El ayllu : estudios sociológicos sobre América
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BAUTJST A

SAA YEDRA

EL AYLLU ESTUDIOS SOCIOL0G1cos

SOBRE AMÉRICA

PARÍS Sociedad de Ediciones Literarias y Artísticas

Ll BRERIA 5o,

PAUL

OLLENDORFP

CHAUSSÉB n'ANTIN,

5o

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Bibhoteca Naciol\ol

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EL AYLLU

Es propiedad de los editores. Derechos reservados.

BAUTI~TA EX

Plt:OFESOR

DE

LA

SAAVEDRA FACULTAD

DE

DERl!CHO

Y CIENCIAS SOCIALES DE LA PAZ (BOLIVIA)

AYLLU (ESTUDIOS SOCIOLÓGICOS) PRÓLOGO DE DON RAFAEL ALTAMIRA

PARÍS Sociedad de Ediciones Literarias y Artísticas

LIBRERjA 50,

PAUL CHAUSSÉB

OLLENDORFF · o' ANT1N 1

_50

,

PROLOGO

El Sr. Saavedra ha tenido la bondad de pedirme un prólogo para su libro El Ayllu. Acojo la petición con vivo agradecimiento, porque mediante ella satisfago varios anhelos sentimentales de mi espíritu : uno, el que emana de ser el autor un hispano-americano, y creo ocioso explicar lo que eso significa para mí; otro, el que deriva del asunto científico del libro, que es de los que forman parte de mis aficiones más arraigadas, á las que tan escaso culto puedo dedicar desde que graves atenciones administrativas pesan sobre mis hombros; un tercero, en fin, se refiere al nuevo testimonio que así me cabe dar de que, no obstante la nueva orientación de mi vida, todo lo que se refiere á la América me encuentra propicio siempre. Hasta un . cierto romanticismo (que ya á mi edad apunta sin que nos demos cuenta muchas veces) hace simpática y gratísima para mi esta labor. El Sr. Saavedra estudia cuestiones que son las que primeramente

Vlll

PRÓLOGO

me preocuparon en mi carrera científica, y las que produjeron mi primer libro de este género, la Hútoria de la Propiedad comunal; y mientras escribo las presentes líneas, así como mientras leí El Ayllu, reviven en mí aquellos años juveniles cuyo m ás delicioso recuerdo es precisamente el de las ilusiones ideales que los animaban, y el de los esfuerzos por la cultura propi"!- y por el conseguimiento de la santa ambición de añadir algo útil á la obra útil de los maestros que nos formaron. Pero ya es demasiado hablar de mí mismo; mayor pecado ahora puesto que no será mucho el tiempo que pueda dedicar á los otros. Hablemos del Sr. Saavedra y de su libro . D. Bautista Saavedr.a no es un advenedizo en esta clase de estudios. Profesor de Derecho en la Uni versidad de La Paz durante algunos años ; investigador de Historia americana en los archivos españoles, tiene, como se ve, abolengo que le hace dGblemente colega mío; y si después la política - gran tirana - le llevó á sus dominios , fué para que se ocupase del Ministerio ó Secretaría de Instrucción Pública, y luego, de funciones diplomáticas que aun desempeña. En la compleja trama de la vida de un pueblo, el verdadero patriota no puede decir nunca cómo y en qué esfera servirá mejor al suyo; y por eso, aunque si me dejase llevar de añoranzas mías, podría desear que el Sr. Saa-

PRÓLOGO

IX

vedra volviese á la cátedra, por otro lado no he de incurrir en el error vulgar de creer que deben, ni aun pueden, rechazarse otra& direcciones de la actividad á que empuja el destino (ó lo que sea : destino es un tópico literario que la cultura clásica hace pesar sobre nosotros) y que muchas veces nos dan la fórmula adecuada de nuestro " hacer », que nosotros mismos no sabiamos vislumbrar. El Ayllu comienza con este párrafo de una gran verdad : « Las costumbres é instituciones de los pueblos indígenas del continente sud-americano no han sido aún debidamente exhumadas, menos sometidas á un estudio comparativo que las hiciera aptas para contribuír á cierta& conclusiones ¡ociológicas. ~> Gran verdad, digo, y eso que el propósito data de los días mismos de la conquista. Recúerdese que Paez de Castro, aquel interesante cronista de Carlos V, tuvo ya . el pensamiento de escribir un Tratado sobre la conformidad que el creía ver entre « las costumbres y religiones » de los « Indios Occidentales, con las antiguas que los historiadore& escriben de estas partes que nosotros habitamos »;pero el siglo XVI, que vió y adivinó muchas cosas, carecía, no o bstante precursores d6 tanto emP.uje como Abenjaldun, de todo el aparato crítico é informativo (segun hoy se dice) necesa rio para labor tan compleja como la que Paez pretendía realizar. Era necesario que transcurriesen cerca de

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PRÓLOGO

cuatro siglos para que, ensanchada considerablemente la espera del material de trabajo y cambiados y depurados los métodos, fuese posible acometer científicamente Ja investigación comparativa. Aún así, respecto de América es pronto. Falta mucho por averiguar en punto á su pasado y en punto á las supervivencias de su presente, para que no nos acometa á cada instante el sagrado temor de que nuevos descubrimientos y observaciones nos derroquen la construcción apresuradamente levantada. El empuje que recientemente han adquirido Jos estudios y exploraciones arqueológicas y etnográficas entre los americanistas de todos los países, y en la juventud universitaria de no pocas naciones de Hispano-América, alientan la esperanza de que la hora de la cosecha no tardará mucho. / Mientras tanto, bueno es ir preparando el camino, con toda cautela si, pero también con aquel ardimiento que el amor á la verdad pone en las almas y abre horizontes para ellas y para todos los que reciben su influjo. El libro del Sr. Saavedra responde á esa necesidad, y su autor Jo ha escrito usando aquella indispensable diligencia que guia hacia el espigueo de las fuentes originales é inéditas, y aquella discreción que se abstiene de convertir en sentencia firme el atisbo ó la hipótesis. Esa discreción es, en estas materias, más necesaria que en ninguna otra. La mayoría de las cosas que se

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)(¡

han dicho y sostenido hace pocos años en materia de lo que ya se ha bautizado de« Prehistoria jurídica», están hoy, ó negadas ó en tela de juicio, y es imposible edificar sobre ellas nada estable. Han padecido estos estudios especialmente de exceso de sistema y de geométrica uniformidad en la concepción de la vida humana primitiva, y la curación de ese error no ha de lograrse con nuevos sistemas , si no con la observación concreta de los hechos y la paciencia de esperar á que ellos hablen é impongan, al afán simplista de nuestro espíritu, la complejidad variadí$ima de la realidad. Cierto es que mucho de la historia se nos escapa hoy y se nos escapará siempre, por falta de noticias, de documentos ó monumentos, incluso en lo más externo de ella; que en lo interno é inefable de la obra humana, casi entera se evapora en alas del tiempo ; .pero contra esos vados inevitables no es aconsejable el relleno de hipótesis, sino la franca confesión de nuestra impotencia. Así me parece admirable , en términos generales, el punto de vista mesurado y crítico que el profesor Meyer ha tomado, con respecto á las instituciones primitivas, en el · tomo I de su Histori·a de la antigüedad. Yo mismo - y perdóneseme que vuelva á citarme , puesto que el Sr. Saavedra toca esta cuestión, - si hubiera de escribir nuevamente la Historia de la Pro-

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piedad comunal, corregiría no pocas cosas y, sobre todo, la afirmación correspondiente á la generalidad de aquella forma de disfrute en los tiempos primitivos que en la época de publicación de mi obra era corriente asegurar y estaba patrocinada por ilustres investigadores. Hoy, aunque no le faltan buenos padrinos, la cuestión se halla realmente en una posición de duda y espera•. Lo mismo juzgo que es preciso hacer con todas las que comprende lo que Oliveira Martins llamó el « cuadro de las instituciones primitivas». Semejante posición no podrá desaparecer sino á costa de muchos pacientes trabajos de análisis y de colección de hechos concretos; y por haber puesto en ello su intención y sus energías, el Sr. "saa vedra merece los plácemes de todos los estudioso&. Termino deseando muy sínceramente que el autor trnnsforme dentro de breves años este ensayo de pocas páginas en una monografía voluminosa, para la cual le sobrán, á mi juicio, arrestos y cond.iciones intelectuales. RAFAEL ALTAMIRA.



Madrid, Mayo 1913 . 1. De ella he tratado ampliamente en mi Bibliografia de la Propiedad comunal, publicada por el Sitplemmto doctrinal del Bol1#n j uridico-administrativo. Madrid, 1904.

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Las costumbres é instituciones de los pueblos indígenas del continente sudamericano no han sido aún debid amente exhumadas , menos sometidas á un estu dio comparativo que las hiciera aptas para contribuír á cierta"s conclusiones sociológicas. Las investigaciones hechas no pasan de descripciones narrativas, epidérmicas : trabajos de imaginación más que construcciones científicas. Y si se ha intentado ascender á los orígenes de las vinculaciones de los ·

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pueblos precolombinos con otras civilizaciones, con otras razas, á lo más que se ha ido es á señalar analogías arqueológicas con las ramas orientales del viejo continente. El tema de vincular las civilizaciones preamericanas con otras extracontinentales ha sido fecunda en teorías aventuradas. Sin embargo, no se podía desconocer ciertas innegables semejanzas antropológicas, arquitectónicas, esculturales y sociales. La construcci_9n de templos, el arte en la fabricación de vasos y ánforas, la forma de navegación,

la iconografía,

los usos de

enterramiento, etc., encierran una evidente similitud con las artes, industria y costumbres de egipcios y babilónicos. Las ruínas de Tiag uanacu, son fuente valiosa para tales indicaciones. Las recientes excavaciones han proporcionado elementos esculturales muy parecidos á las artes babilónicas y egipcias.

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El arte arquitectónico de sus monumentos, la labor · pl ás ~ica de los monolitos, como los objetos de alfarería, llegaron á una cultura superior, sobre todo el arte de fabricar ánforas y vasos sagrados, de perfección maravillosa. La iconogratía aymara y azteca, por h horizontalidad de los ojos, la boca cuadrangular, como ha hecho notar Sentenach 1 , tienen íntimo parecido á Ja escultura sagrada india y babilónica. Y en este orden de opiniones existe Ja de un sabio cuyo renombre es de todos conocido. Alejandro Humboldt decía : « que entre los pueblos del antiguo y nuevo continente existen puntos de notable semejanza, lo prueban el que hemos indicado del calantica de las cabezas de Isis con el tocado mejicano, tas pirámides de gradas análogas I.

Ensayos sobre la América colombina, i898.

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á las del Fayum y Sakhah, el uso frecuente de la pintura geroglífica, los cinco días complementarios que se añaden al año mejicano y recuerdan las epagomenas del año menfítico 1 • » Los estudios filológicos á su vez han sid0 puestos á contribución ; pero, desgraciadamente, con gran deficiencia de elementos y de espíritu crítico. No han faltado tentativas lingüísticas para emparentar el quichua y el aymara con el sj nscrito. Parece que en este terreno se ha querido seguir un ejemplo harto fecundo de filología comparada. En efecto, á este género de investigaciones se debe el haberse encontrado las fuentes más remotas de la vinculación de los pueblos llamados indoeuropeos. Los sorprendentes descubrimientos hechos por la filología Monumentos de los pueblos i:ndígenas de México, pág. 87. 1.

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demostraron la comunidad de procedencia de lenguas, que se habían considerado hasta entonces extrañas á todo parentesco, desligadas de todo lazo de unión. La frase de Leibnitz : « nada presta tanta luz á la indagación de los orígenes de la naciones como el estudio de las lenguas », se puso á la orden del día. Max Müller -sostuvo, que los pueblos que hablaban idiomas procedentes de un tronco común, eran también hermanos de sangre. « ¿ C2llién se había atrevido á afirmar, escribía en 1865, que las naciones teutónicas, célticas y eslavas eran, en realidad, de la misma carne y de la misma sangre que los griegos y romanos que las tildaban desdeñosa mente de bárbaras ? 1 >> Y como Max Müller pensaban ~ambién Pictet, F. Müller, Schra1.

