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Español Pages 959 [971] Year 1986
ALVARO HUERGA 7
HISTORIA DE LOS
ALUMBRADOS (1570-1630) TOMO III LOS ALUMBRADOS DE HISPANOAMERICA ( 1570- 1605)
FUNDACION UNIVERSITARIA ESPAÑOLA SEMINARIO CISNEROS MADRID, 1986
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Publicaciones de la FUNDACION UNIVERSITARIA ESPAÑOLA Monografías • 31
Depósito legal: M. 13J64-1978 I.S.B.N.: M-739204+-9 I mp. T ara villa (Suc. Vda. Galo Sáez). Mesón de Paños, 6 • Madri»13
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PROLOGO GALEATO En el primitivo proyecto de esta obra prometí dedicar el tomo III a las Alumbradas de Sevilla (1). La promesa sigue en pie, aunque desplazada definitivamente al tomo IV. En tercera posición se inter cala el que se ocupa de los Alumbrados de Hispanoamérica. ¿A qué instancias me he doblegado para introducir un nuevo cuerpo en el esquema primitivo? Sencillamente, a dos: la primordial se debe al descubrimiento de una fermentación alumbradista en las colonias hispanas de Indias, fenómeno simultáneo o coetáneo al que ocurrió, en pleno siglo XVI y principios del XVII, en las comunidades cristianas de Extrema dura y de Andalucía; el segundo motivo es más obvio: España y América eran entonces una viva unidad histórica. Si, desde un punto de vista historiográfico, no cabe romper —y, lo que sería peor, silenciar» las unidades vivas, ya se percatará el lec tor que la segunda instancia es del todo justificadora: latente o apa rente, la laguna o vacío hubiese resultado en extremo grave. Por suer te, la elaboración —lenta, larga, laboriosa— de mi estudio me ha per mitido llegar oportunamente a la subsanación y relleno de la vistosa laguna. No puedo, por tanto, cobijarme en el docto refrán: de sabios es mudar de consejo o proyecto. En mi caso, el cambio obedece a ra zones más humildes: corregir un fallo proyectivo, no desgajar de la unidad histórica de los Alumbrados lo que a ella pertenece. Las In dias del siglo XVI y de principios del XVII —que son los que amojo nan cronológicamente mi meta— no constituían un ‘mundo aparte* de España: nuevo sí, pero en realidad una prolongación de la vida y de las costumbres ibéricas. - 7 -
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Seis años de trabajo y estancia semestral, alternando con otros quehaceres, en Hispanoamérica me han permitido ahondar en el obje to del presente volumen. Gracias, sobre todo, a la preciosa ayuda que tantos y tantos oficiales de bibliotecas y archivos, con una generosi dad y amabilidad de proverbio, me han prestado.
¿Qué novedad o que interés entraña una investigación sobre los Alumbrados de Hispanoamérica? Los americanistas suelen centrar sus estudios en tres temas: des cubrimiento y conquista, evangelización y culturización, sociología. Las corrientes ‘heterodoxas’ —tanto las políticas como las eclesiale s - se pasan a sobrepeine o se ignoran por completo (2). La Inquisición, que originariamente no íue española (3), se im plantó en Indias a raíz del análisis de los problemas novísimos, discu tidos en la llamada Junta Magna de 1568. Por Real Cédula de 25 ene ro 1568 se erigieron dos tribunales del Santo Oficio: uno en Lima y otro en México. El Santo Oficio, ¿influirá de manera decisiva en el futuro de Hispanoamérica o será un órgano enclenque, sin mayor incidencia en la historia vital de los pueblos indohispanos? Una especialista de prestigio, Levillier, opina así: “ En realidad, a juzgar por los escasos procesos y autos de fe del tribunal de Lima y los abusos cometidos por los inquisidores, fue el tal Oficio una inútil creación [...]; en modo alguno fue en tierra de América un instrumento de destrucción; más bien algo extemporá neo, sin razón de ser” (4). Y un moderno historiador de la Iglesia en el hemisferio sur ame ricano, Egaña, coincide en la misma banda judicaáva: “Por las actas de los procesos que preocuparon a los inquisido res, nos enteramos de que las causas de tipo doctrinal, herético seria mente, no se presentó ni una, pues frases irreverentes o alucinaciones de tipos neuróticos no se pueden considerar como tesis teológicas; la Inquisición hubo de entender en desviaciones de tipo moral sexual tanto entre ambos cleros como en el pueblo hispanoindiano, sin que de esta tara quedaran siempre libres los mismos inquisidores” (5). Sin embargo, el mismísimo virrey del Perú, Don Francisco de Toledo, no opinaba igual que su biógrafo Levillier. Estimó “el mucho -
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servicio que la Inquisición ha hecho en esta tierra, no sólo espiritual, sino [también] en las cosas temporales” , y procuró implantarla en otros puntos-clave del virreinato (6). Y la lectura de las actas de los procesos —verbigracia, el de fray Francisco de la Cruz, O. P., y el de Pedro Miguel de Fuentes, S. J _patentizan un fondo doctrinal teo lógico de indiscutible fuste. Por lo que a mi modesto parecer atañe, me atrevo a otorgar ran go de primacía teológica al grupo limeño: entre todos los Alumbra dos que desfilan por las páginas de esta Historia, pocos o ninguno se codean o dan la talla intelectual de los protagonistas de la ‘herejía’ angelista peruana. Los personajes fueron dados a conocer relativamente por Medi na, que descuidó destacar su mensaje político-religioso. La mirada aguda de Bataillon, constatando el fallo de Medina, valora en profun didad el proceso de fray Francisco de la Cruz, que es, según él, “ fuen te capital para la ideología y la sociología religiosa del Perú de 15701580” (7). Bataillon no conoció más que una parte de ese proceso. Y no se detuvo a explorar los que yo llamo procesos paralelos. Sus estudios lascasistas señalaban una pista luminosa para adentrarse en la investi gación del iluminismo criollo. Personalmente, he intentado ahondar el filón. Sin perder de ojo aspectos de implicación indirecta, he ido al grano del Ahm bradism o. Y he puesto de relieve la filiación hispana de tres remozados brotes: el de Lima, el del anacoreta Gregorio López —aunque constituye un caso singular y, a todas luces, sano—, el de México-Puebla. Presentaré en párrafos distintos a cada uno. La joven Ciudad de los Reyes, que Cieza de León y Lizárraga describieron tan linda y rozagante (8), fue escenario de una fermen tación ideológica en la década 1560-1570, que heredaba el legado de las ‘guerras civiles’ y le inyectaba ‘savia’ doctrinal. Lohmann Villena caracteriza ese periodo de “expectante incertidumbre” (9); las ebulli ciones suelen ser turbias. La Junta de 1568 acertó a sembrar clari dad encargando la ejecución de sus propósitos sedimentadores a uno de sus miembros: Don Francisco de Toledo. “Toledo entendió que su misión en el Perú consistía en ser un reformador y, en cierto modo, su papel sería el de un segundo La Gasea. Así, como éste práctica mente restituyó el Perú a la corona española, Toledo consideró que debía restaurar la autoridad, la ley y la justicia mediante una reforma total” (10). -9 -
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No me incumbe aquí juzgar su faena. Pero no he de omitir que fue tremendamente eficaz, drástica, admirada y odiada a la vez. Y que se sirvió como de brazo fuerte de la Inquisición. Y, en fin, que arrebató a los dominicos la universidad que ellos fundaron. El golpe, omnímodo e irresistible, embozado en títulos colorados de promo ción de los estudios, apuntaba a destruir la célula del lascasismo. En cuanto a la utilización del Santo Oficio para sus fines de su* iremo organizador del virreynato en lo temporal y en lo espiritual, a sagaz prudencia política de Don Francisco de Toledo Eligió* in quisidores al crearse los tribunales, aun a costa de saltar hojas de mé ritos (11); después de implantado el Santo Oficio en Lima, lo tuvo en mano, sin soltar nunca, aun a disgusto del Consejo (12). El fiscal y el receptor y el inquisidor Cerezuela —vasallo suyo desde el nacimiento a la m uerte- darán señales de incomodidad por las continuas presio nes del virrey, que pretendía inmiscuirse en su marcha, restándole autonomía y secreto (13). Rara vez, a lo que yo sé, la Inquisición española estuvo tan me diatizada y tan al servicio del poder civil como en el crucial periodo del virrey Toledo. La situación real puede aducirse para justificar tamaña injeren cia. ¿Por dónde pasa la línea divisora de lo religioso y de lo temporal en esos años? No es fácil distinguirla. Y menos en un intante en que la fusión, ya que no llegue a identidad, es tan honda. Coinciden los testimonios de los inquisidores (Cerezuela y Gu tiérrez de Ulloa) y de los obispos (el de Quito, por ejemplo) y de los teólogos (fray Antonio de Hervías) con las apreciaciones toledanas: la incubación del lascasismo en indiólogos inquietos e inteligentes como Francisco de la Cruz y Luis López puede parir una sedición políticoeclesial. Inquisidores bisoños y serviles, sin gran experiencia del oficio, rindiendo vasallaje a su natural señor (caso de Cerezuela) o buscan do sus propios intereses (caso de Ulloa) harán juego al virrey, lo mis mo que el duro fray Pedro de la Peña; el único que capea el temporal es el arzobispo de Lima, Jerónimo de Loaysa (14). Y, a su modo, Se bastián de Lartaun, obispo del Cuzco: “dura cabeza la suya*’, decía de él Toledo. Hay que apuntar también otro par de datos a propósito de la
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Inquisición de Lima: uno, comparativamente, Cerezuela y Gutiérrez de Ulloa quedaron, en el desempeño de su gestión, muy por debajo de sus colegas de México - e l Consejo premiará con mitras a casi to dos los oficiales mayores del tribunal mexicano, mientras recela de los limeños—; otro, los inquisidores del Perú toledano actuaron con rigor excesivo, procesando a troche y moche. No se libran de proceso figuras tan destacadas —y tan honradas— como Falcón y Guarnido (15), para no hablar de los incursos en punibles delitos, como Fran cisco de Aguirre, ex-gobernador de Tucumán (16). Viniendo a los sediciosos y Alumbrados, salta a la vista la dureza con que la Inquisición procedió contra los dominicos - ¡para desar bolar el mito que los considera inquisidores natos!—; la zarpa alcanzó después a los jesuítas, que en un primer instante, protegidos por el vi rrey, salieron ilesos. Dominicos y jesuítas serán, por tanto, medidos por diferente rasero inquisitorial, aunque, para desmitificar otras le yendas, vivieron en hermandad de ‘ideas’ y en comunión de ‘desdi chas’. Del duro proceder de la Inquisición peruana es paradigma, único en mi Historia de los Alumbrados, el trágico fin de fray Francisco de la Cruz, que fue “relaxado al brazo seglar”. No todo el deshonor por la sentencia hay que cargarlo a los inquisidores y al virrey; el mismo reo se la labró a pulso de cavilaciones y ramalazos de locura. En otro ambiente y en otro tribunal presumo que no se hubiese producido tan horrible sentencia. Lo que no obsta para consignar, con asombra da tristeza, que el inquisidor Ulloa “votó”, índice de su inhumano corazón, pena de muerte para otro dominico, fray Sebastián de Ovie do; por fortuna, los demás votantes no juzgaron los crímenes del des venturado merecedores de tan execrable castigo. Y Ulloa tendrá que ‘justificar’ su voto ante el Consejo (17). Los procesos que, a mi juicio, ofrecen mayor interés son el de fray Francisco de la Cruz, el de Luis López y el de Pedro Miguel de Fuentes. a) Fray Francisco de la Cruz es una estrella que se eclipsa del día a la noche. Y en noche acaba. Era teólogo. Su proceso se prolon ga años y años: su ‘herejía’ se engendra en la prisión. Dirá a los in quisidores que “por via de inspiración lo alumbró Dios” (18); dirá que “ no temo ser examinado por cuantos teólogos hay en el mundo juntos, antes lo que mucho deseo es verme con teólogos leídos en la Sagrada Escritura” (19), en la vana esperanza de convencerlos de sus - 11 -
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revolucionarías ideas. Apretado por los inquisidores, sobre todo por el impaciente y agresivo Ulloa, responderá, creciéndose hasta el paroxismo, “ que era ángel bueno el que hablaba a fray Gaspar de la Huerta y el que había hablado en doña María Pizarro, y que este con fesante había sido profeta de Dios, y que la significación de todos es tos misterios es que Dios quiere destruir la Iglesia de los cristianos gentiles, que es la Iglesia de Europa, y quiere fundar su Iglesia en las Indias, y que las Indias son el pueblo de Israel, y que este confesante ha de ser Sumo Pontífice y Rey de Israel” (20). Es decir, Papa de la Iglesia criolla, con sede en Lima, y Rey del Perú. En la extraña mara ña de sus alucinadas ‘profecías’, agarrándose a la Biblia y sin perder el hilo, yuxtapone los planos sucesivos de la apocalíptica: la destruc ción de la Iglesia y de la Corona, el mesianismo triunfante. Por deber de oficio, los inquisidores aguantaron miles de discur sos de este tipo; Ulloa no le ocultó cierto rencor, manifestado en agresivas preguntas. Fray Francisco, que se aferra a su destino ‘profético’ y utiliza un atenuante tan moderno —y entonces tan inútil— como el del “ramo de locura”, les espetaba en la cara que no eran ‘inquisidores* (21), que se han excedido en “espulgar” sus pecados, que sus preguntas son tendenciosas (22), que examinen sus dichos y “verán cuáles son locuras y si hay algunas verdades entre ellas” (23). Parece loco, pero no lo es, dicen expresamente los inquisidores, por que esgrime una habilidad dialéctica íuciferina. Al fin, obstinado en su profetismo, medio curado de la locura —del todo no parece que lo estuvo—, repite las tesis fundamentales en plena lucidez: entonces “decíalas como loco y agora las digo cuerdamente” (24). Sus ataques a la Iglesia institucional europea afinan la puntería: “nunca lo puedo creer que hobiese tanto mal” en la jerarquía eclesiástica, “ aun cuan do en historias aprobadas se cuentan notables y graves vicios”. En de finitiva, su argumento es incontestable, por “la pública voz y fama que hay en toda la cristiandad de que en Roma se cometen muchas simonías, y así dicen por refrán: omnia sunt veruúia Romae” (25). Las mil ‘proposiciones heréticas’ de fray Francisco resultaban sumamente peligrosas al proyectarlas al campo de la moral y de la realidad política. De ello podrá informarse el curioso lector páginas adelante. b) Menos dramático, aunque de similar cariz, y tal vez éticamen te más enfangado, puede considerarse el proceso de Luis López (26). c) El proceso de Pedro Miguel de Fuentes no presenta matiza-
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ciones políticas. En cambio, es de signo estrictamente ahimbradista. Lo que dice y hace es de idéntico estambre a lo que decían y hacían los Alumbrados estremeños, valencianos y andaluces. Con la particu laridad doble de la imposición de los ejercicios espirituales a sus discípulas, que no podían digerirlos —es lo mismo que observamos en los grupos capitaneados por Hernando Alvarez—, y la no menos cu riosa de que Fuentes ignoraba por completo, si damos fe a sus ‘con fesiones’, que era Alumbrado. ¡El colmo! Por el edicto de los Alumbrados, que se envió de Madrid a todos los tribunales subalternos, incluidos los americanos, fue acusado, cua lificado y sentenciado. Lo podrá ver el lector en el capítulo que analiza la marejada que envolvió a algunos jesuítas en el Perú. *** Divido el tomo III en dos grandes bloques: el del Alumbradismo peruano y el del Alumbradismo mexicano. Especial atención dedico, en el segundo bloque, a Gregorio López, el misterioso anacoreta de Indias; al menos de manera interrogante hay que considerar lo en perspectiva ‘precursora’. De ahí que en la distribución mate rial de los capítulos se coloquen en grupos distintos, aunque eslabo nados, los que tratan del anacoreta y los que averiguan las tortuosas andanzas de los presuntos imitadores. Gregorio López nació en Madrid, 1542, el mismo aflo en que amanecía en Fontiveros San Juan de la Cruz. Los dos pertenecen a una raza estupenda de místicos, ardientes y rectos, lanzados a una aventura de heroicos horizontes. A punto estuvo el autor del Cánti co Espiritual de salir desterrado, por la férrea voluntad de un genovés, rumbo a México. Gregorio López se embarcó, voluntario, para realizar a la otra orilla del Atlántico, en la tierra virgen de México, una hazaña de caballero a lo divino en la soledad: la hazaña del anacoretismo en pleno siglo XVI, con el garbo y los modos de los primi tivos ermitaños de la Iglesia naciente. El madrileño fue, además de “ primer anacoreta de las Indias” , un fino escritor. Tal vez no un escritor “cultural”, pero sin duda un escritor de altos méritos y varia observación. Dos campos literarios, amén de su huerto, cultivó: el de la medicina y el de la apocalíptica. La vida de Gregorio López —la que dejó atrás al partir para las -1 3 -
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indias—sigue siendo un misterio, con capa y embozo de la Corte de los Austrias;en cambio, su aventura indiana se yergue a rango de sím bolo, del que hablarán todos los que, en pro o en contra, intervienen en la polémica del quietismo: Molinos, Fenelón, Bossuet, Madammc Guyón, y tantos más (27). Su personalidad mística —encamación del amor puro— se agigantó al correr los años y aun los siglos. En cierto modo, la admiración por su aventura corrió parejas con la suerte del quietismo, que fue —creo yo— la nube que oscureció su hazaña, ya de suyo un tanto fuera de lo corriente y moliente. Al alba del siglo XVIII, todavía abierto el proceso interminable de su beatificación, los promotores del mismo intentaban justificar su no común estilo de mística laica, pergeñando “algunas conjeturas y razones en favor y defensa del espíritu de Gregorio López y de su modo de vida, donde también se responde a las objeciones que podrían hacerse en con trario’* (28). Los tres reparos mayores consistían en objetar su modo extraño de vida, su poca frecuencia de sacramentos, su salirse de los módulos comunes (29). Para colmo, el 3 de septiembre de 1701 le echaban un capote en falso: “Pero quien dio la estimación debida a la heroica virtud de nuestro Venerable Padre (Gregorio López) fue el místico teólogo Miguel de Molinos en su libro Guta espiritual, tan bien recibido y aprobado” (30). ¡Qué despiste! El abono nos deja boquiabiertos, pues demuestra a las claras que el “escándalo” de Molinos no había llegado a México; cuando se escriben esas líneas, Molinos estaba ya muerto y sepultado, y el mensaje de su Guia procesado y condenado. Con todo, la causa de beatificación del anacoreta de Indias no llegó a coronarse, amontonándose las 'pruebas* y las positiones a lo largo de otro siglo más, hasta que entró en la zona muerta o de pará lisis. Advirtamos que esto fue producto más de las circunstancias po líticas que de fallos de la causa en sí. Gregorio López siguió desper tando admiración por su raro ejemplo de encarnación cristiana en las tierras del Nuevo Mundo; y continuaron reeditándose sus curiosísi mos escritos: el Tesoro de Medicina y la Declaración del Apocalipsis. La Declaración del Apocalipsis no deja de ser una pieza clásica, rarísima en su género y extraordinariamente actual: si hoy la ‘contes tación* es un fenómeno colectivo, también se observa un ‘renacimien to de las utopías* (31) y, en esa dirección, un creciente florecer de las apocalípticas. Modernamente se ha desempolvado la memoria de Gregorio - 14 -
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López en monografías de varia índole: historia de las espiritualidad, revisión del quietismo —problema permanente y acuciante de la m ís tica cristiana—, enfoque de la mística española a través del prisma del “ recogimiento” . Se ha aludido a Gregorio López desde este ángulo como a un “ ejemplo vivo y calificado de la vida de recogimiento en América” , aun sin entrar en análisis concretos (32). Sin embargo, no es por la via anacrónica del quietismo, ni por la via vaga del recogimiento por donde, a mi leal parecer, se debe en focar la aventura espiritual de Gregorio López. La clave justa hay que buscarla en el ambiente de las colonias criollas del siglo XVI. Y la pie dra de toque la ofrecen precisamente los procesos de la Inquisición mexicana contra los Alumbrados. Que yo sepa, sólo Julio Jiménez Rueda intuyó este camino, aunque no lo exploró. Buen catador de los riquísimos fondos del Archivo General de la Nación, notó que “el nombre de Gregorio López aparece citado constantemente en to dos los procesos. Se dice que hubo correspondencia con él, aunque no aparece ninguna carta suscrita por el solitario de Santa Fe. £s in dudable que se le pedía consejo y que su vida ejerció particular in fluencia entre los iluminados ae la Nueva España. Sus obras, según Menéndez Pelayo, inspiraron en buena parte el ‘quietismo*, que no es sino una derivación de los Alumbrados en el siglo XVII. Probable mente los miembros de este grupo se escudaron en el nombre y fama de Gregorio López para realizar sus prácticas sin mayor peligro. La in terferencia de dicho personaje torna más misteriosa su aparición en la Nueva España y sus actividades en los diversos sitios en que hizo vida de anacoreta. ¿Quién fue, qué influencia tuvo para que, a pesar de las acusaciones de judaizante que le hizo Luis de Carvajal el mozo en su proceso y las referencias de Núñez, Plata, Marina de San Miguel y Sor Agustina de Santa Clara, no haya sido molestado? Cualquiera otra persona habría parado en las cárceles secretas del Santo Oficio. En cambio, lo visitaban Don Pedro Moya de Contreras, Don Luis de Velasco y el padre Pedro de Hortigosa, que en el proceso de Núñez se escandaliza de que sea comparado a San Francisco. Los procesos se inician cinco años después de la muerte del anacoreta. El enigma tal vez no se descifrará nunca” (33). Al menos, acometeré la faena de intentar descifrarlo. Este tomo dará testimonio de la labor realizada en ese sentido, escudriñando los procesos contra los Alumbrados y los procesos en pro de la bea tificación de Gregorio López. Entre dos luces, pues, reaparecerá el -1 5 -
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anacoreta de Indias con su perfil de místico auténtico. * * *
Los Alumbrados mexicanos, cuyas hazañas estudio a renglón seguido de la gesta de Gregorio López, pertenecen ya a la especie íntima. A esa especie folklórica que tan campante anduvo en Anda lucía en el primer tercio del siglo XVII, y a la que dedicaré el tomo IV. Las únicas notas dignas de subrayar en el Alumbradismo mexi cano son: I a ) el importante papel que desempeña un maestro lego, Juan Núñez de León; 2a) la pululante plaga de beatas y hechiceras que trasplantaron de Andalucía a América sus “visiones’ y sus ‘lu crativos’ conjuros; 3a) La novela no ejemplar de Agustina de Santa Clara y Juan Plata, vivida con erotismo y purgada sin heroísmo; 4a) el entronque real y programático de los procesos mexicanos con los procesos extremeños: por este camino nos topamos otra vez con la presencia de fray Alonso de la Fuente, acusadora y viva; 5a) el ma tiz típico del Alumbradismo mexicano consiste en sus ideas milenaristas —aspecto que procuraré destacar—. *** Téngase también en cuenta que la comunidad humana, tanto la del Perú como la de México, está influenciada por el criollismo (34). Es decir, ni es india pura, ni española pura. El mestizaje abarca no sólo el color de la piel, sino que penetra hasta el hondón del espíritu y de las ideas. La criollización, entendida como adaptación física y psíquica a una nueva “morada vital” , es un factor determinante de los pueblos indohispanos nacientes. Los criollos o criollizados constituyen la aristocracia, aun hoy en día, de la nueva sociedad. Para vigilar su fe y sus costumbres —señal de que preocupaban a la metrópoli—se im plantaron las Inquisiciones de Lima y ae México (el tercer tribunal hispanoamericano, el de Cartagena de Indias, se erige más tarde, en 1610, y por motivos específicos). La antigua Tenocntitlán, transformada en '“ nqeva Sevilla” (35) —el máximo elogio que entonces cabía hacer—, conserva aun hoy su rostro mestizo. Y al igual que Lima, “Ciudad de los Reyes”, que - 16 -
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reemplazó rápidamente al Cuzco, su palacio de la Inquisición: uno y otro, testigos mudos, escenarios vacíos, silencios elocuentes de una realidad histórica anclada. México, navidad de 1983/4; Roma, primavera de 1984.
NOTAS AL PROLOGO (1)
Cf. t . I , p .1 0 .
(2) Cf. Francisco Esteve Barba, Cultura virreinal (JUstoria de Am érica. dirigida por A. Ballesteros), Barcelona, Sahrat, 1956, p p . 354 s.; A. Ybot León, La Iglesia y los eaesidstieos en la empresa de Indias, val. n , Barcelona, 1962, pp. 523 s. (3)
Cf. Federico de Onis, España en Indias, 2* ed., San Juan de Puerto Rico,
1968. (4) R. Leriflier, Don Francisco de Toledo, supremo organizador del Perú, val, I, Madrid, Espaaa-CÜpe, 1935, p. 128. (5) A. de E n fia, S. J ., Historia de la Iglesia en la América Española. Hemisferio sur, Madrid, BAC, 1966, p. 593. (6) Carta de los inquisidores del Perú al Consejo, 28 febrero 1577: AHN.: Inq., libro 1033. f. 348v. (7) M. BataiUon, Prólogo a: J. T . Medina, Historia del tribunal d e la inquisición de Lima (ÍS69-1S20), vol. 1, Santiago de Chile, 1956, p. XIV. (8)
Cf. J . Bernaies, Lima: la ciudad y sus m onum entos, Sevilla, 1972.
(9) G. Lohmann VÜLens.Jum de M atienzo, autor del'G obierno del Perú’: "A rm i ñ o de estudios americanos" 2 2 ,1 9 6 5 , p. 772. (10) G. Lohmann Villena, Toledo, Don Francisco (virrey): "Gran Enciclopedia Rialp" a JÓCH, 538. (11) Cf. R. Levfllkr, o. c . I, 98; el focal Alcedo dirá, lamentándose: Cerezuela "es tan de su casa que no le osa decir palabra, ni hace más de lo que el viney quiere": Corta a TernOo, 8 abril 1580: AHN.: ¿ tq.,U b ro 1034, f. 161 r.
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(12) Dos pruebas: I a ) El Consejo advirtió a loa inquisidores de Lima que debieron excusar el dar al virrey cuenta de asuntos inquisitoriales: 'H em os visto lo que escribís cerca de que el virrey pretende y desea se le dé cuenta en oarticular de todos los neeocios que en esa Inquisición se ofrecieren y que muestra auexa ae no se hacer así". AHN.: /n q ., libro 352, f. 122 r.; "agora habiendo visto la carta ae V.S. —contestan los inquisidores—nos pesa de habello hecho": A H N .:/n q ,lib ro 1034, f. 341 v. 2a ) Para soslayar las interferencias del virrey, el Consejo ordenó que los euros de fe se celebrasen, mientras Toledo estuviese en Lima, en la c a te d rale s decir, fuera de sus dominios jurisdiccionales: AHN.: /n q ., libro 1033, f. 423 v. (13) Tímida, pero significativamente, Cerexuda se quejará del agravio que le hacía Toledo, pues no lo dejaba regresar a España, después de conseguir el permiso d d Consejo: AHN.: friq., libro 1034, f. 366 r. Las ‘quejas’ de Juan de Saracho, receptor, y de Juan de Alcedo, fiscal, serán mucho más vi. mientas. (14) “Creador de la jerarquía hispan osuramericana, dotado de una gran compren sión de la realidad, de un sano equilibrio, de una apacibilidad de carácter, muy necesaria en el m omento que hubo de vivir, supo resistir al virrey Toledo sin exasperarle, dirigir a los obispos sufragáneos, encauzar las dos fuerzas vivas de la acción pastoral, clero secular y regu lar, en mancomunidad de ideales” : A. de Egaña, o.c., p. 66. (15) El Licdo. Jerónim o Guarnido, sevillano, fue procesado y penitenciado por de fender a un canónigo^ cf. AHN.: Inq., libro 1027, f. 13 r ; por parecida causa se inició el proceso al Licdo. Falcón, abogado de la Real Audiencia: cf. ib., í. 16 r. El Consejo, visto el informe, amonestó: “ Esto paiesce no toca al Sancto Oficio” : ib., f. 16 r. El proceso de Fal cón “se vio con el ordinario y consultores, y se mandó suspender” (fb., f. 2 / r ) ; en cambio. Guarnido tuvo que retractarse en la sala y pagar 400 pesos de m ulta “ para gastos de presos pobres” {ib., f. 13 r.). (16) Aguirre fue procesado prim ero por el obispo de los Charcas v después por el Santo Oficio de Lima; del segundo, he aquí algún detalle: 1) "Francisco ae M aáenzo.hiio del Licenciado Matienzo, oidor de ios Charcas,hízosc proceso contra él sobre que trayendo Pedro de Araña de las provincias de Tucumán al gobernador Francisco de Aguirre, yendo ca mino por tierra de indios de guerra y en un paso muy peligroso, dio al dicho Francisco de Aguirre un buen caballo en que cabalgó, y se apeó de un macho en que lo traía Pedro de Araña” ; el delito consistía en el peligro ae fuga; el reo recibirá una severa amonestación y fue condenado a pagar “300 pesos ensayados” : ib., f. 31 r. Las arcas del Santo Oficio, a pe sar de las m ultas, no estaban muy boyantes, y hasta en el cobro de sus salarios dependían del virrey: cf. M. Birckel, ¡lecherees tur la trésorerie inquisitoriale de Lime, I (1569-1610): ’94elanges de la Casa de Vclazquez” , V, 1969, pp. 223-307. 2) la sustancia del ‘negocio’ era que Aguirre se comportaba como “mal peni ten te” : A H N .:/nq.,libro 1027, ff. 47-48 r . Cf. M. Birckel,Sur un proces d ’inquúition (el de Aguirre) , en A A .W .,£ rp ríf crióle et conscience nationale, París, 1980, pp. 37-67. (17) Cf. Carta del inquisidor A ntonio Gutiirree de UUoa al Consejo, 26 abril 1584: AHN.: Jhq„ libro 1034, ff. 3 1 2 r-3 1 3 v . (18)
AHN.: Inq., legajo 1650/1, f. 1720v.
(19)
/b .,f . 16770 v.
(20)
Ib., f. 1633 r.
