Contrafuegos 2. Por un movimiento social europeo
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Pierre Bourdieu

Contrafuegos 2 Por

un

nwviiniento social

europeo

Tradu1Ti1í11 dt' .loaq11í11 .lord1í

EDITOHIAI. ANAGHAMA HAHCELO'\,\

Titulo de la edición original: Contre-feux 2. f'our un mouvement social européen © Éd itions RJlis¡ons d'agir París, 2001

Publicado cori ltl ayuda del Ministerio francés de Cultura­

Centro Nacio�al del Libro

Diseño de la colección:

Julio Vivas

Ilustración: ,.policía surcoreana armada con escudos durante una manifestación en Masan en 1987•, foto © Chnrlie Cole/Picture Group

© EDITORJAJ:.. ANAGRAMA, S.A., 2001 Pedró de la Creu, 58 08034 Barcelona

ISBN: 84-339-6164-0 Depós ito Legal: B. 46832-2001 Printed in Spain Liberduplex. s.L., Constitució, 19, 08014 Barcelona

PREFACIO

He compilado aquí, en su orden cronológico, con la intención de contribuir al movimiento social euro­ peo que se está constituyendo, varias intervenciones públicas, muchas veces inéditas, por lo menos en fran­ cés, que a veces he abreviado para evitar las repeticio­ nes, intentando pese a todo mantener los rasgos circunstanciales unidos a las expectativas de un mo­ mento y de un lugar particulares. Por motivos induda­ blemente muy personales, y sobre todo por el estado del mundo, he llegado a pensar que los que tienen la suerte de poder dedicar su vida al estudio del movi­ miento social, no pueden permanecer, neutros e indi­ ferentes, al margen de las luchas que ponen en juego el futuro del mundo. Esas luchas son, esencialmente, luchas teóricas, en las que los dominadores pueden contar con millares de complicidades, espontáneas o mercenarias -como las de decenas de millares de pro­ fesores del lobbing que, en Bruselas, frecuentan los pa­ sillos de la Comisión, del Consejo y del Parlamento-.

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La vulgata neoliberal, ortodoxia económico-política tan universalmente impuesta y tan unánimemente ad­ mitida que parece estar al margen de la discusión y de la contestación, no ha salido por generación espontá­ nea. Es el producto del trabajo prolongado y constante de una inmensa fuerza de trabajo intelectual concen­ trada y organizada en auténticas empresas de produc­ ción, de difusión y de intervención:' por ejemplo, sólo la Asociación de Cámaras de Comercio Americanas -AMCHAM- publicó, exclusivamente en el año 1 998, diez obras y más de sesenta informes, además de par­ ticipar en unas 350 reuniones con la Comisión Euro­ pea y el Parlamento. 2 Y la lista de organismos de este tipo, agencias de relaciones públicas, lobbies de la in­ dustria de compañías independientes, etc., llenarían varias páginas. En contra de estos poderes basados en la concentración y en la movilización del capital cultu­ ral, sólo puede resultar eficaz una fuerza de contesta­ ción basada en una movilización similar aunque orientada a fines radicalmente distintos. Hoy convendría reanudar la tradición que se afir­ mó a lo largo del siglo XIX en el campo científico y que, resistiéndose a abandonar el mundo a las fuerzas ciegas de la economía, quería extender a la totalidad del campo social los valores de un mundo científico 1. Sobre la génesis del thatcherismo, véase Keith Dixon, Les Évangélistes du marché, París, Raisons d'agir Éditions, 1 998. 2. Sobre este punto, véase Belén Balanya, Ann Doherty, Olivier Hoedeman , Adam Ma'anit, Erik Wesselins, Europe !ne. Liaisons dangereuses entre instítutíons et mílieux d'affaires européens, intro­ ducción de Susan George, Marsella , Agone Éditeur, 2000.

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indudablemente idealizado.• También soy consciente de que al llamar a los investigadores , como hago aquí, a movilizarse para defender su autonomía y para im­ poner los valores vinculados a su oficio me expongo a inquietar a aquellos que, eligiendo las facilidades vir­ tuosas del aislamiento en su torre de marfil, ven la in­ tervención fuera de la esfera académica como una peligrosa infracción a la famosa « neutralidad axioló­ gica», identificada erróneament e con la objetividad cien­ tífica, y a ser mal interpretado, es decir condenado sin examen, en nombre de la misma virtud académica que pretendo defender contra sí misma. Pero estoy con­ vencido de que hay que hacer entrar a toda costa en el debate público, del que se han ausentado trágicamen­ te, las conquistas de la ciencia -y devolver de pasada a la prudencia a los ensayistas charlatanes e incompe­ tentes que ocupan permanentemente la prensa, las ra­ dios y las televisiones-; se liberaría así la energía críti­ ca que permanece encerrada en los muros de la ciudadela de los sabios, en parte por una virtud cientí­ fica mal entend ida que prohíbe al horno academicus mezclarse en los debates plebeyos del mundo periodís­ tic y p olít ico, y en parte por los efectos de los hábitos de Pensamiento y de escritura que hacen que los espel. Especialmente entre pe n sad ores tan diferentes como Ritt Tawney, Émile Durkheim y Charles S. Peirce (cf. Thomas L. Has­ kell, «Professionalism Versus Capita l is m : R.H. Tawney, E. Durk heim, and C.S. Pierce on the Desinterestedness of Professional Communities», en Thomas L. Haskell (ed.), 71ze Authority o{ Ex­ perts: Studies in History and Theory, Bloomington, Indiana Univer­ sity Press, 1984 ) ­

.

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cialistas consideren más fácil y más gratificante, desde la perspectiva de los logros típicamente académicos, reservar los productos de su trabajo a publicaciones científicas que sólo son leídas por sus semejantes. Mu­ chos economistas que manifiestan en privado su des­ precio por la utilización que los periodistas o los presi­ dentes de los bancos centrales hacen de sus teorías se indignarían sin duda si se les recordara que su silencio es responsable, y en una medida nada despreciable, de la contribución que la ciencia económica aporta a la justificación de políticas científicamente injustifica­ bles y políticamente inaceptables. Hacer salir a los saberes de la ciudadela de los sa­ bios, o, cosa aún más difícil, hacer intervenir a los in­ vestigadores en el universo político, pero ¿para qué acción, para qué política? ¿Regresar a alguno de los manidos modelos del «compromiso» de los intelectua­ les, el del intelectual solidario y que aporta su firma, simple aval simbólico más o menos cínicamente explo­ tado por los partidos, o el del intelectual pedagógico o experto, que comparte sus conocimientos o suministra por encargo el saber requerido? ¿O inventar una nueva relación entre los investigadores y los movimientos po­ pulares, que podría basarse en el rechazo de la separa­ ción, pero sin concesiones a la idea de una «fusión», y en el rechazo de la instrumentalización, pero sin con­ cesiones a las fantasías antiinstitucionales? ¿Y conce­ bir una nueva forma de organización capaz de reunir a investigadores y militantes en un trabajo colectivo de crítica y de propuestas, que conduzca a nuevas formas de movilización y de acción?

