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Spanish Pages [170] Year 1985
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MOSHE FELDENKRAIS
Autoconciencia
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por el movimiento Ejercicios fáciles para mejorar tu postura, visión, imaginación y desarrollo personal
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El libro básico del método Feldenkmii i ' .¡a-/- v
Título original: Awareness through movement. Health exercises for personal growth Publicado en inglés por Harper & Row Publishers, Inc., Nueva York Traducción de Luis Justo
Cubierta de Julio Vivas
© 1972 by Moshe Feldenkrais © 1985 de todas las ediciones en castellano, Ediciones Paidós Ibérica, S. A., Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona http://www.paidos.com ISBN: 84-493-0392-3 Depósito legal: B-31.212/2004 Impreso en Hurope, S.L., Lima, 3 - 08030 Barcelona Impreso en España - Printed in Spain
SUMARIO
P rim e ra , p a r t e
Comprender al hacer Prefacio................................................................................... La autoim agen....................................................................... Niveles de desarrollo............................................................. Dónde empezar y cóm o.......... . ............................................ Estructura y función............................................................... La dirección del progreso.................. . ................................
11 19 33 39 49 57
S eg u n d a p a rte
Hacer para comprender: doce lecciones prácticas Observaciones generales....................................................... Algunas sugerencias prácticas........................................ .. Lección 1. ¿Qué es una postura correcta? ........................... Lección 2. ¿Qué acción es buena? ....................................... Lección 3. Algunas propiedades fundamentales del movimiento.................... .................................... Lección 4. Diferenciación de las partes y las funciones en la respiración.............................. .................. Lección 5. Coordinación de los músculos flexores y de los extensores.......................... ................................
65 71 75 93 95 107 123
Primera parte COMPRENDER AL HACER
PREFACIO
Actuamos de acuerdo con nuestra autoimagen. Ésta —que a su vez gobierna cada uno de nuestros actos— es condicionada en gra do variable por tres factores: herencia, educación y autoeduca ción. La parte hereditaria es la más inmutable. El patrimonio bioló gico del individuo —forma y capacidad de su sistema nervioso, es tructura ósea, músculos, tejidos, glándulas, piel, sentidos— es de terminado por su herencia física mucho antes de que él posea identidad establecida alguna. Su autoimagen se desarrolla a partir de sus acciones y reacciones en el curso normal de la experiencia. La educación determina el propio lenguaje y crea un patrón de conceptos y reacciones común a una sociedad dada. Tales concep tos y reacciones varían según el ambiente en que nace la persona; no son característicos de la humanidad como especie, sino sólo de ciertos grupos de individuos. De la educación resulta en gran medida la dirección que segui rá la autoeducación, que constituye el elemento más activo de nuestro desarrollo y que, en el plano de lo social, empleamos con frecuencia mayor que los elementos de origen biológico. La auto educación influye sobre la manera en que adquirimos la educación exterior, así como sobre la selección del material que se-aprende y el rechazo de lo que no podemos asimilar. Educación y autoedu cación son procesos intermitentes. En las primeras semanas de la vida infantil, la educación radica sobre todo en absorber el am biente, y la autoeducación casi no existe: sólo consiste en rechazar
todo aquello que, desde el punto de vista orgánico, resulta extraño e inaceptable para las características hereditarias del infante, o en resistirse a ello. La autoeducación progresa a medida que el organismo infantil crece y se estabiliza. El niño desarrolla poco a poco características individuales; empieza a elegir, de acuerdo con su propia naturale za, unos u otros objetos y acciones. Ya no acepta todo cuanto-la educación trata de imponerle. Esta y las propensiones individuales se asocian para establecer la tendencia que gobernará toda nuestra conducta y nuestras acciones habituales. De los tres factores activos que intervienen en la formación de la autoimagen, sólo la autoeducación está, en cierta medida, en nuestras manos. Recibimos la herencia física sin haberla pedido, la educación nos es impuesta, y ni siquiera la autoeducación es por entero voluntaria en los primeros años, sino que es decidida por la relación de las fuerzas de la personalidad heredada, las caracterís ticas individuales, el funcionamiento eficiente del Sistema nervioso y la intensidad y persistencia de las influencias educacionales. La herencia hace de cada uno de nosotros un individuo único por su estructura física, su aspecto y sus acciones. La educación hace de cada uno de nosotros un miembro de alguna sociedad humana particular, y procura hacernos tan parecidos como sea posible a todo otro miembro de esa sociedad. Esta dicta nuestra manera de vestirnos, por lo que nuestra apariencia es similar a la de otros. Al damos un lenguaje, la sociedad nos hace expresarnos en la misma forma que otros. Instila en nosotros una pauta de conducta y valo res, y trata de que también nuestra autoeducación influya de ma nera tal que deseemos parecemos a todos los demás. Como consecuencia, incluso la autoeducación, es decir, la fuer za activa que pugna por abrir paso a lo individual y llevar al cam po de la acción lá diferencia hereditaria, tiende en gran medida a poner nuestra conducta en concordancia con la de los otros. El de fecto esencial de la educación, tal como la conocemos hoy, reside en que se basa sobre prácticas antiguas y a menudo primitivas que no perseguían en forma consciente ni clara su propósito igualita rio. Ese defecto tiene su ventaja, puesto que al carecer la educa ción de todo propósito definido, salvo el de moldear individuos de modo que no sean inadaptados sociales, no siempre logra anular por completo a la autoeducación. Sin embargo, incluso en los paí ses avanzados, donde los métodos educacionales se perfeccionan
constantemente, hay similitud cada vez mayor de opiniones, apa riencia y ambiciones. El desarrollo de los medios masivos de co municación y las aspiraciones a la igualdad política también con tribuyen en forma sustancial a la actual confusión de identidades. Los conocimientos y técnicas modernos en los campos de la educación y la psicología ya han permitido al profesor B. F. Skinner, psicólogo de Harvard, presentar métodos para producir indi viduos «satisfechos, capaces, educados, felices y creativos». Ese es también, en efecto, el objetivo de la educación aunque no se lo enuncie en forma tan explícita. Por cierto, Skinner no se equivoca acerca de la eficacia de esos métodos, y existen pocas dudas de que en su momento seremos capaces de crear unidades de forma hu mana, educadas, organizadas, satisfechas y felices: y si aplicáramos todos los conocimientos que poseemos en el campo de la herencia biológica, incluso lograríamos producir varios tipos distintos de dichas unidades, con el fin de satisfacer todas las necesidades de la sociedad. Esta utopía, que tiene posibilidades de realizarse en nuestro tiempo, es el resultado lógico de la situación actual. Para mate rializarla sólo necesitamos provocar uniformidad biológica y em plear medidas educacionales apropiadas para impedir la autoedu cación. Muchas personas consideran que la comunidad importa más que los individuos de que se compone. En todos los países avan zados se advierte una tendencia hacia el mejoramiento de la co munidad; las diferencias residen sólo en los métodos que se eligen para alcanzar esa meta. Parece haber acuerdo general en que lo más importante es mejorar los procesos sociales de empleo, pro ducción y provisión de iguales oportunidades para todos. Toda so ciedad procura inculcar en los más jóvenes, mediante la educación, aquellas cualidades que les permitirán formar una comunidad tan uniforme como les resulte posible, capaz de funcionar sin mayores tropiezos. Puede que tales tendencias sociales concuerden con la ten dencia evolutiva de la especie humana; de ser así, todos debería mos, por cierto, dirigir nuestros esfuerzos hacia el cumplimien to de ese fin. Empero, si por un momento hacemos- a un lado el concepto de sociedad y nos volvemos al hombre mismo, comprobamos que aquélla no es la mera suma total de las personas que la constituyen
y que, desde el punto de vista del individuo, tiene un significado distinto. Para éste, la sociedad importa, ante todo, como campo en el que debe avanzar para ser aceptado como miembro valioso; va lor que, a sus propios ojos, es influido por su posición en la socie dad. Pero ésta también le importa en cuanto campo donde ejerci tar sus cualidades individuales, desarrollar y expresar aquellas particulares inclinaciones propias que forman parte orgánica de su personalidad. Las características orgánicas provienen de la heren cia biológica y es esencial manifestarlas para que el organismo fun cione en toda su plenitud. A medida que la tendencia a la unifor midad, dentro de nuestra sociedad, crea innumerables conflictos con los rasgos individuales, la adaptación a la sociedad puede re solverse por supresión de las necesidades orgánicas individuales, o bien por identificación del individuo con las necesidades de la so ciedad (en forma tal que a él no le parezca impuesta), lo que pue de llegar hasta el punto de que. el individuo se sienta rebajado cuando no acierte a comportarse con arreglo a los valores sociales. La educación provista por la sociedad obra en dos direcciones a la vez. Elimina toda tendencia disidente mediante penas consis tentes en el retiro de su apoyo y, al mismo tiempo, inculca al indi viduo valores que lo obligan a superar y desechar los deseos es pontáneos. Por efecto de tales condiciones, la mayoría de los adultos viven hoy tras una máscara, la máscara de la personalidad que el individuo procura presentar a otros y a sí mismo. Toda as piración o deseo espontáneo es objeto de una,rigurosa crítica in terna, no sea que revele la índole orgánica del individuo. Esas as piraciones y deseos despiertan inquietud y remordimiento, y el individuo procura combatir el impulso de realizarlos. El único premio que torna soportable la vida a pesar de tales sacrificios es la satisfacción derivada del reconocimiento, por la Sociedad, del individuo que alcanza el éxito tal como lo entiende ella. Tan inten sa es la necesidad de recibir apoyo constante de los propios con géneres, que la mayor parte de las personas parecen consagrar la principal parte de sus vidas a consolidar sus máscaras. Sólo la re petición del éxito puede estimular al individuo a persistir en la mascarada. El éxito tiene que ser visible y supone un ascenso constante por la escala socioeconómica. Si el individuo no logra ascender, no sólo se tornarán difíciles sus condiciones de vida; además, él dis minuirá de valor ante sus propios ojos hasta el punto de poner en
peligro su salud mental y física. Apenas si se permitirá tomarse unas vacaciones, aunque disponga de los medios materiales para ello. Las acciones y el impulso que las origina —necesarios para mante ner una máscara exenta de fallas y grietas, so pena de revelarse tal como él es— no se derivan de necesidad orgánica alguna. Como consecuencia, la satisfacción que obtiene de esas acciones, por más éxito que tengan, no es orgánica, no lo revitaliza; es una mera gra tificación superficial, externa. Muy lentamente, con los años, ese hombre llega a convencerse de que el reconocimiento de su éxito por la sociedad tiene, que darle contentamiento orgánico; más aún, se convence de que se lo da. Con no poca frecuencia, tanto se adapta el individuo a su más cara, tan completa es su identificación.có.n ella, que ya no siente impulso orgánico alguno, ni satisfacciones de esa especie. Tal vez a raíz de ello descubra que en sus relaciones familiares y sexuales hay fallas y trastornos, y que quizá siempre los hubo, pero siempre se los pasó por alto en atención al éxito del individuo en la socie dad. Pues la verdad es que, en comparación con la brillante exis tencia de la máscara y con su valor social, la vida orgánica privada y la atención de necesidades urgentes de poderosos impulsos or gánicos no tienen casi importancia. La gran mayoría de las perso nas viven, detrás de sus máscaras, vidas lo bastante activas y satis factorias como para que puedan sofocar, sin gran dolor, cualquier vacío que sientan al detenerse y escuchar qué les dice el corazón. En las ocupaciones que la sociedad considera importantes, na die triunfa hasta tal punto que le permíta vivir una vida de másca ra satisfecha. Muchos de aquellos que, en su juventud, no acerta ron a labrarse una profesión u oficio que les brindara prestigio suficiente para.mantener sus máscaras en vida, afirman que son perezosos y no tienen el carácter ni la perseverancia necesarios para aprender algo. Intentan tina cosa tras otra, van de empleo en empleo, v sin-embargo se consideran, invariablemente, aptos para cualquier cosa que se les presente-. Tal confianza en:sus pioj5Ías'ap titudes les infunde satisfacción orgánica suficiente, para justificar cada tentativa nueva. Pueden no tener menos dotes naturales que otros —tal vez tengan más—, pero han adquirido hasta tal puala el hábito de descuidar sus necesidades orgánicas, que ya no logran sentir interés genuino por actividad alguna. Acaso tropiecen con algo en lo que se asienten más que de costumbre e incluso alcan cen cierta eficiencia. Pero, aun en ese caso, será la suerte de haber
encontrado ese empleo y, gracias a él, una posición social, lo que les permitirá fundar un juicio sobre su propio valor. Al mismo tiempo, el débil respeto que sienten por sí mismos los lleva a bus car éxito en otras esferas, una de las cuales bien puede ser la pro miscuidad sexual. Ésta, paralela al constante cambio de empleo, es activada por el mismo mecanismo, es decir, la creencia en alguna dote propia y especial. Eleva su valor ante sus propios ojos, y tam bién proporciona por lo menos una satisfacción orgánica parcial; bastante, en todo caso, para que valga la pena intentarlo de nuevo. La autoeducación —que, según vemos, no es del todo autóno ma— provoca aun otros conflictos estructurales y funcionales. Muchas personas padecen de algún trastorno en la digestión, la eliminación, la respiración o la estructura ósea. El alivio periódico de una de esas disfunciones trae consigo otros mejoramientos y, por un tiempo, un aumento de la vitalidad general. Este.período será seguido, poco menos que en cada caso, por un período de sa lud y ánimo empobrecidos. Resulta obvio que de los tres factores que determinan en gene ral la conducta del hombre, tan sólo la autoeducación está sujeta en medida apreciable a la voluntad. La cuestión radica entonces en cuál es realmente esa medida y, más en particular, en qué forma puede uno ayudarse a sí mismo. Muchos optarán por consultar a un especialista, y en los casos graves es la mejor solución. Empero, muchos no lo consideran necesario, o no desean en modo alguno hacerlo: en todo caso, dudan que el especialista pueda serles útil. En definitiva, el único camino abierto a cada uno es ayudarse a sí mismo. Camino duro y complejo, está sin embargo entre las posibili dades prácticas de toda persona que sienta necesidad de cambiar y mejorar, mientras tenga presente que debe comprender con clari dad algunos puntos para que ese proceso —la adquisición de un nuevo conjunto de respuestas— no le resulte demasiado difícil. Es preciso entender bien desde el principio que el proceso de aprendizaje es irregular, consiste en pasos y no carece de altibajos. Esto rige incluso para algo tan simple como aprender de memoria un poema. Un día un hombre puede aprenderlo, y al día siguiente no recordar nada. Pocos días después, sin haber vuelto a estudiar lo, tal vez compruebe de pronto que lo sabe perfectamente. Inclu so si deja de pensar en ese poema durante meses, un breve repaso se lo restituirá por completo. No debe desanimamos, en conse
cuencia, comprobar que en algún momento hemos retrocedido al punto inicial; a medida que el aprendizaje continúa, esas regresio nes se tomarán más raras, y más fácil, en cambio, retornar al nue vo estado. También es preciso comprender que a medida que se operan cambios en la propia persona se descubren dificultades nuevas, hasta entonces inadvertidas. La conciencia las rechazaba antes, fuese por miedo o por dolor; sólo a medida que la confianza en sí mismo se fortalece se torna posible reconocerlas. Muchas personas efectúan tentativas esporádicas por mejorar y corregirse, aunque a menudo no tengan clara conciencia de ello. La persona media se contenta con sus actividades y piensa que no necesita nada, salvo un poco de gimnasia para corregir unas pocas deficiencias que ha notado. Todo lo dicho en esta introducción se dirige, en rigor, a ese hombre medio a cuyo juicio nada de esto le concierne. A medida que cada uno trata de mejorarse, puede encontrar en sí mismo varias etapas de desarrollo. Y a medida que progresa, los recursos necesarios para corregirse más aún se toman cada vez más sutiles. En el presente libro, he trazado con detalle considera ble los primeros pasos por ese camino, con el fin de que el lector llegue más lejos aún por su propio impulso.
D in á m ic a
d e l a a c c ió n p e r s o n a l
Cada uno de nosotros habla, se mueve, piensa y siente en for ma distinta, de acuerdo, en cada caso, con la imagen de sí mismo que ha construido con los años. Para modificar nuestra manera de actuar debemos modificar la imagen de nosotros mismos qúe lle vamos dentro. Esto implica, desde luego, cambiar la dinámica de nuestras reacciones, no el mero reemplazo de una acción por otra. Tal proceso supone no sólo cambiar nuestra autoimagen, sino tam bién la índole de nuestras motivaciones, y movilizar además todas las partes del cuerpo interesadas en ello. Esos cambios determinan las notables diferencias en la forma en que cada individuo ejecuta acciones similares, por ejemplo, es cribir a mano y pronunciar.
LOS CUATRO COMPONENTES DE LA ACCIÓN
Nuestra autoimagen consiste en. los cuatro componentes que intervienen en toda acción: movimiento, sensación, sentimiento y pensamiento. El aporte de cada uno de ellos a una acción particu lar varía, tal como difieren las personas que la ejecutan, pero en cualquier acción estará presente, en alguna medida, cada uno de los componentes. Para pensar, por ejemplo, una persona debe estar despierta, y
saber que está despierta y no soñando; o sea, debe sentir y discer nir cuál es su posición respecto del campo de gravedad. De ello se deduce que en el pensar intervienen también el movimiento, la sensación y el sentimiento. Sentirse iracundo o feliz, exige a un hombre adoptar cierta postura, en alguna suerte de relación con otra persona y objeto. O sea, también debe moverse, tener sensaciones y pensar. Para tener una sensación —visual, auditiva, táctñ— la persona debe interesarse o sorprenderse por algún hecho que le concierne, o tener conciencia de éste. Es decir, debe moverse, experimentar un sentimiento y pensar. Para moverse, debe emplear por lo menos uno de sus sentidos, consciente o inconscientemente, lo que involucra además senti miento y pensamiento. Cuando alguno de esos componentes de la acción disminuye casi hasta el punto de desaparecer, la vida misma puede correr pe ligro. Es difícil sobrevivir, aun por períodos breves, sin efectuar movimiento alguno. Un ser privado de todos sus sentidos carece de vida. Es el sentimiento lo que nos impulsa a vivir; sentirnos so focados nos fuerza a respirar. Sin siquiera un mínimo de pensa miento reflejo, ni un escarabajo subsiste mucho tiempo.
LOS CAMBIOS SE TORNAN FIJOS COMO HÁBITOS
En realidad, nuestra imagen nunca es estática. Cambia de una acción a otra, pero tales cambios poco a poco se transforman en hábitos; o sea, las acciones asumen un carácter fijo, invariable. En la edad temprana, cuando la imagen va cobrando forma, su ritmo de cambio es activo; rápidamente se adquieren formas de ac ción nuevas, que tan sólo la víspera superaban la capacidad del niño. El infante empieza a ver, por ejemplo, pocas semanas des pués del nacimiento; un buen día empieza a ponerse de pie, cami nar y hablar. Las experiencias del propio niño y su herencia bioló gica se combinan lentamente, hasta crear una manera individual de pararse, caminar, hablar, sentir, atender, así como de ejecutar todas las restantes acciones que otorgan sustancia a la vida huma na. Pero si bien la vida de una persona, vista desde cierta distancia, parece muy similar a la de cualquier otra, un examen más deteni do revela que son por completo distintas. En consecuencia, debe
mos emplear las palabras y los conceptos de manera tal que se apli quen más o menos flexible o igualmente a todas.
CÓMO SE FORMA LA AUTOIMAGEN
Nos limitaremos, pues, a examinar en detalle la faceta motriz de la autoimagen. Por estar el instinto, el sentimiento y el pensa miento conectados con el movimiento, el papel que cumplen en la creación de la autoimagen se revela por sí solo cuando considera mos el papel que corresponde en ella al movimiento. La estimulación de ciertas células de la corteza motriz del cere bro activa un músculo particular. Hoy se sabe que la correspon dencia entre las células de la corteza y los músculos que activan no es absoluta ni exclusiva. Sin embargo, podemos considerar que existe base experimental suficiente para justificar la suposición de que ciertas células específicas activan músculos específicos por lo menos en sus movimientos básicos.y elementales.
A c c ió n
in d iv id u a l y .a c c ió n s o o a l
El recién nacido es incapaz de ejecutar prácticamente nada de lo que hará como adulto en la sociedad, pero es capaz de hacer casi todo lo que hace el adulto como individuo. Puede respirar, comer, digerir, defecar, y su cuerpo es capaz de organizar todos los proce sos biológicos y fisiológicos, con excepción del acto sexual que, en el adulto, puede considerarse como un proceso social, pues se consuma entre dos personas. En el comienzo, la actividad sexual permanece confinada a la esfera individual. Ahora en general se acepta que la sexualidad adulta se desarrolla a partir de la autosexualidad inicial. Este enfoque permite explicar las insuficiencias en ese campo como una falla de desarrollo individual hacia la se xualidad social plena.
C ontacto
c o n el m u n d o externo
El contacto del infante con el mundo exterior se establece principalmente por medio de los labios y la boca; por medio de
ellos reconoce a su madre. Cuando utiliza las manos para tocar desmañadamente y ayudar en la tarea de la boca y los labios, co noce por el tacto lo que ya conoce con los labios y la boca. A par tir de allí progresará gradualmente hacia el descubrimiento de otras partes de su cuerpo y sus relaciones mutuas, de donde resul tarán sus primeras Hociones de distancia y volumen. El descubri miento del tiempo empieza por la coordinación de los procesos de respirar y tragar, conectados ambos con los movimientos de los la bios, la boca, el maxilar inferior, las ventanas de la nariz y la zona circundante.
La
a u t o im a g e n e n l a c o r t e z a m o t r iz
Si marcáramos con color, en la superficie de la corteza motriz del cerebro del infante de un mes, aquellas células que activan los músculos sujetos a su creciente voluntad, obtendríamos una forma semejante a la de su cuerpo, pero que sólo representaría las zonas de acción voluntaria, no la configuración anatómica de las par tes del cuerpo. Veríamos, por ejemplo, que los labios y la boca ocu pan el sector más extenso de la superficie coloreada. Los músculos que trabajan contra la fuerza de gravedad —los que abren las arti culaciones y otorgan al cuerpo la postura erecta— no responden aún al control voluntario; los músculos de la mano, a su vez, sólo ahora empiezan a responder, por momentos, a la voluntad. O b tendríamos una imagen funcional en que el cuerpo humano estaría indicado por cuatro delgados trazos correspondientes a las extre midades, unidos entre sí por otro trazo corto y fino, correspon diente al tronco, y en que los labios y la boca ocuparían la mayor parte de la imagen.
Cada
f u n c i ó n n u e v a m o d if ic a l a im a g e n
Si coloreásemos las células que activan los músculos sujetos a control voluntario de un niño que ya ha aprendido a caminar y es cribir obtendríamos una imagen funcional no poco distinta. Los labios y la boca ocuparían de nuevo la mayor parte del espacio, por haberse agregado a la imagen anterior la función del habla, que in volucra la lengua, la boca y los labios. Pero además se notaría otro
gran parche de color, correspondiente al sector de células que ac tivan los pulgares. El área cubierta por las células que activan el pulgar derecho sería notablemente más grande que la cubierta por las que activan el izquierdo. El pulgar interviene en casi todos los movimientos de la mano, la escritura en particular. La zona co rrespondiente al pulgar sería más amplia que la representativa de los restantes dedos.
La im a g e n
m u s c u la r d e l a c o r t e z a m o tr iz e s ú n ic a PARA CADA INDIVIDUO
Si volviéramos a trazar esos bocetos cada pocos años, no sólo el resultado sería cada vez distinto; además, variaría cafacterísticar mente de un individuo a otro. En un hombre que no hubiese aprendido a escribir, las manchas de color representativas de los pulgares seguirían siendo pequeñas, porque las células que po drían haber incluido no fueron utilizadas. El área correspondien te al dedo medio sería más amplia en una persona que hubiese aprendido a tocar un instrumento musical que en otra que no lo hubiera aprendido. Las personas que conocieran varios idiomas, o los cantantes, presentarían áreas más amplias de células que activan los músculos que controlan la respiración, la lengua, la boca, y demás.
Só lo
l a im a g e n m u s c u l a r h a s id o c o m p r o b a d a
POR o b se r v a c ió n
En el curso de mucha experimentación, los fisiólogos han esta blecido quv,, por lo -menos en lo que concierne a los movimientos básicos, las células que intervienen en ellos-se conectan en la cor teza motriz del cerebro de manera tal que configuran una forma parecida a la del cuerpo humano, a la que dieron el nombre de ho múnculo. El concepto de «autoimagen» tiene, pues, una base váli da, por-lo menos en lo que se refiere a los movimientos básicos. No hay prueba experimental similar en relación con la sensación, el sentimiento o el pensamiento.
N
uestra , a u t o im a g e n es m á s p e q u e ñ a q u e n u e s t r a
CAPACIDAD POTENCIAL
Nuestra autoimagen es por necesidad más pequeña que lo que podría ser, pues sólo la constituye el grupo de células que hemos utilizado efectivamente. Por añadidura, tal vez más importantes que su número material sean los varios patrones y combinaciones de células. Un hombre que ha llegado a dominar varios idiomas uti lizará mayor número de células, así como de combinaciones de ellas. En las comunidades minoritarias del mundo entero', la mayo ría de los niños conocen por lo menos dos idiomas; su autoimagen está un poco más cerca del máximo potencial que la de las gentes que sólo conocen su lengua materna. Lo mismo puede decirse de la mayor parte de las restantes es feras de actividad. En general, nuestra autoimagen es más limitada y pequeña que nuestro potencial. Existen individuos que saben de 30 a 70 idiomas. Ello indica que la autoimagen media sólo ocupa alrededor del cinco por ciento de su potencial. La observación y el trato sistemático de varios miles de individuos, originarios de la mayor parte de las naciones y las civilizaciones, me han convenci do de que la fracción que empleamos de todo nuestro potencial oculto llega aproximadamente a dicha cifra.
A lcanzar
o b je t iv o s in m e d ia t o s t ie n e u n a s p e c t o n e g a t iv o
El aspecto negativo de aprender a alcanzar objetivos reside en que tendemos a poner fin al aprendizaje cuando hemos adquirido conocimientos suficientes, para lograr nuestra meta inmediata. Por ejemplo, mejoramos nuestra dicción hasta que podemos hacemos entender. Pero toda persona que desea hablar con la claridad de un actor descubre que debe estudiar dicción durante varios años para aproximarse siquiera a todo lo que podría dar en ese sentido. Por un intrincado proceso de limitar sus aptitudes, el hombre se acostumbra a bastarse con el cinco por ciento de su potencial, sin comprender que su desarrollo se ha atrofiado. Lo complejo de la situación resulta de la independencia —inherente a ambos térmi nos dé la relación— entre el crecimiento y el avance del individuo, y la cultura y la economía de la sociedad en que vive.
La
e d u c a c ió n e st á s u b o r d in a d a , e n g r a n m e d id a , a la s c ir c u n st a n c ia s
Nadie sabe qué propósito persigue la vida, y la educación que cada generación trasmite a la siguiente se limita a perpetuar los hábi tos mentales de la primera. Desde el comienzo de la humanidad, la vida ha sido una lucha áspera; la naturaleza no tiene contemplaciones con las criaturas que carecen de conciencia. Es imposible ignorar las grandes dificultades sociales creadas por la existencia de los muchos millones de seres humanos que la tierra alberga desde los últimos si glos. En tales condiciones de tirantez, la educación se mejora sólo en la medida de lo necesario y lo posible para que una generación nue va reemplace a la anterior bajo condiciones más o menos similares.
Un
d e s a r r o l l o m ín im o d e l in d i v i d u o b a s t a p a r a las n e c e s id a d e s d e l a s o c ie d a d
La tendencia biológica básica de todo organismo a crecer y prosperar en la mayor medida posible ha sido considerablemente gobernada por revoluciones sociales y económicas, que al mejorar las condiciones de vida de la mayoría permitieron que mayor nú mero'de personas alcanzaran cierto mínimo de prosperidad. En esas condiciones, el desarrollo potencial básico cesó en etapa tem prana de la, adolescencia, porque las exigencias sociales permi tieron a los miembros de la generación joven ser aceptados, en es cala mínima, como individuos útiles. En rigor, más allá de los primeros años de la adolescencia la capacitación se limita a lá ad quisición de conocimientos prácticos y profesionales en algún campo, y el perfeccionamiento fundamental continúa por azar y en casos excepcionales. Sólo una persona fuera de lo común per siste en mejorar su autoimagen hasta que se aproxima bastante a la aptitud potencial inherente a cada individuo.
El
c ír c u l o v ic io s o d e l d e s a r r o l l o in c o m p l e t o
Y LA SATISFACCIÓN DE REALIZARSE
A la luz de lo dicho, resulta evidente que la mayoría de las per sonas sólo alcanzan a utilizar poco más que una fracción diminuta
de su capacidad potencial; la minoría que aventaja a la mayoría no lo hace porque posea un potencial superior, sino porque aprende a utilizar una proporción mayor de su potencial, que bien pue de no superar el término medio, habida cuenta, desde luego, de que no hay dos personas que tengan la misma capacidad natural. ¿Cómo se crea un círculo vicioso tal que, a la vez, atrofia las fa cultades del hombre y sin embargo le permite sentirse razonable mente satisfecho con aquello a lo cual él mismo se ha limitado, o sea, con una escasa proporción de sus aptitudes? La situación es curiosa.
Los p r o c e s o s
f is io ló g i c o s q u e o b s ta c u liz a n e l d e s a r r o ll o
En los primeros años de su vida, el hombre se parece a cualquier otro ser vivo: pone en acción todas sus distintas facultades y utili za toda función que se encuentre suficientemente desarrollada. Como todas las células vivas, las de su cuerpo procuran crecer y cumplir sus funciones específicas. Esto se aplica también a las células del sis tema nervioso; cada una vive, como célula, su propia vida, mientras participa en la función orgánica para la cual existe. Sin embargo, como parte del organismo total, muchas células permanecen inacti vas. Ello puede deberse a dos procesos distintos. En virtud de uno de ellos, el organismo puede estar ocupado en acciones que exigen inhibir ciertas células y activar otras. Si el organismo se consagra más o menos continuamente a esas acciones, cierto número de célu las permanecerá en estado casi constante de inhibición. En el otro caso, puede que algunas funciones potenciales nunca maduren. Tal vez el organismo no necesite ejercerlas, sea porque no le resultan valiosas como tales, o porque sus propios impul sos lo llevan por un camino distinto. Ambos procesos son comu nes. Y la verdad es que las condiciones sociales permiten que un organismo funcione como útil miembro de la sociedad sin que en modo alguno desarrolle sus aptitudes hasta el punto máximo.
El
h o m b r e s e j u z g a a sí m is m o p o r su v a l o r e n l a s o c ie d a d
En nuestros días, la tendencia general hacia el mejoramiento social ha conducido directamente a .desatender, si no a-descuidar
por completo, el material humano de que se compone la sociedad. El error no radica en la meta misma —esencialmente es construc tiva—, sino en el hecho de que los individuos, con razón o sin ella, tienden a identificar sus autoimágenes con lo que ellos valen para la sociedad. Aunque se haya emancipado de sus educadores y pro tectores, el hombre no lucha por diferenciarse en modo alguno del esquema que se le imprimió desde el principio. Así, la sociedad lle ga a constituirse de personas que se parecen cada vez más por sus costumbres, sus conductas y sus objetivos. Aunque las diferencias hereditarias entre unos y otros son obvias, pocos individuos pien san acerca de sí mismos sin remitirse al. valor que la sociedad les atribuye. Tal como un hombre que se obstina en hincar una estaca cuadrada en un agujero redondo, el individuo intenta limar sus pe culiaridades biológicas desentendiéndose de las necesidades que le son propias. Brega por encajar en el agujero redondo, que en todo instante desea llenar activamente, porque si fracasa en esto, tanto disminuirá él mismo de valor ante sus propios ojos, que perderá toda iniciativa. Estos son puntos que deben tenerse en cuenta cuando se quiere apreciar en toda su amplitud la abruma dora influencia que tiene la actitud del individuo hacia sí mismo en el momento en que, de nuevo, quiere facilitar su propio creci miento, o sea, permitir que sus cualidades propias se desarrollen y maduren.
Juzg ar
a u n n i ñ o p o r su s é x it o s l o d e s p o j a d e e s p o n t a n e id a d
Durante sus primeros años, un niño es valorado, en general, no por sus éxitos sino por lo que él mismo representa. En las familias donde asi sucede, el niño evolucionará de acuerdo con sus aptitu des individuales. En aquellas familias donde ante todo se juzga a los niños por sus éxitos, pronto se eclipsará toda espontaneidad. Esos niños se convertirán en adultos sin pasar por la adolescencia. Y tal vez esos adultos sientan, de vez en cuando, una nostalgia in consciente por la adolescencia que les faltó, un deseo de procurar se esas aptitudes instintivas que ellos contienen y que su voluntad juvenil no tuvo oportunidad de desarrollar.
El
m e jo r a m ie n t o d e sí m is m o d e p e n d e de
LA PROPIA EVALUACIÓN
Es importante comprender que si un hombre desea mejorar su autoimagen, debe en primer término aprender a valorarse como individuo, aun si cree que sus defectos, como miembro de la so ciedad, pesan más que sus méritos. Deberíamos aprender de las personas baldadas desde el- naci miento o la niñez cómo puede verse un individuo a sí mismo en el enfrentamiento con insuficiencias palpables. Aquellos que logran mirarse con sentimiento humanitario lo bastante, amplio como para tener por sí mismos un respeto firme, son capaces de alcanzar alturas a las que la persona de salud normal nunca llegará. En cam bio, quienes se consideran inferiores a raíz de sus insuficiencias y las superan por pura fuerza de voluntad, tienden a transformarse en adultos duros y amargados que se desquitarán contra congéne res que no tienen la culpa; más aún, tal vez no sean capaces de mo dificar sus propias circunstancias aunque se lo propongan.
LA ACCIÓN: ARMA PRINCIPAL PARA PROMOVER EL PROPIO MEJORAMIENTO
Reconocer la propia valía es importante al emprender el mejo ramiento de sí mismo, pero el logro de todo mejoramiento real exige relegar a un segundo plano el respeto por sí mismo. Si no se alcanza una etapa en que ese respeto deja de ser la principal fuer za motivadora, ningún perfeccionamiento que se alcance bastará para satisfacer al individuo. En rigor, a medida que un hombre crece y se mejora, toda su existencia se centra cada vez más en tor no de qué hace; quién lo hace adquiere una importancia cada vez menor.
La
d if ic u l t a d d e m o d if ic a r u n p a t r ó n d e
ACCIÓN ANTERIOR
Aunque la autoimagen sea, en realidad, el resultado de la pro pia experiencia, el hombre tiende a considerarla como algo que le ha sido otorgado por la naturaleza. El aspecto físico, la voz, la ma nera de pensar, el ambiente, la relación con el espacio y el tiempo
—hemos mencionado al azar— se dan por sentados como realida des nacidas con la propia persona, cuando en rigor todo elemento importante de la relación del individuo con otras personas y con la sociedad en general es el resultado de un extenso ejercicio. Las ar tes de caminar, hablar, leer y reconocer tres dimensiones en una fo tografía son técnicas que el individuo acumula a lo largo de mu chos años; cada una de ellas depende de la suerte y del lugar y el tiempo de su nacimiento. La adquisición de un segundo lenguaje no es tan fácil como la del primero, y su pronunciación llevará la marca de la influencia de éste; la forma de estructurarse la oración en el primero se impondrá en el segundo. Toda pauta de acción asi milada a fondo interferirá en las pautas de las acciones siguientes. Se presentan dificultades, por ejemplo, cuando una persona aprende a sentarse de acuerdo con la costumbre de una nación que no es la suya. Como esas pautas tempranas, como la manera de sentarse, no resultan sólo de la herencia, sino también de la oca sión y las circunstancias del nacimiento, las dificultades radican menos en la índole del nuevo hábito que en apartar los hábitos del cuerpo, el sentimiento y la mente de sus patrones establecidos. Esto vale para casi todo cambio de hábito, cualquiera que sea su origen. No nos referimos, desde luego, a la mera sustitución de una actividad por otra, sino a un cambio en la forma en que se eje cuta el acto, en toda su dinámica, por efecto del cual el nuevo mé todo será, en todo sentido, tan bueno como el anterior.
