista Bidelo, 1616). En el siglo xviii es reeditada como La ingeniosa Elena, hija de Celestina (Madrid: Pedro Joseph Alonso y Padilla, 1737), pasando desapercibida, sin embargo, durante la centuria siguiente. Tras más de siglo y medio de silencio, serán numerosas las ediciones en el siglo xx, como atestigua La hija de [Pierres y] Celestina, Colección Clásica de Obras Picarescas, (Madrid: A. Pérez y ca., 1907, que reimprime la edición de Milán de 1616), La hija de Celestina. La ingeniosa Elena, en edición de Fritz Holle (Strasbourg: J. H. E. Heitz, «Biblioteca Románica, n. 150»; New York: G. E. Stechert, 1912); La hija de Celestina y La ingeniosa Elena, incluida en La novela picaresca española, edición de Ángel Valbuena Prat

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(Madrid: Aguilar, 1943, en el primero de sus tres volúmenes), que se reimprime en 1946, 1956, 1966, 1967, 1968 y 1974; como La ingeniosa Elena, con un prólogo con notas biográficas y versión moderna de Fernando Gutiérrez (Barcelona: Horta, 1946); en un volumen conjunto para la Colección «Novelas y Cuentos», a saber, Lazarillo de Tormes. La hija de Celestina, en edición de Francisco Aguilar Piñal y Consuelo Pas­tor Sanz (Madrid: Editorial Magisterio Español, 1967, pp. 127-217), reimpresa en 1970, 1973 y 1977. En los años setenta se editará cuatro veces más: La hija de Celestina. El sagaz Estacio, marido examinado (Madrid: Círculo de amigos de la historia, 1974), volumen 42) con reimpresiones en 1976 y 1978; bajo el título La ingeniosa Elena, que, en forma de tesis doctoral, edita B. C. Leetch (Baltimore, 1977); La hija de Celestina, en edición facsímil por Joaquín López Barbadillo (Madrid: Akal, 1978 [edición original de 1907]); y La hija de Celestina. Sinopsis para una versión cinematográfica en versión libre por Jorge Grau, (Madrid, 1979). De los años ochenta son La hija de Celestina. El sagaz Estacio, marido examinado (Madrid: S. A. de Promoción y Ediciones, 1980), para la Colección «La novela picaresca española»; La hija de Celestina, en adaptación de Emilio Romero (Madrid, 1982); La hija de Celestina y la ingeniosa Elena, edición de José Fradejas Lebrero (Madrid: Instituto de Estudios Madrileños, 1983); La ingeniosa Elena. La hija de Celestina, edición de Jesús Costa Ferrandis (Lleida: Instituto de Estudios Llerdenses; Artis, Estudios Gráficos, 1985); se reedita también en el volumen Picaresca femenina. La hija de Celestina por Antonio Rey Hazas (Barcelona: Plaza & Janés, 1986) y, más recientemente, por Florencio Sevilla Arroyo para su volumen colectivo La novela picaresca española (Madrid: Castalia, 2001). Tanto La hija de Celestina como La ingeniosa Elena están digitalizadas, en versión facsímil, en Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002. Las ediciones más modernas de la pieza son Vida, nacimiento, padres y crianza del capitán Alonso de Contreras / por Alonso de Contreras. La hija de Celestina / por Alonso Gerónimo de Salas Barbadillo (Dueñas, Palencia: Simancas, 2004); La ingeniosa Elena, en Antología de la novela picaresca española (Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 2005, pp. 263-287); La hija de Celestina. En Novela picaresca, Rosa Navarro Durán, ed. (Madrid: Fundación José Antonio de Castro, 2007, vol. 3, pp. 481-535; edición digital por cortesía del editor en Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes; Madrid: Fundación José Antonio de Castro, 2007); y La hija de Celestina, Enrique García Santo-Tomás, ed. (Madrid: Cátedra, 2008). De entre sus traducciones a lenguas extranjeras destaca La figlia di Celestina, traducción de A. Gasparetti, (Roma: Rizzoli, 1962), y Die Tochter der Celestina, traducción de E. Hatmann (Leipzig: Reclam, 1968). El texto, evidentemente, ha sido incluido en ediciones de obras de Paul Scarron ya desde el siglo xvii, incluso en traducciones inglesas de Les Hypocrites, como constan las ediciones en Londres de 1657 y 1665, en traducción de John Davies of Kidwelly. Tras el éxito de esta novela se suceden otras creaciones no menos originales, pero acaso de menor impacto: El Cavallero Puntual (Madrid: Miguel Serrano de Vargas, 1614) es, como ya se ha señalado, una extensa desventura picaresca de un