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Pero ¿qué fonna dar a esa acción política y a qué escala -nacional. europea, mundial- llevarla? Los ob­ jetivos tradicionales de las luchas y de las reivindica­ ciones ¿no se habrán convertido en señuelos perfectos para desviarnos de los lugares donde se ejerce el go­ bierno invisible de los poderosos? Paradójicamente, han sido precisamente los Estados los primeros en dictar las medidas económicas (de desregulación) que han llevado a su desposesión económica, y, contraria­ mente a lo que dicen tanto los partidarios como los críticos de la política de « globalización» , siguen jugan­ do un papel proporcionando su aval a la política que los desposee. Desempeñan una función de pantallas que impiden a los ciudadanos, por no decir a los mis­ mos dirigentes, percibir su desposesión y descubrir los lugares y las bazas de una auténtica política. Funcio­ nes de pantalla que disimulan los poderes que usur­ pan1 o, más exactamente, de máscaras que, al atraer y dirigir la atención sobre los figurantes, los hombres de paja, los testaferros �sos nombres propios que se co­ dean en las portadas de la prensa política nacional y en las lides electorales-, alejan de su auténtico objeti­ vo las reivindicaciones, las denuncias y las protestas. La política ha ido alejándose de los ciudadanos. t. Es precisamente lo que hace el gobierno francés cuando se arroga el derecho de ejecutar mediante disposiciones reglamenta­ rias, al margen de cualquier control parlamentario, unas directrices europeas que son en sí mismas la transposición escasamente disfra­ zada de directrices de la Organización Mundial del Comercio (cf. Aline Pailler, «La maladie des ordonnances», Le Monde, 4 de no­ viembre de 2000).

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Pero cabe pensar que algunos de los objetivos de una acción política eficaz se sitúan a nivel europeo, en la medida en que las empresas y las organizaciones euro­ peas mantienen un peso determinante en la orienta­ ción del mundo. Y es posible marcarse como objetivo devolver Europa a la política o, dicho de otro modo, la política a Europa luchando a favor de la transforma­ ción democrática de las instituciones profundamente antidemocráticas de las que se ha dotado: un Banco 1 Central liberado de todo control democrático, un sin­ , fin de comités de funcionarios no elegidos que traba­ l jan en secreto y que lo deciden todo bajo la presión de los lobbies internacionales y al margen de cualquier 1control democrático y burocrático, una Comisión que, concentrando unos poderes inmensos, no rinde cuen­ tas ni ante un falso ejecutivo, el Consejo de Ministros europeos, ni ante un falso legislativo, el Parlamento, instancia en sí misma casi totalmente inerme ante los grupos de presión y carente de la legitimidad sólo que podría darle una elección por sufragio universal del conjunto de la población europea. No es posible alcan­ zar una auténtica transformación de estas institucio­ nes cada vez más sometidas a las directrices de unos organismos internacionales que tienden a liberar al mundo de todos los obstáculos para el ejercicio de un poder económico cada vez más concentrado si no apa­ rece un vasto movimiento social europeo, capaz de elaborar y de imponer una visión tan abierta como co­ herente de una Europa política enriquecida con todas las conquistas culturales y sociales del pasado a la vez que dotada de un proyecto generoso y lúcido de reno-

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vación social. deliberadamente abierto a todo el uni­ verso. Creo que la tarea más urgente es la de encontrar los medios materiales, económicos, y sobre todo orga­ nizativos, de incitar a todos los investigadores compe­ tentes a unir sus esfuerzos a los de los responsables políticos para discutir y elaborar colectivamente un conjunto de análisis y de propuestas progresistas que, actualmente, sólo existen en el estado virtual de pen­ samientos privados o aislados o en publicaciones mar­ ginales, informes confidenciales o revistas esotéricas. Está claro, en efecto, que ninguna recopilación de do­ cumentalista, por minuciosa y exahustiva que sea, ninguna discusión en el seno de los partidos, de las asociaciones o de los sindicatos, ninguna síntesis de teóricos, podrá sustituir el resultado de la confronta­ ción entre todos los investigadores partidarios de la acción y todos los militantes curtidos en la práctica y en la reflexión de todos los países europeos. Sólo la conjunción ideal de todos aquellos, investigadores o militantes, que tienen algo que aportar a la tarea co­ mún, podrá construir el formidable edificio colectivo digno, por u� vez, del concepto trillado de proyecto de sociedad. París,

noviembre de 2000

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POR UN MOVIMIENTO SOCIAL EUROPE01

No es fácil, cuando se habla de Europa, ser enten­

dido correctamente. El campo periodístico, que filtra,

intercepta e interpreta todas las declaraciones públi­

cas de acuerdo con su lógica más típica, la del «todo o nada», intenta imponer a todo el mundo la opción dé­

bil que se impone a quienes permanecen encerrados

en su lógica: ser «partidario» de Europa, es decir, pro­

gresista, abierto, moderno, liberal, o no serlo, y conde­

narse de ese modo al arcaísmo, al conservadurismo, al

«poujadismo», al «lepenismo», por no decir al antise­

mitismo . . . Corq'o si no hubiera otra opción legítima 1 que la adhesión incondicional a Europa tal como es, o

sea reducida a un banco y a una moneda única y so­ metida al dominio de la competencia sin límites. . .

Pero sería u n error creer que escapamos realmente a

esa grosera alternativa cuando hablamos de la «Euro­

pa social». Los discursos sobre la «Europa social» sólo l. le Monde diplornatique, junio de 1 999, pp. 1 , 16-17.