(21) Ib., ff. 1694 r, 1696 v; “los señores inquisidores no proceden como quien pre tende saber la verdad, sino como quien pretende probar que son cosas malas” las que él dice: ib., f. 1693 v. (22)
“ Esperen los hombres adelante cómo Dios publica las culpas de loe que hubie-
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ren ¿ d o c iu u (de) que tin to se espulguen lis mies” : ib ., f. 1679 v:, “nótese cómo se va (el testigo Gaseo) a lo que la acusación del fiscal y preguntas que se le harían inclinan": ib. (23)
/b ^ f. 1724 r.
(24)
/b ., f. 1686 v.
(25)
/ b .,f . 1692. ▼.
(26) "Los días pasados prendimos a Luis López, teadno, y le m etimos en estas cár celes, donae está al presente. Y damos relación a V.S. de su causa con las demás. Cuando se prendió se le tomaron los papeles, como es ordinario, y entre ellos hallamos un cuaderno de apuntamientos escritos de su m ano, en que tenía sesenta y tantos capítulos tocantes a S.M., y contra ¿1, notando de injusta la posesión de este reino, y de otras cosas muy graves acerca de lo espiritual y temporal desta tierra, y otros muchos capítulos contra el virrey e Audiencia Real e Prelados e gobierno de este reino, y un original de un interroga torio de su letra, por el cual paresce que, por ocasión de haber mandado el virrey que los es tudiantes que acudían a los tea tinos a oír fuesen a la universidad, pretendía hacer informa ción de que en la Compañía eran muy aprovechados y que el virrey les había hecho agravio, y había algunas preguntas tocantes al virrey y a su gobierno, aamesmo m uy escandalosas. Lo cual, con un borrador de una carta que se le halló en su letra, fingiendo que era escrita por la diosa Cibeles a Dindimo, su fecha en Roma, en la cual dice que para restaurar las cosas de el Perú, que están de el todo caidas y perdidas, envían los dioses a quien las ha de reme diar, y que está ya a la puerta, trayendo en la carta muchas de las profecías escritas del adve nimiento de Jesucristo. Y como se tiene en este S. O. información que el dicho Luis López comunicó y aun fue cómplice con fray Francisco de la Cruz en las revelaciones que aquél que llamaban ángel les hacía, y el fray Francisco dixo que ¿1 era el que venía por redem ptor deste reino, ju n to todo nos paresció que, desmás de lo que de ello tocaba a este S. O ., estaba todo lleno de sedición y que daba ocasión a levantamiento en esta tierra nueva, y que en ello el dicho Luis López párese ía dar a entender que había otros que trataban de aquellas cosas y de ello se colegía haberlos, y considerando aue V. S. nos tiene mandado (en una carta del secretario Mateo Vázquez, en nombre del Dljno cardenal y de V. S) que las cosas que se ofrecieren en que el vfcrey tenga necesidad de su inteligencia le demos noticia de ellas, y la obligación que tene mos al servicio de S. M. y sosiego deste reino, nos paresció dar al várey noticia de las dichas cosas, y se la dimos en esta nuestra audiencia, donde vino a oirlas, v asimismo le dimos copia de ellas, porque dixo que convenía así al servicio de S. M.” Carta ae los inquisidores de Lima ai Consejo, 8 abril 1580: AHN.: friq., libro 1034, ff. 153 v-154r. (27)
Cf. ‘üictionnaire de spiritualité" EX, 998.
(28)
ASV: Rífi Í 7 t 7 , ( . 148r.
(29)
150 v.
(30)
J b .,£ 157 r.
(31) Pablo VI, Octogésimo adveniens, 14 mayo 1971: Ocho grandes mensajes, Ma drid, BAO, 1974, p. 515. (32)
M. Andrés, Los recogidos, Madrid, Fundación Universitaria Española, p. 275.
(33) J . Jiménez Rueda, Anotaciones a: José Toribio Medina, Historia de la Inquisi ción en M éxico, México, 1952, p. 143. (34) Una honrosa defensa de los "criollos" puede leerse en: Juan Meléndez, Tesoros verdaderos de tas Indias,Tomo 1, Roma, 1681, pp. 347-359.
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(35) ¿C¿rao « n México a fines del siglo XVI, 1590-1600, que es cuando ocurren los episodio* de los Alumbrados? Por fortuna, tenemos una descripción puntual que nos ts a satisfacer la curiosidad. Está he cha en 1592. No cuenta a los indios, que debían ser incontables. Puesbienjprescidiendo del pacífico hormiguero de los indios, la vecindad h a crecido con relación al censo del virrey Luis Velasco. Hay ahora cinco mil y m is vecinos: "que contando cada familia por ocho pavonas entre marido, mujer, h(joe y criados”, dan en números redondos una población de 40.000 habitantes españoles. La clerecía se compone de unos 400. Los estudiantes son 800. Hsv 21 monasterios y 5 hospitales. Un tercer grupo o clase social lo constituyen los “mestizos” , que tam poco se censan, por que son innumerables, si bien se acota oue se trata de “hyoa de españoles a indias” . La cuarta dase estú formada por “ mulatos” , es-decir, por los htyos de españoles y negras. En quinto lugar, los “esclavos negros1*, que suman aproa fañadamente unos 10.000. El últim o grupo es el de la población flotante, los “ forasteros”, unos 3.000. El autor del censo demográfico concluye: “Con lo cusí e por el m ucho concurso de gentes que acuden de ordinario a asta ciudad, así a las flotas e armadas que vienen de los ran o s de Castilla com o del Pfaú e Islas Filipina* c otras muchas partes e de lo* demás pueblos, ciudades, villas e lugares de este reino, es y* tan « a n d e esta ciudad de México oue a loa que agora nuevamente n in venido a ella de España les parece ser otra segunda Sevilla en eran dexa y afirman que fuera de ella, o de Madrid o Lisboa, es el pueblo de m ayor comercio y concurso que h ó i visto”. AHN.: A*q., libro 1049, f. 54 r-v.
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FUENTES Y BIBLIOGRAFIA
1.
FUENTES
A)
FUENTES MANUSCRITAS
1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19.
Lima 30: Cartas del virrey Francisco de Toledo, 1578-1580. Lima 300: Cartas y expedientes del arz. de Lima, 1549-1609. Lima 305: Cartas y expedientes del ob. del Cuzco, 1539-1647. Lima 313: Cartas de personas particulares, 1542-1570. Lima 337: Universidad, 1577-1604. Quito 76: Cartas y expedientes ob. de Quito, 1578. México 278: Relaciones virrey-inquisición, 1575-1604. México 336: Cartas y expedientes arz. de México, 1539-1602. México 339: Cartas y expedientes del cabildo eclesiástico, 1539-1602. México 343: Cartas y expedientes del ob. de Puebla, 1540-1642. México 416: Cartas del tribunal del S. Oficio, 1571-1605. Guatemala 393: Reales Cédulas, 1531-1548. Indiferente General 424-425: Expedientes diócesis de México. Indiferente General 437-438: Expedientes diócesis del Cuzco. Indiferente General 742: Expedientes obispos. Indiferente General 1084: Expedientes diócesis Quito. Indiferente General 1962: Expedientes diócesis Cartagena de Indias. Indiferente General 2884: Expedientes diócesis de Charcas. México 1066» libro 10: Expedientes sobre beatificación de Gregorio López. Indiferente General 3034-3038: Expedientes sobre la causa de Gregorio López en Roma, año 1 1682-1790. Santo Domingo 172: Cartas y expedientes ob. Puerto Rico, 1532-1646.
AGI: ARCHIVO GENERAL DE INDIAS (Sevilla)
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22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. 35. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. 48.
AGN: ARCHIVO GENERAL DE LA NACION (México): Inquisición t. I. A, n°. 43: Carta del inquisidor Pedro Moya de Contreras al Consejo sobre su llegada a Nueva España. 1.1. A, n °. 47: Edicto sobre libros prohibidos, 8 marzo 1572. t. VI, n°. 3: Proceso de Hernando Sánchez, de Jerez de los Caballeros. c. XIV, n°. 1: Proceso de R uy Díaz, arriero, natural de Llerena. t. XXX, n°. 3: Proceso de Maese Pedro, de Sevilla. t. XXXIII, n°. 14: Información contra Diego Díaz, hijo de Monxito, que mado por la inquisición de Llerena. t. XXXVII, n °. 4: Declaración de Mayor de Orvaneja, hechicera, natural de Sevilla. t. XXXVIII, n°. 1: Proceso de Juan Franco, sevillano, hechicero y curan dero. t. XL, n°. 3: Proceso de Juan Cercado, natural de Ocaña, por judaizante. t. XL, n°. 5: Proceso del bachiller Pero Ruiz Calderón, natural de Guada tajara (España), clérigo, nigromante. t. LXX1, n°. 2: Proceso de Francisco de Contreras, natural de Villarrasa, condado de Niebla, por fingir que era sacerdote, 1511. t. LXXX: Correspondencia tribunales México-Sevitla, 1576. t. LXXXII, n°. 15: Correspondencia del tribunal de México con Alonso H. Santiago, comisario de Puebla, 1588-1591. t. LXXXV, n°. 22: Carta del tribunal de México a Diego Romano, obispo de Puebla, 1579. t. LXXXVII, n°. 1: Lista de familiares del Santo Oficio de México, 15721627. t. t. LXXXIX, n. 34: Carta al comisario de Veracruz para recoger un San to Cristo a Nicolás Francisco, porque decía que lloraba, 1580. t. XC, n°. 49: Papeles recogidos por el comisario de Puebla, 1581. t. XIX: Procesos po r casados dos veces, 1570. t. CX: Procesos por proposiciones heréticas, 1570. t. CXIII, d ° . 1: Proceso de Pedro de Trejo, natural de Plasencia, 1572. t. CXXV, n°. 14: Proceso de Juan Fernández, por tener demonio que le servia, 1580. t. CXXV, n°. 74: Denuncia de Cristóbal de Villegas contra Mencía de Sil va, por tener un libro de hechicerías, 1583. t. CXXV, n°. 76: Denuncia contra Guillen de las Casas, gobernador del Yucután,por brujo y hechicero. t. CXXVI, n°. 5: Proceso de Pedro Ponce de León y Ayala, natural de Se villa, hijo de Juan Ponce de León, relaxado (en Sevilla), 1584. t. CXXVI, n°. 12: Proceso de fray Gaspar de Carvajal, O. P., natural de Benóvente, por sospechoso de judaizante, 1589. t. CXXVIII, n°. 12: Proceso de Felipa de Ataide, natural de Lisboa, por bruja, 1577. t. CXXIX, n °. 1: Proceso de Francisco de Avendaño, por revelaciones y su persticiones, 1580.
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49. 50. 51. 52. 53. 54. 55. 56. 57. 58. 58. 60. 61. 62. 63. 64. 65. 66. 67. 68. 69. 70. 71.
t. CXXIX, n°. 4: Proceso de Pedro Juárez de May orea, por nigromante, 1583. t. CXXX, n. 2: Proceso de fray J u m de Cabezas, O. F. M., 1580. t CXXX, n°. 3: Poceso de fray Lucas de Paz, O. F. M., 1580. t. CXXX, n°. 13: Proceso de fran Antonio Bocardo, O. F. M., 1588. t. CXXXI, n°. 9: Carta delDr. Francisco de Sonde, comisario de Filipinas, 1577. t. CXXXI, n°. 10: Proceso de Diego Hernández de Avila, hijo de Hernán Cortes, 1580. t. CXXXI, n°. 11: Lista de vecinos de Manila que asistían a juntas de bru jas, 1580. t. CXXXIII, n °. 4: Carta de fray Manuel de Reinoso sobre las brujas de Za catecas, 1583. t. CLII: Procesos a hechiceras, 1596. t. CLXVI, n°. 5: Autoacusación de Marta de la Trinidad, del convento de Regina coeU, México, 1598. t. CLXXVI, n°. 9: Proceso de Ana de Guillermos, alias de Peralta, por Alumbrada, México, 1598,1 9 folios. t. CLXXX, n ° 1°: Proceso de Juan Plata-, n°. 2: Proceso de Augustina de Santa Clara, Puebla, por Iluminada, 1598. 229 folios. t. CCIX, n°. 6: Proceso de Catalina de Lidueña, Puebla, por Alumbrada, 1597. (fragmento). t. CCIX, n°. 6C: Proceso de Alonso de Espinosa, clérigo, Puebla por Alumbrado, 1597 (fragmento), 4 folios. t. CCX. n °. 2: Proceso de Juan Núñez de León, México, por Alumbrado, 1597. 258 folios; n ° 3: Proceso de Marina de San Miguel. t. CCXIII, no. 16: Relación del auto de fe , México, 24 febrero 1590. t. CCXIII, n°. 44: Relacicm de causas despachadas fuera de auto, y auto de 8 dic. 1596 (México). t. CCXVI, n°. 3: Proceso de Cristóbal Bravo, S. J., 1595. t. CCXVI, n °. 20: Pregón de auto público de fe , 1596. t. CCXVIII, n°. 10: Relacicm de presos en las cárceles del S. O., 1599. t. CCXXIII: Instrucciones del Consejo al tribunal de México, 1572. t. CCLCL, n°. 12: Correspondencia con los inquisidores de Sevilla y Llerena. 1600. Lote Riva Palacio, vol. 7 ,1 0 , 35 y 49.
AHN: ARCHIVO HISTORICO NACIONAL (Madrid) Inquisición. 72. 73. 74.
a) Libros: 352: Instrucciones del Consejo a los tribunales del Perú y México. 1027-1028: Relaciones del tíibunal de Lima al Consejo, 1571-1597. 1033-1034: Libros I o y 2 ° de cartas del tribunal d etS . O. de Lima al Con sejo, 1569-1584.
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75. 1047-1050: Libros I o, 2°, 3 ° y 4 ° de cartas del tribunal del S. O. de Mé xico al Consejo, 1569-1584. 76. 1064-1065: Relaciones del tribunal de México al Consejo, 1570-Í608. b) Legajos: 77. 78. 79. 80. 81. 82. 83. 84. 85. 86. 87. 88. 89. 90. 91. 92. 93.
1640-1642: Relaciones de ínsitas a los tribunales. 1643-1646-.Procesos criminales (Lima, sido XVI). 1647/1, exp. n °. 1: Proceso de doña Marta Pitorro, 213 folios. 1647/1, exp. n°. 2: Proceso de Pedro Miguel de Fuentes, S .J ., 64 folios. 1647/2, exp. n °. 21: Cuaderno I o de testigos y probamos del proceso con tra fray Francisco de la Cruz, O.P., 553 foüos. 1647/2, exp. n °. 22: Proceso de fray Mateo de la Cuadra, O. M. 1647/2, exp. n ° 23: Calificación de proposiciones (de fray Francisco de la Cruz, O. P. J. 1648-1649: Procesos de fe , 1574-1654. 1650/1: Proceso de fray Francisco de la Cruz, O. P., ff. 554 r-1826 r. (véa se n ° 81]. 1650/2: Sumario y sentencia de id., 38 folios. 1734-1740: Competencias y visitas sidos XVI-XVII (tribunal de México). 2269: Cartas del Consejo al tribunal ae México, 1573-1595. 2270: Cartas, expedientes y memoriales del tribunal de México al Consejo, siglo xvn. 4466, exp. n°. 6: Calificación teológica del ‘Comentario al A pocalipsisde Gregorio López, 1656 y 1708. 4466, exp. n°. 11: Calificación teológica de ‘Tesoro de medicina', de Gre gorio López, 1645. 4787: Hacienda. Tribunal de Lima, siglo X V I. 4809-4812: Hacienda. Tribunal de México, siglos XVI y XVII.
ARCHIVO DE LA NACION (Santiago de Chile) 94. Inquisición 6: Libro de cartas de los inGoogle
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CAPITULO II LOS MIL DIABLOS DE UNA MOZA CRIOLLA (1) 1. Llegan los jesuítas San Francisco de Borja, tercer Prepósito General (1565-1572), decidió en 1567 el envío de un grupo de jesuítas al Perú. La expedi ción parte de Sanlúcar de Barrameda el 2 de noviembre (2). La com ponen ocho en total, cuatro padres y cuatro hermanos, y va de capi tán Jerónimo Ruíz de Portillo, que lleva instrucciones precisas de Borja (3). Surgieron en Cartagena de Indias e' 24 de diciembre; el 3 de enero, 1568, se encaminan a Panamá. Allí conocen a fray Diego de Osorio y a fray Pedro de Toro, que son, respectivamente, Visitador y Provincial de los dominicos. Juntos navegan por el Mar del Sur y al cabo de 36 días arriban al Callao. Los hijos de Santo Domingo dieron hospedaje en su convento a los hijos de San Ignacio, hasta que éstos pudieron abrir casa propia (4). El despliegue organizativo y apostólico de la pequeña milicia ignaciana —en Panamá perdieron al padre Antonio Alvarez, que pagó el tributo de la fatiga del viaje y no resistió el clima tropical- fue estu pendo. Portillo, en calidad de provincial y fiel a las instrucciones borjianas, nombró rector de la casa al padre Diego de Bracamonte, quien se ocuparía además de visitar las escuelas de los niños españoles y de enseñar el catecismo a los niños indígenas; al padre Luis López le asigna como trabajo dar los ejercicios, asistir a los enfermos y enseñar la doctrina cristiana a los negros; al padre Miguel de Fuentes le nom bra maestro de novicios, confesor de mujeres y maestro de gramática. Portillo se encarga de las visitas de cárceles, de las consultas y, sobre todo, de la predicación (5). -6 5 -
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La buena organización y el celo apostólico del grupo cosecharon el aplauso y el apoyo de las autoridades eclesiásticas y civiles, la ad miración estimulada de los religiosos ya establecidos —dominicos, agustinos, franciscanos y mercenarios— y la simpatía agradecida del pueblo. La llegada de los jesuítas fue una inyección vitalizante para la colonia. 2. ¿Endemoniada o neurasténica? El protagonismo que en los sucesos de los Alumbrados peruanos desempeñó doña María Pizarro —asi la llaman, con respetuoso estilo, los inquisidores y los no inquisidores—justifica una pormenorizada presentación. Era hija de Martin Pizarro y Catalina Cermeño, y había nacido en 1550. Creció en el hogar entre sus hermanos: Juan, que se casará con Marina Cepeda; Rodrigo, que se irá a vivir a Arequipa; Martin, que se hará teatino; Ana, que cuando se casó se fue a Guanuco; y Francisca. La familia gozaba de una discreta posición económica y se dis tinguía por su piedad. Los jesuítas, recién llegados, cultivarán espiri tualmente el haza familiar de los Pizarro-Cermeño. El padre Luis Ló pez, según parece, era el confesor de la casa. Doña María no fue a la escuela, donde tantas cosas, además de leer y escribir, se aprenden. Aludo a su analfabetismo (6) como fac tor que influye negativamente en su formación humana, muy casera y cerrada. El analfabetismo, lejos de considerarse un deshonor, era casi una gala femenina en aquellos tiempos. En cambio, recibió una intensa instrucción cristiana, sobre todo en el orden práctico. Sólo ue, al crecer en edad, crecieron y se manifestaron en doña María deectos de bulto en su carácter y reacciones. Fray Francisco de la Cruz, a quien ya el lector conoce, nos ahorra el trabajo de andar espi;ando aquí y allá detalles o elementos para ‘definir’ su psicología; a ‘pinta’ con trazo verbal ágil: “Y para entender mejor estos nego cios, digo que me parece que doña María Pizarro, de su natural, es muy mal inclinada en lo que toca a deshonestidades, y inconstantísi ma e impaciente, desobediente y tontilla y mentirosa y emperrada y mal acondicionada” . Todavía refuerza la semblanza con un brocha do de experiencia: ‘‘y por tal la tienen su madre y hermanos’’ (7).
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Esa moza caprichosa no poseía, evidentemente, cualidades para convertirse en púdica y sumisa novicia. La sensualidad y la religiosi dad le reventaron, por desgracia, en un laberinto de mil diablos: “En esta ciudad de Lima [...] se manifestaron [en 1568) unos demonios en una moza que se llama dona María Pizarro, hija de Cata lina Cermeño. Y a los principios se tuvieron tantos ardides y disimu laciones que así por ellos como porque no se halló a la sazón’’ en la ciudad un “sacerdote que hubiese sacado demonios o lo hubiese visto hacer para averiguarlo, pusieron a este pueblo en confusión porque iba a ver a la moza todo el pueblo, hombres y mujeres y sacerdotes clérigos de todos los monasterios, unos por curiosidad, otros rogados por su madre para que fueran a velalla y encomendaba a Dios; y unos venían diciendo que eran demonios; otros que no, sino enfermedad de gota coral, o otro género; otros decían que no, sino que era una bellaquería o invención de la moza’’. Este testimonio descriptivo nos permite atisbar el entorno —y aun la entraña— del fenómeno. De las tres hipótesis que se barajaban —enfermedad de ‘gota coral’, invención o bellaquería de la moza, endemoniamiento—, hoy sabríamos a qué atenernos; pero el testigo, que cree a pies juntillas que no se trataba de enfermedad ni de bella quería (neurastenia religiosa, exhibicionismo), nos dice que se eligió la solución ex a c u , endemoniamiento. Y que fue por obra y prestigio de los jesuítas: “ de los primeros que atinaron que eran demonios fue ron el padre provincial de los teatinos [Ruiz de Portillo] y el padre Luis López’’ (8). Otro testigo ‘cualificado’ y conocedor de los hechos corrobora al anterior —“los padres de la Compañía fueron los primeros que la visitaron’’ y diagnosticaron—, añadiendo que le aplicaron la cura de los exorcismos (9). Era el remedio en boga (10). Pero exigía una pericia maestra pa ra que resultase eficaz. También estaba previsto que el demonio se ‘rebelase’ —esto es, que resistiese al conjuro—, y en ese caso se recu rría a exorcismos mas solemnes, llevando a la endemoniada a una iglesia. Y eso file lo que ocurrió: el padre Portillo “ continuó los con juros dos o tres días” y, “visto que el demonio estaba rebelde, se acordó llevarla a la iglesia de la Compañía, como el manual lo manda, y hízolo así” (11). El ‘negocio’, en vez de aclararse por la liberación de la moza, se complicó por dos o tres caminos: en primer término, los diablos -
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ofrecían una terca resistencia, haciendo inútiles los exorcismos, y, si alguna vez los obligaban a abandonar la presa, volvían al cabo de po co tiempo a ‘poseerla’ con más furia y número; en segundo tugar, el asunto se puso negro, porque el demonio mayor exigió pacto y per nada a la moza, otorgándoselo ésta; por último, a fuerza de exorcis mos, la moza ‘liberada’ de los mil diablos cambiaba, por usar una expre sión moderna, de partner, cayendo en la posesión de un ‘ángel bue no’, que se incorporaba en ella y hablaba por ella. La ‘invención’ era burdísima, pero traía en jaque a los mismísimos jesuitas, que no acer taban a saber cuándo doña María estaba poseída de los demonios o de los ángeles. La interrogativa encrucijada se convirtió en el punto de encuentro y de choque entre el bando de los ‘angelistas’, por un lado, y, por otro, el de la Inquisición. La batalla doctrinal y judicial tiene, por tanto, su eje en la moza criolla. Y, en definitiva, se desencadenó la disputa en torno a si el ‘án gel’ de doña María Pizarro era bueno o era malo. En ningún momen to se dudó de su existencia. Fray Francisco de la Cruz -valga su testi monio por todos— sintetizará la intrincada problemática en una certera frase: todo el negocio consiste en “averiguar si son cosas de Dios” o no las del “ángel” de Doña Maríaz Pizarro (12). Más abajo analizaré detenidamente la terrible jucha. De momen to, es necesario precisar, al filo de los documentos, que los jesuitas no lograban ‘liberar’ del todo a doña María, y pidieron ayuda a otros. Entran así a formar parte del círculo teatino de doña María Pizarro algunos dominicos. El primero fue fra) Pedro de Toro, que declarará: “ La visité muchas veces en compañía del padre provincial de la Compañía de Jesús [Jerónimo Ruiz de Portillo] y del padre Luis Ló pez, y del hermano Juan Gutiérrez, del hermano González y del her mano Martín Pizarro", —todos ellos jesuitas. Toro ensanchó el círcu lo, haciéndose acompañar de algunos dominicos: “ llevaba al padre fray Alonso Gaseo y a fray Alonso de Sanctis, sacerdote, y a fray Juan de los Angeles” . Precisa más: en otras ocasiones llevó a otros, más bien de compañeros que de iniciados, pues juzga “ que no alcan zaban de lo que allí se trataba como éstos que agora aquí ha nom brado”. En fin, puntualiza quiénes eran los exorcistas: “ El padre Luis, que era el que hacía los conjuros; y el dicho pa dre provincial [Jerónimo Ruiz de Portillo] también la conjuró; y el padre fray Alonso de Sanctis la conjuró algunas veces y ayudaba al padre Luis López” (13).
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La ‘exorcizaron’ también otros; el franciscano fray Diego de Ve ra, por ejemplo, que tenía fama de buen conjurador y “no leía por el manual” (14). ¡Se sabía los exorcismos de memoria! Dando de mano a los conjuradores, ¿cuándo y cómo entró fray Francisco de la Cruz a formar parte del grupo ‘angelista’? Relativa mente tarde y por casualidad. Lo que no empece para que se convier ta en el más perseverante, entusiasta y quijotesco ‘defensor’ del angelismo limeño; en el ‘ideólogo’ de la naciente y peligrosa herejía; y, a la postre, en su más lúgubre víctima expiatoria. Visitó a doña María Pizarro por primera vez en diciembre de 1570. Y por curioso azar. Andaba aquellos días preocupado por se rios problemas —ya habrá ocasión de contarlos— y, espoleado por la angustia, supersticioso como era, creyó encontrar su tabla de salva ción. Replicando a fray Alonso Gaseo, que, mente confusa en todo, había dado una versión inexacta de los hechos, fray Francisco recons truye el primer encuentro: Lo que Gaseo afirma, diciendo “que le dije que fuésemos a ver a doña María Pizarro, no pasó así, sino que, estando y o en oración en mi celda encerrado [...], ñamó Gaseo y me dijo que le había enviado a llamar Catalina Cermeño, y que llevase consigo a fray Juan de los Angeles; y no estando en casa, me llevase a m í; y que el dicho fray Juan no estaba en casa ni en la ciudad, que fuese yo con él” (15).