La Mitología Comparada, VIII, pág.

242.

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der, G. Humboldt y otros. Pero, poco después, surgió la siguiente duda : ¿el parentesco de lengua implica necesariamente el de sangre? M. Oppert denunciaba en 1879 el error de ver en la lengua un vínculo de raza. > Que necesidades idénticas provoquen semejantes ideas y parecidos medios ó procesos de satisfacerlas puede ser verdad, en Cierta manera, pero ¿cómo se explicaría la semejanza de costumbres que no responden á inclinaciones fundamentales, y que se refieren más bien á Ja forma y superficie de los actos , humanos? ¿ Q!Jé necesidad, por ejemplo, impulsa imprescindiblemente á que se sepulten los muertos en Egipto y en la

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América meridional en parecidas condiciones de momificación? ¿Hay acaso, en preservar al cadaver de su corrupción y en rodearle, al tiempo de su enterramiento, de objetos de uso personal, algo de fundamentalmente orgánico ó psíquico, sin cuya ejecución la naturaleza física ó intelectual del hombre quedaría dislocada é incumplida? De ninguna manera. La mayor parte de las costumbres , antes que explicarse por la exigencia de necesidades,, vitales, se explica por el imperio y tiranía de algunas preocupaciones. Quizás más bien muchos de los hábitos hum anos son contrarios á las necesidades naturales : tales eran, verbigracia, entre las prácticas religiosas y morales, el ayuno, la castidad , las mortificaciones corporales y todas los prácticas ascéticas. Tampoco podría mantenerse triunfalmente la teoría de la uniformidad del medio

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ambiente, la repetición ondulatoria de los agentes físicos. Muchas similitudes sociales han

nacido

en

regiones diametralmente

opuestas. ¿ Q!Ié identidad de medio ambiente hay entre el antiguo Latio y la hoya andina del Titicaca, que han producido las semejanzas de la g ens y del ayllu? Tarde ha abandonado, pues, ese punto de vista para colocarse en un terreno netamente sociológico : en el de la imitación. « Antes, dice, de negar la posibilidad de la difusión de las ideas por una lenta y gradual imitación que habría terminado por cubrir casi todo el globo, es menester tener en cuenta, desde luego, la inmensa duración de los tiempos prehistóricos y pensar también que tenemos pruebas de las relaciones habidas á grandes distancias no solamente entre los pueblos de la edad de bronce sino también entre los pueblos de la edad de piedra pulida, y qui-

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zás de Ja piedra no pulimentada. » « En resumen, concluye, todo lo que es social y no vital ó físico, en los fenómenos sociales, así como en sus similitudes como en sus diferencias, tiene Ja imitación por causa 1 • » Aunque la imitación no sea, en Ja similitud de los fenómenos sociales, la sola causa eficiente, como sostiene el sociólogo francés, el mérito de esa teoría está en que abre una vía más de interpretación de esas extrañas semejanzas que parecen denunciar una misma procedencia / 'La etnología se arrogaba para sí el fuero exclusivo de dar la el.ave del parentesco de las razas. La craneología se consideró, á su vez, como el mejor instrumento de investigación, no obstante ·la pobreza de sus datos. Empero, la sociología comparada y la psicología arqueológica 1.

Ob. cit., pág. 5 1 y 54·

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pueden contribuir más de lo que

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~e

cree á

esclarecer ese problema, hondo como la noche de los tiempos, de los orígenes humanos. Aplicado este criterio á la cuestión harto debatida, pero no por eso mejor planteada, de la procedencia del hombre americano, los resultados serían quizás más decisivos que los que se han obtenido de estudios puramente filológicos.

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La Sociología moderna se impuso una tarea importante : se propuso averiguar cuál era la unidad irredut tible de la asociación,

« de la composición social >>. Empleóse para ello el procedimiento químico de análisis y descomposición de los elementos componentes de las sociedades actuales ó pasadas. ¿Cuál ha debido ser esta unidad de donde procedieron todas las combinaciones, todas las modalidades sociales? Ha sido el individuo, la familia, la gens, la horda, el clan ó

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Ja tribu? He aquí una de las interrogaciones cuya respuesta está ligada á los problemas más capitales de la Sociología. Hay muchos que piensan que, « todos los seres humanos, desde los salvajes inferiores á los hombres más civilizados, viven en grupos de familias, y que, estos grupos de Ja composición social, son productos naturales de las actividades fisiológicas y psicológicas ayudados por la selección natural 1 ». Pero la uniformidad de pareceres no es la misma cuando se trata de establecer las relaciones sexuales y cooperativas de esos primitivos grupos. No faltan tampoco teorías que desconocen el molde familiar, para sostener luego, que las formas originarias de asociación son las hordas prehistóricas, errantes y degradadas, en las que no reina sino una 1.

202

F. E. Giddings, Principios de Sociología, II, pág. y 208.

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promiscuidad sexual sin freno y el relajamiento más completo de toda cooperación colectiva 1 • Probable es que la ciencia social no gane gran cosa con estas disputas. La oscuridad que reina en las relaciones primitivas de los hombres, la insuficiencia de los materiales recogidos, y, sobre todo, los intereses de escuela, impiden ver demasiado claro en este orden de fenómenos. Lo importante sería determinar el grado/ de afinidad social, de cohesión estructural, que han tenido en cierto momento de su evolución los grupos humanos. ¿Cuál ha sido el grado de tonicidad plástica que han necesitado ó poseído los nucleos sociales más simples, las células germinativas de la asociación, para desenvolverse después en todas las demás formas r. Gumplowicz, Lucha de razas ; Engels, Origen de la Familia.

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de la colectividad conocida? Esta indagación, que es distinta de la que se propone encontrar el fenómeno social ó sea Ja molécula psico-fisiológica de la sociedad, tiene mayor importancia para descifrar muchos problemas de la sociología arqueológica. La teoría de la gens es la que resuelve este punto de modo satisfactorio. En ella se encuentra ese temperamento de cohesión y vitalidad aglutinante, que en sentido figurado viene á constituír la célula humana. Esa asociación familiar formada por parientes consanguíneos, todos los cuales son descendientes de un antepasado común, constituye un nucleo de afecciones comunes también, pues, como dice M. Ward, « el sentimiento es la única fuerza psíquica y al mismo tiempo la fuerza .social fundamental 1 ». Pero, el l.

Compendi'o de Sociología, VIII, pág.

216.

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concepto de la gens no es el mismo para todos. Harto conocida es la anarquía de opiniones que reina dentro de la literatura de la familia primitiva. Unos confunden la g ens con el clan ; otros con la horda ó la tribu. M. Durkheim, es de los que ha dicho : « el clan romano, es la gens, y es bien entendido que la gens era la base de la antigua constitución romana 1 >>. M. Gumplowicz fué quien renovó últimamente la teoría de que por la multiplilas tribus no se produjeron ,, cación de familias, sino por «restos de hordas y bandas humanas primitivas que desde el principio se han considerado como extrañas á todo parentesco de sangre 2 ». Un distinguido sociólogo, Franklin Giddings, pretende ver el germen de las sociedades étnicas en las pequeñas hordas compuestas I.

2.

De la Division du Travail social, VI, pág. i6o. lucha de razas, XXXII, pág. 21 5.

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de pocas familias. « La más pequeña sociedad, escribe, unida y organizada, compuesta de grupos sociales menores (hordas) que son por sí más ámplios que la familia, es la tribu

1



» Y concordando con esta teo-

ría M. Durkheim cree, en nuestros días,

« que el verdadero protoplasma social, el germen de donde han debido salir todos los tipos sociales, es la horda 2 >>, bien que por horda entienda, á diferencia de otros, « una masa homogénea cuyas partes no se distinguirían unas de otras ». Dejando á un lado toda esta variedad de interpretaciones de las primeras formas de asociación, no tenemos sino que volver los ojos hacia los tres tipos clásicos : la gens, la fatria y el clan ó la tribu. Son tres estados 1.

especial~s,

no de simple dilatación social

Principios de Sociología, ll, pág.

2. Ob.

207.

cit., VI, pág. 149. 2

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ó religiosa, sino de peculiar correlación de elementos psíquicos y colectivos. En cada uno de ellos desaparecen ó se aflojan, por lo menos, los vínculos que hacían la característica modalidad de la fase anterior. El parentesco consanguíneo, trama con que se teje la gens, va borrándose poco á poco para dar paso al parentesco puramente facticio. Vienen después otros factores á imprimir su sello á la agrupación, como el cultivo de la tierra, y entonces aparece la cooperación y / la convivencia de pueblo, como lazos de asociación. « La gens, no era una asociación de familias, sino la familia misma, pudiendo comprender indiferentemente una sola línea 6 producir numerosas ramas ; pero constituyendo siempre una familia 1 • » Esa congre1. F. de Coulanges, ob. cit., X, pág. 123. El eminente sociólogo G. Tarde decía de la Ciudad AnNgua : « Pero la ve!'dad me obliga á confesar que hasta aquí, al menos, esa confluencia de las dos grandes

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gación de familias formando un grupo fué «llamada en lengua griega fa tria y en la latina curia 1 .». La tribu ó clan es una asociación territorial, sobre todo, con cierta organización política. En el antiguo derecho romano, la tribu, ateniéndonos á Momsen, «significó originariamente el campo de comunidad 2 >>. Igualmente en lo tratados bretones, según Sumner Maine, el sept irlandés no ha sido sino la familia asociada y la tribu > En general , las sepultaciones se hacían en montículos de corte y formas regulares, más I.

Relaciones geográficas de lndt'as, tom. 1, pág. 60.

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que irregulares, como sostiene Prescott. Su arquitectura era simplísima, consistente, ordinariamente, en una bóveda de adobes ó piedras acumuladas unas sobre otras y recubierta de tierra. Allí dentro colocaban los muertos en posturas simbólicas y rodeados de tesoros, ofrendas, vajilla, ídolos, guacas. En un curioso libro destinado á la investigación del orígen de los indios del nuevo mundo, del P. Gregorio García, se encuentra un párrafo que podría servir á este propósito. Dice : « En esto parecen los indios á los judíos, que solían enterrarse en montes y lugares altos : y Jos indios de los llanos del .Perú, por no tener montes, por que son arenales, Jos hacían de Ja misma tierra y arena ... y al presente se ven ruinas de sus soberbios . edificios : dem ás de Jo cual, por toda Ja Sierra del Perú están los campos llenos de sepulcros, á modo de torrecillas, al

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presente están llenos de calaveras y de cuerpos de aquellos gentiles, que con ·el uniforme , temperamento y sútiles aires, están secos é incorporados : que los unos y Jos otros he visto, y confirmaron esta verdad todos los que han andado por aquellas ruinas 1. Tales prácticas funerario-religiosas no fueron propias de uno ú otro pueblo. Son comunes, como hace notar el historiador americano, á tri.bus y pueblos de ambos continentes Así mismo se descubren en las momias caracteres antropológicos que demuestran, fuera de los procedimientos artificiales de deformación craneana, la .existencia de razas diferentes. Esta misma obser2



e

Origen de los Indios del N uevo Mundo Indias· Occidentales, 1729, pág. 96. 2. G. H. Prescott, Historia de la Conquista del Perú, 1•

III, pág.

104.

