Seminario De Psicoanalisis De Niños 2

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seminarlo de psicoanálisis de niños

2 franeoise dolto b a l i z a d a « m u i la citlalHtración do j(>an-t'ran^oÍK do saut(M '/ac «‘ < l i « * ¡ ó n

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siglo x x i editores,

s. a. de c. v.

CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS. 04310. MEXICO, 0 F

siglo

xxi

editores,

TUCUMAN 1621. 7 N. C 1 0 5 0 A A G .

s. a.

BUENOS AIRES. ARGENTINA

siglo x x i de españa editores, s. a. MENÉNDEZ

PIDAl

3 BIS,

2 8 0 3 6 .

MADRID,

ESPAÑA

portada de carlos palleiro primera edición en español, 1987 octava reim presión, 2009 © siglo xxi editores, s.a. de c.v. isbn 978-968-23-1926-6 primera edición en francés, 1985 © éditions du seuil, 1981 título original: séminaire de psychanalyse d ’enfants 2 derechos reservados conform e a la ley im preso y hecho en méxico im preso en publimex, s.a. calz. san lorenzo 279-32 col. estrella iztapalapa agosto de 2009

PRÓLOGO

9

1. c o n v e r s a c io n e s p r e v ia s

13

2. f o b ia s

22

3. ENCUADRE d e

una

54

p s ic o t e r a p ia

4. p s ic o t e r a p ia d e u n a

65

enferm a

5. n iñ o s m u d o s

76

G. NIÑOS a b a n d o n a d o s . EL SEUDODÉBIL

89

7. PACO

SIMBÓLICO

*00

8. EL NOMBRE-DEL-PADRE

1 *7

9. ps ic o sis

13-1

10. SOBRE EL t r a t a m i e n t o 11. s o b r e l a

p r e c l u s ió n

12. SOBRE l a

c é n e sis

de

de

lo s

142

p s ic ó t ic o s

154 la

166

p e r v e r s ió n

13. p s ic o a n á l is is -l u z

173

14. l o s sign os d e f i n a l i z a c i ó n

d e u n a n á lis is

DE NIÑO

183

15. A p r o p ó s it o d e l a lis ta ín d i c e

de lo s

191

a n o r e x ia

p r in c ip a le s

casos

v

e je m p lo s

c lín ic o s

222 223

a n a l ít ic o

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i -L O G O

: xios que com ponen este lib ro son, según la expresión ncoise D olto, un “ reflejo de su sem inario” . Com o dicho jc r. puede im plicar tanto la fid elid ad de una transm isión at distorsión de una im agen, qu iero decir algunas pala->hre ambas acepciones. procurado conservar, la m ayoría de las veces, los _ significativos de este sem inario. Por lo cual podremos Fran^oise D o lto 110 se cree facultada a partir de su o - * t sn cia clínica, ciertam ente única, con los niños, p ara dar 9( -' ■ - a los terapeutas. E lla no nos h abla desde un trono de . ¿inático. H ace trabajar su experiencia y la pone a prue. * ' v los que la interrogan. Lo qu e hace de esta experien. _ . enseñanza son las posibilidades que abre para los la lib ertad a que los com prom ete, con tal de que • r .-jn al rigor de la ética del psicoanálisis. F.^ncoise D olto piensa caso por caso, l.os asocia. A menu» u ra los casos más extrem os de su práctica, aquellos ¿u n ella, “ le han enseñado” , ya que no d isponía de r, 'aber previo para afrontarlos. A l presentar lo ordinag -¡n:o con lo más relevante de su experien cia perm ite a •> p-.coanalistas d istin gu ir entre lo im posible a qu e se enfrenrr. un tratam iento y sus propias resistencias —a las q u e se >■ _ bajo los distintos nom bres qu e les dan. !• - neas se entrecruzan en este sem inario: la clínica y la a * :¡d¡sociable ésta de la técnica. I.os textos q u e versan ■ :ce técnica se alternan con los casos clínicos, según un ;» v . .¡l sigue la lógica de los problem as planteados por la ter-, infan til desde sus preám bulos hasta los últim os signos ■áe 11¡sis. pasando por el encuadre de un tratam iento y el ■aae . sim ljólico. - - - upación de Francoise D olto ha sido en efecto la St iqui. con co n tin u idad respecto al prim er volum en, a» tt n o s de una ética del psicoanálisis infan til, lin a ética m com o único fundam ento el lenguaje: lo que supone fin : 7

la

el respeto a su persona; el reconocim iento de su deseo, en lo qu e dice o intenta decir, de m anera qu e pueda asumirse com o sujeto. L a palabra “ técn ica" se h a usado m al entre los analistas. Sobre todo cuando im plica elem entos de instrum entalidad (m entalidad instrum ental): m an ipu lación del paciente —o sea, p o der sobre un o b jeto —, funcionalism o del terapeuta. Sin em ­ bargo todos están de acuerdo en que no existe más deseo por parte del analista q u e el de a p licar un m étodo dentro de un contrato libre qu e rige el análisis del niño. N o hay u n a visión que nos perm ita ser extraños a lo esencial de uno mismo, si es cierto, com o dice Spinoza, que el deseo es la esencia del hom bre. Q ue el sujeto pueda distanciarse del otro, del otro exterio r a él, o del otro que él ha introyectado. Es solam ente a través del lenguaje qu e se puede llevar a cabo este análisis. N o existe diferencia que no se plantee desde un princip io com o una d iferencia de palabras: ni el sexo, ni el sujeto —que lleva un nom bre y un a p ellid o — m arcan una excepción. Si no se p uede escuchar, hablar o escribir, la diferencia qu e consti­ tuye a un sujeto corre el riesgo de quedar lim itad a a u n a im a­ gen, aun qu e sea ideal, o alienada en el cuerpo de otro; o b­ jeto ind istinto, cosa, quizás colonizada por una voz qu e lo v in cu la a este otro. "C a stra r” es equ ivalente a im pedir el ac­ ceso a la palabra, a la lib ertad de expresar, en prim era per­ sona, su deseo, su sufrim iento, asum iendo su ser sexuado. E q u iva le a una castración sim bólica. N atu ralm en te, la estructuración y redacción de este libro no reflejan de forma eq u ilib ra d a la variedad de temas abor­ dados en un sem inario que se ha desarrollado a lo largo de más de diez años. Si se ha asignado, por ejem p lo, un lugar im portan te a la cuestión del pago sim bólico, se debe a la insistencia de Framroise D o lto acerca de la necesidad del con­ trato qu e el terapeuta ha de establecer con el niño. Podre­ mos observar la pertin en cia y eficacia respecto a las resisten­ cias de ciertos analistas, incluso su incredulidad, acerca de la exigencia ética de tratar a un niño com o sujeto capaz de asu­ m ir su deseo, de querer el tratam iento en nom bre prop io. En cu anto a los casos clínicos, adem ás de las inevitables dificultad es que nos han o bligado a descartar la pu blicación de algunos de ellos, es ciertam ente su carácter dem ostrativo y su alcance pedagógico lo que ha orien tado la elección; pero tam bién ha pesado su valor com o experiencia de los límites:

un ir más allá de lo analizable, o considerado com o tal; un ir más allá de los diagnósticos o de los prejuicios que prohíben o inhiben a m enudo el deseo del analista. L a ética consiste en no renu nciar a “ en con trar las m ediaciones” q u e perm iten a un niño en trar en relación con el analista, aun qu e él no tenga todavía las palabras adecuadas para expresar “ lo que sufre en é l” . C u an d o se le pregun ta a Fran^oise D o lto acerca del m arco de interpretación, ella recurre solam ente a las circunstancias, com o si toda elaboración previa corriera el riesgo de opacar el acto analítico en lu gar de aclararlo. O sea q u e sólo es po­ sible una interpretación en la relación a n alítica concreta que se lleva a cabo. Es conocida la "respuesta” qu e Fran^oise D olto d io a un joven retrasado q u e le h abía declarado: he experim entado algo de veras. "Q u e te ha hecho q u e no seas de veras", le d ijo .1 Si se o lv id a lo espectacular de esta inter­ pretación —sobre la que se ha divagado m u ch o— llegarem os a descubrir más bien lo q u e ella llam a "prendre langue” con un niño en análisis. N o existe m ejor ilustración al respecto qu e la fórm ula de Lacan: el sujeto recibe del O tro su p rop io mensaje en form a invertida. El O tro no es el analista, sino los significantes: en el caso qu e estamos viendo, la expresión “ que te ha hecho qu e no seas de veras” , por la cual el niño ha po­ did o reconocer que tenía una cabeza “ no p o sib le” , la cabeza qu e le habían hecho tam bién las palabras de los otros. T o d o ello viene a resum ir, de m anera esquem ática, una ló­ gica d el inconsciente: lo verdadero ha prod u cido lo no verda­ dero, lo cual es im posible expresar según la lógica clásica o la lógica form al (donde lo verdadero no p uede im p licar lo falso). Freud descubrió, por el contrario, que los procesos in­ conscientes ignoran la contradicción. De algo verdadero se puede generar algo falso, en cadena; éste es el paradigm a de muchos casos clínicos estudiados en este sem inario. Sería cier­ tam ente necesario precisar la fórm ula. Lo verdadero qu e causa un síntom a, o una psicosis, no es siem pre un acontecim ien­ to o un traum a. N o ha tenido lugar necesariam ente en un pasado, en la historia in fan til. Es una verdad q u e no se ex ­ presa con palabras, una realidad no garantizada por nadie, cuyas huellas son tenues. Es algo no-dicho que el sujeto no ha asum ido, pero qu e sin em bargo pesa sobre él com o su l Franroisc Dolto E l caso D o tiiin iq u e , México. Siglo X X I, 1973, p. 30.

d oble, sin que se dé cuenta. Lo “ im posible-’ que está presente en el síntom a m arca sus rasgos. En e! caso del m alentendido entre el pequeño H ans (de Freud) y su m am á, el n iñ o pre­ g u n ta a la mamá: "¿T ien es tú tam bién u n hace-pipi?" y la m am á responde: “ Por supuesto q u e tengo un hace-pipi?” Ella responde acerca de la función, pero él p regun taba sobre la existencia de un órgano. N a d a ju stifica m ejor el retruécano del mále cntcndu* entre m adre e hijo, el cual, fiándose de las palabras de ella, tiene u n m al reconocim iento de sí mis­ mo; ella escucha mal la d iferenciación de un órgano, el pene, y de un sím bolo, el falo, qu e representa el deseo de un su­ jeto, cu alqu iera qu e sea su sexo. (Sobre este p u n to el mismo Freud no tenía todavía en aqu ella época las ideas m uy claras, com o señala Fran^oise Dolto.) Si el síntom a se origina en un equívoco, para un sujeto en análisis no hay otro cam ino hacia la verdad que la plática (un decir). Por ello se puede escuchar incluso lo qu e el niño no puede expresar con palabras —p o r­ qu e las ha rechazado o nunca las ha recibido—; y se le puede d ecir todo, pues, com o todo ser hum ano sexuado, existe por el lenguaje, aun que su código sim bólico sea aparentem ente indescifrable. Éste es el terreno profun d o qu e Framjoise D olto ha abordado en el psicoanálisis. JEAN-FRANSOIS

* En francés suenan igual ( máte: m aih o ). (i.]

m nlentnidu

DE

(malentendido)

SAUVERZAC

v mdle-entendu

TÉCNICA

1. C O N V E R S A C IO N E S P R E V IA S

LAS

CONVERSACIONES

PREVIAS

TIENEN

LUGAR

CON

LOS

PADRES,

MIENTRAS EL NIÑO TIE N E MENOS DE SIETE AÑOS — CASTRACIÓN DE I-OS PADRES — LOS NIÑOS PARÁSITOS DEL CUERPO DE SU MADRE — LOS NIÑOS QUE SE ACURRUCAN EN UNO DE SUS PADRES

Para usted, ¿la terapia de un niño no puede llevarse a cabo sin la presencia de su madre?

p a r tic ip a n te :

f r a n g o i s e d o l t o : C u an d o se trata de niños pequeños, así es. Y en todos los casos, si hablam os de conversaciones previas o de prim eras sesiones, es con respecto a niños m enores de cinco años; en algunos casos es conveniente hasta los siete u ocho años. Por otro lado, a m enudo no se trata de lo q u e podría­ mos llam ar psicoterapia del niño, com o por ejem p lo cuando, m ientras se está h ablan do con los padres, él entra y sale, hace algu n a tontería o nos m anda a la mierda. Sin em bargo, aun­ qu e todavía no se p u ed a hablar de psicoterapia, representa un trabajo im portante para él. N o se observa la angustia o la inestabilidad d el niño, sino sólo a los padres. Si un niño que no llega a los siete años en tra y sale cuando q u iere —y se le tiene que d ejar hacer así— existe una castración latente; de hecho, el niño, ante sus padres, provoca una castración en el a du lto. Y com o el analista la acepta desde un p rim er m om en­ to, los padres em piezan a entender la situación, desde el mismo p u nto de vista del analista: su h ijo no necesita psicoterapia; son ellos los que la están solicitando, porque no son capaces de castrarlo. Son ellos los qu e han de com prender su prop ia historia y el sentido de sus aspiraciones actuales, a m enudo precluidas o sólo proyectadas sobre el niño p o r el que sufren, pero del q u e ignoran su propio sufrim iento. T o d o es angustia y llanto. Es en estas conversaciones previas que cuentan al analista su historia.

M ás adelante, si después de estas conversaciones, el niño —cu an d o tiene menos de siete años— les dice: “ Y o qu iero h a­ blarte a solas, qu iero venir solo, no quiero q u e m i p apá y m i m am á estén a q u í” , se les pregun ta a los padres si están de acuerdo con ello. Si el niño persevera en su dem anda, una vez em pezado el tratam iento, y si los padres están de acuerdo en q u e siga a un ritm o regular, se le dice: "B ien , a condición de q u e tú pagues.” Se establece un contrato con el niño; he aquí por q u é el pago sim bólico es necesario. A l p rin cip io, cuan­ do q u iere venir a h ablar a solas, lo hace porque q u iere ocupar el lu g a r de sus padres. U n n iñ o de esta edad sólo está m oti­ vado si sus padres lo están tam bién —y en un p rin cip io es su­ ficien te qu e lo estén los padres. En cuanto a él, está dispuesto a recib ir la castración y no la esquiva con un adu lto, haciendo una transferencia de este tipo: “ te tom o por m i m am á; te tom o por mi papá; por u n sirviente; por una nan a” . P or el contrario, es necesario que acepte que debe ren u n ciar a pro­ yectar y a d ifu n d ir en todas partes este parentesco seudoincestuoso y convertirse en responsable de sí m ism o; lo cual no p uede hacerse si los padres por su lado no ren u n cian a plas­ m ar su deseo a través d el niño. D e lo dicho se desprende la necesidad de las conversaciones previas: prim ero el analista recibe la visita de los padres con­ jun tam en te, después la de la m adre o el padre por separado, cuando por turno acom pañan al niño. Si en este m om ento cu alq u iera de los dos se expresa en estos térm inos: “ M e m o­ lesta qu e él esté presente” , se le pide al niño q u e salga. Si él responde: “ Pero yo qu iero estar a q u í” , se le dice: “ N o, tus padres están delante tuyo en la vida. Ellos vin ieron antes que tú para h ablar de ti. T u tratam ien to vendrá en seguida —si todavía lo deseas— cuando quieras hablar de ti. H asta ahora tú has venido para divertirte, quizás para h ablar, pero sobre todo para escuchar lo que dicen papá y m am á.” Y delante de los padres se le da la siguiente interpretación: ‘‘C om o cuando están en la cama y tú quisieras saber lo qu e dicen y lo que hacen.” Este trabajo equ ivale a la castración de los mismos padres. Se les debe orientar para qu e vean en su h ijo a un igual, a u n ser hum ano con inteligen cia de las cosas de la vida, en lugar de considerarlo com o u n sistema nervioso q u e es nece­ sario calm ar, eventualm ente con m edicam entos, los cuales en todo caso sería necesario revisar. Se trata de un niñ o que

desea no ser visto com o un conju nto de necesidades, mal or­ ganizado. Por lo general esta castración de los padres es su ficiente para liq u id ar la m ayor parte de perturbaciones del niño. Se llega a saber, por ejem plo, q u e él duerm e en la cam a de sus pa­ dres. Entonces se les pregunta: "¿A qu ién de ustedes le gusta esto?" Es m uy im portan te no decir en un prim er m om ento que no es necesario qu e el niño duerm a en la cama de sus pa­ dres. Y a llegará el m om ento o p ortu n o para ello. En un prin ­ cipio se pregunta: “ ¿H asta qué edad va a d urar esto? ¿Que d iría usted si su lu jo durm iera con ustedes basta los vein ti­ cinco años? Y usted, señora, ¿qué opina al respecto? —Bueno, sí, no nos hemos dado cuenta de qu e ha crecido y nos hace hacer el ton to ." Y los “ puede ser” se añaden a otros “ puede ser” . Después el n iñ o entra en la pieza. “ A h , justam en te es­ tábamos h ablan do de ti. N o sabíam os si tú eras un bebé en el vientre de tu m adre, si jugabas a ser un señor qu e quiere robarle tu m am á a tu papá o a ser una m u jer que quiere to­ m ar el lugar de tu m am á ante tu papá.” A l ofr esto el niño se va. Y los padres dicen: “ ¡O h! ¿usted cree qu e llega a pensar esto? N o, se trata sim plem ente de qu e tiene pesadillas.” A sí se hace una psicoterapia de un niñ o de cinco o seis años, que no tiene todavía sublim aciones orales y anales, utilizables como clase. Es precisam ente a causa de esta falta de sublim ación que, sin saberlo, los padres form u lan una pre­ gunta. N o quiere com er, se siente dem asiado cansado para com er s o l o .. . y entonces la m am á le da de com er. N o se trata de una castración anal. Esto quiere decir qu e los brazos de la m adre “ hacen” en el lu gar de los suyos, según una dem anda: “ h acer” las necesidades está todavía m ezclado con el “ hacer” del cuerpo de la m adre. N o resulta sorprendente qu e este niño todavía haga sus necesidades en sus pantalones. C ierta­ m ente no lo traen a causa de este síntom a, pero se ha de entender, a partir de lo que dice la m adre acerca de esta "p e ­ reza de com er solo” y de la continencia periód ica de su hijo, qu e se trata de un hacer a-través-de-su-mamá. Es preciso darle trabajo a mamá. H acer a través de mamá; hacer p or m amá; hacer con m am á. N o ha salido todavía de su mamá, de la re­ lación corporal con ella. E l efecto de la castración oral consiste en poder hablar en nom bre p rop io y no decir lo que los padres qu ieren qu e diga. Consiste en tener una im aginación distinta de la de los padres.

El efecto de la castración anal consiste en cam bio en un hacer qu e ya 110 está articu lad o por conjunciones vin culadas a las pa­ labras y a los deseos de la m adre; ya no se trata de un hacer por, con o contra la m adre, sino de u n hacer por sí mismo. L a m adre está en él, el padre está en él. (U n niño de treinta meses se auto-m aterna; a los cinco años, se auto-paterna.) Pero esto sólo es posible si los padres lo dejan libre. Es preciso pues trabajar con ellos, preguntándoles claram en­ te: "¿Q u é pasó con sus papás y sus mamás cuando ustedes te­ nían la edad que tiene ahora su hijo? —C u an d o yo tenía esta edad mi padre m e desmovilizaba, d ijo un papá. —P uede ser qu e a causa de ello se encuentra usted ahora desm ovilizado en cu anto a padre [se usan sus propios térm inos]. En el fon­ do sería m ejor qu e usted estuviera en el ejército —o sea ‘m o­ viliza d o ’. Si así fuera su h ijo tendría a su esposa para él solo." El padre ríe. U n poco de hum or no está m al. Se trata de un trabajo profu n d o tanto para el padre como p ara el h ijo qu e se en cuentra allí, aun qu e no se sienta toda­ vía im plicad o personalm ente, pues lo q u e está en tela de ju icio es el deseo, bloq uead o por el h ijo , de u no u otro de sus pro­ genitores. C u a n d o se trata de un niñ o de siete u ocho años, es nece­ sario decir a los padres —y es un trabajo previo a realizar con ellos si qu ieren con tin u ar vin ien d o a consulta por ellos m is­ m os—: “ Es preciso que ustedes sepan en este m om ento si es su h ijo q u ien sufre y si es él qu ien pide una p sicoterap ia para sí m ism o, o bien si, de hecho, a través de vuestra relación con él, qu ieren un tratam iento para ustedes. “ E xisten consultorios y establecim ientos q u e reciben tan to a los adultos com o a los niños, otros que reciben solam ente a los padres en cuanto ta­ les, no com o individuos. Se les dice: “ C om pren d o m uy bien qu e ustedes tengan necesidad de hablar conm igo, pero des­ pués de las conversaciones previas, que son indispensables, de­ cidirem os si vienen ustedes o bien su h ijo . Es necesario dar a cada uno su psicoterapia personal. N o es conveniente que un m ism o terapeuta lleve a cabo el tratam iento d el niñ o y el de los padres.” Corresponde al padre en cuestión ir a h ab lar a otro terapeuta del centro o del C en tro M édico Psico-Pedagógico ( c m p p ) o bien em pezar un psicoanálisis en otro lado. Los padres más positivos, desde este p u n to de vista, son los q u e qu ieren qu e el n iñ o se som eta a psicoterap ia, pero no qu ieren pagar por ello. Es preciso decirles: “ T ie n e n ustedes

razón .” Se trata de padres tan castrados por su h ijo q u e no qu ieren pagar nada p o r lo qu e desean de él. D an firm a en blanco al terapeuta: " T e n g o confianza en usted. H aga lo que tenga que hacer, yo no qu iero inm iscuirm e.” ¡P erfecto 1 Dan una anam nesis con todos los datos concernientes al niñ o; éste, después de los o d io años, ya no tiene necesidad de ellos, au n ­ que su tutela le sea tod avía necesaria. Se les dice sim plem ente a los padres: ‘‘ H agan lo que quieran, o lo qu e puedan, d ía a día. Pero, si lo desean, ténganm e al corriente de los incidentes gra­ ves qu e pasen. D en u n recado a su h ijo , en u n sobre cerrado, q u e él m e hará llegar. P uede ser así: “ le he dad o u n bofetón” o “ le he cerrado la p u erta en las narices” . D e esta m anera se puede estudiar con el n iñ o lo más d ra­ m ático de lo que le va pasando y ayudarle a q u e asum a la a ctitu d de sus padres, a u n de aquellos q u e tien en por ejem plo la costum bre de golpear. L os padres en tien den así q u e siguen con su fu n ción de educadores. Se les dice: “ H agan lo que hagan, son ustedes los q u e tienen razón p o r ahora. Su h ijo sufre a causa de acontecim ientos y relaciones pasadas, pero en lo que está pasando actualm ente él no tiene nad a que ver.” Corresponde a nosotros, psicoterapeutas, p erm itirle, con nuestra atención, h ablan do a su m anera y adaptándonos a su m odo de educación actual, a los adultos tutelares qu e él con­ sideraba antes com o “ yo-ideales” y qu e ahora los ve com o perso­ nas iguales a todas, con sus inquietudes, angustias, deseos y responsabilidades. D espués de los nueve años, qu erer a los pa­ dres no es sinónim o de tom arlos p o r m odelos. U n a vez supe­ rado el Edipo, cada niñ o se construye u n Ideal del Y o que ya no está personificado en tal o cual adulto. Es según este Ideal que él quisiera convertirse en a d u lto de su sexo, en relación con el Id eal qu e se construye del otro sexo. E l E dipo se su­ pera, pues, p o r u n análisis de los sueños y d e fantasías con­ frontadas con la experien cia cotidian a de la realid ad y de las pruebas q u e ésta v a aportando. p.: (m ujer): Y o qu isiera p lan tearle una pregu n ta respecto a las conversaciones previas con los niños de m enos de siete años. U sted h ab ló de los qu e salen durante la visita. Pero a veces ocurre lo contrario: el niño se agarra de la m am á, le ja la los cabellos, se trepa en sus rodillas; no se puede h a b la r con ella. ¿Q ué se debe hacer en este caso?

Si esto ocurre puede resultar m uy aleccionador. Pues, si no se puede observar su conducta, n o se sabe bien lo qu e se debe hacer. Ciertam ente, una conversación de este tipo resul­ ta algo molesta. Se le puede decir a la m adre, delan te del niño, que venga otro d ía, pero sola; que usted no puede ha­ b lar con ella en su presencia, puesto que él la está m olestan­ do. É l oye esto, pero es incapaz de com prender, o incluso de percibir, si lo q u e se dice le concierne o no. N o desea aban­ don ar del todo su relación incestuosa, d ejan d o su lu gar de dueño del cuerpo de su m adre. Se trata de u n n iñ o m al des­ tetado. Sin ella, él todavía no existe. Si ella qu iere qu e se cure, q u e venga a h ablar por sí misma. Sin em bargo se debe tom ar esto con buen hu m or y sobre todo sin enojarse, n i por consideración a la m adre. Las m a­ dres sufren m ucho de sentirse m asticadas como chicle por su h ijo ante alguien qu e para ellas tiene un gran valor, u n psicoterapeuta. Se sienten desgraciadas de ser m ortificadas y to­ m adas por asalto por las burlas y sonrisas de su h ijo . Entonces se les dice: "¡C ó m o la q u iere!” y al niño: “ ¡Cóm o quieres a tu mam á! L a quieres tan to que no toleras qu e h able con n in gu n a otra persona.” Y se añade, dirigiéndose a la mamá: " Y a no es posible h ablar ahora, pero era im portan te q u e viera cóm o se com porta su h ijo con usted en p ú blico. L a p róxim a vez, puede usted venir sola o bien acom pañada de su m arido y el n iñ o.” L a m ism a escena se reproducirá sin d u d a en pre­ sencia del padre, pues se trata d el tercero exclu id o . E n m u­ chos de estos casos, al padre no se le reconoce com o a un tercero. Padre, m adre y n iñ o constituyen u n a masa de gritos y gesticulaciones. Si u n niñ o exclu ye al tercero, puede ser por­ que, desde su nacim iento o más tarde al en trar en sociedad, n o se ha sentido un interlocu tor tan válid o com o los otros. Es igualm ente posible q u e su conducta se deba a pulsiones posesivas en relación con el Edipo. O puede ser qu e el len­ gu aje de la vida llam ada social qu e ha aprend id o no tenga para él otra función qu e ser un objeto parcial de los adultos. Puede sentirse desencantado en sociedad, com o u n anim al de com pañía. U n niño a q u ien se le dice constantem ente: "¡C á lla te! ¡H az esto! ¡N o hagas esto o tro !” , cuando tenga tres años le dirá a su m amá: “ ¡Cállate, T a ta ta ta .” E lla le dará un par de cache­ tadas, clam ando: “ ¡Im pertinente! ¡M al ed u cad o!” Pero el niño no es un m al educado, h abla la lengua qu e se le habla, la f .d .:

lengua m aterna. Se le am a, se le llen a de cariños y caricias, cuerpo a cuerpo. Y al m ism o tiem po se le agrede, reivindincand o su placer a costa d el otro. L a in tim id ad d ual consiste en este ju ego de espejos. E n presencia de otro, el m ism o niño se siente exclu id o, pues las relaciones agradables y a la vez eróti­ cas n o existen más q u e en la soledad de los dos. Será pues en u n a conversación con la m adre, sin el niño, pero si es posible con el padre, qu e usted podrá com prender por qu é al niño no se le h a considerado n u n ca u n interlo­ cutor válido. P uede ser q u e sus padres no le hayan contado nunca su historia n i le hayan h ablado de ellos mismos. Pue­ de ser q u e n o esté en absoluto preparado para ven ir a con­ sulta, ignorando la in q u ietu d qu e sus padres tienen respecto a su desarrollo. C u an d o se le prepara para ir a ver al terapeuta com o si se tratara de un “ am igo” , es com o decirle al niñ o: " T e vamos a dar un entretenim iento, para que tu m adre pueda poner los cuernos a tu padre.” Es exactam ente esto lo que entiende, puesto que se considera a esta persona m ejor consejera de la m adre que su p rop io m arido. En la m ayoría de los casos el p adre está totalm ente de acuerdo en qu e alguien, hom bre o m ujer, se encargue de m od ificar la conducta de su h ijo , con tal de qu e no se le m ezcle en ello, qu ed an do así al m argen de lo que pasará, incluso a costa de sus cuernos m orales y del abandono del puesto de padre. Se puede observar toda la am bigüedad de las relaciones de pareja, de las relaciones m aternales y paternales qu e ya hemos señalado en estas prim eras conversaciones. C u a lq u iera que sea el desarrollo de éstas, son siem pre una enseñanza, a u n nivel u otro. L o que im porta es no caer en la am bigüedad. N o hemos de ser para el niño "u n a dam a o un señor g en til con el q u e va a ju g a r” . N o recibim os a u n niño en calidad de doctor, psicólo­ go, educador, aun qu e tengamos dichos títulos, sino com o psico­ analista que asum e una relación de tipo terapéutico, q u e pue­ da m odificar la angustia que se supone causa los sufrim ientos y dificultades de la persona qu e viene a consulta. N o se trata de tom ar por sorpresa a nadie, ni de “ hacerse responsable” de él, según la expresión falaz y perversa de ciertas instituciones q u e se iden tifican con la seguridad social bajo el pretexto de qu e están pagados por ella. C u an d o se atiende a un niño a quien sus padres im piden

h ab lar en casa o le reprochan el q u e llore, se le debe decir: "P uedes tener confianza. T ú vienes aquí p ara d ecirm e lo que tengas qu e decirm e. L o verdadero y lo falso. Es u n secreto en­ tre tú y yo; yo n o lo d iré a nadie, n i a tus padres. Pero si yo los recibo, tú tendrás derecho a saber lo q u e ellos m e dirán de ti. Si ellos h ab lan de sus cosas, no te las diré, salvo si se trata de algu n a cosa im portan te p ara tu vid a .” Es necesario qu e la palabra pueda flu ir entre padres e h ijo y es precisa­ m ente el cuerpo a cuerpo lo q u e im pide la palabra. A veces vemos qu e u n niño, incluso bastante grande, se sube sobre las rodillas o la espalda de su m am á o p apá, y se duerm e d u ran te la consulta. Esto está m uy bien. Fusionado al padre o a la m adre, se le hace llegar la palabra com o si estuviera in útero o com o si fuera bebé, asum ido corporalm ente por uno de los padres. Él oye entonces todo lo que se le dice. Y si la m adre dice, p ara ex p licar el sueño de su h ijo : "U sted sabe, cuand o v ia ja se duerm e” , entonces se le dice al niñ o: "N o , tú no estás durm iendo com o de costum bre. T ú duerm es com o p ara m eterte de nuevo dentro de tu m am á; p ara escuchar, a través de una persona m uy im portante, las cosas qu e yo les d igo de ti.” E n ese m om ento se lo ve bostezar. Se siente o b li­ gado a regresar a u n estado de hipnosis para escuchar a través de su mamá. Estas prim eras sesiones son m uy im portantes; no se pueden suprim ir. C u an d o u n n iñ o su fre hasta el p u n to de dorm irse, q u iere decir qu e sufre terriblem ente por algo relacion ado con la fa lta de castraciones. E lla no es capaz de dárselas, especial­ m ente la castración anal d el "h a cer” , d el "h a ce r” sin mamá. Si u n niño de más de dos años no puede quedarse con su m adre, o dorm irse sobre sus rodillas, o trip u lar u n avión m ien­ tras ella habla, no se puede m antener u n a conversación con ella; él se haría caca en sus rodillas. E n este caso el p ro ­ blem a es de la m adre, no del niño. N o sirve d e nada que lo cargue o qu e lo arru lle o qu e se d eje arru llar. Es ella la q u e lo ha puesto en esta situación, p o r "n ecesid ad ” de él. C reo que es preciso entonces hacer u n trab ajo con la m adre en relación con su prop ia m adre, con su infan cia, con su m a­ rido, respecto al cual puede ser qu e se u b iq u e com o u n a niña frente al maestro. Sin d ud a ella no se ocu pa lo su ficiente de los niños, los cuales em bisten contra ella si se tratara de una fortaleza. Esta situación lib id in a l im pide al n iñ o convertirse en prim era persona, ser sujeto con respecto a otro.

A m enudo este tip o d e niños carece de padre en el hogar —aun qu e el progen itor ocu pe su lugar en el lecho conyugal. Y a no son una pareja de amantes. P or ello, la m u jer qu e se ha qu ed ad o o ha vu elto a ser niña está dispuesta a hacer una transferencia m asiva de dependencia con respecto a un tera­ p eu ta (m asculino o fem enino) a q u ien le h ablará de sus an­ gustias m aternales. T a m b ié n podem os en con trar en el padre este m ismo tip o de transferencia, confiado, desprovisto de am­ bivalen cia (lo cu al no es deseable), con respecto al terapeuta de su h ijo, que es su gran in q u ietu d o su g ra n amor.

2 . F O B IA S

o r ig e n

de

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IDENTIFICACIÓN FÓBICA —

a n im a l it o s ;

F O B IA A

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LAS PLUM AS —

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F O B IA A

LA

MÚSICA — ANÁLISIS DE UNA NEUROSIS IN FANTIL EN UN ADULTO: LA “ M U JER DE LOS

cato s”

f .: A propósito de fobias a los anim ales en los niños, nos he­ mos plan tead o la cuestión p a rticu lar de la fo b ia a los insectos. ¿Es una cuestión de edad? ¿Es una aprensión p rop ia de los niños?

Es una cuestión de edad; se desarrolla de m anera sana, la edad de seis meses q u e más u n anim al, interesa más a los

f.d .:

en la m edida en qu e u n niñ o le interesan más los insectos a tarde. C u an to más pequeñ o es bebés, ¿no lo ha notado usted?

p.: Nosotros hemos constatado más bien lo contrario. Es p o rq ue en s u s terapias tratan con niños neuróticos. Y o estoy hablan do de niños sanos. Por ejem plo, suponga qu e hay sobre la mesa dos objetos: uno grande y o tro pequeño; será el pequeño el qu e fascinará a los niños; nunca el grande. En lo qu e respecta a los anim ales, es lo mismo: un anim al grande los fascina m enos q u e uno pequeño. L as moscas, las p u lga s,. . . he aqu í lo qu e interesa a los bebés. Pero com o, en el transcurso de su desarrollo, nadie les habla de ellos, com o no hay com unicación acerca de lo que cau tiva su atención, lo que no se habla no tiene derecho de existir en su relación con los padres, y p o r lo tanto no tienen derecho de existir p o r ellos mismos. Por ello el interés por los insectos va desapareciendo. Este recha/o puede ser peligroso. Si los padres no advierten algo en la conducta del niño, qu iere decir que prefieren no verlo. Si no creen conveniente hablar entre ellos, es porque consideran qu e esto no se puede hum anizar. Entonces puede convertirse en algo fantasm agórico para los niños. f .d .:

Pero existe otro elem ento. N ad a m olesta más qu e el agua sobre el rostro, el agua que no se seca. Si no conoce usted esta sensación haga la prueba. Es lo qu e sienten los bebés cuando su m am á los baña y m oja su rostro sin secarlo en se­ guid a. Los niños se com portan com o si unos pequeños animalitos recorrieran todo su cuerpo. Com o si la m am á les h ubiera puesto los anim alitos sobre el rostro. Nosotros, adultos, no conocem os esta im presión cuando nues­ tras m anos están húm edas. Pero los bebés experim entan esta sensación tam bién en las manos. T o d a la piel del cuerpo de u n bebé es más sensible que la del rostro de un adulto. M e pregun to si no es ésta la razón p o r la qu e los pequeños in ­ sectos son fobógenos; u n a fobia qu e siem pre está en relación con la m adre, p o r algo q u e ella im pone por gusto. O sea q u e le gusta cu brirle a uno de molestias. N o se le da im portan cia a estas cosas, pero para el niño form an parte de lo qu e podríam os llam ar el orden de la tor­ tura cotidiana. p.: ¿No será más bien qu e el anim alito resulta, de alguna m a­ nera, erotizado? f . d . : T o d o lo qu e hace la m adre, todo lo qu e e lla provoca, está erotizado p o r el niñ o. C uand o u n anim alito corre sobre la m ano, hace cosquillas. M e pregunto si no son las cosquillas provocadas por la m adre sobre la piel del niño lo que o rigin a este tip o de fobia. La fobia es siem pre al m ismo tiem po el deseo y el m iedo de ser este objeto, es el tem or de ser el objeto q u e se quisiera ser. Siem pre es así en las fpbias, por una razón de orden libid in al. “ Si yo fuera este objeto qu e me da m iedo, si m e iden ­ tificara con él, tendría qu e sufrir la prepotencia de otra per­ sona sobre mí, en un cierto periodo de mi vida; ahora bien, al depender de este o b jeto que me da m iedo, ya no soy yo mismo. P or lo tanto, no m e estoy realizando.” De aquí viene el con flicto de la fobia, qu e es verdaderam ente u n a enferm edad grave; pues una persona qu e tiene fobia a los gatos, llega a dejarse atropellar p o r u n coche porque ha visto un gato. A otros les pasa lo mismo con los ratones, los insectos, las arañas. Se trata realm ente de un p eligro interior p ara el sujeto, y todo lo que es interior está en relación con la m adre introyectada.

p.: P ero la fo bia a los anim alitos es tan corriente qu e se puede d u d ar q u e siem pre esté en relación con la m adre. f . d . : E n fin. L as madres h a n sido tam bién ellas bebés. Bien, volvem os a lo mismo: ¿por d ón de empezamos? E llas n o p ien ­ san qu e son una araña sobre el rostro de su h ijo , m añana y tarde, cuando los bañan. Esta consideración es m ía, pero creo que existen percepciones im puestas p o r las m adres a los hijos, en una época en qu e ellos n o pueden decir lo q u e sienten. Su rostro se convierte en o b jeto donde p u lu la n las horm igas. Puede ser ésta una de las razones p o r las qu e a los niños no les gusta lavarse. Se trata de u n caso raro, pues a los m am ífe­ ros les gusta ir al agua a lavarse. Solam ente los hum anos tie­ nen repu gn an cia respecto al agua. Esta fo b ia al agu a la he p o d id o observar siem pre en los casos de personas cuyo naci­ m iento fue d ifícil. Si se les pone la cabeza bajo el agua se corre el riesgo de qu e p ierd a n todo control. C reo q u e esta fo b ia se relaciona con la m olestia de salir del agua sin poder secarse por sí mismo. P or el contrario, los anim ales tienen la ven taja respecto a los niños de poderse p erm itir la presencia de pulsiones caní­ bales o de pulsiones agresivas sin un sentim iento de cu lp ab i­ lid ad . Puesto que n o son hum anos, no conocen la cu lp a b ili­ dad. L o m ismo puede decirse de personajes de historietas, los Superm an o Supergirls: n o son seres existentes, p o r lo que no tienen nin gún sentim iento de cu lp ab ilid ad . P ueden expre­ sar pulsiones que e l ser hu m an o no pod ría llevar a cabo. Es­ tán al servicio de la im aginación sádica y m asoquista de los hum anos. Se les puede en con trar tanto entre niños com o en­ tre adultos. Éste fue precisam ente el arte de K ip lin g: h um an izar a los anim ales y aportar así a los niños una m oral d e la vid a n a­ tu ral, qu e no se encuentra entre los adultos. Es cierto que se enseña a los niños a considerar como m alas cosas q u e él siente com o buenas, y que no p erju d ican a nadie, cu an d o se les p roh íb e p o r ejem plo p ro n u n cia r ciertas palabras o hablar m al: “ ¡N o digas eso!” Precisam ente porque n o lo p u ed e de­ cir, se sentirá im pulsado a hacerlo. (Risas.) N o p uede estar m al decirlo. Sería suficiente rem arcarle: “ Sí, se p u ed e decir, pero no se puede hacer. E l “ h ab lar bien " es u n aspecto cu l­ tural. A prende el vocabu lario, la gram ática, p u ed e ser q u e se exprese en diversas lenguas; si llega a ser trilingüe, po d rá e x ­

p licar cu alq u ier cosa pasando de una len gu a a o tra —lo que puede ser una especie de perversión— si él p u ed e expresar en o tra lengua lo qu e n o es conveniente decir en la prop ia. Esto es la cultura. Está siem pre fu n dam entada en sublim aciones, en la palabra, en pulsiones que no pueden realizarse y en idea­ lizaciones d e capacidades o arquetipos q u e se ap lican a seres q u e no tienen la m ism a ética que la de los hum anos.

Las fobias h an de estudiarse tenien do en cuen ta al m ism o tiem po el o b jeto y la edad del sujeto. Parece ser qu e el objeto fóbico —según m i experien cia con adultos cuando ello consti­ tuye su síntom a p rin cip a l— data de una época anterior al E dipo. Pero en el m om ento en qu e aparece el E dip o, el ob­ jeto pasa a ser preferen cial; es entonces el elem ento capital d e la angustia. Sin em bargo, con el Edipo, cam bia el contexto y el estilo de la fo b ia anterior. U n ser fóbico desde la prim e­ ra infan cia encuentra beneficios secundarios en este síntom a, com o contraparte de u n a actitu d de retorsión de dom inante sádica, o p o r el contrario de com pasión en relació n con el entorno; todo el m u n d o d an do vueltas alrededor del niño, utilizand o su fobia p ara fija rla todavía más. R ecuerdo, p o r ejem plo, u n a n iñ a que tenía fo b ia a las p lu ­ mas, incluso antes de em pezar a cam inar. C u a n d o e lla em pezó a cam inar, su m am á, qu e era una obesa, ib a d ejan d o plum as en todos los lugares qu e ella arreglaba, p a ra q u e la niña, ate­ rrorizada, no tocara nada. Era m uy cóm odo. L a casa estaba llen a de plum as, mesas y m uebles. (Risas.) N atu ralm en te, esta niñ a llegó a ser una m aniática. Se la llevó al h ospital. A l no p o der tocar nada en la casa, ella viv ía con los brazos siem pre cruzados, griton a, agresiva de palabra contra su m adre. Era m ala y rechazaba todo. Su am or hacia su padre era exacer­ bado; pasaba el d ía esperándolo, diciendo q u e era su m arido, exasperando y avergonzando a su m adre. C u a n d o el padre es­ taba en casa, se le colgaba, con u n im pulso erótico agudo, haciendo m elindres, reclam ando, tan pron to llorosa como exal­ tada. Él se sentía paralizado, no lo d ejaba tra n q u ilo n i un instante. Los padres siem pre estaban discutiendo p o r su causa. ¿Ve usted? Es preciso captar lo que está pasando. E n este caso, se trata de la u tiliza ció n de la fo b ia p o r parte de la m adre. C u an d o ella hacía el aseo, iba rep artien d o plum as a q u í y allá; la niñ a se qu ed aba estupefacta en m edio de la

pieza, sin atreverse a acercarse a nin gú n m ueble. ¿Q ué le que­ daba? Papá. L a m adre no había pensado todavía en cubrir de plum as aquel p ájaro (risas). El trabajo se hizo esencialm en­ te con la m adre. ¿Por q u é vin o ella a consulta? P orqu e la casa era un infiern o, decía. (N o h ab ló de las plumas.) El in fiern o consistía en q u e el padre daba siem pre la razón a la h ija . El am a de casa afirm aba que la n iñ a n o h acía nada en el ja rd ín de infancia; el padre, por su lado, d eclaraba que su h ija trabajaba bien, p ara tener cuatro años —y además to­ d avía no se trata de u n a verdadera escuela— decía. L a niña iba a pasear con él los dom ingos, m ientras qu e la m adre hacía el aseo. A q u e lla m ujer no estaba lo suficientem ente m adura para ser la m adre de un niño. Éste era el problem a. Se h ab ía casado com o una pequeña p o llu ela con un gallo. Después nació una niña, a la qu e no estaba en condiciones de educar. Esta his­ toria de las plum as h abía em pezado al d egollar unos pollos. L a m adre había desplum ado los pollos delan te de la niña. A los d ieciocho meses la pequeñ a se había salvado de ser dego­ llad a y desplum ada por su m adre; y esto es lo q u e le hacía sentir su m adre cuando se q u ejab a de las palabxas de amor q u e le d irigía al papá. Esta m ujer decía de su h ija: "D ice que va a casarse con mi m arido. Entonces, ¿yo, qué? Y a no tienen necesidad de mí. Es ella la qu e se lleva las caricias de papá, ya no soy yo.” (Risas.) Y su n iñ a tenía cinco años. Pueden ustedes ver el nivel de m adurez de esta m adre. Pues bien, hay fobias qu e em piezan a este nivel.

H e aqu í el caso de otro niño, de tres años de edad, que no tenía nin gu n a autonom ía y era incapaz de una com unicación hablada. Estaba inm erso en una neurosis de angustia espan­ tosa, fóbica, por la m úsica. L a m adre decía que, siendo aún bebé, lloraba cuando oía m úsica. Después esto se hizo estado perm anente en él. C u a n d o yo lo vi, no hacía m ás qu e separar y acercar com pulsivam ente sus dos manos, ensartando los dedos, repitien do sin m iram ientos y en voz alta, en u n ton o m onó­ tono: ‘‘ ¡L a música! ¡L a m úsica! ¡L a m úsica!” Era la conducta de lo que se llam a u n esquizofrénico. ¿Q ué había detrás de esta triste historia? L a cosa era m uy sim ple. El niñ o había sido concebido por accidente, después de u n a relación conyugal de diez años. L a m adre no era la

esposa del padre, el cual venía a dorm ir con e lla de vez en cuando. Él estaba casado por su lad o y tenía seis hijos legíti­ mos. C u an d o su am ante ven ía a verla a su departam ento, que constaba sólo de dos piezas, la m u jer p o n ía un disco a todo volum en para que los vecinos y e l niñ o qu e estaba presente no oyeran sus jadeos amorosos. Después el am ante se iba. Esta escena —la escena p rim itiva— el niñ o la reprod u cía en m im o por el gesto de las dos m anos, la voz tensa, la m irada excitada de terror. Me hizo falta m ucho tiem po para enten­ derlo. Sí, este niño se había convertido en un psicótico. Pero esto se h ubiera podido evitar. Pues el problem a esencial de la m a­ dre era la soledad absoluta en la q u e se en con traba al salir del trabajo. Su am ante era su p atrón y nadie sospechaba su relación entre las personas qu e les rodeaban. E lla no tenía ni fam ilia ni amigos; el n iñ o había sido devu elto del hospicio. Por debajo de una fobia precoz, es preciso investigar el p a­ pel de los padres y la u tilización qu e hacen del objeto fóbico del niño; es preciso en ten d er cóm o este o b jeto se ha conver­ tido para él en sinónim o de placer y de tem or. E n este caso, la m adre sabía m u y bien por qu é el niño no qu ería música; significaba la presencia del rival qu e le robaba a su m adre en su propia casa. Pero fue necesario m ucho tiem po para que ella lo pudiera decir. D u ran te nuestros prim eros encuentros, ella decía solamente: " Y o no sé qu é le pasa. N o puede oír música. ¡A m í que me gusta tanto la m úsica! C u a n d o oye m ú­ sica se vu elve como loco.” E xistía en ella u n a cu lp ab ilid a d espantosa de ser hija-m adre. Este niño qu e era toda su felici­ dad se h abía convertido en su desgracia. Su conducta, qu e había sido tolerable hasta entonces, h abía llegad o a ser in­ aguantable para las puci ¡cultoras del hospicio. T a m b ié n ha­ bía sido rechazado por la nodriza, ya que su ausencia com ­ p leta de autonom ía le d aba dem asiado trabajo. Se puede decir con seguridad que, en los niños pequeños, la fo b ia se debe a u n problem a de inm adurez o de cu lp ab ilid a d de la m adre, o b ien a una situación d ifícil, crónica y traum á­ tica, que se ha de llegar a conocer. Si se dispone de tiem po, y si además el niño goza de un lugar en una in stitu ción ed u ­ cativa, se puede, gracias a un tratam iento psicoanalítico, des­ hacer el nudo em ocional arcaico, y llegar a la curación. P or m i parte, pienso qu e la m ayor parte de las psico­ sis de niños están enraizadas en fobias m uy precoces, cuyo

sentido y o b jeto n o se pu ed en captar cuando recibirnos a un u n n iñ o que in qu ieta, dem asiado tarde, a los m édicos y a los m iem bros del personal educativo. Los prim eros m inim izan la ansiedad de los padres en lo q u e respecta a lo qu e les m olesta en la conducta de su bebé, constatando qu e conserva su ape­ tito y su peso. Los segundos sólo se d an cuenta de lo qu e es insoportable para ellos o para los otros niños.

Una fobia de adulto Pienso igualm ente en una de las fobias qu e he analizado, del tip o freu d ian o más clásico. C o n u n silencio casi total d e mi parte, solam ente roto p o r palabras de ánim o p ara p erm itir a la pacien te co n tin u ar el análisis, cuando pasaba p o r perio­ dos de silencio, d uran te varias sesiones seguidas, sin form u­ lar n in gú n pensam iento —era su form a p articu lar de resistencia inconsciente. Esta m u jer tenía fo bia a los gatos, pero sólo a los gatos machos. (Risas.) Era suficiente qu e u n gato pasara p o r la calle, para qu e en trara súbitam ente en un estado de pánico. Si era una gata, no pasaba nada y no sentía nada. E lla percibía en seguida si se hallaba ante u n m acho o una hem bra. (Risas.) N o es cosa de risa, sino algo gravísim o, pues varias veces h ab ía estado a p u n to de ser atropellada. T e n ía un síntom a físico concom itante de su terror de pánico: su cu ello se h in ­ chaba, se hacía tan ancho com o su rostro, hasta hacer saltar los botones de sus blusas. En aquellos m om entos, p o r poca presencia de espíritu q u e le d ejara este ataqu e de locu ra súbi­ ta, se precip itaba b ajo un p ortal y se acurrucaba; se trataba d e un flu jo de angustia, fu era d el control de la conciencia. E lla sabia, en efecto, qu e más d e u n a vez h abía sido causa de u n accidente, al correr en todos los sentidos, p o r la presencia de u n gato. Y , cosa extraña —y q u e la enervaba h orriblem en­ te— cu an d o se cam u flaba b ajo u n portal, siem pre encontraba u n hom bre qu e le decía: “ Señora, yo qu iero ofrecerle este ser­ v icio ” —el servicio de acostarse con ella, seguram ente. T u v e ocasión de verla u n a vez, en sesión, una m edia h ora después de u n a de estas experiencias de pánico: su cu ello estaba to­ davía m uy hinchado; tenía los ojos brillantes y desorbitados; su voz quebrada; al fin al d e la sesión todo estaba en orden. Era una m u jer m uy inteligen te, m uy fina, y ciertam ente

m uy enferm a. V ivía con esta fobia, pero no h a b ló de ella en e l transcurso de lo s prim eros encuentros. F u e a causa de otro

síntom a que vin o solicitar u n psicoanálisis: un vaginism o incontenible. Com o estaba enam orada, q u ería curarse. H ab ía estado casrfa q u in ce años con u n hom bre qu e tenía buena situación y cue e lla secundaba; se am aban y se enten­ d ía n bien; pero fue un m atrim on io en blanco, a causa del va­ ginism o in cu rable cf Ia m u jer. Desde la m uerte de su m arido, ella se ganaba la uda p o r su cuenta. Entonces, u n hom bre q u e había sido am go de la pareja la h a b ía reencon trado y le hacía la corte. É tam bién era viu d o. T o d o iba bien m ien­ tras él le hacía la :orte lim piam ente. L e decía, p o r ejem plo: “ Y o no he visto jah á s una pareja tan u n id a com o la de us­ tedes.” Pero cuandc le in sin u ó — no le d ijo claram ente— qu e la deseaba, ella tu^o un vaginism o tal, qu e lleg ó a pensar que no estaba constituida norm alm ente, q u e n i estaba p erfo­ rada. Se vio obligaba a ex p lica r qu e nun ca se h ab ía acostado con su m arido. A qJel hom bre, q u e se llam ab a Jean, le sugi­ rió: “ Escucha, te amo t a n t o . .. —y ella tam bién lo am aba— ¿y si fueras a ver a u n ginecólogo? H as de tener algu na cosa físicam ente anorm al-” D u ran te el tiempo de su m atrim onio, ella ya h a b ía consul­ tado a u n ginecólPgo, q u e no le h abía p lan tead o nin gu na cuestión ni le había exp licad o nada; se h abía lim itad o a de­ cirle al m arido, delante de ella: “ Es joven ; ya pasará.” M ás tarde, esta m ujer, qu e com o hem os dicho era m u y fin a, su­ p o n ien d o que su m arido sufría p rofun d am en te p o r esta situa­ ción —porque a pe?ar de las declaraciones del m édico aqu ello no pasaba—, a los cinco años de casada considerándose enfer­ m a, decidió liberar al esposo de e lla m isma, p o r am or a él. C o m p ró un boleto d e tren p ara Estam bul, d on de tenía una herm ana. N o habí;* d ich o nada a su m arido. E l d ía fijad o p ara la m archa, se fue con su m aleta. Sucedió algo extraño: a q u ella tarde, su rfiarido, que norm alm ente no llegaba hasta la noche, sintió la necesidad de llegar antes a casa. Existen cosas así de in ex p lica b les en una vida. A l llegar, le pregunta al portero: “ ¿Sabe usted si m i esposa se en cu entra en casa? Estoy llegando an tes q u e de co stu m b re .. . —L a señora acaba de salir con su m aíeta, p o r a llá ." El portero estaba ind icand o la dirección del m e;tro. E l m arido corrió hacia la estación, im ­ p u lsado p o r un p resen tim ien to . L a encontró, en efecto, en el andén con su m alera. “ Pero, ¿qué estás haciendo? —N o es jus­

to q u e vivas con una m u jer que es u n a enferm a. Pensaba es­ crib irte desde a llá para decirte: haz tu vid a ." É l le d ijo en­ tonces: “ N o m e atrevía a hacerlo, pero puesto q u e tú hablas de e l l o . . . En efecto, no es posible para m í, es m uy doloroso; p ero yo te amo, y te necesito. Si tú quieres, perm anezcam os jun tos. Jamás te m olestaré p o r esto; no p u ed o pasar sin ti; sólo te pido que no me cuestiones si no llego a casa alguna noche." Ellos llegaron a este acuerdo, trabajando u no y otro. Sólo en las vacaciones m i paciente, qu e se llam aba A lejan d ra, llegó a conocer a la m ujer, m uy discreta por cierto, con la que su m arido m an tenía relación. D ich a m u jer residía en el mism o h otel qu e ellos —su situ ación económ ica era cóm oda—, pero n u n ca creó el m enor in cid en te en su vid a de pareja. E ra la relación con esta m u jer lo qu e perm itía al m arido v iv ir con A lejan d ra. Esta situación d u ró diez de los qu in ce años de su m atrim onio. A lejan d ra no conoció jam ás el nom bre de la am an­ te de su m arido, y no tuvo nunca noticias de ella después de la m uerte de él. P or lo tanto, A lejan d ra llevaba ya diez años de viudez cuan­ do en con tró por casualidad a su viejo am igo Jean que era abogado. F u e p a ra ser d e este hom bre del qu e estaba ena­ m orada, que quiso curarse de su vaginism o, del cual ya sabía entonces qu e era de origen psíquico. C u a n d o yo la conocí, era una m ujer de cincuenta y dos años. H e aquí lo qu e ella me contó: aconsejada por este am igo fue a consultar u n g in e­ cólogo qu e le d ijo: "O h , m i pobre señora, ciertam ente q u e está usted enferm a. N ad ie tiene la culpa de ello; es culpa de su cuerpo; pero con una operación esto se arreglará m uy fácil­ m ente. Y o la voy a o p erar.” E lla se puso m u y contenta, y más tenien do en cuen ta que el que la iba a operar gozaba de gran renom bre en el m undo de la cirugía. Se le hizo en seguida un tratam ien to diatérm ico con los llam ados dilatadores de H egar, que son objetos fálicos d e m etal. E l ciru jan o le d ijo : “ V ea usted, ahora es com pleta­ m ente perm eable. T o d o está m uy bien.” Ella estaba encan­ tada; al encontrarse con su Jean le declaró: “ E l doctor me d ijo q u e todo está m uy bien ahora.” H icieron la prueba: tan cerrada como antes. V u elve a ver al cirujan o ginecólogo, el cual esta vez le d io la siguiente explicación : “ Es que usted ha esperado m ucho tiem p o.” V o lvió a aplicarle una serie de diaterm ias y después: ¡luz verde! “ H agan el am or hoy m ism o.”

