310 7 36MB
Spanish Pages [97]
Frank Ankersmit
Giro lingüístico, teoría literaria y teoría histórica
Selección, edición e introducción a cargo de Verónica Tozzi
Ankersmit, Frank G1ro lingu!stico,teoría hteraria y tcor!a h1stórica 1 Frank Ankersmit ; con prólogo de Tozzi Verónica - la ed. - Buenos Aires : Promeceo Ltbros, 2011. 182 p. , 2lxl5 cm.
Índice general
ISBN 978-987-574-532-2 l . Filosofía de la Hisroria. 2. l!istoriografia. l. Verónica, Tozzi, prolog 11 Taccetta, Natalia, trad lll. Cucchi, Laura, trad IV Título CDD901
Procedencia de los artículos Introducción 2 Elogio d e la subjetividad
3 El g iro lingüístico: teoría litera ria y teoría histórica 4 Historia y teoría política
Trad ucido por: Nataha Taccetta, Laura Cucchi, Julián Giglio, lv1aría lnés La Greca y Nicolás Lavagnino Cuidado de la edición: Maga!! C. Áh-arez Howlin Armado: Alberto Alejandro Moyano Corrección: Eduardo Blsso
©De esta edición, Prometeo Libros, 2011 Pringles 521 (Cll83AEI), Ciudad Autónoma de Buenos Aires República Argentina Tel.: (54-ll) 4862-67941 Fax. (54-11) 4864-3297 e-mail: d [email protected] http://www. prometeoedi.torial.co m Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Prohibida su reproducción total o parcia! Derechos reservados
'j
Enunciados, textos y cuadros
()
libros de Franl< Ankersmit en inglés y castellano Bibliografía fndice de autores
IX 1
15 49 107 133
171 173 179
Procedencia de los artículos
«In Praise of Subjectivity» en Ankersmit, Hi.storical Representati. n, Stanford, Stanford University Press, 2001, págs. 75-103. «The Linguistic Turn: Literary Theory and Hisrorical Theory)> en Ankersmit, Ht storical Representation, Stanford, Stanford University Press, 2001, págs. 29-74. «History and Political Thcor}'>>, en Ankersmit, Politica/ Representation, Stanford, Stan l'ord Ur:iversity Press, 2002, págs. 15-34. eriencia subl.mc y a poti,:c,l emrevrsta con Frank An9
kcrs:nit ». En: RrthinlunF HbtOJy, '·ul. 11: (Junio de 20t17), pags. 251-17-1.
5
• lmroducción Otra diferencia entre la aproximación epistemológica y la narrativista, según Ankersmit, es que esta última valora el hecho de que los grandes trabajos histó1icos no pretenden poner punto final al debate histórico ni dan la sensación de que nos muestran el pasado tal como ocurrió, por el contrario, lo que los hace grandes es el presenLarse como la ocasión de la producción de más escritos. Las interpretaciones adquieren su significado como tales en la medida en que se confrontan con otras y no por reducirse todas a una. Cada interpretación histórica, señala nuestro autor, puede tomarse como significando: «si miras al pasado desde esta perspectiva, ésta es tu mejor garantía para comprender parte del pasado». 10
La lógica de la narración histórica Este ú\Limo punto ya había sido desarrollado por Ankersmit en su primer libro Narrative Logic 11 en el cual tematiza la naturaleza de las interpretaciones del pasado histórico a partir de una propuesta lógica que no se extravie en las peculiaridades propias de sus temáticas. En términos generales las interpretaciones históricas se proponen l narraciones. Es más, en sentido estricto, la filo sofía narrativista no tiene como temn la inve.sLigación histórica m la justif1cación de 1.
13
.. Verónica Tozzi
entre sujeto y objeto impensable en ia epistemología, donde el abismo entre sujeto y objeto está siempre presente . Una noción de experiencia que habilite figurar lo que ocurre cuando entramos en contacto con el pasado, qué sentimientos encontramos o podríamos proyectar sobre el pasado o qué sentimientos tener cuando llegarnos a enterarnos de los humo res y sentimientos que permean alguna parte del pasado. La noción de experiencia que se obtiene al cortar los lazos entre experiencia y verdad es un tipo de experiencia no epistemológica y por tanto indiferente a la separación entre sujeto y objeto, es en algún sentido totalizante. En fin, se trata de d iscnmina:- y describir dos tipos de experiencia histórica: una que podemos atribuir a los historiadores y una experiencia histórica sublime, de imerés más colectivo. Los historiadores pueden ocasionalmente tener esta extraña relación con el pasado, pero entonces ellos deberían confi ar en esa experiencia y en esos sentimientos. Ahora, señala Ankersmit, estarían accediendo a un extra, un bonus no dado a todos. Aquellos que la tienen, deberían en consecuencia hacer algún uso de ella en sus escritos. f labiendc así apreciado la sofisticada teorización alrededor de la noción de represemación , integrando sus dimensiones epistémicas, prácticas y estéticas, promoviendo una noción filosófica y sociológicarnente info rmada del ane (Goodman, Gombrich y Danta) , queda en manos del lector evaluar los m éritos y el interés del legado d e Ankersmit, si es que querrá acompañarlo en su explfciLo objetivo ele comribuir a producir argumentaciones prácticas para sortear los obstáculos que confronta la democracia , alej ándose d e sus lucubraciones en torno de la mejor sustancia narrativa del pasado, para involucrarse en la búsqueda nostálgica de una exper:encia sublime del pasado.
