Teoria Torcida

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Ricardo Llamas Siglo . Veintiuno de España Editorés

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Teoría F3

Teoría torcida Prejuicios y discursos en torno a «la homosexualidad»

Esta obra ha sido publicada con la ayuda de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Educación y Cultura

TEORÍA TORCIDA Prejuicios y discursos en torno a «la homosexualidad»

por

Ricardo Llamas

siglo veintiuno editores MÉXICO ESPAÑA

siglo veintiuno editores, sa CERRO DEL AGUA, 248. 04310 MÉXICO. D.F.

siglo veintiuno de españa editores, sa PRÍNCIPE DE VERGARA. 78. 28006 MADRID. ESPAÑA

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, mecánico, fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes magnéticos, sonoros, visuales o de cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor.

Primera edición, diciembre de 1998 © SIGLO XXI DE ESPAÑA EDITORES, S. A.

Príncipe de Vergara, 78. 28006 Madrid

© Ricardo Llamas DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY

Impreso y hecho en España Printed and made in Spain Diseño de la cubierta: Pedro Arjona ISBN: 84-323-0981-8 Depósito legal: M. 45.018-1998

Fotocomposición: Fernández Ciudad, S. L. Catalina Suárez, 19. 28007 Madrid

Impreso en Closas-Orcoyen, S. L. Polígono Igarsa Paracuellos de Jarama (Madrid)

ÍNDICE

{DIS)TORSIÓN

IX

PUNTOS DE PARTIDA................................................................................ LA INFLACIÓN DISCURSIVA DEL SECRETO .......................................... EL RÉGIMEN DE LA SEXUALIDAD ............................................................. CONSTRUCCIÓN SOCIAL O ESENCIA. LOS LÍMITES DE UNA DICO­ TOMÍA ........................................................................................................... LAS REALIDADES GAYS Y LÉSBICAS Y EL ACCESO A ÉSTAS {Y A OTRAS) SUBJETIVIDADES .......................................................................

1 1 11 21

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PRIMERA PARTE

LAS FORMAS “ESPONTÁNEAS” DEL PREJUICIO

1. SER o NO SER. PROFUSIÓN TERMINOLÓGICA Y CEN­ SURA SELECTIVA...................................................................... 1.1. EL ESPACIO INCIERTO ENTRE EL TABÚ Y EL INSULTO. LA FE­ MINIZACIÓN DE LO EXCLUIDO ........................................................ 1.2. CÓMO PUEDE SER. UN RÉGIMEN DE REPRESENTACIÓN SE­ LECTIVO ..................................................................................................... 1.3. ENTRE UNA HISTORIA ALIENADA Y UN FUTURO INCIERTO ....

2. UN LUGAR BAJO EL SOL. DISTANCIAMIENTO Y EM­ PLAZAMIENTO .......................................................................... 2.1. EXTRANJERÍA SUPERLATIVA ..............................................................

49 55

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“Nuestra” nación, 97.—“Nuestra” ideología, 103.—“Nues­ tra” clase, “nuestra” raza, 109.—“Nuestra” fe, 116.—“Nues­ tra” especie, 120.—En resumen: “nuestro” enemigo, 126. 2.2. ¿DÓNDE NOS COLOCAMOS? (¿DÓNDE ESTÁIS?) .........................

Invirtiendo el distanciamiento (tendiendo puentes), 132.— ¡Dejad que se acerquen a mí!, 140.

130

índice

VI

2.3. MÁS ALLÁ DEL PRINCIPIO DEL DOLOR..........................................

143

La construcción del deseo de muerte, 145.—Cómo reco­ nocer la pérdida y afrontar la conminación al suici­ dio, 154.—La necesidad de superar el victimismo, 164 3. PRÁCTICAS DE AUTORREPRESIÓN. SUBLIMACIÓN, NEGACIÓN, AGRESIÓN ........................................................ 3.1. QUÉ HACER PARA NO HACER SEXO (CÓMO SUBLIMAR EL DE­ SEO) ............................................................................................................. 3.2. CÓMO HACER SEXO Y LOGRAR QUE PAREZCA OTRA COSA. NEGACIÓN Y COMPLICIDAD ............................................................. 3.3. EL COLAPSO ÚLTIMO DE LA RACIONALIDAD. AGRESIÓN Y VIOLENCIA...............................................................................................

171

172 183

190

SEGUNDA PARTE

LOS DISCURSOS ARTICULADOS Y SUS IMPLICACIONES 4. LOS DISCURSOS DE UNA MORAL EXCLUYENTE Y SU TRASCENDENCIA JURÍDICO-LEG AL...............................

213

4.1. LA DIFÍCIL CARACTERIZACIÓN DE UN SUJETO EXCLUIDO, CONTRA NATURA, SODOMITA ..........................................................

219

El control de sí y la demonización del abandono al placer, 227 4.2. LA AMBIGÜEDAD DEL ÁMBITO JURÍDICO-LEGAL Y LA RECU­ PERACIÓN DEL PREJUICIO..................................................................

232

La articulación de leyes represivas, 239.—Los límites de una legislación no represiva: los “nuevos derechos”, 248 4.3. ENTRE LA ADECUACIÓN A UN ORDEN REPRESIVO Y UNA AUTONOMÍA ÉTICA .............................................................................

234

Moralidad y legalidad de los grupos gays y lésbicos. 236.— La adecuación al presente: la gestión cristiana del sacrifi­ cio. 258.—Hacia una autonomía ética, 263 5. LOS EFECTOS TERAPÉUTICOS DE LOS DISCURSOS CIENTÍFICOS..............................................................................

267

5.1. EL SUJETO PERVERSO ...........................................................................

273

Esencia fisiológica, reconocimiento e identificación. 278.— Límites de la identificación fisiológica. La lesbiana desen­ carnada, 285

índice

VII

5.2. INVERTIDA - INVERTIDO ....................................................................

291

Las nuevas posibilidades de localización. 295.—El debate sobre el carácter congenito o adquirido, 297 5.3. HOMOSEXUAL.........................................................................................

302

La original vocación liberadora: las redes de sexología. 307.—Imposición de la práctica terapéutica y desarrollo de terapias. 310.—El reconocimiento en lo enfermo. 317.— Antropología sexual y sociología de la desviación. 322.—La recuperación jurídico-legal del prejuicio: la terapia como condena. 329.—Los fundamentos de la sexología contem­ poránea: Alfred Kinsey y Evelyn Hooker. 332.—La “ho­ mosexualidad distònica” y la “identidad de género infantil”: el mantenimiento de un ámbito de actuación, 335 6. LOS DISCURSOS EN PRIMERA PERSONA ...................... 6.1. 6.2. 6.3. 6.4.

EL TERCER SEXO URANISTA ............................................................. LA RESPETABILIDAD HOMÓFILA.................................................... GAYS Y LESBIANAS: NUEVOS SUJETOS DE UN MOVIMIENTO .. TIERRA BOLLERA / MUNDO MARICA. ¿UN PLANETA QUEER? ..

344 353 360 364 371

{CON)TORSIÓN

383

BIBLIOGRAFÍA

387

ÍNDICE ONOMÁSTICO

409

(Dis) torsión

Voy a empezar pidiendo prestadas unas palabras: «Como todo en la vida de los humanos, también el amor puede caminar por sen­ das torcidas.» Así daba comienzo el libro de un autor, de apellido Koning, publicado a principios de los setenta. En años sucesivos llegarían muchas más publicaciones, y eso de “la homosexuali­ dad” se vulgarizaría y se nombraría con exhaustividad. Saldrían a la luz vidas desdichadas (atormentadas) por el vacío y el silencio, por la falta de referentes o imágenes, por la ausencia de términos. Existencias, en suma, sólo reconocidas por la violencia (el tor­ mento inherente a la culpa inducida, la tortura que aplica la ley) y la amenaza o el chantaje (la extorsión que se ejerce desde cual­ quier posición de autoridad). Reconocidas un instante y, de nue­ vo, negadas; desdichas. Pero, en última instancia, quienes supuestamente debían en­ carnar esa entelequia, acabarían por torcer el gesto, mostrando abiertamente su disgusto y exasperación. Desde hace ya mucho tiempo, aquí hay un entuerto por resolver. Sólo le pido prestadas a Koning sus palabras (y a otros, que son legión) para decir yo las mías. La desdicha está ahora en otro sitio. Veamos quién es más retorcido.

De igual modo que, hasta en las mejores familias, hay niñas que se echan a perder y niños que salen raritos, la teoría que en este libro

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(Dis)torsíón

se expone se aparta de lo que la tradición académica o intelectual espera de un trabajo sobre “la homosexualidad”. Quizás se apar­ te también de lo que un cierto “saber del pueblo” parece querer oír o estar dispuesto a comprender. E incluso de los modos, for­ mas y rutinas de los proyectos disidentes y de los resultados asi­ milables a los que éstos con frecuencia conducen. Porque este libro no es el resultado de un intento de mantener firmes la reflexión, el cuerpo o el deseo. Búsquense esos ensayos en las bibliotecas, pero también en la prensa del día, en cualquier reunión social o acto mundano. Ni es la manifestación de un amor torcido o de una pasión desviada. Sería también demasiado sencillo, y de ello abundan los ejemplos en diversas manifestaciones artísti­ cas o literarias. Ni es tampoco, por último, el fruto de una aspira­ ción a la participación o la integración de apetitos y sentimientos en nuevas firmezas. Esas intenciones suelen encontrar su caldo de cultivo en opciones distintas de las que la reflexión implica. Lo que en estas páginas parece haber descarrilado irremisi­ blemente es la teoría misma. Pero es que las vías sobre las que ésta ha ido circulando, sencillamente, no son pertinentes en este caso. Es más: el destino de este recorrido está aún por determinar, y así habrá de quedar en la última página. Que nadie espere, pues, que este trab^o le lleve a certezas concluyentes susceptibles de ser anticipadas. Este es un libro inconcluso. No ya (sólo) inacabado, sino incluso no-cerrado. Incluso. Abierto. Y no es éste un trabajo oclusivo porque el punto de partida está invertido de antemano. Es lo que a ojos de muchos consti­ tuirá un enfoque distorsionado, con premisas poco claras y pre­ supuestos ambiguos. Así, los resultados habrán de ser forzosa­ mente inciertos. Cierto es (o al menos así quiero postularlo) que no son las que siguen reflexiones del derecho, sino del revés. No sólo se apartan de ese Derecho que define una Ley y un Orden precisos; que coarta y condiciona, en primer término, a quienes lo tienen demasiado en cuenta. Sino que, además, se apartan de la rectitud que a menudo se espera de una investigación que se pro­ pone como “seria”. O de la eficacia programática de iniciativas su­ puestamente contestatarias. Es, entonces, un revés a los enfoques mayoritariamente vigentes con que muchas ciencias (y en parti­ cular las ciencias sociales) y muchas estrategias políticas se apro­ ximan a cuestiones relativas a los placeres, a los cuerpos, a los gé­ neros o a los sentimientos...

(Dts)tom'ó»

XI

Éste no es, en definitiva, un trabajo que siga un camino defi­ nido que conduzca a alguna de las metas de prestigio y reconoci­ miento intelectual al uso. Tampoco es la primera vez que abordo una tarea semejante, y hasta ahora esas intenciones no me han abierto las puertas del éxito ni las salidas profesionales. Mala­ mente habrán de hacerlo ahora. Pero claro, no es, por decirlo usando un término inglés (a los que con frecuencia habré de re­ currir), un trabajo straight. Una de las acepciones de esa palabra es, digámoslo ya, “heterosexual”. Estamos, entonces, ante una estrategia que no puede culminar su recorrido en vía muerta; que no acabará entrando en un cauce que la contenga. Ni podrá fabricársele un remanso que calme sus turbulencias y fuerce su sedimentación. Ni allanarse tampoco un arcén en el que pueda detenerse, reposar y ser reparada. Pare­ cerá haberse salido incluso de cualquiera de los márgenes que puedan imaginarse; también del de la marginalidad. Dicho de otro modo, ésta es una teoría que ha abandonado el recto camino sin hacerse otro. O, si se prefiere, que no reconoce autoridad o le­ gitimidad alguna que la haga entrar en vereda. Quien quiera se­ guir su rastro comprenderá pronto que los ejercicios de reflexión aquí contenidos constituyen un acto de seducción {seductió}^ es decir, un canto de sirenas que aparta a quien le preste atención de la ruta prefijada. Teoría queer^ en definitiva, es decir, rarità. O, si apelamos a la etimología latina del término, {torqueré}, sencilla­ mente, teoría torcida.

PUNTOS DEPARTIDA

• LA INFLACIÓN DISCURSIVA DEL SECRETO

El papel que juega “la homosexualidad” en el mundo contempo­ ráneo sólo puede entenderse a la luz de la multiplicación de los ámbitos que intervienen en los afectos y placeres de las personas en Europa Occidental y Norteamérica. Esa intervención se ha intensificado progresivamente desde el siglo xvni hasta el pre­ sente. Las diversas instancias de ordenación de la realidad (la Iglesia, la medicina, la familia y el sistema educativo, la judicatura, los medios de comunicación...) han dado lugar a una serie de prácticas más o menos institucionalizadas (confesión, hospitaliza­ ción o tratamiento, escolarización o pedagogía, enjuiciamiento y encarcelamiento, información...) que siguen unos criterios con frecuencia incoherentes. Sin embargo, sus efectos, en lo que se re­ fiere a “la homosexualidad”, presentan determinadas regulari­ dades. Pero la significación que para toda la sociedad adquieren las relaciones de amor y placer entre personas del “mismo” sexo no es reductible a una serie de prácticas institucionales o de discursos más o menos incoherentes.’ La “puesta en discurso” de la sexua­ lidad (o lo que Foucault denomina “implantación perversa”) es un proceso de mayor alcance. En él están implicados criterios de análisis y modos de conocimiento nuevos aplicados a realidades ’ Una discusión detallada sobre las implicaciones de las expresiones “mismo” sexo y “otro” sexo (o sexo “contrario”), en lo que se refiere a la construcción de una identidad esencial en el seno del primero y de una alteridad radical de éste con respecto al segundo, será desarrollada más adelante. Por el momento, sirvan las comillas para señalar que esas expresiones son, por mi parte, objeto de cuestionamiento.

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Puntos de partida

diferenciadas. Estos saberes y sus efectos, ordenados o no, con trascendencia institucional o como prácticas aisladas, justifica­ dos en detalle o aplicados de forma espontánea, influyen en la co­ munidad de manera general. Es decir, elaboran un prisma a través del cual “la homosexualidad” se constituye según un estatuto preciso y funcional, y al hacerlo definen los criterios de pertenen­ cia, las posibilidades de integración, los límites de la legitimidad de la participación social, el grado de credibilidad de la palabra pública y las bases de las identidades articulables o inconcebibles para toda una comunidad.^ El carácter coherente de ese prisma se mide sólo en cuanto a la consistencia con que establece “la homosexualidad” como “aje­ na”. Su eficacia, en cambio, es más evidente: viene dada por la exclusión sistemática a que da lugar. Contestando la aparente coherencia de dicho prisma y la vocación exhaustiva a que su funcionalidad aspira; dando lugar a una multiplicidad de expe­ riencias desorganizadoras (desestabilizadoras, subversivas), las realidades gays y lésbicas (el vivir cotidiano de quienes no ajustan sus prácticas o identidades a un determinado modelo “heterose­ xual”), se articulan de forma paralela. Si bien esta variedad de mo­ delos de interpelación de la vida en comunidad (de sus saberes, de sus normas, de sus creencias) ha sido silenciada (reducida al con­ cepto de “homosexualidad”), no por ello pueden dejar de obser­ varse su trascendencia y sus implicaciones. Este trabajo se empla­ za, pues, en esa compleja intersección histórica y culturalmente localizable entre el establecimiento estratégico de una instancia alienada y sometida a control, por un lado, y una práctica política comunitaria de resistencia y autonomía, por otro. El análisis que sigue sería difícilmente aplicable a sociedades distintas de las occidentales. En general, tanto la vivencia subjeti­ va como la ordenación institucional de las realidades afectivo-sexuales entre hombres o entre mujeres que se produce en el mun­ do islámico, el África negra y el continente asiático presentan unos caracteres claramente diferenciados de los que aquí serán ex2 Foucault, Michel (1978), Historia de la sexualidad (I), La voluntad de saber, Madrid, Siglo XXI. Publicado por primera vez en 1976. Sobre la importancia del análisis de Foucault en el desarrollo de las aproximaciones académicas a la “se­ xualidad” y en las estrategias y discursos del activismo gay y lèsbico, véase Hal­ perin, David (1995), Saint Foucault, Towards a gay hagiography, Nueva York y Oxford, Oxford University Press.

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puestos. Es por ello que lo que sigue no pretende ser más que un análisis de los elementos que caracterizan ‘‘la homosexualidad” y las realidades gays y lésbicas en Europa Occidental y Norteamé­ rica. Es decir, allí donde el afecto y el placer humanos (y en par­ ticular los que unen a personas del “mismo” sexo) han cobrado una importancia particular que se expresa a través de múltiples discursos y numerosas prácticas de los que se derivan implicacio­ nes en ámbitos diversos.^ Sería ingenuo, no obstante, considerar que los criterios de análisis y las implicaciones de “la homosexualidad” en Occidente son idiosincrásicos hasta el punto de su incompatibilidad con otras culturas o sistemas político-económicos. Los procesos de mundialización de los prejuicios o de los referentes de liberación pueden alcanzar rapidez o trascendencia sorprendentes. Si las costumbres o las opciones éticas de los pueblos no varían de un año para otro, los procesos que aquí se estudian tienen una histo­ ria de varios siglos. En este periodo, las disposiciones legales y los estereotipos que las justifican y que son netamente occidentales se han impuesto (o han sido adoptados, o han confirmado esquemas más o menos coincidentes) en puntos dispares del globo.' * De ’ Sin embargo, el contacto de las élites europeas con otros pueblos y culturas donde los afectos y los placeres se organizan de diversos modos (un contacto es­ tablecido a partir de las crónicas coloniales), tiene gran importancia a la hora de definir un modelo occidental de racionalización y organización del “sexo”. A este respecto, Bleys, Rudi C. (1996), The geography ofperversion. Male-to-male sexual behavior outside the West and the ethnographic imagination, 1750-1918, Lon­ dres, Cassell. El análisis puede ser también válido para la población mayoritariamente “occidentalizada” de Oceania, América Latina y, progresivamente, para la Europa Oriental. De cualquier modo, la aplicación de los argumentos que desa­ rrollo a estos casos, así como a las comunidades étnica o culturalmente diversas de las mayoritarias en Europa Occidental y Norteamérica, puede resultar bien poco esclarecedora, y no debe realizarse sino con extremada prudencia. No obstante, algunos paralelismos y regularidades que trascienden fronteras serán menciona­ dos a título ilustrativo. Hablaré del “mundo occidental” para dar cuenta de la vi­ gencia (no absoluta o ininterrumpida) en un espacio geográfico determinado y progresivamente interrelacionado de las tradiciones culturales greco-latina, ger­ mánica y anglosajona; del modelo económico capitalista y del sistema político democrático-liberal. Después de muchos años de presión por parte de numerosas asociaciones de gays y lesbianas de todo el mundo, una de las más importantes Organizaciones No Gubernamentales de defensa de los derechos humanos, Amnesty internatio­ nal^ aceptó en 1993 reconocer como presos y presas de conciencia a los gays y les­ bianas encarcelados por “homosexualidad”. Un año más tarde, esta organización

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igual modo, y pese a dificultades estructurales específicas, las for­ mas de articulación de las realidades gays y lésbicas, sus discursos, valores, referentes o prácticas, han experimentado un proceso paralelo y acelerado de internacionalización? Esta explosión discursiva y las prácticas de represión y autoorganización que las ponen de manifiesto son fácilmente percep­ tibles en el presente, pero sus orígenes como procesos interrela­ cionados de amplia trascendencia se remontan, al menos, a las últimas décadas del siglo XIX. Desde entonces, al catalogar expe­ riencias o comportamientos que antes tenían menos implicaciones, se otorga a las nuevas categorías establecidas una existencia que nunca habían tenido. La práctica sexual en un primer momento, el impulso erótico (la libido freudiana) después, y hasta el senti­ miento afectivo de todas las personas pero, sobre todo, las de las categorías “desviadas”, atraviesan por primera vez cuerpos, men­ tes y vidas, pasando a constituir el elemento esencial de revelación de la persona; su “verdad”. En este sentido, dicho proceso histó­ rico de articulación de discursos se refiere, fundamentalmente, a las formas de saber cuyos efectos dejan traslucir el carácter “re­ presivo” de los criterios que los inspiran. Los discursos con voca­ ción “liberadora” o de constitución de una autonomía no han denunciaba la represión en Irán (pena de muerte), México (amenazas, arrestos y palizas por parte de autoridades locales), Colombia (asesinatos por escuadrones de la muerte, en connivencia con fuerzas policiales) o Rumania (detenciones y tor­ turas amparadas por la legislación). En el carro de los gobiernos que practican, autorizan o consienten formas de represión que atenían contra la libertad de afec­ tos y placeres, además de los mencionados, podemos incluir a Chile (en particu­ lar durante el régimen de Pinochet), China, Mozambique, Pakistán, Uruguay, Is­ rael, Cuba o Sudàfrica (sobre todo hasta el fin del apartheid y la aprobación de la primera constitución que, a nivel mundial, reconoce la libertad de opción se­ xual)... ’ El diario The Economist informaba el 6 de enero de 1996 que en el año pre­ cedente surgieron grupos de gays y lesbianas en Bolivia, Curasao, Kenia, Molda­ via, Portugal, Corea del Sur, Sri Lanka y Pakistán; un grupo de lesbianas en Es­ tonia, un segundo grupo en China y otro en Hong Kong. En la Europa Oriental, desde la caída del muro de Berlín, los grupos constituidos se cuentan ya por de­ cenas; en México la cifra tampoco baja de dos dígitos y en Sudàfrica llegan a cin­ cuenta. En la ciudad de Tomsk, en Siberia, se celebró un primer Congreso; en Turquía se abrió una página gay en un periódico de amplia difusión; en Pakistán se publicó el primer libro de poesía explícitamente gay en lengua urdù, y el se­ gundo Desfile del Orgullo Gay celebrado en Japón fue patrocinado por varias fir­ mas comerciales.

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tenido, hasta el presente, la misma incidencia. Aunque responden también, de un modo quizás aún más clamoroso, a ese proceso de “sexualización” de la persona. Una de las aportaciones más originales y trascendentes de Foucault al estudio de la “sexualidad” es, precisamente, su consi­ deración de este proceso como único. Es decir, desde su punto de vista, no puede decirse que haya “represión” por un lado y “libe­ ración” por otro. Es más: el poder tiene una dimensión producti­ va, morfogenética o “positiva”; genera lo que después controla o reprime y, de este modo, autoriza también su liberación. Es, en definitiva, una relación dinámica, y no una substancia que se mida en la cantidad de fuerza de que se disponga; el poder no se agota en una relación unilateral a partir de un vector que partiría de la instancia opresora a la instancia oprimida.^ Dicho de otro modo, sin la intervención de todas las instancias que se reclaman en un momento determinado pertinentes a la hora de establecer qué es “el sexo”, éste no existiría tal y como lo conocemos. La re­ sistencia frente a ese poder, en su sugestivo aunque escéptico análisis, a su vez, modifica o regula según nuevos parámetros lo que pretende liberar; la “liberación” no es liberación del poder, sino uno de sus efectos. Este estudio no se limita a considerar las referencias que, en sentido estricto, señalan este nuevo proceso de interpelación ge­ neralizada de “la sexualidad”. Si las reflexiones o prácticas ante­ riores al siglo xvm (así como otras surgidas en contextos distintos del occidental) tienen cierta cabida aquí, ello no se debe a que el contexto en que se produjeron fuera equiparable a nuestro pre­ sente. Obedece más bien a una estrategia que apela a referencias distantes (o “distanciadas”) para que jueguen un determinado papel en el régimen discursivo vigente. El rescate de la tradición pederasta griega o de la poesía sáfica que se produce a finales del siglo XIX, la investigación antropológico-sexual de principios del siglo XX o el rescate de las formas de opresión en vigor durante las épocas medieval y moderna que desde hace pocos años se lleva a cabo en diversos departamentos de estudios históricos; todo ello Que el poder no sea sólo negativo (que no sólo dé lugar a constreñimiento, prohibición o negación) no significa, claro está, que la dominación no exista. A este respecto (y sobre las reacciones desde posiciones “progresistas” a los postuados foucaultianos de la ubicuidad del poder), consúltese Halperin, 1995:16-17 y21-22.

