Historia de los alumbrados IV, Los alumbrados de Sevilla (1605-1630)
 9788473920445, 8473920449

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Alvaro Hucrga

HISTORIA DE LOS ALUMBRADOS

IV - I.OS A U M URADO S D i S lV IU .A (ir,a v o i a

or. ¡na|from

ALVARO HUERGA

HISTORIA DELOS

ALUMBRADOS (1570-1630)

IV LOS ALUMBRADOS DE SEVILLA ( 1605- 1630)

FUNDACION UNIVERSITARIA ESPAÑOLA SEMINARIO CISNEROS

MADRID, 1988

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’Jniv. Ubrory, UC Santa Chix 1968

Publicaciones de la FUNDACION UNIVERSITARIA ESPAÑOLA Monografías • 31

D epósito legal: M. 13.864-1978 I.S.B.N.: 84-7392-044-9

Servicio Publicaciones Fundación Universitaria Española

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'• 7 INDICE SINTETICO -PROLOGO -FUENTES Y BIBLIOGRAFIA PRIMERA PARTE: LA TRADICION ALUMBRADISTA I

¿LUTERANISMO, ERASMISMO O ALUMBRAD1SMO SEVILLANO? LA “VENTA DEL ANTICRISTO” SANTA TERESA DE JESUS EN EL ‘INFIERNO’DE SEVILLA LA TREGUA

II III IV

SEGUNDA PARTE: LA REPRESION INQUISITORIAL V VI VII VIII IX

LA FARSA SEUDOMIST1CA DEL P. MENDEZ LOS MAESTROS LA DOCTRINA LA CONGREGACION DE LA GRANADA INSIDIAS SEVILLANAS A LA ‘NOCHE OSCURA’ DE SAN JUAN DE LA CRUZ X DOS AUTOS DE FE EN SEVILLA, 1624 XI CASTIGO FINAL XII PERSPECTIVAS

TERCERA PARTE: DOCUMENTOS

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PROLOGO Este tomo trata de los Alumbrados de Sevilla. En el proyecto primitivo figuraban en tercer lugar; el reajuste de aquel esquema los ha desplazado al cuarto y último. La clasificación no prejuzga ni otorga méritos: es puramente de orden cronológico. A cada grupo se le asignó la geografía y la cronología propias: Extremadura, 15701582; Alta Andalucía, 1575-1590; Perú y Nueva España, 1570-1605; Sevilla, 1605-1630. En principio, me propuse no desbordar los lími­ tes cronológicos prefijados. Al ir realizando la faena, no hubo mis re­ medio que variarlos, pues el afán de investigación ensanchó el hori­ zonte y fue preciso explorar y describir más tierra de la prevista. Ha ocurrido esto vistosamente en el caso del presente volumen, cuyas fronteras cronológicas son muy elásticas. El núcleo cronológico se contrae a los años 1623-1627, ya que en ellos la Inquisición des­ plegó su gran campaña sevillana. Sin embargo, el fenómeno vital no se puede reducir a ese puñado de años, so pena de empobrecer y achi­ car su trama histórica. Quizá algún lector pregunte por los motivos que me indujeron a remontar la corriente y a partir desde tan arriba. La respuesta válida —al menos historiográficamente- la encon­ trará en la primera parte de este tomo, dedicada adrede al análisis de la “tradición alumbradista" sevillana. Hay, además, otro motivo: el "prejuicio” generalizado de que Sevilla fue, al mediar el siglo XVI, una formidable hoguera luterana, quemada en la hoguera inquisito­ rial. La revisión de ese “prejuicio” puede y debe hacerse desde otras perspectivas, no exclusivamente desde la inquisitorial, ni desde la apologética confesional. Los cortes trasversales de Bataillon en el erasmismo (1) agrietaron la hipótesis del luteranismo; y nuevas calas permitieron detectar en Sevilla vestigios de humanismo cristiano (2). La primera parte de este volumen pretende ofrecer un enfoque más connatural y más real de la religiosidad sevillana: el de su entrañada y viva tradición alumbradista. Vista, por tanto, desde otros ángulos, la religiosidad sevillana no aparece tan simple como la juzgó la Inquisición de don Fernando de -7 -

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VaJdés y de su lugarteniente el tétrico don Juan González, sometién­ dola a una lineal y brutal tala por presunto contagio luterano. Tipos obsesivamente religiosos como Gómez Camacho y Rodrigo de Valer no se ajustan fácilmente a esquemas de cuño luterano o de inquietud erasmista; se amoldan, en cambio, con espontánea naturalidad den­ tro de la tradición alumbradista. La cual, por ser tradición, sobrevive a las más impetuosas acometidas —la que el Inquisición General don Fernando de Valdés desató fue dramática—y reverdece cuando menos se piensa. Recién desaparecidos de la escena don Fernendo de Valdés y don Juan Gon­ zález, despuntan de nuevo los brotes del tradicional morbo alumbra­ dista, allá por la década de 1570. Las estentóreas voces de fray Alon­ so de la Fuente, denunciando a Sevilla como “venta del Anticristo'’, en la que se habían refugiado los que lograban escapar de Extrema­ dura o de la Alta Andalucía, nos alertan proféticamente sobre la pu­ janza con que germinará en Sevilla la secta de los Alumbrados a prin­ cipios del siglo XVII.

La gran eclosión del Alumbradismo sevillano se produce, en efecto, en las primeras décadas del Seiscientos. Es decir, no sólo cuando alborea un nuevo siglo, sino cuando la coyuntura religiosa es, por causas más eficientes que la cronología, favorable. Si tuviésemos que anticipar una calificación literaria del pujante fenómeno, tal vez podríamos designarlo con la fórmula Alumbradismo barroco. Con to­ das las connotaciones aclaratorias inherentes: es un Alumbradismo masivo, lleno de vida y de color, con sus ribetes de farsa y folklore re­ ligioso, con sus escenas tragicómicas. No me atrevo, por temor a caer en anacrónicos símiles, a paran­ gonarlo con las pantomimas del Palmar de Troya, (3) aunque éstas crucen como ráfagas de asociación de ideas por las mientes de más de un lector. Lo que sí convendría subrayar es una constante típica de la histo­ ria de la religión: las épocas de crisis son propicias para que proliferen el maravillosismo y las sectas. El siglo XVII amaneció bajo el signo de una fuerte depresión religiosa, diagnosticada por los entendidos de epidemia de supersticiones, de “accesos de misticismo”, de extrava­ gantes alucinaciones (4). A par, por supuesto, con la fe auténtica y la -

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tensión de heroísmo que el Barroco, en contrapartida, se esforzó en mantener y expresar (5). De tejas arriba o en los retablos, el gesto y el mito heroicos; de tejas abajo o en la calle, la ficción y la farsa religiosas. Un observador tan inteligente y tan preocupado por la autenticidad cristiana como fue Cervantes no pudo menos de captar, en la Sevilla de sus amores y de sus dolores (6), el gravi'simo proble­ ma. Su contraposición de las “santidades verdaderas y católicas” a las “santidades fingidas y aparentes” (7) es un reflejo directo, creo yo, del confusionismo religioso que callejeaba en la Sevilla de principios del siglo XVII. El análisis de la documentación histórica que ofrezco en la segunda parte de este tomo corroborará, a poco andar, la con­ traposición cervantina. El Alumbradismo barroco sevillano de las primeras décadas del siglo XVII se distingue por dos notas sobresalientes: su abundancia, su variedad. La abundancia es, en sf y respecto a los grupos que pulularon en Extremadura o en la Alta Andalucía, realmente alarmante. Por estas zonas no habla más que un pussilus grex, un pequeño rebaño (se usó incluso esta expresión)(8);en Sevilla eran legión, magnus grex, masiva grey. Si creemos a las estadísticas, la plaga religiosa arraigó en más de 30 ciudades, y los acusados pasaban de 700, y los testigos de dos mil. En cuanto a la variedad, el común denominador de Alumbrados abarca muchas especies. Tropezamos de nuevo con una palabra conceptualmente escurridiza. La polivalencia es manifiesta: hay Alumbrados ilusos o de buena fe, con vocación de místicos y con fal­ ta de alas; los hay hipócritas; los hay exhibicionistas, etc. Las extra­ vagancias del P. Méndez rayan en lo cómico, y aun en lo grotesco. Lo peor del caso es que no sólo en Sevilla habla ‘santos fingidos’ que en­ gatusaban a la gente, sino también en otras cercanas o lejas tierras. Las santurronerías de algunas beatas o de algunos ermitaños no lla­ man la atención: eran un modo de vanidad y de hacer el agosto. En cambio, es amarga y penosa la impresión que nos produce ver me­ tidos en el ajo a sacerdotes y religiosos, de quienes, por sus letras y su condición, no esperábamos tan ruines hechos (9). *** La abundancia y la variedad del Alumbradismo barroco sevilla­ no nos obliga a suponer —y luego a verificar—las enormes dificulta­ des que tuvo la Inquisición para erradicarlo. -9 -

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Los tiempos, además, eran ya otros. En la época del mentado don Fernando de Valdés cundió el pánico en Sevilla de tal forma que mu­ chos, ante la disyuntiva de fuego o fuga, optaron por ésta. Una prag­ mática real intentó, sin conseguirlo, cerrarles aquel aliviadero (10). Los fugitivos, especialmente eT grupo de Santiponce, se convertirán en luteranos rabiosos, pero tal vez, misterio insondable, por despecho humano y por ganarse el pan más que por convicción. El miedo y la necesidad los hicieron herejes. A principios del siglo XVII, cuando la Inquisición despliega su garra para atrapar a los Alumbrados de Sevilla, se alborota el respeta­ ble, se produce alguna huida —la de Belmar, por ejemplo, que buscó refugio sin traspasar, sin embargo, las fronteras—, pero nadie teme que vaya a correr la sangre. De hecho, no correrá. “En el siglo XVII el hombre de la calle tenia poco que temer de la Inquisición; repasan­ do las relaciones de causas y las listas de los que sallan a los autos, vemos que casi todos eran, por una razón o por otra, marginados so­ ciales” (11). Y los reos que no pertenecían a ese sector, como Villalpando y epígonos, se defienden con uñas y tretas, encarándose inclu­ so a los inquisidores —señal inequívoca de que no los apabulló el mie­ do. La Inquisición se las vio y se las deseó para cortar la epidemia alumbradista. Dirigió la campaña, desde Madrid, el Consejo. No hay dudas acerca de su voluntad —clara y firme—de poner coto a la difu­ sión de la plaga. Sin embargo, el equipo que ejecutaba las órdenes del Consejo -e s decir, el tribunal de Sevilla- da la sensación de bra­ cear sin éxito o, al menos, sin dominio del campo. Saltan a la vista si­ tuaciones internas de malas migas entre los jueces, y algunos de ellos (Isidoro de San Vicente, Alonso de Hoces) pagaron los platos rotos. La campaña represiva se prolongó año tras año. Esto acarreaba, sin duda, perjuicios a los reos. No velan, y quizá no querían ver, el fin o determinación de sus causas. Por otra parte, la abrumadora fae­ na del tribunal y la duración de la campaña obligaron al refuerzo y después al relevo. Sólo a la altura de 1628, con un equipo totalmente remozado- de más juventud y de más fuste—, la Inquisición de Sevi­ lla canta victoria. El triunfo es, a juzgar por el tono con que lo anun­ cian, relativo. Pero, en fin de cuentas, triunfo. *** Al buen suceso de la operación contribuyó eficazmente el per-1 0 -

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sonal auxiliar. Entre los que colaboraron con el Consejo y con los inquisidores se destacan, por número y valía, los dominicos. En los días de Valdés pagaron su tributo, con cuatro procesos. Ahora, al alba del siglo XVII, recobraron su fama de 'defensores de la fe’. A lo largo de esta historia los topará el lector como protagonis­ tas de numerosas escenas. Será, pues, oportuno prevenirlo con algunas acotaciones. Ia) En el libro de Santiago Montoto sobre Sevilla hay una pági­ na que dice: "La Orden más rica en la ciudad en estos años fue la de Santo Domingo de Guzmán. Poseía los conventos de San Pablo, con 150 frailes: Regina coeli, fundación de la Duquesa de Béjar, con 40; Monte Sión —el de menos comunidad— con 20 frailes, fundado en 1560 por Doña Mencía Manuel; Santo Tomás de Aquino, creación del arzobispo Deza, con 24 colegiales, un catedrático de prima y otro de vísperas, y tres catedráticos de artes” (12). No caeré en la flor de intentar 'emendarle’ la plana al ilustre sevillista. Sí le advertiré, por deber informativo, que Regina -nombre con que se designaba vulgarmente- no se apellidaba "coeli”, sino "angelorum"; y que dejó en el tintero a Portaceli; en fin, que en las primeras décadas del siglo XVII tenía la Orden de Santo Domingo de Guzmán seis conventos en Sevilla. Si eran ricos o pobres, eso ya no lo sé. El de San Pablo era el más antiguo y el de mayor prestigio. Para mi propósito, baste leer lo que Montoto apunta un poco más abajo: "Se instituyó el tribunal [de la Inquisición] en la casa grande de los dominicos, en San Pablo; bien pronto el convento fue insuficiente pa­ ra los muchos presos, trasladándose al Castillo de Triana, propio de la ciudad, donde residió durante todo el siglo XVI" (13). Precisaré: Montoto se refiere a la institución del Santo Oficio en España, fines del siglo XV. Ya habrá ocasión de hablar del Castillo de Triana, y del traslado a la casa de los Tavera, antes de 'fenecer’ el asunto que nos ocupa. 2a) En San Pablo funcionó desde muy antiguo un Studium Ge­ neróle. Quiere ello decir que era casa de estudios, en especial de la teología. Otros conventos tuvieron también ese rango —el fundado por Deza fue la "primera universidad de Sevilla” (14)-, pero el de San Pablo no iba a zaga de ninguno: conservó siempre prestigio de 'casa grande’ en poder y en saber. Signo externo de que allí se culti­ vaba la teología lo hallamos en su biblioteca; la de San Pablo, a juzgar por las huellas, debió ser magnífica, abastada de ricos fondos antiguos - 11 -

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y de tas últimas novedades bibliográficas del extranjero. Un dato revelador: en la lista de Biblias estampadas ‘fuera de España’, mandadas secuestrar por la Inquisición en 1552, “los con­ ventos de San Pablo y Santo Tomás llevan la palma en cuanto a número de ejemplares entregados y, consiguientemente, poseídos por religiosos particulares o por el convento como tal” (15). Otro: en la época que nos ocupa -primeras décadas del siglo XVII— constatamos que poseen y usan libros recientemente impre­ sos, como la Tabula cnronographica, de J. Gaulterio (Lugduni, 1616) o los Annales, de A. Bzowski (Colonia, 1616), o, en fin, el Elenchus haereticorum, de G. Prateolo, etc. Si una biblioteca es el mejor termómetro para medir la tempe­ ratura intelectual de un centro de estudios, hay que reconocer que la de San Pablo era alta y puesta al día. Recordemos, aunque sólo sea de paso, que allí estuvo depositada la biblioteca de don Fernando Colón (- Colombina). 3*) El convento se ufanaba, además, de su rica cantera de ‘maes­ tros en teología*, de su ejecutoria de servicios a la fe y hasta de su buen olfato para detectar las infiltraciones alumbradistas. El número de ‘maestros en teología* era el mayor de todos los conventos domi­ nicos andaluces, la ejecutoria de servicios a la fe podía blasonar de haber sido la ‘cuna’ de la Inquisición, el olfato lo había puesto en evidencia un hijo de aquella casa: fray Alonso de la Fuente... 4a) En fin, el convento de San Pablo prestó una abierta y deci­ dida colaboración teológica a la campaña inquisitorial contra el Alumbradismo barroco. El borrador del célebre edicto contra los Alumbrados, que lleva la firma del Inquisidor General don Andrés Pacheco y la fecha de 9 mayo 1623, se amasó y coció, según me consta, en el horno teológico de este convento. Por lo demás, allí funcionó, al principio de la represión, un subtribunal. Y, lo que es más importante, allí se elaboraron los Memoriales que, a falta de los procesos, nos sirven de pista para conocer la doctrina de los Alumbrados sevillanos.

Vuelve a cruzar por el escenario de esta tragicomedia barroca —el lector lo notará pronto, sin emoción—el empecinado alanceador de Alumbrados, fray Alonso de la Fuente. En algunas escenas apare-

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cera en carne y grito vivo; en otras, en espectro y en lances póstumos. La acción de fray Alonso da unidad a la trama de esta historia; de punta a cabo es su omnipresente protagonista: descubrió y persiguió a los Alumbrados de Extremadura, sumó cárcel y azotes en Sevilla, ojeó desde los cerros de Ubeda la caza, resonó en México su ejemplo, leyó con avidez los Libros de la Madre Teresa y arremetió contra ellos... La Madre Teresa se metió en “el infierno’*de Sevilla, en la “ven­ ta del Anticristo**, en la 'guarida’ de los Alumbrados. Uno de los capítulos fundamentales de este tomo es precisamente el que trata de la Madre Teresa, junto con el que posteriormente pergeño sobre las 'insidias sevillanas’ a la noche oscura de San Juan de la Cruz. A fray Alonso de la Fuente yo no lo admiro ni vitupero: lo tra­ to con el máximo rigor de la objetividad documental. A la Madre Te­ resa le soy devoto y, en la medida de mis posibilidades, he procurado ser su 'servidor*; lo que no obsta para que la contemple en su contex­ to temporal y vital, sin las mitificaciones a que cierta historiografía la sometió (16). Un adalid de este teresianismo a ultranza, tal vez es­ cocido porque levanté el dedo de la duda contra una infundada atri­ bución de un texto a San Juan de la Cruz, osó escribir que “en el fon­ do** solidarizo con fray Alonso de la Fuente (17). Me duele tan in­ justa lanzada. Sepa, pues, que ni en el fondo, ni en la superficie, co­ mo comprobará el lector desapasionado, me solidarizo más que con la verdad.

Por último, advierto que la historia de Alumbrados que a conti­ nuación se cuenta está basada en documentos que oportunamente se citan. La reseña bibliográfica de esos documentos se ofreció en el pri­ mer tomo. En éste va una “nota adicional*’ de las fuentes documenta­ les y literarias que posteriormente descubrí o leí y que he utilizado en la redacción de las páginas que siguen. Sevilla, enero de 1985.

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NOTAS (1) Cf. M. Batsillón, Erasmoy España, trad.de A. Alatorre, México-Buenos Aire», Fondo de Cultura Económica, 1950. (2) Cf.' A. Huerga, Agustín de Esbarroya y la espiritualidad sevillana en tomo a íSSO, en: A. de Eibarroya, Purificador de la conciencu, Madrid, Fundación Universitaria Espartóla, 1977, pp. 29 190. (3) En el siglo XVII nadie se hubiese atrevido a divulgar un folletín como el que tengo a la vista: Su Santidad el Papa Gregorio XVII, "gloria olivae", Breve biografía. El papa apocalíptico ísJ. n.a., pero datado en Sevilla, 12 setiembre de 1980), del que es autor, según reza el texto, Manuel Alonso Corral. (4) Cf. G. Marartón, El Conde-Duque de Olivares, Buenos Aires, Espala-Cal pe, 1950, pp. 121-122 y 127130. (5) Cf. R. de Maio, Riforme e miti nella Otiesa del Cinquecento, Ñipóles, Cuida editori, 1973, pp. 257 s. (6) 60.

Cf. G. Albarrin, La Sevilla que vio Cervantes: "Anales cervantinos” 8, 1959/

pp. 321-360.

(7)

Don Quijote 11.63.

(8)

C f.t.I.p p . 119-120.

(9) La Inquisición procesó en México a Jerónimo Larios, mercedario, "por fingirse santo” : el proceso, coetáneo del instruido en Sevilla contra el P. Méndez, se conserva en AGN.: Inquisición 219,1. (10) Cf. J.l. Tellechea, Tiempos recios. Inquisición y heterodoxias, Salamanca. Sí­ gueme, 1977, p. 269. (11) A. Domínguez Ortiz, Autos de la Inquisición de Sevilla (Siglo XVU), Sevilla, 1981. p. 28. Una prueba mis del escaso miedo que los sevillanos tenían al coco de la Inquisi­ ción: en las "columnas de la Alameda” y en otros lugares colgaron pasquines de desafío;informado el Consejo, mandó recogerlos por edicto, sin mis: Corte del Consejo al tribunal de Sevilla, 6 diciembre 1622: AHN.: Inq., libro 690, f. 55r. (12) S. Moncoto. Sevilla en el Imperio (Siglo XVI), Sevilla, viuda de Carlos García [1938). p. 87. (13)

Ib., p. 93.

(14) Cf. A. Huerga, Proyección de Santo Tomás de Sevilla en la cultura hispana: "Communso” 12. 1979, pp. 265-289. (15) J.l. Tellechea, Biblias publicadas fuera de España secuestradas por la Inquisi­ ción de Sevilla en ISS2: "Bulletin hispanique” o4, 1962, p. 237.

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(16) Cf. T. Egido, £/ tratamiento historiográfico de Santa Teresa: "Revista de espiritualidad" 40,1981. pp. 171-189. (17) Cf. T. Alvares, Sobre temas de historia teresiana: "Ephemerides carmeliticae" 28. 1977, p. 141. La lanzada viene de soslayo, con referencia a: Predicadores, Alumbrados e Inquisición en el siglo XV!, Madrid, Fundación Universitaria, 1973,pp. 58-60.T. Alvarez arremete en ese alegato directamente contra O. Steggink y E. Llamas, por haberse metido en un ‘huerto* de) que se cree guarda y señor. La réplica cortante de E. Llamas, Santa Teresa de Jesús y la Inquisición española. Nuevas aclaraciones: ib., pp. 338-350.

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FUENTES Y BIBLIOGRAFIA (Nota adicional a Tomo 1, pp. 19-46) I.

FUENTES

A) FUENTES MANUSCRITAS

1.

ACSe: ARCHIVO DE LA CATEDRAL (Sevilla) Ms. 167: Papeles varios de la inquisición de Córdoba (cf. mfra, no 122]. AGN: ARCHIVO GENERAL DE LA NACION (México), Ramo Inquisición

2. 3.

Vol. 219,1: Proceso contra Jerónimo Larios por fingirse santo Lote Riva Palacio, 9: Isidoro de San Vicente, Materias prácticas del Santo Oficio. AHN: ARCHIVO HISTORICO NACIONAL (Madrid), Inquisición

4. 4.

Libro 369: Libro de cámara del Inquisidor General D. Andrés Pacheco (1622-1626). Libro 690: Registro de cartas misivas del Consejo al tribunal de Sevilla (1620-1634).

5.

ARSI: ARCHIVUM ROMANUM S. J. (Roma) Baet. 21, ff. 35r-38v: Informe acerca de la vida del p. Rodrigo Alvarez, S.J.

6.

Vat. lat. ms. 8604: Miguel de Molinos, Defensa de la contemplación.

7.

Ms. 64*7*951: Relación de las personas que salieron al auto público de fe que celebró el S.O. de la Inquisición de Sevilla en la Plaza de San Fran­ cisco el dta del glorioso apóstol S. Andrés del año 1624 (fragmento). M$. 82-3-7: Papeles varios de Inquisición ff. 1-13: Carta de Bernardino de Escalante, administrador del hospital del cardenal, la cual envió don Fernando de Acevedo, inquisidor de Sevilla, al Inquisidor General su hermano, afto 1604:

BAV: BIBLIOTECA APOSTOLICA VATICANA

BCC: BIBLIOTECA CAPITULAR COLOMBINA (Sevilla)

8.

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9.

ff. 14*23: Carta de 25 de setiembre de 1609 de Bernabé Camacho de Esco­ bar, secretario del S.O., en que da cuenta al secretario del Conse­ jo, Pedro López de Alegría, de lo sucedido con el provisor de aquel obispado [de Sevilla]; ff. 158-165: Cartas de d o n ju án de la Sal al duque de Medina-Sidonia, 1616. Ms. 83-7-14, ff. 149r-169v: Copia de algunas cartas de don Juan de la Sal al duque de Medina-Sidonia, 1616. BM: BRIT1SH MUSEUM (Londres)

10.

Eg. 2058, ff. 34r-83r: Práctica de tas ¡Ilusiones del demonio, en que se traen cosas particulares y notables sucedidas a diversas personas iüusas.

B) FUENTES IMPRESAS 11.

12.

13.

14.

15.

16.

17.

18.

Alvarado, O.S.B., Antonio Arte de bien vivir y guía de los caminos del cielo, Irache, Matías Mares, 1603. Arrióla, O.P., Juan de Sermón / que predicó / el Muy R. P. / Maestro F. Juan de Arrióla, ¡ Provin­ cial de la Provin- / cia de Andalucía de la Orden de Predicadores / en el A ucto público de Fee, que se celebró en / Sevilla en último de noviembre de 1624. / Día del glorioso A póstol San / Andrés. Dirigido al Duque de Medina / Sidonia. (Grabado). Con Licencia. Impresso en Sevilla por Luys Estupiflan, año de 1625. Ejemplar: BN (Madrid): R/26131. Bzovius, O.P. A. Abraam Armalium ecclesiasticorum t. XIII, Coloniae Agripinae, apud Antonium Biétzeram, 1616. Cabrera de Córdoba, Luis Relaciones de las cosas sucedidas en la Corte de España desde 1S99 hasta 1 6 t4 , Madrid,1857. Falconi, O. de M., Juan (1596-1638) Cammo derecho para el cielo, ed. E. Gómez (Espirituales Españoles 3). Barcelona, Juan Fiors, 1960. Fontes Fontes documentales de 5. Ignatio de Loyola (MHSI 115), ed. C. de Dalmases, Roma, 1977. Fuentes, O. Carm., Miguel de la (+ 1625) Las tres vidas del hombre, Toledo, 1623; reed. de P.M. Garrido. Madrid, 1959. García de Polanco, Juan Memoria de las misas que en sus testamentos y por las ánimas del purgato-

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rio y por negocios gravísimos o devociones particulares se dicen, Madrid, Diego Flamenco, 1625. 19.

Garrido, Pablo M. Escritos espirituales del Ven. Juan Sanx, O. Carm. (1557-1608): “Carmelu*M21,1974, pp. 137-197.

20.

Gavaatón, O.P., Juan Tratado de la vida espiritual de N.P.S. Vicente Ferrer, Valencia, Juan Crisóstomo Gañiz, 1616.

21.

Farfin de los Godos, Antonio Discursos contra la secta de los Alumbrados, Sevilla, en la oficina de Ga­ briel Ramos Bejarano, 1623.

22.

Gómez de Rojas, Alonso Relación de la santa muerte, suntuoso entierro... del Venerable Apostólico Padre Femando de Mata, Sevilla, 1612, 4 hs. in-fol.

23. 24.

25. 26. 27.

26.

29. 30.

31. 32.

33.

Granada, O.S.B., Leandro de Luz de las maravillas..., Valladolid, Herederos de D. Fernández de Córdo­ ba, 1607; Resolución de ¡a contemplación sobrenatural, revelaciones, apariciones, éx­ tasis y arrobamientos para confundir la falsa doctrina de los torpes y desva­ necíaos Alumbrados. Y se enseria el camino real para subir a la cumbre de la perfección, Madrid, Andrés de Parra, 1623. Maluenda, OJP., Tomás de De Antichristo libri XI, Romae, apud Carolum Vulliettum, 1604. María de San José Libro de recreaciones, Burgos, Monte Carmelo, 1913. Pérez de Herrera, Cristóbal Discursos del amparo de los legítimos pobres y reducción de los fingidos, Madrid, Luis Sánchez, 1598. Ponce de León, O.S.A., Basilio Apología de las obras de San Juan de la Cruz [1622]; Obras de S. Juan de la Cruz, ed. P. Siiverio, 1. 1, Burgos, 1929, pp. 396-439. Quevedo, Francisco de Obras completas, 2. vol., ed. L. Astrana Marín, Madrid, Aguilar, 1943. Epistolario, ed. L. Astrana Marín, Madrid, Reus, 1946. RELACIONES DE AUTOS DE FE Relación del auto de fe celebrado en 6 de junio de 1624 en San Pablo de Sevilla, Sevilla, Manuel de los Ríos, 1624. Tratado / y relación / del auto público de / Fee, que se hizo en la ciudad / de Sevilla el día de San Andrés, sábado JO de f noviembre [1624], Monti­ lla, Manuel de Payva, 1625. Relación del auto de fe que celebró el S.O. de la Inquisición de Sevilla en

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34.

35.

el convento de San Pablo el Real... (28) febrero 1627, Sevilla, Juan Cabre­ ra, 1627. Rojas, Antonio de Libro intitulado vida del espíritu para saber tener oración y unión con Dios, Madrid, imprenta real, 1628; 3a ed., Madrid, Viuda de Alonso Mar­ tín , 1630. Sobrino, O .FAi., Antonio Vida espiritual y perfección cristiana, Valencia, 1612.

37.

SUMARIO Sumario breve de las utilidades que se siguen de las misas dichas y oídas con devoción, Sevilla, 1626. Zapata de Chaves, Luis Varia histórica (Miscelánea), 2 vol., Madrid, ediciones Castilla, 1949.

38.

Acosta Domínguez, Vicente Triana de puente a puente, Sevilla. 1979.

36.

