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Carlos Alberto Cornaglia
MEDICINA, MITO Y MAGIA EN HISPANO AMÉRICA El encuentro de dos mundos. Antagonismo y contribución
UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓ Logo institucional - Aplicación: Editoria
Título: Medicina, mito y magia en Hispanoamérica: El encuentro de dos mundos. Antagonismo y contribución Autor: Carlos Alberto Cornaglia Corrección y Edición: Mónica Lucero y José Emilio Ortega Autoridades UNC Rector: Dr. Hugo O. Juri Vicerrector: Dr. Ramón Pedro Yanzi Ferreira Secretario General: Dr.Roberto Terzariol Prosecretario General: Ing. Agr. Esp. Jorge Dutto Directores de la Editorial de la U.N.C.: Dr. Marcelo Bernal y Mtr. José Emilio Ortega
Cornaglia, Carlos Alberto Medicina, mito y magia en Hispanoamérica : el encuentro de dos mundos : antagonismo y contribución / Carlos Alberto Cornaglia. - 1a ed . - Córdoba : Editorial de la UNC ; Córdoba : Encuentro Grupo Editor, 2019. Libro digital, PDF Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-707-103-0 1. Historia. 2. Historia Regional. 3. Medicina. I. Título. CDD 610.7
© De todas las ediciones, Carlos Alberto Cornaglia © 2018, Encuentro Grupo Editor, UNC. Universidad Nacional de Córdoba ISBN: 978-987-707-103-0 Hecho el depósito que indica la ley 11.723 Impreso en Argentina: Printed in Argentina Primera edición. Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro sin el permiso previo por escrito de la editorial
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Con entrañable apego a mis nietas Inés y Agustina
1 2 Prefacio del autor Una monografía escrita con motivo del quincentenario del descubrimiento de América, ilustrando sobre los conocimientos y prácticas médicas de los aborígenes americanos a la llegada de los españoles, fue la fuente que inspiró un primer trabajo titulado Medicina Aborigen de Hispano América, editado en el año 2007. El objetivo fue promover la reflexión y la revisión del concepto clásico que atribuye a la conquista del Nuevo Mundo una acción redentora y emancipadora del progreso de los pueblos originarios. Apologética visión de la gesta civilizadora y evangelizadora emprendida por el reino de España en sus dominios de ultramar, en relación al estado de desarrollo primitivo de la medicina aborigen y su encuentro con el conocimiento médico importado por los europeos. Un análisis críticamente objetivo del choque producido entre las dos culturas en el campo de la medicina, que enumera y compara las diferencias y similitudes del arte de curar indiano con el saber médico europeo de la época. Tiempo después, insatisfecho de la profundidad abordada en esta primera entrega, con la convicción de ahondar sobre las aproximaciones y desigualdades de ambas culturas en la aplicación del saber médico; reivindicando la dignidad de los pueblos originarios, con espíritu reflexivo y revisionista de la historiografía pro hispánica en la materia escribí Medicina Mágica de América Latina (2014), para demostrar que en el campo de la medicina no se advierten tantos antagonismos en el encuentro de las dos culturas, y que en muchos aspectos el arte empírico de curar de brujos y hechiceros fue superior al de los médicos extranjeros, principalmente en el uso terapéutico de hierbas y pantas medicinales. La Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, en el marco de sus Convocatorias Abiertas, ha considerado de interés
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la actualización de esta obra, ofreciendo su patrocinio y asesoramiento para la edición conjunta con el sello editorial Encuentro Grupo Editor. Esta oportunidad tiene para mí un grato significado, porque debo mi formación profesional y humanística a las enseñanzas recibidas por la Facultad de Medicina de la Casa de Trejo. Agradezco al Rector de la Universidad Nacional de Córdoba, Prof. Dr. Hugo Oscar Juri, colega y amigo, por haber accedido a prologar este libro. CAC.
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1 2 Prólogo He saludado con entusiasmo la iniciativa de Carlos Cornaglia, un destacado graduado de nuestra Facultad de Ciencias Médicas, reconocida figura pública y prolífico escritor, de actualizar sus investigaciones comparativas entre las prácticas médicas aborígenes del período precolombino, y su comparación con las desarrolladas paralelamente en la Europa conquistadora. Ejercicio intelectual honesto y profundo, apto para ensanchar conocimientos y facilitar su divulgación, movilizando reflexiones y debates; que no sólo exigen volver nuestra mirada hacia el continente, sino también asumir, en dicho recorrido, la altura de las circunstancias. La trayectoria del doctor Cornaglia es ampliamente reconocida, como médico cirujano y legista o forense; ejerció como legislador provincial, y es autor de reconocidas publicaciones en su especialidad profesional, sin perjuicio de múltiples ejercicios literarios, en los que abordó la ficción, la poesía o el ensayo. Asimismo, produjo notables investigaciones históricas, valoradas por su notable rigor metodológico y manejo de fuentes documentales o bibliográficas. El texto que hoy introducimos, oficia como notable síntesis de vertientes. Su prosa fresca se nutre de un muy significativo cuerpo de fuentes. El literato dialoga con el historiador, ambos con el médico, y todos con el hombre sensible, responsable y preocupado por su comunidad que en definitiva es la marca mayor de nuestro apreciado colega sanfrancisqueño. Transcurriendo el primer siglo de la Reforma Universitaria, nos honra presentar un texto que entendemos hijo dilecto del gran movimiento de 1918. Por su impronta americanista, en libre ejercicio investigativo que supera y trasciende prejuicios; y su aporte concreto a la divulgación de hechos históricos posiblemen-
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te poco conocidos y por tanto insuficientemente considerados, complementados por un severo esfuerzo comparativo. Finalmente, expresando convicción al defender una posición propia frente al problema indagado. Conocimientos, precisiones y valores, que indudablemente dignifican a la gesta centenaria que celebramos. Hugo O. Juri Rector de la Universidad Nacional de Córdoba
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Capítulo I El hombre en la historia
1. LA TIERRA Y LA VIDA Los primeros signos de la vida fueron precoces y tuvieron origen en la era precámbrica, cuando la tierra consolidaba su corteza hace alrededor de 4500 millones de años 25. La duración de esa etapa geológica, extendida por 4000 millones años, se caracterizó por la intensa actividad volcánica, seguida por un enfriamiento progresivo del manto rocoso, mientras se formaban la luna y los océanos, y la vida asomaba en forma de bacterias, hongos, algas e invertebrados marinos. La vida en los mares fue abundante 25, según los vestigios de grafito y carbono puro que se han encontrado. Su inicio fue un caldo orgánico cósmico de complejidad creciente, hasta dar origen a una molécula con capacidad de autocopiarse. En la escala geológica siguiente, la era paleozoica, de 300 millones de años de duración, hicieron su aparición las iniciales manifestaciones de la vida sobre la superficie terrestre en forma de plantas, primeros vestigios de vertebrados (peces sin mandíbulas), crustáceos, moluscos, esponjas, corales, caracoles y los artrópodos, llamados trilobites. En el período silúrico de esta era tuvieron lugar dos acontecimientos biológicos claves: la evolución de las plantas terrestres, que al abandonar los océanos comenzaron a colonizar el suelo;
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y el surgimiento de los primeros animales de respiración aérea (arácnidos parecidos a los escorpiones). Hacia el final del mismo espacio, considerado la edad de los pescados, hicieron su aparición los peces cartilaginosos y óseos, los tiburones y los árboles. En la era siguiente, mesozoica, se produjo la diferenciación y extinción de una gran cantidad de reptiles. La Pangea comenzó a dividirse. África y América del Sur empezaron a separarse, mientras permanecían unidas la América del Norte y Europa. A mitad de esta era, en el período jurásico, irrumpieron los insectos, los cocodrilos y los dinosaurios, condenados a extinguirse en el período siguiente, el cretáceo, hace alrededor de 65 millones de años25-78. La era geológica que continúa, cenozoica, marcó el tiempo de aparición de los mamíferos y los primates. Esta era incluye dos períodos: el terciario y el cuaternario, los que a su vez se dividen en varias épocas. En el período cuaternario, que abarca los últimos dos millones de años de la tierra, en época del pleistoceno, hicieron su irrupción el caballo, el reno, el rinoceronte, junto al ancestro del hombre primitivo que logró sobrevivir el rigor de las glaciaciones y evolucionar hacia el final del período, el holoceno, partiendo desde Asia y Europa, para difundirse por el mundo hasta arribar a América. 2. ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL HOMBRE En la actualidad evidencias científicas que incluyen los aportes de análisis genéticos, proponen la hipótesis que los seres humanos evolucionaron a partir de un grupo de población africana que migró hace 150000 años, aproximadamente, y se expandió por Asia y Europa, para mestizarse o reemplazar a grupos del género homo afincados con anterioridad. Los humanos evolucionamos a partir de condiciones distintivas -caminar erguidos sobre los pies y un cerebro más desarro-
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llado-, hasta convertirnos en los únicos homínidos bípedos de la especie supervivientes. El trabajo de la piedra y el dominio del fuego fueron las diferencias fundamentales entre el Homo sapiens y el resto de los primates y ascendientes. 3. EL HOMBRE EN LA PREHISTORIA Se define como Prehistoria el espacio de tiempo transcurrido desde la aparición del hombre primitivo hasta el advenimiento de la escritura, entre sumerios y acadios hacia el año 4000 a. C. De acuerdo al esquema clásico esa dilatada pausa, se divide en dos períodos: la Edad de Piedra y la Edad de los Metales. No obstante, si todo acontecer humano en el tiempo se considera parte de la historia, conviene aclarar que ésta tuvo comienzo desde el mismo inicio de la existencia del hombre. De manera tal que, al menos desde el punto de vista cronológico, los límites de la Prehistoria son imprecisos y difusos, porque ni el advenimiento del hombre, ni la invención de la escritura, fueron sucesos que acontecieron en forma más o menos simultánea en todo el planeta. Esta imprecisión es más acentuada en América porque la cultura maya, por ejemplo, alcanzó el período histórico clásico al haber desarrollado su sistema de escritura de glifos, vinculada al fonetismo y considerada un lenguaje verdadero. Y las culturas azteca e incaica también deben ser admitidas integrando el tiempo que sucedió a la prehistoria universal, por haber desarrollado, jerarquizado y estructurado, su sistema político–social, y por haber erigido grandes centros culturales e imponentes ciudades estados de sus respectivos imperios. Hecha esta salvedad, insisto en la definición y clasificación tradicional de la Prehistoria con una finalidad didáctica e ilustrativa, reconociendo que las culturas precolombinas distaron mucho de semejarse entre sí, particularmente en el desarrollo y en la práctica de sus conocimientos médicos. En efecto, la mayoría de
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los pueblos aborígenes sudamericanos vivieron un desarrollo cultural, social y económico, de menor esplendor, jerarquía y prosperidad, que los desplegados por las culturas de Mesoamérica y de la región Andina Central. Hacia el paleolítico superior, el Homo sapiens - sapiens logró imponerse en todo el mundo. Y es precisamente en ese período evolutivo de la Prehistoria, que el hombre hace su aparición en América. Este tiempo concuerda con el inicio del arte rupestre en las cuevas de Altamira, en España, y en los socavones de Trois Frères y Lascaux, en Francia. También el paleolítico superior es el período donde el pensamiento médico mágico, base de la concepción primitiva de la enfermedad, se extendió por Europa, Australia, Asia, África y América. En el llamado período neolítico, se produjo un estallido revolucionario en la producción de bienes y alimentos con el advenimiento de la agricultura y la ganadería. La actividad económica de subsistencia basada en la depredación recolectora, la caza y la pesca, se convirtió en un modelo social productivo que terminó por consolidar el sedentarismo con la aparición de los grandes centros culturales levantados en el Valle del Nilo y en la Mesopotamia. Este proceso, de modo autónomo, también aconteció en América, dando lugar al desarrollo de las imponentes culturas mesoamericanas y de la región Andina Central, donde florecieron los grandes centros de Teotihuacán, en Méjico, y de Tiahuanaco, en Bolivia y el Perú. El excedente productivo permitió la división del trabajo, la aparición de las artesanías, la cerámica y la textilería. El trueque y la llegada de formas incipientes de intercambio comercial fueron típicas expresiones culturales de este período. Tiempo en el que, además, la teogonía fue vinculada a la agricultura y al culto de la fertilidad, los ceremoniales funerarios y los ritos animistas del sol, de la tierra, de la lluvia, montañas y ríos; hábitos que se difundieron por el mundo y fueron objetos de cultos religiosos también en América. Este ciclo culminó con la aparición de la metalurgia del
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cobre. Y después, con el arribo de la escritura en la antigua ciudad mesopotámica de Uruk (Irak actual), la prehistoria llegó a su fin. La Edad de los Metales se inicia alrededor del año 3000 a. C. Con el origen de la industria del cobre el hombre prehistórico dio comienzo a la minería y a la extracción del oro y la plata. Luego, a medida que las sociedades se complejizaron para transformarse en ciudades estados y capitales imperiales, se estratificaron en sistemas de clases. La metalurgia continuó su desarrollo con el manejo del bronce, la fabricación de nuevas armas de guerra y herramientas de labranza. Finalmente hacia el año 1500 a. C., el manejo de la industria del hierro. Es necesario aclarar que la humanidad no ha pasado a través de las edades históricas en forma articulada y simultánea para seguir un camino idéntico en todos los continentes. En el caso de América, el hombre integró pueblos cazadores y recolectores, para desarrollar la agricultura en forma autónoma y simultánea desde el año 6000 a. C. No obstante, la evolución posterior de su desarrollo socio cultural, tecnológico y económico, en relación a las culturas europeas, se estancó en el tiempo de la prehistoria universal que coincide con el comienzo de la Edad de los Metales; sin alcanzar a dominar la metalurgia del hierro. La prehistoria americana difiere de la transcurrida en Europa y en la Mesopotamia asiática. Tradicionalmente se la divide en cinco períodos: 1) período paleoindio o lítico, desde el asentamiento de pueblos nómades, cazadores y recolectores, hasta el advenimiento de la agricultura alrededor del año 6000 a. C., coincidiendo con el paleolítico superior europeo; 2) período arcaico, que se extiende del año 6000 hasta el 2000 a. C., y se corresponde con el final de las glaciaciones, la aparición de la agricultura, (casi en forma simultánea con el resto del planeta), el fin de la vida nómade y el nacimiento del sedentarismo, la formación de aldeas agrícolas y la domesticación de algunas especies animales, concordando con el neolítico; 3) período formativo, que comprende el
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lapso desde el año 2000 al 300 aC., caracterizado por el desarrollo de las primeras civilizaciones organizadas, (la gran cultura Olmeca, en Mesoamérica, y la Chavín, en Sudamérica), la erección de las monumentales ciudades, y la aparición de la cerámica y la textilería; 4) período clásico, extendido entre los años 300 aC. al 900 dC., representado por el comienzo del urbanismo y el apogeo de las culturas madres de Tiahuanaco y Teotihuacán que terminó con el ocaso y la decadencia de la cultura Maya; y 5) período posclásico, determinado por la consolidación de los grandes reinos o imperios, (el de los Aztecas en la ciudad estado de Tenochtitlán y el Tahuantinsuyo de los Incas), que se extiende del año 900 dC. hasta el 13 de diciembre de 1537, fecha de creación de la Audiencia de México y punto final de la era precolombina, debido al sometimiento del Imperio Azteca por la caída de Tenochtitlán. 4. EL HOMBRE AMERICANO. PROCEDENCIA Y MIGRACIÓN Podemos afirmar, hasta donde en la actualidad se conoce, que el Nuevo Mundo fue poblado por diferentes grupos étnicos, los que además de arribar por tierra atravesaron los océanos Pacífico y Atlántico, para luego extenderse por todo el continente de América. Las evidencias genéticas más actualizadas y los yacimientos arqueológicos más antiguos respaldan la teoría, aun no reconocida científicamente, del poblamiento temprano pre-Clovis, situado entre los 25000 y 50000 años adP. En tanto se mantiene la controversia respecto a que la colonización de toda América podría haberse concretado rápidamente, con una diferencia aproximada de unos 2000 años entre los extremos norte y sur. Esta hipótesis de colonización y distribución poblacional rápida pone en dudas la teoría de la inmigración por el paso de Bering como única corriente.
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5. LAS ALTAS CULTURAS PRECOLOMBINAS. Lehmann 52 afirma que las grandes culturas precolombinas de América hispana se establecieron en tres áreas definidas, a saber: 1) el área de Mesoamérica, comprendiendo México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Belice, Costa Rica y parte de Nicaragua; 2) el área del Caribe, incluyendo Antillas Mayores, Jamaica, Haití, República Dominicana, Colombia y Venezuela y 3) el área Andina, desde Ecuador y el extremo norte del Perú, hasta Chile y el Noroeste argentino, entre la cordillera oriental y el Océano Pacífico. Hacia 1000 años a. C. se desarrollaron en América Central y Meridional 49 diversas culturas entre las que se destacaron en México la Olmeca y la Maya; y la de Chavín en el Perú. Alrededor de esa época sus pueblos impulsaron la agricultura y se asentaron en los grandes centros donde florecieron las civilizaciones de Tiahuanaco y Huari en el actual territorio de Bolivia, y de Teotihuacán en México. Según Etchart 26 América tuvo un neolítico importante y muy rico en industria y cerámica, aunque de menor desarrollo que el europeo. Sobre esa base algunos pueblos se iniciaron en la metalurgia al comienzo de la edad de los metales, tal fue el caso de aztecas, mayas y chibchas, para alcanzar elevadas culturas en Yucatán, en el valle de México y en el Altiplano andino. 5.1. DE MESOAMÉRICA
5.1.1. La Cultura Olmeca: la terminología olmeca, que significa habitantes de la región del hule, fue utilizada por los aztecas para designar los pueblos, étnica y lingüísticamente diversos, que ocuparon la región de Tabasco y Veracruz durante seis siglos y medios, a partir del año 1200 a. C. hasta desaparecer absorbidos por los zapotecas y los mayas. Fue una de las primeras civilizaciones centroamericanas, y algunos estudiosos consideran su cultura la madre de Mesoamérica.
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Los olmecas dispusieron del primer sistema de escritura jeroglífica para su lenguaje, y la representación de los números con los caracteres de puntos y rayas. En su evolución se fueron expandiendo hacia el sur, hasta dar origen a las culturas maya y zapoteca. Mientras en el Valle de México tuvo lugar el despliegue de la gran cultura de Teotihuacán, de la que derivó la tolteca. El sistema religioso de los olmecas fue politeísta, de raigambre mitológica y animista. Por ello adoraron los elementos naturales como el sol, el agua, el maíz, y con especial fervor el jaguar, luego adoptado por otras culturas. Su sistema político fue el de una dinastía monárquica y teocrática basada en el reino de una ciudad estado, gobernada por una casta dominante influida por la religión. Esta cultura practicó sacrificios humanos rituales entre los niños y minusválidos. Y su medicina, considerada la matriz del resto de las culturas desarrolladas de América, se basó en la magia y la superstición para atender las necesidades de las clases populares. Entre la aristocracia, en cambio, se ejerció una medicina saturada de misticismo y religión. Los olmecas fueron excelentes escultores en el trabajo del barro y de la piedra, y poseyeron conocimientos astrológicos que emplearon para el desarrollo de la agricultura basada en el cultivo del maíz, la calabaza, el cacao y el frijol. 5.1.2. La Cultura Maya: Guatemala, Honduras, El Salvador y el sureste de México, fue la extensa región de Mesoamérica donde esta civilización se asentó en la época prehispánica preclásica alrededor de 1000 años a. C. Su cultura floreció a través de la creación de una sociedad organizada estratigráficamente, regida y dominada por una nobleza gobernante que monopolizó el poder político y religioso. El Halach Uinik, cuyo cargo se trasmitía por vía hereditaria y familiar, era el gobernante supremo de cada provincia. La casta sacerdotal, también integrante de la nobleza, se encontraba formada por los Ahkincob, que tenían la misma categoría que los jefes de estado.
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El sacerdote supremo recibía el nombre de Ahuacan y tenía a su cargo los rituales, los sacrificios, las adivinaciones, y la tarea de la enseñanza de la religión y de la astronomía; practicando una medicina religiosa a la que se adicionaban los conocimientos astrológicos que disponían. Los Chilames o adivinos, eran sacerdotes menores que por medio de la magia y la adivinación interpretaban la enfermedad en forma de oráculo, de similar manera a las prácticas médicas usuales de la Grecia antigua, en la época pre hipocrática del arte de curar a orillas del Mediterráneo. Los encargados de la ejecución de los sacrificios humanos rituales eran los Nacom, que abrían el pecho de las víctimas para arrancarles el corazón en ofrenda de alimento a sus dioses. En la cosmología maya la energía cósmica que tenía la sangre y el corazón de los sacrificados eran el alimento sobrenatural que nutría a sus dioses. Mercaderes, guerreros, agricultores, pescadores, artesanos y el pueblo, integraban el resto de la sociedad, mientras que, en el plano más inferior de la escala, se encontraban los esclavos y prisioneros de los pueblos sojuzgados por la guerra, que eran vendidos como mano de obra o sacrificados en ofrenda a la lluvia, al sol o a la tierra, principales integrantes del panteón politeísta de su cultura. La decadencia del pueblo maya es un enigma. Algunos investigadores 3 creen que obedeció a una catastrófica epidemia de vómito negro, nombre que los españoles dieron a la fiebre amarilla, que produjo la despoblación masiva de las ciudades. Otros opinan que se debió a una prolongada sequía y a desforestación masiva, por práctica intensiva de la agricultura. Las monumentales obras, los templos y complejos líticos urbanos de su cultura fueron, luego del abandono, invadidos por la selva. 5.1.3. La Cultura Azteca: floreció casi contemporánea con la llegada de los españoles, entre los años 1325 a 1521, cuando el inicio de la conquista con el desembarco de las huestes de Hernán Cortés. Los aztecas pertenecían a una tribu proveniente del norte
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del continente que se asentó en el actual Valle de México, alrededor del año 1200 dC. para extenderse de uno al otro extremo oceánico, y hacia el sur desde las desérticas tierras norteamericanas hasta los dominios de los mayas, para fundar en el período posclásico tardío de la prehistoria americana su poderío imperial. Su sede principal fue Tenochtitlan, fundada en el año 1325 de nuestra era. El desarrollo de su cultura puede ser asimilado al esplendor del imperio romano, por su potencia militar y tecnológica (acueductos, pirámides, templos, jardines, palacios), que dieron cuenta de su trascendente opulencia y magnificencia 87. Al igual que los mayas, su organización política presentó carácter teocrático; encabezada por el gobernante máximo de la ciudad, el Emperador o Huey Tatloani, que reinaba asistido por un consejo de gobierno 86. La sociedad estaba estructurada en forma estratigráfica. La nobleza era integrada por la familia real y los nobles (Pipiltin), pertenecientes a la elite gobernante y a la casta sacerdotal, los jefes militares, los magistrados judiciales y los líderes comunitarios o nobles guerreros (Teteuctin). En un segundo plano se ubicaban los comerciantes (Pochtecatin), los artesanos, y los hombres libres que formaban el estrato popular (Macehualtin), organizados en grupos de afinidad parental (Calpulli). En tanto el plano inferior de la pirámide social correspondía a los esclavos (Tlacotin). El pueblo azteca tuvo destacada relevancia, como se analizará en los capítulos correspondientes, en el desarrollo de la medicina aborigen y la botánica médica por sus conocimientos empíricos de la naturaleza y de las propiedades curativas de la materia mineral y vegetal. Como así también de la astronomía, en base al calendario adaptado de los mayas. La observación de los astros era considerada una cuestión de estado a cargo del Huey Tatloani 87. En su concepción cósmica y mesiánica, los aztecas consideraban que su pueblo había sido elegido para mantener con vida a Huitzilopochtli, dios principal del sol y de la guerra. El que a su vez se alimentaba de la sangre de las parturientas, de los guerreros
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muertos en combate y de los prisioneros que eran sacrificados en los templos, sobre la piedra de los sacrificios, en el marco de una ceremonia ritual. Adoptado de la cultura teotihuacana, Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, considerado la deidad principal del panteón prehispánico en Mesoamérica, era venerado como un dios pacífico y civilizador, creador del hombre y de la vida por ser símbolo de la luz, la fertilidad, la sabiduría y el conocimiento; además, descubridor del maíz, inventor del calendario y del arte de fundir los metales. También adorado como dios del viento con la denominación de Ehecatl. La tradición oral recogida por los primeros cronistas españoles exaltaba el mito de la rivalidad existente entre Quetzalcóatl y su hermano Tezcatlipoca (dios maligno y destructivo). Según la narración, Tezcatlipoca consigue con engaños hacer beber a su hermano el embriagante licor del pulque (octli), y Quetzalcóatl, embriagado, toma a una sacerdotisa como mujer (Quetzalpetatl), rompiendo su voto de castidad. Al despertar y percatarse del acto cometido, juzgándose impuro (la borrachera era una conducta socialmente reprochable), huye por el mar en un canoa llena de serpientes, prometiendo regresar para vengar la afrenta recibida 87. Esta creencia mitológica explica la actitud errónea de Moctezuma y toda su generación al reconocer el regreso de este dios en la figura de Hernán Cortés a su llegada, dando pábulo a los augurios y a las profecías de los sacerdotes sobre el regreso del dios emplumado; entregando en manos del conquistador europeo el destino del Imperio. El desarrollo de la ciencia, la arquitectura, la metalurgia, la música y el arte (plumería, pintura y escultura); la literatura, la agricultura y el comercio, dieron lustre y brillo a esta cultura, considerada, con acierto, una de las más avanzadas y magnificentes de la historia universal de todos los tiempos 87. La guerra de los europeos librada por la conquista en alianza con otros pueblos rivales de la región; la destrucción impuesta
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por las estrategias militares y el armamento bélico usado por los conquistadores; la participación de las pestes y epidemias introducidas por los españoles, provocaron la derrota militar y el exterminio del pueblo azteca a mediados del año 1521. 5.1.4. Teotihuacán: el desarrollo precoz de la agricultura permitió la sedentarización de los pueblos primitivos que se establecieron en México, en aldeas a orillas de ríos y lagos. Uno de esos asentamientos fue Teotihuacán, la ciudad de los dioses, emplazada al noroeste del Valle de México. Se considera que fue una de las más grandes ciudades* prehispánicas de Mesoamérica. Un centro cultural, comercial y político que alcanzó su apogeo en el período clásico temprano, entre los años 300 a 600 d. C., aunque su comienzo estimado data de 1000 años a. C. Su grandeza se debió a diferentes grupos étnicos que la poblaron, especialmente por aporte cultural de los cuicuilcas, como lo demuestran los yacimientos arqueológicos de sus ruinas, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987. En el siglo VII la ciudad fue abandonada y sus pobladores se dispersaron en diversos asientos dentro del actual territorio de México. No se conoce con certeza el nombre de pila que le dieron sus primeros habitantes ya que Teotihuacán fue la denominación en idioma náhuatl que le asignaron los mexicas centenares de años después, cuando sus ruinas eran testimonio arqueológico de un pasado de grandeza y esplendor. La explotación de recursos estratégicos como el de la obsidiana, la pesca del lago Texcoco, y el control de las rutas comerciales entre el Valle y la costa consoli* Nota del editor: el término “ciudad” se utiliza con propiedad, en tanto estos
asentamientos presentaron la complejidad suficiente en su entramado, denotada por el término. Calificados estudios ubican a las primeras ciudades, en períodos históricos muy anteriores (Mesopotamia, a partir del 5300 aC.). Ente otros: Redman, Charles. L.: Los Orígenes de la Civilización. Desde los primeros agricultores hasta la sociedad urbana en el Próximo Oriente. Editorial Crítica, Barcelona, 1990, pág., 316.
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daron su estado, dándole protagonismo y poder 86. Sus templos y pirámides fueron considerados la morada de los dioses (Quinametzim), una especie de deidades mitológicas gigantescas, similares a los Titanes y los Hecatónquiros de la mitología griega, a los que la leyenda consideró fundadores de la ciudad, según registro de la obra Primeros Memoriales escrita por el cronista fray Bernardino de Sahagún. Con una altura de 63 metros, la Pirámide del Sol es el segundo monumento arquitectónico de Mesoamérica. La Pirámide de la Luna es el otro edificio emblemático de la ciudad, de menor envergadura. Según el mito, testimoniado por los monumentos, por voluntad de los dioses el sol y la luna nacieron en Teotihuacán, destinados a iluminar al mundo, y ascendieron al cielo. 5.2. DE LA REGION ANDINA CENTRAL
5.2.1. La Cultura Chavín: fue la cultura matriz de las civilizaciones andinas pre hispanas del Perú, contemporánea de la Olmeca en México. Esta cultura se irradió hacia la costa para formar la base de las culturas clásicas. Al final los incas la sometieron junto a todos los pueblos andinos para fundar su gran Imperio. Chavín fue una civilización pre incaica temprana que se desarrolló en el actual territorio del Perú, entre los años 1000 a 200 aC. Con el perfeccionamiento de la agricultura en su seno se intensificó el cultivo del maíz y se desarrollaron, en forma intensiva, la metalurgia y la actividad textil. Su importancia como centro cultural y ceremonial se extendió desde Ecuador hasta Bolivia. Su centro religioso fue el templo Chavín de Huántar, construido hacia el año 900 a. C. Como en el resto de las culturas de América hispana políticamente la de Chavín encarnó un estado de carácter teocrático. En su organización social se distinguen dos estratos bien diferenciados, una aristocracia formada por la clase sacerdotal dominante a cargo del gobierno, poseedora de los conocimientos astronómicos
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y tecnológicos junto a la nobleza, a su vez integrada por los líderes militares y guerreros; y las clases populares de agricultores y ganaderos, (criadores de llamas y alpacas), sometidas y explotadas. El ayllu era un tributo destinado a incrementar la producción, (ganadería, pesca, agricultura, orfebrería, textiles, arquitectura y escultura), por nombrar las más importantes. Su organización económica se basó en la agricultura con el cultivo del maíz, el camote, el frijol y la yuca. La religión Chavín fue politeísta, sus dioses fueron representados en la cerámica, en la arquitectura lítica y en la manufactura textil. El dios supremo de su religión fue Viracocha, el dios creador. Además, por provenir de la selva amazónica, el pueblo Chavín adoró al puma y al jaguar, también al águila y al cóndor por su asentamiento andino. Su arte los representa en formas de figuras zoomórficas y antropomórficas como seres sobrenaturales, portadores de rasgos felinos paradigmáticos. En los rituales los sacerdotes usaron sustancias alucinógenas derivadas de la Ayahuasca, (cactus de San Pedro), para entrar en trance y comunicarse con los dioses; también en medicina para practicar curaciones rituales según la concepción del pensamiento médico mágico, actuando como mediadores entre el enfermo y la enfermedad. 5.2.2. La Cultura Tiahuanaco: en el Altiplano peruano boliviano a 15 km. del lago Titicaca, Tiwanaku, (en lengua quechua o aimara), fue el centro de una civilización pre incaica basada en la agricultura y la ganadería que prosperó como metrópoli alrededor del año 900 a 800 aC., extendiendo por varias centurias su influencia política, comercial y cultural al sur del Perú, Bolivia, norte de Chile y noroeste de la República Argentina, hasta su entrada en decadencia a partir del año 1000 de era cristiana. Su origen se pierde en los tiempos del período paleoindio americano. No se ha podido determinar qué grupos étnicos construyeron su comienzo como una aldea pequeña a orillas del lago
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Titicaca. Algunos investigadores revisionistas lo sitúan alrededor del año 10000 a. C., mientras otros arqueólogos estiman la edad de sus ruinas en más de 14000 años. Por ende se ha llegado a afirmar que su origen constituye el asentamiento poblacional más antiguo que diera nacimiento a una de las civilizaciones más viejas del planeta. El pueblo Aymará, descendiente directo de su cultura, la llamó la Ciudad de los Primeros Hombres del Mundo. En su apogeo, la también llamada Ciudad de los Hijos del Sol, se convirtió en la capital y puerto fluvial de un inmenso imperio preincaico. La navegación a través del lago Titicaca, la pesca, el comercio y la agricultura intensiva transformaron la aldea en una auténtica metrópolis. Recogiendo el relato de la época el cronista Pedro Cieza de León en 1550 describió sus ruinas como los monumentos arquitectónicos de mayor antigüedad de la región andina. El mismo historiador rescató la tradición oral de la leyenda de su fundación a partir del mito de la diosa Oryana. Diosa de la fecundidad y fundadora de la raza humana. Un ser mitológico, de cabeza coniforme y alargada, grandes orejas, solo cuatro dedos en las manos y el cuerpo cubierto de escamas. Llegada del espacio estelar al lago Titicaca para mestizarse con primitivos pueblos originarios y engendrar una raza de seres gigantescos que posteriormente fundaron la ciudad. La cultura Tiahuanaco se destacó por la arquitectura en piedra, también por el arte textil proveniente de la lana de llamas y guanacos, y por el conocimiento de la metalurgia del bronce. Su arquitectura megalítica tuvo una orientación astronómica. Los monumentos más importantes son: la Puerta del Sol (Inti Punku), un bloque monolítico de roca volcánica tallado de 13 toneladas de peso, destinado a honrar al dios del Sol identificado con Viracocha, fuente de vida e instructor de los pueblos andinos, dios que será venerado por los Incas; la pirámide de Akapama, templo piramidal dedicado al culto ceremonial religioso; la pirámide Kalasasaya o Templo de Piedras Paradas, usado como ob-
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servatorio astronómico y meteorológico, en donde se estudiaba la duración del año y el comienzo de las estaciones, y se instruía sobre los conocimientos astrológicos; y la puerta del Puma, (Puma Punku), edificio de bloques líticos trabajados y tallados que pesan más de 100 toneladas. Entre el año 950 al 1000 de nuestra era comenzó su decadencia y hacia el 1200 la ciudad fue abandonada. Solo ruinas quedaron de su pasado esplendoroso, suficientemente ilustrativas de la trascendencia que su cultura irradió. 5.2.3. La Cultura Incaica: iniciada la decadencia de Tiahuanaco en el área central andina, hacia el 950 de la era cristiana, como consecuencia de una prolongada sequía, comenzó un fenómeno migratorio poblacional a lo largo de la cordillera. Según el mito fundacional más difundido viendo el dios Sol el estado calamitoso de los hombres creó la pareja de Manco Capac y Mama Ocllo los que, emergiendo de la espuma del lago Titicaca, se dirigieron hacia el norte en búsqueda de tierras fértiles, para unificar pueblos y fundar la tribu que dio origen a la ciudad de Cuzco y el inicio de la civilización incaica. La organización política del inca fue la de un estado monárquico, despótico, hereditario y dinástico. Organizado socialmente con una estructura clasista, al frente de cuyo gobierno estaba el Inca, el hijo del Sol, gobernante supremo, emperador y rey, con atribuciones absolutas semejantes a las de los monarcas de la edad media europea. La base y núcleo de su organización social fue el ayllu, la gran familia o grupo descendiente de un antepasado común, ordenada en forma endogámica en los niveles económico, religioso y militar. Ocupando el primer peldaño social la aristocracia estaba formada por el clan gobernante, la nobleza, la jerarquía religiosa y la clase militar. En un segundo plano de estratificación se ubicaban los jefes de familias, caciques o curacas (jefes de los ayllu o núcleos de familias), y los funcionarios. En tercer lugar el pueblo, (agri-
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cultores, empleados y artesanos). Finalmente el último escalón de la pirámide estaba reservado a los esclavos. La capital y administración central, cuna de su cultura, fue la ciudad de Cuzco construida por mandato del Inca Manco Capac I, según relato de la tradición oral. Responsable de la fundación y origen del imperio, el Tahuantinsuyo, extendido desde Quito, (Ecuador), hasta Chile y el Noroeste de la República Argentina. Al respecto, téngase presente que el imperio se expandió por nuestro país incluyendo las provincias de Catamarca, Tucumán, Salta, Jujuy, La Rioja, San Juan y el extremo noroeste de Mendoza, territorios que fueron incorporados al Collasuyo. Con 2000000 de Km2, el imperio incaico fue el dominio de mayor extensión en poder de cualquier otro estado de la América prehispánica. Políticamente su vasto territorio, el Tahuantinsuyo, se dividía en cuatro regiones, a saber: al sur, el Collasuyo; al norte, el Chinchasuyo; el Antisuyo al este; y el Contisuyo al oeste. Los gobernantes de estas cuatro regiones integraban un consejo imperial, máximo organismo asesor del trono, conformado, además, por el príncipe heredero (el Auqui); el sumo sacerdote (Villaq Uma); un amauta viejo y sabio (el Hamawt’a, pedagogo del imperio); y la principal autoridad militar (el Apuskypai). El sistema de comunicaciones y correos que pusieron en práctica, los chasquis, incluyó la más imponente red caminera de la América prehispana, extendida por más de 1600 km. por todo el reino. Durante el mandato del undécimo inca, Huyana Capac, se logró la consolidación territorial y la máxima expansión cultural, científica y tecnológica de sus pueblos. Huáscar y Atahualpa, los descendientes, se enfrentaron por la sucesión del trono vacante a la muerte de Huayna, provocando la declinación incaica. Atahualpa venció en la contienda, pero su llegada al poder coincidió con el arribo de los conquistadores que al mando de Francisco Pizarro terminaron ejecutándolo en 1533, fecha admitida como finalización del imperio.
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Desde el punto de vista de la economía la civilización incaica se basó en el desarrollo de la agricultura intensiva de la papa, el camote, el frijol y el maíz; y la domesticación y crianza de animales, principalmente de la llama y la alpaca. La mayor perfección de su arte fue la textilería y la cerámica. Sus piezas cerámicas, llamadas huacos, son creaciones de notables caracteres estéticos y pictóricos. Además, los artesanos incas tuvieron acabados conocimientos de la metalurgia del oro. El principal dios de su sistema teogónico politeísta fue Viracocha, deidad suprema y creadora, maestro del mundo, representado con atributos solares. Inti fue el dios del Sol, (al que ocasionalmente se le ofrendaban sacrificios humanos), y su culto fue la religión oficial del estado; Mama Quilla era la esposa de Inti; Pacha Mama, la diosa tierra y origen de la fertilidad de los suelos; Pachacamac, el dios de los temblores; Mama Sara, la madre del maíz; Mama Cocha, la madre del mar. En su cosmovisión, de manera similar a los griegos, los incas concibieron el mundo estructurado en tres niveles: a) un nivel supra terrenal, Hanan Pacha; b) un nivel intermedio, el mundo del presente Kay Pacha; y Uku Pacha, el inframundo de los muertos. El emperador inca era objeto de culto y veneración, al morir su espíritu estaba destinado a descansar junto a su padre el Sol. 6. LAS CULTURAS DEL CONO SUR DE AMÉRICA Cientos de culturas y pueblos amerindios se desarrollaron en América antes de la llegada de Colon. Se ha mencionado en detalle el nivel alcanzado por las altas culturas precolombinas de Mesoamérica y del área Andina Central. Pero en el resto del sub continente, el Cono Sur de América, el progreso de los pueblos fue de importancia menor por la reducida densidad demográfica adquirida, y porque sus actividades productivas continuaron basadas en la caza y la recolección, perpetuando su nomadismo.
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Cinco grandes grupos culturales 54 aglutinaron los pueblos amerindios que habitaron el Cono Sur de América, con anterioridad al arribo de Juan Díaz de Solís al estuario del Río de la Plata, en el año 1516, a saber: 1) las culturas de los pueblos andinos del Altiplano boliviano, la Quebrada de Humahuaca, el NOA, y el norte y centro de Chile; 2) las culturas de los pueblos amazónicos del Paraguay, del actual territorio de las provincias argentinas de Chaco, Corrientes, Misiones y Formosa y de los habitantes del suelo de la República Oriental del Uruguay; 3) las culturas de los pueblos pampeanos, cazadores de la sabana pampeana y de la estepa patagónica; 4) las culturas de los pueblos de la región mediterránea de Argentina; y 5) las culturas de los pueblos fueguinos, canoeros de los estrechos australes, de la Isla Grande de Tierra del Fuego y el Beagle, en Argentina, y la zona occidental correspondiente a la República de Chile. Haciendo honor a la verdad histórica, sin caer en discriminaciones, ninguna de estas culturas alcanzó el brillo y esplendor logrados por las que descollaron en Mesoamérica y la región andina en América del Sur. Los pueblos amerindios autóctonos del actual territorio argentino tienen una antigüedad poblacional estimada en alrededor de 13 mil años, según los hallazgos arqueológicos de Piedra Museo, en la Patagonia. Por lo general fueron pueblos ágrafos, cazadores, pescadores y recolectores algunos; agricultores otros, dotados de gran diversidad lingüística y de caracteres culturales distintivos. 7. DE LOS PUEBLOS ANDINOS CHILENOS Y DEL NOA La Cultura Humahuaca y Otras Culturas Andinas: Humahuaca fue una cultura agro alfarera y típicamente andina, que ocupó parte de Bolivia y la provincia de Jujuy. Un pueblo agricultor que cultivó el maíz y la patata, también la actividad ganadera,
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con la cría de llamas y guanacos. Sus conocimientos de la metalurgia les permitió trabajar el cobre, el oro, el bronce y la plata. Se integró con grupos tribales preincaicos de una misma etnia de grandes guerreros. El idioma adoptado fue el quechua, originariamente hablado por la tribu kichua que participó en la organización del gobierno de Cuzco. Típico rasgo cultural de su etnia fueron las deformaciones craneales realizadas con sentido estético, igual a las halladas en el Perú; y los estratégicos pucarás, defensas o fortificaciones emplazadas como atalayas, para la inspección y vigilancia de las quebradas 13. Otras culturas andinas: que integran este grupo fueron las desarrolladas por los pueblos agro alfareros del Altiplano andino, (atacameños, aymaras, diaguitas), que se integraron en comunidades ocupando la zona occidental de Jujuy, parte de Salta, y el norte y centro de Chile. Sus pueblos desarrollaron la agricultura del maíz, patata, quínoa, porotos y ají, productos que acopiaron en grutas cerradas por muros de piedras y greda 13. También se dedicaron a la cría de vicuñas y guanacos, y desarrollaron el arte manufacturero del cobre, la plata y el oro. Su culto religioso se centró en la veneración de Pacha Mama, espíritu creador y benefactor de la fecundidad de la tierra. Uno de los grupos más importante de estas culturas fue el de los Diaguitas o Calchaquíes, en el noroeste argentino. Afincados en un vasto territorio extendido desde el norte de San Juan hasta la provincia de Salta, que incluye los valles pre andinos de las provincias de San Juan, La Rioja, Catamarca, Tucumán, sudoeste de Salta y el norte chileno. Un pueblo sedentario agro pastoril, dedicado a la agricultura de regadío en valles y quebradas, y a la ganadería (cría de llamas), con actividades de pastoreo en la Puna. Fueron grandes alfareros, muy influenciados por la cultura incaica al ser invadidos y anexados al Collasuyo, la provincia austral del imperio del inca, el Tahuantinsuyo, bajo el reinado de Túpac Yupanqui 13.
