El ayllu : estudios sociológicos [3 ed.] 1000089896


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Bautis ta Saavedra

ESTUDIO S

3~

SOCIOLO GICOS

Edición .

GISBERT Y CIA. S. A. . Libreros - Editores

1955

¡

Biblioteca Naciol\ol

deI Perá CoiecctóI\. quechaa-a'}Il\OI'a

PAULRmT 1057

EL AYLLU TERCERA EDICION 1955

BAUTISTA SAAVC.DRA Ex Profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias · Sociales de La Paz (BoJJvia)

EL AYL LU F.STUDIOS SOCIOLOGIC OS Prólogo de don RAFAEL ALTAMIRÁ

TERCERA EDICION

GISBERT Y CIA. S.A. LIBREROS -

EDITORES LA PAZ - BQLIVIA 1955

ESTA EDICION ES PROPIEDAD

de los editores qwenes perseguirán toda edición clandestina, conforme a la Ley.

IMPRESO EN BOLIVIA P RINTED IN BOLIVIA

PROLOGO

El señor Saavedra ha tenido · 1a bondad de pedirme un prólogo para su libro E)l Ayllu. Acojo la petición con vivo agradecimiento, porque mediante ella satisfago varios anhelos sentimentales de mi espíritu: uno, el que emana de ser el autor u n hispanoa mericano, y creo ocioso explicar lo que eso significa para mí; otro, el que deriva de1 asunto científico del libro, que e s de los que forman parte de mis aficiones más arraigadas, a las que tan escaso culto puedo dedicar desde que graves atenciones administrativas pesan sobre mis hombros; un tercero, en fin, se refiere al nuevo testimonio que a sí me cabe dar de que, no obstante Ja n ueva orientación d e mi vida, todo lo que se refiere a la América me encuentra propicio siempre. Hasta un cierto romanticismo (que y a a mi edad apunta sin que nos de¡:no~ cuenta muchas veces), hace simpática y gratísima para mí esta labor. El señor Saavedra estudia cuestiones que

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son las que primeramente me preocuparon en mi carrera científica, y las que produjeron mi primer libro de este género, la Historia de la Propiedad Comunal: y mientras escribo las presentes líneas, así como mientras leí El Ayllu, reviven en mí eqtiellos años juveniles, cuyo más delicioso recuerdo es precisamente el de las ilusiones ideales que los animaban, y el! de los esfuerzos por .Ja cultura propia y por el conseguimiento de la santa ambición de añadir alqo útil a la obra útil de los maestros que nos formaron. Pero ya es demasiado hablar de mí mismo; mayor pecado ahora, puesto que no será mucho el tiempo que pueda dedicar a los otros. Rabilemos del señor Saavedra y de su libro. Don Bautista Saavedra no es un advenedizo en esta clase de estudios. Profesor de Derecho en la Universidad de La Paz, durante algunos años; investigador de historia americaná en los archivos españoles, tiene, como se ve, abolengo que le hace doblemente colega mío; y si después la pdlítica --gran tirana- le llevó a sus dominios, fué para que se ocupase del Ministerio o Secretaría de Instrucción Pública, y Juego, de funciones diplomáticas que aun desempeña. En la compleja trama de la vida de un pueblo, el verdadero patriota no puede decir nunca cómo y en qué esfera servirá mejor al suyo; y p or eso, aunque si me dejase llevar de añoranz-:rs mías, podría desear que el señor Saavedra vd1viese a la cátedra, por otro lado, no ' he de in-

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cutir en el error vulgar de creer que deben, ni aun pueden, rechazarse otras direcciones de la actividad a que empuja el destino (o lo que sea: destino es un tópico literario que la cultura clásica hace pesar sobre nosotros) y que muchas veces nos dan la fórmula adecuada de nuestro "hacer", que nosotrolii mismos no sabíamos vislumbrar. El Avllu comienza con este párrafo de una gran verdad: "Las costumbres e instituciones de los pueblos inQ.ígenas del continente sudamericano no han sido aún debidamente exhumadas,' menos sometidas a un estudio comparativo que las hiciera aptas para contribuir a ciertas conclusiones sociológicas". Gran verdad, digo, y eso que el propósito data de los días mismos de la conquista. Recuérdese que Páez de Castro, aquel interesante cronista de Carlos V, tu.vo ya el1 pensamiento de- escribir un Tratado sobre la conformidad que él cr'eía ver entre "las costumbres y religiones" de los "indios occidentales con. las antiguas que los historiadores escriben de estas partes que nosotros habitamos"; pero el sigilo XVI, que vió y adivinó muchas cosas, carecía, no obstante precursores .de tanto empuje como Abenjadun, de todo el aparato crítico e informativo (según hoy. se dice) necesario para labor tan compleja como .la que Páez pretendía realizar. Era necesario que transcurriesen cerca de cuatro siglos .para que, ensanchada considerablemente la espera del material de trabajo y cambiados y depurados los métodos, fuese posible acometer científicamente la investigación comparativa. Aun