II. BIBLIOGRAFIA

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PRIMERA PARTE: LA TRADICION ALUMBRADISTA

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CAPITULO I ¿LUTERANISMO, ERASMISMO O ALUMBRADISMO SEVILLANO? í. Crisis e imagen Parecerá inútil faena volver a manosear el asendereado y embro­ llado asunto del “luteranismo” sevillano. La España de Carlos V pasó a Felipe II bajo el signo de una convulsión religiosa descomunal. Esa crisis, la más sangrante del siglo XVI, ha sido objeto de centenares de estudios, generalmente apasionados y miopes, que deforman su verdadera imagen. Quien provocó la crisis, el Inquisidor General don Fernando de Valdés, la describe y la justifica en un solemne docu­ mento informativo (1) que envió a Paulo IV el 9 de setiembre de 1558; España, según Valdés, ha tenido hasta ahora “los riñones*’ inmunes a la infección luterana que se ha extendido “por muchas partes de la cristiandad” ; el haberse librado se debe “al cuidado y vi­ gilancia de los ministros del Santo Oficio de la Inquisición”. No obs­ tante esas curas y precauciones, el contagio es ya real, si bien inci­ piente. Los inquisidores de Sevilla han detectado algunos síntomas. Valdés, dispuesto a desarraigarlos de cuajo, diagnostica: “Entiéndese que toda la mayor parte del daño que se ha hallado en Sevilla resultó de algunos compañeros y devotos del doctor Egidio, canónigo de la magistral de aquella iglesia, ya defunto, que fue admitido el año de 1552 a abjuración de muchos errores que tuvo acerca de estas materias, aunque según se sospecha [abjuró] falsa y fingidamente, y que engañó a los inquisidores, de manera que queda­ ron muchos inficionados de su ponzoña, en que hay personas princi­ pales, ilustres y letrados”. Este análisis genético es de urgencia e inmediatez. A continua­ ción hace otro más profundo: -3 1 -

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“Considerando bien estos negocios, parece que no dejan de tener el principio de más lejos, y que las herejías [de] que el maestro Juan de Oria (2) fue acusado y los errores que vinieron, los cuales llamaban alumbrados o dejados, naturales de Guadalajara y de otros lugares del reino de Toledo y de otras partes, eran la simiente de estas herejías luteranas, sino que los inquisidores que en aquel tiempo co­ nocieron de aquellas causas no estaban prácticos de estos errores lute­ ranos para usar de la ejecución que conviniera hacerse con más rigor, lo cual, y haber ido algunos de los culpados a Roma y haber hallado allí buena acogida y, dispensando con ellos, les dieron ocasión de atreverse a ser pertinaces en sus errores y dejar sucesión de ellos, co­ mo también se ha entendido que, de haberse admitido el doctor Egidio a reconciliación el año de 1552, por no alcanzar los jueces los inconvenientes que para adelante se representan con la experiencia en las cosas de esta cualidad, como está dicho, ha sucedido el daño que ahora se descubre en Sevilla, por ser los principales culpados de los que fueron apasionados y aficionados y secuaces del doctor Egidio, de que les quedó el lenguaje de sus errores y falsa doctrina”. El enrevesado discurso asevera por lo menos dos cosas: la in­ fección tiene sus raíces en los alumbrados y dejados; el foco más intenso está en Sevilla. Se presume con razones fundadas que Mel­ chor Cano asesoró a Valdés en el diagnóstico. El famoso teólogo esta­ ba obsesivamente convencido de que todo el mal religioso de España en esos días era un vástago del alumbradismo (3). Y consta que el hachazo del Catálogo de libros prohibidos, que Valdés promulgó en 1559, recibió impulso y dirección de Cano: las obras vedadas no eran sólo las que contenían veneno luterano, sino también las que arras­ traban,real o supositiciamente, larvas alumbradistas. Sin embargo, el despliegue de fuerzas que Valdés organizó para exterminar la infección - y salvarse a sí mismo—agrupa, por razones de táctica y de urgencia, esos presuntos males bajo un común deno­ minador inquisitorial; se procesa sub specie (a través del prisma) de luteranismo a unos y a otros, sin pararse a distinguir si eran galgos o podencos, si eran alumbrados o eran luteranos. Más aún: se crea primero la imagen, la convicción, el pánico al cáncer. El 20 de di­ ciembre de 1559 escribía Bartolomé Bustamante, recién llegado a Sevilla, una carta que refleja ya esa imagen, esa inseguridad, ese enco­ gimiento que Valdés ha inyectado al país: “Represento a Vuestra Paternidad [Diego Laínez] que todo el luteranismo de España dicen -3 2 -

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que salió de Sevilla, y se teme que está la más dañada (• infecta] que otra alguna cibdad de estos reinos’*(4). La apologética luterana y la apologética antiluterana madruga­ ron, al filo de los hechos inquisitoriales, en la tarea divulgadora de esa imagen de la crisis. La historiografía posterior, tanto la de tenden­ cia filocatólica como la de índole filoluterana, ha persistido en ese rumbo, sobre todo en la época moderna, que tanto empeño —y can­ to antagonismo— ha echado por delante para elogiar o para vitupe­ rar a la Inquisición. No es menester detenerse en un fenómeno historiográfico que los lectores eruditos conocen de sobra. Bastará aludir a Marcelino Menéndez Pelayo y a Ernst Scháfer, para traer a colación un representante egregio de caaa bando. Menéndez Pelayo esbozó en Heterodoxos españoles un cuadro del “luteranismo en Sevilla” literariamente brioso, pero documental­ mente pobre (5). Sus fuentes no son abundantes, ni manan agua cla­ ra; Menéndez Pelayo se inspira, y se alinea, en una pologética de esca­ sa consistencia documental. De ahí que hoy se considere “anticuada” la imagen que nos da de la crisis (6). Scháfer, que aventaja largamente a Menéndez Pelayo en el cono­ cimiento y en el uso de los fondos documentales, cae en el mismo hoyo; es decir, en trazar un cuadro “luterano” de la crisis, si bien desde la otra orilla (7). La sensación de que uno y otro van al abordaje del tema con cri­ terios de asunto prejuzgado es inevitable: el carro delante de los bue­ yes, la conclusión primero que las premisas... Una revisión a fondo de la crisis la llevó a cabo, bien entrado ya el siglo XX, el gran hispanista Bataillon, en su monumental y ya clá­ sica .obra Erasmo y España. Bataillon usa un método más crítico. Sus análisis, agudos y serenos, le conducen a un diagnóstico diferen­ te del comúnmente aceptado: la crisis religiosa de la España del siglo XVI se amamantó en el erasmismo. La imagen cambia profundamente al ‘descubrirse’ un virus o un elemento que, presentido o no, había sido pasado por alto. Quizá Bataillon haya recargado excesivamente las tintas. Quizá haya exage­ rado la importancia del erasmismo. Pero sus análisis son tan coheren­ tes y tan consistentes, tan en profundidad sus calas y sus cortes tras­ versales, que no ha habido más remedio que aceptarlos, siquiera como punto de partida para una revisión del ‘negocio*. Desde que apareció la obra de Bataillon —un hito, un faro—son o somos ya le-3 3 -

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gión los que vemos de otra manera y desde otra ladera la crisis que tan hondamente conmovió la religiosidad española del siglo XVI. Vemos con otros ojos a Sevilla: no tan 'luterana* como se la pintaba; mucho más 'erasmista* de lo que se creía (8). Aún quienes se aferran, por rutina o por convicción, al clavo del luteranismo se ven en la ine­ ludible instancia de usar ese término, cuando de Sevilla hablan, en­ trecomillándolo ( » "luteranismo”) o colgándolo de un interrogante ( ■ ¿luteranismo?). Tampoco faltan, claro está, algunos que afectan no darse por enterados del cambio... Ocurre, sin embargo, que al acentuar el influjo del erasmismo en la España del siglo XVI se eclipsa no sólo la infiltración del lute­ ranismo, sino también la presencia del aiumbradismo, ese gusano que nunca muere y que tantas veces asoma, y con tan variados colores y matices, al escenario de la España mística. Como E. Asensio ha demostrado, el fenómeno de la crisis reli­ giosa presenta muchas variantes, que indican su vivacidad y su com­ plejidad (9). Influyen en él, o en él se cruzan, numerosos virus acti­ vos, que no es fácil aislar, ni menos definir. De hecho, la afinidad es tan fluida que no siempre se acierta a saber de qué virus se trata. Y el error de discernimiento llega al colmo cuando se toman por virus cosas que son jugo sano y nutricio, —como aconteció al retirar del mercado los libros de Juan de Avila, Luis de Granada o Francisco de Borja. Cuanto he expuesto hasta aquí justifica el lance de un replan­ teamiento a fondo del problema o del tema. No sirven ya las simpli­ ficaciones ni los unilateralismos. Para obtener una visión más canal —más ajustada a la realidad—de la Sevilla religiosa de mediados del siglo XVI es necesario ampliar las bases, cimentarlas, y no marginar, por descuido o por disolución en otro alcaloide, el aiumbradismo. No es una tarea cómoda, ni se debe acometer con prejuicios o con audacia. Simplemente, con interrogantes. Metodológicamente, por tanto, hay que partir de la existencia, al menos hipotética, de tres núcleos distintos: —el núcleo del aiumbradismo, de raíces y germinaciones autóc­ tonas o típicamente hispanas; —el núcleo del erasmismo, producto de importación, pero muy bien aclimatado en los ambientes finos y cultos de Sevilla; —el núcleo del luteranismo, que también era extranjero y cuya siembra, digan lo que digan los inquisidores, los apologistas católicos -3 4 -

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y los hagiógrafos protestantes, no arraigó. El alma sevillana era refrac­ taria, quizá como ninguna otra, a su radical pesimismo, a su poca o nula sensibilidad por las devociones y las procesiones, a su ‘no culto’ a los santos. En las páginas siguientes no colgaré inmerecidos sambenitos a nadie. Cada palo, de santo o de pecador, aguantará su propio peso o el que la documentación le eche encima. Una teoría de figuras repre­ sentativas —egregias o pintorescas—desfilará por la pasarela. Después del desfile, ellector dirá si son luteranos, o erasmistas, o Alumbrados. 2. Gómez Camocho Gómez Camacho protagonizó un papel de santón en el escenario de la religiosidad sevillana al mediar el siglo XVI. No lo menciona Menéndez Pelayo en los Heterodoxos, o porque no tuvo noticias de él o porque no le pareció actor de drama, sino de sainete. Dos documentos iluminan, desde polos opuestos, la extraña figura de Gómez Camacho: el primero, apologético, es una especie de biografía maravillosista del santón, escrita por Bernardo de Toro; el segundo, inquisitorial, es el proceso de Rodrigo de Valer, “vecino de la villa de Lebrixa, que estuvo preso en este Santo Oficio” de Sevilla “por el mismo tiempo” que Gómez Camacho. En el proceso de Rodrigo de Valer están consignadas “las proposiciones y raptos de que el dicho Gómez Camacho fue testificado” (10). Con tan interesante dossier a la vista, analizaremos primeramen­ te lo que Toro cuenta de la vida portentosa del fundador de la Congregación de la Granada; y, a continuación, lo que los inquisido­ res averiguaron de su vida vulgar. a) La vida mitológica: “En la ciudad de Jerez de la Frontera, provincia de la Andalucía y arzobispado de Sevilla, vivió por los años pasados de 1541, poco más o menos, hasta el de 1553 en que murió, Gómez Camacho, natu­ ral de Cumbres Altas, de oficio o profesión cerrajero”. Así empieza, con limpia prosa, la biografía. Sabemos, pues, que nació en Cumbres Altas, que era cerrajero de profesión, que residía en Jerez de la Frontera y que murió en 1553. El biógrafo, después de apuntar esos datos esenciales, se adentra -3 5 -

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en el país de las maravillas, o sea, en el estupendo mundo de las por­ tentosas gracias “sobrenaturales” que Gómez Camacho recibió y que lo auparon del oficio de cerrajero al de maestro de espíritu, de las cumbres terrenas a las cumbres divinas. Un detalle que no debemos dejar escapar —era importante, al parecer, para los fines del biógrafo; y lo es, desde luego, para los míos— se refiere a la ‘escuela* en la que Gómez Camacho estudió y aprendió: la maestra mística del cerrajero fue una tal Marta de San Andrés, de la que Toro no apunta más títulos académicos que el ha­ ber sido “discípula en espíritu de San Francisco de Padua”. ¿Quién es este santo-maestro? Sospecho que Toro habrá querido decir San Francisco de Paula (11). De la escuela de Marta de San Andrés salió Gómez Camacho tan aventajado discípulo que, en adelante, su vida fue una colmena de gracias que se irradiaban, contagiosas, a los demás. Y he aquí que, temeroso de alguna celada demoníaca, se presentó humildemente a los inquisidores de Sevilla, “para ser examinado en espíritu”. Su biógrafo nos espeta a renglón seguido la más impensada noti­ cia: “Acertó, escribe, a ser en este tiempo Inquisidor Supremo don Fernando de Valdés, arzobispo de Sevilla, el cual, aunque residía en la Corte, asistió en la ciudad ae Sevilla el año de 1549, 50 y 51, y así, por su persona, examinó con largo y apretado examen al dicho Gó­ mez Camacho*’. Sabíamos por otras vías documentales aue don Fernando de Valdés bajó efectivamente a Sevilla a fines de 1549 y estuvo allí hasta principios de 1551 (12). Lo que ignorábamos por completo es que se hubiese ocupado “por su persona** de examinar el “espíritu” ae Gómez Camacho. Y menos aun que picase en el anzuelo de los carismas del cerrajero hasta el punto de tragárselo. Valdés, según el re­ trato común, fue un hombre taciturno, calculador, avaro; un hombre de leyes, no de carismas; un inquisidor anti-místico, no un entusiasta de Alumbrados. Toro nos pinta una imagen desacostumbrada de Val­ dés: efusivo, generoso, blando como la cera. Y, a fe, nos quedamos perplejos, sin atinar a discernir si esta imagen de Valdés es fantástica o real, si se trata de una ingenua estampa nagiográfica o de una treta tergiversado». Pero, de momento, vamos a continuar la lectura: el examen “largo y apretado** condujo al adusto juez a una sentencia de aproba­ ción y admiración. El frío Valdés no sólo dio por buenos —es decir, -

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por sobrenaturales— los carismas de Gómez Camacho; se confesó, además, su entusiasta admirador y su mecenas. Si es verdad lo que Toro dice, sería el mayor milagro de Gómez Camacho, obrado en un metal humano tan poco propicio a los ablan­ damientos sentimentales de esta índole. Gómez Camacho, a raíz del examen y de la aprobación inquisitorial-arzobispal, “cobró apellido de padre espiritual’*: unos y otros ya no le llaman el cerrajero, sino “el padre Gómez Camacho”. La profesión de cerrajero, de suyo no muy limpia, no cuadraba bien con el honroso título de “padre espiritual”. Los inquisidores se percata­ ron de ello, y le aconsejaron que no siguiese machacando hierro, sino que se recogiese en su casita jerezana, y allí se dedicase a su alto mis­ ticismo. Se informaron, además, de la calidad de la casa donde Gó­ mez Camacho vivía y, hallándola harto ruin y baja para tan opulento y alto espíritu, le aconsejaron que adquiérese una mejor. Gómez Cama­ cho, a juzgar por su oficio, no debía disponer de sobrados medios económicos. Valdés, para pasmo de los lectores que lo consideren el prototipo de la tacañería, contribuyó con una bolsa repleta de doblo­ nes. Y aun hubo más: “una cruz de plata que el dicho arzobispo e Inquisidor General traía al cuello”, se la quitó y se la puso al “padre Camacho”. Con cruz pectoral, con vivienda digna, con el juicio y respaldo de la inquisición y del arzobispo, ¿qué más podía desear el antiguo cerrajero? La cruz, que en Valdés no era más que un signo de su alto rango eclesiástico, se convirtió en taumatúrgico talismán, ya que Camacho hizo con ella “muchos milagros”. Por la escalera de la humildad y de la inquisición se aupó Cama­ cho a “padre”, es decir, a ministro ae Dios, a hombre público. Y, co­ mo si no bastase lo hecho, le asignaron un par de secretarios: fray Domingo G rájales, el canario, y el prior de la Cartuja de Jerez. El biógrafo, al llegar a este punto, se detiene en el análisis de los carismas del “padre Camacho”. El primero de todos, su fecundi­ dad espiritual. Camacho fue, primordialmente, el fundador de una dinastía espiritual, de un árbol genealógico místico que perdura por lo menos hasta el biógrafo, tataranieto ya, por línea directa, de Ca­ macho: el primer vástago fue Rodrigo Alvarez, natural de Lebrija, “cinco leguas de Jerez”, “discípulo del dicho padre Gómez Cama­ cho” y que, por su consejo, entró en los jesuitas; Rodrigo Alvarez crió en espíritu al padre Fernando de Mata, presbítero secular, natu­ -3 7 -

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ral de Sevilla; el padre Mata “crió en espíritu a mí, el padre Bernardo de Toro, presbítero secular, natural de Sevilla, predicador”. Estamos ante un árbol de genealogía mística de singular interés por su trama floreciente y descendente, y, sobre todo, por sus contenidos: una “congregación” de Alumbrados... Pero todavía no es el momento oportuno de deshilvanar los hi­ los de esa Congregación. Dejando la faena para más adelante, prosi­ gamos aquí con el cuento de la vida portentosa de Gómez Camacho, según la narración de Toro. Aparte la descendencia espiritual, Gómez Camacho tuvo tam­ bién descendencia carnal, pues era casado y cumplidor de su deber. Su esposa, Catalina Jiménez, le dio hijos, los hijos le dieron nietos, y los nietos le dieron bisnietos. Esto es natural, y quizá porque no tiene nada del otro mundo, el biógrafo no insiste, contentándose con in­ dicar que nietos y bisnietos de Gómez Camacho viven “hoy”, cuando escribe, en el barrio de la “Carpintería” de Jerez. Otro carisma, ya aludido, consistió en hacer milagros: el “padre Camacho” hizo muchos, curando a tullidos y lisiados, etc. De re­ surrección de muertos no habla Toro. También, como cabía esperar, poseyó el carisma de las revela­ ciones proféticas: Dios le dijo, por ejemplo, que la Inmaculada era Inmaculada, —una verdad dogmática y profética a la vez, ya que, co­ mo advierte el biógrafo, en los años venideros será muy valioso el testimonio de Gómez Camacho para refutar a los que la contradicen: “hoy lo vemos cumplido en la contradicción que ... los padres de Santo Domingo” hacen a esa prerrogativa mañana, hondamente creí­ da, vivida y defendida por la piedad popular. No falta, en esta alusión al medio ambiente religioso ae principios del siglo XVII, la pincelada colorista: “como cantan los niños en las escuelas y por las calles de Sevilla, la Virgen fue concebida sin pecado original”. En fin, el padre Toro cierra su biografía panegirista de Gómez Camacho advirtiendo a los inquisidores —para ellos la escribe en forma de Memorial— que hay muchísimas otras maravillas, que deja en el tintero. Y, para excitar el curioso apetito de los inquisidores, Toro les da de postre una pista: en Sevilla “tienen escrito mucho de Gómez Camacho” Juan del Salto, platero, que vive en la Alcaicería mayor, Alonso Pérez de Vargas, también platero, y Diego Fernández de Montilla, “todos tres hijos espirituales” de Rodrigo Alvarez y, por tanto, nietos del fundador de la nueva estirpe religiosa. -3 8 -

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Para mis señas, termina, esos escritos se guardan en el Castillo de Triana, sede del tribunal de la Inquisición de Sevilla. La memoria-biografía de Gómez Camacho, acompañada de una “petición de correcciones del texto, firmada también por Mateo Vázquez de Leca, canónigo arcediano de Sevilla, se entregó a don Bernardo de Rojas Sandoval (13), Inquisidor General, para que la presentase al Consejo. Toro tejió una biografía mítica de Gómez Camacho. El Con­ sejo, acostumbrado a ver esos asuntos con mirada más adusta, instó a los inquisidores de Sevilla a hurgar en la “cámara del secreto” —el archivo— en orden a la averiguación de lo que realmente había ocurrido con Gómez Camacho (14). Desmpolvando viejos papeles, apareció un Gómez Camacho vul­ gar y ramplón, con más roña que otra cosa. Un Gómez Camacho ami­ go y cómplice de Rodrigo de Valer. Un santón sin santidad. Un Alumbrado. La Inquisición lo desenmascaró, en vez de arroparlo. Lo procesó. El mito del “padre Gómez Camacho”, burdamente tejido por Toro, se desmorona. ¡Ahí fue Troya, sin Palmar y sin caballo! Veamos, pues, la vida, la realidad real de Gómez Camacho, su proceso. b) La vida real: La investigación en el archivo inquisitorial en busca de los pape­ les relativos a Gómez Camacho no dio, en un primer momento, resul­ tados. El notario-archivero, Juan Tello, descubrió que en el libro 27 de reconciliados había una vistosa laguna: faltaban los folios que corrían desde el 134 al 243, correspondientes a las hazañas de Gómez Camacho. La diligencia del archivero, con todo, no fue baldía: a con­ tinuación de la oquedad estaba el proceso de Rodrigo de Valer. Nin­ guna misteriosa mano lo había arrancado, quizá porque el ratón no se percató de su contenido. Buena parte del proceso de Gómez Cama­ cho se hallaba trasvasada al proceso de Rodrigo de Valer. Hoy sabe­ mos que el sistema procesal de la Inquisición era sumamente meticu­ loso, ya que adicionaba al dossier de cada reo todo lo que se había asentado en los procesos de otros y que en alguna manera podía contribuir a aclararlos. Esto ocurría especialmente cuando se trataba de cómplices y amigos. Gómez y Rodrigo, el cerrajero de Jerez y el caballero de Lebrija, era coetáneos y coterráneos, amigos y cóm­ plices. -3 9 -

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Para nuestro propósito, el trabajo de Juan Tello es doblemente útil: ya se ha perdido también el libro 27, o se ignora su paradero; se conserva, en compensación, el apunte del notario, que ilustra las ven­ turas y desventuras de Gómez Camacho y de Rodrigo de Valer, personajes de los que bien poco sabíamos. Tello “sacó el testimonio del proceso de Rodrigo de Valer, vecino de la villa de Lebrixa, que estuvo preso en este Santo Oficio por el mismo tiempo, por el cual consta de las proposiciones y raptos de que el dicho Gómez Camacho fue testificado” (15). Eso es lo que los inquisidores de Sevilla enviaron al Consejo, y eso es lo que nos 'revela*, desmitificándola, la urdimbre de la vida y de los trajines de Gómez Camacho. Volvamos, pues, a los años 1540-1550. Son los años en que Ro­ drigo de Valer y Gómez Camacho campan por las ciudades y pueblos de Andalucía, envueltos en sus capotes seudomísticos. La gente los sigue, embobada. La Inquisición, también los sigue, pero de otro modo: A Rodrigo de Valer le echó mano y lo encerró en las cárceles secretas del Castillo de Triana; el episodio o acontecimiento, sonado y triste, ocurrió el 3 de marzo de 1540. Subrayo la data, porque no la nabía visto en ningún autor. Las declaraciones de los testigos pusieron de manifiesto cierta complicidad, delicitiva inquisitorialmente, de Gómez Camacho en el asunto de Rodrigo de Valer: antes de la prisión de éste, Gómez Ca­ macho aprobaba y alababa públicamente sus cosas, diciendo que le parecía bien, “y mucho bien*', lo que hacía, y que ojalá hubiese mu­ chos que le imitasen, pues tan a la perfección cumplía el Evangelio. Para colmo, Gómez Camacho no se recató en sus panegíricos de Valer y se le instruyó el proceso correspondiente. Tello extracta los “cargos” lanzados por el fiscal contra Cama­ cho. Copio los que indican 'complicidad' o entrañan interés para esta historia: —''Item dixo (Gómez Camacho] que le fue dicho, estando en oración, que el negocio de Valer no se determinaría luego, porque lo errarían**. —''Item, que vido interiormente un fraile de Santo Domingo que tenía dentro de sí una lumbre del Espíritu Santo, y que le fue dicho o sintió que aquel fraile era fray Domingo de Valtanás” (16). A continuación, el notario trascribe una ''relación de los raptos -4 0 -

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que parece haber tenido Gómez Camacho desde 2 de enero de este año de ÍS41". Subrayo también las indicaciones de cronología. Pero no doy la lectura de un documento que, además de empalagoso, tiene visos de ser pura ficción. Más sustantivo es el dato siguiente: en torno a los raptos de Gómez Camacho se suscitaron las consabidas disputas, opinando unos que eran verdaderos, replicando otros que eran ilu­ siones diabólicas, y terciando los más críticos diciendo que eran un montaje. Cundió, pues, la polémica popular. A niveles más altos intervino un Joan de Avila, que me parece debemos identificar con San Juan de Avila. ¿Qué opinaba el Apóstol de Andalucía y maestro de santos acerca de las cosas de Gómez Camacho? Es una lástima que el notario no haya trascrito su voto o parecer. Nos contentaremos, por tanto, con el resumen, que es jugoso y valioso: “Habla [Gómez Camacho] en estos raptos con lengua más des­ pierta que suele, confiesa y jura que en ninguna manera es en su mano hablar o no hablar, sino que muchas (veces) tiene una esportilla de palabras y no puede decir ninguna de ellas, sino otras que le traen de acullá, y que quiera que no, las ha de decir —como paresce por la carta de Joan de Avila que está en foja 236”. En ella refiere Avila, según el extracto que Tello da, algunas maravillas atribuidas a Gómez Camacho, y, para que conste su leal parecer, escribe “que no tenía a éste por espíritu de Dios, sino que le parecía cosa humana”. El juicio discernidor de Juan de Avila fue una lanzada que hirió las más profundas entretelas de Gómez Camacho. Que adoptó, quizá viéndose descubierto, una actitud humilde, sumisa, tal vez hipócrita. Valiese lo que valiese ese juicio ante los inquisidores, para nosotros es definitivamente justo. El tribunal de Sevilla envió los autos del proceso de Rodrigo de Valer al Consejo para que allí los ‘viesen’: “En la villa de Madrid, a 2 días del mes de julio de 1541, [fue] visto y examinado este proceso de Rodrigo de Valer, en presencia de los señores del Consejo de la Santa General Inquisición, por los muy reverendos señores padre fray Juan de Robles, prior del monasterio de Atocha, extramuros de esta villa de Madrid, y el maestro fray Francisco de Castillo, de la Orden de San Francisco, y fray Pedro de Soto, prior del monasterio de Santo Domingo de Ocaña, y fray Do­ mingo del Pico, guardián del monasterio de San Francisco de Zara­ goza". -4 1 -

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Esos cuatro teólogos calificaron también las “proposiciones” que resultaban ‘sospechosas” a cargo de Gómez Camacho: ¡nada menos que 40! El juicio de los calificadores fue más contundente que el de Juan de Avila: al trasluz de las 'proposiciones* ven a Gómez Camacho como ‘hombre vano’, ‘erróneo’, dulzón y adulador, superchero con arreos de santón; en sustancia, un vulgar seudomístico, un falso profeta o, para no perder el hilo y el lenguaje de esta historia, un Alumbrado de baja estofa y no mucho pelo. El calificador Juan de Robles, por ejemplo, votó así: “cuanto a lo de Camacho, me parece que ante todas cosas sea preso; y si sus revelaciones son fingidas, como parece colegirse, que salga peniten­ ciado en auto". Como ‘desapareció* el proceso de Camacho, no es posible pre­ cisar lo que pasó después. Cualquier cosa, menos una glorificación en vida: el Santo Oficio no se dedicaba a canonizar, sino a perseguir y a castigar. Es casi seguro que a Camacho le llamaron, le interrogaron y le amonestaron. Y que, fingiendo humildad, se escabulló. Recuérdese que en esos años la Inquisición sevillana sentenciaba con guante de seda. Al mismo Rodrigo de Valer, que se obstinó en una actitud altiva, lo “reconciliaron**, y sólo le impusieron como peniten­ cia un relativo destierro. El notario concluye: “Esto es lo que se halla en el dicho legajo y registro 27 de penitenciados que está en la cámara del secreto de esta Inquisición, tocante al dicho Gómez Camacho en el proceso que se causó contra Rodrigo de Valer” (17). Una cosa queda fuera de duda: Gómez Camacho y Rodrigo de Valer compartieron pan, amistad, preocupaciones y persecuciones. Gómez Camacho, además, siguió un rumbo típicamente alumbradista. Veamos el de Valer.