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En el centro y sur de Chile se desarrollaron otras culturas de pueblos agroalfareros y cazadores. El grupo más importante fue el de los mapuches, también el de los picunches y los huilliches. Grupos étnicos de cazadores de guanacos y huemules, cuyas mujeres practicaron la agricultura y la horticultura. Las especies agrícolas cultivadas fueron el maíz, el zapallo, la papa y el ají. Su organización social fue de estructura tribal a partir de clanes liderados por un cacique, el ülmen, en tiempos de paz, y el toqui, durante la guerra. La cosmovisión que tuvieron fue el resultado de una concepción maniquea del mundo, resultante de la puja permanente entre la fuerza positiva de Ngenechen contra la de Huecube, espíritu que representaba la muerte y la destrucción. Estas culturas tuvieron la gran influencia del imperio incaico54-79. 8. DE LOS PUEBLOS DEL LITORAL Y DEL NEA Sus culturas se desarrollaron en las zonas selváticas de las grandes cuencas hídricas del litoral y el noreste argentino, fecundadas por los ríos Paraná - Paraguay, Uruguay, Salado y Pilcomayo. La caza, la recolección y la pesca, fueron sus principales medios productivos. Tobas, mocovíes, abipones, pilagás y charrúas, fueron pueblos llamados guaycurúes por la etnia de los guaraníes que, procedentes de la Amazonia brasilera a comienzos del siglo XV los invadieron. Para asentarse en los territorios del Paraguay, y en las provincias argentinas de Misiones y Corrientes. El idioma de los invasores fue el guaraní, que identificó a pueblos agricultores y horticultores amazónicos. A los varones les estaban reservadas las tareas de desmalezamiento y quema, para preparar las parcelas que luego sus mujeres sembraban. Zapallo, maíz, batata y mandioca fueron los cultivos principales. En su teogonía y visión cosmogónica los guaraníes creyeron en la existencia del dios Tubá, que proveía la lluvia y era responsable de la gestación de los frutos. Practicaron como ritual la antropofagia y creyeron en la existencia de un paraíso o tierra sin mal, refugio y
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morada de los muertos guiados por los poderes sobrenaturales de sus Chamanes 54. Esta cultura, en tiempos de la colonización, sufrió la gran influencia misionera transformadora de los frailes jesuitas y franciscanos. Los primeros ejercieron con gran éxito la medicina al reconocer y aplicar los conocimientos de la botánica médica indiana, haciendo un gran aporte a la farmacopea mundial de la época 67. Otro grupo relacionado con el hábitat litoraleño fue el de los charrúas, integrado por tribus indígenas que habitaron el territorio actual de la República Oriental del Uruguay, las provincias del litoral argentino y parte del estado brasileño de Río Grande do Sul. Su pueblo se constituyó a partir de la corporación de grupos nómades guerreros, cazadores de ñandúes y venados, y recolectores de todo tipo de frutos silvestres, con una forma de vida similar a los aborígenes de las tribus pámpidas y patagónicas, (puelches, tehuelches y tobas); adoptando posteriormente los caracteres de la cultura de los pueblos guaraníes. Sus médicos hechiceros actuaban como agentes benéficos y sanadores; y en ocasiones, como intermediarios, desencadenaban las fuerzas destructoras de la naturaleza. 9. DE LOS PUEBLOS DE REGIÓN PAMPEANA Y DE LA PATAGONIA En el yacimiento arqueológico de Piedra Museo, provincia de Santa Cruz, se encuentra el testimonio de la presencia más antigua del hombre en la República Argentina con una datación que se remonta aproximadamente a los 12000 años. En tanto se estima que el comienzo poblacional de nuestra región pampeana se inició en el año 9000 a. C. Los españoles llamaron pampas a los aborígenes que poblaban la llanura al sur de la provincia de Buenos Aires, abarcando el extenso territorio de la región pampeana de Buenos Aires, Santa Fe, La Pampa, Córdoba y San Luis. Con posterioridad este nombre
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también fue utilizado para designar algunas etnias descendientes de grupos mestizados y araucanizados, (tehuelches y mapuches). La característica del arte lítico pampeano fueron las bolas para confeccionar boleadoras que usaron como arma de guerra y para la caza del avestruz, uno de los componentes más importantes de su alimentación. Como el resto de las culturas araucanas creían en un espíritu maligno, el Gualichu, como causante de los males y de la enfermedad. Sus Machis (médicas y médicos hechiceros), eran los que intermediaban con el espíritu del mal para negociar la curación 19. Estas culturas pámpidas no desarrollaron la agricultura como el resto de los aborígenes de las regiones andinas, por ende no pudieron sedentizarse. Su economía se basó en los recursos primitivos de la caza y la pesca. No corresponde a la temática abordada en este capítulo considerar los criterios atinentes a la clasificación etnológica de sus tribus, solamente cabe mencionar algunas que desde el territorio adyacente al Río de la Plata hasta la isla de Tierra del Fuego las integraron, como el caso de tehuelches, puelches, huilliches, onas, pampas y querandíes. Los tehuelches, también llamados patagones, fueron un grupo de pueblos nómades, eximios cazadores de guanacos, que habitaron la Patagonia, actuales provincias argentinas de Santa Cruz y Chubut, la región pampeana de la América del Sur y el extremo austral chileno. En sus desplazamientos adoptaron una movilidad estacional, en el invierno tendían sus tolderías a la vera de ríos o lagos, y en verano ascendían las mesetas patagónicas o la cordillera andina 91. La tribu pehuenche, gente del pehuén, habitó la cordillera neuquina y los Andes australes de Chile. Formando parte de la cultura mapuche chilena, que integró un pueblo cazador y recolector, nómade y montañés, que se desplazaba como los tehuelches según las estaciones del año y la necesidad de alimentos. La semilla de la araucaria y los piñones (de los que extraían harina),
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además del molle y el algarrobo, fueron la base de su actividad recolectora. Ñandúes, guanacos y venados los productos de sus cacerías. Veneraron al dios benefactor Gamakia, y Gualichu fue considerado un genio del mal91-92. 10. DE LOS PUEBLOS DE LA REGIÓN CENTRAL DE ARGENTINA. Tribus de pueblos cazadores y recolectores ocuparon, temprana y transitoriamente, hace más de 11000 años el territorio de las sierras pampeanas de Córdoba y San Luis, y la llanura que se extiende contigua a las planicies de La Pampa, Santa Fe y Buenos Aires. Y también la que, tendida hacia occidente, resulta de la prolongación de los llanos riojanos 7. Cuatro a cinco mil años después se produjo la ocupación definitiva y el poblamiento que fue fecundado por la conquista de los quechuas, los que a su arribo trajeron el culto, los hábitos de su vida sedentaria y su cultura 35 en muchos aspectos heredada de los incas. Hacia fines del siglo XV, contemporáneo al descubrimiento los sanavirones, provenientes de las márgenes de los ríos Dulce y Salado en Santiago del Estero, invadieron la provincia comechingona para mezclarse con su pueblo sedentario de cazadores, recolectores, horticultores y también criadores de animales. Los comechingones adoraron la luna en centros culturales o santuarios, cerros elevados, grutas y quebradas, desde las que observaron y honraron los astros. En la práctica de su medicina emplearon la magia simpática a la que asociaron sus conocimientos empíricos. 11. DE LOS PUEBLOS DE LOS ANDES AUSTRALES Y FUEGUINOS. Se estima que la edad poblacional de los pueblos originarios de Tierra del Fuego es de alrededor de 10000 años, en correspon-
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dencia con el período histórico de finales del paleoindio americano, asentamiento primitivo que dio nacimiento a los pueblos de la etnia yámana que habitaron la región oriental. Además, en épocas tardías hacia el siglo XIV, el territorio se vio colonizado por pueblos provenientes de la Patagonia argentina, vinculados y emparentados con grupos étnicos pámpidos, para formar el pueblo de los onas, (selk-nam), habitante de la estepa fueguina41-54. Los onas fueron un pueblo nómade, terrestre, de origen patagónico, cazadores de guanacos y animales marinos. Los yaganes o yámanas fueron nómades del mar, cazadores de mamíferos marinos, recolectores de mariscos y pescadores canoeros, que conocían el uso de la pirita de hierro con la que hacían fuego. Sus culturas, desarrolladas en áreas distintas, les permitieron sobrevivir y adaptarse durante miles de años a una de las zonas más hostiles e inhóspitas del planeta 41. Cada grupo tuvo su propia lengua, y emplearon como materia de sus armas y herramientas, la madera, el hueso, las pieles y en menor medida la piedra.
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Capítulo II Mito, magia y medicina. 1. ENFERMEDAD Y MEDICINA EN LA PREHISTORIA Antes de que se tuviera conocimiento de la presencia del hombre sobre la tierra y de que este aprendiera a trabajar la piedra y a fabricar sus vestimentas con pieles ya existía la enfermedad, porque, con certeza, se admite que su aparición precedió el origen del hombre. Sus huellas se encuentran en los restos óseos de los grandes reptiles que habitaron el planeta, en la era mesozoica, hace más de 200 millones de años 56. La paleopatología y la etnología son las fuentes principales en donde abreva el conocimiento de la medicina en la Prehistoria. En efecto la paleopatología, ciencia que estudia los signos o vestigios dejados por las enfermedades en la Prehistoria durante el paleolítico, ha podido demostrar la simultaneidad de las primeras manifestaciones de la vida con la enfermedad. Castiglioni 14, al respecto sostiene: Hasta donde llegan nuestras investigaciones, lo que abraca un período que abraza muchos centenares de miles de años, la enfermedad fue compañera indivisible de la vida en los más lejanos antecesores de la especie. En sus estudios estas ciencias analizan los rastros de enfermedades en restos óseos y dientes fosilizados, habiendo observado: callos de fracturas óseas, consolidaciones defectuosas, tumores, infecciones de huesos, artrosis y artritis, sífilis, tuberculosis, mal37
formaciones, caries y piorrea. Los científicos han descubierto las huellas de la enfermedad del hombre prehistórico en restos craneales y esqueléticos del llamado hombre de Java perteneciente al género del Homo erectus, descubierto en 1891 por Eugene Dubois, con una edad aproximada de 1.8 millones de años, que mostró en uno de sus fémures el crecimiento de un callo óseo consolidado por una fractura de la extremidad inferior. En la cultura del hombre de Neanderthal, hace más de 50.000 años, fueron observados: caries y abscesos dentarios, artrosis de hombro y de rodillas, tumores óseos y paradentosis, entre algunas afecciones no traumáticas. En épocas más recientes, a fines del periodo neolítico, se han podido estudiar y describir: osteomielitis, raquitismo y escorbuto, en restos óseos momificados de niños; además de meningitis, supuraciones del oído medio y sinusitis 56. Si por medicina entendemos todo tipo de tentativa destinada a mitigar el sufrimiento humano; o todo ensayo que busca restaurar la ruptura del equilibro armónico entre el hombre y su medio circundante, aunque su práctica haya revestido la forma de participaciones rudimentarias, es correcto pensar que su origen fue instintivo, como instintivas fueron las primeras expresiones mórbidas, y las reflejas manifestaciones sensitivas del dolor 17. De acuerdo a ello cuando se instala el neolítico, antes que el hombre aprendiera a labrar el suelo e intentara de modo incipiente organizarse socialmente, en el tiempo que el advenimiento de los primeros artesanos dejaba expuesto a la posteridad el testimonio de su remoto pasado, y el grado de desarrollo de su cultura, existió la medicina y con ella el protomédico encargado de practicarla. Entre las pinturas rupestres de las cuevas Les Trois Frères, en Francia38-42, que datan del paleolítico superior y pertenecen a la cultura de Cro-Magnon, con una antigüedad estimada en 40000 años, se destaca la evidencia más antigua de la existencia del médico primitivo o hechicero. Que el Homo sapiens cavernícola
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plasmó en una imagen antropomórfica, con órganos genitales masculinos y aspecto feroz. Un personaje de gran influencia tribal, respetado y temido, vestido con pieles de animales, calzando garras de oso en sus pies, cabeza bicorne de alce o de reno, ojos de búho y cola de caballo, que se encontraba ungido de la autoridad competente para rechazar la enfermedad. Puede afirmarse sin temor a equívoco, hasta donde es posible comprobar, que estos prehistóricos protomédicos fueron los primeros seres que sentaron y legaron el principio altruista que le cabe a la medicina, como razón misma de su propia existencia, de la obligación irrenunciable de amparar, proteger y auxiliar a las personas desvalidas o enfermas. 1.1. EL PENSAMIENTO MÉDICO MÁGICO
La medicina mágica, adoptada por todas las culturas del pasado remoto del hombre, fue la forma más primitiva de concebir y combatir la enfermedad. Esta tarea se nutrió filosóficamente del pensamiento médico mágico, que atribuyó el origen de la enfermedad a una causalidad ultra existencial. Argumentando que las dolencias cuyas causas no eran visibles o verificables externamente se debían a la acción de fuerzas o seres invisibles, misteriosos, malignos o demoníacos. Para Seggiaro 87, el pensamiento médico mágico consistía en la voluntad de maleficio o beneficio, puesta en juego por un agente intermediario, espíritu o genio, causante de la enfermedad o de la curación, según el caso. El pensamiento médico mágico fue un fenómeno psicosocial universal e innato de la psicología del hombre en tiempos remotos, omnipresente en las culturas en las que el hombre evolucionó y se desarrolló. El mismo fenómeno aconteció tanto en África y Eurasia como también en América. El temor a un mundo hostil y desconocido, las propias limitaciones, la percepción angustiante del dolor, la necesidad de supervivencia y reproducción, la adversidad de los elementos
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naturales, fueron algunos de los factores que llevaron al hombre primitivo a creer que la enfermedad era obra de espíritus sobrenaturales, aunque la muerte no fuera comprendida por carecer de significado. En el artículo Religión, Magia y Medicina publicado en la revista Jano, J. Lentini 53 en uno de sus comentarios expresa: La mente crea poderes simbólicos y no humanos. La magia se ocupa de las fuerzas impersonales, y la religión de los dioses, los espíritus y las ánimas, aunque los límites no pueden ser establecidos con nitidez. Ánima es lo que queda de un ser humano después de su muerte, y en muchas culturas el poder acumulado en la vida por personas con grandes poderes se trasmuta en otro plano, de tal manera que sus ánimas, (máxime si transcendieron por su maldad), son más temidas. Otro tipo de poderes lo constituyen los espíritus. Casi todas las fuerzas naturales que pueden afectar al hombre han sido espiritualizadas, (el trueno, el rayo, el sol, la luna, ríos, montañas, bosques, desiertos y también las enfermedades). Los seres humanos poblamos nuestro mundo con un sinnúmero de agentes simbólicos, con frecuencia aterradores, debido a que nuestra vida cotidiana está rodeada de azares imprevisibles, entre los cuales se encuentran las enfermedades y la muerte, como su consecuencia adversa, por lo cual debemos hacerles frente simbólica y expresivamente. Así, el pensamiento médico mágico que el hombre primitivo gestó fue la tentativa de encontrar explicación al problema de la enfermedad, a pesar que los factores causales y las consecuencias de las mismas les fueran inexplicables e inescrutables. Por ello los pueblos prehistóricos concibieron la enfermedad como un fenómeno exterior misterioso e insondable, porque creyeron que el ser humano era inmortal y, entonces, solo como resultado de un acto maléfico, bajo influencias mágicas urdidas por seres demoníacos o espíritus destructores, la muerte podía alcanzar un sentido existencial. Buzzochi, citado por Pardal 73, al respecto opina:
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En la Prehistoria y en las regiones más distantes del mundo, el hecho incomprensible, el mundo animal, como el resto de lo creado, estaba bajo el dominio de fuerzas sobrenaturales, y el hombre primitivo con su misticismo, por medio de ofertas, sacrificios, negociación, por intermediación de un sacerdote, por empleo de la magia o de una persona iniciada, trató de utilizar tales fuerzas en beneficio de la salud o de sus obras. 1.2. MAGIA Y MEDICINA.
Los conceptos de salud y de muerte fueron desconocidos por el hombre primitivo que creyó que la enfermedad era obra de espíritus, por lo tanto el tratamiento consistió en la práctica de exorcismos, magia y conjuración. Mediante la adivinación el médico hechicero intentó descubrir las intenciones malignas de la fuerza enemiga causante de la enfermedad 73. En su intuición y percepción mágica el hombre prehistórico imaginó un espíritu universal que lo animaba todo. El que fue percibido y pensado acorde a la particular y antropomórfica manera de ver la realidad que poseía, en la medida que esa realidad se acomodaba a sus deseos y necesidades 73. Seggiaro 87, en su libro La Medicina Indígena de América, menciona la cultura totémica y la zoolatría que los pueblos prehistóricos incorporaron a las prácticas médicas, similares a las adoptadas en otras culturas asiáticas y europeas. La palabra magia (del griego mageia), significa cualidad sobrenatural. De manera que puede decirse que su arte o pseudociencia es la tentativa de poder producir con actos, palabras o participación de intermediarios, resultados o efectos que se contraponen a las leyes naturales y a la razón. La magia es un fenómeno oculto e impenetrable a la lógica y a la razón, cuya causa, desconocida y misteriosa, no tiene explicación.
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Según Pardal 73, la ceremonia ritual de la medicina mágica se planteaba los cuatro objetivos siguientes: 1) la expulsión del cuerpo extraño introducido por la fuerza maligna en el enfermo; 2) la trasferencia del espíritu maléfico para lograr su materialización en otro cuerpo animal, vegetal o mineral; 3) el encantamiento o conjura, (exorcismo), para dominar el espíritu del mal y expulsarlo del enfermo; 4) el inicio de una negociación, compra o cohecho para que, cesando en su maligna actitud, el genio del mal terminara con el daño que ocasionaba. Al respecto Haggard38, sostiene que el hechicero de la cultura de Cro-Magnón intentó la curación de la enfermedad haciendo tratos o celebrando pactos con espíritus y espectros. Para llevar a cabo estos cuatro objetivos curativos el médico brujo o hechicero empleó los mismos tipos de magia usados en la actualidad: 1.2.1. La magia natural: es el acto de magia consistente en la dominación de fuerzas ocultas, naturales o cósmicas, con intención de obtener efectos físicos o psicológicos curativos. Los elementos naturales más usados fueron: agua, barro, árboles, piedras, animales, y cualquier otra materia o componente de la naturaleza de los cuales el médico brujo pretendió alcanzar la fuerza sanadora necesaria para enfrentar con éxito la enfermedad. Este tipo de magia requirió la suma de conocimientos astrológicos y el uso del fuego, de las gemas o piedras preciosas, (jade, esmeraldas, turquesas), de los animales y las plantas, en forma de talismanes o amuletos. La magia natural intenta atraer y dominar los poderes ocultos de la naturaleza para potenciarlos contra la enfermedad. 1.2.2. La magia de evocación: este tipo de magia tiene por objeto la evocación de un espíritu, fuerza astral, sobrenatural o divina, con la finalidad de solicitar su intermediación, para someter y subyugar al genio causante de la enfermedad obligándolo a retirarse. El médico brujo o hechicero solicitaba la comparecencia
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de seres ultra existenciales para que lo ayudaran en su labor exorcista. La evocación mágica procuraba obtener una comunión espiritual con la fuerza convocada. Esta interacción le dio al médico aborigen gran poder para el logro de los objetivos curativos, en el curso de actos ceremoniales cargados de misticismo y sugestión, durante los cuales el evocador reclamaba le fueran reveladas las indicaciones puntuales para conjurar el mal. 1.2.3. La magia simpática analógica: también llamada magia imitativa. Es el acto de magia en la que el médico hechicero por imitación, en objetos representativos y convencionales, (muñecos, corazones de venado, fetiches), identificados con las personas afectadas o con hechos sobre los que pretendía influir, aplicaba un efecto similar a la causa con la convicción de producir un determinado resultado. 1.2.4. La magia simpática contagiosa: es una variante de la anterior que se practica a través de un fenómeno de contagio. Empleada por el médico brujo con la convicción que todo cuanto podía llegar a hacer con un objeto material, que había estado en contacto con un ser o que había formado parte de su cuerpo, podía llegar a afectar a la misma persona a la que pertenecía o había pertenecido. Ritual similar al de la magia llamada vudú: no sólo utilizada con finalidad curativa, operando en el fetiche la zona corporal dañada por la enfermedad, sino también con el fin agresivo de inducir daño y provocarla. Los aborígenes de las culturas qon y pilagá, del Chaco argentino, creen que restos biológicos de un enemigo, (sangre, excrementos, pelos, uñas), al ser mezclados con despojos de un animal muerto, pueden servir para debilitarlo o enfermarlo, mientras el material empleado se descompone 87. Practicando un idéntico ceremonial primitivo y muy poco estructurado, sin sistematización normativa, impregnado de magia, sugestión y encantamiento, atribuyendo la enfermedad a un origen demoníaco, cifró su actuación el médico hechicero indoamericano. Su magia fue el basamento constructivo de todas las
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formas de ejercicio de la medicina primitiva. Y al igual que en el resto del mundo, su práctica se difundió entre los pueblos cazadores y recolectores de América. Fue una medicina tribal en su origen, practicada por pueblos nómades cuya doctrina subsistió con motivo de la desaparición del nomadismo y la construcción de las grandes ciudades, para evolucionar hacia otras formas o variantes de prácticas médicas. 2. MECANISMO PATOGÉNICO DE LA ENFERMEDAD. Cuatro teorías básicas fueron las fuentes donde abrevaron las distintas creencias sobre el mecanismo patogénico de la enfermedad. La mayoría de los investigadores del tema coinciden en señalar las siguientes: 1) la teoría del cuerpo extraño; 2) la teoría de las emanaciones o miasmas; 3) la que utilizó los síntomas y signos de las enfermedades para su clasificación, tratando de comprender las maneras de enfermar, a través de sus manifestaciones más evidentes; y 4) la teoría de la pérdida del hálito vital, caída del ánimo o susto vital. 2.1. Teoría del cuerpo extraño: fue la creencia más difundida. Concibió el mecanismo de producción de las enfermedades por analogía con las causadas por agentes externos traumáticos, (fracturas, heridas, abscesos), según la interpretación del pensamiento médico mágico. En virtud de esta el médico aborigen creyó que factores determinados, tales como parásitos, venenos, alimentos en descomposición, piedras, espinas o elementos biológicos como la sangre y el aire, por influencia mágica o demoníaca, se volvían nocivos desencadenando la enfermedad. Esta es la más antigua creencia sostenida por los pueblos primitivos (incluyendo las culturas
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americanas prehispánicas), sobre el mecanismo productor de las enfermedades 73. 2.2. Teoría de las emanaciones o miasmas: esta forma de pensar sostuvo que un hálito maligno (Pardal lo llama quid maléfico), proveniente de enemigos, del espíritu de los muertos o de las exhalaciones de sus tumbas, conducido por el aire, causaba la enfermedad. Esta manera de entender el mecanismo productivo de la materia mórbida fue tan importante entre los incas que al confeccionar su nosotaxia, para designar y clasificar las enfermedades, incorporaron al nombre específico de la afección o del síntoma el sufijo huaria que significa aire. De tal manera que el eccema fue denominado husna - huaira; la urticaria, la jurra - huaira; la epilepsia, la aya - huaira; el tétanos, el cecheo - huaira; y sullu - huaira, fueron designadas las enfermedades de la piel 73. Además, los incas creyeron que el aire de las montañas traía las emanaciones de las divinidades causando entre los quechuas el llamado kaikar, que el autor citado 73 describe como: un estado de decaimiento, depresión, y dolor de cabeza que podía producir desvanecimientos. Obviamente se trata del llamado mal de altura o mal de montaña, (apunamiento, soroche o puna), por disminución de la presión de oxígeno, (hipoxia), en el aire inspirado a grandes alturas. Por eso las culturas andinas para prevenirlo masticaban hojas de coca, práctica que era común en la visita a las tumbas de los muertos con la finalidad de no verse afectados por el kaikar. Pardal 73 comenta: Cada colina tenía sus Achachillas, (divinidades custodias), y cada caminante debía chacchar, (mascar), coca para continuar el viaje con facilidad. Los indios evitaban el kaikar en el trabajo de las minas masticando coca, que ofrecían arrojándola contra las rocas, para mantener propicio a los espíritus.
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Influenciados por el pensamiento médico mágico y aplicando la teoría patogénica de los miasmas, las culturas andinas practicaron la costumbre de abandonar la ropa de sus enfermos en los caminos, para que la enfermedad que los aquejaba se transfiriera a quienes las recogían. Esta práctica que combinaba la teoría del kaikar con la magia analógica fue llamada isi tapinita. La idea de los miasmas como factor patogénico se encontró ampliamente difundida por todo el continente americano. Haggard 38, menciona el relato de un viajero inglés, de apellido Josselyn, en su visita por las colonias del norte de América en el siguiente testimonio: Los médicos sacerdotes son los llamados Powaws y en las epidemias de viruela cubren las chozas con corteza de árbol para evitar la entrada del aire y haciendo fuego adentro, sudorosos, se arrojan luego al cauce del río. 2.3. Teoría de la nosotaxia sintomática: más que una teoría, en realidad, se trató de una manera peculiar entre los incas de designar las enfermedades o de clasificarlas de acuerdo a su localización o a su principal sintomatología, según el conocimiento empírico que poseían. Los incas se destacaron en esta forma de designar las enfermedades, y a modo de ejemplo llamaron: Zamai Piti, (respiración quebrada), a la neumonía; Chaqui Onco, (mal que consume), a la tuberculosis; “Rupa Chucho” (calor y escalofríos), al paludismo; “Uma Nanai”, (dolor de cabeza), a la cefalea; “Sonco Nanai”, (dolor de barriga), a los trastornos gastrointestinales; “Puccyusscas” a la hidropesía 73. 2.4. Teoría de la caída del ánimo: la pérdida del hálito vital según lo reconoce Seggiaro 87, identificaba las afecciones consuntivas y debilitantes que determinaban la muerte del enfermo por caquexia y desnutrición.
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En este caso, la creencia consistía en que el mecanismo de la afección era debido a la pérdida del ánimo del enfermo o a su impulso vital a causa de un embrujamiento, que producía una especie de susto paralizante de las funciones vitales, el que a su vez causaba el proceso consuntivo, orgánico y psíquico. Esta concepción patogénica fue típica del pensamiento médico mágico entre los pueblos quechuas de nuestra región andina.
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Capítulo III La medicina aborigen de América. 1. LA MEDICINA EN EL PALEOINDIO AMERICANO. El estudio de la medicina americana en época prehispana es deficiente e incompleto porque los pueblos indoamericanos, al no desarrollar la escritura, vivieron una etapa cultural prehistórica; excepción hecha de los mayas que inventaron un sistema de glifos, (escritura jeroglífica), pintados en cerámica y tallados en madera o piedra que, en la actualidad, luego de haber sido descifrados se consideran un lenguaje verdadero. Otra cultura como la azteca dominó una forma de expresión ideográfica o pictográfica, representación de objetos por medio de dibujos, similar al fonetismo, de la misma manera que lo hicieron las culturas desarrolladas en el período neolítico europeo14-87. El pictograma es un signo que expresa un símbolo, objeto real o figura, grabado en papel o en piel de animales y fue usado por los aztecas en forma de códices para el relato de sucesos históricos, ceremonias religiosas y otros rituales. En razón de estos hechos los conocimientos que se tienen de la medicina en América, anteriores al descubrimiento, son fragmentarios y en mayor medida desconocidos. Seggiaro 87, afirma que: Para reconstruir la historia secular de la medicina anterior al descubrimiento, debemos recurrir al relato de los cronis-
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tas de aquellos tiempos, al estudio de los restos óseos, a los testimonios arqueológicos, a los remedios y curaciones primitivas que todavía persisten en forma de medicina popular en nuestra cultura, y, obviamente, a la observación de la vida y costumbres de los núcleos indígenas que sobreviven en su estado natural.
Entonces no es tanto lo que se conoce, fehacientemente, como lo que se infiere o deduce del estudio pormenorizado de los relatos de la época, que brinda el estudio de la paleopatología y la arqueología, lo que se obtiene del examen psicosocial de comunidades actuales que aún conservan sus costumbres ancestrales. Además de la investigación de prácticas atávicas que perviven en nuestra cultura, como el caso del curanderismo o del charlatanismo que han logrado vencer el paso del tiempo a pesar del desarrollo científico y técnico alcanzado por la medicina contemporánea. La medicina aborigen de América participó, en sus lineamientos generales, de los caracteres de la medicina prehistórica con más de 30000 años de antigüedad, tal como la practicó el Homo sapiens del Cro-Magnon europeo. Salvo en las culturas superiores mayas, aztecas e incas, en las que se infiere que al arribo de los españoles semejaban, en algunos aspectos, a la practicada por los pueblos del valle del Nilo y del Asia Menor alrededor de 5000 años a. C. sin haber alcanzado su brillo y esplendor. Los historiadores concuerdan que la medicina indiana ha sido conceptualmente de carácter mágico empírico o mágico instintivo, porque la magia fue el basamento que sustentó el arte de curar de conformidad al modo de concebir la enfermedad y a los métodos empleados para combatirla. Imbuida del pensamiento médico mágico, la medicina aborigen americana fue desarrollándose y diferenciándose hasta constituir un sistema de prácticas y conocimientos que comprendieron en su ejercicio el conjunto de tres variantes o modalidades, a saber 17: 1) la medicina mágica empírica; 2) la medicina mágica religiosa o medicina teúrgica y 3) la medicina astrológica. Estas
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tres variantes fueron las formas que los aborígenes dispusieron para enfrentar y combatir la enfermedad, de las que derivaron las maneras de ejercer el arte de curar que los españoles encontraron a su arribo. 1.1. LA MEDICINA MÁGICA EMPÍRICA.
Fue la más común y popular de las variantes practicadas y de la que derivaron las restantes. Representó el pensamiento médico mágico por antonomasia. La más difundida y primitiva forma de entender el proceso mórbido, como resultado de un fenómeno sobrenatural. Ejercida universalmente, sin ningún fundamento científico, para complementarse con el conocimiento empírico del médico aborigen, gestado de la simple observación de la naturaleza, de la percepción del comportamiento de los animales, de la evolución clínica de los enfermos y de los modos de enfermar. Dominó el arte de curar prehispánico, en los pueblos de Sudamérica que no alcanzaron en su desarrollo el nivel cultural, ni la concentración demográfica, ni la organización política y social de las grandes ciudades imperiales andinas y mesoamericanas: desde los actuales territorios soberanos de Venezuela y Colombia, hasta el Cabo de Hornos en la Tierra del Fuego y el extremo austral hoy chileno. El sistema religioso de los pueblos que no alcanzaron la complejidad que tuvieron las teogonías de las grandes culturas americanas o asiáticas fue extraordinariamente simple. Por lo general la religiosidad asumida quedó acotada a la veneración de los elementos y fenómenos naturales. El culto al sol, la tierra, los ríos y arroyos, los árboles, los fenómenos meteorológicos, vinculados a la fertilidad del suelo, en los pueblos sedentarios agro alfareros. Contrariamente, los pueblos nómades no adoraron dioses, divinidades jerárquicas, ni ídolos religiosos. La ausencia de sedentarismo les impidió la construcción de templos, monumentos, altares y centros ceremoniales, para que fueran destinados a cultos
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religiosos, que fueron reemplazados por una mitología animista, encarnada en héroes y personajes de leyenda. En el relato de la Guerra de Quito, el historiador Cieza de León 20 brinda la información siguiente: Tomaron los españoles algunos indios de aquellas provincias y con las lenguas les preguntaban si tenían alguna creencia, o si conocían que había Dios hacedor de las cosas criadas; respondieron que ellos tenían por dioses de su patria y muy propicios a sí al Sol y a la Luna. Lo uno porque ven el provecho tan grande que les resulta de aquellas dos lumbres, pues mediante ellas la tierra produce con que puedan los moradores ser sustentados, y que los tenían por hacedores de todas las cosas humanas, y que por eso tienen por costumbre de dar de noches las batallas, porque la Luna sea con ellos y con su favor. Hablan con el demonio, y mediante sus dichos perniciosos e ilusiones hacen vanos sacrificios y grandes hechicerías, y le reverencian y acatan como las demás provincias de Indias. Lo que compartieron las culturas de estos pueblos fue la idea de la existencia de seres diabólicos o espíritus malignos causantes del daño y de la enfermedad. Por eso el arte médico tuvo que apelar a la magia, la ensoñación, la hechicería y la superstición, en su intento de sanar al enfermo. Los que ejercieron esta medicina fueron los brujos o hechiceros, especialistas en el arte de sobar y chupar, como se describirá en el Capítulo IV de esta obra. Dotados, además, del empirismo necesario para aplicar los abundantes recursos que les brindaba la botánica médica. La cosmología animista que estas culturas concibieron imaginaba un mundo ocupado por espíritus, en orden a que los animales, las plantas y los fenómenos naturales eran seres animados que poseían alma. Estos seres sobrenaturales regían todos los fenómenos vitales, y también los meteorológicos, interviniendo en el orden de la vida cotidiana. Como ejemplo, Enrique Palavecino 67 refiere que entre los matacos del Chaco se creía que el frío era pro-
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ducido por un hombre gigantesco, todo blanco, que vivía más allá de las montañas del oeste; para este pueblo la lluvia era producida por un animal con la forma de un oso hormiguero de color rojo, que llamaron Pejlai. Para sus vecinos guaycurúes, en cambio, la lluvia era provocada por una mujer llamada Kasogonagá que tenía su residencia en el cielo. Otro pueblo que no adoró ningún ser supremo fue el guaraní, que solo temía al espíritu de Tupá al que consideró el genio creador de los rayos y los relámpagos. Para Antonio Serrano 88, la idea de Tupá como ser supremo, según interpretación de los misioneros, fue una adquisición posterior al arribo de los jesuitas. En realidad la mitología de estos pueblos ateos identifica a seres formativos como Sumé, espíritu civilizador de los guaraníes de Paraguay y Brasil meridional, que los había iniciado en el conocimiento de la agricultura y la horticultura. Para las culturas indígenas pampeanas el genio del mal, como en las comunidades patagónicas, era Gualichu o Arraken. El médico brujo de la tribu, llamado calmelaché, debía negociar con él la curación del enfermo. De igual manera los araucanos, originarios del actual territorio chileno, que invadieron la amplia zona regional luego conocida como Cuyo en sus incursiones de robo y saqueo, creían que el genio del mal llamado Pillan moraba en los volcanes andinos. El médico brujo y hechicero de su cultura fue el Machi, sobador y chupador, intermediario en sus trances entre el ente maligno y el enfermo 91. Como toda teogonía primitiva, la religión entre los aborígenes de la región patagónica se confundió con la magia y la superstición. Sus tribus consideraban especialmente temido el grito de la chotacabra (ave conocida en Perú con el nombre de gallina ciega), como presagio de enfermedad o muerte para alguno de sus integrantes. El historiador Vignati 91, relata: El método curativo que habitualmente se practicaba era tender al enfermo en el suelo, el médico le palmeaba la cabeza mascullando conjuros, después acercaba la boca al
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pecho y gritaba para ahuyentar al diablo; terminada esta primera parte ponían al enfermo boca abajo y se repetía la misma operación. A veces hacían curas por succión, simulando la extracción del mal, por lo común en forma de insecto y si el brujo era de los famosos, transformaba el insecto en un agente bienhechor y lo volvía a introducir en el cuerpo del enfermo. Practicaban la sangría tanto en los enfermos como en los sanos. Tenían remedios, como ser las raíces de chalias que machacaban y mezclaban con agua. También recurrían a ceremonias al son de un sonajero de cuero.
Entre los onas el poder maléfico causante de la enfermedad era ejercido por sus enemigos, especialmente los hechiceros de tribus contrarias. Concibieron un mundo sobrenatural poblado de espíritus, tanto malignos como benignos 41. Estas entidades personificaron objetos y fenómenos naturales (cavernas, ríos, lagos, árboles, montañas). Hashe, espíritu del árbol seco, era el más temido; Jachai, espíritu de las barrancas cubiertas de líquenes, infundía pavor; mientras Oleming era benigno y muy estimado por ser considerado un diminuto cirujano que curaba todas las heridas. En tanto Temáukl era venerado como dios creador del cielo y de la tierra, él daba la vida pero también causaba la muerte. Los Mehn eran los espíritus de los onas muertos que vagaban errabundos por el bosque. 1.2. LA MEDICINA MAGICA RELIGIOSA O TEURGICA.
Representó una variante sociocultural evolutiva de la medicina mágica, forjada en torno al advenimiento de los estados feudos, teocráticos y monárquicos, coincidente con la estratificación política y social de los pueblos sometidos a la autoridad de las grandes metrópolis, organizadas socialmente de manera clasista. En esta variante el componente mágico-empírico incorporó un gran contenido místico y religioso. La ejerció el médico sacerdote
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en actos rituales al servicio de la nobleza y de la aristocracia. Su mayor desarrollo se logró entre los aztecas y los incas. Esta variante de ejercicio médico se vincula íntimamente al llamado shamanismo o chamanismo asiático por su analogía ritual con la medicina de los pueblos mongoles, siberianos y de Asia Menor. Durante centurias los médicos sacerdotes de las dinastías egipcias tuvieron la misma adaptación, en el razonamiento de que la salud del hombre dependía de la voluntad de sus dioses, a quienes responsabilizaron de las epidemias 14. Así fue que los egipcios veneraron a Dyehuty conocido como Tot entre los griegos, el señor de las Leyes y dios protector de los escribas y de los médicos, el que otorgaba a los sabios y a los médicos el poder de curar en razón de que poseía el conocimiento de todas las fórmulas farmacológicas para sanar las enfermedades, según se establece en las primeras manifestaciones del Papiro de Ebers del año 1500 aC. 42. Hacia el año 900 aC. entre los hebreos, la creencia de que la enfermedad y la muerte eran consecuencia de la voluntad de Jehová por pecados cometidos indujo al médico judío para actuar de acuerdo al principio bíblico plasmado en el Antiguo Testamento46: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oídos a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador. (Ex., 15,26). La concepción religiosa de la medicina en la prehistoria perduró por milenios y se difundió por todas las culturas de Occidente 45. En la Edad Media europea alcanzó su mayor apogeo con la aparición de la medicina monástica practicada por monjes y anacoretas, quienes bajo la influencia de la tradición y de la fe cristiana consideraron que Cristo enviaba la enfermedad y al mismo tiempo era quien proveía la curación. En efecto, en Occidente la enfermedad durante el medioevo fue considerada como un castigo de Dios por los pecados cometidos. Cristo otorgaba la salvación siempre y cuando el enfermo
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rezara45-46. Esta creencia, llena de misticismo y superstición, alcanzará su máxima expresión a partir de la creación de los monasterios a cargo de la orden religiosa benedictina fundada por el asceta Benito de Nursia, en el año 529 en el claustro modelo de Montecasino 42. En idéntico sentido la cultura del Islam adoptó los mismos criterios y principios de la medicina religiosa de occidente, atribuyendo a revelaciones de Alá, anunciadas al Profeta Mahoma, las propiedades curativas de la pócima de miel, de las sangrías y de la cauterización 42. Mahoma enseñaba a honrar a los médicos sin perder la confianza en la providencia divina: Dios no ha creado ninguna enfermedad sin crear al mismo tiempo el remedio contra ella. Si encuentras el camino adecuado, la enfermedad se curará con el consentimiento divino. A diferencia de la medicina mágica, que adoptó frente a la enfermedad una actitud activa de lucha contra lo sobrenatural mórbido, la medicina teúrgica asumió una actitud pasiva a través de la evocación y la comunicación mística, utilizando la sugestión y el hipnotismo. Su arte quedó saturado de misticismo mágico y profunda fe religiosa. Los espíritus y genios del pensamiento médico mágico fueron, en la medicina teúrgica, reemplazados por figuras divinas y doctrinas teogónicas, que en algunas culturas americanas llegaron a imponer el sacrificio humano como ofrenda a los dioses para combatir la enfermedad. Aunque el concepto mágico-religioso de la medicina sea en su gestación arcaico, no significa que se trate de una cuestión inherente al pasado remoto del hombre, ni que se encuentre limitado en su proyección actual a grupos sociales o étnicos considerados primitivos. Por el contario; esta concepción perdura hasta nuestros días en muchas culturas, junto a otras costumbres antiguas, Identificadas con la medicina tradicional o popular que propone curaciones o prácticas realizadas por brujos, curanderos, gurúes
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espirituales, charlatanes y pseudólogos, anunciando tratamientos infalibles y conjuras aplicables a todo tipo de males. 1.2.1 La Medicina Religiosa de Aztecas y Mayas: La medicina mágica – religiosa tuvo su auge entre los aztecas y los mayas. En América, al igual que en la Mesopotamia asiática, cuando la teogonía mitológica de sus culturas se incorporó a las prácticas del arte de curar, ésta adoptó un carácter mágico-religioso en forma predominante. El mecanismo de la enfermedad fue considerado como la posesión del enfermo por un espíritu maligno, pero como resultado del castigo impartido por los dioses por una falta cometida. En los pueblos mesopotámicos asiáticos la concepción médico demoníaca de la enfermedad fue la tentativa más remota de explicar sus causas y sus síntomas 42. Así el dolor de cuello era producido por el espíritu maligno de Adad para los acadios, dios de las tormentas y las lluvias, o Iskhur para los sumerios. Las afecciones pulmonares eran obra de Ishtar la diosa babilónica de la guerra, de la vida y de la fertilidad. Rabisu, ente demoníaco entre asirios y babilónicos, producía las enfermedades de la piel. Labartu para los acadios o Dimme entre los sumerios, causaba las alteraciones del aparato genital femenino. La crueldad de Nantar, el dios de la muerte, podía inducir múltiples enfermedades. Y Ura, habitante de la noche, era la diosa de las pestilencias y las epidemias. En tanto Lamasu era una divinidad híbrida, mitad animal y mitad humana, protectora e intermediadora entre los hombres y los dioses, representada con cuerpo alado de toro o león sosteniendo una cabeza humana. Deidad benéfica que infundía temor entre los espíritus malignos causantes de las enfermedades, grabada en tablitas de arcillas, fue usada como amuleto protector de los hogares 42. De la misma manera que los pueblos mesopotámicos invocaron a sus dioses mitológicos vinculados con la enfermedad; entre los aztecas la diosa Tzapotlatenam 87-93-94, presidía la medicina.
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Mientras Xipetotec, por su carácter vengativo, era quién provocaba las ampollas, la sarna y los flemones; a la vez que Quetzalcóatl era considerado el dios de los catarros y del reumatismo. Tlaltecuin, el de los niños enfermos y Xochiquetzal (diosa del amor y la fertilidad), protectora de los embarazos, era responsable de las enfermedades venéreas y las complicaciones del parto. Tzapotlatenam 87, por haber descubierto el oxitl o resina sagrada, fue considerada la diosa de la farmacia y encargada de la protección de las plantas medicinales junto a otra diosa llamada Tonantzin, adorada como deidad benefactora por tener la facultad de curar la afonía y las úlceras cutáneas. Otra diosa benigna era Ciuacoatl, diosa de los baños de vapor, mientras Ixtlilton era un pequeño dios negro que curaba las enfermedades infantiles. Pardal 73 refiere al historiador de la época, Fray Bernardino de Sahagún, quien cita entre los aztecas la existencia de Centeotl como diosa de la medicina y de las hierbas medicinales, siendo venerada por médicos, cirujanos, sangradores y parteras: (…) que adorábanla los médicos y los cirujanos, y los sangradores y también las parteras y las que dan yerbas para abortar. Otro dios que los aztecas adoraron relacionado con la medicina fue Tláloc, el señor de la lluvia, generador de enfriamientos y catarros; enfadado, podía producir úlceras, tumores de los pies, edemas, hidropesía y era causante de la locura. La mitología consideraba que los ahogados o muertos por caída de un rayo, (netlahuitequiztli), eran destinados a morar en el primer cielo inferior, Tlalocan, el paraíso de Tláloc. Por su parte Tezcatlipoca, dios de la noche y la destrucción, era temido por que se asociaba con las enfermedades mortales y provocaba las epidemias. Coatlicue, (deidad de los mexicas), que tiene su falda de serpientes y es madre de todos los dioses, era una diosa feroz de la tierra y de la muerte, y sedienta de sacrificios humanos recogía las mujeres muertas en el primer parto para convertirlas en seres malignos que asustaban a los hombres y enfermaban a los niños.