,

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vación se ha hecho valer en el estudio de los túmulos de Europa y norte de África, para combatir Ja teoría del « pueblo de los dolmens )) 1 que atribuía á una sola rama étnica la iniciativa de los monumentos megalíticos. En- los grupos aymaras subsisten aun las libaciones y ofrendas en Ja tumba de los muertos. Pero estas prácticas ¿son originarias de Jos primitivos pueblos que se han perpetuado á través del tiempo y de las variaciones sociales 1 ó han sido copiadas de Jos conquistadores ? Es innegable que las .ofrendas mortuorias se encuentran en las sepultaciones de los antiguos ayrnaras, como lo denuncian los túmulos de Jos chuUpas donde se encuentran vasos y ánforas y platos que hacen suponer que depositaban comidas y bebidas. Tales ofrecimientos funenarios, quizás se practicaban, no sólo en

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fuerza de las ideas de supervivencia del espíritu, sino también por la creencia en los largos viajes que debían emprender los muertos. M. de Coulanges nos da, en el capítulo del « Culto de los muertos » de la >, una explicación de estos ritos mortuorios. « Puesto que el muerto ten ía necesidad de comer y beber, se comprendió que los vivos tenían que satisfacerla y se hizo obligatorio el cuidado de llevar á los muertos sus alimentos, ,,. para no abandonarles al capricho de los sentimientos variables del hombre . Así se estableció una religión de la muerte, cuyos dogmas tal vez se borraron pronto, pero cuyos ritos duraron hasta el triunfo del cristianismo 1 • » Interpretación sería esta que tendría en el caso actual el mérito, á más de señalar su 1.

Ob .

cit. , I , pág.

20.

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similitud con Jos rituales aymaras, de llevarnos á una conclusión inevitable. La religión de Ja tumba con todas sus solemnidades litúrgicas no ha debido surgir sino dentro de Ja constitución patronímica de la familia. La arquitectura funeraria sólo ha podido progresar con el arraigo á la tierra de las tribus errantes y con el culto de Jos antepasados. En las familias peruanas el culto de los antepasados revestía esos mismos caracteres. « Los incas, nos dice, M. Markham 1 , adoraban también á sus antepasados. La pacarina ó antecesor del ayllu 6 linaje, se idealizaba como alma 6 esencia de sus descendiente_s. » Y en Ja nota que ha puesto para explicar el significado de pacarina que deriva del verbo : pacarina, amanecer, nos da, precisamente, una raíz aymara : pacara. > Humboldt, como D'Orbig ny, aceptan , para explicarse tan singulares semejanzas, dos 1.

L'Homme A mericain Ink ., pág. xu.

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extremos que no satisfacen á la crítica moderna. La identidad de disposiciones intelectuales, insinuada por el primero, no hace sino aplazar la dificuldad. No ha podido existir en América esa identidad dad a la variedad de razas y del medio físico. Tampoco la analogía de disposiciones puede engendrar raíces comunes de lenguaje. Su proposición se halla en plena contradicción con las leyes de la filolog ía comparada que demuestran la existencia de raíces irreconciliables. De otro lado, las mismas necesidades fisiológicas no producen los mismos sonidos. ¿Cómo se explicaría entonces la pluralidad de lenguas? En cuanto á D'Orbigny, el error á que nos conduciría sería el de suponer que los g uaraníes se extendieron por todo el Continente, cuando pór los historiadores coloniales, como por un estudio más exacto que se

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ha hecho de este idioma, se viene en conocimiento que las tribus guaraníes ocupaban sólo determinadas zonas del Paraguay, Paraná y Uruguay. Menos aun que aquellas hipótesis podría resolver el problema en cuestión la teoría de los influjos recíprocos. Dada la geografía del continente, sus formidables barreras de montañas y repliegues inaccesibles, de bosques impenetrables, de llanos y desiertos incomensurables, la imitación, el contacto inmediato 6 frecuente, han debido ser, sino nulos, demasiado ténues para producir esos fenómenos sociales de sorprendente similitud. Q!Iizás no queda otra explicación razonable de las analogías americanas, sobre todo de las lingüísticas, que la de una fuente común, de donde por fraccionamiento derivan los idiomas conocidos hoy. Fuerza, desde luego, á esta conclusión, la comunidad de raíces en

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las principales lenguas indígenas como el quechua, aymara, atacameña y guaraní. Acaso podría oponerse á esta inducción la ley de Ja renovación dialectal, con que Max Müller contradijo lo expuesto por Grim, de que« toda multiplicidad de dialectos proviene de una unidad primitiva >>. Müller considera en su apoyo que « nada sorprendió tanto á los misioneros jesuítas como el número infinito de dialectos hablados por los indígenas de América. Lejos de ser prueba de una .civilización adelantada esa multiplicidad de lenguas, revelaba más bien que las diversas razas de América no se habían sometido nunca durante cierto espacio de tiempo á una poderosa concentración política, y que jamás habían llegado á fundar grandes imperios nacionales 1 ».

1.

La Ciencia del Lenguaje, Il, pág. 60. 4

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Las suposiciones del filólogo alemán están en oposición con los datos más elementales de la historia y prehistoria americanas, que nos enseñan el paso, por el continente de Colón, de civilizaciones é imperios poderosos. La existencia de lenguas irreconciliables en sus fuentes y en su estructura puede encuadrarse bien con la teoría poligenista que, en la pluralidad de ellas, ve la multiplicidad de centros creadores de idiomas diversos ; pero tal cuestión es distinta, y nada tiene que ver con lenguas hermanas, 6 que puedan, en diversos grados de parente~co, referirse á un centro común de procedencia. En América, las similitudes sociales y filológicas no tienen otra interpretación. Esta comunidad no podría negarse desde luego, entre las civilizaciones aymara y quechua, si es que aquella no es sino un desdoblamiento de esta última. Las estrechas relaciones que

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se descubren entre ambas ramas inducen á pensar que tuvieron remotamente una fuente común. No sabemos por dónde el alemán Pablo Ereneich haya deducido que ambas lenguas son« fundamentalmente diversas >> 1 • Bastaría hacer una ligera comparación entre las gramáticas de ambos idiomas para descubrir Ja identidad de rafees 1 • Prueba de esa 1. Boletín del Ministerio de Colonización , n° 21 , pág. 7 1 3. La Etnografía de la América del Sud. 2. El doctor Max Uhle opina también que : « El . aimara y el quechua son en su origen de estirpe diferente, como prueba la diferencia de los fundamentos de sus vocabularios, especialmente en la denominación de las partes del cuerpo. Su gran semejanza presente ha sido debida á un acto de asimilación por parte de una de las lenguas á la otra, como puede suceder entre lenguas vecinas. Ya vemos por la comparación de las dos lenguas, que la asimilación no puede haber sido la del aimara al quechua, sino la del quechua al otro. Este resultado tan seguro está en completa armonía con otros que se han de .sacar de la extensión preincaica de las dos lenguas, aunque la opinión común hasta el día ha juzgado en favor de la mayor extensión original

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comunidad sería la identidad substancial de vocablos. Así por ejemplo, los numerales tres (quimsa, kimsa), cinco (phiscay y pheska), seis (soctay y sojgta)y diez (chunca y tunea), son unos mismos con variaciones fonéticas imperceptibles casi. Hay además una larga serie de vocablos comunes á ambas lenguas; así son : auqa (tirano), ajllo (balbucear), allpi (mazamorra), anku (nervio), allqo (perro), ati paña (vencer), aicha (carne), aill u (linaje), ama ya (difunto), apaña (llevar), apu (capitán), koya reinncqorpachaña (hospedar), chúachaña (clarificar), clispa (bolsa), chhulla ( chosa), chujlchuj (calofrío), ch'awara (segadera), chajtaña (enriquecer), chirwaña (esprimir), ch'usaña (estar ausente), ch'isi (frío), chaka (puente), chajruma (mezclar)! chukuña (de cuclillas), chalwa (pescado), cheqa (verdel quechua indebidamente. » (Conferencia dada en La Paz en sesión de americanistas. 191 o.)

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dad), chiji (grama), chiwanko (mirlo), chiñi (murciélago), ch'uru (caracol), chupu (divieso), hararanku (lagartija), hukumari (oso), hucha (culpa), q'ucho (rincón), qarachi (roña), khuchuña (cortar), qkespi (retazos de vidrio), q'achu (yerba), kutiña (volver), concho (turbio), kunturi (condor), kusi-kusi (araña), qallaña (comenzar), qaquña (restregar), kenti (picaflor), qellqaña (escribir) , luq'ana (dedo) , laika (brujo) , larka (acequia), Japhu (hoja), llamp'u (polvo), Ilakisiña (aflijir e), llilli (sarpullido), llamkhaña (manosear), llust'aña (resbalar), llojlle (avenida), lajllaña (laborar madera), lliphiña (lucir), Jlalliña (ave ntajar), llausa (babas), misq'isiña (ad ular), mainimpi (con otro), muqhiña (oler), malliña (probar) , munaña (querer) , macha ña (embriaga rse), millu (a lum bre), mast>i (compañero) , misi (gato), marquaña (ll evar en brazos) mama (madre) manu 4•

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(deuda), minq'a (sustituto), mathi (calabaza), mich'a (mezquino), moko (nudo), moroq'o (redondo), nusphaña (pensar), nina (fuego), ñuño (teta), orko (m acho), oqe (ojos zarcos), pirwa (g ranero), p'usullu (ampolla), pili (pato), pilpinto (mariposa), perka (pared), p'isaka (perdiz), phuyu (pluma), phiña (bravo), pukara (fortaleza), puch'u (manantial), paqema (prisionero), pacha (tiempo, lugar) , pallaña (recojer), pantaña (errar), pachiña (quebrar), pichaña (barrer), pillu (guirnalda), pinqillo (flauta), pisi (escaso; , p'osoka (espuma), puchu (sobra), etc ., etc. Tal comunidad demostraría más bien que el quechua, más moderno, tomó prestadas del aymara, puesto que la diversificación ó corrupción fonética no ha podido mantener completa igualdad de voces originarias de una otra fuente común. No podría atribuírse esta hermandad lingüística, como piensan

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algunos, entre ellos Markham, al influjo del quechua y á la dominación incaica en los restos aymaras. La cronología incásica , como la azteca, no remonta más allá del siglo XII. Pero tanto los peruanos como los aztecas encontraron á su paso monumentos antiquísimos que atestiguaban el florecimiento de civilizaciones poderosas. Los incas quedaron sorprendidos al contemplar los restos de Tiag uanaco. Cieza de León narra la veneración reli. giosa con que miraban las gentes procedentes del Cuzco aquellas majestuosas ruinas, que indudablemente, invitaban á meditar sobre una antigüedad lejana. El arcaísmo tiaguanaquense no debe atribuírse á la cultura incásica. Por punto general, debería aceptarse la observación de un distinguido peruanólogo, el señor Uorente, quien cree : « que no es tan fácil distinguir las antigüedades

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primitivas de las que pertenecen á la civilización de los incas , á quienes suele atribuírse toda Ja cultura del antiguo Perú . Los hijos del Sol, añade, en el interés de su dominación y de su culto, acostumbraron transformar los anteriores monumentos, cubriéndolos de nuevas construcciones ó, al menos, las circundaron de edificios consagrados á la adoración solar que dejan en débil luz las creencias y trabajos más antiguos. Los grandes monumentos , que nunca podrían improvisarse, y que se hallan en lugares á donde no llegó ó sólo ejerció una influencia etímera la dominación de los incas, ciertamente que no fueron levantados por su gobierno 1 >> . No cabe la menor duda. Hubo una civilización extensa , superior y antigua á la incásica y de Ja que no quedan sino aquellos 1. Revist" Peruana, 1879, vol. II, pág. 6.