D e .m u c h a s
p a r tes d e l c u e r p o n o h a y c o n c ie n c ia
Una persona que, echada de espaldas, intenta sentir en forma sistemática todo su cuerpo —o sea, dirigir su atención, por turno, a cada miembro y parte de su cuerpo— comprueba que ciertos sectores responden con facilidad, en tanto que otros permanecen mudos, o dormidos, más allá del alcance de su conciencia. Es fácil, por ejemplo, sentir las puntas de los dedos o los labios, y mucho más difícil en cambio sentir la nuca, entre las orejas. Des de,luego, el gradó de la dificultad es variable, pues depende de la forma de la autoimagen. En general, es difícil encontrar a una per sona que pueda tener conciencia de todo-su cuerpo por igual. Las partes que se definen con mayor facilidad en la conciencia son las que se usan a diario, en tanto que las mudas o dormidas son aque-
lias que sólo desempeñan un papel indirecto y están poco menos que ausentes de la autoimagen de la persona en el momento en que ésta actúa. Una persona totalmente incapaz de cantar no puede sentir esa función en su autoimagen salvo mediante un esfuerzo intelectual de extrapolación. No tiene conciencia de ninguna conexión vital entre el espacio hueco de su boca y sus oídos o su respiración, como la tiene el cantante. Un hombre que no puede saltar no será consciente de aquellas partes del cuerpo que intervienen en el sal to y que, en cambio, están claramente definidas para el hombre ca paz de hacerlo.
-U n a
a u t o im a g e n c o m p l e t a e s u n e s t a d o r a r o e id e a l
Una autoimagen completa supondría conciencia cabal de to das las articulaciones de la estructura esquelética, así como de toda la superficie corporal: la espalda, los costados, el espacio compren dido entre las piernas, y demás. Se trata de una condición ideal y, en consecuencia, rara. Todos podemos demostrarnos que todo cuanto hacemos está de acuerdo con los límites de nuestra autoima gen y que ésta no representa más que un estrecho sector de la imagen ideal. También se observa con facilidad que la relación en tre las distintas porciones de la autoimagen se modifica de una ac tividad a otra y de una posición a otra. Esto no es fácil de advertir en las situaciones corrientes, debido a su familiaridad misma, pero basta imaginar el cuerpo listo para ejecutar un movimiento poco familiar para notar que las piernas, por ejemplo, parecen cambiar de longitud y grosor y modificarse en otros aspectos al pasar de un movimiento a otro distinto.
La e s t i m a c i ó n
d e l t a m a ñ o v a r ía d e a c u e r d o CON LOS DISTINTOS MIEMBROS
Si intentamos, por ejemplo, mostrar el ancho de nuestra boca, con los ojos cerrados, primero mediante el pulgar y el índice de la mano derecha, y después mediante-los índices de ambas manos, obtendremos dos valores distintos. No sólo ninguna de las medi das corresponderá al verdadero ancho de la boca; por añadidura,
tal vez ambas sean mucho más grandes o más pequeñas. Análoga mente, si con los ojos cerrados intentamos mostrar la profundidad de nuestro pecho separando nuestras manos una de otra, primero horizontalmente y después verticalmente, lo más probable es que obtengamos valores bastante diferentes, ninguno de los cur1-* coincidirá, por gran diferencia, con la realidad. Cierre el lector los ojos y tienda los brazos al frente, separados por una distancia más o menos igual al ancho de los hombros. A continuación imagine el punto donde el rayo de luz que va del dedo índice de la mano derecha al ojo izquierdo se cruza con el rayo de luz que va del dedo índice de la mano izquierda al ojo de recho. Trate después de marcar ese punto de intersección con el pulgar y el dedo índice de la mano derecha. Cuando abra los ojos para mirar, es improbable que el lugar elegido le parezca correcto. Pocas personas poseen una autoimagen lo bastante completa como para ser capaces de identificar en esa forma el lugar correc to. Más aún, si se repite el experimento utilizando el pulgar y el dedo índice de la mano izquierda, lo más probable es que se mar que un sitio distinto para el mismo punto.
La
a p r o x im a c ió n m e d ia e s t á l ejo s d e s e r l a m e jo r
QUE PUEDE LOGRARSE
Es fácil demostrar, mediante movimientos con los que no esta mos familiarizados, que nuestra autoimagen está lejos en general de ser tan completa y exacta como suponemos. Nuestra imagen se forma por medio de acciones que nos son familiares y en que la aproximación a la realidad se mejora haciendo entrar en juego va rios de los sentidos, que tienden a corregirse entre sí. Así, nuestra imagen es. más precisa en la región situada frente a nuestros ojos que en la situada detrás de nosotros o sobre nuestras cabezas, y también lo es en posiciones que nos son conocidas, como la de es tar sentados o de pie. Si la diferencia entre las posiciones o valores imaginarios'—es timados una vez con los ojos cerrados y otra con los ojos abier tos— no supera el 20 o el 30 %, puede considerarse que la exactitud es mediana, si bien no satisfactoria.
Los INDIVIDUOS ACTÚAN DE ACUERDO CON SU IMAGEN SUBJETIVA La diferencia entre imagen y realidad puede ser de hasta el 300 %, y más aún. Si a una persona que por lo general mantiene su pecho en la posición correspondiente a una exagerada expulsión de aire por los pulmones, de modo que el pecho está a la vez más hundido qué lo que debería y demasiado hundido para servirle con eficacia, se le pide que indique, con los ojos cerrados, la pro fundidad de su pecho, es probable que le atribuya una profundi dad varias veces mayor que la real. O sea, que a ella la estrechez ex cesiva le parece correcta, y todo aumento de profundidad, un esfuerzo exagerado por expandir los pulmones. La expansión nor mal de éstos le resulta similar a lo que otra persona consideraría como una expansión forzada. La forma en que un hombre mantiene los hombros, la cabeza y el estómago, su voz y su expresión, su estabilidad y su manera de presentarse, se basan por igual en su autoimagen. Pero esa imagen puede ser disminuida o ampliada para que se ajuste a la máscara con arreglo a la cual ese hombre quiere ser juzgado por sus congé neres. Sólo él mismo puede saber qué parte de su apariencia exte rior es ficticia y cuál genuina. Sin embargo, no cualquiera es capaz de identificarse con facilidad; la experiencia de otros puede ayudar considerablemente a ello.
La c o r r e c c i ó n
s i s t e m á t i c a d e l a im a g e n e s m á s ú t i l QUE LA CORRECCIÓN DE ACCIONES AISLADAS
De lo dicho sobre la autoimagen resulta que la corrección sis temática de la imagen constituye un método más rápido y eficaz que la corrección de las acciones y los errores aislados que pre senta la conducta y cuyo número aumenta cuanto más pequeños son. Establecer una imagen inicial más o menos completa, aunque aproximada, posibilitará mejorar la dinámica general, en vez de enfrentar fragmentariamente las acciones aisladas. Este último me joramiento es similar a corregir la ejecución de una música con un instrumento desafinado. Mejorar la dinámica general de la imagen equivale a afinar el piano mismo, pues resulta mucho más fácil to car correctamente con un instrumento afinado que con uno que no lo está.
P r im e r a
e t a p a : l a a c t it u d n a t u r a l
En toda actividad humana pueden distinguirse tres etapas suce sivas de desarrollo. Los niños hablan, caminan, pelean, bailan y después descansan. También el hombre prehistórico hablaba, ca minaba, corría, peleaba, bailaba-y-descansaba. Al principio esas ac tividades se ejecutaban «naturalmente», es-decir, en la misma forma en que los animales hacen lo que necesitan para vivir. Aunque tales acciones se presentan en nosotros naturalmente, no son en modo alguno simples. Incluso la más simple de las actividades humanas es tan misteriosa como el retomo de la paloma al palomar desde lar gas distancias o la 'construcción de la colmena por las abejas.
L as
a c t iv id a d e s n a t u r a l e s c o n s t it u y e n u n a h e r e n c ia c o m ú n
Todas esas actividades naturales son similares en las personas, como lo son entre las palomas y las abejas. En todas partes del mundo existen tribus que en forma natural han aprendido a hablar, así como a correr, saltar, combatir, usar ro pas, nadar, danzar, sembrar, tejer lana, curtir cueros, hacer cestos, y demás, e incluso lo han hecho así familias aisladas residentes en islas. En algunos sitios estas actividades.se han desarrollado y-ra mificado; en otros, siguen iguales a como eran en los primeros tiempos.
L á SEGUNDA ETAPA ES INDIVIDUAL
En las épocas y lugares donde ha tenido lugar una evolución siempre encontramos una etapa especial, individual. Esto significa que ciertas personas establecieron su forma propia y esoeciai de ejecutar las actividades naturales. Una puede haber dado con su manera particular de expresarse, otra con una forma singular de correr, de tejer o confeccionar cestos, en suma, con un estilo indi vidual, que difiere de la manera natural, de ejecutar esta o aquella actividad. Cuando este método personal demostró poseer ventajas decisivas fue adoptado por otros. Así, los australianos adquirieron el arte de arrojar el bumerán, los suizos aprendieron a cantar pa sando de la voz natural a la de falsete y viceversa, los japoneses a servirse del yudo y los isleños de los Mares del Sur a nadar bra ceando en crol. Esta es la segunda etapa.
T ercera
e t a p a : m é t o d o y p r o f e s ió n
Cuando cierto proceso es susceptible de ejecutarse en varias formas, alguien puede advertir la importancia del proceso mismo, prescindiendo de la forma en que lo ejecute este o aquel individuo. Discernirá algo en común entre las actividades individuales y defi nirá el proceso como tal. En esta etapa, que es la tercera, el proce so se consuma de acuerdo con un método específico que resulta del conocimiento y deja de ser natural. Si estudiamos la historia de los'diversos oficios que se practi can en el mundo civilizado encontramos esas tres etapas casi sin excepción. En los albores de la humanidad el hombre creó natu ralmente dibujos hermosos. Leonardo da Vinci aplicó principios elementales de perspectiva, pero sólo en el siglo XIX éstos fueron plenamente definidos (por Monge) y desde entonces se los enseña en todas las escuelas de arte.
EL MÉTODO APRENDIDO DESALOJA LAS PRÁCTICAS NATURALES
Según puede observarse, las prácticas naturales han cedido gradualmente su lugar a métodos adquiridos, «profesionales»; la sociedad en general niega al individuo el derecho a emplear el mé
todo natural y, antes de permitirle trabajar, lo obliga a aprender la manera aceptada de hacerlo. El nacimiento de un niño, por ejemplo, fue en otro tiempo un proceso natural y las mujeres sabían, llegado el caso, cómo ayu darse unas a otras. Pero cuando la partería se convirtió en método aceptado y la partera contó con un diploma, la mujer común dejó de estar autorizada o capacitada para ayudar a otra durante un parto. Hoy en día asistimos a un continuo proceso de desarrollo de sistema construidos conscientemente, que reemplazan-a los-méto dos individuales e intuitivos, y vemos que las acciones ejecutadas antes en forma natural se convierten en profesiones reservadas para especialistas. Hace tan sólo 100 años era posible tratar a los enfermos con métodos naturales. Hoy en día el atender una casa se transforma en profesión, y amueblarla está a cargo del decorador de interiores. Lo mismo ocurre con muchos otros campos de acti vidad, donde se incluyen las matemáticas, el canto, el teatro, la guerra, la planificación, y otras esferas similares; empezaron como actividades naturales y llegaron a convertirse, por efecto de per feccionamientos individuales, en sistemas y profesiones.
Cuanto
m á s sim p l e e s u n a a c c ió n m á s t a r d a
EN PERFECCIONARSE
La observación y el estudio revelan que cuanto más simple y común es una acción natural, más tiempo necesita para alcanzar la tercera etapa, la sistemática. Hace miles de años qué se desarrolla ron métodos aceptados para el tejido de alfombras, la geometría, la filosofía y las matemáticas. Caminar, estar de pie v otras .activi dades básicas llegan sólo hoy a la tercera etaoa. En ei curso de su vida, toda persona pasa por las tres etapas en algunas de sus actividades; en muchas otras no va más allá de la primera o de la segunda. Todo hombre nace en un tiempo deter minado y crece en una sociedad donde se encuentra con distintas actividades en varias etapas de desarrollo: algunas en la primera, otras en la segunda y otras en la tercera.
ES DIFÍCIL DEFINIR LAS ETAPAS
Todo hombre se adapta a su época. En el caso de ciertas accio nes, la manera natural de realizarlas constituye el límite de cuanto es capaz de hacer, y también de lo que su sociedad es capaz de ha cer: en el caso de otras se espera de él que llegue a la segunda eta pa, y en el de muchas otras a la tercera. Esa adaptación presenta dificultades obvias que se deben a lo vago del proceso. En muchas situaciones resulta difícil determinar si el individuo debe atener se a lo natural, o empezar por el principio y estudiar las etapas metódicas. Así, muchas personas incapaces de cantar o bailar lo justifican diciendo que nunca lo aprendieron. Pero también existen muchos que cantan y danzan naturalmente, y están seguros de que los can tantes y bailarines formados como tales no saben más que lo que saben ellos, a menos que posean mejores dotes naturales. Hay mu chas personas que no saben tocar el tambor, saltar en alto o en lar go, tocar una flauta, dibujar, resolver crucigramas o ejecutar mu chas otras actividades que en tiempos pasados sólo se aprendían de manera natural; hoy ni siquiera se atreven a aprender por sí so las esas artes debido a que existen para ..ello métodos aceptados. Tan grande es a juicio de esas, personas el poder del sistema, que incluso borran de su autoimagen lo poco que aprendieron de niños acerca de esas actividades, por encontrarse empeñadas en otras que aprendieron sistemática y conscientemente. Si bien tales personas son muy útiles para la sociedad, carecen de espontanei dad y, en las esferas ajenas a lo profesional, sus vidas tropiezan con dificultades. Volvemos, pues, a la necesidad de examinar y perfeccionar nuestra autoimagen, para poder vivir de acuerdo con nuestra constitución y nuestras condiciones naturales, no de acuerdo con una autoimagen que fue establecida por el azar, sin mayor conoci miento nuestro.
P roblem as
q u e p u e d e n p r e s e n t a r se c o n l a t er c e r a e t a p a
La etapa sistemática de acción no consiste en puras ventajas. Su principal inconveniente reside en que muchas personas ni si quiera tratan de hacer cosas especializadas y, como consecuencia,
nunca intentan siquiera pasar por las dos primeras etapas, que es tán dentro de la capacidad de cualquiera. Sin embargo, la etapa sistemática es de gran importancia. Nos permite hallar formas de conducta y acción que concuerdan con nuestras necesidades per sonales e interiores y que no podríamos encontrar naturalmente debido a que las circunstancias e influencias externas nos han lle vado por otras direcciones donde es imposible progresar de forma continuada. El estudio sistemático y la conciencia deben propor cionar a cada hombre los medios necesarios para indagar en todos los campos de acción, con el fin de encontrar para sí mismo un si tio donde pueda obrar y respirar libremente.
DÓNDE EMPEZAR Y CÓMO
M étodos
d e c o r r e c c ió n h u m a n a
El problema de corregirse a sí mismo —sea con ayuda de otros o mediante el propio esfuerzo— ha preocupado al hombre a lo largo de toda su historia. Muchos sistemas se idearon para ese fin: las di versas religiones han procurado describir formas de conducta orientadas hacia el mejoramiento del hombre. Distintos métodos de análisis se proponen liberar su comportamiento de compulsiones hondamente arraigadas. Los sistemas «esotéricos» —es decir, «inter nos»— practicados en Tibet, la India y Japón, y aplicados en todos los tiempo de la historia humana, influyeron también sobre el judais mo. Los cabalistas, los tzadikim y los practicantes del «MussaD> (mo ralistas), menos conocidos que aquéllos, fueron más influidos por el budismo Zen y el Raja Yoga que lo que parece a primera vista. Hoyes común también toda una s«“r>e dcmciuuub Je sugestión e hipnosis (se los aplique a una sola o a muchas personas). En dis tintos lugares del mundo se emplean por lo menos cincuenta de ta les métodos, considerado cada uno de ellos, por sus adeptos, como el método.
E sta d o s
d e l a e x is t e n c ia h u m a n a
Es habitual distinguir, en la existencia, entre dos estados: la vi gilia y el sueño. Definiremos un tercer estado: el conocimiento. En
éste, el individuo sabe con exactitud qué hace mientras se encuen tra despierto, tal como a veces sabemos, al despertar, qué soñamos mientras dormíamos. Por ejemplo, un hombre de 40 años puede adquirir conocimiento de que una de sus piernas es más corta que la otra sólo después de haber sufrido dolor de espalda, de que se le hayan sacado radiografías y de que un médico le haya diagnostica do su problema. Esto se debe a que, en general, el estado de vigi lia se parece más al de sueño que al de conocimiento. Siempre se ha considerado que el sueño es un estado conve niente para inducir mejoramientos en un hombre. Coué utilizaba el momento en que un individuo se duerme para provocar la auto gestión, y el sueño mismo para lograr la sugestión. En la hipnosis, el sujeto es sometido a un estado de sueño parcial o profundo que permite sugestionarlo con más facilidad. Algunos métodos mo dernos recurren al sueño para enseñar matemáticas o idiomas, así como para sugestionar. El estado de vigilia parece apropiado para aprender procesos que suponen repetición y explicación, pero no sugestión. Es difícil modificar los hábitos adquiridos en estado de vigilia; por otro lado, presentan pocas dificultades cuando se trata de comprender material nuevo.
Co m ponentes
d e l e s t a d o d e v ig il ia
Cuatro componentes constituyen el estado de vigilia: sensa ción, sentimiento, pensamiento y movimiento. Cada uno sirve como base para toda una serie de métodos de corrección. En la sensación incluimos, además de los cinco sentidos cono cidos, el sentido cenestésico, que comprende el dolor, la orien tación en el espacio, el paso del tiempo y el ritmo. El sentimiento comprende —aparte de las conocidas emocio nes de alegría, tristeza, ira y demás— respeto de sí mismo, senti miento de inferioridad, supersensibilidad y otras emociones cons cientes e inconscientes que tiñen nuestras vidas. El pensamiento abarca todas las funciones del intelecto, tales como la de oponer derecho e izquierdo, bueno y malo, acertado y errado, y las de entender, saber que uno entiende, clasificar cosas, reconocer reglas, imaginar, saber qué es lo que se siente, recordar todo lo anterior, y demás.
El movimiento incluye todos los cambios temporales y espacia les del estado y las configuraciones del cuerpo y sus partes, tales como los que se producen al respirar, comer, hablar, circular la sangre y digerir.
H
ablar sobre c o m po n e n t e s p o r sepa rado su p o n e
UNA ABSTRACCIÓN
Excluir cualquiera de los cuatro componentes sólo se justifica al hablar de ellos. En la realidad, en el estado de vigilia no hay un solo instante en que el hombre no emplee al mismo tiempo todas sus facultades. Es imposible, por ejemplo, recordar un hecho, una persona o un paisaje sin emplear por lo menos uno de los sentidos —la vista, el oído o el tacto— para recobrar el recuerdo junto con la autoimagen de aquel momento, tal como la posición, al edad, el aspecto, la acción o los sentimientos agradables o desagradables. De esa interacción resulta que prestar atención cuidadosa a cualquiera de los componentes influirá sobre los otros y, por lo tanto, sobre toda la persona. En realidad, no hay manera práctica de corregir a un individuo que no involucre un mejoramiento gra dual dirigido, alternativamente, al todo y a las partes.
LAS DIFERENCIAS ENTRE LOS SISTEMAS PARECEN MAYORES EN LA TEORÍA QUE EN LA PRÁCTICA
Las verdaderas diferencias entre los diversos sistemas de co rrección no radican tanto en lo que hacen como en lo que dicen. Explícita o implícitamente, en su mayor parte se basan sobre el su puesto de que el hombre tiene propensiones innatas que pueden modificarse, es decir, suprimirse, controlarse o inhibirse. Todos los sistemas que atribuyen al hombre un carácter fijo consideran cada una de sus cualidades, facultades y dones como un ladrillo en un edificio; en algunos edificios, este o aquel ladrillo puede faltar o ser defectuoso. Estos sistemas exigen años de esfuerzo a la persona que quiere mejorarse a sí misma. Algunos de ellos incluso le requieren consa grar toda su vida a esa tarea.
M e jo r a m ie n t o
d e p r o c e s o s , a d if e r e n c ia d e m e jo r a m ie n t o d e .p r o p ie d a d e s
Ese enfoque estático convierte la corrección en un camino lar go y complejo. Creo que se basa en supuestos erróneos, pues re sulta imposible reparar los ladrillos defectuosos de una estructura humana o agregarle los que faltan. La vida humana es un proceso continuo y lo que debe mejorarse es la calidad del proceso, no sus propiedades o su tendencia. Muchos son los factores que influyen sobre ese proceso y es preciso combinarlos para que éste sea fluido y pueda ajustarse por sí solo. Cuando más claramente se entiendan los fundamentos del proceso, mejores serán los resultados.
U t il iz a r
l o s d e f e c t o s pa r a m e jo r a r
Así como en cualquier proceso complejo las desviaciones res pecto de lo normal se utilizan como ayudas para corregirlo, en el mejoramiento del ser humano no se deben suprimir, pasar por alto o superar por la fuerza los defectos y desviaciones, sino que se los debe emplear para dirigir la corrección.
C o r r e g ir
l o s m o v im ie n t o s c o n s t it u y e e l m e jo r m o d o
DE MEJORARSE a SÍ MISMO
Se ha señalado que cualquiera de los cuatro componentes del estado de vigilia influye inexorablemente sobre los restantes. La elección del movimiento —uno de dichos componentes— como principal medio de mejoramiento se basa en las siguientes razones: 1. La principal ocupación del sistema nervioso es el movimiento El movimiento constituye la principal ocupación del sistema nervioso porque no podemos ejercitar los sentidos, el sentimiento ni el pensamiento en ausencia de una serie de acciones polifacéti cas y sutiles que el cerebro ejecuta para sostener el cuerpo contra la fuerza de gravedad; necesitamos saber al mismo tiempo dónde estamos y en qué posición. Para conocer nuestra posición, dentro
del campo de gravedad, en relación con otros cuerpos, o para mo dificarla, debemos recurrir a nuestros sentidos y a nuestras facul tades del sentimiento y el pensamiento. Hacer intervenir activamente todo el sistema nervioso en el estado de vigilia constituye parte de todos los métodos de mejora miento de sí mismo, incluso de aquellos que afirman ocuparse en sólo uno de los cuatro componentes de la vigilia. 2. La cualidad del movimiento es más fácil de distinguir Tenemos un conocimiento más claro y seguro de la organiza ción que tiene el cuerpo contra la tracción de la gravedad que so bre la ira, el amor, la envidia e incluso el pensamiento. Es relativa mente más fácil aprender a reconocer la cualidad del movimiento que la cualidad de los otros factores. 3. Tenemos una experiencia más rica del movimiento Todos tenemos más experiencia del movimiento que del senti miento y el pensamiento, y mayor capacidad para aquél. Muchas personas no diferencian entre sobreexcitabilidad y sensibilidad y consideran como una debilidad una sensibilidad altamente desa rrollada. Suprimen todo sentimiento perturbador y evitan las si tuaciones que pueden provocarlo. Muchas personas restringen o dislocan en forma similar el pensamiento. Se considera que pensar libremente significa desafiar las normas de conducta aceptadas, no sólo en lo religioso sino también en cuestiones conectadas con las relaciones sociales, la economía, la moral, el sexo, él arte, la políti ca y hasta la ciencia. 4. La capacidad para moverse influye mucho sobre la propia valoración Es probable que para la autoimagen de una persona su con textura física y su capacidad para moverse sean más importantes que cualquier otro factor. Nos basta observar a un niño que ha encontrado una imperfección en su boca o algún otro rasgo de su aspecto físico que parece tornarlo distinto de los demás, para con vencernos de que ese descubrimiento afectará en forma considera ble su conducta. Por ejemplo, si su columna vertebral no se ha de
sarrollado bien, le resultará difícil efectuar movimientos que exi gen un agudo sentido del equilibrio. Tropezará fácilmente y ne cesitará ejercer en forma constante un esfuerzo consciente para hacer lo que otros niños hacen con toda naturalidad. Se ha desa rrollado enjEoxma..distinta de los otros; comprueba qué necesi ta pensar y prepararse de .antemano; no puede confiar en sus propias reacciones espontáneas. Así, sus dificultades de movimien to socavan y deforman su respeto por sí mismo y le imponen una conducta que interfiere en su desarrollo según sus inclinaciones naturales. 5. Toda actividad muscular es movimiento Toda acción se origina en la actividad muscular. Ver, hablar e incluso oír exigen acción muscular. (Cuando oímos, el músculo regula la tensión dél tímpano de acuerdo con la intensidad del sonido.) El cualquier movimiento no sólo tienen importancia la coordi nación mecánica y la exactitud temporal y espacial; también es im portante la fuerza. Por efecto de la relajación permanente de los músculos la acción se toma lenta y débil;, por efecto de su tensión excesiva y permanente, se torna brusca y angular. Ambas situacio nes ponen de manifiesto estados mentales y se relacionan con el motivo de las acciones. En los alienados, las personas nerviosas y las de autoimagen inestable, es posible discernir en el tono muscu lar alteraciones que concuerden con el trastorno psíquico. En cambio, otros atributos de la acción, como el ritmo y el ajuste en tiempo y espacio, pueden ser más satisfactorios. Incluso un obser vador que carece de preparación especial y no sabe con exactitud qué es lo que le parece mal puede advertir trastornos en la regula ción de la intensidad del movimiento y en la expresión facial de una persona que ve por la calle. 6. Los movimientos reflejan el estado del sistema nervioso Los músculos se contraen por efecto de una interminable serie de impulsos que provienen del sistema nervioso. Tal es la causa por la cual el patrón muscular dé la posición vertical, la expresión facial y la voz reflejan el estado del sistema nervioso. Como es ob vio, ni la posición, ni la expresión ni la voz pueden modificarse sin
que en el sistema nervioso se opere un cambio que desencadene los cambios exteriores y visibles. En consecuencia, cuando hablamos del movimiento muscular nos referimos, en rigor, a aquellos impulsos del sistema nervioso que activan los músculos, que no pueden funcionar sin impul sos que los dirijan. Aunque el músculo cardíaco del' embrión empie za a contraerse antes aún de que se hayan desarrollado los nervios que han de controlarlo, no funciona en la forma que nos es común a todos hasta que su propio sistema nervioso puede regular esa ac tividad. De esto podemos extraer una conclusión que a primera vista resulta paradójica: el mejoramiento de la acción y el movi miento sólo puede presentarse después de haberse producido un cambio previo en el cerebro y el sistema nervioso. O sea aue un perfeccionamiento, de laja.cción corporal refleja un cambio en el control central, que es la única autoridad. El cambio en el control central es el que sobreviene en el sistema nervioso. En cuanto ta les, esos cambios son invisibles para el ojo humano; en consecuen cia, algunos consideran que su expresión exterior es puramente mental, en tanto que, a juicio de otros, es puramente física. 7. El movimiento constituye la base del conocimiento La mayor parte de lo que sucede dentro de nosotros permane ce apagado y oculto hasta que llega a los músculos. Sabemos lo que sucede en nuestro interior no bien los músculos de nuestro rostro, corazón o aparato respiratorio se organizan de acuerdo con ciertos patrones, que nosotros conocemos como miedo, ansiedad, risa o algún otro sentimiento. Si bien sólo se necesita muy corto tiempo para organizar la expresión muscular de la respuesta interna, o sentimiento, todos sabemos que es posible controlar la propia risa antes de que otros la adviertan. En cambio, no podemos impedir nos expresar visiblemente el miedo y otros sentimientos. No nos damos cuenta de lo que sucede en nuestro sistema ner vioso central hasta que^cobramos conciencia de cambios operados en nuestra postura, estabilidad y actitud, pues tales cambios se ad vierten más fácilmente que los que se producen en los musculos mismos. Somos capaces de impedir una expresTón'muscular-eompleta gracias a que los procesos de aquella parte del cerebro que atiende las funciones peculiares del hombre son mucho más lentos que los procesos de las porciones cerebrales encargadas de aten
der lo que es común al hombre y al animal. La lentitud misma de esos procesos nos permite juzgar y decidir si actuaremos o no. El sistema entero se ordena por sí solo de.modo.que los músculos se preparan tanto para ejecutar la acción como nara impedirla. No bien adquirimos conocimiento de los medios que se apli can a organizar una expresión, podemos, a veces, discernir qué estímulo la desencadena. En otras palabras, reconocemos el estí mulo de una acción, o la causa de una respuesta, cuando nos tor namos suficientemente conscientes de los músculos que intervie nen en ella. A veces podemos tener conciencia de que algo ocurre en nuestro interior, sin ser capaces de definirlo con exactitud. En este caso, está surgiendo una nueva pauta de organización, que aún no sabemos cómo interpretar. Después de que se haya presen tado varias veces se tornará familiar; entonces reconoceremos su causa y advertiremos incluso los primeros signos del proceso. En algunos casos la experiencia deberá repetirse muchas veces antes de que la reconozcamos. En definitiva, de la mayor parte de lo que sucede en nuestro interior nos damos cuenta principalmente por intermedio de los músculos. Una parte menor de esa información nos llega por intermedio de la envoltura, es decir, la piel del cuer po entero, las membranas que revisten el tracto digestivo y las membranas que encierran y revisten los órganos de la respiración, así como las superficies internas de la boca, la nariz y el ano. 8. Respiración es movimiento Nuestra respiración refleja, todo esfuerzo emocional o físico, así como cualquier trastorno. También es sensible a los procesos vegetativos. Las alteraciones de la glándula tiroides, por ejemplo, causan una respiración de tipo especial que ayuda a diagnosticar la enfermedad. Todo estímulo fuerte y repentino detiene la respira ción. Cualquier persona sabe, por experiencia propia, cuán estre cha relación existe, entre la respiración y los cambios emocionales fuertes o su inminencia prevista. A lo largo de toda la historia humana encontramos sistemas y normas encaminados a inducir un efecto calmante mediante el perfeccionamiento de la respiración. El esqueleto humano se halla construido de tal modo que resulta poco menos que imposible or ganizar la respiración de manera adecuada sin dar al mismo tiem po al esqueleto una posición satisfactoria en relación con la grave
dad. Sólo se logra reorganizar la respiración en la medida en que se logra, para aquel fin, perfeccionar la organización de los múscu los esqueléticos para mejorar la postura y el movimiento. 9. Los goznes del hábito Queda por fin una razón —la más importante de todas— por la cual debemos elegir la esfera de la acción para iniciar el ataque hacia el mejoramiento del hombre. Toda conducta, como señala mos antes, constituye un complejo de músculos, sensación, sentid miento y pensamiento que se movilizan. En teoría, se podría utiliizar cada uno de esos componentes en lugar de alguno o algunos otros, pero tan importante es el papel que cumplen Jos músculos en cualquiera de esas alternativas que, si se los omitiera de las pau tas de la corteza motriz, el resto de los componentes de esas pautas se desintegraría. La corteza motriz del cerebro, donde se establecen las pautas o patrones que activan los músculos, se encuentra sólo a pocos milí metros por encima de la capa cerebral donde se operan los proce sos de asociación. Todos los sentimientos y sensaciones que un hombre ha experimentado se vincularon, en algún momento, con los procesos de asociación mental. El sistema nervioso posee una característica básica: no pode mos ejecutar una acción y, al mismo tiempo, la acción contraria. En cualquier momento dado, el sistema entero consuma una suer te de integración general que el cuerpo expresará en ese momen to. La postura, la sensación, el sentimiento y el pensamiento, así como los procesos bioquímicos y hormonales, se combinan de modo tal aue forman un todo que no puede dividirse en sus dis tintas partes. Por complejo e intrincado que ¡>ca, v.¿c tcdc ccnctituye el conjunto del sistema tal como se integra en ese momento dado. Dentro de una y otra integración, sólo adquirimos conciencia de los factores donde entran en juego los músculos y la envoltura de piel y membranas. Ya hemos visto que, en la conciencia, los músculos desempeñan el papel principal. No puede operarse un cambio en el sistema muscular sin un previo cambio correspon diente en la corteza motriz. Si lográramos, de alguna manera, pro vocar una modificación de la corteza motriz y, por medio de tal cambio, una alteración de la coordinación de las pautas o de las
pautas mismas, se desintegraría la base sobre la cual se sustenta la conciencia en cada una de las integraciones elementales. Debido a la estrecha proximidad existente entre la corteza mo triz y las estructuras cerebrales relacionadas con el pensamiento y el sentimiento, así como a la tendencia de los procesos de un sec tor del tejido cerebral a propagarse hacia los tejidos vecinos, un cambio radical en la corteza motriz no puede sino tener efectos pa ralelos sobre el pensamiento y el sentimiento. Un cambio fundamental que se opere en la base motriz, dentro de cualquier patrón de integración, puede fracturar la cohesión del conjunto y, en consecuencia, liberar al pensamiento y el senti miento de las ataduras que los sujetan a los patrones de sus rutinas establecidas. En esa situación es mucho más fácil efectuar cambios en el pensamiento y el sentimiento, puesto que la parte correspon diente a los músculos, por intermedio de la cual el pensamiento y el sentimiento llegan hasta nuestra conciencia, ha cambiado y ya no expresa más las pautas que nos eran familiares. El hábito ha perdido su principal sostén, que son los músculos, y se ha tornado más dócil al cambio.
La
a b s t r a c c ió n e s e x c l u s iv a m e n t e h u m a n a
Hemos dicho que todo el proceso de la vida puede descompo nerse en cuatro componentes: movimiento, sensación, sentimiento y pensamiento. Este último diiíere en muchos aspectos del movi miento. Tal vez podamos aceptar la idea de que, bajo la forma en que se encuentra en el hombre, el pensamiento es propio de éste. Si bien cabe admitir que en los animales superiores se pueden ob servar algunas chispas de algo similar al pensamiento, no hay duda de que la abstracción es territorio exclusivo del hombre; la teoría de la armonía en música, la geometría del espacio, las teorías de los conjuntos y de las probabilidades, son inconcebibles fuera de la mente humana. El cerebro y el sistema nervioso humanos poseen además, en cierta parte de su estructura, una peculiaridad que la diferencia por completo de la estructura de otras partes del cere bro, parecidas en general a las que poseen otras criaturas vivas. Aquí no hay espacio para un análisis detallado de las diferencias anatómicas y fisiológicas; deberá bastar, pues, una descripción ge neral de la estructura.
La
pa r te e st r ic t a m e n t e in d iv id u a l d e l cer e b r o
El cerebro necesita, para subsistir, cierto ambiente químico y cierta temperatura. Y todo organismo vivo contiene un grupo de
estructuras que dirigen y regulan la química y la temperatura del conjunto de modo tal que éste pueda sobrevivir. Ese grupo de es tructuras constituyen el sistema rínico; atiende los requerimientos internos individuales de cada organismo vivo. Si esas estructuras son defectuosas, el organismo queda lisiado o deja de ser viable. Son simétricas y hereditarias en todos los detalles de su disposi ción y funcionamiento.
Im pu lso s
in t e r n o s p e r ió d ic o s
Un segundo grupo de estructuras cerebrales atiende todo lo que concierne a la expresión exterior de las necesidades internas vitales. La necesidad de sustentar el cuerpo y el sistema rínico crean impulsos internos que se expresan hacia el ambiente. Esto es cumplido por el sistema límbico, grupo de estructuras que tiene a su cargo todo cuanto concierne a los movimientos del individuo en el campo de gravedad y a la satisfacción de todos los impulsos internos, como el hambre y la sed y la eliminación de los produc tos residuales. En resumen, atiende todas las necesidades internas, que se intensifican cuando no son satisfechas, y disminuyen o de saparecen cuando lo son, hasta que la necesidad aumenta y el ciclo empieza de nuevo. Todas las maravillas que habitualmente adjudicamos al instin to, como la construcción de nidos por las aves, la confección de su tela por la araña y la capacidad de la abeja y la paloma para en contrar a gran distancia el camino de vuelta, se originan en dichas estructuras.