Es curioso que los cirujanos no en tien dan nada. C o n fiad a, ella fue a encontrar a su Jean. H icieron el am or: penetración im posible. Y esta vez e lla resintió una crispación, un agu ijó n m uy doloroso. Regresa con el gin ecólogo, qu e le dice entonces, furioso y vejado probablem en te p o r haber visto su pronóstico contra­ riado de tal m anera: "Señora, váyase. ¡Y o no curo a las locas! U sted es incurable. H a arru inado m i tra b a jo !” E lla h ab ía ya visto en París a dos psicoanalistas que le h a ­ bían d icho lo m ismo: a los cincuenta y dos años era ya de­ m asiado tarde para qüe se pudiera curar. Se fue a Estados U n i­ dos y obtu vo la m ism a respuesta. Pero no sé q u ién le d ijo en aquel país: “ U sted pod ría ir a ver a la señora D o lto en París.” (Risas.) Sin d u d a p o rq ue en aqu ella época yo era una psicoanalista de adultos q u e se ocu paba tam bién de niños. Ella me vino a ver pues, y no iba descam inada, pues se trataba de una neurosis de la prim era infancia; pero esto no lo su­ pim os hasta el final. D eb o decir qu e lo qu e m e d ecidió a acep­ tar a esta m ujer en psicoanálisis fue un sentim iento de inten­ sa com pasión por ella. C am in ab a de u n a m anera m uy curiosa, com o si tuviera una falda m uy, m uy angosta — lo qu e no era el caso. A u n q u e ten ía un cuerpo de formas fem eninas —d e b íi m edir 1.65—, m an tenía siem pre el antebrazo pegado al busto y cam inaba con pequeñ os pasos, com o hacen los niños de tres años. P o r otro lado, p a ra tener cincuenta y dos años, su as­ pecto, su rostro y sus m anos reflejab a n u n a ju v e n tu d extra­ ordinaria; su piel, en especial, era la de u n a m u jer de treinta años. Su rostro tenía u n a expresión tím ida y sonriente, su mi­ rada era receptiva y d en otaba sim plicidad y dem anda de ayuda. I.e dije: “ E scu ch e__ no sé cómo, pero quisiera em pezar.” M ientras tanto pensaba: esta m ujer puede ser u n a niña gigan­ te, pero n iñ a de todos modos. Incluso fisiológicam ente, había en ella algo de retraso. ¿Por qué negarle lo qu e me estaba pidiendo? C o n fiab a e n el m étodo, en el diván, en las asocia­ ciones libres. M e dispuse, pues, a escuchar sim plem ente, a un ritm o de tres sesiones por semana, de cincuenta m inutos cada una, durante u n mes. A l térm ino de este period o acepté con­ tin u ar con ella. Así em pezó u n tratam iento, de lo más clá­ sico, que duró tres años y medio. D uran te aqu el p rim er mes, ella habló de los qu in ce años de felicid ad pasados con su m arido, entre los veinticinco y los cuarenta años. H ab ía lecturas, conciertos, visitas de museos,

encuentros con am igos, veladas agradables. L a in tim id ad de u n a am istad amorosa factible. Después vin o el period o de con­ fu sió n causado p o r el d u elo de su m arido, m uerto de repente p o r u n paro cardiaco — tenía qu in ce años más q u e ella. Fi­ nalm ente la relación con su herm ana, q u e h ab ía q u ed ad o sola tam bién, y su decisión —desgraciada— de asociarse en un ne­ g ocio de im portación-exportación. L a herm ana m ayor, que tenía necesidad de un hazm erreír, u tilizaba los talentos artísti­ cos de m i paciente, la cual, sin ser ingenua, se m ostraba resig­ nada. E n tono de relato, sin d eja r traslucir grandes em ociones, A le ja n d ra iba evocando esta parte de su existen cia. A partir d el contrato recíproco, establecido después de este mes de prue­ ba, si se m e perm ite decirlo, m i paciente h a b ía en trado real­ m ente en psicoanálisis, al hacer alusión a su fo bia a los gatos, sin llegar a abordarla de lleno. P ara ella era u n a cosa se­ cundaria. F u e entonces cuando se fu eron sucediendo, en su relato, e x ­ plicacion es sobre traum as increíbles, sobre acontecim ientos traum áticos, en realid ad sexuales, pero que e lla no h abía v i­ vid o com o tales. E n un ser desprovisto de las fantasías de un deseo gen ital hum ano, aqu ellos hechos p on ían d e relieve los choques em otivos provocados por su fam ilia. Verem os cóm o precisam ente el más an tigu o de estos traum as sexuales, el que ella relató en ú ltim o lugar, fue el que tem a relació n con la historia de los gatos. Esta m ujer, em igrada de la revolución rusa, estaba asociada, com o ya hemos dicho, con su herm ana, en un negocio de bor­ dados italianos sobre seda natu ral. M an daban a hacer en Fran­ cia las blusas y los vestidos. A lejan d ra diseñaba los m otivos de los bordados; su herm ana se ocu paba sobre todo de la par­ te com ercial, especialm ente de las ventas en Estados U nidos. A leja n d ra era la víctim a d e esta herm ana terrible, am argada y d éb il. D ich a herm ana, tam bién viu d a, se h ab ía vu elto a casar p ara divorciarse después. L o q u e pasaba entre ellas era espan­ toso. M i paciente su fría las iras de su herm ana con com pasión, pero después, no p o d ía con trolar sus nervios y estallaba en lágrim as. T o d a su lib id o se expresaba en hem orragias lacri­ mosas en esta relación dram ática y pasional don de el am or y la cu lp ab ilid a d estaban entrelazados de m anera inextricable, ligadas al m ism o tiem po, sin salida posible, p o r razones ju r í­ dicas, de clientela y de intereses. Vayam os a los traum as sexuales. C ada vez q u e ella m e re­

lataba uno, yo me decía; "¡P e ro esto no es posiblel Después de la revivencia de tantos traum as, e lla d ebería estar m ejor." Sin em bargo, entre u n o y otro relato de estos m om entos de prueba angustiosa, se p rod u cía u n silencio, com o una nube sin referencias al espacio y al tiem po. N o le venía a la m ente de m anera espontánea n in gú n recuerdo de la época anterior a su m atrim onio. H a b ía sido tan feliz con su m arido; se sen­ tían unidos de corazón; esto era todo. U n d ía m e dijo: ‘ ‘H e hecho u n d ib u jo p a ra m ostrarle cómo am aba yo a m i m arido.” M e lo d io y se tendió sobre el diván. El d ib u jo representaba una niñ a a rro d illad a y deshojando una m argarita. L e pregun to si po d ía hablarm e de su d ib u jo . En tonces me cuenta la historia de la am ante de su m arido. D u ­ ran te las tardes de las vacaciones que él reservaba para esta m ujer, A lejan d ra se iba sola al cam po: “ M e gustaba encontrar m argaritas. M e arro d illa b a sobre la hierba d iciend o: me ama, un poquito, m ucho, apasionadamente, nada, y cu an d o acaba­ ba con un nada, tom aba en seguida otra, para q u e acabara con un apasionadamente.” E n fin, com o ustedes pueden ver, se trataba de u n ju e g o de niñ a con relación a su m arido. Este d ib u jo era, en efecto, su m edio contra-fóbico de pensar en una m u jer que le h abía robad o a su m arido. N o le proporcioné asociaciones, pero le d ije qu e pensara en la “ m uñeca-flor ” ,1 apareciendo entonces el narcisism o de a q u ella m u jer qu e se h u b iera sentido p erd id a si su m arido no la h u b iera m oldeado a su im agen, ella qu e no tenía más qu e a él en el m undo, habiendo perdido, después de h u ir de R u sia, a su abu ela m a­ terna, a sus padres, a su m ism a patria, con d ich a em igración. T a m b ié n con ello se había separado tem poralm ente de su her­ m ana. C ab e destacar que en el transcurso de su tratam ien to —sin d ecir yo n ada— iba recobran do su inteligen cia. M e d e d a q u e e lla h abía sido m u y in teligen te en su infancia, cuando tenía una institutriz suiza. D espués h abía seguido sus estudios en P olonia; más tarde, refu giad a con su padre en V ien a, h abía pasado con éxito un exam en de estudios secundarios. Pero ella o p in ab a q u e a p a rtir de aquel m om ento em pezó a volver­ se tonta. A fo rtu n ad am en te en Francia encontró a su m arido, m uy inteligen te y cu lto, y qu e h ablaba m uy bien. I.o cscu1 Cf, Francoise Dolto, “ Cura psicoanalltica con ayuda de la muficcaflor", en E l ju e g o d e l d eseo , México, Siglo X X I, 1983, pp. 129-184.

chaba boqu iabierta y le ped ía qu e siguiera hablando. É l le d ara libros p ara leer, le exp licab a lo que no entendía. Se h a­ b ía convertido en u n a niñ a frente a un p apá P igm alión. Su am igo Jean, el hom bre qu e estaba enam orado de ella y q u e era la causa de su solicitu d de análisis, era tam bién un hom bre culto. D ecía haber encontrado en él algo de la com u­ nicación intelectual que tenía con su m arido. Fue así como en el transcurso del tratam iento, vo lvió a cobrar a fición por el estudio. Superando resistencias, se decidió a seguir los cur­ sos de la Escuela del L ou vre, sin dejar su actividad profesio­ nal. R esu ltaba d ifícil para ella, pero perseveró. P aralelam ente a esta vida consciente m uy plena, los sucesivos traum as del pa­ sado iban apareciendo en su análisis. Después de la cuestión del vaginism o, de la historia de la am ante de su m arido, de la escena del m etro cuando su m arido im p id ió su partid a, em ­ pezó a h ablar de la sexualidad, sin darse cuenta de ello. Su m adre m urió cuando e lla contaba dieciséis o diecisiete años. En aquella época, A lejan d ra vivía con su padre (en un país de Europa central). U n día llega a la casa después de h a­ ber d ejado la ropa en la lavandería. Su padre la llam a. V e con estrem ecim iento qu e saca un revólver y lo coloca sobre la mesa. L e dice: “ Esto es para ti, si ese m uchacho te vuelve a h a b lar." E lla le responde: " Y o 110 tengo nin gu n a cu lpa de que u n joven me hable. —Sí, yo te he visto.” La había espiado desde la ventana. L a había visto entrar en la lavandería. U11 jo v en que esperaba ju n to a la puerta la h ab ía acom pañado unos diez pasos al salir ella. Intentando ganarse el favor de su padre hacia aquel m uchacho, A lejan d ra le dijo: ‘‘Pues bien, este jo v en es tam bién ruso; h abló con la señora de la lavan ­ d ería; ya me h abía visto anteriorm ente a llí m ism o. —Y o he visto m uy bien sus intenciones.” D e hecho, aqu el joven toda­ vía no había dirigid o n u n ca la palabra a A lejan d ra . A q u élla era la prim era vez. L e había pregun tado a la señora de la la ­ vandería: “ ¿Q uién es esta joven tan hermosa?” L a señora le d io algunos datos y entonces se atrevió a p ed irle a A lejan dra: “ Q uisiera presentarm e ante su padre. ¿Podríam os salir juntos?” E lla tenía en aquel m om ento vein tidós años. E l jo v en era un em igrado ruso, culto, del m ismo m edio qu e ella. Entonces su padre le dijo: "Jam ás perm itiré qu e te cases m ientras yo viva. Si alguna vez tuvieras esta idea, he aqu í lo qu e nos espera a ti y a m í” , añadió, m ostrándole de nuevo el revólver. H e aquí u n traum a d eb id o a la vio len cia pasional de este

padre celoso. Después de este hecho, padre c h ija dejaron aquel país de E uropa central para trasladarse a F rancia. A l poco tiem po m u rió el padre. D u ran te el tiem po qu e viv ió se ganaba la vida haciendo algunas traducciones en casa; una vez sola, co n tin u ó en este trabajo para diversos editores, y así llegó a conocer a su m arido. E lla lo ayudaba en su trabajo quedán­ dose en casa. Com o ya hem os dicho, fue después de la m uerte de este ú l­ tim o que se asoció con su herm ana. A lejan d ra no h abía visto a su herm ana desde los doce años. D ich a separación y las cir­ cunstancias que la acom pañaron había representado para ella un traum a intenso, pero qu e por otro lado ya h ab ía olvidado. Sin em bargo, se le m anifestó nuevam ente después de relatar la escena en q u e su padre la am enazó con u n revólver. El padre había pagad o una fuerte cantidad, por cada una d e las personas de su fam ilia, a un guía, p a ra atravesar un río durante la noche —no recuerdo de qu é río se trataba. P a­ sar del otro lado significaba escapar de los bolcheviques. Las cu atro m ujeres, la abu ela m aterna, la m adre, la herm ana de vein te años y A lejan d ra, tenían qu e partir en prim er lugar. El padre las seguiría después. M ás tarde, toda la fam ilia se reu n iría de nuevo. A h o ra bien, antes de llegar a contar este acontecim iento, fue necesario para m i paciente d ejar pasar un largo tiem po. N o podía decir nada. Silencio por una semana, después por dos semanas. Siem pre es así en los análisis de fobias; es m uy curioso: se está h ablan do y después, de repente se calla; y ■ » veces ni el m ism o analizando se da cuenta. A lejan d ra decía so­ lam ente: "D octora, le hago perder tiem po.” O bien: “ N o estov pensando nada; no tengo nada que decir.” Y o le decía: “ ¡Pa­ ciencia! ¡Paciencia! Y a le vendrá a la m ente algo qu e decir. T e n g a al m enos la misma paciencia que tengo yo.” De este m odo se valora plenam ente el nom bre de "p a cien te ” , com o la pasividad del analista que confía en el m étodo. E l relato de m i paciente se había detenido en el m om ento d el em barque, aqu ella noche. Después tuvo lu g a r el drama: la herm ana se negó a em barcar. E n aquel m om ento A lejan dra descubrió el am or que sentía su herm ana por un joven qu e no aband on aba el país; había optado (el m alvado) por la revo lu ­ ción; ella no podía dejarlo. Escena dram ática entre la abuela y la herm ana m ayor, interru m pida por la im paciencia del guía. E l recuerdo de la partid a era evocado por A lejan d ra: los g ri­

tos desgarradores de adiós a su herm ana; el en ojo de un pa­ sajero qu e le dio u n bofetón porque provocaba el riesgo de llam ar la atención de los centinelas que p o d ían disparar sobre ellos desde la orilla. Después de pasar el río, los em igrados clandestinos tenían qu e pasar por la aduana. A llí se encontraba la clave del traum a sexual de A lejan d ra. E l descubrim iento del am or sen­ tid o por su herm ana hacia u n hom bre sign ificaba el fin de su am or incondicional hacia esta herm ana, que traicionaba a la fa m ilia escogiendo el lad o bolchevique. En este tipo de curaciones, después de una serie de sesiones en blanco, puede acontecer algo significativo: puede ser una palabra, aparentem ente sin im portancia, u n a im agen aislada entresacada de u n sueño, u n instante de em oción. A llá donde no h abía n in gú n recuerdo, aparece de repen te un recuerdo de una intensidad em ocional extraord inaria. Esto es lo que pasó con A lejan d ra. ¿Cóm o era posible qu e h u biera olvidado esta historia y no pu d iera decir nada al respecto? A ntes de pasar la aduana, la abuela h abía escondido en la vagin a de A lejan d ra un cheque pagadero en un banco suizo, qu e el padre había dado a su m adre para poder cobrarlo cuan­ do llegaran a aquel país. Sabían que iban a esculcarlas y qu e les q u ita rían su d inero si lo llevaban. L a abu ela d ijo a la en­ cargada del registro de las m ujeres: “ M ire usted, la n iñ a es la prim era vez que tiene su regla.” L e h abían puesto la toalla sanitaria de una m u jer que estaba reglando, pero n o le habían exp licad o lo que ello significaba. Era todavía una n iñ a que ignoraba todo respecto a la fem ineidad. Después del traum a Que representó la separación de su herm ana, he aquí lo que le hicieron. L legaro n a la aduana. Entró sola en una habitación. U n a persona la esculca com ­ pletam ente, la hace desnudar del todo, d eján dole sólo su pro­ tección higiénica; inspecciona sus oídos, le m anda a b rir la boca, pero no toca su vagin a. D iez m inutos después se reúne de nue­ vo, en m edio de la m u ltitu d , con su abuela y su m adre, qu e se encuentran m udas, pálid as y ansiosas. L a abuela la em pujó hacia el baño, para retom ar el cheque. “ Estás más blanca que una m uerta, pobre, n iñ ita ", le d ijo. “ ¿Nos vas a perdonar lo qu e hemos hecho contigo?” ¿Cóm o había podido o lv id a r m i paciente todo aquello? Pen­ sé para mis adentros: "D espués de haber u bicado u n traum a

de este tipo, toda irá m ejor." Pero no fu e así. L a serie con­ tinuó. D e esto pasó a relatar un traum a anterior, qu e databa de al­ rededor de los ocho años. C o n relación a este recuerdo, supe que la m adre m u rió en aqu el país de E u ro p a central dónde habían vivid o, in tern ad a en una clín ica de reposo, desde la m uerte de la abu ela "d e l ch equ e". A lejan d ra siem pre h abía visto a su m adre en u n estado de languidez, ocu pan do una habitación siem pre cerrada, con los postigos m ed io entornados. D ecían de su m adre qu e era neurasténica. A le ja n d ra había sido educada por u n a institu triz suiza. Sabía q u e d ebía ir a d ecirle a su m adre “ buenos días” y "buen as noches” , ya que ella no aparecía nun ca en la mesa, salvo en a lgu n a ocasión, cuando el padre estaba ausente, aun qu e lo hacía sin p ron u n­ ciar ni una sola palabra. El padre y la in stitu triz habían exp licad o a la niña por qu é estaba enferm a su m adre. H abía tenido, antes qu e a A le ­ jan dra, u n niño anorm al —qu e tendría cuatro años más. N o h abía vivid o nunca en la casa con ellos. A leja n d ra nunca supo en qué consistía d icha anorm alidad. Pero se le d ijo —algo qu e tam bién ign oraba— qu e cuando ella n ació su m adre espe­ raba tener u n niño. A h o ra bien, com o ella no fue niño, la m adre cayó en este estado de neurastenia. A lejan d ra pensaba pues qu e ella tenía la cu lpa por haber nacido n iñ a. Sin em­ bargo, ni el padre n i la institu triz le h a b ían insinuado nunca tal cosa. T o d o lo qu e d eb ía saber era qu e su m adre era neu­ rasténica y que el d octor venía a visitarla a m enudo. U n d ía entró corriendo en la h abitación, sin llam ar, con­ tradiciendo el orden establecido, para decirle a su n»~dre que h abía obtenid o una calificación m uy bu en a en la escuela. |Es­ taba tan feliz de poderle d ar una buena noticia! Entonces vio al doctor acostado sobre su m adre (el doctor q u e venía todos los días). Esto no h u b iera tenido consecuencias si la m adre no se hu biera percatado que su h ija se encontraba a llí y no hu biera lanzado u n g rito terrible, q u e la niñ a captó como un "g rito bestial” . C u an d o ella usó la expresión "g rito bestial” , le pregunté: "¿N o p odría usted ex p licar algo más a l respecto? —O h no, aq u ello fue terrible. M e d ejó desgarrada d e arriba abajo .” (H a­ bía quedado desgarrada.) R eculé, salí de la h abitación. Estaba tem blando. A fortu n ad am en te, la institutriz llegó en aquel m o­ m ento. N o pu d e ex p licarle nada. M e preguntó: “ ¿N o te sien­

tes bien?” Le respondí: “ Sí, estoy m uy bien.” N u n ca más se ha­ bló de este asunto. D icho esto, m i paciente se cerró de nuevo en el silencio. Fue sobre el diván, en mi casa, cuando com prendió qu e el doctor p o d ía ser el am ante de su m adre; nunca lo h abía pensado an­ tes. “ ¿Q ué es lo qu e pensó, pues? y ¿qué está pensando en este momento? —O h, doctora, esto no es posible —¿Q ué es lo que no es posible? —N o es posible que mi m adre engañara a m i m a r id o ... a mi padre.” A su m arido lo llam aba cons­ tantem ente su padre. A h ora, dirigiéndose a m í, el lapsus se p ro d u jo en el sentido contrario. A l descubrir que el m édico había sido el am ante de su m a­ dre, quedó intrigada por su prop ia inocencia. L e reprochó el desprecio que sentía hacia la conducta de su herm ana. Pues había considerado com o una m aldad su opción de quedarse en R u sia p o r un joven. P or otro lado, si el episodio d e la aduana y la utilización de su vagina como escondrijo la habían m arcado fuertem ente, ello era la prueba de qu e A lejan d ra es­ taba norm alm ente constituida en el aspecto sexual, antes de la prim era regla. H abía ido m ejorando, gracias a la evocación de recuerdos, qu e liberaban pulsiones utilizables. V o lvien d o a la fuerte em o­ ción que experim entó al d ejar a su herm ana, y evocando la transform ación m oral qu e acom paña al am or y a la conciencia sexual, ha podido fin alm ente representarse a aqu el joven como el am ante de su herm ana, y no com o el am igo platónico que había visto siem pre en él hasta entonces. A partir de aquel m om ento, las discusiones con su herm ana sufrieron una disociación. “ M i herm ana tiene m al carácter, pero yo no me dejo. C u a n d o em pieza sus escenas, me callo.” U n día la herm ana le d ijo: “ Y ahora, q u é pasa? ¿Ya no se puede una d ivertir discutiendo?” Éste era el pasatiem po de la m ayor a costa de la m enor. Pero aqu ello ya no funcionaba. "¿P or qué has cam biado?” , le pregun tó una vez. “ Porque me estoy psicoanalizando” , respondió A lejan dra. “ A h , se com pren­ d e” —exclam ó la herm ana— “ ¡ella está com pletam ente loca!” Esto es todo lo que d ijo acerca del psicoanálisis. Poco después, separaron su negocio. L a m ayor tom ó u n sec­ tor de im portación-exportación, A lejan d ra tom ó otro. T o d o se realizó fácilm ente, gracias a un hom bre de negocios, m edian­ te la firm a de un contrato. N o hubo ninguna discusión en el asunto.

Fue así como a través de la rem in iscen cia'd e todos estos acon­ tecim ientos del pasado, A lejan d ra tom ó conciencia de lo que nunca se había im aginado de su herm ana, que llegara a estar en la misma posición en la que había visto al doctor con su m adre. Fue en el d iván donde ella tom ó conciencia del aspecto corporal im plicado en el amor. C om pren d ió tam bién p o r qu é su m arido no había p odid o penetrarla —ésta es la palabra que él utilizaba. L e h ab ía dicho: “ Los hombres, cuando a m a n ... hacen esto; es preciso que lo hagam os a s í . . . ” Pero ella igno­ raba lodo con respecto al deseo sexual. E n cuanto a los gatos, h abló de ello una o dos veces, expre­ sando en seguida un sentim iento de pánico. M ás adelante vo l­ vió a hablar del asunto. Y o no sabía qu é tenía que ver esta historia de gatos; n o entendía nada. M ucha gente —algunos de sus m ejores am igos— sabían que tenía fobia a los gatos, pero ign oraban el detalle de que se trataba exclusivam ente de los gatos machos. U n día qu e estaba com iendo en casa de unos am igos —cuando todavía era joven — le d ijero n rien ­ do: “ A lejan d ra, no tengas m iedo, pero ten cuidado, el gato está a llá .” Com o ella se encontraba bien, pensó q u e la esta­ ban engañando. Después d ijo: “ A h , pero si no es u n gato. Debe ser una gata.” Los otros insistieron: “ N o, es un gato.” (Risas.) F inalm en te tuvieron que reconocer qu e A lejan d ra tenía ra­ zón: era una gata. Por sus propias reacciones, insólitas para e lla m ism a, fue descubriendo qu e sólo los gatos machos la ponían en u n estado de pánico. Las hem bras nunca. A h ora bien, un día, durante la sesión, me m ostró un d ib u jo que parecía de u n niño (fue el segundo y ú ltim o d ib u jo en el transcurso del análisis). M e lo entregó, antes de tenderse sobre el diván, diciéndom e: “ D octora, le he traído este d ib u jo para ex p licarle dónde estoy enferm a.” D icho d ib u jo , a tinta, re­ presentaba u n castillo, de techo pu ntiagu do, com o torre, con una am p lia casa adosada de techo trapezoidal. Sobre la torre, una ventana y una puerta; sobre la casa, varias ventanas y una puerta. A nte este castillo, u n prado oval; y, sobre el prado, un perro acostado, acurrucado sobre sí mismo, con la cabeza entre las patas. Por la postura parecía más bien un gato, pero el cu ello alargado y las orejas eran ciertam ente de u n perro. E lla me d ijo entonces: “ V e usted, doctora, yo estoy enferm a allí a b a jo ” , m ostrándom e el suelo, debajo del perro. Y o no enten­ d ía absolutam ente nada. L e d ije: “ M uy bien, pues” y guardé el d ib u jo . E lla sigu ió hablando, tendida en el diván, sobre lo

q u e le ven ía a la m e n te . . . o bien se callaba. V ea n ustedes, sin em bargo, cóm o e lla tenía razón aun qu e en aq u el m om en­ to n i ella n i yo sabíam os qu é po d ía sign ificar aqu el d ib u jo . N u evam en te se hizo el silencio en las siguientes sesiones, aun­ q u e por m i parte la anim aba a seguir el tratam iento. Pero un d ía m e m anifestó, con una voz alterada y jad eante, qu e si e lla m e contaba lo qu e estaba pensando, sería algo terrible. Y o la despediría inm ediatam ente. N aturalm en te el hecho de “ d espedirla” se asociaba a lo que había pasado con aquel ci­ ru ja n o q u e se la h abía q u ita d o de encim a cuando e lla fue a consulta p o r tercera vez, p o r la cuestión de su vaginism o. D ije entonces a m i paciente: “ ¿Despedirla? ¿Cóm o qu ién ?” E lla res­ p o n d ió: "B u en o , pero usted no d iría qu e estoy loca, sino que no cu ra a los delincuentes. —¿Por qu é le ib a a d ecir esto? ¿Es usted una delincuente? —O h, doctora, no me p regun te usted eso, ¡no m e lo pregun te, p o r favorl N o se lo p u ed o exp licar. Soy u n a persona abom in able, [abom inable!” Y rom pe a llorar. “ N u n ca podré exp licarle esto. Creo qu e es conveniente que no vu elva a venir. Soy in d ign a. P ero le ju ro qu e lo h abía o l­ vidado. N u n ca me h u b iera atrevido a ven ir si h u biera sabido q u e no estaba solam ente loca, sino q u e . . . N o , n o p u ed o d e­ cirlo ." L e d ije: “ Paciencia. C u a n d o tenga suficiente confianza en m í y con el trabajo q u e estamos llevando a cabo, usted me po d rá h ablar de e llo .” E n la sesión siguiente m anifestó: “ D octora, creo q u e la ú l­ tim a vez iba a d ecirle algo, pero he o lvidado com pletam ente d e q u é se trataba.” Q u ed ó nuevam ente en blanco, sin ex ­ presar ideas n i afectos, d uran te seis o siete sesiones. D e rep en ­ te, m e d ijo qu e h ab ía soñado con un perro, añadiendo: “ A h , D ios m ío, ya recuerdo lo qu e debía d e c irle . . . pero es tan h o r r ib le .. . N o pu ed o d ecirle nada. Es preciso q u e m e vaya." Se levantó com o presa de pán ico, evitand o m i m irada. Y o le d ije: " N o .” Y cerré la p u erta q u e ella acababa de abrir. “ Usted no se va a ir. T ién d a se de nuevo en el d iván e inten te hablar. —Y a no sé lo que le iba a decir. —¿Por q u é q u ería usted irse? —Pues no lo sé, debo estar loca. —Sin duda, le respondí (risas), y p o r eso está usted aqu í. U sted tiene m iedo de m i y de usted. L a sesión no ha term inado; tenem os tiem p o.” F u e­ ron necesarias todavía varias sesiones antes de q u e p u d iera contar esta historia, pues el recuerdo era tan espantoso que, con sus cincuenta y dos años, la ponía en ese estado. C o n ven ­

cid a de que le h u biera cerrado la pu erta en las narices si ella me contaba aqu ello, p refería la m uerte antes q u e recordarlo. Este recuerdo databa de cuando tenía cinco años y m edio o seis. N o había em pezado tod avía la escuela p rim aria; aprendía a leer y a contar con la in stitu triz suiza. A h o ra bien, desde h a d a algunas semanas suspiraba por u n p eq u eñ o paraguas con el m ango de form a de cabeza de perro, u n paraguas de niña. U n d ía qu e fu e a los grandes alm acenes con su institutriz, robó este pequ eñ o paraguas qu e la tenía loca, y salió con él, o rgu llosa de su golpe. " L a cosa espantosa” fue q u e la institutriz le p regun tó: “ ¿De d ón de has sacado este paraguas?" Y respondió: “ El señor me lo dio. —N o , eso n o es verdad. E l señor no te lo dio. E n los alm acenes no se d an cosas com o éstas a los niños. T ú lo has robado.” En resum en, la institu triz h a b ía hecho u n dram a acerca de este robo y acabó diciénd ole a A lejan d ra : "Será ne­ cesario qu e se lo cuente a tu padre. Su h ija es u n a ladrona. ¡L a vergüenza de la fa m ilia !” L a espera se le hizo m uy larga a la pequ eñ a A lejan d ra , por­ qu e su padre, representante d e té para toda R u sia, sólo llegaba a la casa de vez en cuando. E lla se q u ed ó pues con esta an­ gustia: se lo ib an a d ecir a su padre. C u a n d o e l padre llegó, la institutriz le d ijo con tono solem ne: “ Señor, es necesario qu e le d iga qu e su h ija ha robad o.” (Seguram ente el padre estaba ya enterado, lo que vien e a dem ostrar el horror de este juego.) A terrado, le d ijo : “ N ad a en el m u n d o m e p o d ía dar más pena. ¡Es el deshonor de nuestra fa m ilia !” Se m on tó todo un teatro alrededor de este asunto. Después el p adre añadió, dirigiéndose a A lejan d ra : “ Pues bien, ahora es preciso qu e tú vayas a la cárcel.” Esto es m uy im portante, pues estamos lle­ gan do al traum a. E l padre continu ó diciendo: “ C o m o eres mi h ija, p u ed e ser q u e el d irector del alm acén n o te vaya a d ejar m ucho tiem po en la cárcel, pero sí enviará a los policías para q u e te lleven allí. D e todas formas, yo no qu iero tener en casa u na h ija ladron a, n i un o b jeto robado. T ú irás a devolver este paraguas al d irector d el gran alm acén.” V ean ustedes todo el teatro qu e se h ab ía m on tado para esta niñ a de m enos de seis años. E lla fue, pues, acom pañada por la institutriz, im b u id a de una severidad in exorable, a devolver el objeto del d elito. El d irector las recibió solem nem ente en su despacho, tom ando u n aire m uy serio. A l co n tar esta esce­ na, m i paciente o ía tod avía el sonido de su voz. “ Pues bien.

tú tienes la suerte de tener un papá al que yo qu iero m ucho. P or esta vez, no irás a la cárcel, pero si tú robas d e nuevo, irás a la cárcel para toda tu vid a.” Después de esta terrible sesión, una vez que se hu bo levantado, no se atrevía a m irar­ me. M e preguntó: "E ntonces, doctora, ¿acepta usted seguir cu­ rándom e?” N o le contesté directam ente esta pregun ta, me li­ m ité a decirle: "H asta el m iércoles próxim o. —A h , doctora, no voy a poder dorm ir esta noche, después de h aberle d icho esto, pensando qu e usted todavía m e quiere ver . . Soy tan desgra­ ciada. —Sí, lo sé. Hasta el m iércoles.” Y seguim os adelante. H ub o de nuevo un largo periodo de silencio. “ L e hago per­ der su tiem po. ¿N o podría ven ir sólo cuando tuviera algo que decirle?” Sin em bargo, fuera de estas sesiones, angustiosas por los vacíos de ¡deas, aqu ella m u jer iba cam biando. T o d o lo qu e iba liberando de sus pulsiones reprim idas se revertía p o ­ sitivam ente en su trabajo, en sus relaciones y en sus estudios. Jean, su am igo, no inten taba acercarse a ella. E lla m antenía entonces relaciones con otros hom bres, siem pre a cierta distan­ cia. pues sabía que qu ed aría avergonzada si alguien le hacía la corte, com o había sucedido en el caso de Jean. E n efecto, ella ya no deseaba estar d isponible para las relaciones sexua­ les, lo cual, sin em bargo, había m otivado el in icio del an á li­ sis. N i le preocupaba ya ser sexualm ente norm al, m ientras le siguiera interesando lo q u e estaba haciendo. L o qu e le in q u ie ­ taba m ucho, y de lo qu e se q u ería liberar, era de su fobia a los gatos. E lla em pezó a h ablar m ucho de ello, m anifestando q u e le hacía m ucho bien ven ir a verm e, au n q u e sólo fuera para elu cid ar esta fobia, siem pre qu e yo siguiera aceptando su visita. U nas seis semanas después del relato del robo, m e contó un sueño en el que aparecía de nuevo un perro. L e d ije: "P u e s bien, hablem os de perros. C reo qu e era algo im portan te para usted cuand o era n iñ a” , puesto q u e me había contado la historia del pequeño paraguas con m ango de cabeza de perro. Después de dos sesiones en qu e no salió de su m utism o, he aqu í que evocó, a propósito de los peligros de m ordeduras, el siguiente recuerdo: cuando su padre regresaba de sus giras, iba todas las noches al círcu lo social. Estaba de m oda en R usia. L a re­ cam arera le preparaba sobre la cam a una bonita cam isa blan ­ ca, el frac, los zapatos lustrosos, el som brero de copa, la capa. T o d o estaba dispuesto m agníficam ente sobre la cam a de papá; era com o una especie de altar. Pues bien, un d ía de aquellos

la pequeña A lejan dra, q u e de acuerdo con sus propias apre­ ciaciones d ebía contar tres años y m edio, en tró en la h abita­ ción de papá, lo cual estaba absolutam ente p roh ibid o. Su pa­ dre no se encontraba a llí en aquel m om ento. E lla m iró y adm iró todo aquello. Después salió. Pero estaba dem asiado pequeña para cerrar la puerta. Se d ijo para sí: "Esperem os que no se note qu e la he d ejad o abierta. M e avergonzaría m u ch o.” U n poco más tarde la curiosidad la tentó a regresar. ¡Desas­ tre! L a perrita de su papá había m ordisqueado los bajos de los pantalones, los h abía hecho pedazos. H abía entrado por la puerta qu e la niñ a h ab ía dejad o abierta. H abía sido por su culpa. A lejan dra, tem blorosa, se fue a esconder, cuando por lo general corría al en cuentro de su papá. Siem pre era un m om ento de alegría. Desde su escondite lo o yó llegar. Él la lla ­ mó: “ Pero, ¿dónde está m i pequeña A lejan dra?, ¿por qué no ha venido a hacerm e fiestas?” L a niña no se m ovía y fue la perrita la qu e hizo fiestas al padre, brincando. Cansado de llam ar a su h ija, el p adre entró en su h abitación y cerró la puerta. A lejan d ra siguió en su escondite. Después de algunos momentos, oyó una risa hom érica, una risa in extin gu ib le. El padre había salido de su h abitación con la perrita en los hom ­ bros, diciendo en alta voz, para sí, aun qu e A lejan d ra creyó que se d irigía a ella: " A q u í sólo hay una qu e me quiere, y no quiere q u e vaya al círcu lo esta noche: ¡es m i perrita!” L a niña estaba m uy sorprendida de que no se hubiera desencade­ nado un dram a. Entonces se d irigió a la mesa. Siem pre ocu­ paba el m ism o lugar, entre la institutriz y su papá, a la dere­ cha de éste. A la izqu ierda de papá era el lu gar de la perrita; a continu ación el de la herm ana m ayor. Frente al padre, era el lugar reservado para la m adre, q u e casi siem pre qu ed aba vacío. A q u e lla noche, en el recuerdo de mi paciente, ni la m a­ dre ni la herm ana estaban presentes en la cena. E lla llegó a la mesa, silenciosa y com o atontada. Su papá le d ijo : "H o y no me has dicho buenas tardes” . Esto fue todo. M olesta, fue a abrazarlo, ocu pan do después su lugar. En este m om ento le com unicó: “ N o, no te vas a sentar aquí. H oy será mi perrita la que esté a m i derecha; tú tom arás el lugar de la perrita, p o iq u e ella es la que más m e quiere. H oy se ha m ostrado com o una h ija m ía, vin ien d o a saludarm e y haciéndom e saber qu e no q u ería que fuera yo al círculo esta noche.” Así pues, no solam ente aquel crimen de lesa m ajestad no eno­ jó al padre, sino que la perra que había m ordido su hermosa

in d u m en taria se había convertid o en su h ija, más q u e A leja n ­ dra, al m enos por a q u ella tarde. E vocand o esta historia, m i analizando estaba convencida de q u e nadie, n i la institutriz n i la recam arera n i su p rop io p a­ dre, jam ás h abían sospechado q u e fue ella q u ien d ejó la puer­ ta de la h abitación abierta. Fue en el diván, en el transcurso de la transferencia, donde le vin o el recuerdo de este aconte­ cim iento, contándolo por prim era vez, aun que sin sentir una g ra n cu lpa, al contrario de lo q u e sucedió con el paraguas robado. A la siguiente sesión m e anunció: “ D octora, ¡ya estoy curadal (Risas.) N o lo entiendo, pero lo sé, lo siento. —Pero, ¿cómo lo sabe usted? —N o m e acuerdo de todo lo q u e le conté la ú ltim a vez, pero fue a q u ello lo que m e curó. Y a n ada m e puede dar m iedo, estoy segura. —Pero, ¿ha tenido usted oca­ sión de verificarlo? —N o, no es necesario; yo m e siento cu rad a.” L e d ije entonces; "M ire usted, vam os a seguir de todos modos hasta las vacaciones." (Risas.) N o en ten d ía aún lo qu e h abla pasado. E lla estaba rad ian te y aceptó regresar. A p a rtir de aquel m om ento, em pezó a tener una cantidad de . sueños, ella que no los h ab ía tenido jam ás. Los silencios desaparecieron. C o n Jean sucedieron cosas m uy cóm icas, estaba en lo qu ecid o porque e lla q u ería ir a su casa. C onstató q u e ya no tenía vaginism o, pero él em pezó a sentirse im potente. (Risas.) N o es brom a, es la p u ra verd ad. E lla le dijo: "D eb erías hacerte u n psicoanálisis.” (.Rúas.) Efectivam ente, estaba curada. Pero, ¿cómo p u d o ser que el relato de u n a cu lp a n o justificad a, se­ g u id o de una lesión de tip o narcisista, p rod u jera la curación? L as sesiones siguientes m e lo h icieron entender. L a perrita de su papá era am iga de u n gato m acho. En Ja casa donde pasó la niñez h a b ía una pareja de gatos: el m acho in tim aba con la perra y la gata no podía soportar esto. L a niña viv ía siem pre en contacto con estos anim ales, entre los cuales se prod u cían disputas espantosas. A l gato le gustaba acu­ rrucarse entre las patas de la perra, provocan do los celos de la gata. A lejan d ra m e dijo: Es curioso que los anim ales sientan la diferencia entre m achos y hem bras. Y o no lo en ten d ía y cada vez que pregun taba a m i padre: “ ¿Por qu é la gata es tan m ala con la perra?” , él me respondía: “ Y a lo entenderás cuando seas una m u jer.” Y o no sabía p o r q u é él no me daba nin guna explicación .

E l problem a g irab a pues alrededor del deseo, pero de un deseo m ediatizado por u n a im agen inconsciente de sí misma com o anim al. E l padre h a b ía in d u cid o en A leja n d ra u n a iden­ tificación anim al en el E dipo, colocando a la perrita en el lu ­ gar de honor. H ab ía convertid o a su h ija en una perrita; tam­ bién la h abía tratado com o perra en el asunto d el jo v e n ruso, más tarde. L a h ab ía convertid o en una criatu ra a su servicio, un ser atado a él, u n anim al de com pañía. Estaba dispuesto a m atarla si se convertía en m ujer. Igualm ente, en el episodio del paso de la frontera, la abu ela y la m adre se h a b ían ser­ vido de su cuerpo com o de u n a cosa, de su sexo com o un sim­ ple receptáculo. En fin, todo se reconstruyó de repente. C u a n d o llegaron las vacaciones, estaba rad ian te. Adem ás, h ab ía pasado b rillan te­ mente el exam en superior en la Escuela del L ou vre. Se fue de vacaciones, m uy tran q uila, a la costa del M edite­ rráneo, en com pañía de u n a vieja am iga. A su regreso m e vin o a ver y me dijo; " N o vengo para una sesión de tratam iento, sino para darle las gracias, doctora, y para d ecirle que soy m uy feliz. Estoy locam ente enam orada y voy a casarme. —Pues, m uy bien .” Y aqu ella m u jer tan refinad a me an u n ció en ton ­ ces qu e iba a casarse con un campesino. M ientras hacía un paseo por aqu ella región, h abía visto sobre una barda u n escrito q u e decía: “ A ten ció n , perro m uy peligroso” , y más lejos, en un terreno, u n hom bre en u n árbol. (Risas.) ¡Es bien cierta esta historial M ira al h om bre y él le h abla recordándole q u e hay un perro peligroso. E lla le respon­ de: “ Y o no tengo m iedo a los perros. —A h, entonces si no tie­ ne m iedo, venga a ayudarm e, pues esto resultará m ejor entre dos.” E lla en tró en el terreno y le ayudó a recoger frutas. El hom bre era u n refu giad o yugoslavo. C riab a pollos, vend ía aves, huevos y frutas en el m ercado, en las cercanías de Cannes. R e­ gresó allá para ayu d arle todos los días. D aba el alim ento a los pollos, en fin, se d ivertía m ucho, com o si fuera una niña. U n d ía le preguntó: “ ¿D ónde está el perro?” —Pues bien, el perro soy yo” , responde. (Risas.) Se pusieron a reír los dos. E lla estaba flirtean d o p o r prim era vez en su vida. Cayeron uno en los brazos del otro, em bargados de una loca pasión física. T e n ía la cabeza trastornada y su am iga estaba asom­ brada, com placiéndose en ello. A q u el hom bre, qu e se llam aba Pavel, le ex p licó más tarde a A lejan d ra que h ab ía d ejad o su país hacía diez años, por­

q u e corría el riesgo de ser encarcelado p o r m otivos p o líti­ cos. “ M i esposa y m is h ijos se quedaron allá, y no sé si lle­ garé a gan ar suficiente d in ero para traerlos a Francia. Adem ás, mi esposa no sabe qu é h a sido de m í. Seguram ente m e da por m uerto. H ace tanto tiem po que no tenemos noticias el uno d el o tro ." Y agrega: “ Después de todo, a lo m ejor se ha vuelto a casar." A lejan d ra le respondió: "P ero usted no está m uerto y tiene una esposa. V o y a investigar, para saber qu é ha sido d e e lla .” C u a n d o A lejan d ra regresó a París, Pavel se enteró qu e su m u jer había m uerto. E n cuanto a los niños, no se sabía dónde estaban. Consigu ió unos papeles de Y ugoslavia, certificando qu e era un hom bre libre. Para A lejan d ra fue com o una fiesta, él iba a venir a París. D os meses después m e h abló por teléfono: “ D octora, es ab­ solutam ente necesario q u e la vea.” L a sentía realm ente turba­ da. V in o pues a verm e y m e dijo: “ ¿N o sabe usted la historia? —N o , yo no sé nada. —Pues bien, estaba yo m uy contenta por­ qu e iba a ver a Pavel; nos habíam os escrito.” (N o sé cóm o se escribían, puesto que él era yugoslavo; creo que él dictaba sus cartas a una francesa, cartas com pletam ente infantiles.) “ Lo vi llegar en el andén de la estación —siguió ella —, m e miró; yo lo observaba, con su pan taló n de pana, cam inando como un cam pesino; vin o a mi casa [vio pues su elegante departa­ m ento] y nos dijim os: ¿qué es lo que hem os hecho?” A q u ella m ism a tarde ella lo acom pañó a tom ar el tren. L lo raron m u­ cho, reconociendo q u e habían tenido un id ilio extraord inario, pero qu e en realidad no estaban hechos el u no para el otro. Ésta es la historia de la prim era pasión física de A lejan dra. Es curioso, un am or de niñ a a los cincuenta y cinco años por un m acho que había sido un am ante m aravilloso, pero con el q u e no fue posible superar las barreras culturales y sociales. E lla vin o a verm e para h ab lar del asunto. Y o no decía nada, absolutam ente nada. H ab ía contado su aven tu ra a su am igo Jean, el cual le dijo: “ C iertam ente, si yo fuera más joven me haría un psicoanálisis. T ú eres una m u jer m aravillosa. En tu lugar, yo estaría aterrado. Pero, puesto qu e no tuviste m iedo y otro hom bre tuvo é x ito contigo, quizás tendría q u e hacer otro intento. Pero ahora soy com pletam ente im potente; no sólo contigo, sino con todas las m ujeres.” (Risas.) D ejé de tener noticias de A lejan d ra hasta qu e tres años des­ pués recibí una carta de Estados U nidos, en la qu e ella me escri­

bía: “ M e lie casado con un norteam ericano. Soy m uy feliz y le deseo u n feliz año nuevo. En Estados U nidos tengo un puesto que me interesa m ucho: estoy encargada de enseñanza y responsable de cursos para adultos en algunos museos. T e n g o la pasión de suscitar el gusto por la p in tu ra a gente que no tiene cu ltu ra.” H ab ía ya escrito dos o tres libros de iniciat ión en este terreno. M ás adelante, una m añana a las on ce recibí una llam ada teleiónica: "D o ctora, estoy en París con mi m arido, q u e tiene m u ­ llía s ganas de conocerla." L e d ije: "V en ga n m añ an a a tom ar el ap eritivo.” (Era dom ingo.) Su m arido m e d ijo entonces: "Q uisiela verla para darle las gracias. N o puede usted im aginarse lo que significa haber encontrado una m ujer de cincuenta y seis años —él tenía sesenta y tres— tan m aravillosa, 110 solam ente (oiu n igo, sino tam bién con mis hijos mayores —él ya era abue­ lo. Es una m ujer tan inteligente, tan gen til y tan m ujer. Y adem ás tan jo v en para la edad qu e tiene y en relación con la m ía.” Se le veía un hom bre valioso. Era sindicalista. Por otro lado, ella h ablaba de sus hijastros m aravillosam ente. En resum en, cada uno can taba las alabanzas del o t r o . . . (Risas.) ¡Q u é lección! Después de un psicoanálisis em pezado a los cincuenta y dos años, esta m ujer ha podido fin alm ente llevar una vida norm al. M e en vía todos los años una tarjeta de feli­ citación para fin d e año. Fue ella misma la que m e d io auto­ rización para p u b lica r su caso. Me dijo: "C u en te esta historia, pues ni yo misma creía qu e me podía cu rar.” Y cu an d o le pre­ gunté: ¿Le he d icho acaso q u ién la ha curado? —N o, usted nunca me d ijo nada. (Risas.) —Es usted q u ien me ha contado todo. —Sí, esta historia la he reencontrado sobre el diván. ¡Q u é paciencia qu e ha tenid o usted! ¡Cuántas veces yo quise p arar­ le! N o veía a dónde iba a parar." H e aquí la historia de u n a fobia, enraizada en una identi­ ficación anim al in fan til, en el m om ento del E dip o. E d ip o dis­ torsionado p o r el padre qu e sustituyó a su h ija por su perra, h aciendo de ésta la riv a l de la niña. Si A lejan d ra 110 podía soportar a los gatos m achos era porque se iden tificab a con la gata, enem iga de la perra. Si algunos meses más tarde ella suspiraba por un paraguas con m ango de cabeza de perro, y 110 osando ped irlo no p u d o evitar robarlo, ¿110 se trataba deí deseo por un perro, que al parecer le h abía incu lcado su p a­ dre? El padre, en este caso, se identificab a con el gato m acho, flirteando con la perrita, que se mostraba —según decía— agre­

siva y d evoradora p o r am or a él. Se trata de u n incesto, sin m ed iación im aginaria algu n a, lo qu e significaba la presencia de u n gato m acho para A lejan d ra , al identificarse e lla con la perra am ada por el gato. p.: L o q u e n o com prendo es qu é significaba lo qu e qu ería representar en su d ib u jo , cu an d o ella dijo: " A llí e s t á . . . ” E lla d ijo : “ A llí está, d eb a jo del p e n o , m i enferm edad.” Estaba, en efecto, b ajo un “ callar" ocupado p o r u n perro. Este perro estaba acostado d elan te de lo qu e representaba, en el d ib u jo de la casa, la p rim era estructura d el niño: el lado de la torre, con el techo triangu lar, representaba la d ualidad de la n iñ a respecto al padre-m odelo, m ientras qu e la casa am p lia, con techo tropezoidal, representaba la estructura de la n iñ a en relación con la sociedad. E l "ca lla r” (tierra),* era lo q u e e lla nun ca h ab ía sabido ni dicho a nadie acerca de esta historia; y era ciertam ente a llí donde estaba enferm a: siendo su apoyo la im agen anim al de sí misma, el anim al acos­ tado representaba las pulsiones de m uerte, m ientras qu e el Y o no era consciente .2 Se p o d ría decir qu e éste fu e u n tratam iento de la época gran d e del psicoanálisis, puesto qu e fue llevado, de p rin cip io a fin , según el m étodo clásico y con una persona d e esta edad. Y o m ism a no sabía qu é hacer. Pues bien, cuando no sesabe q u é hacer, lo m ejor es callar. (Risas.) Y o la asistía, la ayu d ab a a hacer su trabajo por sí misma y ella lo hacía. M i trabajo consistía en co n fortarla y callarm e, esperando que m e vin iera u n a idea. N o se tratab a de alguien qu e se evadiera d iciend o cu a lq u ier cosa. D e n in gú n m odo. Si ella n o tenía nada q u e decir, n o decía nada. H ay gente que se evade diciendo cu a lq u ier cosa para llen ar la sesión. E n este caso, p o r el contrario, hacía falta sólo escucharla y brindarle asistencia en sus resistencias totalm ente inconscientes. f .d .:

p. 2 (m ujer): E l espacio q u e ella señalaba d eb a jo d el perro, ¿era tam bién el lugar d on de se acurrucaba el gato? f.d .:

Exactam ente. E lla decía q u e el gato iba a acurrucarse entre

• Juego de palabras entre ta ire (callar) y terre (tierra), [t.] su madre la había gestado de sexo masculino. A l nacer sexo femenino la rechazó.