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responde a este clima de “inflación discursiva” que está en la base de este trabajo. De este modo, no pretendo restablecer como deseable un hi­ potético y poco verosímil modelo de “sexualidad no oprimida” previo al desarrollo de ese modo de cuestionamiento permanente del significado del “sexo”. Ni pretendo tampoco promover un igualmente hipotético horizonte de “sexualidad liberada” que culminara ese proceso de interrogación llevándolo a extremos inéditos y difícilmente imaginables. Ni aspiro, por último, a cues­ tionar el fundamento de esa inquietud que lleva “el sexo” al co­ razón mismo de las cuestiones sociales, poKticas y económicas. De este modo, no trataré de refutar los discursos de prejuicio, sino más bien de mostrar cómo se constituyen y cómo operan, cómo construyen sus objetos y sus sujetos, cómo perpetúan y legitiman prácticas de exclusión y cómo logran que todas estas operaciones se mantengan (prácticamente) invisibles e incuestionadas. Para comprender cómo se establece este proceso de prolife­ ración discursiva, es necesario reconocer el papel contradictorio que pasa a jugar esa nueva entidad simbólica que es “el sexo”. Cuanto más se habla de él y cuanta más inquietud genera, más rí­ gido y menos susceptible de adquirir valencias nuevas o cam­ biantes se vuelve. Paradójicamente, lo que en términos íntimos e individuales empieza a ser esencial de cara al conocimiento per­ sonal de sí (ese “yo” sexuado, verdadero, privado y secreto que sólo el amor o la pasión reconocibles y ortodoxas pueden revelar), no alcanza, en términos de la colectividad social, y pese a estable­ cerse según un modelo restrictivo, ningún protagonismo. La me­ tafísica de un amor preciso y de su manifestación corporal como quintaesencia de la realización personal y del sentido, y la problematización de “la sexualidad” en general, tardan más de cien años en dar lugar a un proceso social y políticamente significativo de crítica y cuestionamiento de los criterios que establecen una determinada “normalidad” afectivo-sexual. Los factores que determinan la “verdad” de la persona (y, por consiguiente, sus posibilidades de actuar como sujeto legítimo o “humano”) quedan al margen de los procesos públicos de re­ flexión y articulación colectiva con los que se definen los márge­ nes de libertad y autonomía que en cada sociedad se establecen. Y las posibilidades de definir esos criterios que determinan la humanidad legítima son, entonces, monopolizadas por las ins­

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tancias que definen un cierto orden de los placeres y de los senti­ mientos. La “vida privada” (al margen del prejuicio popular o del estereotipo) es orcienada institucionalmente desde instancias pre­ cisas. La democratización de la inquietud por la “verdad sexual” propia o ajena coincide con un creciente elitismo en lo que se re­ fiere a la determinación de las implicaciones que tienen los casos de incumplimiento de una norma sexual restrictiva. Inversamente, los elementos que en una persona empiezan a ser considerados accidentales y teóricamente menos trascendentes desde el punto de vista de una relación satisfactoria de cada cual consigo y con el resto de las personas, y de la felicidad o serenidad que ésta procura (la situación económica, la clase social, la ideo­ logía política,..), se convierten en factores determinantes de la comunicación y reflexión, del desarrollo social y de la participa­ ción política, de la reivindicación y la lucha públicas y colectivas.^ La definición de los ámbitos de opresión o libertad sólo es posible en el campo de lo establecido como público y político. Un amplio espectro de realidades afectivas y sexuales (y, entre ellas, las rea­ lidades lésbicas y gays) queda al margen de toda posible articula­ ción de sentido; no porque no haya habido intentos de acceder a ese espacio de legitimidad pública, sino porque tales iniciativas han sido, durante muchas décadas, bien desestimadas como irre­ levantes, bien aplastadas. Pero de igual modo, la adecuación a la norma, en última instancia siempre precaria, queda alienada y sin acceso a criterios de reflexión, a nuevos valores o a posibili­ dades de redefinición de la realidad discursiva en que ésta se de­ fine. Estamos, pues, ante un doble proceso. Por un lado, una “puesta en discurso de la sexualidad” (en un doble sentido: ge­ neralización universal de una inquietud y control exclusivo de la posibilidad de establecer su significado “verdadero” por parte de determinadas instancias de saber). Y, por otro lado, un proce­ so de confinamiento de sus manifestaciones “correctas” o “des­ viadas” en la esfera privada. En este último caso, tal confina­ miento supone una abyección {abficeré}\ una expulsión radical del espacio de la humanidad legítima. Y supone, consecuentemente, ’ Padgug, Roben (1992), «Sexual matters: On conceptualizing sexuality in history», en Stein, Edward (comp.) (1992), Porms of desire. Sexual orientation and the social constructionist controversy, Nueva York, Routledge.

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la constitución de un espacio inhabitable que, no obstante, está densamente poblado.® Este proceso de regulación restrictiva y de exclusión se mani­ fiesta, en lo que se r^ere a las relaciones entre personas del “mis­ mo” sexo, a partir del desarrollo paralelo de varios elementos. Por un lado, una estigmatización popular inducida y alentada por una categorización moral, jurídica y científica, y que se concreta en un creciente número de actos de hostilidad y violencia. Por otro lado, la consecuente clandestinidad (entre la irrelevancia y la amenaza) de un submundo de especificidades: redes sociales, es­ pacios de encuentro, constitución de un imaginario simbólico y de una forma de comunicarse específicas, desarrollo de un discurso propio y de múltiples estrategias de supervivencia... Todos estos elementos dan cuenta de una multitud de relaciones y prácticas de poder, de control y de resistencia que conforman el papel que “la sexualidad” desempeña en el presente. Desde el siglo XIX, “el sexo”, en su versión demográfica, con­ genita o “patológica”; moral, delictiva, social o económica; pasio­ nal o romántica, está cada vez más presente en las inquietudes científicas, en las disquisiciones filosóficas, en los debates intelec­ tuales, en la literatura (Malthus, Darwin, Krafft-Ebing, Fourier, Lombroso, Dürkheim, Engels, Laclos...). Todo ello traduce una nueva presencia del “sexo” en la vida cotidiana que no es ajena al desarrollo de otros regímenes de ordenación social. La apertura del mercado de trabajo, la libre contratación, el libre comercio tie­ nen un equivalente camal: una mayor accesibilidad física al placer, una mayor libertad en el “mercado” del matrimonio; el desarrollo inusitado de la prostitución y de la pornografía como “mercado del sexo”. La regulación contemporánea de las relaciones inter­ personales está estrechamente relacionada con los otros sistemas de producción, reproducción, distribución o representación de bienes, servicios, valores o símbolos. El espectro de sistemas de análisis “legítimos” de esa nueva se­ xualidad no es, como iremos viendo, ni preciso ni coherente. Tampoco lo es el discurso autorreferencial de la “liberación”. Pero no es el objetivo primordial de este estudio describir las ba­ tallas de orden simbólico (pero con efectos tangibles) que se es® Butler, Judith (1993b), Bodies that matter. Qn the discursive limits of^sex\ Nueva York y Londres, Routledge.

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tablecen entre los diferentes ámbitos e instituciones que ejercen determinadas formas de poder o resistencia y que generan dis­ cursos sobre las realidades afectivo-sexuales. Tampoco es mi in­ tención hacer una revisión de sus contradicciones internas, tanto teóricas como desde el punto de vista de las prácticas que los explicitan. Unas y otras son significativas (y como tales serán seña­ ladas) en tanto que ilustran su evolución e influencia recíproca en ese contexto global de generalización de la inquietud y (cuestio­ nado) confinamiento de su “verdad” que aquí se analizan. El afán por conocer, por comprender, y por controlar las for­ mas de placer; la consolidación de una moral (burguesa o prole­ taria) activamente hostil al amor y al sexo entre “mujeres” o entre “hombres”, y el desarrollo de formas de resistencia frente a estas estrategias determinan, en última instancia, la génesis de procesos de articulación de ciertas afinidades que sientan las bases de la emergencia de lo que puede ser considerado como una identidad colectiva diferenciada.’ La Europa Occidental y América del Nor­ te, dice Foucault (1978), no inventan un catálogo amplio de afec­ tos o placeres nuevos, pero sí ponen en marcha mecanismos que hacen que los existentes jueguen un papel específico en el seno de estas sociedades (diferente al que regía en otras épocas históricas o al que continúa vigente en otras regiones del mundo).’® Las realidades gays y lésbicas que en este nuevo contexto se establecen, se “politizan” de manera inusitada; es decir, adquieren implicaciones nuevas para órdenes dispares, en un principio aje­ nos a tales realidades. Si el conocimiento se ocupa del “sexo”; si lo establece para controlarlo, entonces ese “sexo” se constituye como campo de batallas de poder y resistencia; como objeto de Si hablar de relaciones entre “gays” y entre “lesbianas” supone arriesgarse a caer en un cierto anacronismo, establecer ese supuesto en términos de relacio­ nes entre “hombres” y entre “mujeres” implica caer en la sobredeterminación con que se conceptualizan esos términos, establecida según una matriz teleológicamente heterosexual que tampoco da cuenta fielmente de lo que se pretende decir. Al igual que en el caso del “uno y otro sexo” o de “la homosexualidad”, el re­ curso a las comillas señala tanto el cuestionamiento de la construcción ideológica de los términos según un proyecto excluyente (aunque “ilustrado” o “científico”), como los límites del lenguaje a la hora de dar cuenta de determinadas cuestiones. Tampoco el espectro de prácticas se ha ampliadq substancialmente; salvo el fist-fucking y las posibilidades inherentes a alguna innovación tecnológica (el te­ léfono primero, Internet después), pocas novedades pueden citarse en el campo de “la sexualidad”.

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Punios de partida

política. En su versión “homosexual”, tales realidades pasan a constituir temas privilegiados de opinión pública y de escándalo, de legislación y acción judicial, de impulso de disciplinas científi­ cas y experimentales. En su versión de “resistencia” o “militante” dan lugar a un catálogo inédito de formas de ordenación de la propia vida en contextos hostiles y pasan a constituir ámbitos de génesis de nuevos sujetos y movimientos sociales en un espacio de abyección preciso. En todos los casos, se constituyen como cam­ pos de reflexión filosófica y ética, de especulación estética e ins­ piración artística. La politización de las realidades lésbicas y gays en sus facetas de resistencia y activismo social es, en buena medi­ da, el corolario lógico de su politización desde instancias ajenas. Un proceso que se inicia a partir del momento en que las for­ mas de poder y control social empiezan a articularse en torno a los conceptos de eficacia, productividad, bienestar o “salud” física o psicológica, corporal o espiritual, individual o colectiva. Los fac­ tores que supuesta o efectivamente impiden o dificultan la conse­ cución de una determinada versión de esos objetivos empiezan a ser objeto de una atención muy particular. Foucault (1978) asocia esta articulación en torno al concepto de salud con la articulación del poder de forma general en torno a la vida, trascendido el pe­ riodo de las grandes epidemias y la hasta entonces predominante ordenación de la realidad en torno a la muerte. Una “anatomo-política” del cuerpo individual y una “bio-política” de las poblacio­ nes pasan a jugar un papel fundamental. Se pasaría entonces del problema metafísico de la salvación a toda una serie de nuevas inquietudes: el problema médico del tratamiento de la enfermedad, el problema urbanístico, demo­ gráfico, económico y socio-sanitario de las condiciones de super­ vivencia (distribución de la población, recursos, condiciones de vida) y el problema ético y político de la (definición), promoción y defensa de la vida. Como veremos, al hablar de “vidas que pro­ teger” o de “enfermedades que curar”, entran en cascada a jugar un papel decisivo todas las racionalizaciones sobre “el sexo” (y las exclusiones a que dan lugar) que desde diversas instancias se es­ tablecen. De este modo, “el sexo” pasa a constituir un factor pri­ mordial de inteligibilidad de la vida (de “sentido”), y de articula­ ción del poder (de “legitimidad”). Todos estos criterios son objeto de elaboración, interpretación y (cuando ésta puede articularse), controversia.

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• EL RÉGIMEN DE LA SEXUALIDAD

Estamos, pues, ante la articulación de un “régimen de la sexuali­ dad” como sistema relativamente coherente de organización de toda una serie de criterios a partir de los cuales se construyen, se realizan y se interpretan las relaciones afectivas entre las personas y las prácticas corporales placenteras, y a partir de los que se es­ tablecen sus implicaciones en todos los órdenes de la vida social. El régimen de la sexualidad que se establece en Occidente está determinado por discursos y prácticas que emanan de instancias de poder, o que las hacen emerger como tales, en unas sociedades y en un momento histórico determinados. El régimen de la se­ xualidad se basa en una abstracción; en la constitución de un modelo también (sólo) aparentemente coherente de afecto y pla­ cer, de convivencia y de deseo, de socialización e integración. Un modelo establecido a partir de una evidente multiplicidad de ma­ nifestaciones irreductibles a un principio único. Tal régimen de­ termina indirectamente las prácticas y su significado a través de sus implicaciones: las limita con sanciones o, al contrario, las fa­ vorece con recompensas. En todo caso, las cataloga como frus­ tración o satisfacción, desviación o coherencia. Más que la exis­ tencia de diferentes formas de afecto y placer, el régimen de la sexualidad determina su visibilidad, su recurrencia, sus manifes­ taciones, su significado y lo que de todo elfo se deriva. Desde un punto de vista materialista, cada modo de produc­ ción (en este caso el capitalista) conlleva un orden sexual especí­ fico que determina cómo se estructuran socialmente, cómo se re­ gulan y cómo se distribuyen los deseos y los placeres de acuerdo con un sistema particular de organización de la producción y la reproducción. Los modos de vida en común, la reproducción biológica del grupo, la definición de un modelo de unidad fami­ liar, la autoridad patriarcal o gerontocrática, la producción y dis­ tribución de los medios de subsistencia, el establecimiento de unidades de consumo y el mantenimiento a lo largo del tiempo de todas estas formas de organización forman parte de este sistema. De este modo, no son los dictados fisiológicos sino las formas de organización social las que determinan qué sexualidades (qué de­ seos, qué afectos, qué prácticas corporales) resultan apropiados y cuáles son impertinentes. Como veremos, esta clasificación de­

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termina lo bueno y lo malo, lo tolerable y lo punible, lo natural y lo antinatural, lo conveniente y lo peligroso, lo saludable y lo pa­ tológico?^ Si bien un discurso autorreferencial y una palabra autónoma surgen de las mismas condiciones de posibilidad que autorizan la articulación de prismas “represivos” (moral, jurídico o científico), no por ello juegan el mismo papel en dicho régimen de la sexua­ lidad. Es más, en cuanto se constituyen públicamente, los dis­ cursos lésbicos y gays cuestionan uno de los criterios de exclusión de dicho régimen (la impertinencia o la abyección decretadas). Aunque siempre, de uno u otro modo, lo confirmen como sistema de regulación, manteniendo inevitablemente algunos de sus efec­ tos de exclusión. Así pues, no se trata de caracterizar el discurso de lesbianas y gays como meramente reactivo; como el reverso es­ tricto de un discurso de control y exclusión que operara básica­ mente de igual modo. Precisamente al articularse desde un espa“ La idea de un orden sexual asociado a cada modo de producción y de la re­ producción de la especie humana como base de la organización social está ya pre­ sente en la obra de Friedrich Engels, Los orígenes de la familia, la propiedad pri­ vada y el Estado (Madrid, Fundamentos, 1996), publicada por primera vez en 1884. En todas las sociedades operan regímenes de control que afectan, como poco, a la reproducción biológica en el seno de la comunidad y que prescriben, además, ciertos límites a la expresión de la sexualidad. Efectivamente, la distin­ ción cuerpo / mente (materia / espíritu, carne ! alma o sociedad / cultura) está en la base de los sistemas de convivencia. Desde el pensamiento griego o la teología cristiana y las teorías del contrato social hasta el tabú del incesto y el complejo de Edipo (considerados por Freud como fundamento de la vida en comunidad), esta dicotomía está presente a lo largo de la historia del pensamiento en el mundo oc­ cidental. El “régimen de la sexualidad” que aquí considero equivale, en cierto modo, tanto a lo que Foucault (1978) denomina “dispositivo de la sexualidad” como a lo que De Lauretis llama ^‘sexual structuring \ y que son «las formas en que la subjetividad, la identidad sexual, el deseo y los impulsos sexuales son orientados, modelados, formados y reformados por la representación, las imáge­ nes sociales, los discursos y las prácticas que hacen de cada individuo, de cada ser histórico un sujeto singular psico-socio-sexual». De Lauretis, Teresa (1992), «Freud, sexuality and perversion», en Stanton, Domna C. (comp.) (1992), Dis­ courses of sexuality. From Aristotle to AIDS, Ann Arbor, The University of Mi­ chigan Press. Una cierta reglamentación del sexo, un determinado régimen social de afectos y placeres parece estar presente siempre de uno u otro modo. Para Guasch, «las normas sexuales aparecen incluso en las sociedades de ficción: el li­ bertinaje sexual propuesto por Sade tiene reglas que cumplir, y en U« mundo fe­ liz se proscribe la pareja y se prescribe la promiscuidad». Guasch, Óscar (1993), «Para una sociología de la sexualidad», Revista Española de Investigaciones So­ ciológicas, 64, p. 107.

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de exclusión, la palabra autorreferencial tiene potencialmente la posibilidad de inventar nuevos códigos, nuevas formas de or­ ganizar el placer. Que el movimiento de lesbianas y gays apunte a esa invención de nuevas posibilidades o que se adapte a los mo­ delos socialmente reconocidos (y a las exclusiones que éstos esta­ blecen) son las opciones que determinan a qué resistencia y a qué integración aspiran. El régimen de la sexualidad, como form

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aproximación científica, al presentarse como un desafío a toda una serie de concepciones oscuras, románticas o moralizantes, constituye una novedad. Pero el discurso científico ni surge ni permanece en un ámbi­ to acotado y coherente; redefine el prejuicio social y el estigma e influye en las concepciones morales y la práctica jurídica. Sin em­ bargo, como se deriva de las palabras de Lorulot, “la ciencia” sí opera una relocalización de la diferencia sexual en un espacio conceptual y simbólico nuevo. Un espacio en el que (como sugie­ re Kronemeyer) se plantean cuestiones a las que la fe no puede responder. Para Marshall, además, en la aproximación científica a la heterodoxia afectiva y sexual pueden rastrearse también algunos elementos definitorios de las identidades lésbicas y gays desarro­ lladas en la segunda mitad del siglo XX. Como veremos, esas iden­ tidades no sólo se conforman “frente a y en contra de” esa ciencia sino, con frecuencia, también en su seno mismo. Al nuevo fenómeno, como al nuevo sujeto, se le dan al prin­ cipio diversos nombres con el objetivo de establecer (o “desve­ lar”) su pertinencia y especificidad. Muchos de éstos no tendrán trascendencia (“similisexualismo”, “homogenitalismo”, “intersexualismo”, “androginismoOtros, no obstante, serán gene­ ralmente reconocidos y sobrevivirán consolidándose hasta deter­ minar la existencia cotidiana, las cortapisas que establecen las es­ tructuras de poder y los marcos de referencia simbólica de co­ munidades enteras más de un siglo después de su nacimiento. “Homosexual” señala el triunfo de una coherencia sólo aparente. “El homosexual” del siglo XX, como manifestación más aca­ bada de los discursos de la ciencia, es un sujeto esencialmente di­ ferenciado de la comunidad en la que se integra. Es ésta una co­ munidad legítima, definida negativamente (“no-homosexual”), a partir de un sistema de valores comúnmente aceptado, según el cual “la heterosexualidad” es la norma básica y “natural” de in­ tegración y participación social. La norma heterosexual, conside­ rada por la ciencia como un a priori incuestionable, sólo puede ca­ racterizar “las desviaciones” a partir del establecimiento de un estatuto igualmente inherente a la persona. El discurso establecido por las nuevas disciplinas de la ciencia pierde, en ciento sentido, dominios sobre los que intervenir. Efec­ tivamente, la tentación y el pecado afectan a todos los seres hu­ manos, mientras que los “casos” de “esencia desviada” son apa­

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rentemente menos numerosos. Sin embargo, por otro lado, estas ciencias ganan competencias: la esencia es permanente y el enfer­ mo y la enferma lo eran desde siempre y lo serán para siempre; desde siempre antes y para siempre después del acto pecaminoso. La “prevención radical” o la “curación absoluta”, en su consis­ tente imposibilidad, confirmarán a los saberes de la ciencia como punto de referencia imprescindible de una realidad ahora “cró­ nica”. Menos frecuente que el pecador, el sujeto patológico es tam­ bién, por otro lado, un sujeto más extendido, en el sentido de que puede localizarse en ámbitos geográficos o culturales a los que las construcciones morales europeas no habían llegado, o sobre las que no habían logrado imponerse. Esa “ciencia”, verdaderamen­ te universal, válida sin excepciones (sin necesidad de apelar a la fe, evidente-desde “la razón”), hace llegar el prejuicio ¿lí donde la moral cristiana no se había establecido. Y recupera un espacio que las instancias religiosas, en ocasiones, habían reclamado.^ La resistencia a la terapia puede ser menos rigurosa que la resistencia a la evangelización, y si la fe tiene que partir desde dentro de la persona, la “salud” puede promocionarse desde fuera con meca­ nismos que no generen tanta hostilidad y apelando a razones cada vez más irrebatibles. Sobre todo porque esa “salud” empieza a concebirse como colectiva. Por último, al establecer la desviación, las disciplinas científi­ cas determinan también una “normalidad”, y si el espacio de in­ tervención directa ya es suficientemente amplio, la trascendencia de sus postulados se mide indirectamente a escala de toda la so­ ciedad. El verdadero triunfo de tales disciplinas no es tanto la de­ terminación y gestión de la instancia abyecta, cuanto el control global de las comunidades que ahora hacen frente a una exigencia estricta de adecuación al modelo heterosexual. La aproximación científica mantiene un punto de vista co­ mún con la moral que va más allá del tono “evangelizador” con que hace valer y difunde su verdad. Al calificar como enfermo al 2 Efectivamente, muchos paralelismos pueden establecerse entre la relación pecador/a - confesor y enfermo/a - médico y muchas prácticas religiosas (como las peregrinaciones) se asocian con la curación de enfermedades. La tradición se­ cular de la medicina griega debió afrontar durante siglos la aproximación esta­ blecida por la teología cristiana; una aproximación establecida a partir de los mi­ lagros de Jesús. Tumer, 1989:66.

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nuevo sujeto, la medicina de las desviaciones (la disciplina que inaugura una intervención científica a gran escala) precisa, secu­ lariza, somatiza y prolonga una tradición de alienación que le arrebata ahora la posibilidad de autonomía con argumentos de mayor peso. Efectivamente, la enfermedad del cuerpo (o de la mente), como la del espíritu, presupone una imposibilidad de dominio o control de la propia dimensión física y de los propios actos, reduce las posibilidades de acción y de interacción social­ mente admitidas y desestabiliza aparentemente la coherencia de la identidad personal. Si esa enfermedad es catalogada no sólo como permanente, sino además como transmisible o contagiosa (o en expansión), entonces apelará a toda una serie de controles exter­ nos que la mantengan acotada. “Diferente” en el seno de su comunidad, el o la “homose­ xual” es, ciertamente, un sujeto diferente del sodomita anterior al siglo XIX: el crimen de sodomía no daba lugar a la constitución de un sujeto particular; cualquiera podía incurrir en el pecado. “La invertida” o “el homosexual”, por el contrario, nacen así o, en todo caso, ya lo son antes de practicar una sexualidad estigmati­ zada, y lo son para toda la vida. Las abundantemente citadas pa­ labras de Foucault (1978:56) lo expresan así: «El homosexual del siglo XIX ha llegado a ser un personaje: un pasado, una historia y una infancia, un carácter, una forma de vida; asimismo una mor­ fología, con una anatomía indiscreta y quizás misteriosa fisiolo­ gía.» Efectivamente, quienes no se pliegan a ese modelo de heterosexualidad en pareja cerrada que también empieza a gozar de una relevancia simbólica inédita, juegan ahora un nuevo papel al ser concebidos a partir de criterios muy diferentes. Las implica­ ciones que de ello se derivan constituyen una pequeña revolución en el seno de las sociedades occidentales a nivel global. No obs­ tante, por decirlo en términos muy generales, la medicina del siglo XIX se limita en un principio (y no sin controversia) a confirmar las actitudes de rechazo implícitas de manera cada vez más evi­ dente en el imaginario popular, la moral y la ley. Se establece, pues, como un discurso servil con respecto a otros ámbitos aun­ que, con el tiempo, logrará cierta independencia a partir de un presupuesto básico: lo no-heterosexual es científicamente inte­ resante y seguramente patológico. La mayor parte de las realidades catalogadas como “perver­

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sión” o “neurosis” eran ya objeto de represión por parte de los ór­ denes moral y jurídico-legal. Esta coincidencia no es sólo fruto de la casualidad. Ambos órdenes de discurso están supeditados al imperativo de constitución de una excepción denostada; impera­ tivo que también pasa a ser adoptado como fundamento del régi­ men de afectos y placeres que se impone. Los postulados básicos de los nuevos discursos científicos so­ bre la sexualidad son de tipo esencialista. El sexo, pero también el deseo, la atracción y el afecto, se somatizan; constituyen elementos de revelación de la constitución física, hormonal, genética o psi­ cológica de la persona. Además, el discurso científico somatizará también multitud de formas de resistencia, de búsqueda de auto­ nomía o de afirmación de una identidad disidente. Desde la ópti­ ca médica, todos estos elementos son ajenos a cualquier proceso histórico, económico, político o cultural; ajenos a cualquier tipo de determinación social. De este modo, quienes definen la nueva realidad desde instancias privilegiadas (de saber, de reconoci­ miento y de prestigio), tienen en sus manos la determinación de las implicaciones de sus análisis. Si la “medicina de las desviaciones” se desarrolla en apoyo de la aproximación condenatoria de la ley, la incipiente “sexología”, por su parte, intentará romper con esa connivencia denunciando la “sinrazón” que la inspira, para acabar perdiendo la batalla en favor de quienes, ya desde la ciencia, inciden en el control y la ex­ clusión, Esa sexología será la única disciplina originalmente com­ prometida con la mejora de las condiciones de vida de las / los “homosexuales”. Si el psicoanálisis podía haber dado lugar a in­ quietudes similares, su desarrollo a lo largo del siglo XX (así como la evolución de la psiquiatría o de las terapias conductuales), pon­ drá de manifiesto un proyecto bien distinto. Los discursos científicos crean un cuerpo y un espíritu nuevos. Constituyen (física o psicológicamente) un sujeto en el que se escri­ be una diferencia esencial. Es el sujeto de un discurso que va a de­ terminar sus caracteres constitutivos (confirmando una determinada epistemología de la homosexualidad). Es, además, un sujeto que (a través de la mediación de la palabra científica) va a exhibir estos caracteres, bien de forma evidente, casi obscena; bien con discreción y disimulo; bien, en fin, de manera casi (o totalmente) impercepti­ ble. Clamorosos o discretísimos, esos rasgos serán siempre, no obs­ tante, constitutivos, definitorios, fundamentales.