3. Llega la Inquisición Por real decreto del 25 de enero de 1569 se erigían dos tribuna les del Santo Oficio en Indias: uno en el Perú y otro en la Nueva Es paña (México). El cardenal Diego de Espinosa, Inquisidor General (1567-1572), nombró para el tribunal de Perú: Pedro Bustamante y Serván Cerezuela, inquisidores; Juan de Alcedo, fiscal; Eusebio de Arrieta, secretario-notario. Zarparon de Sanlúcar a 19 de marzo 1569 en la flota en que iba el nuevo virrey del Perú, Don Francisco de Toledo, y una segunda leva de jesuítas. Como estaba mandado, los oficiales de la Inquisición se apresu raron a enviar al Consejo, apenas les fue factible, un minucioso infor-69-
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me del viaje. Contamos, pues, con un diario de mar y tierra, del que extractaremos algunos trozos. El jueves 28 de abril atracaron en la Dominica: “ No escribimos a V. S. desde las islas Canarias porque el general (o capitán de la flo ta] no quiso perder el buen tiempo que llevaba y no tomó las dichas islas, y pasó adelante, y navegamos con buen tiempo hasta ayer, jue ves, 28 del presente, que dirigió la flota a tomar agua en esta isla de la Dominica, do al presente estamos surtos. Tenemos salud, y lo mis mo el fiscal y secretario. Creemos que nos haremos a la vela hoy. El maestre de la urca (16) y sus oficiales lo han hecho con nosotros de otra manera que pensamos lo hicieran”, añaden , puntillosos; pero los absuelven de la instancia “ porque son hombres de la mar y saben hacer poca cortesía a personas”, aunque sean señores inquisidores (17). Navegaron con bonanza por el mar Caribe y surgieron en Carta gena de Indias el 8 de mayo de 1569, “ donde estuvimos algunos días por falta de viento. Y partiendo de allí, llegamos a esta ciudad de Nombre de Dios, de Tierra Firme, a primero dfa del mes de junio”. La única novedad digna de referir es que están impacientes por no poder cumplir sus deseos de servicio: “De negocios - d ic e n - no hay cosa de que poder avisar a V. S. más de que tenemos entendido que todos estos reinos se han holgado con la venida del Santo Oficio. De la villa de Sanlúcar de Barrameda escribimos a V. S. que parecía cosa conveniente que en este reino de Tierra Firme, cuya cabeza es Panamá, recibida la Inquisición, se publicase el edicto y se visitase, por ser como era fuera del virreinato del Perú, y por estar como esta ba lejos de la Ciudad de los Reyes y habernos de detener allí para hacer nuestro matalotaje para la mar del Sur casi dos meses” (18). Diríase que le picaban fas manos vacías, al verse en ocio tantos meses sin ‘inquirir’ nada. En Nombre de Dios se detuvieron más de lo previsto. El 21 de junio firmó Bustamante una carta para el Consejo, quizá la última de su vida (19). Impaciente e imprudente, emprendió el 23 viaje a Pa namá por un camino “ que mata las gentes” (20), abrasado por un calor infernal y salteado por nubes de mosquitos. Para colmo, en los preparativos del viaje se le escapó un esclavo, y a poco de internarse por la selva se le fugó otro. Le dolió más que dos puñaladas. El secre tario Arrieta, que iba con ¿1, escribirá: “ era un hombre tan congojoso y tan amigo de no perder nada” que, de pura pena, por la noche le -7 0 -
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dio calentura; “y aunque los esclavos aparecieron, la calentura conti nuó y con muy gran trabajo le llevamos a Panamá, adonde llegamos a 26 de junio” . Al llegar, se echó en la cama, “ de donde nunca más se levantó” . Según la terapéutica de la época, le tratan a base de san grías y purgas. Y acaban con él. Dios le perdone, dice Arrieta, medio sarcástico y medio judicativo, porque "el se gobernó mal, y así acabó sin entender que se m oría” (21). La muerte de Bustamante fue una grave pérdida, ya que tenía experiencia de inquisidor por haber ejercido en Murcia; Cerezuela estaba bisoño aun. No por eso se arredró. En Panamá puso realmen te a funcionar el Santo Oficio, pues, enterrado el inquisidor muerto, el inquisidor vivo desplegó celosa actividad en orden a implantarlo y a promulgar el edicto (22) y a iniciar pesquisas. Al cabo de unos me ses, el 15 de agosto de 1569 levan anclas y enfilan el Pacífico rumbo al Perú; en un navio van el virrey y el inquisidor;en otro, el secreta rio y el fiscal. Después de 31 días de navegación llegan, finalmente, a Payta y se encaminan, cada uno con su comitiva, pequeña o gran de, a la Ciudad de los Reyes, distante aun 200 leguas. Arrieta, el se cretario, entró a primeros de noviembre; Alcedo, el fiscal, el día 4; Cerezuela, el 29. Y el 30, el virrey (23). Don Francisco de Toledo, revestido de poderes casi omnímo dos, tomó en mano las riendas del Perú con el vigor y la lucidez de un segundo La Gasea. Al fin y al cabo, la Inquisición era un tribunal que ‘entendía’ o juzgaba las causas de la fe libremente, pero con el apoyo del poder civil, del que dependía en cuanto a la estructura. El virrey se preocupó, en efecto, de la instalación y de la puesta en marcha del Santo Oficio, y, en cierto modo, de tenerlo siempre en el puño. El fiscal Alcedo prevenía: “ningún provecho creo se seguirá a la Inquisi ción de que el virrey tenga mano en las cosas del Oficio, en demás con inquisidor que tan de su casa y pecho es” (24). El tiempo de mostrará que las prevenciones del fiscal eran atinadas. Lo primero que el virrey hizo por la Inquisición fue buscarle una casa. Le asignó una que estaba vacía, propiedad del Estado, ubicada en el centro de Lima, - l o que no constituía una ventaja, porque esta ba demasiado a la vista-. Los oficiales no quedaron muy contentos, porque, además del sitio, la casa no reunía las condiciones para ins talar en ella un tribunal tan complejo como el del Santo Oficio. La pieza destinada a ‘sala de audiencias’, por ejemplo, daba a la calle, y los transeúntes podían detenerse a escuchar; las habitaciones para - 71 -
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cárceles eran pocas y demasiado juntas, y los reos podían comunicar se a voces y de otros modos, como efectivamente ocurrirá. No les gustó la sede, pero tuvieron que aguantarse y doblegar la propia vo luntad a la del virrey. Nunca se trasladará de allí la sede, y el edificio, con las oportunas transformaciones y mejoras posteriores, detenta hasta hoy la primacía de los palacios de la Inquisición de América (25). Simultáneo al problema de buscar casa fue el problema del per sonal, incompleto de partida - n o vinieron oficiales m enores- y diezmado por la muerte de un inquisidor. En la elección del personal meterá baza el virrey. Las instrucciones mandaban que se le consulta se. Toledo se anticipaba, imponía gente suya: nombró alguacil a Pe dro de Vega, natural de Ocaña; y receptor, a Juan de Saracho, vizcaí no (26). Para el puesto de inquisidor, vacante por el fallecimiento de Bustamante, el fiscal sugirió al Consejo que buscasen un “ hombre de pecho y valor, para que lo muestre y tenga en las cosas que se ofrecie ren en la Inquisición contra el arzobispo de aquí, que,según hadado a entender, no se ha holgado mucho con la venida” del Santo Oficio (27). El fiscal, como se ve, anda en vela, y empieza a dar señales del belicoso celo que le va a caracterizar. El importantísimo cargo de se gundo inquisidor se dará a don Antonio Gutiérrez de Ulloa, una mez cla de jurista y macho cabrío, con el que se topará el lector muchas veces a lo largo de esta historia. Y, por supuesto y más dramática mente, antes se toparon los reos, en especial fray Francisco de la Cruz. La implantación pública, con pregón y lectura de los reales de cretos y de los edictos inquisitoriales, tuvo lugar el 29 de enero de 1570 (28). Asistió el virrey, asistió el arzobispo, asistieron las autori dades y el pueblo. El acatamiento fue general. El gozo del virrey, contenido y evidente. Al único que no le gustó fue al arzobispo, fray Jerónimo de Loaysa. Y el que ‘denuncia’ su disgusto es precisamente el fiscal, como hemos visto: volvió más tarde a la carga y a la queja. Por su lado Cerezuela comparte la opinión del fiscal: “ En la carta que últimamente escribí a V. S. desde esta ciudad dije, entre otras cosas, cómo yo creía que el señor arzobispo (...) no toma bien el asiento del Santo Oficio en ella y cómo había publicado ciertos edictos nom brándose en ellos inquisidor ordinario, y que por ellos vedaba mu chos libros de los que andan en España” . Ha acatado de palabra, pre cisa Alcedo, las cédulas reales, tanto la que le pide favor y ayuda al Santo Oficio como la que le exige que entregue los procesos tallados -7 2 -
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o pendientes, pero de hecho no los ha remitido, sino que los tiene en palacio en un arca de tres llaves (29). El tribunal del Santo Oficio era un tribunal autónomo y, por tanto, incómodo para los obispos, pro duciéndose frecuentes roces de competencia jurisdiccional. El disgus to del arzobispo no estaba motivado por personal ojeriza a la Inqui sición, sino por los problemas que está viendo venir. En lo sucesivo, se mantendrá obsequioso y distante, sin ceder un ápice de sus dere chos y menos aun de sus puntos de vista. En toda esta larga serie de viajes, trajines, arreglos, actos públi cos, etc. se gastaron muchos días. Pero, una vez implantado y acep tado, 29 enero 1570, el tribunal se fue poniendo en marcha. Al prin cipio, muy lentamente. Con la incorporación de Gutiérrez de Ulloa —zarpó de Sanlúcar el 30 de octubre de 1570; llegó a Lima el 31 de marzo de 1571—, cobró ritmo más acelerado y duro (30). Según las Instrucciones, una vez instalado el tribunal, debía ocuparse de tres cosas: primera, avocar a sí las causas de fe fulmina das por los ‘ordinarios’ —los obispos—, y los procesos aún pendientes; segunda, ‘inquirir’, detectar y procesar a los herejes; tercera, restringir el radio de las pesquisas a los europeos y no molestar en nada a los in dígenas: “ Item, se os advierte que por virtud de vuestros poderes no ha béis de proceder contra los indios del dicho vuestro distrito, porque por ahora —hasta que otra cosa se ordene— es nuestra voluntad que sólo uséis de ellos contra los cristianos viejos y sus descendientes y las otras personas contra quien(es) en estos reinos de España se suele proceder; y en los casos de que conociéredes, iréis con toda templan za y suavidad y con mucha consideración, porque así conviene que se haga, de manera que la Inquisición sea muy temida y respetada, y no se dé ocasión para que con razón se le pueoa tener odio” (31). La instrucción respira aquí un alto sentido de prudencia. Algún obispo celoso —ZumáiTaga, por ejemplo, en México—había procesa do a caciques aztecas con demasiado rigor. Algún ojo avizor —verbi gracia, el de fray Francisco de la Cruz—se creerá en el deber de pedir la Inquisición contra los sacerdotes y caciques incas porque idolatra ban después del bautismo cristiano. En España, sin embargo, se pien sa que las idolatrías de los indios no constituyen un grave peligro para la fe. El indio es un cristiano joven, y merece trato protector. El Santo Oficio, por consiguiente, procesará sólo a los ‘cristianos viejos’. Y lo hará con ‘templanza’, es decir, suavemente, sin demasías. Por -
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desgracia, los bisoños inquisidores del Perú olvidaron la norma, im plantando en la Ciudad de los Reyes un tribunal que será muy temi do, sí, mas también odiado. Los acontecimientos lo van a demostrar bien pronto. 4. La autodenuncia de Gaseo Volviendo a conectar con el grupo ‘angelista’ que pululaba en tom o a doña María Pizarro, ¿hay novedades? Sí, novedades hay. Una, la marcha de Toro a Potosí, la de Luis López al Cuzco y la de Gaseo a Quito. Fray Alonso Gaseo estaba encariñado con el mundo estupendo de doña María Pizarro y recibió a regañadientes la orden de partir como prior a Quito. Tanto, que consultó con el ‘ángel’ si debía obedecer o no. Toro y Luis López, más inteligentes, no se plan tearon el problema. Fray Francisco de la Cruz se escabulló con habili dad del peligro de que lo sacasen de Lima. Gaseo partió, pues, para Quito, añorando y rumiando. Incluso, pergeñando por el camino una especie de memorias de lo que vió y oyó mientras estuvo en el círculo ‘angelista’. Y cuando llegó a Quito, trató de seguir viviendo inmerso en él, de obedecer las sugerencias y consejos del ‘ángel’ y, en la medida de lo posible, irradiar la espiri tualidad limeña. Pero ocurrió que enflaqueció físicamente, y los es crúpulos empezaron a escarbarle y a roerle el espíritu: aquellos ‘san tos y ángeles, que le ‘hablaban’ en Doña María ¿eran buenos o eran malos? Consultó sus dudas y sus escrúpulos con fray Rafael de Segura, antiguo profesor de la universidad de Lima y a la sazón ‘teólogo’ del obispo de Quito, fray Pedro de la Peña. Segura quemó los ‘papeles’ y aconsejó a su penitente hablar con el obispo. Peña más que de roca era de hierro y en olfatear y perse guir herejes podía codearse con Melchor Cano (32). El juicio de Peña, que tan insistentemente pidió la implantación del Santo Oficio en Indias y con tanta satisfacción la recibió —a dife rencia de Loaysa, que la aceptó a regañadientes—, fue apodíctico: aquí hay, dice a Gaseo, un grave asunto de Inquisición. Está, pues, obligado a ‘denunciarlo’ rápidamente al tribuna] por la vía del ordi nario. Es decir, del propio obispo. El prior, víctima de una crisis múltiple de salud física y espiri- 74 -
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tu al, quedó desarmado y entregado. Nervioso. Al poner por escrito la denuncia pone también de manifiesto su desequilibrio psíquico, re* dacta un texto confuso, con incoherencia de estilo y de ideas. Lo ob servará el lector en ios pasajes que citaré a continuación. Gaseo escribió tres cartas aquel fatídico 21 de julio de 1571: a don fray Pedro de la Peña, al inquisidor Cerezuela y a fray Francis co de la Cruz. Una autobiodenuncia por triple partida. Al obispo le espeta: Yo, “fray Alonso Gaseo, prior de Santo Domingo de Quito, pre sentado en santa teología, parezco ante Vuestra Señoría y digo que en Lima hay una moza que dice ve santos —con lo cual ella y los de monios han engañado a muchas personas graves y de letras, y a m í con ellas*’. Hasta “ ayer, viernes 20 de julio de este año de 1571**, no descu brió la trama diábolica del ‘negocio*. El día anterior, jueves, sin ir más lejos, lo indujeron a celebrar una misa a pies descalzos. “Y por que la historia es larga**, conviene “ que la Santa Inquisición conozca de ello y averigüe el daño que en ello se ha hecho*’. Los discípulos han sido ¿1, Gaseo, y fray Francisco de la Cruz. “De lo cual doy ahora noticia, porque hasta aquí lo tenía todo por santidad y virtud’* y “ por consejo de los dichos demonios de ellos en nombre y título que de santos los perros tomaban, yo tenía esta estola y corporales** y un libro de e: orcismos, etc. Promete dar larga relación de todo, si es necesario. Por el momento, “denuncio ante Vuestra Señoría, por vía de Santo Oficio” , hoy, 21 de Julio, 1571, este ‘negocio*, pidiendo certificado notarial de ello. El obispo, ni corto ni perezoso, nombró a fray Rafael de Segura notario para que diese testimonio. Y dio curso a la denuncia (33). Al inquisitor Cerezuela se limita a anunciarle que recibirá, a la mayor brevedad posible, documentos importantes que le enviará el obispo de Quito. Mientras llegan, porque el caso es urgente, “ vuestra merced mande luego llamar ai padre presentado fray Francisco de la Cruz” para que le informe. En nn, está dispuesto a ir él en persona, si es necesario. (34). Metía así en danza a fray Francisco, a quien avisa también; “ a no estar vuestra paternidad allá para dar de todo luz, le añade, yo fuera luego a ello, que entiendo conviene mucho” ; si no se ha puesto en camino, es por su gran flaqueza y por no dar en ojo, pues no hace tanto que salió de Lima. (35). - 75-
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Flaco y azuzado de impaciencia» el día siguiente, 22 de julio, volvió a escribir al obispo, presentándole una mano de papel y un^s plumas que halló en un cofre y pidiendo testimonio notarial ae esto y de otras cosas: una, de que ante el notario llamó a tres religiosos del convento y, bajo juramento, les dijo “cómo ya había averiguado que aquel milagro era burlería y falsedad’* de los demonios; otra, de que a Segura, su confesor, “le mostré unos papeles que del dicho de ellos yo tenía sacados por memoria de cosas que por la moza incor* porados nos habían dicho, y dicho confesor y de esta causa notario, antes que los acabásemos de leer, que eran tres o cuatro cuadernillos, yendo leyendo parte de ellos» le pareció que no eran cosas fundadas sino disparates, y dijo que los quemásemos, y yo y él los llevamos a la cocina y los quemamos todos sin quedar cosa” (36). El obispo, por su parte, se apresura a escribir a los inquisido res de Lima, enviando la carta “a caso y a ventura” , pero no la docu mentación ni los objetos que le ha entregado fray Alonso. Es un asunto gravísimo, del que fray Francisco déla Cruz dará luz, “porque la tardanza fuera muy peligrosa” ; Gaseo “queda seguro y remedia do” ; el obispo le retó a que fuese personalmente, pero se excusó “con su flaqueza, que, cierto, es grande, aunque va tornando en sí” (37). Algunos días más tarde, el 4 de agosto, Peña mandó los docu mentos por un mensajero de confianza, junto con una carta para el tribunal: “Envío los recaudos originalmente, metidos en una bolsa de terciopelo morado, ligada con una cinta colorada”. “ Lo que va den tro es una estola de raso blanco forrado en tafetán carmesí y guarne cida con un fleco de oro y seda carmesí y un paño a manera de corpora les; y un pedazo de tafetán con unas letras bordadas: y la imagen pequeña de pincel, de la Salutación del ángel a Nuestra Señora, con otras letras a las espaldas; y una mano de papel con un poco escrito al principio, y lo escrito está borrado; y dos plumas cortadas dentro del papel; y un pañizuelo de holanda algo traído y sucio; y un libro, encuadernado en pergamino, de exorcismos; y unas cintas traídas de seda negra” . Todo ese material tiene, según Gaseo, misterios (38). De esta manera, fray Alonso Gaseo fue, como recordará sentida mente fray Francisco de la Cruz, “principio y motivo para que estos negocios hayan venido a publicarse y a noticia de la Inquisición (39); “ principio o motivo de que, teniendo los señores inquisidores estas -7 6 -
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cosas por de mal ángel, nos prendiesen y pasase lo que ha pasado1 ( 40 ).
NOTAS (1) La fuente principal de este capitulo: Proceso de doña María Pitarro, difunta, vecina de ia Ciudad de (os Reyes, que falleció en las cárceles secretas de ¡a Inquisición de la dicha Ciudad de los Reyesi AHN.: Inq., legajo 1647/1, exp. n°. 1. En adelante citaré: Pro ceso MP. (2) La documentación sobre la entrada de los jesuítas en el Perú está recogida en: MHSI7 5 .M onum ento peruana I (1S6S-1S7S), ed. A. de Egaña.R om a, 1954. (3) Cf. MHSI.: S. F. Borgia IV, 419-421 ( “I «m icción...al padre Portillo y a los padres que va a las Indias de España1’). (4) Sobre la fraterna acogida que los dominicos de Lima dispensaron a los recién llegados, puede verse: J. Meléndcz, Tesoros de las Indias, tomo I, Roma, 1681, pp. 404* 406. (5) Cf. Antonio Ascrain, Historia de la Compañía de Jesús en la asistencia de Espa ña, tom o II, Madrid, 1905, p. 309. (6)
Cf. Proceso MP„ f. 169r.
(7)
Proceso, f. 776r.
(8)
Proceso MP, f, 3r-v. (declaración de Alonso Gaseo).
(9) Cf. Diego Pérez de Valdivia, Aviso de gente recogida (Barcelona, 1585), reed. A. Huerga (Espirituales Españoles A-24), Madrid, 1977;Carlos Marta Staehlm, Apariciones. Ensayo crítico, Madrid, 1954; B. Kloppenburg, La irrealidad de la magia o brujería: “ MedeUínM3 . 1977, pp. 55-73. (10)
Porceso MP, ff. 103r-14r (declaración de Pedro de Toro).
(12)
Proceso, f. 1662r.
(13)
Proceso MP., f. 85r.
(14)
ib ., ff. 37r y 153r.
(15)
Proceso, f. 1668v.
(16)
Orco o urca: embarcación grande, muy ancha por el centro.
(17)
AHN.: Inq., libro 1033, f. 2r. Quien tenía más experiencia de mar y de marine-
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ros, y también más sentido del hum or, escribe: "Los marineros son gente gentil, inurbana, que no sabe otro lenguaje que el que se usa en los navios; en la bonanza son diligentes y en la borrasca, perezosos: en la torm enta mandan muchos y obedecen pocos; su Dios es su arca y su rancho; y su pasatiempo, ver mareados a los pasajeros": Miguel de Cervantes,Novelas ejemplares, Madrid, 1969, p. 152. (18)
AHN.: lnq„ libro 1033, f. Ir.
(19)
AHN.: Inq., libro 1033, f. 3r.
(20)
Ib., f. 14r (carta del fiscal Alcedo al Consejo).
(21)
ib ., f. 8r (carta de Arrieta al Consejo, 30 junio 1569).
(22)
Texto del edicto: ib., f. 3r.
(23) ib ., í(. 37r-38v (carta-informe del fiscal Alcedo al Consejo, dando relación cumplida oel viaje). (24)
Carta de Alcedo al Contejo, 31 enero 1570: ib., f. 38r.
(25) El palacio del tribunal de México, que también se conserva, es posterior: cf. Francisco de la Maza, Et palacio de la Inquisición (Escuela Nacional de Medicina), México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1951. Sobre las mínimas condiciones del edificio de Lima, la correspondencia de Alcedo es elocuente: véanse otros testimonios en: J. T. Medina I, 185. Fray Francisco de la Cruz insistirá en que se oía desde fuera lo que los inquisidores trataban con los reos: cf. Proceso, f. 1667». (26) Alcedo ‘presenta’ y enjuicia a los oficiales menores asf: Pedro de Vega, algua cil: ‘tiom bre del virrey"; "el receptor también se nom bró por favor" del viney: ‘llámase Juan de Saracho, vizcaíno (...]. Es hom bre de bien, oor cierto"; el secretario, Eusebio de Arrieta, es "ambicioso" (terminarán por ser buenos amigos); Cerezuela es "inquisidor nue vo" y, además hechura del virrey: Carta del fiscal A lcedo al Consejo, 30 junio 1969: AHN.: Inq., libro 1033, f. 38r. El 5 de febrero 1570 escribió Arrieta al Consejo pidiendo la plaza de nuncio del Santo Ofi cio para un hijo suyo, Gaspar de Arrieta: ib., t. 36r. Fue atentida la recomendación: cf. ib., f. 350r. (27)
Carta del fiscal al Consejo, 31 enero 1570: ib., f. 38r.
(28) Carta del inquisidor Cerezuela al Consejo: Archivo de la Nación (Santiago de Chile): Papeles de Inquisición, libro 6; certa del fiscal Alcedo al Consejo: AHN.: Inq., libro J 033, f. 28r. (29) Cf. ib., f. 86r. Jerónim o de Loaysa, O.P. obispo de Cartagena de Indias: 1537 dic. 5 (Eubel III, 154); primer arzobispo de Lima, 1541—+ 2 5 octubre 1575 (Eubel III, 225) (30) Cf. B. Escandell, Datos sobre... un magnate eclesiástico en el Perú de Felipe l¡. en "Homenaje a J . Regla", vol. I, Valencia, 1975, pp. 409-426. (31) G. García y C. Pereyra, Documentos inéditos o m uy raros para la historia de M éxico, México, 1906, p. 225. (32)
Sobre Pedro de la Peña, véase infra: VII, 2.
(33)
Texto: infra, doc. 233.
(34)
Texto: infra, doc. 234. -
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(35)
T exto: mfra, doc. 235.
(36) T exto: mfra, doc. 236. Los religiosos-súbditos, a quienes hizo participar en la ceremonia y a quienes exigió juram ento y ante quienes retractó, eran: fray Cristóbal Ram í rez, fray Andrfs de Oviedo y fray Pedro Bedón. El tribunal decidió, 14 diciembre 1571, so meterlos a interrogatorio: cf. ib., f. 623v. (37)
Proceso, f. 554r.
(38)
Proceso, f. 555r.
(39)
Proceso, f. 1677r.
(40)
Proceso, f. 1673v.
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CAPITULO III EL DRAMA DE UN ‘PROFETA* DE LA LIBERACION /. Careo con los inquisidores Las cartas de Alonso Gaseo llegaron a Lima a primeros de oc tubre (1), dos meses y medio después del envío. Enterados del asun to los inquisidores, nada perezosos, deciden citar a fray Francisco de la Cruz, dado por 'conteste* de aquellos negocios por el denun ciante. El mismo día, 9 octubre 1571, compareció en la sala de au diencia. Le fueron haciendo preguntas capciosas, a las que el ‘contes te* responde con verbo torrencial y divagador. Los inquisidores le escuchan atentos, dejando que se explaye a su gusto. Hasta que, un poco cansados, le obligan a ceñirse, arguyéndole carta de Gaseo en mano. Fray Francisco, sorprendido, se doblegó al puyazo: la prota gonista de aquel negocio es doña María Pizarro; estando endemonia da, un armado la defendía con la ayuda de San Dionisio. Concre tando detalles personales, confiesa: hara un año, poco más o menos, que volvió a ‘endemoniarse*; López y Portillo habían partido para el Cuzco; Toro, para Potosí; Catalina Cermeño, asustada, llamó enton ces a Gaseo y a fray Juan de los Angeles; éste no estaba en casa. Por cal circunstancia fue fray Francisco con Gaseo a ver a doña María. En cuanto a las visiones de la moza, explicó cómo decía "lo que le decía el armado*’ (2). No le acosaron más. En sustancia, estaba ‘conteste* con la de nuncia de Gaseo. Los jueces quedaron convencidos de que allí había tela inquisitorial que cortar. De lo que no quedaron muy convencidos fue de que fray Francisco hubiese dicho toda la verdad. Como quien -8 1 -
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no quiere la cosa» le sugirieron que recorra su memoria y diga todo aquello de lo que buenamente se acuerde. Fray Francisco de la Cruz regresó a su celda cabizbajo» pensati vo» preocupado» inquieto: los insensatos escrúpulos de Gaseo podían comprometerlo y sacar a relucir sus trapos sucios, sobre todo sabien do cómo se las gasta la Inquisición cuando quiere llegar al fondo de los 'negocios*. No se equivocó, y» andando el tiempo, recordará con despechada amargura las cien veces que Gutiérrez de Ulloa le repitió, fanfarrón, que el Santo Oficio apuraoa hasta las heces y sacaba a flo te los mismísimos pensamientos de los reos (3). Encerrado en su celda, fray Francisco fue rellenando cuartillas y más cuartillas, hasta acabar un pormenorizado informe que aquella misma tarde —tarde fatídica— presentó personalmente a los jueces. Ha recapacitado sobre los hechos, según le aconsejaron los inquisido res, con pausas y con los cinco sentidos. Explica en el escrito muy al detalle lo que sabe y ha visto de doña María Pizarro. Procura no pi llarse las manos. Pero, inconscientemente, la angustia existencial y moral le traiciona; descubre una pista por la que nadie le ha pregunta do: el nacimiento de un libertador del Perú. De él ha dicho el ángel de doña María grandes cosas. Un niño sin padre y sin madre conoci dos; un niño predestinado, caído del cielo: lo "echaron a la puerta de doña Elvira Dávalos; echáronlo el día de la transfiguración ( - 6 agos to], y nació día de Santo Domingo” [4 agosto 1571) (4J. Sin querer, fray Francisco se está complicando el futuro. ¿Qué fe van a dar los inquisidores a una moza, a la que fray Francisco pinta con tan negros colores? Ingenuamente, declara que "ha tenido acceso a ella el demonio y que ha estado enamorada car nalmente con alguno o algunos de los demonios, y que hubo también alguna flaqueza el padre Luis López con ella'* (5). Por si no se hubiese colado bastante, el 19 de octubre de 1571 presentó un segundo escrito, largo de 40 hojas, defendiendo el sobrenaturalismo de los fenómenos histérico-religiosos de doña María Piza rro y el estupendo porvenir del "niño” (6). Todavía insistió con cuatro hojas más —tercer escrito—el 22 de octubre, junto con un billete de la vidente, en el que "decía, entre otras cosas, estar apenada y fatigada por la ausencia de fray Francisco y por no poderle ver ni hablar** (7). Los inquisidores le habían prohibido visitarla. Les pide, pues, permiso para ir. La respuesta fue un seco no. A pesar de él, fray -
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Francisco fue a aleccionarla. Y fue también a casa de doña Elvira Dávalos a prevenirla a ella y a sus hijas de lo que los inquisidores estaban indagando y de lo que, en caso de que las llamasen a deponer, debían decir (8). En el cielo gris y sin sol de Lima los enlutados gallinazos trazan con las alas signos de mal agüero. 2. La prisión Las ‘confesiones’ orales y escritas de fray Francisco, “conteste” de Gaseo, ensanchaban peligrosamente el horizonte. En realidad, se fue de la lengua y de la pluma, y, laberíntico y cauteloso, no guardó la ropa, intrigando a los inquisidores. La manera más expeditiva para aclarar los hechos —y conjurar el peligro de los ‘conjuros’ y de las profecías- era meter a fray Francisco en las cárceles secretas oel San to Oficio, no ya como simple ‘conteste’ sino como ‘reo’ comprome tido. En efecto; releído el proceso verbal, al que se anexionaron las declaraciones escritas, el 1 de diciembre de 1571, pidió el fiscal la prisión. Inmediatamente, los inquisidores deciden dar curso legal a la requisitoria. El código del Santo Oficio ordenaba que el ‘ordinario’ —el arzobispo— tomase parte en las ‘consultas’. Enviaron, pues, al secretario, Eusebio de Arrieta, a palacio para que dijese de palabra a fray Jerónimo de Loaysa que acuda al Santo Oficio para tratar de un “ negocio muy importante”. El señor arzobispo respondió que podría ir en persona el lunes próximo, 3 de diciembre, a eso de las 2 de la tarde (9). Luego, a solas consigo mismo, lo pensó mejor, man dó un criado a la sede del tribunal a decir a Arrieta que el señor ar zobispo lo llamaba. Acudió, presuroso, el gordinflón secretario y, una vez en palacio, le comunica que, de lo dicho, nada: está enfermo, no puede caminar, tendría que ser llevado en silla; y esto, evidentemen te, daría en ojo a la población. Por tanto, le ruega trasmita a los in quisidores su excusa y que le comuniquen de qué negocio se trata ( 10).