2 l n u le r o

de

las patas de la perra. P ero aqu él no era representado en el d ib u jo . Sólo la postura d el anim al p o d ría recordarnos la de un gato. Se puede observar, en la am bigüedad de la form a d e aqu el cuerpo, algo qu e estaba en relación con su sexo. Pues su m adre habia rechazado el hecho de q u e ella h u biera na­ cido niña, después de u n herm ano anorm al. Esto es lo qu e nos hace com prender qu e su enferm edad proven ía de qu e su iden tidad de ser h um an o se encontraba ‘'trastocad a", desde u n p rin cip io , p o r palabras referentes a su sexo. Su sexualidad no era la de u n hum ano, sino la de u n m am ífero fam iliar. E lla se en con traba al m ism o tiem po en relación con la perrita con la q u e su padre la h abla identificad o, y con el gato m acho que era am ado p o r esta perra. Puesto qu e p o r ello la perrita dis­ p u tab a con la gata, el gato representaba, p a ra la niñ a, a su padre. Su fobia estaba, pues, d irigid a exclusivam ente hacia el gato m acho. L a p ro h ib ició n del incesto estaba latente. Los ga­ tos m achos le p rod u cían este efecto dram ático, p o rq u e era sin d uda com o si su padre fu era a fusionarse con ella. p. 2 : T a m b ié n estaba la historia de la m adre n e u r a s té n ic a ... Sí, y tam bién la m adre bajo el doctor, lo cual no había sido entendido p o r A leja n d ra com o relación sexual, en aque­ lla época.

f .d .:

p. 2 : ¿En qu é m om ento apareció esta fobia? f . d . : H e estado investigando al respecto. Esta fo bia s e h abía declarado relativam ente tarde; por de pronto, no fue en R u ­ sia —aun qu e parezca sorprendente para ella m ism a. Se banifestó cuando ella ya estaba trabajando; no fue, pues, en vida de su m arido. ¿Q ué significaba este cu ello q u e se hinchaba? Los ojos desorbitados, brillantes, eran com o signos sintom áti­ cos de u n a hipertiroides súbita. U n a vez desaparecido el ob­ je to fóbico, todo v o lv ía a la tran q u ilid ad en el lapso de una hora.

p. 2 : Por esa ausencia d e cu ello entre cabeza y hom bros, ella se p onía com o u n a anfibia. Así es, com o una a n fibia. Y esto es ciertam ente u n es­ tado de locura. V iv ía un estado de pánico. U n a locura en el

f.d .:

cu ello, entre la cabeza y el tronco; y además una locu ra de la región genital, supuestam ente "an orm al” , sin perm eabilidad d el o rificio vaginal. Jam ás había experim entado una ‘'em o­ ció n ” en su sexo, salvo la intensa frustración vagin al en su relació n con Jean. P or ello, fue una gran revelación el deseo físico de relación sexual, y de gozar de ella, con su cam pesino yugoslavo prim ero, y después con su m arido norteam ericano. Este análisis, que les he explicad o realm ente tal com o se desarrolló, nos hace en ten d er cóm o una fobia se enraiza m uy precozm ente en la historia d e la estructura de u n niñ o y en su identidad sexuada, m ucho antes de qu e p u ed a tener un conocim iento consciente de la misma. Su sexo cobra im portan­ cia, en relación con el E d ip o y con las cu lpab ilidad es preedipianas, en el deseo físico, oral y anal, que acom paña el amor hacia el padre am ado. U n a lesión narcisista sufrida por el niño, respecto a su sexo o a su persona, pu ed e significar, en la época anterior al Edipo, una represión de las pulsiones pregenitales qu e le son necesarias para el desarrollo de la zona erógena genital, ya desde el pu nto de vista de la sensibilidad com o un sano funcionam iento. Podem os establecer algunas generalidades respecto a las fobias. El objeto fóbico está revestido de un valor fálico peligro­ so, porque está vin cu lad o, de m anera inconsciente, al incesto deseado y no prohibid o. E l acto incestuoso se hace im posible gracias a la fobia, preservando así una esu u ctu ra qu e es m uy frágil antes de los tres años. L a fragilid ad de la estructura del fóbico se debe ya sea a una incertidum bre sobre su id en ­ tidad, en relación con sus genitores, ya sea a la desvalorización d e su identidad, en relació n con el poco valor de u n o de sus genitores, ya sea a la negación d el valor del sexo del niño, en la actitu d de los padres o de los prim eros educadores. p.: En la historia de la cu ración de su paciente, yo m e he preguntado: ¿con q u é h ab ía sustituido su fobia a los gatos? f.d .: C reo qu e no le hacía nin gu n a falta en con trar un sustituto para su fobia, puesto qu e ella h abía en ten dido la sexu alid ad de sus padres. E n ten dió el sufrim iento de su padre p o r haber sido abandon ado por la m adre y por haber tenido un h ijo que no podía vivir. Es preciso reafirm ar qu e mi paciente no h abía experim en­ tado ni sentido jam ás el deseo sexual en su cuerpo, antes de

su psicoanálisis. H ab ía tenido, sin em bargo, un contra-deseo inconsciente. C erran do su vagin a a la p en etración de todo pene; ella seguía siendo ella m ism a, sin correr el riesgo de perder al padre y a la m adre de su estructura arcaica. Esta estructura seguía siendo la suya; no h a b ía sido superada por la estruc­ tura ed ipian a q u e im plica u n deseo, sentido en la zona erógena gen ital, hacia el o b jeto ed ípico —deseo cuya realización está claram ente p roh ibid a. p.: ¿Qué tipo de transferencia ha hecho e lla con usted? Creo que he sido para e lla una institu triz distinta de la que tuvo. A q u élla era una m u jer protectora. A lejan d ra la conocía desde pequeña. N o sabia q u ién la había am am antado. Y a estaba en la casa cuando ella era bebita, ocupándose de la herm ana m ayor, q u e tenía ocho años más que A lejan dra. C reo tam bién qu e ella hizo una transferencia con la exper­ ta representada por m í y qu e qu ería ayudarla. E lla me lla ­ m aba doctora. N o sé exactam ente qué representaba eso para ella; por lo demás, yo era unos cinco o seis años más joven. Sin em bargo yo debía representar a algu ien parecido a la insti­ tutriz, porque pensó q u e ya no la iba a recibir si m e confesaba el robo del paraguas, hecho que había recordado en el diván. Esta historia h ab ía conservado el m ismo im pacto y h abía p ro ­ vocado la m ism a vergüenza com o si se tratara de una ladrona profesional actual. A l ver una m ujer d e esta edad llegar a este estado de cu lp ab ilid a d por haber robado u n paraguas a la ed ad de cinco años, se po d ía pensar qu e las cosas h abían qu ed ad o así fijadas, que su estructura no h abía cam biado. Me había u bicado igu alm en te en el lugar del padre, qu e ha­ bía m ontado todo aqu el escenario con la institutriz, y tam bién en el lugar de la m adre em barazada, ya qu e yo le decía tener todo e l tiem po p o r delante, esperando qu e le vin iera algu ­ na idea.

f .d .:

p. 2 : Puesto q u e la pacien te era rusa, ¿cómo p u d o suceder q u e en el d ib u jo e lla u bicara su m al bajo tierra, en el sen­ tido de taire (callar) ? F .d .: Bueno, así se dice en francés. H abía aprendido francés con su institutriz. Sus padres le hablaban en este idiom a; se puede decir que entre los cuatro años y m edio y los cinco

ya lo d om inaba perfectam ente. N o sé cóm o se h u b iera expre­ sado en ruso. N o sé si d aría la misma im agen q u e a llí se tra­ taba. Seguram ente qu e si hubiéram os dispuesto de sign ifican ­ tes rusos, de palabras de su lengua m aterna, esto h u biera ayu d ad o al análisis. Sin em bargo, el tratam iento fu e posible p o rq ue las cosas sucedieron a n ivel de im agen corp oral y por­ qu e la paciente h ab lab a perfectam ente el francés. p. 3 : E l curioso cam inar de esta m ujer, ¿se debe sobre todo al traum a del cheque en la vagina? f.d .:

Es posible, pero lo ignoro.

p. 2 : U sted ha d icho q u e la identificación con u n anim al, qu e se encuentra en el origen de las fobias, se h ace sin culpa alguna. ¿Es así en este caso? f .d .: Sí, así es. Es lo qu e hubiera pasado en la pequ eñ a A leja n d ra si no h u biera o cu rrido el episodio del paraguas, que puso en ju ego u n deseo fálico.

p.: L a escena p rim itiva a la cual asistió, tardíam ente, la escena entre la m adre y el doctor, ¿no tuvo después u n efecto sobre el traum a del paraguas robado? ¿H acía ella u n a discri­ m in ación entre los sexos? f .d .:

L a escena de la m adre y el m édico d ata de sus siete u o cho años. L o del paraguas fue a los cinco. C o n respecto a los anim ales, e lla d istin gu ía entre m acho y hem bra, pero no era más qu e u n a diferen cia verbal. E n realid ad n o com ­ prendió el significado de la escena de su m adre acostada bajo el doctor ni su grito terrible de sorpresa. H a b ía transgredido u n a proh ib ició n sin tener inten ción de hacerlo. A h o ra bien, en el otro caso, la p errita h abía transgredido u n a proh ib ició n p o rq ue A lejan d ra lo h a b ía hecho prim ero, sabién dolo. Sabía qu e la perrita h ab ía transgredido una p roh ib ició n a causa de ella. C reo que todo el m undo, en la casa, h ab ía en ten d id o que la responsable era A lejan d ra. Los adultos, seguram ente se pu­ sieron de acuerdo p a ra vejarla, o sea, para castigarla a su m a­ nera. Era precisam ente ese “ ca lla r” referente a su cu lp ab ilid a d lo q u e constituía el n u d o del traum a. L a reprim en da h ubiera sido menos nociva qu e el reb a ja rla al rango de perra, d an do al

anim al el lugar de la niña. Era com o si sü padre, al felicitar a la perrita y al preferirla a su h ija, h u biera an u lad o el tabú del canibalism o gozoso sexual. Este análisis fue m uy d id áctico para m í, puesto que yo no sabía nada ni esperaba nada. N o tenía n in gu n a teoría al res­ pecto. Este análisis m e lleva b a lejos del Edipo, cuando la teo­ ría de la época ( 1950) g irab a exclusivam ente alrededor de él. T e n ía sólo u n m étodo y era necesario atenerse a él. E n cuanto a la diferencia de los sexos, A lejan d ra segura­ m ente no tenía tiem po de d istin gu ir entre u n m acho y una hem bra cuando pasaba u n gato. E ra im posible. Pero no se eq u i­ vocaba: tenía percepciones de loco, percepciones de n iñ o —los niños tienen u n a percepción de los olores qu e nosotros hemos perdido. E ran sus propias reacciones insólitas las qu e le reve­ laban qu e se trataba de u n g ato m acho y no de u n a gata. E lla tam poco com prendía este fenóm eno. N o hem os de olvidar qu e el inconsciente no d eja nunca de enseñarnos y sobre todo de sorprendernos.

TÉCNICA

LOS

INDICADORES

IM PORTANCIA

DE

DE

LA

LA

ANAMNESIS

DEMANDA —

DEL EN

NIÑO;

DE

LOS

PSICOANÁLISIS,

PADRES. SÓLO

SE

PUEDEN JUZGAR PERSONAS QUE SUFREN, NO SU PATOLOGÍA —

DI­

FICULTADES F.N LA CURACIÓN DE UN M UCHACHO SUPUESTAM ENTE EXHIBICIONISTA

p.: ¿Podría usted hablarnos de la responsabilidad de los padres respecto a los hijos y sobre la dem anda q u e le dirigen, aun qu e ésta no esté siem pre form ulada? En p rin cip io , el q u e form ula la dem anda es el q u e tiene que atenderse. Por ello, cuando son los padres los que la form ulan, es preciso canalizar la dem anda en u n prim er m om ento, exp licán d o le al niñ o qu e ellos sufren de algo que parece relacionado con él. Pero, ¿se puede decir que él tam ­ b ién sufre? ¿Y de qué? Es preciso, p o r otra parte, investigar de dónde procede la dem anda de los padres: ¿han venido aconsejados por la maes­ tra o por la directora de la escuela, bajo la in flu en cia de la abuela, del abuelo, o de todos ellos a la vez? Esta pregun ta nos rem ite a las dificultad es de la pareja, de las cuales el niño es el síntom a; recuerda a los padres el hecho de qu e son ellos los qu e sufren los síntom as dts su h ijo , de lo cual no se habían dad o cuenta, d ebido al im pacto de su m alentendim iento, de sus tensiones en relación con el h ijo que se disputan. Este problem a de la responsabilidad de los padres depende tam bién de la organización de los c m p p . E n ciertos casos, está reglam entado, desgraciadam ente, que los padres sean recibidos por otra persona d istin ta de la qu e está vien do al niño. Esto es m u y m alo para el niñ o al principio de una terapia; pero puede redundar en algo positivo cuando los padres quieren qu e las sesiones de su h ijo tengan lugar en las mismas fe­ chas q u e las de ellos.

f .d .:

E n todo caso, es necesario qu e los padres qu e form ulen una dem anda, sean atendidos, al cabo de cierto tiem po, por otro terapeuta distinto del qu e atiende al niño, y fuera de la institución. Ciertam ente, n o se les puede im pedir qu e vengan si qu ieren hablar de su h ijo , sobre todo si éste no cuenta todavía ocho años de edad psicosocial, o no p u ed e contar por sí mism o sus propias dificultad es o las q u e provoca en su m edio. Puede ser que un niño no tenga m olestias pero las cree, ya que él desem peña su papel de E d ip o o su fijación hom osexual respecto a herm anos o herm anas mayores, o res­ pecto a los padres. Él vive entonces en una situ ación perverti­ da si sólo se ve una relación de seducción, p o r parte de un psicoanalista qu e no está al corriente de los efectos de su con­ d ucta en su fam ilia. Es una perversión ir a ver al analista en este caso, puesto qu e el n iñ o exige una relación preferencia!, sin estar dispuesto a soportar castraciones. H ay, en efecto, un p eligro en el tratam ien to de niños: el de v iv ir una seduc­ ción m utua. El niño va a ver al psicoanalista qu e am a y por el que se cree am ado, pero se bu rla de su p ro p ia evolución y no siente necesidad de sublim ar las pulsiones qu e deben ser castradas. Se necesita pues escuchar el eco de la fam ilia. Por ello, aun en el caso en que los padres han aceptado consul­ tar p o r ellos mismos a otra persona, el psicoanalista del niño debe siem pre dejar abierta la posibilid ad de recibirlos o de escribir. C u an d o se trata de tratam ientos en consultorio —pero tam ­ bién en algunos casos de consulta m édico-pedagógica— cuando no hay nadie a q u ien el a d u lto pueda hablar, al m enos se le p uede preguntar en la sala de espera: “ ¿T ien e usted algo que decirm e?'’ Si un padre o m adre no quiere h ablar en presen­ cia del niño, se le dice a éste: “ T u padre —o tu m a d r e q u iere hablarm e sin qu e estés tú. Y o voy a escucharle. Y si se trata de algo im portan te para ti, te lo d iré.” Y después se les recuerda a los padres: “ ¿Por qu é no han qu erido decirlo e n presencia del niño?” Pues es m uy im portante q u e ellos sien­ tan todo lo qu e está al servicio de la evolu ción de aquél. Si tienen confianza en una persona —y éste debe ser el caso, puesto que le h an con fiad o a su hijo^- por qu é andar con secretos, en lugar de decir en presencia del niño lo que les preocupa? Y a es un éx ito considerable llegar a este resultado sin culp abilizar al niño. Los padres form ulan reproches, o bien ha­

b la n de sus lesiones narcisistas. Entonces el niñ o se siente cu lp a b le de in flig ir lesiones narcisistas a sus padres. P or ello p u ed e ser m ejor escucharlos sin q u e el niño esté presente, haciéndolo en trar después para ex p licarle la in q u ietu d de los padres, d iciéndole que esto tiene u n valor y u n sentido en el m u nd o de los adultos. M ás tarde, se hará una refle x ió n con él en cuanto a la sign ificación de esta ansiedad. E n lo que a m í concierne, deseo q u e los padres, los educa­ dores, los qu e son responsables legales del niñ o, vengan a verm e, cada vez, al p rin cip io de la sesión, aun qu e sólo sea p ara decirles: —‘‘Sin novedad. T o d o v a bien. Y el niño, ¿qué tiene qu e decir?"

p.: E n cierta institución, he oíd o decir: " E l n iñ o tiene u n Y o autónom o” , es pues a él a q u ien se debe atender; otros sostienen que, si la dem anda del niño no es más qu e lat y si la p ato logía de los padres es más im portante, es de ellos d e quienes nos debem os o cu p ar preferentem ente. f .d .: Pero, ¿cómo podem os ju zgar sobre u n Y o en el niñ o o de una patología en los padres? Entraríam os en el terreno de la psicología, no es prop io del psicoanálisis. E n psicoan áli­ sis, sólo se pu ed en ju zgar personas que sufren, n o su patología. U n n iñ o nace, crece, y no sufre. N o por ello se p u ed e con­ siderar norm ales a los padres. D e n in gu n a m anera. A l menos, hablan do con ellos se los puede llegar a conocer. L o q u e im porta es com prender el E d ip o de los padres. Es preciso hacerles h ab lar de sus propios padres, cada vez que p lan tean cuestiones sobre su hijo. Preguntarles, p o r ejem plo; "C u a n d o usted tenía la m ism a edad, ¿cómo se com portaba su padre con usted? ¿Y su m adre?” A l recordarles su Edipo, se pu ed en com prender las proyec­ ciones patógenas de los padres sobre su h ijo . L o q u e disim ula una conducta aparece en la segunda generación y la expresión de ciertas pulsiones no es sólo rechazada, sino p rcclu id a; pues ya era rechazada en la generación de los padres. Se puede hacer h ab lar a los padres acerca de sus herm anos, sobre todo si ellos lo piden. L e d oy una g ra n im portan cia a la anam nesis del p rin cip io de un tratam iento de niño. Pero no es suficiente q u e h ablen de su padre o de su m adre. Nos podem os rem ontar hasta sus abuelos; y, a través de éstos, algo se puede saber de los bisabuelos. Preguntam os: “ ¿Los ha

conocido usted cuando era pequeño?” L as prim eras sesiones serán, pues, sesiones con los padres. A l niño, qu e durante este tiem po va y viene de u n lad o para otro, le decim os: “ ¿Quieres hacerme un d ibujo? Y a sabes que tus padres h ab lan de ti. N o tengo tiem po de verte hoy, pero si quieres ven ir a decirm e algo, te espero.” T o d o ello debe decirse con m ucha delicadeza. T a m b ié n se debe establecer desde u n p rin cip io la red de parentesco. ¿Por qué? P orqu e si el n iñ o in icia la terapia, em ­ pezará a establecer asociaciones, h ablará de tal o cual perso­ na. Inm ediatam ente se podrá regresar a la anam nesis: "A h , sí, es el h ijo de tal. Ves, tus padres estaban de acuerdo en qu e tú m e hables de él.” H ay terapeutas q u e trab ajan sin esta anam nesis in icial. C reo q u e no es preciso insistir m ucho al respecto. P od ría parecer una investigación p o liciaca a ciertos padres. H e a q u í por qué es necesario proceder con m ucho tacto. p.: L o que yo he señalado a propósito de este trabajo de anam nesis, que llevo a cabo regularm ente, es q u e aporta so­ bre todo una desculpabilización a los padres. f . d . : Sí. Ellos com prenden así q u e existe u n a d in ám ica en las fam ilias, en la q u e n o se trata del bien ni del m al. H ay un p u n to q u e no debem os olvidar, cuando los padres están tensos frente al h ijo conviene preguntarles: "¿A qu ién creen q u e se parece? ¿A q u é lado de la fam ilia?” Se escuchan entonces todas las proyecciones de los padres; de un niño "b o b o ” , u n o dirá: ‘‘Está del lado de m i suegra, pero tam bién del lado del tío fracasado." Y poniendo u n poco de hum or, p ara desculpabilizar: "R esu m ien do, ha tom ado todo lo m alo de los dos lados.” Y añado, riendo: “ No. N o es posible. ¿Por­ q u é sólo se han fijad o en lo m alo?”

p.: Y o incluyo en la anam nesis a los padrinos y m adrinas. M e parece qu e es im portante, p o rq ue a veces se escogen de u n solo lado, del m aterno o del paterno. Sí. Es preciso tener en cuenta tam bién a los amigos, los "apénd ices” d e la fam ilia. Se descubre, de golpe, qu e un cierto señor acom paña siem pre a la fam ilia en sus vacaciones. N o tiene el p apel d e un padrino; está vin cu lad o al padre o a la m adre, p o r razones seguram ente m uy im portantes. N o es

f.d .:

cuestión de inten tar norm alizar todos estos casos. Es u n a si­ tuación que se ha de com prender o interpretar en la dinám ica del Y o ideal del niño, el cual puede atom izarse o partirse en varias personas. C on vien e señalar que las psicoterapias qu e em piezan con u n a actitu d agresiva, negativa, de uno de los padres, son de hecho las más positivas. Pero cuando los dos padres m an ifies­ tan una misma resistencia, las cosas se hacen más difíciles. Sin em bargo, si se puede, desde un prin cip io , d ejar qu e se exprese la transferencia negativa en uno de los padres, el niño va a progresar rápid o en su curación. M ientras q u e los pa­ dres qu e se m uestran m uy gentiles y confiados, corren el pe­ lig ro de o cu ltar sus resistencias. p. (hom bre): Q uisiera h ablarle de una d ificu lta d qu e se me ha presentado, recientem ente, en una psicoterapia. Se trata de un m uchacho que estoy vien do desde hace u n año. T ie n e doce años. A partir de la sem ana pasada em pezó a tener un com portam iento raro: se exh ibe. N o sé m uy bien lo que debo hacer. M e ha dicho: ‘‘V oy a desnudarm e y a enseñarte mi pene. Enséñam e el tuyo.” Se trata de provocaciones verbales pero yo me he sentido con d ific u lta d e s ... u n p oco perdido. Desde hace un año, esta d ificu ltad de q u e h abla se ha ven ido preparando por todo lo qu e no ha dicho. Probable­ m ente lo que le ha faltad o es un cuestionam iento sobre las m otivaciones de venir a verle a usted. Estas m otivaciones no las ha podido expresar con palabras; por esto p lan tea la cues­ tión a través de su cuerpo. Entonces, ante su conducta, ¿se ha quedado usted sentado com o un bonzo? f .d .:

p.: M ás o menos. f . d . : De una m anera o de otra, son nuestros pacientes los q u e nos analizan. (Risas.) U sted mismo está haciendo sobre él proyecciones, d iciend o q u e es un “ n iñ o ” , cuando tiene ya doce años, lo que pru eba qu e no lo está considerando como u n ser prepúber. Adem ás, es posible que usted h able así por­ q u e su conducta social corresponde a la de u n n iñ o d e tres años. Pero precisam ente esta conducta p lan tea u n a cuestión inconsciente, una cuestión de niñ o de tres años. Si el inconscien­ te está estructurado com o un lenguaje, está con stitu ido por

preguntas y respuestas. El inconsciente produce, pues, tam bién preguntas y respuestas. A través de la conducta corp oral de usted, m ím ica, gestm l o verbal, parece q u e usted no h a en­ contrado respuestas a las preguntas que el niño no planteaba, puesto que no sabía qu é tip o de preguntas y respuestas usted esperaba. U sted es oara él u n enigm a. ¿Cóm o ha planteado el tratam iento? p.: L a m aestra había in d icad o qu e el niñ o, qu e p o r lo ge­ neral trabajaba bien, tenía una conducta de bebé; era, sobre lodo, desordenado. L a prim era vez vino la m am á. Desde h acía algún tiem po, había u n problem a nuevo: pequeños robos. L a m adre me dijo que el padre no quería a este h ijo y que prefería al segundo, de cinco años. C uand o recibí al padre, m e d ijo qu e su h ijo no era más qu e un beb é ch illón. "Y he aqu í q u e ah ora se pone a rob ar” , añadió. Y o le pregunté: ‘ Pero, ¿no hay en él más q u e cosas nega­ tivas?” M e respondió: ‘‘N o. Es picaro com o u n m ono; se des­ envuelve m uy bien solo. Está fuerte en ortografía. En cálculo, lo retiene lod o por fuerza de volun tad. Y, cuando pasea con­ m igo, m em oriza las direcciones y encuentra los cam inos que yo m ismo h abía olvidado." f.d .:

¿T o d o esto fue d ich o

en presencia del m uchacho?

p.: Así es. Pero, m ientras su padre estaba ahí, él hacia circo. C u an d o usted en tró en contacto por prim era vez c o n el niño, ¿se d irigió a él p o r su nom bre? ¿Se d irigió personal­ m ente a cada uno de los tres? f.d .:

p.: Sí, yo le decía “ buenos días” y lo llam aba por su nom bre. f . d . : Pero, le d ijo qu e usted era psicoanalista y en q u é con­ sistía el análisis? Pues éste es un problem a m uy im portante para establecer el encuadre de u n tratam iento: la entrada en relación.

p.: Y o m an tenía conversaciones m u y largas con los padres, sobre todo con la m adre. Y el niño preguntaba: “ Y, ¿cuándo voy a ven ir yo solo?”

Pues claro. A los doce años v a solo a l a escuela. En clase no se le o b liga a cam uflar su inteligen cia. Pero es evi­ d ente que está alien ado com o o b jeto p o r su m adre; y por par­ te de su padre está alien ad o respecto a la conducta de su herm ano m enor. N o es é l m ism o. Su p regu n ta es: "¿C u án d o p o d ré ven ir yo solo y ser yo mismo?” ¿D ónde ha tenid o lu g a r este tratam iento? ¿En su casa?

f.d .:

p.: N o . E n u n centro m édico. f .d .:

¿Se t r a t a

de u n

c e n tro

que

no

a u to r iz a

c o n s u lta s

de

a d u lto s ?

p.: Sí. Así es. f .d .: Entonces, ¿por qu é seguir recibiendo a la madre? En todo caso sería para llevar a cabo una investigación sobre lo qu e hay en ella d e sim bólico en relación con el niño. Pues e lla no ha aportado hasta ahora más qu e u n a queja. Su h ijo no es más qu e el representante de esta q u eja. ¿Es algo más, p ara ella, q u e un sim ple o b jeto de dolor? ¿Y q u é repre­ senta esta dem anda o reivin d icación de su m adre con respecto a otro? C on respecto a su m arido, o a u n herm ano, o a su p ro p io padre, o incluso a otros hombres. E l conten ido de las prim eras sesiones con la m adre debe versar sobre todo acerca de tod o a q u ello que el n iñ o jam ás p o d rá decir en el curso del tratam iento.

p.: Esto es precisam ente lo q u e yo he in ten tad o captar. Pues bien, q u é h a sabido usted acerca de las relacio­ nes de esta m ujer con su p ro p io padre, con sus herm anos?

f .d .:

p.: Pues la verdad es q u e no he llegado a n ada sustancial. L o ve usted? Es m u ch o más d ifícil atender niños que adultos. A h o ra bien, desde u n p rin cip io usted h a evitado algo q u e es im portante. Y ahora se me hace d ifícil d ecirle cóm o ha de actuar, puesto que usted no ha e x p licita d o su papel ante este niño. Pues se p u ed e suponer qu e esta cuestión acer­ ca d el sexo, del suyo y del de usted, le p reocu p a desde los tres años. "¿Q u é pu ed o d ecir del sexo de m i padre?, ¿o sim ­ f .d .:

plem ente del sexo?” Efectivam en te, antes de qu e el sexo se plantee com o cuestión, el niñ o sólo tiene la noción del pipí. Ks en esta época, cuando el ú nico interés qu e atribu ye a esta región de su cuerpo está en relación con el p ip í, cu an d o per­ cibe la d iferencia form al, anatóm ica, q u e existe entre unos niños y otros, y en tre niños y niñas. N o sabe con precisión que dicha d iferencia está vin cu lad a al sexo. "¿Q u é puedo d ecir acerca de la desnudez de m i cuerpo?” Ésta podría ser su pregu n ta; él h u biera p o d id o m ostrar su sexo y no su cuerpo. A h o ra bien, él d ijo : vo y a desnudarm e. i*.: Pero esto sólo es cuestión de palabras. f.d .:

¿Cóm o dice usted?

p.: Sólo son palabras. É l no se ha desnudado. f.d .:

Sin em bargo, usted d ijo: ‘‘Él se ex h ib e".

p.: P or s u . . . f.d .:

¿Por su qué? Es necesario h ablar claro.

p.: U n a vez, puso los pies sobre el escritorio, d iciendo: ‘‘A h, ¿te gustan mis muslos? C reo q u e voy a ven ir en short. M ejor no; hace u n poco de frío .” f . d .: Bueno, él hace el payaso con usted com o con su padre. Se com porta con usted igu a l qu e con él, pues según el padre, el m uchacho hace circo. U sted cuen ta ya con un elem ento de interpretación. ¿N o ha form u lad o usted n u n ca interpretaciones al respecto? ¿N o le h a form u lad o n u n ca preguntas? Las pregun tas son a m enudo las m ejores interpretaciones. C u a n d o él dice: “ ¿C uán­ do voy a ven ir solo?” , p o r ejem plo, usted puede p regun tarle a su vez: “ ¿Es qu e deseas h ab lar conm igo? ¿Por q u é quieres verm e a solas? ¿Q uieres decirm e tú m ism o cuál es tu prob le­ m a, después de escuchar a tus padres? ¿Q ué es lo q u e no m ar­ cha bien para ti? P ara ti-ti m ism o no para ti-tu m aestra, para ti-tu padre, p ara ti-tu m adre. ¿Q ué es lo qu e quieres cam biar en tu vida y no te dejan?”

p.: C reo qu e le he pregun tad o todo e s t o . . . Pero, lo que no m e d ecidió a seguir esta lín ea fue el hecho de obtener res­ puestas de este tipo: “ P ara tom ar el autobús yo so lo __” Está claro, para llegar a ser autónom o. Ésta es la res­ puesta que le estaba dando. L o cu al nos lleva inm ediatam en­ te a otra pregunta: “ ¿T om ar el autobús tú solo? ¿N unca lo has hecho todavía?" L as sesiones de psicoterap ia serán para él la ocasión de poder tom ar el autobús solo. ¿Esto es todo? ¿N o hacía dibujos? ¿N o contaba sus sueños? ¿N o le exp licó usted el m étodo psicoanalítico? N o es posible q u e usted 110 h iciera n ada de esto. Entonces es com o si usted estuviera allí, pagado para entrar en relación erótica con un niño. Él no sabía nada de nada, puesto que usted no le d ijo p o r qu é se quedaba im pasible, pagado p o r m irarlo y escuchar­ lo, obtenien do quizás p o r ello un cierto placer. Este tratam iento estaba com pletam ente a la d eriva desde un p rin cip io . Este niño estaba a la deriva, busca qu e usted lo atien da y, como su padre parece satisfecho vién dolo como pa­ yaso, hace lo m ismo con usted. Sin em bargo, la pregun ta q u e plan tea con su ex h ib ició n es m uy distinta de lo qu e expresa con palabras. ¿Q ué significa q u e se exhiba? ¿Q ue se muestre? ¿Q ue se m ueva librem ente p o r la habitación? L e está form ulan do u n a p regun ta de este tipo: “ ¿Cóm o te m ueves tú?’’ C u an d o el inconsciente plantea una pregunta, nuestro deber es precisarla. f.d .:

p.: C reo qu e no he llegado a esto. Y 110 llegará jam ás en este tratam iento. ¿Le paga este n iño un precio sim bólico cuando va a sesión?

f.d .:

p.:

No.

¿N i eso? V e usted: a los doce años lo está tratando com o un ciudadano anónim o. El presidente de la R ep ú b lica, los impuestos, las instituciones le encargan una función, le pagan para recibir no im porta a quién, es decir, a alguien qu e no se hace responsable, pues usted no le ha dado la posibilidad, y desde un com ienzo era lo qu e estaba pidiendo. Y a está cansado de ser o b jeto de quejas, de no ser conside­ rado por su padre, de no ser escuchado com o una palabra

f.d .:

viva. T ie n e una conducta de bebé, p o rq ue su p adre es u n hom bre cariñoso para con su herm ano m enor. Intenta poder ser un riv a l de este objeto fálico que es el herm ano m enor para su padre. Se trata de un problem a de E dipo del padre —y ciertam en­ te tam bién de la m adre. Pero, para un niño de doce años esto no tiene g ra n im portan cia, pues desde la edad de ocho años podem os aceptar en tratam iento a un niño qu e se asuma tal com o es, o sea, qu e reconoce que es él q u ien sufre y quien husca la m an era de salir de esta situación. Pero no se puede h acer todo en una sesión. E l niño está allí para expresarse, el analista para escuchar, para com pren­ der sus niveles de expresión. Este m uchacho se expresa de for­ m a m uda p o rq u e usted es m udo. Y o solam ente le pu ed o sugerir que inten te u n control indi­ vidual para este caso. Este sem inario no es un lu g a r de con­ trol. T ie n e com o fin entender la m anera de establecer el en­ cuadre de u n trabajo an a lítico desde un p rin cipio, y por qué es del todo indispensable exp licar a los padres de qu é se trata. P ara ello es preciso preguntarles: “ ¿De qu é piensan ustedes qu e sufre su h ijo?’’ Ésta es la prim era pregunta. U n a m adre les d irá qu e ella sufre. Pero el h ijo , ¿de qué sufre? A veces se escucha una respuesta indirecta a una pre­ gun ta que no se h a form ulado. Esta m adre no se ha proyec­ tado en su h ijo , sino en su h ijo im aginario. La m adre de este m uchacho piensa que el padre es dem asiado severo con él, o más bien qu e no lo quiere. Y esto lo h a d ich o en presencia del niño. Su p a p e l de psicoanalista, en este m om ento, con­ siste en pregu n tarle a esta m ujer: "¿Piensa usted q u e su m arido no quiere a su hijo? ¿Cóm o les dem ostraba su padre, a usted y a sus herm anos, que los quería?" Siem pre se ha de llevar a la gente a ellos mismos. ¿Por qué proyecta ella su p rop io su­ frim iento sobre su hijo, diciendo qu e el padre no lo quiere? ¿En qué lo nota? Es necesario qu e tenga u n p u n to de referen­ cia: y éste n o pu ed e ser otro que la relació n con su prop io padre. Pero tam bién es posible que quiera que el padre del niñ o sea, en realid ad , com o una m adre; y p o r eso aparece d iciendo —cosa aparentem ente cierta— q u e él qu iere a su h ijo m enor. A u n q u e el segundo no tenga más que cinco años, se­ guram ente le gusta hacer el payaso con su papá, o ser para él un o b jeto inform e, y no un sujeto vertical, m asculino, que se va a convertir en hom bre.

Sin em bargo, con respecto a la m ujer, el encuadre psicoanalítico se debe hacer con referencia a su padre y a ella. E lla p o d ría darle elem entos m u y interesantes a prop ósito del árbol g enealógico de su h ijo , o sea sobre el sim bolism o ed ipian o en ella. ¿Cóm o se encontró esta m u jer con su m arido? ¿C uál fue la p a la b ra m uda, en su relació n de pareja, que p erm itió que e l n iñ o tom ara cuerpo, o sea, qu e naciera? ¿Cóm o se h a com ­ p ortado el niño, en calid ad de “ otro para e lla ” , desde su na­ cim iento? L a in teligen cia de este m uchacho es viva, tiene cier­ tam ente una excelente m em oria, ya qu e el p ad re señaló la agudeza de su observación. E n cuentra los cam inos, retien e los nom bres, lo qu e pru eba que, desde pequeño, h a d ebido obser­ v a r y escuchar con atención todo lo qu e ocurre alrededor de él. A q u í hay pues todo u n encuadre de p sicoterap ia a elabo­ rar; y este encuadre es indispensable p a ra q u e el sujeto pu e­ da elu cidar, p o r él m ism o, d ía a día, q u é ocurre con su sim­ bolización de ser autónom o, y para que p u ed a desear ser responsable de sí m ism o, en su identidad sexuada.

LOS CIEGOS NO LLEGAN A SER NUNCA AUTISTAS —

TRATAM IEN TO

DE UNA JOVEN SORDA Y CIEGA

p.: ¿Podría usted decirnos algo sobre los orígenes del autismo? N o llega a ser autista1 u n niñ o q u e siem pre ha tenido, hora a hora y d ía a día, relaciones de len gu aje con el adulto que se ocupaba de él. P ara q u e haya autism o, es preciso que se produzca u n a ru p tu ra, a veces precoz, en la relación madre-hijo. Es sin d u d a con relación a esta ru p tu ra no expresada con palabras, qu e al faltar el O tro, la m adre, ésta es sustituida p o r una parte d el cuerpo del m ism o niño. U n a p arte del sujeto se convierte pues, p a ra él, en el O tro. E n fin, así se designa la m asturbación. In cluso en el len gu aje vu lg a r es co­ nocida la expresión: ‘‘Él visita a la viu d a P uñ eta.” T o d a s estas expresiones —reflex ió n en lo — aparecen con toda su clari­ dad cuando se les pon e en relación con la teoría psicoanalítica. Se trata del O tro. E n u n ser autista, el O tro se reduce a una parte de la im agen de un cuerpo, supuestam ente pre­ sente. E l sujeto se encuentra alienado p o r sus sensaciones, en el objeto de su deseo, q u e es p ara él el cuerpo im aginario del O tro. E n lu gar de u n a castración sim bólica, se produce una au to m u tilació n im aginaria, cuyo efecto es seudosim bólico. En este proceso im aginario, al desmenuzarse a sí m ism o, el su­ je to cree estar en relació n con otro. L a m asturbación parece ser u n proceso de lu ch a contra el aislam iento; en este sentido está ordenada hacia el autism o, pero u n autism o tan evolu ­ cionado, en cuanto al esquem a corporal, qu e en realid ad y a no se trata de autism o. P o r ello la m asturbación entra f .d .:

i Sobre el autismo, cf. Fran^oise Dolto, S em in a r io d e p sico a n á lisis d e n iñ o s, México, Siglo X X I, 1984 caps. 11, 12, 16: y V Im a g e in co n scie n te d u co rp s, París, Seuil, 1984, “ U n e entrée dans l ’autisme á cinq mois", pp. 238-243.

en el cuadro del proceso llam ado neurosis. N o hay autism o prop iam ente dicho sin com pulsión. Yo, personalm ente, no hago una distinción tajante entre la psicosis llam ad a autism o y la conducta de replegarse sobre sí m ismo con la ilu sión de no estar solo. p.: P ero una d eficien cia orgánica, la ceguera por ejem plo, ¿no induce necesariam ente el autismo? f . d .:

Seguram ente no. Es m uy raro que un ciego sea autista.

p.: ¿Y si se trata de un niño ciego y sordo? f . d .: E n este caso, sí. Si es ciego y sordo de nacim iento, esto pu ed e llevarlo al autism o. P ero entonces esto no procede del m ism o sujeto, sino de los qu e lo rodean, pues ellos no p u e­ d en com unicarse con un niñ o cuyo cuerpo está de algu n a m a­ nera cerrado, por el hecho de qu e le faltan dos sentidos: la vista y la audición. L e qu ed a el tacto y el olfato. Sin em bargo, los adultos están tan poco habituados a com unicarse por el tacto y el olfato, q u e no saben codificar esta com unicación su til que el niño desea y busca a través de estos dos sentidos. A l no poder establecer una com unicación de este tipo, no se le puede seguir una terapia psicoanalítica. A h o ra bien, ésta es posible. C ontrariam en te a lo qu e se cree, a los niños que son sordos y ciegos les gusta com unicarse psíquicam ente con los otros. T ie n e n una percepción de los otros, p o r el olfato y p o r una especie de radar cutáneo que todos poseemos, al m enos al nacer. Este radar, qu e nos perm ite p ercib ir a distan­ cia los objetos en el espacio, se desarrolla en aquellas personas que, habiendo sido videntes, se vuelven ciegos en una edad adulta. C u an d o yo tenía catorce o qu in ce años, leí la autobiografía de un ciego, un m u tilad o de la guerra de 1914. C o n ta b a cóm o llegó a ser de algu n a m anera vidente, aun perm aneciendo ciego. Era un relato m uy interesante. U n cierto d ía, y a una determ inada hora, em pezó a sentir la distancia que lo separaba de la pared, al en trar en u n a h abitación. C a lcu ló la distancia a que se encontraba de un m ueble; la prim era vez q u e tuvo la experiencia, se en con traba sin duda m uy cerca, a unos se­ tenta centím etros; más tarde, p u d o “sen tirlo" a un m etro. Fue así afinando progresivam ente este sentido, que todos hemos

tenido, pero que hem os ido perdiendo. L legó a com portarse en el espacio exactam ente com o un vidente. A ctu alm ente hay ciegos de nacim iento qu e esquían. ¿No lo sabía usted? A sí pues, tenemos cantidad de percepciones de las qu e no nos servimos. L a d ificu ltad , en el caso de un niñ o sordo, está en qu e los adultos q u e lo rodean no saben en trar en com unica­ ción con él. C reen qu e el niñ o no los percibe y que, por lo tanto, no se puede establecer un lenguaje com ún. r.: Digam os pues qu e el diagnóstico del autism o depende, digam os, d e . . . de la h a b ilid ad de los q u e . . . f . d .: N o. El diagnóstico del autism o es un diagnóstico de he­ chos, de observación. P ero u n niño no es autista, se hizo.

p.: Y o qu ería decir: si no se hace autista, será gracias a la ingeniosidad o a la h ab ilid ad de su am biente. f . d .:

D igam os de l a . . . “ h a b ilid a d ” .

p.: E n las civilizaciones occidentales, por ejem plo, el o lfato tie­ ne m uy poco valor —aun qu e lo tuvo hasta el siglo x v n —; se trata, efectivam ente, de una com unicación cortada a priori en tre el niño y el adulto. f . d .: Se trata de una com unicación rechazada; a p artir del hecho de qu e nosotros, adultos, hemos rechazado el valor in­ d ivid u an te del o lo r de cada uno, salvo en las relaciones eróti­ cas íntim as, de las q u e no se habla.

p.: En todo caso se trata de una com unicación no in s c r it a ... A sí es, y a no está inscrita en el código de l a com u­ nicación verbal. D esgraciadam ente, a los niños no se les educa para una discrim inación olfativa. Y, con excepción de los cua­ tro colores fundam entales, no se hace m ucho más para perm i­ tirles distin gu ir y reconocer los numerosos tonos de cada uno d e estos colores y sus com binaciones. E n lo que respecta a la inteligencia y a la m em oria es lo m ism o tocar u oír. M u y tardíam ente se inicia al niño en la m úsica, si es qu e se llega a ello. Así pues, el código de las co­ f . d .:

m unicaciones sensoriales está lleno de lagunas o está ausente del todo. p.: ¿Cóm o podem os recuperar este código, con los niños sor­ dos y ciegos? Com o con todo autista; sin em bargo, es más d ifícil con u n ciego-sordo, porque le faltan dos sentidos de los q u e nos servimos sin preguntarnos cu ál es su fun ción y va lo r sign ifi­ cativos.

f.d .:

p. 2: M e han d icho que existen terapias psicoanalíticas con estos niños. f . d . : Y o misma llevé a cabo una en Trou sseau , con una jo ­ ven de diecinueve años, q u e era sorda y ciega. A l p rin cipio del tratam iento tenía u n a décim a de aud ición y u n a décim a de visión en un ojo, con el qu e podía ver sólo un poco con la ayu d a de unos enorm es lentes; al fin al del m ism o, tenia tres décim as de a u d ició n y de dos a tres décim as de visión en el o jo m encionado. D e todos modos, el resultado de este tratam ien to se puede considerar extraord inario, puesto qu e esta joven sorda y ciega en tró en un taller de m arroqu in ería y trabajaba exactam ente com o las otras obreras. Era una persona m uy inteligente. Su m adre tuvo rubéola cuando estaba em barazada de ella. H u b o conciliáb ulos entre los m édicos para d ecid ir si abortaba o no. E lla se negó, acep­ tando el pronóstico de una enferm edad en el niño que iba a nacer. Éste fue el p rin cip io de la historia de esta niñ a. Los padres, m uy católicos, no qu erían o ír h ablar de aborto. Se trata de un hecho m u y im portante, p o rq ue cuando la n iñ a nació —llam ém osla C o rin a — se esperaba q u e naciera enferm a. Y como así fue, “ se vo lvió a em pezar"; de m odo q u e cuando e lla contaba sólo diez meses, nació otro niñ o. “ A q u e lla es nuestra pequeña cruz.” L a cuidarem os toda la vida, pero ten­ drem os otro niño. Y la "pequ eñ a cruz” fue colocada en su estuche. A llí perm aneció hasta el d ía en qu e com enzó a salir. C am in ó a la misma edad que otro niño, pero ella era idiota; m uy pequeña, con ojos alargados m inúsculos, orejas m alformadas, audición y visión nulas. El herm ano m enor, en cam ­ bio, era vivo, activo, inteligente. C orin a parecía ignorarlo.