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Ehécatl era dios del viento y sus asistentes, los Ehecame, eran los responsables de la regulación del aire frío y podían causar la gota o el reuma de manos y pies, y otras afecciones vinculadas con la exposición al frío. Xochipilli era el dios del amor, de los juegos, de las flores, a su vez el responsable de las hemorroides y las afecciones venéreas como castigo a quienes faltaban al ayuno durante los días consagrados a su culto. Algunas divinidades poseían facultades ambivalentes ya que podían procurar la sanación de enfermedades que ellos mismos provocaban en respuesta afirmativa a los sacrificios o súplicas que para aplacar su enojo le brindaban; o actuar en contrario, cuando resultaban ignoradas. Tal era el caso de Xochipilli, divinidad de la montaña y de Tláloc de la lluvia. Los padecimientos traumáticos y accidentales más triviales, como el provocado por una caída eran tenidos por los aztecas como causados por un espíritu maligno. Cuando el enfermo desconocía cual era la falta cometida que había motivado la ira divina consultaba con el médico, el Tícitl, no sólo el diagnóstico y el tratamiento sino también la identificación del dios enfadado. Lo cual tenía especial importancia para la aplicación del ritual o del exorcismo adecuado. El Tícitl recurría a la aplicación de la herboristería y la botánica médica, de la que los aztecas fueron especialistas. Algunas de las medicinas fueron la infusión de yoloxóchitl, como anti febrífugo o la de toloache como abortivo, y otras plantas y hierbas que serán analizadas por su importancia en el Capítulo V. La medicina o Ticíotl era considerada entre los aztecas una artesanía, un oficio que el padre enseñaba al hijo trasmitiéndole el conocimiento de las enfermedades, los actos de la pequeña cirugía, las drogas curativas, el nombre de las plantas, los lugares donde estas se hallaban y como tenían que ser preparadas para su empleo terapéutico 73. La enseñanza de la medicina teúrgica azteca se impartía en los templos o centros llamados Calmecac, la escuela que instruía a los hijos de la nobleza para la guerra, edu-
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cándolos en la historia, la religión, la astronomía y las ciencias. Los discípulos alumnos de los sacerdotes recibían el nombre de Momaxtli. La percepción y el saber empírico desarrollado entre los aztecas, posibilitó el conocimiento de la enfermedad cuya individualización fue designada con el nombre de Cocolli. En cambio cuando revistió la modalidad de una epidemia fue llamada Cocoliztl. A la feroz epidemia de viruela desatada en México en 1545 los indígenas la designaron con el nombre de Matlaza Hualtl 14, palabra compuesta por los vocablos matl, que significa verdoso, y azahuatl sinónimo de enfermedad contagiosa; y también Hueyzá Huatl según otros autores. Al sarampión, portado y diseminado por los españoles, lo llamaron Tepitenzá Huatl. En cuanto a la nosología empleada, producto también del empirismo médico alcanzado, los aztecas clasificaron las enfermedades por distinción de sus signos y síntomas. Tal fue en caso de la gran epilepsia, Huapahualiztli y la locura. La locura mayor, que eran los delirios y las psicosis, fue llamada Tlahuillilocáyotl, las de tipo neurótico, Xolapíyotl. Además conocieron las alteraciones neurológicas y las diferenciaron, denominando la parálisis general Ixpoliuhqui, Cocototzauhqui a la hemiplejía y Tlaquatzacoltic a la paraplejía. Otras afecciones reconocidas e identificadas fueron: la embriaguez, con el nombre de Neocutiztli; la blenorragia, como Cihua-tlauelitoc; las úlceras bucales como Noma; la sialorrea el Chichitl; los vómitos el Nezotlaliztli; Alahuac designaba las enfermedades gastrointestinales; y las enfermedades parasitarias recibieron la denominación de Qualócatl. La elefantiasis fue admitida como una enfermedad sagrada y designada con el nombre de Teococoliztli. Desde el punto de vista de la fisiología y la fisiopatología, distinguieron la circulación de la sangre por la pulsación de la punta del corazón y la circulación arterial por el pulso radial. En cuanto a la respiración identificaron los tiempos inspiratorios y
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espiratorios. Los conocimientos anatómicos que los sacrificios humanos les proveyeron, permitieron a los aztecas el desarrollo de una nomenclatura anatómica original. Los primeros en relacionarse con la anatomía fueron los sacrificadores o Teopixquis, que estudiaron el corazón cuando todavía latía, al que designaron con el nombre de Yollotli, y como Péyotl al pericardio que lo recubre. Mientras que Eztli, era la sangre; Ezcotli, las arterias y las venas, y Ezcocopitzactli los vasos sanguíneos más pequeños. A las alteraciones y enfermedades del pulso la llamaron Tecuica; Yollotencualiztli era el dolor precordial; y la hemoptisis, sangrado de las vías respiratorias, se conoció como Piapiazquetzaliztli. La osteología fue la rama de la medicina que más desarrollaron, como así también la artrología. A las articulaciones llamaron Aliuhyantl y a las suturas craneales Queanatzinca. A su vez la bilis, respondía al nombre de Chichicatl, y la saliva, era Toztlae. El semen era Tepulcáyotl, y la orina Axixtli. Desde el punto de vista sanitario los aztecas fueron muy cuidadosos de la higiene y salubridad pública 45. Los baños de vapor o temazcal, con uso de jabones y esencias perfumadas, fueron una saludable costumbre popular. Un acueducto suministraba agua potable a la ciudad de Tenochtitlán y sus conducciones eran higienizadas periódicamente. En el reinado de Moctezuma II, (1467–1520), se establecieron cuarentenas, áreas y ambientes de aislamiento, como prevención de las epidemias. Por su parte la cultura maya y su zona de influencia practicó la medicina teúrgica, complementando la magia y la religión con la experiencia empírica. La cosmovisión de los mayas entendía la vida como resultado de una lucha constante entre el bien y el mal, la que se concretaba en la permanente disputa entre los dioses benignos y malignos. La pérdida de la salud tenía una deidad que la provocaba y otra que la restauraba. Su cosmogonía concibió el universo dividido en tres niveles, el cielo, la tierra y el inframundo. El cielo estaba formado por trece estratos o capas, cada una
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estaba gobernada por Oxalahuntiká, pero era Itzamná el soberano del reino; a la vez que uno de los señores de la noche, Bolontikus, era quien regía las nueve capas en las que se dividía el inframundo del infierno. Itzamná, dios del sol, la vida, el fuego, la fertilidad y el corazón, era adorado como dios de la medicina. Ixchel, su esposa, diosa de la luna, del agua y las inundaciones, era la protectora de las parturientas y también de la medicina. Según Pardal 73, la trinidad teológica representada por Zamma, Xcel y Cit-Bolon-Tum simbolizaba la medicina, a la vez que eran consideradas divinidades descubridoras de las plantas medicinales y de sus propiedades curativas. Ixtab, era la diosa del suicidio; Ah Mun, deidad del maíz; Chac, de la lluvia y Ah Puch, de la muerte. Las parteras, Xlanzab, predecían el momento del parto y a la invocación de Ixchel practicaban masajes abdominales para favorecer el trabajo de las parturientas. Para esta cultura, las enfermedades fueron causadas por castigo de los dioses o por seres demoníacos. No obstante, debido a sus conocimientos empíricos al igual que los aztecas, distinguieron algunas formas de enfermar por sus caracteres semiológicos como la anemia, la ictericia y la hidropesía. Diferenciaron la locura de la oligofrenia, y la bronquitis del asma. Diagnosticaron las enfermedades venéreas distinguiendo la blenorragia de las bubas, (sífilis), según criterio de aquellos que sostienen el origen bicontinental de la enfermedad venérea. Por último1-38, supieron diferenciar las enfermedades individuales de las epidemias. En su magia el médico hechicero no solo curaba sino podía producir la enfermedad, invocando la malignidad de Nalapatok o Mukta–Pishol, espíritus diabólicos. O bien practicando el ah pul yaah, la magia negra o mal de ojo. A los mayas el empirismo alcanzado les permitió desarrollar una nosología basada en los síntomas evidentes de las enfermedades. Por tal motivo algunas formas de enfermar fueron: chacamil,
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la fiebre; chalnich, el dolor de muelas; hubnak, la diarrea; cooil, la locura; coc, el asma y las dificultades respiratorias; citam, la epilepsia, kubak, las hemorroides; kuxpolil, el dolor de cabeza; neez, la sarna; zakil, el prurito; zeen, la tos; y zor, el edema y la hidropesía. En sus conocimientos médicos rudimentarios llegaron a conocer y a distinguir la leishmaniosis, el pinto y la fiebre amarilla. En las prácticas quirúrgicas suturaban las heridas con cabello humano, reducían las fracturas con férulas, y además eran buenos dentistas. El sacerdote o hechicero que practicaba la medicina, era convenientemente instruido en la práctica. Poseía profundos conocimientos de la herboristería y las plantas medicinales como el jade, usado en las enfermedades renales, y las resinas del árbol ek balam, para las hemorragias y la curación de las heridas; y del chay, por sus propiedades nutritivas debido a su alto contenido en proteínas, calcio y vitaminas. En sus curaciones los médicos mayas utilizaron infusiones, sangrías, cataplasmas, baños purificadores, oraciones, ofrendas y sacrificios humanos. 1.2.2 La Medicina Religiosa de las Culturas Andinas: La medicina practicada por las culturas andinas de América del Sur se basó en la aplicación del pensamiento médico mágico infundido de misticismo y religión, al igual que el resto de la medicina religiosa del período de la prehistoria humana. La deidad principal del sistema teogónico incaico fue Inti, el dios sol, fundamento de la religión del estado y de la organización social y política, al considerar que el mismo emperador era descendiente de aquél. Con la denominación de waca, (huaca), los Incas designaron sus símbolos, (ídolos, templos, tumbas, momias), venerados y sacralizados. Los wacas tenían entidad tanto material como espiritual propia e integraron los panteones de las culturas andinas junto a las demás divinidades. El rayo, el cóndor, el arco iris, las momias, fueron entes considerados wacas.
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Cuando los wacas tomaron la forma de centros religiosos, (adoratorios u oratorios), fueron usados como depósitos de ofrendas. Sin embargo, cuando fueron invocados como entes inmateriales o espirituales, y se pensó que habían sido ofendidos, fueron tenidos como autores responsables de provocar las enfermedades. El tratamiento en estos casos se basaba en la confesión del enfermo por la ofensa cometida, hecha públicamente o frente al médico sacerdote o Ichuri, que actuaba de intermediario. La enfermedad quedaba ligada a una falta moral que se curaba con la confesión a modo de arrepentimiento. No obstante, Inti era considerado una deidad benéfica y purificadora que podía brindar protección. Los pueblos andinos interpretaron la enfermedad con el concepto clásico de la medicina teúrgica como un castigo de los dioses ante una falta cometida. Entonces, los Ichuri debieron abocarse a la tarea de investigar la causa o motivo del enojo divino para dar explicaciones a los enfermos y aconsejar las medidas curativas. También, a recetar o aplicar sus amplios conocimientos en botánica y herboristería médica. Los sancoyoc eran los herbolarios, conocedores de los secretos de las plantas y las hierbas medicinales, que tenían a su cargo la preparación natural farmacéutica requerida. En las epidemias los incas peregrinaban a los wacas, para llevar a cabo la ceremonia de purificación, untando el cuerpo con un emplasto de propiedades curativas llamado sancu, y luego tomar un baño en forma colectiva. La nosotaxia sintomática que emplearon fue un intento clasificatorio elaborado de acuerdo a sus conocimientos empíricos. De manera tal que la enfermedad o invalidez fue designada con la denominación de oncokruna; la sordo mudez, con el nombre de upa; la ceguera, fue ñausa; la gota, uiñay oncok; makinpkisca, la parálisis braquial; hanca, la parálisis de las piernas, tinrihuayaca, eran la denominación de los enanos; y el labio leporino fue designado como chektasenca.
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El empirismo de los médicos incaicos les permitió reconocer y diferenciar el reumatismo de la gota o reuma gotoso, y la melancolía de la epilepsia; además de reconocer la cefalea, la neumonía, las diarreas y las enfermedades renales. Los incas, en caso de epidemias, practicaron la ceremonia del Cituá, cuyo relato Pardal 73, adjudica al historiador Cobo: Consistía en un riguroso ayuno luego del cual los indios se reunían en la plaza principal y se lavaban y sacudían con fuerza, para expulsar las materias maléficas. Posteriormente, dando fuertes alaridos, los sacerdotes efectuaban un simulacro de ataque y persecución de los espíritus malignos, para expulsarlos… Por la noche se repetía el ritual con antorchas encendidas, que eran arrojadas a los arroyos para que las corrientes se las llevaran. 2. LA MEDICINA ASTROLÓGICA. Fue una medicina que evolucionó a partir del pensamiento médico mágico, pero vinculada a los fenómenos climatológicos, al uso del calendario y al conocimiento de la astrología. Como el cielo era para el hombre primitivo un fenómeno natural, conmovedor e inexplicable, su interpretación fue incorporada a la particular cosmovisión mágica que tuvo del universo y de la vida, por lo que su concepción pasó a formar el fundamento mitológico de sus creencias religiosas. Las observaciones astronómicas y el uso del calendario condicionaron el desarrollo de una astrología médica que derivó en el nacimiento de la llamada medicina astrológica, cuya práctica en América alcanzó su mayor esplendor en las culturas de los pueblos mayas, aztecas e incas. Básicamente, la astrología intenta predecir el futuro analizando la posición del sol y de otros cuerpos celestes en relación a las cartas astrales y a los caracteres de la persona humana. Su aplicación en medicina sucedió con la aparición del primer sistema calendario que permitió pronosticar las estaciones y los ciclos
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estelares hacia el año 2000 a. C. en los pueblos caldeo y babilonio. Aunque, según Heródoto, fue en Oriente donde germinó la idea de confeccionar las primeras cartas astrales u horóscopos. También se atribuye al historiador mencionado la afirmación que adjudica a los egipcios haber concebido el concepto de año calendario integrando un espacio temporal, de acuerdo a la observación del movimiento estelar y planetario. Los astrólogos de la antigüedad dividieron el cielo en doce regiones que designaron con el nombre de signos zodiacales atribuyéndoles una determinada representación, cualidad o suceso que pueden ser presagiados, según se vincule el movimiento planetario al simbolismo corporal. La influencia de la astrología en Europa nutrió la medicina escolástica en tiempos de la alta Edad Media y fue propiciada por los médicos filósofos árabes infundidos de secular humanismo. Las obras y tratados de sus principales referentes, que en distintos momentos históricos siguieron las tradiciones clásicas de Hipócrates y Galeno, fueron traducidos al latín en los monasterios cristianos medievales, sirviendo de textos para el sostenimiento de la medicina europea. Los árabes recopilaron, en forma de manuales y enciclopedias, los conocimientos médicos griegos y el saber de la Antigüedad clásica en oportunidad de la ocupación de las ciudades de Atenas y Alejandría, para preservarlos y difundirlos por Europa en el curso de sus conquistas 46. A tal grado llegó la influencia de la astrología en el Viejo Mundo 46 que el obispo de Sevilla, Isidoro, recopilador y enciclopedista de la ciencia médica, alrededor del año 620, recomendó la necesidad del conocimiento de las artes liberales para el ejercicio idóneo de la medicina. Los pueblos mesopotámicos dividieron la semana en siete días, cada uno de los cuales, además de estar consagrado a un dios, se correspondía con un planeta. De manera tal que cada día de la semana con su dios incluido, tomó el nombre del planeta correspondiente. Cabe recordar que los planetas que se conocían
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en la antigüedad fueron designados por los astrónomos romanos con el nombre de sus principales dioses: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. De igual manera, entre los aztecas, el tratamiento de una enfermedad no tenía valor si no era empleado en concordancia con el dios correspondiente al día de su prescripción. Pardal 73, menciona que el dios Cipactil correspondía al hígado; Calli, al ojo derecho; otro, como Checatl, se vinculaba con la respiración; Ollintonatyiuh, con la lengua y Cuetzpallin, con los glúteos; Coatl, a los genitales; Malianalli, al intestino; al estómago, Acatl; y a las mamas, Xóchitl. En aplicación de sus conocimientos astronómicos los mexicas construyeron dos tipos de calendarios, uno lunar que usaron para sus ceremonias religiosas y otro solar para la agricultura. El vínculo entre la religión y la astrología impregnaba la visión cósmica de la cultura azteca. El planeta Venus se correspondía con el dios Quetzalcóatl. La deidad masculina, Ometecuhtl, personificaba el cielo, mientras la diosa Omecihuatl simbolizaba la tierra. El centro del calendario azteca estaba ocupado por la imagen de Tonatiuh, dios del sol. Para esta cultura la sucesión del día con la noche era el resultado del combate permanente entre los astros principales, donde se imponía Huitzilopochtli, el sol naciente, matando a la luna, Coyolxahuqui y a las estrellas durante el día. El ticitl, además de magia y adivinación, aplicaba en sus curaciones los conocimientos de la astrología. Para él era importante determinar si la enfermedad era fría o caliente, cuál era el día del calendario, y en qué posición se encontraban los planetas y las estrellas al momento de efectuar su diagnóstico. Recién entonces prescribía e iniciaba el tratamiento, combinando la magia con su saber empírico y la aplicación de purgantes, sangrías, pociones y pócimas, según el arte que la botánica indiana le señalaba. La cultura de los mayas tuvo conocimientos astronómicos increíbles. Conoció la posición del sol y de la luna, y la duración de los años solar y lunar. Construyó observatorios astronómicos y
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supo predecir la periodicidad de los eclipses. El calendario maya consta de 13 lunas, cada una compuesta de 28 días, (cuatro semanas de siete días). Algunos autores han llegado a considerar que el calendario maya es más exacto que el gregoriano. Las ruinas de Chichen Itzá, emplazadas en la hoy conocida como Península de Yucatán, México, muestran cómo la pirámide del Observatorio se relaciona con el calendario, orientada su edificación de acuerdo a nociones astrológicas. En sus monumentos líticos, los mayas dejaron grabada la observación de los eclipses lunares, como el producido el 15 de febrero del año 3379 a. C. Los médicos asistían a los enfermos en forma domiciliaria y sus prescripciones, en aplicación de los conocimientos astrológicos, tenían en cuenta el mes, las fases de la luna, los vientos y los eclipses. Los mayas consideraron que Venus era la morada de Chac, el dios de la lluvia. Los incas también aplicaron con eficacia admirable sus limitados conocimientos astronómicos, dándole importancia a la medición del tiempo destinada a mejorar los resultados de su actividad agrícola, mientras la astronomía era aprovechada en la construcción de sus principales ciudades. El calendario de los incas fue concebido por la sola observación de los fenómenos solares y las fases lunares. Estaba integrado por un año solar de 365 días divididos en 12 meses, de 30 días cada uno, con cinco días intercalados. En Cuzco, Pachacútec dispuso la construcción de pilares llamados sucangas, para determinar con exactitud la fecha de los meses y los años. En una mirada de apreciación crítica sobre el desarrollo alcanzado por la ciencia astrológica incaica, Garcilaso de la Vega 34, en los Comentarios Reales escribe: De la Astrología tuvieron más práctica que de la Filosofía natural, porque tuvieron más iniciativas que les despertaron a la especulación de ellas, como fue el Sol y la Luna y el movimiento vario del planeta Venus, que unas veces la venían ir delante del Sol y otras veces en pos de él. Por el semejante
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veían la Luna crecer y menguar, a la cual llaman muerte de la luna. También el Sol los incitaba a que mirasen en él, que unos tiempos se les apartaba y otros se les allegaba (…) No supieron de qué se causaba el crecer y menguar de la Luna, ni los movimientos de los demás planetas (…) Al Sol llamaron Inti, a la luna Quilla y al lucero Venus, Chaska, que es crinita o crespa por sus muchos rayos (…) y no miraron en más estrellas porque, no teniendo necesidad forzosa, no sabían a qué propósito mirar en ellas. En común las llamaron cóillur, que quiere decir estrella (…) Contaron los meses por lunas, de una luna nueva a otra, y así llaman al mes quilla, también como a la Luna (…) Tuvieron cuenta con los eclipses del Sol y de la Luna, mas no alcanzaron las causas. Decían al eclipse solar que el sol estaba enojado por algún delito que habían hecho contra él, pues mostraba su cara turbada como hombre airado y pronosticaban que les había de venir algún grave castigo. Al eclipse de Luna, viéndola ir negreciendo, decían que enfermaba la Luna, y que si acababa de oscurecer se había de morir y caerse del cielo y cogerlos a todos debajo y matarlos, y que se había de acabar el mundo.
En otro párrafo, en tono mucho más contemplativo, reconociendo el valor alcanzado por los conocimientos que el Inca tuvo en materia astronómica, continúa 34: Más con toda su rusticidad alcanzaron los Incas que el movimiento del Sol se acababa en un año, al cual llamaron huata (…) La gente común contaba los años por las cosechas. Alcanzaron también los solsticios del verano y del invierno, los cuales dejaron escritos con señales grandes y notorias, que fueron ocho torres que labraron al oriente y otras ocho al poniente de la ciudad del Cuzco (…) También alcanzaron los equinoccios. En el de marzo segaban los maizales del Cuzco con gran fiesta y regocijo. En el de septiembre hacían una de las cuatro fiestas principales del Sol que llamaban Citua Raimi.
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No obstante la punzante interpretación del autor citado, lo cierto es que en materia astronómica los incas no fueron tan ignorantes como el historiador supone, cuando afirma que solo conocían el sol y la luna, porque a los demás astros llamaron Coyllur; a Júpiter, Pirwa; a Venus, Ch’aska; a Marte, Aukayok; a Mercurio, Gatuiylla y Haucha a Saturno, lo que indica que éstos planetas fueron motivo de preocupación y estudios. Como aztecas y mayas, los incas levantaron construcciones líticas que fueron usadas como observatorios astronómicos. El amauta, (sabio, educador, médico y astrólogo), guiándose de los astros realizaba sus pronósticos y formulaba sus prescripciones en el arte de curar. Concluyendo, la medicina astrológica americana alcanzó en las principales urbes mesoamericanas y andino centrales, similar crecimiento que el arte médico de la antigua Mesopotamia y el Asia menor, sin el brillo asirio, babilónico y egipcio. El resto de los pueblos amerindios practicó una medicina tribal, mágico–empírica. Si bien la Astrología carece hoy de acreditación científica, en aquellos remotos tiempos de la medicina prehistórica fue incorporada por las grandes culturas de la humanidad al pensamiento médico mágico. Aún hoy, la influencia astral sobre el destino del hombre alimenta teorías que perduran entre nosotros a manera de horóscopos, profecías, oráculos y predicciones diversas.
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Capítulo IV El médico aborigen de América Su edad de aparición es imposible precisar. Su origen remoto coincide seguramente con el inicio de la medicina mágica empírica, que acompañó en su inmigración americana al hombre del neolítico eurásico integrando su acervo cultural prehistórico. En la América prehispánica existieron varios prototipos o modelos de médico, diferenciados de acuerdo al método o práctica empleada de curar, a la especialización de su arte y a la jerarquía social o poder alcanzado en la sociedad. Con una finalidad didáctica se los puede clasificar en dos grandes grupos o categorías: 1) los médicos sobadores y chupadores, médicos brujos especializados en un arte en particular y 2) la casta de los médicos sacerdotes o chamanes. 1. EL MÉDICO BRUJO, MAGO O HECHICERO. El modelo más difundido por toda la geografía de América fue el médico sanador, brujo o hechicero, caracterizado por el arte de sobar y chupar. Asombra comprobar cómo, a pesar de las distancias que separaron las culturas de los pueblos primitivos, estos protomédicos adoptaron la misma forma de concebir la enfermedad y de proveer a su curación. En la obra El Médico en la Historia, Haggard 38 describe el retrato de un médico hechicero de la tribu Blackfoot, en América del Norte, ataviado con piel de oso de la que cuelgan cueros de
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sapos y serpientes, plumas de aves, pezuñas de ciervos y cabras. En una mano empuña una vara y en la otra una especie de pandereta hecha de cascabeles. En la visita al enfermo el brujo saltaba y se contorsionaba dando alaridos, mientras ordenaba al demonio de la enfermedad que se retirara. Este prototipo de médico brujo fue el más común de todos los que oficiaron el arte de curar entre los pueblos cazadores y recolectores. Su ámbito de acción fueron las comunidades tribales y las aldeas. También ejerció su oficio en las grandes metrópolis, pero limitado a la asistencia de los sectores populares. El máximo exponente de este grupo fue el médico brujo que empleó el arte de sobar y chupar, llamado por ello sobador o chupador. Este sanador usó para su arte la magia y la sugestión, practicando una terapéutica médico empírica. La actividad que lo identificó fue el hábito de sobar y chupar la zona corporal afectada y tratar de conseguir una acción congestiva y revulsiva, con la intención de extraer el mal que el demonio había introducido73-87. De esta manera, creando sugestión y engaño, después de la succión el brujo extraía de su boca piedras, gusanos, espinas u otros objetos para crear, con el fraude, la ilusión de haber quitado la enfermedad. El Padre jesuita José Guevara, cronista de la Historia del Paraguay, ha dejado de su arte el siguiente testimonio 10: (…) como no entendían de pulso, la aplicación de la medicina se hacía sobre la parte dolorida, preguntaban qué es lo que le dolía al enfermo, luego aplicaban la boca chupando con increíble vehemencia. Aquí empezaban los gestos: expelían entre contorsiones y espumarajos el palillo, la piedrezuela, la espina, el gusano, que de ante mano habían prevenido, según las precauciones del arte de chupar. En ocasiones, el hechicero de la aldea efectuaba sobre la zona dolorida escarificaciones para chupar la herida y después, con la boca llena de sangre, escupir en un recipiente, saltar y danzar alocadamente pronunciando alaridos. Terminado el acto el recipien-
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te era enterrado en un lugar secreto y escondido. Los indios lules, que habitaron la provincia de Tucumán en la República Argentina, practicaron este arte por lo que sus médicos brujos recibieron el nombre de sajadores. Ese pueblo atribuía la enfermedad al ayaguá, especie de gorgojo armado con diminutas flechas de piedra, que influenciado por espíritus malignos introducía la materia mórbida en el cuerpo del enfermo. Según Pardal el acto de sobar y chupar fue llamado en el Perú huallapa. En su práctica el médico sobador efectuaba la tarea usando una pasta que obtenía mezclando orina fresca con excrementos de origen humano o animal. En ocasiones al sobar empleaba un cobayo que frotaba por el cuerpo del enfermo, técnica que entre los incas se llamó la limpia del Coy. Al llegar a la zona dolorida sus hábiles manos, inadvertidamente, quebraban el cuello del animalito que moría llevándose la enfermedad 73. El cuis era disecado y de acuerdo a las lesiones internas que presentaba se determinaba el órgano asiento de la afección, a la vez que se establecía el pronóstico de su evolución. El médico sobador y chupador se encontró ampliamente difundido por todo el continente, desde el territorio de los pieles rojas al norte, hasta el extremo austral de Tierra del Fuego, donde recibió el nombre de Khon. En las hoy Antillas y riberas del Caribe mejicano, los médicos sobadores fueron designados con el nombre de piache y también payni; en la región del Ecuador, yachac; Boitío, entre los tainos y siboyanos de la isla Cubanacán o Colba, luego conocida como Cuba; y entre los tupí guaraníes su nombre fue el de pay o payé73-87. El Padre Pedro Lozano, autor de la Historia de la Conquista de las provincias del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, describe entre los guaraníes: La primera actividad era el arte que llamaban de chupar en la forma siguiente: el que se apreciaba de hechicero para ganar su vida y adquirir fama entre los suyos, fingía tener virtud de sanar las dolencias chupando las partes doloridas.
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Entraba muy formal y serio el chupador, informábase del achaque, y para llegar a chupar hacía primero varios gestos muy ridículos; después de chupar vomitaba alguna espina, hueso o gusano muy feo que llevaba oculto debajo de la lengua, y como si lo hubiera sacado del cuerpo del enfermo, le mostraba a los circunstantes, con espanto grande y grandes visajes.
La estirpe de los payé estuvo diseminada profusamente. El uso de la magia simpática les permitió curar y también provocar las enfermedades, por ese motivo fueron muy temidos. El brujo Tupí Guaraní practicó este tipo de magia para hacer enfermar a sus enemigos, usando cabellos, uñas, prendas u objetos de sus presuntas víctimas para embrujarlas. Los guaraníes reconocieron varias categorías de payes, entre los cuales Pardal 73 cita el evocador de espíritus o kurupahivonanga; el pohomonanga, farmacólogo y herbolario, poseedor del conocimiento de las plantas medicinales; y el poro pohomonanga, valorado por su prestigio con el título de arandú o sabio. También ese pueblo admitió la categoría del payé mirí, en carácter de aprendiz o ayudante; la del gurupí ará, evocador de los espíritus maléficos, y la del aurupá ará, encantador y alucinador. Menciona también Pardal 73 que los indígenas que habitaron los territorios comprendidos por las actuales provincias argentinas de Neuquén, Chubut y Río Negro, mapuches y pehuenches, distinguieron el anvipé como médico empírico, sobador, chupador y gran herbolario; al vileu a cargo de la lucha contra las epidemias; y al gutavé, el cirujano en demanda de la curación de las heridas y la asistencia de los traumatizados, el que drenaba los abscesos hepáticos en una compleja operación llamada catatun, previo adormecimiento del enfermo por ingestión de la hierba conocida con el nombre de chamico. Para el grupo de aborígenes patagones y fueguinos, (onas y yamanas), Gualichu, (como indicamos), era el espíritu más temido causante de la enfermedad, y el médico estaba a cargo de los
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rituales para congraciarse con él o expulsarlo del enfermo según el caso. Las funciones de este médico eran ejercidas por el brujo o hechicero a cargo de una persona joven que podía ser hombre o mujer 91. Quien además de sobar y chupar pronosticaba la evolución de la enfermedad. Estos médicos brujos efectuaban las sangrías y tenían conocimientos rudimentarios del uso de las plantas medicinales, en algunas curaciones untaban por completo al enfermo con arcilla blanca. En el extremo austral, el kohn era un eximio sobador y chupador, practicante de la medicina mágica empírica. Entre los pueblos indígenas pampas, querandíes, tehuelches, puelches, y williches, que poblaron el territorio comprendido entre el Río de la Plata y la actual provincia argentina de Mendoza, el brujo y hechicero llamado calmelaché tenía a su cargo el ejercicio de la medicina. También se comunicaba con Gualichu o Arraken, el genio maligno, para hacerlo comparecer con intención de conjura o exorcismo en la cura de la enfermedad. Era tan temido, según Vignati 91, que después de su muerte un pampa pasaba al pie de su tumba silenciosamente para no despertarlo. El autor citado relata el siguiente procedimiento ritual curativo: Se equipaba con todo el lujo posible un caballo, se le ataba a una distancia del campo pues estaba destinado al Gualichu (…) A la caída de la tarde el Calmelaché, vestido de diferentes colores y cubierto de cascabeles, montaba sobre un caballo blanco y galopaba lanzando gritos, sacudiendo los cascabeles y haciendo gestos extraordinarios, todo para llamar a Gualichu, el que aparecía en la noche oscura, bajo la forma de un esqueleto, montado sobre el caballo que le había sido preparado, conversaba con el médico indicándole los remedios que debía emplear, y que se reducían al ojo o alguna otra parte de una yegua de determinado color. A la mañana siguiente el animal designado era sacrificado y se le administraba al enfermo la prescripción. Para los pampas y araucanos el Machi o la Machi, ya que po-
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día ser mujer, era una verdadera autoridad dotada de gran sabiduría y poder curativo. Además oficiaba de consejero comunitario, y a manera de oráculo intervenía como mediador entre los seres humanos y los espíritus. Vignati relata, en la obra Historia de la Nación Argentina 92, el siguiente testimonio de un misionero jesuita de paso por San Luis en tránsito hacia Chile: Nos llevaron al toldo de un pobre anciano moribundo, que estaba echado sobre un cuero tendido en el duro suelo. A su cabecera estaba su padre, a los pies su madre, a la derecha, algunas mujeres y a la izquierda el Machi… Todos estaban pintados de varios colores, representando ciertamente algo infernal. Empero el más espantoso de todos era el Machi, que se había pintado de azul la frente y la nariz y el resto de su cuerpo, hasta la cintura, de un color rojo, con pinceladas repartidas acá y acullá tan vivas como el fuego; de la cintura hasta las canillas le colgaba un adorno a modo de cota de malla trabajado con conchas de mariscos; por detrás dejaba caer su larga faja, con una cola formada por plumas de avestruz, que arrastraba por el suelo, a más de los brazaletes de varias piedrecitas con que ceñía sus muñecas, varias plumas rodeaban sus brazos, piernas y cabezas y no puedo describirle los adornos de esta, con no sé qué vellones de lanas. 1.1 LOS MEDICOS BRUJOS DE LAS CULTURAS ANDINAS.
En el Perú, como la estructura social era clasista, cada estrato social tenía su médico. El brujo y curandero que asistía a los pobres recibía el nombre de comasca, y su arte primordial era sobar y chupar. En cambio el ichuri, también sobador y chupador, pertenecía a una categoría superior ofreciendo sus servicios a la clase social más elevada. Este médico, además de adivino y confesor, era consultado por el enfermo quien confiaba en él sus culpas, por
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violaciones de los tabúes cometidas, para que le indicara la ceremonia y la ofrenda que debía efectuar. El ritual se acompañaba de gritos, exorcismos y sobamientos, con la finalidad de ahuyentar el mal. El médico consagrado a la asistencia de la salud de la nobleza incaica era el ambicayo, descendiente de los sabios amautas, facultado para la práctica quirúrgica de la trepanación craneal. Los ambicayos podían en sus rituales llevar a cabo sacrificios humanos en señal de ofrenda curativa a los dioses. Además en los pueblos andinos el llamado hampi camayoc era el médico herbolario, conocedor de los secretos de las yerbas curativas. Wirapirico, por su parte, era el médico que interpretaba el humo de la Coca quemada con sebo de llama, en su intento de comunicarse con los espíritus malignos causantes de la enfermedad. El amauta, en ocasiones, oficiaba como médico. Quien diagnosticaba la enfermedad con el análisis de las vísceras de animales, a modo de oráculo, era el calparicuc; a la vez que el achicoc empleaba en sus adivinaciones el maíz y el estiércol de llamas, alpacas y guanacos. Algunos hechiceros adivinos, como el caso del pacharicuc, usaban arañas para predecir hechos o sucesos. En el antiguo Perú las arañas fueron consideradas símbolos de la fertilidad femenina y anunciantes de la lluvia. El llamado Sirkek 73 era el cirujano, sangrador, componedor de huesos, también reducidor de luxaciones y quién tenía a su cargo la complicada intervención quirúrgica de la trepanación de cráneo. Algunos de estos personajes fueron viajeros itinerantes, llegando a las aldeas desde misteriosas lejanías según ilustra Seggiaro 87 . Los kolla huayo, curanderos, herbolarios y empíricos del Altiplano andino, eran médicos ambulantes que Pardal cita dispersos por el territorio boliviano aún a mediados del siglo XIX. 1.2. LOS MÉDICOS BRUJOS DE MESOAMERICA Y EL CARIBE.
En el actual México, el piache o payni, considerado un sacerdote, era el experto en el arte de sobar y chupar. El historiador de
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la conquista de Méjico, Francisco López de Gomara 56, relata: A los sacerdotes llaman Piache en ellos está la honra de las novias, la ciencia de curar i de adevinar. Invocan al Diablo, i en fin son Nigrománticos. Curan con Iervas i Raíces, crudas y cocidas, i molidas con carne de aves, i peces, i animales, con palos i otras cosas que el Vulgo no conoce, i con palabras muy oscuras i que aún el mismo médico no las entiende. Lamen y chupan do si dolor, para secar el mal menor de la cabeza, no escupen aquello donde el enfermo está, sino fuera de la casa. Si el dolor crece o la calentura dicen los Piaches que tienen espíritus y pasan las manos por todo el cuerpo. Los ticitl practicaban la ticiotl, bajo la protección de Tlazoltéotl, pero en caso de ofensa a los dioses podían producir la enfermedad. Variante del payni, en un nivel equiparable al del chamán, adivino y especializado en drogas alucinógenas. Su práctica ritual consistía en la ingestión de sustancias psicoestimulantes; y en sus alucinaciones, bajo efectos tóxicos, le era revelada la causa de la enfermedad o del hechizo que embrujaba al enfermo. Si el mal no era conjurado administraba al enfermo el oloiuhqui 87, bebida narcótica elaborada con semillas de coatlxoxouhqui en cuyos componentes intervienen la atropina, escopolamina y veratrina, drogas estupefacientes 66. También, con idéntica finalidad de encantamiento empleaba hongos considerados alimentos divinos, el tlonanakatl, que mezclaba con miel, obteniendo un poderoso efecto embriagante y alucinatorio. Con el mismo objetivo, cita Pardal 73, la inhalación de polvos de zozoyatic, especie de cebolla que produce estornudos, lagrimeos y un estado de ensoñación alucinatorio, por su contenido en veratrina. Para casos de extrema gravedad en los que el ticitl, observando la faz del enfermo, sospechaba la muerte, como último recurso untaba el pecho del moribundo con madera de pino macerada, le punzaba la piel con un hueso de lobo, de puma o de águila, o
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colgaba de los orificios nasales el corazón de un pequeño halcón envuelto en piel de venado 38. Entre los aztecas era necesario rendir un examen y tener la autorización correspondiente para ejercer el arte de curar especializado. El médico clínico, Tlama-tepatitícitl, era el que aplicaba los conocimientos empíricos de la botánica médica; mientras el Papiani-panamacani, se identificaba con el herbolario o boticario. Texoxotla ticitl, era el cirujano; tezoc-tezoani, el flebotomizador encargado de las sangrías; y con la denominación de tepatiliztli, era designado el componedor de huesos. Teomiquetzani era el odontólogo; tlancatqui ticitl la comadrona; y Tenacazpati el especialista de las afecciones de los ojos, actividad habitualmente ejercida por mujeres. Tlamatqui, el masajista y kinesiólogo. Temiquiximati el que interpretaba los sueños y Tonalpouhqui el médico adivino, especialista en medicina astrológica, que tenía el poder de interpretar la relación existente entre el calendario, los cuerpos celestes y la enfermedad, comportándose de manera similar a un psicoanalista de nuestro tiempo. Con relación a la cultura maya es necesario aclarar que en el año 1532 el fraile Diego de Landa estableció en la localidad de Maní, provincia de Yucatán, un Tribunal Inquisidor que ordenó la destrucción de los principales códices. Ídolos, vasijas, imágenes, objetos usados en los ritos ceremoniales de la casta sacerdotal fueron destruidos. Veintisiete tomos de los libros sagrados, donde estaban compilados los conocimientos matemáticos, médicos, astrológicos, astronómicos y las profecías, fueron pasto de las llamas inquisitoriales y de la barbarie intolerante de la Iglesia. Por este lamentable motivo muchos aspectos de su saber y de su organización médica nos son hoy desconocidos. No obstante por los libros anónimos de Chilam Balam, escritos en idioma maya con posterioridad a la conquista, se sabe que practicaron una medicina mágica empírica, porque atribuyeron el origen de la enfermedad a los hechizos y brujerías de seres malignos, combinada con misticismo religioso y astrología, como
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resultado de la participación colérica de sus dioses en relación con los fenómenos astrales que conocían. Entre los mayas, el médico hechicero que practicaba la medicina popular era el Pul yahob, el que curaba por medio de un ritual mágico empírico, el uso de la herboristería y el empleo de la magia analógica, para rechazar los vientos y el espíritu maligno de los enfermos. Los Dzac yahes, eran los curanderos herbarios o yerbateros, los que conocían los secretos de las yerbas y plantas de la herboristería indiana de Mesoamérica. Kax bac, era el traumatólogo; Xalanzahc, la partera u obstetra y Ah men, el farmacéutico o herbolario. A cargo de los sacerdotes, cuya casta estaba jerarquizada, estaba depositada la sabiduría médica maya: los Ahuacan (primer nivel de jerarquía, practicaban medicina y efectuaban profecías), Nacom (sacrificador) y sus ayudantes chaacobs (abrían el pecho de las víctimas para arrancarles el corazón y ofrendar la sangre a los dioses como alimento) y finalmente Chilame (médico adivinador, se apoyaba en la medicina astrológica). 2. EL MEDICO SACERDOTE O CHAMÁN. La segunda categoría de médicos prehispánicos la integraron aquellos que practicaron la medicina religiosa o teúrgica. Aquella que se encontraba fundada en el pensamiento médico mágico infundido de misticismo y religión. Esta categoría de médicos ejerció en las ciudades feudos, curando con la sugestión, el hipnotismo y la fe religiosa de la misma manera que ocurrió en las grandes culturas mesopotámicas y asiáticas. El médico sacerdote pertenecía a una elite privilegiada, ya que era el que asistía las necesidades de la clase gobernante y la aristocracia, con poderes políticos vinculados al sistema monárquico y teocrático de gobierno. El chamán era considerado un semidiós, parte divino y parte hombre, y aunque poseía la facultad de proveer la curación otras
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funciones, tanto o más importantes que la medicina, lo mantenían en la cúspide de la sociedad. Los mayas ungieron a su casta gobernante y sacerdotal con el título de Kuhul ajaw, (señor divino), a quienes correspondían las prácticas ceremoniales con sacrificios humanos. Era el chamán mago y a la vez sacerdote, siendo el carácter mágico de su actuación la faceta más apreciada de su arte. En sus hábitos particulares se mostraba retraído y misterioso, adoptando una forma de ser distinta al resto de la tribu en su modo de vida, su vestimenta y sus ornatos demoníacos que infundían temor. Entre los turcos, de quienes se cree proviene la designación traducida como el “señor que sabe”, además de curador, el chamán era la autoridad convocada para asistir el nacimiento, el ritual del matrimonio y el momento de la muerte. De estas responsabilidades se puede inferir la trascendente función social que debía representar y la autoridad de la que estaba ungido. Dos mil años después de su muerte el médico sabio, astrónomo y arquitecto Imhotep, considerado el fundador de la medicina egipcia, fue venerado, (hacia el año 3000 a. C.), como sumo sacerdote 38 y los templos erigidos en su honor, en Tebas y en Menfis, fueron visitados por los enfermos en búsqueda de curación. Su formación era un proceso que duraba toda la vida. La preparación, habitualmente, comenzaba en la infancia o la adolescencia y la forma en que era seleccionado se cumplía según algunas de las condiciones siguientes: a) por haber sobrevivido a un hecho sobrenatural o a una experiencia que le había situado al borde de la muerte; b) por poseer alguna alteración somática o carácter distintivo que lo diferenciaba por medio del cual los dioses lo señalaban e identificaban, (enanismo, giba dorsal, albinismo); c) por descender de la dinastía gobernante y heredar de sus progenitores todo el poder divino y por añadidura también el religioso; d) por otro tipo de iniciación establecida a través de una revelación, durante la cual un ser sobrenatural, sorpresivamente, se aparecía al iniciado para comunicarle la fuerza mágica que
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orientaba su vocación profesional; e) por medio de un aprendizaje directo, en orden a la enseñanza que los chamanes experimentados impartían a sus jóvenes aprendices 54. El principio del chamanismo se basó en la idea de una cosmología regida por fuerzas sobrenaturales y espirituales invisibles que intervenían en la vida comunitaria. Los chamanes se relacionaban con los espíritus y, controlando el tiempo, interpretaban los sueños y adivinaban el futuro. El chamanismo existió como práctica de la medicina en todo el tiempo de la prehistoria. Algunas culturas consideraron que la voluntad divina se expresaba a manera de presagios, sueños, signos planetarios, aspecto del hígado y vísceras de los animales sacrificados. Por tal motivo el chamán o sacerdote tuvo reservada la tarea de interpretar estos augurios, incluyendo el examen interno de los órganos del animal inmolado, para aplacar la cólera del dios involucrado. De la misma forma que hicieron los médicos sacerdotes babilónicos con el hígado, órgano en el que creyeron que asentaba el principio de la vida. En su comunidad aborigen el chamán cumplió además un rol regulador ecológico importante, administrando los ciclos rituales y los roles de sus integrantes. Porque la cosmovisión que el indio concibió y animó, humanizó la selva o la montaña de tal manera que el hábitat correspondiente, el clima, las plantas, animales, ríos, fenómenos astrales, fueron considerados con el mismo espíritu vital que animaba a los seres humanos, y con las virtudes y debilidades que le caracterizaron. El historiador Rodríguez Cuenca 81, al respecto opina: En orden a que los dioses eran personificaciones de la propia naturaleza, junto con los animales, era deber de los hombres alimentarlos a través de la energía, nutriéndolos en sentido figurado. De allí que en los sacrificios humanos, el consumo del cuerpo de la víctima y la unción de los ídolos con su sangre, cumplía esa función.