l. Elogio de la subjetividad*
Desde la anLigüedad, los historiadores han reconocido que las convicciones políticas y morales de los historiadores determinan fuertemente la naturaleza de sus relatos sobre el pasado. En el siglo II , Luciano impulsó al hiswriador, tal como Ranke lo haría dos milenios más tarde con exactamen~e las mismas palabras, a gic o[ Scit:nti[t( Discovay. Londres: Routledge, 1972, pág. 41. 14 Frank Ankersmil. Narrative Logic. A Semantic Analysis of the I-Iisto1icm's Language. Martinus Nijhoff Philosophy Library: Den Haag, 1983, pág. 299.
41
Fnmk Ankersmil 11
1
li ll·li [11
'~ 1
11 11
1
científicas no pueden adecuadamente ser «verdaderas», sino «plausibles» o «mejor que las teorías rivales» o, a lo sumo , «aproximadas a la verdad»- uno podría suponer que una versión de la evaluación de las teorías científicas como propuso Popper pertenece al terreno de la estética más que al de la certeza cognitiva. Pero, al final, es con toda probabilidad un asunto de estrategia filosófica, más que de la ineluctable verdad filosófica, en cuanto a la forma en que deberfamos decidir sobre esto. De hecho, se puede decidir pasar de la verdad cognitiva (de la afirmación verdadera singular) tan lejos como sea posible en la dirección de la plausibilidad científica - y esta es la estrategia que ha sido adoptada casi universalmente tanto en la filosofía de la ciencia como en la teoría histórica- . Pero se puede intentar asimismo la táctica opuesta a la que se aboga aquí, para ver cuán lejos podemos llegar en el intento de dar cuenta tanto de la plausibilidad de las teorías científicas como del éxito representacional en la escritura de la historia desde la perspectiva de la estética. Ver a la estética con un poco más de respeto que con el que estamos acostumbrados, es todo lo que sería necesario a fin de hacer que valga la pena intentar con la última estrategia. Y si nos aferramos a esta estrategia, bien puede llegar a ser una ·asunción plausible que el terreno de la estética es donde la ciencia y la historia finalmente se encuentran. En el contexto del presente capítulo , no obstante, me abstendré de la discusión de los criterios estéticos del éxito representacional. Es de mayor interés para mi argumento reconocer aquí que estos criterios (definidos y explicados en detalle) preceden, lógicamente, a los criterios que podamos adoptar para la evaluación del discurso cognitivo y normativo, y eso no depende de ellos. Y esto me trae a la tesis principal que quiero defender en este capítulo, es decir, la tesis poco común de que el discurso narrativo o histórico es aquello en lo que deberíamos confiar cuando queremos decidir qué estándares morales o politices tendríamos que adoptar. Para decirlo en otros términos, el procedimiento para descubrir cuáles deberían ser nuestros valores morales o políticos más recomendables es la siguiente. Debemos comenzar recogiendo el mayor número de textos históricos que hayan sido escritos claramente desde pumas de vista políticos o morales diferentes y, además, que discutan más o menos sobre el mismo fenómeno (como la Revolución Francesa, la Revolución Industrial, la modernización del Oeste, etc.). Deberíamos 42
,L
l. Elogio de la subjetividad
observar, luego, cuál ha sido el veredicto en la historia de la esCiitura histórica en todos estos textos. O para expresarlo de un modo más solemne, ¿qué nos dicen sobre las cualidades de esos textos la aplicación de los criterios esencialmente estéticos usados para evaluar los méritos de las representaciones históricas? ¿Cuál de esos textos satisface mejor esos criterios estéticos? Si hemos determinado esto, deberíamos indagar sobre qué valores morales o políticos son dominantes en la serie preferencial de textos históricos. Estos serán, entonces, los valores morales y politices que deberíamos adoptar y usar como guía para n uestra acción presente y futura, individual o colectiva. Por ejemplo, pocos historiadores dudarán de que el relato de Tocqueville sobre la Revolución Francesa es superior al de Michelet. Precisamente, en este dato encontramos un fuerte argumento a favor de los valores individualistas liberales presentes en la versión de Tocqueville y contra el liberalismo izquierdista ejemplificado por la Histoire de la Révolution Fran~aise de Michelet. Si, más aún, la comparación con otros textos históricos confirmara el cuadro, estamos justificados a ver en esto un argumento convincente y decisivo a favor del individualismo liberal y contra el liberalismo izquierdista. La estética (los criterios que se obtienen en la discusión histórica) decide de este modo sobre la ética, y puede hacerlo dado que la estética tiene una prioridad lógica sobre la ética en 1a lógica y la práctica de la escritura histórica. Por lo tanto, es ~n la escritura histórica, no en la racionalista, un argumento a priori de cualquier variante, que encontraremos nuestra medida más confiable para elegir valores políticos y morales. La escri.tura histórica es, para decirlo de algún modo, el paraíso experimental donde podemos probar nuestros valores políticos y morales y donde los criterios estéticos generales del éxito representacional nos permitirán evaluar sus respectivos méritos y defectos. Y deberíamos estar muy agradecidos de que la escritura de la historia nos provee de este paraíso experimental, ya que nos permitirá evitar los desastres que podernos esperar cuando haya que probar en la auténtica realidad social y política los méritos y defectos de diferentes estándares éticos y políticos. Ames de comenzar una revolución en el nombre de algún ideal político, se tuvo que comenzar mejor por evaluar tan adecuada y desapasionadamente corno fuera posible, los méritos y defectos del tipo de escritura histqrica inspirada por este ideal político. Una ilustración notable de có43