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En todo caso, a través de la constitución de una diferencia es­ table y permanente, no sólo se genera un ámbito nuevo de inter­ vención, actuación y nominación sino que, sobre todo, se define el criterio de pertenencia incuestionable al modelo legítimo; un mo­ delo que encarna los roles de sexo y género tal y como idealmen­ te se consolidan. Sólo a través del postulado de la diferencia per­ ceptible o susceptible de ser revelada puede establecerse su corolario necesario: el sujeto legítimo, identificable, reconocible, “familiar”: el hombre “verdadero” y la mujer “verdadera”. Con frecuencia, estas ciencias, en su esfuerzo por construir una diferencia evidente, consolidan el estereotipo de asimilación de la persona no-heterosexual con el sexo “contrario”. El gay es necesariamente afeminado y la lesbiana es necesariamente mascu­ lina, según estos razonamientos, porque ni el uno es un “verdade­ ro hombre” ni la otra es una “verdadera mujer”; porque traicionan todo o casi todo lo que se supone que deben “ser”, es decir, lo que deben hacer, lo que deben pensar, lo que deben sentir. Estos es­ tereotipos confirman, en última instancia, un imperativo de heterosexualidad. La atención de las ciencias a las abundantes “ano­ malías sexuales” produce, paradójicamente, una “sexualidad nor­ mal”, definida en términos negativos como ausencia de patología. De este modo, “la heterosexualidad” es el efecto resultante de la ausencia de “desviación”. La definición implícita de esa “hetero­ sexualidad” es, entonces, un objetivo fundamental que logra, no obstante, escapar al escrutinio y a la crítica. Al construir la base de las nuevas disciplinas de saber en tomo al difícil equilibrio entre criterios “objetivos” de orden fisiológicoanatómico (o psicológico, hormonal, genético...) y elementos “subjetivos” de orden social (de adecuación al régimen del géne­ ro, de confirmación de un modelo de organización de la comuni­ dad), las disciplinas científicas que determinan la “realidad ho­ mosexual” ponen de manifiesto sus carencias y contradicciones. Estas disciplinas, que se presentan como ciencias de la naturaleza son, desde su origen, ciencias sociales, atravesadas por factores ideológicos y de poder en el contexto de la organización de las co­ munidades humanas; corresponden a la anatomo-política y a la bio-política a las que Foucault hacía referencia. La transición de la medicina legal (que se limita a constatar —a menudo con poco acierto— la presencia o ausencia de determinadas prácticas cor­ porales) a la sexología o al psicoanálisis, pone de manifiesto la

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progresiva importancia de inquietudes de tipo social en la consti­ tución de las concepciones sobre lo saludable y lo enfermo? La medicina no conquista un ámbito de actuación nuevo a costa de los sistemas de control de orden moral. Los discursos morales, en sus contradicciones e imprecisiones; en todas sus li­ mitaciones sientan las bases de la emergencia de una palabra científica. Esta viene a sumarse al otro orden de análisis; “la ho­ mosexualidad” como contemporánea síntesis bastarda de ambos discursos, es una construcción suficientemente amplia como para permitir su desarrollo simultáneo. Si bien el ámbito es otro, si bien los métodos y las implicaciones pueden ser diversos y en ocasiones se muestran contrarios o incompatibles, no por ello se puede se­ ñalar un enfrentamiento radical entre ambos órdenes. Las for­ mas de connivencia y los puntos de encuentro entre la moral y la ciencia son casi más frecuentes y decididamente más significativos que los conflictos. La interacción de ambos discursos impulsa su desarrollo, su precisión, su diversifícación. Otro tanto sucede en el seno mismo de ese espacio científico (en el que caben también di­ versas disciplinas que se reconocen como “sociales”): su diversi­ dad, conflictos, incoherencias e incompatibilidades no hacen sino impulsar su redefinición permanente. “La homosexualidad” como alien del régimen de la sexualidad, y “la heterosexualidad” como término incuestionado, salen beneficiadas de este proceso.

5.1.

EL SUJETO PERVERSO «Uno no se convierte en un pervertido, sino que continúa sién­ dolo. Lo propio de la naturaleza humana es la perversión y no la ‘normalidad’ sexual. De hecho, la normalidad sexual se logra de modo precario y se mantiene de modo precario.»' * JONATHAN DOLLIMORE, 1992

De este modo, el régimen de la sexualidad es un efecto de esta amalgama de intereses, implicaciones, sistemas de saber y poder, criterios de análisis, confu­ sión entre objetividad científica y relativismo cultural. Sobre la constitución de un discurso científico deudor de criterios de orden socio-cultural, véase Hekma, Gert (1994), «Aspects socio-historiques des sexualités», en Mendès-Leite (comp.), 1994. Dollimore, Jonathan (1992), «The cultural politics of perversion: Àgustine, Shakespeare, Freud, Foucault», en Bristow (comp.), 1992:9.

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“La perversión”, una vieja inquietud de los moralistas, va a cons­ tituir un referente simbólico extraordinariamente útil en la tran­ sición de los análisis de la sexualidad ilegítima hacia supuestos científicos. DoUimore, que caracteriza “la perversión” a partir de las teorías del psicoanálisis, la emplaza también en el contexto de una transición que había comenzado bastante antes de la articu­ lación de las teorías freudianas. La inscripción de pulsiones per­ versas en lo más profundo de la persona y la necesidad de con­ trolar tales impulsos como condición de la estabilidad del orden, empiezan a preocupar por las mismas razones por las que preo­ cupaba antes la universalidad del pecado y la necesidad de ade­ cuar el comportamiento de la comunidad espiritual a la voluntad divina. El “perverso” es la figura todavía “masculina” que enlaza, en el seno de los discursos sobre moral y salud sexual, las concep­ ciones bíblicas y canónicas con las de orden científico. La inclu­ sión de la figura del perverso en el orden de los discursos cientí­ ficos no se debe tanto a la consideración de la actuación del sujeto (que básicamente se adapta a lo formulado para el sodomita; cuestión ésta que explica la persistente ausencia de inquietud por el lesbianismo), sino a las nuevas premisas que permiten su categorización. El discurso de la perversión supera la consideración de la práctica sexual caso por caso, en beneficio de una atención particular a su recurrencia. La reincidencia empieza a ser un fac­ tor determinante. La perversión ya no es cuestión de un momen­ to de debilidad, o de una tentación, o de una pasajera inconti­ nencia del deseo. El sujeto perverso lo es en todo momento. Aunque no haga nada. Pero si la prueba de la comisión de un acto de pecado o de­ lictivo deja de ser lo más importante, se hace necesario establecer los criterios que determinen la perversión de una persona como característica constante. De este modo, perversa es, potencial­ mente, cualquier persona que se aparta del modelo ideal de se­ xualidad burguesa tal y como se define a partir del siglo XVIII. Es por ello una categoría, como las anteriores, poco definida, pero que se caracteriza por defecto. Todo lo que se aparte del modelo social de pareja heterosexual casada y reproductora (o que pa­ rezca radicalmente ajeno a dicho modelo); es decir, todo lo que se aparte de la sexualidad económicamente útil y políticamente conservadora (Foucault, 1978), puede caer en el ámbito de la

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perversión. Las relaciones entre personas del “mismo” sexo (del único sexo aún considerado tal) entran, evidentemente, en este marco.5 Los análisis de Krafft-Ebing sobre una amplísima gama de comportamientos sexuales divergentes del que se estaba propo­ niendo como expresión del único patrón legítimo, marcan esta aproximación novedosa que desafiaba lo que para el autor cons­ tituía una “conspiración de silencio” en torno al sexo. Una apro­ ximación que pretende, en principio, establecer las categorías de la desviación (construir los nuevos sujetos perversos), y que aca­ bará por establecer las posibilidades de control legal exhaustivo y tratamiento médico generalizado. Desde este punto de vista, el es­ tudio de la perversión se emplaza en la transición de la condena del pecado y el castigo del crimen a un espacio de gestión y con­ trol más amplio, que incluye la terapia de la enfermedad.^ La construcción de un prototipo perverso se corresponde con la génesis de otros sujetos (más sometidos a sujeción que ac­ tores de subjetividad); desde el delincuente hasta el loco. Cárceles y hospitales serán los espacios “civiles” en que serán encerrados, y ’ Los análisis en torno a la perversión no son contemporáneos de la emer­ gencia de la palabra científica. Se pueden señalar muchos antecedentes, y en ellos la perversión entra en el contexto más general del debate natural / antina­ tural que ya ha sido analizado. Desde los argumentos de san Agustín en contra de los herejes maniqueos (básicamente, el mal en sí no existe; sólo pueden señalarse la falta del bien, su ausencia, su perversión), la lectura moral del problema de la perversión ha tenido destacada importancia en las reflexiones de filósofos y teó­ logos. En todo caso, la interpretación de la perversión como cuestión moral en­ caja en lo expuesto en el apartado precedente, en el sentido de que forma parte consubstancial de la naturaleza humana. El perverso, como el pecador, son bue­ nos hasta que se apartan del recto camino porque llevan en sí la potencialidad de su perdición. A este respecto, véase Dollimore, 1992. La Psychopathia sexualis de Krafft-Ebing (1978) fue durante mucho tiempo una obra de referencia fundamental. Publicada por vez primera en 1886, fue du­ rante años reeditada, publicándose versiones actualizadas y aumentadas. Entre 1886 y 1894 el volumen pasa de 110 páginas a 414; la decimoséptima edición de Albert Moli contiene 838 páginas. Ediciones en otros idiomas fueron pronta­ mente publicadas: en italiano (1886), ruso (1887), inglés (1892), francés (1895), holandés (1896)... La obra de Krafft-Ebing establece el “conflicto de competen­ cias” entre los discursos científico y legal de manera explícita; la Psycopathia se­ xualis se dirige a juristas y doctores que examinan casos de comportamiento se­ xual criminal en los Tribunales y su objeto es, efectivamente, la redefinición en términos de enfermedad de comportamientos o actos antes considerados sólo a la luz del pecado o el delito. Oosterhuis, 1997.

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de este modo conformados, los nuevos “desviados”. La relación entre la criminología y la psiquiatría, a veces conflictiva, así como las prácticas sociales que explicitan uno y otro discurso, están en el origen de este desarrollo de nuevas esencias sociales. La profesionalización de los sistemas policiales y el concepto de preven­ ción del delito impulsan también estas iniciativas. El orden en el seno de la comunidad, del mismo modo que había apelado a las instancias religiosas, apela ahora a las nuevas disciplinas.^ La extensión en los ámbitos científicos de las teorías evolu­ cionistas a partir de la publicación en 1859 de El origen de las es­ pecies, es fundamental de cara a la constitución de tipos humanos considerados menos aptos; aquellos que suponen una regresión de la especie al presentar características propias del pasado o ten­ dentes a desaparecer (atavismos). El criminòlogo italiano Cesare Lombroso asociaba criminales y pervertidos con vestigios de una imperfección que lastraba la evolución y el progreso,® Las políticas del “darwinismo social”, la eugenesia, la sociobiologia y las con­ cepciones de la “limpieza social” son todas ellas manifestaciones herederas de estas primeras construcciones científicas.^ La figura del perverso no se caracteriza en función del desa­ rrollo de determinadas prácticas. Los factores que permiten defi­ nirlo (igual que al libertino) son diferentes formas de persistencia en el ultraje a las normas morales, jurídicas o consuetudinarias. El ’ Foucault, Michel (1995), El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica, Madrid, Siglo XXI y Foucault, Michel (1994), Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Madrid, Siglo XXI. Publicadas originalmente en 1963 y 1975 respectivamente. ® Lombroso, Cesare (1968), Crime. Its causes and remedies, Montclair (New Jersey), Patterson Smith. Esta obra es la traducción inglesa de la última versión es­ tablecida por Lombroso de su UUomo delinquente, publicado por vez primera en 1876. La localización preferente de “la perversión” en el pasado y el estableci­ miento de un nexo causal entre ésta y la caída de imperios y civilizaciones encaja en este esquema evolucionista. ’ La política eugenésica nazi se justificaba también con argumentos econó­ micos: la parte “sana” de la nación no podía sustentar a los elementos “enfer­ mos”, que no sólo ponían en peligro la pureza étnica (la “esencia” aria), sino que además lastraban el desarrollo de la nación alemana. Si la puesta en práctica de ta­ les presupuestos sólo se llevó a cabo de manera “industrial” por el III Reich, no por ello dejaron de oírse (desde finales del siglo XIX hasta los albores de la II Gue­ rra Mundial) postulados muy similares en Inglaterra, Estados Unidos o Francia. Cf. Proctor, Robert (1988), Raáal hygiene. Medicine under the nazis, Cambridge (Massachusetts), Harvard University Press.

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perverso, no obstante, va más allá del mito del libertino, dado que su comportamiento es la expresión de una naturaleza incontrola­ ble (e incontrolada); ofende a todas las normas de forma reiterada, y lo hace a pesar suyo. El carácter indeseable (inmoral) de su ac­ titud le es atribuido como propio; el prejuicio le es consubstancial, lo lleva inserto en el cuerpo, no puede evitarlo. No existe en esta fase de transición hacia las nuevas concepciones científicas otra explicación verosímil de su comportamiento. El es la primera víc­ tima de su naturaleza y, como tal, debe ser “ayudado” más que castigado. Pero, al mismo tiempo, la sociedad debe guardarse de los pe­ ligros que ese comportamiento entraña. La vía hacia un modelo de represión terapéutica en que el castigo se disfraza de asistencia, está abierta. El modelo libertino, cuyo prototipo es Donjuán, no deberá afrontar este proceso. Si bien rompe las leyes de la decen­ cia, está, en lo esencial, del lado de la procreación; del lado de la naturaleza. No se adapta al modelo de control de sí, de dominio sobre sus pasiones, pero al menos no ofende a la naturaleza ni pa­ rece hacer peligrar el orden social?® De este modo, para el libertino y para el perverso se constitu­ yen dos raseros, como corolario lógico de dos procesos diferen­ ciados de relación de la persona estigmatizada con el código ético imperante. El primero se concibe a sí mismo como cuerpo sin alma, como deseo inmoral, ajeno a los imperativos de las instan­ cias trascendentes, alcanzando así una libertad del placer. Éste es el caso de los personajes de Sade (Hénaff, 1980). El segundo no renuncia a su alma; ésta le es arrebatada al ser reducido a su ana­ tomía desnuda. No opta por la inmoralidad sino que es precipi­ tado en lo amoral. No alcanza libertad alguna; queda alienado. No elige; privado de cualquier posibilidad de concebirse a sí mismo como sujeto (ético) es constituido como objeto (penal y médi­ co). También a este respecto, el perverso marca la transición de la moral a la ciencia. La caracterización del sujeto perverso determina, además, el desarrollo de una “higiene social” que aspirará a ser tanto más es­ crupulosa cuanto más perfectos sean los sistemas de localización Y en caso de que el libertino provoque escándalo o desorden social, en úl­ tima instancia, las aproximaciones científicas (la de Gregorio Marañón, por ejem­ plo), lo “homosexualizará”.

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de los casos de “desviación”. Lo que se produce entonces es el es­ tablecimiento y sofisticación de una peculiar fenomenología que determinará qué rasgos permiten señalar al perverso. No se trata ya de lograr que un pecador expíe su culpa, ni siquiera de encon­ trar a un aislado delincuente del placer. Se trata de definir los cri­ terios generales que permitan localizar a (todos) los (posibles) sujetos de la perversión; sujetos que pululan, quizás inadvertida­ mente, por cualquier intersticio de la sociedad. En última instancia, la perversión acabará quedando inscrita como uno de los fundamentos mismos tanto de la esencia humana como de la organización social. Las concepciones de Freud sobre el niño como “perverso polimorfo”, y sobre la precariedad in­ trínseca del modelo de orden socio-sexual, instauran un relativis­ mo. De hecho, para Freud, es la represión y la sublimación de las perversiones lo que permite la integración y, en definitiva, el or­ den social. El régimen de la sexualidad es el modelo instituciona­ lizado por el que se imponen esa represión y esa sublimación de los afectos y placeres que define como perversos. Esencia fisiológica, reconocimiento e identificación «... y cómo me estudiaba el rostro día tras día para comprobar si lo que había experimentado estaba escrito alü, y la confusión que sentía preguntándome si me había convertido en esa cosa odiosa, y sin embargo mi cara seguía igual.» (1991:104) David Wojnarowicz

«El cuerpo homosexual, inmerso en estos tableaux mourants densamente codificados, está sometido a niveles extremos de crueldad casual y de violenta indiferencia, como si de un cuer­ po extraño se tratara, un cuerpo que es abierto en canal ante la mirada, a la vez aterrorizada y fascinada, de los aturdidos pa­ tólogos sociales.» (1995:46) Simon Watney

Uno de los primeros efectos de los discursos científicos es el esta­ blecimiento de una esencia fisiológica. El cuerpo se constituye como superficie en que se refleja una condición, bien sea ésta es­ tablecida a partir de criterios morales (la perversión como ten­ dencia constante al pecado), bien sea debida a causas orgánicas,

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psicológicas o genéticas (la perversión como enfermedad). Esta esencia permite, pues, reconocer y localizar al sujeto para, en úl­ tima instancia, establecer su identificación con el modelo estereo­ tipado establecido. Wojnarowicz muestra esa inquietud ante la idea de que en su rostro se reflejara el ser «odioso» en que a los ojos de la sociedad se había convertido. Watney, por su parte, es­ tablece cómo esta reducción al cuerpo establece como legítimos procesos de alienación tan violentos como crueles. La caracterización de esencias fisiológicas, que desde el siglo XIX se centra con especial insidia en el sujeto perverso, tiene al­ gunos antecedentes en los que también se asocia el cuerpo con prácticas de placer. La visibilidad exterior (el estigma) de quienes no se pliegan al modelo de sexualidad moral, natural o sana se es­ tablece a partir de los síntomas de determinadas “enfermedades venéreas”; enfermedades del amor y de “la carne”, consecuencia del exceso, de la falta de control sobre las propias pasiones. La va­ riedad y la pluralidad de experiencias sexuales entrañan miste­ riosas afecciones que se identifican en cierto modo con castigos, y que se manifiestan en el mismo ámbito del placer: la enfermedad del cuerpo es un claro indicio de la enfermedad del espíritu. De este modo, un médico griego del siglo I de la era cristiana, Areteo, señala los síntomas de una de estas afecciones del exceso de placer: «llevan en toda la disposición del cuerpo la huella de la caducidad y la vejez; se vuelven flojos, sin fuerza, embotados, es­ túpidos, agobiados, encorvados, incapaces de nada, con la tez pálida, blanca, afeminada, sin apetito, sin calor, los miembros pesados, las piernas entumecidas, de una debilidad extrema, en una palabra, casi perdidos por completo» (Foucault, 1987:17). La medicina y la moral tienen, desde hace siglos, un campo común de entendimiento que la medicina legal legitima a través del dis­ curso de la perversión. La descripción de Areteo coincide en mu­ chos aspectos con las que muchos siglos más tarde se realizarán para caracterizar al “pervertido”. En el origen de la preocupación por establecer criterios que permitan la identificación del nuevo sujeto, no sólo está la exi­ gencia judicial de probar el delito imputado, sino también el pos­ tulado organicista de la necesidad de defensa del cuerpo social frente a la amenaza de agentes perturbadores. En lo que se refiere a la construcción del nuevo tipo humano que trasciende al sodo­ mita; que lo redefine en función de factores anteriormente irrele-

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yantes, se puede señalar esta “esencia fisiológica” como la prime­ ra en desarrollarse. Impulsada por los ámbitos legal y jurídico, esta esencia tenderá a establecer los criterios que permitan el recono­ cimiento e identificación de la que se constituirá como quintae­ sencia de la amenaza al régimen de la sexualidad. La posibilidad de identificar al desviado es el postulado básico en que se funda­ menta una compleja epistemología de “la homosexualidad”. La preocupación por la particularidad anatómica del sujeto perverso determina una inusitada atención por parte de la medi­ cina forense del siglo XIX hacia los casos de hermafroditismo. La ciencia debe determinar el “verdadero” sexo del o de la hermafrodita, que se esconde bajo apariencias confusas, para justificar así su vida en términos afectivos y sexuales pero también, sobre todo, sociales, profesionales o morales.^^ Si el régimen de la se­ xualidad se basa en la rígida distinción entre hombres y mujeres, no pueden permitirse casos intermedios. La ciencia es, desde el si­ glo XIX y hasta el presente (por medio del análisis de los cromo­ somas), el ámbito que decide, en última instancia, el “sexo” de las personas. Del mismo modo (y a través de las mismas técnicas), la medicina debe determinar la “verdadera” sexualidad del sujeto perverso; su práctica, como señal determinante de su esencia. La técnica de descubrimiento de la esencia fisiológica por ex­ celencia es la autopsia del cuerpo asesinado, ejecutado o “suici­ dado”, a la que se une el examen o reconocimiento del cuerpo vivo pero encerrado en cárceles o manicomios. Así, al acto de incontinencia o pecado le sucede una “esencia morbosa”. La fe­ nomenología de la perversión se basa en el estudio de determina­ dos cuerpos; la epistemología de la perversidad se elabora con harta frecuencia a partir de cadáveres. El carácter interesado (o “viciado”) de la selección de las muestras a partir de las que se " Sobre un caso concreto de imposición de examen forense para determinar el “verdadero” sexo en un caso confuso, se puede consultar Foucault, Michel (presentación) (1985a), Herculine Barbin, llamada Alexina B., Madrid, Revolu­ ción. Una versión contemporánea de esta inquietud tuvo lugar en un programa de la televisión estadounidense ABC en 1976. El presentador, Geraldo Rivera, pre­ guntaba a Holly Woodlawn: «Por favor, contésteme. ¿Qué es Usted? ¿Es una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre? ¿Es Usted heterosexual? ¿Es Usted homosexual? ¿Travesti? ¿Transexual? ¿Cuál es la respuesta a estas preguntas?», a lo cual Woodlawn respondió: «Pero cariño, ¿qué importancia tiene eso siempre y cuando estés divina?». Citado por Russo, 1987.

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construyen los postulados científicos, será una constante de todas las disciplinas Aquí se puede establecer, de nuevo, una diferencia significa­ tiva entre el libertino y el perverso. El primero puede operar esa reducción a la anatomía (por consumo de material pornográfico o por exhibición del propio cuerpo genitalizado); el segundo es, desde el momento en que su esencia queda determinada, objeto permanente de tal reducción. «El suplicio libertino hace avanzar y lleva al extremo la lógica de la reducción anatómico ! quirúrgica del cuerpo, postulada por la ciencia. Hay en el saber fisiológico y en la práctica quirúrgica una agresión diferida, mediatizada en una legitimidad universitario / humanitaria (conocer / curar) que el libertino se apropia y exhibe como lo que es: el movimiento vio­ lento, cruel, primario de la pulsión» (Hénaff, 1980:29). Esa apro­ piación, esa capacidad de elección le están vetadas al perverso. Como sugiere Corbin: «La medicina legal, que pretende de­ senmascarar al nuevo personaje, hace de éste un retrato alucina­ do.» El doctor Ambroise Tardieu describe en 1857 al “pederasta” como un sujeto que «contraviene la higiene y la limpieza e ignora la lustración que purifica». Incluso su morfología permite reco­ nocerlo: «el estado de las nalgas, la relajación del esfínter, el ano en forma de embudo, o la forma o dimensión del pene indican la pertenencia a la nueva especie; así como ia boca torcida’, ‘los dientes muy cortos, los labios gruesos, del revés, deformados’, que atestiguan la práctica de la felación». En definitiva, «Mons­ truo en la nueva galería de monstruos, el pederasta se parece a los animales: en sus coitos evoca a los perros. Su naturaleza lo asocia a los excrementos; busca el hedor de las letrinas.»^^ El déficit de García Valdés, médico penitenciario, presenta un estudio general sobre “la homosexualidad” a partir de una muestra de 205 presos de cárceles españolas. La primera parte de su análisis es descrita así por el autor: «Una vez conseguida una buena relación con el sujeto explorado, se procedía al estudio de su morfología somática, se anotaba el tipo constitucional, se le pesaba y tallaba, observando el desarrollo de los caracteres sexuales primarios y secundarios. En algunos casos se realizaron fotografías cuando el sujeto era un transexual o presentaba alguna característica de interés.» (1981:131). Esas fotografías, buena muestra del criterio que determina el interés del autor, pueden verse en el citado libro. Por otro lado un estudio reciente sobre la etiología de “la homosexualidad”, desarrollado en Estados Unidos por el profesor Le Vay fue elaborado a partir de cadáveres. Corbin, Alain (1985), «Coulisses», en Ariés, Philippe y Duby, Georges (comps.) (1985), Histoire de la vieprivée (vol. 4), París, Le Seuil, p. 586. El Estu-

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humanidad puede, pues, detectarse por observación; no sólo de las prácticas corporales (el “coito animal”), sino también de la constitución anatómica (para Tardieu, el pene del perverso es pun­ tiagudo, como el de los perros)?" * Otro experto en medicina legal, el alemán Friedrich, caracte­ rizaba al sujeto perverso, también a mediados del siglo xrx, en función del mismo doble criterio referente a la práctica sexual. Así, si “el activo” tiene el pene «delgado y pequeño» y «persigue a muchachos jóvenes con mirada lasciva», “el pasivo” presenta una «columna vertebral [...] hacia arriba, más o menos torcida», mientras que «la cabeza cuelga hacia adelante. Los rasgos faciales dio médico-legal sobre los delitos contra la honestidad de Tardieu, más descriptivo que explicativo, tiene un notable éxito: es traducido a varias lenguas europeas (en castellano es publicado en Barcelona en 1882), y reeditado periódicamente (Guasch, 1993). Una técnica de estudio, bastante difundida a finales del pasado siglo como esclarecedora de la presencia de personalidades patológicas, es la elaborada a partir de la fisionomía. La cara (“espejo del alma”) denuncia estados depresivos o maniáticos y esencias perversas a partir no ya sólo de las caracterís­ ticas físicas de los rasgos faciales, sino también de las expresiones, muecas, mira­ das... A este respecto, véase Davidson, Amold (1992), «Sex and the emergence of sexuality», en Stein (comp.), 1992. La tesis de la deformación canina del pene del perverso sería cuestionada años después por André Lorulot en una publicación española de ideología anar­ quista, en la que la inquietud por la fisiología perversa mantenía vigencia: «Tar­ dieu pretendía que el coito anal acarrea la deformación de la verga produciendo un adelgazamiento del glande. Actualmente se ha comprobado que no es así, sino que son precisamente los hombres que tienen el glande afilado y delgado ya de por sí, quienes prefieren el coito anal», Lorulot, 1932b:8. La inquietud científica de Tardieu es considerada por algunos escritores contemporáneos con cierto sarcasmo: «Resulta sospechosa la pasión con la que el profesor estudia los anos y mete el dedo en ellos (incluso el puño, convirtiéndose en precursor del fist-fucbin¿iy y describe la deformación ‘infundibuliforme’ (en forma de embudo: esta palabra le gusta con locura) en los sodomitas», Fernández, 1992:39. En cualquier caso, las observaciones del ano son más abundantes que las relativas al pene. Ta­ les observaciones permiten la feminización del sujeto explorado (y la subsi­ guiente legitimidad de la estrategia examinadora a partir de una posición falocrática). Pero además, en la construcción de la “otredad”, la cuestión del pene no acaba de encajar en el proyecto hetero-eurocéntrico de definición de la ortodoxia. Efectivamente, los perversos deberían tener un pene pequeño, como el que se ha­ bía establecido para las razas consideradas inferiores (los pueblos americanos, asiáticos y del Pacífico). Pero esta hipótesis era cuestionada por la simultánea construcción de los pueblos negros y árabes como “bien dotados” y por la ob­ servación de casos de perversión entre hombres con iguales características. Bleys, 1996:133. La construcción de la “superioridad” de la raza blanca-heterosexual no podría apelar a argumentos relativos al tamaño genital.