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han tenido hasta el momento una influencia insignifi·

cante en las normas concretas que rigen la vida coti­ diana de los ciudadanos: trabajo, sanidad, vivienda,

jubilación, etc. Entretanto, las directrices en materia

de competencia trastocan cada día la oferta de bienes y servicios y destruyen de manera vertiginosa los servi­

cios públicos nacionales, por no hablar de la política

que el Banco Central Europeo puede mantener al mar­

gen de cualquier debate democrático. Cabe elaborar

un «código social» y al mismo tiempo conjugar auste·

ridad salarial, reducción de derechos sociales, repre­ sión de los movimientos de protesta, etc.

construcción europea

es

Por ahora la una destrucción social. Aque·

llos que, como los socialistas franceses, han recurrido

a estos señuelos retóricos no hacen más que llevar a

un grado de ambigüedad superior las estrategias de «ambigüización» política del «social liberalismo» a la

i!J.glesa, ese thatcherismo soterrado que para venderse

sólo dispone de la utilización oportunista del aparato simbólico, mediáticamente reciclado, del socialismo. 1

Así es como los socialdemócratas que están en el po·

der en Europa pueden colaborar, en nombre de la es­

tabilidad monetaria y del rigor presupuestario, en la li-_ gy.W.ación de las adquisiciones más admirables de las �'!-�has sociales de ios dos últimos siglos, universalis­

mo, igualitarismo (a través de disquisiciones jesuíti­

cas entre igualdad y equidad), internacionalismo, así ' como en la destrucción de la própia esencia de la idea 1 . Keith Dixon, Un digne héritier, París, Raisons d'agir Édi­ tions, 2000.

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o del ideal socialista, es decir, grosso modo, la ambi­

ción de proteger o de reconstruir mediante una acción colectiva y organizada las

solidaridades amenazadas

por el juego de las fuerzas económicas.

¿No es tristemente significativo que, en el mismo

momento en que su acceso prácticamente simultáneo a la dirección de varios países europeos abre para los

socialdemócratas una posibilidad real de concebir y de

realizar en común una auténtica política social, ni se les ocurre la idea de explorar las posibilidades de ac­

ción realmente políticas que de este modo se les ofre­ cen en materia fiscal, así como en materia de empleo,

de intercambios económicos, de derecho del trabajo,

de formación o de vivienda social? ¿No es asombroso,

y revelador, que ni siquiera intenten concebir los me­

dios de contrarrestar eficazmente el proceso, ya clara­

mente avanzado, de destrucción de las conquistas so� Welfare, instituyendo por ejemplo, en el seno

dales del

de la zona europea, unas normas sociales comunes,

especialmente en el tema del salario mínimo (racio­

nalmente modulado), de la jornada laboral o de la for­

mación profesional de los jóvenes? ¿No es sorprenden­

te que, por el contrario, se apresuren a reunirse para

favorecer el funcionamiento de los «mercados finan­

cieros» en lugar de controlarlo mediante procedimien- , tos como la instauración (otrora inscrita en sus pro­ gramas electorales) de una fiscalidad internacional del

capital (referida especialmente a los movimientos es­

peculativos a brevísimo plazo) o la reconstrucción de

un sistema monetario capaz de garantizar la estabili­

dad de las relaciones entre las economías? ¿Y no es

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sorprendente que el poder de censurar las políticas so­ ciales otorgado, al margen de todo control democráti­ co, a los « guardianes del euro» (tácitamente identifica­ do con Europa) prohiba financiar un gran programa público de desarrollo económico y social basado en la instauración voluntarista de un conjunto coherente de « leyes de programación » europea, especialmente en los ámbitos de la educación, de la sanidad y de la seguridad social, lo que llevaría a la creación de ins­ tituciones transnacionales destinadas a sustituir pro­ gresivamente, por lo menos en parte, a las administra­ ciones nacionales o regionales que la,_ lógica de una unificación exclusivamente monetaria y mercantil con­ aena a entrar en una competencia perversa? Dada la proporción ampliamente preponderante de los intercambios intraeuropeos en el conjunto de los intercambios económicos de los diferentes países de Europa, los gobiernos de esos países podrían llevar a la práctica una política común encaminada como mí­ nimo a limitar los efectos de la competencia intraeu­ ropea y a oponer una resistencia colectiva a la compe­

tencia de las naciones no europeas y, en especial , a las presiones americanas, escasamente respetuosas las más de las veces con las reglas de la competencia pura

y perfecta que afirman proteger. Y eso en lugar de in­ vocar el espectro de la « globalización » para introducir,

en nombre de la competición internacional, el progra­ ma regresivo en materia social que la patronal ha pro­ movido incesantemente, tanto en sus discursos como en la práctica, desde mediados de los setenta: reduc­ ción de la intervención pública, movilidad y flexibili-

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dad de los trabajadores -con la disminución y la pre­ carización de los estatutos, la revisión de los derechos

sindicales y la flexibilización de las condiciones de

despido-, ayuda pública a la inversión privada por me­

dio de una política de ayuda fiscal, reducción de las

cargas patronales, etc. Resumiendo, al no hacer nada prácticamente en favor de la política que profesan,

cuando en cambio se dan todas las condiciones para

poder realizarla, esos gobiernos demuestran clara­

mente que, en la práctica, detestan esa política.

La historia social enseña que no existe política so­

cial sin un gobierno social capaz de imponerla y que

no es el mercado, como se intenta hacer creer actual­

mente, sino el gobierno social, lo que ha «civilizado»

la economía de mercado, a la vez que ha contribuido

enormemente a su eficacia. En consecuencia, el pro­

blema, para todos aquellos que quieren realmente

oponer una Europa social a una Europa de los bancos

y de la moneda, flanqueada por una Europa policial y

penitenciaria (ya muy avanzada) y por una Europa

militar (consecuencia probable de la intervención en Kosovo) , consiste en saber cómo movilizar a las fuer­

zas capaces de conseguir ese objetivo y a qué instan­

cias exigir ese trabajo de movilización. Pensamos evidentemente en la Confederación Europea de Sindi ­

catos. Pero nadie se opondrá a los especialistas que,

como Corinne Gobin, muestran que esa instancia se

comporta fundamentalmente como un «partenaire»

preocupado por participar en el decoro y en la digni­

dad de la gestión de los asuntos europeos actuando

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como un

lobby moderado, de acuerdo con las normas

del «diálogo», al que tan aficionado es Jacques De­ lors

. . .

Y es evidente que no se ha molestado demasia­

do en buscar los medios de contrarrestar eficazmente

las voluntades de la patronal (organizada a su vez en Unión de Confederaciones de la Industria y de los Em­

presarios europeos -UNICE-, y dotada de un poderoso

grupo de presión, capaz de dictar su voluntad en Bru­

selas), ni en imponerle, con las armas normales de la lucha social, huelgas, manifestaciones, etc., auténticos

convenios colectivos a escala europea.