... Frank Ankersmit mo la hiswria puede confirmar o rechazar estándares éticos o políticos sería el antiamericanismo del llamado relato revisionista de la Guerra Fría. Un revisionista como Gabriel Kolko decidió fi nalmente abandonar su amiamericanismo revisionista porque, aunque a regañadientes, tuvo que admitir que el punto de vista tradicional sobre la Guerra Fría probó al final ser el más convincente, el que tenía más largo alcance. Aquí podemos ver, encarnado en el pensamiento de un historiador, cómo los criterios estéticos del éxito representacional exigieron el abandono de una serie de estándares políticos a favor de una serie alternativa. Aquí, claramente, la estética triunfó sobre la ética. Y lo mismo con lo que es y lo que debería ser. Esto es, por último, por qué deberíamos elogiar la subjetividad y no exigir que los historiadores dejen a un lado sus compromisos morales y polfticos cuando escriben historia. En primer lugar, tal compromiso a valores morales o políticos resultará frecuentemente en el tipo de escritura histórica que es la de mayor uso para nuestra orientación en el presente y hacia el futuro. Sólo n ecesitamos pensar, por ejemplo, en las historias escritas por autores como Jakob Talmon, Isaiah Berlin o Carl Friedrich, que estuvieron tan obviamente inspiradas por una devoción a la democracia liberal y por un intransigente rechazo al totalitarismo, a fin de ver que la subjetividad no es en lo más mínimo un defecto fatal de la escritura histórica bajo todas las circunstancias. Bien puede ser que toda verdadera escritura histórica importante requiera la adopción de ciertos estándares morales y politicos. «Sin prejuicios, no hay libro», dijo una vez el historiador británico Michael Howard tan convincentemente.15 Pero aún más importante es el hecho de que cualquier escritura histórica que haya eliminado con éxito todo trazo de estándares morales o polfticos ya no puede ser de ayuda alguna en nuestro esfuerzo crucial por distinguir entre buenos y malos valores morales y políticos. Tener conocimiento del pasado sin duda es una cosa; pero no es menos importante conocer qué valores éticos y políticos deberíamos apreciar. De modo que, tamo nuestro conocimiento del pasado como nuestra orientación en el presente hacia el futuro , se1ian más seriamente dañadas por 15
Michael Howard. «Lords of DesLruction». En: Times Lilei'W)' Supplemen!: (12 de noviembre de 1981).
44
l. Elogio de la subjetividad la escritura histórica que intenta (aunque en vano) evitar todo estándar moral y político. Y, por eso, en vez de temer a la subjetividad corno el pecado mortal dd histmiador, deberíamos darle la bienvenida corno una contribución indispensable a nuestro conocimiento del pasado y a la política contemporánea y futura. Termino esta sección con una nota final sobre la política tal corno la definí previamente y sobre los valores polilicos que fueron discutidos en la presente sección. En el apartado anterior, la política quedó estrechamente relacionada con la historia: ya q ue, como hemos visto, ambas son esencialmente proposiciones desde un punto de vista lógico. Por otro lado, en esta sección, he estado hablando equitativa e indiscriminadamente de estándares morales y políticos, sugiriendo de ese modo que el discurso político debería ser asociado con el tipo de discurso cognitivo y moral que previamente opuse al de la historia y la política. La explicación de esta ambigüedad es que la política combina una afinidad con el discurso de la historia y una afinidad con la élica. De modo que, por un lado , el político tiene que encontrar su camino en una realidad política compleja de la misma manera que el hislOriador tiene que buscar los mejores conocimientos sobre las complejidades de cierta parte del pasado. Y el tipo de síntesis representacional que el historiador persigue es tamhién el necesario prerrcquisito de toda acción política significativa. Sin una comprensión mínima adecuada del contexto histórico en el cual el político tiene que actuar, la acción política sólo puede derivar en un completo desastre. 16 Por otro lado, el político observará o aplicará ciertos valores morales en la acción política, inspirado en la ideología política. Por ejemplo, el valor que debe promover La causa de la igualdad política o Los intereses de cierto segmento de la sociedad civil puede gobernar mucho de su conducta y la mayor parte de sus decisiones individuales como político.