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así, respecto de América es pronto. Fo1lta mucho por averiquar en punto a su pasado y en punto a las supervivencias de su presente, para que no nos acometa a cada instante el sagrado temor de que nuevos descubrimientos y observaciones nos derroquen la construcción apresuradamente levantada. El empuje que recientemente han adquirido los estudios y exploraciones arqueológicas y etnográficas entre los americanis!as de todos los países, y en la juventud universitaria de no pocas naciones de Hispanoamérica, alientan la esperanza de que la hora de Oa cosecha no tardará m~cho. Mientras tanto, bueno es ir preparando el camino, con toda cautela, sí. pero también con aquel ardimiento que el amor a la verdad pone en las almas y abre horizontes para ellas y para todos los que reciben su influjo. El libro deil señor Saavedra responde a esa necesidad, y su autor lo ha escrito usando aquella indispensable diligencia que guía hacia el espigueo de las · fuentes originales e inéditas, y aquella discresión que se abstiene ?e convertir en sentencia firme el atisbo o la hipótesis. Esa discreción e·s, en estas materias, más necesaria que en ninguna otra. La mayoría de rras cosas que se han dicho y sostenido hace pocos años en materia de lo que ya se ha bautizado de "Prehistoria jurídica", están hoy, o negadas o en tela de juicio, y es imposible edificar sobre ellas nada estable. Han padecido estos estudios especialmente de exceso de sistema

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y de geométrica uniformidad en la concepción de la vida humana primitiva, y la curación de este error no ha de lograrse con nuevos sistemas, si no con la observación concreta de los hechos y la paciencia de esperar a que eOlos hablen e impongan, al afán simplista de nuestro espíritu, la complejidad variadísima de ·l a realidad. Cierto es que mucho de la historia se nos escapa hoy y se nos escapará siempre, por falta de noticias, de documentos y monumentos, incluso en lo más externo de ella; que en ~o interno e inefable ·de la obra humana, · casi entera se evapora · en alas del tiempo; pero contra esos vacíos inevitables no es aconsejable el relleno de hipótesis, sino la franca confesión de nuestra impotencia. Así me parece admira]j}e, en términos generales, el punto de vista mesl,Uado y crítico que el profesor Meyer ha tomado, con respecto a las instituciones primitivas, en el tomo I de su Historia de ia antigüedad. Yo mismo -y perdóneseme que vuelva a citarme, puesto que el señor Saavedra toca esta cuestión- si hubiera de escribir nuevamente la Historia de la Propiedad Comuna¡}, corregiría no pocas cosas y, sobre todo, la afirmación correspondiente a la generalidad de aquella forma de disfrute en los tiempos primitivos que en la época de publicación de mi obra era corriente asegurar y estaba patrocinada por ilustres investigadores. Hoy, aun. que no le faltan buenos padrinos, la cuestión se

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halla realmente en una posición de duda y espera (1). Lo mismo juzgo que es preciso hacer con todas las que comprende lo que Oliveira Martins lllamó el "cuadro de las instituciones primitivas". Semejante posici6n no podrá desaparecer sino a costa de muchos pacientes trabajos de análisis y de colección de hechos . concretos; y por haber puesto en ello su intención y sus energías, el señor Saavedra merece .Jos plácemes de todos los estudiosos. Termino deseando muy sinceramente que el autor transforme dentro de breves años este ensayo de pocas páginas en una monografía voluminosa, para la cual Ue sobran, a mi juicio, arrestos y condiciones intelectuales. Rafael Altanüra.

Madrid, mayo de 1913.

(1) De ella he tratado ampliamente en mi Bibliografía de la propiedad comunal, publicada por el Suplemento doctrinal del Boletín Juridico-Adminlstra.tlvo. Madrid, 1904.