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El uso de sustancias embriagantes o narcóticas fue un rasgo distintivo del chamanismo en todas las culturas primitivas del hombre. El chamán de la Amazonia utilizó, con finalidades diagnósticas, la ayahuasca, conocida entre los guaraníes con el nombre de caapi-yayé, planta con propiedades afrodisíacas y estupefacientes. El médico la bebía y en su delirio se comunicaba con los espíritus, con intención de leer el destino y descubrir el origen maligno de la enfermedad. Entre los guaraníes el médico sacerdote fue llamado araré. En la cultura preincaica Chibcha, que moraba en la zona donde se asienta la actual Colombia, el Chamán efectuaba el diagnóstico por adivinación a través de visiones alucinógenas y delirantes producidas por la masticación de semillas de la planta narcótica datura sanguínea 42, solanácea que contiene grandes cantidades de atropina y que en nuestro país se conoce con el nombre de chamico.
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Capítulo V La terapéutica médica y la cirugía aborigen de américa. 1. BOTANICA Y TERAPÉUTICA MÉDICA. Si en América imperaba la medicina mágica que efectuaba el diagnóstico por adivinación y encantamiento no debe extrañar que el arte de la terapéutica haya sido de su misma naturaleza y condición. Al describir la habilidad del médico brujo o hechicero se ha mencionado la técnica de sobar y chupar como el procedimiento curativo más empleado, fundamento básico de los métodos terapéuticos usados por la medicina aborigen americana. Durante su práctica, el médico brujo ataviado con ropaje intimidatorio, haciendo sonar matracas y sonajeros, profería alaridos, gesticulaba y friccionaba la zona dolorida, provocando un estado de congestión para después succionar. Terminada la succión, en una parodia de vómitos y convulsiones, expulsaba de la boca insectos, espinas, piedras u otros elementos, para representar en forma simbólica que la enfermedad había sido extraída del enfermo; intentando provocar un efecto psicológico sugestivo considerado atinado, ya que podía producir significativos beneficios curativos y cambiar el curso de la enfermedad. Ese fue el procedimiento estándar y el más difundido, pero el médico brujo dispuso de otras formas curativas mágicas, usando el exorcismo y la hechicería. Una de ellas fue ahuyentar el espíritu
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maligno ofreciéndole otro cuerpo para posesionar. Otra fue, lograr la transmigración corporal del genio maléfico haciéndole dejar al enfermo mediante una acción de conjuro mágico y encantamiento. Una última alternativa también fue conseguir el abandono voluntario del enfermo, ejerciendo sobre el quid maligno una acción de cohecho o entablando una negociación para satisfacer sus demandas. Para cumplir esos objetivos usó la magia; pero también aplicó el conocimiento de la medicina empírica. En efecto, no todo el arte curativo indiano tuvo carácter mágico basado en la sugestión y la superstición en comunión con los espíritus. Por el contrario, fruto de la observación de la naturaleza y del conocimiento de las costumbres de los animales, los aborígenes fueron conociendo la flora autóctona y aprendieron a identificar sus propiedades medicinales, hasta descollar, en algunas culturas, como eminentes herbolarios, a diferencia de sus colegas europeos que durante la Edad Media tenían un conocimiento limitado en la materia, porque en los huertos monacales solo se cultivaron escasas especies de plantas curativas. Garzón Maceda 35 expresa al respecto: Es incuestionable la preponderancia que en el pasado tuvieron los herbolarios sobre los médicos. Aun muchos años después de la Conquista, se reputaban, por su conocimiento, superiores a los médicos de profesión y se prefería el empirismo de los curanderos indígenas a la ciencia de los cirujanos europeos llegados con los conquistadores. – En testimonio de ello puede citarse el Claustro tenido en la Real Universidad de San Marcos en el año 1.637, para resolver la fundación de dos cátedras de Medicina: en él dijo el Dr. Alonso de Huerta – ‘no ser necesarias porque en este reyno hay muchas yerbas medicinales para muchas enfermedades y heridas, las cuales conocen los indios mejor que los médicos y con ellas se cura mejor que con los remedios médicos. Y lo muestra la experiencia que muchas personas desahuciadas se van al Cecado y al Surco, (puebli-
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tos de indios), a que las curen las indias e indios y alcanzan la salud que no les dieron los médicos.
Es necesario aclarar que la historia de la farmacología acepta el hecho, incontrovertible, de que la terapéutica médica tuvo un origen empírico. Esto es así porque su nacimiento en las sociedades humanas fue anterior al desarrollo científico de la medicina, la química y la botánica. El concepto, enunciado por Pardal 73, demuestra que el progreso de la botánica médica y de la farmacología en la antigüedad se basó en la observación intuitiva de la naturaleza y en el empirismo más rudimentario, lo mismo en Europa que en América. Es fácil comprender entonces por qué la sabiduría de los aborígenes, en botánica médica, fue superior a la que traían los europeos. En el Papiro de Ebert que data del año 1500 a. C., se encuentran consignadas más de setecientas sustancias del género vegetal de interés medicinal, entre ellas: azafrán, aloe, mirra, ricino, loto, lirio, amapola, incienso, cáñamo, lino y ajo. No obstante en Europa, el conocimiento de las propiedades curativas de muchas plantas se produjo recién en la Alta Edad Media a partir de la difusión de los escritos de Dioscórides promovida por los médicos árabes. Algunas especies de Oriente fueron incorporadas, en tiempo de la medicina escolástica, a la farmacopea de la Escuela de Salerno en los siglos XII y XIII. La tarea compilatoria de los médicos musulmanes y la traducción de las obras clásicas de la antigüedad del griego al árabe y después al latín, reactualizaron y difundieron los trabajos de Plinio y Dioscórides en botánica médica 45. Plinio el Viejo, (23 dC. – 79), fue un militar romano, científico y naturalista, muerto accidentalmente durante la erupción del Vesubio. Su gran obra, Naturalis Historia, fue una enciclopedia dedicada a la zoología, la botánica, la medicina y en particular a las propiedades medicinales de los árboles, las plantas, las hierbas, y el uso curativo de materia animal y mineral. Su contemporáneo, Dioscórides, (40 dC.–90), fue un médico farmacólogo y botánico griego. Practicó la medicina en Roma
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y fue cirujano militar en época del emperador Nerón. Su obra De Materia Médica, considerada precursora de la farmacopea, describió más de seiscientas especies medicinales y también materia médica animal y mineral, influyendo hasta el final de la Edad Media y la llegada a Europa de la herboristería indiana, con el descubrimiento de América. Una figura importante de la medicina monástica de Europa fue Hildegarda de Bingen, abadesa del monasterio benedictino de Rupertsberg, que redactó hacia el año 1150 dos obras: una de ciencias naturales (“Physica”), y otra de medicina (“Causae et Curae”), basadas en la observación, las experiencias de la medicina popular, y el saber médico de la antigüedad. En el huerto de su convento, a orillas del Rhin, había logrado el cultivo de alrededor de cuarenta especies medicinales 66. En su obra describe algunos medicamentos, sus modos de actuar, su administración y preparación. Aunque deja supeditado todo tipo de curación a la voluntad divina: Pero los medicamentos descritos para los males señalados y concedidos por Dios curarán a esa persona, o bien morirá si Dios no quiere que se libere de su enfermedad. No obstante este conocimiento y la existencia en los monasterios medievales de huertos medicinales en los que se cultivaban: adormidera (amapola del opio), rosa encarnada, lirio blanco, cicuta, mandrágora, hinojo, gladiolo, menta, artemisa, comino, ruda, sabina y otras plantas 35, la botánica médica encontrada por los españoles fue notablemente superior al contenido de la farmacopea europea de entonces tanto en la variedad, como en sus posibles aplicaciones. Morales Folguera, en su trabajo Jardines Prehispánicos de México 65, afirma al respecto: Como también sucedía en la Europa renacentista el jardín prehispánico era un equipamiento exclusivo de la monarquía y de la aristocracia. Se trataba de un signo de prestigio exterior de la grandeza y poderío de sus dueños y propietarios”… “Los principales constructores estaban ligados a
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la familia real azteca; y el mismo monarca se preocupaba por su conservación y desarrollo. El jardín era un signo de dignidad y tenía una finalidad lúdica (…) En estos jardines había plantas medicinales cultivadas para combatir las enfermedades y los dolores, y el historiador, Antonio Solís, refiere: tenían yerbas para todas las enfermedades y dolores, de cuyos zumos y aplicaciones componían sus remedios y lograban admirables efectos, hijos de la experiencia. Repartíanse francamente de los jardines del rey todas las yerbas que recetaban los médicos o pedían los dolientes. El propio Moctezuma se ocupaba que los médicos experimentasen con estas plantas medicinales y que curasen con ellas a los caballeros de su corte.
Cincuenta años antes que en Italia y cien antes que en Francia, Moctezuma I, el 5º emperador azteca, en 1438 ordenó construir en Oaxtepec el primer jardín botánico de América en donde se cultivaron gran cantidad de árboles frutales y diversas especies de flores y plantas medicinales. Cantón 11 afirma que también se experimentaba con plantas curativas. La riqueza de las especies botánicas asombraron a los conquistadores 73 quienes dieron testimonio del esplendor y magnificencia del jardín botánico de Moctezuma II, en el bosque de Chapultepec, que contaba con un gran vivero de plantas medicinales la mayoría de ellas desconocidas para los europeos y un parque zoológico similar a una reserva natural, que albergaba cientos de especies animales y servía de coto de caza al emperador. Se menciona entre los historiadores que los aztecas en su afán de incrementar la colección de plantas medicinales impusieron a los pueblos sometidos, como tributo de guerra, la entrega de nuevos y exóticos ejemplares botánicos destinados a sus jardines 73. El padre jesuita, José de Acosta, una de las fuentes más importante del conocimiento de la herboristería indiana, en su obra Herbario Azteca de la Cruz Badiano 90, escrito en el año 1552, comentaba:
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Que los expertos en curar tenían conocimiento de las virtudes y propiedades de las hierbas, raíces, maderas, y plantas. Hay un millar de estos simples adecuados para purgar, como las raíces de guanocchoacan, los piñones de punnua, la conserva de guaunucquo y el aceite de higueras.
Las más importantes medicinas de origen americano que alcanzaron gran difusión y afamado prestigio en Europa fueron: el guayaco o palo santo, la quina, los bálsamos de Tolú y de Perú, el paico, el tabaco, la coca, la zarzaparrilla, el jaborandi, el podófilo, la jalapa, el ruibarbo, la ipecacuana, la ratania, el cacao, la yerba mate y el curare, para citar algunas de las más difundidas y comercializadas. Tan importante fue el prestigio alcanzado por la botánica médica americana que el Rey Felipe II, resuelto a incrementar las especies de su Jardín Botánico de Aranjuez y ampliar su comercialización en Europa, envió a su médico de cabecera, Francisco Hernández, en carácter de Protomédico General de Indias con la misión de estudiar los productos y la flora medicinal de América. Lartigué 50, relata que Hernández llegó a Méjico en el año 1570 y regresó a España luego de siete años de labor intensa, habiendo examinado y tomado nota de más de 14000 ejemplares de plantas autóctonas a las que se les atribuía algún tipo de propiedad curativa. Se menciona que en sus estudios llegó a gastar más de 70000 ducados, una fortuna para la época teniendo en cuenta que cada ducado oro equivalía a 375 maravedíes para satisfacer los requerimientos de la Corona 10. Hernández murió sin ver publicada su obra monumental titulada Historia Natural de las Indias. Pero los manuscritos, ricamente decorados, fueron depositados sin difundir en la Biblioteca del Escorial, hasta que el padre Juan Nieremberg publicó un compendio en el que describió el cacao, (chocolat), los caféicos, el achilote o bixa orellana, la jalapa, el quenopodio, (epazotl), entre miles de especies. Europa consideró a Francisco Hernández un erudito superior a Dioscórides, porque según Eliseo Cantón 10:
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A diferencia del médico botánico romano que había escrito sobre las propiedades de plantas de su país, Hernández lo hizo de un país muy distinto al suyo, y de plantas y animales hasta entonces desconocidos.
La importancia que los europeos dieron a la botánica médica y a la farmacopea indiana quedó plasmada en numerosas obras de estudiosos e investigadores de la época 48. Ya el médico de Colón, Diego Álvarez Chanca, a su regreso del segundo viaje en 1494, había redactado un informe al Cabildo de Sevilla que contenía un capítulo sobre la fauna, la flora y las hierbas medicinales de la isla La Española. Posteriormente, durante la colonización, se sumaron las publicaciones de las investigaciones de otros eruditos e historiadores entre las que pueden mencionarse: Sumario de la Natural Historia de Indias, escrito por Gonzalo Fernández de Oviedo en 1535; Historia Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales y que sirven en Medicina, obra publicada por el sevillano Nicolás Monardes en 1565; Historia Natural y Moral de las Indias, autoría del fraile José Acosta en 1590; Historia General de las Cosas de la Nueva España, de Fray Bernardino de Sahagún; y la Historia del Paraguay Ilustrada, escrita por el padre Sánchez Labrador; para citar algunas de las más difundidas y consultadas. Además de los estudios de Francisco Hernández recopilados en 1576. Una fuente de trascendental importancia fue el Códice De la Cruz–Badiano. Obra escrita por el médico indígena mejicano Martín de la Cruz en el año 1552, en pleno proceso colonizador, traducida al latín por Juan Badiano, miembro del Colegio de la Santa Cruz en Tlatelolco. Se trata de un texto original, manuscrito en idioma náhuatl por un médico formado empíricamente dentro de la tradición indígena por encargo de Francisco de Mendoza, el hijo del Virrey de Nueva España, para ser presentado ante el rey Carlos V, como muestra elocuente de la riqueza botánica de América. La obra muestra la complementación de los conocimientos médicos naturales europeos con lo más significativo de la tradición indígena americana en el tema. 91
Téngase presente que durante más de un milenio, debido a la influencia dogmática de los médicos griegos, romanos y árabes, la medicina europea aplicó en sus tratamientos los conceptos de los herbolarios y botánicos de la antigüedad66-67. A partir de Catervas, médico de Mitrídates VI Rey del Ponto, pasando por Dioscórides, quien había clasificado las hierbas medicinales de acuerdo a la enfermedad en que se debían aplicar; hasta llegar a Plinio el Viejo, por más de 1500 años de la era cristiana, la farmacopea en Europa se rigió por las obras de estos eruditos. En especial por la de Plinio, que traducida a todos los idiomas fue la mayor fuente científica informativa en la materia 66. 1.1. BOTÁNICA ABORIGEN DE MESOAMÉRICA.
En América, mayas y aztecas diferenciaron los árboles de los arbustos y estos de las hierbas y de las plantas trepadoras. El peyote, el beleño y la belladona, fueron empleados con la finalidad de inducir un sueño alucinógeno, provocando un estado de embriaguez que los médicos brujos y chamanes usaron en sus ritos mágicos curativos. También estas especies 12 fueron usadas como anestésicos durante las prácticas quirúrgicas. Los mexicas llamaron patli, que significa remedio, a las plantas medicinales; mientras con la palabra quilitl designaron las plantas comestibles; chichic eran las de sabor amargo y xocotla las de frutos ácidos 73. Sus médicos trataron las conjuntivitis con raíces de metlalxóchtl, cuyo extracto era mezclado con leche materna. Para la cura del resfriado común emplearon inhalaciones de atoch–ietl, planta parecida al poleo. En caso de flemones dentarios el diente era perforado para luego aplicar una cataplasma de tenochtli y almidón. Además conocieron y aplicaron el quenopodio, que llamaron epazotl, para la cura de las parasitosis intestinales. También prescribieron enemas que designaron como nitepamaca, la que aplicaron usando un aparato confeccionado con una cámara gástrica
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o vejiga, que conectaban a una cánula obtenida del cañón de plumones de aves. Además de emplear cataplasmas elaboradas con emplastos de hierbas para la maduración de flemones y abscesos, previo a su incisión y evacuación quirúrgica. El erróneamente llamado bálsamo de Perú fue un recurso terapéutico originario de México, América Central y Colombia, obtenido de la savia de un árbol llamado huitziloxitl, usado para la curación de las heridas. Luego difundido a Europa para la cura de las enfermedades de la piel entre las que figuraba la sarna. Algunas especies vegetales fueron usadas en asociación con la concepción mágica y religiosa del arte de curar. Como el caso del zapote blanco (cochizápotl), contra el insomnio, y otras plantas vinculadas a modificaciones del tonalli, un espíritu animista que residía en el vértice del cráneo, con las que trataban los estados de pánico; también las relacionadas con teyolia, otra entidad anímica, que usaban en el tratamiento de las enfermedades del corazón. Tres drogas consideradas mágicas fueron las más importantes para los aztecas: a) el peyotl o peyote, cactus que contiene la mescalina, alcaloide con propiedades psicodélicas y alucinógenas; b) el teonanácatl, hongo sagrado, cuyo principio activo se debe a la psilocibina y psilocina, drogas de acción psicoestimulante, psicomimética y alucinógena; c) el ololiunqui, semillas de una enredadera leñosa que contiene ácido lisérgico y ergonovina; todas fueron usadas por los chamanes en ritos de adivinación para el diagnóstico de las enfermedades, por poseer efectos alucinógenos y despersonalizantes. Además de herbolarios los aztecas dieron gran desarrollo a la higiene pública y a la construcción de hospitales destinados a los veteranos de guerra en las ciudades de Tenochtitlán, Tlaxcala, Texcoco y Cholula 46. En el reinado de Moctezuma II se estableció un control eficaz de las epidemias, con unidades de aislamientos y la imposición de cuarentenas para los enfermos infecciosos, cambiando radicalmente la práctica habitual de los médicos aborígenes que entrega-
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ban los enfermos incurables o con enfermedades contagiosas para ser sacrificados por los sacerdotes. Tenochtitlán era abastecido de agua potable por un acueducto, mantenido y limpiado periódicamente, y el pueblo azteca daba mucha importancia a los baños públicos y al lavado diario 46. Siguiendo la tradición romana de la higiene y el cuidado del cuerpo, el uso de baños de vapor llamados temazcatl, de jabones y perfumes para la higiene corporal, fueron costumbres muy difundidas en la sociedad. Las propiedades curativas de las plantas fueron perfectamente conocidas por los mayas, que las emplearon como calmantes, purgantes y antifebrífugos. Seggiaro 87, afirma que las hojas cocidas del izbut, aumentaban la cantidad de leche materna durante la lactancia, a la vez que el látex del chicalote, amapola espinosa, fue utilizado en Yucatán para curación de las enfermedades de los ojos; y en Chiapas el cuaulote (quauhólotl), fue muy apreciado por sus propiedades antidiarreicas y antibacterianas; y el cihuapahtli (zoapatle), fue utilizado para inducir el parto por sus propiedades oxitócicas. El autor citado 87 atribuye al historiador Montolina en su obra Historia de los Indios de Nueva España, haber difundido: Que los indios curaban a sus enfermos aplicando yerbas y medicinas con tan buen resultado que muchas enfermedades viejas y graves que los españoles han padecido estos las han sanado. En la Península de Yucatán las comadronas asistían a los nacimientos prediciendo la hora de los partos. Los baños de sudor y de vapor eran prescriptos con finalidad higiénica, mientras que la sangría se efectuaba como un ritual de desagravio. 1.2 BOTÁNICA ABORIGEN DE LA REGIÓN ANDINA.
En los Andes Centrales donde floreció la gran civilización incaica también la medicina desarrolló un arte curativo empírico digno de admirar. Los incas fueron los más grandes herbolarios
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de América, según ha dejado constancia López de Gomara en su obra: Crónicas de la Nueva España 73. Acostumbraban a exhibir sus medicinas en los mercados populares sobre mantas extendidas, donde preparaban sus pócimas y remedios. Se comercializaban: purgantes, vomitivos, sudoríficos, abortivos y narcóticos, diuréticos, antiparasitarios, antifebrífugos, entre otras materias cuyos efectos conocían acabadamente. En la ciudad de Cuzco los puestos de ventas de remedios tenían el nombre de hampikatú. Mercados en los que además de yerbas medicinales se podían adquirir diversas materias curativas animales y minerales, tales como: fetos de llama, astas de venado, piedras de águila, la piedra pisar, (bezoar), y víboras desecadas. No parece exagerado considerar a los médicos incaicos los naturalistas más grandes y de mayores conocimientos de su época. Por ello fueron admirados por su arte de curar empírico, basado en el conocimiento de la botánica con aplicación médica. Las plantas medicinales que alcanzaron mayor difusión popular luego de la conquista y las más emblemáticas de la botánica médica de la América del Sur fueron: la coca, la quina y el tabaco. La coca, que se conocía en las zonas que hoy comprenden a Colombia y Venezuela con el nombre de hayo, fue ampliamente usada en las culturas andinas como estimulante cardiaco, analgésico, antivomitivo, antidiarreico, anestésico, antihemorrágico y defatigante. Era considerada por los incas una planta de origen divino, y el hábito de mascar o coquear estuvo muy arraigado en la cultura del Tahuantinsuyo. Pardal 73 afirma que en un principio su uso estaba reservado a los altos funcionarios de la sociedad incaica, pero a la llegada de los españoles ya era costumbre popular en territorio donde se erigió el Perú. Respecto de las primeras informaciones sobre su observación como integrante de la flora del Nuevo Mundo el historiador, Ruggiero Romano 83, afirma: Ya en 1499, el sacerdote español Thomas Ortiz notó que los indígenas de la costa septentrional de la América del Sur se servían de una planta llamada hayo. En seguida Américo
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Vespucio en su carta al Rey René II brinda indicaciones sobre el uso de la Coca por parte de los aborígenes en la desembocadura del río Pará o Amazonas. En esta fase de la conquista, concentrada en la costa de tierra firme, la totalidad de las informaciones sobre el uso de las hojas de Coca se refiere a las Costas de Venezuela, Colombia y Panamá. La conquista del Perú ensanchó considerablemente el campo de observación de esta hyerba… Las descripciones continuaron cada vez más precisas sobre el aspecto botánico, los usos y modo de empleo, y también sus efectos.
El hábito de mascar coca se llamó en la amplia región hoy peruana y colombiana, chabchar, mientras en el actual Noroeste argentino se lo conoció como acullicar. La costumbre en esta última región, era acompañar el bolo de coca con una sustancia alcalina llamada yista, formada por una mezcla de cenizas de quinoa, jume y cachiyuyo, a la que agregaban una pizca de sal, guardándose en un recipiente pequeño de barro cocido llamado iscupurú 73. La importancia medicinal de la coca para el mundo científico, antes que sus propiedades anestésicas se usaran en medicina, queda patentizada en el testimonio del científico español Hipólito Ruíz al mando de una expedición botánica al Perú en 1777: Mucho tiempo viví persuadido que la Coca era, así como lo es el tabaco, un vegetal vicioso para entretenimiento de los indios; pero la experiencia me hizo mudar de aquella infundada opinión, demostrándome con hechos positivos los efectos admirables de aquella hoja, al parecer insípida, inodora e inerte. Por otra parte es la Coca un remedio medicinal bastante comprobado, pues cura las cámaras disentéricas, ataja las diarreas, promueve la menstruación detenida en las que paren; tomada su sustancia en cocimiento o infusión y administrada en polvo con azúcar corrige las acedías y fortifica la dentadura. En cuanto a la quina empleada para combatir las fiebres terciana y cuartana del paludismo, es conocida la historia de cómo llegó su empleo a conocimiento de la esposa del Virrey del Perú,
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condesa de Chinchón, que sufría del mal y cómo, después de su curación, se introdujo su uso en España. Garzón Maceda 36 lo explica en el siguiente texto: Hay un hecho digno de mención y del que atestigua el más respetable e indiscutido historiador de los tiempos de la Conquista, el P. Lozano, hecho importante porque viene a destruir una idea y una enseñanza histórica que sería falsa. La quinquina del Tucumán fue usada por los indios un siglo antes de que en Quito la descubrieran los conquistadores, y la fiebre intermitente lleva su nombre de “Chucho” en las provincias del norte porque “Chucchú” llamaban los indios al temblor con que se denuncia el escalofrío de un ataque febril. Los indios del Perú llamaban Quina – quina a los frutos almendrados del árbol y de allí el nombre de éste; pero en Tucumán era conocido por la “Cascarilla”. De su corteza, pulverizada, usaban los naturales para expeler con brevedad las fiebres tercianas o cuartanas; pero el odio entre los españoles les rescataron por más de un siglo la noticia; hasta que, como es sabido generalmente, un indio reveló el remedio a un español vecino de Loja, en Quito, por el año 1.634, quien a su vez lo aplicó para curar de molestísimas tercianas a la condesa de Chinchón. Por su parte el tabaco, originario de la zona andina entre los actuales Perú y Ecuador, se empleó como narcótico además de ser inhalado con el humo y aspirado como rapé. Y también se masticó y se comió, y fue usado en los ritos religiosos y como afrodisíaco se lo derramaba sobre las mujeres antes de la relación sexual. Otra de las plantas aromáticas medicinales predilectas por sus efectos curativos fue el paico, que los Hampi-camayoc incaicos usaron para la cura de Atahualpa, mientras se encontraba prisionero de Pizarro, en vísperas de su ejecución, según relato de Garcilaso: (…) entonces los españoles le sacaron de la prisión, y llamaron los indios principales que había, los cuales trajeron grandes herbolarios que le curaron, y que para certificarse
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de la calentura le tomaron el pulso, no en la muñeca, como los médicos de acá, sino en lo alto de la nariz, a la junta de las cejas, que le dieron a beber un zumo de yerbas de gran virtud. Llaman “payco” a la una de ellas y no nombran otra. La bebida le provocó un gran sudor y un sueño profundísimo, con que se le quitó la calentura y no le hicieron otro medicamento, y que en pocos días volvió en sí y entonces le volvieron a prisión, y que cuándo le notificaron la sentencia de muerte, le ordenaron que se bautizase sino lo quemarían vivo como quemaron en México a Huahutimoc. Al fin, se bautizó y le ahogaron atado a un palo en la plaza.
Los incas también usaron la barba de choclo como diurético y la zarzaparrilla como depurativo; mientras la savia resinosa del molle se usaba en las curaciones de las heridas como cicatrizante; al igual que el tabaco que además fue empleado en las miasis, (agusanamiento), de las heridas; también la granadilla, en la cura de las ulceraciones y afecciones intestinales; la higuerilla para la hidropesía; y el aceite de ricino, como purgante y exfoliante de la piel. Félix Garzón Maceda 36 atribuye al historiador Garcilaso de la Vega el siguiente informe: En el Perú hay una hierba admirable para los ojos llamada Matecllu, que nace en los arroyos pequeños, es de un pie y sobre cada pie tiene una hoja redonda y no más. Es como lo que en España llaman Oreja de Abad que nace en invierno en los tejados. Los indios comiánla cruda y era de buen gusto; mascada y el zumo echado sobre los ojos enfermos la primer noche, y la misma yerba mascada y puesta sobre los párpados, a manera de emplasto, gasta en una noche cualquier nube que los ojos tengan y mitigan cualquier dolor y accidente que sientan. El autor citado, asegura que la hierba en cuestión no es otra que el berro, y concluye: “es muy común en los arroyos serranos de nuestra provincia” 36.
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Para los incas el quisuar fue el medicamento de elección para una enfermedad endémica que padecían llamada verruga peruana. Enfermedad granulomatosa de la piel producida por la bacteria del género Bartonella, trasmitida por el mosquito Jején; en tanto la cebadilla fue usada como parasiticida externo. Otras plantas medicinales usadas en la región andina de América del Sur fueron: la ratania como astringente; la huacata como antiabortivo; la huachanca y el ruibarbo como purgantes. Mientras el huanarpo fue empleado como afrodisíaco; el mucle como galactóforo; a la vez que el guayabo era usado en la disentería; y la huamanpita como diurético. 1.3. BOTÁNICA ABORIGEN DEL CONO SUR DE AMÉRICA.
En la cultura amazónica de las tribus guaraníticas de nuestro país para curar los males se empleó la magia y la sugestión, y el Paye al llevar a cabo el ritual de encantamiento ingería sustancias alucinógenas o estupefacientes con la finalidad de entrar en trance y poder interactuar con los espíritus. Esta modalidad terapéutica mágica fue idéntica en todas las culturas aborígenes que poblaron los territorios de las actuales Repúblicas: de Argentina, Uruguay, Paraguay y del centro y sur de Chile. Pero, además, el médico guaraní aplicaba ventosas y conocía los efectos de los polvos antiácidos de piha–ai. Y como buen herborista que era 53 empleaba el jaborandi, como antitérmico y sudorífico; el quenopodio o paico como antiparasitario; la copaiba, la ratania y otras plantas medicinales como la ipecacuana para las diarreas y los parásitos intestinales; y el uso del guaraná cuyo componente principal es la cafeína, calmante del dolor de cabeza, antitérmico y estimulante. La copaiba era destinada a la curación y lavado de las heridas; mientras la ipecacuana fue la medicación de elección en las diarreas, además de ser empleada como vomitivo y expectorante. También emplearon el guapoi o higuerón bravo, para las ulcera-
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ciones rebeldes; y el penahiva para la anquilostomiasis 73. Como en el resto de la geografía de América, el tupí, para protección e higiene corporal, se friccionaba la piel con el fruto de la bixa orellana o urucú. Esa costumbre higiénica (urucurización), que además de proteger la piel de los rayos solares protegía también de los mosquitos fue adoptada por todos los pueblos de Indoamérica. El urucú, especie arborícola de un amplio espacio comprendido por el norte de Sudamérica y la América Central, fue llamado en Yucatán achiotl, rocou en las actuales Guayana y Venezuela y bixa o bija en las Antillas. Ingerido, se reconocen al urucú otras propiedades: como astringente, antiséptico, diurético, antidiabético y purgante 73. Los guaraníes usaron con predilección, aprovechando sus efectos antiparasitarios, el quenopodio, conocido entre nosotros con el nombre de paico al que llamaron caa né. Otras especies utilizadas fueron: la taperihua, cuyas hojas y semillas tienen propiedades contra el paludismo; y una maceración de raíces y corteza del wuayipoyukaih, al que llamaron caa-pomonga (erva do diabo), para ser usada en las uretritis 73. No obstante la variedad de plantas medicinales conocidas y empleadas su gran medicamento fue la yerba mate a la que llamaron ibirá caa mirí, la que utilizaron de cuanta forma pudieron para combatir las enfermedades. Para prevenir la muerte por mordeduras de serpientes los guaraníes se inmunizaban con la mordedura de una culebra, que llamaron ñacanina, poseedora de un veneno de escasa toxicidad 28. Los pueblos araucanos que se extendieron desde el actual Chile, llegando en sus incursiones a diseminarse por la región patagónica y pampeana de los territorios hoy argentinos, emplearon profusamente el canelo, que extraían de una planta considerada sagrada llamada boine o bognie, con la que combatieron las afecciones reumáticas y el escorbuto (avitaminosis C). Seggiaro 87 comenta que Winter, médico de cabecera del pirata Drake, la introdujo en Europa por su uso digestivo, y su aplicación externa
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contra la sarna y la parálisis, por ello fue conocida bajo el nombre de corteza de Winter. Esa cultura usó el cochayuyo para la curación de las úlceras y las heridas, y el llamado ciruelillo como cicatrizante; a la vez que el matagusano era el medicamento preferido contra la picadura de arañas. También una planta medicinal original de los Andes patagónicos llamada pichi fue usada para las afecciones renales y las hepáticas; y la hualtata fue utilizada en medicina por su propiedad cardiotónica 87. El machi de los araucanos y patagones con el tallo de una planta vesicante llamada aucharupá trató las inflamaciones de la uretra, (uretritis), y la blenorragia. También usó la corteza de quillay para la higiene del cuero cabelludo y la curación de la pediculosis, y de otras enfermedades de la piel; y el palo pichi para los cálculos renales 27. Garzón Maceda 35, al referirse a la terapéutica aborigen de la cultura comechingona, afirma en forma terminante que las prácticas médicas del Inca, por extensión, también tuvieron aplicación en esos pueblos y en todo el norte de la República. Cita, el autor nombrado, al jesuita Padre Lozano que entre otras observaciones afirma que en las tierras frías de la provincia de Córdoba se empleaban las raíces del mechoacán simple, como remedio eficaz de las purgas. Además, señala como una costumbre típica de ese pueblo la de aspirar un polvo obtenido machacando las semillas del cebil 35, planta que los comechingones traían del Tucumán o del Perú y la comercializaban e intercambiaban con las tribus limítrofes. Los polvos tenían una finalidad estornutatoria y reemplazaban al rapé. Otra costumbre de los comechingones era la práctica de los sudatorios, similares a las que practicaban los aztecas, entre quienes se conoció con el nombre de temazcallis o hipocaustos. Esta terapia era recomendada a los enfermos de fiebre, a las puérperas y a los indios aquejados por enfermedades ponzoñosas 35.
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1.4. MATERIA MÉDICA ANIMAL.
En la farmacopea del Viejo Mundo, en época de la conquista de América, cuatro medicamentos gozaron de gran predilección entre físicos y boticarios, ellos fueron: la triaca magna; la piedra bezoar; los extractos pulverizados de momias egipcias; y el cuerno de unicornio. La primera, una especie de panacea universal llamada triaca o teriaca, fue la más famosa mezcla de sustancias, más de sesenta, entre las que sobresalían el opio, su principal componente, y la carne desecada de serpientes. Desde Galeno la medicación era reputada como curativa de la mayoría los males, hasta de la peste y todo tipo de envenenamiento 46. La piedra bezoar materia médica mineral de concreción calcárea, un cálculo de fosfato de calcio formado en el estómago de algunos rumiantes, fue admitida como remedio milagroso y usada en forma de amuleto o adorno. También como polvo se administró con el vino para casos de envenenamientos. El uso de polvo de momias egipcias tuvo gran aceptación en la medicina de la Edad Media europea como panacea, y medicación antifatigante y hemostática. En los tratados de Ciencias Naturales el unicornio, animal legendario, era descripto como antídoto y elixir del amor 46. Otras materias de origen animal empleadas en Europa fueron la grasa de ganso, usada en la forunculosis; la de lobo, para el dolor de oídos; el corazón de cabra montés, como antihemorrágico; y la esencia de almizcle (secreciones glandulares del ciervo almizclero), por sus condiciones anticonvulsivantes y antiespasmódicas. De manera análoga a la de sus colegas europeos los médicos aborígenes de América utilizaron materia animal con finalidad sanadora en sus recetas. Lo que hoy conocemos como opoterapia (procedimiento curativo por empleo de órganos crudos de animales), aunque nunca la usaron como materia exclusiva, sino acompañadas con el empleo de plantas o minerales. No obstante
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esta similitud, la opoterapia aborigen de América fue aplicada en el contexto espiritual y religioso de los pueblos 2, ya que hubo en el mundo prehispánico una relación íntima entre la función otorgada por los elementos terapéuticos y la particular cosmovisión que era el sustento de las culturas. En el ritual mágico empírico del arte de curar que practicaba, el médico brujo trataba de transferir al paciente las cualidades o virtudes del animal utilizado. Por ejemplo, en el Códice de la Cruz–Badiano para tratar la somnolencia el médico recomendaba la carne cocida de liebre sin entrañas buscando, terapéuticamente, en analogía con la agilidad del aparato locomotor del animal empleado, contrarrestar la apatía y la pereza del aturdido y somnoliento 2. En territorio incaico la carne fresca de vicuña fue empleada como antiinflamatorio y hemostático, para detener las hemorragias. La sangre de cóndor usada como sedante en las neuropatías, la de vizcacha como tonificante cardíaco, y la de zorrino para el tratamiento de las afecciones respiratorias. Los incas además emplearon polvos de buches de iguana para combatir los cálculos renales, y la placenta de llama cocida fue considerada de utilidad para favorecer el parto. En tanto la grasa de avestruz se usó como miorrelajante, para contrarrestar los espasmos musculares y la de quirquincho, en mezcla con huesos de su cola pulverizados, aplicada en la litiasis de la vía urinaria. Por su parte el ichuri de los incas usó el corazón fresco de paloma como agente hemostático, mientras empleó la sangre de cóndor en las enfermedades nerviosas y las vísceras calientes de cobayo para las afecciones reumáticas. Para la cura de las hemorroides la prescripción de los médicos aztecas 87 consistió en la ingesta de carne de comadreja mezclada con sangre de lagartija. Y entre los mayas la carne de lagarto y de iguana se usó, con frecuencia, para el tratamiento de la mordedura de animales ponzoñosos, y para facilitar el trabajo del parto se empleó la cola del tlacuache, pequeño marsupial conocido con el nombre de zarigüeya.
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Tobas y matacos, en el actual Chaco argentino, disecaron al sol la vejiga de los yacarés y luego de molerla la usaron en forma de polvos, para disolver los cálculos renales y vesicales. El uso de grasa de ciervo fue común entre los pilagá para el tratamiento de las ampollas y ulceraciones de los pies. Plumas y pelos de ñandú para la sordera; huesos de zorro para las cefaleas; sapos vivos, para la culebrilla; y una piel mudada de serpiente, a modo de vincha para las cefaleas y jaquecas. Además de grasa de quirquincho o de avestruz, para el reuma; carne de buitre, para las enfermedades oculares; excrementos de ratón, para la infertilidad; todos fueron materia médica de uso común entre los araucanos y tehuelches. 1.5. MATERIA MÉDICA MINERAL.
De acuerdo al tratado Materia Médica, autoría de Guillermo Cullen, publicado en Edimburgo en el año 1789, en Europa desde tiempos pretéritos se seguían usando: ámbar amarillo como antiespasmódico; azufre para las enfermedades de la piel; mirra como antiparasitario y abortivo; el petróleo y derivados, asfalto, pez, betún mineral; zinc, bismuto y mercurio contra la sífilis; el cobre sublimado como antidispéptico y antiespasmódico, entre otras materias minerales de aplicación médica. En América más de treinta minerales fueron clasificados como de uso medicinal por el Códice de la Cruz – Badiano. Al respecto se usaron el azufre contra la sarna; el arsénico para las micosis sudamericanas; el cobre para las llagas; y la arcilla para las hemorroides. Criterio similar, aunque aplicado con mayor rigor científico, usaron los médicos europeos y alquimistas prerrenacentistas. Entre los aztecas fue común el uso de la arcilla, la cal y el alquitrán en sus curaciones. Además de ámbar, bronce, coral rojo, eztetl (una variedad de cuarzo), hierro, oro y taquexquite, (nitrato de potasio). La mayoría de estos elementos fueron utilizados en forma de amuletos, según informa Aranda 2, dentro del contexto mágico en que se desarrollaba el ritual curativo. 104
2. CIRUGÍA Y ORTOPEDIA ABORIGEN DE AMÉRICA. Con menor dificultad de interpretación en la práctica que el resto de la medicina aborigen, la cirugía evolucionó notablemente debido a la necesidad impuesta por la atención de las heridas de guerra, y en general por las afecciones traumáticas habitualmente asistidas con carácter de urgencia. En la cruenta batalla de Otumba librada en la conquista de Méjico en 1520, donde se enfrentaron las fuerzas indígenas contra las tropas de Hernán Cortés y sus aliados tlaxcaltecas, en una carga de caballería Cortés derriba al jefe mexica, Matlatzincatzin, que es muerto de una lanzada, mientras le arrebatan su tocado de plumas y el estandarte de guerra. Huérfanos de liderazgo los aborígenes se repliegan dejando el campo a disposición de las fuerzas españolas vencedoras. Pero en la carga el conquistador es herido en la cabeza de dos pedradas para ser asistido con esmero y conocimiento por los tlamas, los cirujanos tlaxcaltecas, que logran su mejoría. Esta experiencia personal vivida por Cortés influyó en la solicitud a la Corona para el envío de prelados, labradores y sacerdotes “y que no se permitiese pasar allá letrados ni médicos porque con los lugareños era suficiente” 66. En su informe epistolar al Rey Carlos V 66, el propio conquistador relata: En esta provincia de Tlaxcaltecal estuve veinte días curándome de heridas que traía porque en el camino y mala cura se me habían empeorado mucho en especial las de la cabeza, haciendo curar así mismo a los de mi compañía que estaban heridos. Algunos murieron, así de las heridas como del trabajo pesado, otros quedaron mancos y cojos porque traían muy malas heridas y para se curar había muy poco refrigerio; é yo asimismo quedé manco de dos dedos de la mano izquierda”(…) “E habiendo estado en esta provincia veinte días, aunque ni yo estaba muy sano de mis heridas, y los de mi compañía todavía bien flacos, salí della para otra que se dice Tepeacá.
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En tanto en España, a mitad del medioevo, la cirugía se escindía del resto de la medicina y hasta cierto punto se desjerarquizaba hasta ser considerada un arte inferior y quedar en mano de barberos y sangradores. Paradójicamente, Arnau de Vilanova 46, médico de Cámara de las cortes reales de Nápoles y Barcelona, era considerado el máximo exponente de la medicina europea. En América las suturas de heridas, el vendaje y la inmovilización de fracturas, el drenaje de abscesos y la escisión de tumores, fueron prácticas comunes de los cirujanos en épocas prehispánicas. El instrumental de que se valieron fueron los bisturíes de sílice u obsidiana. También emplearon dientes de acutí, punzones de hueso, espinas de palmeras, con los que se valieron para incidir los flemones, después de haberlos macerados con cataplasmas 87. Las heridas eran suturadas empleando agujas de hueso o de madera. Fibras vegetales y cabellos fueron usados como material de sutura. Los cirujanos aztecas recurrieron a prácticas desopilantes para curar las heridas del cuero cabelludo. Las cubrían con el barro que rodeaba la raíz de una planta 38 que crecía solo en el verano, junto con piedras verdes y arena agusanada. Los tumores eran seccionados con cuchillos de obsidiana y luego cubrían el área operada con plantas desinfectantes. No obstante, el cirujano mexica fue poseedor de un arte depurado y en algún aspecto comparable al de los cirujanos de la Edad Media europea. En la medida que trató las hemorroides, practicó la circuncisión, hizo amputaciones y desarticulaciones, usó aparatos ortopédicos y férulas hechas de barro mezclado con plumas de aves o confeccionadas con tablillas y emplastos resinosos que después de ser aplicadas se endurecían, para inmovilizar fracturas, remedando los aparatos enyesados de la actualidad. También asistió a las quemaduras y llevó a cabo sangrías. Los aztecas clasificaron las heridas de acuerdo a su aspecto clínico y a su gravedad. La herida incisa o cortante se llamó tlacolli; una simple abrasión o escoriación superficial fue designada como temotzoliztli; viztli fue la herida contusa; tlaxipenaliztli el
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escalpe; teixiliztli la herida punzante; y tlaxilli la herida perforante y penetrante. Por su parte los incas prepararon resinas balsámicas como el llamado bálsamo de Perú, con el que lavaron las heridas infectadas55-73, para luego cubrirlas con plumones de aves a manera de apósitos. En las hemorragias externas los cirujanos indianos usaron un masticatorio de hierbas que aplicaron sobre las heridas que después eran cubiertas con apósitos de plumas de aves. Por el contrario, en la Europa del siglo XIII las heridas de guerra eran curadas con aceite hirviendo o cauterio, de manera tal que la zona mortificada por el traumatismo recibía la agresión del fuego y el calor, ocasionando un efecto traumático sobre agregado a modo de daño colateral, con el consiguiente perjuicio para el enfermo. En efecto, el único procedimiento quirúrgico que se aplicaba a las heridas era apretarlas con paños y derramar sobre ellas aceite de saúco hirviendo mezclado con opio y sal 55. En la campaña de México, cuando carecían de aceite, los españoles usaron la grasa derretida de los indios muertos 66. El cambio de paradigma, en la curación de las heridas de guerra por armas de fuego (arcabuces), debió esperar hasta el siglo XVI cuando el gran cirujano renacentista, Ambrosio Paré, reemplazó el uso del cauterio (hierro calentado al rojo vivo), por una solución balsámica compuesta de yema de huevo, aceite de rosas y trementina. Técnica considerada un hito del arte de la cirugía por haber impuesto el principio fundamental de no responder a una agresión con otro trauma. El cirujano peruano, (Humpa–Camayoc), efectuó la amputación correcta en la porción diafisaria de los huesos largos 73. Después, practicó la ortopedia usando pilones de madera como si fueran prótesis, tal como ha quedado testimoniado en la cerámica de la cultura Mochica peruana, alrededor del año 2000 aC. Además redujo las luxaciones, recurrió a la inmovilización para el tratamiento de las fracturas óseas y aplicó el uso de muletas.