3. Rodrigo de Valer El proceso de Rodrigo de Valer, según vimos, no se conoce ac­ tualmente. El percance de la desaparición o pérdida nos impide re­ construir con datos seguros su semblanza. En los martirologios de Montes y Valera se da de Valer un retrato de precursor del luteranis-4 2 -

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mo sevillano. Pero hay fundadas sospechas de que Montes y Valera falsifican la realidad. Con todo, Menéndez Pelayo lo asume y, con le­ ves retoques, lo coloca en el primer plano de la galería. He aquí el retrato: En Sevilla “vivía por los años de 1540 un noble caballero, natu­ ral de Lebrija, llamado Rodrigo de Valer, el cual toda su vida ocupa­ ba en mundanos ejercicios, deleitándose mucho en jugar y cazar, y tener buenos caballos y bien enjaezados. De pronto, y como si estu­ viera movido por sobrenatural impulso, se le vio dejar sus antiguos pasatiempos y consagrarse todo a la lectura y meditación de la Bi­ blia, que aprendió casi de memoria, con ayuda de un poco de latín aue en su mocedad había estudiado. En suma, se hizo un fanático, y dejándose guiar por sus propias inspiraciones (y sin duda por aleun libro protestante que le cayó en las manos, aunque Valera y Reinaldo de Montes lo disimulan), a cada paso trababa disputas con clérigos y frailes, echándoles en cara la corrupción-del estado eclesiástico. Y esto lo hacía en medio de las plazas y de las calles, y hasta en las mismas gradas de la catedral, que eran lonja de mercaderes y mentidero de ociosos. Decíase inspirado por el espíritu de Dios, y nuncio y mensajero de Cristo para aclarar las tinieblas del error y corregir a aquella generación adúltera y pecadora. Tanto porfió el propagandista laico, que la Inquisición tuvo que llamarle a su tribunal. ‘Y entonces, dice Cipriano de Valera, dis­ putó valerosamente de la verdadera iglesia de Cristo, de sus marcas y señales, de la justificación del hombre, y de otros semejantes pun­ tos.., cuya noticia Valer había alcanzado sin ningún ministerio ni ayuda humana, sino por pura y admirable revelación divina \ Los inquisidores se hubieron con él muy benignamente, le cre­ yeron loco, y le pusieron en libertad, confiscándole parte de sus bie­ nes. Pero como él siguiera en sus predicaciones, volvieron a llamarle algunos años después, y le hicieron retractarse por los años de 1545: ceremonia que se verificó, no en auto público, sino en la iglesia ma­ yor entre los dos coros. Se le condenó a sambenito y cárcel perpetua, con la obligación de oir misa y sermón todos los domingos en la igle­ sia del Salvador. Aun allí solía levantarse y contradecir al predicador, cuando no le parecía bien lo que decía. De allí le llevaron al monas­ terio de Nuestra Señora de Sanlúcar de Barrameda, donde acabó sus días, siendo de edad de cincuenta años, poco más o menos. Valióle mucho, para que no se le tratara con más rigor, el ser cristiano viejo, -

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ler, condenado en el Sanco Oficio de la Inquisición" (19). No hay. pues, duda de que Rodrigo de Valer tuvo en el Doctor Egidio un simpatizante; más aún: un 'favorecedor1. Esto fue juzgado por la Inquisición como fautoría, delito que se contemplaba y casti­ gaba. Pero la entidad de la fautoría se nos escurre al no conocer del proceso del Doctor más que los últimos episodios; la trama interna del proceso, con sus testimonios e interrogatorios vivos, se nos esfu­ ma. Con todo, el favor no debió ser muy profundo, ya que la atrición se refiere a "mal ejemplo": es decir, una actitud desedificante, de índole ética, sin mayores compromisos dogmáticos. 2a, El análisis de la abjuración del Doctor Egidio debe hacerse no a través de la exégesis de Montes o de Menéndez Pelayo, sino a la luz del texto. Ni Montes ni Menéndez Pelayo dan señales de cono­ cerlo. A falta del proceso, la abjuración es un documento capital. A mi parecer, lo redactó Domingo Soto, con el proceso a la vista. Soto conocía al Doctor Egidio mejor que nadie, y conocía también el mal endémico de una teología que, sin ser luterana, ya que la pro­ fesaban católicos, dejaba mucho que desear en cuanto a precisión. El libro que Soto acababa de publicar, De natura et gratia (Venecia, 1551), es un espejo en el que se refleja la preocupación del juez de Egidio por una teología imprecisa, propugnada incluso por algunas egregias figuras de Trento (20). El De natura et gratia es, además, la piedra de toque y la clave para entender la letra y el contenido de la "teología egidiana" que, reducida a esqueléticas proposiciones, el magistral de Sevilla tuvo que abjurar, retractar o declarar. A juicio concluso y a misión cumplida, Soto expresó confiden­ cialmente su parecer sobre la calidad herética y ética del Doctor Egidio, su antiguo discípulo en Alcalá: el Doctor no es, por ejemplo, más hereje que el obispo Ambrosio Catarino (21), y le saca dos codos en bondad. Egidio, aun después de la condena, le sigue pareciendo "un buen hombre", aunque "difamado1, circunstancia que obliga a Soto a volver sobre los propios pasos: antes del proceso, la había recomendado para obispo; después del infamante episodio inquisi­ torial, le siguió pareciendo "buen hombre", pero ya "inhábil" para una mitra. Soto opina así en el foro secretísimo de sus confesiones a Carlos V; es de suponer que habla con honestidad y sinceridad (22). En cuanto al desenlace del asunto, hay que admitir que no fue trágico. La versión de González Montes, que dramatiza la escena, es una caricatura de los hechos. Casi todos aluden a ella, pero raro es -4 5 -

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el que la cree (23). Soto se comportó con ecuánime firmeza en el cumplimiento de sus funciones de teólogo-juez; y con toda la suavi­ dad que le fue posible, dadas las circunstancias del caso y del reo: discípulo y amigo, magistral de Sevilla, propuesto para la sede epis­ copal de Tortosa... Egidio acató con aparente humildad la sentencia, y abjuró. Si fue una humildad sincera o fingida, él lo sabe. No faltarán posterior­ mente indicios de que el baturro no había dado interiormente el brazo a torcer. Cumplida la penitencia, volvió a su silla coral y su prestigio no sufrió un grave quebranto, al menos entre los colegas, que no le habían abandonado durante el proceso y le comisionaron luego para que defendiese sus intereses (24). El final del proceso de Egidio patentiza, una vez más, que la In­ quisición sevillana “se había misericordiosamente" con sus víctimas. Era una Inquisición blanda. De todos modos, el percance amargó para los restos al magistral, frustrándole la promoción al episcopado. A proceso perdido y a falta de un. legado literario —se dice que escribió mucho, mas nadie lo prueba—, hay que contentarse con la abjuración, con las noticias limítrofes, con el contexto ambiental e ideológico. Bataillon apunta que la predicación de Egidio era lluvia que caía “en un terreno ya abonado por ciertos núcleos de iluminismo”, aunque no puede precisar su calidad. En cambio, la abjuración le parece suficiente, por minuciosa, para formarnos una idea de las ideas del Doctor. Del análisis de la adjudicación, el hispanista va sacan­ do hijos típicamente erasmistas; y concluye: “ Esta adjuración nos de­ muestra que, hasta el fin del reinado de Carlos V, el luteranismo se­ villano debió demasiado poco a Lutero, y que, por el contrario, sigue siendo erasmiano hasta en su aversión al martirio" (25). La misma impresión produce el análisis de las deposiciones que, algunos años más tarde, harán las asustadas monjitas de Santa Paula. Egidio las había encandilado con su sinuosa palabra. A pesar de que el interrogatorio de las monjitas busca delitos o errores luteranos, lo que se desprende de sus respuestas es ingenuidad y... erasmismo. Di­ ríase que el predicador seguía fielmente el lema erasmista del mona• chatus non est pietas (la piedad, la religiosidad no consiste en las ce­ remonias y devociones monásticas) (26). En resumen: Egidio no era un luterano solapado, sino un predi­ cador inquieto, insinuante, crítico, reformista; su doctrina tenía po­ co fuste teológico y bastante manga ancha en el campo de la ascética. -4 6 -

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Era, por decirlo brevemente, un legítimo representante y un califica­ do heraldo del “humanismo cristiano'* (27). Era un erasmista com­ plutense. Culto, culebreante, burgués. Amigo de la buena vida, de la buena mesa y del buen vino. A Erasmo le echó en cara fray Juan de la Cruz que intentaba reformar la Iglesia con la pluma en una mano y en la otra un vaso de espiritoso falerno (28). De Egidio sé yo que pro­ curaba tener la despensa bien provista de caldos jerezanos. El 25 de febrero de 1555 presentó a los encargados de controlar las entradas de mercancías la siguiente petición: “Muy magníficos señores: Yo, el Doctor Egidio, canónigo de la santa iglesia de Sevilla, digo que he de menester de meter treinta arrobas de vino en esta ciudad, las cuales me han de traer por el rio de Cádiz, las cuales juro a buena fee, sin mal engaño, que son para despensa y provisión de mi casa, y que en ello no hay fraude ni cau­ tela alguna. Suplico a vuestras mercedes mandan dar licencia para que en­ tren sin impedimento alguno. El Doctor Egidio" (29). El curioso documento lleva la garantía de la firma autógrafa. En el verano de aquel mismo año, 1555, viajó a Valladolid. co­ misionado por el cabildo para defender sus intereses (30). Tuvo con­ tactos con diversos personajes y aun se dio una vuelta por tierras zamoranas para visitar a Pedro de Cazalla (31). LosCazalla eran oriun­ dos de Sevilla (32), y no sabemos si la visita era por amistad o abriga­ ba otras intenciones. Al regreso a Sevilla, ya en el otoño de 1555. Egidio murió. Sobre sus restos humanos, una inscripción latina pedía oraciones al visitante, recordándole que había sido un maestro pre­ claro (33). No tardarán las lenguas malévolas en murmurar que aquel elogio no rimaba con la realidad: Egidio había sido un maestro funes­ to. Hubo que raer la lápida. Tampoco la Inquisición, que le amargó la existencia, dejará descansar sus huesos en paz. Le instruirá un nue­ vo proceso,post mortem, mucho más trágico que el anterior. De seguida veremos cómo y por qué. 5. El cambio El proceso del Doctor Egidio es un caso aislado, que no tuvo re percusiones graves c inmediatas, ni perturbó la paz religiosa de Scvi-4 7 -

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lia. El tribunal del Santo Oficio hispalense intervino en él, porque caía dentro de su área jurisdiccional; con todo, el proceso se vio y examinó y falló en las alturas, es decir, en el Consejo. Hasta de ejecutar la sentencia —el autillo entre coros—se encarga Domingo Soto, que no era inquisidor ni tenía vinculación alguna con Sevilla. La correspondencia del tribunal sevillano con el Consejo en los años 1550-1560 da la extraña y agradable sensación de que allí no ocurre nada. Nada digno de especial cuidado, se entiende. Asuntos de rutina. Visitas al distrito. Interrogatorios y alguna que otra denuncia. Pero apenas hay movimiento en el Castillo de Triana, en la ribera del Guadalquivir. La mayor preocupación, vieja e incurable preocupa­ ción, la causan las riadas de invierno, cuando el rio, para seguir su costumbre, se sale de madre e inunda los patios y las dependencias de la planta baja del Castillo. Muy fuerte debió ser la riada de enero de 1554, pues Domingo de Azpeitia, receptor, escribe: ( mi alma! Abismos son tus juicios. Ya te entiendo: quieres que trabaje en tu viña; cúmplase tu santa voluntad. Padres y señores mios, perdóneselo Dios, que con sus oraciones le nan obligado a que me largue la vida. Pero ¿que se ha de hacer? El Esposo lo quiere, el Esposo lo manda. ¡Sea el Esposo bendito para siempre! El auditorio con esto fuese saliendo poco a poco, los frailes con la cara caída de verLienza, y los seglares mirándose los unos a los otros; y las beatas del orden, (que| estaban esojadas, con las orejas de un palmo, esperando para saltar de placer que les viniesen a de­ cir que había expirado, pero, cuando supieron el suceso, quisieran no naber nacido, y con los mantos echados sobre los ojos soplaron sus velas, y una en pos de otra desocuparon la iglesia. El fraile se retiró a otro convento, menos tenido por santo y con menos estorbo para serlo. Hoy creo que es vivo, para cumplir más de espacio la voluntad del Esposo. Nunca yo hubiera sabido esta desgracia, que su noticia me hace incrédulo: BAE 36, p. 539.

de

S

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(10) Quizá ti obispo, que era buen humanista, le bailaba en la memoria el verso de Horacio: Parturiunt montes, nascetur ridiculus mus v. 139).

(AdPisones,

t Alumbrados, tEtu Codressurlapnsychologiedesmys

(11) He aqui una seftal del alumbradismo del padre Méndez: lo en efecto, en todas las épocas han hecho tópico de la visión facial de Dios, sin importarles la opinión de los teólogos, que, apoyados en 4 ,1 2 , y 13,13, ornaban por la negati­ va: cf. Summa 11-11, q. 1 80,a.5;J. Marechal, • fiques, tomo II, Bruxell es-Paria, Í937,pp. 193-257.

iJn

theoíogiae (12) A chocar:Arrojar a una persona contra alguna cosa dura. (13) Cf. A. Huerga, L apicarescaUniversitaria delasbeataEspañola, s,en: A A .W ., L apicaresca.Orígenes, textosyestructuras,Madnd, Fundación 1979, pp. 141-148. (14) C elda:cuarto donde los religiosos estudian y duermen. (15) Cf. L e3,16. (16) • Tercero: terciario, miembro de la Tercera Orden de San Francisco.

(17) Consta que el padre Méndez escribió algunos o'púsculos espirituales; un d iálo­ go,al menos, fue recogido por la Inquisición: AHN: In q.,legajo 2961 s.f. (18) Que yo sepa, el médico-historiador Castillo no dio a la estampa ningún escrito del padre Méndez, ni tampoco su biografía: los sucesos le aconsejaron desistir de su propósi­ to; y s los sucesos no bascaron, el Santo Oficio. (19) No consta, ni importa mucho, a qué “conjuración" veneciana se refiere. El rei­ nado de Felipe 111 fue rico en política bélica italiana; en algunas “conjuraciones" se metió don Francisco de Quevedo. Por lo demás, es muy probable que el padre Méndez hablase ya que quizá visitó Venecia durante sus andanzas por Italia.

de

visu,

(20)

Cf. BAE 36, pp. 544-546.

(21) 1°) “En Castro del Rio, lugar del estado de Priego, del obispado de Córdoba, una beata, moza carmelita, fue en pocos días de hábito entrando con Dios nuestro Señor en tanta familiaridad que no había entre ellos cosa particular, como dicen. Conversaba con El como un amigo con otro. Y como buena htya, daba cuenta de todo su interior al fraile bu confesor, hasta que de lance en lance vino a certificarle en gran secreto de que había te­ nido expresa revelación de que a los diez días de marzo que pasó, en que la iglesia de Cór­ doba celebra la fiesta del Santo Angel de la Guarda, la llevaría el Esposo para sí y que (...) el último de su vida le saldrían a los pies y manos y costado visibles las Uagas de Cristo cruci­ ficado (...). El confesor, oyendo estas maravillas, entró en deseo de acompañar a la santa, y pidióle encarecidamente que alcanzase de Dios que lo llevase consigo. Pidiólo, y tuvo reve­ lación de que su padre espiritual la seguiría cinco oías después de su muerte. El, Ueno de ale­ gría con esta buena nueva, repartió uberalísimamente cuanto tenía en su celda (...). Todo estuvo secreto entre los dos, hasta que, llegado el día señalado en que el dolor de costado había de darle a la beata, y dándole en efecto, le pareció al confesor que era bien, siendo el negocio ya seguro, dar parte a su provincial y a alguno de los más autorizados religio­ sos de su Orden, y aun de otras que estaban en la comarca, para que todos viniesen, como vinieron, a ser testigos de aquesta maravilla. Dio también cuenta a los marqueses de Priego, que por su devoción pagaron luego al pintor para que hiciese los tres retratos: y la Marquesa madre fue en persona a Castro del Rio, desde Montilla, llevando al nietecito, heredero de su casa, que es también mudo, como el padre, con esperanza de que haría la santa algún milagro. No debió el padre confesor de dormir mucho aquella noche; y antes que Dios ama­ neciera fue en busca de las llagas, que eras la señal que había dado la santas. Pero no quiso

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Dios que las hallase, de que quedó medio atónito. Juntó luego a los padrea, y dióles la negra nueva de no había rastro ni pensamiento de llagas; con que comenzaron a entrar en sospecha de que podría todo no ser agua limpia” . Al fin, tampoco se murió, “y quiso Dios darle la vi­ da para que no quedase duaa de la verdad del engaAo; y la Marquen y su nieto dieron la vuelta a sus casas, naciéndose cruces de asombro” . 2°) “Iba cada mañana aquí en Sevilla una señora devota a encomendarse a Dios y a oir misa a un convento de monjas descalzas, sus vecinas. Encontrábase de ordinario en la iglesia con una beata muy espiritual, muy devota y tenida por santa. Pidióle algunas veces que la encomendase a Dios y le suplicase de su parte que le enseñase su santa voluntad para acertar a servir. No lo dijo a sorda, que la buena beata una mañana le dijo en gran puridad que ella había alcanzado de Dios lo que tantas veces le había encargado que le pidiese de tu parte, porque al fin su Divina Majestad, aquella misma mañana en la oración, le había dicho que era su voluntad determinada que se entrase a servir en aquel conventico con las demás religiosas. Oyóla, y respondióle muy luego la señora: “Pues, madre, si el Señor le dijo eso, ;por qué también no le dijo que tengo marido y soy casada?'. Quedóse corrida la beata, y la señora riendo de ella”: BAE 36, pp. 545-546. (22)

Cf. Don Quijote, 11,1.

(23) “Yo conocí una persona que, teniendo estas locuciones sucesivas, entre algu­ nas harto verdaderaa y sustanciales que formaba del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, había algunas que eran harto herejía. Y espántome yo mucho de lo que pasa en estos tiem­ pos, es que cualquiera alma de por ah í con cuatro maravedís de consideración, si siente al­ gunas locuciones de éstas en algún recogimiento, luego lo bautizan todo por de Dios y supo­ nen que es así, diciendo: dijome Dios, respondióme Dios; y no será así, sino que, como nabemos dicho, ellos las más veces se las dicen”: San Juan de la Cruz, Subida II, 29,4. (24) Carta del inquisidor don Alonso de Hoeas oí Consejo, 13 julio 1624: AHN.: Inq., legajo 2961 t.f. (25) Cf. A. Huerga, Procesos contra Alumbrados en el Archivo General de la Na­ ción (México), en: A A .W ., La Inquisición española, Madrid, 1980, pp. 503-509. (26)

BAE 36, p. 545.

(27) Cf. A. Domínguez Ortiz, Un informe sobre el estado de la sede hispalense en ló t9 : “Híspanla mera” 6,1953, pp. 181-195. (28)

EUBEL IV, 205.

(29)

BAE 36, p. 545.

(30)

Ib.; cf. DHEE IV, 2446-2459 (v. Sevilla).

(31)

BAE 36, p. 545.

(32)

Ib.

(33) “Hay una octava, de Juan de la Sal, pero no la llegó a enviar al Duque: cuenta la muerte del P. Méndez, t 30 octubre 1616” : A. Castro, El buscapié, p. 180. En los ms. ci­ tados (cf. supra, nota 7) no está. (34)

AHN.: Inq., libro 690, f. 89v.

(35)

AHN.: Inq., legajo 2961 s.f.

(36) "Con ésta se remiten a V.S. unas declaraciones contra el Licenciado Francisco Méndez, presbítero, difunto, para que en la vista de sus papelease acompañen con los demás

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que ahí están. Y suplicamos a V.S. se sirva de tomar resolución en este caso” : AHN.: ínq., legajo 2961 s.f. (37)

Ib.

(38)

Ib.

(39)

AHN.: Inq., libro 690, f. 125r.

(40)

Cf. infra, cap. IX.

(41)

AHN.: ¡nq., legajo 2962 s.f.

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CAPITULO VI LOS MAESTROS 1. Tiempos nuevos y aires renovados En 1621, al morir Felipe III, subió al trono de España Feli­ pe IV, un mozalbete largilucho de carácter simpático y abúlico. Pero quien efectivamente tomó las riendas del gobierno fue su valido don Gaspar de Guzmán, más conocido por el título de Conde-Duque de Olivares. Las notas distintivas de este Guzmán -nacido en Roma, 1587— no son las de santo o de bueno, sino las de ambicioso y man­ dón. Los pinceles de Velázquez inmortalizaron esos rasgos, ese ím­ petu de caballero español, esa “pasión de mandar" y, hasta cierto punto, esa clarividencia. En cambio, las plumas de los historiadores han acentuado otros más negros: la ceguera política, que le llevó al desastre y a la caída, 1643; los reveses de la fortuna, que le ronda­ ron insistentemente y acabaron por darle el asalto; en fin, la respon­ sabilidad en el hundimiento del imperio. No me ñjar¿ yo en el crepúsculo, sino en la aurora política del Conde-Duque. La juventud del nuevo rey y la sagacidad del nuevo valido trajeron a España augurios de mejoría. Y esto es lo que me in­ teresa destacar, porque nos dan la clave para entender la reactivación del Santo Oficio, que tan funesta resultó para los Alumbrados sevi­ llanos. “ Los planes políticos de Olivares cuando se alzó con el Gobier­ no de España —escribe Marañón, su biógrafo moderno— eran dignos de sincera alabanza, aunque no fuera más que por el hecho insólito de existir. Lo corriente entonces, y ahora, en el político español es, en efecto, que arribe a la responsabilidad del mando sin otro progra- 176 -

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nu que procurar, en el caso mejor, ajustar las conveniencias del país al fluir imprevisto del azar de cada día. Desde que murió Felipe II hasta el Anal de su dinastía, la política de la Casa de Austria estaba particularmente ayuna de todo programa y previsión. Sin hablar de los últimos reyes, de manifiesta incapacidad, nos bastará el simple examen de la actuación de los ministros que precedieron a Olivares —los Duques de Lerma y de Uceda— y de los que le substituyeron —Don Luis de Haro y los del reinado de Carlos II—, para que no se dude de que su gestión carecía de ese mínimo de arquitectura en los proyectos y de meditación en las ejecuciones que permitan hablar del programa, aun en su sentido más modesto. Merece, en cambio, todos los elogios que le dedicó Cánovas, y ninguno de los olvidos de la mayoría de los otros historiadores, el manifiesto o programa de gobierno que dirigió a Felipe IV el Conde Duque de Olivares en 1625, cuyas ideas políticas se podrán discutir, pero no su noble intención. Es bien conocida su tesis, aquí desarrolla­ da: la magnitud de las empresas de España fuera de sus fronteras exi­ gía, ante todo, unificar la nación, dando un régimen común ante los deberes y sacrificios a cada uno de los antiguos reinos y regiones —re­ tazos mal cosidos- que formaban el cuerpo de la monarquía. Se daba cuenta de que, sin un estado vigoroso y uniforme, como un bloque, no podía sostenerse por más tiempo la misión que España pretendía seguir ejerciendo en el mundo” (1). Este programa de saneamiento interior apuntó lógicamente a las estructuras inquisitoriales, menesterosas de lubrificación para que pu­ diesen cumplir, como antaño, sus funciones específicas. “Gravísimo problema era entonces la facilidad con que al lado de la verdadera fe religiosa crecían todas las supersticiones, milagrerías y alucinaciones, desde las de apariencia más razonable hasta las más absurdas. Y a su lado crecía también, porque es planta que vive en idéntico clima espi­ ritual, la más disparatada creencia en toda clase de hechicerías. Ape­ nas hubo gentes en aquellos años tristes de la decadencia espiritual que acertasen a librarse de esta plaga, entonces universal” (2). Por su­ puesto, no se libraron ni los mismísimos Felipe IV y Conde-Duque. Pero ya es algo que el valido intentase purificar el ambiente, re­ mozando y dinamizando la Inquisición, instrumento del Estado para mantener ¡a pureza de la ortodoxia, a base de quemar impurezas y te­ mores. La de más bulto y de más pus era, sin duda, la que aquí esta­ mos designando con el nombre genérico de Alumbrados -u n a epide-1 7 7 -

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mía que roía el nervio de la religión y de la religiosidad mística del pueblo hispano. El Conde-Duque reorganizó -e s la única reforma que aquí su­ brayó— el Consejo de la Santa y General Inquisición: en la década precedente lo ‘presidieron’ Bernardo Sandoval, humanista, y Luis Aliaga, palaciego; ahora designó para presidirlo y reactivarlo a Andrés Pacheco (1622-1626), obispo de Cuenca, hombre enérgico. El tribunal de Sevilla también se renovó, en parte por ley natu­ ral, y en parte por voluntad del nuevo Inquisidor General. El 7 de enero de 1622 falleció Pedro Camino, pasando a ocupar la presidencia del Santo Oficio sevillano Rodrigo de Villavicencio, “inquisidor más antiguo” ; a su lado, Alonso de Hoces y Góngora, que era el primero en capacidad de trabajo y ganas de medrar; y para completar y reforzar el equipo, otros inquisidores: Isidoro de San Vi­ cente, Antonio Marín de Bazin, trasladado de Logroño a Sevilla (3), y Cristóbal de Mesa Cortés. Por el Registro de cartas misivas conocemos la atonía del Santo Oficio sevillano en esos años 1620-1622. ¡Ni siquiera salen los inquisidores a hacer la visita del distrito! El Consejo pedirá incluso explicaciones: “ ha parecido que nos informéis, señores, qué causa [ha] habido para no se haber hecho estos años las visitas ordinarias del distrito” (4).

Es un síntoma de que pronto va a despertar de su letargo y a ini­ ciar una etapa de febril actividad. El próximo lustro, 1622-1627, des­ plegará el Santo Oficio de Sevilla un dinamismo análogo al de 15571562, quizá aun mayor en cuanto a número de procesos, si bien mu­ cho más blando en cuanto al rigor de las sentencias. Dos áreas estaban peculiarmente menesterosas de cura inquisi­ torial: la de los cristianos nuevos, que afluían de Portugal y se iban encabritando poco a poco; y la de los Alumbrados, vieja planta que había rebrotado con vistosa hojarasca. La acción inquisitorial fue muy intensa y complicada en este sector, debido a que el fenómeno de los Alumbrados era ya masivo, frondoso, variopinto y escurridizo. Lo capitaneaba y animaba un gru­ po de clérigos. Y los clérigos no se amilanaron ni se rindieron a las primeras de cambio: opusieron una fuerte resistencia. También en es­ to será distinta la represión, respecto a la llevada a término por Val-1 7 8

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dés y sus oficiales en 1557-1562. En 1622-1627 no correrá ni una sola gota de sangre. De todos modos, el análisis de esta etapa, por lo vasto y abiga­ rrado del panorama, hay que realizarlo con un método clarificador. Distinguiré, por consiguiente, cuatro núcleos (5): 1°, el amaestrado por la madre Catalina de Jesús y por Juan de Villalpando; 2°, el de la Congregación de la Granada; 3°, el de las “Arrepentidas”, orquestado por Francisco Cerón, que presentaba también apariencias de alumbradismo, aunque luego se comprobó que no alcanzaba tan altas cotas; y 4o, el de los santones difuntos, como el padre Méndez -q u e ya he ‘sustanciado’ y del que sólo nos falta por ver la ejecución de la sentencia. Procediendo, pues, ordenadamente, prestaré más detallada aten­ ción, de momento, a dos hechos fundamentales: a la primera redada inquisitorial, que atrapó a los peces más gordos, y al edicto que, a raíz de las prisiones de la madre Catalina y de Villalpando, promulgó el Inquisidor General don Andrés Pacheco. Como podrá observar el lector, es un edicto típica y genéticamente sevillano. 2. Las primeras capturas El 1622 fue un afio crucial, como ya indiqué, en la historia de Espafia. Desde el punto de vista de la Inquisición, los nuevos aires po­ lítico-eclesiásticos soplaron fuerte en la ciudad del Bétis: a su estímu­ lo se inicia la campaña contra la secta alumbradista, que había adqui­ rido proporciones increíbles abanderada por Catalina de Jesús y Juan de Villalpando. La madre Catalina de Jesús cacareaba sus carismas con una altivez que rayaba en lo grotesco y absurdo. El proceso a que la sometió en 1611 el Santo Oficio, en vez de servirle de escarmiento, lo catapultó a nuevas aventuras seudomísticas. En las que, dicho sea en aras de la verdad, logró resonantes triunfos populares y clericales. A su sombra, o bajo sus alas, se movía el canario Juan de Villalpando, ex-carmelita, cura ascrito a la sevillana parroquia de san Isidro; buen predicador y buen maniobrero —y, a lo que parece, también hábil galleador-, Villalpando organizó y adoctrinó la pululante secta. El desparpajo con que actuaban, los adeptos que conquistaban en toda la comarca, las doctrinas que enseñaban y los conventículos que cele­ braban no podían escapar al ojo avizor de los inquisidores: aquello -1 7 9

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tenía todos los visos de una frondosa y florecida secta alumbradista. Y se les instruyeron los oportunos procesos. La primera noticia documental tiene data de 24 de octubre de 1622. Es un mojón cro­ nológico que no hay que perder de vista. Ese día salieron de Sevilla rumbo a Madrid los expedientes procesales de Catalina de Jesús, de Villalpando y de sus más inmediatos admiradores y discípulos. Con los expedientes va una carta-informe: “Con ésta remitimos a Vuestra Señoría un proceso que se causó en este Santo Oficio el año de 1611 contra una beata llamada la madre Catalina de Jesús y lo nuevamente sobrevenido, votado en la conformi­ dad que Vuestra Señoría verá; y asimismo [remitimos] los procesos causa­ dos contra algunos clérigos y beatas que parece enseñan y siguen ¡a doctri­ na de b s Alumbrados, que todos los votamos y nos pareció remitir a Vues­ tra Señoría para que tenga más entera noticia ael caso y nos mande aquello que debemos hacer. Y suplicamos a Vuestra Señoría, por ser el negocio de calidad, y a que se debe acudir con toda presteza porque no se ausenten, se sirva de mandarlos ver y que se remitan lo más presto que sea posible. Y no proce­ demos a examinar más contestes por tener el caso por cierto y que si se divulgase en la ciudad antes de prender las cabezas, podría ser de incon­ veniente0 (6).

Según el estilo y las normas de la Inquisición, los procesos te­ nían que pasar por el ‘centro*, es decir, por el Consejo; allí, a examen de autos, se determinaba si procedía a no pasar a ulteriores fases. Supuesta la línea renovadora del programa político-eclesiástico del Conde-Duque, es previsible que el Consejo dará órdenes al tribu­ nal sevillano para proceder fulminantemente contra los cabecillas de la marea alumbradista sevillana. En efecto; el 8 de noviembre de 1622 se han ‘visto* ya los procesos y se devuelven a Sevilla con man­ dato explícito de ejecutar la captura o prisión de Catalina de Jesús y de Juan de Villalpando (7). Dos días más tarde, el 10 de noviem­ bre, remiten el proceso de Juan Crisóstomo de Soria, clérigo, con idéntica determinación: “se os vuelve con ésta, señores, para que hagáis justicia, como lo tenéis acordado; y siendo esta causa de la gravedad y candad que es, fuera bien haberla sustanciado más, aunque fuera para sumaria, y haber hecho las diligencias que van apuntadas en el Memorial que será con ésta, y así se hará°.

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Así de lacónicas y tajantes son las órdenes del Consejo a sus ofi­ ciales. Todavía añaden un párrafo preceptivo: “ Y de lo que resultare de esta causa y cómplices, en especial contra la beata Catalina de Jesús, con quien parece trataba este reo, nos iréis dan­ do aviso” (8).

En consecuencia de las órdenes recibidas, el tribunal sevillano procedió a la captura de los tres “reos” mencionados: el “maestro” Juan de Villalpando y la “madre” Catalina de Jesús (14 noviembre 1622), Juan Crisóstomo de Soria (21 noviembre). El Consejo continuará la presión para que el tribunal de Sevilla no se duerma. Estaba, evidentemente, decidido a combatir el morbo alumbr'adista en la cabeza, en el tronco, en los brazos y en los pies. “En el Consejo —dice otra comunicación—se han visto las dos Memo­ rias que enviásteis de las personas contestes que se deben examinar contra los que están presos por Alumbrados, y con las personas que se ha comenzado a hacer procesos que no están presas, en conformi­ dad de la carta de 10 de enero de este año que el Ilustrísimo Señor Inquisidor General os escribió y, consultado con su Señoría Ilustrísima, ha parecido que prosigáis, señores, en el cumplimiento de ella”

(9). Naturalmente, al ir tirando de la manta fueron descubriéndose infinidad de presuntos reos, unos cómplices de los ya capturados, otros observantes de la secta secretísima de la Granada, otros, en fin, independientes. El núcleo fundamental está aislado, y aun decapitado procesal­ mente; quedaban, empero, cabos sueltos, y aun posibles ramificacio­ nes. El plan de acción lo dirige y dinamiza el Inquisidor General don Andrés Pacheco. Como se ve en esta misiva: “ El Ilustrísimo Señor Inquisidor General trajo al Consejo el pliego grande en que venían los procesos de los Alumbrados, que se irán viendo con mucho cuidado sin alzar de ellos la mano, para proveer el remedio que pide tanto daño” (10).

Las salpicaduras procesales mojaban ya a muchas personas. Y para que ningún incurso en culpa quedase sin la rociada —y, sobre todo, para desvelar hasta la hez y la raíz la infección—se tomó una medida poco común: preparar y promulgar un novísimo edicto de gracia.

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3. El edicto de gracia La primera noticia sobre el proyecto de un edicto de gracia la hallamos en la correspondencia del Consejo. Escribiendo el 15 de febrero de 1623 a los inquisidores sevillanos se les pide que, mientras prosiguen su ordinaria faena procesal, “nos informéis con vuestro pa­ recer si convendrá respecto de la multitud conceder y publicar edicto de gracia en esta materia, y en qué forma, reconociendo para ello to­ do lo que hay en ese Santo Oficio, y el edicto, cuya copia se envió a Su Señoría Ilustrfsima, que se habla dado en la Inquisición de Toledo sobre estos Alumbrados, enviándonos la forma y cómo se debe publi­ car, con todo lo que en este propósito se nos ofreciere, de que debe­ mos ser informados para el remeclio de este año” (11). La idea, pues, partió del Consejo, en vista del sesgo y del volu­ men del *negocio’ de los Alumbrados, que era masivo, multitudinario. A algún señor del Consejo se le ocurrió sugerir este remedio viejo, usual; si se consideraba oportuna la sugerencia, habría que remozar los antiguos edictos contra Alumbrados, adaptándolos a las circuns­ tancias. De ahí el delicado gesto de consultar y pedir parecer a los inquisidores sevillanos sobre la oportunidad y el modo. El edicto fue y es famoso, ya que suele tomarse como el prototi­ po de los promulgados por la Inquisición española contra los Alum­ brados (12). Por eso quizá resulte útil precisar su génesis, dejando pa­ ra otra ocasión el estudio analítico y comparativo. Los inquisidores sevillanos no necesitaban espuelas para dar su parecer; tenían limpias y relucientes y enjaezadas las plumas de los teólogos dominicos que les ayudaban a sustanciar los procesos. La elaboración del edicto va a ser en buena parte obra de esos teólogos. El 28 de marzo de 1623 ya no se babla de parecer, ni de consul­ tas; la decisión está tomada. El Consejo escrive a Sevilla: “Por el discuno de los procesos grandes que habéis enviado tocantes a los Alumbrados que hay en ese distrito se va descubriendo que, p a n el remedio de tan gran daño, convendré publicar algún edicto de gracia vues­ tro extraordinario"; en consecuencia, se les manda que deliberen, indicándoles la orden del día y el método: -

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“que, en recibiendo ésta, confiárais, seftorea, sobre ello, juntando con el edicto ordinario de fe que cada afio se publica, las calificaciones de lascosas nuevas que han resultado dignas de censura de las testificaciones que ahora nuevamente se han recibido en ese Santo Oficio que sea necesario añadirse a las expresadas en el dicho edicto ordinario, y en qué forma os pareceré m is conveniente publicar el de la gracia, con qué termino, cláusulas y circunstancias” .