¿Cóm o vivía ella? Se colgaba de la falda de su m adre, y cada tanto d aba vueltas así p o r el departam ento. L a sacaban a p a ­ sear en coche; nadie se com unicaba con ella. P ero viv ía apa­ rentem ente sin problem as, d e form a cuasi vegetativa. Invadida de pulsiones pasivas, resentía con m ucha intensidad todo lo qu e le pasaba a su lierm anito, como si él viviera en su lugar; por ella. Los padres tuvieron u n tercer h ijo —cuando e lla tenía nue­ ve años. U n día, horrorizada, la m adre encontró a C orin a, con las tijeras en la m ano, inten tando clavarlas en los ojos del bebé. ¡Fue la locura! C o rin a era hasta entonces una débil, una enferm a; pero ahora se v o lv ía u n ser peligroso. Era nece­ sario apartarla, separarse de ella. Los padres consultaron a u n m édico, qu e tuvo la delicadeza de decirles: ‘‘ Pero ella ha dem ostrado ser m u y inteligen te al intentar esto." L a exam in ó y declaró: "E s sorda y ciega.” U na décim a de visión y una décim a de audición. L a pusieron en­ tonces bajo un régim en de clases particulares, a los nueve años, con un profesor de sordo-mudos. En algunos meses aprendió a leer y a escribir en relieve (se trataba de signos grabados, no el Braille). V en ció así sobre esta experien cia de la lectura y la escri­ tura. Su m adre em pezó a pensar qu e era inteligente. E nton­ ces se ocupaba de e lla y la protegía. C o rin a iba p articipan d o cada vez más de la vida fam iliar. A p ren d ió a usar los cu bier­ tos y a hacer can tidad de pequeñas cosas, com o todo niño. Iba p alp an do todo y se le perm itía que lo tocara todo. G ra­ cias a ello se fue adaptan do a una vida fam iliar, qu e por otro lado era bien reducida, pues, aun que m antenía relaciones por contacto con la abuela, el abuelo, el padre o la m adre, debía seguir ocu pan do para siem pre el lugar de n iñ a enferm a. E l herm ano, que sólo tenía diez meses m enos q u e ella —era com o su gem elo— se h ab ía desarrollado de m anera com ple­ tam ente norm al. E l más pequeño, tam bién; pero, desde que em pezó a cam inar, agredía a su herm ana. L a señora que se ocupaba de la instrucción de C o rin a fue lo bastante inteligen­ te para decirle a la m adre que era conveniente separar al pe­ qu eñ o de su herm ana. "P ero no, si este niño no es peligroso para ella, porque ella es m ucho más grande; déjelos.” Y él era feliz de qu e C o rin a soportara que la agrediera. C u an d o el pequ eñ o en tró en la escuela m aternal, C orin a em pezó a abandonarse, a v iv ir como u n gato o com o u n an i­

m al dom éstico en la casa. Se p rod u jo un estancam iento de lodos sus progresos escolares. Su m adre le enseñó entonces el oficio de la tapicería. Corin a m e m ostró un trabajo que había hecho en a q u ella época y era una obra perfecta. U tilizaba, por supuesto, cualquier color, pero trabajaba en ello todo el día. L im p iab a tam bién las legum bres y era bastante hábil. U n taller para m inusváli­ dos la aceptó y a ella le gustó m ucho ir allá. Después, cuando em pezó a m enstruar, se vo lvió más nervio­ sa. (T o d o esto m e lo exp licaro n ; no fu e e lla q u ien me lo d ijo.) Em pezó a robar los cigarrillos de su padre y a fum ar, negándose a realizar las tareas qu e se le p rop on ían . Dijeron: “ ¡Peor p ara ella! ¡Q ue fu m e!” (Risas.) Y la d ejaron fum ar —se ha de reconocer. C u a n d o yo la conocí, tenía la pose de u n a persona in d iferen te a todo, m oviendo una pierna cruzada sobre la otra, fum ando cigarrillo tras cig arrillo (eran Gauloises), cuando no estaba ocupada en una tarea de cocina —qu e le gustaba hacer, a cond ición de que nadie se la im pu­ siera. Adem ás, ella no se sentía cóm oda y hacía berrinches cuando se la qu ería distraer de su dolce ja r niente. H acia los diecisiete años se vo lvió m ala, intolerable en los m om entos de crisis; la internaron en u n hospital p siquiátrico. A h o ra bien, en este hospital, ella, que no veía ni o ía nada, saltó sobre una asistente social, para agredirla. U n d ía —poco después de su ingreso— le arrancó de un m ord id a un pe­ dazo de m ejilla. Esto ocu rrió dos años antes de qu e em pezara el tratam iento conm igo. Se lanzaba sobre las asistentes socia­ les como una tigresa; ¡sólo sobre las asistentes sociales! (Risas.) Seguram ente ella las reconocía, por el color azul m arino de su uniform e. Supe qu e la prim era que atacó h ab ía sido la que indicó a la m adre la solu ción del h ospital p siq uiátrico y ade­ más la h abía llevado allá. L as otras la siguieron. H asta que u n d ía u n m édico de p lan ta del hospital, recientem ente in­ gresado, vio a esta tigresa de Bengala precipitarse sobre una víctim a —era la enésim a vez que agredía a u n a asistente so­ cial, que iba circu lan d o p o r los corredores sin esperar ser asaltada de esta m anera. El m édico quiso estudiar el exp ed ien ­ te d e esta paciente desocupada y bastante peligrosa. Pensó q u e podría llevarla a T rou sseau y se p odría inten tar una psi­ coterapia. N o se h ab ía hecho nada por ella en los tres o cu a­ tro años que llevaba en aqu el lugar. N o era p o sib le m eterla

en una celda o tenerla am arrada cada vez qu e pasaba una asis­ tente social por el corredor. A sí fue com o llegó a T rousseau, a los diecin u eve años. O b ­ jeto m arginal de su fam ilia y de la sociedad, nu n ca h abía goza­ do del estatus de sujeto. Em pecé u n a psicoterapia con ella. Su m adre fue a visitarla al h ospital psiq u iátrico y la rem itieron en seguida hacia m í. N o les puedo exp licar todo este caso en detalle; sería demasido largo. U n a de las principales dificultad es fue hacerle com prender las palabras abstractas. L a transferencia con m i persona se realizó de hecho cuando me puse una crem a en las manos. Era invierno; tenía las m a­ nos heladas y m e puse una crem a que o lía a lim ó n —además, a m í me gustaba m ucho. E lla hizo un gesto, con su nariz, con la expresión de algu ien qu e está alerta sobre u n olor. O b ­ servé qu e estaba o lien d o algo qu e le interesaba. Entonces acerqué mi m ano y ella la tom ó; le m ostré que se trataba de mi m ano. La puso b ajo su nariz, con expresión de verdadero placer. Así se estableció verdaderam ente el contacto. Poco a poco, le fu i castrando su deseo de fum ar. Fue un dram a la prim era vez qu e intenté qu e no fum ara durante toda una sesión. Finalm ente, como me quería, lo aceptó. I.e propuse lápiz, p apel y plastilina, pues, ocu pad a com o estaba fum ando sin parar, necesitaba hacer otra cosa. E lla consintió pues volun tariam en te en privarse de fum ar d uran te las se­ siones. O tro m om ento d ifícil fue hacerle reconocer —no sé si si lo logré realm ente, pero creo qu e sí— qu e la am istad y el afecto eran algo distinto de la sensualidad. L e tom aba el brazo o le tocaba el hom bro, y después escribía en un pizarrón m ágico, de esos q u e se borran cuando se ja la la parte m óvil: “ amis­ tad ” , "señora D olto, am iga de C o rin a ” . L eía p o r el rin cón del o jo derecho, con la cabeza torcida y m uy cerca del piza­ rrón. Y decía: “ H u m . . . h u m . . . h u m . . . " T e n ía yo la im presión de qu e ella iba com prendiendo poco a poco. Después em pezó a relacionarse con la señora A rlette, mi asistente, y otras per­ sonas; iba observando a las personas qu e ven ían a consulta y yo se las iba presentando. Entonces se p ro d u jo algo asombroso. ¿Cóm o se podía en­ tender aqu ello en el caso de una ciega? U n d ía vin o la m adre y me d ijo: “ H a o cu rrido un dram a esta m añana.” Esta m ujer iba a buscar a su h ija u n sábado cada q u in ce días; estaba

con ella hasta el m artes p o r la m añana, d ía de la consulta, y después la acom pañaba al hospital. Pues bien , aqu el d ía C o rin a se h abía levan tado tem prano, h ab ía id o al cuarto de baño d e su m adre, para acicalarse con los cosm éticos —más b ien tím idos— de esta señora católica y m uy “ p ro p ia ” . (Risas.) Se puso láp iz de labios, colorete en las m ejillas y p o lvo por todos lados. E l padre, al verla así, le d io dos form idables bo­ fetones, diciendo: “ H e aqu í qu e m i h ija se ha convertido en u n a p u ta.” (Risas.) F u e dram ático. C o rin a llegó a la sesión en u n estado de stress total. L a m adre estaba m uy preocu­ pada. E n cam bio yo estaba m u y adm irada, pues la joven no se h a b ía pin tad o de una m anera rid icu la; a l m enos, no de­ m asiado. Sin em bargo, m ucha gente considera com o disfraz el hecho de qu e las m uchachas de catorce años se p in ten los labios o los ojos. Se h a de ver com o es. P ero en e l caso de ella n o se podía d ecir esto. Estaba ciertam ente un poco exa­ gerada, pero con bastante gusto. Adem ás tenía u n a ventaja: era p ara m í y para las otras personas de la consulta qu e se h ab ía puesto guapa. N o fue fácil superar este traum a. H ice ve n ir al padre y hablé con él. L e d ije qu e sin d ud a la solución d el h ospital p siq uiátrico se tom ó p o rq u e en aqu ella época n o h ab ía otra solu ción m ejor. Pero ahora C o rin a estaba cam biando. E lla tenía, com o ustedes saben, ciertos gestos q u e se pueden observar a veces en los m ongólicos, llevados p o r el narcisism o en sus cuerpos, en sus “ toilettes” . L e gustaba m ostrarse y es­ peraba qu e algu ien le h iciera cum plidos. N o se en ten d ía bien lo q u e q u ería decir; entonces escribía: “ C o rin a b e lla .” Era m uy em ocionante. P oco a poco ella se iba haciendo cada vez más hum ana, ocupándose de la casa, cocinando. Su fa m ilia p o d ía ya rete­ nerla u n d ía p o r semana, sin conflictos. Después la m adre en tró de nuevo en contacto con el taller en el qu e C o rin a había trabajado antes de ser hospitalizada. Este taller, q u e se ocu paba sobre todo de jóvenes retrasadas m entales, aceptó vol­ ver a probar con C orin a, una tarde por semana, el d ía en qu e ella tenía consulta en T rou sseau . Así pues, poco a poco se fue integrando de nuevo en u n trabajo colectivo. L o más im por­ tante es q u e ella q u ería a sus cam pañeras y éstas la qu erían a ella. Este cam bio no lo h abía experim entad o antes, ni a los ca­ torce años, cuando hacía sus ejercicios con su m aestra, pero

sin en trar en relación con nadie. Sólo en el taller se d io esta relación. Después, un buen día, se d ecidió q u e aban d on ara el hospital psiquiátrico. Entonces o cu rrió algo ex trao rd in ario . H abíam os convenido en qu e segu iría su psicoterapia. D espués de la sesión anterior a su regreso a casa, se d irigió h acia su m adre en la sala de espera. L a señora A rle tte le pregun tó: “ Entonces C o ­ rm a, ¿regresas a tu casa?, ¿dejas el hospital?” y después se d irigió a la m adre: "¿Es hoy m ism o q u e regresa a la casa?” En ese m om ento, la m adre, que estaba sentada, cayó al suelo, desvanecida. L a señora A rle tte m e llam ó, asustada. L e dije: “ Sobre todo no la toquem os.” Y la dejam os en el suelo. Sólo le colocam os u n co jín b ajo la cabeza y esperam os. C o rin a pren­ dió un cigarrillo y se puso a fum ar cruzando una pierna sobre otra, observando a su m adre. Estaba m uy conten ta y no expre­ saba em oción a lgu n a sobre lo qu e acababa de o cu rrir. A l menos, 110 expresaba nin gú n tem or. F inalm en te m e a rro d illé al lad o de la m adre, y cuando en treabrió u n o jo le d ije: “ ¿C uánd o le ha pasado ya esto?” —“ ¿Q u é es lo qu e m e pasó?” L e repetí las palabras que h ab ía d ich o la asistente antes de su desmayo. Y o me p regun taba ¿qué repetía esta m ujer? Entonces exclam ó: “ A h , es verdad, ya n o m e acordaba; la prim era vez qu e. tuve mi regla me desmayé; igu alm en te la segunda vez; después, nun ca más.” Eso fue todo. E l hecho no se rep itió , pero de todos m odos estaba d ecidid o q u e esta m u jer iría a ver a un terapeu­ ta. L o q u e pasó fu e qu e el regreso de C o rin a significaba la presencia en la casa de dos m ujeres en activ id a d genital, la m adre y la hija. L a m adre de C o rin a se en con traba en el lu gar de su prop ia m adre respecto a ella; cuando, siendo h ija única, tuvo su regla por prim era vez, convirtiéndose en la se­ g un da m u jer en el h ogar de sus padres. Es una historia m uy curiosa, una de esas observaciones psicoanalíticas de las que no se conocen todos los detalles, porque n o se sabe todo lo q u e el paciente ha v iv id o en la trans­ ferencia. A ctu alm en te, C o rin a se h a adaptad o com pletam ente a su taller. G ana unos seiscientos francos por semana. H ace bolsas, tam bién trab aja en la m áq u in a de coser cuando le toca su turno. H izo u n berrin che espantoso y quiso rom per todas las m á­ qu in as p o rq ue la m oni tora le h ab ía p roh ibid o usarlas. C u a n ­ d o ésta me h abló por teléfono, le dije: "Q u izás usted podría

p rob ar.” — “ Pero se va a cortar los dedos; todo el m undo tiene m ied o .” Pues bien, com o ella era m u y despierta, com en/ó p erforan do a m áq uin a tiras de cuero rectas. A h o ra puede hacer ya toda clase d e costuras de bolsa de m áquin a. Puede fa b ricar una bolsa desde el p rin cip io hasta el fin. H e aqu í el tratam iento psicoanalítico de una jo v e n de dieci­ n u eve años, sorda y ciega; se la etiqu etó evidentem ente com o "d é b il", cuando había sido desde siem pre m uy inteligente. p.: ¿Ella no habla? f . d .: N o se le entiende m uy bien; pero está tom ando cursos de ortofonía. Escribe, d ib u ja , se hace entender de los que la q u ieren , especialm ente de sus com pañeras de taller. D ebo añadir a esta observación un elem ento, qu e lia cons­ titu id o el boom del desarrollo de C orin a. El hecho de que en el hospital psiq u iátrico intercam bió cigarrillos con un norafricano, un hom bre bastante "sano” , o sea qu e 110 estaba muv enferm o, sino sólo un poco deprim ido. E lla fue a pedirle cigarrillos y él se los dio; tam bién ella le ofrecía cuando tenía. Después, un buen día, se acostó con él. L as educadoras estaban asustadas; la m adre, por supuesto, tam bién. C o rin a tenía en­ tonces vein tiú n años; llevab a ya dos de psicoterap ia; conocía a este hom bre desde hacía algunos meses. L o único m alo de este asunto fue que otro enferm o los vio —esto ocu rrió en p len o día, en el d orm itorio— y aprove­ chó después para inten tar vio larla. E lla se puso furiosa —pero fue gracias a ello qu e supe aqu ella historia. G rita b a qu e no q u ería a este segundo hom bre, sino qu e am aba al o tro y qu e qu ería encontrarse de nuevo con él, pero éste prudentem ente había evitado un segundo encuentro. G racias a este incidente, pu d e d ib u ja rle y representarle en plastilin a los órganos sexua­ les m asculinos y fem eninos. P ronuncié y escribí estas palabras: “ A h ora tú eres una m u jer.” Com o no sabía e l nom bre del hom bre, lo llam é "el hom bre qu e te dio cigarrillos” . E lla se sentía feliz. N atu ralm en te la m adre y el eq u ip o del hospital psiq uiátrico estuvieron preocupados durante u n mes: ¿estará em barazada o no? F inalm en te tuvo su regla. ¡U f! N o debe haber u n a segunda vez; se debe evitar que vaya del lado de los hombres. Después de h ablar de esta exp erien cia genital, ella em pezó su verdadero desarrollo. Su m adre d ijo: “ E n ton­ ces ella tiene deseos sexuales, ¡es terrible!” Los tenía desde

m ucho antes. Este acontecim iento tuvo lu g a r tres meses antes de que la m adre cayera desvanecida, ante la ¡dea del regreso de su h ija a la casa. N o sé m u y bien si h u b iera sido posible em prender u n tra­ tam iento psicoanalítico antes. U n tratam iento en una edad más precoz h u biera p o d id o llevarse a cabo si la inserción so­ cial de la pacien te h u b iera sido m ejor. Pero yo m e atengo aqu í, sim plem ente, a la observación de lo q u e ha pasado. A cep té p o n er fin a la psicoterapia de C o rin a cuando ella me hizo entender así su deseo: entró, m e d ijo buenos días, se sentó dos segundos y luego me d ijo adiós. U n día me llevó una bolsa que h ab ía confeccionado ella m ism a. Estaba feliz de poderm e agradecer de este m odo mis servicios. M e d ijo adiós y partió. L a m adre decía que todo iba bien, tan to en el taller com o en la casa. V o lv ió a clases de o rto fo n ía para hacerse entender m ejor y cuando no lo lograba escribía lo que quería decir en el pizarrón m ágico (que h abía in augurado conm igo).

CÓM O ABORDAR F.L TR ATAM IEN TO DE UN NIÑO MUDO — EL SECRETO GENEALÓGICO — E L CADÁVER EN E L ARM ARIO — LA IDENTIFICACIÓN CON LA M ÁSCARA

p.: T e n g o bajo tratam ien to a u n niño silencioso en el que no p ercib í la dem anda en u n prim er m om ento. ¿Está m otivad o o no? Ésta es la prim era cuestión qu e se debe p lan tear a propósito de u n niño qu e vien e a consulta. Es m uy frecuente q u e no exista u n a dem anda en la prim era sesión. L os niños no saben tod avía en qué p u ed a consistir ni por qué vienen. N o se en cuentra preparado n i por parte de los padres, ni p o r la persona qu e lo h a recibid o en la ins­ titución, n i a través del p rim er contacto qu e tiene con usted. f . d .:

p.: [Pero yo n o he term inado todavía de exponer m i caso! (Risas.) D e acuerdo, pero la prim era cuestión m ism o el q u e pid e ayuda o no es él?

f .d .:

es ésta:

¿es él

p. 1: F inalm en te lo tomé, a p etició n de los padres, porque tenía síntom as escolares: d ificu ltad es p ara la lectura, y ade­ más . . no hablaba m ucho. Está pues en psicoterapia desde hace unos tres meses. Según los padres, no solam ente tiene dificultad es en hablar, sino q u e hace m uchos gestos raros cada vez que tiene q u e d ecir algo. L as palabras n o le salen. H ace tales esfuerzos con su rostro, qu e todo él se returce. Establecí con este niño u n pago sim bólico, qu e no acabó de aceptar. Desde la segunda o tercera sesión, le pedí q u e me trajera un d ib u jo . Pero siem pre era yo q u ien le p regun taba si había traído algo o no, p o rq u e él estaba en silencio: Si cuando gu ard a silencio, le digo: “ ¿En q u é piensas?” , siem pre m e res-

ponde: “ E n nada. —¿T ien es algo en la cabeza? ~ N a d a .” Yn se trate de pregun tas m u y concretas o casi triviales, nunca da señales de haber com prendido. T ie n e u n a m irada perdida. C u an d o le rep ito la pregun ta, dos o tres m inu tos después pa­ rece haberla o lvid ad o o no haberla entendido: “ N o sé lo qu e usted ha d icho." Entonces, no sé qu é hacer. Este niñ o m e plan tea, com o te­ rapeuta, u n problem a. ¿Se le tienen qu e arrebatar las pala­ bras, com o p ara exorcizar d icho silencio, o b ien se tiene qu e soportar su mutism o? El problem a es pues: ¿cómo hacer h ab lar a un niñ o silen­ cioso? Pero en el len gu aje no existen sólo palabras. Y hasta el m om ento, este niño n o ha entrado en com un icación con usted, en nin gu n a clase de lenguaje.

f . d .:

r. 1: C om enta un poco sus dibujos. F .n .:

¿H ace u n com entario verbal o escrito?

p. 1: V erbaliza lo qu e ha d ib u jad o . A este propósito, m e h e planteado la cuestión de saber si es necesario hacerle com en­ tar los d ibujos que m e trae como pago sim bólico. Pues nor­ m alm ente tom o este p equ eñ o pago sim bólico y ya no se habla más del asunto. U n a pied ra, u n bo leto del m etro, una m oneda de cin­ co centavos o incluso u n a estam pilla, según el contrato esta­ blecido con el niñ o, pu ed en considerarse u n pago en la rela­ ción analítica. Este pago n o está destinado, en cu anto tal, a hacer hablar. P ero un d ib u jo no puede considerarse com o pago. Pues si un n iñ o aporta u n d ib u jo no se trata de un pago sim bólico, sino de u n “ d ecir” , una fantasía, com o lo qu e re­ presenta en sesión para com unicarse con usted. A dem ás cabría dem ostrar si este d ib u jo no lo trae bajo el efec­ to de una in tim id ación de los padres, que están al corriente de la petición de usted y qu ieren que ésta sea satisfecha. N o se puede establecer el contrato de pago sim bólico si n o se está seguro de que responde a un deseo del niño: no a u n deseo de venir a vernos, sino de ser atendido, ayudado, sabiendo

f . d .:

q u e nosotros estamos realm ente pagados por el trabajo que hacemos. N o podemos em pezar el tratam iento de un n iñ o bajo el p retex to de qu e tiene u n síntom a. A cerca de los síntom as, es preciso h ablar con los dem andantes, generalm ente los padres, y en presencia del niño. Es necesario conocer el origen del len gu aje som ático que ha sido el suyo en la relación con sus padres; aprender de ellos cóm o se ha ido inscribiendo la his­ toria del niño en este len gu aje som ático (ya q u e sólo ellos nos pu ed en h ab lar de esto). ¿Cóm o fue concebido el niño? ¿De acuerdo con un deseo consciente o contra este deseo? ¿Fue concebido por sorpresa? Y en este ú ltim o caso, ¿fue aceptado rápidam en te o 110? ¿H u bo deseo o intento de proceder a uu aborto? ¿H ubo am enaza de aborto espontáneo? ¿Se trataba de u n a pareja contitu id a, o b ien fue el em barazo lo que decidió a constitu ir la pareja? Adem ás, es necesario pregu n tar a los padres sobre las cir­ cunstancias del nacim iento: m odalidades fisiológicas, morales, afectivas, reacciones respecto al sexo del niño, la elección del nom bre; pero tam bién sobre el aspecto del recién nacido, su salud, la de la m adre, la lactancia, el destete. Así pues, el deseo de este niño, qu e se m uestra poco ex ­ presivo, se ha de captar en lo q u e dicen los padres acerca de su lenguaje som ático. Es la historia del niño lo que da conten id o a las prim eras sesiones, sobre todo cuando, llevado p o r sus padres o p o r sus educadores, n o es él m ism o el de­ m andante. Sin em bargo, m uchos niños en tran inm ediatam en­ te en contacto con el psicoanalista, gracias a u n objeto: un d ib u jo , un pedazo de plastilina, papel de desecho; o bien por m edio de ciertas acciones: m ostrar algo, prender o apagar la luz. Éstos son sím bolos en la relación. T o d o ello constituye u n lenguaje, aun que no sea verbal. C o n ello se puede ya establecei una com unicación. A h o ra bien, me parece q u e en el caso de qu e usted habla, todo pasa en el nivel de lo no-dicho. ¿Q ué es lo q u e recurre en este niño? —puesto que el psicoanálisis consiste en cono­ cer las recurrencias del sujeto. Puede ser qu e en él recurra el deseo de ser escuchado, lo cu al nunca ha experim entado, o el hecho de haber sido sólo o b jeto de proyecciones. N o sabría q u é añadir. ¿Usted lo recibió en el m arco de u n a institución?

A q u í está la d ificu ltad ; sobre todo, cuando un niño es recibido antes p o r otra persona, qu e nos lo en vía a noso­ tros; o cuando los padres son “ seguidos” p o r o tra persona. D uran te las prim eras sesiones, ¿no ha p odid o usted escla­ recer la historia, con sus padres?

f . d .:

r. 1: Em pecé el tratam ien to de este n iñ o a través de sus síntom as, pero n o a causa de sus síntomas. f . d .: Pero usted, ¿no les p id ió a los padres q u e le exp licaran cóm o había llegado el niñ o a la situación actual?

p. 1: A parentem ente, el fondo de la historia era trivial, en el sentido de que nada especial llam aba la atención de su prim era infancia. E xistía en los padres una cierta angustia, una preocupación por este niño qu e no era ni m uy gracioso ni m uy sim pático. P ero ésta no es la “ verdadera historia.” f . d .: ¿En fin, esto es todo lo que pu d o captar? ¿Q u ién habla en la casa? ¿Q u ién le habla? ¿De qué? ¿Siempre se m antuvo silencioso en sesión?

p. 1: A q u í está precisam ente el problem a. C o m o no decía nada espontáneam ente, im puse un plazo —de ju n io a no­ viem bre— en espera de qu e form ulara una dem anda. Pero no fue así. A n te la angustia de sus padres, he reanudado las sesiones, intentando hacerlo responsable de su palabra, gracias al pago sim bólico. f . d .:

U sted tenía razón.

p. 1: Pero no estaba d an do nada. ¡C laro que no! N o es que no diera nada; n o se le daba nada. Él todavía no sabía que tenía q u e habérselas con usted. El pago sim bólico tiene valor sólo después que se ha estable­ cid o una relación de transferencia. Por lo que parece, este n iñ o tiene actualm ente u n a transferencia con usted, pero es d e carácter fóbico: un señor lo m ira; él m ira a este señor; u n señor le pid e u n d ib u jo ; él se lo da; este señor le p re­ g u n ta qué representa el d ib ujo; él se lo dice; pero él no ha en ten d id o p o r qu é va a consulta. f . d .:

p. 1: Q uizás se lo llegu e a explicar. N o, m ejor no. Q u e h able antes con sus padres para saber si él es q u ien desea hacer una psicoterapia. E l hecho de q u e no le traiga su d ib u jo debe llevar a u n a conversación con sus padres. C reo q u e él desea q u e h able usted con sus padres. C u a n d o él h a b la lo hace por boca de sus padres, a través de su angustia. ¿Cóm o em pezó su in h ib ició n vocal? ¿Usted n o lo sabe? Los padres no se hubieran negado a aclararle el origen de esta deficien cia, sobre todo en lo concerniente a la o ralid ad de este niño; la form a en q u e fue criado, alim entado; ¿por quién?; ¿fue una nodriza?, ¿su madre?, ¿la abuela?; ¿hubo acontecim ientos fúnebres? (porque m uchas veces la in h ib ició n se p rod u ce como respuesta a u n acontecim iento fú n ebre en la fam ilia). Salvo cuando se trata de un niñ o grande, q u e habla, o cuando nos encontram os con padres qu e no d irán nada, aun­ q u e consienten en qu e se inicie una psicoterapia, es im portan ­ te, en mi opinión , y sobre todo cuando se trata de u n niño pequeñ o, qu e los padres d ig a n todo lo q u e saben acerca del o rigen de su in h ib ició n vocal, o de una in h ib ició n que no es solam ente vocal. El n iñ o del qu e usted h abla puede que sea todavía dom inado por la m adre. En este caso, es im po­ sible qu e hable. ¿T ie n e ya control de esfínteres?

f . d .:

p. 1: Desde hace m ucho tiem po n o ha tenido grandes pro­ blem as en este aspecto. Es m u y autónom o. f . d .:

¿Se viste solo?

p. 1: Sí. f . d .:

¿Q ué edad tiene?

p. 1: N ueve años. T ie n e dos herm anos m enores qu e él. f . d .:

Su in h ib ició n v o c a l. . .

p. 1: Es una in h ib ició n gestual. Sobre tod o en la casa. H ace tantas muecas q u e se bloq u ea a sí mismo.

O sea, que se expresa por otros m edios. N o puede h a­ blar con su boca. P ero ¿puede h ablar con los ojos? ¿Da seña­ les de poderlo hacer? f.d .:

p. 1: Esto es lo qu e m e im pacta: el vacío d e sus ojos. f . d . : A p riori, se p o d ría pensar qu e no es el h ijo de su p a­ d re.1 En efecto, podríam os pensar que si se encuentra en esta situación, a los nueve años, puede haberse enterado de este hecho, o haya oíd o h ab lar del mismo, con lo cual su pa­ labra de niñ o —ad q u irid a hacia los siete años— q u ed ó com ­ pletam ente bloqueada. E xiste ciertam ente u n secreto en su fa­ m ilia. Para guard ar las apariencias, se le hace necesario c a lla r .. .

p. I: Se trata del p rim er n iñ o en el que, desde el prin cip io de m i práctica profesional, he p odid o observar esta especie de vacío frente a la palabra. Sin em bargo, yo sé q u e escucha cada una de m is preguntas. Y cuando se lás repito, m e contes­ ta qu e no piensa en nada. f.d .:

f.

¿N o ha sufrido algú n traum atism o físico o de otra especie?

1: Me d ijeron que no h a b la desde su nacim iento.

Pero aqu í no se trata de alguien q u e no habla, sino de algu ien qu e no se com unica.

f.d .:

p. 1: Sí, así es. U sted hace alusión a un secreto. A l no saber q u é tip o de secreto p o d ía ser, le pregunté: "¿Q u ién es el que no h abla en tu casa? —Pues bien, estoy yo, a la cabeza, y la idea de la m uerte.” ¿Le ha respondido esto? N o. Es usted el qu e tenía la idea de la m uerte.

f.d .:

p. 1: O sea que es tan silencioso, qu e ya está m uerto. Y o le dije: “ ¿T ú ya estás m uerto?, ¿o una parte de ti?” Y añadí en seguida, para exp licar m i pregunta: “ ¿Q uién ha m uerto en tu

en

i H ip ó te sis q u e n o fu e c o n fir m a d a n i n e g a d a p o r e l te ra p e u ta d e l n iñ o la sig u ie n te sesión d e l se m in a rio .

fam ilia?” Él respondió: “ M i tío.” En el mes de ju n io , precisa­ m ente en el m om ento de em pezar el tratam iento, el tío se h a b ía colgado. H em os h ablad o pues u n poco de este tío que él am aba tanto. f . d .:

¿De q u é tío se trataba en relación con él?

p. 1: D e su tío m aterno. El niñ o supo de su m uerte por teléfono; él habrá hecho algu na cosa, me d ijo. Pues, he aquí lo que pasó. f.d .: H e ju n io . Se rece qu e ficultades

aquí lo qu e pasó. Pero esto pasó en el mes de trata de u n acontecim iento m uy reciente. Pero p a­ el niño tenía ya una in h ibició n de la p a la b ra y d i­ escolares desde m ucho antes.

p. 1: L a prim era sesión tuvo lu gar en el mes de ju n io . f . d .:

Sí, pero ¿ la m uerte d e l tío era reciente?

p. 1: H acia el mes de septiem bre. A h , entonces, detrás de este tío colgado hay otros ca ­ dáveres en el arm ario. (Risas.) H ay otras cosas.

f.d .:

p. 1: H ay la

palabra.

N o, no es la p a la b ra la que está en ju e go en esta his­ toria, sino el rostro. Su rostro no puede d ejar pasar la corrien­ te de aire que d ebía hacer escuchar su palabra. U sted dice qu e hace muecas, p o r lo tanto inten ta hablar, desfigurando el rostro. Esto es im portante, porque el rostro em pieza a cobrar va lo r para el sujeto en el m om ento en que acepta su im agen observada en el espejo. P or ello es necesario saber si no ha estado in h ib id o anterior­ m ente; por ejem plo, in h ib id o de ch illar cuando era pequeño. L a m uerte del tío no puede ser el acontecim iento p reten ­ didam ente traum ático, el secreto. Pero es interesante que le haya hablad o del mismo.

f.d .:

p. 1: Seguram ente así es; aun que este acontecim iento tiene

algo de traum atizante, es dem asiado reciente. D igam os que es anecdótico. N o, no es anecdótico, puesto qu e se trata del tío ute­ rino. E l herm ano de la m adre, con m ayor razón si es el herm ano m ayor, siem pre tiene u n a gran im portan cia, sobre todo si el niño lleva el m ism o apellid o —cuando, p o r ejem ­ plo, el padre no lo h a reconocido (lo cu al usted ign ora en el caso de este niño). Los hom bres de la lín ea m aterna son m uy im portantes, puesto q u e el abuelo y el tío m aternos llevan el mismo apellid o de la m adre cuando ésta era joven, y además están situados en relación con ella según una proh ib ició n de relaciones sexuales. Podem os ver m uy a m enudo niños inhibidos p o r haber sido reconocidos tardíam ente p o r su genitor o por el padre adop­ tivo. O sea, p o r haber visto cam biar su nom bre y su estatus de h ijo y amo exclusivo de la m adre, al llevar el m ismo ape­ llid o de ella; de repente aparece u n hom bre en su relación dual. E n el caso de q u e nos ocupam os, yo no puedo decir nada más, m ientras no sean estudiadas las raíces de esta in h ib i­ ción. M uy a m enudo el m utism o es una in h ib ició n de este tipo: es el síntom a del niñ o q u e guarda su secreto p ara pro­ teger a su padre o a su m adre. E n este ú ltim o caso, se ha de trabajar con la m adre, m ientras qu e el niño va y vien e como quiere, escuchando o no, a la cual oirem os decir, después de un p eriodo de silencio: “ N o, hay algo que nunca le podré decir” , hasta que un d ía fin alm ente llega a decirlo. Ese d ía ya no será necesario seguir vien do al niño: él h abrá dejado de ser m udo, porque su m adre ha dejado de ser m uda, descubriendo todo lo que h ab ía de sim bólico en su relación con u n hom ­ bre. Puede tratarse de su prim er m arido, de su herm ano, de su padre o de su am ante.

f .d .:

p. 1: Pero este tip o de cosas una m adre no las dice en pre­ sencia de u n niñ o de nueve años. Puede ser qu e llegu e a ha­ b la r de esto cuando él no esté delante. Así es. Es lo q u e m arca la diferencia cuando se trata de una conversación con la m adre sola o con el padre solo. M adre y padre deben estar presentes en las prim eras sesio­ nes. A continuación , se sigue, si es posible, con el padre —que

f .d .:

en general no va a ven ir tan seguido com o la m adre. Se le exp lica a la m adre p o r qu é no va a ve n ir la p róxim a vez, cu an d o sea citado sólo su m arido. Se estudia entonces el E dipo del padre: cóm o ha asum ido esta patern idad; si se sintió m aduro para ser padre; si el niño p erturbaba su sueño; si ha desordenado sus proyectos de vida; los prim eros tiem pos de vida de su h ijo , ¿han representado para él la felicidad o han sido más b ien una carga? E n resum en, es necesario cap­ tar el lenguaje som ático del niño tal com o el padre lo ha en ten d id o —pues el n iñ o no usa p ara con el padre el mismo len gu aje som ático qu e con la m adre. Después se plan tea la cuestión del deseo del padre: "¿Q ué quisiera usted para su hijo? ¿Cóm o se ocupa usted de él? ¿Juega con usted cuando está solo? ¿Lo cree feliz?, ¿o des­ graciado?" p. 1: ¿Podría usted precisar cóm o el hecho de que el psico­ analista hable con los padres perm ite al niño recu perar algo de su historia? Puede verse perfectam ente en una sesión, cuando el niñ o entra y sale. P or lo demás, los niños son extraord in a­ rios: salen precisam ente en el m om ento en q u e n o es bueno para los padres qu e estén a llá (se les h a de felicitar p o r ello, haciendo notar a los padres este pu d or y esta delicadeza de sensibilidad). f . d .:

p. 1: Puesto qu e ya llevo tres meses con esta psicoterapia, qu isiera pregun tarle cóm o resolver este problem a técnicam en­ te. ¿Debo ver a los padres individualm ente?, ¿los dos juntos?, ¿delante del niño?, ¿sin su presencia? P ida a los padres qu e vengan a verle. Les p u ed e decir: "A h o ra qu e conozco m ejor a su h ijo, necesito h ab lar de nuevo con ustedes.” U sted puede recibirlos en presencia del niño, al cual habrá puesto en antecedentes, diciéndole: "P a ra com ­ prenderte m ejor, debo saber algunas cosas de tus padres. Pue­ des irte cuando quieras o quedarte si así lo deseas.” Si el padre o la m adre le dice: ‘‘Q uisiera d ecirle algunas cosas, pero no puedo hacerlo delante de é l” —lo cual es m uy frecuente— entonces se le inform a al niño y se le pid e que acepte salir un m om ento. Si él no quiere salir, entonces se le f . d .:

dice al padre: “ Su h ijo no quiere cederle sU tiem po de sesión. Le voy a fija r una cita.” C u an d o la terapia todavía no está plan teada, no hay n in ­ gún problem a; pero una vez que se ha com enzado, com o en el caso de que hablam os, se le dice al niño qu e nos gustaría verlo con su papá. Se le pregun ta si cree que su padre ven­ drá, y si él está de acuerdo en qu e venga (me sorprendería m ucho qu e respondiera q u e no). Se le entrega entonces una carta para su padre, en la qu e le pide a éste q u e acom pañe a su h ijo a u n a sesión. Si no lo hacem os así, se corre el riesgo de ver cóm o los padres proyectan que su h ijo está en psicoterapia, cuando en realidad no lo está: p o rq u e está en una transferencia inana­ lizable. Estas situaciones bloqueadas son frecuentes en la institución. El niño ofrece una fuerte resistencia frente al análisis, pud iendo ser que lo está deseando p o r sí mismo. Por esto creo que es necesario salir de esta d elación dual. p. 1: ¿Y si el niño se niega? ;Si se niega a qué? U n niñ o com o éste no se va a negar nunca. Pues su palabra —o más bien su len gu aje— está inte­ grad a en la actualid ad a la de sus padres. N o solam ente no se negará, sino qu e se sentirá aliviado. Pues va cargando el análisis de toda la fam ilia, de sus padres de los qu e ya cono­ cemos sus reticencias p ara hablar. Es m ucha carga para este niño solo. f . d .:

p. 1: ¿Y cuál es la fu n ción del pago sim bólico? El pago sim bólico es la prueba de q u e él desea venir a consulta, por el m om ento. A u n q u e a veces n o tenga tiem po de hacerlo, tal parece qu e usted plantea un análisis de unos cinco años, puesto q u e los padres están contentos de en viar a su h ijo en su lu gar y tendrán la paciencia necesaria, como tam bién la tendrá el c m p p . Pero es in ú til seguir adelante, por­ q u e ya no se trata de u n análisis: para este niñ o usted susti­ tuye a un padre qu e n o habla con él, o m ejor dicho, qu e no entra en com unicación con él. R esulta curioso ver a un niño quedarse sentado frente a una mesa, tanto tiem po, con la m ira­ d a perdida. Si al m enos m irara a l g o . . . pero por lo visto, está f . d .:

m irando hacia su interior. L o que él tiene qu e d ecir está to­ davía encerrado en el soma. A través de los padres usted podrá saber lo q u e se esconde detrás del tío m aterno qu e se colgó; y en qu é relación estaba su m adre con este herm ano y con el conjunto de la fam ilia. E xiste siem pre u n p rin cip io e n la in h ib ició n de un niño, com o ser otitis repetidas d uran te dos años consecutivos, que ob lig a n al n iñ o a perm anecer en cam a, im p osibilitad o de ha­ b la r con otras personas. E xiste tam bién la m ím ica. U n a m ím ica que es la "m áscara" de la m adre y otra m ím ica q u e es la “ m áscara” del padre. U sted se podrá dar cuenta —y creo que éste es el caso— que este niño se identifica con alguien qu e no dice jam ás una pa la b ra y qu e lleva una m áscara. N o podrá d ejar de tener esta actitud. Sería suficiente preguntarle al padre, con palabras q u e no hieran su narcisismo: “ ¿Era usted tan tím id o com o su h ijo cuando era pequeño? Y él, ¿lloró cuando nació? ¿Y cu an ­ do era bebé? ¿A qu é edad se dio cuenta qu e d ejó de llorar?, ¿o d ejó de ju g a r haciendo ruido?” El lenguaje es ante todo m otor, antes de ser verbal. Es ne­ cesario tener un cuerpo antes de tener u n rostro. A h ora bien, parece qu e este niño no h aya tenido nu n ca cu erpo. D e su rostro no hablem os, pues se crispa cuando intenta hablarle. Entonces, no sé qué decirle. ¿Se trata de un niño precozm ente contrariado por el hecho de ser zurdo? T a m b ié n esto es posi­ ble. H ay bebés qu e a los seis meses, cuando tienden el brazo izquierdo para hacer algo, reciben u n golpe sobre la mano: para q u e tiendan la “ m ano bu en a” . ¿Sabe usted al m enos lo que le gusta a este niño: q u é a n i­ males, qué plantas? ¿Q ué clase de d ibujos le trae? ¿Son m uy variados? p. 1: Son dibujos m uy bonitos; en general, pequeños, pero m uy bien hechos. Casi siem pre árboles. Cosas norm ales para un niño. f . d .:

¿Bastante a le g r e s ?

p. 1: Más que alegres, y m u y coloreados. E fectivam ente, en estos d ibujos "eso" habla de él. Por eso le dejo h a b la r de ellos. T r e s veces me ha traído d ib u jo s en los qu e encontré, el mismo significado: hombres con hachas cortando árboles y cargándolos

sobre una carreta, para hacer fuego. A partir de los dibujos, he podido en tablar u n diálogo con él. U sted le h a b ló de los árboles derribados, m uertos; pero, ¿le pregun tó si él ha visto a un muerto? ¿N o ha dicho algo, en ese m om ento, acerca de la m uerte del tío?

f . d .:

p. 1: N o. Él h abla sobre lo que se ve en el d ib u jo , pero no im agina nada. ¿No hace asociaciones? ¿H abla de algú n conocido que d erribe árboles?

f . d .:

p. 1: Describe su d ib u jo ; es todo. Adem ás, en aqu el m om en­ to se le ve anim ado, sin inhibición, sin hacer muecas. Por ello, en sesión, no he p odid o observar jam ás su síntom a. f .d .:

¿Con q u ién tiene el síntoma?

p. 1: C o n sus padres. En la casa y en la escuela. En cu an to al significado del “ hacha” , ¿su ap ellid o em ­ pieza con la letra H?

f .d .:

p. 1: No. f . d .:

¿Conoce los nom bres de pila de sus padres?

p. 1: No. Pues esto es parte de lo que debe saberse desde el p rin ­ cip io de un tratam ien to, sobre todo cuando se trata de un n iñ o escolarizado, para el qu e la H m uda tiene un valor m uy im portante. E n el transcurso de una conversación con los pa­ dres, ha de registrar los nom bres de pila de cada m iem bro de la fam ilia. Esta hacha tan recurrente puede ser más significativa que el aprender a leer y a escribir; nos rem ite al recuerdo de algo que ha observado; o bien repite sim plem ente “ hacha, hacha, h ach a” , d irigién dose a usted, para entender su valor signifi­ cativo. f . d .:

p. 2: Y o m e p regun to sobre la suegra, cuyo p ap el puede ser im portante. Q uizás soy dem asiado sistemático, pero en la p rim era reunión con los padres yo hago el árbol genealógico, con los abuelos, los colaterales, etcétera. Y o procedo siem pre así, no según u n esquem a, sino ha b la n d o inform alm ente con los padres, m ientras les pregunto sobre las relaciones afectivas dentro de la fam ilia y sobre las del niño en relació n con otras personas. Así pu ed o saber de q u ién está hablando, y si la persona a q u ien llam a “ m em é" es su abuela m aterna o paterna. Y o pregunto, pues, los ape­ llid os y los nom bres de p ila de las personas de la fam ilia; in ten to averiguar si el n iñ o los ama; si es am ado por ellos. In clu yo naturalm ente a los prim os. Les d igo a los padres: “ C u an d o su h ijo en consulta pron u n cie un nom bre, yo podré dem ostrarle en seguida qu e ustedes están de acuerdo en que él h able de tal persona de la fam ilia, diriéndole: “ A h, sí, es F u lan o; o M en gan o.’’ Es preciso que los padres p u ed an percibir siem pre todos los m atices en el perm iso qu e le d an a un h ijo p ara h ablar de la fam ilia. Los padres lo com prenden m uy b ien y se evita que este tip o de consulta tenga carácter de encuesta policiaca, lo cual siem pre es tem ible de afrontar. Sin em bargo, estas conversaciones nos hacen descubrir a veces, inopinadam ente, a los olvidados: los que viven con la fam ilia sin form ar parte de ella. De esta m anera, m uchas veces d i en el clavo. Se trata, en realidad, de ménage a trois. Son situaciones m uy difíciles p o rq u e el niño tiene que afrontar una d icotom ía del padre o de la m adre. Existen tam bién abue­ las bastante jóvenes com o para ser la amante de su yerno, cuya esposa es su prop ia h ija . Esto produce precisam ente niños m udos, en el fondo parapsicóticos, pero que p ueden cam biar. E llos llegan al psicoanalista a causa de síntom as de in h ibición ; pero se trata de una in h ib ició n circunstancial, no constante. Sin em bargo, puesto qu e el niñ o vive realm ente esta situa­ ción, nos toca ayudarle a reconocer en palabras a sus am igos in­ separables, que le p erm itirán h ablar y form ularse preguntas.

f . d .:

f). N IÑ O S A B A N D O N A D O S . E L S E U D O D É B IL

SE LE PUEDE DECIR TODO A UN BEBÉ — NIÑO ADOPTADO: ‘ ‘ LA CO­ MEDIA DEL VESTIDO DE EM BARAZO”



AUTISM O

Y

DEPRESIÓN DE

LOS NIÑOS ABANDONADOS — DESTETE DE LAS NODRIZAS — UN ERROR DE DIAGNÓSTICO PSIQUIÁTRICO:

UN SEUDODÉBIL

i>.: H e visto a una m u jer qu e alim entaba con una cucharita a u n bebé de tres meses, cuya m adre se h abía ido. N o p o d ía tragar nada, pero aparentem ente succionaba la cu­ chara. Y o estaba a s o m b r a d a ... Sobre todo si no se le d ijo que la cuchara era de m etal. (Risas.)

f .d .:

p

.:

Pero el niño tenía tres meses.

Sí. Pero de todos m odos se le ha de decir: “ T e doy la leche con cuchara. Esel signo de los tiem pos.” Si no, él no va a entender nada; cuando se le vu elva a dar el pecho, lo lom ará p o r una cuchara. (Risas.) A u n bebé se le puede decir todo, desde que es capaz de tener percepciones de la realidad.

f . d .:

p.: Pero, ¿como decírselo? Com o se lo d iría a otra persona: “ T u m am á no está aq u í para darte el pecho, y como tienes ham bre, te voy a d ar leche con una cuchara, porque no te la p u ed o dar de otro m odo.” H e aqu í cóm o puede hablarle a un bebé de ocho días. ¿Por qu é no?

f . d .:

p.: ¿Piensa usted que con f . d .:

dice:

esto

se arregla

algo?

Desde luego. Seguro que se obtiene algo, p orq ue él se “ Bueno, es preciso com er. N o es el pecho, estoy de P]

acuerdo; es la cuchara." ¿Y p o r qu é no? Se puede h abitu ar m uy bien a un bebé a otras m aneras de sustentarse, de satis­ facer su sed y su ham bre, distintas del pecho, a condición de que se le diga. Sí n o quiere, entonces se le puede decir: "B ien . ¿No te gusta la cuchara? Sin em bargo, tienes ham bre." Y es cierto: tiene ham bre y sed. Puede agu antar un cierto tiem ­ po sin tom ar pecho ni beber, pero no sin absorber líq u id o , al m enos por perfusión. U n bebé es más in teligen te de lo que se cree. O sea, que cada uno de nosotros, cuando era bebé, era bastante más in­ teligente de lo que es ahora, de adulto. (Risas.) E n tien de to­ talm ente el lenguaje cuando alguien le habla p ara com unicarle algo sobre lo cual puede tener percepciones, cuand o alguien le d ice con palabras lo que ya está viviend o o experim entando. A algunos psicoanalistas les cuesta adm itir q u e se puede hablar a un bebé inm ediatam ente, desde su nacim iento. Sin em bargo, son precisam ente las prim eras cosas oídas las que m arcan toda su vida y perm anecen indelebles sobre la banda m agnética de su m em oria. p.: Se me ha plan tead o el problem a de una m adre que se negó a decir la verdad al niño que había adoptado. C uand o el p adre m e habló p o r prim era vez de este asunto, me dijo: "N o . Y o 110 quiero rom per mi relación.” Sin em bargo, he po­ d id o hacer con la m adre un trabajo que le ha p erm itid o ha­ blar de su propia infancia. Su m adre había m uerto, su padre se había vuelto a casar. Su m adrastra la había o bligado a llam arla “ m am á” sin haberle revelado la verdad. U n a vecina le d ijo u n día a esta señora: “ Usted es m u y valien te criando a esta n iñ a", lo cual en cierta m anera revelaba la verdad. En aquel m om ento la señora se desvaneció y fue un m om ento terrible tam o para ella com o para la niña. Así pues, la m u ­ jer pu d o abordar los recuerdos dolorosos, y fin alm ente aceptar de decir la verdad al niño adoptado, sobre el cual h abía p ro ­ yectado hasta entonces em ociones m u y penosas. A m enudo, en el caso de padres adoptivos, las proyec­ ciones sobre el niñ o van acom pañadas de un desprecio respec­ to al padre o m adre de nacim iento, qu e representan para ellos una agresión, un peligro. L legan a sentir u n verdadero odio hacia los padres sanguíneos, a los que deben, sin em bargo, la alegría de ser padres adoptivos. M e acuerdo del caso de un

f.d .:

m uchacho de qu in ce años, cuyos padres adoptivos se llam a­ ban m utuam ente con las expresiones "el señor T a l, mi es­ poso", “ la señora C u a l, mi esposa” , m uy burgueses ciertam en­ te. E l “ señor T a l ” decía: “ L a señora C u a l no querrá nunca q u e se hable del asunto con el m uchacho.” E lla daba las m ismas razones q u e su m arido. Y o los recibía separadam ente. U n buen d ía les d ije a cada uno: “ Se pod ría decir q u e estamos en el teatro. U stedes vien en cada uno por su lado. Señora, usted me dice qu e es su m arido el qu e no quiere. Él me dice que es usted.” L a m u jer me respondió: “ Entonces él no se va a oponer.” L e señalé que estaban en contradicción, precisando: “ Si el niño p lan tea la cuestión, yo n o puedo esconderle la verdad; solam ente lo podré en viar a uno de us­ tedes dos." A h o ra bien, finalm ente el m uchacho plan teó al padre la cuestión qu e se había ido form u lan do progresivam ente. O p in ó que tenía una fam ilia m uy cóm ica, con m uchas tías y tíos que no conocía. A ñ a d ió qu e tenía un recuerdo —y era algo m uy curioso— de haber llegado a esta casa en una cesta; aquel día él era u n perrito. Éste era su recuerdo de adopción. Y o le d ije: “ P regu nta a tus padres si hay algún secreto en esta fam ilia tan cóm ica.” Y el padre le contó la verdad, aña­ d iend o después: “ H abla de esto con tu m am á." Entonces la m adre le hizo la com edia de ba jar la caja donde g uardaba su vestido lila de em barazo y los zapatitos ele bebé. H a regresado a consulta para decirm e: “ E ntiende usted, m e ha hecho la com edia del vestido de em barazo. N o podía ha­ cerle esto, pero le d ije q u e prefería ocu par la h abitación de servicio" (le hacía ocupar, a un m uchacho de q u in ce años, una pequeña pieza com unicada con su habitación). L a m adre lo aceptó. C u a n d o la vo lví a ver, me p regu n tó si él sabía la ver­ dad. Le respondí qu e si. Entonces ella dijo: “ M uy bien. Le he m ostrado m i vestido de em barazo y no le he d icho nada.” (Risas.) Las cosas quedaron así. El m uchacho aceptó m antener en su m adre adoptiva la ilusión de haber engendrado un hijo. Él sabía el dram a que había vivid o en su ju ven tu d . " N o ha­ blaré de este asunto con ella. N o cam biaría nada. Y o la qu ie­ ro, ella me qu iere.” Sin em bargo se p ro d u jo una reacción un poco dram ática, q u e me ha tenido p reocu pad a durante qu in ce d.'as. A l m u­ chacho le brotó una acné considerable en su rostro. L a irru p ­

c ió n se declaró al d ía siguiente de la conversación con el padre. C laro qu e esto se iba preparando desde hacía tiem po; tenía algunos granitos, com o cu alqu ier m uchacho de su edad. Pero u u a tarde, al llegar a su casa, se dio cuenta de qu e h abía cam biad o de rostro, si así se puede decir. Yo le ex p liq u é el caso con estas palabras: "P robablem ente estás cam bian do tu rostro de perro por un rostro de hom bre jo v en q u e descubre la verdad del sufrim iento de sus padres y de sus padres de n a­ cim ien to que no ha conocido.” Su inteligencia, qu e estaba seriam ente dañada en el nivel escolar, le ha vu elto de repente. T e n ía un retraso, pero lo su­ peró p o r com pleto; se ha puesto a trabajar. Se había sosegado p o r com pleto. p.: Q uisiera p regun tarle si puede ex p licita r lo qu e usted ha escrito a propósito de los niños abandonados: usted dice q u e encuentra en ellos una situación de análisis. A sí es. Pero pu ed o d ecirle en seguida q u e creo que, en estos casos, todo depende de la transferencia con el analista. A p a rtir del m om ento en qu e entram os en relación con un niñ o q u e no tiene padres de nacim iento —q u e ya no están aqu í, en el espacio y en el tiem po de su vid a— podem os de­ cirle q u e él m ismo es sus padres. C u an d o represente solo la escena prim itiva, estará de hecho en u n a situación de sujeto; pero nos toca a nosotros, com o psicoanalistas, darle la posi­ b ilid ad de convertirse en sujeto deseoso de nacer, deseoso de vivir, si encuentra aqu í al otro idóneo p ara ayudarle. Si q u ie ­ re trab ajar con nosotros, será en su lugar de sujeto, m ucho más liberado que los otros niños, puesto que, p o r fatalidad, se ha identificado con las nodrizas q u e ha tenid o. ¿Pero qué ha transferido sobre éstas? A la m adre y al p adre de la vida fetal. Esto lo podem os d ecir de entrada. N o ha sido objeto de proyecciones por parte de adultos. En este sentido podem os decir, quizás sucintam ente, qu e el niño aband on ad o está en situ ación de análisis; o sea, q u e al contrario de los otros niños, no tiene q u e deshacerse de las proyeccio­ nes que los padres h u bieran podido hacer sobre él, acerca de un niño im aginario, o del sexo im aginario deseado para él. f . d .:

p.: Pexo hay padres adoptivos, a v e c e s ...

f . d .: Pero los padres adoptivos no hacen sólo transferencias sobre el niño. Se le puede exp licar m uy bien al niñ o que sus padres de nacim iento h icieron todo lo q u e p u d ieron, igual que los padres adoptivos, pero que es él solo q u ien ha q u e­ rido sobrevivir en esta situación de abandono. Y o trabajo con los niños de la D irección de A sistencia So­ cial ( d a s s ) , q u e h an sido abandonados desde su nacim iento. Pues bien, pienso que los tratam ientos va n a gran velocidad, precisam ente por su situación; esto va a p ro d u cir seguram en­ te algún desgaste —m om entáneo— en las nodrizas. Se le habla al niño de su padre y de su m adre de nacim iento delante de la nodriza. Se le dice qu e esta persona ha hecho todo lo qu e h a podid o por él, au n q u e no tenga nada qu e ver. N o hav que asom brarse si ésta busca en seguida la com p añ ía del cho­ fer, de una residente o de cu alq u ier otra persona, p orq ue no puede aguantar este lengu aje, y acabará d icién d ole a lá inspec­ tora: " N o puedo perm anecer en este lugar. M e siento o b li­ gada a d ejarlo solo” —desde el m om ento en qu e el niño puede quedarse sin ella— “ p o rq ue vom ito toda la tard e” . Esto no quiere decir q u e no haya nodrizas m aravillosas, qu e se sienten aliviadas de q u e se les h able así. Son las qu e le dicen al niño, cuando éste las m ira: “ Sí, la señora D o lto tiene razón, a m í m e pagan p ara ocuparm e de ti. T ú no eres mi h ijo .” D e esta form a, el tratam iento estará b ien planteado. Puede ocurrir qu e ciertas nodrizas ya hayan trabajad o en gru p o con un psicólogo o u n pediatra de la institución. O tras no han tenido nunca una experien cia de este tip o; para ellas, yo soy la bestia negra. Así pues, ellas cu idan a su niño, por­ qu e qu ieren que tenga éxito . Pero es m uy doloroso.

p.: ¿Y los vómitos? Los vóm itos expresan su rechazo al psicoanalista. Esto p roviene de qu e estas m ujeres no han sido destetadas; tienen necesidad de este niñ o com o objeto oral p a ra devorarlo de am or. El resultado es qu e el niño no supera esta situación. Será necesario seguir cu idán dolo. Se le ha de decir, pues, poco a poco, su verdad; lo qu e se sabe de ella: qu e ha tenido un padre y una m adre en su nacim iento; que seguram ente él ha pensado y esperado qu e un día ellos vendrán a buscarlo, pues­ to que ha visto a otras mamás ven ir a buscar a sus hijos. Pues bien, su m am á no vendrá. f .d .:

E l niño no se deprim e en seguida, después de la experien­ cia del abandono, cuando está en una guardería. V iv e de esta esperanza, durante un cierto tiem po, transfiriendo su m am á de nacim iento sobre el g ru p o qu e lo rodea, sobre los otros niños, sobre la educadora, qu e quizá ha visto a los padres, o sólo a la m adre, una o dos veces. Sin em bargo, cuando esta ed ucadora es rem plazada por otra, e n los quince días siguientes, el niño se deprim e y cae en el autism o, p o rq ue ella fue p ara él el ú ltim o vín cu lo con su m adre. E n estos casos se le puede decir la verdad, ex p licarle lo que ha pasado; es una situ ación privilegiada, puesto q u e sabemos desde cuando está allí. A lg o sorprendente le pasó a una niña qu e ya h ab ía salido de su autism o, qu e se en rollaba entre las sábanas y esperaba realm ente m orirse de ham bre. H asta los nueve meses los test h a b ían arrojado resultados de una inteligencia com pletam ente norm al. A p a rtir de aqu el m om ento se deprim ió. L a empecé a tratar a los once meses; era huraña, n o qu ería com er, no dorm ía bien. Después se superó rápidam ente y en tres meses logró salir de este problem a. Pero he aqu í que a los dieciséis meses hace una regresión: se hace p ip í y caca, vu elve al m utis­ mo, no come; le recordé que ya había venido a T rou sseau : "¿ T e acuerdas?, tú vin iste aquí cuando eras m uy pequ eíía y te q u e­ rías m orir." Ella me escuchaba m uy atentam ente y durante la sesión encogió sus piernas y m iró a todo el m undo. Y o so­ lam ente le había d icho u n a cosa: “ N o sé lo qu e ha pasado contigo, pero has de tener una razón qu e tú sola conoces para d ejarte abatir así.” p.: ¿No podría ser qu e un diagnóstico, psiq uiátrico por ejem ­ plo, sea u n obstáculo para el tratam iento de u n niño? Sí. Esto m e recuerda el caso de una niña qu e cada año perdía cinco puntos en los test de inteligencia. Estaba en ob­ servación desde la edad de cinco años. E l p siq uiatra que la atendía le había dicho a la m adre: “ N o hay n in gu n a espe­ ran za.” T o d o s los años le decía: “ Venga el año p róxim o.” A l p rin cip io la niña tenía u n coeficiente intelectu al de 80; des­ pués descendió a 70; a 65, y cuando em pecé a verla h ab ía llegad o a 60. L a institutriz de la niñ a h abía dicho a la m adre: "P ru ebe f . d .:

algo; vaya a ver a la señora D o lto .” V i llegar a una niñ a com ­ pletam ente em brutecida, los ojos semicerrados. N o pude sacarle nada, ni una palabra. E ra como un fardo sobre la mesa; m a­ nifestaba u n a gran d ebilid ad. E l cuadro correspondía a los test y aun algo peor, pues generalm ente u n niñ o de este nivel m antiene todavía un cierto contacto con el exterior, pero éste no era el caso. L a m adre me ex p licó qu e h abía tenido esta n iñ a con un joven que el d ía de su m atrim onio h abía qu erid o echarse para atrás. Después concibieron a la niña. C u a n d o ella quedó em barazada, el m arido tu vo una crisis de angustia espantosa que acabó con la arm onía conyugal; decía: “ N o puedo qu e­ darm e aqu í; no puedo soportar que estés em barazada.” U n buen d ía p artió y no ha regresado. Se divorciaron seis meses después de su m atrim onio; la m u­ jer regresó a v iv ir a casa de su m adre y em pezó a trabajar. E studiaba para asistente social. E n realid ad fu e la abuela la que crió a la niña; cuando ésta m urió, la abu ela paterna, sorda, vin o a v iv ir con su nuera. E n ese m om ento la niña em pezó a tener problem as —tenía entonces seis o siete años. H asta entonces h ab ía seguido con n orm alidad su escolaridad; cuando se vin o a v iv ir con ellas la abu ela paterna se vin o abajo. U n d ía esta n iñ a p reg u n tó a su m amá: “ ¿Por qué yo no tengo papá?” Y la m adre le respondió: “ T ú no tienes nece­ sidad de papá, puesto qu e tienes una abu ela.” A sí fue literal­ m ente condenada a la frustración. R ecib í a la m am á; se sentó delante de m í y la pequeña ante una h oja de papel. M i mesa se encuentra cerca de una ventana y ahí los niños pueden escribir. Y o m iraba a la niña de reojo, m ientras la m adre m e contaba el dram a del nacim ien­ to. L a p equ eñ a n o en ten d ía nada, estaba tan idiotizada que la m adre po d ía decir lo que fuera delante de ella. (Risas). V eía los ojos de la niñ a cóm o “ se filtra b a n ", en u n a m irada que subía, b ajab a y parecía seguir algo. E n el lu gar donde acos­ tum bro sentarm e, entre las dos ventanas, hay unos estantes con libros. Bruscam ente le dije: “ ¿Q ué haces con tus ojos?” D esconcertada contestó: “ C u en to los libros.” E n seguida le pregunté: “ ¿Y sabes cuántos hay? —C in cuen ta y dos.” Se trataba, pues, de u n a obsesa (risas) y no d e un débil m ental. L e dije: “ C uentas los libros para no escuchar? —Sí. —¿No quieres escuchar tu historia? Es lo que está contando

tu m am á.” En ese m om ento hizo un gesto com o para d ar a en ten d er qu e se trataba d e algo m uy m alo. E x p liq u é a la m adre la im portan cia de la m irada de esta n iñ a q u e contaba los libros. “ Su h ija n o es d éb il m ental, sino q u e está obsesionada.” (Risas.) E l tratam iento de esta pequ eñ a resu ltó extraord inario. C a ­ m inaba com o si su pelvis estuviera d ivid id a, o com o si no la tuviera. Sólo tenía tronco. C om o era m uy am able y las m on­ jas la qu erían m ucho, no d ejab a el curso prep aratorio. T e n ía com pasión de su m adre, q u e había soportado tantas desgracias. Entonces tom é la d elan tera y le d ije a esta m ujer: “ ¿D urará to­ d avía m ucho su vid a de m on ja frustrada?” E lla m e d ijo fin al­ m ente: “ M i m arido m e d ijo que era hom osexual; yo no sabía q u é significaba esto. —¿Entonces usted m iró en el diccionario? (Risas.) —Sí, y vi qu e era u n a cosa m uy grave, u n a perversión.” (Risas.) L e pregun té si su m arido conocía o no a su hija. “ Sí, la ha visto, pero el juez p ro h ib ió qu e estuviera solo con ella.” E l juez había o b ligad o al padre a ver a su h ija ante testigo y fuera de su d om icilio. Su ex m u jer no lo q u ería recibir; en cuanto a la abuela sorda, le decía: “ H ab la más a lto ” , pues tem ía la influ en cia de su h ijo sobre la pequeña. Ser hom o­ sexual era para ella sinónim o de delincuente. Este hom bre era su q u in to hijo. “ Figúrese —decía esta m u jer— q u e mi m a­ rid o era tam bién hom osexual y no m e d i cuenta de ello hasta después que tuve mi q u in to h ijo .” (Risas.) L e pregunté: “ ¿Us­ ted vivió entonces doce años con este hom bre sin darse cuenta de que era hom osexual? P ero se acostaba con usted, puesto q u e tiene hijos. —O h , sí. —¿Se ocu paba de ellos? —Sí, m uy bien. P ero m e d ijo qu e era hom osexual sólo cuando m i ú ltim o h ijo tuvo diez años. P or esto quise q u e m i h ijo se casara. —C om o usted puede ver, el hecho de estar casado no cam bia nada, puesto qu e su p ro p io m arido era hom osexual. —Pues sí.” D e repente, se d io cu en ta q u e el m atrim onio deseado para su h ijo no había servido de nada; q u e no era u n a solución p ara la hom osexualidad. E lla me contó entonces las circunstan­ cias del m atrim onio de su h ijo —m atrim onio arreglado entre señoras y amigos. Este hom bre no se reconoció a sí m ismo com o hom osexual hasta ese m om ento. U n am igo qu e quería m ucho, del que era inseparable, tenía una novia q u e asimis­ m o tenía una am iga. Los cuatro jóvenes salían jun tos. C u an d o su íntim o am igo se casó, se sin tió tan solo que cedió a las instancias de éste y se casó con la otra joven . Su m adre me

confirm ó lo qu e m e contó él m ismo: en el taxi q u e lo llevaba a la iglesia, se puso de rod illas ante su m adre, gritan d o y suplicándole: "N o qu iero casarm e.’’ “ Es dem asiado tarde” , le d ijo su m adre, y pensó: "así no será h om osexu al” . Se divorció, pues, y después se vo lvió a casar. P ero más tar­ de, en su confesión, sin tien do q u e se vo lvía loco, se fue a v i­ sitar a los educadores con los qu e había v iv id o en u n internado desde la edad de cinco años, desde el d ivorcio de sus padres. Éstos le declararon que su padre era un hom bre “ de bien” , y (jue viv ía en otro país. “ T u padre estaba hasta el gorro de tu madre, le explicaron; se hizo pasar por hom osexual para po­ derse divorciar, la ú n ica excusa aceptable en el m edio cerrado ile tu m adre.” El hom bre se fu e entonces a ver a su p ro p io padre, al que no conocía. Se abrazaron efusivam ente y se hicieron m uy amigos. En cuanto a la niña, la seudodébil, llegó a ser extrem ada­ mente inteligente: en ocho meses alcanzó un coeficiente inte­ lectual de 120. Su b loq u eo m ental desapareció por com pleto y se notaba la m ejoría de la m otricidad de su pelvis en todos sus dibujos. A l p rin cip io del tratam iento, n o d ib u ja b a más qu e niños Jesús (había sido educada por las m onjas). Estos Jesusitos eran una especie de larvas, de pequeños falos con form a de salchicha. U n a mism a figura se repetía siem pre: un pequeño salchichón, adosado a una especie de caballete, con una la rva fijad a a u n a de sus patas. Estas representaciones correspondían efectivam ente al conto­ neo de su cadera y p ed í a la m adre qu e le buscara u n a ex ­ perta en psicom otricidad. Yo pensaba, en efecto, q u e esta niña necesitaba, al m ismo tiem po qu e una psicoterapia, reencon­ trarse en la im agen de su cuerpo y en su m ism o cuerpo. Era necesario qu e trabajara acostada, puesto qu e los salchichones de sus dibujos estaban siem pre acostados. L a niña regresó de su prim era sesión de psicom otricidad ago­ tada: “ Se va a rom per todo en m i vien tre y en mis piernas” , le d ijo a su m adre. A q u e lla noche durm ió com o u n tronco. A la m añana siguiente no p u d o ir a la escuela. Pero algunos días más tarde su pelvis se recuperó. C u an d o tom é este caso, estábam os todavía a tiem po. C reo qu e fu e por efecto de cierta prudencia o previsión, qu e esta n iñ a quedó inconscientem ente retrasada en el p lan o psíquico,

al m ism o tiem po sufría u n retraso parecido en su pelvis, la cu al era, p o r así decirlo, hem ipléjica. L o más d ifícil fue persuadir a la abuela sorda de qu e acep­ tara qu e la pequeña viera a su padre y no sólo en la calle. Esto es posible en situaciones triangulares, puesto que el pa­ dre ven ía a consulta, en con traba allí a su h ija y contaba su p rop ia historia. M i fu n ción de psicoanalista me llevó a p regun tar a la m a­ dre: “ ¿Por qué no se ha vu elto a casar, com o su m arido?” E lla se negaba a contestar; era el cura, Dios. L e d ije: “ N o creo q u e Dios sea así de cabrón. U sted puede ped ir el cam bio de d ivorcio a an u lación de m atrim onio.” H ablé de ello con su ex m arido. L e ex p liq u é a la pequeña que no se trataba de una an u lació n de la patern idad de su padre; por el contrario, esta patern id ad se h abía vu elto sim bólica, por el hecho de que el p adre había tom ado la p a la b ra en su nom bre y en el de su hija. El hom bre dio el consentim iento a su ex m ujer. In iciaron los trám ites para la an u lación del m atrim onio. Y o m ism a confirm é el m otivo. L a m adre esperó a qu e su h ija tuviera q u in ce años y que su suegra m uriera, para ven ir a decirm e: “ Es terrible. M i m atri­ m on io está anulado y m e siento más tem erosa qu e antes.” Le respondí: “ Seguram ente usted tiene m iedo de caer de nuevo en una historia parecida. ¿Y si hiciera una psicoterapia?” Le d i una dirección; pero no sé si fue. Dos o tres años más tar­ de recibí noticias de la hija: h abía superado com pletam ente su problem a y estaba a p u n to de ser enferm era. Después me en vió la participación de su m atrim onio. Su m adre tam bién se vo lvió a casar un año después. V ean , pues, el trabajo qu e es preciso hacer. E l psiquiatra m e h abía dicho: “ Es u n a d ebilid ad progresiva. N o hay nada qu e hacer. A cabará en psicosis.” Entonces yo le pregunté: “ ¿Conoce usted la historia de esta niña?” N o se h abía preo­ cupado en saber nada de ella, contentándose con aplicar al­ gunos test. L o interesante es entender lo qu e estaba pasando a esta niña en su cuerpo, en su pelvis qu e no le pertenecía, con su cojera. T o d o estaba cojo. Creo, sin em bargo, que este psi­ q u iatra le hizo un gran servicio. Pues si h u biera pensado que h ab ía esperanzas, le h ab ría prescrito sesiones de reeducación m otriz, que no le h u b ieran perm itido ir al fondo del p rob le­ ma. L a situación hubiera sido peor después.

Se puede uno equ ivocar en el caso de niños que inician aparentem ente una psicosis por una neurosis obsesiva. Esta neurosis obsesiva la p u d e detectar en este caso, porque la niñ a contaba libros p ara no escuchar. T o d o ello nos m uestra que se debe hacer u n trabajo ana­ lítico para restituirle su padre a un niño: no solam ente el padre de sangre, el p adre “ espérm ico” , si se puede llam ar así, sino tam bién el padre sim bólico que el niñ o h a conocido en los prim eros meses de su vida, pues no es el padre san­ guín eo el más im portante, sino el padre sim bólico, en nom bre del cual se valorizan las pulsiones activas de todos los estados aním icos y las castraciones sucesivas de la lib id o p o r parte de un educador adulto, m odelo castrado pero no frustrado, o sea un ser hum ano que se presenta com pleto en su conducta y de acuerdo con la ley, con respecto a su edad y a su sexo.

7. P A G O S IM B Ó L IC O

EL

PAGO SIMBÓLICO

ES UN

CONTRATO



NO ES UN

RECALO

NI

UN OBJETO PA R CIAL — NO TIENE QUE SER INTERPRETADO — EFEC­ TO TERAPÉUTICO DEL PAGO SIM BÓLICO EN UNA AN CIAN A PARANOICA — D IALÉCTICA A N A L Y DIALECTICA DEL SUJETO — FUNCIÓN POSITIVA DE L A DEUDA

p. 1: C u an d o un niño no aporta su pago sim bólico, ¿no corre el riesgo de sentirse culpable? El pago sim bólico no debe ser, de nin gu na m anera, para el terapeuta, una ocasión para cu lp ab ilizar al niño. Por el contrario, si éste no q u iere pagar es una pru eba de que es libre; se le debe felicitar por ello; se puede estar entonces en u n a relación social m u y positiva con él, pero ya no se trata de una relación terapéutica. Su m ism o rechazo lo pone en evidencia: “ Y o no qu iero ser curado por ti. Q u ie ro en­ contrarm e contigo, por gusto, por el m ío y quizás tam bién por el tuyo.’’ Nos toca a nosotros hacerle com prender que lo querem os, pero qu e estamos desem peñando una profesión. Le hemos de explicar qu e sus padres —o las personas del orga­ nismo que nos lo han m andado— han pagado tres sesiones para explicar las razones por las que, según ellos, él tiene necesidad de una psicoterapia; qu e él es lib re de quedarse con sus dificultades, si para él éstas no existen, pues entonces sólo a los demás les parecen tales. Solam ente estamos al servicio de quien nos lo pide, del que sufre y del qu e tiene algo qu e decir. C u an d o las cosas se en tien den así, es sorprendente ver cómo el pago sim bólico se convierte en u n a levad ura del sentim iento de libertad, perm itiendo al niñ o trabajar por él mismo, gracias a algu ien que lo ayuda, o rehusarse. Pero si, por el contrario, se le dice: “ !Ah! T ú no has apor­ tado tu pago; te vas por la pu erta por donde has e n tr a d o ”, f . d .:

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como enojándose con él, no se le está respetando com o sujeto, en su lib ertad de “ hacer con" el Y o qu e tiene; no se le está considerando en una relación de igu ald ad con nosotros. C ier­ tos terapeutas n o en tien den m uy b ien esto. ¿Por qué? Porque piensan: “ V o y a ser m al visto p o r el cm p p si no recibo a este niñ o.” p. 1: C uand o u n n iñ o no está aportando su pago sim bólico durante varias sesiones seguidas, ¿interviene usted? f . d .: Y o siem pre le hago n o tar qu e n o m e h a dado s u apor­ tación. Después le plan teo una segunda cuestión: "¿Q uieres seguir viniendo? —N o , yo no quiero. —Entonces tienes razón. Puede ser qu e tu m adre no haya entendido que tu negativa va en serio. P ero tam bién puede ser qu e tenga razón en en­ viarte, pues aun qu e hoy n o tengas ganas de sesión, quizás querrás volver otro día. ¿Q uién puede saberlo? Q uizás n i tú m ism o.” l.os niños, igu al que los adultos, están angustiados ante la p osibilidad de u n a recaída y dan m ucha im portan cia a las em ociones transferenciales. E l no deseo de u n a sesión es un hecho que se ha de analizar; la resistencia se tiene que ex ­ presar. Si el n iñ o está angustiado, se le dice: " L a últim a vez quizás fue algo desagradable. Quizás has tenid o pesadillas antes o después de verm e; has de pensar: qu é pesado resulta ver a esta m ujer, y tienes razón." Se puede h ablar de resistencia a pagar —en el caso de que sea una sola— cuando, al mismo tiem po, la libertad del su­ jeto se encuentra aprision ada por el deseo de los adultos, que lo em pujan a seguir u n tratam iento. Pero nosotros no qu ere­ mos qu e los padres usen su poder para o b lig a r a un niño a confiarse a una persona como objeto de placer, bajo el pre­ texto de qu e ésta está pagada para ello, pues es su trabajo. L a prim era vez el niño nunca o lvid a aportar su pago sim ­ bólico. P or lo demás, se le ha señalado que debe pagar por adelantado. Si se le ha olvid ad o varias veces, se le dice: "Eres tú el que no qu iere verm e. Bravo. A m í m e toca hacer en­ tender ah ora a tu m adre y a tu padre que son ellos los que están preocupados, y vendrán porque están inquietos por ti. Pero tú n o estás inqu ieto por ti.” Esto se confirm a siem pre pagando, en la m edida en qu e puede ayudar a los padres a reconocer la lib ertad de su h ijo.

Es un prim er paso en la educación de un ser q u e desea v iv ir y desarrollarse. Si los padres desean q u e u n n iñ o q u e quiere desarrollarse perm anezca en su deseo p o r ellos, tienen qu e afron­ tar su deseo como sujeto. T en em os qu e decirles: "Sí, com pren­ do qu e estén ustedes inquietos; él no está de acuerdo a la norm a de los niños; pero lo im portante, antes que todo, es que se dé cuenta por sí m ism o qu e se encuentra en d ificu l­ tades. A ctualm ente, él no es consciente de ello. Son ustedes los qu e sufren, no él.” Es precisam ente gracias al síntom a que el niño no s'ufre. U n niño enurético o encoprésico, no sufre, hasta el m om ento en que, hacia los nueve o diez años, oye decir a sus am iguitos: “ T ú , cochino, vete.” Pero, esto es otra cosa y adem ás todavía puede salvar la situación lavándose solo. Pero algunas veces es más im portante para el niño no in ­ vestir una región de su cuerpo, que pertenece tod avía a la m adre, y que se ha reservado seguram ente a una m adre im a­ gin aria; ahora bien, esta m adre im aginaria en algún m om en­ to estaba representada p o r la m adre real y él no puede re­ nu n ciar a esta dependencia respecto a u n a d u lto antes de la aparición de una cierta activid ad sexual genital. p. 1: ¿Usted quiere decir qu e entonces el n iñ o tiene una zona erógena hipotecada en la im agen del cuerpo de su ma­ d re y que no puede gozar de ella? f . d .:

Sí, así es.

p. 1: E l pago sim bólico es u n o de los temas recurrentes en casi todos sus seminarios, desde hace tiem po. Es para usted com o un criterio de discrim inación esencial de la posibilidad de un tratam iento. ¿No tiene usted la im presión de que su insistencia en esta cuestión es inversam ente prop orcion al a una resistencia, bastante visible, de los analistas respecto a este pago sim bólico? f . d .: U na

r e s is t e n c ia

te r r ib le .

p. 1: A lgunos dicen: “ L o he probado, pero no veo m uy bien para qu é sirve; no sé si fu n cion a.” A lgu n o plantea la cues­ tión: "¿N o será que su efecto depende de la m anera com o se le dice al niño?”

f . d .: Ciertam ente, así es. Sobre todo de la' m anera en que el mismo psicoanalista lo vive. Com o si fuera necesario darle todo gratuitam en te al pobre niño. Pues los terapeutas se po­ nen a veces en el lu gar de una m adre o de u n padre, los cuales, de hecho, nunca reciben un pago de p arte de su h ijo por la educación que le dan. Es una situación falsa para el psicoanalista.

1: Se le ha hecho a m enudo esta pregunta: “ ¿Q ué hace usted antes de considerar la introducción del pago sim bólico?”

f.

f . d .: ¿Antes? Y o he visto m uchos casos de niños qu e no desean su tratam iento. Se siente en seguida cuando un niño no aporta el m aterial necesario. Se convierte en una cosa de sus padres. Y o decía: “ Sería necesario que hicieras com pren­ d er a tus padres —y yo vo y a probar de hacerlo por m i lad o — qu e tú no tienes ganas de ser atendido. Q uizás es a tu m adre a qu ien he de ayudar, si ella se encuentra in q u ieta.” M ientras que, en el caso de un niñ o qu e qu iere ven ir p o r sí mismo, pero qu e se encuentra en un periodo negativo de rechazo, el efecto del pago sim bólico se hace sentir sobre la m archa. Esto se puede constatar en aquellos qu e hacen una transferencia negativa. P o r lo demás fue al tratar con los re­ beldes qu e he tenido la idea de instaurar e l pago sim bólico. ¿T ie n en necesidad de q u e esta rebelión sea escuchada? ¿Esta­ rían dispuestos a p agar p o r ello? ¿O bien no se trata más que de un rechazo a adaptarse a los de su edad, al lenguaje de su edad? Éstas eran para mí las preguntas. El niño decía p o r ejem plo: “ Y o no qu iero venir; no vendré nunca a verla.” Y yo respondía: “ Pues yo tam poco qu iero que vengas; yo sólo qu iero ver a alguien que tenga algo que ped ir a uno que tie­ ne el o ficio de ayudar a u n niño desgraciado. Si tú no quieres, si no eres desgraciado, o si lo eres pero prefieres seguir sién­ dolo, yo no tengo n in gú n derecho de ocuparm e de ti.” Este respeto al otro, que él merece al menos tanto como yo, es tan necesario con respecto a un niñ o com o respecto a u n adulto. N o veo p o r qu é querría yo q u e un adu lto venga a una sesión si no qu iere venir. Sin em bargo h ay analistas qu e o b ligan a venir a pacientes que les han dicho: “ N o vendré más.” Si esto lo han d icho sobre el diván, se tiene que analizar. C u an d o lo han repetido tres o cuatro veces, se les debe adver­ tir: “ ¿Sabe usted que lo que dice sobre el d iván no lo con­

sitiero u n deseo sino una fantasía de deseo? Si desea usted q u e paremos el análisis, es necesario qu e m e lo d iga de pie, asum iendo la decisión com o ser social. N os verem os pues la pró x im a vez.” A m enudo insisten, siem pre sobre el diván: “ Me ha tran q uilizado m ucho poderle insultar." H ace m uy bien poder decir “ m ierda", "p u ta ” y en seguida m archarse diciéndo: “ Adiós, señora." Les gusta fantasear la realidad. Pero algunos no saben qu e el psicoanalista los desdobla, escucha de dos m aneras diferentes. Sobre el d iván se puede decir todo lo q u e se quiere: se trata de la fantasía; m ientras que, cuando está de pie, se trata de una persona q u e sostiene su p u n to de vista frente a o tra persona, diciendo que n o va a volver. C o n o cí a u n psicoanalista q u e arruinó, sin darse cuenta, a u n hom bre que gastó todos sus recursos en el análisis. P ri­ m ero term inó con una pequeñ a herencia; después, fin alm en­ te, se encontró sin nada. D ecía a su psicoanalista qu e no q u ería saber nada de esta realidad: “ N o tengo ni un centavo; m e qu ed a solam ente m i sueldo, qu e necesito para el alquiler, para m i h ijo .” Él h abló de esta realid ad de pie, frente al ana­ lista, al despedirse. "U sted d ebía habérm elo d ich o antes” , le respondió el analista, y se acabó el tratam iento. L a experien ­ cia no fue del todo negativa para el paciente, q u e después de todo com prendió algo al respecto. C reo qu e u n psicoanalista debe exp licar la d iferencia entre lo qu e se dice en el d iván y lo q u e e l pacien te asume de su deseo, cara a cara, com o toda persona social. Se trata de algo esencial, pero m uchos terapeutas n o siem pre com prenden la necesidad de advertir al analizando. D e la mism a m anera, gracias al p ago sim bólico, el n iñ o sabe por él mism o en qué m om ento tiene una actitu d negativa. P uede venir para decirnos: ‘ ‘T e detesto” , pero h a pagado para poder decir esto, ha llegado puntualm ente. Es lo q u e necesi­ taba. Es precisam ente esto —pagar para poder d ecir— lo que le va a liberar de una represión de las pulsiones anales qu e lo estaba afectando. C u a n d o u n niño hace una transferencia positiva, la cues­ tión d el pago sim bólico no es tan crucial, pues el n iñ o ap orta m aterial, elem entos de su pasado. Pero será siem pre a través de la transferencia q u e se va a realizar el trabajo; he aqu í por qu é es preciso p agar por la transferencia, sobre todo si es negativa.

p. 1: El pago sim bólico, ¿no corre el riesgo de convertirse en una especie de regalo disfrazado? U n terapeuta le p regun ­ taba si sería necesario o no interpretar los d ib u jo s qu e u n niño le llevaba com o pago. Pero, ¿qué es lo qu e le da va lo r sim bó­ lico a una piedra, a u n a estam pilla? ¿En qu é se diferencia esto de una fianza, teniendo en cuenta qu e el n iñ o puede con­ fundirse al llevar ese objeto? G eneralm ente, el niñ o se confunde sólo la prim era vez. Gree qu e se le está p id ien d o un regalo. Pues, he aquí uno. Q u iere darm e el gusto. Y o le digo: " A m í m e p agan y tengo una profesión. N o tengo necesidad de regalos. Estoy aqu í para que tú hagas progresos en tu vida, no para q u e m e ofrezcas un regalo. Es por ti q u e pagas. Si haces u n d ib u jo y te gusta dárm elo, d éjalo aqu í. Está m uy bien. (Pero no se lo agradez­ co.) Esto no im pid e q u e m e traigas una p ied ra .” A h í se puede ver la diferencia. C u a n d o algu ien me paga con billetes de banco, no lo ana­ lizo, ni siquiera cuando escriben sobre los mismos: “ Y o la harto a usted.” Se tom an, sim plem ente. Su valor es el de la m oneda, nada más. Ciertam ente. U n d ib u jo contiene m aterial an alítico, pero si lo recibim os com o pago, no se debe analizar. N o hemos de interpretar lo que el n iñ o ha representado en el d ib u jo . Si un niñ o precisa el sentido de la piedra q u e sirve de pago, d iciend o p o r ejem plo: " L a he escogido negra, expresam ente” , se le responde: “ M uy bien, pero yo solam ente te pedí una piedra. Q u e sea negra o no, es cosa tuya.” U n niño m e trajo, dos veces seguidas, una concha en lugar de una piedra. “ T e pedí una piedra. ¿Es esto una piedra? —N o sé. —¿N adie te ha d ich o qu e esto es u n a concita? —Sí. —Pues esto no es u n a piedra. —N o, pero es herm osa. —Sí. T ú quieres darm e u n a piedra, pero al m ismo tiem po quieres darm e algo hermoso. ¿T am b ién tú quieres ser herm oso? ¿Q u ién te ha dicho que eres herm oso?” Este niño de la D irección de A sistencia Social h ab ía sido rechazado p o r su m adre. A b a n ­ d onado, se h abía cerrado sobre sí mismo. Y en efecto, si h u ­ biera sido u n n iñ o herm oso, no h u biera sido aband on ad o por su m adre. C u an d o estaba em barazada de él, q u ería una niña. T e n ía qu e rem plazar a u n a n iñ a qu e m u rió antes de qu e él naciera. E n un caso com o éste, se deja h ablar al niñ o sin buscar

f . d .:

una interpretación. Y o no analicé en aquel m om ento el valor sim bólico de la concha, su deseo de qu e yo le dijera: ‘‘Esta p ied ra es m uy b ella ” —lo cual h ubiera sido un pequeñ o re­ flejo d e lo qu e deseaba oírm e form ular—; com o si yo, como nu eva m am á para él, le h u biera d icho q u e él era bello; como si a través del objeto parcial, obtu viera el reflejo de lo bello, del deseo de su m adre —reflejos del objeto parcial q u e yo le h u b iera devuelto, adm iran do la concha con la que se represen­ taba a él mismo. P od ía ser que yo estuviera p ara él en la relación de placenta con respecto a su cuerpo, dentro de esta m edia concha —pues no era más que la m itad d e una concha. L levar una concha, cuando es una p iedra lo qu e se le pid e, es m uy interesante desde el p u n to de vista de lo que e llo representa. Pero yo no analicé ni su gesto ni el objeto. ¿Ve usted? Es el valor del contrato. p. 1: Q uizás lo que desconcierta a algunos analistas es la idea de que el niño no sólo puede pagar p o r su deseo y por su transferencia, sino que debe pagar por ello, p ara que el análisis sea posible. Sí, é l paga para no sentirse “ atado” ; o al m enos, par.i sentirse m enos "a ta d o ". Pues lo está ciertam ente por sus fan­ tasías. Pero el analista no hace nada para qu e esté así. L o ayuda igual, felicitán dolo incluso cuando no ap orta su pago. Es im portante cuando se trata de la prim era fa lta de pago vo lu n taria, no un sim ple o lvido. Pero tam bién es interesante un olvido : "Y o quería, pero m e o lvid é.” Se le d ice entonces al niño: ‘‘ Es com o si tú fueras dos: u n o que q u iere y otro qu e no quiere; u n o está p o r encim a del otro. Pero tú no sa­ bes qu ién es el q u e m anda cuando vienes: si el q u e olvida qu e es responsable, qu e q u iere qu e sea yo q u ien decida por él, o el que quiere decidir p o r sí mismo. R efle xio n a sobre esto." Se le habla exactam ente com o a un adulto. En el psicoaná­ lisis de niños puede ser qu e exista —¿cómo decirlo?— u n a es­ pecie de sugestión por parte del analista. Pero el sentido de esta sugestión es que todo ser hum ano asuma su deseo, por poco qu e sea. Esta sugestión dem uestra ser tan efectiva p ara res­ titu ir el derecho de vivir a un ser hum ano, qu e creo que debe form ar parte de toda terapia. Es este sentim iento de su lib er­ tad lo que hace a un ser hum ano. Q u ien no lo tiene, no es f .d .:

mi ser hum ano —en m i o pin ión . Algunos puede ser qu e pien­ sen qu e están analizando u n objeto desprovisto de libertad; en el fondo están dem ostrando su incapacidad de d ar a los demás el sentim iento de libertad. Y o no sé cuál es el m argen de libertad qu e m e q u ed a en mi existencia —nadie lo sabe—, pero, si yo no tuviera siem pre el sentim iento de ser libre, creo que no m e sentiría u n ser hum ano. H ay u n p u n to de refe­ rencia m etafísico en cada u n o de nosotros. H ay psicoanalistas q u e rechazan la idea de qu e cada uno conserva una parte de lib ertad, tanto esto los angustia. Sus tratam ientos fu n cion an ; se llev en a cabo b ajo los efectos del narcisismo o aun que los niños no aporten nin gú n m aterial: son como pu pilos qu e les pertenecen. M uchos analistas de ni­ ños dicen: "Este caso es m ío. N o se m ezcle en é l.” Este sentim iento de posesividad se pierde cuando el niño puede desenvolverse p o r sí mismo. El tratam iento debe hacer esto posible. El niño se d a cuenta poco a poco qu e no es el terapeuta lo más im portante, sino él, hasta llegar el m om ento en qu e ya no tiene necesidad de nosotros ni d e nadie más; él llega a este p u n to gracias a algu ien que ha despertado en él el sentim iento de q u e n o está solo, que hay en él dos instancias: según la prim era se auto-m aterna; según- la otra, se auto-dirige, sin estar b a jo la dependencia de su m adre o de su padre, como cuando era pequeño. U na especie de dialéc­ tica irá estructurando su personalidad. A l contrario de aquel psicoanalista qu e arru inó, sin darse cuerna, a un paciente, nosotros hemos de cu idar a alguien p ara qu e p u ed a servirse de su valor adqu isitivo para él, en su realidad. N o se trata pues de d ism in u ir este valor adquisitivo, sino al contrario, de hacerlo cada vez más disponible. N o se debe u tiliza r todo el d in ero d isponible en el estudio d e las fantasías de su deseo. H ay una realidad qu e el analista debe respetar, incluso en lo q u e respecta a la estim ación del pre­ supuesto qu e debe dejarse en m anos del paciente. L o mism o ocurre con un niño. Si al ped irle un franco, lo d eja usted con e l b o lsillo vacío, m ejor renu ncie a ello, aun­ qu e él estuviera de acuerdo en dárselo. D ígale: “ N o, gracias. T u s padres pagan por ti. L o qu e quiero es algo que pruebe de que eres tú, y nadie más, el que quiere este tratam iento. U n signo. Por ejem plo: un boleto de m etro coloreado o una estam pilla. P orqu e se trata de un m ensaje qu e tú traes, aun­ qu e n o sepas en qu é consiste exactam ente. Este m ensaje es

u n a parte de ti, que tú no conoces, la p arte que m olesta a la q u e sí conoces, q u e está en dificultades, arrinconad a.” Estam os ya en terreno del inconsciente, pero esto no signi­ fica que la realid ad deba estar subordinada a la preocupación exclu siva del inconsciente. D e ninguna m anera. En esto la ética y la técnica del psicoanálisis se articulan. C reo que se en cu entran tan estrecham ente unidas qu e en un sem inario com o éste no podem os h ablar de técnica sin hablar al mism o tiem po de ética. ¿C uál es la fin alid a d del psicoanálisis? Es estar al servicio de algu ien para u n a com prensión que lo res­ titu ya a sí m ismo com o sujeto, en lugar de q u e su deseo sea considerado como conflicto interno. P or esto nuestra técnica y nuestra ética respetan las leyes de su desarrollo; han de ser flex ib les para el sujeto; no deben ser controladas p o r noso­ tros, psicoanalistas; no han de depender de otra persona que no sea el m ismo sujeto. L a prim era vez qu e controlé a una terapeuta qu e trabajaba en u n dispensario de sector, fue a propósito de u n a m ujer q u e h abía perm anecido qu in ce años en un hospital psiquiá­ trico. Se encontraba en el periodo posterior a la m enopausia. H ab ía ingresado al h ospital ju n to con su h ija —se trataba de un d elirio de a dos. L a h ija perm aneció allá, m ientras que la m adre salió, porque ya estaba “ clasificada” . Desde hacía seis años esta m u jer venía dos veces por semana a hacer su psicoterapia en el dispensario. Seguía con el m ism o d elirio, y com o tenía p o r lo m enos cincuenta y cinco años, le d ije a su analista: “ Es necesario cam biar el tratam iento. Si existe la p o ­ sib ilid a d de devolverle la libertad, o de qu e pueda hacer algo —pues la enferm a no hacia absolutam ente nada, la m ante­ n ía n — se le tenía q u e p ed ir un pago sim bólico; un boleto de m etro.” Así lo hizo la analista, después de haber elaborado con ella u n pequeñ o balance de todo el tratam iento; “ ¿Qué le h a reportado este tratam iento, durante estos seis años? —N ada absolutam ente; todo sigue igual. —Bien, vam os a em ­ pezar a registrar a p artir del prim ero de enero. D e aqu í en adelante usted me traerá un boleto de m etro com o pago sim­ bó lico .” Este caso llegó hasta el procurador de la R ep ú b lica. Se le pregun tó el precio de un bo leto de m etro. Esta m u jer estaba m uy bien asistida, pues la adm inistración p ú b lica le p rop or­ cion aba incluso el costo del transporte cuando ven ía a psico­ terapia. Se pasaba el tiem po fastidiando a sus vecinos, poco,

pero lo suficiente. L a asistente social tenía que calm ar a la gen­ te, pues la enferm a colocaba los m uebles contra la puerta, con el pretexto de qu e no le arrojaran no sé qu é proyectiles. V iv ía com pletam ente sola. Sus únicos encuentros eran las sesiones con su terapeuta. F.1 m édico-jefe —era una m u jer— recibió una carta del pro­ curador de la R ep ú b lica . M anifestó su asom bro a la psicoterapeuta: “ ¿Usted hace p agar a la señora T a l? ¿N o sabe usted qu e está p roh ibid o en nuestro sector?” L e p id ió cuentas y la analista le ex p licó la situación, ind icánd ole qu e fue por con­ sejo m ío que ella in tro d u jo este tip o de pago, p ara p erm itirle quizás a la enferm a, atrincherada tras sus m uebles, salir de esta situación. E l m édico-jefe le advirtió q u e ella arriesgaba perder su plaza si el procurador daba curso a la acusación. L e d ije a la joven analista: “ Esto es com prom etido; es preciso detener el golpe.” N o h u b ieran pensado nun ca q u e este pago sim bólico p u d iera ser u n boleto de m etro perforado. Se es­ tud ió el problem a. A h o ra bien, no h abía más qu e tres esta­ ciones entre el d om icilio de la enferm a y el dispensario; y tres bancos, a lo largo del gran boulevard, en los que podía sentarse en un trayecto a pie. Fue así com o se arregló el asunto. E lla aceptó ven ir a pie a sus sesiones y dar, com o pago sim bólico, el boleto de m etro q u e le proporcion aba la adm inistración. Y esto fue fantástico, pues esta m u jer se curó. El recurso del p rocurador term inó porque “ no procedía” —creo qu e m i nom bre pesó a la hora de la verdad. El m édico-jefe se convenció de que valía la p en a experim entar el pago sim bólico. A u n q u e ella jam ás ha­ bía oído hablar de esto, pensó que funcionaría bien, sobre todo después de ver a la enferm a —con una especie de sonrisa h u i­ diza y viviend o com o un parásito— cómo em pezaba a rebelarse. F.ra algo com pletam ente nuevo. N u n ca se la h abía visto así. H asta entonces sólo h abía expresado la rebelión m uda de una perseguida qu e se subía por las paredes; pero esta vez, aun m anifestando esta persecución a la terapeuta, ella hablaba con todo el m undo en el dispensario. D ecía acerca de la analista“ Si seré desgraciada. M e dice qu e puedo ir con otra, pero yo qu iero seguir con ella. N o tiene derecho a hacerm e esto." H ab ía, en efecto, cuatro terapeutas en el dispensario, y la (pie yo tenía en control había dejado en lib ertad a su pacien­ te de seguir el tratam ien to con otro. Ella se negó. A lgunos le decían: “ Venga a seguir su psicoterapia conm igo” y ella

respond ía obstinadam ente: “ N o, no.” Se puede ver en ello lo qu e es la transferencia. Entonces nos dijim os: "A h o ra sí h a cam biado algo ” , e in­ cluso el m édico-jefe, m uy aguda, lo señaló. Pues bien, esta m u jer no solam ente se curó, sino qu e llegó un d ía a la sesión diciendo: "¡Q u é b ien me hace cam inar!, ya m e tenía abu rrida el m etro: ida y regreso en metro. Pero es­ taba obligada a tom arlo, puesto que me daban el boleto." (Risas.) A lg ú n tiem po después p id ió a la analista cam biar la hora de una sesión, porque una vecina le h ab ía pedido un servicio. Pero, en realidad, q u ería cam biar todo a causa de este acon­ tecim iento, es decir, m od ificar d efin itivam en te los horarios de las sesiones. El hecho se rep itió y poco a poco com enzó a tener un horario de trabajo en una casa. Cesó de atrincherarse en su casa. Poco a poco tuvo un horario de tiem po com pleto en casa de u n a persona q u e necesitaba ayuda: cocinaba y cu i­ d aba a los niños. En fin, es form idable. Esta m ujer se salvó, después de vein­ tiú n años de atención: q u in ce en u n hospital psiquiátrico y seis en el dispensario de sector. p. 2: T e n g o la im presión de que existe una am bigüedad, u n a oscilación que se inscribe en la con ju n ción de los dos térm inos “ p a go ” y “ sim bólico” . f . d .: Así es, el pago real se hace en cierta cosa y el sim bólico en o tra cosa.

p. 2: Q uizás sería suficiente conservar sim plem ente la noción d e pago, sin añadir la de sim bólico. Pues detrás de esta no­ ció n de pago, siem pre está la idea de lo que cuestan las cosas. Sí, pero el dinero se u bica en la d ialéctica anal, y el pago sim bólico no está hecho p ara esto; no sirve para situar al analizando en una dialéctica anal, sino para hacerlo acce­ der a una dialéctica de sujeto, a una dialéctica del ser. Se trata de que el paciente, a través d el pago sim bólico, dem uestre al otro, su psicoanalista, así com o a sí mismo, qu e son dos su­ jetos idóneos qu e tienen qu e com unicarse algo im portante. El psicoanalista reconoce, por m edio de este pago sim bólico, al analizan do com o un sujeto qu e espera de él que lo escuche. f . d .:

Usted me hace caer en la cuenta sobre algo q u e en aquel tiem po sólo h ab ía en ten dido de una m anera in tu itiva . Esto me pasó en Trousseau. Y o había pedido u n pago sim bólico a un adolescente que p o d ía disponer quizás de unos diez fran­ cos por semana. V en ía cada qu in ce días y q u ería pagarm e de su bolsillo cinco francos, q u e entregaba a la recepcionista para m í. Esto no significaba nin gú n problem a para T rousseau, pues­ to que era él q u ien decía querer pagar. A h o ra bien , su m a­ dre le ordenaba p agar estos cinco francos en la o ficin a como co n trib u ció n al precio de la consulta que ella pagaba —esto se supo por la señora A rlette, la recepcionista. Así pues, la m adre daba al hospital la sum a estipulada, m enos cinco fran­ cos, para que el m uchacho diera los cinco francos restantes. Esto q u ería d ecir —y es lo q u e está en ju e g o — qu e la m adre no h ubiera qu erido pagar por su h ijo si éste no pagaba su parte en ¡a oficina del hospital, o sea directam ente a la ins­ titución, y no a la analista. L a señora A rlette sabía qu e se trataba de un pago sim bólico, y que podría, pues, reducirse a u n franco —e incluso a diez centavos; todo depende del contrato establecido. M e puso en antecedentes sobre el asunto. El niño protestó m ucho. Era a mí a q u ien quería d ar estos cinco francos y n o a una caja anónim a en la p lan ta baja del hospital. V in ie ro n a verm e discutiendo entre ellos. Pregunté lo que pasaba. “ A h, el se­ ñor esto, el señor aqu ello —decía la m adre. N o qu ería dar sus cinco francos a la caja. Q u ería darlos a la señora D o lto ." Él estaba furioso. H ablam os del asunto. L a m adre dijo: ‘ ‘Y o le p roh ibí que le diera a usted cinco francos, porque si yo pago por él, no hay necesidad de que él le pague a usted.” Era pues la m adre q u ien le proh ibía ser él mismo, de actuar en nom bre propio, de ser algu ien en su prop ia psicoterapia. E lla quería que él la ayudara a pagar, pero no qu e pagara él, en su nom bre propio. Estábamos en una posición d ifícil los tres. P regu nté a la m adre: “ Y si usted no tuviera qu e pagar nada, ¿le perm itiría venir?" E lla reflex io n ó un instante y d ijo; “ Pues no, ¡soy yo q u ie n m ando!” Estábamos acorralados. Ella q u ería pagar y sin em bargo tam bién qu ería que él la ayudara a pagar. Esta m ujer, d ivorciada, desem peñaba, además, un papel fá]ico en el pu eblo donde vivía. Era un personaje im pactante; tenía una fu n ción im portante en la vid a social; se ocupaba

de distintas organizaciones. Adem ás, era una m u jer m uy co­ rrecta. Su h ijo estaba com pletam ente an iqu ilad o. Com o disponía de algo de d inero, qu ería p agar p o r sí m ism o, pero su m adre, q u e gan aba bien, n o qu ería qu e él me diera de su dinero, pues consideraba que los cinco francos que él m e pagaba d i­ rectam ente eran de algu n a m anera un excedente, puesto que ella d ebía saldar el costo de la consulta. Q u ería qu e él p a­ gara asociado con ella. C om o yo le h abía ped ido a este ado­ lescente un pago, esta cantidad se tenía que descontar del suyo. C o m o usted puede ver, cada caso es especial. Desde aqu el m om ento le pedí al m uchacho que sólo me p agara diez centavos, pero a m í, y se lo d ije a la m adre. Se trataba realm ente de algo sim bólico. p. 3: A propósito del pago sim bólico, quisiera h ablarle de un caso. Se trata de un m uchacho de ocho años, más o menos, q u e sufre desgastes com o consecuencia de una h em ip lejía m uy ligera. Su padre está en tratam ien to analítico. Su m adre es d iabética, y en parte esta diabetes de la m adre es la causa de q u e el niñ o tenga este problem a hem ip lcjico desde su naci­ m iento; el p arto fue provocado. V i al niño prim eram ente con sus padres, m uy a m enudo; después, a petición suya, sin los padres. Su m adre lo acom ­ paña . . . f.d .:

¿Y qu ién paga?

p. 3: Los padres. N o he p odid o obtener un pago sim bólico por parte del niño. f.d .:

Señal de que él no q u iere venir.

p. 3: Sí quiere. N o quiere. N o es necesario recibirlo. Puesto q u e él no pagaba, podría discutir sobre esta falta de pago con él, diciéndole: “ Yo sólo recibo a la persona qu e paga; entonces, m e­ jo r vo y a ver a tu m adre.” Pero él ha pedido e x c lu ir a su m adre sin hacerse responsable de su tratam iento. ¿Q ué signi­ fica ex clu ir a su m adre? Significa: transferencia heterosexual hacia usted —u hom osexual, no sabemos; pero, a p riori, puesto f.d .:

que usted es una dam a y él es un m uchachito, qu iere tener una dam a para él solo. Esto no tiene nada q u e ver con un trabajo analítico; al menos, n o todavía. Se po d rá trabajar a p a rtir del m om ento en q u e él pague para q u e usted desem peñe su o ficio con respecto a él. Si sigue siendo u n n iñ o p ara p apá y m am á, si son ellos los q u e pagan, no está tod avía en tra­ tam iento. ¿Q ue p apel desem peña usted en esta relación?, yo no lo sé. ¿Es él un objeto parcial, u n objeto de transición de la m adre, qu e ella presta? U sted debe ex igir ver a la m adre cada vez m ientras él no pague. D íg ale al niño: “ Si tú quieres verm e solo, pagas tu parte. Si no pagas, quiere decir q u e no eres responsable de ti mismo. Entonces, son tus padres los respon­ sables; son ellos los qu e pagan; a ellos voy a ver.” Y esto es más im portan te si se trata de clientela privada. p. 3: Y o no he sabido, ciertam ente, im poner este pago sim­ bólico desde u n p rin cipio. H u b iera debido in trod u cirlo desde el m om ento en que, a petición del niño, he d ejad o de ver a la madre. C reo que usted no h a elaborado el cuadro d e la psico­ terapia de m anera que ésta fuera para él u n trab ajo psicoana-lítico. Sería necesario p regun tarle a la m adre si ella está de acuerdo en qu e el niño venga solo.

f.d .:

p. 3: A h, sí. E lla está de acuerdo. f . d .:

¿Y el padre?

p. 3: El padre tam bién. f .d .: E n ese caso, se le dice al niño: “ R eflexio n a, pero ahora, si tú vienes, has de pagar. ¿C uánto dinero llevas en el bolsi­ llo?” Se le pide al m enos una q u in ta parte del dinero que lleva. M e acuerdo que, en las instituciones, los niños tenían unos seis francos por semana. A ctualm ente, los qu e están bajo la responsabilidad de personal especializado reciben diez francos por semana por p arte de la d a s s . Pues bien, se les h a de p ed ir dos francos.

p. 4: Pero, cuando se le pid e una q u in ta p arte del dinero de su bolsillo, para m í, entram os en las m atem áticas y en el o rd en de las finanzas. No es así. Se trata de algo sim bólico. E n el sentido de qu e el niño dem uestra lo qu e desea; estim a q u e vale la pena privarse de dos o tres dulces —o de lo q u e representa para él una unidad.

f .d .:

p. 4: Según mi o pin ión , esto no es sim bólico. Se trata del mis­ m o uso del d inero qu e hace todo el m undo para c o m p r a r ... N o, no todo el m undo u tiliza el dinero de esta m anera. Generalm ente, se sirve uno del dinero para obtener algo de algu ien que se considera pagado a cam bio; se trata de un be­ neficio m utuo. A h o ra bien, el psicoanalista no recibe ningún ben eficio de los dos francos del niño.

f .d .;

p. 4: Es pues una sum a sim bólica, pero sólo para el psico­ analista. Es sim bólica para el psicoanalista y para el niño: para el psicoanalista no representa u n poder de com pra; para el niñ o representa el hecho de considerarse sujeto responsable de sí mismo, aun qu e sepa que está a cargo de la Seguridad Social o de sus padres.

f .d .:

p. 4: ¿Es pues sim bólico para el niño a p a rtir de una ciert i suma? N o, puesto qu e una estam pilla puede ser igu al de sim ­ bólico. Dar una estam pilla es sim bólico: es el precio de una carta [lettre] —del ser [de l’étre]. P ero tam bién una pied ra es sím bolo de lo qu e ha q u ed ad o en el suelo, de lo q u e dejam os tirado en el suelo [ierre]. Pagam os por u n “ ca lla r” [/a/re] qu e no tiene ni m asculino ni fem enino.

f .d .:

p. 4: L o que es sim bólico en esta historia de piedras, estam ­ pillas o imágenes, lo puedo concebir, pero cuando se trata do dinero, todos nos ponem os a contar. P or ejem plo, se nos dice: “ Si quiere alq u ilar una casa, es preciso qu e usted gane tan­ tas veces lo qu e cuesta el a lq u iler.” Hacemos cuentas.

F ijan d o el precio de una sesión a un adulto, el psicoanalista no tom a en consideración un valor sim bólico; este dinero le sirve p ara vivir. Conozco el caso de un niñ o a q u ien un psi­ coanalista se negó a atender porque no daba lo suficiente. f . d .:

¿Y qué pasó?

p. 4: B ien, entre diez centavos y dos francos, hay una dife­ ren cia . . . ¿Entre diez centavos y dos francos? Esto depende de la edad. Q u e el niño no haya dado lo suficiente es lo qu e hay qu e analizar: ese "n o su ficiente” . Si, p o r el contrario, quiere d ar más, es preciso analizar el por qué, lo cual no significa que va a guardar este “ de m ás” . Pongam os esta sum a de lado. Puede suceder en ciertas sesiones de análisis —es bastante raro, pero m uy interesante— qu e los pacientes tengan necesidad de p agar m ucho más, aun en el caso de que no se haya de­ jad o suponer que un d ía tendrían que dar una suma más elevada. A h ora bien, si es indispensable para ellos hacerlo, se tendrá que analizar. L o cual no quiere decir q u e no se le deba restituir esta sum a cuando el acting out haya sido ana­ lizado. A lgu nas veces u n niño no quiere dar su aportación; esto no significa que esté en una transferencia negativa, en una a ctitu d de rechazo. N o puede hacerlo hoy, com o alguien que no tiene los m edios para pagar en tal fecha. ¿Por qué quiere estar en deuda? Es lo q u e se va a analizar. L o deberá hacer. H ay pues personas qu e quieren quedar en deuda. H e visto a una de éstas en mis prim eros tiem pos de analista —y puedo d ecir “ prim eros” p o rq ue era antes de 1940. Era un hom bre que quiso qu ed ar en deuda hasta qu e su h ijo tuviera siete años —tenía ya una h ija m ayor. Sólo cuando su h ijo tuvo esa edad m e envió la sum a qu e m e debía, añadiendo lo qu e él estim aba a cuenta de la devaluación. Im agínense ustedes. Y o ya no me acordaba, pues la recibí 15 años más tarde; además no se tra­ taba de una sum a m uy im portante. Este hom bre m e ex p li­ caba en u n a carta que h abía querido expresam ente quedar endeudado: “ A h o ra puedo pagarle. Usted no puede saber has­ ta qué pu nto esta d euda me ha ayudado a vivir: me ha per­ m itido tener un h ijo, seguir con m i m ujer —pues los com ien­ zos de nuestra vida en com ún fueron m uy difíciles. M i fam ilia f . d .:

está bien. M i h ijo tiene siete años: la edad q u e yo tenía cu an­ do m i m adre m urió.” Este hom bre era el m ayor de cinco herm anos. Y toda su historia se centraba en esta ru p tu ra absoluta en su vida: la m uerte de su m adre. L o q u e es fantástico fue que necesitó esperar q u e su h ijo alcanzara la edad qu e él tenía cuando m u rió su m adre —pér­ d id a a la qu e había sobrevivido— p ara poder hacer el d uelo de ese cordón u m bilical q u e h ab ía q u erido guardar conm igo. A h o ra estaba seguro de q u e ya no lo ib a a necesitar jam ás. M ientras, h ab ía guardado una ocasión p ara volverm e a ver, en carne y hueso. Esto lo ayudaba, p o rq u e pensaba: “ Puesto qu e tengo una deuda, siem pre puedo ir a visitarla, sin hacer cita.” Esta deuda significó, d uran te todo este tiem po, la po­ sib ilid ad de encontrarse conm igo. Este caso dem uestra claram ente qu e el dinero es a la vez real y sim bólico. Siem pre es así. Desde nuestro lu gar de ana­ lista, sólo recibim os el dinero real, pero conocemos e l valor sim bólico qu e tiene para el otro, el analizando, cu an d o enten­ dem os el sentido que tiene p a ra él. P ara un niño, el pago es siem pre verdaderam ente sim bóli­ co, pues lo representa com o su jeto qu e asume su responsa­ b ilid ad, incluso si el niño reconoce que, en realidad, son los padres los responsables de él, con un fondo com ún para toda la fam ilia.