1 ~Este intercambio de la ética po r la historia como nuesLra primera gula para la acció n polltica fue reco mendado ya por Maquiavelo, de acuerdo con quien el mal político proviene no sólo «de la debilidad en la cual la presente religión ha sumido al mundo» , sino aún más «del hecho de no tener un verdadero conocimiento de ias historias, por no obtener de su lectura el sentido, ni de probarlas ese sabor q ue tienen en sí mismas». Véase Nicolás Maquiavelo. Oiscourses on Livy . Tr:~d . por llarvq Manslield y Nathan Tarcov. Chicago: University of Chicago Press, 1996, pág. 6.
45
Frank Ankersmit
·, ,1111
Ahora bien , estos valores políticos y morales inspirados ideológicamente pueden, como bien sabemos, también jugar un rol importante en la escritura de la historia. Piénsese, por ejemplo, en la historia socioeconómica inspirada por ideologías marxistas o socialistas. Pero, miemras tales valores serán usados normativamente por el político, el historiador hará un uso cognitivo de ellos, discernirá un instrumento adicional para la comprensión del pasado. Una vez más, la historia socioeconómica (o la historia de la propia nación, para tomar otro ejemplo) puede ejemplificar cómo dichos valores pueden ser, cognitivamente, explotados por el historiador. De ahí que, cuando el rol del discurso cognitivo fue discutido anteriormente, asociamos el discurso cognitivo aquí, en primer lugar, con el modo en que las ideologías políticas sugieren el modo en que las realidades históricas deberían estar ligadas a la narrativa histórica. Esta es la manera en la cual la preocupación epistemológica sobre cómo vincular las cosas con las palabras se presentará habitualmen te cuando investigamos la escritura de la historia. Obviamente, esto no altera de forma sustancial el cuadro dado en esta sección de la jerarquía lógica del discurso narrativo o representacional versus el discurso normativo y la específica variante del discurso político discutido recién. Del discurso narrativo representacional y los criterios estéticos en los que confiamos su evaluación, se puede esperar que sean tan exitosos en la evaluación de esta variante de los valores políticos como lo han sido en el discurso ético, incontaminados por consideraciones políticas. Arribo a una conclusión. Al comienzo de este capítulo, establecimos cuál es el verdadero problema con la subjetividad histórica. El problema no es, como se cree habitualmente, que la introducción de estándares éticos y pollticos en la narrativa histórica implique la introducción de algo que es totalmente ajeno a su tema y de ahí que pueda sólo ocasionar una gran distorsión de lo que el pasado ha sido realmente. El verdadero problema es precisamente el contrario: la realidad histórica y los valores éticos y políticos del historiador pueden frecuentemente estar tan cercanos unos de otros al punto de volverse indistinguibles. Dos conclusiones se siguen de esto. En primer lugar, así como una linea de construcción en geometría, después de haber sido deliberadamente convertida en una parte del problema geométrico en sí, puede ayudarnos a resolverlo, así los estándares éticos y politicos, a causa de su natural afi-
46
1. Elogio de la subjetividad
nidad con la materia del historiador, pueden frecuentemente demostrar ser una ayuda en vez de un obstáculo para la mejor comprensión del pasado. No vacilaría siqu iera en decir que todo el progreso real que se ha hecho en la historia de la escritura h istórica en el curso de siglos tuvo, de algún modo o en algún lugar, sus orígenes en los estándares éticos y políticos que fueron adoptados, a sabiendas o no, por los grandes e influyentes historiadores del pasado. Pero, como todos sabemos, en nuestra era de automóviles, televisores y radios de transistores, lo que puede ser una b endición bajo ciertas circunstancias puede fácilmente ser peor que una maldición en otras. Y lo mismo sucede con los valores éticos y politices en la escritura histórica. Pueden en algún momento haber contribuido inconmensurablemente al avance del conocimiento histórico, pero, en otras ocasiones, pueden haber probado ser las barreras más efectivas e infranqueables a la explicación histórica. Y es precisamente porque los valores éticos y políticos (y aún más obviamente los cognitivos) están tan inextricablemente unidos a la escritura histórica, que podrían haber contribuido tanto a lo mejor como a lo peor en el pasado de la disciplina. A fin de preservar lo mejor y descartar lo peor, será necesario (como he argumentado) desarrollar un microscopio filosófico que nos permita ver exactamente en dónde se encuentran las mejores ramificaciones del discurso histórico y el discurso ético y político y en qué lugar se involucran mutuamente . Como hemos visto, una teor[a de la naturaleza de la representación histórica nos ofrecerá el microscopio filosó fico requerido . Mirando la escritura histórica a través del microscopio de la representación histórica descubrimos, primero, la prioridad lógica de los criterios estéticos de la adecuacion representacional a los criterios sobre qué es correcto desde un punto de vista ético y político . La conclusión tranquilizadora que se deriva de esto ha sido que podem os confiar en que la disciplina logrará, a largo plazo, lidiar con los valores éticos y políticos y convertirlos en sirvientes de sus propios propósitos . Descubrimos, en segundo lugar, que podemos asignar de forma segura a la historia la tarea más importante y responsable de distinguir los valores morales y políticos recomendables de los objetables - obviamente una tarea que la hisLoria puede adecuadamente llevar a cabo sólo si no nos asusta la m anifiesta presencia de esos valores en la escri tura histórica -. Y necesitamos no temer a su presencia, dado que la estética
47
Frank Ankersmit
!