De todo lo que hagan y decidan, deben informar con prontitud al Consejo. Por si fuese menester, se anticipan a una posible objeción: “ aunque os harán falta los procesos y calificaciones que acá están, no de­ jaréis, seftores, de proponemos en esto vuestro parecer, como personas que en ello han puesto tanto estudio y trabajo” (13).

Los teólogos consultores y calificadores se dieron inmediata­ mente cuenta de la dificultad (14). No obstante, juntaron el material disponible y prepararon un borrador o esquema. £1 interesante dossier se ha conservado y, a la luz de las cartas misivas del Consejo, permite seguir paso a paso la concienzuda pre­ paración del edicto. Nada menos que 70 proposiciones nuevas se han aislado y califi­ cado. Al enviarlas al Consejo, se encabezan con una nota explicativa, apresurada: “Adviértase que parece conveniente sacar al edicto que se ha de pu­ blicar todas las proposiciones que están en el edicto general que va de mol­ de, párrafo Secta de Alumbrados, y consecutivamente las proposiciones del edicto de Toledo sin sus calidades, como van éstas; y después, todas éstas que de nuevo se han descubierto por las nuevas testificaciones, a fin de lo que se dice al margen del [borrador] del edicto nuevo que se ha de publi­ car. Advirtiendo de quitar las que se repiten o encuentran con estas nuevas, porque no vayan dobladas, que aquí no se ha hecho por la brevedad del

tiempo” (15).

El 11 de abril de 1623 salía de Sevilla el borrador del edicto, las notas aclaratorias, el dossier documental utilizado. Y el 24 contesta el Consejo: “recibimos (...) el cuaderno y papeles tocantes a) edicto de gracia y la minuta de él” ;

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la carta es más extensa que de costumbre y no oculta la satisfacción que los señores del alto mando sienten: —"Lo primero, [queremos] daros las gracias tan merecidas de parte de Su Señoría Ilustrísima y del Consejo por el mucho trabajo, cuidado y acertamiento que habéis, señores, puesto en este negocio de los Alumbra­ dos, y por la destreza con que lo habéis compuesto todo. —Lo segundo, que prosigáis en examinar los contestes que debieren ser examinados; y para eso se os vuelven todos los procesos, papeles, informaciones que enviasteis y quedaron en el Consejo, divididos en cinco partes para la comodidad del porte de llevarlos. —Lo tercero, que por la multitud de los papeles y para que con ma­ yor cuidado se hagan y prosigan las causas, elijáis cuatro religiosos de los que en ellas han entendido para que asistan y ayuden al fiscal, los que os parecieren de más inteligencia, a los cuales y a los demás que en eso han ayudado les daréis de parte de Su Señoría Ilustrísima y del Consejo mu­ ertas gracias, diciéndoles que, en lo que en el Santo Oficio se les ofreciere, se tendrá respecto a lo que en él han trabajado y merecido” .

La carta continúa programando lo que deben hacer con algunas causas especificas. De momento, no me interesan. Me fijo sólo en la posdata, que ilumina el estado de la cuestión: "Y los dos cuadernos tocantes al edicto de gracia y la minuta de él se quedan en el Consejo, por ser de importancia; y la resolución que se hu­ biere de tom ar sobre esta gracia [ se os enviará, señores, con la mayor brevedad que sea posible” (16).

El 9 de mayo de 1623 firmó el Inquisidor General don Andrés Pacheco el famoso edicto de gracia; sustancialmente, el texto el mis­ mo de la minuta o borrador, aunque con algunos retoques y limas. Va acompañado de una carta, que dice así: “Con ésta se os envía el edicto de gracia que el Ilustrísimo Señor Inquisidor General ha concedido en materia de los Alumbrados, en con­ formidad de los papeles que sobre esto habéis enviado; y, consultado con Su Señoría Ilustrísima, ha parecido que lo publiquéis, señores, con solem­ nidad, yendo en forma de oficio a la iglesia mayor en día de fiesta y pre­ gonándolo las vísperas antes, habiendo prevenido para ello al arzobispo y cabildo de él de esa ciudad, diciéndole un inquisidor que Su Señoría Ilustrísima ha nombrado al maestro fray Domingo Cano, de la Orden de Santo Domingo, que ha sido provincial [de Andalucía], (17) para que pre­ dique aquel día, por haber tenido relación que su persona y doctrina serán

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a propósito para declaración dé lo que se pretende, tratándolo con el a n o ­ bispo con mucha cortesía y pidiéndole que ayude al beneficio que de esto te na de seguir a sus súbditos y al bien de sus almas y de sus honras; y si acaso lo dificultase y resistiese, sin pasar adelante enviaréis particular re­ lación de todo lo que respondiere e hiciere" (18).

El arzobispo, don Pedro de Castro y Quiñones, no hacía muy buenas m ips con los inquisidores. Casi nunca solían ser de mucha cordialidad los contactos obispos-inquisición, porque ésta era un en­ clave en el campo episcopal y ocasionaba, ya que no molestias, sí merma de jurisdicción. El Consejo procuró, pues, curarse en salud, como se ve por la carta. De hecho, el arzobispo se resistió a que su ca­ tedral se convirtiese en escenario de un acto específicamente inqui­ sitorial. Hubo sus dimes y diretes, pero al fin el arzobispo, que sabía cómo se las gastaba el Consejo, se doblegó (19). 4. La promulgación y sus efectos inmediatos El edicto de gracia contra los Alumbrados se promulgó, pues, a bando y sermón en la catedral de Sevilla, abarrotada de gente, el 6 junio de 1623. No era precisamente una primavera o un verano flori­ do lo que el edicto traía en las entrañas, sino unas luces rojas y unas normas vinculantes. Para que su noticia —y, en lo posible, su conteni­ do—llegasen a todos los rincones, se promulgó los domingos siguien­ tes en otras iglesias de la ciudad y de las villas más importantes (20). Y a mayor abundancia, se distribuyeron copias impresas (21). Casi todo mundo, por tanto, se enteró del edicto y de las obliga­ ciones inherentes. Eran muchísimos los que, de una o de otra manera, se sintieron comprometidos y obligados a cantar la verdad. Incluso, a beneficio propio. Una de las cláusulas dispositivas del edic­ to, quizá la más astuta y pragmática, sonaba así: “ [...] os mandamos que dentro de 30 días como fuere publicado o llegare a vuestra noticia en cualquiera manera, parezcáis en el Santo Oficio de Sevilla y su distrito ante los Inquisidores Apostólicos de él, y digáis y declaréis con mucha puntualidad y sinceridad y llanamente todo aquello en que os sintieredes culpados, y de otras cuaíesquier personas en razón de haber dicho o hecho o tenido o creído cualquiera de los errores y mala doctrina referida en las dichas proposiciones. Con lo cual, manifestando así vuestras culpas o las que supiéreaes de otros, desde luego [ - desde ahora]

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os ofrecemos también, en nombre de Su Majestad, que no se procederá contra alguno a prisión ni penitencia pública, ni confiscación de bienes, ni otra pena que infame a vuestros descendientes, sino sereis despachados secreta y benignamente sin nota alguna, absolviéndoos y poniéndoos peni­ tencias espirituales, saludables a vuestras almas'’ (22).

Los efectos de esta clausula fueron fulminantes. Infinidad de sevillanos, por lo que pudiese tocarles, corrieron al Santo Oficio a delatarse o a delatar, el decir, a hacer confesiones o acusaciones. No faltaron tampoco amagos de contestación o de resistencia, aunque sin pasquines o algaradas callejeras (23). 5. Sevilla y “el juicio final” anticipado Del estado de ánimo de la ciudad en aquellas calendas nos ha lle­ gado el informe pintoresco de un anónimo testigo. Lo escribió el 15 de junio de 1623; gravitaba aún en el aire el eco de la lectura del edic­ to y ya la gente bullía de acá para allá, nerviosa, desconcertada: "Estas cosas de los Alumbrados —escribe— andan aq u í temerarias. Esté Sevilla que parece que ha venido para ella el juicio final. Después que se leyeron los edictos de la Inquisición, se ha descubierto y se descubre cada d ía gran lacra, porque la mayor parte de la ciudad estaba infectada, y particularmente mujeres, entre ellas se ftoras muy grandes y principales, y ae las muy ricas. Un inquisidor esté en San Pablo desde el domingo pasado hizo ocho días; comen y duermen en casa él y un secretario, y desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche no sale del tribunal sino una hora para comer; y es tan ta la gente que acude, unos a denunciar de otros y otros a acusarse, que no puede el inquisidor de veinte partes la una, y así las remi­ te al otro tribunal [ * el del Castillo]. Porque no hay duquesa ni marquesa ni mujer alta ni baja, excepto las que se confiesan con frailes dominicos (24), que no les toque algo y que no tengan que decir según lo que dicen los edictos. Tal estaba esta ciudad con el pecado original que todo lo solapaba. Leyóse el edicto en San Pablo el domingo pasado, y el antecedente se ha­ bía leído en la iglesia mayor [ ■ en la catedral]; y leyóle un fraile de Santo Domingo; y, cierto que la gente salió escandalizada de oir las maldades de aquellos santos fingidos. Parece seré forzoso alargar el término de los 30 días por el gran concurso de gente" (25).

El corresponsal pinta al rojo vivo la situación. Sería una torpeza quitarle credibilidad a lo que dice, solamente por el colorido de exageración que da al cuadro. -

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6. Los “discursos” de Farfán de los Godos

A finales de ese mes, el 29 y en la villa de Arahal, don Antonio Farfán de los Godos, “hijo de esta ciudad de Sevilla” , echó un Dis­ curso “en defensa de la religión católica contra la secta de los Alum­ brados, dejados o perfectos” . Y tan satisfecho debió quedar de su ha­ zaña, que lo dió a la estampa (26). No sabemos, presumimos sólo, si reelaboró el Discurso antes de imprimirlo. Lo que sí se puede afirmar, con el texto en letras de mol­ de a la vista, que le salió un indigerible cocido. Esperábamos, por el reclamo del título y por la data de edición, un puntual informe de lo que estaba ocurriendo, o una crítica teológica —aun a nivel popu­ lar— de la secta, o un comentario sereno del edicto. Pues nada de eso nos da don Antonio Farfán de los Godos. Y lo que nos da, carece de interés para nuestro relato (27). Reanudémoslo por lo que al corresponsal citado —el de la carta que comparaba la situación a una anticipada venida del “juicio fi­ nal” - le parecía “forzoso” : una prórroga de tiempo. 7. La prórroga El edicto de gracia marcaba un plazo de 30 días hábiles, a con­ tar desde su promulgación, para cumplir con el deber de la auto o hiterodenuncia, y para acogerse, si era el caso, al perdón prometido. La riada de voluntarios ‘confitentes’ que acudía al Castillo de Triana y a San Pablo— donde se instaló una sucursal—fue enorme, y originó dos graves problemas: uno, los inquisidores no podían dar abasto, aun trabajando de mañana a noche, a la gente que acudía; otro, el tiempo útil para testificar se estaba consumiendo, sin acabar los interrogatorios. Deliberó el tribunal sobre la marcha y acordó pedir al Consejo una prórroga para disponer de más espacio y también para que el edicto tuviese más resonancia (28). La petición era razonable y el Consejo la otorgó sin ningún reparo (29). El edicto fue promulgado en toda la comarca: Arahal, Marchena, Mairena, Viso, etc., etc. La conmoción popular fue impresionan­ te: mucha gente, escribe un inquisidor, quiere declarar y no sabe a dónde ni a quién acudir (30). - 187 -

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Fue menester otorgar una nueva prórroga, esta vez de 60 días. Se conserva el bando, impreso, de esta segunda prórroga, que empezó a correr el 24 de diciembre de 1623: “ Nos, los inquisidores de Sevilla“ —Rodrigo de Villavicencio, Alonso de Hoces, Antonio Marín de Bazán y Cristóbal de Mesa Cortés—hacemos saber que “ hay todavía daño manifiesto y personas que han practicado y practican la secta de los Alumbrados o dexados...” (31).

Con esto, escribe Hoces, “ se acabará de descubrir lo de la Con­ gregación de la Granada, que con tanto cuidado procuró el arzobispo y sus secuaces esconder” (32). Hoces tira con bala casi siempre. Era natural que el edicto y las capturas produjesen revuelo en la ciudad. A raíz de la primera promulgación, el 11 de julio de 1523, ya los in­ quisidores se nan percatado ae ello y no se extrañan: “Como estas causas son tan graves y tocan a tanto número de perso­ nas por amistad o sangre, es fuerza que se haya despertado el odio contra los que las traemos entre m anos" (33).

La divulgación del edicto, los inacabables interrogatorios y el obstrudonismo de un sector de la clerecía y de la alta sociedad oca­ sionaron un aplazamiento también a las causas de los presos. El 19 de setiembre de 1623 informa el tribunal a Madrid: “A los Alumbrados no se les han puesto sus acusaciones por esperar a las testificaciones que han resultado de la publicación del edicto" (34).

La padencia va a ser una virtud forzosamente practicada por la madre Catalina, por el inquieto Villalpando, por el retorcido y lasdvo Soria. 8. Segundas capturas En la turbamulta de los que acudían a pie libre a testificar no fi­ guraban, como era de suponer, los más comprometidos. De todos modos, las deladones los habían puesto al descubierto y, aunque an­ duviesen a sombra de miedo y de tejado, la Inquisidón espiaba sus pasos, instruía sus causas y, finalmente, ‘votó’ su prisión. Enviadas a _ 18 8 -

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Madrid, el Consejo las devolvió con la clásica fórmula: “hagan justi­ cia” . Es decir, ejecuten lo acordado, la captura. Un golpe siempre espectacular, sobre todo en Sevilla y en cabe­ za de personas de prestigio. A través de la correspondencia del Consejo —casi lo único que nos ha llegado— se puede seguir el hilo de los fulminantes, sensacio­ nales episodios: El 21 de noviembre de 1623 se ha ‘visto’ en Madrid el proceso de Jorge de Belmar, “cura que fue de la villa de Peña flor, que ahora es fraile capuchino en Granada” ; se dará orden a su superior para que lo haga presentarse a ese Santo Oficio y, llegado, lo recluiréis (35). Belmar debía ser más listo que el hambre y, venteando desde Grana­ da los aires, se largó a tiempo y no hubo modo de capturarlo (36). El 28 de noviembre de 1623 se ‘vieron’ los procesos de Cristóbal Blasco, beneficiado de Santa Lucía (37), y de fray Nicolás de Santa­ maría, agustino (38), y se remitieron del Consejo a Sevilla con la terrible acotación: “haréis, señores, justicia como lo tenéis acorda­ do” . Los dos ingresan a primeros de diciembre en las cárceles secretas del Castillo de Triana (39). El 2 de diciembre de 1623 se cursa igual disposición contra Die­ go de Montiel, mercedario (40). El 23, contra el Licenciado Francis­ co Villaescusa, clérigo de la parroquia de San Nicolás (41). El 2 de enero de 1624, contra Francisco de Argumedo, también presbítero sevillano (42). Otros procesos a cargo de clérigos se detienen hasta que haya “ más claridad”, como ocurre con el de Juan de Avila, cura de Constantina (43). En resumen: los capturados en esta segunda redada fueron Cris­ tóbal Blasco, pbro., fray Nicolás de Santamaría, O.S.A., fray Diego de Móntiel, O. de M., Francisco Villaescusa, pbro., y Francisco de Ar­ gumedo, pbro. Los cinco estaban seriamente comprometidos en la secta de los Alumbrados y corren ya la suerte de la madre Catalina, de Villalpando y de Soria. 9. “Esta gran máquina de papeles ” Las capturas llevadas a cabo en la doble redada no fueron en realidad muy numerosas: siete en total. Eso sí, sensacionales por la -

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calidad y el prestigio de los presos. Era, sin embargo, muy crecido el número de procesos que se habían empezado a instruir contra pre­ suntos reos, sobre cuyas personas pendía la posibilidad de prisión. Y era ingente, sobre todo, el montón de papeles que se iba acumulan­ do en el Santo Oficio: declaraciones de testigos espontáneos, declara­ ciones de los presos, cartapacios requisados, etc. El inquisidor Hoces, que tan a pecho y espalda tomó el negocio de los Alumbrados, califi­ ca gráficamente, escribiendo al Consejo el 24 octubre 1623, ese mon­ tón de “gran máquina de papeles” (44). Y epítetos similares usan to­ dos los que los ven. El 7 noviembre 1623 dicen los ayudantes Jeróni­ mo de Ulloa y Domingo Farfán: “Quien entra en una montaña de papeles, cartapacios, cuadernos, cartas, complicidades y correspon­ dencia de los Alumbrados", se echa a sudar y a temblar (45). En una Relación que conduce para la breve inteligencia y com­ prehensión de los procesos que los señores de esta Inquisición de Sevilla remiten a Su Illustrísima y Consejo, se agrupan esos papeles en dos montones: el primero, de testificaciones y memoriales que contra los reos se han dado en este tribunal; el segundo, de los cua­ dernos y cartapacios que se hallaron en poder de los mismos reos (46). Como casi todo ese material se ha perdido, interesa indicar si­ quiera de qué trataba o qué contenía: 1) ahí están los memoria­ les y declaraciones “que da” doña Jerónima de Alfaro, alias de Jesús; 2) los “ cuadernos de revelaciones” , de la misma; 3) las ‘testificacio­ nes’ de Alonso Mateos, Ana Tavera, Juan de Salinas, Luis Navarro, etc. contra Catalina de Jesús; 4) item, “un libro scripto de mano y encuadernado en cartones negros con cintas pardas que se halló entre los papeles de la dicha Catalina de Jesús, beata"; 5) Item, “un cua­ derno de exposiciones de lugares de Escritura y revelaciones”, que también proceden de la madre Catalina; 6) los “memoriales” de Pe­ dro Ruiz de Montoya y del doctor Juan de Salinas contra Villalpando; 7) “un libro de mano de revelaciones de Catalina de Jesús, bea­ ta"; 8) “el registro de cartas de Catalina de Jesús, beata, para Juan de Vilíalpando", etc., etc. Tanto papel exigía una abrumadora labor, que los inquisidores no estaban en condiciones de realizar por sí solos. Buscarán, pues, ayuda para ‘revolverlos’ y extractarlos.

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10. La sombra de fray Alonso de la Fuente

El tribunal recabó la ayuda auxiliar de los dominicos, que ofre­ cieron casa y teólogos. En San Pablo, en efecto, se leyó el edicto, allí se montó un segundo tribunal, y de aquella comunidad, numerosa y cualificada, se eligieron hombres que echasen una mano en la dura brega. Ya vimos que el Consejo designó a fray Domingo Cano para predicar el sermón en la promulgación solemne y catedralicia del edicto. Era un reconocimiento por la eficaz colaboración prestada en la preparación del texto. Después de promulgarse el edicto, cuando el trabajo abrumó al tribunal, los teólogos mas ilustres de la comunidad continuaron arrimando saber y horas. El 11 de julio de 1623 envió don Alonso de Hoces una carta elogiosa al Consejo. Decía: Gracia “ fue del cielo valemos en esta ocasión de los frailes domini­ cos, que todas las religiones, cuál m is cual menos, tienen a su cargo beatas y estrecha amistad con algunos congregados, y sólo los dominicos conoce­ mos de manifiesto que se hallan noy descuidados de esta gente. De im­ portancia sería que los religiosos que ayudan al despacho se pudiese hacer con ellos audiencias como secretarios, que con esto caminarían los nego­ cios" (47).

El Consejo vio con agrado y estimuló con premios esta colabora­ ción. De la que se ufanaban los peones de brega. Diríase que 'vagaba la sombra de alto ejemplo* y de lúcido magisterio de fray Alonso de la Fuente, empeñada en un postumo lance antialumbradista. Por lo que fray Alonso significa en el largo recorrido de mi pesquisa -algo así como un duende que, con su presencia de vivo o de muerto, le da continuidad—, es obligado trascribir la confesión de los herederos de su espíritu y de su garra. En cuanto al intríngulis “de esta secta de Alumbrados, como es tan oscura por ir cubierta con capa de virtud, ningunos habré que tengan m is inteligencia que nosotros, porque tenemos los papeles de nuestra Orden entre nosotros del padre Maestro fray Alonso de la Fuente, religioso de Santo Domingo, el cual descubrió los Alumbrados de Llerena; y así, en las calidades que damos, siempre decimos: 'esta proposición esta ya contenida en el edicto de Llerena, y en el de Toledo, y en el de Sevilla, y en el edicto general de g r a c i a y luego damos, fuera de esto, la calidad teológica, di­ ciendo: es herética, o errónea, o tem eraria" (48). -1 9 1

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Téngase en cuenta que los estaban atacando desde varias esqui­ nas. De ahí que repliquen en tono defensivo y apologético. Sin el ge­ neroso esfuerzo y la “buena industria” y el respaldo de los inquisido­ res -concluyen, con argumento triunfante— no se hubiese logrado clarificar y ordenar aquella “montaña de papeles” , ni hubiera “habi­ do edicto de gracia, ni se hubiera descubierto esta inmensidad de deli­ tos y delincuentes, ni tuvieran tanto cuerpo las causas como hoy tie­ nen. Y habiendo tragado todo el polvo de la guerra, ahora llegan otros a repartir los despojos” (49). ¡De casta les viene a los dominicos —apuntillan—ser defensores de la fe! (50). No se les puede discutir el mérito o el demérito, según se quiera, a los dominicos de Sevilla de una colaboración eficaz en el ‘negocio’ de los Alumbrados. Si en el lustro 1557-1562 —que tantas veces to ­ mo como punto de parangón- pagaron caras costas, en el de 16221627 constituyeron un aguerrido equipo de apoyo a la campaña in­ quisitorial. Con el beneplácito y la gratitud, claro está, del Consejo. El 4 de setiembre de 1623 se acota así una carta recién llegada de Se­ villa, en la que Hoces informa del valioso auxilio que están prestan­ do: “ A los frailes se les agradece el trabajo. Que estos 6 frailes hagan ofi­ cio de notarios del secreto en esto de los Alumbrados. Que añadan otros si es menester” (51).

El inquisidor Hoces se muestra particularmente ufano de esta ayuda. El 17 de octubre de 1623 escribe: “Para m í tengo que fue santo acuerdo haber mandado Vuestra Seño­ ría llustrísima que en esta ocasión nos valiésemos de la ayuda de los reli­ giosos de Santo Domingo” (52).

¿Quiénes se distinguieron en la brega? Ya he mencionado al pa­ dre maestro Domingo Cano, ex-provincial y futuro obispo de Cádiz, que predicó el sermón de tabla el día de la promulgación del edicto. No consta que tuviese otras actuaciones directas. Colaboraron por oficio los que eran calificadores, como Diego de la Parra (53), Fer­ nando de Hoces (54), Antonio de Hinojosa (55) y Tomás de Saavedra (56). En el auto público de fe, 30 noviembre 1624 —como vere­ m os- tuvo el sermón Juan de Arrióla, provincial. Y en el de 28 de -1 9 2

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8. La apoteosis de Santo Tomás (Francisco Zurbarán)

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febrero 1627, dirá la misa Diego de Bordas, prior de San Pablo, y predicará Juan de los Angeles. He aquí el nomenclátor de los que pusieron todo su celo y su sa­ ber en la campaña antialumbradista de 1622-1627: 1) el maestro Alonso Zambrano; 2) el maestro Domingo Farfán; 3) el maestro Jeró­ nimo de Ulloa (57); 4) Juan Moreno (58); 5) Bartolomé de Valverde, antiguo colegial de San Gregorio de Valladolid (59); 6) Baltasar de Verdosa; 7) Juan de los Angeles (60); 8) Gonzalo Oniz (61); 9) Diego de Tovar; 10) Bartolomé de Ceballos; 11) Clemente de Toro; y 12) Francisco Torquemada (62). En las páginas siguientes irán reapareciendo sus nombres y sus hazañas. El 22 de agosto de 1623, al cabo de un año escaso de iniciar­ se el despliegue antialumbradista, un puñado de ese equipo de domi­ nicos redactó, por encargo del tribunal, un apresurado balance de la situación. Nos viene de perlas para cerrar este capítulo: “ RELACION SUMARIA DE LAS PERSONAS TESTIFICADAS Y DIFERIDAS POR OCASION DE LA PUBLICACION DEL EDICTO DE GRACIA Certificamos los religiosos de la Orden de santo Domingo que, por mandado del Santo Oficio, nos ocupamos en los procesos de los A lum ­ brados que, habiendo visto las testificaciones receñidas antes del edicto de grada y las que han sobrevenido después, ju n to con las declaraciones y confesiones que han hecho: Que por loe mismos papeles y registros paresce estar testificadas y culpadas mil personas, poco m is o menos, aunque esta Relación no se ha podido sacar con puntualidad, porque no se han acabado de ver todos los procesos, y este numero de personas testificadas es sin haber llegado los pa­ peles de los lugares del distrito que se aguardan, aunque han venido algu­ nos. Hay entre este número de testificados 156 personas embusteras que, enseñadas de la mala doctrina de los maestros de esta secta —que son los aue están presos— y otros, habían dado en fingirse santos, y se arrobaban de ordinario en las iglesias, en sus casas y otras partes, y decían tener reve­ laciones de Dios, de Nuestra Señora y de los santos, y que hablaban con ellos muy familiarmente, y que, en ocasiones, se les aparescían, y con lo dicho profetizaban cosas por venir y daban a entender a los que (as trata­ ban que con los favores que Dios, Nuestra Señora y los demas santos les hacían, tenían don sobrenatural de profecía, y que sabían todos los suce-sos prósperos y adversos que habían ae suceder. Y con esto habían hecho trato y granjeria de sus embustes, de tal manera que, como a oráculos, acudían a sus casas a consultarles, de suerte que, con este modo de entretenim iento y engaño, se sustentaban y pasa*

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ban su vida y comían y tenían otros mayores aprovechamientos. Y entre esta cantidad de embusteros de 156, hay entre ellos frailes, clérigos, monjas y muchas beatas, doncellas, casadas y algunos hombres seglares, que todos ellos, como está dicho, se han criado con la mala doc­ trina de los maestros de esta secta de los Alumbrados, que son asimismo (como está dicho) los que están presos, y otros. Hay también 120 personas, en que entran asimismo clérigos, frailes, monjas, beatas, mujeres casadas y doncellas y, en fin, de todos estos hom­ bres y mujeres que se han venido a diferir y dicho sus culpas espontánea­ mente, pidiendo por ellas penitencia, que todos ellos y los demás de quien se hace relación que están testificados paresce por los papeles y registros estar culpados en esta doctrina de Alumbrados, particularmente en algunas proposiciones contenidas en el edicto de gracia, por cuya causa, conosdéndose culpados, se han venido a diferir. Y adviértase que por la priesa que se nos da a sacar esta Reladón y la máquina que hay de papeles y no haber llegado los de muchos lugares, adonde se ha leído el edicto, no se ha podido sacar la Relación tan pun­ tualmente como se debía; mas, juntos los papeles, se hará. Para certificación de lo dicho, lo firmamos de nuestros nombres. Fecho en el Castillo de Tria na, a 22 de agosto de 1623 años. fra y Domingo Farfán, Maestro - fray Joan Moreno - fray Alonso Zambrano - fray Diego de Tovar - fray Bartolomé de Volverd e" (63).

NOTAS (1) G. Marañón, El Cande-Duque de Olivares, 7» ed., Buenos Aires-México, EspasaCalpe, 1950, pp. 181-182. (2)

Ib., p. 127.

(3) Rodrigo de Villavicencio, deán de Cádiz: en 1594, expediente de limpieza en orden a su nombramiento como inquisidor: AHN.: Inq., legajo 2951 s.f.; en 1603 fue tras­ ladado al tribunal de Barcelona (AHN.: Inq., libro 584, f. 370r), pero siguió en Sevilla. Antonio Marín de Bazán, inquisidor de Logroño, llegó a Sevilla el 20 octubre 1623: Carta del tribunal al Conseja, 24 octubre 1623: AHN.: Inq., legajo 2960 s.f. (4) AHN.: Inq., libro 690, f. 31v. El 12 abril 1622: "Recibimos vuestra carta de 5 de éste, y ha parecido que, en yendo otro inquisidor a ese tribunal, salga luego a la visita del distrito el inquisidor a quien toca­ re": ib., f. 34r. El 26 abril 1622 se encarga al inquisidor don Alonso de Hoces que examine ante no­ tario "con sumo secreto" a los padres Juan de Pineda y Gaspar de Castro, jesuitas, "de lo que dieron noticia al consejo": ib., f. 35v-36r. El 8 junio 1622: "Recibimos vuestra carta de 31 del pasado en que dais aviso de la diligencia que el padre Juan de Pineda, de la Compañía de Jesús, había hecho para traer

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* . , f. 39r.

El 27 junio 1622 se ordena a Hoces que remita al Consejo la persona de Fárdela “no en forma de preso": ib-, (. 40v. (5) "Por el Edicto dé gracia y los memoriales de los calificadores creo que pode­ mos distinguir en Sevilla tres grupos entre los tenidos por 'alumbrados': a) el dirigido por el Ldo. Francisco Cerán;b) el de Martínez Montañés; cj el de Villalpando-Madre-Catalina": Eulogio Zudaire Huarte, Ei maestro Juan de Vittalpanao, sospechoso de herejía: "Anuario de estudios atlánticos" (Madrid-Las Palmas) n° 14,1968, pp. 443-496; texto citado: p. 4S8. El autor maneja un buen lote de documentos, pero embarulla la exposición de he­ chos y no siempre atina en los juicios que emite. (6) Carta de Rodrigo de VlBavicencio-Alonso de Hoces al Consejo, 24 octubre 1622: AHN.: btq., legajo 2959 s.f. (7)

AHN.: Inq., libro 690, f. 52v.

(8)

Ib., ff. 52v-53r.

(9)

Ib., f. 59r.

(10)

Ib., f.61r.

(11)

Ib., f. 59r.

(12) En realidad, es el único que suele citarse: cf., por ejemplo, J . de Guibert, Documenta eccleriastica ckristíanae perfectionis studium spectantia, Roma, 1931, pp. 228240: "Acta contra lUuminatot (Alumbrados) in Hispania"; p. 228: "Praecipuum documentum contra eosdem fúit latum anno 1623 ab archiepiscopo hispalensi (riel) et inquisitore Andrea Pacheco". De Guibert, que da el texto en español y en latín, indica también otros autores que han publicado o han hablado del edicto. (13)

AHN.: Inq., libro 690, f.62r-v.