E L PECH O, PORTADOR DE L A FUNCIÓN FÁLICA —

EL NOMBRE-DEL-

PADRE NO ES PATRON ÍM ICO — E L CASO DEL H IJO DE sfcCHEBOEUF — E L AM OR ENTRE SERES H ABLANTES

NO ES UN CELO



FREUD Y

LA PROHIBICIÓN DEL INCESTO — EL PA PEL DEL NOMBRE-DEL-PADRE EN L A ESTRUCTURA Y CH ACH A

SEXUALIDAD DEL M UCHACHO Y

DF. LA

M U­

p. 1: M e gustaría qu e nos h ablara de los significantes del padre. (Risas.) ¡Es u n tem a tan am plio! ¡Y tan im portante en cada m om ento de la evolu ción de un niño! Es m u y d ifíc il hablar d e su influ en cia, estructurante o d ebilitante, sobre el Y o, en una neurosis. Pero es fácil captarla en el desarrollo de la vida de u n niño, desde su concepción hasta la edad de tres años —pues es el m om ento en q u e el padre, como hom bre respon­ sable, adquiere todo su valor, sobre el que se fu n da una cer­ teza. con respecto a la sexu alid ad del niño y al o rg u llo qu e siente éste de su sexo; tam bién es el m om ento en qu e puede fa lla r respecto a la hum an ización de su h ijo o h ija. E l padre, en lo qu e respecta a la ley de la cual ju n to con la m adre es el ejem plo, confirm a o no al niño el lu gar q u e se le re­ conoce en sociedad; de aqu í arranca su d ign id ad narcisista. Es d uran te el E dipo qu e el nom bre de aquel q u e el niño conoce com o su p adre adqu iere una gran im portancia. Pero antes de que el n iñ o sea nom brado legalm ente por su ape­ llid o , ju n to con los nom bres de p ila del registro civil, lo que está inscrito en él, sin referencia significativa al padre, procede de lo qu e ha captado de la im aginación de la m adre. L o que se transm ite pues del corazón de la m adre a la carne del niño, en la m edida de su relación dual, sólo se interrum pe en ciertos m om entos por la relación triangular. A esta edad, los soni­ dos vibrantes o sordos de la voz de la m adre cuando habla f . d .:

del padre o cuando se d irige al padre tienen más va lo r signi­ ficativo para el niño que el nom bre del padre com o palabra. Sin em bargo, es im portante q u e u n a m adre h a b le de este hom bre a su h ijo diciendo “ tu p ad re” , y no “ p a p á " (como si ella fuera tam bién h ija suya). N o se ha de o lvid ar qu e antes de conocerlo com o persona, el niño tiene una im agen parcial del padre, relacionada con el pecho: el pecho de la madre es el padre en la madre. He a q u í algo arcaico en e l ser hum ano: el pecho de la m adre es fálico. H ay una erección del pezón; y así como m am ar pro­ voca la erección del pene del niño, excita probablem en te la erección orbicu lar vaginal de la niña. En tanto qu e fálico, el pecho es ya portador del sentido del nom bre del padre; quizás n o del padre concreto del niño, sino del padre en general. Es p o r esto por lo que desde la época de la lactancia, este significad o de la patern idad puede sufrir una inversión que afecte el tubo digestivo del niño, cuando éste no capta la re­ lación que su m adre m an tiene con él com o necesariam ente vin cu la d a a un hom bre, en el qu e se origin an el deseo y la alegría de ser m adre. p. 2: ¿N o es tam bién el hecho de qu e el pecho sea dad o y retirado lo que le d a v a l o r . ..? Sí. Es como un eclipse del padre, en el espacio y en el tiem po; el pecho se asocia de este m odo al pene visitador del cuerpo de la m adre, durante la vida intrau terin a del feto. Es este eclipse lo que da al pecho su valor de espera, prim ero cuando el niñ o siente la necesidad, después cuando lo desea au n q u e no tenga necesidad; p o iq u e el deseo en si es un de­ seo de com unicación con la persona que tiene este pecho. E l pecho es a la vez respuesta a! deseo y signo de un deseo probablem ente cóm plice de la m adre, cuando ella se dispone a am am antar al niño. Esto es lo terrible de la tetilla y el b i­ berón sujeto entre los cojines. N o hay un rostro qu e pueda hum anizar el deseo que siente el bebé de com unicarse con el otro, más allá del ham bre y de la sed. Por esto decim os que el pecho es una referencia fálica de origen oral. Si la m adre no está u nida a un hom bre, representa ella sola para el niño a los dos padres: ella es a la vez p ad re y m adre. Esta relación parece bastar para el niño cuand o la m adre no tiene el com plem ento de la com pañía ele un hom ­ f . d .:

bre elegido por ella. Pues es por la presencia y la palabra de otra persona asociada a ella que la m adre se convierte en un ser glo b al, un o b jeto total, com o se dice, distin to de los otros objetos del niño; m ientras q u e d uran te la lactan cia y los cuidados corporales el niñ o se siente com o un o b jeto parcial, un atribu to del ser de su m adre, al m ism o tiem po ella se le presenta tam bién com o o b jeto parcial de él m ism o, fusionado a él. El objeto total, un sujeto bicéfalo, es él-su madre que ¡o alimenta, en una sola im agen corporal, fálica, fusionada, en la que el esquema corporal no se percibe claram ente antes de que el niñ o em piece a cam inar y tenga autonom ía m otriz p ara la satisfacción de los deseos. V ean ustedes lo com plicado qu e resulta esto, pues en lo que concierne al padre o rigin al, en el inconsciente del niño, todo depende de la actitud inconsciente arcaica de la m adre con respecto a su p rop io padre; después de su relación em ocional respecto a sus herm anos, los prim eros hom bres de su vida; des­ pués del padre del niño (del padre legal, en el caso de que no sea el mismo qu e el genitor). N o se ha de o lvid ar tam poco la astenia de la m adre en relación con su hijo. Esta focalización de las m últiples actitudes em ocionales in­ conscientes de la m adre con respecto a las tres personas im­ portantes de su vida se ha de analizar, o al m enos abordar brevem ente en las prim eras conversaciones. El herm ano de la m adre, por ejem plo, ya sea más joven o m ayor, no hace más q u e reforzar, para ella, la proh ibició n del incesto; ya sea por­ qu e ella, de pequeña, im aginó que su herm ano (como ella mis­ m a) era un niño partenogénico de su p rop ia m adre, ya sea p o rq u e él ha tom ado el lugar del niñ o incestuoso que ella esperaba de su padre. D e todas maneras, en su im aginación, su herm ano, siem pre que fuera am ado p o r ella, puede haber p refigurado un papel de m arido, en lugar del padre, o un pa­ pel tutelar de m adre. Y, si se trata de un herm ano más joven, com o ya hemos dicho, puede representar al niñ o incestuoso q u e no ha tenido, pero q u e ha im aginado haber recibido de su padre o de su m adre. En cu alq u ier caso, herm anos y herm anas son, en sus rela­ ciones im aginarias recíprocas, los qu e apoyan las fantasías gra­ cias a los cuales la p roh ib ició n del incesto —hom o y hetero­ sexual— con respecto a los progenitores se redu plica y se reitera, asegurando así la hum anización de la sexualidad y la subli­ m ación en una am istad casta y en una asistencia m utua. T o d o

niñ o o niñ a es especialm ente sensible a lo qu e dice, y todavía más a lo qu e no dice la m adre —y la fam ilia m aterna— con respecto a los herm anos de ella. Las niñas están igualm ente interesadas en lo que respecta a las herm anas d e su padre y de su m adre. E l p apel de los tíos paternos (a través de los padres) n o representa una in flu en cia estructurante tan im ­ p o rtan te en el inconsciente de un niño, en los prim eros años de la vida. Su in flu en cia se resiente más tardíam ente, y de u n a m anera consciente. Sin em bargo se ha de hacer una excep­ ción en lo qu e respecta a niños q u e m ueren a corta edad, del m ism o sexo que u n sobrino o sobrina. Esta corta vid a les vu elve a la m em oria a sus herm anos y herm anas, cuando éstos se convierten en padres. Este recuerdo, o algo no d icho que vien e a ocu par su lugar, convierte en angustia la alegría de los padres si el bebé se ve afectado en su salud, o si su com ­ p lex ió n recuerda a algu n o de los dos al herm ano m uerto de corta edad (incluso si no lo conocieron). Los niños perciben siem pre el tem or que sienten los padres a causa de este pasado.

Después de los cinco años el niño sim boliza al padre por su nom bre; ya sea q u e lo lleve o no, éste es el q u e le abre o le cierra las puertas de la sociedad, según el estilo y el valor afec­ tivo de las relaciones personales qu e tiene con el padre. U n niñ o corre el riesgo de ser aplastado p o r el valor qu e la socie­ dad le reconoce efectivam ente a su padre, el cual no es para él u n apoyo en los m om entos d ifíciles de la infan cia o la ju v en ­ tud, y que dem asiado ocu pad o en su carrera y en sí mismo aband on a la educación de su h ijo en m anos de la m adre, in d i­ ferente hacia el uno y hacia la otra, y especialm ente hacia la m adre, como m ujer. Para un m uchacho, el padre es el hom bre que le dem uestra am or y atención, apoyando su em ancipación; ya se trate de su verdadero progen itor o no, ya lleve su a p ellid o o no. El padre es a la vez u n m aestro de vid a y un refuerzo para el narcisism o del joven. P or el contrario, es posible que u n hom bre, apegado a su h ijo en form a narcisista, espere de él q u e cubra sus d eficien ­ cias y logre engañarlo, au n q u e sea su p rogen itor —qu e el niño lleve o no su a p ellid o — y q u e no se acuerde de él en los m om entos difíciles. Y esto ocurre p o rq ue conserva en su m e­ m oria el nom bre de su progen itor. ¿Por qué?, ¿y por q u é no,

tam bién? U n padre de esta especie deja en su h ijo un inte­ rrogante, lo d eja en la búsqueda de u n m od elo q u e a veces sólo encuentra m uy tardíam ente, sobre el cu al transferir una adm iración hom osexual o sentim ientos de rivalid ad , en una situación significativa p ara él, ya sea con respecto a una m ujer, en una pasión o en una actividad cultural. Los padres im pedidos de dar la castración son unos frus­ trados frustrantes. Sin em bargo, con la con d ición de qu e en­ tien d an lo suficientem ente tem prano las d ificu ltad es de un hom bre así, un jo v en puede llegar a am ar verdaderam ente a su padre, sin esperar en vano q u e éste le p u ed a servir de m aestro o de m odelo. L os padres de esta especie son a m enu­ do hom bres socialm ente estim ados, pero decepcionantes en el hogar, e incluso a veces celosos del éx ito de su h ijo , si éste 110 lo consigue en la lín ea trazada p o r su deseo secreto y frustrado. U na psicoterapia puede lograr qu e u n jo v en se libere de esta situación fam iliar, pues, m anteniendo la fuerza de inte­ gració n social y el entusiasm o que caracterizan el periodo de latencia y el p rin cip io de la pubertad, el terapeuta (mas­ cu lin o o fem enino) ayuda al joven a atreverse con experiencias d e relación y a sacar una lección de todo lo qu e le -pasa; en p articu lar, lo pone en g u a rd ia respecto a lo q u e inten ta re­ petir, ya sea para darse seguridad, ya se trate de una m aniobra para evitar algo. A fo rtu n ad am en te existe u n a d iferencia entre el Y o ideal que el niño se ha form ado a im agen de un padre real pusilánim e y el Ideal del Y o que es ahora el suyo, en su adolescencia. L a m ism a vid a tam bién lleva a sufrir castraciones a todos aquellos que no las h an recibido a tiem po p o r parte de sus padres. N o le toca al psicoterapeuta dar estas castraciones, pero debe ayudar a un jo v en a sim bolizar su negación de la reali­ d ad sin deprim irse. P or el contrario, o ír a u n terapeuta puede perm itir a u n joven en con trar un nuevo resorte de lanzam ien­ to o nuevos cam inos. H acer de su p rop io nom bre el de un hom bre qu e se sentirá feliz de darlo, a su vez, a sus hijos, significa haber reencon trado para sí el nom bre del padre: o sea el nom bre de un h ijo que ha honrado a su padre, sabién­ d olo o no sabiéndolo éste. El Nom bre-del-Padre y el padre real no tien en el mismo efecto en la estructura de la hija. Com o el niño, tam bién la n iñ a depende de su relación con su m adre (o con la m ujer

q u e es su nodriza). En el caso del niño, esta p rim era relación con su m adre fálica es estim ulante para la salud som ática y para la sexualización. L a persona de la m adre erotiza hetero­ sexualm ente la sexualidad del niño, pero hom osexualm ente la de la niña. Es el padre (o el hom bre qu e vive con la m adre) qu ien despierta la heterosexualidad de la niña, la cual se separa en esto de la m adre, qu e sigue representando la seguridad en la satisfacción de sus deseos. L a m adre fálica o ral sigue estando, d uran te m ucho tiem po para la h ija en oposición con la atracción qu e el padre ejerce sobre ella. A de­ más, esta atracción de la h ija por el hom bre se distingue del v ín cu lo qu e tiene con él en cuanto representa su seguridad existencial referida a lo que yo llam o la im agen de base;' l;t atracción de la h ija por el hom bre se encuentra sin em bargo a veces en contradicción con esta seguridad. E l Nom bre-del-Padre es igualm ente sim bólico para la hija, después de la edad de cinco años, tanto en la relación per­ sonal y afectiva que m an tiene con él, como en la relación de p areja del padre con la m adre, según si este ú ltim o aporta o no seguridad, vida y fecundidad a la rival de la niña: la m adre. Es decir, incluso faltan d o la relación afectiva, el padre desem peña un papel im portante para la h ija, com o asociado a la m adre y que en un caso lím ite puede llegar a ser un o b jeto parcial de la m adre. U n padre que casi no haga sentir su presencia en la casa puede sin em bargo p erm itir qu e se vaya construyendo la sexu alid ad y la personalidad de su luja, q u e se vaya desarrollando en espera de su época n ú b il. L le­ vándose más o menos bien con la m adre, o incluso siendo o b jeto de celos cuando inten ta afirm ar su valor de m u jer d e­ seable por parte de los hom bres, la h ija conserva, indepen­ dientem ente de la fu n ción sim bólica del N om bre-del-Padre. el deseo de ser en su fantasía, de alguna m anera, la elegida del padre. En tanto la fantasía del deseo incestuoso hacia el padre es estructurante para la fem ineid ad de la h ija, cuanto más desi Esta .seguridad le viene de lo que alguien responde de la imagen funcional fálica. Si se trata del padre, lo es en tanto que está asociado a la madre progenitora. I.a zona erógena genital de la niña se encuen­ tra pues segura, por haber sido asumida por estos dos adultos desde un principio. £1 padre es pava la hija el significante del valor del funcio­ namiento genital M ir o (cf. Fran^oise Dolto, L 'h n n g c in c o n sc ie n te d u corps, i>l>. d I .).

tru ctor resulta para su lib id o si se llega a realizar (con el padre o con el herm ano). Ella se som ete a esto en detrim ento de su dinám ica —cu lpab lem en te o n o— con el sentim iento de ser una víctim a sacrificial deshum anizada. Adem ás, llevar el nom bre de este hom bre qu e ha qu erid o gozar de ella, fuera de la ley qu e representa, es para la h ija u n deshonor (por oposición al orgu llo de la q u e puede, en nom bre p ro p io de hija, dad o por el padre, conservar la m em oria y los ideales de un padre atento hacia su persona, pero casto al m ism o tiem po). El nom bre de su progen itor el niño lo conoce p o r su m a­ dre. Este nom bre sale en las pláticas de la m adre, y en el valor fálico que e lla reconoce, im plícita o exp lícitam en te, en los hom bres qu e conoció antes de aquel que la hizo madre. E lla mism a se ha visto vin culada, en su fem ineidad, al apellid o de un hom bre y a su fuerza engendradora —haya sido o no su progenitor, conocido o no por su prop ia m adre. El niño, incluso si no lleva el apellid o, es la respuesta de u n padre al deseo de una m adre; pero no es m enos sujeto, en su deseo de tom ar cuerpo (de hom bre o de m ujer) de la ligazón con sus progenitores. A ñ ad o una pequeña nota clínica: no creo qu e haya niños qu e lleguen a la p u b ertad sin haber llen ado papeles con la firm a de su padre. T o d o s, niñas o niños, lo hacen en un m om ento dado. C ad a u n o busca entonces su p ro p ia firm a en relación con la de su padre —la h ija im ita la de su padre y la de su m adre para en con trar la suya. Y se trata de un ju e go que se hace de u n a m anera com pletam ente consciente. Pero ni el niño ni la niñ a reproducen jam ás el nom bre de soltera de la m adre. Es precisam ente la época en q u e se acep­ ta el Nom bre-del-Padre. Esto no im pide qu e se vea a adultos qu e, en un rúbrica elocuente, pueden an u lar de un solo trazo el nom bre de su padre (que es tam bién el suyo) sobre su propia firma. A u n q u e no sé m u y bien cómo se pude a rticu lar lo qu e les he dicho hoy con la teoría de I.acan, estoy segura de qu e en­ contrarán esto m ism o en sus enseñanzas. Lacan dice cosas m uy ciertas en el orden sim bólico, en un registro de abstracción que recubre un núm ero de casos considerable; es un trabajo de m etáfora y de teoría, en el sentido en que efecta a los con­ ceptos. Y o concibo mi papel como una m anera a la vez me­ tafórica y m etoním ica de ilustrar su trabajo. Por esto creo

q u e aquellos, entre ustedes, que com prendan las form ulaciones d e l.a ca n sobre el Nom bre-del-Padre encontrarán a llí lo que les he d icho acerca del arcaico antes de la vocalización y de la escritura. V o y a relatar el ejem plo clín ico de un niñ o al qu e pondre­ mos el a p ellid o de Sécheboeuf [Secabuey]. T e n ía gratules pro­ blem as desde qu e iba a la escuela. Sus padres no sabían por qu é. P or él he sabido qu e era el hazm erreír de sus com pañeros, a causa de su apellido. Si a u n n iñ o le d uele q u e se burlen d e él p o r el hecho del a p ellid o de su padre, qu iere decir q u e algo n o está claro en su relació n con su padre. L legó a T ro u ssea u a causa de un fracaso escolar total. Su tratam iento no d u ró más qu e cinco o seis semanas, a razón de u n a sesión p o r semana. Pues bien , a raíz de dos sueños se curó. E n el prim ero, se encontraba en un m u nd o sin seres h u­ manos, un m undo donde los anim ales decían: “ V ale más no ser hum ano, p o rq ue si se es hum ano no se reconoce el anim al d e donde se ha salido.” Estos anim ales tenían pues la palabra; pero si estos “ habientes” (parlétres) se presentaban bajo form a anim al en el sueño del joven P au l Sécheboeuf, era por fobia a los seres humanos. Fue por este sueño que supe de su malestar ante sus com pañeros por llam arse de aqu ella m anera. E ra un niño m asoquista, constantem ente atorm entado física­ m ente p o r los com pañeros q u e se burlaban de él. Los maes­ tros no sabían qu é hacer (pueden sentirse responsables, en otras circunstancias, cu an d o por ejem plo p ueden tom ar for­ m ulaciones de quejas oficiales, pero n o era el caso). P or la razón q u e fuera, este niño a m enudo era expu lsado del salón, con el pretexto de qu e su cond u cta alborotaba al grupo. Él se las arreglaba para ser, según parece, cóm plice de la agresión de la qu e era o b jeto por parte de todos. N o supe si esta situ ación de víctim a crónica fue anterior o secundaria con res­ pecto al fracaso escolar. D espués de su p rim er sueño, m e d ijo llo ran d o qu e era en la escuela donde se burlaban de él, pero qu e nunca se h abía atrevid o a h ablar de ello a su padre, porque tem ía u n bofe­ tón. T a l era la fantasía de este niño, cuyo padre no me había parecido un ser insensible. Él reprochaba a su padre por ha­ berle dado este a p ellid o y pensaba que si le decía qu e se bur­ laban a causa de su ap ellid o, su p ad re le pegaría. A sí pues, los com pañeros rem plazaban al padre: su actitu d

significaba que ellos n o aceptaban la inserción de P au l en la sociedad. É l era u n anim al a q u ien tenían q u e pegar. H e a q u í el segundo sueño: S ubía por u n cam ino m uy abrupto, que era com o un to­ rrente seco, cubierto de piedras que hacía rod ar con sus pies; avanzando siem pre con el riesgo de caerse. “ P ero yo d aba la m ano a m i p ap á.” A garrados así el u no del otro, n o caían. En este sueño, el padre estaba seguro p o rq u e d aba la m ano a su h ijo . P au l asoció: “ Com o en el m ar, cuand o las olas se llevan la arena bajo los pies.” Esta im agen del m ar, con el riesgo de perder el sostén, cuando se retira, rem itía tanto a la m adre com o al padre, los cuales p o d ían hacerle perder su eq u ilib rio . A h o ra bien, era el padre q u ien lo tenía agarrado para ayu d arle a su bir p o r u n cam ino d ifícil. Después de algunas asociaciones, P au l retom ó el relato de su sueño: Y después, he aqu í q u e se oyó un gran ru id o, y desde lo alto del cam ino, cargaba hacia ellos una m an ada de toros, con sus cuernos bajos h acia adelante, espantosos. Y él estaba sobre este sendero. T e n ía qu e soltar la m ano d e su padre, de lo contrario ib a n a ser los dos tum bados, pisoteados, aplasta­ dos. Era necesario dejarlos p a s a r ... Después, ya no sabía d on ­ de estaba (estaba com o alien ado, sin saber si seguía soñando). Ix>s toros habían pasado y se podía contem plar un cielo m uy bello, los pájaros cantaban. Su padre, qu e estaba a su lado, le d ijo de repente: “ Entonces, ¿todo bien, m i jefe?” , así, sim­ plem ente. A sociando su sueño, su terror, su prop ia ausencia y lo qu e había seguido después de esfumarse la escena del sueño, P au l d ijo : “ Era como si m i p a p á no h u b iera visto los toros qu e se nos ven ía n encim a.” Este sueño, m uy interesante, nos h a llevado a h ab lar de toros, de vacas, de bueyes, en fin, de todos los bovinos. L e pregun­ té: “ E l ternero, ¿de q u ién es hijo? —E l h ijo de la vaca." Pero ignoraba el papel del toro. P au l se había quedado en el nivel de lo que yo llam o la “ castración prim aria bis” en m uchachos qu e tienen u n sentim iento de inferiorid ad terrible, p o rq ue creen qu e el padre n o tiene nada q u e ver en la concepción. El padre sólo sirve para llevar la paga a la m adre y para d arle a u no un a p ellid o rid ícu lo . Es la m adre la q u e detenta la om n ipoten cia fálica, engendradora y al i m enta dora.

A h o ra bien, en el sueño, P au l era atacado por los toros. N o h ab ía vacas. Así lo había d icho él, sin saber nada sobre la d i­ ferencia entre unos y otras, ni tam poco saber la d iferencia en­ tre toros y bueyes. “ ¿Los bueyes?, tam bién son vacas” , me d ijo. “ ¿Por qué se les llam a bueyes entonces? ¿Los bueyes tienen terneros? —N o sé; yo creo que son las vacas las q u e tienen terneros. —¿Y los toros? —Pues, no sé. Son m alos. M e d an m ie­ do. A veces los am arran. N o sabía nada m ás.” Fue por el análisis de este sueño y por sus asociaciones que este niño tuvo la revelación de la castración qu e convierte a los toros en bueyes, dóciles para el trabajo. C om pren d ió que si no se les castraba, no era posible hacerlos trabajar, qu e una cosa im plicaba la otra. D el mism o m odo ocurre entre los h u ­ m anos, que conservan fisiológicam ente su fecun did ad sexual, au n q u e estén som etidos a la ley que les p roh íbe el hom icidio y el incesto. D e otro m odo no p odrían ser fecundos ni como genitores y padres ni en su trabajo. E l padre de P au l era obrero, m uy trabajador. Este hom bre era estim ado por la m adre, la cual hacía trabajos domésticos. Se llevaban bien. Pero se sentían hum illados, p orq ue en lugar d e desarrollarse norm alm ente, su h ijo tendía ligeram ente a la obesidad; según ellos, caía en una especie de desgano frente a la alim entación, lo cual dem ostraba su ap atía y su papel de cabeza de turco, incapaz de defenderse. U n m édico que h abía visto al niño, había d icho a su padre q u e P au l no tenía los testículos en su lugar, lo cual lo d ejó preocupado. Pero ni el m édico ni sus padres le habían ex p licad o al m u­ chacho qué eran los testículos y por qué le h abían exam ina­ do esta parte de su cuerpo. Era pues un toro, pero no se lo h abían dicho. D esconocía la fecundidad de su padre y la suya propia, qu e le h abía sido transm itida por lo de los “ testículos en su lugar.” P ud e aclarar todos estos enigmas. P au l se transform ó rápidam ente. De hecho, se trataba de verbalizar la castración sim bólica, la ley de la sexu alid ad hum ana. E n las sesiones siguientes m e dijo: “ Sabe usted, he podido hablarle a mi papá. L e he pregun tado si cuando era pequeño se bu rlaban de él en la escuela. M e contestó: “ N aturalm ente. Pero yo estaba orgulloso de qu e se bu rlaran de mí, porque m i abuelo era un Sécheboeuf, mi padre era u n Sécheboeuf, y yo tam bién. Los Sécheboeuf son gente valien te." H e aquí lo qu e se le d ijo en la dim ensión del significante, por parte de su padre. Pero, hasta el m om ento en qu e le di

algunas explicaciones sobre la vida, Paul no se h abía atrevido nunca a decirle qu é p apel le atribu ía: el de u n a pieza secun­ daria, el de com pañero casual de la m adre. Hasta aquel m o­ m ento, este padre que trabajaba como u n buey, no tenía nada que ver, según el niñ o, en la fecundación de la m ujer. Este niño no conocía la clave de la concepción, n i el sentido de las palabras qu e expresaban c! deseo y el am or conyugal, del que sus padres p arecían sin em bargo un ejem plo. A partir del trabajo realizado sobre estos dos sueños, los fonem as de su apellid o cam biaron com pletam ente de sentido. C u an d o le p regunté acerca de la a ctitu d de sus com pañeros, m e respon­ dió: "N o , ya no se b u rla n de m í. N o sé p o r qué, pero ya no tienen ganas de pegarm e.’’ P aul era uno de estos niños qu e provocan lo qu e se llam a la corrección paterna, cuando no pueden recib ir la castración sim bólica. In citan al padre a agredirlos, perm aneciendo en re­ lación con él en las pulsiones masoquistas fem eninas, como una vaca en relación con el m acho, buey o toro, en cuanto se m uestra como tal. Era P au l el q u e h a b la b a de "g olp iza” ; los padres decían "d esgan o " (que era precisam ente lo contrario del ideal transm itido en la línea paterna: los Sécheboeuf son valientes). Para un n iñ o antes dei Edipo, en la época de ía castración prim aria, n o es el m acho, el padre, algu ien con pene, el que tiene valor fálico, procreador, sino la m adre. E l niño puede considerar el pene com o u n objeto pen etrante o u n látigo, puesto qu e no conoce el papel fecundador e ignora la existen­ cia del deseo sexual del padre, asociado al am or, con respecto a su m ujer. Lo que buscaba P aul provocan do a sus com pañeros era ser golpeado, penetrado, fantaseando las golpizas de su padre, dejándose llev a r por pulsiones hom osexuales pasivas, hasta qu e com prendió el p apel activo genital del padre con relación a él y se d io cuenta de qu e el padre, qu e parecía tan seguro, se m ostraba in q u ieto por la sexu alid ad de su h ijo . P au l perm aneció en la fantasía de un falism o uretral m ag­ nificado, desarrollado con respecto al padre y a otros com o él. Este falism o uretral no lleva necesariam ente a la genitalidad, la cual consiste, en los hombres, en un deseo significado por el cuerpo, llevando a la patern idad por m ediación del am or y de la palabra, m ientras que la observación de los anim ales

nos m uestra qu e en ellos no se trata de deseo sino de celo, caso p a rticu lar de la agresión. El origen de las potencialidades del deseo de vio lació n en un hom bre provienen ciertam ente de esta época en la qu e el p a­ dre es adm irado en tanto qu e uretral-fálico, ind epen dien te­ m ente de las palabras de am or que él pueda decir a la m a­ dre. Es u n deseo de d om inar al otro, de en trar en el otro. ¿Por qu é no? Para un m uchacho es m agnífico ver las cosas así; p ara una niña, es al m ism o tiem po algo terrible, pero esta escena no es de n in gu n a m anera u n a in iciación a la g en italid ad . Es com o u n instinto respetable. M uchos niños tienen una im agen de la escena prim itiva com o de instinto realizado, espectacular, con la representación de u n patriarca q u e tiene todos los derechos. Esto form a parte, p a ra el niño, de algo qu e parece adm itir. A h o ra bien si no se le dice qu e el am or entre hum anos no es instintivo, o se le dice q u e debe callarse, en el caso de qu e presencie una relación sexual, como si se tratara de algo m alo, entonces no puede haber E dipo en este niño. Es precisam ente en este caso qu e existe u n deseo de m atar al padre. N in g ú n niñ o o niñ a puede ad m itir qu e su padre se com porte com o bestia en celo respecto a la m adre sumisa; u n ser que h a b la no puede adm itir h aber nacido de u n acto del que ni el p adre ni la m adre p u ed en h ablarle com o de un acto bello y hum ano. E n los principios del psicoanálisis, es com o si Freud, h ablan do del asesinato del padre, se h u biera quedado en este p u n to sin llegar al Edipo. E n efecto, Freud no m enciona las palabras de am or qu e el padre d iría a la m adre y a los h ijos engen­ drados con ella. A u n q u e no queda más que la lu ch a de las pulsiones uretrales de los hijos, cuando éstas se v a n desarro­ llan d o es contra u n padre en el que las mismas pulsiones em­ piezan a debilitarse con la edad. Sin em bargo, la m adre, fu en te de vida de los hijos, les es proh ibid a. A sí pues, en el m ito freudiano, la p ro h ib ició n del incesto ocu pa su lu gar an­ tes de qu e los seres hum anos tengan acceso a la palabra. Pero F reud no está equivocado, puesto que sabemos q u e en los grupos fam iliares genéticos de monos, los más jóvenes no p u e­ den tener relaciones sexuales con su m adre o su herm ana; el m acho dom inante les p roh íb e tenerlas con las hem bras qu e son suyas. (Se puede observar lo mism o con los caballos de

Cam argue.) Esto quiere decir que el incesto está in dicado de al­ gun a m anera, pero no p roh ibid o, en ciertos anim ales qu e tie­ nen costum bres de adaptación y ritos de gru po. E l incesto no está prohibid o, puesto qu e no usan la palabra, pero es im pe­ dido, obstaculizado, p o r exclusión, p o r retorsión, por e x p u l­ sión del gru p o de aqu el qu e no se som ete a su ley. F reud inventó u n a p ro h ib ició n en la naturaleza, y pienso qu e tenía razón, puesto que se refiere a anim ales q u e tienen ya u n a vida social, p o r el hecho de q u e el aprendizaje vital de los pequeños m am íferos erguidos se hacía p o r com paración con los m am íferos adu ltos erguidos, y esto representa el fin al del crecim iento. Adem ás, creo que el hecho de desear fusionarse sexualm ente con el a d u lto qu e lo h a representado durante todo el tiem po de su crecim iento hace vo lver al pequeñ o a sus orígenes; dism inuye el ritm o de su dinám ica. R ealizar el de­ seo incestuoso p rod u ciría u n a especie de autism o entre dos seres fusionados. Pues se produce una desactivación din ám ica si hay posesión genital p o r parte del que ha sido el m odelo de crecim ento. Freud observó justam ente, en Tótem y tabú, lo que no se expresa con palabras; pero es la palabra lo q u e perm ite una especie de incesto hablad o. E l deseo puede hablarse, fantasearse cu lturalm ente, no se puede realizar cuerpo a cuerpo sin con­ secuencias destructoras en el nivel de la cultura. El caso clínico qu e hem os analizado dem uestra cóm o el nom ­ bre del padre, articu lad o con el apellido, Sécheboeuf, d ejó de ser problem a para el n iñ o desde el m om ento en que se aclaró el p apel del padre en su genética. E n el p lan o social el padre era estim ado, tenía su papel; pero no tenía asignado un lugar en la encarnación del cuerpo de este m uchacho, q u e entre to­ das las posibilidades, había desarrollado la de u n ser feminoide —lo cual no correspondía a su fisiología. C o n relación a los niños de su edad, se com portaba com o un infecundo m ental, fóbico, qu e provocaba la agresión. Sus pulsiones uretro-anales podían convertirlo en objeto de rechazo por parte de sus com pañeros, a causa de su nom bre, qu e al m ism o tiem ­ po lo designaba com o h ijo de su padre. H acerse atacar por su padre era u n a form a de asegurarse que era su h ijo , pero sin saber cómo lo era: y he aqu í de qué m anera d efen día este nom bre. A u n q u e natu ralm en te no podía operar la m etáfora creadora de las pulsiones agresivas orales y anales qu e son ne­ cesarias para la adquisición del saber escolar así como para

la ejecu ció n de las tareas. T o d a la escolaridad prim aria se hace con las pulsiones orales y anales. A pren d er nociones, cal­ cu lar y hacer cuentas. T o d o el m undo lo sabe. T o d o s los es­ tud iantes se resfrian antes de un exam en; después, en el ú l­ tim o m om ento, se corre al w c , q u e está llen o hasta el tope de todo lo qu e será necesario darle al profesor, fálico y todo­ poderoso, qu e dará látigo si n o se satisface lo qu e él espera. (Risas.) Existe siem pre algo de esta ansiedad en las formas de aprender, de calcular; no se trata de verdaderas sublim aciones, puesto que no se pu ed en red u cir a lo genital. Estas pulsiones pregenitales siguen desem peñando un cier­ to papel durante toda la vida, pero sobre todo en las situa­ ciones en que se siente el p eligro de no obtener una prom oción. p. 1: ¿Podría decir algo más sobre el pecho p ortador de la fu n ció n fálica y sobre su articu lació n en este caso? Esta articulación se hace por experiencia vivid a en el cuer­ po: por el hecho de qu e el niño se confirm a en su cuerpo, en su derecho a vivir, por la p len itu d qu e le aporta el seno hinchado de leche. Pues bien, si ve a esta m adre que le d a el pecho en com pañía de otro; si observa qu e e lla le refiere a este hom bre y qu e éste le refiere a su m adre, entonces lo qu e recibe de la m adre viene de la palabra del padre —lo que presignifica el en riquecim iento de la vitalid ad del niño, el cual se enorgullece del hecho de q u e el padre es el alim ento afectivo de la m adre, la cual, cuando se refiere a él, se convierte en alim ento afectivo del niñ o. Los tres son responsables, cada u n o respecto a los otros dos p o r el vín cu lo genético; después del nacim iento, por la relación del objeto p arcial fálico que satisface el deseo; m ientras q u e la relación tria n g u la r de amor se d irigirá hacia el deseo: al verla em parejada con otro, la p areja qu e el niño form a con su m adre tiene sentido para su fu tu ra sexualidad consciente, en relación con el deseo del otro en el amor. f.d .:

p. 2: A partir del hecho de qu e el niño oye la palabra del padre cuando la m adre le da el pecho, ¿se produce una aso­ ciación entre pecho y palabra?

f .d.:

Efectivam ente.

p. 2: ¿Percibe al m ism o tiem po el niño q u e esta voz es de otra persona? f . d .:

Sí.

p. 2: ¿E xplica esto el hecho de que, para el niño, la voz se distinga de la cadena significante, o sea la palabra? L a pala­ bra no es la voz. U sted dice que el Nom bre-del-Padre se en­ cuentra presente desde el p rin cip io ; no por la presencia del padre sino por el hecho de que la m adre se refiera a él con pa­ labras. Así pues, esta p a la b ra del padre oíd a p o r el niño, ¿no es solam ente una voz? f . d .: No. Esta p a la b ra es más qu e una voz. L a voz es uno de los significantes parciales de la em oción que encarna sim­ bólicam ente el padre en el hijo, a la im agen de los sentim ien­ tos suscitados hacia este hom bre por parte de la m adre. Pero hay otros elem entos adem ás de la voz: la m irada, el gesto, la m ím ica del rostro son portadores de sentido. Finalm ente, es el “ abstracto” de todas estas significancias lo q u e va a con­ densar y sim bolizar el Nom bre-del-Padre. ¿Q ué es el padre? Es tal nom bre. Es una palabra. Sin em bargo, siendo sólo u n í palabra, va a representar para el niño, desde su nacim iento, toda la lín ea patern a a través de este hom bre. El Nombre-delPadre es tam bién todo lo que hay de valioso en este hom bre, según lo qu e la m adre dice de él al niño. D el m ism o modo, es la com plem entaridad afectiva lo qu e ella ha encontrado en este hombre, el repuesto de sus propias carencias, como la alegría que siente de su plir las carencias de él. L a aparición del niño en la pareja form a parte de la significancia de lo qu e d a la m adre al padre y recíprocam ente. En fin, la p re­ sencia misma del p ad re frente al niño puede ser uno de los significantes de su fu n ción sim bólica. Para el pequeño Paul, esta presencia era probablem en te m uy pobre en palabras. Por ello veía a sus padres com o anim ales, qu e debían ocultarse de ser humanos. Ellos nunca habían dado una educación sexual a su hijo; no veían la necesidad de ello. V ivía n en París, pero eran los dos de origen rural, y no gozaban de lo que se llam a un "n iv el cu ltu ra l" elevado. Este niño no había obtenid o res­ puestas a sus preguntas sobre la sexualidad, en ningún vota

b u la iio apropiado. Sin em bargo, para él, todo estaba en su lu gar a nivel sim bólico, pues am aba a su padre, se sentía se­ g uro con él —su sueño lo dem ostraba claram ente. P ero el pe­ ligro estaba representado en este sueño por las piedras que p o d ían rodar y arrollarlos. A h o ra bien, las piedras están aso­ ciadas a los excrem entos que se d an a la m adre. Si ella castiga al n iñ o a causa de estos excrem entos, a causa de estos "actos" que no se producen en un buen m om ento, ella los desnarcisisa. L o m ismo ocurre en lo q u e respecta a las experiencias ju n to al m ar: se siente valiente de afron tar las olas, pero si la arena se desliza bajo los pies, se puede salvar d an do la m ano a papá. El pequeño P au l tenía una buena m am á y un buen papá, pero no le habían verbalizado nada acerca de exp erien ­ cias tales como la observación de la diferencia de los sexos y de su papel. Es necesario captar todo lo q u e esto signi­ fica sim bólicam ente. Este niño sentía que en com pañía de sus padres, no le su­ cedería n in guna desgracia; pero en sociedad con otros, perdía d icha certeza. Para en frentar esto, no h abía encontrado otra solución qu e identificarse con su madre. p. 1: ¿Identificarse con su m adre o form ar cuerpo con ella? Es una identificación de ser cuerpo com o otra. N o podía ser más qu e un objeto, en una "escena p rim itiva ” , con respecto a la masa form ada por los otros m uchachos. H e aquí como se m anifiesta esto en el análisis clínico; pero cuando lo deci­ mos con las fórm ulas de L acan, se entiende claram ente el sentido. Los diversos casos son una ilustración. A ntes de poder analizar los textos de los sueños, ha sido necesario aqu í des­ codificar las fantasías del niño, para ayudarlo: a n ivel de la castración prim aria, y de la castración prim aria bis (que nos hacen reconocer q u e los m uchachos no son niños; y qu e los niños son m ujeres y hombres). Para las niñas la castración prim aria2 consiste en reconocer que no tienen pene; la castración prim aria bis, aceptar qu e no tienen senos. Las superan de una form a qu e no es visible, com o en el caso de los niños, por una creencia im aginaria f .d .:

2 Cf. 1 .'Im ag e in c o n sc ie n te ilu c o rp s, o p . c it., “ La pp. 164-185.

castration prim airc".

en el “ hacer” m ágico de las m adres, qu e p rod u cirían niños de m anera digestiva, partenogenética. Si n o se las disuade de ello, pu ed en qu ed ar p o r toda su vid a fijadas a esta fantasía, qu e no im pide la vida del cuerpo, pero qu e representa un obstáculo para las relaciones m ixtas así com o para la castra­ ció n sim bólica; b loq u ea el pleno desarrollo del E díp o, así com o el deseo de tener u n h ijo del padre. A band onadas a este estado de ignorancia, las niñas im aginan qu e los hijos son productos m ágicos de la consum ación oral de un objeto p arcial, o el re­ sultado de u n piquete, p o r ejem plo. Está la teoría de una jo v en qu e h abía tom ado, a la edad de doce años, u n curso de educación sexual, p agad o a un precio elevado por su pobre m adre, viu d a. H ab ía entendido que las niñas tenían desde siem pre los bebés en su cuerpo, pero que era necesario u n p i­ qu ete que los señores hacen con su “ cosa” , para qu e los bebés p u ed an desarrollarse y salir. (Risas.) Esto es lo que había sacado de su instrucción sexual esta inocente, h ija de inocen­ te. E n cuanto a los hom bres, ellos tenían un va-gain;* no te­ nían las mismas reglas qu e las m ujeres: en los hom bres era blanca, m ientras que en las m ujeres era sangre. Com o ustedes pu ed en ver, no es suficiente instruirse. (Risas.)

* Va-gain de va — ir y ga in = aumentar; va-gain en los hombres y vagiti (vagina) en las mujeres, [t.]

9. P SICO SIS

UN NIÑO PSICÓTICO NO PIDE NADA, PERO SU ESTADO SÍ 1-0 PIDE — EL NIÑO PSICÓTICO ES UNA INTELIGENCIA PURA —

EN EL ORIGEN

DE UNA PSICOSIS, CONFUSION ENTRE DESEO Y NECESIDAD —

¿QUIÉN

H A B LA EN LAS VOCES DEL ALUCINADO? — FUNCION DE LA

MANO

EN LA RELACIÓN CON LOS PS1CÓTICOS

p.: U sted aconseja el pago sim bólico para los n iñ o s ... k .d .t

Así es. En todos los casos.

p.: Pero ¿se puede ap licar esto igualm ente a los niños psicóticos? Pues se trata de niños que tienen dificultad es en seguir un tratam iento en su p rop io nom bre. Pues, no sabría decirle. C ad a caso tiene sus p articu lari­ dades. Es necesario abordar los tratam ientos de psicóticos caso por caso. AI prin cipio de una curación, en efecto, u n niño psicótico no pide nada; pero su estado sí lo pide, estoy segura. Pues bien, en este caso u n a prueba para in trod u cir el pago sim bólico no puede hacerse a solas con el niño, sino siem pre con los tutores. A p artir del m om ento en qu e el niño psicótico le cierra la puerta en las narices a u n tutor, para tener su sesión, se le puede decir com o a cu alqu ier otro niño: “ Si tú quieres trabajar solo conm igo, estoy de acuerdo por una o dos veces, pero la tercera vez tú me traerás un pago sim bó­ lico .” El niño psicótico es capaz de ello, pues sabe perfecta­ m ente los días de sus sesiones. Los padres le van a decir: “ H a­ bitualm ente, se levanta a las nueve; pero los días de sesión, está levantado y vestido desde las seis.” Sin em bargo, son niños que no hablan y no tienen sentido del tiem po. Desde que se establece la transferencia, es nece­ sario decirles la fecha de la sesión siguiente. N o se sabe cómo, pero la recordarán. f . d .:

Los psicóticos son una inteligen cia pura'. A p a rtir del m om ento en que un niñ o psicótico com pren­ de que está haciendo u n trabajo, todo sucede com o con cu alq u ier otro niño; pero se ha de juzgar caso p o r caso. Por eso no puedo darle una respuesta a prior i. N in g ú n psicótico se encuentra en una estructura que se pueda descodificar inm e­ diatam ente para darle la posibilid ad de acceder al E dip o y de decir "y o ” ; sin em bargo, él se puede sentir “ yo” , sin tener la capacidad de decirlo; es, pues, capaz de traer un pago sim bó­ lico que el analista decidirá con él. p. 2: ¿Sólo después de algunas sesiones puede com prender que está haciendo un trabajo? Sí. P or esto son necesarias unas sesiones prelim inares en las que no se pide u n pago sim bólico. N o podem os iniciar una terapia sin estar de acuerdo con el niño; se ha de esperar qu e esté decidido a realizar un trabajo para com prender una angustia —lo cual no significa siem pre, o no lo significa del todo, curarse de u n síntom a del que la sociedad o los padres quisieran desembarazarse. “ ¿Qué es lo que n o funciona? ¿T e sientes desgraciado? ¿De qu é te sientes mal? —A h , sí, me siento m al de m i padre” —palabras de u n esquizofrénico. “ T ú no puedes cam biar a tu padre, pero, trabajan do conm igo, puede ser que puedas curarte o soportar lo m al que te hace sentir tu padre.” f .d .:

p.: ¿Q ué quiere usted decir cuando afirm a qu e un psicótico es u n a inteligencia pura? f .d .: Pues bien, es u n a inteligencia que no tiene m ediaciones p ara poderse apreciar, es lo que qu iero decir. Com o todo ser hum ano, el psicótico tiene la fu n ción sim bólica, pero en él gira hacia el vacío, sin m edios de com unicación perceptibles para nosotros. Sin em bargo se com unica, percibe, sin qu e nosotros sepamos cómo. Percibe a través de una tram a q u e es la suya, qu e sólo algunas veces llegam os a descifrar. A veces parece no p ercib ir nada; como ciertos autistas que saben la fecha de su sesión, sólo p o rq ue ese d ía se levantaron. Éste es u n hecho, u na realidad de la pasión del niño psicótico. L a inteligencia es u n a fun ción sim bólica y todo ser hum a­ no está dotada de ella. Pero, como no hay representación p o ­

sible sin un código, esta fun ción sim bólica necesita medios, es decir, m ediaciones, qu e son la percepción y la castración. A cep tar u n código es aceptar una castración: es reconocer que, p ara poder expresar sus propias percepciones y captar las de otro, es necesario u tiliza r un código común. L os psicóticos tienen un código perturbado —lo cual no qu ie­ re decir que no sean inteligentes. A lgunos tienen, com o los anim ales, u n código que nosotros n o tenemos; o con la pesa­ dez: están en una relación con las fuerzas cósmicas de la que nosotros no tenemos experiencia. Son como u n a especie de so­ n ám bu lo. U n sonám bulo tiene una inteligencia inconsciente form idable; en su lugar, nosotros nos rom períam os la cara. ¡Y todos estos esquizofrénicos q u e brincan sobre cables eléctricos! N o nos lo podem os explicar. N o ven nada, pero nunca se tropie­ zan m ientras que un niño sano, o sea norm alm ente neurótico, con algunos pequeños síntom as, se golpea en los ángulos de las mesas, se enreda los pies entre los cables. ¿Ve usted? L o que q u iero decir es que los niños psicóticos tienen un código de­ m asiado perturbad o para qu e los podam os com prender direc­ tam ente. N uestro trabajo consiste en descifrar este código en relación con ellos mismos y en relación con su historia, pues fu n cion a a un nivel m ucho más profun d o qu e en el neurótico.