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soberbios vestigios de Tiaguanaco, cuyos últimos descubrimientos afirman indiscutiblemente su grandeza respecto de toda otra, equiparándose únicamente á la azteca. Nada tampoco se opone á que los aymaras fuesen los representantes de ese grado de florecimiento social. No obstante, M. Markham niega desde el punto de vista megalítico la creencia en la antigua civilización aymara anterior á la incásica ; pero las inducciones de este distinguido escritor son puramente históricas y carecen de base científica. Se atiene exclusivamente al relato de cronistas españoles, los que no pueden darnos respuesta á cuestiones de orden más profundo que la simple narración de las tradiciones, y borrosas, de pueblos desaparecidos. Esas investigaciones recién están por hacerse : mas con otro género de criterio y con otros instrumentos. La arqueología, la filología y la

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sociología comparadas, sobre todo, han de decidir estas cuestiones . Entre tanto, las razones son puramente presuntivas. Entre las muchas que de esta índole militan en apoyo de la antigua civilización aymara, hay una de orden geográfico. La extensión á que llega la civilización aymara, ha quedado atestiguada en los nombres de lugares, montes y rios 1 • En las « Entre las tribuas quechuas de Bolivia, antiguo dominio de los aymaras, tenemos los siguientes lugares de origen aymara : Hachacota - mar de lágrimas, estancia de Tarapaya (Ayopaya); Achachihivata abuelo muerto, en Capinota (Arque); Humucbhima - agua de pájaro, serranía al S. de Cochabamba ; Arna ya - cadáver, estancia de Charopaya (Ayopaya); Hanqokala - piedra blanca, tres estancias de Capinota (Arque); Anucarani - con perro, propiedades de Quillakollo (Tapacarí); Asirumarka - comarca de culebras, en San Joaquín de Hocta (Cercado); Hayapaya - lejos de dos, provincias de Cochabamba ; Kalaqhawani - funda de piedra, estancia de Caraza (Arque); Kalakala - pedregal, cercanías de Cochabamba ; Kálachaka - puente de piedra, estancia de 1.

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regiones septentrionales de la Argentina y cerca de las márgenes del Urubamba, en las costas de Trujillo y en las regiones de Q!Iito se encuentran lugares que llevan el subfij o

marca (pueblo ó comarca) y voca blos innePaso (Tapacarl) ; Kalaqoto - montón de piedras, estancia de Tolata (Tarata) ; Kalallusta - piedra resbaladiza, estancia del Paredon (Tarata); Kalasaya piedra parada, estancia de Itapaya (Tapacarí) ; Kalaapoyo de piedra, estancia de Tapacarí ; winto Kaluuyu - casa de piedra, en Tarata (Tapacarí y Chapare) ; Kantumarca - límite de un pueblo, estancia de Santa Ana de Calacala; Q'.arakollo - cima pelada, estancia de Charapaya (Ayopaya); Q'.aramarka - país estéril, estancia de Sipesipe (Tapa:::arí) ; Qoqapayani - con dos árboles, río afluente del Cotajes ; Kolpuuma - agua salitrosa, estancia de Quirqu iavi (Arque); Qoñaqoña - blando blando, comarca de Santa Ana de Calacala; Qotaqotani, con lagunas, estancia de Morocha ta (Ayopaya); Qotalaq'a - tierra de la laguna, estancia de Arani (Euñata); Qotawana - lagu na seca, estancia de Leque (Tapacarí); Kupi - derecha, estancia de Pocona (Totora); Chakapaya - dos puentes, serranía de la parte O. de Sipesipe; Chhalla - arena, cantón de Tapacarí ¡ Chhallachalla, arenales, estancias

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gablemente aymaras. Tenemos, por ejemplo: Caxamarca, en Trujillo ; Tayacaja (isla del Urubamba), Huancapata y Toyabamba, sobre el alto Mara ñon, Clacta-cuncas y Ancamarca, en Q!Jito '. de Totora y Capinota; Chhapisirq'a - cercado de espinas, estancias de Morochata, Colomi y Tinquipaya; Charapaya - dos piernas, cantón del nombre de un río ; Chhilimarka - pueblo en hondonada, estancia de Ciquipaya (Tapacarí); Chhojñakollo- colina verde, estancia del Paso (Tapacarí); Chokemata - criadero de oro, cantón de Ayopaya; Wankara - tambor, estancia de Tacopaya (Arque); Laq'alaq'a - tierrtl, tierra, estancia de Tarata; Laikaqota - laguna encantada, estancia de Sacaca (Chapare); Llallawa - animal monstruoso, estancia de Totora ; Machaka - nuevo cantón de Ayopaya, once estancias de diferentes cantones de Cochabamba; Misqui - dulce provincia y antigua ciudad de Cochambamba; Pallka - bifurcado, cantón de Ayopaya, río que baja de los nevados de Turacaso y otras estancias; Paynkollo - dos colinas, estancia de Sipesipe (Tapacarí); Pukara - fortaleza , estancias de Quiroga. » Revista Academia Aymara, núm. 5, pág. 32 y 33· i. Estos últimos citados por Markham.

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Sobre este particular,

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un

distinguido

escritor peruano, el doctor Ignacio La Fuente, ha sostenido que « la~ relaciones íntimas que los liga (al aymara y quechua) independientemente de las afinidades de raza y continuidad geográfica, denotan con claridad que dichas lenguas son hermanas, y sirviéndome de la hermosa metáfora del doctor Villar, puedo agregar, que su parecido es como el de los tallos brotados del mismo tronco y formados con idénticos elementos. Este mismo sabio, en su notable obra Lingüística nacional, hace notar que la l inicial rara en el keshua, es frecuente en el aymara, sucediendo lo contrario con la r. El número considerable de términos geográficos de orígen aymara, prueba, evidentemente, la gran difusión que tuvo la raza que lo hablaba 1 • Chacha poyas viene de chacha, 1.

El Dr. Max Uhle · ha explanado el mismo argu5

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hombre ; Chancay de chanca, hilo ; Tayamento de extensión geográfica d el aymara, diciendo lo siguiente : - « Se puede probar q' la lengua aimará, hace unos mil á mil quinientos años atrás, fué hablada desde el fin sur del lago A u llaga hasta el valle del Rimae en el Perú, y fué oída aú n hasta en el interior de la Argentina y de Chile, porque los nombres de los nevados Ancoqu ija en Tucumá n y Ancocagua en Chile, han sin duda alguna originado del aimará. Toda la regi ó n desde Tu piza hasta Lima, es llena de nombres geográficos de orígen aimará, que completan las pruebas detalladas sobre el uso del aimará en provincias, donde no ha quedado hasta el día otro recuerdo. Un dialecto casi puro é inadulterado aimará, - vive todavía en la lengua canqui de la provincia peruana de Yauyos. La guerrera nación de los Chancas en la provincia de Ayacucho, eran aimarás y hablaban todavía esta lengua en el tiempo de la conquista. Los orígenes del Cuzco se pierden en un período de dominació n aimará, y las guerras de los Incas quechuas contra los Chancas aimarás, se puede explicar quizá como guerras de emancipación, como las de la Roma de los reyes contra los Etruscos que la habían fundado. Todavía en el tiempo de la conquista el título aimará « Mallcu »y « Mancu », de caciques de rango superior fué oído y estaba en uso desde el lago Aullaga hasta el valle de Lima. »

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caya de tay a, viento; Lampa significa litera. Cajamarca, Pampamarca, Kolkemarca y todos los que llevan el afijo marca son también de orígen aymara 1 • » Así mismo es muy sugestivo que las grandes montañas de los Andes se designen con nombres aymaras : el Illimani, Illampu (Hanco Kuna), Karka-jake (el Guayna Potosí), Chachacomani, Mururata, Samaja. Si la civilización incásica hubiese sido la única, aquellas gigantes montañas, soberbias moles blancas, no llevarían nombres aymaras. Si ella hubiese sido más intensa y duradera que la aymara habría ahogado con la riqueza de sus vocablos, con la delicadeza de sus giros y de sus imágenes, sus nombres primitivos que han pasado hasta nosotros. Estudios Etnográficos de la Hoya del Titicaca. Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima, tom. III, nos. 10, 11 y 12. 1894. 1.

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La difusión geográfica de una lengua, no demuestra sino que una civilización á cuyo servicio se hallaba ella se extendió por lugares donde estampó su huella imperecedera. Si en el siglo XX encontramos en Inglaterra una ciudad, río, región, que encierre en su nombre un orígen latino, no habrá menos que concluír que los romanos ó la civilización latina, llegó hasta allí. Igualmente, si en el ·siglo L 6 LX los exploradores y arqueólogos de ese entonces encontrasen en el polo sur, en el Cabo ó en Australia nombres de filiación inglesa, la inducción no se haría esperar. Tendrían que aceptar que antiguos viajeros y audaces exploradores, que hablaban su idioma, el inglés, uniendo la gloria al interés, habrían excursionado hasta tales confines dejando huellas de su permanencia y dominación, fundando colonias y ciudades, así como los tirios y fenicios hace tres mil

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años fundaban las suyas . Y para no discurrir solo en el campo de la hipótesis, tenemos que los nombres de orígen céltico existentes en el noroeste de Europa, recuerdan la permanencia de los celtas en tiempos prehistóricos en aque'llas regiones. « Estableciéronse en Inglaterra, dice Emerson, y dieron á mares y montañas nombres que son poemas é imitan las verdaderas voces de la naturaleza'. » Muy á propósito de esta inducción pode. mos citar un pasaje de Max Müller 2 : « En los himnos vedas, dice, que son las más antiguas composiciones literarias en sánscrito, el horizonte geográfico de los poetas se halla limitado casi siempre al noroeste de la India. Hay muy pocos pasajes que contengan alusiones al mar 6 á la costa, mien1.

2.

Inglaterra, IV, pág. 43. Ciencia del Lenguaje, V, pág.

201.

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tras que las montañas nevadas, los ríos de Pendjab y los paisajes del valle alto del Ganges, son objetos familiares para los antiguos bardos. En una palabra : todo muestra que la raza que hablaba el sánscrito entró en la India por el Norte y se extendió después gradualmente al sur y este. Ahora podemos probar que en la época de Salomón, el sánscrito se había extendido por el sur hasta la desembocadura del Indo . .>> La aplicación de estos razonamientos á la toponimia aymara en gran parte del oeste del continente sud, desde Q1¡ito hasta la Argentina, constituyen argumentos incontestables de su primitiva extensión. Las conquistas incásicas con su idioma imperial, el quechua, no han podido desarraigar esos nombres originarios ni borrarlos. Su influjo, á lo más que ha ido es á quechuizar las desinencias aymaras.

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V

Todos los elementos que pueden recojerse de las civilizaciones precolombinas, nos inducen á aceptar que el ayllu se remonta á una época antiquísima, anterior al período megalítico. Los monumentos dedicados á los chu Upas, con sus diferentes form as arquitectónicas, copiándose los unos á los otros, son los comprobantes más sólidos para fortalecer tal creencia. Los túmulos, en su simplísima construcción primitiva , revelan el culto del antepasado, la solidaridad familiar. Sin embargo , algunos cronistas · peninsulares han creído

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que la antigua forma convivencial de los aymaras era el salvajismo completo. Así , Cieza de León, por ejemplo, nos dice, hablando de los primitivos pobladores del Callao, « que los anti g uos moradores vivían hechos salvaj es, si n tener casas ni otras moradas que cuevas de las much as que vemos y ri scos y peñascos de donde salían á comer de lo que hallaban en Jos campos 1 .>> . Pero este modo de ver el orígen de los pueblos de Ja hoya del Titicaca es propio del criterio convencional, á partir de Ari stóteles, que se ha tenido de los grados de desensolvimiento social: salvajismo, barbarie y civilizació n. Al lado de la organización del imperio peruano, existía una porción de tribus salvajes disg regadas, en plena deg radación social, que fueron sucesivamente incorporadas por 1.

Crónica del Perú, IV, pág.

2.