(14) "Para sacar estas proposiciones, aunque van a la letra, han hecho alguna falta los procesos y papeles que están en el Consejo": AHN.: Inq., legqjo 3716, exp. 14, f. 21v. (15)

Ib., (. 18r.

(16)

AHN.: Inq., libro 690, ff. 65v-67r.

(17) Domingo Cano: natural de Eqja (cf. Paulino Quirós, o.c., pp. 311-313), en 1584 colegial de San Gregorio de ValladoHd (cf. G. Amaga, o.c. II, 273), en 1608 maestro en teología (MOPH XI, 115), en 1615 definidor en el Capitulo General de Bolonia (ib. XI, 2391, en 1616 provincial de Andalucía; el 9 mayo 1626 escribe el Consejo al tribunal de Córdoba: "con esta será un memorial de los padres y abuelos del maestro fray Domingo Cano": AHN.: Inq., libro 602, f. 131r.; obispo de Cádiz, 8 agosto 1633 (cf. EUBEL IV, 192). Predicador de S.M. Felipe IV. Murió en 1639. Sobre sus escritos: cf. José Simón Díaz, Dominicos de ¡os siglos X V I y XVII: escritos localizados, Madrid, Fundación Universi­ taria Española, 1977, pp. 109-110, nn. 363-368. (18)

AHN.: Inq., libro 690, f. 68r.

(19) El 23 de mayo 1623 contesta el Consejo: "Recibimos vuestra carta del 16 de éste en que aviséis de lo que respondió el arzobispo de Sevilla sobre le a el edicto (...) y ha parecido que si el arzobispo no viniere en todo lo que pareciere necesario al tribunal para la

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solemnidad del edicto de gracia, la haréis en el monasterio de Santo Domingo de e n ciu­ dad": ib., f. 70v. El 30 vuelven a escribir: "Recibimos vuestra carta del 23 del presente, en que avisáis de la diligencia que el doctor don Alonso de Hoces, vuestro colega, hito con el arzobispo de Sevilla"7»b., f. /lv . El 13 de junio: ‘'Recibimos vuestra carta del 6 de éste, en que avisáis de la forma en uc se publicó el edicto de gracia en la materia de y. consultado por el Ilustrímo Seftor Inquisidor General, ha parecido oue está muy bien lo que, señores, habéis hecho, como se esperaba de vuestra prudencia y cuidado” : í. 73r.

Alumbrados; ib., (20) Los inquisidores subdelegaron en comisarios la tarea de promulgar el edicto en las villas más importantes del distrito: C artadel tribunalalConsejo, 14 agosto 1623: ANH.: In q.,legajo 2960 s.f.

2

(21) "Y para que haya más publicidad de él y venga a noticia de todos, le haréis imprimir y daréis copia a los prelados de las religiones y a las personas que os pareciere más a propósito” : AHN.: Inq., libro 690, f. 68v. No bastó el reparto; algún librero logrero hizo por su cuenta otra edición en Ubeda. El 22 de aposto 1623 escribe el Consejo al tribunal de Córdoba: "ha parecido que llaméis, señores, al impresor y le multéis por haber impreso el dicho edicto sin licencia de ese Santo Oficio y le quitareis los (ejemplares] que tuviere”: AHN.: libro 602, f. 55v.

Inq.,

(22)

Uso el ejemplar, impreso, que se halla en BN (Madrid), ms. 2440, ff. 412r-417v

(23) La reacción está reflejada en lo que el Consejo escribe el 4 de julio: '*(...) se vie­ ron (...) las declaraciones que en ese Santo Oficio se hicieron por don Antonio Merino, ve­ cino de Sevilla, y doña Beatriz de Pedrosa después de la publicación del to ­ cante a los y otra de Juan Bautista, presbítero, cura de San Bartolomé, y del doctor Juan de Soto (...), y una apología escripia por el maestro fray Domingo Farfán, de la Orden de Santo Domingo, y la carta y dados por el doctor Muñoz Adalid; (...) ha parecido que, en recibiendo ésta, enviéis, señores, a publicar el edicto de gracia a la ciu­ dad de Fuentes por el comisario más cercano que os pareciere, enviando a mandar al doctor Andrés Camero Adalid, comisario de ese Santo Oficio en la ciudad de Fuentes, que no en­ rienda ni se entremeta en ninguna cosa tocante al dicho y al comisario que asi enviáredes de fuera te daréis particular instrucción para que examine en forma al dicho Licenciado Adalid, y que procure averiguar en qué forma se hace la junta de la dicha villa y qué personas concurren en ella y quiñi es el auctor (...1. Y porque en la estafeta pasada se os ordenó (...) que con destreza y secreto procurásedes averiguar si el arzobispo de esa d u ­ dad hizo intimar a las monjas de su obediencia que no hicieran declaradones en la materia del y si hubiere papeles de ello se los entregasen, converná que apuréis, se­ ñores, mucho este punto (...). Y respecto de las contradicciones que dicen hay en esa ciudad sobre esta materia, impugnándose por algunos lo que se ha hecho, haréis, señores, con aten­ ción información de lo que tienen para ello; o si se han hecho o esparcido papeles, los vereis y nos informareis muy particularmente (...]. Y para la defensa nos carece muy a propósito el papel y apología que hizo el padre fray Domingo Farfán, a) cual daréis muchas gracias de parte de Su Señoría Ilustrísima y del Consejo” : AHN.: libro 690, ff. 78v-80r.

edictodegracia

Alumbrados,

Memoriales

edictodegracü,

edictodegracia

htq.,

(24) De esta frase te puede inducir que el corresponsal es dominico; la conclusión, de todos modos, no es apodictica, ya que la carta es anónima. Menéndez Pelayo subraya intencionadamente la cláusula: cf. IV, 248, copiando a Barrantes.

Heterodoxos

(25)

Barrantes II, 371-372.

Ejemplar: Discursos..., (27) Aunque el epígrafe dice D iscursos, se trata en reabdad de uno solo. Lo dedi­ ca "Al Licenciado D. Antonio Covarrubias y Leyva, canónigo provisor y vicario general en (26) A. Farfán de los Godos, Sevilla, en la oficina de Gabriel Ramos Bejarano, 1623 (f. 22v). BN (Madrid), signatura: R/11868.

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Sevilla y tu tierra". Y en las linderas conceptistas de la dedicatoria, dice: “Huyendo acera­ dos filos de las mordaces lenguas, que para asegurar su golpe y hacer presa en sus san­ grientas u n a s , con roce* de serenas, armonía y dulce cántico reciben al navegante en sus trabajos Bien seguro estaré del carador tirano, que tiene por blasón tirar a la cabeza del que la descubre, queriendo la suya sola quede enniesta". ¿Dónde estará seguro? En el refugio o cueva de Dirigiéndose luego le espeta: "No sé, ingenioso lector, cómo ganarte la vo­ luntad, para que con afición leyeres estos discursos". Le parece que el asunto es apetitoso “para el natural del hombre, no tanto por ser en defensa de la religión católica como por enderezar el vuelo contra la secta de los (...). No sé qué tiene ser contra deslum­ brados, que por lo que tiene de contra, tan conforme a nuestra inclinación, amiga de disec­ ciones, despierta el apetito a oir la opinión de los varones contra sus errores [...). Plato te ofrezco, y en que se puede entretener el alma; y platillos entretenidos en discurso de la comida por sainete de tu gusto, con que no críe en t í ocasión de venganza, lo que ha de en­ gendrar compasión y pena. Podrás decirme que para platillos sabrosos han de ser de asado, porque el fuego los dora, sazona y enternece; y que era menester pasar por votos de buenos maestresalas para hacer mesa franca y convidara tan diversos gustos. Podré responderte que desta vez los rus de comer con plumas". Etc, Etc.

Covamabliata s...ctor,

Alumbrados

(28)

AHN.:

btq.,legajo 2960 s.f.

ib. CartadaHocualConsejo,4 set. 1623: ib. (31) BN. (Madrid), ms. 2440, ff. 76r-77v. Otro ejemplar en: Biblioteca de la Real Academia de la Historia: J esuítas,tomo 89, doc. 171. (32) C artadaHocesalConsajo,24 diciembre 1623: AHN.: Jnq., legajo 2961 s.f. (33) C artadattribunalalConsejo, 11 jubo 1623: AHN.: ¡nq., legajo 2960 s.f. (34) Ib . (35) AHN.: In q.,libro 690, f. 91r. (36) En una R elaciónderautaspendientes, 11 jubo 1628, se qle.,menciona como “votado a prisión",que no se ha ejecutado por andar ‘prófugo*: AHN.: ¡n legajo 2965 s.f. (37) AHN.: b tq.,bbro 690, f. 91r. (38) Ib . (29)

‘TOase por 40 días", acotan en el Consejo:

(30)

(39)

Blasco ingresó en las cárceles secretas el 6 de diciembre 1623; Santamaría,

el 18. ¿40) AHN.: Preso el 13.

Inq.,libro 690, f. 92r.

Ib.,

(41) f.93r. Preso el 2 enero 1624.

Ib.,

(43) f. 92v. El 23 enero 1624 ordena el Consejo al tribunal de Sevilla que apure las diligencias del proceso de Diego Ordóñez, cura de Arcos, y lo voten de nuevo: f. 93v.

ib.,

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CartadeHocesalConsejo,24 octubre 1623: AHN.: ¡nq.,legajo 2960 s.f. Cartade]. deUttoa-D.FarfdnalConsejo,7 noviembre 1623: ib. (46) Certa d eHocesalConsejo,4 setiembre 1623: ib. el fogoso inquisidor precise que^ en ese momento, h ib ú 18 causes de Alumbrados" (44)

(45)

testificados suficientemente pare pnsion. Según su perecer, para sustanciar las causas eran necesarias, además de los inquisidores, 20 personas: 10 plumas, 4 teólogos, 4 abogados, 2 fiscales. De hecho, el Conseto envió un fiscal, Martín de le Guerra Panlagua, para que se ocupase de las causes de los Alumbrados; el titular, Antonio de Figueroa, trabajaría en las otras. . (47)

AHN.: Inq., legajo 2960 s.f.

(48)

C^rfd

(49)

Ib.

(50)

Ib.

(51) (52)

de). UVoa-D.FarfdnalConsejo,7 noviembre 1623: ib.

Ib. CartadeHoces'

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tud, y para acreditar juntamente las resoluciones que el Santo Oficio ha tomado y tomare, así en las prisiones como en las condenaciones de éstos (que no todos entienden y alcanzan), convendría mandar: lo primero, que personas doctas, pias y prudentes y ejercitadas en el trato de almas recojan todos los dichos libros [...]; lo segundo, que se recojan todos los papeles, instrucciones, relaciones manuscritas de cuaíesquier ejercicios espirituales, modos de oración, presencia de Dios, revelaciones y cosas semejantes, dándose sobre ello particu­ lar edicto [...); lo tercero, que aquellas mismas personas que dijimos doctas y pias, viendo el edicto de gracia y las calificaciones de las pro­ posiciones que han tenido estas causas, dispongan en forma de ins­ trucción o catecismo lo que acerca de todo-se ha de tener y practicar, explicando y favoreciendo lo bueno, saludable y seguro, reprobando y desacreditando lo malo”. La disertación tjue acabo de extractar es una rara pieza en el pa­ peleo de la Inquisición, por lo común aséptico y aun alérgico a este tipo de análisis. Podrá parecer un poco miope. Con todo, su radio­ grafía del ambiente religioso sevillano resulta extraordinariamente lu­ minosa. Y por lo que a la Noche oscura atañe, insidiosa. Quizá los inquisidores Villavicencio y Portocarrero presumieron que ponían una pica o encendían una lámpara en el Consejo. La Su­ prema, escarmentada y amurallada, les respondió con un corte: dé­ jense de lo que no les incumbe -disertaciones de alta mística, proyectos problemáticos— y dediqúense a lo suyo, que es "sustan­ ciar” los procesos pendientes (43). En verdad, las "causas de los Alumbrados” eran muchas y urgía terminarlas. 5. Las sugerencias del maestro Farfán No había pasado un año desde que los inquisidores Villavicen­ cio y Portocarrero enviaron su disertación extrajudicial (9 setiembre 1925), y ya la Suprema tiene sobre el tapete otra insidia sobre el “libro llamado vulgarmente Noche oscura". Mas que una insidia, es un pliego abierto y acusador. Lo firmó el maestro Domingo Farfán, O.P. en Madrid, 4 de mayo de 1626. Se hallaba allí de paso, y el In­ quisidor General le pidió algunas sugerencias “en orden a la buena dirección de las causas de los Alumbrados de Sevilla y su buen despa­ cho” (44). El maestro Farfán conocía el asunto, pues residía en Se-2 5 7 9

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villa, era “maestro” en teología y se había ocupado, por encargo del Santo Oficio, de desenmascarar la peligrosa secta. A ruegos, pues, del Inquisidor General pergeñó un extenso Memorial, en el que incluyó una denuncia razonada del libro. Farfán, a vueltas de razonamientos y datos, nos mete en el mundo religioso sevillano. Oe ahí que su escrito resulte tan interesante —tan revelador—, aunque a la postre no podamos compartir sus puntos de vista. A juicio de Farfán, el libro estaba ya virtualmente vedado por el edicto de gracia; la norma general del edicto obligaba, bajo penas gra­ ves, a manifestar y exhibir los libros, cuadernos, cartapacios, etc. que contuviesen alguna o algunas de las proposiciones puestas en entredi­ cho. Ahora bien, arguye Farfán, el “dicho libro contiene tres proposi­ ciones” de las condenadas: la 17, la 36 y la 43. Sobre todo ésta, que “está con las mismas palabras y los mismos términos” en el edicto y en el libro. El argumento es terrible. Revela, además, que los teólogos que elaboraron el edicto —¿no fue Farfán uno de ellos?— tuvieron delante el libro. Téngase en cuenta que el edicto se preparó y se pro­ mulgó para descubrir “los errores y delitos de los Alumbrados de Se­ villa” . Si estas premisas son ciertas, y lo son de todas a todas, la con­ clusión de Farfan es contundente. Y para que no haya dudas, facilita el cotejo textual copiando ad pedem litterae la proposición 43 del edicto y las palabras del libro. Sin embargo, nos alivia a renglón seguido con una confidencia: el asunto se trató a puerta cerrada en el tribunal, y se optó por una interpretación blanda del edicto en el caso del libro. “Conforme a la regla del edicto, diciendo que no hay regla que no padezca exceptribunal de la Inquisición de Sevilla declaró piadosamente la dicha regla del edicto, diciendo que no hay regla que no padezca excep­ ción, y que asi, por estar el dicho libro aprobado por toda la universi­ dad de Alcalá de Henares, y ser un libro muy estimado y de un autor muy acreditado en virtud y santidad, que se había de presumir no entenderse el rigor de la dicha regla con un libro como ése, hasta tan­ to que el libro se mirase muy de espacio y se calificase todo lo que en él se hallare digno de calidad y censura, y entonces se mandaría por edicto particular lo que pareciese más conveniente acerca del dicho libro. Y en este estado se quedó hasta hoy el dicho libro y corre co­ mo antes”. Lo que Farfan no aclara es si la interpretación mitigada o de ex­ cepción de la norma del edicto general se debió a una ‘orden’ del -258

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Consejo, o fue una actitud espontánea de los inquisidores sevillanos. Ya hemos visto lo que a cuenta del libro se coció en el Consejo, y la “censura” apologética de Ponce de León. Es muy probable que la iniciativa partiese del Consejo. En este caso, Farfán no se habría ente­ rado, y desde luego no da señales de saber nada. La ley del secreto se guardaba estrictamente de ordinario en el Santo Oficio, y los inquisi­ dores no solían decir a sus ayudantes más de lo necesario. Farfán estaba, pues, a oscuras y sin conocimiento de lo ocurrido entre bastidores. Por eso su exposición es más fresca e ingenua. Va a lo suyo, y no maneja más datos de los que su leal saber y su celo y su experiencia le proporcionan. Sabe, por ejemplo, que el “libro tiene contra sí en la Inquisición de Sevilla algunas denunciaciones que han resultado después ae la pu­ blicación del edicto de gracia [9 mayo 1623) tocante a los Alumbra­ dos, por cuanto la doctrina del dicho libro tiene mucho sabor de doc­ trina de Alumbrados”. Y fiel a su experiencia y a su programa, se ha afanado en el cote­ jo de la doctrina del libro con la doctrina de los Alumbrados de Sevi­ lla. El resultado es desolador: una de dos, o los Alumbrados han estu­ diado el libro, o el libro se sacó de la doctrina de los Alumbrados. “ Esto segundo no es; luego será lo primero” . La absurda y meticulosa faena de cotejar la cumple Farfán con una seriedad admirable: “Y pa­ ra que se vea claramente lo que digo, tengo sacadas 50 proposiciones del libro, las cuales he cotejado muy de espacio con las proposiciones del edicto de gracia de Sevilla, y he hallado 10 proposiciones, que no sólo en sustancia, sino en el modo de palabras y lenguaje son del mis­ mo libro, unas claras y manifiestas formal y expresamente, y otras no tan expresas, pero virtualmente vienen a tener el mismo sentido. Item, las dichas 50 proposiciones del libro la he cotejado con las pro­ posiciones de los Alumbrados de Sevilla, que se han calificado, y ha­ llo también muchas de ellas que son las mismas del libro. Item, con el edicto de los Alumbrados de Toledo —que llaman los dexados (45) —he cotejado las dichas 50 proposiciones del libro, y he hallado ocho de ellas, condenadas en el mismo edicto". Farían trabajó, como se ve, disponiendo de un precioso material y aplicando unos criterios tucioristas o rigoristas. Nos da, por añadidura, algunos datos ambientales y procesales muy curiosos: “el fiscal del Consejo tiene en su poder el dicho libro, donde están notadas y rayadas las dichas 50 proposiciones; y, además -259

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de eso, le dejo también en su poder un traslado de mano, donde están sacadas y trasladadas las dichas SO proposiciones, para que las haga calificar” . No hay indicios de que el fiscal moviese un dedo. Aunque Farfán no lo supiese, ya el fiscal tenfa una calificación que valfa por mil, contrastante y clarificadora: la del catedrático de Salamanca, Basilio Ponce de León. Todavía hace Farfán otras sugerencias: conviene, apunta, que la Inquisición de Sevilla califique también las 50 proposiciones que él ha entresacado del libro; y, en fin, se revuelve -dando una mano a Villavicencio y Portocarrero— contra los libros de mística teología en romance: “Y cuanto el dicho libro no tuviera contra sf más que andar en romance una materia tan subida de punto y tan oscura, que tuvo mucho que hacer y estudiar santo Tomás en declarar a san Dionisio Areopagita sobre estas materias en el tratado De divinis nominibus, bastaba para que fuese prohibido en romance; y si hubiese de correr, corriera en latín. Y éste es el parecer que dan los muy pia­ dosos defensores y aficionados del dicho libro". Farfán no se incluye entre los piadosos, sino entre los rigurosos censores: “yo digo que también en latín fuera peligroso”, porque “es menester, cuando se va leyendo, ir juntamente declarando lo que quiere decir” . Cita como espécimen las páginas 330 y 393, corroboración de que tiene el libro delante y de que, en efecto, no lo entiende. Farfán termina su alegato con una “breve y compendiosa “ ra­ zón”, y la refuerza por una doble via: en primer término, por la pro­ posición 12 del edicto contra los Alumbrados de Toledo (46); en segunda instancia, por la autoridad “de todos los doctores místicos” , incluidos los de la Orden del “religioso autor” del libro. ¿Quiénes? El maestro Gracián y... Santa Teresa (47). El inesperado enfrentamiento de la Madre y del primogénito nos produce escozor de ironía y de sofisma. La presunta “oposición” doctrinal entre ambos choca con la argumentación de fray Basilio Ponce de León, que había insistido precisamente en la “identidad” , en la armonía (48). ¿Qué dijeron los señores de la Suprema? Probablemente, nada. Quizá se asomó una irónica sonrisa a sus ojos. Los calificadores se contradicen. ¿Qué van a decir los jueces? Su realismo jurídico se preocupaba más de la lenta marcha de las “causas” de los Alumbra­ dos presos que de pleitos doctrinales (49). El de la Noche oscura ha­ cía tiempo que estaba fallado. Era mejor, por tanto, dejarlo dormir y no meneadlo (50). - 2 6 0

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NOTAS (1) Nadó en Fontfveros (Adía), 1542; murió en Ubeda (Jaén). 14 diciembre 1591 Desde 1578, cuando se fufó de la cárcel toledana, ririó en Andalucía: Baeza y Granada fueron las ciudades donde residió más. La mayor parte de sus obrss las redactó en Granada. En Baeza, 6 julio 1581, escribe: •‘más desterrado estoy yo y solo por acá; que después que me trafó aquella ballena [* la prisión] y me vomitó en este extrafio puerto, nunca más mere* cí verla [■ a “nuestra Madre" Teresa de Jesús], ni a los santos de por allá": Madrid, BAC, 1964, p. 971.

Obras, (2) Cf. A. Huerga, S antaTarttadaJesúsenet infierno' deSevilla: "Teología espiritual” 26.1982, pp. 229-250. 1581 a 1600: cf. Eubel III, 211; A. Cotarelo, E JcaI,rd382-384. enalD.Rodrigode Castro,2(3)vol.,DeMadrid, 1946; A. Orive, Garfeo O sario,Rodrigo:DHEE (4) O bras,Madrid, BAC, 1964, pp. 973-974. (5) Cf. Crisógono de Jesús, V idadesmi Jubarnasd,epp.laC rus.Revisión del texto postu­ mo y notas críticas por Matías del Niño Jesús, en O 249 s ("Por los caminos , 3. (89) C artadelConsejoaltribunal, 5 junio 1624: AHN.: Inq.,libro 690, f. 107v. (90) Cf. m fra,p. (91) Cf. m fra,p. (82)

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(92) El 26 mayo 1627 pidió e) Cornejo noticias sobre el estado de la causa del Li­ cenciado Qistóba) Blasco, beneficiado de Santa Lucía,y sobre los motivos de tan larga dila­ ción en despacharla; el tribunal contestó: se ha ido sustanciando poco a poco, porque tenía más de 60 testigos y fue menester calificar lo que había enseñado;dio,además,“memoriales muy largos" en defensa propia; ai fin, el 12 setiembre 1626 se votó en definitiva y se remitió al Consejo en 459 hojas. "Todo este tiempo fue necesario para sustanciar causa tan larga y para ir esperando que caminasen las causas de sus cómplices, por lo que de las unas resultaba para las otras"; sucedió, además, la inundación del Castillo y el traslado de la Inquisición a nueva sede. El 17 noviembre fue remitido el proceso a Sevilla, mandando que. "con asistencia del reo, su letrado" vea los memoriales que dio en 36 hojas "de metra muy menuda": Corta del tribunal al Contejo, 8 junio 1627: AHN.: Inq., legajo 2964 s.f. (93)

Carta del Contejo al tribunal, 17 noviembre 1626: AHN.: Inq., libro 690, f.

213r-v. (94) Cf.

supra,nota 92.

(95) A Don Andrés Pachecho (1622-1626) sucedió en el carao de Inquisidor Gene­ ral el arzobispo de Burgos y cardenal Antonio Zapata (1627-1632): cfTDHEE 11,1200.

Inq.,libro 690, f. 233v. Ib..f. 236v. (98) Ib ., f. 277v. (96) AHN.: (97)

(99) ib., f. 294r.

CartadelContejoaltribunal, 21 nov. 1623: AHN.: htq.,libro 690, f. 1823 btfra,p. (102) AHN.: h tq.,legajo 2965 s.f. (103) Cf. m fra.p. (100) Cf. (101) Cf.

(104) ib., p. (105)

CartadelContejoaltribuna/, 29 octubre 1624: AHN.: Inq.,libro 690, f. 120r.

(106) Cf. fb., ff. 92v*93r.

CartadelContejoaltribunal,21 enero 1624: ib., f. 93r. CartadelContejoaltribunal,23 enero 1624: ib., f. 93v. (109) C artadelContejoaltribunal,4 octubre 1623: ib., f. 85r. (107) Cf.

(108) Cf.

(110) Cf.ib., f. 106v. (111) Cf.ib., f. 110t.

tinfra, p. Inq.,legajo 2965 s.f. (114) AHN.: h tq., libro 690, f. 277v. ( 11 2 ) C

(113) AHN.:

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(115) Gregorio Marañón, E¡ Conde-Duque de Olivares, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1950, p. 127. (116) ib., p. 134. (117) Se conserva en: AHN.: Inq., legajo 2960 s.f. (118) AHN.: Inq., libro 690, f. 168v. (119) Cf. ib., ff. 78v,etc. (120) La intención de los inquisidores de Sevilla, que habían determinado prenderlo fulminantemente antes de que se enterase y “ausentase” , fracasó, pues el ermitaño ya había huido cuando llegaron en su busca: Cartas del tribunal al Consejo, 15 octubre y 25 dic. 1625: AHN.: h q ., legajo 2963 s.f. (121) Carta y cartel en: AHN.: Inq., legaio 2963 s.f. En 1625 Juan García de Polanco publico en Madrid, en casa de Diego Flamenco, una Memoria de las misas que en sus testamentos y por las ánimas del¡ por n gravísimos o devociones particulares se dicen; copia o extracto en : , ms. tf. 42-45;*estudio de I.L. González Novalín, Misas supersticiosas y misas votivas en la piedad popular del tiempo ae ¡a reforma, en “Miscelánea José Zunzunegui”, vol. II, Vitoria, 1975, pp. 1-40. (122) AHN.: Inq., libto 690, f. 216r. (123) AHN.: Inq., le a jo 2965 s.f. Otra prueba de que el negocio había “fenecido” o estaba a punto de “fenecer” la ha­ llamos en la pregunta del Consejo al tribunal sobre si era necesario que Panlagua continuase en Sevilla. Los inquisidores respondieron el 11 enero 1627: “tiene aquí muy poco o nada que hacer”, ya que las causas de los Alumbrados están casi acabadas, y se basta y sobra el nscal titular, Antonio de Figueroa, “ayudado de cuatro religiosos de Santo Domingo” que actualmente asisten “y tienen bien entendido” el negocio: AHN.: Inq., legajo 2964 s.f. Por su parte, el Dr. Martín de la Guerra Paniagua escribe a) Consejo el 9 de febrero 1627 que estaña de partida para Cartagena de Indias cuando recibió aviso urgente de venirse a Sevilla a trabajar, “con salario de 6 scal” en las causas de los Alumbrados. Anora se iría con gusto a ejercer ae inquisidor en Llerens: ib. (124) Juan A. Llórente, Historia crítica de la Inquisición de España, Madrid, impren­ ta del Censor. 1822, t. VIII, p. 111. (125) Cf. ib., t. X, p. 99. (1261 El inquisidor Femando de Andrade, por ejemplo, se ocupó de hacer la “visita" al tribunal (documentación en AHN.: Inq., legajo 2965); y Portocarrero se dedicó a una fae­ na cultural: la recopilación de los privilegios y decretos inquisitoriales, para lo que se le auto­ rizó a trasladarse a Madrid, 6 octubre 1629 (ib). Subrayemos que en estos años el Consejo dio señales de interés por la reorganización de los archivos propios: cf. AHN.: Inq., libro 369, ff. 258v-259r. Sólo dos inquisidores —Juan Ortiz de Sotomayor y Juan Zapata de Figueroa— figuran en los documentos con plena dedicación a las tareas específicas, es decir, a los procesos en la sede sevillana. (127) El 24 de julio de 1629 se celebró auto particular en la iglesia parroquial de San Marcos, con 14 reos: 8 reconciliados por la secta de Mahoma, 1 por la ley de Moysén, 1 por decir que estar amancenado no era pecado, 2 por casados dos veces y 2 por falsificar documentos; y el 16 de setiembre del mismo año, otro autillo con 6 reos, por delitos menores y penas relativamente leves (documentación en AHN.: Inq., legajo 2966).

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CAPITULO XII PERSPECTIVAS 1. Horizonte abierto El informe del Tribunal de Sevilla al Consejo, de 11 de julio 1628, decía que las causas de los principales Alumbrados estaban ya “fenecidas” o acabadas, y que el resto se “determinará” por la via rápida y blanda (1). Los inquisidores dan la sensación de que la plaga religiosa ya no les preocupa, el fuego alumbradista está dominado y, en el peor de los casos, sólo quedan residuos o algún que otro brote nuevo, sin pujanza ni esperanza. No me propongo escarbar en esas cenizas, ni desmochar analíticamente los procesos restantes. Fijé la raya cronológica de esta obra en 1630, y no voy a pasar de ese mo­ jón. Tampoco volveré la cabeza para contemplar el largo recorrido. Pero sí me parece oportuno otear, desde la cima de 1630, el horizon­ te: ¿qué está ocurriendo en los contornos sevillanos, qué suerte o si­ no le aguarda en el futuro a la herejía del misticismo español, a ese cáncer que lo acompaña y lo afea y que tan tenazmente pervive y aflora? Situados en la cima cronológica de 1630, el lector y el escritor pueden tender la mirada a un horizonte abierto para columbrar los puntos álgidos y vivos de otras manifestaciones de la plaga alumbra­ dista, fuera ya y más o menos lejos de Sevilla. A mi leal ver, en cerca­ nía cronológica y geográfica se distinguen, echando chispas, dos in­ quietantes tocos: uno en la confusa y convulsa Corte de Felipe IV, otro en la feracísima huerta religiosa de Valencia. Y en lejanía, tam­ bién geográfica y cronológica, la llamarada, alta y conturbadora, de Molinos a orillas del Tíber. El azar llevará del Tíber al Guadalquivir la antorcha del alumbradismo, camuflado ya de molino sismo. -3 4 0 -

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Cuatro, pues, son los retoños alumbradistas que se columbran en el horizonte. No voy a estudiarlos, para no pasarme de la raya de 1630, pero sí convendrá señalarlos sumariamente, indagando, en cuanto sea posible, sus raíces o sus entronques o sus injertos en la “tradición” alumbradista sevillana. 2. De Sevilta a Madrid: tas monjas de San Plácido El agudo ojo clínico del Doctor Gregorio Marañón diagnosticó certeramente el ambiente religioso de la Corte de Felipe IV: "Graví­ simo problema era entonces, escribe, la facilidad con que al lado de la verdadera fe religiosa crecían todas las supersticiones, milagrerías y alucinaciones, desde las de apariencia más razonable hasta las más absurdas. Y a su lado crecían también, porque es planta que vive en idéntico clima espiritual, la más disparatada creencia en toda clase de hechicerías. Apenas hubo gentes en aquellos años tristes de la deca­ dencia espiritual que acertasen a liberarse de esta plaga, entonces uni­ versal” (2). Víctimas y actores y de esos achaques fueron Felipe IV y su valido el Conde-Duque de Olivares. Y epicentro del morbo ge­ neralizado fue el novísimo convento de San Plácido (3). “ En el mun­ do de la leyenda, el reinado de Felipe IV está simbolizado por tres grandes sucesos románticos: los amores de la Reina Isabel con el conde de Villamediana; los del Rey Felipe IV con una actriz, la Calderona, de los que surge un héroe, Don Juan de Austria; y las aventu­ ras, entre lascivas y sacrilegas, del Monarca pecador con las monjas del convento de San Plácido, que tienen el auténtico sello nacional del donjuanismo y en las que sirve de tercero nada menos que el Conde-Duque, su Privado y primer ministro”. Marañón observa judicativamente a renglón seguido: "Seguramente falsos son los devaneos de la Reina y el poeta Villamediana. Certísima la historia de la comedianta y el Rey. Y en el proceso de San Plácido la realidad está tan mezclada con el delirio de una fanta­ sía popular, sensual y pervertida por la represión, capaz de pasar, sin darse cuenta, de la pura verdad a lo m onstruoso, que es difícilísimo el proceso de separación de ambos" (4).