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Los araucanos llevaron a cabo otras prácticas quirúrgicas, incisiones abdominales que llamaron catatum (laparotomía), efectuadas con la finalidad de extraer un trozo de hígado que daban de comer al enfermo, o bien para drenar abscesos hepáticos. Para las intervenciones quirúrgicas los cirujanos usaron distintas drogas embriagantes y estupefacientes. Las flores de myaya, datura feroz, que contienen elevadas concentraciones de alcaloides del tipo de la atropina y escopolamina, fueron muy usadas. Los médicos aztecas se valieron de las semillas del tevethia yecotli, con la que prepararon una bebida que llamaron tevetl, de gran poder anestésico y embriagante. Con idéntica finalidad emplearon el chapote blanco, que llamaron cochit zapotl. En cambio los araucanos y patagones usaron el chamico que contiene gran cantidad de alcaloides, pero debe sus propiedades anestésicas al contenido de atropina y escopolamina. La chicha, la coca y el cocimiento de plantas de tabaco fueron utilizados como anestésicos por todos los pueblos influenciados por la cultura incaica. 2.1. LA TREPANACIÓN CRANEAL
Desde tiempos remotos que alcanzan el neolítico, hace alrededor de 8000 años, esta práctica quirúrgica se llevó a cabo en toda la prehistoria de la humanidad. Obviamente, en las culturas de Mesoamérica, tanto la Maya como la de Monte Albán; ocasionalmente en las culturas indígenas de la América del Norte, y en particular en las culturas sudamericanas Nazca y Mochica del Perú, y en las del Altiplano andino de Tiahuanaco, Huari, Chimú e incaica. La trepanación de cráneo representa el ejemplo más antiguo del arte de la cirugía practicado en el ser humano. El procedimiento fue llevado a cabo en forma de práctica post morten o efectuadas en personas vivas, con distintas finalidades. En el primer caso se trepanaba el cráneo de los muertos con un propósito simbólico, para la obtención de talismanes y amuletos
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de huesos craneales llamados rondellas, o para conservar el cráneo trepanado como un trofeo o fetiche. También como técnica de evisceración endocraneal en las prácticas de embalsamamiento cadavérico. En el segundo caso, que parece haber sido el motivo principal en Sudamérica, 11 fue practicada con fines curativos para el tratamiento quirúrgico de los traumatismos de cráneo acompañados de fracturas o hundimientos de la bóveda craneal; para la escisión de tumores, apertura de abscesos, tratamiento de la hidrocefalia o la migraña, o con una finalidad mágica, para la liberación de los espíritus demoníacos causantes de la enfermedad (epilepsias, delirios, locura). En la antigua Roma se usó por recomendación de Celso y de Galeno, para el tratamiento del gran mal epiléptico. Las evidencias osteológicas de cicatrización de los bordes de la craneotomía (callo óseo), demuestran la supervivencia del operado, semanas o meses después de la intervención. Cuatro fueron los procedimientos utilizados, a saber: 1) perforación del cráneo con pequeños orificios cilindro cónicos, usando la técnica del barrenado con punzones de bronce que luego se intercomunicaban; 2) el raspado paulatino del hueso; 3) incisiones de cortes rectilíneos, paralelos y entrecruzados en forma de huso, que permitían la apertura cuadrangular de la bóveda craneal y 4) la realización de un corte circular (circuncisión), que se profundizaba con movimientos rotativos del instrumento usado, (el tumí). La técnica mayormente empleada fue el raspado longitudinal, evidenciado en el 90 % de los mil quinientos cráneos trepanados pertenecientes al neolítico de distintos lugares de Europa y Asia. Como variantes, Carod Artal 12, cita en Sudamérica el empleo de técnicas circulares y de incisiones paralelas y transversales. En los museos arqueológicos del Perú y de Bolivia se exhiben más de dos mil cráneos trepanados, algunos de ellos muestran que la operación se practicaba 2500 años a. C. en las culturas del Altiplano andino y la costa peruana.
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En el Perú prehispánico la trepanación de cráneo fue una práctica muy difundida. La cultura nazca fue la primera en practicar los cortes transversales cruzados para producir una apertura cuadrangular, procedimiento imitado luego por la cultura huari. Los incas emplearon la técnica circular de raspado con uso del tumí, un cuchillo ceremonial fabricado de obsidiana, bronce o aleación de cobre, oro y plata (el champi), según Artal11. El sirkek (cirujano), perforaba el cráneo en las regiones parietales y occipitales, buscando producir la menor cantidad posible de sangrado. El lecho cruento de la craneotomía era cubierto con un trozo de lámina de oro, de plata o corteza de calabaza. Para sus curaciones y operaciones utilizaron la coca o pócimas embriagantes y anestésicas como la ayahuasca. Con menor desarrollo que en ámbito inca, también los aztecas practicaron trepanación craneal. La técnica usada fue el raspado del hueso con escoplo o buril de sílex u obsidiana, y también con láminas de bronce, hasta obtener una abertura circular. La hemostasia (control del sangrado), era lograda mediante la aplicación de raíz de ratania y extractos de pumacbuca, especies botánicas ricas en acido tánico con propiedades astringentes, cicatrizantes y antihemorrágicas. 2.2. LA SANGRÍA.
La pérdida deliberada de sangre a través de la piel o los tejidos fue una práctica universalmente aplicada desde épocas remotas de la historia de la medicina en todas las civilizaciones; sea con finalidad ritual, mística o religiosa, o bien usada como procedimiento curativo. Aunque existieron distintas formas de provocarla, sajaduras, escarificaciones o aplicación de sanguijuelas, la más antigua técnica fue la punción o sección de una vena periférica, (flebotomía). Tan importante fue el procedimiento que hasta muy entrado el
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siglo XVI una clase de médicos cirujanos fueron llamados barberos y sangradores por estar adiestrados en ese arte. Durante centurias diversas enfermedades desde la melancolía, la apoplejía o la simple indigestión, fueron tratadas con sangrías en el supuesto de encontrar alivio al padecimiento del enfermo, debido a la creencia del efecto nocivo de la sangre estancada en algún sector o sistema orgánico. Esa idea patográfica del complejo salud-enfermedad fue sustentada en la teoría de la patología humoral, postulada por Hipócrates y continuada por Galeno. La que sostuvo que el estado de salud dependía del equilibrio entre los cuatro humores corporales: la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra. Fluidos a los que se adjudicaban la combinación binaria de los caracteres de los cuatro elementos naturales aristotélicos: el agua, la tierra, el fuego y el aire. El pensamiento hipocrático fue aceptado como dogma por más de un milenio, extendiendo sus efectos hasta tiempos modernos. Al final del siglo XVIII, Benjamín Rush, profesor de medicina en Filadelfia y considerado el creador de la medicina clínica en EE.UU., prescribía las sangrías en el tratamiento de la fiebre amarilla con el argumento que la suciedad de la ciudad y la ingesta de verduras en mal estado eran las causas de la enfermedad, que como es sabido se produce por un virus que trasmite la picadura del mosquito del género Aedes 46. Ya en el Papiro de Ebers, redactado en el antiguo Egipto, se describía la práctica de la sangría entre los egipcios 1500 años aC. Y en tiempo de la medicina hipocrática, en Grecia, la flebotomía se practicaba como técnica depurativa, para librar el organismo de impurezas y para resolver el desequilibrio orgánico que la enfermedad causaba. De la misma manera en las culturas mesoamericanas de los mayas y aztecas la sangría fue un rito clave en el sostenimiento de la estructura sociopolítica y cultural de sus pueblos, llevada a cabo por la jerarquía gobernante en señal de ofrenda y desagravio.
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La sangre emitida voluntariamente en un acto de auto sacrificio, demostraba al pueblo el vínculo entre el liderazgo político y el ámbito de lo sagrado al ser ofrendada como sustento de los dioses. Lancetas de obsidiana, púas de puerco espín y las fuertes espinas del maguey, fueron los instrumentos usados por los aztecas para realizar el procedimiento de la sangría, que llamaron tecoliztli. En cambio en la región andina, la sangría fue un procedimiento curativo muy difundido y aplicado en forma empírica por el cirujano y componedor de huesos, el chuksihampi camayoc. Garcilaso 34, en Comentarios Reales, describe el procedimiento de la flebotomía entre los incas de la siguiente manera: Es así que atinaron que era cosa provechosa y aún necesaria la evacuación por sangría y purga, y por ende se sangraban de brazos y piernas. Sin saber aplicar la sangría, ni la disposición de las venas para tal o cual enfermedad, sino que abrían la que estaba más cerca del dolor que padecían (…) La lanceta era una punta de pedernal que ponían en un palillo hendido, lo ataban porque no se cayese: aquella punta ponían sobre la vena, encima le daban un papirote, y así abrían la vena con menos dolor que las lancetas comunes.
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Capítulo VI Medicina europea y tradición cristiana. 1. LA MEDICINA EUROPEA DE LA EDAD MEDIA Durante todo el desarrollo de la Edad Media, España participó de la declinación progresiva de Occidente iniciada a partir de la caída del Imperio romano. La debacle tuvo lugar en las artes, la ciencia y la cultura. Las causas del retroceso obedecieron a los siguientes factores: a) el sometimiento social y económico impuesto por el sistema feudal; b) la entronización del cristianismo niceno al poder, convertido el clero en un orden dominante; c) las guerras de cruzadas, llevadas a cabo por el Sacro Imperio Romano, con la finalidad de restablecer el control de Jerusalén; d) la invasión de los pueblos bárbaros a la Península Ibérica y e) las grandes pestilencias que diezmaron la población europea. Esta decadencia vivida en todos los órdenes de la actividad humana afectó, en forma especial, el quehacer científico vinculado al desarrollo de la medicina. Actividad que se recluyó en los monasterios medievales a cargo de monjes y anacoretas, más preocupados por la salvación del alma que por la sanación del cuerpo. Al que la Iglesia consideró impuro45-46, debido al consumo de vino corrompido, o por la ingesta de carne de cerdo en mal estado, o como resultado del castigo divino por los pecados cometidos. España no escapó al juicio de valor fuertemente arraigado que consideró a la Edad Media un páramo sombrío, cubriendo con su espesa niebla de intolerancia e ignorancia el curso de la
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humanidad por más de mil años. Para algunos historiadores de la medicina 10, en ese tiempo no hubo progreso científico médico que sea digno de mención. Un retroceso cultural e intelectual dominado por el feudalismo se extendió por Europa. Las guerras feudales de expansión territorial o las libradas contra los infieles, la xenofobia, y el impiadoso accionar de la Santa Inquisición, fueron factores que impidieron el desarrollo de la ciencia por estancar el avance científico, despreciando los conocimientos que durante siglos habían integrado el legado de los grandes maestros de la medicina de la antigüedad. De todas las ramas del saber humano, la más perjudicada fue la medicina. Desaparecieron los médicos estudiosos y abnegados. Se estancaron las investigaciones en anatomía, fisiología, patología y botánica médica. Los estudios anatómicos fueron prohibidos porque la Iglesia consideró el cadáver humano intangible y lo sacralizó. Proliferó en cambio una plétora de pseudo médicos, brujos, encantadores, ilusionistas y mistificadores de todo tipo. La medicina se desjerarquizó. Las graves epidemias aportaron mayor escepticismo e incredulidad pública sobre el arte médico. La cirugía se escindió de la medicina tradicional para quedar en manos de los sangradores o barberos, idóneos pero sin conocimientos anatómicos habilitantes. Los científicos fueron censurados y perseguidos por la Iglesia. Todo aquello que cuestionó la fe católica y la palabra o la presencia de Dios se consideró una herejía y se criminalizó 17. En definitiva, toda la actividad médica que sobrevivió a esta barbarie se refugió en los monasterios, dando lugar al desarrollo de la medicina monástica, cuyo único mérito fue la traducción al latín de los textos que los árabes habían recopilado de las obras de Hipócrates, Galeno, Plinio y Dioscórides, escritas en griego o en sirio–arameo. Empero sus teorías fueron aceptadas, dogmáticamente, sin ser analizadas ni discutidas. Y, efectuado el diagnóstico de la enfermedad, la curación se llevó a cabo por medio de la
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aplicación de hierbas, la oración y la plegaria, para invocar a los santos curativos confiando en el auxilio divino. Para Hildegarda de Bingen, abadesa del monasterio de Rupertsberg, la curación consistía en restaurar un modo de vida ordenada y austera, y en última instancia 42: Los medicamentos descritos para los males señalados y concedidos por Dios curarán a esa persona, o bien morirá si Dios no quiere que se libre de su enfermedad. El miedo y la superstición, el descreimiento de los médicos y de la medicina debido a la gran mortandad que las pestilencias causaban, hicieron que la gente optara por rezar durante las epidemias antes que acudir a la consulta médica. Los afectados de peste bubónica tenían que practicar oraciones rogativas y expiaciones, confesar sus pecados y cumplir la penitencia que el sacerdote les imponía. Se estima que la gran pandemia de peste negra, que proveniente de Asia afectó a Europa entre los años 1347 a 1353, produjo 25 millones de defunciones. El gran cirujano Guy de Chauliac, testigo y protagonista de la pestilencia por haberla contraído en Avignon, patéticamente en sus memorias escribe: Los enfermos morían sin nadie a su lado y los muertos permanecían varios días sin enterrar, la caridad estaba muerta y la esperanza perdida. No le alcanzó a España haber contado con talentosos eruditos de la ciencia médica de la talla de Arnau de Vilanova, filósofo y alquimista; Andrea Vesalio, anatomista que fuera el médico de cámara de Carlos V y Felipe II; y el malogrado Miguel Servet, muerto en la hoguera por defender sus ideas. La medicina española se encontró en manos de los médicos árabes y judíos. Los químicos árabes habían descubierto las propiedades curativas del alcohol, del ácido sulfúrico y el nítrico, del nitrato de plata y el bicloruro de mercurio, cuyas cualidades fueron utilizadas en la lucha contra la sífilis durante centurias. Fueron además los árabes los que introdujeron en la farmacopea de la época el uso de las especies de oriente: la nuez moscada,
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el clavo, el alcanfor, el membrillo y la espiga de nardo, entre otros. Haggard 38, afirma que: (…) caídos los Imperios de Grecia, de Roma y Alejandría, los árabes serán los que sostendrán el progreso de la medicina europea. En efecto, fueron los médicos árabes y no los peninsulares los de mayor renombre de la Edad Media (Avicena, Rhazés, Abulcasis, Averroes). No solo por haber traducido los textos de Galeno y otros autores de la antigüedad clásica, sino, también, por haber descollado como grandes clínicos y cirujanos, y por sostener el oficio médico como saber laico separado de la religión. Al respecto opina Castiglione 15: Los médicos árabes no contribuyeron de manera importante agregando nuevas observaciones y conceptos, ni abrieron nuevas líneas de estudio al saber médico; pero en una etapa de grandes problemas de occidente, fueron los que conservaron la tradición médica, los que mantuvieron una cultura médica laica, y los intermediarios de cuyas manos la civilización occidental recuperaría un valioso legado. Entre los siglos XV y XVI la invención de la imprenta, el cisma de la cristiandad por la reforma protestante, y el fin del orden feudal, marcaron el inicio de un fortísimo movimiento de la cultura occidental impregnado por las ideas del humanismo orientado hacia un pensamiento antropocéntrico, que rompió con la concepción medieval teocéntrica y dogmática del universo. A la vez que estableció el retorno y la revalorización del arte, la cultura, la filosofía, la ética y la ciencia de la antigüedad clásica. Todo ello en el marco del advenimiento del Nuevo Mundo descubierto por Colón, dando inicio a la expansión mundial de la cultura europea. Este fenómeno histórico movimientista iniciado en Italia, difundido por Europa en el transcurso de los siglos citados, ha sido bautizado por la historiografía con el nombre de Renacimiento. De ese renacer de la cultura, las artes y las ciencias, la medicina no permanecerá ausente. Si en la Edad Media importaba
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más la salvación del alma que la del cuerpo por ser éste considerado materia impura y porque la enfermedad tenía su origen en el pecado, en el Renacimiento, elevado el hombre como objeto de la ciencia, se asiste a un interés creciente por las investigaciones anatómicas y fisiológicas de los seres humanos. Se avanza sobre la disección de cadáveres. Se refutan los dogmas de las medicinas monástica y escolástica, que durante siglos habían sostenido las prácticas médicas. Se humaniza y reglamenta el ejercicio de la medicina. Se actualizan los principios básicos de la cirugía. Se fundan nuevos hospitales públicos, independientes de la institución eclesial. Se renueva el interés de las universidades en el estudio de las ciencias naturales y la medicina. Son los pasos previos a la creación del contexto intelectual que dará lugar a las monumentales obras de los grandes talentos renacentistas: los nombrados Vesalio y Servet, Paracelso, Leonardo da Vinci y Ambrosio Paré, para citar algunos de sus reconocidos exponentes. De Italia, su cuna de origen, el Renacimiento se irá expandiendo paulatinamente por Europa mientras cae el sistema político feudal por el avance incontenible del comercio y el surgimiento de la incipiente burguesía. Pero en honor a la verdad hay que señalar que la expansión renacentista fue más acelerada en las artes, la filosofía y la arquitectura, que en las ciencias; además, España se resistió a los cambios. La medicina ibérica siguió aferrada a los dogmas galénicos, su exponente más importante, Arnau de Vilanova (1238–1311), fue considerado 46 el máximo representante de la medicina europea, pero también el más fiel seguidor de la doctrina galénica. De manera tal que en tiempos de la conquista, cuando el Renacimiento había comenzado a recuperar el atraso milenario medieval de la ciencia médica, la medicina española se encontraba estancada, aferrada dogmáticamente a los principios sustentados por las teorías de la antigüedad. Teorías que en otros estados de Europa habían caído en revisión o se encontraban en franco pro-
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ceso de cuestionamiento y superación. La historia revisionista ha coincidido en admitir el hecho paradojal del atraso socio cultural y la decadencia de España a partir de su expansión territorial americana, por contraste del poderío de su potencia político militar y su gloria imperial en relación al progreso del resto de los principales estados europeos. 2. LA MEDICINA EN ESPAÑA. SIGLOS XV y XVI. Es cierto que España poseía universidades en las cuales se enseñaba medicina como la de Lérida, fundada en el año 1300; o la de Valladolid, fundada por el Rey Alfonso II en 1346; o las que a partir del siglo XV funcionaban en Valencia, Zaragoza, Barcelona y Mallorca45-46. También es verdad 10, como apertura al movimiento renacentista, que el Rey Fernando había acordado con la cofradía de San Cosme y San Damián (primera corporación de cirujanos civiles nacida en Francia), el privilegio de la práctica de la disección de cadáveres con la finalidad de realizar estudios anatómicos en el Hospital de Santa María de la Gracia en 1488; y que el ejercicio profesional de médicos y farmacéuticos estaba regulado y controlado legalmente a partir de 1477 por el Real Tribunal del Protomedicato. No obstante estos avances la medicina ibérica no había evolucionado armónicamente y en idéntica medida al de otras naciones europeas. De forma tal que a fines del siglo XV sus conocimientos no habían avanzado más que en la época de Galeno. Este particular momento histórico se vio agravado por el derrumbe económico y social que embargaba a la nación agotada por las incesantes guerras; y a la muerte de Felipe II se ahondará el atraso de su progreso científico para convertirse, en opinión de Cantón 11, en el último bastión del escolastismo dogmático europeo. El dogmatismo derivado del método escolástico que se enseñaba en las universidades de París, Padua y Bolonia, impidió el avance de la investigación experimental 46, hasta el arribo de la
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medicina científica en el siglo XIX. La medicina escolástica fue la que se enseñó en los centros científicos del siglo XIII que nacieron de la asociación entre alumnos y profesores, con la finalidad de elaborar los conocimientos adquiridos de la literatura árabe y armonizar las teorías de los autores antiguos con la fe cristiana 46. La anatomía y patología escolástica se guiaban por las enseñanzas de Galeno. De allí que el concepto dominante de la enfermedad, aceptado dogmáticamente, fue la teoría de la patología humoral que el médico citado, siguiendo las enseñanzas de Hipócrates, había propuesto hacía más de un milenio. 2.1 TEORÍA DE LA ENFERMEDAD. LA PATOLOGÍA HUMORAL.
Ya en tiempos de los pensadores y filósofos pre hipocráticos (Alcmeón, Anaxágoras), se sostenía en Grecia la participación de los humores en el origen de las enfermedades. El médico, filólogo y filósofo francés Émile Littré, en su libro: Colección Completa de las Obras del Gran Hipócrates, aporta: Es evidente que la teoría de la bilis en la producción de las enfermedades es anterior a Hipócrates; ya se distinguía también la bilis negra de la bilis amarilla. Es bien fácil probar por medio del lenguaje vulgar cuan esparcidas estaban estas ideas que pertenecían a una medicina bastante antigua… No nos debemos admirar de que en la colección hipocrática se encuentren todas estas teorías y las expresiones que les son propias. El autor citado respecto al origen de la teoría humoral, que intentaba dar explicación de la constitución y funciones del organismo humano, aclara en los siguientes términos: La medicina ha tratado de descubrir el medio orgánico por el cual la causa verdadera o hipotética producía la enfermedad, en lo que Hipócrates no dejó de sentir la influencia de las doctrinas que le habían precedido y que reinaban en su
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tiempo… Ya antes de él había atribuido Anaxágoras las enfermedades a la bilis. Hipócrates las refirió a las cualidades de los humores y a la desproporción de sus mezclas.
Galeno de Pérgamo 77, continuador de la teoría, imaginaba el cuerpo humano integrado por cuatro tipos de fluidos orgánicos o humores, a saber: 1) la sangre, cuyo órgano central era el corazón; 2) la bilis amarilla, en correspondencia con el hígado; 3) la bilis negra, perteneciente al bazo y 4) la flema, en relación con el cerebro. En el funcionamiento normal del cuerpo humano el estado de equilibrio entre esos humores garantizaba la salud. Su desequilibrio (discrasia), por el contrario, causaba la enfermedad. La salud era entonces el producto resultante de la mezcla regular de los humores, en tanto las enfermedades se originaban en su desorden. A su vez el equilibrio humoral se concebía en correlación con los cuatro elementos integrantes de la naturaleza, según los postulados aristotélicos 77, a saber: a) el aire, relacionado con la sangre; b) el fuego, con la bilis amarilla; c) la tierra, con la bilis negra y d) el agua, con la flema. Concepto que determinó que a los humores corporales se le asignaran las cualidades binarias de esas sustancias naturales como equivalentes. Así fue que la sangre era considerada de calidad templada y húmeda, como el aire; la bilis amarilla, templada y seca, como el fuego; la bilis negra, fría y seca, como la tierra; y la flema, fría y húmeda, como el agua. Finalmente los distintos humores se relacionaron con las estaciones del año, de manera que la sangre coincidía con la primavera, la bilis amarilla con el verano, la bilis negra con el otoño y la flema con el invierno. El prestigio de Galeno y sus antecesores, hicieron que la famosa teoría humoral se aceptara como dogma científico y se proyectara, inmutable, en la historia de la medicina por más de mil años. Aplicando la teoría humoral al mecanismo patogénico de la enfermedad, el médico medieval debía determinar el humor cuya mezcla se encontraba alterada o descompensada, para interpretar la sintomatología del enfermo y luego prescribir la medicación.
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La epilepsia, por ejemplo, ocurría porque la flema en exceso bloqueaba los conductos respiratorios haciendo reaccionar el cuerpo del enfermo con un episodio convulsivo, cuya finalidad era desobstruir la vía respiratoria facilitando el ingreso del aire. El exceso de bilis negra, considerada la más tóxica de todos los fluidos, se tenía como causante de la melancolía porque envenenaba tanto al cuerpo como también al cerebro, órgano donde residía el alma. 2.2. EL EXAMEN DE LA ORINA
En la Edad Media el examen de la orina (uroscopia), fue considerado el procedimiento médico diagnóstico de elección. La inspección de la orina del enfermo fue una práctica ritual en la que el médico se jugaba su reputación y su fama. El examen se practicaba utilizando el mismo ritual que había empleado el sacerdote médico de la Mesopotamia egipcia 2000 años aC. como ciencia, cuando pronunciaba sus augurios de diagnóstico y pronóstico al examinar las vísceras de los animales que sacrificaba. Es decir, la uroscopia fue una práctica oscilante entre el saber científico y la quiromancia 46. Con gestos seguros, y en ocasiones teatrales, el médico medieval elevaba el vaso e inspeccionaba la orina a contraluz. Observaba atentamente su color, su densidad o consistencia, su sedimento, también la olía y la degustaba. Los diversos colores le indicaban distintas enfermedades. Había tablas o cartillas de orina indicando la enfermedad de acuerdo a su color 46, generalmente diferenciados en veinte tonos distintos. La disposición del sedimento en la parte superior, intermedia o inferior del recipiente, era indicativa de la región corporal afectada. Al respecto, citado por Crónica de la Medicina 46, el médico bizantino Johannes Actuarius, escribía lo siguiente: (…) vemos que cada parte en la extensión de la orina designa aquella parte de la extensión del cuerpo en la que se produce la actividad defectuosa.
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De esta forma la capa superior del sedimento urinario representaba la cabeza, en la siguiente intermedia estaba reproducido el pecho o tórax, y en la zona inferior el vientre o abdomen. Si la espuma provocada al agitar el recipiente, bajaba al segundo nivel del sedimento y volvía luego a subir lentamente significaba que los órganos torácicos eran el asiento de la enfermedad; pero si el ascenso de la espuma se hacía con rapidez era indicio que la enfermedad estaba alojada en la cabeza. Relacionando la teoría humoral al resultado del examen de orina, según postulados de Hipócrates, la mezcla incorrecta de los humores del cuerpo que causaba la enfermedad una vez cocida con la ayuda del calor corporal se eliminaba, haciendo aparecer la materia mórbida en la orina del enfermo. Además permitía interpretar el tipo de temperamento: si la orina era roja y ligera la persona era apasionada, seca y colérica, y hallábase expuesta a padecer, por predominio de la bilis amarilla, de ira y de ictericia; si en cambio su color era blanco y espeso, el enfermo era de naturaleza fría y flemática con tendencia a la melancolía 46. 2.3. LA TERAPÉUTICA.
La terapéutica empleada durante la Edad Media española fue idéntica a la aplicada en el resto de Europa y en general consistió en disponer de cuatro medidas principales: 2.3.1 La Sangría: habitualmente efectuada por medio de flebotomía, con la finalidad de eliminar el humor alterado causante del desequilibrio orgánico. Su indicación tenía en cuenta, además, las condiciones astrológicas o climáticas más favorables. Si el problema era de poca monta se reemplazaba la venopunción con el uso de sanguijuelas o escarificaciones. La punción o incisión se hacía en los miembros superiores o en las venas cercanas a la región donde asentaba el dolor o la principal sintomatología.
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2.3.2. La Dietética: basada en el ayuno y la ingestión de tisanas y caldos. En general procuró promover un cambio en la forma de vida del enfermo. Cambio orientado a facilitar el proceso autocurativo, aprovechando el poder benéfico y sanador de la naturaleza. Como ejemplo vale la pena transcribir una dieta extraída de la obra Consilia Médica, de Bartolomeo Montagna. Los Consilia eran consejos escritos por médicos experimentados. Especies de guías prácticas médicas o vademécum de consulta, donde sus autores comentaban los casos tratados. Montagna, al comentar el tratamiento de un paciente afectado de apoplejía 45, prescribe el siguiente régimen dietético: Por eso comenzaré a prescribir el régimen dietético diciendo que este varón prosperará en el logro de su salud, ya que no bebe vino, usando en su bebida un hidromiel preparado así: tómese de agua de río, veinticinco libras; de flores de romero, media onza. Hiérvase todo junto durante media hora; añádase dos libras de miel y cuézase a fuego lento hasta consunción de la tercera parte, retirando siempre la espuma con cuchara de madera; consérvese luego el resto, una vez colado en vasos de vidrio; bébase a voluntad. Las carnes que coma serán de ternera y de cabrito, y de cabra silvestre si encuentran, y de liebre, asadas en asador o a parrilla, con romero, salvia, orégano, menta, poleo, hierba ajedrea y serpol. Y comerá almortas, farro, arroz, coles, y nabos recientes con sus hojas. De la leche, del queso, y de todos los condimentos y pasteles que los contengan, así como de los nervios y la piel de los animales, huirá como del fuego, y también de todos los frutos. Descansará y no se fatigará y dormirá no muy largamente, con la cabeza siempre elevada, en cámara con aire bien caliente; y especialmente en cámara donde ardan maderas de abeto, olmo y otras plantas cálidas. Llevará sobre su cabeza birrete de piel de zorro o cuando menos de cordero.
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2.3.3. El Uso de Purgantes y Evacuatorios: se usaron diariamente con la finalidad de facilitar la materia humoral afectada. Junto con las sangrías, los purgantes fueron las dos medidas terapéuticas más empleadas por la medicina del siglo XV. En España además del ruibarbo, planta medicinal empleada en forma de infusiones, también se usó la corteza o el fruto, (baya), del rhamnus, planta conocida con el nombre de cáscara sagrada para las enfermedades crónicas, la hidropesía, el reumatismo y la gota. Las lavativas o enemas se llevaron a cabo con un aparto llamado clíster. Un tubo ahuecado de hueso o caña provisto de émbolo por donde se introducía el líquido o el extracto de hierbas o raíces en la vía anal. Generalmente se trataba de agua tibia mezclada con miel y sal o con sal y jabón. También se usaron con esta finalidad supositorios preparados con raíces de diversas plantas y flores como las del pamporcino. 2.3.4. La Medicación: innumerables cantidades de recetas medicamentosas se emplearon en forma empírica con el uso de hierbas y plantas medicinales, siguiendo las enseñanzas de los naturalistas de la antigüedad clásica. Hacia el año 1350, Neophytos, monje del monasterio de San Juan en Petra 46, había logrado una copia en griego del Códice de Viena que contenía la obra de Dioscórides De Materia Médica, la que incluía 600 remedios de origen vegetal, 30 de origen animal y 90 minerales. A partir del siglo XIII, se reconoció la división entre la farmacia y la medicina exigiéndose el juramento de los boticarios a los que se les prohibió el expendio de remedios sin recetas, como así también la venta de sustancias abortivas. La primera farmacia pública fue habilitada en Praga en el año 1360, según relato contenido en Crónica de la Medicina 46. Además de las recetas magistrales existía como panacea en la farmacopea medieval la polifarmacia o triaca a la que se atribuía un gran poder curativo. El famoso preparado de Andrómaco, médico del emperador Nerón, contenía 64 sustancias entre las que
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figuraban el opio, eléboro, jengibre, valeriana, mirra, benjuí y carne de víboras, para citar los componentes de mayor importancia, usados en preparaciones líquidas o sólidas en dosis de 4 gramos para los adultos y de 0,05 a 2 gramos para los menores. También se aplicaba en forma de ungüentos. En relación al uso de materia médica animal alcanzaron gran predicamento los extractos o polvos de momias por ser considerados de gran poder curativo. El preparado de la llamada momia fresca se obtenía de los cadáveres de ajusticiados (polvo de cráneos decapitados). El de la momia egipcia se conseguía de cuerpos momificados y desecados, triturados y molidos. El polvo era empleado mezclado con vino o con miel para cohibir hemorragias, mitigar la fatiga, calmar el dolor, curar las heridas y fracturas, y como antidiarreico 46. Su uso se popularizó a partir de la confusión de la palabra mummia con la que los médicos persas designaron un betún o sustancia mineral derivado del alquitrán, que Plinio había introducido en la farmacopea antigua. Por observación de las momias egipcias cubiertas de resinas especiales con aspecto y color similares al betún, el término mummia comenzó a aplicarse a todo cuerpo momificado que, en virtud de la demanda y del transcurso del tiempo, terminó adquiriendo las propiedades sobrenaturales del aceite usado por los persas. El polvo de momia egipcia junto a la carne desecada de serpientes, fueron compuestos infaltables de la triaca magna. En la plena edad media las momias fueron un redituable negocio farmacéutico. Otras materias animales utilizadas fueron: esperma de rana, bilis de serpiente, cuernos de unicornio, orina y heces de animales, grasa de ganso, coral rojo para la anemia y coral blanco como galactóforo. El uso de minerales y piedras preciosas formó parte de la materia médica destinada al alivio de las enfermedades. Los minerales fueron utilizados casi exclusivamente por vía tópica, en forma de pomadas o ungüentos para evitar sus efectos tóxicos. En el
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capítulo anterior se ha mencionado la piedra bezoar, concreción calcárea formada en el estómago de algunos rumiantes que era administrada en forma pulverizada con el vino como remedio o antídoto (litoterapia), milagroso y universal, y también usado como amuleto 46. Hildegarda de Bingen incluía en su farmacopea el uso de diamantes como contraveneno en caso de mordeduras de arañas y serpientes, considerándolo activo contra la epilepsia y el sonambulismo. Otros minerales y piedras preciosas usados desde la antigüedad fueron las arcillas, el polvo de mármol, el jaspe, el rubí, la esmeralda, el cobre, el arsénico, el sulfato de hierro como vermífugo y el nitrato de potasio como diurético. Como complemento del tratamiento principal se recurría a sinapismos o emplastos para madurar flemones, (polvos y cataplasmas a base de mostaza, higos y almendras, y raíces de azucena); fricciones, y vejigatorios, (pomadas irritantes hechas a base de hojas de ortiga). Los baños, con uso de aguas termales y minerales fueron recursos terapéuticos muy apreciados. Además, sus locales fueron lugares de reunión pública y de consulta médica siguiendo la tradición romana de la higiene, que contaron con la asistencia de barberos y sangradores encargados de la aplicación de ventosas, la reducción de fracturas y luxaciones, y las prácticas de sangrado. La terapéutica médica de la Edad Media fue más dogmática que empírica. Se trató de un complejo sistema de prescripciones fundado sobre la base doctrinaria de la patología humoral aceptada como dogma. Las medicinas usadas no fueron el fruto de la experiencia empírica de los médicos, sino el resultado de la tradición secular de la práctica médica. Por lo que, pese a las especulaciones y teorías científicas en boga, al funcionamiento de las universidades donde la medicina con el rango de ciencia se enseñaba, y al uso de los recursos curativos metódica y racionalmente aplicados, el arte médico continuó ligado a la magia, la superstición religiosa y la astrología. En el fondo y en los resultados nada había cambiado en la medicina del medioevo desde prehistóricas épocas de la humanidad que parecían haber sido, en otros órdenes
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de la cultura y de la ciencia, definitivamente superados. Los exorcismos, llevados a cabo por sacerdotes, eran el método curativo más empleado para tratar la epilepsia y otros desórdenes mentales. Crónica de la Medicina 46, describe el siguiente ritual exorcista atribuido a Hildegarda de Bigen en la Edad Media: ¡Sal, Satán, del cuerpo de esta mujer y deja espacio en él para el Espíritu Santo! El espíritu impuro sale de modo abominable con las secreciones vaginales por la vulva de la mujer. Ha quedado liberada! Santos y santas fueron invocados en auxilio contra las enfermedades. A los primeros mártires cristianos se les atribuyeron curaciones milagrosas y al ser beatificados fueron por ello venerados. A cada patrono le fue asignada una especialidad médica. San Lázaro, contra la Lepra. Santa Lucía, protectora de la visión. San Cosme y San Damián, auxiliadores contra cualquier enfermedad, protegían a los médicos. San Blas, el santo patrono de la República del Paraguay, era el protector de los males de garganta. San Jorge, ejercía el patronato contra las enfermedades de la piel, la lepra, la sífilis y las mordeduras de serpientes. San Roque, contra la peste. San Antonio, contra el ergotismo. San Vito, contra las picaduras de arañas. La fuerza espiritual de los santos milagrosos fue trasmitida por medio de amuletos, imágenes, reliquias, exvotos, santuarios y peregrinaciones. García Barreno 33, en su obra La Medicina Medieval, relata: Que la enferma Margarita de Dattini, en Florencia, en 1396, afectada de “fiebre terciana doble”, es medicada con tres hojas de salvia fresca, tomada después de haber recitado tres Avemarías, tres Padrenuestros y oraciones rogativas a Santa Isabel. Un procedimiento curativo mágico muy difundido basado en el misticismo religioso y la superstición, fue el llamado imposición de manos o toque del Rey. Se trató de un ritual practicado por el monarca, en las conmemoraciones de su coronación, destinado a la prevención y curación de la escrófula. Enfermedad de-
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bida a la afectación de los ganglios del cuello por la tuberculosis, que por ello fue considerada una enfermedad real 46. El rito había sido iniciado por el rey de Inglaterra, Eduardo el Confesor, y por el de Francia, Roberto II el Piadoso, reyes medievales sanadores que fueron venerados como santos debido a la creencia del carácter sagrado de la monarquía. Bajo el lema: El Rey te toca, Dios te cura, el soberano aplicaba su mano sobre el enfermo y haciendo la señal de la cruz invocaba su curación. Este procedimiento no solo fue practicado en casos de escrofulosis sino también en otros males, llegándose al extremo que las facultades curativas de la realeza europea se especializaron y diversificaron. Así fue que el rey de Hungría curaba la ictericia; el de España, la locura; Olaf de Noruega, el bocio; y los de Inglaterra y Francia, eran sanadores de la epilepsia y de la escrófula. El ritual fue practicado por última vez en el año 1825. 3. LA CIRUGÍA Durante la Edad Media la cirugía se escindió de la medicina y su práctica se degradó. El cuerpo humano, considerado por la doctrina de la Iglesia sucio e impío, fue imaginado como prisión del alma. La voluntad divina se impuso a la pericia y al menguado prestigio de los cirujanos, hasta el punto que el Edicto del Concilio de Tours, en 1163, prohibió a los monjes y clérigos el ejercicio de la cirugía para evitar la manipulación del cuerpo y la contaminación de la sangre. En un contexto de ignorante oscurantismo, recluida la práctica de la medicina en los hospitales monásticos, la cirugía menor quedó a cargo de barberos y cirujanos llamados de toga corta, prácticos y artesanales, que ejercieron el oficio sin ninguna base científica por carecer de conocimientos anatómicos indispensables; porque no eran médicos diplomados, ni asistían a las universidades, ni eran versados en latín. Deficiencias agravadas por la prohibición de la disección de cadáveres.
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Recién en 1316 en Bolonia, Mondino de Luzzi, basado en los libros árabes, escribió la primera gran obra de anatomía 46. Con anterioridad en 1302, también en Bolonia, se realizó por orden judicial la primera autopsia forense y pública llevada a cabo por Bartolomeo de Varignana. Y hacia el fin de la Baja Edad Media las universidades de Padua, Montpellier y Florencia, incorporaron en sus planes de estudios la disección de cadáveres. La historiografía atribuye a Guy de Chauliac, el gran maestro renacentista de la cirugía, el siguiente apotegma 46: “un cirujano que no sepa anatomía, es como un ciego hachando un tronco”. En la precariedad del oficio, llevando una práctica itinerante, los cirujanos de toga corta recorrían las ciudades de Europa efectuando sangrías, tratando fracturas y luxaciones, y haciendo extracciones dentarias. En otra categoría los cirujanos de toga larga, llamados también latinos, tenían a su cargo las operaciones de hernias, la extracción de cálculos, la curación y sutura de las heridas, el drenaje de abscesos y las prácticas de cesáreas y sangrías. Intervenciones por las que afrontaban, junto al enfermo, los riesgos del dolor, las hemorragias y las temibles infecciones por la falta de higiene. La puja entre los cirujanos diplomados, los legos y los barberos, llegó a ser notable. Los cirujanos de París instituyeron la Hermandad de San Cosme en el año 1365, con el objetivo de promover el ingreso de sus asociados a la universidad e impedir que los barberos practicaran la cirugía, en un intento de eliminar su competencia. Una de las guías quirúrgicas más importantes de la Europa medieval fue el Libro de la Práctica Médica, una enciclopedia médica escrita en árabe, redactada por Albucasis, en la que se describen numerosos métodos quirúrgicos, aparatos y técnicas, entre los que figura por primera vez el uso del cauterio, instrumento ideado para cauterizar las heridas. Esta herramienta, de hierro incandescente, estaba destinada a producir una escara por necrosis de los tejidos. Con ella se quemaba, (cauterizaba), la herida para
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luego cubrir el lecho necrosado con emplastos de ungüento gomado o planchuelas de cerato de Galeno, (crema a base de cera de abejas, aceite de oliva y agua de rosas), y se vendaba 55. El procedimiento estaba indicado en la apertura de abscesos, la destrucción de trayectos fistulosos y como hemostático en todo tipo de heridas, y se empleó durante siglos hasta mediados del siglo XIX. En su aplicación el enfermo era sostenido por ayudantes y se le vendaban los ojos, evitando la visión del hierro candente a la vista del cauterio. En el Tratado de las Enfermedades Quirúrgicas publicado en 1825 su autor, Felipe Boyer, Profesor de cirugía en Francia, después de describir el método indicaba: (…) El humo y el olor de ese humo y los gritos del enfermo no deben atemorizar… No hablaremos de la impresión moral y física de la cauterización. La idea actual del cauterio es siempre espantosa para el enfermo y para los asistentes. Es necesario, pues, tratar de distraerles a unos y a otros. En cuanto a la impresión física, es dolorosa, y no me aventuraré con algunos panegiristas del cauterio a tratar de probar que es menos desagradable que la del instrumento cortante o del caustico, y que en algunos casos es agradable. Hacia el año 1150 la escuela de Salerno sentó las bases de la medicina escolástica de la Edad Media 45, y entre sus prácticas quirúrgicas se destacaron la extracción de pólipos nasales, el tratamiento de las hemorroides por cauterización, y la operación de cataratas. Uno de sus máximos exponentes, Rogelio de Salerno, escribió en su libro Práctica Chirurgica, del año 1180: Si la herida está localizada en la cara, la nariz, en los labios u otra parte noble del cuerpo y ha de ser cosida, primero hemos de acercar las dos partes los más delicadamente que podamos; solemos coser la misma superficie de la piel hasta donde puede resistir con una aguja delgada e hilo de seda. Cada punto con una sutura propia e independiente, separando uno de otro; dejamos después en todas las suturas los extremos abiertos, no solo para que el pus salga más
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conveniente a través de los orificios, sino porque podemos introducir un drenaje.