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advenedizo en la Corte madrileña; incluye una carta a y de Don Quijote, una Academia que visita el protagonista en el capítulo VIII, un soneto, varias redondillas, un poema serio, 101 epigramas y un entremés. Goza de una edición temprana también en Madrid (Juan de la Cuesta, 1616), pero no vuelve a aparecer, creemos, hasta que se reedita por Emilio Cotarelo y Mori en Obras de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo (Madrid: Tipografía de la «Revista de Archivos», 1909, tomo II). Un año más tarde sale a imprenta su original Corrección de vicios en que Boca de todas verdades toma las armas contra la malicia de los vicios, y descubre los caminos que guian a la virtud (Madrid: Juan de la Cuesta, 1615), de la cual no constan reediciones. En él Salas nos cuenta su exilio en Tudela y las conversaciones que tendrá con el sabio loco llamado Boca de todas las verdades. Es un texto variado donde los haya, dividido en las siguientes partes: diez discursos a cargo de Boca de todas las verdades; varias anécdotas que ilustran dichos discursos; ocho novelas, cinco de ellas en prosa y tres en octavas; cuarenta y ocho tercetos, romances y poemas dentro de las novelas. Salas vuelve a la poesía en 1618 con sus Rimas castellanas (Madrid: Viuda de Alonso Martín, 1618), que incluye 79 sonetos, 190 epigramas de los cuales algunos ya habían salido en la primera parte de El caballero puntual, silvas, canciones, tercetos, 18 epitafios y 12 series de romances. Animado por el éxito de la primera parte, se publica en 1619 la Segunda parte del caballero puntual, y la comedia Los prodigios del amor (Madrid: Francisco Abarca de Angulo, 1619), de la cual no existen tampoco reediciones. Esta Segunda parte incluye una novela ejemplar contada por el personaje Salazar sobre la historia de Gundamiro y Atanarico; el entremés «La lonja de San Felipe», que ya se ha comentado aquí; la sátira «El curioso», leída también por Salazar; y la historia en silvas de Rolanio y Amarilis; cierra el libro un «Romance grave». La comedia Los prodigios del amor, en tres actos, cuenta los enredos románticos de Polidoro y Aurelia, pero no destaca entre lo más florido del canon dramático áureo. La década de los veinte constituye, sin duda, la «década prodigiosa» para Salas. En 1620 se edita su comedia El gallardo Escarramán (Madrid: Juan de la Cuesta, que a partir de ahora se editará siempre junto a El subtil cordobés Pedro de Urdemalas). Ésta última incluye la narración en primera persona de Pedro, junto a algunas narraciones jocosas contadas por el mismo bajo el nombre de don Juan de Meneses; la novela amorosa en octavas titulada «Recaredo y Rosimunda», y la «Novela de Polidoro y Aurelia», que ya había aparecido en forma de comedia en Los prodigios del amor. Cierra el volumen la silva «Albanio a Laura».   Los epigramas de Salas han sido estudiados por Emile Arnaud en «Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo: epigramas». Criticón 13 (1981): 29-86, al igual que las seguidillas y los epitafios: «Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo: epitafios y seguidillas». Criticón 14 (1981): 5-42; ver también, del mismo, «Claves para entender los epigramas, epitafios y seguidillas de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo». Criticón 16 (1981): 65-105.