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las armas á la centralización política incásica. Estas tribus bien pudieran ser miradas como restos degenerados de otras organizaciones nacionales anteriores al imperio cuzqueño. Y en tal pendiente degenerativa encontraron los descubridores á los aymaras en el siglo XVI, que hoy se hallan próximos á su extinción. Es posible que Cieza de León hubiera recogido una tradición fácil de explicar el orígen de aquellas gentes, viendo por una especie de espejismo mental~ en los grupos degenerados cercanos, las formas de vida de las tribus antiguas. • Igual ó parecida opinión daba el virrey Francisco de Toledo en la Memoria dirigida á la Corte de España en 1582. Entre otras cosas, manifiesta lo que á la letra copiamos : « El gobierno que los indios tenían antes que yo personalmente los visitase, era el mismo, ó muy poco menos político, que

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tenían en tiempo de la tiranía de los incas, y en este se iban conservando y los habían dejado estar los gobernadores; porque, no embargante que se entendía que para el servicio de Dios y de V. M. y de su bien y cristiandad, era muy conveniente mudarles el modo de vivir y todo lo demás que hacían, les parecía á los mismos gobernadores y los persuadía la gente, que no se sufría ni convenía meter la mano en esto, porque les sería muy grave á los naturales y que sería escandalizarlos y alterarlos y cosa infinita menear materia tan pesada y dificultosa como en efecto lo ha sido y contradicha de todos. Estos indios, como está dicho, hacían su vivienda en los montes y mayores asperezas de la tierra, uyendo de hacerla en lugares públicos y llanos; allí vivía cada uno con la libertad que quería en cuanto á la ley, porque no se podían doctrinar, y en lo

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demás; en v1c1os, borracheras, bailes y taquis: muy en perjuicio de sus vidas y salud. Morían como bestias y enterrábanse en el campo como tales, gastaban el tiempo en comer, beber y dormir, sin que voluntariamente ninguno se ofreciese al trabajo, aunque fuese la labor de sus mismas heredades, sino lo que tasadamente habían menester para su comida y jornal, para la paga de sus tasas. Los cúracas y caciques principales los tenían tan sujetos, que ninguna cosa les mandaban que no la tuviesen por ley ; no poseían cosa propia más de lo que los caciques querían, ni 1les valían ni les 1

osaban negar las Jiaciendas, mujeres é hijas, si se las pedían, ni se atrebían á pedírselas si se las tomaban de miedo que no los matasen 1 I.

CLI.

-~>.

Relaciones Geográficas de Indias, I, apén. III, pág.

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Estas y otras referencias á un estado de pleno salvajismo, no prueban nada contra Ja antiquísima organización familiar del ayllu. Son testimonios simplemente de que antiguas naciones habían caído en degradación completa desde épocas anteriores al descubrimiento de América. Verdad, que la degeneración que atribuímos á los pueblos aymaras que en el altiplano andino y comarcas adyacentes esbozaron una civilización digna de consideración, no puede extenderse á todas las tribus del continente. Ha habido, y hoy mismo existen, hordas salvajes que no pasaron de las formas más rudimentarias de convivencia social y política. Ellas han vivido y viven en pleno estado de salvajismo, separadas unas de otras, hablando dialectos particulares, que en el fondo revelan una procedencia común. Prob~blemente, á esta clase de tribus, que pueblan aún vastas regiones

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del centro del continente sud, ha debido referirse Müller. Empero es extraño que ignorase que nos quedan huellas asombrosas de la existencia de civilizaciones poderosas. El estudio de las relaciones sexuales de los habitantes primitivos, constituye una fuente de indagación riquísima respecto del ayllu, linaje. Los cronistas españoles aluden á una tradición vaga y lejana de un estado de comunidad sexual. La poligamia que se encuentra en los tiempos del imperio incásico, reservada tan sólo á los jefes é incas, ·si es que este hecho se consi~era como un rezago de comunidad sexual, sería de una época ante.rior á la constitución del ayllu. Cosa distinta pasó en la rama azteca, en la cual se conservaron hasta un período posterior al callpulli, huellas evidentes del uso colectivo de la mujer, poligamia que coincidía

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con la comunidad de la tierra 1 • ¿Pero lo poligamia aristocrática,

será

necesariamente,

como se ha supuesto, un aspecto de desdoblamiento, 6, por lo menos, un rezago de la comunidad sexual? ¿Será más bien un sig no del predominio excesivo del varón y de la abyección de la mujer? Así nos lo atestiguan los pueblos orientales, en que florece la poligamia dentro de un régimen despótico patriarcal. En el pueblo israelita como en China, un hombre tenía tantas mujeres cuantas podía mantener, y en muchos pueblos semíticos la cuantía del ganado se relaciona con el número de mujeres, colocándose á estas en una categoría y dependencia casi semejante á aquel. Entre las tribus americanas, es Ja misma Ja razón de la pluralidad de mujeres. Así en 1.

Sentenach, Ensayo sobre la A mérica colombina, III,

pág. 40.

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la relación que hace el P. Armentiade de las tribus del Madre de Dios, vemos la explicación de esa costumbre. Rectificando ciertas aseveraciones respecto de los indios araonas dice : « Sólo los capitanes tienen cuatro mujeres, y uno he visto que me aseguraron que tenía seis: este era el capitan y uma. Habiéndoles yo dicho que debían vivir con una sola mujer me contestaron: y si esta muere, quien me servirá? Es decir, que las mujeres son una especie de lujo y comodidad, como lo son Jos criados y criadas entre las familias acomodadas, en Jos países civili.zados. Aun más, son una ttspecie de bestias de carga, unas verdaderas esclavas. Los hombres son ociosos, haraganes, quieren ser servidos por mujeres, porque consideran indigno del hombre servir á otro ... este oficio es entre ellos propio de !as mujeres 1 • >> 1. La Revista de la Paz, 1892, pág. 355.

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Lo que se ve aquí es más bien una relación del poder económico y social de los hombres. Ahora bien: esa posesión privilegiada de los hombres deriva de la acumulación de energías y prerrogativas que tuvo siempre el sexo fuerte respecto del femenino. Y si la poligamia fuera la consecuencia de la comunidad sexual y del predominio social de la mujer, no se explica que ella exista siempre dentro de un régimen despótico del hombre. El aymara hoy trata como bestia á su mujer, con ausencia de las dulzuras domésticas, cuando se embriaga la maltrata y estropea como un gaje de su derecho marital. Las faenas, por pesadas que sean, se reparten igualmente, sin distinción de sexo, y, cuando emprenden viaje por los ásperos y solitarios caminos de las serranías, ella es quien va á pié tras de su marido, caballero en el asno. Esa falta de benevolen-

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cia hacia el sexo débil, sentimiento que, por otra parte, es esencialmente moderno, nacido de una idealización del afecto sexual, ó sea del amor, es contrario al predominio de la mujer en épocas lejanas, predominio que se ha hecho coincidir con la promiscuidad de ella 1 • La agrupación de muchos sentimientos é ideas en derredor del apetito sexual, sólo puede ser el resultado de Ja mayor duración de Ja union de las parejas. Á Ja satisfacción puramente carnal de la union pasajera, se sucede el afecto de benevolencia mútua, procedente de la mayor intensidad de Ja convivencia en ~n solo hogar. I. Á propósito de los maltratos que le da el aymara á su mujer, cabe rectificar una falsa apreciación respecto de los bolivianos. Sighele en su obra : El delito de dos, dice : « Mantegazza habla en sus viajes de la mujer de Bolivia, las cuales se quejaban de sus maridos cuando estos no les golpeaban »(Cap. V, pág. 141). Semejante afirmación en términos generales es contraria á toda verdad.

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« La duración de estas uniones, dice Starcke, es decir, lo que hace que las llamemos matrimonios y no uniones libres, no la motivan las relaciones sexuales, sino razones económicas, en cuanto el hombre elige una mujer para tener una ayuda en los deberes cotidianos de la vida 1 • » Á la necesidad de asistencia y cuidados recíprocos, sucede el interés por la prole, como sentimiento de reproducción, al principio, y de proyección moral de la personali· dad después. Es una observación muy exacta la hecha por un sagaz investigador : « en las primeras etapas del desarrollo humano, el afecto sexual es muy inferior en intensidad á los tiernos sentimientos con que los padres halagan á sus hijos » 2 , y á la en las diferentes sociedades, 1, pág. 36 . .2. R. Westermarck, Historia del matrimonio en la especie humana, XVI, pág. 376. 1 • . La familias

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mujer, agregaríamos nosotros. Se puede concluír en este punto, que la unión sexual gana en intensidad de afectos y duración, cuanto pierde en extensión y variabilidad. Si la duración de las uniones sexuales es cada vez más acentuada y tiende á espiritualizarse, es, pues, probable, que la prostitución ó el uso indiferente y colectivo de la ~ujer; el hetairismo, no hubiese existido dentro de la constitución de la familia, del ayllu, ni quizás antes, como un período social marcado. Empero, Garcilaso de la Vega, al hablar · de las uniones sexuales de los '- antiguos peruanos, nos cuenta que : « Muchas naciones se juntaban al coito, como bestias, sin conocer mujer propia, sino como acertasen toparse, y otros se casaban como se les antojaba, sin exceptuar hermanas, hijas, ni madres. En otras guardaban las madres y no

a

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más. En otras provincias era lícito y aún loable ser las mozas cuan deshonestas y perdidas quisiesen, y las más disolutas tenían más cierto su casamiento, que el haberlo sido, se tenía entre ellos por mayor calidad, á lo menos las mozas de aquella suerte eran tenidas por hacendosas y de las honestas, decían, que por flojas no las había querido nadie. En otras provincias usaban lo contrario, que las guardaban las hijas con gran recato, y cuando concertaban de casarlas, las sacaban en público, y en presencia de los parientes, que se habían hallado al otorgo, con sus propias manos las desfloraban, mostrando á todos el testimonio de su buena guarda. En otras provincias corrompían la vírgen que se había de casar los parientes más cercanos del novio, y con esta condición concertaban el casamiento, y así la recibía después el

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marido . Pedro de Cieza , capítulo veinticuatro , dice lo mismo'. De propósito hemos copiado el párrafo en que el historiador incaico nos describe las formas de matrimonio americano, para con estas aparentes contradicciones comprobar la estructura patronímica del ayllu. Esas diversas maneras de considerar el valor de la pureza é impureza de la mujer, pueden conformarse ó no con las diversas teorías vertidas sobre lo que se ha llamado « el matrimonio primitivo ». Todas las combinaciones posibles que se vean en el matrimonio humano, que, por otra parte, por razón misma de esta inquieta variabilidad no son susceptibles de ser clasificadas en ciertas y determinadas formas, son naturales en el hombre, que no reconoce límite ni época para sus uniones. Westermarck ha dicho J.

Comentarios reales, t. 1, x1v, pág. 16.

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que « en el hombre se encuentran todas las formas posibles de matrimonio 1 >> . La poligamia es un fenómeno social de todas las razas y de todas las civilizaciones, una tendencia específica, destinada á fundar en un solo tipo las variedades creadas por la monogamia, como observa muy bien Remy de Gourmont en su interesante libro Física del Amor 2 • En casi todas las especies humanas, agrega después, existe una poligamia substancial, disimulada bajo una apariencia de monogamia ». La familia patronímica y la evolución duradera del matrimonio, excluyen la mezcla de sangre de los parientes ya consanguíneos ya facticios ó, acomodándonos al tecnicismo de Mac Lenan, la familia y la g ens son exogámicas. Puede objetarse contra el sistema 3

Ob. cit., pág. 449· XVI, pág. 170. 3· /bid., pág. 186. i.

2.

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patriarcal de las familias que formaron el imperio peruano, que según los ritos de la realeza incásica , debían los miembros de ella casarse entre hermanos. Algunos autores han visto en este género de uniones los rezagos del uso colectivo de la mujer, ó, por lo menos, la precedencia del « matrimonio consanguíneo.>>. Cuando Mommsen sostenía: « que la gens era una república nacida de la comunidad de orígen real ó probable, hasta facticia, mantenida en un haz compacto por la comunidad de fiestas religiosas, de sepultura y de herencias, á la cual podían pertenecer todos los individuos libres) y, por tanto, las mujeres también .>>, se objetó que tales relaciones implicarían una constitución endogámica de la gens. La gens, se dijó, fué ~xógama, como lo confirman varias descripciones, entre ellas la de Tito Livio 1 • Pero, 1.

F. Engels, ob. cit.,

v1,

pág.

222.

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el carácter exogámico 6 endogámico de la gens, por mucho que estas formas matrimoniales fuesen marcadas y excluyentes, no destruye ni ataca su c;onstitución y composición patronímica. El ejemplo de los simbólicos hermanos Mallcu-Capac y Mama Ocllo, no probaría la supervivencia ni de la unión sexual pasajera, ni la existencia de la familia · consanguínea en que >. Bien considerado este punto de las relaciones incestuosas, la opinión de Ja mayoría de los ~rqueólogos de Ja familia primitiva, 1.

Ob. cit., pág.