En el tratamiento de las heridas incisas o cortantes por armas blancas se estimulaba la formación de pus, en la creencia que la supuración era signo favorable de la cicatrización de la lesión por sus efectos depurativos. Esta teoría, vigente desde épocas de la medicina clásica griega, se conocía con la denominación de pus laudábilis y fue nada menos que aconsejada por cirujanos de la reputación de Guy de Chauliac. A pesar que hacia el año de 1275, en Italia, el prestigioso cirujano Teodorico Borgognani recomendaba no aplicar drenajes 55: No puede cometerse mayor error que éste, pues no hay nada que entorpezca tanto a la naturaleza, ni que prolongue tanto la enfermedad, impidiendo la reunificación y consolidación de la herida, deformando la parte e impidiendo la cicatrización. Con la aparición del arcabuz las heridas contaminadas de pólvora fueron tratadas con aceite hirviendo de saúco mezclado con vino, miel y opio. Fue recién en tiempos del Renacimiento que los milenarios y aberrantes procedimientos cambiaron, cuando Ambrosio Paré estableció los principios fundacionales de la cirugía moderna al enseñar que mientras más limpia y seca se mantenía una herida, menor tiempo demandaba su curación 55. No obstante las consecuencias lamentables de la teoría errónea del pus laudábilis persistieron hasta el advenimiento de la bacteriología en el siglo XIX. Como anestésicos en las prácticas quirúrgicas fueron usados compuestos embriagantes y narcóticos. El más común fue el alcohol, por sus efectos depresivos sobre el Sistema Nervioso Central. Como narcótico, el método más empleado en la edad media fue la esponja somnífera, cuya fórmula era la siguiente 45: (…) Se toma media onza de semillas de opio, ocho onzas de extracto de hojas de mandrágora, y tres onzas de extracto de hojas de cicuta y se disuelven en suficiente cantidad
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de agua. Se sumerge en este líquido una esponja, se seca y se vuelve a humedecer para anestesiar al enfermo. Para despertarlo se empapa otro paño con vinagre fuerte manteniéndolo cerca de la nariz.
En síntesis, tal era el estado de desarrollo y la evolución de la medicina y la cirugía al final la Baja Edad Media e inicio del Renacimiento, cuando los españoles arribaron a las costas de América. La inocultable decadencia científica, y el descrédito y menosprecio de médicos y cirujanos se pueden apreciar en la siguiente misiva del poeta y humanista italiano, Francesco Petrarca33, dirigida al Papa Clemente VI a mediados del siglo XIV: Sé que tu lecho está asediado por los médicos, y esta es la primera razón de mis temores. Expresamente están discordes entre sí; cada uno estima vergonzoso para él no decir nada nuevo… y no es dudoso, por decirlo con Plinio, que todos cuantos son, mientras que de hallazgos nuevos esperan la fama, hacen su tráfico de nuestras vidas (…)No hay leyes que castiguen la ignorancia que mata (…) Aprenden a expensas nuestras y se hacen expertos a fuerza de matar. Sabrá el lector comprender los términos de la solicitud de Hernán Cortés que hemos citado, pidiéndole al Rey Carlos I de España que no envíe médicos al Nuevo Mundo, “porque con los naturales que había era suficiente”. A confesión de parte, relevo de pruebas.
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Capítulo VII El encuentro de dos mundos, antagonismo y contribución.
1. MEDIDAS SANITARIAS, ACATAMIENTO E INCUMPLIMIENTO. Los cambios que se produjeron en las prácticas de la medicina aborigen por influencia de la colonización hispana fueron determinados por complejos factores políticos, sociales y culturales, generados durante el transcurso de más de trescientos años de dominación e historia común entre la península y los nuevos dominios de ultramar. El descubrimiento de América fue un acontecimiento sensacional, de magnitud y consecuencias inconmensurables. Que cambió el rumbo del mundo de aquella época y de las que le sucedieron hasta nuestros días, aunque sea por demás obvio reiterarlo. No alcanza, únicamente, citar la expansión del comercio mundial a escala global, o ponderar el aporte al suministro de bienes y alimentos, y la riqueza transferida por los pueblos americanos. Tampoco se trata de exaltar la contribución o complementación cultural entre ambos mundos desde una visión eurocéntrica e hispanista, o desde un enfoque indigenista y anticolonialista. Es necesario hacer un análisis equilibrado y conciliador del intercambio entre las dos culturas, orientado a un panamericanismo reivindi-
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catorio de la dignidad de los pueblos originarios, para rescatar y difundir, sin fanatismos, la verdad de este hito fundamental de la historia universal. Ya el testamento de la reina católica, Doña Isabel de Castilla, previendo el choque de las dos culturas había estipulado: Suplico al Rey mi Señor muy afectuosamente, y encargo y mando a la Princesa, mi hija, y al Príncipe, su marido, que así lo hagan y cumplan y que sea su principal fin y en ello pongan mucha diligencia y no conviertan ni den lugar a que los indios vecinos y moradores de las dichas islas y tierras firmes ganadas y por ganar reciban agravio alguno de sus personas y bienes, más manden que sean bien y justamente tratados y si algún agravio han recibido lo remedien y provean de manera que no se exceda cosa alguna… y enviar a dichas islas y tierra firme, prelados, religiosos, clérigos, y otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir a los vecinos y moradores de ellas a la Fe católica, enseñar y adoctrinarlos en las buenas costumbres y poner en ello la diligencia debida. Contrariando la compasiva voluntad real los efectos desequilibrantes de la conquista española ocurrieron ineluctablemente, haciéndose visibles tanto en lo demográfico, como en lo económico y cultural. Guerras, migraciones, trabajo esclavo, tributos abusivos, exclusión social, y graves enfermedades epidémicas, fueron las causas principales de la catástrofe demográfica de los pueblos originarios de América. Obviamente fueron promulgadas leyes con la encomiable finalidad de amparar la salud pública, demostrando la formal preocupación de la Corona por la administración sanitaria. No obstante la burocracia administrativa del estado colonial unida a la complejidad institucional y legislativa indiana, en complicidad con la negligencia de los funcionarios, hicieron que esas normativas se aplicaran con morosidad o fueran desconocidas por quienes debían aplicarlas.
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A su resultado contribuyó también el hecho que los encargados del dictado de las leyes desconocieron la realidad social, política y económica de América, por lo que las disposiciones legales, en la práctica, terminaron siendo inaplicables. Hasta el punto que los responsables de velar por su cumplimiento optaron por acatarlas, pero dejando en suspenso su aplicación. Y por ser inobservable su vigencia se incorporaba al final del texto normativo el párrafo siguiente: “Se acate pero no se cumpla”. Garzón Maceda 36, al respecto pontifica: “no son palabras, sino obras las que demanda la Higiene Pública”. La primera ley promulgada en Fuensalida por Carlos I de España, en 1541, ordenaba la fundación de hospitales en todos los pueblos del nuevo reino. La Ley II dictada por Felipe II, el 13 de julio de 1573, establecía: Cuando se fundare o poblare alguna ciudad, villa o lugar, se pongan los hospitales para pobres enfermos con enfermedades que no sean contagiosas junto a las iglesias, mientras que los enfermos con enfermedades contagiosas en lugares levantados y para que ningún viento dañoso pasando por los hospitales vaya a herir en las poblaciones. La Ley III sancionada también por Felipe II, en 1587, disponía la supervisión de los nuevos hospitales americanos, imponiendo: Mandamos a los Virreyes del Perú y Nueva España que cuiden de visitar algunas veces los hospitales. No obstante, las medidas administrativas asistenciales adoptadas no influyeron decisivamente y la colonización se produjo sin planificación, complementación y supervisión de las condiciones de salubridad. En verdad, los conquistadores no se interesaron por la salud e higiene pública, pese a las disposiciones vigentes. Ni perdieron tiempo, salvo alguna excepción, en organizar medidas higiénicas o en disponer recursos con destino a mejorar las condiciones sanitarias y laborales de los pueblos indígenas sojuzgados. De tal manera que la orfandad médica de las colonias fue un he-
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cho consumado al que se sumaron otros factores: la ausencia de médicos, la propagación de virulentas epidemias mortales y las condiciones insalubres del trabajo esclavo. No podría haber cabido otra actitud de parte de los gobernantes y funcionarios virreinales, más empeñados en garantizar los aportes destinados a la prosecución de las guerras imperiales europeas, acrecentar los recursos de la Real Hacienda y satisfacer ambiciones personales de lucro y de poder, en detrimento del desarrollo social del mundo conquistado, destinado al progreso y al bienestar comunitario. La ficción de la legalidad, pontifica Galeano 32, amparaba al indio, la explotación de la realidad lo desangraba: De la esclavitud a la encomienda de servicios, y de ésta a la encomienda de tributos, y al régimen de salarios, las variantes en la condición jurídica de la mano de obra indígena no alteraron más que superficialmente su situación real. La Corona consideraba tan necesaria la explotación inhumana de la fuerza de trabajo aborigen, que en 1601 Felipe III dictó reglas prohibiendo el trabajo forzoso en las minas y, simultáneamente, envió otras instrucciones secretas ordenando continuarlo en caso de que aquella medida hiciese flaquear la producción. 2. LOS PRIMEROS MÉDICOS. Está comprobado que las primeras expediciones zarparon de España con galeotes y delincuentes de toda laya, carentes de personal sanitario competente y calificado. Martínez Zulaica 62 cita a Gamboa Amador, quién relata: Que el primer viaje de Colón no llevaba médico diplomado a bordo. Cada Carabela llevaba su propio cirujano, (término referido a aquellos idóneos que curaban las heridas y practicaban las sangrías, llamados barberos). La Santa María, nave insignia, contaba con los servicios del Maestre
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Juan Sánchez; la Niña, con los de Alonso de Mojica; y la Pinta, con los servicios del Maestre Diego. Cada barbero recibía en concepto de paga la suma de dos mil maravedíes mensuales.
En la obra Los Mitos de la Historia Argentina, el historiador Felipe Pigna 75 informa que en el primer viaje de Colón la expedición contó con ochenta y cinco navegantes, de los cuales cuatro eran reos. Uno de ellos, Bartolomé Torres, había sido condenado a la pena capital por haber dado muerte al pregonero de Palos, y sería perdonado a su regreso por los servicios prestados a la Corona. Junto a otros tres cómplices: Juan de Moguer, Alonso Clavijo y Pedro Yzquierdo, quienes por haberse fugado con él de la cárcel habían sido sentenciados a la misma pena. Con fecha 30 de abril de 1492 se había firmado la Real Provisión por la que se ordenaba suspender el conocimiento de las causas criminales de los que viajaban con Colón hasta su regreso 69. A vos Juan de Moguer, vecino de la Villa de Palos, acatando los servicios que nos ave ys fecho, especialmente que por nuestro mandado fuiste a descubrir las Yndias por el mar océano El destino que América les deparó a los médicos de la primera expedición fue trágico. Juan Sánchez, cirujano barbero y componedor de huesos, médico de la Santa María, fue muerto en la masacre del fuerte Natividad en Santo Domingo; Alonso de Mojica, físico y tripulante de la Niña, considerado desaparecido, siguió idéntica suerte víctima de la misma tragedia; Diego Méndez, cirujano y boticario, navegante de la Pinta, fue el único de los médicos barberos que pudo volver a España. Pigna 75, señala que la segunda expedición contó con mil quinientos navegantes, entre ellos muchos reos reclutados para completar la nómina, en orden al Decreto de los Reyes Católicos que estableció: Por usar de clemencia e piedad con nuestros súbditos, queremos y ordenamos que cualesquier personas que hobieren
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cometido hasta el día de la publicación de esta nuestra carta cualquier muertes o feridas, e otros cualquier delitos de cualquier natura y calidad que sean, excepto la herejía, que fueran a servir a La Española.
En este segundo viaje completaron la tripulación de cada nao además del barbero sangrador y los funcionarios judiciales, un escribano, un físico o médico, un boticario y un veedor representando a los Reyes. Fue en esta expedición que Colón incluyó al médico diplomado, Diego Álvarez Chanca, entre los miembros de la tripulación 10. El profesional a su regreso introdujo mercancías naturales de la flora autóctona, despertando gran interés en España por la botánica médica americana. Hay que considerar que a su arribo al Nuevo Mundo los médicos expedicionarios se comportaron más como soldados que como discípulos de Galeno. Más diestros del manejo de la espada y el arcabuz que del bisturí. Más sedientos de aventuras, fama y dinero, que atraídos por el apostolado hipocrático. Sirva de ejemplo al lector lo ocurrido en las expediciones de Sebastián Caboto y del primer Adelantado, Pedro de Mendoza. En el caso de la Capitulación suscrita entre Sebastián Caboto y la Corona, con la misión de explorar las islas Molucas, se estableció la obligación de embarcar a físicos, cirujanos y boticarios, con la finalidad de ganar la buena voluntad de los aborígenes. Cantón 10, transcribe las instrucciones encomendadas al Piloto Mayor del Reino relatadas por el historiador Medina: Deberá tratar a toda la gente bien e amorosamente haciéndolos curar lo mejor posible a cuantos adoleciesen e fueren heridos, visitándolos e impidiendo que físicos ni cirujanos les lleven dineros por la cura. Nada de ello ocurrió porque la codicia de Caboto, alterando el destino del viaje, lo impulsó en la ruta de la fallida exploración del Río de la Plata en 1527. Y el médico de la expedición, Fernando de Molina, maestre de la nave Santa María del Espinar, al no
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ser socorrido por sus compañeros quedó expuesto a las flechas de los querandíes y fue muerto sobre las barrancas del río Carcarañá, durante la masacre del fuerte Sancti Spiritu. En tanto el maestre Juan, cirujano de la nave capitana, la Santa María de la Concepción, herido en el combate fue uno de los testigos sobrevivientes. Mientras el otro médico, el cirujano Hernando de Alcázar, maestre de la nave La Trinidad, logró milagrosamente salvar la vida. Como dato anecdótico el historiador citado 10 refiere que la categoría de los médicos que acompañaron a Caboto no era muy grande “ya que los lombarderos ganaban cinco ducados al mes y aquellos solo percibían cuatro”. En relación a la expedición de Pedro de Mendoza el mismo autor 10 describe que la capitulación firmada en Toledo, el 21 de mayo de 1537, establecía en una de sus cláusulas: I que vos, el dicho Pedro de Mendoza, seáis obligado de llevar a la dicha tierra un médico, un boticario y un cirujano para que curen a los enfermos que en ella y en el viaje adolecieren (…) que de las rentas y provechos que tuviésemos se les dé a cada año de salario al físico cincuenta mil y al cirujano otros cincuenta mil, y al boticario veinticinco mil, los cuales comiencen a correr desde el día que se hicieren a vela con vuestra armada, para seguir vuestro viaje, hacia adelante. Hernando de Zamora fue el médico que viajó con Don Pedro, que zarpó enfermo de mal napolitano (sífilis o bubas), afección que había contraído en la campaña de Italia contra los Estados Pontificios, que culminó con el saqueo de Roma en 1527. Cantón arroja dudas sobre la capacidad profesional de Zamora. Le imputa haber desconocido que el tratamiento de la sífilis se hacía en base a sales y ungüentos mercuriales, conocimiento que se tenía a partir de los estudios de los médicos árabes que habían introducido el mercurio en Europa, como medicamento selectivo de la sarna y la pediculosis.
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El historiador Felipe Pigna 75 es de opinión contraria, señalando en su relato: (…) la enfermedad de Mendoza avanzaba y con ella sus delirios, su locura y su agresividad. En todo el día el adelantado no salía de su habitación de la nave Magdalena encallada a orillas del río. Se le habían formado hondas ulceraciones que le roían las manos, la espalda y la cabeza. Tenía miedo a la oscuridad y enloquecía a su compañera María Dávila, a la que no dejaba moverse de su lado. Su médico, Hernando de Zamora, ante los pedidos desesperados del paciente desesperadamente impaciente, le fue aumentando la dosis de biclorato de mercurio que le suministraba en píldoras, hasta provocarle una profunda intoxicación que puso en riesgo la vida de don Pedro. En realidad, Hernando de Zamora no era médico diplomado sino apenas bachiller, una categoría de aprendiz o ayudante de médico. El error cometido por el Adelantado fue no haber sabido jerarquizar la expedición a su mando con la participación de un físico diplomado. Los historiadores coinciden con Cantón en atribuir el fracaso de la primera fundación de Buenos Aires a la enfermedad sufrida por Pedro de Mendoza. La historia no ha registrado en la conquista de México y del Perú la intervención de médicos. En la obra Historia de la Medicina en Ecuador, su autor, Virgilio Paredes Borja, da cuenta que las expediciones de Cortés y Pizarro carecieron de médicos, debiendo los conquistadores recurrir a los hechiceros y curanderos aborígenes para hacerse asistir de sus enfermedades. No obstante el historiador de la conquista de México, Bernal Díaz de Castillo 23 , informa que el soldado y bachiller Escobar, acompañando a Cortés, actuó como barbero y boticario; y que siguiendo al conquistador Francisco de Montejo en la campaña de Yucatán, Juan del Rey, cumplió funciones de herbolario y cirujano. Tampoco participaron médicos en la expedición de Juan de Garay en tiempo de la refundación de Buenos Aires. Garzón Ma-
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ceda 35 cree probable que las expediciones que fundaron las principales ciudades no tuvieron la participación de médicos, y afirma contundente que en el Acta de la fundación de Córdoba no se acredita la presencia de médicos. El primer médico que se radicó definitivamente a orillas del Plata, en enero de 1605, fue el lusitano Don Manuel Álvarez, según consta en Actas del Cabido de la ciudad de Buenos Aires, con una asignación mensual de 400 pesos en carácter de honorarios. El segundo fue Jerónimo de Miranda, catalogado como barbero y sangrador, en el año 1607.
3. LAS GRANDES EPIDEMIAS. Como consecuencia de la ausencia de políticas sanitarias y falta de inmunidad las pestes y epidemias diezmaron los pueblos aborígenes, dejando pasmados a los indios y a los hispanos. Los primeros huyeron impotentes a la selva aterrorizados y los soldados, febriles y hambrientos, murieron abandonados 69. El encuentro de ambos mundos fue un choque violento con consecuencias desastrosas desde el punto de vista demográfico, y ecológicamente catastrófico para los pueblos originarios. Con referencia a la epidemia iniciada en Tenochtitlan durante su asedio, Hernán Cortés, señalando la llegada providencial de la viruela, escribió: (…) y en muchas partes aconteció morir todos de una casa; y porque no podían enterrar tantos como morían para remediar el mal olor que salía de los cuerpos muertos, echábanles las casas encima, de manera que su casa era su sepultura. Martínez Zulaica 62, en relación a los estudios demográficos realizados, menciona que de 10500000 naturales que habitaban Nueva Granada en 1519 solo quedaban al finalizar la centuria apenas 2500000, debido a las mortales epidemias que se desata-
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ron con la aparición de terribles enfermedades importadas por los colonizadores. En efecto la llegada de los europeos sirvió de introducción a un grupo de enfermedades infecto contagiosas que, al encontrar pueblos vírgenes e indefensos, sin inmunidad específica, cobraron gran difusión y extrema virulencia. El sanitarista León Luque 58, señala que: Los males de presentación epidémica constituyeron el mayor problema de salud de nuestro pasado histórico. Este autor afirma categóricamente que se produjo un verdadero aniquilamiento de pueblos y comunidades. Sumando su opinión el hispanista británico Henry Kamen, en su obra El Imperio escribe: La llegada del europeo, aparte de las brutalidades que pudiera cometer más tarde, parece haber tenido únicamente un pequeño papel en la epopeya de un desastre de proporciones cósmicas... El número total de personas afectadas nunca podrá calcularse con fiabilidad, pero no es exagerado sugerir que, entre los pueblos indígenas del Nuevo Mundo, más de un noventa por ciento de las muertes fueron causadas por enfermedades contagiosas más que por crueldad. Las enfermedades infecciosas fueron aliados eficientes, aunque involuntarios, de los ejércitos conquistadores que de otra manera, sin mediar su protagonismo, no habrían podido por obra de la guerra sojuzgar tantos pueblos. El padre dominico Francisco de Ayalas, en un rapto de honestidad, al relatar la historia de la conquista de México reconoció: La guerra había dejado exhaustos a los cristianos, pero Dios creyó conveniente enviar a los indios la viruela la cual se extendió por toda la ciudad (…) La difusión de enfermedades infecciosas en América fue temprana. Se tiene por cierto que la primera fue la epidemia de calenturas que se desató en Santo Domingo con el arribo de la expedición de Colón en su segundo viaje, el 9 de diciembre de 1493.
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Algunos investigadores sostienen que se trató de un brote de influenza suina o gripe porcina que los españoles traían, propagada a partir de un lote de cerdos embarcados en la isla Gomera. Otros historiadores sugieren que la epidemia pudo haber obedecido a tifus exantemático, enfermedad infecto contagiosa trasmitida de hombre a hombre por las picaduras de garrapatas y piojos. Al respecto fray Bartolomé de las Casas 22 comenta: Comenzó tan de pronto a caer enferma y por el poco refrigerio que había para los enfermos a morir también muchos dellos, que apenas quedaba nombres de los hidalgos y plebeyos por muy robusto que fuese, que de calentura terrible no cayese. Murieron más de las dos partes o la mitad de los españoles, y de los propios indios murieron tanto que no pudieron contar. En 1526, otra epidemia de gripe o influenza afectó a la expedición de Sebastián Caboto, cuando recaló en el Puerto de los Patos (actualmente la isla brasileña de Santa Catalina), en su frustrado viaje a las Islas Molucas. 3.1. LA VIRUELA
Existe opinión fundada y unánime en considerar a la viruela como la afección endoepidémica más grave y letal que asoló el nuevo continente. Los aztecas la llamaron hueyzahuatl, la gran lepra; y a la forma clínica hemorrágica de mayor gravedad conocida como púrpura variólica, las más mortífera y fulminante de todas las presentaciones clínicas, con el nombre de matlazahuatl. Desconocida en América con anterioridad a la conquista, la viruela contribuyó al exterminio y despoblación de los pueblos conquistados y colonizados. Garzón Maceda 36, relata: Con crueldad, la Viruela se cebaba en los nacidos de América, consumiendo familias y ciudades, haciendo sentir con saña sus efectos letales.
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Cada 17 a 20 años según Humboldt 36, de manera cíclica, la viruela se presentó en oleadas acabando de instalarse en forma endémica. Incorporada desde Europa por la expedición de Pánfilo de Narváez en 1517, estalló en Santo Domingo para luego difundirse, a partir del año 1520, desde la América meridional hasta la Patagonia y causar millones de muertes, haciendo huir a los indígenas aterrorizados para refugiarse en los bosques y dejar abandonadas ciudades y aldeas 36. Fray Toribio de Benavente, conocido como Montolinia y relator de la conquista de Méjico 10, menciona que el antecedente más remoto de la presencia de la viruela en América referido por el historiador de los viajes de Colón, Pedro D’Anghiera, fue la epidemia iniciada en Santo Domingo del año 1517. Por el contrario la historiadora mejicana Elsa Malvido 61 considera que la enfermedad fue introducida con anterioridad por el grupo indígena sobreviviente que Colón había llevado a España y regresaba en el segundo viaje, los que habían sido embarcados en el puerto de Cádiz donde cursaba una epidemia. Los portadores desembarcados en las islas caribeñas produjeron gran mortandad, ya que la viruela en pueblos vírgenes tiene una tasa de letalidad del noventa por ciento de los infectados. El conquistador y cronista Bernal Díaz del Castillo 23, en apoyo de la opinión de Benavente, escribió: Con las tropas de Pánfilo de Narváez iba un negro que traía lleno de viruela, que harto negro fue para la Nueva España, que fue la causa que se pegase e hinchiese toda tierra dellas, de lo cual hobo gran mortandad que, según decir de los indios, jamás tal enfermedad tuvieron y como no la conocían lavábanse muchas veces, a esta causa murieron gran cantidad dellos. Por manera que negra la ventura de Narváez y más prieta la muerte de tanta gente sin ser cristiana. Otro historiador, el Padre Sánchez de Labrador, citado por Maceda, ha dejado constancia en sus crónicas que los indígenas
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creían que la viruela era causada por un ser vivo aunque invisible, vinculado con el sol y con el calor. Un vaho maléfico que los españoles esparcían por el aire y las aguas 36: Pobre el que anda por el sol y vía recta. Es necesario andar por la sombra para que las viruelas no atinen con la vereda. Por eso se huyen todos y van a esconderse a las selvas. En ese tiempo no aparece médico alguno porque temen el mal como cualquiera. Entre los aztecas hizo su aparición en el año 1520, en el sitio de Tenochtitlan, causando la muerte del líder tlatoani Cuitláhuac, hermano de Moctezuma, factor decisivo para la victoria española y la rendición de la ciudad. En el Perú, debutó en el año 1558 aunque ya había producido un brote epidémico entre 1532–1533, causado por las tropas de Benalcázar en tiempo de la conquista del imperio para acabar con Huayna Capac, undécimo gobernante de Cuzco, precipitando la guerra sucesoria del trono entre sus herederos. En la región del Paraguay se introdujo en 1589 traída desde el Alto Perú. En el Río de la Plata la primera epidemia registrada oficialmente data del año 1615, según consta en Actas del Cabildo de Buenos Aires 10. Con posterioridad se registraron dos grandes epidemias, una en 1619 y la segunda en 1621, atribuidas a la falta absoluta de higiene y salubridad que imperaba en la ciudad. El gran historiador de las epidemias en nuestro país, Dr. José Penna, citado por Hernández 39, menciona que las condiciones higiénicas de la ciudad de Buenos Aires eran lamentables y penosas. La basura no era quemada y se utilizaba para el relleno de calles y paseos, los inquilinatos no estaban reglamentados, no existían controles bromatológicos, ni cementerios, ni vigilancia de los mataderos que vertían sus desperdicios al Riachuelo. Garzón Maceda 36 relata la aparición temprana de la enfermedad en Córdoba en el año 1590 según consta en Actas del Cabildo, haciendo estragos con los indígenas de las encomiendas zananconas, provenientes del Tucumán:
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La viruela vino de Tucumán acompañando a los capitanes o jefes que tomaron posesión de esa región; y fue de esta provincia que se propagó después a las comarcas inmediatas llegando a Misiones, Paraguay y extendiéndose, finalmente, por toda la América Meridional hasta la Patagonia.
Cita, el autor nombrado, al médico y sacerdote jesuita Segismundo Asperger como informante de una epidemia de viruela en el año 1719 que dejó a su paso por Córdoba una mortandad de más de diecisiete mil indios. Transcribe, además, el testimonio de otro miembro de la Compañía, el Padre Paucke 36, en relación a la epidemia que azotó la provincia en 1760: Al sobrevenir la peste de viruela no desmintieron tan sólidos principios de fe, aunque no existe para los indios una calamidad mayor; puesto que cuando ataca a los de la selva, así que sienten la intensa fiebre que se produce al principio, se arrojan al agua. Cerrándoseles los poros del cuerpo y produciéndose el derrame violento hacia adentro les produce la muerte casi siempre. Por la cual tiene una razón de ser el pánico increíble que produce entre los salvajes la invasión de la viruela. La preocupación de la Corona de España frente al avance de la viruela motivó, con el advenimiento de la técnica de la variolización, que una expedición al mando del médico Francisco de Balmís partiera del puerto de la Coruña en noviembre de 1783, llevando a bordo veintidós niños huérfanos de pecho con sus amas de cría destinados a conservar el fluido variólico por transmisión de brazo a brazo durante la navegación 63. En el Río de la Plata la variolización fue introducida en 1793, mientras que la vacunación antivariólica se comenzó a implementar a partir de 1805. Maceda transcribe, en la obra citada 36, el Oficio del Ministro Silvestre Collar dirigido al Ilustrísimo Obispo de Córdoba, ordenando la introducción y facilitación en los pueblos de la diócesis de la saludable práctica de la vacuna de las viruelas:
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Deseando el Rey ocurrir a los estragos que causan en sus dominios de Indias las epidemias frecuentes de viruelas, proporcionar a sus amados vasallos los auxilios que dicta la humanidad, el bien del Estado, y el interés mismo de los particulares, así de las clases más numerosas, que por menos pudientes sufren mayores daños como de las otras acreedoras todas a su Real beneficencia, se ha servido resolver, oído el dictamen del Consejo y de algunos sabios, que se propague a ambas Américas, a costa del Real Erario, la inoculación de la vacuna acreditada en España, como un preservativo de las viruelas naturales (…) A este fin ha mandado Su Majestad formar una expedición marítima compuesta de profesores hábiles y dirigida por su médico honorario de Cámara, don Francisco Javier de Balmis, que deberá hacerse a la vela cuanto antes del puerto de la Coruña, llevando número competente de niños que no hayan pasado por viruelas, para que inoculados sucesivamente en el curso de la navegación pueda hacerse el arribo a Indias (…) El buque conductor de los niños dirigirá su rumbo en primer lugar hacia La Habana, haciendo escala en las Islas de Tenerife y Puerto Rico, y para comunicar algunos individuos al Virreynato de Santa Fe, a las provincias de Caracas, el resto de la expedición continuará su derrota a Vera-Cruz, haciendo giro por Nueva España y el Perú, terminando la comisión en Buenos Aires”. 3.2. EL SARAMPIÓN.
De extrema virulencia, casi con igual particularidad epidémica que la viruela y responsable de gran mortandad y despoblación indígena, el Sarampión, que los indios que habitaron el actual territorio mejicano denominaron tepitonzahuatl o pequeña lepra, en comparación con aquella, se presentó a partir de las primeras incursiones conquistadoras. Fernando de Gorjón, citado por León Luque 58, en una declaración testimonial afirma:
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Que esta enfermedad eruptiva irrumpió en la isla de Santo Domingo casi en forma conjunta con la Viruela, adquiriendo su difusión efectos devastadores debido a la falta de inmunidad de los nativos.
El sarampión arribó a América 16 con la expedición de Juan de Aguado en 1495. Desde Santo Domingo llegó a Puerto Rico en 1508, para seguir camino a las Antillas, pasar a Panamá en 1523, alcanzar Méjico en 1531, y difundirse por toda Mesoamérica. 3.3. LA LEPRA.
Otra de las enfermedades infectocontagiosas importadas por los españoles fue el temible flagelo de la lepra que alcanzó gran difusión en América. No se conoce con exactitud el origen histórico y la data de esta plaga milenaria 37, socialmente degradante. Según el historiador mejicano, Soto Pérez de Celis, es probable que la lepra sea una de las enfermedades más antiguas de la tierra, porque su conocimiento es anterior al testimonio histórico escrito y se remonta a la India o la China del año 1500 aC. En el Antiguo Testamento, libro del Levítico, se hace mención a la palabra tzaraat como enfermedad impura, que fue traducida al griego como lepra. Los conocimientos actuales inducen a pensar que se presentó hace más de 2200 años de acuerdo al testimonio de restos de momias egipcias del siglo II aC. Se estima que fueron los soldados de Alejandro Magno, provenientes de las campañas de la India y de Persia, quienes hacia el año 360 aC. la introdujeron en Egipto, desde donde se difundió por Occidente. Los judíos en su peregrinar la propagaron por Oriente Medio y los fenicios la diseminaron por el Mediterráneo, para extenderse por el Imperio Romano con las legiones de Pompeyo. La guerra de cruzadas completó su expansión por todo el continente europeo. Esta pandemia fue la causa de la creación, durante el reinado de la dinastía merovingia, de las llamadas leproserías o casas de leprosos para ocuparse del cuidado de los enfermos. Fue tanta su importancia que hacia el 148
año 1225 funcionaron más de dos mil de estas instituciones solo en Francia, y dieciocho mil en toda la Europa medieval 42. Después de haber asolado Asia y Europa no tardó en difundirse rápidamente por América. El gobierno de España, abrumado por su virulencia ordenó la fundación de leprosarios. El primer lazareto funcionó en la Isla La Española (Santo Domingo), a partir de 1520 y uno de los primeros enfermos entre los descubridores fue Gonzalo Jiménez de Quesada, conquistador de Colombia y fundador de Bogotá. Aunque respecto de su origen autónomo precolombino la lepra generó controversias, hoy la opinión generalizada considera que fue trasmitida por los colonizadores e hizo su ingreso por las Grandes Antillas junto a los primeros españoles provenientes de Extremadura, Andalucía y Castilla, provincias donde la enfermedad era endémica. Las áreas más afectadas fueron los puertos que servían de cobertura para la travesía atlántica de los expedicionarios, en especial los de las islas Canarias, Azoes y de Cabo Verde 42. Hernán Cortés mandó a construir el primer Hospital de San Lázaro en una finca de su propiedad en Txaplana, en 1528. Con anterioridad funcionaba un lazareto en Méjico desde 1524, destruido en 1528 por orden de Nuño de Guzmán, con el pretexto que los leprosos consumían agua del mismo acueducto que la conducía de Chapultepec a la ciudad. En 1592 el cabildo de Cartagena de Indias, en Colombia, ordenó la construcción del Hospital de San Lázaro, destinado al alojamiento de leprosos que vivían en los extramuros de la ciudad. Por ser este un puerto marítimo y centro neurálgico del comercio de esclavos de toda la América meridional daba albergue a gran cantidad de enfermos. Con posterioridad a la aplicación de las Leyes de Indias que permitieron el ingreso de esclavos africanos, los portugueses intensificaron su tráfico comercial desde Angola, Senegal, Congo y Zanzíbar (zonas endémicas). Los esclavos introducidos en el Perú sembraron la enfermedad por el Río de la Plata a partir del siglo XVII.
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Los primeros casos de lepra registrados en el Virreinato del Río de la Plata fueron denunciados en 1792 por el protomédico Manuel Rodríguez Sarmiento 36. Su aparición tardía se debe al menor intercambio comercial de los primeros años con España y a la reducida envergadura del tráfico comercial de esclavos africanos al sur del continente. 3.5. LA PESTE BUBÓNICA.
También la temible peste bubónica fue importada de Europa. Algunos historiadores la mencionan asociada a la viruela como causa de despoblación de las Indias en los siglos XVII y XVIII. Esta enfermedad fue atribuida, entre otras causas, a los vapores malignos de las ropas y mercaderías europeas depositadas en las bodegas de las naves que las traían. Una Real Cédula emitida por el Cabildo de Córdoba, en enero de 1723, prohibía el comercio de géneros franceses por lo contagioso de la peste que llevaban36. Alguna razón tenía esa medida profiláctica ya que la peste bubónica es producida por la bacteria yersinia pestis, trasmitida por la pulga de la rata que actúa como vector de la enfermedad, mientras el roedor constituye su reservorio natural. Y las ratas sobre habitaban e infestaban las bodegas de los barcos mercantes que trasportaban las mercancías de la época. En Asia y Europa la peste era endémica, pero la historia registra tres grandes pandemias que azotaron y diezmaron la humanidad. La primera epidemia, llamada peste justiniana, arrasó Europa al comienzo de la baja Edad Media, entre los años 540 a 590 dC. durante el reinado de Justiniano. Su probable origen fue el norte de África desde donde siguió la ruta comercial del río Nilo para llegar a Egipto, alcanzar Grecia y el Mediterráneo, y difundirse por todo el Imperio Bizantino. La segunda pandemia 45, llamada peste negra, se originó en China a partir del año 1346. Los mongoles, en el intento de con-
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trolar la ruta del comercio de la seda, la llevaron hacia la ciudad puerto de Caffa (antigua colonia griega de genoveses en Teodosia, Península de Crimea), convertido en centro monopólico del comercio de esclavos. Durante el asedio, los tártaros usaron la peste como arma biológica. Ya liberada la ciudad del sitio impuesto, debido a la mortandad causada por la epidemia, sus habitantes la abandonaron diseminándola por Constantinopla, luego por Sicilia hasta llegar a Génova, para terminar de difundirla en forma terrorífica y ocasionar la muerte de 25 millones de habitantes acabando con un tercio de la población europea. La tercera y última pandemia 45 tuvo su inicio en Yunnan (China) en 1855, extendiéndose por Japón, Taiwán, India y Sudáfrica. A Sudamérica ingresó por Uruguay a bordo de un velero holandés que llevaba un cargamento de arroz procedente de la India con destino al Paraguay 36. En América del Sur la aparición de la enfermedad data de 1720, según estimación de Garzón Maceda 36 expandiéndose por todo el Virreinato del Río de la Plata, por extensión de la gran epidemia de la llamada peste francesa que asoló Marsella, dejando una mortandad de más de cien mil personas al difundirse por toda Provenza. Este mismo historiador en su obra Historia de la Medicina en Córdoba reporta el extracto de un documento anónimo sobre una epidemia desatada en la provincia, con fecha precisamente de 1720, donde su autor define la enfermedad causante de la siguiente manera: Como una fiebre maligna en sumo grado, acompañada de bubones, carbuncos o manchas en la piel, pulso pequeño y lánguido, frecuente y desigual al principio, de cuando en cuando intermitente y regular; el sudor es hediondo, con picadura en los sobacos, delirios, ojos secos y lengua árida” (…) “Si el bubón apareciere en las ingles o debajo de los brazos, lo atraerás con pan caliente remojado en aguardiente o con una ventosa si no hay inflamación.
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En México la primera epidemia de Peste Bubónica, propagada de 1736 a 1739, apareció en el poblado de Tacuba, para extenderse por el Valle de México y luego a la mayor parte de la población de Nueva España. Las principales víctimas mortales fueron los españoles peninsulares y comerciantes que provenían de la ciudad capital, y luego afectar a la población indígena. En Puebla el brote comenzó sus primeros síntomas entre los sirvientes de un obraje lanero. El Perú libre de las primeras y tempranas apariciones de la enfermedad en América, acusó el primer registro oficial epidémico en 1902 con la llegada de un buque proveniente de Bangkok cargado de arroz a los puertos de Pisco y del Callao. 3.6. EL PALUDISMO.
El paludismo fue otra de las enfermedades infectocontagiosas de vasta repercusión y gran morbi mortalidad en América. Se trata de una afección que acompaña al hombre desde tiempos prehistóricos, cuyo foco originario ha sido el continente africano hace más de 50 mil años, para difundirse por el mundo en seguimiento de las migraciones humanas. La descripción en China de distintos tipos de fiebres, hacia el año 2700 aC., entre las que figuran las palúdicas, tercianas y cuartanas, y las escrituras contenidas en los papiros egipcios de 1550 años aC., son testimonios fehacientes de su presencia. Por haber sido endémico en zonas cenagosas de Roma el término malaria significa mal aire en alusión al entorno maloliente de los pantanos, factor relacionado con la enfermedad. De allí también su denominación como calentura de los pantanos. La palabra paludismo proviene del latín palud que significa pantano. Aguas estancadas, charcas, zonas pantanosas y anegadas, son hábitat naturales donde el agente trasmisor se mantiene y reproduce. La enfermedad es causada por la infección de un microorganismo del género plasmodio introducido en la sangre por la pica-
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dura del mosquito Anófeles, que constituye su huésped definitivo y agente trasmisor. La hembra del mosquito, hematófaga, al chupar sangre infectada incorpora el parásito en su intestino para que complete su ciclo vital y luego se aloje en sus glándulas salivares, convertido en forma adulta, en condiciones de ser inyectado al organismo de una persona sana cuando el insecto se alimenta otra vez de sangre. En relación a su origen existen controversias ya que algunos autores consideran su aparición fuera del continente americano. En sus fundamentos hacen alusión a la epidemia de fiebre que afectó a la tripulación de Colón, impidiendo la expedición a La Española. Aunque para otros el episodio se trató de un brote de Viruela. Otras opiniones consideran que ya estaba presente a la llegada de los españoles. Mencionan como antecedente el llamado Chuc Chu por los indios peruanos, quienes atribuyeron su producción a las emanaciones o miasmas de bosques y pantanos. Salvo estas especulaciones no existen indicios fehacientes, según opinión de Martínez Zulaica 62, que puedan sostener la existencia de malaria en la América precolombina. Algunos investigadores admiten, respecto de su origen, la posibilidad de coexistencia múltiple intercontinental. Hipótesis que podría dar cabida al hecho comprobado de mayor resistencia que los aborígenes ofrecieron a la enfermedad y, además, al conocimiento que tuvieron de las propiedades curativas anti febrífugas de la quina. Pero ninguna de esas hipotéticas opiniones ha logrado superar el hecho de la inexistencia del mosquito trasmisor en América precolombina. La mayoría de los insectos, entre ellos los mosquitos, aparecieron en el período geológico cuaternario en época del Pleistoceno, mucho antes que el hombre pisara el suelo de América. Y a pesar que cronistas como Bernardino de Sahagun describen mosquitos en Méjico que los indios llamaban moyotl, no está confirmada arqueológicamente la presencia del Anófeles en tiempos prehispánicos. La posibilidad de su ingreso desde Asia
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es difícil de sostener, porque las condiciones climáticas del proceso de poblamiento y migración americana fueron adversas para su desarrollo. Señala categóricamente al respecto 37 el investigador Fernando Guerra: No es posible confirmar arqueológicamente que hubiera Anófeles quadrimaculatus o A. maculipennis, vectores principales de la Malaria, como tampoco ha sido posible encontrar Aedes aegypti, mosquito vector de la Fiebre Amarilla, Dengue y otras arbovirosis, con lo cual se ponen en tela de juicio todas las afirmaciones que postulaban la existencia del Paludismo y la Fiebre Amarilla en la América precolombina. A un siglo de distancia del descubrimiento de América y de la fundación de las grandes ciudades coloniales, en la provincia ecuatoriana de Loja, el cacique de la localidad de Malacatos, Pedro Leiva, reveló al misionero jesuita, Juan López, las propiedades curativas de la quina que consiguieron la curación del Corregidor, afectado del mal que los indios llamaban Chug Chuy. Tiempo después, enterado el cura que la esposa del Virrey del Perú, Doña Francisca Rivera Enríquez, se encontraba enferma de fiebre persistente le envió la medicación. De regreso a España la mujer, curada del mal, difundió su uso como antitérmico y el botánico Linneo en su honor, por tener el título de Condesa de Chinchón, le dio al árbol de la quina el nombre de chinchona con el que fueron divulgadas sus propiedades medicinales en Europa35. Los jesuitas fueron los responsables de la introducción de su uso en Italia con gran suceso, donde se popularizó con el nombre de polvo de los jesuitas o polvos del cardenal. Para los españoles, en cambio, la denominación de mayor difusión fue la de cascarilla, por hacer referencia a la corteza del árbol de que se extrae.
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3.7. LA FIEBRE AMARILLA.
La fiebre amarilla fue otra enfermedad contagiosa que asoló la geografía de América. Los primeros informes sobre su existencia coinciden con el arribo de los españoles, mencionándose al respecto la probable etiología amarílica de la pestilencia desatada en la Española en 1494, que recibiera el nombre de modorra pestilencial. También el brote epidémico que atacó la población de Santa María la Antigua del Darién en Colombia al arribo de Pedrarias Dávila en 1514, que López de Gomara 56, describiera como: (…) mal amarillo por el deseo que tienen al oro en sus corazones, haciéndoles en la cara y el cuerpo aquel color. Carlos Finlay, epidemiólogo y científico cubano estadounidense, quien descubrió el rol del mosquito como vector de la enfermedad, en sus Obras Completas 90, afirma: Basándome en los datos históricos que he dado a conocer en un trabajo reciente, llego a la conclusión de que el primer nombre que los españoles le dieron a la epidemia que causara tantas muertes entre ellos en Santo Domingo en 1494, había sido el de “modorra pestilencial”, nombre que nunca había visto antes, (aplicado a enfermedad humana), y no lo volví a encontrar sino en relación con una epidemia grave del mismo tipo que atacó a los españoles que fueron con Pedrarias Dávila a Darién en 1514. La fiebre amarilla, provocada por el virus de nombre homólogo, produce una severa insuficiencia hepática y renal, cursando con fiebre, hemorragias, vómitos negros, actividad delirante y color amarillo de la piel, de allí su nombre. El virus se introduce en el organismo del enfermo por la picadura del mosquito hematófago Aedes aegypti, que también es trasmisor de la enfermedad del dengue. El Aedes es un mosquito de origen africano que se dispersó con las migraciones humanas por adaptación al hábito doméstico y al ámbito domiciliario humano.