E n el origen de la psicosis hay una ru p tu ra del vín cu lo de necesidad de un niño con su m adre, ru p tu ra que, al n o e x ­ presarse con palabras, m u tila el conjunto de necesidades del niño. E l germ en de las psicosis es la confusión entre deseo y necesidad. L a perversión es tam bién un poco lo m ismo: con­ fusión entre un deseo actual y una necesidad que no está en relación con él; una necesidad que se encuentra aprisionada en u n deseo de otro m om ento y qu e busca su satisfacción a través de un objeto im aginario qu e no corresponde al sujeto del deseo actual. Esto me recuerda el caso d e aquel adulto, un joven a rq u i­ tecto, q u e h abía caído en una psicosis hacia la edad de ve in ­ tiú n años. Estaba en la picota, como se dice. P arecía u n caso de surmenage y fue hospitalizado. Sus m olestias le duraban desde hacía quince años. Se h abía convertido en u n a som bra q u e deam bulaba sin cesar, solo, con unas voces a las qu e res­ p ond ía. Su fam ilia lo h abía aband on ad o a su suerte. U n joven psicoanalista qu e se ocupaba de él me había p regun tad o cómo

se le podía ayudar. Y o le d ije: "¿L e ha p regun tad o usted de q u ié n es la voz?, ¿de un hom bre?, ¿de una m ujer?, ¿de u n m u­ chacho?, ¿de una m uchacha?" Pues bien, el pacien te respondió al analista: “ Es la »oz de una niña, la voz de m i herm anita cuando tenía cinco años.” En a q u ella época él tenía nueve años. Entonces n o se le h ab ía dicho que su herm anita había m uerto, pero h abía habido una gran conm oción en la casa. A p artir de ese m om ento el análisis p u d o com enzar. P udo hacer un duelo no patológico p o r su herm ana m enor y liberar sus pulsiones de adulto de las cu lp ab ilid ad es infan tiles. A ctu alm ente es un hom bre libre. N o conozco exactam ente las circunstancias que lo h icieron caer en la psicosis; pienso q u e em pezó cuando entró en relación con una m uchacha. L a 110 m uerte de su herm ana se interpuso, sin duda, a cu alqu ier otro proyecto; de ahí su fracaso y torpeza con respecto a la m uchacha y su cu lp ab ilid ad hacia las m uchachas en general. En aqu ella época había en su deseo u n a confusión entre una necesidad genital adulta y un deseo antiguo, cargado de cul­ p abilid ad, con respecto a su herm ana. Lo que llam am os preclusión en la psicosis procedía de qu e na­ die le había preguntado al enferm o de q u ién era la voz qu e oía. M e parece qu e la preclusión podría ser el nom bre qu e se da a las resistencias del psicoanalista. U n ser hum ano pequeño tiene constantem ente una función sim bólica —la tiene sin d ud a desde la v id a fetal. A u n q u e no­ sotros captem os lo q u e pasa en los niños psicóticos, quienes viven según el sentido que se les aportó en su vid a fetal, siem­ pre enclavados en la escena prim itiva, continuam ente h abita­ dos por pulsiones de m uerte, vemos que su fun ción sim bólica de hum anos depende del código establecido antes de su naci­ m iento, a pesar de que su cuerpo de m am ífero tenga ya seis u ocho años. En el tratam iento de u n niño psicótico, es preciso conocer las m odalidades según las cuales satisface las necesidades de su cuerpo; qu é ocurre en realid ad ; cómo com e; cóm o duerm e; q u ién lo asea. Es igualm ente im portante no d ejar al padre tu tela r sin m ediaciones entre su p rop io cuerpo y e l del niño. Si, por ejem plo, el niño tiene necesidad de algo, tiene ham bre, pero es incapaz de conocer su cuerpo y no lo puede pedir, los padres lo deben hacer com er con la m ano de él, nunca direc­ tam ente con la de ellos; lo m ismo en cuanto a lavarse o se­ carse. Si no se hace así, n o vale la pena em pezar un tratam ien­

to; ustedes, psicoanalistas, no saben, en estas condiciones, a q u ién atienden, pues se h allan ante un cuerpo qu e es la con­ tin u ació n de otro; o sea, ante un sujeto que no está castrado y cuyos padres tam poco lo están. El niño es entonces una par­ te del cuerpo de ellos, de su deseo. N o h an colocado entre ellos mismos y él la m ediación de esta p arte d istin ta del cu erpo del niño: la m ano, la cual, en los hum anos, sirve para hacer lo que es necesario para la satisfacción de las necesidades. A q u í estriba la d ificu ltad para los psicoanalistas de niños. N o se puede em prender la curación de un niño si los padres no en vían más que un pedazo de ellos mismos, del qu e no están separados en la satisfacción de las necesidades d el cuerpo. Es en este caso precisam ente qu e el tratam iento debe hacerse ante los padres, hasta el m om ento en que esta separación se produzca. Entonces nos dirigirem os al niño en sí m ism o, sub­ rayando que está lim itad o a sus tegum entos para la satisfac ción de sus necesidades, m ientras que el cuerpo y las m anos de sus padres no van a tener contacto con él más qu e para su seguridad. Los padres no tienen necesidad de qu e el cuerpo de su h ijo esté pegado al suyo, como un parásito. Su con­ d u cta corporal, sus cariños, sus gestos, su ayuda m aterial, d e­ ben ser lenguaje de am or y expresión de una relación tutelar. p.: ¿Nos podría h ablar de las lesiones internas qu e sufren ciertos niños y ciertos adultos; por ejem plo, úlceras en el in­ testino o en el estómago? ¿C uál es su origen? ¿En qu é m om en­ to aparecen? f . d . : Nos podem os p regun tar si estas lesiones, de las qu e nadie conoce la causa, no pueden ser m edios p ara evitar caer en la lo­ cura. Su génesis es probablem en te tardía. En todo caso, no exis­ ten en el m om ento del nacim iento. D atan, a lo m áxim o, del mo­ m ento en que la im agen del cuerpo se construye, a p artir de sus referencias al estóm ago, a la laringe, etc. Esto exp lica m uy bien, por lo demás, el origen de los procesos delirantes. U na lesión de este género puede provocar una m uerte real o una m uerte sim bólica. Pero a m enudo los sujetos asumen una posición de ser u no entre dos (posición entre real y sim ­ bólica), a nivel psicosom ático: al ser la lesión crónica, hay un i sucesión de periodos de recesión y de activación cíclica.

p.: ¿Podría explicarse esto precisam ente p o rq ue la lesión se

produce en lugar de un vín cu lo qu e no ha p o d id o ser sim bol izado? Sí. Está en el orden de la inscripción, 110 de la sim bo­ lización. Y aqu í se plantea la p regun ta: ¿Por q u é existen tantas psi­ cosis infan tiles actualm ente? ¿No se debe ello precisam ente a la ru p tu ra iterativa, o m ejor dicho a la ausencia de estruc turación en la relació n cuerpo a cuerpo con la madre? Pues el niño de hoy pertenece a lo qu e se puede llam ar la segunda generación del biberón. C u a n d o una m adre, q u e fue criada tam bién con biberón, se lo da a su vez a su h ijo, no hay en él u n a inscripción del cuerpo a cuerpo con la m adre, que debería darle una seguridad estructurante (la m adre repre­ senta igualm ente al padre para el niño; m adre y padre se en cuentran confundidos en la relación fusional del niño to­ m ando el pecho). E n otros tiem pos un niño encontraba siem­ pre que quería el ritm o de esta existencia fusional. C u an d o era cargado y am am antado por la m adre, las vibraciones de la voz m aterna llegaban hasta su estómago. Pues, si una m a­ dre habla a su bebé d án dole el pecho, las vibracion es de su voz serán seguram ente llevadas por esta corriente líq u id a bien caliente que entra en su interior y deposita en su cuerpo una inscripción de len gu aje de amor. Esto es lo qu e les falta, en nuestros días, a los niños qu e se dejan en sus m ecedoras y se cargan poco; antes se les cargaba cada tres horas para dar­ les pecho. f.d .:

p.: Y o tengo la im presión de qu e entra otro problem a en todo esto: el de las m adres q u e alim entan a su h ijo y deben re­ tom ar su trabajo algunas semanas después de su salida de la m aternidad. C om ienzan a acelerar el destete, pues deberán co n fiar a su h ijo a la guardería . . f . d . : ¿Está usted p regun tan do si ésta es la causa de la rup tu ra del sensorium existencia! del niño? Según Pichón — pues la palabra es de é l— este sensorium sería la clave narcisista de una existencia segura. Pero hay otro m odo de existencia po­ sible p ara un niño: ser una cosa dejada por la m adre. Su historia queda entonces interrum pida. Si las interrupciones son dem asiado frecuentes, o dem asiado largas, o si se producen num erosos abandonos iterativos, como cam bios de lu gar o de

nodriza, el niño llega a considerarse como un o b jeto parcial rechazado: objeto defecatorio u objeto devorado —dos modos d e objetos parciales de la com unicación con la m adre, con los cuales precisam ente los psicóticos se identifican, rep itien d o per­ petu am en te el p eligro en q u e se encuentran, en tal lugar, de ser consum idos o rechazados. L o que les salva un poco es “ te­ ner voces” ; esto los hace parecer más locos todavía, pero es falso, pues éste es u n vín cu lo que continúa existiendo para ellos, a través de la voz. Están habitados por ella y se creen m an ipu lados hasta en sus oídos, donde sienten la presencia de la m adre que ha p artid o, qu e los ha abandonado. Esta voz residual, en ausencia de la otra, les h abla para que ellos se sientan menos abandonados; com o si su m adre estuviera a llí. Puede ser el eq u ivalen te de una fobia: se trata, tam bién aqu í, de continuar con otro para poder existir. En la misma alu cin ació n , hay u n vín cu lo de deseo de otro, la voz subya­ cente deseada por el niñ o alucinado. p.: D e 10 qu e yo quisiera h ablar es de algo qu e he captado en las anorexias. E n m uchos casos de niños alim entados con pecho o biberón, ha h abid o precipitación en el destete, por­ q u e la m adre h a de retom ar el trabajo. Sabem os q u e existe una especie de u ltim átu m en esta reanudación del trabajo. S í . . . cuando se produce el destete bruscam ente, el niño n o es para ellas más q u e la im agen que se hacen de sus senos adoloridos. Y , cuando el niñ o está en la guardería, continúan sufriendo de su pecho. Pensar en su h ijo es pensar en este d olo r en el pecho. Es m uy diferente en el caso de u n a m adre q u e desteta, p o rq ue poco a poco se va qu ed an do sin leche. N o sufre. N o hay más que u n vín cu lo de am or con su hijo, pero es un vín cu lo sim bólico; él puede su frir a causa de ella, pero ella puede pensar en él sin sufrir. C o m o revancha, en el prim er caso, no h ay otro vín cu lo entre la m adre y el h ijo q u e el sufrim iento. E ntre ellos persiste la im aginación: el sufrim iento qu e la m adre siente en el pecho es el sufri­ m iento del niño, puesto q u e la leche qu e está tom ando ya no es la de la m adre. L a leche q u e segrega el cuerpo de la ma­ dre es del niño, puesto q u e si no h u biera h abid o placenta, tam poco hubiera h abid o leche. Es el d u elo b io ló g ico de la placenta lo que produce la secreción de leche. Y la leche per­ tenece al niño, puesto que cada niño hace surgir en su m adre f .d .:

una leche diferente. (Parece qu e la com posición de la leche m aterna es diferente en cada niño; corresponde a las necesi­ dades biológicas de cada niño.) H ay aqu í, verdaderam ente, u n a fusión sim biótica, biológica. p.; A h ora bien, estas fusiones alternan con rupturas. ¿Es a p artir del m om ento en qu e desaparece la placen ta q u e todo esto tiene lugar? Asi es. Son rupturas, pero rupturas m ediatizadas por la palabra y no por el su frim iento, como en el caso de u n des­ tete brusco.

f .d .:

p.: Entonces, en tal caso, ¿no h abría una verdadera ruptura? E l su frim iento es el signo de qu e no ha tenido lugar todavía una ruptura. Ésta puede ser una de las causas de las psicosis de niños. O tros fenóm enos tienen tam bién a m enudo incidencia: los cam bios de lugar, por ejem plo. C iertos niños no p ueden soportar el cam bio constante de territorio, otros lo toleran. Es cuestión del capital genético, acom pañado o n o de potencialidades sim bólicas en tal o cual niño. N o po­ dem os saberlo. H ay niños que, destetados tan bruscam ente com o otros, siguen estando enraizados en su cuerpo: tienen enferm edades, pero sobreviven. O tros no lo logran. Es el p ro ­ blem a de la o rigin alid ad de cada uno. f .d .:

KL ADORM FCIM IENTO

DEL ANALISTA EN SESIÓN —

LAS

PULSIONES

DE M UERTE SON E L RESURGIMIENTO DE LAS PULSIONES DE VIDA — EL SUEÑO, RESPUESTA DE LOS BEBÉS A LO DESCONOCIDO —

DEUDA

DE AGRESIVIDAD HACIA PADRES MUERTOS

Es m uy curioso; a veces, empezamos a tutear a u n joven a qu ien, por lo general tratam os de usted. Esto m e ha suce­ d id o . Significa qu e u n a m od ificación inconsciente en la rela­ ción se im pone a la conciencia. E n este caso, pregun to a la m uchacha o al m uchacho: "¿Q u é piensas acerca de esto? C u a n ­ d o llegaste te trataba de usted; ahora te tuteo.” {O bien a la inversa; em piezo tuteando y después lo trato de usted.) Les p lan teo a ellos la pregun ta, puesto qu e es por ellos q u e me ha ocurrido. I.o mismo ocurre cuando me adorm ezco en sesión. Es a la persona que m e adorm ece que le pregunto por qué. (Risas.) Pues sí. Sin duda ella lo sabe m ejor qu e yo. C o n ciertos niños psicóticos es terrible: no sé si se lian dad o cuenta, pero con ellos nos viene verdaderam ente el sueño. C ada vez les digo: "V es, ya m e estoy d u rm ien d o ” , o bien: “ ¿T e has dado cuenta? M e he d orm id o .” Pues bien, es sorprendente constatar los progresos que esto los obliga a hacer. Están allí m ientras u n o está som noliento, pero de re­ pente nos despertamos p o rq ue algo h a sido vencido. A l sum irnos así en la lib id o del sujeto, en una contratrans ferencia, se lo deja d ueño de la situación. Él tiene necesidad de q u e abandonem os nuestro estado de vig ilia durante un m om ento. Para el niño, es una m anera de castrar al psicoana­ lista y es algo excelente para él. N o responde con palabras; responde con su lib id o , qu e adquiere presencia y fuerza; más aún. establece un orden. L o qu e es curioso, por lo demás, es que, p o r ejem plo, los psicóticos más “ rom pe-todo” son a m enudo los qu e más ador f . d .:

mecen; ahora bien, cuando han adorm ecido al psicoanalista, nunca com eten depredaciones. r. I (mujer): Pero, com o usted está dorm ida . . F.O.: Pero el sueño del analista no es una d epredación, es una relación, que perm ite al n iñ o ser el d ueño de la situa­ ción, aqu í y ahora el otro, el analista, está sum ergido en las pulsiones de m uerte de él. P or lo general, la angustia se ex ­ presa con palabras, lo cual los coloca b ajo la amena/a de desm em bram iento sádico o de destrucción q u e suponen en el encuentro con el otro. Q u e uno se sienta som noliento es pues m uy im portante para ellos, p orq ue esto significa qu e nuestro inconsciente está en com unicación con el suyo. Adem ás, cu an­ do uno duerm e cerca de alguien, se está verdaderam ente con esta persona, más qu e en el estado de vigilia. D ejarse vencer por el sueño quiere decir que tenemos confianza en la otra persona y en nuestro inconsciente. Los niños psicóticos sien­ ten que así se les tiene confianza. T a n to nuestras pulsiones d e vid a com o nuestras pulsiones de m uerte com unican con las de ellos, con seguridad. p. 1: ¿No hay aquí algo del orden de la misma m uerte? f . d . : N o. U sted se refiere a una proyección debida a la an­ gustia qu e experim enta y expresa el psicótico y a los riesgos que conlleva. P o r el contrario, las pulsiones de m uerte son la vid a vegetativa, sana y tranquila; son la fusión aseguradora en la que ¡os psicóticos desean refugiarse, de form a regresiva. Este deseo narcisista, fusional, sabe lo que hace; se dirige, en la im posibilidad, incestuosam ente, hacia la m adre o hacia la escena prim itiva, y se transfiere a cu alqu ier otro qu e acepte el encuentro. Este otro se convierte entonces, para el psicó­ tico, en un ser a la vez deseado y peligroso. Esto ex p lica por qué, al adormecerse el otro, el psicótico tiene la im presión ele ser totalm ente aceptado, con su angustia y sus fantasías. Si la parte qu e com prende los deseos de nuestras pulsiones de vida queda en reposo, los niños psicóticos son entonces m ucho más libres en su lib id o activa, más conscientes de ellos mismos, en el m om ento en que precisam ente nosotros eleja­ mos de serlo p ara ellos. En aquí-ahora de la relación p síquica entre dos sujetos se deja a las solas pulsiones del niño, asu­

m iendo el analista sus propias pulsiones d e m uerte.1 Es el resu ltad o de la transferencia fusional. I,a ausencia de nues­ tra presencia asum ida com o tal frente al niño, perm ite que lo q u e está habitu alm en te ausente en él se haga presente y eficaz. Esto se p rod u ce pues en un m om ento de contratrans­ ferencia, aceptado por el analista, y correspondiente a las necesidades fusiónales del deseo en los niños. p. 1: Pero cuando uno sim plem ente está f a t ig a d o ... Y o no estoy hablan do de esta eventualidad. Puede ser, en efecto, qu e uno esté cansado. Pero yo he señalado que ciertos niños m e adorm ecen a cu alqu ier h ora y m e despiertan quizás cinco m inutos después —por lo general, no sé cuánto tiem po ha durado esto. A h o ra bien, esta som nolencia jam ás se debe al cansancio, es una búsqueda p ara com prenderlos; p o r esto es necesario llegar a las pulsiones de m uerte, puesto q u e en ellas las estructuras psíquicas perturbadas de un n iñ o psicótico están más cerca de su deseo de sujeto, en búsqueda de una com unicación autén tica con otro sujeto. A partir de un pre-Yo n o castrado, o de un Y o p erturbad o p o r frustraciones intolerables, estos niños, en presencia de cu alqu iera que les parezca fuerte y deseoso, se encuentran fatalm ente abandonados al peligro de sus prop ios deseos sá­ dicos parciales, proyectados. A bandonados pues a los deseos de las pulsiones de m uerte, o sea, a los deseos de una vida sin conciencia de su cuerpo ni de sus zonas erógenas. E nton­ ces, u n o de los dos, el analista, debe aband on ar la posición de sujeto de deseos de vida, para que el otro, el niño, en­ cuentre en el que está adorm eciendo a un sujeto, para hacer d e él una especie de prótesis. Se siente reconocido y se con­ vierte, en este m om ento, en sujeto verdaderam ente vivo, que puede asumirse con toda seguridad. L a p ru eba está en la paz y en el orden q u e encuentra entonces, en todo lo que hace: d ib u ja y m odela con calm a, m ientras que cuando llegó a la sesión estaba inestable y ansioso. f . d .:

p. 1: L a som nolencia del analista, ¿no puede ser una defensa contra la angustia del paciente, qu e él tam bién experim enta? l Cf. L ’lm a g e m orí",

pp.

in c o n s c ie n te

34-49.

du

corps, o p .

c il.,

"Pulsions de vio et de

Esto pensaba las prim eras veces q u e m e sucedió, y que yo me reprochaba. Pero después reflexion é sobre los efectos tan positivos observados en mis jóvenes pacientes. C reo qu e p ara ellos es una seguridad y experim entan el bienestar narcisista del sueño profundo. Es una paz qu e les perm ite exp re­ sarse. Sienten la confianza total del analista, que, consciente­ m ente, seria más bien llevado a cierta desconfianza frente a su conducta, f j >.:

p. 2: ¿El sueño no puede sentirse como u n rechazo, tanto por parte del psicótico com o p o r p arte d el analista? f . d . : N o lo creo. E n todo caso, yo no lo he experim entado nunca así con los psicóticos. P ara m í ha sido el signo de que los acepto totalm ente. Es distin to con los neuróticos; nos cansan a veces, porque es necesario tender la o reja para oírlos. Se trata pues de un signo especial de los psicóticos, más aún, de u n signo patognóm ico de lo qu e se está buscando en el en cuentro del su­ jeto sobre este respecto; cu alqu iera qu e sea la razón, su deseo s e confunde con la anu lación de su Y o (que form a parte d e u n cuerpo activo). A l aceptar el psicoanalista hacerse objeto a través del sueño, el otro pu ed e convertirse en sujeto.

p. 1: Y o me plan teo la cuestión de la naturaleza, de la cua­ lid ad de la agresividad. ¿De la agresividad que representaría el hecho de dorm ir? ¿Es esto lo q u e usted q u iere decir? f .d .:

p. 1: Estoy desplazando u n poco el problem a. Q uisiera ha­ b la r de la fatiga que suscitan ciertos p a c ie n t e s ... C ierto; pero entonces se trata de neuróticos. Se siente a veces este cansancio cuando h ab lan en voz m uy b aja, a causa de su cu lp ab ilid ad , o cuando abordan pulsiones agresi­ vas contra las cuales luch an , y de las que nosotros aceptamos ser el blanco. Este cansancio puede ser causado tam bién por la luch a contra la angustia de nuestro paciente. Debem os for­ m ularnos la pregunta: "¿Estaba ya cansado antes de su llegada, antes de em pezar la sesión?" E n caso negativo, qu iere decir que el sueño pertenece a nuestro paciente: es nuestra con­ f .d .:

tratransferencia. Y es necesario decírselo, para p erm itirle en­ contrar el sentido. A veces se trata de agresividad y a veces no. Puede ser tam bién u n rechazo a ser, o un deseo de paz. E n cuanto a las pulsiones de m uerte, no h ay agresividad: es la serenidad, la salud total, el silencio de los órganos en el sueño profun d o donde el sujeto descansa de desear, m ien­ tras qu e el cuerpo se recobra. Se d eja u n o llevar así por los ritm os vegetativos. C u a n d o uno está helado y se acuesta pol­ la noche, cansado, no tiene más qu e dorm irse p ara sentirse inm ediatam ente revivido: la circulación se restablece com ple­ tam ente, nuestra salud se lestaura, así com o nuestras poten­ cialidades lib id in a le s .. . C u an d o hemos agotado nuestras fuerzas de seres deseosos, es necesario qu e las renovem os; y es én las pulsiones de m uer­ te que resurgen, p o rq ue el sujeto se eclipsa y no tenemos más que asum ir las tensiones y los juegos del deseo. D urante este descanso, las pulsiones de m uerte perduran. Es preciso pregun tar siempre: ¿pulsiones de m uerte de qué? D e 1111 su­ jeto de deseos m ediatizados p o r el cuerpo: de deseos que em anan de él hacia otro o qu e recibe de los otros hacia él. P or el contrario, las pulsiones agresivas son pulsiones de v id a de un sujeto anim ado del deseo de dar m uerte a otro. (En esta clave de lectura, pueden ir desde el ataque hasta la m uerte.) Es algo totalm ente d iferente el caso de las pulsiones agresivas. Adem ás, un sujeto puede d irigir su agresividad con­ tra él mismo, im agen del otro; contra este cuerpo enem igo. P. 1:

Y o vuelvo a p lan tear la cuestión del cansancio corporal...

f . d .: Sí. Puede ser qu e el terapeuta tenga que analizarlo po> sí mismo. H ay m uchas cosas como éstas —el amor, el o d io — en la contratransferencia, q u e nadie puede p ercibir por otro. Es necesario q u e cada uno lo experim ente en sí m ism o para com prenderlo, en una relació n que m antenga con otro. Por el fruto se reconoce de qu é pulsión se trata. Si por ejem plo, usted m anda a pasear un bebé p o r alguien q u e 110 conoce, un bebé que h abitualm en te no duerm e a la hora del paseo, podrá com probar que esta vez sí dorm irá, porque usted no le ha presentado verdaderam ente a esta persona Se observa este fenóm eno en los niños de dos o tres meses y en algunos a veces hasta los once o doce meses. A partir del m om ento en que em piezan a cam inar desaparece. Efec

i ivam ente, ellos se duerm en para evitar una relación para la q u e no tienen un código. Es dem asiado d ifícil para ellos, no han recibido palabras m ediadoras p ara ello. Puede ser que ocu rra algo parecido con nosotros. Q uizás nos dorm im os p o rq ue nos resulta dem asiado d ifícil seguir a un psicótico en una estructura que le es p ro p ia a é l solo. Esta estructura, qu e ha sido totalm ente reprim ida en noso­ tros, la reencontram os al dorm irnos, p ara estar, gracias a nuestra clave psicótica, en buen entendim iento con el niño. L o qu e digo de los bebés, las madres lo saben, y las que están aqu í presentes lo habrán observado. Si un niño se duer­ m e durante el paseo, en u n m om ento d el d ía en qu e por lo general está despierto, q u iere decir que 110 tiene código para com unicarse con la persona qu e se ocupa de él en ese m o­ m ento. Ésta no ha sido, com o yo digo, “ m am aizada". L e han faltad o al niño las palabras de su m adre p a ra sentirse en seguridad con la persona delegada para el paseo. T a m b ién podría tratarse de algu ien que no tiene contacto con los bebés, q u e no los quiere. p. 1: N o com prendo m uy bien esta clase de e fe c t o s ... J .D.: Sin em bargo, todo el m undo los conoce: son efectos de transferencia. Estos efectos som níferos o estos otros de alacri­ d ad m ental que nos causan ciertos pacientes, no son m encio­ nados m u y a m enudo p o r los psicoanalistas, desde el punto de vista clínico. p. 1: Se puede tener la im presión de qu e es el ú n ico lenguaje del que disponen estos niños psicóticos. Esto es lo que ex ­ plica el hecho de que el terapeuta se duerm a en sesión. N o, no es un lenguaje, sino más bien la ausencia de un lenguaje. Se trata de u n a conducta en una relación transferencial y contratransferencial. Por esto es necesario pregun­ tarse, cu alqu iera que sea la edad del paciente: ¿Q ué espera él encontrar, aqu í y ahora, en esta relación con el analista q u e soy yo? ¿En lugar de q u ién me coloca? ¿En lugar de qué? Pues sí. Se ha de ser analista práctico; se h a de aguantar al otro hasta encontrar en sí la clave psicótica: prim ero la suya y después la del otro. (Risas.) C u an d o se h a b la de “ psi­ có tico'’, significa: “ sin código conocido” . Es posible, en efecto,

f . d .:

qu e la som nolencia del analista proceda de una resistencia a d ecir en palabras lo q u e estos psicóticos m udos n o pueden d ecir tam poco por m edio de una expresión gráfica, plástica o lúdica, cuando el analista está atento. A h o ra bien, se puede observar en las figuras m odeladas y en los juegos: los niños q u e son incapaces de m antener la atención en form a continua cuando usted está despierto, des­ de el m om ento en q u e se d eja vencer por el sueño, em piezan a hacer algo, a condición de qu e usted les h able de ello. E n ­ tonces, ¿qué papel le hacen desem peñar a usted? E l papel q u e ellos tenían como bebés cuando su m adre les h acía algo con lo qu e se sentían fusionados con ella, en seguridad. C reo q u e se trata de algo parecido, m ientras que, cuand o estaban despiertos, la m adre estaba angustiada por las tonterías qu e podían hacer. A h o ra bien , h abiendo introyectado a la m adre, están contentos de que la m adre (o el padre, controlador an­ gustiado, hecho presente por el analista) los deje en paz. E n­ tonces pueden, como la m adre, actuar a placer. L a m adre es la parte activa en la relación fusional y aseguradora q u e ellos en cu entran aquí. El analista hace de bebé y el niño hace de m adre ocupada en sus quehaceres. D icho de otra form a, hay fantasía y expresión activa de deseo por m edio de estos o b­ jetos parciales, que son la pintu ra, el d ib u jo o el m odelado. Y lo que sigue a las sesiones es m uy interesante. Siem pre después de este tip o de sesiones, los padres dicen: “ H a estado en una calm a extrao rd in aria d uran te quince días. H a res­ tablecido contactos. Pero después de algunos días tod o se ha perd id o de nuevo. Siente qu e tiene necesidad de su sesión.” Vem os a los niños urgidos de v e n i r . . . a un lu gar don de el sujeto del deseo se despierta un poco, p o rq ue usted se ha dorm ido. Pero para que todo esto sea ú til en el orden de su identidad, es necesario qu e después de haberlo señalado y verbalizado, usted acepte este sueño como un efecto positivo de su presencia ante usted. p. 1: C u an d o los padres de un niño han m uerto, ¿qué ayuda sim bólica se les puede proporcionar? Es preciso que estos niños, cuyos padres han m uerto, pu ed an expresar una d euda de agresividad respecto a ellos. Están furiosos. Es pues necesario ayudarles a ser agresivos hacia estos padres que no han sido suficientem ente fuerte-»

f . d .:

contra la m uerte. Se le pu ed e decir a un niño: "E llo s no pen­ saron m ucho en ti, pero, puesto q u e tú has sobrevivido, quiere d ecir que tenias en ti suficiente fuerza d e tu m am á y de tu p apá para seguir. A h o ra eres tú el qu e representas a la fa­ m ilia.” Son los niños los qu e de ahora en adelante tendrán la res­ p onsabilidad del deseo de vivir. E n cam bio, si se dejan llevar p or el Y o ideal qu e les vien e de los padres m uertos, preferirán m orir. Este Y o ideal activa en ellos las pulsiones de m uerte, lle­ vándolos a actuar como sus padres, a reencontrarse con ellos. Éste es el p eligro qu e representan los padres m uertos. Ésta es la razón por la cual, en general, los parientes no qu ieren decirle a un niño qu e su m adre ha m uerto. Puede ser q u e piensen in­ conscientem ente: si se lo decim os, tam bién él se querrá m orir. O bien, ocurre lo contrario: si se le dice, será agresivo. Y si se m antiene en su agresividad respecto a la m uerte, tam bién se m antendrá en sus pulsiones de vida. Las personas qu e lo rodean no toleran qu e u n o esté enojado contra los padres m uertos. P or esto esconden la verdad. Puede ser que exista otra razón que es preciso buscar en las fantasías de los adul­ tos: algunos piensan probablem en te qu e si el n iñ o acepta la m uerte de uno de sus padres, significa que él tiene ganas de m orir, pero en realid ad se trata de que los adultos están conm ovidos p o r el su frim iento que les produce haber sido abandonados por el ser amado. Es d ifícil com prender p o r qué se esconde a los niños la m uerte de los qu e lo am an, cuando decirles la verdad es el ú n ico m edio de ayudarles a no sentirse culpables de sobre­ vivir. O bien, este esfuerzo para no sentirse cu lpab le pasa ne­ cesariam ente, para el niño, por una fase de agresividad con­ tra la m uerte. p. 2: Esto me recuerda un caso del qu e usted h a b l ó . . . Sí. U n niño de tres años, cuya m adre acababa de m orir. El decía: “ M i padre m ató a mi m adre." N o quería quedarse con su padre. “ T e n g o el derecho de tener una m adre. M i padre la ha m atado, él está contento ahora.” E l hom bre es­ taba desplom ado. R ecib í al niño dos veces. Salió todo esto; yo escuché. Poco después el padre me dijo: “ A h ora ya está, él d uerm e en las noches; es m uy bueno. Y o soy el qu e qu ed a.” A ñ a d í: “ Sí, lo qu e queda de su m adre es usted.” Este padre, f.d .:

con toda seguridad, no tenía nada que ver con la m uerte de su esposa. U n o no se puede defender contra el sufrim iento de una m u tilació n de sí mismo, sino reviviendo el rom pim iento de la prim era castración. L a separación de la placenta o del o b je to parcial del qu e se siente necesidad, el destete, la dependencia de la ayuda anal, todo esto se repite, se renueva en todos los duelos, en u n grado o en otro. T odas estas separaciones tie­ nen un valor narcisista para el que sobrevive, o b ligán d ole a expresar una agresividad para no caer en la depresión. Es necesario dejar a estos niños en sus fantasías sobre la m anera en que sus padres han m uerto, porque todo lo qu e sabemos de cierto se lim ita a lo qu e les decimos o a lo que nos dicen. P or lo demás, el niño puede fabular. L o que im porta es q u e pueda representarlo. Si él cree que sus padres han m uerto en u n avión, se le dice: ‘‘Pues bien, d ib u ja el a v i ó n .. . D ib u ja cómo han m uerto tu padre y tu m adre.” Es preciso que la m uerte pueda ser representada por una fantasía m ediatizada por imágenes. p. 1: ¿Y en el caso de niños adoptados, cuyos padres son desconocidos? f . d .: N u n ca se les ha de decir qu e sus padres han m uerto, si esto no se sabe con certeza.

p. 1: P or ejem plo, en el caso en que estoy pensando, no se sabe absolutam ente nada del padre, pero estamos al rorriente de todo lo que ha pasado con la madre. El problem a para mí es el siguiente: a esta niña que tengo bajo tratam iento, la m adre le dio su apellid o de soltera; después la abandonó, al cabo de tres días. La niña cam bió de apellido con la adop­ ción. A h o ra bien, es bastante raro qu e los niños adoptados que han sido abandonados desde el nacim iento tengan ape­ llid o . G eneralm ente no tienen más que un nom bre de pila. Pero esto n o cam bia nad a. T o d o lo q u e usted sabe se lo ha de decir a la niña, le pertenece. T o d o lo qu e se dice respecto a ella le concierne.

f . d .:

p. 1: Pero la niña no sabe este nom bre de nacim iento.

f .d .-.

¿Y usted lo sabe?

p. 1: N o , no me lo h a n dicho. f .d .:

E n este caso, d íg a le q u e su n o m b re h a sid o c a m b ia d o

p e r o q u e e lla sabe el a p e llid o q u e su m a d re le d io en su n a ­ cim ie n to .

p. 1: L a m adre adoptiva lo sabe; ha hecho alusión al respecto, pero no h a qu erido decírm elo. C reo que, en este caso, el trabajo con la m adre adoptiva, antes del análisis del niñ o, ha sido insuficiente. A ntes de em ­ p ezar el tratam iento es d ifícil, y a veces contraproducente, h ablar a los padres sin la presencia del n iñ o. Pero no se puede atender a un n iñ o adoptivo sin saber, p o r boca de los padres, todo lo que ellos saben acerca de su historia. Es abso­ lutam ente necesario. P orqu e hay cosas que usted po d rá ir in ­ d icán dole al niño en respuesta a sus preguntas. Siem pre es necesario preven ir a los padres adoptivos: “ N o es seguro que yo tenga qu e decirle al niño tal o cual verdad —sobre todo si a ustedes les resulta penoso—; pero es necesario q u e yo esté al corriente, por si él me habla acerca de ello. N o seré yo quien le responda, sino ustedes. Sin em bargo, es preciso qu e el niño p u ed a hablarm e con confianza." f.d .:

p. I: P ero si los padres no dicen el nom bre de nacim iento del n i ñ o . . . f . d .:

P ero el n i ñ o lo h a escuchado.

p. 1: T e n g o la im presión de qu e es para ellos com o u n a m a­ nera de conjurar la suerte. A m enudo, los padres adoptivos piensan: si se habla d e los progenitores, ellos van a ven ir a buscar al niño. T ie n e algo de mágico. Es precisam ente lo qu e se ha de analizar con los padres adoptivos, preguntándoles: ‘ ‘¿Cuáles son sus sentim ientos con respecto a la m adre de este niño?” G eneralm ente em piezan diciendo: "Es una cerda. ¡Pensar qu e tuvo un niño com o éste y q u e lo abandonó!” f.d .:

p. 2: Pienso en u n a nodriza qu e me ex p licó cóm o h abía h a b la ­ d o de los padres a un niño que estaba b a jo su cu idad o. Le d ijo : “ Pues bien , tú has ten id o otra m am á” , sin decir ni una p a la b ra acerca del padre. Después me ha descrito un cuadro com pletam ente catastrófico d e la situación del niño. F in a l­ m ente le pregunté: “ Pero usted no h a hablad o del padre. T ie n e qu e haber habido, sin em bargo, un padre en esta si­ tuación. —O h, ¿así lo piensa? ¡Sí él era tan pequeño! D ebía tratarse seguram ente de una m adre soltera.” (Risas.) Estamos hablan do en este m om ento de niños pequeños, pero tam bién nos ocupam os de niños más grandes. Los qu e tienen ya una estructura consistente pueden negarse a creer lo q u e se les está revelando. H acen objeciones con los “ sí, p e r o .. .** N os encontram os entonces fren te a situaciones qu e requieren u n trabajo, en un verdadero psicoanálisis, que perm ita al su­ jeto regresar a su historia infantil. F.D.:

p. 3: L o que se repite en todas las terapias de niños aban ­ donados, en algún m om ento, es que ellos escriben a la D irec­ ción de Asistencia Social p a ra saber algo de sus padres. p. 2: Sería entonces la ocasión p ara la nodriza de p oner al corriente al niño. Sí, p o rq ue ponerlo al corriente es sobre todo p onerlo al corriente de la existencia de sus progenitores. C u a n d o la n odriza lo hace realm ente, cuando ella se lo dice, es la prueba de q u e ella lo restituye a sí mismo. Éste es el efecto de su p alabra de psicoanalista, cuando le dice a un niño que está en transferencia con usted: “ Es necesario qu e seas tú mismo, ahora. Ya no tienes necesidad de la nodriza, puesto qu e ya puedes hablarm e.” C reo que en ú ltim a instancia todo depende de la actitud, ansiosa o no, del terapeuta. Si le h a b la a u n sujeto, la in ­ tendencia sigue —la intendencia, o sea, el cuerpo. Es necesa­ rio h a b la r a este sujeto, capaz de soportar la p érd id a —pues es cierto que un niño es capaz de soportar desde m uy pequ e­ ño la pérdida de sus padres. L a pérdida, insoportable para el n iñ o cuando se le esconde, es sentida por los padres adoptivos como una m ala acción im putada a ellos: p o rq ue ellos no han q u erid o decirle qu e ten ían necesidad de educar a un niño,

f . d ,:

porque les fa ltó un h ijo p rod u cto de su am or. Se cu id an m uy bien de decirle a su h ijo ad o p tivo el servicio qu e les está ofre­ ciendo. En cam bio, no se o lvid an jam ás de recordarle el ser­ vicio qu e le están d an do a él: “ Nosotros te hem os adoptado." Es lo contrario de lo q u e debe decírsele: “ T ú has qu erido adoptarnos.” p. 2: ¿Los padres adoptivos proyectan pues una cu lp ab ilid ad sobre su hijo? Sí. L a cu lp ab ilid a d de raptar lo q u e la naturaleza les ha negado: la felicid ad de tener hijos. A h o ra bien , en lugar d e estar reconocidos a la naturaleza qu e les hace u n don, por m edio de padres ineptos para criar un hijo, ellos, escondién­ d ole su calid ad de niñ o adoptado, cu alqu iera q u e sea la ra­ zón, se niegan a dar una ayuda de am or a unos padres de­ ficientes. f .d .:

p. 4: ¿Q uiere decir esto q u e rechazan una relación con lo sim bólico? f .d .: Exactam ente. Ellos rechazan de esta m anera toda relación con lo sim bólico.

EL JOVF.N ESQUIZOFRÉNICO QUE TEN IA FOBIA A LOS ALFILERES I.A PRECLUSIÓN DE UNA FRASE EN LENGUA INDIA — LA PRECLUSIÓN DEL

NOMBRE-DEL-PADRE

SEGÚN

LACAN

Y

LAS

RESISTENCIAS

DEL

PSICOANALISTA

A propósito de la preclusión, pienso en el caso de un adolescente —u n esquizofrénico—, que jam ás h ab ía dorm ido bien. Y o no sabía que era u n n iñ o adoptado. A h o ra bien, un d ía me trajo a la sesión el documento (si se le puede llam ar así), lo q u e estaba inscrito en él acerca del dram a de su a d o p ­ ción. Se puso a h ablar con dos voces: una aguda y una grave: una suplicante y una agresiva: “ Pero si yo qu iero quedárm elo. —N o , ¡cochina!, ¡desgraciada! N o lo tendrás. Sabes qu e éste será tu castigo durante toda tu vid a .” Estaba sorprendida de o ír estas palabras proferidas por un m uchacho de trece años, qu e estaba totalm ente descarriado. Se trataba de un gran fóbico. T e n ía m iedo de todo lo que era p u n tiagu do, incluso de un lápiz, que m iraba como algo que po d ía clavársele y m atarlo. H abía sido necesario, en las dos sesiones precedentes, todo un trabajo de aproxim ación para qu e él pudiera aceptar picarm e con un láp iz y com pro­ bar q u e yo no me m oría. Después, en u n m om ento en que estaba distraído, hice sobre su m ano lo m ism o qu e él había hecho sobre la mía. In m ediatam ente se dio cuen ta y dijo: "¿Eso es todo? —Así es.” Se en con tró totalm ente desarm ado, vien do qu e no h abía razón para su fobia. Ésta se rem ontaba seguram ente a su vida in útero, a la época en que su abuela m aterna había intentado provocar el aborto del feto de su p ro p ia h ija —lo cual no supe sino después. Este m uchacho había n acid o de u n am or recíproco entre una joven de dieciséis años y u n profesor ya casado y padre de cuatro niños. La joven no había conocido a su p ro p io pa­ dre, el cual fue asesinado cuando ella era bebé. C u a n d o se F.D .:

encontró em barazada, su m adre quiso qu e abortara, pero el asunto no prosperó, p o rq u e no en con tró q u ién le practicara el aborto. En cuanto al profesor, h abía dado su p a la b ra de honor de que pagaría todos los gastos de ed u cación del niño hasta su m ayoría de edad. N o p o d ía reconocerlo, decía, por­ qu e la ley de su país no perm itía a un hom bre casado le­ gitim ar a un h ijo natural. Pero el pretendía seguir am ando a la joven, asum iendo sus responsabilidades respecto al niño. Si ella se lo quedaba, le daría la dirección de una nodriza; si no lo quería con ella, él se encargaría del n iñ o y le busca­ ría un lugar, pues era u n h ijo del amor. Puesto que la p o sib ilid ad de u n aborto se había exclu id o, la m adre de la jo v en decidió que ingresara en u n a clín ica de adopción clandestina en Suiza. L a fu tu ra m adre ado p tiva se en con traba tam bién en u n a habitació n de la clínica. He aquí cómo sucedieron las cosas: la m u jer qu e ven ía para una adopción era adm itid a en la clínica, llevan d o u n cojín para sim ular un em barazo; m ientras se prod u cía el ingreso de la m adre que ven ía p ara el parto. Los cuidados y la atención ginecológica se h acían en nom bre de la persona que en realid ad ingresaba para el parto. Y se declaraba al n iñ o nacido d e la otra m ujer. Después de todo, éstas son las m ejores adopciones. (Yo no sabía, en a q u ella época, que los otros dos hijos de la fam ilia de mi paciente tam bién habían sido adop­ tados, en las mismas condiciones. Pero ellos no habían tenido nin gu na d ificu ltad especial.) La m u jer qu e había ven ido para adoptar a este m uchacho había oíd o los gritos de la discusión en la h ab itació n conti­ gua y esto la había alterado. E lla declaró: “ N o qu iero q u itar su bebé a esta joven. Si q u iere tenerlo con ella, que lo tenga. Y a vendré otra vez, cuando o tra m ujer qu iera dar su h ijo en adopción .” L e respondieron: ‘‘Escuche, la abuela n o quiere que la joven tenga el niñ o con ella. Si usted no lo tom a, no habrá nadie que lo adopte.” L a m u jer se quedó dos días más en la clínica, oyendo en la h abitación vecina las súplicas de la joven que acababa de p a rir y los gritos sádicos y repulsi­ vos de la vieja —bueno, no era tan vieja, era una abuela de unos cuarenta años (risas), pero una m ujer frustrada. Pues bien, el niño tenía sólo cuarenta y ocho horas cuando oyó lo qu e pasaba entre estas dos mujeres, su m adre y su abuela. Y fue en una sesión de análisis conm igo don de salió este diálogo de pie/a de teatro realista. Y o no entendí nada.

p o r supuesto. Solam ente escuché, grabé de algu n a m anera, co m o si se tratara de un docum ento. Después de esto, se fue com o de costum bre, o sea com o un sonám bulo. A lgu n o s días más tarde, llam ó p o r teléfono la m adre adop­ tiva: “ Señora D olto, es obsolutam ente necesario q u e la vea, p o rq u e ha pasado algo extraord inario. C u an d o m i h ijo llegó de su sesión (era m ediodía), me p id ió si p o d ía acostarse y d u rm ió hasta la m añana siguiente, a las ocho. ¿No le d ije nu n ca qu e él no podía dorm ir? —¿Cóm o qu e no p o d ía dorm ir? —D esde que cam ina, se ha pasado las noches paseando. N unca ha dorm ido más de m edia hora sin despertarse, p ara volverse a d orm ir otro ratito .” Si ella no me h abía d icho esto, era seguram ente porque no me lo podía decir, p orq ue entonces estaba o bligada a d ecirm e todo lo demás. L e ped í pues qu e vin iera a verm e y en aquel m om ento le d i esta explicación: “ Por lo general, yo no h ab lo con los pa­ dres de lo qu e pasa en las sesiones de su h ijo . Pero, ¿le habló él m ismo de lo que pasó?” A m anera de respuesta, me d ijo q u e él se h abía transform ado: “ Se ha vuelto calm ado. En prim er lugar, d u rm ió trein ta y seis horas seguidas. Y desde entonces (habían pasado ya ocho días), se acuesta m uy tem­ prano, tiene u n sueño m uy tran q u ilo. Ya no se siente ansioso, no tiene m iedo com o antes; incluso hace algunos trabajos en la casa.” Este niño estaba, pues, curado. Pero quedaba un problem a: era analfabeto a los trece años. Le d ije a la m ujer: “ Pasó algo cuando era m uy p eq u eñ o.” L e repetí las palabras qu e su h ijo había proferid o, a dos vo ­ ces, en la sesión. AI oír aq u ello , se inclin ó sobre la mesa gritan do, como una m u jer q u e sufre del vientre. G ritó : “ ¡Es algo abom inable! ¡Ay, señora! ¡N o m e diga esto! ¡N o m e lo d ig a !" Y o estaba totalm ente fuera de órbita p o r el efecto p ro ­ d u cid o en ella por las palabras del niño. Pensé q u e se trataba de una disputa, com o las que se p rod u cían después de la gu erra; en aquella época sucedía a veces qu e una abu ela no q u ería devolver a su hija el niño que ésta le h ab ía confiado. Y esta frase: “ N o, tú me lo dejas” , p od ría ser tam bién el texto de una escena entre u n a sirvienta m u y ligada al bebé y la m am á. Y o no sospechaba qu e se podía tratar d e una situ ació n tan dram ática com o la que me contó a co n tin u a­ ción aqu ella m ujer. E lla seguía sollozando y yo n o com prendía nada. Esperaba,

le daba golpecitos en la espalda m ientras llo rab a, p a ra calm ar­ la. "¿Q u é es lo q u e pasó? ¿Q uizás es usted ju d ía ? ” (Risas.) (Com o el niño h ab ía nacido durante la guerra, in ten taba adi­ vin ar cuál p o d ía ser la situación abom inable.) F in alm en te res­ pondió: ‘ ‘N o , señora, yo le he m entido. P ero si le d igo la verdad, toda m i vid a qu ed ará arru in ad a.” Y o insistí y al fin m e d ijo: “ T o d o s nuestros h ijos son adoptados. Y o soy física­ m ente anorm al. N o estoy constitu ida com o u n a m ujer. (Se tra­ taba de una anom alía genética.) Y he aquí que nosotros hem os hecho una fam ilia con niños adoptados. —¿Y qu é más?” En aqu el m om ento me ex p licó en qu é circunstancias h ab ía adop­ tado a este m uchacho, qu e fue su h ijo m ayor. Y añadió: “ Pero lo q u e oí aqu el d ía nadie lo sabe, ni siqu iera m i m arido. ¿Cóm o pu d o haber oíd o esto m i hijo? Sólo el personal de la clín ica estaba al corriente.” E n aqu ella mism a clín ica h ab ía ido a buscar a sus otros dos hijos (había adoptad o uno cada cuatro años). P or la razón qu e fuera, ella nunca h ab ía h ablad o de ello a nadie. Pero tuvo com pasión de la joven qu e le h ab ía dado la alegría de ser m adre y h ab ía dado al niñ o el nom bre de p ila que la jo v en deseaba. Se d ebía encontrar tod avía en pleno E d ip o cuando concibió, puesto qu e el nom bre q u e escogió era el m ism o qu e el d el p rín cip e heredero del país de don de era origin aria. L a m adre adoptiva, p o r su lado, no ex p licó a su m arido por qué h abía escogido este nom bre extranjero. p.: Se ve claro que lo no-dicho constituye la clave de la psi­ cosis de este m uchacho. f .d .:

Es u n algo no-dicho. Pero, ¿qué había ahí de p reclu id o q u e lo h ab ía vu elto esquizofrénico? L o p reclu id o , el n u d o del proceso-pantalla, era la fo b ia de tocar todo lo pu ntiagu do. N o aguantaba ni u n alfiler. L o curioso fu e que su sublim a­ ción lo llevó, ulteriorm ente, a aprender a leer, a escribir, y fin alm ente a escoger u n o ficio en el que tenía qu e trabajar con alfileres. (Risas.) p .:

¿Y respecto al E d ip o de su m adre natural?

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El E d ip o de esta m adre, qu e era una m uchacha joven , se proyectó sobre el sustituto paternal que representaba su

am ante, el profesor. El niño era para ella el rey; he aquí por q u é deb.'a llevar el nom bre de p ila del p rín cip e heredero. p.: Se ve m uy bien q u e a través de esta cuestión d el nombre de p ila, existe un no-dicho sobre un hom bre, qu e se repite d uran te varias g e n e ra c io n e s... i i).: ¡H e aquí lo no-dicho! Está usted h ablan do de preclu­ sión del Nom bre-del-Padre. p.: Y o no creo qu e esto sea preclusión. Está usted hablando del E d ip o de la m adre. p .d .:

Pero t a m b i é n a q u í h a y a l g o n o - d i c h o . Es u n c a s o c la r o .

p.: El E dipo de la m a d r e .. . si usted quiere. U sted h a hablado de la form a en la que el nom bre de p ila h abía sido a trib u i­ do en fun ción de la relación amorosa que tenía la m adre n atu ral con el titu lar del régim en de la época. Q uizás hemos d e añadir algo a esta cuestión. Pero, ¿dónde está el padre en esta historia, con respecto a la m adre y con respecto ai niño? Este niño había grabado la disputa com o una cinta m agnetofónica. C u an d o lo volví a ver, en la siguiente sesión, se encontraba com pletam ente bien, excep tu and o el hecho de que tod avía era analfabeto. Pero era ya capaz de h ablar como lo estamos haciendo usted y yo. L e pregunté: “ ¿Q ué es lo q u e vas a hacer hoy? —U n dib ujo. —¿Y cómo te sientes? —O h, he dorm ido m uy bien.” Fue todo lo que p u d o decirm e. “ ¿T e acuerdas de lo qu e me d ijiste la últim a vez? —N o . —¿Quieres qu e te lo diga? —O h, no. M e da exactam ente igu al.” A ñadí: “ D e todas formas te lo voy a decir.” (Risas.) Y cuando le repetí aquellas palabras q u e h abía reprodu­ cido a dos voces, las escuchó com o si le hablara en la lengua de Shakespeare. N o recordaba nada y me dijo: “ N o entiendo. ¿Q ué es lo qu e quiere decir esto?” Y a no quise añ adir nada más, pues a los padres les correspondía el trabajo de revelarle que h abía sido adoptado. Si vacilaran, h abría qu e decir igu a l­ m ente la verdad a los otros dos niños. C o m o se trataba de partos clandestinos y de niños que constaban como legítim os en los docum entos oficiales, los padres pensaban q u e no había

f . d .:

razón en revelarles las circunstancias de su nacim iento y su calidad de niños adoptados. M ás tarde supe qu e este m uchacho se casó y es padre de fam ilia y q u e esta m u y bien situado profesionalm ente. Su herm ano y herm ana se han casado tam bién. Son una fam ilia m uy unida. Este caso plan tea el prob lem a de la inscripción del len­ guaje. U na vez que la cin ta m agnetofónica corrió, las p ala­ bras grabadas dejaron de tener sentido para él; al mismo tiem po sus síntom as desaparecieron; en con tró su derecho al sueño, que es el retorno de las pulsiones de m uerte, puestas al servicio del descanso del sujeto. p.: Este en un ciado ha d eb id o tener un efecto terrible en el m om ento en qu e lo pron u n ció sin c o m p re n d e rlo ... f .d .:

Asf es. Y tam bién p a r a m í tuvo ese efecto.

p.: ¿Podría decirse qu e la misma repetición le ha dad o sentido? ¿Q ué pasó en la prim era infan cia de este m uchacho? H u b o dos brujas disputándose a un niño-cosa sobre su cuna —yo al m enos así lo he sentido. Pero yo nunca supe que este acontecim iento h abía tenido lu gar cuando el niño no tenía más qu e dos días. El acontecim iento había conm ovido a todo el personal de la clínica, qu e consideraba a la abuela inhum an a y perversa. L a m adre adoptiva sentía tam bién com ­ pasión p o r la jo v en partu rien ta, de la cual no supo nada más; si p u d o o no superar esta situación, que la h abía afec­ tado terriblem ente. f.d .:

p.: En este sentido se puede decir tico; o sea, qu e es más im portante terpretación.

que el len gu aje es catár­ la en un ciación qu e la in­

N o hu bo una interpretación form ulada, ni por él ni por m í. El len gu aje catártico tuvo por efecto lib era rlo de las ra­ zones que tenía para ser fóbico respecto a las pulsiones de m uerte, las cuales lo m an tenían constantem ente despierto para no ser pinch ad o o asesinado.

f .d .:

p.:

De todas maneras, es algo excepcional que esto llegue a

ser en un ciado en análisis; porque lo no-dicho lleva a la repe­ tición ; la sostiene sin parar. .: L o no-dicho estaba al servicio de la repetición de la falta d e sueño, en efecto. Se trata de un len gu aje som ático, que se caracteriza por re­ petirse siem pre. Es preciso señalar que cuando a algu ien se le im pide dorm ir, se vu elve loco. L o mismo ocu rre con un perro. Se han hecho experiencias de asensibilidad en personas voluntarias: han llegado a la esquizofrenia. A lgu n o s tardaron meses en salir de ella. Se puede decir que era el interés cien­ tífico lo qu e m otivaba a estos estudiante de bio lo gía. (Risas.) A lgu n o s de estos conejillos de Indias habían registrado disocia­ ción de tipo esquizofrénico d uran te algunas horas; otros duran­ te varios días. Pero todos h a b ían quedado p rofun d am en te afec­ tados: estaban como drogados, como salidos de los lím ites del espacio y del tiem po, en los que el crecim iento estructura la im agen del cuerpo. U stedes saben en qué consisten estas experiencias de asen­ sibilidad : los sujetos se m antienen en agua tibia, con el cuer­ po en vu elto en algodón, para que no tengan n in gu n a percep­ ción. F lotan , respirando por u n tubo, sin n in gú n otro p u n to de referencia. Estas investigaciones no se han seguido haciendo, precisam ente porque eran dem asiado peligrosas p ara los suje­ tos qu e se som etían a la experiencia. Así pues, al cabo de algunas horas, la ausencia total de la im agen del cuerpo destruye las referencias de espacio y de tiem po por las cuales nuestro narcisism o se v in cu la a nuestra historia inconsciente y consciente. A hora bien, ¿qué qu iere d ecir la palabra “ preclu sión” en este caso? f .d

E n o tro aspecto de la preclusión recuerdo lo que me pasó con una psicoanalista con la q u e tuve el doloroso p rivile gio de acom pañarla hasta su m uerte. Esta m ujer m u rió entre dos de nuestras sesiones, de un cáncer que ignoraba. M e p id ió qu e la atendiera, ya que estaba b a jo u n tratam iento de cortisona —y com o ustedes saben la cortisona provoca un m ovim ien to de pulsiones terrible. A h o ra bien, ella tenía necesidad de ganarse la vida, y p o r tan to de conservar a sus pacientes, lo qu e hizo casi hasta el fin al. L a recibía una vez por semana. H abía sido analizada quince

años antes. Era una analista excelente, una de las m ejores de la Sociedad,1 entre las más jóvenes de la época. E l diagnóstico d e su enferm edad —del qu e no teníam os conocim iento n i ella ni y o — iba acom pañado en a q u ella época de u n pronóstico fatal. N o es lo m ism o actualm ente, pues se p u ed e curar este tip o de cáncer. Sin em bargo, ella d esarrollaba u n a vid a social y profesional norm al, sólo alterada p o r algunos m om entos de intensa fatiga, en que necesitaba internarse en el hospital. D u ran te la ú ltim a sesión en m i consultorio, m e d ijo: ‘‘H e tenido u n sueño extraord inario, im posible de contar; pero iba acom pañado de tanta felicidad, qu e no sé si es posible lle­ gar a tal aquí en la tierra. Esta felicid ad venía de unas sílabas que yo oía, sílabas q u e no qu erían decir nada. N o h ab ía n in gu n a im agen en este sueño.” E lla p ron u n ció estas sílabas y yo las transcribí. T o d a v ía estaba ilu m inad a. A l fin al de la sesión se vo lvió a referir a dicho sueño extraord in ario, con­ trastándolo con las “ m iserias" de la vid a cotidiana. ‘‘C ierta ­ m ente que si esta felicid ad fuera duradera m e consolaría d el tod o.” Después de la sesión le pregunté: “ ¿P odrían ser estas pala­ bras de la lengua india?” , pues sabía, por su historia, qu e su padre, de n acion alid ad inglesa, había ocupado u n puesto en la In d ia y su m adre h ab ía vu elto a In glaterra p ara el parto. Después regresó con su m arido con la bebé de un mes. M i paciente h abía pues viv id o en la In d ia desde a q u ella edad hasta los nueve meses. A llá , su fam ilia vivía holgadam ente, em pleando personas de servicio. Y como el padre y la m adre a veces viajab an en representación oficial a otras regiones, con­ fiaron el cuidado de la bebé a una joven in d ia de catorce años, d uran te sus ausencias. Esta joven no d ejaba nu n ca a la niña, tenién dola constantem ente en sus brazos; era una verdadera nana. L a beb ita se en con traba m uy bien. M i paciente no h abía conservado nin gún recuerdo de esta prim era infan cia, pero la conocía por fotografías y por los relatos de sus padres. C u an d o la niñ a llegó a los nueve meses, el padre debió re­ gresar a Europa. Entonces se planteó la cuestión de llevarse consigo o no a la jo v en que se ocupaba de la bebita, ante la desesperación que m ostraba de dejarla. Los padres finalm ente d ecidieron no llevarla, pues no sabían si ella podría adaptarse l Se trata de la Sociétc Franraise de Psyclianalyse.

al m odo de vida inglesa, a los quince años, lejos de su fam i­ lia, organizada tod avía de una forma tribal. Y éste fue el adiós desesperado de la joven in d ia al bebé qu e la abandonaba. Esta escena m i paciente la conocía sólo por lo qu e le habían contado. M e dijo: "P ero, ¿cómo saber si los fonemas oídos en este sueño tienen relación con la hindú?” L e respondí: “ Y en d o a la C iu d a d U niversitaria, a la Casa de la India. Q uizás pueda en con trar a algu ien q u e se lo diga. Lo que le d ig o puede parecer absurdo, pero es posible que, en una regresión m uy profu n d a, como se produce en el sueño, usted se haya encon­ trado de nuevo con estos fonem as oídos en su prim era in ­ fan cia.” Se fue a la C iu d a d U niversitaria y encontró a una persona que le dijo: “ Existen setenta lenguas, sabe usted. N o sabría de­ cirle. P regunte a F u lano.” Después ele haber consultado a un bu en núm ero de estudiantes hindúes, al final en con tró uno que le dijo: “ A h , sí, se parece a la lengua tal. ¿V ivía usted cerca de tal ciudad cuando era niña? ¿Sí? Pues bien, es en a q u ella región donde se h a b la esta lengua. L a persona que usted puede ver allá a b ajo es origin aria de ahí. V aya a pre­ gu n tarle." El m uchacho indicado sonrió al o ír aquellos fonem as pro­ nunciados con un pésim o acento. Los rep itió a su vez, en su pron u n ciación correcta, y declaró a nvi paciente, riendo: "Pues sí, es lo que todas las nanas y todas las mamas dicen a los bebés: M i querida pequeña de ojos más bellos que las estrellas. Es una sencilla frase de am or.” Fue, pues, en aquel lu gar y en aquella edad que se inscribió en su m em oria esta len gu a com pletam ente o lvid ad a después. El sentim iento de aqu ella felicidad, ¿había sido reencontrado por el solo trabajo de análisis, lo cual perm ite que el pasado vu elva a nosotros? ¿Qué separación se estaba anu nciand o con el retorno de estos fonemas en el sueño? T res días después mi paciente ya no podía cam inar, aun que no sentía nin gún dolor. U n incidente neurológico la o b lig ó a la inm ovilidad. Estaba parapléjica como consecuencia de una metástasis m edular. A p a rtir de aquel día no pudo desplazarse más que llevada p o r otros. A h o ra bien, a los nueve meses tod avía 110 cam inaba —em pezó a hacerlo al año. Estaba, pues, siem pre en los brazos de la joven ; era ésta qu ien la llevab a \ q u ien le decía estas palabras de felicidad cuando era m uy pe-

quen a, palabras qu e probablem en te tenían la fu n ció n de un viático de am or en el m om ento de ru p tu ra de su esquem a corporal —y no de la im agen del cuerpo.2 H u b o una ru p tu ra efectiva con la persona q u e representaba p ara la n iñ a e l cuer­ po portador; pero la im agen del cuerpo tenía com o sustrato la palabra de la qu e la llevaba; era un vín cu lo a p esar de la ru p tu ra. L a jo v en ind ia era para la bebé com o su p r o p ia voz y su prop ia alegría narcisizante. De esta m anera se p u d o com prender la felicid ad suscitada por las sonoridades de estas palabras incom prensibles en el sueño. A n u n ciab an , de hecho el dram a qu e iba a co rta r en dos, sensitivam ente el esquem a corporal de esta m u jer. Esto nos d a referencias para reflexion ar sobre lo q u e repre­ senta, para una niñ a de nueve meses, el len gu aje de la m adre tutelar —en este caso, la jo v en amorosa que la cargaba— y sin la cual u n o no puede sentirse ni entero, ni h um an o, ni de­ am bulante. Pues en aqu ella edad no podía d eam bular más que llevada en los brazos de algu ien con q u ien se sentía de alguna m anera fusionada: otras piernas y otros brazos la h acían m o­ ver en el espacio, los de a lg u ien qu e la narcisizaba d icién d ole qu e la am aba. Pero, ¿dónde se h a b ían inscrito estos fonemas, estas palabras significativas de aqu ella lengua? ¿Estaban precluidos? Sí, pero n o de una preclusión p ara siem pre. Las palabras regresaron en ocasión de una prueba qu e se estaba preparando. Puede ser qu e ia preclusión no sea una sola. ¿En qué situ ación de la razón y del esquem a corporal debe encontrarse un sujeto para que aqu ello qu e estaba p reclu id o surja hum anizado, expresable en palabras? E n todo caso, mi paciente no h ab ía vu el­ to a vivir en la India, y estos fonemas no le decían absoluta­ m ente nada cuando estaba despierta. Sin em bargo, en el sueño, iban acom pañadas de este placer narcísico e ind ecible qu e se llam a felicidad. ¿Q ué es, pues, la preclusión? ¿Era aquello verdaderam ente preclusión? C reo qu e todo deja rastro en el inconsciente. A q u e­ llas palabras quedaron inscritas allí, a los nueve meses. p.: T a n pronto acepta usted que puede haber preclusión en 2 E l e s q u e m a c o r p o r a l es u n a a n a to m ía in c o n s c ie n te . L a im a g e n d e l c u e r p o es, p o r e l c o n t r a r io , e s tr u c t u r a n t e d e l s u je to , e n s u r e la c ió n co n e l o t r o . S o b re la d is t in c ió n ele e s q u e m a c o r p o r a l e im a g e n d e l c u e rp o , c f. F i a n t o is e D o lt o , I.'Im age inconsciente tltt corps, op. cit.

el origen de una psicosis, tan pron to afirm a q u e ésta no es más q u e el nom bre que se da a la resistencia del psicoanalista. ¿Está usted o no usando este concepto en el m ism o sentido q u e Lacan? N o , efectivam ente. Y o estoy de acuerdo con él en el reco­ nocim iento de la preclusión, en cu alqu ier caso clínico. Pero pienso que el trabajo analítico, en la transferencia, puede lle­ gar a levantar la proh ibición qu e pesa sobre un recuerdo, si suscita en el sujeto la reviviscencia de una im agen del cuerpo arcaico, anim al o vegetal, incluso petrificado. Es esta im agen del cuerpo arcaico la que está en ju ego en la preclusión. L a preclusión puede ser hiperhistérica. Recordem os por ejem p lo aqu ella m u jer q u e tenía fobia a los gatos:3 las “ lagu ­ nas” , los largos periodos de silencio qu e transcurrían en su tratam iento, eran m edios para regresar a la im agen arcaica. f . d .:

p.: Me parece qu e se puede resum ir, de m anera sim plificada, la diferencia entre su concepción de la preclusión y la tesis de Lacan diciendo que, para él, está preclu id o lo qu e no ha entrado jam ás en el inconsciente. La representación se rechaza antes de ser adm itida com o tal. L a alucin ación del “ hom bre de los lobos” , que creía haber visto su dedo cortado, es un ejem plo. C on otras palabras, es el sím bolo de la castración que no ha sido adm itido en su inconsciente. Por el contrario, en los casos que pone como ejem plos —de los cuales algunos son evidentem ente casos de psicosis—, usted m uestra qu e en eí inconsciente del sujeto se p u d o grabar un elem ento pero 110 fue sim bolizado. f .d .:

U n elem ento fue grabado funcionalm ente, pero no hubo a continuación resonancias en la historia del sujeto. U n acon­ tecim iento tuvo incidencia en la im agen funcional de su cuer­ po, pero n in guna palabra estableció una relación u lterior entre esta experiencia y el que pasó a ser después un sujeto parlante. p.: Esto quiere decir que ciertas representaciones se inscriben en el inconsciente del sujeto, asociadas a la exp erien cia de una ruptura, pero sin llegar a ser sim bolizadas jam ás por una cas­ tración. 3 C f. supra, c a p . 11, " l- o liia s " .