Prescindiendo de las dos primeras leyendas o historias —que no son de nuestro caso-, la tercera requiere peculiar atención. Procura­ -3 4 1

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ré, en primer término, releer el análisis, tan fino y penetrante, de Marañón. Después, añadir algunos datos valiosos que él no conoció o no tuvo en cuenta. 1°) La historiografía suele confundir, al contar los sucesos de San Plácido, dos episodios totalmente distintos: el romántico o legendario de las presuntas aventuras eróticas, a las que se dio con más fervor que a las de gobierno, de Felipe IV; y el dramático y verdade­ ro del morbo alumbradista que prendió y casi asoló el monasterio. De éste, que es el que nos interesa, escribe Marañón: “ El primer acontecimiento escandaloso ocurrió el año 1628 y fue un típico episodio de la secta de los alumbrados o iluminados, según la cual el hombre que la profesaba, generalmente cura o fraile, debía ju n ­ tarse con diversas mujeres santas para engendrar en ellas profetas. Esta era la esencia de la doctrina'*.

Es discutible el aserto. Mas prosigamos escuchando o releyendo; “ A favor de la corrupción de costumbres del siglo XVII, la secta tuvo peligroso auge. Pero más que verdadera heterodoxia era el alumbramiento, en muchos casos, treta con que seglares o frailes libidinosos embaucaban a mujeres simples, con frecuencia monjas, haciéndolas creer, en provecho de su lascivia, que los pecados, sobre todo los sexuales, eran gratos a Dios. La Inquisición persiguió duram ente a estos herejes o cínicos, y en varios de los autos de fe ae la época figuran reos de tal pecado con diferentes penas. De este último orden de personajes, más cínicos que heterodoxos, era, sin duda, Don Francisco García Calderón, prior y confesor de las m on­ jas de San Plácido. Tenía cincuenta y seis años, lo cual hace menos excusa­ ble su desenfreno. Abusando de la enorme autoridad que tenía sobre las monjas, empezando por la priora. Doña Teresa de la Cerda, provocó o contribuyó a provocar en ellas una verdadera epidemia de histerismo que alcanzó a veinticinco de las treinta pobres mujeres que com ponían la co­ munidad, algunas casi niñas. No hay que decir que este desequilibrio colec­ tivo fue diagnosticado por el propio médico del convento como caso indu­ dable de posesión del demonio. Creyeron las infelices, de la mejor buena fe, que estaban poseídas, principalmente, por un diable feroz llamado el Peregrino raro, y ellas mismas describen los fenómenos nerviosos y visiones que experimentaban, en sus declaraciones a la Inquisición. Son documen­ tos clínicos de insuperable interés que aquí no serían oportunos. Creyén­ dose endemoniadas, se prestaban a los conjuros y maniobras exorcistas del fraile, que evidentemente satisfacía en ellas ese instinto de dominación, reprimido en muchos hombres fracasados, que, al fin, se sacia en condicio­ nes anormales. Enterada la Inquisición, íúeron encarcelados y conducidos a las prisiones secretas de Toledo el confesor y todas las monjas endemo-

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U N IV E R S IT Y O F C A L IF O R N IA

nudas. Las sentencias recayeron en 1630, y fueron misericordiosas, tenien­ do en cuenta los delitos que en ellas parecen confirmados, pues condenan a Don Francisco a encierro perpetuo en un convento y a Dofia Teresa tan só­ lo a permanecer cuatro años en el convento de Santo Domingo el Real de Toleao. Las demás monjas fueron repartidas por diferentes monasteros. Es evidente que la Inquisición, llevada de su celo contra estas graves anomalías, se equivocó en esta ocasión. Las monjas eran inocentes ae he­ rejía. Ya en 1637 suscribieron un docum ento de profunda protesta de or­ todoxia; y Doña Teresa de la Cerda otro de exculpación, que dio por resul­ tado una sentencia absolutoria el año siguiente de 1638. El estudio del proceso produce escalofrío porque demuestra la ab­ soluta falibilidad del testimonio de los reos cuando están presionados por el terror y por la mala fe de los acusadores. La pobre Dofia Teresa, débil, enfermiza y aislada del mundo, se dejó envolver en sus primeras declaradones por un juez malintencionado, que era enemigo ae Don Francisco García Calderón. Y así se llegó a un error judicial, que no fue más grave porque la Inquisidón era inteligente y sus jueces debieron leer en el aire de nifta histérica de k pobre Dofia Teresa la verdad que m entían sus pro­ pias declaraciones firmadas” (5).

Ultima observación, reiterando su asombro y su sinceridad de juicio ante la ‘revisión’ del proceso y la ‘absolución’ de las monjitas: “Y es preciso reconocer de nuevo la enorme superioridad del Tribu­ nal de la Inquisición, en estos asuntos, frente al sentir popular, e incluso frente a la credulidad de las Ordenes religiosas. Con verdadera severidad perseguía tales ridiculeces y fanatismos, e hizo, en este sentido, un innega­ ble bien al alma nacional. Desgraciadamente, sus jueces eran incapaces de comprender que se trataba, casi sin excepción, no de delitos contra la fe, sino de meros fenómenos morbosos” (6).

2) Los procesos de las monjas de San Plácido son índice de la hipersensibilidad alumbradista de la época. Madrid, Villa y Corte, centro geográfico de la nación, era a la vez refugio de Alumbrados huidos —recuérdese a Jorge Belmar (7)—, zona neurálgica del morbo y punto al que convergían las noticias de todo el país y de donde emanaban las órdenes inquisitoriales. Madrid era, en efecto, sede del Consejo Supremo del Santo Oficio. Y en Madrid se vive y se decide el fenómeno alumbradista con peculiar intensidad, ora se trate de los procesos sevillanos o valencianos, ora de simple miedo a la infección alumbradista. Una prueba palmaria de la inquietud que se había apoderado del ambiente la hallamos en un curioso documento, cocido en el conven­ -34 3

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to de San Felipe y datado el 20 de enero de 1624. “ Habiendo considerado el peligro en que los Alumbrados van po­ niendo nuestra nación, en particular esta Corte, y atendiendo que si no rompen la fe [...], la manchan, la implican y la en trip an de manera que apenas nos dejan conocer cuál sea la verdadera virtud [...], Ha parecido a la ju n ta de reformación de San Felipe dar algunas advertencias breves para que sean conocidos los profesores de esta secta” .

Casi medio centenar de “señales” da la junta. Y, por si fuera poco, añade: “ Y porque es materia de gran consideración, se prom ete segunda parte, en que se pondrán señales para Alumbrados ocultos, cuyo conoci­ miento es muy d in cultoso” (7).

No he averiguado si la junta cumplió o no su promesa. Mas, sin entrar ni salir en un juicio sobre el valor de esas señales, resulta evi­ dente que la Corte estaba ‘sensibilizada’ al fenómeno alumbradista y que el miedo al contagio cundía. De ahí que la junta procure aler­ tar a sus socios. Hay otro hecho no menos sintomático, esta vez a escala del gran público: en 1623 se puso a la venta en Madrid un libro titulado: Resolución de la contemplación... para confundir la falsa doctrina de los torpes y desvanecidos Alumbrados (8), del que era autor, según la portada, fray Leandro de Granada, benedictino. José A. Moreira de Freitas Carvalho demostró no hace mucho que se trata de una reedi­ ción de Luz de las maravillas, publicado en Valladolid en 1607 (9). Con todo, el nuevo epígrafe no deja de entrañar oportunista significa­ ción. Se trata, sin duda alguna, de levantar un dique a la epidemia. Y quizá de curarse en salud. El autor, fray Leandro de Granada, es un entusiasta propagandista de las revelaciones de Santa Gertrudis (10). Ha vivido, además, en Sevilla (11), y conoce lo que allí se guisa y la campaña represiva que el Consejo ha iniciado con la promulgación del Edicto. No es, por consiguiente, de extrañar que intente curarse en salud, cambiando el epígrafe Luz de las maravillas por el de Confusión de los Alumbrados, poniéndose decidida e inequívocamen­ te, al menos en público, en la acera de los inquisidores, es decir, ali­ neándose en la ortodoxia antialumbradista. La dedicatoria al CondeDuque alude al “escándalo que han causado los torpes y desvanecidos -344

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A lu m b r a d o s la censura aprobatoria, escrita por Pedro de Amoraga, juzga que el libro es muy útil para “desarraigar algunas herejías de Alumbrados que comienzan a retoñar en estos tiempos” ; en fin, el antiguo prólogo se sustituye con un elogio o apología, de fray Lucas de Montoya, que la emprende también contra los Alumbrados, cali­ ficándolos de tenebrosos, necios y torpes (12), y pone por las nubes a fray Leandro y, por supuesto, a su libro. Ignoro el impacto que Confusión de Alumbrados produjo en la Corte. Lo que se desprende a simple noticia del hecho es su oportu­ nismo y quizá su intención de salvar el libro de una temida condena. Pero hay un dato todavía más interesante que los dos referidos: se sospechó que el principal protagonista y responsable del histeris­ mo alumbradista que invadió el convento de San Plácido tenía raíces en Sevilla. De ser verdad, nos encontraríamos ante un curioso fenómeno de transmigración en un momento propicio a la fuga: el de la persecución. El Santo Oficio se decidió a actuar con mano de hierro contra la epidemia alumbradista sevillana, como hemos visto. No han ‘fenecido’ del todo las causas de los Alumbrados de Sevilla y ya lo vemos atareado en extinguir el inquietante foco que, inespera­ damente, surge en el madrileño convento de San Plácido. El peso de la responsabilidad recaía no en las conturbadas mon­ jas, sino en el padre y maestro fray Francisco García Calderón. Los inquisidores se percataron pronto de esta circunstancia. Lo que no veían con nitidez era si el reo obró por cuenta propia o si no había hecho más que trasplantar la mala hierba de Sevilla a Madrid. La pes­ quisa inquisotiral se movió en dirección a Sevilla. Y por doble vía, señal de que García Calderón tuvo algún antecedente sevillano. El 17 de mayo de 1628 escribe el Consejo al tribunal de Sevilla preguntan­ do si hay allí alguna cosa contra García Calderón “en causas de Alumbrados" (13). Diez días más tarde insisten, pidiendo informes indirectos: es decir, si hay en Sevilla alguna acusación de “Alumbra­ da” contra “Doña Clemencia” , hija espiritual de García Calde­ rón (14). El Consejo trató de llegar a las raíces genéticas del asunto de San Plácido por otra pista paralela: se rumoreó en Madrid que había venido de Sevilla un religioso de San Benito con el propósito de en­ tregar al Santo Oficio algunos memoriales acusatorios; nadie dio una pista segura y, por supuesto, no consignó la acusación. Al parecer, el contenido de los memoriales se refería directamente a las monjas -345

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de San Plácido. El Consejo ordena al tribunal de Sevilla que instruya un proceso inmediato al religioso, del que no saben más que pertene­ ce a la comunidad de Santo Domingo de Silos de Sevilla y que se lla­ ma Fulano de León. En la carta incluyen un interrogatorio y, lo que es más sorprendente, la orden de encerrarlo en las cárceles secretas en el caso que se enconche en la negativa (15). La falta de identifica­ ción del religioso contrasta con la perentoria, drástica medida. Los inquisidores de Sevilla, obedientes, citaron a la audiencia a fray Diego Ponce de León, y a las capciosas preguntas respondió tan cumplida­ mente que optaron por sobreseer el asunto: se habían equivocado; no era fray Diego el que estuvo en la Corte, sino otro, que se apellidaba también de León, y no era un anónimo Fulano, sino fray Alonso. Fray Diego deshizo el pintoresco equivoco y dio una pista segura: fray Alonso de León es un monje al que gustan más los viajes que la tranquila quietud monástica, renunció al honroso cargo de abad y viajó a Roma y estuvo “este año por cuaresma en Madrid” ; luego, por Semana Santa, bajó a Sevilla. En el monasterio comentó, según testifica fray Diego, que la Inquisición andaba averiguando las ‘cosas’de fray Francisco García (Calderón), “morador en San Plácido”. Indudablemente, el Consejo husmeaba los pasos de fray Alonso, no los de fray Diego. Los inquisidores sevillanos, Ortiz y Portocarrero, convencidos de la ingenuidad y sinceridad de fray Diego y, como quien no le da importancia ya al asunto, le preguntan “si sabe o ha oído decir que el dicho fray Alonso de León supiese cosas en particu­ lar de la oración y espíritu del dicho fray Francisco García” ; a lo que respondió: “sólo sabe que los dichos fray Alonso de León y fray Francisco García han sido amigos, compañeros y conventuales mu­ chos años, y que sabe mucho el uno del otro, y que el dicho fray Francisco García fue maestro de novicios del dicho fray Alonso” (16). El Doctor Marañón supone que fray Alonso era un “perverso fraile” y acusó a García Calderón “por enemistad” personal y “quién sabe si por envidia de su situación de semisultán del convento y de su clientela de exaltadas” monjitas (17). Del testimonio de fray Diego no se infiere nada de eso. Más bien nos da la impresión contraria. De todas maneras, las raíces sevillanas de García Calderón —y, por u n to , del trasplante y drama de las monjas madrileñas- quedan al descu­ bierto en esta serie de episodios. Es lo que nos interesaba ‘fijar’ en el horizonte, oteándolo desde Sevilla. -346

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3. La floración alumbradista de Valencia En el panorama del Atumbradismo español de las primeras déca­ das del siglo XVII divisamos también una lozana floración en Valen­ cia; no es un injerto o un trasplante del vivero sevillano; algunas semi­ llas procedían de Extremadura, donde se formó el primer grupo y de allí, por ley de fuga, se irradió a la Alta Andalucía, a Sevilla y a Le­ vante (18). En Valencia el fenómeno alumbradista reviste formas de barro­ quismo desaforado, apasionado. De su cáscara y de su meollo me ocupé en otro lugar (19). Aquí solamente quiero indicar que el fenó­ meno de los Alumbrados de Valencia fue paralelo cronológicamente al de Sevilla y muy afines ambos en cuanto a contenidos. La Inquisi­ ción de Valencia, espoleada y controlada por el Consejo, actuó con discreta intensidad, quizá porque el clima religioso era más suave y los Alumbrados no de mucho medro. Sin embargo, poco a poco se fraguó una clamorosa tempestad, que tuvo por protagonista a un muerto —Mosén Simó— y a algunos vivos; y en la banda acusadora, a los inquisidores, a los predicadores y al arzobispo. Por lo encarniza­ do de la lucha, tendrán que intervenir el rey y el papa (20). El ambiente religioso de la Valencia de principios del siglo XVII se caldeó hasta el incendio. Militan en pro o en contra personajes de prestigio, no solamente clérigos oscuros o beatas exhibicionistas. Rea­ parecen en el escenario valenciano, por ejemplo, viejos actores de esta historia, como Jerónimo Gracián (21) y Miguel de Fuentes (22). Otros, en cambio, son nuevos. El más destacado, o el que paga mayo­ res costas y sufre más amargas heridas, fue Antonio de Sobrino. No acabó en la hoguera, pero sí en el exilio (23). Como nos sucedió en Baeza y en Sevflla, también se puede ras­ trear la “pasión religiosa” valenciana de estas primeras décadas del si­ glo XVII en libros, manuscritos o impresos. Se trata de un patrimo­ nio literario muy rico e interesante, en el que se reflejan no sólo la “pasión", sino también las “ideas” . La documentación inquisitorial, con su típica tara o rémora, puede, por tanto, contrastarse con la do­ cumentación literaria. La pluma, vehículo estupendo para plasmar las ideas, sirvió también de espada para ‘defender’ o para ‘combatir’ en el campo de la espiritualidad. Sobre todo para ‘combatir’ el Alumbradismo, presunto o real, que pululaba en Valencia a principios del siglo XVII. En el ataque contra los Alumbrados valencianos se distin-3 4 7 -

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guieron, pluma en ristre, algunos dominicos. Baste aquí mencionar a Juan Gavastón ( t 1623), autor de una ‘biografía negra* de Mosén Simó y de un magnífico comentario al Tratado de la vida espiritual, de San Vicente Ferrer (24); o a Tomás de Maluenda ( t 1628), “bió­ grafo” del Anticristo (25). Desde Sevilla, pues, y anclados en 1630, columbramos un foco de Alumbradismo en Valencia. Un foco “apasionado”, fértil, estu­ pendo, florido. La documentación literaria es en extremo rica y per­ mite el contraste con la documentación inquisitorial. Para colmo, en la religiosidad valenciana se injertó Miguel de Molinos, que la va a trasplantar a Roma y a convertirse en el corifeo del más ilustre des­ cendiente del Alumbradismo hispano: el quietismo. 4. Miguel de Molinos en Roma De Miguel de Molinos (1628-1696) nos interesan aquí y ahora -Sevilla, 1630—solamente dos o tres aspectos: su “inserción” en el mundo religioso valenciano, su “vaciamiento” del mensaje sanjuanista y, en definitiva, su “entronque” con el tradicional Alumbradismo español. Los estudios recientes de Robres Lluch (26) y de Sánchez Castañer (27) han puesto a plena luz las rafees valencianas de la espiri­ tualidad de Molinos. No es necesario insistir en este punto, pero sí es conveniente subrayarlo: se trata de una pista luminosa para aproxi­ mamos al misterioso mundo del más famoso y enigmático “hereje” europeo (28) del siglo XVII. Más peliagudo, por ser más solapado y sutil, resulta su “vacia­ miento” del mensaje místico sanjuanista. La gala de textos de San Juan de la Cruz que Molinos incluye en su sistema ha dado pie a al­ gunos ensayistas para opinar que la Guía espiritual, maravilla litera­ ria, es un libro ortodoxo. Este juicio, de índole teológica, se ha ido generalizando, especialmente en nuestros días, a la vez que se echa tierra sobre los comportamientos éticos de Molinos. Por poca credibi­ lidad que se dé a la documentación, es imposible evadirse: personal­ mente Molinos se enfangó en una charca pudenda; y, por tanto, su misticismo no ofrece garantías de vivencia o autenticidad (29). Es un misticismo montado, un misticismo de artificio, aunque, eso sí, transparente en el lenguaje y de fina liga en la trama. -3 4 8 -

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En cuanto al parentesco del quietismo molinosista con el Alum bradismo, las sospechas y las acusaciones fueron inevitables. El mis­ mo Molinos, atrincherándose baturramente en su propia Defensa, in­ tentó soslayar la insidia. No estará de más ver y oir cómo se defien­ de: (30) "Salió a luz lo* afio* pasado* la Guía espiritual, por cuya universal aceptación se ha reconocido el gran fruto que por ese medio Su Divina Ma­ jestad se ha dignado coger, pues sólo en cuatro afios se ha extendido a cua­ tro lenguas" (f7 Ir).

El éxito no podía, en verdad, ser más lisonjero. Con todo, no se libró de la “humana persecución*'. No deja de ser arriesgado el contrabalanceo de la “celestial bendición** y de la “humana persecu­ ción’*, que está arreciando ya. Con increíble desparpajo, Molinos prejuzga la causa: "H ay algunos doctos que no han leído jamás estas materias místicas, y algunos espirituales que hasta ahora no las han gustado; y por eso, los unos y los otros las contradicen con buen celo: aquéllos por ignorancia; y éstos por falta de experiencia” (f. lv).

El argumento es cortante, pero le rebotará contra sí cuando la Inquisición romana le ‘pruebe’ que su experiencia es fingida. De to ­ dos modos, la Defensa de Molinos, en el papel, sigue un curso de agu­ da garra dialéctica: "E l camino de la contemplación es camino de fe oscura, por donde se mira a Dios, y ae contempla, sin imagen, sin forma, sin distinta especie y sin figura. En el de la meditación se mira a Dios con especie, imagen y figura” (f. 48r).

Nos da la sensación de que estamos escuchando a San Juan de la Cruz, y tal vez de que Molinos nos está emborrachando de mística. "Piensan algunos, —continúa arguyendo— que por citar los herejes alguna doctrina a su favor, que ya debe ser condenada. No es ésta bastante causa, porque también citan los herejes la Sagrada Escritura y los Santos Padres. Luego no se han de condenar los libros místicos, aunque sean por los herejes citados. La secta de los Alumbrados cita por fraudulenta astu­ cia a su favor el santo ocio de la contemplación, la verdadera suspensión y quietud para probar con su verdad y superficial semejanza el pestífero

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error de tu falto ocio, suspensión y quietud, Pero ti te comidera con ma­ durez y tin pasión la doctrina de los místicos, te verá con evidencia que [no] se sufraga a la condenada de los Alumbrados, sino que la destruye y condena, porque los místicos y los Santos Padres no entienden ni ense­ ñan el ocio, la suspensión y quietud como la entienden los Alumbrados, sino con grande y notable diferencia, como se verá en el siguiente capi­ tulo” (f. 57v).

Tarde o temprano tenía la Defensa que abordar el asunto. Mo­ linos escribe unas páginas incitantes, en las que se trasluce su “vi­ sión” de los Alumbrados y su afán por sacudírselos de encima. Jus­ tamente se ha notado la sagacidad de Molinos, llevando al lector a un terreno aséptico, “deshispanizando" así la álgidez del problema (31). “ Los sectarios de esta condenada secta” de los Alumbrados —los begardos y demás; no alude a los extremeños y andaluces—decían “que habían de estar ociosos, sin hacer ninguna oración, ni de arriba ni de abajo; que se habían de estar como un instrumento mero y ocioso que se deja menear del artífice, porque decían que cualquier obra y acción que hacían era impedir a Dios; y así daban de mano a toda vir­ tud y acción, de manera que ni querían dar alabanzas a Dios ni gra­ cias, ni conocer, ni querer, ni amar, ni rogar, ni desear, porque pensa­ ban que cualquier cosa que podían desear o pedir que ya la tenían. Además de esto, a su entender y juicio decían que sobrepujaban a to ­ das las virtudes, y que llegaban a un estado de ocio puro, donde esta­ ban ya libres de cuidar de la virtud; cuyo estado ocioso decían que era más difícil de adquirir que las demás virtudes, y que así querían gozar ya en él la libertad, y no obedecer a nadie —ni al prelado, ni al obispo, ni al papa, ni a ningún o tro—; y aunque exteriormente disi­ mulaban que obedecían, pero interiormente no querían obedecer. Decían también que mientras el alma andaba en los ejercicios de las virtudes que aun no era perfecta, pues aun todavía buscaba y re­ cogía virtudes, y que, en llegando a conseguir este ocio, ya no podían aprovechar más, ni pasar adelante con el ejercicio de las virtudes, y que no podían pecar por haber entregado ya su espíritu a Dios. De este ocio, y de no poder ya pecar, inferían también que todo cuanto el gusto y apetito carnal les pedía, todo les era lícito, aunque más torpe y lascivo fuese, si de resistirle se les seguía el turbar el ocio y quietud: y así le concedían a su impuro y carnal apetito todo lo que quería, para que el descanso y el ocio no padeciera la más míni­ ma inquietud. -3 5 0 -

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Hasta aquí los desatinos de los miserables Alumbrados". De los Alumbrados foráneos, repito, pues de los españoles no dice ni una palabra. En conclusión, el "ocio de los Alumbrados" nada tiene que ver con "la oración de quietud y contemplación que enseñan los santos y los místicos". O sea: con la que Molinos enseña. Y por si no bastase, torna a la carga expositiva: "Porque todo el fin de los Alumbrados era procurar el deleite del camal y natural apetito; y para conservar este descanso, se estaban vacíos y ociosos, sin hacer ninguna obra exterior ni interior, ni con el cuerpo ni con el alma. Y así no querían atender con el entendimiento a Dios, ni con la memoria acordarse de El, ni amarle con la voluntad, ni desear cosa de Dios, ni adorarle ni tener oración, ni decir misa, ni frecuentar sacramentos, ni hacer acdón alguna interior, sino estarse en una suspensión, ocio y quie­ tud vana, sensual y diabólica" (ff. 58r-ólr).

El discurso se prolonga, y tal vez se incendia, sin perder vigor dialéctico y claridad expresiva. Naturalmente, recurre a textos autori­ zados y a ejemplos. Copio un inflamado párrafo: "¿Q ué tiene que ver esta doctrina con la de los Alumbrados? ¿Qué tiene que ver aqueúa inobediencia a Dios, a su Iglesia y mandamientos y prelados con la total obediencia que enseña la contemplación? ¿Qué tiene que ver el cumplir los apetitos de la carne con el degollarlos y negarlos? ¿Qué tiene que ver el huir de la cruz de Cristo con buscarla y abrazarla? ¿Qué tiene que ver el huir de Dios y de Jesucristo por buscar su natural y sensible gusto con huir de su voluntad y de s í mismo con desprecio pro­ pio? ¿Qué tiene que ver el huir de la Iglesia católica y de sus santos sacra­ mentos con solicitarlos y frecuentarlos? ¿Qué tiene que ver el huir de las virtudes con el abrazarlas y ejercitarlas? Aquél (el de los Alumbrados) era un vano, falso, torpe y total ocio; y éste [el que Molinos enseña] es un continuo obrar todo género de virtu­ des y continua resignación, andando toda el alma entregada y consagrada a D ios" (f. 59v).

Por desgracia, nadie escuchó el vibrante alegato de Molinos; nadie respondió a sus preguntas. La tragedia se cernía sobre él cuan­ do redacta la Defensa. Y, a la postre, lo derribaron de su pedestal de fama y gloria, para hundirlo en la humillante abjuración y en el eclipse de la libertad, palabra y voz incluidas. El drama de Molinos hizo temblar algunos cedros de la Iglesia. -3 5 1 -

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Es decir, a algunos que, ingenuamente, se habían puesto a su zaga (32). Los hados propician que, sin querer, tengamos que regresar a Sevilla. 5. De nuevo en Sevilla Uno de los más ilustres entusiastas de Molinos y de su Guía espiritual fue Don Jaime Palafox y Cardona. Su apellido evoca inmediatamente la figura de Don Juan Palafox y Mendoza, el famo­ so obispo de Puebla y de Burgo de Osma, gran maestro y gran escri­ tor de espiritualidad (33). Don Jaime pertenecía a su estirpe y, al parecer, era también de parecida fibra religiosa. Elevado en 1677 a la sede de Palermo (Sicilia) (34), reeditó y propagó la Guia de Moli­ nos (35). En 1684 fue trasladado a Sevilla (36), y con gran celo —y con un poco de terquedad: todo hay que decirlo—continuó la difusión de la doctrina molinosista. Las aguas religiosas corrían tran­ quilas bajo el puente de Tríana, acariciando los muros del Castillo. Casi nadie se acordaba ya de la vieja historia de los Alumbrados. La campaña del arzobispo en pro de la Guía —de la que hizo una reedi­ ción (37)— y del mensaje de Molinos produjo revuelo, removió las aguas y alborotó a la clerecía. El beato Francisco de Posadas, invi­ tado a misionar en Sevilla, se volvió a Córdoba al percatarse del ciego entusiasmo del arzobispo por Molinos. Este episodio o esta retirada silenciosa indica la ceguera de Palafox: Posadas fue quien mejor tomó el pulso a Molinos y a su doctrina (38). Los aconte­ cimientos se precipitaron; Molinos fue condenado en Roma. Y al arzobispo de Sevilla, Don Jaime Palafox, no le quedó más remedio que cantar públicamente la palinodia.

NOTAS

p. 127.

(1) Cf. infra:doc. n°. (2) G. MaraAón, ElC onde-DuquedeOlivares, Buenos Aires, Espaaa-Calpe, 1950,

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13. R etrato de Juan Martínez Montañés (atribui'do a Francisco Varela)

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(3)

Fundado en 1623: cf. DHEE in , 1593.

(4)

G .M arañón,o.c.,pp. 129-130.

(5)

Ib., pp. 130-132.

(6)

Ib., p. 134.

(7)

AHN.: Inq., libro 1231, ff. 654r-655v.

(8) Titulo completo: Resolución de ¡a contemplación sobrenatural, revelaciones, apariciones, éxtasis y arrobamientos para confundir la falsa doctrina de los torpes y desva­ necidos Alumbrados. Y se enseña el camino real para subir a la cumbre de la perfección, Ma­ drid, Andrés de Parra, 1623. En las primeras décadas del sillo XVII la literatura mística hispana fue pródiga en “caminos para el cielo” : en la nota bibliográfica (cf. supra, pp. ). se incluyen algunas obras que indican la frecuencia de este o similares epígrafes. (9) (10) (11) III, 1673. (12)

Luz de las maravillas, Valladolid, 1607. Cf. J A . de Freitas Carralho, Gertrude de Helftae Espanha, Porto, 1981. Fue abad del monasterio de Santo Domingo de Silos, 1613-1615: cf. DHEE Cf. J . A. de Freitas Carvalho, o.c., pp. 296 y 365 s.

(13)

AHN.: Inq., libro 690. f. 275v.

(14)

Ib., f. 276r.

(15)

Ib., ff. 272r-274r.

(16)

AHN.: Inq., legajo 2965 s.f.

(17)

Cf. G. Marañón, Don Juan, Madrid, Espasa-Calpe, 1947, p. 32.

(18)

Cf. supra, 1 . 1, pp. 310-311.

(19) A. Huerga, La escuela de San Luis Bertrán y los Alumbrados valencianos: AA.VV., Corrientes espirituales en la Valencia del siglo X V I (1SS0-1600), Valencia, 1983, pp. 135-163. (20)

Cf. V. Cárcel Orti, Historia de la iglesia de Valencia, Valencia, 1986, pp. 226-

229. (21)

Cf. t. II, pp. 115-120.

(22)

C f.t. III, pp. 210-234.

(23) A las noticias dadas en el trabajo cit. en nota 20 hay que añadir el "dosaier" de 1614 que se conserva en: AHN.: Inq., libro 259, ff. 72r-86v. Contiene una respuesta del In|Uisidor Genera] a Su Majestad sobre las “causas que hubo para sacar de Valencia al padre rey Antonio de Sobrino" (ff. 72r-74v), pareceres sobre el asunto firmados por Rodrigo de Castro y Enriaue Pimente! (ff. 75r-79v, 80r-84v), y alusiones a la intervención de Su Santi­ dad encomendando al cardenal de Toledo ‘Yemediar los excesos" que hubiese en Valencia en el culto a Mosén Simó (ff. 85r-86v).