Así pues, al no poder esperar, por lo menos a corto

plazo, que la Confederación Europea de Sindicatos se

una a un sindicalismo decididamente militante, es ne­

cesario inclinarse inicialmente, y de modo provisional,

hacia los sindicatos nacionales, sin ignorar, de todos modos, los inmensos obstáculos para la auténtica con­

versión que tendrían que efectuar para escapar, a nivel

europeo, a la tentación tecnocrático-diplomática, y a

nivel nacional, a las rutinas y a las formas de pensa­

miento que tienden a recluirlos en los límites de la na­ ción. Y eso en un momento en el que, sobre todo

como consecuencia de la política neoliberal y de las fuerzas de la economía abandonadas a su lógica -con,

por ejemplo, la privatización de muchas grandes em­

presas y la multiplicación de los «trabajitos», limita­ dos casi siempre a los servicios, y por tanto tempora­ les y a tiempo parcial, interinos y a veces a domicilio-,

las propias bases de un sindicato de militantes están.

amenazadas, como lo demuestran no sólo el declive de la sindicación, sino también y sobre todo la escasa

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participación de los jóvenes y sobre todo de los jóve­

nes procedentes de la inmigración, que provocan tanta inquietud y que nadie -o casi nadie- piensa en movili­

zar en ese frente.

Así pues, el sindicalismo europeo que podría ser el

motor de una Europa social está por inventar, y eso

sólo puede suceder al precio de una serie de rupturas

más o menos radicales: ruptura con los particularis­ mos nacionales, por no decir nacionalistas , de las tra­

diciones sindicales, siempre recluidas en los límites de

los Estados, de los que esperan una gran parte de los

recursos indispensables para su existencia y que de­

finen y delimitan los objetivos y los terrenos de sus

reivindicaciones y de sus acciones; ruptura con un pen­

samiento conciliador que tiende a desacreditar el pensa­

miento y la acción críticos, a valorizar el consenso

social hasta el punto de animar a los sindicatos a com­

partir la responsabilidad de una política encaminada a hacer aceptar a los dominados su subordinación; ruptu­

ra con el fatalismo económico, que estimulan no sólo

los discursos mediático-políticos sobre las necesidades

ineluctables de la «globalización» y sobre el dominio de los mercados financieros (detrás de los cuales los diri­

gentes políticos pretenden disimular su libertad de

elección), sino también el propio comportamiento de

los gobiernos socialdemócratas que, al prolongar o al reconducir, respecto a unos puntos esenciales, la polí­

tica de los gobiernos conservadores, hacen aparecer

dicha política como la única posible, e intentan confe­

rir a unas medidas de desregulación favorable a un re­

fuerzo de las exigencias patronales la apariencia de

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conqu istas inestimables de una auténtica política so­ cial ; ruptura :::on un neoliberalismo diestro en presen­ tar las exige11cias inflexibles de contratos de trabajo leoninos bajG la apariencia de la «flexibilidad » (con, por ejemplo, las negociaciones sobre la reducción de la jornada l aboral y sobre la ley de las treinta y cinco horas qu e ªProvechan todas las ambigüedades objeti­ vas de una relación de fuerza cada vez más desequili­ brada gracia� a la generalización del trabajo precario y a la inercia de un Estado más inclinado a ratificarla que a ayudara transformarla). Este sindicalismo renovado convocaría a los agen­ tes movilizadores animados por un espíritu profun­ damente internacionalista y capaces de superar los obstáculos vinculados a las tradiciones jurídicas y ad­ ministrativas nacionales, así como las barreras socia­ les interio res de la nación, las que separan los ramos y las catego rías profesionales, y también las clases de sexo, edad y origen étnico. Es paradójico, en efecto, qu e los jóvenes, y muy especialmente los que proceden de la inmigración, y que están tan obsesivamente pre­ sentes en los fantasmas colectivos del miedo social, en­ gendrado y Illantenido en y mediante la dialéctica de la competencia política por los votos xenófobos y de la competencia mediática por la máxima audiencia, ocu­ pen en las preocupaciones de los partidos y de los sin­ dicatos progresistas un espacio inversamente propor­ cional al que le conceden, en toda Europa, el discurso sobre la «inseguridad» y la política que éste estimula. ¿Cómo no es_perar o prever que una auténtica interna­ cional de l os '{llici\

que ejerce la visión dominante para ver que es�­

delo debe menos a los principios puros de la teorí� económica que a las características históricas de una

tradición social concreta, la de los Estados Unidos de América, como pretendo exponer a continuación. En

Primer l�gar, la debilidad de un

Estado que, ya reduci­

do al mínimo, ha sido debilitado sistemáticamente por

la revolución conservadora ultraliberal (iniciada por Reagan y prorrogada por CÜnton, y en particular su

«welfare refonn», extraordinario eufemismo por antí­

frasis para designar la supresión de la ayuda a los más desfavorecidos, como las madres solteras), de donde

se derivan diversas características de esta sociedad pa­

radójica, que, siendo muy avanzada económica y cien­

tíficamente, está muy atrasada social y políticamente.

Citaré, entre otros índices, una serie de hechos conver-

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gentes:

el monopolio de la violencia física es muy vul­

nerable debido a la amplia difusión de armas entre la

población (la existencia de un lobby de los defensores del derecho a la posesión de armas, la National Rifle

Association -NRA-, así como el número de poseedores

de armas de fuego,

70 millones,

y de muertos por bala,



30.000 al año de media, son índices de una tolerancia

instituida de la violencia privada que no tiene equiva­

lente en los países avanzados); el Estado ha renuncia

do a cualquier función económica, vendiendo las em­ presas que poseía,

convirtiendo bienes públicos como

. la sanidad, la vivienda, la seguridaci-:-la educación y la

cultura -libros, películas, televisión y radio-

en bienes

C.'. a. los usuarios en client� , subcontratan­

do los «servicios públicos» al sector privado, renun­

ciando a su poder de hacer disminuir la desigualdad (que tiende a aumentar de forma desmesurada) y dele­

gando a niveles inferiores de autoridad (región, ciu­ ªad, etc.) las funciones sociale�, todo ello en nombre

de la vieja tradición liberal de

self help (heredada de la

creencia calvinista de que Dios ayuda a quienes se

ayudan a sí mismos) y de la exaltación conservadora

de la responsabilidad individual -que lleva por ejem-

c

plo a imputar el paro o el fracaso económico ante todo a los propios individuos, y no al orden social, y que, a través del concepto equívoco de

employability obliga a

cada agente individual, como señala Franz Schultheis,

a introducirse él mismo en el mercado, haciéndose de alguna forma empresario de sí mismo, tratado como

