Vestir la casa : objetos y emociones en el hogar andalusí y morisco (Estudios Árabes e Islámicos) (Spanish Edition) 840010482X, 9788400104825

Este volumen reúne siete contribuciones en las que se analiza la manera en que la vida y la arquitectura se imbrican en

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Spanish Pages 248 [252] Year 2019

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SUMARIO
INTRODUCCIÓN
CONSTRUIR UNA CASA PARA HABITARLA
EL ENTRAMADO LEGAL Y EMOCIONAL DE LAS MUJERES EN EL HOGAR ANDALUSÍ
INTRODUCCIÓN
VÍNCULOS LEGALES
VÍNCULOS EMOCIONALES
CONCLUSIONES
DISPONER CASA A LA ESPOSA (TREMECÉN, 747/1346) Y CUMPLIR LA OBLIGACIÓN MATRIMONIAL DE LA AÑAFAGA (NAFAQA)
INTRODUCCIÓN
EL MUSNAD Y SU AUTOR, IBN MARZŪQ: TEXTO LAUDATORIO Y MARCO NORMATIVO DE LA AÑAFAGA
CÓMO EL SULTÁN ABŪ L-ḤASAN PREPARÓ LA CASA DE SU ESPOSA
¿POR QUÉ EL MARIDO PREPARA LA CASA DE SU ESPOSA?
A MODO DE CONCLUSIÓN
LOS INVENTARIOS NOTARIALES COMO FUENTE PARA EL CONOCIMIENTO DE LA ARQUITECTURA DOMÉSTICA DEL QUINIENTOS EN ZARAGOZA. ESPACIOS, FUNCIONALIDAD Y AJUAR
LA CASA DE UN LABRADOR EN LA PARROQUIA DE SAN PABLO
LA CASA DE UN PRODUCTOR Y COMERCIANTE DE VINO EN LA PARROQUIA DE NUESTRA SEÑORA DEL PILAR
LA CASA DE UN MORISCO EN LA MORERÍA CERRADA, PARROQUIA DE SAN GIL
A MODO DE CONCLUSIÓN
ENSERES Y AJUARES PARA UN MUNDODE EMOCIONES
ENTRE SEDAS Y ESPARTO: LA POSICIÓN SOCIALDE LAS FAMILIAS ANDALUSÍES DEL SIGLO XVA TRAVÉS DE SUS AJUARES
INTRODUCCIÓN
LOS BANŪ ŶĀ’ AL-JAYR Y LOS BANŪ RIḌWĀN: DOS FAMILIAS DE ALCAIDES CONVERSOS
FĀṬIMA BT. SAʻĪD B. LUBB Y MUḤAMMAD B. GĀDIR
UMM AL-FATḤ BT. ABŪ L-QĀSIM AL-ḤANNĀṬ Y ABŪ ŶAʻFAR AḤMAD B. MUḤAMMAD AL-FAJJĀR
UMM AL-FATḤ, HIJA DEL MAESTRO ʻALĪ B. QĀSIM ZAʻNŪQ Y QĀSIM B. ʻALĪ B. YAʻLÀ AL-ŶAYYĀNĪ
CONCLUSIONES
TEXTILES PARA EL SUEÑO. ROPA Y AJUAR MORISCO PARA HACER UNA CAMA
INTRODUCCIÓN
ELEMENTOS DEL AJUAR PARA VESTIR UNA ALCOBA
DORMIR EN LECHO O CAMA
VESTIR LA CAMA
ENVOLVER LAS EMOCIONES
CONCLUSIONES
COSAS DEJADAS ATRÁS. OBJETOS Y EMOCIONES EN LA GRANADA DEL SIGLO XVI
INTRODUCCIÓN
FUENTES Y MARCO METODOLÓGICO DE ESTE TRABAJO
PERSONAS Y OBJETOS EN BUSCA DE JUSTICIA
A BUEN RECAUDO Y LIGEROS DE EQUIPAJE
HISTORIAS LLENAS DE EMOCIONES: ESPACIOS Y OBJETOS DE MENORES EN LAS CASAS DE MORISCOS Y CRISTIANOS
DE OTRAS HISTORIAS: EMOCIONES E INFANCIA
AFECTOS Y DESAFECTOS HACIA LOS MENORES EN EL SIGLO XVI
LA CASA: REFUGIO Y RUPTURA EMOCIONAL DE LOS MENORES
ARQUEOLOGÍA DE LA «AUSENCIA»: ESPACIOS DE MENORES EN LA CASA
OBJETOS DE MENORES: LA MATERIALIDAD DE LAS EMOCIONES
MINIATURAS DE BARRO ¿COSAS DE NIÑOS?
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Vestir la casa : objetos y emociones en el hogar andalusí y morisco (Estudios Árabes e Islámicos) (Spanish Edition)
 840010482X, 9788400104825

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ESTUDIOS ÁRABES E ISLÁMICOS MONOGRAFÍAS

DOLORES SERRANO-NIZA (ed.)

Últimos títulos publicados

13. S alvador Peña. Corán, palabra y verdad. Ibn-al-Sīd y el humanismo en al-Andalus. 14. E lisa Mesa. El lenguaje de la indumentaria. Tejidos y vestiduras en el Kitāb al Agāni de Abū l-Faraŷ al-Iṣfahānī. 15. M aribel Fierro y Francisco García Fitz. El cuerpo derrotado. Cómo trataban musulmanes y cristianos a los enemigos vencidos (Península Ibérica, ss. viii-xiii). 16. M anuela Marín, Cristina de la Puente, Fernando Rodríguez Mediano y Juan Ignacio Pérez Alcalde. Los epistolarios de Julián Ribera Tarragó y Miguel Asín Palacios. Introducción, catálogo e índices. 17. J esús Lorenzo Jiménez. La dawla de los Banū Qasī. Origen, auge y caída de una dinastía muladí en la frontera superior de al-Andalus.

Las autoras participantes se propusieron partir del objeto para llegar a la exploración del sujeto (y sus emociones) que habita las viviendas, dentro del marco cronológico de al-Andalus del siglo xv y su comparativa con los contextos mudéjares y moriscos posteriores. Dicho estudio, realizado desde la interdisciplinariedad, ha incorporado nuevas lecturas de fuentes árabes, que se harán ahora con perspectiva de género, y ha llevado a cabo un análisis de la cultura material desde las diferentes disciplinas, junto con la investigación en fuentes no árabes, complementando así los resultados. De esta manera, partiendo del interior doméstico y sus objetos, se han explorado, hasta intentar su reconstrucción, los interiores de las casas. Un recorrido en el que se ratifica tanto que los objetos domésticos son informantes de primera magnitud sobre las maneras de habitar una casa, como que esta es un mundo de emociones y afectos a la espera de ser indagados. Por eso, en este libro deambulan los personajes, los objetos y sus palabras, los testimonios y los afectos. Todos ellos forman un hilo conductor donde podrá apreciarse cómo, en cada texto, se abre la puerta a las emociones y cómo esa puerta ha quedado abierta a futuros trabajos.

VESTIR LA CASA OBJETOS Y EMOCIONES EN EL HOGAR ANDALUSÍ Y MORISCO

Su trabajo Granada, un reino de seda: su legado en una nueva ruta de escenarios atlánticos (2008), becado por la Fundación Ibn al-Jaṭīb, representa la interseccionalidad de sus principales líneas de investigación: lexicografía, indumentaria y género. En su haber cuenta con numerosas publicaciones, además de haber coordinado y firmado como coautora un buen número de obras colectivas, como Mujeres y Religiones. Tensiones y equilibrios de una relación histórica (accésit al mejor trabajo de divulgación de los premios del Instituto Canario de la Mujer en su edición de 2009). Actualmente es profesora titular de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de La Laguna.

DOLORES SERRANO-NIZA (ed.)

18. F rancisco Javier Martínez Antonio e Irene González González (eds.). Regenerar España y Marruecos. Ciencia y educación en las relaciones hispanomarroquíes a finales del siglo xix. 19. D elfina Serrano Ruano (ed.). Crueldad y compasión en la literatura árabe e islámica. 20. C yrille Aillet y Bulle Tuil Leonetti (eds.). Dynamiques religieuses et territoires du sacré au Maghreb médiéval. Éléments d’enquête. 21. A lice Kadri, Yolanda Moreno y Ana Echevarría (eds.). Circulaciones mudéjares y moriscas. Redes de contacto y representaciones.

22

VESTIR LA CASA

12. M iguel Ángel Álvarez Ramos y Cristina Álvarez Millán. Los viajes literarios de Pascual de Gayangos (1850-1957) y el origen de la archivística española moderna.

Este volumen reúne siete contribuciones en las que se analiza la manera en que la vida y la arquitectura se imbrican en el espacio doméstico, en el marco del proyecto de investigación «De puertas para adentro: vida y distribución de espacios en la arquitectura doméstica (siglos xv-xvi). Vida y Arquitectura (VIDARQ)».

OBJETOS Y EMOCIONES EN EL HOGAR ANDALUSÍ Y MORISCO

11. P atrice Cressier, Maribel Fierro y Luis Molina (eds.). Los almohades: problemas y perspectivas (2 volúmenes).

Dolores Serrano-Niza es licenciada en Filología Árabe por la Universidad Complutense de Madrid; en 1996 se doctoró en la Universidad de La Laguna y obtuvo el premio extraordinario de doctorado. En 1998, su trabajo de investigación El proyecto lexicográfico de Ibn Sīdah, un sabio en la Taifa de Denia, recibió el IV Premio Nacional de Investigación Ibn Al-Abbār.

ISBN 978-84-00-10482-5

GOBIERNO DE ESPAÑA

ESTUDIOS ÁRABES E ISLÁMICOS M O N O G R A F Í A S

MINISTERIO DE CIENCIA, INNOVACIÓN Y UNIVERSIDADES

9 788400 104825

CSIC

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

Ilustración de cubierta: Medina de Marrakech (Marruecos). Fotografía de Elena Botana Serrano (2016).

ESTUDIOS ÁRABES E ISLÁMICOS MONOGRAFÍAS

DOLORES SERRANO-NIZA (ed.)

Últimos títulos publicados

13. S alvador Peña. Corán, palabra y verdad. Ibn-al-Sīd y el humanismo en al-Andalus. 14. E lisa Mesa. El lenguaje de la indumentaria. Tejidos y vestiduras en el Kitāb al Agāni de Abū l-Faraŷ al-Iṣfahānī. 15. M aribel Fierro y Francisco García Fitz. El cuerpo derrotado. Cómo trataban musulmanes y cristianos a los enemigos vencidos (Península Ibérica, ss. viii-xiii). 16. M anuela Marín, Cristina de la Puente, Fernando Rodríguez Mediano y Juan Ignacio Pérez Alcalde. Los epistolarios de Julián Ribera Tarragó y Miguel Asín Palacios. Introducción, catálogo e índices. 17. J esús Lorenzo Jiménez. La dawla de los Banū Qasī. Origen, auge y caída de una dinastía muladí en la frontera superior de al-Andalus.

Las autoras participantes se propusieron partir del objeto para llegar a la exploración del sujeto (y sus emociones) que habita las viviendas, dentro del marco cronológico de al-Andalus del siglo xv y su comparativa con los contextos mudéjares y moriscos posteriores. Dicho estudio, realizado desde la interdisciplinariedad, ha incorporado nuevas lecturas de fuentes árabes, que se harán ahora con perspectiva de género, y ha llevado a cabo un análisis de la cultura material desde las diferentes disciplinas, junto con la investigación en fuentes no árabes, complementando así los resultados. De esta manera, partiendo del interior doméstico y sus objetos, se han explorado, hasta intentar su reconstrucción, los interiores de las casas. Un recorrido en el que se ratifica tanto que los objetos domésticos son informantes de primera magnitud sobre las maneras de habitar una casa, como que esta es un mundo de emociones y afectos a la espera de ser indagados. Por eso, en este libro deambulan los personajes, los objetos y sus palabras, los testimonios y los afectos. Todos ellos forman un hilo conductor donde podrá apreciarse cómo, en cada texto, se abre la puerta a las emociones y cómo esa puerta ha quedado abierta a futuros trabajos.

VESTIR LA CASA OBJETOS Y EMOCIONES EN EL HOGAR ANDALUSÍ Y MORISCO

Su trabajo Granada, un reino de seda: su legado en una nueva ruta de escenarios atlánticos (2008), becado por la Fundación Ibn al-Jaṭīb, representa la interseccionalidad de sus principales líneas de investigación: lexicografía, indumentaria y género. En su haber cuenta con numerosas publicaciones, además de haber coordinado y firmado como coautora un buen número de obras colectivas, como Mujeres y Religiones. Tensiones y equilibrios de una relación histórica (accésit al mejor trabajo de divulgación de los premios del Instituto Canario de la Mujer en su edición de 2009). Actualmente es profesora titular de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de La Laguna.

DOLORES SERRANO-NIZA (ed.)

18. F rancisco Javier Martínez Antonio e Irene González González (eds.). Regenerar España y Marruecos. Ciencia y educación en las relaciones hispanomarroquíes a finales del siglo xix. 19. D elfina Serrano Ruano (ed.). Crueldad y compasión en la literatura árabe e islámica. 20. C yrille Aillet y Bulle Tuil Leonetti (eds.). Dynamiques religieuses et territoires du sacré au Maghreb médiéval. Éléments d’enquête. 21. A lice Kadri, Yolanda Moreno y Ana Echevarría (eds.). Circulaciones mudéjares y moriscas. Redes de contacto y representaciones.

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VESTIR LA CASA

12. M iguel Ángel Álvarez Ramos y Cristina Álvarez Millán. Los viajes literarios de Pascual de Gayangos (1850-1957) y el origen de la archivística española moderna.

Este volumen reúne siete contribuciones en las que se analiza la manera en que la vida y la arquitectura se imbrican en el espacio doméstico, en el marco del proyecto de investigación «De puertas para adentro: vida y distribución de espacios en la arquitectura doméstica (siglos xv-xvi). Vida y Arquitectura (VIDARQ)».

OBJETOS Y EMOCIONES EN EL HOGAR ANDALUSÍ Y MORISCO

11. P atrice Cressier, Maribel Fierro y Luis Molina (eds.). Los almohades: problemas y perspectivas (2 volúmenes).

Dolores Serrano-Niza es licenciada en Filología Árabe por la Universidad Complutense de Madrid; en 1996 se doctoró en la Universidad de La Laguna y obtuvo el premio extraordinario de doctorado. En 1998, su trabajo de investigación El proyecto lexicográfico de Ibn Sīdah, un sabio en la Taifa de Denia, recibió el IV Premio Nacional de Investigación Ibn Al-Abbār.

ISBN 978-84-00-10482-5

GOBIERNO DE ESPAÑA

ESTUDIOS ÁRABES E ISLÁMICOS M O N O G R A F Í A S

MINISTERIO DE CIENCIA, INNOVACIÓN Y UNIVERSIDADES

9 788400 104825

CSIC

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

Ilustración de cubierta: Medina de Marrakech (Marruecos). Fotografía de Elena Botana Serrano (2016).

VESTIR LA CASA

COLECCIÓN ESTUDIOS ÁRABES E ISLÁMICOS SERIE ESTUDIOS ÁRABES E ISLÁMICOS. MONOGRAFÍAS 22

Dirección Delfina Serrano Ruano, Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo, CSIC Secretaría Ana María Carballeira, Escuela de Estudios Árabes, CSIC Comité Editorial Julia María Carabaza, Universidad de Granada Juan Castilla Brazales, Escuela de Estudios Árabes, CSIC Miguel Ángel Manzano, Universidad de Salamanca Juan Pedro Monferrer, Universidad de Córdoba Nieves Paradela, Universidad Autónoma de Madrid Cristina de la Puente, Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo, CSIC Mónica Rius, Universidad de Barcelona Comité Asesor Camilla Adang, Department of Arabic and Islamic Studies, Universidad de Tel Aviv Cyrille Aillet, CIHAM-UMR 5648, Université Lumière Lyon 2 Danielle Jacquart, Section des Sciences Historiques et Philologiques, École Pratique des Hautes Études Camilo Gómez Rivas, Literature Department, University of California Santa Cruz Christian Müller, IRHT, Centre National de la Récherche Scientifique Ibrahim b. Murad, Faculté des Lettres, des Arts et des Humanités, Universidad de La Manouba Anneliese Nef, Orient et Méditerranée UMR 8617, Université Panthéon-Sorbonne Paris 1 Antonio Orihuela, Escuela de Estudios Árabes, CSIC Justin Stearns, Arab Cross Roads Studies, New York University Abu Dhabi Isabel Toral-Niehoff, Seminar für Semitistik und Arabistik, Freie Universität Berlin

DOLORES SERRANO-NIZA (ed.)

VESTIR LA CASA OBJETOS Y EMOCIONES EN EL HOGAR ANDALUSÍ Y MORISCO

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Madrid, 2019

Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones. Este libro ha contado con una financiación económica del Proyecto de I+D del Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia del Ministerio de Economía y Competitividad, titulado «De puertas para adentro: vida y distribución de espacios en la arquitectura doméstica (siglos xv-xvi). Vida y Arquitectura (VIDARQ)» (referencia I+D: HAR2014-52248-P, investigadora principal: María Elena Díez Jorge).

Catálogo general de publicaciones oficiales: http://publicacionesoficiales.boe.es

Editorial CSIC: http://editorial.csic.es (correo: [email protected])

GOBIERNO DE ESPAÑA

MINISTERIO DE CIENCIA, INNOVACIÓN Y UNIVERSIDADES

© CSIC © Dolores Serrano-Niza (ed.), y de cada texto, su autor ISBN: 978-84-00-10482-5 e-ISBN: 978-84-00-10483-2 NIPO: 694-19-113-0 e-NIPO: 694-19-122-7 Depósito Legal: M-15327-2019 Maquetación, impresión y encuadernación: Dagaz Gráfica, s.l.u. Impreso en España. Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.

SUMARIO

INTRODUCCIÓN Dolores Serrano-Niza........................................................................... CONSTRUIR UNA CASA PARA HABITARLA María Arcas Campoy, El entramado legal y emocional de las mujeres en el hogar andalusí ........................................................................ María Jesús Viguera Molins y Christine Mazzoli-Guintard, Disponer casa a la esposa (Tremecén, 747/1346) y cumplir la obligación matrimonial de la añafaga (nafaqa) ................................................. María Isabel Álvaro Zamora, Los inventarios notariales como fuente para el conocimiento de la arquitectura doméstica del Quinientos en Zaragoza. Espacios, funcionalidad y ajuar ................................ ENSERES Y AJUARES PARA UN MUNDO DE EMOCIONES María Dolores Rodríguez Gómez, Entre sedas y esparto: la posición social de las familias andalusíes del siglo xv a través de sus ajuares ..................................................................................................... Dolores Serrano-Niza, Textiles para el sueño. Ropa y ajuar morisco para hacer una cama ....................................................................... María Aurora Molina Fajardo, Cosas dejadas atrás. Objetos y emociones en la Granada del siglo xvi .................................................. María Elena Díez Jorge, Historias llenas de emociones: espacios y objetos de menores en las casas de moriscos y cristianos .............

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17 33 55

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INTRODUCCIÓN Dolores Serrano-niza Universidad de La Laguna Pintada, no vacía/pintada está mi casa del color de las grandes/pasiones y desgracias.

Miguel Hernández

El origen de este libro fue el VI Seminario de Investigación Avanzada (SIA 16) organizado por el Instituto Universitario de Estudios de las Mujeres de la Universidad de La Laguna (IUEM-ULL) y que se celebró los días 10 y 11 de noviembre de 2016. Dicho seminario, dirigido por María Elena Díez Jorge de la Universidad de Granada, junto a quien escribe estas líneas, llevaba como título «Vestir la casa: objetos y emociones en el hogar andalusí y morisco».1 No creo que me equivoque al afirmar que todas y cada una de las investigadoras que participamos en dicho seminario lo recordaremos por la intensidad de las largas sesiones al amparo de una gran mesa de reuniones, en torno a la que surgieron nuevas ideas, se lanzaron hipótesis de trabajo, se discutieron asuntos muy 1 Este seminario de investigación avanzada se enmarca en las actividades programadas dentro del Proyecto de I+D del Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia del Ministerio de Economía y Competitividad, titulado «De puertas para adentro: vida y distribución de espacios en la arquitectura doméstica (siglos xv-xvi). Vida y Arquitectura (VIDARQ)» (referencia I+D: HAR2014-52248-P), cuya investigadora principal es María Elena Díez Jorge de la Universidad de Granada. Para su celebración contó también con una ayuda del Vicerrectorado de Investigación de la Universidad, en su convocatoria del plan propio de investigación de la ULL 2015 para la celebración de cursos y seminarios de especialización a desarrollar en 2016.

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Dolores Serrano-Niza

concretos y se perfilaron líneas de análisis por las que continuar en el futuro; en definitiva, habíamos realizado un brainstorming en toda regla de difícil olvido. No obstante, una de las ideas del encuentro fue estructurar un plan que nos permitiera prolongar el debate por escrito, es decir, decidimos llevarnos a casa nuestro respectivo trabajo convenientemente discutido e interpelado a la luz de otras disciplinas y de otras fuentes y, así, con el sosiego que produce algo de tiempo de reflexión y «una habitación propia», escribir un texto donde mantener lo ya dicho. De esta manera, este libro no solo conserva el mismo título que el seminario que lo motivó sino que pretende recuperar para quien ahora lo lee, la misma energía y entusiasmo vivido en aquellas más que fructíferas sesiones de trabajo.2 Para la organización de los contenidos científicos de estas páginas, se ha partido de algunos de los principales objetivos del proyecto de investigación al que se adscribe y, tal y como su acrónimo indica, VIDARQ (Vida y Arquitectura) se ha querido colocar el foco en cómo la vida y la arquitectura se imbrican en el espacio doméstico. En este caso, la primera meta trazada fue la de reconstruir, en la medida de lo posible, los interiores de las casas. Fue así como descubrimos que los mejores informantes de esos interiores eran los objetos domésticos, que nos condujeron hasta los ajuares, y todos ellos juntos nos enseñaron las maneras de habitar una casa. En este punto, conviene considerar que el ajuar doméstico es mucho más que muebles, vajillas o ropas, puesto que, además, engloba todo un mundo textil, nada desdeñable, con el que se cubrían paredes, techos y suelos; pero, el hecho más importante fue que el ajuar doméstico nos condujo directamente hacia un universo femenino con dotes matrimoniales, herencias y, otra vez, hasta significativos objetos domésticos. De manera que en ese discurrir por textos jurídicos, inventarios de bienes, fuentes árabes y moriscas, palabras y cosas observamos, entre otras cuestiones, cómo el mobiliario existente en la mayoría de los hogares se caracterizaba por ser escaso y funcional puesto que estaba destinado a alcanzar un mínimo de habitabilidad. De esta manera entendimos que la particular organización de los espacios, mediante una cortina o un estrado de madera, estaban destinados a distribuir rincones diferentes en una misma estancia de la misma forma que cada uno de los objetos allí 2 Además de las autoras incluidas en este libro, también formaron parte del VI Seminario de Investigación Avanzada del IUEM-ULL, Amalia Zomeño y Rosa Medina Doménech, cuyas aportaciones fueron tremendamente reveladoras.

Introducción

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presentes se caracterizaban por tener una funcionalidad específica. Pues bien, cuando andábamos en todas estas cuestiones, cuando indagábamos y buscábamos respuestas a todas ellas, fue cuando afloraron las relaciones y afectos entre quienes habitaban las casas y, claro está, las emociones. Y ¿de qué hablamos cuando nos referimos a emociones? ¿Son las emociones una construcción social y, en consecuencia, están sometidas a cambios históricos y a diferentes evoluciones y desarrollos según los distintos grupos humanos? Estas y otras preguntas se han venido formulando en investigaciones cuyo campo de interés son las «emociones»3 y para dar respuestas, la literatura científica ya ha producido interesantes títulos desde diferentes disciplinas4 en los que podrá verse el empeño de encontrar una definición y conceptualización adecuadas así como de (re) construir su historia.5 Pero en lo que a este libro se refiere, quisiera recuperar algunas preguntas con las que Rosa Medina Domenech nos interpelaba en las sesiones de nuestro citado seminario, ¿qué papel han desempeñado los objetos o prácticas andalusíes en el sostenimiento del mito y del apego emocional? ¿Existe una memoria material feminizada o generizada de la diáspora con objetos específicos? ¿Qué objetos de la casa permitieron identificaciones emocionales con la particular cultura doméstica cristiana y facilitaron así la transición entre pertenencias, de islámica a cristiana?6 Naturalmente, muchas de esas preguntas quedaron simplemente sugeridas, en cambio, otras obtuvieron respuesta y en más de una 3 Como

en el caso de María Tausiet y James S. Amelang (eds.), Accidentes del alma. Las emociones en la Edad Moderna, Madrid, Abada, 2009, pp. 16-23. 4 Véase, en esta misma colección, Delfina Serrano Ruano (ed.), Crueldad y compasión en la literatura árabe e islámica, Madrid, CSIC y Servicio de Publicaciones de la Universidad de Córdoba, 2011, en el que la editora hace una interesante y profunda recopilación bibliográfica sobre las emociones. 5 Como ejemplo, cito los sugerentes trabajo de Javier Moscoso, «La historia de las emociones, ¿de qué es historia? What is the History of Emotions the History of?», Vínculos de Historia. Revista del Departamento de Historia de la Universidad de Castilla-La Mancha, 4 (2015), pp. 15-27 y de Rosa María Medina Doménech, «Sentir la historia. Propuestas para una agenda de investigación feminista en la historia de las emociones», Arenal. Revista de historia de las mujeres, 19/1 (2012), pp. 161-199. 6 Quiero agradecer muy especialmente a Rosa Medina Doménech su participación en nuestro VI Seminario de Investigación Avanzada (SIA16), tanto la conferencia impartida como el derroche de ideas puestas sobre la mesa, muchas de ellas recogidas en su propio texto, donde va trazando senderos y caminos para encauzar la investigación de los espacios domésticos sin esquivar la mirada a lo emocional. Rosa María Medina Doménech, Sentir la historia. Diálogos en el tiempo [http://rmdomenech.blogspot.com.es/p/ conferencias-presentations.html, consultada el 5 de mayo de 2017].

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Dolores Serrano-Niza

ocasión se aludió —y se aluden en diferentes capítulos de este libro— al conocido concepto de «comunidades emocionales» acuñado por Rosenwein en sus trabajos sobre el período medieval,7 con el que se refiere a esos grupos cuyos miembros tienen normas similares de expresión emocional al mismo tiempo que valoran idéntico tipo de sentimientos. No obstante, en este concepto de grupo caben las personas que habitaron esos espacios domésticos que aquí son estudiados desde diferentes perspectivas, como se verá de inmediato. En definitiva, en este libro deambulan los personajes, los objetos y sus palabras, los testimonios y los afectos, todos ellos formando un hilo conductor donde podrá apreciarse cómo, en cada texto, se ha ido abriendo la puerta a las emociones, aunque a veces solo sea una tímida apertura y, sobre todo, cómo esa puerta ha quedado abierta esperando futuros trabajos. Por lo tanto, las páginas que siguen tienen dos ejes fundamentales. En el primero de ellos, de la mano de María Jesús Viguera y Christine Mazzoli-Guintard se rescatará la fuente de Ibn Marzūq, al Musnad, para guiarnos por una singular empresa, la emprendida por el sultán meriní para la construcción de una casa donde alojar a su prometida. Una guía singular por un espacio en construcción y por ciertos conceptos nombrados por palabras de origen árabe, como añafaga y alcoba. Y si este capítulo es un itinerario con el que seguir la disposición de una casa, los inventarios notariales post mortem editados por María Isabel Álvaro Zamora serán capaces de recrear cómo fue la vida cotidiana de sus propietarios, con todo detalle —casi fotográfico— gracias al que se puede apreciar una enumeración prolija de objetos con su correspondiente vocablo. Es decir, no solo es un documento histórico en sí mismo sino que se convierte en una fuente lingüística de inmenso valor. De hecho, la lectura de estos documentos casi son un recorrido visual por las diferentes estancias con la voz en off que representa el trabajo de su autora, identificando escrupulosamente cada objeto en su propio espacio y la funcionalidad de ambos. Y como el paisaje doméstico apenas es nada sin sus correspondientes figuras, María Arcas Campoy incorpora en su estudio el entramado legal y emocional que las fuentes jurídicas le proporcionan, llevando a cabo una magnífica síntesis de los vínculos legales que unían a las mujeres andalusíes. Naturalmente, el principal vínculo que se establece es el ma7 Barbara H. Rosenwein, Emotional Communities in the Early Middle Ages, Ithaca y Londres, Cornell University Press, 2006.

Introducción

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trimonial pero también su disolución y, siendo esto así, el marido tendrá el deber de la manutención o nafaqa. Este derecho de la mujer junto con el de la dote o acidaque en el momento del matrimonio serán explorados, igualmente, por María Dolores Rodríguez Gómez y Dolores SerranoNiza en sus respectivos trabajos, además de las citadas María Jesús Viguera y Christine Mazzoli-Guintard quienes, no obstante, en su trabajo preservarán el arabismo, añafaga, derivado de este término jurídico. No es casualidad que en un libro con los objetivos que tiene este, se insista en los citados conceptos. Y no lo es porque tanto la manutención por disolución matrimonial como la dote —que eran derechos de las mujeres— fueron, con mucha frecuencia, meros objetos. Me refiero a esos enseres y ajuares que, como decía líneas arriba, tuvieron una clara funcionalidad y que, además, estando impregnados de emociones como lo estaban, resultan ser la llave ineludible para adentrarse y rehacer los «pasados colectivos». Por esta razón, el segundo gran eje de estas páginas se construye en torno a las emociones con las que esos enseres y ajuares se expresaron. De esta manera, María Dolores Rodríguez Gómez desempolva legajos y testamentos para reconstruir lo que las familias andalusíes del siglo xv eran y legaban a través de sus ajuares y, en la misma línea diacrónica, textual y argumental, Dolores Serrano-Niza trata de reformular los textiles —con sus nombres— que llegados ambos desde al-Andalus, sobrevivieron en forma de palabras, es decir, arabismos. Palabras y descripciones —todas ellas relativas a los elementos con los que se hace una cama— custodiadas en documentos moriscos, especialmente, pero también vivas en diccionarios cuyas definiciones pretende afinar en este trabajo. Y así, de estos objetos de ajuares que habitan en los espacios domésticos, Aurora Molina Fajardo nos trasladará a un siglo después y a otra realidad histórica, la del abandono y la confiscación. Casas, ropas y objetos que son «dejados atrás» en la búsqueda de la supervivencia y entre todas ellas, emociones envueltas en vestidos y textiles. Por último, y como broche final a estas páginas, María Elena Díez Jorge se ocupará de los más pequeños de la casa. La infancia, poco atendida en la bibliografía medieval y moderna, encuentra su sitio en esta búsqueda territorial por los hogares de moriscos y cristianos. Y claro que se narrarán historias y que estas estarán llenas de emociones porque ¿cuántas emociones pueden caber en el hallazgo arqueológico de un juguete?

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Dolores Serrano-Niza

La casa, de puertas para adentro, siempre ha sido un lugar de socialización, el primero de todos los demás, en el que se desarrollan hábitos y tradiciones por lo que cuesta mucho imaginarla sin emociones. De la misma manera, también resulta poco creíble una historia sin emociones y, sin embargo, su aparición en los textos es muy reciente o, en palabras de María Tausiet y James Amelang, editores de Accidentes del alma, «puede que las emociones estén omnipresentes en todas las ramas de la historia pero, cuando se trata de recibir reconocimiento por sí mismas, se vuelven invisibles».8 Por esta razón, en el andamiaje de este libro cada autora ha querido habitar su propio capítulo con emociones y, seguramente, recorrer las casas de sus respectivos estudios con una mirada más amplia hacia el pasado, tal vez, como el verso del poeta surafricano Andries Walter Oliphant, «en las paredes de nuestras casas cuelgan suspendidos nuestros ancestros».9 Finalmente quisiera agradecer a todas y cada una de mis compañeras de este proyecto, su apoyo y colaboración continua para que aquella idea de celebrar un seminario de investigación en la Universidad de La Laguna se vea materializada ahora en estas páginas y, muy especialmente, quiero agradecer a María Elena Díez Jorge su generosidad —inmensa— para compartir su tiempo, ideas y palabras.

8 María

Tausiet y James S. Amelang (eds.), Accidentes del alma, p. 18. versos de Miguel Hernández que abren esta introducción, así como este de Andries Walter Oliphant son sugeridos por Rosa Medina Doménech en su texto Sentir la historia. Diálogos en el tiempo [http://rmdomenech.blogspot.com.es/p/conferencias-presentations.html, consultada el 5 de mayo de 2017]. 9 Los

CONSTRUIR UNA CASA PARA HABITARLA

EL ENTRAMADO LEGAL Y EMOCIONAL DE LAS MUJERES EN EL HOGAR ANDALUSÍ María arcaS campoy Universidad de La Laguna

INTRODUCCIÓN El hogar islámico es el espacio privado que cobija a varios seres humanos unidos por vínculos de diversa naturaleza, pero también es el espacio vestido de objetos para uso y disfrute de sus habitantes. Es un recinto donde transcurre gran parte de la vida, es un lugar de convivencia y de relaciones de un grupo de personas integrado por mujeres y por hombres de diversas edades y condiciones. En este espacio privado, de puertas para adentro, las mujeres son las grandes protagonistas y también las coprotagonistas junto con los hombres en el escenario de la vida familiar por antonomasia. En el hogar tienen lugar las relaciones más cotidianas, intensas y cercanas entre las mujeres y el resto de los residentes, relaciones que abarcan desde la conversación, la comida, el trabajo, la amistad, las visitas de familiares, etc., hasta otros aspectos de total intimidad como es la unión sexual con el esposo o con el señor, en el caso de las concubinas. Antes de entrar en el tema que nos ocupa, es conveniente partir de algunas premisas que, aunque ampliamente conocidas, son importantes para el desarrollo de este trabajo: a) Las mujeres y el Islam. Las mujeres y los hombres, en su condición de seres humanos, son iguales ante Dios en el plano espiritual y forman parte de la comunidad de creyentes con los mismos derechos y deberes. Esta equiparación en cuanto a la condición

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humana de la mujer es la base del reconocimiento de varios derechos de los que no gozaba antes del Islam. Sin embargo, las naturalezas diferentes del hombre y la mujer les hacen distintos como personas. b) Las mujeres y el derecho islámico. Otro importante punto a considerar es el tratamiento de este tema desde la perspectiva del derecho islámico (fiqh), derecho totalmente religioso en el que los conceptos jurídicos y religiosos están íntimamente unidos, formando un solo cuerpo. El término fiqh, referido al campo del derecho expresa el «conocimiento» de la ley divina o šarīca. Pero también este término significa jurisprudencia y esta, aunque emana de la šarīca, se sustenta en la aplicación práctica de la misma, lo que supone una interpretación y reglamentación adaptada a la complejidad de la vida humana. El derecho islámico reconoce la plenitud de los derechos jurídicos al individuo musulmán, libre, varón, púber, inteligente, cuerdo, sano y sin declaración judicial de quiebra. En contraposición, el esclavo (cabd), la mujer (mar’a), el impúber (ṣagīr), el deficiente mental (safīh) —al que se asimila el pródigo por no ser capaz de administrar sus bienes—, el loco (maŷnūn), el enfermo (marḍà) y el que ha sido declarado en quiebra (muflis) carecen de plena personalidad jurídica. Los individuos afectados por uno o más de estos supuestos se hallan en estado de interdicción (ḥaŷr/taḥŷīr) o de prohibición de disponer por lo que deben suplir la totalidad de su personalidad o la parte disminuida mediante la representación y/o asistencia de un tutor. En este contexto queda establecida la personalidad jurídica de la mujer, aunque en su caso no hay anulación de su capacidad sino una disminución.1 Hay que distinguir dos grupos de mujeres en la sociedad islámica medieval: la mujer libre (ḥurra) y la mujer esclava (ŷāriya, ama). La primera se halla sometida a interdicción por razón de su sexo y la segunda, además, por razón de su condición social. En cualquiera de estas situaciones y a lo largo de su vida, los actos de la mujer —también los del hombre— han de ajustarse siempre a las normas del derecho islámico (fiqh), tanto en el ámbito privado como 1 Sobre

este tema, véase el trabajo de Cristina de la Puente, «Juridical Sources for the Study of Women. Limitations of the Female’s Capacity to Act According to Maliki Law», en M. Marín y R. Deguilhem (eds.), Writing the Femenine. Women in Araba Sorces, London-New York, I. B., Tauris Publisher, 2002, pp. 95-110.

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en el público. Nos ocuparemos aquí de las diversas situaciones y funciones de las mujeres en el ámbito privado del hogar dentro del marco legal configurado por las normas del derecho islámico (fiqh), así como de los vínculos emocionales que de todo ello pueden derivarse. VÍNCULOS LEGALES Las mujeres en el hogar andalusí forman parte de un amplio y complejo grupo familiar, debido en parte a la poligamia, al concubinato y a los diversos grados de parentesco. En este espacio privado de la vida familiar residen y desarrollan sus vidas los miembros de la familia y también otros individuos sin relación de parentesco pero asimilados de algún modo a ella, como es el caso de la servidumbre. Todas las etapas de la vida de la mujer en el seno familiar, desde su nacimiento hasta su muerte, están reguladas por normas legales que se basan principalmente en varios factores de diferente naturaleza, pero entrelazados y vinculados entre sí. Estos factores son principalmente el parentesco, el estatus legal y la edad. El derecho islámico distingue dos grandes etapas biológicas de las mujeres cuya división queda definida por la pubertad (bulūg)2 y en las que se enmarcan todas las situaciones posibles del transcurso de sus vidas,3 así como su relación con el resto de los habitantes por diferentes tipos de vínculos, como el parentesco, el matrimonio y la servidumbre. El parentesco Los miembros generadores de nuevas vidas en la familia son el hombre esposo y la mujer esposa o, en su caso, las mujeres esposas, pero también, aunque sin vínculo matrimonial, el señor y las esclavas concubinas. En este contexto de relaciones, consideradas lícitas, nacen y crecen las hijas y los hijos sin apenas diferencias durante la primera etapa de la infancia, quedando establecidos los lazos de parentesco desde el momento de su nacimiento, así como el reconocimiento de sus derechos suceso2 Esta

misma cuestión se aborda en Amalia Zomeño, «En los límites de la juventud. Niñez, pubertad y madurez en el derecho islámico medieval», en M. Marín (coord.), Jóvenes en la Historia. Dossier des Mélanges de la Casa de Velázquez, Nouvel série, 34/1 (2004), pp. 85-98. 3 Es el mismo planteamiento es seguido por María Arcas Campoy, «Tiempos y espacios de la mujer en el derecho islámico (Doctrina malikí)», en María Inés Calero Secall (coord.), Mujeres y Sociedad islámica: una visión plural, Málaga, Atenea, 2006, pp. 60-90.

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rios en línea ascendente y descendente en el futuro.4 Al séptimo día de vida, tiene lugar la imposición oficial del nombre (tasmiya) del nuevo miembro de la familia, un importante acontecimiento tradicionalmente unido a la celebración del ritual denominado caqīqa.5 Durante la primera parte de su infancia, se crearan algunos vínculos legales determinados por la lactancia y la custodia, dos aspectos fundamentales que generarán algunas diferencias entre los hijos y las hijas y que afectarán también a sus padres. La lactancia (riḍāc) genera un tipo de vínculo asimilado al de sangre6 y la consiguiente prohibición de un futuro matrimonio de la recién nacida con un hermano de leche. Afecta también a los ascendientes y descendientes en línea directa, a los colaterales de grado desigual y a los colaterales de primer grado que sean iguales (hermanos). De mismo modo, la custodia y crianza (ḥaḍāna)7 de los hijos hasta la pubertad y de las hijas hasta el matrimonio supone un vínculo legal con sus padres. La madre tendrá el derecho y el deber de tutelar y criar a sus hijos hasta los siete años y el padre asumirá el 4 Véase, en este mismo volumen, el trabajo dedicado a la infancia de María Elena Diez Jorge, «Historias llenas de emociones: espacios y objetos de menores en al casas de moriscos y cristianos». 5 La caqīqa consiste en el sacrificio de una cabra u oveja al que se añade la donación de una limosna. También es una práctica generalizada rasurar el cabello del recién nacido e impregnar la cabeza con un perfume de azafrán (jalūq). El ritual de la caqīqa figura en los principales tratados jurídicos malikíes, entre ellos, Muwaṭṭa’ al-Iman Mālik (Riwāya Yaḥyà b. Yahyà al-Laytiī, en A. Rātib al-cArmūš (ed.), Beirut, 1414/1994, pp. 336-337; Al-Qayrawānī, La Risâla ou Epître sur les éléments du dogme et de la loi de l’Islâm selon le rite mâlikite, en L. Bercher (ed. y trad.), Argel (5.ª ed.), 1968, pp. 160-161; Jalīl b. Isḥāq, Mujtaṣar, Beirut, Dār al-fiqr, 92-94 y G. H. Bousquet (trad.), Abrégé de la Loi Musulmane selon le rite de l’Imâm Mâlek, 1956-1962, vol. I, p. 186. 6 Sobre las prohibiciones determinadas por el parentesco de leche hay varios hadices recogidos en Muwaṭṭa’ al-Iman Mālik’, pp. 339-341. También abordan este tema Saḥnūn, Al-Mudawwana al-kubrà. (s.d., reimpresión de la edición del Cairo, 1323/1905), Beirut, Dar Sader, vol. II, tomo V, pp. 405-418; Jalīl b. Iṣḥāq, Mujtaṣar, pp. 162-163 y G. H. Bousquet, Abrégé, II, pp. 129-131; Al-Qayrawānī, Risāla, pp. 176-177 y 192-193; Carlos Quirós, Instituciones de Derecho musulmán (Escuela Malekita), Ceuta, Centro de Estudios marroquíes, 1942, p. 45. 7 Al-Qayrawānī, Risāla, pp. 198-199; Jalīl b. Iṣḥāq, Mujtaṣar, pp. 165-168 y G. H. Bousquet, Abrégé, II, pp. 139-141; Ibn Ŷuzayy, Qawānīn al-aḥkām ah-šaricyya wamasā’il al-furūc al-fiqhiyya, en cAbd al-cAzīz Sayyid al-Ahl (ed.), Beirut, 1979, pp. 248249; y Raymond Charles, Le droit musulman, París, Presses Universitaires de France, 1965, p. 61.

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mantenimiento (nafaqa),8 la administración de sus bienes y su representación legal. A todo lo expuesto referente a esta primera etapa de la vida femenina en familia, hay que añadir los vínculos derivados de su condición de persona libre, fruto del matrimonio de padres libres, o de esclava, nacida de la unión de un hombre libre y su concubina o de padres esclavos ambos. El vínculo matrimonial El matrimonio9 (nikāḥ) puede definirse como un contrato en el que, mediante el pago de la dote por parte del hombre, se hace lícita la unión permanente con una mujer, que adquiere el rango de esposa. La mujer no necesita ser púber para contraer matrimonio, si bien la pubertad es necesaria para la legalidad del contrato matrimonial, pero la esposa nunca es la verdadera contrayente ya que ha de estar representada por el padre o un tutor (walī) matrimonial quien deberá concluir el contrato con su consentimiento, expreso o tácito. No obstante, también existe la posibilidad de ser casada sin su requerimiento por el llamado walī «forzador»,10 que puede ser el padre de la mujer virgen (bikr), el señor de una esclava o el tutor testamentario. En el caso de la mujer no virgen (tayyib), es necesario su consentimiento explícito y si es madre, su hijo tiene preferencia sobre su padre para actuar como walī. También la niña podía ser prometida o casada por su padre a partir de los diez años.11 Un aspecto muy conocido del matrimonio islámico es la poligamia, que consiste en la unión legal un hombre hasta con cuatro mujeres, tal y como expresa Al-Qayrawānī (siglo x)12 al respecto: 8 Ibn Ŷuzayy, Qawānīn, pp. 245-247, dedica un capítulo a todos los tipos de manutención basado en las opiniones los ulemas malikíes y de otras doctrinas jurídica. Véase también Carlos Quirós, Instituciones de Derecho Musulmán, 52. Asimismo, véanse las referencias a este concepto que son tratadas por las diversas autoras en este mismo volumen. 9 Es de obligada referencia el documentado trabajo de Amalia Zomeño, Dote y matrimonio en al-Andalus y el norte de África. Estudio sobre la jurisprudencia islámica medieval, Madrid, CSIC, 2000, en el que figuran las principales fuentes sobre el tema. 10 Término empleado Carlos Quirós, Instituciones de Derecho Musulmán, 42. 11 Manuela Marín, Mujeres en al-Andalus, Madrid, CSIC, 2000, 149. 12 Al-Qayrawānī, Risāla, pp. 178-179.

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Está permitido [al hombre] casarse con cuatro [mujeres] libres, musulmanas o del Libro […] Será justo con sus esposas, debiendo encargarse de su alimentación y residencia en la medida de sus posibilidades, no entrando en el reparto de pernoctaciones ni la esclava ni la umm al-walad.

En efecto, la poligamia es una opción legal, pero desaconsejada si el hombre no puede dar un trato equitativo a sus esposas, según el Corán (4: 3-4): Si teméis no ser justos con los huérfanos, casaos con las mujeres que os gusten: dos, tres o cuatro. Pero, si teméis no obrar con justicia, casaos con una sola o con vuestras esclavas. Así evitaréis mejor el obrar mal.

Por el vínculo matrimonial la esposa tiene derecho a recibir la dote o acidaque (ṣidāq),13 definida como la donación legalmente obligatoria del marido a la esposa, entregada en dos partes. La cuantía de la dote debe estar en consonancia con la posición social y económica de la esposa al igual que las diferentes donaciones paternas a la hija: donación general, equipo, adorno y mobiliario. La aproximación de la cuantía e incluso la equivalencia de la primera parte de la dote y las aportaciones del padre de la esposa fue, al parecer, una práctica consolidada en al-Andalus en el siglo iv/x y posteriormente en el norte de África. En el siglo xii, tanto en un territorio como en el otro, las donaciones por parte del padre de la esposa llegaban a superar al acidaque. La viudedad (tarammul) es un factor automático de disolución del vínculo matrimonial. Las viudas son objeto de especial consideración en el Islam, aconsejando un nuevo matrimonio e incluyéndolas en el testamento del esposo. Es lícito que vuelvan a casarse aunque antes de hacerlo deben esperar un período de la cidda, de cuatro meses y diez días. Además, hay que tener en cuenta que a la mujer viuda, por su condición de esposa, le corresponden derechos sucesorios y, como madre, continúa con sus deberes y derechos de lactancia y custodia de sus hijos. El vínculo de servidumbre/esclavitud (cubūda/cabdiyya) Como ya ha quedado expuesto, la mujer se halla sometida a interdicción por razón de su sexo, pero la esclava (ŷāriya, ama), además, por razón 13 Amalia

Zomeño, Dote y Matrimonio, pp. 23 y 81-106.

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de su condición social. Los esclavos, ya por compra, ya por herencia, quedaban vinculados a sus dueños como una propiedad de estos. La presencia de esclavos y esclavas en un hogar andalusí dependía en gran medida de la economía y posición social de la familia, por lo que había grandes diferencias, que abarcaban desde una vivienda modesta a mansiones de gentes adineradas y palacios. Entre las clases sociales más altas de al-Andalus poseer esclavos era un claro signo de alto rango y prosperidad.14 En cuanto al matrimonio de la mujer esclava, el derecho islámico solo contempla la unión con un hombre de su misma condición, pues la relación sexual de esta con su señor (rabb, sayyid) nada tiene que ver con el matrimonio sino con el concubinato,15 que deriva del derecho de propiedad de su amo, siendo precisamente un impedimento de incompatibilidad el dominio de una de las partes sobre la otra. Según la doctrina jurídica malikí, solo su señor podía unirse sexualmente con las esclavas quienes tenían que compartir con las esposas libres un mismo espacio protegido y prohibido (ḥarīm) a los hombres, salvo al esposo y familiares masculinos permitidos por la ley (padres, hermanos, hijos, etc.). En la relación de la señora y los esclavos no se contempla la unión sexual ya que se trata de una relación totalmente prohibida. Entre las esclavas existía el estatus de concubina madre (umm alwalad),16 es decir, de madre de un hijo varón de su señor. Dada esta circunstancia, el hijo gozaba de la condición de libre (ḥurr) desde su nacimiento y la madre se veía beneficiada por su rango. En virtud de este estatus la concubina madre no era obligada a realizar trabajos duros ni podía ser vendida en vida de su dueño y, tras la muerte de este, llegaba a alcanzar la libertad. Varias esclavas que gozaron de esta categoría llegaron después a convertirse en esposas de emires y califas y, en varias ocasiones, influyeron en la vida palaciega y en la política. El vínculo de servidumbre y dependencia de las esclavas, al igual que el de los esclavos, podía desaparecer mediante la manumisión,17 una 14 Sobre las esclavas de las clases altas y, en especial, de la corte nazarí, véase el detallado estudio de Bárbara Boloix, Las sultanas de la Alhambra. Las grandes desconocidas del reino nazarí de Granada (siglos xiii-xiv), Granada, Comares, 2013, pp. 178-202. 15 Véase el citado estudio de Cristina de la Puente, «Límites legales del concubinato», pp. 409-433. 16 Saḥnūn, Al-Mudawwana, vol. III, tomo VIII, pp. 315-346 y Al-Qayrawānī, Risāla, pp. 227-228. 17 Sobre la manumisión, ver Al-Qayrawānī, Risāla, pp. 223-224 e Ibn Ŷuzayy, Qawānīn, pp. 406-409.

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práctica recomendable para cual del derecho islámico tiene unas normas reguladoras. Los esclavos podían alcanzar la condición de libres mediante tres tipos de manumisión: directa, contractual y post mortem. La primera se trata de la manumisión directa e inmediata (ciqt), por mera voluntad del dueño, mientras que la contractual (kitāba) se producía cuando el dueño permitía a su esclavo comerciar y trabajar para obtener ganancias con las que poder comprar su libertad por una cantidad de dinero entregada en varios plazos. Probablemente este tipo de manumisión raramente se aplicaba a las esclavas, dadas las dificultades para realizar trabajos remunerados, generalmente externos.18 Por último, hay que señalar la manumisión diferida o post mortem (tadbīr/mudabbara), que contempla la libertad del esclavo tras la muerte de su señor por voluntad expresa de este. Además de los vínculos legales mencionados hay que tener en cuenta la obligación de observar ciertas normas sobre la visión de las partes del cuerpo y el trato entre hombres y mujeres, que afecta a familiares y visitantes. El jurista granadino Ibn Ŷuzayy19 (m. 741/1340) ofrece las normas sobre las miradas/visiones entre hombres y mujeres en dos apartados con varios puntos: Primer apartado: sobre la mirada 1. La mirada/visión (naẓar) del hombre a la mujer: a) el hombre puede ver todo el cuerpo, incluso partes íntimas de la mujer, si es su esposa o su concubina; b) si es pariente (en grado prohibido), puede ver su rostro y sus manos y del resto del cuerpo lo que es correcto; c) si es su señora, están en el mismo caso que el pariente; d) si es un extraño, es lícito que vea el rostro y las manos. 2. La mirada de la mujer al hombre: a) si es su esposo o su señor lo puede ver todo; b) si es pariente (en grado prohibido) o su señora, puede ver su cuerpo salvo sus partes íntimas; c) si es una extraña, unos opinan que es como en el caso del pariente y otros que igual que mira el hombre a la extraña. 3. La mirada del hombre al hombre. 4. La mirada de la mujer a la mujer. 18 Unas notas más sobre las esclavas andalusíes puede consultarse en María Jesús Rubiera, «Oficios nobles, oficios viles», en M. J. Viguera (ed.), La mujer en al-Andalus. Reflejos históricos de su actividad y categorías sociales, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid y Editoriales andaluzas unidas, 1989, pp. 71-76. 19 Véase el capítulo titulado «Sobre la relación/contacto/trato (mujālaṭa) de los hombres con las mujeres», Ibn Ŷuzayy, Qawānīn, pp. 484-485.

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Está prohibido ver las partes íntimas, pero está permitido entre los del mismo sexo. II. Segundo apartado: sobre lo que va más allá de la mirada 1. Quedarse a solas. No es lícito que el hombre se quede a solas con una mujer, salvo que sea su esposa o su pariente (en grado prohibido). 2. Reunirse [sentados] y comer. No está permitido entre hombres y mujeres a los que no es lícito verse, salvo en caso de necesidad, ni tampoco que coma la mujer con su esclavo, excepto que sea un criado próximo que agrada a las mujeres sin relación sexual —sin duda se refiere al eunuco— (taladdud), pues en caso contrario no está permitido. 3. Yacer/acostarse/dormir. No es lícito que se junten el hombre con la mujer, excepto su esposa o su esclava, en un solo lecho, ni desnudos (o separados) ni de otra forma. No es lícito que se junten dos hombres ni dos mujeres para acostarse juntos estando desnudos.

VÍNCULOS EMOCIONALES Además de los vínculos legales anteriormente expuestos, existían otros tipos de relaciones inherentes al ser humano, que afloraban o quedaban ocultas por diversos motivos y que, por su naturaleza, quedan al margen de las normas jurídicas establecidas. Son los afectos, los sentimientos, las emociones de las personas que compartían el espacio y vida del hogar. Son vínculos de muy distinta naturaleza, sí, pero a su vez relacionados en gran medida con el estatus de los miembros de la familia y allegados, pues resultaría imposible concebir los lazos de parentesco, matrimonio o servidumbre sin la existencia de sentimientos de diverso signo, expresados u ocultos, sinceros o simulados, temporales o constantes. En definitiva se trata de la amistad, de la estima, del amor, de la simpatía, del desprecio, del odio, de la envidia, etc., sentimientos y emociones generados y desarrollados en el pequeño universo del hogar. En este sentido sí se puede hablar de emociones y sentimientos, que pudieron ser experimentados y vividos por las personas de la casa y proyectados entre si.20 20 Sobre el complejo mundo de las emociones, véase Barbara H. Rosenwein, Emotional Communities in the Early Middle Ages, Ithaca, Cornell University Press, 2006. De la misma manera, puede consultarse el texto que Rosa Medina Doménech presentó en el Seminario de Investigación Avanzada «Vestir la casa: objetos y emociones en el hogar andalusí y morisco» (Universidad de La Laguna, 10-11 de noviembre de 2016) bajo el

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No existe un determinado tipo de fuentes dónde hallar información sobre los sentimientos y las emociones en general ni tampoco que se refieran al ámbito de las relaciones familiares. No obstante, es posible recabar algunos datos documentados en fuentes de diversa naturaleza (históricas, literarias, jurídicas, etc.) que ponen de manifiesto la existencia teórica o real de los sentimientos que vinculaban a las personas que convivían bajo un mismo techo. Sentimientos positivos Conviene partir de la base de que son supuestos teóricos e ideales para la convivencia familiar. En estos supuestos teóricos parece lógico dar por sentado, como norma general, la existencia de vínculos afectivos, como la amistad, el cariño o el amor en sus diversas facetas. Entre las personas unidas por parentesco habría que destacar la relación de afecto y protección de padres a hijos menores de edad y la de afecto y dependencia de estos hacia sus progenitores, generalmente expresado con palabras y gestos de ternura. Este tipo de sentimientos, con diversos matices, también podían ser experimentados por el resto de las personas unidas por lazos de sangre (hermanos, hermanas, otros parientes, etc.), incluso por los miembros de la servidumbre. Pero todo ello solo puede ser considerado como una situación familiar ideal e idílica que no siempre se correspondía con la realidad. En cuanto a los sentimientos que unían a los esposos igualmente cabría suponer, como ideal y deseable, la existencia de amor entre ambos, si bien hay que tener en cuenta que este término (ḥubb, maḥabba) es prácticamente inexistente en los tratados jurídicos medievales ya que se trata de un sentimiento, de un impulso emocional, que los códigos no pueden probar ni reglar. Y por ello la ley islámica no exige que el matrimonio se lleve a cabo por amor,21 pero no cabe duda de que hubo uniones matrimoniales basadas en un sincero y mutuo sentimiento amoroso. Resulta oportuno mencionar aquí un testimonio de amor conyugal procedente de una fuente literaria, pero que parece expresar un sentimiento sincetítulo «Sentir la historia. Diálogos a través del tiempo» [https://www.dropbox.com/s/ lj5ec7c1dpm9lzn/Emociones%20de%20la%20casa-2.pdf?dl=0, consultada el 12 de mayo de 2017]. 21 Alfonso Carmona, «Fiqh, amour et rupture», L’Amour et l’Orient. Cahiers Intersignes, 6/7 (1993), pp. 109-117.

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ro. Se trata de un acróstico del rey poeta, al-Muctamid de Sevilla (m. 488/1095), dedicado a su esposa, Ictimād:22 Invisible tu persona a mis ojos / está presente en mi corazón: Te envío mi adiós con la fuerza de la pasión, / con lágrimas de pena, con insomnio; Indomable soy y tú me dominas / y encuentras la tarea fácil; Mi deseo es estar contigo siempre / ¡ojalá pueda concederme este deseo! Asegúrame que el juramento que nos une no se romperá con la lejanía. Dentro de los pliegues de este poema, / escondí tu dulce nombre: Ictimād.

Otros poemas apasionados ponen de manifiesto los sentimientos de al-Muctamid por su esposa pero, tal vez, nada refleje mejor la sinceridad de su amor que estos versos escritos cuando ambos estaban cercanos a la cincuentena.23 Nadie posee en el corazón de su amado, Lugar parecido al de Ictimād En el corazón de Muḥammad.

Vinculado al amor entre el esposo y su esposa o sus esposas y también entre el señor y sus concubinas, hay que señalar la importancia de la relación sexual como un modo de manifestación y expresión de este sentimiento ideal y deseable. Desde este punto de vista el derecho islámico, al margen de los sentimientos, establece las normas por las que ha de regirse las relaciones sexuales en el matrimonio y en el concubinato, las únicas consideradas lícitas.24 En este contexto la mujer, esposa o concubina, puede presentarse como sujeto y objeto de amor y, desde luego, como «vehículo fundamental para la perpetuación de la estirpe».25 Así lo pone de manifiesto Ibn al-Jaṭīb (m. 776/1374) al definir el coito como causa de florecimiento del mundo del ser y de la corrupción y labranza de la primera existencia, mediante el deseo carnal, en la continuidad de las

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Jesús Rubiera, La literatura hispanoárabe, Madrid, Mapfre, p. 1992, p. 79. p. 46. 24 Este tema ha sido tratado por Katja Torres Calzada, «La reglamentación de la vida sexual en el Islam: interferencia y fusión entre derecho y sexualidad», Ambigua: Revista de Investigaciones sobre Género y Estudios Culturales, 1 (2014), pp. 75-98. 25 Bárbara Boloix, Las sultanas de la Alhambra, p. 167. 23 Ibid.,

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especies y la necesidad de su sucesión, como medio para la multiplicación y la reproducción.26

Sin embargo, el citado autor se pronuncia en la misma obra en términos muy distintos sobre la unión sexual cuando dice que: Las causas de amor y de dicha son que el hombre satisfaga la necesidad de la mujer más que la suya y anteponga, ante todo, el deseo de ella, puesto que lo corriente es que a la mujer en esto le quede el fracaso y la desilusión, excepto accidentalmente, y conduce a muchos daños que necesitan satisfacción.27

Sentimientos negativos Además de las relaciones basadas en los afectos, ideales o reales, referidas anteriormente, en este mundo de las emociones, inmenso, complejo y, sobre todo insondable, ocupan un lugar importante los sentimientos negativos, la enemistad, los celos, la envidia, el odio, etc., que solían manifestarse externamente con gestos, palabras, actos y violencia en las diferentes relaciones legalmente establecidas. No hay duda de que entre las personas que compartían el mismo espacio surgirían desencuentros y enfrentamientos por diferentes motivos y circunstancias y en todos los estamentos sociales.28 Entre los ejemplos de enemistad, envidia y celos entre las mujeres de la casa caben ser destacados los referidos a las esposas y concubinas como pone de manifiesto un proverbio andalusí puesto en boca de una mujer: «Es mejor entrar en la tumba que ir a la casa de otra mujer».29 Pero, sobre todo, hay que señalar la ruptura del matrimonio como la manifestación de desafectos 26 Véase María Concepción Vázquez de Benito (ed., trad. y estudio), Libro del cuidado de la salud durante las estaciones del año o «Libro de Higiene» por Muḥammad b. cAbd Allāh b. al-Jaṭīb, Salamanca, Universidad, 1984, p. 149. 27 María Concepción Vázquez de Benito (ed., trad. y estudio), Libro del cuidado de la salud, p. 156. 28 Bárbara Boloix dedica un excelente estudio sobre las relaciones e intereses de las mujeres que habitaron en la Alhambra en el capítulo titulado «Esposas legales versus concubinas. Orígenes y estatus sociales». Véase Bárbara Boloix, Las sultanas de la Alhambra, p. 165 y ss. 29 Nadia Lachiri, «Andalusi proverbs on women», en M. Marín y R. Daguilhem, Writing the Femenine: Women in Arabic sources, London-New York, I. B., 2002, p. 45.

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por diferentes causas, como el repudio, el repudio a instancias de la mujer por falta de alimentos, el engaño por un vicio ocultado, etc. Así pues, el matrimonio puede disolverse mediante el repudio (ṭalāq),30 por mera voluntad del varón, pronunciando la fórmula «Yo te repudio» o frases similares. Esta expresión tiene carácter definitivo cuando se trata de un matrimonio rato, cuando ha dicho tres veces la frase de repudio y cuando ha finalizado el retiro legal (‘idda). El repudio puede ser reintegratorio si el marido ha manifestado la voluntad de volver con su esposa antes de sobrepasar el tiempo del retiro legal. También existe el repudio a instancias y costas de la mujer (julc),31 aunque realmente es un derecho del hombre que puede ser traspasado a la mujer como un contrato oneroso o mediante una donación. La ley otorga a la mujer el derecho a solicitar ante el juez la disolución del matrimonio en caso de incumplimiento del deber de la manutención (nafaqa) o suministro, según sus posibilidades y circunstancias, de alimentos, vestido, vivienda e incluso esclava o criados. En Granada, según refiere Ibn Ŷuzayy,32 lo usual era: Libra y media de trigo o cebada o legumbres, condimento y combustible (agua, leña, aceite, vinagre) y esclava si el marido era rico, pues en caso contrario la esposa tenía que hacer todas las tareas.

La mujer también podría pedir el repudio legal si el esposo tuviera alguno de los vicios (cuyūb) considerados redhibitorios — defectos en los genitales, impotencia masculina, enfermedades graves, lepra, etc.— siempre que dichos vicios existieran antes de la celebración del contrato matrimonial y fueran conocidos después. Igualmente puede solicitar y obtener la disolución del matrimonio por paradero desconocido o abandono del marido. También existe la posibilidad de disolver el matrimonio por el llamado juramento de continencia (ilā’), mediante el cual el marido jura abstenerse de mantener relaciones sexuales con su mujer durante un período superior a los cuatro meses. En este caso el juez otorga a la mujer el repudio legal. Igualmente es causa de repudio legal el ẓihār,33 que se 30 Un extenso capítulo dedicado al repudio y a todas sus modalidades puede consultarse en Ibn Ŷuzayy, Qawānīn, pp. 250-268. 31 Ibn Ŷuzayy, Qawānīn, p. 257. 32 Ibid., p. 245. 33 Ibid., p. 267.

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produce cuando el marido voluntariamente se constituye en un plano de prohibición de unión sexual, como si se tratara de su propia madre. Se origina la misma situación si la asimilación la hace a su hermana u otra mujer en grado prohibido para contraer matrimonio. Por último cabe señalar como causa de disolución la acusación de adulterio, el anatema (licān)34 que consiste en la acusación de infidelidad del marido a su mujer unido a la invocación de la maldición divina en caso de ser falsa. Dicha acusación es seguida de la negación por parte de la mujer e igualmente de la invocación de la maldición divina si no es cierta su inocencia. Pero, además, hay que tener en cuenta que, en ocasiones, los sentimientos negativos entre los miembros de familia y entre estos y la servidumbre llegaban a generar actos violentos susceptibles de ser penalizados, entre los que figuran lesiones, violaciones y asesinatos. En cuanto a la violencia ejercida de puertas para adentro habría que empezar por mencionar los correctivos (ubwa) injustos o desproporcionados de los padres a sus hijos e hijas llegando en algunas ocasiones a causarles lesiones e incluso la muerte, en cuyo caso los autores eran penalizados con el talión (qiṣāṣ), siempre y cuando se supiera a ciencia cierta que no se trata de un accidente o de castigo severo con un resultado imprevisto.35 Igualmente se daban casos de actos violentos cuyas víctimas eran los padres. En al-Aḥkām al-kubrà de Ibn Sahl36 (m. 486/1093) consta la denuncia de un padre contra su hijo, llamado Bišr b. cAbdūš, por desobediencia y malos tratos.37 Este permaneció diez meses en prisión donde también fue 34 Ibn

Ŷuzayy, Qawānīn, pp. 268-270. Arévalo, Derecho Penal Islámico. Escuela malekita, Tánger, Centro de Estudios marroquíes, 1939, p. 25 y María Arcas Campoy, «Actos delictivos y acción penal en la Wāḍiḥa de Ibn Ḥabīb», Boletín de la Asociación Española de Orientalistas, XXXIV (1998), p. 142. 36 Remito a la edición relativa a los delitos de al-Aḥkām al-kubrà de Ibn Sahl realizada por Jallāf, Muḥammad cAbd al-Wahhāb, Waṯā’iq fī aḥkām al-kubrà li l-qāḍī Abī l-Aṣbag Ibn Sahl, El Cairo, al-markaz al-carabī li-l-duwal li-l-iclām, 1980, pp. 56-57. Los veinte casos que aparecen en la edición de este capítulo han sido estudiados por Emilio Molina López, «L’attitude des juristes de al-Andalus en matière de droit penal», Actes du VII Colloque Universitaire Tuniso-Español sur le patrimoine andalous dans la cultura árabe et espagnole (Túnez, 1989), Caier du Ceres, Série Histoire, 4 (1991), pp. 55-191 y María Arcas Campoy, «Fuentes sobre los delitos de sangre en al-Andalus. Dos ejemplos referidos a Córdoba (siglos x-xi) y la frontera oriental Nazarí (s. xv)», Clio & Crimen, 10 (2013), pp. 95-109, centrado en los casos de delitos de sangre, siguiendo la numeración de la edición de Jallāf y del artículo de Molina López. En adelante cito este último trabajo. 37 María Arcas Campoy, «Fuentes sobre los delitos de sangre», pp. 99-100, caso 8. 35 Rafael

El entramado legal y emocional de las mujeres en el hogar andalusí 31

acusado de haber matado a una mujer, si bien esto no se pudo probar. Finalmente el padre solicitó la puesta en libertad de su hijo porque esperaba que su comportamiento hubiera cambiado. Asimismo, figuran en la citada obra un caso de acusación de fratricidio38 en el que el acusado, tras haber permanecido en prisión preventiva, quedó libre por falta de pruebas. Ibn Sahl recoge también en al-Aḥkām al-Kubrà tres casos reales de delitos de sangre cometidos dentro del hogar, en los que las mujeres figuran como víctimas o como sospechosas de la autoría. Todos sucedieron en Córdoba y son los siguientes: 1) Dos hermanos, Aḥmad y Muḥammad, mataron a su hermana por considerar que llevaba mala vida.39 El juez ordenó meterlos en prisión ya que dos testigos declararon en su contra, así como uno de los vecinos que fueron interrogados, el cual declaró haber oído a la víctima pedir socorro al ser arrojada al río. 2) El asesinato de Abū Marwān cAbd al-Mudar al-Tamīmī al-Ṭubnī40 fue un suceso que conmocionó a la sociedad cordobesa de su tiempo, ya que era una persona conocida y de buena posición social. Al-Ṭubnī fue encontrado muerto en su cama, con más de sesenta puñaladas, una mañana de finales de rabīc II de 457/8-9 de abril de 1065, tras lo cual el zalmedina (ṣaḥīb al-madīna) de la ciudad se encargó de la investigación del caso. En primer lugar indagó sobre la posibilidad de que lo hubiera matado un intruso, pero esto quedó descartado al hallar un cuchillo junto a la ropa del muerto y los zaragüelles de una de sus concubinas manchados de sangre. Una de ellas afirmó que sabía el nombre de la autora y de las que le habían ayudado y que la víctima se lo merecía desde hacía tiempo. El zalmedina también interrogó a los hijos y el más joven, inválido y de débil constitución, al principio le respondió que habían sido unos ladrones pero después dijo que las autoras eran las concubinas y que su hermano mayor estaba enterado de ello. Tras diversas actuaciones judiciales, se aceptó la confesión (iqrār) de la concubina como causante de la muerte 38 María

Arcas Campoy, «Fuentes sobre los delitos de sangre», p. 99, caso 7. p. 100, caso 10. 40 Ibid., p. 100, caso 12. Sobre el asesinato de al-Ṭubnī véase el artículo de Christian Müller, «L’assassinat du savant Abū Marwān al-Ṭubnī: un drame familial et judiciaire», al-Qanṭara, 26 (2005), pp. 425-448. 39 Ibid.,

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María Arcas Campoy

con la ayuda de sus compañeras y se obligó al resto de la familia de al-Ṭubnī a jurar respecto a su inocencia. 3) Rahīma bint cAbd al Raḥmān b. cAbd Allāh b. Jālid b. Šuhayd fue hallada muerta en su casa.41 Todas las sospechas recayeron sobre su marido Futays b. cĪsà quien, a pesar de negarlo, no pudo demostrar su inocencia. Varios alfaquíes del consejo asesor (šūrà) concluyeron que el marido debería permanecer en prisión y confesar su delito, pero si, transcurrido un tiempo considerable, no se presentaran pruebas contra él, podría jurar en la mezquita y declararse inocente. En estos tres casos recogen actos de violencia extrema dentro del hogar. El primero y el tercero son parricidios (una hermana y una esposa) y el segundo es un homicidio cometido por una concubina con la ayuda de otras y que, al parecer, conocían los hijos. El honor familiar mancillado, el odio, el rencor y la venganza fueron los principales móviles de los tres crímenes mencionados. CONCLUSIONES Como se desprende de todo lo expuesto, el hogar es el mundo privado de los individuos que componen la sociedad. Es el ámbito en el que afloran con mayor frecuencia e intensidad las relaciones entre hombres y mujeres. Es el escenario en el que se desenvuelve el derecho de familia, la materia jurídica que menos modificaciones ha sufrido hasta el presente, la parte más genuina del fiqh y que en la actualidad constituye el principal escollo para la equiparación de los derechos femeninos con los masculinos. La vida familiar de puertas para adentro se articulaba en una red de vínculos legales y emocionales en los que las mujeres aparecen como protagonistas y también como coprotagonistas junto a los hombres. Conceptos variados, complejos y en muchos casos contrapuestos, como lazos familiares, matrimonio, esclavitud, poligamia, vínculos contractuales, relaciones sexuales, amistad, enemistad, amor, odio, felicidad, sufrimiento, maltrato y crímenes constituyen la trama y urdimbre que configuran el tejido humano del hogar andalusí. 41 María

Arcas Campoy, «Fuentes sobre los delitos de sangre», p. 101, caso 13.