310. 6

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se inclina á la conclusión de que las uniones consanguíneas se hacen cada vez más prohibitivas, por razón de sus consecuencias degenerativas. Morgan sostiene que las prohibiciones de matrimonio entre parientes cercanos, ha nacido de la observación de los resultados visibles de semejantes uniones. Otros escritores suponen, por el contrario, que tal conocimiento es imposible en razas nómadas é infantiles. Haciéndose cargo de estas y otras observaciones, Westermarck se decide, y parece que con mucha justicia, por la natural y secreta diferenciación de parientes que se opera en el seno de las familias. Sus frases, de una convicción sobresaliente, son estas : \{Naturalmente, estoy de acuerdo con M. Houth en lo de que no existe aversión innata al matrimonio con parientes cercanos. Lo que yo sostengo es que existe una aversión innata á un comercio sexual

1-

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entre personas que viven juntas desde los primeros años, y que siendo generalmente parientes estas personas, tal sentimiento se manifiesta especialmente como horror al comercio entre parientes cercanos 1 • » Es profusa la historiografía de las diversas y complejas formas en que puede considerarse la familia primitiva, y nada podría sacarse en limpio en lo que respecta á la promiscuidad de la mujer, á la incestuosidad de las uniones, á las reglas prohibitivas ó permisivas de las uniones con miembros extraños á la gens ó á la constitución verdaderamente patronímica de la asociación familiar. x. Ob. cit., pág. 437.

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VI

Hasta aquí hemos podido entrever que el ayllu aparece en las poblaciones antiguas como punto de partida de agregaciones y congregaciones posteriores. El ayllu germina primero como núcleo familiar, y toma después otras formas de convivencia social más amplia, extensa y económica. Á la evolución de las formas sociales del ayllu podría aplicarse lo que Fustel de Coulanges observaba de la fami- _ lia oriental primitiva. ~Esta definición no es exacta porque se confunde con la gens.

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y con una organización político-social demasiado rud~mentari a . Esta descripción se ha dado por los viajeros y exploradores de las poblaciones bárbaras y salvajes de Africa, América y Oceanía. Gumplowicz ha sostenido que las tribus no se producen por la multiplicación de familias, y que aquellas

« son los restos de hordas y bandas humanas primitivas que desde el principio se han considerado como extrañas por la sangre 1 ». Esta afirmación es hija primogénita del poligenismo sistemático del autor; pero es evidente que el poligenismo no tenga mucho que ver en la constitución íntima de la familia y de la tribu. Un distinguido sociólogo, M. Giddings, al pretender establecer la base interpretativa de las sociedades étnicas, parte de que en 1.

Lucha de razas, XXXII, pág.

215.

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el fondo más inferior de estas colectividades « están las pequeñas hordas compuestas de pocas familias .>>. Expone, además, cuatro modos de resolver posiblemente el orígen de la tribu matronímica, que para el profesor americano, es la forma más primitiva y antigua de las sociedades etnog~nicas. Por el primero, puede admitirse que los clanes son más antiguos que la tribu, y que ésta se origina de los clanes por integración . Por el segundo, una simple horda indeferenciada, ha crecido hasta alcanzar las dimensiones de la tribu, diferenciándose luego en clases. Por el tercero, cada horda vecina se ha diferenciado en organizaciones de clanes, y, finalmente , puede suponerse que cada horda, en un grupo de hordas, llegó á ser prácticamente un clan, que comprende una mayoría de todos los miembros de aquel clan, y con ellos algunos individuos de los \

!06

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otros clanes, y que tales clanes, hordas al

fin, forman juntos

una

organización

tribal 1 • Estas combinaciones de pura inducción crítica , pueden ir hasta el infinito. Mas, de ese conjunto de interpretaciones, surje un concepto definido y típicamente deslindado de lo que es la tribu. La tribu « es una pequeña sociedad unida y organizada y compuesta de grupos sociales menores, que por sí son más amplios que la familia

>.~,

y

cuyos vínculos de parentesco quedan totalmente borrados. La tribu es la forma más compleja y m ás extensa de los grupos sociales primitivos. « En todo, de lo que nos ha quedado de las instituciones de la tribu, dice de Coulanges, se observa que se constituyó en su orígen para ser una sociedad indepen1•

Giddings, ob. cit., pág.

207.

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107

diente y como si no hubiese tenido ningún poder social que le fuese superior 1 • » Pero lo que distingue la tribu de las otras agrupaciones humanas es su estrecha alianza con la tierra. Su estructura ni es consanguínea ni esclusivamente religiosa, como sucede en la gens, en la fatria ó en el sept. Estos dos aspectos pierden su predominio para dar lugar al vínculo de la cooperación agrícola. « Desde el momento, dice Sumner Maine, en que una tribu se fija de un modo permanente y definitivo en una extensión dada de territorio, Ja tierra ó el suelo sustituye al parentesco como fundamento de Ja organización social 2 • >> La tribu, entend~da así, se distingue por un conjunto de cooperación activa de sus miembros, más agrícola que política, en razón de que estas funcio1.

Ob. cit., pág. 135.

2. Ob.

cit., III, pág. 68.

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nes están simplificadas en la autoridad del jefe y consejo de ancianos. Sobre todo, la concepción científica de la tribu se distingue de la denominación vulgar, en que en aquella son las funciones agrícolas y de cooperación económica lo que constituye la interacción psico-social, prescindiéndose del agregado informe que á primera vista ofrece la colectividad, que es lo que forma el concepto vulgar de la tribu. Para explicar la evolución de la gens hasta la nacionalidad no hace falta recurrir á ideas revolucionarias (muy comunes en otros tiempos á las teorías geológicas y sociales) que explican por choques violentos y extraños las transformaciones de los grupos agrícolas. Es la contínua y lenta acción de las mismas fuerzas internas, expansivas, en combinación con los factores externos, especialmente geográficos, la que determina la

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evolución de los grupos humanos. No obstante, el concepto de la tribu no puede quedar encerrado en un solo molde, ni en cuanto á su estructura interna ni en cuanto á las formas de su desenvolvimiento. Por esto, si se trata de dar una idea más ó menos redondeada de ese grado de colectividad social y política, es casi por método, y porque es necesario tener ciertos puntos de inteligencia común cuando se investigan los fenómenos de la congregación social. Las aclaraciones que preceden sirven, pues, de premisas, hasta cierto punto, para afirmar que si el ayllu despunta en la aurora de las primitivas poblaciones del centro dBI continente como asociación familiar, llega después á tomar las proporciones y funciones de clan y de tribu. Sin embargo, el ayllu, como linaje ó familia subsiste inde-

pendientemente pero con un visible desco7

110

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loramiento. Starcke sostiene que >, por solidaridad recíproca de servidos. Últimamente eran cultivados Jos Jotes de la nobleza y del rey. Ahora, si se compara esta organización agraria con Ja que tenían los aztecas en el callpulli, se encuentran semejanzas verdaderamente sorprendentes, que dan lugar á pensar en un paralelismo evidente de evolución en las civilizaciones americanas. Vamos á citar un documento que nos lleva á esa demostración: Su título es : « el orden que

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137

tenían los indios en el suceder en las tierras y valdíos 1 >>. Dice así : . Empero, no todos los naturales quedaron sometidos á tal sistema de distribución feudal. La « composición de tit~rras )>, nombre con el que se designaba el repartimiento de l.

Política indtana, 11, r, pág.

222.

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campos de cultivo, recordaba á las leyes agrarias de Roma, pero llevaba por fin principal el implantamiento de tributos. El repartimiento de tierras fue iniciado en el Perú, por el virrey Francisco de Toledo, en 1581. Los naturales adquirieron bajo esa forma legal el dominio comunal de sus tierras, respetando así la legislación de Indias los delineamientos fundamentales del antiguo colectivismo peruano 1 • Á las ordenanzas del virrey Toledo había precedido una información que la Corte mandó levantar sobre el mejor sistema que convendría implantar en la colonia. Entre esa información figura la de Polo de Ondegardo, corregidor del Cuzco y ·el más letrado de los conquistadores, que vinieron entonces á América, que abogaba por que se mantuviese el régimen rentístico 1.

Joaquín

~os ta,

Colectivismo agrario, pág. 65.

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160

del colectivismo incásico, que aún se mantenía íntegramente en aquel tiempo ( 1561

r.

Estas y otras consideraciones fueron tenidas en cuenta por la Corte, que en cédula de 28 de diciembre de

1568, instruía á aquel

virrey « que la forma de la tasa que parece más conveniente es que aquella se haga por junto todo el repartimiento, conviene á saber, que habiendo respeto al número de los indios y á la calidad y disposición de las tierras y á los artificios, oficios, tratos y negociación de ella regulando todo esto no por lo que los indios trabajan, que son ociosos y holgazanes, sino por lo que pueden y deben trabajar, se haga una justa estimación de lo que en dineros, frutos y especies pueda haber y se puede sacar y sobre aquello se haga arbitrio de la parte que ha de que-

t.

Ob. cit., pág. 7 1.

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161

dar á ellos y de lo que nos y los encomenderos habemos de haber l ». El gran virrey, cuyas dotes sobresalientes de hombre de Estado le asignan el primer puesto entre los gobernadores de la Colonia, se atuvo más á la revelación de ·los hechos habituales de los naturales que á las instrucciones que se le impartieran ó á doctrinas en voga sobre regímenes rentísticos. Sus ordenanzas fueron dictadas con un criterio práctico, para lo que recorrió personalmente la mayor parte de los dominios de su gobierno. Con mucha verdad decía el virrey marqués de Montesclaros hablando de él : « que en las cosas en que don Francisco de Toledo no hubiere declarado motivos, fiemos de su prudencia que fueron fundadas \

1. Archivo de Indias. Carta á S. M. del Marqués de Montesclaros. 2 de marzo de 1614. Est. 70, Caj. 1, Leg. 35·

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en razón y justicia 1 ». Visitando las provincias, según el mismo Montesclaros, « hizo una estimación de las subsistencias que tenían en cada partido y conforme á ella tasó lo que los naturales que la habitaban habían de pagar t )). Impuso por tributos á cada natural « una cantidad de ocho pesos, y ordenó que esto se pagase, cinco en plata, dos en carneros de la tierra (llamas ó alpacas) y lo restante en telas ó ropas fabricadas de su mano 3 )>. El sistema tributario de don Francisco de Toledo mantenía, hasta cierto punto, el régimen incásico, obligando á pagar el impuesto con trabajos personales. Aun se creyó por algunos, en ese entonces, que el 1. Carta á S. M. del virrey der Perú marqués de Montesclaros, 1614. Est. 70, Caj. 1. Leg. 36. 2. Ibid. 3. Carta citada.

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virrey, como dice el licenciado A león, había inferido agravio á los naturales al exigirles contribuciones pecuniarias « quitándoles las comodidades de pagar en las cosas que cogían y tenían en sus tierras 1 ». Sabemos, en efecto, que en el régimen incásico, como en las antiguas instituciones agrarias de Roma, no existía la tributación per capita sino de simple cooperación personal, mediante el cultivo de tierras destinadas al sostenimiento del culto, de la reyecía y del pueblo. « Los ingas señores que fueron de estos reinos, dice el mismo licenciado Alcón, en carta que escribe á S. M. en 1 5 de marzo de 15 75, según refieren los naturales de ellos, ningún tributo llevaban á sus 'l.

súb~itos

de sus haciendas y grangerías sino

Archivo General de Indias. Carta del licendiado Alcón á S. M. 25 febrero de i 583. Est. 70, Caj. 4, Leg. 22. 1.

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servicio personal en que todos servían conforme á sus estados. Unos en mandar y gobernar y tener cargos y oficios de su casa y haciendas y en juzgar y mandar á los inferiores y en las guerras, y la gente común y baja en trabajar en las sementeras y otras obras del inga y guardarle su ganado y hacerle ropa rica y comun y algunos en labrar minas de oro y plata . .... De estos servicios personales que estaban repartidos entre todos los indios y ninguno servía más que en una cosa sacaban todo lo que entendían en ello comida y vestido para ellos y sus mujeres é hijos y honra los tienen los que sirven á los príncipes 1 • ).> El P. Acosta, igualmente, nos refiere el régimen comunista de los naturales del Perú 1. Archivo General de Indias. Carta del licenciado Alcón á S.M. 15 de marzo de 1575. 1572/1575. Est. 70, Caj. 41, Leg. 19.