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hundidos, la mirada apagada y sin vida; los huesos de la cara re­ saltan y los labios apenas parecen poder cubrir los dientes». La imagen que construye Friedrich se parece sospechosamente a la de una calavera. Estos trabajos, impulsados desde el ámbito penal, tenían por objetivo la localización del nuevo sujeto, cuya esencia social de­ nostada tenía ya cierta vigencia, siendo progresivamente caracte­ rizada en términos de amoralidad, pecado, delito y crimen. La constitución de una fisiología identificable por simple observa­ ción, da cuenta de la concepción de la práctica sexual como de­ terminante de los criterios de pertenencia a una categoría. El co­ rolario lógico de esta premisa es la idea del cuerpo (y en particular del “sexo”) como elemento de revelación de lo más íntimo de la persona; como el locus de su verdad. La inquietud por la identificación no sólo afectaba a los per­ versos. Las mujeres que mantenían relaciones sexuales entre sí fueron también objeto de atención por parte de los estamentos científicos. Una inquietud no relacionada en este caso con las exigencias penales o judiciales. La asociación establecida a finales del siglo XIX en el discurso científico occidental entre el lesbianismo y el tamaño infrecuentemente grande del clítoris, permitió a los investigadores acceder a todo un cuerpo de significados cul­ turales con los que podían localizar la nueva realidad lèsbica en un contexto preciso. La idea de que las lesbianas tenían un clítoris más grande que las otras mujeres se basaba en algunas (muy po­ cas) observaciones las cuales, no obstante, alcanzaron gran difu­ sión, convirtiéndose en elemento característico de unas represen­ taciones científicas de la fisiología de las invertidas por otro lado poco frecuentes. A través de la hipertrofia clitorídea, las perversas entraban en la categoría de las otras mujeres que ya habían sido caracterizadas como “hipersexuales” (prostitutas y ninfómanas fundamentalmente, pero también masturbadoras, mujeres pobres y de razas no blancas —sobre todo negras—, locas y criminales). García Valdés, 1981:81. Otra de las abundantes caracterizaciones del sujeto masculino perverso apunta pezones grandes y sensibles, hombros redondeados, pecho sin pelo, piel delicada, caderas anchas y andar balanceante. Le Forest, Pot­ ter (1933), Strange loves. A study in sexual abnormalities, Nueva York, Robert Dodsley. Las visiones menos hostiles proponían, en la misma línea pero más tí­ midamente, otros factores determinantes de la esencia: EUis (1961), por ejemplo, hablaba de un aspecto juvenil que se mantenía hasta la edad adulta.

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Entre unas y otras categorías se establecen todo tipo de relaciones causales: la masturbadora puede acabar siendo una invertida; la invertida, criminal (o al revés), y cualquiera de ellas puede con­ vertirse en una ninfómana o una locaJ^ Si bien los postulados del reconocimiento por simple obser­ vación parecen propios del momento histórico en que se desa­ rrolló la medicina legal, no obstante, bajo nuevas formulaciones, han sobrevivido hasta el presente. Esa reducción al sexo, particu­ larmente patente en los casos de perversión (de abandono defini­ tivo al placer, de permanente ausencia de control sobre las propias pasiones), abona aún la asociación entre la categoría, la enferme­ dad (de transmisión sexual) y la (posible) muerte a que ésta con­ duce. En este sentido, la pandemia de sida, y el hecho de que haya afectado con particular intensidad a “los homosexuales” en el mundo occidental, revela nuevas pautas de reconocimiento. La posibilidad de localización del “homosexual” se apoya en la visualización de algunos de los síntomas de la inmunodeficiencia, particularmente en los signos más llamativos (sarcoma de Kaposi, síndrome caquéctico). De este modo, los discursos del prejuicio recuperan y le dan sentido a la epidemia en tanto que contribuye a señalar lo ajeno; el enemigo. «De ahí la conveniencia inestimable del sida, reducido a una tipología de signos que garantiza la iden­ tificación del temido objeto de deseo en los últimos momentos de su aparente autodestrucción» (Watney, 1995:45). Comparativamente, los estudios sobre la genitalidad masculina tuvieron un desarrollo mucho menos exhaustivo. La mirada científica sólo puede establecerse desde una posición de masculinidad heterosexual. A este respecto, particular­ mente famosa llegó a hacerse entre los círculos científicos una mujer llamada Saartje Baartman, conocida como la “Venus Hotentote”, y que fue exhibida en Lon­ dres y París entre 1810 y 1815. Sus genitales y el carácter protuberante de sus dóteos fueron objeto de numerosos exámenes. A ella se le unieron otras Venus que fueron también objeto de una curiosidad científica que establecía el exotismo y el primitivismo de la mujer no-blanca (Bleys, 1996:132). A lo largo del siglo XIX se es­ tablece un incipiente discurso feminista, y se produce la consolidación de la cate­ goría eurocèntrica de la “mujer normal” como aquella que apenas tiene deseos se­ xuales, o que directamente carece de ellos. Las mujeres que manifestaban deseos sexuales (y tanto más si lo hacían entre sí) eran anormales; mostraban tendencias propias del género masculino. El clítoris, asociado al pene tanto por los estudios del desarrollo embrionario como por la literatura sobre el hermafroditismo era, en sus dimensiones, un factor objetivo que permitía establecer el grado de la desvia­ ción. Gibson, Margaret (1997), «Clitorial corruption. Body metaphors and American doctors’ constructions of female homosexuality», Rosario (comp.), 1997a.

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Efectivamente, el sida será considerado como la evidencia de la perversión. La pandemia saca a la luz lo que el virus constituye como “anti-cuerpos” (Meyer, 1991). Los signos de la enfermedad desvelan ante el mundo la estafa del cuerpo socialmente recono­ cido, y lo presentan públicamente como su antítesis; como el re­ verso corrompido (perverso) de una apariencia intachable. El discurso de la perversión aspira a acabar con los “pactos de Dorian Gray” que permiten recluir en el secreto una realidad que ese mismo discurso emplaza en lo clandestino. Irónicamente, también puede establecerse el proceso inverso. Si todo pervertido está (potencialmente) sujeto a un proceso por el que la enfermedad lo desvele, todo enfermo es, en cierto modo, un pervertido. Es lo que he denominado la “contaminación homosexual del cuerpo con sida” (Llamas, 1995b). Y es quizás lo que puede explicar que en un idílico pueblo de Florida llamado Arcadia, se prendie­ ra fuego a la casa en la que vivían tres niños hemofílicos con sida, quintaesencia de la categoría de “víctima inocente” y, sin embar­ go, objeto del odio de sus vecinos (Bersani, 1995a).

Límites de la identificación fisiológica. La lesbiana desencarnada «Paúl, ya podemos llamar por su nombre al sujeto de experi­ mentación, era un hombre, porque poseía todos los atributos, y macho, en el sentido copulativo-genético, y que había cohabi­ tado con su mujer y había tenido descendencia. Sin embargo... era homosexuaí.»^^

Ludwig Wassermann, 1976 Wassermann, 1976:11. Señalemos que para este autor, “ser hombre” supone una posesión exhaustiva del aparato genital (cuestión anatómica), mien­ tras que “ser macho” depende de una utilización determinada de éste, inscrita en lo más profundo de su ser (cuestión “copulativo-genética”). Otro ejemplo, esta vez en el ámbito de la literatura. Un pervertido atormentado acude al mé­ dico. «—Bien,— dice al fin. Vamos a hacer una revisión.— Me desnudo rápi­ damente. Prolongado examen corporal. Burgraeve va tomando notas en una fi­ cha. Habla consigo mismo en voz alta: —¡Normal! Muy normal... Ningún síntoma de feminidad. Perfectamente constituido. ¿Le aceptaron en el servicio militar? No me sorprende. La distribución del sistema piloso es masculina. Músculos salientes, pelvis estrecha... El sistema glandular es excelente.» El doc­ tor llega a la conclusión de que no se trata de una enfermedad del cuerpo, sino del espíritu. Van Der Meersch, 1975:101.

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La limitada fiabilidad de los criterios de establecimiento de una esencia fisiológica (morfológica, anatómica) particular, que pronto se hace evidente, tratará de ser compensada por el pos­ tulado de esencias de otro orden; fundamentalmente psicoló­ gico, aunque también hormonal y genético. Los más sagaces observadores quedarán perplejos ante la evidencia de sujetos que, sin presentar caracterizaciones físicas que los diferencien especialmente de los miembros más respetables de la socie­ dad, no se ajustan al modelo de heterosexualidad en pareja que la moralidad burguesa intenta imponer. Esta actitud de incredulidad ante personas que no representan el papel estereo­ tipado (que no se pliegan al modelo perverso o a cualquier otro de los que se construyen después), permanece (como de­ muestra el caso de Paúl) vigente prácticamente hasta el pre­ sente. Los límites de la esencia fisiológica muestran la constitución paradójica de un “cuerpo pervertido”. Por un lado, cuando éste es reconocible, lo es a través de una imagen grotesca construida, la mayor parte de las veces, por hombres heterosexuales y a partir de elementos misóginos. Sin embargo, siendo ésta una imagen ficti­ cia, su efectividad es escasa o nula. Así, cuando deja de ser identificable, ese “cuerpo corrompido” desaparece y, en cierto senti­ do, deja de existir (continúa sin existir); no sólo como cuerpo, sino fundamentalmente como realidad, como práctica, como op­ ción posible. Y vuelve a emplazarse en el resbaladizo terreno de lo fantasmático.^^ El límite último a los postulados del reconocimiento es la in­ visibilidad institucionalizada de las realidades gays y lésbicas. Al margen de las manifestaciones consideradas grotescas o patológi­ cas, las realidades gays y lésbicas son, en general, censuradas o ig­ noradas. Cuando escapan al estereotipo, forman parte de lo in­ concebible; pasan a ser considerados errores de percepción heterosexual. De este modo, la existencia como sujeto (o como instancia alienada) requiere el traspaso de la frontera de la esencia Russo (1987) señala cómo el cine de Estados Unidos se preocupaba por subrayar el carácter no “homosexual” de muchas ficciones que podían dar lugar a una lectura “perversa”. La masculinidad heterosexual, compatible con un cier­ to desinterés por las mujeres y con estrechas relaciones de compañerismo, se fija por oposición a los personajes grotescos, de fácil identificación.

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social?’ La alienación, la heteronomía, la imposibilidad de des­ cribir el propio cuerpo (en términos individuales, comunitarios o colectivos), la dificultad de no ser leído o leída a través de la lente deformadora del prejuicio, es el efecto de las estrategias de atri­ bución de caracteres específicos. Quizás por ser estos rasgos tan evidentemente convencionales, no debería resultar sorprendente que muchas investigaciones ob­ tengan resultados no ya poco coincidentes, sino a menudo clara­ mente contradictorios. Por ejemplo, un estudio sobre caracterís­ ticas físicas de las lesbianas, comparadas con un grupo de control formado por mujeres heterosex’uales, establecía que las primeras eran, por lo general, más bajas. Sin embargo, otro estudio, reali­ zado también a mediados de los años setenta, afirmaba exacta­ mente lo contrario: las lesbianas eran más altas.^® De este modo, la Como ya he señalado, el ambicioso estudio que realiza sobre “la homose­ xualidad” un médico de prisiones en la España pojz-franquista, se acompaña de las fotografías de los “casos” que él considera “interesantes”; en esencia, los casos de transexualidad. El autor decide así qué puede ser representado y cómo debe serlo, en función de una determinada estrategia que nunca se hace explícita. García Valdés, 1981. 2® Ruse, Michael (1989), La homosexualidad, Madrid, Cátedra, pp. 27-28. Efectivamente, cuando no es fácil reducir los cuerpos examinados a una cohe­ rencia, es posible que se postulen diferencias extremas. Un estudio sobre “va­ riantes sexuales” desarrollado en Estados Unidos establecía que las lesbianas tenían los senos bien hiperdesarroUados, bien infradesarrollados. Esta particula­ ridad era compatible, no obstante, con determinadas regularidades: la “variante sexual femenina” poseía músculos “angulosos y firmes” mientras que el “varian­ te sexual masculino” estaba, por lo general, “falto de tono muscular”. La voz de las primeras era grave, la de los segundos, aguda. Por último, ciertos caracteres eran comunes a unas y otros; en concreto, los hombros anchos y las caderas es­ trechas, signos de un “desarrollo del esqueleto según un modelo inmaduro”. Sin embargo, este estudio prestaba atención a otras muchas variables que no se revelaron tan cruciales. El estudio incluía entrevistas exhaustivas y un examen fí­ sico: radiografías de la pelvis y del cráneo (con especial énfasis en el grosor y la forma); fotografías de todo el cuerpo con especial atención a la distribución del vello, análisis de esperma (sus propiedades de fecundación) y examen ginecoló­ gico (en especial de los labios y del clitoris). A la luz de los datos, el estudio con­ cluye que los rasgos físicos no son definitorios, y que una aproximación psicoló­ gica puede proporcionar claves que se escapan al mero reconocimiento corporal. Una conclusión que encaja perfectamente en el clima de ansiedad que se estaba fraguando, y que iba a caracterizar el momento histórico inmediatamente poste­ rior a su publicación. Henry, George W. (1948), Sex variants. A study of homo­ sexual patterns, Nueva York y Londres, Paul B. Hoeber. Véase también Terry, Jennifer (1995), «Anxious slippages between ‘us’ and ‘them’. A brief history of

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coherencia que se le busca al cuerpo del pervertido resulta irrele­ vante si lo que se estudia es el cuerpo de la pervertida. No im­ porta que el cuerpo lesbiano sea incoherente o contradictorio, o que se confunda (en el caso de los postulados del clítoris promi­ nente) con otros cuerpos de otras mujeres “criminales”, “perver­ sas” o “de razas inferiores”. A fin de cuentas, el cuerpo lesbiano no es un cuerpo que ha­ ble o un cuerpo al que se le escuche; no es un cuerpo sobre el que se escriba o que pueda ser leído en una supuesta especificidad. La perversión es aún deudora del privilegio que los discursos morales otorgan a los actos, y del prejuicio que limita la capacidad de de­ sarrollo de prácticas sexuales a los hombres. En un contexto en el que “la lesbiana” está desencarnada (carece de cuerpo porque adolece de capacidad para el sexo), o en el que el lesbianismo no es sino un efecto posible de una perversión general de las mujeres, el discurso científico de la perversión (realizada o posible, incon­ trolada o sublimada) sigue limitándose a una mitad escasa de la humanidad. El reto de definir qué o cómo puede ser el propio cuerpo o la propia identidad (o de renunciar radicalmente a dicha tarea, sin que ello confirme una categorización establecida desde fuera), es la posibilidad abierta por la evidente imperfección que caracteri­ za estas estrategias ideológicas. El cuerpo lesbiano, que podía ha­ ber sido establecido en su realidad fantasmática con el mismo celo, es y en buena medida continúa siendo un cuerpo indetectable. Construido (como cuerpo de mujer) en función de su mayor o menor atractivo y conveniencia para “el hombre”, carece de rethe scientific research for homosexual bodies», en Terry, Jennifer y Urla, Jac­ queline (comps.) (1995), Deviant bodies. Critical perspectives on difference in sdence and popular culture, Bloomington e Indianapolis, Indiana University Press. El último episodio en la larga historia de los estudios sobre las diferencias anató­ micas entre “homo” y “heterosexuales” (ejemplo, por lo demás, de que tales in­ quietudes no se limitaban al mundo capitalista occidental), lo constituye el estu­ dio desarrollado por el Instituto de Ciencia Sexual de Praga a principios de los años sesenta. En él se estudiaba peso, estatura, longitud del tronco, anchura de los hombros y caderas, disposición de tejido adiposo y vello, diámetro del pezón, lon­ gitud del pene en estado de flaccidez y eje longitudinal de los testículos. Salvo en el caso de dos variables (el grupo “homosexual” pesaba menos y presentaba mayor longitud del pene), no se apreciaron diferencias significativas y el estudio acabó siendo abandonado. Kennedy, Hubert (1997), «Karl Heinrich Ulrichs. First theorist of homosexuality», en Rosario (comp.), 1997a.

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ferentes públicos reconocidos y establecidos autónomamente por oposición a un modelo de perversión impuesto. La epistemología de la homosexualidad apenas presta aten­ ción a las formas posibles de representación social de la realidad lèsbica. Las dificultades de acceso de las mujeres al orden de la re­ presentación, derivadas de un régimen de sexualidad patriarcal y misógino, inciden particularmente en esta ausencia de iconos re­ conocibles. Por otro lado, la creencia generalizada en la incapaci­ dad de las mujeres para alterar el orden social patriarcal, incide en esa despreocupación por la elaboración de un estatuto lesbiano identificable que vaya más allá del exotismo o la anécdota. La construcción autónoma y no sexista del cuerpo de mujer para o con otras mujeres constituye, en el presente, un reto crucial para las lesbianas. Pese a la ausencia de esos modelos de perversión im­ puestos (que, aunque cosificada, otorgan una existencia al per­ vertido), ese reto (como veremos) ya ha sido afrontado. Pero más allá del burdo estereotipo de la evidencia anatómica, la inquietud por la localización ha impulsado métodos de detec­ ción sofisticados desarrollados desde otras disciplinas. La locali­ zación del sujeto perverso ha sido uno de los objetivos explícitos que han impulsado el desarrollo de tests de orden psicológico. En­ tre los instrumentos diseñados para determinar, entre otros fac­ tores, la presencia o ausencia de “tendencias homosexuales”, se pueden citar: El test “de Rorschach” y el llamado ''Thematic Apperception Test” (TAT), que permiten la inferencia (subjetiva) de conclusiones a partir de las reacciones de la persona estudiada ante manchas simétricas o imágenes. El denominado ""Dratv A Person” (DAP), que se basa en la realización por parte del sujeto de análisis de un dibujo de una persona y posteriormente de otra persona “de sexo contrario” para las que se ha de inventar una historia. El ''Minnesota Multiphasic Personality Inventory” (MMPI), que determina la identificación positiva, negativa o neu­ tra del sujeto a una serie de ítems. Y los llamados ''Szondi” y *^CattelTs 16 PF'\ en los que la persona escrutada ha de escoger adjetivos o imágenes que le complacen o le causan rechazo.^^ Véase Riess, Bernard F. (1980), «Psychological tests in homosexuality», en Marmor (comp.), 1980a. Por ejemplo, el «Inventario Multifásico de Personalidad de Minesota» (MMPI) consta de 550 afirmaciones a las que se debe responder “verdadero” o “falso”. De éstas, un subconjunto del total constituye una escala

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La técnica de reconocimiento no se reduce a una simple ob­ servación. Los expertos han de ser convocados a la hora de esta­ blecer la pertenencia o no a la categoría. Este discurso de la esen­ cia, elemento fundamental del desarrollo de las perspectivas científicas, se ve paradójicamente tanto más confirmado cuanto más contradictorio resulta. Los límites de las técnicas de identifi­ cación y reconocimiento no hacen sino impulsar el desarrollo de nuevos métodos, progresivamente sofisticados, progresivamente incuestionables, progresivamente ajenos a toda posibilidad de crí­ tica en el marco de su elaboración. En el momento presente, la frontera de la inquietud por localizar a “los homosexuales” está en el genoma humano?^ El cuestionamiento interno de los postula­ dos (desde el mismo ámbito que los producen), las contradicciones inherentes al discurso, determinan las condiciones de su evolución, su desarrollo, su diversificación. Pero al mismo tiempo señalan también los límites de la ciencia como saber neutro y objetivo. diseñada para descubrir “la homosexualidad” (masculina). Así, “el homosexual” deberá responder “verdadero” a afirmaciones como: «Creo que me gustaría tra­ bajar de bibliotecario»; «Solía gustarme dejar caer el pañuelo»; «Me gusta la poesía»; «Me gustaría ser florista»; «Me gusta cocinar»; «Si fuera artista dibujaría flores»; «Si fuera reportero me encantaría hacer crónicas de teatro»... Por el con­ trario, “el homosexual” respondería “falso” a proposiciones como «Me gustan las revistas de mecánica»; «No me dan miedo las serpientes»; «Me gusta la ciencia»; «Tengo gran confianza en mí mismo»; «No es fácil herir mis sentimientos»... (Ruse, 1989:241 y ss.) Al margen de la muy discutida capacidad predictiva del MMPI (al parecer escasa), no cabe duda que su “escala homosexual” aporta una gama amplia de estereotipos. Según informa el diario El País (5 de noviembre de 1994), el citado MMPI fue utilizado para una selección de personal de la ad­ ministración pública del Gobierno Forai de Navarra. 22 Muchas otras disciplinas y técnicas se han lanzado, en uno u otro mo­ mento, a promover su capacidad de localización. Por ejemplo, la grafologia pue­ de presentarse como técnica vulgarizada asequible. En un artículo firmado por Arcadio Raquero (Interviú, 849, agosto de 1992) se analizan las firmas de «un gran número de hombres geniales, ya desaparecidos, [...] que ocultaron o pre­ gonaron esa condición». El resultado: en Lotea encontramos «letras que poseen una gran esbeltez femenina y que han sido trazadas con originalidad, ingenio, nar­ cisismo y coquetería». Para Wilde, «el entintamiento del rasgo final nos descubre, una vez más, el problema sexual del escritor». Verlaine: «mayúsculas muy eleva­ das, altas y femeninas». Hans Christian Andersen: «delicadeza en los rasgos, ele­ gancia en el trazo, mayúsculas perfectas». Nijinsky: «armonía, sentido estético y clara hipersensibilidad». Maurice Ravel; «su autógrafo parece hecho por una mano femenina». Y además, muchos otros nombres (de nuevo masculinos): Proust, Cocteau, Tennessee Williams, Lawrence Olivier, Danny Kaye, Rock Hudson...

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En palabras de Foucault (1969:243), «al corregirse, al rectificar sus errores, al afinar sus formulaciones, un discurso no deshace nece­ sariamente su relación con la ideología. El papel de ésta no dismi­ nuye a medida que crece el rigor y que la falsedad se disipa».

5.2.

INVERTIDA - INVERTIDO

«Al ser trasladada a la sala, abrazó a la asistenta de forma libi­ dinosa y estuvo a punto de vencer su resistencia hasta que se le prestó ayuda. En la sala observó identico comportamiento las­ civo e intentó en varías ocasiones tener relaciones sexuales con sus compañeras de sala.»^’ P. M. Wise, 1883

La descripción del caso que presenta Wise resulta novedosa en va­ rios aspectos. De entrada, la atribución de tendencias lascivas y li­ bidinosas, y la consideración de las relaciones sexuales como po­ sible deseo de una mujer y dirigidas hacia otra mujer, no tenían en la literatura médica muchos antecedentes. Por otro lado, el hecho de que esta “lesbiana” estuviera siendo sometida a un escrutinio médico que fuera más allá del examen genital, resulta también una novedad. El término “inversión”, como instrumento conceptual de un régimen de sexualidad, nace del ámbito psiquiátrico, probable­ mente a partir de la traducción al inglés de una expresión alema­ na, ''konträre Sexualempfindung', creada en 1870 por el psiquiatra C. Westphal y equivalente a “sensibilización sexual opuesta”. Un año más tarde, el londinense Journal ofMental Science convierte la expresión de Westphal en "inverted sexual proclivity". De aquí pudo surgir la expresión italiana "inversione dell' istinto sessuale", utilizada por Arrigo Tamassia en 1878 en la Rivista di Rrenatria, di Psichiatria et di Medicina Legale y que, a su vez, pasaría a la lengua inglesa.^"^ El estudio de Wise, titulado «Case of sexual perversión», fue publicado en 1883 en Alienist and ]>¡eurologisí, 4, pp. 87-88. Citado por Chauncey, 1985:81-82. 2'* Mirabet i Mullol, 1985:175 y Katz, 1995:54. Pese a que, como se verá en el próximo epígrafe, el término “homosexualidad” es acuñado un año antes que la expresión de Westphal, por motivos expositivos presento primero el análisis so­ bre “la inversión”.

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El invertido o la invertida vienen a ser la encarnación de una anomalía que consiste en la manifestación social y sexual de im­ pulsos dirigidos erróneamente; que apuntan exactamente en la di­ rección inversa de la que sería correcta. El deseo “falla” en la lo­ calización de su objeto. La inversión pasa a ser una categoría patológica no tanto porque la dirección del deseo esté equivocada, sino fundamentalmente, porque el sujeto parte de una posición in­ correcta. Si una mujer desea a otra, ello se debe a que su deseo parte de una posición masculina. No es pues el deseo lo que sor­ prende. Lo que debe ser estudiado es la causa por la que una mu­ jer se masculiniza, se viriliza, escapa a su anatomía y pasa a com­ portarse “como un hombre”. La única lesbiana interesante (la única lesbiana “verdadera”) es, en el análisis de la inversión, la les­ biana “masculina”. Y su pareja o compañeras sucesivas carecen, al menos al principio, de interés. La inversión es el primer contexto propio de un ámbito cien­ tífico que va a dedicar su atención al lesbianismo. Efectivamente, cuando empieza a hablarse menos de las prácticas sexuales para prestar más atención al deseo, y cuando el “derroche de la semi­ lla” ya no es el centro de la inquietud por los placeres heterodo­ xos, las lesbianas entran en el espacio de las inquietudes científi­ cas. Desde una práctica inexistencia en el imaginario de los discursos articulados, el lesbianismo accede, casi de golpe y sin transición (pero todavía en una posición subalterna), al ámbito de la patología. Esta categoría pone de manifiesto de manera aún más precisa la constitución de una normalidad heterosexual, de una direc­ ción correcta y adecuada del deseo, de una identidad necesaria de todas las personas con “su” sexo. Ese sexo es establecido a partir de una categorización bipolar que presupone una complementaridad (una dirección única y un trayecto necesario entre dos ex­ tremos), y una oposición (dos sentidos: del hombre a la mujer y de la mujer al hombre). Ya no estamos simplemente ante el deseo o la atracción corporales, ni siquiera ante el abandono a tentaciones pecaminosas. Ahora se trata de una discordia íntima entre un “alma” o una tendencia que no se corresponde con el cuerpo se­ xuado en ningún aspecto.^^ Van Alphen, Ernst (1995), «The gender of homosexuality», Thamyris, 2,1, primavera, pp. 3-10.