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De este mismo año es también El caballero perfecto. En cuyos hechos y dichos se propone a los ojos un exemplo moral y politico, digna imitacion de los Nobles, y necessaria para la perfeccion de sus costumbres (Madrid: Juan de la Cuesta, 1620), que no volverá a ver la luz hasta el siglo xx en El caballero perfecto, edición de Pauline Marshall (Boulder, CO: University of Colorado, 1949). Se trata de la novela más inusual de Salas, de tinte ejemplar con escenarios europeos por los que viaja su caballero aristocrático. Incluye la historia en prosa de Ludovico, la de Ismael y Amorates, la novela «El descanso en el desprecio» y la historia de Rodrigo de Veloa, también en prosa. Es igualmente de este año El sagaz Estacio, marido examinado (Madrid: Juan de la Cuesta, 1620), que aparece también en Madrid con título homónimo en la imprenta de Luis Sánchez en 1621. Se cree que fue escrita entre 1613 y 1614. Incluye nueve epigramas, canciones, décimas, un soneto, seguidillas, una elegía, y el episodio del «juez pesquisidor». No volverá a ver la luz hasta el tomo titulado La peregrinación sabia y El sagaz Estacio, marido examinado, a cargo de Francisco A. Icaza (Madrid: Ediciones de La Lectura, 1924, reimpresa en 1941 y 1958, ambas en Espasa-Calpe). La edición de La peregrinación sabia y El sagaz Estacio, marido examinado de Espasa-Calpe de 1958 está digitalizada en Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 1999. Del primero existe traducción al francés: La Matois Mary, our La Courtizanne attrapée (Paris: Pierre Billaine, 1634); una versión en italiano, La peregrinación sabia, en La Verità sospetta: tre traduzioni di Carlo Emilio Gadda, a cura di Manuela Benuzzi Billeter (Milan: Bompiani, 1977) y una edición junto con La hija de Celestina en Madrid (Colección «La novela picaresca española», S.A. de Promoción y Ediciones, 1980). La aportación más reciente es el volumen que incluye Vida de don Gregorio Guadaña / por Antonio Enríquez Gómez. El sagaz Estacio / por Alonso Gerónimo de Salas Barbadillo (Dueñas, Palencia: Simancas, 2004, colección «El Parnasillo»). El año de 1620 ve también publicarse una suerte de comedia novelada de tinte picaresco, El Subtil Cordoves Pedro de Urdemalas, que en su primera edición sale junto a otro texto, que aparece bajo el epígrafe Con un tratado del El cavallero Perfecto (Madrid: Juan de la Cuesta, 1620). No incluye sin embargo el tratado del «Cavallero Perfecto» que anuncia en la portada, sino que en su sustitución adjunta la comedia El Gallardo Escarramán así como, de nuevo, la «Silva Albanio a Laura». La comedia no volverá a ver la luz hasta la edición crítica de la tesis doctoral de Alan A. Hamlett en 1940 en la University of Texas en Austin, sin incluir El gallardo Escarramán; saldrá más tarde como El subtil cordovés Pedro de Urdemalas y El gallardo Escarramán, editada por Marcel Charles Andrade (Chapel Hill, N. C.: Department of Romance Languages, University of North Carolina; Madrid: Castalia, 1974); y, dos veces más, como El subtil cordobés Pedro de Urdemalas. El gallardo Escarramán: comedia famosa (Madrid: Madrid: S. A. de Promoción y Ediciones, D. L., 1980) y El sutil cordobés Pedro de Urdemalas (Dueñas, Palencia: Simancas, 2004). El subtil cordobés Pedro de Urdemalas está digitalizada, a partir de la edición princeps, por Florencio Sevilla Arroyo y Begoña Rodríguez Rodríguez. Alicante: Biblio-