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Costumbres e instituciones primitivas de los pueblos indígenas del continente sudamericano no han sido aún debidamente exhumadas, menos sometidas a un estudio comparativo que las hiciera aptas para contribuir a ciertas conclusiones sociológicas. Las investigaciones hechas no pasan de des· cripciones narrativas, epidérmicas: trabajos de imaginación más que construcciones científicas. Y si se ha intentado ascender a Uos orígenes de las vinculaciones de los pueblos precolombinos con otras civilizaciones, con otras razas, a lo más que se ha ido es a señalar analogías arqueológicas con las ramas orientale.s del viejo continente. El tema de vincu!lar las civilizaciones preamericanas con otras extracontinentales ha sido fecunda en teorías aventuradas. Y no ha faltado quien las niegue. André Lefevre, en su libro: "Las Lenguas y las Razas", dijo: "Se han relacionado ciertas creencias, ciertas construcciones

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del Perú y México, con religiones y artes indias o egipcias. Nada más quimérico,a mi modo de ver. Si hay coincidencias, son fortuitas, o resultan de la evolución, que tiende a hacer pasar todos' los grupos humanos por las mismas etapas o por los mismos grados" (1). Sin embargo, no se podrían desconocer ciertas innegables semejanzas antropológicas, arquitectónicas, esculturales y sociales. Ciertos rasgos arquitectónicos, la fabricación de vasos y ánforas, la forma de navegación, la iconografía, los usos de enterramiento, etc., encienan una evidente similitud con las artes, industria y costumbres de egipcios y babilónicos. Las ruinas de Tiaguañacu son fuente valliosa para tales indicaciones. Recientes excavaciones han proporcionado elementos esculturales muy parecidos a las artes babilónicas y egipcias. El arte arquitectónico de sus monumentos, la labor plástica de los monolitos, como los objetos de alfarería, ]llegaron a _una cultura superior, sobre todo el arte de fabricar ánforas y vasos sagrados, de perfección maravu.Iosa. La iconografía ailnara y azteca, por la horizontalidad de los ojos, la boca cuadrangular, como ha hecho no· tar Sentenach (2), tienen íntimo parecido a la escultura sagrada india y babilónica. Y en este or, den de opiniones existe la de un sabio cuyo renombre es de todos conocido. Allejandro Humboldt decía: "que entre los pueblos del antiguo y n'!levo continente existen puntos de notable se-

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Página 170. (2) Ensayos sobre la América colombina, 1898.

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mejanza, lo prueban el que hemos indicado del calantica de las cabezas de !sis con el tocado mexicano, las pirámides de gradas análogas a las del Fayum y Sakhah, el uso frecuente de la pintura jeroglífica, los cinco días complementarios que se añaden al año mexicano y recuerdan las epagomenas del año menfítico" .(3). Estudios fiJlológicos a su vez han sido puestos a contribución; pero, desgraciadamente, con gran deficiencidais las combinaciones posibles que se vean en el matrimonio humano, que, por otra parte, por razón misma de esta inquieta variabilidad no .son susceptibles de ser clasificadas en ciertas y determinadas formas, son naturales en el hombre, que no reconoce llímite ni época para sus uniones. W estermarck ha dicho que "en el hombre se encuentran todas las formas posibles de matrimonio" (9). La poligamia es un fenómeno social de todas ·l as razas y de todas las civilizaciones, una tendencia específica, destinada a fundar en uno solo tipo las variedades créadas por la monogamia, como observa muy bien Remy de Gourmont en su interesante libro Física del Amor (10). "En casi todas las especies humanas, o:qrega después, existe una pd1igamia substancial, (8) Comentarios reales, t. I , XIV, pág. 16. (9) Ob. cit., pág. 449. (10) XVI, pág. 170.

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disilnulada bajo una apariencia de monogamia" (11). La familia patronímica y la evolución duradera del matrimonio excluyen la mezcla de sangre de los parientes ya consanguíneos, ya facticios o, acomodándonos al tecnicismo de Mac Lenan, la familia y la gens son exogámicas. Puede objetarse contra el sistema patriarcal de íias familias que formaron el imperio peruano, que según los ritos de la realeza incásica, debían los miembros de· ella casarse entre hermanos. Algunos autores han visto en este género de uniones los rezagos del uso colecti!Vo de la mujer, o, por lo menos, 1a precedencia del "matrimonio consanguíneo". Cuando Mommsen sostenía: "que . [a gens era una república nacida de ha comunidad de origen real o probable, hasta facticia, mantenida en un haz compacto por la comunidad de fiestas religiosas, de sepultura y de herencias, a la cual podían pertenecer todos los individuos libres, y, por tanto, las mujeres también", se objetó que tales relaciones implicarían una constitución endogámica de la gens. La gens, se dijo, fué exógama, como !ro confirman varias descripciones, entre ellas la de Tito Liv'i!o (12). Pero el carácter exogámico o endogámico de la gens, por mucho que estas formas matrimoniales fuesen marcadas y excluyentes, no destruye ni ataca su constitución y composición patronímica. El ejemplo de los simbólicos hermanos Mallcu-Capac y Mama Ocllo, no probaría Ia superIbid, pág. 186. (12) F . Engels, Ob. cit., IV., pág. 222.