LOS ALBORES DE LA CAPACIDAD DE APRENDER
Ya en actividades de este tipo pueden advertirse las propieda des específicas del sistema nervioso humano. La estructura, la or ganización y las acciones son principalmente hereditarias, a dife rencia de lo que sucede con el sistema rínico, descrito antes, que es por completo hereditario y no cambia de un individuo a otro, sal vo en los casos de cambios fundamentales por evolución. Los instintos no son tan estacionarios y definidos como a me nudo pensamos; varían y presentan pequeñas diferencias entre un
individuo y otro. En ciertos casos el instinto es débil y su acción necesita ser provocada por cierta cantidad de experiencia indivi dual; es el ejemplo del niño recién nacido que no chupa hasta que sus labios son estimulados por el pezón. En otros casos el instinto permite un considerable grado de adaptación a las circunstancias, y allí se encuentra .el primer indicio de aptitud para cambiar de acuerdo con las exigencias del ambiente; en síntesis, el nacimiento o albor de la capacidad de aprender. Así, los pájaros, cuando se los tras lada a un ámbito extraño, se acostumbran a construir nidos con materiales que no conocían. Pero la adaptación es difícil.y no todos los individuos tienen el mismo éxito. La adaptación de los instin tos a las exigencias de un ambiente nuevo puede llegar hasta el pun to de acercarse a lo que solemos llamar entendimiento y aprendizaje.
La
d if e r e n c ia c ió n f i n a e s u n a pr e r r o g a t iv a h u m a n a
Un tercer grupo de estructuras cerebrales se ocupa en las acti vidades que diferencian al hombre de los animales. Se trata del sis tema supralímbico, mucho más desarrollado en el hombre que en cualquiera de los animales superiores. De este sistema depende la delicada diferenciación de los músculos de la mano, lo que multi plica el número posible de pautas, ritmos y matices de cada opera ción. Ese sistema hace de la mano humana un instrumento capaz de ejecutar música, dibujar, escribir y realizar muchas otras activi dades. El sistema supralímbico imparte igual sensibilidad a los músculos de la boca, la garganta y el aparato respiratorio. Análo gamente, el poder de diferenciación multiplica en este caso el nú mero de patrones sonoros que es posible producir, de lo cual re sulta la creación de centenares de lenguajes y gran variedad de .maneras de. cantar y de silbar.
E x p e r ie n c ia
i n d i v i d u a l c o n t r a h e r e n c ia
La estructura y los tejidos de este sector del sistema nervioso son hereditarios, pero su función depende en gran medida de la experiencia individual. No hay dos escrituras iguales. La letra de un individuo depende del lenguaje que aprendió a escribir en pri mer término, el tipo de escritura que se le enseñó, la pluma o ins-
'truniento que haya utilizado, la posición asumida al escribir, y así sucesivamente; es decir, dependerá de todo cuanto haya afectado la formación de pautas o códigos en la corteza motriz durante el aprendizaje. La pronunciación correcta de la lengua madre por un indivi duo determina en gran medida el desarrollo de los músculos de su lengua, así como el de su boca, su voz y su paladar. El primer len guaje de un hombre influye sobre la potencia relativa de los músculos de su boca y sobre la estructura de la cavidad bucal has ta tal punto, que en' cualquier lenguaje que hable con posteriori dad será posible reconocer, debido a las dificultades de ajustar los órganos del habla a las nuevas inflexiones, qué lenguaje habló an tes esa persona. En este caso, la experiencia personal del individuo se convierte en un factor que determina el desarrollo estructural en medida no menor que los factores hereditarios mismos. Se tra ta de una peculiaridad única.
El
c o n c e p t o d e o p u e s t o s se d e r iv a d e l a
ESTRUCTURA
La actividad del tercer sistema es asimétrica ^-el lado derecho difiere del izquierdo—, a diferencia de la simetría que impera en los otros dos sistemas. Sobre esa asimetría se funda la distinción entre derecho e izquierdo. Cuando la mano derecha es la domi nante, el centro del lenguaje se forma en el lado izquierdo del ce rebro, e inversamente. Se considera que esta oposición primaria entre derecho e izquierdo constituye la base de nuestro concepto de opuestos en general. Por serla mano derecha, habitualmente, la más funcional de las dos, en muchos idiomas el término «derecho» se asocia a significados tales como correcto, legal, afirmación de propiedad y autoridad: compárense las connotaciones de vocablos como «right», inglés; «pravo», ruso; «recht», alemán, y «droit», francés. Los modos de pensamiento primitivos tienden a oponer bueno a malo, blanco a negro, frío a caliente, luminoso a oscuro, y a ver en esos términos oposición o conflicto. Un pensamiento más evo lucionado no puede atribuirse oposición en un sentido real. Oscu ro y frío, por ejemplo, no son los opuestos de luz y calor; hay os curidad cuando no hay luz, y lá relación entre calor y frío es más completa aún.
F enóm enos
rev er sibles y f e n ó m e n o s irrev er sibles
El nexo de este tercer sistema con los centros de la emoción es considerablemente más débil que los fuertes nexos que tienen con dichos centros los dos sistemas anteriores. Las emociones fuertes, como la ira o los celos, interfieren en el funcionamiento de este de licado sistema y confunden el pensamiento. Pero el pensamiento que carece de toda conexión con el sentimiento no tiene nexo al guno con la realidad. La celebración misma no tiene compromi sos, es neutral, y puede ocuparse con igual eficacia en enunciados contradictorios. Para decidirse por un pensamiento y no por otro, es preciso por lo menos sentir que ese pensamiento es «acertado:», o sea, que se corresponde con la realidad. El acierto es desde lue go, en este caso, una realidad subjetiva. Cuando «acertado» se co rresponde objetivamente con la realidad, el pensamiento posee va lor humano general. La celebración no puede optar por sí sola entre dos proposi ciones: «Es posible llegar a la Luna» y «No es posible llegar a la Luna», pues en sí mismas ambas son aceptables. Sólo la experien cia de la realidad confiere a un pensamiento la cualidad de «acer tado». Durante muchas generaciones la realidad rechazó la prime ra proposición, y se decía que alguien «estaba en la Luna» para indicar que su mente se hallaba divorciada de la realidad. . Si se trata de la pura celebración, la mayor parte de los proce sos pueden ser tanto reversibles como irreversibles. En la realidad, la gran mayoría de los procesos son irreversibles: un fósforo frota do y quemado no puede volver a ser un fósforo, ni un árbol puede volver al estado de brote. Los procesos relacionados con el tiempo son irreversibles por que el tiempo mismo lo es. En rigor, pocos procesos, de cualquier clase que sean, son reversibles, es decir, pueden volver atrás de modo que se restablezcan las condiciones existentes antes del pro ceso. La cerebración desconectada de la realidad no constituye pensamiento, las contracciones musculares al azar no representan acción o movimiento.
La
b a s e d e l a c o n c ie n c ia e n l a d e m o r a
ENTRE PENSAMIENTO Y ACCIÓN
Las vías nerviosas del tercer sistema cerebral son más largas y más complejas que las de los otros dos sistemas. La mayor parte de las operaciones del tercer sistema se ejecutan por intermediación de los otros dos, aunque existen vías que permiten a aquél ejercer un control directo sobre los mecanismos ejecutores. El proceso in directo demora la acción misma, de modo que eso de «pensar pri mero y hacer después» no es un mero decir. Entre lo que se. engendra, en el sistema supralímbico y su ejecu ción por el cuerpo hay una demora. Esa dilación entre un proceso in telectual y su traducción a la acción es bastante larga como para que ésta pueda ser inhibida. Esa posibilidad de crear la imagen de una ac ción v demorar después su ejecución —trátese de diferirla o de im pedirla— constituye la base de la imaginación y del juicio intelectual. En su mayor parte, las acciones de este sistema son ejecutadas por los otros dos, más antiguos, y su velocidad se limita a la propia de éstos. Por ejemplo, no es posible aprehender el significado de un texto impreso con mayor rapidez que la del ojo al recorrer la pági na para leerla. No se puede expresar el pensamiento con rapidez mayor que la alcanzada al pronunciar las palabras que lo significan. De ello se deduce que leer y expresar más rápidamente representan unos de los medios que permiten pensar con mayor rapidez. La posibilidad de una pausa entre la creación de la pauta de pensamiento de cualquier acción particular y la eiecución de esa acción constituye la base física de la conciencia. Esa pausa permi te examinar qué sucede en nuestro interior en el momento en que se forma la intención de perpetrar el acto, así como durante su comisión. La posibilidad de aplazar la acción —de prolongar el período que separa la intención de su ejecución— permite al hom bre aprender a conocerse. Y es mucho lo que hay por conocer, pues los sistemas que llevan a cabo nuestros impulsos internos ac túan automáticamente, como en el resto de los animales superiores.
H
a c e r n o s ig n if ic a c o n o c e r
Que ejecutemos una acción no prueba en modo alguno que se pamos, así sea superficialmente, qué estamos haciendo o cómo lo
hacemos. Si intentamos consumar una ación en forma consciente —es decir, seguirla en todos sus detalles— pronto descubrimos que la más simple y común de las acciones, como la de levantarse de una silla, constituye un misterio, pues no tenemos idea alguna de cómo lo hacemos. ¿Contraemos los musculos del estómago o los de la espalda? ¿primero tensamos las piernas, o primero inclina mos el cuerpo hacia delante?, ¿y qué hacen entretanto los ojos, o la cabeza? Es fácil demostrar que ese hombre no sabe lo que hace, hasta el punto de ser incapaz de levantarse de una silla. En conse cuencia, no tiene más alternativa que volver a su método habitual, que consiste en darse a sí mismo la orden de ponerse de pie y con fiar a los organismos especializados que hay en su interior la ejecu ción de la acción, tal como les guste a ellos ejecutarla, que es como, por otra parte, la ejecuta habitualmente él. Así aprendemos que al autoconocimiento no se llega sin un considerable esfuerzo y que incluso puede interferir en la realiza ción de acciones. El pensamiento y el intelecto que sabe son ene migos de la acción automática, habitual. Este hecho es ilustrado por la vieja historia del ciempiés que, interrogado sobre el orden en que movía sus patas, ya no supo cómo caminar.
El
c o n o c im ie n t o h a c e c o in c id ir l a a c c ió n c o n l a in t e n c ió n
A menudo, a un hombre que está haciendo algo le basta pre guntarse qué hace para que se sienta confundido y no pueda con tinuar. En caso tal, ese hombre ha comprendido de pronto que la ejecución de la acción no se corresponde realmente con lo que él pensaba que hacía. Si nuestra conciencia no está despierta, hace mos lo que los sistemas cerebrales más antiguos hacen a su propia manera, aunque la intención de obrar provenga del tercer sistema, superior a ellos. Más aún, con mucha frecuencia la acción termina por ser exactamente lo opuesto de la intención original. Esto suce de cuando la intención de actuar proviene del sistema superior, cuyo nexo con las emociones es débil, y pone en movimiento los sistemas inferiores, que tienen nexos mucho más fuertes con las emociones debido a su mayor velocidad propia y también a su me nor demora propia entre intención yejecución. En casos así, la acción de los sistemas cerebrales inferiores, por ser automática y más rápida, determina que aquella parte de la ac
ción relacionada con un sentimiento intenso sea ejecutada casi in mediatamente, en tanto que la parte que se relaciona con el pensa miento (proviene del sistema superior) se presenta con lentitud, cuando la acción está casi concluida o lo está del todo. La mayor parte de los tropiezos verbales —palabras que se atropellan, etcé tera— tienen ese origen.
El
c o n o c im ie n t o n o e s in d is p e n s a b l e pa r a l a v id a
En el mayor número de personas, los dos sistemas antiguos, el rínico y el límbico, se interrelacionan armoniosamente entre sí. Ambos sistemas pueden satisfacer las necesidades humanas bási cas y ejecutar casi todas las acciones del hombre, incluso las que atribuimos a la inteligencia. El sistema supralímbico, tan desarro llado como se encuentra en el animal humano, ni siquiera es indis pensable para la vida social. Abejas, hormigas, monos y animales gregarios viven en sistemas sociales sin tener conciencia de ello. Algunos de esos sistemas sociales son bastante complejos y supo nen la mayor parte de las funciones básicas de la sociedad huma na: cuidado de la generación más joven, gobierno por un rey, gue rras con los vecinos, defensa del propio territorio, explotación de esclavos y otras acciones conjuntas.
El
c o n o c im ie n t o e s u n a e t a p a n u e v a d e l a e v o l u c ió n
El sistema superior, más desarrollado en el hombre que en cualquier otro animal, toma posible el conocimiento, es decir, la identificación de las necesidades orgánicas y la selección de los medios adecuados para satisfacerlas. Por su índole misma, ese sis tema nos da capacidad para juzgar, distinguir, generalizar, formu lar pensamientos abstractos, imaginar, y mucho más aún. Conocer los propios impulsos orgánicos constituye la base del autoconocimiento humano. Comprender la relación entre esos impulsos y su origen en la formación de la cultura humana ofrece al hombre un medio —en potencia— para dirigir su vida, cosa que pocas perso nas han logrado hasta ahora. Parece que vivimos en un breve período histórico de transición que anuncia la aparición del hombre verdaderamente humano.
Todo hombre tiene dos mundos: uno personal, que le es pro pio, y el mundo externo común a todos. En mi mundo personal, el universo y todas las cosas vivas existen sólo mientras yo vivo; mi mundo nacido conmigo, muere y desaparece conmigo. En el gran mundo que todos compartimos no soy más que una gota de agua en el mar o un grano de arena en el desierto. Mi vida y mi muerte poco o nada podrían afectar al mundo grande. El propósito de Un hombre en la vida es cosa particular y suya, hasta cierto punto. Un hombre sueña con la felicidad, otro con la riqueza, un tercero con el poder, un cuarto con el conocimiento o la justicia, y otros aun con la igualdad. Pero aún no hemos empe zado a conocer el propósito de la humanidad como tal. La única idea de base razonable y aceptada por todas las ciencias es la de que el desarrollo de las criaturas vivas sigue una dirección y de que, en ese desarrollo, el hombre ocupa el peldaño más alto de la escalera. Esa dirección de la evolución podría ser interpretada también como su propósito. Vimos ese propósito al detallar, en el capítulo anterior, las estructuras de nuestro sistema nervioso. En ese caso, la evolución se orientaba hacia el aumento de la capaci dad de la conciencia para dirigir procesos y acciones más antiguos, surgidos durante períodos anteriores, así como para acrecentar su diversidad, inhibirlos o acelerarlos. Nosotros mismos comprende mos sin damos cuenta esa tendencia, cuando observamos que cier to artista o científico es muy capaz, pero carece de algo que le da ría «humanidad».
C o n c ie n c ia
y c o n o c im ie n t o
Todos los animales superiores tienen un considerable grado de conciencia. Conocen el sitio donde viven y sus inmediaciones, así como su propia posición en el grupo familiar o la manada. Pueden cooperar para la defensa de la familia o la manada e incluso ayudar a un miembro de su grupo, lo cual significa que tal vez sepan qué es lo bueno para su vecino. El hombre está dotado no sólo de una conciencia más desarrollada, sino también de una capacidad espe cífica de abstracción' que le permite discriminar y saber qué ocurre en su interior cuando emplea esa facultad. En consecuencia, pue de saber si sabe o no sabe algo. Puede decir si entiende o no algo que sabe. Es capaz de una forma de abstracción superior aun, que le permite estimar su poder de abstracción y la medida en que lo utiliza. Puede decir si está empleando toda la capacidad de su con ciencia para saber algo y si comprende que no sabe algo. Si bien los límites entre ambos términos, tales como los emplea dos, no son del todo claros, existe una diferencia fundamental en tre conciencia y conocimiento.* Puedo subir la escalera de mi casa, con plena conciencia de lo que estoy haciendo, y sin embargo ig norar cuántos escalones he subido. Para saber cuántos hay, debo subir por segunda vez, prestar atención, concentrarme y contarlos. Conocimiento es conciencia junto con la comprensión de lo que sucede dentro de ella o de lo que ocurre en nuestro interior cuan do estamos plenamente conscientes. A muchas personas les resulta fácil tener conocimiento del control de sus músculos voluntarios, pensamientos y procesos de abstracción. Mucho más difícil es, en cambio, tener conocimiento y control de los músculos involuntarios, los sentidos, las emocio nes y las aptitudes creativas. Por difícil que sea, sin embargo, no es en modo alguno imposible, aunque a muchos este complicado control les parezca muy poco probable. Actuamos como un todo, por más que esa totalidad no sea muy perfecta. De ello resulta la posibilidad de desarrollar también un' conocimiento para el control de los sectores más difíciles. Los cambios que se operan en las partes donde el control es fácil afec * El autor distingue entre consciousness y awareness, términos que en inglés suelen emplearse indistintamente para designar la conciencia. En el texto se adoptan «conciencia» para el primero y «conocimiento» para el segundo. [T.]
tan asimismo el resto del sistema, con inclusión de aquellas sobre las que no tenemos poder directo. También la influencia indirecta es una suerte de control. Nuestro trabajo consiste en un método de ejercitación que convierte esa influencia, al principio indirecta, en conocimiento claro. Conviene ahora, llegado este punto, señalar que hablamos de la ejercitación del poder de la voluntad y del autocontrol, pero no con el fin de adquirir dominio sobre nosotros mismos o sobre otros. Hemos empleado aquí los conceptos corrección de sí mis mo, mejoramiento, ejercitación del conocimiento, y otros, para describir diversos aspectos de la idea de desarrollo. El desarrollo se centra en la coordinación armoniosa de estructura, función y re sultado. Y una condición básica de la coordinación armoniosa consiste en estar completamente libre tanto de autocompulsión como de compulsión por otros. El desarrollo normal es en general armonioso. En el curso del desarrollo, las partes crecen, se mejoran y se fortalecen de manera tal que el conjunto puede proseguir su camino hacia su destino to tal. Así como durante el desarrollo y crecimiento armonioso de un niño aparecen funciones nuevas, en todo desarrollo armonioso surgen facultades nuevas. Desarrollarse armoniosamente no es cosa simple. Considere mos, por ejemplo, el pensamiento abstracto, que a primera vista, diríamos, sólo ofrece ventajas. Sin embargo, desde el punto de vis ta del desarrollo armonioso, presenta también muchas desventa jas. La abstracción constituye la base de la verbalización. Las pala bras simbolizan los significados que describen y no sería posible crearlas sin efectuar una abstracción de la cualidad o el carácter de la cosa representada. Resulta difícil imaginar una cultura humana, cualquiera que sea, carente de palabras. El pensamiento abstracto y la verbalización ocupan el lugar más destacado en la ciencia y en toda realización social. Pero, al mismo tiempo, la abstracción y la verbalización se convierten en tiranos que despojan al individuo de realidad concreta, lo cual, a su vez, trastorna gravemente la ar monía de la mayor parte de las actividades humanas. A menudo, la intensidad del trastorno confina con la enfermedad mental y física y provoca senilidad prematura. En la medida en que la abstracción verbal se torna más cabal y eficaz, el pensamiento y la imagina ción del hombre se vuelven más ajenos a sus sentimientos, sus sen tidos e incluso sus movimientos.
Hemos visto que las estructuras usadas para pensar tienen un nexo lejano con las que se encuentran en relación estrecha con el sentimiento. Sólo hay pensamiento claro cuando no hay senti mientos fuertes que distorsionen la objetividad. Por lo tanto, una condición necesaria para la existencia de pensamiento eficaz es una retracción continua respecto de los sentimientos y las sensa ciones propíoceptivas. Sin embargo, aun en caso de que el pensamiento eficaz consti tuya el factor de discordia, lo más importante para el individuo es, aun así, un desarrollo armonioso. El pensamiento, cuando se des conecta del resto de la persona, se torna cada vez más árido. Aquel pensamiento que se formula principalmente en palabras no extrae sustancia de las estructuras más antiguas, que se relacionan estre chamente con el sentimiento. El pensamiento creativo y espontá neo debe mantener nexos con las estructuras cerebrales primiti vas. El pensamiento abstracto que no se nutre de vez en cuando en nuestras fuentes más profundas se convierte en una fábrica de me ras palabras, vacías de todo auténtico contenido humano. Muchos libros de arte y ciencia, literatura y poesía, sólo pueden ofrecer una sucesión de palabras vinculadas entre sí por un argumento lógico, pero carentes de contenido personal. Lo mismo se aplica a muchos individuos en sus relaciones cotidianas con otros. El pensamiento que no se desarrolla armoniosamente con el resto de la persona puede llegar a constituir un obstáculo para ese desarrollo. Concluir que el desarrollo armonioso del hombre es una meta deseable puede sonar a trivialidad. En la medida en que conside remos sólo las abstracciones y el aspecto lógico de esa oración, ésta permanecerá tan divorciada del «hombre completo» como cual quier otra verbalización despojada de significado práctico. La fra se trivial, empero, se transforma en una fuente ilimitada de formas, figuras y relaciones, que posibilitan combinaciones y descubri mientos nuevos, cuando estimulamos nuestras emociones y senti dos e impiresiones directas, es decir, si la pensamos en función de las imágenes que nos permiten nuestras diversas combinaciones mentales. Estas son lo que debemos investir de palabras para esta blecer contacto humano con nuestros congéneres. En toda criatura cuya especie tenga larga historia hay desarro llo armonioso. En el caso del hombre ese tipo de desarrollo es acompañado por muchas dificultades debido a la relativa novedad que representa el conocimiento en la escalera de la evolución. El
desarrollo armonioso de los animales, los antropoides y del hom bre primitivo exigió sentidos, sentimientos, movimientos y sólo un mínimo de pensamiento, o sea, todo lo necesario para que la con dición de la vigilia difiera de la del sueño. Los animales carentes de conocimiento erran de aquí para allá sin que esto tenga significado alguno para ellos. Al aparecer el co nocimiento en la escalera de la evolución, un movimiento en una di rección se convirtió en una vuelta hacia la izquierda y, en la otra dirección, a la derecha. Apreciar la importancia de ese hecho no nos resulta fácil; nos parece algo muy simple, tal como la facultad de verles parece sim ple a nuestros ojos. Sin embargo, por poco que lo pensemos nos daremos cuenta de que, en realidad, la facultad de distinguir entre derecha e izquierda no es menos compleja que la visión. Cuando el hombre diferencia entre derecha e izquierda divide el espacio en relación consigo mismo, se adopta como centro a partir del cual se extiende el espacio. Este sentido de una división del espacio, que no resulta del todo clara para nuestro entendimiento, se expresa a menudo mediante los términos de «sobre la mano derecha» y «so bre la mano izquierda». Ello aporta un nuevo grado de abstrac ción a los conceptos de «derecha» e «izquierda», que pueden ser expresados así en palabras. Con el tiempo los símbolos se vuelven cada vez más abstractos y se toma posible construir oraciones como ésta. Para avanzar un pequeño paso más en el conocimiento, como lo supone la comprensión de derecha e izquierda, el hombre tiene que haber prestado atención alternativamente, en algún mo mento, a lo que sucedía en su propio interior y en el mundo cir cundante. Ese traslado de la atención hacía dentro y hacia fuera crea las abstracciones y palabras que describen el cambio operado en la posición de su mundo personal en relación con el mundo ex terior. El desarrollo de este conocimiento no pudo sino traer con sigo considerables dolores de alumbramiento, y sus primeros res plandores han de haber causado a nuestros antepasados más de un instante de perplejidad. Debido a su novedad en la historia de la evolución, el grado de conocimiento difiere mucho entre los individuos, mucho más que la distribución relativa de otras facultades. Asimismo, en cada in dividuo se presentan variaciones periódicas del conocimiento y de su valor en relación con otros aspectos de su personalidad. Puede haber un punto de depresión, durante el cual el conocimiento de
saparece momentáneamente o por cierto tiempo. Con menor fre cuencia puede darse un punto culminante, en el que existe una ar moniosa unidad y todas las facultades del hombre se fusionan en una totalidad única. En las escuelas esotéricas se relata una parábola tibetana. Dice que un hombre sin conocimiento se parece a un carruaje en que los pasajeros son los deseos; los caballos, los músculos, y el carrua je mismo, el esqueleto. El conocimiento es el cochero, dormido. Mientras el cochero siga dormido, el carruaje será arrastrado sin objeto alguno hacia este o aquel sitio; cada pasajero procurará di rigirse a un sitio particular y los caballos tirarán en otras direccio nes. Pero cuando el cochero se despierta y empuña las riendas, los caballos tiran del carruaje hacia los destinos a donde deben llevar a los pasajeros. En aquellos momentos en que el conocimiento logra formar unidad con el sentimiento, los sentidos, el movimiento y el pensa miento, el carruaje avanza a gran velocidad por el camino que le corresponde. El hombre puede efectuar descubrimientos* inven tar, crear, innovar y «saber». Comprende que su pequeño mundo y el gran mundo que lo rodea no son sino uno y el mismo y, en esa unión, ya no se siente solo.
Segunda parte HACER PARA COMPRENDER: DOCE LECCIONES PRÁCTICAS
Hemos elegido estas doce lecciones entre más de mil que se dieron, con el correr de los años, en el Instituto Feldenkrais. No representan una secuencia; más bien fueron elegidas para ilustrar varios puntos del sistema del autor y la técnica utilizada para expresarlos. Sin embargo, representan ejercicios que requieren la participación del cuerpo entero y sus actividades esenciales. Los lectores interesados por estas lecciones deben seguirlas a razón de una por noche, inmediatamente antes de irse a dormir. En un lapso de pocas semanas comprobarán en sí mismos un me joramiento considerable de todas las funciones esenciales para la vida.
M e jo r a m ie n t o
d e l a c a p a c id a d
Estas lecciones tienen por fin mejorar la capacidad, o sea, ex pandir los límites de lo posible: convertir lo imposible en posible, lo difícil en fácil y lo fácil en agradable. En efecto, sólo aquellas ac tividades que son fáciles y agradables se convertirán en parte de la vida habitual del hombre y le servirán en todo momento. Las ac ciones de ejecución difícil, que exigen al hombre vencer por el es fuerzo su oposición interna, nunca llegarán a integrar su vida dia ria, y a medida, que envejezca perderá por completo su capacidad para ejecutarlas. Es raro, por ejemplo, que un hombre de más de 50 años salte una valla, aunque sea baja. Dará una vuelta para contornearla, en tanto que un joven la saltará sin dificultad. Esto no significa que debamos evitar todo cuanto parezca difí cil o no emplear la voluntad para superar obstáculos, sino que de bemos diferenciar claramente entre mejoramiento de nuestra ca pacidad y esfuerzo por el esfuerzo mismo. Más nos vale dirigir la fuerza de voluntad a mejorar nuestra capacidad, pues al término del proceso podremos ejecutar nuestras acciones con facilidad y comprensión de ellas.
C a p a c id a d
y fuerza d e v o l u n t a d
En la medida en que aumenta la capacidad, disminuye la nece sidad de esfuerzo consciente. El esfuerzo necesario para acrecen tar la capacidad proporciona ejercicio suficiente y eficaz a nuestra fuerza de voluntad.. Si se considera cuidadosamente la cuestión, se descubre que la mayor parte de las personas dotadas de gran fuer za de voluntad (que ellos han adiestrado por el gusto de hacerlo) son a la vez personas de relativamente poca capacidad. La gente que sabe cómo obrar eficazmente lo hace sin mayor preparación ni alharaca. Los hombre de gran fuerza de voluntad tienden a emplear demasiada energía, en vez de utilizar con mayor eficiencia energías menores. La persona que confía sobre todo en su fuerza de voluntad de sarrolla su aptitud para esforzarse y se acostumbra a aplicar enor me cantidad de fuerza a acciones que podría ejecutar con energía mucho menor si la dirigiera y graduara en la forma adecuada. Ambas formas de proceder alcanzan por lo general su objetivo, pero la primera puede además causar un daño considerable. La fuerza que no se convierte en movimiento no se limita a desapare cer, sino que se disipa bajo forma de daño inferido a las articula ciones, los músculos y otras partes del cuerpo utilizadas para crear el esfuerzo. La energía no transformada en movimiento se convierte en calor dentro del sistema y provoca cambios que deberán repa rarse antes de que el sistema pueda volver a funcionar eficazmente. Todo lo que podemos hacer bien no nos parece difícil. Hasta podemos afirmar que aquellos movimientos que encontramos difí ciles nos lo parecen porque no los ejecutamos correctamente.
P ara
e n t e n d e r e l m o v im ie n t o d e b e m o s s e n t ir ,
NO ESFORZARNOS
Para aprender necesitamos tiempo, atención y discriminación; para discriminar necesitamos sentir. Esto significa que para apren der debemos aguzar nuestras facultades de sentir y que si intenta mos hacer la mayor parte de las cosas por pura fuerza lograremos precisamente lo opuesto de lo que necesitamos. Mientras aprendemos a actuar debemos contar con la libertad necesaria para prestar atención a lo que sucede en nuestro interior,
pues en esas condiciones nuestra mente estará clara, la respiración será fácil de controlar y no habrá tensión creada por el esfuerzo. Cuando el aprendizaje se efectúa en condiciones de máximo es fuerzo, y éste ni siquiera parece suficiente, ya no hay manera algu na de acelerar la acción, impartirle mayor fuerza ni perfeccionarla, porque el individuo ya ha llegado al tope de su capacidad. En ese punto la respiración se detiene; hay esfuerzo superfiuo, escasa ca pacidad para observar y ninguna perspectiva de mejoramiento. En el curso de las lecciones el lector comprobará que los ejer cicios sugeridos son en sí mismos simples y sólo suponen movi mientos fácñes. Pero se los debe ejecutar en forma tal que aquellos que los realicen descubran cambios en sí mismos ya después de la primera lección.
A guzar
l a d is c r im in a c ió n
«Un tonto no puede sentir», dicen los sabios hebreos. Si un hombre no siente, no puede notar diferencias y, desde luego, no es capaz de distinguir entre una acción y otra. Sin esa capacidad para diferenciar no puede haber aprendizaje, ni puede por cierto au mentar la capacidad de aprender. La cuestión no es simple, porque los sentidos humanos se relacionan con los estímulos que los po nen en acción, de modo que cuando el estímulo es más pequeño la discriminación es más aguda. Cuando levanto una barra de hierro no siento diferencia algu na si una mosca se posa sobre ella o alza vuelo desde allí. En cam bio, cuando sostengo una pluma puedo sentir una diferencia si sobre ella se posa una mosca. Lo mismo se aplica a todos los res tantes sentidos: oído, vista, olfato, gusto, calor y frío. Los ejercicios que presentaremos se proponen disminuir el es fuerzo del movimiento, pues para reconocer pequeños cambios en el esfuerzo es preciso en primer término reducir éste. El control más delicado y perfecto del movimiento sólo se alcanza mediante el aumento de la sensibilidad, es decir, mediante una capacidad mayor para sentir diferencias.
La
f u e r z a d e l h á b it o
Corregir una postura o un movimiento defectuoso habitual es sumamente difícil, aun después que haberlo descubierto. En efec to, es preciso corregir tanto el defecto como la forma en que se presenta en la acción. Y para movernos de acuerdo con lo que sa bemos, en vez de hacerlo de acuerdo con el hábito, necesitamos gran persistencia y conocimiento suficiente para ello. Si una persona dene el hábito, al estar de pie, de llevar dema siado adelante el estómago y la pelvis y, como consecuencia de esto, de inclinar la cabeza hacia atrás, su espalda se incurvará de masiado para lo que conviene a una buena posición. Si entonces lleva la cabeza adelante y echa atrás la pelvis, tendrá la sensación de inclinar la cabeza hacia delante y llevar la pelvis demasiado atrás, y la posición le resultará anormal. Como consecuencia, pronto re cobrará su postura habitual. Por consiguiente, es imposible modificar el hábito a partir de la mera sensación. Es preciso efectuar algún esfuerzo mental conscien te hasta que la posición ajustada deja de parecer anormal y se trans forma en hábito. Cambiar un hábito es mucho más difícil de lo que puede parecer a primera vísta; todos los que lo intentaron lo saben.
P e nsar
al actuar
En estas lecciones, el estudiante aprende a escuchar las ins trucciones al mismo tiempo que ejecuta el ejercicio, así como a efectuar las modificaciones necesarias sin detener el movimiento. En esta forma, aprende a actuar mientras piensa y a pensar mientras actúa. En comparación con el hombre que detiene el pensamiento mientras hace algo y detiene la acción cuando quiere pensar, esto constituye un peldaño más arriba en la escalera de la capacidad. (Un conductor experimentado puede cumplir fácilmente indica ciones mientras conduce, en tanto que el principiante se ve en di ficultades para hacerlo.) Para obtener de los ejercicios el máximo beneficio el lector debe, en consecuencia y en la medida en que le sea posible, pro yectar las instrucciones para el ejercicio siguiente sin detener el an terior; o sea, debe continuar el movimiento que está ejecutando mientras prepara sus pensamientos para el que lo sigue.
L ib er a r
l a a c c ió n d e l d e sp il f a r r o d e e n e r g ía
Es una máquina eficiente, todas las piezas se ajustan con exac titud entre sí; todas están bien aceitadas y no presentan polvo ni suciedad en las superficies de contacto; todo el combustible con sumido se convierte en energía cinética hasta el límite termodinámico, y no hay ruido ni vibración, es decir, no se gasta energía en movimiento inútil que disminuye la capacidad operativa efectiva de la máquina. Los ejercicios que se expondrán a continuación se proponen lograr precisamente eso: eliminar gradualmente del modo de ac tuar todos los movimientos superfluos, todo cuanto obstaculice el movimiento, interfiera en éste o se oponga a él. En los sistemas de enseñanza aceptados hoy en general se in siste sobre todo en alcanzar cierto objetivo a cualquier precio, cualquiera que sea la cantidad de esfuerzo desorganizado y difuso que se aplique. En la medida en que los órganos del pensamiento, del sentido y del control no se encuentran preparados para una ac ción coordinada, continua, suave y eficaz —y, por lo tanto, tam bién agradable— hacemos intervenir partes del cuerpo sin discri minación alguna, aun si no son necesarias para la acción de que se trate e incluso si interfieren en ella. Uno de los resultados consiste en que a veces ejecutamos una acción y al mismo tiempo la opues ta. Sólo el esfuerzo mental puede lograr entonces que la parte diri gida hacia el objetivo supere las restantes partes del cuerpo que in tervienen para frustrarla. En esta forma, por desdicha, la fuerza de voluntad puede tender a disimular la incapacidad de ejecutar co rrectamente la acción. Lo que debe hacerse es aprender a eliminar los esfuerzos que se oponen a la meta deseada y a emplear la fuer za de voluntad sólo cuando se necesita un esfuerzo sobrehumano. Volveremos sobre este punto cuando se lo haya demostrado a sí mismo mediante su propia experiencia; entonces estará en con diciones de avanzar más aún por el camino acertado.
R it m o
d e l a r e s p ir a c ió n d u r a n t e l o s ejer c ic io s
Al término de una lección ejecutada, correctamente, se sentirá fresco y relajado como después de haber dormido bien o haberse tomado un día de descanso. Si no ocurre así, probablemente se
deba a que los movimientos se han efectuado con excesiva rapidez y sin prestar atención a la respiración. La velocidad del ejercicio debe ajustarse siempre al ritmo de la respiración. A medida que la organización del cuerpo se perfec ciona, la respiración empieza a ajustarse automáticamente a los di ferentes movimientos.
V e l o c id a d
d e l o s m o v im ie n t o s
La primera vez que se sigue una lección los movimientos deben ejecutarse con la lentitud estipulada en las indicaciones. Una vez concluidas todas las lecciones, al seguirlas por segunda vez se debe ir más rápido en aquellas partes que resultan suaves y fáciles. Pos teriormente, la velocidad debe variarse entre la mayor posible y la mayor lentitud posible.
Cuándo
r e a l iz a r l o s ejer c ic io s
La mejor hora para hacer los ejercicios es inmediatamente an tes de irse a dormir, pero por lo menos una hora después., de la cena. Conviene acostarse no bien se los ha concluido. Una de las razones más importantes de ello reside en que al cabo de un día de trabajo y preocupaciones los ejercicios liberan de tensión tanto mental como muscular y el sueño es más reposado y refrescante. Al despertar, estírese durante un minuto o más en la cama y trate de recordar la sensación general de la lección de la noche anterior. Conviene repetir dos o tres de los movimientos recorda dos. Durante el día, mientras hace otras cosas, piense de vez en cuando en la lección y trate de descubrir cualquier cambio que le haya dejado. Fíjese para esto momentos determinados durante el día, aun que sólo sean pocos minutos en cada oportunidad. Cada vez que recuerde la lección pasada, ésta se establecerá con mayor firmeza en su mente. Cuando los ejercicios se hayan transformado en un hábito co tidiano, repítalos en cualquier momento que le resulte conve niente.
D
u r a c ió n d e l o s e jer c ic io s
El tiempo que le lleve la lección dependerá de su velocidad in dividual. En las primera lecciones, la duración dependerá sobre todo de la cantidad de veces que se repita cada ejercicio. Al prin cipio se debe repetir cada movimiento diez veces; al progresar, au méntese el número hasta 25 veces, de acuerdo con las instruccio nes incluidas en la lección misma. Con el tiempo es posible y conveniente repetir un mismo movimiento centenares de veces, tanto con la mayor lentitud como con la mayor rapidez posibles. Pero recuérdese que rápido no significa apresurado. De ello debemos concluir que cada una de las primeras leccio nes le llevará alrededor de 45 minutos y las siguientes tal vez sólo 20 minutos, o algo así; más adelante, cuando los ejercicios se trans formen en una rutina cotidiana, una lección podrá requerir desde un instante para pensar en ella hasta cualquier cantidad de tiempo que el individuo decida consagrarle.
D
ó n d e h a c e r l o s ejer c ic io s
Lo mejor es realizarlos en el suelo, sobre una alfombra o este rilla lo bastante grande como para poder estirar a los lados brazos y piernas sin ser obstaculizado por muebles u otros objetos. Si al principio le cuesta habituarse al suelo, tienda sobre éste una grue sa manta o, si es necesario, practique los ejercicios en la cama.
I n d u m e n t a r ia
Cuanto más ligera sea, mejor. En todo caso, hay que asegurarse de que sea cómoda, no interfiera en los movimientos ni en la res piración, no ajuste demasiado y no tenga botones ni cierres rápi dos en la espalda.
C ómo
p r a c t ic a r l a s l e c c io n e s
Si usted trabaja solo y necesita leer las instrucciones, lo mejor es ir poco a poco. Lea un corto párrafo de las instrucciones, lo su
ficiente para saber qué tiene que hacer, y empiece. Cuando haya repetido ese movimiento 25 veces, de acuerdo con las instruccio nes, lea el párrafo siguiente y practíquelo. Recorra así toda la lec ción, párrafo por párrafo. De esta forma la lección le llevará más tiempo, de modo que lo mejor es dividirla en secciones y practi carla en varias fases. Cuando haya aprendido todos los movimien tos de una sección y no necesite más las instrucciones, reúna las secciones entre sí y practique toda la lección completa.
Q ué s i g n i f i c a
e sta r « d erech o»
«¡Siéntate derecho!» «¡Ponte derecho!» Esto lo dicen a menu do madres, maestras y otras personas que dan esa orden de buena fe y con plena confianza en lo que afirman. Si tan sólo se les pre guntara cómo hace uno para sentarse o ponerse derecho, respon derían: «¿Qué quieres decir con eso? ¿No sabes lo que significa derecho? ¡Derecho es derecho!». Algunas personas, por cierto, están de pie y caminan derechas, con sus espaldas rectas y la cabeza alta. Y desde luego hay, en esa postura, un elemento de «ponerse derecho». Si se observa a un niño o a un adulto al que se le ha dicho que se siente o se ponga derecho, se torna evidente que acepta que hay algo mal en la forma en que conduce su cuerpo, pues trata rápi damente de enderezar su espalda o alzar la cabeza. Lo hace por pensar que de ese modo ha alcanzado la postura correcta, pero no puede mantener esa postura «correcta» sin un continuo esfuerzo. En cuanto alguna actividad necesaria, urgente o interesante le lla ma la atención, vuelve a la postura anterior. Puede darse por seguro que no tratará otra vez de «mantener se derecho» a menos que se le recuerde que debe hacerlo o que él mismo advierta que ha perdido la posición.
P or
d e r e c h o e n t e n d e m o s v e r t ic a l
Cuando hablamos de ponerse derecho en este sentido, casi siempre queremos decir «vertical». Pero si examinamos el esque leto ideal construido por el famoso anatomista Albino sólo encon tramos dos pequeñas secciones dispuestas en forma más o menos vertical: las vértebras superiores del cuello y las situadas entre el tórax y las caderas. No hay en el esqueleto entero ningún otro hue so dispuesto en posición vertical precisa (aunque los huesos de los brazos adopten a veces una posición aproximadamente vertical). En consecuencia, es obvio que cuando decimos «derecho» quere mos decir algo distinto, pues no tenemos idea precisa del signifi cado de la palabra en relación con este punto.
D
e r e c h o e s u n c o n c e p t o e s t é t ic o
La palabra «derecho» es engañosa. No expresa lo que se necesi ta, ni siquiera lo que esperamos lograr o ver una vez producido el me joramiento. «Derecho» se emplea en un sentido puramente estético en relación con la postura y no es un concepto útil ni preciso, por lo que no puede servir como criterio par la corrección de defectos. Para apreciar a fondo cuán poco coincide el significado de «de recho» que suele aceptarse con lo que es correcto en materia postu ra!, basta considerar el caso de un hombre que se ha roto la espalda y es incapaz de enderezarla, ¿Cómo debe ponerse en pie o sentarse? ¿No puede una persona baldada utilizar su cuerpo correcta, eficaz y graciosamente? Hay muchos tullidos cuya capacidad en este senti do supera la de personas saludables. Existen personas que han su frido graves daños en su estructura ósea y sin embargo denotan en sus movimientos fuerza, precisión y gracia sobresalientes. Sin em bargo, es imposible aplicar a ninguna de ellas el concepto derecho.
E sq u eleto ,
m ú sc u lo s y g raveda d
De ello se deduce que cualquier postura es en sí misma acepta ble mientras no contravenga la ley de la naturaleza según la cual la estructura del esqueleto debe contrarrestar la tracción de la grave dad, dejando los músculos en libertad de movimiento. El sistema
nervioso y la estructura ósea se desarrollan juntos bajo la influen cia de la gravedad, en forma tal que el esqueleto es capaz de soste ner el cuerpo sin gastar energía pese a dicha tracción. Por otra par te, si los músculos tienen que cumplir la tarea del esqueleto, no sólo gastan innecesariamente energía; además se ven impedidos de cumplir su principal función, que es la de modificar la posición del cuerpo, es decir, la del movimiento. Cuando la postura es deficiente, los músculos están haciendo parte de la tarea propia de los huesos. Para corregir la postura es preciso descubrir qué ha deformado la reacción del sistema ner vioso a la gravedad, a la que cada parte del sistema ha debido ajus tarse desde que comenzó a existir el hombre. Para llegar a una comprensión práctica del problema debemos estudiar y aclarar los conceptos empleados antes. Veamos ante todo en qué consiste la respuesta correcta del sistema nervioso a la gravedad.
R e l a ja c ió n : u n
c o n c e p t o q u e a m e n u d o se e n t ie n d e m a l
Examinemos el maxilar inferior. Cuando no habla, come o hace alguna otra cosa con la boca, la gente la conserva cerrada. ¿Qué es lo que mantiene el maxilar inferior contra el superior? Si la relajación, que ahora está tan de moda, fuese la condición co rrecta, el maxilar inferior colgaría libremente y la boca estaría siempre abierta. Pero ese estado de relajación sólo se observa en los idiotas de nacimiento o en los casos de conmoción paralizante. Tiene importancia comprender por qué una parte esencial del cuerpo, como lo es el maxilar inferior, puede encontrarse en ese estado de ser sostenido permanentemente, por músculos que tra bajan sin cesar mientras estamos despiertos, sin que tengamos, sin embargo, la sensación de hacer algo para mantener así el maxilar inferior. Para dejarlo colgar libremente deberíamos, en realidad, aprender a inhibir los músculos que intervienen en ese proceso. Si intenta relajar el maxilar inferior hasta que caiga por su propio peso y abra la boca, comprobará que no es tarea fácil. Cuando lo gre hacerlo, notará que además se han producido cambios en la expresión de la cara y en los ojos. También es probable que, al tér mino del experimento, descubra que normalmente tiene cerrada la boca con demasiada fuerza. Tal vez descubra, asimismo, el origen de esa excesiva tensión. Después de relajar el .maxilar, observe el
retorno de la tensión y, por lo menos, comprobará cuán infinita mente poco sabe el hombre acerca de sus propios poderes y de sí mismo en general. Para una persona inteligente los resultados de ese experimento pueden ser importantes, más tal vez que atender a sus ocupacio nes, porque su capacidad para ganarse la vida mejorará cuando descubra qué es lo que resta eficiencia a la mayor parte de sus ac tividades.
LOS MÚSCULOS QUE CONTRARRESTAN LA ACCIÓN DE LA GRAVEDAD NO TIENEN CONCIENCIA DE SU ACCIÓN
El maxilar inferior no es la única parte que no cae tanto como podría. Tampoco la cabeza cae hacia delante. Su centro de grave dad se encuentra bastante más adelantado que el punto donde la cabeza se apoya en la columna vertebral (está aproximadamente entre los oídos), porque la cara y la parte frontal del cráneo son más pesadas que la parte posterior de la cabeza. Si a pesar de esa estructura la cabeza no cae hacia delante, resulta obvio que el sis tema debe incluir alguna organización que lo impida. Si relajamos por completo los músculos de la parte posterior del cuello la cabeza caerá hasta la posición más baja que puede al canzar, es decir, hasta apoyar el mentón en el esternón. Sin embar go, nadie tiene conciencia del esfuerzo que realizan los músculos de la parte posterior del cuello permaneciendo contraídos para mantener alta la cabeza. Si se toca los músculos de la pantorrilla (en la parte posterior de la pierna, aproximadamente por la mitad) mientras está de pie, advertirá que se hallan contraídos con fuerza. Si se relajaran por completo el cuerpo caería hacia delante. En la postura correcta, los huesos de la pierna presentan un pequeño ángulo respecto de la vertical, y la contracción de dichos músculos impide que el cuer po caiga de frente.
NOS MANTENEMOS ERGUIDOS SIN SABER CÓMO
En consecuencia, no tenemos conciencia de ningún esfuerzo o actividad por parte de los músculos que contrarrestan la fuerza de
la gravedad. Nos damos cuenta de su acción sólo cuando inte rrumpimos esa actividad o la reforzamos, es decir, cuando el cam bio voluntario se consuma con clara conciencia. Nuestros sentidos no registran esa contracción que existe, permanente y normal, an tes de que ejecutemos un acto deliberado. En esto intervienen los impulsos eléctricos que se originan en distintas fuentes dentro de nuestro sistema nervioso. Un grupo de ellos produce la acción in tencional; el otro grupo provoca la contracción de los músculos que contrarrestan la gravedad, hasta que ese trabajo compensa exactamente la tracción de aquélla.
La
p o s t u r a e r g u id a e s m a n t e n id a p o r u n a pa r te a n t ig u a d e l sist e m a n e r v io s o
El estudio de las extremidades y partes del cuerpo tales como los hombros, los ojos, los párpados, etcétera, revela que sus múscu los trabajan constantemente y que ese trabajo pasa inadvertido y no se debe a ningún esfuerzo consciente. ¿Cuántas personas tie nen conciencia, por ejemplo, de que sus párpados están alzados y pueden sentir su peso? Tal peso sólo se siente en los momentos en que se oscila entre la vigilia y el sueño, cuando de pronto se toma difícil mantener los ojos abiertos; es decir, cuando se necesita un esfuerzo súbito para lograrlo. Mientras estamos erguidos, nuestros párpados no caen, no obstante ser pesados. La posición vertical y todo cuanto supone es organizada por una sección especial de nuestro sistema nervioso, ejecutora de mucho trabajo complejo del que sólo tenemos un atisbo en la conciencia. Esa sección es una de las más antiguas en la evolución de la especie humana; es por cierto más antigua que el sistema voluntario y también se encuen tra, desde el punto de vista físico, por debajo de éste.
El
n e x o e n t r e i n s t in t o e in t e n c ió n
Una postura correcta, por lo tanto, debería ser atributo de toda persona nacida sin grandes defectos físicos. Asimismo, como la or ganización de esa postura depende de un sistema que funciona en forma automática, independientemente de la voluntad individual, todos los seres humanos deberían erguirse de la misma forma, tal
como un gato está de pie de la misma forma que otro y todas las golondrinas vuelan de igual modo. Pero la realidad es habitualmente más simple y a la vez más compleja que lo que parece a primera vista. Nos complacemos en pensar que el instinto es algo por completo distinto dél conoci miento y la comprensión. Creemos que la abeja, la araña y los res tantes ingenieros del mundo animal efectúan por instinto y auto máticamente, sin necesidad de aprender, las cosas que nosotros hacemos con ayuda de la inteligencia, la conciencia y la voluntad y sólo después de mucho estudio. Esto es verdad sólo en parte. Ni siquiera el instinto actúa en forma del todo automática, y las cosas que hacemos deliberadamente no están divorciadas por completo del instinto. En e l
h o m b r e , l a c a p a c i d a d d e a p r e n d e r r e e m p la z a EL INSTINTO ANIMAL
Los instintos del hombre se han tornado débiles en compara ción con los de los animales. No todo infante empieza a respirar en el momento en que nace, y a veces es preciso aplicar una acción vi gorosa para que inhale por primera vez. Lo mismo se aplica a la ac tividad de mamar. Muchos bebés necesitan ser estimulados y alen tados antes de que surja en ellos la urgencia y la capacidad de satisfacer una necesidad vital. El hombre no cuenta con instintos certeros que lo guíen sin error al caminar o al hacer otro movi miento, o siquiera en la actividad sexual. En cambio, su capacidad para aprender es incomparablemente mayor que la de cualquier otra criatura viva. Los instintos de los animales, más fuertes, no permiten a éstos suspender la acción instintiva o resistirse a ella, y resulta obvio que introducir cambios en esa acción no es fácil ni tiene resultados permanentes. Lo característico del hombre es, en consecuencia, su capacidad de aprender, que supone la creación de nuevas respuestas a estí mulos como resultado de la experiencia. Esa capacidad nos sirve en reemplazo de instintos poderosos, donde ni siquiera los más li geros cambios pueden operarse sino con grandes dificultades.
EL HOMBRE APRENDE SOBRE TODO DE SU EXPERIENCIA; EL ANIMAL, DE LA EXPERIENCIA DE LA ESPECIE
La función del habla constituye un buen ejemplo para ayudar nos a comprender nuestras restantes funciones. Todo niño nacido sin algún defecto grave posee el equipo esquelético, muscular y nervioso que le permite aprender a hablar por medio de la audi ción y la imitación de sonidos. En cambio los animales, gracias a sus instintos, que son más poderosos, tienen escasa necesidad de aprender. Sus mecanismos de acción están ligados casi desde el na cimiento con los mecanismos del sistema nervioso que imparten las órdenes. Las conexiones internas del sistema nervioso se en cuentran predeterminadas y basta un mínimo de experiencia para imprimir permanentemente la función. Así, el ruiseñor canta la misma melodía en Japón y en México. (Esto puede no ser del todo exacto en el sentido científico, pero se acerca bastante a la verdad como para servirnos de ejemplo.) Las abejas construyen sus colmenas de acuerdo con el mismo modelo en cualquier parte del mundo, y todo animal por cuyas venas corra sangre de perro ladrará, aun si tiene algo de lobo o de chacal. En el hombre, en cambio, no hay patrón de lenguaje establecido desde el nacimiento; el habla se desarrolla y crece anatómicamente y, a la vez, funcionalmente. Si un niño se cría en China hablará chi no; en suma, hablará cualquier idioma correspondiente a su medio. Dondequiera que se encuentre, deberá formar, con ayuda de su ex periencia personal, aquellas conexiones entre células de su sistema nervioso que activarán los músculos necesarios para hablar. Al principio, esas células sólo están dotadas de la capacidad de establecer libremente cualquier combinación de patrones que la experiencia proporcione. Esos patrones, creados por la experien cia individual y no por la experiencia colectiva de la raza humana, son por lo tanto permanentes mientras la experiencia perdura en forma estable. Es posible incluso olvidar la lengua materna. Y no es demasiado difícil aprender otro idioma.
E x p e r ie n c ia
in d iv id u a l
Pero lo que más influye sobre el desarrollo de la boca y sobre la mayor o menor potencia de unas cuerdas vocales en relación
con las otras son las tentativas iniciales de habla. Toda tentativa posterior por aprender un idioma nuevo llevará la marca de las in fluencias iniciales, y por ello le resultará más difícil al individuo acostumbrarse a las nuevas formas. Aprender un lenguaje nuevo es dificultado más aún por las formas de habla ya existentes, que obs taculizan nuevas combinaciones de movimientos de los músculos de la boca y la garganta, los cuales ya han contraído una tendencia a continuar automáticamente con los patrones anteriores.
El g r a n
p o d e r d e a d a p ta c ió n d e l h o m b r e
Estas observaciones nos ayudan a comprender por qué las pos turas al estar de pie y al caminar pueden diferir tanto de una per sona a otra, por más que las controle una parte del cerebro cuyas funciones están más cerca de la función instintiva que de la volun taria. Tal como el habla, la posición erguida carece de conexiones es tablecidas entre células del sistema nervioso, aunque el hombre empieza a caminar antes que a hablar. También en esa función el hombre .se ajusta con mayor libertad y variedad a su ambiente que, por ejemplo, algunos animales de manada, capaces de caminar, co rrer, caer y ponerse de nuevo en pie pocos minutos después de ha ber nacido y cualquiera que sea el terreno donde hayan nacido. Las funciones ya establecidas y fijadas en ese momento sólo pre sentan pequeñas variaciones de un individuo a otro; en cambio, en el caso de las funciones que el individuo desarrolla mediante su ex periencia personal, las diferencias son la norma.
A specto s
d in á m ic o s d e l a p o s t u r a
En la medida en que consideremos que las posturas de estar de pie y sentado son estáticas, nos resultará difícil describirlas en for ma que pueda conducir a mejorarlas. Si lo que procuramos es esto, debemos considerar su aspecto dinámico. Desde este punto de vis ta, toda postura estable consiste en una serie de posiciones que configuran un movimiento. Al trasladarse de un lado al otro, un péndulo pasa por la posición de estabilidad en el momento en que alcanza su máxima velocidad. Cuando el péndulo se encuentra en
estado estable, en el punto medio de su recorrido, se queda allí hasta que se le aplica alguna fuerza exterior. Esa posición estable no necesita energía para mantenerse. Al caminar, erguirse o sentar se, el cuerpo humano pasa necesariamente, de vez en cuando, por la posición vertical estable que no necesita energía. Empero, en los casos en que los movimientos no se adecúan perfectamente a la gravedad, el paso del cuerpo por la posición estable no se define claramente y los músculos siguen haciendo trabajo innecesario. Para mantener las posturas de estar de pie y sentado, que son posiciones de estabilidad, no se requiere esfuerzo alguno. En el es tado estable sólo hace falta un mínimo de energía para iniciar un movimiento y, en consecuencia, no hace falta ninguna para mante nerse en reposo.
Control
a u t o m á t ic o y c o n t r o l v o l u n t a r io
La mayor parte de las dificultades teóricas y prácticas desapa recen cuando se presta debida consideración al hecho de que los músculos voluntarios que responden a nuestra intención reaccio nan al mismo tiempo ante las órdenes de la otra parte de nuestro sistema nervioso, la inconsciente. Aunque el control voluntario puede presentarse en cualquier momento que se desee, en cir cunstancias de tipo corriente asume el mando el control automáti co. Cuando lo que se necesita es una reacción rápida, como en el instante de caer al suelo o cuando la vida está súbitamente en peli gro, el sistema automático hace todo lo necesario antes aun de que nos demos cuenta dé lo que sucede. Nos basta resbalar sobre una cáscara de plátano para comprobar que nuestro cuerpo en general se endereza a sí mismo «por su propia cuenta», en un movimiento reflejo del que el control voluntario ni siquiera tiene conciencia. El sentido kinestésico de nuestros músculos nos hace saber si nos encontramos en posición estable. Si el control que se ejerce so bre los músculos pertenece al sistema voluntario, nos hallamos en la posición estable; si pasa al sistema automático y el control vo luntario se suspende un instante, la posición ha dejado de ser esta ble. El control voluntario retornará no bien el sistema automático haya logrado devolver al cuerpo una posición estable.
O r ig e n
d e l a d is t o r s ió n d e l a s s e n s a c io n e s
Todo cuanto tiende a disminuir la sensibilidad del poder de discriminación retarda la respuesta a los estímulos. La postura será reajustada cuando su divergencia respecto de la posición estable ya sea considerable, es decir, cuando el ajuste se haya tornado ur gente y exija mayor esfuerzo muscular. Ello reduce aún más la con ciencia precisa del cambio; todo el sistema de acción y control ha pasado a tener dimensiones más groseras. Por último habrá serios fallos en el control e incluso daño del sistema. Una de las causas iniciales de que los acontecimientos sigan ese curso es el dolor, que puede ser de origen físico o emocional. El dolor que socava la confianza en el propio cuerpo y en sí mismo es la principal causa de las desviaciones respecto de la postura ideal. Cuando es de este orden, el dolor rebaja el valor del individuo ante sus propios ojos. Aumenta la tensión nerviosa, lo cual a su vez re duce de nuevo la sensibilidad, de modo que no sentimos pequeñas desviaciones continuas respecto de la posición ideal y los músculos se tensan sin que el individuo tenga siquiera conciencia del esfuer zo que hace. El control puede falsearse hasta tal punto, que mien tras creemos no estar haciendo nada estamos en realidad fatigando innecesariamente los músculos.
La
s e n s ib il id a d e n l a .a c c ió n v o l u n t a r ia
Parece razonable suponer que si hemos de aumentar el grado de conocimiento de nuestro esfuerzo muscular cuando los múscu los trabajan como resultado de la acción voluntaria, también de bemos aprender a reconocer aquellos esfuerzos musculares que, como consecuencia del hábito, están normalmente ocultos de nuestra mente consciente. Si pudiéramos librarnos de ese esfuerzo superflub reconoceríamos la posición estable ideal con mayor cla ridad.. En ese caso habríamos «retomado» a la etapa en que desa parece todo esfuerzo muscular voluntario por mantener el equili brio, pues éste es conservado sólo por las partes antiguas del sistema nervioso, que encuentran para cada uno de nosotros la mejor posición compatible con la estructura física hereditaria d d individuo.
D in á m ic a
d e l e q u il ib r io
Volvamos a la idea de la estabilidad física como fenómeno di námico para aprender de ella cuanto nos sea posible. Vimos que la posición estable del péndulo coincide con el punto medio de su trayecto, en que la tracción de la gravedad procura mantener el péndulo en posición puramente vertical. La fuerza que al princi pio pone el péndulo en marcha es absorbida por la fricción y los movimientos se tornan cada vez más pequeños, hasta que el pén dulo se queda quieto en posición estable; de ella se lo puede mo ver mediante la aplicación de un mínimo de fuerza en cualquier dirección distinta de la vertical. Lo mismo puede decirse de cual quier cuerpo en estado de equilibrio. Por ejemplo, un árbol que ha crecido en posición vertical curvará la copa en la dirección en que sople el viento. Análogamente, buena posición vertical es aquella a partir de la cual bastará un esfuerzo muscular mínimo para mover el cuerpo con la misma facilidad en cualquier dirección que se de see. Ello significa que en la posición erguida no debe haber es fuerzo muscular alguno que se derive del control voluntario, pres cindiendo de que ese esfuerzo sea conocido y deliberado o de que sea ocultado de la conciencia por el hábito. Balancearse de pie De pie, deje que su cuerpo se balancee suavemente haría uno y otro lado, como si fuera un árbol mecido por el viento. Preste atención al movimiento de la columna vertebral y de la cabeza. Continúe hasta completar de 10 a 15 movimientos pequeños y sua ves como éste y hasta que pueda observar una conexión entre esos movimientos y su respiración. Después efectúe movimientos aná logos no hacía los lados, sino hacia delante y atrás. Pronto obser vará que el movimiento hacia atrás es más fácil y más amplio, en muchos casos, que hacia delante, durante el cual sentirá cierta ti rantez en los tobillos. Los puntos de tirantez varían de acuerdo con el individuo. Sólo en casos raros los músculos del pecho —con inclusión de los hombros, las clavículas, la nuca, las costillas y el diafragma— pre sentan una organización tan perfecta que se puede observar una relación continua entre los movimientos hacia delante y atrás y
el proceso de la respiración, como en los movimientos laterales previos. Mueva ahora el cuerpo en tal forma que la coronilla (la parte su perior de la cabeza) trace un círculo en el plano horizontal. Conti núe hasta sentir que todo el trabajo es ejecutado por la mitad infe rior de las piernas y que todo el movimiento se siente en los tobillos. Balancéese de nuevo hacia los lados, después hacia delante v atrás y después en círculo, en ambas direcciones, pero esta vez descanse el peso del cuerpo principalmente sobre el píe derecho; del pie iz quierdo, sólo el dedo gordo debe tocar el suelo. La pierna izquier da no debe tomar parte en el movimiento salvo para ayudar al cuer po a mantener el equilibrio y posibilitarle realizar el ejercicio con exactitud sin interferir en la respiración. Repita los movimientos apoyando la mayor parte del peso sobre el pie izquierdo. Repita cada uno de estos movimientos 20 o 30 veces, hasta que logre eje cutarlos tan suave y cómodamente como le sea posible. Moverse sentado Siéntese sobre el borde delantero de una silla.. Apoye los pies en el suelo, bastante separados, y relaje los músculos de las piernas hasta que las rodillas puedan moverse hacia los lados y también hacia delante con facilidad desde los tobillos. En esa posición, mueva él tronco hacia uno y otro lado hasta lograr un balanceo suave coordinado con una respiración igualmente suave. Después de una pausa inicie movimientos similares hacia delante y atrás, hasta tomar conciencia del movimiento de las articulaciones de las caderas y la pelvis, así como del movimiento de las articulaciones de las caderas y la pelvis, y del movimiento de las rodillas hacia atrás y delante. Ahora mueva el tronco en sentido circular, de manera tal que la coronilla describa un círculo, sostenida la cabeza por la colum na vertebral como por una barra. No tiene que hacer cambios en las posiciones relativas de las vértebras entre sí; la columna debe moverse como si estuviera sujeta a la silla por su extremo inferior, cerca del cóccix, y la cabeza en equilibrio sobre su extremo supe rior, mientras traza sus círculos igual que si la columna vertebral fuese la hipotenusa generatriz de un cono apoyado sobre su vérti ce. Invierta la dirección del movimiento y siga hasta que todos los
obstáculos que se le oponen desaparezcan y se torne continuo, fluido y suave.
El
n e x o d in á m ic o e n t r e estar , d e p ie y s e n t a d o
Hemos llegado al punto más importante de todos: el nexo diná mico que existe entre estar de pie y estar sentado. La mayor parte de las personas sienten que el cambio de posición de estar sentado a es tar de pie exige esfuerzo; sin darse cuenta, se preparan para ese es fuerzo contrayendo los músculos de la parte posterior del cuello, lo que lleva atrás la cabeza y apunta el mentón hacia arriba. Este es fuerzo muscular superfluo se origina en el deseo de tensar el pecho. Para el esfuerzo que harán las piernas principalmente con los exten sores de las rodillas, es decir, los músculos que las estiran. Después veremos que también este esfuerzo es superfluo. Todos esos mo vimientos indican la intención de erguirse mediante un vigoroso movimiento de la cabeza que arrastre tras ella todo el peso del tronco. En lo que concierne al control voluntario y al control reflejo an tiguo, según los hemos llamado, la interferencia reside en el hecho de que los pies hacen presión sobre el suelo, mediante un movi miento voluntario, antes de que el centro de gravedad del cuerpo se haya movido hacia delante sobre las plantas de los pies. Cuando el centro de gravedad se haya trasladado realmente hacia delante res pecto de los pies, en el sistema nervioso antiguo se originará un mo vimiento reflejo que enderezará las piernas, y ese movimiento auto mático no será sentido en modo alguno como esfuerzo. Por lo general, los. pies hacen presión conscientemente sobre el suelo demasiado pronto, antes de que el estímulo reflejo haya al canzado toda su magnitud. Como en los movimientos lentos pre valece el control voluntario, en este caso tiende a interferir en el control reflejo primitivo y a impedir que el movimiento se ejecute en la forma natural, orgánica y eficaz. Nuestro conocimiento debe discernir esa necesidad orgánica. Tal vez ese discernimiento sea el verdadero «conocimiento de sí mismo». La interferencia se desarrolla del siguiente modo. Cuando los pies, en esa tentativa por enderezar las piernas, presionan el suelo demasiado pronto, la pelvis es mantenida por la fuerza en su sitio y su parte superior incluso puede ser llevada ligeramente hacia atrás. Los músculos del estómago intentan el movimiento de le
vantar el cuerpo, lo cual tira la cabeza hacia delante y abajo. Pero si este movimiento no tiene suficiente fuerza como para levantar el peso de la pelvis sobre las piernas, tiesas en una posición inflexible e incapaces de doblarse en las articulaciones de las rodillas y los to billos, el cuerpo recaerá en la posición sentada. Esa imposibilidad de completar el movimiento puede observarse en las personas de edad o debilitadas, que se incorporan a medias y vuelven-a caer: no son lo bastante fuertes como para ejecutar los esfuerzos superfluos ya descritos y, además, el esfuerzo realmente necesario para incor porarse, por más que éste sea relativamente pequeño y esté al alcan ce incluso de ancianos o personas debilitadas. Mida sus errores y su mejoría Antes de sentarse, para iniciar el siguiente ejercicio, ponga bajo sus pies una balanza de baño. Después de ello usted se incorpora rá en la forma habitual. Cuando ponga los pies sobre la balanza, observará que la aguja se mueve hasta un punto que marcará apro ximadamente la cuarta parte de su peso como peso de sus piernas. Después póngase de pie y al hacerlo observe la aguja. Esta avanza rá hasta un punto situado mucho más allá del correspondiente a su peso, volverá a uno anterior, oscilará atrás y delante y finalmen te se detendrá en la cifra acertada. Cuando considere que su transieron de una postura a otra ha mejorado, verifíquelo de nuevo con la balanza. Si ahora el movi miento es correcto, la aguja avanzará gradualmente, acompañando poco a poco el movimiento, y no pasará más allá de la cifra que co rresponde a su peso. Esto demuestra que el movimiento ya no in cluye aceleración innecesaria alguna. Si trata de calcular cuánto es fuerzo desperdiciado se ahorra, comprobará además cuán poco esfuerzo le basta para ponerse de pie correctamente. Siéntese ahora en el borde delantero de la silla y deje que su cuerpo se balancee hacia atrás y delante con movimientos cada vez más amplios, pero sin súbito aumento del esfuerzo en punto algu no. Evite toda intención directa de incorporarse, pues de ello re sultará un retorno inadvertido a su manera habitual de hacerlo. Para ponerse de pie no hace falta, en realidad, ningún esfuerzo mayor que el que se efectúa en ese balanceo. ¿Cómo se hace? A continuación se presentan algunos recursos auxiliares; vale la pena probarlos todos aunque se tenga éxito con el primero.
1. Evite movilizar en forma consciente los músculos de las piernas Al balancearse hacia delante, piense en levantar las rodillas y los pies del suelo, de modo que la oscilación hacia delante no le haga contraer aquellos músculos del muslo cuya función es enderezarlas piernas. La contracción de esos músculos acentúa la presión de los pies contra el suelo. La pelvis abandonará la silla sin esfuerzo adi cional alguno y usted pasará de estar sentado a estar de pie. 2. Evite movilizar en forma consciente los músculos del cuello Durante la oscilación hacia atrás y delante, tome un puñado de pelo de la coronilla y estírelo suavemente hasta que quede en línea con la columna vertebral, tensado tan ligeramente que pueda sen tir si los músculos del cuello entran en tensión. Cuando al balan cearse usted hacia delante los músculos de la nuca no entran en tensión, no se aplica presión adicional por medio de los pies y, al cabo de unas pocas tentativas, el movimiento hacia delante pondrá el cuerpo de pie sin cambio alguno de la respiración, es decir, sin imponer al pecho ningún esfuerzo inútil. Repita el ejercicio tirándose del pelo con la mano izquierda. Por lo general el efecto varía de una mano a la otra. 3. Suspenda la intención de ponerse de pie El movimiento hacia delante debe continuarse hasta el punto en que se sienta un esfuerzo en las piernas y el aparato respirato rio, es decir, hasta aquel punto en que el movimiento rítmico se de tiene y el esfuerzo muscular aumenta. En este punto, incorporarse deja de ser una continuación del movimiento previo para conver tirse en un esfuerzo de tirón brusco. Suspenda todo movimiento adicional y quédese inmóvil en la posición: en que cesó el movi miento de balanceo. Suspenda la intención de incorporarse y de termine qué parte del cuerpo se relaja por efecto de ello. Allí esta ba el esfuerzo superfluo. Esto no es fácil de hacer; es preciso prestar mucha atención para detectar el esfuerzo inútil. Al cesar la inten ción de incorporarse, la posición inmóvil se toma inmediatamente tan cómoda como la de estar sentado y, a partir de allí, completar el movimiento que falta para ponerse de pie resulta tan fácil como sentarse de nuevo.
4. Movimientos rítmicos con las rodillas Sentado en el borde de la silla, apoye cómodamente los pies en el suelo, separándolos bastante. Empiece a mover sus rodillas acer cándolas y apartándolas hasta que el movimiento se tome rítmico, regular y fácil. Tómese una mecha de pelo de la coronilla y esti rándosela llévese usted mismo hasta la posición de pie sin inte rrumpir el movimiento de las rodillas. Si el cuerpo no está debida mente organizado el movimiento de las rodillas vacñará, así sea sólo por un momento; en caso contrario, usted tratará de alzarse en el preciso momento en que las rodillas se encuentran en alguna de las posiciones extremas de su movimiento, sea lo más distantes o lo más juntas. En cualquiera de esas posiciones, las rodillas pue den cesar de moverse sin que usted lo advierta. 5. Separe la acción de la intención Uno de los requisitos que deben cumplirse para mejorar la ac ción consiste en separarla de la intención, como el ejercicio si guiente, que a la vez ayuda a aprender y permite verificar la cuali dad de la acción ejecutada. Siéntese en una silla como antes, con el respaldo de otra silla enfrente de usted. Apoye las manos en ese respaldo y, en vez de pensar en ponerse de pie, piense en levantar, el asiento de su silla y al mismo tiempo en ponerse de pie. Cuando se haya incorporado, ponga las manos en el respaldo de la silla de enfrente y, en vez de pensar en sentarse, piense en bajar el asiento. Poner el asiento en la silla es un medio de sentarse, tal como le vantarlo es un medio de incorporarse. De esa forma su atención está centrada en el medio por el cual se ejecuta la acción, no en la intención de ejecutarla. Muchas personas son capaces de levantar se o sentarse de esta forma sin pensar en lo que están haciendo. Cuando la acción es efectuada correctamente, no hay diferencia si el ejecutor piensa en la intención o si piensa en el medio de llevar la a cabo. Cuando la acción es defectuosa, un observador puede decir inmediatamente cuál de las dos formas de pensar seguía el ejecutor durante el movimiento.
C o ncentrarse
e n l a m e t a p u e d e c a u s a r e x c e siv a t e n s ió n
Es fácil trasladar la atención del objetivo de una acción simple a los medios de ejecutarla y concentrarse en éstos. Si se trata de una acción compleja, cuanto más intenso sea el deseo de alcanzar su meta, mayor será la diferencia de ejecución según cuál de am bos modos de pensar se adopte. A menudo, un deseo demasiado intenso de alcanzar la meta, provoca tensión interna. Esta tensión no sólo obstaculiza el logro de lo que se desea; incluso puede poner en peligro la vida, como cuando una persona cruza la calle apurada por tomar a cualquier precio un vehículo y sin prestar atención a las inmediaciones.
Se p a r a n d o
e l o b je t iv o d e l m e d io se m e jo r a e l r e n d im ie n t o
En la mayor parte de los casos en que la acción se relaciona con un fuerte deseo, se puede mejorar su eficiencia separando la meta de los medios de lograrla. Un automovilista desesperado por llegar a destino, por ejemplo, viajará mejor si confía el volante a un buen conductor que no está desesperado por llegar a tiempo. Cuando tanto la acción como el logro de su objetivo dependen de la parte antigua del sistema nervioso —antigua en el sentido de su evolución—, sobre la que sólo tenemos control involuntario, el rendimiento puede tropezar con graves obstáculos. Entre esas ac ciones pueden contarse la actividad sexual, el acto de dormirse o la evacuación de los intestinos. La acción puede efectuarse como si la meta fuera el medio, y a veces como si el medio fuese la meta. Por lo tanto, conviene estudiar este problema cuando tanto la meta como los medios son simples, a fin de aplicar en el caso de ac ciones más importantes el entendimiento ganado de ese modo. La fuerza eficiente actúa en la dirección del movimiento Siéntese en el borde de una silla y coloque las puntas de los dedos de su mano derecha sobre la coronilla. El contacto debe ser lo bas tante leve como para que usted pueda detectar cambios de tensión en la parte posterior de su cuello. Suba y baje el mentón (moviendo para ello los músculos anteriores y posteriores del cuello) y observe si las puntas de sus dedos registran el movimiento de la cabeza.
Aumente el movimiento de su cabeza hacia delante y arriba mo viendo las articulaciones de las caderas hasta que el asiento se levan te de la silla y usted se encuentre de pie, pero sin intensificar súbita mente el esfuerzo de las piernas en ninguna etapa del movimiento. Advertirá que el control del movimiento por las puntas de los dedos y la suave acción hacia arriba hasta ponerse de pie han or ganizado los músculos del pecho en forma tal que las costillas y el pecho cuelgan de la columna vertebral y los músculos no los po nen rígidos. Para que sea la columna vertebral la que cargue, él peso del pe cho y se respire libremente durante todo ese movimiento, el es fuerzo délos músculos délas articulaciones délas caderas debe di rigirse de tal modo que la fuerza resultante pase por la columna vertebral misma. No deben desarrollarse fuerzas parasitarias que modifiquen el ángulo de la cabeza y las vértebras del cuello o pro voquen una incurvación de la columna vertebral. Para que este movimiento llegue a tornarse preciso y eficiente, debe intensificarse, mediante la ejercitación, la sensación de sol tura y energía, hasta que se abandone espontáneamente todo in tento de prepararse para el esfuerzo conteniendo la respiración o tensando el pecho. La tendencia a contener el aliento es instinti va y forma parte de un intento por impedir la aparición de esfuer zos de corte, es decir, fuerzas que tienden a trasladar las vértebras en sentido horizontal, sacándolas de la línea vertical de la columna vertebral, constituida por ellas.
La im p o s ib ilid a d
d e e le g ir c o n v ie r t e l a t e n s ió n e n h á b ito
En la medida en que invierte esfuerzo innecesario en una acción, el hombre debe erigir defensas, prepararse para un gran esfuerzo que no es cómodo, agradable ni conveniente. La imposibilidad de elegir entre efectuar un esfuerzo y no efectuarlo convierte aquella acción en hábito, y con el tiempo nada parece más natural que aquello a lo cual uno sé ha habituado, aunque se oponga a toda razón o necesidad. El hábito facilita la persistencia en una acción, y en general es muy valioso por esa causa. Sin embargo, a menudo nos dejamos llevar demasiado por el hábito, hasta que la autocrítica es silencia da y nuestra capacidad de discernir disminuye, lo que poco a poco nos convierte en máquinas que actúan sin pensar.
Lección 2 ¿QUÉ ACCIÓN ES BUENA?
La
a c c ió n
EFICAZ m e jo r a
e l c u e r p o y su c a p a c id a d
para actuar
La eficacia dé una acción se juzga ante todo por el simple cri terio de si alcanza o no su propósito. Sin embargo, esa prueba no basta. Además, la acción debe mejorar un cuerpo vivo y en desa rrollo por lo menos lo suficiente como para que, en la siguiente oportunidad, la acción sea más eficaz. Por ejemplo, se puede ajus tar un tomillo mediante un cuchillo de cocina, pero tanto el cu chillo como el tornillo quedarán averiados. El cuerpo humano es capaz de efectuar movimientos y acciones de tan distintos tipos, que resultaría difícil definir en forma breve cuáles son eficaces, y toda definición en tal sentido simplificaría en exceso. Sin embar go, intentaremos poner en claro en qué consiste una acción bien ejecutada.
La
c a r a c t er íst ic a d e l m o v im ie n t o v o l u n t a r io e s l a r e v e r s ib il id a d
Todos convendremos en que si sólo se trata de mover una mano de derecha a izquierda y de vuelta a la derecha, a -una velocidad in termedia, el movimiento será satisfactorio si podemos interrumpir lo y revertirlo en cualquier punto, para retomar la dirección inicial, o resolvemos a iniciar en vez de ése cualquier otro movimiento.
Esa cualidad es inherente al tipo simple de movimiento des crito, aunque no nos demos cuenta de ello, y se la encuentra en to dos los movimientos deliberados y conscientes. La denominaremos «reversibilidad». Un leve golpe en el tendón situado exactamente por debajo de la rótula provoca en la pierna un estiramiento pura mente reflejo, es decir, un movimiento que no podemos detener, invertir ni modificar. Lo mismo sucede con los movimientos clóni cos, los estremecimientos o los espasmos. Ninguno de ellos es re versible porque son involuntarios.
LOS MOVIMIENTOS ÁGILES Y FÁCILES SON LOS MEJORES
Al considerar las maneras de levantarse de una silla, vimos que hay buen movimiento deliberado cuando no existe conflicto entre el control voluntario y la reacción automática del cuerpo ante la gravedad, cuando ambos se combinan y se ayudan entre sí para cumplir una acción que parece dictada por un solo centro. Por lo general, el control voluntario es eficaz con los movimientos relati vamente lentos, siempre que el movimiento no ponga en peligro el cuerpo o provoque tal dolor que la reacción automática asuma el control, haciendo a un lado la decisión voluntaria. También vimos que el movimiento simple de la mano era bue no, sin conocimiento previo alguno de lo que constituye un buen movimiento. Como regla general, los movimientos ágiles y fácñes son los mejores. Es importante aprender a convertir los movi mientos difíciles en buenos, es decir, en movimientos que en pri mer término son eficaces, pero además son suaves y fáciles.
E v it a r
d if ic u l t a d e s e st a b l e c e n o r m a s d e c o n d u c t a
Por regla general, el ser humano deja de desarrollar o mejorar su capacidad para ajustarse a las circunstancias alrededor de los 13 o 14 años. Las actividades cerebrales, emocionales y corporales que a esa edad todavía son imposibles o difíciles quedarán perma nentemente más allá de los límites de lo habitual. Como conse cuencia, la capacidad del hombre es mucho más limitada de lo que tendría que ser. Por lo común, esas limitaciones se imponen por sí mismas al
individuo como consecuencia de dificultades surgidas en el proce so de desarrollo fisiológico o social. Cuando el individuo experi menta repetidas veces una dificultad, por lo común abandona la actividad que le resulta difícil dominar, en la que no tiene éxito o que le ha sido desagradable de algún modo. Establece una norma para sí mismo, diciéndose, por ejemplo: «No puedo aprender a bailar», o bien: «No soy sociable por naturaleza», o esto: «Nunca entenderé las matemáticas». Los límites que se fija a sí mismo no sólo detendrán su desarrollo en las esferas que ha resuelto aban donar, sino también en otras, y pueden-incluso influir sobre toda su personalidad. La sensación de que algo es «demasiado difícil» se propagará a otras actividades hasta incluirlas. Es difícil estimar con exactitud la importancia que tienen para el individuo las cualidades de que ca rece y las cosas que, por lo tanto, nunca intenta, incurriendo así, sin saberlo, en pérdidas incalculables.
El p e r f e c c i o n a m i e n t o
n o t ie n e lím ite s
El hombre que estaba habituado a leer a la luz de una antorcha o una lámpara de aceite pensó que la vela de cera era la última pa labra y no prestó mayor atención al humo, el hollín o el olor que despedía. Cuando consideramos el posterior desarrollo de la ilu minación artificial, comprendemos que al fijar límites sólo nos ba samos en la ignorancia. Cada vez que ampliamos los confines de nuestro conocimiento, aumentan nuestra sensibilidad y la preci sión de nuestras acciones y se expanden los límites de lo que con sideramos normal. Cuanto más avance un individuo en su desarrollo más fácil le resultará la acción, facilidad que es sinónimo de organización ar moniosa de los sentidos y los músculos. Cuando la actividad está exenta, de tensión y esfuerzo superfino, la facilidad resultante de ello da margen libre para una sensibilidad mayor y una discrimi nación más aguda, que a su vez facilitan más aún la acción. Ahora será capaz de reconocer el esfuerzo innecesario incluso en accio nes que antes le parecían fáciles. Al refinarse más aún, esta sensi bilidad para la acción se tornará cada vez más delicada hasta al canzar cierto nivel. Para superar este límite, es preciso perfeccionar la organización de toda la personalidad. Empero, a esta altura del
proceso, los nuevos avances no se consumarán lenta y gradual mente, sino mediante súbitos pasos hacia delante. La facilidad de acción se ha desarrollado hasta convertirse en una cualidad nueva, que abre nuevos horizontes. Supongamos que un actor, locutor o maestro que ha sufrido de ronquera empieza a estudiar maneras de mejorar su habla a fin de liberarse del problema. Al principio intentará localizar el exceso de esfuerzo en su aparato respiratorio y su garganta. Cuando haya aprendido a disminuir el gasto de esfuerzo y a hablar más fácil mente, advertirá con sorpresa que además ha estado haciendo un trabajo innecesario con los músculos de su maxilar inferior y su lengua, trabajo del que antes no tenía conciencia y que contribuía a su ronquera. Así, la facilidad lograda en un campo posibilita una observación más estrecha y exacta de lo que sucede en otros que tienen relación con aquél. Cuando siga ejercitándose en sus nuevas aptitudes y utilice sin esfuerzo los músculos de su lengua y su maxilar inferior, esa perso na descubrirá que sólo había utilizado la parte posterior de la boca y la garganta para producir su voz, y no la parte delantera de la boca. Ello le suponía mayor esfuerzo para respirar, porque necesi taba mayor presión de aire para forzar la voz a través de la boca. Cuando aprende a emplear también la parte delantera de la boca el habla se le toma mucho más fácil, y entonces comprueba que ade más ha mejorado el uso de los músculos del pecho y el diafragma. Entonces descubrirá, para gran sorpresa suya, que la interfe rencia en los músculos del pecho, el diafragma y la parte delantera de la boca se debía a una tensión continua de los músculos de la nuca y el cuello, que forzaba su cabeza y su mentón hacia delante y alteraba la respiración y los órganos del habla. Esto lo llevará a otras comprobaciones relacionadas con su manera de mantenerse derecho y de moverse. Esto significa que en el hablar correcto interviene el total de la personalidad. Pero la historia no termina en estos descubrimien tos, en los perfeccionamientos que se derivan de ellos y en la faci lidad de acción resultante. Además, ese hombre descubre que su voz, limitada antes a una sola octava, puede alcanzar ahora tonos mucho más altos y más bajos. Descubre en su voz una cualidad en teramente nueva y se da cuenta de que puede cantar. También esto abre nuevas posibilidades y le revela aptitudes con las que antes ni siquiera hubiese soñado.
U sa r
l o s m ú s c u l o s g r a n d e s para , e l t r a b a jo p e s a d o
Para que el movimiento sea eficaz, el trabajo pesado de mover el cuerpo debe ser transferido a los músculos más capaces de ha cerlo. Si observamos cuidadosamente, veremos que los músculos más grandes y fuertes son los conectados con la pelvis. La mayor parte del trabajo la ejecutan esos músculos, en particular los de las nal gas, los muslos y el abdomen. A medida que nos alejamos del cen tro de gravedad del cuerpo en dirección a las extremidades, los músculos se tornan cada vez más delgados. Los músculos de los miembros están construidos de manera que puedan dirigir sus mo vimientos con exactitud; a la vez, la mayor parte de la potencia de los músculos pelvianos es conducida por los huesos de las extre midades hasta el punto donde debe ejercerse. En un cuerpo bien organizado, el trabajo que hacen los gran des músculos es llevado por músculos más débiles hasta su destino final, por intermedio de los huesos, pero sin que pierda en el ca mino gran parte de su energía.
L as
fu er za s q u e t r a b a ja n e n á n g u l o r e s p e c t o d e l tr a y e c t o p r in c ip a l c a u s a n d a ñ o
En condiciones ideales, el trabajo realizado por el cuerpo pasa longitudinalmente por la columna vertebral y los huesos de las ex tremidades, es decir, en una dirección que se parece tanto como es posible a la línea recta. Si el cuerpo forma ángulos respecto de la principal línea de acción, parte del esfuerzo efectuado por los músculos pelvianos no llegará al punto a donde se dirigía; además, los ligamentos y articulaciones sufrirán daños. Por ejemplo, si em pujamos algo con una mano y el brazo completamente extendido, la fuerza de los músculos pelvianos actuará directamente a lo largo del brazo y de la mano. En cambio, si el brazo está doblado en án gulo recto en el codo, la fuerza ejercida por la mano no podrá ser superior a la del antebrazo solo. La acción se toma difícil e incómo da, porque la fuerza de los grandes músculos no puede resultar útil, ya que es absorbida casi totalmente por el cuerpo. Cuando la estructura del esqueleto no logra transmitir la fuer za de los grandes músculos pelvianos por intermedio de los hue
sos, resulta muy difícil-abstenerse de tensar el pecho para permitir que los músculos direccionales hagan por lo menos parte del tra bajo que debería ser hecho con facilidad por los músculos pel vianos. La buena organización corporal posibilita ejecutar la ma yoría de las acciones normales sin sensación alguna de esfuerzo o tensión.
D
e sa r r o l l a r tr a y e c t o s d e a c c ió n id e a l e s
El trayecto de acción ideal del esqueleto al pasar de una posi ción a otra —por ejemplo, de sentado a de pie o de acostado a sen tado— es aquel que seguiría si no tuviera músculo alguno, es decir, si los huesos estuviesen conectados sólo por ligamentos. Para al zarse del suelo según el trayecto más corto y eficiente, el cuerpo debe hallarse organizado de modo tal que los huesos sigan los tra yectos que seguirían en un esqueleto sobre cuya cabeza se ejerciera tracción. Si siguen esos caminos, el esfuerzo muscular se transmi tirá a lo largo de los huesos y todo el esfuerzo de los músculos pel vianos sé transformará en trabajo útil.
ALGUNAS PROPIEDADES FUNDAMENTALES DEL MOVIMIENTO
En esta lección aprenderá a reconocer algunas de las propieda des fundamentales de los mecanismos de control de los músculos voluntarios. Comprobará que para modificar el tono fundamental de los músculos, es decir, el estado de contracción en que se en cuentran antes de ser activados por la voluntad, son suficientes al rededor de 30 movimientos lentos, livianos y cortos. Una vez efec tuado, el cambio de tono se propagará a toda la mitad del cuerpo que contiene la parte en que se inició el trabajo. Una acción se tor na fácil de ejecutar y el movimiento se vuelve liviano cuando los poderosos músculos del centro del cuerpo hacen la mayor parte del trabajo y las extremidades se limitan a dirigir los huesos hacia el punto de destino del esfuerzo. Indague el estado de su cuerpo Tiéndase de espaldas. Separe cómodamente las piernas. Ex tienda los brazos hacia arriba, un poco separados, de manera tal que el izquierdo esté más o menos en línea recta con la pierna de recha y el derecho lo esté con la izquierda. Cierre los ojos y trate de verificar las partes de su cuerpo que están en contacto con el suelo. Preste atención a la forma en que los talones yacen sobre el suelo; observe si la presión sobre ambos es igual y si el contacto con el suelo se produce exactamente en el mismo punto en los dos talones. Examine en la misma forma el contacto que hacen con el suelo los músculos de las pantorrillas, la
parte posterior de las rodillas, las articulaciones de las caderas, las costillas flotantes, las costillas superiores y los omóplatos. Fíjese en las distancias a que están los hombros, los codos y las muñecas res pecto del suelo. Unos pocos minutos de estudio le revelarán que en los hom bros, los codos, las costillas y demás, hay considerables diferencias entre ambos lados del cuerpo. Muchas personas comprobarán que, en esta posición, los codos no tocan el suelo, sino que están suspendidos en el espacio. Los brazos no se apoyan en el suelo y se torna difícil mantenerlos en esa posición hasta concluir el examen.
D
e sc u b r a , e l t r a b a jo l a t e n t e d e l o s m ú sc u l o s
Tenemos un cóccix, un sacro, cinco vértebras lumbares, doce dorsales y siete cervicales. ¿En qué vértebras de la región pelviana se ejerce mayor presión? ¿Tocan el suelo todas las vértebras lum bares (las de la cintura)? De no ser así, ¿qué es lo que las eleva res pecto del suelo? ¿Sobre cuál de las vértebras dorsales (las de la es palda) se ejerce mayor presión? Al iniciar esta lección, la mayor parte de las personas comprobarán que dos o tres de las vértebras tienen evidente contacto con el suelo, en tanto que las otras for man arcos entre sí. Ello resulta sorprendente, pues nuestro propó sito era descansar tendidos en el suelo, sin hacer esfuerzo ni mo vimiento alguno, de modo que, en teoría, cada una de las vértebras y las costillas debería descender hasta el suelo y tocarlo por lo me nos en un punto. Un esqueleto sin músculos yacería ciertamente así. Se diría, en consecuencia, que los músculos, sin que nos demos cuenta, elevan las partes del cuerpo donde se insertan. Es imposible estirar toda la columna vertebral sobre el suelo sin ejercer un esfuerzo consciente sobre varias de sus secciones. No bien se relaja ese esfuerzo consciente, las secciones afectadas volverán a subir y a separarse del suelo. Para apoyar toda la co lumna vertebral en el suelo debemos suspender el trabajo que los músculos hacen sin que nos demos cuenta. ¿Cómo lograrlo si el es fuerzo deliberado o consciente no tiene éxito? Deberemos inten tar un método indirecto.
Un nuevo punto de partida para cada movimiento Tiéndase otra vez y estire sus brazos y piernas como antes. Es probable que por lo menos los dorsos de sus manos toquen ahora el suelo y tal vez lo hagan además sus codos y brazos (parte supe rior, entre los codos y los hombros). Eleve ahora el brazo derecho (parte superior), moviendo sólo el hombro., hasta que el dorso de la mano deje de tocar el suelo; tiene que ser un movimiento lento e infinitamente pequeño. Deje caer el brazo hasta que se apoye de nuevo. Súbalo otra vez hasta que el dorso de la mano pierda con tacto con el suelo. Repita esto de 20 a 25 veces. Cada vez que suba y baje el brazo efectúe una pausa completa, detenga toda acción, de modo que el movimiento siguiente constituya una acción total mente nueva y separada. Coordinación de respiración y movimiento Si presta cuidadosa atención, advertirá que, al estirarse el bra zo antes de ser elevado, el dorso de su mano se arrastra un poco por el suelo. Después de repetir el movimiento cierto número de veces, comprobará que se coordina con el ritmo respiratorio. Veri ficará que la elevación y el estiramiento del brazo coinciden exac tamente con el instante en que el aire empieza a ser expulsado de los pulmones. Efectúe una pausa y observe Al cabo de los 25 movimientos, Reve lentamente los brazos a los costados del cuerpo. Asegúrese de hacerlo por etapas, pues un movimiento rápido provocará probablemente dolor en el hombro que ha trabajado. Doble las rodillas y descanse un instante. Mien tras descansa, observe la diferencia que existirá ahora entre los la dos derecho e izquierdo de su cuerpo. Movimiento lento y gradual Ahora dése la vuelta y tiéndase sobre el estómago, con los bra zos y las piernas separados como antes. Suba lentamente su codo derecho desde el hombro hasta que se separe del suelo (ahora la m'ano no se levantará necesariamente) y luego deje que baje de nuevo.
Para efectuar este movimiento en la forma descrita, los brazos deben ser estirados cómodamente sobre la cabeza, es decir, en for ma tal que la distancia entre las manos sea menor que entre los co dos y éstos se encuentren ligeramente doblados. Siga alzando el codo en el mismo instante en que empieza a expeler el aire de sus pulmones. Repítalo por lo menos 20 veces. Si el movimiento es lento y gradual, como debe ser, comprobará que el codo ahora «se arrastra» con el brazo, es decir, se estira un poco antes de empezar a elevarse del suelo. A medida que el codo comience a subir lo suficiente para arrastrar la muñeca consigo, también la mano empezará a elevarse respecto del suelo. Eliminar el esfuerzo superfluo Cuando un hombre, en esta posición, alza su muñeca, es im probable que la mano cuelgue relajada. Sin darse cuenta, la mayo ría de las personas tensan los extensores (los músculos del lado ex terno del antebrazo) de la mano, y ésta se eleva hasta que el dorso y el antebrazo quedan en ángulo. Poco a poco, si se presta aten ción, es posible eliminar ese esfuerzo muscular inútil e involun tario. Para lograrlo, debemos relajar los músculos del antebrazo, no sólo los de los dedos. Cuando la relajación sea completa la mano caerá y se formará un ángulo entre su palma y la cara interna del antebrazo. Si entonces se eleva el codo, la mano colgará relajada. Utilice los músculos de la espalda Continúe ese movimiento y alce el brazo entero, con el codo y la mano, hasta sentir que para hacerlo ya no necesita esfuerzo mus cular alguno de esa parte y que el único esfuerzo se efectúa en la región del hombro. Para facilitar que los hombros se eleven res pecto, del suelo, deberá poner en acción los músculos de la espal da. Entonces el hombro se levantará del suelo junto con el omó plato y la porción superior derecha del tórax. Tiéndase otra vez de espaldas, descanse y observe en qué dis tinta forma los hombros, el tórax y los brazos toman contacto aho ra con el suelo a derecha e izquierda.
Acción simultánea Estire los brazos por encima de la cabeza, con las manos sepa radas. Estire las piernas, con los pies separados. Muy lentamente, eleve la pierna y el brazo derechos. El movimiento debe ser muy pequeño, suficiente para levantar apenas el dorso de la mano y el talón respecto del suelo. Preste atención para establecer si la mano y el pie vuelven a posarse sobre el suelo exactamente al mismo tiempo, o uno después del otro. Cuando haya averiguado cuál de ellos llega antes al suelo descubrirá que,-además, esa extremidad se levanta antes que la otra. No es fácil alcanzar una simultaneidad absoluta de acción en este movimiento. Por lo general siempre ha brá una pequeña diferencia entre el movimiento del brazo y el de la pierna. Para alcanzar mayor exactitud, eleve el brazo en el mismo ins tante en que deja de inhalar aire. Después levante la pierna cuan do empieza a exhalarlo. Finalmente, mueva brazo y pierna al ex halarlo. Esto mejora la coordinación entre ambas extremidades. Sentir el alargamiento de la columna vertebral Ahora eleve alternativamente el brazo y la pierna. Observe si al levantar sólo la pierna, sin el brazo, las vértebras lumbares se ele van un poco respecto del suelo, y si el movimiento de esas vérte bras es afectado de alguna manera cuando se alza el brazo junto con la pierna. Las vértebras lumbares se levantan respecto del suelo porque la pierna es alzada por músculos que se insertan en la parte delan tera de la pelvis. También los músculos de la espalda intervienen en la elevación de esas vértebras. El trabajo que hacen estos múscu los de la espalda, ¿es necesario o superfluo? Doble la pierna hacia la derecha; es decir, haga girar la articu lación de la cadera, la rodilla y el pie hacia la derecha. A continua ción; muy lentamente levante la pierna en esa posición y observecómo la distinta posición de la pierna influye sobre el movimiento de las vértebras situadas a la altura de la cadera. Poco a poco se tornará patente que si elevan simultáneamente pierna y brazo en el momento en que se empieza a expulsar el aire de los pulmones, ese trabajo es ejecutado en forma coordinada por los músculos del es tómago y el pecho. Las vértebras lumbares ya no suben sino que,
por el contrario, son oprimidas contra el suelo. Elevar brazo y pierna se torna más fácil y se tiene la sensación de que, en este pro ceso, el cuerpo se alarga. Esta sensación de alargamiento de la co lumna vertebral acompaña la mayor parte de las acciones ejecuta das correctamente.
LOS ESFUERZOS INNECESARIOS ACORTAN EL CUERPO
En casi todos los casos, el exceso de tensión remanente en los músculos provoca el acortamiento de la columna vertebral. Cuan do la acción es acompañada por esfuerzo innecesario, éste tiende a acortar el cuerpo. Toda vez que se prevé que una acción será difi cultosa, el cuerpo se contrae como para protegerse contra esa di ficultad. Es precisamente este refuerzo del cuerpo lo que exige el esfuerzo superfluo e impide que el cuerpo se organice correcta mente para la acción. La capacidad corporal debe ser ampliada mediante el estudio y la comprensión, antes que por el esfuerzo obstinado y las tentativas de proteger el cuerpo. Por añadidura, esa autoprotección y ese esfuerzo superfluo que se agrega a la acción expresan falta de confianza del individuo en sí mismo. No bien una persona tiene conciencia de que exigirá a sus facultades más de lo habitual, efectúa un esfuerzo de volun tad mayor a fin de preparar su cuerpo para la acción; en realidad, lo que hace es imponerse a sí misma un esfuerzo superfluo. El acto resultante de esa tentativa por reforzar el cuerpo nunca será gra cioso ni estimulante, ni despertará en el individuo deseo de re petirlo. Si bien se puede alcanzar la meta de esta forma tortuosa, el precio que se paga por ella es superior a lo que parece a prime ra vista. Descanse un instante y observe el cambio operado en el con tacto de la pelvis con el suelo, así como la diferencia entre los cos tados izquierdo y derecho del cuerpo. ¿Qué es más cómodo? Ruede sobre sí mismo hasta yacer de estómago y estire los bra zos por encima de la cabeza, muy separados. Abra las piernas y le vante con lentitud, al mismo tiempo, el brazo derecho y la pierna
del mismo lado. Cuando se disponga a alzar las extremidades, ob serve la posición de su cabeza. ¿Mira hacia la derecha o hacia la iz quierda, o está contra el suelo? Trate de levantar brazo y pierna al respirar. Hágalo varias veces, primero con la mejilla derecha con tra el suelo, es decir, mirando hacia la izquierda. Repítalo después con la frente apoyada en el suelo y, finalmente, con la mejilla iz quierda en el suelo. Compare ahora la cantidad de esfuerzo exigida en las tres po siciones y decida en cuál es más fácil efectuar el movimiento. En un cuerpo más o menos bien organizado, la posición más cómoda habrá sido con la mejilla izquierda en el suelo. Repita el movi miento unas 25 veces y advierta cómo se toma cada vez más evi dente que la presión del cuerpo sobre el suelo se traslada hacia el lado izquierdo del estómago, entre el pecho y la pelvis. Siempre sobre el estómago, siga alzando brazo y pierna dere chos como antes, pero ahora, en cada movimiento, alce también la cabeza, siguiendo con los ojos el movimiento de la mano. Después de 25 movimientos, vuélvase sobre la espalda y descanse. A conti nuación repita el movimiento como antes, alzando a la vez brazo, pierna y cabeza. Observe la forma en que su cuerpo yace sobre el suelo; será distinta de lo que era antes del ejercicio. Identifique por separado qué zonas del cuerpo están ahora en contacto con el suelo. Determine con exactitud en qué punto es mayor la presión. Repi ta el movimiento 25 veces y deténgase. ¿Qué ojo está más abierto? Póngase de pie, camine un poco y verifique las diferencias de sensación en los costados derecho e izquierdo de su cuerpo, en el peso y la longitud aparentes de los brazos y en la longitud de las piernas. Examine su rostro en el espejo: fíjese en qué lado de.su cara parece más fresco, dónde están menos marcados los pliegues y las arrugas y cuál de los dos ojos está más abierto. ¿Qué ojo es? Trate de recordar si notó, en las verificaciones efectuadas al término de cada serie de movimientos anteriores, que un brazo y una pierna parecían progresivamente más largos que las extremi dades del lado opuesto. No trate de superar la sensación de dife rencia entre ambos lados del cuerpo; al contrario, permítale per sistir y obsérvela hasta que disminuya y por fin desaparezca. Si no surge un hecho que interrumpa la atención, tal como un contra
tiempo o un alto grado de tensión, la diferencia seguirá siendo perceptible durante muchas horas, o por lo menos durante varías. Durante ese lapso, observé qué lado de su cuerpo funciona mejor y de qué lado los movimientos son más suaves. Trabaje sobre el lado izquierdo Repita todos los movimientos detallados en esta lección, pero esta vez sobre el lado izquierdo de su cuerpo. Movimiento diagonal Cuando haya concluido con los movimientos del lado izquier do, levante muy, muy lentamente el brazo derecho y la pierna iz quierda a la vez, y repítalo 25 veces. Observe los cambios operados en las posiciones relativas de las vértebras y las costillas y tome nota de que las partes de la espalda sobre las cuales se apoya aho ra el cuerpo difieren bastante de aquellas que identificó después de levantar a la vez las extremidades correspondientes a un mismo lado. Después de un corto descanso, levante el brazo izquierdo y la pierna derecha al mismo tiempo 25 veces, y después descanse. A continuación, levante los cuatro miembros y la cabeza al mismo tiempo que expulsa el aire de los pulmones. Después de descansar, levante sólo las extremidades, con la cabeza apoyada en el suelo. Repita estas combinaciones de movimientos tendido sobre el estómago. Finalmente, tiéndase de espaldas y observe qué zonas tienen ahora contacto con el suelo, desde los talones hacia la cabeza, como lo hizo al comenzar la lección. Tome nota de los cambios que se han producido, particularmente a lo largo de la columna ver tebral.
DIFERENCIACIÓN DE LAS PARTES Y LAS FUNCIONES EN LA RESPIRACIÓN
Ahora aprenderá a reconocer qué movimientos de las costillas, el diafragma y el abdomen configuran la respiración. Para respirar con profundidad y facilidad, es preciso que esos movimientos es tén correctamente ajustados. Podrá reconocer la diferencia de lon gitud entre los períodos de inhalar y exhalar y comprenderá cómo el proceso de respirar se ajusta por sí mismo a la posición del cuer po respecto de la gravedad. Las costillas inferiores se mueven más que las superiores y contribuyen más a la respiración. Finalmente, comprobará que la respiración se torna más fácil y rítmica cuando el cuerpo se mantiene erguido sin esfuerzo consciente, es decir, cuando todo su peso es sostenido por la estructura esquelética. Volumen del pecho y respiración Tiéndase de espaldas; estire las piernas, con los pies separados, y doble las rodillas. Las plantas de los pies se apoyarán ahora en el suelo como cuando se encuentra de pie, con los pies separados. Junte y separe varias veces las rodillas, hasta que cada una de ellas quede en el plano que pasa por su pie respectivo, a lo largo de una línea imaginaria que parte del centro del talón y pasa entre el dedo gordo y el contiguo. Para mantener las rodillas en posición no hace falta esfuerzo muscular. Inhale hasta llenar sus pulmones, dilatando su pecho tanto como pueda sin sentir molestia. Muchas personas, al respirar, no dejan que su esternón se mueva en relación con la columna verte
bral. En vez de aumentar el volumen del pecho de acuerdo con su estructura, ahuecan la espalda, es decir, elevan del suelo todo el tó rax, con inclusión de la parte inferior de la espalda, de modo que su volumen interno sólo es aumentado por el movimiento de las costillas flotantes. Determine si su columna vertebral se apoya en el suelo a lo lar go de toda la caja torácica al expandirse ésta y alejarse el esternón de aquélla. No intente forzar la columna vertebral hacia abajo: no haga esfuerzo alguno. Limítese a llenar los pulmones de aire, ob serve el ascenso del pecho y establezca si la columna vertebral se apoya al mismo tiempo contra el suelo. Detenga el movimiento. Espere hasta tener necesidad de respi rar, y repítalo. Hágalo varias veces. Movimientos respiratorios sin respiración Cuando lo haya hecho y el movimiento se haya tomado paten te, trate de elevar el pecho como antes, pero sin respirar. O sea, efectúe con el pecho los movimientos respiratorios, pero sin inha lar ni exhalar aire. Repítalo varias veces hasta que sienta de nuevo necesidad de respirar. Llénese los pulmones y repita los movi mientos del pecho. Deténgase y descanse, y después de repetir cin co y seis veces esta serie de movimientos observe su respiración. ¿En qué sentido ha cambiado desde que inició el ejercicio? Aumentar el volumen del abdomen inferior Con los codos en el suelo, coloqúese las puntas de los dedos so bre el abdomen. Espere hasta que sus pulmones se llenen de aire. Comprima su pecho como para expeler el aire, pero contenga el aliento: no exhale. La creciente presión del aire elevará la presión interna del abdomen, que podrá dirigirse hacia abajo, en dirección al esfínter anal. Al ser forzado el aire más allá del ombligo, la par te inferior del estómago se hinchará como una pelota de fútbol. Observe sus manos: al hincharse el estómago, subirán y se apartarán de los costados. En los contenidos casi líquidos del abdomen, la presión se dis tribuye por sí sola igualmente en todas las direcciones. Sin embar go, en este ejercicio muchas personas no logran al principio ex pandir su estómago en todas las direcciones a menos que tengan
espalda y caderas fuertes y bien desarrolladas. En vez de ello, ten san los músculos de la espalda en las inmediaciones de las caderas, hasta que la columna vertebral se eleva del suelo a la altura de éstas. En consecuencia, es preciso esforzarse por crear en el estómago una presión igual en todas las direcciones, incluso hacia atrás, es decir, en dirección al suelo. Cuando se logra esto, se comprueba que la acción de empujar el estómago hacia fuera o delante expul sa el aire de los pulmones. Espere a que los pulmones vuelvan a lle narse y entonces expulse de ellos el aire echando el estómago ade lante y expandiéndolo en todos los sentidos hasta sentir que las partes carnosas de las caderas presionan contra el suelo. Descanse y observe los cambios operados en la cualidad de su movimiento respiratorio. Movimientos de vaivén del diafragma Llene los pulmones de aire y contenga el aliento: no inhale ni exhale. A continuación, contraiga el pecho y expanda el estómago, y repita esos movimientos alternados tanto como pueda sin inhalar ni exhalar. Es bastante fácil ejecutar cinco o seis movimientos al ternativos como éstos con el pecho y el estómago, como si fueran los platillos de una balanza: uno sube cuando el otro baja. Repita todo el ejercicio cinco o seis veces. Inténtelo después de nuevo con la mayor rapidez que le sea posible sin sentirse incómo do. Cuando los movimientos de pecho y estómago lleguen a alter narse con suficiente rapidez, será posible distinguir un movimien to, e incluso un sonido de.gargarismo, en algún punto situado entre las costillas y el ombligo. Allí hay algo que cambia de posi ción y presiona alternativamente hacia arriba, en dirección a la ca beza, y hacia abajo, en dirección a los pies. Es el movimiento del dia fragma. En condiciones habituales no tenemos conciencia del .diafragma. Sin embargo, este ejercicio nos permite identificar indi rectamente su posición en el cuerpo, aunque no conozcamos con exactitud su ubicación anatómica. Respiración normal Tendido de espaldas, estire brazos y piernas, con los pies sepa rados. Repita los movimientos alternados de pecho y estómago sin modificar su ritmo respiratorio habitual. Los movimientos alterna
dos de pecho y estómago pueden efectuarse mientras contiene el aliento. En esta forma es posible distinguir entre aquellos movi mientos esenciales para la respiración y aquellos que, siendo su perítaos, la acompañan. Repita el movimiento 25 veces. Después de descansar un ins tante, vuélvase sobre el estómago, estire los brazos por sobre la ca beza, con las manos separadas, y estire las piernas, con los pies también separados, y repita el movimiento anterior.
La
c o l u m n a ver t e br a l
RIGUROSAMENTE SIMÉTRICA NO EXISTE
Es raro encontrar una columna vertebral verdaderamente si métrica. En la mayor parte de los casos, el plano de los hombros y el pecho está torcido respecto del plano de la pelvis y, como con secuencia, todos los movimientos son más fáciles con un lado del cuerpo que con el otro. En los primeros años, cuando el niño tien de a efectuar gran variedad de movimientos al azar, aquel hecho no tiene importancia alguna. En la edad madura, en cambio, la gente tiende a repetir un limitado número de movimientos —a ve ces durante horas— en desmedro de otros. El cuerpo tiende en tonces a acostumbrarse a ese menor número de movimientos, la es tructura esquelética se ajusta a ellos, se producen cambios y la postura se deforma. Sentir la parte media Es importante observar si el pecho, cuando se lo hace sobresa lir, toca el suelo en primer término con la línea media del esternón y si el estómago, a su vez, toca el suelo con su parte media. No es cosa fácil, pues nuestra capacidad para identificar tales partes está poco desarrollada. Una persona puede creer que su cuerpo se apoya simétricamente en el suelo, y un observador darse cuenta con claridad de que no es así. Sin embargo, debe intentarse aquella prueba varias veces. Continúe con el ejercicio, pero con una diferencia: al sacar el pecho deje que al lado izquierdo presione más sobre el suelo, y al sacar el estómago, deje que primero toque el suelo el lado derecho. Toda la espalda se moverá ahora oblicuamente, desde la arti culación derecha de las caderas, en dirección al hombro izquierdo.
Después de 25 movimientos como éste repita el ejercicio anterior, tratando de apoyar en el suelo las partes medias del pecho y el es tómago, y observe el cambio que se ha producido en su sensación del punto donde se encuentra esa parte. Efectúe a continuación otros 25 movimientos en sentido opuesto, apoyando el lado iz quierdo del estómago y el lado derecho del pecho. Una vez efec tuado esto, trate de apoyar en cada movimiento las porciones cen trales del pecho y el estómago en el suelo y observe hasta qué punto puede identificarlas con claridad. Ruede hasta quedar de espaldas. Repita los movimientos alter nados de estómago y pecho y tome nota de cuánto ha aumentado el movimiento del pecho. Observe la sensación de movimiento li bre y trate de identificar aquellas secciones de su espalda donde el movimiento, al volverse más fácil, da origen a la sensación de li bertad. Movimientos de vaivén tendido de costado Tiéndase sobre el lado derecho. Estire el brazo derecho por en cima de la cabeza y apoye ésta sobre el brazo. Tómese la cabeza con la mano izquierda, con los dedos sóbre la sien derecha y la pal ma de la mano sobre la coronilla. Levante ahora la cabeza con esa mano hasta que la oreja izquierda quede cerca del hombro iz quierdo. Con la cabeza en esa posición erguida, expanda el pecho en todas las direcciones y contraiga el estómago; después compri ma el pecho y expanda el estómago y observe los movimientos de las costillas de ambos lados. Por el derecho, el suelo impedirá toda expansión de las costillas, de modo que el pecho sólo podrá ex pandirse por el lado izquierdo, donde las costillas, al separarse en tre sí, forzarán la cabeza hacia atrás, más bien en dirección al bra zo derecho.. Repita este movimiento 25 veces; después tiéndase de espaldas y trate de observar qué partes de su espalda han cedido y están más en contacto con el suelo. Repita el movimiento, 25 veces más, tendido sobre el lado iz quierdo,
Movimientos de vaivén tendido de espaldas Tiéndase de espaldas, levante los hombros respecto del suelo y sosténgase sobre las manos y los antebrazos, colocados paralela mente al cuerpo. Su tórax estará ahora en ángulo respecto del sue lo, y su cabeza y sus hombros estarán libres. Baje la cabeza hasta que el mentón toque el esternón. En esta posición, ejecute de nue vo 25 movimientos de vaivén con el pecho y el estómago.. Tiénda se sobre la espalda y descanse. Levántese como antes sobre los codos, antebrazos y manos, pero esta vez, en cambio, deje caerla cabeza hacia ei suelo, con el mentón tan lejos como sea posible del esternón. Efectúe 25 movi mientos alternados de estómago y pecho; al hacerlos, observe el movimiento de su columna vertebral. Tiéndase de espaldas y observe su respiración. Ahora tiene que haber mejorado en forma claramente discernible y ser más fácil y profunda. Movimientos de vaivén en posición arrodillada Arrodíllese con las rodillas muy separadas y los pies tendidos hada atrás en línea recta con la pierna (las uñas de los dedos en contacto con d suelo). Baje ahora la cabeza hasta tocar d suelo con la coronilla, por delante de usted. Ponga las manos, con las palmas hacia abajo, a ambos lados de la cabeza para sostener parte de su peso y proteger la cabeza contra todo exceso de presión. Llene d pecho de aire, contraiga d estómago y después comprí mase d pecho expandiendo d estómago; repítalo 25 veces. Al ejecu tar este ejerdcio, observe que al expandirse d pecho d cuerpo se mueve hada ddante en la direcdón de la cabeza y que ésta rueda ha cia ddante, un poco, sobre d suelo. El mentón se mueve hacia atrás, hacia d esternón, y los músculos de la región posterior d d cuello y de la espalda se estiran y se tensan, a la vez que la columna vertebral se incurva un poco más. En cambio, cuando se saca afuera d estómago, la pdvis se asienta y retrocede como si usted se dispusiera a sentarse sobre los talones. La columna vertebral está menos curvada y las vér tebras de la región pdviana forman una línea cóncava. Repita el movimiento 25 veces; tiéndase de espaldas y observe las diferencias que se han presentado en la respiración y en el con tacto de la espalda contra el suelo.
CÓMO INFLUYE SOBRE LA RESPIRACIÓN EL MOVIMIENTO DE VAIVÉN
Esta vez, el efecto sobre la respiración será más acentuado que antes. En la posición de pie, los pulmones y otros órganos del apa rato respiratorio cuelgan y son llevados por su propio peso a la po sición más baja que pueden ocupar. Cuando se inhala aire, se ne cesita un esfuerzo activo de izamiento para que los pulmones, puedan expandirse. En el ultimo ejercicio, en que la cabeza se apo ya en el suelo, su propio peso lleva los pulmones hacia la cabeza. Inhalar ya no supone un esfuerzo de izamiento, pero al exhalar se necesita cierto esfuerzo para llevar los pulmones de vuelta a la po sición que les corresponde cuando se desinflan. Debe recordarse, además, que el tejido pulmonar mismo no contiene músculos y que el trabajo de mover los pulmones lo ejecutan los músculos de las costillas, el diafragma y el estómago. ¿Ha observado usted alguna vez que, en la posición vertical acostumbrada, el aire se inhala rápidamente y se exhala con lenti tud? Cuando hablamos, por ejemplo, apenas si hay pausa entre una oración y la siguiente. Hablamos durante el complejo proceso de exhalar que acciona las cuerdas vocales. Cuando apoyamos la parte superior de la cabeza en el suelo, el proceso de exhalación es corto y rápido y la inhalación se prolonga. Trate de comprobarlo mediante su propia experiencia. Curvatura de la columna vertebral y movimiento pelviano Arrodíllese con las rodillas separadas. Inclínese, como antes, sobre la cabeza y las manos. Acerque un poco la rodilla izquierda a la cabeza. Repita el movimiento de vaivén del pecho y el estóma go. Cuando el pecho esté expandido, el cuerpo se moverá hacia la cabeza más o menos como antes, pero cuando adelante el estóma go y la pelvis retroceda hasta la posición de sentarse, sólo se moverá én dirección al talón derecho y las caderas efectuarán un movi miento de torsión que las pondrá fuera de línea con los hombros. Ahora pueden observarse dos movimientos distintos de la colum na vertebral: curvatura convexa y cóncava, como antes, y también movimiento de la pelvis hacia la derecha y la izquierda en relación con los hombros. Cuando haya completado 25 movimientos como éste, tiéndase de espaldas, descanse y observe los cambios que se han producido
en su pecho, en su respiración y en el contacto de su espalda con el suelo. Arrodíllese ahora de nuevo y efectúe otros 25 movimientos de pecho y estómago, esta vez con la rodilla derecha más cerca de la cabeza. Observe la diferencia que hay entre los movimientos pel vianos correspondientes a esta posición y los de la anterior. Trate de descubrir la principal causa de la diferencia. Si ahora no puede encontrarla, aprenderá a hacerlo con el tiempo, cuando haya me jorado su capacidad para observarla espalda (fig. 1). Siéntese en el suelo con las rodillas lo bastante separadas como para que pueda juntar los pies en el centro, frente a su pelvis, apo yándolos sobre sus bordes exteriores y con las plantas en contacto entre sí. Extienda los brazos a los lados y atrás, y apóyese en las manos. A continuación, lleve la mano derecha al costado izquier do del tórax, sobre las costillas inferiores, y la mano izquierda so bre las costillas inferiores del costado derecho, como abrazándose la espalda. Baje la cabeza, saque el pecho y retraiga el estómago. Invierta la respiración. Siga repitiendo estas acciones. Observe la expansión de las costillas en su espalda, bajo sus de dos. El pecho no se expande por delante debido a que parte de sus músculos están empeñados en el movimiento de abrazar la espal da. En este caso, los pulmones se han expandido como conse cuencia, en gran parte, del ensanchamiento producido en la región posterior de las costillas inferiores. Este es el movimiento respira torio más eficaz, porque se produce en el punto donde los pulmo nes son más anchos. Efectúe 25 veces este movimiento. Observe la región posterior de sus costillas, en la espalda. ¿Continúan moviéndose? Póngase de pie. Observe si su cuerpo está más erguido que an tes del ejercicio. Toqúese los hombros, cuya posición debe deno tar una diferencia considerable. Verifique su respiración. Será sin duda mejor que de costumbre. Este mejoramiento en la dirección deseada es el resultado del trabajo práctico. No se llega a respirar así medíante la mera comprensión intelectual del mecanismo de la respiración.
1
Siéntese en el suelo (...) y apóyese en las manos (...) con las rodillas separadas (...) y con las plantas de los pies en contacto entre sí.
Tiéndase de espaldas. Doble las rodillas. Cruce la pierna derecha so bre la rodilla izquierda.
Vuelva a la posición inicial (...) ambos pies en el suelo (...) cómoda mente separados. Levante los brazos (...) con las palmas tocándose como al aplaudir (...) los brazos levantados en el aire, con los codos rectos.
Levante el brazo izquierdo, y, pasando la mano derecha bajo la axila izquierda, tómese el omóplato.
(...) rodillas dobladas en ángulo recto (...) las plantas de los pies ha cia el techo (...) imagínese que los tobillos (...) y las rodillas están ata dos entre sí con un cordel (...) incline ambas piernas.
Separe las rodillas hada los lados (...) los pies descansando sobre sus bordes exteriores (...) la mano derecha, con la palma hacia arriba (...) las puntas de los dedos pasan bajo el talón derecho (...) el pulgar si gue (junto) con todos los demás dedos bajo el talón (...) álcelo un poco.
(...) tómese los dedos de los pies (...) con la mano, izquierda, de tal modo que el dedo más pequeño se apoye en la palma de esa mano.
Siéntese de nuevo (...) mueva ligeramente su cuerpo a la derecha, de modo que pueda apoyarse en el suelo con la rodilla y la pierna dere cha (...) el pie izquierdo debe alejarse hacia la izquierda y quizás hacia atrás (...). A continuación incline la cabeza un poco más a la derecha, sobre la rodilla.
(...) la cabeza un poco más a la derecha, sobre la rodilla (...) cerca del suelo (...) usted sentirá de pronto que rueda (...) ruede sobre su omó plato derecho, con la pierna izquierda en el aire y, probablemente•, también el pie izquierdo a distancia del suelo.
Desde la posición yacente, de espaldas, ruede hacia la derecha (...) con la pierna izquierda equilibrando en cierta medida su peso (...) su rodilla derecha (...) toca el suelo (...) la cabeza se acerca al suelo en la dirección de la rodilla (...) el peso de la pierna izquierda le permite (...) sentarse en la posición (...) de la que había partido.
Levante el pie derecho por delante de usted (...) llévelo más arriba — más arriba— y en lo más alto (...) cúrvelo para acercárselo (...). Baje la cabeza; es probable que pueda apoyar ese pie en algún punto muy cercano de la coronilla.
(...) mueva la mano y la cabeza a la derecha (...) y desde esa posi ción (...) mueva la cabeza, junto con los ojos, de nuevo hacia la izquierda (...) usted mira a la izquierda.
Siéntese en el suelo. Apóyese en la mano derecha, tendida hacia atrás (...) doble la pierna izquierda (...) hacia la izquierda, sobre el suelo, cerca de su nalga (...) el pie derecho cerca de usted (...) en algún pun to cercano a su rodilla izquierda (...). Levante la jnano izquierda fren te a (...) sus ojos...
(...) siéntese de nuevo (...) gire ambos hombros y la cabeza, de modo que pueda apoyarse, sobre la derecha, con ambas manos...
COORDINACIÓN DE LOS MÚSCULOS FLEXORES Y DE LOS EXTENSORES
Aquí aprenderá a intensificar la contracción de los músculos que enderezan la espalda y comprenderá que la contracción pro longada de los músculos flexores del abdomen aumenta el tono de los extensores de la espalda. Asimismo, se tornará capaz de alargar los músculos que tuercen el cuerpo y advertirá que alargar los extensores de la parte posterior del cuello mediante la activa ción de sus antagonistas, situados en la parte delantera de éste, me jora el equilibrio de la cabeza en la posición de pie y erguida. Tam bién aprenderá a diferenciar mejor los movimientos de la cabeza de los del tronco. Trayectoria del esfuerzo en un movimiento de torsión (fig. 2) Tiéndase de espaldas y estire las piernas, con los pies separa dos. Doble las rodillas y cruce las piernas, poniendo la derecha so bre la izquierda. Deje que sus rodillas cuelguen hacia la derecha, de modo que ambas queden ahora sostenidas sólo por el pie izquierdo. El peso de la pierna derecha ayudará a ambas piernas a bajar hacia el suelo. Deje ahora que sus rodillas vuelvan a la posición neutral, o media, y después déjelas caer de nuevo hacia la derecha. Repítalo 25 ve ces. Sus brazos deberán estar tendidos a los lados del cuerpo. Al retornar las rodillas a la posición neutral, deje que sus pulmones se llenen de aire, y exhálelo cuando las rodillas caigan, de modo que cada movimiento se complete en un ciclo respiratorio.
Observe el movimiento de la pelvis en el momento en que sus rodillas bajan. El costado izquierdo se elevará un poco respecto del suelo y será tirado en la dirección del muslo izquierdo; la co lumna vertebral será traccionada por la pelvis, y ello a su vez arras trará consigo el tórax, de modo que el omóplato izquierdo tende rá a levantarse del suelo. Siga bajando las piernas hacia la derecha hasta que el hombro izquierdo se despegue del suelo; después dé jelas volver al punto medio. Trate de observar el trayecto que sigue el movimiento de torsión al transmitirse desde la pelvis hasta el hombro izquierdo: pasa por las vértebras y las costillas. El movimiento de la columna vertebral, desde luego, se tradu ce también en un movimiento de la cabeza, cuya parte posterior se apoya en el suelo. Al bajar las rodillas hacia la derecha, su mentón se acercará al esternón, y cuando las rodillas vuelvan al punto me dio la cabeza volverá a apoyarse como antes. Estire las piernas, espere un momento y trate de sentir en qué lado de su pelvis se ha producido el cambio más importante. Uno de los lados yace más plano y su contacto con el suelo es mayor. ¿Qué lado es? Movimiento de las rodillas (fig. 3) Con los pies separados, doble las rodillas en ángulo tal que cada una quede a plomo sobre su pie. Mejor aún, haga esto: mue va las rodillas acercándolas y alejándolas, una y otra vez, hasta sen tir en forma clara que cada una está directamente sobre su pie, o sea, en aquella posición en que no se necesita esfuerzo muscular al guno para impedir que se apoyen una en la otra o caigan hacia los costados. Alce los brazos en dirección al techo, por encima de los ojos, y júntelos como si aplaudiera. Sus hombros, cintura escapular y bra zos forman ahora un triángulo cuyo vértice está en sus muñecas. Alce del suelo la cintura escapular como si alguien levantara su hombro derecho. Ambas manos caerán hacia la derecha, en direc ción al suelo. El triángulo mencionado debe quedar igual, sin mo vimiento. alguno en los codos; no permita que sus manos se des licen entre sí. Vuelva al punto medio. Inhale, pero sin permitir que la pelvis se mueva más de lo necesario. Al exhalar, deje que el triángulo formado por los brazos caiga hacia la izquierda. Repita todo el movimiento 25 veces.
Observe si necesita levantar la cabeza del suelo para ejecutar el movimiento y hasta dónde puede mover los brazos hacia la iz quierda sin que también su rostro se vuelva hacia allí. Descanse un momento. ¿Qué hombro se apoya con más firme za en el suelo? Doble de nuevo las rodillas. Ponga la rodilla dere cha sobre la izquierda y deje caer ambas hacia la derecha. Observe si sus rodillas caen más que antes o no. Invierta las rodillas, es decir, cruce la izquierda sobre la dere cha. Deje que ambas caigan hacia la izquierda y devuélvalas al punto medio. Repita 25 veces este movimiento. Descanse un ins tante y observe qué lado está más cerca del suelo y tiene más con tacto con éste. Deje caer las rodillas de lado otra vez y observe hasta dónde caen y con cuánta facilidad; debe hacer esto a fin de estar en con diciones de apreciar la mejoría después de completar la etapa si guiente, durante la cual moverá la parte superior. Movimiento de la cintura escapular hacia la derecha Levante las manos formando un triángulo, como antes. Deje caer ambos brazos hacia la derecha y complete 25 movimientos, como lo hizo antes hacia la izquierda. Descanse y observe el cambio operado en el contacto de los hombros con el suelo. Deje que sus rodillas caigan de nuevo hacia la izquierda y ob serve el mejoramiento que se ha operado como consecuencia del movimiento de los brazos y los hombros hacia la derecha. El ma yor alcance del movimiento se debe a la relajación de los músculos que hay entre las costillas, lo cual permite a la columna vertebral rotar más libremente. Movimiento de las rodillas con elevación simultánea de la cabeza Cruce la rodilla derecha sobre la izquierda. Deje que ambas caigan por sí solas hacia la derecha, sin esfuerzo especial alguno. Una las manos por debajo de la cabeza, con los dedos entrelaza dos, y utilícelas para ayudarse a levantarla; deje que los codos se acerquen entre sí mientras levanta la cabeza. Deje después que su cabeza vuelva a descansar en el suelo, y los codos también. Deje llenarse los pulmones de aire y alce de nuevo la cabeza, tal como
antes, cuando empiece a exhalar. Debe alzar la cabeza en dirección al frente, aunque su pelvis y sus piernas estén giradas hacia la de recha. Repita 25 veces, levantando en cada caso la cabeza en el ins tante en que empieza a exhalar. Al ejecutar este ejercicio, observe qué cambios se producen en el contacto de las costillas, la colum na vertebral y la pelvis con el suelo. Descanse un instante y observe qué parte del tronco ha cedido hacia el suelo más completamente. Entrelace los dedos de otra forma Cruce la rodilla izquierda sobre la derecha y deje que ambas caigan hacia la izquierda tanto como lo sienta cómodo. Entrelace los dedos de la forma opuesta a la habitual. Cruce ahora de nuevo lo dedos sin pensarlo —es probable que los entrelace como de costumbre—, vuelva a cruzarlos como lo ha bía hecho al principio y observe hasta qué punto este pequeño cambio influye sobre la posición de los hombros y la cabeza. Hasta puede tener la impresión de que «todo está torcido». Levante la cabeza y repita el movimiento previo, prestando cuidadosa atención a todos los detalles. Después de efectuar 25 mo vimientos, observe la distinta sensación que le produce el contac ta de su espalda con el suelo y descanse. Cambios en las vértebras pelvianas Tendido de espaldas, doble las rodillas, entrelace los dedos bajo la cabeza y álcela al espirar. Repita 25 veces. Descanse unos minutos tendido de espaldas en esa forma. Trate de tomar nota de tallada de los cambios producidos en las vértebras que están a la altura de las caderas; puede que, por primera vez en su vida y sin esfuerzo consciente alguno, descansen sobre el suelo. Tal vez, en cambio, sólo hayan cedido mucho en dirección hacia abajo; esto significará que todavía hay exceso de tensión en los músculos de la espalda, que deben relajarse más aún. Balancear el tronco con los brazos cruzados (fig. 4) Tiéndase de espaldas y doble las rodillas de manera que los pies se apoyen cómodamente en el suelo, a buena distancia uno de
otro. Ponga la mano derecha bajo la axila izquierda sobre el omó plato izquierdo; pase la mano izquierda bajo la axila derecha hasta el omóplato derecho. A continuación balancee su tronco rotándolo de izquierda a derecha, en vaivén. La mano derecha debe levantar el hombro izquierdo del suelo cuando el cuerpo va hacia la derecha, y la iz quierda debe alzar el hombro derecho cuando usted se vuelve ha cia la izquierda. No' trate de ayudar el movimiento desdé la pelvis; limítese a rotar la parte superior del cuerpo de un lado al otro. H á galo 25 veces, al principio despacio, y aumente de velocidad hasta que ruede en vaivén libremente y con ritmo fácil. Descanse un momento. Cambie de brazos, de manera que la mano izquierda se encuentre ahora b_aj.o su axila derecha y el bra zo derecho quede sobre el izquierdo. Efectúe otros 25 movimien tos en esta posición, al principio despacio, para cobrar después velocidad. Movijniento de balanceo con la cabeza inmóvil Descanse y trate de recordar si su cabeza ha intervenido de al gún modo en esos balanceos de un lado a otro. Es casi seguro que lo ha hecho. Fije ahora los ojos en algún punto adecuado del techo. Abrá cese los hombros como antes y repita el movimiento de rotación y balanceo de un lado a otro, con la pelvis quieta y los ojos fijos en dicho punto. Esta vez su cabeza no tomará parte en el movimien to. Éste no le resultará familiar, porque lo habitual es que al mover los hombros la cabeza se mueva en la misma dirección. Descanse un minuto y repita el movimiento, pero esta vez deje que la cabeza.se mueva junto con los hombros. Después, mientras continúa el movimiento con la espalda, detenga el de la cabeza fi jando de nuevo la mirada en el techo. Observe cuánto mejora el movimiento de rotación cuando usted ya sabe separar los movi mientos de la cabeza y los hombros. Movimiento de la cabeza y los hombros en direcciones opuestas Descanse. Después continúe los movimientos de rotación so bre la espalda, igual que antes, con la diferencia de que, esta vez, usted volverá la cabeza y los ojos en dirección opuesta a la que si
guen los hombros. Siga rotando la cabeza y los hombros en direc ciones opuestas, asegurándose de- que el movimiento esté bien coor dinado y sea suave. Invierta la posición de los brazos —el que estaba debajo debe ir arriba— y efectúe otros 25 movimientos de rotación de la cabe za y los hombros en direcciones inversas. A continuación descan se y reanude, esta vez con la cabeza y los hombros en la misma di rección. Observe que ahora, a pesar de que su ángulo de rotación es mayor, el movimiento le resulta más fácil y continuo. Quédese quieto. Al cabo de un minuto, trate de determinar si se ha producido aigun otro cambio en la columna vertebral. ¿Se apoya ahora toda ella en el suelo, con inclusión de las vértebras lumbares? Levántese muy despacio, dé unos pocos pasos y observe la for ma en que lleva ahora la cabeza, así como su respiración y la sen sación que tiene en los hombros. Comprobará que todo su cuerpo está más erguido sin esfuerzo intencional alguno. Considere tales cambios. ¿Puede usted comprender cómo y por qué se han pro ducido transformaciones tan grandes por efecto de movimientos tan simples en tan corto tiempo?
DIFERENCIACIÓN DE LOS MOVIMIENTOS PELVIANOS MEDIANTE UN RELOJ IMAGINARIO
En esta lección aprenderá a identificar los movimientos su perítaos e inconscientes que efectúan los músculos pelvianos, así como a refinar el control de la posición de la pelvis y a mejorar la alineación de la columna vertebral. Asimismo, acrecentará su ca pacidad para coordinar y oponer los movimientos de cabeza y tronco. Esto mejora los movimientos de torsión de la columna ver tebral posibles en posición erguida. En los movimientos primiti vos, los ojos, la cabeza y el tronco giran al mismo tiempo hacia la derecha o la izquierda. Adquirir conocimiento de esa tendencia permite efectuar esos movimientos por separado o en distintas combinaciones, lo que los facilita y acrecienta además de ángulo de giro máximo. En esta lección también se estudiará la relación entre la sensación causada por el movimiento del cuerpo y la ubi cación de las extremidades en el espacio. Modificación de la curvatura lumbar Tiéndase de espaldas, doble las rodillas y ponga los pies en el suelo, separándolos entre sí una distancia cómoda, aproximada mente en línea con las caderas. Ponga las manos en el suelo a los lados del cuerpo, también a distancia cómoda. Levante las caderas del suelo mediante un esfuerzo de los músculos de la espalda, de modo que las vértebras lumbares for men un arco sobre el suelo. Trate de agrandar ese arco lo bastante como para que un ratón pudiese pasar por allí. Sentirá que sus pies
se aferran al suelo. Los músculos de la parte frontal de las articula ciones de las caderas ayudarán en el esfuerzo elevando la parte su perior de la pelvis respecto del suelo, lo que aumentará la presión sobre el cóccix. Un cuadrante de reloj en la pelvis Imagínese que tiene pintado en la parte trasera de la pelvis un cuadrante de reloj. El número 6 corresponde al cóccix y el 12 a lo más alto de la pelvis, donde se une con la columna vertebral, pun to que se puede reconocer con los dedos (están en la parte inferior de la quinta vértebra lumbar). Con el cuadrante imaginario en la mente, podemos decir que, en el movimiento que acabamos de ejecutar, las caderas fueron alzadas y la mayor parte de la presión de la pelvis se ejerció en el sitio de las 6 en punto. Completemos el cuadrante: las 3 en punto coinciden con la zona de la articulación de la cadera derecha, y las 9 con la de la iz quierda. Las restantes horas van en los lugares correspondientes entre las ya señaladas. Trate una vez más de concentrar la mayor parte de la presión de la pelvis sobre el suelo en el sitio de las 6 en punto, el hueso cóc cix. Los músculos de la espalda incurvarán las vértebras lumbares, curvatura que será aumentada por la contracción de los músculos de la pelvis y las rodillas. Esta contracción ejerce una tracción en los pies, aún firmemente plantados en el suelo. Traslade ahora la mayor parte de la presión al sitio marcado 12 en punto. Esto significa que la parte superior de la pelvis y las vér tebras lumbares se apoyarán ahora sobre el suelo. El cóccix, desde luego, se elevará, y la presión sobre los pies aumentará. Separe la respiración de la acción Vuelva a las 6 en punto, de allí a las 12, una y otra vez, y re pítalo 25 veces. Disminuya gradualmente el esfuerzo y trate de que el cambio de una posición a otra sea menos brusco; trate también de separar la respiración del movimiento. Su respira ción debe continuar suave y fácilmente, con independencia de los cambios de posición del cuerpo. Los movimientos pelvianos deben ser lentos y continuos, y suave el cambio de una posición a la otra.
Estire las piernas y estudie la sensación que tiene en la pelvis. Trate de observar con precisión en qué puntos difiere ahora el contacto con el suelo. ¿Advirtió que no bien separó la respira ción del movimiento su cabeza empezó a moverse en forma coor dinada con su pelvis, como si «copiara» el movimiento en escala menor? Un cuadrante de reloj en la parte posterior de la cabeza Imaginemos ahora un pequeño cuadrante de reloj en la parte posterior de la cabeza. El centro del cuadrante estará en el punto donde se ejerce mayor presión cuando la cabeza se apoya en el sue lo. Cuando la pelvis esrá en la posición de presión máxima, a las 6 en punto, la cabeza es traccionada hacía abajo por la columna ver tebral, de manera tal que el mentón se apoya sobre la garganta; en ese momento, en el dial correspondiente a la cabeza, la mayor pre sión se ejerce sobre las 6 en punto. Cuando la presión pelviana se ejerce sobre las 12 en punto, la cabeza es echada atrás por la co lumna vertebral, el mentón es alejado de la garganta y el punto de máxima presión se traslada en dirección a la coronilla, que corres ponde a las 12 en el cuadrante de la cabeza. Ejecute los movimientos pelvianos 25 veces. Traslade el peso de la pelvis de las 12 a las 6 y viceversa, pero asegúrese esta vez de no impedir que la cabeza repita los movimientos de la pelvis. Observe cómo influye este movimiento sobre su proceso respi ratorio y, también, cómo transmite su tronco los movimientos de la pelvis hasta la cabeza, y al revés. Descanse un instante. Encoja otra vez las rodillas y apoye la pelvis sobre el sitio mar cado 3 en punto, en la articulación de la cadera derecha. Ahora descarga más peso sobre el pie izquierdo que sobre el derecho y la articulación de la cadera izquierda se levanta del suelo. La presión sobre la pierna derecha se relajará un tanto. Invierta el movimien to y apóyese sobre el sitio marcado 9 en punto. Rote la pelvis de derecha a izquierda y viceversa 25 veces. Observe cómo su cabeza repite este movimiento en escala me nor en la medida en que usted no tensa innecesariamente su pecho ni interfiere en el ritmo de la respiración. Descanse un minuto.
Todo el cuadrante en movimiento continuo Doble otra vez las rodillas. Apoye la pelvis en las 12, Traslade el punto de contacto a la 1, y vuelva a las 12. Repítalo cinco veces. Ahora mueva la pelvis de las 12 a las 2, pasando por la 1, y vuelva de nuevo atrás. Repítalo cinco veces. Ahora traslade el peso de la pelvis de las 12 a las 3, en la misma forma (pasando por la 1 y la 2). Repita cada movimiento cinco veces; después agregue una hora más, repita hasta llegar a las 6 en punto y repita retrocedien do hasta las 12. Cada movimiento debe trazar un arco continuo, sin detenerse en las horas intermedias. Observe cómo el conocimiento de la posición exacta alcanzada por la pelvis se torna gradualmente cada vez más exacto y cómo el peso, al trasladarse,, describe un verdadero arco, y no ya bruscos movimientos rectilíneos al pasar de una hora del cuadrante a la si guiente. Detenga el movimiento, tiéndase en el suelo y observe la dife rencia que hay entre los lados derecho e izquierdo de la pelvis. Mientras descansa, trate de recordar si su cabeza seguía los movi mientos de la pelvis en su propia escala. Hacemos machas cosas sin tener conocimiento de ellas. Vuelva a las 12. Traslade el peso de la pelvis hasta las 11 en punto y devuélvalo a las 12. Repítalo cinco veces. Lleve el peso hasta las 10, pasando por las 11, y vuelva otra vez. Continúe como antes, hasta llegar a las 6 en punto. Descanse un instante y observe lo que sucede en su cuerpo. Alargamiento de los arcos Lleve la mayor parte del peso pelviano hasta las 3 en punto, o sea, la articulación de la cadera derecha. Trasládelo hasta las 4, vuelva a las 3, retroceda hasta las 2. Luego retome de las 2 a las 4 pasando por las 3, y vuelva. Repítalo cinco veces. Agregue una hora al movimiento en cada dirección. El movimiento siguiente lo llevará de la 1 a las 5, y el siguiente, de las 12 a las 6. Repita cinco veces cada uno. Descanse y observe qué cambios se han operado, como conse cuencia de este ejercicio, en el contacto de la pelvis con el suelo. Repita esta serie de ejercicios sobre el lado izquierdo, con las 9 como punto de partida.
Descanse. ¿Observó los movimientos de la cabeza? ¿Tomó nota de lo que hacían sus pies, o cualquier otra parte de su cuerpo? El todo y sus partes Describa con la pelvis 20 círculos en el piso, en el sentido de las agujas del reloj. Al hacerlo, trate de observar el conjunto de su cuerpo y a la vez las partes, separadamente. Traslade su atención en forma sistemática de una a otra parte de su cuerpo, pero sin perder de vista la totalidad. Desde luego, la sensación emanada del cuerpo entero sólo formará un telón de fondo y será, por cierto, menos clara. Se parece a lo que ocurre cuando leemos, echamos un vistazo rápido a toda la página, pero esta impresión no nos basta para comprender claramente; sólo podemos captar el significado de aquellas letras y palabras que hemos visto con claridad. Sin detener los movimientos, en el sentido de las agujas del re loj, de la pelvis y la cabeza, observe en particular los movimientos de la cabeza. Fije la atención, alternativamente, en la cabeza como guía del movimiento y después en la pelvis como guía. Observe cómo la cualidad del movimiento mejora de manera persisten te, cómo se torna más continuo, suave, preciso y veloz. Descanse. Efectúe, con la pelvis y la cabeza, 20 movimientos en sentido contrario al de las agujas del reloj.
C o n s id e r e ,
o p o n i é n d o l o s e n t k e s í , e l j u ic io o b je t iv o
Y EL SUBJETIVO
Hasta ahora hemos imaginado que el dial estaba dibujado en el cuerpo mismo, en puntos que identificábamos por la presión so bre el suelo. Imagínese usted ahora las 6 y 12 del cuadrante dibu jadas en el suelo y mida mentalmente la distancia que las separa. También mentalmente, mida la misma distancia en su cuerpo, y tome nota de cuán distinto es el sentido de la distancia en ambos casos. ¿Cuál es el más concreto? ¿Cuál el correcto? En el primer caso (el suelo), su juicio es más objetivo; en el segundo (su cuerpo), más subjetivo. A medida que avance en esta lección, advertirá que su juicio di fiere en ambos casos y que, sin embargo, la evaluación subjetiva converge hacia la objetiva asintóticamente. En otras palabras, la
largo del tobillo y la pierna derechos, mientras el pie derecho se acerca al suelo. Cuando las piernas vuelvan a la posición inicial, el pie izquierdo se deslizará de nuevo a lo largo de la pierna derecha, hasta pasar el tobillo y detenerse, junto al pie derecho. Repita es tos movimientos 25 veces y observe entretanto a lo largo de qué partes de la estructura ósea ae su cuerpo es transmitido el movi miento de giro desde las pismas hasta las vértebras del cuello. Observe cuál de sus codos es tirado un poco hacia abajo, en di rección a las piernas, durante el movimiento hacía la derecha, y cómo ese codo retoma a su posición original al volver los pies al punto medio. El movimiento del codo es bastante pequeño, desde luego, pero lo bastante amplio como para que se note. Mire hacia la izquierda durante el movimiento de la pierna hacia la derecha Ponga la palma de la mano izquierda sobre el dorso de la dere cha; vuelva la cabeza hacia la izquierda y apoye sobre las manos la oreja y la mejilla derechas. Como antes, doble las rodillas, deje ba jar las piernas hacia la derecha y llévelas de vuelta al punto medio. Obsérvese las costillas, por delante, y tome nota de la creciente presión que se ejerce sobre un lado del esternón al bajar las pier nas hacia la derecha. Ajuste su posición relajando el pecho, de modo que disminuya la presión sobre las costillas, y deje que la presión se difunda sobre una superficie mayor hasta que logre re ducirla al mínimo. Al efectuar cada movimiento con las piernas, siga sus efectos de una vértebra a otra en dirección a la cabeza, y verifique si el movimiento de rotación es regular o si, en cambio, en algunas secciones se mueven grupos enteros de vértebras a la vez, en lugar de moverse una por una. Observe si el movimiento de la pierna se hizo más amplio al girar usted la cabeza hacia la iz quierda. Verifique tendido de espaldas Después de ejecutar 25 movimientos, tiéndase de espaldas y verifique la totalidad de su tronco para determinar si se han pro ducido cambios en su contacto con el suelo. Tendido, vuelva la ca beza de derecha a izquierda y observe si hay alguna diferencia en tre sus movimientos hacia ambos lados, es decir, si su cara se
vuelve hacia la derecha más fácil y suavemente, y sobre un arco más amplio, que hacia la izquierda. Cara y piernas hacia la derecha Tiéndase de nuevo sobre el estómago. Ponga la palma de la mano izquierda sobre el dorso de la derecha. Rote la cabeza hada la derecha, de manera tal que la mejilla y la oreja izquierdas se apo yen sobre la mano de arriba. Continúe girando las piernas hacia la derecha, asegurándose de que, durante el movimiento, la distancia entre las rodillas no se modifique. Tal como antes, deje que el pie izquierdo se deslice a lo largo de la pierna derecha. Observe si ahora el grado de torsión de la columna vertebral es mayor o menor, si mover las piernas hacia los lados es más fácil o más difícil, si rotar la cabeza hacia la derecha tiende a obstaculizar o a facilitar el movimiento de las piernas. Torsión de la columna vertebral y respiración Imagine un dedo que se traslada a lo largo de su columna ver tebral, desde el cóccix hasta la base del cráneo, y se detiene, en el camino, para señalar cada vértebra. En esta forma resulta más fácil verificar si en las vértebras hay movimiento alguno y determinar dónde la torsión es gradual y dónde más acentuada. Tome nota de cuál es el instante del movimiento en- que sus pulmones se llenan de aire: ¿cuando las piernas retoman a la posición neutral, en el punto medio, o durante la fase activa, cuando usted rota las pier nas? Para lograr una torsión más fácil y amplia tendido usted en el suelo, su tórax debe estar vacío de aire y los músculos de sus cos tillas relajados. Descanse un minuto sobre la espalda. Cabeza inmóvil y rodillasjuntas Tiéndase sobre el estómago. Gire la cabera hacia la izquierda y apoye'la oreja y la mejilla derechas en el suelo. Entrelace los dedos de las manos y póngalos sobre la oreja derecha, apoyando los co dos en el suelo, de ambos lados de la cabeza. Esta posición res ponde al propósito de que el marco formado por los brazos ejerza una presión suave pero continua sobre el costado izquierdo de su cara y aumente así gradualmente el ángulo al cual su cabeza está
girada a un lado. Por sí mismo, el peso de los brazos sólo ayuda a sentir el cambio aportado por el trabajo del tronco al facilitar el movimiento de las vértebras. Junte las rodillas y dóblelas en un án gulo aproximadamente recto. Las plantas de sus pies ahora están vueltas al techo. Incline ambas piernas a la derecha, pero asegúrese esta vez de que sigan a la par, como si estuvieran atadas entre sí en las rodillas y los tobillos. Comprobará que puede inclinar las piernas hacia la derecha sólo si la rodilla y el muslo izquierdos se separan del sue lo. Vuelva al punto medio e incline las piernas otra vez. Repítalo 25 veces. Ablande el cuerpo Regule el movimiento de piernas de modo tal que empiece cuando usted exhale. Tome nota de la torsión gradual que se ha producido en su columna vertebral, en toda su longitud, y preste especial atención a las vértebras dorsales superiores y cervicales in feriores. La torsión de la pelvis causará un estiramiento de la co lumna vertebral. Observe el movimiento que se siente en el codo izquierdo y, al efectuar cada movimiento, trate de alargar su cuer po y suavizar y completar perfectamente la acción de las piernas. Preste especial atención a este punto cada vez que cambie de di rección el movimiento de las piernas. Cambios en el movimiento de la cabeza Cuando haya concluido con estos movimientos deje que la ca beza vuelva muy gradualmente a la posición central. Tan grandes son los cambios que se han producido en las vértebras cervicales y los músculos posteriores del cuello, que, probablemente, el primer movimiento normal, efectuado sin tener en cuenta los cambios, le resultará muy desagradable. Empero, después de un primer movi miento cuidadoso y lento no es preciso prestar atención especial; por el contrario, el movimiento déla cabeza en la dirección en que se ha efectuado este ejercicio ha mejorado de manera inequívoca. Tendido de espaldas, apoye la cabeza en el suelo y vuélvala a derecha e izquierda. Observe si el movimiento ha mejorado real mente y se ha tornado más continuo y suave en la dirección hacia la cual se volvía la cabeza en el ejercicio anterior, y también si es ca
paz de volverse hacia ese lado sobre un ángulo más amplio que del otro lado.
Cuando
t e n g a a l g o n u e v o , d e s h á g a s e d e l o v ie jo
Es interesante la incomodidad, e incluso el dolor, que se expe rimenta durante el comportamiento normal al cabo de gran núme ro de movimientos sucesivos en una posición particular. Sólo so mos capaces de emplear nuestros cuerpos de acuerdo con las pautas, habituales de acción muscular. Aun cuando se introducen cambios importantes en la mayoría de los músculos, o por lo me nos en aquellos que son esenciales para el movimiento que se eje cuta —como sucede al repetir 25 veces un movimiento— , aun así, instruimos a nuestros músculos para que recaigan en su patrón ha bitual. Sólo la experiencia del cambio y una cuidadosa atención nos convencen de que debemos pensar y dirigirnos en forma distinta. Sólo cuando esa experiencia del cambio nos induce a repudiar e inhibir la pauta acostumbrada, que a nuestros ojos carece ahora de validez, somos capaces de aceptar la nueva pauta como hábito o segunda naturaleza. En teoría, todo lo necesario es un esfuerzo mental, pero en la práctica no basta. Nuestro sistema nervioso está construido en tal forma que los hábitos se conservan y tienden a perpetuarse a sí mismos. Resulta más fácñ suspender un hábito mediante una súbita conmoción traumática que modificarlo gra dualmente. Se trata de una dificultad funcional y tal es la causa por la cual tiene importancia prestar mucha atención a cada mejora miento y asimilarlo después de cada serie de movimientos. Así ob tenemos un efecto doble sobre nuestra capacidad para sentir: in hibimos la anterior pauta de movimiento, automática, que ahora nos parece errónea, pesada e incómoda, y estimulamos la nueva, que nos resulta más aceptable, fluida y satisfactoria. El conoci miento así alcanzado no es de orden intelectual —probado, enten dido y convincente—, sino que pertenece a la sensibilidad profun da y es fruto de la experiencia personal. Conocer y comprender la relación entre el cambio y sus causas es importante, porque ello es timula a repetir la experiencia en condiciones similares y con exac titud suficiente para reforzar su efecto y grabar profundamente todo perfeccionamiento en nuestros sentidos.
Movimiento de torsión más fuerte Tiéndase de nuevo sobre el estómago y vuelva la cabeza a la de recha, apoyando la mejilla izquierda en el suelo. Entrelace los de dos en la forma que no le es familiar; apoye las manos, tomadas así, sobre la oreja derecha, junte sus rodillas y dóblelas en ángulo rec to como antes. Indine ahora las rodillas hacia la derecha. Cada vez que las piernas se acerquen al sudo, d muslo y la rodilla derechos girarán sobre su lado externo. Se produce un discernible efecto de torsión sobre las vértebras del cuello y, desde luego, las piernas no necesitan bajar hasta el suelo, pues aunque fuese posible, resulta ría incómodo. Continúe para mejorar poco a poco d movimiento, que debe repetir 25 veces. Entretanto, observe con suma atención su cuerpo entero. Diferencias de sensación y movimiento en los dos lados del cuerpo Descanse. Observe la diferencia que siente al tenderse ahora de espaldas, en comparación con lo que sentía al comenzar la lección. Levántese, camine un poco y tome nota de la distinta sensación que le producen ahora los movimientos de la cabeza, la posidón ergui da dd tronco, el control de las piernas, la respiración y la posición de la pelvis. Determine si puede notar alguna diferencia entre lo que siente en d ojo derecho y el izquierdo. Mírese en un espejo para establecer si su cara presenta alguna diferencia objetiva demostrativa de cuál fue d lado hacia d cual ejecutó el ejercicio de piernas. Tiéndase de nuevo sobre el estómago. Apoye la frente sobre las manos e incline las piernas hacia la derecha en la forma más sim ple que pueda. Ahora tocarán d sudo o por lo menos llegarán muy cerca, con movimiento mucho más fácil y suave que antes de co menzar la lección. Tiéndase de espaldas y verifique el contacto que tienen con el suelo los dos costados de su cuerpo, desde los talones hasta la par te superior de la cabeza. Recordar sólo con la mente Tiéndase otra vez sobre el estómago. Repase con la mente to dos los distintos movimientos que ha practicado en esta lección.
No es muy difícil, porque hemos ido de lo simple a lo más com plejo, torciendo la columna vertebral desde sus dos extremos, des de la nuca y la pelvis. Cuando pueda recordar todo con bastante claridad, trabaje to das las posiciones simétricas que adoptó con las piernas al mover las hacia la izquierda, pero sólo con la mente. Es decir, imagine la sensación de esos movimientos en sus músculos y huesos, y llegue incluso a tensar ligeramente los músculos, pero sin hacer movi miento visible alguno. Este método adquiere eficacia con rapidez mucho mayor. Basta pensar cada movimiento sólo cinco veces, pero, a fin de no soñar despierto, usted deberá contar los movi mientos. Es difícil concentrarse sin acción alguna; es más difícil pensar que actuar y, por cierto, muchas personas preferirían hacer a pensar lo que están haciendo. Después de cada cinco movimientos imaginarios descanse y verifique el resultado. Conocimiento de la autoimagen Lentamente, entrará en conocimiento de una sensación extra ña, con la que pocos están familiarizados: una representación más clara de su autoimagen. En este caso, la nueva autoimagen con cierne sobre todo a ios músculos y la estructura esquelética. Es mucho más completa y exacta que aquella a la que se había habi tuado y se preguntará por qué no se enteró antes de esa situación. Tiéndase sobre el estómago y observe de qué lado es mejor el movimiento: del lado con el cual practicó tanto, o del lado sobre el cual pensó tan poco.
En esta lección, aprenderá a usar un grupo de músculos para efectuar un movimiento específico en varias posiciones del cuer po. Impartirá flexibilidad a las articulaciones empleadas en el mo vimiento y alcanzará los límites de lo anatómicamente posible en el lapso de una hora. Aprenderá el efecto de los movimientos de la cabeza sobre el movimiento real, y aprenderá también a inhibir la verbalización en el movimiento imaginado, todo lo cual lleva a completar la imagen corporal. También adquirirá la capacidad de transferir la mejoría obtenida activamente de un lado del cuerpo al otro lado, el inactivo, que no tomó parte en el movimiento, y lo hará tan sólo mediante el pensamiento o la visualización. Levante el pie en dirección a la cabeza (fig. 6) Siéntese en el suelo con las rodillas separadas y los pies apoya dos sobre sus bordes externos, frente a usted. Ponga la mano de recha bajo el talón derecho, de modo que éste se apoye en la pal ma de la mano, con una cuña, entre el suelo y el talón. Mantenga el pulgar junto a los restantes dedos, que aferran el talón. A conti nuación, tome los cuatro dedos pequeños del pie derecho con la mano izquierda, de manera tal que el pulgar izquierdo pase entre el dedo gordo y el contiguo a éste. Cierre la mano izquierda. Los dedos pequeños quedarán agarrados por ella (fig. 7). Levante el pie derecho con ayuda de ambas manos y al mismo tiempo empújelo alejándolo de su cuerpo. A continuación, me
diante un movimiento uniforme y completo, llévelo hacia la frente; bájelo después a la posición inicial. Repita el movimiento, alzando la pierna al exhalar el aire. Deje caer la cabeza hacía delante tanto como pueda, de modo que su pierna, que será elevada lentamente muy por encima de la cabeza, puede completar en forma suave el movimiento hacia el cuerpo antes de retomar al suelo. Siga alzando la pierna, pero sin tensión excesiva ni intentarlo con violencia, ni forzar el movimiento. Limítese a repetirlo, de modo que cada vez sea más suave y fácil, más continuo y cómodo. Obsérvese el pecho, los hombros y los omóplatos y deje de «inten tar». «Intentar» impide que el movimiento se torne más fácil y am plio. Si el esqueleto no tuviese músculos, nadie tropezaría con la más mínima dificultad para alzar el pie hasta apoyarlo en la coro nilla. El principal obstáculo radica en los músculos, porque algu nos de ellos, aun en estado de completo reposo, siguen tensos y más cortos que lo correspondiente a su verdadera longitud ana tómica. Repita el movimiento alrededor de 20 veces; después tiéndase en el suelo para descansar.
A c c ió n
s in c o n o c im ie n t o
Después de un movimiento efectuado sin mucho esfuerzo, us ted no descansa para reponer energías, sino para estudiar los cam bios que se han operado durante la acción. Es preciso que trans curran un minuto o dos, y a veces incluso más tiempo, antes de que sea posible observar esos cambios. Como consecuencia, las perso nas habituadas a pasar de una acción a otra sin pausa suficiente en tre ambas no logran observar los efectos resultantes de una serie de movimientos repetidos. Muchos maestros no dan a sus alumnos el tiempo necesario para detectar las consecuencias de sus diversos actos, ni siquiera si son tan abstractas como el puro pensar. Emplear los músculos sin observación, discriminación ni com prensión constituye un movimiento meramente mecánico, que sólo vale por su producto; se lo podría obtener también de su perro o incluso de una máquina. Ese trabajo no necesita de un sistema nervioso tan desarrollado como el humano. La recepción de im presiones mentales abstractas no pasa de ser un proceso puramen te mecánico, a menos que se permita al individuo cobrar concien
cia de que está prestando atención y de que esa atención es sufi ciente para comprender. Sin ello, las impresiones no pasan de ser un mero registro. El resultado consistirá, en el mejor de los casos, en una repetición mecánica del proceso mental, sin que éste llegue a formar parte integrante de la personalidad. Alzar un pie, tendido de espaldas (fig. 8) Tiéndase de espaldas y recoja las piernas, con las rodillas sepa radas como antes. Levante el pie derecho y, tendiendo ambos bra zos entre las rodillas, tómelo mnio antes:- la mano-derecha bajo el talón, con todos los dedos bajo éste, y la mano izquierda tomando los cuatro dedos pequeños. Con las manos, levante el pie en forma suave, alejándolo de su cuerpo en dirección al techo. A continua ción, permita que el recorrido del pie se incurve hacia la cabeza y, al mismo tiempo, alce la cabeza como para llevarla al encuentro del pie. baje éste hasta una posición cómoda, pero no lo suelte. Re pita el movimiento 25 veces, sin forzarlo. Elija para su pie un trayecto aéreo que configure un movi miento leve y suave. Logrará hacerlo si no se empeña en que re sulte perfecto. Observe los cambios que se presentan en el recorri do del pie y las diversas tensiones que el movimiento impone al pecho y los brazos. Detenga el movimiento y descanse tendido de espaldas. Doble de nuevo las rodillas y tome otra vez el pie derecho con ambas manos. Deje descansar el pie izquierdo en el suelo. Utilice las manos para/ddsr-J uie-dfifecho..de su cuerpo, y a continuación vuelva la pelvis hacia la derecha, de modo que el muslo derecho toque el suelo. También la cabeza y el cuerpo se volverán a la de recha. Al exhalar, inclínese para llevar la cabeza hacia delante, en dirección a la rodilla derecha; describa de esta forma un arco cer ca dei suelo, tratando al mismo tiempo de sentarse. Inténtelo de nuevo. Ayúdese con la pierna izquierda: deje que se levante del suelo, se estire y después se mueva hacia atrás y un poco hacia la izquierda, mientras la rodilla se dobla al tratar usted de sentarse. No es necesario ni importante que logre hacerlo en la primera o segunda tentativa. Lo consiga o no, tiéndase otra vez de espaldas y trate de volverse ligeramente hacia la derecha, sin efec tuar para ello un esfuerzo especial.
Mover la cabeza en un arco cercano del suelo Prosiga con el movimiento de cabeza cercano del suelo y em plee las manos para tirar suavemente del pie derecho, en forma tal que ayude a la cabeza a trazar el arco más cerca aún del suelo, en dirección a un punto imaginario de éste, situado frente a la rodilla y un poco a la derecha de ella. Tal como antes, utilice la pierna iz quierda para ayudarse. Acuérdese de mantener el pecho relajado, de no forzar la acción y de observar aquellas partes del cuerpo en que hay esfuerzo muscular que no se transforma en movimiento. Repita varias veces. En cada ocasión, observe qué partes de su cuerpo están ausentes de la imagen corporal del movimiento, y tra te de completar esa imagen. Repita 25 veces, pero no espere resultados manifiestos de cada movimiento. Descanse alrededor de dos minutos. Balanceo del tronco de un lado a otro Siéntese, con las rodillas dobladas y separadas. Estire los bra zos entre las piernas y tómese el pie derecho como antes. Levante el pie hacia delante y arriba sobre la cabeza y observe si se ha pro ducido algún mejoramiento. Sin soltar el pie derecho, ponga la pierna izquierda detrás de usted, apoyando en el suelo la cara interna de la rodilla y el pie. Al mismo tiempo, ponga el pie derecho en el suelo, frente a usted. Su cabeza se inclinará ligeramente hacia delante, junto con el tronco. Acérquela al suelo, por delante de usted, en cualquier dirección que le resulte cómoda, sea hacia el frente de la rodilla derecha o de la pierna. Balancee el tronco de derecha a izquierda, con los movi mientos más pequeños que le sean cómodos. Rodar de la posición sentada a la yacente, sobre el lado derecho (figs. 9 y 10) Después de unos pocos movimientos pequeños, intensifique la acción de balanceo hasta que, bajando la cabeza, logre rodar hacia la derecha sobre el suelo, hasta yacer de espaldas. Desde luego, tam bién su pie izquierdo se levantará del suelo. Si el movimiento es lo bastante cómodo y suave, usted pasará por toda la posición de yacer de espaldas y se encontrará casi tendido sobre el costado izquierdo.
Apoyándose en el suelo con el pie izquierdo, inicie el movi miento de vuelta hacia la derecha. Doble el cuerpo y ruede; la ca beza debe guiar el movimiento y mantenerse cerca del suelo hasta llegar a la rodilla izquierda. Si se acuerda de plegar la pierna iz quierda por detrás, hacia la izquierda del cuerpo, puede estar se guro de que recobrará la posición de sentado. Ponga cuidado en no enderezarse al estar otra vez sentado; al contrario, mantenga cabeza y tronco tan cercanos al suelo como le sea posible. En esta posición, mueva el cuerpo un poco a la dere cha, mediante un movimiento del tronco y la cabeza que le dará impulso, y ruede de nuevo hacia la derecha hasta encontrarse tendido de espaldas. Repita el movimiento de rotación 25 veces y descanse. Repita, pero sólo con la-imaginación Si no logró rodar desde la posición yacente hasta la de sentado y volver a la primera, trate de ejecutar el movimiento con la imagi nación tanto tendido de espaldas como sentado, cinco veces en cada posición, prestando atención a tantas partes del cuerpo como pueda. Observe el movimiento imaginado y asegúrese de que sea continuo. Asegúrese también de que su respiración se mantiene a ritmo sereno y trate nuevamente de ejecutar el movimiento real. Sentado, levantar un pie en la realidad y con la imaginación
(fig■U) Siéntese como al principio de la lección. Tome su pie como an tes y trate de llevarlo por sobre su cabeza, con ambas manos, y de apoyarlo en la coronilla. Un cuerpo bien organizado no necesita esfuerzo alguno para apoyar el lado interno del pie, cóncavo, en la coronilla. Si le cuesta ejecutarlo, siéntese con los ojos cerrados y vi sualice el movimiento en todos sus detalles y como acción conti nua. Tome nota de cuán difícil es imaginar la sensación de un mo vimiento que usted no es capaz de ejecutar.
La
v e r b a l iz a c ió n p u e d e a s u m ir l a s f u n c io n e s d e l a s e n s a c ió n y e l c o n t r o l
Desde luego, pensar el movimiento en palabras no ofrece difi cultad alguna. Una de las grandes desventajas del lenguaje habla do reside en que nos permite enajenamos respecto de nuestros se res reales hasta tal punto, que a menudo creemos erróneamente haber imaginado o pensado algo, cuando en realidad nos hemos li mitado a recordar la palabra apropiada. Cuesta muy poco com probar que cuando imaginamos realmente una acción enfrenta mos las mismas dificultades que tendríamos que vencer para ejecutarla. Ejecutar una acción particular puede ser difícil porque las órdenes impartidas por el sistema nervioso a los músculos no se corresponden con la acción. El cuerpo no se doblará lo suficiente, por ejemplo, debido a que la orden, dada conscientemente, de que se doble no puede ser cumplida y a que los músculos antagonistas —en este caso, los que enderezan la espalda-— siguen trabajando demasiado por razones de hábito, resultante a su vez de una mala postura. Basta que esa actividad obstructiva entre en el campo de nuestro conocimiento consciente para que se presente, de pronto, una flexibilidad nueva en nosotros, una flexibilidad igual a la de un infante, y para que el movimiento de doblarnos se torne conti nuo, cómodo, milagroso. Cuando sucede esto, el.individuo tiene la impresión de que se ha abierto una ventana en un cuarto a oscuras y se siente invadido por una sensación desconocida de capacidad y vitalidad. H a des cubierto el dominio de sí mismo y comprende que la responsabi lidad de sus movimientos incontrolados le corresponde eñ gran medida a él. Complete su imagen corporal Cierre los ojos y piense en todas las posiciones incluidas en esta lección. Observe la sensación de sus extremidades durante cada «movimiento» y repítalo dos o tres veces en cada posición, con amplias pausas entre mi movimiento y el siguiente. A continua ción, trate de levantar de nuevo su pie y observe si ahora obedece más fácilmente a su deseo de alzarlo por sobre la cabeza, y si aho ra puede apoyárselo en la coronilla.
El
p e r f e c c io n a m ie n t o n o t ie n e l ím it e s
Puede que las obstrucciones al movimiento hayan llegado a ser tan grandes, que no resulte posible consumar el cambio descrito antes en el curso de una sola lección y sin maestro. Cuando se pro porciona enseñanza personal a grupos de 40 a 50 hombres y muje res de todas las edades (más de 60 años en algunos casos), se com prueba que el 90 % de los presentes llegan por lo menos a tocarse la cabeza con los dedos grandes de los pies, y que la mayoría llega incluso a todo cuanto es posible hasta ahora: apoyar el pie sobre la coronilla. Todos denotan un mejoramiento considerable, y eso es lo que importa. Si una persona puede llegar a un punto en que ad vierte un mejoramiento cada vez que hace algo, sus posibilidades de realizarse no tienen límite. Repita todos los movimientos hacia la izquierda, con la imaginación Incorpórese, camine y observe las diferencias de sensación en tre el lado estudiado durante los ejercicios y el otro lado. Examí nese la cara, los ojos, el movimiento y el aspecto general de uno y otro lado. Tiéndase de espaldas y limítese a doblar las rodillas. Cierre los ojos y estudie las diferencias de contacto con el suelo entre los la dos derecho e izquierdo. Imagínese todas las etapas de movimien to de esta lección sobre el lado izquierdo, en vez del derecho, pero imagine la sensación, no palabras. Repita tres veces cada movi miento imaginario, haciendo largas pausas entre cada movimiento y el siguiente. Se mejora más mediante la visualización que mediante la acción Ahora siéntese y tome su pie izquierdo con ambas manos, en po sición simétrica de la asumida antes; levante el pie por sobre la ca beza y trate de ponerlo en la coronilla. Descubrirá, ciertamente, que el lado con el cual se limitó a imaginar los ejercicios le obedece más y funciona mejor que el lado con el cual los ejecutó en forma real. El lado que se ejercitó realmente efectuó además muchos mo vimientos erróneos o nocivos, que es lo habitual cada vez que se intenta un movimiento nuevo, y, en consecuencia, el rendimiento que se alcanza con el segundo lado es superior.
O bservarse
a sí m is m o e s m e jo r q u e r e p e t ir m e c á n ic a m e n t e
Estudie la importancia de esta conclusión. Usted trabajó toda una hora con un lado y dedicó sólo unos pocos minutos al segun do —y nada más que con la imaginación—, no obstante, el mejo ramiento fue mayor en el segundo lado. Sin embargo, todos los métodos de gimnasia se basan en la repetición de la acción. Y no sólo de gimnasia, pues todo cuanto aprendemos se basa en gran medida en el principio de repetición y memorización. Esto puede explicar por qué un hombre puede ejercitarse a diario con un ins trumento sin hacer progreso alguno, en tanto que otro mejora día a día. Tal vez el talento —explicación aceptada de esa diferencia— se derive de que el segundo estudiante observa lo que hace mien tras ejecuta, en tanto que el primero se limita a repetir y memorizar, basándose en el supuesto de que repetir suficientes veces una mala ejecución terminará de algún modo por inculcarle una exce lente capacidad para la música. Nos hemos referido antes al concepto de contacto interno y ex terno, que incluye la transferencia de observación consciente des de la sensación interior del cuerpo hasta sus cambios en el espacio exterior a él. Considérese qué hace un pintor cuando observa un paisaje y trata de dibujarlo en su tela. ¿Podría hacerlo sin prestar atención a la sensación de su mano al dirigir el pincel? ¿Podría ha cerlo sin conocimiento de lo que sus ojos están viendo? A todos se nos presentó alguna vez, mientras leíamos, la nece sidad del volver atrás y releer un pasaje porque la primera vez lo leimos sin prestarle atención. Aunque probablemente la primera vez hayamos leído todas las palabras, e incluso las hayamos forma do sin decirlas, no comprendimos ni retuvimos nada. ¿Qué es, en realidad, lo que notamos durante la segunda lectura? ¿Es en ver dad tan importante —como para causar esa diferencia— que ob servemos el funcionamiento de nuestra mente mientras leemos?
LAS RELACIONES ESPACIALES COMO MEDIO DE COORDINAR LA ACCIÓN
En esta lección se enseña que la atención consciente a las rela ciones espaciales entre los miembros en movimiento otorga a éstos coordinación y fluidez, y que la indagación sistemática y atenta de una parte del cuerpo puede relajar la tensión muscular innecesaria que allí haya. La acción mecánica no nos enseña nada ni mejora nuestra capacidad. Los movimientos comunes ejecutados en for ma distinta revelan con la mayor frecuencia coordinación defi ciente, no capacidad individual superior. En realidad, a medida que mejora, el movimiento se acerca cada vez más al movimiento habitual de la mayoría de las personas. Un reloj frente al rostro Siéntese en el suelo, con las piernas cruzadas, o con las rodillas :ómodamente separadas. Eche atrás las manos, para apoyarse soüre ellas. Imagine que frente a su cara está el cuadrante numerado le un reloj y mueva la nariz en forma circular, como si quisiera mo/er las manecillas sobre el cuadrante en el sentido en que se mue len para marcar la hora. El círculo trazado debe ser pequeño, porjue si fuera mayor la nariz perdería contacto con las agujas en los ixtremos derecho e izquierdo del cuadrante. Continúe con este novimiento muy lentamente, muchas veces, asegurándose de que 10 interfiere nada en su respiración.
Trayectoria del lóbulo de la oreja Imagínese que el lóbulo de su oreja izquierda está unido por una delgada banda de goma al borde de su hombro izquierdo. De termine en qué parte de aquel movimiento la banda elástica se es tira y cuándo se acorta, y cuánto. El movimiento de la nariz es cir cular y se realiza a velocidad uniforme. El movimiento del lóbulo, ¿es también circular? Trate de calcular dónde estará el lóbulo de la oreja cuando la nariz marque las 12 en punto, las 3, las 6, las 9 y otra vez las 12. Repítalo muchas veces, cada vez con mayor calma. Trate de seguir la acción del lóbulo de la oreja mediante la simple sensación: limítese a prestar atención, hasta sentir claramente dón de se relaciona el lóbulo de la oreja con el borde del hombro.
P odem os
a c t u a r s in s a b e r l o q u e h a c e m o s
La acción descrita no es simple. Usted no logrará ejecutarla in mediatamente, y no hay razón alguna para que pueda. Una solu ción inmediata sería de carácter puramente intelectual, basada en fórmulas geométricas que usted aprendió; no agregaría nada a su conocimiento. Pero, ¿no es sorprendente que en una parte de su cabeza suceda algo tan poco claro, mientras con otra usted hace algo por completo claro? Se diría que somos capaces de hacer co sas sin saber que las hacemos. La verdad es que no nos damos cuenta de todos los movimientos de la cabeza mientras pensamos en un aspecto particular del movimiento. Traslade el foco de atención del lóbulo a la oreja y viceversa Continúe con el movimiento de la nariz y, sin interrumpirlo, traslade el foco de su atención al lóbulo de la oreja. Trace con éste círculos imaginarios en forma tal que la nariz pueda proseguir sus movirtiientos regulares. ¿En qué dirección se mueve ahora la ore ja? Observe qué le sucede a la banda elástica que une el lóbulo de la oreja y el hombro; el movimiento no es el mismo de antes. ¿Ha cambiado de trayectoria su nariz; sigue describiendo círculos? Vuelva la atención a la nariz y deje que se mueva en círculo. Veri fique de nuevo la trayectoria del lóbulo de la oreja. Podríamos ha ber supuesto que, como la nariz y la oreja forman parte de la mis
ma cabeza, si una describe un círculo, la otra (y con ella el resto de la cabeza) hará lo mismo. Sin embargo, al parecer la cosa no es tan simple. Mire con el ojo izquierdo Invierta la dirección de los círculos descritos por la nariz, de modo que ésta empuje ahora las agujas del reloj en dirección con traria a la habitual. Cierre ambos ojos y centre su atención en el iz quierdo. ¿A dónde mira usted, realmente, con ese ojo? Trate de mirar con su ojo izquierdo, cerrado, en dirección al puente de su nariz, entre ambos ojos, y después hacia fuera, en dirección a la co misura izquierda de su ojo izquierdo, mientras sigue describiendo movimientos circulares con la nariz. Después de intentarlo unas pocas veces sin dar con una solución clara, la mayoría de las per sonas desisten. Tal vez encontremos la solución sólo después de habituamos al movimiento. Trate de mover el ojo izquierdo en círculo y determine en qué forma influye esto sobre los círculos que traza con la nariz. Descanse. Tinte la mitad izquierda de su cabeza con una brocha imaginaria Siéntese cómodamente en el suelo con las piernas cruzadas. Trace con la nariz círculos en el sentido de las agujas del reloj y, al mismo tiempo, trate de pintar la mitad izquierda de su cabeza con una brocha imaginaria de unos dos dedos de ancho. Imagine que la mano izquierda sostiene la brocha y la mueve primero desde la primera vértebra dorsal hacia el lado izquierdo de la porción pos terior del cuello, trazando una franja de dos dedos de ancho a lo largo del cuello y la parte posterior de la cabeza, a la izquierda de la línea que divide a ésta por la mitad. Continúe desde la coronilla hacia la cara, pasando por la frente, el ojo izquierdo, la mejilla, el labio superior, el labio inferior, el mentón, la porción de ahajo del maxilar inferior y el costado izquierdo del cuello hasta llegar a la clavícula. Imagine que la brocha vuelve, en la misma forma, hacia la parte posterior del cuello. Continúe hasta cubrir toda la mitad izquierda de la cara y la cabeza con bandas adyacentes de color, que llegan hasta el hombro izquierdo.
A l pintar la mitad izquierda de la cabeza mueva la nariz a la derecha Descanse un momento y a continuación invierta la dirección del movimiento de la nariz. Pinte de nuevo la mitad izquierda de la cabeza, pero esta vez con pinceladas aplicadas en ángulo recto respecto de las anteriores, es decir, que vayan de derecha a iz quierda y vuelvan a la derecha, de modo que toda la mitad de la ca beza y la cara sean cubiertas por segunda vez. Determine si los mo vimientos de la pintura interfieren en los de la nariz y, de ser así, en qué puntos. ¿Cuándo la brocha cambia de dirección? ¿Se siente igualmente el paso de la brocha en todos los puntos, o existen si tios que permanecen confusos al pasar la brocha sobre ellos? O bien, ¿dónde interfiere la pintura en la respiración? ¿En qué sitio hubo tensión muscular e interrupciones del movimiento? ¿En el ojo? ¿El cuello? ¿Los hombros? ¿El diafragma? Descanse. Trasladar la atención de una parte a otra Continúe con los movimientos de la nariz en sentido contrario al de las agujas del reloj. Sin interrumpirlos, decida que quiere tra zar círculos con el mentón. Al cabo de pocos minutos, decida que lo que usted está moviendo es en realidad el ángulo izquierdo del maxilar inferior, exactamente bajo la oreja. Después traslade su atención a la sien izquierda, y después a un punto situado entre la oreja y las vértebras cervicales situadas en la base de la cabeza. Al cabo de cada cinco o diez movimientos de cabeza, imagine que traslada el centro de movimiento de uno a otro punto de la ca beza, pero entre uno y otro vuelva a la nariz. Continúe hasta que pueda incluir con igual claridad, mediante un solo esfuerzo men tal, todas las partes de la mitad izquierda de la cabeza y el rostro. Descanse. Arrodíllese con el pie derecho en el suelo Arrodíllese sobre la rodilla izquierda, con la planta del pie de recho en el suelo. Estire su brazo derecho frente a usted y el iz quierdo hacia atrás, ambos a la altura del hombro. Cierre los ojos e imagine que una delgada banda de goma conecta su oreja izquier da con su mano izquierda (tendida hacia atrás) y que una segunda
banda elástica la conecta con su mano derecha (tendida hacia el frente). Efectúe con la nariz 25 movimientos circulares en una di rección y otros 25 en la opuesta, mientras trata de seguir el alarga miento y el acortamiento de las dos bandas elásticas en el espacio. Pie izquierdo en el suelo Después de un breve descanso, arrodíllese con la planta del pie izquierdo en el suelo; tienda hacia delante la mano izquierda y ha cia atrás la derecha, ambas a la altura del hombro. Repita los mo vimientos de nariz y siga observando cómo se mueven las bandas elásticas. Incorpórese y camine. ¿Siente alguna diferencia al tener la ca beza vuelta hacia la derecha o la izquierda? ¿Es la sensación de es pacio distinta de ambos lados? ¿Experimenta la misma sensación con los dedos de ambos pies, o distintas?
La
c a l is t e n ia p o r l a c a l is t e n ia m ism a n o e n s e ñ a n a d a
Todos los movimientos que ejecutamos fueron simétricos tan to en función del espacio como de los músculos. En consecuencia, ¿qué es lo que ha provocado estas diferencias entre el lado dere cho y el izquierdo? Hemos efectuado del lado izquierdo exacta mente los mismos movimientos, exactamente el mismo número de veces, pero, de ese lado, apenas si se advierte cambio alguno. Tal vez sea difícil recordar cómo se sentía antes el lado derecho, y puede que no debamos confiar en nuestrá memoria, pero no hay duda de que el lado izquierdo no se siente como el derecho. ¿No significa esto que el movimiento tiene por sí mismo muy poco va lor? La mayor parte del cambio se ha operado sobre el lado ál que se prestó atención consciente. ¿Debemos suponer que la repe tición mecánica no tiene valor, salvo en la medida en que estimula la circulación y emplea los músculos? ¿Es ésta la causa por la cual personas que hacen gimnasia toda su vida no tienen mucho más éxito, en cualquier actividad constructiva, que aquellas que no la hacen? Por otro lado, existen personas que continúan observando la sensación que les produce su cuerpo, como la observaron du rante el período de crecimiento, y que, en consecuencia, siguen aprendiendo y se transforman y desarrollan durante toda la vida.
El
m o v im ie n t o , q u e p k im e r o e s i n d iv id u a l ,
DESPUÉS SE GENERALIZA
Es un simple movimiento de cabeza, tal como lo hacen distin tas personas, las diferencias pueden derivarse de que, al volver la cabeza, una preste atención a su oído y considere que ése es el mo vimiento acertado, en tanto que otra presta atención a su configu ración de oído y hombro, y úna tercera a los pliegues de la piel de su cuello. El número de combinaciones posibles es tan grande, que todo movimiento parecerá por completo personal y específico. En un grupo de estudiantes numeroso, cuando intentan por primera vez el movimiento circular de nariz, puede observarse gran variedad de movimientos de cabeza, algunos insólitos hasta lo increíble. Hacia el fin de esa lección, se advierte un movimiento más general y común. La nariz traza realmente círculos exactos, tanto en el sentimiento subjetivo como en la realidad. Cuando la autoimagen se hace presente con claridad en el conocimiento del individuo durante el movimiento, y cuando tanto las impresiones o representaciones objetiva y subjetiva son exploradas tan fácil mente como se mira un objeto que está ante los ojos, la acción se torna fácil, exacta y agradable. Además, se acerca a los movimien tos de una persona que ha desarrollado su conocimiento. La indi vidualidad debe expresarse en valores positivos, no en rarezas.
EL MOVIMIENTO DE LOS OJOS ORGANIZA EL MOVIMIENTO DEL CUERPO
Estudiaremos ahora cómo el movimiento de los ojos coordina los movimientos del cuerpo y cómo se relacionan con el movi miento de los músculos del cuello. Someter a prueba por separado esas conexiones entre los ojos y los músculos del cuello acentúa el control de los movimientos corporales y los facilita. El movimien to de los ojos en dirección opuesta a la que sigue el movimiento de la cabeza, y el movimiento de la cabeza en dirección opuesta a la que sigue el cuerpo, agregan una dimensión de movimiento que muchas personas no conocen. Esos ejercicios amplían el espectro de la actividad y ayudan a eliminar hábitos defectuosos. Esta lec ción permitirá también distinguir entre los músculos que regulan el movimiento de los globos oculares y aquellos que controlan en forma más específica la visión. Movimiento a derecha e izquierda, de pie De píe, con los píes separados un poco, balancee su cuerpo a derecha e izquierda, con las manos colgando flojas a los lados. Al ir el cuerpo hacia la derecha, la mano derecha se mueve hacia la derecha y atrás de la espalda, y la izquierda se mueve hacia la de recha y frente al cuerpo, como si tratara de alcanzar el codo dere cho. Al ir el cuerpo hacia la izquierda, la mano izquierda se mueve en esa dirección y hacía atrás del cuerpo, mientras la derecha va hacia la izquierda y por delante del cuerpo. Continúe con los movimientos de balanceo dei cuerpo y cierre
los ojos. Asegúrese de que los movimientos de la cabeza sean sua ves. Cada vez que cambie de dirección, obsérve qué es lo que em pieza a volverse antes: los ojos, la cabeza o la pelvis. Efectúe mu chos movimientos, de derecha a izquierda y de vuelta, hasta que tenga una respuesta clara y pueda observar todos sus miembros durante el movimiento, sin detenerse en el comienzo o el fin de la oscilación. Abra los ojos y siga balanceándose como antes. Tome nota de si sus ojos continúan mirando hacia su nariz, como cuando estaban cerrados, o si hacen algo distinto. Si así ocurre, ¿qué hacen? ¿An ticipan los movimientos de la cabeza? ¿Saltean partes del horizon te visual? Coordinación de los ojos y fluidez de movimiento (fig. 12) Cierre otra vez los ojos y trate de sentir cuándo los movimien tos de balanceo son más suaves y fluidos: ¿con los ojos abiertos o cerrados? Trate de alcanzar, con los ojos abiertos, la misma suavi dad que alcanza con los ojos cerrados. Cabría esperar que el movi miento fuese mejor en todo sentido con los ojos abiertos, pero en la práctica ocurre que esto lleva a frecuentes interrupciones de la fluidez y la amplitud del movimiento, debido al hecho de que, en muchas personas, el movimiento de los ojos no está bien coordi nado con su actividad muscular. Tome cuidadosa nota de la sensa ción de los movimientos de las piernas y la pelvis y de todos los de fectos, por pequeños que sean, del movimiento de balanceo, a fin de tomar después conocimiento de los cambios que han de ope rarse en el control de todos los movimientos del cuerpo. Sentado, gire el cuerpo a la derecha (fig. 13) Siéntese en el suelo. Doble la pierna izquierda hacia atrás y ha cia la izquierda; la cara interior de esa pierna quedará apoyada so bre el suelo, y lo mismo el pie. Apoye en el suelo la palma de la mano derecha. Lleve el pie derecho hacia su cuerpo, de manera tal que la pantorrilla derecha quede paralela al frente del cuerpo y la planta del pie toque el muslo cerca de la rodilla izquierda. Extien da su mano izquierda hacia delante, frente a los ojos, y gire el tronco hacia la derecha, guiado por la mano izquierda. En este giro hacia la derecha, siga con los ojos el pulgar de la mano.
Vuelva al punto medio y retorne a la derecha, dentro de los lí mites de la comodidad. Doble el codo izquierdo de manera tal que la palma de la mano pueda avanzar más hacia la derecha. Asegúre se de que los ojos permanecen en reposo, es decir, fijos en la palma de la mano cuando la cabeza y los hombros se mueven hacia la de recha. Continúe moviéndose lentamente; no intente girar hacia la derecha más allá del ángulo que le resulte cómodo. Asegúrese de que sus ojos no van hacia la derecha más allá del punto hasta donde los lleva la cabeza. Trate de no acortar la columna vertebral, es decir, no tense el pecho y las costillas, y permita que la cabeza se despla ce sin efectuar usted ningún esfuerzo deliberado por sentarse más derecho. Fíjese en que los ojos sigan la palma de la mano izquier da al moverse ésta. Muchas personas, sin darse cuenta, llevan la vista más allá de la mano derecha cuando ésta se ha detenido, y a veces lo hacen incluso después de que se les ha dicho que no de ben hacerlo. Tiéndase para descansar y verifique el contacto de su espalda con el suelo. Sentado>gire el cuerpo hacia la izquierda Siéntese y mueva ambos pies hacia la derecha hasta alcanzar una posición simétrica de la anterior. Estire el brazo derecho fren te a sus ojos y gire el tronco entero a la izquierda, con los ojos si guiendo el pulgar de la mano. Al moverse la mano hacia la iz quierda, doble el codo derecho, de modo que la mano alcance una posición más alejada hacia la izquierda. Vuelva a la posición inicial y efectúe 25 giros hacia la izquierda; trate de que cada movimien to sea más fácil que el anterior. Preste atención al movimiento mis mo y a su cualidad, no a llevarlo muy lejos hacia la izquierda. Tome nota de lo que ocurre en la pelvis, la columna vertebral, la parte posterior del cuello, así como de cualquier rigidez excesiva en las costillas o todo otro factor que pueda interferir en la facilidad del movimiento. Tiéndase sobre la espalda y descanse. .El movimiento del ojo amplía el ángido de giro Siéntese y doble la pierna izquierda hacia atrás y a la izquierda. Recoja la pierna derecha sobre el suelo, cerca del cuerpo. Vuelva el tronco hacia la derecha v apóyese con la mano derecha sobre el
suelo. La mano se encuentra así más lejos hada la derecha que an tes, debido a que el tronco ya ha girado hacia la derecha. Alce la mano izquierda sobre el frente, hasta tenerla ante los ojos y, con un movimiento del tronco, llévela a la derecha. Doble el codo iz quierdo en forma tal que la mano izquierda llegue tan a la derecha como le resulte cómodo, y déjela allí. En esta posición de torsión del tronco, mueva los ojos hacia la derecha de la mano izquierda y después llévelos de vuelta a la mano. Mueva así los ojos —hacia la derecha de la mano y de vuel ta a ésta— alrededor de 20 veces. Para guiar la dirección de su mi rada utilice los movimientos de la cabeza. Asegúrese de que los movimientos de los ojos se mantienen sobre una línea horizontal; en efecto, en el extremo derecho del recorrido tienden a dirigirse hacia abajo. No acorte el cuerpo Para facilitar este movimiento, empéñese en evitar el acorta miento del cuello. La columna vertebral debe moverse ágilmente, tal como si alguien ayudara a disminuir el peso de la cabeza tiran do en forma suave del pelo de la coronilla. También puede facili tarse el movimiento alzando el isquion izquierdo (hueso de la nal ga). Descanse. Trate de volverse hacia la derecha una vez más, con la mano iz quierda como guía del movimiento, y tome nota de si el arco des crito por la torsión es más amplio y, no obstante, más confortable.
Los o j o s
n o s ir v e n s ó l o p a r a v e r
Observe el importante papel que cumplen los ojos en la coor dinación de la musculatura corporal; es más importante aún que el de los músculos del cuello. La mayoría de las partes del cúerpo sir ven para dos funciones: la boca, para comer y hablar; la nariz, para oler y respirar, y el oído interno, además del papel que cumple en la audición, interviene en la conservación del equilibrio durante los movimientos tanto lentos como rápidos. Análogamente, los músculos de los ojos tienen influencia decisiva sobre la forma en que se contraen los músculos del cuello. Para comprender el im portante papel que desempeñan los ojos en la dirección de los
músculos del cuerpo basta recordar qué le sucede a uno al subir o bajar escaleras cuando los ojos no ven el suelo al terminar los es calones. Cada ojo por separado, y los dos a la vez Siéntese. Doble su pierna derecha hacia la derecha y recoja la izquierda hacia el cuerpo. Vuelva el cuerpo hacia la izquierda y apóyese sobre la mano izquierda, tendida tan lejos como le resulte posible y a la vez cómodo. Levante su brazo derecho hasta el nivel de los ojos y muévalo hacia la izquierda en un plano horizontal. Mire la mano derecha y vuelva la cabeza y los ojos hacia cualquier punto de la pared, más allá de la mano derecha y hacia la izquier da. Mire después la mano, luego la pared, otra vez la mano, y repi ta el movimiento alrededor de 20 veces: diez con el ojo izquierdo cerrado, y ejecutando el movimiento de mano o pared sólo con el derecho, y diez con el ojo izquierdo solamente. A continuación, trate de ejecutar todo el movimiento una vez más con ambos ojos abiertos, para determinar si los alcances del movimiento de torsión hacia la izquierda han aumentado. El mejoramiento es con fre cuencia asombroso. Ahora doble hacia atrás la pierna izquierda, recoja la derecha hacia el cuerpo y trate de mejorar el movimiento también hacia la derecha. Acuérdese de ejecutar el ejercicio con cada ojo alternati vamente abierto y cerrado. ha coordinación de los ojos conduce al perfeccionamiento del tronco Descanse. Observe qué partes de su cuerpo están más cerca del suelo. Ese contacto ha sido causado por su conocimiento de los movimientos del ojo. Si en algún momento futuro el tronco se tor na de nuevo rígido, usted podrá advertir una correspondiente pér dida de flexibilidad en los movimientos oculares. La técnica de coordinar los movimientos del ojo puede llegar a dominarse en forma tal que mejore el movimiento del tronco entero. Vuélvase a la derecha; mire a la izquierda Sentado, doble hacia atrás la pierna izquierda y recoja la dere cha hacia el cuerpo. Gire el tronco, la cabeza y los hombros tan ha
cia la derecha como le resulte cómodo. Apóyese sobre la mano de recha, colocada por detrás de usted. Levante la mano izquierda, con el codo doblado, hasta la altura de los ojos y muévala hacia la derecha. Mire la mano y después, hacia la izquierda de ésta, mire un punto determinado de la pared, devuelva la mirada a la mano y continúe 25 veces. En cada mirada usted verá un poco más hacia la izquierda. Cierre un ojo y ejecute así alrededor de diez de esos movi mientos. Cierre el otro ojo y haga lo mismo. Asegúrese de mante ner la cabeza quieta al cerrar cada ojo. Abralos y efectúe otros cin co movimientos. Recuerde el tirón del pelo, suave e imaginario, en la coronilla. Después, intente un movimiento simple hacia la dere cha y observe si el arco que describe es más amplio y confortable. Vuélvase a la izquierda; mire a la derecha Sentado, doble la pierna derecha hacia atrás, recoja la izquier da y, apoyado sobre la mano izquierda, gire tronco, cabeza y hom bros hacia la izquierda tanto como pueda. Levante el brazo dere cho hasta la altura de los ojos. Mire hacia la derecha de esa mano muchas veces. Cierre primero un ojo y después el otro. Después ábralos y efectúe cinco movimientos con ambos ojos abiertos. O b serve, tal como antes, la cualidad del movimiento, de torsión. Tién dase de espaldas y descanse. Movimiento de la cintura escapular hacia la derecha (fig. 14) Siéntese. Doble hacia atrás la pierna izquierda y recoja la dere cha hacia su cuerpo. Gire el tronco entero a la derecha. Apóyese primero sobre la mano derecha y después sobre la izquierda; am bas reposan sobre el suelo a cierta distancia una de la otra. Levan te la cabeza y mueva la cintura escapular hacia la derecha, en for ma tal que el hombro derecho vaya hacia atrás y hacia la derecha y el hombro izquierdo adelante y a la derecha. Asegúrese de que cada uno de los hombros se mueve decididamente en esa direc ción, uno hacia atrás y otro hacia delante, hasta que la presión so bre ambas manos sea pareja. Al moverse los hombros hacia la derecha, la cabeza y los ojos, por razones de hábito, giran en el mismo sentido. Trate de mover la cabeza hacia la izquierda cuando sus hombros lo hacen hacia la
derecha, y hacia la derecha cuando los hombros lo hacen a la iz quierda. Observe su pecho y su respiración y siga moviendo la cabeza en sentido opuesto al de los hombros hasta que el movimiento re sulte placentero. Transición de movimiento opuesto a movimiento coordinado y viceversa Continúe con estos movimientos de cabeza y hombros en di recciones opuestas, pero al hacerlo, y sin detenerse, pase a efectuar movimientos coordinados, en que la cabeza acompaña a los hom bros tanto a la derecha como a la izquierda. Después, sin detener el movimiento, prosígalo en direcciones opuestas. Deténgase y trate de descubrir si se ha presentado algún mejo ramiento en la torsión y en la sensación. Tiéndase sobre la espalda y examine en qué forma ésta toca el suelo. Movimiento de la cintura escapular hacia la izquierda Siéntese. Mueva los pies hacia la derecha y ejecute todo el ejer cicio hacia el otro lado. Tal como en el ejercicio anterior, mueva la cabeza alternativamente en la misma dirección de los hombros y en la contraria. Recuerde, de vez en cuando, que debe tratar de evitar el éxito logrado mediante el esfuerzo.
I n t e n s if ic a r
el
e s f u e r z o n o m ejo ra l a a c c ió n
Si en cada momento usted intenta llegar hasta el límite de sus capacidades, terminará por conseguir poco más que músculos do loridos y articulaciones estiradas. Cuando usted se esfuerza por al canzar resultados, se imposibilita lograr siquiera parte del mejora miento que puede obtenerse mediante la ruptura de los patrones habituales de movimiento y conducta, lo cual constituye el propó sito de estos ejercicios. Perfeccionar la diferenciación de los movi mientos de las distintas partes y de la relación entre ellas conduce a una disminución del tono muscular (del grado déla contracción causada por los centros involuntarios) y a un aumento real del con trol consciente.
De vez en cuando, usted debe sacarse la rutina de encima y preguntarse si hace realmente lo que cree estar haciendo. Muchas personas se engañan a sí mismas y se convencen de que, puesto que se sienten ejecutar un esfuerzo y desean que sus hombros se muevan, sus hombros por cierto se mueven, en relación con el sue lo y con sus cuerpos, como deberían hacerlo. Asegúrese de que todo el esfuerzo muscular se transforma en movimiento, pues el esfuerzo transformado en movimiento mejo ra tanto la capacidad como el cuerpo. El esfuerzo que no se con vierte en movimiento, sino que provoca acortamiento y rigidez, no sólo conduce a una pérdida de energía, sino también a una situa ción en que la pérdida de energía deteriora la estructura corporal. Incline la cabeza hacia uno y otro lado, con el cuerpo torcido hacia la derecha y después hacia la izquierda Siéntese. Doble la pierna izquierda hacia atrás y acerque la de recha al cuerpo; gire el cuerpo hacia la izquierda y apóyese sobre la mano izquierda. Aumente un poco la torsión hacia la derecha y lleve la mano derecha más aún hacía’la derecha, de modo que la torsión sólo provoque poca tirantez. Póngase la mano izquierda en la coronilla y utilícela para ayudar a la cabeza a inclinarse hacia de recha e izquierda, de modo que la oreja derecha se acerque al hombro de ese lado, y después la izquierda al hombro de su lado. Fíjese en que no debe volver la cabeza, sino inclinarla: la nariz debe seguir apuntando en la posición frontal inicial aun cuando la oreja derecha se acerque al hombro de su lado y la izquierda al hombro del suyo. A continuación, doble la pierna derecha hacia atrás y lleve la izquierda cerca del cuerpo; gire el cuerpo hacia la izquierda y apó yese en la mano izquierda. Repita los movimientos de inclinación de cabeza con la mano derecha en la coronilla. Podrá inclinarla más hacia la derecha y hacia la izquierda si se ayuda moviendo la columna vertebral, que se doblará hacia la izquierda cuando la ca beza vaya hacia la derecha, y viceversa. Balanceo del tronco, sentado Siéntese en el suelo y lleve ambos pies a la derecha. Balancee el tronco de derecha a izquierda, con leves movimientos que aumen
ten lentamente de dimensión. Deje que los brazos sean llevados por el movimiento del tronco, tal como lo hizo, estando de pie, al comienzo de la lección. Respire libremente para facilitar el movi miento. Después de unos pocos balanceos, invierta los movimientos de la cabeza y los ojos en relación con los movimientos del troncó y los brazos, de modo que la cabeza y los ojos se muevan ahora ha cia la izquierda cuando el tronco lo hace hacia la derecha, y vice versa. Después, sin detenerse, deje que la cabeza siga de nuevo al tronco, y después invierta otra vez los movimientos. Continúe alternando estos movimientos del tronco hasta que el paso de uno a otro sea suave y sencillo. Efectúe alrededor de 25 ac ciones de cada clase y a continuación descanse. Repita el ejercicio sentado en dirección inversa, con ambas piernas vueltas hacia la izquierda. Descanse. Siéntese y observe los cambios operados en la cualidad y la di mensión del movimiento de torsión desde el comienzo de la clase. Torsión del tronco en posición de pie, con ascenso alternado de los talones Póngase de pie. Separe los pies una distancia aproximadamen te igual al ancho de su pelvis y balancee los brazos y el tronco de derecha a izquierda, mientras la cabeza se mueve con ellos. Al in clinarse hacia la derecha, deje que su talón izquierdo se levante del suelo; al volverse hacia la izquierda, haga lo mismo con el talón de recho. Asegúrese de que los brazos se mueven libremente y conti núe hasta completar de 20 a 30 oscilaciones de derecha a izquierda. Cuando los movimientos de la cabeza se hayan tornado suaves y agradables, invierta la dirección. Siga volviendo la cabeza en la dirección contraria a la del movimiento del tronco., hasta que tam bién ese movimiento se haya tornado suave y fácil. Invierta otra vez la dirección y mueva la cabeza en el mismo sentido que los hombros. Trate de invertir la dirección sin interrumpir el movi miento del tronco. Camine y observe los cambios aparecidos en la forma en que usted se mantiene erguido y en sus movimientos y respiración.
CÓMO CONOCER LAS PARTES DE LAS QUE NO TENEMOS CONCIENCIA CON AYUDA DE AQUELLAS DE LAS QUE TENEMOS CONCIENCIA
En todo cuerpo y en toda personalidad, existen partes de las que el individuo tiene plena conciencia y con las que está familia rizado. Por ejemplo, en general se tiene más conciencia de los la bios y las puntas de los dedos que de la nuca o las axilas. Una au toimagen completa y uniforme respecto de todas las partes del cuerpo —todas las sensaciones, sentimientos y pensamientos— constituye un ideal que, por la ignorancia del hombre, hasta ahora ha sido difícil de realizar. Esta lección sugiere técnicas para com pletar la autoimagen mediante la comparación de la sensación pro pia de aquellas partes del cuerpo de que se tiene conciencia con la de aquellas partes de que uno no es consciente. Esa experiencia ayuda a descubrir qué partes permanecen, en la vida normal, fue ra del alcance de un empleo activo y consciente. Un dedo imaginario hace presión en su pantorrilla Tiéndase sobre el estómago. Estire las piernas en forma tal que queden separadas cómodamente, en posición simétrica respec to de la columna vertebral. Ponga las manos una sobre la otra, en el suelo, frente a la cabeza. Descanse la frente sobre la mano de arriba. Imagínese que alguien aplica un dedo al talón de su pie dere cho y lo lleva hacia arriba, a lo largo de la pantorrilla, hasta la ro dilla. La presión ejercida con el dedo debe ser tal que se sienta la dureza de los huesos de la pierna; el dedo imaginario no debe res
balar hacia la derecha ni la izquierda. En consecuencia, es preciso estirar el pie y los dedos, conservando el talón hacia arriba. Una bola rueda sobre las nalgas Trate ahora de imaginar una bola de hierro que rueda a lo lar go de su pierna, desde el punto medio del talón hasta la rodilla, y de vuelta. La bola elegirá el camino que le ofrezca menor resisten cia —el mismo elegido por el dedo imaginario— , de modo que no se desviará a la derecha ni a la izquierda. Trate de identificar con la mente todos los puntos de ese recorrido, para asegurarse de que la bola no salteará ninguno de ellos. Piense en la presión del dedo y, después, de la bola de hierro, hasta dar con todos los puntos de los que no está seguro. Esto no le exige moverse. Siga imaginando el rodar de la bola desde la rodilla hacia el muslo hasta llegar al gran músculo de la nalga, el glúteo. Encuentre el hueso del muslo; a partir de la rodilla, mueva la bola hacia la nalga. Al acercarse a la nalga, está menos seguro de la dirección que debe seguir. Procure determinar hacia dónde roda ría la bola si usted alzara la pierna. Síga haciéndola rodar, de, vuel ta a la rodilla y de allí al talón, y de nuevo hasta la nalga, hasta te ner en claro todos los puntos de su recorrido. La bola en el dorso de su mano izquierda Tienda adelante el brazo izquierdo, flexionado cómodamente en el codo, e imagine que la misma y pesada bola de hierro se apo ya ahora en el dorso de su mano. Encuentre el punto donde la bola podría reposar sin caerse. Trate de hacerla rodar hacia el codo; imagine el trayecto, exacto y firme, a lo largo del cual podría rodar hasta el codo y volver. A continuación imagine la misma línea de, movimiento para el caso de que alguien hiciera pasar un dedo; persista hasta tener todo bien en claro. Continúe en la misma forma desde el codo hasta el hombro y tome clara nota del camino de la hola y el dedo. Hágalos volver lentamente hasta el dorso de la mano y de allí hasta el hombro y el omóplato. En este caso, tampoco resulta claro el trayecto final de la bola.
Vuelva a la pierna derecha Retome a la pierna derecha. Trate de levantar un poco el talón y la pantorrilla e imagine los puntos donde la bola hace contacto al rodar por la cara posterior de su pierna. Déjela seguir lentamente de la ro dilla al muslo y trate de determinar a dónde rueda al llegar a la nalga. Tome nota de la movilización muscular que se produce en su hombro izquierdo al rodar la bota por su camino. Del muslo derecho al hombro izquierdo, y de vuelta Trate de imaginar la bola mientras sigue rodando por su tra yecto: desde la rodilla a lo largo del muslo, hasta la pelvis y de allí hacía el omóplato izquierdo. Encuentre con exactitud el punto donde la bola cruza la pelvis para llegar hasta la cintura y desde allí, a lo largo de la columna vertebral, hasta la paleta izquierda. Eleve ligeramente el omóplato izquierdo y deje rodar la bola por el mismo camino de vuelta: hasta la columna vertebral, la cin tura, la pelvis y el muslo derecho. Al hacerlo, determine en qué punto cruza la nalga en camino hacia la rodilla y el talón. Trace esa línea en forma clara, precisa y continua. Desde el dorso de la mano izquierda hasta el talón derecho, ida y vuelta Devuelva la bola al dorso de la mano izquierda. Alce ligera mente la mano, dé modo que la bola ruede hasta la muñeca; álcela un poco más, para que ruede hasta el codo, y aún más allá, hasta llegar al omóplato. Para mantener la bola en movimiento, es preci so organizar el cuerpo de tal modo que, a lo largo del recorrido, el punto situado delante de aquélla esté siempre por debajo, es decir, que el punto donde la bola se apoya sea ligeramente más alto que el situado por delante. Haga rodar la bola desde el omóplato, a lo largo de la columna vertebral, la nalga y el muslo, hasta el talón. Levante un poco la pierna derecha y deje rodar la bola hasta la nalga y después a lo largo de la columna vertebral. Siga moviendo el cuerpo de tal modo que la bola ruede sobre el omóplato, el hombro, el codo y el antebrazo, hasta llegar al dorso de la mano. Para ello el brazo debe estar doblado de modo que el trayecto de la bola no presente curvas cerradas, lo cual evitará que se caiga.
Prosiga alzando alternativamente el brazo y la pierna; tiene que asegurarse de que el movimiento de la bola a lo largo de su cami no le resulta a usted perfectamente claro, de que se traslada a rit mo regular y de que usted sabe en todo momento dónde está. La bola rueda en una ranura Apoye la oreja izquierda en el suelo, enderece el brazo izquier do ligeramente en el codo y levante el cuerpo en forma tal que la bola pueda rodar, como en una ranura, desde la mano hasta el ta lón, ida y vuelta. Tome nota del recorrido de la bola y asegúrese de que sabe cla ramente por dónde debe dirigirla. Curve el cuerpo Levante el brazo izquierdo y la pierna derecha y equilibre el cuerpo en una posición ligeramente arqueada, sin forzarlo. Haga rodar la bola por la curva lumbar, en un sentido y otro, mediante movimientos rápidos y ágiles, de modo que ruede un poco hacia el brazo y un poco hacía la pierna. Tome nota de la posición de la bola en cada punto y procure determinar qué hace usted para que ruede en cada dirección. Siga haciendo rodar la bola en la curva lumbar. Levante el bra zo y la pierna con movimientos ligeros, sin levantar la oreja iz quierda del suelo. Aumente poco a poco el alcance del movimien to, de modo que la distancia recorrida por la bola sea cada vez mayor, hasta que, en cada oscilación, recorra toda la distancia que separa la mano del talón. Póngase lentamente de pie y camine por el cuarto. Tome nota de todas las sensaciones distintas de las habituales que experimen ta en el brazo izquierdo y la pierna derecha y a lo largo del reco rrido general de la bola. Del talón izquierdo a la mano derecha, ida y vuelta Tiéndase otra vez sobre el estómago. Estire las piernas, separa das, y extienda el brazo derecho por encima de la cabeza. Apoye la oreja derecha en el suelo. Ponga la bola imaginaria en el talón del pie izquierdo, hágala rodar hasta la rodilla y devuélvala al talón, y
desde éste, a lo largo de la misma línea, envíela por la columna ver tebral hasta el omóplato derecho. Desde éste, hágala llegar hasta el codo y, a lo largo del antebrazo, hasta el dorso de la mano, y envíe la de retorno al talón. Observe si, al principio, usted pensaba acerca de este brazo y esta pierna en forma distinta de como pensaba sobre el par ante rior. Piense acerca de la bola y su trayecto, como pensó antes, has ta que pueda localizarla en cualquier momento y tenga una idea clara y precisa de su camino. Mueva la bola a velocidad uniforme Cuando el trayecto de la bola resulta realmente claro, el brazo y la pierna tienden a levantarse por sí mismos para devolverla al ta lón y al dorso de la mano. Permítales alzarse con movimiento pe queño, lento y muy suave; en caso contrario, la bola se saldrá del camino. Procure moverse de manera tal que la bola se traslade a velocidad uniforme en todo su trayecto. Observe que usted debe activar cada parte del cuerpo en un momento distinto para que la bola continúe moviéndose hacia su destino. Usted debe dirigirla hacia el punto en que está pensando; en caso contrario, la bola no sabrá hacia dónde rodar. ha bola en la cintura, con movimiento de vaivén Ponga la bola en la cintura. Levante ligeramente el brazo y la pierna e imprima a la bola pequeños movimientos de vaivén, alter nativamente, hacia el brazo y la pierna. Aumente gradualmente la amplitud de los vaivenes, hasta que la bola ruede, en cada movi miento, desde el dorso de la mano hasta el talón. Incorpórese y camine un poco. Observe si se siente distinto de como se sintió la última vez que se puso de pie y si puede definir los cambios que se han operado en la espalda y dentro del cuerpo. ¿Dónde siente algo distinto de lo que sentía antes? Desde la nuca hasta el cóccix, ida y vuelta Tiéndase sobre el estómago. Separe brazos y piernas, con las manos estiradas hacia arriba, por encima de la cabeza. Apoye el mentón (no la nariz) en el suelo. Ponga la bola en la parte pos
terior del cuello, entre los hombros y la cabeza. Alce un poco la cabeza y, gradualmente, procure hacer pasar la bola, mediante un lento movimiento de cabeza, entre los omóplatos. Deberá or ganizar los hombros, el pecho y la espalda de manera tal que la bola encuentre un sitio adecuado para rodar. Siga hacia abajo desde ese punto, con lentitud. Para ello deberá levantar el ester nón, de modo que la bola pueda rodar por la espalda a lo largo de la parte de ésta que corresponde al pecho hasta llegar a la pelvis. Asegúrese de que la bola no resbale hacia ninguno de ambos lados. Mueva la bola de vuelta hacia la cabeza. Para ello deberá le vantar las nalgas y organizar el estómago, la espalda y los hombros de modo tal que la bola pueda llegar hasta la nuca; ésta, a su vez, deberá bajar para que la bola pueda rodar por ella. Durante todo este movimiento las rodillas deben quedar sobre el suelo. Haga rodar la bola pelvis abajo y de vuelta hasta la nuca, eje cutando en cada oportunidad con lentitud y claridad mayores los movimientos necesarios. Asegúrese de que la cabeza no se inclina hacia uno u otro lado. Con las piernas levantadas Separe las piernas y, esta vez, levántelas ligeramente del suelo; haga rodar la bola desde la cabeza hasta la pelvis, ida y vuelta, sin bajar las piernas. Baje las piernas y reanude la acción como antes. Observe la di ferencia entre ambos movimientos. Con la pierna derecha y el brazo izquierdo alzados Haga volver la bola a la cintura. Levante la pierna derecha y el brazo izquierdo y haga rodar la bola, mediante pequeños movi mientos, hasta el dorso de la mano, y de allí a lo largo de la colum na vertebral, hasta el talón. Aumente en forma gradual la amplitud del movimiento hasta que termine en franco balanceo. Con la mano derecha y la pierna izquierda alzadas Levanté la mano derecha y la pierna izquierda y repita lo hecho antes. Piense primordialmente en el trayecto que sigue la bola, con
el fin de que le sea posible localizarla y dirigirla hacia donde usted lo desee. Haga volver la bola al medio de la pelvis, envíela hasta la parte posterior del cuello y desde allí de vuelta a la pelvis. Someta a prueba su imaginación Tendido de espaldas, extienda los brazos a los lados, separe las piernas e imagine, para la pelota, patrones de movimiento que le permítan a usted sentir su imagen corporal anterior con la misma claridad con que sintió la posterior después de efectuar los ejerci cios descritos.
Lección 12 PENSAMIENTO Y RESPIRACIÓN
Algunos métodos recurren al perfeccionamiento de la respira ción como clave del mejoramiento de la personalidad. Toda vez que vacilamos, sentimos un interés, nos sorprendemos, nos asusta mos, dudamos, efectuamos un esfuerzo o intentamos hacer algo, nuestra respiración se modifica. Lo hace en distintas formas, que van desde contener el aliento por completo, hasta respirar tan rá pidamente y con tan poca profundidad que nos parece quedamos sin aire. La mayor parte de las personas no utilizan toda la vitalidad que puede obtenerse de una respiración plena y regular, concordante con la estructura nerviosa y física del hombre; en la mayoría de los casos, ni siquiera saben lo que esa respiración significa. En esta lección ensayaremos una forma de respirar que puede convertirse fácilmente en hábito y acrecentar la capacidad general.
A b so r b e r
m á s o x í g e n o s ig n if ic a t e n e r m á s v it a l id a d
Toda célula viva absorbe oxígeno y lo expulsa bafo forma de dióxido de carbono. Si las células del cerebro humano son des provistas de oxígeno fresco por tan sólo 10 segundos, el cuerpo muere o sufre grave daño. Un pulmón saludable es capaz de inhalar más de 3,7 litros de aire, pero no puede expulsar el último medio litro ni siquiera me diante un esfuerzo consciente. En condiciones medias, cuando un
individuo no se apura ni ejecuta un esfuerzo físico especial, no uti liza todo su aparato respiratorio y en cada respiración sólo inhala y exhala alrededor de medio litro de aire. Como en estado de re poso esa respiración parcial es suficiente, resulta fácil advertir que un ligero aumento del volumen respirado —tal vez de tanto como una cuarta parte por movimiento respiratorio— mejorará todo el proceso de oxigenación y el metabolismo en general. El mejoramiento no puede obtenerse acelerando la respira ción, porque la respiración rápida no deja al aire bastante tiempo como para calentarse suficientemente antes de llegar a los pulmo nes. La mejor manera de mejorar este proceso consiste en emplear el aparato respiratorio en forma más completa que, si bien parcial, será preferible a ese proceso respiratorio mínimo que se consuma perezosamente.
E structura
d e los pulm ones
Existen dos pulmones, el derecho y el izquierdo. El derecho es mucho más grande qué el izquierdo, tanto en largo como en an cho, pues el otro debe compartir espacio torácico con el corazón y buena parte del estómago. La diferencia de tamaño es tan consi derable que el pulmón derecho tiene tres lóbulos (superior, medio e inferior) y el izquierdo dos (superior e inferior) y los bronquios tienen tres ramas lobulares en el pulmón derecho y sólo dos en el izquierdo. Bajo los pulmones se encuentra una estructura muscular pare cida a una cubierta abovedada. Se trata del diafragma, conectado por dos poderosos músculos a la tercera y la cuarta vértebra lum bares. (Los pulmones mismos carecen de musculatura. Los múscu los con que respiramos pertenecen a la región superior del pecho y se conectan con los de la parte posterior del cuello, los de las cos tillas y los del diafragma.) Los pulmones se parecen más a un líquido viscoso que a un só lido, pues se expanden en el interior de un espacio vacío con el que tienen contacto. Los envuelve una fuerte membrana conectada con las paredes de la caja torácica, cuyos movimientos determinan el cambio del volumen pulmonar al inhalarse y exhalarse aire.
El
s ist e m a r e sp ir a t o r io
Nuestro sistema respiratorio es complejo. Cuando dormimos, corremos, cantamos o nadamos, respiramos en formas distintas. Lo único que todas las maneras de respirar tienen en común con siste en que cuando inhalamos entra aire en los pulmones y en que al exhalar lo expulsamos, porque todo el sistema se halla construi do de modo que aumente el volumen de los pulmones cuando en tra aire y disminuya cuando sale. Ese aumento de volumen puede ser determinado por un movi miento del tórax por delante, detrás o en los costados, o por un movimiento ascendente y descendente del diafragma. En general, sólo se utiliza una parte del sistema, y no en toda la medida de lo factible. Cuando la respiración debe acelerarse, como después de correr mucho a gran velocidad, empleamos simultáneamente to das las formas posibles de respirar.
EL DIAFRAGMA
Cuando los músculos del diafragma se contraen, la cubierta es traccionada hacia abajo, en dirección a las vértebras lumbares, y su curvatura disminuye. También los pulmones bajan; entonces su volumen aumenta y se inhala aire. Cuando los músculos se relajan, la elasticidad de los tejidos estirados devuelve al diafragma su con figuración anterior y se expulsa aire. Desde luego, también los músculos de las costillas y el pecho desémpeñan un papel en este movimiento. Cuando exhalamos, la curvatura del diafragma au menta y éste adquiere forma abovedada. Al inhalar, su curvatura disminuye y el diafragma es traccionado hacia abajo.
E l TÓRAX
Cuando inhalamos, el esternón se mueve hacia delante y arri ba. También las costillas ejecutan un doble movimiento, similar al del esternón. Los músculos que determinan el movimiento respi ratorio en la porción superior del tórax traccionan además hacia delante las vértebras cervicales. El movimiento de las costillas in feriores, las llamadas flotantes, que no se vinculan con el esternón,
tiene mayor efecto sobre la expansión de los pulmones que el mo vimiento de las costillas superiores situadas inmediatamente por debajo de las clavículas, En la parte superior del tórax —donde los pulmones son angostos y aplanados y el movimiento de las costi llas limitado— un gran esfuerzo muscular sólo provoca un aumen to relativamente pequeño del volumen pulmonar. Las costillas flo tantes, en cambio, se mueven con libertad mucho mayor: basta un esfuerzo muscular relativamente pequeño para moverlas hacia fuera y expandir los pulmones en su porción más ancha.
C o o r d in a c ió n
d e t ó r a x y d ia f r a g m a e n l a s r e sp ir a c io n e s
NORMAL Y PARADÓJICA
Cuando el tórax se dilata para que respiremos, el diafragma baja y se aplana y ayuda a aumentar el volumen de los pulmones. Cuando exhalamos, el tórax se contrae y el diafragma recobra su curvatura hacia arriba. Existe además una forma paradójica de res pirar, en que el diafragma actúa en forma opuesta, y algunos indi viduos siempre respiran así. La mayor parte de los animales que rugen o mugen emplean la respiración paradójica; es decir, al ex halar aumentan el volumen del estómago y por este medio produ cen un sonido fuerte. En el Extremo Oriente es habitual cultivar la respiración paradójica, pues se considera que otorga mejor control de las extremidades y una posición más erguida que la respiración común. En realidad, todos recurrimos a la: respiración paradójica, aun que no nos demos cuenta de ello, cada vez que debemos efectuar un esfuerzo súbito y violento. Es importante, en coí