es la campanera más fuerte en la interacción eHtre los criterios del éxito estético y aquellos de lo que es correcto ética, política y cognitivamente. Aunque hay una importante excepción a esta regla: la estética puede solo llevar a cabo esta función si la libertad de expresión y de discusión sobre el pasado están completa e incondidonadamente garantizadas. De modo que esle requerimiento moral es la conditio sine qua non de todo lo que he explicitado en este capílulo. Pero el rol supremamente importante que es jugado por este valor moral no está en contradicción con lo que he venido diciendo sobre el régimen de la estética versus lo cognitivo y lo normativo: porque aunque este valor garantice la indispensable multiplicación de representaciones narrarivas, no nos dice cómo
1
evaluarlo.
2. El giro lingüístico : teoría literaria y teoría histórica*
1
1
1
En 1973, Hayden White publicó su ahora famosa Metahistory, un libro que por lo general es visto como un punto de inflexión en la historia de la teoría histónca, ya que corresponde más a una teoría de la tropología. Y, seguramente, hasta con tener conciencia superficial de la evolución de la teoria histórica desde la Segunda Guerra Mundial para advenir que ésta se ha vuelto una disciplina fundamentalmente difernte desde la publicación del magnum opus de White . Actualmente, se están formulando diferentes interrogantes e investigando diversos aspectos de la escritura histórica, y no sería exagerado decir que, gracias a Whit.e, el tipo de escritura histórica que es ahora objeto de estudios teóricos es muy diferente al tipo de historia que la generación anterior de teóricos de la h isLOria consideró arquetipos de la escritura histórica. Tres décadas después, en el comienzo de un nuevo siglo, se puede d1scutir si éste es el momento apropiado para evaluar qué se logró y qué no. Para ello, voy a abordar principalmente la cuestión de la relación entre el así denominado giro lingüístico y la introducción de la teoría literaria como un instrumento para la comprensión de la escritura histó-rica. Mi conclusión será (l ) que hay una asimetría entre los postulados del giro lingüístico y aquellos de la teoría literaria; (2) que la confusión entre estas dos series de postulados ha sido muy desafortunada desde la perspectiva de la teoría histórica; y (3) que la teoría literari.a tiene
1
'
' Traducción de Laura Cucchi y juhán Giglio.
48
Frank Ankersmil mucho que enseñar a los historiadores de la escritura histórica pero no Liene nada que ver con la clase de p roblemas qu e son investigados tradicion almente por Jos Leóri cos de la historia.