¡A buenas partes! El secreto del Santo Oficio se guardaba con avaricia, y ni al mismísimo arzobispo se le revelaban los negocios, sal vo en la sala de consulta, bajo la tenaza del juramento. Se retrasó la consulta, pero al fin se celebró, en ausencia del -8 3 -
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‘ordinario’, el 14 de diciembre de 1571. Asisten los dos inquisidores, el Licenciado Paredes, oidor de la Real Audiencia, y el arcediano Martínez, actuando Arrieta de secretario. Previa la ‘vista* de la causa —relación del ‘negocio*—, deciden: I o. Prender a fray Francisco de la Cruz, “ y que se le busquen y tomen todos sus libros, sermones, escrituras y papeles**; 2o. Llamar a fray Pedro de Toro, fray Alonso Gaseo y fray Rafael de Segura y, una vez que lleguen, “ ponerlos a buen recaudo'*; es decir, en prisión más o menos rígida, según convenga. 3o. Someter a interrogatorio a fray Cristóbal Ramírez, fray Andrés de Oviedo y fray Pedro Bedón. 4°. “ Item, que se le mande por este Santo Oficio al padre Luis López, de la Compañía de Jesús, que luego le dé a la persona que los señores inquisidores mandaren todas las cartas que tuviere en su po der de fray Pedro de Toro, de fray Francisco de la Cruz, de fray Alonso Gaseo, de doña María Pizarro (11). Nos extraña la severidad de la decisión, porque no ha precedido acusación ni proceso; los inquisidores actúan así, antilegalmente, para prevenir y atajar las ‘fugas' y para facilitar la puesta en claro del asun to. Y nos sorprende también la amplitud dr la redada y, sobre todo, que al padre Luis López, principal actor y responsable de aquel lío, se le deje en libertad. Son los dominicos los que pagan las costas y los pla tos rotos. Los jesuítas, por el momento, gozan de bula y parecen ‘in tocables'. Pero de esto ya habrá ocasión de hablar, sin entretenernos ahora a poner en tela de juicio la parcialidad evidente de los inquisi dores. El voto de prisión no se ejecutó inmediantemente. Fray Francis co pudo segir trajinando y trabajando. El 21 de diciembre predicó en la iglesia de Santo Domingo el sermón de Santo Tomás Apóstol, permitiéndose, como solía, defender con garra dialéctica una de sus tesis más hondas: “Dijo que se salvarían los indios y negros cristianos de poca capaci dad, con tal que creyesen en un Dios remunerador de los buenos y castigador de los malos, y en Jesucristo nuestro señor, aunque no tu viesen fe explícita de la Santísima Trinidad ni de la Encarnación de Nuestro Reoemptor” (12)
El sermón —o, mejor dicho, la tesis del sermón—escoció un tan to las ideas ancladas de algunos oyentes ‘teólogos*, que juzgaron -84
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audaz y malsonante la doctrina de fray Francisco. Otro episodio de polémica doctrinal, al que ya nos hemos refe rido (13), ocurrió un mes más tarde, el 21 de enero de 1572. Pero las suertes del loperano estaba echadas. Y el 25 de enero, fiesta de conversión de San Pablo, el alguacil del Santo Oficio se pre sentó de madrugada —la del alba seria...— en el convento y llamó a fray Francisco, que acudió presuroso a la portería; el alguacil lo invi tó a acompañarle; fray Francisco,restregándose los ojos, le sigue por las calles silenciosas a la sede de la Inquisición. “ A las siete de la ma ñana, antes menos que más*', se consigna en el proceso, el alguacil lo entregó al alcaide de las cárceles secretas, Cristóbal Sánchez (14). Para fray Francisco de la Cruz empezaba una noche trágica de cerca de tres mil días. 3. Conmoción y consternación en Lima Un episodio de este género no podía pasar desapercibido en la colonia. Hasta los diablos y los santos de doña María Pizarro se es pantaron y, según confesó ella, no volvieron a aparecérsele. La pri sión de fray Francisco la curó de espantos preternaturales, pero la llenó de sobresaltos naturales. El pavor cundió también en casa de doña Elvira Dávalos. Los jesuítas parece que también se alarmaron, pues el padre Ruiz Portillo, embozado en su manto, se fue a hacer indagaciones privadas en los domicilios de algunas familias y acosó con preguntas incluso a las criadas y esclavas negras (15). La conmoción general se hizo más densa y más consternada de puertas adentro del convento de Santo Domingo. El padre prior, fray Alonso Guerra, da la triste, deshonrosa noticia a la comunidad y, en un gesto noble, ordena que todos los que sepan algo vayan al Santo Oficio a deponer y declarar (16). El mismo acude, 18 febrero 1572, y refiere lo que sabe;$u leal parecer,apunta,csque las ‘revelaciones'de fray Francisco, que han dado mucho que hablar, son el motivo deter minante de su prisión, “ porque en su doctrina ordinaria -p rec isa no se ha entendido error o herejía*’ (17). La orden y el ejemplo del prior dan cauce libre a una riada de 'tes tigos* espontáneos, que tendrán que guardar turno para sus declaracio nes. No voy a transcribir, una por una, las cosas que dicen, porque no habría lector que lo aguantase. Me fijaré únicamente en los testigos -
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de mayor relieve. Y, a continuación, en las asustadas hijas de Elvira Dávalos que, con su madre a la cabeza, desfilaron también por la sala. Un testigo madrugador, con peso de letras, fue fray Antonio de Hervías. Declaró el 15 de febrero, y cargó duro contra fray Francisco (18). Días antes, el 6, testificó in scriptis fray Francisco Coronel, que por ser tocayo y hombre de buen criterio, intentó reconvenirlo a tiempo: “Habrá dos meses y medio, poco más o menos, que yo, fray Francisco Coronel, de la Orden de Santo Dominto, fui al padre Pre sentado fray Francisco de la Cruz, al cual, admitiéndome a que tratá semos acerca de revelaciones, le hice muchos argumentos para que advirtiese y no «e dejase engañar del demonio y fuese tal el que le aparecía como ángel bueno. -D íjom e que era verdad que en los principios anduvo dudoso y vaci lando [...], mas que ya estaba cierto. —(...) Le dije que, si era así, cómo no había en ello muy gran secreto, >ue$ los regalos y favores de Dios se han de encubrir para no perder os [...J. —Respondió que no sólo él, más otras tres o cuatro personas tenían las mismas apariciones y que por ser negocio tal y tan grave se había dado noticia de él al Santo Oficio y él llevado más de 15 pliegos de papel escritos, y entendía se llevaría a España para que mejor se exa minase y viese” (19). Este diálogo revela el fino sentido teológico de Coronel. La co rrección fraterna tuvo, sin embargo, poco efecto. Fray Francisco de la Cruz, testarudo y atrincherado, se defendía con habilidad. Tam bién acudió, como se esperaba, fray Pedro de Cisneros, el de la acalo rada disputa con el loperano. Y, por si no bastase la deposición oral, hace otra por escrito, con veneno en la tinta; en resumen, le ataca por cuatro flancos: 1°. de consultar sus Negocios’ con el arcángel San Gabriel; 2°. de la murmuración que han suscitado sus revelaciones en el convento; 3o . de prometérseles muy felices, asegurando el buen su ceso de sus cosas; y 4°. de profetizar maravillas futuras acerca de “un niño que se cría en la chacra de doña Elvira Dávalos” (20). El ‘negocio* de las revelaciones y de las profecías de fray Fran cisco de la Cruz han desatado, como se ve, la inquietud y la murmu ración. En general, cunde la crítica; algún alma bondadosa, como fray Coronel, lo reconviene; no faltan tampoco los que, aun descon fiando de las 'revelaciones* de fray Francisco de la Cruz, suponen que
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los extraños fenómenos diabólicos de doña María Pizarro son tal vez verdaderos. Curiosa es la analogía que otro padre grave, fray Juan de los Angeles (23), insinúa entre el caso de doña María Pizarro y el caso de Magdalena de la Cruz (24): “Díjome fray Juan de los Angeles -c u en ta fray Diego Gorbalán en su deposición testifical- que algún demonio tenía acceso a esta mujer [...], porque lo mismo había acaecido a Magdalena de la Cruz, una monja ae Córdoba, en cuyo auto se halló presente” (25). Por su parte, Gorbalán indica pistas que ya conocen los inquisidores: "De esto, dice, darán entera relación el padre fray Pedro de Toro y el padre Luis López, como hombres que cursaban estas cosas” (26). Se confirma, pues, el juicio del prior: lo han preso por “ sus re velaciones” . Ni una alusión a ‘herejías’; o, en todo caso, se trata de ‘opiniones’ personales discutibles y discutidas. Tampoco se le acusa de faltas de conducta, en las que de ordinario no ‘entiende’ el Santo Oficio. Finalmente, ningún testigo menciona el plan de 'levantarse con el Perú’, oculta intención que va a ser crucial en la marcha del proceso y la que le va a dar un marcado tinte político. En cuanto a las asustadas hijas de doña Elvira, que son las que crían al niño de quien fray Francisco predice maravillas, acuden en bandada, espontáneamente, a la Inquisición. Pero ni le levantan fal sos testimonios, ni le acusan de frente. Más bien le ‘abonan’, es decir, testifican de hechos o de dichos en su favor. Por ejemplo, la misma doña Elvira, que acudió al Santo Oficio, presurosa, el 30 de enero, declaraba que fray Francisco, tres meses antes de prenderlo, allá por octubre de 1571, les dijo a ella y a sus hijas que "daba licencia para que dijesen en este Santo Oficio todo lo que les había dicho del ángel” (27). Dejemos ir y venir a los testigos. Dejemos que se tranquilicen doña Elvira y sus hijas, que andan muy azaradas. Por deber de histo ria, vamos a ver qué le pasa al preso. 4. “Laconversión" Un hombre vivaz, hablador y pensador como fray Francisco fue fácil presa del abatimiento al verse encerrado en la cárcel inquisito rial, a oscuras de todo, sin comunicación, sin diálogo, sin desahogo. Ni los mismos inquisidores, tipos más adustos de lo que él pensaba, se dieron prisa a tenderle la red de sus capciosas preguntas. Por fin, el -
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día 9 de febrero de 1572 lo lleva el alcaide a la sala de audiencia (28). Ya fray Francisco no habla como simple “ conteste", sino como pre sunto reo. Y, como tal, se sienta en el banquillo, frente a unos seño res de caras conocidas, que hoy no parecen caras de amigos, sino de ‘inquisidores’ —lo que realmente son—. Lo primero que le exigen es que jure decir la verdad, toda la ver dad. Después del juramento, le hacen las preguntas genereles sobre su vida y andanzas. Es un interrogatorio de guante blanco, al que el reo responde con un extenso relato de su genealogía y autobiografía. Hasta llegar a la encrucijada: ¿cuál cree que es la causa de su prisión? Obviamente, el preso la relaciona con los fenómenos extraordinarios de la moza criolla, de los que él ha sido vocero y allí mismo, en la sa la, ha hecho pertinentes declaraciones, f -ay Francisco divaga ahora, siempre locuaz, pero más cauteloso y temeroso que en anteriores oca siones. Los jueces concluyen que “atento que dice que son muchas menudencias las cosas que tiene de qu¿ declarar", las puede poner por escrito. Y ordenan al secretario que le entregue doce pliegos de papel y recado para escribir (29). Retorna, pues, a la soledad de su celda carcelaria; allí rumia y escribe. Tiene tiempo. El 3 de marzo, de nuevo en la sala, ya con los pliegos cubiertos de letra negra y fina. Es el quinto escrito. ¿Que de clara en el? “Digo que los días pasados, que fue en el mes de octubre del año pasado de 1571, me tomaron la confisión los señores del San to Oficio sobre ciertas cosas que habían pasado con doña María Pizarro, hija de Catalina Cermeño, y con unos espíritus que le han habla do y hablan, con quien yo, y también otros religiosos, había tratado" (30). Fray Francisco va leyendo su propio escrito, en el que procura guardar (a ropa, o sea, justificarse de sus actuaciones. Quizá en sus cavilaciones se ha preguntado por qué a él lo tratan así, y a los demás ni siquiera los molestan; quizá, debió pensar, los jesuítas, sus viejos amigos, le han traicionado o le han vendido. Apoya su recelo en que “ una vez me dijo la moza [doña María Pizarro] que no mostrase al padre provincial de la Compañía ni a ios demás teatinos tanta subjeción amigable, pues no me guardaban fiel amistad" (31). Hombre de temperamento emotivo, las lágrimas le empañan los ojos; apenas puede ver lo que ha escrito; y le da rienda suelta al llan to. Eusebio de Arrieta, que actúa de notario, consigna: “en tres o cuatro partes que iba leyendo [...), no podía leer algunos pasos que -
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allí decía, enterneciéndose y llorando, en especial cuando trataba de que San Dionisio le consolaba y cuando el que él llamaba San Gabriel le reprendía” . Fray Francisco, evidentemente, no está luchando sólo con una presunción de herejía: lucha también consigo mismo. En el fondo de su ser oye el grito de su conciencia, que le acusa de pecado. De un 'pecado' del que se 'redimió' —así lo cree—no por las propias fuerzas, sino por el don del ángel y por el consuelo del santo. En sí y de sí, es un pecador. Un náufrago. A esa tabla de salvación se va a agarrar. Vuelto a su inhóspita morada, escribe y escribe. El 18 de marzo presenta otros cinco plie gos de confesiones —6 ° escrito-; es una extensa apología de su con versión: "Dios me quiere hacer tan siervo suyo como aquellos santos han di cho o dado a entender bastantemente. No es por mi virtud, sino por su bondad y eficaz y virtuosa o poderosa vocación, como llamó a San Pablo cuando iba persiguiendo a los cristianos, y a San Mateo del banco”. Note bien el lector que aparecen ya los síntomas de una trans formación, quizá evasiva, del complejo de pecado hacia un naciente complejo de llamada divina, gratuita, estupenda. Ha tenido su 'cami no de Damasco', providencialmente, en casa de la moza criolla. Es, para él, la prueba de la sobrenaturalidad y santidad de los fenómenos de doña María. "Digo que entonces, cuando fuimos al principio fray Alonso y yo a doña María, andaba yo tan ciego en la afición de una doncella [...], que yo mismo me admiraba de mi ceguedad y pasión y [no] me vencía considerar el infiemo ni el cielo ni otras cosas devo ras, y me parece que no andaba en mí, y me iba muchas veces de no che a la iglesia a llorar” (32). Fray Francisco es sincero, confiesa intimidades que los inquisi dores ignoran, se abate; no se preocupa de abrir pistas compromete doras; está obsesionado por la idea de su conversión. Y el 20 de marzo presenta otro escrito, el 7°, en el que hace la 'apología' de la bondad del ángel de doña María, subrayando que los que ahora lo niegan por miedo, y antes alardeaban de poner por ello la cabeza, son unos cobardes (33). Nuevamente, tira al blanco de los jesuítas. El no caerá en semejante felonía: "Yo digo lo que siento y lo diré delante de todo el mundo, si fuere necesario; y digo que lo tengo y tendré por bueno a este ángel si la Inquisición, o quien tiene sus veces para -8 9 -
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declarar y determinar cosas semejantes, no me declara o manda lo contrario” (34). El paladín de la bondad del ángel no se obstina en sus asertos. La disponibilidad a doblegarse al parecer del Santo Oficio es clara. Sin mirar los gestos escépticos de los jueces, aduce una prueba, perso nal y experimenta], en pro de la bondad del ángel; la ha palpado en el calabozo: “ Asimismo, después que estoy preso, me han venido muchas veces, y especialmente las primeras semanas, unos afectos de tanto contento en considerar cuán glorioso y bienaventurado es Dios y cuánto me ama, que no les daba lugar a que se enseñoreasen en m í tanto como se ofrecían, porque no me faltase la salud, y creo que debían ser visi tas de San Gabriel para que no sintiese tanto la prisión u n infame y afrentosa como tengo; y después de las primeras semanas no he senti do u n to aquellos afectos, antes me hallo seco en espíritu casi de or dinario, pero no tanto que haya perdido la paciencia en mi prisión, y confío en Dios que no la perderé, aunque me tengan preso toda mi vida; y solamente querría una Biblia; pero con todo pasaré, confian do en Dios, y cada uno dará cuenta a Dios de lo que hace y de lo que aconseja” (35). En la fría prosa procesal, este pasaje autobiográfico se nos anto ja caluroso y luminoso: en él refulge el alma ‘alumbrada’ de fray Francisco, enfilando ya un derrotado recto y trágico. Persistió en él en las declaraciones que hizo el 18 de mayo (36). Para esa fecha, ya fray Alonso Gaseo, el denunciador, había lle gado de Q uito, en compañía de fray Rafael de Segura: a éste, después de una toma de dichos, le dejaron en ‘libertad condicionada’, es de cir, le mandaron que no abandonase la ciudad; a fray Alonso, lo que no se había imaginado: lo encierran en un calabozo de las cárceles secretas. Su prisión ocurrió el 8 mayo 1572 (37).
5. En la cuerda floja La prisión de Gaseo no se le escapó a fray Francisco de la Cruz. A pesar del cuidado que los inquisidores ponían en que los presos no supiesen quiénes eran sus compañeros de desdichis, ellos se las arre glaban para saberlo. Las cárceles, por otro lado, no reunían muchas condiciones para mantener el ‘secreto’ deseado. -9 0 -
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El 28 de mayo de 1S72, el alcaide llevó a fray Francisco a la sala de audiencias. En aquella mañana el acto fue procesalmente más so lemne: entró el fiscal, Juan de Alcedo, y dijo que aceptaba las decla raciones del reo, tanto las orales como las escritas, para ponerle en su día la acusación (38). Al loperano se le estremecieron las carnes y el alma. Su actitud apologética se tambalea. Elige, pues, el camino más corto: confesar sus faltas, no insistir en la apología del ángel. Hizo, pues, inesperadas concesiones en dos frentes: en el del án gel de María Pizarro, poniendo ya en duda su bondad; y en el de la intimidad personal, confesando sus propios pecados de lujuria. En cuanto a la bondad del ángel, defendida antes con aguerrido tesón, el 3 de junio presentó un escrito —el octavo- en el que canta la palinodia: “ Lo que sé decir es que he estado engañado en tener a este án gel por bueno. Yo he traído buena intención y no he pretendido en gañarme a m í ni a otra persona ninguna. Y de otra manera hubiera yo sido otro Mahoma. Pero comoquiera que haya errado, me sujeto a Su Señoría y pido penitencia y no quiero ya defender nada de estas co sas sino declarar lo que me fuere mandado y, sin porfiar en cosa ninna, decir lo que siento” (39). Depuestas las armas, rendido sin condiciones, allí hubiese aca bado su proceso, o hubiese enfilado un rumbo de relativa bonanza. En cuanto a la confesión de las propias debilidades carnales, tampoco anduvo con muchos rodeos, sin percatarse que no se trataba de una confesión sacramental, sino de una confesión judicial. Pero fuese que no pensó en los quebraderos de cabeza que esto podía acar.earle, o porque se hallaba psicológicamente abatido, el caso es que m ostró el saco de miserias humanas que llevaba colgado en su conciencia. Los inquisidores dan la sensación de que ahora les ha pica do la curiosidad malsana que suele incitar a conocer estas cosas, y que, por averiguarlas, relegan a segundo plano la importante conce sión acerca de la no bondad del ángel —nudo gordiano del proceso—. Sobre todo Gutiérrez de Ulloa, truhán de marca, rufián de campani llas, le apretó y lo acosó con preguntas en un campo que conocía al dedillo, amparándose, eso sí, en las novísimas ‘cartas acordadas’ del Consejo de la Inquisición que mandaban ‘inquirir’ los abusos de los confesores ‘solicitantes’ (40). Fray Francisco no guardó la ropa, apenas ocultó nada. Confiesa de plano que ha tenido caídas de este -9 1 -
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Cipo. En la audiencia de la tarde del 28 de mayo —por la mañana, co mo hemos visto, el fiscal le retó y le amenazó con acusarlo conforme a derecho—, Gutiérrez de Ulloa le dice que, ya que está presente, ex plique y cuente “qué tratos ha tenido con mujeres” en su vida, y es pecialmente en el confesonario. Fray Francisco contó que algunas, tres hermanas en concreto, le buscaban eróticamente. “ Sin estas tres que ha dicho y la que adelante dirá nunca ha tenido tratos impúdicos en el Perú con ninguna mujer” (41). Ya he apuntado que, a juzgar por codo, el loperano no era muy varonil. En eso le daba ciento y raya el inquisidor Gutiérrez de Ulloa, que es quien le está interrogando, acosando (42). Fray Francisco, evi dentem ente, piensa en la otra que “ adelante dirá”. ¿Quién es ella? ¿Qué “ tratos impúdicos” han cometido los dos? Lo sabrá el lector en el párrafo siguiente. 6. La debilidad de la carne Doña Flvira Dávalos —que, enterada de la prisión de fray Fran cisco, acudió espontáneamente a declarar el 30 de enero de 15 7 2 tenfa a la sazón 50 años; había nacido en Santo Domingo (La Espa ñola), hija del soriano García de Solier, veedor real,y de Leonor de Valenzuela, natural de Arjonilla (Jaén). Casó con Nicolás de Ribera, que a estas alturas —1572— hace años que ha muerto. La dejó, pues, viuda y con cinco hijas, aparte uno o dos varones (43). Fray Francisco era amigo de casa, y en cierto modo paisano. El paisanaje y la situación ayudaron a que los lazos amistosos se estre chasen. El loperano las visitaba con frecuencia, y se permitía con ellas un poco de liviandad. Y ellas con él. En el mundo criollo - t o das las mujeres, madre e hijas, son criollas—, la pudicicia no es o no suele ser virtud muy arraigada. Entre las hijas de doña Elvira, una, Leonor, aunque casada con un capitán, hacía vida de soltera, porque el marido estaba lejos, a “ quinientas leguas” , destinado en Quito. Se gún conjeturas, avaladas por el proceso, fue Leonor la que encendió y atizó el fuego. En esa tarde procesal del 28 de mayo de 1572, que es en la que estamos, fray Francisco habla vagamente, nostálgicamente, arrepentidamente; “Con la madre de aquel niño que se llama Grabielico, de quien -92-
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tiene dicho que ha de ser santo, que crían en casa de doña Elvira Dávalos, habló este confesante cuatro o cinco veces en un confesonario con pecado mortal y tratando con amor deshonesto, y otras dos ve ces en casa de la misma mujer, con achaque de que la quería confe sar, una vez tuvo acceso carnal con ella y otra vez tactos impúdicos” (44). La declaración es mortal de necesidad. Concede, en efecto, ha ber caído en ‘crimen de solicitación’. Y, desde el punto de vista del proceso, todo aquel mundo maravillosista se agrieta. Pero ¿quién es la madre de Gabrielico? ¿Quién su padre? Ya lo habrá adivinado, o al menos sospechado, el lector. Antes que él, lo sospecharon los jueces. Y lo confesó de plano fray Francisco en la sala de audiencia el 3 de junio: “Dixo que la madre del dicho niño Gabrielico es la dicha doña Leo nor de Valenzuela, hija de doña Elvira Dávalos, (y) mujer del capitán Salazar, vecino de Quito” (45). El padre es él, fray Francisco, sin pizca de duda. Así lo dice. Todo el montaje del maravillosismo de fray Francisco tiene una de sus claves en esta aventura erótica. Allá por el mes de diciembre de 1570, doña Leonor le musitó con voz entrañable que esperaba un hi jo. Fray Francisco no era el rey David, al menos en aquel momento, y sudando se fue, con el alma cargada de angustia y de ternura, al convento. Encerrado en su cuarto, oraba y cavilaba. Son días y traba jos que nunca olvidará, y los reconstruye en la memoria con absoluto realismo: “ Estando yo en oración en mi celda, encerrado, con angustia, por entender que doña Leonor de Valenzuela estaba preñada, y pidién dole a Dios que pusiera remedio, me acuerdo que con fe evangélica y humildad dixe a Nuestro Señor que a los reyes y señores no se sufría pe dir remedio para los daños (en que) sus vasallos, siéndoles traidores, incurrieron; pero a Dios sí, que es de infinita misericordia y que, co mo tal, le pedía que remediase aquel tan grande inconveniente y da ño y peligro [...]; y no sé si me había levantado de la oración o si fue luego en levantándome, llamó Gaseo a mi celda, y me dixo que le ha bía mandado a llamar Catalina Cermeño, y que llevase consigo a fray Juan de los Angeles y, no estando en casa, me llevase a m í” (46). De ese modo —que fray Francisco consideró providencial y que, bien analizado, no tenía nada fuera de lo común—entró en el mundo ‘angelista’ y en él buscó la salida de su angustiosa situación (47). Se sinceró con la moza ‘angelizada’; y la histérica criolla, que amañaba - 93-
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absurdos diálogos con los ángeles y los santos, le m etió en la cabeza, sin andarse con rodeos, una maravillosa solución. Bien pensado y pesado todo, la solución pertenecía más a la moral picaresca que a la moral objetiva. Fray Francisco, por su profesión y estudios, sabía de sobra lo que enseña la moral al respecto. Sin embargo, colgó todo su saber de teólogo y lo cambió por la estupenda ciencia ‘celeste’ de la criollita. Si doña Leonor de Valenzuela, casada infiel, lo atrapó en sus brazos, la adolescente María Pizarro lo atrapó en sus endemoniadas astucias, que a fray Francisco se le van a antojar angélicas y liberado ras. En efecto; el ángel incorporado en la moza criolla le “ incitaba y provocaba mucnas veces” , hablando por boca de la joven, “ a hablar con la madre de aquel niño” , profetizándole un futuro casi mesiático: sería otro Job, otro Juan Bautista, y “ le había dicho la dicha do ña María Pizarro que le había dicho el ángel que no moriría él hasta que le viese predicar”. El resumen oficial de las confesiones autobiográficas de fray Francisco prosigue así; “Confiesa asimismo que el dicho que llama ángel le había di cho” , siempre incorporado en doña María Pizarro y hablando en ella, “ que regalase a la madre del dicho Gabrielico, estando preñada, con palabras de consuelo y amorosas, de manera que ella entendiese que la quería bien [...]. Asimismo, parece que este ángel, que llaman ellos San Gabriel, le había prometido [...] que no pecaría más mortalmente, y que, si pecase, que no le tuviese por ángel bueno;y después de esto, confiesa el dicho fray Francisco que besaba y abrazaba a las hijas de doña Elvira Dávalos, pero no con intención de pecado mortal, aunque dos veces las besó y abrazó más culpablemente (...], y que después había ido a visitar a la dicha doña María Pizarro para pedir perdón al ángel, pro poniendo la enmienda, y que el ángel le había expelido y la había di cho la dicha doña María que el ángel estaba enojado, y con gran ra zón; y al cabo de dos o tres días le había dado el dicho ángel Gabriel una reprehensión muy buena, y le salió por fiador San Dionisio que él no volvería más a aquellos negocios; y después de esto, estando en una huerta fuera de esta ciudad la dicha doña Elvira y sus hijas y el dicho fray Francisco, y habiendo dicho misa aquel día, y estando después de comer dicho Fray Francisco en un aposento aparte, -9 4 -
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echado para dormir la siesta, había entrado allí la dicha doña Leonor, madre del dicho Gabrielico, su hijo, a la cual había abrazado y besa do sin mala intención, y luego la dijo que se saliese del aposento —y después le había dicho el dicho su ángel, hablando en doña María Pizarro, “que había hecho mal la dicha doña Leonor en entrar don de él estaba solo, y que también él había hecho mal en echalla con aquella manera y aspereza” (48).