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teca Virtual Miguel de Cervantes, 2005, Serie «Miguel de Cervantes. Obra. Posteridad». De 1620 es también Comedia de la escuela de Celestina y El hidalgo presumido, que aparece en dos prensas en Madrid el mismo año (Andrés de Porras y M. Fortanet, esta última reproducida en edición de Francisco Rafael de Uhagón y Guardamino en una tirada de tan sólo quince copias). Goza, eso sí, de traducción al francés, que se publica junto a Les Hypocrites de Paul Scarron (Paris: Antoine de Sommaville, 1655 y 1661). De este año es también una de las piezas más detalladamente comentadas en este libro, Casa del plazer honesto, que sale en Madrid (Viuda de Cosme Delgado, 1620, si bien aparece 1602 por error del impresor) y en Barcelona (Sebastián de Cormellas, 1624). Incluye silvas, romances, una canción, cuatro entremeses y seis novelas, varias de las cuales, como Los cómicos amantes, El Pescador venturoso y El gallardo Escarramán se reeditan en Colección de novelas escogidas compuestas por los mejores ingenios españoles, volúmenes IV y V (Madrid: Imprenta Real, 1788-91). La edición más moderna de que disponemos es La Casa del placer honesto, a cargo de Edwin B. Place (Boulder, CO: University of Colorado, 1927). El año de 1621 es también año mágico para Salas. Se publica la tercera de sus grandes composiciones poéticas —que también va a pasar desapercibida en la historia literaria española— titulada Los triunfos de la beata Soror Iuana de la Cruz: en verso heroico (Madrid: Viuda de Cosme Delgado, 1621), de la cual no consta reedición alguna. Es un poema en octavas dividido en cuatro libros, en donde se narran los eventos de su protagonista, junto a una «Silva a la religión del Seráfico Patriarca S. Francisco», sito al final del libro. Más éxito tienen sin embargo, otras piezas: El cortesano descortés (Madrid: Viuda de Cosme Delgado, 1621), que se reimprime por el ya citado Francisco Rafael de Uhagón y Guardamino en Dos novelas de D. Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo. El cortesano descortés. El necio bien afortunado (Madrid: Imprenta de la viuda e hijos de M. Tello, 1894, pp. 1-154). Esta segunda sale también el mismo año como El necio bien afortunado (Madrid: Viuda de Cosme Delgado, 1621), y se traduce pronto al italiano por Cesare Zanucca como Lo sciocco ignorante avventurado (Venecia, 1634) y al inglés en dos piezas importantes en traducción de Philip Ayres: como The fortunate fool (London: Moses Pitt, 1670, ya disponibles en formato digital); y The fortunate fool. Written in Spanish by Don Alonso Geronimo de Salas Barbadillo of Madrid. (Dublin: James Dalton, 1736); una tercera edición, ésta en Estados Unidos, es The lucky idiot: or, Fools have fortune. Verified in the life of D. Pedro de Cenudo, whose follies had generally a prosperous event: but when he pretended to be wise was usually unfortunate: Improved with a variety of moral remarks, and diverting amusements (Worcester, Massachusetts: [s.n.] Printed for the purchasers, 1797); una nueva edición ve la luz en Inglaterra bajo el título The Lucky Idiot or Fools Have Fortune (London: Hitch and Hawes, 1760). En el volumen de Uhagón ocupa las pp. 155-