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Existe controversia en relación con su aparición en América. Una hipótesis sostiene que fueron los españoles quienes la introdujeron. Los fundamentos de esta afirmación se basan en la inexistencia del mosquito trasmisor en el período prehispánico; y además en el carácter endémico de la enfermedad en África occidental y el Golfo de Guinea, lugares elegidos por el tráfico de negros esclavos destinados a las colonias de América. En efecto, no hay evidencias de la existencia autóctona del mosquito transmisor con anterioridad al descubrimiento. Ni en las cerámicas de origen Mochica o Chimú, ni en las reliquias y los restos arqueológicos de América Central se ha podido identificar la presencia del mosquito Aedes en tiempos precolombinos. En cambio, la arqueología ha podido constatar la existencia prehispánica de piojos, ácaros, pulgas, vinchucas y otros artrópodos, trasmisores o causantes de tifus exantemático, leishmaniosis, pediculosis, verruga peruana, etc. Esta contradicción ha dado pábulo a la teoría que sostiene que la dispersión de la fiebre amarilla desde África ha sido posterior al descubrimiento, y fue favorecida por los navegantes que hacían escala en la costa de Guinea, como lo hicieron en forma habitual los barcos negreros. La otra hipótesis admite un origen bicontinental, tanto en África como en América, considerando la existencia de focos selváticos autóctonos en zonas del Caribe consideradas endémicas, (isla de Santo Domingo, Haití, República Dominicana, Cuba, costas de Venezuela y Colombia). Toledo Curbelo 89, cita a Carlos Finlay, quién afirma que los focos endémicos fueron de existencia anterior al establecimiento de los españoles, donde reinaron las condiciones climáticas propicias para el desarrollo del mosquito transmisor. Independientemente de su origen africano o autóctono la enfermedad terminó haciéndose endémica en la región del Caribe y se difundió por toda América, beneficiada su propagación por el comercio de esclavos. Los mexicas la designaron con la deno-
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minación de cocolitzle; y en Yucatán, los mayas, como xekik. En Brasil hizo su aparición en 1689, para volverse endémica a partir de 1800. En el Río de la Plata se produjeron varios brotes epidémicos, pero el de 1871 propagado de Brasil fue el de mayor gravedad con el resultado devastador de más de trece mil víctimas mortales en la ciudad de Buenos Aires. Como anticipo del terror que habría de despertar entre los porteños, el brote anticipado de vómito negro que estalló en Corrientes, proveniente de Asunción, provocado por prisioneros paraguayos repatriados desde Brasil, según relato de M. Scenna 86. El primer caso se registró en esa ciudad el 14 de diciembre de 1870. Unas semanas más tarde, después de intensos calores y lluvias copiosas, en enero de 1871, el temor cundió en Buenos Aires cuando se denunciaron en el barrio porteño de San Telmo, atestado de conventillos, las primeras apariciones de la enfermedad con tres muertes como resultado, dejando inaugurado el inicio de la terrorífica epidemia. El médico e historiador Miguel Ángel Scenna 86, relata: (…) Buenos Aires cayó en colapso. Azotada por un fantasma mortífero de tez amarilla, su ajetreo de metrópoli en ascenso fue aventado por el pánico, dejando el silencio de una ciudad vacía, donde los sobrevivientes huían a cualquier lado por millares y los muertos, que ya no se contaban, eran dejados atrás como horribles cuerpos malditos. No hubo entonces lazos de amor ni de afecto. Todo aquello que el hombre levantó a través de milenios de convivencia cayó en pedazos y solo quedó, desnudo y elemental, el terror del animal frente a la muerte. No es una mera figura literaria decir que Buenos Aires murió en 1871. El 28 de junio el Consejo de Higiene Pública informó que solamente quedaban casos aislados. Y el 1 de julio, por decreto del gobierno, quedó disuelta la Comisión Médica formada. En los seis meses de duración, la Fiebre Amarilla fue responsable de una cifra oficialmente estimada entre los 13.614 a 13.763 muertos. El
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presidente Domingo Faustino Sarmiento 86, al abrir las demoradas sesiones del Congreso Nacional, expresó: (…) la postergación inevitable que vuestra reunión ha experimentado, tiene por origen una calamidad pública cuyas víctimas han sido Buenos Aires y Corrientes (…) La epidemia ha terminado felizmente, pero ello será siempre de tristes recuerdos para Buenos Aires y de funestas consecuencias para la República. Años después Finlay 5, en sus estudios originales en La Habana, descubrió (como mencionamos) que el mosquito Aedes aegypti es el agente trasmisor de la enfermedad. 3.8. LA SÍFILIS.
Es imposible en la reseña de las grandes epidemias americanas dejar de considerar a la sífilis, enfermedad conocida en España como “mal de bubas”. Endémica en su aparición, tanto en Europa como en América, en la actualidad aún mantiene encendida la polémica sobre su origen y difusión. Es una afección infectocontagiosa causada por una bacteria del género Treponema, cuyo contagio se realiza por trasmisión sexual directa intergenital, oral o anal. También son vías de contagio: la transfusión de sangre, la inoculación accidental por compartir agujas y jeringas o manipular material contaminado, y la propagación de madre a hijo a través de la placenta. Es un padecimiento crónico que cursa clínicamente en períodos. Sin tratamiento, librada a su evolución natural después de un tiempo variable, produce la muerte por lesiones del corazón, los vasos sanguíneos, el sistema nervioso central, el hígado, el aparato locomotor, el sistema esquelético y la médula espinal. Martínez Zulaica 62 y otros investigadores consideran que la dificultad de resolver el viejo dilema de su origen proviene de la frecuencia de haber sido confundida con otras patologías: la granulomatosis venérea, la lepra y la pelagra, en el continente euro-
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peo; y la leishmaniosis, la dermatomicosis, el pian y el carate, en América. Lesiones óseas en Europa, de edad anterior al descubrimiento, hoy consideradas de etiología sifilítica pueden haber sido erróneamente caratuladas con el diagnóstico de Lepra. La cuestión de su origen es difícil de determinar porque su agente productor pertenece a la familia de las espiroquetas, entre cuyos integrantes se reconoce el género Treponema (T.). Dos de ellas son especies patógenas para el hombre, a saber: el T. pallidum y el T. carateum. Del primero se distinguen tres subespecies: 1) el T. pallidum, causante de la Sífilis; 2) el T. pallidum “pertenue”, causante de la enfermedad llamada frambesia o pian; y 3) el T. pallidum endémico, causante del bejel o sífilis endémica no venérea. En tanto que la segunda especie patógena, el T. carateum, es causa de la enfermedad tropical conocida con el nombre de carate o pinta. La paleopatología, al estudiar restos óseos, debe tener en cuenta estas afecciones antes de atribuir los hallazgos a la sífilis, porque el pian y el bejel afectan también los huesos largos. Hecha la salvedad, signos inequívocos de sífilis ósea han sido hallados en Europa (registrados en Siberia, Londres y Suecia), pertenecientes a una fecha anterior a los viajes de Colon. A su vez en restos de cráneos incaicos precolombinos del Perú han sido también reconocidas las lesiones y las caries sicca (seca), de la sífilis venérea. Entonces, ¿Es la sífilis una enfermedad autóctona de América o tiene un origen más antiguo en el Viejo Continente? Esta es la pregunta que hace más de 500 años continúa generando polémica. 3.8.1. Teoría del Intercambio Colombino o del Nuevo Mundo: en Europa la sífilis era desconocida hasta 1495, año en que hizo su aparición en Nápoles con motivo del desenfreno orgiástico de las tropas francesas que sitiaban la ciudad. Los italianos culparon a los galos, llamándola morbo gallico. Estos responsabilizaron a los italianos, designándola como mal napolitano. Y
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los españoles la bautizaron como las búas o bubas. Cada nación le asignó un nombre de acuerdo a su conveniencia. En publicaciones de la época fueron apareciendo los primeros testimonios. En 1498 López de Villalobos describió sus manifestaciones generales y cutáneas, sus lesiones óseas y articulares, y el chancro, la lesión inicial, haciendo además mención a su forma de contagio: (…) es contagiosa y comienza en el órgano con el que se comete el pecado de lujuria”. Pero la primera afirmación de su posible origen americano es del año 1504. Fue formulada por el médico sevillano, Rodrigo Díaz de la Isla, que en la obra Fruto de Todos los Santos Contra la Enfermedad Serpentina, venida de la Isla Española, afirmó su llegada a España con el regreso de la Pinta bajo las órdenes de Martín Yañez Pinzón, propagada entre su tripulación. Con posterioridad de ser difundida a Sevilla y luego a Génova, mercenarios españoles la introdujeron en Nápoles. Enfermo también Pinzón fue asistido al desembarcar en Barcelona y llegado al Puerto de Palos trasladado al monasterio franciscano de La Rábida 64, donde murió el 31 de marzo de 1493. El mes de febrero de 1493 en viaje de regreso comenzaron a sentir molestias y grandes lluvias que coincidieron con el desarrollo de un mal nuevo que castigaba con crueles dolores a sus coyunturas y cubría su piel con repugnantes y desconocidas erupciones. El primero en quien se presentó este mal fue en uno de los hermanos Pinzones que venían con Don Cristóbal de pilotos. Además de describir la enfermedad, Díaz de la Isla, anunciaba la cura que los indios le daban: Los indios de la isla Española antiguamente así como acá decimos bubas, dolores, apostemas y úlceras; así llaman ellos a esta enfermedad guaynaras, y hipas, y taybas, y yzas. Y la gente de esta isla se curaba de esta manera: échanse en una cama alzada del suelo, y poníanse en tanta dieta
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comiendo un pan de raízes que ellos tienen el cual llaman cazabi, pan abizcochado, y bebiendo agua que es cozida con el palo (…) y tienen por precepto principal guardarse de mugeres totalmente 10 lunas, y así quedan sanos de la enfermedad y dolencia, dizen y muestran en su lenguaje a uno de los palos con que se curan, el guayacan.
La mayoría de las crónicas de la colonización apoyaron en sus relatos la teoría americana de su origen. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo 64, page del Príncipe Don Juan y testigo presencial del arribo de Colon a Barcelona, escribió en 1526: La primera vez que aquesta enfermedad en España se vido fue después que el Almirante Cristóbal Colon descubrió las Indias y tomó a estas partes, y algunos cristianos de los que con él vinieron que se hallaron en aquel descubrimiento y los que el segundo viaje hicieron, que fueron más, trujeron esta plaga y dellos se pegó a otras personas, porque de ninguna manera se pega tanto como del ayuntamiento de hombre a mujer. Jacques de Bethencourt, en 1527, introdujo por primera vez la denominación de mal venéreo para distinguir la enfermedad: Se atribuye a algunos santos esta enfermedad. De allí se llame “mal de San Sementé” o “mal del santo varón Job”, etc. Es una indignidad, es una profanación imputar a tales santos un mal vergonzoso que deriva de las pasiones culpables y deriva primero de un coito impuro. Rechacemos, pues, estas denominaciones sacrílegas y demos a este mal el nombre que mejor le conviene, el de mal venéreo. Pero el nombre sífilis que en la actualidad la identifica, se mencionó por primera vez en 1530 en un poema épico autoría del médico y humanista, Girolamo Fracastoro, que relató la leyenda de un pastor llamado Siphylus castigado con el mal por haber desafiado a los dioses. Fracastoro admitió el origen americano de la sífilis relacionado con una degeneración del aire, sin vincularla al contagio de los españoles, ni a su difusión por Europa 64:
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En el gran océano bajo el sol poniente, donde una infeliz raza habita el mundo recién descubierto, ésta, la sífilis, surge por todas partes y no hay lugar donde sea desconocida. Tanto pueden variar las causas de las cosas y su desarrollo inicial de acuerdo al cielo y a la duración de los tiempos. Y aquello que allá espontáneamente soportan el aire y la tierra propicia, aquí sólo un largo período de años nos lo ha apenas traído.
La teoría del Nuevo Mundo, que imputó a Colón haber exportado la sífilis a Europa terminó imponiéndose. Y al conocer el uso que los indios hicieron del guayaco o palo santo se empleó la misma cura, con el argumento que el remedio debía provenir del mismo lugar donde la enfermedad se había originado. Fue tal la aceptación que tuvo esta teoría que se llegó a acuñar, irónicamente, una frase que rezaba: “España civilizó a América, y ésta sifilizó a España”. 3.8.2. Teoría Unitaria o del Viejo Mundo: pero en las antípodas se levantó otra postura antagónica que sostiene que la sífilis ya existía en el Viejo Mundo antes del descubrimiento, dando cabida a la teoría Unitaria o Precolombina. Que en su postulado afirma que la enfermedad se originó y evolucionó con el hombre, esparciéndose por todo el mundo desde su inicio. Hudson, uno de sus defensores, según cita M. Borobio9, basado en las similitudes estructurales y morfológicas de las diferentes especies de treponemas, propuso que la enfermedad, a partir de un microorganismo único, se originó en África en el Paleolítico superior con las características clínicas del llamado yaws, infección contagiosa tropical que afecta la piel y el sistema osteoarticular causada por el T. pertenue, e introducida por el tráfico de esclavos en la Península Arábiga y la Mesopotamia, donde tomó el nombre de frambesia o pian, para diseminarse por América, (islas del Caribe), Australia y Nueva Guinea. Para Hudson, las diferentes formas clínicas de la enfermedad (Yaws, Pian y Bejel), solo serían adaptaciones del treponema al medio ambiente y a condiciones 162
inmunológicas de los diferentes grupos humanos. Guerra 37, catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares, afirma que la existencia del pian en América ha sido comprobada por estudios antropológicos de lesiones gomosas de huesos largos exhumados de cementerios incaicos precolombinos. El pian o frambesia producido por el T. pertenue no se contagia por vía sexual, sino en forma directa por contacto con las lesiones ulceradas de la piel y por intermediación de insectos (mosquitos o moscas). Al respecto, cita al historiador portugués y uno de los primeros colonizadores del Brasil, Gabriel Soares de Sousa, que en 1587 describió la transmisión de las bubas por un mosquito intermediador, que los indios llamaron nhitinga 37, relatando: (…) los cuales no duermen y son muy molestos, porque se posan en los ojos y en las narices… Son amigos de las llagas y chupan la ponzoña que tienen y se van a cualquier rozadura de una persona sana y le dejan la ponzoña en ella, de lo que resultan muchas personas llenas de bubas. Actualmente se acepta la hipótesis que el pian, endémico en América y otras regiones tropicales de África y Asia, bajo condiciones medio ambientales adversas, frías y secas, pudo haber cambiado su modalidad de ingreso, a través de la piel y de la boca, por la vía de los genitales externos, generando, con mayor virulencia, la variante epidémica de la sífilis venérea, tal como en la actualidad conocemos. De manera de concluir que una infección no venérea por treponemas, que era endémica del Nuevo Mundo y de otros continentes, se transformó en una variante epidémica de trasmisión sexual al ser difundida por Europa. De estas especulaciones surgió una tercera posición que algunos investigadores han dado en llamar Teoría de la coexistencia bicontinental o multicontinental. La que representaría la opinión científica más aceptada, mencionando la posibilidad de la existencia simultanea intercontinental. De modo que la sífilis venérea habría estado presente en ambos continentes con anterioridad al descubrimiento.
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4. APORTE Y COMPLEMENTACIÓN DE LOS JESUITAS. Pese al flagelo de las epidemias, que se ensañaron por falta de inmunidad de los pueblos originarios, sumado a las groseras omisiones en políticas sanitarias e higiene pública, la integración de la medicina indo hispánica se sustentó sobre la base de un desarrollo de asimilación y complementación. Al respecto el testimonio del padre Furlong resulta más que elocuente al afirmar: (…) que el encuentro de la medicina europea lejos de ser un choque terminó siendo un abrazo. Los médicos españoles al tomar contacto con la medicina aborigen no la rechazaron sino por el contrario la asimilaron, aportando a España los nuevos conocimientos terapéuticos que surgieron del descubrimiento de la herboristería y la botánica médica en particular. Aprovechamiento que resultó creador de una moderna farmacopea, destinada a enriquecer la materia médica europea con adquisiciones que fueron perdurables para la humanidad 48. Desde la ciudad de Cuzco, en 1570, el Virrey Toledo escribía a España: Los médicos que V. Majestad mandó venir van tomando alguna experiencia de la medicina y remedios de esta tierra, y en virtud de las plantas conque los indios naturales curan han ido sacando provecho de ellas como se mandó, entiendo que será provechoso. Dicha integración y complementación no hubiera sido posible sin el concurso de la abnegada labor que los sacerdotes jesuitas realizaron. Justo es reconocerlo en su exacta dimensión y consecuencias. A fines del siglo XVI arribaron los misioneros jesuitas con el mandato de llevar a cabo las acciones primordiales de educar, evangelizar y fundar en las comunidades indígenas las misiones o reducciones jesuíticas. Pero la falta de médicos los impulsó a asu-
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mir esa responsabilidad y tuvieron que estudiar la flora y aprender de la naturaleza, llegando a descollar como grandes herboristas en el conocimiento de la botánica médica indiana. En 1604 fue creada la Provincia jesuítica del Paraguay que abarcó todo el territorio habitado por los pueblos de la cultura guaraní, donde se fundaron treinta misiones. Guillermo Furlong, uno de sus más preclaros exponentes 31, asegura que los primeros jesuitas que llegaron no fueron médicos de profesión y por ende desconocían el arte de curar. Pero debido a la caridad y al ministerio altruista que practicaron y a la ayuda que brindaron, con inteligencia y aguda observación, terminaron haciéndose médicos idóneos para lograr ejercer con relativo buen suceso, destacándose como médicos caritativos y muy eficaces enfermeros. No obstante el efectivo empirismo médico de estos primeros jesuitas, en conocimiento de sus limitaciones, la Compañía de Jesús procuró que se previera el arribo de sacerdotes con conocimientos médicos. Así fue que el Hermano Blas Gutiérrez llegó en 1630 portando su fama de eximio cirujano, y posteriormente a fines del siglo XVII lo hizo el Hermano Montenegro, que habría de descollar como médico y enfermero en las Misiones guaraníes. Este sacerdote, según relato de Furlong 31, había ejercido la medicina y la cirugía en el Hospital General de Madrid e ingresado a la Compañía en 1691. Al llegar a América residió algunos años en el Colegio de la Compañía de Córdoba, luego pasó a Tucumán y posteriormente se radicó en las Misiones del Paraguay como enfermero, dedicándose por completo al estudio de la botánica médica, investigando la flora medicinal autóctona hasta llegar a dominar la aplicación que de ella hacían los aborígenes 36. La experiencia le valió haber compuesto una gran obra titulada: Materia Médica Misionera, publicada en 1711, conteniendo 148 láminas ilustrativas de yerbas y plantas que durante muchos años fue material obligado de consulta entre profesionales y profanos
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(10-48). En el prólogo de su obra célebre, que Garzón Maceda 35 considera sin dudar el mejor trabajo de botánica médica escrito en América, el autor expresa: Lo que te puedo asegurar es que las plantas que aquí te doy pintadas, son verdaderas medicinas para lo que te prometen curar; que por espacio de 31 años que he comenzado a curar en el Hospital General de Madrid, alguna de ellas he reconocido por sus virtudes, mayormente de 12 años acá, que por hallarme en estas tierras de la América, sin botica ni boticarios, me he esforzado a con ellas hacerme autor de Botica. En la importante obra, el P. Montenegro, además de describir la planta de la yerba mate que los indios llamaron ibirá-caa-miní, llevó a cabo un minucioso estudio distintivo del guayacán, describiendo de la planta varias especies. Una de ellas, caracterizada por su dureza, fue el palo santo negro o algarrobillo, que los guaraníes llamaron ibirá-ucai-biabé. Y otra variedad, la más importante que los europeos usaron, cuya denominación indígena era la de ibirá-ehe. Además de describir sus caracteres botánicos el misionero precisó sus virtudes, atribuyéndole la curación de la llaga de los pulmones (tuberculosis), y también de la sífilis. Maceda 35 relata que encontrándose en Córdoba, Montenegro, enfermó de tuberculosis y logró curarse aprovechando las propiedades medicinales del guayaco. Al respecto el jesuita escribió: (…) que estando en Córdoba me sentí tísico y con ansias de curarme revolví cuantos papeles tenía hasta encontrar uno que mencionaba cómo Asencio, único médico de Francia, curaba la tisis con el cocimiento del Guayacán, y encontrado mucha analogía entre el Guayacán y el Palo santo negro, comencé a usarlo con excelente resultado. Europa importó el guayaco a partir del año 1508 y propició un negocio lucrativo del cocimiento de su corteza y sus semillas, que fue comercializado como alternativa al uso de los derivados
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del mercurio para el tratamiento de la sífilis, también para el reuma, la gota y la gonorrea. El éxito comercial de este producto se puede medir teniendo en cuenta que se vendió a 11 escudos la libra, lo que permitió que un famoso médico de la época de apellido Mattioli 10 se hiciera millonario por patentar y comercializar una infusión elaborada con polvo de guayacán mezclado con vino. En el siglo siguiente dos miembros de la Compañía se destacaron en la labor médica. Uno de ellos, arribado en 1717, fue el Padre Segismundo Asperger que según testimonio de Furlong 31 cumplió su debut enfrentando una epidemia de peste bubónica. Asperger, de origen austríaco, fue un eximio médico y botánico que ejerció en Paraguay, Córdoba y luego Tucumán. El otro facultativo fue el Padre Tomás Falkner, médico diplomado en Londres, que fuera comisionado por la Royal Society para el estudio de las propiedades de las plantas y las aguas de América, y después de tres años de su arribo a Buenos Aires, en 1733, convertido al catolicismo, ingresó como miembro de la Compañía 10. Llegado al Río de la Plata se asentó en la zona de Tandil en la que conoció, en profundidad, el arte curativo de los naturales y entre otros el uso del bálsamo de coatí para la curación de las heridas. Luego pasó a Córdoba 35, donde fue el único médico que la provincia mediterránea tuvo entre 1750 a 1752. Falkner fue un eminente botánico, y como médico realizó una obra admirable que plasmó en su Tratado sobre las enfermedades americanas curadas con medicinas autóctonas. Su partida al destierro con la expulsión de los jesuitas de América causó una pérdida lamentable para la ciudad y la campaña de Córdoba, según apreciación de Furlong en su relato 31, citando una declaración del Cabildo cordobés de 1767, que expresaba: (…) ha quedado la ciudad sin médico que asista las continuas enfermedades que diariamente se experimentan por haber caminado el Padre Falconer de dicha Compañía que asistía a los enfermos que en esta había. 167
Así como en otros órdenes de la vida cultural, laboral, material y espiritual de América, la expulsión de los jesuitas llevada a cabo por orden de Carlos III, en 1767, fue una tragedia desde el punto de vista médico sanitario; grueso error político de la Corona de España, de consecuencias lamentables en el plano de la salud. Eliseo Cantón 11, a más de cien años transcurridos del éxodo forzado, afirmó: (…) duele confesarlo, pero así es la verdad, con los jesuitas de aquellos tiempos se fueron para siempre los civilizadores del indio americano… algo difícil de explicar ocurre en la vida de las congregaciones religiosas en los tiempos presentes, en que el indio en su estado primitivo subsiste aún, pero el padre misionero ha desaparecido. Deseable sería ver a las autoridades de la República empeñadas en incorporar al indio a la vida del hombre civilizado por medio de fundación de colonias agrícolas y forestales o de misiones por el estilo de antaño, confiadas a los jesuitas y religiosos, hoy adocenados en las metrópolis (…) Quienes encontrarían campo virgen para la redención de las almas primitivas, implantación de industrias y ennoblecimiento de su apostolado. 5. LOS HOSPITALES. Además de la labor altruista de los jesuitas, otro aspecto esencial de la integración médica indo hispánica fue la fundación de hospitales por los conquistadores, con motivo de atender las necesidades de la guerra y en cumplimiento de las normativas legales30. La preocupación de España por la fundación de hospitales en el Nuevo Mundo estuvo presente desde el mismo arribo de Colón. En las Capitulaciones que estipulaban las condiciones que la Corona fijaba a los descubridores y primeros expedicionarios de las Indias Occidentales ya se establecía la orden de levantar hospitales.
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Fray Nicolás de Ovando, designado por los Reyes Católicos gobernador de la Española, llegó a las costas de Haití en 1502 y en el período comprendido entre 1503 a 1508 fundó en la ciudad de Santo Domingo de Guzmán (República Dominicana), el primer hospital de la América hispana con el nombre de San Nicolás de Bari. Su construcción al inicio fue precaria con uso de tablas de maderas y palmas. Recién en 1509 comenzó la edificación de adobe y piedra 47. Según la historiografía hispánica una mujer negra y esclava, de nombre desconocido, fue la piadosa enfermera encargada de recoger a pobres y menesterosos para curarlos. Tanto Carlos I como sus sucesores dictaron normas legales obligando a la construcción de estas instituciones en las iglesias para los enfermos no contagiosos, mientras los infectados debían ser recluidos en los extramuros de las ciudades. La ley fechada en Fuensalida, el 7 de octubre de 1541, establecía: Encargamos y mandamos a nuestros Virreyes, Audiencias y Gobernadores, que con especial cuidado provean que en todos los pueblos de Españoles y Indios de sus Provincias y jurisdicciones, se funden Hospitales donde sean curados los pobres enfermos y se exercite la caridad Christiana. Tres años después de haber conquistado México, en 1524, Hernán Cortés fundó el Hospital de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora, junto a la Iglesia del mismo nombre, después llamado Hospital de Jesús Nazareno, con una donación de 16000 pesos anuales de renta para su subsistencia, nombrando como encargado y director al fraile Bartolomé de Olmedo. Algunos nosocomios se levantaron por medio de donaciones particulares, siendo luego subvencionados por la Corona. La ley de mayo de 1543, dictada en Barcelona, mandaba: Que el Colegio y Hospital de pobres enfermos de Mechoacán, de la Nueva España, sean del patronazgo Real. No obstante las fundaciones llevadas a cabo en toda América hispana fueron apenas un paliativo sanitario, porque a la precariedad habitacional de sus dependencias se sumó la falta de médicos,
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de boticas y boticarios. Su administración y asistencia estuvo a cargo de enfermeros e idóneos, pertenecientes a distintas órdenes y cofradías religiosas imbuidas del sentimiento caritativo integrante del virtuoso mandato de su apostolado. Otros hospitales generales de la época fueron fundados en Panamá, Cuba, Perú y Guatemala. Y también los que se destinaron a la asistencia de las grandes epidemias, como los hospitales de bubas para la asistencia de la sífilis, y los de San Lázaro para los enfermos de lepra. En las localidades de Puebla, Veracruz, Potosí, Bogotá, Arequipa y Cuzco se levantaron hospitales 30, impulsados por el sentimiento caritativo de sus fundadores y para dar cumplimiento a las leyes vigentes. No obstante en el Río de la Plata no hubo funcionamiento hospitalario hasta principio del siglo XVII, a pesar que Juan de Garay en la segunda fundación de Buenos Aires había previsto la manzana Nº 36 como sitio de levantamiento del hospital. Jorge Lartigué autor del trabajo: Consideraciones sobre Hospitales Coloniales 50, relata: El Cabildo del 20 de octubre de 1580, presidido por Garay, designó por sorteo a San Martín de Tours como patrono de la ciudad y la misma advocación se extendió al hospital que se proyectaba construir, que desde entonces se conoció bajo la denominación de hospital y ermita de San Martín. El hospital debía tener por patronato el Cabildo, Justicia y Regimiento de la ciudad, y su administración quedaba a cargo de dos regidores diputados que aquel debía nombrar. La ermita finalmente se levantó, pero la construcción del hospital se demoró hasta marzo de 1611 fecha en que el precario edificio se alzó en otra manzana, compuesto de un rancho de adobe y paja para los enfermos, y también de una capilla. Ante esa falencia, en relación con una petición formulada por el Procurador General de la ciudad, el Cabildo de Buenos Aires dictó el siguiente oficio 11:
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Conviene que vuestras mercedes manden a Francisco Álvarez Gaytán aderece la parte de la casa que le cabe en las casas del Espital, porque conviene al bien de esta República.
Según relato del autor citado, la situación de abandono persistió hasta que un temporal en 1642 terminó por derrumbarlo. Y recién en 1670 el Hospital de San Martín pudo ser reconstruido desde sus cimientos. En 1748 se produjo su gran despliegue cuando la Corona autorizó que fuera puesto bajo la tutela y dirección de los padres Betlemitas que se hicieron cargo de la institución. Félix Garzón Maceda 36, el historiador de la medicina en Córdoba, refiere: (…) fueron las órdenes religiosas las que monopolizaron, en las poblaciones americanas fundadas por los españoles los servicios de los enfermeros, médicos y administradores de los hospitales, mereciendo de los reyes especial atención y extraordinarios privilegios y excepciones, extendidos por breves cédulas y decretos. Adviértase, sin embargo, que tales instituciones eran más que conventualidades dadas a la oración y otros ejercicios sacerdotales, órdenes de Regulares obligados por voto y por constitución a ser solamente enfermeros o médicos. Con anterioridad al fundado por Garay, el mismo autor refiere que al Teniente General de Gobernador, Suárez de Figueroa, encargado de ordenar la nueva traza de la ciudad de Córdoba y los nuevos repartos, en reemplazo de la que había practicado su fundador Jerónimo Luis de Cabrera, le cupo el honor de ser el creador del primer hospital que tuvo la provincia de Córdoba, en la fecha estimada del 8 de febrero de 1576. Efraín Bischoff 7 anota que el Gobernador hizo conocer que la nueva institución se ponía bajo la advocación de Santa Eulalia, haciendo donación de algunos terrenos de su propiedad, y designó a Miguel de Mojica como su mayordomo. En relación al nombre de la entidad, Garzón Maceda en su prosa detalla: (…) el día 6 de diciembre de 1574 el pueblo se reunió para 36
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echar suerte sobre los santos del calendario y sacar de entre ellos un abogado contra la plaga del gusano que infestaba las mieses. Tocó la suerte a Santa Eulalia y la recibió por tal toda la ciudad jurando guardar su día y cantar su misa. En honor de la misma santa y para perpetuar su memoria de este patrocinio, le dedicó el capitán General Suárez de Figueroa su filantrópica creación.
6. EL PROTOMEDICATO. Junto a los hospitales como institución rectora vinculada al control del ejercicio de la medicina y de las políticas sanitarias, es necesario destacar el rol cumplido por el Protomedicato. Esta institución muy antigua en sus raíces, con antecedentes que se remontan al Imperio Romano, fue copiada por los reyes castellanos para imponerlo en los reinos de Aragón y Castilla a partir del siglo XIII y luego trasladarlo a sus colonias de ultramar. Tenía por objeto el asesoramiento sanitario y la dirección de las políticas de salud de los reyes, además de proponer medidas de higiene vigilando su cumplimiento y controlar el ejercicio del arte de curar por actuar como tribunal examinador y ético, supervisando la profesión médica bajo tutela de la salud pública y privada 46. La ley primera de enero de 1570, en el reinado de Felipe II, dispuso como instructivo la designación de protomédicos generales en América: (…) deseando que nuestros vasallos gocen larga vida, y se conserven en perfecto estado de salud; tenemos a nuestro cuidado proveerlos de médicos y maestros que los rijan, enseñen y curen sus enfermedades. La recopilación del Derecho indiano, ordenada por Carlos II, a su vez disponía: (…) mandamos que no se consienta en las Indias a ningún género de personas curar de medicina, ni cirugía sino tu-
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vieren los grados y licencia de protomédicos que disponen las leyes; y ordenamos a los fiscales de nuestras Audiencias que sobre esto pidan lo que convengan.
El Protomedicato tenía las mismas funciones y estaba estructurado de la misma manera que lo estaba en España. Con el tiempo se convirtió en un centro administrativo excesivamente burocrático creando grandes dificultades para el cumplimiento de sus funciones, debido fundamentalmente a la extensión geográfica que su jurisdicción abarcaba 36. Esta circunstancia ocasionó difíciles y tediosos trámites y motivó que su funcionamiento fuera asumido por los Cabildos en el intento de descentralizar las políticas de salud, en resguardo de los enfermos, ante la proliferación de falsos médicos, mistificadores y charlatanes. Las cuestiones políticas que fueron sucediéndose, sumado al anacronismo de su funcionamiento, a la lentitud de sus resoluciones y procedimientos, a la progresiva evolución de los conocimientos médicos, quirúrgicos y farmacológicos, al afianzamiento y creciente prestigio de las universidades como escuelas de enseñanza del saber médico, fueron los factores fundamentales que causaron su desprestigio y su decadencia hasta hacerlo desaparecer a partir del año 1793. Despojado de sus atribuciones el Protomedicato en España sesionó 11 por última vez el 22 de mayo de 1822. En América el primer Protomedicato funcionó en Lima en 1537, y el primer protomédico de Méjico fue Hernando de Sepúlveda, médico personal de Hernán Cortés. El Protomedicato de Nueva España 46, fue establecido en 1584, y le siguió el de Cuba en 1634. En el Rio de la Plata, se inauguró con solemnidad en agosto de 1780 y fue el último de América en crearse, autorizado por gestión personal del Virrey Juan José de Vertiz, influenciado por la amistad que lo unía al médico Miguel O ‘Gorman 8 que fue su primer protomédico, a partir de su designación con fecha del 21 de julio de 1798.
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Miguel O ‘Gorman, nacido en Irlanda, había estudiado medicina en París y revalidado su título en Madrid siendo el médico de la flota de Pedro de Cevallos 8, designado Virrey a la creación del Virreinato del Río de la Plata por Carlos III en 1776. El Protomedicato comenzó a funcionar en Buenos Aires en dos salas cedidas por el Real Colegio de San Carlos y el personal administrativo estaba compuesto por un conjuez, los médicos examinadores, un asesor letrado, un fiscal, un escribano, un aguacil mayor y el portero, además del Dr. O ‘Gorman. Las disputas políticas de la Corte española hicieron que recién en el reinado de Carlos IV, por Real decreto de 1 de julio de 1798, se reconociera oficialmente a la institución y se confirmara el nombramiento del Protomédico rioplatense. En el Rio de la Plata 8 la institución continuó sus funciones hasta el advenimiento del Instituto Médico Militar, creado el 31 de mayo de 1813, que constituyó el antecedente más inmediato de las Cátedras de Medicina creadas con la fundación de la Universidad de Buenos Aires, el 9 de agosto de 1821 por obra de Bernardino Rivadavia, a la sazón ministro del Gobernador Martín Rodríguez. Con este acontecimiento se dieron por concluidas las funciones del Protomedicato del Río de la Plata.
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Capítulo VIII A manera de ensayo. 1. SOMETIMIENTO Y ESCLAVITUD. Cinco siglos y casi tres décadas, han transcurrido desde la asombrosa proeza de Colon, considerada uno de los acontecimientos más importantes y transcendentes de la humanidad. El mayor, quizás, según la opinión calificada del filósofo y economista escocés Adam Smith 69, vertida en 1776, con posterioridad compartida por pensadores de la magnitud de Carlos Marx y Federico Engels: El descubrimiento de América y del paso a las Indias Orientales por el Cabo de Buena Esperanza, son los sucesos más grandes e importantes que se registran en la historia de la Humanidad. Aislada por milenios del contexto del Viejo Mundo, América Latina fue incorporada al sistema político económico mundial en forma violenta, económicamente explotada, social y culturalmente excluida e ignorada. Condiciones que signaron su dependencia aún pendiente de revertir. En el relato apologético de las bondades derramadas por España el historiador de la conquista de Méjico, Francisco López de Gomara 56, en su Historia General de las Indias, en tono de admiración, refiere: La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crió fue el descubri-
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miento de las Indias; y así las llaman Mundo Nuevo y no tanto le dicen nuevo por ser nuevamente hallado, cuanto por ser grandísimo, y casi tan grande como el viejo, que contiene a Europa, África y Asia. También se puede llamar nuevo por todas sus cosas diferentísimas de las del nuestro.
Solo a manera de ejemplo conviene recordar la enorme riqueza transferida por las colonias españolas y portuguesas que según estudios incuestionables, en los primeros ciento cincuenta años que sucedieron al descubrimiento, alcanzó las 17 mil toneladas de plata y las 200 toneladas de oro 32. Voraz enajenación predatoria de sus prolíficas entrañas, que le permitieron al Imperio español la continuidad de las guerras europeas, el sostén de su ejército imperial y el mantenimiento de su poder hegemónico continental. Confirmando la magnitud de los bienes transferidos, Garcilaso de la Vega en La Historia General del Perú relata: Para confirmación de esta grandeza y lo que el Perú ha enriquecido a todo el mundo se me ofrece un dicho que el reverendísimo Don Paulo de Laguna, que fue Presidente del Consejo de la Real Hacienda de su Majestad y después Presidente del Consejo de Indias, hablando un día de los de este año de mil seiscientos cuatro de las riquezas del Perú, delante de su provisor y de su confesor (…) dijo: - De solo un cerro de los del Perú, han traído a España hasta el año de mil seiscientos dos, doscientos millones de pesos plata registrados, y se tiene por cierto que los que han venido por registrados son más de otros cien millones; y en solo una armada de las de mi tiempo, trajeron del Perú veinticinco millones de pesos de plata y de oro (…) yo lo digo porque son verdades y las sé bien; y más os digo que todos los Reyes de España, desde el Rey Don Pelayo acá, todos ellos juntos no han tenido tanta moneda, como solo el Rey Don Felipe Segundo. La incorporación de América al mundo global de la época y la consecuente catástrofe demográfica, económica y social que sobrevino, arrebataron las culturas de sus pueblos, mientras sus
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riquezas fueron ávidamente confiscadas. El historiador de la medicina en el Río de la Plata, Eliseo Cantón 11, en una exaltación de hispano fervor en la que denota ausencia de crítica objetiva y de imparcialidad, refiere: (…) que de aquel gran centro de progreso europeo –España - nos vino todo: colonización, comercio, ciencias y artes en la medida que lo fueron permitiendo los recursos y adelantos de la madre patria. Al hacer esta afirmación el Dr. Cantón seguramente ha obviado considerar las condiciones de vida misérrimas que imperaban en la Europa asolada por las guerras y el hambre, especialmente en España. Felipe Pigna 75, ayuda a esclarecer al respecto al dar cuenta que en el Viejo Mundo en 1492 la gente vivía en la miseria. Las condiciones de higiene en las ciudades eran calamitosas, de allí las pestilencias que diezmaban aldeas y pueblos. El promedio de vida era de 35 años, y uno de cada cuatro niños moría antes de cumplir el año. Lo cierto fue que el encuentro entre ambas culturas produjo un impacto brutal, de consecuencias devastadoras para los pueblos conquistados. Civilizaciones milenarias fueron arrasadas con sus ciudades y aldeas. La identidad, costumbres, religión e idiosincrasia, y todo otro valor cultural cayeron pisoteados por la explotación y la codicia del yugo peninsular que impusieron los europeos. David Adamson 1, en su obra El Mundo Maya, refiere la expresión común de los jefes colonizadores: “vinimos aquí para servir a Dios y al Rey, y para enriquecernos”. Y cita el testimonio de Bernal Díaz del Castillo, conquistador, cronista y encomendero en México: Vinieron de Castilla y de las islas muchos españoles pobres y codiciosos, que tenían un hambre canina de riquezas y esclavos (…) Harto demostrativo de estas afirmaciones resulta la lectura de los primeros párrafos de la Capitulación suscrita entre el Rey
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Carlos I y el expedicionario Juan Sebastián Caboto, que diera origen a la frustrada expedición de las Islas Molucas, transcriptos por Cantón 11. Habiendo Caboto ofrecido al Rey y a la Reina ir con tres navíos por el estrecho de Magallanes en demanda de las Islas Molucas… para hacer rescates, y cargar los navíos con el oro, plata, piedras preciosas, perlas, drogas, especierías, seda, brocados u otras de valor, se convino, etc (…) Los designios esclavistas que impulsaron el sometimiento a la Corona se encuentran reflejados en el instrumento jurídico del Requerimiento creado por las Leyes de Burgos, en diciembre de 1512, para exigir a los indios la sumisión a los Reyes, a los conquistadores y a la Iglesia católica. El Requerimiento fue un edicto o proclama disciplinante, que comenzaba por explicar que Dios había creado el cielo, la tierra y los seres humanos, a partir de Adán y Eva. Que siendo los hombres parte de su rebaño había designado a San Pedro como su sucesor, para que todos lo obedecieran, como ocurrió con los Papas que le sucedieron y que, a través de quien lo representaba en ese tiempo, había donado a sus Majestades las islas y tierras firmes descubiertas. Por lo tanto debían reconocer a la Iglesia por superiora del mundo y al Papa en su nombre, y al Rey y a la Reina como superiores y reyes de esas tierras. Leída la proclama en idioma nativo, en presencia de un escribano, se informaba a los indios que a partir de ese instante eran siervos de España y debían mantener fidelidad al Rey, obedeciendo las leyes y acatando su voluntad. Además, debían aceptar la religión católica, accediendo a ser bautizados. Por someterse a tales imposiciones no serían molestados pero en caso contrario 69, despojado de toda sutileza, el documento advertía amenazante: Pero si no hacéis esto o tratáis de demorar maliciosamente; os advertimos que, con la ayuda de Dios, entraremos contra vosotros en la tierra apelando a la fuerza y haremos la guerra en todos los sitios y por todos los medios que poda-
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mos usar, y después os someteremos al yugo de la autoridad de la Iglesia y sus Altezas. Os tomaremos, así a vuestras esposas y a vuestros hijos, y los haremos esclavos, y como tales os venderemos, y a ellos también y dispondremos de todos vosotros según lo ordenan sus Altezas. Y tomaremos vuestra propiedad y os haremos todo el mal y el daño que podamos, como se hace a los vasallos que no obedecen a su señor o que no desean aceptarlo o que resisten y lo desafían. Y decimos que las muertes o el daño que así sufráis, son vuestra propia culpa, y no la de sus Altezas, ni la nuestra, ni la de los caballeros que vienen con nosotros. Y de cómo lo decimos y requerimos pedimos al presente escribano que nos lo dé por testimonio signado y a los presentes rogamos que de ello sean testigos.
Como es de imaginar el Requerimiento fue una propuesta incomprensible e inaceptable para el indio, que por resistirse y oponerse dio lugar a la reacción represiva de los invasores. La rebeldía indiana ante la injusticia justificó y legitimó la violencia e inicio de la guerra que fue llamada, hipócritamente, la guerra justa. En vísperas de los asaltos a las aldeas se leía el Requerimiento de obediencia, mientras se intimaba en caso contrario que el feudo fuera abandonado. Frente a los abusos cometidos por los colonos encomenderos y en rechazo a las condiciones laborales de esclavitud impuestas, se levantaron críticas y se crearon movimientos contestatarios que llegaron a cuestionar la colonización y la propia legitimidad de la conquista. El principal abanderado de esa causa fue el ex colono español, Bartolomé de las Casas, que luego de tomar los hábitos dominicos se convirtió en tenaz defensor de los derechos indianos. En su alegato a favor de los indios 21, el fraile denunciaba: La causa por qué han muerto y destruido tantas y tales e tan infinito número de ánimas los cristianos ha sido por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días e subir a estados muy altos e sin proporción
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de sus personas; conviene a saber, por la insaciable codicia e ambición que han tenido, que ha sido mayor que en el mundo ser pudo por ser aquellas tierras tan felices e tan ricas e las gentes tan humildes tan pacientes e tan fáciles a subjectarlas. Esta es una muy notoria e averiguada verdad que todos, aunque sean los tiranos e matadores, lo saben e la confiesan: que nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por venidos del cielo, hasta que, primero, muchas veces hobieron recebido ellos o sus vecinos muchos males, robos, muertes, violencias e vejaciones dellos mesmos.