7. El llanto de doña Leonor Los jueces instructores del proceso apuraron hasta las heces (49) las diligencias en orden a averiguar la genealogía y las profecías del prodigioso niño. De momento, el loperano contesó quién era el padre y la madre: él y doña Leonor de Valenzuela. Pero un buen juez instructor no se conforma con un solo testimonio, aunque sea tan creíble como en el caso presente. Están ahí la madre de la criatura, sus hermanas y sus criadas. Una a una acuden a la cita del tribunal, que ha previsto fulminarles la prisión si no son ‘buenas confitentes’ (50). En realidad las hermanas de deña Leonor y sus criadas -éstas con negra malicia, aquéllas con sincero temblor—no hicieron necesa ria la prevención de la cárcel: confesaron de plano los hechos. Sobre todo doña Beatriz, que hizo de partera y descolgó al recién nacido por la ventana; abajo estaba fray Francisco aguardando y lo llevó y puso a la puerta de doña Elvira (51). Pero doña Leonor se encerró en sus trece amores, fiel a su amante, al que no estaba dispuesta a ven der; fiel a sí misma. Había estado, espontáneamente, en el Santo Ofi cio el 1 de febrero de 1572 a raíz de la prisión de fray Francisco; no lo comprometió en nada. Ahora, un año más tarde, 29 de enero de 1573, acude porque la han citado. Es una mujer joven, atractiva, de finos modales. A las preguntas de los inquisidores, ¿qué contesta? Nada es verdad. Allí mismo le in tim an la orden de prisión; y la meten en las ‘cárceles secretas’, a cua tro pasos de donde, ignorando lo que pasa, gime y cavila su amante. Dos semanas de espantosa soledad no bastan para abatir a doña Leo nor, que, llevada a la audiencia el 12 de febrero, persiste en negar o en no confesar los hechos. Frunciendo el ceño, los adustos inquisido res la mandan volver a la cárcel. Dos semanas más, según el cálculo sagaz, son suficientes para que la resistencia femenina naga aguas: el -9 5 -
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26 de febrero la interrogan nuevamente, amonestándola que ‘ha nega do la verdad’ después del ‘juram ento’ que ha hecho de decirla. El pu yazo es de muerte. Doña Leonor, como si se le hubiesen caído los Andes encima de la conciencia, se sintió aplastada. “ Comenzó a llorar y dijo: yo quiero decir la verdad, yo quiero poner mi honra en manos de Vuestra Señoría [...). Yo soy la madre de Gabrielico, y su padre es fray Francisco de la Cruz” (52). Ser madre de un niño no constituía un delito inquisitorial. Y los inquisidores, con sonrisa contenta, le dijeron que por no haber dicho la verdad, como era su deber, ha pasado los trabajos que ha pasado. Y el día siguiente, 27 de febrero, Eusebio de Arrieta la pone en libertad y protocoliza en las actas del proceso: "la llevé a ancas de una muía y la puse en su casa” (53). La averiguación de la genealogía de Gabrielico patentiza la efi caz dinámica procesal, aunque evidentemente se trataba de un asunto que en sí no era ‘de Inquisición’. Los anuncios ‘proféticos’ de fray Francisco sobre el futuro del niño misterioso determinaron las pes quisas. De su oculta paternidad quedaba en claro que el ‘profeta’ te nía intereses bastardos en predecir un destino estupendo para su hijo. Y, al revés, se podía sospechar que las ‘profecías’ no estaban tejidas con estambre sobrenatural, sino humano. Los inquisidores se ufanan del éxito de las diligencias: “ Hase averiguado -escriben al Consejo— por el dicho y deposi ción de doña Beatriz, hija de doña Elvira Dávalos, y de una doncella de su casa, que este niño Gabrielico que echaron a la puerta de doña Elvira, que dicen que ha de ser tan santo y remedio de este reino del Perú, es hijo del dicho fray Francisco de la Cruz y de doña Leonor de Valenzuela, hija de la dicha doña Elvira y mujer del capitán Salazar, que está ausente de esta ciudad en Quito. Y el dicho fray Francisco de la Cruz y la dicha doña Leonor lo tienen así confesado. Y la dicha doña Beatriz, hermana de la dicha doña Leonor, fue la partera y se halló presente en el parto. Y la dicha doncella vio al niño recién naci do el día antes, a la noche, que se echó a la puerta de doña Elvira, en el aposento donde había parido la dicha doña Leonor; y la dicha do ña Beatriz fue la que lo descolgó por una ventana, y el dicho fray Francisco fue el que lo recogió, y él lo puso a la puerta de la dicha doña Elvira” (54). A sombra de noche, por supuesto. No hubo sangre en la aventu ra, porque el capitán Salazar ni se enteró. Sí, en cambio, hay solicitud - 96-
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y gentileza en el padre de la criatura; y tal vez, un trajín celestinesco en escena por parte de doña Beatriz, y por parte de los ojos espiadores de la criada. También se preocupó fray Francisco de bautizar al niño. El mis mo lo bautizó, amparándose en que el ángel le dio para ello licencia (55). En gratitud al ‘padrino’ le puso por nombre Gabriel. Cuando babla del niño usa siempre diminutivos cargados de ternura -Gravietíco, Gabrelico, Gabrielico—, que resaltan en la prosa procesal, de su yo tan poco emotiva. Conociendo que Gabrielico fue concebido en flagrante adulte rio, y que hubo necesidad de ocultar su nacimiento, y que se le echó a la puerta de una casa con premeditación y cariño, ¿dónde lee el lopcrano el horóscopo? No se lo decían, guiñando, las estrellas. Lo saca de su alborotada fantasía. Pero, inteligente y creyente, supersiticioso incluso, descubre una rayita oscura, negra, conturbadora: ¿será aquel niño, hijo de su sangre y de su pecado, el Anticristo? La posibilidad y el tem or le aterran. Pero no; no puede atribuir a aquella criatura tan triste destino. La reflexión le lleva a descartar lo: “se decía comúnmente que el Anticristo había de ser hijo de frai le y de monja, y el dicho niño sabía él que no era hijo de monja, sino de mujer virtuosa, quitada aquella flaqueza” (56). Si la premisa era válida, la conclusión negativa caía por su pro pio peso. En realidad, el miedo de que Gabrielico fuese el Anticristo no arraigó hondo en él; echaron raíces, en cambio, perspectivas más halagüeñas: será un libertador del Perú. Y es el caso que aquellas fantásticas especies se iban divulgando y no faltaban personas que las creían. Las finas antenas de los inqui sidores captaron la onda popular. Para apagarla, deciden quitar de en medio al niño, enviándolo lejos de Lima. No por un m étodo herodiano, pues la Inquisición no solía perseguir a los ‘inocentes’. Buscan un caballero y, de m utuo acuerdo, le entregan al niño para que lo críe en su casa. Casi lo mismo que hizo el Emperador con don Juan de Aus tria. Sólo que, en nuestro caso, el padre del niño no tuvo arte ni par te, y ni siquiera notificación de los hechos. Aunque sí llegó a saber que a doña Leonor le habían quitado a Gabrielico. Cavilando, supuso que lo habían enviado a España, y así lo afirmó repetidas veces du rante el proceso, apoyándose en una revelación del ángel. Los inqui sidores podían tachar al ángel de mentiroso. Optaban, sin embargo, por callar y sonreír. El niño, en efecto, no fue enviado a España; se - 9 7 -
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quedó en el Perú: “Por relación que hemos dado a Vuestra Señoría del negocio de fray Francisco de la Cruz —escribirán los inquisidores al Consejo—, consta a V. S. cómo tenía un hijo llamado Grabiel, de quien su padre tenía dichas cosas y promesas; y cómo había parecido en consulta se sacase de esta ciudad, de casa de su madre, donde se criaba, y se comenzaban a publicar de él las cosas que dicho fray Francisco le había pronosticado; y se llevase a Trujillo, a casa de don Juan de Sandoval. Lo cual se hizo así el 19 de agosto de 1574. Y allí ha estado, y está, el dicho Grabiel, que es de edad de cuasi 8 años (...]. El se estará en casa de don Juan de Sandoval hasta que V. S. mande lo que fuere servido” (57). Es la última noticia que nos interesaba recoger acerca de Gabrielico. Para ello ha sido necesario adentrarse más allá de la raya cronológica en que estábamos. Volvemos, pues, al proceso, que está ertrando ya en la fase álgi da: el fiscal va a poner la acusación. 8. La primera acusación del fiscal Juan de Alcedo, hombre puritano, servil y hosco, había sido fis cal del Santo Oficio en Murcia (58). En Lima desempeñó también esa función, ingrata si las hay, y, por añadidura, engendrado» de bi lis. Salcedo aparece en la documentación casi siempre acusando, no sólo a los reos, sino también a los inquisidores y oficiales (59). En contrapartida, su celo por el honor del Santo Oficio es tal, que prefi rió vivir soltero a vivir casado porque no halló en el Perú una mujer de pura sangre azul (60). De un fiscal de este temperamento e ideas no cabe esperar una acusación ni mal hilvanada ni suave. He aquí cómo él mismo la mide y la valora: “ La primera acusación se le puso en 29 de octubre de 1572,1a cual tiene diez pliegos de papel de mi letra escritos y 130 capítulos [-). Tiene su proceso, de solas sus confesiones, más de setecientas y tantas hojas. Y otras tantas y más de testificaciones que hay contra él, —que todo ello está notado, apuntado, visto y revisto por mis ojos y m anos-, y se le pudieran poner por capítulos y acusación todas sus
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confesiones y testificaciones, pero es nunca acabar, y parece que bas ta lo dicho y lo hecho, pues lo esencial y más principal se le acusó, y lo demás, que no lo es tanto, en la publicación se dará. Y él tiene har to dicho y confesado; e yo también acusado para le quemar mil ve ces” (61). ¡Quemado mil veces! La frase del fiscal impresiona. Pero hay que quitarle aristas pensando que es una expresión asendereada del oficio. El número de capítulos de la acusación tampoco es flaco: 130 son realmente muchos ‘cargos’. En resumen, ¿de qué le acusa? ¿qué castigo pide? No voy a endilgar al lector el enorme alegato. Se contentará, pues, con saber los ‘capítulos’ principales de la acusación: 1°) ‘‘los que le hablan por la endemoniada (doña María Pizarro) son demonios y no santos” ; como se ve, el fiscal no duda del hecho, sino que se va por la vertiente antípoda: fray Francisco dice que son ángeles; Alcedo, que demonios. 2o ) adoró de rodillas al demonio incorporado en la moza crio lla, que es pecado de idolatría, merecedor de condigna pena de muer te en un bautizado. 3 °) “Pactó” con dos demonios “para aprender” el arte mágica, porque desde su mocedad había sido aficionado a saberla y cuando era mozuelo deseaba tener un familiar. 4o ) “tenía en su poder y traía siempre consigo en su seno y pe chos un anillo de oro grueso y hueco que se abría” , y con él invocaba a los diablos cuando quería saber “cosas de teólogos” y otras veces los enviaba a enterarse y traerle noticia de lo que ocurría en la “ban da de España” . 5°) apostató al dar fe al demonio incorporado en la moza, que le dijo “que él había de ser principio y fundamento” de una nueva Iglesia. 6°) pretandió implantar en los reinos del Perú doctrinas y sectas heréticas “ y después alzarse y levantarse en esta tierra” . 7°) profetizó, “para poder mejor plantar su nueva secta y erro res, que en esta ciudad de Lima había de nacer un niño que había de ser santo, gran siervo de Dios, capellán de Nuestra Señora, y que ha bía de ser fraile de Santo Domingo y remedio del Perú” —y, “siendo el dicho fray Francisco padre del dicho niño, habiéndole habido y engendrado en pecado, quiso y pretendió hacer de él otro San Juan Bautista” . -
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Por todos estos y los demás delitos contra la fe, de los que pen saba en su día, si era preciso, acusarle y probárselos, pedia en resolu ción a los jueces que lo declarasen hereje y lo sentenciasen a la pena capital (62). El reo escuchó, atentísim o, la terrible acusación de Alcedo. Y capítulo a capítulo, la fue contestando de palabra (63). Era una res puesta obviamente apresurada, improvisada. El reo tenía opción a la réplica por escrito. Para que pudiese hacerlo, le daban traslado de la acusación, papel y tiempo. Fray Francisco usó de su derecho, y el 22 de diciembre de 1572 presentó 17 pliegos de ‘descargo’ o réplica a los 130 capítulos de la acusación. Es el escrito más largo, hasta ahora, de los que ha presentado; pero esta vez lo redacta con más cuidado y precisión. En resumen, se encastilla en ‘negar’ lo que le compromete r en conceder lo que no entraña delito grave de ‘herejía’. Al final de a réplica, estampa: ‘‘Concluyendo, digo que no veo en toda esta acusación cosa ver dadera que me haga dificultad o que me haga ludar de la bondad de este ángel, ni que me pruebe que yo hago contra la santa fe católica” (64). ¿Qué se hizo de la duda y aun de la retractación ? Acosado por el fiscal, el reo se envalentona y defiende “como un león” (65) que el incorporado en la moza criolla es ángel y no demonio. La actitud será ya rectilínea hasta la muerte. En un proceso de la Inquisición solía, de ordinario, subseguirse la fase de pruebas. Es decir, el fiscal no ponía más acusaciones, sino que pasaba a ‘probar’ la verdad de su demanda mediante la publica ción de testigos. En este caso, no sucedió así. El proceso se enmarañaba de día en día. Unas veces, porque fray Francisco lo liaba con sus intermina bles discursos explicativos o defensivos. Otras, porque se estaba ins truyendo, paralelos al suyo, un numeroso lote de procesos, de los que se recababan más y más indicios de las ‘herejías’ del loperano. Interrumpimos, pues, aquí y ahora —22 diciembre 1 5 7 2 - la ‘vista’ de su causa para sondear las de sus ‘cómplices’ o amigos. Revisaremos, en el capítulo siguiente, los procesos de fray Ra fael de Segura, fray Alonso Gaseo, fray Pedro de Toro, y el iniciado y no concluso contra fray Andrés Vélez. Y en otro capítulo aparte, el fulminante de la protagonista doña María Pizarro.
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NOTAS (1)
Concretam ente, el 8 octubre 1572: Proceso, f. 554v.
(2)
Jb^ f. 563».
(3) "Loe señores inquisidores (...) claramente me decían que me habían de descu brir los pensamientos'*: ib., f. 1703v. (4)
Ib ., 572r.
(5)
Ib ., f. 576r.
(6)
Cf. ib., ff. 607s.
(7)
Cf. ib., ff. 6 l8 s.
(8)
C f.in /ra rV , 2.
(9)
Proceso, t 622r.
(10)
Ib ., f 623r.
(11) Cf. ib., ff. 623v-624r. El 17 diciembre acudió espontáneamente al Santo Ofi cio, a oscuras de la decisión; se m etía en la boca del lo*>o, com o suele decése. Sin embargo, volvió p or su pie al convento: ib., f. 625v. (12)
Proceso, f. l lv .
(13)
C ts u p r a : I, 8.
(14)
Proceso, f. 626r.
(15)
ib ., f. 63r. (declaración de Ana de Ribera).
(16)
C t ib., f.2 0 r.
(17)
C t ib., f.20v.
(18)
C t ib„ ff. 171a. Fray Francisco lo tachará de enemigo suyo: ef. Proceso, f.
(19)
Procero, f t lOv-1 Ir.
(20)
C t ib., ff. 8r*9v.
942r.
(21) Sucedió a Toro en el cargo, 1569-1573: cf. J . M eléndez,o.c., 1 ,407-415, 'M e acuerdo que o ía en el convento de Sancto Domingo que h abía dicho él fray Alvaro (de Sosa] que el padre Alonso de la Cerda, que era entonces provincial, hacía información de esto que anuí refiere el testigo (*si yo hablaba a solas con doña Leonor*], y enojóme dello y lo fu i a saber del mismo frav Alonso de la Cerda, y me ju ró que no le habla pasado por pensamiento tal cosa'*: Proceso, (. 1688v (respuesta de fray Francisco al testigo 32).
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(22)
Ib., (í. 15v-2lr.
(23)
Sobre fray Juan de loe Angeles, véase: J. Meléndez, 1, 458.
(24)
Sobre el caso de Magdalena de la Cruz: cf. supra, tom o II, pp. 18-22.
(25)
Procesa,
f. 30v.
(26) Ib., f. 37r. Testigo n ° . 17: Proceso, ff. 30v-37r: 1662v-1663r. Sobre Gorbalin , véase J . Meléndez. o.c. 1, 441 y 451. “ Fray Diego Gorbalan, de la Orden de Sancto Domingo, que al presente esta fuera de esta ciudad 70 leguas de ella, trazo un papel firmado de fray Miguel de Arcos que tracta de cier tas profecías de una monja. Enviárnosle a V. S. en su original, porque las personas son de ese reino". Carta de las inquisidores de Lima al Conseja, 3 setiembre 1577: AHN.: Inq., libro 1033, f. 347v. (27)
Proceso, i. 28v.
(28)
Cf. ib., ff. 628v-629r.
(29)
Cf. ib., ff. 626v-633v.
(30)
Ib ., f. 634r.
(31)
/b .,f.6 5 3 r.
(32) Ib., f. 661r. “Cuanto he padecido en cuatro años de cárcel es nada para lo que sentía de aflicción y con* fusión y congoja cuando andaba en aquellos pecados, porque la fuerza de la pasión me cega ba y la fe me llam aba a la caridad y am or": ib., f. 1683r. (33)
Cf. ib., f. 673r.
(34)
Ib., f. 680r.
(35)
f b .,f.6 8 6 v .
(36)
C £ fb„ ff. 699r-721v.
(37)
Cf. infra: IV, 2.
(38)
Procero, f. 722r.
(39)
Ib., ff. 723v-724r.
(40) El arzobispo de Granada, Don Pedro G uenero, pidió y obtuvo que la solicitación en el 'acto de la confesión' —que cundía com o plaga— se incluyese en la usta de los de litos inquisitoriales: cf. M. C. Lea, A History o f the Inquisitión o f Spam, t. TV, New York, 1922, p. 99. Disponemos ahora de datos más precisos: cf. Juan López M artín, Don Pedro Guerrero: epistolario y documentación: “Anthologica annua” 21, 1974, pp. 249-492: 1 °) 2 julio 1559: Guerrero a Lafnez, rogándole que pida al Papa un breve extendiendo la intervención del Santo Oficio a toda Esparta en los casos de solicitación (pp. 278-280); 2 °) 16 abril 1561: Pió TV a Fem ando de Valdés, concediendo que la Inquisición proceda contra los solicitantes (pp. 439-440). Cuando se inició la represión de los Alumbradas en Extrem adura y en la Al ta Andalucía se incluyeron en los edictos cláusulas al respecto (cf. tom o 1, pp. 248-249; y tom o II, p. 518).
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Por lo que al tribunal del Perú te refiere, he aq u í alguno* fragmento* documéntale*: 1°) “ En la* cauta* de lo* que solicitan án actu confesticmit se guardará lo que V. S. no* manda cuan* do no haya más ae un testigo, porque guardándote la carta acordada de V. S. de 2 de m a n o de 1576 y atento a la distancia y m ucho tiem po que ha de pasar dando a V. S. relación de lo* negocio* y aguardando lo que V. S. ordenare, se puede sospechar que lo* tales confeso res podrían nacer más daño": Carta del tribunal ae Lima risión de doña María Pizarro, encargando a Diego de Agüero, famiiar del Santo Oficio, que la ejecutase. “ Entró en las cárceles doña María Pizarro por virtud de este mantenimiento y [fue] entregada al alcaide, Cristóbal Sánchez, martes, en la tarde, a 16 de diciembre de 1572” , consigna lacónicamente Eusebio de Arrieta en el dossier pro cesal (3). Hagamos una pausa para abrir un inteiTogante reflexivo: La pri sión de la moza ¿fué un acierto o un error? La “vista’ de los procesos de Cruz, Casco y Toro levantaban incesantemente nubes de polvo, proyectándolas a doña María. Desde e-te ángulo, la prisión parece justificada, máxime si no olvidamos las previsiones y fas provisiones metodológicas del Santo Oficio. Pero alguna razón hay que dar al vo to solitario del señor arzobispo, que veta el asunto desde un ángulo diferente. Desde un ángulo pastoral y hum ano, la prisión fue un error. Queda aún una tercera angulación: la del fiscal. ¿Qué opina el severísimo Juan Alcedo? A juicio del fiscal, que no tenía voz ni voto en la ‘consulta’, la prisión fue un error. Ese hombre, con el que solamente nos topamos cuando pide capturas de presuntos reos o cuando desempeña la odio sa faena de acusador, escribirá al Consejo: “Prendióse en 16 de diciembre de 1572. Y no se hubiera de prender tan presto como se prendió, pues ningún riesgo tenía en estar fuera, como estaba, en casa de su madre” (4). Por esta vez, mi voto se une al voto del fiscal, que coincide sorprendentemente con el del arzobispo. La razón es ésta: doña María es una mujer joven, delicada, neurótica. La cárcel no es un sa natorio. Lo que ella necesita es cura psiquiátrica. ¡Lástima que no la hubiese! Espero que los votos de los lectores se sumen a la rosa del señor arzobispo y del señor fiscal: el fulminante mandato de captura fue una decisión precipitada, un error de inmediatas, graves, irreparables consecuencias. Lo vamos a constatar de seguida.
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2. Variaciones en los dichos La moza ‘tontilla’, sensual y caprichosa, acostumbrada a mimos y halagos, se abismó en una depresión de neurosis aguda en la cárcel. Las escenas en la sala, cuando los inquisidores la someten a la presión de los interrogatorios, debieron ser un penoso espectáculo. El 19 de diciembre de 1572, viernes, la llevan por primera vez a la sala. Responde bien a las preguntas generales, que son de rigor: sus padres, sus hermanos, su edad (22 años) (5). Pero cuando la mandan que diga las oraciones del cristiano y los mandamientos y los sacra mentos, se viene abajo: “ todo se le ha olvidado” (6). Y cuando, pa sando adelante, le piden que cuente sus ‘visiones’, diríase que vuelven el pez al agua. Doña María desvaría. O, por lo menos, hay tantas ‘va riaciones’ en sus dichos que procesalmente son casi todos inservibles (7 ).
Los inquisidores continuaron las audiencias con paciente saga cidad. Se pueden ver ‘grabadas’ en las actas del proceso, que se con servan. Prefiero, sin embargo, trascribir sólo algunos fragmentos del resumen que el tribunal envió al Consejo: “ Habiendo visto todos estos negocios y confesiones (de Fran cisco de la Cruz, Alonso Gaseo y Pedro de Toro principalmente], nos pareció convenía verlos con el ordinario y consultores para [delibe rar] si se había de prender esta doña María Pizarro; y para ello se lla mó al arzobispo, el cual se halló en la consulta; y se determinó que se prendiese esta doña María Pizarro con secresto de bienes [...]. Y la di cha doña María Pizarro se prendió y secrestaron sus bienes. Y presa, ~n las confesiones que hace, dice que un día, acabándola de exorci zar fray Alonso Gaseo, había visto dos hombres vestidos con albas blancas: el uno tenía un rótulo en la mano, y el otro una mitra en la ca beza —y traía la cabeza cortada en las manos—, el cual decía era San Dionisio; y otro desnudo y lleno de heridas, el cual decía que era San Sebastián; y San José; y los dos de las albas decían que eran ángeles, y el uno decía que era Gabriel, embajador de Nuestra Señora” . La visión es tan estrafalaria e incoherente que aun el relato-resumen del tribunal no se libra de esos calificativos. Prescindiendo, pues, de las ‘visiones’ —que patentizan resabios de una mala disgestión de datos hagiográficos ‘oídos’—, me limitaré a transcribir alguna ‘confesión’ de hechos: [ 1 ] “ Dice largamente que los que la exorcizaban, que son los di - 129 -
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chos provincial de los teatinos, Luis López, fray Pedro de Toro, fray Alonso Gaseo, fray Francisco de la Cruz y otros sacerdotes; cómo se decían misas en su aposento y que dejaban Sacramento hasta que se decía la postrera misa; cómo la llevaron a la iglesia de la casa del nombre de Jesús; cómo la tuvieron en la sacristía una noche y que la exorcizaban públicamente en el cuerpo de la iglesia delante del San tísimo Sacramento; dice asimismo cómo quedaban a dormir en su aposento y en el estrado delante de su cama el provincial Portillo y el dicho Luis López, y otros frailes se quedaban allá algunas noches. Dice asimismo toda la historia de cómo veía al armado y cómo le aconsejaba cosas buenas, y cómo, por consejo de este armado —que decía era el ángel Gabriel—, le lanzaron los demonios y por los exor cismos que él decía que le hiciesen” . [2] Doña María ante el tribunal de la Inquisición quiere decir “la verdad como hija obediente de la santa n. idre Iglesia” ; es im portan te la voluntad de verdad, aunque se trata, evidentemente, de una ver dad subjetiva, elaborada en el subconsciente y en el medio ambiente. En suma: de una verdad de enferma. Sus “ confesiones” describen, por ejemplo, que una vez, “entrando en una huerta, se le había apa recido el demonio como un negro, echando fuego por la boca, enci ma de una higuera, —de lo cual salió asombrada; y aquel día le dio mal de un ojo, que los médicos pensaron que lo perdiera; y después de esto, una noche, yendo a guardar unas calzas a una caja, derramó un candil y el aceite cayó sobre una saya suya, y ofreció al diablo la saya, y luego allí le dio UN DOLOR DE CELEBRO Y SE LE TRAS PILLARON LOS DIENTES Y DIO EN UN FRENESI que decían que deshonraba a cuantos allí estaban” . El diagnóstico hoy sería fácil; Portillo y López, que eran los que la cuidaban, “ la curaron por endemoniada” a base de exorcismos. Según la paciente, la cura agra vo el mal: “la exorcizaba el privincial de los teatinos y el dicho Luis López y, exorcizándola, se había incorporado el diablo en ella, por que veía muchos que parecían negros, que se le ponían en la lengua, y UN GRAN DOLOR en la cabeza, que le parecía que la martiriza ban con clavos” . [3] A pesar de los exorcismos, la incorporación de espíritus persis tió. Es decir, seguía enferma. Los exorcistas opinaron, basándose en los fantásticos delirios de la moza, que los demonios habían hui do, cediendo el puesto a los santos y a los ángeles. Fray Francisco de la Cruz y Gaseo insistirán en que se ha realizado el benéfico true
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que. Hubo sus dudas, por supuesto, entre los del grupo. Y la moza, que está poseída de una enfermedad incurable, se las manifestaba a sus exorcistas. Ante los inquisidores dirá: “ por demonios los tiene de presente, y siempre estuvo en duda si eran buenos o malos”. [4] Confiesa sin sonrojo que pidió joyas de oro y terciopelo y raso y tafetán y la perrilla y collares a Cruz y Gaseo, insinuándoles que ése era el deseo del armado incorporado. [5] Cuenta largo y tendido lo de los supuestos pactos y contubernios carnales con los demonios; y lo que pasó con el ‘preñado’ atribuido a Luis López: “ Item dice que, estando con aquel mal de los demonios, se le había alzado la regla y se le hinchó el vientre, y el demonio, estando incorporado en ella, había dado a entender que estaba preñada de Luis López, y todos andaban con aquella sopecha y que ella, sin sa ber lo que era, sentía bullir en el vientre, y todos aquellos padres habían dicho que el diablo bien podía poner simiente en una mujer y hacella estar preñada, y que ansí, con la barriga grande, se pasó a otra casa, y el día de la Magdalena se habían juntado allí el dicho Luis López y fray Pedro de Toro y un fraile dominico y la exorcizaron, ESTANDO ELLA FUERA DE SENTIDO; y después que volvió en sí y ellos habían acabado, sintió que se iba de ella mucha cantidad de agua y de sangre, y dijeron los dichos padres que, estándola exorci zando, habían dicho los demonios [por boca de la moza] que todo aquello habían fecho por disfamar la Compañía y a ella; y que cuan do hubo salido aquella agua y sangre, se le quedó el vientre como an tes estaba” . La impresión de los inquisidores es que doña María no ha dicho to da la verdad. En esta primera versión de los hechos tuvo, tal vez, cui dado de no acusar a Luis López, a quien las ‘confesiones’ de Toro y de los demás habían comprometido seriamente. La amonestan, por tanto, a que diga toda la verdad, lisa y llana. Doña María, al verse apretada, pierde el pudor y da una segunda versión de los hechos mu cho más ‘endiablada’ que la primera: “En otra audiencia, después que le habíamos hecho la segunda monición para que dijese la verdad según estilo del Santo Oficio, la dicha doña María Pizarro nos preguntó que qué cosa era pacto con el demonio, y por nosotros le fue dada a entender; y ella dijo luego que lo que hubiere en ello que ella lo diría; y dijo que cuando pasólo que - 131 -
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tiene dicho de la barriga, que es verdad que los demonios le pidieron su cuerpo y que ella con temor se lo dio, y había tenido parte con ella el demonio por tiempo de dos o tres meses muchas veces, al cual hallaba sobre sí echándose con ella estando presentes algunas perso nas que lo sentían, que eran un Diego Martínez y su madre y Rodrigo Arias; y que cuando el dicho demonio se echaba con ella, le veía la figura de gentil hombre, y que a ninguno había dicho esto sino al dicho padre Luis López, confesándose con él, porque luego que el di cho demonio había tenido parte con ella la primera vez se le había alzado la regla y empezó a hinchársele el vientre como mujer preíiada” . El relato alcanza subidas vetas de obscenos absurdos. Después de referirse a la declaración del diablo -declaración de a m o r- y al ‘sí’ de matrimonio, que ella le responde, doña María vuelve sobre los pasos de su cuento y manifiesta deseos de narrarlo “desde el prin cipio” . En resumen, la larga e inverosímil historia de su enamora miento con el diablo —que la visitaba “en c.dzas y jubón” —aterriza en una pista de hechos que nada tienen de inverosímiles: Cuando le dio “ EL PASMO” y la llevaron a casa de su herma na, la iban “ a velar de noche algunos religiosos, entre los cuales algu nas noches había ido el padre Luis López, de la Compañía de Jesús, y dorm ía en un estradillo delante de la cama de esta confesante, a donde ponían un colchón y una almohada y una manta frazada” ; López “se había aficionado a ella y la besaba y abrazaba, y ella se había aficionado a él” ; pasados algunos días, una noche López, estan do todos durmiendo, apagó la vela y, “muy quedo” , la sacó de la ca ma y la echó en la suya; “y allí tuvo cópula carnal con ella y la co rrompió y hobo su virginidad y se le fue mucha sangre” . La mocita criolla, obsesiva sexual, remonta el cuento y, sin perder hilo de su incontrolada obsesión, 'confiesa* que el demonio, galán ofendido, se le apareció exigiendo su parte en el festín. Precisaron todo, lo que iba de galán a galán, y de acto imaginario a acto físico. En fin, la asal tó el miedo de “que lo supiesen su madre y hermanos y una cuñada, y dijo a Luis López que si se entendía que estaba preñada que dirían que no tenía demonios, sino que lo fingía porque viniesen a velar y estar con ella, y que quería procurar de echar la criatura del cuerpo; y el dicho Luis López la aconsejaba que no lo hiciese y que él confe saría a su madre y a todos los de su casa y haría de su madre lo que quisiese y que él le daría a entender por libros de cómo podía el de monio empreñar sin que la mujer lo sintiese”. -
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Persistió la mocita en su voluntad de aborto, acudiendo al diablo, que le prom etió, previos pactos y prendas, ayudarla. Y yendo un día por la mañana a misa, el demonio “le trajo en vaso de vidrio una bebida negra y ella la bebió; y desde entonces la comenzó a dar mucho dolor en las caderas” , y le duró hasta “la tarde, que se le quebró la fuente y salió de ella mucha agua; y que la dicha hermana doña María, que sabía cómo ella estaba preñada del dicho Luis López, porque el dicho Luis López se lo había dicho, había hecho ciertos medios para que no moviese; y que, como ella había dado consentimiento al demonio para que hiciese lo que quisiese para echar aquella criatura, EMBIS TIO EN ELLA y la dio grandísima vuelta y toda aquella noche estu vo con dolores, —y la veló el dicho fray Pedro de Toro, que sospe chaba el dicho preñado, y el dicho Luis López; y la dicha su hermana dijo al dicho Luis López que no dejaría de mover, según estaba, y que a cualquier hora que la sintiesen más afligida que la llamasen; y que ansí estuvo toda la noche hasta la mañana que, habiéndose salido todos y quedando sola con una moza morisca, que se llama María, movió una criatura viva, que era varón, y la vio que estaba boquean do, que en efecto salió viva, y aquella María la tom ó en la mano y vio cómo el diablo se la arrebató de las manos; y la dicha María dijo: !ay, señora, que se me ha desaparecido! Y que ella le dijo: anda, no se te dé nada, lleva esotro al corral y entiérralo; y la dicha María salió por cierta puerta, que no la vieron los frailes, y lo llevó en una bacini lla llena de sangre al corral” . La reconstrucción de hechos es fantástica, sin duda. En cambio, a Luis López lo tira por la borda: “dice que antes que moviese y después que movió, el dicho Luis López tuvo cuenta camal con ella muchas veces” . También a Jerónimo Ruiz Portillo lo acusa de haber intentado, y aun perpetrado, acciones lascivas. [6] Confiesa asimismo que fue ‘oráculo’ o intermediaria para la solu ción de cuestiones disputadas de teología, que Cruz y Gaseo ‘con sultaban’ a los espíritus. [7] En fin, refiere con todo detalle que fray Francisco de la Cruz fue a visitarla, a raíz de la cita e interrogatorio en el tribunal: le expuso que lo “habían llamado en este Santo Oficio” y “cómo nos había dado parte de las cosas del ángel y dicho él creer que era ángel bueno, y que no tuviese pena, que no la preguntarían a ella nada, y :ue si la preguntasen algo que se remitiese a él y a Gaseo” . No negará ray Francisco el hecho, si bien lo explicaba de otra forma. Doña
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María recuerda que fray Francisco a toda costa “quería que el Ga briel se pusiese en la lengua de ella para le hablar". Resistió, pero a la postre, compasiva, accedió a “que preguntase lo que quisiese": y el ángel le contestó: “di lo que quisieres y no tengas pena, que, aunque sé lo que quieres preguntarme, es necesario que lo digas por tu boca; y el dicho fray Francisco dijo que no quería que lo entendiese ella por lo que llevaba pena, y el Gabriel respondió que lo dijese en latín, y que habló el dicho fray Francisco en latín, y el Gabriel respondió; y que no sabe ni se acuerda qué pasó allí, más de que dijó el Gabriel al iray Francisco que no temiese, que él salía por su fiador de que no le habían nada por haberla ido a ver". Tan gozoso y tranquilizado se quedó fray Francisco con la fian za del ángel que doña María temió no se fuese de la lengua. Le trans mite un frenador mensaje de Gabriel: “no tenga por burla esto de la Inquisición, pues que sabe qué cosas son las de la Inquisición y cómo las averiguan". Doña María tiene ráfagas de lucidez y sentido común: el ‘ángel* aconseja a fray Francisco que diga a los inquisidores “ que yo no los veía a ellos [a los espíritus) ni los hablaba**; el ángel es sa bio; doña María, prudente: “dígalo así Vuestra Paternidad, que yo haré lo mismo**. Fray Francisco replica “ que no, que mejor era decir la verdad, y que ella dijese el provecho que le hacían y lo que sentía en su alma y los sermones que le predicaban**. Criterio seguro en teología es que por los frutos o efectos se co noce la bondad o malicia del árbol o causa. Toro dirá de sí que ha mejorado espiritualmente después de tratar a doña María —signo, pues, de la bondad del ángel. La única que no siente mejoría es ella. Los jueces se lo preguntan expresamente: “ preguntada qué provecho sentía que le hacían, dijo que ninguno sintió en su alma ni en su condición, —y que esto lo había dicho muchas veces a fray Francisco y a Gaseo, y ellos la decían que cómo era posible que en ellos hiciese tanta impresión y no en ella**. ¡Ni por ésas abrían los ojos! Fray Francisco le dijo también que le entregase las joyas que él y Gaseo le habían regalado, justificando la petición en el tem or de que el Santo Oficio la prendiese, en cuyo caso le secuestrarían sus bienes; ella se las devolvió. Y a renglón seguido, atemorizada, le pre guntó qué haría con unas cartas que tenía de Luis López y de fray Pedro de Toro. Fray Francisco le respondió que las quemase. Insistió ella: no contienen cosa mala. Y él: no obstante, quémalas, porque -