capital humano, con la consecuencia de duplicar con

una especie de sentimiento de culpa la miseria de los

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que son rechazados por el mercado; la «democracia americana» , contrariamente a lo que lleva a creer la exaltación de la que es objeto, está plagada de disfun� cionl?�_!"_a���-�-omo los índices de abstención exagera­ damente altos, la financiación de los partidos, la de­ pendencia respecto a los media y el dinero, el papel desmesurado concedido al lobbying , etc. En segundo lugar, la soc i edad americana sin duda ha llevado a su límite extremo el desarrollo y la gene­ ralización del « espíritu del capitalismo» del que Max Weber había encontrado una encarnación paradigmá­ tica en Benjamin Franklin, y su exaltación del incre­ mento del capital convertido en « deben> (Beruf, ca­ lling) . La ID(;!llt�lid�d calculadora impregna toda la vida y todos los terrenos de l a práctica sin excepción y se inscribe en las instituciones (por ejemplo lo que se ha dado en llamar «academic market place » ) y en los intercambios cotidianos. En tercer lugar, el culto al individuo y al « indivi­ dualismo » fundamento -ae todo el pensamiento eco ­ nómico neoliberal , es uno de los pilares de la doxa so­ bre la que, según Dorothy Ross, se han construido las ciencias sociales americanas. 1 La ciencia económica se basa en una filosofía de la acción, el individualismo metodológico, que sólo quiere y puede conocer las ac­ ciones inteii"cionada y conscientemente calculadas de agentes aislados, que persiguen fines individuales y egoístas intencionada y conscientemente planteados. 1

1. Cfr. Dorothy Ross, The Origins of_American Social Science, ,---Camb� idge, Haivard U�;;, ity Press, 1 998. ------

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En cuanto a las acciones colectivas, como las que or­ ganizan las instancias de representación, partidos, sin­ dicatos o asociaciones, y también el Estado, instancia encargada de elaborar y de imponer la conciencia y la voluntad colectivas, y de contribuir a favorecer el for­ talecimiento de la solidaridad, la ciencia económica no sólo tiene dificultad para explicarlas (con el problema del free rider), sino que tiende a reducirlas a sim­ ples agregaciones de acciones individuales aisladas (al no saber reconocer en ellas formas de resolución y de elaboración de conflictos ni principios de invención de nuevas formas de organización social). De esta forma, en realidad excluye la política, reducida a una suma de actos individuales que, una vez realizados, como el voto, en el aislamiento y el secreto de la cabina electo­ ral, son el equivalente exacto del acto solitario de com­ pra en un supermercado. La filosofía implícita de la economía y de la relación entre la economía y la políti1 ca es una visión política que conduce a instaurar una 1 frontera infranqueable entre lo económico, regido por : los mecanismos fluidos y eficientes del mercado, y lo social, habitado por lo arbitrario imprevisible de la .¡ tradición, del poder y de las pasiones. En cuarto lugar, el otro tópico fundador de la vul­ gata americana según Dorothy Ross, la exaltación del dinamismo y de la agilidad del orden social americano (antítesis de la rigidez y del miedo al riesgo atribuidos a las sociedades europeas) lleva a asociar la eficacia y la productividad a una fuerte flexibilidad (en contrapo­ sición a las obligaciones asociadas a una fuerte seguri­ dad social) e incluso a hacer de la inseguridad social un

[

r .

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principw posllivo de organizacwn colectiva, capaz de producir agentes económicos más eficaces y producti­ vos.' Unas relaciones de trabajo basadas en la i�u­ cionalización ge la inseguridad (especialmente con los nuevos tipos de contratos de trabajo) y cada vez más particularizadas para ajustarse a la empresa y a las exigencias concretas del trabajo (duración y horarios de trabajo, ventajas, perspectivas de promoción, for­ mas de evaluación, tipos de remuneración, jubilación, etc.) comportan una desocialización del trabajo asala­ riado y una �tom!_z�ción metódica de los trabajadores._ Finalmente, en quinto lugar, una sociedad que se arma de inseguridad sin dejar de exaltar el individua­ lismo y la sel{ help es la encamación de una visión neo­ darwinista (que se expresa abiertamiente en algunos economistas como Gary Becker, sobre todo en un ar­ tículo titulado De Gust ibm no� est disputandum) to­ talmente opuesta a la visión solidarista que la historia del movimiento social ha inscrito en las estructuras sociales y cognitivas de las sociedades europeas. Para comprender cómo puede universalizarse este modelo, no hasta con apelar a la fuerza de las presio­ nes y las coacciones económicas impuestas por los mercados financieros, las grandes empresas multina­ cionales (sobre todo bancarias) y las organizaciones internacionales (Banco Mundial, FMI. OMC), ni a la 1 . M ientras que puede haber una fuerte productividad asocia n­ do, como es el caso de las eco no mías sumerg idas en sociedades de distinta tradición, por ejemplo en Dinamarca, una fuerte flexibili­ dad co n fuertes garantías sociales.

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situación monopolista en la que se encuentra debido al hundimiento de la URSS, identificada con el comu­ nismo. Hay que tener en cuenta los efectos propia­ mente simbólicos que pueden producir los th in k tanks, los «expertos», y sobre todo quizás los periodistas, so­ metidos a las fuerzas económicas y políticas dominan­ tes a través de las presiones inscritas en la estructura del campo periodístico. Estos agentes y estas institu­ ciones inculcan las nuevas categorías de pensamiento apoyándose en distintos resortes, pereza y pasividad de espíritu, cientifismo, esnobismo (paradójico) o, sen­ cillamente, conservadurismo, y esto con la complici­ dad de los propios europeos , en una lógica que no deja de recordar a la de la colonización .

ú:Jccum, octubre de 1999

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POR UN SABER COMPROMETID01

Como no tengo mucho tiempo, y querría que mi discurso fuera lo más eficaz posible, voy a ir directa­ mente al tema que quiero plantearles: los intelectua­ les, y más concretamente los investigadores, y todavía más concretamente los especialistas en ciencias socia­ les, ¿pueden y deben intervenir en el mundo político y bajo qué condiciones pueden hacerlo eficazmente? ¿Qué papel pueden jugar en el movimiento social, a escala nacional y sobre todo internacional, es decir al mismo nivel en que se juega hoy en' día el destino de los individuos y de las sociedades? ¿Cómo pueden contribuir a la invención de una nueva forma de hacer política? Primer punto: para evitar malentendidos, hay que dejar claro que un investigador, un artista o un escrit. «A scholarship w ith co mmittment. Pour un savo ir engagé» , Convención de la MLA -Modem Language Association of America­ sobre «Scholarship and co mmitt mcnt•, Chicago , diciembre de 1999.