El giro lingüístico· y la teoría histórica La revolución realizada por White en la teoría histórica contempo-
ránea ha sido a menudo relacion ada con el denominado giro lingüístico . Y con toda propiedad, teniendo en cuenta que la principal tesis de White ha sido que nuestra comprensión del pasado está determinada no sólo por lo que el pasado fue , sino también por el lenguaje que utilizó el historiador para referirse a él o, como él mismo gusta decir, que el conocimiento histórico es tamo «construido» (por el lenguaje de los historiadores), como «descubierto» (en los archivos). Sin embargo, cuando White afirma esto, a veces tiene en mente cosas diferentes que las que tienen los filósofos que abogan por el giro lingüístico. Para apreciar en su juslo valor lo que la revolución de White ha aportado a la teoría histórica, valdrá la pena identificar estas diferencias y considerar sus implicancias. En la introducción a su influyente colección sobre el giro lingüístico, Rorty sostiene: «Con "filosofía lingüística" me refiero a aquella visión según la cual los problemas filosóficos pueden ser resueltos o (disueltos) reformando el lenguaje o a través de una mayor comprensión del lenguaje que usamos actualmente» .1 Los problemas filosóficos aparecen cuando, como en la famosa formulación de Wittgenstein , «el lenguaje se va de vacaciones» y comienza a crear un pseudomundo además de aquel con el que el lenguaje tiene que tratar en su vida cotidiana. En principio esto puede parecer reforzar la p ostura empirista, ya que, ¿no recomienda el programa del filósofo lingüisla que desechemos como ilusorios todos los problemas ftlosóficos que n o son reductibles a la construcción de un lenguaje ideal (que no puede dar lugar a pseudoproblemas filosóficos) o a la consulta empírica? ¿Y no está esto en consonancia con la ortodoxia empirista , tal como fue formulada por David Hume, 2 en el sentido 1
Richard Rony. The lingLListic Turn: Recent Essays in Philosophiccrl Melhod. Chicago: Univcrsity of Chtcago Press, 1967, 3 -33 y ss. 2 Según la célebre formulación de Hume: > como más o menos sinónimos, si miramos más de cerca aparecerán algunas diferencias interesantes. Como he afirmado en otra ocasión,12 la diferencia lógica más notable entre ambas es la siguiente. En una descripción como «Este gato es negro», siempre podemos distinguir un partt! que refiere - «este gato» y una parte que atribuye una determinada propiedad al objeto referido: «es negro». Esta distinción no es posible en una representación del gato 12 Frank Ankersmit. «Statemems. Texts, and, Pictures>>. En: A New Pllilosophy oj 1-/iscory. Ed. por Frank Ankersmit y Hans Kellner. Chi>. En: Mctapily/osophy. vol. 31 , n. 0 1-2: (enero de 2000). págs. 148-169.
61
2. El giro lingüístico: teoría literaria y teoría histórica
Franl< Ankersmit
negro, en una imagen o fotografía de él. No podemos identificar con absoluta precisión aquellas partes de la imagen que refieren exclusiYamente a1 gato negro (como lo hace el término-sujeto en la desctipción) y aquellas panes de la imagen que le atribuyen determinadas propiedades - como ser negro- como lo hace la parte predicativa de la descripción. Ambas cosas, tanto la referencia como la predicación, se dan en la imagen al mismo tiempo. Y lo mismo ocurre con la escritura histórica. Supongamos, u na vez. más, que en un texto histórico sobre el Renacimiento estamos leyendo un capítulo, un párrafo o una oración sobre la pintura renacentista. ¿Debemos decir, entonces, que este capitulo, párrafo u oración se refiere al Renacimiento únicamente en el sentido de escoger algún objeto histórico o una parte del pasado a la cual le son atribuidas determinadas propiedades en alguna otra parte del texto? ¿0, deberíamos decir, en cambio, que el capítulo, párrafo u oración atribuye una propiedad a un objeto que ha sido identificado en algún otro lugar? Y, de ser as[, ¿dónde y cómo se identificó este objeto? Si es así, ¿qué nos permite distinguirlo de otros objetos íntimamente vinculados como aquellos del manierismo o del barroco? Todas preguntas que son imposibles de responder. Y no se trata meramente de que la historia sea una ciencia inexacta en la cual una absoluta precisión en tomo de la referencia es inalcanzable. Se traLa, en cambio, de una cuestión de principios. Y el principio en cuestión es que, en la escritura de la hiswria y en el texto h istórico, referencia y atribución van siempre de la mano. Pero esto no es todo. Podría objetarse que el mero hecho de que la referencia y la predicación vayan de la mano en la representación (histórica y pictórica) de ningún modo excluye la posibilidad de que referencia y predicación sean logradas por la repre5entación . Sin duda, una imagen o una fotografía de este gato refiere a este gato y le atribuye la propiedad de ser negro -y, de modo similar- ¿no es verdad que un libro sobre el Renacimiento no sólo refiere a determinados aspectos del pasado sino que también le atribuye al mismo tiempo ciertas características? El hecho de que ambas operaciones se realicen al mismo tiempo mediante la representación es ciertamente una observación interesante acerca de la naturaleza de la representación, de modo que la objeción persistiría. Pero ello representa simplemente una observación pedestre de que existe una vaguedad lamentable en la representación si se la compara con su
62