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hablarán de “ aquellos santos” . Así lo hizo. Y comunicándoselo despuá, aprobó fray Francisco: “había hecho bién” . Se quitaba del medio un testigo documental. En la quema de las cartas actuó con sagacidad. No así en su en tusiasmo por el ángel. Doña María, con más fino olfato, presentía que la locuaz imprudencia de fray Francisco acarrease a todos serios disgustos. Por eso, “un día, yendo el dicho fray Francisco a verla” , le dijo “de parte del ángel” que si sentía alguna cosa buena, “que se la tuviese para sí, que no había para qué dar parte a naide” . Pero fray Francisco, ingenuo, “respondió que no podía dejar de dar parte de una cosa tan alta y de tanto misterio” . El ángel incorporado, más pre visor, le replicó: “ Padre fray Francisco, no hay para qué hayáis dado cuenta a las personas a quien la habéis dado, porque no os darán cré dito, porque ya sabéis que a los santos, cuando se les aparecía una cosa del cielo, era después de mucha penitencia, y vos ni ésta habéis hecho, por la cual merezcáis ver ángel, y que el demonio era sutil y tentaba más a los más siervos de Dios, y así le tantaba a él para hacelle caer de hocicos, de manera que no pudiese alzar cabeza en toda su vida” . ' Si la moza ‘espiritada’ leía al padre teólogo tan negro porvenir, es porque conocía sus puntos flacos. Fray Francisco andaba inquieto, preocupado no sólo por los mensajes del ángel, sino también por sus propias debilidades humanas. En el yunque de la Inquisición ¿no sal drá todo a pública noticia? Argüyó, extrañado, “que cómo, teniéndolos él a ellos [al ángel y a los santos) de su parte, le dejaban tentar” . Y le replicaron por la moza: porque “él le daba lugar para que lo tentasen” . En conclusión, fray Francisco, saltando por encima del Santo Oficio y aun de los principios éticos, se fue a visitar a doña María pa ra ponerla al corriente de lo que pasaba y concertarse con ella sobre el modo de no comprometerse más. Intentó sellarle la boca con ‘secreto de confesión’: - “ Hija, por vuestra vida que de esto que os he dicho debajo de con fesión no deis cuenta a los señores inquisidores, porque me podría costar muy caro” . —“ ¿Hay juram ento?” , preguntó la moza, aguda y certera. —“S í” , tuvo fray Francisco que conceder, aclarándole que “juraban sobre un crucifijo” . Ya fray Francisco se había ido de la lengua, “ pues había dado - 135 —
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parte el a su hermana doña Ana y a su madre del dicho negocio": la moza se lo echó en cara y le objetó: “ Si ellas lo dicen y yo lo encubro, ¿no sabe Vuestra Paternidad que me castigarán?*' —“ Yo entiendo que no lo dirán vuestra madre ni hermana, porejue yo se lo dije debajo del mismo secreto", atajó fray Francisco. Doña María, con clarividencia del realismo inquisitorial, zanjó: - “ Padre, si los señores inquisidores lo supiesen y me lo dieren a en tender. yo no puedo dejar de decillo". Fray Francisco está midiendo sus armas dialécticas con una analfabera. lista como el hambre y. al menos en esta ocasión, dotada de un extraordinario sentido común. El. en cambio, intenta evadirse de la realidad agarrándose a un clavo suelto, a pesar de que le ha ad vertido la tno/a que nadie le va a dar crédito: - “ Yo pongo a Gabriel por Fiador, que el os lo quitará de la memoria para que no lo podáis decir". Gabriel, ya se ve. no cumplió la Fianza del olvido. La moza lo di jo todo, reproduciendo punto por punto la conversación. Hasta las últimas reconvenciones y sutilezas: -•“ En la plática le dijo que. aunque le tomasen juram ento, no caía debajo del juram ento aquello que el le decía, que antes pecaría más si lo descubriese y lo haría mucho mal, pues que el. por dalla aviso, se había querido hacer mal y quebrantar lo que nosotros (los inquisido res] le habíamos mandado": es decir, que bajo ningún pretexto fuese a ver a doña María. j 8 1 La mocita tiene para todos sus cxorcistas. Ninguno queda bien en sus ‘con lesiones', pues les va sacando los trapos sucios. Prosiguiendo la faena, dejará también malparada la Fibra obediente de Gaseo: cuan do lo destinan a Quito, cuenta la moza, “ tuc a su casa y estando con ella a solas le dijo cómo sus prelados le mandaban ir a Quito y que el no saldría de este pueblo (■ Lima) si aquellos santos o ángeles no se lo dijesen". Gabriel le aquietó: - “ Entonces dijo el Gabriel, para que ella se lo dijese a Gaseo, que fuese a Quito, porque en esto agradaba a Dios mucho en ir contra su voluntad y hacer la del prelado**. Incluso le promete acompañarlo. Gaseo, bobo, pregunta: —“ Señor, ¿vcrc'os?" Para desconsuelo de Gaseo, la respuesta fue un seco no, mitigándoselo con el anuncio de que adl í encontraría una madre afligida por tener — 136 —
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una hija joven endemoniada: ¿1 la exorcizará y sanará: y la madre, que es muy rica, se lo agradecerá. A Gaseo debieron encandilársele los ojos. Doña María se percató de ello y aprovechó la coyuntura para espetarle a Gaseo: —El ángel dice: jpide algo a tu padre, pide algo a tu padre! Y ella, recobrando su personalidad, le pidió “dos annstbycs de oro y una pieza de ropa de india", para que se lo enviase de Quito. Después de pedir por su boquita de niña caprichosa, volvió a ha blar el ángel en ella, y le “dijo a Gaseo" que le enviase aquello, ase gurándose que de eso y de mucho más “le proveería" la mujer do Quito. En fin, para liarlo por los cuatro costados, la moza le dijo que Gabriel le daba un pesado encargo: decir al obispo de Quito, fray Pedro de la Peña, “que no fuese tan codicioso de dineros y de hacien da, y que tuviese más cuidado de las almas que tenía a su cargo - y que le dijese que lo sabía por revelación de un ángel". No sabemos si Gaseo cumplió la ingrata embajada. Teniendo en cuenta su estupidez, se puede presumir que sí. Y en este supuesto, tendríamos una valiosa pista para explicar la reacción del rocoso obis po, que tan decisivo papel tuvo en el ‘negocio* de los ‘angelistas*. ¡9) En fin, doña María deja también mal a fray Pedro de Toro. Su figurat su prestigio, su ¿tica quedan bastante achicados. No cometió fechorías del género de las achacadas a Luis López y a Ruiz Portillo: cayó, en cambio, en la red del angelismo y, además, no supo estar siempre a la altura de la prudencia política. La moza cuenta que par ticipó en los conjuros: que llevó a un novel sacerdote, fray Alonso de Santis, para que le echase los exorcismos: que “estando en cierta ca sa, do se había mudado su madre", el dicho fray Pedro de Toro y el cura Prieto dijeron que acaso habría faltado de ponella o dccille algu na palabra cuando la bautizaron, y tornaron entonces a ponella como aceite, que era el olio, en los oídos y en la frente, y sal en la boca y un capillejo como a los niños que baptizan y una vela en la mano". El ángel reprochará y afeará, por boca de doña María, la con ducta de Toro en el gobierno de la diócesis del Cuzco y en el gobier no de la provincia. Ai parecer. Toro consultó con el ángel su propósi to de reunir capítulo; con admirable prudencia, Gabriel le aconsejó “que no lo hiciese, que no había para qué haber venganza entre los religiosos, que qué sonada dejaría en el pueblo de que él se había querido vengar". No hizo caso Toro; celebró el capítulo y depuso a -
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fray Antonio de Hervías —el acérrimo enemigo de los ‘angelistas—: “ y un día antes que el dicho fray Pedro se fuese al Cuzco, vino a verla y a pedir perdón al ángel de haber hecho aquello, y el ángel le dijo que él no quería dejar de hacer su voluntad, pero que ya estaba hecho” (8). Las 'confesiones’ de la moza criolla son en extremo interesantes, pese a sus altibajos y dichos contradictorios. Revelan, mejor que Cruz o Gaseo, el origen paranoico de su 'edemoniamiento* y dejan al des cubierto un panorama de turbias pasiones, de conflictos humanos, de religiosidad malherida. Por desgracia, la relativa lucidez de doña María Pizarro duró po co. Su débil complexión no estaba para esos trotes procesales. Entró inexorablemente en crisis total. 3. La crisis sicosomática Los inquisidores prom etían, al final del informe que acabo de extractar, proseguir las diligencias oportunas "para averiguar y saber verdad” . El 'negocio* del grupo angelista tenía ahí, en "averiguar la ver dad” su quicio y su objetivo. La faena resultaba muy compleja, tanto por el escrupuloso iter del reglamento como por el número de testi gos. El fiscal advierte que es imposible dar abasto al cúmulo de 'nego cios* con el reducido número de oficiales que trabajan. Cada reo exi ge, para cumplir estrictamente las órdenes del Consejo, un proceso aparte. Se trasvasan, eso sí, las testificaciones de un proceso a otro, —lo que multiplica el agobiante quehacer de cada d ía—. "Unos con tra otros” : la expresión del fiscal punza como una flecha. Pero es ne cesario seguir ese camino para "saber verdad” . Al concluir la relación, los inquisidores reconocían implícita mente que aún no la han averiguado, pues son necesarias muchas dili gencias más. Por otra parte, partiendo del error común del ‘endemoniamiento’, ya se ve que nunca llegarán a una meta segura. Verifican epi sodios, proposiciones, dichos. Pero el interrogante ¿ángel o demonio? es un falso planteamiento. Lo más certero hubiese sido partir de la enfermedad de doña María, que era un dato claro. Lo curioso es que se diagnosticó no como neurosis aguda, sino como "enfermedad de demonios” . Fray Pedro de Toro, en una decla ración sensata —pocas hizo que merezcan ese calificativo—, apuntó: - 138 -
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“ El origen y fundamento de la enfermedad de demonios tic la dicha doña María tuvo, según lo que este confesante supo por rela ción, fue que la madre de la dicha doña María quisiera que se metiera monja, así porque le parecía que nunca habría de ser mujer pare regir una casa y servir marido como porque hiciese renunciación de la le gítima y demás hacienda que le había dejado una tia suya, mujer que fue de Hierónimo de Silva, en su hermana menor, doña Francisca, que también era de mejor parecer. De esto andaba la doña María des graciada con la madre y envidiosa con la hermana. Ayudó a esto que la madre fue en aquel tiempo a Arequipa a ver una hermana que allá tenía y llevase consigo a doña Francisca, a fin de que viese a su tia y la conociese, para que la ayudase para su casamiento'* (9). A doña María la dejó, durante el viaje, en casa de Juan Pizarra, su hermano. Consecuencia: estalló la crisis; a doña María la llevaban y la traían los ‘demonios*. No había López que pudiese sacárselos del cuerpo... Hoy nos parece fácil el diagnóstico, teniendo en cuenta la ende ble naturaleza de doña María —todos los testigos coinciden en subra yar su complexión enfermiza— y las artimañas de su madre, que pro vocan la primera crisis sicosomática de la joven. Pero hay que situarse en el contexto de las ideas de la época. En el ‘error común* de la medicina y de la teología. Los inquisidores se equivocaron en decretar la prisión de la moza, según el fiscal, que no habla por compasión, sino por las consecuencia^. Esto desvirtúa la posible nobleza y la perspicacia de la opinión de Alcedo. Lo que no obsta para que nos acerque a la presentida noticia: la moza sufrió una segunda crisis, mucho más aguda y fatal que la diagnosticada como “ endempniamiento” . Entonces la curaron con sangrías y exor cismos. Se creó el ‘m ito’ de la incorporación del ángel, y logró reunir en torno a sí un cortejo de sacerdotes de la alta sociedad limeña, em bobándose con sus cosas. La fascinación de lo sacro o sobrenatural es una ‘costante* de la vida humana, y la gente más culta de la época estaba hipersensibilizada a ella. Pero los santos y los ángeles se espantaron —lo dirá categóri camente— apenas fray Francisco la avisa en secreto que la Inquisi ción anda haciendo averiguaciones. La moza se echó a temblar. Y cuando, como tem ía, la encerra ron en las cárceles secretas, 16 de diciembre de 1572, se apoderó de su cuerpo y de su espíritu la más espantosa desolación. - 139 -
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Los inquisidores, al oirla, observan que Varia* en los dichos y que, efectivamente, está enferma. La enfermedad, junto con la complejidad del 'negocio* del grupo 'angelista*, paralizan casi del todo la marcha del proceso. El alcaide, que es el que la ve con más frecuencia, hace lo que puede. Pero lo que puede es bien poco. Cada día amanece peor. El cuadro clínico, a ojo del alcaide, es el de una moribunda. Y corre a ponerlo en conocimiento de los inquisidores. Quienes, a su vez, corren a ponerlo en conocimiento de fray Juan del Campo, para que le preste los últimos auxilios, mientras ellos se preocupan de 'senten ciar* el pleito. 4. Sentencia de urgencia El día 1 de junio de 1573 se le leyó la sentencia. Un mero for malismo. Un fallamos inmaduro, pues el íter procesal había cubierto sólo la etapa de las 'confesiones*; es decir, ni siquiera la 'acusación* se le llegó a poner. Una sentencia in extremis, fundamentada en lo que ha dicho, sin pruebas, sin ratificación, sin 'publicación* de testigos. Sobre esa frágil base jurídica, sentencian que ha incurrido en he rejía, en “ pactos y conciertos con el demonio’*, en excomunión, en “ perdimiento de todos sus bienes desde el día que cometió los dichos delitos**. No obstante, “ atento que en las dichas sus confesiones mos tró señales de contrición y arrepentimiento**, y pidió perdón a Dios y misericordia a los jueces, la admiten a reconciliación, mandándole que abjure “sus errores y toda otra cualquier especie de herejía” ; y, hecha la abjuración, la absuelven y la unen e incorporan al gremio de la santa madre Iglesia (10). Los inquisidores no tuvieron que sudar mucho para dictar la sentencia: estaban previstos el caso y la fórmula. Pero doña María no se murió aquel día. Continuará semiviviendo —y delirando— algunos meses más. Una lenta, penosa agonía. El 9 de agosto acude a la audiencia. El 4 de diciembre recae de grave dad.' Son inútiles las curas del médico. El 11 de diciembre de 1573 expiró. A la edad de 23 años. El entierro —sigiloso, silencioso, nocturno— se hizo en la vecina iglesia de la Merced. El informe del tribunal al Consejo dice: - 140 -
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“ E desp u és, en
11 d e d i c i e m b r e d e l d i c h o a ñ o |1 5 ? 3 | m u r i ó y t a l l e
c i ó y p a s ó d e e s t a p r e s e n t e v i d a , la c u a l m a n d a m o s e n t e r r a r e n u n a c a j a c l a v a d a v s e c r e t a m e n t e e n u n a c a p i l l a d e l m o n a s t e r i o d e la M e r c e d . e l c u a l fu g a r e s tá s e ñ a la d o v a s e n t a d o p o r a u t o e n s u p r o c e s o "
( 11 ).
5. til proceso, “posf m orían ” Seguramente los inquisidores no depositaron rosas ni lágrimas en la tumba de la desdichada joven. Lo más que hacen es darle crisnana sepultura y sobreseer o paralizar el proceso. Avisan también a Madrid del fúnebre desenlace: “ En la relación que enviamos a Vuestra Señoría de los negocios de este Santo Oficio en la Ilota pasada, la dimos del de doña María Pizarro: la cual por haber estado enferma y varia en sus confesiones, tardó mucho en ellas: y así, antes que se proveyese de curador, por que era menor, ni se le pusiese la acusación, murió: y puesto que la reconciliamos antes, por no haberse ratificado aun en las confesiones que hizo con asistencia de curador y no haber nuevas testificaciones contra ella, se sobreseyó de su negocio: y el secresto de sus bienes se está así, hasta que Vuestra Señoría mande lo que es servido" Su Señoría —el Consejo de la Santa y General Inquisición - or denó juntar todo lo atinente a doña María y ver “ el negocio con ordi nario v consultores: v sin ejecutar lo que acuerden, lo envíen" a Madrid (12). Por una carta del fiscal, anterior a la de los inquisidores, consta que realmente el proceso de doña María estaba muy en mantillas. V. para colmo, cada trozo por una parte (13). Se tardó mucho en cuín plir la orden del Consejo. El 26 de abril de I 579 volverán los inquisi dores de Lima a disculparse por no haber terminado: “ Vuestra Señoría nos mandó que el negocio de doña María Pi zarro, difunta (...) lo viésemos con ordinario y consultores, y que, con lo que se acordase en él, lo enviásemos a Vuestra Señoría. Hémoslc visto (14) |...). No se han podido acabar de sacar a este proceso las testificaciones, por ser largas, de los de fray Francisco de ía Cruz y fray Pedro de Toro y fray Alonso Gaseo, sus cómplices. Con los primeros navios que salgan le enviaremos a Vuestra Señoría"
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Al fin, se acabó de juntar, y aun de montar, el dossier. Y se madó a Madrid (16). Gracias a ello ha sido posible hallarlo y estudiarlo.
NOTAS (1)
Ver supra, capítulo II.
(2)
Proceso MP, (. 166v;y AHN.: Inq., legajo 1647/2. exp. n°, 21, f. 323v.
(3)
Proceso MP, í. 149r.
(4)
Carta del fiscal Alcedo al Consejo, 19 marzo 1$7$: AHN.: ¡nq., libro 1033, f.
(5)
Proceso MP, (. 168r.
(6)
Ib., f. 169r.
314v.
(7) “ I...| por haber estado enferma y varia en su! confesiones” : Carta del tnbunal al Consejo, 28 febrero 1577: AHN.: Inq., libro 1033, f. 348r. (8) Memorial de las causas que en este 5 .0 . de la Inquisición del Peni se han deter minado y sentenciado desde 10 de m a n o de lS ? t hasta 12 de febrero de 1573, y de los pro cesos y causas pendientes: AHN.:In q ,, libro 1027, ff. 43r-47v. (9) Proceso MP, f. 97r. El diagnostico general: "mala de dolor de costado” : la cura el doctor Mcneses. a base de sangrías: "la sa nfasón treinta y tantas veces” : ib. (10)
Proceso MP, f. 203v.
(11)
J. T. Medina I, 88.
(12)
Carta del tribunal al Consejo, 28 febrero 1577: AHN.: ¡na., libro 1033, f.
148r. (13) “ La acusación de doAa Marta PÍ2 arro estaba ya por mi hecha y trabajada cuan do murió. E yo la estaba trasladando y tenía sacados y escritos en timpio catorce pliegos de ella con cien capítulos, y dentro en seis días más se acababa de tresladar y escribir y se le po día comenzar a poner dentro en los seis días. Y estando, com o digo, sacándola en limpio para se la poner, murió |...|; y entretanto que se hacían y ponían las acusaciones a los frailes, se sacaron las testificaciones contra ella y contra los demás, UNOS CONTRA OTROS, que no lo están, sino que por los originales se les han hecho las acusaciones, y no se puede hacer más con un solo notario, porque el de secrcstos no es de provecho para dentro del secreto, y las testificaciones son muchas, com o está dicho, y cada día van augmentándose con sus con fesiones. y hay muchos negocios, muy varios y diversos, y m ucho que hacer, y cada día acu den informaciones y testificaciones y cosas de muchas y diversas y m uy apartadas partes, como el districto es tan largo": Carta del fiscal Alcedo al Consejo, 19 marzo 1575: AHN.: Inq.. libro 1033, f. 3 l5 r.
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Por e, nuestro señor, y dándole rey acá, y persuadiéndoles el alzarse con a tierra" (18). No hay duda ya de que fray Francisco es, a juicio de los inqui sidores —que apoyan su parecer en el ‘voto* de los calificadores,—un redomado hereje y un perturbador de la república. En tres palabras: sectario, sedicioso, nigromante.
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5. Publicación de testigos El 1 de diciembre de 1575 tuvo lugar la publicación de los testi gos. Era argumento tajante. La ‘prueba* en que se fundamentaban las acusaciones, la ‘piedra* que daba consistencia y peso al proceso. La prisión de fray Francisco de la Cruz se fulminó en base a la - 151 -
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carta de Gaseo y al apoyo de Peña. Hubo en ello, indudablemente, prisas y rigores desacostumbrados. De ordianrio, la Inquisición procedía con pies de plomo. No decretaba capturas sin ‘razones bastan tes1, como se advertía a los reos que en las primeras audiencias se atrincheraban en confesarse inocentes y en decir que no sospechaban los motivos de su prisión porque no los había. El motivo de la prisión del loperano, a juicio propio y de toda Lima, fue el ‘negocio1 del ángel de doña María Pizarro. La sustancia del proceso estaba no en la existencia del ángel, sino en su calidad: si era,en efecto, ángel bueno o ángel malo. Fray Francisco sostenía que era ángel bueno. Los inquisidores intentarán probarle que es án gel malo, demonio (19). Tesis, pues, y antítesis. Para averiguar la verdad, se fulmina la prisión. Y, a partir de la rigurosa medida, se empieza a montar el proceso. Lenta y fatídica mente. Además de las ‘confesiones* del presunto reo, capitales, se buscan ‘testigos1. Con sus testimonios se urde la trama de la acusa ción fiscal y, a la postre, la publicación. Como en las acusaciones, también aquí el reo usa de su derecho a la respuesta oral y escrita, en la que puede conceder, precisar, co rregir, tachar o negar los dichos testificales. El proceso del loperano se ha inflado enormemente con sus ‘confesiones* y con los testimonios de los testigos. No ha quedado madriguera sin escurrujar. La suma de testigos es de 68, todos inte rrogados y ratificados después de preso el reo. El fiscal preparó un enorme aossier, seleccionando en las declaraciones de los testigos aquellos puntos que ‘testificaban* culpas y herejías del loperano. Prácticamente, le publica todo lo que han dicho y, aunque lo hace tácito nomine testis, da tantos pelos y minucias, tantas señas y fe chas, que puede el acusado reconstruir la entraña y el contexto de los hechos e identificar las personas. Fray Francisco oyó en silencio lo que han dicho de él lo testi gos. Algunos han ‘hablado* tanto, que el fiscal enumera en algunas publicaciones por encima de cien capítulos (20). A la hora de responder, el reo, quizá por el cansancio o por des pectiva desgana, se limita a remitirse a “ lo que tiene hecho11. Hay, en cambio, otros momentos en los que evidencia que se le sube al cora zón una invasora, emotiva nostalgia. Esto, por ejemplo, ocurre cuan do le leen los capítulos resultantes de las ‘confesiones’ del testigo nú mero 18. Fray Francisco está viendo quién es: doña Leonor de — 152 —
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Valenzuela. Hay en las respuestas de fray Francisco a lo que ella ha declarado exquisita delicadeza, algo así como el último gesto galante: un volitivo esfuerzo de no ofender su nombre, su honestidad, su amor. En cambio pierde los estribos de sí mismo cuando teme que la propia desgracia puede manchar a Gabricllco. Como si le tocasen en la niña de los ojos —en realidad, es el niño de su carne y de su pe c a d o -, se inflama apocalípticamente. El horóscopo de aquel niño no lo ha leído en el curso de las estrellas, ni en los cuadernos de astrología. Lo ha ‘revelado* Dios en la Biblia. Y, además, Dios le dió a él, fray Francisco, el carisma o gracia de interpretación: “Dende que es fraile, dice, ha leído mucho en la Biblia; y ha leído también Sagrada Escritura en cátedra en Lima; y cuando novi cio, aprendió el Saltario de coro; y dende que está preso, ha mirado y remirado todos los pedazos de Sagrada Escritura que están en el Breviario de tres lecciones que tenía Juan Osorio, su compañero, y después en el Breviario del bachiller Biedma. que se lo empres taba por el agujero de la cárcel que hicieron. Pero confiesa por mila gro y don sobrenatural de Dios el entender la E sm ptura de la manera que la ha declarado y va declarando; y confiesa que, según lo que Dios le ha dicho a él,experimenta que ha dado Dios más luz a este confesante para entender la Sagrada Escritura que a ninguno de los apóstoles, porque así es menester para estos negocios tan grandes y tan nuevos; y dijo que se note que no es posible que un hombre preso >or la Inquisición osara decir esto si no estuviera cierto y con mucha uz que es así. Y porque el Apocalipsis es el lugar más largo y más cla ro donde se declaran estos misterios, dice que quisiera declarar por orden el Apocalipsis dende el principio’* (21). En efecto, se puso a interpretarlo, llevando el agua a su molino. Por extraño que parezca, los inquisidores no le interrumpen, y el se cretario, Eusebio de Arrieta, va pasando velozmente a las actas lo que fray Francisco va diciendo, entre ráfagas de delirio y ráfagas de in genio. Acabada la respuesta oral, en la que empleó hasta el 5 de di ciembre por la tarde, le dieron copia de la publicación de testigos y dos manos de papel. Leyó y releyó, incluso por entre líneas, aquel documento. Y, con tiempo y ocio redacta la mas inteligente, la más descabellada, la más agresiva y la más interesante apología pro vita sua. En la audiencia del 7 de enero de 1576 por la tarde presentó 41 y 1/2 pliegos escritos, devolviendo 8 y 1/2 en blanco (22). Los
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puntos que más se escorzan son: 1) —La tesis central que anima el extenso infolio es la que ha afirmado en anteriores ocasiones: HABLA NO COMO REO, SINO COMO TESTIGO Y COMO INTERPRETE ALUMBRADO POR DIOS. De ahí arranca el negocio, con todas las dificultades e incomo didades inherentes: la propia prisión, la confusa y cruel actitud de los jueces, las “ pasioncillas" humanas de los testigos, etc. etc. En el preámbulo fija la tesis así: “ Muy ilustres señores: para responder ante Vuestra Señoría a los testigos de que se me ha hecho publicación y para mayor declara ción de la causa principal porque estoy preso —que es sobre averiguar si son cosas de Dios las que dieo del áng?l San Gabriel—, presunpongo irimero que, como ya he dicho, las cosas de Dios que son para toda a Iglesia, regularmente se fundan con dificultades y resistencias de hombres que no tengan luz en ellas, para que después los ausentes y venideros se persuadan más a creerlas, viendo o sabiendo que por las resistencias que hubo fueron bien examinadas. Y parece que el mis mo Dios quiere ofrecer dificultades a los que no tienen luz en tales co sas. para que, sin culpa de malicia o con menos culpa, resistan y sean causa que se examinen más, y para que los TESTIGOS O PROFETAS DE DIOS den más firme testimonio de lo que dicen, y para que, tra bajando más en ello, merezcan más ante Dios. Y de aquí se sigue que no se deben los jueces de esta causa maravillar que haya dificultades en al gunas de las cosas que han pasado conforme a mis confesiones y tes tigos, especialmente que quiso Dios que se sepa muy públicamente el mo ANTES QUE EL TURCO DESTRUYA LA CRISTIANDAD DE EUROPA, lo dijo Dios, y que es por voluntad divina en pena de los pecados de los cristianos. Y tomó Dios este medio: que estuvié semos presos tantos frailes de Santo Domingo y que se hiciese tanta turbación a muchas personas sobre ello, y que dure la pasión tanto tiempo, y que hayan tantos dicho y sentido que es malo este ángel, para que más dure. Y ha permitido o querido que con culpa o sin culpa hayan pasado muchas cosas de desabrimiento entre los seño res inquisidores y m í, y que lo hayan sabido muchos para que no se presuma que los señores inquisidores hicieron el examen como a so brepeine y por cumplimiento, y así se han ido ofreciendo dende el principio de esta causa nuevas dificultades, con que necesariamente
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se ha ido alargando el pleito con rigores, fundados en razones de unas partes y de otras al parecer. Y esta es consideración que, bien pesada, ayuda mucho a entender que éstas son grandes cosas y de Dios, ya que no se maravillen que haya perseverado el crédito y fe de ellas en mi solo** (23). Un reo que se atrinchera y se yergue así, no se asusta de los tra bajos que le humillan y labran su cuerpo y su espíritu; un reo que es y se siente pecador, se aúpa sobre su propia miseria pensando que de este m odo refulge más espléndidamente la infinita bondad de Dios que elige un barro sucio para instrumento de tan alta misión; un reo encastillado en esa torre subjetiva, no se ‘reduce* o rinde por muchos testigos que le carguen y por muchos inquisidores que le aprieten. 2) Del ‘presupuesto* de entrada pasa luego a ‘deshacer*, uno por uno, los dichos de los testigos. Con prodigiosa sutileza, ponien do en luz su fino ingenio y su capacidad dialéctica; con lujo de detallez, revelando una retentiva no común y, si \ .ene a pelo, dejando en evidencia y en ridículo a los testigos que, por malicia o por pusilani midad, le han levantado o se han levantado ‘falsos testimonios1: con lanzadas, en fin, a los inquisidores, en especial a Gutiérrez de Ulloa, que ha sido el que más le na hostigado y con peores modos (24). 3) En la conclusión o alegato final reafirma su postura y su misión profética, su ‘catolicidad' y ‘ortodoxia*, su rango de Papa de la Iglesia novísima y de Rey del Perú (25). La réplica a los testigos es alucinante. En la sección documental publicaré algunos fragmentos; trans cribirla allí integramente ocuparía demasiado espacio; analizarla aquí en sus pormenores no conduce a nada, fuera de fatigar al lector. De hecho, los jueces se limitan a acotar al margen ‘proposición* número tantos, o, simplemente, a acotar los pasajes de cierto interés. Pasan, por tanto, a la fase siguiente del proceso: la de aislar y calificar la doctrina herética. 6. Las herejías Cometido propio de la Inquisición era detectar, extirpar y casti gar las herejías de los que habían profesado en el bautismo la fe cris tiana. De ahí la importancia de la fase de sustanciación: ex actis et probatis, de lo hecho y probado, saldría la sentencia. Que, no se olvi - 155 —
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de, a veces fallaba la absolución; otras, en cambio, y era lo más co rriente, el fallamos condenaba al reo a castigos que, según la entidad de los delitos, iban de suaves penitencias a la “ relaxación” o pena de muerte. Al fallamos extremo se llegaba en previstas y contadísimas ocasiones. Los ‘relapsos* —reos que habían sido procesados y reconci liados, y habían vuelto a las andadas— y los contumaces o irreducti bles eran los más expuestos a la última pena, a la que, de ordinario, no se pretendía llegar, antes bien se procuraba evitar. Téngalo presen te el lector, y no se ofusque con prejuicios leídos en folletines. Pues bien; terminada la lectura de la réplica de fray Francisco de la Cruz a la publicación de los testigos, el 12 de enero de 1576 se lle va a cabo el examen y reconocimiento de los papeles y manuscritos que se le han podido secuestrar. El escrutinio tiene una finalidad precisa: ver si contienen mala doctrina. El examen, por supuesto, es taba requetehecho anteriormente. Con todo, según mandan los cáno nes procesales, el autor debe decir si son suyos o no esos papeles. Fray Francisco los reconoció todos como suyos, precisando su carácter y origen: 1) (Jn tratadito sobre la oración mental, que escribió a peti ción de una mujer devota que estaba en el hospital de los españoles; 2) Una especie de doctrina cristiana o catecismo elemental para los indios: “ lo escribió, dice, al tiempo que se celebró en esta ciudad (de Lima] el Concilio Provincial, y lo escribió para darlo al Concilio, porque le mandaron que diese su parecer en escrito acerca de cómo habían de doctrinar a los indios” ; 3) un E pitom e o compendio de las lecciones que dio “ en la iglesia mayor de esta ciudad'*; 4) en fin, algunos cartapacios d.' apuntes o notas del tiempo de estudiante en San Gregorio de Valladolid (26). No ha llegado a nosotros ni uno solo de esos escritos. Y es una lástima, porque permitirían ver al estudiante, al director espiritual, al catequista y al ‘teólogo* fuera del contexto procesal. Pluma ágil, fina, sensible al buen gusto y a los problemas vivos del entorno criollo. En realidad no se extrajeron de esos manuscritos proposiciones ‘heréticas*. Lo cual patentiza que el loperano gozó de justa tama de teólogo orto doxo antes de la prisión —como lo subrayó fray Alonso Guerra (27). El ‘hereje’, si existió, nació en la cárcel. Las ‘herejías’, si las había, se extraen de lo que ha dicho en la sala de audiencia; o de lo que ha presentado allí firmado de su puño y letra; o, en fin, de lo que los -
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testigos deponen acusadoramente que ha dicho. En el imponente rimero de folios que conserva el Archivo Histó rico Nacional de Madrid, que contiene la copia auténtica e integra del proceso, una mano del Santo Oficio ha marcado, con numeración progresiva, las 170 proposiciones que constituyen la enjundia heréti ca del mensaje de fray Francisco de la Cruz. De ese total, 163 forman el lote del que,previa la calificación de los teólogos, se le hizo cargo el 23 de enero de 1576. El resto, hasta completar las 170, se extrajeron de sus dichos posteriores. Fray Francisco se liaba y se comprom etía cada vez que hablaba, acentuán dose esto a raíz de la publicación de los testigos e incluso al intentar explicar en sentido ortodoxo las proposiciones de que le acusan (28). Remito a la sección de documentos al lector que sienta apetito de conocer el fuste de las 170 proposiciones. A quí me limitaré a es pigar las de mayor relieve, advirtiendo que todas son originales, es decir, de fray Francisco de la Cruz: 1—“ que habla como profeta y como intérprete de Dios” {pro posición 23) 2 —"que le parece que decía Dios que se dispense con los frailes flacos para casarse, y que el dispensar sea fácil, y que le parece que conviene así por la experiencia que tiene” (proposición 70): 3 —“que el casarse los clérigos entiende también de los ya orde nados” {proposición 72); 4 —“ que ya Roma se acabó por efecto de pasarse el Papa a Li ma, y que esto será sin cisma; y que esto es por los vicios de Rom a" (proposición 73); 5 —“que el Papa (de Roma] vive más como rey que como San Pedro” {proposición 77); 6 —“ preguntado por qué quiere Dios dispensar en leyes divinas, como son la de la confesión y L de pluralitate uxorum, y que se ca sen los clérigos —aunque esto no es de derecho divino—, [dijo que] es para que aprenda el Papa y la Iglesia romana a quitar sus leyes y a >erder de sus aprovechamientos temporales y para aliviar la carga de os cristianos aun en las cosas licitas y buenas, cuanto más en las ma las, y para hacer el camino del cielo más fácil, y las cosas que repren den con razón los luteranos emendallas, y las que sin razón, moderaUas” {proposición 100). 7 —“que tampoco es buen remedio mandar que no se lea la
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Sagrada Escriptura en romance para que no vea el pueblo que en mu chos pasos de el Testamento Nuevo reprende Dios muchos de los abusos que agora vemos en los cristianos”, [proposición 102); 8 —“que le mandó Dios que remedie todas las faltas del estado eclesiástico y civil de estos reinos, haciendo leyes pocas y endereza das al bien común” [proposición IOS). 9 —“que los indios, hablando en general, no tienen entero uso de razón por agora, y que pocos de ellos hacen pecados que sean mortales —hablando de los indios que no han tratado con españo le s -, y que fue providencia de Dios quitar a los indios la entereza de juicio y razón después que se apartaron de la tierra de promisión, porque ellos habían de idolatrar así como así, y no teniendo uso de razón entero son sus pecados, regularmente hablando, veniales” (proposición 111); 10 —“ que los negros son juntam ente cautivos por justa senten cia de Dios por pecados de sus padres ya que en señal de esto les dio Dios aquel color, y son de la tribu de Aser” ¡proposición 112) (29). El muestrario de ‘proposiciones’ es suficiente para captar la tre menda carga del mensaje doctrinal del loperano. De haber cuajado, sería el más egregio hereje español. Su ‘evangelio’ herético no es pu ro; tampoco es abstracto. Entraña aspectos dogmáticos, sí, más tam bién se ramifica existencialmente, sacudiendo hasta las raíces de las estructuras políticas y eclesiásticas del virreinato. La realización de ese programa, ambiciosamente reformista, es tribaba en un punto de apoyo en extremo frágil: ¿cómo podrá fray Francisco, preso y loco, erguirse en Papa y Rey? La bruma de un detirium tremens acompaña, sin desprenderse un momento, la proclamación ‘profética’ de un mensaje a todas luces descomunal. Con todo, los teólogos ‘califican’ las proposiciones pres cindiendo de circunstancias; o sea, u t jacent, como suenan. Es el es tilo de la Inquisición (30). “ En este Santo Oficio —advertida el reo con lúcida am argura- se mira poco en las circunstancias que mues tran no haber habido malicia en el que, sin mirar en ello, dijo una he rejía, sino que proceden como si la hubiera dicho con malicia” (31). Las de fray Francisco fueron ‘calificadas’ esgrimiendo todo el repertorio del manual: heréticas,escandalosas,subversivas,desconyuntadoras del orden establecido, etc. etc. (32).