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337. Es ésta una narración en prosa con elementos picarescos, en donde también encontramos el «Examen del necio», una «Ceremonia» y las «Leyes y constituciones de la Discreción», así como dos sonetos. Este mismo annus mirabilis conocerá el estreno de una de sus más atractivas obras, La sabia Flora malsabidilla (Madrid: Luis Sánchez, 1621), que no conoce reedición hasta el volumen de Emilio Cotarelo y Mori, Obras... con la vida y obras del autor. Colección de escritores castellanos. Novelistas. Obras de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo (Madrid: Tipografía de la Revista de Archivos, 1907 y 1909). El tomo I contiene Corrección de vicios (pp. 1-283) y La sabia Flora malsabidilla (pp. 284-502); el tomo II contiene El caballero puntual (pp. 3-314) y la comedia Los prodigios del amor (pp. 315-403). La sabia Flora recoge varios tipos de composiciones poéticas en romances, seguidillas y endechas. De 1622 es Fiestas de la boda de la incasable malcasada (Madrid: Viuda de Cosme Delgado, 1622); incluye la novela en prosa y verso «La mayor acción del hombre», varios romances y un Himeneo cantado por uno de los invitados de Flora; sus cuatro entremeses —«El remendón de la Naturaleza», «El cocinero del amor», «Las aventuras de la corte» y «El malcontentadizo»— se reimprimen en Colección de entremeses loas, bailes, jácaras y mojigangas desde fines del siglo xvi a mediados del xviii (Madrid: Bailly/Bailliére, 1911), pero no se conoce edición moderna. Pasarán dos años hasta que Salas de a imprenta nuevos textos. Su famoso Don Diego de noche, escrito en 1621, sale en Madrid en casa de la Viuda de Cosme Delgado en 1623, y en Barcelona por Estevan Liberós en 1624. El libro está dividido en nueve «Aventuras», a las que se añade un «Epistolario jocoso» —con 31 pésames, parabienes y avisos esparcidos en dos Partes—, un diálogo en verso titulado «Coronación de Laura» y una historia que discurre en Parnaso contada por Marcelo. La novela goza de un éxito extraordinario en toda Europa: se traduce al francés en ediciones que aparecen en París (Alazert, 1636), Rouen (Jacques Besogne, 1640), París de nuevo (Arnou Colinet, 1644) y Lyon (Pierre Bailly, 1644); y por Raclot como Le correur de nuict, ou l’aventurier nocturne (Lyon: Paul Burckhardt, 1647; Claude la Riviere, 1648; Bruselas, 1699 y, en la misma ciudad, por T’Sertevens en 1731); la primera de ellas se encuentra disponible en la Hispanic Society of America en Nueva York (no hay tal en la Biblioteca Nacional de Madrid). La traducción del también francés Geneste, bajo el título Le coureur de nuit, our les neuf aventures du chevalier Dom Diego (Paris: Brunet Fils, 1671), es seguida por la homónima de Raclot, atribuida por error a Quevedo (Paris: Le Mercier Fils, 1731; Huart l’Ainé, del mismo año; Lyon, 1739). Se atribuye a Quevedo también la edición Les oeuures de Quevedo. Traduction nouuelle (Paris: Gabriel Quinet, 1664, y en ediciones de 1665, 1698, 1700 y 1718 ; Rouen en 1645, 1647, 1655…; y Bruselas, 1691 y 1699). Se traduce al inglés por Anon como The Night Adventurer; or, The Day Hater, en The Novels of Dom Francisco de Quevedo (London: John Starkey, 1671); al italiano por Girolamo Brusoni como Il caualier della notte (Venezia : Steffano Curti, 1674 y 1682; Bo­ logna, 1679); y al alemán como Der Nachtwandler; oder, die neuen Abentauer des

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Dom Diego (Wien: Ignaz Albertus, 1791). No vuelve a publicarse en castellano hasta el siglo xx en Madrid (Ediciones Atlas, 1944), si bien contamos con una tesis doctoral en Francia de 1978, firmada por Guy Senzier. En los últimos años de su vida, Salas escribirá su novela epistolar La estafeta del Dios Momo (Madrid: Viuda de Luis Sánchez, 1627), que no volverá a ver la luz hasta la edición de Alfredo Rodríguez (New York: Las Américas, 1968, reimpresa en 1969). Se trata, como ya hemos visto, de una colección de 64 cartas a cargo de Momo y Montano; incluye la «novela jocosa» en prosa «El ladrón convertido a ventero», que contiene tres series de romances. Cerrará su producción El curioso y sabio Alejandro (Madrid: Imprenta del Reino, 1634), reeditada en Madrid por Francisco Javier García en 1753 y, en el siglo xix, como El curioso y sabio Alejandro: fiscal y juez de vidas agenas en edición de Eugenio de Ochoa y Ronna en su Tesoro de novelistas españoles antiguos y modernos (Paris: Baudry, 1847, 3 volúmenes, volumen 2); El curioso y sabio Alejandro, en Cayetano Rosell, ed., Novelistas posteriores a Cervantes (Madrid: Imprenta de Hernando y ca., 1898-1902). Dos ediciones modernas verán la luz en el siglo xx: El curioso y sabio Alejandro, en Biblioteca de Autores Españoles. Novelistas posteriores a Cervantes, edición de Eustaquio Fernández de Navarrete, volumen XXXIII, pp. 1-19 (Madrid: Atlas, 1950); y El curioso y sabio Alejandro, en edición de Evaristo Correa Calderón para su volumen Costumbristas españoles (Madrid: Aguilar, 1950), tomo I, pp. 135-165. Nos encontramos, como ya se ha señalado en el análisis correspondiente, ante seis retratos satírico-morales, seis «vidas» a las que sigue una Silva a la muerte de su amigo Fray Hortensio Paravicino. Cierra la producción del madrileño un texto aún por ser editado modernamente: Coronas del Parnaso y Platos de las Musas (Madrid: Imprenta del Reino, 1635), que debió de ser escrito hacia 1630 (he descrito en páginas previas la morfología de este original libro). De éste, la pieza Galán, tramposo y pobre, originalmente inserta en Coronas del Parnaso, se reedita por Ramón de Mesonero Romanos en su volumen Dramáticos contemporáneos a Lope de Vega, colección escogida y ordenada, con un discurso, apuntes biográficos y críticos de los autores, noticias bibliográficas y catálogos (Madrid: M. Rivadeneyra, 1881), volumen 45, pp. 269-287; y cuatro entremeses del Plato VII y una loa de Coronas del Parnaso se reeditan en Colección de entremeses loas, bailes, jácaras y mojigangas desde fines del siglo xvi a mediados del xviii (Madrid: Bailly/Bailliére, 1911). Estos cuatro siglos de fantasía arrojan, por tanto, un balance curioso, ya que, si bien evidencian un formidable éxito en determinadas épocas —especialmente en su inmediata posteridad con ciertos títulos— o países, la situación presente apunta a que no ha sido editado lo suficiente más allá de una o dos piezas maestras. Apenas se conoce su teatro y queda por hacerse una aproximación seria a su obra poética.   Algunos de sus epigramas fueron traducidos al inglés e incluidos en la edición de John Bowring, Ancient Poetry and Romances of Spain. London: Taylor & Hessey, 1824.