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La expresión “inversión sexual” fue a menudo utilizada desde finales del siglo XIX para indicar «una reversión completa de la función sexual del sujeto» (Chauncey, 1985:82). Este término no se centra todavía exclusivamente en la elección del “objeto” de deseo, sino que abarca un ámbito mucho más amplio, que incluye formas de comportamiento, costumbres, aficiones o imagen. De hecho, para la invertida o el invertido, la anomalía se sitúa prefe­ rentemente del lado de la adopción de caracteres socialmente asimilados con el sexo “contrario”, más que en función del “ob­ jeto de deseo”. El comportamiento infantil empieza a considerar­ se revelador de una posible y ulterior inversión. Los niños que jue­ gan con muñecas y las niñas que se entretienen subiendo a los árboles entran en el punto de mira de los científicos y constitui­ rán, en las dos décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, un ámbito privilegiado de intervención normalizadora y terapéutica.^J" Esta es, pues, la categoría más deudora del régimen del géne­ ro, expresión pública y social del ordenamiento del sexo. Antes de que se articulara la expresión, en 1858, un profesor de medicina legal berlinés, el Dr. Casper (contemporáneo de Tardieu), resumía en una curiosa fórmula esta confusión entre factores fisiológicos, psicológicos y sociales. Sus “pederastas” presentaban evidentes signos de afeminamiento porque eran «hermafroditas del espíritu» (Hekma, 1994). Tales anomalías se expresaban de diversas mane­ ras. En las caracterizaciones de los casos de inversión de finales del siglo XIX encontramos a mujeres «que rara vez usan corsé», que «silban muy bien», que «tienen hábitos muy independientes», y a hombres que eran «reacios a las competiciones al aire libre» o que eran «aficionados a mirarse al espejo» (Chauncey, 1985:84). El propio Tardieu hace de la estética y de los hábitos invertidos la otra cara de la moneda del cuerpo perverso: /

Guy Hocquenghem, 1979

El “arafrodita” que era Kupfer por autodesignación encajaba con un primer discurso de la diferencia que ya había adoptado otro nombre distinto. El término “uranismo” es acuñado en 1862 en lengua alemana por el abogado y escritor Karl Heinrich Ulrichs (1825-1895). Este concepto, también elaborado a partir de refe­ rentes mitológicos, se basa en El Banquete de Platón, donde Pausanias diferencia el amor de Afrodita del de Urania. Este último «deriva de una diosa que, en primer lugar, no participa de hem­ bra, sino tan solo de varón (es este amor el de los muchachos) y que, además, es de mayor edad y está exenta de intemperancia. Por esta razón es a lo masculino adonde se dirigen los inspirados por este amor». En la sugerente teoría platónica, los seres huma­ nos estaban doblemente constituidos; eran dos hombres, dos mu­ jeres o un hombre y una mujer. Estos últimos eran los seres an­ dróginos. Pero a raíz de una disputa con los dioses, éstos los dividieron por la mitad, de forma que los dos hombres escindidos se buscaban mutuamente, al igual que las dos mujeres, mientras que los seres andróginos dieron lugar a hombres que buscaban a una mujer y viceversa. Para Platón, pues, lo que hoy llamaríamos “la heterosexualidad” es el producto de aquel hermafroditismo; el fruto de una terHocquenghem, 1979:31. Elisáar von Kupfer, escritor, pintor, arquitecto e investigador de origen báltico, abandonó Rusia en 1912 para instalarse en la Suiza italiana. Ajeno a las corrientes sexológicas de la época, más interesado en las tradiciones mitológicas antiguas, decoró su casa de Minusio con frescos donde bailan o duermen muchachos impúberes.

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cera instancia contradictoria.^ Pero de su teoría se derivan, ade­ más, otras implicaciones. Las realidades de lesbianas y de gays y de sus antecesores tendrían el mismo origen (y, presumiblemente, la misma prevalencia), aunque no fueran objeto de la misma aten­ ción ni se valoraran en la misma medida. Pero sobre todo, de tal teoría se deriva un estatuto de igualdad inédito: el hombre o la mujer que buscan su otra mitad serían “iguales” en edad y en posición social. En contra de lo que se suele considerar, Boswell (1996:123) sostiene, en efecto, que los modelos de “diferencia” (adulta / joven o ciudadano ! esclavo), así como el carácter espo­ rádico o accidental de las relaciones no eran las únicas formas de relación de pareja socialmente reconocidas ni siquiera necesaria­ mente las más frecuentes. Por último, de la teoría platónica se de­ rivan otros dos elementos esenciales en el discurso del uranismo: el carácter innato y el estatuto permanente de la preferencia eró­ tica y afectiva. Las teorías del tercer sexo, lejos de asumir las ideas platónicas de manera estricta, identificarán esa incuestionable naturalidad y esa aparente voluntad divina con la excepcionalidad; a fin de cuentas, el régimen de sexualidad ya había instalado unos mode­ los legítimos en los primeros puestos del orden. Pero además, esta concepción de sí a partir de un referente de la Antigüedad clásica enlaza con esa postura erudita que construye un imaginario ideal que tan sólo puede concebirse a partir de una realidad míti­ ca y cronológicamente distante. Además de las referencias platónicas (y coincidiendo con éstas en el olvido del lesbianismo implícito en ese amor de Urania que se dirige a “lo masculino”), las concepciones del “tercer sexo” tie­ nen otros antecedentes, como las representaciones iconográficas de figuras (con frecuencia ángeles) de sexualidad ambigua. Leo­ nardo da Vinci o Sandro Botticelli representan a los ángeles como adolescentes más dedicados a su contemplación propia o recí­ proca que a la adoración de Cristo (Cooper, 1986). Estas figuras ’’ La distinción que establece Pausanias, no obstante, no es la contemporánea entre “hetero” y “homosexualidad”, sino una bien distinta entre un amor supe­ rior, “celestial” por la belleza pura y otro terrenal. Desde el purismo científico, Parkington (1963:11), comentando el texto de Platón, escribe: «No vale la pena detenemos a considerar el absurdo biológico y anatómico de la teoría de Platón y si la hemos citado ha sido únicamente por lo curioso de la misma y como prueba del ‘retorcimiento’ mental a que es preciso llegar para justificar lo injustificable.»

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de la ambigüedad y la indefinición pasan de los salones a los hos­ pitales en apenas cuatro siglos. El discurso uranista es el primer acto de protesta contra el imperativo de comunión entre “uno” y “otro” sexo que va más allá del orden de la representación artís­ tica o literaria. El discurso uranista encaja en los postulados de un esencialismo “puro”; reifíca una diferencia que considera substancial y asocia realidades afectivas y placenteras con una “orientación” es­ pecífica simplemente distinta a la normativa. Así, a la orienta­ ción uranista no se le pueden buscar causas derivadas de la propia voluntad; el uranismo no es consecuencia de la “perversión” ni se le puede atribuir más agente responsable que la propia naturaleza humana. Del mismo modo, la aproximación terapéutica no tiene, a partir de estas concepciones, ningún sentido. En última instan­ cia, esta línea de análisis de la propia realidad derivará en formas de militancia centradas en cuestiones como el reconocimiento institucional, la protección legal, la garantía de los derechos y la consolidación de las especificidades. Un tercer sexo con sus par­ ticularidades, pero tan legítimo como cualquiera de los otros. El uranismo será definido, de acuerdo con la nueva legitimi­ dad, en función de un discurso con vocación científica. Pública­ mente uranista él mismo, Ulrichs fue el pionero de las teorías congénitas de “la homosexualidad”, que sería el resultado de un peculiar desarrollo del embrión humano, que daría como resulta­ do un cuerpo de hombre con “espíritu” de mujer {anima mulieris virili corpore inclusa) o al revés. En un texto de 1870 titulado Araxes, Ulrichs afirma que es “imposible” que un hombre “de verdad” se sienta atraído por otro y que, consecuentemente, el uranista no es un hombre “verdadero”. Pero sí es un ser humano; tiene sus derechos y el Estado no puede perseguirlo por lo que constituye una manifestación de su naturaleza. Las concepciones sobre un “tercer sexo”, popularizadas a principios del siglo XX por Edward Carpenter (1844-1929) y Magnus Hirschfeld (18691935), entre otros, son una prolongación de las ideas de este abo­ gado, «abuelo de los movimientos de liberación gay», y autor de un libro titulado La naturaleza sexual del uranismo masculino^ ® Lauritsen y Thorstad, 1977:25. Ulríchs fue el primer teórico de una larga lis­ ta de investigadores que consideró que el establecimiento de una base biológica del uranismo conduciría a un tratamiento igualitario. Publicó sus primeros es-

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Esta línea argumental fue seguida por el Comité Científico y Humanitario (el Wissenschaftlich Humanitäres Komitee, o WHK), fundado en 1897 por Hirschfeld y que, como ya se ha di­ cho, fue la primera organización que se daba por objetivo la “li­ beración” de quienes practicaban placeres y afectos condena­ dos. La más importante publicación de este grupo se llamaba Jahrbuch für sexuelle Zwischenstufen, cuya traducción sería “anuario para tipos sexuales intermedios”. El trabajo de Hirsch­ feld y de las personas que colaboraban con él no se reducía al ám­ bito de la medicina, sino que aplicaba o teorizaba postulados de orden antropológico y legal, con un fundamento común: la no conformidad amorosa o sexual en cualquiera de sus expresiones, pero particularmente aquellas que justificaban el establecimiento de un tercer estadio. Así, el hermafroditismo, la androginia, y, por supuesto, “la homosexualidad” eran los campos esenciales de su trabajo.^ A pesar de las evidentes diferencias teóricas y metodológi­ cas, el campo de trabajo y las inquietudes de Hirschfeld y las de Freud eran en muchos casos coincidentes (esa nueva “sexuali­ dad” y las implicaciones particulares y sociales de algunas de sus formas). El vienés, no obstante, ya en una carta dirigida a Jung el 25 de febrero de 1908, manifiesta su animosidad hacia el proyec­ to de Hirschfeld y rechaza colaborar con la revista del WHK, critos con el seudónimo de "Numa Numantius”, pero posteriormente firmó sus tesis con su nombre y fue el primero en hablar públicamente en defensa de una realidad de la que él admitía formar parte. Defensor de la independencia de la ciudad de Hannover, fue detenido por oponerse a la anexión de ésta por Prusia en 1866. Ulrichs acabó abandonando Alemania para establecerse, lejos de toda actividad reivindicativa, en Italia, donde murió en 1895. Kennedy, 1997 y Ken­ nedy, Hubert (1981), «The ‘third sex’ theory of Karl Heinrich Ulrichs», Journal of Homosexuality, 6, 1 / 2, pp. 103-111. El artículo titulado Araxes aparece en Bla­ sius y Phelan (comps.), 1997. ’ Andrógina se llama a la persona que presenta características de “los dos se­ xos”, sin que ello se derive necesariamente de una particularidad anatómica. Es, pues, el estigmatizado cuestionamiento del orden del género. Hermafrodita es la persona que cuenta simultáneamente con órganos genitales masculinos y feme­ ninos, sin que de ello se derive, necesariamente, ninguna ambigüedad en lo que se refiere al rol social. La androginia, exaltada por la mitología griega, pasa a ser con­ siderada por el discurso moral de la Iglesia como un «signo de debilidad, de ca­ rencia, de fragilidad y de a-sexualidad digna de compasión»; «... los cristianos se burlan del Dionisio femenino [...], el ser totalizador y erótico que tenía como axis mundi el devenir andrógino», Senosiain, 1981:57 y 93.

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actitud que mantendría hasta después de la destrucción del Insti­ tuto por parte de los nazis. Evidentemente, son las diferencias de estrategia las que determinan ese desencuentro: en muchos otros casos, las divergencias teóricas no habían impedido la colabora­ ción entre investigadores que estuvieran de acuerdo en los objeti­ vos de su trabajo científico. También parece ser bajo la influencia de Freud que el precursor del psicoanálisis húngaro, Sándor Ferenczi, reformuló sus opiniones. Si en 1906 presentó a la asocia­ ción de médicos de Budapest un escrito solicitando la adhesión de la clase médica húngara a los postulados despenalizadores del WHK (un texto en el que hablaba de “uranistas”), en sus escritos posteriores retoma las tesis de Freud y se pasa al discurso de “la homosexualidad”. En 1909 escribe: «la teoría del tercer sexo ha sido inventada por los mismos homosexuales: se trata de una re­ sistencia en forma científica» (Fernández, 1992:81). Un tanto limitadas por los referentes culturales y mitológicos de contenido mayoritariamente masculino, pero con un pie ya en la nueva ciencia sexológica (pese a quedar progresivamente marginada del saber psicoanalítico), las concepciones uranistas otorgan un lugar subsidiario al lesbianismo. Las uranistas del WHK que formaban parte de estas primeras comunidades mixtas ilustradas, debieron ya hacer frente a justificaciones de las rela­ ciones entre hombres elaboradas a partir de supuestos misóginos, en donde “la inferioridad” de la mujer era un elemento más del postulado de las virtudes inherentes a la comunión intermasculina. Unas posiciones minoritarias que, como veremos, llevaron a al­ gunos de sus miembros a distanciarse de la pluralidad que carac­ terizaba a las asociaciones como el WHK. Sin embargo, algunas voces lesbianas se dejaron oír en el seno del WHK. En la conferencia del Comité celebrada en 1904, Anna Rueling presentó una comunicación titulada «¿Qué interés tiene el movimiento de las mujeres en la cuestión homosexual?» En ella, Rueling afirma que el movimiento feminista y el homose­ xual están destinados a colaborar y entenderse, y articula una de las primeras denuncias de ese “silencio lesbiano”: «En general, cuando se discute sobre la homosexualidad, se piensa en los ura­ nistas y se ignora a las muchas mujeres homosexuales que existen y sobre las que se habla mucho menos porque —casi me gustaría decir 'desafortunadamente’— no tienen que luchar contra un có­ digo penal injusto [...] Las mujeres no están amenazadas por do­

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lorosos juicios y encarcelamientos cuando siguen su innato im­ pulso amoroso. Pero la presión mental que soporta la mujer ura­ nista es igualmente inmensa, o más grande aún, que la carga que sufren los uranistas.»^^ La articulación teórica de un “tercer sexo” parece referirse a la disolución de roles y a la resexualización general al margen del género y la anatomía. Pero, como se deduce de las palabras de Rueling, no sólo está ya presente una inquietud por unir dos mundos hasta entonces escasamente imbricados (el de los y las uranistas, pero también el del uranismo y el movimiento feminis­ ta), sino que ya incluía además un germen de cuestionamiento de diferentes niveles de opresión. Pese a la labor de algunas pioneras como Rueling, estas aproximaciones fueron con frecuencia aso­ ciadas exclusivamente a las relaciones homosexuales entre hom­ bres, aun cuando éstas no representaran ningún desafío a los mo­ delos sociales de lo masculino y lo femenino. El postulado de un tercer sexo puede ser analizado, no obs­ tante, como la primera estrategia discursiva de constitución de una identidad plural. Es la afirmación de una esencia diferenciada, en la misma línea que el prejuicio popular o la medicina de las desviaciones, salvo que la estrategia es inversa: se trata de crear un sentimiento de pertenencia que rompiera con el aislamiento de las realidades denostadas, un germen de conciencia colectiva comu­ nitaria. Si bien el criterio de diferenciación es de orden sexual (en correspondencia con la creciente preponderancia y la nueva legi­ timidad de los discursos científicos), los términos autorreferenciales tenderán a establecer criterios de mayor alcance. El tercer sexo es, sobre todo, una realidad social y cultural, accesible desde unas posiciones de privilegio que permiten sortear los riesgos de la afirmación pública de una diferencia que despierta reacciones de hostilidad. El texto de Anna Rueling aparece en Blasius y Phelan (comps.), 1997; 143 150. En la línea del WHK de recuperar la teoría de la degeneración en beneficio propio, Rueling sostiene que el matrimonio (heterosexual) de los o las uranistas es un triple crimen: contra el Estado, contra la sociedad y contra la descendencia. De la epilepsia a la tuberculosis pasando por el sadismo y el masoquismo, muchas “degeneraciones” son producto de actos de concepción carentes de amor o deseo. Liberar a las lesbianas (que “no imitan a los hombres” sino que “son inherente­ mente similares a ellos”) del imperativo social y económico del matrimonio es una preocupación fundamental de esta activista.

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Si bien presentaban como novedad la constitución de un fren­ te común de heterodoxias en el que entraban muchos de los afec­ tos y placeres progresivamente clandestinos, las teorías del tercer sexo implican, no obstante, un reconocimiento implícito de la compatibilidad necesaria de “los dos sexos” y de los dos roles de ellos derivados, reductibles a una sola sexualidad, a una sola exis­ tencia social, a una unidad económica, a un modelo moral. El tercer sexo constituye, en cierto modo, un cajón de sastre en el que caben las excentricidades y sobre todo las imperfecciones y los errores de los dos primeros, bajo la forma de una síntesis bas­ tarda de sus cuerpos y almas, de sus anatomías y deseos. Esa di­ versidad se vuelve contradicción interna y conflicto. No deja de resultar una ironía el hecho de que un tercer estadio paradójico fuera en El Banquete de Platón el constituido por quienes hoy se identificarían como “heterosexuales”. Las concepciones de un tercer sexo; de una comunidad de quienes no se pliegan a la norma de pareja heterosexual cerrada unida por vínculo sacramental y legal con finalidad reproductiva, han dejado de ser predominantes a lo largo del siglo XX. De hecho —y salvando la dimensión innatista—, salvo la explosión del mo­ vimiento reivindicativo de gays, lesbianas, transexuales y travestís de finales de los años sesenta y de los primeros años setenta y el movimiento queer de los noventa, lo común ha sido, por el con­ trario, una evolución progresiva hacia esferas de respetabilidad so­ cial y de integración de sus elementos menos conflictivos, que­ dando otras realidades en el terreno de lo denostado, de lo prohibido y de lo perseguido. El catálogo de “marginalidades” que abandonan el “tercer sexo” en busca de elementos sobre los que sustentar discursos propios y que permitan plantear estrate­ gias reivindicativas, puede incluir, además de travestís y transe­ xuales, a las categorías que permanecen reconocidas por la OMS como patológicas. En un momento en que la presión social era parecida para cualquiera de las “desviaciones”; en un momento en que se defi­ nía lo que debía ser exactamente una relación legítima, sana y moral, y en el que la no correspondencia con la norma establecida daba lugar a un espacio todavía indefinido y ambiguo, un postu­ lado de unión bajo una categoría autorreferencial común parecía estratégicamente interesante. Sin embargo, esta idea de constitu­ ción de un “frente de parias sexuales” tendría poco futuro. La

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evolución de los discursos moral y científico propició (indirecta­ mente) una visión autorreferencial ulterior (“la homofilia”), dis­ tanciada (cuando no hostil) respecto de otras “heterodoxias se­ xuales”, frente a las que se establecería la propia moralidad o el reconocimiento en lo enfermo como criterios de integración. La oleada de represión y puritanismo que asoló con particular cru­ deza el mundo occidental entre los años treinta y sesenta no es aje­ na, evidentemente, a esta transición hacia modelos discursivos de integración o de mera supervivencia alejados de las alegrías co­ munitarias y de la riqueza de los intercambios que habían carac­ terizado aquellos proyectos de comunión en una instancia de di­ sidencia particular pero plural.

6.2.

LA RESPETABILIDAD HOMÓFILA «La masa homófila debe vivir en un silencio tal, confundida con la sociedad, que nada habrá de permitir que sea señalada.»“

André Baudry

El término “homófilo” es acuñado en 1949 por el militante ho­ landés Arent van Sunthorst. En ese periodo de silencio que se ini­ cia en todo el mundo occidental a partir del auge del fascismo y que se prolonga durante tres décadas, Holanda es prácticamente el único lugar en el que pervive un grupo de homófilos/as. El COC, originariamente una asociación para la reforma sexual fun­ dada al calor del movimiento uranista, tiene una presencia públi­ ca y moderadamente reivindicativa en los Países Bajos, sobre todo a partir del final de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, el re­ portaje cinematográfico titulado In dit teken (1949) es uno de los primeros donde aparecen los miembros de una asociación (y no actores o actrices) en su centro de reunión (y no en bares) con el objetivo apenas disimulado de darse a conocer ante “la socie“ Citado por Girard, Jacques (1981), Le mouvement homosexuel en France: 1945-1980, Paris, Syros, p. 52. Sobre el movimiento de gays y lesbianas francés, consúltese también Martel, 1996 (el estudio más reciente y exhaustivo); Bach-Ignasse, 1982 y Bach-Ignasse, Gérard (1990), «La reconnaissance de l’homose­ xualité en France (1945-1989): les occasions manquées», en Homosexualité et les­ bianisme: Mythes, mémoires, historiographies, Lille: Cahiers Gai Kitsch Camp.

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dad” y ante posibles interesados en términos alejados de los este­ reotipos de nocturnidad y “decadencia”. Los y las homófilas, en sus grupos y a la luz del día, pero con discreción, se alejan del “tercer sexo” y sus implicaciones. Palabra de origen griego en la que se sustituye sexualis por philo$y el término “homofilia” tiene la ventaja de presentar con­ notaciones más amplias, permitiendo así la superación de la re­ ducción a la práctica sexual y de “el sexo” como clave de la iden­ tidad que los discursos de la ciencia, en sus diversas facetas, habían impuesto. Con ello, no obstante, se abunda en la desexualización del lesbianismo y se reconoce “el amor” (e indirecta­ mente la constitución de parejas estables) como únicos criterios definitorios de las relaciones interpersonales legítimas. La homofilia ya no es pertinente en contextos festivos ni en cárceles, ma­ nicomios o sociedades sexológicas, sino en el seno de pequeñas unidades de convivencia que aspiran a ocupar un puesto digno en el conjunto social. En cualquier caso, las y los homófilos conside­ ran que esta línea puede ser la más efectiva a la hora de reclamar mayores cotas de tolerancia en el periodo inmediatamente poste­ rior a la más violenta organización del prejuicio. Los discursos homófilos, típicos de la militancia semiclandestina en Europa y Norteamérica durante las décadas de los cin­ cuenta y los sesenta, postulan la integración y reclaman la tole­ rancia alejándose de cualquier excepcionalidad y renunciando (al menos formalmente) a cualquier especificidad. Para ello, comul­ gan con frecuencia con los argumentos de los discursos moral y científico, y tratan de lograr que éstos, sin modificar sus presu­ puestos, integren de forma menos represiva las realidades homófiias. La homofilia es, en última instancia, una versión de “la ho­ mosexualidad” aceptable en primera persona y encuadrada en un contexto particularmente hostil. De este modo, el discurso homófilo no encaja en un esencialismo radical ni suscribe tampoco los postulados construccionistas. Los argumentos más frecuentes de los discursos de la homofilia inciden en la igualdad de todas las personas y en las posibilidades de integración en la sociedad. Se postula así una participación dis­ creta en todos los ámbitos; desde las Iglesias (todas las personas son hijas de Dios) a la política (todas las personas tienen derecho de ciudadanía). Paradójicamente, el postulado de la igualdad es compatible con un postulado de la orientación: el discurso ho-

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mófilo, como el uranista, habla de inevitabilidad del deseo. La to­ lerancia social y la integración de las y los homófilos, respetando hábitos y costumbres, pero sin renunciar a reorientarlos paulati­ namente, son los objetivos que desde estas posturas se defien­ den como necesarios. Las primeras asociaciones de gays y lesbianas que nacieron en los Estados Unidos se enfrentaron a una hostilidad tal que pronto definieron sus objetivos en un sentido socialmente intachable. Como ya hemos visto, en la oleada de represión impulsada por McCarthy, los grupos de la Mattachine Society optaron por una frágil continuidad en asociación con los sectores menos hostiles de los ámbitos religioso y científico. No es desde fuera de estos ám­ bitos (ni mucho menos enfrentándose a ellos) como se puede lo­ grar una reforma positiva. Se trata de participar, aunque sea de manera subordinada, para reorientarlos. De este modo, en 1953 se postulaba «un comportamiento que fuera aceptable para la sociedad en general y compatible con las instituciones reconocidas: hogar, Iglesia, Estado». La sección de Los Ángeles de la Mattachine afirmaba ese mismo año que «los homosexuales no buscan el derribo o la destrucción de nin­ guna de las instituciones, leyes o costumbres existentes en la so­ ciedad, sino que buscan ser asimilados como ciudadanos cons­ tructivos, valiosos y responsables». Así, entre las actividades de contenido social, se impulsaron las donaciones de sangre y las colectas de ropa, libros y revistas para los hospitales (D’Emilio, 1983:81 y 84). La homofilia parece querer expiar los excesos ura­ nistas y confundirse con todo el entramado social de modo que ninguna particularidad que no sea valiosa y constructiva pueda serles atribuida. En Europa, además del COC holandés, lo único que sobrevi­ vió de aquellos primeros proyectos reivindicativos a la catástrofe nazi fue una revista publicada durante la guerra en la relativa cal­ ma de la neutral Suiza. Der Kreis (el círculo) continuó aparecien­ do una vez restablecida la paz, introduciendo algunas páginas en inglés y francés, y permaneciendo la mayor parte de su contenido en alemán. Su tirada era muy limitada, pero habida cuenta del va­ cío casi absoluto de iniciativas de autonomía, alcanzó una cierta difusión internacional, constituyéndose en uno de los escasos puntos de referencia comunitarios en un contexto devastado por abundantes iniciativas patologizadoras y criminalizantes.

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yúidré Baudry, ex seminarista y profesor de filosofía, entra en contacto con los editores de la revista en Zúrich y se convierte en su corresponsal en Francia. Desde 1951 organiza en su propia casa encuentros con los suscriptores residentes en París y decide lanzar una publicación, Arcadie, cuyo primer número aparece en 1954. El apoyo de Cocteau y Peyrefitte le dan una pátina literaria e intelectual, y pese a enfrentarse a drásticas limitaciones de difu­ sión y venta pública, en pocos meses supera los dos mil suscrip­ tores y suscriptoras, número que se duplica tres años más tarde. El término “arcadiano” se puede considerar como sinónimo de homófilo. La Arcadia es uno de los referentes literarios de una tierra paradisíaca en la Antigua Grecia, atractiva por lo tanto desde la perspectiva homófila. Whitman, Mann o Forster describen este Edén de amistades masculinas en estado puro en el que tampoco queda mucho sitio para las lesbianas. En torno a la revista, Baudry crea un Club Literario y Científico de los Países Latinos, que or­ ganiza encuentros, charlas y mesas redondas, y que contribuye a que el número de personas «afiliadas» al movimiento arcadiano crezca progresivamente; diez mil a finales de los años sesenta, el doble a mediados de la siguiente década y unas 40.000 en 1980. Arcadie postula un diálogo entre ciencia y religión como factor de evolución del discurso moral. No es éste, en definitiva, un dis­ curso independiente, sino que busca apoyos en los órdenes de sa­ ber y poder reconocidos, y son éstos los que por sí mismos (pero con la ayuda de los grupos homófilos) habrán de rendirse a la ra­ zón. Arcadie será reacia a toda manifestación de las especificidades que se habían desarrollado. En nombre de la dignidad y de la con­ quista de la respetabilidad y la aceptación por parte de los homó­ filos, Baudry preconizaba la asimilación a la sociedad, la discre­ ción y la renuncia a una presencia pública y reivindicativa, es decir, controvertida, molesta. La invisibilidad total, la inexistencia en el espacio o los dis­ cursos públicos y la connivencia implícita con un régimen de la se­ xualidad represivo, con sus leyes y sus terapias, son el precio que pagan los grupos homófilos por unas mezquinas cotas de respeta­ bilidad e integración social. La estrategia homófila acabó siendo duramente criticada porque parecía presentar una realidad espiri­ tual sublimada, destinada a no encarnarse y a pasar completa­ mente desapercibida, a seguir siendo una realidad secreta, ver­ gonzante, clandestina y reprimida. En palabras de Bach-Ignasse

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(1982:71), «un homófilo es un homosexual viril, digno y silencioso. Claro está, había que tranquilizar afirmando que el homófilo no te­ nía nada de subversivo, o sea, nada de político». El inmovilismo de la estrategia homófila contrasta vivamente con un movimiento de lesbianas y gays que nace de la efervescencia social de finales de los años sesenta; del movimiento feminista, del black power, de la lu­ cha contra la guerra de Vietnam, del movimiento estudiantil... y que nace, sobre todo, de sus estrategias, de sus métodos, de sus va­ lores. El vigor y el descaro de la gay liberation dejarán estupefactos a los respetables y discretos militantes homófilos.^^

6.3.