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7. La replica Si los teólogos podían y debían examinar hasta el tuétano las proposiciones’, el imputado tenía derecho y obligación a la réplica, a explicar el sentido exacto de sus palabras, a ahormarlas. Lo mismo que a la acusación del fiscal o a la publicación de testigos. Fray Francisco de la Cruz, que declara no entender "de judica turas y pleitos” (33), nunca renunció al derecho de réplica: Más de una vez, en el curso del proceso, manifestó sus ganas de vérselas con teólogos, no con jueces comineros, para demostrarles en lid dialéc tica la verdad del negocio por el que injustamente le tenían en la cár cel. ¡Faméfcas ilusiones! Se ha fatigado en la sala, intentando pro bar o explicar sus tesis (34). Ahora hace i n extremo esfuerzo en una autodefensa justificadora y apocalíptica que presentó por escrito al tribunal el 27 de enero de 1576 (35). El alegato concluye de esta ma nera: "Después de escrito hasta aquí, estuve pensando si tengo razón de tener alguna duda acerca de si soy yo mismo el que ha de ser Rey y Papa, o si por m í se entiende otro. Y habiéndome encomendado a Dios por ello, me dijo Dios otra vez que tiene de destruir la Iglesia de Europa y que yo tengo de ser la cabeza de la cristiandad y, por tanto, juntando esta última confirmación de Dios a todo lo dicho, me con venzo a entender que, sin duda ninguna, yo mismo he de ser Rey de Israel y Papa, y que no soy sola figura, sino es de nuestro señor Jesu cristo, como he dicho, pero no figura del que acá en la Iglesia visible mente ha de ser Rey y Papa, sino que, como suenan las palabras, yo he de ser Rey y Papa, destruida Roma, como lo será destruida presto con efecto; y a más tardar, será destruida de aquí a nueve años; y como suenan las palabras, Lima será la cabeza de la Iglesia como lo ha sido Roma y lo es hasta que sea destruida. Y así lo digo y en ello me confirmo y ratifico y lo declaro así, guardando la fidelidad que debo al oficio de TESTIGO DE DIOS. Pero, como he dicho, no por ello pretendo mover ni hacer cosa ninguna, ni me tengo por parte con quien se toma el fiscal y los que pretendieren deshacer estos ne gocios de Dios acá y en Roma” (36). Por la tarde se le hizo cargo de "segundas proposiciones” (las 164-166); se habían sacado de un cuaderno de apuntes. Fray Francis co reconoció que el cartapacio era suyo, pero no el contenido; se tra- 159 -
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taba de “ lecciones leídas por el maestro Cano o por el maestro Cue vas’* en San Gregorio de Valladolid, cuando él estudiaba allí. Se remi te, pues, “al contexto” del que se extrajeron las proposiciones, “ no dándose por autor de ellas” (37). 8. Desabrimiento El 4 de febrero de 1576 cambia la escena: ese día lo llaman para que se Tarifique de todo lo que ha dicho y escrito; el paso es procesalmente obligatorio; actúan como “ honestas y religiosas personas” Ro drigo Prieto y Hernán Gutiérrez, dos sacerdotes. Después de tomarle el juram ento, “ fuele dicho que se le hace sa ber que el fiscal le presenta por testigo” contra “ terceras personas” : que preste atención, que se le van a leer sus declaraciones, añadiendo o quitando o alterando lo que juzgue conforme a verdad. Aguantó la lectura de folios y más folios. Hasta estallar en “ de sabrimiento” . El secretario, ordinariamente tan meticuloso, no lo ha ce constar, limitándose a escribir que se leyó todo “de verbo ad verbum en diversos días y audiencias” y que, con leves aclaraciones, se ratificó en todo (38). Pero tuvo que levantar acta el 7 de febrero, fe cha en que fray Francisco pide y consigue audiencia. ¿Para qué? Para pedir perdón de lo ocurrido el día en que se ratificó: estuvo “ con claras muestras de desabrimiento y le parece que lo hizo mal” ; “ estaba resabiado” porque juzgó que “aquellas sentencias en que se ratificó no están bien declaradas” ; ruega, por tanto, a Su Seño ría “ que donde les pareciere que conviene se añada lo que en otras partes ha dicho, para que se entienda bien lo contenido en la dicha ratificación” (39). 9. Terceras proposiciones El 17 de febrero de 1576 el fiscal le hizo cargo de una tercera serie de proposiciones (las 167-170), ‘sacadas’ de sus respuestas a la publicación de las precedentes. Como de costumbre, fray Francisco se liaba al intentar salir de la red tendida. Las cuatro proposicones nuevas fueron reafirmadas por él (4). Son ‘tesis teológicas’ que no quitan ni ponen gran qué al cúmulo de su proceso. Las escaramuzas se han sucedido en la sala de audiencia un día - 160 -
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y otro día. Los teólogos que ‘revisaron* sus respuestas, orales y escri tas, a la publicación de proposiciones son José de Acosta, “de la Compañía del Nombre de Jesús**, y Miguel Adrián, “de la Orden de Santo Domingo’*. Salomónicamente dictaminaron, en auto especial y en presencia de los inquisidores, que “en esta audiencia como las que dio por escripto de su mano a las proposiciones de que se le ha hecho cargo desde la primera proposición hasta la proposición 160 inclusi ve, no ha dado sentido que satisfaga, y las dichas proposiciones se queden con su cualidad; y a las seis proposiciones inmediatas siguien tes, que son desde 161 hasta 166 inclusive, ha satisfecho el dicho fray Francisco en sus respuestas’*(41). Si realmente dijeron eso, sin más, como el secretario Arrieta consigna en el acta, no hablaron a la altura de su responsable prestigio. No voy a coi./ertirme en acusador ni de Arrieta ni de los ‘teólogos’, porque para hacerlo me faltan las pruebas Mas no es justo decir, co mo parece que hicieron Adrián y Acosta, que el reo no satisfacía. De hecho, numerosas proposiciones fueron desmenuzadas o explica das. Releyendo sus respuestas, una por una —que es lo pertinente—, hay que concluir que a muchas de ellas satisfizo. La precisión puede servir, en todo caso, de atenuante ya que fray Francisco persistió en aferrarse a la sustancia de su profética mi sión libertadora. “ y nótese que decir yo estas cosas de m í no es publicarlas ni predicarlas, sino decirlas como al conclave secreto de la Iglesia; y que allá se mire y examine todo por quien fueren jueces. Y no pretendo yo usurpar para m í cosa ninguna, sino que digo fielmente lo que sien to según mi entendimiento y según lo que Dios me ha dicho. Y en todo me subjeto a la Iglesia católica romana y a los que conforme a derecho fueren jueces de esta causa**. La sumisión era condicionada, pues la limita inmediatamente: “en todo obedeceré con tal que no me manden que yo diga que este ángel es malo, en público ni en se creto, porque sé que no me lo pueden mandar, ni a m í me sería lícito obedecerles, porque me consta que es ángel bueno y que soy testigo [...]. Por tanto, tom o a pedir que, como a testigo que soy, me den por libre de la prisión, y hagan de la causa y proceso lo que Sus Se ñorías mandaren y quisieren, porque yo no soy parte ni me tengo por tal, sino por testigo que fielmente digo lo que siento, como lo he di cho. Y aunque digo que Dios dice que yo he de ser Rey y Papa, dígo!ó también como testigo que denuncia y no como parte o como - 161 -
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quien pretende hacer algo por ello o sobre ello. Y la parte en estos negocios es Dios y con El se trae el pleito. Y los que sobre esto deci mos nuestros dichos somos testigos, y no es justo que cuando en una causa deponen los testigos de diferentes maneras castiguen a los que dicen su dicho de diferente manera que los otros, sino juzguen los señores inquisidores lo que quisieren y déjenme y no me crean si les parece, sino crean a Gaseo y Sus Señorías sentencien lo que fueren servidos. Y miren que no he dicho ni digo cosa contra la doctrina de la Iglesia católica romana para que por ello me puedan tener pre so" (42). 10. La ser tencia Fray Francisco de la Cruz fue condenado a muerte. . La sentencia, dictada el 14 de julio de 1576, dice: “Christi nomine invocato. Fallamos atentos los autos y méritos del dicho proceso, el di cho prom otor fiscal haber probado bien y cumplidamente su acusa ción, según y como probarla convino. Fn consecuencia de lo cual, que debemos declarar y declaramos al dicho fray Francisco de la Cruz haber sido y ser hereje pertinaz, heresiarca, dogmatizados y enseñador de nueva secta y errores, y haber hecho y cometido los delitos de que fue acusado y otros muchos que ha confesado, y que la sumisión que hace al Sumo Pontífice Romano es falsa y simulada; y por ello haber caído e incurrido en sentencia de excomunión ma yor y estar ligado de ella; y mandamos que actualmente sea degrada do de todas las órdenes que tiene, y así degradado, le debemos rela xar y relaxamos a los magníficos alcaides ordinarios de esta ciudad, a los cuales rogamos y encargamos muy afectuosamente, como de de recho mejor podemos, se hayan benigna y piadosamente con él; y declaramos los hijos del dicho fray Francisco y sus nietos por la línea masculina ser inhábiles e incapaces y los inhabilitamos para que no puedan tener ni obtener dignidades, beneficios ni oficios así eclesiásticos como seglares, ni otros oficios públicos y de honra, ni poder traer sobre sí ni en sus personas oro, plata, piedras preciosas, ni corales, seda, chamelote ni paño fino, ni andar a caballo, ni traer armas, ni exercer ni usar de las otras cosas que por derecho común (leyes y premáticas de estos reinos, instrucciones y estilo del Santo - 162 -
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Oficio) a los semejantes inhábiles son prohibidas. Y por esta nuestra sentencia definitiva juzgando, así lo sentenciamos, pronunciamos y mandamos en estos escriptos y por ellos” (43).
11. Amago de tormento La sentencia no se ejecutó inmediatamente. Se abría aún para el reo, al cabo de casi cinco años de prisión, una fase de oscura incer tidumbre. ¿Qué ocurrirá? Los jueces deciden someterle a la ‘cuestión de torm ento’. Re sulta extraña la dec;sión, a no ser interpretándola como un intento más para abatir la muralla psicológica del reo, atrincherado en su negativa a renditse o retractarse. En el curso normal de su proceso, la ‘cuestión de torm ento’ se aplicaba como últ ma instancia para que asentase en la verdad. Sin embargo, se recurre al ‘torm ento’ después de sentenciar el ‘pleito’. El 18 de mayo de 1577, al fin de un forcejeo inútil, le notifi can el ‘trabajo’ que le aguarda. Fray Francisco reaccionó sin descom ponerse: invocando a Dios por “su defensor” para que lo “libre de este trabajo que se le propone tan sin culpa o le dé paciencia para lle varle” (44). La ceremonia del tormento es de una impresionante crueldad, por desgracia no inaudita. Pero en el caso de fray Francisco de la Cruz no pasó, por fortuna para él y para el lector, de un amago. La fria pluma de Arrieta reflejará que, no obstante un aparatoso rito, la ‘cuestión torm ento’ fue una parodia. Fray Francisco, sentado en el potro, replica a los amenazantes despojos de las vestiduras y a las pre guntas de ritual, con un “ no tengo más que decir”. La única variante en ese m onótono diálogo consistió en exclamar, cuando le despojan de las calzas: “Verá Vuestra Señoría cuán flaco estoy y cuán fácil mente se acabará mi vida” . Una mediana ‘cuestión de torm ento’ qui zá hubiese provocado la muerte, porque fray Francisco era hombre de contextura débil y la cárcel lo había consumido. Al llegar a ese punto, la dramática escena se interrumpe. Los in quisidores, que no pretendían atormentar sino amagar, alegaron que el reloj lo salvaba: “Fuele dicho que, por ser ya dada la hora, le mandaban quitar del torm ento, con protestación que hacían que no le tenían por -1 6 3 -
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suficientemente atorm entado; que recorra su memoria y diga verdad. Y así le fue mandado vestirse y volver a la cárcel” (45). De hecho, no volverán a ponerle en el angustioso trance del po tro. Regresó a su celda. Y allí pasa días y días en angustiosa soledad.
12. El último intento Un tribunal de la Inquisición debía apurar todos los recursos po sibles para reducir al reo. O sea, para que, confesando su crimen, se arrepintiese. El arrepentimiento consistía en la Retractación’ de la ‘herejía*. El tribunal hizo un último intento, aunque ya estaba pregonada la celebración del auto de fe. “ En la ciudad de los Reyes, a 13 días del mes de marzo de 1578, estando juntos en la sala de la audiencia los señores inquisido res Licenciados Cerezuela y Ulloa y el señor obispo de Quito [fray Pedro de la Peña] y el padre fray Joseph de Acosta, provincial de la Compañía de Jesús, y el padre fray Juan del Campo, guardián del monasterio de San Francisco de la dicha ciudad, y el padre fray Luis López [de Solís], prior del monasterio de San Agustín de la dicha ciudad de los Reyes, —los señores inquisidores mandaron traer a la di cha audiencia al dicho fray Francisco de la Cruz” . ¡Tantas veces había deseado y pedido vérselas con teólogos! (46). El ‘primer auto para reducir al reo’ empezó por un preámbulo de los inquisidores: ‘‘le dixeron que para dalle a entender cómo estab.. errado en todo lo que tenía dicho y confesado y que todo lo que tenía dicho eran errores y herejías manifiestas, estaban allí” el obispo y los teólogos. Siguió a continuación un vivaz diálogo. El obispo y los teólogos lo bombardean con sus objeciones. Fray Francisco, a quien pillaron desprevenido, se debió defender mal, optando por atrinche rarse. Arrieta no levantó acta del combate dialéctico, que duró varias horas, limitándose a resumir: “ El dicho señor obispo y los dichos teólogos le dieron a enten der por muchas autoridades de la Sagrada Escritura cómo estaba en gañado y errado” . También sintetiza las respuestas de fray Francisco: “entre otras cosas, les dixo el dicho fray Francisco que tratar de persuadille a lo que ellos decían que entendiese que era como si le trata - 164 -
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sen de tornalle m oro”. Lo único que Arrieta entendió de la disputa fue esto. En el acta, sumarísima, asentó al final que fray Francisco, “confuso y atajado, dijo que lo dejasen para otro día” (47). Se terminó, pues, el debate teológico sin resultado positivo. Por la tarde, se presentó Cristóbal Ruiz Tostado, carcelero, para comuni car que, “cuando le llevó la comida” , fray Francisco de la Cruz le di jo que no “respondió a los argumentos” de los teólogos a gusto, por “no estar apercibido” ; la próxima vez, si le daban oportunidad, los desbarataría a punta de buena exégesis. Añadió que los “ teólogos es taban informados de los inquisidores de la mentira y no de la verdad, hablando con reverencia”. El alcaide le cerró la puerta “y no le quiso orí m ás" (48). Se constituye, por tanto, en testigo acusador. Los inquisidores le dieron una segunda oportunidad al día si guiente, 14 marzo 1578. La escena se repite. Fray Francisco discute con el obispo y con los teólogos toda la mañana; alega textos de la Biblia, los arrima a sus tesis, se c u b rí, ataca, no da el brazo a torcer. Acosta recordará andando el tiempo la escena: fray Francisco cita textos y más textos en un prodigioso alarde de capacidad de reten ción, ya que hasta el Breviario le habían quitado (49). Arrieta, que no entiende latines ni teologías, se limita a consignar lacónicamente en el acta: “ nunca quiso sujetarse a lo que el dicho señor obispo y los dichos teólogos le decían. Y habiéndose estado en esto más tiempo de tres horas, a cabo de las cuales con mucha pertinacia el dicho fray Francisco dijo que por cuanto los dichos señores inquisidores le ha bían m uerto y dado ponzoña —la cual le había dado el Licenciado Torres, médico—, eran interesados en este negocio, y que él veía que el dicho señor obispo y los dicho teólogos eran de contrario parecer que el suyo; y porque, según derecho, las cosas graves de la fe se han de remitir al Sumo Pontífice y esta su causa es muy grave y se debe re mitir a él, así no se sujetaba a los señores inquisidores, sino que los recusaba” . Disputa inútil. Recusación improcedente. “Cesó la audiencia y el dicho fray Francisco se entregó al alcaide sin poderle persuadir a cosa alguna” . Inquisidores, obispo, teólogos quedaban frustrados en su intento. Y fray Francisco de la Cruz, “ se fue con la dicha proter via y pertinacia” al calabozo (50). Su causa estaba definitivamente conclusa. Su pleito, irreme diablemente perdido. La noche se le adentra por todas partes. Morirá en el próximo y fatídico 13 de abril. “ Relaxado en persona” . -
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NOTAS (1)
Carta del fiscal Alcedo al Contejo, 19 m a n o 1575: A H N .:ín q ., libro 1033, f.
314. (2) "La segunda [acusación 1 te le puso en primero de setiembre de 1973: tiene seis pliegos d¡e papel y 51 capítulos": ib., f. 314r. (3) Proceso, f. 963r; lo que dice del ángel incorporado, no lo cree —según el fiacal— "siendo como es letrad o "; es u n ardid con el que ‘lia querido intentar ( ...| introducir y plantar en estos reinos doctrinas y opiniones heréticas, supersticiones falsas y erróneas, y una nueva secta (...) y DESPUES ALZARSE Y LEVANTARSE CON ESTA T IER R A ": ib., f. 947r-v. (4)
Ib., (. 963v.
(5) Cf. F. de Armas Medina, El clero en ¡as guerras civiles del Perú: "A nuario de estudios americanos" 7, 1950, pp. 1-46. (6)
Cf. ib., ff. 964v-982v. (respuesta oral a la 2a acusación del fiscal).
(7)
Cf. ib., ff. 983s (respuesta escrita a la 2a acusación del fiscal).
(8) "La tercera |acusación] se le puso en 22 de marzo de 1 574;tiene un pliego y 6 capítulos": Carta del fiscal Alcedo al Consejo, 19 m a n o 1575: AHN.: Inq., libro 1033, f. 314r. (9j
Proceso, ff. 11 1 6 v .ll8 v .
(10)
Váase supra, tom o II, pp. 42a.
(11)
Cf. Proceso, ff. 1119r-1042v.
(12)
Ib., f. 1043r.
(13) "Confiesa haber caído en pecado nefando (...]. Damos de esto noticia a V. S. para que, pareciendo aue conviene, para obviar este daño, que por nuestra parte se hiciese alguna diligencia, sea V. S. servido de nos m andar el orden que tendrem os". Re puesta: "N o se entrom etan en esto del crimen nefando" AHN.: Inq., libro 1033, f. 302r. (14)
Proceso, f. 933r.
(14)
Proceso, ff. 1149r-1151r.
(16)
Ib ., f. 1184r. (audiencia de 19 noviembre 1574).
(17)
Relación publicada por J. T. Medina 1 ,91.
(18)
Ib ., 1, 92.
(19)
Ib ., f. 1703r.
(20 Texto de la publicación: ib., ff. 1370r-1610v.;del testigo 24, Alonso de Heredia, m estizo, compañero ae cárcel, saca el fiscal 164 cargos; del testigo 3 3 , fray Alonso Gas eo, 126 capítulos. La respuesta oral: ib ., ff. 1610v-1661v.;la respuesta escrita: ib., ff. 1662r1703v. -
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(21)
fb „ f. 1626r.
(22) "I...) volvió ocho pliegos de papel en blanco y más medio pliego: con los cua les cumplió las dos manos de papel que nacía llevado. Su tenor de los dicnos cuarenta y un pliegos y m edio de papel (escritos] es el siguiente” : f. 1662r. (23)
Ib ., f. 1662r-v.
(24) De Gaseo com enta: “me da gana de reir (...): anda olvidado de si mismo y de la verdad” (f. 1681v); “en lo oue confiesa que hubo pacto con el demonio de su parte y de la mía, digo que ni lo hubo de la m ía formal ni virtual, ni puedo creer que lo h u b o de la su ya en ninguna m anera: y de a a u f se n ote cóm o y o tenía razón de temer que h abía de confe sar Gaseo falsamente contra si y contra m í algunas pavés culpas, —y esto se tom e por prin cipal descargo de la diligencia que yo ponía en pretender animarlo a que osase decir y sus tentar verdad, aunque le pusiesen la acusación com o a m í” (f. 1679v). Del inquisidor UUoa: "m e dixo fray Gaspar de la Huerta que, cuando m e retractase, echase de ver al rostro de los señores inquisidores y especialmente al señor inquisidor UUoa, y que conocería yo claramente cóm o les pesaba m ucho de ello, porque quisieran que porfiara en mis locuras para ganar honra con penitenciarm e" (f. 1685): “ claramente m e dixo el señor inquisidor UUoa que tengo en sus señorías mal recaudo (...) y otras palabras que claramente son de amenza” (f. 1698v). (25)
Puede verse infra: doc. 251.
(26)
C f. Proceso, ff. 1703v-1704v.
(27)
Cf. Ib ., f .2 0 r.
(28)
C f./b ., ff. 1705v-1729v.
(29)
Cf. infra: doc.
(301 Sobre el m étodo. estereotipado en la famosa fórmula in rigore u t tocen!, véa se: J . L. González Novalín, E l Inquisidor General Femando de Voláis, vol, I, Oviedo, 1968, pp. 340-341. (31) Proceso, f. 1697r. “ en este S. O. se usa de tanto rigor que se puede decir injus ticia” : ib., f. 1691v. (32)
C f .J .T . Medina 1,92.
(33)
Proceso, f. 1797r.
(34)
Cf. ib., ff. 1715r-1722r.
(35)
Cf. ib., ff. 1722v-1726v.
(36)
Ib ., f. 1726r-v.
(37)
Cf. ib., ff. 1726v-l 727r.
(38) Cf. ib., f. 1727r-v. Las h o n e s ta s personas" que actuaron de testigos: Rodrigo Prieto y Hernán G utiérrez, "clérigos presbíteros". (39)
Cf. ib., f. 1728r-v.
(40)
C f .ib .,f .l 7 2 9 r .
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(41) “A u cto de los cuaUficadores: En U Ciudad de los Reyes, a 7 días del mes de hebrero de 1576 años, estando los señores inquisidores Licenciados Cerezuela y Ullos en su audiencia de la mañana, presentes los señores fray Miguel Adrián, de la Orden de Sancto D o m in io , y el padre Joseph de Acosta, de la Compañ ú ael nombre de Jesús, calificadores nom brados por los dichos señores inquisidores para calificar los negocios del dicho fray Francis co de la Cruz, y habiendo visto los dichos señores cualificantes en diversos días y audiencias las respuestas que el dicho fray Francisco de la Cruz dio a las proposiciones de que se te hizo cargo y habiendo habido sobre ello su acuerdo y deliberación, d txeron: que en todas las res puestas que el dicho fray Francisco de la Cruz na dado, así en esta audiencia com o las que dió por escripto de su m ano, a las proposiciones de que se le ha hecho cargo desde la primera proposición fasta la proposición ciento y sesenta inclusive, no h a dado sentido que satisfaga, y u s dichas proposiciones se quedan con su cualidad; y a las seis proposiciones inmediatas siguientes, que son desde 161 fasta 166 inclusive, ha satisfecho ei dicho fray Francisco en sus respuestas. Y firmáronlo de sus nombres: Joseph de Acosta • fray Miguel Adrián": ib., f. 1728r. Prosteriormcnte, en 1596 se volvieron a calificar las 163 proposiciones por los teólo gos Francisco Dáviia (de la I a a la 84a ) y Jerónim o de Almonacir (de la 85a a la 163a). La censura es bastante moderada. El segundo calificador concluye su voto así: “ En todas estas proposiciones y en la cualidad de ellas se deben advertir tres cosas: la primera, que las más oe ellas dixo el reo no com o autor de ellas sino que se las había dicho san Gabriel o se las había revelado D ios;la segunda cosa que se debe n otar es que muchas de estas proposiciones dixo después que estuvo loco; y la tercera, que las más graves son tan sin fundam ento y fuera de toda razón que parecen desatinos y manifiestas locuras en u n hom bre que presume de s í m ucho y era en l u Indias tenido por (docto) y él fiaba de su suficien cia m ucho; y supuesto que ya su causa se acabó, es de consideración esto para usar de mise ricordia con su religión y quitar el sambenito. F e c h o s 22 de agosto, 1596". AHN.: /n a., legajo 1647, exp. n ° 22 bis, s. f. No se m enciona a fray Francisco de la & u z, pero no es difícil identificar que son las suyas (véase m fra: d oc. n ° 252). (42)
Ib ., f. 1725v.