contrapane más sofisticada, es decir, con la descripción. Pero hacer esta objeción seria subestimar la representación y sus complejidades: la representación es mucho más que una mera estación intermedia, tentativa e imperfecta, entre un encuentro no estructurado con la realidad y las certezas de la descripción verdadera. Concedamos, por un momento, que un texto sobre el Renacimiento «refiere» al pasado. Deberíamos preguntarnos entonces a qué pasado refiere el texto exactamente. Y aquí aparecerán los desacuerdos. Diferentes textos esctitos por diferentes historiadores «referirán» a cosas diferentes. El Renacimiento de Burckhardt difiere del Renacimiento de Michelet, Baron, Huizinga, Burdach, Goetz, Brandi o el que Wolfflin tiene en mente. 13 Y estas diferencias no son meramente incertidumbres ocasionadas por la carencia de precisión característica de la escritura histórica. Puesto que es en estas diferencias y en estas incertidumbres d?n~~ se articula todo el pensamiento histórico y toda la comprensión htstonca. No podríamos tener discusión histórica ni progreso alguno en la comprensión histórica si todos supieran qué fue el Renacimiento y a qué se refiere (o no) el término. Indudablemente, existe un determinado periodo histórico, una determinada civilización en determinado país con los que todos nosotros asociamos la frase «el Renacimiento» cuando la escuchamos. Pero aunque ésta es una condición necesaria, no es una condición suficiente para establecer referencia. Para subrayar eso y evitar confusiones deberíamos utilizar un término alternativo y evitar el de «referencia» cuando discutamos la relación entre la palabra «Renacimiento» y la parte de la realidad del pasado con la cual la asociamos. Propongo usar, en cambio, el término «~e~ a~~rca de >~ [ «being about»], que podría dar lugar a la siguiente dtstmcwn termmológica. A pesar de que tanto la descripción como la representación están en relación con la realidad, se dirá que una descripción refiere a la realidad por medio de su término-sujeto, mientras que una representación (como un todo) es acerca de la realidad. y mientras que l~ referencia se establece objetivamente, es decir, por un objeto en la reahdad que es denotado por el término-sujeto de la descripción, 4 (i.e. el nivel en el cual el historiador describe el pasado en términos de enunciados individuales acerca de los eventos históricos, estado de las cosas, enlaces casuales, etc.). Pero, por el otro, también comp rende el nivel donde tiene lugar la discusión acerca de qué fragmento del lenguaje (i.e., qué texto histórico) representa mejor o se corresp onde m ejor con algún fragmento de la realidad pasada. Este es el nivel del «hablar acerca del hablar» y es donde p odemos preguntarnos, por ejemplo, qué definición deberíamos dar de los conceptos «Renacimiento» o «revolución» para llegar a una 4 óptima comprensión de cierta parte del pasado .l l-+Es en este punto que podemos discernir una similitud entre el modo en que una representactón histórica se relaciona con el pasado y las •oraciones r,. de Tarski. D~ acuerdo con la convención T , un enunciado como >, pág. 325. 30 1b!d.
80
, n otra parte, Lorenz presenta a sus leclores una exposición adecuada de cómo yo hab1a ar~umemado el cnteno de alcance. Véase Lorenz. Konstruktion der ve,gangerheit: E1ne Euifuhltlllg m d1e Gcsc/Hchtsthcuric, págs. l39-H7.
81
2 . El giro lingüísLico: teoria literaria y teoría histórica
Frank Ankersmit
de citar-. Entonces, cuando se vean confrontados con el h echo de que la escritura histórica comprende tanLo la descripción (la verdad) como la rep resentación (el alcance) tendrán que decidir en qué dirección avanzar, restándole importancia a la otra opción. Lorenz ha de~idido avanzar en dirección a la representación tamo como se lo permite su empirismo (y en mi opinión, incluso más allá). Ha ido r.an lejos que los narrativistas (como yo) empezamos a preocuparnos por lo p oco que ha quedado del componente descriptivo en su argumentación e insistimos en que él debería dar más espacio a la verdad (empir ista) de lo que actualmente tiende a darle. Como veremos en un momento, McCullagh optó por el otro extremo del dilema empirista: redujo toda representación a desctipción y verdad. Deberíamos tener presente, ante todo, que el dilema es puramente un producto de la ideología empirismo y que, en contraste con esta ideología, tanto (l) descripción (; ibld., pág. XA'V. ¡.¡lionel Gossman. French Society and Culture: A Background for Eighteenth-Century Uteratl!re. Englewood ClifTs: Premice-1-lall, 1974; Asher Horowitz. Rousscau, Nature, ancl History. Toronto: University of Toronw Press, 1986; es característico de la actitud ambivalente de Rousseau hacia la historia el extraño lugar del concrato social en su obra como totalidad. Mientras que los dos DisCLII"sos explican cómo el curso de la historia efectiva ha distorsionado la naturaleza humana, el contrato social completamente a o ami historicista no tiene otro propósito que legitimar (un grado extremo de) la socialización baJO ciertas condiciones bien definidas. Por tanto, se necesita la historia para una
114
3. Historia y teoría política