En efecto, no ha llegado a ser nunca una castración. Así pues, aquella m ujer qu e recordó la frase en h in d ú qu e había o íd o siendo bebé, ha reencontrado la m em oria de aqu ella ex ­ p eriencia en el m om ento en qu e su cuerpo a d u lto fue afec­ tado por la enferm edad. Esta m u tilación de su cuerpo la llevó a la experiencia que h abía tenido de ser cargada. Inválida, parapléjica, se encontró en la misma situación qu e cuando no tenía piernas para cam inar, a los nueve meses.

F .D .:

p.: En lugar de apoyarse en los significantes vinculados a la castración, se vio obligada, en la edad adu lta, a apoyarse en el recuerdo de aqu ella frase sólo grabada, no sim bolizada, por­ qu e dicha frase estaba vin cu lad a a un recuerdo de fusión con la joven india. Sí, para reencontrar su narcisism o de a d u lto en un cuer­ po que volvía a la im potencia origin al del niño.

f . d .:

p.: Sin em bargo, ¿no se trata aquí de evitar la castración? f . d . : N o, no se trata de evitar nada. En el caso de esta m ujer, se trataba de una deficien cia del esquem a corporal, pero no de la im agen del cuerpo. L a im agen del cu erp o4 qu e tenía siendo niña estaba com pleta, gracias al am or de aqu ella joven q u e era para e lla su voz y sus piernas, cuando le hablaba car­ gán dola. C reo verdaderam ente en los efectos de la prcclusión. Es un hecho clínico. Pero pienso tam bién qu e no es im posible supe­ rarla, en ciertos tratam ientos en qu e el paciente puede, gra­ cias a la transferencia, sentirse como si no fuera un sujeto de su edad n i de su tiem po. Esta regresión la ha hecho posible inconscientem ente el analista, que adm ite una trans­ ferencia de niño a adulto.

* C f. F ra n ^ o is e D o lt o , L'Im age inconsciente du corps, op. cit., e sp e ­ c ia lm e n t e c a p . I , " I m a g e d u c o rp s e t s c h é m a c o r p o r e l" . C o n v ie n e r e c o r d a r a q u í q u e , s e g ú n F ra n c o i se D o lt o , la im a g e n d e l c u e r p o se c o n s tr u y e , e n ­ t r e e l n a c im ie n t o y la e d a d d e la p a la b r a y d e l c a m in a r , b a jo e l e fe c to d e p u ls io n e s c o m o la c o m u n ic a c ió n s e n s o r ia l y e l le n g u a je o íd o p o r e l n iñ o . F.1 e s q u e m a c o r p o r a l es, p o r e l c o n t r a r io , n e u r o ló g ic o y a n a tó m ic o . 1.a im a g e n d e l c u e r p o es d e a lg u n a m a n e ra la c o n s tr u c c ió n , e l e sb o zo d e la u n id a d q u e e l s u je to d e s c u b re e n e l e s ta d io d e l e s p e jo .

UNA PERVERSIÓN SE ORIGINA EN UN IDEAL VALIOSO — TODOS LOS NIÑOS SON SUSCEPTIBLES DE PERVERSIÓN —

TODOS LOS PERVERSOS

SON CURABLES SI SUFREN — HISTERIA Y PERVERSIÓN. PS1COSOMÁTICO —

"M E

HAN LLAM ADO

N O RM ATIVA"

p.: ¿Podría usted precisar cóm o de una castración m al dada puede resultar una perversión? L a perversión se produce por el hecho de qu e el adu lto qu e ha dado la castración no lo ha hecho en nom bre de este ser hum ano que tiene por m isión ayudar al desarrollo, sino solam ente en nom bre de su p rop io narcisism o; se siente maes­ tro del otro, su hijo, del qu e hace su esclavo o más bien un anim al dom éstico sumiso. Es en nom bre de su sola volun tad, y no de la ley de la qu e él m ismo se sujeta, que el adu lto im pone a su hijo la ren u n cia o la restricción del placer. Por el contrario, el adu lto q u e ha aceptado por sí m ism o la ley es el ejem plo de felicid ad . N o sería éste el caso del que, habiéndola sufrido sin reconocerla, quiere im poner la ley a su h ijo , inculcársela con vio len cia com o a u n subordin ado o a un alum no, sin haber superado él m ismo la im p ulsividad de su deseo. T o d o niño sufre por la prohibición im puesta a la satisfac­ ción de un deseo, qu e quiere, sin em bargo, seguir reivin d ican ­ do. Pero, si aquel qu e se lo p rohíbe es para él un m odelo q u e estim a —porque dicha persona le reconoce com o es, sujeto de derecho, su igual, u n ser hum ano total— entonces el niño sabe que tendrá más alegría y más posibilidades de com un ica­ ción con la ley, más lib erta d aceptándola que rechazándola. Y el niño percibe m uy bien si el adu lto lo ama y lo respeta. El adu lto que da sanam ente, sin desprecio ni crueldad, las prohibiciones que él m ism o reconoce es, pues, para el n iñ o un maestro del deseo hum anizado. L a castración es hum anif .d .:

zadora si es dada p o r u n hom bre o una m ujer dentro de la ley, reconociendo como tales a los hombres y m ujeres que antes h an aceptado p o r ellos mismos someterse a esta regla q u e im ponen a su hijo. Sin em bargo, podem os observar constante­ m ente casos en qu e esta castración se distorsiona respecto a este fin sim boligénico. D ecir a un niño: "N o , p orq ue yo digo n o ” , es una retorsión en lu gar de una castración, pues e l sim ­ p le placer del adu lto no perm ite la prom oción del niño en la sociedad. P or el contrario, la castración no es una ley qu e someta a nadie, sino q u e libera de la dependencia respecto del otro. H ace del que recibe la iniciación, aceptando some­ terse a la ley, un igu al a Jos adultos. p.: Pero no siem pre se puede ju stificar proh ibición.

racionalm ente

una

Es cierto. Pero entonces, es necesario decírselo. M uchos padres les dicen a sus hijos: “ Es por tu bien qu e te im pongo esto; tú me lo agradecerás más adelante." Esto ya es algo, y adem ás con frecuencia es cierto; pero raros son los niños que lo creen. M anifestar com pasión por el sufrim iento de los niños tendría, en este caso, un efecto más positivo. f .d .:

p.: N os podríam os pregu n tar si m uchos niños —y tam bién adu ltos— que quizás aceptarían la ley, al ver qu e sus propios padres no saben cóm o ju stificarla, no aceptan lo q u e se les im pone, no necesariam ente por contestación, sino más bien p o r una especie de perversión latente. Sí, de perversión o de am bigüedad. Los hum anos son todos perversos; veam os solam ente el código del len gu aje,1 el cual no nos vien e ciertam ente de la naturaleza. f .d .:

p.: U sted afirm a que los perversos son siem pre curables. Sí, si sufren p o r su perversión o por sus efectos pueden ser tratados en psicoanálisis.

f .d .:

p.: O , d icho de o tra m anera, si form ulan una dem anda. l V é a s e e s p e c ia lm e n te Seminario de psicoanálisis de niños, t. 1, M é x ic o , S ig lo X X I , 1984, c a p . v m ( E l E d ip o d e lo s n iñ o s b ilin g ü e s , E l le n g u a je es u n h ij o in c e s tu o s o ).

.: Sí, a condición de q u e no form ulen esta dem anda sólo p ara cu b rir las apariencias; sólo si sufren a causa de su enfer­ m edad. E l perverso está encadenado p o r su perversión; ésta lim ita su libertad.

f .d

p.: C u a n d o usted añade que el deseo de un niñ o perverso es siem pre sano, ¿qué qu iere decir concretamente? Q u e repite algo de lo q u e espera ser curado. Porque sufre p o r ello. U n niño q u e es cruel con otros niños, con los anim ales, repite algo de lo qu e no tiene la clave; pero ha encontrado sin duda el ejem plo de alguien valioso para él, o b ien ha sufrido p o r parte de alguien al que adm iraba com o m odelo. A h ora bien, no qu iere renunciar a esta persona o a su recuerdo, asociados p ara él a su p rop io narcisism o. E l niño, para crecer, q u iere im itar al m aestro de vida que le ha dado, volun tariam en te o no, sabiéndolo o no, el ejem plo de una perversión. D igo: “ volun tariam en te o n o ” , p o rq ue pue­ de tratarse de algo in volu n tario por parte de este m aestro: el niño lo puede haber recibido como u n flashazo. P or ejem plo, cree que es preciso ser un asesino, porque ha visto a su padre regresar de u n día de caza. “ P apá está orgulloso de haber m atado; es bu en o ser asesino” , piensa. ¡Q u é im porta que se trate de u n anim al! Es el hecho de m atar que se encuentra valorizad o de esta m anera. Es u n síntom a qu e se h a de anali­ zar, pues significa qu e u n ser hum ano está m al, en u n m om ento dad o de su evolución, ya sea desprotegido en su narcisism o o en sus posibilidades de adap tació n a la sociedad. A h o ra bien, el a d u lto que responde por el niño aparece ante éste como a lg u ien que se adapta a una ley que en realidad es perversa: es pues a lo que él im agina ser una ley q u e el n iñ o sigue sacrificándose, y se enferm a. Esto se convierte para él en una especie de ritu al sagrado, el ser cruel con los anim ales. Si no lo hace, no se siente d ign o de su papá, o de su m am á, tales com o se le han aparecido en un m om ento dado, en una fanta­ sía qu e no ha verbalizado. (O bien, si lo ha hecho, no se le ha dejado decirla, o 110 ha verificad o dicha fantasía con la realidad.) f . d .:

p.: £1 no cede en su deseo. Pero usted añade que el deseo del perverso no se ha deform ado en relación con su esquema corporal.

Así es. Podem os ver que un fenóm eno inverso se produce en u n a enferm edad, qu e no es una perversión, y en la cual el esquem a corporal sufre el efecto de la im aginación . Los ni­ ños q u e tien en el síndrom e de T u r n e r 2 se adap tan a la ap arien­ cia del cuerpo de los otros. Los m odelos que escogen, por su estructura psíquica, se ord en an en relación con el discurso que los otros pron u n cian respecto a ellos. Se id en tifican con el adu lto, cuyo cuerpo es p a ra ellos parecido al suyo [leur] (con la tram pa [au leurre], se p o d ría decir). Pues se im aginan como sem ejantes a otro qu e es portador efectivo de las características sexuales qu e ellos no tienen más qu e en aparien cia. Este pro­ ceso psíquico d ificu lta la m aduración de sus glán d u las sexuales. f . d .:

p.: L a perversión, según lo que usted dice, p u ed e ser una estructura estática, pero sin em bargo menos organizada que una neurosis. Freud dice q u e la perversión es el negativo de la neurosis. U n a perversión no está organizada com o lo está una neuro­ sis; es una organización qu e u n bu en día se puede convertir en salud. C reo que el n eurótico está más fijad o de form a narcisista qu e el perverso. U n a lib id o evolu cion a; está im pulsada p or una deficiencia. C u an d o se ha repetido suficientem ente la búsqueda de un placer m ezquino y 110 se ha desem bocado en nada, uno se d irige hacia otra cosa. Pero se puede ser a la vez neurótico y perverso.

f . d .:

p.: El caso de la niñ a q u e se hace p ip í sobre su papá, ¿tiene algo de perversión, ya qu e se trata de u n acto y no sólo de una fantasía? Sí, pero todos los niños son susceptibles de perversión. E n este caso el padre presta atención a algo qu e no procede de la educación, pues el control de esfínteres es algo sano y norm al en todos los m am íferos, salvo cuando están enfermos. Pues bien, esta niñ a se h ubiera controlado com o todos los niños de su edad si no h u biera buscado llam ar la atención de su padre acerca de su sexo de niña. L os padres caen de­ m asiado en la tram pa de los niños al dem ostrar tanto interés

f . d .:

íí Sexualización de un cuerpo realizada en contradicción con el sexo de sus glándulas reproductivas.

en la bacinica. Seria suficiente decirle: “ Escucha, cuando esto tenga q u e term inar, term inará, pues todos los anim ales llegan a controlarse p o r sí mismos. Parece q u e tú no tienes ganas de llegar a ser una m uchacha, sino de quedarte com o una mona. A mi tu pipí no me interesa.” L o qu e es im portan te es inte­ resarse en las sublim aciones que tienen lugar en el n iñ o y no en las satisfacciones elem entales del cuerpo (necesidades o deseos). .: En el caso de una perversión fem enina, si así se puede decir del caso de esta n iñ a que em pezaría p o r hacerse pipi encim a del papá p a r a . . . p

P ara provocarlo a d arle u n bofetón. Más tarde, esto for­ m ará parte de su erotización de m ujer: el deseo de ser golpeada por su am ante. En este sentido se pasa de una erotización a una supuesta perversión. Pero esto depende tam bién de la inten sidad vinculada a la fantasía: ¿es realm ente el bofetón lo que provoca en esta m u jer el orgasmo, en lugar del hecho de darse a un hombre?

f .d .:

p.: ¿Esta escena pasa en este m om ento por un o b je to del cuer­ po, un objeto parcial? f . d .:

Sí.

p.: ¿M ientras qu e en el caso de la histeria, por el contrario, perm anecería sólo la fantasía? N o. L a histeria tiene por o bjetivo m an ip u lar al otro: qu e el otro caiga en la tram pa del deseo del sujeto. E l histérico m an ip u la al otro para que se ocupe de él (o de ella). Ésta es la diferencia respecto a lo psicosom ático ,3 terreno en qu e uno se m an ip u la a sí mismo. Sería u n superyó qu e se interioriza. M ientras qu e en la histeria es preciso que el otro responda para qu e pueda continuar; si no, se detiene. L o qu e yo llam o perversión a q u í es la continuación , después del Edipo, de una actitu d incestuosa, vin cu lad a a una eroticidad anal y no a una eroticid ad genital: por ejem p lo qu e f . d .:

3 pp.

L ’lm a g e in c o n sc ie n te ilu c o rp s, o p . c it., "Hysterie et psichosomatiquu", 3¡>-si.

una m u jer m antenga con su am ante el m ism o tipo de relación que tenía con su padre, al padre de los bofetones. Es nece­ sario que el am ante sea para ella un padre antes q u e un am an­ te (o sea, otro fuera de la fam ilia). Ella no fue castrada por su padre. p.: E l psicoanalista de niños, ¿no se siente llevad o a veces a sustituir a un padre o a u n educador? f .d .: Nosotros, psicoanalistas, no tenem os un proyecto pedagó­ gico directivo; pero no podem os d ejar de tener, respecto al niño, u n proyecto de estructuración, o sea, de castración de las pulsiones, unas después de otras. A veces me reprocho ser norm ativa, no d ecir sim plem ente las cosas tal como vienen, ya se trate de im aginación, de algo real o de algo sim bólico. Pero es del todo im posible con los niños. Se puede tener este tip o de actitu d con los que se en­ cuen tran en el m om ento de! Edipo, cuando pu ed en controlar esfínteres o cuando h ablan perfectam ente; cuando pu ed en verb alizar las representaciones orales o anales, qu e tienen ya sublim adas en parte, o cuando ya saben hacer cosas con sus m anos, y esto les causa p lacer creativo e im aginativo. P ero no podem os d ejar decir o dejar hacer cu a lq u ier cosa. P or ejem plo, no se pu ed e d ejar de reaccionar, al m enos for­ m u land o una pregunta, cuando un padre nos dice que su h ijo —llevado p o r la crisis ed ípica— duerm e en la cam a con la m adre. A este padre com placiente qu e duerm e del otro lado, se le p u ed e decir: “ Pues bien, siga así. Pero yo no voy a h acer psicoanálisis.” N o se puede llev a r adelante un tratam iento haciéndose al m ism o tiem po cóm plice de una perversión de los padres. Pue­ de ser qu e ellos n o llegu en a renunciar a su conducta desde la prim era semana. D e todas formas, debem os decirles qu e están perjud ican d o al niño. N o creo qu e se pueda hacer un psicoanálisis sin castrar las pulsiones que deben ser castradas, para perm itir a los niños sim bolizar estas mismas pulsiones en el terreno de la com ún: cación cu ltu ral. Frente a los pequeños, qu e no han alcanzado todavía la autonom ía para comer, vestirse, ni la independen­ cia m otriz, n i el control de esfínteres, los padres deben cas­ trarse a sí mismos de este cuerpo a cuerpo con su h ijo y de la ayuda que quisieran proporcionarle. Es hablan do con él qu e

lo apoyarán en sus esfuerzos para valerse por sí mismo; ne­ gándose, a darle ayuda; no diciéndole: “ Ñ o tengo tiempo*' —pues esto no es cierto— sino: “ N o. N o quiero. Es d ifícil, pero tú puedes h acerlo ." Después, durante la sesión, se re­ tom a este tema, analizando las razones por las q u e re su lti d ifícil. D e otra form a, si aceptam os el lugar donde el niño nos q u iere colocar para hacernos asistir a una inversión de pape­ les, com o q u e él tom e el lu gar de la m adre frente al padre, o tratar a su padre com o a su bebé, entonces somos cóm plices de una perversión en la qu e los mismos padres han puesto el ejem p lo, aceptando estar som etidos al placer de su h ijo . Así pues, cuando una n iñ a se hace p ip í, durante el día, p ara pro­ vocar a su padre, sabe q u e esto le va a costar un bofetón. Pero, ¿qué es un bofetón para una niña que está todavía en la fase anal, o incluso preedipiana? ¡Es un sustituto del coito! Pues bien, la pequeña de la qu e estamos h ablan do p rovo­ caba a su padre a un co ito con ella, señalándole, a través de su pipí, lo que le faltaba. “ N o lo tengo” com o los niños. "P ero esto te provoca más q u e si lo tu viera.” E lla obligaba así a su padre a pegarle, para gozar de m anera m asoquista.

LESIÓN DEBIDA A LO

NO-DICHO —

RECUERDO-PANTALLA:

EL H OM ­

BRE QUE SE ESTRANGULABA A SÍ M ISM O EN SUEÑOS — DISTORSIONES DF. LA IMAGEN DEL CUERPO EN

UN NIÑO PS1CÓTICO —

EL FETO

QUE BIZQUEABA DE MIEDO — NIÑO MUDO

U n a vez me sucedió un caso extraord inario, al recibir al niñ o antes que a los padres. Les pregunté: “ ¿Q uién qu iere ve n ir prim ero?” E l m uchacho se levan tó y me siguió. Y o no sabía nada sobre él ni sobre su fam ilia. L e d ije: “ Si quieres, hazm e un d ib u jo o m odela algo. M e hizo un m odelo." O bservó un cab allito sobre un estante y lo tom ó com o m odelo. M old eó un cuerpo y no estaba m al. Des­ pués una pata, otra igual, y así hasta cuatro. Después cortó una de ellas a la m itad. El anim al q u ed ó así con tres patas y m edia. Después rehizo los m iem bros del anim al, de m anera q u e el p o trillo se co n virtió en perro salchicha. N o prestó atención a este cam bio y m e dijo: “ Ya acabé." Y o estaba sor­ prendida, pues el m uchacho tiene diez u once años y es inte­ ligente. Fuim os de nuevo a ver a los padres y me d i cuenta que el p adre tenía una m anga flotando. Es un señor condecorado. M ientras el niño d ib u ja b a en una mesa, los padres m e habla­ ron de él, describiéndom e sus enojos. L e pregun té al padre: “ ¿Q ué le ha pasado?, ¿un accidente?, ¿cuándo fue? —N o , no fu e un accidente. F u e d u ran te la guerra. T e n ía diecinueve años. M e enrolé en la resistencia. Después encontré a mi m u jer.” Después se dedicó a un o ficio intelec­ tual y no le representaba una gran m olestia 110 tener más qu e un brazo. L e pregun té entonces al hijo: “ ¿ T e ha contado tu padre su guerra? ¿ T e ha d icho cóm o perd ió su brazo?” El m uchacho enrojeció, después se puso negro por la em oción y rom pió a llorar: “ Y o no lo sabía; nunca m e h abía dicho q u e tenía sólo un brazo.” El padre, estupefacto, lo m iró y f . d .:

después de consultarm e con la m irada, se d irigió h acia él y lo abrazó con ternura. E l m uchacho —que tenía ya diez años —se sentó sobre las rodillas de su papá para p ed irle que le e x ­ p licara todo. Le d ije a este hom bre: “ L o qu e ha pasado es im portante. H e aqu í el m odelo qu e su h ijo escogió y lo que hizo después. Es com o si este anim al, com parado con el m odelo, no tuvier.1 más que la m itad de sus m iem bros.” El padre se asombró: “ Pero, ¿cómo? . . . s i yo te h abía d i c h o . . . —N o, tú nunca me lo habías dicho. —Pero íbam os a bañarnos jun tos. —N o, yo creía que aqu ello estaba m al.” Estaba mal ver qu e su papá no tenía más que un brazo. Esto no h abía sido jam ás hum a­ nizado por la palabra. A l padre nunca se le h abía ocurrido h a b la r de esto con su h ijo . M ás tarde, me h ab ló por teléfono. N o fue necesario con tin u ar el tratam iento, pues el niño se h a b ía curado, gracias a a q u ella conversación en la cual esta realid ad se descodificó, se h abló entre su padre y él. Habí:» una gran ternura entre ellos en aquel m om ento en qu e el niñ o tenía tanta necesidad de que su padre le e xp licara las circunstancias reales de su m utilación. C om o estaba m u tilad o desde antes de casarse, el padre nunca h ab ía hablad o de ello a su hijo. Y este niño se vo lvía loco provocan do a su padre, qu e no podía ya controlarlo. Es extraordinario: las cosas que no han sido dichas no ad­ q u ieren e! derecho de saberlas en su pensam iento. E n tugar de pregun tar, un cuerpo provoca a otro. Por lo demás, el padre reconocía que ya no podía controlarlo: “ N o lograba calm arlo. Él estaba en peligro; p o n ía la casa patas arriba." Se trataba de cóleras clásticas, crisis de locura. C u an d o se calm aba se !e d ab a algo para beber y eso era todo. Después no se acordaba de nada, no sabía por qu é había estallado en cólera. Pregunté a la m adre: “ ¿Es cierto que nunca tuvo ocasión de ex p licar a su h ijo cóm o su padre h abía p erd id o u n brazo, ni de decirle que es a causa de este brazo que él tiene estas condecoraciones?" M e respondió: ‘ ‘N u n ca pensé en ello, jamás hu biera creído que esto tuviera una in c id e n c ia ... Para mí, esto no es problem a; mi m arido es com o es.’’ Sin em bargo, creo que aqu ella m ujer retenía u n a m u tila­ ció n en su interior, por n o haber dicho nunca nada. Después de todo, quizás ella m ism a fuera h ija de un m u tilad o de la gu erra de 1914. C ab e destacar que era el brazo izquierdo el q u e le faltaba

al padre; y el m uchacho h ab ía em pezado por m odelar la p e­ queña pata delantera izquierda del caballo. Estas cosas nos enseñan m ucho. A qu el d ía aprendí tanto com o los padres. p.: L o qu e usted dice da a entender qu e este m uchacho no era realm ente m uy neurótico, si se pu d o resolver el caso de esta forma; pero había una neurosis cuasi fam iliar, m antenida por la madre. f . d .: Así es. Y las crisis histéricas significaban esto: “ Denm e u n a explicación .” Los padres se sentían ansiosos. A l niño se le h abían hecho electroencefalogram as, porque pensaban que era epiléptico. Pero sus enojos no eran de ese tip o de crisis: no había m ordedura de len gu a ni pérdida de conocim iento. D u ran te la conversación relatada pasó del rojo al negro, pero sin crisis ni agitación m otriz. Sin em bargo, cayó en un estado in qu ietan te cuando yo le planteé sim plem ente la pregunta: “ ¿Sabes cómo perdió su brazo tu padre?”

p.: ¿No nos m ostraría este caso que el brazo era un sustituto del falo y que no c o n v e n ía ...? .: Seguram ente. Q u e no convenía plan tear la cuestión del falo qu e le falta a papá. A u n q u e este niño no podía tener más que un falo descerebrado com o m otor de su lib id o; un falo descentrado. Según el padre, en sus crisis coléricas, se col­ gaba de todos lados, gritan d o como un poseído. Pero era más bien u n estado de desposesión. Sólo el padre p o d ía calm arlo en aquellos momentos. Si este síntom a se solucionó de repente, fue porque el niño m e d ijo su problem a en seguida, al pedirle un m odelo y transform ando un p o trillo en perro salchicha. Pero en aquel m om ento yo no com prendía nada, y además él no lo estaba d icien d o todo. Se contentó con decir: "N o , a mí no me pasa nada. V en go a verla p o rq u e me en ojo.” N o sabía por qué. Estaba inqu ieto por no saber por qué rom pía tod o durante sus crisis. Se creía loco y creo que esto era lo qu e lo atorm en­ taba. N o tenía problem as en el nivel intelectual; seguía bien sus clases. Era sim plem ente un histérico típico. f .d

p.: ¿Qué im portancia se le tiene que dar a la diferencia entre

una fantasía —por ejem plo, cuando un niño fabu la sobre la m uerte de sus padres que no ha conocido— y u n recuerdopantalla? f . d .: T o d o el m undo tiene recuerdos-pantalla. Es una repre­ sentación g lo b a l que uno gu a rd a de algu n a cosa; esto es su­ ficiente; pero en realid ad es un recuerdo q u e se form a por condensación y desplazam iento, a partir de un co n ju n to de re­ cuerdos que fu eron rechazados; es una parte de un todo. Esto me recuerda el caso de un hom bre q u e estaba conven­ cido de q u e su padre h ab ía m uerto cuando él tenía dos años y m edio. Para él esto era una verdad. N o h abía estado presen­ te en el entierro. N o tenía nin gún recuerdo de su padre; sólo algunas fotografías. Este hom bre estaba m uy enferm o, desde hacía dos o tres me­ ses, cu an d o m e vin o a ver. Pues bien, un d ía se despertó cuando inten taba estrangularse a sí mismo, con sus p rop ias manos. H abía tenido que pedir a su am iga qu e se fuera, p o rq ue h abía inten tad o estrangularla, en las mismas circunstancias, durante el sueño; era algo terrible para él; finalm ente, su am iga se h abía ido. Siguió vin ien d o a verm e, m ientras qu e los m édicos lo m an tenían com pletam ente drogado. M e h ablaba sentado, frente a frente. En el m om ento en qu e me ex p licab a cóm o se h abía desper­ tado estrangulándose a sí m ism o (todavía se no tab an las m ar­ cas azules) se acordó de que, a los ocho años, h abía descolgado a su padre, el cual se h abía suicidado después de haber reci­ b id o unas cartas de P olo n ia —en la época en qu e se em pezaba a perseguir a los judíos. C o m o eran pobres, no tenían los me­ dios para hacer ven ir a Francia a los m iem bros de la fam ilia qu e se h ab ían quedado en P olonia. U n o o dos meses después de haber recibido estas noticias, el padre se h abía colgado, sosteniendo en la m ano a q u ella carta, qu e h a b ía caído al sue­ lo. Se había suicidado por desesperación, al no poder hacer nada por su m adre y su herm ana qu e se habían q u ed ad o allá. Esto pasó algunos años antes de la guerra. M i paciente había sido evacuado durante la guerra. Su m a­ dre había m uerto en un h ospital, por la pobreza, las p riva­ ciones y la tristeza de ser viu d a. Se preguntó, al ven irle este recuerdo, si no estaba d eliran ­ do. Por suerte, buscó a unos am igos de su m adre y en con tró a una m ujer que era ayudan te en un taller de costura, la cual

le confrm ó la verdad. Supo que no sólo fue al entierro de su padre, sino que le h abían dicho a su m adre acerca de él: “ Es ya un hom brecito, tú puedes apoyarte en él." C u an d o me explicab a todo esto se sentía desilusionado. Ya no tenía el rostro congestionado ni los ojos inyectados en sangre com o antes. Me d ijo: “ Es increíble q u e se p u ed a olvidar una cosa como a q u élla.” D u ran te la guerra fu e separado de su fam ilia y siguió su escolaridad. Y com o era un m uchacho m uy inteligente, se desem peñó bien en la vid a y llegó a ser abogado. Sabía que yo me ocupaba de niños. ¿Por qu é h abía venido a ver a una psicoanalista de niños? Com o dije, estaba aton­ tado por los m edicam entos; ya 110 podía trabajar; viv ía con el m iedo de m atar a su am iga, a la que adoraba. En el m o­ m ento en que pensaron en casarse pron to se desencadenó todo este proceso. Pero era precisam ente en ese año q u e dicho hom bre llegaba a la edad qu e tenía su padre cu an d o m urió. P odría añadir qu e al recib ir la carta de P olonia el padre h abía caído en una depresión —enferm edad qu e se creía incu­ rable en aqu ella época— y h ab ía dejado de ir a su trabajo, lo cual inquietaba m ucho a su esposa. V en ustedes, estaba inscrito en el cuerpo de este hombre, q u e era necesario id en tificar a su padre, qu e era necesario am arlo. En el m om ento del dram a estaba probablem en te en un periodo hom osexual en relación con su padre. He aquí por qu é casarse era, sin duda, contradictorio a este "ser-fiela-papá.” N o hice con él u n análisis largo. Se resolvió la cuestión en unas diez sesiones. Después nos volvim os a ver una o dos veces.

Com o ejem plo de los efectos producidos por una sola inter­ p retación, tengo una pequ eñ a anécdota, m uy fresca, para contarles. A cabo de visitar una institución rural, m uy o rigin al, en el sur."E stá agregada a la D irección de Asistencia Social. Es un conju nto de casas que funcionan en régim en de autoges­ tión entre educadores y niños. Está m uy bien. C on un paisaje tle viñas, cam pos de trigo, tomates. Los niños n o son todavía muchos. N in gu n o es escola riza ble. T o d o s son psicóticos o débi­ les m entales. D u ran te esta visita he visto a una niña de ocho a diez años.

E lla m iraba todo; m iradas cálidas, húmedas. Sería herm osa si n o fuera por su aire estático y su postura encorvada. T o d a la tarde estuve h ablan do con los educadores; yo no­ tab a q u e la n iñ a ten ía en la m ira todo el tiem p o a u n o de ellos. N os m iraba a él y a m í, alternativam ente. Después vino a sentarse cerca de m í. L leg ó el m om ento de la separación. L os educadores qu e no v iv ía n en la misma casa qu e los niños se despidieron. Les d ieron un beso a los niños. C u a n d o aquel a q u ien h ab ía es­ tado observando se vin o a despedir de la niñ a, vi lo que pasó: la besó en la m ejilla y después se fue con su esposa; la niña esperaba aquel m om ento. Era ciertam ente a él a q u ien se d irigía. En aquel preciso m om ento, fue presa de una especie d e tem blor en su pelvis, como pequeñas vibraciones. Ella, q u e h abía cam inado toda la tarde, ahora no p o d ía dar un paso; se quedó clavada en su lugar. Me dijeron: "Sí. H ay m om entos como éste, en q u e perm a­ nece paralizada.” Pero yo había visto claram ente lo que había pasado. E lla perm anecía bajo el din tel de la puerta, inclinada hasta casi perder el eq u ilib rio , sin poder avanzar. Y o salí tam bién; ella m e abordó; puesto que aquel a qu ien d irig ía su m irada ya se había ido, ahora se d irigía hacia mí. M e preguntó: "¿Vienes a mi casa? ¿Vienes?” L e respondí: “ N o voy a la misma casa que tú .” Siguió pregun tan do: "¿V en­ drás m añana?” Y o no respondí, pero ante su insistencia, acabé p o r decirle que sí. Ella en ten dió m uy bien que este sí no era verdadero. Entonces añadí: “ M añana, después de esta noche, no. Q uizás venga otro m añana, dentro de algún tiem p o.” D ejó de rep etir de m anera com pulsiva el “ vendrás m añ an a"; había en ten d id o que yo no vendría. Pero, mientras la gente iba saliendo, ella perm anecía inm ó­ v il, clavada en el um bral, incapaz de alcanzar el coche que se h allaba a diez metros de ella. Y o esperaba a los que estaban tod avía en la casa. L e d ije entonces: “ Y tú ¿no vas a tu casa? T e están esperando.” Se in clin ó u n poco más hacia adelante, pero sin dar un paso. Entonces le d ije: “ E n el m om ento en que J. M . [el educador] te abrazó, perdiste el control de tu cuerpo, com o si quisieras dárselo todo a él. Pero tus piernas son tuyas.” E lla corrió entonces hacia su casa, sin decirm e siquera adiós. Así acabó todo. ¿Ven ustedes? H abía perd id o sus piernas en el m ism o m o­ m ento de la em oción sexual que experim entó cuando él la

abrazó. Se trataba claram ente de una em oción sexual, pues ella quedó paralizada com pletam ente. A continuación, las personas qu e me acom pañaron al tren m e hablaron de esta niña. Y o d ije q u e ella se tensaba de esta m anera probablem ente cuando sentía em ociones sexuales. E n­ tonces u n educador, dirigiéndose a su esposa, señaló: “ Es bien curioso. ¿Sabe usted? Es la h ija de una prostituta. L a Protec­ ció n de la In fan cia nos la m andó porque ella d orm ía en la misma habitación de su m adre y estaba siem pre presente cuan­ d o ésta recibía a sus clientes.” Esta anécdota es interesante desde el p u nto de vista de la im agen del cuerpo, p o rq u e fue suficiente recordarle a esta niñ a el in cid en te por el qu e había perdido el uso de su pelvis y de sus piernas para qu e volviera a cam inar en seguida; en la prim era im agen del cuerpo, en efecto, pelvis y piernas se confunden; es la m ism a bo la con prolongaciones. A h ora bien, durante la tarde, ella h abía corrido, defectuosam ente, con las piernas rígidas, como los niños cuyas deficiencias de la im agen corporal influ yen sobre el esquema corporal. Sin em bargo ella ju g ó y en nin gú n m om ento se había quedado petrificada. Por lo general, cuando ella se quedaba así p aralizada en el suelo, alguien iba a tom arla de la m ano. Es lo q u e hubiera ocu rrido tam bién esta vez si yo le hubiera hablado. H abría seguido a la persona qu e la ayudaba, com o vin cu lad a a ella por una especie de cordón u m bilical. ¿Y cuánto tiem po le h u ­ biera sido necesario para recuperar la sensibilidad de sus m iem ­ bros? Y o sólo le d ije: “ T u s piernas son tuyas.” Era necesaria u na palabra para devolvérselas y p erm itirle al m ismo tiem po sentir una em oción sexual.

V i, hace algún tiem po, una niña m uy bonita qu e bizqueaba. Su m adre me d ijo qu e h abía nacido así y qu e en lugar de arreglarse —com o habían previsto— más bien se agravó. Pienso en el em parejam iento de los pares craneales, ópticos y auditivos, qu e ocupan su lugar a partir del tercer mes del em ba­ razo. Por esto pregun té a esta m ujer: “ ¿Qué pasó en el tercer o cuarto mes de su embarazo? —¿Por qué? —P orque es el m o­ m ento en que los ojos y las orejas están juntos. Su h ija parece escuchar, pero sus ojos se d irigen hacia dentro. H ay pues una disociación en ella en el vín cu lo qu e se crea en aqu ella fase del feto."

Pensó que en aquel m om ento ella se había casado. Pero cuando la volví a ver, me d ijo qu e no era por eso. " Y o no qu ería tener niños. H abía tenido ya tres abortos y antes qu e me colocaran un dispositivo m e encontré de nuevo em barazada. Esto plan teab a un problem a. Después de dos abortos seguidos tem ía por mi salud. N o sabía qu é hacer, y además m i am igo rio qu ería niños; no estaba todavía casada. Pensaba qu e a mi edad po d ía tener un niño m on gólico o anorm al." Para darle seguridad —ya que ella acababa de pasar los trein ta— el g in e­ cólogo le propuso hacerle una amniocentesis. Pero algu ien le d ijo q u e esto podía ser peligroso; que en ciertos casos el niño podía m orir después de este exam en. Ella pensó pues: si la am niocentesis m ata al niño, yo no seré responsable tle! aborto, o tam poco si ésta revela que el niño está atacado por una enferm edad. En este caso estaré excusada para abortar. O m e dirán que todo va bien y entonces lo tendré. Pero d uran te todo aquel tiem po, no dejó de pensar qu e debía abortar. Su am igo, al verla tan preocupada, le dijo: “ nos casam os". Desde entonces ella llevó bien el em barazo y además, es una buena m adre. Después que me ex p licó todo esto, sus am igas le dijeron: "P ero ¿qué pasó? T u h ija ya no bizquea.” E lla respondió: " Y o no veo la d iferencia." De hecho, la niña ya no bizqueaba, pero su m adre seguía vién dola bizquear. E lla ex p licó a la niña toda su historia y notó qu e la pequeña m iraba con gran intensidad. I.e dije: “ El hecho de qu e usted haya n otado que la m iraba con gran intensidad pru eba qu e ya no bizquea. —Pues sí, es cierto.” H e aquí una pequeña historia de prevención, sin la cual la niñ a se hubiera qu ed ad o com o se m ostró al p rin cipio. H abía en ten dido la amenaza de m uerte y se había cerrado en ella misma. N o quería saber nada del peligro que existía afuera. f .:

¿Se puede considerar psicótica?

f .d .: O tro niño hubiera p odid o hacer de esto u n a psicosis. N o hice análisis en este caso, pero lo cierto es qu e la m adre había rechazado algo, quizás la m uerte de un herm anito recién na­ cido cuando ella era niña. N o se le d ijo entonces de q u é m u ­ rió. O bien ha oíd o decir de una m adre qu e m altrataba a su hijo, a una edad en que era dem asiado sensible para poderlo

soportar. L o que se puede pensar en un síntom a com o éste es: soy incapaz de tener un niño, no me veo con un niño, es im pensable. He aquí una m ujer qu e jam ás había tenido, de pequeña, la fantasía de ser mamá. Es m uy raro. Y sin em bargo su cuerpo lo quería: tres abortos uno detrás de otro pru eban de que sí qu ería, pero el Y o no podía. P.:

En su p r e g u n ta a esta m a d re h a y u n saber m éd ico , q u e

se su p o n e d eb e ser u n saber d el an alista .

Sí, aquí se supone un saber sobre el desarrollo del em ­ brión. Pero este saber se encuentra tam bién en el lenguaje y en la relación del feto con los padres. El eugenism o, la pa­ togenia, se deben a que el feto no puede desarrollarse en se­ guridad . En la vida fetal, ya el ser hum ano defien de su piel. N o quiere escuchar lo qu e le va a causar daño. f . d .:

p.: L o que es curioso es qu e el feto tiene ya una especie de perm eabilid ad respecto al m undo exterior —lo cual es difícil d e representar. f .d .:

Así es; sien te la a n g u stia de la m adre, lu ch a co n tra esta

a n g u s tia p ara preservar su salu d .

Lo que m e sorprendió no fue la desaparición del síntoma —pues éste desaparece cuando se ‘‘h abla” el acontecim iento qu e ha sido su causa—, sino que la m adre no veía qu e hubiera desaparecido, com o ocurre con ciertas madres de niños psicóticos.

R ecuerd o a este respecto un caso extraord inario de niño m udo. Era una pequeña de tres años; lo qu e pude observar en un prim er m om ento me llevó a preguntar a la m adre si había tenido algún aborto. M e respondió: “ Sí, pero fue antes del nacim iento de la p equ eñ a." Sufrió un aborto, por consejo m édico. N o se trataba pues de esto. Le d ije entonces: “ H a de haber alguna otra cosa.” E lla em pezó a reír: “ Esto sería có­ m ico.” L e dije: “ N o. N o se trata del aborto que usted tuvo antes del nacim iento, sino de algo que se ha producido vivien d o la niña. —Sí, por supuesto. C u an d o ella tenía diez meses m e encontré de nuevo em barazada y me hice un legrado.

A h ora bien, hace unos seis meses qu e nosotros quisiéram os tener otro niño y ya no puedo. Esto me m olesta m ucho, pero me pregun to si seria razonable, con una n iñ a m uda, una niña q u e será problem a toda la vid a .” Y o le aseguré: "N o creo q u e sea m u da d uran te toda su vida: su hija, con su m utism o, le está diciendo: ‘Ustedes no me h an explicad o, ni papá n i tú, p o r qu é tenias un niño en el vien tre y por qué se fu e’ En aquel m om ento, la p equ eñ a m e m iró y ja ló a su padre: “ V en papá, esta señora es una fastidiosa"; y ella nunca había h ablad o. H abía dejado de d ecir "p a p á " y “ m am á" hacia los doce o catorce meses, en la época en que su m adre, em bara­ zada, h ab ía abortado. A l p rin cip io nadie se h ab ía dad o cuenta de su m utism o. Conservaba la m ím ica, jugaba, pero se había vu elto triste y estática desde qu e la m adre inten tó de nuevo em barazarse sin lograrlo. L a m ujer quizás h abló a sus amigas para decirles que iba a ver al ginecólogo, pero no h abló n n adie del prim er aborto, que estaba justificad o por el m édico. De aquel no se sentía culpable. E n cam bió, se sentía m uv cu lpab le del segundo. A h ora bien, esta niñ a, qu e estaba bloqueada, que h abía dejad o de pron unciar las palabras que conocía, estaba cierta­ m ente m uy edipiana. La conducta de los niños p lan tea preguntas, y no puede ser de otra m anera. A p a rtir de estas preguntas se puede llegar a la verdad, pues yo no sabía nada. D ije a la m adre q u e esto no podía venir del p rim er aborto, sino del segundo: "Es com o si usted hubiera tenid o el bebé y lo h u biera perdido. Para ella se trata de un bebé m uerto.” Y la m adre, q u e unos m om entos antes estuvo a p u n to de reír, buscando un vín cu lo entre el síntom a de su h ija y el prim er aborto, estaba ahora fundiéndose en sollozos. L e d ije para consolarla, puesto qu e el padre h ab ía salido con la niña, que me diera más noticias, y añadí: "E s absoluta­ m ente necesario decir la verdad a los niños; son su ficiente­ m ente m aliciosos para poder escucharla.”

14. L O S S IG N O S

D E F IN A L IZ A C IÓ N

DE UN

A N A L IS IS

D E N IÑ O

QUE E L NIÑO PUEDA, A L

M ENOS, FANTASEAR L A

M UERTE —

EL

EDIPO DE UN NIÑO SE HACE CON LOS PADRKS, NO CON EL ANALISTA — UN DIBUJO DE NIÑO ES UNA REALIDAD EN SÍ M ISM A Y NO UN SUEÑO — REPRESENTACIÓN DF. PALABRA, REPRESENTACIÓN DE COSA

p.: Q uisiera pregun tarle q u é es lo qu e se puede considerar com o signos de qu e una psicoterapia de niño llega a su fin. f . d .: U sted ya debe tener una idea acerca de esto; ¿es a prop ó­ sito de u n caso concreto? ¿Puede hablar de este caso? ¿Se trata de u n tratam iento que cree que ha llegado ya a su fin? ¿Q ué edad tiene el niño?

p.: T ie n e diez años. Es un niñ o q u e ha sufrido ya la ablación de un riñ ón. Entre los tres y los seis años viv ió separado de sus padres; estaba hospitalizado. Después se reintegró a la fam ilia. L o qu e es curioso es qu e u n año después de su regre­ so, su m adre su frió tam bién una operación y la ablación de un riñ ón. f .d .:

¿Del m ismo lado q u e el niño?

p.: N o lo sé. f . d .:

¿Fue por la m ism a razón en los dos casos?

p.: C reo que se trataba de una infección. N o he h ablad o m u­ cho con los padres durante esta psicoterapia, al contrario de lo qu e hago habitualm ente. Estoy viendo a este niñ o desde hace dos años y m edio. A h ora tengo la im presión de que está haciendo el d uelo de este riñón. H a representado, durante meses y meses, cosas que yo no com prendía del todo. Asegu­

rab a q u e eran tubos de agu a sucia. T o d o ello fue interpretado y analizado a continuación . D e hecho, la ablación de este riñ ó n lo h abía castrado com pletam ente. f .d .:

Pero, ¿por qu é razón fue a su consultorio?

p.: Estaba como retraído; no hablaba m ucho con los otros ni­ ños en la escuela; estaba siem pre enferm o, continuam ente m oquéan dole la nariz. Se replegaba del todo sobre sí mismo, tan pobre de expresión qu e lo h abía tom ado en un p rin cip io p o r u n d ébil m etal. f .d .:

¿Pero llegó a petición d e los padres o del médico?

p.: D e los padres. Y usted piensa que ha llegado el m om ento de term inar la relación con él. Pero, ¿él quiere todavía esta relación?

f . d .:

p.: Sí, él quiere continuar. A ctualm ente, por ejem plo, dice: “ Sabe usted, tengo una am igu ita en la escuela. Com o yo no estoy m uy fuerte en clase, me ayuda a hacer m is tareas. Y o hago algunos m andados para su m am á y me da un poco de d in ero." Él hace sus ahorros, y de su poco d inero guarda una parte para pagar su sesión. D ice de su pequeña “ novia": "P u e d e ser que más adelante me case con ella.” T e n g o la im presión de que sus vínculos con ella son, en realidad, algo bien construido. f .d .: D icho de otra m anera; é ! tiene proyectos, lia aceptado su pasado, vive su presente. Es, en efecto, el m om ento en que se puede decir qu e una psicoterapia llega a su fin, p ara un niñ o q u e ya superó am p liam ente el Edipo. N o sé todo lo que hacen ustedes en su práctica, pero me parece qu e el tratam iento de un niñ o debe acabar cuando se acerca la pubertad, época en que se van a p lan tear p rob le­ mas diferentes. El niño asume sus propias dificultades. El problem a es que los padres puedan asim ilarlas tam bién y adm itir su responsabi­ lid ad sobre el niño, A m enudo se sienten angustiados cuando el tratam iento del niñ o se acerca a su fin. P or eso es nece­ sario tom ar conciencia del hecho de que se han recargado sobre el psicoanalista y que h a n descuidado un poco su papel