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tor que interviene en el mundo político no se convie�rte por ello en un político; según el modelo creado por Zola con motivo del asunto Dreyfus, se convierte en un intelectual, o, como se dice en Estados Unidos , mn «public intellectual», es decir alguien que compromtete en un combate político su competencia y su autorid!ad específicas, y los valores asociados al ejercicio de su profesión, como valores de verdad o de desinterés, o, dicho de otra forma, alguien que pisa el terreno de la política pero sin abandonar sus exigencias y sus conn­ petencias de investigador. (Digamos de pasada que la contraposición, tan común en la tradición anglosajio­ na, entre scholarship y committment carece sin duda de fundamento: las intervenciones de artistas, escrit•O­ res o científicos -Einstein, Russell o Sajarov- en el espacio público encuentran su principio, su funda­ mento, en una «comunidad » caracteri zada (co mm it­ ted) por la objetividad, la probidad y el desi nterés. Por otra parte, el scholar debe su autoridad social al respe­ to supuesto a estas leyes morales no escritas, tantto como a su competencia técnica.) Al intervenir así, se expone a decepcionar (la pala­ bra es demasiado floja) , o mejor dicho, a chocar, en s u propio universo, con los que ven en e l committment una infracción de la « neutralidad axiológica » , y en el mundo político, con los que ven en él una amenaza para su monopolio, y en general, con todos aquellos a los que su intervención molesta. Se expone, en defini­ tiva, a despertar todas las formas de antiintelectualis­ mo que dormitan aquí y allá, un poco en todas partes, entre los poderosos de este mundo -banqueros, patro -

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nos y altos funcionarios-, entre los periodistas, entre los políticos (incluidos los de « izquierdas» ) , casi todos, hoy, ostentadores de capital cultural, y, por supuesto, entre los propios intelectuales. Pero condenar el antiintelectualismo que casi siem­ pre tiene por principio el resentimiento, no quiere de­ cir eximir al intelectual de toda crítica: la crítica a la que el intelectual puede y debe someterse él mismo, o, dicho de otra forma, la reflexividad crítica, es una con­ dición previa absoluta para cualquier acción política de los intelectuales. El mundo intelectual debe entre­ garse permanentemente a la crítica de todos los abusos de poder o de autoridad cometidos en nombre de la au­ toridad intelectual o, si se prefiere, a la crítica del uso de la autoridad intelectual como arma política; debe someterse también a la crítica del scholastic bias, cuya forma más perversa, y que nos concierne especialmen­ te aquí, es la propensión a un revolucionarismo sin ob­ jeto y sin efecto: pienso en efecto que el impulso tan generoso como irrealista que ha llevado a muchos inte­ lectuales de mi generación a asu{Ilir ciegamente las consignas del Partido, sigue inspirando demasiadas ve­ ces lo que yo llamo el campus radicalism , es decir la propensión a confundir las cosas de la lógica y la lógica de las cosas, según la implacable fórmula de Marx, o, más cerca de las realidades actuales, a considerar las revoluciones en el orden de las palabras o de los textos como revoluciones en el orden de las cosas. Una vez planteadas estas premisas críticas, aparen­ temente negativas, creo poder afirmar que los intelec39

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tuales (entendiendo por ello a los artistas, escritores y científicos que se comprometen en una acción políti­ ca) son indispensables para la lucha social, especial­ mente hoy, dadas las 0rr:n as completamente nuevas que adquiere la dominación. Numerosos trabajos his­ tóricos han mostrado el papel que han jugado los think tanks en la producción y la imposición de la ideología neoliberal que hoy gobierna el mundo ; fren­ te a las producciones de estos think tanks conservado­ res , grupos de expertos a sueldo de los poderosos, de­ bemos oponer las producciones de redes críticas que agrupen a « intelectuales específicos » (en el sentido de Foucault) en un verdadero 'intelectual colectivo capaz de definir los objet o s y los fines de su refl ex ión y de su acción, es decir, autóno m o. Este intelectual colectivo puede y debe cumplir en primer lugar funciones negativas, críticas, trabajando en la producción y ex­ tensión de instrumentos de defensa contra la domina­ ción simbólica que hoy se ampara casi siempre en la autoridad de la ciencia; haciendo valer la competen­ cia y la autoridad del colectivo reunido, puede someter el discurso dominante a una crítica lógica que ataque sobre todo el léxico ( « globalización» , « flexibi­ lidad » , etc . ) , pero también la argumentación, y en particular el uso de las metáforas; también puede so­ meterlo a una crítica sociológica, que prolonga la primera, poniendo en evidencia los determinantes que pesan sobre los productores del discurso domi­ nante (empezando por los periodistas, sobre todo eco­ nómicos) y sobre sus productos; por último puede oponer una crítica propiamente científica a la autori40

dad pretendidamente científica de los expertos, sobre todo económicos. Pero también puede cumplir una función positiva contribuyendo a un trabajo colectivo de invención po­ lítica. El hundimiento de los regímenes de tipo soviéti­ coyel debilitamiento de los partidos comunistas en la mayoría de naciones europeas y sudamericanas ha li­ berado el pensamiento crítico. Pero la doxa neoliberal ha ocupado todo el espacio vacante y la crítica se ha refugiado en el «pequeño mundo» académico, donde está encantada de sí misma, pero no es capaz de in­ quietar realmente a nadie en nada. do el pensamien­ to político crítico está pues por reconstruir, y no pue­ de, como se creyó tal vez en el pasado, ser obra de uno solo, maftre a penser entregado a los únicos recursos de su pensamiento individual, o portavoz autorizado por un grupo o una institución para expresar la pala­ bra supuesta de los sin palab Es ahí donde el intelectual colectivo puede desem­ peñar su papel, insustituible, contribuyendo a crear l_as condiciones sociales de una_producción c�lec:: t i� de utopías realistas. Puede organizar u orquestar la investi ació n c�lect iva de nuevas formas de acción política, de nuevas maneras de movilizar y de hacer trabajar conjuntamente a las personas movilizadas, de nuevas maneras de elaborar proyectos y de realizarlos en común. Puede desempeñar el papel de partero ayudando a la dinámica de los grupos que trabajan en su esfuerzo por expresar, y a la vez descubrir, lo que son y lo que podrían o deberían ser y contribuyendo a la re­ colección y a la acumulación del inmenso saber social

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sobre el mundo social en el que el mundo social es fuerte. Así podría ayudar a las víctimas de la pol ít ic a neoliberal a descubrir los diversos efectos que se deri­ van de una misma causa en los acontecimientos y ex­ periencias en apariencia radicalmente distintos, sobre todo para quienes los viven, que están asociados a los diferentes universos sociales, medicina, educación, servicios sociales, justicia, etc., de una misma nación o de diferentes naciones. La tarea es a la vez muy urgente y muy difícil. En efecto, las representaciones del mundo social que hay que combatir, contra las que hay que oponer resisten­ cia, han surgido de una verdadera revolución conserva­ dora, como se decía de l os movimientos pre naz is en la Alemania de los años treinta. Los think tanks de donde salieron los programas políticos de Reagan o Thatcher, o, posteriormente, de Clinton, Blair, Schroder o Jos­ pin, para poder romper con una tradición de Welfare State, han tenido que llevar a cabo una verdadera �: trarrevolución simbólica X_PI"_O d� i i: una_d_o�a paradóji­ ca: conserv�_dora,_se_ hace pasar po�o�esista; res, tauración del pasado en lo que tiene a veces de más arcaico (en materia de relaciones económicas sobre todo), presenta las regresiones y los retrocesos como reformas o revoluciones. Esto se ve claramente en todas las medidas que tienden a desmantelar el Welfare State, es decir a destruir todas las adquisiciones demo­ crát icas en materia de legislación del trabajo, sanidad, protección social o enseñanza. Combatir dicha políti­ ca es exponerse a aparecer como arcaico cuando se defienden las adquisiciones más progresistas del pasa-

1

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do. Situación todavía más paradójica ya que uno está inducido a defender cosas que en definitiva se quieren transformar, como el servicio público y el Estado na­ cional, que nadie piensa en conservar en las actuales condiciones, o los sindicatos o incluso la escuela pú­ blica, que hay que seguir sometiendo a la crítica más implacable. Lo que me ha llevado actualmente a ser tachado de renegado o acusado de contradicción cuando defiendo una escuela pública de la que nunca he dejado de recordar que cumplía una función con­ servadora. Creo que los scholars tienen un papel determinante que desempeñar en el combate contra la nueva doxa y el cosmopolitismo puramente formal de todos los que se llenan la boca de palabras como «globalización» o « global competitiveness'' · Este ��aliSID_Q_>

entendida como un con­

junto de empresas que compiten por la producción y la comercialización de una categoría homogénea de productos. La estructura, casi siempre oligopolista,

de cada uno de estos subcampos corresponde a la es­ tructura de la distribución del capital (bajo sus dife­ rentes especies) entre las diferentes firmas capaces de adquirir y conservar un estatuto de competencia efi­ ciente a nivel mundial, donde la posición de una firma en cada país depende de la posición de esta firma en todos los demás países . El campo mundial está muy polarizado.

Las

economías

------- · --- - .

.

nacionales

O,ominantes

tiend�!J:, por el mero hecho de su peso en la estructura

(q�

funciona como barrera de acceso) , a concentrar

los activos de las empresas y apropiarse . de 105 l:ieñe­

ficíos

que producen ,

así co� o a orientar las tendencias

inmanentes al funcionamiento del campo. La posición de

cada firma en el campo nacional e internacional depen­

de en realidad no sólo de sus propias ventajas, sino tam­ bién de las ventajas económicas, políticas, culturales y lingüísticas que se derivan de su pertenencia nacional, donde esta especie de «capital nacional» ejerce un efecto multiplicador; positivo o negativo, sobre la competitividad estructural de las diferentes firmas. �n la actualidad estos diferentes campos están es::­ tructuralmente sometidos al campo financiero mun­ a:fal . Este campo ha sido brutalmente liberado (por \

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medidas como, en Francia, la ley de desreglamenta­ ción financiera de que , nacidas hace

1 985-86) de todas las regulaciones casi dos siglos, flleron -especia.lmev­

te reforza.das después de las grandes series de quiebra� bancarias de los años treinta. Así, alcanzada una auto­

ñonifa y una integración casi completa,

se ha converti­

do en un lugar entre otros de valorización del capital. El dinero co nc entrado por los grandes

inversores (fon­

dos de pensiones, compañías de seguros, fondos de ir�.­ versiones) se convierte en una fuerza autónoma, con :

trolada únicamente por los banqueros, q':le privilegian

cathívez -más lá -especu1adóñ� Tas - operaciones

finan­

c i eras sin más fines que los financieros, en detrimento

de la inversión productiva. La economía internacionat--­ de la especulación se enéuentra así liberada del con­ trol de las instituciones nacionales que, como los ban­ cos centrales, regulaban las operaciones financieras , Y las tasas de interés a largo plazo ahora tienden a ser

fi­

jadas no por instancias nacionales, sino por un red llci­ do número de operadores internacionales que dirigen las tendencias de los mercados financieros.

La concentración del capital financiero en los fon­ dos de pensiones o en los fondos de mutualidades que

atraen y gestionan el ahorro colectivo permite a los

gestores transestatales de este ahorro impone� a la�­

empresas, en nombre de los intereses de los accionis_:­ tas, exigencias de rentabilidad financiera que orientan poco

a

poco- sus estrategias.

Especialmente limitando

sus posibilidades de diversificación e imponiéndole�

decisiones de downsizing, de reducción de costes y de . efectivos, o fusiones-adquisiciones- que hacen recaer -

-

-

--- -�

-

-

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todos los riesgos en los asalariados, a veces ficticia­ �ente asociados a los beneficios, al menos entre los cargos más altos, mediante remuneraciones en accio­ nes. La mayor libertad de meter y sobre todo, tal vez, de retirar los capitales, de invertirlos o de desinvertir­ los, a fin de obtener la mejor rentabilidad financiera, favorece la movilidad de los capitales y una deslocali­ zación generalizada de la empresa industrial o ban­ caria. La inversión directa en el extranjero permite ex­ plotar las diferencias entre naciones o regiones en materia de capital y de coste de mano de obra, y a la i vez buscar la proximidad del mercado más favorable. De la misma manera que las naciones nacientes trans­ formaban los feudos autónomos en provincias subor­ dinadas al poder central, las «firmas redes» encuen­ tran en un mercado a la vez interior e internacional un medio de « intemalizar» las transacciones, como dice Williamson, es decir organizarlas en unidades de pro­ ducción que integran a las firmas absorbidas y reduci­ das así al estatuto de « filiales» de una « casa madre » , mientras que otras buscan e n l a subcontratación otra manera de instaurar relaciones de subordinación en la independencia relativa. Así, la integración en el campo económico mun­ dial tiende a debilitar todos los poderes regionales o nacionales, y el cosmopolitismo formal del que ésta se dota, desacreditando los demás modelos de desa­ rrollo, sobre todo nacionales, condenados de entrada como nacionalistas, deja a los ciudadanos impotentes frente a las potencias transnacionales de la economía y de las finanzas. Las llamadas políticas de «reajuste 1 14

estructural » quieren asegurar la integración a través de la subordinación de las economías dominadas; y ello reduciendo el papel de todos los mecanismos lla­ mados «artificiales » y « arbitrarios» de regulación po­ lítica de la economía asociados al Estado social, única instancia capaz de oponerse a las empresas transna­ cionales y a las instituciones financieras internaciona­ les, en beneficio del llamado mercado libre, a través de un conj unto de medidas convergentes de desregu­ lación y de privatización, como la abolición de todas las protecciones del mercado doméstico y el relaja­ miento de los controles impuestos a las inversiones extranjeras (en nombre del postulado darwiniano de que la exposición a la competencia hará a las empre­ sas más eficientes) . De esta forma, tienden a asegurar una libertad casi total al capital concentrado y a dar rienda suelta a la carrera de las grandes empresas multinacionales que inspiran más o menos directa­ mente dichas políticas. (A la inversa, contribuyen a neutralizar los intentos de las llamadas naciones «emergentes» , es decir capaces de oponer una compe­ tencia eficaz para apoyarse en el Estado nacional a fin de construir una infraestructura económica y crear un mercado nacional, protegiendo las producciones na­ cionales y estimulando la aparición de una demanda real ligada al acceso de los campesinos y de los obre­ ros al consumo por el aumento del poder adquisitivo, favorecido, por ejemplo, por decisiones de Estado como una reforma agraria o la creación de un im­ puesto progresivo. ) Las relaciones d e fuerza d e las que estas políticas

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son una expresión apenas eufemizada y que tienden cada vez más a reducir a las naciones más desfavoreci­ das a una economía basada casi exclusivamente en la explotación extensiva o intensiva de sus recursos natu­ rales se manifiestan también en la asimetría de los tra­ tos concedidos por las instancias mundiales a las dis­ tintas naciones, según la posición que ocupan en la estructura de la distribución del capital: el ejemplo más típico es sin duda el hecho de que la petición de reducir un déficit persistente que el FMI ha dirigido a los Estados Unidos durante mucho tiempo no ha teni­ do consecuencias, mientras que la misma instancia ha impuesto a numerosas economías africanas ya seria­ mente amenazadas una reducción de su déficit que no ha hecho más que aumentar el paro y la miseria. Y sa­ bemos por otra parte que los mismos Estados que pre­ dican al mundo entero la apertura de las fronteras y el desmantelamiento del Estado pueden practicar for­ mas más o menos sutiles de proteccionismo, a través de las limitaciones asignadas a las importaciones por cuotas, de las restricciones voluntarias de exportación, de la imposición de normas de calidad o de seguridad y de revalorizaciones monetarias forzosas, sin hablar de algunas exhortaciones virtuosas al respeto al dere­ cho social; o formas de asistencia estatal, por ejemplo a través de los llamados «oligopolios mixtos » , basados en intervenciones de los Estados dirigidas a asegurar la repartición de los mercados mediante acuerdos de restricción voluntaria de exportación, o fijando cuotas de producción a las filiales extranjeras. Esta unificación, a diferencia de la que se produjo 1 16

hace tiempo en Europa a escala del Estado nacional, se hace sin Estado -contra el deseo de Keynes de ver crearse un banco central mundial produciendo una moneda de reseiva neutra capaz de garantizar la igualdad de intercambios entre todos los países- y al único servicio de los intereses de los dominadores, que, a diferencia de los juristas de los orígenes del Es­ tado europeo, no tienen una necesidad real de vestir la política conforme a sus intereses de las apariencias de lo universal. La lógica del campo y la propia fuerza del capital concentrado son las que imponen relaciones de fuerza favorables a los intereses de los dominadores. Los que tienen los medios de transformar estas rela­ ciones de fuerza en reglas del juego de apariencia uni­ versal a través de las intervenciones falsamente neu­ tras de las grandes instancias internacionales (FMI, OMC) que dominan, o al amparo de las representacio­ nes de la economía y de la política que están en condi­ ciones de inspirar y de imponer y que encontraron su formulación más completa en el proyecto del AMI (Acuerdo Multilateral de Inversión) : esta especie de utopía de un mundo liberado de todas las presiones estatales y abandonado a la arbitrariedad de los inver­ sores permite hacerse una idea del mundo realmente « globalizado » que la internacional conservadora de los dirigentes y de los ejecutivos de las multinacionales in­ dustriales y financieras de todas las naciones intenta imponer basándose en el poder político, diplomático y militar de un Estado imperial paulatinamente reduci­ do a funciones de mantenimiento del orden interior y exterior. 1 Por tanto es inútil esperar que esta unifica-

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ción asegurada por la «armonizac1on » de las legisla­ ciones conduzca por su propia lógica a una verdadera ,_universalización, asumida por un Estado universal. Pero sin duda no es ninguna tontería esperar que los efectos de la política de una pequeña oligarquía sólo atenta a sus intereses económicos a corto plazo pue­ dan favorecer la aparición progresiva de fuerzas políti­ cas , también m undiales, capaces de imponer poco a poco la creación de instancias transnacionales encar­ gadas de controlar las fuerzas económicas dominantes y subordinarlas a fines realmente universales.

Tokio, octubre de 2000

1 . Cf. Fram;ois Chesnais, La Mondialisation du capital, París, Syros, 1 994, y M. Fre itag y E. Pineault (eds.), Le Monde enchainé, Montreal, Éditions Nota Be n e , 1 999.

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Í NDICE

Prefacio

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Por un movimiento social europeo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La imposición del modelo americano y sus consecuencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Por un saber comprometido. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La mano invisible de los poderosos . . . . . . . . . . . . .

. . .

...

. . .

.

Contra la pol ítica de despolitización . . ............. Una coordinación abierta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. .

. . . .

. . . . . .

.

Un sindicalismo renovado . . . . . . . . . . . . . . .. .. . . . . . . . . . . . . .... Asociar a los investigadores y a los militantes . . . . La Europa ambigua: sobre la elección de una acción a nivel europeo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Los granos d e arena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La cultura está en peligro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

La autonomía amenazada . . . . . . . .. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . Por un nuevo internacionalismo . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . .

7

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47

61 63 68 70

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81 82 91

Unificar para dominar mejor 101 El doble sentido de la {{ globalizacióm> . 1 03 El estado del campo económico mundial . . . . . . . . . . . 1 1 2 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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. . . . . .