(43)
Ib ., (. 1826r.
(44)
I b .,(. 1797r.
(45)
Ib ., (. 1798v.
(46) “Quisiera que V. S. me pusiese con todos los cualificantes juntam ente con los cuatro dicnos (Alonso de la Cerda, Miguel Adrián, luán del Cam po, Luis López de Solís], y si ha lugar de derecho, así lo pido y suplico que se haga.Dorque deseo publicidad y que nos entendam os en lo claro y público": /Vocero., f. 170 2 v .,ct. ib ., f. 1670r. El agustino Luis López de Solís era una de las personalidades religiosas más destacadas de Lima: cf. F. Carmona M oreno, Acción pastoral de Luis López de Soiir, ¡V o b isp o de Q uito: “ La Ciudad de D ios" 193, 1980, pp. 121 153, 333-373 y 579-610; semblanza biográfica: ib., p p. 137-145. (47)
Ib., f. 1797r.
(48)
Ib ., f. 1798r.
(49)
Cf. infta, X, n ota 11.
(50)
Proceso, f. 1798v.
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CAPITULO VII AUTO DE FE EN LIMA, 13 ABRIL 1578 1. lil virrey paga las costas El Santo Oficio pregonó a primeros de marzo de 1578 que el 13 de abril próximo celebraría auto público de fe (1). Como era de esperar, el anuncio imancó la curiosidad del pueblo, que desde tiempo atrás no había asistido a tan solemne fiesta religiosa, y quería sa ber en qué terminaba un asunto tan misterioso, tan incitante y tan oscuro como el de los ‘angelistas*. Los inquisidores, fieles a las ordenanzas, avisan y piden consen timiento al virrey. Don Francisco de Toledo no sólo dio el benepláci to; se ofreció incluso a pagar las costas, que no eran flacas. La generosidad del virrey ¿a qué se debía? Desde luego, no sólo a su celosa responsabilidad cristiana. Más bien mediaron intereses po líticos. Surgen incluso roces con la Inquisición: las injerencias del virrey, poderoso y respetado caballero, llegaron al colmo con motivo del auto. Los inquisidores se doblegaron a la voluntad del virrey, limitán dose a poner en conocimiento ael Consejo lo ocurrido: “ Habiendo dado al virrey cuenta de que queríamos publicar el auto de fe [...], y hablando acerca de ello, le pareció que el gasto de los tablados fuese a costa de la ciudad, y lo trató con el cabildo de ella, y así se hizo, dando el receptor de la Inquisición mucha de la madera que él tenía del auto pasado” . Ya que pagaba las costas, se creyó con derecho a organizar y a mandar, pasando la raya y piso- 169 -
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teando los fueros ajenos: “con ocasión de este gasto o por otra que al virrey le haya parecido -advierten los inquisidores—, encomendó a la misma ciudad hacer los tablados y el repartir los que los parti culares habían de hacer para ver el auto; y aunque le advertimos que aquello nos tocaba a nosotros, él lo quiso hacer mandando que nuestro receptor no entendiese en ello, y lo encomendó a otros que lo hicieron, y también en los lugares que el acompañamiento y asien to en el tablado tuvieron el Audiencia y Cabildos de la iglesia y ciu dad lo ha ordenado el virrey como le ha parecido; y aunque nos lo ha comunicado, no ha sido para tomar nuestro parecer, sino diciéndonos solamente; y aunque la iglesia se nos ha quejado, hemos alzado la mano de todo, por haberla de todo tomado el virrey, diciendo que le compete a su autoridad. Y, cierto, nos parece que ha sido contra la de esta Inquisición y sus preeminencias; y en la opinión del pueblo es así. Y pasamos por ello por no hacer contradicción al virrey, a quien siempre hemos procurado corresponder, contentándonos por ahora con dar a Vuestra Señoría esta cuenta*' (2). Evidentemente, los inquisidores no están de acuerdo con la ex tralimitación del virrey; sólo por no disgustarle han “ pasado por ello** a dientes apretados. Pero quien más se molestó fue el receptor, Juan de Saracho;la injerencia del virrey le pisó los callos de la honra y, ofendido, no re chista al avasallador; pero la honra ofendida mete sus lamentos en una carta y los envía al Inquisidor General: “ El virrey don Francisco de Toledo —musita quejosamente—ha hecho un agravio a este Santo Oficio y a m í, de que ha habido mucha nota en esta ciudad; y es que, estando los receptores en posesión de señalar los sitios para los tablados que particulares personas hacen en las plazas alrededor de los tablados principales cuando se hacen autos de la fe y para verlos, y en el día que se hacen señalar los asien tos donde cada uno se ha de sentar, conforme a la calidad de su per sona, y cumpliendo la orden que para ello dan los inquisidores, sin que ninguno otro se entrom eta a mandar ni a ordenar cosa ninguna, —en el auto que en 13 de este mes se hizo en esta ciudad, el visorrey no consintió que yo señalase los sitios para los tablados ni los asien tos de los que habían de ver el auto, quitando la mano en todo a los inquisidores y a mí, y lo hizo y ordenó al alguacil mayor de esta Au diencia” (3). Si Juan de Saracho le hubiese soltado en la cara al virrey eso de - 170-
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‘entrom etido’, ¡qué terrible reacción! ¡Buenas las gastaba don Fran cisco de Toledo! En Madrid juzgaron que, efectivamente, la injerencia del virrey no debía tolerarse. Y, para evitar la ocasión, optaron por una disyun tiva salomónica: mientras don Francisco de Toledo sea virrey, los autos se celebrarán en la catedral (4). 2. Don fray Pedro de la Peña Si don Francisco de Toledo fue el actor civil más destacado en. el auto de 1578, don fray Pedro de la Peña va a ser el actor eclesiásti co de mayor relieve. Las circunstancias y la voluntad de los inquisido res le propician un protagonismo hosco. Lo vamos a presentar de dos plumazos. Nació en Covarrubias, riñón de Castilla, allá por 1520; profesó dominico en San Pablo de Burgos en 1540; estudió en San Gregorio (5);luego pasó a Nueva Es paña, donde su fibra cidiana y su saber le granjean los cargos de cate drático de la universidad, de provincial y, a continuación, de obispo de Vera Paz. En 1565 lo trasladaron a la sede de Quito (6). En 1575, por octubre, doblaron las campanas de Lima varios días seguidos. Fray Francisco de la Cruz las oyó desde la cárcel, y con su fino ojo avizor trata de leer el presente y el futuro: ha muerto el arzobispo Loaysa; es posible que se dé la sede vacante a Peña (7), un hombre de carácter berroqueño, sin flexibilidad indiana, sin pizca de ‘criollización’, y, para colmo, partidario del Santo Oficio (8). ¿Pensó Peña alzarse al arzobispado de Lima? Dan pie para con jeturarlo las cartas que envía a Su Majestad durante la sede vacante. Diríase que está buscando un premio a los servicios hechos, pues los enumera con todo detalle. Era, además, persona muy grata a los inquisidores. Tanto - y es to es a lo que varaos— que lo llaman para que actúe en el auto de 1578. De suyo, le correspondía el honor al obispo del Cuzco. Pero es taba en punta con los inquisidores. Ellos lo cuentan y lo justifican así: “Para los que se habían de degradar y deponer en este auto es cribimos al obispo de Quito, don fray Pedro de la Peña, (que) se ha llase presente, enviándole para ello una exhortación del derecho” in quisitorial. “Y aunque Quito está de esta ciudad trescientas leguas, el - 171 -
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obispo se puso en camino con brevedad y llegó aquí, donde ha mos trado haberlo hecho con muy buena voluntad y tener la misma para todo lo que se ofreciere a esta Inquisición. Damos de ello aviso a Vuestra Señoría, porque se entienda su buen celo y que por él mere ce que Vuestra Señoría le favorezca en sus negocios'* (9). Don fray Pedro de la Peña, que acudió presurosamente a Lima, desempeñará en el auto un papel ae primer plano: obispo degradador de los reos ungidos in sacris y, por si fuera poco, obispo predicador. En efecto; los inquisidores le encomendaron el sermón de tabla. El protagonismo de don fray Pedro de la Peña resulta más mez quino si se tiene en cuenta que las principales víctimas del auto eran sus hermanos.
3. La lúgubre ceremonia El auto de f e , celebrado en Lima el 13 de abril de 1578, duró "más de nueve horas" (10). Empezó antes del alba y acabó ya ano checido. Las nueve horas se refieren a la ceremonia celebrada en los cadahalsos. Pero en realidad, el auto empezó al ponerse en marcha la solemne y variopinta procesión desde el palacio del Santo Oficio a la plaza. Como no voy a describir el auto —todos se cortaban por un mismo patrón, con las variantes de sitio y personas—, aquí me ceñiré a decir escuetamente que el *reo* principal, en quien se cla vaban los ojos del apiñado gentío, era fray Francisco de la Cruz. Seis años largos de cárcel (25 enero 1572-13 abril 1578) habían ido con sumiendo su cuerpo, reduciéndolo a figura escuálida, casi a*sombra. La lectura del sumario o resumen de sus ‘herejías’ se prolonga cómo si fuese interminable (11). El fallamos final le declara "hereje perti naz, heresiarca, dogmatizador de nueva secta y errores" y, por tanto, "relaxado" al brazo secular. Es decir, pena de muerte. Por rutina, se ruega y encarga "a los muy magníficos alcaides ordinarios de esta ciu dad" que "se hayan benigna y piadosamente" con el reo. También los hijos y nietos de Fray Francisco son declarados inhábiles para "obtener dignidades, beneficios ni oficios, así eclesiásticos como se glares". La sentencia se ejecutó aquel mismo día en las primeras horas de la noche. El parte lacónico, firmado por Eusebio de Arrieta dice: "Dada y pronunciada fue esta sentencia (...) estando celebrando -
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auto público de la fe en la plaza mayor de esta Ciudad de los Reyes en unos cadahalsos altos de madera, domingo, a 13 días del mes de abril de 1578, presentes el Licenciado Alcedo, fiscal, y el dicho fray Francisco de la Cruz [...]; a lo cual fueron presentes por testigos el muy excelente señor don Francisco de Toledo, visorrey y capitán ge neral de estos reinos, y el Licenciado Paredes y el Licenciado Ram í rez de Cartagena, oidores de esta Real Audiencia, y el Licenciado Martínez, arcediano, y otras muchas personas eclesiásticas y seglares. - Y EL DICHO FRAY FRANCISCO DE LA CRUZ FUE DE GRADADO ACTUALMENTE DE TODAS SUS ORDENES POR EL SEÑOR OBISPO DE QUITO Y, ASI DEGRADADO, FUE ENTRE GADO A LA JUSTICIA Y BRAZO SEGLAR, TESTIGOS LOS DI CHOS” (12). Con estas palabras concluye el hidrópico Arrieta su ímproba la bor de actuario del proceso. La frialdad con que el apuntador deja caer el telón de la tragedia humana de fray Francisco de la Cruz no nos exime de unos interro gantes ansiosos: ¿Culpable de los crímenes que le imputan, o ino cente? ¿Quemado vivo o incinerado después de muerto? ¿Apuro' el trance del auto y de la muerte con la protervia de que hizo gala a lo largo del proceso, o se convirtió y se preparó a morir con cristiana resignación? Desde luego, ni la m ultitud, ni el virrey, ni los inquisidores pre senciaron la ejecución. Los alcaides y sus esbirros, encargados de rea lizarla, y algún religioso que lo acompañó al lugar del suplicio, y alguna gente curiosa, que nunca faltaba, sí lo vieron morir. Pero nin guno nos ha dejado testimonio de los momentos finales. En cuanto a si era culpable o inocente, debemos atenernos a los datos del proceso y, sobre todo, a las confesiones orales y escritas de fray Francisco de la Cruz. La sentencia se basó en lo que resultaba ‘probado’ en el proceso y se dictó según la ley. No hay duda de que los inquisidores procuraron ‘reducirlo’; tampoco la hay de que resis tió todos los embates, incluso el del torm ento, hasta subir al cadahal so a escuchar la letal sentencia. ¿Se arrepintirá in extrem is? ¡Abramos un resquicio a la esperanza!
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4. “ ¡Miserere mei, Deus!" Hasta la mitad del auto se mantuvo fray Francisco de la Cruz en su conocida entereza psicológica. Es decir, protervo, obstinado, desa fiador. Al mediodía se iluminaron sus ojos y su alma; y sus labios re secos se entreabrieron para pedir misericordia a Dios. Da testimonio de su conversión un testigo fidedigno: don fray Pedro de la Peña. Un testigo de indiscusa garantía, ya que nos consta que habló con el reo en el cadahalso y ofició la ceremonia de su de gradación, raspándole las manos. Se trata, además, de un testimonio espontáneo y fresco: a dos días del auto, el 15 de abril de 1578 escribe a Felipe II para contarle lo que ocurrió y pasarle...la factura de sus servicios: Fray Francisco, peligroso hereje, “ ESTUVO PERTINAZ HAS TA LA MITAD DEL AUTO, QUE SE CONVIRTIO, y fue degradado y relaxado y quemado; y el fray Pedro de Toro, que murió en la pri sión, fue reconciliado y salió su estatua con sambenito; y el fray Alonso Gaseo, por haber sido el primero que se convirtió y pidió mi sericordia y el que menos errores tuvo, se condenó a salir en el auto con una vela en las manos y ciertas suspensiones y reclusiones. Y se condenaron otras personas por diversas herejías y errores” (13). El código inquisitorial ordenaba que, en caso de arrepentimien to de un reo durante la celebración del auto, no se diese marcha atrás, pero automáticamente se conmutaba la ‘quema’ en vivo por la ‘quema’ después del agarrotamiento. El testimonio de don fray Pedro de la Peña nos alivia un tanto la amargura del triste fin de fray Francisco de la Cruz, por quien, des pués de seguir tan de cerca su ventura y su desventura, sentimos hon da compasión. Por otra parte, el testimonio de don fray Pedro de la Peña, que nos asegura la ‘conversión final’ de fray Francisco de la Cruz, no coincide con el testimonio de José de Acosta, que también participó en el proceso. Según Acosta, fray Francisco no se convirtió. El cuadro que pinta es de tragedia total: estaba en pie, con los ojos clavados en el cielo, esperando que el fuego de Dios se abatiese sobre los inquisi dores y sobre la m ultitud; el milagro no se produjo, y la llama del suelo envolvió con sus rojos y móviles tentáculos al REY y REDEN TOR y NUEVO LEGISLADOR, asfixiándolo y convirtiéndolo en ceniza (14). - 174 -
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Es patente que las versiones de Peña y Acosta son contradicto rias. ¿A cuál nos quedamos? A la del testigo mejor infomado. O sea, a la de fray Pedro de la Peña. Acosta no nos inspira credibilidad en su versión de los acontecimientos finales de la tragedia. No es seguro ni probado que Acosta asistió al auto, pero se puede presumir y conce der que lo presenció. Aun en el caso de estar allí, no se sigue que pudiese ver de cerca al reo. Tampoco consta que Acosta, a renglón se guido de aguantar el auto, fuese al ‘quemadero’. Ni tampoco él lo afirma expresamente. No vio probablemente la truculenta escena; la imagina. Téngase además presente que Acosta evoca los hechos en lejanía cronológica y geográfica, y, sobre todo, en un contexto de ideas a las que el caso de fray Francisco de la Cruz sirve bien de soporte como paradigma. En suma: el epílogo de Acosta, retórico y forzado, no merece crédito. Lo que mantiene vivo en la retina es la silueta grácil del reo al reaparecer en público y en alto, ludibrio ya de unos y otros. Y, con mayor precisión, recuerda los diálogos que mantuvo con fray Francisco en la sala de audiencia del tribunal, diálogos inútiles, diá logos estériles, porque no bastaron para ‘reducirlo’ de su obstinación. 5. Ecos El final dramático de fray Francisco de la Cruz dio mucho que hablar en el Perú. Mas apenas halló eco en España. A la corte de Felipe II llegaron noticias —¡llegaban tantas del Nuevo Mundo!—, mas no hay señales de que suscitasen alarma. Don fray Pedro de la Peña, ufano y servil, comentaba: “Y sin duda que, después de Dios, se me debe por señalado servicio que a Dios y a Vuestra Majestad en particular se ha hecho la extirpación y castigo de tan terribles errores, porque se ponía en condición todo el reino -q u e una de las causas que pone freno a los ánimos bulliciosos es no atreverse a descubrir— que, comunicado con religiosos semejantes y par tales modos, fuera irreparable el daño” . La prosa de don fray Pe dro empalaga por el estilo retorcido y por el adulador autoincienso: “ Y prediqué en el auto y advertí a todo el pueblo, en que había muy grande concurso, lo mucho que todos debíamos a Vuestra Majestad por el bien y merced que a esta tierra había hecho en proveerle este Santo Tribunal y el celo en que a todos nos m antenía su cristiandad, -
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paz y justicia” (15). También informó a Felipe II su leal servidor y vasallo don Francisco de Toledo, virrey del Perú. El epistolario del virrey refleja claramente su punto de vista respecto a la dimensión social de la he rejía de fray Francisco de la Cruz. Toledo, que tanto tuvo que bregar iara poner orden en el Perú de los años siguientes a las ‘guerras civie$’, sospecha que los ‘frailes’, capitaneados por fray Francisco de la Cruz, son los nuevos Pizarros y Almagros. El 15 de octubre de 1578 da amplia información a Felipe II y, entre otras cosas, puntualiza: “ En particular entenderá Vuestra Majestad por la sentencia del presentado fray Francisco de la Cruz, de la Orden de Santo Domingo, que aquí fue quemado por tanto número de herejías, la INDUSTRIA TAN NUEVAMENTE OIDA QUE PONIA PARA LEVANTAR Y AMOTINAR TODOS LOS ESTADOS de esta tierra, con la corresponsión de frailes que para esto tenía puestos” en los núcleos neurál gicos del país (16). El miedo al levantamiento o golpe de estado fue un fantasma que el virrey, siempre alerta, vio encarnado en fray Francisco de la Cruz. Seguirá viendo y persiguiendo el fantasma, aun después de la ‘quema’ de fray Francisco. Como una realidad viva y resucitada. Más abajo reaparecerá la preocupación del virrey por el fantasma. Ahora prosigamos a la escucha de los ecos que llegan a España sobre lo ocu rrido en el Perú. El Consejo de la Santa y General Inquisición recibió también detallados informes relativamente pronto; la flota que llevaba los mensajes y documentos salió del Callao el 20 de abril. El 16 fir maban los inquisidores Cerezuela y Ulloa una carta, en la que dan no ticia de los ‘negociós’ del tribunal, apuntando al fin: “Con ésta enviamos a Vuestra Señoría relación del estado de los negocios de esta Inquisición, continuándola a la pasada, y del auto que ahora el 13 del presente hemos celebrado, y copia de la sentencia de fray Francisco de la Cruz, que por ser su negocio tan largo y vario, nos pareció que ella sirviese de relación" (17). Efectivamente, la valija llegó a Madridja los pocos días, el 19 de setiembre de 1578, el Consejo en plenaria sesión de trabajo examinó la sentecia-relación. A pesar de su enorme largura, no satisfizo a los meticulosos señores, que acordaron “ se escriba a los inquisidores del Perú envíen al Consejo copia del proceso de este fray Francisco de la Cruz” (18). Gracias a esta orden ha llegado a nosotros el proceso,
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pues los inquisidores del Perú no tuvieron más remedio que transcri birlo íntegro y enviarlo a Madrid, donde quedó sepultado en el archi vo, hermético y de tres llaves, de la Santa y General Inquisición. El Consejo,pues, valoró la importancia del asunto, sin que trans cendiese nada hacia fuera. El ‘secreto’ proverbial del Santo Oficio im ponía a sus oficiales un mutismo absoluto. Muy poco dijeron, por la cuenta que les tenía, los reos condena dos a salir del Perú: “ En el auto de la fe que se celebró en 13 de abril de 1578 se penitenciaron fray Alonso Gaseo, dominico, y fray Gaspar de Bustamante, de la Merced, de cuyos negocios hemos dado relación a Vuestra Señoría, y de sus sentencias. En ejecución de las cuales los dichos frailes se embarcaron para España en 20 del dicho mes de abril, y escribimos a la Inquisición de Sevilla acerca de ello, y le en viamos las copias de las sentencias para que las haga ejecutar en lo que toca a la reclusión y se advierta cómo cumplen lo demás” (19). De fray Gaspar no he hallado rastro. De fray Alonso, sí, bien in glorioso por cierto. Entre paréntesis: a fray Alonso Gaseo le dieron por ‘cárcel’ el con vento de Santo Domingo, de Jerez de la Frontera; allí mata el tiempo emborronando cuartillas; y el 20 julio 1580 escribe a los inquisidores sevillanos: “Me he ocupado en escribir y componer un libro que titu lo Cadena de doctores sobre los Evangelios que se predican entre año, así de tiempo como de santos". Lleva “ya casi dos años” de recluso; la obra “es de dos cuerpo” , con un total de 957 pliegos. Le gustaría presentarla a los señores del Santo Oficio, recordándoles que es sobri no de Don Andrés Gaseo, el famoso inquisidor de Sevilla, quien reco mendó a sus sobrinos, antes de morir, fidelidad al Santo Oficio: “Cuando el señor inquisidor Gaseo [...], hermano de mi padre, murió” ...(20) No dice de qué murió ni cuándo. Se puede precisar: el 1 de julio de 1566, que cayó en lunes, salió “en una muía a tomar un poco el aire hacia la ermita de los Remedios” , ribera del Guadalqui vir abajo; llevaba un escudero delante en un potro; “y dio al inquisi dor una coz en la pierna derecha sobre hueso” . Malherido y malsangrado tres veces, “ pasó de esta presente via” el 10 julio 1566 “ poco después de mediodía” . Como si fray Alonso se hubiese envalentonado con la evocación y las recomendaciones de su tio, el 30 julio 1580 denuncia al maestro fray Agustín Saludo, el hombre más egregio de la casa que le da vino, -
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pan y cárcel. En el convento disgustó el estúpido gesto. El 19 de diciembre el prior de Jerez, fray Tomás de Argumedo, pide al tribunal de Sevilla que saquen de allí a fray Alonso, “ persona inútil” : el convento es casa de estudios, el preso estorba y molesta; pertenece a la provincia de Castilla, hijo de San Esteban de Salamanca (21). No consta lo que sucedió. Nos despedimos de fray Alonso, ce rrando el paréntesis, para continuar captando ecos de la tragedia de fray Francisco de la Cruz. En vano los buscaríamos en la historiografía dominicana. No los hay. Un testigo de vista, fray Reginaldo Lizárraga, pasó como por ascuas el triste episodio en su Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Rio de la Plata y Chile. Refiriéndose a la venida de la Inquisición, escribe: “ Luego se vio la necesidad que de ella había y cómo fue inspira ción de Dios [...], porque, si no, corría gran riesgo la cristiandad en estas partes, como pareció por las personas luteranas, y no sé si me diga peores, que luego se prendieron” (22). Alude indudablemente a fray Francisco de la Cruz y compañía, matizando su juicio con un “ no sé si me diga peores” que Lutero; elogia la labor de los oficiales del Santo Oficio, incluido Ulloa, mencionándolos por nombres y ape llidos; mas evita intencionadamente decir quiénes eran los ‘herejes’ peores que Lutero —no los confunde o identifica con él—que ponían en peligro la cristiandad indiana. Meléndez, historiógrafo barroco, por tanto tardío, camina a la zaga de Lizárraga, y tampoco saca a colocación noticias que desdoren sus Tesoros de Indias. Si escabulló el bulto para no hablar de Toro, del auto de 1578 se limita a decir: En 1578 “ el santo Tribunal de la Inquisición de Lima celebró un auto general de la fe, en que predicó nuestro ilustrísimo don fray Pedro de la Peña, obispo de Quito”. Y después de tejer las alabanzas del insigne prelado, concluye: “ predicó aquel sermón con general aplauso y aceptación del concurso, y dentro de pocos días enfermó, y, habiendo hecho testam ento, dejó por heredero de sus bienes al mismo Tribunal de la Inquisición, mandándose enterrar en su capilla, en que dotó una gran capellanía de misas rezadas por su alma y el buen acierto de sus ministros: y para memoria de esto se conserva hasta hoy en la misma capilla su retrato” (23). Como se ve, evita adrede entrar en el asunto de fray Francisco de la Cruz, distrayendo - 178-
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al lector con el ‘elogio’ de don fray Pedro de la Peña, a quien acorta la vida. El eco de la tragedia y del auto de Lima es, sin embargo, per ceptible en algunos ambientes espirituales sevillanos. A Sevilla llegaban las noticias de América más pronto que a otros sitios. En un cuadernillo o Suma de los solícitos engaños del demonio en es tos miserables tiempos, que ha permanecido inédito, nos topamos con el siguiente texto: “ Pues ¿qué diremos de los encarecimientos con que encarecen estos trabajos para que se compadezcan de ellas y las consuelen? Donde se pierde mucho tiempo, porque, como son los trabajos tan grandes y tan a menudo, acuden a cada rato a sus confesores y en víanlos a llamar a sus casas para que las consuelen y remedien y con exorcirmos les alancen los demonios. Lo cual todo es astucia y ardid del demonio para trabar familia ridad con los confesores y así derriballos a que pequen con ellas y tengan tocamientos deshonestos. De lo cual ha habido larga experien cia, y, lo que peor es, que con este ardid ha traído a gente religiosa a que no solamente cometan torpedades con ellas, pero a grandes erro res y herejías —como se ve en aquel caso tan horrendo que ha pasado en el Perú, en la ciudad de Lima: donde, por una doncella endemo niada, vinieron frailes dominicos, los más señalados en letras y opi nión de santidad que había en aquellas partes, a dar en herejías; y uno, el más señalado de éstos, vino a dar en tan horrendas herejías y errores y soberbia luciferina, que provoca y mueve a estupor y gri ma” (24). El librito da como fuente "el auto que se truxo de allá”, donde “están estas herejías por extenso” . Lo escribió, según mi modesta opinión, el padre Rodrigo Alvarez ( + 1581), jesuíta de fino pulso, fa moso especialmente por su discreción del espíritu de Santa Teresa de Jesús. La información, como se ve, es precisa. No le vamos a echar en cara que pase en silencio un detalle capital: no sólo pringaron los dominicos en el ‘negocio’ de doña María Pizarro —la “doncella ende moniada” a que alude-,- sino también los jesuítas. Rodrigo Alvarez probabilísamente ignoraba el entorno del ‘caso’. La noticia llegó también al valenciano Juan Gavastón (+ 1623), que la recoge, bastante difuminada ya, en sus glosas al Tratado de la vida espiritual, de San Vicente Ferrer (Valencia, 1614) (25). Y reaparece, a raíz del desastre de Miguel de Molinos, en los - 179 -
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Triunfos de la castidad, del beato Francisco de Posadas ( + 1713), gran predicador y gran director espiritual, que conoce el caso de Li ma a través de Acosta y Gavastón, y sorprendentemente de la Suma inédita (26). El libro de Posadas es ambidextro, es decir, ataca “la luxuria diabólica de Molinos" con impugnaciones doctrinales y con ejemplos vivos. A esos ejemplos les llama precisamente triunfos. Por via de excepción, utiliza una vez una derrota: la de fray Francisco de la Cruz, a quien emparentará con Molinos. Vale la pena releer un trozo de la prosa incisiva del padre Posadas: “ En las Indias Occidentales, en el reino del Perú, hubo un varón muy estimado en toda aquella tierra —viento que lo desvaneció de manera que el lastre de las letras, que dan el conocimiento de lo que es el hombre, no pudo tener firme al edificio de aquella humana ca beza, que cuando éstas se hinchan, con dificultad quitan el desvane cimiento que crían ellas mismas, no por lo que son sino por lo mal que se usan. Este Doctor en Teología empezó a tener amistad y comunica ción con una mujer de ejercicios espirituales, que decía tener revela ciones y visiones angélicas, fingiendo éxtasis y raptos. Con estos pro digios engañosos que decía, se dejó llevar de manera que consultaba con ella cosas dificultosas en la teología, quedando el pobre maestro discípulo de una mujer, cuyo seso engaña cuando enseña. Publicábala por mujer santa y toda celestial, aunque de muchos, que tenían los ojos abiertos y no cerrados a la luz, no era tenida en tal concepto. Dióle a entender esta miserable que, en un rapto, le habla enseñado Dios cosas admirables de é l; y como el amor propio cree con facilidad lo que soberbio sueña, se persuadió a que podía hacer milagros, y que de hecho los hacia. Con esta ceguedad, empezó a enseñar ciertas proposiciones heré ticas que la mujer le habla dicho, por cuya causa fue preso por el Tri bunal de la Inquisición; en cuya cárcel estuvo cinco años, donde pro curaron darle la luz muchos hombres doctos, que enviaba el Tribunal con el celo de que no se perdiese aquel alma. Mas él la menospre ciaba (que, como dice el Padre San Agustín, la luz es odiosa a los ojos enfermos, cuanto amable a los puros), diciendo que tenía un ángel por maestro y que trataba con Dios con gran familiaridad, el cual de cía que se estuviese constante en su opinión. Creció de manera el de satino que dijo habla de ser Rey y Pontífice, y que tenía mayor y más alta perfección que todos los santos del cielo; y que haciéndole -
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Dios plato de la unión hipostática, no la habla querido. Aseguraba que le habla dado Dios por Redemptor del mundo cuanto a la efica cia, y que a Cristo se le habla dado cuanto a la suficiencia; que habla de deshacer todo el estado eclesiástico y dar nuevas leyes. Y para que, en fin, lleguemos a la prueba de nuestro asunto, que habla de dar campo abierto a los deleites de la carne con el uso lasci vo de sus cosas, ordenando que no hubiese necesidad de confesarlas en la vida. Con esto se enlazó su ceguedad con la de Molinos. Y pro badas más de ciento y diez proposiciones heréticas, lo sacaron en un auto, como al autor de las proposiciones que impugnamos, y lo que maron, muriendo pertinaz en su locura” (27). Como se ve, son ecos vagos, barrocos, distantes y distintos de la tragedia histórica de fray Francisco de la Cruz.
N O TA S (1) Carta da Juan de Sorocho