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El presente libro, por consiguiente, sirve para apuntar nuevas vías de estudio sobre su polifacético legado, así como para señalar las lagunas críticas de quien fue, a fin de cuentas, uno de los más apreciados ciudadanos de la república de las letras de su tiempo. Conocer y leer a Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo es, a fin de cuentas, permitir un acercamiento más pormenorizado de lo que fue el desarrollo de la novela —y de la novela corta— en el siglo xvii, así como de lo que supuso el advenimiento de la modernidad en una época de crisis vivida por este escritor de encrucijada que, sin viajar tanto como sus contemporáneos, sí fue capaz de dar una lectura amplia y poliédrica de su presente.

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enrique garcía santo-tomás

ANEJOS DE LA REVISTA DE LITERATURA Últimos títulos publicados

Modernidad bajo sospecha I SBN 978 - 84 - 00 - 08706 - 7

anejos de revista de literatura

Ilustración de cubierta: Bodegón con dulces y recipienntes de cristal, óleo sobre lienzo (52 x 88 cm). Juan van der Hamer y León. Museo Nacional del Prado.

Salas Barbadillo y la cultura material del siglo xvii

55.—ESPACIOS DE LA COMUNICACIÓN LITERARIA, por Joaquín Álvarez Barrientos (ed.), 228 págs. 56.—IMÁGENES DE LA EDAD MEDIA. LA MIRADA DEL REALISMO, por Rebeca Sanmartín Bastida, 638 págs. 57.—ESPACIOS DEL DRAMA ROMÁNTICO ESPAÑOL, por Ana Isabel Ballesteros Dorado, 288 págs. 58.—EL HUMOR VERBAL Y VISUAL DE LA CODORNIZ, por José Antonio Llera, 448 págs. 59.—PEDRO ESTALA, VIDA Y OBRE. UNA APORTACIÓN A LA TEORÍA LTERARIA DEL SIGLO XVIII ESPAÑOL, por María Elena Arenas Cruz, 528 págs. 60.—ÁLVARO CUNQUEIRO. EL JUEGO DE LA FICCIÓN DRAMÁTICA, por Ninfa Criado Martínez, 216 págs. 61.—EL RENACIMIENTO ESPIRITUAL. INTRODUCCIÓN LITERARIA A LOS TRATADOS DE ORACIÓN ESPAÑOLES (1520-1566), por Armando Pego Puigbó, 224 págs. 62.—EL CONCEPTO DE MATERIA EN AL TEORÍA LITERARIA DEL MEDIEVO. CREACIÓN, INTERPRETACIÓN Y TRANSTEXTUALIDAD, por César Domínguez, 232 págs. 63.—PENSAMIENTO LITERARIO DEL SIGLOXVIII ESPAÑOL. ANTOLOGÍA COMENTADA, por José Checa Beltrán, 342 págs. 64.—PARA UNA HISTORIA DEL PENSAMIENTO LITERARIO EN ESPAÑA, por Antonio Chicharro Chamorro, 356 págs. 65.—VIDAS DE SABIOS. EL NACIMIENTO DE LA AUTOGRAFÍA MODERNA EN ESPAÑA (1733-1849), por Fernando Durán López, 516 págs. 66.—DE GRADO O DE GRACIAS. VEJÁMENES UNIVERSITARIOS DE LOS SIGLOS DE ORO, por Abraham Madroñal Durán, 532 págs. 67.—DEL SIMBOLISMO A LA HERMENÉUTICA. RECORRIDO INTELECTUAL DE PAUL RICOEUR (1950-1985), por Daniel Vela Valloecabres, 192 págs. 68.—DE AMOR Y POLÍTICA: LA TRAGEDIA NEOCLÁSICA ESPAÑOLA, por Joseh Maria Salla Valldaura, 552 págs. 69.—DIEZ ESTUDIOS SOBRE LITERATURA DE VIAJES, por Manuel Lucena Giraldo y Juan Pimentel Igea (eds.), 260 págs. 70.—DOSCIENTOS CRÍTICOS LITERARIOS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX, por Frank Baasmer y Francisco Acero Yus (dirs.), 904 págs. 71.—TEORÍA/CRÍTICA. HOMENAJE A LA PROFESORA CARMEN BOBES NAVES, por Miguel Ángel Garrido y Emilio Frechilla (eds.), 464 págs. 72.—MODERNIDAD BAJO SOSPECHA: SALAS BARBADILLO Y LA CULTURA MATERIAL DEL SIGLO XVII, por Enrique García Santo-Tomás, 208 págs.