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en estos términos: «Para entender, escribe, el orden de tributos que los indios daban á sus señores, es de saber, que asentando el Inca los. pueblos que conquistaba, dividía todas sus tierras en tres partes. >> Y después de decirnos, como se ha visto anteriormente, que esta división tenía por objeto la religión, el sostenimiento de la casa real y la subsistencia de la comunidad, escribe : « La segunda parte de las tierras y heredades era para el inca. De esta se sustentaba él, su servicio y parientes y los señores, las guarniciones y soldados, y así era la mayor parte de los tributos, como lo muestran los depósitos ó casas de pósito que son más largas y ·a nchas que las de los pósitos de las guacas 1 ; » Las descripciones de Acosta como las de 1.

Ob. cit.,. VI, pág. 186.

166

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todos los cronistas é historiadores del imperio incásico respecto de la forma de contribuír que tenían los peruanos, no expresa, en realidad, un sistema rentístico tal cual fué usado en la organización de un Estado, desde tiempos remotos. Es más bien un sistema de cooperación comunista. La conquista española impuso después tasas ó contribuciones directas. En el choque de las dos civilizaciones no siempre desaparece totalmente la vencida. Las razas que habían esbozado la civilización precolombina, eran de esas sin gran tonicidad para resistir y reaccionar al choque de una invasión. Las instituciones peruanas se extinguieron suavemente, sin sobresaltos y convulsiones propias de una vida nacional próxima á extinguirse ni nada como una descomposición interna.

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X

La cooperación agrícola, ya lo dijimos, ha debido desaparecer en el ayllu por la relajación de los lazos consanguíneos y por la amplificación social y territorial del clan. La legislación española, sobre todo, ha sido el factor principal de su antiquísima desnaturalización. Hoy ella se limita á ciertas labores que interesan á la comunidad, tales como la apertura de acequias y avivamiento de linderos. Por lo demás, es simplemente el gobierno político de los mayores, mallcus,

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(que en la forma han venido á tomar otras denominaciones españolas) unido á la posesión individual del suelo, lo que mantiene en un haz de unidad el ayllu. Pero es de suponer, á juzgar por ciertos rasgos aun existentes, que en época de su mayor tonicidad colectiva, cuando por su menor amplitud y extensión, demótica y territorial conservaba frescura y cohesión, hubiese desenvuelto en su seno funciones de mayor solidaridad social, en las mismas condiciones existentes en los clanes célticos y en las comunidades orientales. La defensa colectiva, compacta, contra agresiones extrañas, subsiste aún en el ayllu como función conservatriz que nos recuerda esa irritabilidad fisiológica, instintiva, de los primitivos grupos para mantener por medio de la guerra excursiva ó puramente defensiva la integridad tribal. Y, no obstante los

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influjos desvirtuadores de la dominación española, han llegado ciertos clanes aymaras á flotar casi., por decirlo así, en el naufragio de las instituciones indígenas. Merced á su actitud tan cerrada como refractaria á las corrientes nuevas, algunos ayllus hay, que han sobrevivido casi en sus formas primitivas. Se conoce, por ejemplo, un clan llamado Collana, cuya constitución interna y contorneamiento externo son muy particulares. Allí no se aceptan extraños, sobre todo blancos, sino por vía de hospitalidad pasajera. La justicia se administra por sus propias autoridades y por un consejo de los mayores. La cooperación agrícola es más viva y solidaria. Los delitos de robo, especialmente el de ganado, se castigan severamente, y las reincidencias, con la pena de muerte. El asesinato y las heridas se consideran como delitos casi por de_b ajo del robo. Esta valoriza10

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ción social de los actos que atacan la propiedad animada é inanimada, es muy característica de los grupos agricultores en que el producto de la tierra ó lo que está arraigado á ella, como el ganado, se considera como de naturaleza sagrada. En el ayllu moderno, los delitos de sangre dan lugar todavía solamente á la composiáón, y es verdaderamente interesante el presenciar una transacción de este género. Se señala el precio por la parte lesionada; vienen en seguida los escatimas, y últimamente el precio de la compensación, quedando desde este momento restablecidas las relaciones familiares ó individuales, rotas ó interrumpidas por una lesión ó muerte. El aymara siente recóndito horror á la intervención de la justicia moderna para arreglar sus querellas criminales y civiles. No ha podido comprender jamás las ventajas del sistema de los castigos expiatorios, cuya

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eficacia es, en efecto, de dudosa aceptación, quizás por que el no atiende al fin principal de la reparación, que para el hombre protohistórico debió ser la única finalidad protectora de los actos de justicia colectiva. Para la familia agrícola el delito contra uno de sus miembros se traduce en la pérdida de un cooperador del cultivo, de un bracero de la faena más fundamental á la vida del grupo. Esta es la conciencia colectiva de la sociedad agrícola respecto de un delito de sangre. Por tanto, de ese fondo de utilitarismo vital de cohesión física y psíquica, se desprende el concepto del delito y de la manera de penarlo. La pena no puede tener sino un carácter compensativo de la pérdida de la disminución de utilidad, de elementos de existencia y prosperidad de la familia y del grupo. El concepto del delito, como infracción de leyes preexistentes . de orden moral y la

pena

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como expiación de esa especie de pecado social, es una concepción mística y relativamente moderna. El sistema de la composición pecuniaria ha debido ser aún mucho más caracterizado en el clan aymara primitivo, no desvirtuado ni por la acción del tiempo ni por el influjo de otras ideas. Su singularidad ha debido consistir en que la composición no tenía lugar en dinero, como en el weregeld germánico ó eric irlandés del Senchus Mor, por la sencilla razón del conocimiento del signo numerario, sino en ganado, como aun hoy se efectúa cuando el que se ve obligado á la indemnización no cuenta con moneda corriente. Por otra parte, la com,Posict'ón ha debido ser un arreglo puramente priv'!do y particular, interviniendo la autoridad ciánica sólo en casos de verdadero y profundo desacuerdo. De todos modos, las huellas que encontra-

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mos en el ayllu contemporá neo, permiten concluír que la plasticidad del apllu, clan precolombino, era del todo semejante á los grupos sociales que la arqueología jurídica de nuestros días ha encontrado en el fondo de las grandes ramificaciones étnicas que han venido á formar las nacionalidades modernas. Finalmente, Ja concepció n del ayllu se nos hará más cla ra y comprensiva si damos vuelta á una de sus fases estructurales. Las reg las y ritos que presidían el matrimonio incásico y aym ara, pueden llevarnos á dos conclusiones. La una, que Ja forma endogámica de las uniones matrimoniales es parecida á Ja de las tribus protohistóricas ó históricas de elementos sociales homogéneos. La otra, que : el ayllu, clan , es una transubstanciación del ayllu, gens. Puede ser que la tendencia de Jos g rupos -huma nos á cqnservarse aislados mediante las 10"'

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uniones exclusivamente internas, sea mirada como un período interino de crecimiento social. Puede también sostenerse su generalidad como proceso ineludible de la desenvoltura colectiva. Los arqueólogos de la familia primitiva, como los etnógrafos observadores de las costumbres salvajes, aceptan, ó rechazan , según la orientación científica que sigan, la endogamia ó la exogamia , como etapas estables, duraderas y excluyentes, ó bien como reg ímenes ,,que combinan sucesiva ó alternadamente. Lo que podría sustentarse con cierta generalidad , es que la afinidad consanguínea de la gens, esa especie de egoísmo de sangre que impid e la difusión de los componentes de la gran familia hacia el exterior, impera ferreamente mientras ella permanece en los límites domésticos y religiosos que la deslindan de otros grupos semejantes ó mayores. Así no era permitido contraer ma-

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trimonio á un miembro de familia con mujer que p~rteneciera á otra, y de esto hemos encontrado comprobación significativa en las uniones aristocráticas del Cuzco. Esta prohibición del estado matrimonial parece que era régimen común á todos Jos miembros del clan. Garcilaso nos dice : « En Jos casamientos de la gente común eran obligados los consejos de cada pueblo á labrar las casas de sus novios, y el ajuar lo proveía Ja parentela. No les era lícito casarse los de una provincia en otra, sino todos en sus pueblos y dentro de su parentela (como las tribus de Israel) por no confundir los linajes y naciones mezclándose unos con otros ; reservaban las hermanas, y todos los de un pueblo se tenían por parientes (á semejanz~ de las abejas de una colmena), y aun los de una nación y de una lengua . Tampoco les era lícito irse á vivir de una provin-

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cia á otra, ni de un pueblo á otro, ni de un barrio á otro, porque no podían confundir las decurias, que estaban hechas de los vecinos de cada pueblo y barrio, y porque también las casas las hacían los consejos, y no las habían de hacer más de una vez, y había de ser en el barrio ó colación de sus parientes 1 • » Al frente de los hechos descritos, no falta, sin embargo, quien sostenga que los clanes aymaras fueron exógamos. El distinguido arqueólogo Adolfo Bandelier, prolijo investigador de las borrosas antigüedades aymaras, ha creído conveniente sostener

2

la forma

matronímica de los ayltus, y la consiguiente exportación de la mujer. Para llegar á esta conclusión, se atiene á dos.umentos de orígen español que obran en su poder. Es, por 1. 2.

Garcilaso, Comentarios Reales , pág . 128. S inópsis Estadística y Geográfica, 1903.

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otra parte, interesante, aunque vagamente confuso en Jo tocante á Ja concepción del aytlu, el pasaje á que nos referimos. Exprésase de esta manera : « La organización de Jos antiguos aymaras se conoce imperfectamente; sin embargo, hay algunas indicaciones positivas. Lo que ahora se llama comunidad (que no es otra cosa que la tribu en otras secciones de Ja América) existía, y los documentos españoles de Ja primera visita así como de subsecuentes acontecimientos de naturaleza análoga, establecen por encima. de toda duda, que el clan, bajo el nombre de

aytlu, formaba Ja unidad social de los indígenas. La tribu ó comunidad no es sino una asociación tácita de oyllus, una cáscara ,dentro c;ie la cual Jos ayllus (imperfectamente designados como linajes) se regían autónomos. En el ayllu, Ja descendencia era en linea materna, es decir, que Jos hijos seguían

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el clan de la madre· el casa miento era or consiguiente exógamo . nadie po lía ar e

ca

en el cryllu de su procedencia materna. T odo esto res ulta de docum entos anti g uo e pañoles en mi poder . En donde el CT)Jl!u, cl an

gens , etc. , ri g e las co nd ici one ocia le , es imposible la di nast ía, po rq ue el pad re queda separado socialmente de s us hij os y la mad re no tiene poder político , as í que la herencia queda limitada al beneficio en los intereses comunes sin derecho ni á la propiedad absoluta ni oficios ni títulos. » Las conclus iones del arqueólog o Bandelier adolecen de graves errores . Primeramente, cree que el ayllu, considerado como clan, es la unidad social de los ay maras, co sa contraria á todas las inducci ones y á los mismos docum entos colonial es, en los que dice funda rse. Como hase visto , es el ayllu, gens, la unidad protoplásmica de Jos aymaras. En cuanto á la opinión de Ja exoga-

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midad del clan, ella confirma lo que venimos diciendo, pero no por las razones á que se atiene Bandelier. Si el aylllt, clan, ha sido una transubstanciación del aylht, gens, patronímico y religioso, no ha podido ser Ja filiación materna la que modelaba su constitución. En tesis general, el éxodo del varón, que busca en otro clan mujer, no importa siempre el arraigamiento de este en el clan de Ja mujer, ni tampoco supone que se establezca Ja filiación maternal, respecto de los hijos de estas uniones. Pues si los ayllus tienen una onstitución patronímica, el nuevo encuentro irá á form::i.r parte de· este régimen social y a í recíprocamente. La exogamia no qebió ser, con todo, el régimen absoluto, infranqueable. Si el ·varón sigue la comunidad de la mujer, también aquella seguirá la del marido. En un informe ( 165 7) del doctor

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Diego León, protector de naturales, se leen estas líneas : > Dentro del gobierno patriarcal que tienen los ayllus, clanes, como todas las tribus pas.:. · toriles ó guerreras, sedentarias ó movedizas no podían los hombres seguir la condidón de la mujer ni mucho menos aun, los hijos seguir la filiación materna, porque no sería el régimen del predominio del varón sino el de la mujer el que se siguiese del sistema exogámico que se pretende ver en la agregación de los ayllus. Fuerza, por otra parte, á creer que los hijos, sobre todo los varones, Acad. de Historia de Madrid. Colee. Mata Linares, tom. 9. 1.