pensamiento polftico de Rousseau de lo que la academia contemporánea sobre Rousseau estuvo alguna vez preparada para reconocer, se debe aün conceder que la historia permaneció para Rousseau como una categoría abstracta, nunca abarcantlo la completitud y el detalle concreto de, por ejemplo, la historia de una nación. Contra este trasfondo, la posici ón de Hegel es de específico interés. Hegel quebró esta jerarquía disciplinar tradicional de la historia y la filosofía con su esfuerzo de desarrollar una philosophia de la historia. Quiso traer la luz de la verdad filosófica al dominio de lo que era meramente > Brando a la postal de Diddle Beach . Esto no produce un enunciado falso, es decir, un enunciado cuya negación sea verdadera, sino algo que como mucho podemos caracterizar como «carente de sentido» , «disparate» o «sin aplicación». De allí que la propuesta de Bennett de concebir a la imagen como una serie de predicados que pueden ser atribuidos a u na etiqueta no puede ayudarnos más.35 Para una explicación difereme propongo distinguir entre la representación de cualidades y la representación de aspectos por parte de la imagen. El cuadro de Goodman puede decirse representa un cierto número de cualidades del auto representado: vejez, amarillez, carácter ruinoso. Pero la imagen de Schier nos muestra a Brando bajo cieno aspecto: el cuadro nos muestra a Brando como hosco. La diferencia crucial entre los dos tipos de imágenes es que los aspectos siempre se relacionan con las cualidades de la imagen en sí misma y no de aquello que es representado. Porque es una cualidad de la imagen de Brando que nos representa a Brando como hosco; en efecto es ciertamente posible que Brando no fuera hosco en absoluto cuando la representación fue realizada. Las cualidades que están en juego en el cuadro de Goodman no son cualidades de la imagen sino de aquello que es representado. Ciertamente es verdad que en el caso del auto viejo de Goodman podemos decidir, también, cualidades de lo retratado solo p or medio de las cualidades de la imagen . Pero las cualidades de la imagen se desvanecen ellas mismas con respecto a lo representado. La imagen es transparente con respecto a lo representado. Pero en el caso de la representación de un aspecto, la imagen se insinúa a sí misma entre nosotros y lo representado. La imagen despliega su opacidad. Y aquí encontramos la razón por la cual la imagen de Schier predispone a un enunciado en particular («Brando es hosco»), mientras que la de Goodman es indiferente con respecto a los distintos enunciados. Los componentes de la imagen de Goodman retienen una independencia relativa enr.re sí debido a que esos componentes no son representados desde una perspectiva o aspecto que los integra. La imagen, por lo tan1
~ lbíd .,
págs. 276-277.
155
4. enunciados, textos y cuadros
Frank Ankersmit to, n o nos compele a privilegiar determinado enunciado. Pero en el caso de la imagen de Brando tal integración tiene lugar. Porque a pesar de que algunos elementos de la representación contribuyen más que otros, el punto nodal reside en que es una cualidad de la imagen como totalidad la de representar a Brando como hosco. Y es esta cualidad específica de la imagen la que nos predispone a realizar un enunciado particular: «Brando es hosco». Debemos por lo tanto distinguir entre «representar que» y «representar como». En el primer caso el acento recae en las cu alidades de lo representado y en el segundo caso en aquellos del cuadro. Y esta diferencia claramente no se relaciona con una que otra diferencia categorial entre las cualidades de la «amarillez», por un lado , y la «hosquedad» por el otro. No debemos concebir la amarillez del auto de Goodman como una cualidad primaria y la hosquedad de Brando como una cualidad secundaria, en un sentido aproximado al de Locke .36 No se trata de diferencias en objetos y sus cualidades potenciales, sin o de la diferencia entre la transparencia y la opacidad de la imagen, la cual explica las fom1as variadas por medio de la cuales esas cualidades funcionan en los cuadros. No obstante, sí parece probable que algunas cualidades de los objetos representados resulten más apropiadas para el «representar que» - que para el «representar como» - . Es como si la representación de ciertas cualidades (la hosquedad) requiriera un esfuerzo por parte de la imagen en su totalidad, mientras que otras cualidades (como la amarillez) se contentan modestamente a sí mismas con tan solo una parte de la imagen. Pero no hay reglas rígidas de fácil aplicación aquí. Así, en «Visión después del sermón» Gauguin representa el pasto como si fuera rojo y aquí, también , se implica a la totalidad de la obra de arte en la cual tales inversiones devienen posibles y adquieren su plausibilidad estética. El hecho de que, desde el fin del siglo XIX, inversiones como la de Gauguin hayan sido la regla antes que la excepción puede justifi car la conclusión de que «representar como» - y la totalidad de la obra de arte ha triunfado sobre el «representar que» - y sus componentes. Pero tal vez en nuestra era postmoderna, con su preferencia por la «estética del fragmento» -el término deriva de Friedrich von Schlegelel péndulo está yendo en la dirección opuesta nuevamente. 36john
pág. 119.
156
Locke. Ensayo sobre el entendi111ie11LO humano. México DF: FCE, 1999,
Y todo esto tiene su contraparte en el texto histórico. De modo similar al «representar- como» el texto histórico también da lugar a una interacción entre elementos descriptivos (aquí : los enunciados verdaderos que son efectuados acerca del pasado) y esta interacción también es relevante para una dimensión de la obra histórica que no puede ser meramente reducida a esas partes descriptivas y sus pretensiones de verdad. La sustancia narrativa en la cual esa interacción tiene lugar es una «representación - como», una representación del pasado bajo un particular aspecto que es establecido por la sustancia narrativa. Y como en el caso de la