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(24) Tratado de la vida espiritual de Nuestro Padre S. Vicente Ferrer... Traducido de latín en romance, declarado y comentado por el P. F. Juan Cavastón, Valencii, Juan Orisóstomo Carril, 1616. (25) De Antichristo libri Xí, Roma, 1604; reeditado en Valencia, 1621. Cf. L. Ro­ bles, Documentación para un estudio sobre Tomds de Maluenda: “ Revista española de teologia" 38,1978, pp. 113-140. (26) Cf. R. Robres Uuch, En tom o a Miguel de Molinos y los orígenes de su doctri­ na. Aspectos de la piedad barroca en Valencia: “Anthologica annua” 18,1971, pp. 353-465; ID., Pasión religiosa y literatura secreta en la Valencia de Miguel de Molinos: ib. 26/27, 1979/80, pp. 281 406. (27) Cf. F. Sánchez CastaAer, Miguel de Molinos en Valencia y Roma (Nuevos datos biográficos), Valencia, 1965; ID, Más sobre Miguel de Molinos: A A .W .,Homenaje al prof. E. Atareos, vol. II, Valladolid, 1965/7, pp. 443-454. (28) Cf. J.L. Abellán, Historia crítica del pensamiento español, t. III: Del Barroco a la Ilustración (siglos X V IIy XVIII), Madrid, Espasa-Calpe, 1981, pp. 264 s.: “El quietismo de Miguel de Molinos y su influencia europea” . (29) El desconcierto de los estudiosos al enjuiciar este asunto se debe a que toman como base la Guia y las proporciones condenados. A) hacer un careo entre las proposicio­ nes y el libro, cosa legitima, se produce el desencanto: no se ven por partir de) proceso. No nay muchas esperanzas de hallarlo, pues parece que fue destruido. No obstante, se conserva el Sumario (Biblioteca ValliceUiana de Roma: ms. P. 180), que es fidedigno re­ sumen del proceso, y permite reconstruirlo en buena medida. Por el Sumario se ‘descu­ bren’ los turbios fondos de la ‘enseñanza’ seudomistica de Molinos, sobre todo en materia sexual; también se percibe cierto tufo a morbosa conducta en este campo, ‘testificada’ por su criada (testigo n°. 13): una viuda experta y tal vez hambrienta; y ‘confesada’ por el mismo Molinos. Obviamente, nada de esto se “lee” en la Guía, libro destinado al gran úblico. A la luz del Sumario comprendemos mejor las 'proposiciones', descamadas y enurecidas, y, en fin de cuentas, la motivación del derrumbe personal y doctrinal de Mo­ linos.

S

(30) Los textos siguientes están tomados de: Miguel de Molinos,Defensa de la con­ templación: Biblioteca Apostólica Vaticana, Vat. lat. ms. 8604. La pulcritud del ejemplar obliga a pensar, a) menos como hipótesis, que Molinos se disponía a publicar su Defensa. La adversa fortuna no le dio oportunidad de hacerlo. De todos modos, la Defensa es buena cla­ ve para la interpretación de la Guía y es una lástima que José Angel Valente, a pesar de las omeras publicitarias del frontispicio, se haya limitado a publicar sólo “fragmentos” : cf. A. Valente, Ensayo sobre Miguel de Molinos. Miguel de Molinos, Guia espiritual. Defensa de la contemplación, Barcelona, Banal, 1974. Los "fragmento*” de la Defensa, pp. 257-324. A propósito de la Defensa habría que repetir lo dicho en la nota 29: U Defensa es una apología y justificación de la C mm, no oe lo que enseñaba y practicaba en secreto.

r

(31)

C f.J. A. Valente,o.c., p. 306.

(32) Cf. M. Petrocchi, II quietismo italiano del Seicento, Roma, 1948; F. NicoUni, Su M. de Molinos e taiuní quietisti i taliani. Noticie, appunti, documenti, Napoli, 1959; I. Teltechea, Estudio preliminar a: M. de Molinos, Guía espiritual, Madrid, Fundación Univer­ sitaria Española, 1975, pp. 15-85. (33) Cf. A. Huerga, Palafox y Mendosa, Jean: ‘Dictionnaire de spiritualité” 12 (París, Beauchesne, 1983), 73-81. (34)

Cf. EUBEL V, 305.

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(35) Cf. I. Te llechea, El quietismo en Italia. Capítulos inéditos de ta "Historia de los ametistas", de Francisco A. Mon taino: “Ephemeridei carm ehtkse" 27, 1976, pp. 489 512. (36)

Cf. EUBEL V, 222.

(37) Cf. I. Telkchea, Corrientes quietistas en Sevilla en el siglo X V il: "Anthologiu innua” 22/23,1975/6, pp. 667489. El principal cronista de la* peripecias del Arzobispo en Sevilla es Frsndsco Antonio de Montalvo; era sevillano, y Te Ueche a nota acertadamente que su relato es muy vivo y tal vez "de información directa" (ib., p. 667). Sobre la edición pakfoxiano-htspalense, véase también: ID., Jaime Palafox y la edi­ ción sevillana de la C uia espiritual' de Molinos (16ÍS): "Revista española de teología" 37,1977, pp. 169174. (38)

Cf. A. Huerga, El mtimoUnosismo del beato Posadas: ib. 37,1977, pp. 85-110.

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TERCERA PARTE: DOCUMENTOS

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En esta tercera parte se publican los documentos que han servi­ do de base para seguir y reconstruir la tragicomedia histórica de los Alumbrados de Sevilla. Al no disponer de los procesos, el valor de estos testimonios documentales es excepcional y casi único. Permiten entrever la acción de los distintos personajes: al Consejo, actuando entre bastidores e impartiendo pautas a través de una corresponden­ cia fría, lacónica, eficaz; al tribunal, sumiso y activo, con sus piques internos —un drama dentro de otro— y su ir y venir; a los ‘teólogos’, atareados en la ‘censura’ o calificación de las proposiciones; a los reos, que se defienden como pueden o, derrotados, suplican indulto; a los abogados y familiares de los reos, que recurren a todas las tretas humanas para salvar el prestigio o el honor... De toda la serie, numerada progresivamente y siguiendo, en cuanto es posible, la cronología, hay que destacar cuatro grupos: 1°) los estadillos de las causas, pues son como un marcapasos que se­ ñala el lentísimo desarrollo de los procesos; 2°) los memoriales sobre la vida y la doctrina de los Alumbrados sevillanos: todos esos memo­ riales fueron elaborados por legítimos herederos de fray Alonso de la Fuente y son de similar cuño o molde; 3°) las relaciones de los autos de fe, en los que desembocaba de ordinario la tramoya justiciera del Santo Oficio; y 4° ) el epistolario, sobre todo las canas personales (como las del inquisidor Hoces), no las de rutina burocrática. La abundancia de la documentación ha obligado a seleccionar las piezas que, a mi parecer, son más fundamentales o más ilustrati­ vas. El muestrario es, de todas formas, rico y variopinto. Particularmente valioso, aunque el Consejo amonestó por ¿1 a los inquisidores subalternos, es el n° 435, porque revela la preocupación —y la acti­ tud— de cara a los libros de alta mística, incluidos, claro está, los de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. En fin, el fenómeno religioso de los Alumbrados de Sevilla pre­ senta, a la luz de la documentación, rasgos característicos. Sin embar­ go, no fue un fenómeno exclusivo de Sevilla, aunque allí la expresión y la representación alcanzaron cotas más altas. En el último capítulo de la segunda parte se aludió a la generalización de la epidemia por la geografía de todo el inmenso mundo hispánico. Aquí incorporo, para cerrar la serie documental, una pieza curiosa y no sevillana, que ilus­ tra la perennidad del Atumbradismo, planta que se aclimata y reverdece en todas las latitudes y en todas las épocas. -359

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306 E L T R IB U N A L D E S E V IL L A A L C O N S E J O

En este Santo Oficio se han recibido las testificaciones que serán con ésta contra Teresa de Jesús, fundadora de algunos monasterios de las monjas de las descalzas del Carmen, y contra Isabel de Sancto Hierónimo, profesa de la dicha Orden en un monasterio que nuevamente han fundado en esta ciudad. Y por parecer, según la calificación, doctrina nueva, supersticiosa, de embustes, y seme­ jante a la de los Alumbrados de Extremadura, y que de esta calidad se han rece­ ñido de muchos días a esta parte algunas y no pocas testificaciones, nos ha dado cuidado, v acordamos remitirlas a Vuestra Señoría para que mande lo que en ellas se deoe hacer. El libro de que el testigo segundo hace mención, tenemos relación que está en poder de fray Domingo Bañes, de la Orden de Santo Domingo, morador en el monasterio de su Orden en ValladoHd. Suplicamos a Vuestra Señoría mande se haga diligencia en haberlo, y que se nos remita, porque, habiéndose de proceder en esta causa, será necesario tenerle por estar en él todo o lo más de que se puede hacer cargo a Teresa de Je ­ sús, que, según entendemos, son embustes y engaños muy perjudiciales a la repú­ blica cristiana. No procedimos a examinar los contestes por ser algunos de ellos cómplices, y los demás, del mismo monasterio; y no podemos hacer [el examen] sin que vi­ niese a noticia de las reas. Vuestra Señoría mande lo que en todo es servicio que se haga, porque será gran servicio de Nuestro Señor remediar el daño que se po­ dría seguir de semejante doctrina. Nuestro Señor guarde, etc. De este Castillo de Tria na, a 23 de enero de 1576. Besan las manos de W S. El Licenciado Carpió - El Licenciado Páramo A H N .:/nq., leg. 2946 s.f.

307 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA Muy reverendos señores: Recebimos vuestra carta de 23 del pasado y ju n ta ­ mente la información contra Teresa de Jesús e Isabel de Sant Hierónimo, monjas de la Orden del Carmen, que se ha visto. -3 6 0 -

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Y consultado con el Reverendísimo Seftor Inquisidor General, ha parecido debéis, seflores, examinar a las contestes que da dofta María del Corro, y especial­ mente a la dicha Isabel de sant Hierónimo, yendo a examinarla uno de vosotros, seflores; y haréis tas diligencias que convengan y sean necesarias para saber y ave­ riguar verdad. Y hechas, lo veréis todo con ordinario y consultores, y, sin ejecu­ tar lo que acordiredes, enviaréis el proceso al Consejo. Y el Libro (1) que pedís no se os envía, porque se va viendo. Guarde Nuestro Seflor, etc. En Madrid, a 3 de febrero 1576. AHN.: Inq., Hbro 578, f. 365v.

308 EL TRIBUNAL DE SEVILLA AL INQUISIDOR GENERAL Ilustrísimo y Reverendo Seflor: En este Santo Oficio se ha entendido que se ha procurado dar a entender a Vuestra Sefloría Ilustrísima y Consejo que en este tribunal no hay la concordia y buena conformidad que debe haber; cerca de lo cual nos ha parecido certificar a Vuestra Sefloría Ilustrísima, como lo hacemos con toda verdad, que, después que residimos en él, siempre ha habido y hay mu­ cha conformidad y concordia, y mucha pax y quietud entre nosotros, y también entre todos los oficiales, y que si alguna relación se ha hecho por alguna persona en contrario de esto, ha sido siniestra y sin fundam ento, por algún particular fin. Sólo al inquisidor Licenciado don Alonso de Hoces, nuestro colega, es a quien por su condición nosotros nos acertamos a dar gusto, aunque habernos deseado procuramos dárselo y tener toda buena correspondencia, y lo mismo los oficias, de quienes es respetado y obedecido como se debe. Suplicamos a Vuestra Sefloría Ilustrísima se sirva enterarse y satisfacerse de esta verdad. Guarde Dios a V.S. lU.ma muchos aflos, como puede y sus servidores y ca­ pellanes deseamos. Sevilla, 16 de setiembre de 1613.

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El Licdo. Pedro de Camino Dr. Don Rodrigo de Viüavicencio. AHN.: Inq., libro legajo 2068/1 s.f. (1) Se trata del Libro de la vida o autobiografía de Santa Teresa. Ya había sido de­ nunciado y secuestrado. La Inquisición lo dió a Domingo Bañes para que lo califícase: el pa­ recer del teólogo está al fín del ms., que se conserva en El Escorial, ruede leerse en: Santa Teresa de Jesús, Obras. Madrid, BAC, 1972, pp. 178-179.

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BERNARDO DE TORO A LA JUNTA DE LA CONGREGACION DE LA GRANADA Nuestra Señora sin pecado original. Esta solamente servirá para dar aviso a la Ju n ta cómo, estando yo presente en esa ciudad, una y muchas veces me consultó Pedro de Mena, jubetero oficial, si armaría tienda y se haría maestro jubetero; y aunque para este fin probamos algunos medios para probar su suficiencia, pero nunca se efectuó cosa alguna, an­ tes yo fui de parecer que no lo fuera, ni lo usara —el oficio de m aestro—para o b ­ viar también el andar tom ando medidas, vistiendo jubones, sacando fiado y, finalmente, inquietándose un hombre que no tiene mujer, hijos ni familia, y bastándole para sí sobradísimamente con lo que ganaba como oficial. Y habien­ do ahora considerado o tra vez estos inconvenientes y otros que a q u í no expre­ saré, la Ju n ta vote que, con acuerdo de todos y el mió, el padre confesor que confesare a Pedro de Mena le diga que todos y yo ordenamos que en cuanto a te ­ ner oficio y ser maestro se retire y vaya dejanao todo lo que a esto se encamina, y de lo que vendiere de su tienda y caudal pague ante todas cosas las deudas, si tuviere algunas, de manera que quede Ubre y no deba a nadie y se siente a ofi­ cial, como antes hacía, comiendo y vistiendo y sustentándose de todo lo que a esto ganare. Y de no hacerlo así, la Ju n ta procederá conforme a las Instrucciones que ne enviado, especialmente el número cuatro de la Primera y Segunda Parte, naciéndole la monición a Mena una, dos y tres veces y pasando entre cada una de ellas el tiempo conveniente para que él pueda acudir y hacer lo que se le m an­ da. Y si a todas ellas no obedeciere, se me envíe aviso del estado en que quedare para que yo de acá com eta a la Ju n ta lo que ha de hacer. Y porque ésta no es para más. Nuestro Señor con todos, a quienes envíe su divina gracia, etc. Roma y marzo 30, de 1619. Esclavo de la Virgen,

P. Bernardo de Toro AHN.: Inq., legajo 2072, exp. 20.

310 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA En el Consejo se ha visto el proceso causado en ese Santo Oficio contra el reo Villalpando, cura de la parroquia de San Isidro, de Sevilla, que se os vuelve

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con ésta con lo acordado por el Consejo, como veréis, seftores, por lo que al fin de él va asentado; aquello se executará. En Madrid, 8 ae noviembre 1622.

Señores Tapia - Sotomayor • Ramírez Benavides. AHN.: Inq., libro 690, f. 52v.

311 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA En el Consejo se ha visto el proceso causado en ese Santo Oficio contra la

beata Catalina de Jesús, vecina de Sevilla, que se os vuelve con ésta para que prendáis, seftores, a estea rea, como lo habéis votado, sin secuestro de bienes. En Madrid, dicho día ( - 8 de noviembre 1622].

Señores dichos AHN.: Inq., libro 690, f. 52v.

312 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA En el Consejo se ha visto el proceso que enviasteis contra el reo Juan Crisóstomo de Soria, clérigo presbítero, vecino de esa ciudad, votado en sumaria en conformidad, y se os vuelve con ésta para que hagáis, seftores, justicia, como lo tenéis acordado; y siendo esta causa de la gravedad y calidad que es, fuera bien haberla sustanciado más, aunque fuera para sumaría, y haber hecho las diligen­ cias que van apuntadas en el Memorial que será con ésta, y asi se hará. Y de lo que resultare ae esta causa y cómplices, en especial contra la beata Catalina de Jesús, con quien parece que trataba este reo, nos iréis dando aviso. En Madrid, 10 de noviembre 1622.

Señores Tapia • Ramírez - Ayala - Ortiz AHN.: Inq., libro 690, ff. 52v-53r.

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313 E L C O N S E J O A L T R IB U N A L D E S E V IL L A

En el Consejo se han visto las dos Memorias que enviásteis de las personas contestes que se deben examinar contra los que están presos por Alumbrados, y con las personas que se ha comenzado a hacer procesos que no están presas, en conformidad de la carta de 10 de enero de este aflo que el Ilustrísimo Señor Inuisidor General os escribió y, consultado con Su Señoría Ilustrísima, ha parecío que prosigáis, señores, en el cumplimiento de ella; y en el entretanto, nos in ­ forméis con vuestro parecer si convendré respecto de la m ultitud conceder v pu­ blicar edicto de gracia en esta materia y en qué forma, reconociendo para ello to ­ do lo que hay en ese Santo Oficio, y el edicto cuya copia se envió a Su Señoría Ilustrísima, que se había dado en la Inquisición de Toledo sobre estos Alumbra­ dos, enviándonos la forma y cómo se deoe publicar, con todo lo que en este pro­ pósito se os ofreciere, de que debemos ser informados para el remedio de este daño. En Madrid, 15 de hebrero 1623.

3

Señores Sotomayor - Ayala - Ortiz AHN.: Jnq., libro 690, f. 59r.

314 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA El Uustrísimo Señor Inquisidor General traxo al Consejo el pliego grande en que venían los procesos de los Alumbrados, que se irán viendo con mucho cuidado sin alzar de ellos la mano, para proveer el remedio que pide tanto dafto; y ahora se os vuelve la testificación recibida contra el Licenciado Francisco Ce­ rón, administrador del convento del Nombre de Jesús para que examinéis, seño­ res, los contestes y se califique, sustancie y se vote, naciendo lo que fuere de justicia. Y porque de algunas partes de los dichos procesos parece que el padre Ber­ nardo de Toro desde Roma envió Instrucciones y leyes al canónigo Medrano para el gobierno de aquella su Congregación, y otras a Montilla, y no se han hallado ahora entre ios papeles aquellas Instrucciones, converná que si allá se quedaron en el secreto del Santo Oficio, se nos envíen luego; y si no estuvieren, se procu­ ren sacar de poder del dicho canónigo Medrano y de Montilla por el medio que más convenga, y se nos envíen luego. En Madrid, 21 de marzo 1623.

Señores Sotomayor • Cifuentes - Ortiz AHN.: Inq., libro 690, f. 61r.

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315 E L C O N S E J O A L T R IB U N A L D E S E V IL L A

Por el discurso de los procesos grandes que habéis enviado tocantes a los Alumbrados que hay en ese distrito se va descubriendo que para el remedio de tan gran daño convendrá publicar algún edicto de gracia vuestro extraordinario; y para tratar de él [con] mayor deliberación, consultado con el llustrisimo Señor Inquisidor General, ha parecido que, en recibiendo ésta, confiráis, señores, sobre ello, juntando con el edicto ordinario de fe oue en cada un año se publica, las ca­ lificaciones de las cosas nuevas que han resultado dignas de censura de las testifi­ caciones que ahora nuevamente se han recibido en ese Santo Oficio que sea ne­ cesario ahadirse a las expresadas en el dicho edicto ordinario, y en qué forma os parecerá más conveniente publicar el de la gracia, con qué term ino, cláusulas y circunstancias, informándonos de todo ello con vuestro parecer y con todo lo que en este propósito se os ofreciere y debamos ser informados. Y aunque os harán falta los procesos y calificaciones que acá están, no dejaréis, señores, de proponernos en esto vuestro parecer como personas que en ello han puesto tan­ to estudio y trabajo. En Madrid, 28 marzo 1623. Señores Tapia • Ayala - Fuentes AHN.: Inq., libro 690, f. 62r-v.

316 EL TRIBUNAL DE SEVILLA AL CONSEJO En una de 21 de éste nos manda V.S. que luego enviemos, si están en el tribunal, las Instrucciones y leyes que el padre Bernardo de Toro envió al canó­ nigo Medrano y a Montilla para el gobierno de su Congregación; y que, si no es­ tán en el tribunal, se procuren sacar de poder del dicho canónigo por el medio que más convenga. Y podemos decir a V.S. que desde el principio que se comenzó a descubrir esta complicidad de Alumbrados y sus cosas, habernos juzgado por conveniente ver sus reglas, y asf en el examen de los contestes se ha procurado inquirir con particular cuidado y con el mismo fue examinado el canónigo Medrano para ver si de su voluntad lo manifestaba; y visto de la manera que se cerró y retiró en la declaración que hizo, como por ella consta, y que es uno de los culpados en estas causas, para poder informar a V.S. con mayor certeza se trujo a la audiencia al - 365 -

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padre Francisco del Castillo, preso y, presente, se le hicieron algunas preguntas verbalmente, el cual nos certificó que habrá seis aAos que el padre Toro desde Roma envió la dicha Regía o Instrucción al padre Medrano, canónigo de esta santa iglesia, y que entiende que estará en su poder; y que también tendrá tras­ lados ae ella el Licenciado Alvaro Bello y el padre Muanés, clérigos, que de pre­ sente gobiernan la Congregación, que es la que se ju n ta en la iglesia m ayor en la capilla de la Granada. Y supuesto que los dichos están testificados como reos y que hay gran nú­ mero de contestes que examinar de nuevo, nos parece que se podrían proseguir las diligencias y resultando culpados de tal manera que hayan de ser presos, se podrían con esta ocasión tom ar todos sus papeles y traerlos al tribunal para ver si entre ellos se halla la dicha Instrucción, pues en esta ocasión se haría con ma­ yor seguridad, porque de otra manera, si fuesen llamados al tribunal y examina­ dos como testigos y se les pidiese, sería dar ocasión a que la nieguen y la es­ condan. V.S. mandará aquello que pareciere más conveniente. Guarde Dios a V.S., etc. En el Castillo de Tria na, a 28 de marzo 1623. Dr. D. Rodrigo de Vittavicencio • Licdo. D. Alonso de Hoces AHN.: Inq., legajo 2960 s.f.

317 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA Recibimos vuestra carta de 28 del pasado sobre enviar las Instrucciones y leyes que el padre Bernardo de Toro tiene, y, consultado con el Ilustrísimo Se­ ñor Inquisidor General, ha precido que ordenéis, señores, al alguacil de ese Santo Oficio y a un notario del secreto de él que vayan a casa del canónigo Medrano y le saquen los papeles que le hallaren y los lleven a ese Santo Oficio para que se reconozcan y, hallándose entre ellos las dichas leyes e instrucciones de aquella Congregación, las enviaréis al Consejo, volviéndole los demás papeles que no tocaren estas causas; y si no se hallaren en su poder, hacer la misma diligencia con los Licenciados Alvaro Bello y (Francisco] Milanés, clérigos, avisándonos de lo que resultare. En Madrid, 4 de abril 1623. AHN.: Inq., libro 690, f. 62r-v.

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318 E L T R IB U N A L D E S E V IL L A A L C O N S E J O

La carta de W S . de 28 del pajado se retcíbió en este Santo Oficio y en su cumplimiento inviamos un cuaderno y otros papeles con el tanto [ ■ copia] del edicto de gracia de Toledo y un borron [ ■ borrador] hecho para la ocasión pre­ sente, para que V-S. lo manae ver y corregir. Y nos parece que será cosa conveniente en esta causa de los Alumbrados publicar un edicto de gracia en la forma referida, y que esto se haga en esta d u ­ dad de la manera que se hace en el edicto ordinario de cada un aAo y con mayor solemnidad, pregonándolo de antedía, como se acostumbra, y que el tribunal asista en la iglesia mayor, y que en todo se guarde la forma dicha; y si conviniere leerlo en otras parroquias o conventos, se halle un inquisidor presente. Y parti­ cularmente nos parece que el día que se leyere el edicto en la iglesia m ayor de esta d u d ad predique una persona grave notada por el O fid o , y tememos de la condición del prelado alguna diferencia y asi lo consultamos a V ^ . para que en todo nos mande aquello que fuere servido y pareciere más conveniente. Dé Dios a W S . mucnos años, etc. Del Castillo de Tria na. a 11 de abril de 1623. Dr. Rodrigo de Vúlavicenáo - Licdo. D. Alonso de Hoces [Anotación del Consejo:] En Madrid, 24 de abril 1623. Que para ayuda del fiscal tom en cuatro religiosos que les pareciere más a propósito, juntándose con el fiscal no en el secreto, sino en segunda sala, y que el edicto de gracia se les enviará; que compulsen los dos procesos que hizo el provi­ sor contra Cerón y lo junten y le prendan; que se envíen luego los procesos y asen adelante en red b tr los contestes, y antes de executar las prisiones envíen >s procesos. Agradéceles el trabajo.

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AHN.: Inq., legajo 2960 s.f.

319 EL TRIBUNAL DE SEVILLA AL CONSEJO Resdbimos la carta de V.S. de 4 del presente en que se nos manda procu­ remos la Regla que envió el Licenciado Bernardo de Toro de Roma por donde se gobiernen los de su Congregación; y en su cumplimiento, ordenamos a don Fer­ nando de Saavedra que fuese en casa del Licenciado Medrano, canónigo de esta santa iglesia, y de Alvaro Bello y Francisco Milanés de Rigos, presbíteros, y se la

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pidiese con toda suavidad y blandura. Y asi se hizo. Y ha sucedido también que, sin ruido, se halló en poder de los dichos, y otra cantidad de papeles que podrían dar luz y ayudar el intento presente. Y nos ha parecido enviar en este ordinario un tanto de la Regla, como V.S. no lo manda. Y si habiendo visto los papeles se hallare en ellos otras cosas dignas de advertimiento, daremos de ello noticia a V.S. A quien Dios guarde, etc. Del Castillo de Triana, 15 de abril de 1623 Dr. Rodrigo de Villavicencio - Licdo. don Alonso de Hoces AHN-: Inq., legajo 2960 s.f.

320 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA Recibimos vuestra carta de 11 de abril con el cuaderno y papales tocantes al edicto de gracia y la minuta de él; y, consultado con el Ilustrisimo Señor Inquisidor General, ha parecido ordenar en esta materia lo siguiente: — Lo prim ero, daros las gracias tan merecidas de parte de Su Señoría Ilustrísim a y del Consejo por el mucho trabajo, cuidado y acertamiento que habéis, señores, puesto en este negocio de los Alumbrados, y por la destreza con que lo habéis compuesto todo. — Lo segundo, que prosigáis en examinar los contestes que debieren ser examinados; y para eso se os vuelven todos los procesos, papeles, informaciones que enviisteis y quedaron en el Consejo, divididos en cinco partes para la como­ didad del porte de llevarlos. — Lo tercero, que por la m ultitud de los papeles y para que con mayor cui­ dado se hagan y prosigan las causas, elijáis cuatro religiosos de los que en ellas han entendido para que asistan y ayuden al fiscal, los que os parecieren de más inteligencia, a los cuales y los demás que en eso han ayudado les daréis de parte de Su Señoría Uustrísima y del Consejo muchas gracias, diciéndoles que, en lo que en el Santo Oficio se les ofreciere, se tendrá respecto a lo que en él han trabajado y merecido. Y si algún letrado de los que han jurado el secreto en esa Inquisición os pareciere a propósito también para ayudar al fiscal, le ocuparéis en ello, distribuyendo a los unos y los otros el trabajo en que fueren de más provecho, juntándose con el fiscal no en la sala del secreto, sino en otra. — Lo cuarto, que, en examinando los contestes y estando la sumaria infor­ mación de cada uno justificada, la votaréis y, sin executar lo que acordáredes, lo enviaréis al Consejo. — Lo quinto, que con la información que de acá se os envió contra el padre Francisco Cerón juntaréis la declaración que hizo el D octor Juan de Torres, cléri­ go, que reside en la iglesia de San Ildefonso, y también dos procesos que el Ordi- 368 -

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nano de Sevilla ha hecho: el uno contra el mismo Licenciado Cerón, y el otro contra Don Enrique de Guzmán, clérigo, sobre lo que pasó con una monja del convento del Nombre de Jesús, que por o tro nombre llaman Las Arrepentidas. Y haréis auto de prisión, sin secuestro de bienes, contra el dicho Licenciado Cerón, poniéndole en las cárceles secretas de ese Santo Oficio. Y haréis con él su causa en forma, y lo votaréis, y, sin executar lo que acordáredes, lo enviarais, seftores, al Consejo. En Madrid, 24 de abril 1623. Y los dos cuadernos tocantes al edicto de gracia y la minuta de él se que­ dan en el Consejo, por ser de importancia, y la resolución que se hubiere de to ­ mar sobre esta g rad a, la cual resoludón se os enviará, señores, con la mayor bre­ vedad que sea posible. AHN.: Int¡., libro 690, ff. 65v-67r.

321 EL TRIBUNAL DE SEVILLA AL CONSEJO Con este ordinario se ha recibido en este Santo O fid o la de V.S. de 24 de abril de este presente año con los procesos que habíamos rem itido de los a lu m ­ brador, estimando grandemente la honra y merced que V.S. nos hace en darse por servido de lo que en estas causas en este tribunal se ha trabajado, por la cual besamos a V.S. las manos d e n mil veces, y nos hallamos con nueva obligación de proseguirlas en lo que de estas causas resta, como lo haremos con el deseo que siempre tenemos de cumplir con nuestras obligadones. Luego enviamos a pedir los procesos al provisor de este arzobispado, cau­ sados contra el Licendado Francisco Cerón y contra don Enrique de Guzmán, el cual los ha dado y se han traido a este tribunal. Y habiendo proveído auto de prisión contra el dicho Licendado Francisco Cerón, se ha executado y queda preso en las cárceles secretas de este Santo Oficio. Y los demás capítulos que contiene la dicha carta se executarán como V.S. nos lo manda. En el Castillo de Triana, 2 de mayo de 1623. Dios guarde a V S . En el Castillo de Triana, 2 de mayo de [1)623 Dr. Rodrigo de Viüavtcencio - Licdo. D. Alonso de Hoces Dr. Isidoro de San Vicente AHN.: I n q legajo 2960 s.f.

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322 E L C O N S E J O A L T R IB U N A L D E S E V IL L A

Con ésta se os envía el edicto de gracia que el Ilustrísimo Seftor Inquisidor General ha concedido en materia de los Alumbrados en conformidad de los papeles que sobre esto habéis enviado; y, consultado con Su Señoría ilustrísima, ha parecido que lo publiquéis, señores,''con solemnidad, yendo en forma de ofi­ cio a la iglesia mayor en día de fiesta y pregonándolo las vísperas antes, habiendo prevenido para ello al arzobispo y cabildo de él de esa ciudad, diciéndole un in­ quisidor que Su Señoría ilustrísima ha nombrado al Maestro fray Domingo Ca­ no, de la Orden de Santo Domingo, que ha sido Provincial, para que predique aquel d ía, por haber tenido relación que su persona y doctrina serán a propósito para declaración de lo que se pretende, tratándolo con el arzobispo con mucha cortesía y pidiéndole que ayude al beneficio que de esto se ha de seguir a sus súbditos y al bien de sus almas y de sus honras; y si acaso lo dificultare y resistie­ re, sin pasar adelante enviaréis relación particular de todo lo que respondiere y hiciere al Consejo. Y estaréis advertidos que de la gracia de este edicto no han de gozar los que están presos en las cárceles de ese Santo Oficio. Y para que haya más publicidad de él y venga a noticia de todos, le haréis imprimir y daréis copia a los prelados de las religiones y a las personas que os pareciere más a propósito. Y ahora no se envía prohibición de los hábitos de las beatas hasta tener re­ lación de otras inquisiciones en qué forman los traen, si es uniforme el uso, y qué inconvenientes resultarán de la prohibición; y por lo que toca a ese Santo Oficio, nos informaréis, señores, de esto con vuestro parecer, con lo demás que en este propósito debamos ser informados, para proveer lo que más conviniere al servicio de Dios y bien de las almas, en el entretanto que Su Señoría llustrísima procure remedio general para ese desorden y abuso, como lo irá haciendo con brevedad; y de ello se os dará aviso y vosotros nos le daréis, señores, de todo lo que fuere sucediendo, y del efecto que resultará de la gracia, procediendo en la execución de ella con el cuidado y acertamiento que habéis procedido en este negocio, de que Su Señoría Ilustrísima y el Consejo quedan con el reconocimien­ to que es razón. En Madrid, 9 de mayo 1623. Señores Tapia - Ayala - Frías AHN.: Inq., libro 690, f. 68r-v.

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323 E L C O N S E J O A L T R IB U N A L D E S E V IL L A

Con ésta k os envían ocho cuerpos en ( • sobre el) orden de procesar de la Inquisición, que pedís, señores, por carta de 9 de éste, por haberse llevado los que había en ese tribunal los inquisidores que van proveídos para Indias. Dios guarde, etc. En Madrid, 16 mayo 1623 AHN.: Inq., libro 690, f. 69v.

324 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA

Con ésta se os envía la conveniencia y comparación de las proposiciones que tuvieron los Alumbrados de Llerena los a/los pasados, que ahora se hallan en los congregados de esa ciudad, para que os aprovechéis, señores, de ello, como m is conviniere para las causas que tenéis entre manos. Y ha parecido buena la diligencia que en esto se ha hecho. Dios os guarde, etc. En Madrid, 16 de mayo 1623. Señores Tapia - Ramírez • Orfj'z

325 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA

Recibimos vuestra carta del 16 de éste en que aviséis de lo que respondió el arzobispo de Sevilla sobre leer el edicto que se os envió de los Alumbrados, y, — 371 -

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consultado con el Iluitnsim o Señor Inquisidor General, ha parecido que si el arzobispo no viniere en todo lo que pareciere necesario al tribunal para la solem­ nidad del edicto de gracia, la haréis en el monasterio de Santo Domingo de esa ciudad que fuere más a propósito. Y de lo que se hiciere nos daréis, seAores, aviso. En Madrid, 23 de mayo 1623. Señores Tapia - Ramírez - Cifuentes - Frías AHN.: Inq., libro 690, f. 70v.

326 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA Pedro de Velasco, en nombre de Juan Cerón, vecino de Sevilla, hermano de Francisco Cerón, clérigo presbítero, adm inistrador del monasterio de monjas del Nombre de Jesús de la dicha d u d ad , presentó en el Consejo la p e tia ó n y papeles que originalmente van con ésta; y ha parecido remitíroslos para que los veáis, se­ Aores, y a su tiempo hagáis las diligencias necesarias y justas. En Madrid, 27 de mayo 1623. Señores Tapia - Ayala - Ortiz AHN.: Inq., libro 690, f. 71r.

327 EL INQUISIDOR ALONSO DE HOCES A HERNANDO DE VILLEGAS, SECRETARIO DEL CONSEJO

Con esta remito al Illustrísimo Señor Inquisidor General un libro que los Alumbrados llaman La noche oscura, con unos apuntam ientos, por donde se ve­ rá que es de donde sacan la doctrina que practican, y así lo digo a Su Illustrísima y a v. m., que, por lo mucho que yo estimo su santa in ten d ó n y grandeza, deseo -3 7 2

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sacarle de este empeño. V. m. se lo diga así de oficio y que conviene sentarnos el ánimo a los de este Oficio y que se entienda que hemos de ser todos a una en ayudar obra tan heroica como es desarraigar la mala doctrina de estos Alumbra­ dos que hoy tienen de su parte y por sus valedores el m undo entero. Y para quien es tan prudente y discreto, esto basta. Guarde Dios a van. como deseo. Sevilla y mayo 29, de [1]623

Don Alonso de Hoces AHN.: Inq., legajo 2960 s.f.

328 EL INQUISIDOR ALONSO DE HOCES A HERNANDO DE VILLEGAS, SECRETARIO DEL CONSEJO Mucho conviene que v jn . diga de oficio al Illustrísimo señor Inquisidor General y señores del Consejo que estas causas de los Alumbrados presos y ponelias en el altura que hoy se hallan ha costado gran cuidado y trabajo. Y como si fuesen causitas ordinarias, quieren despacharlas de tropel y a toda priesa, y ponelles la acusación sin acabar la sumaria ni que se examinen los contestes citados en ella, y sin que se conozcan papeles con invenciones y arrobos y otras cosas con que se comprueba su delito. Lo cual todo es contra derecho y buena práctica, y así conviene que los superiores manden por una carta que las acusaciones de los Alumbrados presos no se den sin que preceda lo dicho y que cuando se hayan de dar sea viéndolas en el tribunal o por lo menos uno de los inquisidores y que diga al pie de la acusa­ ción que la ha visto y está bien hecho y en forma. Y esto conviene que se haga en estas seis causas, por muchas razones, y particularmente por haber de salir en público. Y si lo dicho pareciere conveniente, suplico a v.m. que la carta venga con la brevedad que fuere posible. Y guarde Dios a v.m. como deseo. Sevilla y mayo 29, de 1623.

Don Alonso de Hoces AHN.: Inq., legajo 2960, s.f.

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329 E L C O N S E J O A L T R IB U N A L D E S E V IL L A

Recibimos vuestra carta del 23 del presente, en que avisáis la diligencia que el Doctor don Alonso de Hoces, vuestro colega, h ito con el arzobispo de Se­ villa y la carta que escribió al Ilustrísimo Señor Inquisidor General, cuya respues­ ta va con ésta; y deseando que en libertad se haga el descargo de conciencias y que de este edicto de grada resulten buenos efectos para la salvación de las al­ mas, ha parecido que el D octor Isidoro de San Vicente en el término del dicho edicto resida con un notario del secreto en San Pablo, m onasterio de Santo Do­ mingo de esa d u d a d , y con un fraile de los que han asistido en esa Inquisidón a este negodo reúna las ded araao n es y descargos que vinieren a hacerse en ellos, señalando alguna parte a donde puedan también entrar en alguna hora de la no­ che a hacer sus aed arad o n es, porque no embarace a los hombres y mujeres la publicidad e incomodidad de pasar Arenal y Puente de Tria na, teniendo con el tribunal ordinario correspondencia de todo lo que se fuere h adendo; y esto no impedirá que, si acudieren al tribunal, sean allf despachados. Visto el auto que enviasteis al Consejo de 22 de éste, consultado con Su Señoría llustrísim a, na parecido que, teniendo consideraáón a las testificadones que podrán resultar de la pubíicadón del edicto de gracia, procuréis que se pongan las acusadones a los que ha muchos días que están en las cárceles ae esa Inquisidón, todo lo cual remitimos a vuestra prudencia. Convendrá también que Andrés de A lbarracín, notario del juzgado de esa inquisidón, que por la priesa y falta de ministros se permitió que entrase en el secreto a tratar de las causas de esa complicidad, no entre más en él, sino que acuda a su o fid o y e x e rd d o de él, pues con los frailes de Santo Domingo se ha suplido la falta. Y de todo lo que hubiere, nos enviaréis, señores, siempre parti­ cular reladón. En Madrid, 30 de mayo 1623. Señores Tapia - Ayala - Frías - Ortiz AHN.: Inq., libro 690, ff. 71v-72r.

330 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA Consultado con el Ilustrísimo Señor Inquisidor General, ha parecido que, para que se averigüe mejor la verdad de lo que hay en la causa que en ese Santo

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DE UNA PERSONA DE SEVILLA SOBRE LA PUBLICACION DEL EDICTO Estas cosas de los Alumbrados andan a q u í temerarias. E stá Sevilla que pa­ rece que ha venido para ella el juicio final. Después que se leyeron los edictos de la Inquisición, se ha descubierto y se descubre cada d ía gran lacra, porque la mayor parte de la ciudad estaba inficionada, y particularmente mujeres, en­ tre ellas señoras muy grandes y principales, y de las muy ricas. Un inquisidor esté en san Pablo desde el domingo pasado hizo ocho días, comen y duermen en casa él y un secretario, y desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche no sale del tribunal sino una hora para comer; y es tanta la gente que acude, unos a denunciar de otros y otros a acusarse, que no puede el inquisidor de veinte partes la una, y así las remite al o tro tribunal. Porque no hay duquesa ni marquesa, ni mujer alta ni baja, excepto las que se confiesan con frai­ les dominicos, que no les toque algo y que no tengan que decir según lo que di­ cen los edictos. Tal estaba esta ciudad con el pecado original que to d o lo solapaba. Leyóse el edicto en san Pablo el domingo pasado, y el antecedente se había leído en la iglesia mayor; y leyóle un fraile de Santo Domingo; y cierto que la gente salió escandalizada de o ír las maldades de aquellos santos fingidos. Parece seré forzoso alargar el térm ino de los 30 días por el eran concurso de gente. Sea Dios bendito, que tal maldad na descubierto. El Cual guarde a Vuestra Merced, etc. Sevilla y junio 15 de 1623. BARRANTES, II, 371-372.

334 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA Recibimos vuestra carta de 20 de éste con dos estampas de la imagen de María de la Antigua, donada del convento de monjas de Santa Clara de la villa de Marchena; y ha parecido que hagáis, señores, información con qué autoridad se imprimeron estas estampas y papeles, y si estas imágenes las nan colocado o puesto con veneración pública en alguna parte, con todo lo que a este propósito tocare, enviándonoslo con vuestro parecer. En Madrid, 27 de junio 1623. Señores Tapia - Ayaia - Frías - O rtiz AHN.: Inq., libro 690, f. 78v.

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Oficio te traca contra Francisco Cerón, preso en las cárceles secretas, examinéis, señores, todos los contestes que Hubiere contra este reo. En Madrid, a primero de junio 1623. AHN.: Inq., libro 690, f. 72r.

331 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA En el Consejo se ha visto la confesión y discurso que de su voluntad hizo en ese Santo Oficio en diferentes audiencias la madre Catalina de Jesús, que se os vuelve con ésta para que sobre esta confesión v discurso le hagáis a esta rea las preguntas necesarias; y haréis, señores, las calificaciones y demás deliberaciones que conviniere tocante a este negocio. En Madrid, dicho dfa [1 junio 1623] AHN.: I n q libro 690, f. 72r.

332 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA Recibimos vuestra carta de 6 de éste en que avisáis de la forma en que se publicó el edicto de gracia en la materia de Alumbrados; y, consultado con el llustrísimo Señor Inquisidor General, ha parecido que está muy bien lo que, se­ ñores, habéis hecho, como se esperaba ae vuestra prudencia y cuidado. Y Su Señoría Hustrísima y el Consejo quedan con mucho reconocimiento del trabajo que habéis, señores, puesto en este negocio, y los demás ministros que en eUo han entendido. En Madrid, 13 de junio 1623. Señores Ramírez • Ayala - Cifuentes AHN.: Inq., libro 690, f. 73r.

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335 E L C O N S E J O A L T R IB U N A L D E S E V IL L A

Por mandato del Ilus erísimo Sefior Inquisidor General se vieron en el Con­ sejo las declaraciones que en ese Santo Oficio se hicieron por don A ntonio Meri­ no, vecino de Sevilla, y dofta Beatriz de Pedrosa después de la publicación del edicto de gracia tocante a los Alumbrados, y otra de Juan Bautista, presbítero, cura de San Bartolomé, y del D octor Juan de Soto, que se os vuelven con ésta, y una apología escripia por el Maestro fiav Domingo Farfán, de la Orden de Santo Domingo, y la carta y memoriales dados p o r el Doctor Mufloz Adalid, que también se os vuelven con ésta. Y, consultado con Su Sefloría Ilustrísima, na parecido que, en recibiendo ésta, enviéis, seftores, a publicar el edicto de gracia a la ciudad de Fuentes por el Comisario m is cercano que os pareciere, enviando a mandar al Doctor Andrés Camero Adalid, Comisario de ese Santo Oficio en la ciudad de Fuentes, que no entienda ni se entrem eta en ninguna cosa tocante al dicho edicto de gracia, y al Comisario que así enviiredes de fuera le daréis particular instrucción para que examine en forma al dicho Licenciado Adalid, y que procure averiguar en qué forma se hace la ju n ta de la dicha villa y qué personas concurren en ella y quién es el auctor; y si hay algunos papeles o instrucciones que guardan. Y de lo que resultare, nos daréis aviso. Y porque [en] la estafeta pasada se os ordenó por Su Sefloría ilustrísima que con destreza y secreto procurásedes averiguar si el arzobispo de esa ciudad hizo intimar a las monjas ae su obediencia que no hicieran declaraciones en la materia del edicto de gracia y si hubiere papeles de ello se los entregasen, convern i que apuréis, seflores, mucho este punto, examinando si fuere menester a las preladas de los conventos y a las visitadas de ellos, y si hubieren recibido algunos papeles o declaraciones tocantes a la dicha materia, haréis que lo exhiban todo en ese Santo Oficio. Y respecto de las contradicciones que dicen hay en esa ciudad sobre esta materia, im p u g n á n d o se por algunos lo que se ha hecho, haréis, seflores, con atención información de lo que tienen para ello; o si se han hecho o esparcido papeles, los veréis y nos informaréis muy particularmente de lo que resultare de esta diligencia con vuestro parecer. Y para la defensa nos parece m uy a propósito el papel y apología que hizo el padre fray Domingo Farfan, al cual daréis muchas gracias de parte de Sefloría Ilustrísima y del Consejo, didéndole que se mirará por su persona en todo lo que se ofreciere, y avisamos heis, seflores, si es calificador de la Inquisición o si ha dado algún intento de pedirlo; y aunque el inquisidor don Alonso de Hoces, vuestro colega, esté en San Pablo, le comunicaréis todo lo que en esta causa (hidéredes] y os valdréis de su parecer y trabajo, pues ha sido ae tan grande impor­ tancia en esta parte, de que tenemos el reconocimiento que es razón. En Madrid, 4 de julio 1623. Acá se queda el papel del Maestro fray Domingo Farfán por entender que allá habrá otros del mismo tenor, o si no los hubiere, pedirle heis, seflores, una copia y la pondréis con los papeles de esta materia. AHN.: Inq., libro 690, ff 78v-80r.

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EL INQUISIDOR ISIDORO DE SAN VICENTE AL CONSEJO Muy Poderoso Señor: La semana pasada recibí carta del lll.mo Sr. Inquisi­ dor General en que me mandaba que luego saliese del convento de San Pablo y dentro de ocho días partiese a servir la plaza de Zaragoza, que yo había suplica­ do y pedido muchas veces. Y aunque propuse y representé algunas dificultades para que Su Illjn a fuese servido ae admitir mi excusa, porque he tenido aviso de persona de crédito que esta mudanza se hacía a instancia de V.A. por muchas causas que, si eran ciertas, no había que espantar; y después ha divulgado don Alonso de Hoces algunas preñeces que los dos o tres frailes dominicos de quien más se ha valido y su amigo don Manuel Sarmiento, canónigo de esta santa igle­ sia, han levantado tan de punto que me veo tan deshonrado y afligido, que me es fuerza volver por la honra, no sólo m ía, sino de todas las inquisiciones; pues no es ju sto que estemos sujetos a una calumnia que con pasión y malicia, levantando testim onio, nos quieran descomponer, sin verificarlo primero, y más en cosa tan grave como notarme de infidelidad en mi oficio: que yo no adm itía y recibía las deposiciones de las personas que acudían ante m í a San Pablo con las cosas más sustanciales y otras circunstancias a este propósito, tan ajenas de toda verdad, co­ mo de los papeles constará, y otras muchas por donde se verá mi recto proceder con el recato y prudencia de que sin razón me han querido argüir, buscando tra ­ zas y ardides diaoólicos para enviar a V.A. y a Su iQ.ma diversas relaciones sinies­ tras. Y no se han contentado con esto, sino para más desacreditarme con el pue­ blo, han tenido quien sembró en la iglesia m ayor fama que porque solicitaba las mujeres que acudían a declarar ante m í me habían sacado de San Pablo dos días antes que se acabaran los 30 del edicto de gracia y que fuera a acabarlos don Alonso aunque esto segundo no puedo persuadirme a que don Alonso ni el ca­ nónigo don Manuel Sarmiento lo hayan levantado, sino algún amigo suyo, sin que ellos lo hayan sabido. Pero, de cualquiera suerte que sea, lo cierto es que mi reputación padece por ambos caminos sin culpa mía, y ansí me hallo obligado a procurar volver por mí. Suplico a V.A. sea servido de mandar se averigüela ver­ dad y, constando de mi inocencia, que cese la mudanza a Zaragoza, pues sin hon­ ra ni allí ni en otra parte es bien que yo sea inquisidor. La verdad de lo que ha pasado es que luego como vino el edicto reparé en algunas cosas que me pareció tenían inconveniente, en particular las que tocaban a un clérigo llamado Francisco Cerón, que V.A. mandó prender antes que de acá fuera votado, y dije a mis colegas (y lo escribí a el Doctor Alcedo) que si hubie­ ran dicho a V.A. cómo el dicho don Manuel Sarmiento y don Francisco de Morbolí y el Doctor Torres eran sus enemigos capitales y por causas gravísimas del servicio de Dios a que acudió el dicho Cerón, quitando a los dos primeros de ciertas ocasiones de mujeres, parece que no lo hubiera V.A. mandado prender, como cada d ía se manifiesta más su inocencia; después, como el predicador (con ser tan prudente) lo anduvo tan poco, entre otras cosas escandalosas que dijo fue que aconsejaba a las casadas no diesen el débito a sus maridos, para que se los die­ sen a ellos, indi(g)nó tanto a los maridos contra sus mujeres y a los padres contra - 378 -

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sus hijas que, como confesaba esta gente lo muy bueno de esta d u d ad , hubo grandes inquietudes y trabajos; y como se divulgó tan to a los primeros días que todos entendían que tenían actos carnales con todas sus hijas de confesión. Y, por otra parte, yo no hallaba rastro de ello, sino gran honestidad de infinitas m u­ jeres que ante raí acudían, sus hijas de confesión, tratando de ello con tres frai­ les dominicos (de los que m is hacían ayudado a don Alonso de Hoces en el se­ creto , y el uno, que había dicho que él era quien había hecho el edicto), salió otro diciendo que en lo que tocaba en deshonestidad y mezclarse camaimente sólo lo había vine a conocer, que antes no tenía noticia ae él. -4 9 6 -

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Item, cotejando la doctrina del dicho libro con gran parte de la doctrina de Alumbrados de Sevilla, te echará de ver una de dos; o que los Alumbrados es­ tudiaban en el dicho libro, o que el libro fue sacado de la doctrina de los dichos Alumbrados. Esto segundo no es; luego será lo primero. Y para que se vea claramente lo que digo, tengo sacadas cincuenta proposi­ ciones del dicho libro, las cuales he cotejado muy ae espacio con las proposicio­ nes del Edicto de gracia de Sevilla, y he hallado diez proposiciones, las cuales no sólo en sustancia, sino en el modo de palabras y lenguaje son del mismo libro, unas de ellas claras y manifiestas formal y expresamente, y otras no tan expresas, pero virtualmente vienen a tener el mismo sentido. Item, las dichas cincuenta proposiciones del libro las he cotejado con las proposiciones de los Alumbrados ae Sevilla, que se han calificado, y hallo también munchas de ellas que son las mismas del libro. Item, con el Edicto de los alumbrados de Toledo —que llaman los dexados— he cotejado también las dichas cincuenta proposiciones del Hbro, y he hallado ocho ae ellas condenadas en el mismo Edicto. -D e todo lo que he dicho haré la prueba cuando se califiquen las dichas cincuenta proposiciones que tengo sacadas del dicho Ubro. El fiscal del Consejo tiene en su poder el dicho libro, donde están notadas y rayadas las dichas cincuenta proposiciones y, demás de eso, le dejo también en su poder un traslado de mano, donde están sacadas y trasladadas las dichas cin­ cuenta proposiciones, para que las haga calificar. y en la Inquisición de Sevilla también conviene que se califiquen las dichas cincuenta proposiciones, por cuanto el lenguaje del libro es muy escuro y de ma­ teria muy subida de punto en género de enseñar la perfección m is alta a que pue­ den llegar las almas en esta vida en el estado de unión, como dice y enseña el mis­ mo libro, y, en materia de teología m ística, trata él de lo más delicado y profun­ do que trató San Dionisio Areopagita para los muy místicos y contemplativos doctores. Y cuando el dicho libro no tuviera contra sí más que andar en romance una materia tan subida de punto y tan escura, que tuvo muncho que hacer y es­ tudiar Santo Tomás en declarar a San Dionisio Areopagita sobre estas materias en el tratado que hizo De divinis nom m ibus, bastaba para que fuese prohibido en romance; y si hubiese de correr, corriera en latín. Y éste es el parecer que dan los muy piadoso! defensores y aficionados del dicho libro; aunque yo digo que tam ­ bién en latín fuera peligroso el dicho libro y ocasionado, porque es menester, cuando se va leyendo, ir juntam ente declarando lo que quiere decir, por la escuridad peligrosa con que habla y el lenguaje peregrino de que usa. Y para aue se vea el peligroso y ocasionado modo de enseñar la perfección, que está encubierto en el dicho libro y no es conocido de todos, lo quiero dar a entender a quien (ríe; léase: con) una breve y compendiosa razón. Que es la si­ guiente: El dicho libro enseña la perfección por reglas, como se enseña un arte, y enséñala de tal manera que lo que Dios suele comunicar por especial favor y pri­ vilegio en algunas almas, lo hace regla ordinaria y de ley ordinaria para toaos. Pongo ejemplo: enseña en la oración el camino que llaman de la suspensión, que es ponerse en la presencia de Dios y estarse allí sin pensar en nada y sin meditar

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y sin hacer actos particulares con que pudiera excitarse al amor de Dios y al do­ lor de los pecados, y merecer y tener otros provechos espirituales, aguardando que Dios le ilumine y le invíe algún buen pensamiento, dejándose a Dios que ha­ ga lo que su Divina Majestad quisiere, estándose allí el aúna en aquella suspen­ sión. Este camino y este modo de oración es muy repetido en el dicho libro, y muy enseñado, especialmente en la página 230 y en la página 393. Este camino y modo de enseñar la perfección por vía y camino de sus­ pensión, como dice el libro, es muy peligroso y está ya condenado por el Santo Oficio en el Edicto de los Alumbrados de Toledo, que llaman los dexados, por­ que su doctrina era dexarse en Dios y no pensar nada en la oración. Y la proposi­ ción del Edicto de Toledo es la 12, y dice así: Que estando en el dexamiento en Dios desechasen todos los pensamientos, aunque fuesen buenos, y aunque se les ofreciesen los dichos buenos pensa­ mientos merecían en desecharlos, porque a solo Dios debían buscar. El sobredicho camino de suspensión es muy reprobado y condenado de to­ dos los doctores místicos, y, de los mismos de su Orden del dicho religioso autor del dicho libro, repruébalo el maestro Cray Jerónimo Gracián en sus obras, en el tratado de los fines del verdadero espíritu, folio 27, y en ei tratado de la vida en Cristo y la perfección del alma unida, folio 197; y Santa Teresa en la Vida, capí­ tulo 12, página 81, y en Las Moradas cuartas, capítulo 3, página 617; y en La Morada sexta, páginas 693 y 694. Santa Teresa dice: ‘Nadie se suspenda, si Dios no le suspendiere; si estando en la oración pensando, quisiere Dios suspender el pensamiento, entonces es fa­ vor y privilegio que Dios nace a quien quiere, pero no se ha de enseñar por regla ordinaria, porque se priva el alma de ejercido de actos para merecer’. Este Memorial he hecho por mandado de V.A. en orden a la buena direc­ ción de las causas de los alumbrados de Sevilla y su buen despacho. Y lo firmé en cuatro días del mes de mayo de mil y seiscientos y veinte y seis años en este colegio de Santo Tomás de Madrid. fr. Domingo Farfán, maestro. AHN.: Inq., leg. 2963, exp. n°. 1.

461 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA Con ésta se os envía copia de un Memorial que en Consejo dio el padre fray Domingo Farfán, calificador de ese Santo Oficio, sobre k materia y causas de los Alumbrados que están pendientes en esa Inquisición. Y pues está ya en -4 9 8 -

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ella el inquisidor Doctor Martín de la Guerra, que ha de hacer oficio de fiscal -conform e a lo que le está o rd en ad o -, se le entregará el dicho Memorial para que lo vea y vaya haciendo todas las diligencias que sean necesarias y convengan hacerse para la expedición de las dichas causas, a las cuales ayudaréis con el cui­ dado y vigilancia que de vuestras personas se confía, valiéndoos, señores, tam­ bién ael trabajo e inteligencia del dicho padre fray Domingo Farfan, que es el portador de estos papeles. Y de lo que se fuere haciendo, nos iréis, señores, dan­ do aviso. En Madrid, 13 de mayo 1626. También os valdréis de los demás religiosos que han acudido a esto. AHN.: Inq., libro 690. f. 187r.

462 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA Teniendo atención a lo bien que el Doctor Martín de la Guerra Paniagua, inquisidor de Cartagena, ha servido a ese Santo Oficio, lo ha proveído el Consejo por inquisidor apostólico de Llerena, de que le daréis aviso y de que no ha de sa­ lir de Sevilla hasta que se acaben las causas de los Alumbrados que están pendien­ tes en esa Inquisición. En Maarid, 16 de mayo 1626. Y no ha de gozar de salario de tal inquisidor hasta que vaya a servir la plaza a Llerena. AHN.: Inq., libro 690, f. 187v.

463 EL TRIBUNAL DE SEVILLA AL CONSEJO Muy Poderoso Señor: El sábado 23 de éste presentó su título en el tribunal el inquisidor Licen­ ciado don Juan Ortiz de Sotomayor, y se le dio la posesión con muy gran con­ tento de todo este tribunal, estimando grandemente la merced que el lil.mo. Sr. Inquisidor General y V.A. nos ha hecho en damos por colleg» persona de tan gran prudencia, letras y principales partes como las que concurren en la del dicho Licenciado don Juan Ortiz de Sotomayor, por lo cual besamos las manos a V.A. -4 9 9

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A quien guarde Nuestro Seflor. En el Real Castillo de Triana, a 26 de mayo de 1626. Dr. D. Rodrigo de VillavicencioLicdo. Juan Dionisio Fernández Portocarrero

464 EL TRIBUNAL DE SEVILLA AL INQUISIDOR GENERAL Muy Poderoso Señor: Muy grande merced habernos recibido con la que V.A. ha sido servido de hacernos, dándonos licencia para pasarnos a Sevilla, por que besamos a V.A. la mano. Ha sido de gran consuelo nuestro en esta ocasión, por estar ya padeciendo los daños de la inundación pasada nuestros dos collejas, el Dr. don Antonio Ma­ rín de Bazán, que ha muerto hoy, y el Dr. don Rodrigo de Villavicencio, que ha pasado algunos días con calentura. Nos obliga este miedo a poner en execudón con diligencia esta mudada, en que quedamos entendiendo: de que iremos dando cuenta a V.A., como nos lo manda. Y Nuestro Seflor guarde a V.A. muy largos años. En el Castillo de Triana, a 26 de mayo 1626. Dr. D. Rodrigo de Villavicencio - Ledo. Juan Dionisio Portocarrero AHN.: Inq., legajo 2963 s.f.

465 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA Recibimos vuestra carta de 2 de éste con los autos hechos sobre el entierro del Doctor Marín de Bazán, inquisidor, vuestro colega; y ha parecido que, en re­ cibiendo ésta, llaméis al tribunal los curas y los reprehanoáis del exceso que hicieron y, hecho esto, los soltaréis de las prisiones [...]. En Madrid, 9 de junio 1626. AHN.: Inq., libro 690, f. 190v.

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466 EL CONSEJO AL TRIBUNAL DE SEVILLA Recibimos vuestra carta de 16 de éste con la Memoria de las causas que es­ tán sentenciadas y conclusas en ese Santo O lid o ; y visto lo que decís, ha pareci­ do que votéis, seflores, luego las conclusas y con ellas y las votadas haréis luego auto. Y para adelante estaréis advertidos de que se sustanden con brevedad las causas y con la misma las despachéis. En Madrid, 12 de junio 1626. AHN.: Jnq., libro 690, f. 193r.

467 EL TRIBUNAL DE SEVILLA AL CONSEJO Muy Poderoso Señor: Redbimos la de V.A., su fecha a 9 de éste, y cumpliendo lo que por ella se nos manda, remitimos la Memoria que va con ésta de las causas que están sen­ tenciadas y conclusas y cerca de estarlo; y aunque hay algunas bien antiguas, creemos que la culpa ta han tenido las inundadones pasadas y poca salud de nuestros colegas» lo cual procuraremos reparar en lo que nos es posible, conclu­ yendo las causas que hov no lo están, antes de mudarnos: con lo cual no habrá necesidad por ahora de Llevar preso alguno a las casas nuevas, porque habrá bien que hacer en votar las causas concluidas y, despachadas aquéllas, no quedarán si­ no tres o cuatro presos, para los cuates, y los que de nuevo entraren, nay cárceles bastantes en tas casas de Don Juan Tavera, como más largamente escribimos en otra a V.A. A quien guarde Dios, etc. En el Real Castillo de Triaría, 16 de junio 1626. El Licdo. Juan O rtü de Sotomayor Licdo. Juan Dionisio Fernández Portocarrero [Anotación del Consejo:] En Madrid, 22 junio 1626. Que voten luego las conclu­ sas y con ellas y las votadas hagan luego auto, y para adelante estén advertidos de que se sustanden con brevedad las causas y con la misma las despachen. AHN.: Inq., legajo 2963 s.f. - 501 -

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MEMORIA DEL ESTADO QUE TIENEN LAS CAUSAS DE LA INQUISICION DE SEVILLA QUE ESTAN PENDIENTES EN ELLA Y DE LAS QUE ESTAN SENTENCIADAS SIN EXECUTAR (16 junio 1626] [I] SENTENCIADAS PARA AUTO 1. Alvaro Méndez, judaizante, sentenciado en 21 de junio 1625 a auto público, hábito de media aspa, abjuración de vehementi, y condenación en la tercera par­ te de sus bienes y destierro de Sevilla por un año. 2. Marta Enriques, judaizante, sentenciada en 22 de junio de 1625 a «ufo públi­ co de fee, reconciliación y confiscación de bienes y hábito y cárcel por seis meses 3. Diego López de Cerpa, judaizante, votado por el Consejo en 20 de setiembre 1625 a auto público, abjuración de tevi, condenado en doce mil maravedíes y desterrado por dos años. 4. Pedro Llambias, por casado dos veces. Votado en 12 de ju b o 1625 a auto, ab­ juración de levi y sacado a la vergüenza y desterrado por seis años. 5. Jerónimo de la Pena, por falsario de testimonios de un secretario del secreto. Votado en 26 de junio 1625 a