DISPONER CASA A LA ESPOSA (TREMECÉN, 747/1346) Y CUMPLIR LA OBLIGACIÓN MATRIMONIAL DE LA AÑAFAGA (NAFAQA)1 María Jesús Viguera Molins Universidad Complutense de Madrid

Christine Mazzoli-guintard Universidad de Nantes

INTRODUCCIÓN L’architecture de la maison médiévale a donné lieu à de nombreuses études; plus rares sont les tentatives faites pour franchir leur seuil et pour replacer dans ces bâtiments les activités, les êtres, la vie.2

Estas palabras escritas hace más de un cuarto de siglo por Françoise Piponnier siguen de actualidad, pues mucho queda por hacer para adentrarse en la casa de la Edad Media. En el más reciente volumen dedicado a la casa medieval en la península ibérica, dirigido por María Elena Díez Jorge y Julio Navarro Palazón, y publicado en 2015, predominan las contribuciones dedicadas a la arquitectura doméstica, a su evolución, a las formas y las funciones de los espacios de las casas, más abundantes 1 El presente trabajo se inserta en el marco del proyecto de investigación «De puertas para adentro: vida y distribución de espacios en la arquitectura doméstica (siglos xv‑xvi). Vida y Arquitectura (VIDARQ)» (referencia I+D: HAR2014-52248-P). 2 Françoise Piponnier, «L’univers féminin: espaces et objets», en C. Klapish‑Zuber (dir.), Histoire des femmes en Occident. Le Moyen Âge, Paris, Perrin, 2002, vol. II, pp. 425439, espec. p. 436 (1.a ed. 1991).

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que las que procuran convertir la casa en un espacio vivido y amoldable, cuyas estancias estaban ocupadas por hombres y mujeres.3 Para los siglos medievales, el corpus documental que permite entrar en las casas sigue siendo, es verdad, reducido: los enseres descubiertos en las casas dieron lugar a análisis en términos de funciones de los espacios, pero menos en términos de cuestiones de género; así, la presencia de un hogar y cerámica de cocción permiten concluir sobre la funcionalidad de la estancia, dejando en la sombra «les gestes de la ménagère, penchée devant le four ou le foyer surélevé, accroupie devant la poêle à frire ou le pot qui mijote sur le foyer à même le sol».4 Por otro lado, como ya se ha subrayado repetidamente, adentrarse en la casa significa penetrar en un lugar poco documentado por las fuentes textuales de la Edad Media y en particular en el caso de las sociedades araboislámicas, porque «es bien conocida la reserva de los autores musulmanes hacia el mundo de su privacidad, área privilegiada para la actuación de las mujeres».5 Ahora bien, los datos conservados en las fuentes textuales a propósito de la nafaqa, remuneración debida a las mujeres de la familia, pueden ofrecer algunas consideraciones sobre cómo y por qué proveer las casas de las mujeres, como más adelante ampliaremos, pero señalemos ya que, en la obra de referencia sobre las mujeres en al-Andalus, Manuela Marín recuerda que: Entre las obligaciones del marido al contraer matrimonio, se contaban la alimentación, el vestido y el alojamiento de la esposa […] obligación general […] que tenía en cuenta, de modo muy preciso, el rango de las mujeres y su posición social.6

Y cuando, como ahora planteamos, la mujer era una princesa ḥafṣī de Túnez prometida al sultán meriní del Magreb, este tenía la obligación moral y religiosa de cumplir con la norma al alojarla conforme a su rango de prometida: el Musnad de Ibn Marzūq conserva así una descripción tan precisa como preciosa de la casa dispuesta para la esposa del sultán Abū l-Ḥasan, cuyo análisis proporciona datos sobre la manera de preparar y adornar una casa para una mujer de rango.7 3 María

Elena Díez Jorge y Julio Navarro Palazón (eds.), La casa medieval en la península ibérica, Madrid, Sílex, 2015. 4 Françoise Piponnier, «L’univers féminin: espaces et objets», p. 437. 5 Manuela Marín, Mujeres de al-Ándalus, Madrid, CSIC, 2000, p. 19. 6 Ibid., p. 262. 7 El interés del texto sobre la casa del sultán fue señalado por Jacques Revault, Lucien Golvin y Ali Amahan, Palais et demeures de Fès. Époque mérinide et saadienne

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EL MUSNAD Y SU AUTOR, IBN MARZŪQ: TEXTO LAUDATORIO Y MARCO NORMATIVO DE LA AÑAFAGA La obra titulada al-Musnad al-ṣaḥīḥ al-ḥasan fī ma’ātir mawlā-nā Abī l-Ḥasan expresa sus propósitos desde su mismo título: «Transmisión cierta y cabal de los memorables hechos de nuestro señor Abū l-Ḥasan», extensa y apasionada biografía cortesana que un letrado magrebí, Muḥammad ibn Marzūq (nacido en Tremecén, en 710-711 de la Hégira/1310-1312 d. C. y muerto en El Cairo, en 781/1379) dedicó a su soberano, el gran sultán benimerín Abū l-Ḥasan, a cuyo lado y servicio Ibn Marzūq estuvo desde el año 1337 hasta 1349, cumpliendo encargos de todo tipo, y siempre, durante aquellos doce años, muy próximo a su señor y muy consciente, según se muestra en todo lo que plasmó, de las apariencias y conveniencias del poder, y esto no solo a posteriori, como fue la escritura de la «Vida ejemplar» que es el Musnad, sino de forma coetánea con su sultán, pues ejerció como portavoz suyo en múltiples casos, como predicador de Corte. El relato que nos ofrece Ibn Marzūq sobre la construcción por Abū l-Ḥasan de la casa para su prometida tunecina combina la cualidad de testigo próximo al suceso con las estrategias narrativas que los escritores próximos a los soberanos usan para engrandecerlos. En la biografía extraordinaria que es el Musnad, en la sucesión de sus bien compuestos cincuenta y cinco capítulos, más introducción y epílogo, Ibn Marzūq8 va trazando un significativo retrato ideal de su egregio bio(xive-xviie siècles), Aix-en-Provence, Institut de recherches et d'études sur le monde arabe et musulman, 1985. Publication sur OpenEdition Books: 19 juin 2013, DOI: 10.4000/ books.iremam.2306 [http:// books.openedition.org/iremam/2306, consultada el 12 de diciembre de 2016], pp. 77-89, que citan la traducción de Évariste Lévi-Provençal, «Un nouveau texte d'histoire mérinide. Le Musnad d'Ibn Marzuḳ», Hesperis, 5 (1925), pp. 1-82, espec. p. 75. El interés del texto también ha sido señalado por María Jesús Viguera Molins, «La exaltación biográfica de Abū l-Ḥasan, sultán de los Benimerines», en María Luisa Ávila y Manuela Marín (eds.), Biografías y género biográfico en el Occidente islámico, Estudios onomástico-biográficos de al-Andalus, Madrid, CSIC, VIII, 1997, pp. 412-413 y por Bárbara Boloix, «Presencia e importancia de la mujer en el Musnad de Ibn Marzūq al-Tilimsānī», Anaquel de Estudios Árabes, 27 (2016), pp. 7-28. Ambos artículos mencionaron el interés del pasaje, sin analizarlo en el aspecto que ahora destacamos, el primero por centrarse en la perspectiva de las actuaciones loables del sultán y el segundo por reunir menciones relativas a las mujeres de la corte meriní. 8 María Jesús Viguera Molins, «Vida ejemplar de Abū l-Ḥasan, sultán de los Benimerines», Erebea, 3 (2013), pp. 49-69; María Jesús Viguera Molins, «Le manuscrit d’alMusnad d’Ibn Marzūq, conservé à la Bibliothèque de l’Escurial (ms. arabe 1666)», en

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grafiado, aureolado por todas las bondades físicas y espirituales y por todas las virtudes y cumplimientos islámicos, con lo cual se nos documenta cómo era la imagen regia que se consideraba y funcionaba como modélica y cuántas y cuáles eran las conexiones que, en el Magreb de la Baja Edad Media, articulaban religión y política, conveniencias y cumplimientos. La actuación concreta del sultán meriní a favor de su futura esposa, conservada en el Musnad, obliga a plantear el porqué de la nafaqa, es decir que resulta necesario volver aquí sobre los aspectos jurídicos de esta obligación del marido; y cabe retrotraerse desde las colecciones de hadices hasta el hito importante, en el siglo iv H./xi C., que representa la obra, recientemente editada y en curso de estudio,9 sobre las manutenciones o añafagas en el derecho mālikí, del andalusí Ibn Rašīq al-Taglibī (m. 446 H./1054-55 C.). Alfaquí de Almería, donde desempeñó las funciones de mušāwar y de gran muftí, Ibn Rašīq es el autor del Kitāb al-Nafaqāt (Libro de las añafagas), código de derecho familiar donde el tema más tratado es el de las pensiones alimenticias, al lado de las curatelas y de los medios de los cuales disponen las casadas para su manutención.10 Empezamos, pues, por adentrarnos en la casa que se dispuso para la esposa del sultán Abū l-Ḥasan.

Yannick Lintz, Bahija Simou, Claire Déléry y Bulle Tuil Leonetti (eds.), Le Maroc médiéval, Un empire de l'Afrique à l'Espagne, Paris, Louvre-Hazan, 2014, p. 438. 9 Kitāb al-Nafaqāt, ed. y estudio por ’Abd al-Salām al-Ŷa’māṭī y Riḑwān al-Ḥaḑarī, s.l. [Rabat], Manšūrāt al-Maŷlis al-’ilmī al-’A’là. 1433 H./2012 C. La obra forma parte de la tesis doctoral que está elaborando Seila de Castro García, bajo la dirección de María Dolores Rodríguez Gómez (Universidad de Granada) y Rachid El Hour (Universidad de Salamanca). Ha avanzado los primeros resultados de su estudio en Seila De Castro García, «Matrimonios interreligiosos y pensiones (nafaqāt) en el derecho islámico. Su reflejo en el Kitāb al-Nafaqāt del andalusí Ibn Rašīq (s. xi)», VII Congreso virtual sobre Historia de las Mujeres (15 al 31 de octubre de 2014), 95-112 [http://www.revistacodice. es, consultada el 17 de noviembre de 2016]; Seila De Castro García, «El Kitāb al-Nafaqāt de Ibn Rašīq (s. xi): una compilación sobre las pensiones en al-Andalus», eHumanista/ IVITRA, 9 (2016), pp. 237-253 [http://www.ehumanista.ucsb.edu/ivitra, consultada el 26 de diciembre de 2016]. 10 Fernando Nicolás Velázquez Basanta, «[988]. Ibn Rašīq al-Taglibī, Abū `Umar», en J. Lirola Delgado (dir.), Biblioteca de al-Andalus, Almería, Fundación Ibn Ṭufayl de Estudios Árabes, 4 (2006), pp. 456-459.

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CÓMO EL SULTÁN ABŪ L-ḤASAN PREPARÓ LA CASA DE SU ESPOSA Ibn Marzūq, siempre deseoso de mostrar su cercanía al egregio biografiado, fue en persona testigo de los hechos que narra en el capítulo cincuenta de su Musnad, donde presenta, respecto al sultán Abū l-Ḥasan, «la magnificencia de su reino y la grandeza de sus miras»:11 Yo he sido testigo presencial de un hecho que voy a contar y que demostrará su poderío, la grandeza de su reino, sus altas miras, su elevado poder: La hija del difunto sultán [de Túnez] Abū Yaḥyà Abū Bakr, descendiente de los Emires Ortodoxos (al-Umarā’ al-rāšidūn), era conducida ante él [a la corte meriní en Tremecén] por los que habían ido a pedir su mano, es decir: Abū Zayyān ’Arīf b. Yaḥyà, el alfaquí Abū ’Abd Allāh al-Saṭṭī, el alfaquí Abū l-Faḑl b. Abī Madyan y otros. Al aproximarse a Tremecén, anunciaron por escrito desde al-Baṭḥā’, su llegada. Entonces él [Abū l-Ḥasan] —y yo lo acompañé— recorrimos [la ciudad] para encontrarle una casa apropiada.12

No indica Ibn Marzūq el nombre de la princesa ḥafṣī, cuya personalidad revelan otras fuentes: se trata de ’Azzūna, una de las hijas del undécimo sultán ḥafṣī Abū Yaḥyà Abū Bakr al-Mutawakkil (717/1318747/1346).13 Cuando Abū l-Ḥasan, acompañado por Ibn Marzūq, buscaban una casa para esta princesa recorriendo las calles de Tremecén, exclamó el sultán: Por Dios, no mostraría mucha consideración ni deferencia hacia esta [señora] que llega, que la albergáramos en una casa en la que han vivido otras personas; convendría construirle una residencia especial.14 11 Ibn Marzūq, El Musnad: hechos memorables de Abū l-Ḥasan, sultán de los benimerines, estudio, trad., anotación índices anotados por María Jesús Viguera, Madrid, Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1977, 369; María Jesús Viguera Molins (ed.), alMusnad…, Argel, SNED, 1981, p. 447. 12 Ibn Marzūq, El Musnad…, p. 370; al-Musnad…, p. 448. 13 María Jesús Viguera Molins, «La exaltación biográfica de Abū l-Ḥasan, sultán de los Benimerines», p. 411: hermana de la princesa tunecina Fāṭima, que había muerto en la batalla del Salado, como luego ampliaremos. 14 Ibn Marzūq, El Musnad…, p. 370; al-Musnad…, p. 448.

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Tomó entonces la decisión de construir una casa nueva para su esposa, cuidadosamente acondicionada, con el fin de manifestar su respeto hacia aquella segunda princesa ḥafṣī, con quien iba a casarse. Nótese que Tremecén, conquistada poco antes por el sultán meriní, era una de las tres capitales del emirato meriní: «hay en este reino tres capitales: Fez, que es la residencia real; Marrakech, segunda residencia real, y Tremecén, tercera residencia real […] el sultán actual la ha incorporado a sus dominios y la ciudad ha pasado a ser su tercera capital», como indica el erudito sirio al-’Umarī (700/1301-749/1349), en su enciclopédico Masālik al-abṣār fī mamālik al-amṣār («Rutas del conocimiento sobre las capitales de los imperios»).15 De modo que la construcción de la casa queda además realzada por su ubicación capitalina, como también porque Ibn Marzūq pertenecía a una destacadísima familia en la vida de Tremecén,16 y así el sultán se hace acompañar por él, en buen conocedor, para elegir casa, como también luego será el relator detallista y ensalzador del suceso. Construir una casa El relato de Ibn Marzūq proporciona algunos datos, parcos y preciosos, sobre la construcción de la casa; el mismo sultán «dibujó (rasama) sobre un papel (kāgid) la medida de su patio (qadr sāḥati-hā)17 y lo acordó con todos [los artesanos]».18 El sultán empieza dibujando en un papel la medida o disposición del patio, como elemento central de la casa y, a partir de las medidas que desea, ordena la construcción, alrededor del patio, de las cuatro qubba-s. Obvio es decir que dibujar un plano precede a la construcción de un edificio; sin embargo, las fuentes enmudecen sobre este aspecto de la construcción, que adivinamos a través de men15 Masālik al-abṣār fī mamālik al-amṣār. I: L’Afrique moins l’Egypte, trad., introd. y notas de M. Gaudefroy-Demombines, Paris, Librairie Orientaliste Paul Geuthner, 1927, pp. 161-162. 16 Ibn Dāwūd, Naṣr al-Dīn, al-Ḥayāt al-fikriyya wa-l-ta’līmiyya bi-Tilimsān min jilāl ’ulamā’ Banī Marzūq min al-qarn 7 h./13 m. ilà l-qarn 10 h./16 m., Tremecén, Wizārat al-Taqāfa, 2011; María Jesús Viguera Molins, «Ibn Marzūq», Encyclopaedia of Islam, THREE, K. Fleet, G. Krämer, D. Matringe, J. Nawas, E. Ronson (eds.), s. v. [http://dx. doi.org/10.1163/573-3912_i3_COM_3007, consultada el 11 de diciembre de 2016]. 17 Sāḥa: patio; espacio abierto; plaza, escenario; lugar; «vaste terrain plan et libre», en Zakia Iraqui Sinaceur (dir.), Le Dictionnaire Colin d’Arabe Dialectal Marocain, Rabat, Editions al-Manahil — Ministère des Affaires Culturelles, 1994, vol. 4, p. 884. 18 Ibn Marzūq, El Musnad…, p. 370; al-Musnad…, 448.

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ciones excepcionales en las fuentes textuales, relativas más bien a la arquitectura monumental, mezquitas y palacios,19 convirtiendo la mención conservada en el Musnad en más excepcional aún. Cabe recordar, entre lo poco documentado al respecto, la existencia de planos de un maestro oriental, dibujados sobre papel de muy buena calidad, elaborado en Samarcanda en los siglos xv-xvi, donde los planos están trazados sobre una red cuadriculada de módulos que miden 42 x 62 mm.20 La casa dibujada por el sultán responde al modelo dominante en la arquitectura doméstica del Islam a partir del siglo ix, la «casa de patio», la «casa árabe» de Elisabeth Fentress, que habría que considerar, con Sonia Gutiérrez Lloret, «la unidad doméstica propia de la formación social islámica».21 Abū l-Ḥasan pidió que le hicieran una casa de cuatro qibāb, lo que se puede interpretar como una casa de cuatro habitaciones, y recuérdese en español el arabismo «alcoba»: «dormitorio».22 Aunque en arquitectura, qubba designa la sala cubierta por una bóveda, y pese a ser la qubba una forma arquitectónica presente en la región de Tremecén desde la época pre-meriní,23 hay que descartar la lectura de estas cuatro qibāb como casas con qubba tal y como aparecen en uno de los más ricos corpus de casas islámicas de los siglos xiii-xv, las casas nazaríes estudiadas por Antonio Orihuela Uzal, quien presenta la casa con qubba como un subtipo de la casa sin patio, formada por «una sala cuadrada, ricamente de19 Ronald Lewcock, «Architects, Craftsmen and Builders: Materials and Techniques», en G. Michell (dir.), Architecture of the Islamic World, Its History and social Meaning, Thames and Hudson, 2011 (1.a ed. 1978) [http://archive.org/details/01iart, consultada el 28 de diciembre de 2016], p. 132, a propósito de la mezquita de Ibn Ṭūlūn o del jardín del mogol Bābūr. Rafael Cómez Ramos, Los constructores de la España medieval, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2006, pp. 43-48, subraya el silencio de las fuentes en relación con el Occidente musulmán. 20 Ronald Lewcock, «Architects, Craftsmen and Builders», pp. 112-144. 21 Sonia Gutierrez Lloret, «Casa y Casas: reflexiones arqueológicas sobre la lectura social del espacio doméstico medieval», en María E. Díez Jorge y J. Navarro Palazón (eds.), La casa medieval en la península ibérica, p. 29. 22 Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, 23.ª ed. Madrid, Espasa, 2014, s. v. É. Lévi-Provençal, en su traducción del pasaje, lo interpretó así: «Je désire, aurait-il dit, une maison qui comprenne quatre chambres (qubba)». Véase Évariste Lévi-Provençal, Un nouveau texte d'histoire mérinide. Le Musnad d'Ibn Marzuḳ, p. 75. 23 E. Díez, «Ḳubba», Encyclopédie de l’Islam, Leiden-Paris, Brill-Maisonneuve & Larose, 1986, 2.ª ed., V, p. 289.

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corada y cubierta con un techo en forma de artesa»;24 en su corpus, no existe la casa con cuatro qubba-s, sino la casa con qubba única o excepcionalmente, la casa con dos qubba-s. Las más notables casas con qubba única son el Palacio del Partal y el Cuarto Real de Santo Domingo, construidos entre finales del siglo xiii y principios del siglo xiv, a las cuales cabe añadir el Alcázar Genil, fundado al final de la época almohade y reformado en época nazarí.25 En cuanto a la casa con dos qubba-s, donde dos salas cuadradas cubiertas por un techo prominente de tipo qubba se miran de un lado al otro del patio, es una combinación arquitectónica que se da en el excepcional Palacio de los Leones. Por otro lado, en el muy rico corpus de palacios y casas de Fez, entre los siglos xiv-xvii, reunido por Jacques Revault, Lucien Golvin y Ali Amahan,26 no consta ninguna casa con cuatro qibāb; solo en la Dār Demāna, la más lujosa casa de época meriní del patrimonio fasí, propiedad de la gran familia de los cherifes Wazzāní, está presente una qubba o bhū, alcoba medianera de una sala con plano en T.27 Las cuatro qibāb de la casa que mandó hacer Abū l-Ḥasan eran, pues, cuatro habitaciones, todas diferentes y todas dotadas de dos pabellones (duwayratān: «casitas»), inmediatos a las cuatro qubba-s; cada qubba era, pues, una habitación dotada de dos alcobas en ambos lados de la sala,28 lo que confería a la casa de la princesa máxima simetría, armonía e impresión de orden, manifestación arquitectural de la majestad del sultán. Cada casita, pequeña construcción lateral de la qubba, era denominada con el diminutivo de dār («casa»), sin que en todo ese contexto utilice el Musnad otras desig24 Antonio Orihuela Uzal, Casas y palacios nazaríes. Siglos xiii-xv, Granada, El Legado Andalusí-Lunwerg, 1996, p. 26. 25 Antonio Orihuela Uzal, Casas y palacios nazaríes, pp. 57-70, párr. 315-333 y 335-343. Sobre la restauración reciente del Cuarto Real de Santo Domingo, véase Alberto García Porras y Eva Muñoz Waissen, «Un espacio singular de la ciudad nazarí de Granada. El Cuarto Real de Santo Domingo», en A. Malpica Cuello y A. García Porras (eds.), Las ciudades nazaríes. Nuevas aportaciones desde la arqueología, Granada, Alhulia, 2011, pp. 135-170. 26 Jacques Revault, Lucien Golvin, Ali Amahan, Palais et demeures de Fès, Paris, CNRS, 1992. 27 Jacques Revault, Lucien Golvin y Ali Amahan, Palais et demeures de Fès, pp. 90202, párr. 232-291. 28 Seguimos la lectura de Jacques Revault, Lucien Golvin y Ali Amahan, Palais et demeures de Fès, pp. 77-89, párr. 24, que hacen de estas duwayratān las alcobas ubicadas a ambos lados de la sala de recepción.

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naciones para «casa», por ejemplo bayt, término que también habría podido usar para indicar «habitación de una casa». Pero en textos andalusíes, los aposentos del Alcázar omeya de Córdoba se denominaban dār, palabra que, según comentó Emilio García Gómez:29 «Significa esencialmente y siempre “casa”, lo que puede ocurrir es que tenga la acepción derivada […] de “departamento” o “aposento”», y pone algunos ejemplos, y comenta enseguida su diminutivo duwayra, («casita»), o, en la acepción accesoria, «pequeño departamento» o «aposento», y a continuación menciona la Duwayra del Alcázar de Córdoba, donde denominó a la cárcel; así se traspuso después a Madīnat al-Zahrā’. Lo más interesante, para lo que tenemos entre manos, es que en el texto de Ibn al-Jaṭīb que García Gómez va comentando en ese artículo, aparecen contiguos una cúpula (qubba) y un aposento (dār): «se extiende delante de esta cúpula, rebajado dos tercios de braza, el aposento achaflanado».30 Esta casa con patio (como algo más adelante precisa el mismo texto: sāḥat al-dār), construida por el sultán meriní en la primera mitad del siglo xiv en Tremecén, tenía cuatro qibāb con dos aposentos; y, acorde, lógicamente, con el modelo de la casa árabe, destaca por la excepcionalidad que le confiere el vocabulario empleado por Ibn Marzūq para describirla, qubba y duwayra, que remite al discurso de Ibn al-Jaṭīb sobre la Alhambra. Esta casa, en fin, se inscribe en la política edilicia del sultán Abū l-Ḥasan en Tremecén, política de construcción que permite mostrar la presencia meriní en la ciudad, tercera capital del emirato, y marcarla con su poder: en al-’Ubbād, a dos kilómetros al sureste de Tremecén, mandó construir una mezquita en frente del mausoleo de Sīdī Bū Madyan, místico andalusí del siglo xii, y también una madrasa;31 en esta misma localidad, que sigue siendo hoy un lugar de recreo para los habitantes de Tremecén, el sultán Abū l-Ḥasan hizo edificar un suntuoso palacio, conocido como «Casa del sultán», que contaba tres patios, unas diez salas y un baño.32

29 Emilio

García Gómez, «¿Fue un lavado de gato la nueva Alhambra?: una extraña opinión», Boletín de la Real Academia de la Historia, 189 (1992), pp. 367-424, espec. pp. 378-379. 30  Ibid., p. 377. 31 Ibn Marzūq, El Musnad…, pp. 332-334 y 336; al-Musnad, pp. 402-403 y 406. 32 William Marçais y Georges Marçais, Les monuments arabes de Tlemcen, ed. de A. Fontemoing, Paris, 1903, pp. 266-269. La Casa del sultán, descubierta en 1885 bajo

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Levantar y decorar la casa La magnificencia del sultán también resulta manifiesta en los esfuerzos desarrollados para levantar y decorar la casa de su esposa: Ibn Marzūq ha conservado la lista de los artesanos convocados para trabajar en la casa, lista que sirve a mostrar la grandeza de Abū l-Ḥasan, eso sí, lista que es un indicio más del alto grado de especialización de los artesanos de la construcción, la cual, con una abundante mano de obra, permitía construir edificios grandes en períodos relativamente cortos de tiempo.33 En efecto, Abū l-Ḥasan dejó una semana a los artesanos para que llevaran a cabo las tareas de construcción; fueron convocados maestros de obras (arbāb al-ṣinā`at) de nueve gremios diferentes,34 a saber: — albañilería: al-bannā’ūn (los albañiles); de banà (construir), el término más corriente en las fuentes para indicar obras de construcción, bien se trate de obras nuevas, de la fundación de un edificio nuevo, o de reparación, de consolidación, de un edificio existente. La palabra ha suscitado el interés de la investigación en varias ocasiones, en particular en relación con la fundación o escombros, figura en la «liste des sites et monuments historiques classés à la date du 26 décembre 1967», Journal officiel de la République algérienne, n.º 7, 23/01/1968, p. 64, como «Petit Palais des sultans à El Obbad el Fouqui». Hoy día, en las páginas web de los monumentos de la wilāya de Tremecén, aparece como «el palacio de las sultanas», feminización que seguramente pretende hacerla más llamativa. 33 Rafael Cómez Ramos, Los constructores de la España medieval, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2001, p. 38. Puede ser útil comparar con otros tiempos y espacios, como los del mudejarismo: Rafael Cómez Ramos, «Ordenanzas urbanas de la construcción en la baja Edad Media castellana», en A. Sousa Meloy Maria do Carmo Ribeiro (coord.), História da Construção - Os Construtores, Braga, Centro de Investigação Transdisciplinar Cultura, Espaço e Memória, 2011, pp. 49-74; Maria Filomena Barros, «Construtores e artesãos muçulmanos: do serviço colectivo do rei ao desempenho individual (séculos xiiixv)», en A. Sousa Meloy Maria do Carmo Ribeiro (coord.), História da Construção, pp. 191-204. 34 En Fez, a principios del siglo xx, seis gremios intervenían en la construcción, «maçons, mosaïstes, dessinateurs en céramique, plâtriers, menuisiers et peintres». Véase Jacques Revault, Lucien Golvin y Ali Amahan, Palais et demeures de Fès, pp. 19-39, párr. 11, a partir de los estudios del erudito orientalista Eugène Aubin. Igualmente, cabe notar que la manera de actuar del sultán —convocar a los artesanos— todavía se daba en Fez en la primera mitad del siglo xx: «Tout Fasi qui voulait faire bâtir s’adressait luimême aux différents corps de métier nécessaires: il traitait directement avec eux pour les achats de matériaux et les tâches à exécuter» (ibid., pp. 19-39, párr. 2).

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restauración de una fortificación, sin que sea necesario insistir sobre una raíz que significa fundamentalmente hacer obras o emplear albañiles.35 Primeros en la lista de esta construcción del sultán, son los primeros en intervenir en una obra de construcción y la palabra venía asociada, por lo menos en época omeya, a los más importantes responsables de la construcción, el ṣāḥib al-abniya, jefe de las construcciones que controlaba las obras realizadas en al-Andalus, y el ṣāḥib al-bunya, director técnico de la construcción.36 No sabemos en cambio qué técnica de construcción se utilizó para edificar los muros, tapial, ladrillo o mampostería.37 — carpintería: al-naŷŷārūn (los carpinteros); de naŷara, trabajar la madera. Intervinieron en particular para techar las cuatro qibāb, quizá con armaduras ataujeradas o apeinazadas, como los techos tan ricamente adornados conservados de la arquitectura nazarí.38 Y también tuvieron que fabricar las puertas, las cuales, según indica el sultán «serán de marquetería de madera, como también todas las alhacenas y portillos».39 Conserva el texto una precisión sobre la madera empleada, el cedro o alerce (al-arz), interesante dato sobre la artesanía del lujo de la madera, conocida por emplear maderas olorosas como, además del cedro, el sándalo o el ébano.40 Los naŷŷārūn, citados justo después de los albañiles, desempeñaron con los primeros, el papel de maestros de obra.41 35 Juan

Antonio Souto Lasala y María Jesús Viguera Molins, «Aportación al estudio de una madîna andalusí de frontera: Tudela», en Ph. Sénac (ed.), Frontières et espaces pyrénéens au Moyen Âge, Perpignan, Université de Perpignan, 1992, p. 103. 36 Manuel Ocaña Jiménez, «Arquitectos y mano de obra en la construcción de la gran mezquita de Occidente», Cuadernos de la Alhambra, 22, 1986, pp. 58-59. 37 Sin duda tapial o ladrillo, por la rapidez de su ejecución; las casas meriníes del centro de Fez eran de ladrillo y el tapial se utilizó para las casas de la periferia. Véase Jacques Revault, Lucien Golvin y Ali Amahan, Palais et demeures de Fès, pp. 19-39, párr. 18-19. 38 Antonio Orihuela Uzal, Casas y palacios nazaríes. Siglos xiii-xv, p. 37. Sobre los diferentes tipos de techo de la arquitectura fasí, veáse Jacques Revault, Lucien Golvin y Ali Amahan, Palais et demeures de Fès, pp. 19-39, párr. 71. 39 Los portillos son las pequeñas puertas abiertas en las grandes puertas, que permiten pasar sin abrir las grandes (ibid., pp. 77-89, párr. 24). 40 Joaquín Vallvé Bermejo, «La industria en al-Andalus», Al-Qanṭara, 1 (1980), p. 224. La madera de cedro, que provenía del Atlas, fue la más empleada en Fez (Jacques Revault, Lucien Golvin, Ali Amahan, Palais et demeures de Fès, pp. 19-39, párr. 6). 41 Sobre esta actuación conjunta de albañiles y carpinteros en la arquitectura tradicional de Fez, ver Jacques Revault, Lucien Golvin, Ali Amahan, Palais et demeures de Fès, pp. 19-39, párr. 7.

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— yesería: al-ŷabbāsūn (los yeseros); de ŷibs, el yeso. Estos artesanos trabajaban quizá el material más empleado en el mundo islámico para adornar los muros, dotándolos de una colgadura permanente, y también para adornar los pilares del patio o los intradós de los arcos de las puertas.42 — azulejería: al-zulayŷiyyūn (los fabricantes de azulejos); de zalaŷa, deslizar. Los azulejos ornaban tanto los zócalos de los muros y de los pilares como los pavimentos de la casa; los zulayŷiyyūn, pues, desempeñaban un papel esencial en la construcción, ya que de sus hornos también salían las tejas.43 — marmolería: al-rajjāmūn (los marmolistas); de rujām, el mármol, que se empleaba en la construcción tanto para pavimento como para columnas que sostenían los pórticos y para labrar los estanques o los tejuelos. — fontanería: al-qanawiyyūn (los fontaneros); de qanāt, canalización de agua. Estos artesanos eran especializados en la fabricación e instalación de tuberías de cerámica que conformaban conducciones de atanores que servían para evacuar las aguas residuales y las pluviales y también para la aducción del agua potable.44 Y bien pudo tener la casa de ’Azzūna tal sistema de aducción: Tremecén es denominada «la ciudad de las fuentes», posible indicación etimológica del topónimo, un plural del bereber tilmas (fuente),45 y las investigaciones de principios del siglo xx en la Casa del sultán en al-’Ubbād indicaron la presencia de atanores que abastecían de agua al palacio.46 — pintura: al-dahhānūn (los pintores); de dahana, pintar, enlucir, revocar. Debieron de intervenir en las obras de finalización de las 42 Sobre

los usos decorativos del yeso y el trabajo de los yeseros, véase ibid., pp. 1939, párr. 32, 42-43 y 115. 43 Las técnicas de fabricación de los zellîj siempre han llamado la atención de los investigadores, desde la época de los orientalistas con el estudio pionero de A. Bel; una cómoda síntesis de la artesanía tradicional fasí del zellîj se encuentra en Jacques Revault, Lucien Golvin, Ali Amahan, Palais et demeures de Fès, pp. 43-74. 44 Sobre las conducciones de atanores en las ciudades del Islam en la Edad Media, el estudio más completo es el dedicado a al-Andalus por Ieva Rėklaitytė, Vivir en una ciudad de al-Ándalus, Hidráulica, saneamiento y condiciones de vida, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 2012, pp. 55-66. 45 Alfred Bel [Mohamed Yalaoui], «Tilimsān», Encyclopédie de l’Islam, Leiden, Brill, X, pp. 534-535. 46 William Marçais y Georges Marçais, Les monuments árabes de Tlemcen, p. 266.

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yeserías, para dotarlas de policromía,47 y también en las armaduras de los techos. — herrería: al-ḥaddādūn (los forjadores); de al-ḥadīd, el hierro. Los forjadores obraban en particular en las puertas, que guarnecían con clavos, cerraduras, pernios, etc. — fundidores: al-ṣaffārūn (los caldereros, los latoneros); de ṣufr, el azófar o cobre amarillo, que también se suele denominar latón y que es una aleación de cobre y cinc. Puede ser que se trate también del bronce, porque, como indica Joaquín Vallvé, «curiosamente el léxico árabe carece de un término preciso para denominar el bronce».48 Los fundidores estuvieron encargados de fabricar y disponer los ornamentos que, como precisa el texto: «serán [todos] de cobre bañado en oro y de hierro recubierto de estaño», ornamento muy difundido en la marquetería de las puertas. Varios aspectos relacionados con estos oficios se encuentran planteados en la obra de Maya Shatzmiller, Labour in the Medieval Islamic World,49 especialmente su capítulo acerca de «The Manufacturing Sector», y el apéndice B, con una extensa lista de la terminología de los trabajos. Los artesanos que obraron en la casa de la princesa que iba a ocupar la casa, ’Azzūna, según ampliaremos, y como señala el pasaje del Musnad que estamos comentando, emplearon materiales nobles y ricos, los que se suelen emplear en la arquitectura palatina: mármoles, yeserías policromadas, alicatados, ornamentos metálicos que empleaban cobre, oro, hierro y estaño. En cuanto a los motivos decorativos que adornaban los techos, hacen referencia a la madera tallada; eran abundantes y repetidos y permitían, junto con la diversidad de los techos de las cuatro habitaciones, sugerir la riqueza económica y el poder del sultán. En cambio, tales motivos decorativos prescindieron de la epigrafía, caligrafía mural que, en el caso de sobra conocido de la Alhambra, fue ornado con la poesía áulica, permitiendo proclamar la dimensión religiosa y política del

47 La policromía de las yeserías resulta bien conocida en el caso alhambreño, contemporáneo de la casa del sultán meriní: Ramón Rubio Domene, Yeserías de la Alhambra, Historia, Técnica y Conservación, Granada, UGR-Patronato de la Alhambra, 2011. 48 Joaquín Vallvé Bermejo, «La industria en al-Andalus», op. cit., p. 215. 49 Maya Shatzmiller, Labour in the Medieval Islamic World, Leiden-New York, Colonia, Brill, 1994, pp. 200-254 y 410-422.

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sultán;50 habría que buscar esta ausencia en la personalidad a quien estaba destinada la casa, una mujer de la corte y no el propio sultán. En fin, cabe notar la total ausencia de referencias al ajuar de la casa, cuando el sultán tenía la posibilidad de manifestar aquí también su magnificencia, pero lo establecido sería, deduciblemente, que su ajuar hubiera sido adquirido por el padre de la princesa, como señala la jurisprudencia, siendo así el procedimiento recomendado por los compiladores de formularios: «[el dinero de la dote: naqd] lo toma el padre de la novia, Fulano […] para elaborar con ello el ajuar de su hija».51 La princesa ḥafṣī vendría, pues, con su propio ajuar desde Ifrīqiya, sin que podamos vislumbrar si era poco o mucho, o si era fácilmente trasladable o no, como la referencia que ofrece Ibn al-Jaṭīb:52 Es costumbre de la gente de esta ciudad trasladarse a los lugares en que se hace la vendimia, cuando es su tiempo, con todo el ajuar de sus casas,

un indicio más sobre los en general no excesivamente voluminosos enseres domésticos.53 Emociones: apreciar la casa y sus razones, ostentación y satisfacción por la alianza La noble y hermosa casa que ordena levantar el sultán meriní reflejará los rangos sociales de los contrayentes y le permitirá honrar a la mujer especial que está esperando, su futura esposa, la princesa ḥafṣī ’Azzūna, hija del sultán Abū Yaḥyà Abū Bakr, cuya dinastía, como bien cuida de declarar el pasaje del Musnad que antes hemos citado, se manifiesta descendiente de los Emires Ortodoxos (al-Umarā’ al-rāšidūn), ni más ni menos que del conjunto de los cuatro primeros califas sucesores 50 José

Miguel Puerta Vilchez, Leer la Alhambra, Guía visual del Monumento a través de sus inscripciones, Granada, Patronato de la Alhambra, 2011, pp. 15-16. 51 Amalia Zomeño, Dote y matrimonio en al-Andalus y el norte de África: estudio sobre la jurisprudencia islámica medieval, Madrid, CSIC, 2000, p. 109 y nota 240. 52 Ibn al-Jaṭīb, Historia de los Reyes de la Alhambra, en J. María Casciaro Ramírez (trad.), Granada, Universidad, 1998, 4. 53 Juan Martínez Ruiz, «Ropas y ajuar de mudéjares granadinos (1493)», Revista de dialectología y tradiciones populares, 38 (1983), pp. 119-134; Juan Martínez Ruiz, «Joyas y ropas de moriscos granadinos en un proceso inquisitorial (años 1577-1580)», Revista de dialectología y tradiciones populares, 43 (1988), pp. 385-396.

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del profeta al frente de la Umma. El casamiento no solo es honroso, sino que además posee una dimensión estratégica, pues permite a ese sultán ḥafṣī librarse de la amenaza del sultán zayyānī de Tremecén, que venía atacando territorios tunecinos desde el año 1319, y acababa de lograr una importante victoria sobre el sultán de Túnez en el año 729/1329, de tal forma que este firmó una primera alianza por matrimonio con la dinastía meriní, en septiembre del año 1330,54 de modo que los dos extremos magrebíes del este y del oeste unían así sus fuerzas contra el territorio magrebí intermedio de los zayyāníes. ’Azzūna fue la segunda hija del sultán tunecino Abū Yaḥyà Abū Bakr que casó con el sultán magrebí Abū l-Ḥasan. La primera había sido su hermana Fāṭima, quien, pocos meses después de concertado (en septiembre de 1330) su casamiento, marchaba a Fez para celebrar sus pomposos esponsales con el aún heredero de los Benimerines Abū l-Ḥasan, cuyo padre Abū Sa’īd, cumpliendo con la alianza tunecina, emprendió de nuevo ataques contra Tremecén, desde finales de aquel mismo año 730/otoño 1330; regresaba a Fez para celebrar las bodas de su hijo Abū l-Ḥasan, cuando murió en camino, en dū l-qa’da 731/agosto de 1331, siendo Abū l-Ḥasan proclamado de inmediato. Desde comienzos de 1335, este gran sultán meriní inició el asedio de Tremecén, que tomó en abril de 1337, y conservó en su poder hasta el final de su reinado, desplazado por su hijo Abū ’Inān en 749/1348, año en que también los Benimerines perdieron Tremecén. Abū l-Ḥasan morirá, desposeído de todo, en el sur marroquí, en 752/1351. No sabemos nada más de su segunda esposa tunecina, la princesa ’Azzūna a la que Abū l-Ḥasan iba a recibir en Tremecén, tras haberse logrado el consentimiento tunecino para su boda, en rabī’ 747/julioagosto 1346,55 y anunciar —como indica el Musnad entre sus noticias sobre la casa principesca— su llegada desde al-Baṭḥā’ (que debe ser la de Constantina), viajando por tierra, a diferencia del seguramente viaje marítimo de la primera, su hermana Fāṭima, que había fallecido en la derrota granadino-magrebí del Salado, en 741/1340, en al-Andalus, adonde fue acompañando a su marido, cuyo real fue asaltado. 54 Robert Brunschvig, La Berbérie orientale sous les Ḥafṣides des origines à la fin du xve siècle, Paris, Maisonneuve, 1940, vol. I, pp. 147-149. 55 Ibn Jaldūn, Kitāb al-’Ibar, en Baron De Slane (trad.), Histoire des Berbères et des dynasties musulmanes de l'Afrique Septentrionale, Argel, Imprimerie du Gouvernement, 1856, IV, p. 245.

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Las razones para esta insistencia en la alianza político-matrimonial con los ḥafṣíes fue presentada por Ibn Jaldūn56 como recuerdo y afecto que Abū l-Ḥasan sintiera por Fāṭima, su primera esposa ḥafṣī, lo cual certeramente ya cuestionó Robert Brunschvig,57 explicando las razones políticas del sultán magrebí y su afán por intervenir también en Túnez. Lo interesante, en relación con las manifestaciones de elogio que se encuentran en el Musnad sobre la magnífica casa que, en una semana según encomia el Musnad, el sultán meriní le construye a ’Azzūna, es que los textos han de presentarlo como muestra del interés e insistencia con que la parte magrebí puso en convencer al sultán ḥafṣī, remiso esta vez al casamiento de una segunda hija, de modo que, una vez concedida su mano, todo fueron alardes de consideración. En pleno viaje hacia Tremecén, la princesa ’Azzūna y su séquito tuvieron noticia de la muerte de su padre Abū Yaḥyà Abū Bakr, cuyo fallecimiento ocurrió, casi súbitamente, el 2 de raŷab de 747/19 de octubre de 1346; y esto desencadenó la intervención de Abū l-Ḥasan en Túnez, que acabará en derrota, sin que nada volvamos a saber sobre ’Azzūna. Estas son las claves del detallado pasaje del Musnad, sobre la construcción de aquella casa que lleva anejo además el cumplimiento de los deberes matrimoniales de proveer de alojamiento a la esposa, pues Abū l-Ḥasan, con el fin de honrar a su mujer, y de materializar la alianza con los ḥafṣíes, tomaría la decisión de construir una casa nueva en Tremecén para su futura esposa, e Ibn Marzūq nos ha transmitido los motivos que animaron al sultán: su biógrafo cortesano quiere resaltar cómo este quiso mostrarle consideración y deferencia con la construcción de una residencia para ella y también manifestar «la solicitud que le [tiene] y el poder con el que Dios [le] ha distinguido». Consideración, deferencia y solicitud son sentimientos que el texto adjudica al sultán en relación con su futura esposa, es decir trato respetuoso, amabilidad, y atenciones para mostrar respeto hacia alguien: la actitud del sultán se expresa en términos que pertenecen más bien al vocabulario de la diplomacia, al respeto de la alianza concluida con los ḥafṣíes, y no en términos que pertenecen al vocabulario de las emociones personales, entendidas —por lo que respecta al medioevo— como 56 Ibn

Jaldūn, Kitāb al-’Ibar, p. 244. Brunschvig, La Berbérie orientale sous les Ḥafṣides, vol. I, p. 64.

57 Robert

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le territoire des phénomènes affectifs transitoires de plaisir-déplaisir, de désir-répulsion, dans l’infinie diversité de leurs configurations, qui sont associés par le sujet à l’évaluation de la situation vécue.58

El sultán Abū l-Ḥasan habla de mostrar consideración (naẓar) y deferencia (i’tinā’):59 la primera palabra pone el matiz de atender «mirando por» y la segunda complementa a la anterior añadiendo indicaciones de solicitud y cuidado. En ambas se refleja un empeño voluntarioso, pero no se ponen de manifiesto emociones de afectividad. Es interesante, sin embargo, que nuestro sultán aparezca en el relato de Ibn Jaldūn60 alegando su amoroso recuerdo de Fāṭima, su primera esposa ḥafṣī, cuando en realidad, como más adelante anotaremos, primaban sus intereses políticos para volver a concertar matrimonio con otra hija del sultán de Túnez, la princesa ’Azzūna para quien construyó la casa de Tremecén. Ibn Jaldūn, procurando resultar convincente, insiste en los sentimientos de Abū l-Ḥasan por Fāṭima: Permanecía en él su cariño (ḥanīn) hacia ella, que le había enamorado (šagafat-hu) por su modo de ser (jilāl), la dignidad (’izza) con que ejercía su señorío, su cumplimiento (qiyām) sobre su casa (bayt), la gracia (ẓarf) de su comportamiento (taṣarrufāt), el disfrutar de las ocasiones de lujo (taraf), y el gozar de la vida en su intimidad (fī ’išrati-hā), y fue subiendo su esperanza en reemplazarla con alguna de sus hermanas, enviando a pedirla en matrimonio.

Si el proceso de expulsión de las emociones fuera del ámbito político no es más que una ficción historiográfica, como hacen resaltar Piroska Nagy y Damien Boquet al estudiar las emociones principescas en el Oc58 Damien Boquet y Nagy Piroska, «Pour une histoire des émotions. L’historien face aux questions contemporaines», en N. Piroska y D. Boquet (eds.), Le sujet des émotions au Moyen Âge, Paris, Beauchesne, 2008, pp. 15-51, espec. p. 47. 59 Véase nota 13. 60 Ibn Jaldūn, Kitāb al-’Ibar, p. 395; hemos corregido en algunos puntos la meritoria traducción del Baron De Slane, Histoire des Berbères, IV, p. 244. Abdesselam Cheddadi, Le Livre des Exemples, II. Histoire des Arabes et des Berbères du Maghreb, Paris, Gallimard, 2012, p. 1193, traduce: «cela laissa dans le cœur du souverain un chagrin profond, car il avait une grande admiration pour les bonnes qualités de cette princesse, la force de son caractère, la façon dont elle gouvernait sa maison et la distinction de ses manières, et il appréciait hautement de jouir en sa compagnie du luxe et des douceurs de la vie».

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cidente medieval y cristiano,61 y, como indica el cariño de Abū l-Ḥasan hacia Fāṭima, mucho queda por hacer para conocer el ámbito de las emociones en la corte, lo cual carece de un estudio global para los siglos medievales. Cuando Ibn Jaldūn, en su anterior declaración, repite algunas de las características ideales de la mujer tal y como aparecen en las obras de adab (la mujer que cuida la casa y el bienestar material y emocional del marido),62 y cuando Ibn Marzūq realza las cualidades del sultán, ambos olvidan o eluden las realidades políticas de las alianzas que se cruzan entre las cortes ḥafṣī y meriní. Así parece que Abū l-Ḥasan se muestra implícitamente obediente a su deber de dar la añafaga (nafaqa) a su esposa, según indica la jurisprudencia islámica y según desarrollan de modo específico los tratados como el antes mencionado Kitāb al-Nafaqāt (Libro de las añafagas) de Ibn Rašīq, según ampliaremos en el apartado siguiente. Además, el sultán muestra su poderío, y un sentimiento jactancioso le conduce a resolver con urgencia la acogida de la visita que ya se aproxima y a realizar con grandeza las obras, sin manifestar sencillez o humildad, sino complacer y complacerse con las dimensiones de sus órdenes, que son bien cumplidas. Pero en otras ocasiones, en la personalidad o circunstancias de otros, con ese tono ascético que también es un valor moral recomendable, según el mismo Musnad adjudica también al sultán, lo que se encomia es la llaneza y falta de boato, como el visir y polígrafo granadino Ibn al-Jaṭīb en su Nufāḍat al-ŷirāb, viajando por el Magreb en 761/1360 y visitándolas, resalta sobre la casa y mezquita en Tinmel del Mahdī almohade Ibn Tūmart: «todo indicaba afán de no brillar, de recogimiento y desprecio de aparato», comparando esos orígenes modestos con los «alcázares magníficos» que después lograrían los Almohades, y, viceversa, evocando implícitamente las glorias anteriores con la última morada del mismo sultán Abū l-Ḥasan, en contraste con la sobriedad de su última casa, acogido en el Atlas: 61 Damien Boquet y Nagy Piroska, Sensible Moyen Âge, Une histoire des émotions dans l’Occident médiéval, Paris, Seuil, Beauchesne, 2015, pp. 225-256: «Politiques des émotions princières (xiie-xve siècle)». 62 Nadia Maria El Cheikh, «In Search for the Ideal Spouse», Journal of the Economic and Social History of the Orient, 45/2 (2002), pp. 179-196 y 186-191 [http://www. jstor.org/stable/3632840, consultada el 10 de diciembre de 2016].

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Llegamos no sin dificultad a nuestra meta: es una casa amplia, de digna construcción entre las de su tipo, sencilla, sin artificio, pintadas las paredes con arcilla roja, parejas todas sus habitaciones, enyesado el techo, sin pulir sus maderas.63

¡Qué contraste con la casa que Abū l-Ḥasan hizo preparar para su prometida! ¿POR QUÉ EL MARIDO PREPARA LA CASA DE SU ESPOSA? Como trasfondo de la actuación del sultán Abū l-Ḥasan que construye una casa para su esposa se encuentra el precepto islámico de la nafaqa, en general las responsabilidades económicas que recaen sobre el responsable de otros, y en relación con nuestro caso en las obligaciones económicas del marido, que debe proveer a la mujer de alimento, ropa y alojamiento, como contempla el Fiqh en amplia casuística sobre varias situaciones, por ejemplo, en relación con los derechos de custodia del hijo (ḥaḍāna),64 o del plazo que viuda o divorciada han de guardar antes de volver a tener relaciones sexuales (’idda),65 o de incumplimiento del pago por ausencia (rapak),66 que eran las tres únicas menciones de nafaqa en la Encyclopaedia of Islam 2.ª edición, hasta la inclusión de su entrada en el volumen XII de Suplemento,67 con una definición bien ajustada: en la ley islámica, «mantenimiento», es decir, de las necesidades de la vida, consistente en alimentos, ropa y alojamiento. La obligación de proporcionar mantenimiento a otra persona surge por parentesco, pertenencia y matrimonio. No podemos detallar aquí en las normas y casos establecidos por la jurisprudencia, por otra parte ampliamente expuestos y considerados en sus fuentes y estudios, como en el experto resumen de David Santillana en sus Istituzioni di diritto mu63 María Jesús Viguera Molins, «Ibn al-Jaṭīb visita el Monte de los Hintāta», en Homenaje al profesor José M.ª Fórneas Besteiro, Granada, Universidad de Granada, 1995, vol. I, pp. 645-659, espec. pp. 655-656. 64 Yves Linant de Bellefonds, «Ḥaḍāna», Encyclopaedia of Islam, 2.ª ed., vol. III, pp. 16-19, espec. p. 18. 65 Yves Linant de Bellefonds, «’Idda», ibid., vol. III, pp. 1011-1013, espec. p. 1012. 66 R. A. Kern, «Rapak», ibid., vol. VIII, p. 433. 67 R. Peters, «Nafaḳa», ibid., vol. XII, pp. 643-1013, espec. p. 1012.

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sulmano malichita: con riguardo anche al sistema sciafiita,68 que deja bien establecido el deber del marido al respecto: Il principale dovere del marito (oltre al pagamento del dono nuziale «mahr») è di provvedere al mantenimiento («nafaqah») dalla o delle mogli, in modo conveniente alla sua condizione sociale[…] S’intende per mantenimiento («nafaqah») il vitto, il vestito e l’alloggio, ed inoltre, quando la condicione soziale della moglie lo richiede, il servicio di una o più domestiche,

remitiendo a fuentes generales de varios tipos, escuelas y épocas, que tratan más o menos esta cuestión, como los hadices de al-Bujārī, la Mudawwana, Jalīl, al-Wanšarīsí y otros. Queda claro que el alojamiento de la esposa resulta obligación fundamental, reconocida e ineludible, que el sultán Abū l-Ḥasan se lanza a cumplir al máximo nivel, pues la jurisprudencia señala que ha de tenerse en cuenta el rango de los implicados. Pero el Musnad no alude ni siquiera de refilón a la obligatoriedad de darle vivienda, sino que lo envuelve en una especie de arranque generoso del sultán meriní, para alzar su acción en varias dimensiones (voluntad, mando, ostentación, poderío…), el Musnad tampoco sugiere que concertar aquella alianza matrimonial con los ḥafṣíes fuera un empeño político de Abū l-Ḥasan, además tan importante, que, según el acta matrimonial, redactada en rabī’ I 747/junio-julio 1346, constituyó como dote a la princesa ’Azzūna 15 000 dinares en monedas de oro y 200 esclavos negros, lo cual sí registra en cambio, y evidentemente para realzar a los ḥafṣíes, el cronista al-Zarkašī.69 La cuestión de la nafaqa ha estado y ha vuelto a estar en candelero,70 entre otras aplicaciones como uno de los ejes principales de la constitución matrimonial, y recientemente se han publicado no solo obras generales que le dedican más o menos apartados, sino obras específicas, como son los libros denominados «de añafagas» o kutub al-nafaqāt; antes citamos el del andalusí de Almería Ibn Rašīq al-Taglibī (m. 446 H./1054-55 68 David Santillana, Istituzioni di diritto musulmano malichita: con riguardo anche al sistema sciafiita, Roma, Istituto per l’Oriente, 1926-1938, vol. I, pp. 231-234 y 136-139. 69 Al-Zarkašī, Tārīj al-dawlatayn al-muwaḥḥidiyya wa-l-ḥafṣiyya, ed. de Ḥusayn Ya’qūbī, Túnez, Maktabat al-’Atīqa, 1998, p. 98; Edmond Fagnan (trad.), Chronique des Almohades et des Hafçides, Constantina, Imprimerie Adolphe Braham, 1895, p. 118; la cantidad de la dote es mencionada por Robert Brunschvig, La Berbérie orientale sous les Ḥafṣides, vol. I, p. 164, nota 6. 70 Véanse los citados artículos de Seila de Castro García (nota 9).

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C.),71 titulado Kitāb al-Nafaqāt o en título completo Kitāb al-Nafaqāt wa-l-ḥaḍānāt wa-asbāb al-zawaŷāt, que Fernando Velázquez en su antes mencionada biografía72 de su autor traduce: «Libro de las pensiones alimenticias o añafagas, las custodias de menores o curatelas y los medios para la manutención de las casadas». Está claro, como señalan los recientes editores de este libro, ’Abd al-Salām al-Ŷa’māṭī y Riḑwān al-Ḥaḑarī, en su introducción,73 que a esta parte del Fiqh apenas se le dedicaron obras en al-Andalus ni en el Magreb medieval, destacando precisamente autor por este libro especializado y por las fetuas que emitió respecto al mismo tema, cuyo interés documental subrayan para cuestiones de ropa, enseres, alimentos, adornos, etc., aplicada su normativa a una precisa casuística que puede seguirse en la traducción por F. Velázquez de los títulos de los cuarenta y cuatro capítulos de las Nafaqāt de Ibn Rašīq74 o en otro reciente artículo de Seila de Castro García,75 que contiene la normativa sobre cuestiones planteadas ese autor andalusí, Ibn Rašīq. Precisemos también que otros autores eligieron otras cuestiones, así, en el Kitāb al-Nafaqāt de Abū Bakr al-Jaṣṣāf al-Šaybānī (m. 261/874-87), comentado por Ḥusām al-Dīn Muḥammad al-Bujārī (m. 536/1141-1142), se insiste más en que «la vivienda es deber del marido» (al-suknà ’alà l-zawŷ), «ella tiene derecho a la asignación y a la vivienda» (la-hā alnafaqa wa-l-suknà),76 incluyendo sus propias referencias. A MODO DE CONCLUSIÓN El relacionar las noticias del Musnad sobre la construcción por el sultán meriní Abū l-Ḥasan de una casa para su esposa ’Azzūna, que llega a Tremecén, con la obligación de la añafaga, como deber del marido de 71 Véase

nota 9. nota 10. 73 Kitāb al-Nafaqāt, ed. y estudio por ’Abd al-Salām al-Ŷa’māṭī y Riḑwān al-Ḥaḑarī, pp. 17-56, espec. p. 50. 74 Fernando Nicolás Velázquez Basanta, «Ibn Rašīq al-Taglibī, Abū `Umar», pp. 458-459. 75 Seila De Castro García, «El Kitāb al-Nafaqāt de Ibn Rašīq (s. xi): una compilación sobre las pensiones en al-Andalus», eHumanista/IVITRA, 9 (2016), pp. 237-253 [http:// www.ehumanista.ucsb.edu/ivitra, consultada el 26 de diciembre de 2016]. 76 Su edición por Abū —Wafā’ al-Afgānī (m. 1395/1975-1976) ha sido impresa en Beirut, Dār al-Kitāb al-’arabī, 1404/1984; las referencias mencionadas, en pp. 34-35 y 66-67. 72 Véase

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sufragar los gastos de la mujer en cuanto a vestido, alimentación y vivienda, nos ha permitido una primera indagación sobre los datos que este tipo de fuentes, los Kutub al-nafaqa, pueden ofrecer sobre varias cuestiones en relación con la casa, lo cual puede concretarse a través de los dictámenes jurídicos o fetuas, como las recopiladas por al-Wanšarīsī en su Mi’yār, donde se encuentran por lo menos once referencias a la nafaqa, en alguna de las cuales,77 se incluye alguna indicación sobre la disposición de alguna vivienda, como la habitada en el piso superior (’ulw) por la mujer legítima, mientras el padre del marido ocupa el bajo (sufl), según fetua emitida en Mahdiyya en la primera mitad del siglo xii.78 Se trata, pues, de ir reuniendo todos los datos disponibles y avanzar así en nuestros conocimientos en relación con un aspecto poco estudiado de las sociedades medievales, al traspasar el umbral de las casas.

77 Lagardère, Vincent, Histoire et société en Occident musulman au Moyen Âge. Analyse du Mi’yār d’al- Wanšarīsī, Madrid, Casa de Velázquez, 2005, index, p. 527. 78 Ibid., p. 83.

LOS INVENTARIOS NOTARIALES COMO FUENTE PARA EL CONOCIMIENTO DE LA ARQUITECTURA DOMÉSTICA DEL QUINIENTOS EN ZARAGOZA. ESPACIOS, FUNCIONALIDAD Y AJUAR1 María Isabel álVaro zamora Universidad de Zaragoza

Nuestra investigación acerca de la arquitectura doméstica no palacial del Quinientos en la capital aragonesa parte de una fuente principal, la documentación del Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Zaragoza y, más concretamente, de los inventarios, sobre todo de los inventarios post mortem. Este tipo de registro notarial no solo reseña los bienes existentes en una casa, sino que además nos los localiza con mayor o menor exactitud en las diferentes estancias de la vivienda e, incluso, en muchas ocasiones, los tasa para un posterior reparto equitativo o venta acorde con el testamento. De este modo, gracias a toda esta información, y tras su ordenación e interpretación, podemos precisar la ubicación de la casa dentro de la ciudad, llevar a cabo su reconstrucción completa, con sus plantas y distribución espacial, conocemos los nombres y funcionalidad de cada una de sus habitaciones, sabemos qué tipo de bienes muebles reunía, así como la terminología con la que se les designaba y el valor económico otorgado a cada uno de ellos, y, en

1 La

presente investigación se realiza dentro del Proyecto I+D «De puertas para adentro: vida y distribución de espacios en la arquitectura doméstica (siglos xv-xvi). Vida y Arquitectura (VIDARQ)» (referencia I+D: HAR2014-52248-P), que tiene como investigadora principal a María Elena Díaz Jorge (Universidad de Granada).

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definitiva, podemos recrear de forma muy cercana cómo fue la vida cotidiana de sus propietarios. Como un avance a los posibles resultados de esta investigación en curso, presentamos algunos ejemplos de entre el centenar de inventarios de casas de la Zaragoza del siglo xvi que hemos podido consultar. Los tres inventarios seleccionados se redactaron por los mismos años ―1531, 1533 y 1535―, las casas estuvieron situadas en tres parroquias distintas ―San Pablo, Nuestra Señora del Pilar y San Gil/Morería Cerrada―, y sus propietarios tuvieron a priori una condición social y económica diferente, tanto por su oficio ―labrador, productor-comerciante de vino-hijo de notario y herrero― cuanto por su condición de cristianos viejos y cristiano nuevo. Finalmente, podemos aproximarnos a los espacios urbanos en los que vivieron a través de dos imágenes dibujadas de la capital aragonesa; por una parte, la Vista de Zaragoza de Anthon Van den Wyngaerde (1563) ―una visión perspectiva captada desde una posición algo elevada, que nos permite contemplar el desarrollo en profundidad de la urbe y la fisonomía de su caserío (véase fig. 1)—2 y, por otra, el Plano de Zaragoza conservado en la Biblioteca Nacional de París, trazado entre 1605 y 1614, ―un dibujo a pluma y mano alzada que fue remitido por los jesuitas a Roma solicitando la fundación en la ciudad de una Casa Profesa, el cual puede ser considerado como el plano más antiguo de la ciudad, en el que aparecen señaladas sus principales iglesias así como el trazado de sus calles más importantes (véase fig. 2)—.3 El análisis de estos tres inventarios nos perfila de forma mucho más precisa la verdadera situación económica y consideración social de sus propietarios.

2 Viena, Österreichische Nationalbibliothek, Sig.: [DF] Viena 10 (PSA, FF 1563). Puede consultarse Guillermo Fatás y Gonzalo Máximo Borrás, Zaragoza, 1563. Presentación y estudio de una vista panorámica inédita, Zaragoza, Octavio y Félez, 1974. María Isabel Álvaro Zamora, Jesús Criado Mainar, Javier Ibáñez Fernández y Naike Mendoza Maeztu, El plano más antiguo de Zaragoza. Descripciones literarias e imágenes dibujadas de la capital aragonesa en la Edad Moderna (1495-1614), Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2010, pp. 95-110. 3 París, Biblioteca Nacional de Francia (en adelante BNF), Gabinete de Estampas, Hd-4d, 81. Puede consultarse María Isabel Álvaro Zamora, Jesús Criado Mainar, Javier Ibáñez Fernández y Naike Mendoza Maeztu, El plano más antiguo de Zaragoza, pp. 157164.

Figura 1. Anthon Van den Wyngaerde, Vista de Zaragoza, 1563. Viena, Österreichische Nationalbibliothek.

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Figura 2. Plano de Zaragoza, entre 1605 y 1614. París, Biblioteca Nacional de Francia, Gabinete de Estampas.

LA CASA DE UN LABRADOR EN LA PARROQUIA DE SAN PABLO El primero de los inventarios estudiados se realizó en 1531,4 en las casas de Miguel Gárcez (Garcés), alias de Jaunas, situadas en la parroquia de San Pablo, en la calle del Horno de Tarba ―un tramo de la actual calle del Conde de Aranda―, lindantes con otra vivienda y con dos carreras públicas (véase fig. 3). Se hizo a instancias de los hermanos mosén Joan de Hosseñaldes (Oseñaldes), clérigo y capellán mayor de la iglesia de Santa María del Portillo, Miguel de Oseñaldes, infanzón, y Pascuala de Oseñaldes, viuda del primero citado, como tutores testamentarios de Miguel Garcés, alias de Jaunas, menor de edad e hijo de estos últimos, de acuerdo a su testamento redactado en 1530, en el que se es4 Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Zaragoza (en adelante AHPNZ), notario Miguel de Segovia, 1531/02/6, Protocolo 4.212, fols. 149v-157v.

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Figura 3. Plano de Zaragoza. Detalle de la parroquia de San Pablo (n.º 31).

tablecían sus últimas voluntades, como ser enterrado dentro de la iglesia de San Pablo, nombraba a su heredero y a los tutores testamentarios de este, y dejaba algunos bienes para su mujer y hermana, con motivo de lo cual se citaban los campos de su propiedad sitos en términos de la capital aragonesa. El documento estaba firmado al final por otros, lo que hace suponer que no sabía escribir.5 La minuciosa descripción del notario nos lleva concluir que se trataba de una casa de dos plantas. Se entraba por el porche, que a su vez daba acceso a la cozina, al lado de la cual se encontraba el corral y, lindante con este, el establo; en tanto que junto a la puerta principal se abrían dos salas, un palacico y, contiguo a él, un palacio. Desde el porche se podía entrar también a la bodega, situada presumiblemente a un nivel de suelo algo más bajo, y desde este arrancaba asimismo la escalera. En la segunda planta se ubicaban sucesivamente una cambrica, una cambra y la sala, desde la que se entraba a otra cambra, a modo de alcoba. No consta que la vivienda tuviera falsa ni mirador superior, salvo que no se citaran por no contener ningún bien reseñable, lo que resultaría totalmente inusual, 5 AHPNZ, notario Miguel de Segovia, 1530/07/17, Protocolo 4.211, s.f., inserto entre fols. 515r-516r.

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puesto que todos los espacios de las casas tenían un uso y solían contener algún bien, y, en caso de no haber nada en ellos, se indicaba que estaban vacíos. Se trataba pues de un modelo de casa de dos plantas que parece corresponderse bien con las dibujadas por Anthon Van den Wyngaerde en su Vista de Zaragoza (1563), en el extremo noroccidental de la ciudad y de la parroquia de San Pablo, cerca de la puerta de Sancho que se abría en su muro de rejola, desde la que se accedía al término de la Almozara, donde el difunto tenía campos, olivares y viñedos (véase fig. 4).

Figura 4. Vista de Zaragoza. Detalle de las casas de la parroquia de San Pablo.

Los bienes inventariados nos proporcionan noticia tanto de su ajuar doméstico, con la terminología precisa con que se designaba cada pieza (con abundantes aragonesismos), cuanto de la funcionalidad de cada una de sus habitaciones.6 6 Todos los términos referidos a espacios y ajuar doméstico citados en este artículo forman parte de un glosario mayor que estamos configurando a partir de los inventarios de casas del siglo xvi en la capital aragonesa.

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Según esto, el porche debía ser un espacio bastante amplio, dada la cantidad y variedad de bienes muebles que contenía. Algunos de ellos eran los propios de la entrada de una casa, como las cuatro alfaceras buenas con sus listones de fusta de pino, tapices de lana o fibra vegetal que servirían de revestimiento y adorno de sus paredes, al igual que la cortinica de brotes, otra variante de tapiz que pudo asimismo estar colgada o cerrar alguna puerta; un lancero viejo con dos picas quiebradas sin fier(r)os, un mueble que fue bastante habitual en la entrada de las viviendas, vinculado quizás con el tradicional y extendido «juego de cañas»;7 cuatro cadillas de costillas, o cadieras de estructura plegable, una tipología que fue más propia de las sillas; una vanqueta de tres pies o taburete, el mismo uso que tendrían los dos vanquos viejos de pino también inventariados; un caxón o arca grande de la misma madera, en cuyo interior podrían guardarse bienes diversos; y cinco vancales viejos, piezas textiles que cubrirían seguramente algunos de los muebles reseñados. Pero, en el porche se guardaban también varios útiles domésticos, como dos escaleras de pino, una grande y otra pequeña; siete tenajas, todas vacías, cuatro de ellas de una cabida de doce cántaros (120 litros),8 destinadas a tener agua, y otras tres, de la mitad de capacidad (60 litros), de tener vino; así como todos los útiles de hacer el pan, tales como una bacía de massar (artesa) con su cubertor y su tabla de hir al forno, de madera de pino, dos cedaços para cribar la harina, uno de seda y otro de cerdas, y unos masseros, o telas en las que se envolvía la masa del pan para que fermentara. 7 El «juego de cañas» (en realidad lanzas de madera) era una diversión llegada a la península a través de al-Andalus, muy extendida en el siglo xvi y que a menudo se acababa alanceando un toro a caballo. De ella nos hablan varios de los viajeros llegados a España en el Quinientos, entre otros Enrique Cock, que lo describe entre los festejos celebrados en la capital aragonesa en 1585 con motivo de la estancia de Felipe II y de las bodas de su hija, la infanta Catalina Micaela con el duque de Saboya. Véase José García Mercadal, Viajes de extranjeros por España y Portugal, Madrid, Aguilar Ediciones, 1952, I, p. 1321 y María Isabel Álvaro Zamora, Jesús Criado Mainar, Javier Ibáñez Fernández y Naike Mendoza Maeztu, El plano más antiguo de Zaragoza, p. 58. Sobre este juego puede consultarse Rafael Ramos Sosa, «Fiestas sevillanas del siglo xvi: diversiones aristocráticas y regocijos populares», Laboratorio de Arte, 7, Departamento de Historia del Arte, Universidad de Sevilla, 1994, pp. 41-50. 8 El cántaro solía tener una capacidad de 10 litros. Puede verse María Isabel Álvaro Zamora, Léxico de la cerámica y alfarería aragonesas, Zaragoza, Libros Pórtico, Colección Estudios, 7, 1981, p. 50.

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A lo anterior se unía un buen número de útiles agrícolas, propios del oficio de labrador de su propietario. Destacan los dos forcates con todos sus aparejos, es decir dos arados completos, y los dos aradros, uno viejo y el otro con todos sus aparejos, con los que pudo haberse designado la reja de arar de los anteriores. Había además en esta entrada, un jugo (yugo), dos fieltros y dos albardas para colocar sobre las caballerías; dos ruedas de carro con su escalera; y diferentes útiles de trabajo agrícola, como dos ligonas, una axada (azada) ancha, dos estrales (astrales, hachas) con sus mangos, un pico, una pala, un cuño de fierro y dos ganchos, una caxa de carear uvas de pino, dos capaços grandes de palma, tres sacos, quatro trapos de [coger] olivas, quatro espuertas, dos de ellas terreras y otras dos femeras, así como un almutz (almuz) para medir el grano y un conquero para contener cualquier producto del campo. Desde el porche, y junto a la puerta principal, se encontraba el acceso a las dos salas que se decía contiguas, empleadas como dormitorios. La primera era un palacico en el que se inventariaron dos pies de cama con cinquo tablas de pino, con todo su ajuar, consistente en una márfega (jergón), hun colchón viejo de lana, hun delante cama (cabecero) de randas (encajes), una manta blanqua y dos almohadas blancas con sus fundias, además de tres cortinas, la una de figuras, la otra de brotes y la otra de diversas pinturas, que podrían haber servido para cerrarla. Se anotaron también algunos muebles de almacenaje, como una caxa de pino con su cerraja y llave, y dos caxones luengos de la misma madera y cierre. La segunda, denominada también como palacio ―más grande que el anterior―, parece haberse usado como dormitorio principal. En él había dos camas: por un lado, una camica de pino pequenya encaxada, es decir ensamblada, sobre la que se disponía su márfega, un racelico viejo (una cubierta de raz, por Arrás), dos almohadas blancas con sus fundias y su pavillón o colgadura de cierre, y, por otro, una cama grande, con sus dos pies y cinquo tablas de pino, que asimismo iba provista de todo su ajuar: su márfega (jergón), su colchón de lana, una manta blanqua, una vánova o cubierta, una almohada y dos almohadicas, todas ellas blancas, un delante cama de Rúan (cabecero de Rouen) y un paramento de lienzo de casa con sus listas de grana. Esta sala se complementaba con otros muebles de almacenaje y algunas piezas de ornato, como un cofre viejo con su cerraja y un caxón de dos piezas con la suya, ambos vacíos; un bancal, que podía cubrir al último citado; una banquetica, para sentarse; y tres

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cortinas viejas, dos de brotes y una de figuras, que pudieron cerrar la cama. Había asimismo otro caxón casi nuevo con su cerraja y llave, en el que se guardaban tres piezas valiosas: una copa sobredorada de plata de once onzas, unas oricas romanas nuevas, es decir, un libro de Horas o misal romano, y un puñal dorado con su vaina, unidas a un buen número de piezas textiles: tres paramentos de cama ―uno blanco de lienzo de casa de quatro cortinas con dos listas de filo negro y con su delante cama de cordón de fraile, y otros dos de Rúan (Rouen), uno con franjas de filo, de tres cortinas y su sobrecielo, y otro, de tres cortinas con su sobrecielo y toballola de cordón de fraile―, varios manteles de diferentes géneros ―de lino escaqueados, alamandiscos y de grano de ordio de estopa―, varios modelos de almohada ―dos pares de almohadas sin fundas, uno labrado de seda de grana y otro de seda negra, tres pares de almohadicas pequeñas, una labrada de seda negra y las otras dos de seda verde―, y algunas piezas de indumentaria masculina ―dos camisas de hombre, un bonetico negro sencillo y una gorra negra―. En tanto que en otra caxa de pino con su cerraja y llave se hallaron: dieciséis sábanas, dos de lino y las demás de estopa; tres azalejas o toallas, dos labradas de seda negra y la otra de Almería; un canastillo de verga blanqua; un arco roldonero (quizás la pieza de madera empleada para cazar pájaros «a rolde») y algunos utensilios de metal precioso: un salero de plata de peso de quatro o cinco onzas, y nueve cujaretas (cucharillas) del mismo metal, que se decía empeñadas en ocho florines. Se anotaban también tres toballolas viejas de adoratorios, que hacen suponer que pudiera haber algún retablillo portátil en la casa. Desde el porche se accedía también a la cozina, en la que se cocinaba y se comía. Para cocinar habría una chimenea u hogar, no citados expresamente al no ser bienes muebles, pero sí indirectamente a través de algunos útiles de hierro destinados al fuego, como un asnico y dos treudes, y varios recipientes de diversas formas y tamaños, aptos para guisar variadas recetas, como dos calderos, el uno de cabida de seis cántaros [60 litros] y el otro de cabida de un cántaro [10 litros]; una olla de cabida de medio cántaro [5 litros], y dos cazuelas, todos ellos de arambre (cobre); dos sartenes, una grande y otra pequeña; dos cuberteras o tapaderas de hierro; siete espedos o asadores de diferentes tamaños; y tres cujaras [cucharas] de hierro. Para la preparación de los alimentos se contaba también con dos morteros, uno de cobre y otro de piedra, con sus respectivas manos; una celdre (cubo o vasija con asa) y dos cantaricas de

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arambre (cobre); un plato y una bacina [cuenco] de alatón (latón); un rallo o cántaro con la boca cerrada con un filtro y un pitorro para beber; y varios piezas de vajilla de mesa, entre ellas quince platos de distinta calidad y materiales ―uno de estaño, cuatro de Malega grandes y diez blancos de tierra― y dieciocho escudillas blancas de tierra. Se conservaban en la cocina dos vacietas de fusta, que podrían usarse para fregar; una caça de arambre (cobre); un roscadero y una bacía de lavar roscada, empleados para la colada; cinco candeleros, para iluminar la casa; un calderín de hierro y un escalfador de arambre, braserillo de cobre con tres pies, que se ponía en la mesa para mantener la comida caliente. Pero en la cocina también se comía y estaba a lo largo de bastantes horas del día, como queda expresado por los muebles y textiles reseñados: un banco escañil de pino con un bancal de listas de muchos colores, en el que sentarse; una mesa redonda de nogal con su clavazón alrededor y su pie de la misma madera; un aparadorcico viejo de pino, donde se expondrían algunas de las vajillas de mesa antes citadas; una caja de pino sin cerraja ni llave, en la que guardar vasijas y alimentos; y una alfacerica, o tapiz de lana o materia vegetal que podría haber estado tanto en la pared como en el suelo. Entrando igualmente desde el porche, seguramente al fondo de este y al lado de la cocina, se ubicaba el corral y, anejo a él, el establo. En el corral se hallaron ocho cargas de lenya de olivera (olivo), combustible almacenado para hacer fuego en el hogar o chimenea de la casa, y ocho gallinas, que proporcionarían huevos y carne a sus propietarios. En el establo se anotaron dos rocines, caballos de labor, sobre los que se precisaba que uno era negro y el otro castaño, uno ya cerrado (que había igualado los dientes, por lo que tenía 7 años) y el otro todavía no. Se inventarió también un calderico de arambre para sacar agua del pozo, lo que nos permite suponer que la casa tenía uno, situado con toda probabilidad en el corral antes mencionado. Desde el porche se accedía asimismo a la bodega, excavada a un nivel de suelo algo más bajo. Contaba con un buen número de baxillos binarios, expresivos en su conjunto de la buena posición de su propietario: una tina (en la que echar las uvas en la vendimia) de treinta cargas de cabida; seis cubas (para fermentar y guardar vino), tres de ellas de cabida de cinco nietros9 (800 litros) vacías, las otras tres llenas, una de cabida de catorce nietros (2.224 litros), otra de cinco nietros (800 litros), 9 Cada

nietro equivalía a unos 16 cántaros, es decir, unos 160 litros.

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y la tercera de quatro nietros (640 litros), dos conteniendo vino mosto y la otra majuelo (vino flojo que se hacía echando agua al orujo). Se decía además que en uno de los porches, que seguramente debemos entender como entradas o partes de la misma bodega, se hallaban otras dos cubas de cabida de cada cinco nietros (800 litros) y una cubica de cabida de tres nietros (480 litros), todas ellas vacías. Había también quatro toneles (para fermentar y guardar vino), tres de veinticuatro cántaros de capacidad y uno de siete (240 y 70 litros, respectivamente), que se precisaba que estaban en casa del capellán mayor Jaime Villanueva, así como otro tonel más pequeño de tres cántaros (30 litros), y dos tenajas llenas de bino blanquo, de cabida de doce cántaros cada una (120 litros). Finalmente se anotaba un cubico de vender vino, indicativo de que se comercializaba una parte del vino obtenido con la producción de uvas de sus propias viñas. En relación con esto último debemos suponer que en la bodega de esta casa de un labrador del barrio de San Pablo, existía un trujal o lagar en el que pisar las uvas, no citado en el inventario al no tratarse de un bien mueble, pero imprescindible para obtener el vino que en ella se guardaba. Precisamente por estos mismos años, entre 1536 y 1550, son muchos los encargos para la construcción de trujales en bodegas de casas zaragozanas, en los que se contrataba a Gaspar Sevilla, cantarero y maestre de fazer tableros para trujares, vecino de María de Huerva (Zaragoza), para que fabricara los ladrillos embernizados/alvidriados necesarios para revestirlos, exigiéndole que los hiciera de buena tierra y bien cozidos y de buen berniz y del molde acostumbrado, y diferenciando dos tipos de tableros, los llanos ―planos, que se dispondrían revistiendo sus paredes― y los volteados o de vuelta ―con un lado curvo, que se colocarían envolviendo el borde superior del trujal―. Estos encargos eran realizados tanto por los propietarios de las casas, cuanto por el piedrapiquero al que se contrataba para excavar el hueco correspondiente, que habría de ser revestido después por los citados tableros barnizados, cuyo precio más frecuente era de 1 sueldo la pieza.10 10 AHPNZ,

notario Antonio Oseñaldes, 1537/05/10, Protocolo 1.536, fols. 453r-455r; notario Miguel de Segovia, 1537/12/14, Protocolo 4.217, fols. 935r-936r; notario Domingo Monzón, 1537/11/21, Protocolo 3.913, fols. 486v-487r; notario Miguel de Segovia, 1538/06/26, Protocolo 4.218, fols. 433r-434r; notario Miguel de Segovia, 1542/01/19, Protocolo 4.221, fols. 78r-78v; notario Domingo Monzón, 1543/01/23, Protocolo 3.919, fols. 27r-27v; notario Juan de Gurrea, 1543/07/15, Protocolo 3.534, fols. 551r-551v; notario Juan Ruiz de Azagra, 1544/07/31, Protocolo 2.927, fol. 488v; notario Mateo Villa-

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La escalera por la que se subía a la primera planta arrancaba del porche y aparece citada en el inventario de forma indirecta, al decir que la cambrica, primera habitación que nos encontraríamos en este piso, estaba subiendo por la escalera. El diminutivo con el que se la designa, denota que era de pequeño tamaño, y el mobiliario que se describe en ella, hace suponer que pudiera usarse sobre todo como lugar en el que guardar enseres viejos o de escaso uso, como dos vancos viejos de pino; cinquo tablas de cama de pino viejas; huna márfega; una manta vieja blanqua; tres candiles, y una espada. En otra cambra de esta misma planta, posiblemente situada a continuación de la anterior, se almacenaban un buen número de productos y útiles agrícolas. Entre los primeros, procedentes sin duda de sus propios campos y almacenados con toda probabilidad para el consumo familiar, se citan un cahíz y medio de trigo, se contabilizan otros tres cahízes de este mismo cereal que se precisaba que habían sido entregados a un tal Luis de Aguilar, por gracia personal del ya difunto en su testamento, y otros tres cahízes de ordio (cebada). Se guardaban asimismo tres tenajas de aceite vacías, una de seis cántaros de cabida (60 litros) y las otras dos de doce cántaros cada una (120 litros), una fanega o medida de áridos y varios cestos destinados a la vendimia: seis alguinyos de canya de vendemar, ocho portaderas o esportines rotos, un escargador de uvas y dos cobanetas o cuevanetas, cestos de mimbre altos con los que se transportaban también las vides. Había asimismo una pala vieja de fier(r)o, un torno viejo de filar lana y dos coraças; algunos muebles: dos pies de mesa castellana, uno de ellos con su cadena; y muchos hierros viejos, que se encontraban sobre un cancel, o armazón de madera que solía emplearse para dividir espacios en una habitación. Del cuarto anterior se pasaba a la sala, que, como lugar principal de la casa, es muy probable que se abriera directamente a su fachada hacia la calle. Los bienes reseñados en ella eran acordes a este uso, como un parador de pino quasi nuevo, con doze platos pequenyos de Malega expuestos en él, es decir, de loza estannífera pintada en azul y dorado, del tipo que obraban los almalegueros de Muel; dos alfaceras con sus atoques de pino, que estaban fijadas a la pared con listones de madera; una lannueva, 1545/01/29, Protocolo 224, fol. 82r; notario Mateo Villanueva, 1547/04/1, Protocolo 1547, fols. 359v-360r; notario Mateo Villanueva, 1548/08/11, Protocolo 227, fols. 970v-971r; notario Mateo Villanueva, 1550/10/14, Protocolo 229, fols. 1.148v-1.149r. y 1550/11/5, Protocolo 229, fol. 1.249v.

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ternica de hierro, usada para iluminar la habitación; un alambique, necesario para destilar alcohol; y una arca grande de pino con su ceraja y llave en la que se guardaban diversos vestidos: dos capas, una nueva y otra vieja, un sayico traydo, dos mantos negros guarnecidos de terciopelo y un mongil negro guarnecido en el capico [su capilla] de un ribete de terciopelo, todos ellos de paño de Contray (nombre dado a la ciudad flamenca de Courtray, famosa por la manufactura de paños finos); una cota negra de manga rodada con el mismo ribete que la anterior en su capico; un monjil de sarga; una faldilla nevada; un sayón negro con dos fajicas de terciopelo forrado de verde; y un brial de grana. En una cambra que estaba dentro de la sala, a modo de alcoba abierta a ella, se inventarió un mobiliario indicativo de su uso como dormitorio, consistente en: una cama de pino con sus tres tablas de pino y dos pies de pino, que iba acompañada de todo su ajuar, compuesto por una marfega, un bancalico de armas reales por delante cama [cabecero], una colcha vieja, dos almohadas de listones de grana, con un trabesero inchido de bor(r)a. Había también allí dos cortinas [tapices] de figuras de Flandes, y otras dos cortinas de pinzel con dos IHS en medio, de brotes o verduras, que podían estar colgados en sus paredes para aportar calidez y adorno; un banco encaxado y cinco cajas en las que fundamentalmente se conservaban abundantes bienes textiles. Así, en un cofre de pino con su ceraja se hallaron, sobre todo, piezas de vestir de las que se expresó detalle y procedencia: hun sayoncico de Perpinyan [Perpignan]; huna escubica de gris; dos faldillas biexas, una morada y otra pardilla; dos sayicos biexos, huno de Contray y otro de leonado; hun gabán de burel enbotonado; hun sayo griso forrado de naranjado; y hunos calzones pardillos, unidas a otras valiosas propiedades: tres bancales nuevos, uno de armas reales, el otro de raz [Arrás], el otro de muchos colores, y otros quatro bancales viejos, del primero y último de los géneros antes citados; así como hun repostero de Tornay (por Tournai, Flandes). En un caxoncico se encontró una colcha y algunos trapos viejos. En otra caxa con su ceraja y llave se guardaban muchas madexas y fusadas de lino y de estopa, curadas y por curar (blanquedas y por blanquear), listas para ser tejidas, así como huna ropa y hun manto biexos de luto. Y en otra caxa más, igualmente con su ceraja y llave, se hallaron dos jubones de Ruán [Rouen] alcoronados y mucha ropa vieja. Se inventariaron además en esta alcoba, dos aros de paramento, que pudieran haberse usado para cerrar la cama que había en ella; dos balles-

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tas de fusta con sus gafas, armas relativamente frecuentes en las casas de esta época; dos sombreros, uno de becanegra y otro senzillo; un espensador; y una biguela [vihuela] biexa, instrumento musical no muy frecuentemente reseñado en este tipo de inventarios. Finalmente se constataba en este registro notarial la existencia de unas cient y trenta robas de aceyte, sobre las que no se concretaba el lugar en el que se guardaban. El testamento redactado por Miguel Garcez (Garcés) en 1531 viene a ratificarnos lo que nos expresa su inventario de bienes post mortem, la buena posición económica de este labrador, habitante del barrio de labradores por excelencia como era la extensa parroquia de San Pablo. De su contenido nos interesan sobre todo las propiedades agrarias citadas, casi todas ellas situadas en la Almozara, término de Zaragoza, colindante con el barrio en el que vivía. Allí se encontraba un campo de oliveras (olivos) de tres cahices, poco más o menos (11.440,42 m2),11 sito en la partida llamada La Costera; dos viñas contiguas, de tres cahices, poco más o menos (11.440,42 m2), situadas en la partida llamada Malpunchet; un olivar de un cahiz (3.800,140 m2), ubicado en la partida denominada Camino de Medio; y un campo de dos cahices, poco más o menos (7.600,20 m2), existente en la partida llamada La Vegatilla, todos ellos de regadío, como lo atestigua que lindaran con la acequia o brazal por donde se riega. Tenía además un olivarcico llamado La Estaquería, de un cahiz y medio (5.700,21 m2), ubicado en Cinco Villas, una partida que se decía también término de la ciudat y que era asimismo de regadío, y dos fanegas de tierra (950,035 m2),12 situadas en el Monte de Zaragoza (Torrero). Su producción de olivas, uvas y cereal se destinaría al abastecimiento doméstico y a la venta en sus correspondientes mercados. Finalmente, el inventario de sus bienes y el testamento nos dan alguna referencia respecto al número de personas que habitaban la casa. Eran al menos el difunto, su mujer Pascuala de Hosseñaldes (Oseñaldes), su hijo Miguel Garcéz (Garcés), menor de edad, y quizás su hermana, María Garcéz, alias Jaunas, a la que el difunto dejaba algún bien y propiedades 11 El «cahíz» o «cahizada» es la extensión de terreno que podía sembrarse con un cahíz de grano, lo que en la provincia de Zaragoza suponía una medida agraria equivalente a 38,140 áreas, aproximadamente (un área equivalía a 100 m2). 12 La «fanega» o «fanegada», como medida de superficie agraria, tenía como unidad superior el cahíz (equivalente a 8 fanegas) y era la extensión de tierra en la que podía sembrarse una fanega de cereal, lo que en Aragón equivalía a unos 475,0175 m2.

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agrícolas al dictar sus últimas voluntades, lo que se correspondería con los tres dormitorios inventariados en su vivienda. LA CASA DE UN PRODUCTOR Y COMERCIANTE DE VINO EN LA PARROQUIA DE NUESTRA SEÑORA DEL PILAR En 1533 se redactaba el inventario post mortem de los bienes existentes en las casas de Joan Pérez de Anyon, hijo de Pero/Pedro Pérez de Anyon, notario causídico, y de Gracia Navarro, ciudadanos ambos de Zaragoza, situadas en la parroquia de Nuestra Señora del Pilar (véase fig. 5), lindantes con las casas de los herederos de Pedro Garín, también notario, y de la viuda de maestre Cesteller, y con calle pública, realizado a instancias de micer Martín Joan Alberto, jurista y ciudadano asimismo de la capital aragonesa, en su calidad de tutor testamentario de los bienes de Bernat Agustín Pérez Alberto, hijo suyo y de la también fallecida Gracia Pérez de Anyon, y heredero del difunto al principio citado, tío por parte materna.13

Figura 5. Plano de Zaragoza. Detalle de la parroquia de Nuestra Señora del Pilar (n.º 2).

13 AHPNZ,

CVIr.

notario Salvador Abizanda, 1533/01/31, Protocolo 158, fols. LXXXXVr-

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Su testamento, firmado al final de su puño y letra, había sido redactado dos años antes, en 1531, y en él manifestaba su voluntad de que se le enterrara en la capilla de San Martín de la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, ordenaba misas por su alma en este mismo templo y en el monasterio de Nuestra Señora de Jesús, señalaba varios legados píos para los pobres de Nuestra Señora de Gracia y del convento de San Lázaro, nombraba a su heredero y tutores testamentarios, y dejaba diversas cantidades para su hermana, María Pérez de Anyon, y para Beatriz de la Mica, a la vez que ordenaba otros para sus criados, a los que citaba por sus nombres: Juana Ferrer, su casera; Gracica, su criada; Domingo Monzón, su sobrestante; Baltasar, su mozo de labor de casa; y Anthonico y Gracia (posiblemente la misma antes nombrada), sus dos mozos de casa.14 De la lectura completa del documento se deduce que la casa tenía dos alturas más un entresuelo, a lo que se unía un corral o luna trasera y bodegas. Se accedía a ella por el porche, patin o entrada, que ―tal y como veremos después―, pudo haberse empleado asimismo como un espacio abierto al público dedicado a la venta de vino de producción propia. A este se abrían tres estancias. La primera citada se encontraba en frente de la puerta y sobre ella se precisaba que tenía una ventana que salle a un corralico o luna; la segunda, se indicaba que estaba en frente de la anterior y que tenía una puerta debaxo de la escalera; en tanto que la tercera, se consignada como ubicada a mano ezquierda luego en entrando en el dicho patin o entrada. Frente a la puerta principal se encontraba un lenadico (leñadico), y, posiblemente a su lado, estaba el establo, pudiendo acceder igualmente desde este porche a sus cuatro bodegas excavadas bajo el nivel de la calle, tal y como las describe el inventario ―dos de vino blanco, una de vino tinto y otra de aceite―y a la escalera que conducía a los pisos superiores. Subiendo esta última, se llegaba a otras dos estancias sitas a media altura que eran calificadas como entresuelos, la primera ubicada a mano ezquierda del descansillo y la segunda, más adentro de la anterior. Continuando por la escalera hasta el primer piso, se llegaba a una nueva estancia que servía de antesala a la sala de la casa que le seguía, seguramente abierta hacia la calle, y desde esta última podía accederse a su vez a otras cuatro estancias, de las que la primera se hallaba a mano derecha de la sala, a modo de alcoba, y las demás sucesivamente más 14 AHPNZ,

notario Jerónimo de Villanueva, 1531/01/25, Protocolo 220, fols. 50v-54r.

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adentro. Parece que en este mismo piso se encontraba también la cozina y la masadería aneja. Finalmente, tomando otra escalera, que se decía que estaba más adentro, saliendo de la cocina, a mano izquierda, se llegaba a la última planta, en la que, bajo el tejado, se localizaba el mirador, donde se situaba la estancia de los mozos de labor. Se trataba pues de un modelo de casa de dos plantas, con entresuelos y mirador que viene a coincidir con las viviendas dibujadas en la parroquia de Nuestra Señora del Pilar por Anthon Van den Wyngaerde en su Vista de Zaragoza (1563), todas de mayor prestancia que las levantadas en otras parroquias de la capital aragonesa (véase fig. 6).

Figura 6. Vista de Zaragoza. Detalle de las casas de la parroquia de Nuestra Señora del Pilar.

El detalle con el que se recogieron sus bienes en el inventario vuelve a proporcionarnos no solo la precisa enumeración del ajuar doméstico que contenía (muebles, enseres, textiles e indumentaria), sino también a ilustrarnos acerca de la funcionalidad de cada una de sus habitaciones, especialmente de aquellas que en el documento son designadas de forma genérica como estancias. Lo más destacable del porche, patin o entrada de la casa, es que debió de haber tenido un amplio uso, ya que era aquí donde su propieta-

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rio parece haber tenido abierto al público su negocio de venta de vino, con entrada directa desde la calle. Es lo que se desprende de los bienes inventariados en él: una cadilla [cadiera] de asentar de costillas, en la que podrían sentarse los clientes; una caxeta de tener dineros, en la que posiblemente se guardaban los pagos recibidos por las ventas; y una tabla en la paret donde hay puestos encima della seys paneles, descripción con la que el notario parece referirse al tablón de anuncios colgado en el muro en el que se publicitaban las diferentes clases de vino y vinagre disponibles con sus precios. En relación con este negocio se explican también las dos tenajas de tierra de cabida de cada dos cargas cabida de quatro cargas de uvas (606 kg), que contendrían el vino a vender; un mesurador de vino a manera de bacía de fusta, que se emplearía para medir la cantidad pedida; y un cántaro de tierra (10 litros), que pudo usarse con idéntica función. Se almacenaban igualmente allí diversos útiles agrícolas necesarios para el trabajo de los campos y viñas de su propiedad, como un aladro del forcat, con el que se designaría la reja de hierro del arado, con la que se surcaba, removía y levantaba la tierra; un jugo (yugo), una trascollera (collera forrada de tela de lana sobre la que se disponía la de cuero) y dos albardas viejas, todos ellos aparejos que se colocaban a las caballerías de carga; una almoaca, instrumento de madera con pequeñas púas usado para limpiar a estas, y una acada (azada), una ligona (especie de azada), una destral (astral, hacha) viejas y unas tablas de guarear, empleados para picar la tierra, cortar ramas y proteger los campos sembrados. La primera estancia accesible desde el porche, situada frente a la puerta principal y con un vano abierto hacia el corral o luna (patio descubierto), se usaba fundamentalmente como almacén en el que se guardaba algún alimento ―medio cafiz de trigo bueno―, varios muebles, textiles y piezas de cierre decorativo de la casa ―una silla de quero de asentar, otra silla de costillas de asentar, un banco de fusta largo, una alfacera de piedes vieja, tapiz o estera que sobre la que se precisaba su uso como alfombra, y una gelosía de algez pequenya, o celosía de yeso―, varios instrumentos de carácter higiénico ―una coladera de fusta servyda, una caça de alambre [cobre] para colar la roscada o colada y una bacía para fregar―, algunos aparejos agrícolas sobre todo vinculados con el cultivo de la vid y necesarios para su transporte sobre animales de carga ―un jugo para labrar, unas anganillas de fusta de aguador viejas, tres sillas de bestias viejas, tres portaderas, una cobaneta o cuebaneta, dos cestas, una de vendemar y otra de coger olivas, un saco de cányamo

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viejo, un lanzón y un bordón de romero, o lo que es igual, una lanza corta y gruesa con un rejón de hierro ancho y grande usada por los guardas de las viñas, y un bastón o palo alto también con punta de hierro―, algunas medidas de áridos ―una fanega de fusta para mesurar trigo o cebada y un almud de fusta para mesurar― y una vasija destinada a cocer vino, empleada sin duda en el negocio del propietario―un caldero de arambre de cozer vino de cabida de setze cántaros (160 litros). La siguiente estancia frente a la anterior, con puerta debajo de la escalera, tenía un uso similar a aquella, como almacén en el que se guardaba algún alimento de consumo propio ―una caxa de pino para tener harina dentro de la qual se hallaron quatro cafizes de arina―, vinagre para la venta ―tres tonelicos, el uno vazío y los dos llenos de vinagre blanco, de cabida cada uno dellos de ocho cántaros (80 litros)―, algunos contenedores de vino ―cinquo tenejas de tierra de cabida cada una dellas de dos cargas― y un asiento ―una banqueta―. En otra estancia, ubicada a mano izquierda de la entrada al porche, se inventariaron algunos bienes que denotan un uso tanto diurno como nocturno, en el que se combinaba la función de despacho con la de dormitorio del propietario, ya que no aparece en la casa ningún otro cuarto con cama a propósito para ello. Para la primera utilidad se anotó un tablero de fusta para escribir, que podría haberse usado para llevar las cuentas de su producción y venta de vino, en tanto que para la segunda se explica la existencia de una cama de fusta, con dos piedes y cinquo tablas, una márfega con paja y un colchón de borra, además de dos sábanas, la una de canyamo y la otra destopa, un travesero listado y una lichera o colcha blanca con listas de lana negra. Se guardaban también allí algunos útiles agrícolas ―una pala de fierro, una destral sin mango, una foz de segar vieja, una barrena de fierro larga delgada, dos canyos de fierro para fender [rajar, cortar] llenya, uno grande y otro pequeño, un fieltro o tela que se disponía bajo el yugo, y dos ronqueros, especie de azada, llamada también sotera, además de una parrica de tierra, destinada a guardar algún alimento en conserva—. Otro de los espacios que se abría al porche era un lenadico, que se decía ubicado en frente de la puerta principal de la calle. El término puede equivaler a leñadico (de leñado o leñera pequeña), y en él se almacenaban de nuevo alguna pieza doméstica y sobre todo varios útiles agrícolas. Entre los primeros, destacan las dos carruchas y un pozal de fusta, que nos confirman la existencia de un pozo en la casa, situado probablemente en el corral o luna antes citado, y una bacía grande para

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esbregar la roscada, que podía ser el colador o cuezo en el que se aclaraba la colada. Más abundantes eran sin embargo los útiles directamente relacionados con la producción del vino, como una quenca de latón bollonada, dos prensas para prensar uvas, un cubo, tres trujares, dos grandes y uno pequenyo, para pisar uvas (en referencia a los recipientes, prensas y trujales, seguramente de madera, que habría en la casa para este fin), una traspasadera de brisas [orujo] a manera de raxado de querdas [especie de cedazo adaptado a la referida función], una picaqua con su fierro al cabo [pica para cortar uvas)], unas anganillas de vimbres y un roscadero de vimbres viejos [dos tipos distintos de cestos de mimbre para llevar cargas sobre una caballería o a mano] y una pala de fusta y una canal de tina para escargar las uvas en el tiempo de vendemar, para que cayga en dicha tina [es decir, la pala y el caño o canalización de madera por los que se descargaban las uvas desde el porche hasta la tina situada en la bodega a un nivel más bajo, antes de su pisado]. Desde el porche se entraba asimismo en el establo, en el que el notario constató la existencia de dos caballerías de carga: un macho de pelo royo y un rocín castanyo, los dos de tiempo de quatro anyos, poco más o menos. Pero además, desde este zaguán de la casa, se podía bajar a la bodega, que en realidad reunía cuatro de ellas bien diferenciadas. En la primera, la bodega del vino blanco, se inventarió: un tonel de cabida de diez o dotze cántaros, poco más o menos, lleno (entre 100 y 120 litros), dos pipas de vino blanco de cabida de cada veinte cántaros, poco más o menos (200 litros), una pipiqua pequenya de cabida de seys cántaros, poco más o menos (60 litros), y un tonelico de vinagre blanco bueno de cabida de dotze cántaros, poco más o menos (120 litros). En una segunda bodeguica de vino blanco, de dimensión más reducida que la anterior, se guardaba una pipa de vinagre de cabida de veinte cántaros (200 litros) de vinagre blanco bueno, con setze cántaros de vinagre, poco más o menos (160 litros) y un tonelico de cabida de diez o dotze cántaros de vinagre (entre 100 y 120 litros). La tercera era la bodega del vino tinto, que, por tener mayor amplitud, reunía muchos más bienes. En ella se consignaba tanto una gran cantidad de vino tinto ―dotze tenajas de tierra, las siete llenas de majuelo y las cinquo bazías; un tonel de cabida de veinte cántaros, poco más o menos, lleno de vino (200 litros); y una cuba de cabida de veinte y tres nietros, poco más o menos, llena de vino tinto (3.680 litros)―, como de vinagre blanco ―una cubica de vinagre blanco en la qual ay tres nietros, poco

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más o menos (48 litros); una cuba de cabida de cinquo nietros, poco más menos, llena (80 litros); otra cubica con dos nietros (32 litros); y una cuba de cabida de seys nietros, poco más o menos, llena (96 litros). Además se anotaban diversos útiles necesarios para la fermentación del vino, llenado y vaciado de toneles, y venta de este ―una canal de fusta por donde echan las uvas en la tina en tiempo de vendemas, canalización que, a través del correspondiente hueco, iría desde el porche al nivel inferior de la bodega en la que se encontraba el recipiente citado; tres cúbicos de recebir el vino de las tinas quando trasmunda, empleados para traspasarlo de unos recipientes a otros en su proceso de transformación alcohólica; una bacina de alatón y un enbudo de estanyo de foja de Flandes, usados igualmente en los referidos trasvases; y un librillo [lebrillo] de tierra para vender vino, usado como medida de capacidad—. Finalmente, la cuarta era la bodega del aceyte, donde se conservaba el obtenido de los olivos de sus campos para el consumo propio o la comercialización. Allí había dos tenajas con aseyte en las quales havya trenta robas, poco más o menos (410,79 litros),15 además de dos celdras de arambre, especie de cubos de cobre con asa, y dos librillos de tierra para vender vino, uno de los usos dados a este multifuncional recipiente de barro. La escalera, que debía estar a la izquierda y al fondo del porche, según parece interpretarse por las noticias indirectas que nos proporciona el inventario, permitía llegar en primer lugar hasta un descansillo intermedio que daba a su vez acceso a otras dos estancias o entresuelos, que posiblemente tendrían algún vano abierto al patín aprovechando su mayor altura de techo respecto a las otras estancias bajas. En el primero de estos entresuelos, subiendo a mano ezquierda, no se halló nada. El segundo, que se decía que estaba más adentro, parece haber sido un estudio, con algunos muebles a propósito de ello, como una mesa redonda de noguera; un facistol de tener libros en la pared pequenyo, que debemos imaginar como una pequeña estantería, y una caxa de noguera grande, en la que se guardaban bienes tan diversos como una caxica pequenya y dentro de ella una viguela (vihuela), el popular instrumento de cuerda muy citado en el siglo xvi, que, por su valor, se precisaba que iba dentro de su estuche, y dos coxines de raz y una antepuerta, los tres de brotes y viejos, procedentes en el caso de los primeros de la ciudad de Arrás, importante centro textil flamenco, y todos a juego por su común ornato de verduras 15 Se

ha calculado la equivalencia de cada arroba en unos 13,93 litros.

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o motivos vegetales. Además se encontraron en esta estancia algunas armas o partes de ellas ―como dos escopetas, una balesta sinse armatoste y una gurnenda de balesta―, un peso pequenyo con su carracón y balancas, dos estribos de mula, dos cántaras de arambre, quatro robas de lana de colchones desechos, poco más o menos, y varias piezas de hierro ―un pico de fierro, y un pestillo, una rodela, y una chuchilla y un hierro de bisarcua viejos—. Siguiendo la escalera, más arriba de los antes citados entresuelos, se llegaba a la sala, ubicada como es habitual en su primer piso. Antes de entrar en ella se reseñaba otra estancia, que debía de servir como antecámara y en la que se localizaban dos muebles acordes a este uso: una mesa castellana con sus piedes y cadena, y un velador de fusta, además de una antipuerta de brotes, con la que se cerraría su acceso, y una escalera de fusta de cinquo escalones. La sala, que lo más probable es que abriera a la fachada principal, estaba perfectamente amueblada, con una mesa larga de pino con sus piedes para comer la companya, y ocho sillas de cuero de asentar, las seys de caderas, siquiere respaldos, y las dos rasas, que permitirían recibir a un buen número comensales; un banco encaxado en la pared, en el que asimismo podrían sentarse; un aparador viejo, en el que exponer alguna vajilla u objeto de valor; y un destrado de fusta, que seguramente ―como todo estrado― se dispondría en una esquina de este aposento. Hay que suponer además la existencia de una chimenea en la habitación, que no se inventarió por no tratarse de un bien mueble, pero que se supone por la reseña de algunos útiles propios de esta, como dos asnicos de fierro, unas tenazas de fierro para el fuego y un badil de fierro. Se guardaba también en ella una piqua [pica], una media cántara de arambre y una bacía de fregar pequenya de pino. Desde la sala podía pasarse a otras cuatro estancias. En la primero citada, que se decía ubicada en entrando en la dicha sala, a mano drecha, se reseñaban tan solo dos muebles: un segundo destrado de fusta, que podría haber tenido en algún momento un uso femenino, dado el carácter asimismo femenino de los bienes descritos en la habitación siguiente, y una caxa grande de noguera. En la siguiente estancia, más adentro de la sala, se hallaron tres piecas de guadameziles traídos, que, como piezas de piel curtida adornadas con relieves o dibujos pintados y dorados, pudieron estar colocados como colgaduras en la pared o sobre el estrado antes citado; una antepuerta de brotes, a modo de tapiz con el que se cerraría y adornaría su acceso, y un

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buen número de piezas de vestir femenino: dos mantos, uno de saya guarnecido de terciopelo raydo y otro de tafetán viejo, con la misma guarnición; un mantico de rasado con sus trepas; tres faldillas, una de grana con dos tiras de terciopelo azul bandeada con cejos blancos, otra de chamelote verde con unas cortaduras de terciopelo carmesí, y una tercera leonada con sus tiras de dos en dos de terciopelo leonado; dos sayas, una frizada bandeada con sus tiras de terciopelo, y otra de este último tejido con su manga rodeada y cuerpo; dos pares de mangas, dos de ellas de terciopelo naranjado con sus cejos de raso blanco, y otras de raso morado guarnecidas con dos tiras de terciopelo negro; un gonete de terciopelo negro con manga rodada; una porteta de tafetán; y dos varas de chamelote verde, para la confección de algún vestido. En la tercera estancia, que se localizaba aún más adentro de la precedente, como si se pasara de una a otra consecutivamente, volvemos a encontrar una antepuerta de brotes cerrando el acceso, dos cortinas viejas de pinzel, que formarían parte de su ornato, y un retablico en el qual está figurado Dios Padre y Sant Gregorio, pieza devocional propia de una casa de situación elevada como era esta. Además, en seis muebles de almacenaje se encontraron abundantes bienes, sobre todo textiles. Así, en una arca de noguera, había un sayón sin mangas negro, dos jubones, uno de saya viejo y otro de damasco; una media manga de damasco vieja; una cuera de damasco trayda; un corpesico de chamelote viejo rompido; un manto de saya; un sayico de chamelote de manga ancha traído; y un traje no precisado (espacio en blanco) con un cordón de seda leonado. En una caxa de pino, se halló un ajuar de cama completo, compuesto por un paramento de randas [encajes], con quatro cortinas y sus goteras y alas; un par de almohadas roxadas de seda blancas con las randas de seda naranjada; tres sábanas de canyamo nuebas curadas; otro par de sábanas de Olanda [Holanda] algo gordica; una sábana de Angen buena [por Anjou, donde se producía un tipo de lienzo basto]; y un delante cama rompido viejo con una laboriqua negra. Se guardaba también un buen número de manteles de diferentes tipos, tanto confeccionados como en pieza (lo que se expresaba en varas), de lino gordico, de estopa gruesos y de canyamo, escaqueados, de grano de ordio, de pilaricos y rodados; dos piezas y diecinueve pañizuelos de canyamo y lino, de grano de ordio y rodados; unas tobajas blancas de panarejo nuebas; un tovallón de canyamo; y una tarabaca con franjas sobradas de grana y banca.

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En una caxa de noguera pintada con un juego de escaques [ajedrez] y un juego de tablas [damas] encima del cubertor, que permitía jugar a ambos entretenimientos teniendo la tapa baja y a la vez guardar propiedades diversas en su interior, se inventariaron escripturas que eran de los litigantes que tayan [traían] al dicho quondam Pero Pérez de Anyon en tiempo que vivya para demandar o defender sus principales, es decir, documentos que habían pertenecido al padre de Joan Pérez de Anyon, notario de profesión. En otra caxa de pino se encontraron tan solo dos guantes y unas vías de brazos, ambos de malla. Se anotaron finalmente otras dos caxas, una de noguera y otra de pino, con su cerraja y llave de golpe, y una arquiqua pequenya casi quadrada de noguera, todas ellas vacías. En la última de las cuatro estancias, ubicada más adentro de las ya citadas, se reseñaron dos panyos y un bancalico de brotes; una arca de noguera sinse cerraja vazía; otra arca de noguera grande vieja, en cuyo interior se guardaba una colcha; y dos caxas, una de pino y otra de noguera con los piedes quebrados y con su cerraja de golpe; además de dos arquillas de pino viejas, sinse cerrajas, que parecen ser en su conjunto muebles viejos o en desuso. En esta misma planta se hallaba la cozina. En ella habría un hogar o chimenea para cocinar, que no se inventarió al no ser un bien mueble, pero que parece haber existido dada la reseña de los útiles necesarios para disponer sobre el fuego, como: dos asnicos de fierro, para colocar el asador; seys espedos de fierro, grandes y pequenyos, asadores de diferentes tamaños; un caldero y dos perolicas de distintas medidas, todos de arambre; tres sartenes, la una grande, la otra mediana y la otra chica. Había también tres cuchares, unas graillas [parrillas] y un rallo de fierro; dos cántaras de arambre grandes, con las que se podía traer el agua; media dotzena de candeleros de alatón del tiempo viejo y uno sinse canyon, piezas de las que se dejaba constancia que eran antiguas y que permitirían iluminar partes distintas de la casa; dos bacinas de alatón, una de ellas grande, en las que, entre otros usos, se podría fregar; una bromadera y una cuchara de arambre para el vino; un jarrico pequenyo destanyo viejo bollado; y tres platos, uno destanyo y los otros dos de alatón, de los que se precisaba que uno era liso para hazer rosquillas y otro como para plato de lampada.

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Más adentro de la cocina estaba la masadería. En ella únicamente se anotó una bacía de masar de noguera, con dos cedacos viejos y un cernedor quebrado, imprescindible para preparar la masa del pan. Finalmente, subiendo más arriba por una escalera que está saliendo de la dicha cozina, a mano ezquierda, se llegaba al mirador, y allí se inventariaron los bienes existentes en la estancia de los mocos de labor. En ella había: una cama de fusta, cinco bancales, cuatro de ellos hechos de casa y otro de brotes largo bueno; un panyo de brotes servido grande y agujereado, y carga y media de llena [leña] de oliviera, poco más o menos. El inventario de esta casa y el testamento previamente redactado por su propietario nos confirman su elevada condición social (el reconocimiento por ser hijo de notario y por la condición de ciudadanos de sus padres) y económica (por la rentabilidad de su propio negocio y el número de criados que tenía), en una parroquia igualmente distinguida como era la de Nuestra Señora del Pilar. También nos ilustran acerca de cuántas personas habitaban en la vivienda: en el momento de su muerte, su dueño y cinco o seis criados, y antes de ello, podría haber vivido una mujer, quizás su esposa, si tenemos en cuenta los bienes inventariados en las habitaciones anejas a la sala, con un elevado número de vestidos femeninos y un ajuar textil posiblemente procedente de una cama desmontada. LA CASA DE UN MORISCO EN LA MORERÍA CERRADA, PARROQUIA DE SAN GIL En 153516 se redactaba el inventario post mortem de los bienes existentes en las casas de Pedro de Albaquí, ferrero, sitas en la Morería Cerrada y parroquia de San Gil (véase fig. 7), lindantes con casas de Joan de Monférriz, organista, y Joan Cortés, ciudadano de Zaragoza, y con dos calles públicas. Se realizaba a instancias de Isabel Roldán, mujer de Lupercio del Royo, zapatero, y Manuel de Cotín, obrero de villa, como tutores testamentarios de Joan de Albaquí, menor de catorce años, nieto del difunto e hijo de Jerónimo de Albaquí, también fallecido, y de la citada Isabel Roldán, y heredero de todas sus propiedades, e iba seguido de la tasación y venta de los bienes.17 16 AHPNZ, notario Salvador Abizanda, 1535-05-22, Protocolo 160, fols. CCXXXIIIrCCXXXXVIIIIv. 17 Ibid., Protocolo 160, fols. CCXXXXVIIIIv-CCLXIIv.

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Figura 7. Plano de Zaragoza. Detalle de la parroquia de San Gil (n.º 16).

Su testamento y un codicilo complementario a este habían sido registrados ante notario en 153118 y 1535.19 Mediante el primero, Pedro de Albaquí solicitaba que se le enterrara en el cementerio de San Gil, donde ya lo estaban su hijo y un nieto, y encomendaba su anima a nuestro Senyor Dios Creador de aquella, para lo que encargaba las correspondientes misas, nombraba a su heredero y designaba como tutora testamentaria a su nuera. En tanto que por el segundo, hecho sin duda al volverse a casar esta, añadía un segundo tutor testamentario y, sobre todo, se aseguraba de que el marido de aquella no pudiese acceder a los bienes que dejaba. En estos registros notariales firmaron dos testigos en su nombre, alegando que había dicho que no sabía escribir, aunque algunos de los escritos inventariados en su casa ―tal y como veremos después― nos hacen dudar sobre este punto. La lectura del documento notarial nos aporta una detallada e interesante información sobre su propietario, el lugar de ubicación de su vivienda y algunas de sus relaciones personales. En primer lugar sabemos que, a diferencia de los anteriores, era morisco y herrero de profesión, y que habitaba en la Morería Cerrada, también denominada en el inventario como la aljama de los moros olim y agora de los nuevos convertidos. En segundo lugar, se nos aporta la noticia de que sus casas eran trehuderas a la mezquita del lugar de Cabanyas, población zaragozana 18 AHPNZ,

notario Salvador Abizanda, 1531-09-17, Protocolo 156, fols. DCXIIIvDCXXIr. 19 AHPNZ, notario Salvador Abizanda, 1535-01-23, Protocolo 160, fols. LXIIrLXIIIv.

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cercana a La Almunia de Doña Godina, y que contaban además con un huerto anejo, situado seguramente en su parte trasera, según quedaba constatado por las carta[s] de vendición e compra de sendas propiedades, reseñadas por el notario entre sus pertenencias. En tercer lugar, conocemos la directa relación que parece haber tenido Pedro de Albaquí con dos reconocidos moriscos zaragozanos. Joan de Monferriz, organista u organero ―llamado Mahoma Monferriz antes de cambiar de nombre tras su conversión forzosa (1526)―, vecino suyo y hermano de Brahem Monferriz, maestro de obras, fustero y mazonero, que había trabajado en empresas tan relevantes de la capital aragonesa como la techumbre del salón del trono de La Aljafería (1493) y la Torre Nueva (1504-1512), y había visitado como experto junto con otros maestros la construcción del cimborrio de La Seo (1504); ambos eran a su vez los hijos de maestre Monfferriz, designados en un documento de 1492 como el que labra órganos y el que labra algez, al ser llamados por Fernando el Católico para intervenir en las obras de la Alhambra de Granada.20 Y Manuel de Cotín ―llamado Juce Cotín antes del cambio de nombre―, al que eligió en la adición a su testamento como tutor de su nieto y heredero, un conocido obrero de villa de la ciudad, oficio que asimismo se indicaba en el inventario.21 Este documento notarial nos aporta por otra parte una extensa y pormenorizada descripción acerca de cómo era su casa. Por medio de ella sabemos que contaba con dos plantas, además un entresuelo o entreplanta intermedio, y otro piso de remate con mirador, a lo que habría que añadir la bodega y el mencionado huerto trasero. Según esto, en la planta de la calle, se hallaba el porche, a mano derecha del cual se situaba un palacio, a mano izquierda el granero, más adentro el obrador, en el que estaría la herrería, y excavada a un nivel más bajo, la bodega. Del porche arrancaba también la escalera, y subiendo por ella, desde el segundo rellano, se podía acceder a la cocina, más adentro de la cual se hallaba una cambra y saliendo de ella, en este mismo entresuelo, se situaba una cámara. Continuando por la escalera, se llegaba hasta el primer piso, 20 Antonio de la Torre y del Cerro, «Moros zaragozanos en las obras de la Aljafería y de la Alhambra», Anuario del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueológos, Madrid (1935), p. 352; y Carmen Gómez Urdáñez, Arquitectura civil en Zaragoza en el siglo xvi, Zaragoza, Ayuntamiento de Zaragoza, 1988, II, p. 224, notas 1321 a 1324. 21 Carmen Gómez Urdáñez, Arquitectura civil en Zaragoza, II, pp. 166-167.

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donde se localizaba la sala principal, que a su vez daba paso a otras dos habitaciones, una estancia situada entrando [en la sala] a mano izquierda, y una cámara, localizada también a mano izquierda, una vez cruzada aquella. Tomando de nuevo la escalera, en lo que parece haber sido un nuevo entresuelo o simplemente un ligero cambio de nivel respecto a la planta anterior, a media altura, a mano derecha, se hallaba la masadería. Y, por encima de esta, se encontraba finalmente el mirador, habiendo todavía en esta misma planta una estancia, que se precisaba situada subiendo la escalera a mano izquierda, así como una cambra, que se nombraba como la cambra del mirador. Su casa sería como alguna de las viviendas elevadas que vemos en las cercanías de la iglesia de San Gil, en la Vista de Zaragoza de Anthon Van den Wyngaerde (1563), un espacio que había formado parte del barrio cerrado de los moros (véase fig. 8).

Figura 8. Vista de Zaragoza. Detalle de las casas de la parroquia de San Gil.

A todo lo anterior se une el que los bienes muebles inventariados nos precisan con gran exactitud el uso de cada una de los citados espacios domésticos, en los que casi siempre están presentes, almacenados por toda la casa, los útiles que aluden a la profesión de herrero de su dueño, aportándonos en este sentido un amplio conocimiento tanto de las herramientas del oficio como de una parte de su producción.

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Sabemos de este modo que el porche era básicamente el zaguán de entrada de la casa, espacioso, posiblemente enlosado y con gran altura de techo, y provisto del amueblamiento propio de un uso de recepción. Allí se inventariaron: un banco escanyl ya servido, asiento largo y estrecho, con brazos y respaldo, en el que podrían sentarse tres o más personas; una caxa de pino foradada, que, aunque se decía agujereada, podía todavía servir para guardar algunos bienes; un lancerico de tener en él quatro lanças de fusta, mueble en el que guardaban y exponían las picas; una grua vieja para poner el candil, que sostendría la citada luminaria cuando se precisaba; y tres alfacericas viejas rompidas, y tres cortinas de pinzel viejas, fincadas en las paredes, que nos muestra una vez más el uso habitual de este tipo de tapices de lana y colgaduras de lienzo pintadas como recubrimiento y ornato de las paredes de las casas. Desde el porche, entrando a mano derecha, se podía acceder a un palacio, que pudo haberse usado para estar o recibir, aunque no era la sala principal, situada ―tal y como ya hemos indicado y veremos más detalladamente después― en la planta noble. Contaba para ello con dos sillas de costillas, un tipo de asiento de origen italiano que se generalizó en el siglo xvi y que se caracterizaba por tener una estructura de listones curvos en forma de S, con un simple espaldar, articulados y dispuestos en dos series que se cruzaban en el centro, lo que permitía plegarlas; dos bancos encaxados, encarcerados en el suelo y en la parete, que constituían otro tipo de asiento ensamblado fijo; y una alfacera vieja foradada, colgada en el muro, que, aunque deteriorada también, serviría para adornar este espacio de recibir. Se citaban además dos bancos, uno de roscada de chopo y otro de lanar, de los que no podemos precisar forma ni uso, pero que podrían ser útiles del obrador, así como tres cargas de lenya de pino, combustible necesario para encender el fuego de alguna chimenea u hogar de la casa o de la fragua de la herrería. Desde este mismo porche se entraba al granero, sito a mano hizquierda, que daba a su vez paso al obrador, que se precisaba que estaba más adentro. Los bienes reseñados nos expresan que el primero era en realidad una especie de almacén, en el que se guardaban todo tipo de enseres relacionados con el trabajo del difunto. En relación con ello se encontraron allí dos barquines de la fragua, grandes fuelles de madera y cuero, con los que se inyectaba aire en la misma para avivar el fuego; un remo de pino, que era la pala larga usada tanto para remover la lumbre cuanto para sacar piezas de ella; una enclussa, o yunque de hierro con la cara superior plana y uno de sus lados en punta, sobre el que el herrero trabajaba los

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metales al rojo vivo, golpeándolos con el martillo; un ras de ancharia de un palmo, poco más o menos, yunque pequeño y cuadrado que, encajado por medio de una espiga en un banco, usaba el herrero para dar forma a las piezas; un banco de trabajar en el oficio de la ferrería, que era la base sobre la que se dispondrían útiles tales como el yunque antes citado; un bación con su molatica y manilla de esmolar, con el que se nombraba el tronco hueco provisto de la muela y herramienta para afilar diversas piezas de metal; dos esporticas de lumbres, que posiblemente eran los cestos con los que se sacaban las brasas del fuego; una axada estrecha vieja con su mango, que podía ser tanto un útil de trabajo cuanto una de las piezas producidas en el obrador; varios fustes, redondos y cuadrados, empleados igualmente en el proceso de trabajo; y dos estacas de sabina y una escalera de madera de tres escalones, que tendrían asimismo su utilidad en el taller. Junto a estos, se inventariaban varios muebles de almacenamiento en los que se conservaban algunas de las piezas obradas en la herrería. Así, en un arca de noguera había varias armas, entre ellas un punyal viejo con su bayna y guaspa y empuñadura de cuerno, y tres dagas, una de ellas con su vaina; medio cuchillo con unas cachas blancas, es decir con un mango que podía ser de nácar o, más probablemente, de la concha de la margaritona, un molusco que en la época se podía extraer en el río Ebro y que fue usado por cuchilleros tan reconocidos históricamente como los de Sástago (Zaragoza) para confeccionar sus mangos; un tintero de foja, es decir, de hojalata; dos tijeras runyossas y tres clanes de puertas y de caxas, con los que se hacía referencia tanto al instrumento de cortar roñoso como a las llaves que podrían haberse fabricado en la herrería; además de una bolsa de cuero vieja con hun dinero; dos quartillas de fusta de mesurar garvanços (unos 25 kilos de cabida);22 y una franqueza del dicho Pedro de Albaquí en pergamino scripta, con la que parece aludirse a una licencia concedida al difunto, quizás el permiso municipal para poder desempeñar su profesión de herrero. Había asimismo una caxa, que contenía unos pedaços viejos de lienço, y otros dos caxones de pino viejos, que estaban vacíos. Por su parte, en el obrador contiguo se guardaban algunos útiles más propios de una herrería: dos cepos de fusta, un pozal con su carrucha 22 Se ha calculado teniendo en cuenta que la «quartilla» era una unidad de medida equivalente a la mitad de la fanega, a la que a su vez se daba una equivalencia de unos 50 kilos.

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puesta en la parete, y dos tasses o yunques de hierro de diferentes tamaños, uno de peso de hun quintal y el otro de una roba, poco más o menos, lo que en Aragón, y más concretamente en Zaragoza, supondrían un peso de 50,400 kg y 12,600 kg, respectivamente. En la bodega se guardaban siete tinajas, de cabida de cada dos cargas, con sus cobertores de fusta, recipientes cerámicos de gran capacidad ―unos 222 litros de cabida en cada una―,23 sobre las que en el inventario nada se dice acerca del contenido a que estaban destinadas, que suponemos podría haber sido agua o aceite, puesto que los moriscos, pese a su conversión forzosa, siguieron respetando la prohibición islámica de no beber vino, tal y como recogieron en sus diarios algunos viajeros que pasaron a lo largo del siglo xvi por Aragón.24 Para llegar a la cozina había que subir por la escalera hasta el segundo rellano, que permitía acceder a lo que parece haber sido un entresuelo. En ella hubo una chimenea o fuego bajo con tiro, no citado en el inventario, pero mencionado indirectamente a través de los enseres descritos. Así, para cocinar, tenían un caldero de arambre, de unos quatro cántaros de cabida (40 litros); un espedico de ffierro, o varilla larga y afilada en la que se ensartaban los alimentos para poderlos asar al fuego dándoles vuelta; y una sartenica también de hierro, destinada a freírlos. Había además un rallo de hierro, para tener agua u otro líquido; una bacina de allatón, a la que se le podrían dar diversos usos; tres morteros, uno de tierra albidriado de verde y otro de piedra; un escalfador de arambre, o braserillo de tres pies que se ponía en la mesa para mantener caliente la comida; una espedera con sus ganchos, aparador o vasar dispuesto en la pared, en el que se colgaban los utensilios de cocina; unos ganchicos de colgar carne, de los que pendería el citado alimento; y un tabladico o pequeño armazón con suelo de tablas, a modo de estrado, en el que se podría estar o comer sentado directamente sobre él.

23 Se ha calculado teniendo en cuenta que 1 carga era igual a 4 fanegas, y que cada fanega equivalía a 55,5 litros. 24 Enrique Cock se refirió a ello en el diario de su viaje acompañando a Felipe II, en 1585, después de su estancia en Muel, pueblo de señorío habitado casi exclusivamente por moriscos, sobre los que decía que, pese a su conversión forzosa (1526), se habían mantenido en sus creencias, no comían cerdo ni bebían vino y, tras su marcha, habían roto todos los platos y vasos que habían tocado. Puede verse José García Mercadal, Viajes de extranjeros por España y Portugal, I, p. 1304.

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En este mismo entresuelo, había otras dos habitaciones que parecen haberse usado tanto como dormitorios cuanto como lugares de estar diarios. Por un lado una cambra, sita a continuación de la cocina, en la que se encontró una cama de fusta con seis tablas de largueza de ocho palmos y con sus pies de fusta, descripción que nos permite imaginar una cama de las llamadas «de tablas» con sus pies, bastante ancha y con una largura aproximada de 1,70 m, la cual iba provista de todo su ajuar textil: una marffega vieja, un colchón de lana, una manta blanca con unas pintas cárdenas y coloradas, y un paramento de lienço vizcayno, con listas de grana y unas frangicas de seda amarilla en la delantera. En ella se inventariaron también tres cortinas de pinzel viejas, que, como colgaduras de lienzo pintadas, podían estar tanto cerrando el referido lecho como adornando la pared; un destradico, o pequeño estrado, tablazón de madera elevada sobre el nivel del suelo, que ―tal y como precisó el notario― estaba cubierto con un pedaço de guadamacil o guadamecí, pieza de cuero decorada, y con un bancal a modo de tapete, sobre el que el ocupante de esta habitación podría estar sentado a lo largo del día, solo o en compañía, haciendo alguna labor o conversando; dos alguinyicos de verga, o cestos de pequeño tamaño y uso diverso, en los que dejar algunos enseres; y una arca de pino, en cuyo interior se guardaba un cofretico con escripturas de Joan de Albaquí, es decir, del nieto, todavía menor de edad, del difunto, lo que sugiere que pudiera ser él quien ocupara esta habitación. Por otro lado, había también una cámara, que se situaba salliendo de dicha cozina, la cual estaba provista de una cama y una cuna. La primera, se describía como una cama con dos banquillos y sus tablas, es decir, de las llamadas «de bancos», en la que el armazón de tablas sobre el que descansaba el colchón se apoyaba en dos bancos, a modo de arcas largas y estrechas, practicables y en las que podía sentarse, en tanto que la segunda se anotaba como una cuna de viento vieja, que, al igual que la cama del mismo nombre, estaría compuesta por un lienzo tendido sobre un bastidor, podía ser de tijera y plegable. Se anotaron además, dos pies de cama, que seguramente correspondían a otro lecho distinto, y parte del ajuar textil de la primero citada, consistente en: una marfega, dos sábanas de estopa, una colcha, una manta blanca con listas cárdenas, coloradas y negras, todas ellas viejas, dos alfaceras de pies, que estarían colocados a los pies de la cama, y dos candiles, con los que iluminar el cuarto por la noche. Se guardaban igualmente allí algunos muebles, como un banco

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de pino, con la función de asiento; dos caxicas de pino, una vacía y otra conteniendo tan solo una cuchillera y dos cuchillos; dos caxones de pino, uno de ellos con rudillos; un arca de pino vacía, y otros muebles similares conteniendo bienes muy diversos. En relación con esto último resulta sumamente interesante el hallazgo en unos caxones de unas bolsas de camino, una de las cuales contenía tres pergaminos escriptos en arábigo y otro en judaico, que no eran sino una parte de los documentos escritos en tres lenguas y grafías distintas (árabe, hebreo y castellano) inventariados en la casa de este morisco, guardados junto a dos boneticos y un corpecico de sayo viejos, citados en diminutivo porque probablemente se trataba de piezas de vestir de niño, quizás del nieto del difunto y heredero, Joan de Albaquí. En otra caxa de pino había varias piezas textiles: una sábana y unos manteles de estopa, un pedaço de otros manteles, y dos enxugamanos [toallas pequeñas] con rudillos de servicio de casa. En otra arca de noguera se hallaron aún más enseres, casi todos ellos textiles: Una banoba [colcha] de diversos colores; quatro sábanas, dos de lino y dos de estopa; un paramento [de cama] blanco con quatro cortinas con franjas rodadas con su gotera; una cortina de seda cruda blanca, rexada con listas coloradas con orillas blancas y otras tiras negras al través; dos delante cama, uno de estopa y otro de lienço de casa con franjas rodadas de ffila; un travessero [almohada alargada de cama] algodonado de algodón blanco y azul; una colcha de cotón grande antiga; y dos almohadicas, una de tafetán colorado con listas verdes, y otra de seda broslada de hilo de oro vieja con sus frangicas de seda de hilo de oro; varios manteles, nuevos y viejos, de estopa, de lino, de estopa gruessos de grano de ordio, con listas cárdenas navarriscos, y con listas cárdenas anchas y estrechas; y media dotzena de pañizuelos bordados de estopa y lino raydos.

Llama la atención el gran número de toallas de distintos tipos, tamaños, tejidos y labores, que aparecen descritas con todo detalle: Una tobaja de lienço vizcayno esquaqueada de Almería, con sus franjas blancas y coloradas; otra tobaja de seda rexada con listas coloradas y su frangica colorada y verde; unas tovajas de estopa de grano de ordio raydas; un tobajón navarrisco de algodón con listas azules y coloradas; una toballola vieja lauradica de seda negra esblayda; tres enxugamanos viejos; una azaleja de lienço vizcayno, laurada a la morisca con seda floxa rosada,

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verde, blanca y amarilla, con sus franjas de la dicha seda; y otra azaleja laurada de seda negra con su franja.

Y es destacable también el hallazgo en esta misma arca de nogal de un almayzar25 de seda blanca y colorada, pieza de tocado de tradición islámica, que conservaron los moriscos. Finalmente se guardaban también allí tres valiosas piezas de metal noble: una taça llana de plata venada, dorada el suelo y los cantos, que, de acuerdo a la descripción, estaba en parte sobredorada, y dos cucharetas de plata, además de una espederica, es decir, un vasar o aparador pequeño para exponer objetos diversos. En esta misma habitación se conservaba un útil de viaje: una bolsa bazía francessa con su cinto, y otros tres enseres de chimenea y necesarios para el amasado del pan: unas trehudes de fierro, una bacía de masar vieja y un cernedor. En el primer piso, siguiendo la misma escalera, se encontraba la sala y dos dormitorios. La sala principal ―tal y como se la designa en el documento notarial― estaba provista de un mobiliario acorde con su funcionalidad dentro de la casa. Había para comer una messa redonda de noguera; para sentarse, dos sillas viejas, una de respaldo de cuero y otra de costillas, y un banco grande encaxado, asiento ensamblado en el que podían sentarse varias personas, recubierto con un bancal viejo, rompido de listas coloradas y negras. Había además dos muebles que podríamos calificar como supletorios, como eran una mesica con su bancalico de listas coloradas, que iba provista de su correspondiente tapete, y un velador liso de fusta, que no era sino una mesa pequeña con un pie central; y se exhibían algunos enseres escogidos en un aparador con su potencia. Allí se mostraban los dos picheles de Malega, lozas decoradas en azul y/o dorado sobre cubierta de esmalte de estaño, a la manera de Málaga, que pudieron haber sido producidas por los almalagueros de Muel; un salero de tierra con su cobertor, que estaría asimismo vidriado; una azeitera de vidrio y una redomica con agua de azar, la primera conteniendo aceite y la segunda, seguramente también de vidrio, llena con el agua obtenida por la destilación de los pétalos de la flor de azahar de naranjo amargo, muy usada en el mundo islámico tanto con fines medicinales cuanto como perfume ofrecido a los invitados; un aguamanil con su cadenyca de allatón morisco, sobre el que se precisaba su producción y que, 25 Véase, en este mismo volumen, el trabajo de Dolores Serrano-Niza, «Textiles para el sueño. Ropa y ajuar morisco para hacer una cama».

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junto con una bacía de alatón con sus tres pedezicos y ansas bollonada, debió emplearse para que los comensales se lavaran las manos antes y después de cualquier comida, siguiendo con ello una costumbre igualmente musulmana; una cantarica de arambre [cobre], para tener agua; y un cestico de sarga, trenzado con la referida fibra vegetal. Había también en la sala otros muebles, como unos caxones de pino viejos, vazíos, con hun bancal de listas negras, amarillas y blancas sobre ellos; un escabexico o pequeño taburete; y un destradico con sus dos pedezicos y su tabla, sobre el que estarían colocados el travessero de cotón con listas cárdenas y blancas, lleno de lana, y la alhombra [alfombra] vieja, también inventariados, mediante los que se conformaba el estrado o tarima de madera, habitualmente dispuesto en un extremo de la habitación, en el que, cómodamente sentado «a la morisca», podría el propietario de la casa recibir a las visitas y conversar.26 Finalmente, para completar el ornato de la sala se indicaba que había tres alfaceras enclavadas en las paredes, y para facilitar su confort debió haber también una chimenea, no citada, pero sugerida a través de la anotación de dos asnillos de ffierro, que estarían dispuestos junto al fuego. Entrando por la sala principal se accedía a una estancia, que tenía la función de dormitorio. Nos lo indica la existencia de una cama de cuerdas, también llamada «cama encordada», formada por un bastidor de madera con orificios laterales, por los que se tendían de un lado a otro las cuerdas que sostenían el colchón, además de un pavelloncico viejo de lienço vizcayno con franjas blancas y negras, y una cortina de sarga leonada vieja, que podrían haber servido como colgaduras sobre la cama o como cierre de algún vano. A esto se unía una arca de pino bazía, que en algún momento habría contenido algún tipo de bienes, y una alfacera de junco viejo fincada en la pared, anotación que precisaba la materia vegetal con la que estaba tejida esta estera que revestía una parte del muro del aposento. La otra cámara, sita a mano hizquierda de la sala, tenía la misma funcionalidad que la anterior. En ella se inventariaron una cama con sus pies, cinquo tablas y una marffega, es decir una cama de tablas y su jergón, probablemente de paja, que iba unida a dos sábanas de estopa 26 Sobre

el estrado puede consultarse Carmen Abad Zardoya, «El estrado: continuidad de la herencia islámica en los interiores domésticos zaragozanos de las primeras cortes borbónicas (1700-1759)», Artigrama, 18, 2003, pp. 375-392; en este artículo se recoge la bibliografía básica sobre el tema.

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traydas y un delante cama [o cabezal] de lienço de casa con randas [encajes] blancas. Había asimismo seis cortinas de pinzel ruidas que se decían clavadas en las paredes; dos arquillas pequenyas con sus cerrajas, que se precisaba que estaban vacías; un pedaço de bancalico de brotes, que pudo recubrir alguno de los referidos muebles; una sillica de cuero de respaldo vieja, en la que sentarse; y unos baynotes de tener peynes para peynarse, que no eran sino las vainas o fundas en las que guardarlos. La masadería, un espacio casi siempre anejo a la cocina, se encontraba en esta casa subiendo por la dicha escalera, a mano drecha, en lo que parece haber sido un segundo entresuelo, localizado a una altura algo mayor que la del primer piso. En ella se encontraban cuantos enseres fueron necesarios para elaborar el pan, como dos cernedores con su puntera y rasera, dos cedaços de cerdas y dos cedaços de seda viejos, y una bazía de masar con su cobertor, con los que se realizaba sucesivamente el proceso de cribar la harina separándola del salvado, operación por la que lo más grueso quedaba sobre la tela y lo más sutil caía a la bacía, en la que se unían y amasaban los ingredientes del pan (harina, agua, sal y levadura); una tenaja quebrada para el salvado, en la que se conservaba este una vez separado de la harina; una tabla para el pan, en la que llevarlo a cocer en el horno; dos paneros, donde se guardaban, envueltos en una tela, los panes ya cocidos; unos caxones viejos quebrados vazíos, en los que se podrían almacenar la harina; y un barrilico viejo con el suelo cahido de fusta y dos madexas de estopa de lino. La escalera llevaba finalmente al mirador, especie de falsa aireada que, en la casa de Pedro de Albaquí, contaba también con dos cuartos cerrados anejos. En el mirador se guardaban enseres muy diversos, tanto muebles y objetos de la casa, como algún útil de la herrería, todos ellos en desuso. Había algunas piezas de camas ―un aro de camica de cuerdas de caruchas, dos tablas y dos pies de cama viejos―, algún mueble ―tres sillas de costillas y tres escabeches―, dos batientes de vanos ―dos tablas, una grande y otra chico, a modo de puertas―, algunos útiles para asar carne en el hogar o chimenea ―dos asnillos de ffierro grandes de seis palmos de largaría, poco más o menos, con sus assadores de vías y drecho con sus pies―, dos macetas ―dos tiestos para flores de tierra―, y dos instrumentos de su oficio de herrero ―un entablamento de barquynes viejos para la fragua, es decir, un soporte de los fuelles de cuero y madera que servían para mantener vivo el fuego, y una piedra de medio quintal con una sortija de fierro, usada igualmente en el obrador.

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A su vez, la estancia del mirador, que estaba subiendo a mano izquierda, parece haber servido básicamente de almacén. Se anotaba en ella un lecho completo, compuesto de una cama de fusta con sus pies y tres tablas, una márfega [jergón] nueva, un delante cama [cabecero] de estopa rexado viejo, tres colchones de lana y tres travesseros, uno de cotón con listas blancas y cárdenas, y los otros de listas cárdenas raydos

así como tres mantas blancas, las dos cardadas buenas y la otra blanca vieja; un pedaço de márfega; un delante cama de cotonina con listas cárdenas y blancas, y tres almohadicas pequenyas de fluxel.

No faltaba algún mueble, como un escabeche encaxado; una mesa de pino vieja; una mesa de noguera con su pie redonda con sus clavos; un candelero de fusta con quatro candelicas; una caxa de pino vazía; un cofre pintado, en el que se encontró un paramento blanco de lienzo de casa con randicas de ffilo blanco, con quatro cortinas y su gothera, que conformaba una colgadura de cama completa; y una caxa de pino en la qual esta el suelo y la cara de almadraque, lo que suponía que tenía una cubierta de cuero en su base y tapa, y en cuyo interior se halló: un sombrero viejo y un plato de vidrio. Había también en esta misma estancia: una tinagica con dos robas de aceyte, poco más o menos [27,86 litros]; dos bacinas, una de allatón y otra del mismo metal con el suelo de arambre, de un cántaro de cabida (10 litros); un cordón y una lancica, y, sobre todo, numerosas piezas textiles: varios bancales ―tres de armas reales, uno con listas negras y blancas, otro con listas negras y naranjadas, otro más con listas coloradas, cárdenas y negras, y un pedaço de un cuarto con listas coloradas, cárdenas y amarillas, dos de Castilla de raz viejos, un bancalico de raz viejo, un bancalejo y un razel viejo con listas coloradas, amarillas y blancas―, dos antepuertas de raz; una sobremessa de raz verde y blanca vieja; un coxín roto de lo mismo; y dos cortinas de pinzel de figuras. La otra cambra del mirador, debía de ser aún más espaciosa que la anterior, según se desprende de los muchos enseres guardados, que eran tanto bienes domésticos como, fundamentalmente, útiles de la herrería y algunos de los objetos manufacturados en ella. El número de muebles existentes en la casa dan idea de la posición económica de su propietario,

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que lo más probable es que los guardara en esta cambra por estar en desuso: Dos mesas de pino, una grande y otra pequenya; una messa con su pie; dos pies de messa de comer, es decir, grande, y otros dos pies de mesa castellana; un velador de fusta; y una arquilla con paperes viejos.

Se almacenaban también allí unas pocas piezas de vajilla de mesa una copa; cinco platos de estaño pequenyos, uno mediano; dos platos de escudillas de estanyo; y un tajador de fusta, numerosas enseres de cocina y fuego; una guchillera con dos guchillos, para cortar; tres ganchos de fierro, como los que ya vimos en la cocina para colgar la carne; dos salericos de estanyo, el uno con cobertor, en los que se guardaba la sal; dos manos de mortero, seguramente de madera; seis sartenes, una de ellas grande y tres sin mango, y dos sartenicas; una caçuela, una olla y una calderica pequenya, todas ellas de arambre; y tres perolas, las dos de dos cántaros (20 litros) y la otra de uno (10 litros); unas graillas (parrillas); cinco espedos (asadores), tres pequeños y dos grandes; cinco rasseras; dos forquillos de hierro de servir la carne para cortarla; unas tenazas de fusta; unos lares con su aparejo, un fogaril de arambre y otro de ffierro, y una pala de ffierro, que formaban parte de los enseres del citado metal que se disponían en la chimenea u hogar de la casa; un comedor de hierro, que podría ser un tenedor; un alambique, para destilar; un candelero, siete candeleros de alatón en una canasta, un candelerico, un candil, una crisoleta de candil y tres lanternas, las dos de hoja de fierro, y la una de cuerno, todos ellos útiles para iluminar la casa; algunos objetos hechos exprofeso para calentar las camas y afeitarse ―tres escalfadores de arambre, uno de ellos chico y otro bueno, así como una copa de escalfador del mismo metal, y dos bacines de barbero―; y otros enseres domésticos de diverso uso, no menos necesarios: Un pozal con su guarnición; dos porgaderos viejos; una bacía vieja; un cernillo, y una ratera, todos de fusta; tres escobas de palma; un astral (hacha) y una talega; una márfega; doze pedaços de manteles viejos, y un pedaço de estopa, así como dos debanaderas con sus pies de hierro.

Pero sobre todo eran cuantiosos los bienes vinculados con el oficio de herrero del difunto. Una parte de ellos eran instrumentos de trabajo: una enclussa, que se decía empeñada en seis reales; un tas de hierro de peso de roba y media, y dos bicornyas de fierro, que eran distintos tipos

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de yunque; una plancha de fierro; diez martillos de diferentes tamaños, dos con mangos; dos zinceles de fierro con sus mangos; unas tenazas de fierro; una estaca de fierro y tres barrenicas viejas; un escoplo; una broca de fierro, y cinco puntericos, usados para trabajar el metal, y una caxica de fierro vieja y una caxuela de estanyar, ya que en la herrería también se estañaba, así como una pala de fierro vieja, unos tajadores y una carrucha, ambos de fusta, y un gancho de ffierro; una tabla de pino con sus pies, a modo de mesa; un pedaço de hierro redondo; un pedaço de rasyina; y unas esporticas, un capaço, un cestón viejo y quatro alforjas, en las que guardar y transportar materiales y piezas fabricadas. El resto parecen ser objetos manufacturados en su obrador ―dos alguazas y tres alguazicas, una aldabica de ffierro vieja y una aldabilla de ventana, y siete llaveras de hierro, una grande y el resto pequeñas, que eran parte de las bisagras, cerrojos y llaves producidos; quatro crucetas de sillas, y mil quinientos clavos de crucetas para silleros, que los herreros suministraban a los fabricantes de sillas; dos tiestos con sobretochas; un bonete de clavos viejos; tres mil tachicas, dizisiete tornillos, y un pedaço de tinaja lleno de ffierros viejos, ya que en las herrerías se fabricaban todo tipo de clavos y tornillos; dos espuelas y quatro frenos viejos; una axadica, una foz, dos picos de ffierro, uno de ellos de picar las muelas, una forquilla, una estradica, dos ligonçicos pequenyos, un ronquero, y una reja y una anilla de forcat (arado), todos de hierro y de uso agrícola; un capaço con tres candeleros de fierro; dos escoplos, uno se dice de fustero; dos pares de silleros de sastre; unas tijericas de bonetero; cinquo limas; quatro raspas de fustero; dos barrenas de carretero; un formador de hierro con su mango de fusta de piedrapiquero; un brunydor de buydador; un almagrador; una rueda de fierro para calentar escodillas con su pie; una ballesta con sus gaffas y unas gaffas de otra; dos caxas de carruchas con sus ganchos y una carrucha de ffierro; dos balancicas, unas medianas y otras más chicas; un morterico de fierro; una cadenyca; un pedaço de foja; unas mordaciquas; unas bataçicas; un capacico con fargiles; tres lorigas (especie de abrazadera semicircular de hierro con un asa que servía para acercar a los pucheros al fuego); siete anillas; una asnilla de ffierro; una ferrezica vieja; un perpallico de ffierro; quatro borrogicos; dos canyones; y una cobertez(r)ica de hierro—. Además, los tutores testamentarios dieron cuenta de otros bienes que se encontraban fuera de la casa, por haber sido prestados o empeñados. Se habían prestado: una vicornya, que Pedro de Albaquí había dejado a Jerónimo Darocano, y un tas de ffierro, que estaba en poder de otro he-

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rrero, del que no consta nombre, aunque sí la precisión de que vivía al cabo de la calle del afilador. Otros eran objetos de plata empeñados a cambio de otra cosa, como seis cucharetas de plata emprestada en seis florines y un real con el platero Miguel Cassaso; otras seis cucharetas de plata empeñadas por tres baras de panyo con la viuda de de Dalmau de Mendoza; y otras cuatro cucharetas de plata, pessantes ocho onzas cada una que se hallaban en poder de Jerónimo Roldán, zapatero. Otras, en cambio, se decían empeñados por deudas de su aljama, como: un pixel de plata pesante veinte y quatro onças, poco más o menos, y un bernegal de plata de quatro ansas pessante veinte y quatro onças, poco más o menos, que estaban en poder de Salvador de Olirena, familiar del Hospital de Nuestra Señora de Gracia, por cuatro libras, debido a una deuda de la aljama de los moros olim y agora de los nuevos convertidos de la dicha ciudat de Çaragoça; una taçica de plata, pasante seis onças, poco más o menos, en poder de mosén Joan de Atienza, procurador de mosén Alonso de Soria, a causa de unas costas que hizieron del censal del dicho mossen Alonso de Soria, que estaba empenyada por la dicha aljama de nuevos convertidos de Çaragoça. Además, se precisaba que Pedro de Albaquí había expresado en vida que había dejado empeñada la cantidad de mil sueldos jaqueses con el magnífico micer Jerónimo García, que había sido asesor del regente del reino de Aragón, por una pie y un caldero de arambre de cabida de hun cántaro y una bacina de arambre. Finalmente se inventariaban ocho libros en su casa, que coincidían en presentar idéntica encuadernación de cubiertas de pergamino de quarto pliego, donde los puntos pasan y están cosidos con sus pedacicos de cuero, estaban escritos en grafía árabe y latina, y que venían a unirse a los cuatro pergaminos escritos en arábigo y en judaico, encontrados dentro de unos cajones en una cámara aneja a la cocina. El primero de ellos se describía como de ciento y treinta fojas, de las quales ay cinquo sueltas y de las atadas escriptas en moriego, expresadas dos planas de dicho libro, que hay escriptos de albaranes de treudos y dos albaranes, otros enfilados en donde están escriptos et en medio de las dichas dos planas.

El segundo contaba con ciento cinquenta y nueve fojas, escriptas en moriego y cristianyego. El tercero tenía ciento ochenta y siete fojas, entre las quales ay escriptas veinte y siete fojas scriptas de cristianyego y moriego, y todas las otras están en blanco por escrevyr. El cuarto, más

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pequeño, se anotaba como de setenta y tres fojas escriptas en moriego, exceptado una por año que está escripta en cristianyego. El quinto, algo más voluminoso que el anterior, se decía que tenía noventa y cinquo fojas escriptas en moriego. Y en cuanto a los otros tres restantes, estaban escritos solo en moriego, y se precisaba que, por ser muy antigos, no se numeraron las fojas que en aquellos havya. Esta parte del inventario de bienes de Pedro de Albaquí, en la que se recogen cuatro pergaminos y ocho libros escritos en grafías árabe (en arábigo y en moriego), latina (en cristianyego) y hebrea (en judaico), parte de ellos de treudos, así como la gran cantidad de bienes que atesoraba, algunos propios de los moriscos como el almaizar o la redomica con agua de azar, y el hecho de que hubiera empeñado algunos de ellos por deudas de su aljama, nos hace suponer que pudiera haber tenido una situación preminente dentro de su comunidad, en la que pudo incluso haber ejercido de alfaquí,27 aunque nada de esto se expresa en la documentación notarial analizada y, pese a que en su testamento, dos testigos firmaron por él, porque había dicho que no sabía escribir. Se conservaban asimismo dos escrituras de vendición y compra de su propia casa inventariada en la Morería Cerrada, escritas en pergamino, en una de las cuales se precisaba que, en el momento de su adquisición, era trehudera a la mezquita del lugar de Cabanyas, así como otra escritura de la compra del huerto anejo a esta. El inventario iba seguido de un segundo documento de venta mediante corredor público de los bienes que le correspondían a su heredero Joan de Albaquí, en el que se precisaban las cantidades cobradas por cada uno de ellos. Una información, sumamente interesante, pero que no vamos a analizar en este trabajo. En resumen, los bienes inventariados en la casa de Pedro de Albaquí nos dan a conocer su importante posición dentro de su aljama, y su nivel económico, en nada inferior al de los otros dos cristianos viejos antes analizados.

27 Agradezco las indicaciones proporcionadas por la Dra. María José Cervera Frías, profesora titular del Área de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Zaragoza, que es referente en sus investigaciones sobre la literatura morisca aragonesa, con publicaciones como Manuscritos moriscos aragoneses, Zaragoza, Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo, Serie «Conocer Alandalus», 2010.

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A MODO DE CONCLUSIÓN Tal y como hemos podido comprobar, los inventarios post mortem son una fuente fundamental para la reconstrucción de las casas y espacios domésticos de la Zaragoza del Quinientos, pudiendo avanzar las siguientes conclusiones a partir de los registros notariales estudiados: 1. Las tres casas analizadas responden a una misma tipología básica de vivienda de dos plantas, con o sin un tercer piso de remate con mirador, y a veces con algún entresuelo. Se entraba por el porche o patín, a modo de zaguán cerrado, que podía servir también como espacio comercial y desde el que se accedía a otras habitaciones, como: el obrador, el establo y el corral o luna ―cuando los había―y la bodega, excavada a un nivel algo más bajo. La cocina podía ubicarse en esta misma planta, en un entresuelo o en el primer piso; la masadería se encontraba por lo general cercana a la anterior; la sala se ubicaba siempre en el primer piso; los dormitorios se localizaban en cualquiera de las plantas citadas e, incluso, podían estar anejos al mirador, aunque, en este caso, solían ser los de los criados. 2. Los notarios emplearon para designar los espacios interiores o anejos de las casas términos tanto muy precisos cuanto genéricos sin concreción de uso. Entre los primeros están los de: porche, patín o entrada; cocina; masadería; bodega; obrador; sala (aludiendo a la principal); mirador; corral o luna; huerto; y escalera. Entre los segundos, usados indistintamente (por lo general cada notario tenía especial preferencia por uno u otro), los de: cambra, cámara, estancia y palacio, cuya funcionalidad conocemos a partir de los enseres que cada uno contenía. Hay que señalar que el palacio pudo tener una función de dormitorio, tal y como nos lo indican los muebles y objetos existentes en uno de los inventarios estudiados, un uso que contradice la definición que sobre el mismo hiciera Sebastián de Covarrubias en 1611, al decir que en las casas particulares llaman palacio a una sala que es común y pública, en la que no hay cama ni otra cosa que embarace.28 3. Algunos elementos importantes de las casas no se citan en los inventarios por no ser bienes muebles, pero sí que aparecen implícitamen28 Sebastián

de Covarrubias Orozco, Tesoro de la Lengua Castellana o Española, Madrid, Editorial Castalia, 1994 (ed. de Felipe C. R. Maldonado, revisada por Manuel Camarero), p. 796. Es la 3.ª acepción, sobre la que Covarrubias precisa que es término que se usa en el reino de Toledo.

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te reseñados a través de algunos de los enseres anotados en ellas. Es el caso de la chimenea u hogar, existente en la sala o en la cocina, o del pozo, bastante habitual en los corrales o espacios abiertos de las viviendas, que lo están por medio de los utensilios de hierro que se disponían en el fuego, o de los pozales y carruchas usados para sacar el agua. 4. Los enseres citados en cada espacio doméstico ―desordenadamente anotados siempre por los notarios―, nos precisan su funcionalidad y, a su vez, los enseres recogidos en un conjunto de inventarios de un período cronológico amplio nos permiten conocer la diversidad de bienes muebles propios de la época, tanto comunes a todas las viviendas, como raros y existentes tan solo en algunas de ellas. Los inventarios estudiados son ejemplo de ello. Así se cita un gran número de tipologías de muebles. Entre las camas: la cama de tablas, de tres, cinco o seis tablas, con sus dos pies; la cama de bancos con sus tablas; la cama encajada o ensamblada; la cama/cuna de viento; y la cama de cuerdas o encordada, muchas de ellas completadas con su cabecero, pabellón o colgaduras de cierre correspondientes, jergón, colchones, sábanas, colchas y almohadas. Entre las mesas: la mesa redonda de nogal con su pie y su clavazón alrededor/o clavos; la mesa castellana con sus dos pies y cadena; la mesa larga de pino con sus pies destinada a comer en compañía; la mesa pequeña; la mesa con pie; o el velador. Entre las sillas y otros tipos de muebles de asiento: la silla de cuero; la silla de costillas; la silla de caderas, que se dice con respaldo; la silla rasa, que se precisa sin respaldo; la banqueta de tres pies; el banco largo; el banco ensamblado, que en algún caso se precisa que está encarcelado en la pared y suelo; el banco escañil; la cadilla o cadiera de costillas; el escabeche o escabel; el estrado de madera, y el estrado, revestido con un guadamecí y un bancal. Y, entre los diferentes tipos de muebles bajos para almacenar distintos enseres o alimentos: el arca grande de pino con su cerraja y llave; el arca de nogal; el arca sin cerraja; una arquica pequeña de nogal, que se describe como casi cuadrada; la arquilla de pino; la caja de pino con su cerraja y llave; la caja de pino con su cerraja de golpe; la caja de nogal; la caja de pino pintada con un juego de escaques y un juego de tablas en su tapa; otra caja de pino que se dice tiene la base y la tapa de cuero; el cajón de pino; el cajón alargado; el cajón con su cerraja y llave; el cajón de dos piezas con su cerraja; el cajoncico; el cofre de pino; el cofre pintado; el cofre con su cerraja; y el cofrecico. Algo parecido sucedía en el caso de los bienes textiles, que tal y como hemos podido comprobar, incluían un amplio muestrario de piezas de cama, mesa o indumentaria, de formas

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distintas, manufacturadas en tejidos asimismo diferentes, de variados colores, y a menudo provistos de bordados o encajes, sobre las que se indicaba a veces incluso la procedencia de la tela o su lugar de producción, al anotarlos como: de Almería, de Angen (Anjou, Francia), de Contray (Courtray, Flandes), de Perpinyan (Perpignan, Francia), de Raz (Arrás, Flandes), o de Tornay (Tournay, Flandes), o al decir simplemente que eran franceses, o de tejido navarrisco o vizcaíno. Por otra parte, los inventarios nos permiten conocer la propiedad de bienes más singulares, como: una vihuela, instrumento musical citado en dos de los documentos notariales estudiados; el almaizar, reseñado en uno de ellos; imágenes devocionales, como un retablico con Dios Padre y San Gregorio, anotado en otro; o libros y escritos registrados con gran precisión, como un Libro de Horas o misal romano, que hallamos en una de las casas, o los cuatro pergaminos escritos en arábigo y en judaico y ocho libros con cubiertas de lo mismo, escritos en moriego y cristianyego, descritos en otra. 5. Los inventarios nos proporcionan además un amplio conocimiento de los oficios que ejercieron los propietarios de las casas, al reseñar los útiles que poseían para su trabajo. En relación con ello hemos visto que aparecen recogidos los útiles agrícolas del labrador; los enseres necesarios para hacer el vino del comerciante especializado en su venta; o los instrumentos propios del herrero. 6. Este tipo de registros notariales nos aportan en su conjunto un amplio vocabulario de términos domésticos (casa, ajuar), a los que a menudo el escribiente añadió alguna descripción con la que se nos precisa su exacto significado y funcionalidad. Por ejemplo, entre las alfaceras hemos podido comprobar que se inventarían algunas de junco, por lo que sabemos que eran de fibra vegetal y no de lana, y se dice de otras que estaban fincadas con sus listones de fusta en la parete o que eran de piedes, con lo que se nos precisa que estaban adosadas al muro como revestimiento o que se disponían en el suelo. 7. Los inventarios estudiados nos expresan además que las casas y bienes muebles de los dos cristianos viejos y el morisco estudiados ―de diferente consideración social, pero de similar posición económica― no eran muy diferentes (aunque tuvieran algún bien distintivo), respondiendo las tres al mismo modelo básico de vivienda descrito al principio. Pese a esto, hay que pensar que cada casa y espacio doméstico «se vivió» de distinta manera, según las costumbres y creencias religiosas de sus propietarios, porque no debemos olvidar que las casas no son sino la plasmación de la idea de vida de quienes las habitan.

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8. Los inventarios nos aportan asimismo en muchas ocasiones la tasación de los enseres existentes en las casas, con lo que nos proporcionan el conocimiento añadido del valor económico concedido en su época a cada uno de ellos, una cuestión que no hemos analizado en el presente trabajo, pero acerca de la que trataremos en el conjunto completo de nuestra investigación. 9. Finalmente, creemos que la información proporcionada por los inventarios notariales puede y debe de ser complementada con las que nos ofrecen: las descripciones literarias coetáneas (textos de los viajeros); las imágenes dibujadas de la ciudad en la que se localizan las viviendas (vistas y planos); las casas y espacios domésticos recreados en pinturas, grabados y dibujos de la época; y los muebles y objetos asimismo contemporáneos conservados en museos y colecciones.

ENSERES Y AJUARES PARA UN MUNDO DE EMOCIONES

ENTRE SEDAS Y ESPARTO: LA POSICIÓN SOCIAL DE LAS FAMILIAS ANDALUSÍES DEL SIGLO XV A TRAVÉS DE SUS AJUARES1 María Dolores rodríguez gómez Universidad de Granada

INTRODUCCIÓN Dada la práctica inexistencia de material iconográfico, encontrar descripciones sobre el interior de los hogares durante la última centuria del siglo xv resulta una tarea harto compleja. Solo en contadas ocasiones encontramos aportaciones valiosas de textos escritos que ofrecen algo de luz sobre esta cuestión, si bien principalmente hacen referencia al aspecto externo de los individuos. En este sentido, es muy reveladora la conocida descripción del político e intelectual granadino Ibn al-Jaṭīb (13131374) sobre las costumbres y usos de los granadinos: El vestido más usado por las distintas clases sociales y más propagado entre ellos es el de paño de lana teñido en invierno. Son muy variadas las calidades de las telas, según la fortuna y la posición social. En verano usan el lino, la seda, el algodón, el pelo fino de cabra, la capa de Ifrīqiya, los velos tunecinos y los finísimos mantos dobles de lana […]. 1 Este artículo se enmarca dentro de los objetivos del proyecto de investigación de I+D del Ministerio de Ciencia e Innovación: «De puertas para adentro: vida y distribución de espacios en la arquitectura doméstica (siglos xv-xvi). Vida y Arquitectura (VIDARQ)» (referencia I+D: HAR2014-52248-P) y del proyecto de investigación de I+D del Ministerio de Economía y Competitividad: «La Granada nazarí en el siglo xv: microhistoria de una entidad islámica en Occidente» (FFI2016-79252-P. AEI/FEDER, UE).

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María Dolores Rodríguez Gómez

Los turbantes son muy poco usados por los habitantes de esta ciudad; solamente lo llevan los jeques, cadíes, ulemas y el ejército magrībí […]. Las joyas de los ricos, como, por ejemplo, collares, brazaletes, ajorcas y pendientes son, hasta hoy día, de oro puro e, incluso, muchos adornos de los pies, de los que no son precisamente ricos, están hechos de plata pura. Las piedras preciosas, como el jacinto, topacio, esmeralda y aljófar, son copiosas entre las personas que ocupan una posición elevada, al arrimo de la sombra protectora del gobierno, o son de familia de rancio abolengo […]. Sus mujeres […] han llegado al colmo hoy en día en la variedad de los adornos, el empleo de afeites, la emulación en los tisúes de oro y brocados, y la frivolidad en las formas de los atavíos.2

A pesar de que el autor granadino hace referencia a todas las clases sociales, resulta evidente el hecho de que se extiende principalmente en la descripción de los más adinerados, personas que, por otra parte, formaban su entorno. Más difícil es encontrar detalles en las fuentes sobre gentes de un estrato inferior. Una de estas escasas aportaciones es la del alemán Jerónimo Münzer, que, como es bien sabido, visitó Granada dos años después de que fuese gobernada por los cristianos. Münzer, sorprendido por todo lo que veía, comentaba a propósito de la población granadina: No he visto a ningún hombre vestido de calzas, a no ser algunos peregrinos que las llevaban hasta las rodillas, sujetas con nudos en la parte posterior, de manera que a la hora de la oración y de las abluciones pudieran fácilmente quitárselas. Las mujeres, en cambio, todas llevan calzas de lino, holgadas y plegadas, las cuales se atan a la cintura, cerca del ombligo, como los monjes. Sobre las calzas vístense una camisa larga, de lino, y encima, una túnica de lana o de seda, según sus posibilidades. Cuando salen, van cubiertas de una blanquísima tela de lino, algodón o seda. Cubren su rostro y cabeza de manera que no se les ven sino los ojos. […]. Dan a cada esposa sus habitaciones, que, aunque pequeñas, las tienen muy limpias. Deben proveerlas, además, de aceite, harina, leña y otras cosas. Cada esposa invierte la dote en gastos propios, como collares, ropas, etc.3

2 Ibn al-Jaṭīb, Al-Lamḥa al-badriyya, en J. M. Casciaro (trad.), con estudio preliminar de E. Molina López, Historia de los Reyes de la Alhambra: el resplandor de la luna llena, Granada, Universidad-El Legado Andalusí, 1998, pp. 32-34. 3 Jeronimo Münzer, Itinerarium sive peregrinatio excellentissimi viri, estudio preliminar de F. Camacho Evangelista y traducción de J. López Toro, Viaje por España y Portugal. Reino de Granada, Granada, TAT, 1987, pp. 57-78.

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Indudablemente los diferentes tipos de textos de carácter jurídico sobre las aplicaciones prácticas del derecho islámico (aḥkām, nawāzil, fetuas, etc.) constituyen fuentes de información primordiales sobre los ajuares domésticos. Unas de estas aplicaciones prácticas, los documentos notariales, serán la fuente de la que va a beber este estudio. En este trabajo quisiera centrarme en la selección de una serie de documentos notariales árabes del siglo xv que contienen información sobre ajuares de familias granadinas, entendiendo ajuar (šawār o šiwār)4 en su sentido más amplio de «conjunto de muebles, enseres y ropas de uso común en la casa»,5 incluyendo también dependencias adyacentes, como establos y el aparataje que pudiesen contener, así como bienes semovientes (animales, esclavos), para conocer qué elementos concretamente se mencionan relacionados con las distintas categorías sociales y cuáles son las historias que trascienden más allá de estos bienes materiales. He pretendido seleccionar ejemplos de personas de diferentes sectores sociales, sin tener en cuenta a la familia nazarí y a las élites de su entorno, que he tratado de forma específica en otra publicación.6 Los documentos notariales que más nos ayudan a conocer los ajuares andalusíes no son únicamente contratos matrimoniales, como podría suponerse en un primer momento, sino que también ofrecen datos muy valiosos los testamentos, pliegos particionales, e incluso las compraventas.7 No son muy abundantes los documentos conservados del ámbito granadino que ofrecen información sustanciosa sobre el interior de los hogares. Los contratos matrimoniales atesoran datos muy valiosos pero se han conservado muy pocos.8 Por el contrario, sí que existe un número 4 Sobre el uso de este término, así como de otros relacionados (taŷhīz, ŷihāz, šūra), véase Amalia Zomeño, Dote y matrimonio en al-Andalus y el norte de África: estudio sobre la jurisprudencia islámica medieval, Madrid, CSIC, 2000, pp. 23-24. 5 1.ª acepción del Diccionario de la Lengua Española (DLE): http://dle.rae. es/?id=1OqSlXR [consultada el 22 de enero de 2017]. 6 «Ajuares dotales en casas nazaríes aristocráticas: los casos de la nieta del Šayj al-guzāt ’Utmán b. Abī l-’Ulà y de Cetti Meriem Venegas», en María Elena Díez Jorge (ed.), De puertas para adentro, Granada, Comares (en prensa). 7 Luis Seco de Lucena Paredes recoge un caso en el que el pago se hizo con una pieza de lino genovés. Véase Luis Seco de Lucena Paredes, Documentos arábigo-granadinos, Madrid, Instituto de Estudios Islámicos, 1961, doc. n.º 47b (en adelante DAG). 8 Amalia Zomeño localizó seis contratos. Véase Amalia Zomeño, «The Islamic Marriage Contract in al-Andalus (10th-16th centuries)», en A. Quraishi y F. E. Vogel (eds.), The Islamic Marriage Contract: Case Studies in Islamic Family Law, Cambridge, Islamic Legal Studies Program, Harvard Law School, 2008, pp. 136-155, espec. p. 137.

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algo mayor de pliegos particionales, si bien la mayoría de ellos incide en los bienes inmuebles, mientras que los bienes que albergan los interiores suelen presentarse de forma genérica como «sus vestidos», «sus objetos», «su mobiliario»,9 etc. En este trabajo me he basado principalmente en las escrituras de la recopilación de Luis Seco de Lucena Paredes, Documentos arábigo-granadinos (DAG), en donde edita y traduce un total de 95 documentos,10 así como en cuatro de los seis contratos matrimoniales conservados de época nazarí,11 además de algún otro inédito procedente de la Biblioteca de la Universidad de Granada (BUG). De esta documentación he seleccionado a cuatro familias de las cuales tenemos más información sobre los enseres y pertrechos que formaban parte del interior de sus casas. Puesto que normalmente las fuentes aportan más datos sobre las élites, me ha interesado sobre todo recoger información de otros sectores de la sociedad que con frecuencia permanecen en el ostracismo. De la primera de estas familias, que perteneció a un sector acomodado de la población, tenemos datos de mediados del siglo xv, mientras que las otras tres restantes formaban parte de un estrato social mucho más modesto, tal y como reflejan las fuentes de final de siglo, en fechas muy próximas e incluso contemporáneas a la anterior descripción de Münzer. LOS BANŪ ŶĀ’ AL-JAYR Y LOS BANŪ RIḌWĀN: DOS FAMILIAS DE ALCAIDES CONVERSOS Tenemos noticias de estos personajes a través del doc. n.º 7 de los DAG, aunque desgraciadamente no hemos podido localizar el paradero del texto árabe original, lo que me ha impedido cotejarlo con la edición Tres de ellos mencionados en la nota 5, dos incluidos en Luis Seco de Lucena Paredes, DAG, n.os 4 y 61, y otro romanceado en Manuel Gómez Moreno, «Carta de dote que se dio en tiempos en que Hornachos era de moros», Al-Andalus, 1 (1944), pp. 503-505, a los cuales habría que añadir otro más procedente del Archivo de la Catedral de Granada (en adelante ACGr), pendiente de catalogación, y que en estos momentos está en fase de estudio por María Dolores Rodríguez Gómez y Emilio Molina López.  9 A modo de ejemplo, véase Luis Seco de Lucena Paredes, DAG, n.os 47 y 58. 10 En esta recopilación he revisado tanto los catorce pliegos particionales (docs. 7e, 8, 12b, 20, 22, 24, 33a, 40b, 43, 47a, 49, 58, 64b y 92) como los cuatro testamentos (docs. 7b, 7c, 50 y 87) y los dos contratos matrimoniales (docs. 4 y 61) que contiene. 11 Véase nota 8.

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y traducción de Seco de Lucena Paredes. Este documento ya fue estudiado por Antonio Peláez Rovira desde el punto de vista de la relación de las familias de mawālī (término utilizado tanto para los cristianos conversos al islam como para los esclavos manumitidos) con el Estado nazarí, si bien cuestiones tales como el ajuar doméstico no fueron tratadas por no ser ese el objeto de estudio.12 Las circunstancias son las siguientes: el jeque y alcaide Abū Yazīd Jālid, hijo del jeque y alcaide Abū l-Ḥasan Ŷā’ al-Jayr, que ya había fallecido, hijo a su vez del difunto alcaide Abū Yazīd Jālid, mawlà del emir,13 decide firmar dos testamentos a fin de disponer cómo iba a ser el reparto de su legado y a quiénes iba a beneficiar. Por lo que respecta a sus herederos, estos son su esposa Fāṭima, también de familia de mawālī y además al servicio del poder gobernante, puesto que era hija del alcaide Abū ʻAbd Allāh Muḥammad, quien era hijo del ḥāŷib (chambelán) Abū l-Nuʻaym Riḍwān.14 Su otro heredero es el Tesoro Público (Bayt al-Māl), por lo que ha de entenderse que este matrimonio no tuvo hijos.15 Podemos tener una idea aproximada del nivel económico del marido, el alcaide Abū Yazīd Jālid, a través de la información vertida en las diferentes actas incluidas en este doc. n.º 7. La primera de ellas es una copia homologada el 15 de rabīʻ I de 858/15 marzo 1454 de un testimonio de expertos sobre tasación de una casa y un establo situados en el arrabal de Ajšāriš de Granada, cuyo original fue firmado el 15 de 12 Antonio Peláez Rovira, El emirato nazarí de Granada en el siglo xv: dinámica política y fundamentos sociales de un Estado andalusí, Granada, Universidad de Granada, 2009, pp. 377-382. 13 Según apunta Antonio Peláez Rovira, el abuelo de Fāṭima, Abū Yazīd Jālid, podría identificarse con un personaje llamado también Jālid, mawlà de Muḥammad V, que estuvo a su servicio en una embajada con destino a Tremecén. Su final fue trágico, puesto que el emir Yūsuf II ordenó ejecutarlo acusado de conspirar contra su persona. Véase Antonio Peláez Rovira, El emirato nazarí de Granada en el siglo xv, pp. 379-380. 14 Antonio Peláez Rovira, El emirato nazarí de Granada en el siglo xv, pp. 378-379, vislumbra la posibilidad de que este personaje sea el mismo Abū l-Nuʻaym Riḍwān que aparece en la inscripción de una lápida (recogida por E. Lévi-Provençal en sus Inscriptions árabes d’Espagne, Leiden-Paris, E. J. Brill-E. Larose, 1931, pp. 173-175, n.º 183, en la que consta como fecha de defunción el 14 de muḥarram de 845/4 de junio de 1441, y era miembro de la conocida familia de mawālī de los Banū Mufarriŷ). 15 Este asunto de la herencia vacante ha sido tratado por Amalia Zomeño en «El Tesoro Público como heredero en la Granada del siglo xv», en Francisco Toro Ceballos y José Rodríguez Molina (coords.), Estudios de Frontera, 9. Economía, derecho y sociedad en la frontera, Jaén, Diputación Provincial, 2014, pp. 857-870.

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šaʻbān de 856/1 septiembre 1452. La casa, que contenía dos fuentes con tazas de mármol, estaba situada en un lugar privilegiado de la ciudad y fue valorada en setecientos dinares de oro al cambio acostumbrado, mientras que el establo fue tasado en cuarenta dinares de la misma clase. Por medio de las copias de sus legados, fechado el primero a 16 de ŷumādà I de 856/5 de junio de 1452 (doc. n.º 7b), y el segundo a 29 de ŷumādà II de 856/18 de julio de 1452 (doc. n.º 7c), conocemos una tercera parte del patrimonio de Abū Yazīd Jālid. Concretamente el primer legado incluye la institución de dos habices. Uno de ellos lo destinó a favor de la fortaleza de Archidona y comprendía una cantidad de más de ciento treinta y cuatro marjales de predios, parcelas y lugares de tierras de regadío en la alquería de Belicena, en las proximidades de la capital granadina, incluyendo asimismo el riego de una cuarta parte del agua de la alquería, a la que tenía derecho, lo que es una prueba del poder económico de este alcaide. El otro habiz, mucho más modesto, era un lugar de regadío de unos catorce marjales de extensión en la misma alquería, y lo destinó a beneficio de dos hermanos, hijos de su socio. En el segundo legado dona veinte dinares de oro al cambio de plata acostumbrado para beneficencia, y la mitad del resto del tercio para ser distribuido entre musulmanes cautivos necesitados y muchachas doncellas huérfanas de padre, también con necesidades, a lo que habría que añadir en calidad de habiz una parcela de tierra de regadío en Belicena. Por lo que se ha visto hasta ahora, está claro que este alcaide era una persona de posición elevada pero ni en el testimonio de tasación ni en sus legados hay referencia alguna a objetos de ajuar doméstico. Continuando con el hilo de esta historia, parece evidente que Abū Yazīd decidió poner por escrito sus últimas voluntades cuando veía cercana su muerte puesto que él ya había fallecido en la siguiente escritura que contiene este documento, la 7d, que es una copia de un original datado de primeros de šaʻbān de 856/18 agosto 1452. El acta en cuestión es un mandato mediante el cual Tāŷ al-ʻUlà, en calidad de tutora testamentaria (waṣī) de Fāṭima (la esposa de Abū Yazīd), de la cual era tía paterna, concede un poder notarial al alfaquí Abū ʻAbd Allāh Muḥammad b. Muḥammad b. Juršūš para que represente a su tutelada en lo concerniente a la herencia de su esposo. Aproximadamente dos semanas después, el 15 de šaʻbān de 856/31 de agosto de 1452, se procede al reparto de la herencia según consta en el escrito 7e. La casa y el establo antes mencionados fueron

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subastados, consiguiendo hacerse con ellas el mandatario de Fāṭima por la cantidad en que fueron tasados ambos inmuebles. Además, se notifica que previamente se había procedido a la liquidación de la hijuela de Fāṭima que incluía «una aldea en Belicena, la casa y el establo citados, una viña en la alquería de Albolote, sus objetos, sus vestidos, las provisiones de boca que encontraron en su domicilio, el arnés de su caballería, su mula y el crédito a su favor contra Muḥammad b. Ṣārim, crédito garantizado por prenda».16 Seguidamente se precisa que asimismo se había procedido a reintegrar el importe aplazado del acidaque que Abū Yazīd debía a Fāṭima, al igual que el dinero que ella había invertido en el funeral de su esposo. Después de la firma del documento se inserta una apostilla en la que se detalla cuál fue el acidaque de Fāṭima, que estaba constituido por ciento diez dinares de oro al cambio corriente, una alfarda dorada (farda muḏahhaba)17 y un esclavo (jādim), y que lo que quedó como pago aplazado fueron cuarenta dinares, el esclavo y la alfarda. El total del acidaque estaba valorado en quinientos treinta y cinco dinares de plata de los de a diez, según se recoge en la escritura n.º 7f. Pero, ¿cuáles eran sus objetos y vestidos (asbābi-hi wa-aṯāṯi-hi)? Hasta ahora apenas si se han detallado bienes que formaban parte de la casa o de alguna dependencia, como un establo, una alfarda dorada, un esclavo, un arnés y una mula. Para conocer con más precisión cuáles eran estos objetos y bienes semovientes debemos recurrir a la última escritura, la 7f, mediante la cual la tutora testamentaria de Fāṭima, su tía paterna Tāŷ al-ʻUlà, rinde cuentas de los gastos que ha tenido que afrontar para poder realizar su labor. Para tener una idea de las sumas que se manejaron, únicamente precisaré que ella recibió dos mil cuatrocientos treinta y nueve dinares de plata de los de a diez para gestionarlos a favor de su tutelada. La cuestión principal para este trabajo es que, según se recoge en el documento, la tutora invirtió parte de esa cantidad en el siguiente ajuar para su sobrina Fāṭima: 16 Luis

Seco de Lucena Paredes, DAG, p. 18. p. 151, define «Alfarda» como: «Joya o pieza de cualquier género usada por la mujer para su adorno personal». Sobre la cuestión de las joyas entregadas en el contrato de acidaque, véase Amalia Zomeño, «Transferencias matrimoniales en el Occidente islámico medieval: las joyas como regalo de boda», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, 51/2 (1996), pp. 79-96. 17 Ibid.,

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Doscientos sesenta y dos dinares y medio por el precio de almohadas18 de seda para camas (mijādd min ḥarīr masānīd), sesenta y nueve dinares y medio por el de una cabecera19 de seda (marfaqa min ḥarīr), trescientos treinta y siete dinares y medio por el de un estuche/un alifafe (liḥāf)20 y ciento ochenta y siete dinares y medio a sedas (ḥarīr).21

Es decir, en total serían ochocientos cincuenta y siete dinares, algo más de una tercera parte de la cantidad que recibió para su sobrina. Por lo que respecta a la duda entre estuche o alifafe, esto se debe a que en la traducción de Seco de Lucena Paredes se recoge «estuche», mientras que en la edición aparece liḥāf.22 Ante la imposibilidad de verificar cuál de los dos términos sería el correcto, parece más oportuno incluir las dos opciones. De tratarse de un alifafe, resultaría que el ajuar que adquirió Tāŷ al-ʻUlà consistía exclusivamente en textiles, casi todos ropa del hogar, y sedas cuyo uso no se precisa. 18 Juan Martínez Ruiz documenta abundantemente el uso de este término en su Inventarios de bienes moriscos del reino de Granada (siglo xvi): lingüística y civilización, Madrid, CSIC, 1972, pp. 51-54, s.v. «almohada», y argumenta que deriva del árabe jadd, «mejilla». Aunque recoge información de época morisca, también tiene gran interés otro de sus trabajos: «Almohadas y calzados moriscos. Secuestros de bienes en Mondújar y en Granada (1557-1569)», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, 23/3 y 4 (1967), pp. 291-313. El trabajo de Dolores Serrano-Niza, incluido en el presente volumen, utiliza, entre otras, la anterior información, a la vez que ofrece una interpretación hipotética de lo que podrían ser diferentes tipos de almohadas andalusíes. Véase Dolores Serrano-Niza, «Textiles para el sueño. Ropa y ajuar morisco para hacer una cama», apartado «Almohada», pp. 145-147. 19 Para cabecera, ver Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, p. 70, s.v. «cabezal» y Dolores Serrano-Niza, «Textiles para el sueño», apartado «Almohada». 20 «Alifafe», según el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española (NTLLE) de la Real Academia de la Lengua Española es «Cosa de ropa forrada en pieles; aunque individualmente no se puede averiguar si era vestidura o colcha de cama» [http://buscon. rae.es/ntlle/SrvltGUIMenuNtlle?cmd=Lema&sec=1.0.0.0.0., consultada el 22 de enero de 2017]. Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, p. 130, s.v. «lehaf»: «del ár. liḥāf “colcha de cama” […]. E. P. de Alcalá, liháf “colcha de cama”». Una información más amplia en Dolores Serrano-Niza, «Textiles para el sueño», apartado «Cobertor, colcha, alifafe o almalafa», pp. 149-151. 21 Dolores Serrano-Niza ha estudiado específicamente la seda en al-Andalus. Entre sus varios trabajos, cabe destacar «Acerca del capítulo de la seda en el Kitāb al-Mujaṣṣaṣ de Ibn Sīda», en L. Charlo Brea (ed.), Reflexiones sobre la traducción: actas del Primer Encuentro Interdisciplinar «Teoría y práctica de la Traducción». (Cádiz del 29 de marzo al 1 de abril de 1993), Cádiz, Universidad, 1994, pp. 677-686. 22 Luis Seco de Lucena Paredes, DAG, pp. 19-20.

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De todo este asunto surgen varios interrogantes que llaman la atención, y que tienen que ver con el poder adquisitivo de la familia de la novia y las cantidades y conceptos recibidos como donaciones matrimoniales, puesto que el importe de la hijuela de su herencia debe ser calculado en función de las estrictas reglas del derecho sucesorio y no es negociable. Por lo que respecta al acidaque pactado con su esposo, este ascendía a quinientos treinta y cinco dinares de plata de los de a diez (escritura 7f), y consistió, como se ha mencionado, en ciento diez dinares de oro al cambio corriente, una alfarda dorada (farda muḏahhaba) y un esclavo (jādim). No parece una cantidad muy elevada, teniendo en cuenta la holgada posición de su familia. No obstante, la ausencia del contrato matrimonial impide conocer con precisión qué otras donaciones pudieron hacerse tanto por parte del novio, en concepto de siyāqa, como por parte de su propia familia, en calidad de niḥla.23 Lo que sí se sabe a través del requerimiento testimonial que solicita Tāŷ al-ʻUlà para rendir cuentas de su actividad como tutora testamentaria (escritura 7f) es que había recibido dos mil cuatrocientos treinta y nueve dinares de plata de los de a diez propiedad de Fāṭima de los que, descontando los quinientos treinta y cinco de su acidaque, quedaba un montante de mil novecientos cuatro dinares de plata de los de a diez que «corresponden a un crédito [a favor de dicha pupila], pago del predio situado en Manhal al-Sanīnāt (Abrevadero de al-Sanīnāt)24 que, por esos dinares, vendió a Fāṭima hija del alcaide Riḍwān Bannigaš» [nota 25 en página siguiente].25 23 Para las donaciones matrimoniales en al-Andalus son fundamentales los trabajos de Amalia Zomeño, Dote y matrimonio, y «Donaciones matrimoniales y transmisión de propiedades inmuebles: estudio del contenido de la siyāqa y la niḥla en al-Andalus», en P. Cressier, M. Fierro y J.-P. Van Stäevel (eds.), L’urbanisme dans l’Occident musulman au Moyen Âge: aspects juridiques, Madrid, Casa de Velázquez-CSIC, 2000, pp. 75-99. 24 Este abrevadero aparece en dos documentos pertenecientes al Archivo de la Catedral, descritos en Emilio Molina López, «Un nuevo fondo de documentos árabes granadinos: Archivo de la Catedral de Granada», en F. de Jong (ed.), Miscellanea arabica et islamica: Dissertationes in Academia Ultrajectina prolatae anno MCMXC, Lovaina, Uitgeverij Peeters, Departement Oriëntalistiek, 1993, pp. 275-292 (n.os 11 y 12); actualmente están en fase de edición, traducción y estudio por Emilio Molina López y María Dolores Rodríguez Gómez. El documento n.º 12 está formado por dos copias, homologadas en 1479, de dos escrituras fechadas a 29 de ṣafar de 852/4 mayo 1448, mediante el cual, unos expertos proceden a medir y a tasar varias propiedades, entre ellas una parcela del predio de Aḥbal Saʻd, situado en este abrevadero que pertenecía al emir (por aquel entonces Muḥammad IX el Izquierdo). El doc. n.º 11 trata sobre la permuta de estas propiedades, y está fechado dos días después de las escrituras precedentes. En

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¿De dónde procedían esos mil novecientos cuatro dinares? ¿Quizás eran herencia de su padre, la siyāqa de su esposo, o bien era la niḥla matrimonial entregada por su propia familia? No se puede añadir nada más a este asunto con la documentación de que disponemos por el momento. Por otra parte, cuesta creer que el ajuar de Fāṭima únicamente estuviese compuesto por la alfarda de oro, el esclavo, el arnés y la mula que entregó su marido como acidaque, además de los textiles que adquirió su tutora testamentaria. Evidentemente faltan datos. En cualquier caso, sí se pone de manifiesto que una mujer de su posición debía contar con joyas de oro y esclavos, así como con una montura, mientras que las telas entregadas como ajuar eran lujosas sedas empleadas, entre otras cosas, como ropa de hogar. FĀṬIMA BT. SAʻĪD B. LUBB Y MUḤAMMAD B. GĀDIR Se conoce la historia de esta mujer por medio de un estudio que le dedicó Amalia Zomeño, en donde se ponía el énfasis principalmente en los modos de transmisión de la propiedad y los posibles motivos subya-

función de esta permuta, la parcela situada en el abrevadero fue a parar a manos de los hermanos Abū l-Ḥasan ʻAlī y Abū ʻAbd Allāh Muḥammad, hijos de Muḥammad alFaḥḥām. ¿Podría pertenecer esta parcela al predio que fue vendido cuatro años después por Tāŷ al-ʻUlà a Fāṭima, hija de Riḍwān Bannīgaš? En los documentos también se precisa que el abrevadero estaba «en el cinturón (ṭawq) de Granada», y que lindaba al oeste con la acequia de al-Šaqq, identificada esta última, por Luis Martínez Vázquez, como la acequia del Jaque o Jaque del Marqués, llamada anteriormente Jaque de Aben Quimen, la cual había pertenecido a los reyes (agradezco a Luis Martínez Vázquez su generosidad al proporcionarme esta información). Las acequias del Jaque Alto y Jaque Bajo son ramales de la Acequia Gorda, y en el recorrido la primera pasa por la zona de la carretera de Alcaudete y antigua carretera de Málaga, hasta llegar a la ciudad atravesando la calle Cañaveral, y continuando el trazado del camino de Ronda. La segunda parte de la acequia de Naujar hasta unirse con la del Jaque Alto. Para más información sobre esta zona, véase Miguel Jiménez Puertas y Luis Martínez Vázquez, «La organización social de un espacio andalusí: reflexiones en torno a la vega de Granada», en B. Arizaga Bolomburu et al., Mundos medievales: espacios, sociedades y poder: homenaje a al profesor José Ángel García de Cortázar y Ruiz de Aguirre, Santander, Universidad de Cantabria, 2014, pp. 159-172. 25 Luis Seco de Lucena Paredes, DAG, pp. 19-20. Sobre una posible relación entre la familia de Fāṭima, la esposa del documento, y los Bannīgaš, también familia de mawālī, véase Antonio Peláez Rovira, El emirato nazarí de Granada en el siglo xv, p. 380.

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centes.26 Mi propósito es profundizar en la descripción del hogar de Fāṭima bt. Saʻīd mediante el análisis de los ajuares registrados en su legado y en el pliego particional de su herencia,27 únicos documentos que han llegado a nuestros días sobre esta mujer, de cuyo marido, según se deduce por el nombre de su hija, solo se conoce que se llamaba Muḥammad b. Gādir. El legado de Fāṭima bt. Saʻīd lleva la fecha de 28 ṣafar 886/28 abril 1481,28 y en él dispuso que este fuera íntegramente para su nieta Fāṭima bt. Aḥmad b. Musāʻid. Este hecho de nombrar legatarias a las nietas parece ser que no era un fenómeno aislado sino que podría corresponder a una dinámica que se repetía en época nazarí.29 La fallecida dejó un caudal de trescientos dieciocho dinares y medio décimo de dinar, fortuna compuesta por bienes de diverso tipo que aparecen especificados con detalle.30 Su herencia estaba compuesta por ciertas propiedades inmuebles (una casa 26 «Siete

historias de mujeres: sobre la transmisión de la propiedad en la Granada nazarí», en María I. Calero Secall (coord.), Mujeres y sociedad islámica: una visión plural, Málaga, Universidad, 2006, pp. 173-197, espec. pp. 187-188. 27 El legado se encuentra en el archivo de la BUG con la signatura 33013 C-027 (64), y todavía se halla inédito, aunque fue descrito brevemente por Luis Seco de Lucena Paredes, «Escrituras árabes de la Universidad de Granada», Al-Andalus, 35 (1970), pp. 315-353, n.º 10. Por lo que respecta al pliego particional, forma parte del mismo archivo [doc. C-069 (5-47)], y fue editado y traducido por Luis Seco de Lucena Paredes, DAG, n.º 92. 28 Coincido con Amalia Zomeño en que el año de la firma es el 886, y no el 835 que recoge Seco de Lucena Paredes, quien da la fecha concreta de 28 de ṣafar 835/24 octubre 1432. Si fuese esta última versión, entre la escritura del legado y el pliego particional habrían mediado 58 años, lo cual parece muy poco probable. 29 Amalia Zomeño, «Siete historias de mujeres», p. 187. 30 Sin embargo, dista mucho de parecerse a los bienes de dotes y arras, particiones de herencias, almonedas o secuestro de bienes de moriscos, cuyo importe y número de pertenencias suelen ser muy superiores al de esta mujer andalusí, incluso entre las familias más humildes. Hay una abundante bibliografía sobre esta documentación morisca. A modo de ejemplo, merece la pena mencionar las obras de Juan Martínez Ruiz, «Siete cartas de dote y arras del Archivo de la Alhambra», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, 22 (1966), pp. 41-72 e Inventarios de bienes moriscos, pp. 214-293; Joaquina Albarracín Navarro, «Juan Martínez Ruiz y el testamento de María Xaylona», Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino. Segunda Época, 6 (1992), pp. 277296 y «Una carta morisca de dote y arras. Granada (1540) y Juan Martínez Ruiz», Sharq al-Andalus, 12 (1995), pp. 263-276; María Arcas Campoy, «Inventario de bienes de una morisca granadina emigrada a Lorca (Murcia)», Al-Masāq, 4 (1991), pp. 35-49 y «Una carta de dote y arras de la villa de Huércal (año 1541)», Boletín de la Asociación Española de Orientalistas, 37 (2001), pp. 21-34.

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en el Albaicín y una viña situada en Bunūṭ, fuera de Granada),31 valoradas en setenta y nueve dinares de plata, una manilla de oro (miqyās ḏahab)32 cuyo valor ascendía a cuarenta y cinco dinares y un décimo y medio de dinar, y una serie de objetos la mayoría de los cuales formaba parte del interior de su hogar. Estos objetos estaban tasados en ciento noventa y tres dinares y ocho décimos de dinar. Tras proceder a saldar una deuda de sesenta dinares de plata de los de a diez que había contraído con su nieta, ya fallecida,33 y el esposo de esta, Ḥākam b. Ibrāhīm b. Gālib, y que se saldó con la entrega de la casa en el Albaicín, el viudo de la legataria (a quien debía corresponderle ochenta y cinco dinares por la hijuela del legado) recibió, además, la viña y veinte dinares y tres dírhames por el precio de la manilla. Pero lo que más interesa en el presente trabajo son los objetos y los precios que se detallan en esta acta, cuya precisión no es muy frecuente en este tipo de material documental. Ḥakam b. Ibrāhīm recibió una redoma de vidrio (maḍraba) malagueña, valorada en seis dinares, un almirez chino (mihrās ṣīnī), de dos dinares, una caja o arca de madera (tābūt jašab),34 en dieciséis dírhames de

31 Tal y como apunta Amalia Zomeño, «Siete historias de mujeres», p. 188, siguiendo a María del Carmen Jiménez Mata, La Granada islámica: contribución a su estudio geográfico-político-administrativo a través de la toponimia, Granada, Universidad-Diputación Provincial, 1990, pp. 173-174, no está nada claro que Bunūṭ pueda identificarse con Pinos Puente. Jiménez Mata recoge una serie de documentos en donde se identifica Pinos Puente con el topónimo Bīnuš en La Granada islámica, pp. 168-169, a los que habría que añadir otro documento notarial del ACGr, publicado por Emilio Molina López y María del Carmen Jiménez Mata, «La propiedad de la tierra en la Vega de Granada a finales del siglo xv: el caso de Alitaje», Anaquel de Estudios Árabes, 12 (2001), pp. 449479, doc. n.º 21 (texto árabe en p. 465 y traducción en pp. 474-475). 32 Según Pedro de Alcalá miqyās tenía el significado de «manilla». Véase Federico Corriente (ed.), El léxico árabe andalusí según P. de Alcalá (Ordenado por raíces, corregido, anotado y fonéticamente interpretado), Madrid, Universidad Complutense, 1988, p. 174 y Federico Corriente, A Dictionary of Andalusi Arabic, Leiden-New York-Colonia, E. J. Brill, 1997, p. 451, s.v. «armlet». Esta palabra aparece documentada a mediados del siglo xv con el significado de pulsera o ajorca de mujer según Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, pp. 137-138. 33 El dato del fallecimiento de la nieta aparece en el estudio de Amalia Zomeño, «Siete historias de mujeres», p. 187, pero no se encuentra en la ed. y trad. de Luis Seco de Lucena Paredes. 34 Pedro de Alcalá recoge la acepción de «caixa» para este término en su «Arte y Vocabulista», en F. Corriente, El léxico árabe andalusí, p. 25; mientras que Luis Seco de Lucena Paredes define tābūt como «arca; relicario», en DAG, p. 150 (texto árabe).

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plata, una sierra pequeña (munšāyir) de un dinar, medio manto (durrāʻ)35 de importación (maqṭaʻ)36 de lienzo (šuqqa) y un telar (maramma)37 de madera tasados en diez dírhames, cinco almohadas (mijadd) usadas, otra (se supone que sin usar) y una barba postiza (laḥya jalʻa),38 todo por dieciocho dírhames, un almaizar (manšaf)39 usado de cinco dírhames, hilo de lino (gazal al-kattān) de seis dinares de plata, una sartén de cobre (miqlā nuḥās) de doce dírhames, un almadraque de cuero (maṭraḥ ŷild),40 un almaizar de hilo (manšaf gazal) de doce dírhames, un aljófar (ŷawhar)41 de 35 En A. de B. Kazimirski, Dictionnaire Arabe-Français, Beirut, Librairie du Liban, 1960, 2 vols. (reimp. de la ed. de París, Maisonneuve et Cie, 1860, 2 vols.), I, p. 690, se encuentra el término durrāʻa con el sentido de «Espèce de vêtement qu’on jette sur les épaules», que es el significado que mejor encaja en este texto de todos los que he encontrado. 36 Pedro de Alcalá recoge maqtaʻ como «naual lienço», «olanda», por lo que parece ser que esta tela era traída a Granada por mar desde los puertos holandeses. Véase Federico Corriente, El léxico árabe andalusí, p. 169. 37 Véase Federico Corriente, A Dictionary, p. 218. 38 Al igual que Luis Seco de Lucena Paredes, DAG, p. 145, no estoy muy segura de esta versión. 39 «Almaizar» aparece ya en el Vocabulario español-latino de Nebrija de 1495. Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611), es el primero en dar una amplia explicación de este término, y lo define como: «Es toca morisca, o velo, a manera de savanilla con que se cubren las moriscas, es de seda delgada, y listado de muchas colores con rapacejos en los estremos». Añade después: «Cobertura, y los moros se rodean a las cabezas estos almaizares, dejando colgar las puntas de los rapacejos sobre las espaldas». Véase NTLLE: http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUIMenuNtlle? cmd= Lema&sec=1.3.0.0.0 [consultada el 17 de enero de 2017]. Luis Seco de Lucena Paredes, DAG, p. 151: «Almaizar, banda o faja de tela con la que se forma el turbante». Ver también Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, p. 50, s.v. «almaizar» y Dolores Serrano-Niza, «Textiles para el sueño», apartado «Almaizar o sábana», quien recoge también su uso como ropa de cama, pp. 152-154. 40 Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, p. 48, s.v. «almadraque», refiere: «El hispanoár. maṭráḥ (ár. máṭraḥ) “colchón” dio en esp. almadraque […]». Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, p. 143, s.v. «matrac»: «Las formas matrac, matrás y matrá registradas, junto a almatrac, almadraque, almatraque (s.v. «almadraque») se refieren en general al “colchón de cuero” o “cojín de cuero”. En un mismo documento vemos figurar colchón (de lienzo) frente a matra […]». Dolores Serrano-Niza infiere que el «almadraque» podría ser «un tipo de tejido relleno con, al menos una cara, de cuero. Debían ser de diferentes tamaños y su uso sería más de asiento confortable, a modo de cojín o sofá». Véase, en este mismo volumen, Dolores Serrano-Niza, «Textiles para el sueño», apartado «Almadraque o colchón», pp. 142-144. 41 Véase Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, p. 55, s.v. «alxófar»: «Como es sabido, aljófar “conjunto de perlas, especialmente las pequeñas”, del ár. ŷáwhar

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diez dirhames, una alcatifa de lana (qaṭīfa ṣūf)42 de ocho dinares, unas zaleas (salā’iḥ) de diez dírhames, una alfombra para orar (saŷŷāda) de dos dírhames y una tinaja de barro (jābiya) para agua de ocho dírhames. Por lo tanto, observamos que el montante total de los objetos ascendía a 35 dinares y 95 dírhames o, lo que es igual, cuarenta y cuatro dinares y medio de plata de los de a diez, es decir, algo más de la mitad de lo que le correspondía a la difunta legataria. Fāṭima murió viuda puesto que, tal y como se observa en el pliego particional del 11 de ŷumādà I de 900/7 de febrero de 1495, entre los beneficiarios de su herencia no aparecía su marido, sino que estos fueron su única hija, ʻĀ’iša bt. Muḥammad b. Gādir, y, en calidad de agnado, el nieto de su hermano Muḥammad, que estaba representado por su madre Umm al-ʻAlī bt. al-Aysar. A cada uno de los herederos le correspondía la misma cantidad que al viudo de la legataria, ochenta y cinco dinares. Los bienes que recibió su hija ʻĀ’iša fueron diecisiete dinares y medio de plata y un buen número de objetos que habían formado parte del ajuar doméstico de su madre. Estos fueron una marlota de paño (mullūṭa milf)43 cuyo valor era de quince dinares, una camisa de lienzo (qamīŷa šuqqa) de cinco dinares, un almaizar (manšaf) valorado en tres dinares, una almalafa de cama (milḥafa sarīr)44 de cuatro dinares, dos calzas (ŷawrabayn)45 de treinta y dos dírhames, una caldera de cobre (burma nuḥās) de treinta dírhames, un azadón (bašāṭīr) de hierro de tres dírhames, “perlas” […]. El significado colectivo árabe se conserva en todos los documentos mencionados, pero NEBR. también lo usa con el sentido de “perla grande” […]». 42 Véase Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, p. 45, s.v. «alcatifa»: «En esp. alcatifa “alfombra fina”». 43 Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, pp. 140-142, incluye diferentes variedades de marlota. Véase una información completa sobre este término en Dolores Serrano-Niza, «En torno al itinerario de ciertas prendas de vestir: algunos arabismos sobre indumentaria», Fortunatae: Revista Canaria de Filología, Cultura y Humanidades Clásicas, 16 (2005), p. 296. 44 Martínez Ruiz recoge únicamente la acepción de «Especie de manto o velo grande con que se cubren los moros de la cabeza a los pies», en Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, p. 49, s.v. «almalafa». Véase una información más completa en Dolores Serrano-Niza, «Textiles para el sueño», apartado «Cobertor, colcha, alifafe o almalafa», pp. 149-151. 45 Pedro de Alcalá identifica ŷawrab con «calças de muger». Véase Federico Corriente, El léxico árabe andalusí, p. 38.

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una sábana (izār) de lienzo46 de sesenta dírhames, una orza de barro (baṭīra fajjār) de dos dírhames, un ataifor (ṭayfūr) de cuatro dírhames, un aljófar de diez dírhames, un vestido (durnūq)47 remendado de ocho dírhames, unos zaragüelles de mujer (sarwāl nisā’) de diez dírhames, un mandil48 bordado (manḏīl marqūm) de dieciséis dírhames, una toca de mujer (ʻamrūna)49 de doce dírhames, cinco almohadas (mijadd) de esparto (ḥalfa) valoradas en quince dírhames, una almalafa para la cabeza (milḥafa ra’s) de dieciocho dinares de plata de los de a diez, dos zapatos (sabbāṭayn)50 de cuero de trece dírhames y dos camisas que habían sido tasadas en diez dírhames. Umm al-ʻAlī bt. al-Aysar recibió para su hijo, el agnado de la herencia, cuarenta y cuatro dírhames en metálico. El resto de la hijuela constaba de distintos elementos del hogar y atavíos personales que paso a detallar: una pieza tubular de collar de oro o «tute» (tūt ḏahab),51 que tenía un valor de sesenta dinares de plata, un aljófar que había sido tasado en un dinar, un vestido de diario (faḍla)52 de lienzo cuyo valor era de treinta y seis dírhames, dos redomas de vidrio de cincuenta dírhames, un manto (šamla)53 de paño de ocho dírhames, un armario o aparador 46 En la edición y traducción no figura la palabra «lienzo» (šuqqa), que sí aparece en el manuscrito. Para el término izār véase Dolores Serrano-Niza, «Textiles para el sueño», apartado «Almaizar o sábana», pp. 152-154. 47 En Pedro de Alcalá encontramos durnūq con el significado de «vestidura remendada». Véase Federico Corriente, El léxico árabe andalusí, p. 65. 48 Sobre este término véase Dolores Serrano-Niza, «En torno al itinerario», pp. 295296. 49 Para la definición de esta palabra véase Federico Corriente, A Dictionnary, p. 364: «woman’s toque or hood». 50 En el original, con el signo de la šadda sobre la bā’. Véase, para sabāṭ, la equivalencia que ofrece Pedro de Alcalá: «calçado, çapato» en Federico Corriente, El léxico árabe andalusí, p. 92. Para el calzado morisco, resulta de gran interés el trabajo de Juan Martínez Ruiz, «Almohadas y calzados moriscos». 51 Aunque Luis Seco de Lucena Paredes traduce como «oro en polvo», Martínez Ruiz, en Inventarios de bienes moriscos, pp. 191-192, recoge el testimonio de Manuel Gómez Moreno en Ars Hispaniae. Arte mozárabe, III, p. 341, quien dice a propósito del término «tuta»: «Tipo de collar árabe es el hayte compuesto de piezas tubulares, abellotadas o esféricas, que llamaban tutes. Eran corrientes en el período nazarí; se mantuvo entre los moriscos granadinos […]. En los tesorillos que se han encontrado hay tutes alargados, rematando en semiesferitas […]». 52 A. de B. Kazimirski, Dictionnaire, II, p. 607: «Vêtement de tous les jours, vêtement dans lequel on travaille». 53 Ibid., I, p. 273: «Manteau qui enveloppe tout le corps».

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(marfaʻa)54 de ocho dírhames, un alifafe de ochenta dírhames, unas tocas (ʻimārīn)55 usadas de diez dírhames y dos tocas (ʻamrūnatayn) de cuatro dírhames. De esta relación de bienes se extrae una idea bastante completa de qué objetos formaban parte de la morada de Fāṭima bt. Saʻīd b. Lubb. No era una persona acostumbrada a lujos, pero sí poseía una variedad de ropas, telas, utensilios, piezas… necesarios para atender el día a día. El surtido de piezas que formaba parte de su ajuar doméstico, según consta en el pliego particional, permite su agrupamiento en diferentes categorías: — textiles, entre los cuales los ropajes y vestimentas para uso personal fueron parte importante del ajuar de Fāṭima bt. Saʻīd, detallándose prendas como medio manto de importación de lienzo, un almaizar usado, un almaizar de hilo (gazal), otro almaizar, una marlota de paño, una camisa de lienzo, dos calzas, un vestido (durnūq) remendado, unos zaragüelles de mujer, un mandil bordado, una toca de mujer, otras dos tocas y varias usadas, una almalafa para la cabeza, dos camisas, un vestido de diario de lienzo y un manto de paño. La ropa de hogar aparece mencionada en repetidas ocasiones. Así, se encuentran cinco almohadas usadas, otra sin usar, una alcatifa de lana y una sábana de lienzo. Muy relacionado con los textiles estaría el lino hilado que recibió el legatario de la herencia. — mobiliario y objetos del hogar, entre los que cabe destacar los utensilios de cocina, tales como las tres redomas de vidrio, especificándose en un caso que eran de tipo «malagueña», un almirez chino, una sartén de cobre, una tinaja de barro, una caldera de cobre, una orza de barro y un ataifor. También aparece en esta relación objetos que se suelen relacionar con otras estancias de la casa, como una caja de madera (que cabe la posibilidad de que fuese utilizada asimismo para uso culinario, o bien podría ser el arca para guardar la ropa, por ejemplo), un almadraque de cuero, unas zaleas, una alfombra o estera para orar, una almalafa de cama, cinco almohadas de esparto y un armario o aparador.

54 Según Pedro de Alcalá, marfaʻa es: «aparador, tablado como ventana, almario, uasar». Véase Federico Corriente, El léxico árabe andalusí, p. 79. 55 En el manuscrito no aparece la yā’ del plural.

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— joyas y objetos de uso personal: Aunque son pocas las joyas mencionadas, sin duda la que tiene más valor y por ello creo que figura separada del resto de los objetos es la manilla de oro. Las únicas otras joyas que se mencionan son tres aljófares y un «tute» de oro. Resulta muy curiosa la presencia de una «barba postiza» (laḥya jalʻa), si bien hay que partir del hecho de que esta interpretación no es muy segura, aunque no parece muy dudosa la lectura de los términos en árabe. Además, también se precisan dos zapatos de cuero. — herramientas e instrumental de trabajo: una sierra pequeña, un telar y un azadón de hierro. Como se puede observar, entre sus bienes no figuran sedas, sino tejidos de lienzo, hilo o paño. El atuendo personal y la ropa de casa era el justo e indispensable, mientras que de las joyas únicamente hay que destacar un objeto valioso, que era la manilla de oro. Por último, conviene hacer referencia a la presencia de un azadón de hierro, necesario para la dedicación agrícola de los habitantes de la casa (recordemos que Fāṭima poseía una viña en Bunūṭ), la sierra así como el telar, este último omnipresente en los hogares granadinos.56 Un dato importante es que tanto el marido de su difunta nieta, en calidad de heredero de la legataria, como su sobrino nieto, en calidad de agnado, reciben bienes propios del ajuar de una mujer, con excepción de la sierra pequeña, que le fue adjudicada al viudo de la nieta. A falta de un mayor número de objetos propios de las actividades de los hombres, estos herederos podrían destinar esas pertenencias a las mujeres de su familia, o incluso venderlos. En el caso de ʻĀ’iša, la hija de la fallecida, 56 Las fuentes «madre» de la escuela jurídica mālikī, que regía en al-Andalus, dejan constancia en los estudios sobre nafaqāt (pensiones del varón hacia su esposa o cualquier otro individuo o animal bajo su responsabilidad) de cuál sería el mínimo de bienes y útiles exigido para el buen funcionamiento del hogar. A modo de ejemplo, véanse las opiniones que recoge Ibn Rašīq (siglo xi), en su Kitāb al-Nafaqāt, sobre la pensión del marido a su esposa, que comprende: «todo aquello que se considera básico para vivir: la alimentación, el vestido y el calzado, el alojamiento, el menaje y los muebles, productos de belleza y una cantidad fija al mes». Véase Seila de Castro García, «El Kitāb al-Nafaqāt de Ibn Rašīq: un tratado sobre las pensiones en al-Andalus», eHumanista/IVITRA, 9 (2016), p. 244. Más detalles en pp. 243-247. Ibn Rašīq fue la principal fuente del Zahrat al-Rawḍ de Ibn Bāq (m. 763/1362), referido en este mismo volumen por Dolores SerranoNiza en su trabajo «Textiles para el sueño».

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todo lo que recibe es característico del ajuar femenino salvo el azadón de hierro, útil importante para las faenas agrícolas de la familia. Se puede comparar la relación de bienes del interior de la casa con las que se encuentran en un documento escrito en castellano y fechado a 28 de mayo de 1993. El documento recoge la relación de las haciendas de cuatro mudéjares cuyas posesiones se escribieron en la ciudad de Granada.57 Los bienes de la casa de Hayet, vecino de Baza, fueron tasados en trescientos sesenta reales y medio58 mientras que los de la viuda Zahara fueron valorados en trescientos ochenta y tres reales y medio,59 frente a los trescientos dieciocho dinares y medio décimo de dinar en que estaba tasado el patrimonio de Fāṭima. Aunque, evidentemente, hay que tener en cuenta la fluctuación de los precios y el valor de las distintas monedas en los años que median entre un documento y otro resulta obvio que estas familias pertenecían a una misma escala social. No obstante, la información vertida sobre los ajuares domésticos en la partición de herencia de Fāṭima es bastante más escueta que las relaciones incluidas en el documento castellano. UMM AL-FATḤ BT. ABŪ L-QĀSIM AL-ḤANNĀṬ Y ABŪ ŶAʻFAR AḤMAD B. MUḤAMMAD AL-FAJJĀR Umm al-Fatḥ era huérfana de padre cuando contrajo matrimonio en primeras nupcias con Aḥmad. El documento que acredita esta unión fue firmado el 18 de ḏū l-qaʻda de 893/25 octubre 1488.60 La parte al contado del acidaque (naqd) constaba de una cantidad en metálico, por una cuantía de seis dinares de oro al cambio corriente, así como una serie de objetos de ajuar. Estos objetos eran principalmente textiles, detallándose un campuz de Abla (kanbūš labliyya),61 un almaizar murciano de seda 57 Juan

Martínez Ruiz, «Ropas y ajuar de mudéjares granadinos (año 1493)», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, 38 (1983), pp. 125-126. 58 Ibid., pp. 125-126. 59 Ibid., pp. 128-129. 60 Se encuentra en el Archivo de la Universidad de Granada, caja 069 (5-41). Fue editado y traducido por Luis Seco de Lucena Paredes, DAG, n.º 61. 61 Según Pedro de Alcalá, Kanbūš es «antifaç, baruadero, toca, uelo de muger», en Federico Corriente, El léxico árabe andalusí, 181. Para Luis Seco de Lucena Paredes, DAG, p. 152, «campuz» es «velo o toca de mujer». Martínez Ruiz lo recoge en su Inventarios de bienes moriscos, pp. 78-79, s.v. «canbuy».

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de cinco rayas (manšaf ḥarīrī mursī jammāsī), un fostul grande de lino (fuštūl šarb kabīr)62 y un almaizar baezí de seda (manšaf bayyāzī min al-ḥarīr). Además, Aḥmad también ofrece a su esposa un tabaque con perfumes (ṭabaq bi-ʻaṭr)63 y adornos (zīna) que no se especifican. Por lo que respecta a la parte aplazada del acidaque (kāli’), que debía ser entregada a los seis meses de la firma del contrato, se componía asimismo de una parte en metálico (dos dinares de oro también al cambio corriente) y otra en ajuar, que estaba formado únicamente por una alfarja de lino (farja šarb)64 de seis onzas (awāq) de peso, con dos onzas de oro en sus bordes. El resto de las donaciones matrimoniales no contiene ninguna pertenencia de ajuar. Así, la madre del novio aportó en concepto de niḥla una casa en la alquería de Pulianas y unas tierras. Aḥmad, hermano de la novia, le entregó (sallama la-hā) una variedad de objetos que tenían ambos en régimen de copropiedad (asbāb ʻalà ijtilāfi-hā wa-sā’ir aʻwāni-hā wa-aṣnāfi-hā). No se especifica qué tipo de bienes, pero anteriormente había confesado que compartían varios terrenos en la periferia de Granada, de los cuales se informa con detalle. Por último, ʻĀ’iša, la hermana 62 Luis Seco de Lucena Paredes, DAG, p. 152, recoge «foxtul» con el significado de «Velo o toca de mujer, que usan actualmente las israelíes en Marruecos». Elías Zerolo, también recoge un significado parecido en Diccionario enciclopédico de la lengua castellana, París, Garnier Hermanos, 1895, 2 vols., p. 1088, 3.ª acepción: «Fostul: Velo o toca de mujer», visto en NTLLE: http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUIMenuNtlle?cmd=Lema&s ec=1.3.0.0.0. [consultada el 17 de enero de 2017]. Véase también Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, p. 112, s.v. «festul». 63 Aunque el término ṭabāq suele relacionarse con el significado de «bandeja» o «plato», en este caso tiene mayor coherencia el de «cestillo», acepción que aparece documentada en Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, p. 180, s.v. «tabaque»: «Como es sabido, tabaque “cestillo” viene del ár. ṭábaq “fuente, bandeja, canastillo” […]. Juan Manuel en su Tratado sobre las armas, escribe tabaque “espuerta o canastillo de mimbres”». En 1604 ya se recoge con la acepción de «panier» en el diccionario de Juan Palet (Diccionario muy copioso de la lengua española y francesa [http://ntlle.rae.es/ntlle/ SrvltGUIMenuNtlle?cmd=Lema&sec=1.0.0.0.0., consultada el 18 de enero 2017]). El tabaque es hoy en día un «cestillo o canastillo de mimbre» (DLE: http://dle.rae.es/ ?id=YrNdH93|YrNmW0x, consultada el 18 de enero de 2017). 64 En el original se aprecia el punto de la letra jā’, por lo que esta palabra no puede ser farḥa (alforja), tal y como aparece en la ed. y trad. La «alfarja» es: «vestido compuesto de faldellín y blusa con mangas, según Luis Seco de Lucena Paredes, DAG, p. 151. Generalmente ambas partes eran de color distinto y estaban confeccionadas en seda y terciopelo». Véase también Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, p. 111, s.v., «farha».

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del novio, le entrega a este (sallamat la-hu) su parte de una casa en la Alcazaba Vieja (al-Qaṣaba al-Qadīma), que ambos compartían. Se vuelve a constatar en este documento que los bienes que figuran como entregados en concepto de ajuar doméstico eran muy escasos, si bien no ocurría lo mismo con los bienes inmuebles, en comparación con los primeros. Por otra parte, y al contrario que en las escrituras anteriores, no se precisa la cuantía total del acidaque ni se desglosa el valor de cada una de las pertenencias, aunque esto no es imprescindible según la escuela jurídica mālikī.65 Tratándose de un documento de tanta relevancia, es curiosa la falta de precisión de los datos económicos de los objetos que aparecen mencionados. Este rasgo característico de los documentos notariales árabes granadinos que ya se ha señalado en los casos anteriores se pone de manifiesto de forma más evidente con Umm al-Fatḥ y Aḥmad. UMM AL-FATḤ, HIJA DEL MAESTRO ʻALĪ B. QĀSIM ZAʻNŪQ Y QĀSIM B. ʻALĪ B. YAʻLÀ AL-ŶAYYĀNĪ Las noticias que poseemos del hogar de Umm al-Fatḥ y Qāsim provienen de un documento inédito del Archivo de la Catedral de Granada (ACGr) que contiene un contrato matrimonial, junto a dos actas de repudio (ṭalāq), dos actas de reanudación matrimonial (riŷ‘a) y otra que es un escrito que justifica que la esposa había recibido el acidaque (barā’), tanto la parte al contado como la aplazada.66 La mayor parte de la información sobre el hogar de esta familia se encuentra en el acidaque del contrato matrimonial, que lleva la firma del 5 de raŷab de 896/14 mayo 1491. Este, como suele ser habitual y al igual que el caso anterior, estaba compuesto por una parte al contado y otra aplazada. La parte al contado (naqd) consistió en un pago en metálico de veinte dinares de plata de los de a diez nuevos, y varias prendas y accesorios para la novia: una alfarja nueva de lino amarillo de tres onzas, un fostul de lino de un codo y medio, un tabaque con perfume y adornos (zīna) apropiados para ella. Por lo que respecta a la parte aplazada, únicamente consistió en cinco dinares de plata, a pagar en cinco meses, sin 65 Amalia

Zomeño, Dote y matrimonio, p. 81. documento está todavía sin catalogar, y se encuentra en el legajo 546-6. Actualmente está siendo editado y traducido por Emilio Molina López y María Dolores Rodríguez Gómez. 66 El

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ningún objeto de ajuar. La niḥla del padre de la novia resultó ser un pequeño inmueble situado en altura: una almacería67 en el barrio del Mauror de Granada. Del resto de la información que aparece en las otras escrituras de este documento solo se podría destacar como un objeto que podría pertenecer al interior de la casa el lino que Qāsim se comprometió a abonar a Umm al-Fatḥ en el primer contrato de reanudación matrimonial, cuya firma tuvo lugar el 20 de ŷumādà II del año 903/14 febrero 1498. Hay varias circunstancias que resultan sorprendentes en este contrato matrimonial: las cantidades que se manejan son muy poco significativas, el ajuar es más que austero, pero aun así esta pareja decidió poner por escrito todos estos momentos relevantes de su vida, y no solo eso sino que lo hizo en un pergamino de tamaño considerable, material cuyo valor era superior al del papel, mucho más frecuente en los documentos notariales granadinos. Por otra parte, es bastante notorio el paralelismo que existe entre este contrato de acidaque y el anterior. Tres años separan a ambos contratos. ¿Se podría concluir que la práctica local granadina de finales del período andalusí impuso un determinado estándar de acidaque para familias con pocos recursos? En estos dos últimos contratos matrimoniales se evidencia, además de fincas rústicas y urbanas,68 la entrega de un pago al contado en moneda y un ajuar, muy humilde, compuesto 67 Para estas construcciones en altura, véase Julio Navarro Palazón y Pedro Jiménez Castillo, «Plantas altas en edificios andalusíes: la aportación de la Arqueología», Arqueología Medieval, 4 (1996), pp. 107-137; María Dolores Rodríguez Gómez, «Documentos notariales árabes sobre almacerías (mediados s. xv-1499): edición y traducción», Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada, 2.ª época, 19 (2007), pp. 217-258; María Dolores Rodríguez Gómez, «Les maṣārī de Grenade d’après quelques documents arabes (1442-1490)», Bibliotheca Orientalis, 65, 5/6 (septiembre-diciembre 2008), columnas 555-594; María Dolores Rodríguez Gómez, «Algunos interrogantes sobre la ciudad islámica: etimología, estructura arquitectónica y funcionalidad de las almacerías», Anaquel de Estudios Árabes, 21 (2010), pp. 77-98. También es de gran interés para las almacerías el siguiente trabajo: Christine Mazzoli-Guintard, «Género y arquitectura doméstica en Córdoba en el siglo xi: construcción y usos de la algorfa», en María E. Díez Jorge y J. Navarro Palazón (eds.), La casa medieval en la Península Ibérica, Madrid, Silex, 2015, pp. 289-306. 68 Este fenómeno de mujeres propietarias de viviendas y tierras ha sido estudiado por Amalia Zomeño, Dote y matrimonio, y «Siete historias de mujeres», entre otros trabajos. Véase, además, para el caso de mujeres dueñas de viviendas, María Dolores Rodríguez Gómez, «Mujeres granadinas en el fondo árabe del Archivo de la Catedral de Granada (s. xv): avance de la investigación», Códice. Revista de Información Histórica y Archivística, XXI (2008), pp. 37-47.

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de velos, tocas y otras ropas (almaizares, fostules, alfarjas), así como un tabaque con perfumes, y adornos, utilizando en este último caso una expresión idéntica: ṭabāq bi-‘aṭr wa-zīna. Desgraciadamente el escaso número de actas de este tipo encontrados hasta ahora69 impide formular hipótesis más concluyentes. La parquedad de la información sobre objetos de ajuar es tan clamorosa en este caso que resultaría redundante volver a insistir en lo mismo. CONCLUSIONES Un hecho que resulta más que evidente del análisis de estas fuentes es la gran importancia de los textiles en los hogares de estas familias granadinas de finales del siglo xv, en comparación con otros utensilios, como el mobiliario, que apenas es mencionado (una caja o arca, un armario o aparador). Las propiedades del interior de las casas relacionadas con la única familia estudiada perteneciente a la élite podrían ser consideradas, como cabría suponer, bienes de lujo (sedas, un esclavo…), frente al más modesto ajuar de las familias poco pudientes, compuesto por pertenencias realizadas con materiales menos nobles (recordemos las «cinco almohadas de esparto»), con la excepción de alguna joya de oro. Al tratarse de pertenencias propiedad de mujeres, los instrumentos de trabajo que se mencionan mayoritariamente son los propios de las tareas domésticas (menaje de cocina, un telar), aunque se percibe algún objeto más propio de un ajuar masculino, como es el azadón para las faenas agrícolas. No se debe olvidar que, además de casas o almacerías (en un caso), todas ellas poseían tierras en las cercanías de la capital, por lo que no es de extrañar que heredasen esos utensilios de sus maridos difuntos. Recordemos en este punto el uso amplio que se ha dado en este trabajo al término ajuar, tal y como se ha mencionado al principio. Es significativo que personas con un poder adquisitivo muy humilde pongan por escrito estos documentos, lo que implicaría abonar sus servicios a los notarios y el pago del papel o, según se ha explicado en un caso, el pergamino, aún más caro. Pienso que esto podría deberse a que el acto del reparto de una herencia y del matrimonio eran unas circunstancias de tanta relevancia para la vida de una persona, especialmente para 69 Vid.

supra, nota 8.

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las mujeres (son dos de los escasos medios que tenían de hacerse con un patrimonio propio), que explicaría esta decisión con objeto de evitar posibles pleitos o litigios. Por otra parte, y muy relacionado con lo anterior, resulta sorprendente la escasez de datos de ajuar que proporcionan estos documentos en comparación, por ejemplo, con los moriscos. Creo que esto no es imputable únicamente a la situación socioeconómica del momento, con una población acosada por el pago de tributos a Castilla y un posterior período de guerra, que causaría penuria y escasez de bienes; tampoco podría ser justificable por la costumbre, recogida por Münzer y señalada en la cita al principio de este trabajo, según la cual las esposas invertían la dote en collares, ropas, etc., puesto que, si bien esto podría ser válido para los contratos matrimoniales, no explicaría la pobreza de material de ajuar que se percibe también en los legados y particiones de herencias. El número de casos en los que se especifica con un cierto detalle la composición de los ajuares es insignificante en comparación al esmero que se pone en ofrecer información sobre las fincas agrarias o urbanas. Los predios, parcelas, casas, almacerías, aparecen perfectamente detallados en cuanto a su ubicación, lindes y frecuentemente también en cuanto a precios. Sin embargo, cuando se trata de pertenencias del interior del hogar, en la mayor parte de las ocasiones, como se ha explicado, simplemente se habla de objetos de forma genérica o, incluso, ni siquiera se mencionan.70 Esta parquedad de datos con respecto a la composición del ajuar es muy chocante para la primera protagonista de este trabajo, puesto que se trata de una persona de un estatus social elevado. Para otras mujeres de condición más humilde la omisión de detalles resulta clamorosa. A modo de ejemplo, Umm al-Ḥasan bt. Yūsuf b. Abī l-Ḥadīd, que a su muerte había dejado en herencia, además de ciertos bienes inmuebles, «sus vestidos y el instrumental de trabajo», cuando se procede al reparto de la misma únicamente se especifica de estas últimas pertenencias un almirez, una taza, una libra de seda hilada y un vestido remendado de paño color verde.71 Resulta poco creíble que este fuera el único ajuar de una persona que era propietaria de una casa y una parcela, y que vivía con su marido, su hija pequeña y pudiera ser que también con su hijo mayor. Quizás 70 Este

sería el caso del contrato de acidaque recogido por Luis Seco de Lucena Paredes, DAG, n.º 4, que solo registra dinero en metálico y propiedades inmuebles. 71 La microhistoria de Umm al-Ḥasan bt. Yūsuf b. Abī l-Ḥadīd ha sido analizada por Amalia Zomeño, «Siete historias de mujeres», pp. 180-183.

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detrás de esta omisión que se percibe en estos últimos documentos notariales andalusíes pudiese haber alguna intencionalidad que se me escapa, o tal vez se trate simplemente de querer destacar aquello que podía dar más estabilidad a las mujeres, como eran las propiedades inmuebles. Hoy por hoy esta es una vía de investigación pendiente de explorar.

TEXTILES PARA EL SUEÑO. ROPA Y AJUAR MORISCO PARA HACER UNA CAMA1

Dolores Serrano-niza Universidad de La Laguna

INTRODUCCIÓN Una de las aportaciones más importantes para recuperar la historia de las mujeres ha sido la revisión de documentos que no se habían tenido en cuenta o que eran menos conocidos. También las nuevas lecturas de acreditados textos —hechas esta vez bajo la mirada atenta de la perspectiva de género— pero, sobre todo, la mayor aportación ha sido la investigación enfocada en aspectos muy concretos, como la familia, el matrimonio y los trabajos de cuidado y reproducción. En otras palabras, se ha dirigido el análisis al ámbito doméstico, asignado tradicionalmente a las mujeres, con todo lo que ello representa. La casa ha sido contenedor físico de las relaciones cotidianas. La documentación que permite acceder a este mundo de emociones dentro del hogar, no es, ni mucho menos, inédita. Se trata, por ejemplo, de conocidos testamentos, inventarios de bienes, documentos de compra venta o cartas de dote y arras, a los que, sin embargo, se les ha interpelado de manera diferente y al hacerlo, sus respuestas han resultado ser nuevas y así se han abierto las puertas a un ignoto conocimiento sobre el interior doméstico. 1 El presente trabajo se inserta en el marco del proyecto de investigación «De puertas para adentro: vida y distribución de espacios en la arquitectura doméstica (siglos xv-xvi). Vida y Arquitectura (VIDARQ)» (referencia I+D: HAR2014-52248-P).

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En esta línea de trabajo, Margarita Birriel Salcedo propone la relectura de las cartas de dotes sobre las que indica que ante todo hay que «tener en cuenta el discurso implícito en toda la documentación»2 porque, añade, generalmente, «suele perderse de vista su significación material y simbólica para las mujeres. Y quiero volver a insistir sobre esto, pues, con frecuencia se desdeña la carta de dote sin comprender lo que el patrimonio dotal significa para las mujeres como expresión de la feminidad, del ser mujer, como expresión de pertenencia a un determinado grupo familiar o social, y como copartícipe en la constitución de la economía familiar conyugal con los márgenes de negociación genérica que ello implica. Así pues, desde el interés por escriturar una dote hasta la consideración y selección de qué incluir en esa escritura o no, hay todo un universo de concepciones sobre qué es propiamente dote y ajuar pero también sobre la economía familiar, la representación social o la construcción social del género».3 De manera que, y de acuerdo con las palabras recién citadas, para la elaboración de este trabajo, me he servido de cierta documentación jurídica, esencialmente cartas de dote y testamentos ya que ambos aportan datos de gran interés por ser textos imprescindibles para conocer la mentalidad vigente en una determinada época y cultura. De hecho, los testamentos, pertinentemente interrogados, permiten desentrañar no solo el entramado familiar y su condición económica sino también la forma de pensamiento de quien testaba.4 Pero, además, ofrecen la enumeración de objetos, con más o menos detalle, de las cosas legadas así como su valor, siendo esta información ya de por sí provechosa aunque pudiendo ser más interesante aún, si se analizara qué se lega y a quién.5 Otros documentos de interés son los secuestros y los inventarios de bienes. En estos se hallarán noticias clave fundamentalmente cuando son preguntados bajo la perspectiva de los Estudios de Género como se hará en estas páginas. 2 Margarita Birriel Salcedo, «A propósito de Clío: miradas feministas», en Isabel de Torres Ramírez (coord.), Miradas desde la perspectiva de género. Estudios de las mujeres, Madrid, Narcea Ediciones, 2005, p. 53. 3 Margarita Birriel Salcedo, «A propósito de Clío», pp. 53-54. 4 Véase, en este mismo volumen, el artículo de María Dolores Rodríguez Gómez, «Entre sedas y esparto: la posición social de las familias andalusíes del siglo xv a través de sus ajuares», pp. 103-126. 5 Véanse los datos suministrados por Manuela Marín, Mujeres en al-Ándalus, Madrid, CSIC, 2000, pp. 336-339.

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Así las cosas, el objetivo principal trazado es partir de documentos granadinos, como Documentos arábigo-granadinos6 e Inventarios de bienes moriscos del reino de Granada (siglo xvi),7 para analizar el ajuar femenino; esas «cosas de mujeres» de las cuales ellas eran propietarias y, además, equipaban el interior doméstico. Estas fuentes tienen en común la línea cronológica en la que se escribieron, segunda mitad del siglo xv y primera mitad del xvi. Sin embargo, el que hayan sido escritos en lenguas diferentes va a servir a los principios metodológicos de este trabajo porque me permitirán profundizar en el análisis lingüístico y lexicográfico de cada término. De manera que la práctica jurídica que representan los 95 documentos árabes granadinos editados y traducidos por Seco de Lucena suponen un punto esencial de partida, sobre todo, aquellos donde hay una mayor descripción de objetos de ajuar. Por otro lado, Inventarios de bienes moriscos del reino de Granada (siglo xvi) de Juan Martínez Ruiz representan una colección de documentos que formaban parte de los Secuestros de bienes moriscos del Archivo de la Alhambra que abarcan la horquilla temporal que va desde 1549 a 1568. El principal interés de estos documentos es lingüístico ya que en ellos se puede apreciar la fuerza con la que el léxico árabe busca su sitio entre las palabras castellanas. No será esto una casualidad sino la huella que los hechos históricos van a dejar en la lengua castellana. Del vaciado de palabras relativas al ajuar realizado en esta documentación, me propongo reconstruir cómo era ese ajuar que las mujeres aportaban junto a su dote. Me interesa sobre manera la lengua en la que se nombra, es decir, la palabra y, en este sentido, no será casualidad que los vocablos que estudie sean arabismos, dado el momento histórico en el que la lengua castellana se encuentra. Por otra parte, me ocupo del objeto en sí mismo y su descripción, estando entre mis propósitos presentar una explicación lexicográfica a cada término estudiado así como plantear una hipótesis ilustrativa que acompañe, en forma de dibujos, a los resultados de mi investigación. Para alcanzar ese objetivo ha sido de gran ayuda la consulta de las miniaturas de las Cantigas,8 una representación 6 Luis

Seco de Lucena Paredes, Documentos arábigo-granadinos, Madrid, Instituto de Estudios Islámicos, 1961. 7 Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos del reino de Granada (siglo xvi): Lingüística y Civilización, Madrid, CSIC, 1972. 8 He consultado El Códice Rico de las Cantigas de Santa María de D. Alfonso el Sabio, Madrid, Edilan, 1979, 2 vols. (edición facsímil del códice T.I.1 de la Biblioteca de San Lorenzo el Real de El Escorial siglo xiii).

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ilustrada del siglo xiii, a pesar de los siglos que separan los textos aquí manejados y las citadas ilustraciones. Y es que, dada la escasez de fuentes iconográficas para el contexto andalusí y morisco, propiamente dicho, las Cantigas reflejan, para el estudio del interior doméstico, curiosos detalles sobre este, pudiendo contemplar habitaciones en las que un estrado, un lecho, unas cortinas y unos cojines o almohadas van introduciendo un mundo de textiles colorido y cálido. Pues bien, todos esos detalles analizados y confrontados con la documentación textual han sido de gran valor para algunas conclusiones que se expresarán en estas páginas. De manera que con esta documentación en la mano, y dada la limitación de espacio, me propongo dibujar con palabras los objetos de ajuar que habitaron en las alcobas moriscas, especialmente aquellos textiles con los que se hacía y vestía una cama. ELEMENTOS DEL AJUAR PARA VESTIR UNA ALCOBA No resulta sencillo poder definir exactamente qué elementos formaban parte del ajuar que la novia aportaba al matrimonio y, por tanto, al nuevo hogar. La búsqueda de estos datos —en lo que se podría denominar la jurisprudencia teórica— nos remite a muchos siglos atrás del período analizado, en los que los juristas andalusíes manifestaban la obligación del esposo a pagar una manutención (nafaqa) a la esposa.9 Por vía de ejemplo, me serviré de un texto de Ibn Bāq (m. 1362). En él se hallará un capítulo dedicado a las diferentes situaciones en las que el esposo debe —o no— suministrar vestido (kiswa) a la esposa. Es obvio que aquí el término árabe kiswa adquiere un sentido más amplio, más cercano a lo que se podría denominar indumentaria, entendiendo por ello no solo la ropa de vestir sino todos aquellos elementos textiles destinados a «vestir» la casa o, como se verá en el siguiente apartado, la cama.10 En definitiva, se habla de mobiliario textil y ropa de cama, tal y como definiré de inmediato aunque antes es preciso escuchar la voz de Ibn Bāq, quien citan 9 Véase, en este mismo volumen, el trabajo de María Jesús Viguera Molins y Christine Mazzoli-Guintard, así como el de María Dolores Rodríguez Gómez. 10 Sobre los componentes de la kiswa y su duración, según las fuentes jurídicas, véase Rachid El Hour, «La indumentaria de las mujeres andalusíes a través de Zahrat al-rawḍ fī taljīṣ taqdīr al-farḍ de Ibn Bāq», en M. Marín (ed.), Tejer y vestir. De la antigüedad al Islam, Madrid, CSIC, 2001, pp. 95-108.

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do a Ibn Rašīq (m. 1054),11 nos dice cómo el esposo debe proporcionar a la esposa: firāš, milḥafa, izār, liḥāf (que la cubra) y labad (para ponerlo en invierno encima de su firāš), y sarīr jašab (cama de madera) por temor a escorpiones, serpientes, pulgas y ratas. Además, continúa, debe darle lo que está bajo el firāš (colchón) como ḥaṣīr ḥalfā’ o bardī (estera de esparto o hecha con hojas de junco).12 De estas palabras se desprende lo que se debía considerar el ajuar básico de una mujer. Sin embargo, y teniendo en cuenta el objetivo de estas páginas, ni siquiera la propia palabra ajuar resulta especialmente clarificadora. No obstante, y siguiendo el rastro dejado en la documentación consultada, es posible establecer una tentativa de definición y clasificación de aquellos objetos que, tradicionalmente, formaban parte del ajuar. La primera distinción la tomo de una carta de dote y arras de 1558 en la que se expresa, antes del inventario propiamente dicho, el siguiente enunciado: «todos bienes e ajuar e preseas de casa siguientes que fueron apreçiados de mi consentimiento».13 Como se ve, junto al ajuar propiamente dicho aparecen las «preseas». Este término está en desuso con el significado de «mueble o utensilio que sirve para el uso y comodidad de las casas» pero sigue viva una primera acepción cuyo definición es «alhaja, joya, tela, etc., preciosas».14 Es decir, el vocablo presea tiene una connotación de objeto doméstico valioso y, según se deduce del listado de esos objetos, son elementos textiles para la casa que se entremezclan con joyas y ropa de vestir con los que la novia, en cierto sentido, participa en la economía familiar. De hecho, en la carta de dote y arras recién citada, se especifica que suman y montan los dichos bienes de la dote de la esposa un total de 82 958 maravedíes.15

11 Véase

el trabajo de Seila De Castro García, «El Kitāb al-Nafaqāt de Ibn Rašīq (s. xi): una compilación sobre las pensiones en al-Andalus», eHumanista/IVITRA, 9, 2016, 237-253 [http://www.ehumanista.ucsb.edu/ivitra, consultada el 16 de marzo 2017]. 12 Ibn Bāq, Kitāb zahrat al-rawḍ fī taljīṣ taqdīr al-farḍ (Libro de la flor del jardín, acerca del resumen de la evaluación de la obligación), editado por R. El Hour, Madrid, CSIC, 2001, pp. 104-106. 13 Archivo del Patronato de la Alhambra y el Generalife (en adelante APAG), L-9-39, año 1558, Carta de dote y arras, transcrito en Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes, p. 213. 14 Diccionario de la Lengua Española (en adelante DLE): http://dle.rae.es/?id= U5dNMdk [consultada el 5 de diciembre de 2016]. 15 APAG, L-9-39, año 1558, carta de dote y arras, transcrito en Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes, p. 214.

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Por otra parte tenemos el ajuar, de la voz árabe andalusí aššuwár, y este del clásico šawār o šiwār16 cuyas definiciones actuales recogen sus principales significados: ‘conjunto de muebles, enseres y ropas de uso común en la casa’ y ‘conjunto de enseres y ropas aportados por la mujer al matrimonio’.17 Por lo tanto, objetos que, llevados por la mujer al hogar, formarán parte de los enseres domésticos. Pero, en este transitar de significados de una lengua a otra en una amplísima línea temporal, desaparecen ciertos aspectos bien definidos en la documentación y, de esta manera, se elude que parte de ese ajuar femenino son joyas y ropas de uso de la propia esposa. Se podría decir que los bienes muebles que una mujer aporta al matrimonio estarían constituidos por el ajuar y los enseres domésticos, en un sentido muy amplio. De esta forma, el concepto de ajuar planteado en este trabajo, estaría formado por joyas e indumentaria además de las citadas «preseas», es decir, textiles, a veces de cierto valor económico y emocional, que representan, sobre todo, lo que hoy llamaríamos la «ropa de cama» o, como se cita también en documentos cristianos, como el que sigue, «cama de ropa»: «Juan García se obliga a vestir y a calzar a Catalina y a darle el último año, para ayuda de su casamiento, una cama de ropa: 2 colchones, 4 sábanas, 4 almohadas de buen lienzo y 1 manta; le dará también 2 camisas y la dejará razonablemente vestida».18 Podría sumarse a estos, algún otro objeto con una funcionalidad específica, como aquellos vinculados al uso personal, una alcoholera, por ejemplo. Por su parte, entre los enseres domésticos cabría incluir mobiliario, vajilla, menaje de cocina, entre otros, estrechamente relacionados con el espacio doméstico y el uso femenino y, una vez analizados los documentos, se podría concluir que la gran mayoría de los objetos de ajuar estarían presentes en la alcoba principal. La misma palabra alcoba resulta ser un arabismo.19 16 Federico

Corriente, Diccionario de Arabismos y voces afines en Iberorromance, Madrid, Gredos, 1999, p. 104. 17 Acepciones 1.ª y 2.ª, respectivamente, del DLE: http://dle.rae.es/?id=1OqSlXR [consultada el 5 de diciembre de 2016]. 18 Protocolo de Hernán Guerra, marzo 1510, transcrito por Emma González Yanes y Manuela Marrero Rodríguez, Protocolos del Escribano Hernán Guerra. La Laguna 15081510, Fontes Rerum Canariarum, 7, La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, 1958, p. 325. 19 Federico Corriente, Diccionario de Arabismos, p. 139. Véase, en este mismo volumen, el artículo de María Jesús Viguera Molins y Christine Mazzoli-Guintard, «Dispo-

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Lo cierto es que los muebles de estas casas de familias moriscas, como en su momento lo fueron las de las andalusíes, era realmente escaso. De hecho, buena parte de él respondía perfectamente al étimo latino del vocablo (moblis) haciendo referencia a su principal característica, la movilidad y, además, fue preferentemente textil.20 En árabe también existe un término que bien podría ser el equivalente a lo que en este trabajo se considera «mobiliario textil». Me refiero a la palabra naŷd: «con lo que se amuebla y adorna la casa en relación a la cobertura de paredes, techos y suelo», según lo registra Ibn Sīdah en su diccionario del siglo xi.21 DORMIR EN LECHO O CAMA Naturalmente, y aunque abundara el denominado «mobiliario textil», en las casas también podía haber otro tipo de muebles, de madera o de hierro, tales como el lecho y la cama. En este punto, es necesario establecer las diferencias conceptuales de este par de palabras usadas en el castellano como sinónimos, como se indica en el Diccionario de la Lengua Española.22 Sin embargo, con el objetivo de tratar cada término con un preciso significado, habría que contextualizarlas y cuando se hace, se encuentran los siguientes matices. La palabra lecho aparece en la documentación cristiana medieval aludiendo a un tipo de mueble con múltiples usos: como asiento, como mesa, como mostrador. Esa multifuncionalidad lo llevará a ser, en muchas ocasiones, el único mobiliario presente en la casa.23 Es probable que con ner casa a la esposa (Tremecén, 747/1346) y cumplir la obligación matrimonial de la añafaga (nafaqa)». Además, sobre este debatido término puede consultarse Dolores Oliver Asín, «El arabismo “alcoba” y los topónimos “Alcoba, Alcubillas, Cuba y Cubillas”», Anuario de lingüística hispánica, 9 (1939), pp. 165-194 y Basilio Pavón Maldonado, «Qubba y alcoba: síntesis y conclusión», Revista de Filología Española, 60 (1980), pp. 333-344. 20 Véase la definición y estudio de esta palabra en Dolores Serrano-Niza, «Amueblar la casa con palabras. Fuentes lexicográficas árabes para el estudio del ámbito doméstico», en María E. Díez Jorge y J. Navarro Palazón (eds.), La casa medieval en la península ibérica, Madrid, Sílex, 2015, pp. 307-335. 21 Dolores Serrano-Niza, Glosario árabe español de indumentaria según el Kitāb al-Mujaṣṣaṣ de Ibn Sīdah, Madrid, CSIC, 2005, p. 192. 22 DEL: http://dle.rae.es/?id=N39zGb6 [consulta el 12 de diciembre de 2016]. 23 Gonzalo Menéndez Pidal, La España del siglo xiii leída en imágenes, Madrid, Real Academia de la Historia, 1986, p. 119.

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el tiempo, cada uno de esos usos se fuera concretando en un mueble diferente que, a su vez, tendría ciertas características propias. Es decir, un estrado «es un lecho bajo y simplicísimo» en el siglo xiii en el que —recubierto por un textil— sirve para que las personas se acuesten sobre él.24 Por otra parte, tenemos la cama, cuya etimología habrá que buscarla en el bajo latín hispano donde significaba «lecho en el suelo».25 El caso es que podría considerarse que la cama es otra derivación del lecho, un mueble que en el siglo xiii se usaba para designar un tipo de lecho formado por un bastidor sostenido por cuatro postes.26 En la lengua árabe pudo darse una situación similar atendiendo a la información puramente lexicográfica. En este caso, la palabra firāš sería un término general que vendría a denominar el lecho, es decir, un textil en el que echarse para descansar o dormir. La misma palabra aparece interpretada en los textos como «colchón» o «alfombra»,27 dada la multifuncionalidad del mobiliario al que ya se ha aludido. Ahora bien, y volviendo al texto del jurista Ibn Bāq, aparece otro término más específico que firāš, me refiero a sarīr («cama»). En el citado texto, además, se especifica el material del que debía estar hecho, jašab («madera») y una apreciación más que sugerente que va a permitir trazar las diferencias esenciales entre un vocablo y otro: en el caso de sarīr, no solo se sabe que es un mueble de madera sino también que este se eleva del suelo «por temor a escorpiones, serpientes, pulgas y ratas».28 De manera que, si en el siglo xiii, las camas cristianas son tal y como las definía Menéndez Pidal en líneas anteriores, cabría pensar que las usadas por la población andalusí coetánea debían ser una versión similar, donde una tarima de madera se elevase del suelo mediante algún tipo de soporte. Otra de las diferencias entre el lecho o firāš y la cama o sarīr, es, en mi opinión, que mientras el primero tuvo diferentes funciones o usos, el segundo estaba destinado principalmente al descanso nocturno. El asunto es que, a la luz de los datos que suministran las fuentes, ni el mobiliario ni su función debía diferir mucho de una casa habitada por musulmanes 24 Ibid.

25 DEL:

2016].

http://dle.rae.es/?id=6t6tbOx|6t7zu3P [consultada el 12 de diciembre de

26 Gonzalo

Menéndez Pidal, La España del siglo xiii, pp. 121. Serrano-Niza, «Amueblar la casa con palabras», pp. 316-317. 28 Ibn Bāq, Kitāb zahrat, p. 128. 27 Dolores

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de la habitada por cristianos dado que las auténticas diferencias vendrían marcadas por las posibilidades económicas de sus habitantes. Es más, solo conociendo cómo era el lecho donde una persona dormía, se podía deducir sin dificultad su pertenencia a una u otra categoría social. A este respecto, conviene traer, a modo de ilustración, la referencia sobre la modestia y la austeridad del santo Ibn Ḥirizhim en la que insiste un discípulo suyo al describir la habitación en la que vivía: «en medio de la habitación una estera (ḥaṣīr), nada más; a un lado una alfombra de oración (saŷŷada) sobre la que había una estera de esparto (ḥaṣīr ḥalfā’) y encima un manto muy basto, sobre el que dormía».29 No obstante, en algunas vidas de santos relatadas por Manuela Marín, los había que, incluso, solo poseían una estera (ḥaṣīr) sobre la que oraban y dormían.30 Bien es cierto que la modestia y la austeridad fue un modo de vida escogida por estos hombres que optaron por una existencia de sacrificio y santidad, en cambio, otras veces el dormir sobre una estera o un manto no era una elección sino un claro indicador de pobreza. Es lo que vendría a ser, en palabras de Sadan, «un lecho nocturno improvisado»31 cuyas referencias se hallarán tanto en documentos en árabe como castellano, como por ejemplo, la descripción de cómo duermen los jóvenes esclavos en un texto del siglo xvi: Tres mantas e vn repostero viejo y dos xergones dos sábanas viejas, en que duermen los esclauos/Yten, vn xergón y dos sábanas y vna manta e vn repostero viejo, en que duermen los mochachos/Yten, dos sábanas e vn colchón de vitre e vna manta, en que duermen otros moços». […] «quatro colchones moriscos, muy viejos, rotos, fechos pedaços, en que duermen los moros, e çinco sábanas de vitre, e quatro mantas de cama traydas, bastas.32

De manera que, y siguiendo la tesis de Joseph Sadan, si en el punto más bajo de la escala social se encontraban quienes apenas tenían una pieza de textil donde recostarse para dormir, en el lado opuesto de la 29 Manuela Marín, «Espacios domésticos en la literatura hagiográfica magrebí medieval», en María E. Díez Jorge y J. Navarro Palazón (eds.), La casa medieval, p. 153. 30 Ibid. 31 Sadan, Joseph, Le mobilier au proche Orient medieval, Leiden, Brill, 1976, p. 28. 32 Texto tomado del artículo de María Elena Díez Jorge, «Historias llenas de emociones: espacios y objetos de menores en las casas de moriscos y cristianos», nota 95, presente en este mismo volumen. Agradezco a la autora el borrador preliminar de su trabajo con la aportación de este texto, así como las sugerencias y debates mantenidos que han enriquecido tanto mi propio trabajo como mi labor de editora de este volumen.

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escala estarían quienes poseían verdaderas camas con mullidos y tapizados colchones, ropa de cama y almohadas.33 Naturalmente, en medio de estos dos extremos se situaría la mayor parte de la población dando lugar, por tanto, a un amplio abanico de posibilidades en cuanto a la descripción del lugar reservado para el sueño. Sea como fuese, en lo que no parece haber duda es en que el espacio esencial de estas viviendas, a menudo pequeñas y de escaso mobiliario, fue ese lugar reservado para el descanso de cada noche — ya fuese «lecho» o «cama»— convirtiéndolo en el núcleo de la casa. Dicho espacio se acotaba, bien con tabiques, bien con piezas de tela, a modo de cortinas, demarcando así lo que en algún momento y en algunas casas constituyó la alcoba. Esta división del espacio momentáneo la podemos rastrear no solo a través de ciertas imágenes sino a través de textos que nos describen, sin pretenderlo, cómo se vivía en estas casas medievales, como se verá más adelante. Por otra parte, no parece tan insólito el hecho de que se buscara una cierta intimidad y cobijo a la hora de dormir como tampoco que la cama fuese el accesorio clave de cualquier ajuar familiar puesto que, en torno a ella, pareciera girar la vida, siendo el lugar en el que se paría, se nacía, se dormía, se enfermaba y se moría. En este punto, quisiera insistir en que a la escasez de mobiliario que caracterizaban a estas viviendas se unía su multifuncionalidad. Aun así, la cama —como mueble— no parece que tuviera otro uso y su representación la encontramos, una vez más, en las Cantigas donde podrá apreciarse que son todas muy parecidas, tanto las de las casas ricas como las de las chozas humildes, las de palacios o conventos.34 En cambio, donde se valorarán las posibilidades económicas o su falta será, especialmente, en las piezas textiles que recubran el mueble así como en su confortabilidad. Obsérvese a este respecto, y por vía de ejemplo, el documento siguiente: «una cama con dos colchones de lana y dos sávanas».35 En cualquier caso, la cama (junto con su ropa) era el centro del hogar y así lo demuestran los documentos consultados donde destacan, entre otros objetos del ajuar doméstico, las ropas de lecho.

33 Joseph

Sadan, Le mobilier, pp. 26-28. Menéndez Pidal, La España del siglo xiii, p. 121. 35 APAG, L-64-4, año 1562, Secuestro de bienes. Ugíjar-Cástaras, transcrito en Martínez Ruiz, Juan, Los Inventarios de bienes, p. 273. 34 Gonzalo

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VESTIR LA CAMA Ya me he referido a la importancia que las Cantigas tienen para conocer, desde la imagen, el interior de las casas. A pesar de la distancia cronológica que separan estas miniaturas de los documentos en los que se sustentan esta investigación, sigue resultando más que sugerente el análisis de esas representaciones. En este caso, es imprescindible el estudio realizado por Gonzalo Menéndez Pidal en colaboración con Carmen Bernis en el que, en relación a la «ropa de lecho», se indica que prácticamente todos los lechos tienen cócedra o colchón (entonces colcha, en ocasiones significaba también lo que hoy decimos colchón); este colchón va cubierto por un alhamar o paño que a veces cubre incluso los postes torneados de la cama o del escaño.36 A veces, se puede ver «claramente cómo el colchón está cubierto por una tela de color, distinta de aquella que cubre a la persona.37

Es de suponer que la cama andalusí o, posteriormente, la morisca, participaba de estos mismos elementos de manera que, sobre el lecho o la cama iría un colchón, a veces llamado en la documentación «almadraque». Estos colchones irán cubiertos por «colchas» o «alfamares» o «alhamares» (según la variante que use el documento) que también taparán los postes de madera de la cama o escaño, en caso de tenerlos. Sobre estas telas, se acostaría la persona quien se cubriría con un manto o cobertor, que, según se puede ver en alguna miniatura de las Cantigas, se representa más corto que la «colcha» o «alfamar». Además, y dependiendo del estatus social, podrá haber sábanas cuyo embozo sobresalga. Para acomodar la cabeza, colocarán un «cabezal o almohada travesero, generalmente grande y forrado de una tela blanca bordada»38 (véase fig. 1). De manera que, atendiendo a esta imagen conceptual de la ropa de cama, es necesario ahora explorar la diferentes palabras que son utilizadas para nombrar estas piezas de tela. Me he interesado, especialmente, por aquellos arabismos que conviven con un correspondiente vocablo de étimo latino. El estudio que aquí se realiza pretende acompañar a la explicación lingüística una definición lexicográfica junto a la descripción del textil en sí mismo. 36 Gonzalo 37 Ibid. 38 Ibid.

Menéndez Pidal, La España del siglo xiii, p. 122.

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Figura 1. Fragmento de la Cantiga 48v. El Códice de las Cantigas de Santa María de D. Alfonso el Sabio. Madrid, Edilan, 1979. Edición facsímil del Códice T.I.1 de la Biblioteca de San Lorenzo el Real de El Escorial, siglo xiii.

Cortina o acitara y alcándaras Una de las formas más simples de obtener cierta intimidad en torno al lecho fue crear un cobijo textil por medio de telas. Piénsese que en algunas viviendas, donde no había una división espacial que diera lugar a diferentes estancias, se podría obtener el mismo efecto divisorio a través de cortinajes. De hecho, la existencia de «alcándaras» en las paredes será

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Figura 2. Fragmento de la Cantiga 69r. El Códice de las Cantigas de Santa María de D. Alfonso el Sabio. Madrid, Edilan, 1979. Edición facsímil del Códice T.I.1 de la Biblioteca de San Lorenzo el Real de El Escorial, siglo xiii.

una prueba de ello a pesar de que este término no se prodiga en los textos (véanse figs. 2 y 3). Corriente, en su Diccionario de arabismos, la considera simplemente «pértiga para rapaces»39 aunque el Diccionario de 39 Federico Corriente, Diccionario de Arabismos, p. 133. Véase también la entrada de esta voz en Reinhart Dozy y Willem Herman Engelmann, Glossaire des mots espagnols et portugais dérivés de l’arabe, Amsterdam, APA-Oriental Press, 1982, p. 84.

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Figura 3. Fragmento de la Cantiga 180v. El Códice de las Cantigas de Santa María de D. Alfonso el Sabio. Madrid, Edilan, 1979. Edición facsímil del Códice T.I.1 de la Biblioteca de San Lorenzo el Real de El Escorial, siglo xiii. Puede observarse otra manera diferente de «tender» las cortinas sobre las «alcándaras».

la Lengua Española amplia este contenido añadiendo que es una «percha o varal donde se ponían las aves de cetrería o donde se colgaba la ropa».40 Y, en efecto, en ciertos textos se pueden hallar referencias a «colgar la ropa en la pared», como en la anécdota narrada por Manuela Marín según la cual, unos huéspedes alojados en casa del santo al levantarse por la 40 DEL:

http://dle.rae.es/?id=1btb2Ip [consultada el 12 de enero de 2017].

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mañana «colgaron la colcha en la pared».41 De manera que el lugar en el que colgaron esta colcha sería la alcándara, definida como «pértiga que servía tanto para colgar las ropas como para tender cortinas que aislasen salas o dormitorios».42 Siendo esto así, resulta fácil imaginar ciertas telas sujetas mediante «alcándaras» cuya función principal sería la de aislar espacios, a modo de habitaciones, que además fuesen de poner y quitar. Es decir, dependiendo del momento y las circunstancias, la movilidad de estas cortinas o tabiques textiles proporcionaría la intimidad deseada. Además, esas cortinas darían abrigo y color a la estancia en sí misma, tanto observadas desde fuera como desde dentro, es decir, desde la misma cama. Seguramente cualquier tipo de tela podría hacer esta función aunque, dada la gran variedad de textiles que existieron, lo mismo en época andalusí como morisca, se pueden augurar bellísimos ejemplos de brocados, sedas y linos de diferentes colores. Su uso debió de ser frecuente y la costumbre de utilizar este tipo de separaciones textiles parece que se prolongó hasta, al menos, el siglo xvi en el que los documentos recogen el arabismo acitara con sus diferentes variantes (cítara, çitar, sytar, çciter, çitera, çitare, çitaro).43 El vocablo está recogido en el Diccionario como «paño de ornamento» y, aunque en desuso, como «pared»,44 siendo el primer significado recogido por Corriente quien lo identifica como «tapiz».45 En otras palabras, el término acitara puede ser relacionado con estos dos significados básicos además del de «cortina» aunque este último es el que va a prevalecer en los textos que documentan este trabajo. Tampoco parece insensato suponer que en algún momento el arabismo fuese desplazado uniformemente por su equivalente cortina (como le ocurrió a algún otro término que se verá en este mismo trabajo) aunque durante algún tiempo, convivirán ambas palabras describiendo exactamente el mismo tipo de textil. A propósito de lo dicho, el que sigue es un ejemplo más que elocuente donde el escribano especifica qué tipo de cortina está anotando: «una 41 Manuela Marín, «Espacios domésticos en la literatura hagiográfica magrebí medieval», p. 154. 42 Menéndez Pidal, Gonzalo, La España del siglo xiii, p. 119. 43 Federico Corriente, Diccionario de Arabismos, p. 89. Véase también la entrada de esta voz en Reinhart Dozy y Willem Herman Engelmann, Glossaire, p. 38. 44 3.ª y 2.ª acepción respectivamente en el DEL: http://dle.rae.es/?id=0UJTGH9 [consultada el 12 de enero de 2017]. 45 Ibid.

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cortina de seda colorada que dysen sytar y de lyno delgado y la seda de grana».46 De la misma manera, en otros textos se menciona a que son tejidos de seda y lino, es decir, telas finas y delicadas.47 Asimismo, es de destacar que se cita con frecuencia, citar o cortinas en color grana y colorado o listada de colores, y con orillas verdes lo que da una referencia al color que estos textiles aportaban a las estancias.48 Almadraque o colchón Como se acaba de señalar, en el mejor de los casos, en la vivienda podría existir una base de madera o especie de escaño que haría las veces de cama pero debió de ser bastante frecuente que, a falta de tal base de madera, se colocase una alfombra o alcatifa o una simple estera de esparto sobre la cual se dispondría el colchón. Esta última opción sería la que correspondería a las familias menos pudientes aunque parece que, atendiendo a la ya señalada cita de Ibn Bāq, el uso de una cama de madera que elevara del suelo al dormir debió de ser, asimismo, habitual. De cualquier forma, lo más común era descansar sobre un textil que, con mucha frecuencia, se rellenaba de tascos o de otras fibras como la lana o un cierto tipo de esparto destinado para este fin, denominado atocha, como lo indican algunos documentos: «dos colchones de lienço, pintados, llenos de atocha».49 Ese textil relleno, donde se descansaba, lo encontraremos nombrado con dos palabras: colchón y almadraque50 lo que parece ser el arabismo directo de su étimo árabe. Conviene detenerse en el análisis de esta palabra, tanto en lo relativo al objeto que representa como en lo relativo al arabismo que la nombra puesto que, en mi opinión, resulta ser un interesante ejemplo del estudio acometido en estas páginas. En primer lugar, hay que señalar el número de variantes que, de un mismo étimo árabe, 46 APAG, L-64-15, año 1553, Beneficiado y Vicario de Níjar, transcrito en Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes, p. 217. 47 Véase el estudio lingüístico realizado por Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes, pp. 90-91. 48 APAG, L-229-9, año 1569, transcrito en Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes, p. 97. 49 APAG, L-126-45, año 1563, ibid., p. 61. 50 Federico Corriente, Diccionario de Arabismos, p. 183. Véase también la entrada de esta voz en Reinhart Dozy y Willem Herman Engelmann, Glossaire, p. 151.

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aparece en los textos: matrac, matrás, matrá, almatrac, almadraque, almatraque e, incluso, aunque con ciertas reservas, matruz, tal y como puede verse en los siguientes ejemplos: «un matrac de cuero; un matra de cuero; un matrac viejo; un matrac de cuero colorado, enforrado en lienço».51 Todas estas palabras, a tenor de la documentación, tienen en común, según Juan Martínez Ruiz, un referente que es ser «de cuero»;52 sin embargo, el propio autor no consigue saber si se trata de un «colchón» o de un «cojín», puesto que esta diferenciación semántica, al fin y al cabo, dependerá del tamaño que tuviera, dato que no aportan los textos. En cualquier caso, el significado debe ser exacto, dado que no solo aparece en Inventarios de bienes moriscos sino también en los Documentos árabigo-granadinos: «un almadraque de cuero».53 Ahora bien, lo que no deja de ser curioso es que en un mismo documento aparezcan las palabras colchón (de lienzo) frente a matra, como ocurre en el siguiente: «un matra de cuero que bale diez e nueve reales/ocho colchones, los cinco con lana».54 Este hallazgo, en un principio, parece corroborar lo ya dicho, que, mientras la palabra latina colchón se usaba para su concepto actual, el arabismo almadraque se reservaba para una variedad de colchón o elaborado con otro material, como el cuero o, incluso, que hiciera referencia a colchones con otra utilidad, que fueran, tal vez, más pequeños que para dormir, reservados para sentarse o reclinarse, como un sofá, por ejemplo. Es difícil saberlo con certeza pero, teniendo en cuenta que el contexto lingüístico y social de estos documentos es la primera mitad del siglo xvi, habría que considerar las reflexiones de Maíllo sobre la desaparición de los arabismos, quien afirma que «el progresivo menor uso y, a veces, pérdida de arabismos se debió generalmente a causas extralingüísticas, contribuyendo a ello tanto las buenas preferencias culturales como las ordenanzas que prohibían costumbres, indumentaria y lengua árabes. Hubo, no obstante, núcleos de resistencia donde los arabismos se conservaron con mayor persistencia: las zonas de Toledo, Murcia y Granada, profundamente impregnadas 51 Véanse

las diferentes variantes recogidas, incluso en texto contemporáneos, según el estudio lingüístico realizado por Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes, p. 143. 52 Ibid. 53 Edición y traducción en Luis Seco de Lucena Paredes, Documentos arábigogranadinos (en adelante DAG), documento n.º 92, p. 145. 54 APAG, L-9-39, año 1558, Carta de dote y arras, transcrito en Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes, p. 214.

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de cultura árabe islámica, fueron lugares en los que se registró, hasta época tardía (e incluso actual) el empleo de palabras de origen árabe ya desusadas en otros sitios».55 Y es cierto que, a tenor de la documentación lingüística, la pérdida de arabismos fue un proceso lento, irregular e inconstante pero, sobre todo, no se trataba de una cuestión puramente léxica sino, más bien, sociolingüística donde confluyeron situaciones complejas en las que las palabras romances fueron sustituyendo a las de origen árabe, por ejemplo, almadraque por colchón aunque este fenómeno no fue una mera sustitución; muy al contrario, en ocasiones el arabismo reemplazado convivía con la palabra romance en un curioso intercambio de significados, de manera que la palabra romance se queda con el significado primero del arabismo al que desplaza mientras que este permanece con un sentido figurado, por ejemplo, çulame y capa donde el primero aparece con el sentido de «protección». En otras ocasiones, por pura lógica, la palabra romance no logra abarcar todo el contenido del arabismo por lo que, aun siendo ampliamente usada, no incluye todo el campo semántico del arabismo sustituido, como arquitecto no cubrió todo el campo semántico de alarife.56 Pues bien, es en este punto, precisamente, donde la investigación sobre los arabismos se vuelve más productiva, es decir, en el hecho de indagar sobre el prestigio histórico de la lengua y los objetos a los que representa. Por eso, y a la luz de otros textos, cuesta pensar, por ejemplo, que en una cama los colchones fueran totalmente de cuero. Además, en algunos textos, como: «un almadraque de guadameçí y el envés de lienço azul lleno de tascos»57 puede comprobarse que si bien una cara pudiera de ser de cuero, otra podía serlo de lienzo, azul, en este caso. De manera que, quizás, estos llamados almadraques fuesen un tipo de tejido relleno con, al menos una cara, de cuero. Debían de ser de diferentes tamaños y su uso sería más de asiento confortable, a modo de cojín o sofá. Mientras que en las camas tendrían colchones, es decir, fundas de tela recia que se rellenaban con otras materias textiles, como ya se ha indicado (véase fig. 4).

55 Felipe Maíllo Salgado, Los arabismos del castellano en la baja Edad Media, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1991, p. 503. 56 Felipe Maíllo Salgado, Los arabismos del castellano, p. 504. 57 APAG, L-64-22, año 1562, Secuestro de bienes. Granada, transcrito en Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes, p. 243.

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Figura 4. «Almadraque» o colchón de cama según la reconstrucción dibujada por Miguel Salvaterra, bajo las indicaciones de Dolores Serrano-Niza.

Almohada La palabra almohada (con todas las variantes que los textos medievales han ido recogiendo) procede del árabe andalusí almujádda y esta del clásico mijadda, con el significado común de «colchoncillo para la cabeza».58 Sobre el término árabe mijadda, y con arreglo a su propia etimología («apoya mejilla»), Sadan sugiere que este tipo de textiles (caracterizados por tener un relleno blando) fueran usados, en un primer momento, para apoyar la cabeza,59 pero es posible que, con el tiempo, hicieran las veces de lo que hoy denominaríamos «cojines». Lo cierto es que entre los documentos consultados resulta ser un textil citado con frecuencia, además de descrito con gran detalle, aunque el dato que aquí interesa, por el momento, es el gran número de almohadas que podría haber en una misma casa. Es el caso de dos hogares de familias moriscas de Mondújar (Granada) en el año 1557; en una de ellas se localizan 66 almohadas y en otra 19. Según el editor de este texto, Juan Martínez Ruiz, el número de estos elementos de ajuar encontrados resulta 58 Federico Corriente, Diccionario de Arabismos, p. 198. Véase también la entrada «almohada», en Reinhart Dozy y Willem Herman Engelmann, Glossaire, p. 172. 59 Joseph Sadan, Le mobilier, p. 105.

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algo elevado para constituir el ajuar de una casa, lo que nos hace suponer, dada la presencia en dichas casas de telares y una redina o torno de hilar, además de zarzos y paneras para la cría del gusano de seda, que en dichas casas había montada una industria de tejidos y confección.60

Sin desatender la idea planteada por Martínez Ruiz, sí que quisiera insistir en la noción de mobiliario que debía haber en la época. Para desarrollar el argumento que estoy planteando es necesario regresar al siglo xiii y a las miniaturas repartidas por los conocidos códices de Alfonso X el Sabio. En una de ellas, en el Libro de Los Juegos, se dibuja al rey vistiendo una ropa cuyo tejido es un ajedrezado de castillos y leones, una imagen que puede también verse en alguna miniatura de las Cantigas.61 El hecho es que un tejido idéntico se conserva actualmente en la Armería del Palacio Real procedente del sepulcro sevillano de Fernando III,62 lo que indica la fiabilidad de estas miniaturas en las que el autor dejaba poca rienda a su imaginación y, por el contrario, copiaba con certeza lo que observaba. Siguiendo la línea argumental, es frecuente encontrar miniaturas que representan al rey sentado en almohadones sobre una alfombra,63 por lo que se podría afirmar que la presencia de este tipo de textiles en los hogares no debía limitarse exclusivamente a las almohadas de cama sino que, por el contrario, las habría dispuestas por el suelo para servir de asiento; incluso podrían estar disponibles sobre los «almadraques» —ya mencionados— para mayor confortabilidad. Es más, en algún texto puede leerse esta curiosa identificación entre almohada y almadraque: «almohadas labradas, que se dizen matruz».64 De hecho, los documentos hablan de: «almohada vaçia de suelo» o «almohadas de lienço listadas de colores, de asentar, llena de tascos»65 60 Juan

Martínez Ruiz, «Almohadas y calzados moriscos. Secuestros de bienes en Mondújar y en Granada (1557-1569)», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, 23 (1967), pp. 291-292. 61 Gonzalo Menéndez Pidal, «Las Cantigas. La vida en el siglo xiii según la representación iconográfica», Cuadernos de la Alhambra, 14 (1978), pp. 99-100 y lámina IV. 62 Vestiduras Ricas. El monasterio de las Huelgas y su época 1170-1340, Madrid, Patrimonio Nacional, 2005, p. 93. 63 Gonzalo Menéndez Pidal, «Las Cantigas. La vida en el siglo xiii», p. 89 y lámina IV. 64 APAG, L-94-35, año 1568, secuestro de bienes, Almería, transcrito en Juan Martínez Ruiz, Los Inventarios de bienes, p. 143. 65 APAG, L-75-1, f, año 1557, secuestro de bienes de moriscos, Móndujar, transcrito en Juan Martínez Ruiz, «Almohadas y calzados moriscos», p. 303.

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o «almohadas de cama» o, incluso, «una almohada larga que es cabecera».66 Es decir, desde el punto de vista lingüístico, se puede observar que ante un mismo significante, el arabismo almohada, se distribuyen una serie de significados diferentes en función de la forma y el uso que la almohada en cuestión tuviese; en ellos también intervendrían los materiales de que estuviera confeccionada así como el tipo de relleno utilizado. Así es que he llevado a cabo una hipótesis de trabajo basándome en la documentación consultada donde pueden verse, en la ilustración que acompaña a este trabajo, diferentes tipos de almohadas, unas con franjas, otras con adorno de ladrillejos de blanco y negro y otras con diferentes tipos de adornos a rayas y ruedas y todas ellas rematadas en las esquinas por borlas de colores (véase fig. 5). Alhamar o alfamar En una cita anterior se relacionaba el término alhamar con una colcha que recubría el colchón.67 Sin cuestionar el hecho de que una pieza textil hiciera esta función, sin embargo, sí que parece interesante adentrarse en el estudio de esta palabra para perfilar sus significados. En el Diccionario de Arabismos se hallará bajo la entrada alfâm(b)ar y alf/hámar su étimo andalusí, alḥánbal, y este del clásico ḥanbal, que, según su autor, sería «cobertor de lana grosera» que podía servir como «tapiz, alfombra o cobertor de cama»,68 definición que parece encajar coherentemente en este contexto, aunque más que como cobertor su uso fuese como textil, quizás de tela recia, que recubría el colchón (véase fig. 6). Bien es verdad que este término no aparece en los documentos de los siglos xv y xvi consultados para la elaboración de este trabajo aunque sí esté recogido en el Diccionario de la Lengua Española con una más que interesante definición: «Manta o cobertor encarnado».69 Sin embargo, los datos apuntan a que se trata de una relación errónea con el étimo árabe aḥmar que posee este mismo sentido.70 66 APAG,

L-75-1, f, año 1557, secuestro de bienes de moriscos, Móndujar, transcrito en Juan Martínez Ruiz, «Almohadas y calzados moriscos», p. 304. 67 Gonzalo Menéndez Pidal, «Las Cantigas. La vida en el siglo xiii», p. 122. 68 Federico Corriente, Diccionario de Arabismos, p. 153. Véase también la entrada de esta voz en Reinhart Dozy y Willem Herman Engelmann, Glossaire, pp. 101-102. 69 DLE: http://dle.rae.es/?id=1obwWj2 [consultada el 12 de enero de 2017]. 70 Federico Corriente, Diccionario de Arabismos, p. 153, nota 1.

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Figura 5. Reconstrucción de una cama morisca realizada por Miguel Salvaterra, bajo las indicaciones de Dolores Serrano-Niza, donde puede apreciarse la variedad de diseños y colores en las diferentes almohadas que aparecen en el dibujo.

Figura 6. Dibujo de cómo sería un «alhamar» o «alfamar», realizado por Miguel Salvaterra bajo las indicaciones de Dolores Serrano-Niza.

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En otro orden de cosas, parece ser que las personas se acostaban sobre esta pieza de tela, haciendo las funciones de lo que hoy sería una sábana bajera. Junto a esto, no parece desatinado pensar que, además, usaran algún tipo de protección para el colchón, teniendo en cuenta el texto recogido por Lagardere, a propósito de un texto de Ibn Kawthar (m 403/1012) quien, refiriéndose a una humilde familia con niños, indica que el padre deberá dar a su mujer un salario de un cuarto de dinar al mes, a lo que añade lo que deberá entregarle en concepto de ropa y ajuar de cama; sobre este último señala que le dará un pequeño colchón de lana para la cuna y una pieza de cuero (qiṭ‛a naṭ‛a) para poner sobre el pequeño colchón.71 No parece que exista —o no se conoce— el nombre árabe que haga referencia a este objeto que, en este caso concreto, está destinado a la cuna de un bebé pero parece lógico concluir que se usara en más ocasiones y en camas para adultos. Cobertor, colcha, alifafe o almalafa Para cubrirse y abrigarse durante el sueño se encontrarán numerosas palabras cuya definición abarque esta función. Seco de Lucena Paredes, a tenor de lo encontrado en sus documentos granadinos, propone el arabismo alifafe como el término más adecuado para señalar lo que sería el cobertor o colcha de cama.72 Este arabismo procede del árabe andalusí alliḥáf, y este del clásico liḥāf.73 Es de suponer la existencia de una amplia gama de textiles que hicieran las veces de cobertores: de paño más grueso, más fino, con bordados, de lino, algodón o seda, incluso, los hubo de ricas telas con una decoración a franjas con inscripciones árabes, como puede apreciarse en algunas ilustraciones de las Cantigas.74 Aunque la característica común de estos textiles debió de ser su gran tamaño y, a juzgar por la anécdota que sigue, sería también una peculiaridad del vocablo árabe del que procede (liḥāf). La narración en cuestión proviene de la selección de relatos hagiográficos estudiados por Manuela Marín, entre los que podemos leer: «era en pleno 71 Vicent Lagardère, Histoire et société en Occident musulman au Moyen Âge, Madrid, CSIC, 1995, p. 101. 72 Luis Seco de Lucena Paredes, DAG, p. 151. 73 Federico Corriente, Diccionario de Arabismos, p. 177. 74 Como, por ejemplo, puede apreciarse en las inscripciones dibujadas en el cobertor del fragmento de la Cantiga 180v. El Códice de las Cantigas de Santa María de D. Alfonso el Sabio. Madrid, Edilan, 1979. Edición facsímil del Códice T.I.1 de la Biblioteca de San Lorenzo el Real de El Escorial, siglo xiii.

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invierno y el dueño de la casa prestó a sus huéspedes un liḥāf que era de su suegro, y que al parecer bastó para cubrirlos a todos».75 Independientemente de cuántas personas fueran —cosa que no se especifica— da a entender la amplitud de estos cobertores o colchas de cama. Por otra parte, en los documentos del siglo xvi se registra la palabra lehaf, con el significado «colcha de cama»,76 lo que parece convertirlo en una variante de alifafe, aunque con menor recorrido léxico, documentado especialmente en los textos granadinos. De cualquier forma, el liḥāf del árabe clásico era un amplio trozo de tela que se usaba a modo de manto como prenda de vestir77 y, quizás para algunas personas fuese, además, el único cobertor con que abrigarse en la cama a la hora de dormir. En la lengua castellana tenemos una correlación semejante ya que manto y manta son palabras de una misma familia léxica que comparten su étimo latino, sin embargo, manta es el término subordinado a manto.78 De manera que es probable suponer una correlación similar en la lengua árabe, en la que el significado de «colcha de cama» o «cobertor» aparezca subordinado al de «manto». De la misma manera, otras prendas de abrigo, del tipo de los «mantos», se debieron utilizar a modo de cobertor a la hora de dormir. Me refiero, en concreto, a la prenda denominada almalafa y que, con mucha frecuencia, es considerada un amplio manto vestido por hombres y mujeres que cubría el cuerpo entero, desde la cabeza a los pies; una definición presente ya en la voz de árabe andalusí de la que procede almáḥáfa y esta del clásico milḥafah.79 Sin embargo, el significado de este arabismo pareció especializarse en la Granada morisca, según recoge Eguílaz «lienzo o sábana de algodón, de lino, de lino y seda o de algodón y seda que usaban las moriscas en lugar de manto».80 75 Manuela Marín, «Espacios domésticos en la literatura hagiográfica magrebí medieval», p. 153. 76 APAG, L-64-21, año 1562, secuestro de bienes. Níjar, transcrito en Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes, p. 241. 77 Dolores Serrano-Niza, Glosario árabe español de indumentaria, p. 184. 78 María Moliner, Diccionario de Uso del Español, Madrid, Gredos, 1998, vol. II, pp. 268-271. 79 Federico Corriente, Diccionario de Arabismos, p. 186. Véase también la entrada de esta voz en Reinhart Dozy y Willem Herman Engelmann, Glossaire, p. 153. 80 Leopoldo Eguílaz y Yaguas, Glosario etimológico de palabras españolas (castellanas, catalanas, gallegas, mallorquinas, portuguesas, valencianas y vascas) de origen oriental (árabe, hebreo, malayo, persa y turco), Madrid, Atlas, 1974, pp. 211 y 236.

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Dada su naturaleza, por lo general, las fuentes lexicográficas no ahondan más en los significados de esta palabra, sin embargo, cuando nos adentramos en los textos y, por lo tanto, en sus contextos, nuevas acepciones emergen dando interesantes resultados. Esto ocurre en el pliego particional en el que se señala lo siguiente: «la citada hija se adjudicó, por pago de hijuela, […] una almalafa de cama […] una almalafa para la cabeza».81 Como puede comprobarse, a pesar de utilizar el mismo sustantivo, está diferenciando dos prendas totalmente diferentes, donde la primera sería un cobertor de cama, una colcha o, dependiendo del tejido, una sábana, mientras que la segunda sería un tipo de tocado o manto femenino, probablemente no tan amplio como para envolver todo el cuerpo sino un textil más pequeño que cubriera desde la cabeza hasta los hombros o la cintura de la mujer. En esta misma línea, el documento granadino de 1563 recoge en múltiples ocasiones la expresión almalafa çerir (con diferentes variantes), siendo de todas ellas decisiva la que sigue: Otra almalafa de mujer, de cobijar, de algodón e lino e seda, usada […] dos sábanas de lienzo que dicen malafas çerir, labradas con seda de colores, a la morisca nueva.82

Esta prenda de ajuar, tras la entrada léxica de uno de los arabismos más conocidos y estables de la indumentaria como es almalafa, resulta ser más que interesante no tanto por la variante malafa que presenta sino por su uso en colocación con la palabra çerir («cama») a la que el propio Juan Martínez Ruiz identifica como «sábana de cama».83 Es difícil saber a ciencia cierta si es manto o sábana, pues, para distinguirlo, habría que conocer de qué materia prima estaba hecho, si se trataba de lienzo o de lana, por ejemplo. Sin embargo, en estas páginas representa una prueba más de que una misma prenda fue ropa de vestir y ropa de casa al mismo tiempo, variando el nombre que le damos solo por su uso. En relación a esta misma cuestión se encuentra otro sugerente término para su estudio, me refiero al «almaizar».

81 Luis

Seco de Lucena Paredes, DAG, p. 145. L-166-22, año 1563, secuestro de bienes, Pataura, transcrito en Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, p. 270. 83 Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, p. 49. 82 APAG,

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«Almaizar» o sábana Almaizar procede del andalusí almayzár y este del clásico mi’zar84 y, en general, encontraremos como definición de esta palabra un tipo de tocado, a veces especificando que es morisco. Sin embargo, se recoge el término en este trabajo porque existen datos para extender la misma justificación de doble uso, como prenda de vestir y como ropa de cama. Para documentar esta hipótesis es necesario retomar la descripción de «la casa por dentro» que llevan a cabo Gonzalo Menéndez Pidal y Carmen Bernis, quienes indican cómo solo las camas ricas tendrán un textil cuyo embozo sobresale por encima del cobertor, es decir, una sábana.85 Ese textil sería de lienzo, algodón u otro tejido similar de amplio tamaño, al menos lo suficiente como para cubrir el lecho en el que se duerme. En la lengua castellana, el vocablo sábana ha ido concretando su significado hasta su actual sentido aunque no siempre fue así puesto que el propio Diccionario recoge una acepción en la que se define como «manto que usaban los hebreos y otros pueblos de Oriente»86 y esta acepción encajaría perfectamente en la afirmación de Juan Martínez Ruiz cuando indica, a tenor de los legajos moriscos, cómo en su documentación se distingue perfectamente entre «sábanas de cama, sábanas de cabeça o sábanas de mujer».87 Por su parte, el término mi’zar tiene un sinónimo en lengua árabe, según Ibn Sīdah, izār; ambas palabras serán definidas como «tejido con el que uno se envuelve», es decir, «manto».88 Pues bien, volviendo ahora al arabismo almaizar, cuyo étimo está emparentado con el árabe mi’zar, sugiero extender el mismo argumento esgrimido a propósito de almalafa y, por lo tanto, considerar que el almaizar fuese un amplio textil que tanto pudiera usarse como «manto» para cubrirse al salir a la calle o como «sábana» con la que cubrirse a la hora de dormir (véase fig. 7). La diferencia con la «almalafa» pudiera haber sido el tipo de material con el que estaba tejido, siendo la primera más de abrigo, por ejemplo de lana, mientras que el «almaizar» fuese de algodón o lino. En este sentido, en84 Federico Corriente, Diccionario de Arabismos, p. 185. Véase la entrada de esta voz en Reinhart Dozy y Willem Herman Engelmann, Glossaire, p. 152 y también Reinhart Dozy, Noms des vêtements chez lez Arabes, Beirut, Libraire du Liban, s.d. (reimpresisón de la edición de 1845), p. 142. 85 Gonzalo Menéndez Pidal, «Las Cantigas. La vida en el siglo xiii», p. 122. 86 DEL: http://dle.rae.es/?id=WsD6Xct [consultada el 12 de enero de 2017]. 87 Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes, p. 174. 88 Dolores Serrano-Niza, Glosario árabe español de indumentaria, p. 71.

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Figura 7. Reconstrucción de los diferentes elementos que componen la cama realizada por Miguel Salvaterra bajo las indicaciones de Dolores Serrano-Niza.

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contramos en los documentos granadinos la propuesta de Seco de Lucena Paredes identificando la palabra izār como «sabana de lienzo»89 por lo que es probable que este significado pudiera extenderse a almaizar. Por su parte, otros autores como, Juan Martínez Ruiz, contemplan ambos significados: «toca» y «manto», siendo en esta segunda acepción donde podría emparentar como una pieza textil de ajuar. El caso es que la variedad de colores, materiales y dimensiones que se describe es amplia: «basto», «grandes, con oro a los cabos», «de fustán vareteado», «de lana», «con orillas verdes», «de seda».90 En definitiva, propongo ampliar con otra acepción el significado de almaizar y sumar al de manto y toca el significado de sábana.91 ENVOLVER LAS EMOCIONES Hasta aquí se han rescatado de los documentos palabras con las que nombraban piezas de textiles que, a su vez, conformaban el ajuar y, en las líneas que siguen, trataré de llenar, no de sentido lexicográfico sino emocional, a esos mismos objetos. Con ese fin rescato el término «comunidades emocionales» acuñado por Barbara Rosenwein, con el que se refiere a grupos cuyos miembros participan de normas similares de expresión emocional a la vez que dicho grupo se caracteriza por valorar el mismo tipo de sentimientos.92 En este concepto de grupo serán incluidas en estas páginas las personas que transitaron el espacio doméstico hasta convertirlo en un paisaje habitado por las emociones, considerando que la mayoría de ellas pertenecieron al sexo femenino. Un ejemplo intere89 Luis

Seco de Lucena Paredes, DAG, p. 149. Martínez Ruiz, Inventarios de bienes, p. 50. 91 Cabe apoyar esta idea con el documento rescatado por María Isabel Álvaro Zamora y del que da cuenta en su trabajo en este mismo volumen. En el inventario post mortem redactado en 1535, correspondiente a las casas del morisco Pedro de Albaquí, se detallan los textiles encontrados en un arca de nogal. En la descripción que proporciona puede verse que son todos elementos de ajuar, llamando la atención de la autora el hallazgo de «un almaizar de seda blanca y amarilla, con sus franjas de la dicha seda». En efecto, la aparición de una toca o manto entre las sábanas, toallas y paramentos nombrados no parece tener mucho sentido, excepto si, como aquí propongo, se considera este almaizar un elemento más del ajuar doméstico, una especie de sábana o de colcha ligera que conserva el nombre original árabe para denominarla. 92 Barbara H. Rosenwein, Emotional Communities in the Early Middle Ages, Ithaca, Cornell University Press, 2006, p. 2. 90 Juan

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sante de este hecho sería el caso de las moriscas quienes, dadas sus circunstancias, transformaron el hogar en un lugar de resistencia pasiva y conservaron aquellas costumbres y ritos destinados a un veloz exterminio.93 Al mismo tiempo, quisiera servirme del planteamiento de Appadurai sobre «la vida social de las cosas» según el cual, los objetos adquieren un valor intrínseco a causa del intercambio y no viceversa.94 Hasta tal punto que, en el contexto en que este trabajo se desenvuelve, se podría afirmar que muchos de los elementos textiles de ajuar inventariados llevan consigo ese valor añadido al puramente económico. En otras palabras, el valor emocional del ajuar es aquel con el que sus propietarias construían su propio ser y daban cuentan de su contexto histórico y cultural hasta el punto de ser piezas clave que ayudarán a la reconstrucción de ese pasado colectivo. Así las cosas, tenemos un documento que proviene de un secuestro de bienes en el que se indica lo siguiente: Un mandil labrado, digo paño grande de lienzo con las labores de morisco de seda de colores de verde y colorada con las labores anchas, con las orillas tejidas de seda amarillo y colorado, la cual dijo la dicha Layanda del Castillo, mujer de Antón del Castillo que era joya que se la dio su madre.95

En efecto, Layanda del Castillo había heredado para su propio ajuar un mandil de seda que, más allá de su valor económico, era considerado para ella la joya que rememoraba a su madre. Un textil tejido con una historia propia, una historia que, como no podía ser de otra forma, se 93 Véase el trabajo de Bernard Vicent, «Las mujeres moriscas», en Arlette Farge y Natalie Zemon Davis (eds.), Del Renacimiento a la Edad Moderna, en Georges Duby y Michelle Perrot (dirs.), Historia de las mujeres en Occidente, Madrid, Taurus, 1992, vol. 3, 585-596. 94 Esta sugerente idea fue planteada por Rosa Medina Doménech en su texto «Sentir la historia. Diálogos a través del tiempo» y que entregó en el Seminario de Investigación Avanzada «Vestir la casa: objetos y emociones en el hogar andalusí y morisco». Universidad de La Laguna, 10-11 de noviembre de 2016 [https://www.dropbox.com/s/ lj5ec7c1dpm9lzn/Emociones%20de%20la%20casa-2.pdf?dl=0, consultada el 15 de marzo de 2017]. Agradezco a la profesora Rosa Medina Doménech todas las ideas y sugerencias que planteó en los debates del citado seminario, muchas de las cuales son ahora de gran utilidad. 95 APAG, L-75-1, f, año 1557, secuestro de bienes de moriscos, Móndujar, transcrito en Juan Martínez Ruiz, «Almohadas y calzados moriscos», p. 302.

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alimenta de emociones.96 Para ayudar a reconstruir ese relato, como se acaba de indicar, serán muy útiles los objetos, por lo que hay que recordar ciertos datos históricos como lo son las órdenes dictadas en 1526 en relación a la población morisca, que prohibían el uso y la confección de «trajes moriscos, y que los de seda y paño pudieran tan solo ser usados por plazo de uno y dos años respectivamente; que las mujeres no vistiesen a la morisca».97 Este edicto es, en sí mismo, una clave para comprender el porqué para Layanda del Castillo el mandil que su madre le había entregado era tan valioso puesto que a la carga emocional de este mismo hecho habría que sumarle el acto de resistencia pasiva que suponía conservarlo. También, y sin salir del edicto ya citado, se conoce bien la prohibición «de hablar, leer o escribir el árabe, así en público como en secreto […] entrega de los libros arábigos»98 y, aunque no es un objetivo principal en estas páginas, no hay que olvidarse de que aquellas personas que tuvieran algunos de estos objetos entre sus pertenencias incurrían en delito, por lo que su búsqueda y captura acarreaban consigo una doble finalidad: destruir la cultura material morisca e inhabilitar socialmente su transmisión.99 De manera que la desobediencia de estas órdenes ha contribuido a cientos de folios inquisitoriales en los que se recoge el relato de esa protección cultural y, por ende, emocional que caracterizó a «la comunidad». Una de esas historias narra lo siguiente: Vio a una mujer que salía de una casa y traya la falda arremangada y un niño en los braços y pareciéndole a éste que traya bulto la reconoció y la halló en el arremango de la faldilla dos libros.100

96 Véase, en este mismo volumen, el trabajo María Elena Díez Jorge, «Historias llenas de emociones: espacios y objetos de menores en las casas de moriscos y cristianos», en el que se relata una anécdota relativa a una colcha morisca que le fue arrebatada por el cobrador del rey a una pobre mujer (como cobro de una deuda de su hermano) y cómo esta reclamó a las autoridades, denunciando, además, que le habían hecho un roto y, por tanto, había perdido su valor. 97 Pedro Longas, La vida religiosa de los moriscos, edición facsímil, Granada, Archivum, 1990, XLVI. 98 Ibid. 99 Ana Labarta, «Inventario de los documentos árabes contenidos en procesos inquisitoriales contra moriscos valencianos conservados en el Archivo Histórico Nacional de Madrid (Legajos 548-556)», Al-Qantara. Revista de Estudios Árabes, 1 (1984), p. 116. 100 Archivo Histórico Nacional de Madrid (en adelante AHN) leg. 550/6, transcrito en Ana Labarta, «Inventario de los documentos árabes», p. 117.

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Cierto es que telas y ropas han sido usadas a lo largo de la historia como verdaderos contenedores y modo de transporte, llegándose a hablar de un «guardarropa textil» ya que muchos textos hacen referencia a grandes trozos de tela en los que otros textiles y ropa se envolvían;101 por otro lado, mandiles de mujeres y mangas de túnicas han sido prácticos bolsos en los que llevar objetos pero, en este caso concreto, lo que interesa es comprobar cómo la ropa en general fue un lugar de cobijo y escondite para esos objetos impregnados de emociones;102 aunque el textil por excelencia destinado a guardar los tesoros pareció ser el colchón. Este hecho no es nuevo y ya se ha podido encontrar en fuentes árabes, como las hagiográficas, estudiadas por Manuela Marín, ya citada anteriormente. En esta ocasión el relato dice: «No todos los santos dormían sobre una estera; los había que lo hacían sobre un colchón (firāš). No sorprenderá saber que alguno guardaba, bajo su colchón, la escasa cantidad de dinero que poseía».103 Esas pertenencias con gran valor, más emocional que económico, llevaron a Luis Faquinet —como a muchos otros— a guardar entre «los colchones de la cama quatro libros del Alcorán».104 Y puestos a hablar de emociones y de la resistencia pasiva que las mujeres ofrecieron de puertas para adentro, no hay mejor ejemplo que estas líneas entresacadas de un secuestro de bienes de 1562: «dos almohadas començadas a labrar, atadas en un mandil de lienço listado»105 en las que poder comprobar que alguna mujer, una representante de «esa comunidad emocional» ya nombrada, a pesar de la prohibición, había comenzado a bordar unas almohadas a la morisca y, como suele ser habitual entre quienes realizan este tipo de labores, las había envuelto en una tela, «en un mandil listado» donde las encontraron en el dicho secuestro de bienes ¿Cuántas emociones caben en un hallazgo de este tipo? 101 Véase, sobre este asunto, el análisis y la bibliografía consultada en Dolores Serrano-Niza, «Amueblar la casa con palabras», pp. 324-325. 102 En este mismo volumen puede consultarse el artículo de María Aurora Molina Fajardo, «Cosas dejadas atrás. Objetos y emociones en la Granada del siglo xvi», en el que la autora narra cómo en fundas de almohadas guardaban sus ya prohibidas indumentarias moriscas junto a la ropa de ajuar. 103 Manuela Marín, «Espacios domésticos en la literatura hagiográfica magrebí medieval», p. 153. 104 AHN libro 936 [1581], fol. 297, transcrito en Ana Labarta, «Inventario de los documentos árabes», p. 119, nota 34. 105 APAG, L-64-22, año 1562, secuestro de bienes, Granada, transcrito en Juan Martínez Ruiz, Los Inventarios de bienes, p. 242.

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En una labor empezada y arrebatada sin concluir, en la obcecada necesidad de mantener a salvo unos patrones culturales, de dejar constancia una manera de coser transmitida de madres a hijas o de resistir el desafortunado embate histórico; siendo, por otra parte, la forma en que los objetos, embebidos de emociones, ayudan a la reconstrucción del pasado. CONCLUSIONES El rastreo de léxico acometido en los documentos ha puesto de relieve el inmenso número de elementos textiles que amueblaban los hogares moriscos. Esos textiles son nombrados con la familiaridad que da el uso cotidiano y, gracias a ello, se ha podido contrastar la convivencia natural de pares de significantes, uno romance y otro árabe, designando un mismo significado, al menos en apariencia. Sin embargo, en estas páginas hemos analizado ciertas diferencias de contenido con las que enriquecer las definiciones de palabras como almadraque, almaizar, almalafa, almohada, alifafe o alhamar. Además, se ha comprobado que los arabismos fueron palabras que, quizás en un primer momento, se introdujeran en la lengua castellana con el objeto al que nombraban pero, con el tiempo, cambiaron su significado hasta caer en desuso por razones más culturales que lingüísticas. Y ese desuso afectó especialmente a los términos vinculados a la indumentaria ya que no solo cambió la moda en el vestir sino también en el amueblar y acondicionar las casas. Por eso, los colchones, sábanas y colchas ganaron el terreno a almadraques, almaizares y alifafes aunque, paradójicamente, sobrevivieran las almohadas, a pesar de convivir en los mismos textos con los cabeçales. En cualquier caso, casi todos los textiles que aquí se han trabajado proceden de ajuares de mujeres y, casi con toda probabilidad, elaborados por ellas. En términos económicos suponían un capital nada desdeñable para su contexto pero en términos emocionales, estos objetos fueron verdaderos tesoros y no me refiero solo al hecho de ser heredados, conservados y legados sino al hecho de que fueron testigos del final de una etapa histórica.

COSAS DEJADAS ATRÁS. OBJETOS Y EMOCIONES EN LA GRANADA DEL SIGLO XVI1 María Aurora molina Fajardo Universidad de Granada

INTRODUCCIÓN Cuando en las últimas semanas del año 1559 Beatriz de Mandaria, viuda vecina de la localidad granadina de Acequias, recibió la visita del receptor de bienes Hernando de Sierra, no imaginaba que ciertos pequeños detalles cotidianos le habrían de causar casi un año de inconvenientes.2 Durante aquella atropellada visita y ante la súbita confiscación de sus ropas y joyas, la viuda preguntó el porqué de tal acción; a lo que el receptor le respondió que aquellos bienes eran del morisco huido allende Lorenzo Hernández y que había oído decir que la hija del mismo los había ido a esconder allí. De igual modo, varias veces a lo largo del pleito —entiendo que de un modo intencionado, quizás para incidir en la supuesta ocultación— se indica que parte de aquellas vestimentas se hallaron dentro en una «almohada labrada, morisca, grande».3 El proceso 1 Este texto se enmarca en el proyecto de investigación «De puertas para adentro: vida y distribución de espacios en la arquitectura doméstica. Vida y Arquitectura (VIDARQ)» (referencia I+D: HAR2014-52248-P), cuya investigadora principal es María Elena Díez Jorge. Proyecto de I+D del Programa Estatal de fomento de la investigación científica y técnica de excelencia del Ministerio de Economía y Competitividad. 2 Este documento se puede consultar en el Archivo del Patronato de la Alhambra y el Generalife (a partir de ahora APAG), L-34-13, Tercería con los bienes de Lorenzo Hernández, vecino de Acequias, s. f. 3 Una lista completa sobre este inventario de bienes se puede consultar en Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos del Reino de Granada (siglo xvi): Lingüística y Civilización, Madrid, CSIC, 1972, pp. 250-251.

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judicial finalmente se resolvió a favor de la vecina a la que se le devolvieron sus pertenencias y se le indemnizó con un real. La tercería aquí indicada sucintamente es un documento riquísimo que deja entrever de una forma exquisita la vida y las reacciones emocionales de toda una comunidad: la misma viuda que en ocasiones se cita llorando, su madre y hermanos que la arropan y visitan, los testigos que dan cuenta a favor de ella, el receptor de los bienes que actúa con impunidad o la misma gente del pueblo que conversa aquí y allá del tema. La sospecha y expropiación injustificada de objetos personales queridos, algunos delicados y valiosos —y quizás por ello guardados en una funda de almohada— desencadena una serie de experiencias que nos ayudan a vislumbrar detalles de la emocionología4 de varias sociedades o comunidades emocionales5 conviviendo no siempre pacíficamente. Las emociones, si bien son una realidad universal de nuestra biología, esfera cultural y vida cotidiana, siguen siendo aún un espacio indefinido y absolutamente plural en cuanto a su aprehensión a lo largo del tiempo.6 No existe hasta el momento una definición propia de las emociones que se pueda aplicar a todos los lugares o períodos; y como bien señalan María Tausiet y James Amelang, puede que estas estén omnipresentes en

4 Emocionología entendida aquí como el conjunto de reglas que condicionan o codifican las experiencias de los individuos de una sociedad: «Emotionology: the attitudes or standards that a society, or a definable group within a society, maintains toward basic emotions and their appropriate expression; ways that institutions reflect and encourage these attitudes in human conduct, e.g., courtship practices as expressing the valuation of affect in marriage, or personnel workshops as reflecting the valuation of anger in job relationships». Más información en Peter Stearns y Carol Z. Stearns, «Emotionology: Clarifying the history of emotions and emotional standards», The American Historical Review (Oxford), 90/4 (1985), pp. 813-836. 5 Barbara H. Rosenwein, Emotional communities in the Early Middle Ages, Ithaca, New York, Cornell University Press, 2006. 6 Algunos textos interesantes sobre la historia de las emociones son: Rosa María Medina Doménech, «Sentir la historia. Propuestas para una agenda de investigación feminista en la historia de las emociones», Arenal. Revista de historia de las mujeres, 9/1 (2012), pp. 161-199; Juan Manuel Zaragoza Bernal, «Historia de las emociones: una corriente historiográfica en expansión», Asclepio, 65/1 (2013), e012 [http://dx.doi. org/10.3989/asclepio.2013.12, consultada el 15 de febrero de 2017]; Javier Moscoso, «La historia de las emociones, ¿de qué es historia? What is the History of Emotions the History of?», Vínculos de Historia. Revista del Departamento de Historia de la Universidad de Castilla-La Mancha, 4 (2015), pp. 15-27.

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todas las ramas de la historia pero, cuando han de reconocerse por sí mismas, se tornan invisibles.7 Salvando aquí el discurso abierto y dinámico que vivimos sobre los fines, naturaleza, método o modos de expresión de esta intersección disciplinar;8 en el presente texto me gustaría ofrecer una introducción de cómo en un período tan excepcionalmente convulso como fue la Granada del siglo xvi, se puede trazar un recorrido por los sentires de diversas comunidades (tomando como principal muestra la morisca aunque sin descartar la posición católica) en relación a sus ambientes domésticos y concretamente a sus objetos cotidianos. Del mismo modo, en este trabajo propongo un primer repertorio de documentos útiles para comprender la situación y evolución emocional de las sociedades granadinas del momento. Esta misma documentación permite asimismo una primera emotional navigation9 que contextualiza de forma muy ilustrativa la trama represiva y violenta que finalmente culminó con el destierro de todo un reino. La elección del ambiente doméstico y principalmente de sus objetos como hilo conductor de esta reflexión obedece a un deseo de explorar cómo las emociones se vincularon y expresaron a través de lo material. Una esfera objetual cotidiana sobre la que frecuentemente se actuó de forma coercitiva y a través de la cual se puede trazar incluso una historia de las resistencias al marco normativo impuesto. En este punto, cabe indicar que este tipo de análisis emocional tomando en consideración la materialidad es un terreno aún bastante inexplorado, un «site under construction» en palabras de Barbara H. Rosenwein.10  7 María

Tausiet Carlés y James S. Amelang (coords.), Accidentes del alma: las emociones en la Edad Moderna, Madrid, Abada, 2009, p. 19.  8 Tomo aquí la idea que Rosa María Medina propone: el plantear la historia de las emociones como una intersección disciplinar que toma como objetivo el estudio de algo que por lo general llamamos «emociones» y no tanto como un campo dentro de la disciplina histórica. Rosa María Medina Doménech, «Sentir la historia», p. 162.  9 William M. Reddy, The navigation of feeling. A framework for the History of Emotions, Cambridge, Cambridge University Press, 2001, p. 129. 10 Barbara H. Rosenwein, «Emotions and material culture: a site under construction», en Gerhard Jaritz (ed.) y Öaw Verlag, Emotions and material culture (International Round Table-Disccussion, Krems an der Donau, Octubre 7 y 8, 2002), 2003. Un artículo reciente que plantea la posibilidad de llevar a acabo una historia material de las emociones, buscando nuevas fuentes históricas es: Juan Manuel Zaragoza Bernal. «Ampliar el marco. Hacia una historia material de las emociones», Vínculos de historia, 14, 2015, pp. 24-80. De igual modo, quiero citar la charla que Rosa María Medina Doménech impartió en el VI Seminario de Investigación Avanzada [SIA2016], celebrado en la Universidad de La

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El componente práctico ligado al resguardo y supervivencia de un grupo humano así como el significado social de los espacios domésticos son aspectos que se vienen desarrollando en las últimas décadas.11 La casa y los objetos que la visten son un constructo social a través del cual se expresan y plasman conductas, ideas y comportamientos del grupo morador y sociedad que lo acoge.12 De esta forma se podría entender la morada y sus bienes como un espacio emocional —en el que se viven y desarrollan los más diversos afectos u afecciones— así como un objeto sobre el que se sienten y proyectan estados emocionales tanto personales, comunitarios o Laguna el 9 y 10 de noviembre, 2016. Esta ponencia se titula «Sentir la historia. Diálogos en el tiempo» y es una invitación al estudio de los ámbitos domésticos desde una perspectiva emocional. Rosa María Medina Doménech, Sentir la historia. Diálogos en el tiempo [http://rmdomenech.blogspot.com.es/p/conferencias-presentations.html, consultada el 17 de febrero de 2017]. 11 Sonia Gutierrez Lloret, «Gramática de la casa. Perspectivas de análisis arqueológico de los espacios domésticos medievales en la Península Ibérica (siglos vii-xiii)», Arqueología de la arquitectura, 9 (2012), pp. 139-164; Beatriz Blasco Esquivias, La casa: evolución del espacio doméstico en España, Madrid, El Viso, 2006; María Elena Díez Jorge y Julio Navarro Palazón (eds.), La casa medieval en la Península Ibérica, Madrid, Sílex, 2015; María Elena Díez Jorge, «La casa y las relaciones en el siglo xvi», en M. E. Díez Jorge (ed.), Arquitectura y mujeres en la historia, Madrid, Síntesis, 2015, pp. 183241; Margarita Birriel Salcedo, «Género y espacio doméstico: la casa rural en el siglo xviii», en María Elena Díez Jorge (ed.), Arquitectura y mujeres en la historia, Madrid, Síntesis, 2015, pp. 305-339; Valentina Pica, «Casas de la oligarquía castellana en la Granada del siglo xvi, tipologías, adaptación y contexto urbano. Fundamentos para su recuperación», tesis doctoral dirigida por los doctores Antonio Orihuela Uzal y Enrique Nuere Matauco, Universidad Politécnica de Madrid, 2016. 12 Este trabajo se centra más específicamente en proponer una vinculación entre los objetos domésticos y su esfera sentimental, sin embargo, la lectura de la vivienda desde un punto de vista constructivo y formal es también una posibilidad abierta desde la perspectiva emocional. Cuestiones relevantes desde este punto de vista pueden ser, por ejemplo, la comprensión de cómo una distribución espacial se conecta con los sentimientos o cómo las cualidades espaciales de un sitio afectan a los que allí habitan. Una propuesta de análisis holística es la que presenta Sonia Gutiérrez Lloret en su gramática de la casa. Para esta autora, el espacio habitado cuenta con tres niveles interpretativos, al igual que la gramática de un lenguaje: el morfológico o formal, el sintáctico o relacional entre las diversas estructuras y el semiótico, a través del cual se leen los significados culturales. Particularmente, pienso que la lectura emocional puede ser una opción transversal en estos tres niveles. Otras consideraciones también relevantes son las de Sarah Tarlow, que considera la incorporación de los valores emocionales en la práctica arqueológica argumentando que lo emocional no se puede desligar de lo social, de lo cultural o de la misma experiencia. Véase Sonia Gutierrez Lloret, «Gramática de la casa», p. 140 y Sarah Tarlow, «Emotion in Archaeology», Current anthropology, 41/5 (2000), pp. 713-746.

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incluso institucionales. Es en este escenario doméstico cambiante, cotidiano, elocuente y emocional en el que contextualizaré mi propuesta. FUENTES Y MARCO METODOLÓGICO DE ESTE TRABAJO Las fuentes sobre las que este trabajo se apoya son algo más de cien documentos consultados principalmente en el Archivo del Patronato de la Alhambra y el Generalife (97 de ellos) y unos cuatro legajos del Archivo General de Simancas. Este grupo documental aquí no se especificará ni desarrollará al completo aunque ha sido una base necesaria para comprender los diversos procesos emocionales narrados y proponer una primera clasificación. Esta sistematización es bastante básica, quizás aún incipiente, pero resulta útil para agrupar microhistorias con un trasfondo emocional que pueden propiciar una lectura más amplia del espectro sentimental del momento. En el archivo granadino he consultado principalmente manuscritos relativos a bienes secuestrados a cristianos nuevos que, durante las seis primeras décadas del Quinientos, pasaron a Berbería. Dentro de este grupo las tercerías por algunas de estas propiedades han sido muy descriptivas. Asimismo, he estudiado también documentación relacionada con las quejas que vecinos de diversas localidades granadinas alzaron a la Capitanía General de la Alhambra ante los numerosos abusos recibidos por la gente de guerra. La documentación consultada en Simancas ha sido menor en cantidad y más heterogénea. Allí he trabajado algunos legajos que también describían el secuestro y venta de pertenencias de moriscos huidos allende, junto a ciertas provisiones reales y cartas en las que se narra fundamentalmente el ostracismo y destierro del pueblo granadino tras la insurrección de las Alpujarras. Como aludí, en este artículo no se expondrá toda esta documentación sino únicamente algunos casos interesantes; con todo el estudio de este corpus ha sido fundamental. Después de reflexionar largamente sobre el modo de enfocar este texto y considerar principalmente, aunque no de forma exclusiva, la distinción de «comunidades emocionales» sobre las que aplicar la metodología propuesta por Barbara H. Rosenwein,13 he llegado a la conclusión 13 Rosenwein recomienda consultar todos los textos contemporáneos disponibles para una comunidad emocional (grupo social cuyos miembros comparten una misma

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de que siendo posiblemente una buena elección, presenta ciertos problemas cuando el foco del estudio no es tanto una comunidad sino más bien un grupo de bienes sobre los que se proyecta un valor afectivo.14 En los documentos aquí escogidos se verá no solo ese contexto de valoración, sino también expresiones de sentimientos o situaciones que —contando con el objeto cotidiano como excusa o desencadenante— traducen un mundo emocional que se experimenta pero que no siempre se verbaliza. Según lo dicho, quizás más adelante me sea posible trazar ese recorrido por las diversas comunidades emocionales que existieron. Sin embargo, el objetivo de este trabajo es más bien poner de manifiesto diversos climas sentimentales que, a priori, se pueden detectar para las sociedades del momento y que, sin duda, se deben de relacionar con el profundo cambio social y cultural acaecido. El texto se organizará explorando las reacciones, expresiones orales o comportamientos que —ante situaciones que implicaron al objeto— muestran un trasfondo o lectura emocional. En cierto modo y aunque el material documental capaz de informarnos sobre la emocionalidad histórica de la Granada del xvi es amplio, no siempre recoge registros verbales que, de forma directa, manifiesten los sentimientos del o los sujetos en cuestión («me siento/estoy, triste, alegre, enojado, furioso, etc.»). Por otra parte, muchas veces esas expresiones sentimentales no tienen por qué ser descripciones completas u honestas de la realidad interior del que se pronuncia. Pienso que un destacado número de fuentes muy heterogéneas valorización de las emociones y sus expresiones), para así identificar los términos que, relativos al ámbito sentimental, se repiten más y adquieren un mayor protagonismo. Establecer estas frecuencias terminológicas y expresivas es un primer paso que debe compararse, siempre que sea posible, con teorías emocionales coetáneas al momento estudiado, sus expresiones, etc. Barbara Rosenwein también indica que es preciso prestar atención a los silencios, las metáforas, las ironías, así como considerar el rol social emocional del momento y su evolución a lo largo del tiempo. A través de todo este trabajo, la autora entiende que se pueden llegar a detectar las normas emocionales de una comunidad. Barbara H. Rosenwein, «Problems and Methods in the History of Emotions», Passions in Context, 1/1 (2010), pp. 1-32; Barbara H. Rosenwein, «Worrying about Emotions in History», American Historical Review, 107/3 (2002), pp. 821-845. 14 Esta misma idea también es apuntada por Lisa Jane Howarth Liddy en su estudio sobre el valor afectivo de los objetos incluidos en testamentos redactados en York durante los siglos xv y xvi. Véase Lisa Jane Howarth Liddy, «Domestic objects in York c. 1400-1600 Consumption, Neighbourhood and Choice», tesis doctoral dirigida por las doctoras Ailsa Mainman y Sarah Rees Jones, University of York, Department of History, 2015, p. 139.

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pueden ser útiles para analizar el tema aquí tocante. Esta información muchas veces se adquiere de forma indirecta pues, aunque carecen de esa oratoria emocional, sí que describen acciones o hechos que únicamente pueden surgir y evolucionar como respuesta a una vivencia o emoción particular. De momento presentaré situaciones en las que esa «representación» es evidente sin atreverme aún a nombrar esas emociones por temor a caer en un presentismo indeseado. Para ello, propongo dos categorías bastante amplias en las que se podrían englobar múltiples contextos emocionales; si bien la mayor parte de ellos se refieren a situaciones vividas como negativas, dolorosas o vejatorias. Estas categorías aúnan vivencias que permiten observar cómo a través del hecho material se expresa el mundo afectivo de un sujeto o grupo. La primera de ellas encuadra situaciones en las que uno o varios individuos piden justicia ante hechos que consideran hirientes, injustos, dañinos, etc. La segunda se relaciona con la ocultación de bienes haciéndose a veces extensivo a la ocultación de la misma identidad con el fin de no sufrir consecuencias indeseables. PERSONAS Y OBJETOS EN BUSCA DE JUSTICIA El hecho de que una persona recurra a la justicia denota un claro sentimiento de descontento que intenta revertir a través del marco legal que la ampara. Las situaciones que en este contexto se pueden describir son muy numerosas y para ello propongo tres grupos de clasificación. El primero engloba escenarios más o menos cotidianos en los que un sujeto intenta mejorar un hecho que entiende perjudicial para su vida. La segunda se encuadra en relación a las fugas ilegales a Berbería que un número nutrido de moriscos emprendieron durante el siglo xvi. En este punto se aprecia mayormente cómo las familias de estos prófugos sufren los daños de una acción muchas veces ajena a ellos. Por último, en este apartado recogeré diversas causas relacionadas con el proceso bélico de las Alpujarras y cómo este afectó a las distintas poblaciones. La emocionalidad en los hechos cotidianos La vida cotidiana de los granadinos del siglo xvi no estuvo exenta de pleitos, pasiones y problemas. Con independencia de los sucesos convulsos y bélicos de aquella centuria, la documentación también deja entrever

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historias en las que se expresan los encuentros y desencuentros de gente en su día a día. De igual forma, ciertos documentos muestran peticiones, sentencias o resoluciones que abren la puerta a observar una vida no siempre fácil y en la que muchas veces las partes contrarias usaban argucias o acciones represivas para causar daño intencionadamente. Un ejemplo es el que vivió Gaspar de Sarabia en 1564.15 Gaspar alude que tuvo un desencuentro: («yo ube enojo») con otro vecino de Granada llamado Juan Fernández. El motivo, en palabras del primero fue: «que le preste una espada que valia diez ducados e me la quebro». El enfado debió de llegar a malos términos pues, según narra el documento, Juan Fernández tramó un plan de venganza basado en infundir la sospecha sobre el dueño de la espada que fue encarcelado y multado. La trampa se contextualiza en el marco legal que restringía la posesión de armas a los moriscos.16 Gaspar en el documento se declara cristiano viejo, pero dice que Fernández conoció que se le había repartido el pago de la farda17 y por ello lo denunció, entiendo que haciéndolo pasar por morisco portador de una espada. Por ello Gaspar de Sarabia acude a la justicia, declarando que él era cristiano viejo en concepto de farda y suplica que se le dé un traslado de esta probanza. Es interesante constatar que ese primer enfado por la espada rota —y que muestra el aprecio que el dueño le concedía al útil—

15 APAG,

L-187-61. legislación que contempló la posesión de armas por parte de los moriscos fue cambiando a lo largo del siglo xvi. El 3 de septiembre de 1501 se dictó una provisión real con la que se intentó prohibir —aunque con poco éxito— la posesión de armas en manos de los neoconversos. Estas políticas se fueron haciendo cada vez más restrictivas, sobre todo con Felipe II. Alguna bibliografía sobre este tema: José Enrique López de Coca Castañer, «Los moriscos malagueños, ¿una minoría armada?», en J. E. López de Coca (ed.), Estudios sobre Málaga y el Reino de Granada en el V Centenario de la Conquista, Málaga, Diputación de Málaga, 1987, pp. 329-350 o Juan Jesús Bravo Caro, «Los concejos malagueños ante el problema morisco en el siglo xvi», Actas de las X Jornadas de Andalucía y América, Sevilla, Diputación de Huelva, 1991, pp. 67-83. 17 En el Reino de Granada hubo dos tipos de fardas. Una de ellas, conocida como farda de la mar, era pagada por todos los habitantes del reino (conversos o cristianos viejos) para financiar la vigilancia costera. Sin embargo, la farda mayor, que servía para costear las fortalezas interiores y la armada, era solo sufragada por los moriscos. Se trataba de dos impuestos diferentes, aunque en la documentación siempre se cita con el mismo término, lo que crea, incluso hoy, gran confusión. Se puede consultar: Javier Castillo Fernández, «Administración y recaudación de los impuestos para la defensa del Reino de Granada: la farda de la mar y el servicio ordinario (1501-1615)», Áreas: Revista internacional de ciencias sociales, 14 (1992), pp. 65-90. 16 La

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desemboca en una treta que usa el enredo y la sospecha como vías de traición. Víctima de otro engaño, aunque esta vez por dinero, fue la morisca Isabel Abarazina, vecina de Granada de la colación de San Miguel en 1559: Lorenzo Hernandez Abentarasa vezino desta çibdad besa las manos de V.ª S.ª y digo que Ysabel Abarazina vecina desta çibdad a St. Miguel apremiada por Xerez cobrador de la dicha parroquia de la farda y servicio de su magestad le pago una çedula que dixo deberle quatro reales y medio la qual çedula la suso dicha la pidio y el dicho Xerez dixo que no la tray alli pero quel la trayria y quel daria firmada de su nombre y asi escribio y dio una çedula en la qual dexando de poner como resçibia los dichos quatro rreales e medio puso que avia ydo çiertos domyngos y fiestas mysa e despues la vino a cobrar de mi como su yerno y me apremio a que se la pagase en lo qual cometio grabe delito y crimen digno de grande castigo y pugniçion.18

La mujer fue apremiada por un tal Xerez, cobrador de la farda en esa parroquia, para que le pagara una cédula de cuatro reales y medio que debía. Isabel la pagó y pidió la cédula, diciéndole Xerez que no la tenía en ese momento y que se la daría firmada más adelante. La argucia vino cuando el cobrador le expidió una cédula en la que no especificó el pago realizado, sino que la morisca había asistido a misa algunos domingos y fiestas. Podemos interpretar que Isabel no sabía leer castellano, quizás simplemente no sabía leer y era analfabeta, siendo así engañada de esta forma. Seguidamente, Xerez se fue a la casa del yerno de Isabel, Lorenzo Hernández —persona que hace el escrito— y refiere: «me apremio a que se la pagase en lo qual cometio grabe delito y crimen digno de grande castigo y pugniçion […]». Lorenzo, ante el timo que considera muy grave pide que se busque al cobrador para que testifique, de fe de que la cédula falsa es de su puño y letra y reciba el castigo conforme derecho. En estos encuentros o discrepancias con la justicia, cabe citar varios casos que se dieron en Nigüelas el ocho de noviembre de 1592. Ese día, el escribano del rey Alonso de Solís junto con el beneficiado del pueblo tuvieron el encargo de leer diversas cartas de excomunión a ciertos vecinos del pueblo que, a su entender, habían perjudicado de algún modo los bienes habices de la parroquia. Este procedimiento suele reservarse —aún 18 APAG,

L-34-54.

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hoy— para los pecados particularmente graves, siendo la pena eclesiástica más severa. Que los vecinos sentirían miedo y preocupación ante tal medida, se muestra claramente cuando se refiere que la vecina Luisa Suárez, sabiendo que se iba a proceder a la lectura de esas cartas, fue a declarar por «temor de las censuras»: Luisa Suárez. En ocho días del mes de Noviembre de mill e quinientos e noventa y dos años ante el Licenciado Guerrero beneficiado del dicho lugar y en presenxia e por ante my Alonso de Solis escrivano del Rey nuestro Señor vecino de Granada y natural de la villa de Caceres y testigos parecio Luisa Xuarez vecina del dicho lugar de Nigüelas del Valle y dixo que a su noticia es venido que oy ocho dias se an leido cartas de escomunyon en la yglesia del dicho lugar a cerca de los bienes de la yglesia del año en ellas se contienen y en cumplimiento dellas y por temor de las censuras e ellas declaro lo siguiente.19

Entre esas cartas de excomunión destacan varias por vincularse directamente con la esfera de los bienes domésticos. La primera de ellas es la que se le dio a la viuda Juana de la Paz.20 Gracias al Libro de Población de Nigüelas (1572) sabemos que esta mujer fue una de las repobladoras del lugar que, junto a su marido Alonso de Herrera tomó una de las suertes repartidas. En esta misma fuente se especifica que le tocó una casa linde con la de Francisco de Ortega —propiedad de la Iglesia— y con un huerto de Pedro Muñoz. Igualmente se refiere que para completar el valor de la vivienda (unos 8000 maravedís) se le adjudicó también un calerón en el camino alto que iba a Dúrcal y una casa accesoria con un solar: Casa linde con casa de francisco de ortega ques de la yglesia, y linde Por el lado con guerto de pedro muñoz, se le tasó a esta suerte su casa de morada en ocho mil mrs. y dásele Para su complemento un calerón questá por encima del acequia del camyno alto que va a durcal y una casa acesoría y solar por mas arriba de la noguera y linde con acesoría de joan del rrio y franc.º Lopez de martos, con que se cumplió.21

19 Archivo Histórico Diocesano de Granada (a partir de ahora AHDGr), signatura 291-F, fol. 37r. 20 AHDGr, signatura 291-F, fol. 38r. 21 Manuel Ferrer, Libro de Apeo y Repartimiento de Suertes de Nigüelas, año 1572, Granada, Caja Granada, 2000, p. 188.

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Ya en 1592 siendo viuda y posiblemente viviendo con mucha modestia, fue excomulgada por haber tomado ciertos materiales de esa casa aledaña de la Iglesia; construcción que en la relación de los bienes habices hecha ese año se cita como ruinosa. Según ella misma confesó, había cogido algunas tejas y ladrillos de la casa deteriorada, posiblemente para reparar su domicilio, así como tres vigas que había quemado: Juana de la Paz viuda. En cumplimiento de la carta de descomunión que se leyo en la Yglesia de Niguelas declaro, que es berdad que abia tomado texa y ladrillo de una casa junto a la suya que dicen y es de la Yglesia, también declaro aber quemado las tres vigas de la dicha cassa.22

Un caso parecido, es el de Gaspar López Merino que, acaso guiado por su necesidad e ignorante de las consecuencias graves de sus actos, declaró que en el camino que iba al pueblo de Acequias había un tronco de moral seco y quemado que tomó y llevó a su casa como leña. En su declaración ante las autoridades que dictaban su excomunión, Gaspar se intenta expresar con la mayor honestidad, (posiblemente por temor) y dice que la carga de leña «baldria en conciencia sana un Real»: En veinte y nueve de Diciembre de nobenta y dos años, Gaspar Lopez Merino vecino del lugar de Nigüelas en cumplimiento de las cartas de descomunión declaro que en el camino de Acequia abia un tronco de moral seco y quemado y me lo llebe a mi casa en una carga de leña que baldria en conciencia sana un Real.23

Otro caso interesante ligado a las excomuniones llevadas a cabo en Nigüelas es el de Pablos de Vargas. Este hombre recibió igual castigo por coger unos pedazos de yesos de la antigua mezquita local para usarlos como asiento en su vivienda. Ante la delicada situación, Pablos de Vargas se ofrece a pagar lo que fuera justo por ellos: En el dicho lugar de Niguelas a nueve dias del dicho mes de Noviembre del dicho año ante my el escrivano parexio Pablos de Vargas vecino del dicho lugar y en cumplimiento de las cartas generales que se an leido sobre los bienes de la Yglesia declaro. Y que de la Yglesia vieja deste lugar a llevar algunos pedaços de yesos a su casa para sentarse y también 22 AHDGr, 23 Ibid.,

signatura 291-F, fol. 38r. fol. 38v.

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pagara lo que justo sea por ellos y por no saber firmar rogó a un testigo lo firmáse.24

En otro contexto, pero también ejemplo de esa vida difícil y escasa, podemos entender el caso de la viuda Mayor de Baeza, mujer de Pedro Clavijo —antiguo alcalde de la cárcel de la Alhambra—. Mayor pide que se le pague cierto dinero pues su marido dio de comer a dos presos franceses por mandato de su Señoría. La viuda se refiere a sí misma como «soy mujer pobre y cargada de hijos […] y aunque yo no los merezca vuestra señoria haga quenta que me los da en limosna».25 Finalmente, y como muestra de esas emociones que en su encuentro con lo material emergen en forma de microhistoria, traigo el ejemplo de Andrés de Ampuero que, en 1569 presenta un escrito relatando que un tal Gaspar de Maldonado había cogido prestados de su posada una serie de enseres.26 El segundo se encontraba mudándose a una casa y entiendo que esos muebles le servirían para comenzar a vivir mientras se hacía con los suyos propios. Entre los bienes que Maldonado tomó de Ampuero se enumeran: «una cama de campo mia y tres bancas y una silla y una estera de pleyta grande y una scalera». El problema vino cuando Maldonado se fue de la casa dejando las pertenencias dentro. Ante la frustración de no poder recuperar lo suyo, Ampuero acude a la justicia pidiendo que un alguacil pudiera entrar y sacarlos de la casa. Cosas dejadas atrás. La huida allende La rebelión mudéjar de 1499-1501 y las consecuencias religiosas, jurídicas y políticas que le siguieron fueron un detonante de las distintas crisis y problemáticas sociales vividas en Granada durante aquel siglo. En este marco cabe citar el movimiento de huida que un grupo nutrido de moriscos granadinos iniciaron hacia el norte de África. Esta emigración ilegal fue continua durante las décadas que precedieron a la expulsión definitiva de la población del Reino, dándose sobre todo en las zonas costeras, en el sector occidental del territorio así como en las Alpujarras.27 24 AHDGr,

signatura 291-F, fols. 37r-37v. L-66-1 (134). 26 Ibid. (115), doc. 1. 27 Un artículo interesante para comprender este fenómeno es el de Antonio Estrella Jiménez, «Los bienes confiscados a moriscos huidos al norte de África: datos sobre su cobro y administración en el Reino de Granada», en J. L. Castellano y M. L. López Gua25 APAG,

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Detrás de estas marchas sin duda existió un trasfondo emocional que, a través de tan peligrosa acción, buscaría una vía de escape para una vida experimentada como opresiva o quizás incierta. Podría pensarse pues, que la marcha allende en muchos casos se emprendería como una forma de resistencia activa hacia el orden católico, su política de intransigencia religiosa —con la Inquisición como principal instrumento— así como a una presión fiscal cada vez más significativa. Igualmente, esas fugas supusieron un problema para la Corona que enfrentaba una mayor despoblación del Reino y, sobre todo, el potencial peligro que suponía el contacto de los expatriados con berberiscos u otomanos. También me parece muy interesante señalar que el perfil de los huidos fue realmente muy diverso y por lo tanto las causas que los llevaron a tomar semejante decisión debieron de ser excepcionalmente variadas.28 Entre esos fugados se incluyeron hombres jóvenes, pobres, quizás idealistas y con poco que perder; pero también matrimonios y familias completas que parecían ser relevantes en sus comunidades y acaudaladas. De igual modo, la emigración allende fue una opción para personas que habían cometido algún tipo de delito y buscaban una nueva vida lejos de su pasado criminal. Frente a estas marchas la monarquía reaccionó decretando toda suerte de medidas coercitivas entre las que destacó (al menos para este estudio) la pena de confiscación de los bienes del fugado. En este sentido, la corona se guardaba el derecho de apresar al delincuente así como de tomar su patrimonio. El fin de estas posesiones —que luego se vendían en pública almoneda— era obtener dinero que en teoría debía de servir para fortalecer el aparato defensivo y militar del reino. Esta medida de orden práctico también guardaba un mensaje claro para aquellos huidos o con dalupe (coords.), Homenaje a Antonio Domínguez Ortiz, Granada, Universidad de Granada, 2008, pp. 517-546. 28 Esta misma observación la hace Antonio Jiménez Estrella en el artículo antes indicado. Señala el autor cómo moriscos de alta posición social, tales como Cristóbal el Malaqui de Notáez o el matrimonio Xamar, dejaron haciendas relevantes. Jiménez Estrella, igualmente, indica que detrás de este tipo de decisiones —en las que un grupo más o menos poderoso se marchaba a riesgo de perderlo todo— debió existir una motivación o voluntad interior que respondiera a la conciencia propia de aquellos individuos. Este hecho, tal y como declara Antonio Jiménez, es difícil de desentrañar, sin embargo, es fundamental pues da coherencia a ese amplio espectro social que se observa al estudiar a los huidos allende. Antonio Estrella Jiménez, «Los bienes confiscados a moriscos huidos», p. 533.

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intención de marchar: que su traición serviría directamente para enfrentar su agravio y doblegar su resistencia de forma militar y a costa de su propia hacienda. Este desencuentro y tensión social entre ambas comunidades durante los años previos al alzamiento de las Alpujarras queda patente en cierta documentación que describe cómo algunos de los emigrados volvían a las costas granadinas con el afán de causar daño a la comunidad cristiana allí asentada, reclutar o ayudar a salir a otros moriscos descontentos; mientras encontraban la solidaridad y acogida de sus antiguos vecinos. Un ejemplo descriptivo de esta situación es la carta que en 1563 el escribano Juan Pérez envió a Luis Hurtado de Mendoza. En ella detalla cómo desde el mes de noviembre de 1562 estaban sufriendo incursiones muy agresivas en el área de Castell de Ferro y las Alpujarras. Refiere cómo los cristianos nuevos de la zona se mostraban prestos en la ayuda a los fugados, acogiéndolos en sus casas, llevándolos al campo y escondiéndolos en cuevas, dándoles comida, armas e instrucciones para causar el mayor daño, etc. Puntualiza Juan Pérez: Ellos mismos les an dado auisos pa que mejor pudiesen cautibar y matar de lo qual estan las dichas alpuxarras muy alteradas y los cristianos viejos que en ellas biben muy atemorisados y se van a morar a otras partes por que demas de los suso dicho los moriscos estan muy soberbios y solebantados y muy proueidos de armas.29

Pero si este tipo de sostén al fugado y sus fechorías e incluso ese clima de hostilidad social manifiesta hacia la minoría católica estante en las Alpujarras parece haber existido; en este trabajo me gustaría incidir en otro aspecto que deja entrever esa esfera emocional vinculada a lo material. Me refiero a las consecuencias que los allegados de estos rebeldes sufrieron tras sus marchas y que oscilarían entre la lacra social y la sospecha que suponía verse en el círculo social más íntimo de un delincuente, a la expropiación de un patrimonio que se les consideraba propio. Es en este escenario de pérdida en el que muchos familiares —incluso de una forma manifiesta— se intentaron distanciar del comportamiento de su pariente en favor de salvaguardar aquello muchas veces principal para vivir. Tras consultar un amplio catálogo de tercerías por bienes incautados a cristianos nuevos idos allende, propongo aquí varios grupos de afectados 29 APAG,

L-65-17.

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a través de los cuales se puede vislumbrar esa respuesta afectiva propuesta. Estos conjuntos aúnan pleitos interpuestos mayormente por progenitores de varones —relativamente jóvenes— fugados. En ocasiones solo sobrevivía uno de los padres que podía estar al cuidado de otros hermanos y, en caso de que fuera la viuda, la situación parecía aún más desfavorable. Otro grupo de tercerías interesante es el emprendido por las esposas de hombres pasados a África. En relación a ese grupo de padres que ven cómo sus bienes se pierden a causa de la marcha de sus vástagos, destaca el caso de Isabel Jiménez. A través de su testimonio se adivinan las tribulaciones de una madre que se debate entre el afecto por su hijo y la búsqueda de estrategias para sobrevivir en un escenario complejo. Isabel Jiménez, vecina de Cástaras y madre de Diego Jiménez, en 1559 recibió la visita del receptor Sierra que le incautó un mulo y un colchón diciendo que eran propiedades de su hijo y que este se había pasado al norte de África. En esta situación, lo primero que intenta hacer Isabel es cuestionar la fuga de su hijo al decir que «el nunca a pareçido ny bibo ny muerto» y que no había pruebas de que se hubiera marchado. Seguidamente, Isabel reclama que el mulo era suyo y que para poder comprarlo había tenido que vender una de sus tierras a un tal Lorenzo Almagro, pagando el resto con el dinero que ganó con su seda. La madre se esfuerza en demostrar que su hijo no tenía nada, a excepción de ese colchón (que no reclama), y pide que se le devuelva la bestia sin coste alguno aludiendo su mala situación: «que soy muger e biuda e tengo hijas huerfanas» y calificando sin pudor a su hijo como «un mancebo perdido».30 Menos expresiva es la tercería por los bienes secuestrados a Hernando Bellán (1568) natural de Salobras, hijo de Françisco Bellán y huérfano de madre. Con todo es descriptiva de cómo la decisión de un hijo puso en entredicho un patrimonio relativamente amplio afectando a su padre y perjudicando a sus cinco hermanos.31 Otro ejemplo, esta vez protagonizado por un matrimonio, es la tercería por los bienes de Lorenzo Lubrite, vecino de Motril (1556).32 El pleito lo inician sus padres Francisco Lubrite e Isabel Zocaria. Alegan que tras la marcha de su hijo les confiscaron su domicilio, un jubón y un sayo: «una casa en dicha villa, çerca de la casa del Cozabi y de otros linderos 30 APAG,

L-34-24. L-34-51. 32 Ibid. L-196-4. 31 Ibid.

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[…] y en un jubon de carmesi y un sayo de paño verde». Piden que se vuelvan a hacer las averiguaciones y se revoque el secuestro pues el procedimiento de expropiación no se hizo conforme a la ley y, sobre todo, porque la casa era el hogar de la familia y las prendas de ropa eran de un hijo menor que aún vivía con ellos. Y lo otro porque la casa que se secuestro por bienes del hijo mayor de mi parte es propia de mi parte y nunca fue del dicho su hijo y mi parte la compro por sus propios dineros y por suya siempre la ha tenido e poseydo e gozado de ella como verdadero señor, lo otro porque el dicho jubon y sayo es propio de otro hijo menor de mi parte que es su hijo familiar si esta debajo de su poderio paternal y asi no ay causa ny razon a secuestrallos por bienes del que dizen que se fue allende.33

También es curioso cómo en la primera página del documento los padres, como en el caso de Isabel Jiménez, apuntan su falta de certeza acerca de la marcha de su hijo («se hizo secuestro en çiertos bienes mios y de la dicha mi muger por bienes de Lorenço Lobrite mi hijo que dizen averse pasado allende la mar»). Otra situación que debió de complicar la vida de aquellos que se quedaron fue la fuga de uno de los miembros del matrimonio, casi siempre del marido. En estos contextos las mujeres se enfrentaban a la posible pérdida de todo su patrimonio mueble e inmueble: dote, herencias, gananciales, etc. Si a esto se le sumaba la existencia de uno o varios hijos, la situación se tornaba aún más delicada. Un testimonio muy explícito de cómo pudo ser esa realidad —aunque no referido exactamente a la huida del esposo al norte de África sino a su encarcelamiento— es el de Miguel de Segura, natural de Dalías, que estuvo retenido en la prisión de la Alhambra. El documento (1573) narra cómo cuando fue detenido «sin culpa» se le secuestraron todo sus bienes —sin existir orden para ello— y a su mujer e hijos se les echó de la vivienda, desnudos y sin zapatos, declarando el acusado que los dichos «andan perdidos» y «de casa en casa».34 Sin duda la situación le resultaba sumamente angustiosa a aquel hombre que, declarándose inocente, desde la prisión sufría como su familia había quedado en la calle y desprovista de lo más mínimo. 33 APAG, 34 Ibid.

L-196-4. L-166-17.

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En relación a tercerías interpuestas por mujeres de hombres pasados allende se puede citar, por ejemplo, la de Sancho de Benavides, vecino de Níjar.35 Su mujer María de Ayala (1562-1563) reclama que se le devuelvan los bienes que le fueron confiscados, concretamente los que pertenecían a su dote, cuarenta cabras que recibió como herencia al fallecimiento de su padre y los gananciales que durante su matrimonio había generado. Entre ellos se enumeran una huerta que compraron y multiplicaron durante los años de su unión, un mulo, una burra y un pollino. En la tercería igualmente se incluye la carta de dote de María en la que se recogían numerosas joyas de oro y aljófar (collares, gargantillas, etc.), ropas de calidad como una marlota de color damasco morado bordada en oro así como una importante cantidad de ajuar doméstico (cortinas de seda coloradas, sábanas de cama, de cabecera, delanteras, paños de manos, etc.). Como se refirió, todos estos bienes —que al fin y al cabo estarían vistiendo y dando servicio a su hogar— se le habían confiscado y entiendo que María de Ayala buscó esa restitución al vivir la situación como injusta y negativa. En último lugar quiero mencionar la tercería por las posesiones de Juan de Guzmán, natural de Granada aunque asentado en Motril y casado con Leonor Pozuca.36 Esta mujer inicia el pleito con el receptor Juan de Trillo en 1556, después de que se le confiscaran su casa y todos los bienes en ella contenidos tras la marcha a Berbería de su marido en el verano de 1555. Leyendo la documentación entiendo que la mujer se quedó sola con dos niños y que al parecer, después de la marcha de su cónyuge, tuvo un tercero. En esta situación nada halagüeña, Leonor solicita que se le devuelvan los bienes de su dote y arras, los bienes parafernales y multiplicados así como todo lo que llevó al poder de su esposo cuando se unieron. Para que dieran testimonio en su favor presentó a cinco moriscos de Motril que dijeron conocer a la pareja desde niños. Lo particular de la situación es que los cinco testificaron que todos los bienes del matrimonio habían sido procurados a Leonor por sus padres Francisco el Pozuque e Isabel. Describen que Juan de Guzmán era un hombre pobre y había sido criado por el padre de Leonor desde pequeño pues lo había tenía a su servicio. Así, después de acordar el matrimonio de su hija con su sirviente, la proveyó de muy buena dote y ajuar compensando las carencias del marido. Dice Lorenzo Xoraygual, uno de los testigos: 35 APAG, 36 Ibid.

L-166-48. L-196-3.

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Por que el dicho Juan de Guzman era mançebo e pobre que no tenia bienes nyngunos por que estaba en serbiçio del dicho Francisco el Pozuque padre de la dicha Leonor Pozuca a soldada e le serybia por su criado y estando el dicho Juan de Guzman con el dicho Francisco el Pozuque se trato el casamiento entre el e la dicha Leonor Pozuca y esto es publico e notorio.37

Entre esos bienes se citan joyas de oro y aljófar, diferentes tipos de ropas y ajuar doméstico, etc. Dieron a la dicha Leonor Pozuca su hija en casamiento quando se caso con el dicho Juan de Guzman que fueron bestidos de su persona della una marlota de seda e una malafa e otras ropas de paño guarniçidas de terçiopelo e sabanas e una almohada e camisas e colcha morisca e otros muchos bienes ansi como sabanas para la cama e para cobijar e otros muchos bienes muebles e almohadas labradas ala morisca de seda lo qual todo bido este testigo que lo resçibio el dicho Juan de Guzman e despues se lo bido este testigo tener e poseer e gozar estando casados.38

Calculando el testigo Françisco Mexia que todo debía de valer unos cien ducados: Quando caso con el dicho Juan de Guzman su marido llebo muchos bienes muebles e bestidos e axuar como dicho tiene que el dieron Françisco el Pozuque e Ysabel Pozuque su muger padre e madre de la dicha Leonor Pozuca muger del dicho Juan de Guzman como en ropas de lienços e sedas e oro e aljofar e otras cosas, e bido este testigo el axuar que le dieron no puede este testigo determinar çiertamente lo que baldria mas de que a lo que se quyere acordar le paresçe que baldria çien ducados e antes mas que no menos los quales dichos bienes muebles el dicho Juan de Guzman resçibio con la dicha Leonor Pozuca su muger.39

Igualmente, se cita que el matrimonio compró un corral con un palacio a un tal Hayate vecino de Motril y que sobre el corral la pareja edificó unas casas que unieron al palacio preexistente. De nuevo se alude que los terrenos así como la obra y los materiales los pagó el padre de

37 APAG, 38 Ibid. 39 Ibid.

L-196-3. Testimonio que dio el morisco Domyngo el Cayca.

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Leonor para que ambos tuvieran donde morar. Testifica Lorenzo Xoraygual: Conpraron un palaçio e un solar del Hayate vezino desta villa por çierta contia de maravedías e oyo dezir este testigo que en el dicho solar los dichos Juan de Guzman e Leonor Pozuca edificaron e hizieron unas casas e las juntaron con el dicho palaçio que conpraron con el solar e ansi mysmo multiplicaron otros bienes muebles que todo baldria çinquanta ducados lo qual sabe este testigo por que lo bido labrar e que el dinero que se gasto en las dichas casas en conprallas el solar e el palaçio y en labrar la casa y en los materiales lo dio en dineros el dicho Françisco el Pozuque de una seda que bendio a la dicha Leonor Pozuca su hija para que tubiere donde morar e se lo dio para ella y en casamiento e ansi es dicho Francisco el Pozuque suegro del dicho Juan de Guzman.40

En este contexto, en el que parece claro que todo o, al menos la mayor parte, de lo que la pareja tenía había sido facilitado por el padre de la misma con el fin de verla acomodada, resulta muy esclarecedor el testimonio de Juan Fajardo. Este morisco era vecino de Francisco Pozuque (padre de Leonor) y en su narración se aprecia que las andanzas de Juan de Guzmán no eran nuevas y que ya había causado con anterioridad problemas a su mujer. Concretamente testifica que la esposa tuvo que empeñar parte de su hacienda para librarlo de la cárcel en una ocasión y que esto le hizo perder mucho de su patrimonio: Algunos de los dichos bienes de joyas de seda e de oro este testigo tubo empeñados que se los empeño la dicha Leonor Pozuca por dineros que le dio e le gasto muchos de los dichos bienes el dicho Juan de Guzman e se los echo a perder por librarle de la carçel una bez que estubo preso, e esto es publico e notorio entre las personas que dello tienen notiçia como este testigo.41

Asimismo aclara que el fugado después de estar un tiempo en Berbería regresó a tierras castellanas y que cada uno de los bienes secuestrados por Juan de Trillo eran verdaderamente de Leonor Pozuca. Sobre la fuga y vuelta de Juan de Guzmán dice Juan Fajardo:

40 APAG, 41 Ibid.

L-196-3.

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Saliendo con otros cristianos nuebos desta villa e de la çibdad de granada e que estubo alla çierto tiempo e que despues se torno a Castilla e que si bienes fueron enbargados e secuestrados por bienes del dicho Juan de Guzman serian e son de la dicha Leonor Pozuca porqe como tiene dicho este testigo el dicho Juan de Guzman no tenia bienes nyngunos quando con ella caso e si los tubiere este testigo lo supiera e no pudiera ser menos por que le trato siendo mançebo.42

Aunque durante todo el pleito no se describen los sentimientos de Leonor Pozuca o incluso los de sus familiares; considero que el mismo hecho de recurrir el embargo de sus bienes, el verse sola al cargo de tres menores y desposeída de todo lo que le era propio, no debió de ser un contexto que facilitara su existencia. Tiempos revueltos En este punto me gustaría señalar algunos documentos que claramente dejan entrever un clima emocional tenso y polarizado entre la violencia y agresividad del estamento militar y el miedo e indefensión de la población civil —tanto morisca como cristiana— granadina. Estos abusos se comprenden en el marco de la Guerra de las Alpujarras y son muchísimos los testimonios que versan sobre dichos hechos. Con el conflicto no solo las personas y sus objetos cotidianos se vieron afectados sino también los mismos ámbitos domésticos. Las viviendas como espacios de vida, protección e identidad familiar serán escenario de destrucciones y asolamientos intencionados que buscaron, en ocasiones, el castigo gratuito y la desarticulación emocional de los lugareños de muchas poblaciones. Los ejemplos son numerosísimos y entre ellos cito aquí uno ilustrativo: la razia que comandó Antonio de Luna sobre las Albuñuelas en el contexto de la rebelión. Narra Diego Hurtado de Mendoza cómo se conoció que en esta alquería parte de los vecinos acogían y daban vitualla a los alzados. Como represalia se decidió castigar el lugar destruyéndolo y «robando, quemando y asolando sus casas». Junto al castigo por la traición también se buscó dar ejemplo a otros lugares del Valle de Lecrín, citándose que la incursión además ayudaría a entretener a las huestes católicas que andaban ociosas y descontentas:43 42 APAG, 43 Diego

L-196-3. Hurtado de Mendoza, Guerra de Granada, Barcelona, Sarpe, 1986, p. 78.

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Mas porque muchos moriscos de paz, especialmente de las Albuñuelas, se hallaron con el Macox, y porque los vecinos de aquel lugar acogían y daban vitualla a los moros, y con ellos tenían continua plática, pareció que debían ser castigados y el lugar destruido, así por ejemplo de otros, como por entretener con algún cabo justificado la gente que estaba ociosa y descontenta […]. Mandóse a don Antonio de Luna, capitán de la Vega, que con cinco banderas de infantería y doscientos caballos, amaneciese sobre el lugar, degollase los hombres, hiciese cautiva toda manera de persona, robase, quemase, asolase las casas.

Este mismo tipo de terror también se perpetró desde el otro bando, describiendo por ejemplo Luis del Mármol Carvajal cómo los cristianos de las Alpujarras sufrieron todo tipo de barbaries, robo de casas inclusive, durante el levantamiento del Reino: Robáronles las casas, y á los que se recogian en las torres y lugares fuertes los cercaron y rodearon con llamas de fuego, y quemando muchos dellos […]. Esta pestilencia comenzó en Lanjaron, y pasó á Órgiba el juéves en la tarde.44

Este clima violento y represivo es algo que fácilmente se aprecia al consultar las quejas que muchos ciudadanos granadinos alzaron a la Capitanía General durante el enfrentamiento alpujarreño. Son numerosísimos los testimonios que traducen el abuso de una soldadesca muchas veces absolutamente desbocada en su afán por dañar e impune ante sus afrentas. A igual tiempo, y como consecuencia de lo anterior, también se aprecia el miedo, desasosiego y preocupación de una población civil insegura y muchas veces totalmente indefensa ante las afrentas recibidas. Un documento que me parece muy revelador al respecto es la súplica que Alonso de Navas alguacil de Padul junto a Diego Yazid y Andrés de Peralta, ambos regidores del lugar, enviaron a la Alhambra en 1558. La carta se escribe con la excusa de poner en conocimiento que unos soldados habían robado unas cuatro bestias a ciertos vecinos del pueblo sin pedir para ello permiso, sin pagar ningún dinero y habiéndolas perdido: Y a quatro dias que tienen tres o quatro bestias ausentes del lugar que no se sabe de los soldados que las llebaron ny qyen ny de donde son que 44 Luis del Mármol Carvajal, Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada, Málaga, Arguval, p. 95.

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las bestias que se llevaron heran un buen asno y una mula e de nynguna bestia que se llevaron an pagado ny pagan alquileres.45

En esta narración las autoridades de Padul describen una situación absolutamente dramática en la que toda una población vive atemorizada evitando incluso salir de sus casas. Dicen que en Padul llevaban asentados cinco días los hombres del Capitán Clavijo y que en ese tiempo habían hecho ya muchos daños tomando de los vecinos víveres así como sus monturas, que cogían, llevaban a Granada y usaban a su antojo sin por ello pagar nada: Hazemos saver que en el dicho lugar del Padul esta aposentada la capi­ tania del capitan Clauijo desde el sauado proximo passado que a çinco dias los quales soldados de la dicha capitania despues que alli estan an fecho e hazen muchos desafueros a los vezinos del dicho lugar ansi tomando las comidas que comen sin pagarlas como tomandoles las bestias que tienen y de cada dia se las traen a granada e se ban con ellas donde quieren y por bien tienen.46

Prosiguen aclarando que esto estaba siendo muy malo para el lugar pues, siendo el tiempo de sembrar el panizo y estercolar la tierra, las gentes por miedo no salían a la calle ni atendían sus labores. En este punto, en relación a la actitud de la soldadesca y su total falta de escrú­ pulos o contención describen incluso que se habían adueñado del pueblo, desobedeciendo a sus superiores e intentando forzar sexualmente a mu­ jeres: E tienen tan sujeto el pueblo e vecinos del como si fuesen Reyes abso­ lutos e lo que peor es que los dichos soldados no tienen capitan syno un alferez al qual no tienen el respeto que se tendria al capitan y esto le da causa a hacer mas desafueros e an querido forzar mugeres casadas los di­ chos soldados.47

Piden que por favor se personara en Padul el responsable de estos militares, pues, aunque se les notificó que dejaran el lugar, habían des­

45 APAG, 46 Ibid. 47 Ibid.

L-66-1 (42).

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obedecido la orden de la Alhambra intencionadamente y lanzando palabras desafiantes: Y dizen e publican que aunque vaya toda la Alhambra no seria suficiente para echarlos del Padul y que se an de estar alli todo el tiempo que quysieren e aunque les fue notificado un madamiento de V.ª S.ª no lo cumplieron ny quisieron cumplir.48

Este documento además de describir las actitudes y sentimientos encontrados de aquellas gentes durante la contienda, también nos informa de algunos de los bienes que con más frecuencia (aunque no exclusivamente) parece que causaron continuas desavenencias. Estos son los alimentos y comidas que los soldados requerían a los civiles junto con las bestias y caballerías que, además de tener un coste alto, suponían una pieza fundamental de la vida de aquellas familias. Sobre el robo de un mulo —esta vez en un contexto diferente— se puede referir también el ejemplo de Francisco del Castillo. Este hombre llevando bastimentos a un presidio —y por lo tanto estando al servicio de las tropas católicas— fue asaltado en el barrio bajo de Ogíjares por don Antonio de Luna. Este le quitó el mulo, los bastimentos que llevaba, así como un niño de unos cinco o seis años que posiblemente le servía como esclavo. Ante el agraviado de verse comprometido de este modo y más por un alto mando castellano esgrime: «pues no es justo que syrviendo yo a su Magestad y a su Eçelençia en llevar bastymentos me hagan vexaçiones y molestyas».49 El pueblo de Béznar también sufrió los atropellos de la gente de guerra y por ello su alguacil y regidores el 7 de febrero de 1565 alzaron una queja. En ella informaron que algunos soldados de Motril y Adra, en su camino a Granada, se acercaban al lugar y sin autorización entraban y se aposentaban en las casas. Exigían que los lugareños les dieran de comer, les robaban sus gallinas y bestias y cuando encontraban las puertas cerradas las forzaban robando las aves y otros objetos. Y dezimos que los soldados de Motril e Adra las vezes que les pareçe en achaque ques paso desta çibdad bienen al dicho lugar e sin horden de Vuestra Señoria ni de nosotros como tales alguziles e regidores se aposentan en las casa que quieren e hacen que sus dueños se les de de comer e 48 APAG, 49 Ibid.

L-66-1 (42). (151).

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les toman gallinas para llevar y bestias para ir donde les pareçe e si hallan las casas çerradas las abren quebrantando las puertas e dellas sacan gallinas e otras cosas de lo qual los vecinos del dicho lugar resçiben mucho daño e molestia de cada día.50

La documentación que relata este tipo de atropellos y arbitrariedades es realmente numerosa y descriptiva. Un caso muy explícito es por ejemplo el pedimento y suplica que los regidores de Pinos Genil mandaron a la Alhambra (1564). En él narran que el pueblo estaba ocupado por las tropas del capitán Gonzalo Chacón desde hacía veinte días y que, a pesar de ser los lugareños gente pobre, los estaban atendiendo. Sin embargo, los regidores de Pinos Genil dicen que los escuderos estaban haciendo muchos daños y ofensas a los vecinos, pues no contentándose con los bastimentos que les estaban asignados, exigían otro tipo de comidas más suculentas tanto para ellos (capones, gallinas, cabras, aceite, habas, etc.) como para sus caballos (que les mezclaran trigo con la cebada propia del bastimento, así como media libra de harina y aceite al día para brebajos). En caso de que algún vecino mostrara resistencia ante los abusos recibidos, los regidores denuncian que eran doblegados por la fuerza recibiendo malos tratos físicos así como duros insultos. Relatan: Y sino se lo dan los dichos escuderos por fuerça y contra la boluntad de los vecinos se lo toman haziendoles muchos malos tratos mas dandoles de palos y bofetones. Diziendoles de putos moros perros, lo qual es grande agrabio e bexacion a los vecinos.51

Otro testimonio en esta línea es el que hacen las autoridades de Lanjarón después de un año soportando el paso de las milicias y sus muchos daños. Detallan que los soldados rechazaban los suministros que tenían estipulados y obligaban a los vecinos a mantenerlos a la fuerza: cogiéndoles su bestias, ropas e incluso camas y llevándoselas al mesón donde también comían sin miramientos («se van a comer al meson y comen sobre tajas y dexan al lugar que lo pague»).52 Dicen que la población está empobrecida y que dado que los soldados ganan su sueldo no es justo que los vecinos se vean tan perjudicados.

50 APAG,

L-66-1 (115) 6. (165). 52 Ibid. (66). 51 Ibid.

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Finalmente, y en relación a lo que suponía la violación del espacio doméstico y al uso y disfrute de sus bienes y víveres quiero citar la denuncia que los vecinos de Dudar alzaron. Melchor de los Olivos, en representación del alguacil y regidores del pueblo, informa de que en Dudar estaban aposentados algunos escuderos de la capitanía de Diego de Narváez acompañados de tres o cuatro mujeres con las que probablemente estuvieran amancebados. Describe Melchor de los Olivos que los lugareños estaban muy fatigados pues los escuderos les obligaban a darles aposento y mantenimiento no solo a ellos sino también sus amantes y en caso de negarse les daban malos tratos: Que en el dicho lugar estan aposentados çiertos escuderos de la capitania de Diego de Narbaez y los dichos escuderos tienen en el dicho lugar tres o cuatro mugeres los quales no solamete se contentan con que a ellos se les de aposento y lo neçesario, sino les apremian a que a las dichas mugeres y a otras personas que no son escuderos les an de dar mantenymientos y aposentos.53

La situación además de resultar abusiva, aunque no se cita, debió de parecer escandalosa. A BUEN RECAUDO Y LIGEROS DE EQUIPAJE En este epígrafe quiero introducir algunos apuntes relacionados con la ocultación de riquezas y demás bienes materiales que, en diferentes contextos represivos, tuvieron lugar. La acción de ocultar algo conlleva un miedo obvio a ser descubierto a la par que un deseo de preservar algo sobre lo que posteriormente volver. No es difícil imaginar que ante la perspectiva de perder las cosas de toda una vida (objetos personales, de valor material, sentimental, etc.) esconderlas pensando en un posible regreso o con el fin de evitar su confiscación fuera una opción plausible. En los ejemplos que aquí propongo voy a distinguir dos momentos diferentes en los que ese extravío intencionado de bienes tuvo bastante auge: el primero fue durante las, antes referidas, fugas de moriscos al norte de África; para proseguir con los casos más o menos frecuentes que parece se dieron tras la expulsión de los cristianos nuevos granadinos. 53 APAG,

L-66-1 (48).

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Anteriormente cité que entre las penas impuestas a aquellos que huían allende se estipuló la confiscación de todo su patrimonio. La documentación que registra las posesiones embargadas a estas personas así como el resultado de su almoneda es numerosa y heterogénea. Estos folios a veces también dejan entrever la sospecha e incluso la certeza de que parte de las riquezas de esos fugados fueron desviadas u ocultadas intencionadamente. Estas fugas a África fueron usualmente procesos bien meditados que conllevaron incluso cambios de residencia en pos de acercarse poco a poco al litoral. Comprendo que en este contexto de planificación, el extravío, donación y partida portando parte de sus objetos más preciados o valiosos (joyas, oro, plata, piezas con cierto valor afectivo, etc.) fue un hecho. Así lo expresó Alonso Vélez de Mendoza, regidor de Vélez Málaga cuando dice: «Se vienen a bivir a estos lugares que están çerca de la mar, es con yntinçion de pasarse allende y trabajan de llevar todo lo que pueden […]».54 En términos incluso más suspicaces y en relación a la ocultación de propiedades tras la migración se expresó el receptor de bienes Hernando de Sierra. En 1559 este envió una carta a la Alhambra comentando que para poder realizar su cometido precisaba de un escribano y que estos estaban muy ocupados y le pedían mucho dinero por acompañarlo. Así Hernando de Sierra solicita que le den comisión a Pedro de Tapia —escribano de las Alpujarras— alegando que haría un buen trabajo pues conocía la tierra y sus gentes y podría dar con todo aquello que hubieran perdido: Porques onbre que entiende de estos negoçios y los a hecho con Antonio de Figeroa y demas deso sabe muy bien la tierra y la lengua por donde el rrei podria ser aprouechado y es onbre que conoçe todos los moriscos del Alpuxarra y sabra muy bien buscar y sacar los bienes donde quiera ques tuvieren.55

Este mismo Hernando de Sierra —acaso muy acostumbrado a complejas triquiñuelas y disimulos— fue el mismo que confiscó de forma bastante arbitraria ciertos bienes a Beatriz de Mandaria, la vecina de Acequias con la que abrí este trabajo.56 Según narra la tercería por las 54 Archivo General de Simancas (a partir de ahora AGS), E, leg. 68-323. Cita tomada del artículo de Antonio Estrella Jiménez, «Los bienes confiscados a moriscos huidos», p. 520. 55 APAG, L-34-54. 56 Ibid., L-34-13.

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propiedades del morisco Lorenzo Hernández, el receptor se plantó en la casa de la mujer tomándole por fuerza bastantes ropas y joyas. La motivación de esta incautación fue una habladuría que vendría a alimentar la misma desconfianza manifestada por el receptor. De Sierra había sido informado que cuando Hernández se embarcó, su hija intentó ocultar algunas de sus posesiones. Narra un testigo presentado por Mandaria que la hija del morisco —acarreando algunos de los bienes de su padre— salió por el pueblo con la intención de extraviarlos siendo seguida por el alguacil del lugar que, en un momento determinado, la perdió de vista; y había oído que la dicha hija entró en la casa de Beatriz. Si a esto se une que parte de los bienes —en su mayoría ropas y ajuar de hogar— estaban guardados dentro de una funda de almohada grande, la sospecha y su confirmación estaban servidas. Un documento muy explícito sobre el desvío o puesta a buen recaudo de bienes domésticos ante una confiscación segura, es el que recoge la averiguación de las propiedades que dejaron Diego el Çequeli y su mujer María Manca al pasar con sus hijos allende en el año 1563. El matrimonio era oriundo de Víznar aunque cuatro años antes se había mudado a Órgiva (tras haber matado Diego el Çequeli a su hermano) desde donde partió a su exilio africano. Cuando las autoridades incautaron su vivienda advirtieron que estaba vacía y emprendieron averiguaciones al respecto. Finalmente descubrieron que parte del ajuar doméstico, al menos ciertas cosas valiosas y «portables» (mayormente textiles) habían sido escondidas intencionadamente por María Manca en la casa de su madre Francisca Manca. Esta, al recibir la visita de las autoridades y con ayuda de un intérprete, los subió a una cámara alta de su vivienda y sacó de un arca diversas vestiduras y ropas de hogar nuevas, de valor, muchas de seda y con bordados: En la dicha casa ny hallo bienes que secuestrar porque fue ynformado que la muger del suso dicho los a escondido y no hallo sino solamente unas tallas de lino por majar y por curar. […] E luego el dicho Alguazil fue ynformado que los dichos bienes del dicho Diego el Çequeli los an llevado a casa de la madre de la muger del dicho Diego el Çequeli e fue a la dicha […] de Francisca manca biuda mujer que fue de Sancho el manco madre de Maria Çequilia muger de Diego el Çequili […]. El dicho alguazil le pregunto por lengua de Francisco Lopez el manco vezino del dicho lugar de Biznar que bienes se an traydo a su casa de casa de su hija […] la qual por lengua del dicho Francisco Lopez dixo que el dicho alguazil e yo el dicho escrivano subiesemos a una camara de la dicha casa […] subimos a una camara dela dicha casa e la suso dicha mostro una

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arca e en la dicha arca se hallaron los bienes siguientes: Una almalafa de seda de alfon nueva/ Un paño de yndias de colorado e otros colores/ Una camysa de muger/ Unos çaraguelles de muger/ Una camysa de canicul / Otra camysa de canycul y con un cabeçon de oro/ Otra caysa blanca pequeña/ Dos pares de çaraguelles/ Una almohada labrada de seda negra para acabar/ Unas tobajas e otros çaraguelles/ Otro paño blanco/ Otro paño labrado de seda negra todo lo qual estava en la dicha arca/ Una colcha morisca de paño de colores e un colchón.57

Sin duda el éxodo de esta gente debió de ser un proceso absolutamente meditado que los llevó a desmantelar su domicilio —acaso vendiendo sus bienes para conseguir dinero— y donando ciertas ropas de hogar que posiblemente fueron parte de la dote llevada por la esposa al matrimonio. Si hasta aquí hemos podido documentar cómo esos moriscos fugados muchas veces intentaron extraviar o sacar provecho de sus posesiones antes de largarse; también estuvieron los que se fugaron de forma apresurada dejando atrás algunos de sus bienes. Estos objetos pasaban a engrosar las arcas de la Corona si bien, en ocasiones podían ser tomados por otras gentes que, con la esperanza de no ser descubiertos, intentaban aprovechar el beneficioso hallazgo. Un caso se dio en Motril en agosto de 1575. Al parecer el día 25 de ese mes se había producido la fuga de ciertos moriscos desde la Rambla de los Baños y estos habían dejado en la orilla algunas bestias así como otro tipo de caudales que fueron cogidos por los lugareños. De esta manera, cinco días después del embarque, se pregonó por toda la villa que todos aquellos que se habían hecho con esas posesiones debían de manifestarlo y entregarlas en el plazo de un día so pena de ser castigados como usurpadores del patrimonio real (cuatro años de galeras al remo y la confiscación de todo su patrimonio): Que todas las personas que tuvieren algunas bestias u otros qualequier bienes que dejaron los moros en la Ranbla de los Baños quando se embarcaron el sabado pasado veinte y çinco deste mes de agosto las magnifiesten y entreguen a mi el presente escribano dentro de mañana en todo el dia treinte y uno del presente so pena de qatro años de galleras al remo y se procedera contra sus bienes y personas como usurpadores de los bienes de su magestad.58 57 APAG, 58 Ibid.,

L-65-1 L-62-37.

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Un ejemplo diferente y hasta cierto punto sospechoso es el de Miguel Alonso, vecino de Cástaras y encarcelado en la Alhambra en 1573. El susodicho escribió una carta a la autoridad pertinente narrando que estaba preso sin motivo y que el receptor le había confiscado unas armas que él había encontrado en una cueva cerca de su pueblo. Alega el mucho daño que su encierro le ha provocando a su seda y resuelve que le devuelvan las armas halladas con un ingenioso argumento: «mande que el dicho receptor me lo pague e buelba mis armas pues de las hallar e tener en mi poder resulta que los que las pusieron no hiziesen con ellas daños e muerte».59 Este descubrimiento en una cueva resulta también muy interesante pues entronca con las leyendas e imaginario morisco popular, presente aún hoy, en muchos ámbitos rurales granadinos. Estas historias orales suelen narrar cómo los «moros», ante su obligado destierro, dejaron escondidos tesoros en grutas, montes, casas, pasadizos, etc. esperando poder regresar algún día a por ellos.60 Estas historias fantasiosas, dejan entrever el trasfondo de un hecho que al parecer fue relativamente común y es el empeño por salvaguardar sus pequeñas o grandes riquezas ante un obligado viaje que, difícilmente respetó su integridad física. En los años sucesivos a la expulsión morisca se vivió una fiebre por la búsqueda de tesoros que resultó incluso en la promulgación de cierta legislación al respecto. De igual modo, la documentación relativa a peticiones tanto de moriscos como de cristianos viejos para obtener determinadas suertes, la merced de volver a sus tierras por servicios prestados a la Corona o peticiones para recuperar lo que en aquel trance habían dejado oculto en sus dominios, parece bastante abundante.61 Un caso en el que además queda patente no solo la ocultación intencionada de una pequeña fortuna, sino también el ánimo negociador de la parte expatriada es el de los moriscos 59 APAG,

L-166-17. ejemplo de esa abundante tradición oral es la leyenda de Vacamía, propia de Dúrcal. Los lugareños refieren que en una cavidad del pueblo, llamada Cueva de los Riscos (en las inmediaciones del castillo andalusí local), un morisco dejó oculta una vaca de oro a la espera de su regreso. Tristemente, el desafortunado no volvió y hoy su espíritu guarda y protege su tesoro ante posibles ladrones, interpelando con voz fantasmagórica «la vaca es mía». Esta leyenda me la narró la vecina de Dúrcal Aurora Pérez Moreno (Dúrcal, 1927-2018) en octubre de 2010. 61 Un artículo que introduce y aporta un primer desarrollo de estas cuestiones es el de Manuel Barrios Aguilera, «Tesoros moriscos y picaresca», Espacio Tiempo y Forma. Serie IV, Historia Moderna, 9 (1996), pp. 11-24. 60 Un

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erradicados en la provincia de Zaragoza Luis Gostin (en Jarque) y Luis Madof (de Sestrica). Ambos piden licencia al rey para recuperar los «ocho o nueve mil ducados» que habían dejado ocultos a su salida del reino. No ofrecen datos de la ubicación de su tesoro pero garantizan que en caso de obtener el permiso la tercera parte del dinero pasaría a las autoridades pertinentes.62 De igual forma, el dilatado proceso de expulsión de todos los cristianos nuevos del territorio granadino y las muchas tribulaciones que debió de causar en el ánimo y vida de aquellas gentes dejó otros escenarios de disimulo mucho más dramáticos. Me refiero a la ocultación de la misma identidad y, sobre esto, hay bastante documentación que describe cómo muchos moriscos se hacían pasar por cristianos viejos con el fin de evitar el obligado éxodo. Que este hecho debió de ser frecuente queda patente con la promulgación de la Provisión Real (Madrid, 1584): «Sobre la orden que se ha de tener en los negocios tocantes a los Moriscos del Reyno de Granada, que pretendieren ser Christianos viejos».63 Al final, ese enmascaramiento respondía a una acción desesperada por no perder una vida quizás inestable pero al menos conocida y desde luego enraizada en la zona. Al mismo tiempo, ante las diversas órdenes de expulsión se desplegaron otro tipo de resistencias ejercidas tanto por los mismos moriscos como por algunos concejos que entendieron el proceso como algo muy perjudicial para sus sitios.64 El 3 de febrero de 1584 Bartolomé Portillo de Solier —encargado de sacar a los moriscos de la tierra de Baza— escribió a Juan Vázquez de Salazar, secretario de la Cámara de su majestad y de su Consejo.65 En esta carta comienza diciendo que aunque había llegado en enero a la zona aún no había podido salir pues: «han sido tantos los pleitos de casamientos y moças de administraçion y otros de chripstianos biejos que a primero de febrero despache una esquadra y con la otra no he podido salir». Asimismo indica: 62 Caso

citado en Manuel Barrios Aguilera, «Tesoros moriscos», p. 17. Ca. Ca., leg. 2192. 64 Un buen artículo para comprender este proceso es el de Carlos Javier García Garrido, «La expulsión de los moriscos del reino de Granada de 1584. El caso de Guadix y su tierra», Miscelánea de estudios Árabes y Hebraicos. Sección Árabe-Islam, 51 (2002), pp. 19-38. En este trabajo se refiere, por ejemplo, la multa de 50 000 maravedís que la Justicia y Regimiento de Guadix tuvo que pagar por haber retornado a la ciudad a cuatro moriscos —un herrero y tres tejeros— por la mucha falta que hacían estos profesionales para acometer las obras públicas del lugar. 65 AGS, Ca. Ca., leg. 2187. 63 AGS,

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Con la ocasion destas casas que se han quedado, que eran las ricas, todo lo que va es gente tan pobre que se ha echo aberiguaçion en forma por ante el gouernador desta çiudad y son duzientas y setenta y siete personas las que oy son verdaderamente pobres y que estauan ya dandoles de comer de limosna en esta ciudad y ay çiento y treinta y çinco mugeres y niños a quien por pobres se les dan carros.

Finalmente, durante la partida se constata que gran parte de los que marchaban lo hacían en una situación de pobreza absoluta («qe se a entendido que debaxo del çielo no tienen con que sustentarse si su Magestad no les socorre»)66 y en caso de haber ido algo más proveídos, lo perdían todo por el camino. Un caso que me parece especialmente dramático es el de la niñas esclavas o menores dadas en administración a cristianos viejos. En la carta que Esteban Valdivia —encargado de expatriar a los moriscos de las Villas, la Vega, el Valle, las Alpujarras, Alcalá y Santa Fe— envío a Juan Vázquez de Salazar indica: «[…] que como se las an sacado a quien las a criado i al tiempo que se auia de servir dellas se las quitan no solo las socorren enpero con el mas ruyn vestido las enbian […]».67 Cuesta pensar que esas pequeñas, al servicio pero también viviendo bajo el mismo techo de aquellas familias, fueran enviadas a semejante trance con el peor de los recaudos. Las epístolas que algunos funcionarios encargados del ostracismo morisco envían al Consejo de Repoblación son extraordinariamente amargas y conmovedoras. Uso este término con intencionalidad pues, a través de ellas se aprecian detalles y descripciones descarnadas con las que el encargado real instaba intencionadamente y con urgencia a que se le ayudase para poder acometer su empresa. Muchas de estas misivas se escriben expresamente para alertar de la falta de recursos recibidos y de las tremendas condiciones del viaje. El pesar de estos oficiales queda patente en sus escritos así como la trágica situación de los moriscos que incluso suscitaba la compasión de las personas con las que se cruzaban. Una carta muy reveladora es la que en enero de 1584 envió Juan Dávila a Juan Vázquez de Salazar. En ella narra cómo estaba en el camino llevando ochocientas almas e indica que el dinero se le había gastado y ya no tenía con qué seguir. Cita que muchas mujeres y niños iban sin zapa66 AGS, Ca. Ca., leg. 2187. De la carta de Esteban Valdivia a Juan Vázquez de Salazar. 67 Ibid.

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tos y que los cristianos nuevos que habían marchado con algún ahorro o bestia a esas alturas ya lo habían perdido todo: Ahora pareçe que ya la gente se ba apurando y los que trayan poco dinero se les ha acabado y algunas ruynes besteçuelas van faltando.68

Suplica que le ayuden a solucionar pronto la situación tan nefasta incidiendo que aún tiene un poco de dinero gracias a que había sido socorrido con cierta limosna de gente piadosa. Yo estoy casi sin blanca y estuviera sin un real si unas personas piadosas no huviera socorrido con çierta limosna que ha aliviado el gasto de su magestad asta ahora. Vuestra Merced me haga en darme orden como yo pueda sacar dinero para cumplir mi viaje y esto con la brevedad posible supuesto que no se puede caminar desta suerte asta çincuenta moços pobres y mas de çien mujeres van descalzas.

Al final, este texto escrito con la intención de relacionar la vida emocional de diferentes comunidades con sus objetos más cotidianos en un ambiente tan complejo como fue la Granada del siglo xvi, se cierra con un viaje que difícilmente respetó ambos aspectos. Con todo, a través del recorrido aquí expuesto por múltiples microhistorias que abren tímidamente la puerta de un mundo interior casi siempre velado, creo que se puede comenzar a vislumbrar aspectos interesantes de la vida emocional de dos comunidades fuertemente polarizadas pero que también encontraron lazos mutuos de solidaridad y empatía.

68 AGS,

Ca. Ca., leg. 2187.

HISTORIAS LLENAS DE EMOCIONES: ESPACIOS Y OBJETOS DE MENORES EN LAS CASAS DE MORISCOS Y CRISTIANOS1 María Elena díez jorge Universidad de Granada

En este texto reflexiono sobre la materialidad de las emociones a partir de la casa, centrándome especialmente en la gente común que a lo largo del xvi vivió en una España compleja. Dentro de las viviendas de moriscos y cristianos viejos tuvieron lugar prácticas afectivas y también de sumisión que se establecieron entre los que la ocupaban. Estos aspectos emocionales se regían atendiendo a cuestiones de clase, género y edad, organizándose el espacio interior por medio de tabiques o a veces con simples objetos. Partiendo específicamente de la edad y, en concreto, de los más pequeños de la casa, analizo algunas de esas emociones a través de la distribución de estancias en la casa y de sus enseres. DE OTRAS HISTORIAS: EMOCIONES E INFANCIA Tradicionalmente se ha establecido una dicotomía entre emociones y sentimientos. Como bien señalan algunas autoras esta división puede ser ficticia ya que los sentimientos sostienen socialmente los comporta1 Este

trabajo se enmarca en el proyecto «De puertas para adentro: vida y distribución de espacios en la arquitectura doméstica (siglos xv-xvi) Vida y Arquitectura. (VIDARQ)» (referencia I+D: HAR2014-52248-P), proyectos I+D del Ministerio de Economía y Competitividad (investigadora principal María Elena Díez Jorge).

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mientos de tal modo que el sujeto adquiere su racionalidad a través del aprendizaje sistemático de una serie de prácticas o rituales emocionales.2 Las emociones son acciones y por ello se han de incorporar como posibles motores de cambio y, por tanto, como objeto científico de estudio.3 Hay un aprendizaje de las emociones puesto que no es algo meramente irracional y es evidente que van más allá de algo innato o biológico. El mundo de lo emocional y de las prácticas afectivas se interrelaciona con hábitos de comportamiento aprendidos dentro de una comunidad.4 Sin duda, este tema es muy complejo y más teniendo en cuenta que las categorías emocionales bajomedievales y modernas no son las actuales y de ahí el cuidado que hay que tener para evitar aplicar listados de emociones contemporáneas a períodos históricos del pasado.5 Esta perspectiva de la historia de las emociones la quiero imbricar con la historia de la infancia, con los menores.6 De este modo se deben analizar las variaciones de la experiencia emocional, sean individuales o colectivas, y en este sentido las relacionadas con el mundo afectivo de niños y niñas porque es evidente que cambia. De la misma manera también evoluciona la percepción que los adultos van teniendo de la infancia. El arranque de los estudios sobre la infancia tiene lugar en la historiografía moderna fundamentalmente con la obra de Philippe Ariès, L'Enfant et la vie familiale sous l'ancient régime, publicada en 1960, y con las posteriores aportaciones de Lloyd de Mause, The history of the Childhood.7 En la actualidad se establece una distinción entre la historia 2 Rosa

María Medina Doménech, «Sentir la historia. Propuestas para una agenda de investigación feminista en la historia de las emociones», Arenal, 19/1 (enero-junio 2012), pp. 161-199. Un ejemplo de estudio de las emociones como objeto científico es el libro de Damien Boquet y Piroska Nagy, Sensible Moyen Âge. Une histoire des émotions dans l’Occident médiéval, Paris, Éditions du Seuil, 2015. 3 Rosa María Medina Doménech, «Sentir la historia», p. 166. 4 Planteado por Rosa Medina Doménech en el texto «Sentir la historia. Diálogos a través del tiempo», entregado en el Seminario de Investigación Avanzada «Vestir la casa: objetos y emociones en el hogar andalusí y morisco», celebrado en la Universidad de La Laguna, 10-11 de noviembre de 2016. 5 Ibid. 6 Se distingue entre infancia y niño (childhood and child), Sally Crawford y Carenza Lewwis, «Childhood Studies and the Society for the Study of Childhood in the Past», Childhood in The Past, 1/1 (2009), pp. 5-16. 7 Daniel Justel Vicente (ed.), Niños en la antigüedad. Estudios sobre la infancia en el Mediterráneo antiguo, Zaragoza, Universidad, 2012, p. 16 y ss.

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de la infancia y aquella de las actitudes de los adultos hacia los niños y, además, se suele poner el énfasis en la necesidad de estudiar a los menores como agentes activos.8 Es evidente que la parte más complicada en la historia de la infancia es saber qué experimentaban y sentían los propios niños. Sobre las actitudes de los adultos hacia los menores hubo diferentes sentimientos y emociones. Se ha hablado, por ejemplo, del entorno afectivo femenino que se creaba con otras mujeres a la hora de dar a luz, como se ve en las pinturas medievales y de época moderna en las que suele aparecer la parturienta rodeada de otras mujeres, ya sean parteras, sirvientas o miembros del núcleo familiar.9 Tenemos noticias sobre las parteras y la diferente consideración entre las cristianas y las moriscas, así como algunas referencias sobre ese mundo emocional de solidaridad femenina creado en el parto durante el período bajomedieval y moderno y por encima de las diferencias de credo.10 A pesar de ello, no debemos olvidar que el parto se produciría también en circunstancias dramáticas, sola, sin asistencia. En este sentido cabe apuntar que no todas las mujeres querrían parir; las situaciones serían bien distintas para quien sintiera que llegaba una boca más que alimentar en un entorno de pobreza, para aquella que hubiera quedado embarazada fruto de una violación, o la que tuviera un embarazo no deseado y no estando casada en una sociedad que no aprobaba este tipo de comportamientos, o simplemente el miedo a morir en el parto ya que existía una mortalidad relativamente alta. Al menos, a primera vista, parece que los hombres estaban excluidos de ese momento; por lo general, el marido esperaba fuera de la habitación y con frecuencia en la calle, fuera de la casa, aunque en las zonas rurales fue frecuente que asistiera, acostumbrado como estaba al parto del ganado.11 Así pues, los hábitos de comportamiento y el aprendizaje de emociones  8 Daniel Justel Vicente, Niños en la antigüedad, p. 18. En la misma línea se posicionan diversas autoras y autores que configuran el monográfico dedicado a la infancia de la revista Complutum, 21/2 (2010), coordinado por la profesora Margarita Sánchez Romero.  9 Danièle Alexandre-Bidon y Monique Closson, La infancia a la sombra de las catedrales, Zaragoza, Universidad, 2008, p. 72 y ss. [1.ª ed. en francés, L’Enfant à l’ombre des cathédrales, Lyon, Presses universitaires, 1985]. 10 Esther Fernández Medina, La magia morisca entre el Cristianismo y el Islam, tesis doctoral leída en la Universidad de Granada en 2014 [http://hdl.handle.net/ 10481/35183, consultada el 8 de febrero de 2017], p. 248 y ss. 11 Ibid., p. 73.

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ante la llegada de un menor a casa serían diferentes entre hombres y mujeres desde el mismo momento del nacimiento del pequeño. Es bien sabido que las prácticas del cuidado y la socialización de los menores se han considerado tradicionalmente como tareas propias de las mujeres, así es que también aquí encontramos un abanico amplio de emociones que variaban según de quién partieran esos cuidados: madres biológicas que se encargaron de estas tareas, o bien aquellas que contrataron a una nodriza, o para las que el cuidado era una profesión. Emociones diferentes sentiría la nodriza, que tenía un tiempo limitado contractualmente para la crianza que, además, era un oficio remunerado.12 Entiendo que las emociones y sentimientos son variables según el contexto de crianza de un niño; por ejemplo, no sería lo mismo nacer en un hogar donde se criaba con solvencia económica y arropado emocionalmente que crecer siendo expósito por haber sido depositado u abandonado en un convento u hospicio.13 En este último caso en muchas ocasiones provenían de mujeres solteras y enfermas.14 En cualquiera de las circunstancias, será una mujer la que amamante, ya sea biológica o ama de cría, y luego lo seguirá alimentando otra mujer pues será la que frecuentemen-

12 Contratos

de nodrizas como el firmado en 1507 en Granada, en el que un tutor y guardador de su sobrino, un niño menor de dos años, lo da a una viuda para que ella se encargue durante tres años de su crianza. El niño es llevado a la casa de la viuda durante el tiempo contratado. Amparo Moreno Trujillo, María José Osorio Pérez y Juan De la Obra Sierra, «El contrato de trabajo en la Granada del siglo xvi: el campo, la casa y la ciudad», Cuadernos de Estudios Medievales y Ciencias y Técnicas Historiográficas, 17 (1992), pp. 227-264. Documento transcrito en pp. 260-261. 13 En Granada se sabe de la existencia de amas internas que en ciertos lugares habilitados durante el xvi se encargaban del cuidado de niños expósitos; a cierta edad unas amas externas los cuidaban ya en sus casas a cambio de un salario. María del Prado La Fuente Galán, «Una institución para los niños expósitos de Granada: la creación de la Casa-Cuna (siglo xvi-xvii)», Boletín de la Asociación de Demografía Histórica, XVII/I (1999), pp. 115-130. A veces también nos encontramos casos de niños dejados en la puerta de una casa, como se aprecia en el testamento de Diego de la Cueva, regidor y vecino de Guadix: «Yten mando que a Diaguito, que me hecharon a la puerta y lo he criado, lo pongan a ofiçio y lo faborezcan e myren por él, de manera que pase adelante», Archivo Histórico Diocesano de Guadix (en adelante, ADG), caja 3519, doc. 6, fol. 8r, testamento de Diego de la Cueva, 1576. Agradezco a María Encarnación Hernández López que me haya facilitado esta referencia. 14 Así se constata en el estudio de María José Pérez Álvarez y Alfredo Martín García, Marginación, infancia y asistencia en la provincia de León a finales del Antiguo Régimen, León, Universidad, 2008.

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te cocine, tal como aparece constantemente en la literatura española del siglo xvi.15 Cuando llega el momento en que deben aprender tareas y oficios, empiezan los temores de los padres al tener que dejarlos como criados y servicio doméstico en otras casas. En algunos casos se ha constatado el drama ante la separación, o incluso el arrepentimiento de haberlo «dado», aunque por lo general parece que estas situaciones no fueron frecuentes.16 Lo común era hacer un contrato de aprendiz o de servicio doméstico para el menor, un hábito que conllevaba asumir la separación del niño o niña con siete u ocho años. Lo que sí se cuidó fue que no hubiera malos tratos hacia el menor, aunque aquí debiéramos preguntarnos cómo se entendía el maltrato en aquella época y cuáles eran sus límites. Pero a veces los pequeños morían. Este es otro aspecto interesante en el que se producen prácticas que conllevan rituales emocionales ante la pérdida de la prole.17 La mortalidad infantil en la Edad Media y Moderna formaba parte de una realidad frecuente; el dolor que entonces se sentía debía ser diferente al de otras épocas posteriores en las que se redujo la mortandad. No quiero decir que se sintiera menos cuando moría un hijo, sino que fue un hecho tan frecuente que alguien cercano perdiera un niño que esto atravesó todas las clases sociales, desde los más pobres hasta los reyes que vieron, en más de una ocasión, cómo se frustraban sus estrategias políticas por la muerte de un heredero, de un futuro rey.18 Nathalie Peyrebonne, «La mesa, la cocina y la mujer: representaciones literarias en la España del siglo xvi», en E. Medina Arjona y P. Gómez Moreno (eds.), Escritura y vida de las mujeres de los siglos xvi y xvii (contexto mediterráneo), Sevilla, Alfar, 2015, pp. 223-234. A pesar de toda la literatura sobre una «buena madre», hoy en día parece aceptarse que lo que más se necesita es que el niño tenga unas relaciones afectivas que le ayuden a regular los sentimientos. Rosa Medina Doménech, «Sentir la historia», p. 175. 16 Amparo Moreno Trujillo, María José Osorio Pérez y Juan De La Obra Sierra, «El contrato de trabajo en la Granada del siglo xvi», art. cit., p. 246. 17 A partir del siglo ii d. C. aparecen referencias en la poesía y epigrafía funeraria a este sentimiento de dolor ante la pérdida de un infante, cf. Alberto Sevilla Conde, «Morir ante suum diem. La infancia en Roma a través de la muerte», en D. Justel Vicente (ed.), Niños en la antigüedad, pp. 199-233, cita en p. 228. 18 No nos hemos centrado en hacer búsquedas sobre enterramientos infantiles del siglo xvi que, además de dar información sobre causas de muerte, también pueden dar pistas sobre la vida de niños y niñas, como la dieta, la vestimenta que usaban o aspectos de la vida cotidiana en el caso de ser enterrados con objetos. En la búsqueda de ajuares que he hecho en las memorias de las excavaciones arqueológicas en Granada sí he encontrado citados enterramientos infantiles, aunque de épocas anteriores, como la excavación 15 Cf.

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Desde el nacimiento hasta la muerte he estructurado brevemente algunas actitudes de los adultos hacia los niños. Sin embargo, una historia de la infancia construida desde los menores es compleja porque es difícil encontrar en la documentación de la época su voz, aunque podemos interesarnos por su papel como agentes en la organización social y económica. Para seguir avanzando en la historia de la infancia de épocas pasadas es necesario, además, hacer un catálogo de gestos afectivos a través de las imágenes pictóricas, literarias, de los documentos de archivo. Es importante abordar el lenguaje corporal de los gestos hacia los niños —besos, caricias, castigos, gritos— y también ver qué términos aparecen en la documentación —«le tengo afecto», «me ha cuidado», «a quien tanto quiero»—. Del conocido Die Trachtenbuch («Códice de los Trajes») de Christoph Weiditz, que parece pudo ser elaborado en 1529 durante el viaje que el alemán hizo formando parte del séquito de Carlos V,19 me interesa centrarme en las imágenes de los niños y niñas que contiene. Los pocos menores que aparecen lo hacen por lo general en actitud de criado o servicio doméstico. En el caso de los reinos de España aparece un niño acompañando a un rico prelado de Toledo (Trachtenbuch, 17) al que es evidente que sirve porque va detrás del clérigo; no hay gesto afectivo entre ambos sino que el menor le va recogiendo por detrás el hábito; el niño va calzado y viste sayo blanco con mangas ajustadas desde la muñeca hasta los codos mientras que desde los codos hasta los hombros son anchas (véase fig. 1). Del mismo modo, en la imagen que hace referencia a cómo van las mujeres del reino de Castilla a la calle y a la iglesia, aparece nuevamente un niño llevando la cola del traje y vestido de manera parecida al anterior, aunque en esta ocasión viste sayo rojo (Trade una necrópolis con cuarenta y cinco sepulturas documentadas entre los siglos xiii al xiv; en una de las tumbas aparece una mujer adulta que conserva en su interior un individuo nonato y en el exterior, a la altura del pecho, un individuo infantil; en la memoria no se señala ningún tipo de objeto. Memoria de la actuación arqueológica preventiva de la calle Parra Alta n.os 6 y 8 (Granada), realizado por las arqueólogas Inmaculada Rodríguez García y Elena Navas Guerrero, consultada en el Museo Arqueológico de Granada, ref. BC. O3.7 /04, intervención hecha en 2004. 19 Al respecto, véase Margarita Birriel Salcedo, «Clasificando el mundo. Los libros de trajes en la Europa del siglo xvi», en M. García Fernández (coord.), Cultura material y vida cotidiana moderna: escenarios, Madrid, Sílex, 2013, pp. 261-278. El manuscrito al que hacemos referencia para las imágenes es el ejemplar del Germanisches Nationalmuseum Nürnberg, Hs. 22474 que está datado por el museo entre 1530 y 1540.

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Figura 1. Die Trachtenbuch, 17. Trachtenbuch de Christoph Weiditz (1530-1540). © Germanisches Nationalmuseum Nürnberg, Hs. 22474. Imagen del repositorio: http://dlib.gnm. de/item/Hs22474/249 [consultado el 27 de febrero de 2017].

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chtenbuch, 23). La forma en que van vestidos estos menores es similar a la que llevan los esclavos (Trachtenbuch, 25), excepto en la imagen de los esclavos negros de Castilla (Negersklave) que van con las ropas hecha jirones (Trachtenbuch, 22). Así pues los menores de los reinos de España aparecen como sirvientes y vistiendo sayo a diferencia de otro caso que aparece como es el de Nápoles en el que se representa a una mujer con un niño, también cogiéndole el vestido, pero ya no detrás sino al lado y ella mirándolo; no hay reciprocidad entre ambos, puesto que el niño mira hacia el espectador, aunque ella con la mirada y gesto parece indicarle que le ha de recoger o girar el vuelo del vestido (Trachtenbuch, 139); en esta ocasión el niño viste camisa y calzas en lugar de sayo. Para Carmen Bernis, en España solían prescindir del sayo los soldados, pajes, mozos con espuelas y los muchachos muy jóvenes; quizás en los ejemplos de estos niños del Trachtenbuch se consideró que ya tenían una edad suficiente para llevarlo.20 Dentro del tratado solo encontramos gestos afectivos con menores en el caso «Traje de casa de mujeres y niñas moriscas de Granada» (Trachtenbuch, 100) (véase fig. 2). Me llama la atención que el afecto solo se represente con moriscos; consciente o inconscientemente realizado por parte del autor, es un gesto que humaniza, aunque hay que tener en cuenta que lo hace en el marco de una relación de parentesco de consanguinidad y, específicamente, entre madre e hija, y, por tanto, ambas del género femenino. Ya no se trata de una relación de servicio doméstico entre adulto y menor como en los otros ejemplos. La niña mira a su madre mientras esta la agarra por el brazo, quizás intentando simbolizar que la pequeña la observa de manera dependiente mientras que la madre hace de guía al sujetarle el antebrazo. La niña lleva zaragüelles hasta la rodilla y de ahí para abajo van envueltas las piernas con unas tiras de tela o trabaq, al igual que la madre y otras moriscas que aparecen en el tratado.21 Lleva además una saya roja que abotona por la parte delantera y una capa o velo a modo de almalafa con rayas horizontales verdes, blancas, azuladas. Hay otros gestos afectivos parecidos con menores en otros contextos y obras del siglo xvi, como en la estampa «Diversi Dithmarsorum et vicinarum gentium habitus», del Civitates Orbis Terrarum, en el que apa20 Carmen

Bernis, Indumentaria española en tiempos de Carlos V, Madrid, CSIC, 1962, p. 16. 21 Jaime Oliver Asín, «“Quercus” en la España musulmana», Al-Andalus, 24 (1959), pp. 125-181, espec. p. 140.

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Figura 2. Die Trachtenbuch, 100. Trachtenbuch de Christoph Weiditz (1530-1540). © Germanisches Nationalmuseum Nürnberg, Hs. 22474. Imagen del repositorio: http://dlib.gnm. de/item/Hs22474/249 [consultado el 27 de febrero de 2017].

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rece por un lado una mujer agarrando de la mano a una niña y por otro una mujer que echa el brazo por encima del hombro de la pequeña. Así pues, se repiten gestos y muestras de afectos entre quienes pudieran ser madres e hijas. AFECTOS Y DESAFECTOS HACIA LOS MENORES EN EL SIGLO XVI La edad para ser considerado menor ha variado a lo largo del tiempo y de las culturas. Aunque es cierto que a grandes rasgos se pueden distinguir ciertas etapas comunes —nacimiento y pubertad por ejemplo—, la edad es una categoría culturalmente construida.22 En los textos del derecho islámico medieval, que debieron estar muy presentes para alAndalus, se establecieron unas fases que duraba cada una de ellas diecisiete años y que abarcaban infancia, juventud y madurez. A su vez la infancia se dividía en dos períodos: por un lado el de menores de siete años y por otro a partir de esa edad y hasta la pubertad y que se caracterizaba por ser un momento en el que el menor empezaba a tener cierto discernimiento entre lo bueno y lo malo; la pubertad en el caso de las niñas podía empezar a partir de los diez años y podía ser entonces casada o prometida.23 En el siglo xvi español se estableció una primera infancia hasta los cinco o seis años y luego una segunda infancia que podía llegar hasta los diez años, momento en el que, y siguiendo el Concilio de Trento, se reconocía a ambos sexos el uso de la razón y la edad de la discreción; según autores de la época como Juan de la Cerda, la niña pasaba entonces, y

22 Margarita Sánchez Romero y Eva Alarcón García, «Lo que los niños nos cuentan: individuos infantiles durante la Edad el Bronce en el sur de la península ibérica», en D. Justel Vicente (ed.), Niños en la antigüedad, pp. 57-97. Así mismo, en la Europa del Norte, durante la época medieval, las percepciones de la edad varían de lo consolidado en otros contextos y parece que lo más claro era distinguir entre los muy jóvenes y los muy mayores, pero entre medias había toda una amalgama poco nítida y clara, cf. Shannon Lewis-Simpson (ed.), Youth an Age in the Medieval North, Leiden-Boston, Brill, 2008, p. 3. 23 Cf. Amalia Zomeño, «En los límites de la juventud. Niñez, pubertad y madurez en el derecho islámico medieval», en M. Marín (coord.), Jóvenes en la Historia. Dossier des Mélanges de la Casa de Velázquez, Nouvel série, 34/1 (2004), pp. 85-98.

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hasta los veinte años, a ser doncella.24 No obstante hay diferencias según las fuentes ya que podían oscilar entre los siete y ocho años para la primera infancia y a partir de ahí convertirse en adolescente, finalizando para el varón sobre los catorce años y para ellas a los doce.25 Parece que es evidente que hay una franja que separa a los más infantes —para los que es frecuente emplear el término niño o niña— de una segunda infancia, casi adolescencia, donde ya aparecen términos como el de muchacho o muchacha, mozo o moza, mancebo o doncella.26 Unas denominaciones que se repiten en infinidad de documentos del siglo xvi.27 Es común que en los textos legales se usara sobre todo el término «menor» por lo que implicaba jurídicamente, llegando para los varones hasta los 25 años.28 Así lo corroboramos en la documentación que hemos manejado del siglo xvi.29 A las mujeres se las consideraba siempre «menores de edad» y pasaban de la tutela del padre a la del marido; no obstante en casos en que no estaba casada sí hemos encontrado alguna referencia a esa edad específica y concreta.30 24 Cf. Carmen Hernández López, La familia y la educación de los hijos en el siglo xvi. Cuadernos del Museo pedagógico y de la infancia de Castilla La Mancha, Albacete, Centro de profesores, s. f. [http://www.museodelnino.es/wp-content/uploads/2016/06/ La-educacion-en-el-siglo-XVI.pdf, consultada el 8 de febrero de 2017]. 25 María Teresa López Beltrán, «De la niñez a la plena madurez. Una etapa vital compleja para las mujeres del común en la sociedad urbana bajomedieval», en M. Marín (coord.), Jóvenes en la historia, pp. 99-126. 26 Sobre estas denominaciones Carmen María Martínez Blanco, El niño en la literatura medieval. Para una historia social y de las mentalidades de la infancia. Tesis doctoral leída en la Universidad Complutense en 1991: http://site.ebrary.com/lib/univgranada/ Doc?id=10090259 [consultada el 8 de febrero de 2017]; especialmente véase el capítulo «Denominación y tipos de niños», p. 403 y ss. 27 Valga al caso un documento en el que la madre menciona a sus hijas como mayores de 12 años, calificándolas de menores doncellas y honestas. Se trata de Juana de Aguirre e Inés de Ávalos, hijas de Luis de la Dehesa e Isabel de Alderete. Archivo del Patronato de la Alhambra y el Generalife (en adelante APAG), L-103-101, año 1544. 28 Francisco Nuñez Roldán, «Fuentes y metodología para el estudio de la infancia rural: las tutelas y las cuentas de menores en los siglos xvi y xvii», en F. Núñez Roldán (ed.), La infancia en España y Portugal. Siglos xvi-xix, Madrid, Sílex, 2010, pp. 133-148. 29 Por ejemplo, en el pleito por una casa en la Alhambra, y ante las acusaciones de los que la ocupaban de que no se había preocupado nadie por dicha vivienda, el que tiene el título de propiedad, de que pertenece a su familia, la reclama diciendo que hasta ahora no ha podido hacer nada puesto que era menor de 25 años. APAG, L-3-7, fol. 85r, año 1545. 30 APAG, L-221-53, año 1588. Escritura de arrendamiento con doña Micaela de los Ríos, soltera y vecina de Granada, y de la que se especifica que es mayor de 25 años.

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Hay varios textos relevantes para entender cómo se percibía a los menores en el siglo xvi. En primer lugar el de Erasmo de Rotterdam, De civilitate morum puerilium (1530), que como se ha señalado, tuvo mucho éxito sobre todo en diversas cortes europeas aunque no tanto en la española. En él, el adulto se dirige directamente al niño para indicarle cómo tiene que comportarse.31 Pero en España, el referente que contó con bastantes ediciones a lo largo del tiempo fue el escrito por Juan Luis Vives, conocido como los Diálogos (Exercitatio Linguae Latinae, de 1538), también dirigido directamente al niño varón pero en forma de diálogos.32 Otro texto es el Pentaplon Christianae Pietatis (Alcalá de Henares, 1546), de Antonio de Honcala.33 El menor debía ser cuidado en su primera infancia, jugar en su segunda, pero estudiar y aprender cuando esta finaliza. Así se muestra claramente en la estampa grabada para el Pentaplon en la que se ve a un niño crecer desde la cuna hasta la edad adulta (véase fig. 3). Tras dejar la cuna y los juguetes, atributos con los que identifican la infancia y puericia, el niño se encamina hacia la madurez con el tintero, la pluma y el libro; saliendo entonces de la ignorancia.34 En este sentido se documentan contratos entre maestros y padres para enseñar a los hijos, con frecuencia no antes de los siete años y, por lo general, solo a los varones.35 Los maestros debían mostrar su capacidad ante un examinador oficial aunque parece que lo habitual era que personas sin habilitación enseñasen tanto en casas particulares como en sus aposentos.36 Se conocían ya las técnicas de picado y estarcido de moldes, y también letras en relieve con 31 Hemos

manejado la edición bilingüe que sigue el texto latino editado en París en 1537, realizada por Agustín García Calvo (trad.) y Julia Varela (ed.), De la urbanidad en las maneras de los niños, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 2006 (2.ª ed.). 32 Juan Luis Vives [1492-1540], Diálogos, Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 1999 (edición digital basada en la de Buenos Aires, Espasa Calpe, 1940: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcn8762 [consultada el 10 de febrero de 2017]. 33 Un ejemplar del texto de Honcala se encuentra en la Biblioteca del Hospital Real de la Universidad de Granada, Antonio Honcala, Pentaplon christianae pietatis, Alcalá de Henares, Juan de Brocar impresor, 1546 [http://hdl.handle.net/10481/10983, consultada el 10 de febrero de 2017]. 34 Fernando J. Bouza Álvarez, Del escribano a la biblioteca. La civilización escrita europea en la Alta Edad Moderna (siglos xv-xvii), Madrid, Síntesis, 1992, p. 50. 35 Fernando J. Bouza Álvarez, Del escribano a la biblioteca, pp. 51-52, con ejemplo de contrato de 1586. 36 Fernando J. Bouza Álvarez, Del escribano a la biblioteca, p. 51.

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Figura 3. Estampa que ilustra la obra de Antonio Honcala, Pentaplon christianae pietatis, Alcalá de Henares, Juan de Brocar impresor, 1546. Ejemplar que se conserva en la biblioteca del Hospital Real de la Universidad de Granada. Repositorio institucional: http://hdl. handle.net/10481/10983 [consultado el 10 de febrero de 2017]. En la parte inferior izquierda se ven las diferentes edades por las que atraviesa un niño hasta que llega a ser adulto, en la infancia primera se dibuja al niño en una pequeña cuna.

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las que los niños se podrían familiarizar mediante el juego; no obstante, se solía seguir el método caligráfico de dibujar las letras y copiar repetidamente.37 En 1530 se pregonaron en Granada unas ordenanzas destinadas a los maestros que pusieran escuela; cada maestro ponía la suya, en cuya puerta debía colgar, en una tabla, dichas ordenanzas donde se estipulaban precios y horas; era, por tanto, un negocio que un maestro examinado montaba y es probable que fuera en la misma vivienda donde viviera ya que de hecho se señala que ningún maestro tome casa que otro dejase hasta pasados treinta días.38 Para los menores de clases elevadas fue habitual que tuvieran enseñantes y maestros en el hogar familiar mientras que otros no tan pudientes, pero que podían ir a la escuela, lo hacían fuera de su casa. Los primeros capítulos de los Diálogos de Juan Luis Vives tienen como escenario el camino que unos niños hacen de su vivienda a la escuela. Las escuelas y maestros en una ciudad podían ser varias; sabemos, por ejemplo, que durante el xvi hubo en Granada un colegio en la Alhambra —que ya no estaba en 1583—,39 un colegio específico para los niños moriscos en el Albaicín,40 además de referencias a maestros como el que vivía en la colación de la Iglesia Mayor: 37 Fernando

J. Bouza Álvarez, Del escribano a la biblioteca, 53-54. de Granada de 1552, «Título de maestros de enseñar leer niños», 1530, CLXXIX a CLXXX. En realidad estas de 1552 son un compendio de ordenanzas. Hemos manejado la edición facsímil del ejemplar que se conserva en el Archivo Municipal de Granada: Titulo de las Ordenanças que los muy ilustres y muy magnificos Señores Granada mandan que se guarden para la buena governacion de su Republica. Las quales mandaron imprimir para que todos las sepan y las guarden. Año de mil y quinientos y cincuenta y dos. Granada, Ayuntamiento, 2000. 39 Se situaba inmediato a la iglesia de Santa María la Alhambra, tal como aparece en el plano de Juan de Orea (Planta de la iglesia de Santa María del Alhambra por Juan de Orea, Archivo de la Capilla Real de Granada). En el dibujo se señalan a los pies de la iglesia solares donde había casas caídas así como «Casas viejas y colegio que agora non le aiy». Publicado en María Elena Díez Jorge, «Casas en la Alhambra después de la conquista cristiana (1492-1516): pervivencias medievales y cambios», en María E. Díez Jorge y J. Navarro Palazón (eds.), La casa medieval en la península ibérica, Madrid, Sílex, 2015, pp. 395-463. 40 El colegio de niños moriscos en el Albaicín fue creado en 1558 con el fin de instruir a los más pequeños y, según algunos datos, parece que llegó a tener hasta 300 alumnos, aunque en pocos años se reconoce el fracaso al señalar que realmente los padres «envían a sus hijos pequeñitos hasta que son de edad que los puedan poner a oficio, que será a los ocho o 9», cf. Miguel Córdoba Salmerón, Patrimonio artístico y ciudad moderna. El conjunto jesuítico y el Colegio de San Pablo entre los siglos xvi y xviii, 65. Tesis doctoral leída en la Universidad de Granada en 2005: http://di38 Ordenanzas

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Yten, mostró en la dicha hazera otra tienda, que está junto con la suso dicha, en que bibía el dicho maestro de niños, la qual señaló por bienes del dicho ospital. La qual, medida por el dicho medidor, dixo que auía en el largo de la dicha tienda onze varas e media de medir, en lo hueco, e en lo ancho de la dicha tienda quatro varas e media de medir, en lo hueco dello. En la qual dicha tienda avía vn apartamiento hecho de tasbique de ladrillo. Y en lo alto dixo que avía quatro varas e terçia.41

Se señala que vivía en la tienda y su consideración como tal hace suponer que ahí tuviera el negocio de enseñar. Las medidas lo permiten puesto que hablamos de 9,60 m de largo y 3,75 m de ancho, por tanto 36 m2, y había una separación con un tabique de ladrillo para un apartado que bien pudiera ser para sus enseres personales. Otro tipo de enseñanza era la de un oficio reglado, mayoritariamente para niños ya que solo excepcionalmente hubo niñas pues en todo caso lo importante era que ellas aprendieran a «labrar e hilar como conviene a mujer».42 No es infrecuente que en los textos de la época los menores fuesen considerados como seres frágiles y débiles que había que cuidar.43 Así, por ejemplo, algunos viajeros que recogen descripciones de España, y para enfatizar la maldad de los musulmanes convertidos, cargan las tintas contra estos al señalar que son capaces de hacer barbaridades con un niño cristiano, con el más débil: Estos dos caballeros vieron la apariencia de ello; porque el día que allí llegaron, fue cogido un niño pequeño, hijo de un cristiano, al que cortaron los brazos y piernas y le arrancaron el corazón: y dicen que hacen a megibug.ugr.es/bitstream/10481/680/1/15479146.pdf [consultada el 8 de febrero de 2017]. 41 Apeo de los bienes del Hospital Real, transcritos en María José Osorio Pérez y Rafael G. Peinado Santaella, La dotación económica y el patrimonio inmueble del hospital real de granada. Estudio y edición del privilegio fundacional de 1504 y del apeo de 1530, Granada, Universidad-Diputación, 2014. 42 Amparo Moreno Trujillo, María José Osorio Pérez y Juan De la Obra Sierra, «El contrato de trabajo en la Granada del siglo xvi», art. cit., p. 246. De su investigación en la Granada del siglo xvi señalan que solo han encontrado un caso de aprendizaje de un oficio para una menor y se trataba del de costurera. 43 Igual que en la Edad Media, el niño es sinónimo de inocencia, sin maldad, aunque también ignorante e inmaduro, Carmen María Martínez Blanco, El niño en la literatura medieval, p. 317 y ss.

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nudo cosas semejantes, siendo los autores ignorados, tan secretamente hacen sus fechorías.44

Comentarios como, por ejemplo, el de un terremoto del que se salvaron algunos de los más débiles, es decir menores, y que se consideró como cosa maravillosa y sorprendente:

Se resintieron con el terremoto y se arruinaron muchas torres y casas y pereció no poca gente. En Marchena se arruinó el castillo, y en la cima de la torre más alta había un muchacho en una ventana, la cima fue a parar muy lejos al arruinarse la torre, y el muchacho se encontró en la ventana sin haber recibido ningún daño; en otro lugar se arruinó una casa en que estaba una madre con cinco hijos a su alrededor, y todos perecieron menos una niña que estando junto a su madre se encontró en el tejado de la casa sin lesión alguna.45

No obstante sabemos que todo dependía también de la clase social a la que el menor perteneciera y que en los textos no se trataba por igual a un menor libre que a uno esclavo, a uno cristiano que a uno morisco. Evidentemente el género pero también el color de la piel, y si era o no morisco, eran rasgos imprescindibles para describir a algunos menores.46 Es obvio que si la sociedad no veía igual a un menor por ser esclavo y morisco tampoco el menor podía sentir y tener el mismo aprendizaje de emociones que un niño libre y cristiano viejo. Se sabe que tras la rebelión de los moriscos se decretó en favor de la esclavitud, matizando que era ilegal esclavizar niños moriscos menores de diez años y niñas menores de nueve años y medio, así como moriscos de paz de cualquier edad. Pero 44 Antoine de Lalaing, Relation du premier voyage de Philippe le Beau en Espagne, en 1501, par Antoine Lalaing, Sr. De Montigny. Primer viaje de Felipe el Hermoso, la cita espec. en el capítulo XXVIII («De la maldad de los moros convertidos»). Este viajero estuvo en Granada del 18 al 23 de septiembre de 1502. Texto recogido en Jesús Luque Moreno, Granada en el siglo xvi. Testimonios de la época, Granada, Universidad, 2013, p. 322. 45 Palabras del viajero Andrea Navagero, Viaje por España del magnífico micer Andres Navagero embajador de Venecia al emperador Carlos V, en Jesús Luque Moreno, Granada en el siglo xvi, p. 358. 46 Inventario de bienes de Alonso González, 18 de julio de 1492. El dicho Alonso González es herrador y tiene «Yten una mora negra que ha nombre Conba con un fijo suyo que ha nonbre Françisco de fasta cinco años. Yten otro moro que llaman Mahomad de color blanco de hedad de nueve a diez años». Documento recogido y transcrito en Juan Abellán Pérez, El ajuar de las viviendas jerezanas en época de Isabel I de Castilla (14741504), Cádiz, Universidad, 2011, pp. 188-196.

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la realidad es que se esclavizaron muchos niños moriscos, aunque teóricamente se entregaban en «encomendación» o en «guardia y custodia» como se recoge en las cartas de servicios domésticos.47 Así pues, fue muy frecuente en determinadas ciudades del xvi que en las casas de cristianos viejos hubiera esclavas y menores moriscos, algunas de ellas llamando la atención por su elevado número como han señalado algunos investigadores.48 Situaciones duras, sin duda, pero en algunas de ellas encontramos que nacen los afectos, saltándose las fronteras religiosas y culturales, las diferencias en el color de piel. Hubo «amos» que llegaron a tener verdadero afecto por sus esclavos, aprendices y servicio doméstico. Hubo mujeres que apreciaron y velaron por los hijos ilegítimos que un marido podía tener con otras mujeres de su propio servicio doméstico. Todo un entresijo de emociones y sentimientos que ocurría de puertas para adentro. Es el caso de doña María de Loaisa, vecina de Ugíjar en la Alpujarra granadina que, probablemente, por una mezcla de causas —afecto, responsabilidad ante la crianza de un menor, caridad, rentabilidad por el servicio— acoge en administración a un hijo que su marido tuvo con una mujer a su servicio —no sería extraño que por abusos sexuales— pero también a la niña menor y a la propia mujer a su servicio, intentando dejar a todos en las mejores condiciones posibles:

47 Rafael M. Pérez García y Manuel F. Fernández Chávez, «La infancia morisca, entre la educación y la explotación», en F. Núñez Roldán, La infancia en España y Portugal, pp. 149-186, espec. pp. 163-164. En este trabajo se recogen tanto algunos de los principales estudios clásicos como los más actuales de moriscos que obviamos por extensión mencionar aquí, únicamente citar por su claridad y síntesis a Manuel Barrios Aguilera, «Religiosidad y vida cotidiana de los moriscos», Historia del Reino de Granada, vol. II: La época morisca y la repoblación (1502-1630), Granada, Universidad-Legado Andalusí, 2000, pp. 357-433. Era frecuente tener a los niños moriscos en administración y luego, cumplida una edad, liberarlos: «Yten declaro que Luisico, morisco, por ser menor de hedad no tengo en él más de la admynistraçión y abiendo servido a my muger hasta de hedad de veinte años y siendo de la dicha edad quede libre». Archivo Histórico Diocesano de Guadix (ADG), caja 3519, doc. 6, fol. 8r, testamento de Diego de la Cueva, regidor y vecino de Guadix, año de 1576. Agradezco a María Encarnación Hernández López que me haya facilitado esta referencia. 48 Rafael M. Pérez García y Manuel F. Fernández Chávez, «La infancia morisca», 162. Estos investigadores destacan ciudades del Valle del Guadalquivir y otras como Antequera en las que fueron muy altos los porcentajes de esclavos moriscos en casas de cristianos viejos.

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Yten digo y declaro que yo tengo en mi casa y servicio a Ysabel, morisca, madre de María, muchacha de hasta onze años y otro niño su hijo que se llama Manuel de los Reyes. Los quales por ser pequeños, y el dicho muchacho hijo del dicho mi marido, sigún él me lo a dicho y confesado, quiero y es mi voluntad questén en administraçión. La dicha María en casa y poder del dicho mi patron de suso nonbrado, al qual le encargo le de lo que tubiere neçesidad hasta que tenga edad de tomar estado, que sea de veinte años. […] Y en quanto al dicho Manuel es mi boluntad questé y quede en poder del dicho mi patrón para que le haga proseguir en el escuela y dotrina hasta que tenga hedad de tomar estado y tomándolo, por la presente, le mando de mis vienes y haçienda çien ducados.49

Para el caso de esclavos parece que las liberaciones infantiles eran por el hecho de «que a nacido en my casa e porque lo e criado», entendiéndose que a veces podría ser porque estos niños y niñas eran resultado de la explotación sexual de las esclavas por parte de sus dueños.50 Como vemos, se crearon lazos de esclavitud, de servidumbre pero también de afecto y responsabilidad hacia estos menores dentro de la casa. Estos se convertían a veces en una verdadera carga, sobre todo si la madre era viuda. Testimonios como el de Isabel López, viuda, mujer que fue de Hernán Martín, son muy frecuentes en la documentación: Digo que el dicho mi marido murió y me dexó muchos hijos y hijas la mayor de las quales, con my pobreza, casé con Bartolomé Pérez, chapinero, que tiene tienda junto al Ospital de Corpus Christi desta ciudad, el qual con su trabajo nos sustenta. Y no tengo a quien bolver cabeça sino a él 49 Archivo Diocesano de Guadix (ADG), caja 4005, doc. 38, fols. 6r-7r, año 1579. Testamento de doña María de Loaisa, hija legítima de Cristóbal de Toledo e Isabel de Robledo, vecinos de Talavera de la Reina, mujer de Hernando de Cepeda, vecina de Ugíjar en la Alpujarra, nueva pobladora junto a su marido por merced real. Estando enferma en la ciudad de Guadix, otorga testamento el día 12 de octubre de 1579. En el testamento se dice cómo su marido se marchó a Madrid, a la corte, y desde hacía cinco años no había mandado sustento para ella ni para sus criados. Agradezco a María Encarnación Hernández López que me haya facilitado esta transcripción y referencia. 50 Cf. Aurelia Martín Casares, «De la esclavitud a la libertad: las voces de moriscas y moriscos en la Granada del siglo xvi», Sharq al-Andalus, 12 (1995), pp. 197-212. Recoge datos como el de la liberación de un esclavo pequeño que «nacio en mi casa e lo he criado desde niño e le tengo mucho amor e porque lo pario una esclava mia», año 1535, citado en p. 206. Al hilo, la autora también señala el importante número de esclavas moriscas con hijos de padres no conocidos.

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porque los demás mys hijos son menores. Y mi hija su muger está preñada en días de parir y está en nómyna para yr como soldado a la guerra, en serviçio de Vuestra Señoría Yllustrísima y él no es acostunbrado a ello, y si fuese yo y su muger y los demás mis hijos quedaríamos perdidos. Suplico a vuestra señoría yllustrísima por amor de Nuestro Señor le aya por escusado por que digo verdad que si va es darnos a todos la muerte.51

Una carga porque había que alimentarlos, vestirlos y cuidarlos en la enfermedad y los menores, especialmente en la primera infancia, eran poco productivos; en cuanto tenían cierta edad se les ponía a servir en otras casas y si no cobraban la situación se hacía insostenible. Ana Sánchez, menor, declara en un documento que su abuela Mari González, vecina de la Alhambra y con la que vive, la puso a servir y por ello le debían ciertos maravedíes y para que le puedan efectuar ese pago solicita que sea nombrada por tutora y cuidadora su abuela; señala además la menor que está enferma y tiene mucha necesidad.52 La propia abuela tuvo también que reclamar lo que se le debía a su nieta y suplicar que lo necesitaba para curarla pues estaba enferma y falta de la vista.53 En otro documento, Alonso de Ceja, regidor, ruega se le dé el pago que en testamento dejó Alonso de Córdoba a su hija para su casamiento por los servicios que le había prestado puesto que «tengo a la dicha mi hija muy enferma y con mucha neçesidad, por amor de Dios nuestro señor que con brevedad me haga justiçia y no dé lugar a hazerme mala obra porque será hecharme a perder la vida».54 Un compendio de emociones se leen en pocas líneas: la carga que supone cuidar a una hija enferma, la responsabilidad del padre que ha de cuidar de ella y su desesperación por no poder atenderla como debiera. En ocasiones esos gastos en medicinas, en alimentar y vestir a menores se cuantifican y así aparecen en la documentación. Cuando murió Isabel de Alderete, viuda, dejó a cuatro menores: Juana de Aguirre, Inés Dávalos, Bernardino y Luisa de la Dehesa; se hizo inventario en 1544 por un total de 23 633 maravedíes de los que se señala se debían descontar, además de medicinas, enterramiento y la cera del novenario, los gastos que había hecho la abuela por la alimentación de los menores en dos veces y de la ropa para ellos —unos calzos para uno, un jubón para otro, 51 APAG, 52 APAG,

L-198-1-70-6, año 1565. L-198-1-70-9, año 1576.

54 APAG,

L-103-8.

53 Ibid.

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una camisa para el otro menor, y además al contador por haber prestado una colcha a los dichos menores— y a Alonso de Molina porque se encargó de ellos seis meses; con lo que restaba se hizo la partición entre los cuatro hijos.55 Junto a los textos y documentos de archivo también hay que señalar que las imágenes nos dan información sobre los menores. Por lo general no se trata de imágenes en que aparezcan retratados de manera individualizada ya que hay que detenerse a observar para encontrarlos en cuadros de escenas religiosas o de la vida cotidiana. Es el caso de El Calvario, pintura del siglo xv que formaba parte del retablo de Santa Ana, procedente del municipio de Tardienta y actualmente en el Museo Diocesano de Huesca. En el ángulo inferior derecho aparecen dos muchachos, representados como es habitual de tamaño más reducido a pesar de estar ubicados en un primer plano, y vestidos con calzas y gabanes en actitud de pelea y a modo de juego; uno es de tez blanca y otro la tiene negra (véase fig. 4). Una niña, representada también en tamaño más pequeño que los adultos para evidenciar la edad, es la que aparece en una de las estampas referente a Granada de la obra Civitates Orbis Terrarum (véase fig. 5). Un hombre guía el animal sobre el que va una mujer cubierta con su almalafa; siguiendo a ambos va la menor, que no debiera ser ya muy pequeña puesto que no va en la mula. Es imposible saber qué líneas de parentesco había entre adultos y la muchacha o si se trataba de un servicio doméstico. En otras representaciones de niños moriscos posteriores aparecen junto a lo que a priori son sus madres. Es el caso del grabado de Francisco Heylan, a partir de un dibujo hecho por Girolamo Lucente, en el que se narra la rebelión de los moriscos en Mairena (Granada); entre la muchedumbre morisca que asiste al martirio aparecen dos niños que asustados se agarran a la almalafa de su madre.56 Dramáticas son también 55 APAG, L-103-101, año 1544. Es frecuente en la documentación, y a diferencia de los más mayores, que los hijos más pequeños aparezcan citados sin los apellidos, cf. Enrique Soria Mesa, La nobleza en la España moderna. Cambio y continuidad, Madrid, Marcial Pons, 2007, p. 282. 56 Se trata de una estampa para ilustrar la obra Historia Eclesiástica de Granada de Justino Antolínez. Atendiendo al ejemplar conservado en el Museo Casas de los Tiros (ref. inventario CE00884) y la catalogación hecha, se dataría entre 1601-1650 y se representa el martirio de Juan Martínez Jaúregui y, en segundo plano, el de los niños Gonzalo y Melchor.

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Figura 4. El Calvario. Pintura del siglo xv que formaba parte del Retablo de Santa Ana, procedente de Tardienta y actualmente en el Museo Diocesano de Huesca. © Museo Diocesano de Huesca.

Figura 5. «Granada», Civitates Orbis Terrarum: liber primus. Obra de George Braun y Francisco Hohenberg, imagen de la edición de 1582 que se conserva en la biblioteca del Hospital Real de la Universidad de Granada. Repositorio institucional: http://hdl.handle. net/10481/16416 [consultado el 27 de febrero de 2017].

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las escenas de la serie pictórica de siete lienzos La expulsión de los moriscos de Valencia, que requeriría un estudio detallado de los menores ante todo lo que supuso el momento de la expulsión para descubrir, por ejemplo, los gestos con que se representan a unos menores cuando se despiden del que podía ser su padre y que embarca allende los mares.57 Como hemos apuntado brevemente, encontramos todo tipo de situaciones y un amplio abanico de hábitos de comportamiento hacia los menores —servidumbre, esclavización, cuidado, crianza— que implican emociones muy diversas que pueden ir desde situaciones de afecto —temor de dejar al menor en otra casa para que aprenda un oficio, fragilidad que hay cuidar— hasta situaciones de abandono y malos tratos. LA CASA: REFUGIO Y RUPTURA EMOCIONAL DE LOS MENORES La casa podemos estudiarla desde muchas perspectivas y enfoques, aportándonos un valor polisémico sobre una misma materialidad: aspectos formales y arquitectónicos, la familia y su estructura dentro del inmueble, su propiedad. Ahora me centro en su relación con menores. Lo primero que hay que tener en cuenta es la variedad de situaciones que pudiera darse en una vivienda atendiendo si era hijo legítimo o bastardo, un aprendiz o un esclavo, y por su puesto dependiendo de si era niño o niña. Por lo general la casa se entendía como un lugar de protección para el menor, allí debía estar cuidado, tanto física como emocionalmente. Es el lugar donde criar a los pequeños. A Juan de Porres, tesorero de Vizcaya, se le insta a que entregue a Leonor de Villalobos la vivienda que él tenía tomada en una villa de Granada, puesto que al ser viuda de Lucas Manuel, fallecido en servicio en las guardas, la necesitaba para ayuda de la crianza del hijo de ambos.58 Ese cuidado y crianza evidentemente depende de las personas que con cariño y responsabilidad se hagan cargo de los menores pero también de tener un techo bajo el que cobijarse y unos enseres mínimos para vivir. Es un conjunto interrelacionado que de 57 Se trata de siete lienzos, seis de ellos propiedad de la colección Fundación Bancaja y uno particular, realizados entre 1612 y 1613 por encargo de Felipe III [http://www. fundacionbancaja.es/cultura/coleccion/series/la-expulsion-de-los-moriscos.aspx, consultada el 10 de febrero de 2017]. 58 AGS, CCA, CED (Archivo General de Simancas, Cámara de Castilla, Libros de Cédulas), 5,334,3. 20 de octubre de 1501, fol. 334r.

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puertas para adentro debe crear un refugio emocional donde el menor estará protegido. En el testamento de Isabel Alderete, enferma y viuda, se evidencia la angustia por dejar a sus hijos sin vivienda y sin cuidado; se desprende la gran preocupación por sus cuatro menores que quedarán huérfanos cuando ella muera porque además su madre, la abuela de los niños, es mayor y quizás no quiera cuidarlos. Las opciones que le quedan son pocas y mientras que para las niñas suplica que al ser menores, doncellas y honestas, entren en el convento de Santa Catalina de Siena, para los niños pide que sus haciendas rentasen para sustento de ellos.59 Estar protegidos físicamente no significaba estar exento de sufrir un accidente ya sea con los enseres o con las alturas de la casa.60 Así se advertía en algunos tratados medievales, como el de Bernardo de Gordonio, del siglo xiv, con gran difusión en los siglos posteriores: Y, quando començare el niño a andar y a moverse y a sentarse, se ha de temer y de guardar de la torsura de las piernas y séanle quitadas y apartadas todas las cosas agudas y las cortantes, assí como palo o cuchillo y las otras cosas semejantes porque no dañe a sí o a los otros que estuvieren cerca de él.61

Los accidentes dentro de las casas no aparecen con frecuencia en la documentación de archivo del siglo xvi, más bien se encuentran noticias marginales, lo cual no quiere decir que no haya datos al respecto y mucho 59 APAG,

L-103-101, año 1544. como el que se narra en las Cantigas de Santa María (n.º 282), en la que se describe cómo se cayó un niño en casa de sus padres en Segovia, desde el sobrado que estaba muy alto y que en la miniatura aparece como un balcón o galería. Para el texto hemos consultado, Cantigas de Santa María de Don Alfonso el Sabio, Madrid, Real Academia Española, 1990 (edición facsímil de la hecha en Madrid por el establecimiento tipográfico de don Luis Aguado, 1889). 61 Tratado de los niños y regimiento del ama, capítulo III, «Del regimiento del niño después que le comienzan a nacer los dientes», en Obras de Bernardo de Gordonio en que se contienen los siete libros de la practica ò Lilio de la medicina, las tablas de los ingenios de curar las enfermedades, el regimiento de las agudas, el tratado de los niños, y regimiento del ama y los pronósticos, Madrid, Antonio Gonçalez de Reyes a costa de Francisco Sacedón vendese en su casa, 1697. Reproducción digital del original conservado en la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid: http://alfama.sim. ucm.es/dioscorides/consulta_libro.asp?ref=X532987283&idioma=0 [consultada el 13 de febrero de 2017]. El tratado ha sido reproducido en Margarita Cabrera Sánchez, «Un texto pediátrico del siglo xiv: el Tratado de los niños de Bernardo de Gordonio», Meridies, IX (2011), pp. 69-86. 60 Accidentes

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menos que no ocurrieran estos percances. Sí se documenta específicamente cuando se quiere aclarar lo que ha pasado, como en el caso del alcaide Pedro de Segura que solicita el mismo día que ocurre un accidente en su casa y aposento, martes siete de agosto de 1565, que se tome declaración a los testigos que había cuando María de la Rumia, doncella por casar y con quince años poco más o menos, hija de Juan de la Rumia y de María Alonso, vecinos de Moclín, pasó por encima de una tabla que estaba puesta de canto en una puerta de una escalera con la mala fortuna que el pie se le fue delante en un escalón y cayó encima de la dicha tabla que se rompió y allí quedó la niña estando presente su madre y otras personas de la casa.62 Pero como hemos señalado, la vivienda era símbolo de protección y la realidad es que se aspiraba durante el xvi a poder dejar a los hijos un patrimonio, inmueble y mueble, que garantizara su bienestar. Proteger el patrimonio de los menores y especialmente el inmueble, supone un motivo de múltiples gestiones, y muy frecuentemente el tener que iniciar pleitos por temas de herencias. Por ejemplo, entre 1567 y 1568 se documenta el pleito entre María Jiménez, viuda, contra Pero López Ligero por una parte de la casa y bienes que defiende les correspondían a sus hijos.63 Es curioso anotar que las hijas de Pero López Ligero piden tener un curador que las defienda en este pleito y específicamente para la ropa de cama; aunque Pero López Ligero tiene dos hijos varones más, sin embargo son solo ellas las que pleitean por este ajuar.64 Es de suponer que la rivalidad establecida en este largo pleito por la herencia del abuelo no crearía buena armonía entre los menores de ambas partes. En otras ocasiones se inician gestiones por proteger lo que se considera más conve62 APAG,

L-198-1-50, año 1565, fol. 1r. Jiménez, mujer del difunto Diego Ligero, como madre tutora y curadora de sus hijos menores hijos, pleitea con Pedro López Ligero por una casa en la Alhambra, en la plazuela de las ollerías, y por los bienes que han dejado a su muerte los abuelos de esos menores y que el dicho Pedro López ligero no quería darles. APAG, L-221-13, años 1567 y 1568. 64 Isabel Cabrera de catorce años, Lucía Cabrera de once y Catalina de diez piden un curador que las defienda ante el pleito que trata su padre con María Jiménez por cierta cama, APAG, L-221-13, fol. 40. En el folio 52r aparecen dos hijos más de Pero López Ligero, Juan y Francisco, pero se ve que por la ropa de cama solo pleitean ellas. En el folio 35v se explicitaba el tipo de ropa de cama: «Una cama de lienzo con unas tiras labradas de 4 piezas que yo tengo e dos almohadas e dos paños de manos y una colcha de fustan e dos sabanas blancas y una tabla de manteles y una delantera todo labrado, todo se de a mis nietas, hijas de Pero Lopez Ligero que son Isabel y Lucia y Catalina». 63 María

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niente para el menor, como el caso de Miguel Sánchez, que como padre y legítimo administrador de sus dos hijos menores, hace los oportunos trámites para vender la casa que sus hijos reciben como herencia de su difunta madre puesto que está en malas condiciones y defiende que sería más provechoso que repararla.65 Son muchísimos los casos que se documentan a lo largo del siglo xvi sobre pleitos y particiones a partir de herencias de viviendas que corresponden a menores. En función del mayor provecho de los menores la casuística es amplia: Mariana de Torres, viuda muy pobre con hijos, vive en una casa que necesita muchos reparos y no puede hacerlos ni tampoco pagar el censo y pide «mande aver ynformaçion de como es más útil y provechoso a los dichos menores hazer traspaso della que no fazernos della cargo y avida dar liçencia para la poder traspasar a la persona conquien me conçertare», solicitando además en el mismo documento ser tutora y curadora de sus hijos «para mayor fuerça y validaçión de lo que otorgare y las demás cosas quales pudieren ofrecer para la utilidad de los dichos menores».66 Similar protocolo en provecho y beneficio del menor también lo documentamos en los cristianos nuevos.67 En una curaduría, el tribunal designa a una persona física o jurídica —el curador o curadora— para que tome las decisiones que afectan a los bienes o patrimonio del menor. En una tutela, el tribunal designa a una persona física o jurídica —el tutor o tutora— para que tome decisiones personales en nombre del pupilo. La curaduría siempre tiene el fin de gestionar el patrimonio del menor de la manera que fuera más provechosa. En ese sentido, también el derecho islámico medieval tiene toda una serie de figuras legales que protegían al menor con el fin de que sus 65 APAG,

vende.

66 APAG,

L-221-44, año 1586. Efectivamente se pregona para su venta (fol. 4r) y se

L-221-94-25, s.f. (siglo xvi). se entiende de Bernardo Bolomony, difunto y casado con Guiomar Axria, que aunque en el documento no se especifica que sea morisco o cristiano nuevo se supone por los apellidos; el padre de Bernardo Bolomony, labrador y espadador de lino, hace inventario de los bienes que tenía su difunto hijo por el bien de su nieta, menor, y como tutor y curador que era de ella. Se trata de bienes muebles y de una casa en la colación de San Cristóbal en la ciudad de Granada. Documento de 1555 del Archivo de Protocolos Notariales de Granada (APNGR), prot. 68, fols. 160-161, transcrito en Ángel Rodríguez Aguilera y Sonia Bordes García, «Precedentes de la cerámica granadina moderna: alfareros, centro productores y cerámica», en Cerámica Granadina. Siglo xvi-xx. Granada, La General-Fundación Rodríguez Acosta, 2001, pp. 51-116, cita en pp. 92-94. 67 Así

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propiedades no disminuyesen en ningún caso.68 Por lo general ser guardador o guardadora, o tener la curaduría y/o tutoría recae en personas con lazos de parentesco de consanguinidad.69 Salir de ese refugio, y especialmente a determinadas edades, podía suponer una ruptura emocional. Quizás el menor iba a otra casa pero ya no estaba con aquello que le daba protección a saber, su entorno familiar. Entonces, la otra vivienda despierta incertidumbre de lo que pueda ocurrir de puertas para adentro. Es el caso de los menores, y especialmente de niñas, que pasan a servir en una casa y los padres o tutores muestran sus temores, y suele ser frecuente que se especifique que sirvan dentro de la vivienda y que lo que hagan sea siempre honesto: «para que durante el dicho tiempo la dicha mi hija vos sirva en todas las cosas que le dixeredes e le mandaredes de las puertas de casa adentro que onestas e posybles le sean de se hacer».70 A pesar de ello sería difícil cumplir dichas cláusulas y para ciertas tareas domésticas tendrían que salir a la calle. Además se sabe que de puertas para adentro no todo era honesto y en el interior de la casa se produjeron agresiones sexuales y abusos hacia menores.71 68 Amalia

Zomeño, «En los límites de la juventud», pp. 86-87. muchísimos los ejemplos que hemos podido documentar. En algunos se explicita claramente la filiación, como por ejemplo la carta de guarda y tutela que se expide en Córdoba y que pide Marina Fernández, viuda de Pedro Fernández, para sus nietos, por haber quedado huérfanos y ser menores, señalándose que a ella le pertenecían de derecho como su abuela materna y parienta más cercana, APAG, L-103-5, año 1545. En otros casos no se explicita en el documento el tipo de relación, como en la curaduría de los sobrinos de Inés Méndez, difunta, que se da a Gonzalo de Luz; lo único que podemos saber por el documento es que ambos eran vecinos de la Alhambra, APAG, L-103-7, año 1545. 70 APNGR, prot. 4, fols. 542v-543v, cit. en Amparo Moreno Trujillo, María José Osorio Pérez y Juan De la Obra Sierra, «El contrato de trabajo en la Granada del siglo xvi», art. cit., p. 244. De igual modo para Málaga: «que sirva en todas las cosas honestas de haçer dentro de las puertas de la calle adentro, e si oveire de salir fuera que sea como hija o sobrina», María Teresa López Beltrán, «De la niñez a la plena madurez», art. cit. p. 113. 71 Están documentadas violaciones sobre el servicio doméstico dentro de la casa, véase el ejemplo señalado en María Teresa López Beltrán, «De la niñez a la plena madurez», art. cit., pp. 116-117. También violaciones que se producían porque alguien entraba en la casa, como la que denuncia Inés de Caliz en 1560, viuda del que fue alcalde de Almonacir, vecino de la ciudad de Almuñecar; ella vivía con su hija, que era doncella, honesta y encerrada, pero una noche entró en su casa Francisco de Samaniego, soldado en la compañía de Leonardo de Valdivia, y «quebrantó» su casa a medianoche y «me corrompió a la dicha mi hija», APAG, L-198-1-46. 69 Son

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En otras ocasiones la separación no fue pactada sino forzada. En el contexto de la expulsión de los moriscos del reino de Granada se optaron por dos vías: la deportación y la esclavitud. Una y otra se tradujeron igualmente en familias moriscas rotas puesto que los menores fueron separados de sus padres y no fue hasta 1580 cuando los moriscos comenzaron un proceso de reconstrucción familiar, aunque para la sociedad cristiana vieja estos menores siempre estuvieron en el punto de mira, bien porque suponían pingües beneficios, o bien porque en ellos se veía el camino hacia una verdadera conversión.72 ARQUEOLOGÍA DE LA «AUSENCIA»: ESPACIOS DE MENORES EN LA CASA Las evidencias arqueológicas de menores para casas medievales no son suficientemente claras. Para algunas autoras esto es debido a que ha sido frecuente que no se haya estudiado la familia, o los grupos domésticos que la habitan, en toda su dimensión, buceando poco en las relaciones de género y de edad, y centrándose los estudios únicamente en la jerarquía que encabezaba un varón. Es fundamental estudiar todas las dinámicas posibles y entender los movimientos y cambios, tanto del espacio como de los ajuares, que un grupo doméstico requiere, por ejemplo, cuando hay nacimientos o cuando las personas mayores enferman. Estos cambios en el grupo implican en muchas ocasiones la necesidad de redistribuir los espacios, de modificar accesos o aumentar la seguridad para prevenir accidentes.73 Debemos interrogarnos por cómo esos menores ocupaban el espacio en las casas del siglo xvi. Hay que tener claro que la casuística es muy variada y por ejemplo, con relativa frecuencia, el recién nacido era entregado a un ama de cría y podía ocurrir que esta se lo llevara a su propia casa y cuando tuviera dos o tres años lo devolvía a la de sus padres. 72 Rafael

M. Pérez García y Manuel F. Fernández Chávez, «La infancia morisca», art. cit.. 73 Para todo ello véase el magnífico texto de Sally Crawford, «Archaelogy of the Medieval Family», Medieval Childhood. Archaelogical Approaches, Oxford, Oxbow Books, 2014, pp. 26-38. Señala algunos ejemplos como el hecho de que en una casa estaban inicialmente los animales dentro y en un momento dado, quizás por aumento de familia, se tuvo la necesidad de pasarlos fuera para habilitar esos espacios internos.

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Generalmente, en las clases más pudientes, se preparaba la habitación para el alumbramiento, tapizando las paredes con telas y colgando medallas y amuletos en la cabecera para proteger a la parturienta.74 Incluso se llegaba a entrar en detalles como: Que lo pongan en la cuna y la casa no sea muy clara, más en alguna manera sea escura, pero no mucho y, si huviere en la casa ventanas, que estén detrás de la cabeça y lexos y en ninguna manera no estén al lado del niño, que esto haze al niño ser vizco. Después, sino durmiere el niño deben meter la cuna muy liviana y mansamente y no meneen mucho la cuna, sino mézcanla suavemente.75

En las clases más populares se paría donde se podía y si era en la casa pues en una habitación común y sin grandes preparativos.76 Los recién nacidos solían estar en la propia alcoba con la madre; toda una serie de objetos hacían que ese espacio pudiera estar habilitado para el pequeño: ropas, braseros, lebrillos y palanganas de agua. Un buen ejemplo se puede apreciar en las pinturas del siglo xv y xvi que hacen referencia tanto al nacimiento de la Virgen como o al de San Juan Bautista. Pongamos como ejemplo del siglo xv el Nacimiento de la Virgen María del retablo mayor de la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Rosario en Villarroya del Campo (Zaragoza) en el que se ve a Santa Ana y la niña con cuatro mujeres más, representándose ese mundo femenino en torno al parto que pudiera estar lleno de afectividad, solidaridad o en ocasiones simplemente por obligación al cuidado por parte de las sirvientas; en la estancia hay una cama sobre tarima, un recipiente para lavar los pañales y un brasero para secarlos, además del menaje para dar de comer a la madre puesto que a la niña se le da el pecho (véase fig. 6). También del siglo xv es el Nacimiento de la Virgen de Santa María en Borja (Zaragoza) donde se escenifica la atención a la niña en la alcoba dándole presumiblemente alimento que va en un pequeño recipiente y acercándo74 Danièle Alexandre-Bidon y Monique Closson, La infancia a la sombra de las catedrales, p. 70 y ss. 75 Bernardo de Gordonio, Tratado de los niños y regimiento del ama, capítulo II, De la elección de la ama. 76 Es el caso de la realeza en los reinos cristianos medievales, en que el alumbramiento y bautizo se enmarcaban en fastos y celebraciones, con objetos cuidados como cunas adornadas de ébano y ámbar. Véanse, al respecto, las noticias recopiladas de bibliografía diversa en Silvia Arroñada, «Aproximación a la vida de los niños en la Baja Edad Media española», Meridies, IV, 1997, pp. 57-70.

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Figura 6. Nacimiento de la Virgen María. Pintura del siglo xv procedente del retablo mayor de la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Rosario, en Villarroya del Campo (Zaragoza). © Fotografía de Luis Pomarón. Esta foto fue publicada por María del Carmen Lacarra Ducay, «Representaciones de la vivienda cristiana bajomedieval en los retablos góticos aragoneses del siglo xv», en María Elena Díez Jorge y Julio Navarro Palazón (eds.), La casa medieval en la península ibérica, Madrid, Sílex, 2015, pp. 651-676, quien amablemente me ha cedido la posibilidad de su uso para esta publicación.

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le una servilleta; en el brasero se está calentado una pequeña ave y un recipiente similar al que se le da a la pequeña; fuera de la alcoba, al fondo, se ve el fuego y utillaje propio de cocina (véase fig. 7). En el óleo sobre tabla referente a la Natividad de la Virgen del Retablo de la vida de Cristo y de la Virgen, retablo mayor de la catedral de Segorbe que se encuentra en el Museo Catedralicio de Segorbe (Valencia), catalogado como obra realizada entre 1530-1533 por Vicente Macip y Juan de Juanes, se siguen las pautas anteriores de cama sobre tarima y con cielo textil, mujeres que llevan la comida a la recién parida y la ayudan con el bebé calentando los pañales en un brasero; en este caso irrumpe San Joaquín en ese mundo asignado como femenino (véase fig. 8). En algunos documentos aparecen la cuna y el colchón de un niño entre los enseres de la cocina, no sabemos si porque estaban ya en desuso y ahí se almacenarían o bien porque donde se cocinaba era un espacio más caliente y vigilado. Por ejemplo, al final de un inventario de bienes muebles de una mujer, fechado en 1492, aparece «Yten un colchon de la cuna del niño», justo después de mencionar azadas y azadón, hachuelas, candiles, lámpara, parrillas y cuchillo de mesa con su tenedor, platos de barro sevillanos y otros menajes de vajilla.77 Del mismo modo se menciona en un expediente de secuestro de bienes de otra mujer «una cuna de pino de vieja», descrita cuando entran en el aposento de la cocina y junto con el almirez, la sartén y las ollas.78 Es evidente que se necesitaba la cercanía del fuego para calentar al niño y así se corrobora en las imágenes literarias y pictóricas.79 Respecto a las pictóricas volvemos a hacer referencia al ya citado cuadro Nacimiento de la Virgen de Santa María en Borja (Zaragoza) en el que se ve la proximidad de lo que sería la cocina o al menos el espacio del hogar o fuego (véase fig. 7); también del siglo xv 77 Documento del Archivo de Protocolos Notariales de Jerez de la Frontera, PN. 1492, fols. 72r-73r, transcrito en Juan Abellán Pérez, El ajuar de las viviendas jerezanas, pp. 183-187. 78 Archivo Histórico Provincial de Granada (AHPGR), legajo 4530, expediente 7, fol. 5v. Expediente de secuestro de bienes de Catalina Herrera, Granada, 1592. Agradezco a María Encarnación Hernández López que me haya facilitado este documento. 79 «Cuando el niño ha nacido, si es que la propia madre no es una bruja, entonces la matrona conduce al niño fuera de la alcoba bajo pretexto de calentarlo, seguidamente lo levanta en sus brazos y lo ofrece al príncipe de los demonios Lucífer y a los demás demonios; todo esto lo realiza en la cocina encima del fuego», El martillo de las brujas/ Maleus maleficarum, Valladolid, 1486, citado en Nathalie Peyrebonne, «La mesa, la cocina y la mujer», art. cit., p. 227.

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Figura 7. Nacimiento de la Virgen, procedente de la Colegiata de Santa María de Borja (Zaragoza), actualmente en el museo de la colegiata. © Museo de la Colegiata de BorjaCentro de Estudios Borjanos de la Institución Fernando el Católico.

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Figura 8. Nacimiento de la Virgen. Retablo de la vida de Cristo y de la Virgen. Retablo mayor de la catedral de Segorbe, que se encuentra en el Museo Catedralicio de Segorbe (Valencia). © Museo Catedralicio de Segorbe.

y con un brasero es la Natividad de la Virgen del Monasterio de Monserrat (Museo de Monserrat, ref. 200.302) de Pedro de Berruguete; en el siglo xvi sigue apareciendo el brasero como en el Nacimiento de San Juan Bautista de Jerónimo Vicente Vallejo Cósida (Museo de Zaragoza, ref. 10095). Y será frecuente verlo en obras posteriores como en el cuadro Virgen despertando al Niño de Fray Juan Sánchez Cotán (Museo de Bellas Artes de Granada, ref. CE0109), de los primeros años del siglo xvii, en el que además de la cuna se ve una pequeña cazuela con gachas y su cucharita y al fondo una chimenea con el hogar encendido.

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En otras ocasiones, según el tipo de documento, los ajuares aparecen nombrados sin especificar aposentos, como es frecuente en los secuestros de bienes de moriscos, y en los que también hemos podido documentar cunas: «una cuna para niños» que aparece junto a esteras, un telar y sartenes;80 «una cuna pintada» junto a varias arcas, cofres y lanzaderas.81 Esas cunas serían por lo general sencillas y de madera, tal como aparecen a lo largo del siglo xvi en obras como en el fresco del Nacimiento de la Virgen de Juan de Borgoña de la sala capitular de la Catedral de Toledo o en el ya mencionado Pentaplon de Honcala.82 Además de las cunas también se mencionan colchones pequeños que podríamos pensar fueran para menores y que fácilmente se podrían trasladar de una estancia a otra.83 Así, por ejemplo, en el inventario de enseres que se hace de la difunta Juana Martín, por petición de su hijo Cristóbal Caballero, y en custodia de sus dos hermanas menores, se señalan casualmente dos colchones viejos más pequeños con lana.84 A veces se mencionan colchoncillos pequeños pero no sabemos si realmente eran o no para los niños o niñas que en esa casa pudieran vivir.85 A pesar de ello no hay que olvidar que se podía dormir en el mismo jergón, eso sí, el que lo tuviera. En el período medieval se sabe que varios miembros del grupo familiar dormían en un mismo colchón;86 la literatura medieval recoge que algunos de ellos morían asfixiados al ser aplastados por los adultos

80 APAG,

L-34-54, año 1559, secuestro de bienes de moriscos, Huebro (Níjar, Almería), transcrito en Juan Martínez Ruiz, Inventario de bienes moriscos del reino de Granada (siglo xvi: Lingüística y Civilización), Madrid, CSIC, 1972, pp. 249-250. 81 APAG, L-248-43, año 1568, secuestro de bienes de moriscos, Almería, transcrito en Martínez Ruiz, Juan, Inventario de bienes moriscos, pp. 264-266. 82 Imágenes de cuna muy engalanadas, y hasta un andador, podemos ver en los muebles atributos del Niño Jesús, pero todo ya del xvii en adelante; Juan Antonio Sánchez López, «Así en la tierra como en el cielo. El mueble atributo de la escultura barroca española», en Diseño de interiores y mobiliario. Aportaciones a su historia y estrategias de valoración, Málaga, Universidad, 2014, pp. 89-124. 83 Sobre el colchón, véase el estudio que Dolores Serrano-Niza escribe en este mismo libro. 84 APAG, L-221-62, año 1591, fols. 3-4. 85 Por ejemplo, APAG, L-64-21, año 1562, se trata de un secuestro de bienes de moriscos en Níjar. Ha sido transcrito en Juan Martínez Ruiz, Inventario de bienes moriscos, pp. 240-241. 86 Teresa Vinyoles, «El espacio doméstico y los objetos cotidianos en la Cataluña medieval», en María E. Díez Jorge y J. Navarro Palazón, La casa medieval en la Península Ibérica, pp. 613-648.

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con los que compartían cama.87 Y es que no hay que olvidar que según la clase social a la que se perteneciera así serían esos espacios y objetos de menores. Los ajuares variaban mucho y frente a la posibilidad de tener un colchón, aunque fuera compartido, otros menores, como por ejemplo el príncipe Miguel, nieto de los Reyes Católicos, se rodeaba de todo un espacio y menaje específico para él, como se documenta a través de las cuentas que detallan objetos para su aparador: manteles, toallas de manjar, toallas de aguamanos, caja de cuchillos, una espuerta encorada para la plata.88 Otras veces se pudiera entender que quizás durmieran en diferentes colchones pero en la misma habitación, como en la descripción del secuestro de bienes de Luis Abenzayde e Isabel Marcales. Imaginemos la distribución de esta casa en la granadina colación de san Pedro y san Pablo siguiendo la descripción de los ajuares. Se señala primeramente un palacio en el que grosso modo hay ropa, calzado, sombreros y tocados, dos sillas, una sillita pequeña de mujer y una banca, un telar, bastantes contenedores de azúcar en su mayoría llenos, una tinaja con miel de caña, caldera chica y otra grande, espejo y alcoholera, unas espuelas, menaje de cocina —sartén, tabla de pan, trébedes, cazuelas y otros más—; parece un espacio para cocinar y también un lugar de trabajo —ya sea con el telar o preparando miel y azúcar de caña—. En otro aposento alto hay tinajas, ollas y jarros con miel, cantarillo para el arrope, una mesa de pino con su banco; pudiera ser para almacenar los productos que se debían vender y como despacho —por eso de la mesa y banco—. En otro aposento alto se describe lo que debiera ser el lugar de dormir y vestirse ya que hay bastante ropa de mujer, de hombre y de niña, además de cinco colchones y un almadraque, catorce almohadas 87 De

hecho, en el Tratado de los niños y regimiento del ama se señala: «La dezimaquarta condición es que guarde el ama que no tenga al niño consigo acostado cerca de sí, lo qual es de mucho peligro, más esté acostado el niño en la cuna porque a vezes acontece peligro y escándalo porque quando el ama duerme puede por caso poner el braço sobre la boca del niño o el pecho y assí puede ser ahogado el infante. Y por eso mandamos y defendemos al ama que no acostumbre al niño ponerlo al lado cerca de sí por cuanto lo huviere así acostumbrado, no sería ligero de removerlo de aquella costumbre sin gran lloro porque el niño se deleyta mucho en el calor de la madre o de la ama, sea envuelto el niño en pieles y sea puesto en la cuna y la cara sea cubierta con arco puesto sobre el rostro». 88 Así aparece en las cuentas de Gonzalo de Baeza, transcritas en Antonio de la Torre y E. A. de la Torre, Cuentas de Gonzalo de Baeza. Tesorero de Isabel la Católica, Madrid, CSIC, 1956.

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de las cuales dos son para sentarse, almohadones, colchas, sábanas y mantas, tres esteras, entre otras cosas y en un arca que estaba en este aposento alto del corredor había más ropa, calzados, almohadas, tocados y una redoma de vidrio vacía. En otro aposento alto que está frontero a la puerta de la calle hay un menor número de cosas entre las que se citan tres colchones moriscos, colcha, zalea, cabezal de lienzo, manta, sábanas y ropa sobre todo de mujer, alguna rota y otras por hacer, además de cuarenta y una madejas de lino para tramar la tela y un arca de nogal con un marlota que no está acabada, una camisa por coser, dos almohadas comenzadas a labrar, otra camisa por coser, almohadas comenzadas a hacer; parece como un cuarto de costura en el que quizás pudiera dormir alguna persona.89 Así pues, en esta casa no es inverosímil suponer que los padres, y al menos una niña que debían tener, durmieran en la misma estancia —el aposento alto que custodia mayor número de ropa— y quizás alguien del servicio doméstico en el «cuarto de costura». Por el documento no sabemos de más miembros, a excepción de un esclavo negro de catorce años que tienen pero del que desconocemos si vivía en la casa o bien en la viña que se menciona tenían. A medida que iban creciendo, el poder tener un espacio específico para ellos era algo que no estaba al alcance de todos. Y es que dentro de su mundo hay que establecer las oportunas jerarquías según se fuera hijo del dueño de la casa, servicio doméstico o esclavo. Por ejemplo, la alcoba específica para menores que narra Juan Luis Vives en sus Diálogos evidencia una clase social bien posicionada.90 Diferente situación tendrían los menores destinados al servicio doméstico, bien documentados a través de las cartas de servicio, de soldada o de aprendiz de oficio. Conviene detenernos en algunos detalles por la frecuencia con que se dio este tipo de contratos con menores. Del estudio realizado por algunos investigadores en el siglo xvi en Granada, el 90 % de los contratos de trabajo son de criado o servicio doméstico, siendo preferible mujeres y más los menores que los adultos. Los patronos que tenían servicio doméstico eran pudientes pero también había artesanos, 89 APAG, L-64-22, secuestro de bienes de Granada, año 1562, transcrito en Juan Martínez Ruiz, Inventario de bienes moriscos, pp. 241-244. 90 Juan Luis Vives, Diálogos, Despertar matutino. Describe una alcoba donde estaban los niños y de la que destaca una imagen del Salvador para encomendarse a él en el despertar matutino.

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viudas, clérigos y cristianos nuevos. Un número nada despreciable de esos menores del servicio doméstico eran moriscos pero no siempre.91 Cabe preguntarse qué sentirían estos cristianos nuevos en ámbitos de cristianos viejos. En estos contratos no se señala el espacio que ocuparían estos menores pero sí el hecho de que además del dinero que recibiría el padre o tutor, se le tenía que dar de comer, beber, vestir, calzar, casa y «cama en que duerma». A veces dormían en la misma alcoba que el dueño de la casa y sobre un arca: «Dormía el dueño de una casa en su cama y en la misma cámara un criado suyo sobre una arca; se hundió la cámara y mató al dueño, y el criado se encontró sobre la misma arca sano y salvo […]».92 Para el caso de las niñas a veces se especificaba que el pago sería en forma de dote constituida por ropa, joyas y preseas de casa. En las ordenanzas de Granada los menores solo son mencionados en las del hilado por lo que debía ser común emplearlos como mano de obra. Se señala por ejemplo lo que deben cobrar por día los maestros de hilado y que están obligados a pagar a los «mochachos o mochachas que le traen el torno», por lo que entendemos deben ir con el maestro a algún lugar a hilar, bien en otros telares en casas o en otros locales o bien en calles de la ciudad, en cualquier caso son tornos públicos.93 Además se regula que el muchacho o muchacha que llevara el torno tenía que tener un mínimo de doce años porque «por ser de menos edad no aguardan al hilador y a esta causa no pueden hilar como debe» y también incluye a las mujeres que hilan dentro de sus casas «porque estas tiene dentro de ellas mochachos e mochachas que les ayudan e que estos sean de ocho años arriba».94 Las mujeres solían tener el torno en casa y allí hilaban y, como comprobamos, podían tener a estos menores transitando y trabajando en la vivienda, y no es de extrañar que en más de una ocasión se tratara de servicio doméstico que durmiera allí mismo. 91 Amparo

Moreno Trujillo, María José Osorio Pérez, y Juan De la Obra Sierra, «El contrato de trabajo en la Granada del siglo xvi», art. cit. Parece que también para el caso de Málaga a principios del siglo xvi se repite esta situación, María Teresa López Beltrán, «De la niñez a la plena madurez», art. cit., p. 113 y ss. 92 Datos de Andrea Navagero, que visitó Granada en 1526, y que menciona a raíz del terremoto que asoló ciudades de Granada y de Almería, texto en Jesús Luque Moreno, Granada en el siglo xvi, p. 358. 93 Ordenanzas de Granada de 1552, fol. LXXVIIIr. Las del hilado de la seda corresponden a 1535. 94 Ibid., fol. LXVIIIv.

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Los esclavos, y entre ellos los menores, tendrían un espacio muy diverso. Entre las propiedades de bienes de Beatriz Galindo en Madrid señala que en el «soterrano» —que debemos entender como subterráneo y que por la descripción se trata de un espacio que está fuera de la casa pero cerca de ella o en la bodega— nombra dos camas para siete esclavos varones, junto a otros enseres como carretas y tinajas.95 Sigue la descripción con aperos de labranza —trillo, instrumentos de vendimiar, azadones, cubos— y junto a ellos «tres mantas e vn repostero viejo y dos xergones e dos sábanas viejas, en que duermen los esclauos/Yten, vn xergón y dos sábanas y vna manta e vn repostero viejo, en que duermen los mochachos/ Yten, dos sábanas e vn colchón de vitre e vna manta, en que duermen otros moços».96 También en su casa de Ronda, «quatro colchones moriscos, muy viejos, rotos, fechos pedaços, en que duermen los moros, e çinco sábanas de vitre, e quatro mantas de cama traydas, bastas».97 A veces se establecía la jerarquía sin necesidad de una pared o un estrado que los diferenciara. Es el caso de los niños en un banquete o convite en el que se sabe que no estaban en la mesa con los adultos sino delante de ella y de pie y que debían coger el alimento en último lugar.98 Los más pequeños de la casa saldrían fuera de ese espacio físico que suponía la vivienda en más de una ocasión y con ellos iba el cuidado y la protección. Dentro de la casa se inventarían objetos para menores como las sillas y angarillas para transportarlos. En el inventario de Beatriz de Galindo de enseres en Madrid se mencionan «dos syllas de mula de niño, la vna, guarneçida de terçiopelo» junto con otros elementos propios de 95 AGS, RGS (Archivo General de Simancas, Registro General del Sello), 1501. Inventario presentado por Beatriz Galindo ante el licenciado Polanco, alcalde de Casa y Corte, en presencia del escribano Nicolás Gómez, de los bienes muebles, raices y semovientes, que poseía de consuno con su marido, el secretario Francisco Ramírez de Madrid, al fallecimiento de éste. Transcrito al completo por Pedro Arroyal Espigares y María Teresa Martín Palma, El ajuar doméstico de Beatriz Galindo y Francisco Ramírez de Madrid, secretario de los Reyes Católicos [https://riuma.uma.es/xmlui/bitstream/handle/10630/4577/Cultura%20material.doc?sequence=2, consultada el 10 de junio de 2016], la cita en p. 20. El inventario se presenta en dos sesiones, ambas en Granada, una el 20 de abril de 1501 y otra el 4 de septiembre del mismo año. 96 Pedro Arroyal Espigares y María Teresa Martín Palma, El ajuar doméstico de Beatriz Galindo, p. 13. 97 Ibid., 20. 98 Erasmo Rotterdam, De la urbanidad en las maneras de los niños, 47 (capítulo XIV, Sobre los convites).

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una caballeriza.99 También en la casa de Ronda se menciona junto a una mula de Beatriz de Galindo con angarillas «otra chiquita, en que andavan los niños, y dos syllas biejas, y vnas guarniçiones viejas» y más adelante «una sylla chiquita gineta».100 Salvando las distancias sobre la calidad de las angarillas, se trataría de un método de transporte similar al de los menores moriscos como bien se ve en Trachtenbuch, 105-106, y era habitual que el pequeño fuera cercano a la madre (véase fig. 9). Una pequeña sillita se vislumbra en la acémila que transporta a un niño morisco que aparece en el Embarque de los moriscos en el Grao de Valencia.101

Figura 9. Die Trachtenbuch, 105-106. Trachtenbuch de Christoph Weiditz (1530-1540). © Germanisches Nationalmuseum Nürnberg, Hs. 22474. Imagen del repositorio: http://dlib.gnm.de/item/Hs22474/249 [consultado el 27 de febrero de 2017].

 99 AGS,

RGS, 1501, Inventario presentado por Beatriz Galindo, cita en p. 9. 20. 101 Http://www.fundacionbancaja.es/cultura/coleccion/embarco-moriscos-en-el-graode-valencia.aspx [consultada el 10 de febrero de 2017]. 100 Ibid.,

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OBJETOS DE MENORES: LA MATERIALIDAD DE LAS EMOCIONES En este apartado voy a partir del objeto, analizar sus usos y funciones e indagar sobre los hábitos de comportamiento y el aprendizaje de emociones en la vida diaria de esos menores. Conocer la disposición y ocupación del espacio en las casas del siglo xvi pasa por saber cómo se vivía en ellas y en este sentido muchas veces lo sensorial se nos escapa. La disposición de los objetos crearía una atmósfera que se percibiría a través de sentidos como la vista y el olfato: tejidos de colores, fragancias de perfumes, olor a animales dentro y cerca de las casas, aromas de comidas. Los objetos tienen su historia y a veces está llena de emociones. Los hay que fueron creados y adquiridos para acordar un matrimonio y que obviamente evocarían sensaciones diferentes a uno que provenía de una herencia, y dentro de estas opciones las cargas afectivas variarían si era un matrimonio deseado o forzado, si el objeto heredado era de un ser querido o de alguien con quien apenas se había tenido contacto. Todo ello implicaría que recayeran sobre la pieza unas cargas emocionales diferentes a las de un objeto de uso común y adquirido sin ningún pretexto más que el de su funcionalidad.102 Pero incluso ese uso podía generar situaciones emocionales diferentes como las que vivió una mujer pobre en torno a una colcha morisca; el cobrador del rey se la quitó a causa de la farda que debía su hermano; le arrebataron lo poco que tenía y ella reclamó, recibiendo solo maltrato e injurias, señalando además que le habían hecho un roto y por tanto había perdido valor.103 También se ve desasosiego en las palabras de Andrés Camacho cuando le quitan su cama y suplica que se la devuelvan.104 Pero me interesa ahora conocer con qué objetos se relacionaban los menores y que formaban parte de sus actividades cotidianas, de su crecimiento físico y emocional. Pensemos en las piezas usadas para su alimentación como pequeños cazos y cuernos para dar de beber y que se han conservado en diversos contextos europeos.105 Evidentemente nos mues102 Una

obra fundamental en la que indagar al respecto es Tara Hamling y Catherine Richardson (eds.), Everyday Objects: Medieval and Early Modern Material Culture and its Meanings, England-USA, Ashgate, 2010. 103 APAG, L-93-20. Folio suelto en carpeta de pleitos entre 1541 a 1568. 104 APAG, L-103-15, ca. 1563. 105 Danièle Alexandre-Bidon y Monique Closson, La infancia a la sombra de las catedrales, p. 195 y ss.

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tran prácticas de cuidado sobre ellos, motivadas en ocasiones por el afecto y en otras por mera obligación y hábito. Se ha analizado poco el tema y convendría a la hora de estudiar el material arqueológico tener en cuenta la existencia de menores con necesidad de un menaje adecuado a su alimentación y boca. Por ejemplo, examinando las cucharas que se conservan en los fondos del Museo de la Alhambra y encontradas en las excavaciones allí realizadas, compruebo que por lo general miden entre los veinte y treinta centímetros de largo y cinco centímetros de ancho, aunque hay unas pocas más pequeñas cuyo diámetro oscila entre 2 cm y 2,5 cm; bien es cierto que pudiera ser simplemente un menaje de cocina usado para sustancias de dosis mínimas pero no se ha de descartar que también pudieron ser para los más pequeños de una casa.106 Claro que esto no debe llevarnos a la confusión de pensar que todo lo «pequeño sea de los pequeños» como veremos más adelante. Otro elemento a tener en cuenta es la ropa infantil. Con la vestimenta no solo se marcaba la clase social y el género, también la edad. En algunos contextos europeos posteriores al xvi se ha confirmado que el paso a una edad más independiente, y que podría rondar entre los cinco o seis años, se marcaba cambiando el abriguito (skirt coat) por el jubón.107 En la documentación que hemos manejado para el siglo xvi aparece la especificidad de ropa de niño o niña, aunque es verdad que no con tanta frecuencia como la de mujer u hombre y creemos que es debido a varias circunstancias: la ropa tiene mayor desgaste en los pequeños —se rompe y mancha con frecuencia— además de que se reutilizaría mucho no solo entre hermanos sino también para otros niños del entorno familiar y es probable que la que ya estuviera muy desgastada y sin uso, pues se cortaría salvando trozos de tela que estuvieran en mejores condiciones. Referencias hay muchas como una «camisica de niño morisca», en el 106 Las referencias de las cucharas que he localizado de los fondos del Museo de la Alhambra son: 007390, 009329, 009330, 009331, 009332, 009333, 009363, 009364, 009365, 009366, 009367, 009368, 009369, 009370, 009371, 011047, 011090, 011091, 011092, 011093, 011094, 011095, 011096, 011097, 011149, 011150, 011151, 011157, 083937, 108782 y 118537. En su mayoría son de madera y de metal, aunque hay alguna de cerámica y de hueso tallado. Ente las pequeñas destaca una de metal (ref. 009371) de 6,4 cm de largo y 2,5 cm de diámetro, y una de hueso tallado (ref. 011047) de difícil cronología y que mide 11,9 cm de altura y 2,1 cm de diámetro. 107 Maria A. Hayward, «Shadow of a Former Self: Analysis of An early Seventeeth century Boy’s Doublet from Abingdon Farnham», en T. Hamling y C. Richardson (eds.), Everyday Objects, pp. 107-118.

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inventario de Catalina Díaz;108 o unos «zaragüelles de muchacho» en el secuestro de bienes de Diego de Benavides;109 un «çamarro de niña», «sayuelo de niña de tafetán colorado, guarnecido de terciopelo verde rayado» y «otras camisa de niña, labrados los pechos a la morisca» en el secuestro de bienes de Luis Abenzayde e Isabel Marcales;110 unos zaragüelles de muchacho111 o una «camisa de niño labrada».112 En algunos casos podemos imaginarla por la descripción dada: «una saya de niña, de paño amarillo guarnecido de raso negro».113 No es infrecuente que en las escrituras de arrendamiento de servicios se acuerde no solo el tiempo que estaría el menor y que se le proporcionaría cama y alimentos sino también la ropa que se le daría, distinguiendo en ocasiones según el género entre «una saya, un manto, camisas y tocas a la niña en casamiento, y le enseñarán a leer y escribir al niño».114 Con la ropa se creaba una identidad de género, de edad y de clase y esa rutina diaria la vivirían desde pequeños. Los objetos más relacionados con los niños son los juguetes. Es importante distinguir entre artefactos creados por los adultos para que los menores jueguen frente a aquellos adaptados por los propios niños y niñas para jugar. A la vez el juguete podía instruir. Se establece entonces una «comunicación» del menor con el juguete y viceversa y se hace difícil a veces separar esas fronteras entre sujeto y objeto ya que ambos podían ser «agentes». Los juegos son los medios que utilizan los adultos para definir y reforzar en los niños las enseñanzas y los comportamientos adecuados a su 108 APAG,

L-103-102, año 1545, inventario de los bienes que dejó al morir Catalina Díaz, fol. 2v. 109 APAG, L-64-3, año 1562, secuestro de bienes de moriscos, Níjar (Almería), transcrito por Juan Martínez Ruiz, Inventario de bienes moriscos, pp. 229-230. Además se indica que los zaragüelles los lleva puestos el niño en el momento de hacer el inventario. 110 APAG, L-64-22, año 1562, secuestro de bienes de moriscos, Níjar (Almería), transcrito por Juan Martínez Ruiz, Inventario de bienes moriscos, pp. 241-244. 111 Ibid., pp. 244-246. 112 APAG, L-34-13, año 1559, secuestro de bienes de moriscos, Acequias (Granada), transcrito por Juan Martínez Ruiz, Inventario de bienes moriscos, pp. 250-251. 113 AHPNGR, escribano Juan de Alcocer, tomo I, fol. 146, año 1510, en Juan María de la Obra Sierra, Catálogo de protocolos notariales: Granada (1505-1515). Tesis doctoral leída en la Universidad de Granada en 1986, documento 846 [http://hdl.handle. net/10481/6387, consultada el 2 de febrero de 2017]. 114 AHPNGR, escribano Juan Rael, fols. 85v-86r, año 1505, en Juan María de la Obra Sierra, Catálogo de protocolos notariales, documento 51.

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clase; mediante el juego, los menores aprenden habilidades y conocimientos. Los juguetes estaban ligados a relaciones sociales, ideas y sentimientos, que constituían parte del aprendizaje y la socialización. Desde la prehistoria existen objetos de pequeño formato encontrados en enterramientos de individuos infantiles y cuyas explicaciones se han movido entre el juguete y las prácticas de aprendizaje de una determinada técnica. Pequeñas «muñecas» han aparecido en enterramientos de niñas y mujeres jóvenes, especialmente a partir del partir del siglo iv d. C.115 También aparecen en enterramientos infantiles terracotas figurativas como bustos de diosas femeninas y animales domésticos, y que algunos asocian a lararios mientras que otros piensan que eran juguetes o figuras relacionadas con el imaginario infantil.116 En época medieval parece que las niñas a veces jugaban más con «comiditas» mientras que los niños con el caballo, la peonza y el molinillo, aunque en otros juguetes como los silbatos parece que no hubo diferencias de género.117 En el mundo islámico medieval había marionetas, balancines, juegos con pelotas, muñecas, y animales de juguetes.118 Es evidente que durante el siglo xvi el juego estuvo presente y había infinidad de ellos, como bien se ve el conocido cuadro de Pieter Brueghel, Kinderspiele («Juegos de niños», 1560, Kunsthistorisches Museum, Viena) en el que aparecen desde las tabas y muñecas hasta el caballito, entre otros. En diferentes textos del xvi español se plateaba que las madres no estuvieran todo el día abrazando y besando a los hijos y jugando con ellos porque los medio matan; cuando estas fuentes señalan que no se hiciera es porque sin duda se hacía; se prefería que no fuera todo un mundo de afectos porque las relaciones esenciales entre hijos y padres debían ser de

115 Se

trataba de mujeres vírgenes y no casadas, siendo para algunos símbolos de un proyecto truncado al no casarse y no tener hijos. Las «muñecas» representan a una mujer adulta y oscilan entre 15 y 25 cm, en muchas ocasiones son de marfil y con ricos vestidos y joyas, aunque los investigadores señalan que no habría que descartar materiales perecederos como el trapo o la madera. Cf. Alberto Sevilla Conde, «Morir ante suum diem. La infancia en Roma a través de la muerte», en D. Justel Vicente (ed.), Niños en la antigüedad, 199-233, cit. 226. 116 Alberto Sevilla Conde, «Morir ante suum diem», pp. 226-227. 117 Véase Alexandre-Bidon y Monique Closson, La infancia a la sombra de las catedrales, p. 249; se recogen casos documentados de pequeñas vajillas iguales que las de tamaño natural así como de muñecas para las niñas, p. 252 y ss. 118 James E. Lindasay, Daily Life in the Medieval Islamic World, Indianapolis-Cambridge, Hackett Publishing Company, 2008, p. 199.

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obediencia, dependencia y temor, ya que los hijos debían acatar la voluntad de los padres.119 No obstante, ello no implicaba negar la necesidad del juego y el propio Juan Luis Vives menciona en sus Diálogos juegos para niños como el de la pelota, la trompa, las tabas, echar cáscaras de nueces en el hoyuelo y el alquerque.120 Y por supuesto las muñecas no faltarían, como la que agarra entre sus manos la pequeña Isabel, hermana del archiduque Carlos (futuro Carlos I de España y V de Alemania), en el tríptico de 1502 del Maestro de Georgsgilde (Kunsthistorisches Museum Viena). El menor sentiría una emoción y afecto diverso con algunos de sus juguetes, si es que podía tenerlos. Es fundamental su análisis para comprender la infancia en el pasado porque era un aspecto importante en su vida y ellos eran los agentes en esa actividad diaria. MINIATURAS DE BARRO ¿COSAS DE NIÑOS? Un aspecto importante es conocer la nomenclatura que se utilizaba para los objetos cotidianos, aunque a veces con determinados enseres es bastante complicado.121 Es el caso de las miniaturas de vajilla usadas para fines que no fueran los del menaje básico de cocina, o el de los silbatos, o simplemente con los juguetes, porque apenas he encontrado datos específicos en lo que llevo analizado de inventarios, almonedas y testamentos del siglo xvi, lo cual no quiere decir que no puedan aparecer. Como mucho debemos entender que un cúmulo de cosas, y entre ellas algunas relacionadas con menores, pudieran recibir la denominación de «otras

119 Cf.

Carmen Hernández López, La familia y la educación de los hijos en el siglo xvi. 120 Juan Luis Vives, Diálogos, esencialmente en «La vuelta a la casa y los juegos pueriles», aunque en diferentes capítulos menciona juegos. Pone en otros diálogos el ejemplo de Francia y señala reglas del juego de la pelota y que en secreto se juega a los naipes, pero solo los adultos, porque los niños juegan a las tabas y los mozos a los dados. Un tablero de alquerque, probablemente de fines de la Edad Media, se cita en José Antonio Alonso Ramos (coord.), El juguete popular en Guadalajara. Arqueología y tradición, Diputación Provincial de Guadalajara, 2008, p. 45. 121 Véanse algunas propuestas interesantes en Mark Chambers y Louise Silvester, «Lexicological Confusion and Medieval Clothing Culture: Redressing Medieval Dress with the Lexis of Cloth and Clothing in Britain Project», en T. Hamling y C. Richardson (eds.), Everyday Objects, pp. 71-84.

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menudencias» que a veces aparece en la documentación.122 La falta de referencias a la palabra juguete en esta documentación hace que debamos tener cautela y emplear en más de una ocasión la palabra miniatura puesto que no sabemos si realmente pudieran ser juguetes para menores como en ocasiones se ha catalogado.123 Tomemos como ejemplo el silbato, una pieza que pudo usarse con unas funciones específicas, entre las que debemos incluir el disfrute en el tiempo libre. Este instrumento se ha dividido en silbatos que producen un sonido más estridente y los ruiseñores, o silbatos de agua que imitan el gorjeo de un pájaro.124 Emiten sonidos diferentes y podrían tener destinos diversos. Los silbatos de agua ya son conocidos desde épocas anteriores;125 es un objeto que cruza las fronteras culturales al igual que otros como las campanitas.126 Los silbatos han aparecido en diversos contextos, tanto andalusíes como cristianos del xvi y xvii.127 122 Hay

menudencias asociadas con textiles, con objetos de barro y con otros sin identificar: «Y mas tres camisas de mi suegra con dos pares de tovajas y unas tocas y mas unas tiras labradas con muchas menudençias las quales yo no se», y algo más adelante «Y mas tablas de horno con otras muchas menudencias», APAG, L-221-13, años 15671568, en fols. 20r y 20v. Piezas relacionadas con un telar: «una caxita con veinte y dos lançaderas. Quatro maneculas (¿) de tenplán e otras menudencias», APAG, L-248-43, año 1568, secuestro de bienes de moriscos, Almería, transcrito en Juan Martínez Ruiz, Inventario de bienes moriscos, pp. 259-260. En una carta de dote se señala «una canasta de vedriado de platos y escudillas doradas de Talavera, de cada cosa una dozena, e otra de platos delgados e otras menudencias de barro», documento de 1600, APNGR, Pr. 346, fol. 1185r, citado en Ángel Rodríguez Aguilera et al. Cerámica Común Granadina del Seiscientos. A partir de las cerámicas procedentes de la excavación arqueológica. C/ Candiota 6, 8, 10. Granada. Granada, Gespad al-Andalus-Ayuntamiento, 2011. 123 Hay un discutido debate entre distinguir miniaturas y juguetes, cf. Sally Crawford y Carenza Lewwis, «Childhood Studies», art. cit., p. 12. 124 Cf. Guillermo Roselló Bordoy, El ajuar de las casas andalusíes, Málaga, Editorial Sarriá, 2002, p. 100. 125 Por ejemplo, en época medieval y en Europa hay con formas de animales y tanto en barro cocido como vidriados en verde, Danièle Alexandre-Bidon, y Monique Closson, La infancia a la sombra de las catedrales, p. 257 y ss. 126 Campanitas metálicas diminutas habría en el Museo de Mallorca y de época islámica, aunque parece que no constan con figura femenina como las encontradas en Almería, Jaén y Málaga, que son consideradas todas de época cristiana, véase Guillermo Roselló Bordoy, «El largo camino de una investigación», Del rito al juego. Juguetes y silbato de cerámica desde el Islam hasta la actualidad, Almería, Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, 2006, pp. 15-50, referencia a las campanas en p. 39. Un texto Nota 127 en página siguiente.

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Podría formar parte de algunos rituales emocionales y en una fiesta transmitiría alegría pero no hemos de descartar otros momentos que desconocemos como pudieran ser actos religiosos tanto de alegría como de tristeza; además pudo adquirir diferentes dimensiones si era usado por un adulto o por un menor. Es obvio que cualquier instrumento musical podría estar presente en múltiples situaciones. En la ya mencionada pintura de Brueghel, una niña aparece tocando una flauta y un tambor. También hay imágenes de muchachas bailando al son de la música en un paseo por el campo como en la estampa «Granata» del Civitates Orbis Terrarum en la que en primer plano hay tres mujeres: una sentada tocando el aro de sonajas, y otras dos que parecen más jóvenes golpeando una el pandero cuadrado mientras la otra baila habiéndose quitado para ello los chapines; esta imagen es similar, pero sin el aro de sonajas, a la imagen 92 del Trachtenbuch referida a un baile de Narbona. De igual modo la vajilla en miniatura que se ha conservado de la época pudo ser usada para juego como se ha planteado pero también para especieros, saleros, salseras, esencieros, tinteros… adquiriendo diferente valores.128 Pensemos en la necesidad que habría de pequeños recipientes

sobre campanas que es curioso de leer, Flora Dennis, «Resurrecting Forgotten Sound: Fans and Handbelles in Early Modern Italy», en T. Hamling y C. Richardson (eds.), Everyday Objects, pp. 191-210. 127 Véanse, por ejemplo, los aparecidos en Jaén, «Contexto y análisis de algunos silbatos y juguetes aparecidos en excavaciones arqueológicas en Jaén y Andújar», Del rito al juego, pp. 95-110, en este texto se señala un alfar de silbatos en Jaén, que datan entre el siglo xvii y xviii (pp. 99-101); otros silbatos también aparecen en viviendas de época islámica (p. 106) y en zonas de desecho. También en Almería, «Juguetes, silbatos e instrumentos musicales en tierras almerienses», Del rito al juego, pp. 53-71; se trata de piezas halladas en un horno datado entre los siglos xvi-xvii y ubicado en la antigua medina de la Almería islámica. 128 Respecto a diferentes miniaturas encontradas en excavaciones en Murcia, Julio Navarro da un criterio para el caso que estudia, y que engloba bajo el término de miniaturas o miniaturizaciones: que sean menor de 12 cm, como en el caso de las cazuelitas encontradas. Aunque algunas miniaturas son traslación de los modelos comunes en otras especifica que no es así. Además, en las cazuelas en miniatura encontró señales de fuego que le llevaron a pensar que fueron utilizadas para el calentamiento y maduración de algunos líquidos o semilíquidos; los elementos decorativos en algunas de ellas le hacen suponer que se usaron como objetos de presentación en la mesa. También cita pequeñas orzas de las que duda si pudieron ser juguetes o contenedores de sustancias grasas, Julio Navarro Palazón, Una casa islámica en Murcia. Estudio de su ajuar (siglo xiii), Murcia, Centro de Estudios Árabes y Arqueológicos «Ibn Arabí», 1991, pp. 36-37 y 40-41.

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para contener ungüentos, medicinas o maquillajes.129 Esta complejidad es mayor si a ello unimos que un mismo objeto pudo haber tenido diversos usos en su «vida». Se sabe de la existencia de cacharritos y vajillas de pequeños tamaño en época andalusí que según algunas autoras están en íntima relación con las de tamaño normal de uso y presentan una conexión tan directa que dejan claro que fueron hechas por los mismos alfareros.130 El empleo de unas determinadas técnicas y materiales contribuía también a generar diferentes emociones y prácticas sensoriales puesto que la habilidad técnica y el detalle que pudiera tener una pieza hacían verla de otro modo frente a las más rudas; y este es un elemento a tener en cuenta puesto que encontramos algunas muy cuidadas pero también otras muy toscas y con evidentes fallos y eso puede implicar también diferentes usos. Es evidente que estas miniaturas cumplirían diversas funciones: por ejemplo hemos encontrado en el texto citado de Erasmo de Rotterdam que se menciona cómo emplear el salero en la mesa de un convite y se aprecia que debieron ser pequeños recipientes en los que no se debían meter los dedos y dejarlos marcados sino tomar lo que se quisiera con el cuchillo. En ajuares moriscos del xvi se han documentado arreboleros, pequeñas salserillas o tacitas en las que se señala que las mujeres tenían el color rojo —arrebol o colorete— que se ponían en la cara.131También se ha planteado que pudieron ser modelos de alfareros o muestrarios pero de esto apenas hay datos concretos, aunque es cierto que en algún caso se señala que se muestra lo que se va a encargar pero no se especifica si lo que se enseña son piezas en pequeño formato.132 129 Y más teniendo en cuenta el uso de alheñas, pigmentos y otros ungüentos para maquillaje y limpieza del cuerpo que tanto cristianas como moriscas emplearon. Véase al respecto el capítulo dedicado al cuidado del cuerpo en Esther Fernández Medina, La magia morisca entre el Cristianismo y el Islam, p. 155 y ss. 130 Purificación Marinetto Sánchez, «Juguetes y silbatos infantiles de época nazarí», Miscelánea de Estudios Árabes y Hebráicos, 46, 1997, p. 183-205. 131 Ángel Rodríguez Aguilera y Sonia Bordes García, «Precedentes de la cerámica granadina moderna», art. cit., p. 74. Además aportan una carta de obligación entre un arrebolero y un alfarero en Granada en 1588, pp. 101-102; el arrebolero le encarga al alfarero seis mil arreboleras de barro vidriado; un número importante que entendemos se debe a que el arrebol se vendía en el propio recipiente. 132 Es el caso de una carta de obligación, fechada en 1591 (APAG, L-151-63), en que se especifica que se van a fabricar 150 azulejos grandes para la escalera de una casa y el artesano indica «sigun la muestra que yo le he mostrado al susodicho y a sus albanies».

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Las ordenanzas de olleros de Granada no recogen este tipo de miniaturas, ni juguetes ni silbatos, aunque sí se especifican tamaños diversos y de ahí que aparezcan «ollas chicas y ollicas, cazuelas pequeñas y cazuelas pequeñitas, platos verdes chicos, jarrillos, jarros pequeños, alcuzas pequeñas, cantarillos». Habría que analizar a qué se refieren con esas especificaciones porque, por ejemplo, en las cazuelas se distinguen cincos tamaños, variando el precio y descritas así: grandes, menos que estas, más pequeñas, pequeñas y pequeñitas.133 Desde luego en la documentación aparecen muchas cosas que se dicen pequeñas, chicas o se hace referencia a ellas con diminutivos —cajita, camisilla, cofrecico, arquilla—. Con estas designaciones es difícil concretar su tamaño. Hay otras piezas, como un perfumador, en las que no se necesita especificar pues es evidente que era pequeño.134 La presencia material de estos objetos no es extraña. De época andalusí se conservan ejemplos y también en territorios cristianos de época medieval y moderna. El elenco es amplio: en el Museo de Almería miniaturas de caballitos y vajillas así como figuritas sobre todo femeninas, algunas de ellas con forma acampanada, datadas en un marco temporal amplio del xvi hasta el xviii; en el Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba hay vajillas en miniatura desde época califal, como redomas y orzas, además de animalitos, silbatos y unos pequeños elementos arquitectónicos datados como de época califal y sobre los que se ha señalado su función de juguete o incluso como una posible maqueta; en el Museo de Guadalajara varios caballitos de época medieval cristiana; en el Museo de Jaén caballitos del siglo x; en el Museo de Málaga piezas de vajilla en miniatura tanto califales como nazaríes y algunas procedentes de excavaciones de la Alcazaba de Málaga; en el Museo de Teruel se expone una vajilla en miniatura datada entre los siglos xiv y xv; en el Museo ArqueoDocumento transcrito en Ángel Rodríguez Aguilera y Sonia Bordes García, «Precedentes de la cerámica granadina moderna», art. cit., pp. 102-103. Algunos autores señalan el uso de las miniaturas como modelos de enseñanza para los muchachos, atendiendo a ejemplos actuales como el de la ciudad marroquí de Tetuán, cf. Antonio Malpica Cuello, «Miniaturas de cerámica nazaríes en Granada», Cerámicas islámicas y cristianas a finales de la Edad Media. Influencia e intercambios, Ceuta, Consejería de Educación y Cultura, 2003, pp. 249-275. 133 Ordenanzas de 1552, estas del título de olleros y precios corresponden a 1551, fols. CCLXXIIr a CCLXIIIv. 134 Así aparece en APAG, L-103-102, año 1545, fol. 2v, se trata de un inventario de los bienes que dejó al morir Catalina Díaz.

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lógico de Úbeda unos silbatos. No solo en el contexto peninsular sino también allende el atlántico, como el caso de las piezas que se han ido encontrando en diferentes excavaciones en La Habana, algunas de ellas datadas en la segunda mitad del siglo xvi: vajillas en miniatura, silbatos, figurillas humanas y de animales en cerámica.135 La colección que se conserva en el Museo de la Alhambra es de las más completas en lo que se refiere a objetos en miniatura. He analizado cerca de 260 piezas catalogadas como juguetes aunque hay bastantes más.136 A continuación se señalan las referencias generales del material estudiado sobre el que no se ha pretendido hacer ningún tipo de catalogación puesto que partimos de la ya hecha por el museo:137 — Caja 2106. Titulada «Material: cerámica. Función: Doméstica». 25 piezas. Esta caja contiene sobre todo figuritas humanas, claramente en mayor número las femeninas. Es evidente que hay un modelo a seguir en algunas de ellas pero aunque sean similares no son seriadas puesto que tienen grosores diferentes y ligeras variaciones en las medidas. — Caja 2107. Titulada «Sala 8. Fondo Museo Antiguo». 55 piezas. Se trata sobre todo de silbatos, en general con figuras femeninas, y fragmentos de figuras femeninas con forma acampanada, además de figurillas de carácter religioso y alguna de animal.138

135 Un pequeño muestrario se ofrece en: http://www.ohch.cu/galerias-imagenes/ aproximacion-a-los-juguetes-de-ceramica-y-fabricaciones-de-pequeno-formato-en-sitiosarqueologicos-de-la-habana-vieja/?page=6 [consultada el 19 de octubre 2016]. Además, véase Antonio Quevedo Herrero y Ivalú Rodríguez Gil, «Juguetes de cerámica y fabricaciones de pequeño formato en sitios arqueológios habaneros», Gabinete de Arqueología, 11, 2015, pp. 201-215. 136 Purificación Marinetto Sánchez, «Juegos y distracción de los niños en la ciudad palatina de la Alhambra», Del rito al juego, pp. 75-92. Considera la autora que la vajilla en miniatura conservada en la Alhambra «formó parte de los juguetes de los hijos de miembros de la Corte», Purificación Marinetto Sánchez, «Juguetes y silbatos infantiles de época nazarí», art. cit., p. 83. 137 Se señalan las referencias con las que están actualmente catalogadas en el Museo. Agradezco al Patronato de la Alhambra y el Generalife la colaboración prestada. 138 He optado por hacer referencia a figuras femeninas antes que emplear el término de campanas. Se ha señalado acertadamente que estas figuras femeninas con falda acampanada no tienen huella del badajo, Purificación Marinetto Sánchez, «Juegos y distracción de los niños», art. cit., p. 79.

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— Caja 2113. Titulada «Material cerámico. Función: Doméstico». 44 piezas. En esta caja casi todo es vajilla pequeña: jarritas, jarros diminutos, ollas, marmitas, cazuelas, cantarillos. — Caja 2120. Titulada «Uso Doméstico». 37 piezas y todas son piezas de vajilla en miniatura con diferentes tipologías a saber, jarritas, jarros diminutos, orzas, marmitas, cazuelas, cantarillos, acetres, tazas. — Caja 2121. Titulada «Sala 8. Fondo Museo Antiguo». 32 piezas. Contiene silbatos con variadas formas: animales como el gallo o el pavo, silbatos con figuras de hombres tocando un instrumento musical, un pequeño silbato en forma de fraile, silbatos de agua, silbatos con forma de mujer. — Caja 2141. Titulada «Cerámica. Función Juguetes». 31 piezas. Todas las piezas son de vajilla en miniatura: jarritas, jarros diminutos, orzas, marmitas, cazuelas, cantarillos, especiero, tazas, botes. — Vitrina expuesta en el Museo de la Alhambra. 36 piezas. Hay silbatos, caballos, figuritas femeninas, animales acuáticos y reptiles, vajilla en miniatura de todo tipo como zafas, ataifores, jarras, botes, cestas, cazuelas, ollas, marmitas, tapaderas nazaríes, anafres. Las cronologías dadas por el museo para estas piezas abarcan desde la época nazarí, esencialmente siglo xiv, pero también la cristiana de los siglos xvi y xvii. La dificultad de la cronología radica en parte a que es evidente que hay piezas que ya se hacían en época nazarí y que continuaron fabricándose tras la conquista. La necesidad de pequeños recipientes y, por qué no, de juguetes, es algo que atravesaba la sociedad andalusí y la cristiana, que atañía a cristianos viejos y a moriscos. La variedad de tipologías y temas es amplia, al igual que las técnicas empleadas entre las que hay algunas muy depuradas y finas frente a otras muy toscas. Se hace uso de moldes a una y dos valvas, hay modeladas a mano y con pellizco, empleando el torno y rematadas a espátula. Los acabados son también diversos: sin vidriar, vidriadas con diferentes pigmentos y colores. A pesar de la variedad se pueden establecer características comunes a ciertos grupos como el hecho de que, aunque haya silbatos hechos a mano, la mayor parte son a molde; o que para la vajilla en miniatura la técnica dominante sea el torno mientras que las figuras de

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mujeres acampanadas combina el modelado a mano para el cuerpo y el torno para la forma de campana. He ido tomando medidas, anotando y analizando que algunas son tan pequeñas que no pudieron ser ni contenedores ni especieros, como el caso de una pequeña orza vidriada. Tiene de base 1,7 cm y de altura en lo que queda más alto de 2,7 cm. Es tan diminuto su interior que a duras penas cabe un dedo pequeño139 (véase fig. 10). Otras piezas tienen medidas un poco mayores y con algo más de capacidad para contener, como una pequeña marmita de cuatro asas y vidriada externamente con 4,3 cm de altura y 3 cm de ancho en la base140 (véase fig. 11). Hay otras, por el contrario, que no se pueden considerar miniaturas sino vajilla de uso normal, como una taza con asa, bien ejecutada a torno y rematada a mano,

Figura 10. Pequeña orza vidriada. Museo de la Alhambra, caja 2120, ref. 6981. © Fotografía: María Elena Díez Jorge.

139 Museo 140 Ibid.,

de la Alhambra, caja 2120, ref. 6981. caja 2141, ref. 6906.

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Figura 11. Marmita de cuatro asas. Museo de la Alhambra, caja 2141, ref. 6906. © Dibujo de Ignacio Barrera Maturana, hecho para esta publicación por encargo de María Elena Díez Jorge.

y cuyas medidas son en la base 3,5 cm pero en los labios 7 cm —sumando el asa 10 cm— y una altura de 6 cm.141 Otras me generan bastantes dudas, como aquellas cuya función se ha considerado la de especiero de diferentes tipos distribuidos en platillos y posiblemente salsa en el central de mayor tamaño; por lo general se datan como piezas de época nazarí, esencialmente siglos xiv y xv;142 son tan pequeños algunos de los que he analizado que pocas especias pudieran caber, aunque bien es cierto que eran caras y además se consumían en dosis muy reducidas puesto que poca cantidad era suficiente para condimentar143 (véase fig. 12). 141 Museo

de la Alhambra, caja 2120, ref. 10890. Marinetto Sánchez, «Juegos y distracción de los niños», art. cit.,

142 Purificación

pp. 86 y 192. 143 Museo de la Alhambra, caja 2141, ref. 10734. Altura 5 cm y base 2,5 cm.

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Figura 12. Especiero. Museo de la Alhambra, caja 2141, ref. 10734. © Dibujo de Ignacio Barrera Maturana, hecho para esta publicación por encargo de María Elena Díez Jorge.

Otro aspecto interesante es el de las figuras femeninas. Es evidente que no todas ellas hemos de considerarlas «muñecas» pero tampoco se ha de descartar este uso puesto que, como ya he señalado, desde la antigüedad fueron frecuentes las de terracota. En estas figuras que se conservan en el Museo de la Alhambra creo que se puede descartar la función de exvoto, y quizás se debiera pensar más en algún ritual o tradición, como regalar una figura de este tipo cuando la niña llegaba a la pubertad, aunque esto es simplemente una mera conjetura. En este punto es interesante anotar la mención de muñecas moriscas provenientes de Granada con las que parece jugaban las infantas españolas.144 En el Museo de la Alhambra hay algunas parecidas a las que se han calificado en otros 144 Cf. Vanesa De Cruz Medina, «Margarita de Cardona y sus hijas, damas entre Madrid y el Imperio», en J. Martínez Millán y María P. Marçal Lourenço (coords.), Las relaciones discretas entre las monarquías hispanas y portuguesas: las casas de las reinas (siglo xv-xix), Madrid, Polifemo, 2008, 2, pp. 1267-1300, cita en p. 1284. Agradezco a la autora que me haya indicado la fecha de este documento como carta escrita en el año de 1574.

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contextos que pudieran ser, con toda la cautela posible, como muñecas de terracota, caso de una del Museo de Guadalajara que apareció con otros materiales vinculados al mundo infantil y del juego como figuras de animales de terracota, dados y un cascabel, procediendo además de uno de los niveles tardomedievales del Alcázar de Guadalajara.145 De la colección de la Alhambra menciono ejemplos catalogados con las referencias 4978, 4987 y 5056; se trata de piezas vidriadas y datadas con una cronología imprecisa y larga (xvi-xviii) (véase fig 13). Otras figuras femeninas son las que muestran una forma acampanada (por ejemplo ref. 4782, 4989, 4973) y de las que hay ejemplos similares en contextos arqueológicos del xvi (véase fig. 14). Del mismo modo podemos mencionar para las figuras de animales. Como vemos hay una gran variedad de piezas de diferentes tipologías y técnicas que no se pueden englobar bajo una única función. El problema de todas estas miniaturas es que de la gran mayoría no se sabe bien el contexto arqueológico en el que apareció y eso es básico para la investigación, aunque somos conscientes que gran parte de los ajuares domésticos que salen en las excavaciones no aparecen en su sitio, a no ser que haya habido una situación de abandono repentino o de catástrofe. En la mayor parte de las ocasiones es difícil encontrarlos en contextos primarios y aparecen como rellenos de nivelación, en pozos negros o en basureros. No obstante lo dicho, en el caso de la colección de la Alhambra es necesaria una investigación profunda para aclarar su procedencia. Primero hay que distinguir los que fueron efectivamente hallados en la Alhambra.146 Posteriormente intentar averiguar en la medida en que se pueda en qué contexto aparecieron estas piezas; para ello un primer arranque sería el estudio de la información de las primeras excavaciones arqueológicas hechas en la Alhambra, siempre que haya algo de documentación al res145 José

Antonio Alonso Ramos (coord.), El juguete popular en Guadalajara, 25-26. Museo de la Alhambra recibió en determinadas épocas materiales procedentes de otras excavaciones, como de algunas llevadas a cabo en la Alcazaba de Almería; fue iniciada en 1941 por un funcionario técnico de la Alhambra, Manuel Almanza, y visitados los restos por Jesús Bermúdez Pareja, que extendió las excavaciones hacia la denominada «mansión privada», saliendo muchos materiales de la Torre del Homenaje que se clasificaron y fotografiaron, aunque otros objetos fueron trasladados al Museo de la Alhambra, abierto en 1942. Cf. Lorenzo Cara Barrionuevo, La Almería islámica y su Alcazaba, Almería, Cajal, 1990, p. 155. Se señala, además, que aparecieron pequeñas piezas con figuras humanas en barro y vidriadas en melado, que han sido identificadas por algunos como juguetes infantiles, pp. 270-271. 146 El

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María Elena Díez Jorge

Figura 13. Cuerpo de figura femenina. Museo de la Alhambra, caja 2106, ref. 4987. © Fotografía: María Elena Díez Jorge.

pecto.147 Examinando algunos diarios de obras de Leopoldo Torres Balbás, he podido encontrar algunas de estas miniaturas y excepto una se trata por lo general de material de relleno antiguo: en 1923, entre los 147 Una

primera recopilación de las excavaciones hechas en la Alhambra desde el siglo xix hasta 1936 en Antonio Malpica Cuello, Torres Balbás y la arqueología, en Leopoldo Torres Balbás y la restauración científica. Ensayos, Granada, Patronato de la Alhambra y el Generalife, 2013, pp. 361-378.

Historias llenas de emociones: espacios y objetos de menores…

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Figura 14. Cuerpo de figura femenina con forma acampanada. Museo de la Alhambra, caja 2106, ref. 4782. © Fotografía: María Elena Díez Jorge.

materiales que enumera que salen del relleno de la mazmorra junto a la Puerta del Vino, y que según Torres Balbás fue hecho en los primeros momentos tras la conquista, cita «algunos pucherillos de juguete»; en el mismo año, en la zona del Patio del Harén y habitaciones inmediatas, en el relleno del piso, apareció una jarrita de cristal azul; en 1928, en el ex convento de San Francisco se encontró «un candil de juguete roto, vidriado en verde» y en 1929, en otra mazmorra de la zona del Secano, sacó «un cacharro con dos asas, de juguete».148 No debemos olvidar que hubo alfareros en la Alhambra y que algunos de estos objetos pudieran ser de su producción.149 La similitud de algunas 148 Un desglose pormenorizado de los «Diarios de Obras» en Carlos Vílchez Vílchez, La Alhambra de Leopoldo Torre Balbás (obras de restauración y conservación. 19231936), Granada, Comares, 1988. Las referencias citadas en pp. 93, 264, 393 y 419, respectivamente. 149 En la documentación del xvi, en la Alhambra es frecuente la aparición de alfareros, así como las referencias a la plaza de alfareros y a las ollerías, y se sabe de algunos

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María Elena Díez Jorge

de las piezas de la colección de la Alhambra con las aparecidas en otros contextos es asombrosa como en el caso de los silbatos, y específicamente aquellos que representan un hombre tocando un instrumento musical o bien los que tienen una imagen de mujer, por lo que podemos pensar en varias hipótesis como modelos que se copiaban, o bien en productos con los que se comerciaban y creo que con más cautela en alguna alfarería «itinerante».150 La cuestión es que son objetos que aparecen con relativa frecuencia en las excavaciones de la Baja Edad Media y durante la Edad Moderna y por tanto hemos de pensar que serían comunes en los ajuares domésticos. También hay miniaturas, sobre todo la de vajilla, fuera de la Alhambra, en otras áreas de la ciudad y provincia.151 Así pues, en los ajuares granadinos del xvi aparecen con frecuencia estas miniaturas.152 Si por un lado hemos señalado que las miniaturas no fueron siempre juguetes infantiles sino que su función pudo ser extremadamente amplia, hornos de vidriar en la zona conocida actualmente como del Secano. También las excavaciones han permitido descubrir diversos hornos de cerámica de diferentes épocas. 150 El caso de los silbatos que se han identificado como hombres tocando un instrumento musical, que aparecen iguales en Jaén y en Almería, están recogidos en Del rito al juego, pp. 99-101. Algunos del Museo de la Alhambra en la caja 2121, referencias 1408, 4799, 4801 y 4803. 151 Véanse, por ejemplo, algunas piezas en Ángel Rodríguez Aguilera et al., Cerámica Común Granadina. Se trata de pequeños objetos catalogados por el equipo de arqueólogos como de presentación o vajilla de mesa, así como modelos de alfareros en el marco cronológico de los siglos xvi y xvii; a saber, jarritos entre 3,5 a 6 cm de diámetro y entre 2 y 5 cm de altura (números 103, 107, 108, 109, 122 —la catalogan ya del xvii y señalan la posibilidad de ser un modelo de alfarero al igual que para una pequeña cazuela, la 123, y un jarrito, el 124—; todas son piezas encontradas en lo que identifican como una casa comprendida entre los siglos xvi y xvii). 152 Del siglo xvi son, por ejemplo, los encontrados en excavaciones del Hospital Real de Granada, que han sido clasificados como saleros —con diámetro de 9,30 cm y de alto 2,5 cm, a torno y vidriados— y que se encontraron en la deposición estratificada de los registros cristianos tras el incendio de 1549. Museo Arqueológico de Granada, ref. DJ00366. A veces el salero pudiera identificar un tamaño: «una caxita como salero con baratijas», APAG, L-248-43, año 1568, secuestro de bienes de moriscos, Almería, transcrito en Juan Martínez Ruiz, Inventarios de bienes moriscos, pp. 259-260. Miniaturas medievales de vajilla también se han encontrado en el Cuarto Real de Santo Domingo en Granada y en áreas rurales del Marquesado del Cenete (Granada), Antonio Malpica Cuello, «Miniaturas de cerámicas nazaríes». Otras referencias en Ángel Rodríguez Aguilera y Sonia Bordes García, «Precedentes de la cerámica granadina moderna», art. cit.. Parece que en las excavaciones de la ciudad de Granada es muy frecuente la aparición de estas miniaturas, Ángel Rodríguez Aguilera, Granada arqueológica, Granada, 2001, Caja General de Ahorros de Granada, 2001, p. 209.

Historias llenas de emociones: espacios y objetos de menores…

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por otro también es cierto que los niños y niñas formaban parte de la sociedad, vivían en las casas del siglo xvi, utilizaban los enseres y ajuares tanto de uso común como los específicamente creados para ellos. Por tanto, los menores deben ser objeto de estudio científico a tener en cuenta a la hora de analizar las viviendas del siglo xvi en cualquiera de las perspectivas posibles, arquitectónica y espacialmente, arqueológicamente y con toda su cultura material. La casa fue espacio de socialización, contenedor y creador de hábitos de comportamiento y de emociones, donde se desarrollaron algunas de las actividades de mantenimiento más básicas para las personas como fue la crianza. De puertas para adentro se creó una rutina, un modo de actuar que varió según la procedencia social y de género del menor quien a través de esos rituales cotidianos tuvo un aprendizaje emocional en su camino a ser adulto.

Editada bajo la supervisión de la Editorial CSIC, esta obra se terminó de imprimir en Madrid en 2019, 527 años después de que, oficialmente, Boabdil, el último rey nazarí de Granada, entregara las llaves de la ciudad a los Reyes Católicos

ESTUDIOS ÁRABES E ISLÁMICOS MONOGRAFÍAS

DOLORES SERRANO-NIZA (ed.)

Últimos títulos publicados

13. S alvador Peña. Corán, palabra y verdad. Ibn-al-Sīd y el humanismo en al-Andalus. 14. E lisa Mesa. El lenguaje de la indumentaria. Tejidos y vestiduras en el Kitāb al Agāni de Abū l-Faraŷ al-Iṣfahānī. 15. M aribel Fierro y Francisco García Fitz. El cuerpo derrotado. Cómo trataban musulmanes y cristianos a los enemigos vencidos (Península Ibérica, ss. viii-xiii). 16. M anuela Marín, Cristina de la Puente, Fernando Rodríguez Mediano y Juan Ignacio Pérez Alcalde. Los epistolarios de Julián Ribera Tarragó y Miguel Asín Palacios. Introducción, catálogo e índices. 17. J esús Lorenzo Jiménez. La dawla de los Banū Qasī. Origen, auge y caída de una dinastía muladí en la frontera superior de al-Andalus.

Las autoras participantes se propusieron partir del objeto para llegar a la exploración del sujeto (y sus emociones) que habita las viviendas, dentro del marco cronológico de al-Andalus del siglo xv y su comparativa con los contextos mudéjares y moriscos posteriores. Dicho estudio, realizado desde la interdisciplinariedad, ha incorporado nuevas lecturas de fuentes árabes, que se harán ahora con perspectiva de género, y ha llevado a cabo un análisis de la cultura material desde las diferentes disciplinas, junto con la investigación en fuentes no árabes, complementando así los resultados. De esta manera, partiendo del interior doméstico y sus objetos, se han explorado, hasta intentar su reconstrucción, los interiores de las casas. Un recorrido en el que se ratifica tanto que los objetos domésticos son informantes de primera magnitud sobre las maneras de habitar una casa, como que esta es un mundo de emociones y afectos a la espera de ser indagados. Por eso, en este libro deambulan los personajes, los objetos y sus palabras, los testimonios y los afectos. Todos ellos forman un hilo conductor donde podrá apreciarse cómo, en cada texto, se abre la puerta a las emociones y cómo esa puerta ha quedado abierta a futuros trabajos.

VESTIR LA CASA OBJETOS Y EMOCIONES EN EL HOGAR ANDALUSÍ Y MORISCO

Su trabajo Granada, un reino de seda: su legado en una nueva ruta de escenarios atlánticos (2008), becado por la Fundación Ibn al-Jaṭīb, representa la interseccionalidad de sus principales líneas de investigación: lexicografía, indumentaria y género. En su haber cuenta con numerosas publicaciones, además de haber coordinado y firmado como coautora un buen número de obras colectivas, como Mujeres y Religiones. Tensiones y equilibrios de una relación histórica (accésit al mejor trabajo de divulgación de los premios del Instituto Canario de la Mujer en su edición de 2009). Actualmente es profesora titular de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de La Laguna.

DOLORES SERRANO-NIZA (ed.)

18. F rancisco Javier Martínez Antonio e Irene González González (eds.). Regenerar España y Marruecos. Ciencia y educación en las relaciones hispanomarroquíes a finales del siglo xix. 19. D elfina Serrano Ruano (ed.). Crueldad y compasión en la literatura árabe e islámica. 20. C yrille Aillet y Bulle Tuil Leonetti (eds.). Dynamiques religieuses et territoires du sacré au Maghreb médiéval. Éléments d’enquête. 21. A lice Kadri, Yolanda Moreno y Ana Echevarría (eds.). Circulaciones mudéjares y moriscas. Redes de contacto y representaciones.

22

VESTIR LA CASA

12. M iguel Ángel Álvarez Ramos y Cristina Álvarez Millán. Los viajes literarios de Pascual de Gayangos (1850-1957) y el origen de la archivística española moderna.

Este volumen reúne siete contribuciones en las que se analiza la manera en que la vida y la arquitectura se imbrican en el espacio doméstico, en el marco del proyecto de investigación «De puertas para adentro: vida y distribución de espacios en la arquitectura doméstica (siglos xv-xvi). Vida y Arquitectura (VIDARQ)».

OBJETOS Y EMOCIONES EN EL HOGAR ANDALUSÍ Y MORISCO

11. P atrice Cressier, Maribel Fierro y Luis Molina (eds.). Los almohades: problemas y perspectivas (2 volúmenes).

Dolores Serrano-Niza es licenciada en Filología Árabe por la Universidad Complutense de Madrid; en 1996 se doctoró en la Universidad de La Laguna y obtuvo el premio extraordinario de doctorado. En 1998, su trabajo de investigación El proyecto lexicográfico de Ibn Sīdah, un sabio en la Taifa de Denia, recibió el IV Premio Nacional de Investigación Ibn Al-Abbār.

ISBN 978-84-00-10482-5

GOBIERNO DE ESPAÑA

ESTUDIOS ÁRABES E ISLÁMICOS M O N O G R A F Í A S

MINISTERIO DE CIENCIA, INNOVACIÓN Y UNIVERSIDADES

9 788400 104825

CSIC

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS

Ilustración de cubierta: Medina de Marrakech (Marruecos). Fotografía de Elena Botana Serrano (2016).

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DOLORES SERRANO-NIZA (ed.)

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VESTIR LA CASA

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Este volumen reúne siete contribuciones en las que se analiza la manera en que la vida y la arquitectura se imbrican en el espacio doméstico, en el marco del proyecto de investigación «De puertas para adentro: vida y distribución de espacios en la arquitectura doméstica (siglos xv-xvi). Vida y Arquitectura (VIDARQ)».

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ISBN 978-84-00-10482-5

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9 788400 104825

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Ilustración de cubierta: Medina de Marrakech (Marruecos). Fotografía de Elena Botana Serrano (2016).