GAYS Y LESBIANAS: NUEVOS SUJETOS DE UN MOVIMIENTO «¿Qué es una lesbiana? Una lesbiana es la rabia de todas las mujeres condensada hasta el punto de explosión.»^^

Radicalesbians, 1970 «Ser gay significa [...] no limitarse al estereotipo —al modelo de algún homosexual previo— en lo que se refiere a la propia personalidad, en el trabajo, en fiestas, con algún amante. Signi­ fica permanecer libre para inventar, para imbuir la vida con fantasía. Significa ser capaz de investigar las propias preferen­ cias y deseos acerca de los roles sexuales, para poder elegir, sin necesidad de construir una personalidad consistente con tal elección que la justifique, que rinda cuentas de ella.» (1991:71)

George Weinberg, 1972

Si Weinberg define lo que significa ser gay en términos de autono­ mía individual, el discurso de lesbianas y gays que irrumpe en los años setenta, más en la línea del manifiesto de las Radicalesbians, in­ cidirá en su contenido político y en su potencial revolucionario. La nueva sexología de Kinsey y Hooker y los cuestionamientos (sobre todo desde las Iglesias protestantes) de la política penal de repreEl discurso homófilo contemporáneo se articula, sobre todo, en tomo a las asociaciones de lesbianas y gays cristianos. Por ejemplo, Goss, Robert (1994), Jesus acted up. A gay and lesbian manifesto, Nueva York, Harper Collins. Radicalesbians (1992), «The woman-identified woman», reproducido en Jay y Young (comps.), 1992:172. El texto data de 1970.

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sión de “la homosexualidad” han calado, a lo largo de los años se­ senta, en las frágiles comunidades de lesbianas y gays que, pese a las dificultades y los riesgos, se habían ido articulando. Pero sobre todo, el silencio de / sobre las lesbianas se condensa en reflexiones y prácticas que, a partir de ahora, tienen un papel cada vez más di­ fícil de ignorar. La articulación y el desarrollo de movimientos de protesta y de discursos de autoafirmación en múltiples dimensiones a lo largo de los años sesenta sientan las bases organizativas y es­ tratégicas para la emergencia, por vez primera, de un discurso gay y lésbico claramente reivindicativo. La adopción de estos términos permite, por un lado, superar la construcción por parte de terceras instancias de las implicaciones de un posible referente de identifi­ cación (como era el caso de “homosexual” y sus antecedentes). Y, por otro lado, permite redefinir la propia realidad y las propias expectativas en función de criterios ajenos a las inquietudes que habían inspirado las demás aproximaciones autorreferenciales. ^ ** El discurso gay y lésbico que se generaliza en el periodo postStonewall (eclipsando durante casi una década las tendencias hoEl término “lesbiana” se deriva de la poeta Safo y de su círculo literario de la isla de Lesbos, en la que escribió abundantes textos ensalzando amores y pla­ ceres entre mujeres. Sin embargo, no es hasta el siglo XVll en Francia y hasta el si­ glo XIX en lengua inglesa que el término adquiere evidentes connotaciones erótico-sexuales. El término “gízZ”, de origen provenzal (derivado del latín gaudium), pasa a la lengua francesa {gai), inglesa {gay), catalana {gai), italiana {gaio) y caste­ llana {gayo). En lengua provenzal, “gai” se utiliza desde el siglo XIII en el contex­ to literario del amor cortés, de frecuente (aunque no exclusiva) inspiración homoerótica (Boswell, 1992a). Su equivalente en lengua inglesa, gay, era utilizado como adjetivo equivalente a alegre, divertido o libertino, y se aplicaba con fre­ cuencia durante el siglo XIX a la prostitución. La utilización del término “gai” se­ gún la ortografía catalana es una constante en buena parte de las asociaciones y movimientos de liberación del Estado español; desde los grupos pioneros como el Front Al.liberament Gai de Catalunya, hasta otros de más reciente creación: Xente Gai Astur, Liberación Gai de Córdoba, Colectivo Gai de Compostela, Lesbianas y Gais de Aragón, La Radical Gai Madrid... La utilización de “gai” responde a la influencia fundacional del activismo catalán, a la voluntad de distanciamiento respecto de términos extranjeros que responden a realidades no fá­ cilmente comparables, y quizás también, por último, a la ausencia de términos en las otras lenguas del Estado con claros antecedentes eróticos. Efectivamente, en contraste con el castellano “gayo”, el provenzal “gai”, siendo también un término anterior en varios siglos a “homosexual”, ya equivalía a amante o a hombre que tenía relaciones físico-afectivas con otros hombres. En el Estado español, la prensa en un principio, y las incipientes aproximaciones académicas más tarde, han optado por la utilización del término de origen inglés.

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mófilas), encaja a menudo en un construccionismo radical. La igualdad es un postulado básico, que se explicita en las tesis de la universalidad del deseo homosexual (enlazando a menudo con las posturas psicoanalíticas de corte freudiano referentes al polimor­ fismo perverso y a la bisexualidad originaria). Pero por otro lado, dentro de la igualdad se establece la opción como contrapunto a la orientación irreversible. Así, la liberación sexual general viene determinada por la apertura por parte de la población “heterose­ xual” hacia formas de placer y afecto reprimidas. Del mismo modo, las especificidades no son más que el fruto de la reclusión de las realidades gays y lésbicas en espacios acotados, que conso­ lidan una diferencia ficticia y perpetúan, de este modo, la discri­ minación. La revolución social y la liberación sexual se confunden a menudo en un mismo proceso. Los movimientos de liberación surgidos a partir de los años se­ senta van a adoptar el término “gay” por varios motivos. En pri­ mer lugar, es el término utilizado en Gran Bretaña y en los Estados Unidos por los hombres de preferencia homoafectiva y homose­ xual para designarse a sí mismos desde principios del siglo XX; va­ rias décadas antes del resurgimiento de grupos reivindicativos. Así, gay formaba parte de un código más o menos secreto, funcio­ nando como contraseña, de forma tal que quienes no compartían dicho código, no comprendían sus connotaciones. Del mismo modo, en francés la expresión ''en être", y en castellano el verbo “entender” cumplían la misma función.El hecho de que los gru­ pos reivindicativos se definieran públicamente como gays supone la ruptura con la clandestinidad de dicho término y sacaba a la luz todas sus posibles connotaciones hasta entonces inéditas. El primer movimiento social de gays y lesbianas en Estados Unidos, el Gay Libération Fronte utiliza ''gay'' para designar tanto a hombres como a mujeres. Posteriormente, cuando este término ’’ Esta acepción del verbo “entender”, así como otras expresiones como “ser del pan” o “ser del gremio” existían ya en la España barroca (Carrasco, 1985). Para Guasch, el término “gay” no se corresponde con la situación de los «VSV» («varones que se relacionan sexualmente con varones»), puesto que «la convicción de pertenecer a una comunidad nunca ha llegado a producirse en nuestro país». Para este autor, «la categoría idónea que permite definir en España a los actores de RSV» (correspondiendo esas siglas a las «relaciones se­ xuales entre varones»), es la de «entendido». Su estrategia es explicada en es­ tos términos: «el procedimiento teórico para obtener una categoría válida con que nombrar a los actores de RSV en España, pasa por recoger el discurso

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(como cualquiera de los anteriores) adquirió connotaciones pre­ dominantemente “masculinas”, las mujeres no-heterosexuales de los movimientos de liberación volvieron a identificarse como les­ bianas, relanzando el lesbianismo como referente que refleja una realidad generalmente ignorada y que, a partir de la especificidad terminológica, elimina el riesgo de mantener la invisibilidad im­ puesta a las relaciones afectivas y sexuales entre mujeres. La or­ ganización de las Radicalesbians al margen del Gay Liberation Front resume un conflicto que tiene muchas más dimensiones que las puramente terminológicas. En el contexto del debate y la lucha gay y lesbica, y en el marco de la aproximación construccionista, se desarrolla el de­ nominado “lesbianismo separatista”; todas las mujeres (lesbianas o no) son antes que nada mujeres, y todas pueden compartir una lucha contra el orden patriarcal. Es la imposición masculina la que impide a la mayor parte de las mujeres desarrollar, entre tantas otras cosas, sus potencialidades lésbicas. En este contexto, el he­ cho de que los “hombres” sean gays o no resulta irrelevante. “La heterosexualidad” no sería una “preferencia” que las mujeres de­ sarrollarían libremente, sino una imposición coactiva por parte de un orden masculino. El lesbianismo separatista acaba con el pa­ pel secundario que habían tenido las lesbianas en cualquiera de las aproximaciones precedentes. Los discursos lesbico y gay aspirarán a un diálogo en términos de igualdad o irán por separado. “Lesbiana” o “gay” son términos que, no sólo ignoran las connotaciones médico-psiquiátricas del término universalmente del universo homosexual y darle un carácter científico». Su categoría, entonces, se establece a medio camino entre una denominación precariamente establecida en el seno de una frágil subcultura y la aproximación científica (en este caso an­ tropológica) que el autor establece con el objetivo de consagrarla en este último ámbito. Así, «el entendido» es «cualquier persona capaz de relacionarse sexualmente con personas de su mismo género, y ello al margen de la frecuencia e in­ tensidad con que tales relaciones tengan lugar». Pese a la idoneidad que Guasch atribuye a esa categoría, no me consta que haya sido adoptada por colectivos gays o por aproximaciones académicas. Guasch, Óscar (1991), La sociedad rosa, Bar­ celona, Anagrama, pp. 159-161. En el Estado español se pasa del discurso de la homofilia al discurso gaylesbico con inusitada rapidez. Del mismo modo, la ruptura del movimiento lès­ bico con respecto a las asociaciones gays se produce aceleradamente. Llamas y Vila, 1997. Rich, Adrienne (1993), «Compulsory heterosexuality and lesbian existence», en Abelove, Barale y Halperin (comps.), 1993.

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aceptado (“homosexual”) sino que, además, niegan toda asocia­ ción de la realidad que designa con situaciones determinadas por instancias terceras como problemáticas, patológicas, dramáticas o desdichadas. Lesbianas y gays reivindican posibilidades de diver­ sión y de felicidad y, desde este punto de vista, se proponen como términos de una identificación relativamente poco conflictiva. En tanto que términos autorreferenciales adoptados por los grupos militantes, esta posibilidad de identificación es estratégicamente importante, ya que otorgará al movimiento una fuerza que nin­ guno de sus antecedentes había tenido. La recuperación de tér­ minos asociados a otros discursos implicaba, como hemos visto, la asunción (relativa) de sus implicaciones. Para Foucault, espectador neutro del proceso (por más que su práctica o preferencia no encajaran en el modelo ortodoxo), «el concepto *gay ’ contribuye a una valoración positiva (y no me­ ramente negativa) de un tipo de conciencia en el que la afectividad, el amor, el deseo y la relación sexual interpersonales cobran una de­ cidida importancia».^® La importancia de la constitución de una ter­ minología autorreferencial estriba en la posibilidad de superación de una concepción de la sexualidad ordenada por un determinado régimen, para entrar a considerar cuestiones como las formas de conceptualización de la propia experiencia, el significado que se le otorga y las posibilidades de establecerla de forma autónoma. La historicidad de estos términos plantea problemas particu­ lares a las iniciativas académicas que surgen en este contexto. Pronto se plantea la necesidad de determinar quién es cronológi­ camente gay o lesbiana; hasta qué punto se puede hacer referencia a través de estas etiquetas a quienes no han accedido a una termi­ nología autorreferencial, o la utilizaron en privado porque públi­ camente no les era posible. Hasta el siglo XIX, probablemente nadie haya estructurado su identidad de forma exclusiva o muy predominante en tomo a la categorización de su vida afectiva y se­ xual en términos de “homo” o “hetero”. Las tesis del construc­ cionismo social insisten en que la inexistencia (con sus actuales connotaciones) de los conceptos gay o lesbiana (u homosexual) supone que tales realidades no existían. Lo que se plantea, pues, es la imposibilidad de hacer mención de quienes en el pasado Foucault, Michel (1985b), entrevistado por James O’Higgins, en Steiner y Boyers (comps.), 1985:17.

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correspondían a lo que hoy designaríamos con tales términos. Por evitar la utilización anacrónica de categorías contemporáneas, se mantiene un análisis también contemporáneo: el de la presun­ ción de “heterosexualidad” y el del secreto, clandestinidad y ver­ güenza de “la homosexualidad”. Pero si la utilización de la terminología autorreferencial para hacer referencia a personas que vivieron antes del siglo XX resul­ ta conflictiva, del mismo modo debería ser cuestionable su utili­ zación en el presente para todas aquellas personas que no tienen acceso a tal terminología y a las especificidades que con ella se asocian. Los términos “gay” y “lesbiana” son tan problemáticos en el presente como puede serlo su utilización anacrónica. Con la sal­ vedad de que en el presente se puede incidir en la posibilidad de reconocerse o no a partir de tales categorías, y cuando se utilizan para hacer referencia a personas ya muertas se establece tal iden­ tificación. Este postulado no se fundamenta en el carácter atrac­ tivo de las categorías, sino en la posibilidad actual (relativa) de ac­ ceder a un mundo no sólo de terminología y discurso, sino también de potencialidades de organización autónoma de la pro­ pia vida y de reconsideración del pasado. En todo caso, como señalan Dynes (1992) o Boswell (1992b), la utilización anacrónica (pero también eurocèntrica) de categorías es un problema que afecta a las ciencias sociales en general. Para el primero, pocas veces se cuestiona la adecuación de términos a los que se presupone un potencial de liberación (“patriarcado” o “sexismo”), mientras que otros igualmente contemporáneos sí deben ser destruidos (“familia”, “homosexualidad”). De cual­ quier modo, “la heterosexualidad”, aunque no sea expresamente mencionada, queda implícita en cualquier referencia al pasado (o al presente) en la que se evite mencionar la diferencia con res­ pecto a lo normativo. Pero más allá del ámbito de los lesbian and gay studies, en el contexto de los grupos activistas, lesbianas y gays son los sujetos equivalentes alas categorías (¿universales?) “mujer” y “hombre”; sujetos que cuestionan las implicaciones del orden socio-sexual al aceptar, asumir y reivindicar una preferencia afectiva y sexual di­ sidente, integrándola como parte fundamental de su identidad, presencia pública y práctica política. El día 28 de junio pasará a ser el “día del orgullo gay y lèsbico” [gay and lesbian pride day}, el “día de liberación de gays y lesbianas”, o el ''Christopher Street

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Day'' en conmemoración de los enfrentamientos de los gays, les­ bianas, travestís y transexuales neoyorkinas con la policía en 1969. Esta fecha marca el punto de partida de lo que se llamará el mo­ vimiento gay y lesbico; es a partir de entonces cuando surgen grupos como el Gay Liberation Proni; el término sale de la clan­ destinidad y se asocia a proyectos político-reivindicativos y más tarde a proyectos de todo tipo. En este sentido, el discurso gaylésbico es el primero con una incuestionable dimensión social; ya no estamos ante iniciativas restringidas, sino ante un movimiento de autoafirmación colectivo. Fuera del mundo anglosajón, como sucede en Francia, el tér­ mino no tiene, en un principio, demasiada aceptación. No obs­ tante, a partir de finales de los años setenta se utiliza para darle nombre a revistas como Gai Pied, a emisoras de radio (Fréquenee Gaie), y a grupos profesionales como la Associaiion des Médecins Gais, entre otras muchas. Sin embargo, al haber nacido el movi­ miento gay y lèsbico francés bajo la dicotomía de la influencia del término “homosexual”, por un lado, y la opción de muchos y muchas militantes favorable a la subversión de los términos ofen­ sivos por excelencia {pédé, gouine) por otro, y al ser adoptado el término ''gai ' posteriormente, éste adquiere unas connotaciones un tanto acomodaticias o integracionistas: «la reciente emancipa­ ción de la homosexualidad, la persecución superficial del placer por el placer han engendrado toda una generación de efebos 'gays’, profundamente apolíticos, chiflados por dispositivos esti­ mulantes, frívolos, inconstantes, incapaces de cualquier reflexión profunda, incultos, sólo válidos para un ‘ligue’ al día , podridos por una prensa especializada y por la multiplicidad de lugares de encuentro, de anuncios de contactos libidinosos, en una pala­ bra, a cien leguas de toda lucha de clases, incluso si sus bolsillos están vacíos» (Guérin, 1983:17). En su progresiva institucionalización en torno a colectivos que actúan como grupos de presión, y donde se esclerotizan determi­ nados modos de ser lesbiana o gay, se ponen de manifiesto deter­ minados elementos de exclusión que acabarán por cuestionar la adecuación del discurso poíí-Stonewall a las inquietudes y retos que se plantean a partir de mediados de los años ochenta. El papel subsidiario de las lesbianas en el seno de estos proyectos mixtos, unido a diversos ejes de conflicto en el seno de las asociaciones lésbicas que funcionaban por separado, la exclusión de otras minorías

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sexuales con respecto a los discursos “oficiales” (travestís, transexuales, sadomasoquistas, paidófilos...), en segundo lugar, y de toda la colectividad de personas excluidas por otros factores ade­ más de los de orden afectivo-sexual (los gays pobres, las lesbianas negras.en tercer término, hacen que, junto con esta línea de análisis (y, en ocasiones frente a ella), surja otro discurso de la di­ sidencia. La incapacidad del discurso gay y lésbico para hacer frente a la crisis que la extensión del sida plantea de manera parti­ cularmente acuciante en Estados Unidos, es otro factor que marca la transición hacia otro modelo de identificación y lucha.

6.4.

TIERRA BOLLERA/MUNDO MARICA. ¿UN PLANETA QUEER?

«Sabemos que L.S.D. no es producto de cualquier casualidad, que nuestra presencia en la escena del activismo bollero fue algo casualmente premeditado. Que tampoco somos el resulta­ do del aburrimiento o de la escisión ideológica del ‘Movimien­ to’; que somos Lesbianas Sobretodo Diferentes, somos cosa NON-GRATA. Somos lesbianas, lesbianas feministas, lesbianas 'queer'. [...] Nuestra identidad sexual no la entendemos como una aséptica preferencia sexual, sino como una opción política tal como las queer la definen: ‘Yo soy queer. Yo no soy hetero­ sexual y no quiero que mis relaciones estén legitimaclas por el mundo heterosexual. Yo soy queer, yo soy diferente’.» *^

LSD ! Non Grata, 1994 «Un marica dice en el espacio público que es un juicio que los militares son unos asesinos de maricas, y que por eso no va a la mili, que ella no tiene nada que ver con eso obviamente y ade­ más que eso es para heteros: la obligación de cumplir un servi­ cio militar y la existencia misma del ejército no constituye más que una fase en la carrera del hombre heterosexual.»^®

David, 1996 ’’ Editorial del primer número del “bollo-zine” del grupo madrileño L.S.D. No« Grata, junio de 1994. David (1996), «Insumisión Rosa (Juicios)», en Gays e Insumisión {dos­ sier}, Iruña-Pamplona, EHGAM Nafarrosa. David Amor, militante del grupo ma­ drileño La Radical Gai, fue juzgado por insumisión al servicio militar en 1995. Los activistas de La Radical Gai se manifestaron en la puerta del juzgado con una pancarta que decía «Amor Insumiso».

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A finales de los años ochenta, el movimiento gay y lèsbico parece haber alcanzado una cierta estabiUdad. Las veleidades revolucio­ narias de sus orígenes han dado paso a determinados niveles de integración y acomodación. Y sin embargo, el régimen de la se­ xualidad y sus exclusiones, planteadas ahora de manera brutal en el contexto de la pandemia de sida y en la brutalidad tradicional de la exclusión de las lesbianas, no parece haber sido desafiado decisivamente. El discurso queer de las bolleras y los maricas de los años noventa toma el relevo político de la contestación y lanza un nuevo desafío; a las instituciones “heterosexuales”, a los “se­ xos” establecidos y al propio movimiento gay y lesbico. Esta última estrategia discursiva surgida también de una de­ terminada práctica militante vuelve, de nuevo (como en el caso del discurso homófilo), a no acomodarse al esquema basado en la dis­ tinción entre la esencia y el carácter socialmente construido. Al igual que el discurso de gays y lesbianas, esta línea de análisis de­ fiende la libre opción; la elección de formas de placer y afecto no mayoritarias, el carácter político y el potencial subversivo de tal elección. Es, entonces, un discurso “casualmente premeditado”. De esta actitud, no obstante, se derivan postulados de la diferen­ cia: la igualdad es rechazada, no sólo como ficticia (habida cuenta los aparatos de represión y discriminación más o menos institu­ cionalizados), sino además como indeseable. Es, pues, el discurso de quienes “no tienen nada que ver con eso obviamente”. “La heterosexualidad” constituida en ideología opera, según esto, como un elemento esencial de un sistema de opresión del que también son indisociables el patriarcado, el machismo o el ra­ cismo. Los postulados que de tal análisis se derivan (y que son más frecuentes en grupos de lesbianas que ya no se confunden ni con los gays ni con las mujeres), inciden en la articulación de cul­ turas y polos de oposición, en modos de vida alternativos, en el desarrollo hasta sus últimas consecuencias de los espacios de auto­ nomía y en una interacción con el resto de la sociedad limitada a la conquista de esta autonomía. El lesbianismo radical y la afirmación de Monique Wittig (1993) que la resume: las lesbianas no son mujeres, es uno de los fundamentos teóricos básicos que impulsan los nuevos discur­ sos. La estrategia bollera / marica consiste en una deslegitimación radical del régimen de afectos y placeres vigente. Se contestan las aproximaciones articuladas, negando a ámbitos externos cual-

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quier reconocimiento de la tarea de análisis que realizan o de las prácticas que implementan. La Iglesia o la medicina psicopatológica, sencillamente, no tienen nada que decir porque no son ins­ tancias legítimas; se han desacreditado a lo largo de una compleja historia de connivencias con sistemas de articulación de comuni­ dades basados en la exclusión. El ejército o los partidos políticos no tienen legitimidad alguna para imponer o apelar a la partici­ pación en sus estructuras. Ni siquiera “las mujeres” (como se desprende de la afirmación de Wittig) o “los hombres” (como evi­ dencian las palabras de David) son puntos de apoyo válidos para la autodeterminación?^ Las realidades bollera y marica, llevadas a este extremo (o establecidas en ese espacio de contestación marginal), se sitúan (o parecen querer emplazarse) en otra dimensión, en otra realidad, en otro mundo; no se definen en relación a las estructuras, prác­ ticas o conceptos del “Orden”. Maricas y bolleras no “dialogan” con instancias de represión ni negocian cotas de libertad; todo lo más, su interacción se limita al combate directo de las manifesta­ ciones de su prejuicio, a la exigencia de lo que se considera irre­ batible y a la articulación independiente de las razones que las ins­ piran. Pero además, las prácticas no articuladas, el prejuicio popular impulsado por las estructuras de prestigio y poder, son contestados en sus mismos términos, esto es, desde la presencia pública, desde la acción libre, desde el espontaneísmo, desde la constitución de espacios de libertad en resistencia. El discurso marica / bollero tiene mucho que ver con el acti­ vismo radical de lucha contra el sida que desarrolla Act Up-]>>iew York a partir de 1987. Los efectos de la pandemia de sida en las comunidades gays y lésbicas del mundo occidental han tenido, como poco, la misma importancia que tuvo el desarrollo de la me­ dicina de las desviaciones o la oleada de represión que barrió el mundo antes, durante y tras la Segimda Guerra Mundial. A la or2* Así, siguiendo con la lucha antimilitarista desde una perspectiva marica, Decadi se pregunta: «¿Qué papel juegan instituciones como el Ejército y el ser­ vicio militar, instancias superiores de homologación de sujetos, en la formación de la figura-hombre, idea-hombre, en cuyo pecho ruge el latido de la guerra y la po­ testad de engrandecerse sobre la violación y la aniquilación de *los otras’?», De­ cadi, José (1996), «Levanten nalgas. Hacia una perspectiva marica de la insumi­ sión a la mili», en Gays e Insumisión {dossier), Iruña-Pamplona, EHGAM Nafarrosa, p. 14. í

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ganizacion de un movimiento de resistencia como Act Up le su­ cedieron otras propuestas surgidas en el ámbito reivindicativo de Estados Unidos como Queer Nation (y su equivalente británico, Outrage) y Lesbian Avengers. Un discurso emparentado desde sus orígenes con propuestas estéticas o artísticas {Guerrilla Girls, Gran Pury), y que tiene trascendencia en el cine (Greg Araki), la literatura (Sarah Schulman), la academia {Queer studies)^ la músi­ ca {Pansy Division)... Esta nueva visión del propio mundo o de ese mundo ajeno en el que se (sobre)vive surge, no obstante, des­ de el mismo momento en que nace el movimiento de gays y les­ bianas, y convive con éste hasta que, a finales de los años ochenta, toma un impulso y un rumbo que lo apartan de la militancia más establecida. En cualquier caso, las transiciones entre los espacios discursivos lèsbico y gay, de un lado, y queer, de otro, son mucho más fluidas de lo que nunca fueron sus precedentes. Frente a una progresiva vocación de respetabilidad (de inte­ gración negociada, de igualdad dentro de una instancia imperia­ lista) por parte de las asociaciones gays y lésbicas, esta estrategia se apropia del lenguaje “del enemigo”, lo subvierte y redefine su contenido.22 La utilización como términos autorreferenciales de “ Esta estrategia no es nueva. Por ejemplo, en holandés el término "flikker' dio nombre a un grupo: RodeFlikkers, o maricas rojos; en Brasil, “bicha' pasó a utilizarse en el contexto de las luchas gays; en alemán se ha despojado al término ^'schwur de contenido peyorativo y en los países anglófonos se han recuperado términos como “faggof, y su forma abreviada, así como "queer", que equi­ vale a extraño, de naturaleza o carácter cuestionable, sospechoso, desequilibrado y que, en lenguaje coloquial, significa “homosexual”, malo o inútil. O "dyke", tér­ mino del slang negro de Estados Unidos, derivado de "hulldyke", con el que ya en los años veinte se designaba a las lesbianas de aspecto o comportamiento “mas­ culino”. Otros términos en lengua inglesa nacidos desde las propias comunidades de lesbianas a principios del siglo XX son "butch" y "femme”. Otro tanto ha suce­ dido con el término francés "pédé", derivado de "pédéraste", considerado grave­ mente ofensivo, y utilizado de forma regular por la militancia gay francesa desde su nacimiento, así como "gouine", adoptado por las bolleras escindidas del FHAR francés en 1972 (Les Gouines Rouges'}. Meijer, I. y Duyvendak, J. W. (1988), «A la frontière: le lesbien et l’homosexuel considérés en tant que conflits frontaliers autours du sexe et de la sexualité, du politique et du personnel», en Mendès-Leite (comp.) (1988). MacRae, Edward (1992), «Homosexual identities in transitio­ nal Brazilian politics», en Escobar, Arturo y Álvarez, Sonia E, (comps.) (1992), The making of social movements in Latin America, Boulder (Colorado), Westiew Press. Webster’s Encyclopedic Unabridged Dictionary (1989), Nueva York, Gramercy Books. Courouve, 1985; Dynes, Wayne R. (1985), Homolexis. A historical and cultural lexicon of homosexuality, Nueva York, Gai Saber monographs.