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Csic

Enrique García Santo-Tomás

Modernidad bajo sospecha

Salas Barbadillo y la cultura material del siglo xvii

El presente libro explora cómo la narrativa del primer tercio del siglo xvii da cuenta de algunos de los más importantes cambios sociales ocurridos a la luz de los procesos económicos asociados al desarrollo de Madrid como centro metropolitano. Se detiene para ello en la figura del escritor madrileño Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo (1581-1635) —quizás el narrador áureo más olvidado por la crítica moderna— desde una doble motivación: por una parte, debido a la necesidad de un estudio abarcador sobre su obra y la puesta al día de la bibliografía existente, lo cual llevaba esperando ya más de tres décadas; por otra, por el enorme interés que presentan casi todas sus piezas para el estudio de la novela aurisecular así como de la realidad que se plasmó en tan personales retratos. Es ésta, por tanto, una lectura completamente nueva del legado artístico de Salas, siempre atento a los procesos de consumo en este mercado tan generoso como fue el Madrid barroco. Con ello se pretende no sólo dar a conocer una producción literaria de enorme interés, sino también abrir nuevas vías críticas a partir del estudio de la cultura material del xvii desde la voz de uno de sus más fascinantes cronistas.

Enrique García Santo-Tomás es Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Michigan, Ann Arbor. Es autor de un centenar de publicaciones sobre literatura y cultura áureas, entre las cuales destacan La creación del «Fénix»: recepción crítica y formación canónica del teatro de Lope de Vega (2000), por la que recibió el «Premio Moratín de ensayo a la investigación teatral» (2001), y Espacio urbano y creación literaria en el Madrid de Felipe IV (2004), ganador del «Premio de Investigación Municipal Antonio Maura, Villa de Madrid» (2005). Es editor de El teatro del Siglo de Oro ante los espacios de la crítica (2002), Cervantismos americanos (2005), De puertas adentro: espacios domésticos en la literatura áurea (2006) y Materia crítica: formas de ocio y consumo en la cultura áurea. Ha preparado ediciones críticas de Las bizarrías de Belisa (2004) y Arte nuevo de hacer comedias (2006) de Lope de Vega, La hija de Celestina (2008) de Salas Barbadillo y Don Gil de las calzas verdes (2008) y Amar por arte mayor (en prensa) de Tirso de Molina. Es también asesor editorial para prensas especializadas de ambos lados del Atlántico, miembro del comité editorial de revistas como Iberoamericana, Bulletin of the Comediantes y Teatro de palabras, traductor y autor de dos libros de poesía. En 2007 fue galardonado con una beca de la John Simas Guggenheim Memorial Foundation.

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS