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Spanish; Castilian Pages [251] Year 2004
Jesús Conill y Vicent Gozálvez coordinadores
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Etica de los medios Una apuesta por la ciudadanía audiovisual Con artículos de Victoria Camps, Jesús Conill, Adela Cortina, Domingo García-Marzá, Vicent Gozálvez y J. Félix Lozano
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editorial
Jesús Conill y Vicent Gozálvez Ética de los medios ¿Cómo ejercer nuestra libertad en un entorno dominado por los medios de comunicación de masas? ¿Cómo activar nuestra ciudadanía en un espacio audiovisual cada vez más agitado y complejo? Si no logramos trazar nuevos caminos para la autonomía en el actual espacio audiovi sual, la democracia puede llegar a convertirse en una farsa y nuestra experiencia mediática en una nueva forma de esclavitud mental. Pero no basta con advertir de los peligros. Los autores pretenden ofrecer una propuesta ética para aprovechar al máximo el potencial que las nuevas tecnologías de la comunicación indudablemente nos ofrecen. Con estas miras, los diferentes capítulos del libro contienen refle xiones sobre los elementos esenciales del hecho social-comunicativo: la construcción de la ciudadanía audiovisual, el valor de la opinión pública y el derecho a la información, el sentido de los códigos deontológicos y del profesionalismo comunicativo, el problema de la ob jetividad y la imparcialidad, el espinoso asunto de la publicidad, la tensión entre las instituciones públicas y las empresas privadas, las re laciones entre la globalización ética y los medios, y por último el papel decisivo, ineludible en cualquier democracia que se precie, de instan cias de supervisión mediática.
Jesús Conill es profesor titular de Filosofía Moral en la Universidad de Valencia, y entre sus libros cabe destacar: El crepúsculo de la metafísi ca, El poder de la mentira. Nietzschey la política de la transraloración y Horizontes de economía ética. Aristóteles, Adam Smith, Amartya Sen. Vicent Gozálvez es profesor de Filosofía en el IES Josep de Ribera de Xátiva, doctoren Ética y máster en Psicoética para la Educación Cívi co-moral. Es autor del libio Inteligencia moral, y de numerosos artícu los e investigaciones en ionio al fenómeno de la comunicación social.
Jesús Conill y Vicent Gozálvez (coords.)
Ética de los medios
ESTUDIOS DE TELEUISION
ESTUDIOS DE TELEUISION Colección dirigida por Lorenzo Vilches FRANCISCO RODRÍGUEZ PASTORIZA CULTURA Y TELEVISIÓN
Una relación de conflicto
GÉRARD IMBERT EL ZOO VISUAL De la televisión espectacular a la televisión especular
GLORIA SALÓ ¿QUÉ ES ESO DEL FORMATO? Cómo nace y se desarrolla un programa de televisión
MARIO GARCÍA DE CASTRO LA FICCIÓN TELEVISIVA POPULAR Una evolución de las series de televisión en España CARLOS ARNANZ NEGOCIOS DE TELEVISIÓN GUILLERMO OROZCO (coord.) HISTORIAS DE LA TELEVISIÓN EN AMÉRICA LATINA LORENZO VILCHES LA MIGRACIÓN DIGITAL
MANUEL PALACIO HISTORIA DE LA TELEVISIÓN EN ESPAÑA GUSTAVO BUENO TELEVISIÓN: APARIENCIA Y VERDAD
JAVIER PÉREZ DE SILVA LA TELEVISIÓN HA MUERTO La nueva producción audiovisual en la era de Internet: La tercera revolución industrial
Ma DEL CARMEN GARCÍA GALERA TELEVISIÓN, VIOLENCIA E INFANCIA
El impacto de los medios JOHN SINCLAIR TELEVISIÓN: COMUNICACIÓN GLOBAL Y REGIONALIZACIÓN PEDRO LCANO DE ARISTÓTELES A WOODY ALLEN
Poética y retórica para cine y televisión ROSA ÁLVAREZ BERCIANO LA COMEDIA ENLATADA De Lucille Ball a los Simpson
ENRIQUE BUSTAMANTE LA TELEVISIÓN ECONÓMICA
Financiación, estrategias y mercados JESÚS MARTÍN-BARBERO Y GERMÁN REY
LOS EJERCICIOS DEL VER Hegemonía audiovisual y ficción televisiva MILLY BUONANNO EL DRAMA TELEVISIVO Identidad y contenidos sociales
CHARO LACALLE EL ESPECTADOR TELEVISIVO Los programas de entretenimiento
Jesús Conill Vicent Gozálvez (coords.) f
Etica de los medios Una apuesta por la ciudadanía audiovisual
Con artículos de: Victoria Camps, Jesús Conill,
Adela Cortina, Domingo García-Morzá,
Vicent Gozálvez y
J. Félix Lozano
gedisa editorial
©Editorial Gedisa, S.A. Paseo Bonanova, 9 1 °-1a 08022 Barcelona Tel. 93 253 09 04 Fax 93 253 09 05 correo electrónico: [email protected] http ://www. gedisa .com Diseño de la colección Sebastián Puiggrós
Maquetación: Editor Service, S.L Diagonal 299, entresól 1 - 08013 Barcelona Primera edición, Barcelona, junio, 2004
ISBN: 84-9784-054-2 Depósito legal: B. 32397-2004
Impreso por: Romanyá/Valls Verdaguer, 1. 08786 Capellades (Barcelona)
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano y cualquier otro idioma. Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada de cualquier versión de esta obra. Impreso en España Printed in Spain
Indice
Presentación......................................................................................
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1. Ciudadanía activa en una sociedad mediática................. Adela Cortina
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2. Opinión pública, libertad de expresión y derecho a la información...................................................... Victoria Camps
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3. Autonomía profesional y códigos deontológicos de la comunicación audiovisual........................................... Vicent Gozálvez y J. Félix Lozano
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4. Los relatos del mundo: entre la objetividad y la imparcialidad....................................................................... Nicent Gozálvez 5. Ética de la publicidad................................................................
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Domingo García-JAarzá
6. Economía ética de los medios de comunicación.............
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Jesús Conill
7. Globaliz ación ética y medios de comunicación.............. J. Félix Lozano
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Ética de los medios
9. Instituciones, agencias y mecanismos de supervisión mediática......................................................... Victoria Camps
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8. Análisis ético-comparativo de los medios............ ....... Vicent Gozálvez
Presentación
El propósito principal de este libro es reforzar el ejercicio de la ciu dadanía en una sociedad conformada cada vez más por el impacto de los medios de comunicación de masas. Si como ciudadanos no logra mos activar nuestra autonomía efectiva en este nuevo mundo audiovi sual, no gozaremos de auténtica libertad democrática, pues el poder de los medios puede llevarnos a un nuevo tipo de dominación o incluso de esclavitud mental. Pero no basta con advertir de los peligros. Pretendemos ofrecer una propuesta ética para aprovechar el potencial que las nuevas tecnologías de la comunicación nos ofrecen. Si los ciudadanos queremos ser prota gonistas en el escenario mediático, hay que ver cómo los principios de libertad que adornan nuestras Constituciones pueden hacerse realidad a través de una opinión pública en buenas condiciones para la autono mía cívica. Tanto quienes viven desde dentro la gestión de los productos me diáticos —los profesionales— como quienes los consumimos nos encon tramos bajo nuevos imperativos, sobre todo tecnológicos y económi co-empresariales, bajo nuevos poderes sociales, que generan conflictos y que muchas veces nos hacen sufrir indeseables consecuencias. De ahí la necesidad de reflexionar y adquirir una formación profe sional y ciudadana dotada de un nuevo estilo proactivo, la urgencia de crear entre todos los agentes implicados en los medios o afectados por ellos —ciudadanos, profesionales, instituciones públicas, empresas au diovisuales nacionales y transnacionales...— esas condiciones sin las que la vida democrática y las libertades no serán posibles. Un espacio
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de libertad sin el cual carecen de sentido los propios medios de comunicación. Entre los nueve capítulos del libro existe una apreciable unidad in terna, pues los autores comparten no sólo una sensibilidad semejante hacia los problemas reales, sino también una análoga concepción de la ética pública aplicable a una sociedad pluralista. Con este subsuelo ético compartido, hemos tratado de incluir a lo largo de los diferentes capí tulos una reflexión acerca de los elementos esenciales del fenómeno social-comunicativo: la construcción de la ciudadanía audiovisual, el va lor de la opinión pública y el derecho a la información, el sentido de los códigos deontológicos y del profesionalismo comunicativo, el complejo tema de la objetividad y la imparcialidad, el no menos espi noso asunto de la publicidad, la tensión entre las instituciones públi cas y las empresas privadas, las relaciones entre la globalización ética y los medios, un análisis comparativo de éstos a la luz de su distinto al cance ético y, por último, la necesidad de agencias y mecanismos de supervisión mediática. Aunque cada uno de los autores sea el responsable de su propio ca pítulo, es destacable su disposición a trabajar con sentido de equipo, pues sólo así ha sido posible lograr la deseable articulación interna. Muy de agradecer han sido también, en esta línea, la confianza y los provechosos consejos de Lorenzo Vilches, reconocido experto en la ma teria. Asimismo, quisiéramos expresar nuestro especial agradecimien to a Victoria Camps por el apoyo que ha prestado desde el primer mo mento a este proyecto, así como por su valiosa contribución desde la práctica en el Consejo Audiovisual de Cataluña.
Jesús Conill y Vicent Gozálvez
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1 Ciudadanía activa en una sociedad mediática * Adela Cortina
En las sociedades pluralistas es crucial el papel de los medios de comu nicación. Ciertamente esos medios nacieron con el afán de hacer posi ble la libertad de informar y de recibir información, con el afán de sen tar las bases del «uso público de la razón», pero con el tiempo, y sobre todo al convertirse sus productos en objeto codiciado por el poder po lítico y económico, fueron cambiando el empeño en informar por el empeño en controlar las preferencias de los individuos y en orientar sus elecciones. Un cambio que no resulta accidental para la configura ción de una sociedad que se pretenda democrática, sino todo lo contra rio: es un cambio esencial porque, de tener éxito en sus pretensiones, no serían los ciudadanos los protagonistas de la vida pública, sino de nuevo vasallos, de nuevo súbditos. Pensar con seriedad y deliberar sobre una ética de los medios de co municación es una de las tareas más importantes, y también más ur gentes, en una sociedad que quiera serlo de ciudadanos, y no de siervos.
1. Una sociedad de ciudadanos Las últimas décadas han ido conduciendo la filosofía moral y política hodiernas hacia un «tema estrella»: el de la ciudadanía) Liberales y co munitarios, agriamente enfrentados en los años ochenta, acaban recono* Trabajo incluido en el Proyecto de Investigación «Ética económica y empresarial desde una nueva ética del discurso» (BFF 2OO1-3185-CO2-O1), financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología y con fondos Feder.
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ciendo que la justicia es sin duda la virtud principal de los sistemas e instituciones sociales, como subrayaba en los años setenta la tradición li beral por boca de J. Rawls, así como que no hay verdadera justicia si los miembros de esa sociedad no se saben miembros de ella, pertenecientes a ella. La justicia es indispensable a las sociedades, pero igualmente lo es la construcción comunitaria de esas mismas sociedades por parte de ciu dadanos responsables. Esta confluencia de convicciones llevó de la mano a un tema tan clásico como reciente: la necesidad de contar con ciudada nos que se saben parte de una sociedad a la que quieren justa. Sin embargo, poner un tema sobre el tapete de la discusión filosófica es la mejor forma de empezar a descubrir lo mucho que se ignora sobre él. Y por eso se hizo necesario ir aclarando paulatinamente qué entende mos en el cambio de siglo por un «verdadero ciudadano», en el sentido que Hegel daba a esta acepción de «verdad» como acuerdo con un con cepto, que se deja a su vez criticar por la realidad.2 Distintas tradiciones filosóficas se aprestaron a esclarecer el contenido de esa ciudadanía to mada en el pleno sentido de la palabra, y la prudencia desaconsejó pres cindir de lo mucho de bueno que aportaban algunas de ellas.3 Quisiera recordar ahora cinco de esas tradiciones para ir diseñando el perfil del ciudadano que debería ser el protagonista de la vida pública, y quisiera recordar esas cinco, no sólo por la innegable valía de sus aporta ciones, sino también por su especial conexión con el tema de los medios de comunicación. Si los ciudadanos, como veremos, deben ser los prota gonistas de la vida pública, deben serlo en una sociedad mediática, en una sociedad que resulta incomprensible sin contar con los medios de comunicación como una de sus claves interpretativas esenciales. ¿Cuál es la noción de ciudadano que arrojan las aludidas tradiciones? La primera de ellas, la liberal, considera —en distintas versionesque es ciudadano quien no es súbdito, sino su propio señor. De donde se sigue, para no quedar en el vacío, que el cuerpo social debe proteger su derecho a ejercer ese conjunto de libertades que se conocen como «civiles»: libertad de expresión, de conciencia, de información, dere cho a la intimidad, derecho a revisar y cambiar las propias opciones vi tales, derecho a defensa jurídica en caso de detención, libertad de aso ciación, desplazamiento, etcétera. De entre ellas, al menos las cuatro
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primeras están estrechamente relacionadas con el papel que en una so ciedad pluralista tienen los medios de comunicación. Por otra parte, aquel que es «su propio señor» goza también de un preciado derecho político, que es el de influir en la toma de decisio nes propia del cuerpo político, sea de forma directa, sea a través de la elección de representantes, que es la forma preferida en el mundo moder no. Curiosamente, este derecho, que en principio parecería escasamente ligado a los medios de comunicación, está profundamente relacionado con ellos, porque uno de los principales atractivos que las empresas infor mativas tienen para el mundo de los políticos es sin duda su capacidad de influir en las decisiones de los votantes. Para un político que entiende por «actividad política» la conquista y conservación del poder a cualquier precio, la connivencia con alguno o algunos medios es una obviedad. La segunda tradición que quisiera recordar es la republicana. Desde la perspectiva del republicanismo, es ciudadano ante todo el que parti cipa en la vida pública, de donde se sigue que no hay política auténtica sin la participación responsable de los ciudadanos y sin virtud cívica. El ciudadano no es en la tradición republicana sólo un votante, si no alguien que toma parte activa en la vida de la polis, vida que tiene una dimensión estatal, pero otra igualmente decisiva de sociedad ci vil.4 En ella, en la sociedad civil, es una pieza clave esa esfera pública, esa esfera de una opinión pública razonante, en la que los ciudadanos tie nen que ejercitar también la virtud cívica de la participación. Y, al me nos desde el escrito kantiano ¿Quées la Ilustración?, resulta palmario que esa opinión pública debe ser independiente del poder político pa ra que la libertad de pensar vaya conduciendo paulatinamente a la li bertad de obrar.5 El comunitarismo es la tercera de las tradiciones que quisiera traer a colación, una tradición muy ligada hoy al republicanismo en Estados Unidos. Desde su perspectiva, el ciudadano es responsable de su comu nidad y, en consecuencia, debe intentar desentrañar cuáles son los fines que esa comunidad se propone para dilucidar qué puede hacer él por ayudar a alcanzarlos. Frente al «desorden» liberal, nacido al fomentar ante todo la libertad negativa de los individuos, es preciso recuperar el orden moral de la sociedad, que sólo es accesible cuando los ciudada-
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nos asumen responsablemente su parte en la tarea de llegar a las metas de la comunidad. En efecto, el liberalismo —piensan los comunitarios— destaca la im portancia del individuo y sus derechos, nacidos del afán de proteger la libertad negativa, pero subrayando sólo esta dimensión hace imposi ble el orden social. ; En lo que hace a los medios de comunicación, es la libertad negati- . va individual la que caracteriza conceptual y empíricamente la teoría liberal de la prensa. Desde esta perspectiva, los medios llevan el aura de un yo libre, sin constricciones del orden social, y su «ética» es más bien derecho, porque no se ocupa sino de proteger los límites de la li bertad de cada individuo frente a los demás y frente al Estado. Es necesario encontrar un modelo para los medios de comunicación que desplace la libertad individual desde el núcleo a los márgenes, y que tenga por centro la norma del todo social, porque el rasgo funda rá mental de un ser humano es la comunidad. La misión de la noticia es en realidad crear una ciudadanía activa en el seno de la comunidad, y por eso los códigos predominantes en las narraciones han de ser lay^rticia social, el vínculo común y la política participativa? Sin embargo, esta visión de la ciudadanía y del papel de los medios de comunicación va matizándose con el tiempo y las figuras más des tacadas del movimiento comunitario reconocen que el comunitarismo ha de intentar unir elementos de la tradición (el orden basado en las virtudes) con elementos de la M.odernidad, concretamente, con la pro tección de la autonomía de las personas. Es preciso abandonar la idea de que existe una prioridad del individuo y sus derechos sobre la co munidad, pero también importa asumir que cada individuo debe ser autónomo, con lo cual es preciso atenerse a las directrices de una «Nueva Regla de Oro». La Regla de Oro tradicional, común a todas las religiones y éticas, es una regla interpersonal que dice «No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti» o, en sentido positivo, «Trata a los demás como quisieras que te trataran a ti». La «Nueva Re gla de Oro» relaciona a la persona con la comunidad, y dice así: «Res peta y defiende el orden moral de la sociedad como quisieras que la so ciedad respetara y defendiera tu autonomía».7
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La cuarta concepción de ciudadanía que consideraremos brevemente es la socialdemócrata. Cuando T.H. Marshall, a mediados del siglo xx, esbozó en su libro Ciudadanía y clase social los trazos de una «ciu dadanía social» estaba sentando, sin saberlo, las bases de lo que ven dría a convertirse en el concepto paradigmático de ciudadanía. En efecto, en el cambio de siglo se entiende por ciudadano aquel que en una comunidad política goza no sólo de derechos civiles (libertades individuales) y derechos políticos (participación política), sino también de derechos sociales (trabajo, educación, vivienda, salud, prestaciones so ciales en tiempos de especial vulnerabilidad). La ciudadanía social se refiere entonces también a este tipo de derechos sociales, cuya protec ción vendría garantizada por el Estado nacional, entendido no ya como Estado liberal, sino como Estado social de derecho.8 Por último, el multiculturalismo y el cosmopolitismo vienen a comple tar los rasgos de una ciudadanía situada a la altura de las sociedades que han alcanzado el nivel posconvencional en el desarrollo de la conciencia moral. Distintas culturas deben ser tenidas en cuenta para ir componiendo la figura del ciudadano, en una inevitable apertura al mundo.9 Cosa harto difícil cuando las empresas mediáticas pertenecen al Primer Mundo y dan a conocer el Tercero y Cuarto desde su óptica, de donde resulta una colonización más poderosa que la producida por la dependencia económica.10 El problema es, entonces, ¿cómo es posible vivir una ciudadanía, así diseñada, en una sociedad mediática?, ¿cómo es posible ser prota gonista de la vida pública cuando los medios parecen querer controlar las elecciones de los ciudadanos, de suerte que éstas acaben siendo heterónomas?
2. El ejercicio de la ciudadanía en una sociedad mediática La primera constatación que una sociedad con democracia liberal rea liza con respecto a estos asuntos es la de que las normas jurídicas son necesarias para intentar conseguir que se respeten algunos de los dere-
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chos que componen la imagen del ciudadano, pero insuficientes. Y no sólo porque no es conveniente regularlo todo en una sociedad que se quiera libre, ni tampoco porque un mundo de conflictos jurídicos es indeseable o porque los tribunales cometan con frecuencia atropellos y errores, sino porque las buenas actuaciones, las buenas prácticas, bro tan de un buen ethos, como bien sabía la tradición aristotélica. En este sentido, éticas deontológicas y «ethológicas», partidarios de la kantiana Moralität y de la hegeliana Sittlichkeit convienen hoy en reconocer que el cultivo del carácter de las personas, las actividades profesionales y las organizaciones e instituciones son indispensables para un buen funcionamiento de la sociedad. El ethos, el carácter, sigue siendo la pieza clave desde la que legitimar normas morales y jurídicas. Pero este ethos puede ser al menos de dos tipos: perezoso o diligente. El carácter perezoso, el que se atiene a los dictador de una razón pe rezosa, es el que se arredra ante las novedades y las vive como proble mas casi insolubles, mientras que quien se orienta por la razón diligente se desvive por convertir las nuevas situaciones en oportunidades de crecimiento.111 Es desde esta razón diligente desde la que intentaremos ir respondiendo a la pregunta «¿cómo hacer posible el protagonismo de los ciudadanos en una sociedad mediática?». Y con este fin distin guiremos en principio dos grandes sectores en ese ámbito de los me dios y la información.
1) Ciudadanos del ciberespacio La cibercultura, como sabemos, se apoya en la utilización masiva para el conjunto de las actividades económicas, sociales y culturales, de una ciencia, la informática, de una tecnología, la de las redes de comunicación electrónica, y de un instrumento específico, el ordenador. La ci bercultura se define como la cultura de lo virtual y abre el ámbito de lo que se ha dado en llamar el ciberespacio. Este espacio, el de las redes y tecnologías relacionadas (multimedia, imágenes en tres dimensiones y mundo virtual) no tiene todavía leyes propias.12 Ciertamente, la red de Internet es la columna vertebral de lajcpmunicación global a través de ordenador en la década de los noventa, y el
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tipo de ética que reclama es muy diferente al que exigen los medios de comunicación de masas tradicionales (prensa, radio, televisión). Preci samente su naturaleza de redP le dota de un conjunto de características como las siguientes: penetración, descentralización (no jerarquía), Ínterac tividad, comunicación e individualismo.14 En efecto, en el ciberespacio no existen en principio jerarquías, sino una interrelación de individuos que se aprestan a relacionarse desde distintos lugares y que pueden in terrumpir la comunicación unilateralmente. Aunque es cierto que se trata de redes de comunicación con individuos que pueden encontrar se en los antípodas, y en ese sentido se amplía el espacio comunicativo, no es menos cierto que son también individuos los que establecen la conexión, de forma que el individualismo y la voluntaria relación inte rindividual conforman la base antropológica dominante. De ahí que la ética del ciberespacio venga a ser diferente de la de los medios de comunicación tradicionales. Por una parte, porque en los me dios tradicionales la empresa que transmite la información o el entrete nimiento es identificable y, por tanto, la ética de los profesionales de la información y la de las empresas informativas resulta clave para generar un buen carácter mediático, mientras que en el caso de Internet la res ponsabilidad se difumina, hasta el punto de que ha llegado a decirse que el único modo de controlar la red es no entrar en ella.15 Por otra parte, la multilateralidad de la red la convierte en un medio interactivo (a diferencia de los medios tradicionales, salvo en casos ex cepcionales) no jerárquico, sino más «democrático». El tamiz discrimi natorio consiste aquí en que no todos tienen acceso a la red pero, una vez introducidos en ella, los «ciudadanos del ciberespacio» gozan de una igualdad de intervención activa, de la que carecen los usuarios de otros medios. Desde esta perspectiva conviene decir que la ética del ciberespacio depende fundamentalmente, si no exclusivamente, de la ética de los usuarios, de la ética de los ciudadanos del ciberespacio. Y en este sentido, me parece sumamente desafortunado declarar que los valores éticos de la sociedad de la información van a ser radicalmente distintos a los que ahora apreciamos, que compondrán una «infoética», dotada de valores diferentes a los ya conocidos. Lo que sucede más bien es que encarnar
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cosmopolita desde sujetos que no sean vasallos sino, por decirlo con Séneca, «artífices de la propia vida». Ciudadanos, y no siervos. 2) Los medios de comunicación de masas La influencia de los medios de comunicación en las sociedades actuales es tal que podríamos hablar de una «construcción mediática de la rea lidad», por analogía con aquella «construcción social de la realidad» de que hablaran Berger y Luckmann. Y no deja de ser curiosa la evolu ción que se ha producido desde aquella incipiente prensa elitista, lle vada por el afán de expresión libre, en un mundo de analfabetos, hasta llegar a sociedades con cientos de miles de lectores de prensa, de oyen tes de radio y de telespectadores. Importa ante esta situación pregun tarse si las metas por las que estos medios nacieron siguen siendo las mismas o si, por el contrario, estos medios de información se han con vertido en medios de control que impiden a los ciudadanos ser los pro tagonistas de sus vidas.
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