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expresiones con vocación ofensiva indica, de un lado, la participa­ ción activa en la construcción de la imagen social que se atribuye a un grupo denostado. Si las categorías utilizadas como insultos tie­ nen un contenido indeterminado o asociado a ciertos estereoti­ pos, los procesos de subversión de terminología tienden a redefinir o a contradecir las supuestas implicaciones de dichos términos. Por otro lado, los insultos recuperados pasan a constituir símbolos del desafío colectivo a esas concepciones socialmente imperantes. Los términos que son más susceptibles de este tipo de redefi­ nición son los de origen popular. El arsenal conceptual de ámbi­ tos discursivos más estructurados institucionalmente puede ser considerado más invulnerable, pero también y sobre todo es con­ siderado menos relevante. La autodeterminación no parte de ins­ tancias de “saber” o “prestigio” que están indisociablemente uni­ das al orden de los placeres que este discurso autorreferencial combate. La estrategia de subversión de los insultos presenta en­ tonces un interés particular. Los útiles de la aproximación inju­ riante tienen, en la mayoría de los casos, al menos un siglo de exis­ tencia, y con frecuencia más de trescientos años. Apenas pueden encontrarse desde hace más de cien años nuevos términos que in­ cidan en esa estigmatización negativa de realidades ajenas. Cabe entonces preguntarse, en la hipótesis de una erradicación absolu­ ta de las connotaciones alienantes de estos términos, cómo sería posible catalogar las realidades gay y lèsbica, o la “tierra bollera” y el “mundo marica” de forma ofensiva.^’ El discurso queer arrebata las armas al enemigo; se apropia de algunos de los conceptos elaborados para rendir cuentas de una supuesta entidad coherente (establecida paradójicamente a partir de proposiciones contradictorias), y los relativiza hasta hacer de ellos útiles inservibles para la designación; útiles sólo pertinentes cuando se utilizan para la autonominación. Como seAmbas expresiones han sido utilizadas por dos grupos madrileños: Les­ bianas Sin Duda (L.S.D.) y La Radical Gai. En el contexto del Estado español, la utilización por parte de grupos reivindicativos de términos considerados ofensivos (“marica”, “maricón”, “bollera”, “tortillera”, etc., o los equivalentes en otras lenguas del Estado), aún era a principios de los años noventa minori­ taria y excepcional. En pocos años, no obstante, la evolución y la diversificación de un movimiento progresivamente plural ha dado lugar a la adopción de esta estrategia, bien por parte de nuevos grupos, bien por parte de otros con más tra­ dición.

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ñala Sedgwick (1994b), el término queer sólo tiene sentido cuan­ do se emplea en primera persona. Así pues, estamos ante el es­ tablecimiento de una identidad sin esencia, sin contenido subs­ tancial. No se trata ya de definir “lo” que se es, sino de localizar en cada momento “dónde” —en qué posición marginal de re­ sistencia al régimen— se está. Eso es ser queer. Una renuncia a cualquier referente o verdad estable; un posicionamiento que no es reductible a ninguna substancia (Halperin, 1995). De este modo, todos los útiles conceptuales tradicionales de los discursos del saber quedan deslegitimados al establecer sus dimensiones ideológicas, su proyecto de regulación y su incapacidad para dar cuenta de una determinada realidad que se define como móvil e inestable. Cualquier identificación con esas instancias (aunque sea con la finalidad estratégica de reorientarlas) desa­ parece. “La homosexualidad”, por ejemplo, ya sólo será posible entre comillas. A partir de las dos citas que abren este epígrafe, y a partir de la práctica desarrollada por los dos colectivos de donde surgen, podemos tratar de establecer algunos elementos definitorios del discurso marica / bollero. Una primera característica ya anuncia­ da es el cuestionamiento permanente de las instituciones y prác­ ticas del orden sexual y el enfrentamiento con sus efectos repre­ sivos, Un ejemplo de ello es la contestación del servicio militar y el desafío al reclutamiento a partir de la estrategia marica de la in­ sumisión. Una campaña que deslegitima una institución que man­ tiene la segregación de hombres y mujeres, que consolida roles de género precisos y opresivos, que fomenta formas sublimadas de relación en el seno de cada uno de “los dos sexos” y que, además, establece la discriminación y la censura de unas realidades gays y lésbicas que ahora, al sublevarse, se manifiestan de manera cla­ morosa. Del mismo modo, y por razones equiparables, se han llevado a cabo campañas públicas de apostasia, para exigir que la Iglesia católica reconozca el derecho a abandonar la institución, a no formar parte de ella.^" * Ambas campañas han sido desarrolladas por la Coordinadora de Frentes de Liberación Homosexual del Estado español (COFLHEE). En claro contraste con estas iniciativas, algunos grupos de gays (y sólo de manera excepcional de les­ bianas), reivindican la posibilidad de integración en el ejército. Se trata, sin duda, de una estrategia de desafío a principios normativos discriminatorios. No obs-

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La toma de posición política parte de una radical extranjería con respecto a tales instancias. La “asimilación” o la “integra­ ción” (además de la “intolerancia”) son constituidas como espa­ cios potenciales de violencia. Por ejemplo, la “normalización” legal de la realidad lesbica es contestada con consignas como «Mante­ ned vuestras leyes fuera de nuestros coños» (L.S.D.). En lo que se refiere a la participación electoral, ante la promoción de un “voto rosa” por parte de algunas asociaciones de gays y lesbianas, La Ra­ dical Gai precisaba: «Casi fuera de la escala cromática se halla el voto fucsia estampado con lunares amarillo canario y elefantitos azul eléctrico. Este es el de maricones, petardas, lederonas, feti­ chistas, chaperos... que, o se fugan con un interventor del Partido Humanista, o el cierre del colegio electoral les pilla todavía en un afterauers.»25 El estilo, el lenguaje y los referentes inciden, asi­ mismo, en el rechazo de cualquier viso de respetabilidad a que el discurso pudiera aspirar, y subrayan la incuestionable pluralidad de formas de sentir y de términos de identificación. Una plurali­ dad que está en el origen mismo de los proyectos queer que se ar­ ticulan en oposición al orden, pero también en la diferencia con respecto al discurso de lesbianas y gays. El orden de la “heterosexualidad obligatoria” (Rich, 1993) es señalado como aquél con respecto al cual se establece una diferen­ cia y con el que no hay identificación posible. La interacción con ese orden, si no es en el contexto de una batalla precisa, es consi­ derada contradictoria con la vocación lúdica de estas estrategias. La lucha política ya no puede ser incompatible con (la manifestación de) el placer: «[...] Es la heterosexualidad —o, mejor dicho, la heterorrealidad— la que causa la invisibilidad lesbiana. A otras tantas lesbianas, sin embargo, movidas por un insaciable principio de placer, les parece obvio el ignorarla.»^^ No obstante, como ense­ guida veremos, esa desestimación del orden es más un principio voluntarista que un rasgo característico de la intervención política. tante, en la reivindicación de integración en la estructura militar o de libre acce­ so a ésta se da primacía a una cuestión de discriminación formal en detrimento de un análisis de fondo que cuestione si la institución como tal es o no esencialmente excluyente y opresiva. Panfleto de La Radical Gai previo a las elecciones generales del 3 de mar­ zo de 1996. Medusa (1995), «La discursiva invención del lesbianismo», Non Grata, 111, junio, p. 10.

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La dimensión lúdica y la autoestima son, en todo caso, ele­ mentos determinantes de esa diferencia y de la multiplicidad de ámbitos en que se desarrolla una acción política con frecuencia basada en la cotidianidad. La convocatoria de La Radical Gai a la primera manifestación de lesbianas, gays y transexuales a nivel es­ tatal celebrada en Madrid el 25 de noviembre de 1995 decía: «No vengas si tienes vergüenza o si te sientes culpable. No vengas si no estás orgulloso y contento de ser marica.» O también: «las lesbianas de L.S.D. subrayamos, reiteramos y saboreamos nuestro Orgullo Lesbiano. Lo saboreamos hasta erizarnos de placer». Lina parte del proyecto político implícito en el discurso bo­ llero ! marica pasa por la articulación de especificidades; ya sea la conquista o la liberación de espacios, ya sea la formulación de propuestas para el mutuo reconocimiento y el encuentro: «Las L.S.D. viajamos siempre en el primer vagón del metro de todas las líneas y ciudades del cosmos» (^on-Grata, 1995:31). De todo eUo se deriva la inevitable dimensión política de la propia existencia y la subsiguiente vocación política de un pro­ yecto colectivo que no se presenta como monolítico, coherente o estable. Ni siquiera exento de contradicciones. El discurso queer, acaso sólo implícitamente, reconoce líneas de dislocación de una supuesta integridad. En principio, la conciencia nómada, la ines­ tabilidad identitaria se define en un contexto económico, sociocultural e incluso político donde están inscritas sus mismas con­ diciones de posibilidad. Es éste, pues, un doble vínculo que se gestiona día a día. Elementos de subversión, instancias colectivas que construyen nuevos mundos, maricas y bolleras son también, ocasionalmente, figuras de moda o de prestigio intelectual, sujetos de reconocimiento en ámbitos más o menos ordenados como el artístico... Así, «perpetuas y permanentes fugitivas, también es in­ dudable que las lesbianas son, al mismo tiempo, y con frecuencia en los mismos cuerpos, lesbianas que llevan armas, lesbianas que llevan niñas y niños, lesbianas que se convierten en moda, en su­ jetos acomodados, en Hollywood, en industria del sexo o en en­ samblajes ciborg humano-maquínicos». Del Bollo, Liliana y Fuckar, Fefa (1995), «De la necesidad de una acción lesbiana», Non Grata, 111, junio, p. 19. 28 Griggers, Cathy (1993), «Lesbian bodies in the age o£ (post)mechanical re­ production», en Wamer (comp.), 1993, p. 183. Sobre la conveniencia o inevita-

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El proyecto político de deslegitimación de un orden excluyente no deja de plantear un horizonte utópico frente al posibi­ lismo: «Frente a sus deseos ‘normalÍ2adores\ las lesbianas de L.S.D. seguimos luchando por otro mundo, un mundo que sea nuestro, hecho a través de nuestras miradas y sobre los placeres de nuestros cuerpos. Nuestra lucha es la disidencia a través del goce. Desde la subversión, la perversidad, la transgresión que les pro­ duce nuestra carcajada y mirada bollera» (Del Bollo y Fuckar, 1995:19). La contestación de las estrategias de negación, de discreción y vida privada y de refugio en los privilegios son también recurren­ tes. De las veinte razones que daba La Radical Gai para acudir a la manifestación celebrada en Madrid el 24 de junio de 1995, la nú­ mero 9 decía: «Ven a la manifestación para acabar de convencerte de lo que ya sabe absolutamente todo el mundo: eres un auténtico maricón; es evidente. Acéptalo y serás mucho más feliz.» Pero esa construcción promocionada de un espacio ajeno a las estructuras del prejuicio no excluye la designación explícita del orden excluyente o de sus símbolos más significativos, seña­ lados constantemente por las nuevas estrategias. «Podríamos de­ cir de estas bollo-especímenes [...] que son ‘camufladas chirimbolas’ con las que tropieza el hombre a su paso por la vida, en su camino hacia la masculinidad, la sabiduría y el poder.» La mani­ festación celebrada en Madrid el 28 de junio de 1993 fue bauti­ zada por La Radical Gai como la del «último día del orgullo gay» y la primera de la «vergüenza heterosexual». Una estrategia de nominación que, en ocasiones, se formula de forma negativa: «Nuestras vidas no valen menos que las de quienes no son ni lesbianas ni maricas.»^^ Cabe cuestionar entonces la pertinencia del postulado de un planeta queer aislado del resto de “la galaxia”. Las estrategias de bilidad del establecimiento de sujetos nómadas, Braidotti, Rosi (1994), Nomadic subjects. Embodiment and sexual difference in contemporary feminist theory, Nue­ va York, Columbia University Press. Respectivamente, editorial del “boUozine” de L.S.D., Non Grata, 111, junio de 1995, p. 3; panfleto de junio de 1993 y panfleto de noviembre de 1994 anun­ ciando la participación de La Radical Gai como acusación popular en el juicio contra “la banda del gallego”, acusada de robos con torturas cometidos contra gays en el parque del Retiro. Sobre el citado juicio, véase también La Radical Gai, 1996.

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contestación de los sistemas de exclusión más articuladas han surgido, precisamente, en el seno de los regímenes caracterizados como genocidas o tanatocráticos. Es por ello que, pese a la di­ mensión casi especulativa de la autoestima y la independencia, los discursos maricas / bolleros no renuncian a investir las estructuras mismas de ese orden. En esa distinción radica, precisamente, la iniciativa de incursión en los ámbitos en que se articula el prejui­ cio. La fórmula de La Radical Gai («La primera revolución es la supervivencia») resume esta estrategia. Así, si la desconfianza ha­ cia el ámbito médico-científico llevó durante algunos años a ig­ norar la dimensión que alcanzaba el sida, desde finales de los años ochenta, una parte del activismo queer no sólo se ha dedica­ do a la reflexión y la denuncia de la violencia canalizada a través de la pandemia, sino que se ha implicado, además, en las estruc­ turas de la prevención, en el diseño de políticas sanitarias e inclu­ so en la investigación. El discurso queer no ha estado exento de críticas. Fundamen­ talmente, se ha señalado que la inclusión bajo ese paraguas de po­ siciones de resistencia múltiples e inestables no ha supuesto una legitimidad igual para todas ellas. Si bien en esa multiplicidad se han asentado posiciones no sólo bolleras, sino étnica y económi­ camente precisas; posiciones de contestación desde las comuni­ dades que cuestionan los géneros y que reivindican sexualidades alternativas, el discurso queer no ha logrado integrar todas en un frente único o igualitario. También se ha señalado que, en su im­ precisión, esa etiqueta induce a estrategias de desidentificación, tanto más posibles cuanto que el mismo discurso se ha acomoda­ do y se ha convertido en una “moda” entre los sectores “progre­ sistas” (y en los ámbitos académicos). Esa falta de contenido, por último, lo hace particularmente susceptible de apropiación (Halperin, 1995). Como ya se hizo evidente con respecto a los discursos de or­ den moral y científico, y como aquí también se ha visto, el desa­ rrollo de nuevas visiones (tanto los discursos elaborados a partir de nuevos paradigmas como las nuevas perspectivas en el seno de un mismo contexto discursivo), no impfica la desaparición de sus predecesoras. De hecho, salvo excepcionales momentos de pri­ macía de alguna de ellas sobre las demás, lo más común es su co­ existencia según diversos grados de enfrentamiento y compro­ miso. Ninguno de los momentos discursivos señalados cuenta

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a priori con más posibilidades de convertirse en referente privile­ giado de las aproximaciones al “sexo” que el resto. Ello es parti­ cularmente obvio en el seno de los discursos autorreferenciales. De hecho, cuando la aproximación queer empezaba a asentarse como perspectiva válida y fructífera de análisis y acción política, empezaron a hacerse oír las voces de un todavía incipiente dis­ curso post-queer que ya está cuestionando sus fundamentos y pre­ sunciones básicas.^^ A este proceso de cuestionamiento interno tampoco son aje­ nas las reflexiones más recientes del ámbito académico. El último discurso autorreferencial desarrollado en torno a la etiqueta queer, sugiere Leo Bersani, es de orden estrictamente académico. Dicho discurso traduciría determinados procesos de “des-gayzación” y “des-lesbianización” que, a su juicio, deben ser cuidadosamente examinados. Prestando más atención al espacio académico (en el que el propio autor se emplaza) que a los movimientos reivindicativos que hacen del discurso queer una práctica de resistencia, Bersani contempla una comunidad que ha abandonado los már­ genes de la lubricidad sexual para pasar a estar localizada en el centro del debate epistemológico y de la conquista occidental del saber; para convertirse en metáfora de la historia nacional o de la resistencia a los “regímenes de lo normal”?’ La construcción de una palabra autorreferencial no es sino el reflejo en el lenguaje de procesos de ordenación de la propia rea­ lidad que afectan a ámbitos múltiples de la vida cotidiana. Ningún sujeto propiamente dicho puede hablar en favor de (ni mucho Una tentativa de establecer ese discurso post-queer es la colección de textos de Simpson, Mark (comp.) (1996), Anti-Gay^ Londres, Freedom Editions. La de­ cadencia en términos institucionales del activismo queer en buena parte del mun­ do occidental desde mediados de la década de los noventa (de grupos como Queer Nation, Lesbian Avengers, Outrage o La Radical Gai) parecen ser los signos de esa nueva situación. Efectivamente, la única manera de mantener la radicalidad del discurso queer es vaciarlo de contenido; resistir a la acomodación de un dis­ curso de contestación en el seno de unas sociedades que integran cada vez más rá­ pidamente cualquier posición de resistencia. Las razones de la «disolvencia» de La Radical Gai son tratadas en el comunicado titulado «Sobre la incaducidad de un movimiento político y la resistencia a su propia historia», Mensual, 84 (sep­ tiembre de 1997). ” Bersani, Leo (1995b), Homos, Cambridge (Massachusetts), Harvard Uni­ versity Press. En particular, Bersani se refiere respectivamente al trabajo de Eve K. Sedgwick, Lee Edelman, Tony Kushner y Michael Warner.

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menos desde) “la homosexualidad”. El contexto en que funciona esa construcción es tan constreñidor que aborta la legitimidad de cualquier discurso. Por este motivo, el contexto desde el que se habla, la construcción real y simbólica de la propia realidad, es de­ terminante a la hora de evaluar el potencial de transformación de los discursos autorreferenciales. A esta cuestión, no obstante, ha­ brá que dedicar otro trabajo.

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¿Y dónde quedo yo en lo que hasta aquí se ha dicho? Tengo la impresión de que, a lo largo de las páginas, he pasado (y he lleva­ do al lector o lectora) desde lo más abstracto (la caracterización de un “régimen de sexualidad”) hasta lo más concreto (el discurso y el activismo queer). También ha habido tránsitos de los ámbitos cultural, política, geográfica o cronológicamente lejanos hasta los más próximos (un presente preciso que ya se va alejando; una to­ pografía cotidiana que puede también quedar atrás). Como si, efectivamente, y en contra de lo que escribía en la presentación, sí hubiera un camino; un punto de partida y una determinada meta, por extemporáneos o utópicos que éstos fueran (ajenos a los tiem­ pos y espacios que, al parecer, deberían condicionar nuestra visión del mundo). Es evidente que, de haber habido un trayecto, por improvisa­ do o azaroso que haya podido ser su trazado, por retorcido que haya podido ser su recorrido, éste responderá a circunstancias bastante personales y será, como poco, susceptible de cuestionamiento. En definitiva, tengo una vaga sensación de haber llevado el ascua a mi sardina. Aunque todavía no sepa bien de qué ascuas estoy hablando ni qué pueda ser eso de “mi sardina”. Tantas más razones para la duda tendrán quienes han respondido a esta con­ vocatoria en calidad de lectoras o lectores. Supongo que ahora se entenderá mejor por qué lo que he planteado hasta aquí es una teoría torcida. Ya adelantaba que ello se debe a una distorsión previa de los enfoques habituales so­

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{Con)torsión

bre el sexo, el placer, el deseo, el cuerpo, etc. Pero en este proce­ so, claro está, no sólo ha intervenido mi propio desenfoque, sino también el de quienes me han ayudado a ver así las cosas, y el de quienes se han presentado o se han encontrado frente a mis in­ quietudes. Toda esa gente desenfocada ante tantas estrategias vi­ suales que, de uno u otro modo, también aparece reflejada en mi trabajo. Es así que no pretendo llegar ahora a una conclusión; no as­ piro a cerrar los debates que espero se hayan abierto con el con­ curso de una instancia colectiva de lectores y lectoras a la que, por otro lado, me es imposible imaginar. Si escribir un libro parece a menudo un proceso de ataduras (un intento de rigor y de rutina de trabajo; un ponerse sobre los hombros un debate que aún no se ha planteado), publicarlo se puede vivir como una liberación; un compartir y un repartir definitivo de ese trabajo. Un dividir y un recomenzar. Pero ese trabajo será “liberador” sólo con la con­ dición de no establecer conclusiones. Dar por cerrada la discusión supone prolongar la actitud con la que se trabaja. Y (aproveche­ mos el tópico), si se trabaja es con la esperanza de poder dejar de hacerlo. O de pasar a otra cosa. Así pues, aquí no concluye nada. Sí quisiera, no obstante, proponer con el fin de este proyecto una nueva contorsión. Es de­ cir, plantear un debate conjunto, abierto, en el que cualquiera pueda contribuir a dar otra vuelta de tuerca a los argumentos, ra­ zonamientos o enfoques que en estas páginas se han vertido. Abrir las reflexiones expuestas a nuevas iniciativas de desenfoque y a renovadas “lecturas perversas”. Relecturas. Revisiones. Acaso, la primera invitación a esa (re) contorsión sea la insi­ nuada al final del último capítulo. En particular, me parece im­ prescindible poner a prueba y someter a crítica la posibilidad o pertinencia misma de este trabajo desde una perspectiva retorcida o vagamente queer, Señalar su academicismo acaso no bien sote­ rrado y examinar las estrategias intelectuales a la luz de sus po­ tencialidades y carencias en lo que toca al cambio (a la “mejora”, casi me atrevería a decir), de las rutinas y cotidianidades de quie­ nes pueden sentirse en sintonía con los valores o contenidos ex­ puestos. O, ya que estamos de contorsiones, retorcer la estrategia mis­ ma que, acaso, me haya llevado desde una posición subjetiva pre­ cisa (más próxima a lo que se retrata al final del libro) a un pro­

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yecto que aquí estaría desordenado. Quizás, entonces, hubiera tenido más sentido empezar a leer por el final. Más sentido, sobre todo, porque el libro hubiera acabado en la cumbre de la abs­ tracción, con una propuesta de modelo de análisis teórico, en una cima sólida, en una cumbre concluyente. Francamente, me di­ vierte más no haber obedecido a esa lógica deductiva. Y si ese proyecto parece pertinente y si, como he defendido a lo largo del libro, los discursos y las identidades, las éticas y las percepciones se inscriben también en las superficies y las organi­ zaciones de los cuerpos, entonces, al final, resultará que todas y todos nos habremos vuelto un poco contorsionistas. Y un poco más flexibles.