No solo al fraile citado le cupo una actuación contestataria para la cruda realidad política y social de las colonias, Pigna 75 transcribe parte de la homilía de adviento pronunciada en el año 1511, en la iglesia de Santo Domingo, por Fray Antonio de Montesinos en amonestación de los colonos encomenderos: Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y la tiranía que usáis con estas inocentes gentes, Decid ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? (...) ¿Estos no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto que, en el estado que estáis, no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo. Con motivo de las quejas llegadas a España y tratando de
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evitar los excesos denunciados fueron dictadas en Barcelona las Leyes Nuevas de 1542, destinadas a garantizar la libertad de los indios, prohibiendo su esclavitud en todo concepto y aboliendo la Encomienda hereditaria: Los indios son libres. En consecuencia nadie que ejerza autoridad sea osado de cautivar indios naturales de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, así en tiempo y ocasión de paz como de guerra. Los indios e indias tengan entera libertad para casarse con quien quisieran, así con indios como con españoles, y no se les ponga impedimento. Los indios pueden libremente comerciar con sus frutos y mantenimiento, así con los españoles, como con otros indios. Ordenamos y mandamos que sean castigados con mayor rigor los españoles que injuriaren u ofendieren o maltrataren a indios, que si los mismos delitos se cometieren contra españoles. Desde el Virrey hacia abajo, oficiales y funcionarios reales perdían el derecho a la encomienda de indios, lo mismo que la Iglesia, los hospitales o cualquiera otra institución colonial. La resistencia a esas justas leyes no se hizo esperar y al ser impuestas fueron violentamente rechazadas Blasco Núñez Vela, Capitán General de la Armada de las Indias, nombrado Virrey del flamante Virreinato del Perú con la misión de hacer cumplir las Leyes Nuevas, al pretender llevar a cabo su empresa fue depuesto por la Real Audiencia de Lima y, derrotado por el ejército insurgente en la batalla de Iñaquito, terminó siendo decapitado. En Nueva España el enviado por la Corona en carácter de visitador para controlar su cumplimiento, Francisco Tello de Sandoval, suspendió la aplicación de las Leyes a solicitud de las órdenes religiosas y del Ayuntamiento de la ciudad de México. Fue tal la presión ejercida por los encomenderos hispanoamericanos en contra de la lucha librada por Bartolomé de las Casas que finalmente, apenas transcurridos tres años de su pro-
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mulgación, la nueva legislación fue parcialmente derogada. El historiador H. Kamen, en su obra titulada Imperio, acusa en forma lapidaria: La crueldad que los españoles emplearon es incontrovertible. Fue despiadada y brutal, y el régimen colonial jamás llegó a tenerla bajo control. Los españoles, por supuesto, no tenían interés alguno en destruir a los nativos; hacerlo, evidentemente, habría socavado su institución básica, la encomienda. Bartolomé de Las Casas renunció a todas sus encomiendas y llegó a ser Obispo de Chiapas en Yucatán. Su testimonio histórico más transcendente en defensa de los indios fue plasmado en 1552 con el título del opúsculo de su autoría: Brevísima relación de la destrucción de las Indias 21, destinado al Rey Felipe II, en cuyo prólogo suplica: (…) suplico a Vuestra Alteza lo reciba y lea con la clemencia e real benignidad que suelen las obras de sus criados y servidores que puramente, por solo el bien público e prosperidad del estado real, servir desean. Horrorizan las crueldades que el clérigo relata, cometidas en la isla Española en tiempo de los gobernadores Bobadilla y Ovando 22: Entraban en los pueblos, ni dejaban niños y viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban y hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas. Eduardo Galeano, en su contundente alegato Las Venas Abiertas de América Latina 32, asegura que muchos indígenas dominicanos se auto inmolaron ante el destino que les aguardaba bajo el dominio hispánico, citando en su afirmación al cronista oficial de
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la conquista de Méjico: Frente al destino impuesto por sus opresores mataban a sus hijos y se suicidaban en masa. El cronista oficial Fernández de Oviedo interpretaba así, a mediados del siglo XVI, el holocausto de los antillanos: - muchos de ellos por su pasatiempo se mataron con ponzoña para no trabajar y otros se ahorcaron por sus manos propias. 2. MEDICINA DE DOS MUNDOS. DIFERENCIAS Y APROXIMACIONES. En este escenario de invasión colonialista, esclavitud, sumisión y desprecio por la dignidad humana, ¿Qué podría haberse esperado del estado de salubridad en el mundo conquistado? Es difícil la respuesta ecuánime. Son innegables los esfuerzos realizados por España en educación, evangelización, comercio, universidades, hospitales, reducciones jesuíticas y otras instituciones. Pero durante la dominación colonial, extendida a lo largo de tres centurias, la salud pública fue una enorme asignatura pendiente con resultados lamentables. Haggard 38, presenta una visión idílica del choque entre las dos culturas en el campo de la salud y de la medicina, afirmando que: (…) los conocimientos médicos que habíanse acumulado al paso de 5000 años o más de progreso, volvieron a enfrentarse con las mismas fuentes de donde brotaron. El autor nombrado minimiza el impacto brutal producido en el encuentro, que desarticuló el mundo indígena con consecuencias sanitarias y demográficas devastadoras. La diferencia fundamental entre ambos mundos en el ejercicio de la medicina, no lo fue tanto en materia de conocimientos científicos y prácticas médicas, como en el plano organizativo e institucional del arte de curar.
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Es cierto que la medicina europea desde el año 400 a. C. comenzó en Occidente a escindirse de la religión, la filosofía y otras formas del conocimiento humano, para adquirir la magnitud de una actividad científica técnica, estructurada y sistematizada con método propio, para transformarse en una profesión socialmente jerarquizada. En cambio en América prehispánica la medicina aborigen siguió ligada a la concepción mágica de la enfermedad, a la superstición, la adivinación y el encantamiento, de la misma manera que había ocurrido con el saber médico de la prehistoria o del comienzo de la Edad Antigua en Asia y Europa, entre los años 5000 a 3000 a. C. Por ello la medicina aborigen, de carácter mágico empírico, que los españoles hallaron se encontraba sumida en las sombras de la prehistórica manera de entender la enfermedad, coincidente con la que se había practicado en la época del arte de curar anterior a Hipócrates 17. Por el contrario la medicina europea, sin desvincularse totalmente del pasado por influencia de algunas teorías sobre la enfermedad que persistían atávicas, había adquirido a fines del siglo XV la jerarquía de una ciencia, con método y doctrina propios, apartándose con claridad de la filosofía, de la metafísica, de la astronomía, de la matemática y de otras disciplinas del saber humano con las que fuertemente se había vinculado en su inicio. El capítulo VI ha profundizado sobre el avance de la medicina hispánica en el contexto europeo de los siglos XVI y XVII coincidiendo con la conquista y la colonización de América y analizado la influencia negativa del cristianismo, las erróneas doctrinas hipocráticas y galénicas que se aplicaron, sin revisión, y las graves pestilencias que causaron el descreimiento de la gente en la medicina medieval; también fueron mencionados los esquemas terapéuticos y las prácticas quirúrgicas empleadas. De la comparación entre ambas medicinas tiene el lector la posibilidad de extraer sus propias conclusiones. Pero no podrá soslayar el hecho -comprobable en la práctica- que el ejercicio del
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arte de curar fue tan empírico en Europa como en América, y tan sujeto a interpretaciones místicas, a la influencia de la religión y de la astrología en uno como en otro continente. La cirugía que se practicó en América, por el contrario, fue superior a la europea, al menos hasta el advenimiento de los principios básicos fundados en Francia por Ambrosio Paré. El testimonio escrito de Hernán Cortés solicitando al Rey que no envíe facultativos al Nuevo Mundo, porque con los curanderos nativos era suficiente, exime de mayores consideraciones a la vez que no deja bien parada la capacidad y reputación de los médicos cirujanos peninsulares de la época. En cuanto a terapéutica se refiere, el empirismo médico logrado por los aborígenes, volcado al conocimiento de la flora medicinal exuberante de América fue sin duda, en algunas civilizaciones avanzadas, de superior nivel para el período que el alcanzado por la medicina europea. Las notables diferencias de concebir y ejercitar el arte de curar: ¿Cómo influyeron al ser aplicadas en América? ¿Fueron los procedimientos curativos traídos por los europeos, sus medicinas y formas de curar superiores a las del arte médico indiano? ¿Qué resultados se obtuvo de la lucha contra las enfermedades epidémicas? ¿Cuáles fueron los mayores aportes de la medicina europea? Todo el análisis comparativo efectuado permite afirmar que el aporte no fue tan valioso y por el contrario la medicina de los aborígenes, fruto de la intuición y de la observación empírica, fue superior en algunos aspectos a la importada por los españoles. Excepción hecha por la labor médica efectuada por los sacerdotes jesuitas. Pero necesario es agregar que estos beneméritos médicos y enfermeros adoptaron en sus curas muchas recetas del herbario indiano que descubrieron 17. 3. EL HERBARIO INDIANO. El arte de los médicos curanderos de las grandes civilizaciones
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azteca e incaica en el uso de la botánica médica superó a la experiencia que traían sus colegas europeos, que quedaron admirados por el conocimiento que de ellas hacían y por la eficacia que obtenían en los resultados. El descubrimiento del uso medicinal que los indios tenían de las hierbas y plantas autóctonas, desconocidas por los europeos, fue un aporte fundamental a la farmacopea mundial atrasada y elementalmente vinculada a los fundamentos milenarios de la botánica médica, concebidos en los remotos tiempos de Plinio y de Dioscórides. Solo ese aporte a la humanidad hubiera sido suficiente para inscribir el nuevo continente en el concierto universal de la época. Cantón11 , señala: Todo un nuevo mundo abría de par en par sus puertas para que entrasen los naturalistas a investigar los infinitos tesoros encerrados en su flora lujuriosa y variada (…) y los sabios españoles, justo es decirlo, fueron los primeros en aceptar la invitación soberbia con que América les ofrendaba. Las nuevas plantas curativas, en España y Portugal, enriquecieron el contenido de los herbarios. Tanto es así que en 1565 el médico y botánico Nicolás Monardes redactó el primer informe documentado de las plantas medicinales de América que fue editado en Sevilla y traducido a varios idiomas. Además, la introducción de las nuevas especies coincidió con el auge de la creación en Europa de los grandes jardines botánicos, como el de Padua en 1545 o el de Bolonia y Montpellier que le sucedieron. En el capítulo V ha sido relatada la misión que Felipe II impuso a su médico de cámara, Francisco Hernández, de estudiar las especies botánicas con propiedades medicinales para ser comercializadas en Europa. El médico, llegó a Méjico en 1570 y regresó a España después de siete años de arduo trabajo habiendo examinado y clasificado, con la ayuda de herbolarios indígenas, más de 14000 especies de plantas autóctonas a las que se les atribuía algún tipo de propiedad curativa.
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Es necesario puntualizar que la actividad farmacéutica había comenzado a separarse de la medicina y a independizarse. Y como dato de valor la primera farmacia pública se había instalado en Praga en el año 1360, con la particularidad que el boticario debía preparar sus recetas a partir de formulaciones escritas en latín, lo que dejaba en claro la noción de independencia entre el médico y el boticario 62. Además de su aporte como materia médica, el herbario indiano constituyó para la Corona española una fuente importantísima de ingreso económico por el tráfico comercial redituable que generó. Al respecto cabe mencionar algunas de las especies que despertaron mayor interés: quina, tabaco, guayaco, zarzaparrilla, coca, chamico, cacao, yerba mate, paico, jalapa, bálsamo de tolú y del Perú, ratania, podófilo y peyote 12. Respecto de la coca, planta de la que se extrae la cocaína, se atribuye a Sigmud Freud haber descubierto sus efectos analgésicos. Pero fue el médico vienés Carl Koller quien la aplicó por primera vez en oftalmología en 1884 demostrando sus propiedades anestésicas. En cuanto al uso que los aborígenes hicieron de esta planta, comenta Garcilaso 34 que: (…) gran parte de los ingresos de los obispos y de los cánones de las catedrales de Cuzco lo constituye el diezmo aplicado a las hojas de coca. Los españoles se enriquecieron con ella, comerciando, vendiendo y revendiéndola en los mercados a los indios. Fácil resulta explicar por qué los españoles respetaron la costumbre popular del uso de la coca. Pardal 73, le asigna los siguientes motivos: a) porque constituyó una forma de enriquecimiento comercial, b) porque obtuvieron de los indios mayor rendimiento laboral, lo cual les permitió extender la jornada de trabajo a límites extenuantes; por eso, en tiempos de la Mita, la coca alcanzó su mayor cotización en el imperio argéntico del Potosí. Además,
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el autor nombrado cita a Garcilaso quien refiere que en el año 1548 los mineros peruanos habían recibido en concepto de salarios 10000 cestas de coca valuadas en 50000 piastras. En Europa las drogas medicinales más famosas aportadas por el Nuevo Mundo fueron sin duda la corteza de chinchona, (quina), empleada en el paludismo; la ipeca, (ipecacuana), usada como vomitivo, purgante y antiparasitario en la amebiasis; el guayaco o guayacán (palo santo), usado en la sífilis. Menor utilización tuvieron la jalapa, usada como purgante, y los bálsamos de tolú y del Perú, empleados en la curación de las heridas y ulceraciones. De la planta resinosa que los aztecas llamaron huitziloxitl los indios obtuvieron una oleorresina balsámica, de color negro, que los españoles llamaron bálsamo de la Nueva España o bálsamo de Guatemala. Su uso fue introducido en Europa en 1524 y estudiado por Monardes, en Sevilla, quien lo difundió como tratamiento de elección para la curación de las heridas, habiendo recibido luego el nombre de bálsamo del Perú. Lartigué 51 afirma que fue tal el éxito comercial de su venta, que llegó a cotizar más de 100 ducados la onza. El cacaoquahutil, nombre que los aborígenes dieron al Cacao merece una consideración especial, porque su semilla fue utilizada como moneda de pago y trueque entre los aztecas que la consideraron de mayor importancia que el oro codiciado por los españoles. Con las semillas de cacao pagaban sus impuestos, además de preparar el chocolatl que bebían por sus propiedades energizantes, debido a su contenido abundante en teobromina y cafeína. Fue el sabio botánico Carlos Linneo quién lo designó con el nombre de teobromina que significa alimento de los dioses. Ha sido mencionado el valor adquirido por el guayaco. Muy solicitado en Europa para el tratamiento de la sífilis llegó a comercializarse a razón de 11 escudos de oro por libra 51. También fue señalado como curativo de la hidropesía, el asma, la gota y los humores fríos, según receta de Monardes. El Padre Montenegro lo usó para el tratamiento de la tuberculosis pulmonar 35.
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Las hojas del tabaco, en cambio, fueron aplicadas para el tratamiento de úlceras y tumores, también en forma de rapé fueron usadas en el asma y la jaqueca45-46), mientras la zarzaparrilla y el sasafrás fueron recomendados, por Andrea Vesalio, para la sífilis. El uso del tabaco, planta originaria de las Antillas, en cocimiento, fue usado por los indígenas para combatir la retención de orina y, además, en fumigaciones para el dolor de cabeza. Jean Nicot el embajador francés en Portugal lo introdujo en Europa, de donde derivó el nombre de su principal alcaloide, la nicotina 87. Con al advenimiento del tiempo de la razón, en el llamado siglo de las luces, hacia mediados del siglo XVIII, irrumpió la química moderna juntamente con el descubrimiento de la naturaleza de los elementos, para impulsar el progreso científico de la farmacología y permitir el empleo racional de los medicamentos, eliminando de los recetarios las preparaciones inútiles, arcaicas y dar fin al uso abusivo de los remedios medievales y renacentistas de dudosa eficacia 63. A partir de este hito universal, con la esperanza de descubrir nuevas medicinas, se organizaron y financiaron expediciones científicas con destino a América; como la subvencionada por la Compañía de Boticarios de Inglaterra, sucursal de la Sociedad de Boticarios de Londres, en la colonización de Georgia. A su vez, en las nuevas colonias de Norteamérica fueron creados los primeros jardines botánicos en Filadelfia en 1715. La era de la Ilustración 63, trajo una gran influencia en el campo de las ciencias naturales en las colonias españolas, haciendo que muchas medicinas indígenas que se habían impuesto por su eficacia terapéutica volvieran a su lugar de origen, estudiadas en sus propiedades y debidamente validadas por la farmacopea oficial. Magníficos ejemplos fueron el de la quina, el guayaco y el bálsamo del Perú. La importancia que la Corona 63 le asignó a la cuestión de la elaboración, comercialización y expendio de medicamentos puede apreciarse en el nombramiento, en el Virreinato de Nueva Gra-
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nada, del Dr. Manuel Ignacio Flores de Carballo como visitador de boticas en 1778. 4. LAS PRÁCTICAS MÉDICAS. No hubo muchas diferencias entre las dos medicinas en materia de prácticas del arte de curar. Así, mientras los indios consideraron las enfermedades producto de maleficios o inducidas por un espíritu perverso y misterioso; de la misma manera los europeos concibieron la lepra como mal o castigo divino, adquirida por llevar una vida licenciosa y apartada de la fe cristiana, o contagiada por la ingestión de vino corrompido o por la ingesta de carne de cerdo en mal estado 33. La humanidad debió esperar hasta el año 1873 a que Armauer Hansen identificara al bacilo que la produce, confirmando que es una enfermedad infectocontagiosa trasmitida de persona a persona. Cargada de misticismo religioso la medicina de la Edad Media consagró figuras legendarias como la de San Cosme y San Damián, patronos de médicos y boticarios que fueron venerados al atribuirles curaciones milagrosas. Basta señalar que en Francia, en honor a su culto, se creó en 1255 la primera cofradía de cirujanos civiles: La Confrèrie de Saint Comé et Saint Damien 46 invocando la protección de sus patronos, institución sobre la que posteriormente se fundó la afamada Academie Royale de Chirurgie en París, en 1731. Dios curaba o enviaba la enfermedad, de la misma manera que hacían los dioses profanos de América. En la medicina del medioevo no solo era necesario que el avance de los conocimientos hiciera posible el tratamiento de la enfermedad, sino también que esos conocimientos debían ser adaptados a las exigencias de la Iglesia católica. El Director de la Biblioteca Médica de la Universidad de Texas, Emil Frey 29, afirma que la medicina se encontró subordinada a la religión y el médico para ejercitar su oficio tuvo que ser versado en religión y poseer la fe curativa en la providencia
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que por obra de Dios le había sido otorgada como don. En la imaginación popular influida por la misma teoría sobrenatural con la que los indios concibieron el origen de las enfermedades, practicando una medicina saturada de magia y superstición, los santos protectores de Europa se relacionaron con alguna determinada dolencia. De la misma manera que en las culturas de los pueblos mayas y aztecas, frente a la enfermedad, los europeos tuvieron sus dioses protectores. Santa Lucía y San Agustín fueron invocados como sanadores de las afecciones oculares; a Santa Apolonia recurrían los que sufrían de dolor de muelas; San Roque protegía de la peste; San Antonio Ermitaño daba cobertura a los enfermos de la muerte negra o fuego de San Antonio, (ergotismo), enfermedad producida por la intoxicación del cornezuelo de centeno. También San Sebastián protegía de las pestilencias y de las plagas; Santa Ágata del fuego y las enfermedades de la mama; y el médico del Emperador Galerio Máximo, San Pantaleón, por haberse convertido al cristianismo, era el santo patrono de los galenos; San Valentín ejercía el patronazgo de los epilépticos, considerados poseídos por una fuerza satánica15-29. Si bien la vinculación de la peste bubónica con las ratas había comenzado a llamar la atención, se admitía que la enfermedad se trasmitía por el aire o por la materia descompuesta. Los famosos miasmas, similares al kaikar, las emanaciones de las tumbas de los incas que trasmitían las enfermedades. En Europa, además, fueron imputados los judíos por haber contaminado el aire y las aguas, causando las epidemias de peste negra. La palabra malaria, acuñada por el catedrático de Bolonia Francesco Torti, proviene de mal-aira (mal de aire), término con el que fueron designadas, a partir de 1712, las fiebres palúdicas 46, propagándose con éxito el uso de la quina para su curación, tal como los españoles habían aprendido de las culturas del Tahuantinsuyo en América. Durante cientos de años, a partir de los druidas, se extendió por Europa el culto a la planta sagrada del muérdago, reconocién-
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dole importantes propiedades terapéuticas para ser utilizada en el tratamiento de la epilepsia y como elixir de la salud 46. En Francia y Suecia fue además usada contra la Peste. Con la misma devoción que los Druidas, los Tupi Guaraní veneraron la yerba mate asignándole beneficios curativos y estimulantes. Mientras los médicos brujos de América recurrían en sus curaciones a la materia médica animal prescribiendo sangre de cóndor, placenta de llama, carne de vicuña o de zorrino, pelos de avestruz, pieles de serpientes, entre otras preparaciones repugnantes; en el Bestiario de Conrado de Memgerberg titulado: Libro de la Naturaleza, editado en Europa entre los siglos XIV y XV 42, se hace mención a la muerte del unicornio, animal legendario y casi sagrado, cuyo cuerno se consideraba panacea para la cura de todos los males, además de antídoto y elixir del amor. Aún en el siglo XVII, Robert Boyle, considerado un eminente químico en su época, por haber refutado la teoría sagrada de Aristóteles de los cuatro elementos fundando las bases de la química moderna 46, en su obra: A Collection of Choice Remedies recomendaba como medicación seleccionada asquerosos preparados conteniendo gusanos, orina humana, y musgo de osamentas; además de recetar el llamado albun graecum, parte blanca de los excrementos del perro para el tratamiento de la disentería. A la vez que Lémery elogiaba las cualidades de un ungüento de gato hervido con lombrices; y un médico de apellido Mattioli, que se había enriquecido con el guayaco, difundía la receta de un afamado aceite de escorpiones. Sin exceptuar el polvo de momia egipcia del que hemos hecho mención en el Capítulo VII. También se ha mencionado el uso de materia médica mineral en América, (arcilla, azufre, arsénico, cobre, metales preciosos). En igual sentido estas materias fueron usadas en Europa. El historiador de la medicina, de origen itálico, Adalberto Pazzini 46, menciona que: (…) toda sustancia de color rojo, en especial el coral o la amatista, se usaba para cohibir las hemorragias y entre ellas
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la hematemesis. El hierro era útil contra las enfermedades de la vía biliar y eran de gran aceptación las recetas con polvos de gemas.
En tanto en América, según relato del fraile Bernardino de Sahagún 12, los nativos de Méjico trataban la epistaxis con el uso de: (…) piedras rojas para restañar la sangre que sale de sus narices, tomándola en la mano y teniéndola un rato apuñada, cesaba de salir la sangre y curaban de esa enfermedad. Durante la alta Edad Media la obra de ciencias naturales de Hildegarda de Bingen, abadesa del monasterio benedictino de Rupertsberg, titulada Physica y Causae et Curae, considerada paradigma de la medicina monástica 45, aconsejaba el uso terapéutico de hierbas medicinales y también el empleo de metales y piedras preciosas. Entre las que figuraban los diamantes, considerados curativos contra las picaduras de arañas y mordeduras de serpientes, además de beneficiosos contra el sonambulismo y la Epilepsia. Hildegarda, practicó la medicina mágica religiosa de la misma forma que los médicos sacerdotes o chamanes americanos, curando por sugestión, hipnosis, superstición y fe religiosa. Al igual que los paye tupi guaraníes, o que los machi araucanos o los ichuri incaicos, que en la parodia curativa usaron amuletos, sobaron, bailaron y gritaron para ahuyentar la enfermedad, algunos soberanos de Europa, venerados como santos, tuvieron poderes curativos que trasmitían a sus súbditos enfermos con solo tocarlos. Tal ocurrió en la llamada escrofulosis enfermedad producida por la tuberculosis de los ganglios cervicales, conocida también como enfermedad real. Tanto en Inglaterra como en Francia, los reyes santulones practicaron el ritual de imponer sus manos sobre los enfermos induciendo a su curación. A partir del siglo XII se popularizó en Europa el uso de la piedra bezoar como amuleto curativo y medicamento. Era una piedra calcárea, (cálculo de calcio), formado en el estómago de algunos rumiantes, como el carnero, que se consideraba un reme-
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dio milagroso y era usado como amuleto o administrado en forma pulverulenta mezclado con vino en las intoxicaciones 45. Exactamente con la misma intención terapéutica lo usaron en América algunos pueblos, entre los que figuran los Comechingones, que lo extraían del intestino de la vicuña para emplearlo como antídoto, en casos de envenenamiento. La sangría fue, junto con el examen de la orina, el procedimiento diagnóstico más empleado por la medicina de la Edad Media lo mismo que en América. El historiador Garcilaso de la Vega, en su obra: Comentarios Reales de los Incas 34, testimonia: (…) se sangraban de brazos y piernas, sin saber las sangrías ni la disposición de las venas para tal o tal enfermedad, sino que abrían la que estaba más cerca del dolor que padecían (…) La lanceta era una punta de pedernal que ponían en un palillo hendido, y lo ataban porque no se cayese, y aquella punta ponían sobre la vena y encima le daban un papirote, y así abrían la vena con menos dolor que con las lancetas comunes. Entre los aztecas, el médico sangrador llamado tezoc tezoani, estaba jerarquizado entre sus pares y era muy respetado dentro de la sociedad. Por el contrario su émulo europeo, el barbero, era un cirujano no diplomado profano en latín, llamado de toga corta, por ser considerado de inferior jerarquía que los físicos diplomados. De la misma manera que la medicina astrológica de los incas o la practicada por aztecas y mayas, la medicina escolástica de la alta Edad Media europea se encontraba influenciada por los conocimientos astronómicos y por el movimiento de los astros. Arnau de Vilanova, profesor en Montpellier, en su obra Parábolas de la Medicina 45, describiendo la técnica y las indicaciones de la sangría, aconsejaba: Principios sobre la elección de la fase lunar para la sangría (…) Ya que por su fuerza especial la Luna puede dilatar las sustancias acuosas y disponer la multiplicación, un flujo enfermo será tanto mayor cuanto más intensamente irradie
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la Luna. Ya que la Luna es el principio activo del temperamento frío y húmedo, en ninguna fase de su cambio se puede mencionar el efecto específico hacia calor y sequedad… En el tercer cuarto de la fase lunar se practica la sangría, ya que los líquidos reumáticos se multiplican menos o fluyen en menor grado.
Las prácticas quirúrgicas de América fueron menos mortificantes y más benignas que las utilizadas en Europa, y se asemejaron a las impulsadas por Ambrosio Paré como alternativa del tratamiento general de las heridas, a partir del siglo XVI. Así, mientras en los campos de guerra europeos las heridas fueron curadas con aceite de saúco hirviendo y las hemorragias cohibidas con el empleo del cauterio 55, los cirujanos aborígenes lavaban las heridas con claras de huevos y savias lechosas usando bálsamos como el de Perú, y emplastos y lavajes con corteza de molle, en caso de infecciones. En tanto las hemorragias eran tratadas con masticatorios de hierbas, para ser luego cubiertas con vendas de lienzo y plumones de aves como si fueran apósitos. De la misma manera en Francia, Paré, condenaba el uso del aceite hirviendo aconsejando para el tratamiento de las heridas el empleo de emolientes a base de yema de huevos, aceite de rosa y trementina. Estas similitudes entre las prácticas médicas importadas y las vernáculas confirman que a pesar de la diferencia milenaria en la evolución y el desarrollo científico técnico que la medicina europea llevaba, persistían aún en ella los resabios del pensamiento médico mágico, del encantamiento, la superstición y el contenido místico religioso del arte de curar, factores que a la vez nutrían la base de sostenimiento de la medicina aborigen de América 17. En efecto, la frontera imprecisa entre magia y medicina fue un hecho normal en el Viejo Mundo 17, porque en su práctica se mezclaron la adivinación, el uso de amuletos y fetiches, la invocación mística y la brujería, junto a la botánica médica y a la medicina herbaria, empírica y popular.
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5. GUERRAS GENOCIDAS Y EPIDEMIAS. Excede el propósito del presente libro analizar las campañas militares de la conquista, en el choque ocurrido entre las dos culturas. Pero considero necesario hacer una somera referencia argumental en la conclusión final. Porque fue en la esfera militar y en la sanitaria donde el encuentro resultó más violento. Y la guerra, desatada por la invasión y la ocupación territorial, encontró en las grandes epidemias importadas un valioso e involuntario aliado en favor de los invasores que terminó asegurando el triunfo de los españoles. Así las graves enfermedades pestilenciales milenarias de Europa fueron introducidas por las huestes conquistadoras, sembrando a su paso la muerte y la despoblación. Al respecto, afirma Pigna 75: (…) que la diferente concepción de la guerra, el uso de las armas de fuego y la trasmisión de enfermedades epidémicas, contra las cuales los indios carecían de defensas, determinaron que la victoria fuera para los invasores que impusieron su cultura, su religión y su forma de trabajo basada en la explotación. Deben sumarse, además, los efectos de la hambruna, la desnutrición y la miseria, producidos por el abandono de la agricultura ya que en los primeros tiempos todo el esfuerzo laboral fue destinado a la búsqueda, y la extracción del oro y de la plata. Para tener idea de la magnitud de la catástrofe, que algunos investigadores han catalogado impropiamente como genocidio, de acuerdo a las estimaciones etnográficas solo en la Isla La Española (antes Bohio, Baneque o Bareque; hoy asiento de las Repúblicas Dominicana y de Haití), en 1492, habitaban alrededor de 300000 indígenas, cuatro años después ya habían muerto más de 100000, y en 1514 el censo realizado por Rodrigo de Albuquerque daba cuenta de una población indígena de alrededor de 26300. Finalmente Fernández de Oviedo, citado por Pigna 75, cincuenta años después del descubrimiento en 1548, ratificaba:
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(…) de tres veces cien mil y más personas que había en aquella sola isla no hay ahora quinientos. Unos murieron de hambre, otros de trabajo y muchos de viruelas.
El masivo despoblamiento ocasionó un aberrante y lucrativo tráfico de negros esclavos traídos por los portugueses, desde África a Brasil, para ser distribuidos en las colonias americanas. Con posterioridad el comercio de esclavos fue monopolizado por la británica South Sea Company, quebrando la hegemonía portuguesa para consolidar el progreso de la marina mercante de las principales naciones europeas y elevar el sistema mercantil mundial a un grado de apogeo que de otro modo hubiese sido imposible de lograr, según comentario de A. Smith citado por Galeano 32. Comercio altamente redituable que además de legalizar la esclavitud, como fatídico presente griego, terminó esparciendo el temible flagelo de la Lepra. Sobre ese lucrativo comercio humano, el autor citado ilustra: La resurrección de la esclavitud grecorromana en el Nuevo Mundo tuvo propiedades milagrosas; multiplicó las naves, las fábricas, los ferrocarriles, y los bancos de países que no estaban en el orden, ni tampoco en el destino de los esclavos que cruzaban el Atlántico. Entre los albores del s. XVI y la agonía del s. XIX, varios millones de africanos, no se sabe cuántos, atravesaron el océano (…) La Real Compañía Africana, entre cuyos accionistas figuraba el Rey Carlos II, llegó a redituar el trecientos por ciento de dividendos (…) El transporte de esclavos elevó a Bristol, sede de astilleros, al rango de segunda ciudad de Inglaterra, y convirtió a Liverpool en el mayor puerto del mundo, desde donde partían los navíos cargados de armas, telas, ginebra, ron, chucherías, y vidrios de colores, que serían el medio de pago para la mercadería humana de África, que a su vez pagaría el azúcar, el algodón, el café, y el cacao de las plantaciones coloniales de América.
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Fueron las mortales epidemias de viruela y sarampión las encargadas de diezmar los pueblos. Y su despoblación resultó un factor clave a favor de la dominación extranjera. Cantón 11, afirma: Los descubridores del Nuevo Mundo nos trajeron todo cuanto había de bueno y de malo en el viejo continente (…) vale decir civilización y cultura, hábitos de trabajo, religión y látigo, virtudes y vicios, y una larga serie de enfermedades infecto contagiosas desconocidas en absoluto para los primitivos y demás poblaciones de América (…) cuya existencia fueron minando hasta extinguirla en el transcurso de tres siglos, con una inclemencia y tenacidad sin ejemplo en la historia del mundo. El célebre mariscal de campo, Sir Jeffrey Amherst, comandante del ejército británico en América, en la lucha contra los indios de la tribu Delaware durante el asedio de Fort Pitt, fue uno de los primeros militares de la historia en aconsejar la guerra bacteriológica, sugiriendo el reparto de mantas contaminadas con el virus de la viruela como método de exterminio masivo. En una misiva dirigida a uno de sus oficiales subalternos el militar xenófobo, sugirió: (…) harías bien en intentar infectar a los indios con mantas, o por cualquier otro método tendiente a extirpar esta raza execrable”. Con un dejo de cinismo, el historiador Daniel Gookri, citado por Haggard 38, refiriéndose a una epidemia que asoló la tribu Pawkunnawkutts, en los EE.UU., menciona: (…) este pueblo había sido una nación fuerte en el pasado y fue arrasado por la epidemia de una enfermedad insólita y así la divina providencia hizo que los ingleses pudieran colonizar sin trastornos pacíficamente a aquellas naciones. Con cierta dosis de ingenuidad refiriéndose a la abrupta caída de las culturas precolombinas, afirma Lehmann 52: (…) su rápido derrumbe causa mayor sorpresa por el hecho de que el número de los conquistadores era extremadamen-
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te reducido. Quizá expliquen su derrota la introducción del caballo y de las armas de fuego, la brutal supresión de costumbres y creencias antiguas a favor de una religión y de un modo de vida incomprensible para los aborígenes.
Olvida el autor citado mencionar las epidemias que importaron los españoles y la explotación vil, esclavizante e indigna, que impusieron a los naturales motivados por su insaciable codicia de riquezas y oro. No obstante, en algo coincidimos ya que al finalizar su conclusión el autor citado afirma que 49: (…) el choque resultó tan violento que la antigua grandeza solo perduró en raros vestigios del folklore local. Apenas unas décadas bastaron para el aniquilamiento de tradiciones milenarias. Estudios demográficos acreditados, aludidos por el escritor y periodista uruguayo, Eduardo Galeano 32, señalan: (…) que los indios de la América sumaban no menos de setenta millones, y quizás más, cuando los conquistadores extranjeros aparecieron en el horizonte; un siglo y medio después se habían reducido, en total, a solo tres millones y medio. Respecto de las guerras por la conquista y dominación, el concepto de colonización pacífica como lo expresa Gookri es un gran mito, porque en las primeras escaramuzas la crueldad de los invasores fue superior a lo imaginable, según cronistas de la época. La resistencia de los indios al noroeste de Yucatán, de acuerdo al relato de Adamson1, en su libro El Mundo Maya, lo confirma: (…) asumió el carácter de un genocidio. El ejército conquistador al mando de Pedro Álvarez quemó vivo a los caciques. Las mujeres fueron colgadas de los árboles con sus hijos atados de los pies. A los prisioneros se les dio muerte por el garrote o fueron despedazados por los perros. Se apuñalaba a los niños que no podían seguir a sus madres, a quienes se las castigaba cortándoles los brazos o los pechos. Esto se hacía en represalia a la resistencia de los mayas y a la táctica de guerrillas que ellos empleaban. 199
Por su parte, Bartolomé de las Casas, en su defensa de derechos humanos elementales, siendo Obispo de Chiapas, levantó su voz frente al trato despiadado e inhumano que los indios recibían, y entre otras imputaciones denunció 21: (…) entraron los españoles como lobos y tigres y leones crudelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, sino despedazarlos, matarlos, angustiarlos, afligirlos, atormentarlos y destruirlos, por las extrañas y nuevas y varias y nunca otras tales vistas ni leídas y oídas, maneras de crueldad. Y refiriéndose a las represalias contra la resistencia indígena, gritó: Yo vide todas las cosas arriba dichas, y muchas otras infinitas. Y por qué toda la gente que huir podía se encerraba en los montes y subía a las sierras, huyendo de hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos, que en viendo a un indio le hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y lo comían como si fuera un puerco. Estos perros hicieron grandes estragos y carnecerías. Y porque algunas veces, raras y pocas, mataban los indios algunos cristianos con justa razón y santa justicia, hicieron ley entre sí, que por un cristiano que los indios matasen, habían los cristianos de matar cien indios. La lucha emprendida por el fraile dominico y sus seguidores, exaltando la libertad del hombre en defensa de los derechos indianos, fue severamente cuestionada. El relato de las atrocidades cometidas contra los aborígenes fue considerado una fábula. El Requerimiento fue el medio usado para neutralizar la prédica de los dominicos que aconsejaban al rey Fernando de Aragón no apropiarse de las tierras americanas porque ellas pertenecían a sus habitantes originarios. Se basó en la doctrina del Papa quien, en representación de Dios padre, había donado las nuevas tierras e
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islas descubiertas a los reyes de España. Por el contrario, el confesor del rey, fray García de Loaysa 22, pregonaba que, por el derecho de gentes, las tierras americanas pertenecían a los americanos. Otro teólogo dominico, fray Francisco de Vitoria 22, condenando la conquista, repetía: Los cristianos no pueden ocupar por la fuerza las tierras de los infieles si éstos las poseen como verdaderos dueños, esto es si siempre estuvieron bajo su dominación. Frente al relato de Las Casas, que dio pábulo a la leyenda negra del dominio español en América, se levantó la opinión contraria que sostuvo que tanto en Méjico como en el Perú los indios habían estado sumidos bajo el dictado de crueles tiranías dinásticas, y que tanto Moctezuma como Atahualpa se habían comportado como sátrapas malignos y genocidas, además de haber sido incestuosos, polígamos y fratricidas. En consecuencia, los conquistadores españoles habían llegado para liberar a los indígenas tiranizados. Categórico, en su ensayo Una Nación Libre e Independiente de los Reyes de España 22, De Gandía, afirma: Las informaciones del virrey Toledo demostraron, con un cúmulo enorme de autorizadísimos testimonios indígenas, que en el Perú sus habitantes habían vivido bajo una durísima tiranía. El Rey de España, por tanto, no era un tirano, un invasor. Sus conquistadores habían venido a libertar a los indios tiranizados. La historia moderna debe concluir, en consecuencia, que España trajo a América la libertad; que la conquista, lejos de ser una tiranía, fue una liberación. Transcurrieron muchos años y mucha sangre abonó generosa el suelo de América hasta el advenimiento de la venturosa jornada de julio de 1821 76, en que la historia del nuevo tiempo emancipador terminó de refutar estos apócrifos argumentos. Fue el día en que el pueblo de Lima entregó al General José de San Martín el estandarte que el conquistador Pizarro había utilizado al usurpar el trono de los incas, instalando la miseria, la corrupción y el
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saqueo del Perú. Casi tres siglos de oprobio se habían sucedido, pero finalmente la reivindicación y el día luminoso de la libertad, habían llegado. El Protector en un bando del 17 de julio de 1821, previo a la proclamación de la independencia del Perú, dispuso: No contando el sistema de Yndependencia que ha adoptado espontáneamente esta Capital con la conservación de las insignias que había puesto por liga estos Pueblos a su obediencia la anterior dominación y calculadora tiranía, es necesario se borren, quiten y destruyen los Escudos de dominio del Rey de España que se hallan colocados en los Edificios públicos pertenecientes al Estado, como toda otra cualquier demostración que denote la sujeción y vasallaje que antes pertenecían vergonzosamente a estos Pueblos, va a proclamarse la Yndependencia en esta Capital, y deben desaparecer antes estos Monumentos de la antigua opresión y servidumbre; en su lugar dispondrá el Excelentísimo Cabildo que se ponga un letrero con el siguiente mote: Lima independiente. No solo recogió el mítico estandarte del conquistador 76, símbolo del dominio español sobre los incas que el pueblo limeño le ofrendaba, sino que abolió también el tributo de los naturales al Rey por considerarlo una mancha de humillación inconcebible, y suprimió el propio nombre de indio por su equivalencia con la servidumbre colonial: Compatriotas y amigos descendientes de los Incas, ha llegado para vosotros la época venturosa de recobrar los derechos que son comunes a todos los individuos de la especie humana y de salir del horrible abatimiento en que os habían condenado (…) En adelante los aborígenes no se denominarán indios o naturales, ellos son hijos y ciudadanos del Perú y con el nombre de peruanos deben ser conocidos. Gloriosa y justa vindicación de José Gabriel Túpac Amaru, el indómito descendiente directo de los incas. El que había proclamado en su bando revolucionario la abolición de todos los
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impuestos, la cesación del reparto de la mano de obra indiana, la prohibición de la mita potosina y la libertad para todos los esclavos. El que después de ser obligado a presenciar la tortura y ejecución de su mujer y sus hijos mayores, fue decapitado y descuartizado en la Plaza de Armas de Cuzco, inmolado en el altar libertario de una patria oprimida que le habían arrebatado. Carlos A. Cornaglia cornagliacarlosyahoo.com
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1 2 Índice Prefacio del autor.............................................................7 Prefacio............................................................................9 CAPITULO I El hombre en la historia.................................................11 1. LA TIERRA Y LA VIDA................................................. 11 2. ORIGEN Y EVOLUCIÓN DEL HOMBRE.................. 12 3. EL HOMBRE EN LA PREHISTORIA........................... 13 4. EL HOMBRE AMERICANO. PROCEDENCIA Y MIGRACIÓN...................................................................... 16 5. LAS ALTAS CULTURAS PRECOLOMBINAS.............. 17 6. LAS CULTURAS DEL CONO SUR DE AMÉRICA..... 28 7. DE LOS PUEBLOS ANDINOS CHILENOS Y DEL NOA................................................................................ 29 8. DE LOS PUEBLOS DEL LITORAL Y DEL NEA ........ 31 9. DE LOS PUEBLOS DE REGIÓN PAMPEANA Y DE LA PATAGONIA...................................................... 32 10. DE LOS PUEBLOS DE LA REGIÓN CENTRAL DE ARGENTINA........................................................... 34 11. DE LOS PUEBLOS DE LOS ANDES AUSTRALES Y FUEGUINOS................................................................. 34
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CAPITULO II Mito, magia y medicina.................................................37 1. ENFERMEDAD Y MEDICINA EN LA PREHISTORIA .............................................................. 37 2. MECANISMO PATOGÉNICO DE LA ENFERMEDAD............................................................. 44
CAPITULO III La medicina aborigen de América..................................49 1. LA MEDICINA EN EL PALEOINDIO AMERICANO................................................................ 49 2. LA MEDICINA ASTROLÓGICA. ................................ 65
CAPITULO IV El médico aborigen de América......................................71 1. EL MÉDICO BRUJO, MAGO O HECHICERO.......... 71 2. EL MEDICO SACERDOTE O CHAMÁN................... 80
CAPITULO V La terapéutica médica y la cirugía aborigen de américa.....................................85 1. BOTANICA Y TERAPÉUTICA MÉDICA..................... 85 2. CIRUGÍA Y ORTOPEDIA ABORIGEN DE AMÉRICA..................................................................... 105
CAPITULO VI Medicina europea y tradición cristiana.............................113 1. LA MEDICINA EUROPEA DE LA EDAD MEDIA .. 113 2. LA MEDICINA EN ESPAÑA. SIGLOS XV y XVI...... 118 3. LA CIRUGÍA................................................................ 128
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CAPITULO VII El encuentro de dos mundos, antagonismo y contribución................................................................133 1. MEDIDAS SANITARIAS, ACATAMIENTO E INCUMPLIMIENTO. ................................................. 133 2. LOS PRIMEROS MÉDICOS....................................... 136 2. LAS GRANDES EPIDEMIAS...................................... 141 3. APORTE Y COMPLEMENTACIÓN DE LOS JESUITAS...................................................................... 164 4. LOS HOSPITALES....................................................... 168 5. EL PROTOMEDICATO.............................................. 172
CAPITULO VIII A manera de ensayo......................................................175 1. SOMETIMIENTO Y ESCLAVITUD........................... 175 2. MEDICINA DE DOS MUNDOS. DIFERENCIAS Y APROXIMACIONES. .................................................. 183 3. EL HERBARIO INDIANO.......................................... 185 4. LAS PRÁCTICAS MÉDICAS....................................... 190 5. GUERRAS GENOCIDAS Y EPIDEMIAS................... 196
Hemerografía, bibliografía y fuentes consultadas........205 Índice...........................................................................215
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Impreso por Editorial Brujas • mayo de 2018 • Córdoba–Argentina