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debían quedar dentro del aytlu. y seguir por tanto la filiación paterna, el que los clanes aymaras fueran definitivamente agrícolas. En semejante estructura, es el brazo varonil lo que constituye el valor y la riqueza del gtupo, fuera de que la constitución patronímica de la familia, como la sucesión por mayorazgo de la tierra cultivable, no podía sino conducir ·á la prohibición del éxodo de los hijos ·varones. Esta estimación del hombre respecto de la mujer no podía sino traducirse en la costumbre de que era la mujer quien siguiese la condición del marido, entrando al ayllu de este. Es posible que el matrimonio puramente interno haya existido sólo dentro del núclep extrictamente germinativo de la gens. La ley de irradiación social, como la ley física de la ondulación del movimiento, ha llevado las relaciones familiares fuera de sí á buscar el 11

~L

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contacto de otros cuerpos colectivos igualmente cerrados. La incorporación del mienbro facticio y el matrimonio exogámico, llegaron á ser primeras manifestaciones de esos movimientos centrífugos. Cuando la g ens se agranda, el matrimonio entre miembros de familias distintas es un paso inevitable. Dentro de la tribu, después que la g ens ha perdido su energía celular, se busca la mezcla de familias sin repugnancia, y quizás no se tiene escrúpulo alguno en buscar mujer en otra tribu. Pero este es un proceso lento. Subsiste siempre una fuerza de concentración protectora que resurge cautelosa. Puede ser que en el fondo eso obedezca á la ley biológica de que la variedad de uniones tiende á desviar el tipo tJniforme de la raza y del grupo ó, como decía el mismo Garcilaso : > 1 • Sabemos también que los primeros descubridores del Cuzco encontraron el pueblo ó lugarejo llamado Marcapata (pueblo alto), lo que fué después provincia de Quirpicanchi, no lejos de la capital incásica. Por otra parte, marca es un subfijo de las denominaciones de lugar ó pueblo cuando se quiere determinar la toponimia de él. Pueblo nuevo ó Machamarca; comarca de piedra : Cala-marca ; lugar llano : Pampa-marca; lugar donde hay plata : Calque-marca. No conocemos el trabajo de Cunow ni la demostración que hubiera d_a do del régimen agrícola federal de los incas ; pero Engels como Cunow, padecen error al creer que 1.

Ob. cit., XXXVI, pág. 135.

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marca es el término empleado únicamente para significar la federación de tierras y su cultivo. La aplicación más exacta que tiene tanto en el sentido usado por los cronistas españoles, cuanto en el que subsiste en el idioma aymara, es la de lugar, comarca, comunidad de habitación, ó lo que en frase técnica podríamos decir : « comunidad de aldea >>. Posible es que hubiese expresado también la comunidad de tierras y cultivos, y podemos inclinarnos á creer que así fue si tenemos en cuenta que la comunidad agrícola ha debido engendrar la comunidad de aldea ó de comarca. Marca, en este sentido, ha debido venir, de niarca, comunidad de cultivos y disfrute colectivo de la \tierra. Esta inducción sería paralela á la transformación de la denominación del ayllu. Hemos visto cómo el arraigo y disfrute colectivo de la tierra por un grupo de población se llama

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ayl/11 esto es, que el clan territorial nombre de ayllu, expre ión trasladada de la 1

constitución gentílica y

patronímica del

ayllu, gens. El nacimiento de la marca aymara se deriva, probablemente, del desdoblamiento que se operó en la gens, y á Ja fisonomía agrícola que tomó el grupo por razón de su arraigamiento á la tierra. Es entonces cuando se agrupan las habitaciones, que sin pertenecer á unos mismos miembros de familia, constituyen un hogar en grande, animado por la vinculación de la ayuda y cooperación agrícola y de la defensa colectiva. La tierra es idealmente indivisible, pero para el cultivo y disfrute existe la división parcelaria. Y e te proceso evolutivo ha sido el_ mismo en el mundo occidental que en el oriental. Sumner Maine no excusa entrar en investigaciones comparativas acerca de este punto. « La

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comunidad, dice, es una comunidad de parientes; pero, aunque verosímilmente sea muy real la filiación común, la tradición dé un ol'Ígen común se ha debilitado lo bastante para permitir que la ficción represente un papel considerable en esta institución que, en un momento dado, se abre á los extraños de afuera. Al propio tiempo, la tierra tiende á convertirse en verdadero fundamento de este grupo; se admite como elemento esencial de su vida, y permanece el dominio en común, mientras se reconoce la propiedad privada sobre los muebles y el ganado. En la verdadera comunidad de aldea ya no se encuentra la habitación y la mesa común, que están en uso á la vez en la familia asociada y en la comunidad doméstica ; la misma aldea es una aglomeración de casas encerradas, es verdad, en un espacio r~dycido; pero cada habitación es distinta

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de las demás, y Ja entrada en ella es cuidadosamente prohibida á Jos vecinos 1 • >> Poco á poco esa cohesión primera del grupo y su aislamiento respecto de otros se relaja visiblemente. La cooperación agrícola tiende, en virtud de Ja división de trabajo social, á individualizarse, y esta individualización se deriva del fraccionamiento ó distribución familiar y aun personal de los lotes de cultivo. Así el licenciado Ondegardo nos dice : « Bien es que se entienda que aunque muchas parcialidades vayan á hacer una cosa de comunidad, nunca las empiezan sin ver y medir lo que cabe á cada uno ; y entre os mismos de cada parcialidad hacen también su división que llaman suy os, y no ayuda el uno al otro aunque acabe primero, por ninguna cosa, y fué buen medio, entrellos, porue son tan descuidados, que cada uno se 1.

Ob. cit., Ill, pág. 75.

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diera la menor prisa para dexar el trabajo al compañero 1 • >> Esta relajación comunista, que en verdad es aplicable á las últimas etapas de transformación del clan aymara, tiene todos los caracteres de una ley sociológica : la función de la división del trabajo. Ella se realiza en la estructura de las sociedades de un modo inevitable. La complejidad de ellas es la fuerza interna que las impulsa. M. Durkheim, refiriéndose á la acción diferenciadora de la división del trabajo en el clan, acción por la cual de cerrado que era en un principio se convierte en inmigratorio, dice : « Bajo esta forma, el clan ha perdido algunos de sus · caracteres esenciales : no solamente todo recuerdo de un común orígen ha desaparecido, sino que se ha despojado casi compleCitado por España, p~g. 69. 1.

J.

Costa, Colectivismo ag1'ario en

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tamente de toda importancia política. La unidad política, es la centena. « La población, dice Waitz, habita en las aldeas, pero se reparte, ella y su dominio, según las centenas que, para todos los negocios de la guerra y de la paz, forman la unidad que sirve de fundamento á todas las relaciones 1 • » Esta desviación de la estructura interna de la comunidad de aldea, cuya característica cooperativa tiende á ser sustituída por fraccionamientos seriales de centenas, fenómeno que se presenta en la gens latina 2 , encuénDe la Division du Travail social, VI, pág. 160. Mommsen dice: ~< No obstante que la curia se nos ofrece como un grupo personal, bien puede decirse que, á lo menos en un principio, hubo de existir en ella también vínculo local, supuesto que las nominaciones de los romanos, en cuanto de ellas conocemos, son locales ; y puede conjeturarse que era así, porque el poseedor más antiguo de los bienes privados territoriales parece haber sido la familia, y la unión personal de cierto número de familias, era por necesidad, á la vez, 1.

2.

BL AYLLtJ

20_3

trase también en Ja marca aymara. En un documento colonial leemos la siguiente relación : « El inca tenía poblada y ennoblecida Ja ciudad del Cuzco, donde residía y tenía fortaleza y presidio en su guarda, y lo demás eran rancherías ó piteblos pequeños que se gobernaban por caciques, que era el título que daba á los que proveía por gobernadores; y estos tenían, unos á diez mil indios, que llamaban chunga guaranga, otros á cinco mil, á quien decían pisca guaranga, y una unión territorial. Después de la individualización de la propiedad del suelo, esta base desapareció, y las particulares curias comprendieron, si, todavía á todos los Emilios ó á todos los Cornelios ; pero ya no tuvo relación con la tierra ». « Según el esquema, cada curia establece diez decurias ó una centu1·ia para el servicio militar. » Derecho Público Romano, l, pág. 24 y 26. « La comitia curatia, dice Durkheim, donde la gens jugaba un papel social fueron reemplazadas ó por la comitis centil-ratia, ó por la comitia tributa.» De la Division du Travail social, VI, pág. 160.

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otros á mil á quien llamaban guaranga, y otros á menos, hasta llegar al número de pachaca, que es lo mismo que un ciento 1 • » Á este testimonio que nos refiere que los pueblos pequeños, las marcas, para darles su nombre propio, se organizaban siguiéndose un principio de unidades de centenas (tunea guaranca, diez mil ; pisca guaranca, cinco mil), podemos agregar lo que trae la « Probanza del gobierno y costumbre de los indios, mandada levantar por el virrey Enríquez en 1582. « Cacique de guaranga (en aymara guaranca) quiere decir cabeza de mil indios y el inga los proveia como le parescia para que tuviese cuenta y cargo destos mil indios para acudir con ellos á donde él le mandaba. >> « Cacique de pachaca (pataca) es lo mismo que tiene dicho 1.

Relact"ones geográficas, t. 1, ap. 111, CXL.

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205

de guaranga, salvo que pachaca se entiende ser cacique de cien indios 1 • ~> En la transformación del clan aymara como ·en los de su género, se presenta un fenómeno de concentración primero y otro de difusión después. Vemos que la comunidad de aldea, la ma1'ca, se forma por una especie de condensación social y territorial . Aflójanse los vínculos de afinidad, mediante la ley de división de trabajo, y viene cierta tendencia de difusión social y la individualización del cultivo. La característica del primer flujo, es la tierra y su cultivo colectivo. La de la segunda fase de transformación, la unidad) como dice Waitz, es la centuria, , como declara en la provisión que 'V

EL AYLLU

dictó en Guamanga el

157 2

1 ,

11

2 07

de diciembre de

se decidió á reducirlos. Esta reduc-

ción ó concentración > tuvo por fin principal la cristianización y pag9 de t rib uto de Jos naturales. No es nuestro propósito establecer genera1!.:_aciones sobre el ayllu . Semejantes generalizaciones llevan en sí el peligro de fal sear Ja fiel

y despreocupada apreciación de los

hechos. Sometiéndolos á criterios preconcebidos, lo que se ·construye es más obra subjetiva que objetiva. Más valor tendría, en este caso, Ja exposición de un sistema personal , puramente teórico, que

e~e

mari daje

inarmónico entre la observación incompleta y lo purame!1te subjetivo. Arch . G. de Indias. Provisión dada por don Francisco de Toledo sobre reducció n de naturales. 1572. Est. 70, Caj. _1 , Leg . 28 . 1.

EL AYLLU

Nuestra tarea ha sido más de exposición que de :) i ~:t ematización. No pensamos sino iniciar e! primer jalón en semejante estudio, que esco nde riquísimos como profundos _ filones de metal precioso, cuya explotación fortalecerá de manera sorprendente la Sociología y la Etnografía americanas.

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