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ÍNDICE ONOMÁSTICO

Ackermann Heinrich, 238,240 Act Up, 76, 93, 139, 160, 164,

166,215,373,374 Adam, Barry, 142 Afrodita, 353 Air Canada, 167 Alarico II, 233 Alcalde, Jesús, 102, 140-141 Alcohólicos Anónimos, 262 Aldrich, Robert, 134 Alfonso X El Sabio, 234 Aliaga, Juan Vicente, 134 Alter, Robert, 295 American Family Association,

72 American Library Association,

77 American Psychological Associa­ tion, 335,337 Amnistía Internacional / Am­ nesty International, 3, 141

Amor, David, 371 Anabitarte, Héctor, 140 Andersen, Hans Christian, 290 Apollinaire, 56 Araki, Gregg, 374 Aranda, Vicente, 153 Arenas, Reinaldo, 67 Arendt, Hannah, 165,169 Ares, 353 Arzner, Dorothy, 75 Asociación Médica Mundial, 317 Auden, Wystan, 150

Bach-Ignasse, Gérard, 305, 360, 363 Baker, Roy Ward, 153 Bandrés, Juan María, 113 Barale, Michele, 18, 39, 62, 64, 86,109, 137,180, 327,367 Barceló, Ricardo Javier, 102 Barnes, Djuna, 81 Barthes, Roland, 134 Baudry, André, 360,363 Bayle, 249 Bazzi, Giovanni Antonio, 294 Beaton, Cecil, 73 Bebel, August, 310 Beccaria, 249 Béjin, André, 159, 314 Belbeuf, marquesa de, 80 Bell, Alan, 27 Benjamin, Harry, 254 Benkert, Karl Maria, 308 Bentham, Jeremy, 249 Bergé, Pierre, 82 Bergler, Edmund, 150 Bergman, David, 88, 142,161 Bernstein, Eduard, 310 Berry, Jason, 119 Bersani, Leo, 64, 76, 94, 142, 169, 184, 230-231,285,381 Bérubé, Allan, 178,296 Bieber, Irving, 337-338 Binnie,Jon, 131 Bismark, Canciller, 241 Blackwood, Evelyn, 23, 324

410

Blair, Tony, 109 Blazquez, Feliciano, 259 Bleys, Rudi C., 3,55,60,114-115, 118,249,282,284,299,323 Bonheur, Rosa, 79 Bonnet, Marie-Jo, 68 Boswell, John, 22, 24, 72, 117, 187, 221-223, 225, 227, 229, 245, 248, 306-307, 354, 365, 369 Botticelli, Sandro, 354 Bourdieu, Pierre, 57,202 Braidotti, Rosi, 379 Brantôme, 55-56,59, 100,180 British Medical Association, 317 British Museum, 72 Brooks, Richard, 74 Brown, Judith, 61,224 Brown, Peter, 225-227,234,236 Buchanan, Patrick, 49,72 Burton, Sir Richard Francis, 100, 134 Busi, Aldo, 134 Butler, Judith, 8,13-15,29-30,34, 36,39, 63,124,151,166,168 Buxan, Xose, 194

Cadmus, Paul, 84 Campmany, Jaime, 186 Cant, Bob, 159 Capone, Doménico, 256 Caravaggio, 235 Cardenal Groer, 119 Cardin, Alberto, 103, 116, 133, 135 Carlavilla del Barrio, 113 Carlston, Erin, 320 Carpenter, Edward, 72,133, 135, 309,355 Carrasco, Rafael, 49, 54, 58, 98, 143,219,232 Carrero Ramos, Justo, 248 Castellolí, Luis, 97

índice onomástico

Catalina de Rusia, 250 Cellini, 235 Chardans, Jean-Louis, 43-44, 52 Chauncey, George, 101, 105, 112, 178, 291,293,299,329 Chindasvinto, 233 Clinton, BiU, 154 COC, 360,362 Cocteau, Jean, 82, 363 COFLHEE, 248, 376 Colectivo Lambda Alicante, 83 Colette, 79-80 Comité Científico y Humanita­ rio, 105-106,310,356 Comunidad de los Especiales, 318 Concilio de Letrán, 233 Concilio Vaticano II, 260 Constantino, 223 Cooper, Emmanuel, 84,295,354 Copérnico, 229 Corbin, Alain, 281 Corte Suprema, 69 Cortes, José Miguel G., 134 Courouve, Claude, 102,118,133, 294,374 Cresson, Edith, 98, 102 Crisostomo, Juan, 224 Cromton, Louis, 224 Crowley, Mart, 88,156 Cukierman, Mario, 341-342 Cukor, George, 73 Curro Jiménez, 102 Cusin, Michel, 204

da Vinci, Leonardo, 234,354 Daldiano, Artemidoro, 187 Danet, Jean, 236 Dante, 181 Darwin, Charles, 8 Davidson, Arnold, 282 Davis, Bette, 170 de Almeida, Abraao, 220, 260, 262,316

índice onomástico

de Calcuta, Teresa, 258 de Cambacérès, Jean Jacques, 245 De Fluvià, Armand, 330-331 De Gaulle, 245-246,256 de Laclos, Choderlos, 8 délas Casas, Bartolomé, 114, 118 de Lauretis, Teresa, 12, 62, 8182,304^ de Luna, Alvaro, 234 de Médicis, Maria, 100 de Miguel, Amando, 186 de Peyrefitte, Roger, 86, 363 de Sigüenza y Góngora, Carlos, 99 de Vito, Joseph, 88-89, 165 de Weindel, Henri, 101 Decadi, José, 373 del Bollo, Liliana, 378 Delph, Edward William, 136 D’Emilio, John, 107, 318 Demme, Jonathan, 145 Denk, Barry, 196 Descartes, René, 228 Diagnostical and Statistical Ma­ nual, DSM, 340

Díaz del Castillo, Bernal, 114 Diderot, 118, 249 Dinkins, David, 140 Dionisio, 356 DoUimore, Jonathan, 273 Domingo, Victoriano, 331 Dorian Gray, 147, 285 Dougas, Gaétan, 167 Drácula, 152 Duggan, Lisa, 65, 84, 141, 231, 244,252 Durkheim, Émile, 8, 157 Duyvendak, J. W., 374 Dworkin, Aiidrea, 64,179, 230 Dynes, Wayne, 39, 47, 369, 374 Edelman, Lee, 108-109,297,381 Edipo, 12,313

411

Einstein, Albert, 91 Eisenhower, 107 Elias, Ángel, 247 Ellis, Havelock, 91,298,309,334 Engels, Friedrich, 8,12,110 Enrique IV, 100,234-235 Enrique VIII, 242 Epstein, Steven, 16,22,28 Ernst, J., 104,262,292 Escolano, G., 98 Eulenburg, Philip von, 101,105, 110,310 Fassbinder, Rainer Werner, 73 Fausto-Sterling, Anne, 14 FBI, 108 Federico II, 241 Felipe IV, 235 Ferenczi, Sándor, 357 Fernández, Dominique, 241, 282,293 FHAR, 345,374 FIFA, 175 Fischer, F. P., 101 Fletcher, John, 83 FLN, 132, 140 Forster, E. M., 83, 134,172,363 Foucault, Michel, 1, 2, 5, 9-10, 12, 32, 39, 64, 151, 160, 168, 184, 201-202, 205, 213, 227, 263-264, 270, 274, 276, 279280,291,306,368 Fourier, 8 Franciscanos, 118 Franco, Feo., 256 Freud, Sigmund, 12, 58, 152, 182, 278, 299-300, 308, 313, 323,357 Friedkin, William, 88 Frye, Marylin, 179 Fuckar, Fefa, 378-379 Fundación Rockefeller, 333-334 FUORI!, 153

412

Ganimedes, 133,241,350 García Duttmann, Alexander, 265-266 Garcia Hortelano, Juan, 83 Garcia Lorca, Federico, 66, 81, 83 García Valdes, Alberto, 176, 281, 283,287,324 Gay Games, 176 Gay Liberation Front, 366-367, 370 Gay Men's Health Crisis, 93 Geist, Ken, 75 Genet, Jean, 86, 132, 134-135, 140 Gerassi, John, 332 Gibson, Paul, 159 Gide, André, 82, 133-134 Gil Albert, Juan, 66, 77, 83 Gil de Biedma, Jaime, 83, 134 Giraud, Robert, 52, 59 Gittings, Barbara, 77,337 Giuliano, Rudy, 141 Goering, 106 Goffman, Erving, 326 Gogol, Nicolai, 157 Goytisolo, Juan, 134 Goldman, William, 75 Gorki, Máximo, 103 Gott, Ted, 49,155 Gran Fury, 374 Greenberg, David, 178-179,324, 327 Gregorio VII, 68 Griggers, Cathy, 378 Grosso, Manuel, 147,245,251 Grupo de Bloomsbury, 45 Gruzinski, Serge, 54, 99 Guasch, Óscar, 12, 327, 333, 366-367 Guerin, Daniel, 136 Guerrilla Girls, 374 Guibert, Herve, 162 Guillermo II, 101 Gury, Christian, 196

índice onomástico

Hadleigh, Bo2e, 73 Haeberle, Erwing, 105,107 Hall, Radclyffe, 85-86,116-117 Halperin, David, 2,5, 18, 22-24, 32, 39, 62, 64, 72, 109, 137, 180, 184, 304, 327, 348, 367, 376,380 Hammersmith, Sue, 27 Hanson, Ellis, 152 Harvey, John F., 261-262 Hekma, Gert, 273 Hénaff, Marcel, 16,207 Henry, George W., 18,287 Hepburn, Katherine, 75 Herrero Brasas, Juan A., 159, 177,221,256 Hesse, Hermann, 310 Hewitt, Patricia, 109 HiUyer, Dambert, 153 Himler, 106 Hirschfeld, Magnus, 15-16, 105, 157,165,311-312,346, 355 Hitler, Adolf, 105, 165-166,241 Hocquenghem, Guy, 148, 164, 307,353 Hooker, Evelyn, 325, 332, 334335,364 Hoover, John Edgar, 108 Hudson, Rock, 73, 151,290 Humphreys, Land, 197 Hunter, Nan, 65,231,244,252

ILGA, 351 Informe Kinsey, 72,123,334 Inicio, Valentín, 259 Inquisición, 49, 235, 238 Instituto de Criminología de Ma­ drid, 176 Irigaray, Luce, 62, 179 irish Lesbian and Gay Associa­ tion, 140

Isabel la Católica, 234 Isaías, 219

índice onomástico

Jackson, Earl, 179 Johnson, Virginia, 27,338-339 José II de Austria, 250 Jospin, Lionel, 102 Joyce, James, 82 Juan II de Castilla, 234 Juan Pablo II, 119, 261 Juan XXIII, 260 Julio III, 235 Kalin, Tom, 169 Kardiner, 325 Karl, Mauricio, 113 Katz, Jonathan, 99, 108, 114, 218.291.320 Kautsky, Karl, 310 Kaye, Danny, 290 Kayser, Pierre, 237 Kazan, Elia, 74 Kennedy, Hubert, 288,356 Kerr, Deborah, 182 Kerr, John, 182 Kimmel, Michael, 65 Kinnock, Neil, 109 Kinsey, Alfred Charles, 124, 332335,364 Kirkwood, James, 75 Koch, Ed, 141 Koltès, Bernard Marie, 190, 344345 Koning, Frederik, IX, 17, 318, 335 Krafft-Ebing, Richard von, 8, 69, 122,275,294,297,299,347 Kramer, Larry, 93, 97, 123, 161162, 165-166 Kronemeyer, Robert, 45, 115, 121.267.321 Kushner, Tony, 381 L.S.D., 371,378-379 La Radical Gai, 88, 191, 197, 365,371,375,377-381

413

Laforgerie, Jean François, 98 Lamo de Espinosa, Emilio, 51, 264,311 Lang, Theo, 122 Larraz, Joseph, 153 Lauritsen, John, 103,355 le Chantre, Pierre, 219 Le Fanu, 153 Le Forest, Potter, 283 Legion o/Decency^ 74 Legión Tebana, 133,176 León X, 235 Leonardo, 235, 354 Leroy-Forgeot, Flora, 94 Les Gouines Rouges^ 374 Lesbian AIDS Project, 163 Lesbian Avengers, 374, 381 Lewes, Kenneth, 209, 325, 338 Lhomond, Brigitte, 334 Liberace, 151 Liga Mundial para la Reforma Sexual, 307,312 Lima, Lezama, 67 Llamas, Ricardo, 13, 67, 69, 76, 162,194,247,293 Lloyd, David, 142 Lombroso, Cesare, 8,276,300 López Ibor, 311-312, 330 Lorde, Audre, 344-345 Lorenzo, Ricardo, 140 Lorulot, André, 43-44,267,282, 303 Lot, 221 Luis II de Baviera, 241 Lutero, Martín, 118 Lynes, George Platt, 84

MacKinnon, Catherine, 61-62, 64,230, 252 MacRae, Edward, 374 Madrazo, Julia, 247 Maingueneau, Dominique, 204

índice onomástico

414

Malinowsky, Bronislaw, 115 Malthus, 8 Mangeot, Philippe, 60, 127,148162,169,229 Mankiewicz, Joseph, 74-75 Mann, Thomas, 310, 363 Mannerbund, 178 Mapelli, Borja, 245 Mapplethorpe, Robert, 49, 73, 137 Marañón, Gregorio, 123, 277, 300,310 Marcus, Eric, 88 Maritain, Jacques, 149 Marmor, Judd, 325,339 Marshall, Stuart, 267 Marqués, Josef Vicent, 65 Martel, Frédéric, 321, 360 Martin, Clyde E., 27, 93, 101, 124,177,180,333-334 Martinez Fariñas, Enrique, 113 Masters, William, 27, 338-339 Mattachine Society, 318,335, 362 Máximo, 103, 186 Mayne, Judith, 75 McCarthy, Joseph, 97, 107-108, 151,362 McDiarmid, David, 163 McIntosh, Mary, 22 Mead, Margaret, 51,324 Medusa, 377 Meijer, L, 374 Melton, J. Gordon, 216 Melucci, Alberto, 328 Melville, Hermann, 133 Mendès-Leite, Rommel, 115,248 Mercer, Kobena, 137 Mercury, Freddy, 151 Meyer, Richard, 151 Mieli, Mario, 62, 153-154, 171, 175,313,350 Miguel Ángel, 82, 134, 186, 235 Miller, Neil, 79, 82, 116,239 Minelli, Vincente, 182

Mineo, Sal, 73 Mira, Alberto, 34, 80, 82, 89, 156,175,183 Mirabet i MuUol, Antoni, 111, 260, 291 Mishima, Yukio, 150 Moll, Albert, 275,300 Money, John, 14 Montaigne, Pierre, 209 Montesquieu, 249 Montrose, Louis, 60 Morel, Bénédict Auguste, 111 Moulin Rouge, 80 Murphy, John, 75 Mussolini, Benito, 100

Napoleón III, 80 National Academy of Science, 120 National Endowement of the Arts, 73 National Gallery ofAustralia, 49 National Gay Rights Advocates,

191 National Institute of Mental Health, 335

Newell, Mike, 150 Newton, Huey P., 140 Nijinsky, 290 Nunokawa, Jeff, 161

Olano, Antonio D., 186 Oliveras, José P., 313 Olivier, Lawrence, 290 ONU, 351 Oosterhuis, Harry, 178,205,275 Opus Lei, 120 Organización Mundial de la Sa­ lud, OMS, 342,359 Orton, Joe, 134 Oswall, Richard, 149 Outrage, 374, 381 Ovesey, L., 300

índice onomástico

Pablo IV, 100 Pablo VI, 261 Padgug, Robert, 7 Parkington, WiUiam, 182 Patton, Cindy, 220 Pausanias, 353-354 PCF, 111 Pérez Cánovas, Nicolás, 247 Perry, Mary Elisabeth, 53,224 Petain, 245,256 Piñera, Virgilio, 67 Pío XII, 209 Platón, 220-221, 227, 233, 353354,359 Pollak, Michael, 158,266 Pomeroy, Wardell B., 124, 333334 Pragmática de Medina del Cam­ po, 232,234 Primo de Rivera, J. A., 246, 256 Proctor, Robert, 276 Proust, Marcel, 82,294-295 Proyecto Contrasida Por Vida, 55

Queensberry, 195, 309 Queer Nation, 374,381

Radicalesbians, 364, 367

Ravel, Maurice, 290 Reagan, Ronald, 170 Recesvinto, 233 Reich, Wilhelm, 20, 104, 109, 313 Remafedi, Gary, 159-160 Reyes Católicos, 232, 234 Rich, Adrienne, 367, 377 Rieff, Philip, 309 Riess, Bernard F., 289 Rilke, Rainer Maria, 310 Roback, Abraham, 94

415

Robinson, Paul, 91 Rode Flikkers, 374

Roditi, Edouard, 51, 112, 121, 196,210,302-303,322 Rodríguez, Pepe, 173, 337 Rofes, Eric E., 160 Röhm, Ernst, 104 Rosario, Vernon A., 14, 16, 120, 205-206,284,288,320 Rousseau, Jean Jacques, 125,249 Rubin, Gayle, 17-18, 192, 229, 252,254 Rueling, Anna, 357-358 Ruiz Rico, Juan J., 331 Ruse, Michael, 287 Russell, Ken, 93 Russo, Vito, 74, 88, 149-150, 165, 181,280,286

Sade, 12, 16,207, 277, 307 Safo, 68,133, 365 Sagaseta, Salvador, 113,126,176 Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 260 Sahuquillo, Ángel, 66 Sala-Molins, Luis, 49,143,219 Salzman, Leon, 182 san Agustín, 49-50,219,223,275 san Jerónimo, 219 san Pablo, 222-224 san Patricio, 140 santa Magdalena, 97 santo Tomás de Aquino, 223,234 Sartre, Jean Paul, 60, 86 Savonarola, 118 Schlesinger, John, 149 Schulman, Sarah, 76,78,90,143144,374 Sedgwick, Eve Kosofsky, 19, 81, 179, 340, 352,376,381 Selby, Hubert, 75 Senosiain, Serafin, 62, 224,356 Serrano, Andrés, 49, 72

416

Shakespeare, William, 24 Shilts, Randy, 167 Silverstein, Mike, 87 Simpson, Mark, 581 Smith, Paul Julian, 113,276 Sneaze Ball, 163 Socarides, Charles, 337 Socrates, 133 Sodoma, 54, 134,219, 221,226, 294 Sor Benedetta, 61 Stalin, Josef, 96,104 Steakley, James, 16, 101, 347 Stenbok-Fermor, duque de, 157 Stoker, Bram, 152 Stonewall, 84 Stuart Mill, John, 249 Surgeon General's Office, 189 Symonds, 135

Tamassia, Arrigo, 291 Tardieu, Ambroise, 100, 281282,293 Taylor, Elisabeth, 74 Tchaikovsky, Peter Ulich, 157 Templarios, 117 Temprano, Emilio, 118, 235, 322,329 Teodosio, 223 Terry, Jennifer, 287-288 The Quilt, 161 Thielicke, Helmut, 174,201,239, 243,262 Thorstad, David, 103,355 Tissot, 298 Tom de Finlandia, 84 Touraine, Alain, 328 Toxic Queen Records, 163 Tracy, Spencer, 75 Trenas, Pilar, 156 Tribunal Supremo, 178, 245, 247,331 Tripp, C. A., 108,184

índice onomastico

Truman, 107 Tully, Peter, 163 Turner, Bryan, 25, 30, 224, 227, 260,269

Ulrichs, Karl H., 288, 299, 309, 346, 353,355-356 Umbral, Francisco, 186 Urania, 353-354

Vadim, Roger, 153 Vallejo-Nagera, Juan Antonio, 150 Van Alphen, Ernst, 292 Van Der Meersch, Maxence, 148-149,258-259,285 Van Gemert, Lia, 180 Van Sunthorst, Arent, 360 Vance, Carol, 18,49, 65, 73, 231 Varela, Julia, 19 Venus Hotentote, 284 Verlaine, Paul, 290 Vidal, Gore, 74-75 Vidarte, Paco, 153,253 Vignai, Daniel, 115,118 Vila, Fefa, 194, 246, 251, 257, 321,367 Viladrich, Jordi, 91 Visconti, Luchino, 73, 105, 190 Voltaire, 118, 120, 133, 183, 249

Warhol, Andy, 70, 84,138,264 Warner, Michael, 381 Wassermann, Ludwig, 112-113, 122,285 Watney, Simon, 76, 146, 154155,168,278-279,284 Waugh, Thomas, 70,138,264

índice onomástico

Weber, Max, 91 Weeks, Jeffrey, 22, 101, 125, 137-138, 187,224,324,328 Weinberg, George, 316,364 Weinberg, Martin, 27,177 Weinrich, James, 25 Westphal, C., 291 Whitman, Walt, 135,363 WHK - Comité Científico y Hu­ manitario, 356-357 Wilde, Óscar, 70, 80-81, 101, 137-138, 195,239,309-310 Williams, Tennessee, 74, 87,290 Wilson, E. O., 327

417

Wittig, Monique, 64, 372-373 Wojnarowicz, David, 66, 145146,215,263,278-279 Women's Army Corps^ 189 Wood, Thelma, 82 Wyden, Peter y Barbara, 75,115116, 146,327 Yingling, Thomas, 152 Young, Allen, 136

Zola, Emile, 206, 294 Zona Sotádica, 134 Zúniga,José, 177

TEORIA ALTHUSSER, L.—Lo que no puede durar en el Partido Comunista. 128 pp. (2/ed.) ALTHUSSER, L.—Para una critica de la práctica teòrica. Respuesta a John Lewis, 106 pp. (2. * ed.) ALTHUSSER, L.—Seis iniciativas comunistas. 72 pp. (2 * ed.) ANDERSON, P.—Consideraciones sobre el marxismo occidental. 160 pp. * ed.) (9. ANDERSON, P.—Teoria, politica e historia: un debate con E. P. Thomp­ son. 256 pp. ANDERSON, P.—Tras las huellas del materialismo histórico. 152 pp. ATTALI, J.—Ruidos. Ensayo sobre la economiapolitica de la mùsica. 232 pp. BACHELARD, G.—El compromiso racionalista. 208 pp. (3.“ ed.) BACHELARD, G.—La formación del espíritu científico. Contribución a un psicoanálisis del conocimiento objetivo. 304 pp. (20.® ed.) BAGU, S.—La idea de Dios en la sociedad de los hombres. 176 pp. BARTHES, R.—Crítica y verdad. 80 pp. (11.“ ed.) BARTHES, R.—El grado cero de la escritura, seguido de Nuevos ensayos críticos. 248 pp. (13.® ed.) BARTHES, R.—El placer del texto y Lección inaugural. 152 pp. (11. * ed.) BARTHES, R.—Fragmentos de un discurso amoroso. 256 pp. BARTHES, R.—Mitologías. 260 pp, (9.® ed.) BAUDRILLARD, J.—Crítica de la economía política del signo. 272 pp. (5.® ed.) BAUDRILLARD,}.—El sistema de los objetos. 240 pp. (14.® ed.) BELTRAN, A.—Revolución científica. Renacimiento e historia de la cien­ cia. 248 pp. BERMAN, M.—Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. 400 pp. (9.® ed.) CHALMERS, A. F.—La ciencia y cómo se elabora. 192 pp. (2® ed.) CHALMERS, A. F.—¿Qué es esa cosa llamada ciencia? 264 pp. (15.® ed.) DENITCH, B.—Más allá del rojo y del verde. ¿Tiene futuro el socialismo? 264 pp. DORRÀ, R.—Profeta sin honra. Memoria y olvido en las narraciones evan­ gélicas. 272 pp. ELENA, A.—Las quimeras de los cielos. Aspectos epistemológicos de la re­ volución copernicana. 248 pp. FABREGA, V.—La herejía vaticana. 152 pp. FEYERABEND, P.—La ciencia en una sociedad libre. 272 pp. FOUCAULT, M.—La arqueología del saber. 368 pp. (16.® ed.) FOUCAULT, M.—Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. 384 pp. (25.® ed.) FOUCAULT, M.—Raymond Roussel. 192 pp. GARGANI, A.—Crisis de la razón. 334 pp. HARNECKER, M.—* £/ capital»: conceptos fundamentales, seguido de Manual de economía política, de LAPIDUS y OSTROVITIANOV. 224 pp. (14.® ed.) HARNECKER, M.—La revolución social: Lenin y América Latina. 312 pp. HARNECKER, M.—Los conceptos elementales del materialismo histórico. 296 pp. (59.® ed.)

JARDON, M.—La, «normalización lingüística», una anormalidad democrá­ tica. El caso gallego. 360 pp. JUANES, F. de—Papeles confidenciales de Su Santidad Juan Pablo III. Ha­ cia ana pedagogía inofensiva del poder. 240 pp, (2.“ ed.) JUARISTI, J.—Vestigios de Babel. Para ana arqueología de los nacionalis­ mos españoles. 136 pp. KOYRE, A.—Del mundo cerrado al universo infinito. 280 pp. (9.® ed.) KOYRE, A.—Estadios de historia del pensamiento científico. 400 pp. (13.® ed.) KOYRE, A.—Estadios galileanos. 344 pp. (5,® ed.) KRISTEVA, J.—Historias de amor. 352 pp. (5® ed.) KRISTEVA, J.—Poderes de la perversión. Ensayo sobre Loais-Ferdinand Celine. 288 pp. (2® ed.) KURNITZKY, H.—Edipo, un héroe del mundo ocádental. 184 pp. Ilustrado. LABASTIDA, J.—Producción, ciencia y sociedad: de Descartes a Marx. 248 pp. (11.® ed.) LECOURT, D.—Para ana crítica de la epistemología. 120 pp. LEGENDRE, P.—El crimen del cabo Lortie. Tratado sobre el padre. Lec­ ciones VIII. 184 pp. LLOYD, G. E. R.—Las mentalidades y su desenmascaramiento. 224 pp. LOWY, M.—El pensamiento del Che Guevara. 160 pp. (12.® ed.) MEEK, R. L.—Los orígenes de la ciencia social. El desarrollo de la teoría de los cuatro estadios. 256 pp. OLIVE, L.—Estado, legitimación y crisis. 280 pp. PIZARRO, N.—Tratado de metodología de las Ciencias Sociales. 496 pp. PLUMMER, K.—Los documentos personales. Introducción a los problemas y bibliografía del método humanista. 221 pp. PUENTE OJEA, G.—Ateísmo y religiosidad. Reflexiones sobre un debate. 440 pp. PUENTE OJEA, G.—El Evangelio de Marcos. Del Cristo de la fe al Jesús de la historia. 144 pp. (2.® ed.) PUENTE OJEA, G.—Elogio del ateísmo. Los espejos de una ilusión. 448 pp. (2.® ed.) PUENTE OJEA, G.—Fe cristiana. Iglesia, poder. 368 pp. (2.® ed.) PUENTE OJEA, G.—Ideología e historia. El fenómeno estoico en la socie­ dad antigua. 248 pp. (4.® ed.) PUENTE OJEA, G.—Ideología e historia. La formación del cristianismo como fenómeno ideológico. 436 pp. (6.® ed.) ROEMER, J. E.—Teoría general de la explotación y de las clases. 244 pp. SALAZAR VALIENTE, M.—¿Saltar al reino de la libertad? Primera críti­ ca de la transición al comunismo. 208 pp. SAUNDERS, P. T.—Una introducción a la teoría de las catástrofes. 196 pp, (2.®ed.) SCHOLEM, G.—La Cabala y su simbolismo. 240 pp. (9.® ed.) STOYANOVITCH, K.—El pensamiento marxista y el derecho. 228 pp. (2.® ed.) TODOROV, T.—Frente al límite. 328 pp. TODOROV, T,—La conquista de América. La cuestión del otro. 280 pp. TODOROV, T.—Nosotros y los otros. 460 pp. ZEEC, S.—El sublime objeto de la ideología. 302 pp.

«Filósofos en 90 minutos» es una nueva serie de. libros desenfadados y distintos que presentan la vida y la obra de los filósofos más importantes. En un relato a la vez estimulante e informativo, Paul Strathern ha entretejido en el texto las ideas principales de aquéllos, de manera que son comprensibles tanto por estudiantes de filosofía como por los que no lo son.

PRIMEROS TÍTULOS

STRATHERN, P. Descartes en 90 minutos, 80 pp. Hume en 90 minutos, 88 pp. Platón en 90 minutos, 72. pp.

'Wittgenstein en 90 minutos, 80 pp.

«La homosexualidad», nos dice el autor, es una expresión que sólo puede escribirse entre comillas. A lo largo de las páginas de este libro, para sorpresa de propios y extraños, cualesquiera de las supuestas evidencias que la caracterizan son puestas en cuestión una detrás de otra. Esta «teoría torcida» se aparta de cualquier convencionalismo al uso para demostrar que esa «homosexualidad» no es más que un elemento del sistema de sexualidad y género vigente. Un elemento clave, eso sí. ideología y política; poder y resistencia intervienen en su cambiante definición. Con rigor y sentido común, los razonamientos desarrollados consiguen hacer tambalear las más arraigadas convicciones sobre lo bueno, lo natural, lo legal o lo ético en el amplio espectro de cuestiones relativas a las identidades, las pasiones y los cuerpos. Este sorprendente e inesperado trabajo sobre los significados y las implicaciones de «la homosexualidad» permite asimismo poner en evidencia el carácter convencional de otras tantas nociones consideradas evidentes. Entre ellas: el placer y el deseo, la familia y los compromisos afectivos, las libertades y los derechos individuales, la integración y la justicia social, la moralidad y la tolerancia, la salud y el bienestar físico y psicológico... Todas estas ideas forman parte de un régimen de sexualidad cuyo fundamento excluyente es aquí desmenuzado. Esta obra constituye, pues, un instrumento básico para la comprensión de dicho régimen e imprescindible para cualquier iniciativa que aspire a su reformulación.

Ricardo Llamas es licenciado en estudios Europeos por la Universidad de Estrasburgo y doctor cum laude en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Es compilador del libro Construyendo sidentidades: Estudios ' ‘ -----------------------)andemia (Siglo XXI); un estudio sobre discriminatorios de la pandemia de ámbito académico «queer» de tados Unidos. Asimismo, es autor de rversa de la comunicación de masas ); el primer análisis del tratamiento lidad en los medios de

ISBN 84-323-0981-8