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vivencia ni de ·l a unión sexual pa,sajera, ni la existencia de la familia consangumea en que "el vínculo de hermano y hermana, en ese período, trae consigo el ejercicio del comercio carnal recíproco" (13). Estas uniones, entre parientes, como se ha dicho, demuestran más bien la tendencia a mantener la pureza de sangre, esto es, la constitución gentílica aristocrática de rra familia. Por otra parte, no es del todo evidente que entre los peruanos existiese tal costumbre desde tiempos desconocidos, como tradición recogida del ayllu preincásico. Westermarck sostiene a propósito: " Garcilaso de la Vega afirma que, desde un principio, Jos incas del Perú establecieron como Uey absoluta que el heredero del trono se casara con su hermana mayor legítima, mi>entras que Acosta y Ondegardo afirman que entre los peruanos se consideraba ilegal todo matrimonio en el primer grado, hasta que Tupac Inca Yupanqui, al terminar el siglo XV, se casó con su hermana consangµínea y dictó un decreto para que "los incas se pudieran casar con sus hermanas consanguíneas, pero no con otras" .

(14).

Bien considerado este punto de las relaciones incestuosas, la opinión de la mayoría de los arqueólogos de la familia primitiva, se inclina a la conclusión de que las uniones consanguíneas se hacen cada vez más prohibitivas, por razón de sus consecuencias degenerativas. Morgan sostiene que .Jas prohibiciones de matri(13) Engels, Ob. cit., II, pág. 66. (14) Ob. cit., pág. 310.

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monio entre parientes cercanos, ha nacido de la observación de los resultados visibles de semejantes uniones. Otros escritores suponén, por el contrario, que tal conocimiento es imposible en razas nómadas e infantiles. Haciéndose cargo de estas y otras observaciones, W estermarck se decide, y parece que con mucha justicia, por la natural y secreta diferenciación de parientes que se opera en el seno de las familias. Sus frases de una convicción sobresaliente, son éstas: "Naturalmente, estoy de acuerdo con M. Houth en lo de que no existe aversión innata al matrimonio con parientes cercanos. Lo que yo sostengo es que existe una aversión innata a un comercio sexual entre personas que viven juntas desde los primeros años, y que siendo generalmente parientes estos personas, tal sentimiento se manifiesta especialmente como ..horror al comercio entre parientes cercanos" (15). Es profusa la historiografía de las diversas y complejos formas en que puede considerarse la familia primitiva, y nada podría sacarse en limpio en lo que respecta a .Ja promiscuidad de la mujer, a la incestuosidad de las uniones, a las reglas prohibitivas o permisivas de las uniones con miembros extraños a la gens o a la constitución verdaderamente patronímica de Ua asociación familiar. ·

(15) Ob. et., pag. 437.

· VII

Hasta aquí hemos podido entrever que el ayÚu aparece en las poblaciones antiguas como punto de partida de agregaciones y congregaciones posteriores. El ayllu germina primero como núcleo familiar, y toma después otras formas de convirvencia social más amplia, extensa y económica. A la evolución de las formas sociales del ayllu podría aplicarse lo que Fustel de Coulanges ovservaba d e la familia oriental primitiva. "Al principio, dice vivía aislada la familia, sin reconocer el individuo más dioses que los domésticos (dei cyentiles). Sobre la familia se formó la fatria con sus dioses (juno curiaJes); vino en seguida 1a tribu y los dioses de la tribu (teos filias), y se llegó al f.in a la ciudad" (1). No podremos decir del ayllu que haya recorrido gradualmente y de [a misma manera aquellas fases de desarrollo y guiado (1) Ob. et., III, pág. 150.

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B A U T I S T A -S A A V E D R A

del mismo espíritu religioso. Lo único que es posible afirmar es .que el ayllu, .Uega a ser en cierto momento un clan agrícol,a y .cooperativq y una comunidad de aldea o marca. · El ayllu, considerado como clán, representa . la evolución · complementaria del ayllu linaje. Y no sería posible tener un concepto claro de ' la . composición social y de su desenvo.l vimiento de los pueblos del centro dell continente sud si. no estudiásemos detenidamente la organización dánica que akanzó el ayllu. Por otra parte, por ·una especie de correlación, el estudio del clan · po permitir